•'■'■% |[ltbra;rg i .i'S^.^MM^imt^'' COSMOS. I OBRAS DE ALEJANDRO DE HUMBOLDT. COSMOS ENSAYO DE UNA DESCRIPCIÓN física DEL MUNDO POU ALEJANDRO DE HUMBOLDT. VERTIDO AL CASTELLANO BERNARDO GINBR Y JOSÉ DE FUENTES. «Ncitui'a) vero rerum vis atque majeslas iu ómnibus momentis lide catet, si quis modo partos ejus ac non totam compleíat animo.» Plinio i, Vil, c. 1. TOMO III. MADRID IMPRENTA DE GASPAR Y ROIG, EDITORES. CALLE DEL PRÍNCIPE, NÚM. 4. 1874. ^' ^ Se In oiimnlulo con las coiulicionesquoinnrca hiley para \'j< ilererlios de propiedad. /f 7 PRIMERA PARTE TOUO IIT. INTRODUCCIÓN A LA PARTE URANOLOGICA CON UNA OJEADA RETROSPECTIVA Á LOS TOMOS PRECEDENTES. Sigo el objeto que me lie propuesto, j al cual no he desesperado de llegar, en la medida de mis fuerzas j se- í^-un el estado actual de la ciencia. Conforme al plan que me he trazado, los dos tomos del Cosmos publicados hasta hoj consideran la Naturaleza bajo un doble punto de vista: reproduciéndola primeramente en su aspecto esterior j pu- ramente objetivo, V después pintando su imagen refleja- da en el interior del hoinbre por medio de los sentidos. De este modo he buscado la huella de la influencia que ha ejercido en las ideas v sentimientos de los diferentes pueblos. Bajo la forma científica de un cuadro general de la Naturaleza, he descrito el mundo esterior en sus dos gran- des esferas, la esfera celeste j la terrestre. En este cua- dro se presentan á nuestra vi-ta en primer término las estrellas que brillan entre las nebulosas^ en las mns apar- tadas regiones del espacio; pasando de esta región^ j á tra- vés de nuestro sistema planetario, á la capa vegetal que cu- bre el esferoide terrestre j a los organismos infinitamente pequeños que á menudo flotan por los aires, escanando á la simple vista. Preciso era evitar cuidadosamente la acu- mulación de hechos particulares si habia de aparecer sen - siblela existencia de ese lazo común en que todo el Univer- so se confunde, j el gobierno de las lejes eternas de la Naturaleza ; si habia de comprenderse _, en cuanto sea po- sible hasta nuestros días , esa conexión generadora que liga grupos enteros de fenómenos. Semejante reserva se hacia principalmente necesaria en la esfera terrestre del Cosmos , donde al lado de la acción dinámica de las fuerzas motrices, se manifiesta de una manera enérgica la influen- cia que produce la diversidad específica de las sustancias. En la esfera sideral ó uranológica, los problemas para todo lo que está al alcance de la observación tienen una senci- llez admirable, j en razón á las masas enormes v á las fuerzas de atracción de la materia, se prestan á cálculos rÍ2*orosos, fundados en la teoría del movimiento. Conside- rando, como creo que podemos hacerlo, á los asteroides ó piedras meteóricas como partes de nuestro sistema plane- tario, esos cuerpos son los únicos que al caer á la Tierra nos ponen en contacto con sustancias evidentemente hete- rogéneas que circulan en el espacio (1). Indico aquí las causas en cuja virtud el método matemático ha sido apli- cado hasta hoj con menos generalidad j menor éxito á los fenómenos terrestres que á los movimientos de los cuerpos celestes, regidos únicamente en sus perturbacio- nes recíprocas j sus vueltas periódicas, por la fuerza fun- damental de la materia homogénea; por lo menos, hasta donde pueden estenderse nuestras percepciones. Al trazar el cuadro de la Tierra, he dirigido todos mis esfuerzos á disponer los fenómenos según un orden que permitiese suponer el lazo generador que entre sí los une. He descrito la configuración del cuerpo terrestre , repre- sentándole con su densidad media, con las variaciones de su temperatura creciente en razón de la profundidad, con sus corrientes electro-magnéticas j los fenómenos de la luz polar. Es el principio de la actividad volcánica, la re- acción del interior contra el esterior de la Tierra; causa á que deben referirse las ondas de quebrantamiento que se propagan por círculos mas ó menos estensos, j los efectos de los quebrantamientos mismos , que no siempre son pu- ramente dinámicos, como las erupciones de gas, de cieno y de agua caliente. La manifestación mas genuina de las fuerzas interiores de la Tierra es el levantamiento de las montañas ignivomas. He representado los volcanes centra- les j las cadenas de volcanes, no solo como elementos de destrucción, sino que también como agentes productores que continúan formando rocas de erupción á nuestra vis- ta, j en épocas fijas las mas veces. Opuestamente á las rocas de erupción he señalado las rocas de sedimento, pre- cipitándose aun hoj del seno de los medios líquidos en los cuales flotaban , ó suspendidas ó disueltas, sus últimas partículas. Esta comparación de las partes de la Tierra que se ba- ilan en vias de desarrollo j cuja figura aun no está deli- neada, con aquellas otras que solidificadas desde :largo tiempo constituyen las diferentes capas de la corteza terres- tre , nos lleva á determinar con exactitud la serie sucesiva de las formaciones que contienen en un orden cronológico las familias estinguidas de animales y de plantas, j ])er- miten reconocer distintamente la Fauna j la Flora del an- tiguo mundo. El nacimiento, la trasformacion y el levan- tamiento de las capas en las diversas épocas geológicas, son las condiciones de que dependen todos los accidentes de la superficie terrestre : la distribución del elemento lí- — 6 — quido j del elemento sólido, como la repartición j arti- culación de las masas continentales en estension y en altu- ra. A su vez estas relaciones determinan la temperatura de las corrientes marinas, el estado metereolófí-ico del Océa- no gaseoso que envuelve la Tierra j la distribución geo- gráfica de los diferentes organismos. Yo creo que basta recordar el lazo que une los fenóme- nos terrestres entre sí, v que be procurado esclarecer en la primera parte del Cosmos, para probar que es imposible reunir los resaltados de la observación, tan vastos j tan complejos aparentemente, sin profundizar la conexión que liga á las causas con los efectos. Por otra parte, la signifi- cación de la Naturaleza se debilita considerablemente cuan- do por una escesiva acumulación de hecbos aislados se roba á las descripciones, por medio de las cuales se la quiere reproducir, todo su calor vivificante. Si no me fuera dado aspirar seriamente, por cuidado que en ello pusiese, á no omitir ninguna particularidad en el cuadro de los fenómenos esteriores, no me seria mas fácil pintar todos los pormenores del reflejo de la Naturaleza en el espíritu humano; porque aquí deben estar los límites mas estrictamente circunscritos. El inmenso imperio del mundo intelectual , fecundado tantos siglos bá por las fuerzas acti- vas del pensamiento, nos muestra, en las diversas razas de hombres, j en los diferentes grados de la civilización, dis- posiciones de ánimo ja alegres, ja sombrías (2), un vivo amor de lo bello ó una grosera insensibilidad. El alma del Jiombre se eleva en un principio al sentimiento de la Divi- nidad por el espectáculo de las fuerzas naturales j por ciertos objetos del mundo esterior. Solo mas tarde se levan- ta el hombre á inspiraciones religiosas mas puras j mas es- pirituales (3). El reflejo del mundo esterior en el hombre, las impresiones de la Naturaleza que le rodea, j las dispo- siciones físicas influjen por mas de un concepto en la for- macion misteriosa de las lenguas (4). Trabaja el hombre en su interior la materia que le suministran los sentidos, v los resultados de esta operación interna son tan del domi- nio del Cosmos, com.o los fenómenos sobre los cuales se rea- liza. Como el impulso dado á la imaginación creadora, no permite que la imagen reflejada de la Naturaleza se con- serve pura V fiel , existe al lado del mundo real ó esterior, un mundo ideal ó interior^ lleno de mitos fantásticos j al- guna vez simbólicos , j. de formas animales , cujas par- tes heterogéneas están tomadas del mundo actual ó de los restos de las generaciones estinguidas (5) . Formas ma- ravillosas de árboles j de flores , crecen también sobre el suelo de la mitología, como el fresno gigantesco de los can- tos del Edda, el árbol del mundo llamado Igdrasil, cuyas ramas se elevan aun mas que el cielo, cuando una de sus tres raices se hunde hasta las fuentes retumbantes del mundo subterráneo (6) . Por esto la región nebulosa de la .mitología física está poblada , según la diferencia de las ra- zas j los climas _, de formas graciosas ú horribles que de allí pasan al dominio de las ideas sabias, y durante el es- pacio de muchos siglos se trasmiten de generación en ge- neración. Si el trabajo que he dado al público^ no corresponde al título cujo imprudente atrevimiento he advertido jo mis- mo en varias ocasiones , esta censura de insuficencia ha de recaer principalmente en la parte que trata de la vida in- telectual , j del reflejo de la Naturaleza en el sentimiento del hombre. En ella especialmente me he limitado á los objetos que mas relación tenian con los estudios que han ocupado mi vida; he buscado la espresion del sentimiento de la Naturaleza entre los pueblos de la antigüedad clásica, j entre las naciones modernas , recogiendo los fragmentos de poesía descriptiva que ostentan el colorido del carácter nacional de cada una de esas razas , j de la idea que se for- maban de la creación , considerada como obra de un poder único; he descrito el gracioso encanto de la pintura de paisaje, y trazado, por último, la historia de la contempla- ción del Mundo; es decir, la historia de los descubrimien- tos que, sucediéndose por espaciare veinte siglos, han per- mitido al observador abarcar el conjunto del Universo, j recogerla unidad que domina á todos los fenómenos. Admitiendo que pueda tenerse la pretensión de mos- trarse completo en algo, tratándole del primer ensajo de una obra tan vasta como la presente , que se propone, sin perder nada de su carácter científico , representar la ima- gen viviente déla Naturaleza, debe procurarse que el ma- jor interés de la obra estribe en las ideas que de su lectu- ra se despierten , mas que en los resultados que de ella puedan obtenerse, ün libro de la Naturaleza, verdadera- mente digno de este nombre, no es dado concebirlo sino cuando las ciencias, condenadas desde el principio á que- dar siempre incompletas, se ha jan engrandecido j eleva- do por lo menos á fuerza de perseverancia , j cuando las dos esferas en que se descompone el Cosmos, el mundo es- terior que los sentidos aperciben , j el mundo interior re- flejado en el pensamiento del hombre , hajan ganado en luminosa claridad. Creo haber indicado suficientemente las razones que necesariamente debian determinarme á no dar mas osten- sión al Cuadro general de la Naturaleza, reservándome para el tercero j último tomo completar lo que falte j pre- sentar reunidos los resultados de la observación en que se funda el estado actual de las opiniones científicas ; resulta- dos que aparecerán en el mismo orden que ja he seguido en la descripción de la Naturaleza, conforme en un todo á los principios de antemano establecidos. Antes, sin embar- go, de que pasemos á hechos particulares j especiales, — 9 — séame permitido añadir aun algiiuas consideraciones gene- rales que prestarán nueva luz al objeto de este libro. El inesperado favor con que ha acogido mi empresa un públi- co considerable, tanto en mi patria como en el estranjero, me obliga doblemente á esplicarme una vez mas, j de una manera mas precisa, acerca del pensamiento fundamental de esta obra, j sobre las exigencias que no he intentado satisfacer porque no podia pretenderlo, según lo que per- sonalmente pienso de nuestros conocimientos esperimenta- les. A estas consideraciones justificativas vendrán á unirse, como por sí mismos, los recuerdos históricos de los prime- ros esfuerzos hechos en la investigación de la idea del Mundo; es decir, el principio único á que deben referirse todos los fenómenos, cuando se pretende descubrir su ar- monía generatriz. El principio fundamental de mi libro (7) , tal como lo he desarrollado hace mas de veinte años en lecciones espli- cadas en francés y en alemán, en París y en Berlin, es la tendencia constante de recomponer con los fenómenos el conjunto de la Naturaleza; de mostrar en los grupos ais- lados de estos fenómenos las condiciones que les son comu- nes; es decir, las grandes lejes porque se regula el Mun- do, y hacer ver, por último, cómo del conocimiento de estas lejes se llega al lazo de causalidad que las une entre sí. Para lograr desenvolver el plan del Mundo y el orden de la Naturaleza , es necesario comenzar por la generalización de los hechos. particulares _, por investigar las condiciones en que se reproducen uniformemente los cambios físicos. De este modo llegamos á una contemplación reflexiva de los materiales suministrados por el empirismo , j no á «miras puramente especulativas, ni aun desarrollo abstrac- to del pensamiento, ni á una unidad absoluta independien- te de la esperiencia.» Digámoslo una vez mas; aun estamos mu V lejos de la época en que podamos lisonjearnos de que — 10 — todas las percepciones sensibles compongan una idea única que abrace el conjunto de la Naturaleza. El verdadero ca- mino se Labia va trazado, un siglo antes de Francisco Ba- con, j señalado en pocas palabras por Leonardo de Vinci: «cominciare delP esperienza et per mezzo di questa sco- prirne la ragione (8).» Existen, á la verdad, grupos nu- merosos de fenómenos , cujas lejes empíricas debemos contentarnos con descubrir; pero el objeto mas elevado, y que se ha alcanzado las menos veces, es la investigación de las causas que ligan entre sí á todos los fenómenos (9). No se llega á una completa evidencia sino cuando es posi- ble aplicar á las lejes generales el rigor del razonamiento matemático. Únicamente para ciertas partes de la ciencia puede decirse con verdad que la descripción del Mundo es la esplicacion del Mundo; porque generalmente hablando, estos dos términos no pueden aun considerarse como idén- ticos. Lo grande, lo imponente en el trabajo intelectual cu JOS límites indicamos aquí, es la conciencia del esfuerzo que se hace hacia el infinito j para abrazar la inmensa é inagotable plenitud de la creación, es decir, de cuanto existe j se desarrolla. Semejantes esfuerzos intentados en el trascurso de to- dos los sig'los, han debido producir con frecuencia j de di- versas maneras , la ilusión de que se habia logrado el objeto y hallado el principio según el cual pueden esplicarse to- dos los fenómenos sensibles que se suceden en el mundo material. Después del largo período en que, según el pri- mer modo de intuición del espíritu helénico, las fuerzas naturales que fijan , cambian j destrujen la forma de las cosas ^ se veneraban como potencias espirituales veladas bajo formas humanas (10) , se desarrolló en las fantasías fisiológicas de la escuela jónica el germen de una contem- plación científica de la Naturaleza. Esta escuela se separó en dos distintas direcciones. Guiados los naturalistas unas — 11 — veces por consideraciones mecánicas, las otras por considera- ciones dinámicas, para esplicar la existencia de las cosas j la sucesión de los fenómenos , recurrian á la hipótesis de los principios concretos j materiales á que se llamaba ele- mentos de la Naturaleza^ ó á la rarefacción y condensación de las sustancias elementales (11). La hipótesis de cuatro ó cinco elementos específicamente distintos, que quizá ten- ga su origen en la India , ha seg-uido unida á todos los & sistemas de filosofía natural , desde el poema didáctico de Empedocles, j acredita la necesidad que en todo tiempo ha esperimentado el hombre de mirar á.la generalización j simplificación de las ideas, ja se trate de la acción de las fuerzas, ó solamente de la naturaleza de las sustancias. Posteriormente , cuando la fisiología jónica hubo toma- do un nuevo desarrollo, Anaxágoras de Clazomeno se elevó de la hipótesis de las fuerzas puramente motrices, á la idea de un espíritu distinto de toda especie de materia, aunque íntimamente unido á todas las moléculas homogé- neas. La inteligencia reguladora (roí,-) gobierna el incesan- te desarrollo del Universo , j es la causa primera de todo movimiento, j por lo tanto el principio de todos los fenó- menos físicos. Anaxágoras esplica el movimiento aparente de la esfera celeste que se dirige de Este á Oeste, por la hipótesis de un movimiento de revolución general cuja interrupción, como se ha visto mas arriba, produce la caí- da de piedras meteóricas (12). Esta hipótesis es el punto de partida de la teoría de los torbellinos , que después de mas de dos mil años, ha ocupado lugar tan importante en- tre los sistemas del Mundo, con ocasión de los trabajos de Descartes, Hujghens j Hooke. El espíritu ordenador que según Anaxágoras gobierna el Universo, ¿era la Divinidad misma, ó solamente una concepción panteística^ un prin- cipio espiritual que animaba á toda la Naturaleza? Cuestión es esta agena á la presente obra (13). 1-2 El símbolo matemático de los Pitagóricos, por mas que abarque igualmente al Universo entero, forma un contraste sorprendente con las dos ramas de la escuela jónica. Sus miradas no se estienden mas allá de los fenómenos percep- tibles á los sentidos^ y quedan invariablemente fijas en la lej que regula las cinco formas fundamentales, en las ideas de número, de medida, de armonía j de contraste. Las cosas, según ellos, se reflejan en los números que son como su imitación (^'a-n'^iC) La propiedad que tienen los números de aumentar j repetirse sin límite, es el carácter de la eternidad j de la naturaleza infinita. Las cosas , en tanto que existen , pueden considerarse como relaciones numéri- cas; sus cambios v transformaciones, no son mas que nue- vas combinaciones de los números. La física de Platón contiene también ensajos en la idea de referir todas las sustancias que existen en el Universo , j los desarrollos porque pasan á formas corporales , j estas mismas formas, á la mas sencilla de las figuras planas, al triángulo (14). En cuanto á saber cuáles son los últimos principios, como si dijéramos, los elementos de los elementos, manifiesta Platón con un sentimiento de modesta desconfianza, qué cosa es esta solo conocida de Dios j de sus elegidos. Esta aplicación de las matemáticas á los fenómenos físicos , la formación de la escuela atomística, ó la filosofía de la me- dida j de la armonía, han influido por mucho tiempo en el desarrollo de las ciencias , j llevado á espíritus aventu- reros por caminos apartados que debe trazar la historia de la contemplación del Mundo. Haj en las simples relacio- nes del tiempo j del espacio que los sonidos , los números j las líneas revelan , un encanto atractivo que ha celebra- do toda la antigüedad (15). En todos los escritos de Aristóteles resalta en su pu- reza V elevación la idea del orden j del gobierno del Universo. Sus Aitscultat iones ])hjs¡C(e representan los fe- — 13 — nómenos de la Naturaleza como efectos de fuerzas vitales, emanando de una potencia universal. El Cielo j la Natu- raleza (16), dice, designando bajo este nombre la esfera terrestre de los fenómenos, depende del motor inmóvil del mundo. El ordenador, ó en otros términos, el último principio de los fenómenos sensibles, debe ser considerado como distinto de toda clase de materia y fuerza de los sen- tidos (17j. La unidad que domina todos los fenómenos por medio de los que se manifiestan las fuerzas de la materia, está elevada en Aristóteles á la altura de un principio esencial^ v esas mismas manifestaciones referidas siempre á movimientos. Así, el tratado de Anima contiene ja el germen de la teoría de las ondulaciones luminosas (1^). La sensación de la vista está producida por un quebranta- miento, una vibración del medio colocado entre el ojo j el objeto, j no por emanaciones que se escaparían á uno ú á otro. Aristóteles compara el oido con la vista, porque el sonido es también un efecto de las vibraciones del aire. Aristóteles , recomendando la aplicación racional en la investigación de lo general en el detalle de las parti- cularidades percibidas por los sentidos, abraza siempre el conjunto de la Naturaleza, j la conerion íntima no solo de las fuerzas, sino que también de las formas orgánicas. En el libro que escribió sobre los órganos de los animales (de Partihus AnimaJiítm) espresa de una manera clara su creencia respecto de la gradación por la cual se elevan los seres sucesivamente desde las formas inferiores á las mas altas formas. La Naturaleza sigue su desarrollo progresivo y no interrumpido^ desde los objetos inanimados ó elemen- tales hasta las formas animales, pasando por las plantas y «deteniéndose primero sobre lo que no es todavía un ani- mal propiamente dicho, pero que está tan próximo de serlo que la diferencia es muy pequeña (19).» En esta gradación de las formas las modificaciones intermedias son insensí- — 14 — bles (20). El gran problema del Cosmos es para el Estag-i- rita la unidad de la Naturaleza: «En la Naturaleza, dice con singular vivacidad de espresion, nada haj aislado j sin trabazón como en una mala tragedia (21).» Todas las obras físicas de Aristóteles, tan exacto obser- vador como pensador profundo, ponen de manifiesto clara- mente la tendencia filosófica á hacer depender de un prin- cipio único todos los fenómenos del Universo. Pero el estado imperfecto de la ciencia, la ignorancia de aquella época respecto del método esperimental , que consiste en suscitar los fenómenos en condiciones determinadas , no permitía abarcar el lazo de causalidad que une esos fenómenos, aun dividiéndolos en grupos poco numerosos. Limitábase todo á las oposiciones renovadas incesantemente del frió j del calor, de la sequía j humedad, de la rarefacción j de la densidad primitivas, j á las alteraciones producidas en el mundo material por una especie de antagonismo interior {avTi,Tvep'uyvaaii) quc trac á la memoria las hipótesis modernas de las polaridades opuestas j el contraste del -f- jdel — (22). Las soluciones propuestas por Aristóteles tienen el defecto de alterar los hechos, j en la esplicacion de los fenómenos de óptica ó de meteorología el estilo , por otra parte , tan enérgico j tan conciso del Estagirita, parece como que gusta de estenderse j tomar- algo de la difusión helénica. Como el espíritu de Aristóteles se dirigía casi esclusiva- mente hacia la idea del movimiento j se preocupaba poco de la diversidad de las sustancias, resulta de aquí que su idea fundamental de referir todos los fenómenos terrestres al impulso dado por el movimiento del Cielo, es decir , por la revolución de la esfera celeste, se reproduce sin cesar, hallándola por do quiera, j es en el autor objeto de pre- dilección, por mas que en ninguna parte se presente con una precisión y rigor absolutos (23). Por el impulso cuja idea trato de dar, no debe en- — 15 — tenderse mas que la comunicación del movimiento, consi- derado como el principio de todos los fenómenos terrestres. Las miras panteísticas se lian abandonado del todo. La Di- vinidad es la mas alta unidad ordenatriz: «se manifiesta en todos los círculos del Universo , dá su destino á todos los seres distintos de la Naturaleza, y lo combina todo en vir- tud de su potencia absoluta (24).» Las ideas de objeto jde apropiación se aplican, no á los fenómenos subordinados de la naturaleza inorgánica ó elemental, sino principalmente á los organismos que ocupan un lugar mas elevado en el rei • no animal ó vegetal (25). Es de notar que en esas teorías la Divinidad, se sirve de una cantidad de espíritus siderales que retienen los planetas en sus eternas órbitas , como si conocieran la distribución de las masas j las perturbacio- nes (26). Los astros son en el mundo material la imagen de la Divinidad. A pesar del título que lleva, no he citado el tratado de Mundo, falsamente atribuido á Aristóteles, v producto ciertamente de la escuela estoica. El autor , en descripciones, en donde se nota frecuentemente color j ani- mación algo ficticios, pone á la vez de manifiesto el Cielo j la Tierra, las corrientes del mar j del Océano atmosféri- co; pero en ninguna parte se ve la tendencia á buscar en las propiedades de la materia principios generales á los cuales puedan ser referidos todos los fenómenos del Uni- verso. Me he detenido mucho en la época de la antigüedad, principio de los mas brillantes conocimientos acerca de la Naturaleza, con el fin de oponer esos primeros ensajos de generalización á las tentativas de los tiempos modernos. En ese movimiento de las inteligencias aplicadas á ensan- char la contemplación del Mundo, se distinguen entre to- dos, como ha podido verse en el tomo precedente del Cos- mos (21), el siglo Xill y ios principios del XIV. Sin em- bargo, el 0])us majus de Rogerio Bacon, el Espejo de la — IG — Naturaleza de Vicente de Beauvaís, el Liher cosmograjúi- cus de Alberto Magno y el Imago muncli del cardenal Pedro de Aillj, son obras cujo contenido no corresponde á su tí- tulo, cualquiera que baja sido por otra parte la influencia que ejercieran en los contemporáneos. Entre los adversa- rios de la física peripatética en Italia, Telesio, de Cosenza, está indicado como el fundador de un sistema científico mas racional. Para él la materia es pasiva, j todos los fenóme- nos son efecto de dos principios inmateriales ó de dos fuer- zas, el frió j el calor. Toda la vida orgánica, las plantas «animadas,» cooio también los animales mismos, son pro- ducto de esas dos fuerzas eternamente opuestas, una de las cuales, el calor, pertenece á la esfera celeste, j la otra, el fric, entra en la esfera terrestre. Arrastrado por una fantasía mas desordenada aun, pero dotado de un espíritu profundo de investigación^ Giordano Bruno, de Ñola, ba intentado reunir el conjunto del Uni- verso en tres obras diferentes (28): en el tratado de Ja Cansa ^ PrÍ7icij)io et Uno; en sus Contemplatmii circa lo Infinito , Universo e Muncli innimierahili, j en el de Mi- nimo et Máximo. La filosofía de la Naturaleza de Telesio, contemporáneo de Copérnico, permite ver cuando menos el esfuerzo intentado para referir las transformaciones de la materia á dos de sus fuerzas fundamentales que se ban su- puesto en verdad obrando esteriormente, pero que juegan, sin embargo, un papel análogo al de la atracción j repul- sión , en la teoría dinámica de Boscowicb j de Kant. Las miras de Giordano Bruno acerca del Mundo son puramen- te metafísicas: lejos de buscar en la materia misma las cau- sas de los fenómenos sensibles, toca á la idea de un espacio infinito, lleno de mundos que brillan con su luz propia; habla de las almas que animan esos mundos j de las rela- ciones de la inteligencia suprema de Dios con el Universo. Aunque menos versado en los conocimientos matemáticos^ — 17 — Giordano Bruno fué hasta el día de su martirio admirador entusiasta de Copérnico, de Ticho j de Keplero (29). Con- temporáneo de Galileo , no llegó á ver la invención del te- lescopio por Hans Lippershej j Zacarías Jansen, ni por consiguiente el descubrimiento «del pequeño Mundo de Júpiter,» de las fases de Venus j de las nebulosas. Lleno de generosa confianza para lo que llamaba to¿í interno^ rafjio- ne naíiifale , altezza clelT mielletto ^ se dejó llevar de felices adivinaciones acerca de los movimientos de las estrellas fijas , sobre la naturaleza planetaria de los cometas j sobre la forma imperfectamente esférica del globo terrestre (30). La antigüedad griega está llena también de esos presenti- mientos uranológicos, que el tiempo después ha realizado. Siguiendo la marcha de las ideas nacidas de las rela- ciones de las diferentes partes del Universo, hállase que Keplero fué el que se aproximó mas á una teoría materna - tica de la gravitación , y esto , 78 años antes de aparecer la inmortal obra de Newton, de \o^ Principia pJiilosojshiíe natiiralis. Si un filósofo ecléctico, Simplicio, espresó de una manera general el pensamiento de que el equilibrio de los cuerpos celestes depende de que la fuerza centrí- fuga domina la pesantez , es decir , la fuerza que soli- citan á esos cuerpos hacia las regiones inferiores; si Juan Philopon , discípulo de Ammonio Herméas , atribuía el movimiento de esos cuerpos á un impulso primitivo j á un esfuerzo constante para caer; si, por último, j como ha- bíamos ja notado, es preciso ver solo en las memorables pa- labras de Copérnico «Gravitatem non aliud essequom appe- tentiam quamdam naturalem partibus inditam á divina providentia opificis universorum_, ut in unitatem integrita- temque suam sese conferant, in formam globi coluntes» la idea general de la gravitación, tal como se ejerce por el Sol^ centro del mundo planetario, sóbrela Tierra j sobre la Luna; sin embargo, hasta la introducción al tratado de — 18 — Stella Mariis de Keplero no se encuentra por primera vez una apreciación numérica de la gravitación recíproca de la Tierra j de la Luna, según la relación de sus masas (31). Keplero cita el flujo j reflujo como una prueba de que la fuerza de atracción de la Luna (virlus tractoria) llega hasta la Tierra; cree también que esta fuerza semejante á la ac- ción del imán sobre el hierro, robarla á la Tierra toda el agua que la cubre, si esta agua por otra parte no estuvie- se solicitada por la Tierra (32). Por desgracia diez años mas tarde, en 1619, este gran hombre quizá por deferen- cia hacia Galileo que referia las mareas á la rotación de la Tierra, abandonó la esplicacion verdadera para representar la Tierra en su Harmonice Mundí^ como un monstruo que cuando se duerme ó se despierta, en momentos regulados por la marcha del Sol, produce por su respiración semejan- te ala de una ballena la hinchazón ó descenso del Océano. Según el sentido matemático, acreditado de manera bri- llante en una de las obras de Keplero _, como reconoció Laplace, nunca se sentirá bastante que el hombre á quien se debe el descubrimiento de las tres grandes le jes que presiden á todos los movimientos planetarios, no persevera- se en la senda á que le habian conducido sus miras sobre la atracción de los cuerpos celestes (33). Mas versado que Keplero en el estudio de las ciencias naturales, j fundador de muchas partes de la física mate- mática. Descartes, tomó á su cuidado, la reunión en una obra que llamaba Tratado del Mundo óSíiTMna PhilosojúiíB, del mundo entero de los fenómenos, la esfera celeste j todo lo que sabía de la naturaleza viviente ó de la naturaleza ina- nimada. La organización de los animales, particularmente la del hombre, con la cual se liabia familiarizado durante once años por varios estudios anatómicos , debia completar aquella obra (34). En las cartas que escribió Descartes al Pa- dre Mersenne, se quejafrecuentemente de la lentitud con que — 19 — adelantaba su trabajo j de la dificultad de unir entre sí tantos j tan distintos materiales. El Cosmos, que Descartes llamaba siempre su Mundo, debia imprimirse resuelta- mente á fines del año 1633; pero la noticia, de la sentencia de Galileo esparcida por Gassendi j Bouillaud á los cuatro meses de haberla decretado la Inquisición romana, acabó con todo y privó á la posteridad de esta vasta obra com- puesta con tantos cuidados j tanto trabajo. Descartes re- nunció á la publicación de su Cosmos temeroso de compro- meter la tranquilidad de que g-ozaba en su retiro de De- venter, j también por no mostrarse irrespetuoso con la autoridad de la Santa Sede , sosteniendo nuevamente el movimiento planetario del globo terrestre (35). Algunas partes de su C''Smos fueron impresas bajo el singular títu- lo de £Jl Mundo ó Tratado de la luz (36), en 1674, catorce años después por consiguiente, de la muerte de Descartes; sin embargo, los tres capítulos que se refieren ala luz cons- titujen apenas una cuarta parte de la obra. Otros frag- mentos que contenian consideraciones acerca del movi- miento de los planetas v sus distancias relativamente al Sol, sobre el magnetismo terrestre, las mareas, temblores de tierra, j ios volcanes, se Kan trasportado á la tercera v ■cuarta parte de la célebre obra titulada: Principios de ¡a filosofía . El Cosmotheoros de Hujgbens, publicado después de su muerte, á pesar de su título significativo , apenas me- rece ocupar un sitio en esta enumeración de los ensajos cosmológicos. No es sino el conjunto de los delirios j va- gas hipótesis de un gran hombre, respecto del reino vege- tal j del reino animal de los astros mas apartados, particu- larmente acerca de las alteraciones que ha debido sufrir la forma humana en esos cuerpos celestes; créese estar le jen- do el Somnium astronomiciim de Keplero, ó el viaje estático de Kircher. Como Hujghens, igualmente que los astróno- — 20 — mos de nuestros tiempos, negó ja á la Luna el aire j el agua, resulta que los habitantes de la Luna le embarazan aun mas que los de los mas apartados planetas «rodeados de nubes j de vapores» (37). Estábale reservado al inmortal autor de los P/iiIosoj)ki¿e jiaíiiralis jijrtnci]jia mathematica^ abarcar toda la parte ce- leste del Cosmos, esplicando la conexión de los fenómenos, por medio de un principio motor que lo domina todo. Newton es el primero que ba utilizado la astronomía para la solución de un gran problema de mecánica, elevándola á la altura de una ciencia matemática. La cantidad de materia contenida en cada cuerpo celeste dá la medida de su fuerza de atracción, fuerza qne obra en razón inversa del cuadrado de las distancias, j determina la magnitud de las acciones perturbadoras que ejercen unos sobre otros, no solo los planetas sino que también todas las estrellas que llenan los espacios celestes. La teoría de la gravitación tan admirable por su sencillez j generalidad, no está li- mitada tampoco á la esfera uranológica; reina también en los fenómenos terrestres, j en su dominio ba abierto cami- nos que por lo menos en parte no babian sido esplorados todavía. Dá la clave de los movimientos periódicos que se verifican en el Océano j en la atmósfera (38) , j conduce á la solución de los problemas de la capilaridad, de la en- dósmosis, j de un gran, número de fenómenos químicos, orgánicos ó electro-magnéticos. Newton llegó basta distin- guir la atracción de las masas, tal como se manifiesta en los movimientos de todos los cuerpos celestes y en el fenó- meno de las mareas, de la atracción molecular que se ejer- ce á distancias infinitamente pequeñas, j al contacto in- mediato (39). Así que, en todos los ensajos intentados para referirlos fenómenos variables del mundo sensible á un principio úni - co y fundamental, aparece siempre la teoría de la gravi- — 21 ^ tacion como el principio mas comprensivo j mas proveclio- so para la esplicacion del Mundo. Indudablemente^ á pesar de los brillantes progresos realizados recientemente en la estoquiometria , es decir, en el cálculo aplicado á los ele- mentos químicos j á los volúmenes de los gases que se combinan , no han podido someterse todavía todas las teo- rías físicas de la materia á demostraciones matemáticas. Hánse descubierto le jes esperimentales, j merced al nuevo vuelo que ha tomado la filosofía atomística ó corpuscu- lar, se han hecho susceptibles de calcularse matemática- mente gran número de fenómenos. Pero tal es la heteroge- neidad sin fin de la materia, tales los diferentes estados de agregación , según los cuales se combinan los átomos^ que todavía no ha sido posible encontrar el medio de esplicar esas lejes empíricas por la teoría de la atracción molecular con el grado de certeza que da á las tres grandes lejes es- perimentales de Keplero, la teoría de la gravitación. Newton no consideraba todavía la gravitación _, según hizo Kant después^ como una propiedad esencial de la ma- teria (40) , por más que habia ja reconocido que todos los movimientos de los cuerpos celestes son efecto de una sola v única fuerza ; según él derivábase de otra fuerza mas alta que desconocía entonces, ó era producida por «la acción del éter que llena el espacio, j que mas raro en los intervalos de las moléculas, crece en densidad en el esterior.» Esta iiltima consideración está desarrollada detalladamente en una carta á Roberto Bojle , fechada en 28 de Febrero de 1678, que termina con estas palabras: «Busco en el éter la causa de la gravitación (41).» Begun una carta á Ha- lle j, 8 años después abandonó completamente Newton la hipótesis de un éter, mas raro ó mas denso, según la natu- raleza de los espacios que ocupa (42). Es particularmente digno de notarse que 9 años antes de su muerte, en 1717, ere JÓ necesario declarar en términos precisos , en la corta 22 introducción colocada á la cabeza de la segunda edición de su Óptica, que no consideraba en manera alguna la grayi- tacion como una propiedad esencial de los cuerpos ; essen- tial property of hodies (43); mientras que desde el año 1600, Gilbert proclamaba solemnemente el magnetismo como fuer- za inherente á toda materia. Tales eran las dudas del mis- mo Newton , el mas profundo de los pensadores , pero á la vez el mas dócil observador á las lecciones de la esperiencia, sobre la «última causa mecánica de todo movimiento.» Fundar una ciencia general de la Naturaleza , en que formasen un conjunto orgánico todos los elementos, des- de las le jes de la pesantez hasta la fuerza creadora que preside á los fenómenos de la vida , es ciertamente nn pro- blema brillante j digno de ocupar el entendimiento hu- mano. Pero el estado de imperfección en que se hallan to- davía tantas ramas de las ciencias naturales , opone á este projecto dificultades invencibles. La imposibilidad de com- pletar nunca la esperiencia , j de limitar la esfera de la ob- servación, hacen que el problema que consiste en esplicar todos los cambios de la materia por las le jes de la materia misma, sea un problema indeterminado. La percepción está lejos de poder agotar el campo de los fenómenos percepti- bles. Si limitándonos á los progresos realizados en nuestros dias, comparamos los conocimientos incompletos de Gilbert, de Roberto Bojle , j de Hales con los que poseemos en la actualidad ; si pensamos al mismo tiempo en la rapidez con que aumenta la impulsión de diez en diez años, quizás po- dremos abarcar los cambios periódicos é indefinidos que permanecen aun hoj en el horizonte de las ciencias natu- rales, fíánse descubierto nuevas sustancias j nuevas fuer- zas. Si un gran nvimero de fenómenos, tales como los de la luz, el calor, j el electro-magnetismo, han sido re- feridos á la lej de las ondulaciones , j se prestan hoj al rigor de las fórmulas matemáticas, otros son quizás inso- 23 liibles. A este número pertenecen , la diversidad química de las sustancias, la lej según la cual varían de un plane- ta á otro , el volumen, la densidad, la posición de los g-ran- des ejes , la excentricidad de sus órbitas, el número v las distancias de sus satélites, la forma de los continentes, j la situación de las mas altas cordilleras de montañas. Esas re- laciones que ja hemos citado frecuentemente, no pueden ser consideradas hasta aquí mas que como hechos, pues co- nocemos únicamente su existencia. Sin embaro-o, no es una razón , el que las causas j la relación de esos fenómenos se ignoren todavía, para que no puedan verse en ellos mas que accidentes fortuitos. Son el resultado de sucesos realizados en los espacios celestes desde la formación de nuestro siste- ma planetario, de fenómenos geológicos que han precedido ó acompañado al levantamiento de las capas terrestres , de que se han formado los continentes j las cordilleras de montañas. No van tan allá nuestros conocimientos en los prim^eros tiempos de la historia del Mundo, para que poda- mos referir el estado actual de las cosas, al pasado j al por- venir (44). Aunque el lazo de causalidad que une á todos los fenó- menos no esté conocido todavía suficientemente, el estudio del Cosmos no puede considerarse como una rama aparte en el dominio de las ciencias naturales. Mas bien lo abraza por completo , los fenómenos del cielo , como los de la tier- ra; pero los abraza bajo un cierto 'punto de vista que es aquel desde donde se puede recomponer mejor el Mundo (45). Así como para fijar los hechos verificados en la esfera moral j política, el historiador colocado bajo el punto de vista de la humanidad, no puede discernir directamente el plan sobre el cual está regulado el gobierno del Mundo , j se ve redu- cido á sospechar las ideas por medio de las que se manifies- ta este plan ; así también el observador de la Naturaleza^ considerando las relaciones que unen las diferentes partes — 24 del Universo, se deja llevar al convencimiento de que el nií- mero de las fuerzas á las cuales deben los objetos movi- miento, forma ó existencia, está lejos de ser agotado por las que han revelado la contemplación inmediata y el aná- lisis de los fenómenos (46). PRIMERA PARTE. CONSIDERACIÓN GENERAL DISTRIBUCIÓN DE LAS MATERIAS, RESULTADOS DE LA OBSERVACIÓN. Tomamos nuevamente nuestro punto de partida en las profundidades del espacio, en donde se presentan á la vista del observador armado del telescopio_, conjuntos esporádi- cos de estrellas como pálidas nebulosidades. De allá bajare- mos sucesivamente á las estrellas dobles teñidas con fre- cuencia de dos colores, j girando alrededor de su centro común de gravedad; después á los estratos estelares de que parece estar rodeado nuestro mundo de planetas; des- cribiremos á seguida ese sistema planetario, y de este modo llegaremos al planeta mismo que nos sirve de vivienda, al esferoide terrestre envuelto por el Océano líquido v el Océa- no gaseoso. He demostrado ja en el principio del Cuadro genera J de Ja Naturaleza (47), que este orden de ideas es el único que puede convenir al carácter propio de una obra que tiene por asunto el Cosmos. Con efecto, aquí no se trata de ceñirse á las condiciones lógicas del análisis; el análisis empezaria por el estudio de los fenómenos orgánicos, en medio de los cuales vivimos; se elevaría progresivamente á los movimientos reales de los cuerpos celestes, pasando por el estudio previo de los movimientos aparentes. Preci- samente lo contrario de lo que hacemos. El reino uranológico opuesto al reino telúrico se divide en dos ramas: una es la astrognosia ó astronomía sideral; la otra comprende el sistema solar ó planetario. Es inútil detenerse á señalar aquí, una vez mas, cuan incompletas j poco satisfactorias son estas divisiones ó esta nomencla- tura. En las ciencias naturales se lian introducido nombres mucho antes de haber apreciado suficientemente el verda- dero carácter de sus diversos objetos, j haberlos limitado de una manera rigorosa (48). Pero no está aquí el pun- to capital; lo está en el encadenamiento de las ideas j en el orden según el cual deben ser tratados los diferentes asuntos. Los cambios en las denominaciones generales^ los nuevos sentidos dados á palabras de frecuente uso, tienen el inconveniente de desnaturalizar j hasta pueden también inducir á error. astronomía SIDERAL. Nada haj en el Universo inmóvil; aun las estrellas fijas se mueven. Hallej, el primero, loba demostrado respecto de Sirio, Arturo, Aldébaran; j en nuestros dias han surgido de todas partes pruebas incontestables (49). Desdólas obser- vaciones de Arístilo j de Hiparco, es decir, desde hace 21 siglos, la brillante estrella del Vaquero, Arturo, ha anda- do sensiblemente en el cielo, con relación á las estrellas próximas; la desviación es igual á 1 ^/.2 vez el diámetro aparente de la Luna. Si la antigüedad nos hubiera legado observaciones análogas para .u, de Casiopea, j la 61 del Cisne, podríase hoj, según Encke, probar que esas estre- -^ 27 -^ lias han recorrido sóbrela bóveda celeste, j en el mismo espacio de tiempo, la primera, un arco igual á 3 ^ / c¡^ veces el diámetro del disco lunar, j la segunda un arco igual á 6 ^ / ^ veces este diámetro. Dejándonos guiar de la ana- logía puede creerse fundadamente que por todas partes se verifican movimientos de traslación j aun de revolución. El nombre de estrellas fijas conduce como se vé á apre- ciaciones erróneas, va se le restituya el sentido que primi- tivamente tenia entre los Griegos, el de astros clavados á un cielo de cristal, ja se le dé el actual sentido^ de origen mas especialmente romano, el de astros en calma que con- servan por lo menos su inmovilidad relativa. La primera de esas dos ideas debia llevar necesariamente á la se- o^unda. Toda laantio-üedad ofrieg-a ba clasificado los astros, en astros errantes j en astros inmóviles (ücrr^a xA.arü/A£>a ó TrAar/j-rá, V ¿.-^Xavíic, aoriptc, Ó á7r/lar>j acrrpaj . il/Sta HOClOn data (16 Anaximenes, filósofo de la escuela jónica, ó del pitagórico Alcméon (50). Ademas de la denominación generalmente empleada para las estrellas fijas que Macrobio ba traducido al latin_, en el SoíiiJiium Scipionis, con el término de sphcera aplanes (51), hállase con frecuencia en Aristóteles (52), que parece haber tenido el deseo de introducir un nuevo término técnico_, el nombre de astros fijos {év^í^sa^ya aavpa). De allí salieron sucesivamente las espresiones de Cicerón : si- dera injixa coelo; las de Plinio , siellas qitas ¡mtamus affixas^ y aun en Manilio, el término definitivo astrafixa^ equiva- lente fiel de lo que entendemos por las Jijas (53) . Esta idea de astros y'?/'¿?í/o5 llevó á la idea correlativa de inmovilidad, de reposo en una misma posición determinada; así es que todas las traducciones latinas de la Edad media alteraron poco á poco la significación original de la palabra injixum ó afjixum sidus, dejando subsistir únicamente la idea de inmovilidad. Esta tendencia se dibuja ja en el pasaje si- guiente, donde Séneca (Wat. QiC(?st., 1. VII, c. 24) trata,. ^ 28 — no sin alguna afectación de lenguaje , de la posibilidad de descubrir un nuevo planeta: «Credis autemin iioc máximo et pulclierrinio corpore ínter innumerabiles stellas quíe noctem vario decore distinguunt^ quíP aera minime va- cuum et inertem esse patiuntur, quinqué solas esse , qui- bus exercere se liceat : ceteras stare , fixum et inmobilem populum?» Ese pueblo tranquilo é inmóvil no se halla en ninguna parte. A fin de distribuir cómodamente por grupos los princi- pales resultados de la observación, j las conclusiones ó congeturas á que conducen , distinguiré sucesivamente en la esfera sideral , los puntos siguientes : I. Espacios celestes; congeturas sobre la materia, que parece llenar estos espacios. II. Vision natural j telescópica; centelleo de las estre- llas; velocidad déla luz; investigaciones fotométricas sobre la intensidad de la luz emitida por las estrellas. ILI. Número, distribución v coior de las estrellas: cons- telaciones; Via láctea en la cual se encuentran muj pocas nebulosas. IV. Estrellas mieras: estrellas que han desaparecido; estrellas cu jo brillo varia de una manera periódica. V. Movimientos propios de las estrellas; existencia pro- blemática de los astros oscuros; paralaje y medida de la distancia de algunas estrellas. VI. Estrellas dobles j tiempo de su revolución alrede- dor de su centro común de gravedad. VIL Nebulosas mezcladas á veces como en las nubes de Magallanes, con un gran número de constelaciones; manchas negras (sacos de carhon) que se ven en algunas regiones de la bóveda celeste. I. ESPACIOS CELESTES. co:íjeturas acerca de la materia que parece llenar esos espacios. Cuando se empieza la descripción física del Universo por la materia, inaccesible á los sentidos, que parece llenar los espacios celestes comprendidos entre los astros mas le- janos, entra el deseo de asimilar este principio á los oríge- nes míticos de la historia del Mundo. En la serie indefinida de los tiempos, como en los espacios ilimitados, aparece to- do envuelto en sombras, como nn falso crepiísculo; j la imaginación se siente entonces animada para deducir por sí misma los contornos, j precisar las formas indetermina- das j variables (54). Tan franca declaración bastará indu- dablemente para ponerme á cubierto de toda censura, por mezclar aquí los resultados de inducciones incompletas con teorías elevadas á una verdadera certeza matemática por la observación j las medidas directas. Ciertamente que es preciso relegar las fantasías á lo que podria llamarse la no- vela de la Astronomía física; pero también es necesario dis- tinguir entre esas fantasías j las cuestiones intimamente "unidas al estado actual y á las esperanzas científicas. Los astrónomos mas eminentes de nuestra época han estimado ^ 30 — dignas de un detenido examen estas cuestiones, j los es- píritus acostumbrados á los trabajos intelectuales siempre se detendrán con gusto en ellas. La gravitación ó la pesantez universal^ la luz j las irra- diaciones del calor (55) nos ponen en relación, según todas las probabilidades, no solamente con nuestro Sol, sino que también con los demás soles estraños que brillan en el fir- mamento. Por otra parte, la armonía entre el cálculo j la observación ha confirmado un descubrimiento capital, el de la resistencia sensible que un fluido, de que el Universo viene á estar lleno , opone á la marcha del cometa perió- dico de 3 años J ^4 ^® ^^°- ^^ ^^^^ manera, partiendo de algunos puntos reconocidos^ fundándose para lo demás en la analogía razonada, puede esperarse lleguen á estrecharse las distancias entre la certeza matemática v las simples conjeturas que van siempre á perderse en los límites estre- mos j nebulosos de todo dominio científico. Puesto que el espacio es indefinido, ha ja dicho lo que quiera Aristóteles (56)^ únicamente es posible la medida de las partes aisladas; ahora bien; los resultados de esas medidas han confundido toda nuestra fuerza de compren- sión. Muchos espíritus esperimentan una alegría infantil pensando en esos grandes números, j aun creen que las imágenes de la grandeza física, escitando el asombro j casi la estupefacción, pueden aumentar la impresión producida en nuestras almas por el poder j la dignidad de los estu- dios astronómicos. La distancia del Sol á la 61 del Cisne^ es de 657,000 radios de la órbita terrestre; la luz que llega á la Tierra del Sol en 8' 17", 78, emplea mas de 10 años en recorrer este espacio. Según una ingeniosa discusión de ciertas evaluaciones fotométricas (57), Juan Herschell ha pensado que algunas estrellas de la Via láctea, visibles únicamente con su telescopio de 6 metros, están situadas á una distancia tal que si esas estrellas fuesen astros nueva- — 31 — mente formados, hubieran sido necesarios 2,000 años para que llegase hasta nosotros su primer rajo de luz. Es im- posible adquirir la intuición completa de semejantes rela- ciones numéricas; malógranse todas las tentativas, ja por mag-nitud de la unidad á que se refieren esas distancias, ja por la del mismo número que espresa la repetición de esas unidades. Bessel decia con razón (58): «El espacio re- corrido por la luz durante un solo año, escede el alcance de nuestras facultades intuitivas lo mismo que el espacio recorrido durante 10 años.» Serian vanos los esfuerzos que se intentaran para hacer sensible toda magnitud nota- blemente superior á aquellas con que tenemos ocasión de familiarizarnos en la Tierra. La fuerza de los números con- funde, por otra parte, nuestra comprensión en los menores organismos de la vida animal, como en la Via láctea, for- mada de esos soles que llamamos estrellas fijas. Con efecto, es enorme la cantidad de Politalamios que puede contener, según Ehrenberg, una capa delgada de creta. En una sola pulgada cúbica de un trípoli que forma, en Bilin, una ca- pa de 13 metros de espesor, se han contado hasta ahora 41,000 millones de Galionelas {Qalionella clistans)'. el mis- mo volumen del trípoli contiene mas de 1 billón 750,000 millones de individuos de la especie llamada Galionella ferriiginea (59). Esos números llevan al espíritu al proble- ma del Arenario de Arquimedes {^^aufíiztiq): al número de granos de arena que serian necesarios para llenar el Uni- verso. La impresión producida por esas cifras, símbolo de la inmensidad en el espacio ó en el tiempo, recuerda al hombre su pequenez, su debilidad iisica, su efímera exis- tencia; pero bien pronto se reanima confiado j segu- ro por la conciencia de lo que ha hecho ja para revelar la armonía del Mundo j las lejes generales de la Na- raleza. Si la propagación sucesiva de la luz, si el modo partí- — 32 -^ cular de debilitamiento al cual parece sometida su intensi- dad, si el medio resistente de que tenemos conocimiento por las revoluciones cada vez mas rápidas del cometa de Encke y por la dispersión de las colas gigantescas de numerosos cometas, indican bastante que los espacios celestes no están vacíos, sino llenos de una materia cualquiera, prudente es, sin embargo, precisar el sentido de ciertas palabras j bus- car su origen, antes de emplear las denominaciones un pe- co vagas necesariamente que sirven para designar esta materia. Entre los términos de materia cósmica (no la ma- teria brillante de las nebulosas), medio sideral 6 planetario, éter universal, empleados boj, el último, que se remonta á los tiempos mas atrasados, originario de las comarcas me- ridionales j occidentales del Asia, ba cambiado frecuente- mente de significación en el trascurso de los siglos. Entre los filósofos indios' el éter idkd'' sa) formaba parte del reino de los cinco {jíantschaid)] era uno de los cinco elementos, un fluido de una tenuidad incomparable, penetrando el mundo entero, fuente de la vida universal, j conductor del sonido (61). Según Bopp, «la acepción etimológica de dka sa es luminoso, hrillante-, esta palabra está pues en una tan íntima relación con el éter de los griegos, como lo está la luz con el fuego. y> El éter de la escuela jónica, de Anaxágoras j de Em- pédocles (ai0^p ), era diferente por completo del aire, pro- piamente dicbo (a>íp), sustancia menos delicada^ cargada de pesados vapores, que rodea la Tierra, j llega, quizás, basta la Luna. Era «de naturaleza ígnea, un verdadero aire de fuego, radiante de luz (62), dotado de una estre- mada tenuidad v de una actividad eterna». Esta definición corresponde á la verdadera etimología [aCQCiv , quemar) que mas tarde alteraron Platón j Aristóteles de un modo bien estraño , cuando quisieron , llevados de su afición por las concepciones mecánicas j jugando con las palabras ( «a ^¿',7), — 33 — encontrar en ellas el sentido de rotación perpetua j de mo- vimiento circular (63). Los antiguos no se haLian podido inspirar para la concepción del éter en una analogía cual- quiera con el aire de las montañas, mas puro j menos car- gado de vapores que el aire de las regiones inferiores; no liabian pensado tampoco en la rarefacción progresiva de las capas atmosféricas , j como por otra parte sus elementos es- presaban los diferentes estados físicos de la materia, sin te- ner relación alguna con la naturaleza química de los cuer- pos (cuerpos no descomponibles) , es preciso buscar el orí- gen de sus ideas acerca del éter, en la oposición normal v primitiva de lo j^esado con lo lijero , de Jo bajo con ¡o alto^ de ¡a tierra con el fuego. Entre estos dos términos estreñios habia otros dos estados elementales; el agua, mas próxima á la tierra pesada ; el aire , mas semejante al fuego lije- ro (64). El éter de Empédocles, considerado como un medio, ocupando materialmente el Universo, solo por su estremada tenuidad, tiene analogía con el éter cujas vibraciones trasversales esplican tan perfectamente en las concepcio- nes puramente matemáticas de la física moderna, la propa- gación j las propiedades de la luz , tales como la doble refracción, la polarización, las interferencias. Pero la filoso- fía de Aristóteles anadia á esta simple noción, que la ma- teria etérea penetraba todos los organismos vivientes de la tierra, así las plantas como los animales; que en ella residía el principio del calor vital y aun el germen de una esencia espiritual que, distinta del cuerpo, dotaba a los hombres, de espontaneidad (65). Estas concepciones hacian descen- der el éter desde las regiones del Cielo á las de la Tierra; lo» presentaban como una sustancia estremadamente sutil_, pe- netrando sin cesar en la atmósfera j cuerpos sólidos ; aná- logo en todo, en una palabra, al éter de Hujgens, de Hoo- Ice j de los físicos modernos , al étej' que propaga la luz T.>Mí) III. Ti — 34 — por sus ondulaciones. Pero lo que establece desde luego una diferencia entre las dos hipótesis del éter jónico y del éter moderno, es que los filósofos griegos, escepto Aristóteles, que no participaba del todo de esta opinión, atribuian al éter la facultad de brillar por sí mismo. El éter ígneo de Empédocles recibe espresamente el nombre de luminoso (/Aa/i.(fai.ó P^^ ^^ interposición de un medio cualquiera, esta simple hipótesis de un fluido ó de un éter capaz de absor- ber en un g-rado tan pequeño los rajos luminosos, seria bas- tante para esplicar todas las apariencias actuales. Entre las dudas que el célebre autor de las Outiines of Astfonomy ha opuesto á las ideas de Olbers j de Struve , una de las mas importantes descansa en que su telescopio de 6 metros le permite ver en la major parte de la Via láctea , las es- trellas mas pequeñas proyectadas sobre un fondo negro (81). • He dejado dicho que la marcha del cometa de Encke j los resultados á que condujo este estudio á mi sabio ami- go, podian probar de una manera mas directa j mas cierta la existencia de un fluido resistente (82). Pero es necesario representarse ese medio como de naturaleza distinta á la del éter, que forma parte de toda materia. Con efecto, este medio no resiste mas porque no podria penetrar en todo. Para esplicar la disminución del tiempo periódico j del eje major de la elipse descrita por este cometa , seria preciso una acción, vcñs. fuerza tangencial ; ahora bien: la hipótesis de un fluido resistente es precisamente la en que esta fuerza se presenta de la manera mas natural (83). El efecto mas sensible se esperimenta 25 dias antes j 25 dias después del paso de este cometa por su perielio. Haj, pues, algo de variable en esta resistencia , j esta variabilidad se esplica también, puesto que ]as capas estremadamente raras del — 40 — medio resistente, deben orravitar hacia el Sol v Herrar á ser cada vez mas densas en la proximidad de este astro. Olbers iba mas lejos (84): pensaba que el fluido no podia perma- necer en reposo; que debia girar alrededor del Sol con un movimiento directo , j que la resistencia opuesta por ese fluido á los movimientos del cometa directo de Encke debia ser mu j diferente del efecto producido sobre los de un co- meta retrógrado como el de Hallej. Pero cuando se trata de cometas de largo período, el cálculo de las perturba- ciones complica los resultados. Por otra parte, las diferen- cias de masa y de magnitud de los cometas impiden dis- tinguir la parte que pertenece á cada influencia. Tal vez la materia nebulosa que forma el anillo de la luz zodiacal, no es, según dice Juan Herscbell, sino la parte mas densa de ese medio cuya resistencia se liace sen- tir en la marcha de los cometas (85). x\un cuando estuviera probado que las nebulosas se reducen todas á simples cons- telaciones visibles imperfectamente, no dejaria por eso de constar como un hecho, que un número inmenso de come- tas abandonan continuamente materia á los espacios celes- tes por la disipación de sus enormes colas cuja longitud ha podido llegar y esceder á 10.000,000 de miriámetros. Arago , fundado en ingeniosas consideraciones ópticas , ha demostrado (86) cómo las estrellas variables que arrojan la luz blanca sin visos de coloración sensible en sus dife- rentes fases, podrían suministrar un medio de determinar el límite superior de la densidad probable del éter, admi- tiendo, sin embargo, que ese éter pose jera un poder re- fringente capaz de asimilarse al de los gases terrestres. Esta teoría de un medio etéreo llenando el Universo, está en íntima relación con otra cuestión iniciada por Wo- llaston acerca del límite de la atmósfera (87), límite cuja altura no debe en caso alguno esceder del punto en que la electricidad específica del aire equilibra á la pesantez. Fa- — 4i — raday ha lieclio ing-eniosas investigaciones acerca del límite de la atmósfera del mercurio , determinada por la altura á que los vapores mercuriales dejan de adherirse á una hoja de oro j precipitarse en ella. Esos trahajos han dado mas importancia á la hipótesis según la cual el límite es- tremo de la atmósfera estarla perfectamente determinado j «semejante á la superficie del mar.» Cualquiera que sea este límite estremo ¿pueden penetrar en la atmósfera sus- tancias análogas á los gases, j de origen cósmico, mezclarse á ella é influir en los fenómenos meteorológicos? Newton trató esta cuestión, y se inclinaba afirmativamente respecto de ella (88). Si pueden considerarse las estrellas errantes y las pie- dras meteóricas como verdaderos asteroides planetarios, puede admitirse también que durante las apariciones de no- viembre (89), en 1799, 1833 j 1834, cuando millares de estrellas errantes acompañadas de auroras boreales tacho- naban el firmamento, la atmósfera debió recibir de los es- pacios algo estraño que pudo prepararla al desarrollo de los fenómenos electro-magnéticos. II yiSION NATURAL Y TELESCÓPICA. — CENTELLEO DE LAS ESTRELLAS.— YELOCIDAD DE LA LUZ. — RESULTADOS DE LAS I\1EDIDAS FOTO- MÉTRICAS El descubrimiento del telescopio realizado hace dos si- glos j medio, dio á la vista, órgano de la contemplación del Universo^ una fuerza enorme para penetrar en el es- pacio, estudiar la forma de los astros, j llevar la investiga- ción hasta las propiedades físicas de los planetas v de sus satélites. El primer anteojo fue construido en 1608, siete años después déla muerte del gran observador Ticho. Nu- merosas conquistas debidas á este invento, precedieron á la aplicación que se hizo de él á los instrumentos de medida. Habíanse ja descubierto sucesivamente los satélites de Jú- piter, las manchas del Sol, las fases de Venus , la entonces llamada triplicidad ^q Saturno, las constelaciones telescó- picas j la nebulosa de Andrómeda (90), cuando al astró- nomo francés Morin, ja célebre por sus trabajos sobre los problemas de las longitudes , ocurriósele la idea de fijar un anteojo á la alidada de un instrumento destinado á medir ángulos, tratando de ver en pleno dia á Arturo (91). El rigor que se ha sabido dar después á las divisiones de los círculos, tuvo por resultado aumentar la precisión de las observaciones; pero esta ventaja se hubiera perdido, si por — 43 — medio de la anión de los instrumentos ópticos con los apa- ratos astronómicos , no se hubiera dado el mismo grado de perfección á la exactitud de la mirada j á la de la medida de los ángulos. Seis años después^, en 1640, el joven j Kábil Gascoigne completó este descubrimiento j le dio todo su valor colocando en el foco del anteojo un retículo forma- do de hilos separados (92). Así, la aplicación del telescopio alarte de ver j de medir, no va mas allá de los últimos 240 años de la histo- ria de las ciencias astronómicas. Esclujendo la época cal- dea^ la de los Egipcios j la de los Chinos, quedan todavía mas de diez v nueve siglos, contados desde Arístiles j Ti- mocaris hasta el descubrimiento de Galileo, durante los cuales la posición j el curso de los astros fueron observados constantemente á simple vista. Cuando se consideran las numerosas trasformaciones porque debió pasar el progreso de las ideas durante este largo período entre los pueblos que habitaron las riberas del mar Mediterráneo, admira todo lo que vieron Hiparco j Tolomeo sobre la precesión de los equinoccios, los movimientos complicados de los planetas, las dos principales desigualdades de la Luna j los lugares de las estrellas; todo lo descubierto por Copér- nico referente al sistema del Mundo ; todo lo que empezó á hacer Ticho para restaurar la astronomía práctica j llegar á la perfección de sus métodos; sorprende, repito, que tantos trabajos y progresos hajan precedido al descubrimiento de la Vision telescópica. Largos tuljos , empleados quizás por los antiguos, j de los que se sirvieron los árabes para di- rigir visuales á través de los dióptricos ó las aberturas de sus alidadas , pudieron en verdad mejorar hasta cierto punto las observaciones. Abul Hassan habla en términos precisos de tubos á cuja estremidad fijábanse los dilatado- res oculares j objetivos, j esta disposición estaba también en uso en Meragha, donde se liabia fundado un observa- — 44 — torio por Hulagu. ¿De qué manera favorecían estos tubos el descubrimiento de las estrellas en el crepúsculo j su mas pronta j fácil distinción? Una observación de Arago lo esplica. Esos tubos suprimen una gran parte de la luz difu- sa que proviene de las capas atmosféricas colocadas entre el ojo y el astro observado ; protejen la vista aun durante la noche contra la impresión lateral que producen las partícu- las de aire débilmente iluminadas por el conjunto de los as- tros del firmamento. La intensidad de la imagen luminosa j las dimensiones aparentes de las estrellas se ensanchan también entonces de una manera sensible. En un pasaje muj corregido y controvertido en donde Estrabon habla de la visión á través de los tubos, se trata de «la figura amplificada de los astros.» Es evidente que no tiene razón de ser la alusión que se ha creido iba envuelta en estas pa- labras respecto de los efectos de los instrumentos refrac- tores (94). Cualquiera que sea el origen de la luz , ja produ- cida directamente por el Sol, ja reflejada por los planetas, bien emane de las estrellas ó de la madera podrida, bien de la actividad vital de las luciérnagas, siempre obedece de la misma manera á las lejes de la refracción (95). Pero si se someten al análisis prismático luces de diversos orígenes j que provengan del Sol ó de las estrellas, por ejemplo, pre- sentan diferencias en la posición de las rajas oscuras que descubrió Wollaston en el espectro solar en 1808, j cuja posición fue determinada por Frauenhofer con tanta exac- titud doce años después. Frauenhofer habia contado 600 de esas rajas oscuras que son propiamente hablando lagu- nas^ interrupciones, j partes deficientes en el espectro. Su número se eleva á mas de 2,000 en las bellas investiga- ciones que hizo David Brewster en 1833 por medio del óxido de ázoe. Habíase observado la falta de ciertas rajas en el espectro solar en determinadas épocas del año; pero — 45 — Brewster ha demostrado que este fenómeno depende de la altura del Sol , y puede esplicarse por la absorción variable que la atmósfera ejerce sobre los rajos luminosos. Como era de esperar se han reconocido todas las parti- cularidades del espectro solar en los espectros formados con la luz de igual oríg-en que la Luna, Venus, Marte, ó las nubes reflejan hacia nosotros. Por el contrario las rajas del espectro de Sirio difieren de las del Sol j de las demás es- trellas. Castor presenta rajas distintas á las de Polux j Procion. Estas diferencias indicadas ja por Frauenhofer, fueron confirmadas por Amici, á quien se debe también la ingeniosa observación de que las rajas negras del espectro difieren aun entre las estrellas cuja luz es hoj de un Man- co poco dudoso. Ábrese aquí, pues, un ancho campo a las investigaciones del porvenir (96), puesto que queda todavía por distinguir en los hechos adquiridos la parte que puede pertenecer á las acciones estrañas, á la acción absorbente de la atmosfera, por ejemplo. Otro fenómeno en el que las propiedades esenciales de la luz ejercen una influencia considerable, haj que citar aqui. La luz de los cuerpos sólidos hechos luminosos por el calor^ j la de la chispa eléctrica presentan grandes dife- rencias en el número j la posición de las rajas de Frauen- hofer. Estas diferencias son aun majores, según las notables investigaciones que Wheatstone ha llevado á cabo, por me- dio de su espejo giratorio, acerca de la velocidad de la luz producida por la electricidad del frotamiento; esta veloci- dad estaria en tal caso con la de la luz solar en la relación de 3 á 2, puesto que.se ha evaluado en 46,000 miriáme- tros por segundo. Malus llegó al d8Scubrimiento de la polarización en el año 1808 (97), pensando sobre un fenómeno que acciden- talmente le habian presentado los rajos del Sol poniente reflejados por las ventanas del palacio de Luxemburgo. — 46 — Este descubrimie^ite dio enseguida nueva vida á todas las partes de la óptica. En él está el germen de esas profundas investigaciones sóbrela doble refracción, la polarización or- dinaria (la de Hujgens) j la polarización cromática cu jos fecundos resultados proporcionaron al observador el medio de distinguir la luz directa de la luz reflejada (98), pene- trar el secreto de la constitución del Sol j de sus capas luminosas (99), medir las gradaciones mas pequeñas de la presión v de la propiedad bigrométrica de las capas de aire^ distinguir los escollos en el fondo del mar por medio de una plancba sencilla de turmalina (100), v aun el poder juzgar anticipadamente á imitación de Newton la compo- sición química de ciertas sustancias según sus propiedades ópticas (1). Basta citar los nombres de Airj, Arago, Biot, Brewster, Caucbj, Faradaj, Fresnel, Juan Herscbell, Llojd_, Malus, Neumann, Platean, Seebeck, para recordar ai lector una serie de brillantes descubrimientos j las fe- lices aplicaciones de que fueron causa. La senda además estaba abierta, j quizás no sea esto bastante decir, por los trabajosdeun hombrede genio, de Tbomas Young. Elpola- riscopo de Arago j la observación de las frangas de difrac- ción coloreadas que resultan de la interferencia, han llega- do á ser un medio usual de investigación (2). En esta nueva j fecunda via ha hecho la meteorología tantos progresos por lo menos como la parte física de la astronomía. Cualesquiera que sean las diferencias que presente la fuerza de la vista entre los hombres, haj en esto, sin em- bargo, cierto medio de aptitud orgánica, medio que ha per- manecido sensiblemente el mismo en la raza humana desde los antiguos tiempos de Grecia j de Roma. Las estrellas de las Pléjadas atestiguan esta invariabilidad demostrando que las estrellas estimadas de 1 ." magnitud por los astró- nomos escapaban hace miles de años como hoj á las mira- das de alcance ordinario. El grupo de las Pléjadas com- — 4/ prende: una estrella de 3.^ magnitud, Alción; dos de 4^, Electro V Atlas; tres de 5/, Mérope, Masía j Taigetes; dos de 6/ á 7/ magnitud, Pleiona y Celeno; una de 7/ á 8/ magnitud, Asterope, j un gran número de estrellas te- lescópicas muy pequeñas. Me sirvo aquí de las denomina- ciones actuales porque entre los antiguos no se aplicaban todos los nombres igualmente á las mismas estrellas. Solo se distinguen fácilmente las seis primeras estrellas de 3."*, 4/ V 5." magnitud (3): Quse septem dici, sex autem esse solent, dice Ovidio (Fast. IV, 170). Suponíase que Mérope, una de lasbijas de Atlas, única que se desposó con un mortal, se habia ocultado avergonzada, ó mejor dicho babia desaparecido por completo. Probablemente era la es- trella de 6." á 7.'' magnitud, llamada boj Celeno; porque Hiparco bace observar en su Comentario sobre Arato, que €n las noches serenas j sin luna se distinguían efectiva- mente siete estrellas. Luego entonces veíase á Celeno. En cuanto á la otra estrella de igual magnitud, Pleiona, está muy cerca de Atlas que es de 4.^ magnitud. La pequeña estrella Alcor, colocada según Triesnecker, á una distancia de Mizar de 11' 48", en la cola de la Osa Major, es de 5.'' magnitud según Argelander; pero aparece como eclipsada por el brillo de Mizar. Los Árabes la babian denominado iSaidak, es decir, la prueba, porque «servíanse de olla para probar el alcance déla vista;» según espresion de Karvrini, astrónomo persa (4). Bajo los trópicos percibía yo á simple vista todas las tardes á Alcor, á pesar de la pe- queña altura de la Osa Major, pero bailábame entonces en la costa no lluviosa de Cumana ó sobre las mesetas de las Cordilleras, á 4,000 metros sobre el nivel del mar. Rara vez be visto esta estrella en Europa ó en las estepas del norte del Asia donde es tan seco el aire, y todavía no estoj se- guro de reconocerla. Según una observación exactísima de Mf^dler, el límite de distancia á partir del cual no pue- — 48 — den ser distinguidas una de otra dos estrellas á simple vis- ta, depende de su brillo relativo. Por ejemplo, la vista se- para sin esfuerzo las dos estrellas de 3/ jde 4/ magnitud, designadas bajo el nombre de o. del Capricornio: su mutua distancia es de 6 minutos j medio. Cuando el aire es muj puro , Galle cree distinguir todavía á simple vista la 2 j la 5.^ de la Lira , cuja distancia es de 3 minutos j me- dio; y esto porque esas estrellas son ambas de 4.^ magni- nitud. Por el contrario, si los satélites de Júpiter son imper- ceptibles á simple vista es necesario buscar la razón de ello principalmente en la superioridad de brillo del planeta. Debo añadirá pesar de las afirmaciones en contrario, que esos sa- télites no pueden asimilarse todos por el brillo á estrellas de 5 .^ magnitud. Nuevas comparaciones hechas por mi amigo el doctor Galle con estrellas cercanas, han probado que el ter- cer satélite, es decir el mas brillante, es todo lo mas de 5.^ á 6^ magnitud, j que los otros cuja luz es variable, oscilan entre el 6.° j 7.° orden de brillo. Pueden, sin em- bargo, citarse ejemplos de personas que han visto sin anteojo los satélites de Júpiter; pero esas personas estaban dotadas de una vista estraordinaria, j les era dado distinguir á sim- ple vista las estrellas inferiores á la 6.^ magnitud. La dis- tancia angular del satélite mas brillante (el tercero) al cen- tro del planeta es de 4' 42''; la del cuarto es de 8' 16". Esos satélites tienen frecuentemente mas brillo que el planeta, en igualdad de superficie (5); algunas veces, por el contra- rio, parecen , según observaciones mas recientes, como manchas grises sobre el disco de Júpiter. La longitud de los rajos que parecen emanar de los planetas ó de las estrellas, puede evaluarse en 5 ó 6 minu- tos cuando se los mira á simple vista. Las colas ó rajos di- vergentes que sirvieron en todo tiempo, j especialmente entre los Egipcios, para simbolizar los astros , no son mas, según Hassenfratz, que los cáusticos del cristalino , forma- — 49 — dos por los rajos refractados. «La imagen de una estrella que S8 distingue á simple vista, está aumentada por esos rajos parásitos; ocupa en la retina un lugar major que el simple punto en donde deberia concentrarse su luz j por ello se debilita la impresión nerviosa. Un grupo de estre- llas muj aproximadas^ cujas componentes son individual- mente inferiores ala 7." magnitud, puede, por el contrario divisarse á simple vista, porque las imágenes dilatadas de esos numerosos puntos estelares , echándose unas sobre las otras, hieren con mas fuerza los diferentes puntos de la re- tina (6).» DesgTaciadamente los anteojos j los telescopios dan también á las estrellas un diámetro ficticio^ aunque en me- nor grado . Las bellas investigaciones de Guillermo Herschell han acreditado que esos diámetros falsos disminujen cuan- . do se hace major el aumento (7); por ejemplo, el diámetro aparente de Vega de laLira estaba reducido á O" 36, cuan- do el célebre observador daba á su telescopio el aumento .enorme de 6,500 veces. Si se trata, no de estrellas j de te- lescopios, sino de objetos terrestres percibidos asimple vis- ta, la intensidad de la luz emitida no es el único elemento que precisa tener en cuenta para apreciar el grado de visibilidad; otras condiciones intervienen, tales como la magnitud del ángulo visual j la forma misma del objeto. Adams ha observado también con mucha exactitud que una vara larga j estrecha se distingue á mucha mas dis- tancia que un cuadrado de igual anchura; de igual manera un rasgo se ve desde mas lejos que un simple punto, todas cosas iguales, por otra parte. Arago se ocupó mucho tiempo en el Observatorio de París de buscar hasta qué punto in- flujen la forma j los contornos de los objetos en su vi- sibilidad, j para este fin media los pequeños ángulos vi- suales subtendidos por varas de para-rajos muj apartados. Pero cuando se ha querido determinar el ángulo límite mas TO.MO ül -4 — 50 — allá del cual cesa la percepción, es decir, el menor de todos los ángulos bajo el que puede llegar á distinguirse un ob- jeto terrestre, no se ha podido obtener un resultado defini- tivo con las medidas. Roberto Hooke evaluaba ese ángulo límite en un minuto entero. Tobías Majer señalaba 34" para el caso de una mancha negra sobre papel blanco. Leeuwenhoek afirmaba que un hilo de araña era perceptible aun para una vista mu j ordinaria bajo un ángulo de 4" 7. Obsérvase que el límite ha ido siempre bajando. En una se- rie de investigaciones instituidas recientemente por Hueck, para estudiar los movimientos del cristalino, se han podido distinguir rasgos blancos sobre un fondo negro cuando el ángulo visual quedaba reducido á V 2; un hilo de araña ha llegado á verse bajo un ángulo de O" 6, v un hilo me- tálico j brillante bajo un ángulo de O" 2 escasamente. El problema no es susceptible de una solución numérica uni- formemente aplicable á todos los casos; todo depende de la forma j de la iluminación de los objetos, del efecto del con- traste producido por el fondo sobre que se destacan , j aun de la naturaleza de las capas de aire, de su calma ó de su agitación . Citaré respecto de este asunto la viva impresión que me produjo un fenómeno de este género en Quito, frente del Pichincha. Hallábame en una deliciosa casa de recreo del marqués de Selvaalegre, en Chile, desde la que se veian desarrollarse las crestas estendidas del volcan á una distancia horizontal de 28,000 metros, medida trigonomé- tricamente. A favor de los anteojos de nuestros instrumen- tos, intentamos ver á mi compañero de viaje Bonpland, que habia emprendido entonces solo una espedicion hacia el volcan. Los Indios colocados cerca de mí lo reconocieron antes que nosotros; señalaron un punto blanco en movi- miento á lo largo de los negruzcos basaltos que formaban las laderas de la montaña. Pero pronto pude á mi vez distin- — 51 — guir á simple vista ivquella forma blanca j movible, y con- migo el hijo del marqués de Selvaalegre, Carlos Montufar, que debia morir mas tarde víctima de la guerra civil. Bon- pland llevaba con efecto una capa blanca de algodón muj usada en el país (el poncho). Como á cada instante flotaba la capa^ creo que su longitud tomada por las espaldas po- dia variar entre 1 metro j 1 metro, 6; j como por otra parte mis medidas habian determinado perfectamente la distancia, puede calcularse fácilmente el ángulo visual: así es que distinguia con claridad el objeto móvil á simple vista bajo un ángulo de 7'' á 12". Es sabido, además, por las esperiencias repetidas de Hueck, que los objetos blan- cos sobre un fondo negro se ven á ma jor distancia que los objetos negros sobre fondo blanco. Durante la observación que acabo de referir, el cielo estaba sereno , j los rajos de luz que partían de la región ocupada por Bonpland á 4,682 metros sobre el nivel del mar, atravesaban capas de aire poco densas, para llegar á la estación de Chillo^ cuja altu- ra era de 2,614 metros. La distancia real de las dos es- taciones era de 27,805 metros próximamente. Las indi- caciones del termómetro j del barómetro diferian mucho de una estación á otra; abajo la observación exacta daba 554 mm^ 41 j 18% 7; en lo alto hubiéramos encontrado probablemente 437""", 6 j 8\ El heliótropo de Gauss, del cual sacaron tanto partido los Alemanes en sus medidas geodésicas, nos proporciona un último ejemplo de visibili- dad á gran distancia. La luz del Sol, dirigida heliotrópica- mente desde los vértices del Brocken sobre los de Hohenha- gen, se apercibió á simple vista en esta última estación á pesar de la distancia de 69,000 metros. En otros casos me- nos estremados se han distinguido con frecuencia ese gé- nero de señales sin necesidad de anteojos, cuando el ángulo subtendido por el espejo del heliótropo (81 milímetros de latitud) estaba reducido á O" 43. — 52 — Entre las numerosas causas de orío-en meteorológ-ico, mal esplicadas todavía por lo g-eneral, que modifican pro- fundamente la visibilidad de los objetos lejanos, es necesa- rio distinguir la absorción que se verifica en el trajecto del rajo luminoso al pasar por las capas atmosféricas mas ó menos densas, mas ó menos carg-adas de humedad, v sobre todo la iluminación del campo de visión por la luz difusa que las partículas del aire reflejan hacia el órgano de la vista. Los trabajos antiguos, pero siempre exactos de Bou- guer, acreditan que es necesario para la visibilidad* una diferencia de brillo de ^/^q- Del mismo modo solo vemos por visión negativa ^ según su espresion, los vértices oscuros de las montañas que se destacan como masas sombrías so- hre la bóveda del cielo. Si llegamos á distinguirlos es en virtud imicamente de la diferencia de espesor de las capas de aire que llegan hasta el objeto j hasta el límite estremo del horizonte visible. Por el contrario, distino-uimos á lo lejos por medio de la visión positiva, objetos brillantes, como cimas cubiertas de nieve, rocas calcáreas blancas ó conos volcánicos formados de piedra pómez. No deja de ofrecer interés para el arte náutico la fijación de la distancia á la cual pueden reconocerse en el mar, las cimas de ciertas montañas elevadísimas, puesto que por ella podria deter- minarse la posición del navio cuando no fueran bastantes las observaciones astronómicas. Al tratar de la visibilidad del pico de Tenerife, me he ocupado muj detenidamente de esta cuestión (8). Uno de los objetos de mis investigaciones desde mi in- fancia ha sido la averiguación de si las estrellas pueden distinguirse á simple vista en pleno dia, va sea en los po- zos de mina muj profundos, ja en los vértices de monta- ñas mu j elevadas. Sabia que Aristóteles había dichoque las estrellas se ven alguna vez en pleno dia cuando se las busca desde el fondo de los algibes ó de las cavernas como — 53 — á través de un tubo (9). Plinio ha recordado también este dicho, j cita en su apojo las estrellas que se han recono- cido distintamente durante los eclipses de Sol. En la época en que me dedicaba á trabajos metalúrg-icos he pasado du- rante años enteros una g-ran parte del dia en las galerías y en los pozos mineros, desde donde intentaba, pero en vano, disting-uir alguna estrella en el zenit. No logré mas en Méjico, en el Perú j en la Siberia. Ni un solo hombre en- contré en las minas de esos paises que hubiera oido hablar de estrellas visibles en pleno dia; y sin embargo, se com- prende que en las latitudes tan diferentes, por las que he podido descender bajo tierra , en uno v otro hemisferio, no han faltado ni circunstancias favorables ni estrellas en el Zenit. Esos hechos negativos hacen aun mas estraño en mi concepto el testimonio, muj digno de crédito por otra parte, del célebre óptico que en su juventud habia visto una estrella en pleno dia por el tubo de una chime- nea (10). Cuando los fenómenos exigen para su manifesta- ción el concurso fortuito de circunstancias escepcional- mente favorables, es preciso no anticiparse á negar su realidad por la única razón de su rareza. Este principio puede ser aplicado, en mi juicio, á otro hecho referido por Saussure , cujas aserciones tienen siem- pre tanto fundamento. Es este la posibilidad de ver las es- trellas en pleno dia desde lo alto de una montaña muj elevada, como el Mont-Blanc por ejemplo, á la altura de 3.888 metros. «Algunos de los g-uias me han asegurado, dice el célebre investigador de los Alpes, haber visto estre- llas en pleno dia: t/o no pensaba en ello puesto que no ha- bia sido testigo de ese fenómeno : ])ero la aserción unifor- me de los guias no me dejó duda alguna acerca de su rea- lidad (1). Es preciso, por otra parte, estar enteramente á la sombra j tener también sobre la cabeza una masa os- cura de un considerable espesor, sin cujas condiciones el — 54 — aire demasiado iluminado hace desaparecer la débil clari- dad de las estrellas.» Las condiciones de visibilidad serian así casi idénticas á las que reunían naturalmente los algi- bes de los antiguos ó la chimenea anteriormente citada. Nada he podido encontrar análogo á esta aserción memora- ble (fechada en la mañana del 2 de Agosto de 1787) en los demás Viajes á través de los Alpes suizos. Los hermanos Hermann y Adolfo Schlagintweit, buenos observadores j ambos muj instruidos, recorrieron hace poco tiempo los Al- pes orientales hasta el vértice del Gran-Campanario (3.967 metros), sin haber podido nunca distinguir las estrellas en pleno dia, ni encontrar señal de un hecho semejante en las relaciones de los pastores ó de los cazadores de gamuzas. Yo mismo he pasado muchos años en las cordilleras de Méjico, de Quito y del Perú; he subido con Bonpland mas de nna vez á alturas superiores á 3.500 j 5.000 metros en el cielo mas bello del mundo, j nunca he podido ver una estrella en pleno dia como le sucedió después j en iguales circunstancias á mi amig-o Boussingault. Sin embargo, era tan oscuro el azul del cielo j tan profundo que mi cianó- metro de Paul, de Ginebra, el mismo en que Sausure leia 39° en el Mont-Blanc, me indicaba entre los trópicos 46° para la región zenital del cielo, á una altura compren- dida entre 5.200 y 5.800 metros (12). Por el contrario, bajo el cielo magnífico y puro como el éter de Cumana, en las llanuras del litoral , me ha acontecido mas de una vez después de haber observado eclipses de los satélites de Jú- piter, volver á encontrar á simple vista el planeta, y per- cibirlo de la manera mas distinta , cuando el disco del Sol habia subido ja á 18 ó 20° sobre el horizonte. Ocasión es ja de indicar aquí otro fenómeno óptico, del cual solo un ejemplo encuentro en mis numerosas as- censiones á las montañas. Era el 22 de Junio de 1799, so- bre la vertiente del pico de Tenerife^ en Malpais; momen- tesantes de la salida del Sol, me hallaba á una altura de 3,475 metros pr(')ximamente, sobre el nivel del mar; percibí á simple vista las estrellas bajas agitadas aparen- temente por un movimiento muj estraño (¿). Parecía como que subian al principio puntos brillantes que se movian en seguida lateralmente j volvian á su primitivo lugar. Este fenómeno duró solamente 7 ú 8 minutos, y cesó mu- cho tiempo antes de salir el Sol por el horizonte del mar. Veíase perfectamente con un anteojo, j examinado del todo no pude dudar que fuesen las estrellas las que se movian así (13). ¿Estas apariencias son producto de la refracción lateral, sobre laque tanto se ha discutido? ¿Haj en ellas al- guna analogía con las deformidades ondulantes que el bor- de vertical del Sol presenta con tanta frecuencia en su salida, por pequeñas que sean por otra parte esas deformi- dades, cuando se trate de medirlas? Cualquiera que sea la proximidad del horizonte , no puede mas que aumentar esos movimientos laterales á causa de la tan conocida ilu- sión óptica. El mismo fenómeno, cosa singular, fue obser- vado medio siglo después , precisamente en el mismo sitio j antes de salir el Sol, por un observador muj instruido j muj atento, el príncipe Adalberto de Prusia, que lo exa- minó á simple vista j por medio de anteojo respectivamen- te. He hallado su observación en su diario manuscrito y la habia consignado durante el viaje mismo; el príncipe ignoró hasta la vuelta de su espedicion al rio de las Ama- zonas, que JO habia sido testigo de las mismas aparien- cias (14). Jamás he hallado la menor señal de refracción lateral , ni sobre las vertientes de la cadena de los x\ndes, ni aun en las abrasadoras llanuras de la América del Sud (los Llanos), donde las capas de aire desigualmente calien- (6) V. Observaciones Complementarias , pág-. 3G4 de la primera parte del t. III. — bo- tes se mezclan de tan diferentes maneras j producen con frecuencia el fenómeno del espegismo. El pico de Tenerife está mas cerca de nosotros; visítanle con frecuencia viaje- ros provistos de instrumentos de medida, y puede esperar- se, núes, que no llegue á ser olvidado el curioso fenómeno de que he hablado en las investigaciones científicas. Ya he dicho que es muy digno de notar que los fun- damentos de la Astronomía propiamente dicha, la del mun- do planetario, hayanprecedido á la época memorable (1608 V 1610) del descubrimiento de la visión telescópica j su aplicación al estudio del cielo. Jorge Purbach, Regiomon- tano (Juan Müller) j Bernardo Walther, de Nuremberg, aumentaron á fuerza de trabajos j cuidados el tesoro de la ciencia, herencia de los Griegos v de los Árabes. Poco tiempo después apareció el sistema de Copérnico, desarro- llo de ideas atrevidas j grandiosas. Llegaron luego las observaciones tan exactas deTicho, jlas audaces combina- ciones de Keplero, avudadas por la fuerza del cálculo mas pertinaz que se habia conocido. Dos grandes hombres, Ke- plero j Galileo, personifican esa fase decisiva de la historia en que la ciencia de las medidas abandona la observación antigua ja perfeccionada , pero hecha siempre á simple vista, para recurrir á la observación telescópica. Galileo tenia por entonces 44 anos y Keplero 37; Ticho, el ma- yor astrónomo observador de esa gran época, hacia sie- te años que habia muerto. He recordado en el tomo pre- cedente, que las tres lejes de Keplero , sus títulos irrecu- sables ho j á la inmortalidad , no valieron á su autor un solo elogio de sus contemporáneos , incluso el mismo Gali- leo. Encontradas de una manera puramente empírica, pero mas fecundas para el conjunto de la ciencia que el descubrimiento de nuevos astros , esas tres le jes pertene- cen de hecho á la época de la visión natural , es de- cir, á la época ticoniana; tienen su origen en las propias 57 observaciones de Ticho-Bralié > por mas que no llegase á terminar hasta 1609 la impresión de la Astronomía fiora seu Physica ccelesiis de motibus stellée Mariis^ j que la ter- cera lej en virtud de la cual los cuadrados de los tiempos de la revolución de los planetas son proporcionales á los cubos de los ejes mavores de sus órbitas, no llegara á es- ponerse en el Harmonice Mundi hasta 1619. El principio del siglo XVII en que se verificó el tránsito de la visión natural á lateiescópicaj ha sido mas importante para la As- tronomía j el conocimiento del Cielo que el año 1492 para el del globo terrestre. Adelanto por el cual se engrandeció hasta el infinito la esfera de nuestras investifí-aciones v el alcance del golpe de vista que nos es dable arrojar sobre la creación; por el cual se han promovido incesantemente pro- blemas, cuja difícil solución dio por resultado un desarrollo sin igual en las ciencias matemáticas. Robustecer uno de los órganos de nuestros sentidos equivale muchas veces á robustecerla inteligencia, á estender el círculo de las ideas, j á ennoblecer á la humanidad. En menos de dos siglos j medio hemos debido solo al telescopio el descubrimiento de 13 nuevos planetas v de 4 sistemas de satélites (4 lunas para Júpiter, 8 para Saturno, 4 j quizás 6 para Urano , y 1 para Neptuno), el descubrimiento de las manchas j fácu- las del Sol, j el de las fases de Venus. Ha podido estu- diarse la forma j medir la altura de las montañas lunares, ver j esplicar las manchas invernales de los polos de Mar- te, las bandas de Júpiter j de Saturno, así como también el anillo que rodea á este último planeta. Los cometas inte- riores ó planetarios de corto período- han sido descubiertos sucesivamente , j un número inmenso de otros fenómenos ocultos á simple vista. No es esto todo, sin embargo,- si nuestro sistema solar ha recibido en 240 años tal incremen- to, después de haber permanecido durante tantos siglos restringido aparentemente á 6 planetas j á una sola luna, — 58 — el cielo sideral ha ganado mas aun , j los descubrimientos que en él se han hecho esceden á cuanto podia esperarse. Las nebulosas j las estrellas dobles han sido contadas j clasificadas por millares. Los movimientos propios de to- das las estrellas nos han llevado al conocimiento del de nuestro propio Sol. Los movimientos relativos de las estre- llas dobles que circulan alrededor de su centro de grave- dad común, han demostrado que las lejes de la gravita- ción se cumplen también en esas apartadas regiones del Universo, lo mismo que en el espacio mas reducido donde se mueven nuestros planetas. Desde que Morin j Gascoig- ne adaptaron los lentes á los instrumentos de medida, el arte de fijar en el Cielo las posiciones aparentes de los as- tros ha llegado á un grado de precisión estraordinario. Merced á este artificio ha sido posible medir, hasta una pe- queña fracción cerca del segundo de arco, la elipse de aber- ración de las fijas, su paralaje _, la distancia mutua de las estrellas componentes dé cada sistema binario. De este modo se ha elevado progresivamente la Astronomía, de la concep- ción de sistema solar á la de un verdadero sistema del Universo. Sabido es que Galileo descubrió las lunas de Júpiter con un aumento de 7 veces_, j que nunca pudo pasar del de treinta j dos veces. Ciento setenta años mas tarde Gui- llermo Herschell en sus investigaciones aumentaba en 6500 veces los diámetros aparentes de Arturo v de Vega de la Lira. A contar de la mitad del siglo XVII , todos los esfuer- zos se dirigieron hacia la construcción de largos anteojos. Cierto es que Hujghens descubrió en 1655 con un an- teojo de solo 4 metros, el primer satélite de Saturno (Ti- tán, sesto en el orden de las distancias al centro del plane- ta) ; pero mas adelante los anteojos que dirigía hacia el Cie- lo tenian 40 metros. Constantino Hujghens-, hermano del célebre astrónomo , construyó tres objetivos de 41, 55 j 68 — 59 — metros de loDgitud focal , los cuales se encuentran aun en, la Sociedad real de Londres. Sin embargo_, j como dice Hujgliens terminantemente , habíase limitado á ensayar sus objetivos sobre cuerpos terrestres (15). Auzout construia ja en 1663 anteojos gigantescos sin tubos, en los que por consiguiente el ocular no estaba ligado al objetivo por in- termedio alguno sólido j fijo. Bajo ese sistema hizo un ob- jetivo de 97 metros de foco capaz de producir un aumento de 600 veces (16). Objetivos de este género cortados por Borelli, Campani, Hartsoeker, j fijos en palos, fueron los que sirvieron de gran utilidad para la ciencia usados por Domingo Cassini; pues con ellos llegó á descubrir uno des- pués de otro el octavo, quinto, cuarto y tercer satélite de Saturno. Los objetivos de Hartsoeker tenian 81 metros de distancia focal. Durante mi estancia en el Observatorio de París, tuve ocasión frecuente de usar los de Campani gran- demente reputados bajo el reinado de Luis XIV; j cuando pensaba en la pequenez de los satélites de Saturno, j en la dificultad de manejar grandes aparatos compuestos de pa- los j cuerdas (17), no podia menos de admirar en todo su valor la habilidad y la decidida perseverancia de los obser- vadores de aquella época. Las ventajas que se atribuian entonces á las dimensio- nes gigantescas llevaron á los grandes espíritus á la concep- ción de esperanzas desmesuradas, de las que tantos ejem- plos ofrece la historia de las ciencias. Así Hooke propuso la construcción de un anteojo de 10,000 pies (mas de 3 kiló- metros) con el fin de ver los animales en la Luna'; Auzont mismo no pudo menos de combatir esta idea (18) . No se tar- dó mucho en comprender cuan incómodos eran esos instru- mentos en la práctica _, cuando su longitud focal pasaba de 30 metros; también Newton hizo grandes esfuerzos según Mersenio j Gregor j^ de Aberdeen , para popularizar en In- glaterra los telescopios mucho m^as cortos, que obran por — 60 — reflexión. Bradlej j Pound compararon cuidadosamente los efectos de un telescopio con espejo, de Hadlej, cuya distancia focal no escedia de 1"^, 6, con los del refractor de cuarenta j un metros construido por Constantino Hujghens, del cual se ha hecho ja mención : la ventaja fué para el primer instrumento. Entonces se estendieron por todas par- tes los costosos telescopios de Short, reinando sin rival has- ta la época (1759) en que Juan Dollond tuvo la suerte de descubrir la solución práctica del problema del acromatis- mo, propuesto por Leonardo Euler vKliugenstierna, dando con esto una gran superioridad á los anteojos. Digamos aquí que los derehos de prioridad incontestables del mis- terioso Chester More Hall, del condado de Essex (1729), no fueron conocidos del público hasta que Dollond obtuvo un privilegio por sus anteojos acromáticos (19). No duró mucho sin embargo esta victoria de los refrac- tores. Apenas habian trascurrido diez j ocho ó veinte años desde que Dollond enseñara el modo de realizar el acroma- tismo por la combinación de lentes formadas de crowns y de flint-gias_, y ja se modificaban las ideas bajo la justa impresión de asombro que produjeron en Inglaterra j en el continente los inmortales trabajos del alemán Guillermo Herschell. Habia este construido un gran número de te- lescopios de 7 pies ingleses (2 metros) j de 20 pies (6 me- tros) de longitud focal, cu jo aumento podia elevarse á 2200 j aun á 6000 veces; j hasta construjó uno de 40 pies (12"^% 2). Con este último telescopio descubrió los dos saté- lites interiores de Saturno , empezando por el segundo lla- mado después Encelada j á poco Mimas , el mas próximo al anillo. El descubrimiento de Urano hecho en 1781, se debe al telescopio de 7 pies. Los satélites tan débiles de este planeta fueron vistos en 1787 á favor del telescopio de 20 pies dispuesto para la vista de frente (front-view) (20). La perfección superior que supo dar este grande hombre á — el- los espejos de sus telescopios, la ingeniosa disposición mer- ced á la cual no son reflejados los rajos luminosos mas que una vez, j sobre todo, una serie no interrumpida de cua- renta años de vigilias j de trabajos,, han llevado la luz á todas las ramas de la Astronomía física en el Mundo de los planetas, lo mismo que en el de las nebulosas j de las es- trellas dobles. El largo imperio de los anteojos reflectores debia tener su término. Desde los cinco primeros años del siglo XIX se estableció entre los constructores de anteojos acromáticos una rivalidad beneiiciosa en cuanto al progreso v la per- fección. Creáronse entonces esas grandes máquinas paralác- ticas, en las que los anteojos mas grandes están movidos por relojes con la regularidad de los movimientos celestes. Era preciso un flint perfectamente homogéneo j sin estrías para los objetivos de estraordinaria magnitud que se llegó á exi- gir á los constructores. Este flint fué fabricado con éxito en Alemania en el establecimiento de Utzschneider j de Frauenhoferá los cuales sucedieron MerzjMahler. En Sui- za j en Francia los talleres de Guinand j Bontems sumi- nistraron esta preciosa materia á los trabajos deLereboursv Cauchoix. Basta ahora echar una rápida ojeada sobre la his- toria de estos progresos j citar como ejemplos los grandes refractores construidos bajo la dirección de Frauenhofer para los observatorios de Lorpat j de Berlin , cujos refractores tienen cada uno 24 centímetros de abertura y 4'" , 4 de dis- tancia focal ; los refractores construidos por Merz j Mahler, para Poulkova en Rusia, j para Cambridge en los Estados- Unidos (21), que tienen uno j otro 38 centímetros de aber- tura j G"" , 8 de foco; y por último, el eliómetro del obser- vatorio de Koenigsberg, cuvo objetivo tiene 16 centímetros de abertura. Este último instrumento que ha inmortali- zado los trabajos de Bessel , ha sido durante mucho tiempo el major de su clase. Réstanos por citar los anteojos dia- — 62 — liticos, tan cortos j sin embargo tan poderosos en claridad, construidos primeramente por Plossel en Viena, j cujas ventajas liabian sido reconocidas casi al mismo tiempo por Rogers en Inglaterra, j que son dignos seguramente de que se trate de construirlos en grandes dimensiones. En esta misma época cujos trabajos indico aquí, por la gran influencia que ejercieron bajo el punto de vista cós- mico, los progresos de la Mecánica sucedieron de muj cer- ca á los de la Óptica j de la fabricación de relojes. Perfec- cionáronse sucesivamente los instrumentos de medida, so- bre todo los micrómetros, los círculos meridianos j los sec- tores zenitales. Recordaré aquí entre otros muchos nombres distinguidos en esta senda los de Ramsden, Troughon, Fortin, Reichenbach, Gambej, Ertel, Steinhel, Repsold, Pistor, d'Oertling' para los instrumentos de medida. Para los cronómetros j péndulos astronómicos citaré á Mudge, Arnold, Emerj, Earnshaw, Bréguet, Jürgensen , Kessels, Winnerl, Tiede. Pero donde se manifiesta especialmente la rivalidad de perfección entre los instrumentos ópticos j los aparatos de medida es en los bellos trabajos de Guillermo j de Juan Herschell, de Soutb, de Struve, de Bessel j de Dawes, sobre las distancias y los movimientos periódicos de las estrellas dobles. Sin ese progreso hubiera sido imposi- ble con toda seguridad, la ejecución de inmensos trabajos como los de Struve, por ejemplo, que midió un gran nú- mero de veces mas de 100 sistemas binarios, en que la dis- tancia de las estrellas componentes es menos de 1'', j otros 336 sistemas comprendidos entre I" j 2" (22). De pocos anos acá, dos hombres ágenos á toda activi- dad industrial, por su posición social, pero animados de un noble amor por la ciencia_, el conde de Rosse en Parsons- town (19 kilómetros al Oeste de Dublin), v Lassell en Star- field, cerca de Liverpool, hicieron construir bajo su inme- diata dirección j con arreglo á sus ideas dos telescopios re- — 63 — flectores que despertaron entre los astrónomos la mas viva atención (23). El de Lassell tiene solo 61 centímetros de abertura j 6 metros de distancia focal; á él se debe el des- cubrimiento de un satélite de Neptuno , j de un octavo sa- télite de Saturno; j además, la nueva aparición de dos satélites de Urano. El nuevo telescopio de Rosse es gi- gantesco ; tiene 6 pies ingleses (1"^, 83) de abertura j 50 pies (15'"; de longitud. Está colocado en el meridiano, en- tre dos muros de 14 á 16 metros de altura _, los cuales dejan al tubo un espacio libre á cada lado del meridiano próxima- mente de 3 metros y medio. Muchas nebulosas que no ha- bla podido resolver todavía instrumento alguno , han sido descompuestas en estrellas por ese magnífico telescopio. Merced á la enorme cantidad de luz que concentra el espe- jo , por primera vez hánse podido determinar las formas v contorDos verdaderos de otras nebulosas que de este modo han sido completamente estudiadas. Como ja hemos dicho el primero que aplicó los anteo- jos á los instrumentos de medida no fué Picard, ni Auzout, sino el astrónomo Morin. En 1638 , Morin concibió la idea de sacar partido de su invento para observar las estrellas en pleno dia, v espone su idea en los siguientes términos (24): «Para determinar las posiciones absolutas de las estrellas en una época en que no existían aun los anteojos (en 1582, 28 años antes del invento), Ticho se valió de Venus que com- paraba á las estrellas durante la noche j al Sol durante el dia. No fué, sin embargo, el deseo de evitar este rodeo, lo que sugirió á Morin un descubrimiento que podria servir de mucho para la determinación de las longitudes en el mar; llegó á él por un camino mas sencillo, pensando que si antes de levantarse el Sol se dirigiera un anteojo no sola- mente á Venus sino también á Arturo ó á cualquier otra bella estrella_, se podria continuar siguiendo este astro so- bre la bóveda celeste después de la salida del Sol. Nadie an- — 64 — tes que él habia visto las estrellas á la faz del Sol. Mas tarde faeron colocados grandes anteojos meridianos según las ideas de Roemer. A partir de este momento (1691) , multi- plicáronse las observaciones hechas en pleno dia, y adqui- rieron una gran importancia; aun hoj tienen un valor real para la medida de las estrellas dobles. Struve midió en Dorpat los mas difíciles pares con un simple aumento de 320 veces, cuando la luz crepuscular era todavía muj fuerte á media noche para poder leer con facilidad (25). La estrella polar va acompañada á 16" de distancia de una estrella de 9.'^ magnitud; Struve j Wrangel vieron esta pequeña estrella en pleno dia, merced al anteojo de Dorpat (26); Encke j Argelander tuvieron por su parte el mismo resultado. Háse discutido mucho acerca de las causas de la fuerza que dan á la vista ios telescopios aun en pleno dia, cuando la luz difusa, resultado de múltiples reflexiones,, deberia oponerle tantos obstáculos. (27). Este problema de rjptica escitaba en el mas alto grado el interés de Bessel, cuj^a prematura pérdida lloran aun las ciencias. En su corres- pondencia conmigo me hablaba con frecuencia de él, pero acabó por confesar que no habia podido encontrar solución satisfactoria. Cuento con que mis lectores sabrán agrade- cerme la inserción en las notas de este libro, de las ideas de Arago respecto de este asunto (28). Están tomadas de una colección de manuscritos de los cuales pude disponer durante mis frecuentes viajes á París. Según la ingeniosa esplicacion de mi amigo, si los fuertes aumentos favorecen la visión de las estrellas en pleno dia , se debe á que el an- teojo concentra hacia la vista é introduce en la pupila del ojo una cantidad major de rajos luminosos sin agrandar notablemente la imagen de la estrella; mientras que el mismo aparato óptico obra de un modo completamente dis- tinto sobre el fondo del cielo donde la estrella se projecta. — 65. — ■ Con efecto, la luz de la parte de la atmósfera cuja imagen indefinida ocupa el campo dé la visión, emana de partículas dé aire iluminadas, separadas unas de otras á causa del aumento; el campo debe, pues, aparecer tanto menos ilu- minado, cuanto mas fuerte sea dicho aumento. Luego no se apercibe la estrella' sino en virtud de una diferencia de intensidad entre la luz de su imagen j la del campo mis- mo sobre el que esta imagen llega á dibujarse. En los dis- cos planetarios sucede lo contrario precisamente; pues pier- denjde su brillo por el aumento de los anteojos, exactamente en la mi'sma relación que el aérea comprendida en el campo de la visión. Es preciso notar aquí únicamente que la am- plificación de la imagen se estiende á la velocidad de su movimiento aparente. Este efecto que tiene lugar para los planetas como para las estrellas, puede contribuir á Ja vi- sibilidad en pleno dia, á menos que el telescopio no siga el movimiento diurno, como sucede en las máquinas paralác- ticas movidas por relojes. En virtud del cambio continuo de la imagen, la sensación se produce sucesivamente en puntos diferentes de la retina, j sabe, dice en otra par- te Arago, que objetos muj pequeños pueden llegar á ser perceptibles cuando se les imprime movimiento. Bajo el cielo tan puro de las regiones tropicales, logré con mucha frecuencia ver el pálido j débil disco de Júpi- ter, con un anteojo de Dollond de una fuerza de aumento de 95 veces, cuando ja el Sol habia llegado á 15 ó 18° de altura. Mas de una vez manifestó su sorpresa el doctor Galle al observar la estremada debilidad de Júpiter y de Saturno vistos en pleno dia por medio Üel gran refractor de Berlin ; esta debilidad forma un sorprendente contraste con el intenso brillo de Venus v de Mercurio. Sin embargo, lle- gáronse á observar en pleno dia los eclipses de Júpiter por, la Luna, j se citanlasobservacionesdeFlaugerguesenl792 j la de Struve en 1820. Argelander vió perfectamente en TOMO 111. — 66 — Bonn, un cuarto de¿_Kora después de la salida del Sol, tres satélites de Júpiter, con un anteojo de 1 "\ 6 de Frauen- Kofer, mas no pudo en modo alguno distinguir el cuarto; ScKmidt, su compañero, observó á una hora del dia mas avanzada la emersión de los satélites, incluso el cuarto_, en el borde oscuro de la Luna, valiéndose de un eliómetro de 2 "^ , 5 de foco. Importarla mucho á la Óptica j á la Me- teorología determinar los límites de la visibilidad telescó- pica de las pequeñas estrellas durante el dia, bajo climas di- ferentes j a diferentes alturas sobre el nivel del mar. El centelleo de las estrellas es uno de los fenómenos mas notables^ j también de los mas controvertidos en la categoría donde colocamos los principales hechos de la vi- sión natural j telescópica. Es preciso distinguir en él, según las investigaciones de Arago , dos puntos esencia- les (29): 1.° los cambios bruscos de brillo, es decir, el hecho de la estincion súbita seguida de la reaparición; 2.° las va- riaciones de color. Esas dos especies de cambios son mas reales de lo que á simple vista parecen , porque cuando por la impresión luminosa producida se rompen los puntos de la retina una vez , la sensación no se borra tan pronto, sino que persiste durante cierto tiempo. Resulta de aquí que la tenuidad pasajera de la estrella, sus rápidos cambios de color, en una palabra, las diferentes fases del centelleo, no se sienten integralmente , ó cuando menos , no se per- ciben tan distintamente como en realidad se producen. Para comprender mejor las fases del centelleo por medio de un anteojo, es necesario imprimir al instrumento un movi- miento de rotación, pues entonces la imagen de la estrella di- buja un círculo luminoso coloreado con interrupciones aquí j allá. Represéntese la atmósfera como formada de capas superpuestas en las que la densidad, humedad j tempera- tura varíen continuamente , j se llegará al conocimiento, por la teoría de las interferencias, de todos los detalles de — 67 — esas apariencias en donde los fenómenos de coloración, de súbita estincion j de brillante reaparición , se suce- den con tanta vivacidad. Esta teoría se funda en un lie - cho general , á saber : que dos rajos ó dos sistemas de ondas procedentes de un mismo oríg-en, es decir, de un mismo centro de quebrantamiento, pueden destruirse ó su- marse mutuamente si los caminos recorridos son desigua- les. Cuando uno de esos sistemas de ondas difiere del otro en un número impar de semi-ondulaciones , las acciones producidas por cada uno de ellos sobre un mismo átomo de éter son iguales j de sentido contrario; las velocidades que se les han impreso se destrujen, el átomo queda en reposo, j'Kaj neutralización de luz ó producción de oscuridad. En el caso de que se trata, las variaciones de la refrangibilidad de las capas de aire sucesivas producen con frecuencia mas efecto, para determinar los fenómenos de centelleo, que la diferencia de caminos recorridos por los diferentes rajos emanados de una misma estrella (30). El centelleo presenta por otra parte grandes diferencias de intensidad de una á otra estrella. Esas diferencias de- penden no solo de la altura ó del brillo de las estrellas, sino que también á lo que parece de la naturaleza misma de su luz. Vega, por ejemplo, centellea menos que Procion j Arturo. Si los planetas no centellean debe atribuirse á la magnitud sensible de su disco aparente , j á la compensa- ción producida por la mezcla de los rajos coloreados emiti- dos de cada punto de ese disco. Puédese _, con efecto, con- siderar ese disco como la ao-reg-acion de cierto número de estrellas donde la luz de algunos rajos destruida por la in- terferencia de ciertos otros , está compensada por la de los puntos próximos, j donde las imágenes de colores distintos afectan el blanco al superponerse. Nótanse apenas raras señales de centelleo en Júpiter j en Saturno. Este fenó- meno es mas sensible para Mercurio j Venus, cu jo diá- — 68 — metro aparente puede reducirse á 4" , 4 j 9", 5. Lo mismo sucede para Marte, porque su diámetro aparente se reduce casi á 3", 3 Kácia la época de la conjunción. En las noches puras j frias de los climas templados^ el centelleo contri- bu je á la magnificencia del estrellado cielo. Como aumen- ta por instantes la luz de las numerosas estrellas de sesta :i séptima magnitud , que no se distinguen fácilmente sino con anteojos, las vemos aparecer por momentos, ja en una parte, ja en otra, j de este modo somos inducidos á exa- gerar el número de estrellas. De aquí , la especie de sor- presa con que se acogen en general las enumeraciones, exactas sin embargo, en las cuales apenas si se cuentan algunos millares de estrellas perceptibles á simple vista. Los antiguos distinguian ja los planetas por su débil centelleo. En cuanto á la causa de la diferencia que existe bajo este punto de vista entre las estrellas j los planetas, tenia Aristóteles una teoría singular (31) que esplicaba por un sistema de emisión de los rajos visuales que iban á to- car á lo lejos á los objetos con mas ó menos fuerza. «Los astros fijos, decia, centellean j los planetas no, porque los planetas están próximos j la vista los alcanza fácilmente, mientras que los astros móviles {-^po: Se toví [xévoyzag) están muj distantes; á causa de esta gran distancia la vista se ve obli- gada á hacer un gran esfuerzo, j su rajo visual llega á ser vacilante . » Entre 1572 j 1604, en la época de Galileo, época de grandes acontecimientos astronómicos , aparecieron tres nuevas estrellas en el cielo (32). Escedieron en brillo á las estrellas de primera magnitud , j una de ellas brilló has- ta veintiún años en la constelación del Cisne. Su centelleo fué el rasgo característico que mas llamó la atención de Keplero, que en él veia una prueba de que esos nuevos as- tros no podian ser de naturaleza planetaria. Pero la Óptica era por entonces mu j imperfecta para que este gran genio. — 69 — al cual tanto le debe, pudiera esplicar ese fenómeno de otra manera que por la interposición de los vapores en movi- miento (33), También los cbinos han esplicado el fuerte centelleo de las nuevas estrellas, del cual se hace mención en la gran colección de Ma-tuan-lin. La falta de centelleo en las regiones tropicales , por lo menos á 12 ó 15° sobre el horizonte, consiste en una mez- cla mas igual, mas homogénea, del vapor de agua con la atmósfera, queda á la bóveda celeste un carácter particular de calma j de dulzura. He hecho resaltar este hecho en mis descripciones sobre la naturaleza de los trópicos. Era muy notable , por otra parte , para haber pasado desapercibida á observadores tales como La Condamine, Bouguer j Garcin, ja en las llanuras del Perú, ja en Arabia, en las Indias, j en Bender-Abassi, en las costas del golfo Pérsico (34), Este notable aspecto del cielo estrellado en las noches tan puras j tan tranquilas de los trópicos, tenia para mí un atractivo singular,- por lo que me he esforzado siempre en estudiar sus causas físicas, anotando en mi diario la altura á que las estrellas dejaban de centellear j la hig-rometrici- dad correspondiente de la atmósfera. Cumana j la parte pe- ruana del litoral del Océano Pacífico en que nunca llueve, se prestaban á este género de investigaciones, en tanto que la época de la niebla, conocida bajo elnomhre d.e partea ^ no habia llegado. Por término medio, según mis observaciones, las estrellas mas brillantes dejan de centellear hacia los 10 ó 12° de altura. Mas elevadas sobre el horizonte emiten solo una dulce luz planetaria. Para comprender bien este efecto, es preferible seguir la misma estrella desde su orto hasta su ocaso á través de todas sus variaciones de altura; deter- minando estas alturas por medidas directas, ó por el cálculo conociendo la hora j la latitud. En ciertas noches aisladas, tan tranquilas j tan puras como las otras, he visto la re- gión en que centellean las estrellas esceder notablemente — 70 — del límite medio y estenderse hasta 20 j aun 25° de altura; pero nunca he podido establecer relaciones entre estas ano- malías j el estado termométrico ó higrométrico de las capas inferiores de la atmósfera, únicas accesibles á nuestros ins- trumentos. Algunasvecestambien jdurantemuchasnoches sucesivas en que el higrómetro marcaba al principio 85*, el centelleo empezaba por ser muj sensible para estrellas situadas á 60 j 70° de altura; después cesaba completa- mente en las regiones elevadas hasta un límite de 25^ so- bre el horizonte, j sin embargo, la sola modificación apre- ciable que sobrevino en la atmósfera fué un aumento de humedad; el higrómetro de cabello de Sausure habia su- bido de 85 á 93°. No es, pues, la cantidad de vapores di- sueltos en la atmósfera, es su desigual reparto en las capas superpuestas, son las corrientes de aire caliente j de aire frió que reinan en las altas regiones, sin dejarse sentir en las bajas_, lo que modifica el juego complicado de las inter- ferencias j del cual nace el fenómeno en cuestión. He visto también ciertas nubes que teñian el Cielo de un color rojizo poco tiempo antes de la sacudida de los temblores de tierra, aumentar de una manera notable el centelleo délas estrellas elevadas. Estas observaciones se refieren todas á una zona tropical, que se estiende á 10 ó 12° de un lado j otro del ecuador, j en la estación sin lluvia j sin nubes en que el Cielo tiene una pureza tan perfecta en estas regiones. Cuan- do llega la estación de las lluvias, al paso del Sol por el ze- nit del lugar, causas poderosas, obrando de un modo muj general j casi á la manera de perturbaciones violentas, modifican lo? fenómenos ópticos de que acabo de hablar. Los alíseos del nord-este caen de repente; la corriente re- gular de las altas regiones que va del ecuador al polo, j la corriente inferior que viene del polo al ecuador, se inter- rumpen j dan lugar porque cesan á una formación conti- nua de nubes. Lluvias torrenciales y tormentas se suceden entonces periódicamente cada día á una hora determinada. Todos esos fenómenos de la estación de las lluvias vienen precedidos con algunos dias de anticipación del centelleo de las estrellas elevadas,, allí donde ordinariamente es mu j raro este fenómeno. Este indicio va acompañado de relám- pagos que brillan en el horizonte^ sin que se divisen nu- bes en el cielo , ó cuando mas aparezcan algunas en forma de largas j estrechas columnas , ascendentes en sentido vertical. En mis escritos be tratado de pintar mu- chas veces esos signos precursores que dan al cielo de los trópicos una fisonomía tan característica (35). La velocidad de la luz, ó cuando menos la idea de que la luz debe emplear un cierto tiempo en propagarse , está indicada por vez primera en el libro segundo del Novum oTfjanum. Después de haber insistido sobre la inmensidad de los espacios celestes que atraviesa la luz para llegar hasta nosotros, Bacon de Verulamio suscita* el problema de si existen en realidad todas las estrellas que vemos brillar al mismo tiempo (36). Causa verdadero asombro encontrar semejante noción en una obra muj inferior á los conocimientos de su época en Astronomía jjen Física. La velocidad de la luz reflejada por el Sol fué medida por Eoemer hacia 1675. Rcemer llegó á su descubrimiento com- parando las épocas de los eclipses de los satélites de Júpi- ter. La velocidad de la luz directa de las estrellas fué me- dida en 1727 por Bradlej, que dio al mismo tiempo la razón de la aberración j la prueba material del movimien- to de traslación de la Tierra, es decir, del verdadero sistema de Copérnico. En los últimos tiempos Arago ha propuesto establecer una tercera clase de medida acerca de los cam- bios de brillo de una estrella variable, tal como Algol en la constelación de Perseo (37). A estos métodos puramente astronómicos es preciso añadir una medida terrestre, ejecu- tada recientemente con éxito cerca de París por Fizeau. — 72 — Este ingenioso procedimiento trae á la memoria una anti- gua tentativa de Galileo , que procuró en vano determinar la velocidad de la luz por la combinación de señales dadas por medio de dos linternas separadas. Discutiendo las primeras observaciones de Roemer so- bre los satélites de Júpiter, Horrebow j Dubamel bailaron que el tiempo que la luz emplea en recorrer la distancia media del Sol a la Tierra es 14'" 7^ Cassini lo eleva á 14^^ 10% j Newton lo valúa en 7'" 30% cálculo muj aproximado á la verdad (38). Delambre solo utilizó en los SUJOS las observaciones del primer satélite _, j encon- tró 8"^ 13^, 2 (39). Encke ba becbo observar con razón lo importante que seria emprender con el mismo objeto una nueva serie de observaciones sobre los eclipses de los saté- lites de Júpiter, boj que la perfección de los anteojos bace concebir la esperanza de obtener por este medio resultados muj satisfactorios. Las observaciones originales que Eradle j institujera para determinar la constante de la aberración , indicadas también por Rigaud en Oxford, fueron sometidas á un nuevo cálculo por el doctor Buscb de Ko&nigsberg, j ba deducido de ellas 20", 21 16 como valor de esta constan- te (40). Por consiguiente, la luz emplearia 8"' 12% 14 en llegar del Sol á la Tierra, j su velocidad seria de 31_,161 miriámetros por segundo. Pero según una nueva serie de observaciones emprendidas por Struve con el gran instru- mento de los pasajes, en el primer vertical de Poulkova^ j continuadas durante diez j ocbo meses, el primero de esos números debe baber sufrido un aumento considera- ble (41). Este gran trabajo ba dado 20"4451 para la cons- tante de la aberración, de donde se deducen 8'" 17% 78 para el tiempo empleado por la luz en recorrer la distancia del Sol á la Tierra, j 41,549 millas geográficas (30,831 miriámetros) por segundo para su velocidad. Esas dos úl- — 73 — timas cifras se lian deducido de la constante de Struve, adoptando el paralaje del Sol dado por Encke en 1835, j las dimensiones del esferoide terrestre calculadas por Bessel (Efemérides de Berlín para 1852, Encke). El error proba- ble de este valor de la velocidad apenas si llega á miriá- metro j medio. Haj una diferencia de Vuo ^^^"^^ 1^ cons- tante de Struve j la de Delambre (8"^ 13% 2) adoptada por Bessel en las Talndce Regio monlanm , j de la que se vale también en las Efemérides de Berlin. En último término, no me parece que la discusión acerca de este punto debe considerarse como agotada. Habíase sospechado há ja mu- chos años una diferencia de velocidad de Vi3i pi'óxima- mente, entre la luz de la estrella polar y la de una pequeña estrella que la acompaña, pero esta opinión se ha conside- rado como estremadamente dudosa. Un físico distinguido por su sabiduría j por la gran delicadeza de sus investi- gaciones esperimentales , Fizeau, verificó una medida de la velocidad de la luz sobre una base terrestre de 8,633 metros únicamente, desde Suresne al cerrillo de Montmar- tre. Tal es en efecto la distancia á quehabia establecido un espejo para enviar de nuevo á su panto de partida, merced á ingeniosos aparatos, los rajos emitidos por un punto lu- minoso en una de las estaciones. Esta luz se producia por una especie de lámpara de oxígeno j de hidrógeno. Una rueda de 720 dientes que daba un número bastante peque- ño de vueltas por segundo (12 vueltas *'/io) interceptaba el rajo á su regreso, ó le daba paso, según la velocidad de la rueda; evaluábase esta velocidad por medio de un conta- dor. Se ha creido poder deducir decesos esperimentos que la luz artificial de que se servia el autor recorria 17,266 metros, es decir, el doble de la distancia de las dos estacio- nes, en Visooo ^® segundo, lo que da 31,079 miriámetros por segundo (42). La determinación anterior que se apro- xima mas á este resultado, es la que Delambre ha deducido — 74 — de los eclipses de uno de los satélites de Júpiter (31,094 miriámetros). Observaciones directas j consideraciones ingeniosas acerca de la ausencia de toda coloración durante los cam- bios de brillo de las estrellas variables, llevaron á Ara^ro á deducir que si los rajos diversamente coloreados ejecutan, según la teoría de las ondulaciones , vibraciones trasversa- les muj diferentes en velocidad j amplitud, se propagan, sin embargo, con velocidades iguales en los espacios celes- tes. Así, la velocidad de propagación de los rajos colo- reados en el interior de diferentes cuerpos es independiente de la refracción que esperimentan en él (43). Las observa- ciones de Arago ban demostrado, en efecto, que la refracción de la luz estelar, en un mismo prisma^ no está afectada por las combinaciones variadas de esta velocidad, con la velo- cidad propia de la Tierra. Todas las medidas dieron constan- temente por resultado, el de que la luz délas estrellas bácia las cuales se dirige la Tierra, j la de las estrellas de las que la Tierra se aleja, se refractan exactamente en la mis- ma cantidad. Hablando en la hipótesis de la emisión, el cé- lebre observador decia que los cuerpos emiten rajos de to- das las velocidades , j que los únicos rajos de velocidad determinada producen en la vista la sensación de la luz (44). Interesa mucho comparar la velocidad de los rajos emitidos por el Sol , las estrellas 6 los cuerpos terrestres, rajos desviados también por el ángulo refringente de un prisma cualquiera, con la de la luz que engendra la elec- tricidad por" el frote. Las admirables investigaciones de Wheatstone llevarían á atribuir á esta luz una velocidad major, en la relación de 3 á 2 por lo menos. Si se mira solo, respecto de este punto, á la mas débil evaluación sumi- nistrada por el aparato óptico de espejo giratorio de Wheats- tone, la luz eléctrica recorrerla aun 288,000 millas inglesas éD por segundo, es decir, mas de 46,300 miriámetros^ con- tando el statut-oyiile (69,12 por grado) para 1.609 me- tros (45). Admitamos con Struve que la velocidad de la luz estelar es de 30,831 miriámetrosj esta velocidad seria aventajada en 15,500 miriámetros por la de la luz eléc- trica. Semejante resultado contradice en apariencia una opi- nión ja citada de G. Herschell, según la cual, la luz del Sol j de las estrellas provendria quizás de acciones electro- magnéticas, j seria, por lo tanto, asimilable á una per- petua aurora boreal. Digo en cqoariencia, porque esos fenó- menos electro- magnéticos podrian ser, sin duda alguna, de naturaleza muj compleja y muj variada en los diferentes cuerpos celestes , j la luz producida poseer velocidades muj diferentes. Es preciso decirlo, por otra parte, los re- sultados de Wheatstone ofrecen aun una incertidumbre que da motivo para esas congeturas. Su mismo autor los considera «como muj poco fundados , j como teniendo gran necesidad de una nueva confirmación» para poder ser comparados útilmente con los de la aberración ó de los eclipses de los satélites de Júpiter. Las investifífaciones becKas recientemente en los Esta- fa dos-Unidos por Walker, acerca de la velocidad de la elec- tricidad, han escitado poderosamente la atención de los físi- eos. Tratábase de determinar, por medio del telégrafo eléctrico, las diferencias de longitud entre Washington, Filadelfia, Nueva- York j Cambridge. A este efecto púsose en comunicación el reló astronómico del observatorio de Filadelfia, con un aparato deMorse, en el que las oscilacio- nes del péndulo marcaban una serie de puntos equidistan- tes en una cinta de papel indefinida. El telégrafo eléctrico trasmitía casi instantáneamente cada indicación del reló á las demás estaciones j puntuaba en él también el tiempo de Filadelfia , sobre otras cintas de papel que en un movi- — 76 — miento regular desarrollaba continuamente. En esta com- binación podían intercalarse las señales que se quisieran_, entre las del péndulo. Bastaba al observador apretar el dedo sobre un botón para marcar el instante del paso de una es- trella por el meridiano de su estension. Según SteinKel, «este método americano posee una ventaja esencial, la de bacer la determinación del tiempo independiente de la re- lación de dos de nuestros sentidos, el oido j la vista, por- que mientras que el péndulo inscribe por sí mismo su mar- cba sin que el observador tenga necesidad de preocuparse de ella , este comprende j señala el paso de la estrella (con la precisión de ^/-q de segundo^ según Walker).» Por úl- timo, comparando los resultados obtenidos en Filadelfia v ^n Cambridge, por ejemplo, se encuentra una diferencia constante, j esta diferencia se debe al tiempo empleado por la corriente eléctrica para recorrer dos veces el conductor cerrado que une las dos estaciones. Esas medidas becbas sobre bilos conductores de 1050 millas inglesas (1689 kilómetros), suministraron 18 ecua- ciones de condición entre las incógnitas del problema, v de ellas se dedujeron 18,700 millas (30_,094 kilómetros) para la velocidad de propagación de la corriente bidro- galvánica (46), es decir, una velocidad quince veces menor que la de la electricidad en los esperimentos de Wbeatsto- ne. Como esas notables investigaciones fueron instituidas con un solo bilo , si la mitad del conductor se reemplaza, como se ba dicbo, por la Tierra, podria creerse que la Na- turaleza j dimensiones del medio recorrido influjen á la vez sobre la velocidad con que se propaga la electrici- dad (47). En el circuito voltaico, se calientan los conduc- tores, tanto mas, cuanto menor es su conductibilidad, v es sabido por los últimos trabajos de Riess, que las tensiones eléctricas presentan fenómenos variados v complejos (48). Las miras que se tienen en la actualidad acerca de lo que se llama ordinariamente «cerrar el circuito por la Tierra,» se oponen á toda idea de propagación lineal de molécula á molécula entre las estremidades de los hilos conductores; lo que se miraba antes como una corriente realmente forma- da á través del suelo, se ha sustituido hoj por la hipótesis de una restitución continua de la tensión eléctrica. Aunque la velocidad de la luz parece ser la misma pa- ra todas las estrellas, por lo menos en el límite de precisión con el cual han podido dar las observaciones modernas la constante de la aberración, se ha tratado de examinar, no obstante, si no podrian existir cuerpos celestes cuja luz no llegase nunca hasta nosotros retenida porla atracción de una masaenorme j obligada á volver de nuevo hacia el cuerpo de donde hubiese sido lanzada. La teoría de la emisión ha dado una forma científica á ese producto de la imaginación (49). Hablo aquí de él, sin embargo, porque tendré en adelante ocasión de volver á una hipótesis análoga, al tratar de los movimientos propios de Sirio j de Procion cujas anoma- lías se han aí;ribuido á la acción de ciertos cuerpos oscuros. Entra en el plan de esta obra señalar todo lo que ha con- tribuido en nuestros dias á dar un cierto impulso á la cien- cia, pues solamente en este sentido podrá presentar este li- bro un cuadro fiel del carácter de la época en que ha apa- recido. Mas de dos mil años hace que empezaron las investiga- ciones fotométricas sobre la luz de los astros que la tienen propia en el Universo, para llegar á determinar ó esti- mar por lo menos sus intensidades relativas. Y es que la descripción del cielo estrellado no, se reduce solo á fijar con estremada precisión las mutuas distancias de los as- tros ó á coordinar sus posiciones con relación á los gran- des círculos de la esfera celeste ; comprende también el conocimiento j la medida de su brillo individual. Ese úl- timo carácter es también el que ha preocupado desde un 78 principio á los hombres. Muclio tiempo antes de pensar en agrupar las estrellas en constelaciones, dieron á las mas brillantes nombres propios, lío mismo he podido compro- bar esta tendencia primitiva entre las tribus salvajes que habitan los frondosos bosques del alto Orinoco j del Ataba- po. Montes de impenetrable maleza me obligaban de ordi- nario á observar las mas altas estrellas para determinar la latitud j cuando consultaba á los naturales del país v prin- cipalmente á los ancianos, sobre las hermosas estrellas Ca- nopea, Achernar, los pies del Centauro ó la » de la Cruz del Sud, me decian enseguida los nombres consagrados en- tre ellos. Si el catálogo de_ constelaciones conocido bajo el nombre de Catasterismos de Eratóstenes gozaba la antigüe- dad que le atribujeron por tanto tiempo los que fijaban su época entre Autolico j Timocharis, ciento cincuenta años antes que Hiparco, una particularidad de este católogo nos permitirla asignar un límite para el tiempo en que las es- trellas no estaban todavía colocadas entre los Griegos por orden de magnitud ó de brillo. Cuando se trata, con efec- to, de enumerar las estrellas que constituyen cada conste- lación, los Cátesterismos citan con mucha frecuencia el nombre de las estrellas mas brillantes ó mas grandes, j el de las estrellas oscuras menos fáciles de reconocer (50); nunca comparan entre sí las estrellas pertenecientes á gru- pos distintos. Pero Bernhardj^ Baehr j Letronne colocan los Catasterismos mas de dos siglos después del catálogo de Hiparco. Este no es mas, por otra parte, que una compila- ción sin mérito, un simple estracto del Poetimni astronorni- cum atribuido á Julio Hjginus, ó también del poema de Era- tóstenes el antiguo, titulado Ep/x^c Sucede todo lo contrario con el catálogo de Hiparco que poseemos bajo la forma que se le ha dado en el Almagestas. Este catálogo contiene la primera determinación de los órdenes de magnitud ó de brillo de 1022 estrellas: es decir, de la quinta parte próxi- — 79 — mámente de las estrellas perceptibles á simple vista sobre el cielo entero, desde la 1/ hasta la 6/magnitud. Únicamen- te ignoramos si esas magnitudes han sido determinadas por el mismo Hiparco, ó si han sido tomadas de las observacio- nes de Timocharis j de Aristilo , de las que Hiparco ha usado con tanta frecuencia. Esta obra constitu je la base de todos los trabajos pos- teriores de los Árabes j délos astrónomos de la edad media. Hállase también en ella el origen de una costumbre que se ha prolongado hasta el siglo XIX, la de limitar á 15 el número de las estrellas de 1/ magnitud. Moedler cuen- ta 18; Eümker que ha sometido el cielo austral á una cui- dadosa revisión cuenta 20. El número antiguo está funda- do únicamente en la clasificación que se encuentra en el Almagestas al fin del catálogo estelar del libro 8.° Ptolo- meo aplicaba el epíteto de oscicras á las estrella inferiores á la 6.^ magnitud. Cosa singular, cita solo 49 estrellas de (y.^ magnitud escogidas de una manera casi uniforme en los dos hemisferios ; ahora bien, como su catálogo com- prende casi la quinta parte de las estrellas perceptibles á simple vista, hubiera debido dar, observada la proporción mas rigorosa, 640 estrellas de esta magnitud, según la enumeración que de ellas ha hecho Argelander. En cuanto á las nehdosas (vEfeKostden) de Tolomeo j de los Catasteris- mos del pseudo-Eratóstenes, son para la major parte pe- queños grupos de estrellas que .se distinguen fácilmente bajo el puro cielo de las regiones meridionales (51); esto es por lo menos lo que me induce á pensar la indicación relativa á una nebulosa situada á da derecha de Perseo. Galileo mismo que ignoraba, como los astrónomos griegos j árabes, la existencia de la nebulosa de Andrómeda aunque esta nebulosa se distinga á simple vista^ ha dicho en su Nuncms sidereus que las stellce nehclosm son simples gru- pos de estrellas, los cuales «sicut aerolse sparsim per sethera — 80 — fulgent» (52). Aunque la espresion de magnitudes de dife- rentes órdenes (t5v ni-aXav ra^i?) liaja sido restringida en su origen al sentido de gradación de brillo ó de intensidad luminosa, dio lugar, sin embargo, desde el siglo IX_, á hi- pótesis sobre los diámetros que debian tener las estrellas de brillo diferente (53); como si este brillo no dependiese á la vez de la distancia, del volumen, de la masa , j ante to- do de las propiedades físicas, especiales, de la materia de que está formada la superficie de los astros. La ciencia adelantó un paso hacia el siglo XV, en la época de la dominación de los Mogoles, cuando la astro- nomía fiorecia en Samarcanda bajo ülugh-Beg. Cada orden de magnitud de la antigua clasificación de Hipar- co j de Tolomeo, fue gubdividido; distinguiéronse así las estrellas pequeñas, medias j grandes, casi como Struve j Argelander dividieron después en diez los mismos in- tervalos (54). Las Tablas de Ulugh-Beg atribujen ese progreso de fotometría á Abderrahman Sufi , al cual se debe una obra sobre «el conocimiento de las fijas,» así como la primera noticia de una de las Nubes de Maga- llanes, bajo el nombre de Buey Manco. Desde la introduc- ción universal de los anteojos en el dominio de la Astrono- mía , la evaluación de las magnitudes ha debido ir mucho mas allá del 6.° orden. Las investigaciones fotométricas tenian por poderoso estímulo el fenómeno de las estrellas nuevas que aparecieron súbitamente en el Cisne j en el Serpentario, j de las cuales la primera ha brillado 21 años. Preciso fué, con efecto, para determinarlas fases del creci- miento j disminución de su luz , comparar continuamente esas estrellas nuevas con otras estrellas conocidas. Enton- ces las nehdosas de Tolomeo pudieron ser clasificadas en la escala numérica de las magnitudes, como inferiores á la 6.% j poco á poco llegaron los astrónomos á prolon- gar esta escala mas allá de la 16." magnitud, con el — 81 - fin de representar gradaciones sucesivas que son todavía apreciables, según Juan Herschell, para los astrónomos provistos de poderosos instrumentos (55). Sin embargo, po- demos decir que en este límite estremo la evaluación llega á ser muj incierta; Struve asigna alguna vez el 12.'^ ó 13.*^ lugar á estrellas que J. Herscbell coloca en el 18.'' ó 20.^ orden de magnitud. No entra en mi plan discutir aquí los medios muj va- rios que se han imaginado durante siglo y medio, desde Auzout j Hujgliens*liasta Bouguer j Lambert, desde G. Herschell, Rumford j Wollaston basta Steinbelj J. Hers- chell , para medir la intensidad de la luz. Bastante hare- mos con señalar rápidamente esos diferentes métodos. Re- currióse á la comparación de las sombras de las luces artificiales, haciendo variar el número j la distancia de esas luces. Mas tarde empleáronse diafragmas, planos de cristal de espesor j de colores variables ; después estrellas artificiales formadas por reflexión sobre esferas de cristal. Tratóse de aproximar dos telescopios lo bastante para que la vista pudiera pasar del uno al otro , durante el corto inter- valo de un segundo. Se compusieron aparatos en los cua- les podian verse simultáneamente por reflexión las dos estrellas que se trataba de comparar, teniendo cuidado de rectificar el anteojo de tal suerte que una misma estrella diese en él dos imágenes de igual intensidad (56). Cons- trujéronse otros aparatos en los que un objetivo provisto de un espejo podia ser transformado mas ó menos por dia- fragmas giratorios cuja rotación estaba medida sobre un círculo dividido. Hánse formado imágenes esteliformes de intensidad variable, concentrando los rajos de la Luna ó de Júpiter, merced al astrómetro, instrumento compuesto de un prisma reflector j de una lente (57). Por último se ha recurrido á objetivos divididos cujas dos mitades reci- bian por prismas la luz de las estrellas. El éxito no respon- TOMO III. dio á tantos esfuerzos; el distiag-uido astrónomo que mas se ha ocupado de investigaciones de este género , j cuya juiciosa actividad lia podido ejercerse en los dos hemisfe- rios, Juan Herschell mismo, confiesa que después de tan- tos trabajos queda como desiderátum de la Astronomía un método práctico j exacto paralas medidas fotométricas. En su concepto, la medida de la intensidad de la luz está todavía en la infancia ; j sin embargo , la atención de los astrónomos se fija mas que nunca hacia este lado, estimu- lada como está por el problema de las estrellas cambiantes, j por un fenómen-o celeste que se ha presentado en nues- tros días ; cual es el aumento estraordinario de brillo que recibió en 1837 una estrella déla Nave Argos. Es esencial distinguir cuidadosamente dos géneros bien distintos de clasificación, respecto de las magnitudes estela- res. Redúcese el uno á cierta distribución de estrellas colo- cadas según su brillo decreciente: el Manual cienüjico j)ar(i Jos Navegantes de Juan Herschell, sirva de ejemplo. El otro está fundado en la evaluación numérica de las rela- ciones de magnitudes , ó también sobre números que es- presan el brillo absoluto, la cantidad de luz emitida (58). De esos dos últimos modos, el primero que limita sus pre- tensiones á reproducir en números evaluaciones hechas á simple vista, merece probablemente la preferencia cuando sus evaluaciones han sido instituidas con un cuidado con- veniente (5^). En el estado de imperfección en que se en- cuentra la fotometría, no trata todavía, en efecto, mas que de obtener un primer grado de aproximación. Pero es pre- ciso reconocer, que en la evaluación hecha á simple vista es donde mas se manifiesta la influencia de la individualidad propia de cada observador. A esta primera dificultad es pre- ciso añadir las que nacen de la pureza tan variable de la atmósfera, j de la desigual altura de los astros , muj apar- tados unos de otros, entre los que no es posible la compara- ^ 83 — cion sino con el auxilio de numerosos intermedios; debe llevarse cuenta sobre todo de los errores que puede ocasio- nar la diferencia de colores. Estando la luz igualmente te- ñida y con el mismo g-rado de blancura, encuéntranse nue- vos obstáculos en Ja vivacidad de su brillo. Por ejemplo, es mas difícil comparar Sirio j Canopea , o- del Centauro j Achernar, Deneb j Veg-a, que estrellas mucho mas débi- les, cotoo las de 6.' ó 7."* magnitud. La dificultad se bace major todavía par^ las estrellas muj brillantes , cuando se trata de comparar estrellas amarillas^ como Procion, la Ca- bra ó Ataír, con estrellas rojas , como Aldébaran , Arturo V Beteigueuze (60). Juan Herschellba intentado, á imitación deWollaston, determinar la relación que existe entre la intensidad de luz de una estrella j la del Sol. Ha tomado ala Luna por punto de comparación intermedio, y ba relacionado su bri- llo con el de la estrella doble a del Centauro, una de las mas brillantes (la 3.') de todo el Cielo. De esta manera llegó á realizarse por segunda vez el deseo que Juan Micliell for- muló en 1787 (61). Por el término medio de 11 medidas, instituidas a favor de un aparato prismático, Juan Hers- cbelí bailó que la Luna llena es 27,408 veces mas brillante que o. del Centauro. Abora bien: según Wollaston, el Sol es 801,072 veces mas brillante que la Luna llena (62). Así, la luz que nos envía el Sol, está con la que recibimos de o. del Centauro en la relación de 22,000 millones á 1 . Te- niendo en cuenta la distancia, según el paralaje adoptado para esta estrella, resulta de los datos precedentes que el brillo absoluto de la o. del Centauro es doble que el del Sol (en la relación de 23 á 10). \Yollaston ba encontrado que la luz de Sirio es para nosotros 20,000 millones de veces mas débil que la del Sol ; su brillo real, absoluto, seria, pues, 63 veces mavor que el del Sol, si como se cree el paralaje de Sirio debe reducirse á O" 230 (63). De esta Q_j. manera hemos llegado á colocar nuestro Sol entre las estre- llas de un mediano brillo intrínseco. Juan Herschell esti- ma que el brillo aparente de Sirio es casi igual al de 200 estrellas de 6/' magnitud. Puesto que en último resultado parece verosímil, por analogía cuando menos , que todos los astros son variables^ no solo bajo la relación de la posición que ocupan en el es- pacio absoluto, sino también bajo la de su brillo intrínseco, cualquiera que sea por otra parte la duración todavía des- conocida de los períodos de esas variaciones; puesto que to- da vida orgánica está además subordinada á la intensidad de la luz y del calor de nuestro Sol; deben mirarse los progresos de la fotometría como uno de los objetos mas serios j mas importantes que pueda proponerse la cien- cia. Compréndese cuánto interés concederán las razas fu- turas á las determinaciones numéricas que, acerca del estado actual del firmamento, pueden únicamente legar- les nuevos perfeccionamientos de la fotometría. Así se ha- llará, por ejemplo, la esplicacion de numerosos fenómenos que están en íntima relación con la historia termológica de nuestra atmósfera j con la antigua distribución geográfica de las especies animales j vegetales. Consideraciones de igual naturaleza se habian presentado ja hace mas de me- dio siglo al talento de G. Herschell, ese gran investigador que, anticipándose al descubrimiento délas relaciones ínti- mas del magnetismo con la electricidad, se atrevía á asimi- lar la luz perpetuamente engendrada en la envoltura ga- seosa del Sol , con la de las auroras boreales de nuestro g*lo- bo terrestre (64). Arago ha reconocido en el estado recíprocamente com- plementario de los anillos coloreados , vistos por trasmisión j por reflexión , el medio que deja entrever la major espe- ranza de llegar á la medida directa de la cantidad de luz. He citado en una nota mia(65) con los mismos términos de — 85 — mi amigo la indicación de su método fotométrico, j la del principio óptico sobre el cual lia fundado su cianómetro. En razón de esas variaciones cósmicas de la luz estelar, nuestros mapas celestes y catálogos en donde se hallan cui- dadosamente indicadas las diferentes magnitudes de las es- trellas, no podrían constituir un cuadro homogéneo del es- tado del cielo. En realidad es preciso distinguir, en las di- ferentes partes de ese cuadro, las que corresponden á épocas muj diferentes. Háse creido largo tiempo que el orden de las letras empleadas para designar las estrellas, en el si- glo XVII, podria proporcionar indicios seguros de esas va- riaciones de magnitud j de brillo. Pero discutiendo bajo este punto de vista la TJranometTia de Bajer, Argelander ha demostrado que no era posible juzgar del brillo relativo de las^estrellas en la época de Bajer, según el lugar que ocupan sus letras en el alfabeto; porque el astrónomo de Augsburgo se dejó guiar en la elección de estas letras por la forma j dirección de las constelaciones, mas bien que por el brillo de las estrellas mismas i^^^). — 86 -- SERIE FOTOMETRICA DE LAS ESTRELLAS. Intercalo aquí un cuadro sacado de la reciente obra de Juan Herscliell, OutUnes ofAstronomy, pág-inas 64o y 646. Mi sabio amig-oel doctor Galle, se ha encargado de su arreg-lo y de redactar su esplicacion. Véase un es- tracto de la carta que me escribió refiriéndose á este asunto , en Marzo de 1850 : "Los números de la escala fotométrica contenida en los OutUnes of As- tronomy han sido formados por los de la escala vulgar , añadiendo unifor- memente 0,41 á estos últimos. Las mag-nitudes indicadas por los números de esta segunda escala provienen de observaciones directas El autor ha instituido series de comparaciones (sequences) entre las diferentes estre- llas , y combinado sus resultados con las magnitudes empleadas ordinaria- mente por los astrónomos. (Viaje al Cabo , pág-. 804-1352); bajo esta última relación le ha servido de base el catálog^o de la Sociedad astronómica de Londres, para el año de 1827 (pág-. 30o). Las medidas fotométricas, pro- piamente dichas, hechas sobre muchas estrellas por medio del astrómetro, no sirvieron directamente para construir esta tabla , sino únicamente para ver hasta qué punto puede representar la cantidad de ley realmen- te emitida por cada estrella, la escala ordinaria de las mag^nitudes (la 1.^, Ia2.^, la 3.^... mag-nitud). Procediendo así ha llegado el autor al resultado notable de que la serie de nuestras magnitudes habituales (1.^, 2.^, 3.^...), corresponde casi á las que tomaria una misma estrella de 1.^ magnitud , trasportada sucesivamente á las distancias i, 2, 3... y se sabe que en este caso, la intensidad déla ley estarla representada por la serie 1, ^/^ , * g, ^ jg- • O^iüj^ «¿ Cabo , pág. 371 , 372 ; OutUnes, pági- nas o21, 522). Sin embargo , si se quiere perfeccionar esta notable con- cordancia de las dos series, es preciso aumentar nuestras evaluacio- nes habituales , de ^/o magnitud próximamente , ó con mas exactitud de 0,41. En este sistema, una estrella estimada actualmente como de 2.* magnitud resulta de la magnitud 2,41; otra de 2, o magnitud llega á ser de 2,91, etc.. Esta es la eicaia fotométrica que Juan Herschell propone que se sustituya ala escala actual de las magnitudes {Viaje al Cabo, página 372; OutUnes, pág. 522), y seguramente que merece ser bien acó-" gida esta proposición. Con efecto , de una parte, la diferencia entre las dos escalas es apenas sensible (wouldhardly be felt, Viaje al Cabo, pági- na 3j2); de otra, la tabla de las OutUnes (pág. 645 y siguientes) puede ya servir de base hasta la 4.^ magnitud, de manera que es dable aplicar — 87 — desde hoy completamenle á las estrellas la regla que hasía aquí se ha seií'uido instintivamente , y que consiste en que las intensidades que se refieren ala 1.^, 2.^, 3/'^, 4.".,. magnitud son proporcionales á los núme- ros 1, ^4, ^'g, V,,,. etc. Juan Herscliellha elegido la a del Centauro como estrella normal de primera magnitud para la escala fotométrica , y como unidad para la cantidad de luz. (OutUnes, pág. o23; Viaje al Cabo , pági- na 372). Según esto, si se eleva al cuadrado el número que representa la magnitud fotométrica de una estrella, se obtiene la inversa de la relación de la cantidad de luz comparada con la de a del Centauro, Por ejemplo: x, de Orion que tiene 3 de magnitud fotométrica, emite 9 veces menos hiz que a del Centauro; y al mismo tiempo, ese número 3 indica que k do Orion debe estar 3 veces mas apartada de nosotros que «, del Centauro, si esas dos estrellas son astros de igual magnitud lineal y de igual bri- llo. Si se liubiese elegido otra estrella , Sirio por ejemplo, que es 4 veces mas brillante, como unidad de esta escala cuyos números indican á la par el brillo y la distancia, la regularidad de que acaba de hablarse no se presentarla con la misma sencillez. Por otra parle , la «, del Centauro se distingue por dos particularidades : su distanciaos conocida con un cierto grado de probabilidad , y esta distancia es la menor de todas las medidas hasta aquí. "El autor de las Outlines enseña en esta obra , pág. o21 , que la escala fotométrica, arreglada según los cuadrados 1, ^/j, V'o ^Ajg... espreferiblo á toda otra serie, tal como las progresiones geométricas 1 , '/g \'^ ' V-- ó 1, */o , Yo V27--' Durante vuestro viaje a América, adoptasteis una pro- gresión aritmética para coordinar las observaciones que hicisteis bajo el ecuador; pero vuestras series, como las precedentes , no se adaptan tan bien á la escala ordinaria de las magnitudes estelares (vulgar scale) como la progresión de los cuadrados adoptada por Herschell (HumbolJt, Colee- don de observaciones ustron., t. I, p. LXXí, y Astron. 'íiachrichten , núme- ro 374). £n la tabla siguiente las lí)0 estrellas de las Quilines están colo- cadas según el orden de las magnitudes únicamente , y no segnn sus de- clinaciones boreales ó australes. « — 88 CATALOGO de 100 estrellas, desde la l.^hasta la S.^magnilud, colocadas, según las determinaciones de Juan Herscliell , en el orden de sus magnitudes es- timadas fotométricamente, y en el de sus mag-nitudes ordinarias , según los datos mas exactos. ESTRELLAS DE PRIMERA MAGNITUD. NOMBRES C3 NOMBRES C5 DE LAS Eí;TRELLAS. NITUD DE LAS ESTRELLAS. g .2 S 2 E- •^ S o Mag foto 1,0: S o 1,4: Sirio, 0,08 0,49 ft Orion. >? Argos (var.) 5> n a Eridan. 1,09 1,;J0 Canopo. 0,29 0,70 Aldébaran. 1,1: i,:í: ■a Centauro. 0,59 1,00 ^ Centauro. 1,17 l,o8 Arturo. 0,77 1,18 a Cruz. 1,2 1,0 Rigel. 0,82 1,23 Antarés. 1,2 1,6 La Cabra. 1,0: 1,4: a Águila. 1,28 1,69 a. Lira. 1,0: 1,4: La Espiga. 1,38 1,79 Procion. 1,0: 1,4: ESTRELLAS DE SEGUNDA MAGNITUD. NOMBRES c « P -1 NOMBRES I a UE LAS ESTRELLAS. -■ '-i S o o o 1,95 DE LAS ESTRELLAS. 5 o 2,64 Fomalhaut. l,o4 «• Triáng-ulo austral. 2,23 ^ Cruz. 1,57 1,98 « Sag-ilario. 2,26 2,67 Polux. 1,6: 2,0 : § Tauro. 2,28 2,69 Régulo. 1,6: 2,0: La Polar. 2,28 2,69 ' a Grulla. 1,66 2,07 d Escorpión. 2,29 2,70 7 Cruz. 1,73 2,14 o. Hidra. 2,30 2,71 « Orion. 1,84 2,2o ¿' Perro. 2,32 2,73 í Perro. 1,86 2,27 «A Pavo real. 2,33 2,74 ^" Escorpión. 1,87 2,28 7 Leo. 2,34 2,75 ¡ ft- Cisne. 1,90 2,31 ^ Grulla. 2,36 2,77 Castor. 1,94 2,35 a Artes. 2,40 2,81 £ Osa (var.). 1,95 2,36 a Sag-itario. 2,41 2,82 « Osa (var.). 1,9G 2,37 S Arg-os. 2,42 2,83 '^ Orion. 2,01 2,42 C Osa. 2,43 2,84 í^ Arg-os. 2,03 2,44 í5 Andrómeda. 2,45 2,86 C' Per seo. 2,07 2,48 8 Ballena. 2,46 2,87 7 Arg-os. 2,08 2,49 /u Arg-os. 2,46 2,87 £ Argos. 2,18 2,59 .5 Cochero. 2,48 2,89 "7 Osa (var.). 2,18 2,59 7 Andrómeda. 2,50 2,91 7 Orion. 2,18 2,59 1 1 — 90 ESTRELLAS DE TERCERA :\IAGNITUD. 1 NOMBRES • ! re NOMBRES. i ca. DE LAS ESTRELLAS. 2 .2 NITUI métri 1)E LAS ESTRELLAS. g .2 s i NlTUli métri o — o o 1 tí, .S i o o -^ o le ? f^ :._ 'S o »^ sü y Casiopca. 2,:]2 2,93 ¡5 Acuario. 2,8o ! 3,26 a Andrómeda. 2,üí 2,95 "S Escorpión. 2,86 3,27 Q Centauro. 2;)4 2,9o í Cisne. 2,88 3,29 o. Casiopea. 2,:n 2,98 >? Ofiuco. 2,89 3,30 í? Perro. 2,:>8 2,99 y Cuervo. 2,90 3,31 t. Orion. 2,39 3,00 .* Ccfca. 2,90 ' 3,31 y Géminis. 2,o9 3,00 .«, Centauro. 2.91 3,32 '^ Orion. Alffol fvar.). 2,61 3,02 «, Serpiente. 2,92 3,33 2,r>2 3,03 S Leo. 2,94 3,3o i regaso. y Drag-on. 2,62 3.03 X Argos. 2,9í 3,3o 5 Leo. 2,62 3,03 5 Cuervo. 2,9o 3,36 "■ Ofiuco. 2,63 3,04 ^ Escorpión. 2,96 3,37 5 Casiopca. 2,63 3,04 L, Centauro. 2,96 3,37 1 y Cisne. 2,63 3,04 1, Ofiuco. 2,97 3,38 ; «, Pcg-aso. 2,63 3,04 a Acuario. ! j 2,97 3,38 2,6:> 3.06 TT ArsTos. 1 2,98 3,39 ^ Pcg-aso. 'J 1 y Centauro. 2,68 3,06 7 Águila. 2,98 3,39 " Corona. 2,68 3,09 S Casiopea. 2,99 3,40 y Osa. 2,69 3,10 § Centauro. 2,99 3,40 2,-1 3,12 a Liebre. 3,00 3,41 a Escorpión. 2,71 3,12 5 Ofiuco. 3,00 3,41 '^ Argos. 2,72 3,13 % Sagitario. j 3,01 3,42 5 Osa. «■ Fénix. * 1 2,77 2,78 3,18 3,19 n Boyero. | n Dragón. 1 3.01 i 3.02 \ 3,42 3,43 i Arg-Qs. i 2,80 3,21 T. Ofiuco. 1 3.05 1 3,46 £ Boyero. ¡ 2,80 3,21 S Dragón. i 3,06 ; 3,47 a Lobo. 2,82 3,23 /S Libra. | 3,07 3,48 € Centauro. 2,82 3,23 I 7 Virg-o. ¡ 3,08 3,49 >? Perro. 2,8o 3,26 j /x Argos. i 3,08 3,49 91 — ESTRELLAS DE TERCERA MAGNITUD (Continuación). 1 1 li NOMBRES DE LAS ESTRELLAS. a -i S o 3,09 Magnitud rolométrica. NOMBRES DE LAS ESTRELLAS. ¡^ -5 3 ■'-< S o 3,32 Ú 3 s a 3,73 1 S Avies. 3,:>o ¿3 Capricornio. 7 Pegaso. 3,11 3,o2 p Argos. 3,32 3,73 5 Sagitario. 3,11 3,o2 <; Ag-uila. 3,32 3,73 a Libra. 3,12 3,o3 ^ Cisne, 3,33 3,74 ^' Sag-iíaiio. 3,13 3,54 7 Perseo. 3,34 3,7o 3 Lobo. 3,l4j 3,o5 a Osa. 3,3o 3,76 . Yir8:o? 3,14 3,00 /5 Triángulo boreal. 3,3o 3,76 a Paloma. 3,1o 3,o6 ■jv Escorpión. 3,3o 3,76 0 Cochero, 3,17 3,58 § Liebre. 3,3o 3,76 /S Hércules. 3,18 3,o9 7 Lobo. 3,36 3,77 i Centauro. 3,20 3,61 S Perseo. 3.36 3,77 S Capricornio. 3,20 3,61 f Osa. 3,36 3,77 S Cuervo. 3,22 3,63 s Cochero (var.). 3,37 3,78 a Perros de caza. 3,22 3,63 V Escorpión. 3,37 3,78 8 Oñuco. 3,23 3,64 i Orion. 3,37 3,78 S Cisne. 3,24 3,6o 7 Lince. 3,39 3,80 í Perseo. 3,26 3,67 C Dragón. 3,40 3.81 Y¡ Tauro. 3,26 3,67 » Altar. 3,40 3,8i 8 Eridan. 3,26 3,67 TV Sagitario. 3,40 3,81 0 Arg-os. 3,26 3,67 •n- Hércules. 3,41 3,82 3 Hidra 3,27 3,68 5 Perro pequeño? 3,41 3,82 L, Perseo, 3,27 3,68 ^ Tauro. 3,42 3,83 ' Hércules. 3,28 3,69 1 ^ Dragón. 3,42 3,83 £ Cuervo. 3,28 3,69 ¿u. Géiiiinis. 3,42 3,83 t Cochero. 3,29 3,70 y Boyero. 3,43 3,84 y Osa menor. 3,30 3,71 í Géminis. 3,43 3,84 V? Pej^aso. 3,31 3,72 a Mosca. 3,43 3,84 P Altar. 3,31 3,72 a. Hidra? 3,44 3,80 j a Tacan. 3,32 3,73 zr Escorpión. 8,44 i 3,85 92 — ESTRELLAS DE TERCERA MAG^slTüD. (Continuación). NOMBRES DE LAS ESTRELLAS. g .5 1 'i Magnitud fotométrica. NOMBRES de las estrellas. I MaGNITI'D ordinaria. _ o i 1 § Hércules. 3,44 3,8o i Coeliero. 3,46 3,S7 S Géminis. 3.44 3,8o 7 Lira. 3,47 3,88 q Orion. 3,4o 3,86 i "^ Géminis. 3,48 3,89 ^ Cefeo. 3,4o 3,86 1 7 Cefeo. 3,48 3,89 0 Osa. 3,43 3,86 1 1 X Osa. 3,49 3,90 C Hidra. 3,4o 3,86 \ ^ Casiopea. 3,49 3,90 y Hidra. 3,46 3,87 i 6 Ag-uila. 3,o0 3,91 iS Triángulo austral 3,46 3,87 ís, j de Aries, Kpió,;. A partir de esta época , es decir, de la tiranía de los Pi- sistrátidas, hace datar Letronne la introducción del Zodia- co en la antigua esfera de los Griegos. Eudemo, de Rhodas, uno de los mas distinguidos discípulos del Estagirita , v autor de una Historia de la Astronomía, atribuje la intro- ducción de la zona zodiacal (y zol C«Staxoí Siá^-üro-ig- ó ¿■crlSio;- v.vxXoq) á (Enopides de Chio , contemporáneo de Anaxágoras (93j . La idea de referir los lugares de los planetas j de las es- trellas á la órbita solar j la división de la eclíptica en doce partes iguales (dodecatemorias), pertenece á la antigüedad caldea,, de donde vino directamente á los Griegos, sin pa- sar como se ha creido por el valle del Nilo. La fecha de esta trasmisión no se remonta tampoco mas allá del principio del siglo V ó VI antes de nuestra Era (94). Los Griegos se limitaron á subdividir, en su esfera primitiva, las constela- ciones que mas se aproximaban á la eclíptica j que podian — 111 ~ servir de constelaciones zodiacales. La prueba de esto es muj sencilla: si los Griegos hubiesen tomado de un pueblo estranjero un zodiaco completo , en lugar de limitarse á la idea de dividir la eclíptica en dodecatemorias , no se conta- rian entre ellas once constelaciones únicamente en el Zo- diaco , habiendo sido dividida una de ellas en dos , Escor- pión, para completar el número necesario. Sus divisiones zodiacales babrian sido mas regulares; no hubieran abra- zado espacios de 35 á 48 grados , como Tauro , Leo , Pis- cis j Virgo _, mientras que Cáncer , Aries j Capricornio comprenden de 19 á 23 solamente. Sus constelaciones no se hubieran dispuesto de una manera irregular al Norte j al Sud de la eclíptica, ja ocupando en su círculo grandes espacios, ja apiñadas por el contrario, j colocadas una so- bre otra, como Tauro j Aries, Acuario j Capricornio. Pruebas evidentes de que los Griegos hicieron los signos del Zodiaco con sus antiguas constelaciones. Según Letronne, el signo de Libra fue introducido en tiempo de Hiparco, j quizá por Hiparco mismo. Ni Eudoxio, ni Arquímedes, ni Autoljco hablan de él. Hiparco mismo no lo menciona tampoco en lo que de él nos queda , escepcion hecha de un pasaje que indudablemente ha sido falsificado por un copista (95). En los escritos de Gemino j de Varron, medio siglo apenas antes de nuestra era , se trata por pri- mera vez de este nuevo signo; j como la pasión por la As- trología invadió el mundo romano, entre el reinado de Augusto j el de Antonino , sucedió también que las cons- telaciones «colocadas en el camino celeste del Sol,» ad- quirieron una importancia desmesurada, quimérica. A la primera mitad de este período de la dominación romana, pertenecen las representaciones zodiacales de los templos de Dendera j de Esneo, las de los propilones de Panópolis j de las envolturas de muchas momias. Haj que añadir, que estas verdades para en adelante adquiridas, habian sido — 112 — sostenidas ja por Visconti j Testa, aun antes de que se tubieran recogido las pruebas decisivas ,en un tiempo en que se daba campo alas mas singulares teorías sobre la sig- nificación simbólica de las representaciones zodiacales j so- bre sus pretendidas relaciones con la precesión de los equi- noccios. En cuanto á la gran antigüedad que A. W. de ScKlegel atribuia á los zodiacos indios, fundándose en algu- nos pasajes de las le jes de Manú , de Ramajana , de Val- miki ó del diccionario de Amarasinba, á pesar de las inge- niosas investigaciones de Adolfo Holtzmann, ba sido pues- ta en duda (96). Esas constelaciones formadas al acaso, durante el tras- curso de los siglos, sin objeto determinado, la magnitud incómoda, la indeterminación de sus contornos, las desig- naciones complicadas de las estrellas componentes para las cuales ha sido preciso alguna vez agotar alfabetos enteros, dígalo la déla Nave Argos, el poco gusto conque se ha in- troducido en el cielo austral la fria nomenclatura délos ins- trumentos usados en las ciencias , tales como el Péndulo, ó el Hornillo de Química, al lado de las alegorías mitológi- cas, todos estos defectos acumulados, han sugerido ja mu- chas veces planes de reforma para las divisiones estelares j el projecto de desterrar en ellos toda configuración. Es preciso confesarlo : la tentativa ha debido parecer menos atrevida para el hemisferio austral que para el nuestro; porque en el primero. Escorpión, Sagitario, Centauro, la Nave j el Eridan, son las únicas constelaciones á las cua- les la poesía ha dado el derecho de ser mencionadas (97). Las palabras de bóveda estrellada (orlñs merrans de Apulejo) ó de estrellas fijas {asirá fixa de Manilio) son es- presiones tan impropias que recuerdan , según hemos di- cho (98) , dos ideas diferentes que se han reunido , ó mejor aun, confundido. Cuando Aristóteles usa la espre- sion de ly^tiinvo. a^rp* (astros fijos) para designar las estre- ^ 113 — lias; cuando Tolomeo las denomina irpojicffvKótti (adherentes),, bien evidente es que esas denominaciones se refieren á la esfera cristalina de Anaximenes. El movimiento diurno que arrastra á todos esos astros del Este al Oeste, sin cambiar sus distancias mutuas , debió llevar desde lueg-o á ideas ó á hipótesis del género déla que sigue: «Las estrellas (¿TrAa*ñ aorpa) pertcnccen á las regiones superiores; están allí fijas j como clavadas sobre una esfera de cristal ; los planetas (^aavpa irXar¿)fieva, Ó TüXavrizá^ quo tieucn otro movimieuto en sentido inverso , corresponden á otras regiones inferiores j mas próximas á nosotros (99).» Si desde los primeros tiem- pos de la era de los Césares, se encuentra en Manilio el término de Stella üxa en vez de injixa ó afjixaj es de creer que ja se habia tenido en cuenta desde un principio en la escuela" romana el sentido primitivo de que acabamos de hablar; pero que andando los tiempos la palabra ^/^'¿z^^íí que entraña el sentido de imynotus j de immohilís ha llegado á confundirse en la creencia popular, ó mas bien en el lengua- je mismo, prevaleciendo la idea de inmovilidad; de tal suerte que las estrellas han llegado á ser fijas (stellíe fixíe), inde- pendientemente de la esfera á la cual se lascreia adheridas en otro tiempo. Véase cómo pudo Séneca decir del mundo de las estrellas ^;2;2^»¿ et immohilem pojoidítm . Si guiados por Stobeo j el compilador de las «Opiniones de los Filósofos,» seguimos la huella de la id.ea de una esfera de cristal, bástala época antigua de Anaximenes, la encon- tramos aunmas claramente formulada por Empédocles. Este filósofo considera la esfera de los fijos, como una masa sólida formada de una parte del éter convertido en cristal por el elemento ígneo (100). A su modo de ver, la Luna es una materia que la fuerza del fuego ha coagulado en forma de granizo y que recibe su luz del Sol. En la física de los antig'uos, y según su manera de comprender el paso del es- tado fluido al sólido, las concepciones precedentes no esta- iOJiO IH. ■ 8 — 114 — ban en la necesaria relación con las ideas de enfriamiento v de congelación; pero la afinidad de la palabra Kpvara^Koq con xpvog j xpvcraLvo . j lina aproximacion natural con la mate- ria que sirve vulgarmente de tipo para la trasparencia, ban dado cuerpo á ideas en un principio menos precisas (1): ba llegado á verse en la bóveda celeste "una esfera de cris- tal ó de vidrio ; j Lactancio ba podido decir : Ccelum ae- Q^em gJaciaium esse , j en otra parte: Vitreimi coehmi. In- dudablemente Empédocles no pensó en el cristal, invención fenicia, sino en el aire que el éter ígneo babria transfor- mado en un cuerpo sólido eminentemente trasparente. Por lo demás se comprende bien que siempre que se tra- taba de este cristal (xpúffra;ao?), la idea dominante era la de trasparencia; separábase de ella la del frió para no pensar mas que en un cuerpo que babia llegado al estado sólido permaneciendo trasparente. El poeta empleaba la palabra cristal; pero el prosista decia solamente xpv He reunido en una nota investigacio- nes muj recientes j todavía inéditas acerca de Sotbis ó Sirio; que descansan en las relaciones etimológicas delcopto, del zend, del sánscrito j del griego; pero se encaminan imicamente á las personas que gustan de los orígenes de la Astronomía, j que en las afinidades de las lenguas encuen- tran preciosos vestigios de los conocimientos de la anti- güedad (18). Cuéntanse boj como estrellas blancas, ademas de Sirio, á Vega,áDeneb, Eégulo, j la Espiga de Virgo. Entre las pe- queñas estrellas dobles, Struve ba bailado 300 pares cujas dos componentes son blancas (19). El color amarillo ó pa- jizo se nota en Procion, Ataír, la Polar j sobre todo en la ^ (c) Véanse las Observaciones complementarias, de la primera parle del tomo II[. — 121 — de la Osa menor. Hemos dicho ja que Beteigeuze, Artu- ro, Aldebaran, Antarés y Polux son rojas ó rojizas. Rumker La encontrado á la 7 de la Cruz de un color rojo subido ;'^j mi amigo el capitán Berard , escelente observador, escribia en 1847 desde Madagascar^ que veia pasar el color de a déla Cruz también al rojobacia muchos años. Una estrella déla nave. >? de Argos, que han hecho célebre las observaciones de Juan Herschell, varia no solamente de brillo, sino que también de color; mas adelante hablaremos de ella de una manera detallada. En 1843, Mackaj hallaba en Calcuta que esta estrella tenia precisamente el color de Arturo, eS decir, que era de un amarillo rojizo (20). Luego, las cartas del teniente Gilliss, escritas en Santiago de Chile en 1850, nos prueban que su color ha llegado á ser todavía mas su- bido que el de Marte. A continuación del Viaje al Caho^ ha dado Juan Herschell un pequeño catálogo de 76 estre- llas comprendidas entre la 7.'' j la 9."" magnitud: todas ellas son de un rojo de rubí (rubj coloured), j algunas parecen como pequeñas gotas de sangre. Mas allá de la 9.'' ó 10. "* magnitud llega á ser realmente imposible, diceStru- ve, distinguir los colores de las estrellas. Lamajor parte de la descripciones de estrellas variables les asignan un color rojo ó cuando menos rojizo (21). Mira de la Ballena, la pri- mera estrella cambiante que se ha descubierto (22), es de un tinte rojizo muj pronunciado. Pero la coloración en rojo no está necesariamente ligada al fenómeno de la variabilidad de luz , porque sin hablar de un gran número de estrellas rojas que no son variables, pueden citarse muchas variables que son enteramente blancas; por ejemplo: Algol, en la ca- beza de Medusa, ¿s de la Lira £ del Cochero... En cuanto á las estrellas azules, cu va existencia ha sido marcada por vez primera por Mariotte en su Tratado de los colores (23), pueden citarse muchos tipos notables : r¡ de la Lira es azu- lada; Dunlop ha descubierto en el hemisferio austral un V 122 pequeño grupo de 3' ^ / ^_^ de diámetro, en el cual todas las estrellas son azules. Existen muchos sistemas binarios donde la estrella principal es blanca j la compañera azul; en otros, las dos estrellas son azules á la vez (24), como por ejemplo s de la Serpiente, la 59 de Andrómeda... Lacaille habia bailado cerca de k de la Cruz del Sud, un grupo de estrellas al cual daban el aspecto de una ne- bulosa sus débiles instrumentos. Con poderosos telescopios bánse encontrado mas de cien estrellas diversamente colo- readas, rojas, verdes, azules j de azul verdoso. Esas estre- llas están tan juntas , que podrian llamarse un cofrecillo de piedras preciosas polícromas (like a superb piece of fancj jewellerj) (25). Los antiguos ban creido reconocer una notable simetría en las posiciones relativas de ciertas estrellas de I.'' mag- nitud. Distino-uieron sobre todo cuatro estrellas diametral- es mente opuestas en la esfera, Aldebaran j Antarés, Rég*ulo j Fomalbaut, á las cuales habíase dado el nombre de estre- llas reales. Un escritor de la época de Constantino, Julio Firmio Materno (26), suministró detalles curiosos acerca de esta disposición regular de que he hablado en otra par- te (27). Las diferencias de ascensión recta de las estrellas reales (stelle regales) son de 11'^ 57°* j 12'^ 49'". La im- portancia que se les atribuia venia sin duda alguna de las tradiciones del Oriente que penetraron bajo los Césares en el mundo Romano, donde inspiraron un gusto tan vivo por la Astrología. Hállanse hasta en el libro de Job, señales de la costumbre antigua de designar las cuatro regiones del Cielo por cuatro constelaciones opuestas; un pasaje oscuro del capítulo 9.° (versículo 9) opone «á las habitaciones del Oriente» la Pierna^ es decir, la constelación boreal de la Osa major ; la misma Pierna de Toro , que tanto se ha señalado en el Zodiaco de Dendera j en los papiros mor- tuorios de los Egipcios (28). — 123 — Un siglo antes déla invención del telescopio, ja comen- zaba á llamar la atención de los sabios el cielo austral, una de cujas partes , la ma jor j mas bella , que empezaba á los 53° de declinación, Kabia permanecido como velada por la antigüedad j aun basta fines de la Edad media. En tiempo de Tolomeo veíanse sobre el horizonte de Alejandría: . el Altar,, los Pies del Centauro, la Cruz del Sud, compren- I dida entonces en el Centauro j llamada también mas tarde i Casaris Thronus en honor de Augusto , como afirma Pli- I nio (29), j por último, Canopo^ en la Nave, llamada Ptolo- \moeon (30) por el escoliador de Germánico. Hállase también 'en el catálogo de Almagestas una estrella de 1 / magnitud, Achernar (en árabe, Achir-el-nahr) ^\?i\\\i\m2i del rioEridan, aunque esta estrella se encuentre situada á 9° bajo el hori- zonte de Alejandría. Tolomeo debe, pues, el conocimiento de esta estrella, á las relaciones de los navegantes que fre- cuentaban la parte austral del mar Rojo ó el mar de la Arabia, entre Ocelis j Muciris, una de las escalas del Ma- labar (31). Los progresos crecientes del arte náutico^ permi- tieron á los modernos llevar sus investigaciones mas allá del Ecuador, siguiendo las costas occidentales del África. En 1484 Diego Cam, acompañado de Martin Behem; en 1487, Bartolomé Diaz; j en 1497, Vasco de Gama, lle- garon al paralelo de 35° latitud Sud, en sus espediciones hacia las Indias orientales. Pero los primeros estudios que se hicieron sobre el cielo austral , las Nubes de Magallanes j los Sacos de Carbón, pertenecen á la época de Vicente Yañez Pinzón, Américo Vespuclo j Andrea Corsali, entre 1500 j 1515, entonces pudo conocer Europa «las mara- villas de un Cielo que no se vé nunca en el Mediterrá- neo.» Las medidas estelares propiamente dichas, empeza- ron mucho después , hacia fines del siglo XVI j principios del XVII (32). Si hoj es posible reconocer ciertas le jes en la distri- — 124 — • bucion de las estrellas j en sus diferentes grados de con- densación, se debe á una feliz inspiración de G. Herschell. En 1785 Herschell aplicó al estudio del Cielo su método de los marcos (en inglés, process of gauging the Keavens, star-gauges) , del cual se ha hablado en esta obra . mas de una vez. Este método laborioso consistia en dirigir sucesi- vamente hacia diferentes regiones del Cielo un telescopio de 20 pies (6 metros), j en contar minuciosamente las es- trellas que quedaban comprendidas en su campo. El diá- metro del campo visual subtendía un ángulo de 15% de modo que el telescopio abarcaba cada vez ^/s33 50oo única- mente de la superficie del Cielo ; así que esos marcos hu- bieran exigido ochenta j tres años de continuos trabajos, según observación de Struve , si hubiera sido preciso hacer- los estensivos á toda la esfera (33). En las investigacio- nes de ese género donde se trata de estudiar el modo de distribución de las estrellas , es necesario tener en cuenta órdenes de magnitud fotométrica á los cuales pertenecen esas estrellas. Si nos limitamos á las estrellas brillantes de los tres ó cuatro órdenes primeros, hállase en general que están repartidas con bastante uniformidad (34). Sin em- bargo, parecen mas condensadas localmente en el hemisfe- rio austral desde i de Orion hasta a de la Cruz. Allí, for- man una zona resplandeciente que sigue la dirección de un gran círculo de la esfera. Los viajeros están poco con- formes en los juicios que hacen acerca de la belleza re- lativa del cielo austral v del cielo boreal ; sus divergen- cias dependen lomas frecuentemente, según mi juicio, de que machos observadores han visitado las regiones del Sud durante una estación donde las mas bellas conste- laciones pasan por el punto mas alto del horizonte de dia. Resulta de las medidas ejecutadas por los dos Hers- chell en la bóveda entera del Cielo, que las estrellas com- prendidas éntrelas magnitudes h.^ y 10.% ó también en — 125 — la 15% estrellas en su major parte telescópicas, parecen tanto mas condensadas , cuanto mas próximas están de la Via láctea (ó yaAat/a? xv«Ao?) . Habria, pues, sobre la esfera en tal caso un ecuador de riqueza estelar j polos de pobreza estelar, si se nos permite la frase. Coincidiendo el primero con la dirección general de la Via láctea , la intensidad de la luz estelar llega á su mínimum hacia los polos del circulo ga¡áciico\ crece rápidamente á partir de esos polos , j en todos sentidos, á medida que la misma distancia polar ga- láctica va aumentándose. Struve ba sometido á una profunda discusión los ma- teriales suministrados por los marcos conocidos en la ac- tualidad. Halla por resultado definitivo de su trabajo_, que baj por término medio en la Via láctea 30 veces mas es- trellas (con mas exactitud, 29, 4 veces), qué en las regio- nes de los polos galácticos. Para distancias en el polo Nor- te de la Via láctea espresadas por 0% 30°, 60^ 75" j 90% la riqueza en estrellas está representada por 4, 15; 6, 52; 17, 68; 30, 30; 122^ 00. Esos números indican también cuántas estrellas baria ver en esas diferentes regiones un telescopio de 20 pies , cu jo campo tuviese 15' de diáme- tro. Por ambos lados de la Via láctea la distribución de las estrellas parece seguir casi las mismas lejes; sin embargo, la riqueza estelar absoluta es un poco major del lado del Sud (35); bajo este respecto el cielo austral tiene aun mas en la región opuesta. Habia jo rogado al capitán de ingenieros Scbwinck que examinase cómo las 12,148 estrellas (de la I.'' ala 7.^ magnitud) cujas posiciones ba fijado en su Mairpa corles - tis, se distribu jen entre las diferentes boras de ascensión recta; véanselos resultados que se me comunicaron: De S*" 20™ á S!)^ 20"' de ascensión recta, número de estrellas 3147 O"» 20'" á 15'' 20"' _ _ _ _ 2627 lo'' 20'" a 21'' 2()'" _ _ _ _ 3o23 21'' 20'« á S"* 20™ — _ _ — 2851 — 126 — Esos cuatro grupos concuerdan con los resultados toda- vía mas exactos de los Estudios estelares de Struve. Según éste, los máximos caen, paralas estrellas de 1/ J de 9/^ magnitud , á 6'^ 40"^ j 18^ 40™ ; los mínimos á V' °M'^ j 13'^ 30'^^ de ascensión recta (36). Si se quiere tener idea de la estructura del Univer- so , V de la posición ó del espesor de las capas estelares, es esencial distinguir entre los innumerables astros que bri- llan en el firmamento, las estrellas diseminadas esporádi- camente, de las que forman grupos independientes donde su condensación sigue le jes particulares. Esos grupos son constelaciones , que contienen con frecuencia millares de estrellas telescópicas ligadas entre sí por una dependencia evidente , j aparecen á simple vista bajo forma de ne- bulosas redondeadas , de un resplandor j de aspecto come- tario. Tales son las estrellas nebulosas de Eratostenes (37) j de Tolomeo, las nehúosas ^q\2.^ tablas Alfonsinas de 1252_, V las que, según Galileo, «sicut areolae sparsim per ?etbe- ra subfulgent.» Esos grupos de estrellas á su vez ^ pueden estar aisla- dos en el Cielo, ó reunidos y como enclavados en ciertas re- giones, tales como la Via láctea ó las nubes de Magalla- nes. La región mas rica en grupos globulares {qlohilar chisters)^ pertenece á la Via láctea, de la cual forma la par- te mas importante. Encuéntrase en el cielo austral (38), «ntre la Corona austral , el Sagitario _, la cola de Escorpión y el Altar, es decir, entre 16'^ 45°^ j 19^ de ascensión recta. Pero los grupos que se bailan en el interior ó en la proximidad de la Via láctea , no son todos redondos ó esfé- ricos, sino que se hallan muchos cujos contornos son irre- gulares, j entonces contienen menos estrellas , j su con- densación central está menos acentuada. En un gran número de grupos globulares , las estrellas son todas de igual magnitud; en otros, son muj desiguales. Alguna — 127 — Tez ha V en el centro una bella estreja roja (39), como en el grupo situado á 2'^ 10"^ de ascensión recta, y 56** 21' de de- clinación boreal. ¿Cómo pueden sostenerse esos sistemas aislados? ¿Cómo los soles que hormiguean en el interior de esos mundos pueden realizar sus revoluciones libremente j sin choques? Este es ciertamente uno de los mas difíciles problemas que puede abordar la dinámica. Apenas si se dis- tinguen las nebulosas de los grupos estelares, puesto que se las considera como formadas de estrellas, aunque de estre- llas mas pequeñas ó mucho mas apartadas de nosotros. Sin embargo , las nebulosas parecen seguir en su distribución le jes particulares. El conocimiento de esas le jes dará por resultado modificar profundamente nuestras ideas acerca de lo que se llama con tanto atrevimiento la estructura del Universo. Citemos únicamente aquí un hecho muj nota- ble: á paridad de aumento j de abertura del telescopio, las nebulosas redondas son resolubles con mas facilidad en es- trellas que las nebulosas ovales (40). Señalaremos á continuación algunos de esos grupos es- telares que forman sistemas aislados , verdaderas islas en el Océano de los mundos. las P/eyarfas , conocidas desde lamas remota antig-üedad y de los pueblos mas atrasados. Era esta la constelación de los naveg^antes: Píelas, a-nro roí icyuv, como dicc cl anlig^uo escoliador de Arato. Esta eti- molog'ía es mas exacta que la de los escritores mas modernos que la de- ducen de ttAío;, pluralidad. En el Mediterráneo, la navegación duraba desde mayo hasta primeros de noviembre; es decir, desde el nacimiento heliaco hasta la puesta heliaca de las Pleyadas. El Pesebre, en Cáncer: Nubécula quam Prsesapia vocant inter Asellos, como decia Plinio , un vBféXiov de Eratóstenes. El grupo que se encuentra en el puño de la espada de Perseo: los as- trónomos g'rieg'os lo mencionan con mucha frecuencia. La Cabellera de Berenice , perceptible á simple vista, ig-ualmente que los tres g-rupos que anteceden. Un grupo situado cerca de Arturo (n.° 1;663), á las 131i 34ra 12 de — 128 — ascensión recta, y 29° 14' de declinación : contiene mas de mil peque- ñas estrellas de 10.^ á 12.^ magnitud . Grupo colocado entre >? y ? de Hércules , perceptible á simple vista durante las noches serenas; un mag-nífico objeto visto con ayuda de un lelescopio poderoso (n,^ 1,968); está franjeado por los bordes de prolon- í^aciones bastante sing-ularcs, AR. 161i 3om 37s declinación 3° 47'; des- crito por primera vez en 1714, por Ilalley. Grupo situado cerca de o del Centauro , descrito por Halley des- de 1677: aparece á simple vista como una mancha redonda de aspecto cometario, casi tan brillante como una estrella de 4/^^ á S.^ magnitud. Por medio de poderosos telescopios se le descompone en pequeñas estre- llas de 13.^ á 13.^ magnitud, condensadas muy fuertemente hacia el cen- tro; AR. 131i 16m 38s , declinación 45» 3o'; es el número 3,504 del ca- tálogo de las nebulosas del cielo austral de Juan Herschell; tiene 13' de diámetro. {Viaje alCabo, pág. 21 y 10o; Outlines of Asir., p. 59o). Grupo vecino de x de la Cruz del Sud (n.° 3,435) , compuesto de es- trellas multicolores de 12.* á 16.^ magnitud. Esas estrellas están distri- buidas en un área de 748 ^e grado cuadrado. Es una nebulosa de Lacai- lle, y ha sido tan completamente resuelta por Juan Herschell , que no de- jaba señales de nebulosidad. La estrella central es absolutamente roja. ( Viaje al Cabo , pág. 17 y 102, lám. I , fig. 2). El grupo 47 del Tucán, de Bode, n.o 2,322 del Catálogo de Juan Herschell, uno de los objetos mas maravillosos del cielo austral. Cuando yo llegué por priniera vez al Perú y vi este grupo mas elevado sobre el horizonte, lo tomé en un principio por un cometa. Tiene 15 ó 20' de diámetro, y aun cuando está situado cerca de la nube pequeña de Maga- llanes, de perceptibilidad á simple vista , está favorecido singularmente por su situación en un espacio enteramente sin estrellas. Es en su inte- rior de un color de rosa pálida, rodeado de un ribete blanco concéntrico y formado de estrellas iguales de 14." á 16.^ magnitud. Presenta, por otra parte, todos los signos característicos de la forma globular ó es- férica (41). La Nebulosa (le Andrómeda, cerca de v de esta constelación. La resolu- ción en estrellas de ésta célebre nebulosa es uno de los descubrimientos mas notables que se han hecho en nuestra época en la astronomía side- ral. Este descubrimiento se debe á Jorge Bond (42), agregado al Obser- vatorio de Cambridge en los Estados-Unidos , y fué hecho en marzo de 1848; acredita toda la fuerza óptica del anteojo de este estableci- miento (su objetivo es de 38 centímetros de diámetro) , porque un esce lente telescopio cuyo espejo no tenia menos de 49 centímetros de diá- metro, «no dabaá conocer una sola estrella en esta nebulosas (43), y c anteojo de Cambridge deja ver mas de 1,500. Quizás la constelación de Andrómeda fué conocida desde fines del siglo X, como una nebulosa de — 129 — forma oval ; es cierto cuando menos que Simón Mario ó Mayer, de Gunt_ xenhausen, al cual se debe la observación de los cambios de color que acompañan al centelleo (4í) , ha señalado esta constelación el lo de Di- ciembre de 1612, como un nuevo astro singular falto de estrellas y des- conocido de Ticho , dando también su primera descripción detallada. Cincuenta años después, Bouillaud, autor de la Astronomía Philolaica, se ocupó del mismo asunto. Lo que presta á este grupo , cuya longitud es de 2° ^/^j-su latitud de mas de 1°, su carácter enteramente particular, son dos bandas negras muy estrechas que atraviesan como grietas la figura entera paralelamente á su eje mayor. Esta configuración observa- da por Bond , recuerda la hendidura longitudinal que atraviesa igual- mente una nebulosa no resuelta del hemisferio austral, el número 3,301, cuya descripción y dibujo ha dado Herschell en su Viaje al Cabo , pagi- naste y 105, lámina IV, ñg. 2. De intento omito la gran nebulosa de Orion en esa elec- ción de notables constelaciones, a pesar de los importantes descubrimientos que Rosse ha becbo sobre la misma con su telescopio g-igante , porque be creido mas conveniente llevar al capítulo de las nebulosas, la descripción de las re- stcelías actualmente en la constelación de Orion. La major acumulación de constelaciones, no de nebu- losas, se encuentra en la Via láctea (45), {Galaxias y el Rio celeste de los Árabes) (46), que forma casi un gran círculo de la esfera inclinada bácia el ecuador bajo un ángulo de 63°. El polo norte de la Via láctea se encuentra á 12'* 47'" de ascensión recta j 27^^ de declinación boreal, j su polo sud á 0'^ 47"^ de ascensión recta j 27° de declina- ción austral. Se vé que el polo boreal de la Via láctea está situado cerca de la cabellera de Berenice j que su polo austral cae entre el Fénix j la Ballena. Si es natural refe- rir los lugares de los planetas á la eclíptica, es decir, al gran círculo de la esfera que el Sol describe en su carrera anual, no lo es menoá referir el conjunto de las configura- ciones estelares al gran círculo de la Via láctea; sobre todo, cuando se trata de buscar el modo según el cual se agru- pan j se acumulan las estrellas en las diferentes regiones miiü III. 9 — 130 — de la bóveda celeste. En ese sentido, la Via láctea represen- ta el mismo papel en el universo sideral que la eclíptica en nuestro mundo planetario. Corta al ecuador en dos puntos; el primero está situado entre Procion j Sirio^ á 6'^ 54'" de ascensión recta; el segundo punto se halla hacia la ma- no izquierda de Antinoo á 19'^ 15™ de ascensión recta (en 1800). La Via láctea divide, pues, la esfera celeste en dos partes algo desiguales, cujas superficies están en la razón de 8 á 9. El punto equinoccial de la primavera se encuentra en la menor. La latitud de la jVia láctea es muj variable (47). La parte mas estrecha j también la mas brillante, tiene solamente 3 ó 4*^ de latitud j se encuen- tra entre la proa de la Nave j la Cruz. Por otros lados di- cha latitud toca en los 16° j aun en los 22°, por ejemplo, en- tre el Serpentario j Antinoo: cierto es que esta parte está dividida en dos ramas (48). G. Herschell ha notado que en muchos sitios la Via láctea aumenta su latitud en 6" ó 7", según sus marcos, mas de lo que á simple vista parece cuando se la juzga únicamente por el efecto de su res- plandor estelar (49). La blancura lactescente de esta zona se ha atribuido largo tiempo á la presencia de una nebulosidad general no resoluble. Hujghens llegó á esta idea ja en 1656, estu- diando la Via láctea con un anteojo de 7"^, 5. Pero solo mas tarde, empleando toda la fuerza óptica de los majores telescopios, ha podido demostrarse que este resplandor ge- neral no debia ser atribuido á la presencia de algunas ra- ras nebulosas^ sino mas bien á estratos de estrellas acumu- ladas en la misma región. Esta es la justificación de las ideas que Demócrito j Manilio se habian formado -en otro tiempo acerca de «la Via seguida por Faetón.» Allí donde la Via láctea ha sido descompuesta en estrellas, báselas YÍsto «projectarse sobre un fondo negro enteramente des- prendido de toda nebulosidad» . Debemos añadir, que el — 131 — resplandor general de la Via láctea es por todas partes el mismo (50). Un carácter general j mu j notable de a Via láctea es el de que los grupos globulares j las nebulosas ovaladas, de forma regular ^ están esparcidas de trecheen trecho (51); mientras que se las encuentra en gran número á grandes distancias de la Via láctea j también en las nubes de Ma- gallanes. En esas nubes las estrellas aisladas, los grupos globulares, en todos los estados posibles de condensación interior, j las manchas nebulosas ovales ó irregulares, es- tán abundantemente mezcladas entre sí. Sin embargo, una parte de la Via láctea se esceptúa de esta regla, puesto que se hallan grupos numerosos de forma esférica en la región comprendida entre 16'^ 45 "\ J 18'^ 44 "^ de ascensión recta; es decir, entre el Altar, la Corona austral, la cabeza j el cuerpo de Sagitario, j la cola de Escorpión. Vése también entre « j d del Escorpión una de estas nebulosas anulares tan raras en el cielo austral (52). En el campo de visión de los grandes telescopios ( j bueno es recordar aquí que los telescopios de Herschell de 20 j de 40 pies penetraban en el espacio hasta 900 j 2,800 veces la distancia de Sirio á la Tierra), se presentaba tan variada la Via láctea, en cuanto á su constitución sideral y como poco regular es á simple vista en sus límites mal acusados. Si algunas regiones ostentan grandes espacios donde la luz está repartida de una mane- ra uniforme, haj en seguida otras donde los espacios bri- llantes del resplandor mas intenso alternan con espacios pobres en estrellas, j dibujan en el Cielo enrejados ilumi- nados de un modo irregular (53). Hállanse también en el interior de la Via láctea espacios oscuros en donde es impo- sible descubrir una sola estrella; ni siquiera de IS.'' ó 20.'' magnitud. A la vista de esas regiones absolutamen- te vacías no podría menos de convenirse en que el rajo visual ha penetrado realmente en el espacio atravesando el — 132 — espesor entero de la capa estelar que nos rodea. Las mis- mas irregularidades se manifiestan en los marcos : cuando estos presentan por término medio 40 ó 50 estrellas en la estension de un campo de visión de 15' de diámetro, los marcos siguientes comprenden de ordinario diez veces mas. En ocasiones brillan en medio del polvo estelar mas fino estrellas de un resplandor superior, y faltan en su totali- dad los órdenes de magnitud intermedia. Es preciso, sin embargo, notar aquí que las estrellas llamadas de orden inferior no son necesariamente las mas apartadas; sino que es posible que teng-an un volumen mas pequeño ó que la luz se desenvuelva en ellas con menor intensidad. Para conocer bien el contraste que presentan las dife- rentes partes de la Via láctea, en cuanto al brillo j á la acu- mulación de estrellas, es necesario comparar regiones muj- apartadas unas de otras. El máximum de riqueza j de bri- llo estelar se halla entre la proa de la Nave j el Sagitario; ó hablando con mas exactitud , entre el Altar , la cola de Escorpión , la mano j el arco del Sagitario j el pié dere- cho del Serpentario. «Ninguna región del Cielo presenta tanto brillo j variedad, por la riqueza y el número de ob- jetos que allí se encuentran reunidos (54).» La región de nuestro cielo boreal que mas se le aproxima está situada en el Águila y en el Cisne, hacia el punto de división de la via láctea. El mínimum de brillo se encuentra en los alrededores de la Licornia y de Perseo, j el mínimum de latitud bajo el pié de la Cruz. Una circunstancia digna de notarse aumenta to'davía la magnificencia de la Via láctea, en el hemisferio austral; y eí? la de estar cortada bajo un ángulo de 20° próxima- mente, entre los paralelos de 59° y de 60°, por la zona es- telar donde se encuentran las estrellas mas brillantes, é in- dudablemente también las mas próximas á nosotros; zona á la cual pertenecen Orion, el Gran Perro, Escorpión, el — 133 — Centauro y la Cruz. Un arco de círculo máximo al pasai: por £ de Orion j el pié de la Cruz, dibuja bastante bien la dirección de esta zona notable, cuja intersección con la Via láctea cae entre « de la Cruz j »? de iVrgos, tan célebre por su variabilidad. El efecto verdaderamente pintoresco de la Via láctea se aumenta todavía mas por las diferentes rami- ficaciones que presenta en los ^/^ de su trajecto. La bi- furcación principal tiene lugar cerca de « del Centauro, según Herschell (55), y no cerca de ¿3 del Centauro, como indican nuestros mapas celestes, ni cerca del Altar como quiere Tolomeo (56). Las dos grandes ramas se reúnen en la constelación del Cisne. Para abarcar en su conjunto el curso entero de la Via láctea j sus ramificaciones, pasaremos rápida revista á sus diferentes partes, siguiendo el orden de las ascensio- nes rectas. Pasa por 7 j « de Casiopea, dirige al Sud, ha- cia £ de Perseo, un brazo que se pierde cerca de las Pléja- das y de las H jadas; atraviesa débil todavía v poco brillan - te, las Cabrillas (Hfedi) en la mano del Cochero, los pies de Géminis, los cuernos de Tauro, corta la eclíptica en el punto solsticial de estío, cubre la maza de Orion y atra- viesa el ecuador hacia el cuello de Licornia á las 6^ 54"^ de ascensión recta (en 1800). A partir de ese punto su brillo aumenta notablemente. Detrás de la Nave emite una rama hacia el Sud hasta la 7 de Argos, donde esta rama desapa- rece bruscamente. La principal continúa hasta los 33** de declinación austral ; allí so abre en forma de abanico hacia los 20° de ostensión, después vuelve á interrumpirse y deja un largo espacio vacío _, siguiendo la línea que une 7 j A de Argos. En seguida vuelve á recobrar la mis- ma estension, pero estrechándose hacia las patas traseras del Centauro. En la Cruz del Sud, donde llega á su míni- mum de estension, tiene solo de 3 á 4^^. Un poco mas allá se estiende de nuevo y se trasforma en una masa mas bri- ~ 134 — liante, en donde están comprendidas la /3 de Centauro, " j i? de la Cruz^ como también el espacio oscuro en forma de pera, que toma el nombre de Saco de Carbón^ v del cual liablaré muj pronto en el capítulo VII. En dirección á esta región notable, un poco mas abajo del Saco de Carbón, es donde la Via láctea se aproxima mas al polo austral. Como ja be dicho antes, divídese cerca de la « del Centauro , j su bifurcación se sostiene, según las antiguas descripciones, basta la constelación del Cisne. Partiendo de la a del Centauro, se ve desde luego dirigirse hacia el Nor- te una estrecha rama que se pierde hacia el Lobo. Después se manifiesta una división en el Compás cerca de y de la Regla. La rama septentrional presenta formas irregulares hasta los pies del Serpentario ; allí se desvanece por com- pleto. La rama meridional llega á ser entonces la rama principal , atraviesa el Altar j la cola de Escorpión , diri- giéndose hacia el Arco de Sagitario , v corta la eclíptica á los 276° de longitud. Reconócesela mas lejos corriendo á través del Águila, la Flecha j el Zorro hasta el Cisne, pero bajo una forma accidentada é interrumpida á trechos. En este sitio comienza una región en estremo irregular ; vése en ella j entre s, a J y del Cisne, un largo sitio oscuro que Juan Herschell compara al Saco de Carbón de la Cruz del Sud (57), j que forma una especie de centro de donde di- vergen tres corrientes parciales. Es fácil de seguir la mas brillante si se pasa mas allá de la ^ del Cisne v ^ del Águila ; pero no llega á reunirse con la rama de que se ha hecho mención antes, la cual se estiende hasta el pie de Ofiuco. Una parte mas considerable de la Via láctea sale ademas de la cabeza de Cefea, es decir, de cerca de Casio- pea, punto de partida de toda esta descripción, j se diri- ge hacia la Osa menor ó el polo Norte. Los progresos estraordinarios que en el estudio de la Via láctea se deben al empleo de los grandes telescopios, han I '^^ 1'jD hecho que al conocimiento puramente descriptivo ú óptico de esta parte del Cielo, sigan cálculos mas ó menos afortu- nados acerca de su constitución física. Tomas Wright (58), Kant, Lambert y G. Herschell mismo, no veian en esta inmensa acumulación de estrellas mas que la simple pers- pectiva de un estrato estelar aplanado j mas ó menos regu- lar, en el fondo del cual estaria en este caso colocado nues- tro sistema solar. En cuanto á la hipótesis opuesta, la de la igual magnitud de las estrellas j de su uniforme distri- bución en el espacio, todo concurre hoj á destruirla. Sin embargo, G. Herschell en sus liltimos trabajos ha conclui- do por modificar su primera idea; en vez de una inmensa capa de estrellas, este hábil j atrevido escrutador de los Cielos ha preferido admitir en definitiva la hipótesis de un vasto anillo estelar, que habia sin embargo combatido en su bella Memoria de 1784 (59). Las últimas observaciones pa- recen decidirse en favor de un sistema de anillos concéntri- cos de espesores muj desiguales, v cujas diferentes capas mas ó menos luminosas para nosotros estarían en tal caso colocadas á diversas profundidades en el espacio. Pero el brillo relativo de esas pequeñas estrellas comprendidas en- tre la 10. "* j la 16.^ magnitud, no bastaria aquí para dar- nos la medida de su distancia; es imposible, pues, deducir nada satisfactorio en cuanto á la evaluación numérica del radio de las esferas á que esas estrellas pertenecen (60). En muchas regiones de la Via láctea la fuerza de pe- netración de nuestros instrumentos ópticos basta para re- solver las nubes estelares en toda su estension^ j hacer ver los puntos luminosos sobre el fondo vacío j negro de los espacios infinitos. Puede decirse entonces que la vida pene- ' tra libremente en el espacio. «It leads us , » dice Juan Herschell, «irresistiblj to the conclusión that in these re- gions we seej'airlf/ tlirough the starrj stratum (61).» En ciertas regiones, la Via láctea se abre paso por sus hiatos ó I — 136 — sus aberturas; en otras, lia permanecido impenetrable (fa- thomles insondable) , aun para el célebre telescopio de 40 pies (62). La teoría actual del sistema de los anillos g-alacticos, y la determinación de lo que atrevidamente se llama «el lu- g-ar del Sol en este sistema,» se deben en g-ran parte á los recientes trabajos de Juan Herschell en el hemisferio aus- tral. Para obtener estos resultados^ cuja verosimilitud é interés sobre todo no se pueden desconocer, ha estudiado la distribución de la luz estelar en las diferentes regiones de la Vía láctea, j los órdenes de magnitud de las estrellas que se acumulan mas j mas á partir de los polos galácti- cos , acumulación que ha sido comprobada en un espacio de 30° por ambos lados de la Via láctea para las estrellas inferiores á la 11.* magnitud (63), j por consiguiente para los *^/i7 de la totalidad de las estrellas. El sitio que se ba asignado de esta manera al Sol es escéntrico; colócasele so- bre la línea de intersección de una de las capas secunda- rias con el plano del anillo principal (64) _, en una de las regiones mas vacías, mas cerca de la Cruz del Sud que de la región donde se encuentra el nudo opuesto de la Via láctea (65y. «La profundidad á que se ba colocado nuestro sistema solar en la capa de estrellas que forma la Via lác- tea , debe, pues ^ ser igual á la distancia de las estrellas de 9.^ á 10.' magnitud, y de ningún modo á la de las estre- llas de ll.*" magnitud, contándose esta profundidad á par- tir de la superficie meridional del estrato estelar (66).» Pero allí donde las medidas directas llegan á ser imposi- bles por la naturaleza misma del problema, el entendi- miento humano, aun presintiendo la verdad no llega sin embargo á recoger mas que un incierto resplandor. IV. ESTRELLAS NUEVAS. — ESTRELLAS CAMBIANTES EX PERIODOS YA DE- TERMINADOS.— ASTROS CUYO BRILLO SUFRE VARIACIONES PERO CUYA PERIODICIDAD NO HA SIDO RECONOCIDA AUN. Estrellas nuevas. — La aparición de una nueva estrella La escitado siempre el asombro, sobre todo cuando el fenó- meno ha sido repentino, j cuando la estrella era de primera magnitud j de fuerte centelleo. Es, en efecto, este fenóme- no lo que justamente podria llamarse un acontecimiento en el Universo. Lo que hasta entonces habia permanecido oculto á nuestras miradas, se hace visible j revela de re- pente su existencia. La sorpresa, por otra parte, es tan- to mas viva, cuanto que semejantes acontecimientos se presentan rara vez en la Naturaleza. Desde el siglo XVI al XIX, los habitantes del hemisferio boreal han apercibido á simple vista 42 cometas, es decir, 14 cometas por térmi- no medio cada siglo; mientras que solo han presenciado 8 apariciones de estrellas nuevas en el mismo espacio de tiempo. Su rareza es mucho mas palpable si se cuentan períodos mas largos. Desde la época importante de la his- toria de la Astronomía, en que las tablas Alfonsinas fueron terminadas, hasta la de G.Herschell, de 1252 á 1800, hán- se contado próximamente 63 cometas no telescópicos j so- lamente 9 estrellas nuevas. En este período, pues, en que — 138 — la civilización europea permite una atención científi- ca suficientemente sostenida, la relación de las estre- llas nuevas con los cometas visibles es la de 1 á 7. Hare- mos ver bien pronto, que si se distinguen con cuidado en el catálogo cbino de Ma-tuan-lin, las estrellas nuevas de los cometas desprovistos de cola, j si se remonta, con ajuda de esta preciosa colección basta el año 150 antes de nues- tra era, apenas se bailan en 2^000 años, 20 á 22 aparicio- nes de estrellas cuja realidad pueda garantirse. Antes de pasar á las consideraciones generales, con- viene que nos detengamos un momento on un caso parti- cular, estudiando en los escritos de un testigo presencial^ la viva impresión que puede causar el inesperado aspecto de un fenómeno de este género. «Cuando abandone la Alema- nia para volver de nuevo á las islas danesas, dice Ticbo- Brabe, me detuve (ut aulicaB vitse fastidium lenirem) en el antiguo convento admirablemente situado de Herritz waldt, perteneciente á mi tio Stenon Bille, j allí adquirí la cos- tumbre de permanecer en mi laboratorio químico basta el caer de la nocbe. Una tarde que consideraba, como de or- dinario, la bóveda celeste cu jo aspecto me es tan familiar, vi con asombro indecible cerca del zenit, en Casiopea, una radiante estrella de magnitud estraordinaria. Para con- vencerme de que no era ilusión de mis sentidos j para recoger el testimonio de otras personas, bice salir á los obre- ros ocupados en mi laboratorio j les pregunté^ como á to- dos los transeúntes, si veian como jo la estrella que acaba- ba de aparecer de repente. Supe después que en Alemania los cocberos j otras gentes del pueblo babian advertido á los astrónomos de una gran aparición en el Cielo, lo que ba suministrado la ocasión de renovar las burlas acostumbra- das contra los bombres de ciencia (como para los cometas cuja venida no babia sido predicba). «La estrella nueva , continúa Ticbo, estaba desprovista — 139 — de cola, no la rodeaba nebulosidad alguna; parecíase en todo á las demás estrellas, j únicamente centelleaba aun mas que las de primera magnitud. Su brillo escedia al de Sirio, la Lira j Júpiter. Solo podia compararse al de Ve- nus, cuando mas cerca está de la Tierra (entonces un cuarto de su superficie está únicamente iluminado para nosotros.) Las personas dotadas de buena vista podian distinguir esta estrella durante el dia^ aun al medio dia, cuando el Cielo estaba sereno. Durante la noche j cerrado el Cielo, ocultas todas las demás estrellas, la nueva era visible muchas ve- ces á través de nubes muj densas (nubes non admodum densas). Las distancias de esta estrella á otras de Casio- pea, que he medido al año siguiente con especial cui- dado, me han convencido de su completa inmovilidad. A partir del mes de Diciembre de 1572 empezó á disminuir su brillo; entonces era igual á Júpiter. En enero de 1573 llegó á ser menos brillante que Júpiter. Los resultados de mis comparaciones fotométricas son los siguientes: en Fe- brero j Marzo, igualdad con las estrellas de primer orden (stellarum affixarum primi honoris; Ticho no ha querido emplear jamás la espresion deManilio, stellae fixse); en Abril jMajo, brillo de las estrellas de 2.^ magnitud; en Julio y Agosto de 3.^; en Octubre y Noviembre de 4/ Hacia el mes de Noviembre, la estrella nueva no escedia á la ll."" estre- lla en lo bajo del dosel del trono de Casiopea. El paso de la 5.^ á la QJ" magnitud tuvo lugar desde Diciembre de 1573 á Febrero de 1574. El mes siguiente, la estrella nueva desapareció sin dejar rastro perceptible á simple vista, des- pués de haber brillado 17 meses.» El telescopio fué inven- tado 37 años después. Así, la estrella perdió su brillo de una manera sucesi- va j perfectamente regular, sin presentar períodos de re- crudescencia, como ha sucedido en nuestros dias con la ,, de Argos, estrella que no puede llamarse nueva seguramente. — i40 — El color cambiaba al mismo tiempo que el brillo, lo que dio lugar pasado algún tiempo, á una multitud de congeturas equivocadas acerca de la velocidad de propagación de los diferentes rajos colorados. En los primeros tiempos de su aparición, cuando igualaba en brillo á Venus j á Júpiter, permaneció durante dos meses blanca; pasó enseguida á, amarilla j después á roja. Durante el invierno de 1573, Ticho la compara á Marte; luego la halla casi semejante á la espalda derecha de Orion (Beteigeuze). Sobre todo encon- traba en ella cierta analogía con el color rojo de Aldébaran. En la primavera de 1573, principalmente hacia el mes de Majo, reapareció el color blanquecino: «albedinem quam- dam sublividam induebat, qualis Saturni stelke subesse vi- detur». En Enero de 1574, continuó así de 5."* magnitud j blanca, pero de una blancura menos pura_, j centelleaba con una vivacidad estraordinaria dada su magnitud; por último, conservó las mismas apariencias hasta su total des- aparición ocurrida en Marzo de 1574. Esos detalles circunstanciados (67) ponen de manifies- to la influencia que un fenómeno semejante debia ejercer en los espíritus de una época tan brillante para la Astrono- mía, j la importancia que se otorgaba ja á las problemas á que daba lugar. Como á pesar de la escasez de estrellas nuevas, se reprodujeron fenómenos de ese género 3 ve- ces en 32 años, á los ojos de los astrónomos europeos, esos acontecimientos estraordinarios j reiterados escitaron en sumo grado el interés universal. Reconocióse mas j mas la importancia de los catálogos estelares, únicos que pue- den dar el medio de examinar la novedad de la estrella. Discutióse su periodicidad posible (68), es decir su reapari- ción después de muchos siglos. Ticho adelantó de un modo atrevido una teoría acerca de la manera como se forman las estrellas á espensas de la materia cósmica, j su teoría es análoga á la de G. Herschell. Cree que esta materia celeste — Mi — está desde su principio en el estado de nebulosidad, j que llega á ser luminosa por su condensación ; j por último que se aglomera formando estrellas: «Coeli materiam te- nuissimam, ubique nostro visui et Planetarum circuitibu» perviam, in unum globum coudensatum, stellam effinge- re». Esta materia cósmica estendida universalmente habria adquirido ja en este caso, cierto grado de condensación en la Via láctea donde brilla con un dulce resplandor plateado. Esta es la causa por la que la estrella nueva se hallaba, co- mo las que aparecieron en 945 j 1264, al borde mismo de la Via láctea «quo factum est quod nova stella in ipso Ga- laxise margine constiterit» ; j aun se reconoce el sitio (hia- to) que la materia de la Via láctea ha dejado vacío al con- densarse (69). Esos cálculos recuerdan teorías que se des- envolvieron á principios del siglo XIX; la transformación de la materia nebulosa en grupos estelares; la fuerza de concentración que condensa poco á poco esta materia, dan- do vida á una estrella central, j todas esas hipótesis acerca de la marcha que sigue la materia nebulosa . para formar globos sólidos. Esas ideas han reinado solo un instante: hoj son desechadas como dudosas. Tal es la suerte de las hipótesis en la eterna fluctuación de las opiniones j de los sistemas. Reúno aquí todas las apariciones de estrellas nuevas- temporales sobre cuja certeza puede tenerse seguridad has- ta cierto punto. (a) 134 antes de J.-C. en el Escorpión. (b) 123 después de J.-C. en Ofiuco. (c) 173 en el Centauro. (d) 369 ? (e) 386 en Sag-itario. (f) 389 en el Águila. (g) 393 en el Escorpión. (h) 827 ? en el Escorpión, (i) 94.Í entre Cefea y Casiopea, — 142 — (k) 1012 en Aries. (1) 120B en Escorpión. (m) 1230 en Ofiueo. (n) 1264 entre Cefea y Casiopea. (o) 1372 en Casiopea. (p) 1378. (q) 1384 en el Escorpión. (r) 1600 en el Cisne. (s) 1604 en Ofiueo. (t) 1609. (u) 1670 en el Zorro. fu; 1848 en Ofiueo. ACLAKACIONES. (a) Primera aparición, entre /3 y p del Escorpión, en Julio del año 134 antes de J.-C; estracto de la Colección china de Ma-tuan-lin , traducida y arreglada por el sabio ling-üista Eduardo Biot (Conocimiento de los tiem- 2)0s, año 1846, p. 61). Hállase en este cátalog"o la descripción de las es- trellas estraor (linarias de un aspecto estraño, llamadas por los Chinos estre- llas huéspedes (Ke-sing-, estranjeros de una fisonomía particular). Estas estrellas se disting-uen por los observadores mismos , de los cometas pro- vistos de cola ; pero las estrellas nuevas inmóviles están mezcladas con un cierto número de cometas sin cola y erráticos. No obstante, puede en- contrarse un criterio importante, si no infalible, para disting-uirlos, en la indicación de un movimiento (Ke-sing-, de 1092, 1181 y 1438) ó en la ausencia de toda indicación de ese g-énero, como en la fórmula: «el Ke- sing' se ha disuelto» y ha desaparecido. Puede tenerse presente también que la cabeza de los cometas, con ó sin cola, brilla siempre con una luz débil y dulce y no centellea jamás; mientras que el brillo de las estrellas estraordinarias señaladas por los Chinos se compara al de Venus, lo que no podria convenir en general á los cometas , y menos aun á los cometas sin cola. La estrella que apareció en el año 134 antes de J.-C. bajo la anti- gua dinastía de los Han, podia ser, según Juan Herschell, la estrella nueva de que habla Plinio, la que indujo indudablemente á Hiparco á co- menzar su catálogo. El dicho de Plinio ha sido tomado como fábula poi' Celambre (Hist. de laAstr. ant., t. í, p. 290, é Hist. de la Astr. mod., t. I, p. 186). Pero como Tolomeo afirma espresamente ((Almag. VII, 2, p. 13, ed. Halma) que el catálogo de Hiparco corresponde al año 128 antes de nuestra era, y como Hiparco hacia sus observaciones en Rodas y quizás también en Alejandría por los años 162 y 127 antes de J.-C, como ya he dicho en otro sitio, no puede oponerse nada á la aserción de Plinio ó — 143 — á la conjetura de Herschell. Puede muy bien creerse, con cfeclo, que el gran astrónomo de Nicea ha observado larg-o tiempo antes de la época en que se determinó a construir un catálogo de estrellas. La espresion de Plinio í'suo íevo genita» se refiere evidentemente á la vida entera de Hi- parco. Cuando la estrella de 1372 apareció (la de Ticlio), disputóse largo tiempo acerca de si la estrella de Hiparco era también una estrella nueva ó un cometa sin cola. Ticho era déla primera opinión (Progymn., p. 319- o2o). Las palabras «ejusque motuad. dubitationem adductus» podrían ha- cer pensar que se trataba de un cometa débil ó sin cola: pero el lenguaje algo falso de Plinio dá motivo á toda ambigüedad en la espresion. (b) Aparición scíialada por los Chinos, en Diciembre del año 123 des- pués de nuestra era, entre a de Hércules y « de Ofiuco ; colección de ]Ma-tuan-lin según Ed. Biot. (Parece que debió haber todavía otra apa- rición de una estrella nueva bajo Adriano, hacia el año 130). (c) Estrella singular y muy grande, tomada de Ma-tuan-lin, así como las tres siguientes. Apareció el 10 de Diciembre de 173, entre « y ^ del Centauro, y desapareció ocho meses después, luego de haber enseñado los cinco colores uno en pos del otro. Eduardo Biot dice sucesivamente en su traducción ; podría deducirse de esta espresion que esta estrella ha pre- sentado en diferentes épocas una serie de colores análogos á los de la estrella de Ticho ; pero Juan Herschell cree que se trata solamente de un centelleo colorado (Ouflines, p. 363): igual interpretación á la que Arago ha dado á una espresion casi i léntica de Keplero respecto á la estrella nueva de 1604 en el Serpentario. (Arago, Astr. fop., t. I, p. 426). (d) Brilló desde el mes de Marzo hasta el de Agosto del año 369. fe) Entre /I y «f del Sagitario. El catálogo chino indica también aquí €spresamente el lugar «donde permanecía la estrella desde el mes de Abril hasta el de Julio de 386.»» Estaba, pues, inmóvil. (f) Estrella nueva cerca de <* del Águila; según la relación de Cuspi- niano, testigo ocular, l)rJUaba con el resplandor de Yénus, en tiempo del emperador Honorio; desapareció tres semanas después sin dejar señal alguna (70). (g) Marzo 393: también en el Escorpión, pero esta vez en la cola; to- mada del catálogo de Ma-tuan-lín. (h) El año 827 dudoso : es mas seguro decir en la primera mitad del siglo IX. Con efecto, hacia esta época, y bajo el reinado del califa Al- Mamun, dos célebres astrónomos árabes, Haly y Giafar Ben-Mohammcd Aibumazar, observaron en Babilonia una estrella nueva «cuya luz igua- laba á la de la Luna en su primer cuadrante!'» Este acontecimiento tuvo lugar también en el Escorpión : la estrella se desvaneció después de un intervalo de cuatro meses. (i) La aparición de esta estrella en 943, bajo el emperador Otón el Grande, así como la del año 1264, se fundan únicamente en el testimonio — 144 — del astrónomo bohemio Cipriano Leovilio, que asegura haber tomado sus apuntes de una Crónica manuscrita. Este astrónomo hizo notar al propio tiempo que las dos apariciones de 943 y de 1264 tuvieron lugar entre Cefea y Casiopea muy cerca de la Via láctea, precisamente en el si- lio donde la estrella de Ticho apareció en lol2. En los Progymnasmata (p. 331 y 709), Ticho es déla misma opinión de Cipriano Leovitio en con- tra de Pontano y Camerario que le atribulan el haber confundido cometas de larg-as colas con estrellas nuevas. (Ji) Seg-un el testimonio de Hepidanno, monje de Saint Gall, muerto en 1088, y cuyos anales se estienden de 709 á 1044, apareció hacia fines de Mayo de 1012 una estrella nueva de una magnitud estraordinaria y de un brillo sorprendente (oculos verberans), en Aries, en el punto mas meridional del Cielo, y permaneció alH visible durante tres meses. Fué en su aparición unas veces mayor, otras menor, llegando á desaparecer algún momento. «Novastella apparuit insolitre magnitudinis, aspectuful- gurans, et oculus verberans non sine terrorc. Quse miruní in modum ali- quando contractior, aliquando diffusior, etiam extinguebatur interdum. Yisa est autem per tres menses in intimis finibus Austri , ultra omnia signa qu£e videntur in coelo.» Hepidatmi Anuales breves en Duchesne , His- toriíB Francorum Scríptores, t. III, 1641, p. 477; (V. también Schnurrer, Chronik der Senchen, i .^ parto, p. 201). El manuscrito consultado por Du- chesne y por Goldast coloca esta aparición en 1012; pero según recientes críticas históricas, es necesario preferir las indicaciones de otro manus- crito que está en desacuerdo frecuente con el primero y que retrasa, por ejemplo, todas las fechas en seis años. Coloca la aparición de la estrella nueva en el año 1006 (V. Anuales Sangallenses madores en Pertz, Monumenta Germanice histórica, Scriptorum, t. I, 1826, p. 81), Nuevas investigaciones ponen en duda que haya escrito nunca Hepidanno. El singular fenómeno de la pariaMlidad ha sido llamado por Chladni la combustión y la destruc- ción de una estrella. Ilind cree que la estrella de Hepidanno es idéntica á otra estrella nueva de Ma-tuan-lin , que debió ser vista en China en el mes de Febrero de 1011, entre de Sagitario (Notices of the R. Astr. Soc.,t. Yin, 1848, p. io6). Pero entonces seria preciso que Ma-tuan-lin se hubiera equivocado á la vez en el año y en la constelación donde hizo su aparición la estrella. (1) A fines de Julio de 1203, en la cola de Escorpión, «Estrella nueva de color azulado sin nebulosidad luminosa y semejante á Saturno,» se- gún los catálogos chinos. (Eduardo Biot, en el Conocimiento de los tiem- pos, 1846, p. 68.) (??i) Una observación china tomada de Ma-tuan-lin , cuyo catálogo astronómico que contiene las posiciones bastante exactas de los cometas y délas estrellas, se remonta á 613 años antes de J. C. , es decir, á la época de Thales y de la espedicion de Coleo do Samos. La nueva estre- — 145 — lia apareció hacia mediados de Diciembre de 1230 , entre Ofmco y la Serpiente. Se desvaneció á fines de Marzo de 1231. (n) Estrella de que habla el astrónomo de Bohemia, Cypriano Leo- vitio (véase mas arriba (í) la estrella del año 945). En la misma época (Julio de 1264), apareció un g-ran cometa cuya cola abarcaba la mitad del Cielo, y que no pudo por consig-uiente ser confundido con la estrella nue- va que se presentó entre Cefea y Casiopea. (o) La estrella de Ticho de 11 de Noviembre de 1572, en el trono de Casiopea ; Ase. rec. = 3° 26' Decli; = 63° 3' (para 1800). (p) En Febrero de 1578 seg-un Ma-tuan-lin. La constelación no se ha indicado. Es necesario que el brillo de esta estrella haya sido muy estraordinario pues el catálog'o chino, añade: «¡una estrella g-rande como el Sol !'^ ((/) El 1° de Julio de 1584 , cerca de ti- de Escorpión : observación china. (r) La estrella 34 del Cisne según Bayer. Guillermo Janson, g-eógrafo notable que hizo alg-un tiempo sus observaciones bajo la dirección de Ticho, es el primero que fijó su atención sobre esta nueva estrella, situada ■en el pecho del Cisne al principio del cuello; esto es al menos lo que prueba una inscripción de su globo celeste. Keplero, falto de instrumen- tos desde la muerte de Ticho, é impedido ademas por sus viajes, no em- pezó á observarla hasta dos años después , ni tuvo noticia de su existen- cia hasta esta época; circunstancia sing-ular, porque la estrella era de 3.^ mag'nitud. «Cum mense Maio anni 1602, dice, primum iitteris monerer de novo Cyg-ni phcenomeno...»» (Keplero , de Stclla nova tertii honoris iii Cygno, 1606, adición a la obra de Slella Nova in Serpent. , p. 152, 154, 164 y 167). En ninguna parte del tratado de Keplero se halla que la es- trella nueva del Cisne haya empezado por ser de l.^*^ magnitud , por mas que así se tenga dicho con frecuencia en recientes escritos. Keplero la llama parva Cygni stellu, y la clasifica siempre en la 3.^ magnitud. Coló- cala á los 300° 46 ' de Ase. rec, y a- 36° 52/ de Decl.; lo que da para 1800: 302° 36^ y -4- 37°27''. La estrella disminuyó de brillo especialmente á par- tir de 1619, y acabó por desaparecer en 1621, Domingo Cassini la vol- vió á ver en 1655; llegó a la 3.* magnitud y desapareció de nuevo. (V. Jacobo Cassini, Elem. de Astr., p. 69). Hevelio la observó otra vez ca Noviembre de 1665 ; era entonces muy pequeña ; aumentó después, pero sin llegar en esta ocasión á la 3.^ magnitud. Entré 1677 y 1682 descendió a la 6.^ magnitud , y ha permanecido en el Cielo en este orden de brillo. Juan Herschell la cita en la lista de las estrellas cambiantes , pero no así Argelander. (s) Después déla estrella que se vio en 1572 en Casiopea, la mas cé- lebre es la que apareció en 1604 en el Serpentario, á los 259" 42' de Ase. rec, , y 21° 15' de Declin, austral (para 1800), A una como á otra TOMO ni 10 — 146 — se une lia gran nombre. La estrella nueva del pié derecho del Ser- pentario no fue descubierta en verdad por Keplero mismo, sino por su discípulo Juan Brunowski, de Bohemia, el 10 de Octubre de 1604. «Esce- dia á las estrellas de l.^ mag-nitud, y también á Júpiter y Saturno ; pero era menos brillante que Yenus.» Herlicio pretende haberla observado desde el 27 de Setiembre. Sii brillo era menor que el de la estrella de TichO' en 1372 ; tampoco era tan visible en pleno dia como aquella; pero su centelleo era mucho mas vivo , y por esto especialmente escitaba la ad- miración de los observadores. Como el centelleo va unido siempre al fenómeno de la dispersión de los colores , no sorprende que se haya ha- blado tanto de su hiz coloreada y de sus continuas variaciones. Arago {Astronomía foipular, t. I, p. 4lí), ha hecho observar que la estrella de Keplero no ha presentado en modo aÍg"üno como la de Ticho variaciones permanentes de color, pasando sucesivamente y por un tiempo conside- rable del blanco al amarillo, del amarillo al rojo y del rojo al blanco. Keplero dice muy claramente que esta estrella parecía blanca cuando se elevaba sóbrelos vapores del horizonte. Si habla de los colores del Iris lo hace únicamente para pintar mejor el fenómeno de su centelleo colo- reado. «Exemplo adamantis mulíanguli, qui Solis radios intcr converten- dum ad spectantium oculos variabili fulg-ore revibraret, colores Iridis (stella nova in Ophiucho) succesive vibratu continuo recipracabat." (De Nova Stella Serpent., ]). 3 y 12o). A principios del mes de Enero de l60o^ la estrella era mas brillante que Antarés, pero un poco menos que Artu- ro. A fines de Marzo del mismo año se hace de 3.^ mag^nitud. La proxi- midad al Sol interrumpió las observaciones durante cuatro meses. Des- apareció sin dejar señal entre Febrero y Marzo de 1606. Ciertas obser- vaciones bastante inexactas de Escipion Claramonti y del geógrafo Blaeu (Blaew) acerca de los cambios de posición de la estrella nueva, apenas si merecen mención, como consigna ya J. Cassini en sus Elem. de Astron., p. 65; por otra parte, estaban en contradicción con el trabajo de Keplero, mucho mas seguro. El catálogo chino de Ma-tuan-lin contiene una aparición que por la fecha y posición presenta alguna analogía con la de la estrella nueva del Serpentario. El 30 de Setiembre de 1604 se vio en China cerca de -m de Escorpión una estrella de color naranjado «(¿del grosor de una bola?)». Brilló al Sud-oeste hasta el mes de Noviem- bre del mismo año . y entonces llegó á hacerse invisible. Reapareció en 14 de Enero de 1605, al Sud-este; pero llegó á oscurecerse mucho en Marzo de 1606. (Conocimiento de los tiempos para 1864, p. .59). El lugar designado aquí para jc de Escorpión puede ser confundido fácilmente con el pié del Serpentario; pero las espresiones Sud-oeste y Sud-este, la reaparición, y sobre todo la circunstancia de que no esta indicada nin- guna desaparición final, dan lugar á ciertas /.ludas sobre la identidad de los dos astros. — 147 — (t) Una nueva estrella de Ma-tuan-lin: magnitud considerable: vista al Sud-Oeste. No hay mas indicios. ^ (u) Estrella nueva descubierta el 20 de Junio de 1670 por el cartujo Anthelmo, en la cabeza del Zorro, muy cerca de ^ del Cisne. Ase. rec.= 29.JO 27 /. Declin. = -i- 26^ íl L En un principio era de 3.^ magaitud úni- camente; luego bajó hasta la 5.^ hacia el 10 de Agosto. Desapareció al fin de 3 meses para aparecer de nuevo el 17 de Marzo de 1671 con el brillo de una estrella de 4.^^ magnitud. Domingo Cassini la observó asiduamen- te en Abril de 1671, y la encontraba de luz muy variable. Creyóse que se presentarla con el mismo brillo al cabo de un período de 10 meses; pero no fue así. Buscósela infructuosamente en Febrero de 1672. Hasta el 29 lie Marzo del mismo año no apareció de nuevo , pero como de 6.^ mag- nitud; desde esa época no se la ha vuelto á ver. (Jacobo Cassini, Elemen- ios de Astronomía , p. 69-71). Esta aparición indujo á Domingo Cassini á rebuscar las estrellas que no habían todavía sido vistas (¡por él!). Cree haber encontrado 14 de í.''^, o.* y 6.^^ magnitud (8 en Casiopea, 2 en el Eridan y 4 cerca del polo boreal). Como no tenemos dato alguno acerca de esas estrellas, así como tampoco de las que ocuparon á Maraldi des- de 1694 á 1709, debe considerárselas como mas que dudosas, y nos es imposible por lo tanto mencionarlas. (Jacobo Cassini, Elementos d Astro- nomia, p. 73-77); Delambre, Uist. de la Astr. mod., t. lí, p. 780). (v ) Desde la aparición de la estrella nueva del Zorro, se pasaron 178 años sin que se presentase fenómeno alguno semejante; sin embargo, el Cielo había sido esplorado cuidadosamente durante esto intervalo , mer- ced al continuo empleo de los anteojos y á la construcción de catálogos estelares cada vez mas exactos. Por último, en 28 de Abril de 1848, des- cubrió Hind una estrella nueva en el observatorio particular de Bishop (South Villa, Regent's Park). Su estrella era de 3.^ magnitud, de colo- rojizo y situada en el Serpentario, á 16h oOm o9s de Ase, rect,; y 12°r 39/ 16/'' de Declin, austral (para 1848). Nunca para ninguna otra es- trella nueva se comprobaron con tanto cuidado y exactitud la novedad de la aparición ó la invariabilídad de posición. Hoy es (1830) de 11^ magnitud escasamente, y según las asiduas observaciones de Lichten- berger', es probable que desaparezca totalmente dentro de muy poco. (Notices of the Astr. Soc, t. VJIÍ , p. 146 y 153-i:i8;. Este cuadro de las estrellas nuevas que han aparecido j desaparecido durante 2,000 años, es quizás algo mas completo que los cuadros del mismo género publicados hasta el dia. De él se desprenden las observaciones siguien- tes. Tres clases de fenómenos deben distinguirse: las estre- — 148 — lias que aparecen súbitamente j desaparecen después de un tiempo mas ó menos largo; aquellas cu jo brillo está sometido á variaciones periódicas determinadas desde lue- go, j las que como r¡ de Argos aumentan de brillo, y pre- sentan en seguida variaciones cuja luz desconocemos. La estrella nueva del año 1,600 (en el Cisne), que desapa- reció del todo, pero únicamente sin duda á simple vista^ reapareciendo en seguida j quedando definitivamente como estrella de 6/ magnitud, demuestra perfectamente la afi- nidad de los fenómenos de las dos primeras clases. Creíase ja en tiempo de Ticho que la estrella nueva de 1572 (en Casiopea) podria ser la misma que las de 945 j de 1264. Como los intervalos un poco inciertos quizás son de 319 j de 308 años, Goodricke supone un período de tres siglos; Keill j Pigott le redujeron á la mitad j formaron un pe- ríodo de 150 años. Pero Arago ha demostrado que la estre- lla de 1572 no podia ser colocada con certeza en el número de las estrellas periódicamente variables (71). Nada basta aquí autoriza á considerar todas las estrellas nuevas como simples estrellas variables de largo período, que nos hu- bieran sido desconocidas por la longitud misma de éste. Si, por ejemplo, la luz propia de todos los soles del firma- mento resulta del juego de las acciones electro-magnéticas en sus fotosferas , no es necesario recurrir á una condensa- ción local j temporal del éter, ni á la interposición momen- tánea de las pretendidas nubes cósmicas, para esplicar las variaciones de esta luz , que esas variaciones sean por otra parte regulares ó no, que se reproduzcan en épocas deter- minadas ó que tengan lugar mas de una vez. Los fenóme- nos de luz que nacen de las acciones eléctricas en la super- ficie de nuestro propio globo, los relámpagos por ejemplo,, <> las auroras boreales, ¿no enseñan en medio de numerosas irregularidades aparentes una cierta periodicidad depen- diente de las estaciones, ó también de las horas del dia? — 149 — Otro tanto puede decirse de las pequeñas nubes que se for- man con frecuencia muchos dias seguidos en un cielo se- reno j siempre en los mismos sitios; prueba de esto las ano- malías persistentes que se hallan en seguida en las obser- vaciones astronómicas hechas en semejantes circunstancias. Una de las particularidades mas interesantes á mi modo de ver en esos fenómenos, es que casi todas las estrellas nuevas aparecen con el major brillo , esceden desde luego á las estrellas de primera magnitud por la vivacidad de la luz j por la de centelleo; en una palabra^ no se observa á simple vista llegar por grados al máximum de brillantez. Keplero daba tanta importancia á esta especie de crite- rio (72), que hacia de él argumento contra las aserciones de Policiano. Pretendía este último haber descubierto la estrella nueva del Serpentario (en 1604) mucho tiempo antes que Brunowski , j Keplero rebatía su reclamación en los siguientes términos: «Apparuit nova stella parva, et postea de die in diem crescendo apparuit lumine non multo inferior Venere, superior Jove.» Esceptúanse solo de la re- gla tres estrellas, que han presentado un aumento de luz progresivo; son estas: la estrella de 3." magnitud de 1600 (en el Cisne), la de 1670 (en el Zorro), jla estrella nueva de Hind, en el Serpentario (en 1848). Es muj de sentir que estos fenómenos ha jan llegado á ser tan raros desde hace 178 años. Con efecto, solamente dos veces se han presentado durante este largo intervalo, á diferencia de la sucesión con que se hablan concentrado, por decirlo así, en los siglos precedentes: 4 en 24 anos, hacia fines del siglo iv; 3 en 61 años, en el xiii, j 6 en 37 años, hacia la época de Ticho j de Keplero, á fines del siglo xvi j principios del xvii. Entiéndase bien que cuento aquí las estrellas estraordinarias observadas por los chinos , porque ai decir de los jueces competentes, la major parte de esas observaciones es digna de confianza. Verdad es que las — 150 — estrellas vistas en Europa no lian sido siempre consignadas en la colección de Ma-tuan-lin; la de Ticho (157*2) no está; y quizá tampoco la de Keplero (1604) podria identifi- carse con ninguna de las estrellas observadas en la China. No acierto á comprender la razón de esas discordancias; v es muj difícil también hacerse cargo de ellas, como espli- car el por qué el gran fenómeno luminoso observado en China en el mes de febrero de 1570, no ha sido visto ni mencionado por los Europeos. En todos los casos no es la diferencia de las longitudes denlos dos paises (114°) lo que podria esplicar esas contradicciones. Pero las personas acostumbradas a este género de investigaciones saben que la carencia de toda mención histórica respecto de los acon- tecimientos políticos ó celestes, no prueba nada en contra de su existencia. Compárense, por otra parte, entre sí los tres catálogos comprendidos en la colección de Ma-tuan-lin, j se encontrarán en uno de ellos apariciones de cometas, por ejemplo los de 1385 j 1495, que no están trasladadas á los otros ó á uno de los otros. x^ntiguos j modernos, Ticho v Keplero, como Juan Herschell é Hind, han hecho notar que la major parte de las estrellas nuevas aparecieron en el interior ó en los lados déla Via láctea. Los ^/.j de esas estrellas observadas en Euro- pa ó en China están en ese caso. ¿Es la Via láctea una senci- lla agregación de estrellas telescópicas, cuja reunión en es- tratos anulares le da la apariencia de una luz dulce v ne- bulosa? Entonces la idea de Ticho es falsa en un todo; no es posible representar las estrellas nuevas como simples for- maciones llevadas á efecto ante nuestra vista a espensas de la materia cósmica. Indudablemente la gravitación general se ejerce tambion en esas capas estelares , en ese grupo de estrellas mas ó menos condensadas, ó puede también figu- rarse un movimiento de rotación alrededor de un centro común; pero no se podria ir mas lejos sin caer en el domi- — 151 — üio de la indeterminación v de los mitos astroo-nósicos. En- tre las 21 estrellas nuevas citadas en la lista precedente, 5 pertenecen á Escorpión (134, 393, 827, 1,203, 1,584); 3 á Casiopea j á Cefea (945, 1,264^ 1,572); 4 al Serpen- tario (123, 1,230, 1,604, 1,848). La de 1,012, la estrella del monje de Saint-Gall^ apareció en una región mu j apar- tada de la Via láctea, en Aries. Keplero ha citado también €omo una segunda escepcion de la regla general la estrella de la Ballena, que pasaba entonces por nueva, porque Fa- bricio, después de haberla descubierto en 1,596, la habia visto desaparecer en el mes de octubre del mismo año (Ke- plero, de Stella nova Sev]).^ p. 112). Sucede generalmente que la frecuencia de esas apariciones en las mismas conste- laciones, es decir, en ciertas direcciones determinadas por las estrellas de Escorpión por ejemplo, ó las de Casiopea, induce á creer que la producción de esos fenómenos está favorecida por causas esencialmente locales. La duración mas corta de la incandescendencia de las estrellas nuevas se presentó en las apariciones de los años 389, 827 j 1012. La primera brilló 3 semanas, la segun- da 1 mes, j la tercera se estinguió después de 3 meses. Por el contrario, la estrella de Ticho duró 17 meses; la de Ke- plero (en 1600, en el Cisne) fué visible durante 21 años enteros. Reapareció en 1615 de 3.^ magnitud, como la pri- mera vez, pero para fijarse siempre en la 6.^ magnitud. Sin embargo, Argelander no ha creido conveniente colocarlas en la clase de las estrellas periódicamente variables. Estrellas que han desaparecido . — El estudio y la enu- meración exacta de esas estrellas, son de importancia para la investigación de los pequeños planetas que existen pro- bablemente en tan Gfran número en ciertas reo-iones de nuestro sistema planetario; pero á pesar de la exactitud con que se han registrado las posiciones de una multitud de estrellas telescópicas en los catálogos j mapas modernos, €S casi siempre difícil comprobar de un modo irrecusable que falta del Cielo una estrella desde una época determina- da. Los mejores catálogos están plagados con frecuencia de faltas que provienen de la observación, de los cálculos de reducción j sobre todo de la impresión (73). Por otra par- te , el hecho de que un astro desaparece del sitio en donde se le vio por primera vez, puede obedecer también lo mis- mo á un movimiento propio que a una debilitación real de su luz. Aquellas cosas que no vemos no es que necesaria- mente desaparecen. La idea de una destrucción, de una combustión real en las estrellas, hechas invisibles, perte- nece á la época de Ticho. Plmio mismo fija esta cuestión en iin bello pasaje sobre Hiparco: «stell^E an obirent nasceren- turve.» El juego eterno de las creaciones y de las destruc- ciones aparentes no conduce á un aniquilamiento de la ma- teria; es solo una pura transición hacia nuevas formas de- terminadas por la acción de fuerzas nuevas. Astros que han llegado á oscurecerse pueden llegar de repente á ser otra vez luminosos, por el juego renovado de las mismas acciones que hablan desarrollado en ellos primitivamente la luz. E strellas periódicamente xariahhs. — Puesto que todo está en movimiento en la bóveda celeste; puesto que todo cambia en el tiempo j en el espacio , la analogía nos lleva á admitir que si las estrellas consideradas en su conjunto poseen movimientos reales j de ninguna manera simples movimientos aparentes, del mismo modo sus superficies ó sus fotosferas pueden ser la base de variaciones reales de luz. Para el major número de estrellas, esas variaciones se reproducen periódicamente , pero en períodos escesiva- mente largos, indeterminados aun j quizá para siempre. Para el mas pequeño número, se producen esas variaciones no periódicas durante un tiempo mas ó menos corto, como por una súbita revolución. No voj á ocuparme aquí de es- ta última clase de fenómenos, del que nos ha dado recien- — 153 — temente un ejemplo notable la estrella de la Nave; quiero hablar solo de las estrellas erráticas, cu vos períodos han sido reconocidos j medidos ja. Era esencial ante todo distinguir cuidadosamente tres grandes fenómenos de la naturaleza sideral, cuja conexión no ha podido todavía ser conocida, á saber: la periodicidad comprobada de ciertas estrellas va- riables; la aparición de las estrellas nuevas; los cambios repentinos del brillo que presentan otras estrellas conocidas desde largo tiempo por haber conservado hasta entonces el mismo brillo uniforme. Esta es únicamente, según he di- cho, la primera clase de variaciones, de las que tenemos que ocuparnos aquí. MiraCeti, estrella situada en el cuello de la Ballena, es la que ha ofrecido el primer ejemplo de esto exactamente observado (1638). Un pastor protestante de la Frisa oriental, David Fabricio, padre del astrónomo, al que se debe el descubrimiento de las manchas del Sol, ha- hia ja notado esta estrella en 1596; el 13 de agosto le pare- ció que era de 3.^ magnitud, jla vio desaparecer en el mes de octubre del mismo año. Pero Juan Phocjlides Holwar- da, profesor de Franeker, fué el que descubrió 42 anos des- pués las alternativas de brillo j de estincion, en una pala- bra, la variabilidad de esta estrella. Este descubrimiento fué seguido en el mismo siglo del de otras dos variables: P de Perseo (1669), descrita por Montanari, j z del Cisne (1687), por Kirch. Las irregularidades singulares que no se tardó en notar en los períodos, j el número creciente de las estrellas va- riables_, dieron un gran interés á este estudio desda princi- pios del siglo XIX. Considerando la dificultad del asunto; animado además de presentar en esta parte de mi obra los elementos numéricos de la variabilidad con toda la exacti- tud que requiere el estado actual de la ciencia, me he de- terminado á invocar la amistosa ajuda del astrónomo que mas ha tratado esta cuestión , j cujos brillantes trabajos -- 154 — Kan impulsado tanto el progreso en el estudio de las estre- llas periódicamente variables. Los problemas y las dudas á que La jan podido dar lugar mis trabajos han sido someti- das con confianza á mi escelente amigo Argelander, direc- tor del observatorio de Bonn ; á sus comunicaciones, com- pletamente inéditas todavía, debo todo lo que sigue. Las estrellas variables son rojas en su mayoría ó rojizas, pero no lo son todas. Por ejemplo, ^ de Perseo (Algol en la cabeza de Medusa), ^ de la Lira y £ del Cochero, son estre- llas blancas; >? del Águila es un poco amarilla; c, de Géminis lo es también, pero menos. Háse afirmado otras veces sin pruebas reales que ciertas estrellas variables, particularmen- te Mira de Ballena, son mas rojas cuando su brillo va de- creciendo, que en el sentido inverso. En la estrella doble -ulares cosa es oue habíase reconocido hace mucho tiem- po; pero que esas mismas irregularidades estén sometidas á ciertas leves fijas, esto es lo que estableci(5 Argelander de la manera mas irrecusable, j se propone probarlo en una detallada Memoria que prepara en estos momentos. Para z del Cisne, admite hoj dos perturbaciones en el período: una de 100 j la otra de 8 ^/^ períodos elementales ; es- tas dos perturbaciones le parecen mas probables que una sola de 108 períodos. ¿A qué causa deben atribuirse esas perturbaciones? ¿Es preciso buscarla en la atmósfera pro- pia de las estrellas mismas, ó en la revolución de un satélite circulando alrededor de z de Cisne como alrededor de un Sol V obrando por atracción sobre su fotosfera? Cuestio- — 156 — nes son estas á las cuales no es posible responder todavía. La estrella que presenta las majores irregularidades en sus cambios de brillo es seguramente la variable del Escudo de Sobieski, porque esta estrella desciende á veces de la 5.4/ magnitud á la Q.'' Según Pigott desapareció también completamente hacia ^ fines del siglo último. En otras épocas sus oscilaciones quedaron limitadas entre la Í5.5/ j la 6/ magnitud. El máximum de brillo de v del Cisne varia entre la 6.7.^ y la 4.^ magnitud; el de Mira_, entre la é."" j la 2.1 / magnitud. La variable <^ de Cefea presenta en sus períodos una sor- prendente regularidad, j escede bajo este respecto á todas las demás estrellas cambiantes, como lo prueban las obser- vaciones de 87 mínima que tuvieron lugar el 10 de Octu- bre de 1840 j el 8 de Enero de 1848. Para s del Cochero un infatigable observador, Heis, en Aquisgran, halla que las variaciones del máximum de brillo están comprendidas entre la 3.4." magnitud j la 4.2.^* Mira^ ú o de la Ballena presenta grandes diferencias en las épocas del movimiento de brillo. El 6 de Noviembre de 1779, por ejemplo, Mira era inferior apenas á Aldeba- ran; j mas de una vez ha escedido de la 2.'' magnitud. Pero en otras épocas no ha llegado á tener el brillo de 5 de la Ballena (4." mag.). Su magnitud media es igual á la de 7 de la Ballena (^.'^ mag.). Si se designa por O el brillo de las últimas estrellas perceptibles á simple vista, j el de Aldebaran por 50, puede decirse que Mira, oscila hacia su máximum entre 20 j 47. Su brillo probable puede estar representado por 30; pero generalmente es inferior á este límite. Las últimas separaciones son por lo demás las mas sorprendentes. Hasta el presente no se han podido referir las oscilaciones de Mira á ningún período bien claro, solo puede sospecharse con razón un período de 40 años j un segundo período de 160 años. — 157 — De una á otra estrella, las duraciones de los cambios de brillo varian mucho; los estremos están en la relación de 1 á 250. El período mas corto es sin duda alg-una el de ^ de Perseo^ cuja duración es de 68¿lioras 49 minutos; á no ser que se confirme un período mas corto (menos de 2 dias) atribuido á la Polar. Después de /3 de Perseo, vienen s de Cefeo (5^1 8'^ 49'"), , del Águila (7'' 4^ 14'"), j % de Gé- minis (10^^ 3'^ 35'"). Los periodos mas largos son los de 30 de la Hidra de Hevelio (495^), de ;í del Cisne (406*1), de la variable de Acuario ( 388 ^ ) , de S de la Serpiente ( 367 ^ ) j- en fin, de Mira, ú o de la Ballena (332^^). Para muchas variables está perfectamente establecido que el brillo au- menta con mas rapidez que decrece; fenómeno del cual presenta el mas notable ejemplo § de Cefea. Para otras es- trellas, por ejemplo ^ de la Lira, esas dos fases son de igual duración. Esas relaciones presentan en sí mismas algunas veces anomalías en la misma estrella, pero en épocas dis- tintas á la de sus variaciones. En general Mira aumenta, como s de Cefea con mas rapidez que decrece; pero tam- bién se ha observado la inversa en la misma estrella. En cuanto á \o% períodos de periodos pueden citarse Al- gol, Mira, ^ de la Lira j probablemente x ^^ Cisne que presentan muchos de aquellos con gran claridad. Hoj no cabe duda alguna acerca del decrecimiento progresivo de los períodos de Algol. Goodricke no se habia apercibido de ello; pero no podia escapar á Argelander que habia recopi- lado en 1842 mas de 100 buenas observaciones cujos estre- mos abrazaban 58 años, es decir, 7,600 períodos (Schuma- cher's Astron. Nachr.^ n.^^ 472 j 624). El descenso de la duración es cada vez mas sensible en la actualidad (76). En cuanto al período de los máximos de brillo de Mira, Arge- lander ha discutido todas las observaciones, j comprende el máximum observado en 1596 por Fabricio, y ha deduci- do una fórmula por la cual todos los máximos están repre- -~ 158 — sentados con un error probable de 7 días (en un largo pe- ríodo de 331^^ 8^). Este error probable seria de 15 dias si se adoptase un período constante (77). El doble máximum y el doble mínimum que tienen lu- gar en cada período de /S de la Lira (cerca de 13'^), habian sido ja señalados por Goodricke, á quien debemos el descu- brimiento de esta estrella variable. Observaciones recientes han hecbo desaparecer todas las dudas respecto de este asunto (78). Es muj notable el hecho de que la estrella en sus dos máxima tiene igual brillo, mientras que hacia el mínimum principal es de una magnitud mitad mas pe- queña que en el segundo mínimo. Desde el descubri- miento de la variabilidad de /3 de la Lira, q\ periodo en el mrlodo^ ha llegado á ser probablemente cada vez major. En un principio eran mas rápidos los cambios; después fueron disminu jendo mas j mas hasta la época compren- dida entre 1840 j 1844; entonces cesó el crecimiento de la duración que llegó á ser sensiblemente constante. Hoj empieza con seguridad a decrecer. La variable § de Cefea presenta alguna analogía con el doble máximum de la ¿s de la Lira; porque el decrecimiento del brillo no sigue una marcha uniforme. Después de una velocidad estremada se detiene un momento ó adquiere una velocidad mucho me- nor hasta un cierto instante á partir del cual el decreci- miento recobra su marcha con rapidez. Para ciertas estre- llas, los fenómenos se presentan, con efecto, como si alguna causa impidiese á la luz elevarse con libertad á un segun- do máximum de intensidad. En la -/, del Cisne haj proba- blemente dos períodos de variabilidad: uno largo formado de 100 períodos secundarios, jotro de 8 ^/.^ períodos. Es difícil de decir, aun de un modo general_, si las es- trellas variables en cortos períodos presentan mas regulari- dad que las estrellas de variaciones lentas. Las desviaciones relativas á un período constante no pueden ser presentadas — 159 — razonablemente en números absolutos: es necesario eva- luarlas en partes del período mismo. Empecemos por las estrellas de períodos larg-os, tales como la -/^ del Cisne, Mi- ra de la Ballena v 30 de la Hidra. Para la y del Cisne el período mas probable es de 406^0634 dias, siguiendo la hipótesis de una variación uniforme; las separaciones serán entonces de 39,4 dias. Descartando los errores de las obser- vaciones, las separaciones serán entonces de 29. ó 30 dias, es decir '/^^ del período entero. Con respecto á la Mira de la Ballena (79), un período constante de 331,340 dias, dá separaciones de 55^', 5 aun dejando á un lado la observa- ción de David Fabricio. Si se redujeran estas separaciones á [40 dias, á fin de tener en cuenta los errores inevitables de la observación, estos ascenderian entonces á ^/^ del pe- ríodo, es decir al doble, en proporción, de las separaciones relativas á la ;¡; del Cisne. En fin, con respecto á la 30 de ia Hidra, cu jo período es de 495 dias, las separaciones son aun mas considerables; llegan casi al ' / ..^, Solo desde 1840 han sido observadas las estrellas variables de períodos mu v cortos de una manera continua j con toda la exactitud necesaria. El problema de que nos ocupamos es mas difícil cuando se trata de esta clase de estrellas en que sin em- bargo las separaciones parecen ser realmente menos consi- derables. Con respecto á la y? del Águila, cu jo período es de 7 dias j 4 horas, son solo de ^/j,. ó de ^/|- del período entero; en la ^ de la Lira (período = 12 dias 2.1 horas), descienden á ^ / ^_- J á V'so- Pero estas investigaciones están aun espuestas á muchos errores. Hánse observado de 1,700 á 1,800 períodos de § de la Lira, 279 de Mira_, 145 solo de la X del Cisne. Pudiérase preguntar ahora si las estrellas que han pro- cedido largo tiempo por períodos regula^^es en sus variacio- nes pueden dejar de ser variables : la respuesta parece que debe ser negativa. Así como existen estrellas, cujas varia- — 160 — ciónos son va débiles, ja mas marcadas, por ejemplo, la variable del Escudo de Sobieski , del mismo modo parece que existen estrellas cujas variaciones son por momentos tan débiles, que se escapan á nuestros limitados medios de investigación. Puede contarse entre estas últimas, la variable de la Corona boreal (número 5,236 del Catálogo de la Asociacmi Británica)^ que descubrió Pigott j obser- vó algún tiempo. Durante el invierno de 1795 á 1796 esta estrella habia quedado completamente invisible; mas tarde reapareció ; sus variaciones fueron entonces observadas por Koch. En 1817 Harding j Westpbal la encontraron una luz casi constante; en 1824 Olbers pudo observar de nue- vo sus cambios de brillo. Las variaciones han cesado v esta última fase ha sido estudiada con cuidado por Arge- lander , desde el mes de agosto de 1843 hasta Setiembre de 1845. A fines de Setiembre la estrella volvió á empe- zar á disminuir. En Octubre va no era visible en un in- t/ vestigador de cometas; reapareció en Febrero de 1846 j alcanzó su magnitud ordinaria (6.'' magnitud) hacia pri- meros de Junio. Desde esta época ha conservado el mismo brillo, hecha escepcion de pequeñas oscilaciones de que no existe gran certeza. La variable de Acuario pertenece á esta clase misteriosa de estrellas variables: quizá suceda lo mismo con la estrella de Janson v de Keplero (en el CisnC;, en 1600), de que ja hemos hablado al tratar de las estre- llas nuevas. — 161 — LISTA DS LAS ESTRELLAS VARIABLES POR F. R. ARGELANDER. id 9 10 11 12 13 14 lo 16 17 IS 19 20 21 22 23 24 NOMBRES DE LAS ESTRELLAS. o Ballena /3 Perseo Z Cisne 30 Hidra (Hcv.)- Leo R. 420 M n Águila /SLira SCefea a Hércules Corona R Escudo R Yirg-o R Acuario R.... Serpiente R... Serpiente S... Cangrejo R — a Casiopea o. Orion a Hidra £ Cochero , C Gémiuis (3 Pegaso , Pegaso R Cangrejo S DURACIÓN DEL PERÍODO. ilias 331 2 406 49o 312 7 12 5 6í3 323 71 14o 388 359 307 380 79 196 5o 10 40 3o0 lis. ra. SO- SO 49 1 30 18 — 4 14 21 4o 8 49 17 — 21 — 13 — 3 — O — 3 35 23 — BRILLO ^ ^ EN EL MÁXIMUM. magnitud. raag. 4á2.1 0 2.3 4 6.7 á 4 0 5 á 4 0 o 0 3.4 0.4 3.4 4.5 4.3 0.4 3 3.4 6 0 6.5. a 0.4 9á 6 7á6.7 0 9á6.7 0 6.7 0 8á7.8 0 7 0 2 3.2 1 1.2 2 2.3 3.4 4.0 4.3 0.4 2 2.3 8 0 7.8 0 1 NOMBRE DEL AUTOR Y FECHA DEL DESCUBRIMIENTO. Holwarda 1 639 3Iontaijari 16G9 God. Kirch i 667 1704 1782 1784 17S4 1784 Maraldi Koch E. Pigott Goodricke Goodricke G. Herschell 179o E. Pigott 170o E. Pigott 179o Harding 1809 Harding 1810 Harding 1826 Harding 1828 Scwherd 1829 Birt 1831 J. Herschell 1836 J. Herschell 1837 Heis 1846 Schmidt 1847 Schmidt Hind Hint 184S 1848 1848 TOMO IIT. 11 162 — NOTAS ACERCA DEL CUADRO PRECEDENTE. El O colocado en la columna del mínimum sig-nifica que la estrella es «n esta época inferior á la 10.^ mag-nitud. Para espresar de una manera mas cómoda y á la vez mas sencilla las pequeñas estrellas variables que no han recibido aun nombre ni signo , me valgo de letras sacadas del ;gran alfabeto, ag-otadas como están en su mayor parte las letras grieg-as y las minúsculas latinas por Bayer. Ademas de las variables inscritas en el cuadro, hay todavía casi otras tantas cuya variabilidad se presume , porque diversos observadores les han asig"nado mag^nitudes diferentes. Pero como esas estimacio- nes puramente ocasionales no pueden afectar una g-ran exactitud, y como los astrónomos tienen cada uno su manera de apreciar las mag-nitudes, he creído mas seg"uro no tener en cuenta esta clase de estrellas , hasta tanto que un mismo observador no haya comprobado las variaciones por un estudio directo y en distintas épocas. Todas las estrellas del cuadro están en este último caso ; la existencia de sus variaciones periódicas es cierta, aun cuando no haya podido ser determinado el período. Los perío- dos indicados en el cuadro descansan casi todos en investig^aciones, á las que he sometido el conjunto délas antig^uas observaciones y las todavía inéditas que he hecho durante los últimos diez años. Las escepciones se indicarán en las notas sig-uientes , en las cuales cada estrella está consi- derada aisladamente. Las posiciones dadas en esas notas están espresadas en ascensiones rectas y en declinaciones para 1850. La espresion frecuentemente em- pleada de grado espresa las diferencias de brillo todavía sensibles , con ■alg-una certeza, ya á simple vista, ya por medio de un anteojo de Frauen- hofer, cuya long"itud focal es de 65 centímetros, cuando se trata de es- trellas imperceptibles á simple vista. Para las estrellas que esceden de la 6.^ magnitud, un grado forma próximamente un décimo de la diferen- cia de brillo entre dos órdenes de mag-nitud consecutivos ; pero para las -estrellas mas débiles, los intervalos de las mag-nitudes ordinarias son «ensiblemente mas pequeñas. (1) o de la Ballena, AR. 32° 57' Decl. — S*^ 40^ llamada también Mira á causa de las singulares variaciones de su luz , primeras que han sido notadas. La periodicidad de esta estrella ha sido reconocida duran- te la segunda mitad del sig-lo XVll; Boulliaud elevaba á 333 días la du- ración de su periodo. Hállase al mismo tiempo que esta duración es ya mas larg-a, ya mas corta, y que la estrella no tiene siempre el mismo lírillo en el momento de su máximum de intensidad. Estas observaciones han sido confirmadas completamente por las hechas después de esta épo- — 163 ^ 'ca , pero no se ha podido decidir si la estrella Ueg-a á ser perfeclamenle imperceptible en su máximum de brillo. Rásela visto alg-una vez descen- der á la IP, ó 12^ magnitud ; otras también no ha sido posible verla con anteojos de Im á Im 'i. Lo cierto es que permanece mucho tiem- po inferior á la 10^ magnitud . Nada se ha observado fuera de este límite; cuando mas, todo lo que se ha hecho ha sido esperar á que la estrella llegase á hacerse perceptible á simple vista (6.^ magnitud), para empezar de nuevo las observaciones. A partir de la 6.* magnitud su luz aumenta rápidamente al principio ; en seguida con mas lentitud , y después de una manera apenas sensible. Decrece en seguida lentamente al principio; después con rapidez. Por término medio el brillo aumenta á partir de la 6.'' magnitud durante oO dias; disminuye hasta la 6.* mag- nitud durante 69 dias ; lo queda 4 meses próximamente para la dura- ción total de la perceptibilidad á simple vista, Pero esta duración es so- lamente media; la duración efectiva ha sido alguna vez de 5 meses; en otras épocas no ha escedido de 3 meses. Así también las duraciones del crecimiento y déla disminución del brillo presentan grandes oscilaciones, y la primera ha sido alguna vez mas larga que la otra. Esto tuvo lugar en 1840, en que la estrella empleó 62 dias en llegar á su máximum de brillo, y 49 dias en volver á descender al punto de imperceptibilidad á simple vista. El período ascendente mas corto ha sido de 30 dias, en 1679; el mas largo, de 67 dias, en 1709. El período descendente maslargo tuvo Jugaren 1839, y duró 91 dias; el mas corto en 1660, cuya duración fue de o2. Alguna vez la estrella en el espacio de un mes no cambia apenas, hacia la época de su mayor brillo; otras veces un intervalo de pocos dias basta para hacer sensibles sus variaciones. En 1678 y en 1847 se notó un momento de parada en medio del período descendente, ó cuando menos un tiempo durante el cual la luz disminuyó de una mane- ra apenas perceptible. Ya hemos dicho que el brillo no es siempre igual en la época del máximum. Designando por O el brillo de las mas débiles estrellas percep- tibles todavía asimple vista, y por 50 el de Aldebaran (1.^ mag.), puede decirse que Mira oscila entre 20 y 47 hacia su máximum, es decir, entre la 4.^ y la 1 — 2.* magnitud ; su brillo medio está representado por 28, es decir, igual al de la estrella y de la Ballena. No parece menos irregu- lar la duración del período. Es por término medio de 331 dias 20 horas, pero sus oscilaciones llegan á un mes completo , porque el período mas Corto comprendido entre dos máximos consecutivos ha sido de 306 dias, y el mas largo de 367 dias. Esas irregularidades llegan á ser mas sor- prendentes todavía, cuando se comparan las épocas de los máximos obser- vados con las épocas calculadas en la hipótesis de un período invaria- hle. Las diferencias entre el cálculo y la observación llegan entonces á SO dias, y aun esas separaciones conservan casi la misma magnitud y — 164 — el mismo sentido durante muchos años seguidos. Esto prueba evidente- mente que existe una perturbación de larg^o período en los cambios de luz de esta estrella ; solamente un cálculo mas exacto enseña que una perturbación única no basta, y que es preciso admitir muchas produci- das sin duda por la misma causa. Una de esas perturbaciones se repro- duce en cada intervalo de ll períodos elementales; la duración de la 2.* comprende 88 de esos períodos; la de la 3.^, 176, y la de la 4.^, 26Í. El conjunto de estas desigualdades periódicas representa la fórmula de se- nos referida en la nota 78, fórmula con la cual están de acuerdo las ob- servaciones de los máximos , por mas que deje todavía subsistir separa- ciones que no pueden dar á conocer los errores de observación. (2) /3 de Perseo, Agol; AR. 44° 36', Declin. -+- 40° 22 /. Geminiano Montanari fue el primero que notó en 1667 la variabilidad de esta estre- lla, de la cual se ha ocupado también Maraldi; pero el conocimiento do la periodicidad de sus variaciones se debe á Goodricke , que la recono- ció en 1782. La razón de esto consiste indudablemente en que esta es- trella no cambia de brillo poco á poco, como la mayor parte de las variables, sino que permanece constantemente de 2 — '3.^ magnitud, durante 2 dias 13 horas, mientras que emplea únicamente 7 ú 8 horas para decrecer y bajar á la 4.^ magnitud. Los cambios de brillo no son del todo regulares; son mas rápidos en la época del mínimum; puede de- terminarse también el instante con 10 ó 13 minutos de anterioridad. Es asi mismo muy digno de observarse el que esta estrella después de haber empezado a crecer en luz durante una hora próximamente , se de- tiene y consérvala misma claridad durante la hora siguiente, á partir de la cual vuelve á tomar su movimiento ascendente de una manera nota- ble. Hasta aquí habíase considerado la duración del período como abso- lutamente constante, y Wurm representaba las observaciones por un pe- ríodo de 2 dias, 21 horas, 48 minutos, 58 segundos y medio. Pero cálculos mas exactos, fundados en un intervalo de tiempo dos veces ma- yor del que habia podido servirse Wurm, han demostrado que el período se abrevia cada vez mas. En 1784 era de 2 dias , 20 horas, 48 minu_ tos, o9 segundos, 4, y en 1842 de 2 dias, 20 horas, 48 minutos. So se- gundos, 2 solamente. Uesultatambiencon verosimilitud de las mas recien- tes observaciones, que la disminución del periodo es mas rápida hoy que en otro tiempo, de suerte que será preciso mas tarde ó mas temprano una fórmula de senos para representar esas perturbaciones del período prin- cipal. Por lo demás, la disminución actual del período se esplicaria, su. poniendo que Algol se aproxima á nosotros en razón de 371 miriámetros por año, ó lo que es lo mismo, que se separa de nosotros con una velo- cidad decreciente, en la misma razón. En uno ú olro caso la luz llegaría ú nosotros cada año un poco antes que en la hipótesis de una posición constante, y este adelanto, de cerca de 12 milésimas desegim b, bastaría — 165 — para hacer presente la disminución observada. Si tal es la esplica- cion verdadera, Ueg-ará á ser necesaria con el tiempo una fórmula de senos. (3) X del Cisne, AR. 296'' 12',Decliu. -+-32° 32'. Esta estrella presen- ta casi las mismas ¡rreg"ularidades que Mira; las separaciones de los máxi- mos que se han observado en ella, comparadas con las que resultan del cálculo hecho en la hipótesis de un período uniforme , lleg-an á 40 dias, pero se reducen considerablemente cuando se introduce una perturba- ción de 8 ^/g períodos elementales y otra de 100 períodos. En su máxi- mum la estrella adquiere el brillo de las estrellas débiles de o.^ magni- tud, es decir, un grado mas que la 17^ del Cisne. Las oscilaciones del máximum de brillo son también muy notables, pues varían desde 13 g-rados menos á 10 grados mas del brillo medio. Cuando la estrella tenia su bri- llo máximo mas débil, era totalmente imperceptible á simple vista; en 1847 , por el contrario, se la pudo ver sin anteojo por espacio de 97 dias enteros. La duración media de su visibilidad es de 52 dias, de los cuales 20 pertenecen, por término medio, a la fase ascendente, y 32 á la fase des- cendente. (4) 30 de la Hidra de Hevelio, AR. 200° 23 ^ Dccl. —22° 30 ^ Esta es- trella no es visible mas que por algún tiempo en cada año, á causa de su posición estromadamentc austral ; todo lo que puede decirse es que su período y su 1)rillo máximo presentan grandes irregularidades. (o) R. de Leo , ó 420 de Mayer ; AR. 144° ol\ Decl. -+- 12 ' 1 ' . Con- fúndese generalmente con las estrellas próximas (18 y 19 de Leo); ha sido también muy poco observada. Lo ha sido sin embargo bastante para enseñar que su período no es muy regular. Su brillo máximo parece va- riar también algunos grados. (8) ,, del Águila ó r, de Anlinoo ; AR. 296° 12 ' Decl. H- 0° 37' Ei período bastante constante de esta estrella es de 7 dias 4 horas 13 minu- tos o3 segundos. Sin embargo , las observaciones descubren pequeñas oscilaciones de 20 segundos, que se manifiestan al fin de un tiempo muy largo. Sus variaciones de brillo son muy regulares ; las separaciones no csceden de los límites que pueden atribuirse á los errores de obser- vación. En su mínimum es inferior en un grado á la t del Águila. Su brillo aumenta al principio lentamente , des"[)ues con rapjidez, en se- guida con mas lentitud, y 2 dias 9 horas después del instante del míni- mum, adquiere su brillo mayor. Entonces so acerca á 3° sobre /5 y 2° bajo la S del Águila. A partir del máximuii la luz no decrece con tanta regu- laridad, porque cerca del momento en el cual adquiere el brillo de /3 (I dia 10 horas después del máximum), varía con mas lentitud que en las ho- ras precedentes ó siguientes. (7) /3 de la Lira, AR. 281° 8'. Dccl. h- 33° 11'. Esta estrella es nota, ble por sus dos máximos y sus dos mínimos. Después de haber sido infe. — 166 — T¡or en un tercio de grado á la C de la Lira , en la época de brillo mas dé- bil, emplea 3cl y 5li en llegar á su primer máximo y entonces es ^ 4 de- grado mas débil que 7 de la Lira. 3 dias y 3 horas después toca en su segundo mínimo que escede en 0'^ á ? de la Lira. Después do un nuevo intervalo de 3^1 y 2h , alcanza en su segundo máximo el mismo brillo que- en el primero; y por último larda 3d y 12h en llegar á su brillo mas dé- bil. La suma de esas fases comprende, pues, 12(1 21h 46ni 40s. Pero esta duración del período solo puede contarse para los años de 1840-1844; en 1"84 era 2 horas y '/j mas corto, en 1817 y 181S una hora y hoy parece que esperimenta de nuevo una disminución. No puede, pues, du- darse de que la fórmula de su período deba ser también una función de seno. (8) S de Cefea, AR. 335° W, Decl. -f- o7° 39'. De todas las estre- llas conocidas es la mas regular, bajo todos respectos. Un período de- 5tl 8I1 47ni 39s, o representa todas las observaciones desde 1784 hasta este instante; con la precisión de las observaciones mismas; las pequeñas diferencias que se presentan en la marcha de las variaciones de luz pueden ser atribuidas á los errores ordinarios de la observación. £n su mínimum la estrella es superior en ^ 4 de grado á la « de Cefea ; iguala en su máximum á la estrella t de la misma constelación. Para pasar del mínimum al máximum emplea Id loli , y mas del doble de este tiempo, es- decir, 3d I8I1 para volver al mínimum. Pero en esta úllima fase perma- nece 8h casi sin variar; durante un dia entero sus cambios son muy poco notables. (9) ft de Hércules, AR. 2o6° ol', Decl. -h Í4° 34'. Estrella doble muy roja, cuyas variaciones son muy irregulares en cuanto al período y en cuanto al brillo. Su luz queda con frecuencia invariable meses enteros. En otras épocas su máximum escode á su mínimum en o grados; su pe- ríodo es también muy incierto. G. Herschcll la atribuía una duración de 63 dias ; yo la elevaba á 9o dias hasta que la discusión de mis propias observaciones, continuadas durante 7 años, me llevó al período con- signado en el cuadro piecedente. Heis cree poder representar las obser- vaciones por un período de 184,9 dias comprendiendo dos máximos y dos mínimos. (10) R de la Corona, AR. 23o° 36', Decl. -+■ 28° 37'. Esta estrella no es variable mas que de una manera temporal. El período ha sido cal- culado por Koch según sus propias observaciones^ que desgraciadamentfe se han perdido. (li) R del Escudo de Sobieski, AR. 279° 52 /, Decl.— 5° 51 /. Las os- cilaciones de brillodeesta estrella están limitadas con frecuencia á un pe- queño número de grados; pero también en oirás ocasiones desciende de la o.^ á la 9.^ magnitud. Todavía ha sido muy poco observada hasta aqu{ paraquepueda decidirse si esas alternativas siguen ó no una marcha regu-' — 167 — lar. Así también la duración del período presenta notables fluctuaciones. (12) R do Virgo, AR. 1S:° 43 /, Decl. +7° 49/ El período y el brillo máximo son muy constantes; hay, sin embarg-o, separaciones muy con- siderables en mi opinión para que puedan ser atribuMas á los errores de observación iinicamente. (13) R de Acuario, AR. 3o4o 11/, Decl. — 16° 6' (lí) R de la Serpiente, AR. 235° 57', Decl. + 15° 36' (liJ) S de la Serpiente, AR. 228° 40', Decl. -f- 14° 52/ (16) R del Cangrejo, AR. 122° 6/, Decl. ^- lá° 9/ Nada mas hay que decir acerca de estas cuatro estrellas , que lo que espresa el cuadro. (17) a de Casiopea, AR. 8° O', Decl. -4- S5° 43'. Estrella de obser- vación muy difícil: la diferencia entre el máximum y el mínimum es solo de un pequeño número de grados; por otra parte , esta diferencia es tan variable como la duración del período. Esas dificultades esplican la poca concordancia de los resultados obtenidos. El período indicado en el cuadro representa de una manera satisfactoria las observaciones de 1782 á 1849; en mi juicio creo que es el mas verosímil. (18) a de Orion, AR. 86° 46', Decl. -+- 7° 22'. Estrella cuya varia- ción de brillo es de 4 grados del mínimum al máximum. Aumenta de brillo durante 91 ^/j dias ; decrece durante 104 7^ , de los cuales perma- nece oO sin variar (desde el dia 20 al 70). Alguna vez son mas débiles y apenas sensibles sus variaciones. Es muy roja. (19) a de la Hidra, AR. 140° 3 /, Decl. — 8° 1^. Es la mas difícil de observar y su período es todavía incierto del todo. Juan Herschel lo es- tuna de 29 á 30 dias. (20) í del Cochero, AR. 72° 48/, Decl. + 43° 36'. Los cambios de brillo de esta estrella son muy variables ó bien hay muchos máximos y mínimos durante un período de algunos años. Es necesario que transcur- ran todavía muchos antes de poder resolver la cuestión. (21) K de Géminis, AR. 103« 48', Decl. -^ 20° 4?/. Esta estrella se ha manifestado hasta aquí muy regular en sus cambios de brillo. En su mínimum es media entre * y v de Géminis ; en su máximum no llega á adquirir el brillo de ^. La fase ascendente dura 4il 211i y la fase descen- dente od 6.1j (22) ¿3 de Pegaso, AR. 344° 1', Decl.-^-f-27° 16'. El período está bastante bien determinado; pero nada puede decirse todavía acerca de la marcha de sus variaciones de brillo. (23) R de Pegaso, AR. 344o 47 /^ Decl. n- 9° 43 '. (24) s de Cangrejo, AR. 128° oO', Decl. -+- 19° 34/. Nada hay aun que decir acerca de estas dos últimas estrellas. Bonn, Agosto I80O. , Fr. Argelander. 168 Variaciones cuyos j¡evíQílos 'per ¡nanecen aun desconocidos . • Cuando se trata de someter al análisis científico hechos importantes por el papel que representan en el Cosmos, v estos hechos pertenecen además al reino telúrico ó á la es- fera sideral, es de rig-or una condición, la de no intentar relacionar prematuramente entre sí fenómenos cujas cau- sas inmediatas no están perfectamente determinadas. Tam- bién nos detenemos á establecer una línea divisoria entro las estrellas nuevas que han desaparecido por completo (la de 1572 en Casiopea) v las estrellas nuevas que han per- manecido en el Cielo (en el Cisne en 1600). Así mismo dis~ ting-uiremoslas estrellas variables de períodos determinados (Mira^ Algol), de aquellas cu jo brillo cambia, sin quehaja podido descubrirse la lej de sus variaciones (>? de Argos") . No es inverosímil, pero tampoco es absolutamente necesario, que esas cuatro clases de fenómenos (80) tengan igual orí- gen; quizá dependen de la naturaleza de las superficies , ó de las fotosferas de esos soles apartados. Para describir las estrellas nuevas hemos empezado por el fenómeno de este orden mas sorprendente, la repentina aparición de la estrella de Ticho ; por iguales razones pre- sentaremos aquí como tipo de las variaciones no periódicas de la luz estelar, la de una estrella notable, >? de Argos, cu- vas fases duran aun . Está situada esta estrella en la grande j brillante constelación de la Nave, «la alegría del cielo aus- tral.» Desde 1677, Halle j, a su regreso de la isla de Santa Elena^ manifestaba numerosas dudas acerca de la constan- cia de brillo de las estrellas de la Nave Arijos: tenia muv presentes sobre todo las que existen sobre el broquel de la proa j sobre el combés (áaTrtSiVxj? j xará? de Argos una magnífica nebulosa , fué sorprendido por un fenómeno estraño; ti de Argos observada por él antes con mucha frecuencia, habia aumentado de brillo con tanta rapidez que llegaba á ser igual á la a del Centauro ; esce- diendo también á todas las demás estrellas de I."" magni- tud, escepto á Canopea j á Sirio. Esta vez llegó ásu máxi- mum hacia el 2 de Enero de 1838. Debilitóse bien pronto; V llegó á ser inferior á Arturo, permaneciendo todavía ha- cia mediados de Abril de 1838 mas brillante que x\ldeba- ran. Continuó decreciendo hasta Marzo de 1843, sin llegar, sin embargo, á lal.'* magnitud; después aumentó de nuevo> especialmente en Abril de 1843, j con una rapidez tal, — 170 — que según las observaciones de Mackaj en Calcutta j las de Maclear en el Cabo, r, de Argos escedia á Cauopea j llegó casi á igualarse con Sirio 82). La estrella ha con- servado su brillo estraordinario hasta el principio del año precedente. Un observador distinguido, el teniente Gilliss, jefe de la espedicion astronómica que los Estados-Unidos enviaron á Chile ^ escribia desde Santiago en Febrero de 1850: «Hoj >? de Argos, con su color de un rojo pajizo^ mas oscuro que el de Marte, se aproxima estraordinariamente á Canopeapor su resplandor; es mas brillante que la sumade la luz de lasdos componentes de « del Centauro (83).» Des- de la aparición de 1604 en el Serpentario, no se haproduci- do fenómeno estelar alguno con tanta intensidad : ninguno tampoco ha presentado tan larga duración, porque la de este fué de 7 años. En los 173 (1677-1850) en que he- mos tenido noticias mas ó menos continuadas acerca del brillo de la bella estrella de la Nave, sus variaciones de luz han ofrecido 8 ó 9 alternativas de disminución ó de re- crudescencia. Por una feliz casualidad que sirvió á los as- trónomos de nuevo motivo para no dejar de perseverar en investigaciones tan delicadas, la aparición de esos brillan- tes fenómenos coincidió con la época de la célebre espedi- cion de Juan flerschell al Cabo de Buena Esperanza. Hánse notado variaciones análogas, cuja periodicidad ignoramos igualmente^ en otras estrellas aisladas j en las parejas estelares observadas por Struve {Stellarmncomfos. Menmrcc- microm., pógs. lxxi-lxxiii). Los ejemplos que aquí citamos están fundados en las evaluaciones fotométri- cas que ha hecho el mismo astrónomo en épocas diferentes^ j no en el orden de las letras de la Uranometría de Bajer. En un pequeño tratado de fide Uranomeiria Bayeria- wj son casi tan iguales, que la menor alteración en la atmósfera podria dificultar el cono- cimiento del orden de las magnitudes; e, es desde luego inferior á las tres precedentes. Las estrellas ^ y y, ambas notablemente mas débiles que c? son casi idénticas entre sí; j por último, §y que los mapas antiguos igualan á ^ j y, - 172 — €s inferior en mas de una magnitud á esas estrellas. La es- trella £ es positivamente variable. Aunque s sea ordina- riamente mas brillante que a , la lie visto, sin embargo, 5 veces en 3 años, decididamente mas débil que «• Consi- dero también la ^ de la Osa Ma jor como variable , sin que pueda asignar su período. Juan Herscbell encontraba la ¡3 de la Osa menor mucbo mas brillante que laPolar^ en 1840 v 1841; en 1846 observó todo lo contrario. Cree que exis- te variabilidad para ^(85). Desde 1843, he hallado or- dinariamente la Polar inferior á la ¿3 de la Osa menor; pero desde Octubre de 1843 hasta Julio de 1849, la Polar ha sido, según mis observaciones , 1,4 veces mas brillante que ^. He tenido, por otra parte, frecuentes ocasiones de asegurarme de. que el color rojizo de esta última no es siem- pre constante; tiende alguna vez mas ó menos hacia el ama- rillo; otras es de un rojo vivo (86).» Este laborioso es- tudio del brillo relativo de los astros está condenado á per- manecer algo dudoso, mientras que la estimación pura y sencilla, verificada á simple vista, no haja dejado el puesto á los procedimientos de medida fundados en los recientes progresos de la Óptica (87). La posibilidad de llegar á se- mejante resultado no deberla ser puesta en duda por los as- trónomos j los físicos. Debe existir probablemente una gran analogía, en cuanto al modo de generación de la luz, entre todos los astros que brillan con su propio resplandor, j por consi- guiente , entre el cuerpo central de nuestro sistema plane- tario j los soles etraños, es decir, las estrellas. Esta ana- logía hace presentir desde largo tiempo que haj también relación entre las variaciones periódicas ó no periódicas, de la luz estelar ó solar jla historia meteorológica de nues- tro planeta (88). Com];f^éndese toda la importancia de esos fenómenos^ cuando se considera que las variaciones de la cantidad de calor que nuestro planeta recibe del Sol, en la — i73 — sucesión de los siglos, han debido regular el desarrollo de la vida orgánica j su distribución según los diferentes grados de latitud. La estrella variable del cuello de la Ba- llena (Mira Ceti), varía desde la 2/ á la 11/ magnitud^ j basta llega á desaparecer; y, de la Nave Argos oscila entre la 4/ j la I.'' magnitud, j adquiere también el brillo de Canopea j casi el de Sirio. Si nuestro Sol ba esperimen- tado variaciones semejantes, ó solamente una pequeña par- te de los cambios de intensidad cu jo cuadro acabamos de dar (¿por qué había de ser diferente de los demás soles?) al- ternativas análogas de enervamiento ó de recrudescencia en la emisión de la luz j del calor, pueden haber tenido las mas graves j formidables consecuencias para nuestro pla- neta, que servirían sobradamente para esplicarlas antig-uas revoluciones del globo j los mas grandes fenómenos geoló- gicos. G. Herschell j Laplace son los que han tratado pri- meramente esta cuestión. Si espongo aquí tales considera- ciones, no es porque pretenda encontrar en ellas la solución completa del problema de las variaciones de calor en la su- perficie del globo. No : la elevada temperatura primitiva de* nuestro planeta ha resultado de su misma formación, j de la condensación progresiva de su materia; las capas profundas han irradiado su calor á través de las hendiduras del suelo j las grietas que han quedado abiertas; el juego de las cor- rientes eléctricas , la desigual distribución de los mares y de los continentes pueden haber hecho, en los tiempos pri- mitivos, independiente totalmente de la latitud la distribu- ción del calor, es decir, independiente de la posición relati- va de un cuerpo central. Las consideraciones cósmicas no deben mirarse solo bajo un aspecto; es preciso no restrin- girlas á puras especulaciones astrognósticas. V. ^MOVIMIENTOS PROPIOS DE LAS ESTRELLAS. — EXISTENCIA PROBLE- MÁTICA DE ASTROS OSCUROS. — PARALAJES. — DISTANCIAS DE AL- GUNAS ESTRELLAS. — DUDAS ACERCA DE LA EXISTENCIA DE UxN CUERPO CENTRAL EN EL UNIVERSO ESTELAR. No es solamente el color ó el brillo lo que varia en las estrellas; apesar de su antigua denominación áefjas^ cam- biante posición en el espacio absoluto, j cada estrella está, aisladamente animada de un perpetuo movimiento de pro- gresión. ¿Dónde hallar, en el Universo, un punto absolu- tamente fijo? j si nos elevamos á la concepción de un sis- tema general ¿cómo separar las condiciones de estabilidad en medio de la infinita variedad de movimientos j de velo- cidades? De todas las estrellas brillantes que han observado los antiguos, ninguna ocupa hov el mismo sitio en el fir- mamento. He dicho en otra parte que Arturo, (x. de Ca- siopea j la 61.* del Cisne, se habian apartado de su primitivo lugar desde hace 20 siglos, en cantidades an- gularmente equivalentes á 2 ^/o , 3 ^/^ v 6 veces el diámetro del disco de la Luna. Otra estrella cu jo bri- llo toca casi el límite estremo de la perceptibilidad á simple vista, la 1,830, del catálogo de Groombridge ((5.- 7.* ó 7."" mag.), se dirige, con mucha mas velocidad, recta hacia el conjunto de estrellas de 5.^ j de 6.* mag- nitud que constituje la Cabellera de Berenice. Si esta — 176 — estrella conserva durante 71 siglos la velocidad j la di- rección actual de su movimiento, se separará de la Osa major, describirá un arco casi igual á 27 veces el diáme- tro de la Luna, j se proyectará precisamente en medio del conjunto tan disgregado de la Cabellera. En el mismo es- pacio de tiempo habrán cambiado en mas de dos grados, 20 estrellas (89) . Ahora bien: como los movimientos pro- pios, va conocidos j medidos, varian en O'', 05 á 7", 7, es decir en la relación de 1 á 154, es evidente que las dis- tancias mutuas de las estrellas deben alterarse con el tiem- po, j que la figura actual de las constelaciones no puede sub- sistir siempre. La Cruz del Sud, por ejemplo, no conservará perpetuamente su forma característica, porque sus cuatro es- trellas marchan en sentido diferente y con velocidades des- ■J \ iguales. No podria calcularse hoj, cuantos miles de años deben trascurrir hasta su completa dislocación; pero ¿qué im- porta? ni para el esj^acio ni para el tiempo existen términos í^ absolutos de magnitud ó de pequenez. Si se quieren abarcar de un modo general los cambios que se verifican en el Cielo j que deben imprimir en el transcurso de los siglos otra fisonomía al aspecto del firma- mento , entonces es preciso proceder por enumeración v distinguir, éntrelas causas que presiden á esas variaciones: 1 .° la precesión de los equinoccios, cu jo efecto es hacer ascender nuevas estrellas hacia el horizonte j hacer otras invisibles por mucho tiempo; 2.*^ el cambio de brillo, perió- dico ó no periódico, de un gran número de estrellas; 3.° la aparición súbita de estrellas nuezas de las cuales la major parte han permanecido en el Cielo; 4.° la revolución de las estrellas binarias alrededor de su centro de gravedad co- mún. En medio de esas estrellas tenidas como fijas , que cambian á la vez de brillo, de color j de posición, pode- mos seguir los movimientos muj diferentemente rápidos de los 20 planetas principales de nuestro mundo solar j de «- — 177 — sus 20 satélites (40 son los astros secundarios de nuestro sistema en la actualidad; en la época deCopérnico j Ticho, el restaurador de la astronomía práctica, no se conocian mas que 7). Podríanse colocar todavía entre los cuerpos planetarios cerca de 200 cometas calculados , de los cua- les 5 son de corto período. Estos deben ser llamados come- tas interiores , puesto que sus trajectorias están compren- didas en las órbitas de los planetas. Cuando esos astros lle- gan á ser perceptibles asimple vista, durante el tiempo casi siempre reducido de sus apariciones, contribu jen como los planetas propiamente dichos, j como las estrellas nuevas que aparecen súbitamente con un vivo brillo, á aumentar el atractivo del cuadro ja tan esplendente, tan pintoresco, de la bóveda celeste. El estudio de los movimientos propios de las estrellas va unido de una manera íntima en la historia de las cien- cias astronómicas , á los progresos de los instrumentos j de los métodos de observación. Por otra parte, este estudio no podia intentarse con fruto, sino á partir de la época en que se aplicaron los anteojos á los instrumentos destinados á medir los ángulos; paso decisivo que era pre- ciso franquear, antes de poder sustituir la precisión de un segundo ó aun de una fracción de segundo de arco, á la precisión de un minuto, que á costa de grandes esfuerzos, supo dar á sus observaciones antes que nadie^ Ticho. Sin este inmenso progreso, no tendríamos hoj mas que un me- dio de resolver la cuestión de los movimientos propios; el de comparar entre sí observaciones separadas por una lar- ga serie de siglos. Tal fué, con efecto, la marcha seguida por Halle j en 1717. Eelacionó las posiciones modernas con las posiciones del catálogo de Hiparco, j en las diferencias que encontró de esta manera, fundó la creencia que le lle- vó á atribuir movimientos propios á tres estrellas principa- les, Sirio, Arturo j Aldebaran. El intervalo de tiempo TOl'O III. J2 -- 178 -^ comprendido entre esas observaciones fué de 1844 años (90). Pero mas adelante, la precisión de los trabajos de Roe- mer j la alta idea que se tenia del valor de las ascensio- nes rectas conservadas en el Triduum del astrónomo danés determinaron sucesivamente á Tobías Majeren 1756, á Maskeljne en 1770 j á Piazzi en 1800, á darse por sa- tisfechos con el pequeño intervalo comprendido entre su época j la de Roemer, j á comparar las observaciones de este, con las su jas (91). Asi es como el fenómeno de los movimientos propios de las estrellas ha podido ser reco- nocido en su generalidad, desde la mitad del último siglo. Pero las primeras determinaciones numéricamente exac- tas datan solamente de 1783, j son debidas á G. Hers- cbell , que tomó por base las observaciones de Flamsteed (92), j principalmente á los admirables trabajos de Bes- sel j de Argelander , que compararon sus mismos ca- tálogos con las posiciones observadas por Bradlej, bá- cia 1755. Este descubrimiento de los movimientos propios de las estrellas es de la major importancia para la astronomía fí- sica, j ba becbo conocer el movimiento que arrastra á nuestro sistema solar á través de los espacios celestes, j la dirección también en que se verifica esta traslación . Nun- ca hubiéramos sabido nada de semejante fenómeno , si el movimiento progresivo de las estrellas hubiera escapado á nuestras medidas en virtud de su misma pequenez. Haj mas : los inauditos esfuerzos que se han intentado para determinar ese movimiento, en dirección j en magnitud, para medir el ¡jccralaje de las estrellas ó sus distancias, die- ron como consecuencia inmediata la de elevar ciarte de ob- servar almajor grado de perfección, sosteniéndose en él, es- pecialmente desde 1830, ja por los progresos incesantemen- te estimulados de los aparatos micrométricos, ja por el em- pleo cada vez mas intelijente de los grandes círculos me- — 179 — ridianos, de los grandes lieliómetros j de los grandes an- teojos montados paralácticamente. Hemos visto al comienzo de este capítulo, que los movi- mientos propios de las estrellas varian, de una á otra, des- de ^/oQ de segundo hasta cerca de 8". Pero no son las es- trellas que brillan mas las que tienen los movimientos mas fuertes; sino las de 5/, 6/ j aun 7/ magnitud (93). Las mas notables bajo esta relación son las siguientes: Arturo, l.'^mag., movimiento propio =2", 25; „, del Centauro, 1.^ mag., 3'^, 58 (94); /, de Casiopea, 6.' mag., 3", 74; la es- trella doble § delEridan, 5-4/ mag., 4", 08; la estrella do- ble 61 del Cisne, 5-6.^ niag., 5", 123 (su movimiento fué reconocido por Bessel en 1812, por las observaciones de Brad- lej comparadas con las de Piazzi; una estrella colocada sobre el límite que separa los Perros de Caza de la Osa Major (95), j que lleva el número 1830 en el Catálogo de las es- trellas circumpolares de Groombridge, 7." mag., 6", 974, según Argelander; s del Indiano 7"74, según D'Arrest (96); 215f de la Popa de la Nave, 6." mag., T ',871. Opon- gamos á esos resultados escepcionales un dato mas general: tomando el término medio aritmético de los movimientos propios estelares, para todas las regiones del Cielo donde estos movimientos están perfectamente comprobados, Moed- 1er bailó solo O", 102 (97). En virtud de sus investigaciones acerca de «la varia- bilidad de los movimientos propios de Sirio j de Procion,» Bessel, el astrónomo mas grande de nuestra época, llegó en 1844 á consecuencias bien notables. Tenia la convicción, poco tiempo antes de la dolorosa enfermedad que causó su muerte, de «que las estrellas cu jos movimientos propios presentan variaciones sensibles, pertenecen á sistemas que ocupan espacios bastante pequeños con relación á las enor- mes distancias mutuas de las estrellas.» La creencia de Bessel en la existencia de pares estelares en los que uno de — 180 — los astros componentes carece de luz era tan firme, como lo probaria en caso de necesidad, la larga correspondencia que sostuvo conmigo, que bastó para despertar la atención uni- versal, independientemente del interés que vá unido natu- ralmente á toda concepción capaz de ensanchar el círculo de nuestros conocimientos respecto del universo sideral. «El cuerpo atractivo, dice el célebre observador, debe estar ó mu j cerca de la estrella cujo movimiento propio presen- ta variaciones sensibles, ómuj cerca de nuestro propio Sol. Ahora bien: como la presencia de un cuerpo atractivo^ do- tado de una masa considerable j colocado á muj corta dis- tancia del Sol, no está en manera alguna acusada por los movimientos de nuestro sistema planetario, llegamos á la otra alternativa; es preciso admitir que el cuerpo atrac- tivo está situado muj cerca de la estrella misma. Esta es la única esplicacion aceptable de las variaciones que el movi- miento propio de Sirio ha esperimentado en el trascurso de im siglo (98).» Bessel me escribia en julio de 1844: «...In- sisto en la creencia de que Sirio j Procion son verdade- ras estrellas dobles, compuestas de una estrella visible y de nna invisible.» Y como jo habia manifestado, en son de broma, algunos escrúpulos con respecto &l mundo fantástico que se iba á poblar de astros oscuros, anadia: «No haj ra- zón alguna para considerar la facultad de emitir la luz co- mo una propiedad esencial de los cuerpos. De que sean vi- sibles innumerables estrellas , no resulta evidentemente prueba ninguna contra la existencia de estrellas invisibles, también innumerables. La dificultad principal, la de es- plicar físicamente la variabilidad de un movimiento propio, será vencida de una manera satisfactoria , suponiendo que existen astros oscuros. La siguiente hipótesis, no tiene ob- jeción posible: las variaciones de velocidad no pueden re- sultar mas que de la acción de ciertas fuerzas^ j estas fuer- zas deben obrar según las le jes de Newton.» — i81 — Un año después de la muerte de Bessell, Fuss acometió la empresa, invitado por Struve, de buscar por su parte la causa de las anomalías presentadas por Sirio j Procion. Con este fin llevó á efecto nuevas observaciones en Pul- kova, con el anteojo meridiano de Ertel, j comparó los re- sultados así obtenidos con antiguas observaciones conve- nientemente reducidas. La conclusión de Struve j de Fuss es contraria al pensamiento de Bessell (99). Pero un gran trabajo que acaba determinar Peters en Kcenigsberg, j aná- logas investigaciones emprendidas por Scbubert^ calcula- dor del Nautícal Almanach de los Estados-Unidos, han dado alguna razón á esta hipótesis. La creencia en las estrellas que carecen de luz se babia estendido ja en la antigüedad griega, j especialmente en los primeros tiempos del cristianismo. Admitíase «que en medio de las estrellas brillantes, cu jos vapores alimentan la combustión, se mueven también otros cuerpos de naturaleza terrestre, que permanecen invisibles para nosotros (100). > Mas adelante se rebusteció esta conjetura con la estincion completa de las estrellas nuevas, sobre todo de las que Ti- cbo j Keplero observaron tan cuidadosamente en Casiopea j en el Serpentario. Como se creia desde esta época, que la primera estrella babia aparecido ja dos veces con un inter- valo de 300 años, no podia imaginarse un aniquilamiento real, una completa destrucción. El inmortal autor de la Mecánica celeste aceptaba también la existencia de masas no luminosas en el Universo, j fundaba su conjetura en las aparicionesdel572 j de 1601. «Esos astros que han llegado áser invisibles, después de haber eseedido en brillo al mis- mo Júpiter, no han cambiado de lugar durante su aparición (solo han dejado de emitir luz). Existen, pues, en el espa- cio celeste cuerpos opacos tan considerables j quizás en tan gran número como las estrellas (1).» Míedler dice también an sus Investigaciones solre el sistema sideral (2): «Un cuer- — 182 — po oscuro podría ser cuerpo central ; podría estar rodeado de cuerpos oscuros, así como el Sol está rodeado única é inmediatamente de planetas que carecen de luz propia. Los movimientos de Sirio jProcion, señalados por Bessel, con- ducen además necesariamente (?) á admitir casos en los que ciertos astros brillantes serian simples satélites, subordina* dos á masas oscuras.» Algunos partidarios de la teoría de la emisión suponen que tales masas pueden irradiar la luz permaneciendo completamente invisibles para nosotros; basta que sus dimensiones ó sus masas sean tales, que los átomos de luz que emiten estén retenidos ó dirigidos bácia el centro por la fuerza de atracción de la masa, j esto á partir de un cierto límite que no podrian esceder las molé- culas luminosas (3). Si existen, como puede creerse, cuer- pos oscuros ó invisibles en el Universo, cuerpos donde la luz no se desarrolla nunca_, en todo caso no podrian encontrarse cerca de nuestro sistema de planetas j cometas, á menos que su masa no fuese estremadamente débil, sin que su pre- sencia se bubiera ja conocido por perturbaciones sensi- bles. La investigación de los movimientos estelares, ja sean reales ó aparentes j producidos por el simple desarrollo del observador; la medida de la distancia de las estrellas por la de sus paralajes; la determinación del sentido j de la velo- cidad del movimiento de traslación de nuestro sistema pla- netario, son tres problemas muj importantes, intimamente unidos por su naturaleza misma j por los medios que ban podido emplearse para su solución mas ó menos completa. Ningún progreso en los métodos, ningún perfeccionamiento en los aparatos de medida ba sido realizado con objeto de abordar uno de esos difíciles problemas, que no baja produ- cido en seguida inestimables resultados para la solución de los otros dos. Empezaré con preferencia a toda otra cuestión por la de los paralajes ó distancias de ciertas estrellas ele- — 183 — gidas, con el fin de completar la esposicion de las nociones adquiridas sobre las estrellas consideradas aisladamente. Galileo proponia desde principios del siglo XVII, «me- dir las distancias, muj desiguales sin duda, que separan á las estrellas de nuestro sistema solar.» Presintió igualmen- te con admirable sagacidad que se bailaría el medio, mejor de determinar el paralaje, no en la medida de las distan- cias angulares al polo ó al zenit, sino «en la compara- ción cuidadosa de las posiciones respectivas de dos es- trellas muj próximas.» Esta era, en términos generales^ la indicación formal de los métodos micrométricos que fueron aplicados mas tarde por G. Herscbell en 1781, después por Struve V por Bessel. «Percbé io non credo^ dice Galileo (4), en su Qiornata terza^ cbe tutte le stelle siano sparse in una sferica superficie eguahnente (listante da un centro; ma stimo cbe le loro lontananze da noi siano talmente varié , que al- cune ve ne possano esser 2 e 3 volte piíí remote di alcune altre ; talcbé qiiando si trovasse col Telescopio qualche fie- ciolissima stella vicimssima ad aJcuna deUe maggiori^ e cbe pero quella fusse ú.úsúm.2i,poirehJ)e accadere, clie aiialclie sen- sihil mutazione succedesse tra di loro.» El sistema de Copér- nico presentaba con efecto este problema; adoptándolo, era absolutamente necesario buscar en los cambios de posición de las estrellas la demostración del movimiento anual de la Tierra alrededor del Sol. Así también^ cuando Keplero bubo demostrado, por las observaciones de Ticbo, que las posi- ciones aparentes de las estrellas no manifestaban señal al- guna sensible de cambio paraláctico, por lo menos dentro de la precisión de un minuto de arco (tal era el grado de exactitud que el mismo Ticbo atribula á sus medidas de distancia), los copernicanos debieron deducir que el diáme- tro de la órbita terrestre, á pesar de sus 306 millones de ki- lómetros, es una base geométrica mucbo mas pequeña con relación á la enorme distancia de las estrellas fijas. — 184 — La esperanza de llegar á determinar esas distancias de- bía , pues , únicamente descansar en el futuro progreso de los aparatos ópticos j de los instrumentos de medida, es de- cir, en la posibilidad de evaluar con precisión ángulos muy pequeños. Así que en tanto que no pudo obtenerse esta precisión mas que para un minuto próximamente, la falta de paralaje sensible probaba únicamente que la distancia de las estrellas fijas escede de 3,438 radios de la órbita terres- tre, es decir, 3,438 veces la distancia de la Tierra al Sol (5). A medida que ba ido aumentando la exactitud de las ob- servaciones, ba ido creciendo también este límite en la mis- ma relación. Las observaciones de Bradlej, exactas en 1" próximamente , colocaban las estrellas mas próximas á 206^265 veces la distancia de la Tierra al Sol. Desde la bri- llante época en que Frauenbofer construyó sus admirables instrumentos, la precisión de las medidas ba llegado á 0",1; el radio de la órbita terrestre no es insuficiente ja mas que para estrellas cuja distancia escediera de 2.062,648 veces la longitud de esta base geométrica. El ingenioso aparato zenital construido en 1669 por Ro- berto Hooke^ contemporáneo de Ne^rton, no bastó para el objeto propuesto. Picard, Horrebow (el calculador délas únicas observaciones de Rffimer que se ban salvado), j Flamsteed creian baber encontrado paralajes de mucbos segundos , porque confandian ciertos cambios aparentes de las estrellas con el efecto paraláctico del movimiento anual. Juan Micbell, por el contrario (Philos. Trans.^ 1767, t. lvii, p. 234-264), atribuía á las estrellas mas próximas un pa- ralaje por lo menos de O ",02, «imposible de reconocer á menos de emplear un aumento de 12,000 veces.» La opi- nión muj generalizada de que la superioridad de brillo de una estrella es un seguro indicio de su aproximación, empe- ñó á Calandrelli j al célebre Piazzi (1805) en una serie de investigaciones poco felices acerca de los paralajes de Vega, — 185 — de Aldebaran, de Sirio j de Procion. Otro tanto es preciso decir de las investigaciones de Brinklej (1815): PoQd pri- mero j Air j después las han combatido victoriosamente. Las primeras nociones satisfactorias acerca de los paralajes se Kan obtenido por el camino de las medidas micrométri- cas; pero no empezaron á producirse hasta 1832. En una importante memoria acerca de la distancia de las estrellas (6), Peters evalúa en 33 el número de Jos para- lajes ja determinados. Citaremos únicamente 9; son los que mas confianza merecen, aunque no todos la misma. Segui- remos, no obstante, el orden cronológico. La estrella que ha llegado á ser tan célebre, merced á los trabajos de Bessel, la Gl.Mel Cisne, debe ocupar aquí el primer lugar. Desde 1812 el astrónomo de Kffinigsberg ha- bía descubierto el movimiento propio considerable de esta estrella doble, cujas componentes son inferiores ala 6.'' magnitud; pero hasta 1838 no determinó el paralaje mer- ced á su eliómetro. Mis amigos Arago j Mathieu habían observado la distancia zenital de la 61.'' del Cisne, desde el mes de Agosto de 1812 hasta el mes de Noviembre del año siguiente, con el fin de medir su paralaje absoluto. Dedu- jeron de sus observaciones la consecuencia muj exacta de que el paralaje de esta estrella es inferior á la mitad de un segundo (7). En 1815 j en 1816, Bessel no había podido obtener aun resultado alguno admisible (son sus propias palabras) (8); pero las observaciones hechas con el gran eliómetro de Frahuenhofer desde el mes de Agosto de 1837 hasta Octu- bre de 1838, le dieron por último un paralaje de 0'',3,483, es decir, una distancia igual á 592,200 veces la de la Tier- ra al Sol. La luz emplea 9 años j ^/j en recorrer este es- pacio. Las observaciones hechas en 1842 por Peters han confirmado este resultado, puesto que dan O", 3,490. El mismo astrónomo ha modificado después el resultado de — 186 — Bessel, introduciendo en él una pequeña corrección relativa á las variaciones de temperatura ; de este modo ha halla- do 0^',3,744 (9). El paralaje de la estrella doble mas hermosa del cielo austral, * del Centauro, fué determinado en 1832 por las observaciones de Henderson en el cabo de Buena Esperanza, j por las de Maclear en 1839. El resultado es 0",9,128 (10). Es, pues, la estrella mas cercana á nosotros entre aquellas cuja distancia se ha medido, j está tres veces mas apro- ximada que la 61 ." del Cisne. Struve se ocupó durante mucho tiempo del paralaje de o. de la Lira. Sus primeras observaciones datan de 1836, V daban un resultado comprendido entre O'', 07 j O", 18 (11). Mas adelante obtuvo, como valor definitivo, el núm. O", 2, 613, que corresponde á 771,400 radios de la órbita terrestre, distancia recorrida en 12 años por la luz (12). Peters ha hallado solamente O'', 103. Así la estrella mas bri- llante del cielo boreal estarla mas apartada que una peque- ña estrella de 6.'' mag-nitud, la 61.* del Cisne, que se dis- ting-ue apenas en la bóveda celeste. El paralaje de la estrella polar ha sido deducido por Pe- ters, de observaciones contÍDuadas durante 20 años en Dor- pat, desde 1818 á 1838. Peters ha encontrado O'', 108, re- sultado tanto mas satisfactorio, cuanto que las observaciones de que procede asignan al propio tiempo á la constante de la aberración un valor 20", 455, casi idéntico al de Stru- ve (13). La estrella 1830 del Catálogo de Groombridge, en la cual ha reconocido Argelander el movimiento propio mas fuerte de todo el cielo boreal, tiene por paralaje 0",226, según una serie de 48 distancias zenitales muj exactas que observó Peters en Pulkova en 1842 y 1843. Faje asignó á esta estrella un paralaje 5 veces major (1",08)5 superior por consiguiente al de « del Centauro. Con el fin de despe- — 187 — jar las dudas que aun podía haber acerca de la distancia de la 1830 de Groombridge, Otto Struve trató de determinar su paralaje por medio del gran ecuatorial de Pulkova. Sus investigaciones dieron un resultado inesperado : llegó por la discusión de una de las series mas bellas de observacio- nes que pueden imaginarse, á afirmar que el paralaje de esta estrella debia ser inferior á un décimo de segundo. Bessel babia decidido en 1842, aplicar á esta estrella el método j el instrumento que tan buen resultado babia dado para la (51 /del Cisne. Las observaciones becbas por Scblüter, j calculadas por Wicbmann, en Kcenigsberg, dieron un para- laje intermedio entre las de Peters jde O. Struve. Las tres medidas concuerdan, pues, en establecer que el paralaje de la 1830 de Groombridge no podria esceder de una muj pe- queña fracción de segundo de arco (14). ESTRELLAS. -< es "^ NOMBRES DE LOS 1 - Pi OBSERVADORES. ! a del Centauro. 0' ,913 0",070 Henderson yMaclear. 61 del Cisne. 0 ,3744 0 ,020 Bessel. Sirio. 0 ,'230 n Henderson. 1830 Groombridge. 0 ,22G 0 ,141 Peters. V 0 ,1825 0 ,018i> Sehliitcr y Wichmann. 7) 0 ,034 0 ,029 Otto Struve. V de la Osa Mayor. '0 ,133 0 ,106 Peters. Arturo. 0 ,127 0 ,073 Peters. a de la Lira. 0 ,207 0 ,038 Struve y Peters. La Polar. 0 ,106 0 ,012 Peters. La Cabra. 0 ,046 0 ,200 Peters. En general, los resultados obtenidos basta aquí no esta- blecen en modo alguno que las estrellas mas brillantes sean 18 también las mas próximas. Si el paralaje de « del Centauro es el mavor de todos, se observa al mismo tiempo que los de CL de la Lira^, de Arturo, j de la Cabra especialmente,- son muj inferiores al paralaje de una estrella de 6/ mag- nitud, la GFdel Cisne. Lo mismo sucede con los movimien- tos propios. Después de la 215F de la Popa j « del Indiano, las estrellas dotadas de movimiento mas rápido son la 61* del Cisne (5", 123 por año), j el núm. 1830 de Groombridge. llamada también en Francia estrella de Argelander (6", 974 por año). Esas estrellas están 3 ó 4 veces mas apartadas que a del Centauro, cujo movimiento propio no escede de 3", 58. El volumen, la masa, el brillo, el movimiento pro- pio y la distancia, tienen sin duda entre sí relaciones mu y complejas (15); J sí puede presumirse que las estrellas mas brillantes son también en tesis general las mas próximas á nosotros, de la misma manera pueden existir estrellas muj apartadas, cuja fotosfera ó superficie sea capaz de emi- tir una luz muj viva. Las estrellas clasificadas en el primer orden de magnitud, efecto de su brillo, podrian, pues, es- tar colocadas á major distancia que las estrellas de 4."" j aun de 6.'' magnitud. Si abandonamos la inmensa capa es- telar de la cual forma parte nuestro sistema, para descender grado por grado hasta nuestro mundo planetario, ó aun mas abajo, basta los mundos inferiores de Saturno y de Júpiter, vemos constantemente un cuerpo central rodeado de masas subordinadas, cuja magnitud j brillo parece que apenas dependen de las distancias. Nada podrid dar tanto atractivo al estudio todavía tan atrasado de las distancias estelares, como la íntima relación que tiene necesariamente el cono- cimiento de los paralajes con el de la estructura general del Universo. El genio humano ha sabido sacar partido para este género de investigaciones, de la propagación sucesiva de la luz, en- contrando en ella un nuevo manantial, en un todo diferente — 180 — de los medios de que ja he hablado. Esta ingeniosa concep- ción merece seguramente un lugar aquí. Savarj, que tan •pronto ha sido arrebatado á las ciencias, ha demostrado cómo ciertos efectos de la aberración, particulares de las es- trellas dobles, podrian servirpara determinar sus paralajes. Si el plano de la órbita descrita por el satélite alrededor de la estrella central no es perpendicular al rajo visual diri- o-ido de la Tierra á la estrella ; si dicho "plano está colocado casi en la dirección del rajo visual, el satélite afectará describir una órbita casi rectilínea. Ahora bien : su órbita real puede entonces ser descompuesta idealmente en dos partes, en el sentido del rajo visual: una donde el satélite se aproxima constantemente á la Tierra ; la otra donde se separa constantemente de ella. En el primer caso el espa- cio que la luz debe recorrer para llegar hasta nosotros va disminujendo: este espacio va creciendo en el segundo caso. Kesulta de aquíque el satélite empleará tiempos diferentes, no en realidad, sino en apariencia, en describir esas dos mitades de su órbita que supondré circular para major sencillez. Si pues la magnitud de esta órbita es tal, que la luz necesite de muchos dias ó de muchas semanas para atravesarla, la semi-diferencia de las duraciones aparentes de las dos semi-revoluciones dará la medida del tiempo que la luz emplea en recorrer la estensíon de la órbita en el sen- tido de nuestro rajo visual; mientras que la suma de esas duraciones aparentes indicará la duración real de la revolu- ción entera. Ahora bien: la velocidad absoluta de la luz nos es conocida; recorre 2,663 millones de miriámetros en 24 horas. Sigúese de aquí que un-a de las dimensiones absolutas de la órbita puede ser calculada en miriámetros, según que la simple determinación micrométrica del án- gulo bajo el que ve esta línea el observador, da inmedia- tamente el paralaje ó la distancia de la estrella princi- pal (16). — 190 — Así como la determinación de los paralajes nos muestra las distancias mutuas de' las estrellas j su verdadero lugar en el Universo; así el estudiode los movimientos propios, en magnitud j en dirección, puede llevarnos á la solución de dos nuevos problemas, á saber: el movimiento de traslación del sistema solar en el espacio (17), j la posición del centro de gravedad de todo el universo sideral. En semejante ma- teria podemos decir que toda noción irreductible á simples relaciones de números, es por esto mismo poco propia para manifestar con la claridad necesaria la conexión de las cau- sas j de los efectos. De les dos problemas enunciados, el primero es, por consiguiente, el único que no ofrece carác- ter alo-uno de indeterminación absoluta. Pueden citarse como testimonio de ello las escelentes investigaciones de Argelander. En cuanto al segundo problema, relativo á la estructura misma del Universo , no puede llegar la inteli- gencia humana á la concepción precisa j clara del juego de las fuerzas innumerables que deberia comprender. La solución evidente, indispensable á toda demostración real- mente científica (18)^ falta por otra parte, según confiesa el mismo Maídler, que tantos j tan ingeniosos esfuerzos ba liecho para obtenerla. Cuando se ha llevado cuenta exacta de los efectos debi- dos á la precesión de los equinoccios, á la nutación del eje terrestre, á la aberración de la luz j á los cambios paralác- ticos engendrados por el movimiento anual de la Tierra al- rededor del Sol, los movimientos aparentes de las estrellas contienen todavía, además de los cambios que en realidad les pertenecen, un rasgo cualquiera del movimiento de traslación general del sistema solar. Eradle j ha entrevisto primero que nadie, en su bella Memoria acerca de la nuta- ción (1748), el movimiento propio del Sol, j hasta ha in- dicado la mejor marcha que debe seguirse para compro- bar esta hipótesis (19). «Si se reconoce, dice Bradlej, ^ue — 191 — nuestro sisiema jjlanetario camina de lugar en el espacio ab- soluto, deberá poderse observar en el trascurso de los tiem- pos, una variación aparente en las distancias aügulares de las estrellas; j como las estrellas cercanas estarán mas afec- tadas de esta variación que las estrellas apartadas, resulta de aquí que las posiciones de esas dos clases de estrellas pa- recerá como que cambian unas relativamente á las otras, aun cuando realmente bajan permanecido inmóviles. Si, por el contrario, nuestro Sol está en reposo j las estrellas son las que se mueven, entonces cambiaran aun sus posi- ciones aparentes; esas variaciones serán tanto mas sensibles, cuanto mas próximas á la Tierra estén las estrellas, v colo- cadas en el sentido mas favorable con relación á nosotros. Los cambios de posición de las estrellas pueden , por otra parte , depender de tan gran número de causas , que será necesario quizás esperar bastantes siglos antes de poder re- conocer sus le jes.» Tobías Majer, Lambert j Lalande, después de Bradlej, ban discutido en sus escritos, ja la posibilidad_, ja la ve- rosimilitud del movimiento de traslación del sistema solar. G. Herscbell es quien primero ba intentado en sus Memo- rias de 1783, 1805 j 1806, establecer esta conjetura sobre liecbos observados. Encontró ( j se ba confirmado después por un gran número de trabajos mas exactos) que nuestro sistema solar se dirige bácia un punto si*tuado en la cons- telación de Hércules, á los 260°, 44' de ascensión recta v 26°, 16' de declinación boreal (para 1800). Comparando las posiciones que un gran número de estrellas ban ocupa- do en el Cielo en épocas distintas, Argelander ba bailado, parala posición de este punto: en Í800, AR. 257°. 54', 1. Decl. -h28o, 49', 2, y para 1850, v 258°, 23', G. -u28«, 45', 6; Otto Struve ba deducido de 392 estrellas: 109 en 1800, AR. 261°, 20', 9. Decl. -j- 37°, 35', 5. y para 1830, » 261°, 52', 6 -f37°, 33', 0. SegUR Gauss (20j, el punto buscado está en un cuadri- látero cu JOS vértices tienen como posiciones: AR. 238°, 40' Decl. -f- 30°, 40' 238°, 42 30°, 57' 259°, 13 31°, 9' 260°. í 30°, 32' Quedaba todavía por examinar lo que darian las es- trellas del liemisferio austral, invisibles en nuestros cli- mas. Gallowaj se ocupó de esos cálculos con un celo ver- daderamente particular (21); comparó observaciones muy recientes hechas por Johnson en Santa Elena, j por Hen- derson en el cabo de Buena Esperanza (1830), con las an- tiguas determinaciones de Lacaille j de Bradlej (1750 j 1757). El resultado ha sido: para 1790, AR. 260°, O' Decl. + 34°, 2' además para 1800, » 260°, 5' + 34°, 22' y para 1850, v 260°, 33' + 34°, 23' La conformidad de este resultado con el que habían da- do ja las estrellas boreales es en estremo satisfactorio. Determinada asi, con un cierto grado de aproximación, la dirección del movimiento progresivo de nuestro sistema solar, surge naturalmente una cuestión, á saber: ¿es el Uni- verso sideral una simple j casual agregación de sistemas par- ciales, independientes entre sí^ ó es un sistema mas vasto, en el cual girarían todos los astros alrededor del centro de gra- vedad general? Puede también preguntarse si el centro del Universo cae en el vacío, ó sí debe estar materialmente re- presentado por un cuerpo central de una masa preponde- rante. Aquí entramos en el dominio de las puras conjetu- ras; j si es cierto que puede dárselas apariencias científicas, la insuficiencia radical de los datos suministrados por la — 193 — observación ó por la analogía no permitirá nunca elevar esas hipótesis al grado de fuerza j^ de claridad que se en- cuentra en otras ramas de la ciencia. Querer tratar á fon- do semejante problema, pretender aplicar aquí los re- sortes del análisis matemático , es olvidar que descono- cemos los movimientos propios de un número infinito de pe- queñas estrellas (de la 10.'^ á la 14/^ magnitud), y que estas estrellas precisamente son las que constituyen la par- te mas considerable de los anillos ó de las capas estelares de la Via láctea. El estudio de nuestro propio mundo planetario, donde se llega sucesivamente de los pe- queños sistemas parciales de Júpiter, Saturno,, j de Ura- no á la concepción del sistema solar que los comprende á todos, ha podido ofrecer para el estudio del Universo la tentación de una fácil analogía. De aquí la idea de un mundo estelar donde numerosos grupos parciales situados unos con respecto de los otros á inmensos intervalos, estu- viesen coordinados mutuamente por un lazo de orden su- perior, tal como la atracción preponderante de un gran cuerpo central, especie de Sol del Universo (22). Pero los hechos adquiridos contradicen esas conjeturas fundadas únicamente en la vaga analogía que tienden á estable- cer entre el universo sideral j nuestro sistema solar. En las estrellas múltiples^ por ejemplo, astros lumino*so3 por sí mismos , soles en una palabra ¿ no giran alrededor de un centro de gravedad colocado á gran distancia de ellos en el espacia? Y aun en nuestro propio mundo ¿es el centro del Sol, el verdadero centro de los movimientos pla- netarios? No; el centro de los moviniientos es el centro de gravedad general de todas las masas que componen el sis- tema. Unas veces el centro de gravedad cae, en virtud de las posiciones respectivas de los planetas preponderantes (Júpiter j Saturno) en el interior del Sol; j otras, j este es el caso mas frecuente, cae fuera del Sol (23). En las es- — 194 — trelias dobles el centro de gravedad está colocado en el va- cío. En nuestro sistema solar este punto se halla ya en el vacío, ja en un espacio ocupado por la materia. Podríase también imaginar para referir á la analogía las estrellas binarias ó múltiples, que existe en el centro de sus movi- mientos un cuerpo oscuro ó iluminado débilmente por una luz estraña; pero esto seria entrar demasiado pronto en el dominio de los mitos j de las hipótesis gratuitas. Véase sin embargo una consideración mas digna de atención. Silos movimientos propios de las estrellas diver- samente apartadas j del Sol mismo , se verificasen en in- mensos círculos concéntricos, el centro de esos movimientos deberia hallarse á 90° del punto hacia el cual se dirige nuestro sistema solar (24). En este orden de ideas, es im- portante estudiar de qué manera se reparten en el Cielo los movimientos propios, lentos ó rápidos de las estrellas. Ar- gelander ha examinado, con su reserva j sagacidad habi- tuales, hasta qué grado de verosimilitud podia buscarse el centro general de las gravitaciones de nuestro estrato este- lar en la constelación de Perseo (25). Moedler se inclina hacia el grupo de las Pléyades. Vá mas lejos: j siempre rechazando la idea de un cuerpo central dotado de una masa preponderante, coloca el centro de gravedad general en Alción (>? de Tauro), la mas bella de 'las Pléyades (26). No voj á discutir aquí semejante opinión, ni á examinar si tiene fundamento, ó es solo verosímil (27). Puede recha- zarse, pero cuando menos se concederá -al activo director del Observatorio de Dorpart que no serán inútiles sus in- vestigaciones para algunas partes de la astronomía física. Sobre todo tendrá el mérito de haber reducido j discutido, no sin trabajo, las posiciones v los movimientos propios de mas de 800 estrellas. VI. ESTRELLAS DOBLES Y MÚLTIPLES. — SU NUMERO Y DISTANCIAS MU- TUAS.— DURACIONES DE LA REVOLUCIÓN DE DOS SOLES ALRE- DEDOR DE SU CENTRO DE GRAVEDAD COMÚN. Puesto que el sistema general del Universo ha sido mas bien supuesto que entrevisto, dejemos jalas consideraciones de conjunto, para descender álos sistemas parciales. Aquí, encontramos un suelo mas firme, fenómenos mas accesibles al observador. Las estrellas dobles, ó mas generalmente aun, las estrellas múltiples, son sistemas compuestos de un núme- ro maj pequeño de astros luminosos por sí mismos, verda- deros soles unidos por el lazo de una recíproca gravitacion_, j que ejecutan sus movimientos en forma de curvas cerra- das. Antes de que la observación hubiese revelado su exis- tencia, no se conocian semejantes movimientos mas que en nuestro sistema solar, donde los planetas verifican también sus revoluciones en trajectorias limitadas (28). Pero esta analogía, puramente aparente, ha conducido durante mu- cho tiempo á ideas falsas. Aplicábase el nombre. de estrella doble á todo par de estrellas, cuja aproximación no permi- tia la separación á simple vista (Castor, a de la Lira /í de Orion, c>. del Centauro); cuando hubiera sido preciso distin- guir dos clases muj diversas de pares estelares; los que aparecen como tales, á causa de la situación particular del — 196 — observador aunque las estrellas, en apariencia reunidas, pertenezcan en realidad á regiones ó á capas en todo dife- rentes; j los que están formados de estrellas realmente pró- ximas, de estrellas colocadas por ello bajo la influencia de su g-ravitacion recíproca. Estos últimos son verdaderos sis- temas parciales. Dichas dos clases se denominan estrellas áo- hles ópticas j estrellas áohlesj'ísicas. Cuando la distancia es grande j el movimiento muj lento, las segundas pueden ser confundidas fácilmente con los pares puramente óptico?. Alcor, pequeña estrella déla cual han hablado con frecuen- cia los astrónomos árabes, porque es perceptible á simple vista-, cuando el aire es puro j la vista muj penetrante constituje con ^ de la cola de la Osa Major un par óptico, en toda la estension de la palabra, quiero decir, un par de estrellas físicamente independientes. He hecho ver también en otra parte cuántos obstáculos puede proporcionar una gran proximidad aparente ó real, á la separación óptica de las estrellas que forman par, sobre todo si una de las dos posee un brillo preponderante. Las colas estelares j otras ilusiones de origen orgánico que producen la visión indis- tinta, han sido también discutidas en su lugar (29). Sin haber hecho jamás de las estrellas dobles objeto es- pecial de investigaciones telescópicas, Galileo, cu jos an- teojos eran por otra parte demasiado débiles para un asunto de esta especie , habia notado sin embargo la existencia de los pares ójjticos. En un pasaje célebre de su Ciíornata terza^ indica á los astrónomos el partido que podrían sacar de esas estrellas, para determinar su paralaje (quando si trovasse nel telescopio qualche picciolissima stella, vicinis- sima ad alcuna delle maggiori) (30). Hacia la mitad del siglo pasado apenas si se contaban 20 estrellas dobles , es- clujendo aquellas cuja distancia escede de 32'^ Hoj, se conocen 0.000 en ambos hemisferios, gracias á los inmen- sos trabajos de Guillermo j Juan Herschell j de Struve. — 197 — Entre los pares mas antig-uos conocidos, pueden citarse: í de la Osa ma vor , señalada en 1700 por Godofredo Kirch; « del Centauro, en 1709, por el padre Feuillée; ;i de Virg-o, en 1718; « de Géminis, en 1719; la Gl del Cisne, en 175.3; (estas tres últimas fueron observadas por Bradlev que de- terminó también sus áng-ulos de posición j sus distancias); P de Ofiuco; C de Cáncer... (31) Su número fué au- mentando poco á poco, desde Flamsteed que usaba ya un micrdmetro, basta Tobias Majer, cujo catálogo apareció en 175(5. Dos profundos pensadores, h^mhert (Fo tome Iria, 1760; Cartas cosmológicas sobre la estriícttíva del Uni- verso, 1761) j Juan Micbell (1767) no observaron por sí mismos las estrellas dobles; pero publicaron las primeras nociones exactas acerca de las relaciones de atracción mu- tua que deben existir entre las componentes de esos siste- mas parciales. Lambert pensaba con Keplero, que los soles lejanos deben estar rodeados, como nuestro propio Sol. de un cortejo de astros oscuros semejantes á nuestros planetas j á nuestros cometas. En cuanto á las estrellas muj próximas unas de otras creia, pareciendo que se inclinaba siempre á la hipótesis de un cuerpo central oscuro, que esas estrellas debían girar alrededor de su centro común de gravedad, j verificar su revolución en un espacio de tiempo muj li- mitado (32). Michell_, que ignoraba completamente las ideas emitidas por Kant j por Lambert, siguió otro camino. Aplicó el cálculo de las probabilidades al estudio de ios grupos estelares j sobre todo á las estrellas múltiples, bi- narias ó cuaternarias (33). Demostró que habia 500.000 probabilidades contra una, de que la reunión de las 6 es- trellas principales de las Pléjades no fuese efecto del acaso, j que alguna causa habia debido determinar su aproximación. Tan persuadido estaba de la existencia de estrellas que giraban unas al rededor de las otras, que propuso el estudio de esos sistemas parciales como un -- 198 -^ medio de resolver ciertos problemas astronómicos (34).- Cristian Majer, astrónomo de Manheim, tiene el gran mérito de Laber observado seriamente las estrellas dobles antes que nadie (en 1778). La denominación poco conve- niente de satélites, j sobre todo la aplicación que creyó deber bacer de ella á las estrellas que referia á Arturo, aun cuando le estuviesen separadas en 2" 30' j 2° 55', le es- pusieron á las burlas de sus contemporáneos y á la crítica escesivamente amarga del célebre geómetra Nicolás Fuss. ¿Era verosímil, con efecto, que pudiesen sernos visi- bles, cuerpos planetarios que recibían su luz de orígenes tan apartados? Desecháronse, pues, las ideas sistemáticas de Majer, j hasta se desecharon también sus observacio- nes por creer que habia derecho para hacerlo. No obstante, él decia_, son sus palabras, en su respuesta á las críticas del padre Maximiliano Hell, director del observatorio imperial de Viena: «O las pequeñas estrellas colocadas tan cerca de las grandes, carecen de luz propia j están débilmente ilu- minadas como planetas; ó la estrella central y su satélite son dos soles brillantes por su luz propia que giran uno al- rededor del otro.» Lo que haj de capital en los trabajos de Cristian Majer^ fué reconocido mucho tiempo después de su muerte por Struve j por Mípdler, que hicieron valer sus derechos al reconocimiento de los astrónomos. Eq sus dos tratados : Defensa de las mievas olservaciones sohre Jos saté- lites de Estrellas (en alemán. 1778) j Bissert. Be novis in Cíelo sidero Plicenomenis ;^1779\ se encuéntrala descripción de 80 estrellas dobles observadas por él; entre esos pares, 67 están á una distancia menor de 32'\ La major parte ha- bian sido descubiertas por C. Majer, con el escelente an- teojo de 2™ , 6 de longitud focal de que estaba provisto el círculo mural de Manheim. «Hoj cuéntanse todavía al- gunas entre los objetos mas difíciles, que solamente pueden distinguirse con poderosos instrumentos : tales son p jla71 — 199 — de Hércules, la 5/ de la Lira j ^ de Piscis.» Verdade- ramente Majer observaba solo, ayudado de los instru- mentos meridianos (como se hizo también mucho tiempo después de él) , las diferencias de ascensión recta ó de declinación ; pero cuando quiso comparar sus resultados con las observaciones antiguas para evidenciar los cambios de posición, no supo siempre separar bien lo que era solo consecuencia de ciertos movimientos propios (35) . Estos pequeños pero memorables ensajos, fueron segui- dos de los gigantescos trabajos de G. Herschell durante un largo período de mas de 25 años. Aunque su primer catá- logo de estrellas dobles sea posterior en cuatro años al tra- tratado que C. Majer habia publicado respecto del mismo asunto, no es menos cierto que sus observaciones se remon- tan al año 1779 j aun al 1776, si se tienen en cuenta sus investigaciones sobre el trapecio de la gran nebulosa de Orion. Casi todo lo que hoj sabemos acerca de las estrellas dobles tiene su origen en los trabajos de G. Herschell. No solamente publicó catálogos en 1782, 1783 j 1804 que contienen 84(5 pares estelares, casi todos descubiertos y medidos por él (3(5^, sino que también, j esto importa mu- cho mas que lo crecido del número, Herschell ocupó su ge- nio observador j su sagacidad en todo lo que se relaciona con las órbitas, duración presumible de las revoluciones, brillo de la luz , contraste de los colores j clasificación d© los diversos pares según las distancias mutuas de las estre- llas componentes. Dotado de la imaginación mas viva j á pesar de esto procediendo siempre con un estremado cui- dado, solo en 1794 se atrevió Herschell á esponer sus ideas acerca de la naturaleza de las relaciones que pueden exis- tir entre la estrella principal j la compañera, y establecer en fin una distinción profunda entre las estrellas dobles fí- sicas jlas estrellas dobles ópticas. Nueve años después de- terminó la conexión general de esos fenómenos, en el vo-^ — 200 — lumen 93 de las Philoso2)hical Transackons. La ciencia po- seía ja para en adelante una teoría completa de esos sistemas parciales, donde vemos soles girando al rededor de su cen- tro común de gravedad. Súpose entonces que la fuerza de atracción que gobierna nuestro sistema, que se estiende desde el Sol á Neptuno j Hasta 28 veces mas lejos , puesto que la atracción solar obra aun á 131.000 millones de kilo- metros, sobre el gran cometa de 1860^, le retiene en su ór- bita j les obliga á volver de nuevo, súpose que esta fuerza reina también en los otros mundos j gobierna los sistemas estelares mas apartados. Pero aun cuando Gr. Herscbell reconociera con una claridad perfecta, la conexión gene- ral de esos fenómenos, preciso es, repito, confesar que las observaciones eran aun bien incompletas á principios del siglo XTX. Los ángulos de posición que babian sido medidos por él , unidos á los que podian deducirse de las observaciones mas antiguas, no comprendian un intervalo bastante para permitir calcular con certeza la duración de las revoluciones j los demás elementos de las órbitas este- lares. Tales cálculos debian inducir á errores; el mismo Juan Herscbell recuerda los períodos de 334 años que se asignaban entonces á Castor, en vez de 520 años (37); de 708 años á la * de Virgo, en vez de 169, y el de 1200 años que se atribuía á " de Leo (la 1424 del gran catá- logo de Struve, magnífica estrella doble cujos colores son el amarillo de oro j el verde rojizo). Después de G. Herscbell, G. Struve, de 1813 á 1842, j Juan Herscbell, de 1819 á 1838, dieron, con respecto á esta rama de la Astronomía, pruebas de una actividad no menos admirable y la enriquecieron con instrumentos mas perfectos^ sobre todo para los aparatos micrométrícos. En 1820 publicó Struve en Dorpat su primer Catálogo^ que contenia 796 estrellas dobles. Un segundo Catálogo apare- ció en 1824, que comprendía 3112 estrellas dobles, todas — :201 — superiores á la 9/ magnitud j á menos de 32'^de dis- tancia. Los •"'/,. de esta colección se componían de estrellas dobles hasta entonces desconocidas; Struve las habia des- cubierto, merced al gran anteojo de Frauenhofer, some- tiendo mas de 120.000 estrellas á una minuciosa revisión. El tercer Catálogo de Struve es de 1837, j constituje la obra capital titulada: Síellarum comjpo sitar um Mensurce micrometriccB (38)'. Este libro contiene solamente 2.787 estrellas dobles, teniendo presente que ciertos objetos ob- servados de una manera incompleta han sido cuidadosa- mente escluidos de él. Este número ja tan considerable ha sido aun aumen- tado, gracias á trabajos que formarán época en la historia astronómica del hemisferio austral. Durante una estancia de cuatro años en el cabo de Buena-Esperanza, enFeldhau- sen, J. Herschell ha observado mas de 2.100 estrellas do- bles, de las cuales solo algunas* eran ja conocidas (39). Todas esas observaciones africanas han sid*o hechas con el telescopio de 20 pies (6 metros) calculadas j reducidas para 1830, j coordinadas de modo que fueran la conti- nuación de seis catálogos anteriores que ja habia publi- cado Juan Herschell en la 6."" j 9/ parte de la rica colec- ción de las Memoirs qf the R. Astronomical /Socieé?/ (40). Los seis catálogos europeos contenían ja 3.346 estrellas dobles, de las que 380 han sido observadas en comandita por Juan Herschell j South, en 1825. La serie histórica de esos trabajos demuestra cómo ha adelantado progresivamente la ciencia en el espacio de medio siglo, para elevarse al conocimiento profundo de ios sistemas estelares ^;¿?rc/¿?/^5 j sobre todo de los sistemas li- oiarios. Hoj es posible, con alguna certeza, fijar en 6.000 el número de las estrellas dobles, teniendo en cuenta las que han sido descubiertas por Bessel con su magnífico elió- metro de Frauenhofer; por Argelander, en Abo, de 1827 — 202 — á 1835 (41); por Encke j Galle, en Berlín, de 1836 á 1839; por Preuss j Otto Struve, en Pulkova (después de el gran catálogo de 1837); por Moedler en Dorpat, j por Mitchell en Cincinnati^ donde empleó un anteojo de Munich de 5"^, 5 de longitud. Entre esos 6.000 pares cujas estrellas componentes parecen tan próximas, aun para el ojo provisto de los mas poderosos telescopios, ¿cuántas estrellas dobles liaj puramente ópticas_, j cuantos pares en donde las dos estrellas sometidas á las le jes de una atracción mutua, circulen en curvas cerradas j constitujan un sistema ver- dadero? Esta es seguramente una cuestión capital pero difícil de resolver hoj. De hecho, el número de los pares en don- de puede probarse que el satélite se mueve alrededor de la estrella central vá siempre aumentado. Movimientos de una estremada lentitud , una posición desfavorable de la órbita pueden hacer que se desconazca largo tiempo el carácter de un par estelar, j colocarlo equivocadamente en- tre las estrellas ópticamente dobles. Sin embargo, la com- probación de los movimientos o'elathos no es el único cri- terio. Si las dos estrellas de un mismo par están animadas del propio movimiento de traslación^ si marchan juntas en el espacio absoluto, como Júpiter, Saturno, Urano j Nep- tuno arrastran tras sí sus cortejos de satélites j son á su vez arrastradas con todo el sistema solar en una misma direc- ción, entonces se puede afirmar algo acerca déla naturaleza de ese par ; sus estrellas componentes están físicamente relacionadas, j pertenecen á un mismo sistema. Los tra- bajos de Bessel j de Argelander acerca de los movimien- tos propios de las estrellas han llevado también á reconocer un cierto número de verdaderos sistemas estelares. Debe- mos á Moedler la siguiente observación: Hasta 1836 no se conocian, ds 2,640 estrellas dobles inscritas en los catálogos, mas que 58 pares en que se hubiesen comprobado cam- — 203 — bios de posición relativa; j 105 en que la existencia de tales cambios podia aparecer mas ó menos verosímil. Hoy la relación numérica de las estrellas físicamente dobles de las que lo son ópticamente, se Ha modificado mucho. Se- gún un cuadro publicado en 1849, enG.OOO pares se bán encontrado 650 cujas componentes han cambiado ostensi- blemente de posición relativa (42). Antiguamente se cono- cia solo un par físico entre 1() estrellas dobles; hoj su re- lación es de 1 á 9. En cuanto á la distribución de las estrellas dobles, va en el espacio absoluto, ja también, mas simplemente, en la bóveda aparente, de los cielos, háse adelantado poco, j es difícil fijarla en número exacto. Sábese, por ejemplo, en qué región se encuentra la major parte de las estrellas do- bles; esta es la de las constelaciones de Andrómeda, del Vaquero, de la Osa Major^ del Lince j de Orion , para el hemisferio boreal. Para el cielo austral, Juan Herscliell ha observado «que en la parte extra-tropical de este hemisfe- rio, el número de las estrellas múltiples es mucho menor que en la parte correspondiente de la zona opuesta.» A pe- sar de lo que este resultado puede tener de inesperado, no por esto deja de ser digno de una gran confianza^ porque las bellas regiones del cielo austral han sido esploradas ba- jo las mas favorables condiciones atmosféricas, j por uno de los mas hábiles observadores, por medio de un poderoso telescopio de 6 metros de longitud focal que separaba pa- res de estrellas de 8.^ magnitud, aun cuando las distancias no escedi^ran de ^/^ de segundo (43). Uno de los caracteres mas notables de las estrellas do- bles, es el contraste de color que presentan en multitud de casos. Struve ha examinado en su gran obra de 1837 (44) los colores de 600 estrellas dobles, escogidas entre las mas brillantes; hé aquí los resultados de su discusión : En 375 pares estelares, las dos estrellas tienen igual color, en el — 204 — el mismo grado de intensidad. En 101 pares, las estrellas son también del propio color pero se nota cierta diferencia en cuanto á la intensidad de sus coloraciones respectivas. Struve lia encontrado 120, es decir, ^/.j del número totai, en donde los colores difieren completamente. Los pares en que la estrella principal j su compañera tienen el mismo color son pues 4 veces mas numerosas. Las estrellas blan- cas forman cerca de la mitad de esos 600 pares. Entre las estrellas dobles de dos colores, encuéntrase con frecuencia la mezcla del amarillo v del azul , como en la t de Can- cer ó el naranjado j el verde, como en la estrella triple y de Andrómeda (4o) . Arago hizo observar en 1825, que las estrellas dobles bi- colores presentan frecuentemente dos colores complemen- tarios, es decir dos colores cuja reunión da el biancQ (46). Sábese en Óptica, que un objeto débilmente iluminado pare- cerá verde, por un efecto de contraste, si se le coloca al lado de algún otro objeto de un rojo brillante; parecerá azul , si el objeto próximo tiene un fuerte color amarillo. Pero al notar festo Arago ha recordado prudentemente que si el tinte verde ó azul de la compañera podia esplicarse por un efecto de contraste , cuando la estrella central es también roja ó amarilla, seria preciso no obstante cuidarse de ge- neralizar este modo de esplicacion hasta el punto de negar por ejemplo la existencia de estrellas realmente verdes ó azules (47). Cita, con efecto, muchos pares en los cuales una estrella brillante j blanca, tiene por compañera una pequeña estrella azul (1,527 de Leo, 1,768 de los Perros de Caza); cita también í de la Serpiente cujas componentes son ambas azules (48)^ j propone, en fin, comprobar si las tintas complementarias son realmente un efecto de contras- te, cubriendo la estrella principal con un hilo ó un diafrag- ma cuando la distancia de las dos estrellas lo permite. Or- dinariamente, es azul únicamente la pequeña estrella; sin — 205 — embargo, sucede lo contrario en la 23 de Orion (696 del catálogo de Struve, p. LXXX), cuja estrella principal es azulada , mientras que la compañera es perfectamente blanca. Si los soles de que se componen esos sistemas múl- tiples, están rodeados de planetas invisibles para nosotros? esos planetas deben tener sus dias Mancos , azules^ rojos v Tercies (49). Conviene, por mas de un motivo, no generalizar escesi- vamente en semejantes materias. Hemos visto (50) que to- das las estrellas coloradas no son necesariamente estrellas variables; así también las estrellas dobles de uno ó de mu- chos colores no son siempre estrellas físicamente dobles. De la frecuente reproducción á nuestra vista de ciertas coinci- dencias , no debe deducirse siempre que esas coinciden- cias son hechos necesarios, sobre todo cuando se trata de estrellas periódicamente variables ó de estrellas que giran en los sistemas parciales alrededor de un centro de gravedad común. Observando cuidadosamente los colores de las estrellas dobles hasta la 9."* magnitud, es decir, hasta el lí- mite donde la coloración cesa de ser perceptible, se han en- contrado todas las gradaciones del espectro solar; pero esos matices no se reparten indistintamente entre las dos com- ponentes. Cuando la estrella principal no es blanca^ su co- lor se aproxima, en general, ala estremidad roja del espec- tro, es decir, la de los rajos menos refraug-ibles; mientras * que el color del satélite se inclina hacia el violado* v corres- ponde asi álos ravos mas refrangibles. Las estrellas rojizas son doblemente numerosas que las estrellas azules ó azula- das; las blancas son 2 ^/^ veces mas jiumerosas que las es- trellas mas ó menos rojas. Es también digno de observarse que generalmente á una gran diferencia de coloración vá unida una gran desigualdad de brillo. Dos pares cu^'a viva luz permite su observación en pleno dia, s, del Vaquero j y de Leo, se componen_, la una, de dos estrellas blancas — 206 — de 3/ V 4/ mag-nitud, la otra, de una estrella principal de 2/ magnitud j de un satélite de 3, 5 magnitud. La 7 de Leo es la mas hermosa de las estrellas dobles del cielo bo- real, como la a del Centauro (51) j a de la Cruz son las mas bellas del hemisferio austral. En cuanto á la C del Va- quero, presenta con a del Centauro j 7 de Virgo una par- ticularidad bastante rara, á saber, la reunión de dos gran- des estrellas de un brillo poco diferente. Respecto del problema de la variabilidad de brillo, con- siderada con relación á las estrellas dobles, existen aun bastantes dudas j contradicciones, especialmente cuando se trata de la compañera. He dicho va (52) que la estrella principal de a de Hércules ofrece muj poca reg-ularidad en sus variaciones. Struve ha observado cambios de brillo en las dos estrellas de y de Virgo que son casi del mismo color amarillento j de igual brillo (3.'" mag.), j en la n.° 2,718 de su g-ran Catálogo. Quizá procedan esas variaciones del mo- vimiento de rotación de esos soles alrededor de sus ejes (53). Después de los cambios de brillo, hablemos algo de los cambios de color. Hánse supuesto alteraciones de ese géne- ro en y de Leo j 7 del Delfín; pero el problema perma- nece aun indeciso. No se ha conseguido comprobar que hajan tomado color estrellas blancas, ni que estrellas dotadas de color llegaran á ser blancas, como parece haber sucedido á una estrella aislada ;, Sirio (54). Si se trata de simples variaciones de matices , en la discusión deben tenerse en cuenta mnuerosas causas de error , entre las cuales y en primer lugar, haj que poner la indivi- dualidad orgánica de cada observador, j aun las pro- piedades ópticas de cada instrumento. Sábese por ejem- plo, que los espejos de los telescopios tienen por objeto teñir üias ó menos de rojo todos los rajos luminosos que reflejan. Entre las estrellas múltiples, se encuentran estrellas — 207 — triples como I de Libra, ^ de Cáncer, la 12" del Lince, v la IV del Unicornio; estrellas cuádruples, comolosn.^^ 1^2 J "2,681 del catálogo de Struve, a de Andrómeda v « de la Lira; j por último, una estrella séxtuple, e de Orion, que forma el célebre trapecio de la g-ran nebulosa de Orion. Esta estrella séxtuple, constituye muj probablemente un verdadero sistema; porque las 5 pequeñas estrellas de 6.%3 de l.\ de 8/, de 11.^3 j de 12/ mag-nitud divi- den el movimiento propio de la estrella principal (4/, 7 mag-.) Sin embargo, no se lia notado en ella todavía el menor cambio relativo (55). En las estrellas triples i de Libra v ^ de Cáncer por el contrario, los movimientos de revolución de todos los satélites se han comprobado perfec- tamente. La última se compone de 3 estrellas de 3." mag- nitud, de un brillo poco diferente, j el satélite mas próxi- mo de la estrella central parece tener un movimiento diez veces mas rápido que el mas apartado. El número de las estrellas dobles, cujas órbitas han podido calcularse, asciende hoj á 4; haj todavía 10, ó 12, cujos elementos serán probablemente conocidos muj lue- go, con un grado de aproximación suficiente (5í5). Entre esas estrellas, ^ de Hércules ha verificado ja ostensiblemen- te dos revoluciones enteras, j ha proporcionado por dos veces, en 1802 j 1831, el curioso espectáculo de una es- trella oculta por otra estrella (57). Los primeros cálculos relativos á la determinación de los elementos de la órbita de una estrella doble, se deben en primer lugar á Savar j, quien eligió h de la Osa Major co- mo objeto de sus investigaciones. A este siguieron los mé- todos j los cálculos de Encke j de Juan Herschell; mas adelante, los trabajos de Bessel, de Struve^ de Moedler, de Hind, de Smith, del capitán Jacob j de Ivon Villarceau. Los métodos de Savarj j de Encke, exigen 4 observaciones completas, correspondientes á épocas suficientemente apar- ~ 208 — tadas entre sí. Los de Juan Herschell, j de Ivon Vi- llarceau, están destinados á utilizar inmediatamente el con- junto de las observaciones. Las duraciones mas cortas de las revoluciones en las estrellas dobles, cuentan 36, 61, 66,. j 77 años; son pues intermedias entre la de Saturno j la de Urano. La revolución mas larga, entre aquellas cuja duración ha podido ser determinada con alguna apariencia de éxito, mide 500 años, es decir triple del tiempo de la revolución del Neptuno de Le Yerrier. La escentricidad de jas elipses estelares es muj considerable, á juzgar por los lieclios conocidos en la actualidad. Por ejemplo, las de las elipses de*'/ de Virgo (0,(S7) j de « del Centauro (0,95 ó 0,72} forman órbitas verdaderamente cometarias: j aun el cometa interior de Faje, cuja órbita, á decir ver- dad, se aparta muj poco de la forma circular, tiene una escentricidad (0,55) mas pequeña que aquellas dos estrellas dobles. Las órbitas de las demás estrellas son comparativa- mente poco escéntricas. Si en un par estelarse considera a una de las dos estre- llas, la mas brillante^ por ejemplo, como en reposo, j sela toma por centro del movimiento de la segunda estrella, puede deducirse de las observaciones j' de los cálculos ac- tuales, que la curva descrita por la compañera alrededor de la estrella central, es una elipse , en la cual el radio vector describe áreas iguales en tiempos iguales. De esta manera, multiplicando las medidas de ángulo, de posición j de distancia, se Ka podido afirmar que los soles de esos diversos sistemas obedecen á las mismas lejes de gravi- tación que los planetas de nuestro propio mundo. Ha sido necesario medio siglo de esfuerzos para asentar por fin ese gran resultado sobre bases sólidas; pero también se con- tará este medio siglo como una gran época en la historia de las ciencias que se elevan hasta el punto de vista cósmico. Astros llamados, siguiendo una antigua costumbre, fjos — 209 — por mas que ni sean ///o^ ni inmóviles tampoco en la bóve- da celeste, se han ocultado mutuamente á nuestra vista. El conocimiento de esos sistemas parciales en donde se ve- rifican los movimientos independientemente de toda agena influencia, abre al pensamiento un campo tanto mas esten- so, cuanto que esos sistemas aparecen j^a á su vez como sim- ples detalles en el vasto conjunto de los movimientos que animan los espacios celestes. TOMO 11! 14 — 210 — ELEMENTOS DE LAS ÓRBITAS DE LAS ESTRELLAS DOBLES. N03IBRES Y MAGNITUDES DE LAS ESTRELLAS. I Osa mayor -5.^ y o.^ mag, p. de Ofiuco 4/^ y 6.^ mag-. -ly<4-l í?>-0,42y<-]-0,15 Y. Villarccau 1849 Míedler (1849) Capit. Jacob 1848 Y. Villarccau 184s! 211 OBSERVACíOrsES ACERCA DEL CUADRO PRECEDENTE. Las órbitas de las 4 primeras estrellas dobles parecen pcrfeclamente determinadas lioy. No sucede lo mismo con las de las 4 i'iUimas: para -estas, las observaciones actuales no suministran bastantes datos realmente distintos para que puedan deducirse de ellos los 7 elementos de la órbita. Era imposible dejar sin mención en este cuadro, los cálculos de Sava- ry y de Encke acerca í de la Osa Mayor y p de Ofiuco. Esos cálculos tienen con efecto un valor histórico, porque son las primeras aplicacio- nes de los métodos de cálculo que propusieron los dos eminentes astró- nomos. Pero como en 1830 y en 1832, los datos de la observación eran todavía insuficientes, no deben estrañar las discordancias que no pueden menos de notarse entre los elementos de Encke ó de Savary y los de. J. Herschell, de Majdler ó de Yvon Villarceau. Las determinaciones re- cientes relativas á las 4 primeras estrellas, concuerdan mucho mejor, y to- do hace esperar que los elementos consig^nados en ese cuadro no habrán de sufrir en adelante grandes modificaciones. Sin embarg-o, »? de la Corona presenta una anomalía singular. Todos los astrónomos que se han ocupado de esta estrella hasta 1S47, la asig- nan una revolución de 43 años. Villarceau encontró en 1847, que el pro- blema era susceptible de recibir dos soluciones enteramente distintas, una de las cuales termina á los 43 años y la otra á los 66, de revolución. En la época en que fueron hechos esos cálculos, no existia motivo algu- no determinante para adoptar una de esas órbitas con preferencia á ía otra; pero las recientes observaciones de 0. Struve parecen decidir en favor de la segunda solución, la de .66 años, ignoradxi de los calculadores precedentes. Como los números del cuadro no darian una idea completa de esas dos soluciones, presento- aqui para cada una de ellas, los 7 elemento fundamentales de la órbita; 2.* solución 1.^ solución. mas probable. Tiempo de la revolución ^. 42*°''', 501 66,r.''%'257 Semi-eje mayor V ,012 1" ,111 Escentricidad O" ,4741 O" ,4695 Inclinación 65"39',2 58° 3',3 Longitud del nudo 10°26',6 4°20',7 Longitud del perihelio 237036', I 19S°57',5 Tiempo del tránsito al perihelio verda- j 1805,666 1780,124 dero. ■ ) Í848.1G7 1846,381 — 212 — La causa de esta anomalía siiig-ular es pov sí sola dig-na de interés. En las medidas de las estrellas dobles se toma por centro á la mas her- mosa de las dos de un mismo par ; se la considera como re- lativamente fija, y se refieren á ella las posiciones ocupadas por la se- g-unda estrella estimada desde entonces como satélite. Esto supuesto, cuando las dos estrellas son casi iguales y del mismo color, y además las observaciones están separadas por un g-ran número de años, como sucedió en la época de los g'randes trabajos de Herschell, se corre pelig-ro de equivocarse de estrella, y de tomar por fija la que se consideraba como móvil en un principio. Por lo reg-ular la confusión no podia durar mu- cho; por otra parte no tiene mas inconveniente que el decambiar en 180°, los ángulos observados, error muy fácil de reparar. Pero para v de la Co- rona un concurso fortuito de circunstancias deja subsistir enteramente una ambig-üedad de ese g-énero, en la interpíetacion de los áng-ulos de posición medidos por Guillermo Herschell. A pesar de la discusión mas minuciosa de todas las circunstancias propias para g-uiar la elección del calculador, Villarceau no ha podido mas que indicar probabilidades en favor de la órbita de 66 años, y ha debido presentar la doble solución á que le conducían los datos actuales, fijando ante todo para 18oo, la épo- ca en que será imposible dudar entre las dos órbitas. Acabo de decir que las últimas observaciones de Pulkova deciden ya en favor de la órbita de 66 años (o8). Las discordancias de los elementos que han sido asigrnados á las 4 ul- timas estrellas, por diferentes calculadores, demuestran bastante la insu- ficiencia de los datos actuales de la observación. Villarceau mismo, se vio obligado á dejar subsistir dos indeterminadas, g y f. en la espresion de los elementos de T de Virgo, una en la '0 con el núm. 27. Se descubrió 4/ »/ O accidentalmente, mientras que se observaba el cometa de Bode de 1779. La determinación exacta de la posición (ase. rect. 19° 52', dist. al polo Norte 67° 43'% j los primeros dibujos que de ella se hicieron se deben á Juan Herschell. Esta nebulosa, de forma regular, recibió en un principio el nombre de Z^?í;;¿^-(5í?// por razón del aspecto que presen- taba vista con un reflector de 18 pulgadas de abertura. Llámanse Dum-hell, en Inglaterra, masas de hierro em- plomadas j revestidas de cuero, que se emplean para dar mas fuerza j elasticidad a los músculos. Un reflec- tor de 3 pies de lord Rosse ha destruido esta aparien- cia (34). La nebulosa del Zorro ha sido resuelta por el mis- mo instrumento en gran número dé estrellas ; pero esas estrellas han permanecido siempre mezcladas de materia ne- bulosa. Puede verse una reciente j muv curiosa reproduc- ción de la nebulosa del Zorro en las PhilosopJiícal Tran- saciions para el año 1850 (km. XXXVIII^ fig. 17). Nelulosa en esjñral del Perro de caza septentrional . — Esta nebulosa, señalada por Messier el 13 de Octubre de TOMO II!. J^ 242 1773, con motivo del cometa que habia descubierto, está colocada en la oreja izquierda de Asterion , mu j cerca de r, (Benetnasch) que forma parte de la cola de la Osa ma- jor. Lleva el núm. 51 de la lista de Messier j el núm. 1,662 en el gran Catálogo de las Philosojúical Transaciions(lS3Sy p. 496, fig. 25). Es uno de los fenómenos mas notables que presenta el firmamento, en razón á su configuración parti- cular, j de la metamorfosis que la hace sufrir el telescopio de 6 pies ingleses de lord Rosse. En el reflector de 18 pul- gadas de Juan Herscbell, esta nebulosa parecía de forma esférica j rodeada á alguna distancia de un anillo aislado á modo de nuestro conjunto lenticular de estrellas, j el anillo formado por la Via láctea (35). El gran telescopio de Parsonstown ka cambiado todo esto en una especie de caracol, en una espiral brillante, de repliegues desiguales, Y cujas dos estremidades, es decir, el centro j la parte esterior, están terminadas por fuertes nudos granulares v redondeados. El doctor Nicbol publicó un dibujo de esta nebulosa que fué presentado por lord Rosse al Congreso científico de Cambridge de 1845 (36); pero la pintura mas exacta es la que dio Johnstone Stonej en las PhilosojjJiical Transactions para el año 1850 (1.* parte, lam. XXXV, fig. 1). El núm. 99 de Messier presenta también la imagen de una espiral, con la única diferencia de que tiene un solo nudo en el centro. La niisma forma se encuentra también en otras nebulosas del hemisferio boreal. Réstame tratar mas detalladamente que lo he podido hacer al trazar el Cuadro de la naturaleza (37), de un ob- jeto único en el mundo de los fenómenos celestes, j que aumenta el encanto pintoresco del hemisferio austral , á la gracia del paisaje. Las dos nubes de Magallanes, que probablemente recibieron primero de pilotos Portugueses, luego de los Holandeses j Daneses, el nombre de Nu- bes del Cabo (38), cautivan la atención del viajero (ha- — . 243 — blo por esperienciay , por su brillo , por el aislamiento que las hace resaltar mas j por la órbita que describen simul- táneamente alrededor del polo Sud, aunque á distancias desiguales. Su nombre actual , que tien'e evidentemen- te por origen el viaje de Magallanes , no es el primero con que se las ha designado, según lo que resulta de la especial mención j de la descripción que hizo de la traslación cir- cular de esas nubes luminosas, el Florentino Andrea Cor- sali, en su Viaje á Cochinchina, j el secretario de Fernan- do de Aragón, Pedro Martin de Anghiera, en su libro dff Rehus oceanicis et Orle novo (dec. I, lib. IX, p. 96) (39). Esas dos indicaciones pertenecen al 1515, j diez años des- pués, ja el compañero de Magallanes, Pigafetta, habla de las nebiette en su Diario de viaje, en el momento en que el navio Victoria salia del estrecho de Patagonia para en- trar en el mar del Sud. El antiguo nombre de Nubes del -Cabo no puede proceder de la constelación del Monte de la Tabla, que está cerca de esas nubes jmas próximo aun del polo, puesto que la denominación de Monte déla Tabla fué ■ introducida por primera vez por Lacaille. Procederia mas bien de la verdadera montaña de la Tabla j de la pequeña nube que domina la cumbre,, y fué mirada con espanto du- rante mucho tiempo por los marineros como anuncio de tempestad. Bien pronto veremos que las dos Nubes de Ma- gallanes, observadas mucho tiempo en el hemisferio del Sud antes de recibir un nombre, obtuvieron sucesivamente varios, tomados délas viasque habia adoptado el comercio, á medida que la navegación se estendió j que reinó una actividad major en estas vias. El movimiento de la navegación en el mar de la India, que baña las costas occidentales del África^ familiarizó muj pronto á los marinos con las constelaciones próximas al polo Antartico, particularmente á partir del reino de los Lagidas, y desde que se aprendió á regularse por los monzones. — 244 — Desde mediados del siglo X, encuéntrase entre los Ara- bes, como he dicho ja, un nombre que sirve para desig- nar la major de las nubes magallánicas , cuja identidad con el Buej Blanco (el-Bakar) del célebre derviche Abdur- rahman Suíi, de Rai, ciudad del Irak persa, demostró Ideler. En la introducción del libro titulado «Conoci- miento del Cielo estrellado,» Abdurrahman se espresa en estos términos : «A los pies de Suhel, existe una mancha blanca que no se distingue ni en el Irak, es decir, en la -comarca de Bagdad^ ni en Nedschs ¡Nedjed), parte la mas septentrional j montañosa de la Arabia,* pero que es visible en el Tchama meridional, entre la Meca j la punta del Yemen, á lo largo de las costas del marEojo i^^40 .» Es- plícitamente se habla en ese pasaje del Suhel de Tolomeo, es decir, de Canopea, aunque los astrónomos árabes llaman io-ualmente Stúel á muchas grandes estrellas de la Nave (el-Sefina). La posición del Buej Blanco, relativamente á Canopea, está indicada aquí con tanta exactitud como po- dría serlo á simple vista, porque la ascensión de Canopea es de 6'^ 20', j la del estremo oriental de la gran nube maga- llánicade 6^^ O'. La visibilidad de la Nubécula major en las latitudes septentrionales no ha podido ser modificada sen- siblemente desde el siglo X, por la precesión de los equi- nocios^ puesto que en los nueve siglos que han seguido ha adquirido el máximum de su distancia al polo Norte. Si se admite la nueva determinación del lugar de la gran Nube de Magallanes, de Juan Herschell , es necesario deducir de ella que en tiempo de Abdurramam Sufiera visible en su to- talidad hasta los 17° de latitud Norte; hoj lo es hasta los 18° próximamente. Las Nubes del Sud podian ser vistas, por consiguiente, en toda la parte Sud-oeste de la Arabia j en el Hadramaut, el país del incienso, así como en el Yemen, donde florecía la civilización de Saba, j que recibió la an- tigua inmigración de los Yoctanidas. La formación de mu- chos establecimientos árabes en las costas orientales del ~ 245 — África, en las regiones intertropicales, al Norte jal Sud del Ecuador, debió servir también para estender nociones mas exactas acerca de las constelaciones del cielo austral. Los primeros pilotos civilizados que visitaron las costas occidentales del África mas alia de la línea, fueron euro- peos, particularmente Catalanes j Portugueses. Documen- tos incontestables, tales como el planisferio de Marino Sa- nuto Torsello (130(5) , la obra genovesa conocida con el nombre de Portulano mediceo (1351), el Planisferio de la. Palatina (1417) j el Ma¡)pamondo de fra Mauro Camaldo- iese (desde 1457 á 1459) prueban que 178 años antes del pretendido descubrimiento del Cabo de las Tormentas, ó Cabo de Buena Esperanza, hecho por Bartolomé Diaz en el mes de Majo de 1487, era ja conocida la configuración triangular de la estremidad meridional del continente afri- cano (41). Si se piensa en la importancia nueva j siempre creciente que tomó este camino comercial á consecuencia de la espedicion de Gama j del fin común de todos los via- jes realizados á lo largo de las costas del África, parece natural que los pilotos hajan dado el nombre de Nuiles del Calo á las dos nebulosidades que en cada viaje al Cabo, los sorprendieron como notables fenómenos. Los perseverantes esfuerzos intentados para salvar el ecuador á lo largo de las costas orientales de la América, j penetrar bástala punta meridional del continente, desde la espedicion de Alonso de Ojeda j de Américo Vespucio en 1455, hasta la de Magallanes j de Sebastian del Cano en 1521, j la de García de Loajsa j de Francisco de Hoces en 1525 (42), habian llamado constantemente la atención de los navegantes hacia las constelaciones del Sud. Según los diarios de viajes que hoj tenemos j que están confir- mados por los testimonios históricos de Anghiera, asi acon- teció realmente, sobre todo en el viaje de Américo Vespucio, j de Vicente Yañez Pinzón, que produjo el descubrimiento — 246 — del cabo de San Agustín, á 8^20' de latitud austral. Ves- pucio se gloría de haber visto 3 Canopi, uno de ellos oscu- ro, Canopo fosco, 2 Canopi risplendenti. El ingenioso au- tor de las obras acerca de los nombres de las Estrellas j so- bre la Cronología, Ideler, se esforzó en el esclarecimiento de la confusa descripción hecha por Américo Vespucio en su carta á Lorenzo Pierfrancesco de Mediéis : resulta de ella que Vespucio empleó la palabra Canopus en un senti- do tan indeterminado como el Sithel de los astrónomos ára- bes. Ideler demuestra que el Canopo fosco nella via lattea, no es otra cosa que la mancha negra ó el gran saco de Carhon de la Cruz del Sud, j que la posición asignada por Vespu" ció á 3 estrellas resplandecientes, en las que se ere jó reco- nocer a.,e j y de la pequeña Hidra , hace muy verosímil la opinión de que el Canopo risplendente di notabile grandezza es la Nubécula major, j el otro Canopo risplendente,, la Nu- bécula minor(43). Haj motivo para admirarse de que Vespu- ciono ha ja comparado esos nuevos fenómenos celestes á nubes, como lo hicieron á primera vista todos los demás obser- vadores. Podría presumirse que esta comparación debió ofre- cerse irremisiblemente al espíritu. Pedro Mártir Anghiera, que conocía personalmente á todos los grandes navegantes de esta época, j cujas cartas están escritas bajo la impresión muj viva aun de sus narraciones , pinta de manera que no deja lugar á duda el brillo dulce , pero desigual de las Nu- beculse: « Assecuti sunt Portugalenses alte rius poli gradum quinquagesimum amplius, ubi punctum (Polum?) circu- meuntes quasdam mcóecicl as licet intueri veluti in láctea via sparsos fulgores per universi coeli globum intra ejus spatii latitudinem (44).» El brillante renombre j la duración de la circumuavegacion de Magallanes, que empezada en el mes de agosto de 1519, no fué concluida hasta el mes de setiem- bre de 1522, la larga estancia de un numeroso equipaje bajo el. cielo austral, oscureció el recuerdo de todas las observado- — 247 — nes anteriores,, y el nombre de las Nubes de Magallanes se estendió entre todas las naciones marítimas que pueblan las costas del mar Mediterráneo. He demostrado con un solo ejemplo, como el ensanche del horizonte geográfico hacia las regiones del Sud, habia abierto un nuevo campo á la astronomía de observación. Cuatro objetos sobre todo, debieron escitar bajo este nuevo cielo la curiosidad de los pilotos: la investigación de una estrella polar austral; la forma de la Cruz del Sud, que ocu- pa una posición perpendicular cuando pasa por el meridia- no del lugar donde está colocado el observador; los Sacos de Carbón j las nubes luminosas que circulan alrededor del polo. Leemos en el Ar¿e de navegar de Pedro de Medina (lib. V, cap. 11), que, publicado por primera vez el año 1845, fué traducido á muchas lenguas^ que desde mediados del siglo XVI, se usaban para la determinación de la lati- tud, las alturas meridianas del Crucero. Después de satis- fecha la observación de esos fenómenos se crejó deber apresurarse á medirlos. El primer cálculo acerca de la posición de las estrellas cercanas al polo antartico, fué hecho por medio de las distancias angulares, tomadas á partir de estrellas conocidas , cu jo sitio habia sido determinado por Ticho, en las Tablas Rudolfinas. Pertenece este primer trabajo , como ja he hecho notar (45) , á Petrus Theodori de Emden j al Holandés Federico Houtman, que navega- ba por el mar déla India hacia el año de 1594. Los resulta- dos de sus medidas hallaron lugar bien pronto en los catá- logos de estrellas j en los globos celestes de Blaeuw (1601), de Bajer (1603) j de Pablo Mérula (1605). Tales son hasta Hellej (1677) j hasta los grandes trabajos as- tronómicos de los jesuítas Juan de Fontanej, Michaud j Noel, los débiles principios que sirvieron de fundamen- tos á la tipogTafía del cielo austral. Asi la historia de la Astronomía j la historia de la Geografía, unidas entre si — 248 — por estrechos lazos, nos traen á la memoria juntamente las éüocas memorables que, desde 250 años apenas, prepararon el resultado de poder reproducir de una manera exacta v completa la imagen cósmica del firmamento como también los contornos de los continentes terrestres. Las Nubes de Magallanes, de las cuales la major ocu- pa 42 grados y la mas pequeña 10 grados cuadrados de la bóveda celeste, producen á simple vista, j á su primer mo- mento la misma impresión que producirían dos porciones separadas j de igual magnitud de la Via láctea. En un ins- tante de Luna despejada, la pequeña nube desaparece por completo, la otra únicamente pierde parte aunque conside- rable de su brillo. El dibujo que hizo de esas nubes Juan Herschell es escebnte v se conforma de un modo maravi- lloso con los recuerdos mas vivos que conservo de mi estan- cia en el Perú. A las laboriosas observaciones hechas en 1837 por este observador, en el Cabo de Buena Esperanza, debe la Astronomía el primer análisis exacto de esa agregación sino-ular de los elementos mas diversos (46). Juan Hers- chell ha reconocido allí gran número de estrellas aisladas, en jambres de estrellas v grupos estelares de forma esfé- rica, asi como también nebulosas regulares ó irregulares v mas apretadas que lo están en la zona de Virgo j en la cabellera de Berenice. La multiplicidad de esos elementos no permite considerar las Nubéculas , según se ha hecho con frecuencia, como nebulosas de una dimensión estraor- dinaria, ni como partes separadas de la Via láctea. Los gru- pos globulares j sobre todo las nebulosas ovales, están di- seminadas con mucha claridad en la Via láctea, á escepcion de una pequeña zona comprendida entre el Altar j la Cola de Escorpión (47). Las Nubes de Magallanes no están ligadas ni entre sí ni con la Via láctea por ninguna nebulosidad perceptible. Aparte de la proximidad del grupo estelar del Tucán (48), — 249 — la mas pequeña está colocada en una especie de desierto. El espacio ocupado por la otra no se muestra tan completa- mente desprovisto de estrellas. La estructura y la config-u- racion interior de la Nubécula major son complicadas de tal manera, que se encuentran en ella, como en el número 2,878 del catálogo de Herschell, masas que reproducen con exactitu del estado de agregación y la forma de la nube en- tera. La conjetura del sabio Horner respecto á que las nubes de Magallanes habrían formado parte en otro tiempo, de la Via láctea en donde le parece que aun puede reconocerse todavía el lugar que ocupaban, es locura, como lo es otra liipótesis según la cual esas nubes han cambiado de posición desde la época de Lacaille, j hecho un movi- miento de avance. Habíase fijado desde luego su situación de una manera inexacta á causa de la poca precisión de sus contornos vistos á través de los telescopios de pequeña aber- tura. Juan Herschell hace notar que sobre todos los globos celestes j sobre todos los mapas siderales, la Nubécula mi- nor no está en su lugar j que el error es próximamente de una hora de ase. recta. Según él, la Nubécula minor se ha- lla situada entre los meridianos de 0'^ 28' j 1'^ 15'^ j entre 162° j 165 de distancia al polo Norte; la Nubécula major entre 4'^ 40' j 6'^ O' de ascensión recta, v entre 156° j 162'^ de distancia al polo Norte. En la primera no ha determi- nado en ascensión recta y en declinación menos de 919 ob- jetos distintos, estrellas,, nebulosas j conjuntos estelares; j 244 en la segunda. Esos objetos deben estar distribuidos como sigue: Nubec. maj. 582 estrellas, 291 nebulosas, 46 grupos estelares. Nubec. miu. 200 — 37 — 7 — — La inferioridad numérica de las nebulosas en la peque- ña nube es sorprendente. Relativamente están con las ne- bulosas de la gran nube en la relación de 1 á 8, mientras — 250 — que las estrellas aisladas se encuentran en la de 1 á 3. Esas estrellas inscritas en los catálogos en número de cerca de 800, son en su major parte de 7/ y 8/ magnitud; algunas de la 9/ j aun de la 10/ En medio de la gran nube existe una nebulosa señalada ja por Lacaille (n.° 30 de la Dorada, Bo- de; n." 2,941 de Juan Herschell), y que no tiene igual en toda la superficie del Cielo. Esta nebulosa ocupa apenas '^/gQQ del área de la nube, y ja Juan Herscbell ba determi- nado en este espacio la posición de 105 estrellas de 14/, de 15/ y de 16/ magnitud, proyectada sobre un fondo nebu- loso cujo brillo uniforme no se altera por nada, y que ba resistido basta aquí á los mas poderosos telescopios (49). Cerca de las Nubes de Magallanes, pero á major dis- tancia del polo Sud, están situadas las mancbas negras que bácia fines del siglo XV y principios del XVI, llamaron desde luego la atención de ios pilotos portugueses v espa- ñoles; probablemente comprendidas, como ya se ba di- cbo, entre los tres Canojñ de que babla Vespucio en la Relación de su tercer viaje. El primer indicio de estas man- cbas lo encuentro en la obra de Angbiera, de Relms oceani^ cis (Dec. 1, lib. 9, p. 20, b. ed. 1533): «Interrogati a me nautíe qui Vicentium Aguem Pinzonum fuerant comitati (1449) an antarcticum viderint polum: stellam se nullam buic arcticíe similem, qunediscernicirca punctum (polum?) possit, cognovisse inquiunt. Stellarum tamen aliam aiunt se prospexisse faciem densamque quamdam ab borizonte vaporosam caliginem, qufe oculos fere obtenebraret.» La palabra Stella está tomada aquí en el sentido general de fenómeno celeste, y por otra parte, es posible que los mari- neros interrogados por Angbiera no se espresaran bien cla- ramente respecto de esta oscuridad (caligo) que parecia berir de ceguedad. El Padre José Acosta de Medina del Campo ba marcado en términos mas satisfactorios las man- cbas negras y la causa de tal fenómeno^, en su Historia na^ ^ 251 — tura! de Jas Indias \Y\h. 1, cap. 2.°), jlas compara con rela- ción á su forma j color, con la parte oscura del disco de la Luna. «Del mismo modo, dice, que la Via láctea es mas brillante porque está compuesta de una materia celeste mas densa, de donde por esta razón irradia mas luz; así tam- bién las manchas negras que no pueden verse en Europa están desprovistas de luz, porque forman en el Cielo una región vacía, es decir, compuesta de una materia muj su- til V muj trasparente.» Un célebre astrónomo ba creido reconocer en esta descripción las mancbas solares (50^- cosa ciertamente que no es menos estraña, que ver en 1689, al misionero Ricbaud tomar las manchas negras de Acosta por las nubes luminosas de Magallanes (51). Por otra parte, Ricbaud, como los primeros pilotos que bicieron mención de esos objetos, babla de los Sacos de Car- Ion (coal-bags) en plural. Cita dos; el mayor en la Cruz v otro en Robur Caroli, que ciertos observadores han dividido en dos mancbas distintas. Feuillée, en los primeros años del siglo XVIII, j Horner en 1804, en una carta dirigida desde el Brasil á Olbers, representaron esas dos mancbas del Robur Caroli , como de una forma indecisa j de con- tornos mal precisados. (52). Yo no pude durante mi estan- cia en el Perú llegar á fijar mis dudas acerca de los Sa- cos de carbón del Robur Caroli , j como me sentia incli- nado á atribuir esa falta de éxito á la poca altura de la constelación , quise ilustrarme respecto de este punto de Juan Herscbell j del director del observatorio de Hambur- go, Rumker^ que babian estado l)ajo latitudes mucbo mas meridionales que jo. A pesar de sus esfuerzos no pudieron determinar mejor la forma de los contornos ni la intensi- dad luminosa de esas dos mancbas. No lograron comparar en este sentido los resultados obtenidos para los Sacos de carbón de la Cruz. Juan Herscbell cree que no pueden dis^ tinguirse muchos Sacos de carbón, á menos que se cousi- — 252 — deren como tales todas las manchas oscuras del Cielo que no están delimitadas, como las que se encuentran entre a del Centauro de una parte , ^ J 7 del Triángulo de la otra (53), entre >? j f de Argos, j sobre todo en el hemis- ferio boreal^ en el sitio en donde la Via láctea deja un es- pacio vacío entre £, a j 7 del Cisne (54). La mancha negra de la Cruz del Sud , la mas sorpren- dente j la primera que fué conocida, está colocada al Este de la constelación, presenta la forma de una pera , v ocupa 8^ en longitud j 5 en latitud. En ese vasto espacio se halla una sola estrella perceptible á simple vista , de 6.'' kl ^ magnitud, j unnúmero considerable de estrellas teles- cópicas de 11/, 12.^ j 13.^ magnitud. Un pequeño grupo de 40 estrellas está situado próximamente en el centro (55). Háse supuesto que la ausencia de las estrellas y el con- traste formado por el brillo del Cielo en que se encuentran, son las causas que hacen aparecer tan sombrío ese espacio: esplicacion que ha prevalecido generalmente desde Lacai- lle (56), j está confirmada especialmente por los afora- mientos de estrellas (gauges and sweeps) que se han prac- ticado al rededor de la región en donde la Via láctea pa- rece cubierta de una nube negra. En el coal-hag , estas ope- raciones, sin dar un vacío completo , {hlanli fields) , no han dado mas de 7 á 9 estrellas telescópicas , mientras que con anteojos se han descubierto en el mismo campo 120 estrellas j hasta 200 sobre los estremos. En tanto que permanecí en el hemisferio austral, bajo la impresión de esta bóveda celeste que tan poderosamente se habia apode- rado de mí, el efecto del contraste no me pareció que daba suficiente razón de ese fenómeno : indudablemente padecía una equivocación. Las consideraciones de Guillermo Hers- chell sobre los espacios completamente vacíos de estrellas en Escorpión j en Ofiuco , llamados por él aberturas en los cielos (openings in the Heavens), me indujeron á pen- — 253 — sar que en esas regiones las capas de estrellas superpuestas pueden ser menos espesas ó interrumpidas del todo ; que las últimas escapan á nuestros instrumentos ópticos, j que esas reg-iones vacías son verdaderos agujeros por los cuales penetran nuestras miradas en los mas apartados espacios del Universo. Ya en otra parte he mencionado esas abertu- ras (57), esas brechas de las capas siderales, j los efectos de perspectiva que nos descubren han llegado á ser última- mente objeto de serias consideraciones (58). Las mas lejanas capas de astros, la distancia délas nebulosas, todos los objetos que hemos reunido en este capí- tulo, escitan la curiosidad del hombre j llenan su espíritu de imágenes del tiempo j del espacio, que esceden a su facultad de concebir. Por maravillosos que sean los perfec- cionamientos logrados en los instrumentos de óptica, desde hace 60 años próximamente, se han hecho al mismo tiempo bastante familiares las dificultades que presenta su cons- trucción para apreciar mas exactamente los progresos que quedan por realizar, v no dejarse llevar de las esperanzas fantásticas que tan seriamente preocuparon al ingenioso Hooke (1663 á 1665) (59). Aquí, como siempre, la cir- cunspección j la mesura conducen con mas seguridad al objeto. Cada una de las generaciones humanas que se han sucedido, tiene derecho para vanagloriarse de las grandes j nobles conquistas á que ha llegado por la libre fuerza de su inteligencia, j que atestiguan los progresos dolarte. Sin espresar en números exactos la fuerza con que penetran ja los telescopios en el espacio ; sin -conceder tampoco gran confianza á esas cifras, la verdad es, que debemos á los ins- trumentos de óptica el conocimiento de la velocidad de la luz, j también sabemos por ellos que la que hiere nuestra vista procedente de la superficie de los astros mas apartados, es el mas antiguo testimonio sensible de la existencia de la materia (60). SEGUNDA PARTE. SISTEMA SOLAR. LOS PLANETAS Y SUS SATÉLITES, LOS COMETAS, LA LUZ ZODIACAL Y LOS ASTEKÓIDES METEORICOS. Abandonar, en la parte celeste de esta descripción del Universo, el firmamento j las estrellas fijas , para volver á bajar al sistema cujo centro es el Sol, es pasar de lo ge- neral á lo particular, de un objeto inmenso á un objeto relativamente pequeño. El dominio del Sol es el de una sola estrella fija, entre los millones de estrellas fijas que descubrimos por medio del telescopio en el firmamento : es la estension limitada en la cual obedecen á la atracción di- recta de un cuerpo central mundos muj diferentes entre sí; j ja sigan aislados su marcba solitaria , ja estén ro- deados de cuerpos de la misma naturaleza, describen alre- dedor de ese punto central órbitas de desigual magnitud. Tratando de ordenar en la parte sideral de esta uranologia, las principales clases de estrellas, tuve ocasión de señalar entre las innumerables estrellas telescópicas , la clase de las estrellas dobles, que forma por sí misma sistemas aislados, binarios ó diferentemente compuestos ; pero á pesar de la analogía de las fuerzas que los dirigen, esos sistemas difie- ren esencialmente de nuestro sistema solar. Vénse en ellos estrellas dotadas de un brillo propio moverse alrededor de un centro de gravedad común que no está ocupado por la materia visible ; en nuestro sistema, por el contrario, astros oscuros circulan alrededor de un cuerpo luminoso ó para bablar con mas exactitud^ alrededor de un centro de gra- TOMO ni. -17 — 258 ~ vedad común colocado , ja en el interior , ja fuera del cuerpo central. «La gran elipse que describe la Tierra al- rededor del Sol, se refleja, por decirlo así, en otra pequeña curva en un todo semejante, sobre la cual se mueve el cen- tro del Sol, girando alrededor del centro de gravedad co- mún del Sol j de la Tierra.» En cuanto á saber si los astros planetarios, entre los cuales deben contarse los cometas in- teriores j esteriores, son ó no capaces de producir en al- gunas partes de su superficie, ademas de la luz que les en- via el cuerpo central, una luz que les sea propia, cuestión es que no cabe todavía dentro de los límites de estas con- sideraciones generales. Hasta aquí no ha podido establecerse por pruebas di- rectas la existencia de cuerpos planetarios oscuros, gravi- tando alrededor de una estrella fija. La escasa intensidad de la luz reflejada no nos permitirla distinguir tales plane- tas, de los cuales, mucho tiempo antes de Lambert, suponía Keplero que debia ir acompañada cada estrella. Tomando por distancia de la estrella mas próxima, <* del Centauro, 226.000 radios de la órbita terrestre, ó 7.523 veces la distancia de Neptuno al Sol, un cometa de muj grande excursión, el de 1680, al cual se atribuje, según datos muj inciertos, en verdad, una revolución de 8.800 años, apartado de nuestro Sol en 28 distancias de Neptuno, en su afelio, la separación de la estrella « del Centauro será toda- vía 270 veces mas grande que el radio de nuestro sistema solar, medido hasta el afelio de dicho cometa. Vemos la luz reflejada de Neptuno á 30 radios de la órbita terrestre. Aun cuando en el porvenir, nuevos j mas poderosos telescopios nos permitiesen reconocer otros tres planetas sucesivos, hasta la distancia de 100 radios de la órbita terrestre, tal distancia no llegarla á la 8.^ parte de la que existe del cometa á su afelio, al V2200 ^® aquella, á la cual necesi- taríamos percibir la luz reflejada de un satélite girando — 259 — alrededor de « del Centauro (61). ¿Es, sin embargo, absolu- tamente necesario admitir la existencia de satélites alrededor de las estrellas fijas? Si atendemos los sistemas á inferio- res que entran en nuestro gran sistema planetario, encon- tramos al lado de las analogías que pueden ofrecer los pla- netas rodeados de numerosos satélites, otros planetas como Mercurio, Venus, Marte que carecen de ellos. Haciendo, pues, abstracción de lo que es simplemente posible, para li- mitarnos á los bechos reales é indubitables , nos sentimos vivamente penetrados de la idea de que el sistema solar, sobre todo, con las complicaciones que los últimos tiempos nos han revelado, ofrece la imagen mas rica de las relacio- nes directas j de fácil conocimiento, que unen á gran nú- mero de cuerpos celestes con uno solo de entre ellos. Nuestro sistema planetario, en razón misma del espacio tan limitado que ocupa, ofrece, para la seguridad y la evi- dencia de los resultados que busca la astronomía matemá- tica, ventajas incontestables sobre el conjunto del firmamen- te. El estudio del mundo sideral , especialmente en lo que concierne á los grupos estelares j las nebulosas,- como tam- bién á la clasificación fotométrica de las estrellas , trabajo por lo demás muj poco seguro, pertenece en mucbo al do- minio de la astronomía contemplativa. La parte mas exacta j la mas brillante de la Astronomía, la que ha recibido en nuestros dias major incremento, es la que se refiere á la de- terminación de las posiciones de las estrellas en ascensión recta j en declinación. Trátese de estrellas aisladas ó dobles, de grupos estelares 6 de nebulosas, el movimiento propio de las estrellas^ los elementos de donde se deduce su para- laje, la distribución de los mundos en el espacio, revelada por los aforamientos telescópicos del Cielo, los períodos de las estrellas de brillo cambiante ó la revolución lenta de las estrellas dobles, son otros tantos objetos susceptibles de me- dida con major ó menor exactitud, aun cuando no dejen — 260 — de ofrecer dificultades estas operaciones. Otras liaj_, al contrario, que por su naturaleza escapan á toda especie de cálculo; á este número pertenecen la posición relativa j la forma de las capas estelares ó de las nebulosas perforadas, el orden general del Universo, y la acción violenta de las fuerzas naturales en cuja virtud aparecen 6 desaparecen las estrellas; fenómenos que nos afectan tanto mas profun- damente, cuanto que tocan á las regiones vaporosas de la imaginación j de la fantasía (62). De intento nos abstenemos en Jas páginas siguientes, de toda consideración respecto de las relaciones de nuestro sis- tema solar con los sistemas de las otras estrellas fijas; ja no volveremos sobre estas cuestiones de la subordinación j de la dependencia de los sistemas, que se imponen á nuestra inteligencia. No tenemos ja para qué preguntarnos si el Sol, nuestro astro central no se halla también en el es- tado de planeta en otro sistema mas vasto, j no quizás en el estado de planeta principal, sino en el de satélite de un planeta, como las lunas de Júpiter. Limitados á un domi- nio mas íntimo, al dominio mismo del Sol, podemos felici- tarnos de la ventaja de que casi todos los resultados de la observación, escepto los que se refieren al aspecto de las superficies, á la atmósfera g-aseosa de los globos planetarios, á la cola sencilla ó múltiple de los cometas, á la luz zodia- cal ó á la aparición enigmática de las estrellas errantes, pueden referirse á relaciones numéricas j se presentan como consecuencias de hipótesis susceptibles de una demos- tración rigorosa. Esta demostración no entra en el plan de una descripción física del Universo : todo lo que aqui corres- ponde, se reduce á recoger metódicamente los resulta- dos numéricos; herencia que cada siglo trasmite aumen- tada al siglo siguiente. Un cuadro que contenga la distan- cia media que separa los planetas del Sol, la duración de su revolución sideral, la escentricidad de su órbita, la inclina- — 261 — cion de esas órbitas sobre la eclíptica, el diámetro, la masa ó la densidad, puede ofrecer boj bajo un espacio bien pe- queño el estado de las conquistas intelectuales que son un título bonroso de nuestra época. Trasladémonos por un instante á la antigüedad: y representémonos al maestro de Platón , el pitagórico Filolao , Aristarco de Samos ó bien Hiparco, en posesión de esta boja de cifras ó de una descrip- ción gráfica de las órbitas de todos los planetas , tales €omo se bailan en nuestras obras elementales: seria im- posible comparar el asombro j la admiración de esos bombres, béroes de los albores de la ciencia, si no es con la sorpresa que esperimentarian Eratóstenes^ Estra- bon , Claudio Tolomeo, si se les presentara uno de nues- tros mapa-mundi levantados sobre un mapa de algunas pulgadas cuadradas , según las projecciones de Mer- cator. Los cometas obligados á volver sobre sí mismos por la atracción central, describiendo una elipse cerrada, marcan el límite del dominio solar. Pero como no puede asegurarse que no se manifieste algún dia otro cometa cu jo eje major esceda en longitud á los de los cometas conocidos basta boj dia j cujos elementos ban sido calculados, las distancias de los afelios de esos cometas nos dá un solo límite inferior del espacio subordinado al Sol. Asi el dominio solar está caracterizado por los efectos visibles j mensurables de las fuerzas centrales que emanan del Sol_, j por los cuerpos planetarios que describen órbitas cerradas á su alrededor sin poder romper los lazos que á él los unen. La atracción que ejerce este astro sobre otras estrellas fijas ó soles en espacios mas estensos mas allá de las órbitas de esos cuerpos celestes, no debe entrar en el género de consideraciones de que aqui nos ocupamos. Según el estado de nuestros conocimientos, á fines de la primera mitad del siglo XIX (1851), el sistema solar com- prende los elementos siguientes, colocando los planetas se- gún la distancia que los separa del cuerpo central. 1.° 22 planetas principales: Mercurio, Venus, La Tierra, Marte; Flora ^ Victoria^ Vesta, Iris. Métis, Heóé, Partéiwpe^ Egeria^ Astrea^ Irene^ Juno^ Ceres^ Pa- las^ Higia; Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno. De esos 22 planetas, únicamente se conocían 6 el 17 de marzo de 1781. Hemos distinguido por caracteres tipográ- ficos diferentes^ los 8 grandes planetas de los 14 pequeños, llamados también alguna vez asteroides, cujas órbitas en- trelazadas, están comprendidas entre Marte j Júpiter. 2.° 21 satélites: 1 para la Tierra, 4 para Júpiter, 8 para Saturno, 6 para Urano j 2 para Neptuno. S.*' 197 cometas, cuja órbita está calculada. Entre esos cometas, 6 son interiores, es decir, que su afelio está de la parte de acá de la órbita planetaria mas alejada que es la de Neptuno. Probablemente el sistema solar contiene también la luz zodiacal^ que se estiende mucho mas allá de la órbita de Ve- nus j llega quizás á la de Marte. Numerosos observadores opinan que deben añadirse á esta clasificación, los enjambres de asteroides meteóricos que cortan la órbita de la Tierra, sobre todo, en puntos determi- nados. Los acontecimientos últimos que merecen ser citados en la historia de los descubrimientos planetarios son: el descu- brimiento de Urano, primer planeta encontrado mas allá de la elipse de Saturno, que fué señalado en Bath el 13 de mar- zo de 1781 por Herschell; el de Ceres, primero de los peque- ños planetas, observado por Piazzi en Palermo, el 1 .° de ene- ro de 1801; el conocimiento del primer cometa interior, por Encke en Gotha el mes de agosto de 1819; j por últi- mo, el anuncio de la existencia de Neptuno , demostrada por medio del cálculo de las perturbaciones planetarias por — 263 — Le Verrier, en París en el mes de ag-osto de 1846, j com- probada por Galle el 23 de setiembre de 1846 en Berlín. Esos considerables descubrimientos no solo dieron por re- sultado el de estender j enriquecer grandemente nuestro sistema solar, sino que cada uno de ellos, fué el principio de infinito número de nuevos descubrimientos: á ellos se debe el conocimiento de otros 5 cometas interiores señala- dos por Biela, Faje^ de Vico, Brorsen j d'Arrest, desde 1826 á 1851; j el de 13 pequeños planetas, de los cuales 3 (PaJas, Juno j Vesta) fueron encontrados desde 1801 á 1807, j los otros 9 observados sucesivamente, después de 38 años de interrupción, por Encke, Hind_, Graham j de Gasparis. A partir del descubrimiento de Astrea, debido á las observaciones felices j k las hábiles combinaciones de Encke, es decir, desde el 8 de diciembre de 1845 hasta la mitad del año 1851, el mundo de los cometas ba sido objeto de observaciones tan detenidas, que se ha llegado en los últimos 1 1 años á calcular las órbitas de 33 nuevos come- tas, que esto es próximamente , todo lo que habia podido hacerse en 40 años, desde principios del siglo XIX. I EL SOL CONSIDERADO COMO CUERPO CENTRAL. La antorcha (Lucerna Mundi), como la llama Copérnico (63), que reina en el centro del mundo, es el corazón del Universo, según la espresion de Tliéon de Smirna, j todo lo vivifica por sus latidos (64); es fuente de la luz j del calor radiante, j con respecto á la Tierra, el principio de gran número de fenómenos electro-magnéticos. A este centro dé- te, sobre todo, referirse la actividad vital de los seres orga- nizados que pueblan nuestro planeta, j particularmente la de los vegetales. Para dar una idea mas general de las accio- nes esteriores por que se manifiesta el poder del Sol, pueden reducirse á dos causas principales los cambios que produce en la superficie del globo. De una parte , obra por la atracción inherente á su masa, como en el flujo j reflujo del Océano, fenómeno para el cual conviene, sin embargo, reser- var el resultado parcial, debido á la fuerza atractiva de la Luna; de la otra, por las ondulaciones ó vibraciones trans- versales del éter, principios del calor jde la luz, que, entre otros fenómenos, determinan, evaporizando las aguas en los mares, lagos j rios, la mezcla fertilizadora de las capas lí- quidas j gaseosas de que está envuelto nuestro planeta. En ^ 265 — la influencia del Sol ha de buscarse también el origen de las corrientes aéreas producidas por diferencias de temperatu- ra, j el de las corrientes pelágicas, debidas á la misma cau- sa, j que no han cesado desde hace muchos miles de años, aunque ' ho j en menor grado, de acumular ó de arrastrar capas sedimentarias j cambiar asi la constitución superfi- cial del suelo sumergido. El Sol da vida además j sostiene la actividad electro-magnética de la costraterrestre j la del oxígeno contenido en el aire. Ya_, en fin, se manifiesta tran- quilamente j en silencio por afinidades químicas, j deter- mina los diferentes fenómenos de la vida: entre los vejeta- Íes en la endósmosis de las paredes celulares: en los anima- les, en el tejido de las fibras musculares ó nerviosas: ja hace estallar en la atmósfera, la tormenta , los huracanes j las trombas de agua. Hemos tratado de determinar aquí el cuadro de las in- fluencias solares, á escepcion de las que obran sobre el eje del globo ó sobre su. órbita. Esponiendo el lazo que une en- tre sí dos grandes fenómenos cuja relación apenas se sospe- charía á primera vista, nos hemos propuesto hacer resaltar el hecho verdadero de que en un libro que se ocupe del Cos- mos, es perfectamente legítimo representar la naturaleza fí- sica como un cuerpo animado, viviente en virtud de fuerzas interiores que frecuentemente se equilibran. Sin embargo, las ondas luminosas no obran solamente sobre el mundo de los cuerpos, ni se limitan á descomponer j á recomponer las sustancias: no tienen por único objeto el de sacar fuera del seno de la tierra' los gérmenes delicados de las plantas, desarrollar en las hojas la materia verde ó clorofila, teñir las flores odoríferas, ó repetir mil j mil veces la imagen del Sol al gracioso batir de la^ olas^, j sobre los lijeros tallos de la pradera ligeramente encorvados por el soplo del viento: la luz del Cielo, según los diferentes grados de su duración j de su brillo, está también en relaciones misteriosas con — 266 — el interior del hombre, con la escitacion mas ó menos viva de sus facultades, con la disposición alegre ó melancólica de su espíritu. Asi lo espresa Plinio el Viejo en estas pa- labras (lib. 11, cap. 6): «Coeli tristitiam discutit Sol, et humani nubila animi serenat.» En la descripción de los planetas, colocaré los datos nu- méricos antes de los detalles que me sea posible procurar sobre su constitución física, á escepcion de la Tierra, que reservo para mas tarde. El orden adoptado para esos nú- meros será casi el mismo que siguió Hansen, en su escelente Disertación sobre el sistema solar ( Uehersicht des Sonnen- si/stems)^ con cambios j adiciones sin embarg-o, puesto que desde 1837, época en que escribia aquel autor, se han > descubierto once planetas j tres satélites (65). T ^ La distancia media del centro del Sol á la Tierra es, ^ según la corrección adicional de Encke para el paralaje del \ ^ Sol, que puede verse en las Memorias de la Academia de I ^ Berlin (1835, p. 309), de 20.682,000 millas geográficas, de 15 al grado del Ecuador terrestre, valiendo cada una de estas millas exactamente, según las investigaciones he- chas por Bessel, sobre diez medidas de grado, 3807^23 ó 7420^43 (Cosmos, t. i, p. 389, n. 30). La luz, seo-un las observaciones de Struve acerca de la constante de la aberración, emplea para llegar del Sol á la Tierra, suponiendo el planeta á una distancia media del cuerpo central, es decir, para recorrer el semi-diámetro de la órbita terrestre, 8' 17'', 78 (Cosmos, t. iii, p. 72), de donde se sigue que la posición verdadera del Sol es de 20", 445 antes de su posición aparente. El diámetro aparente del Sol, á una distancia media de la Tierra, es de 32' 1 '',8; por consiguiente, no escede mas que en 54",8 al de la Luna, vista igualmente á una distan- cia media. En el perihelio, es decir, en el momento del in- vierno en que la Tierra está mas cerca del Sol, el diáme- K — 267 — tro aparente de este astro aumenta hasta 32'34'',6; en el afelio, en verano, cuando estamos, por el contrario, lo mas lejos posible del Sol, ese diámetro es solo de 3r30'',l. El verdadero diámetro del Sol es de 192.700 millas geográficas, ó 146_,600 miriámetros, es decir, que es mas de 112 veces major que el diámetro de la Tierra. La masa del Sol, según los cálculos de Encke sobro la fórmula que ha dado Sabino del péndulo, es igual á 359,551 veces la masa de la Tierra, ó á 355,499 veces las masas reunidas de la Tierra j de la Luna (4.'' Memoria acerca del cometa de Pons, en la colección de las Memorias de la Aca- demia de Berlin, 1842, p. 5). Resulta, de aqui que la den- sidad delSol es próximamente ^ / r^y ó mas exactamente 0,252 de lade la Tierra. El volumen del Sol es 600 veces major, v su masa, se- gún Galle, es 738 veces mavor que el volumen j la masa de todos los planetas reunidos. Para dar una imagen sensi- ble de la magnitud del globo solar , háse notado que si se representa ese globo hueco v la Tierra colocada en el cen- tro, quedaria aun espacio para la órbita lunar, suponiendo el radio de esta órbita prolongado mas de 40,000 millas geográficas. El Sol gira alrededor de su eje en 25 dias j y o. El ecuador está inclinado sobre la eclíptica 7° ^/o. Según las exactísimas observaciones de lja,\igier ( Memorias de la Aca- demia des Ciencias y t. xv, 1842, p. 941), la duración de la rotación es de 25^ 8'* 9', j la inclinación del ecuador de 7" 9'. Las conjeturas á que ha llegado poco á poco la as- tronomía moderna respecto á la constitución física de la su- perficie del Sol, descansan sobre la observación atenta j prolongada de las alteraciones que se verifican en su disco luminoso. La manera como se siguen j ligan entre sí esas modificaciones, tales como el nacimiento de las manchas, — 268 — el cambio relativo de los núcleos negros j del borde ceni- ciento ó penumbra, ha dado origen á la opinión de que el cuerpo del Sol mismo es casi enteramente oscuro, pero rodeado á gran distancia de una atmósfera luminosa; que corrientes ascendentes forman en esta atmósfera aberturas de bordes dilatados , j que el centro negro de las manchas no es otra cosa que una porción del cuerpo oscuro del Sol, visto á través de esas aberturas. Para que esta hipótesis, que indicamos aquí ligeramente j de una manera general, pueda dar razón de todas las particularida- dades que se producen en la superficie del Sol, admítese alrededor de ese globo oscuro la existencia de tres envuel- tas diferentes : ante todo , una primera envuelta interior,, de materia vaporosa j semejante á nubes; después una envuelta luminosa ó fotosfera , cubierta á su vez , como parece que sucedió en el eclipse total de 8 de Julio de 1842, de otra atmósfera exterior, en la cual flotan nubes (QQ)- Sucede algunas veces que presentimientos favorables ó entretenimientos de la imaginación contienen, mucho tiem- po antes de toda observación real, el germen de opiniones verdaderas. La antigüedad griega abunda mucho en seme- jantes delirios, que han llegado á realizarse después. Asi también, en el siglo XV, encontramos ja claramente espre- sado en los escritos del cardenal Nicolás de Cusa, en el li- bro lí del tratado de Docta Ifjyiorantia^ la conjetura de que el cuerpo del Sol es en sí mismo un núcleo terreo, rodeado de una ligera envuelta formada por una esfera luminosa; que en el medio, es decir, probablemente entre el globo oscuro V la atmósfera brillante, haj un aire transparente mezclado de nubes húmedas j semejantes á nuestra atmósfera. Ana- dia que lapropiedad de irradiar la luz que reviste la Tierra de vegetales, no pertenece al núcleo terreo del Sol, sino á la esfera luminosa que le envuelve. Esta consideración que no se ha fijado bastante hasta hoj en la historia de la Astro- — 269 — nomía, ofrece gran semejanza con las ideas que dominan en la actualidad (67). Como ja lie dicho al ocuparme de las fases principales en que se divide la historia de la Contemplación del Mundo (68), las manchas del Sol no fueron reconocidas nipor Ga- lileo, ni por Scheiner, ni por Harriot, sino por Juan Fabri- cio, de la Frisia oriental^, que fué quien primero las observó é hizo imprimir su descripción. Juan Fabricio, lo mismo que Galileo, sabia ja que esas manchas pertenecen al mismo glo- bo solar: puede asegurarse esto lejendo la carta de Galileo al príncipe Cesi, fechada en 25 de Majo de 1612. Sin embargo, diez años después, Juan Tarde, canónigo de Sarlat, j diez años mas tarde aun , un jesuita belga , pretendieron casi al mismo tiempo que las manchas eran producidas por el paso de pequeños planetas, llamados por el primero Siclera Bor- lonia, j jSidera Aiostriaca por el segundo (69). Scheiner fué quien empleó primero para observar el Sol, los cristales preservativos verdes ó azules , propuestos 70 años antes en el Asironomicum Ccesareicm ^por Apiano , llamado también Bienewitz, j de los que se servian los pilotos holandeses hacia mucho tiempo ^70). La falta de uno de esos cristales contribu JÓ en gran parte á que Galileo perdiera la vista. A Domingo Cassini se debe el testimonio mas exacto acerca de la necesidad de representarse el globo solar como un cuerpo oscuro, rodeado de una fotosfera (70 bis). Esta conclusión, apojada en observaciones positivas, data pró- ximamente del año 1671; es decir, que es posterior en se- senta años al descubrimiento de las manchas solares. Según Domingo Cassini, la superficie visible del Sol es «un océa- no de luz que envuelve el núcleo sólido j oscuro del Sol; prodúcense en esta esfera luminosa grandes movimientos j como ebulliciones, j de tiempo en tiempo, nos dejan ver los vértices de las montañas de que está erizado el Sol; núcleos negros que se distinguen en el centro de las manchas.» ~ 270 — Las penumbras cenicientas que festonan esos núcleos no tienen todavía esplicacion. Una observación ingeniosa llevada á efecto frecuente- mente desde que el astrónomo de Glasgow, Alejandro Wil- son, la hizo sobre una gran mancha solar el 22 de Noviembre de 1769, le llevó á esplicar la naturaleza de las penumbras. VVilson notó que á medida que una mancha se aproxima al borde del Sol , la penumbra mas aproximada al centro del astro disminuye mas j mas en magnitud relativamente á la penumbra opuesta. De aquí dedujo Wilson con gran juicio, en 1774, que el centro de la mancha, es decir, la porción de globo solar visible por el embudo abierto en la envuelta luminosa, está situado en un plano mas lejano que la penumbra, j que la penumbra está formada por los taludes de la escavacion (70 ter). Esta esplicacion, sin em- bargo, no satisfacía el problema de saber porque la penumbra es mas brillante cerca del núcleo. Ün astrónomo de Berlin, Bode, que ignoraba la Memo- ria de Wilson, en su libro sobre la naturaleza del Sol j so- bre el origen de las manchas (Gedanken ueler die Natur der Sonne itiid die Entstehimg íkrer Flechen) ha desarrolla- do ideas muj semejantes con la claridad que le hacia apto para popularizar la ciencia. Además ha facilitado la espli- cacion de las penumbras, admitiendo, casi como en la hi- pótesis del cardenal Nicolás de Cusa, una capa nebulosa co- locada entre la fotosfera j el globo oscuro del Sol. Esta suposición de dos capas distintas da margen á las siguien- tes deducciones: Si una abertura se forma, lo que acon- tece rara vez, en la fotosfera sola, sin prolongarse á la capa de vapores colocada debajo é iluminada imper- fectamente por la atmósfera luminosa, esta capa intc- .rior envia al habitante de la Tierra un resplandor pálido, j se ve una penumbra gris, una mancha, -pero no núcleo. Si, por el contrario, bajo la influencia de los fenó - — 271 — menos meteorológicos que se agitan violentamente en la superficie del Sol, penetra la abertura á través de la en- vuelta de luz j la envuelta de nubes, se destaca en medio de la penumbra cenicienta un núcleo «que parece mas ó menos sombrío, según que esta abertura corresponda, sobre el globo solar, á tierras de roca ó arenosas, ó bien á ma- res (71).» El espacio gris que rodea el núcleo es como en la hipótesis precedente, una porción de la superficie este- rior de la remon nebulosa: v como á causa de la forma di- latada de la escavacion , la abertura es menor en esta capa que en la fotosfera, la dirección de los ra vos que, partiendo de los bordes de la abertura hiere la vista del observador, esplica la diferencia que Wilson notó primero en la an- chura de la penumbra á los dos lados opuestos, diferencia que aumenta á medida que se aleja la mancha del disco so- lar. Cuando se estiende la penumbra sobre toda la mancha, j- hace desaparecer el núcleo, como observó Laugier mu- chas veces, consiste esto en que no la fotosfera, sino la capa inferior de nieblas se ha cerrado. Una mancha perceptible á simple vista que apareció en la superficie del Sol en 1779, reclamó felizmente para el asunto que nos ocupa las facultades de observación j de in- vención que distinguian de igual manera á G. Herschell. Poseemos los resultados del gran trabajo, á que se entregó en la colección de las Philoso2)hical Transaciíons ( 1795 j 1801); allí examinó en detalle los casos mas particulares, se- gún una nomenclatura muj exacta que estableció él mis- mo. Como de costumbre, aquel grande hombre siguió su propio camino; solo una vez habló de Alejandro Wilson. El conjunto de sus miras es idéntico al de las de Bode; la consr truccion, merced á la cual esplica el aspecto del núcleo j de la penumbra (PhilosopJiical Transactions ^ 1801, p. 270 j 318, c. XVIII, fig. 2). está fundada sóbrela hipótesis del rompimiento de las dos envueltas. Pero, entre la capa — 272 — de nieblas j el globo oscuro del Sol, coloca una atmósfera, clara j transparente (p. 302)^ en la cual nubes oscuras, ó no brillando cuando menos sino con luz reflejada, están sus- pendidas á una altura de 50 ó 60 miriámetros. A decir verdad, Herscbell parece estar dispuesto á no considerar tampoco la fotosfera sino como una capa de nubes lumino- sas, independientes entre sí j ofreciendo superficies muy desiguales. Parécele que un fluido elástico de natu- raleza desconocida se eleva de la corteza ó de la superficie del globo oscuro, j produce en las regiones superiores, si obra débilmente, un picado negro sobre un fondo luminoso; si , por el contrario , se desencadena con violencia , ancbas aberturas que dejan ver núcleos rodeados de penumbras. Rara vez redondeados j ofreciendo casi siempre líneas quebradas j ángulos reentrantes, los núcleos oscuros están frecuentemente rodeados de penumbras que repiten la mis- ma figura sobre majores dimensiones. No se observa tran- sición alguna de brillo entre el núcleo j la penumbra ó en- tre la penumbra que alguna vez es filiforme, jla fotosfera. Capocci, lo mismo que otro observador muj diligente, Pas- torff, ban dibujado con mucha exactitud las formas angulosas de las manchas (Schumacher 's Astronomische Nachrich- ten, n.« 115, p. 316: n.^ 133, p. 291, y n.' 144, p. 471). G. Herscbell y Schwabe vieron los núcleos atravesados por venas, brillantes, ó por especies de puentes luminosos (lumi- nous bridges). Esos fenómenos de naturaleza nebulosa provienen de la segunda capa, que dá nacimiento á las pe- numbras. Según el astrónomo de Slough_, esos aspectos sin- gulares, debidos probablemente á corrientes ascendentes, la formación tumultuosa de las manchas, fáculas, surcos, j crestas^ producidas por las ondas luminosas, indicarian un desprendimiento enorme de luz; j por el contrario, «la au- sencia de manchas j de los fenómenos que las acompañan, baria suponer una disminución en la combustión, j por — 273 — consiguiente una influencia menos poderosa y menos salu- dable sobre la temperatura de nuestro planeta j el desar- rollo de nuestra vegetación.» Esas hipótesis indujeron á Herschell á estudiar el precio del grano y la naturaleza de las recolecciones, en los años en que se notó la ausencia de manchas en el Sol: desde 1676 á 1684 (según los datos de Flamsteed), de 1686 á 1688 (según los de Domingo Cassi- ni), de 1695 á 1700 j de 1795 á 1800. Desgraciadamente faltarán siempre elementos numéricos únicos que podrían llevar á una solución siquiera fuese dudosa de semejante problema; no solamente, como observa el mismo Herschell con su habitual prudencia, porque el curso de los cereales en una parte de Europa no diera la medida de la vegeta- ción sobre todo el continente, sino principalmente porque aun cuando el descenso de la temperatura media se hiciera sensible durante un año entero en toda Europa, no puede en manera alguna deducirse de aquí que en el mismo espa- cio de tiempo , el cuerpo terrestre ha recibido del Sol una cantidad menor de calor. Resulta de las investigaciones de Dove acerca de las variaciones no periódicas de la tem- peratura, que existe siempre contraste entre las condiciones climatológicas de regiones situadas casi bajo las mismas latitudes, de los dos lados del Atlántico. Esta oposición pare- ce producirse regularmente entre nuestro continente j la parte media de la América del Norte. Cuando sufrimos nosotros un invierno rigoroso es allí muj dulce j recípro- camente. En razón de la influencia incontestable que la cantidad media del calor estival ejerce sobre el ciclo de ve- getación jpor consiguiente sobre la abundancia de cereales, esas compensaciones en la distribución del calor tienen las mas fayorables consecuencias para los pueblos entre los cuales establece el mar comunicaciones rápidas. G. Herschell atribuia á la actividad del cuerpo cen- tral, manifestada por los fenómenos de los cuales las man- TOMO IlU 18 ^ 274 — chas solares son consecuencia, un aumento de calor sobre la tierra. Cerca de dos siglos j medio antes, Bautista Balia- ni en una carta á Galileo, Kabia por el contrario conside- rado las manchas como causas de enfriamiento (72). Esta es también la conclusión á que parecía concurrir la ten- tativa que hizo en Ginebra el sabio astrónomo Gautier, com- parando cuatro períodos, notables por el gran número ó la rareza de las manchas solares (de 1827 á 1848), con la tem- peratura media de 33 estaciones europeas j de 27 estacio- nes americanas bajo latitudes semejantes (72 bis) . Esta comparación hace surgir de nuevo por diferencias posi- tivas ó negativas , los contrastes que presentan las esta- ciones en los lados opuestos al Atlántico. En cuanto á la influencia refrigerante de las manchas solares , los resul- tados definitivos de aproximación intentados por Gautier, darian escasamente 0° 42 centígr., fracción que por otra parte, puede muj bien ser atribuida, en razón á su poca importancia, á errores de observación ó á la dirección de ios vientos. Queda por hablar de una tercera envuelta del Sol, de que se ha hecho mención antes. Es la mas esterior de to- das v recubre la fotosfera; es nebulosa é imperfectamente transparente. Apercibiéronse apariencias estraordinarias, de color rojo j semejando montañas ó llamas, durante el eclipse total de 8 de julio de 1842, sino por vez primera, cuando menos de una manera mucho mas clara; observa- ción que fue hecha simultáneamente por muchos de los ob- servadores mas esperimentados. Esto es lo que ha lleva- do á reconocer la existencia de dicha tercera envuelta. Se- gún una discusión mu j profunda de todas las observacio- nes, Arago ha enumerado, con rara sagacidad en una Me- moria especial (73) los motivos que hacen necesaria esta hipótesis. Ha hecho ver al mismo tiempo que desde 1706 hánse descrito ocho veces, en eclipses de Sol ó totales ó anu- — 275 — lares, eminencias marginales rojizas, semejantes á las de 1842 (74). El 8 de julio de 1842, cuando el disco de la Luna, ma- yor en apariencia que el del Sol, lo hubo cubierto comple- tamente, no solo se vio rodear álaLuna una luz blanquecina en forma de aureola ó de corona luminosa (74 bis); viéron- se además dos ó tres protuberancias que parecian arraiga- das en los bordes, j que entre los astrónomos que las ob- servaron, unos las comparaban á montañas rojizas j angu- losas, otros á masas de hielos teñidos de rojo, j otros también á lenguas de llamas inmóviles. A pesar de la gran diversi- dad de anteojos que usaron Arago, Laugier j Mauvais, en Perpignan; Petit, en Montpellier; j Airj, en las alturas de la Superga, cerca de Turin; Schumacher, en Viena, jmuchos otros astrónomos, estaban conformes completamente respec- to de los rasgos principales que presentaba el conjunto del fenómeno. Las protuberancias no fueron visibles simultá- neamente en todos los puntos; en algunos sitios se las pudo observar aun á simple vista. El ángulo sub-tendido por su altura fué estimado diferentemente. La apreciación mas cierta parece ser la de Petit, director del Observatorio de Tolosa, j es de V 45"; lo que, en el caso deque dichas apa- riencias fuesen realmente montañas, les daria una eleva- ción de mas de7^000 miriámetros, casi siete veces el diámetro de la Tierra que está contenido 112 veces en el del Sol. La suma de todos los fenómenos observados ha llevado á conje- turar con muchos grados de verosimilitud que estas apa- riencias rojas son ondulaciones de latercera atmósfera, ma- sas nebulosas iluminadas j dotadas de color por la fotosfe- ra (75) . Al desarrollar Arago esta idea, espresa la conjeturado que el azul oscuro del Cielo, que jo mismo he tenido oca- sión de medir sobre los mas altos vértices de las Cordi- lleras^ con instrumentos hoj todavía muv imperfectos^ po- dría suministrar un medio fácil de observar las nubes — 276 — en forma de montañas de la tercera envuelta solar. (76). Lo que sorprende en primer lugar, cuando se trata de determinar en qué zona del Sol se presentan habitual- mente las manchas, es que son muj raras Lacia el ecuador solar, entre los 3° de latitud boreal j 3° de latitud austral, j que faltan completamente en las regiones polares. Solo en dos épocas del año, el 8 de junio j el 9 de diciembre, las mancbas no describen curvas cóncavas ó convexas, sino que trazan líneas rectas paralelas entre sí, j al ecuador. La zo- na en donde las mancbas son mas frecuentes está compren- dida entre 11 J 15° de latitud Norte. En general puede afirmarse que se encuentran en major número en el be- misferio septentrional, j, como dice Soemmering , que se prolongan mas lejos apartándose del ecuador bácia el Norte que bácia el Sud. (Outlines, § 393, Viaje al Calo, p. 433). Galileo babia ja indicado 29° como límite estre- mo en ambos bemisferios. Juan Herscbell llevó este límite á 35"; esto mismo bizo Scbwabe (Scbumacber 's Astroii. Nachr., n." 473). Laugier vio algunas mancbas aisiadas bajo 41°. {^Memorias f t. XV, p. 944) , j Scbwabe basta bajo 50° de latitud. Una mancba descrita por La Hire bajo los 70° de latitud Norte, puede ser considerada como uno de los casos mas estraordinarios. La distribución de las mancbas en el disco del Sol, tal como acabamos de indicarla, su rareza bajo el ecuador v en las regiones polares, su disposrcion paralela al ecuador, indujeron á Juan Herscbell á suponer que los obstáculos que la tercera envuelta esterior puede .en ciertos sitios opo- ner á la emisión del calor, dan por resultado en la atmósfe- ra del Sol, corrientes dirigidas del polo bácia el ecuador, corrientes análogas á las que, causadas en la Tierra por la velocidad de la rotación, diferente bajo cada paralelo, pro- ducen los vientos alíseos j las calmas que reinan especial- mente en los puntos próximos al ecuador. Preséntanse al- — 277 — gunas manchas tan permanentes que se las vé reapare- cer seis meses enteros , como sucedió con la gran mancha de 1779. Schwabe encontró en 1840 un mismo grupo ocho veces seguidas. Midiendo con exactitud un núcleo oscuro representado en la obra de Herschell, de la cual he tomado muchas cosas, el Viaje al Galo^ se puede asegurar, que es de tal magnitud que lanzado el globo terrestre á través de la abertura de la fotosfera , todavía hubiera dejado á Tino j otro lado un espacio de mas de 170 miriámetros. Soemmering hace notar que haj en el Sol ciertos meridia- nos en los cuales, durante largos años, no vio aparecer mancha alguna (Thilo, de Solis maciilis a Scemineringio oh- servatis, 1828, p. 22). Los resultados tan distintos halla- dos para la duración de la rotación del Sol no deben ser atribuidos solamente á la inexactitud de las observaciones; ^sas diferencias proceden de la propiedad que tienen cier- tas manchas de cambiar de lugar sobre la superficie del Sol. Laugier ha consagrado á este objeto investigaciones especiales, j observado manchas que tomadas aisladamen- te darian para la rotación una duración unas veces de 24'', -28, otras de 26^, 46. El único procedimiento propio para dar á conocer la duración de la rotación solar, es pues, to- mar el término medio entre un gran número de manchas que, por la permanencia de su forma j la distancia que las separa de otras manchas visibles al mismo tiempo, son una garantía contra las probabilidades de error. Aunque se distingan con claridad á simple vista man- chas sobre la superficie del Sol, con mas frecuencia de lo que generalmente se cree, siempre que las observaciones se dirijan en ese sentido, apenas si, desde principios del si- glo IX á primeros del XVll, puede encontrarse la indica- ción de dos ó tres fenómenos dignos de ser estimados como verdaderos. Tales son, la pretendida estación que, según los Anales de los re jes francos atribuidos en un principio á — 278 — un astrónomo benedictino, después á Eginhard, hizo Mer- curio durante ocho dias sobre el disco del Sol, en 807; el paso de Venus por el Sol en 91 dias, bajo el reinado del ca- lifa Al-Motassem en el año 840, j los signa in Solé obser- Tados en 1096, según el ¡StaindelU ChTonico7i.'L^ cita que hacen algunos historiadores de los oscurecimientos ocur- ridos en el Sol, ó hablando con mas exactitud, de una disminución mas ó menos grande de la luz solar^ me ha lle- vado después de un gran número de años á hacer investi- gaciones especiales acerca de la naturaleza meteorológica j quizá cósmica de esos fenómenos (77). Como las grandes acumulaciones de manchas, sirva de ejemplo, la que ob- servó Hevelio el 20 de julio de 1643 j que cubrió un tercio del Sol, van siempre acompañadas de multitud de fáculas, he llegado á atribuir á los núcleos oscuros esos momentos de sombra durante los cuales son invisibles las estrellas por algún tiempo, como en los eclipses totales. Un cálculo de Dusejour indica que un eclipse total no puede durar en un punto del ecuador terrestre mas de 1' hW , j en la latitud deParis mas de 6' \Q" . Los oscureci- mientos referidos por los analistas tuvieron una duración major, j fundado en esta razón me atrevo á atribuirlos á tres causas diferentes : 1 .^ á una perturbación en el desar- rollo de la luz del Sol ó á una intensidad menor de la fo- tosfera; 2.° á obstáculos, tales como las capas de nubes mas estensas j densas, opuestas á la iradiacion de la luz j del calor, por la atmósfera exterior, imperfectamente tras- parente, que envuelve la esfera luminosa; 3.° á mezclas que oscurecen el aire que nos rodea, como las polvaredas, generalmente de naturaleza orgánica, que transportan los vientos alíseos, j las pretendidas lluvias de tinta, ó las llu- vias de arena que según refiere Macgov^an , cae en China muchos dias. Las dos últimas esplicaciones no exigen dis- minución alguna en la producción quizás electromagné- — 279 — tica de la luz, hipótesis según la cual la luz es una aurora boreal perpetua (78) ; pero la tercera escluje la yisibili- dad de las estrellas en pleno dia , de la que tan frecuente- mente se ha hablado al tratar de los oscurecimientos miste- riosos descritos con gran escasez de detalles. No solamente ha sido confirmada por el descubrimiento de la polarización coloreada, de Arago, la hipótesis de una tercera j última envuelta del Sol_, sino que lo han sido también todas las conjeturas acerca de la constitución física del cuerpo central de nuestro sistema planetario. Un rajo de luz que partiendo de las mas lejanas regiones del Cielo, hiere nuestra vista después de haber recorrido un gran número de millones de leguas, indica como por si mismo, en el polaríscopo de Arago, si es reflejado ó refractado, si emana do un cuerpo sólido, líquido ó gaseoso. [Cosmos, t. I, p. 34; t. II, p. 321). Es muj esencial distinguir la luz natural que iradia directamente del Sol^ de las estrellas j de las llamas, que no se polariza sino á condición de ser reflejada por un plano de cristal, bajo un ángulo de 35*^ 25', j la luz polarizada que emana espontáneamente de los cuerpos sólidos ó líquidos incandescentes. La luz polari- zada viene casi con seguridad del interior de esos cuerpos. Pasando de un medio mas denso á la capa de aire circun- dante, se refracta en la superficie; una parte del rajo vuelve hacia el interior j se convierte en luz polarizada por reflexión, mientras que la otra ofrece los caracteres de la luz polarizada por refracción. El polaríscopo cromá- tico distingue una de otra esas xios luces, según las situa- ciones opuestas que ocupan las imágenes coloreadas com- plementarias. Merced á esperimentos muj delicados que se remontan á 1820, Arago ha demostrado que un cuerpo sólido incandescente, por ejemplo, una bala de cañón en- rojecida por el fuego, ó bien un metal fundido en estado líquido j luminoso , no emite en una dirección perpendi- — 280 — cular á su superficie mas que la luz natural; pero que los rajos que partiendo de los estrenaos forman para lle- gar hasta nosotros un ángulo de emergencia muj incli- nado sobre la superficie, están polarizados. Si se quisiera aplicar á llamas gaseosas ese mismo aparato que separa con tanta limpieza las dos clases de luz, no se podrian descu- brir señales de polarización, por pequeño que fuese el án- gulo bajo el cual se emanasen los rajos. Aunque también para los gases la luz toma vida en el interior del cuerpo incandescente, en este caso, sin embargo, en razón á la dé- bil densidad de los capas gaseosas, la longitud del camino que los rajos tienen que atravesar, j la oblicuidad de su dirección no parecen disminuir su intensidad ni su número, V la emergencia de esos rajos, j su tránsito á otro medio no producen polarización. Ahora bien; el Sol no da señal alguna de polarización, cuando se estudia en el polaríscopo la luz que parte de sus bordes bajo ángulos estremada- mente pequeños; resulta de esta importante comparación que lo que brilla en el Sol no procede del cuerpo solar, ni de una sustancia líquida, sino de una envuelta gaseosa j dotada de luz propia. Estas observaciones pueden consi- derarsec omo un análisis físico de la fotosfera. El mismo instrumento óptico ha probado también que la intensidad de la luz no es major en el centro que en los contornos del disco solar. Cuando dos imágenes comple- mentarias del Sol, roja la una, la otra de un azul verdoso, se projectan mutuamente de modo que el estremo de la primera caiga sobre el centro de la segunda, la parte co- mún llega á ser perfectamente blanca. Si la intensidad lu- minosa del Sol fuese diferente en sus distintos puntos, por ejemplo, major en el centro que en la circunferencia, ob- tendríase en el estremo del segmento común, reuniendo parcialmente las dos imágenes coloreadas, de un lado el rojo, del otro el azul; j esto consiste en que del lado de la — 281 — imagen roja los rajos azules no podrían neutralizar sino en parte los rajos rojos que proceden del centro j que son mas numerosos. Tengamos presente ahora sin embargo, que en una atmósfera gaseosa los estremos deben aparecer mas luminosos que el centro, j que en un globo solidólos estre- mos V el centro deben tener la misma intensidad : sí^-uese de aquí que formando la fotosfera, según nosotros , el disco aparente del Sol, deberla parecer mas brillante en la circun- ferencia que en el centro; resultado negado por el polarís- copo que índica una intensidad de luz igual en el centro j en los bordes. Si esta oposición no se verifica^ debe atri- buirse á la envuelta de vapores que rodea á la fotosfera, j debilita menos la luz del centro que la de los rajos que partiendo de los bordes tienen que salvar á través de esas nubes una distancia major para llegar á la vista del ob- servador (79). Célebres físicos j astrónomos, Bouguer j Laplace, Airv j JuanHerschell, se oponen á estas ideas de Arago, j aprecian la intensidad de los bordes como infe- rior á la del centro; j el últimamente citado de esos sabios ilustres, hace presente que «según las lejes del equilibrio, esta atmósfera esterior deberla tener una forma esferoidal mas aplanada que las envueltas que recubre, j que la den sidad major que por esta razón resultarla báciael Ecuador, deberla determinar una diferencia en la intensidad de la luz radiante (80).» Arago se ocupa actualmente en some- ter su opinión a nuevos esperimentos j referir el resultado de sus observaciones á relaciones numéricas precisas. La comparación de la luz solar coii las dos luces artifi- ciales mas poderosas que han podido hasta ahora producirse sobre la Tierra, dá, en el estado todavía tan imperfecto de la fotometría, las relaciones siguientes: En los ingeniosos es- perimentos de Fizeau j de Foucault, la luz de Drummond, producida por la llama del hidrógeno j del oxígeno diri- gida sobre creta está relativamente con el disco solar, en la — 282 — razón de 1 á 146. En el esperimento deDavj, se ha recono- cido que la corriente luminosa obtenida entre dos carbones por la acción de una pila de Bunsen , está con el Sol , bajo la influencia de 46 elementos, en la relación de 1 á 4,2; j empleando en ello muj grandes elementos, como 1 á 2_,o; no es, pues, tres veces mas débil que la luz solar (81). Si hoj todavía causa asombro saber que el brillo deslumbra- dor de la luz de Drummond, proyectada sobre el disco solar, tiene el aspecto de una mancha negra, debe admirarse do- blemente la sagacidad de Galileo que desde el año 1612, por una serie de deducciones acerca de la distancia á que debe hallarse Venus del Sol , para ser visible sin necesidad de instrumentos, dedujo que el núcleo mas oscuro de las manchas solares es mas brillante que la mas resplandeciente porción de la Luna llena (82). G. Herschell, espresando por el número 1.000 la inten- sidad general de la luz del Sol , estimaba por término medio la de las penumbras de las manchas en 469, j en 7 la del núcleo oscuro. Según esos datos, bien hipotéti- cos por cierto, si se estima con Bouguer que el Sol es 300.000 veces mas brillante que la Luna llena, esta ten- dría 2.000 veces menos luz que el núcleo oscuro de las manchas del Sol. Ciertos pasos de Mercurio han manifes- tado de una manera notable la intensidad luminosa de esa porción central de las manchas , que no es otra cosa que el cuerpo oscuro del Sol, iluminado por el reflejo de las pa- redes abiertas de la fotosfera, v el de la atmósfera nebu- losa que forma las penumbras, como también por la luz de las capas de aire terrestres, interpuestas entre el Sol j el observador. Comparados con el planeta cujo hemisferio no iluminado estaba entonces dirigido hacia la Tierra, los nú- cleos oscuros de las manchas cercanas parecían de un gris claro (83). El 5 de Majo del832, cuando tuvo lugar el paso de Mercurio, un observador escelente, el consejero Schwabe» — 283 — de Dessau , examinó con gran atención la diferencia de os- curidad entre los núcleos j el planeta. Desgraciadamente perdí la ocasión de hacer por mí mismo la comparación cuando el paso del 9 de Noviembre de 1802 que observé en el Perú, aunque Mercurio casi tocase á muchos núcleos. Preocupado g^randemente en determinar la porción del pla- neta con relación á los hielos del telescopio , descuidé esta comparación. El profesor Henry demostró en América el año 1815 en Princeton, que las manchas del Sol emiten mucho menos calor que las porciones del disco que no tienen manchas. La imagen del Sol j la de una gran mancha fue- ron proyectadas sobre una pantalla, j medidas por el termo-multiplicador las diferencias de temperatura (84) . Que los rajos caloríficos se distingan de los rajos lu- minosos por longitudes diferentes en las ondulaciones trans- versales del éter_, ó que ha ja identidad entre ellos, j que los rajos caloríficos produzcan en nosotros la sensación de la luz por una cierta velocidad de vibración , propia de las altas temperaturas, resulta siempre que el Sol, fuente de luz j calor puede dar vida j alimentar fuerzas, magnéticas en nuestro planeta j sobre todo en la atmósfera que lo en- vuelve. El conocimiento ja antiguo de fenómenos termo- eléctricos en ciertos cristales, tales como la turmalina, la boracita, el topacio, j por otra parte el gran descubrimiento deCErsted (1820), según el cual, todo conductor atravesado por la electricidad ejerce, mientras la duración de la cor- riente, influencias determinadas sobre la aguja imantada, hicieron perceptible la relación íntima que existe entre el calor, la electricidad v el mao-netismo. Fundándose en esta especie de conexión, el ingeniero Ampere , que atri- buia toda clase de mag-netismo á corrientes eléctricas obrando en un plano perpendicular al eje de la aguja iman- tada, propuso la hipótesis de que la tensión magnética del globo está producida por corrientes eléctricas, circulando — 284 — alrededor de nuestro planeta, de Este (i Oeste , y que. por consig-uiente , las variaciones liorarias de la declinación magnética dependen del calor, fuente de las corrientes, que á suvez varia según la posición del Sol. Las inves- tigaciones termo-magnéticas de Seebeck , de donde resulta que las variaciones de temperatura en las soldaduras de un circuito de bismuto j de cobre, ó de otros metales deseme- jantes, determinan una desviación de la aguja imantada, confirmaron las ideas de Ampére. Un brillante descubrimiento de Faradaj, sometido por el autor á un nuevo examen casi en el mismo momento en que se imprimen estas bojas, presta una gran luz á esta importante cuestión. Trabajos anteriores de ese gran físico habían ja demostrado que todos los gases son diamagnéticos, es decir, se colocan en dirección de Este á Oeste , como el bismuto j el fósforo, con la circunstancia siempre de que el oxígeno goza de esta propiedad en menos grado que to- dos los demás gases. Sus últimas investigaciones, cu jo co- mienzo data de 1847, prueban que el oxígeno solo entre todos los gases, tiende como el bierro á una posición Norte- Sud, pero que por la dilatación j la elevación de tempera- tura pierde esta fuerza paramagnética. Como la tendencia diamagnética de los demás elementos de la atmósfera^ el ázoe V el ácido carbónico, no se modifica ni por el aumento de volumen ni por la elevación de temperatura, solo baj que considerar la envuelta de oxígeno que rodea elglobo como una esfera de bierro batido inmensa;, j esperi- menta su influencia magnética. El hemisferio dirigido bá- cia el Sol, será, pues, menos paramagnético que el hemis- ferio opuesto; j como los límites que separan las dos mita- des cambian constantemente por la rotación del globo j su revolución alrededor del Sol, Faradaj llegó á ver en esas relaciones de temperatura la causa de una parte de las va- riaciones del magnetism.o terrestre en la superficie del glo- — 285 — bo. La asimilación, fundada en una serie de'esperimentoSy de un gas único, el oxígeno, con el hierro, es uno de los descubrimientos considerables de nuestra época, tanto mas cuanto que probablemente el oxígeno equivale próxima- mente á la mitad de todas las sustancias ponderables re- partidas en las partes accesibles del globo (85). Así_, sin que sea necesario suponer polos magnéticos en el Sol, ni fuerzas magnéticas particulares en los rajos que de él emanan, el cuerpo central de nuestro sistema planetario puede, en razón de su fuerza como fuente de calor, escitar sobre el globo terrestre una actividad magnética. Háse tratado de demostrar por medio de observaciones meteorológicas que comprendiesen muchos años , aunque limitadas á algunas estaciones, que una cara del Sol, por ejemplo, la que estaba vuelta liácia la Tierra el 1." de ene- ro de 1846, tiene mas fuerza calórica que la cara opuesta {S6). Los resultados á que se ba llegado no dan mas cer- tidumbre que las conclusiones, merced á las que se ba pre- tendido deducir de las antiguas observaciones de Mas- keljne en Greenwicb, una disminución del diámetro solar. La periodicidad de las manchas del Sol, reducida por el consejero Schwabe, de Dessau, á fórmulas numéricas, está mejor fundada. Ningún otro astrónomo viviente ha podido consagrar á este objeto atención tan perseverante. Durante '24 años consecutivos Schwabe ha pasado frecuentemente mas de 300 dias por año, esplorando el disco del Sol. No publicadas todavía, sus observaciones de 1844 á 1850, he tenido que recurrir á su amistad, para conocerlas; además Schwabe ha contestado á un cierto número de cuestiones que JO le tenia planteadas. Termino el capítulo de la cons- titución física del Sol por el estracto con que este gran hombre ha tenido la bondad de enriquecer mi libro. «Los números contenidos en la tabla siguiente no dejan duda alguna, por lo menos para la época comprendida en- — 286 — tre 1826 y 1850,_respecto á que las variaciones en el nú- mero de las manchas solares se reproducen por períodos de 10 años próximamente, de suerte que el máximum cae por los años 1828, 1837, 1848, j el mínimum en 1833 j 1843. No he tenido ocasión (es preciso no olvidar que es Schwa- be quien habla) de recog-er una serie continuada de obser- vaciones mas antiguas; sin embargo, noest oj distante de admitir que la duración de este período puede esperimen- tar variaciones (87). ~ -^8/ — GRUPOS días NUMERO AÑOS. (le sin de los dias MANCII.VS. MANCHAS VISIBLES. DE OBSERVACIÓN. 182G Ii8 22 277 1827 161 2 273 1828 225 0 282 1829 199 0 244 1830 190 1 217 1831 149 3 239 1832 84 49 270 1S33 33 139 267 183Í 51 120 273 1835 173 18 244 1S36 272 0 200 1837 333 0 168 1838 282 0 202 1839 162 0 . 205 1840 152 3 263 184 i 102 15 283 1842 68 64 307 1843 34 149 312 1844 52 111 321 1845 114 29 332 1846 157 1 314 1847 257 i) 276 1848 330 1 ü 278 1849 238 1 0 285 1850 186 2 308 ... «He podido observar grandes manchas, perceptibles á simple vista, en casi todos los años en que no caia el míni- mum; las principales aparecieron en 1828, 1829, 1831, 1836, 1837, 1838, 1839, 1847, 1848. Considero aquí co- mo grandes manchas las que abrazan por lo menos 50'': únicamente en este límite empiezan a ser perceptibles para una vista buena, sin el auxilio del telescopio. «No cabe duda alguna de que existen estrechas relacio- nes entre las manchas j la formación de las fáculas. Fre- cuentemente he visto aparecer fáculas ó lúculas en el sitio mismo donde ha desaparecido una mancha, como también desarrollarse nuevas manchas en las fáculas. Cada mancha está rodeada de nubes mas ó menos luminosas. No creo que las manchas tengan influencia alguna sobre la tem- peratura anual. Noto tres veces por dia la altura del ba- rómetro y la del termómetro; los términos medios anua- les que resultan de esas observaciones no dan lugar á su- poner hasta el presente relación sensible entre el clima- j el número de las manchas. Admitiendo que en ciertos casos se hubiera presentado esta coincidencia, no tendria importancia sino á condición de reproducirse sobre otros muchos puntos de la Tierra. Si realmente habia motivo de atribuir á las manchas del Sol, la menor influencia sobre el estado de nuestra atmósfera, seria preciso cuando mas deducir de mis tablas que los años en que las manchas abundan cuentan menos dias serenos que los años en que son raras (Schumacher's Astron. Nachr.^ n.° 638, p. 221.) «Guillermo Herschell daba el nombre de fáculas á los surcos luminosos que aparecen solo en los bordes del Sol, j el de lúculas á las arrugas visibles únicamente hacia el cen- tro (Asiron. Nachr., n.° 350, p. 243). Tengo el convenci- miento de que fáculas j lúculas provienen de las mismas nubes luminosas amontonadas, que parecen mas brillantes hacia los bordes del Sol j son por el contrario, hacia el cen- — 289 — tro, menos esplendentes que la superficie general. Prefiero, pues, dar á todos los espacios, particularmente brillantes, del disco solar, el nombre de nubes luminosas, dividiéndo- las según su forma en nubes agrupadas ó cumuliformes, j en nubes alargadas ó cirriformes. Esta materia luminosa está irregularmente distribuida sobre el Sol , j da algunas veces á su superficie un aspecto marmóreo. La misma apa- riencia tienen frecuentemente sobre los bordes j en ocasio- nes hasta en los polos. Sin embargo, donde con mas in- tensidad se presenta es siempre en las dos zonas de man- chas, en las mismas épocas en que no existen las manchas; entonces las dos zonas, mas brillantes, se asemejan de una manera asombrosa á las bandas de Júpiter. Los surcos oscuros que se encuentran entre las nubes luminosas de forma prolongada, son los espacios mates que pertenecen á la superficie general del Sol^ cujo aspecto parece á la arena formada de granos iguales. Sobre esta su- perficie granulosa se ven algunas veces fuertes puntos gri- ses, no negros, que son poros, surcados también de pequeñas arrugas oscuras estremadamente finas (Astron. Nadir. , n,° 473, p. 286). Cuando esos poros están agrupados por masas forman espacios grises j nebulosos, y en particular las penumbras de las manchas solares. En esas penumbras vénse poros j puntos negros que generalmente parecen irradiar del núcleo hasta los límites de la penumbra; esto es lo que produce la semejanza sorprendente las mas de las veces, que se observa entre la forma de las penumbras y la de los núcleos.» La esplicacion é íntima relación de esos fenómenos tan variables, no habrán adquirido para la observación de la na- turaleza toda su importancia, hasta el momento en que bajo los trópicos, en un Cielo puro y sin nubes, durante muchos meses se haya podido, merced á un aparato fotográfico mo- vido por un reloj , obtener una serie no interrumpida de TOMO '.n ly — 290 — imágenes de manchas estelares (88). Los fenómenos meteo- rológicos que se producen en las atmósferas de que está envuelto el cuerpo oscuro del Sol, determinan las aparien- cias llamadas por nosotros manchas ó fáculas. Prohahle- mente allí, como en la meteorología terrestre, las pertur- baciones son de naturaleza tan complicada j diferente, tan general j tan local, á la vez, que solo podrán resolverse una parte de los problemas acerca de los cuales todavía haj una gran oscuridad, por observaciones detenidas j com- pletas. II. LOS PLANETAS. Es necesario que la descripción de cada cuerpo celeste en particular, va ja precedida de algunas consideraciones generales acerca de los cuerpos celestes. Esas consideracio- nes, por otra parte, no abrazan mas que los 22 planetas principales j las 21 lunas, planetas inferiores, ó satélites descubiertos hasta el dia. No se estienden á todos los cuer- pos celestes planetarios, entre los cuales, los cometas por sí solos presentarían ja un total diez veces mas considerable. En general, el centelleo de los planetas es débil, porque no iiacen mas que reflejar la luz del Sol, j también á causa de la magnitud aparente de su disco (véase Cosmos ^ t. III, p. 68). En la luz cenicienta de la Luna, como en la luz roja que presenta durante los eclipses v que parece mucbo mas intensa bajo los trópicos, la luz del Sol ha esperimen- tado para el observador colocado sobre la Tierra, un doble cambio de dirección. Ya he tenido ocasión de notar que la Tierra es susceptible de emitir una pequeña cantidad de luz propia, facultad común, por otra parte, á varios plane- tas, como lo prueban ciertos fenómenos notables, observados de tiempo en tiempo, sobre la parte de Venus no iluminada por el Sol (89). Consideremos los planetas bajo la relación de su núme- 292 ro, del orden en el cual han sido descubiertos, de su volu- men en sí mismo j relativamente á su distancia al Sol, de su densidad, de su masa, de la duración de su rotación, de la inclinación de su eje, de su escentricidad j de sus dife- rencias características, según están colocados mas allá ó mas acá de la zona de los pequeños planetas. Para todos esos ob- jetos_, la naturaleza de esta obra nos obliga á fijar un cui- dado particular en los resultados numéricos, j á elejir siem- pre los que están considerados en el momento mismo de la publicación de este tomo como procedentes de las investi- gaciones mas recientes j que merecen mas confianza. PLANETAS PRINCIPALES. 1.° Número de los flanetas 'pTinciimles y éj)oca de su des. cubrimiento . — Entre los siete cuerpos celestes que, en razón de los cambios continuos ocurridos en sus distancias relati- vas, han sido, desde la mas remota antigüedad, distingui- dos de las estrellas centellantes que conservan siempre en el firmamento su sitio j sus distancias (orbis inerrans), cinco solamente: Mercurio^ Venus, Marte, Júpiter j Saturno^ ofrecen la apariencia de estrellas (quinqué stellre errantes). El Sol j la Luna se colocaron siempre aparte, en razón de la magnitud de su disco, j por consecuencia de la impor- tancia que les- era atribuida en las concepciones mitológicas (90). Así, según Diodoro de Sicilia (lib. II, cap. 30), los Caldeos no conocian mas que cinco planetas; j Platón, en el único pasaje del Timeo en que se habla de esos cuerpos errantes, dice estas palabras: «Alrededor de la Tierra, que descansa en el centro del Mundo, se mueven la Luna, el Sol, j otros cinco astros á los que se dá el nombre de Pla- netas; lo que en total compone siete movimientos circula- res» (91). En la estructura del Cielo imaginado en otro tiempo por Pitágoras j descrito por Filolao, entre las diez — 293 — esferas celestes que verifican su revolución alrededor del fuego central ó foco del Mundo («aWa), inmediatamente des- pués del Cielo de las estrellas fijas, están los cinco planetas (92), seguidos del Sol, de la Luna, de la Tierra j del an- típoda de la Tierra (ci^rí^ea?* ). Tolomeo mismo no habla nunca mas que de cinco planetas. Los siete planetas distri- buidos por Julio Firmico, éntrelos genios (93), como se puede ver en el zodiaco de Biancbini^ que data seguramen- te del siglo III de nuestra era (94), j en los monumentos egipcios contemporáneos de los Césares, no pertenece á la historia de la astronomía antigua, sino á sus épocas mas recientes, en las cuales se habian estendido por doquiera los delirios astrológicos (95) . No ha j motivo para estrañar que la Luna ha ja sido colocada entre los siete planetas, pues los antiguos, á escepcion de algunas ideas nota- bles de Anaxágoras sobre las fuerzas atractivas ( Cosmos, t. 11, p. 300), casi nunca aluden á la dependencia mas directa de la Luna frente á la Tierra. En cambio, según una hipótesis citada por Vitrubio (96) y Marciano Ca- pella (97), aunque sin indicación de autor, Venus j Mer- curio, á los que llamamos planetas inferiores, son presenta- dos como satélites del Sol, que gira alrededor de la Tierra. Un sistema semejante no puede ser llamado egipcio, ni con- fundirse con los epiciclos de Tolomeo^ ni con las ideas de Ticho acerca de la estructura del Mundo (98). Las denominaciones bajo las cuales se designan entre los pueblos antiguos los cinco planetas estelares son ó nom- bres de divinidades ó epítetos distintivos, escogidos según su aspecto. Es tanto mas difícil, sin otras fuentes que aque- llas donde hasta hoj hemos podido beber, determinar lo que en esas denominaciones pertenece originariamente á la Caldea ó al Egipto , cujos nombres primitivos usados por otros pueblos, no nos han trasmitido los escritores griegos con fidelidad, contentándose con traducirlos á su lengua ó --^ 294 — sirviéndose de equivalentes tomados al acaso, según sus ideas^ ó miras particulares. En cuanto á resolver si los Cal- deos fueron solo los afortunados discípulos de los Egipcios, V determinar los descubrimientos en virtud de los cuales se consideraron mas adelantados que ellos (99), puntos son estos que pertenecen á los importantes, pero oscuros pro- .blemas de la civilización naciente, al primer desarrollo científico del pensamiento sobre las orillas del Nilo ó del Eufrates. Conócense los nombres egipcios de los 36 genios; pero en cuanto á los de los planetas, solo uno ó dos lian lle- gado basta nosotros (100). Sorprende verdaderamente que Platón j Aristóteles na designen nunca los planetas sino bajo nombres mitológicos, que son también de los que se sirve Diodoro, mientras que mas adelante , es decir, en el tratado del Mundo , falsamen- te atribuido á Aristóteles, hállase una mezcla de las dos denominaciones : ,8 (oscila de 3'/,3 á 23'0 Júpiter — — 38 V, 4 (oscila de 30 '^ á 46/') Saturno — — 17;' M (oscila de lo// á 20 ') Urano — — 3 '^9 Neptuno — — 1,''"l VOLUMEN DE LOS PLANETAS COMPARADO CON EL DE LA TIERRA. Mercurio como 1 16,7 Venus — 1 1,03 La Tierra — 1 Marte — 1 : 7,14 Júpiter — 1414 : Saturno — 735 : Urano — 82 ííeptuno — 108 — 305 — El volumen del Sol es al de la Tierra como 1.407,100: 1. Todos los errores que pueden cometerse en la medida de los diámetros se encuentran elevados al cubo en las cifras que representan los volúmenes. Los planetas, cujo movimiento comunica variedad j vida al aspecto del cielo estrellado, obran al mismo tiempo sobre nosotros por la magnitud de su disco j por su proxi- midad, por el color de su luz, por el centelleo que, en cier- tos casos, se observa en alg-unos de ellos , y por la ma- nera particular con que reflejan la luz del Sol sus diferentes superficies. Respecto de si la naturaleza jla intensidad de esta luz pueden modificarse por el desprendimiento de una pequeña cantidad de luz propia, nada puede decirse, pues es un problema todavía por resolver. 4." Orden de los jjlanetas segí0i la distancia qtie los se- para del Sol. — Con el fin de poder abarcar en su conjunto todo lo que en la actualidad se conoce de nuestro sistema planetario , y representar las distancias medias que sepa- ran á los diferentes planetas del Sol , be trazado el cuadro siguiente en el cual^ como es de rigor en Astronomía, be ^ tomado por unidad la distancia media de la Tierra al Sol, S^ que es de 15.347,000 miriámetros. Mas adelante, cuando - ■ trate en detalle de cada uno de los planetas, añadiré sus distancias en el afelio y en el peribelio_, es decir, en los dos momentos en que los planetas, describiendo la elipse cujo foco ocupa el Sol, se encuentran sobre la línea de los ápsides, en el punto mas lejano y en el punto mas próximo del foco. Por distancia media, única de que actualmente nos ocupamos, es preciso entender, el término, media entre la major v menor distancia, es decir, el semi-eje major de la órbita planetaria. Los resultados numéricos, aquí, como en lo que precede y en loque sigue, están tomados en su major parte del tratado publicado por Hansen , en el Anuario de Schumacber para 1837. Cuando se trata de resultados sus- TOMO lU. !20 — 306 — ceptibles de variar con el tiempo, es preciso referirse, para los grandes planetas, al año 1800, escepto para Neptiino, en el cual es necesario volver al 1851. Yo mismo he anro- vecKado el Amiario astronómico de Berlin para 1853. Debo los detalles concernientes á los pequeños planetas, á la amistad del doctor Galle; todos son relativos á épocas muj recientes. DISTANCIA DE LOS PLANETAS AL SOL. Mercurio 0,38709 Venus 0,72333 La Tierra 1,00000 Marte 1,52369 PEQUEÑOS PLANETAS. Flora 2,202 Victoria 2,333 Vesta 2,362 Iris 2,385 Métis 2,386 Hebe 2,525 Partenope 2,451 Egéria 2,576 Astrea 2,577 Irene 2,585 Juno 2,669 Céres 2,768 Palas 2,773 Hig-ia 3,151 Júpiter 5,20277 Saturno . 9,53885 Urano . 19,18239 Neptuno 30,03628 El solo hecho de la disminución rápida que, de Saturno j de Júpiter á Marte j á Venus, se hace sensible en la du- ración de las revoluciones , dio margen á presumir desde luego, cuando se adoptó la hipótesis de las esferas móviles á — 307 — que estaban fijos los planetas, que esas esferas debían hallarse colocadas entre si á alguna distancia. Pero como no podia encontrarse entre los Griegos ninguna señal de obser- vaciones ni de medidas metódicas, antes de Aristarco de Samos, j el establecimiento del museo de Alejandría^ sigúese de aquí , que debió existir grande divergencia en las hipótesis acerca del orden de los planetas, j sus distan- cias relativas , va que se calculasen esas distancias á partir de la Tierra inmóvil en medio de los planetas, según la opi- nión dominante, ja se tomase con los Pitagóricos por punto fijo el Sol, foco del Mundo (ícría). Habia especialmente dudas acerca de la posición relativa del Sol frente á frente délos planetas inferiores j de la Luna (6). Los Pitagóricos^ para quienes los nombres eran la fuente de todo conoci- miento j la esencia misma de las cosas , aplicaban la teoría universal de las proporciones numéricas á la consideración geométrica de los cinco cuerpos regulares cujas propieda- des hacia tiempo se hallaban descubiertas _, á los intervalos musicales de los tonos que forman los acordes de donde nace la armonía, j aun á la estructura del Universo. Pensaban que los planetas ponen en movimiento^ por sus vibraciones, las ondulaciones sonoras, según las relaciones armoniosas de los intervalos que los separan, j producen loque ellos llamaban la música de las esferas. «Esta música, anadian, llegaria al oido del hombre , si no le escapase en razón de su misma perpetuidad , j por estar habituado á ella desde la infancia (7).» La parte armoniosa "de la teoría pitagórica de los números se unia así á la representación figurada del Cosmos, como puede verse, lejendo la fiel esposicion que de estas relaciones hace Platón en el Timéo; porque la Cos- mología es, en concepto de Platón, la obra de los principios opuestos de la Naturaleza, reconciliados por la armonía (8). Platón, en un cuadro lleno de gracia, intenta hacer sensible el armonioso concierto del Mundo, colocando sobre los cír- — C08 — culos planetarios otras tantas Sirenas que , acompañadas de las tres Parcas , hijas de la Necesidad , sostienen el eterno movimiento del huso celeste (9). Esta representación de las Sirenas, cu jo lugar en el concierto divino toman algunas veces las Musas, se vuelve á hallar en muchos monumentos antiguos, particularmente en grabados de piedra. En la antigüedad cristiana, como en la edad media, desde San Basilio hasta Santo Tomás de Aquino j hasta Pedro d'Aill j, se alude con frecuencia á la armonía de las esferas, pero en términos que señalan el disentimiento del escritor (10). A fines del siglo XVI, las opiniones de Pitágoras j de Platón, acerca de la estructura del Mundo se despertaron en la viva imaginación de Keplero. Llamó como ellos en su auxilio á la Geometría j la Música, j construjó el sistema planetario, primero en su 3íysteriuni cosmogra^Jiicuní, to- mando por base los cinco cuerpos regulares que pueden cir- cunscribirse á las esferas de los planetas, j luego en el Har- monice mundi, según los intervalos de las notas musica- les (11). Convencido de que las distancias relativas de los planetas están sometidas á una lej, esperaba resolver el problema por la combinación de sus primeras miras con las que mas tarde habia adoptado. Es singular que Ticho, á quien por otra parte se ve siempre tan firmemente aficiona- do al principio déla observación real, espresara ja la opinión antes de Keplero, contra la cual protestó Rothmann, de que el aire del Cielo, lo que llamamos el medio resistente, quebrantado por el movimiento de los cuerpos celestes, produce sonidos armoniosos (12). Por lo demás, las analo- gías entre las relaciones de los sonidos j las distancias de los planetas, cuja huella siguió Keplero durante tanto tiempo j con tanta laboriosidad , no creo que nunca ha jan sido para este gran entendimiento, otra cosa que abstraccio- nes. En verdad, alegrábase _, para major gloria del Crea- dor, de haber descubierto en las relaciones del espacio, re- — 309 — laciones numéricas; j como dejándose llevar de un entusias- mo poético, hace jugar á Venus con la Tierra en major (Dur) en el afelio, en menor (Mol) en el perihelio; j dice que los tonos mas elevados de Júpiter y de Venus, deben, uniéndose, formar un acorde en menor. Pero estas espre- siones , á pesar de su frecuente repetición , no deben to- marse mas que en sentido figurado, j permiten decir á Keplero espresamente : «Jam soni in coelo nulli existunt, nec tam turbulentus est motus, ut ex attritu aur¿e ccelestis eliciatur stridor.» (Harmonice miincli^ lib. V, cap. 4). En ese pasaje como en los otros á que antes hemos aludido, trátase realmente del aire sutil j sereno que llena el Mun- do (aura ccelestis). La comparación de los intervalos que separan á los pla- netas de los cuerpos regulares que deben llenar esos in- tervalos, habia animado á Keplero á hacer estensivas sus hipótesis al cielo de las estrellas fijas (13). Cuando el des- cubrimiento de Céres j de los demás planetas, represen- táronse vivamente á la memoria las combinaciones pita- góricas de Keplero. Recordóse especialmenta el pasaje casi olvidado hasta entonces, en el cual anuncia como verosímil la existencia de un planeta desconocido en el vasto espacio •que separa á Marte de Júpiter: «Motus semper distantiam suam sequi videtur; atque ubi magnus hiatus erat inter orbes, erat et inter motus.» «He llegado á major atrevi- miento, dice Keplero en su Introducción al Mysterium cos- mogra])hicum^ j coloco un nuevo planeta entre Júpiter v Marte, como coloco otro entre Venus j Mercurio.» Esta segunda suposición era menos feliz j pasó desapercibida mucho tiempo (14). «Es verosímil, añade Keplero, que ambos planetas hajan escapado á la observación , efecto de su estremada pequenez (15).» Mas adelante, halló Ke- plero que no habia necesidad de esos nuevos planetas para componer el sistema solar según las propiedades de los cinco — 310 — poliedros regulares, j se limitó á exagerar las distancias de los antiguos planetas: «Non reperies novos et incógnitos Planetas, ut paulo antea interpositos, non ea mihi proba- tur audacia; sed illos veteres parum admodum luxatos.» (My sterium eosmograpMcum^ p. 10). Las tendencias espe- culativas de Keplero tenian tanta analogía con las de Pitá- goras, y todavía mas con las miras desarrolladas en el T'iméo de Platón, que á semejanza de este filósofo, que ha- llaba en las siete esferas planetarias las diferencias de los colores, como también las de los sonidos (Crat¡/¡e, p. 409), Keplero hizo también esperiencias para reproducir sobre una madera diversamente iluminada los color es de los pla- netas (Astron. Opt. , cap. 6, p. 26). Por lo demás, Newton, ese gran espíritu siempre tan vigoroso en sus razonamien- tos, no estaba muj lejos, como ja habia notado Prévost, {Memorias de la Academia de Berlín para 1802, p. 77 j93), de referir á la escala diatónica la dimensión de los siete colores del espectro solar (16). Estas hipótesis que pertenecen á partes aun desconoci- das de nuestro sistema planetario^ me traen á la memoria la opinión de la antigüedad griega «de que existian mas de cinco planetas ; j que si no se habian observado sino cin- co, muchos otros habian permanecido invisibles á causa de su situación v del poco brillo de su luz.» Esta conjetura se atribuia especialmente á Artemidoro de Efeso (17). Otra creencia que nació en la antigua Grecia, quizá hasta en Egipto, es la de que todos los cuerpos celestes visibles ac- / tualmente no lo han sido siempre. A esta lejenda física ó mas bien histórica pertenece la forma particular bajo la cual I ciertas razas tenian la pretensión de elevarse á una remo- ta antigüedad. Así los Pelagios, que habitaban la Arcadia antes que los Helenos, se llamaban Tí^oaix-nvot.^ porque se va- nagloriaban de haber tomado posesión de su país antes que la Luna escoltase á la Tierra. Ser anterior á los Helenos, — 311 — era ser anterior á la Luna. La aparición de im astro nuevo se describia como un acontecimiento celeste , á la manera que el diluvio de Deucalion era un acontecimiento terrestre. Apulejo estendia esta inundación hasta las montañas de la Getulia, en el Norte de África (Apología, t. II, p. 494. Véase también el Cosmos^ t. II, p. 413, nota 53). En Apolonio de Rodas (libro IV, v. 264), que, siguiendo la moda de los Alejandrinos, se remontaba g-ustoso á las anti- guas tradiciones, se habla del establecimiento de los Egip- cios en el valle del Nilo : «Entonces , dice , todos las astros no describian aun su órbita en el Cielo. Todavía no se habia oido hablar de la raza sagrada de Danao (18).» Ese curioso pasaje sirve para comprender mejor las pretensiones de los Arcadios-Pelasgos. '^" ^ Doj fin á estas consideraciones acerca del orden y las distancias de los planetas, enunciando una lej que en ver- dad no merece tal nombre, á la que Lalande j Delambre llaman juego de cifras, y otros, espediente mnemónico. Sea como quiera,- ha ocupado mucho á nuestro sabio astró- nomo Bode, sobre todo en la época en que Piazzi descubrió el pequeño planeta Ceres, descubrimiento al cual por otra parte no llegó Piazzi en modo alguno por esta lej, sino que mas bien fué producido por una falta tipográfica en el ca- tálogo de Estrellas de Wollaston. Si se quisiera considerar este descubrimiento, como la realización de una profecía, no debería olvidarse que la predicción, como se ha hecho notar ja, se remonta hasta Keplero, es decir, siglo j medio antes de Ticio v de Bode. Aunque í3ode en la segunda edi- ción de la obra tan útil jtan popular titulada: Introducción al conocimiento del cielo estrellado, ha declarado mu j espre- samente que tomaba la lej de las distancias de una traduc- ción de la Contemplación de la Naturaleza de Bonnet, pu- blicada en Witemberg por el profesor Ticio , esta ley , sin embaro-o, lleva las mas veces su nombre y no el de Bonnet. — 312 — Hállase formulada en una nota puesta por Ticio al capítulo de Bonnet acerca de la estructura del Mundo. Después del enunciado de dicha le j, se lee (19): «Si se supone dividida en 100 partes la distancia del Sol á Saturno, 4 de esas par- tes estarán contendidas entre Mercurio y el Sol, j la dis- tancia de Venus al Sol comprenderá 4-f-3=7; la de la Tier- ra 4-i-6=10; la de Marte 4+12=16. Pero esta progresión tan exacta queda interrumpida de Marte á Júpiter. Si á par- tir de Marte se cuentan 4-i-24==28 de esas partes, no se en- cuentra ni planeta principal, ni satélite. ¿Habria dejado el Creador un espacio vacío? No queda duda de que este espa- cio pertenece á los satélites de Marte que todavía no se han descubierto, á menos que él mismo Júpiter no tenga un nú- mero major de satélites, no revelados hasta hoj por el teles- copio. Franqueando este espacio desconocido, en cuanto á los cuerpos que le llenan, se encuentra ¡progresión admi- rable! que la distancia de Júpiter al Sol puede estar repre- sentada por 4+48=52, j por último, la de Saturno por 4-1-96=100.» Así Ticio estaba dispuesto á llenar el espa- cio que se estiende entre Marte j Júpiter, no con un solo cuerpo celeste sino con muchos, como así es con efecto en realidad ; solo que suponía que esos cuerpos eran satélites j no planetas. El traductor j comentarista de Bonnet, no se ha cuida- do de decir en parte alguna lo que le ha llevado á la cifra 4 para la órbita de Mercurio. Quizá ha elegido esta con el fin de tener exactamente para Saturno, reputado por en- tonces como el mas lejano de todos los planetas, j cuja dis- tancia es de 9,5, j por lo tanto muj próxima á 10,0, el número 100, combinando la cifra 4 con los números 96, 48, 24, etc., que forman una progresión regular. Mas ve- rosímil es esto, que suponer que ha ja establecido la serie empezando por los planetas mas próximos. Ya en el si- g-lo XVIII, no podia esperarse el conciliar con las distancias — 313 — conocidas una progresión semejante , tomando por punto de partida no el Sol, sino Mercurio únicamente; las nocio- nes eran ja demasiado precisas. Realmente las distancias que separan á Júpiter, Saturno j Urano, están casi en des- acuerdo con esta proporción; pero el descubrimiento de Neptuno, estremadamente cercano de Urano, la desmintió de nuevo de un modo completo (20). La lej que lleva el nombre del vicario Wurm, de Leon- berg, j que se distingue alguna vez de la lej de Ticio j de Bode, es una simple corrección de la distancia solar de Mercurio y de la diferencia de las distancias de Mer- curio j Venus. Wurm, mas aproximado á la verdad en esto , espresa la distancia solar de Mercurio por 387 , la de Venus por 680 j la de la Tierra por 1,000 (21). Con motivo del descubrimiento de Palas, Gauss, en una carta dirigida á ZacK en el mes de Octubre de 1802, hace justi- cia á la pretendida lej de las distancias. Véase en qué tér- minos se espresa: «A diferencia de todas las verdades ab- solutas, únicas que merecen el nombre de lej, la lej de Ti- cio se aplica á la major parte de los planetas solo en un concepto muj superficial é indeterminado, j en manera alguna á Mercurio^ lo cual no se habia notado todavía. Es claro que la serie de los números 4, 4 + 3, 4 + 6, 4 + 12, 4 + 24, 4 + 48, 4+96, 4 + 192, que determinan las distan- cias solares, no forman ni remotamente una progresión con- tinua. Para que así fuera se necesitarla que el término que precede á 4 + 3 no fuera 4, es decir, 4-hO, sino 4-1-1 ^/o. Por lo demás, no haj inconveniente alguno en buscar en la naturaleza esas relaciones de aproximación. En todos los tiempos se ban entregado á estos juegos de la fantasía los grandes bombres.» 5.° Masa de los planetas. — Las masas de los planetas ban sido determinadas por medio de sus satélites, cuando los tienen, según sus relaciones recíprocas, ó según los — 314 — efectos sufridos ó producidos por los cometas de corto pe- riodo. Así es como Encke determinó en 1841 , dejándose guiar por las perturbaciones esperimentadas por el cometa que lleva su nombre, la masa, basta entonces desconocida, de Mercurio. El mismo cometa bace esperar para mas ade- lante correcciones en la masa de Venus. De igual ma- nera las perturbaciones de Vesta se ban aprovecbado para Júpiter. El cuadro siguiente contiene las masas de los planetas, según Encke, tomando por unidad la del Sol. (Véase la 4.* Memoria de Pons sobre los cometas, en las Memorias de la Academia de Ciencias de Berlin para el año 1842, p. 5.) Mercurio V48coToi Venus V401S39 La Tierra V::o9oüí La Tierra y la Luna juntas VüSu^sí' Marte 'Umx.i Júpiter con sus satélites Vio47-í!:9 Saturno Vsaoi-e Urano U^ííí^-í x^eptuno. . . •. . . . ,/,44io La masa á que babia llegado Le Verrier para Neptuno> antes de la comprobación de su descubrimiento por Galle, (V93'>0j ®^^ todavía mas considerable, aunque notablemen- te cerca de la verdad. Resulta de lo que precede, que los planetas, á escepcion de los pequeños, deben estar coloca- dos como sigue, según el orden de su masa, empezando por el que tiene la masa menos considerable: 1." Mercurio. 5." Urano. 2.° Marte. 6.° xNeptuno. 3.° Venus. "7.° Saturno. 4.° La Tierra. 8." Júpiter. Así el orden de las masas, como tampoco el de los volú- menes j de las densidades, tiene nada de común con el orden de las distancias solares. — 315 — 6." Densidad de los i^anetas. — Combinando los resul- tados indicados precedentemente para los volúmenes j las masas, j tomando sucesivamente por unidad la densidad de la Tierra y la del agua, se llega á las siguientes rela- ciones numéricas: PLANETAS. I liENSlDAD DE LOS PLANETAS DENSIDAD DE LOS PLANETAS comparada comparada con la de la Tierra. coa la rtei agua. Mercurio Venus La Tierra Marte 1,234 0,940 1,000 0,9ü8 0,243 0,140 0,178 0,íi30 6,71 o, 11 3,44 o. 21 1,3J 0,76 0.97 1,2'i í Júpiter Saturno Urano Neptuno Al comparar en el cuadro que precede, la densidad de los diferentes planetas con la del agua^ háse tomado por base la densidad de la Tierra. Los esperimentos hechos por Reich_, en Freiberg_, con la balanza de torsión, han dado 5,4383. Cavendish, después de esperiencias análogas, ha- bia llegado, según los cálculos exactísimos de Francisco Bailj, á 5,448. Como se ve, esos dos resultados difieren muj poco. El mismo Bailj por cuenta propia encontró 5,660. En el cuadro anterior se observa que. según las determinaciones de Encke, Mercurio está, tocante á la den- sidad, muj próximo de los planetas de media magnitud. Este cuadro de las densidades, recuerda la división de los planetas en dos grupos separados por la zona de los pe- queños planetas. Marte, Venus, la Tierra j aun Mercu- rio , presentan pocas diferencias de densidad ; así tam- — 316 — bien los planetas mas apartados del Sol, Júpiter, Neptuno, Urano j Saturno, aunque de cuatro á siete veces menos densos que el primer grupo, tienen bajo esta relación mu- chas analogías entre sí. La densidad del Sol , tomando la de la Tierra por unidad, es 0,252; está, por consiguiente, con la del agua en la razón de 1,37 á 1, es decir, que es un poco major que la densidad de Júpiter j la de Neptuno. El Sol j los planetas pueden , pues , colocarse como sigue según el orden de su densidad (22): 1." Saturno. 5.° El Sol. 2." Urano. 6.° Venus. 3." Neptuno. 7.° Marte. 4." Júpiter. 8.° La Tierra. 9.° Mercurio. Adviértese que aun cuando generalmente los planetas mas densos son los mas próximos al Sol , no puede decirse con fundamento, considerándolos separadamente^ que su densidad está en razop inversa de las distancias , como pa- recia creer NeT\ton (23). 7,° Duración de la r evolución sideral de los jplanetas y de su rotación. — Damos únicamente aquí las revoluciones siderales, es decir, la duración verdadera de las revolucio- nes, tomando por punto de partida las estrellas fijas ó cual- quier otro punto determinado del Cielo. Durante el curso de una revolución semejante^ los planetas recorren alrede- dor del Sol una órbita completa de 360°. Es preciso guar- darse mucho de confundir las revoluciones siderales con las revoluciones trópicas ó las revoluciones sinódicas. La du- ración de la revolución trópica es el intervalo que el Sol tarda en volver al equinoccio de la primavera: la duración de la revolución sinódica es el intervalo que separa dos con- junciones ó dos oposiciones consecutivas. — 317 — PLANETAS. ! DURACIÓN (le ]a REVOLUCIÓN SIDERAL. i ROTACIÓN. Mercurio Venus La Tierra Marte Júpiter Saturno Urano Neptuno 1 87tl ,96928 224 ,70078 365 ,25637 680 ,97964 4332 ,58580 10759 ,21981 30686 ,82051 60126 ,7 0(1 231' 56' 4'^ 1 0 37' 20" 0 9 5o' 27" 0 10 29' 17" Pueden presentarse esos diferentes períodos bajo nna forma mas fácil de apreciar. Mercurio 87d 23h 15' 46" Venus 224 16 49^ 7" La Tierra 36j 6 9? Wl 7496 (De donde se deduce que la revolución trópica de la Tierra ó la duración: del afio solar es de 365d 24,222, es decir, 365d 5h 48' 47," 8091. En 100 años las irregularidades en la retrogradacion de los equinoccios abre- vian el año solar en C",595.) Marte 1^ 321 a ITh 30' 41" Júpiter 11 314 20 2' 7" Saturno 29 166 23 16' 32" Urano 84 5 19 41' 36" Neptuno 164 225 17 Los grandes planetas esteriores, que invierten major tiempo en hacer su revolución, son los que giran con mas rapidez sobre sí mismos. Los pequeños planetas interiores, mas próximos al Sol, son por el contrario, los que verifi- can su rotación mas lentamente. Los períodos de revolución de los asteroides comprendidos entre Marte j Júpiter, pre- ~ 318 — sentan grandes diferencias de las cuales hablaremos cuan- do tratemos brevemente de cada uno de ellos en particular; basta aquí consignar que la revolución major es la de Hi- gia, j la mas corta la de Flora. 8.° Inclinación de las órhi tas planetarias y de los ejes de rotación. — Después de las masas de los planetas, los ele- mentos mas importantes de que dependen las pertur- baciones, son, la inclinación y la escentricidad de sus ór- bitas. La comparación de esos elementos en los tres grupos sucesivos de Mercurio á Marte, de Flora á Higia, de Júpi- ter á Neptuno, ofrece semejanzas y contrastes que llevan á consideraciones interesantes acerca de la formación de esos cuerpos celestes j los cambios que han podido es- perimentar^ durante largos períodos de tiempo. Los plane- tas que describen alrededor del Sol elipses tan diferentes, están también situados en planos distintos. Con el fin de bacer posible una comparación numérica, se los refiere á todos á un plano fundamental fijo, ó se supone que se mué-, ven según una lej determinada. El plano mas apropósito para este uso es ó la eclíptica, es decir, el plano en el cual se mueve la Tierra, ó el ecuador del esferoide terrestre. En el cuadro siguiente unimos á las inclinaciones de las órbi- tas de los planetas sobre la eclíptica j sobre el ecuador ter- restre, las inclinaciones de sus ejes de rotación sobre el mis- mo plano de sus órbitas, siempre que ban podido determi- narse esas inclinaciones con alguna certeza. 319 — • INCLINACIÓN INCLINACIÓN do las (t R B I T A S INCLINACIÓN de del PLANETAS. de LAS ÓRBITAS DE LOS EJE DE LOS PLANETAS LOS PLANETAS PL A NET AS sobre el sobre la sobre el ECLÍPTIC A. ECUADOR TERRESTRE. PLANO DE sus ÓRBITAS. Mercurio. . . 7° 0' o",9 28°45i S-'i Venus. . . . 3°23'28",:í 24033» 21'/ .... La Tierra. . , 0" 0' 0" 23027/54^,8 G6°32í Marte l°D\l 6'', 2 24044; 24" 61° 18' Júpiter. . . . i°i8':)i'/,6 23° 18' 28'/ 86° 54' Saturno. . . '2°29'3:5",9 22038' 44" .... Urano. . , . 0°í6'28",0 23°4r24" Neptuno. . , 10Í-; 22° 21' 1 Hemos despreciado los pequeños planetas, porque for- man un grupo distinto del cual volveremos á ocuparnos mas adelante. Si se esceptúa el planeta mas cercano al Sol, Mercurio_, cuja órbita está inclinada sobre la eclíptica en una cantidad (7°0'5",9) muj aproximada de la que mide la inclinación del ecuador solar (7° 30'), se observa que la inclinación de los otros siete planetas está compren- dida entre O" ^/^ j S" ^/.^. Júpiter es el que se acerca mas á la perpendicular, respecto de la inclinación del eje de ro- tación sobre el plano déla órbita. En Urano, por el contra- rio, el eje de rotación, á juzgar por la inclinación de las ór- bitas de los satélites, coincide casi con el plano de la órbita. Como de la inclinación del eje de la Tierra sobre el pla- no de su órbita, es decir, de la oblicuidad de la eclíptica, ó en otros términos aun, del ángulo que forma la órbita aparente del Sol en el punto donde corta al ecuador, de- penden la división j duración de las estaciones, las altu- ras del Sol bajo diferentes latitudes j la longitud del dia. — 320 — este elemento es de gran importancia para determinar los climas astronómicos , es decir , la temperatura de la Tier- ra, en tanto que es producido por la altura meridiana del Sol, j por la duración de su presencia sobre el horizonte. Suponiendo considerable la oblicuidad de la eclíptica en el caso, por ejemplo, en que el ecuador de la Tierra fuese perpendicular al plano de su órbita, cada punto de la Tier- ra, incluso los polos, tendria al Sol en el zenit una vez al año, j no lo veria salir, durante un espacio de tiempo mas ó menos largo. Bajo cada latitud, el contraste entre el in- yierno j el verano llegaría al máximum para la tempera- tura, como para la duración del dia. Los climas serian por todas partes estremados, j no podrian templarse sino por una complicación infinita de corrientes de aire que varia- rían á cada instante. Si , por el contrario , suponemos nula la oblicuidad de la eclíptica^ es decir, si se representa la eclíptica coincidiendo con el ecuador terrestre,, cesarían por doquiera las diferencias de estación, j la duración del dia seria por todas partes la misma, porque el curso apa- rente del Sol seguirla incesantemente al ecuador. Los ha- bitantes de los polos verian siempre al Sol en el horizonte. La temperatura media anual, sobre cada punto de la super- ficie terrestre^ seria la de cada uno de los dias del año, en el mismo lugar (24). Este estado se ha comparado al de una primavera eterna; la comparación no estarla justificada mas que por la igualdad constante que se establecería entre la duración de los dias j la de las noches. Privados sin embargo del calor estival que fecundiza la vegetación, gran número de las regiones de que se compone la zona templada, gozarían con efecto, de ese clima invariable j nada deseado de la primavera, que reina bajo el ecuador en la cadena de los Andes , j por el cual he sufrido per- sonalmente sobre las mesetas desiertas ó Paramos, situadas cerca de las nieves perpetuas , á 10,000 ó 12,000 píes — 321 - de altura (25). En esas regiones, la temperatura del aire en que oscila el dia es de 4" ^/^ j 9* Reaumur. Los Griegos trataron mucho de la oblicuidad de la eclíp- tica, la midieron de un modo imperfecto y se entregaron á diferentes conjeturas sobre las variaciones á que podia es- tar sujeta, j sobre los efectos que debian' resultar de la in- clinación del eje terrestre para los climas j el desarrollo de la naturaleza orgánica. Esas especulaciones fueron sobre todo notables en Anaxágoras, de la escuela pitagórica, j en ffinopide de Cliio. Los pasajes que pueden ilustrarnos en este asunto son insuficientes j muj poco decisivos, aun- que permiten conocer que se hacia remontar el desarrollo de la vida orgánica j la formación de los animales, á la época en que comienzo la inclinación del eje terrestre. Se- gún un testimonio de Plutarco (0¡)Í7iiones de Jos Filóso- fos^ lib.II, cap. 8), Anaxágoras creia que el Mundo, en su constitución y cuando hizo salir de su seno los seres animados, se inclinó por sí mismo hacia el Mediodia. Dió- genes Laércio (lib. II, cap. 3, § 9), también hace hablar á Anaxágoras en el mismo sentido. «Según este filósofo, dice, los astros todos se movian en el principio, como si hubieran estado fijos en una bóveda , de suerte que el polo parecía hallarse siempre sobre una línea vertical ; pero mas adelante tomaron una posición inclinada.» Representábase la incli- nación de la eclíptica como un hecho realizado en un prin- cipio en la historia del Mundo, j sin que para nada se tra- tara de cambio progresivo ni subsiguiente. Las dos situaciones estremas en las que Júpiter j Ura- no se acercan mas, hacen pensar naturalmente en la in- fluencia que un aumento ó una disminución en la oblicui- dad de la eclíptica, podrían tener sobre las relaciones me- teorológicas de nuestro planeta j sobre el desarrollo de la vida orgánica, si esta diferencia no estuviera restringida á estrechos límites. El conocimiento de esos límites, objeto df TO>je 111. 21 — 322 — los grandes trabajos de Leonardo Euler, de Lagrange y de Laplace puede considerarse como una de las mas brillan- tes conquistas de la astronomía teórica j que mejor indica «1 perfeccionamiento del alto análisis. Laplace afirma en su ^sposicíon del Sistema del Mundo (p. 303, edic. de 1824), que la oblicuidad 'de la eclíptica no oscila mas de F ^/.^ de los dos lados de su posición media. También la zona tropi- cal ó el trópico de Cáncer, que es estremidad septentrio- nal, puede aproximarse á las regiones que habitamos en este límite de 3° (20). Sucede en esto^ como si prescindiendo de otras causas de perturbaciones meteorológicas, se transpor - tase insensiblemente Berlin desde la línea isoterma que hoj ocupa á la de Praga: la temperatura media anual subiria apenas un grado centígrado (27). Biot cree también que las variaciones en la oblicuidad de la eclíptica permanecen encerradas en límites muj estrechos, pero juzga mas pru- dente no espresar esos límites en cifras. «La disminución lenta j secular de la oblicuidad de la eclíptica, dice, pre- senta estados alternativos que producen una oscilación eter- na comprendida entre límites fijos. La teoría no ha podido llegar todavía á determinar esos límites; pero según la constitución del sistema planetario ha demostrado que exis- ten j que están muj poco estendidos. Asi, considerando solo el efecto de las causas constantes que obran actual- mente sobre el sistema del Mundo, puede afirmarse que el plano de la eclíptica no ha coincidido jamás j no coincidirá nunca con el plano del ecuador, fenómeno que si acontecie- se, produciria la primavera eterna» (Tratado de Astrono- mía física^ t. IV, p. 91, edic. de 1847). Mientras que la nutación del eje terrestre, descubierta por Bradlej, depende solo de la influencia que ejercen el Sol j la Luna sobre el aplanamiento polar de nuestro pla- neta, las variaciones en la oblicuidad de la eclíptica,, resul- tan del cambio de lugar de todas las órbitas planetarias. — 323 — Actualmente las órbitas están distribuidas de tal manera, que su acción combinada produce una disminución en la oblicuidad. Esta disminución es hoj, según Bessel, de 0"_,457 por año. En algunos miles de años^ la posición de las órbitas planetarias, con relación al plano de la órbita terrestre, habrá variado de tal suerte, que la parte de la precesión debida á los planetas, cambiará de sentido, j re- sultará de aquí un crecimiento en la oblicuidad de la eclíp- tica. La teoría enseña que esos períodos crecientes ó decre- cientes son de duración muj desigual. Las observaciones astronómicas mas antiguas que han llegado hasta nosotros con datos numéricos exactos, se remontan al año 1104 an- tes de la era cristiana, j atestiguan la gran edad de la ci- vilización china. Los monumentos literarios de esta nación apenas son de un siglo mas acá ; existe una cronología regular que data, según Eduardo Biot, del 2700 antes de Jesucristo (28). Bajo el reinado de TscheuKung, her- mano de Wu-Wang, la sombra del Sol al medio dia fué medida en los dos solsticios de invierno j de verano con un gnomon de ocho pies. Estos esperimentos que tuvieron lugar en Lo-jang (hoj Ho-nan-fu, de la provincia de Ho- nan, al sud del rio Amarillo), á los 34" 46' de latitud, die- ron, para la oblicuidad de la eclíptica 23^54', es decir, 27' mas que lo que se halló en 1850 (29). Las observaciones de Pjtéas j de Eratóstenes, en Marsella j Alejandría, son posteriores en seiscientos ó setecientos años. Tenemos los resultados de cuatro esperimentos de este género anteriores á la era cristiana, j los de otros siete hechos entre el naci- miento de Jesucristo j las observaciones de Ulugh-Beg, en el observatorio de Samarcanda. La teoría de Laplace es- tá en perfecta consonancia con estos resultados, para un espacio de tiempo de cerca de treinta siglos, salvo algu- nas diferencias insignificantes, en mas, ó en menos. Hav tanto major motivo para celebrar que la medida de longi- tud de las sombras en tiempo de Tscheu-Kung- ha ja llegado tasta nosotros, cuanto que se ignora por qué casualidad el escrito que la contiene se salvó de la destrucción general de los libros, mandada el año 246 antes de Jesucristo, por el emperador Scbi^Hoang-Ti, de la dinastía de los Tsin. Según las investigaciones de Lepsio^ la IV* dinastía egip- cia empieza con los constructores de pirámides, Chufu, Schafra j Menkera^ veinte j tres siglos antes que las ob- servaciones hechas en Lo-jang. Es de creer, según esto, si se considera el alto grado de civilización que ja gozaba la nación egipcia j la antigüedad de su calendario, que antes de las medidas de Lo-jang, debieron ejecutarse otras seme- jantes en el valle del Nilo. Los mismos Peruanos, aunque menos al tanto que los Mejicanos j los Mujscas, que habitan las montañas de la Nueva-Granada, de las rectifi- caciones del calendario é intercalaciones^, tenian algún gnomon formado por un círculo trazado alrededor de una aguja_, sobre una superficie mu j compacta. Estos gnomon estaban en medio del gran templo del Sol en Cuzco, j en otros muchos lugares. El de Quito, colocado casi cerca del ecuador, era tenido en mas honor que los otros, j habia la costumbre de coronarlo de flores en las fiestas de los equi- noccios (30). 9." Escentricidacl de ¡as órMtas planetarias . — La forma de una elipse está determinada por la longitud del eje ma- jor j la distancia de los dos focos. Para las órbitas de los planetas la distancia que se llama escentricidad, comparada con el semi-eje major de la órbita^ varía desde 0,006, como en la órbita de Venus que se acerca mucho á la forma cir- cular, hasta 0,205 en la órbita de Mercurio, j 0,255 en la de Juno. Los planetas de órbita menos escéntrica son, después de Venus j Neptuno, la Tierra, cuja escentricidad disminuje 0,00004299 en cien años, aumentando en la misma proporción el eje menor; después, Urano, Júpiter, — 325 — Saturno, Ceres^ Eg-eria, Vesta y Marte. Las órbitas mas escéntricas son las de Juno (0,255), Palas (0,239), Iris (0,232), Victoria (0,217), Mercurio (0,205) jHebé (0,202). Haj planetas cuja escentricidad va creciendo: á este nú- mero pertenecen Mercurio, Marte y Júpiter. En otros por el contrario decrece: tales son Venus, la Tierra, Saturno y Urano. El cuadro siguiente indica las escentricidades de los planetas majores según Hansen, para el año 1,800. Mas adelante se hallarán las escentricidades de los peque- ños planetas con los elementos restantes de sus órbitas. Mercurio O.SOIJülO^ • Yénus 0,006S618 La Tierra O,0!07922 Marte 0,0932168 Júpiter 0,0481621 Saturno 0,0:iGlo05 Urano 0,0466108 Neptuno.. , . . . . 0,008719.56 El movimiento del eje major, quo cambia el perihelio de los planetas, se realiza progresivamente, de una manera in- cesante y según dirección fija. Las líneas de los ápsides así modificadas necesitarían mas de cien mil años para veri- ficar su ciclo. Es muj esencial disting-uir esa alteración de las que esperimenta la forma elíptica de las órbitas. Se ha tratado de saber si la importancia creciente de esos elemen- tos podria, después de un gran número de siglos, modificar considerablemente la temperatura de la Tierra é influir so- bre la suma total y la distribución del calor en las diferen- tes partes del dia y del año; si esas causas astronómicas, obrando regularmente según le jes eternas no facilitarían la solución del gran problema geológico, relativo á las plan- tas j á los animales de los trópicos que se han encontrado enterrados en la zona glacial. Ciertos razonamientos mate- máticos se han tomado como alarmantes para los espíritus 32( tocante á la posición de los ápsides j la forma de las órbitas, según que esas órbitas se aproximan mas á la forma circu- lar ó á la escentricidad de los cometas, tocante á la incli- nación de los ejes, el cambio en la oblicuidad de la eclípti- ca jla influencia que la precesión de los equinoccios puede ejercer en la duración del año; pero esos mismos razona- mientos sometidos á un análisis mas severo proporcionan también para el porvenir del mundo, motivos de seguridad. Los grandes ejes j las masas no cambian. La lev de la vuelta periódica^ acusa el crecimiento indefinido de ciertas perturbaciones. Las escentricidades, poco sensibles ja por sí mismas, de dos de los planetas mas poderosos, de Júpiter j Saturno, reciben, gracias á influencias recíprocas cu jos efectos se compensan, aumentos j disminuciones alternati- vas contenidas en límites reducidos j determinados. A consecuencia del cambio que esperimenta la línea de los ápsides , el punto de la órbita terrestre mas cercano al Sol llega gradualmente á caer en estaciones opuestas (31). Si en la actualidad, el astro pasa al perihelio en los primeros dias de enero j al afelio seis meses mas tarde^ en los pri- meros dias de julio, el movimiento progresivo de la línea de los ápsides ó gran eje de la órbita terrestre, puede bacer que el máximun de la distancia caiga en invierno^ el míni- mum en verano, de tal manera que la distancia de la Tierra- ai Sol sea en el mes de enero 520,000 miriámetros major que en el verano, es decir, ^/.j^ de la distancia media. -Al primer golpe de vista podria creerse que el cambio del pe- rihelio del invierno al verano deberia producir grandes cam- bios en los climas, j sin embargo, todo quedaria reducido á que el Sol, en esta hipótesis, no prolongaria mas de siete dias su presencia en el hemisferio septentrional, es decir, que no emplearla sino una semana mas, en recorrer la mitad de su órbita desde el equinoccio de la primavera hasta el del otoño, que en recorrer la otra mitad desde el equinoc- *jZ i • ció de otoño hasta el déla primavera. La diferencia de tem- peratura, entendiendo por esto los climas astronómicos, j sin considerar la relación del elemento líquido al elemento sólido sobre la superficie de la Tierra, la diferencia de tem- peratura, repito, que podria temerse como consecuencia del movimiento de la línea que une los ápsides, se halla neutrali- zada casi enteramente por la circunstancia de que el punto en que nuestro planeta está mas próximo del Sol, es siempre aquel en que su corriente es mas rápida (32). El bello teo- rema de Lambert, según el cual la cantidad de calor que la Tierra recibe del Sol en cada parte del año, es pro- porcional al ángulo descrito durante el mismo espacio de tiempo por el radio vector del Sol, contiene hasta cierto punto la solución tranquilizadora de este problema (33). Así el cambio de dirección en la línea de los ápsides no ejercería mas que una débil influencia sobre la temperatura de la Tierra; por otra parte, los límites de los cambios que pueden realizarse con verosimilitud en la elipse de la órbita terrestre^ son muv reducidos (34). Esta causa por sí sola, según Arago j Poisson, no puede modificar los climas sino de una manera muj poco sensible j tan lenta , que los cam- bios no podrán ser apreciados antes de largos periodos de tiempo. Aunque no se ha ja llegado todavía á determinar por el análisis exactamente estos límites, haj cuando me- nos la seguridad de que la escentricidad de la Tierra no puede llegar jamás á la de Juno, Palas j Victoria. lO*' Intensidad de ¡a luz solar sohre los diferentes 'pla- netas.— Tomando por unidad la intensidad de la luz solar sobre nuestro planeta, se llega á los resultados siguientes: Mercurio . G,674 Venus 'J,9H Marte. . • ' 0,431 Palas 0,130 Júpiter 0.03a — 328 — Saturno 0,011 Urano 0,003 IVeptuno 0,001 La escentricidad considerable de los tres planetas que sig-uen, influye sobre la intensidad de la luz en el nerihelio j en el afelio: Mercurio en el pcrihclio 10,o8 en el afelio 4.o9 Marte — 0,52 — 0,36 Juno — 0,25 — 0,09 En razón de la poca escentricidad de la Tierra, la inten- sidad de la lu.z no varía para este planeta, del perihelio al afelio, mas que de 1,034 á 0,967. Si la luz es 7 veces mas intensa en la superficie de Mercurio que en la superficie de la Tierra, debe serlo 0,68 veces menos en la superficie de Urano. No hablamos aquí del calor porque este es nn fenó- meno complicado, que depende de la existencia ó de la no existencia de las atmósferas, de su altura y de su composi- ción especial. Eecordaré aquí solamente la conjetura de Juan Herschell sobre la temperatura que debe reinar en la superficie de la Luna; es posible, según él, que esceda en mucho k la temperatura del agua en ebullición (35). PLANETAS SECUNDARIOS Ó SATÉLITES. Las consideraciones generales á que puede dar lugar la comparación de los planetas secundarios han sido espuestas bastante detalladamente en el cuadro de la Naturaleza que ocupa el primer tomo del Cosmos. En la época en que apa- reció no se conocian todavía mas que 11 principales v 18 se cundarios. Entre los asteroides ó pequeños planetas telescópi- cos habian sido señalados 4 únicamente: Céres, Palas, Juno j Vesta. Hoj, en el mes de Agosto de 1851. conocemos 22 planetas principales j 21 satélites. Después de una inter- — 329 — rupciou de 38 años en los descubrimientos de los planetas, desde el año 1807 hasta el mes de Diciembre de 1845, em- pieza con la Astrea de Encke una serie de felices observa- ciones que revelan la existencia de 10 pequeños planetas hasta mediados del 1851. De este número, 2 fueron vistos por primera vez en Driesen, por Encke (Astrea j He- bé); 4 en Londres, por Hind (Iris_, Flora, Victoria é Irene); 1 en Markree Castle^ por Graham (Metis), j 3 en Ñapóles, por de Gasparis (Higia, Parténope j Egeria). El mas le- jano de todos los planetas, Neptuno, señalado por Le Ver- rier en París v reconocido en Berlin por Galle, siguió á As- trea con diez meses de intervalo. Desde este momento los descubrimientos se multiplican con rapidez tal, que desde algunos años, la topografía del sistema solar parece haber envejecido tanto, como las estadísticas g-eográficas. De los 21 satélites conocidos hoj, 1 pertenece á la Tier- ra, 4 á Júpiter, 8 á Saturno, entre los cuales el última- mente descubierto, Hiperion, es el 7." en el orden de las distancias; Urano tiene 6, de los cuales el 2.*' j el 4.^ están determinados sobre todo con una gran certeza; Neptuno tiene 2. Los satélites al girar alrededor de los planetas princi- pales, forman sistemas subordinados, en los que estos plane- tas desempeñan el papel de cuerpo central, j constituyen sistemas particulares de dimensiones muj diferentes que reproducen en pequeño la imagen del sistema solar. En el estado actual de nuestros conocimien-tos, el dominio de Jú- piter tiene de diámetro 380,000 miriámetros; el de Saturno tiene 780,000. Esas analogías entre los sistemas subordi- nados V el sistema solar han contribuido en tiempo de Gali- leo, en que la espresion de Mundo de Jújñter (Mundus Jovialis) se hizo de uso muj frecuente , á estender de una manera mas general j mas rápida la teoría de Co- pérnico , recordando esas semejanzas de forma j de po- — 330 — sicion que la naturaleza orgánica se complace también en repetir frecuentemente en los grados inferiores de la creación. La distribución de los satélites en el sistema solar es tan desigual, que aunque, los planetas principales acompañados de satélites estén con los que carecen de ellos en la relación de 5 á 3, los primeros, á escepcion de la Tierra, forman to- dos parte del grupo esterior situado mas allá de los asteroi- des de órbitas entrelazadas. El único satélite que se encuen- tra en el grupo interior, la Luna, ofrece la particularidad de que su diámetro es de una magnitud escesiva relativa- mente al de la Tierra. Esta relación es de Vajs' niientras que en el mayor de los satélites de Saturno, el 6.° por or- den de posición, en Titán, el diámetro apenas es de ^/iv.-; de el del planeta principal, j que en el major de los saté- lites de Júpiter, que es el 3.° por orden de posición, esta re- lación es solo de ^/o^^- Esta magnitud enteramente rela- tiva debe por lo demás distinguirse con cuidado de la mag- nitud absoluta. El diámetro proporcionalmente tan largo de la Luna, no tiene en definitiva mas que 454 millas geo- gráficas, V cede por consiguiente en magnitud absoluta á los diámetros de los cuatro satélites de Júpiter, que tienen respectivamente 776^ 664, 5*2Í^) j 475. Falta muj poco para que el diámetro del 6.*" satélite de Saturno no alcance al diámetro de Marte, que tiene 892 millas geográficas (36). Si los resultados suministrados por el telescopio dependie- sen únicamente del diámetro del satélite j no estuviesen subordinados á la proximidad del planeta principal, á la distancia j á la constitución de la superficie que reñeja la luz , podrían considerarse con razón los dos primeros satélites de Saturno, Mimas y Encelado, asi como el 2.^ j el 4.*^ de los satélites de Urano, como los menores de todos los planetas secundarios. Pero es mas seguro de- signarlos solamente como los mas pequeños puntos lumi- — 331 — nosos. ün hecho que parece adquirido para la ciencia es el de que debe buscarse entre los pequeños planetas j no entre los satélites, los menores de todos los cuerpos plane- tarios (37). No puede decirse con exactitud que la densidad de los satélites sea siempre menor que la de los planetas principales, como sucede para la Luna, cuja densidad esa la de la Tierra como 0,619 es á 1; lo mismo sucede para el 4." satélite de Júpiter. En el sistema de Júpiter el 3." sa- télite que es el miajor, tiene la misma densidad que el pla- neta; el 2.^ es mas denso. No es tampoco cierto que las masas aumenten con las distancias. Si se supone que los planetas fueron formados de anillos, moviéndose en círculo en el es- pacio, es preciso que causas que permanecieron eterna- mente en el misterio, ha jan determinado alrededor de tal ó cual núcleo ag-lomeraciones de magnitudes diferentes, j diversamente condensadas. Las órbitas de satélites pertenecientes al mismo grupo tienen escentricidades muj distintas. En el sistema de Jú- piter, los dos primeros satélites describen casi círculos per- fectos, la escentricidad en los dos siguientes se eleva á 0,0013 j 0,0072. En el sistema de Saturno, la órbita del satélite mas aproximado, Mimas, es ja mucho mas escén- trica que la de Encelado j la de Titán, tan claramente de- terminada por Besse]^ j que es á la vez el major j mas anti- guo de los satélites de Saturno. La escentricidad de Titán no es en verdad mas que de 0^02922. Según estos datos que merecen confianza. Mimas solo es mas escén- trico que la Luna, cuja escentricidad, igual á 0,05484^ tiene de particular que es la major escentricidad conocida^ relativamente á la del planeta principal alrededor del cual verifica su revolución. Asi la escentricidad de Mimas, es íi la de Saturno como 0,068 es á 0,056,- la de la Luna es á la de la Tierra, como 0,054 es á 0,016. Acerca de las distan- — 332 -- cías de los satélites á los planetas puede verse el primer tomo del Cosmos (p. 85). La distancia de Mimas á Saturno no está ja evaluada hoj en 14,857 miriámetros , sino en 18,995. partiendo del centro del planeta, ó en 12,946, á partir de la superficie, de donde resulta que la distancia de este satélite al anillo de Saturno es de mas de 5,000 miriá- metros, restando 3,409 miriámetros para el intervalo entre el planeta j el anillo, j 4,486 para la estension misma de dicho anillo (38). El sistema de Júpiter presenta también con cierta armonía g-eneral, anomalías singulares en las ór- | bitas de sus satélites, que se mueven todos á una pequeña 1 distancia j en el plano del ecuador del planeta. Entre los * satélites de Saturno, 7 verifican su revolución á muj corta distancia del plano del anillo; el 8.° j último, Jafet, está inclinado sobre este plano 12° 14'. En estas consideraciones generales acerca de las órbitas planetarias, hemos descendido del sistema solar, el mas es- tenso de los sistemas conocidos, pero que ciertamente no es aun la manifestación suprema de la atracción celeste, á los sistemas parciales j subordinados de Júpiter, Saturno, Nep- tuno j Urano (39). Sí, por una parte, existe en el pensa- miento j en la imaginación del hombre una tendencia innata ala generalización, un deseo insaciable de eng-randecer, aun mas_, el Mundo por sus presentimientos, j á buscar en el mo vimiento de traslación que tiene nuestro sistema solar , la idea de una coordinación mas vasta y elevada (40), háse supuesto también , que los satélites de Júpiter podían ser otros tantos centros alrededor de los cuales girasen cuerpos celestes cuja estremada pequenez los hiciera invisibles. Se- gún esta hipótesis , á cada uno de los miembros de que se componen los sistemas parciales que tienen su asiento prin- cipal en el grupo de los planetas esteriores seguirían otros sistemas análogos j subordinados. El espíritu simétrico del hombre se complace en la reproducción sucesiva de las mismas form as j aun cuando se ve obligado para satisfacerse á inventar analogías; pero un serio examen no permite confundir el mundo real con el mundo ideal, las hipótesis simplemente probables con los resultados fundados sobre observaciones ciertas. — 334 i NOCIONES PARTICULARES SOBRE LOS PLANETAS Y LOS SATÉLITES. Una descripción física del Universo tiene por objeto es- pecial, como he dicho ja muchas veces, reunir los resulta- dos numéricos mas importantes j mas seguros que han podido obtenerse en el mundo sideral, como también en el dominio terrestre, hasta la mitad del siglo XIX. Las formas j los movimientos de los cuerpos deben estar trazados en ella bajo el triple punto de vista de su creación , de su exis- tencia j de su medida. Las bases sobre que descansan esos resultados, las conjeturas cosmogónicas que, siguiendo los progresos j las alternativas de nuestros conocimientos, se han producido desde hace millones de años, en cuanto á la formación j el desarrollo del mundo físico, no entran , á decir verdad, en el círculo de esas investigaciones esperi- mentales. Puede verse respecto de este asunto el tomo I del Cosmos, p. 26-31 j43. EL SOL. En las páginas que preceden_, he indicado las dimensio- nes del Sol y espuesto las opiniones generalmente admiti- das hoj acerca de la constitución física del cuerpo que for- ma el centro de nuestro sistema. Bastará añadir, según las observaciones mas recientes, algunas consideraciones su- plementarias con respecto á las formas rojizas de que he- mos hablado en otro lugar Los importantes fenómenos que — 335 ■ — se ofrecieron en el Este de Europa, con ocasión del eclipse total del 28 de Julio de 1851, han corroborado mas la opi- nión espresada por Arago en 1846, de que las eminencias rogizas semejantes á montañas ó á nubes que en los eclip- ses se notan en los bordes del disco oscurecido del Sol, pertenecen á la atmósfera gaseosa, es decir, á la mas este- . rior de las atmósferas de que está rodeado el cuerpo central 41). Esas eminencias se hallaban descubiertas gradual- mente al Oeste por la retirada de la Luna , y desapare- cian del lado opuesto á medida que la Luna proseguía su carrera hacia el Oriente., (Obras de Francisco Arago, t. Vil, p. 277; t. IV de las Noticias cientíjicas .) Esas projecciones marginales tenian una intensidad de luz tal, que se las pudo reconocer con el telescopio á través de las ligeras nubes que las ocultaban, j distinguirlas tam- bién á simple vista en el interior de la corona. Alguna de esas eminencias, que tenian el color del rubí ó de la flor del albérchigo, esperimentaron en sus contornos una rápida j sensible alteración durante el tiempo del eclipse total. Una de ellas parecía encorvada en su estre- midad, v muchos observadores creían ver como una colum- nade humo redondeada, hacía el vértice de la cual flotaba una nube libremente suspendida (42). La altura de las protuberancias fué evaluada en general en 1 ó 2 minutos; V aun haj un punto sobre el cual parecen haber esce- dido de este límite. Independientemente de esos haces lu- minosos, en número de 3 á 5, se ven también bandas rojas estrechas j dentadas con frecuencia,^ que parecen adherirse á los bordes de la Luna (43). Ha podido verse de nuevo y muj distintamente, sobre- todo á la entrada , la parte del borde de la Luna que no se proyectaba sobre el disco del Sol (44). A algunos minutos de los bordes del Sol, cerca de la ma- jor de las eminencias rojas y encorvadas que acabamos de — 336 — indicar, se distinguia un grupo desmanchas solares. Cerca del borde opuesto veíase igualmente otra mancha; la dis- tancia que la separaba de él apenas permitia creer que la materia roja j gaseosa de esas exhalaciones saliera de las aberturas en forma de embudo que constitu jen las man- chas. Pero como con un fuerte aumento se ven distintamen- te poros en toda la superficie del Sol^ la conjetura mas pro- bable es que esas emanaciones de gas y de vapores que, elevándose del cuerpo solar_, forman los embudos, se estien- den á través de esas aberturas ó á través de los poros mas pequeños, j ofrecen á nuestras miradas, en la tercera en- vuelta solar, las columnas de vapor rojo y las nubes diversa- mente configuradas, cu va descripción hemos hecho (45). MERCURIO. Si se tiene presente cuánto se ocuparon los Egipcios de Mercurio, desde los mas remotos tiempos bajo el nombre de Set ó de Horus (46)^ j los Indios con el de Budha (47); cómo los Aseditas^ acostumbrados á contemplar el cielo trasparente de la Arabia occidental, hicieron de este planeta objeto de su culto, con preferencia á todos (48); j cómo por último Tolomeo pudo aprovechar en el libro IX de su libro de Ahnagestas 14 observaciones de Mercurio, remontándose hasta el año 261 antes de nuestra Era, j que proceden en parte de los Caldeos (49), no pueden menos de sorprender las quejas de Copérnico en su lecho de muerte y á los 70 años, porque no habia podido á pesar de su avanzada edad, ver á Mercurio. Sin embargo, los Griegos, impresionados por la intensidad tan viva algunas veces de su luz , ca- racterizaban á este planeta por el epíteto de centellante {ariUav^ (5^)- Como Véuus, Mercurio presenta fases, es de- cir, que su parte iluminada esperimenta variaciones de — 337 — forma; apareciendo también algunas veces como estrella matutina^ j otras como vespertina. La distancia media de Mercurio al Sol es algo major que 8 millones de millas geográficas de 15 al grado, próxima- mente 6 millones de miriámetros; esto hace 0,3870938 de la distancia media de la Tierra al Sol. En razón á la escentricidad considerable de su órbita, que es de 0,2056163, la distancia de Mercurio al Sol cuenta en el perihelio solo 6 millones ^/^ de millas geográficas, j en el afelio 10 millones. Este planeta verifica su revo- lución alrededor del Sol , en 87 de nuestros dias medios, mas 23 boras, 15 minutos v 46 segundos. Observaciones muj poco seguras acerca de la forma del cuerno meridio- nal de su creciente, j el descubrimiento de una banda oscura absolutamente negra bácia el Este , ban llevado á Scbroeter j Harding á fijar como duración de su rotación el espacio de 24 boras 5 minutos. Según las determinaciones de Bessel, becbas con motivo del paso de Mercurio el 5 de Majo de 1832, el verdadero diámetro de este planeta es de 497 miriámetros^, es decir, 0,391 del diámetro terrestre (51). La masa de Mercurio babia sido evaluada por Lagran- ge, según suposiciones muj atrevidas acerca délas relacio- nes recíprocas de las densidades j de las distancias. El cometa de corto período de Encke suministró el primer medio de corregir este cálculo. Según Encke, la masa de Mercurio es ^/^ g^^ ^,^^ de la masa del Sol, lo que da pró- ximamente ^/i3,7 de la masa terrestre. Laplace ba es- timado, según Lagrange , la masa de Mercurio en ^/^ 02:> 810 {^^)j V^^^ ^^ escede apenas en realidad de los ^/^^ de esa cifra. Esta corrección rebate la hipótesis del crecimien- to rápido de las densidades, según que los planetas estén mas ó menos cercanos al Sol. Si se admite con Hausen, que el volumen de Mercurio iguala á los ^/^jo ¿el de la TG?n iiT. 22 — 338 — Tierra, resulta que la densidad de Mercurio es solo de 1,22. «Por lo demás, dice Encke, esas deterrainaciones no deben considerarse aun sino como un primer ensajo para llegar á la verdad que no adquirió Laplace por completo.» Creíase, no hace aun diez años, que la densidad de Mercurio era casi triple de la de la Tierra : evaluándola entonces, tomando por unidad la de la Tierra, en 2,56 ó 2,94. VENUS. La distancia media de Venus al Sol es igual á 0,723 331 7 de la de la Tierra _, es decir, igual á 15 millones de millas geográficas ú 11 millones de miriámetros. La duración de la revolución sideral de Venus es de 224 dias, 16 horas, 49 minutos j 7 segundos. Ningún otro planeta principal está tan cerca de la Tierra. Con efecto, se aproxima á una dis- tancia de 3.900,000 miriámetros, pero se aleja también hasta 26.000,000 de miriámetros. De aquí las variaciones considerables de su diámetro aparente que solo se podria determinar según la intensidad de la luz (53). La escentri- cidad de la órbita de Venus es únicamente de 0_,006 861 82, tomando como siempre el semi-eje major por medida. El diámetro de este planeta es de 1,694 millas geográficas ó 1,256 miriámetros^ su masa de ^/^ ^^g gg^ de la del Sol, su volumen de 0,957, su densidad de 0,94 relativamente al volumen j á la densidad de la Tierra. De los dos pasos de los planetas inferiores que fueron anunciados por primera vez por Keplero en sus Tablas Ru- dolfinas, el de Venus es de esencial importancia para la teoría de todo el sistema planetario , en cuanto puede ser- vir para determinar el paralaje del Sol, v por consecuen- cia la distancia de la Tierra al cuerpo central. Según las profundas observaciones á que se entregó Encke acerca del paso de Venus en 1769, j cujos resultados ha con- — 339 — signado en el Anuario de Berlin (Berliner JahrhucJi para 1852, p. 323), el paralaje del Sol es de 8'', 571 16. Desde el año 1847, el paralaje del Sol es objeto de un nuevo trabajo, basado en la proposición de un célebre ma- temático, el profesor Gerling, de Marburg, y por orden del gobierno de loS Estados -Unidos. Trátase de determi- nar este paralaje por medio de observaciones sobre Venus cerca de su estension oriental j occidental, midiendo mi- crométricamente las diferencias en ascensión recta y en declinación, bajo latitudes j longitudes muj diferentes de estrellas cuja posición esté perfectamente fijada. Esta espedicion astronómica se La dirigido bajo las órdenes de un oficial muj instruido,, el teniente Gilliss, hacia Santiago de Chile. Véanse á este respecto las Noticias astronómicas de Schumacher (Astronomische Nachrichten, núm. 599, p. 363 j núm. 613, p. 193). Durante mucho tiempo se han abrigado dudas acerca de la duración de la rotación de Venus. Doming-o Cassini en 1669, j Santiago Cassini en 1732, la evaluaron en 23'^ 20', mientras que Bianchini en Roma, adoptaba el largo período de 24 dias ^/g (54). Vico, después de una serie de observaciones mas exactas, hechas desde 1840 á 1842, de- dujo de un gran número de manchas de Venus la cifra de 23h 2r 2r',93. Esas manchas que cuando Venus presenta la forma de un creciente están cerca del límite de la sombra j de la luz, son pequeñas, rara vez visibles j muj cambiantes; de donde los dos Herschell han deducido que pertenecen auna atmósfera de Venus mas bien que á la superficie sólida del planeta (55). La Hire, Schroeter jMsedler han aprovechado las formas cambiantes de los cuernos del creciente, sobre todo del cuerno meridional , para evaluar la altura de las montañas, j muj principalmente para determinar la du- ración de la rotación. No es necesario para esplicar esos — 340 — cambios, admitir como pretendió Schroeter en Lilienthal, picos de montañas de 5 millas geográficas de altura, ó de mas de 3 miriámetros: bastan elevaciones como las qu» ofrece nuestro planeta en los dos continentes (56). Según lo poco que sabemos acerca de la superficie j constitución física de los planetas mas próximos al Sol , Mercurio j Ve- nus, el fenómeno de un resplandor ceniciento j de un des- prendimiento de luz propia en estos planetas, fenómeno ob- servado muchas veces en la parte oscura de Venus por Cristian Majer, G. Herscbell v Harding, permanece siem- pre mu j enigmático (57). No es verosímil que atan gran- de distancia pueda la luz reflejada por la Tierra producir un resplandor ceniciento sobre Venus, como sobre la Luna. Hasta aquí no se ba observado aplanamiento alguno en los dos planetas inferiores, Mercurio j Venus. LA TIERRA. La distancia media de la Tierra al Sol es 12,032 veces major que el gran diámetro de nuestro globo. Es, pues, de 20.682,000 millas geográficas ó de 15.346,000 miriá- metros á 66,000 miriámetros, es decir, á ^/¿ao próxima- mente. La revolución sideral de la Tierra alrededor del Sol se verifica en 365^^ 6'^ 9' 10^,7,496. La escentricidad de su órbita-es de 0,01679226; su masa de Vsoo'o.u? ^^ densi- dad con relación al agua de 5,44. Bessel, después de sus investigaciones sobre diez medidas de grado, evaluó el aplanamiento de la Tierra en V299M03 j ^^ diámetro ecuato- rial es de 1718,9 millas geográficas ó 1,276 miriámetros, el diámetro polar de 1713,1 millas geográficas, ó sean 1271,7 miriámetros (Cosmos^ t. I, p. 389, núm. 30). Ha- cemos solo mención aquí de las evaluaciones numéricas que se refieren á la forma j al movimiento de la Tierra; — 341 — todo lo que corresponde á la constitución física de este pla- neta está reservado parala última parte del Cosmos^ consa- grado enteramente al dominio terrestre. I, A LUNA. Distancia media de la Luna á la Tierra : 51,800 millas geográficas ó 38,400 miriámetros; revolución sideral: 27'^ 7'' 43' 11", 5; escentricidad de la órbita lunar: 0,054 844 2; diámetro de la Luna: 336 miriámetros, próximamente ^/^ del diámetro de la Tierra; volumen: ^/^.^ del volumen ter- restre; masa de la Luna, según Lindenau: V8"^"3- según Peters j Schidloffskj: ^/gj de la masa de la Tierra; densi- dad: 0,619, próximamente "^^ de la Tierra. La Luna no tiene aplanamiento sensible; pero la teoría ha determinado una prolongación muj pequeña en la dirección de la Tier- ra. La rotación de 3a Luna sobre su eje tiene lugar exacta- mente, j es probable que suceda así para todos los demás satélites, en el mismo tiempo que emplea en verificar su revolución alrededor de la Tierra. La luz solar reflejada por la superficie de la Luna es bajo todas las latitudes inferior á la que envia una nube blanca durante el dia. Cuando para determinar longitudes geográficas es preciso medir con frecuencia distancias de la Luna al Sol , haj de ordinario dificultad en descubrir el dis- co lunar rodeado de un conjunto de nubes mas brillantes. Podia JO distinguir mas fácilmente la Luna sobre las órbitas ' de doce á diez j seis mil pies de altura, desde donde no se vé en el Cielo á través de la límpida atmósfera de las mon- tañas, mas que ligeros cirros cujas huellas ligeras envian una luz muj débil; los rajos de la Luna, atravesando ca- pas de aire menos densas, pierden entonces una parte me- nor de su intensidad. La relación entre el brillo del Sol j el de la Luna llena exige nuevas evaluaciones; puesto — 342 — que la medida dada por Bouguer, j generalmente admi- tida (V:)00)ooo)> ^^^^ ®^ ^^^ V^^^ armonía con la de Wollas- ton (Vsoo'Ooo)» ^^6 á decir verdad, es menos probable (58). La luz amarilla de la Luna parece blanca de dia, porque roba á las capas azules del aire que atraviesa el color com- plementario del amarillo (59). Según las numerosas obser- vaciones que ba becbo Arago con su polaríscopo, baj en la luz de la Luna luz polarizada, sobre todo en los cuantos j en las mancbas de color gris del disco lunar, por ejemplo, en el gran círculo oscuro j alguna vez verdoso que lleva el nombre de Mare Crisium. El tinte oscuro de la región circundante añade un efecto de contraste que bace mas no- table todavía el fenómeno. En cuanto á la montaña bri- llante que ocupa el centro del grupo Aristarco j sobre la cual se ba creido observar mucbas veces signos de activi- dad volcánica no ba producido mas luz polarizada que las otras partes del disco lunar. En la Luna llena no se vé mez- cla alguna de luz polarizada; pero durante el eclipse total de 31 de Majo de 1848, Arago encontró indicios ciertos de polarización en el disco rogizo de la Luna. Puede verse respecto de este fenómeno, del que nos ocuparemos mas adelante^ el tomo VII de las Obras de Arago, p. 238 (t. IV de las Noticias cientíjicas) . La Luna emite calor: este descubrimiento que como tantos otros bailó mi ilustre amigo Melloni, debe estar colocado entre los mas importantes j mas estraordinarios de este siglo. Después de bastantes ensajos infructuosos, desde los de La Hire basta los del ingenioso Forbes (60), Melloni ba encontrado el medio, con un lente graduado de tres pies de diámetro, destinado al Instituto meteorológico del Vesubio, de observar de la manera mas clara las eleva- ciones de temperatura subordinadas á las diferentes fases de la Luna. Mossotti j Belli, profesores de las universida- des de Pissa j de Pavia, fueron testigos de esas esperiencias — 343 — cu JOS resultados variaron según la edad y la altura de la Luna. Pero en esta época, verano del año 1846, no se ha- bía determinado todavía á qué fracción de un termómetro centígrado corresponde el ascenso de temperatura observa- do en la pila telescópica de Melloni (61). La luz cenicienta que se vé en una parte del disco lu- nar, cuando pocos dias antes ó después de su renovación presenta solo un estrecho creciente iluminado por el Sol, no es otra cosa que la luz terrestre que vá á tocar á la Luna, es decir, «el reflejo de un reflejo.» Cuando menos ilumi- nada nos parece la Luna, tanto mas iluminado está el glo- bo por ella. Por otra parte, la luz que la Tierra envia á la Luna es 13 veces j media mas estensa que la que recibe de ella; j es tal, que después de una segunda reflexión po- demos todavía apreciarla. Esta luz cenicienta permite reco- nocer por medio del telescopio las manchas principales j los vértices de las montañas que brillan en los paisajes de la Luna, como otros tantos puntos luminosos. También se vé un resplandor gris cuando la Luna está fuera de la sombra en mas de su mitad (62). Observados estos fenó- menos en las regiones tropicales, sobre las altas mesetas de Quito j de Méjico, producen una impresión particular. Desde Lambert y Schroeter es general la opinión de que las diferencias en la intensidad de la luz cenicienta depen- den de la major ó menor fuerza con que es reflejada la luz solar que hiere la superficie de nuestro globo, según que sea enviada por masas continentales cubiertas de arenas, praderas, bosques tropicales y rocas áridas, ó bien por las estensas llanuras del Océano. El 14 de Febrero de 1774, Lambert observó con un anteojo llamado investigador , que la luz cenicienta se convertía en un tinte de aceituna ti- rando á amarillo. «La Luna, dice Lambert refiriéndose á esta notable observación, estaba entonces verticalmente so- bre el Océano Atlántico_, y recibía sobre su hemisferio de — 344 ^ sombra la luz verde de la Tierra, reflejada bajo un cielo sereno por las regiones frondosas de la América meridio- nal (63). El estado meteorológico de nuestra atmósfera modifica la intensidad de la luz terrestre que realiza el doble tra- yecto de la Tierra á la Luna, j de la Luna á nuestra vista. También será posible desde hov^ como dice Arago (64), mer- ced á los instrumentos disponibles para ello, leer en cierto modo en la Luna el estado medio de transparencia de nuestra atmósfera. Képlero, en la obra titulada: acl ViteUio- nem Paralijoomenay quilus Asir onomm par s óptica tradiiur (1604, p. 254), atribuje las primeras nociones exactas acerca de la naturaleza de la luz cenicienta á su venerado maestro M?estlin, que presentó esta esplicacion en tesis sos- tenidas públicamente en Tubinga, en 1596. Galileo habla- ba en su Sidereus Nicncms (p. 26), de esta reflexión de la luz terrestre, como de un hecho descubierto por él mismo hacia mucho tiempo; pero ja 100 años antes de Mrestlin j Galileo, la esplicacion del reflejo visible de la luz terrestre sobre la Lúa no habia pasado desapercibida al genio uni- versal de Leonardo de Vinci, como lo acreditan sus manus- critos largo tiempo olvidados (65). Rara vez acontece que en los eclipses totales de Luna desaparezca esta por completo. Según la observación mas antigua de Képlero {^^)i sucedió así el 9 de diciembre de 1601, j en época ja mas próxima el 10 de junio de 1816, en Londres. No pudo verse la Luna ni con telescopio. La causa de este fenómeno singular debe depender del estado imperfectamente conocido en que se encontraban^ bajo la relación de la diafanidad , algunas de las capas de nuestra atmósfera. Hevelio dice espresamente que en el eclipse total de 25 de abril de 1642, el cielo perfectamente puro estaba cubierto de estrellas centelleantes, j sin embargo, aunque empleó muj diversos aumentos, el disco lunar permaneció — 345 — invisible. En otros casos también muy raros, ciertas partes de la Luna son las únicas visibles, pero lo son débilmente. Lo ordinario en un eclipse total es ver enrojecer la Luna, pasando por todos los grados de intensidad j llegar hasta el rojo del fuego, cuando está apartada de la Tierra. Hace medio siglo, el 29 de marzo de 1801, mientras que está- bamos mojando en la isla de Baru, no lejos de Cartagena de Indias^ me sorprendió vivamente, al observar un eclipse, ver como bajo el cielo de los trópicos, el disco de la Luna parecia mas rojo que en mi patria (67). Es sabido que dicho fenómeno es un efecto de la refracción, por la inflexión de los rajos solares á su paso por la atmósfera terrestre (68, j su entrada en el cono de sombra, como dice perfectamente Képlero en sus Paralij^omena ad ViteUmiem (pars óptica, p. 893). Por lo demás, el disco rojo ó ardiente no está nun- ca coloreado por igual; algunos sitios permanecen oscuros j pasan por tintas mas ó menos sombrías. Los Griegos ha- bian formado una teoría muj estraordinaria respecto de los diferentes colores que debia presentar el disco lunar, según la hora del dia en que se producia el eclipse (69)'. La larga discusión sobre la existencia probable ó no probable de una envuelta atmosférica en el globo lunar, tuvo por resultado probar, por observaciones precisas, de ocultaciones de estrellas, que no tienen refracción los ra- jos luminosos en los bordes de la Luna. Así están destrui- das las hipótesis de Schroeter acerca de una atmósfera j un crepúsculo lunares (70). «La comparación de los dos valores del diámetro de la Luna, uno de los cuales se ob- tiene directamente , dice Bessel _, deduciéndose del tiempo que dura la ocultación de una estrella, enseña que la luz es- estelar cuando está rasante con el borde de la Luna , no se esvía sensiblemente del camino recto. Si tuviese lugar una refracción, el segundo valor del diámetro seria menor que el primero, j medidas reiteradas han dado, por el contrario^ — 346 — determinaciones tan concordantes que jamás ha sido posi- ble encontrar en ellas una diferencia decisiva (71).» La in- mersión de las estrellas, que se vé de una manera distinta, sobre todo en el borde oscuro, se verifica instantáneamente j sin disminución progresiva de brillo; lo mismo sucede para la emersión ó reaparición. Puesto que nuestro satélite está privado de envuelta aeriforme, los astros, en la falta de toda luz difusa, se le- vantan para él , sobre un cielo casi negro aun durante el dia (72). Allí, ninguna onda aérea puede trasmitir el rui- do, el canto ni la palabra. Para nuestra imaginación, que gusta de penetrar en las regiones inaccesibles, el astro de las noches no es mas que un desierto mudo j silencioso. El fenómeno de la detención 6 adherencia, que algunas veces presenta en el borde de la Luna la estrella inmergida, no puede ser considerado apenas como un efecto de irradia- ción, aunque en verdad, por razón de la diferencia de brillo que distingue claramente por parte iluminada directamente por el Sol V la luz cenicienta, la irradiación en un cre- ciente estrecho haga aparecer la primera como encajada en la segunda (73). Arago, en un eclipse total, vio distinta- mente adherirse una estrella durante la conjunción, al disco oscuro de la Luna. ¿Es preciso sobretodo atribuir esas apa- riencias á algún efecto de sensación j á causas fisiológi- cas (74), ó hiena las aberraciones de refrangibilidad j de esferoicidad del ojo (75)? Este punto ha sido objeto de dis- cusión entre Arago j Platean . Para los casos en que los ob- servadores han afirmado haber visto reaparecer la estrella despuesde su desaparición, j desaparecer luego de nuevo, puede deducirse que la estrella habia encontrado acciden- talmente un borde de la Luna erizado de montañas ó me- llado por profundos precipicios. La intensidad muv desigual de la luz reflejada, en las diferentes regiones del disco lunar, j sobre todo la poca — 347 — claridad del borde interior, durante las fases, lian dado mo- tivo desde los primeros tiempos á alg-unas conjeturas razo- nables acerca de las asperezas que presenta la superficie de nuestro satélite. En la pequeña pero curiosa obra de la Faz que aparece en el disco de la Luna^ dice Plutarco, «que las manchas podrian hacer sospechar gargantas ó valles, j pi- cos de montañas que arrojan grandes, sombras, como el monte Athos, cuja sombra llega hasta la isla de Lemnos (76).» Las manchas cubren próximamente ^/^ del disco entero. Cuando el astro está colocado favorablemente, pue- den distinguirse á simple vista en una atmósfera serena, las crestas de las regiones montañosas de los Apeninos, el re- cinto oscuro llamado Grimaldi, el estanque conocido con el nombre de Mare Crisium, j por último el grupo de Ticho, encajado entre un gran número de montañas j de cráteres (77). Según una suposición que parece fundada, el aspec- to de la cadena de los Apeninos seria especialmente lo que conduciria á los Griegos á esplicar las manchas de la Luna por montañas, j les haria pensar en el monte Athos, cuja sombra cubria la vaca de bronce de Lemnos, en los solsti- cios. Otra opinión, puramente imaginaria, acerca de las manches de la Luna^ era la de Agesianax^ que combatia Plutarco, j según la cual el disco de la Luna nos enviaba por reflexión, como un espejo, la imagen de nuestros pro- pios continentes j del Atlántico. Una creencia muj seme- jante parece haberse conservado aun en el estado de tradi- ción popular, en algunas comarcas del Asia (78), Empleando con cuidado grandes anteojos, se ha llega- do insensiblemente á trazar una topografía de la Luna, fun- dada en observaciones reales; jcomo, en oposición, uno de sus hemisferios completo se ofrece á nuestras miradas, co- nocemos la dependencia general de las montañas de la Lu- na j su configuración superficial mucho mejor que la oro- grafía del hemisferio terrestre que comprende el interior — 348 — del África j del Asia. Generalmente las partes mas oscuras del disco lunar son las mas unidas j las mas bajas; las par- tes brillantes son las regiones elevadas j montañosas. Pero la antigua división que hacia Képlero en mares j conti- nentes, se abandonó desde hace mucho tiempo; j ja Heve- lio , por mas que propagó el uso de términos análogos, dudaba de su exactitud y tenia escrúpulos acerca de esta oposición de los dos elementos. Apójanse sobre todo los que combaten la hipótesis de las llanuras líquidas, en la cir- cunstancia comprobada por juiciosas observaciones j he- chas á grados de luz muj diferentes, de que en los preten- didos mares de la Luna no hav espacios unidos, por peque- ños que sean , presentan todos pues gran número de su- perficies que se cruzan. Arago ha robustecido los moti- vos sacados de las desigualdades de superficie, haciendo notar que, apesar de sus asperezas, algunas de esas llanu- ras podrian formar todavía el lecho de mares poco profun- dos, puesto que en nuestro globo el fondo accidentado j cubierto de arrecifes del Océano , puede ser visto distinta- mente á una gran altura, gracias á la superioridad de bri- llo de la luz que se eleva de las profundidades sobre la que refleja ]a superficie (t. IX, de las Oirás de Arago ^ p. 76 á 80). En el Tratado de Astronomía j de Fotometría que aparecerá muj pronto, Arago se propone llegar por otras razones tomadas de la Óptica y que no son de este lugar, á la ausencia probable del agua en nuestro satélite. Las ma- jores de esas llanuras bajas se encuentran en las regiones del Norte j del Este. La cuenca mal delimitada del Océa- nus Procellarum es de todas probablemente la de major estension; no tiene menos de 50,000 miriámetros cuadra- dos. Esta parte oscura de la Luna, situada en el hemisferio oriental, que contiene montañas agrupadas en forma de is- las, tales como los montes Rífeos, el monte Képlero, el monte Copérnico j los Karpatos, j á la cual se unen el — 349 — Mare Imbrium que cubre una superficie de 9,000 miriá- metros cuadrados, el MareNubium, j también en una cier- ta medida, el Mare Humor um, forma el contraste mas sor- prendente con la región luminosa del Sud-Oeste, en la cual están acumuladas las montañas (79). Al Nor-Oeste, se vén dos cuencas mas aisladas j mas herméticamente cerradas; el Mare Crisium que se estiende por un espacio de mas de 1,600 miriámetros cuadrados, j el Mare Tranquillitatis cuya superficie es de 3,100. El color de esos pretendidos mares no es siempre gris. El Mare Crisium es de un gris mezclado de verde oscuro. El Mare Serenitatis j el Mare Humorum son igualmente verdes. Por otra parte, cerca de los montes Hercinianos, el recinto aislado designado con el nombre de Lichtenberg^ presenta un tinte rojizo. Lo mismo sucede con el Palus Som- nii. Las llanuras circulares cu jo centro no está ocupado por montañas, son en su major parte de un gris subido ti- rando á azul j que asemeja al brillo del acero. Las causas de esos tonos diferentes sobre un suelo formado de rocas ó cubierto de sustancias movibles, son completamente desco- nocidas. Lo mismo que en el Norte de la cadena de los Al- pes^ el ancho circo de Platón, llamado por Hevelio Lacus niger major, j todavía mas Grimaldi, hacia el ecuador, j Endjmion, en la estremidad Nor-Oeste del disco, son los tres sitios reputados como ios mas oscuros de la Luna; por el contrario, el punto mas resplandeciente es Aristar- co , cu JOS vértices lucen alguna vez , en la sombra, con un brillo casi estelar. Todas esas gradaciones de sombra j de luz afectan una placa barnizada de jodo, j merced á fuertes aumentos, se fijan al dagarreotipo con una fide- lidad maravillosa. Tengo en mi posesión una imagen de la Luna, obtenida de esta manera por un artista distin- guido, Whipple, de Boston ; j aunque solo tiene dos pul- gadas de diámetro, reconócese en ella perfectamente lo que — 350 — ha dado en llamarse los mares, asi como la serie de mon- tañas. La forma circular que llama la atención en alguno de los mares, en particular en el Mare Crisium, el Mare Sere- nitatis j el Mare Humorum, se vuelve á hallar con mucha mas frecuencia todavía, j de una manera general en las partes montañosas de la Luna, sobre todo entre los mismos grupos de montañas que cubren el hemisferio meridional del polo al ecuador, donde terminan en punta. Un gran nú- mero de esas eminencias anulares, j de esas circunvala- ciones, de las cuales las majores tienen, según Lorhmann, mas de 500 miriámetros cuadrados, forman cadenas conti- nuas, paralelas al meridiano, entre 5° j 40° de latitud austral (80) . La región polar boreal no contiene proporcio- nalmente mas que un pequeño número de ese círculo de montañas: forman por el contrario un grupo no interrum- pido sobre el estremo occidental del hemisferio del Norte entre 20° j 50° de latitud. Sin embargo, el Mare P'rigoris está á algunos grados solamente del polo boreal, que no ofreciendo como toda la región plana de Nor-Este^ mas que algunos cráteres aislados, Platón, Mairan, Aristarco, Copérnico y Képlero, forman un contraste completo con el polo austral, todo erizado de montañas. Alrededor del polo austral brillan picos elevados, penetrados durante lunacio- nes enteras, de una luz perpetua; verdaderas islas de luz que pueden reconocerse con anteojos de pequeño aumen- to (81). Como escepciones de este tipo_, tan estendido sobre la superficie de la Luna, de recintos circulares, existen también verdaderas cadenas de montañas situadas casi en medio del hemisferio septentrional: tales son los Apeninos, el Cáucaso j los Alpes. Esas cadenas se dirigen del Sud al Norte, formando un arco un poco inclinado hacia el Oeste, j cubren cerca de 32'' de latitud. En este espacio están — 351 — acumuladas las espaldas de montañas j picos, alguna vez muj agudos, á los cuales se mezclan todavía un pe- queño número de círculos y depresiones en forma de crá- teres (Conon, Bradlej, Calippus), pero cu jo conjunto se acerca mas á nuestras cadenas de montañas. Los Alpes lu- nares que ceden en altura al Cáucaso j á los Apeninos, entiéndase Cáucaso j Apeninos de la Luna, presentan un valle transversal notablemente ancho, que corta la cadena en la dirección del Sud-Este á Nor-Oeste. Este valle está adornado de vértices que esceden en altura al pico de Te- nerife. Si en la Luna j sobre la Tierra se comparan las alturas de las montañas á los diámetros de esos dos cuerpos celes- tes, se llega al resultado notable, que las montañas lu- nares de las cuales_, las mas grandes son inferiores solo en 600 toesas á las del globo terrestre, tienen ^/¡^^^ del diáme- tro de la Luna, mientras que las de la Tierra, cuatro veces majores no pasan de Vusí ^® ^^ diámetro (82). Entre las 1,095 latitudes medidas sobre la Luna, encuentro 39 supe- riores á la del Mont Blancb, de 2,462 toesas, j 6 que tie- nen mas de 3,000. Esas medidas se obtienen bien por los rajos tangentes, determinando la distancia de los vértices que parecen iluminados en la parte de sombra, en el límite de sombra j de luz, bien según la longitud de las figuras de las sombras projectadas. Galileo aplicaba ja el primero de esos métodos, como se vé en su carta al Padre Grienber- ger sobre la Montuositá della Luna. Según Msedler, que ha medido cuidadosamente las montañas de la Luna por las longitudes de las cumbres projectadas , los puntos culminantes son por orden de magnitud decreciente: en el estremo meridional muj cer- ca del polo, Dcerfel j Leibnitz, á 3,800 toesas; la montaña circular de Newton, cuja escavacion es tal que jamás está iluminado el fondo ni por la Tierra ni por el Sol, á 3,727 — 352 — toesas; Casatus en el Este de Newton, á 3,569 toesas; Ca- lippus en la cadena del Cáucaso, á 3,190 toesas; los Ape- ninos, de 2,800 á 3,000 toesas. Es preciso notar aquí que en la carencia de una superficie general de nivel , como la que nos suministra el mar, igualmente distante en todas sus partes del centro del globo terrestre, las alturas ab- solutas no son rigorosamente comparables entre sí, j que los números anteriores indican solamente, á decir verdad, las diferencias de elevación entre los vértices j las llanuras ó las depresiones mas cercanas (83). Sorprende mucho que Galileo ha ja asignado también á esas alturas < incirca mi- glia quattro, » es decir, cerca de una milla geográfica ó 3_,800 toesas, lo que en el estado de sus conocimientos hip- sométricos, las hacia tener como mas elevadas todas las mon- tañas del globo terrestre. La superficie de nuestro satélite presenta una aparien- cia muj- singular j misteriosa, que proviene de un efecto óptico de reflexión, j no de accidentes hipsométricos: es esta la de las láñelas luminosas que desaparecen bajo un dia oblicuo, j que, al contrario de las manchas, se hacen mas visibles cuando la Luna llena , j parecen otros tantos sistemas radiantes) Esas bandas no son contra-fuertes de montañas; no arrojan sombra alguna j corren con igual intensidad de luz sobre las llanuras j las eminencias hasta alturas de 12,000 pies. El mas estenso de esos sistemas radiantes parte del monte Ticho , sobre el cual pueden dis- tinguirse mas de cien bandas luminosas, con una longitud de muchas millas por lo general. Sistemas análogos rodean los montes Aristarco, Képlero, Copérnico j los Karpatos, V están casi todos ligados entre sí. Es difícil imaginar por analogía ó por inducción, qué alteración particular del suelo puede determinar la presencia de esas cintas luminosas, radiando de ciertas montañas anulares. El tipo redondeado de que hemos hablado muchas ve- — 353 — ees y que casi domina en todas partes del disco de la Lu- na, ja en los valles, rodeados de circunvalaciones cu jo cen- tro está ocupado frecuentemente por montañas, ja en las grandes montañas circulares j en sus cráteres, de los que se cuentan 22 en Bajer j 33 en Albategnius, debia desde luego inducir á tan profundo pensador como Roberto Hoo- ke, á buscarle su esplicacion en la reacción del interior de la Luna contra su parte esterior. Atribujó^ pues, este fenómeno al efecto de los fuegos subterráneos j á la irrup- ción de los vapores elásticos, ó también á una ebullición que se desprendiera de las burbujas que van á reventar en la superficie. Esperiencias lieclias con sedimentos calcáreos en ebullición confirmaron sus ideas; j desde entonces com- paró las circunvalaciones j sus montañas centrales con las formas del Etna , del pico de Tenerife , del Hécla j de los volcanes de Méjico, descritos por Gage (84). Viendo Galileo uno de los valles circulares de la Luna, sorprendido sin duda de sus dimensiones, se le representó, según él mismo cuenta, como una vasta estension de tierra encerrada entre montañas. He bailado un pasaje (85) en el cual compara eses estanques circulares, al gran estanque cerrado de la Bohemia. Muchos de los valles circulares de la Luna no son, en efecto, muj inferiores en. estension á di- cha comarca ; porque tienen un diámetro de 25 á 30 millas geográficas (86) . Por el contrario, las montañas anulares propiamente dichas, no tienen mas de 2 ó 3 millas de diá- metro. Conon en los Apeninos tiene 2; j un cráter que pertenece á la región luminosa de Aristarco tiene solo 400 toesas de estension ; j es, la mitad del cráter ^de Rucu- Pichincha, situado en las altas mesetas de Quito, j que jo mismo he medido trigonométricamente. Comparando, bajo la relación de su naturaleza j de sus dimensiones, los fenómenos de la Luna j los fenómenos tan conocidos de la Tierra, es necesario notar que la major TO.-ao ¡11 2-3 -^ 354 — parte de las circunvalaciones j de las montañas anulares de la Luna deben estar consideradas como cráteres de le- vantamiento de erupciones intermitentes^ en el sentido en que lo toma Leopoldo de Buch, pero infinitamente mas vas- tos que los nuestros. Los cráteres de levantamiento de Hoc- ca Monfina, de Palma, de Tenerife j de Santorin, que lla- mamos grandes relativamente á las dimensiones que nos son familiares en Europa, desaparecen en presencia de Tolo- meo, de Hiparco j de otros muchos cráteres de la Luna. Palma tiene solo 3_,800 toesas de diámetro: Santorin; según la nueva medida del capitán Graves, tiene 5,200; Tenerife, 7,600 todo lo mas; es decir ^/^ ó '/,. de los diámetros de Tolomeo ó de Hiparco. A la distancia de la Luna, los pe- queños cráteres del pico de Tenerife j del Vesubio que tie- nen 300 ó 400 pies de diámetro, serian visibles á penas con el telescopio. La gran majoría de los círculos de la Luna no tienen montañas centrales, j allí donde se en- cuentran, esas montañas se presentan, Hevelío y Macrovio entre otras, bajo la forma de cúpula ó de meseta, no como cono de erupción, provista de una abertura (87). De los volcanes ígneos que se dice haber sido vistos el 4 de majo de 1783 en el hemisferio oscuro de la Luna^ j de los pun- tos luminosos observados sobre el monte de Platón por Bianchini, el 16 de agosto de 17Í25, j por Short, el 22 de abril de 1751, solo hablamos aquí bajo el punto de vista puramente histórico. Desde hace mucho tiempo se han determinado, con efecto, las causas de esas ilusiones pro- ducidas por reflejos mas vivos de la luz terrestre, que vie- nen á herir la parte oscura de la Luna desde ciertos puntos de nuestro globo (88). Ya se ha hecho muchas veces la observación juiciosa de que en razón á la falta de agua en la superficie de la Luna, porque las especies de grietas sin profundidad j ge- neralmente en línea recta, á las cuales se dá el nombre de ->- 355 — tajeas, no son en modo alguno rios(89), puede considerarse nuestro satélite próximamente tal como debió ser la Tierra en su estado primitivo antes de estar cubierta de capas se- dimentarias ricas en concbas , en cascajos j terrenos de trasporte, debidos á la acción continua de las mareas ó de las corrientes. Apenas puede admitirse que existan en la Luna algunas capas ligeras de conglomerados j de detri- tos formados por el frotamiento. En nuestras cordilleras, levantadas sobre las bendiduras de que está surcado el globo, empiezan á reconocerse aquí j allá grupos parciales de eminencias que representan especies de estanques ovala- dos. ¡Cuan diferente nos pareceria la Tierra de sí misma, si la viésemos despojada de las formaciones terciarias j se- dimentarias, así como de los terrenos de trasporte! Bajo todas las zonas j mas que todos los demás plane- tas, la Luna anima j adorna el aspecto del firmamento por la diversidad de sus fases j por su rápido paso á través de las constelaciones. Su luz alegra el corazón del bombre j hasta á los animales salvajes, sobre todo en los bosques pri- mitivos de las regiones tropicales (90). La Luna, gracias á la atracción que ejerce en común con el Sol, pone en movi- miento el Océano, modifica el elemento líquido sobre la Tierra, j por la hinchazón periódica de los mares j los efec- tos destructivos de las mareas, cambia poco á poco los con- tornos de las costas, favorece ó contraria el trabajo del hom- bre, j suministra la major parte de los materiales de que se forman los asperones j los congloipaerados, cubiertos á su vez por los fragmentos redondeados j sin cohesión de los terrenos de trasporte (91). Asi la Luna obra sin cesar co- mo fuente de movimiento sobre las condiciones geológicas de nuestro planeta. La influencia incontestable de ese satélite sobre la pre- sión atmosférica, sobre la formación de las nieblas j la dis- persión de las nubes, será tratada en la cuarta j última — 356 — parte del Cosmos^ consagrado por completo al dominio ter- restre (92). MAKTE . El diámetro de este planeta, á pesar de la distancia ja considerable que lo separa del Sol, es solo 0,519 del diá- metro de la Tierra, 6 de 641 miriámetros. La escentricidad de su órbita es de 0,093 2168; asi que, después de Mercurio, Marte es de todos los planetas antiguamente conocidos, el que tiene major escentricidad. Esta razón j también la proximidad á la Tierra liacian á Marte particularmente pro- pio para poner á Képlero en el camino de sus inmortales le jes de los movimientos elípticos. La rotación de Marte, es según M^edler j Guillermo Beer, de 2# 37^23'^ (93). Su revolución sideral se verifica en F321*^17'^30'41". La incli- nación de su órbita sobre el ecuador terrestre es de 24''44'24"; su masa es de ^/2680 337J ^^ densidad, con relación á la de la Tierra, de 0,958. Así como se ha sacado provecho de la pequeña distancia á que se ha aproximado el cometa de Encke á Mercurio, para conocer mejor la masa de este pla- neta, así también llegará un dia en que la de Marte podrá ser rectificada, por medio de perturbaciones que producirá en los movimientos del cometa de Vico. El aplanamiento de Marte, del que, cosa estraña, du- daba con insistencia el astrónomo de Koenigsberg_, fué re- conocido por primera vez por G. Herschell en 1784; pero reinó una larga incertidumbre en cuanto al valor numérico de la depresión. Era esta, según Guillermo Herschell, de Vi6- ^J*^dO la midió con mas exactitud en dos veces diferentes, con un anteojo prismático de Eochon; en la pri- mera esperiencia no encontró mas que la relación de 189 á 194, es decir. Vas? 8? J ^^^ recientemente en 1847, ^32» sin embargo estaba dispuesto á creer el aplanamiento de Marte algo mas considerable (94). — 357 — Si la superficie de la Luna presenta con la Tierra gran número de relaciones geológicas, Marte no ofrece con nuestro planeta mas que analogías metereológicas. Inde- pendientemente de las manchas oscuras,, de las cuales unas son negras, j otras, en mucho menor número, de un rojo amarillo (95) j se destacan sobre las regiones verdosas á que se ha dado el nombre de mares (96), se observa también alternativamente sobre el disco de Marte, ja en los polos de rotación, ja en los polos de temperatura, dos manchas de un blanco de nieve (97) que fueron comprobadas desde 1716? por Felipe Maraldi; pero su relación con las variaciones del clima no fué indicada hasta mas adelante por G. Herschell en las Plúlosofical Transactions para 1784. Esas manchas blancas se agrandan ó disminujen alternativamente, según que el polo que cubren se aproxima á la estación de invierno ó verano. Arago ha medido con el anteojo de Rochon la in- tensidad de la luz reflejada por esas regiones niveas^ j la ha encontrado doble de la que envian todas las demás partes del disco. En la obra intitulada Pliysikalischastronoinische BeÜTfBge de Míedler j de Beer, hállanse escelentes dibujos del hemisferio boreal j del hemisferio austral de Marte (98), j este fenómeno singular, único en todo el sistema planetario, está determinado por medio de indicaciones nu- méricas hechas sobre todos los cambios de temneratura de- bidos á las diferentes estaciones, j sobre todos los grados de fusión porque hace pasar el verano á las nieves polares. Una serie de observaciones seguidas con cuidado durante diez años, han demostrado también ^ue las manchas oscu- ras de Marte conservan exactamente su forma j su posición relativa. La aparición periódica de esos depósitos de nieve, efecto meteorológico subordinado á los cambios de tempera- tura, j algunos fenómenos ópticos que ofrecen las man- chas oscuras, desde que por la rotación del planeta han sido trasportadas hacia las estremidades del disco , hacen mas — 358 — que probable la existencia de una atmósfera envolvente del planeta de Marte. LOS PEQUEÑOS PLANETAS. Hemos presentado ja en las consideraciones acerca de los cuerpos planetarios (99), los pequeños planetas llama- dos también asteroides, planetas telescópicos ó ultra-zodia- cales, como un grupo intermedio, que forma una zona de separación entre los cuatro planetas interiores, Mercurio, Venus, la Tierra j Marte, j los cuatro planetas esteriores Júpiter, Saturno, Urano j Neptuno. La considerable in- clinación j la escentricidad escesiva de sus órbitas enlaza- das, así como la pequenez estraordinaria de los astros que lo componen, dan á ese grupo el mas singular carácter. El diámetro de Vesta mismo no parece llegar á ^/^^ del de Mercurio. Cuando en 1845 se publicó el primer tomo del Cosmos, no se conocian todavía mas que cuatro de esos pe- queños planetas: Céres, Palas", Juno j Vesta, descubiertos por Piazzi, Olbers j Harding, desde el 1.° de enero de 1801 al 29 de marzo de 1807; actualmente en el mes de julio de 1851 , acrecentó su número basta 14; tercera parte de todos los cuerpos planetarios conocidos, inclusos en él los satélites. Si durante mucbo tiempo se dedicaron los astrónomos á multiplicar los miembros de los sistemas subordinados_, es decir, de los satélites que gravitan alrededor de los pla- netas, ó ban encaminado sus observaciones bácia los plane- tas situados en las regiones mas apartadas del otro lado de Saturno j de Urano, boj desde el descubrimiento acciden- tal de Céres por Piazzi, j el de Astrea debido á las inves- tigacianes de Encke, aun puede decirse también, desde los perfeccionamientos llevados á cabo en los mapas celestes (100), particularmente en los de la Academia de Berlin -> 359 — . que contienen todas las estrellas de 9.'' magnitud j parte de las de 10.% una zona mas próxima á nosotros nos ofre- ce campo quizá inagotable para la actividad de los astró- nomos. Mérito especial del Anuario Aslronómico^ publi- cado por el director del observatorio de Berlin, Encke, j por el doctor Wolfers, es el de dar con los mas circunstancia- dos detalles, las efemérides del grupo siempre creciente de los pequeños planetas. Hasta abora el espacio mas apro- ximado á la órbita de Marte parece el mas rico en asteroi- des; pero resulta va de las medidas tomadas, que la latitud de esta zona, «abrazando la diferencia de los rajos vectores entre la distancia peribelia mas pequeña, que es la de Vic- toria j la distancia afelia major que es la de Higia, escede á la distancia de Marte al Sol» (1). Ya be dado antes á conocer la escentricidad de las ór- bitas que alcanzan su máximum en Céres, Egeria j Vesta, cu JO mínimum, por el contrario, corresponde á Juno, Pa- las é Iris (2), asi como las inclinaciones sobre la eclíptica que van decreciendo á partir de Palas (34° 37') j de Egeria (16° 33'), basta Higia (3° 47'). Doj á continuación la tabla general de los elementos concernientes á todos los pequeños planetas, que debo á la atención de mi amigo el doctor Galle. — 360 — 20 o g S O «5J Si. 'Vi Cí3 «* , I s ■^ -?! ce 1— <3^ ■>* 5-1 ■^ •< ir: ce oc" o^ oo t~ s CJi o o te w •-^ TI ryi oo •^ •^ ■r^ o ^^ o íO o ■^ i'i ,á t--: ti in !^ -* C5 co •3 VJ 1 te S'J -«* tO rM lo < ^-1 O 5^ o 1— te ce o i— i— C2 ®1 ce co C- t- o' ^ 5^ C/5 ¿ l~ O O t-- r^ i"^ t^ ■^ »^ o lO •^ l-i ^ 1-- "'^ s •^ co ,*— ' oc o c t— o o •^ 1— I— oo C_3 ■^< 'o lO &5 O "T" ce O TT^ o^ co 1 oc ^ ,^ i-fi IC oc^ Ir- co •^ O — o i-~ O ■^1 íTi OO co oo OÍ 'un. OÓ 5 — H o «ir' O I'; •^ co £5 Ci ■^ i."; I^ IC '?f G-i i-e T-l oc ^ r— a _^ - -^ ^ — '— t- ■T". o oo ■c z; ¡L.*^ •~', o_ -^ 52 r- oo s -''" i-^ ce C5 i?5 »r co ^ "" "5-1 oo O -< 3^, 1- oc It o ^-'5 r~- -3 2 !?1 o ^„ §-j I'; ce G-1 CO O a oé ^ ^--^ . o co i~ co -^ •^o^ ce iO O g "^ •=? «r< i3 1^ t" co O S «• --"D tj ..^ -^ i* l~ 'jl »> i-^ t— tí • -^ *^ "'•N •-. p" OO ^H rr. -2 i5í T- 1*5 2 :-'í r; -30 :~i c/:¡ " C5 ^-t «^ oí 5 < oo -. «^T ~" a a o — ^ L.** c*. »-- '^ tn O rs ^má ^ ^ '^ ; * l^ •^ co oo •«'X J-. C3 P ce 3 rfi c ..^ *^ «j* -^ ^ O ■^ O O G^ l^ lO '?! o Ti (?í o o te i^^ — ^ r- ^j t-;- ■^-i O Cí r:^ fcj ^ _o r-: ■^^ 1': o ■«r* oc í^ -« ■^1 3-i T^ n S s I/: S ce 1": T-< 1-2 ot" o t— te ^ 00 c/i o ce- t- '"^ CO I-": Oí o •^ •wm^ G-1 G'l 1* CO fM r,.f 3 ce r^\ co ■a o5 s-< co c «n ce iO "^ i": OÍ ■^ ^ co i-^ co in -r" •e s o 'M co "3-1 p". T' 5 oc o o o TH co l~ o r/s (51 5 ce O P: o CO te OÍ te o\ o" c-^ le . ^ o OÍ < OC I?! - "T" .=;, o ií3 o G-í" o" te ^ ~ ^^--~ o" OÍ Ó . o ce l~ ce lO ^\ -^ C5 ■^ o ^-' ^■0 'T^ s-i fi t— co o c i O 00 z te G^ le o > ■T< o Gi ^ O 31 •^ resultado muj parecido al que obtu- YÍeron en 1829, Beer v MíBdler_, según los cuales el apla- namiento de dicho planeta está comprendido entre ^/is?: J VsiJG (^)- Según Hansen j Juan Herschell es de ^j^. La observación mas antigua de que fué objeto el aplanamiento de Júpiter, la de Domingo Cassini , es como ja he dicho, anterior al ano 1666. Este hecho tiene una importancia histórica considerable_, á causa de la influencia que tuvo, seo-un la observación del ing-enioso David Brewster, el aplanamiento reconocido por Cassini, sobre las ideas de Newton, respecto de la figura del globo terráqueo. Los Pfincijyíci Philosoj)M(^ naturalis confirman esta hipótesis; pero podian existir dudas sobre las fechas en que fueron publicados respectivamente los Principia j las observa- ciones de Cassini acerca del diámetro polar j el diámetro ecuatorial de Júpiter (9). Siendo la masa de Júpiter, después de la del Sol, el ele- mento mas importante de todo el sistema planetario, debe considerarse como uno de los mas fecundos resultados de la astronomía matemática la exacta evaluación que hizo de ella Airj en 1834, según las elongaciones de los satéli- tes especialmente del 4'^' j merced á las perturbaciones de Juno j de Vesta (10). El valor de la masa de Júpiter ha aumentado relativamente á las antiguas evaluaciones; el de Mercurio por el contrario, se ha reducido. Hoj la masa de Júpiter, sumando con ella los cuatro satélites, está eva- luada en Vi047í8-9? mientras que según Laplace éraselo /1OC6JO9 (-'■-'■)• La rotación de Júpiter se efectúa, según Airj, en 8'^ 55' 21'', 3, tiempo medio. Domingo Cassini fué quien la determinó primero, en 1665, por medio de una mancha que durante gran número de años j hasta 1691, se pre- sentó siempre con el mismo color y los mismos contor- nos (12); encontrando como resultado 9'^ 55' á 9'^ 56'. La. — C64 — major parte de las manchas del mismo género son mas os- curas que la banda de Júpiter; pero no parecen pertenecer á la superficie misma del planeta , puesto que frecuente- mente alg'Unas de ellas, particularmente las mas próximas á los poloSj tienen una velocidad angular distinta que las de las regiones ecuatoriales. Según un observador mu j liábil, Enrique Scbwabe, de Dessau, las manchas oscuras j bien circunscritas se han visto alternativamente,, durante muchos años, en una ú otra de las dos zonas ó bandas parduzcas que limitan el ecuador en el Norte j Mediodia, nunca en otra parte. Resulta siempre de aquí que esas manchas no se for- man constantemente en los mismos lugares. Alguna vez (me refiero también á las observaciones hechas por Schwabe en noviembre de 1834), las manchas de Júpiter observadas por medio de un anteojo de Frauenhofer, con un aumento de 280 veces , se asemejaban á pequeñas manchas del Sol con su penumbra; pero su oscuridad era todavía inferior á la de las sombras de los satélites. El núcleo no es probable- mente otra cosa que una parte del cuerpo mismo del planeta, de suerte que, cuando la abertura practicada en la atmósfera permanece siempre sobre el mismo punto, el movimiento de la mancha nos dá la verdadera rotación de Júpiter. Sucede también algunas veces que las manchas se ven como las del Sol. Domingo Cassini reconoció este hecho desde el año 1665. En la región ecuatorial de Júpiter hállanse dos anchas bandas ó cinturones de color gris ó amarillento, que son mas pálidas hacia los bordes, van poco á poco debilitándose j desaparecen por último completamente. Sus límites, muj desiguales, son cambiantes; las dos bandas están separadas entre sí por una zona ecuatorial muj brillante. La superficie del planeta está cubierta también hacia los polos de gran nú- mero de bandas estrechas, descoloridas é interrumpidas con frecuencia, j á veces también ramificadas sutilmente, pero — oIjO - — siempre paralelas al ecuador. Estos diferentes aspectos se esplican muj fácilmente, si se admite la existencia de una atmósfera turbada en parte por capas de nubes, cuja zona ecuatorial queda transparente j pura de todos los vapores_, gracias probablemente á la influencia de los vientos alíseos. Ahora bien: reflejando la superficie de las nubes una luz mas intensa que la superficie del planeta, la parte del sue- lo que distinguimos á través del aire diáfano, como ja ad- mitia Guillermo Herschell en una memoria añadida en 1793, al volumen 83 de las Pliilosoj^lúcal Transactions^ debe parecemos mas oscura que las capas nebulosas de donde iradia una gran cantidad de luz reflejada. Por esta razón alternan entre sí bandas oscuras j bandas luminosas. Las primeras parecen tanto menos oscuras cuanto mas cer- ca de los bordes se las observa , porque entonces el rajo visual dirigido oblicuamente sobre la superficie, no llega á ella sino después de haber atravesado una capa atmosférica mas espesa j, por consiguiente , reflejando una cantidad major de luz (13). SATÉLITES DE JÚPITEE. Desde la época brillante de Galileo, habia tomado cuer- po la razonable idea de que bajo muchas relaciones, j en el tiempo j en el espacio, el sistema subordinado de Jú- piter presenta en pequeño, la imagen del vasto sistema cu JO centro es el Sol. Esta idea propagada con gran rapi- dez, j casi inmediatamente después, la observación de las fases de Vénus^ en el mes de febrero de 1610, no contribu- jeron poco al éxito general de la teoría de Copérnico. El grupo de las 4 lunas de Júpiter es entre los sistemas este- riores el único grupo del mismo género que no ha tomado incremento desde la época en que fué descubierto por Si- — 366 — mon Mario^ el 29 de diciembre de 1609^ es decir, en el espacio de cerca de dos siglos j medio (14). La tabla siguiente, debida á Hansen, contiene los tiem- pos de las revoluciones siderales realizadas por los satélites de Júpiter, su distancia media al planeta, espresada en ra- dios de este planeta, su diámetro j su masa evaluada en fraccionas de la masa de Júpiter: > H f H W * 1 2 3 4 DURACIÓN de una REVOLUC. SIDER. DISTANCIA á JÚPITER. DIÁMETRO, en MIRIAMETROS. MASA. 1 ti. 18 h. 28/ G,049 393 0,0000173281 3 13 14 9,623 353 0,0000232355 i 7 13 43 la,3o0 576 0,000Q584972 i 16 16. 32 25,998 493 0,0000426591 Si, por consiguiente,, la fracción VioíT)8"r9 sspresa la masa de Júpiter j de sus satélites reunidos, la masa del planeta sin los satélites, será de Vio48?oü9) ®^ decir que pierde por esta sustracción cerca de Vgooo- Ya antes se han comparado los satélites de Júpiter con los satélites de los otros sistemas, bajo la relación de las magnitudes , de las distancias j de las escen- tricidades. La intensidad de brillo de los satélites de Júpiter no varia proporcionalmente á su volumen, puesto que en general, el tercero j el primero, cu jos diámetros son como 8 es á 5, parecen los mas brillantes, j el segundo, — 367 — el mas pequeño j el mas denso de todos, es ordinaria- mente mas luminoso que el cuarto , designado de ordi- nario como el menos resplandeciente. Hánse notado también en el brillo luminoso de esos satélites, variaciones acci- dentales atribuidas, ja á modificaciones de la superficie, ja á oscurecimientos en la atmósfera que los envuelve (15). Por lo demás, todos parecen reflejar una luz mas in- tensa que el planeta mismo. Cuando la Tierra está entre Júpiter j el Sol, j los satélites, moviéndose del Este al Oeste, parecen entrar en el borde oriental del planeta, nos ocultan poco á poco diferentes partes del disco planetario, j se destacan como puntos luminosos sobre ese fondo mas os- curo, pueden distinguirse á su paso, aun con medianos au- mentos. Son cada vez mas difíciles de apercibir á medida que se aproximan al centro del planeta. Pound, el amigo de Newton j de Eradle j, liabia deducido de esta observación ja antigua que el disco de Júpiter era menos brillante en los bordes que en el centro. Según Arago, esta aserción, renovada por Messier, está sujeta á objeciones que necesi- tan esperiencias nuevas j mas delicadas. Júpiter fué visto sin ninguno de sus satélites, por Molineux en el mes de noviembre de 1681, por G. Herschell el 23 de majo de 1802, j por Griesback el 27 de setiembre de 1843. Esta invisibilidad de los satélites debe entenderse únicamente en el sentido de que correspondian al disco de Júpiter, j no está en contradicción con el teorema de donde se ha de- ducido que los cuatro satélites no pueden ser eclipsados á la vez. SATURNO. La duración de la revolución sideral ó verdadera de Saturno es de 29 años, 166 dias, 23 horas 16^ 32'^ Su diámetro medio es de 11,507 miriámetros, es decir que — 368 — está con el de la Tierra en la relación de 9,022 á 1. La du- ración de la rotación, deducida de la observación de algunas manchas oscuras, que produce en la superficie el crecimien- to de las bandas, es de 10'^ 29' 17" (16). A esta veloci- dad corresponde un aplanamiento considerable. G. Hers- chell, evaluaba este aplanamiento en 1776, en Vio?4' Bessel , después de mas de tres años de observaciones en nada discrepaban ba encontrado para magnitud aparente del diámetro polar, á distancia media, 15'',381; para el diámetro ecuatorial 17^,053; queda asi para el aplana- miento Vio 5 2 i.^'^)' -^^ cuerpo del planeta presenta tam- bién bandas aunque menos fáciles de distinguir que las de Júpiter, si bien algo mas ancbas. La mas constante de todas es una faja parduzca, situada en el ecuador, j seguida de otras muchas cujas formas cambiantes indican un orí- gen atmosférico. Guillermo Herschell no ha encontrado siempre esas fajas paralelas al anillo que rodea al planeta, v no se estienden tampoco hasta los polos. Es de notar que las regiones polares están sometidas á cambios de brillo que dependen de las estaciones que se suceden sobre el planeta. En el invierno, el polo es siempre mas luminoso, fenómeno que recuerda las variaciones alternativas produ- cidas en las regiones nevadas de Marte, j que no habian pasado desapercibidas á la sagacidad de G. Herschell. Bien que deba atribuirse este crecimiento de intensidad á la for- mación temporal de hielos j nieves, ó á la acumulación de las nubes, siempre acredita efectos producidos sobre una atmósfera por variaciones de temperatura (18). Hemos dado ja como espresion de la masa de Saturno, la fracción Vs^oncJ ^^ volumen de este planeta es relati- vamente inmenso, puesto que su diámetro constituje los ^/,^ del diámetro de Júpiter, de donde se deduce que tiene una densidad mu j pequeña, que debe decrecer todavía hacia la superficie. Si la densidad fuera la misma por todas partes, — 369 — es decir, igual á 0j7() de la del agua, el aplanamiento seria aun mas considerable. El planeta está rodeado, en el plano de su ecuador, de dos anillos por lo menos, ambos muj delgados j suspen- des libremente, j tienen mas brillo que el planeta mismo; siendo el anillo esterior el mas luminoso de los dos (19). La división del anillo que Hujgens babia descubierto v seña- lado como única en 1655 (20), fué bien observada desde luego por Domingo Cassini en 1675, pero no descrita con exactitud sino por G. Herscbell , de 1789 á 179*2. Desde las observaciones de Scbort^ se ha probado muchas veces que el anillo esterior estaba dividido por líneas ligeras, pe- ro estas líneas no han sido nunca muj constantes. Bien recientemente, el 11 de noviembre de 1850_, Bond, usando en Cambridge, en los Estados-Unidos_, del gran anteojo de Merz, dotado de un objetivo de 14 pulgadas, descubrió en- tre el anillo llamado interior j el planeta, un tercer anillo mas oscuro; y casi simultáneamente, el 25 de noviembre del mismo año, Maidstone señalaba el mismo hecho en In- glaterra. Este tercer anillo está separado del segundo por una línea negra; ocupa un tercio del espacio que hasta el presente creíase libre entre el segundo anillo j el cuerpo del planeta, j á través del cual pretenden los astrónomos haber visto pequeñas estrellas. Las dimensiones del anillo múltiple de Saturno han sido determinadas por Bessel j por Struve. Según Struve, el diámetro esterior del anillo que envuelve á los otros aparece, á distancia media del planeta, bajo un ángulo de 40'', 09, correspondiente á 38,300 millas geográficas, j el diámetro interior, bajo un ángulo de 35", 29, que equivale á 33,700 millas; el diámetro esterior del segundo anillo es de 34",47; el diámetro interior de 26, "67. El intervalo que separa el segundo anillo de la superficie del planeta seria, según Struve, de 4", 34. La estension total de esos TOMO II!. 'i4 — 370 — dos anillos reunidos es de 3,700 millas g-eográficas, la dis- tancia del anillo á la superficie de Saturno de cerca de 5,000. El vacío que separa el primer anillo del segundo y que indica el trazo negro visto por Cassini, es solo de 390 millas. El espesor de esos anillos se cree que no pase de 20 millas; su masa es, según Bessel, ^/ns de la de Saturno. Ofrecen algunas desigualdades de superficie j algunas eminencias, por medio de las cuales se ha determinado, de una manera aproximada^ la duración de su rotación, abso- lutamente igual á la del planeta (21). Las irregularidades de su forma se manifiestan con la desaparición del anillo. una de cujas asas se hace por lo general invisible antes que la otra. Un fenómeno mu j notable es la posición escéntrica de Saturno, descubierta por Schwabe en Dessau, en setiem- bre de 1827. El globo del planeta no es concéntrico con el anillo, pero se inclina un poco hacia el Oeste. Esta obser- vación ha sido comprobada en parte, por medio de medidas micrométricas, por Harding, Struve (22), Juan Herschell j South. Pequeñas diferencias en el valor de la escen- tricidad , á continuación de una serie de observaciones hechas á la vez por Schwabe , Harding j Vico , dife- rencias que parecen periódicas, tienen quizá por causa una oscilación del centro de gravedad del anillo alrededor del punto central de Saturno. Es un hecho curioso que, desde fines del siglo XVII, un eclesiástico de Aviñon, lla- mado Gallet, ha tratado en vano de fijar la atención de los astrónomos acerca de la posición escéntrica de este plane- ta (23). Es difícil por la densidad de Saturno , igual apenas á los ^/,- de la del agua, j que decrece también hacia la superficie, representarse su estado molecular j su consti- tución material, ó solamente decidir si el cuerpo del pla- neta se halla en el estado fluido que es cuando las moléculas están menos adheridas entre sí, ó en el estado sólido, como — 371 — permiten creerlo las analogías citadas con frecuencia de la madera de pino, del corcho, de la piedra pómez, ó de un líquido solidificado, el hielo. Horner, astrónomo agregado á la espedicion de Krusenstern, opina que el anillo de Sa- turno es un cinturon de nuhes_, j pretende que las mon- tañas del planeta están formadas por masas de vapores j nieblas vesiculares (24). La astronomía hipotética tiene aquí campo libre, pero las especulaciones de astrónomos americanos , Bond j Peirce , acerca de las condicio- nes de estabilidad del anillo, tienea otro alcance (25). Partiendo de la observación j del análisis matemático es como los dos admiten á la vez la fluidez del anillo, asi co- mo las variaciones continuas en la forma j la divisibilidad del anillo esterior. Si este coujunto se conserva tal como es, esto depende, según Peirce, de la posición de los saté- lites: sin esta influencia conservadora el equilibrio no po- dria subsistir, á pesar de las desigualdades del anillo. SATÉLITES DE SATUENO. Los cinco satélites mas antiguos de Saturno fueron des- cubiertos entre los años 1655 j 1684, á saber: Titán, el 6." en el orden de las distancias, por Hujghens; Jafet, el mas esterior de todos, Rea, Tetjs j Dioné , por Cassini. A estos descubrimientos sucedió otro en 1789, debido á G. Herschell, que reveló la existencia de los dos satélites mas próximos al planeta Mimas, y Encelado; en fin, el séptimo satélite, el penúltimo en el orden de las distan- cias, Hiperion, fué descubierto casi simultáneamente por Bond en Cambridge, en los Estados-Unidos, v por Lassell en Liverpool , en setiembre de 1848. Hemos ja indi- cado (Cosmos, t. I, p. 84,) los volúmenes de esos satéli- tes j sus distancias relativas al planeta principal. Uno aquí el cuadro de sus revoluciones j de sus distancias medias — 372 — espresadas en fracciones del radio equatorial de Saturno, según las observaciones hechas por Juan Herschell en el cabo de Buena-Esperanza, desde 1835 á 1837 (26): 1 1 _1 3 4 S 6 7 8 SATÉLITES en el orden de sus distancias AL PLANETA. 1 ORDEN de su descu- brimiento. DURACIÓN de su REVOLUCIÓN. DISTANCIA MEDIA. Mimas 6 Od 22 h 37/ 22',9 3,3607 Encelado 7 1 8 53 6,7 4,3123 Tetis S 1 21 d8 23,7 3,3396 Dioné 4 2 17 41 8,9 6.8398 Rheá 3 4 12 23 10,8, 9,3328 Titán 1 lo 22 41 23 ,2 22,1430 Hyperion 8 22 ■ i 12 ? 28,0000? 65,3390 Jafet 2 79 7 33 40 ,4 Existe una relación sing-ular entre las revoluciones de los cuatro primeros satélites mas próximos á Saturno. La duración de la revolución del tercer satélite (Tetis) es doble de la del primero (Mimas); j la duración de la revolución del cuarto (Dioné) es doble de la del segundo (Encelado). Esos resultados están calculados casi á Vsoo ^^^ período mas largo. Debo la noticia de esta aproximación curiosa á una carta que me escribió Juan Herschell en el mes de no- viembre de 1845. Las distancias respectivas de las cuatro lunas de Júpiter presentan también una cierta regulari- dad: formando con bastante exactitud la serie 3, 6, 12. La distancia de la segunda á la primera, evaluada en diáme- — 373 — tros de Júpiter es de 3, 6; la de la tercera á la segunda, de 5, 7; la de la cuarta á la tercera de 11, 6. Fríes j Cha- llis fueron mas allá que Ticio, queriendo estender su lej á todos los sistemas de satélites, aun á los de Urano (27). UEAXO. La gran conquista de Guillermo Herschell, el descu- brimiento de Urano, no solamente ha aumentado el núme- ro de los seis planetas principales conocidos desde miles de años, j mas que doblado el diámetro del sistema solar, sino que también 65 años mas tarde favoreció el descubrimiento de Neptuno por las perturbaciones misteriosas á que Urano estaba sometido. Ocupado el 13 de Marzo de 1781 en ob- servar un pequeño grupo de estrellas situado en Géminis, Herschell reconoció la naturaleza planetaria de Urano por la pequenez de su disco, que aumentaba bajo amplificacio- nes de 460 j 932 veces, mucho mas que las estrellas pró- ximas. Familiarizado con todos los fenómenos ópticos, el gran astrónomo observó que bajo un fuerte aumento, la in- tensidad luminosa del nuevo astro disminuía de una ma- nera sensible, mientras que permanecía la misma en las estrellas fijas de igual brillo, es decir, comprendidas entre la 6.^ j 7.^ magnitud. Herschell, cuando anunció por primera vez la existen- cia de Urano, le presentó como un cometa (28); y solo los trabajos reunidos de Saron, de Lexell, de Laplace, j de Mechain^ facilitados por otra parte en gran modo por el descubrimiento que hizo Bode en 1784, de observaciones mas antiguas debidas á Tobías Majer (1756) j á Flams- teed (1690), fueron los que permitieron determinar con una rapidez singular la órbita elíptica j todos los elemen- tos planetarios de Urano. La distancia media de Urano al Sol, es, según Hansen, 19,18239, tomando por unidad la — 374 — distancia de la Tierra al Sol, ó 294,200,000 miriámetros; la inclinación de su órbita sobre la eclíptica es de 0'^46 ^28 " su revolución sideral se verifica en 84^5'U9'^4r 36"; su diámetro aparente, á distancia media de la Tierra, es de 3", 9. Su masa que babia sido evaluada, cuando empezaron á observarse los satélites, en V17918) ^^ ^^^g"^? según La- mont, mas que á ^/^^ gos? ^® donde resulta que su densidad está comprendida entre la de Júpiter j la de Saturno (29). Herscbell, cuando empleaba aumentos de 800 á 2,400 ve- ces, babia ja sospechado el aplanamiento de Urano. Seg*un las medidas de Mfedler, este aplanamiento parece caer en- tre VioJi J ^/g) (^>'^^)- En un principio ere jó ver Hers- cbell dos anillas alrededor del planeta, pero este eminente observador, acostumbrado á someter todas sus hipótesis á un examen rigoroso, reconoció que babia sido engañado por un efecto óptico. SATÉLITES DE UKAXO. «Urano, dice Herscbell hijo, está rodeado de cuatro j quizá cinco á seis satélites.» Esos satélites presentan una singularidad de la que basta abora no se tenia ejemplo en el sistema solar: la de que , mientras que todos los sa- télites de la Tierra , de Júpiter j de Saturno, se mueven como los planetas, de Oeste á Este, j que salvo algunos planetas telescópicos _, las órbitas de todos esos cuerpos es- tan poco inclinadas bácia la eclíptica, por el contrario, los satélites de Urano se mueven de Este á Oeste j sus órbitas , casi circulares , «forman con la eclíptica un án- gulo de 78° 58', es decir que son casi perpendiculares á ese plano. Para los satélites de Urano como para los de Saturno, debe distinguirse bien el orden con el cual se su- ceden, según que estén colocados con arreglo á su distan- cia del planeta, ó según la fecha de su descubrimiento. — 375 — Todos los satélites de Urano han sido descubiertos por Gui- llermo Herscbell: el 2." j el 4." en 1787, el 1.° j el 5.° en 1790, el 6.° v el 3." en 1794 (/;). En los 56 años que han pasado desde el descubrimiento del último satélite de Urano, el S° en el orden de las distancias, se ha dudado con frecuencia j sin razón, de que tuviera este planeta en realidad seis satélites distintos. Las observaciones de los últimos veinte años han probado sucesivamente que los descubrimientos del gran observador de Sloug-h son tan dignos de tenerse en consideración como los otros. Se han revisado hasta hoj el 1.°, el 2.'*, el 4.° j el 6." satélite de Urano. Quizá es preciso añadir también el 3." conforme á la observación de Lassel, del 6 de noviembre de 1848. Gra- cias á la g-ran abertura de su reflector v á la abundancia de luz que obtenia de esta manera Herschell padre_, dotado verdaderamente de una vista penetrante, juzgaba que un aumento de 157 veces bastaba con circunstancias atmosfé- ricas favorables; su hijo creé necesario en general, para llegar á ver discos tan pequeños que no son apenas sino simples puntos luminosos, emplear un poder amplificador de 300 veces. El 2.* j 4." satélite son los primeros que se revisaron, v los que fueron observados con mas frecuencia j cuidadosamente por Juan Herschell, desde 1828 á 1834, tanto en Europa como en el Cabo de Buena Esperanza; des- pués han sido observados por Lamonten Munich, j por Las- sel en Liverpool. Lassel, desde el 14 de setiembre al 9 de noviembre de 1847 j Otto Struve desde el 8 de octubre al 10 de diciembre del mismo año, encontraron también el primer satélite de Urano. El sexto y último fué hallado por Lamont el 1.^ de octubre de 1837. Parece que el 5.*^ no ha sido revisado ni el 3.*^ lo haja sido de una manera bas- tante satisfactoria (30). Esos detalles no dejan de ser im- (6) Véanse las observaciones complemenlarJas de este tomo. o 76 — portantes por su naturaleza á propósito para hacer descon- fiar de las pretendidas pruebas, á que se ha convenido en llamar negativas. NEPTUNO. El mérito de haber planteado j resuelto felizmente un problema inverso de perturbaciones, que consiste en calcu- lar, según las perturbaciones de un planeta, los elementos del cuerpo perturbador desconocido, j por una inspira- ción atrevida haber dado lugar á la primera observación de Neptuno, hecha por Gallé el 21 de Setiembre de 1846, ese mérito pertenece á las profundas combinaciones j al trabajo perseverante de Le Verrier (31). Es^ como dice Encke, el mas brillante de los descubrimientos planetarios, es la primera vez que investigaciones puramente teóricas han permitido predecir la existencia j señalar con el dedo el lugar de un astro nuevo. Es justo decir también que la investigación de ese cuerpo celeste coronado de éxito tan pronto, ha sido favorecido por la perfección de los mapas celestes de Bremiker, que posee la Academia de Berlin (3*2). Mientras que en los planetas esteriores la distancia de Saturno al Sol (9,53) es casi doble de la de Júpiter (5,20), j la de Urano (19,18) mas del doble de la de Saturno, son precisos 10 rajos de la órbita terrestre, es decir, ^/g de la distancia de Neptuno al Sol, (30,04) para que esta distan- cia sea doble de la de Urano. Así el límite conocido del sis- tema solar es de 460 millones de miriámetros del cuerpo central; es decir, que por el descubrimiento de Neptuno el límite impuesto á nuestros conocimientos respecto de los cuerpos planetarios, ha sido retrasado en 165 millones de miriámetros, mas de 10,8 veces la distancia de la Tierra al Sol. Será, pues^ siempre posible, á medida que se com- prueben las perturbaciones esperimentadas por el último — 377 — de los planetas conocidos, descubrir sucesivamente otras nuevas hasta las que por su distancia escapan al poder de nuestros telescopios (33). Según las determinaciones mas recientes, la revolución de Neptuno se efectúa en 60.126,7 dias, ó sea 164 años 226 dias, j su semi-eje major es de 30,036,28. La escen- tricidad de su órbita, la mas pequeña de todas después de la de Venus es de 0,00871946; su masa es de Vi45 4465 ^^ diámetro aparente, que según Encke v Galle es de 2", 70, se eleva, según Cliallis, á 3'', 07, lo que da una densidad de 0,230 relativamente á la de la Tierra; la densidad de Neptuno escede, por consiguiente,' á la de Urano, que es solo de 0,178 (34). Poco tiempo después del descubrimiento de Neptuno, Lassell j Ghallis crejeron que este planeta estaba rodeado de un anillo. Lassell Labia empleado un aumento de 567 veces; y babia tratado de determinar la inclinación de este anillo sobre la eclíptica, inclinación que se creia considera- ble; pero investigaciones posteriores han comprobado para Neptuno como para Urano, que el anillo era puramente imaginario. No puedo en esta obra sino mencionar rápidamente los trabajos de un geómetra muj distinguido, de J.-C. Adams, del colegio de San Juan en Cambridge, trabajos anteriores indudablemente á los de Le Verrier, pero que han quedado inéditos, faltándoles la consagración del éxito público. Los hechos históricos que se refieren á esta primera tentativa, así como el feliz descubrimiento de Le Verrier j de Galles han sido detallados con imparcialidad j según las fuentes mas seguras, en dos publicaciones, una del astrónomo real Airv, la otra de Bernardo de Lindenau (35). Esos esfuerzos intelectuales, dirigidos casi al mismo tiempo hacia igual objeto, atestiguan una emulación gloriosa j ofrecen tanto major interés, cuanto que prueban por la elección de los -~ 378 — elementos que la astronomía lia tomado^ el estado brillante- de la ciencia, que es la aplicación mas elevada de las ma- temáticas. SATÉLITES DE NEPTUXO. La existencia de un anillo alrededor de un planeta no se ha presentado masque una vez todavía. Esta rareza narece indicar que la formación de esas especies de cinturas flotan- tes obedecen al concurso de condiciones determinadas v di- fíciles de reunir. La presencia de satélites alrededor de los planetas esteriores, de Júpiter, de Saturno, de Urano, es por el contrario un hecho general sin escepcion. Lassell, desde principios del mes de Agosto de 1847 , reconoció con certeza el primer satélite de Neptuno, en su gran re- flector de 20 pies de foco j 24 pulgadas de abertura (36) descubrimiento que ha sido confirmado por Otto Struve en Poulkowa, desde el 11 de Setiembre al 20 de Diciembre de 1847 (37), j por Bond^ director del observatorio de Cambridge, en los Estados-Unidos, el. 16 de Setiembre de 1847 (38). Según las observaciones de Otto Struve, la revolución del satélite se verifica en 5^*, 21', 7", la incli- nación de su órbita sobre la eclíptica es de 34°, 7', su dis- tancia al centro del planeta de 40.000 miriámetros, su masa de ViíjüOg- ^^^^^ ^"^^^ después, el 14 de Agosto de 1850, Lassell descubrió un sesfundo satélite de Nen- tuno, por medio de un aumento de 628 veces (39); pero este último descubrimiento no se ha confirmado todavía, que JO sepa, por otros observadores. III. LOS COMETAS. Aunque sometidos á la influencia del cuerpo central, los cometas, que Xenócrates v Tlieon de Alejandría llaman nubes luminosas, jque, según las palabras de Apolonio el Mindio, fiel en esto á una antigua tradición caldea , se elevan periódicamente en los espacios celestes describiendo una órbita inmensa j regular, forman en el sistema solar un grupo de astros completamente independiente. Los come- tas, con efecto, no se distinguen únicamente de los plane- tas propiamente dicbos, por su inmensa escentricidad, sino que presentan cambios de forma, alteraciones en los con- tornos que á veces se verifican en algunas boras, como aconteció en 1744 con el cometa de Klinkenberg, tan bien descrito por Heinsio , j en 1835, cuando la segunda apa- rición del cometa de Hallej. Antes que nuestro sistema so- lar se hubiera enriquecido, gracias á los descubrimientos de Encke, con cometas de corto período ó cometas interiores, es decir_, envueltos en las órbitas planetarias, delirios en- gendrados por la idea de las relaciones que se creia que existían entre la distancia de los planetas al Sol, j su es- centricidad, su volumen j su ligereza específica babian llevado á la opinión de que mas allá de Saturno debian descubrirse planetas escéntricos de un volumen enorme, — 380 — «que formasen grados intermedios entre los planetas j los cometas; j que aun quizás el último planeta que corta la órbita de Saturno, que la precede inmediatamente, mere- ciese el nombre de cometa (40).» Esta idea del encadena- miento de las formas en la estructura del Universo, que recuerda la doctrina, frecuentemente mal aplicada, de la g-radacion de los seres en la naturaleza orgánica, era tam- bién la de Manuel Kant, uno de los mas grandes entendi- mientos del siglo XVIII. Urano, j después Neptuno, fue- ron vistos por Guillermo Herschell y por Galle ^ el primero 26 años, j el segundo 91 después que el filósofo de Koenigs- berg hubiese dedicado al gran Federico s\i Historia natural del Cielo; pero esos dos planeta, tienen una escentricidad menor que la de Saturno; bailándose esta representada por 0,056, la de Neptuno no es masque de 0,008, número que difiere poco del que espresa la escentricidad de Venus, tan próxima al Sol (0,006). Urano j Neptuno carecen, por otra parte, de las propiedades cometarias que se les su^ ponian. En una época reciente, después ,del año 1819, á los descubrimientos de Encke han seguido sucesivamente los de cinco cometas interiores. Parecen componer un grupo par- ticular, en el cual la major parte de los semi-ejes majores se parecen á los de los pequeños planetas; así que se ha pre- guntado si ese grupo de cometas interiores no compondria en su origen un solo cuerpo celeste, como imaginara Olbers respecto de los pequeños planetas; si este gran cometa no puede haberse dividido en muchos por la acción de Marte, como sucedió con el cometa interior de Biela, que en su última aparición en 1846, se separó en dos á la vista del observador, por decirlo así. Ciertas semejanzas entre los elementos de los pequeños planetas j los de los cometas, llevaron al profesor Stephen Alexander, del colegio de New-Jersej, á investigar la posibilidad de un origen común ._ 381 — á dichos asteroides y á los cometas, ó cuando menos á al- gunos de entre ellos (41). Según todas las últimas observa- ciones, no hay razón para apojarse en la analogía sacada de las atmósferas nebulosas de las asteroides. Si, por otra parte, las órbitas de esos pequeños planetas están conteni- das en planos diferentes , si la de Palas también ofrece el ejemplo de una estremada inclinación, ninguna de ellas, sin embargo, corta como los cometas, las órbitas de los otros grandes planetas. Esta condición esencial , cualquiera que sea la hipótesis que se adopte, sobre la dirección v la velo- cidad primitiva de esos cuerpos celestes, no permite apenas atribuirles un origen común, independientemente de la diferencia de constitución que distingue á los cometas inte- riores j á los pequeños planetas, completamente faltos de nebulosidad. También Laplace, en su teoría déla formación de los planetas por anillos de materia vaj)orosa circulando alredor del Sol, ere jó deber separar completamente los co- metas de los planetas : «En la hipótesis de las zonas de va- pores, dice, j de un núcleo acrecentándose por la conden- sación de la atmósfera que le rodea, los cometas son ágenos al sistema planetario (42).» Al trazar el Cuadro de la Naturaleza en el primer tomo del Cosmos (43), hemos hecho ja notar que los cometas son los cuerpos que con la menor cantidad de masa, ocupan major espacio en el dominio solar, j esceden en número á todos los demás planetas. Con efecto, el cálculo de las pro- babilidades^ fundado en lo que hasta el dia se sabe de la estension de sus órbitas, de sus distancias afelias ó perihe- lias, j del tiempo durante el cual pueden esos astros per- manecer invisibles, revela la existencia de muchos milla- res de cometas. Es preciso sin embargo esceptuar de esta comparación los aereolitos ó asteroides meteóricos. cuja na- turaleza ha permanecido hasta aquí envuelta en muchas ti- nieblas. Entre los cometas deben distinguirse , aquellos — 382 — cuja órbita se La calculado , j aquellos para quienes no existen mas que observaciones imperfectas, ó únicamente indicaciones recog-idas en las crónicas. Según la reciente relación de Galle, el número exacto de los cometas deter- minados, era en 1847, 178^ uniendo á estos, aquellos cuja existencia ha sido indicada solamente, se eleva el total lo menos á seis ó setecientos. Cuando el cometa de 1682 volvió á aparecer en 1759, como había anunciado Haliej, se juzgó como muj singular la aparición de tres cometas en el mismo año. Pero hoj^, tal es la actividad con (|ue es esplorada simultáneamente la bóveda celeste y so- bre tan diversos puntos del globo terrestre, que en cada uno de los años 1819, 1825 j 1840, se han visto j cal- culado cuatro; habiánse observado ja cinco en 1826, j este número se elevó hasta ocho , en 1846. Los últimos tiempos han sido mas ricos que el fin del siglo precedente en cometas perceptibles á simple vista ; sin embargo, los que tienen la cabeza j la cola brillantes son siempre un fenómeno raro j notable. No carece tampoco de interés el investigar cuantos cometas perceptible,,á sim- ple vista se han presentado en Europa durante los últimos siglos (44). La época mas fecunda ha sido el siglo XVI, que produjo 23. El siglo XVII cuenta 12, dos de los cua- les únicamente pertenecían á los cincuenta primeros años. En el siglo XVIII, no aparecieron mas que 8, mientras que en la primera mitad del XIX, se cuentan ja 9, entre los cuales, los mas bellos son los de 1807, 1811, 1819, 1835 j 1843. En los tiempos anteriores, trascurrian con frecuencia intervalos de 40 á 50 años, sin que se presentara €se espectáculo, una sola vez. Es posible por lo demás que en los años que parecen pobres en cometas, baja habido muchos grandes cometas de larga escursion, cu jo perihelio está situado mas allá de las órbitas de Júpiter j de Saturno. En cuanto á los cometas telescópicos^ descúbrense por tér- — 383 ■^- mino medio 2 ó 3 en cada año. En el de 1840, en tres me- ses consecutivos^ Galle señaló tres nuevos cometas; Messier halló 12; desde 1764 á 1798, Pons descubrió 27, en el in- tervalo de 1801 á 1807. Asi parece comprobarse la compa- ración de Keplero: lU jnsces in Océano. La enumeración exacta de los cometas observados en China , que Eduardo Biot ha sacado de la Colección de Ma-tuan-lin, no tiene menor importancia. Esta lista es anterior á la escuela Jónica de Tales, y al reinado de Aljattes de Ljdia. Dividida en dos secciones comprende en la primera, la posición de todos los cometas, desde el año 613 antes de Jesucristo hasta el año 1222 de la era cristiana, j, en la segunda, los cometas que aparecieron desde 1222 hasta 1644, periodo ocupado por la dinastía de los Ming. Eepito aquí como ja he hecho observar en el primer tomo del Cosmos {^p. 362, nota 42), que, para los co- metas comprendidos entre la mitad del siglo 111 y fines del IV, los cálculos descansan únicamente en las noticias de los Chinos, j que el cometa de 1456, una de las apari- ciones del de Halle j, es el primero cujos elementos fueron determinados según las únicas observaciones europeas. A esas observaciones, debidas á Regiomontano siguieron otras muj exactas que hizo Apiano en Ingolstad , en el mes de agosto de 1531, cuando una délas reaparicio- nes del cometa de^Hallej. En el intervalo, en el mes de majo de 1500, se coloca un cometa de gran brillo, el grande Asta, que el pueblo de Italia llamaba Sígnor Astone, j cujo recuerdo va unido á viajes, de descubrimientos en África j en el Brasil (45). Guiado por la semejanza de los elementos, Laugier ha encontrado de nuevo en las indi- caciones chinas una séptima aparición del cometa de Ha- llej, que tuvo lugar en 1378 (46); asi como el tercer co- meta de 1840, descubierto por Galle el 6 de marzo (47), parecía idéntico al de 1097. Los Mejicanos tenian también 38 la costumbre de referir en sus anales^, los acontecimientos- considerables á los cometas j á otros fenómenos celestes Cosa estraña, en el catálogo chino en que está referida al mes de diciembre , es donde be podido reconocer el cometa de 1490, cuya indicación bé bailado en el manuscrito me- jicano de Le Tellier , j cu vo dibujo be unido á mis Monu- mentos de ¡osjniehlos mcligenas de América [48) . Los Mejica- nos babian registrado este cometa 28 años antes del primer desembarco de Cortés en las costas de Veracruz (Cbalcbiub- cuecan). fíe tratado detalladamente en el primer tomo del Cos- mos (pág. 88 j 96) según la autoridad de Heinsio (1744), de Bessel, de Struve j de G. Herscbell, todo lo que cor- responde á la forma de los cometas, á sus variaciones de brillo, de color j de figura, á los efluvios de su cabeza que se encorvan bácia atrás para formar la cola (49). El magní- fico^ cometa de 1843 (50) que Bowring pudo ver, semejante á una pequeña nube blanca en Cbibuab.ua, desde las nueve de la mañana basta la postura del Sol, j que fue observado en pleno medio dia en Parma, por Amici, á 1° 23' al Este del Sol (51), no es el único que se ba visto en esas cir- cunstancias; todavía mas recientemente^ el primer cometa de 1847^ descubierto por Hind cerca de la Cabra, fué igualmente visible en Londres, cerca del Sol, en el mo- mento mismo de su peribelio. A fin de aclarar lo que bemos dicho antes de la observa- ción hecha por los astrónomos chinos , con motivo del co- meta que apareció en el mes de marzo de 837, bajo la di- nastía Thang, inserto aquí la traducción de un pasaje to- mado de Ma-tuan-lin, en el cual está espresada la lev que regula la dirección de la cola de los cometas: «En general, para un cometa colocado al Este del Sol, la cola, á partir del núcleo, se dirige hacia el Este ; si por el contrario, el cometa aparece al Oeste del Sol, la cola se dirige bácia el — 385 — Oeste» (52). Fracastor j Apiano dicen con mas precisión v exactitud : «Que una línea dirigida según el eje de la cola, j prolongada mas allá de la cabeza va á pasar por el centro del Sol.» Las palabras de Séneca: «Las colas de los cometas hu- yen delante de los rajos del Sol» ^Cuestiones naturales, lib. VII, cap. 20) son igualmente características. Entre los planetas j los cometas conocidos actualmente, los tiempos de las revoluciones siderales que dependen del semi-eje major, ofrecen las siguientes relaciones : para los planetas, las re- voluciones mas cortas están con las mas largas en la rela- ción de 1 á 683 ; j entre los cometas, en la de 1 á 2670. Hánse comparado, para establecer este cálculo, de una parte, Mercurio que efectúa su revolución en 87 dias ^Vioo> ^^"^ Neptuno que verifica la su ja en 60 126 dias Vio? ^® otra, el cometa de Encke cujo periodo es de 3 años ^/lo? con el de 1680, observado por Godofredo Kircn en Coburgo, por Halle j j por Newton, j que no tarda menos de 8814 años en describir su elipse. He indicado ja, según una escelen- te Memoria de Encke [Cosmos, t. I, p. 99 j 100, j t. III, página 329), la distancia entre la estrella fija mas próxima á nosotros, a del Centauro, j el afelio del cometa de 1680. He marcado la lentitud con que este cometa se mueve en la porción límite de su órbita, recorriendo apenas 3 metros por segundo ; he recordado la distancia igual apenas a 6 veces la distancia de la Luna, en la cual el cometa de Le- xell se aproximó á la Tierra en 1770, j la distancia menos considerable aun en que se encontraron relativamente al Sol, el cometa de 1680 j sobre todo el de 1843. Según los elementos del segundo cometa de 1819, cu jo enorme vo- lumen apareció súbitamente en Europa desprendiéndose de los rajos del Sol, se dedujo que pasó el 26 de junio delan- te del disco solar (53) ; desgraciadamente fué desaperci- bido. Lo mismo debió suceder con el cometa de 1823, que, además de la cola ordinaria opuesta al Sol, presentaba otra , TO.MO III. 25 -^ 386 — dirigida hacia este astro. Si las colas de los dos cometas eran largas, debieron mezclar á nuestra atmósfera algunas por- ciones de su sustancia nebulosa , como ha tenido lug-ar cier- tamente en mas de una vez. Háse preguntado también si las singulares nieblas de 1783 j de 1831 , que cubrían una gran parte del continente europeo, no eran consecuencia de un accidente semejante (54). Mientras que, de un lado, se compara la cantidad de ca- lor recibida por los cometas de 1680 j de 1843^, en su peri- helio, á la temperatura focal de un espejo ardiente de 32 pulgadas (5o), un astrónomo eminente^ al cual me liga antigua amistad (56), Lindenau, pretende que, en razón á su escesiva ligereza específica, todos los cometas sin núcleo sólido no reciban calor alguno del Sol j se sostengan á la temperatura de los espacios circundantes (57). Si se consi- deran las numerosas j sorprendentes analogías de los fe- nómenos que presentan, según Melloni j Forbes,las fuen- tes oscuras ó brillantes del calor, parece difícil, teniendo en cuenta el estado actual de nuestros conocimientos físicos j el lazo que los une entre sí , no admitir la presencia en el Sol de causas que produzcan simultáneamente, por las vi- braciones del éter, es decir, por ondulaciones de longitu- des diferentes, la irradiación de la luz j la del calórico. Du- rante mucho tiempo se ha hablado en los escritos astronó- micos de un pretendido eclipse de Luna por un cometa, en 1454. El primer traductor del bizantino Jorge Phranza, el jesuíta Pontano, crejó encontrar esta indicación en un manuscrito, en Munich. Este paso de un cometa por entre la Luna j la Tierra es tan poco verídico como el del co- meta de 1770 , del cual salia garante Lichtenberg. La pri- mera publicación completa de la Crónica de Phran.za tuvo lugar en Viena en 1796: en ella se lee testualmente : Que el año 6962 del mundo , durante un eclipse de Luna , apa- reció V se aproximó al disco lunar , un cometa semejante — 387 — á una nube ligera , j que describía una órbita á modo de los cuerpos celestes. La fecha indicada, que corresponde al año 1450 de nuestra era, es inexacta, puesto que Phran- za dice positivamente que el fenómeno es posterior á la toma de Constantinopla , que tuvo lugar el 19 de Majo de 1453; j con efecto, bubo un eclipse de Luna el 12 de Majo de 1454. Puede verse, respecto de esto, á Jacobs en la Correspondencia mensual de Zach , t. XXIII, 1811, p. 196-222. Le Verrier ha estudiado con detenimiento las relaciones de distancia que pueden existir entre los satélites de Júpiter j el cometa de Lexell, j las perturbaciones que este notable cometa ha esperimentado por su influencia, sin obrar de nuevo en la duración de su revolución. Cuando Messier lo descubrió el 14 de Junio de 1770 , lo tomó por una pe- queña nebulosidad en el Sagitario; j ocho dias después, el núcleo brillaba ja como una estrella de segunda mag-ni- tud. Antes que el cometa llegara al perihelio, no se veia yestigio alguno de la cola; cuando habia pasado de este punto, se le desarrollaba, j apenas si tenia un grado de longitud. Lexell reconoció que este cometa describía una órbita elíptica j efectuaba su revolución en 5 años ''^ Viooo? lo que fué confirmado por Burckardt, en una escelente Memoria publicada en 1806. Según Clausen, el cometa de Lexell se acercó á la Tierra el 1 .° de julio de 1770, á una distancia de 363 radios terrestres, es decir,, de 231^000 miriámetros, ó 6 veces la distancia de la Tierra á la Luna. La razón por que no se vio este cometa^ ni antes, en el mes de marzo de 1776, ni después, en el mes de octubre de 1781, fué establecida por medio del análisis, por Laplace, en el tomo IV de \2ü Mecánica celeste. Conforme alas hipótesis de Lexell, Laplace ha demostrado que ese hecho era debido á influencias perturbadoras que se ejercieron á la aproxima- ción del cometa, en 1767 j en 1779, á las porciones del — 388 — • espacio ocupadas por el sistema de Júpiter. Le Verrier ha hallado que , según una hipótesis acerca de la órbita del cometa de Lexell, este cometa habia debido atravesar en 1779 las órbitas de los satélites de Júpiter, j que, se- gún otra hipótesis, debió permanecer apartado á gran dis- tancia de la órbita del cuarto satélite (58). Es estremadamente difícil determinar el estado mole- cular de las diferentes partes de un cometa, de la cabeza ó delnúcleo, que tan rara vez tienen contornos fijos, como tampoco de la cola. Esto depende de que el núcleo mismo no ocasiona refracción alguna de los rajos luminosos, jde que, según el importante descubrimiento de Arago (^Cosmos y t. I, p. 94 j 364, nota 51), existe en la luz de los come- tas una porción de luz va polarizada, es decir, de luz solar reflejada. Aunque las menores estrellas permanecen visi- bles sin disminución de brillo, á través de las emanaciones brumosas que forman la cola de los cometas v casi á través del centro del núcleo ó cuando menos muv cerca del cen- tro, como ja lo decia Séneca: (per cometem non aliter quam per nubem ulteriora cernuntur. QncBst. Natur.y li- bro VII_, cap. 18), sin embargo, Arago ha demostrado en esperiencias que jo presencié , que esas envueltas ne- bulosas, á pesar de su rareza, son susceptibles de reflejar una luz estraña (59)^ de suerte que los cometas tienen solo <^ »0 o cr: 2 '-'^ n '3 o i:^' «s* C5 íM — 2^ — ^2 r. '^- <^ "^ ^ -^ ^ C?, ©, ^^ g g Jg J^ t^ >. __. ^ ^ o ^ ^ ^ ¿ o , -^ ^ 1 ^ , ^. ^ ?^ ^ ^ S ^ § § . 5 1 l-^ ■< > '« 1 "* T— ^ <í:> ;¿ "^ íí5 í-'í c^ r>\ iTi (^ t^ "^ r- S 3 «o ^ o :.;5 or ^ lc «^ =^ c .• .^ <~5 o lO ce ^ ^ fl EÍ3 ^ -] i ^~ *-< ^ 2 ~ t- CJ — —' v-. 5 tí tí Ph ^ o _ s -c C =: ^ tí es I^ o 'S -5 o « -2 .5 -2 o « «, o ¿3 ^^^c^cowtóPí-^ — 394 — Resulta del cálculo que precede que apenas han tras- currido 32 años entre el momento en que el cometa de Encke fue reconocido como interior, j aquel en que se descubrió el cometa igualmente interior de d'Ar- rest (70). Yvon Villarceau ha dado también en \2i'^ Noticias astronómicas de Schumacher, los elementos elípticos del cometa de d'Arrest. Juntamente con Valz, ha presentado algunas hipótesis acerca de la identidad de este cometa con el de 1678 observado por La Hire j calculado por Dou^Yes. Otros dos cometas el 3.*' de 1819, descubierto por Pons j calculado por Encke, y el 4.° del mismo año, descubierto por Blanpain é idéntico , según Clausen , con el primero de 1743, parece que verifican también su revolución en cinco ó seis años; pero esos dos astros no pueden citarse to- davía al lado de aquellos cuyos elementos, gracias á obser- vaciones repetidas y precisas , han sido calculados con mas certeza j perfección. La inclinación de las órbitas de los cometas interiores sobre la eclíptica es por lo general pequeña, j compreur dida entro 3° j 13° ; la del cometa de Brorsen es la única considerable j no pasa de 31°. Todos los cometas interiores descubiertos hasta hoj tienen , como todos los planetas y los satélites de nuestro sistema solar, un movimiento di- recto de Oeste á Este. Juan Herschell ha llamado la aten- ción sobre el fenómeno muj particular de una marcha re- tróofrada entre los cometas débilmente inclinados sobre la eclíptica (71). Este movimiento inverso, que solo se en- cuentra en una clase especial de cuerpos planetarios , es de una gran importancia, por lo que puede esclarecer la opi- nión dominante acerca del orío-en de los miembros de un sistema, sobre la fuerza j sobre la dirección del primer impulso. Esto nos hace ver que el mundo de los cometas, aunque las inmensas distancias que los separan no pueden sustraerle ala influencia del cuerpo central, tiene, sin em- _- 395 — bargo, su individualidad propia, j goza de una inde- pendencia relativa. Esta consideración ha llevado á la hipótesis de que los cometas son los mas antiguos de todos los cuerpos planetarios , j que forman , por decirlo así, el tipo original de la materia difusa que llena los es- cios celestes (72). Pregúntase subsidiariamente si á pesar del inmenso intervalo que separa aun á la estrella mas próxima, cu jo paralaje conocemos, j el afelio del cometa de 1680, algunos de los astros cometarios que aparecen en el firmamento no atravesarían nuestro sistema de una ma- nera fugaz, viajando de sol en sol. A continuación del grupo de los cometas coloco, como íntimamente ligada al sistema solar, la luz zodiacal^ j llego en último término á esos enjambres de asteroides meteorices que caen de tiempo en tiempo sobre la superficie de nuestro globo, j de cuja existencia, como cuerpos celestes, dudan algunos astrónomos. Siguiendo el ejemplo de Chladni, d'Olbers, de Laplace, de Arago, de Juan Herschell y de Bessel, tengo positivamente á los aereolitos por cuerpos estraños á la Tierra j de origen cósmico , asi .es que bien puedo, al final de un capítulo, consagrado á los astros^ es- presar la confianza que abrigo de que la opinión contraria desaparecerá un dia, merced á observaciones mas precisas sobre los aereolitos , los bólidos v las estrellas errantes, cómo ha desaparecido, desde hace mucho, la opinión uni- versal que hasta el siglo XVI atribula á los cometas un origen meteórico. Ya, sin embargo, eran estos astros para la corporación de sacerdotes Caldeos de Babilonia, para una gran parte de la escuela pitagórica, j para Apolonio el Mindio, cuerpos celestes que aparecían en épocas deter- minadas, describiendo órbitas estraordiuarias ; por el con- trario, la gran escuela antipitagórica de Aristóteles, j Epi- genes, con quien en este punto esta conforme Séneca_, no en los velan cometas sino fenómenos meteorológicos que no — 396 — lleg-aban ánuestra atmósfera (73). Felizmente esas fluc- tuaciones délos espíritus entre hipótesis opuestas que traen espacios infinitos á nuestra atmosfera terrestre deben con el tiempo llegar á la verdadera interpretación de los fenó- menos naturales. IV. LUZ ZODIACAL. En dos siglos j medio, j á grandes intervalos, liase reconocido la existencia, el lugar j la configuración de mu- chos mundos distintos, que se han añadido sucesivamente á la riqueza de nuestro sistema solar. Primeramente fijóse la atención en los sistemas subordinados, análogos al siste- ma principal, en los cuales cuerpos celestes de menores dimensiones circulan alrededor de cuerpos mas estensos. Hánse observado en seguida los anillos escéntricos que ro- dean un planeta esterior, de los menos densos entre to- dos los planetas j el mas abundantemente provisto de sa- télites; háse comprobado después la existencia de la luz zodiacal, resplandor dulce, aunque fácilmente perceptible á simple vista , que se destaca en forma de pirámide j ha sido referida á la causa material que verdaderamente la produce. Mas adelante se han separado las órbitas entrela- zadas de los pequeños planetas ó asteroides, encerradas en- tre los límites de dos grandes planetas, j situadas fuera de la zona zodiacal. Por último, se ha estudiado el maravilloso grupo de los cometas interiores, cu jo afelio queda delante del afelio de Saturno, de Urano ó de Neptuno. En una des- cripción de los espacios celestes, es necesario hacer resaltar — 398 — Lien la diversidad de los mundos de que se compone el sis- tema solar, diversidad que, por otra parte, no escluje en modo alguno la comunidad de origen ni la dependencia permanente de las fuerzas motrices. Cualesquiera que sean las dudas que'subsistan aun so- bre la causa material de la luz zodiacal, parece, partiendo del lieclio matemáticamente demostrado, a saber, que la at- mósfera solar no puede esceder de los ^/¿^ de la distancia de Mercurio al Sol, parece, vuelvo á repetir, que en el es- tado actual, j por desgracia muj incompleto de nuestros conocimientos, la opinión mas satisfactoria debe ser la que va autorizada con los nombres de Laplace, de Scbubert, de Arago j de Biot, según la cual la luz zodiacal irradia de un anillo nebuloso aplastado j que gira libremente en el espacio comprendido entre las órbitas de Venus j de Marte. El límite estremo de la atmósfera, respecto del Sol, como para los planetas , centros de sistemas subordinados, no puede estenderse mas allá del punto donde la atracción del cuerpo central está en exacto equilibrio con la fuerza centrífuga. Las porciones de atmósfera que ban escedido de este límite , han debido escaparse por la tangente j dado motivo, al aglomerarse, á planetas j satélites, ó si no se han condensado en globos esféricos, continúan su marcha bajo la forma de anillos vaporosos ó sólidos. Según estas opinio- nes, la luz zodiacal entra en la categoría de los cuerpos planetarios v debe someterse á las lejes generales de su formación , Los progresos hechos en la senda de la observación por esta parte abandonada de nuestros conocimientos astronó- micos, se reducen atan poco, que no puedo añadir apenas á lo que llevo dicho, sirviéndome de mi propia esperiencia j de la esperiencia de los demás, en el cuadro de la Natu- raleza colocado al frente de esta obra. Veintidós años antes del nacimiento de Domingo Cassini, al cual pertenece la gloria de — 399 — haber descubierto el primero la luz zodiacal, según creen- cia común, el capellán de Enrique Somerset, Childrej, en su Brliannla Bacónica, publicada en 1661, habia lla- mado la atención de los astrónomos acerca de la luz zodia- cal como un fenómeno no descrito todavía j del cual fué testig-o durante muchos años, en el mes de Febrero j principios de Marzo. Debo también en justicia mencio- nar una carta de Rothmann á Ticho, indicada por 01- bers, de donde resulta que hacia fines del siglo XVI, tenia vista Ticho la luz zodiacal, j la tomaba por la apa- rición anómala de una aurora boreal en la primavera. La intensidad luminosa mucho major que ese fenómeno pre- senta en España, en las costas de Valencia como en las llanuras de Castilla la Nueva, me decidió á observarla con asiduidad antes de abandonar á Europa. El brillo de esta luz, que bien pudiera llamar iluminación, aumentaba aun mas de una manera sorprendente, á medida que me apro- ximaba al Ecuador, en el continente americano ó en el mar del Sud. A través de la atmósfera siempre seca j traspa- rente de Cumana, en las llanuras herbóreas ó Llanos de Ca- racas , sobre las mesetas de Quito j en los lag-os de Mé- jico, particularmente á alturas de ocho á doce mil pies, donde podia jo permanecer mucho mas tiempo, vi la luz zodiacal esceder en brillo muchas veces á las mas hermosas partes de la Via láctea, comprendidas entre la proa de la Nave j el Sagitario, ó para citar regiones del Cielo visibles en nuestro hemisferio, entre el Águila j el Cisne. Sin embargo_, en general el brillo de la luz zodiacal no aumenta en mi concepto sensiblemente con la altura del lugar desde donde se observa; pero depende especialmente de los cambios á que el fenómeno mismo está sometido, j de su major ó menor intensidad luminosa: esto es por lo menos lo que me autorizan á creer las observaciones que he hecho en el mar del Sud, en las cuales noté un re- -^ 400 — flejo semejante al que produce la postura del Sol. He cuidado de decir esjjecialmenie, porque no niego de una manera absoluta que el estado de las altas capas de la at- mósfera, su major ó menor diafaneidad, lia jan podido también ejercer alguna influencia, aun cuando en las ca- pas inferiores no acusaran mis instrumentos variación bi- grométrica alguna, ó los cambios indicados pareciese como que debian producir otro efecto. En las regiones tropicales es sobre todo donde los fenómenos meteorológicos manifies- tan en sus variaciones, la major uniformidad j regulari- dad que puede esperarse de los momentos luminosos de la luz zodiacal en la Naturaleza. La aparición es allí perpe- tua, j comparando cuidadosamente las observaciones be- cbas á difentes alturas j en circunstancias locales diferen- tes, puede esperarse que merced al cálculo de las probabili- dades se distinga lo que pertenece á la naturaleza misma de ese fenómeno luminoso, j lo que debe referise á in- fluencias meteorológicas. Háse repetido con frecuencia que en Europa, durante mucbos años consecutivos, no se tenia vista señal alguna de luz zodiacal, ó que este fenómeno se babia limitado á una muj débil apariencia. ¿Observábase una disminución proporcional al mismo tiempo bajo la zona equinoccial? Para entregarse con éxito á investigación semejante , no basta considerar únicamente la configuración de la región luminosa, ja según medidas directas, ja arreglándose á la distancia de los fenómenos á las estrellas conocidas; sino que debe tenerse también en cuenta la intensidad de la luz, su uniformidad ó su intermitencia cuando palidece V se reanima á veces alternativamente , j los resultados del polaríscopo. Ya Arago, en 1836 (t. IX de las Oirás. p. 39), ba marcado el siguiente resultado probable de las observaciones comparadas de Domingo Cassini : «Que la suposición de las intermitencias de la diafaneidad atmosfé- — 401 — rica no seria suficiente para esplicar las variaciones seña- ladas por este astrónomo.» Inmediatamente después de las primeras observaciones hechas en Paris por Domingo Cassini j por su amig-o Fatio de Duillier, los padres Nüel, de Béze j Duhalde , franceses que viajaban por las Indias, se dirigieron hacia el mismo objeto; pero Relaciones aisladas, en las cuales se dan por satisfechos sus autores con describir el placer que les ha causado ese espectáculo nuevo, no pueden servir de funda- mento á una discusión profunda de las causas que produ- cen las variaciones de la luz zodiacal. Como lo han acredi- tado después los esfuerzos del laborioso Horner, no son las escursiones rápidas, j lo que ha dado en llamarse viajes de circunnavegación lo que puede llevar realmente á objeto semejante. (Véase la Corresjjonclencia mensual de Zach, t. XV, p. 337-340.) Solo después de una estancia de muchos años en alguna región tropical, ha sido posible llegar á resolver el problema de las variaciones que esperi- menta la configuración j la intensidad de la luz zodiacal. Para el objeto que nos ocupa en este momento, j en gene- ral para toda la Meteorología, es preciso dar treguas á nues- tras esperanzas hasta el instante en que la cultura científica se ha ja estendido definitivamente por la zona equinoccial de la América española, por esas regiones donde entre 10,700 j 12,500 pies sobre el nivel del mar existen grandes j populosas ciudades, como Cuzco, la Paz j Potosí. Los resultados numéricos á que ha llegado Houzeau_, resul- tados que descansan , es cierto, en un ^pequeño número de observaciones, son para hacer creer que el eje major de la luz zodiacal no coincide con el plano del ecuador solar, de igual manera que la masa vaporosa del anillo, cu jo estado molecular ignoramos, no atraviesa la órbita terrestre « (Véanse las Noticias astronómicas de Schumacher_, nú- mero 492.) TOMO I ir. 2í ESTRELLAS ERRANTES, BÓEIDOS Y PIEDRAS METEÓRICAS. A partir del año de 1845 en que apareció en el primer tomo del Cosmos un cuadro general de los fenómenos ce- lestes, los resultados de la observación, en lo que concierne á la caida de los aereolitos j las lluvias periódicas de es- trellas errantes, designadas en alemán bajo el nombre es- presivo en demasía de Sternscbnuppen, desjMhiladuras de estrellas, se aumentaron j rectificaron considerablemente. Muchos heclios se ban sometido á una crítica mas dete- nida j severa. Para hacer major luz respecto de este fenó- meno misterioso, base creido deber estudiar la lej de con- vergencia_, es decir, determinar los puntos de donde parten las estrellas errantes, en las épocas en que reaparecen con abundancia inusitada. Observaciones recientes, cujos re- sultados han adquirido alto grado de verosimilitud, au- mentan también el número de esas épocas, entre las que solo se hablan señalado hasta aquí el mes de agosto j el mes de noviembre. Los laudables esfuerzos de Brandes, de Benzenberg, de Olbers j de Bessel , mas adelante los de Erman, Boguslawski, Quételet, Feldt, Saigej, Eduardo Heis j Julio Schmidt, introdujeron el uso de medidas correspondientes mas exactas, j al mismo tiempo el senti- miento mas general del rigor matemático ha prevenido el — 403 — peligro de acomodar observaciones dudosas á teoremas pre- concebidos. Los progresos en el estudio de los meteoros ígneos se- rán tanto mas rápidos, cuanto mejor se los preserve de toda determinación anticipada, cuanto mas cuidadosamen- te se separen los hechos de las hipótesis, j cuando se sujete á prueba cada fenómeno, sin rechazar por esto como falsas ó dudosas, las cosas cuja esplicacion no se conozca todavía. Sobre todo, me parece muj importante el no confundir con las relaciones físicas las relaciones numéricas j geométri- cas, mas fáciles de comprobar generalmente: tales son, la altura, la velocidad, la unidad ó pluralidad de los puntos de partida bien fijados, el número medio, en un tiempo dado, meteoros aislados ó periódicos, j por último la mag- nitud j la forma de las apariciones, según las estaciones ó las horas de la noche en que se produzcan. Por otra parte, con el tiempo, el estudio de esas dos clases de circunstan- cias ó de relaciones físicas j geométricas debe necesaria- mente conducir al mismo objeto; á consideraciones verda- deras acerca de la generación j naturaleza de esos fenó- menos. Hé hecho ja ver en otra parte que no estamos en comunicación con los espacios celestes j los cuerpos que los ocupan solo por rajos luminosos j caloríficos, j por las atracciones misteriosas que las masas lejanas ejercen en razón de su masa sobre nuestro globo, sobre nuestros ma- res, j sobre la Atmósfera que nos envuelve; los rajos lu- minosos que partiendo de las estrellas telescópicas mas pe- queñas de que se compone una nebulosa reductible, vienen á herir nuestra vista, son como lo prueba matemáticamente la noción exacta de la velocidad j de la aberración de la materia, el testimonio mas antiguo de la existencia de la luz (74). Una impresión luminosa salida de las profundi- dades de la bóveda celeste, nos lleva de nuevo , por una — 404 — simple asociación de ideas á las profundidades del pasa- do á muchos miles de siglos. Las mismas impresiones, producidas por las lluvias de estrellas errantes, por los bó- lides de donde son arrojados los aereolitos, j por los demás meteoros ígneos, son de una naturaleza muj diferente. Si es verdad que los aereolitos que caen sobre la superficie de la Tierra no empiezan á inflamarse hasta que llegan á la at- mósfera terrestre, no por ello dejan de ser para nosotros las únicas ocasiones de un contacto material con cuerpos es- traños á nuestro planeta. Cánsanos asombro el poder tocar, pesar, descomponer químicamente esas masas de tierra j de metales que llegan á nosotros de los espacios celestes v pertenecen á un mundo diferente del nuestro, j de encon- trar minerales nativos que hacen muj verosímil la suposi- ción de Newton , de que las sustancias pertenecientes al mismo grupo de cuerpos celestes, es decir, al mismo siste- mo planetario son en gran parte idénticas (75) . Debemos á la diligencia de los Chinos, que no han de- jado pasar fenómeno alguno sin registrarlo, el conocimien- to de los aereolitos mas antiguos cuja fecha naja sido de- terminada con precisión. Sus antecedentes respecto de esto se remontan hasta el año 644 antes de nuestra era^ es de- cir hasta el tiempo de Tirteo j de la segunda guerra de Mesenia. La inmensa masa meteórica que cajó en Tracia, cerca de vEgos-Potamos, en el sitio que habia de hacerse célebre una tarde con la victoria de Lissandro_, es posterior en 176 años. Eduardo Biot ha hallado en la colección de Ma-tuan-lin, que contiene pasajes tomados de la sección astronómica de los anales mas antiguos del Imperio, 16 cai- das de aereolitos en el intervalo comprendido entre media- dos del siglo VII antes de J. C. j el año 333 de la era cris- tiana, mientras que los escritores griegos j romanos no citan en el mismo espacio de tiempo sino 4 fenómenos del mismo género. — 405 — Es notable que la escuela jónica, en armonía con el sentimiento de los modernos, ha ja admitido ya el origen cósmico de las piedras meteóricas. La emoción que el im- ponente fenómeno de ^íígos-Potamos produjo en todas las poblaciones helénicas, debió ejercer sobre la dirección j desarrollo de la física jónica, una influencia decisiva, que no ha sido bastante apreciada (76). Anaxágoras de Clazo- meno podia tener 32 años cuando ocurrió este aconteci- miento. Su opinión es que las estrellas son fragmentos de rocas separadas de la Tierra por la fuerza del movimien- to giratorio, j que el Cielo está formado enteramente de piedras. (Véase Plutarco, Opiniones de ¡os Filósofos^ lib.III, c. 13, j Platón, Leyes, lib.. XII, p. 967.) Esos cuerpos pé- treos, se vuelven incandescentes por el éter ambiente que es de naturaleza ígnea, j hacen irradiar la luz que les co- munica este éter. Anaxágoras dice además, con relación á Teofrasto, que debajo de la Luna, entre este cuerpo j la Tierra, se mueven otros cuerpos oscuros capaces de produ- cir eclipses de Luna. (Véase Stobee, Églogas físicas^ lib. I, p. 560; Diógenes Laercio, lib. II, cap. 12: Orígenes^ PJiilo- sopJmmena^ c. 8.) Diógenes de Apolonia, que sin ser discí- pulo de Anaximenes, pertenece probablemente á una época intermedia entre Anaxágoras j Demócrito, espresa mas cla- ramente aun su idea acerca de la estructura del Mundo, v parece haber recibido una impresión mas viva del aconte- miento natural que ocurrió en Tracia, en la Olimpiada XX VIH (77). Seg-un él, como he dicho en otra parte [^Cos- mos ^ 1. 1, p. 120), con las estrellas visibles se mueven tam- bién masas de estrellas invisibles, á las cuales no ha sido posible por consiguiente dar nombre alguno. Esas estrellas caen también á veces sobre la Tierra j se apagan, como aconteció con la estrella de piedra que cajó cerca de ^gos- Potamos (Stobee, Églogas físicas^ lib. I, p. 508) (78). La opinión de algunos filósofos naturalistas acerca de — 406 — . los meteoros ígneos, tales como las estrellas errantes y los aereolitos, que Plutarco espone en detalle en la Vida de Li- sandro (cap. 12), es exactamente la de Diógenes de Creta. Dícese en ese pasaje «que las estrellas errantes no son par- tes del fuego etéreo que emanan de él ó de él se separan, apagándose inmediatamente después de haberse inflamado, al entraren nuestra atmósfera; sino que sonmasbien cuerpos celestes que sustraidos al movimiento de rotación general, se precipitan Kácia la Tierra» (79). Desde Tales é Hipon hasta Empédocles, no se encuentra entre los filósofos de la escuela jónica la hipótesis de los cuerpos celestes oscuros, ni nada que traiga a la memoria esas ideas cosmográficas de sus antecesores (80). El efecto producido por el aereo- lito de Jigos-Potamos entraba por mucho en las especula- ciones á que da lugar la caida de los cuerpos oscuros. Un escritor posterior,, el Pseudo-Plutarco , se limita á decir (^Ojñniones de ¡os Filósofos ^ lib. II, c. 13) que Tales de Mileto consideraba á todos los astros como cuerpos inflama- dos, aunque terrestres {ji¿>^Kai. l'ii-mvpay La primera escuela jónica se proponia descubrir el origen de las cosas, j este origen lo esplicaba por la mezcla_, por cambios graduales j por la transformación de las sustancias; creia en la genera- ción progresiva de los cuerqos por la condensación v la ra- refacción. El movimiento de revolución de la esfera celeste, que sostiene á la Tierra en el punto central, se menciona ja por Empédocles como una fuerza cósmica influjente en realidad. En los primeros tanteos que preparan las teorías físicas del éter, el aire ígneo j el fuego mismo representan la fuerza espansiva del calor; de la misma manera se refie- re á esta alta región del éter, la idea del movimiento gira- torio que arrastraba todo tras de sí j arrancaba violenta- mente las rocas del suelo de la Tierra. Por esto es por lo que Aristóteles [Meteorológicas, lib. I, p. 339, ed. Bekker) llama al éter « el cuerpo animado de un movimiento éter- — 407 — no» como si dijéramos el substratum inmediato del movi- miento, j en apojo de esta definición, busca razones eti- mológ-icas (81). Por el mismo motivo también. Plutarco di- ce, en la Vida de Lisandro, que la cesación del movimiento giratorio determina la caida de los cuerpos celestes, j en otro pasaje que alude evidentemente á las opiniones de Anaxágoras j de Diógenes de Apolonia (^De la Faz qne ajoarece en el disco de la Luna^ p. 923)^ afirma que la Lu- na caerla á tierra como piedra lanzada por una honda, si cesase su movimiento de rotación (82). Esta comparación da idea de la fuerza centrípeta, manifestándose poco á poco, para contrabalancear la fuerza centrífuga, por medio de la cual esplicaba Empédocles el movimiento aparente de la esfera celeste. La fuerza centrípeta está indicada aun con major claridad por el mas penetrante de todos los comenta- ristas de Aristóteles, por Simplicio (p. 491, ed. Brandis). Simplicio esplica el equilibrio de los cuerpos celestes por la razón de que la fuerza del movimiento giratorio es en ellos superior á la fuerza que los solicita á caer. Tales son los primeros presentimientos que se tuvieron . respecto de las fuerzas centrales. Un discípulo de Ammonio Hermeas, el Alejandrino Juan Filopon, que vivia probablemente en en el siglo VI, va mas allá; como si reconociese la inercia de la materia, esplica por la revolución de los planetas una impulsión primitiva que une ingeniosamente á la idea de la caida de los cuerpos^ á la tendencia que atrae bácia la Tierra á todos los cuerpos pesados ó ligeros {de la Creación del Mundo ^ lib. I, c. 12). He tratado de presentar como un gran fenómeno natural, la caida de un aereolito en ^Egos- Potamos, j la esplicacion puramente cósmica por medio de la cual se trató desde un principio de darlo á conocer, des- arrolló poco á poco en la antigüedad griega los gérme- nes que, fecundados por el trabajo de los siglos siguientes, j reunidos entre sí por un lazo matemático, condujeron k — 408 — las le jes del movimiento circular, que descubrió formuló j Hujghens. Al ocuparnos de las relaciones geométricas que regulan la caida de las estrellas errantes , entiéndase las estrellas errantes periódicas , j no las que caen rara vez j aislada- mente , conviene sobre todo examinar los resultados de las observaciones recientes acerca de la iradiacion ó los puntos de partida de los meteoros, y de su velocidad esencial- mente planetaria. Este doble carácter, la iradiacion y la velocidad , acreditan , con alto grado de verosimilitud, que las estrellas errantes son cuerpos luminosos indepen- dientes del movimiento de rotación de la Tierra, que pro- ceden de fuera y pasan de los espacios celestes á nuestra atmósfera. Desde las observaciones hechas en la América del Norte, acerca del período de Noviembre, en 1833, 1834 j 1837, habíase señalado como punto de partida la estre- lla y de Leo. En 1839, se reconoció para el período de Agosto, que el punto de partida era Algol en Perseo, ó un punto intermedio entre Perseo y Tauro. Estos centros de iradiacion venian á ser las constelaciones hacia las que se dirigía la Tierra en la misma época (83). Saigej, que ha sometido las observaciones de 1833 á un análisis muj es- crupuloso indica que la irradiación fija que parte de la constelación de Leo, no ha sido comprobada en realidad mas que á media noche, en lastres ó cuatro horas que preceden á la aurora, y que de diez y ocho observadores colocados entre la ciudad de Méjico y el lago de los Hurones, diez so- lamente han reconocido el punto de partida general indica- do por Dioniso Olmsted , profesor de matemáticas de New- Haven^ en el Estado de Massachussetts (84). El escelente escrito publicado por Eduardo Heis, resu- men muy sucinto de observaciones bastante exactas , reali- zadas durante diez años en Aquisgran , sobre las estrellas errantes periódicas , contiene respecto de la irradiación, re- — 409 — sultados tanto mas preciosos, cuanto que el observador los Ka discutido con un rigor matemático. Según él, el período de Noviembre se distingue en que las trayectorias están mucho mas separadas que en el periodo de Agosto (85). En cada uno de esos dos períodos, el observador ha fijado si- multáneamente muchos puntos de partida que no se halla- ban situados en la misma constelación, como se ha estado muj cerca de creer desde 1833. Durante el período de Agosto de los años 1839, 1841 , 1842, 1843, 1844, 1847 j 1848, Heis, además del centro principal de Algol, en la constelación de Perseo, ha encontrado otros dos en el Dragón j en el polo Norte (86). «A fin, dice, de obtener resultados exactos acerca de los puntos de donde irradian las trajec- torias de las estrellas errantes, durante el período de No- viembre, para los años 1839, 1841, 1846 j 1847, he trazado sobre un globo celeste de 30 pulgadas las trajectorias medias pertenecientes á cada uno de los cuatro puntos, Perseo^ Leo, Casiopea j la cabeza del Dragón, j he se- ñalado cada vez la situación del punto de donde partian el major número de trajectorias. De este examen resulta, que de 407 estrellas errantes, 171 provienen de un punto de Perseo , próximo á la estrella »? , en la cabeza de Medusa, que 83 partieron de Leo, 35 de la parte de Casiopea, cercana á la estrella variable * , 40 de la cabeza del Dragón j 78 de puntos indeterminados. Así, el número de las estrellas errantes que irradian de Perseo , era mas del doble del nú- mero de las que tenian su punto de convergencia en la constelación de Leo (87).» Resulta de aqui, que en los dos períodos, la constelación de Perseo ha representado gran papel. Un sagaz obser- vador que consagró ocho ó diez años al estudio de los fenómenos meteorológicos, Julio Schmitd, agregado al observatorio de Bonn , se espresa en este asunto con gran hilaridad, en una carta que me dirigió el mes de Julio — 410 — de 1851 : «Si se prescinde de los grandes flujos de las es- trellas errantes que se produjeron en el mes de Noviembre de los años 1833 j 1834, así como algunas otras del mismo género, en los cuales la constelación de Leo enviaba ver- daderos enjambres de metéoros, estoj dispuesto á considerar hoj el punto de convergencia colocado en Perseo como el que suministra, no solamente en el mes de Agosto, sino du- rante todo el año, el major número de metéoros. Tomando por base de nuestros cálculos los resultados de las 478 ob- servaciones de Heis, hallo que este punto está situado á los 50° ,3 de ascensión recta j 51° 5_, de declinación. Esto se aplica á los años 1844-1846. En el mes de Noviembre de 1849, desde el 7 al 14_, be visto 200 estrellas errantes próximamente mas que las que en igual época babia ob- servado desde 1841. Entre esas estrellas, algunas sola- mente procedian de Leo; el major número, en mucbo, pertenecia á la constelación de Perseo. Resulta de aquí, en mi sentir, que el brillante fenómeno que se produjo en el mes de Noviembre de los años 1799 j 1811 no ha vuelto á aparecer después. Olbers sospechaba también que esas gran- des apariciones no debían reproducirse hasta después de un período de 34 años. {Cosmos t. 1, p. 113). Si se quieren considerar las apariciones periódicas de esos metéoros y las complicaciones de sus tra jectorias , puede decirse que cier- tos puntos de irradiación son siempre los mismos, pero que existen también otros variables y esporádicos.» En cuanto á saber si los diferentes puntos de partida cambian con los años, lo que, admitiendo la hipótesis de los anillos cerrados ^ supondría una variación de los anillos en que se mueven los metéoros^ cuestión es esta que las ob- servaciones hechas hasta el dia no permiten resolver aun con certeza. Una hermosa serie de observaciones hechas por Houzeau, desde 1839 hasta 1842, parece refutar la hipótesis de un cambio progresivo (88). Eduardo Heis observa con — 411 — gran exactitud, que ja en la antigüedad griega y latina^ habíase llamado la atención sobre la dirección uniforme que parecian tomar en un tiempo dado las estrellas errantes que tachonaban la bóveda celeste (89). Teníase entonces á esta dirección como resultado de un viento que empezaba á soplar en las altas regiones del aire, j los navegantes veian en ella el anuncio de una corriente que desde esas regiones iba á descender prontamente á las capas inferiores. Así las estrellas errantes periódicas se distinguen ja de las estrellas esporádicas ó aisladas por el paralelismo habi- tual de sus trajectorias, que parecen irradiar de un mismo centro ó de muchos centros determinados. Pero todavía existe otro criterio; j es, el del número de metéoros que en uno j otro fenómeno brillan durante el mismo espacio de tiempo. La distinción de las caldas de las estrellas errantes ordinarias ó estraordinarias es un problema cuja solución ha sido muj debatida. Dos escelentes observadores, Olbers j Quételet, han buscado el número medio de los metéoros que en los dias ordinarios pueden ser vistos en una hora en el círculo ocupado por una persona : Olbers cuenta 5 ó 6; Quételet eleva este número á 8 (90). No puede escla- recerse nada en una cuestión tan importante para el conoci- miento de las le jes que regulan el movimiento j la direc- ción de las estrellas errantes^ sin dar lugar á la discusión de multitud de consideraciones. Me he dirigido con- fiadamente á un observador cujo nombre ja he citado, Julio Schmidt, de Bonn, que muj acostumbrado á la exactitud astronómica, ha abrazado además con todo el ar- dor que le es propio, el conjunto de los fenómenos meteóri- cos , cuja formación j la caida de los aereolitos no es sino una fase particular , la mas rara de todas , aunque no la mas importante. Doj á continuación reunidos los princi- pales resultados de las comunicaciones que debo á su aten- ción (91). — 412 — <^ Después de gran número de observaciones repeti- das durante un espacio de tiempo que varía entre 3 j 8 años_, el término medio de las estrellas errantes esporádicas es de 4 á 5 por hora. Tal es el estado habitual, indepen- dientemente de los fenómenos periódicos. Los términos me- dios están distribuidos del modo siguiente para cada mes en particular: Enero, 3,4; Febrero (?) ; Marzo, 4,9; Abril, 2,4; Mayo, 3,9; Junio, 5,3; Julio, 4,5; Agosto, 5,3; Setiembre, 4,7; Octu- bre,'4, 5; Noviembre, 5,3; Diciembre, 4,0. «En cuanto á las estrellas errantes periódicas, el tér- mino medio es por lo menos de 13 á 15 por hora. Para el período de Agosto ó la lluvia de San Lorenzo , remontándose un poco mas arriba , j yendo de las estrellas esporádicas á las periódicas, he hallado , merced á las observaciones lle- vadas á efecto , como ja he dicho, en un intervalo de 3 á (S años, que los números medios crecian progresivamente de la manera que sigue : Indicación dias. 6 de AsT' de los osto. . . N, limero de los meteoros por hora. . . . 6 Número de los años de observación. .... 1 . . . 11 3 8 — . . . 15 4 9 — . . . 29 8 10 -- . . . 31 6 11 — . . . 19 5 12 — . . . 7 3 «El año 1851, considerado aisladamente, ha dado los resultados siguientes, á pesar de la luz de la Luna. 7 de Agosto 3 meteoros. 8 — 8 — 9 — 16 — 10 — IS — 11 — 3 — 12 — 1 — — 413 — «Segun Eduardo Heis , en el espacio de una hora se ob- servaron el 10 de Agosto : En 1839 160 meteoros. En 1841 U — En 1845 . 50 — «En el flujo meteürico del mes de Ag-osto de 1842, ca- jeron en diez minutos, en el momento del máximum, 34 estrellas errantes. Todos estos números se aplican á los me- téoros perceptibles en el campo visual de un solo observador. Desde el año 1838, los fenómenos de Noviembre ban sido menos brillantes. Si embargo, el 12 de Noviembre de 1839, Heis veia aun de 22 á 35 metéoros por bora , v el 13 de Noviembre de 1846, el término medio estaba comprendido entre 27 v 33. Así , la abundancia de los flujos periódicos varía, según los años; pero siempre el número de los me- téoros es mucho mas considerable en épocas determinadas que durante las noches ordinarias , en las que solo pueden verse por hora 4 ó 5 estrellas errantes. A partir del 14 de Enero, en el mes de Febrero j en el de Marzo, es cuando son mas raros los metéoros (92). »Aunque los períodos de Agosto j de Noviembre sean con justa razón los mas célebres, hánse reconocido otros muchos , en estos últimos tiempos , desde que se han ob- servado con mas exactitud el número j la dirección de los metéoros : Enero — Desde el 1 al 3. Quedan algunas dudas respecto del resul- tado de esta observación. Abril — El 18 ó el 20? Arag-o habia ya sospechado este período. Hubo ademas g-randes lluvias de aereolitos el 2o de Abril de 1095, el 22 de Abril de 1800 y el 20 de Abril de 1803. Véase el Cosmos, t. I, p. 375 , nota 74 y la As- tronomía popular de Arag-o, t, IV, p. 289. Mayo —El 26? Julio , — Desde el 26 hasta el 30, según las observaciones de Quele- — 414 — leí. El máximum propiamente dicho tuvo lug-ar del 27 al 29. El malogrado Eduardo Biot encontró entre las observaciones chinas mas antiguas un máximum ge- neral, comprendido entre el 18 y el 27 de Julio. Agosto.. r^..- — Antes d^ Ja aparición de San Lorenzo, particularmente del 2 al 5. No se observa ordinariamente del 26 de Julio al 10 de Ag-osto crecimiento reg-alar alguno. La lluvia de San Lorenzo. Esta aparición fué indicadapor primera vez por Musschenbroek, y luego por Brandes, (Cosmos t. 1, p. 111 y 874.) El máximum observado después de mu- chos años, caia decididamente el 10 de Agosto. Según una antigua tradición cstendida en Tesalia, en lasco- marcas montañosas que rodean el Pclion , el Cielo se entreabre en la noche del 6 de Agosto, fiesta de la Trans- figuración, y aparecen antorchas á través de la aliertura. (Véase Herrick, en V American Joicrnal de Silliman, t. XXXVIl, 1839, p. 337, y Quételet, en las Nuevas 3Ie- morias de la Academia de Bruselas, t. XV, p. 9.) Octubre — El 19 y dias próximos al 2o. Esta aparición ha sido descrita por Quételet, por Boguslawski , en la colección titu- lada: Arbeiten der Scfiles. Gesellschaft für Vatcrlánd. Cui- tur, 1843, p. 178, y por Heis, en el escrito antes citado, p. 33, Heis ha reunido las observaciones del 21 de Octu- bre de 1766, del 18 de Octubre de 1838, del 17 de Octubre de 1841, del 24 de Octubre de 184o, de 11 y 12 de Octu- bre de 1847 y de 20 y 26 de Octubre de 1848. Véanse acerca de estas tres apariciones que se produjeron en el mes de Octubre en los años 902, 1202 y 1396, el primer tomo del Cosmos, p. 114 y 370, nota 66, Las numerosas esperiencias hechas de 1838 á 1848 han quitado mucha inipoi tancia á la conjetura de Boguslawski, según la que los enjambres de meteoros observados en China desde el 18 de Julio al 27, y la lluvia de estrellaserrantesdel21 de Octubre de 1366 (estilo antiguo) no serian mas que los fenómenos periódicos de Agosto y de Noviembre, anti- cipados en muchos dias por efecto de la precesión (93). Noviembre. — Del 12 al 14. El fenómeno se produjo también, aunque muy rara vez, el 8 ó el 10. El recuerdo de la mayor llu- via de estrellas errantes que Bonpland y yo observamos en Cumana, en la noche del 11 al 12 de Noviembre de 1799, hecho mas vivo cuando la aparición análoga que tuvo lugar en 1833, én la noche del 12 al 13, fué una de las razones que facilitaron la admisión de la re- — 415 — producción periódica de esos fenómenos en ciertos dias determinados (94). Diciembre.. — Del 9 al 12. Sin embarco, en 1798 se manifestó el fenó- meno, según Brandes, en la noche del 6 al 7. En 1838' Herrick lo vio también en New-Haven, en la noche del 7 al 8. Heis lo observó en 1847, el 8 y el 10. «Esas lluvias periódicas de meteoros, entre las cuales son las mas ciertas las cinco últimas, merecen fijar la atención de los observadores. No solamente varían entre sí las lluvias de los diferentes meses; la riqueza y el brillo de los fenómenos cambia también según los años. »E1 límite superior de las estrellas errantes no puede fijarse con certeza , j Olbers tenia ja por muj dudosas todas las determinaciones de altura que escedian de 22 mi- riámetros. El límite inferior, que se evaluaba antes en 3 miriámetros (91,060 pies), debe haberse reducido mucbo. (Cosmos, t. I, p. 108.) Sábese seguramente, por medidas tomadas con cuidado, que caen estrellas errantes hasta en los vértices del Chimborazo j del Aconcagua, á 8,000 me- tros sobre la superficie del mar. Por otra parte , Heis observa que una estrella errante, vista simultáneamente en Berlin jenBreslau, en la noche del 10 de Julio de 1837, estaba según medidas exactas, á 46 miriámetros de altura, cuando se inflamó, J á 31 cuando se apagó. Durante la noche se estinguieron otras á una altura de 10 miriámetros. Resulta de un trabajo hecho anteriormente por Brandes, en 1823, que de 100 estrellas errantes medidas con cuidado en dos estaciones diferentes, 4 solo estaban á 1 ó 2 miriáme- tros de altura; 15 comprendidas entre 2 j 4; 22 entre 4 j 7; 35, cerca de un tercio por consiguiente, entre 7 j 11; 13 entre 11 j 15; 11 únicamente, es decir^ próximamente una décima parte, lo estaban á menos de 15 miriámetros; pero también la altura de esos 11 meteoros variaba de 33 á 44 miriámetros. Resulta de 4,000 observaciones reunidas en . -^ 416 -^ el espacio áe nueve años, para determinar el color de las estrellas errantes , que de este número, los ^/g eran blan- cas, ^/^ amarillas, ^/j- de un amarillo rojo, j ^/g^ sola- mente eran verdes.» Olbers hace notar que durante el flujo de los meteoros que señaló la nocKe del 12 al 13 de Noviembre de 1838, apareció en Brema una hermosa aurora boreal , que tiñó de color purpurino una gran estension del Cielo. Nada alteró, sin embargo, el color blanco de las estrellas errantes que tachonaban dicha región , de donde se ha deducido que lo& rajos de la aurora boreal estaban mucho mas separados de la superficie de la Tierra que las estrellas errantes en el mo- mento en que al caer se hacian invisibles. (Véanse las IVo- ticias astro7iómicas de Schumacher, núm. 372, p. 178.) Según las observaciones hechas hasta el dia, la velocidad de las estrellas errantes es de 3,3 á 7 miriámetros por se- gundo, siendo la velocidad de traslación de la Tierra úni- camente de 3 miriámetros (Cosmos, t. I, p. 109 j 371, nota 68). Las observaciones correspondientes hechas en 1849 por Julio Schmidt en Bonn , j por Heis en Aquisgran , no dan en realidad mas que 26 kilómetros, como mínimum de la velocidad de una estrella errante que^ colocada vertical- mente sobre Saint- Goar, á una altura de 9 miriámetros, se dirigía hacia el Lachersee. Según otras comparaciones he- chas por los mismos observadores j por Houzeau en Mons, las estrellas errantes se mueven con una velocidad com- prendida entre 8,5 j 17,5 miriámetros por segundo; es de- cir, dos á cinco veces major que la velocidad planetaria del globo terrestre. Este resultado confirma de una manera bri- llante el origen químico de esos fenómenos, j la fijeza de uno ó muchos puntos de divergencia : en otros términos, prueba que las estrellas errantes periódicas son indepen- dientes de la rotación de la Tierra, j que durante muchas horas parten de una misma estrella, aun cuando esta estre- — 417 — lia no sea á la que se dirig-e la Tierra en aquel momento. En general, los globos inflamados parece, por lo que se les lia podido observar basta el dia, que se mueven mas lenta- mente que las estrellas errantes. Si las piedras meteóricas salen de esos globos, difícil es esplicar cómo entran tan po- co en el suelo de la Tierra. Pesando 276 libras la masa que cavó en Ensisbeim, en Alsacia, el 7 de Noviembre de 1492, se bundió solamente 3 pies, j el aereolito de Braunau, del 14 de Julio de 1847, no penetró tampoco mas. Solo conozco dos piedras meteóricas que al caer sobre un suelo poco resistente bajan abierto la Tierra á profun- didad mucbo mas considerable: la una á 6, la otra á 18 pies; j son el aereolito de Castrovillari , en los Abruzzos, el 9 de Febrero de 1583, v el que fué precipitado en Hrads- cbina, en el condado de Agram, el 26 de Majo de 1751. El problema de si las estrellas errantes dejan caer al- guna materia, ba sido resuelto en los dos sentidos opuestos. Los tecbos de paja del municipio de Belmont, en el departa- mento del Ain, que fueron inflamados por un metéoro durante la nocbe del 13 de Noviembre de 1835, j por lo tanto, en la época de una aparición periódica de estre- llas errantes, se incendiaron , á lo que parece , no por la caida de una de dicbas estrellas sino por la esplosion de un globo inflamado que_, según la narración de Millet de Aubenton, arrojó aereolitos cuja existencia se ba con- siderado , en verdad , como problemática. Un incendio análogo , producido por un globo inflamado también , es- talló el 22 de Marzo de 1846, á las 3 próximamente, en el municipio de San Pablo, cerca de Bagnéres-de-Lucbon. Por otra parte , la piedra que cajó en Angers el 9 de Junio de 1822, se atribujó á una bermosa estrella errante que se babia visto en Poitiers. Ese fenómeno, descrito con muj pocos detalles, merece la major atención. La estrella errante produjo el efecto de una candela romana en los TOMO III. Í7 — 418 — fuegos artificiales; dejó un surco en línea recta, muj estre- cho arriba y muj ancho abajo , cu jo resplandor brillante duró cerca de 10 ó 12 minutos. Un aerolito cajó también con una detonación violenta á 28 leguas al Norte de Poitiers. La materia toda contenida en las estrellas errantes ¿arde siempre en las capas esteriores de la atmósfera, cu jo poder reflectante prueba la luz crepuscular? Los variados colores que hieren la vista durante el fenómeno de la combustión dan á entender la variedad de la composición química de esos metéoros. Sus formas son también diferentes en es- tremo. Las unas trazan solamente líneas fosforescentes tan separadas j en tal número , que Forster , en el invierno de 1832 vio como un ligero resplandor estendido sobre la bóveda celeste (95); otras muchas se mueven como puntos luminosos j no dejan surco alguno tras de sí. La combus- tión se efectúa durante el tiempo mas ó menos rápido que tardan en desaparecer las colas de las estrellas errantes, ordinariamente de muchas millas de estension; es un hecho tanto mas notable , cuanto que á veces la cola inflamada se bifurca j recorre un pequeño espacio recto delante de ella. El bólido , cuja cola vieron brillar durante una hora, el al- mirante Krusenstern j sus compañeros, en su viaje alrede- dor del mundo, recuerda la larga iluminación de las nubes de donde se desprendió el gran aereolito de ^Egos-Potamos, según la narración, un poco sospechosa en verdad, de Dai- macho (Cosmos ^ t. !_, p. 367 j 378). Existen estrellas errantes de magnitudes diferentes; algunas tienen un diámetro igual al diámetro aparente de Júpiter ó de Venus. En la lluvia de estrellas errantes que cajó en Tolosa el 10 de Abril de 1812, j cuando la apari- ción de un globo inflamado en Utrecht, el 23 de Agosto del mismo año, viéronse esos metéoros aparecer , brillar como estrellas j alcanzar la magnitud aparente del disco lunar. Durante las grandes lluvias de estrellas , tales como las de — 419 — 1799 j 1833 _, muchos bólidos se mezclaron incontestable- mente á millares de estrellas errantes; pero esto no demues- tra en manera alguna la identidad de esas dos especies de metéoros ; la afinidad no es en manera alguna la identidad. Quedan por profundizar aun muchos puntos referentes á las relaciones físicas de esos fenómenos , acerca de la parte que las estrellas errantes pueden tomar en el desarrollo de las auroras boreales _, como ere jó reconocer el almirante Wrangel, costeando las orillas del mar Glacial (96), j, por último, respecto de los numerosos fenómenos luminosos que preceden á la formación de algunos bólidos, j que no pueden negarse, porque hasta el dia no hajan sido descri- tos de una manera satisfactoria. La major parte de los bólidos no van acompañados de estrellas errantes, j nada hace sospechar que reaparezcan periódicamente. Lo que sabemos de los puntos determinados de donde irradian las estrellas errantes , no puede tampoco aplicarse hoj sino con gran circunspección á los bólidos. Puede acontecer, aunque rara vez sucede, que caigan piedras meteóricas estando el Cielo perfectamente sereno, v con un estrépito espantoso, sin ser anunciadas por ninguna nube meteórica y sin desprendimiento de luz, como ocurrió el 16 de setiembre de 1843, en Kleln-Wenden, cerca de Mulhouse; ó bien, j esto ja es mas frecuente, que sean arro- jadas del centro de una nube negra que se forma repentina- mente, siempre sin luz j con acompañamiento de fenóme- nos acústicos; ó por último^ el caso mas ordinario, que es el de estar dichas piedras en comunicación con bólidos inflama- dos. Esta comunicación está comprobada por ejemplos que no pueden ponerse en duda, y de los cuales tenemos detalles muj completos. En Barbotan, en .el departamento de las Lau- das, cajeron aereolitos el 24 de julio de 1790, de una pe- queña nube blanca meteórica, al mismo tiempo que aparecía un bólido rojo (97). Así sucedió también con las piedras que — 420 — cajeron en Benarés, en el -Indostan , el 13 de diciembre de 1798, j en el Águila, en el departamento del Orne, el 26 de abril de 1803. Ese último fenómeno, es de todos, el que gracias á Biot se ha examinado j descrito mejor, j el que acabó con el escepticismo endémico de las Acade- mias, 23 siglos mas tarde de la caida de la gran piedra de ^Egos-Potamós, j 300 años después de la muerte de un religioso en Crema, causada por un aereolito (98). Cuando el fenómeno de 1803, se vio en Alenzon, en Falaise j en Caen , un gron bólido que se movia del Sud-Este al Nor- ueste, en Cielo sereno, j á la una próximamente de la tarde. Algunos momentos después, o jóse en el Águila du- rante cinco ó seis minutos cierta esplosion que partia de una pequeña nube negra casi inmóvil, que fué seguida de tres ó cuatro detonaciones, j de un ruido que hubiera podido tomarse por descargas de fusilería, acompañadas de un gran número de tambores. Cada detonación descargaba á la nube negra de los vapores que la formaban. No se notó fenómeno alguno luminoso en aquel sitio. Muchas piedras meteóricas, de las cuales la major no pesaba mas de 17 li- bras j media cajeron á la vez sobre una superficie elíptica, cujo eje major dirigido del Sud-Este al Nor-Oeste tenia 11 kilómetros de longitud. Esas piedras estaban candentes sin hallarse inflamadas, arrojaban humo, j ¡cosa singular! se rompían con mas facilidad á los pocos dias de su caida, que después (99). He insistido á propósito sobre este fenó- meno, con el fin de poder compararlo con otro del 13 de setiembre de 1768. A las cuatro j media de la tarde pró- ximamente, se vio en la aldea de Luce, situada á 2 leguas de Chartres, hacia el Oeste, una nube oscura en la cual se ojó como un cañonazo, seguido de un silbido producido por la caida de una piedra negra que describia una línea curva. Esta piedra que penetró en tierra hasta su mitady pesaba 7 libras j media, j quemaba de tal modo que no se — 421 — la podia tocar. Fué analizada de una manera muj incom- pleta por Lavoisier, por Fougeroux j por Cadet. En toda la duración del fenómeno no se notó desprendimiento al- guno de luz. Tan pronto como se empezó la observación de las llu- vias periódicas de estrellas errantes, j á espiar su aparición en las noches en que eran esperadas , se vio que el núme- ro de los meteoros aumentaba á medida que adelantaba la noche , j que caian en mavor abundancia entre las 2 j las 5 de la mañana. Ya cuando observamos el gran fenó- meno de Cumana, en la noche del 11 al 12 de noviembre de 1799, las horas en que Bonpland vio afluir major nú- mero de meteoros fueron las de las 2 ^'27 las 4. Un obser- vador que ha prestado grandes servicios á esta parte de la ciencia, Coulvier-Gravier, las presentó al Instituto de Francia en 1845, una memoria importante so¡)re la Varia- ción lloraría de las Estrellas errantes. Es difícil de adivinar qué influencia puede ejercer sobre esos fenómenos una hora mas adelantada de la noche. Si estuviera establecido que bajo los diferentes meridianos, las estrellas errantes em- niezan sobre todo á ser visibles á una hora determinada, seria, necesario, sosteniendo ante todo el origen cósmico de esos fenómenos , admitir conjetura , por otra parte poco verosímil, de que ciertas horas de la noche, ó mas bien de la tíiañana, son poco favorables á la inflamación de las estrellas errantes, j que las que caen antes de ese mo- mento son por lo general invisibles. Pero para tener el derecho de deducir conclusiones ciertas, es preciso conti- nuar aun por espacio de mucho tiempo recogiendo obser- vaciones. Creo haber espuesto completamente, en el primer tomo del Cosmos (p. 115-118', al referir el estado de la ciencia en 1845, los caracteres principales de los diferentes bóli- dos que caen de lo alto de los aires, su composición quími- — 422 — ca j su tejido granular, estudiado sobre todo por Gustavo Rose. Los trabajos sucesivos de Howard^ Klaprotb, The- nard, Vauquelin, Proust, Berzelius, Stromejer, Laugier, Dufresnoj, Gustavo j Enrique Rose, Boussingault, Ram- melsberg j Shepard, han suministrado ja ricos materia- les, aunque probablemente bajan sido sustraidas á nuestra vist^ en las profundidades de la tierra_, las dos terceras par- tes de las piedras meteóricas (100). Si es evidente que bajo todas las zonas, en la Groenlandia_, en Méjico j en la x\mé- rica del Sud, en Europa, en la Siberia j en el Indostan, los aereolitos tienen todos cierta semejanza en los caracte- res, vése mirándolos de cerca, que presentan también diferencias muj notables, ün gran número de piedras meteóricas contiene 0,96 de hierro; apenas si se encuentra 0,02 en los aereolitos de Sienne. Casi todos tienen una su- perficie delgada, negra, brillante j á veces venosa; esta costra falta completamente á la piedra de Chantonnaj. La pesantez específica de ciertos aereolitos se eleva hasta 4_,28; j es de 1,94 en el aereolito carbonizado v compuesto de pequeñas j desmenuzables láminas, que fué encontrado en Alais. Algunos, como el de Juvenas, están formados de un tejido semejante á la dolerita, en el cual se distingue la olivina, la augita j la anortita, separadas ja en crista- les; otros, tales como la masa descubierta en Siberia por Pallas, no presentan mas que hierro mezclado con nikel, j olivina; j otros, en fin, son por lo que délos elementos que los componen puede apreciarse, combinaciones de horn- blenda j de albita, como el de Cháteau-Renard, 6 de horn- blenda j de labrador como los de Blansko j Chantonnaj. Si se abarcan en su conjunto los trabajos de un químico muj distinguido, el profesor Rammelsberg, que última- mente se ha entregado sin interrupción j con tanta suerte como actividad al análisis de los aereolitos j á la investi- gación de los cuerpos simples que los componen, se obtiene — 423 — este resultado: «que la distinción de las masas caidas de la atmósfera en hierros meteóricos j en piedras meteóricas no debe tomarse rigorosamente. Hállanse, aunque rara vez, hierros meteóricos con una mezcla de silicato. También la masa de hierro meteórico de Pallas que pesa 1,270 libras rusas, según la nueva esperiencia de Hess, contiene granos de oiivina ; j recíprocamente muchas piedras meteóricas están mezcladas de hierro metálico.» « 1." Todas las masas de hierro meteórico, cuja caida ha podido observarse por testigos oculares, como en Hrads- china, en el Condado de Agram, el 26 de majo de 1751 , j en Braunau, el 14 de julio de 1847, j las en ma- jor número que jacen desde hace mucho en la super- ficie de la Tierra, poseen en general, próximamente las mismas propiedades físicas j químicas. Casi todas ellas contienen laminillas mas ó menos fuertes de sulfuro de hierro^ que sin embargo no parece ser la pirita de hierro ó la pirita magnética, sino el protosulfuro de hierro (1). La masa principal no es tampoco de hierro metálico puro; sino que está mezclada con ^/jq de nikel, por término medio, poco mas ó menos, j este metal se vuelve á encontrar en aouella de una manera tan constante que es escelente cri- terio para reconocer el origen meteórico de la masa entera. Esta es por otra parte una sencilla mezcla de dos metales iso- mórficos; j no haj aquí. combinación en proporciones deter- minadas. Hállase también en menor cantidad, el cobalto, el manganeso, el magnesium, el estaño, el cobre j el carbono. Esta última sustancia está mezclada en parte á la masa por una acción mecánica, como del grafito de difícil combustión, combinada químicamente con el hierro en parte, en condi- ciones de formar un conjunto análogo á una gran cantidad de hierro en barras. Asi, toda masa de hierro meteórico con- tiene una combinación particular de fósforo,, de cobre j de nikel, combinación que cuando se disuelve el hierro por la — 424 — acción del ácido Kidroclórico, subsiste bajo la forma de cris- tales formados de agujas y de láminas microscópicas, blan- cas como la plata. « 2.° Acostúmbrase á dividir las piedras meteóricas propiamente dichas en dos clases, según su aspecto este- rior. Las unas contienen en su masa, en apariencia homo- génea, granos j paletas de hierro meteórico, solicitadas por el imán, j que presentan absolutamente los mismos carac- teres que los aereolitos de igual sustancia. A esta clase pertenecen las piedras de Blansko, de Lissa, del Águila, de Ensisheim, de Chantonnaj, de Klein- Wenden cerca de Nordhausen , de Erxleben , de Cháteau-Renard y de Utrecht. La segunda clase no tiene aleación alguna me- tálica j se presenta mas bien bajo el aspecto de una mez- cla cristalina de diferentes sustancias minerales: tales son por ejemplo, las piedras de Juvenas, de Lantalar y de Stannern . «Después de los primeros análisis químicos de las pie- dras meteóricas, hechos por Howard, Klaproth y Vauque- lin, trascurrió mucho tiempo sin que se pensara en que esos cuerpos podian estar formados de la reunión de combina- ciones diferentes. Limitábase todo á buscar en general, los elementos que los componian, á estraer, merced á un imán, el hierro metálico que podian contener. Cuando Mohs lla- mó la atención acerca de la analogía que presentaban al- gunos aereolitos con ciertas piedras telúricas, Nordenskjold trató de probar que el aereolito de Lantalar, en Finlandia, estaba compuesto de olivina, de leucita y de hierro magné- tico; pero á Gustavo Rose es á quien se debe la demostra- cion_, por sus bellas observaciones, de que la piedra de Juve- nas está formada de pirita magnética, de augita y de un feldespato muj semejante al labrador. Guiado por esos re- sultados y aplicando como Gustavo Rose el análisis químico, Berzelius, en un trabajo mas estenso, insertado en los — 425 — Komjl. Vetens]ia2)S Academiens HemlUnfjar f'ór 1834, buscó la composición mineral de las diferentes combinaciones que presentan los aereolitos de Blansko , de Chantonnaj y de Alais. Después, muchos sabios han seguido la senda feliz- mente abierta por Berzelius. «En la primera clase de las piedras meteóricas propia- mente dichas, que es también la mas numerosa, en la que contiene partes de hierro metálico, ese metal existe, ja en láminas diseminadas aquí j allá, ja en masas mas consi- derables que presentan á veces el aspecto de nn esqueleto de hierro, j forman una transición entre los aereolitos pu- ros de toda mezcla metálica j las masas de hierro meteórico, en las cuales desaparecen los demás elementos, como sucede en la masa de Pallas. Las piedras meteóricas de la segunda clase son mas ricas en magnesia, á consecuencia de la pre- sencia de olivina; cuando estas piedras se tratan por los ácidos_, el elemento que se descompone es la olivina. Como la olivina ordinaria, la olivina meteórica es un silicato de magnesia j de protoxido de hierro. La parte que resiste á la acción de los ácidos es una mezcla de sustancias fel- despáticas j augíticas cuja naturaleza no se puede deter- minar sino calculando los elementos que la componen j que son : el labrador , la horblenda, la augita j el oligo- clase. «La segunda clase, mucho menor en numero, ha sido también menos estudiada. Entre .los aereolitos que la com- ponen, los unos contienen hierro magnético, olivina j al- gunas sustancias feldespáticas j augíticas; los otros están formados únicamente de esos dos últimos minerales simples, j el feldespato está representado por la anortita (2). El cromato de hierro, producido por la combinación del proto- xido de hierro j del ácido crómico, está en menor cantidad en casi todas las piedras meteóricas. El ácido fosfórico j el ácido titánico, que Rammenlsberg ha descubierto en la pie- — 426 — dra tan notable de Juvenas, pueden liacer sospecliar la presencia de la apatita j de la titanita. «Los cuerpos simples cuja existencia en las piedras me- teóricas se ha reconocido hasta aquí, son los siguientes : el oxígeno, el azufre, el fósforo^ el carbono, la sílice_, el alu- minio, la mag'nesia, la cal, la potasa, la sosa, el hierro, el nikel, el cobalto, el cromo, el manganeso, el cobre, el es- taño j el titano; suma total: 18 (3). Los elementos mas in- mediatos son, — entre los metales, el hierro mezclado con nikel, una mezcla de fósforo con hierro y nikel , sulfuro de hierro j piritas magnéticas; — entre las sustancias oxi- dadas: el hierro magnético j el cromato de hierro; — entre los silicatos: la olivina_, la anortita, el labrador j la augita.» Faltaríame, para reunir aquí el major número posible de hechos importantes, debidamente comprobados por observa- ciones positivas, esponer las diferentes analogías que ciertas piedras meteóricas presentan, como rocas^ con los antiguos conglomerados, tales como las doleritas, las dioritas j las melafiros, con los basaltos j con las lavas de origen mas moderno. Esas analogías son tanto mas sorprendentes cuanto que hasta aquí los. minerales telúricos no han ofre- cido jamás esa alteración metálica de nickel j de hierro que se encuentra constantemente en ciertos aereolitos. Pero el distinguido químico á quien pertenecen las páginas tras- critas, debidas á sus afectuosas correspondencias conmigo, ha compuesto acerca de este asunto una Memoria especial, cu JOS resultados estarán mejor colocados en la parte geoló- gica del Cosmos (4). — 427 — CONCLUSIÓN. Al terminar la parte uranológíca de la Descripción fí- sica del Mundo^ j dirigir la última mirada á la obra que he emprendido (no me atrevo á defcir que he llevado á cabo), creo deber hacer presente que tan difícil trabajo no era posible mas que bajo las condiciones determinadas en la introducción del tercer tomo del Cosmos. Tratábase con efecto, de trazar el cuadro de los espacios celestes j de los cuerpos que los ocupan, ja que estos cuerpos hajan llegado á afectar la forma de esferoides, ja que hajan permanecido en el estado de materia difusa. Esta cualidad distingue á esta obra esencialmente de los Tratados de Astronomía que poseen hoj todas las literaturas, j cuja materia es mas variada. La Astronomía, el triunfo, como ciencia, de las teorías matemáticas, está fundada sobre la sólida base de la gravitación j en el perfeccionamiento del alto análisis; trata de los movimientos reales ó aparentes, medidos en el tiempo jen el espacio ; de la posición de los cuerpos celestes en los continuos cambios de sus relaciones respectivas; de la movilidad de las formas, como en los cometas de cola; de las variación 5S de la luz que nace j se apaga en los lejanos soles. La cantidad de materia esparcida por el Universo es constantemente la misma; pero según los conocimientos que hoj tenemos de las lejes físicas que reinan sobre la esfera terrestre, vemos pasar la materia por combinaciones que no pueden nombrarse ni definirse, j moverse sin satis- facerse jamás, en el círculo perpetuo de sus trasformaciones. Este incesante juego de las fuerzas de la materia, reconoce por causa la heterogeneidad por lo menos aparente de sus — 428 — moléculas, que sosteniendo el movimiento en porciones del espacio imposibles de medida por su estremada pequenez, complica al infinito todos los fenómenos terrestres. Los problemas astronómicos son de naturaleza mas sen- cilla. Libre basta ahora de esas complicaciones, la mecá- nica celeste , aplicada á la consideración de que la cantidad de materia ponderable que entra en la masa de los cuerpos, j las ondulaciones de donde nacen la luz j el calor , es, en razón misma de esta sencillez que todo lo refiere al movi- miento, accesible en todas sus partes al cálculo matemático. Esta ventaja da á los Tratados de Astronomía teórica un gran encanto que solo á ellos corresponde. En ellos se ven reflejados los resultados que la actividad intelectual de los "últimos siglos ha producido por el método analítico : de qué manera han sido determinadas las formas de los cuerpos v sus órbitas; cómo se concilian con los movimientos de los planetas las pequeñas oscilaciones que no interrumpen nunca su equilibrio; cómo la estructura interior del sistema planetario j las perturbaciones que sufre, llegan á ser, con- trarestándose mutuamente, una garantía de conservación j de duración. Ni la investigación de los métodos merced á los cuales se ha abarcado el conjunto del Mundo, ni la complicación de los fenómenos celestes, entran en el plan de esta obra. El objeto de una Descripción física del Mundo es contar lo que ocupa el espacio j lleva el movimiento de la vida or- gánica á las dos esferas del Cielo j la Tierra ; detenerse en las le jes naturales cu jo secreto ha sido descubierto , j presentarlas como hechos adquiridos , como las consecuen- cias inmediatas de la inducción fundada en la esperiencia. Si se queria retener una obra tal como el Cosenos en sus lí- mites naturales, j no estenderla mas allá, no podia tra- tarse de establecer un lazo teórico entre los fenómenos. Decidido á no pasar de esos límites, he puesto todo mi ^ 429 — cuidado en la parte astronómica de este libro , presentando al mismo tiempo bajo su verdadero aspecto los beclios par- l;iculares, colocándolos seg*un el orden que conviene. Des- pués de baber considerado los espacios celestes, su tem- peratura j el medio resistente de que están llenos, be descendido de nuevo á las lejes de la visión natural j telescópica^ á los límites de la visibilidad, á la medida, desgraciadamente incompleta, de la intensidad luminosa, á los mucbos medios que suministra la óptica para discernir la luz directa de la luz reflejada. Vienen después: el Cielo de las estrellas fijas ; el número j distribución probable de los Soles que brillan por sí mismos, siempre por lo menos que se ba podido determinar su posición ; las estrellas va- riables que reaparecen , según períodos cuja duración ba sido calculada exactamente ; el movimiento particular á las estrellas fijas; la bipótesis de los cuerpos oscuros j su in- fluencia sobre el movimiento de las estrellas dobles ; por "último , las nebulosas que no ban podido ser reducidas por el telescopio á enjambres de apretadas estrellas. Pasar de la parte sideral de la uranologia ó del cielo de las estrellas fijas á nuestro sistema solar, es solo pasar de lo general á lo particular. En la clase de las estrellas dobles, cuerpos dotados de una luz propia se mueven alrede- dor de un centro de gravedad común, en nuestro sistema solar, compuesto de elementos muj beterogéneos , cuer- pos oscuros gravitan alrededor de un cuerpo luminoso, ó mas bien alrededor de un centrp de gravedad común, que está va dentro, ja fuera del cuerpo central. Los dife- rentes miembros de nuestro sistema son de naturaleza mas diferente de lo que pudo creerse fundadamente durante mucbos siglos. El dominio solar se compone de planetas secundarios j de planetas principales, entre los cuales se distingue un grupo por sus órbitas entrelazadas, de cometas en número indeterminado, de la luz zodiacal, j muj pro- — 430 — Dablemente también de asteroides meteorices que reapare- cen periódicamente. Eéstanos aun por enunciar testualmente , en razón de las relaciones directas que tienen con el objeto de este libro, las tres grandes le jes de los movimientos planetarios des- cubiertas por Klepero. Primera lej : las curvas descritas por los planetas son elipses, uno de cujos focos está ocu- pado por el Sol. — Segunda lej: Cada cuerpo plaíietario se mueve alrededor del Sol en una órbita plana, en que el radio vector describe áreas iguales en tiempos iguales. — Tercera lej: Los cuadrados de los tiempos empleados por los planetas en verificar su revolución alrededor del Sol, están entre sí como los cubos de las distancias medias. La segunda lej es llamada á veces primera, porque fue la primeramente descubierta (5). Las dos primeras lejes re- cibirian su aplicación, aun cuando no existiese mas que un solo planeta. La tercera j la mas importante, que se des- cubrió diez j nueve años después, supone necesariamente el movimiento de dos cuerpos planetarios. El manuscrito del Harmonice Ificndi , publicado en 1G19, fue acabado en '21 de Majo de 1618. Si las lejes de los movimientos planetarios fueron des- cubiertas á principios del siglo XVII; si Newton reveló primero que nadie la fuerza de que eran consecuencia inme- diata las lejes de Klepero, á los fines del siglo XVIII perte- nece el honor de haber demostrado la estabilidad del sistema planetario, gracias á los nuevos recursos que suministraba para la investigación de las verdades astronómicas, el per- feccionamiento del cálculo infinitesimal. Los principales elementos de esta estabilidad , son : la ínvariabilidad del eje major de las órbitas planetarias , demostrada por La- place , por Lagrange j por Poisson ; las lentas j periódicas variaciones que esperimenta en estrechos límites la escen- tricidad de dos planetas poderosos j muj apartados del — 431 — Sol , Júpiter j Saturno ; la distribución de las masas re- partidas de tal manera, que la masa de Júpiter no escede en ViOíS ^® 1^ ^®1 cuerpo central, al cual se subordinan todas las demás ; por último, ese orden en virtud del cual todos los planetas conforme á su origen j al plan primor- dial de la Creación, verifican en una dirección única su doble movimiento de rotación j de revolución , describen órbitas cu va escentricidad poco considerable está sometida á pequeños cambios , se mueven en planos próximamente igualmente inclinados, j verifican su revolución en tiem- pos que no tienen entre sí medida común. Esos motivos de estabilidad^ que son la salvaguardia de los planetas, de- penden de una acción recíproca , que se efectúa en el in- terior de un círculo circunscrito. Si esta condición dejase de cumplirse por la llegada de un cuerpo celeste procedente de afuera j estraño á nuestro sistema , ja determinara un choque, ja introdujera nuevas fuerzas atractivas, esta interrupción podria ser fatal al conjunto de las cosas que existen en la actualidad _, basta que al fin, después de un largo conflicto se restableciese un nuevo equili- brio (6) . Pero la llegada posible de un cometa , descri- biendo á través de los espacios inmensos su órbita hiperbó- lica no podria, aunque la escesiva velocidad suplía á la insuficiencia de la masa, llevar la inquietud sino á una imaginación rebelde á las consideraciones consoladoras del cálculo de las probabilidades. Las nubes viajeras de los co- metas de corto período no presentan mas peligros para el porvenir de nuestro sistema solar que las grandes inclina- ciones de las órbitas , descritas por los pequeños planetas comprendidos entre Marte j Júpiter. Lo que no puede fijarse como posible debe quedar fuera de una Descrip- ción física del Mundo : no es permitido á la ciencia el perderse en las regiones nebulosas dg las fantasías cosmo- lógicas. NOTAS. TOJiO III, '2S Hemos suprimido la cifra de las centenas en la indicación numérica de las notas; en vez de 115, por ejemplo , hemos puesto sencillamente 15. Esta supresión no puede oca- sionar confusión, toda vez que al número de l'amada cstí» unido el de la página corres- pondiente. NOTAS ; pero si se trata de la esfera entera en la cual están fijas , la desig-nacion de — 444 — .¿7rA,avr;?- es impropia, pues que esta esfera posee un movimiento parti- cular.'» (33) Pág-, 27.— Cicerón, de Nat. Deor., I, 13; Piinio, 11, 6 y 24; Maní- lio, II, 35. (úi) Pág-. 29. — Cosmos, t. I, p. 7í. Y. también las escelentes conside- raciones ele Encke, üeber die Anordnung des Sternsystems, 1844, p. 7. (5o) Pág-. 30.— Cosmos, t. I, p. 141. (56) Pág. 30. — Aristóteles, de Coelo, I,7,p. 276, ed. Bekker; (07) Pág-. 30.— Juan Herschell, OutUnes of Ástronomy, 1S49, § 803, ip. 541. (08) Pag-. 31. — Bessel, en el Shumaclier's Jahrbuch für 1839, p. 30. (39) Pág-, 31. — Ehrenberg- en las Memorias déla Academia de Berlín, 1838-, p. 39, y en las Infusionsthieren, p. 170. (60) Pág-. 32. — Ya Aristóteles prueba, contra Leucipo y Demócrito, ■que no puede existir en el mundo espacio inocupado por la materia , va- cio, en una palabra (P/íí/s. Auscult , IV, (I-IO, p. 213-217, Bekker). (61) Pág-. 32. — AkcVsa es, seg:un el diccionario sánscrito de Wilson: •the subtle and setlierial fluid, supposed to fiU and pervade tlie Universe, and to be the peculiar vehicle of life andsound. La palabra ñliá'sa (bri- llante^ luminoso), tiene por raiz liá's, brillar, unida a la preposición u. El reino de los cinco elementos se llama fantschatá ó pantschatra , y la muerte se halla desig-nada por esta sing-ular perífrasis prápla-panfschatra, habiendo obtenido el reino de los cinco, es decir , que se ha disuelto en los cinco elementos. La espresion se encuentra en el testo de la Amarako- cha, diccionario de Amarasinha.» (Bopp). — Se trata de los cinco elemen- tos en elescelente tratado de Colebrooke sobre la filosofía sankhya (Tran- sad, of the Asiat. Soc, t. I, Lónd., 1827, p. 31). Strabon habla también, con referencia á Meg^astenes (XV , § 39 , p. 713, ed. Casaubon) , del quinto elemento de los Indios , el cual lo ha formado todo , pero del que p.o dice el nombre. (62) Pág-. 32. — Empedocles, v. 216, llama al éter 7ra/i^aróv^ era preciso leer St' váA-ar, á través de los globos de vidrio (Sch- neider, Eglog. fís.., t. II , p. 273). El poder amplificador del g-lobo de vi- drio lleno de agua (Séneca, Natur. Qoest. ,1,6) era tan bien conocido de los antig-uos como los efectos de los vidrios ó de los cristales ardiente^ (Aristófanes, Nubes, v.765) y déla esmeralda de Nerón (Plinio, XXXVII, b);pero estos globos no podían servir para nada a los instrumentos astro- nómicos (V. Cosmos, t. II, p. 434, núm. 44). Las alturas del Sol, medidas á través de nubes ligeras ó poco espesas , ó á través de los vapores volcánicos, no presentan ninguna señal de anomalías en la refracción or- dinaria de los rayos de la luz(Humboldt , Colección de Observ.astron., i. I, p. 123). El coronel Bacyr ha descubierto que capas de niebla, ó vapores interpuestos á propósito, no producen ninguna desviación angular en la luz de las señales eliotrópicas , lo que confirma por lo demás los resulta- dos de Arago. Péters ha comparado, en Pulkova, altura de estrellas observadas, ya en un cielo sereno, ya en un cielo cubierto de ligeras nu- bes, y no ha encontrado diferencia que llegase á 0.'.',017 . (Incestigaciones sobre el Paralaje de las estrellas, 1848, p. 80 y 140-143; Struve, Estudios estela res, p. 98). — Acerca de los tubos empleados por los Árabes en sus instru- mentos astronómicos, V. Jourdain, Sobre el observatorio de Meragah,^. 27, y A. Sédillot, Memoria sobre los instrumentos astronómicos délos Árabes, 1841, p. 198. Tienen también los astrónomos árabes el mérito de haber sido los primeros en emplear grandes gnómones provistos de aberturas circulares* En el sextante colosal de Abu Mohammed al-Chokandi , el arco estaba dividido de o en 5 minutos, y recibiapor una abertura circular la imagen del Sol. «Al medio dia, los rayos del Sol pasaban por una abertura prac" ticada en la bóveda del Observatorio que cubria al instrumento, seguían al tubo y formaban, sobre la concavidad del sextante, una imagen circu- lar, cuyo centro daba sobre el arco graduado el complemento de la altu- ra del Sol. Este instrumento no difiere de nuestro mural sino en que está guarnecido de un simple tubo en lugar de un anteojo." (Sédillot, p. 37, 202 y 205.) Los dioptros (dilatadores) ó pínulas atravesados por una abertura han sido empleados por los Griegos y los Árabes para de- terminar el diámetro de. la Luna: el agujero redondo de la pínula objetiva móvil era mas grande que el agujero de la pínula ocular fija, y se hacia mover la primera acercándola ó separándola de la segunda , hasta que el disco de la Luna, visto á través de la pínula ocular, parecía llenar ente- ramente la abertura redonda de la pínula objetiva. (Delambre, Hist. déla Astron. de la Edad media, p. 201, y Sédillot, p. 198). Estas pínulas, con sus aberturas circulares ó hendidas, parecen haber sido introducidas por Hí- parco; Arquímedes se servia de dos pequeños cilindros fijados sobre la misma alidada. (Baílly, Hist. de laAstran mod., 2.^ edición, 1785, t. I, — 451 — p. 480). V. lambioii: Téon de Alejandría, Basle. , 1538, p. 257 y 262 ; los Hypotyp). de Proclo Diácono, ed. Halma, 1820, p 107 y 110, y Tolomeo, Almagestas, ed. Halma, t. I, Par., 1813, p. LYII. (9o) Pág-. 44. — Scg-un Arag-o. V. Moig-no, Refertorio de Óptica moder- na, 1847, p. 153. (96) Pág-. 45. — V. acerca de las rayas neg-ras del espectro solar en la imagen dag-uérrea, las Memorias de las sesiones de ¡a Academia de Ciencias, t. XIV, 1842, p. 902-704, y t. XYI, 1843, p. 402-407. (97) Pág. 45.— Cosmos, t. íl, p. 321. (98) Pág. 46. — En cuanto á la importante cuestión de distinguir entre la luz propia y la luz reflejada, puédense citar, como ejemplo, las inves- tigaciones de Arago sobre la luz de los cometas. Empleando un aparato fimdado sobre la polarización cromática que habia descubierto en 1811, Arago ha hallado que la luz del cometa de Halley (1833) daba lugar á dos imágenes teñidas de dos colores complementarios, tales como el rojo y el verde, lo que prueba que esta luz conlenia luz solar reflejada. Yo mismo he asistido á investigaciones mas antiguas, hechas para compa- rar, con ayuda del polariscopo, las propiedades de la luz de la Cabra con las de la luz de un cometa que se habia desprendido de repente de los rayos del Sol, á principios de julio de 1819. (Arago, Astron. popul., t. II, p. 421; Cosmos, t. I, p. 94 y 364, n.° 51-, Bessel, en él Shumacher's Ja/ir&wc/ifür 1837, p. 169). (99) Pág, 46. — Carta de Arago á Alejandro deHumboldt, 1840, p. 37: «Con ayuda de un polariscopo, de mi invención, reconocí (antes de 1820) que la luz de todos los cuerpos terrestres incandescentes, sólidos ó líqui- dos, es luz natural, en tanto que emana del cuerpo bajo incidencias per- pendiculares. Por el coiitrario , la luz que sale de la superficie incandes- cente bajo un ángulo agudo, ofrece señales manifiestas de polarización. Tío me paro aquí á recordarte cómo yo deduje de este hecho la conse- cuencia curiosa de que la luz no se engendra solamente en la superficie de los cuerpos; que uua parte nace en su sustancia misma, aun cuando esta sustancia fuese'platino. Necesito solo decirte que repitiendo la misma sé- riede pruebas y con los mismos instrumentos sobre la luz que lanza una sustancia gaseosa inflamada, no se le halla, cualquiera que sea la inclinación, ninguno de los caracteres de la luz polarizada; que la luz de los gases, tomada á su salida de la superficie inflamada, es luz natural, lo que no impide que se polarice en seguida por completo , si se la somete á refle- xiones ó á refracciones convenientes. De aquí un método muy sencillo — 452 — para descubrir á 40 millones de leg-uas de distancíala naturaleza del Sol, Si la luz que proviene del borde de este astro, la luz emanada de la materia solar bajo un ángulo agudo, y que nos llega sin haber esperimentado en su marcha reflexiones ó refracciones sensibles, ofrece señales de polariza- ción, el Sol es un cuerpo sólido 6 liquido. Si no se halla, por el contrario, indicio alg-uno de polarización en la luz del borde, la parte incandescente del Sol es gaseosa. Por este encadenamiento metódico de observaciones puede llegarse á nociones exactas sobre la constitución física del Sol." Acerca de las envueltas del Sol , Y. Arago, Astron. popul. , t. ÍI, p. 101- 10-4. Reproduzco aquí, bajo su forma original, todas las aclaraciones detalladas que tomo de ciertos impresos ó manuscritos de Arago sobre diversos puntos de óptica. Conservando las propias palabras de mi ami- go, con objeto de evitar las equivocaciones ó las alteraciones á las cua- les la incertitumbre de la terminología científica pudieran dar motivo en las numerosas traducciones que se han hecho de esta obra. (100) Pág. 40. — Acerca del efecto de una lámina de turmalina, cortada paralelamente á las aristas del prisma, sirviendo, cuando está convenien- temente situada, para eliminar en su totalidad los rayos reflejados por la superficie del mar y mezclados con luz que proviene del escollo, V. Ara- gO, Instrucciones de la Bonita, Obras Completas, t. IX. (1) Pág. 46. — De la posibilidad de determinarlos poderes refringenles de los cuerpos, según su composición química (investigaciones aplicadas á las relaciones del oxígeno y del ázoe en el aire atmosférico, con la pro- porción del hidrógeno en el amoniaco y en el agua, con el ácido carbó- nico, el alcohool y ei diamante) en Biot y Arago, Memoria sobre las afini- dades de los cuerpos con respecto á la luz, marzo 1806; Memorias matemáticas y físicas del Instituto, i. \U , p. 327-346; Humboldt, Memoria sobre las Re- fraccionei astronómicas en la zona tórrida, en la Colección de Observaciones as- tronómicas, t. I, p. 115 y 122. (2) Pág. 46. — Esperiencias de Arago sobre el poder refractivo de los cuerpos diáfanos (del aire seco y del aire húmedo) por el desplaza- miento de las franjas, en Moigno , Repertorio de Óptica moderna . 1847, p. 159-162. (3) Pág. 47. — Para echar por tierra la aserción de Arato, de que se ven solamente 6 estrellas en las Pléyadas, Hiparco dice (ad Arati Phcenom. I, pág. 190 in Uranologio Pefavii): «Una estrella se ha escapado á Arato, porque si se mira atentamente á las Pléyadas, en una noche pura y sin luna, se ven en ellas 7 estrellas. Según esto , parece estraño que Átalo, en su descripción de las Pléyadas, haya dejado pasar esta equivocación — 453 — '¿1(3 Arato , como si el dicho de este úllimo estuviera conforme con la rea- lidad.» [En los Caías/emmos [atribuidos á Eratostenes (XXlil) se llama á Merope la Í7ivisible -jcavafavr/í^. En cuanto á la relación presumida entre el nombre de la estrella velada (una hija de Atlas) y los mitos g'eográficos que se hallan en la Merópides de Teopompes,, ó con el gran continente Sa- íwrnúio de Plutarco y la Atlántica, V. Humboldt, Examen critico de la Historia de ¡a Geografía, t. I, p. 160, c Idelcr, Untersuchungen ilber den Ur- sprung und die Bedeutung der Sternnamen, í809 p. lío. En cuanto alas po- siciones astronómicas, V. Mciodler, Uíitemuclu ilber die Fixsternsysteme, 2.* parte, I8í8, p. 3() y 100^ y Baily on \[is Mem. of the Astron. Soc, t. XIII, p. 33. (4) Pág-. 47. — Ideler, Sternnamen, p. 19 y 2'). — «()l)sórvase, dice Ara- g:o, que una luz inerte hace desaparecer una luz débil colocada en su proximidad. ¿Cuál puede ser la causa? Es posible ñsiológ'icamente que el sacudimiento comunicado á la retina por la luz fuerte se estienda mas allá de los puntos que la luz fuerte ha herido, y que este sacudimiento secundario absorba y neutralice de alg"una manera el sacudimiento que proviene de la seg-unda y débil luz. Pero sin entrar en estas causas fisio- lóg'icas, existe una causa directa que se puede indicar para la desapari- ción de la luz débil; y es que los rayos que provienen de la grande no han formado solamente una imagen limpia soJjre la retina, sino que se han dispersado también sobre todas las partes de este org-ano, á causa de las imperfecciones de trasparencia de la córnea. — Los rayos del cuerpo brillante a, al atravesar la córnea, obran como al atravesar un cuerpo lig"eramente deslustrado. Una parle de estos rayos con regularidad re- fractados, forman la imagen misma de a; la otra [^sítIc dispersada ilumina la totalidad de la retina. Entonces es cuando se proyecta sol»re este fondo luminoso laimág^endel objeto cercano b. Esta última imág-en debe, pues, ó desaparecer ó debilitarse. Por el dia, doscausas contribuyen al debilita- miento de las estrellas. Una de estas causas es la imág-en perceptible de de esta parle de la atmósfera comprendida en la direcscion de la estrella (de la parte aérea colocada entre el ojo y la estrella) y sobre la cual viene á pintarse la imagen de la estrella; la otra causa es la luz difusa que pro- viene de la dispersión que los defectos déla córnea imprimen á los rayos que emanan de todos los puntos de la atmósfera visible. Por la noche, las capas atmosféricas interpuestas entre el ojo y la estrella hacia la cual se dirig-e la vista, no obran; cada estrella del ñrmamento forma una ima- gen mas limpia, pero una parte de su luz se halla dispersa á causa de la falta de diafaneidad de la córnea. El mismo razonamiento se aplica á una «eg-unda, tercera... milésima estrella. La retina se halla, pues, iluminada en totalidad por una luz difusa, proporcional al número de esta estrella y á su brillo. Concíbese por esto que la suma de luz difusa, debilite ó — 454 — haga desaparecer enteramente la iniág-eii de la estrella hacia la cual se dirígela vista.» (Arago, Manuscrito de 18í7; Ástron. popuL, t. I, p. 192- 196). (5).Pág. 48. — Arag-o, en el A ?mar ¿o para 1842, p. 284, y en las Memorias, i. XV, 1812, p. 7oO. (Schumacher's Astron. Nadir. , n-. 702). «Relativamente á vuestras conjeturas sobre la visibilidad de los satélites de Júpiter, me escribe el doctor Galle, me he ocupado en determinar su magnitud por via de evaluación. He descubierto , contra lo que espera- Ixi , que estos. satélites no son de 5.^ magnitud, sino de 6.^ ú de 7.^ a lo mas. Solamente el tercer satélite^ que es el mas brillante, parecía igua- lar en esplendor á una estrella cercana de 6.* magnitud, que podia aun descubrir á simple vista á alguna distancia de Júpiter. Teniendo en cuenta el efecto producido por la viva luz de Júpiter , estimo que este satélite parecería tal vez de 5.''' ó de 6.^ magnitud si estuviese aislado. El cuarto satélite se encontraba en su mayor elongación ; no obstante , yo no le considero superior á la T.'^ magnitud. Los rayos de Júpiter no hu- bieran impedido á este satélite ser visible , si hubiese escedido de esta magnitud. Comparando Aldebaran con la estrella próxima 6 de Tauro, en donde se distinguen claramente dos estrellas separadas por un inter- valo de o ' ^'2 , he adquirido la certeza de que para nna vista ordinaria los rayos de Júpiter se estienden á o'' ó 6 ' por lo menos.» Estas evalua- ciones convienen con las de Arago : este cree asimismo que los falsos rayospuedon tener una estension doble para algunas personas. Se sabe ademas que las distancias medias de los cuatro satélites al centro de Jú- piter sonl'ol'/, 21 57/^ 4/42'^ y8' 16''. «Si suponemos que la imagen de Júpiter , para ciertas vistas escepcionales , se despliega sola- mente por rayos de uno ó de dos minutos de amplitud , no parecerá im- posible que sean de tiempo en tiempo percibidos los satélites , sin tener necesidad de recurrir al artificio de la amplificación. Para comprobar esta conjetura, he hecho construir un pequeño anteojo en el cual el ob- jetivo y el ocular tienen poco mas ó menos el mismo foco, y que, por lo tanto , no aumenta. Este anteojo no destruye enteramente los rayos di- vergentes, sino que reduce considerablemente su longitud. Esto ha bas- tado para que un satélite, convenientemente separado del planeta, llega- se á ser visible. El hecho ha sido comprobado por todos los jóvenes astro-- nomos del Observatorio.» (Ara^o en las Memorias, t. XV, 1842, p. 731). — Puédese citar, como un notable ejemplo del grado de penetración que al- canza la vista de ciertos individuos , y de la grande sensibilidad de la re- tina, el caso de un maestro sastre, llamado Schoen , que murió en Bres- lau en 1837, y acerca del cual el sabio y hál3il director del Observatoiio de esta ciudad, Boguslawski, me ha dado interesantes noticias. «Se j^a adquirido la certeza varias veces, después de 1820, por pruebas — 455 — formales, que Schoen distinguía los satélites de Júpiter , cuando la noche estaba serena y sin luna, indicaba exactamente la posición de ellos , y podia hacerlo asimismo de varios satélites á la vez. Cuando se le decia que los falsos rayos de los astros impedían á las demás personas hacer otro tanto, Schcen manifestaba su asombro respecto de estos falsos rayos tan fastidiosos para los demás. Según los vivos debates que se suscita- ban entre él y las personas presentes á estos esperimentos , acerca de la dificultad de percibir los satélites á simple vista , faé preciso convenir en que, paraSchoeen, las estrellas y los planetas estaban desprovistos de rayos parásitos , y parecían como simples puntos brillantes. El tercer satélite era el que él distinguía mejor; también veía muy bien el prime- ro hacia sus mayores disgresiones , pero no vio jamás el segundo ni el cuarto solo. Cuando el estado del cielo no era enteramente favorable, los satélites le parecían simples líneas luminosas. Jamasen estos esperimen- tos le acaeció confundir á los satélites con pequeñas estrellas , sin duda a causa del centelleo de estas y de su luz menos sosegada. Algunos años antes de su muerte, Schoen se me quejaba de la debilidad de su vista; sus ojos no podían ya distinguir las lunas de Júpiter ; asimismo, cuando el aire estaba puro, no le parecian ya aisladamente mas que como débi- les rasgos de luz.» Los resultados de estas indagaciones concuerdan muy bien con lo que se sabe desde hace largo tiempo acerca del brillo relati- vo de los satélites de Júpiter; porque para individuos dotados de órganos tan perfectos y tan sensibles , es probable que el brillo y la naturaleza de la luz tienen mas efecto que la distancia de los satélites al planeta. Schoen no vio jamás el segundo ni el cuarto satélite. El segundo es el mas pequeño de todos; el cuarto es , en verdad , el mas lejano y aun el mas brillante después del tercero ; pero su color se oscurece periódica- mente , y es casi siempre el mas débil de los cuatro satélites. En cuanto al tercero y al primero , que Schoen percibía mas fácil y frecuentemente á simple vista, el uno (el tercero) es el mas grande, el que de ordinario brilla mas, y su luz es de un amarillo muy determinado; el otro (el pri- mero) descuella algunas veces por el brillo de su viva luz amarilla sobre el tercer satélite , por mas que sea mucho mas pequeño. (Míedler, Astron., 1846, p. 231-234 y 439). En cuanto á la cuestión de saber como puntos brillantes tan lejanos pueden ser vistos bajo forma de rayas lumi- nosas, consúltese á Sturm y Airy en las ]\[emorias, t. XX, p. "64-766. (6) Pág. 49. — «La imagen dilatada de una estrella de 7.^ magnitud no escita suficientemente la retina, ni hace nacer en ella una sensación apre- ciable de luz. Si la imagen no estuviese dilatada (por rayos divergentes), la sensación tendría mas fuerza, y se veria la estrella. La primera clase de estrellas imperceptibles á simple vista, no seria ya entonces la sétima; para hallarla , seria preciso tal vez descender entonces hasta la 12.^ — 456 — Consideremos un grupo de estrellas de 7.^ magnitud, de tal manera cer- canas las unas de las otras, que los intervalos escapan necesariamente á la vista. Si la visión tuviese limpieza , si la imág-en de cada estrella fuese muy pequeña y bien terminada, el observador percibiria un campo de luz, en el cual cada punto tendria el brillo concentrado de una estrella de 7.^ magnitud. El brillo concentrado de una estrella de T.'* magnitud, basta parala percepción á simple vista. El grupo seria, pues, perceptible á simple vista. Dilatemos ahora sobre la retina -la imagen de cada estre- lla del grupo ; reemplacemos cada punto de la antigua imagen general por un pequeño círculo : estos círculos se echarán los unos sobre los otros, y los diversos puntos de la retina se hallarán iluminados por la luz que viene simultáneamente de varias estrellas. A poco que se re- flexione sobre ello, se tendrá la evidencia de que, csccpto sobre los bordes de la imagen general, el área luminosa así esclarecida tiene precisamen- te , á causa de la superposición de los círculos, la misma intensidad que en el caso en el cual cada estrella no ilumina mas que un solo punto en el fondo el ojo; pero si cada uno de estos puntos recibe una luz igual en intensidad á la luz concentrada de una estrella de 7.* magnitud , es claro que la dilatación de las imágenes individuales de las estrellas* contiguas, no debe impedir la visibilidad del conjunto. Los instrumentos telescópicos tienen, aunque en un grado mucho menor . el defecto de dar también á 13ls esti'eWas un diámetro sensible y facticio. Con estos instrumentos, como á simple vista , se deben , pues , percibir grupos compuestos de estrellas inferiores en intensidad á las que los mismos anteojos ó telescopios ha- rían percibir aisladamente.»? Arago , en e\ Anuario del Bur. de las Longi- tudes para el año de 1842, p. 281; Astron. Popul. , t. I, p. 186-192. (7) Pág. 49. — Guillermo Hcrschell en las P/ff/os. Transac. , for. 1803, t. 93, p. 22o, y for 1805, t. 9o, p. 184. V. también Arago en g\ Anuario para 1842, p. 360-374; Astron. Popul. , i. 1, p. 36Í-371. (8) Pág. 52. — Humboldt, Relacionhist. del Viaje alas Regiones equinoc, t. I, p. 92-97; y Bouguer, Tratado de Óptica , p. 360 y 365. V. también al cap. Beechey cti clBIanual of scientific Enquir]) for the use of the R. ^avy, 1849, p. 71. (9) Pág. 53.— El pasaje de 'Aristóteles citado por Bufón, se halla en un libro en donde apenas se hubiera ido á buscar; el libro de General. Animal-, V, I, p. 780, Beklcer. He aquí su traducción exacta: «Ver bien es, por una parte, ver de lejos , y por otra , es distinguir claramente las diferencias de los objetos percibidos. Estas dos facultades no se hallan siempre reunidas en el mismo individuo. Porque el que pone su mano por encima de los ojos ó mira á través de un tubo, no está ni mas ni me- — 457 — nos por esto en estado de distinguir las diferencias de colores , y no obs. tante, podrá ver objetos situados á muchas mayores distancias. De aquí proviene también que las fersonas colocadas en cavernas y cisternas vean algu- nas veces estrellas .1^ Opvyfiuva , y sobre todo fpéava, son cisternas subterrá- neas ó especies de silos naturales escavados por manantiales. Pues bien: en Grecia, según el testimonio ocular del profesor Franz , estas cavida- des comunican con el aire y la luz por un pozo vertical, y este pozo se ensancha por debajo como el gollete de una botella. Plinio dice (1. lí, c. 14): «Altitudo cogit minores videri stellas; afñxas coció Solis fulgt)r interdiu non cerni, quum ícque ac noctu luceant : idque manifestum fiat defectu Solis et prcealtis puteis.» Cleomedes (Cycl. Theor.,p. 83, Bake), no habla de las estrellas vistas en pleno dia; pero supone «que el Sol, visto desde el fondo de profundas cisternas, parece aumentado á causa de la oscuridad y de la humedad del aire." (10) Pág. o3. — «We have ourselves heard it stated by a celebrated optician, that the carliest circumstance which drew his atlention to as- Ironomy, was the regular appearance , at a certain hour , for several successive days, of a considerable star, through theshaftof a chimney.» Juan HerschcU, Outlines of Astron. , § 61. Los fumistas á quienes he in- terrogado con este motivo, han estado casi todos de acuerdo en decir que no habían visto estrellas en pleno dia, pero que durante la noche veian la bóveda del cielo enteramente cercana , y que las estrellas les parecían como agrandadas. Me abstengo de toda apreciación respecto á la conexión de estas dos ilusiones. (11) Pág. 53. — Saussure, Viaje álos Alpes, Neufchátel, 1779, 4.°, t.IV, § 2007, p- 199. (12) Pág. al. — Humboldt, Ensayo sobre la geografía de las Plantai, p. 103, y Viaje alas regiones equinocc, t. I, p. 143 y 248. (13) Pág. oo. — Humboldt en la ilonatlicher Correspondenz zur Erd-und Himmels-Kunde, del barón de Zach, t. 1, 1800, p. 396; y en el Viaje á las regiones equinocc, i. I, p. 12o: «íCreía imo ver pequeños cohetes lanzados al aire. Puntos luminosos, elevados 7 u 8 grados, parecían moverse jirimero en sentido vertical; después se convertía su movimiento en una verdadera oscilación horizontal. Estos puntos luminosos eran imágenes de varias estrellas agrandadas (en apariencia) por los vapores , y que vülvian al mismo punto del cual habían partido." (14) Pág, oa. — El príncipe Adalberto de Prusia, Aus meinem Tagebu- clie, 1847, p. 213. El fenómeno de que aquí se trata , ¿se relacionará con — 458 — las oscilaciones de la Polar, de 10''' á 12 " de amplitud , que Carlini ha notado varias veces cuando observaba los pasos de la Polar eon ayuda del anteojo meridiano de g-ran aumento del observatorio de Milán? V. Zach, Correspondencia astronóm. y geogr., t. 11, 1819, p. 84. Brandes atribuye esta apariencia á un efecto de espejismo (Gehler's wngearb. phys- Woerterbuch, t. IV, p. 349). Un escelente observador, el coronel Baeyer,. ha visto también la luz eliotrópica presentar oscilaciones horizontales* (lo) Pág-. 59. — En estos últimos tiempos, Uytenbrock ha dado á cono- cer los eminentes servicios de Constantino Huyg-hens y sus condiciones como constructor de instrumentos ópticos, en su Oratio de fratribus Christiano aíque Constantino Eugenio, artis dioptricoB cultoribwi , 1838. V. también el sabio director del observatorio de Leyde , el profesor Kaiser, en los Schumacher's Astron. Narhr. , núm. o92 , p. 246. (16) Pág-. 59. — Arago en la. Astron. popul, t. 1, p. 181. (17} Pág. o9. — «Hemos colocado estos g"randes cristales, dice Domin- g-o Cassini, unas veces sobre un gran mástil , otras sobre la torre de ma- dera traída de Marly; los hemos puesto . por fin , en un tubo montado so- bre un sustentáculo en forma de escalera de tres caras, lo que ha tenido el éxito (en el descubrimiento de los satelices da Saturno) que de ellos habíamos esperado.» (Delambre , Hist. déla Astronóm. moderna, t. II, p. 78o). Lalarg-ura escesiva de estos instrumentos de óptica recuerda los instrumentos de los Árabes, los cuartos de círculo de 58 metros de radio; el arco dividido recibía la imagen del Soi , cuya luz penetraba por un agujerito redondo , á la manera de los gnómones. Un cuarto de círculo de este género se había levantado en Samarcanda ; era probablemente una imitación amplificada del sextante de 18,5 metros de altura de PA- Chokandi. V. Sédillot, Prolegómenos de las Tablas de Olugh Beigh , 1847, p. Lvii y cxxix. (18) Pág. 59. — Delambre, Hist. déla Astron. mod., t. lí, p. 594. Un ca- puchino, Schyrle van Rheita, escritor místico , pero muy versado en las materias de óptica, había ya hablado, en su Oculas Enoch et £/í(p(Antverp., 1645), de la próxima posibilidad de construir anteojos que produjesen un aumento de 4,000 veces: quería servirse de ellos para ejecutar mapas muy exactos déla Luna. V. también Cosmos, t. II, p. 572 núm. 48. (19) Pág. (iO.~Edinh. Encyclopwdia, t. XX, p. 479. (20) Pág. 60. — Struve, Estudios de astron. estelar, 1847, nota 59, p. 24 Por mas que yo haya adoptado en todas partes las medidas francesas. — 459 — he conservado en el texto las designaciones de 40 , 20 y 7 pies ingleses para las longitudes de los telescopios de Herschell. No solamente estas de- signaciones son mas cómodas, sino que han recibido también una espe- cie de consagración histórica por los grandes trabajos del padre y del hijo en Inglaterra, y en Feldhausen, en el cabo de Buena Esperanza. (21) Pág. 61. — Schumacher-s Aslron. Nackr., núms. 371 y 611. Cau- clioix y Lerebours han construido también objetivos de mas de 34 cen- tímetros de diámetro y de 7,7 metros de foco. (22) Pág. 62. — Struve , Stellarum duplicium et mulHpUcium Mensuro^- micrometricce, p. 2-41. (23) Pág. 63. — Airy ha descrito y comparado recientemente los proce- dimientos que se han seguido en la construcción de estos dos telesco- pios; las proporciones de la liga, la fusión del metal, los aparatos de pulimento y los aparatos para la instalación de los espejos. V. Abst. of the Astron. Soc, t. IX, núm o (march 1849). Léese en él lo siguiente so- bre los efectos del espejo de 6 pies de diámetro (1,83 m.) de Rose (p. 120): «The Astronomer royal (M. Airy) alluded to the impression made by the enormous light of the telescope; partly by the modifications produced in the appearances of ncbulse already figured, partly by the great numbcr of stars seen even at a distancefrom the Milky Way , and partly from the prodigious brilliancy of Satiü^n. The accounl given by another astronomer of the appearance oí Júpiter was, that it resembled a coach-lamp in the telescope ; and this well expresses the blaze of light ■which is seen in the inslrument.» V. también Juan Herschell, Oiitlines of Astron., § 870: «Thesublimity of the spectacle afforded by the magni- ficent rcflecting telescope constructed by lordRosse of some oflhe larger globular clusters of nebuke is declared by all, who have -svitnessed it, to be such as no words can express. This telescope has resolved or rende- red resolvable multitudes of nebulíe which had resisted all inferior powers.» (24) Pág. 63.— Delambre , Hist. de laAstr. mod. , t. 11, p. 2o5. (25) Pág. 64. — Struve, Mens. microm., p. xliv. (26) Pág. G4.— Schumacher's Ja/trkíc/ifür 1839,p, 100. (27) Pág 64. — «La luz atmosférica difusa no puede esplicarse por el reflejo de los rayos solares sobre la superficie de separación de las ca- — 460 — pas de diferentes densidades de las cuales se supone está compuesta la atmósfera. En efecto : supongamos colocado el Soi en el horizonte ; las superficies de separación en la dirección del cénit serian horizontales; por consecuencia lo seria también la reflexión , y no veríamos ning-una luz en el cénit. En el supuesto de las capas , ningún rayo nos llegaría por efecto de una primera reflexión. Únicamente las reflexiones múlti- ples podrían obrar. Así, pues, para esplicar la luz difusa, es preciso figurarse la atmósfera compuesta de moléculas (esféricas por ejemplo), de las cuales cada una da una imagen del Sol aproximadamente , como las bolas de cristal que colocamos en los jardines. El aire puro es azul, porque según Newton , las moléculas del aire tienen el espesor que con- viene á la reflexión de los rayos azules. Es, pues, natural que las pe- queñas imágenes del Sol que por todas partes reflejan las moléculas esfé- ricas del aire, y que son la luz difusa, tengan un tinte azul; pero este íizul no es azul puro, es un blanco en el cual predomina lo azul. Cuando el cielo no esta enteramente puro y el aire está mezclado de vapores vi" sibles, la luz difusa recibe mucho blanco. Como la luna es amarilla, el azul del aire es durante la noche un poco verdoso, es decir, mezclado de azul y de amarillo." (Arago, manuscrito de 1847). (28J Pág. 64. — De uno de los efectos de los anteojos sobre la visibilidad de las estrellas. (Carta de Arago a de Humboldt, en Dic. de 1847). «El ojo no está dotado mas que de una sensibilidad circunscrita, li- mitada. Cuando la luz que hiere la retina no tiene bastante intensidad, no siente nada el ojo. Sucede que por una falta de intensidad muchas estrellas, aun en las noches mas profundas, escapan á nuestras observa- ciones. Los anteojos tienen por efecto, en cuanto á las estrellas, aumentar la intensidad de la imagen. El haz cilindrico de rayos paralelos que vie- ne de una estrella, y que se apoya sobre la superficie del lente objeti" vo teniendo esta superficie por base, se halla estrechado considerable- mente á la salida por el lente ocular. El diámetro del primer cilindro es al diámetro del segundo, como la distancia focal del objetivo es á la distancia focal del ocular, ó bien, como el diámetro del objetivo es al diámetro de la parte de ocular que ocupa el haz emergente. Las intensi- dades de luz en los dos cilindros en cuestión (en los dos cilindros inci* dente y emergente) deben ser entre sí como las estensiones superficiales de las bases. Asi la luz emergente será mas condensada, mas intensa que la luz natural que cae sobre el objetivo, en la relación de la superfi- cie de este objetivo á la superficie circular de la base del haz emergente. El haz emergente, cuando el anteojo aumenta, siendo mas estrecho que el haz cilindrico que cae sobre el objetivo, es evidente que la pupila, cualquiera que sea su abertura, recogerá mas rayos por el intermediario — 461 — del anteojo que sin éste. El anteojo aumentará, pues, siempre la inten- sidad de la luz de las estrellas. wEl caso mas favorable , en cuanto al efecto de los anteojos , es evi- dentemente aquel en el cual el ojo recibe la totalidad del haz emergente, el caso en el cual este haz tiene menos diámetro que la pupila. Entonces toda la luz que el objetivo abraza, concurre , por mediación del telesco- pio , á la formación de la imagen. A simple vista, por el contrario , tan solo se aprovecha una parte de esta luz: es la pequeña porción que la su- perficie de la pupila recorta en el haz incidente natural. La intensidad de la imagen telescópica de una estrella es , pues , á la intensidad de la imagen á la sin^ple vista, como la superficie del objetivo es á la de la pupila. mLo que precede es relativo á la visibilidad de un solo punto, de una sola estrella. Vengamos á la observación de un objeto que tenga dimen- siones angulares sensibles , á la observación de un planeta. En los casos mas favorables , es decir , cuando la pupila recibe la totalidad del pincel emergente, la intensidad de la imagen de'cada punto del planeta se cal- culará por la proporción que acabamos de dar. La cantidad total de la luz que concurre á formar el conjunto de la imagen á simple vista, será, pues, también á la cantidad total de la luz que forma la imagen del pla- neta con ayuda de un anteojo, como la superficie de la pupila es a la del objetivo. Las intensidades comparativas, no ya de puntos aislados, sino de las dos imágenes de un planeta que se forman sobre la retina á simple vista, y por el intermediario de un anteojo deben evidentemente dismi- nuir proporcionalmente á las estensiones superficiales de estas dos imá- genes. Las dimensiones lineales de las dos imágenes son entre sí como el diámetro del objetivo es al diámetro del haz emergente. El número de veces que la superficie de la niiágen ampliada sobrepuje á la superfi- cie de la imagen á simple vista, se obtendrá, pues, dividiendo el cuadra- do del diámetro del objetivo por el cuadrado del diámetro del haz emer- gente, ó bien la superficie del objetivo por la de la base circular del haz emergente. «Hemos ya obtenido la relación de las cantidades totales de luz que engendran las dos imágenes de un planeta , dividiendo la superficie del objetivo por la superficie de la pupila. Este número es menor que el cociente, al cual se llega dividiendo la superficie del objetivo por la su- perficie del haz emergente. Resulta de esto, en cuanto á los planetas, que un anteojo hace ganar menos en intensidad de luz , que lo que hace perder agrandando la superficie de las imágenes sobre la retina ; la in- tensidad de estas imágenes debe, pues, ir continuamente debilitándose á medida que el poder amplificativo del anteojo ó del telescopio acrece. j;La atmósfera puede ser considerada como un planeta de dimensio- nes indefinidas. La parto de ella que se verá "^n un anteojo sufrirá, pues. — 462 — también la ley de debilitamiento que acabamos de indicar. La relación entre la intensidad de la luz de un planeta y el campo de luz atmosférica á través de la cual se la verá , será el mismo á simple vi'sta y en los an- teojos de todos los aumentos, de todas las dimensiones. Los anteojos, bajo la relación de la intensidad , no favorecen , pues , la visibilidad de los planetas. »No sucede lo mismo con las estrellas. La intensidad de la imagen de una estrella es mas fuerte con un anteojo que á simple vista: por el con- trario , el campo de la visión , uniformemente alumbrado en los dos ca- sos por la luz atmosférica es mas claro á simple vista que con el anteojo. Hay, pues, dos razones, sin salir de las consideraciones de intensidad, para que en un anteojo la imág-en de la estrella predomine sobre la de la atmósfera y notablemente mas que á simple vista. "Este predominio debe ir g-radualmente aumentando con el eng-ruesa- rniento. En efecto, hecha abstracción de cierto aumento de diámetro de la estrella , consecuencia de diversos efectos de difracción ó de interferen- cias, abstracción hecha también de una reflexión mas fuerte que sufre la luz sobre las superficies mas oblicuas de los oculares de focos mas cortos, la intensidad de la luz de la estrella es constante, en tanto que la aber- tura del objetivo no cambie. Como se ha visto , la claridad del campo del anteojo, por el contrario, disminuye sin cesar á medido que acrece el poder amplificativo. Así, pues, quedando ig-uales todas las demás cir- cunstancias, una estrella será tanto mas visible, y su predominio sobre la luz del campo del telescopio será tanto mas limitada mientras se haga uso de un aumento mas fuerte.» (Arago, Astron. popul., t. I, p. 186-188, y p. 197-198). — Estracto también lo que sigue del Anuario del Bur. de las Long. para 1846 (Datos científicos por Arago), p. 381 : «La esperiencia ha enseñado que para el común de los hombres, dos espacios alumbrados y contiguos no se distinguen el uno del otro , á menos que sus intensi- dades comparativas no presenten, en el mínimum, una diferencia de */go. Cuando un anteojo está vuelto hacia el firmamento , su campo parece iluminado uniformemente: es porque entonces existe, en un plano que pasa por el foco y perpendicular al eje del objetivo , una imagen indefi- nida de la región atmosférica hacia la cual está dirigido el anteojo. Su- pongamos que un astro, es decir, un objeto situado bastante mas allá de la atmósfera , se halla en la dirección del anteojo : su imagen no será visible mientras que no aumente */go , por lo menos , la intensidad de la parte de la imagen focal indefinida de la atmósfera, sobre la cual irá á colocarse su propia imagen limitada. Sin esto , el campo visual continuará pareciendo por todas partes de la misma intensidad.»' (29) Pág. 66. — Por primera vez ha publicado Arago su teoría del centelleo en un apéndice al 4.° libro de mi Viaje á las Regiones equinoccia- — 463 — les, t. I, p. 623. Me considero feliz con poder enriquecer el capitulo re- lativo á la visión natural y telescópica con las aclaraciones siguientes, las cuales reproduzco testualniente. De las causas del centelleo de las estrellas. «Lo que es mas de notar en el fenómeno del centelleo, es el cambio de color. Este cambio es mucho mas frecuente de lo que indica la obser- vación ordinaria. En efecto, agitando el anteojo, se trasforma la imág-en en una línea ó un círculo, y todos los puntos de esta línea ó de este círculo aparecen de diferentes colores. Cuando se deja el anteojo inmó- vil , se ve la resultante de la superposición de todas estas imágenes. Los rayos que se reúnen en el foco de un lente, vibran de acuerdo ó en des- acuerdo, se aumentan ó se destruyen, según que las capas por ellos atravesadas tienen tal ó cual refringencia. El conjunto de los rayos ro- jos puede destruirse solo, si los déla derecha y de la izquierda, y los de arriba y de abajo han atravesado medio, igualmente refringentes. He- mos dicho solo, porque la diferencia de refringencia que corresponde á la destrucción del rayo rojo, no es la misma que acarrea la destrucción del rayo verde, y recíprocamente. Ahora bien: si los rayos rojos son destruidos, lo que queda será el blanco menos el rojo, es decir, el ver- de. Si, por el contrario , el verde es destruido por interferencia, la ima- gen será del blanco menos el verde, es decir, del rojo. Para esplicar por qué los planetas de gran diámetro no centellean ó centellean muy poco, es preciso acordarse de que el disco puede ser considerado como una agregación de estrellas ó de puntitos que centellean aisladamente ; pero las imágenes de diferentes colores que daria cada uno de estos puntos, tomado aisladamente , obrando las unas sobre las otras , formarían el blanco. Cuando se coloca diafragma ó un tapón atravesado por un agu- jero sobre el objetivo de un anteojo, las estrellas adquieren un disco rodeado de una serie de anillos luminosos. Si se hunde el ocular, el disco de la estrella aumenta en diámetro y. se produce en su centro un agu- jero oscuro; si se hunde mas, un punto luminoso sustituye al punto ne- gro. Un nuevo hundimiento da lugar á un centro negro, etc. Tomemos el anteojo cuando el centro de la imagen es negro, y dirijámosle á una estrella que no centellea: -el centro quedará negro, como lo estaba antes. Si se dirige el anteojo, por el contrario, á una estrella que centellea, se verá el centro de la imagen luminoso y oscuro por intermitencia. En la posición en la cual el centro de la imagen está ocupado por un punto lu- minoso , se verá á este punto desaparecer y renacer sucesivamente. Esta desaparición ó reaparición del punto central es la prueba directa de la interferencia variable de los rayos. Para concebir bien la ausencia de luz en el centro de estas imágenes dilatadas , es preciso tener en cuenta que — 464 — los rayos refractados con reg-ularidad por el objetivo no se reúnen y no pueden, por consecuencia, interferir mas que en el foco: por tanto, las imág-enés dilatadas que estos rayos pueden producir, quedarian siempre llenas (sin ag-ujeroj. Si en determinada posición del ocular se presenta un agujero en el centro de la imagen, es porque los rayos re- fractados con reg-ularidad interfieren con los rayos difractados sobre los bordes del diafragma circular. El fenómeno no es constante , porque los rayos que interfieren en un momento dado , no interfieren un momento después , cuando han atravesado capas atmosféricas cuyo poder refrin- gente ha variado. Hállase en esta esperiencia la prueba manifiesta del papel que juega en el fenómeno del centelleóla desigual refrangibilidad de las capas atmosféricas atravesadas por los rayos cuyo haz es muy es- trecho. «Resulta de estas consideraciones que la esplicacion de los centelleos no puede referirse mas que á los fenómenos de las interferencias lumino- sas. Los rayos de las estrellas, desques de haber atravesado una atmósfe- ra en donde existen capas desigualmente calientes, desigualmente den- sas, desigualmente húmedas, van a reunirse en el foco de un lente para formar allí imágenes de intensidad y de colores perpetuamente muda- bles, es decir, imágenes tales como las presentad centelleo. Existe tam- bién centelleo fuera del foco de los anteojos. Las espUcaciones propuestas por Galileo, Scalígero, Keplero, Descartes, Hooke, Huyghens, Newton y Juan Michel, que yo he examinado en una memoria presentada ai Ins- tituto en 1S40 {Memorias, t. X, p. 83), son inadmisibles. Tomás Young, á quien debemos las primeras leyes de las interferencias, ha creido ines- plicable el fenómeno del centelleo. La falsedad de la antigua explicación por vapores que revolotean y se mudan, está ya probada por la circuns- tancia de que vemos el centelleo de los ojos, lo que supondría una mu- tación de im mihuto. Las ondulaciones de los bordes del Sol son de 4" á 3'' y tal vez piezas que fallan, luego también efecto de la interferencia de los rayos.» {Extracto de los manuscritos de Arago, 1547.) (30) Pág. 67. — Arago, en el Anua/'io para 1831, p. 168. (31) Pág. 68.— Aristóteles, de Coelo, 11, 8, p. '290, Bekker. (32) Pág. 68.— Cosmos, t. lí, p. 314. - (33) Pág. 69. — CauscB scintillationis, en Keplero, de Stella nova in pede Serpentarü, 1606, c. 18, p. 92-97. (34) Pág. 69,— Carta de Garcin, doctor en Medicina, á de Réaumar, en la Hist. de la Academia real de Ciencias, año 1743, p. 28-32. — 465 — (35) Pag-, 71. — Ilamholdt, Viaje á las Regiones equinocc, t. I, p. olí y "312; t. II, p. 202-208, y Cuadros de la naturaleza, 3.^ edición, 1851, t. I, p. 25 y 217 de la trad. IVancesa, uEn Arabia, dice Garcin, lo mismo que en Bender-Abassi, puerto IV.moso del g-olfo Pérsico, el aire está perfecta- mente sereno casi todo el año. Pasa la primavera, el verano y el otoño sin que allí se vea el menor rocío. En estas mismas estaciones, todo el mundo duerme al aire sobre lo alto de las casas. Cuando se está acosta- do (le tal suerte, no es posible apreciar el placer que se tiene en contem- piar la belleza del cielo, el brillo de las estrellas. Es una luz pura, firme y resplandeciente, sin centelleo. Tan solo á mediados del invierno, aun- que muy débil, se apercibe allí el centelleo." Garcin, en la Hist. de la Aca- demia de Ciencias, 1743, p. 30. (36) Pág-. 71 — A propósito de las ilusiones que provienen de la pro- pagación sucesiva del sonido y de la luz, dice Bacon: «Atque hoc cum siraUibus nobis quandoque dubitationem peperit plañe monstrosam: vi- delicet, utruní cocli serení et stellati facies ad idem tempus cernatur, quando veré existit, an potius aliquanto post; et utrum non sit (quate- nus ad visuní coelestium) non minus tempus vcruai et tempus visum, 'juam locus verus et locus visus, qui notatur ab astronomis in parallaxi- bus. Adeo incredibile nobis videbatur, species sive radios corporum coe- lestiuní, per tam immensa spatia milliarium, súbito deferri posse aa visum; sed potius deberé eas in tempore aliquo nolabili delabi. A^erum illa dubitatio (quoad majus aliquod intervallum temporis ínter tempus verum et visum) postea plañe evanuit, reputantibus nobis...» The Worhs of Francis Bacon, t. I, Lond. 17í0 (Novum Organum), p. 371. Vuelve en- seguida sobre sí mismo, como todos los antig-uos, y rechaza las ver- dades tan claras que acaba apenas de esponer, — V. Somervílle , the Connexion ofthe Physical Sciences, p. 36, y Cosmos, t. I, p. líO. (37) Pág-. 71. — Véase la exposición del método de Arago en el Anua- rio del Bur. de las Longitudes para 1842, p. 337-343. «La observación atenta de las fases de Alg-ol en seis meses de intervalo servirá para de- terminar directamente la velocidad de la luz de esta estrella. Cerca del máximum y del mínimum, el cambio de intensidad se obra lentamente: es, por el contrario, rápido en ciertas épocas intermedias entre las que corresponden á los dos estados estreñios, cuando Algol, bien disminu- yendo, bien aumentando en brillo, pasa por la tercera magnitud." (38) Pág. 72.— Newton, Opticks, 2/^ edición, (Lond. 1718), p. 325: "Lig-ht moves from the Sun to us 7 or 8 minutes of time.» Newton com- para la velocidad de la luz á la del sonido (370 metros por seg'undo). Como admite, seg-un las observaciones de los eclipses de los satélites de TOMO 111. oO — 466 — Júpiter (la nmorte de esle gran hombre precedió unos 6 meses al descubri- mieiilo de la aberración por Eradle y) que la luz viene del Sol a la Tierra eu 7' 30", recorriendo asi un espacio que evalúa en 70 millones de millas inglesas, dedúcese de aquí que la velocidad de la luz seria de loo^Uíi.') ^/<) de millas inglesas por segundo. La reducción de estas millas á millas geográficas de lo al grado del Ecuador presenta alguna incertidumbrc, según que se admita tal ó cual evaluación de las dimensiones del globo terrestre. La milla inglesa vale 5/280 pies ingleses o l,601)m, 31,449. Si se admiten los resultados de Bessel para el elipsoide terrestre {Efémér. de Berlín para 1852) se halla con los datos de Pvewton, una velocidad de 33,796 millas geográficas, ó de 25,034 miriametros. Pero Newton supo- nía el paralaje del Sol de 12". Calculando con el verdadero paralaje de- terminado por Enke, según los pasos de Venus, á saber, 8", 57,116, la distancia recorrida resulta mayor de lo que Newton habia supuesto, y se hallan 47,232 millas geográficas ó 35,048 miriametros: es decir una ve- locidad muy fuerte, mientras que era muy débil hace un momento. Un liedlo muy notable, que por lo demás se ha escapado á Delanibre [Eisi. de la Astronomía moderna, t. II, p. 653), es que los 7' 30" asignados por JXewton al tiempo que la luz tarda en llegar del Sol á la Tierra, se acer- can mucho á la verdad; el error es solamente de 47", mientras que los demás astrónomos adoptaban evaluaciones completamente exageradas. Después del descubrimiento de Roemer, en 1675, hasta el principio del siglo XVIII, estas evaluaciones han oscilado entre llm y 14iii 10 s . Sin duda la de Newton estaba basada sobre observaciones inglesas mas re- cientes del primer satélite. La primera memoria en la cual Roemer, dis- cípulo de Picard, ha consignado su descubrimiento, data del 22 Noviembre 1675. Habia descubierto, por 40 inmersiones y emersiones de los satéli- tes de Júpiter, «un retardo de luz de 22 minutos para el intervalo que es doble del que existe desde aquí al Sol» (Memorias de la Acad., 1666-1699, i. X, 1730, p. 400). Cassini no negó el hecho del retardo; pero puso en duda el valor indicado, por la razón, completamente errónea por lo de- más, de que cada satélite da un resultado diferente. Diez y siete años después que Rosmcr salió de París, Du-Hamel, secretario de la Acade- mia, admitía de 10 á 11 minutos refiriéndose en todo á Roemer (Regiic Scientiarum Academias Historia, 1698, p. 145); pero sabemos, por Pedro Horrebow (Basis Astronomice sive triduum Ramcrianum, 1735, p. 122-1 29j, que Roemer quería publicar en 1704, seis años antes de su muerte, una obra sobre la velocidad de la luz, y que sostenía firmemente su primer número de Hm. Lo mismo sucede con Huyghens (Tract de Luminc, c. I, p. 7). Cassini procede de otra manera: halla 7iu 5 s para el primer saté- lite, 14ni 12 s para el segundo, y admite, en sus tablas, lini IQs pro pe- ragrando diametri semissi. El error üia pues aumentando (V. Horrebow, Triduum, p. 129; Cassini, Hipótesis y Satélites de Júpiter en las Mem. de la — 467 — Acad., 1666-1699, t. Ylf, p. 435 y 47o; Delambre, IHst, de la Astron^ mod., i. II, p. 751 y 782; Du Hamcl, Física, p. 43o. (39) Pág. 72.— Delambre, Ilist. de la Astron. mod. t. II, p. 6S3. (40) Pág-. 72. — Reduction ofBradley's observations at Kew and Wansíed^ 1836, p. 22; ScIiLimacher's Astron. Nachr, t. XIII, 1836, n." 309; Mis- ccllaneous Works and Correspondence ofthe Rev, James Bradley by prof. Ri- ii,'^aud, Oxford. 1832. Para las teorías de la aberración basadas sobre la hipótesis de las ondulaciones del éter, V. Dopplcr, en los Abhundl. der liónigl. hohmischen GeseUschaft der Wissenschaften, 5.^ serie, t. III, p. 745- 765. Hé aquí un hecho capital para la historia de los grandes descubri- mientos astronómicos. Mas de medio siglo antes de que Brandley hubie- se descubierto la esplicacion y la ley de la aberración de las fijas, Picard habia observado muy probablemente desde 1067, que las declinaciones de la Polar presentaban una variación periódica de cerca de 20", ude la cual no podían dar cuenta el paralaje ni la refracción, y que parecía sufrir cambios muy regulares de una estación á otra». Delambre, (Hisf. de la Asíron. mod., i. II, p. 616). Picard estaba pues en el camino que debía conducir al descubrimiento de la velocidad de la luz directa, aun antes de que su discípulo Roemer hubiese dado á conocer la velocidad de la luz reflejada. (41) Pág. 72.— Schumacher's Asíron. Nachr., t. XXI, 1844, n.° 484; Slruve, Estudios de Astron. estelar, p. 103 y 107. (V. también Cosmos, 1. 1, p, 139). En el Anuario para 1842, p. 287, la velocidad de la luz está eva- luada en 30,800 miríámctros (77,000 leguas de 4,000 metros por segun- do). Esta evaluación es la que se acerca mas á la de Struve. La velocidad determinada en el observatorio de Pulkova es, en efecto, de 30,831 mi- riámetros. En cuanto á la diferencia, supuesta por un momento, entre la velocidad de la luz de la Polar y de su compañera, y á las dudas que Struve mismo ha manifestado con n^otivo de sus primeras conclusiones, V. Meedler, Astronomía, 1849, p. 393. Guillermo Richardson ha dado una evaluación mayor para el tiempo que la luz emplea en llegar del Sol a la Tierra; da 8' 19", 28, de donde resulta una velocidad de 30,737 mi- riámetros por segundo. (Mem. of the Astron. Societij, i. IV, 1.^ parle, p. 68j. (42) Pág. 73. — Fizeau ha espresado su resultado en leguas de 25 al grado del meridiano, es decir, de 4,444m , 44; .la velocidad seria de 70,948 de estas leguas (Memorias, t. XXIX, p. 92). En Moigno, Répert. de Óptica moderna, 3.^ parte, p. 1162, el resaltado indicado es de 70,843 — 468 — leguas de 25 al girado; es el que aias se acerca al de Brandley según las redacciones de Busch. ■ (43) Pág-. 74.' — «Según la teoría matemática en el sistema de las on- das, los rayos de diferentes colores, los rayos cuyas ondulaciones son desiguales, deben no obstante propagarse en el Éter con la misma velo- cidad. No existe diferencia a éste respecto entre la propagación de las ondas sonoras, las cuales se propagan en el aire con la misma rapidez. Esta igualdad de propagación de las ondas sonoras está bien establecida esperimentalmente por la similitud de efecto que produce una música oida á gran distancia del sitio en que se toca. La principal dificultad, la única dificultad que se ha opuesto al sistema de las ondas, consiste,, pues, en esplicar cómo la velocidad de propagación de los rayos de di- ferentes colores en cuerpos diferentes podia ser desemejante y servir pa- ra dar cuenta de la desigualdad de refracción de estos rayos o de la dis- persión. Se ha demostrado recientemente que esta dificultad no es insu- perable; que se puede constituir el Éter en los cuerpos desigualmente densos, de manera que los rayos de ondulaciones desemejantes se pro- paguen en él con velocidades desiguales: queda por determinar si las concepciones de los geómetras respecto de este asunto están conformes con la naturaleza de las cosas. Hé aquí las amplitudes de las ondulacio- nes deducidas experimentalmente de una serie de hechos relativos á las interferencias: Violado Omm, 000423 Amarillo 0nim,000551 Rojo Omm, 000620 La velocidad de trasmisión de los rayos de diferentes colores en los es- pacios celestes es la misma en el sistema de las ondas, y por completo independiente de la estension ó de la velocidad de las ondulaciones.»» Arago, Manuscrito de 1SÍ9. V. también la Asíron. popuL, t. í,p. 405-408. — > Las longitudes de ondas del Éter y su velocidad de vibración determinan los caracteres de los rayos luminosos. Para los rayos mas refrangibles (el violado), el número de ondulaciones es de 662 billones por segundo. Los rayos rojos ejecutan vibraciones mas lentas y de una amplitud ma- yor; el número de las vibraciones es de 4ol billones por segundo. (44) Pág. "4. — He probado, hace ya muchos años, por observaciones dij-ectas, que los rayos de las estrellas hacia las cuales camina la Tierra, y los rayos de las estrellas de las cuales la Tierra se aleja , se refractan exactamente en igual cantidad. Tal resultado no puede concillarse con la teoría de la emisión, sino con la ayuda de una adición importante á esta teoría: es preciso admitir que los cuerpos luminosos emiten rayos de to- das velocidades, y que solo los rayos de una velocidad determinada soa — 469 — ^'isibles, que solo ellos producen en el ojo la sensación de luz. En la too- ría de la emisión, el rojo, el amarillo, el verde, el azul, el violado sola- res, están acompañados respectivamente de rayos parecidos, pero oscu- ros por falta ó por esceso de velocidad. A mayor velocidad corresponde menor refracción, como menos velocidad acarrea una refracción mayor. De suerte que cada rayo rojo visible está acompañado de rayos oscuros de la misma naturaleza, que se refractan los unos mas y los otros menos que él: así de este modo existen rayos en las estrias negras de la parte roja del espectro; lo mismo debe admitirse en las estrías situadas en las par- tes amarillas, verdes, azules y violadas." Arag-o, Memorias de la Academia ríe Ciencias, t. XYl , i843 , p.'iOí. V. también t. Vil! , 1839 , p. 326, y Poisson, Tratado de mecánica, 2.^ ed. 1833, t. 1, § 168. Seg"un las miras propias á la teoría de las ondulaciones, los astros emiten rayos de luz en los cuales las velocidades de oscilaciones trasversales presentan una va- riedad infinita. (45) Pág'. 7o. — Wheatstone en las Pililos. Transad, of the Royal Society íov 1834, p. 589 y 591. Seg-un las investig^aciones descritas en esta me- moria (p. 591), parece que el ojo es capaz de apreciar impresiones lumi- uosas «cuya duración no esceda de un millonésimo de segundo.» Acerca de la hipótesis, mencionada en el testo, según la cual la luz polar tendría analogía con la luz del Sol, V. Juan Herschell, Resulís of Astron. Observ- at the Cape of Good Hope , 1847 , p. 351. Arago ha hecho mención en las Memorias, t. Vil, 1838. p. 956, de un aparato rotatorio de Wheatstone, perfeccionado por Bréguet, que se proponía emplear para decidir éntrela teoría de emisión y de las ondulaciones, partiendo del hecho de que en la primera hipótesis la luz debe caminar mas lentamente en el aire que en el agua, mientras que en la segunda debe suceder lo contrario (Memo- rias para 1850, t. XXX, p. 489-495 y 556). (46) Pág. 76.— Steinheil, en las Astron. Nachr., num. 679 (1849), •p. 97-100; Walker , en los Proceedings of the American Philosophical So- ciety, t. V, p. 128. (V. las proposiciones mas antiguas de Pouillet en las Memorias, t. XíX, p. 1386.) investigaciones ingeniosas y aun mas moder- nas de Mitchell, director del Observatorio de Cincinnati (Gould's Astr. Journal, déc. 1849, p. 3: Oii the velocity of the electr. wave), y de Fi- zeau y Gounelle, en París, en abril de 1850^ se alejan á la vez de los re- sultados de Wheatstone y de los de Walker. Las esperanzas menciona- das en las Memorias, i. XXX, p. 439, revelan diferencias sorprendentes éntrelos conductores de distinta naturaleza, tales como el hierro y el cobre. (47) Pág. 76. -V. Pooggcndorff, en sus Annalen , t. LXXllI , 1848, p. 337, y Pouillet, Memorias, t. XXX, p. 501. — 470 — (4S) Pág-. 76. — Riess, en los Poggcnd. Ann., t. 78, p. 337. — Acerca dd papel «le conductor rcusado á la parte del g-lobo terrestre interpuesta, V. las importantes iiivestig^aciones de Guillemin Sobre la corriente en una ■pila aislada y sin comunicación entre los polos, en las Memorias , t. XXIX, p. 321 . «Cuando se reemplaza un hilo por la tierra en los telég-rafos eléc- tricos, la tierra sirve mas que de medio de unión, de receptáculo coman entre las dos estremidades del hilo." (49) Pág. 77. — Maídler, Astron , p. 380. Laplace, según Moigno , Rc- fertorio de Óptica moderna, 1847 , t. I, p. 72: «Según la teoría de la emi- sión, créese poder demostrar que si el diámetro de una estrella fija fue se 2o0 veces mayor que el del Sol, y quedando igual su densidad, la atracción ejercida en su superficie destruirla la cantidad de movimien- to de la molécula luminosa emitida, de suerte que seria invisible á grandes distancias." Pero si se atribuye, con Guil'crmo Herschell, un diámetro aparente de 0",l á Arturo, resulta de ello que el diámetro real de esta estrella es 11 veces solamente mayor que el del Sol (Cosmos, i. I, p. 123 y 3S2 n° 99). Seria preciso, por lo demás, que la velocidad de la luz variase con la magnitud de los astros que la emiten, lo cual no está confirmado en modo alguno por la observación. Aragodicc enlas/líewo- ri09, t. VIH, p. 326: «Los esperimenlos sobre la igual desviación prismá- tica de las estrellas hacia las cuales camina la Tierra ó de las cuales se aleja, da cuenta de la desigualdad de velocidad aparente de los rayos de todas las estrellas." (50) Pág. 7S.— Eratóstenes, Catasíerismi , ed. Schaubach , 1793, y Eraiosthénica, ed. God. Bernhardy, 1822, p. 110-116. En esta descripción distínguense las estrellas en ?,au-7rpcL {[xiyáXoi) y en a¡Lo.vpol (c. 2, 11, 41.) Tal- es también la división adoptada por Tolomeo. E\\ cuanto á las es- trellas que él llama ¿.aopfaroi, son aquellas que no pertenecen á ninguna constelación. (31) Pág. 79. — Tolomeo, Almagestas, ed. Halma , t. 11, p. 40. Léese también en los Catasíerismi de Eratósthenes , c. 22, p. 18: v Si ns^aX-n xai n cipKr¡ a.va.7cro^ opóírai, 8ia Se vSfskáSoví cvaTpcyfyii 8oKtl riaiv opadat Igualmente en Gemino. Phien.,eá. Hildcr, 1590, p. 46. (52) Pág. SO.— Cosmos, t. II, p. 319 y Í74, núm. 63. (33) Pág. SO. — Muhamedis Alfraganj, Chronologica et Astron. Elementa^ 1390, cap. XXIV, p. 118. (54) Pág. 80. — Hállase en ciertos manuscritos del Almagestas la indi- cación de estos órdenes de magnitudes intermediarias, porque varias -^ 471 — desig-naciones d(3 magnitud, están acompañadas do las palaliras uf.l^,.>v y ¡láacruv (Co(L París. , núin, 2389). Ticho esprosaha estas mniínitndcs intormediarias por puntos. (5')} Pág-. SI. — Juan 1I(TscIic11, Outlines of Aafron., p. ')20-")27. (oG) Pág. 8l. — Se trata del sextante de espejos empleado para deter- minar el l)rillo relativo de las estrellas; yo me he servido de él, bajo los: trópicos, mucho mas frecuentemente que de los diafragmas, que no obs- tante me hablan sido recomendados por Rorda. Empecé este trabajo bajo el bello cielo de Cumana, y lo continué mas tarde, en el hemisferio aus- tral hasta 1803. Pero entonces no eran ya tan favorables las circunstan- cias, por mas que yo estuviese colocado sobre las mesetas de los Andes y en las costas del mar del Sur, cerca de Guayaquil. En la escala arbi- traria que yo me habia construido, tenia representado por 100 á Sirio, la mas brillante de todas las estrellas; las de primera magnitud variaban de 100 á 80; las de segnnda, de 80 á 60; las de tercera , de 60 á 4'i; las de cuarta, de i'i á 30 ; y por último, las estrellas de quinta magnitud so hallaban comprendidas entre los números 30 y 20 de mi escala. Revisé principalmente las constelaciones do la Nave y de la Grulla, en donde creia poder hallar cambios sobrevenidos después de la época de LaCaille. Combinando con cuidado mis diversas evaluaciones, y multiplicando los términos de comparación, me pareció que el brillo de Sirio sobrepujaba al de Canopca, en la misma relaciou que el l)rillo de a del Centauro so- brepuja al de Aehernar. La escala arbitraria de que me he servido se opone á que puedan compararse inmediatamente mis resultados con los que Juan Herschell tiene publicados desde 1S38. V. m'iColeccion de Observ. Astron.. t. I, p. Lxxr, y mi Relac. hiü. del Viaje á las Regiones equinocc, t, í, p. 518 y 624. V. también la Carta de Humboldt á Schumacher, en fe- brero de 1839, en las Astron. Nachr., núm. 374. Dieesc en esta carta: «Arag-o, que posee niiedios fotométricos enteram(;nte diferentes de los que hasta aquí se han publicado, me tranquilizó respecto de la parte de los errores quo podían provenir del cambio de inclinación de un espejo azo- gado en la cara interior. Censura por lo demás el principio de mi méto- do, y lo mira como poco susceptible de perfeccionamiento, no solo á cau- sa de ¡a diferencia do los ángulos entre la estrella vista directamente y la quo está atraída por reflexión, sino sobre todo porque el resultado de la medida de intensidad depende de la parte del ojo quo se encuentra en frente del ocular. Hay en ello error cuando la pupila no está muy exac- tamente á la altura del límite inferior de la parte no azogada del espejo pequeño.'» (1)7) Pág. 81. — V. Steinheil, Elemente der Helligkeits-Mesurgen am Sier^ ■ — 472 — nenhimmel, Manich, 1836 (Schumacher's Asíron. Nachr., núm. 609), y J. Herschell , Results of asironomical Ohservaliom made during the ycan 1S34-1838, At the Cape of Good Hope, Lond., 1847, p. 353-357. En 18i6, Seidel ha determinado, con el fotómetro de Steinheil, la cantidad de luz de varias estrellas de primera mag-nitud que se elevan á una altura sufi- ciente en nuestros climas, tomando á Vega por unidad, y halla los resul- tados sig"uientes: Sirio 5,13 Rigel 1,30 Vega ■ 1,00 Arturo 0,84 La Cabra 0,83 Procion 0,71 La Espiga 0,49 Atair 0,40 Aldebaran (\'¿^ Deneb 0,3o Regulo. . .♦. 0,34 PoUux 0,30 El brillo de Rigel parece ir en aumento y Beteigense falta en ét cuadro, porque es variable; su variabilidad so ha manifestado principalmente en- tre los años 1836 y 1839 (Outlines, p. 543). (58) Pág. 82. — Y. acerca de las bases numéricas de los resultados l'o- tomctricos , 4 tablas de Juan Herschell que se hallan en las Oherva- tions at the Cape, p. 341 , 367-371 y 440, y eñ las Outlines of Astron., p. 522-525 y 645-646. Puédese consultar para una simple serie de estre- llas clasificadas en el orden de sus l)rillos relativos, pero sin indicaciones numéricas, el Manual of scient. Enquinj prepared for the use oftheR. Navy, 1849, p. 12. (59) Pág. 82. — Argelander , Darchmusterung des nordl. Himmels zwis- chen 45° und SO'^ Decl., 1846,. p. xkiv-xxvi; Juan Herschell, Observa- tions at the Cape, p. 327, 340 y 365. (60) Pág. 83.— J. Herschell, idenu p. 304, y Outlines, p. 522. (61) Pág. SS.—Philos. Transad., t. LVií, for the ycar 1767, p. 234. (62) Púg. S3.— Wollaslon, en las Philos. Transad., for 1829, p. 27; Herschell, Outlines, p. 55.'i. La comparación liccha por WoUaston, entre la luz del Sol y la de la Luna, data de 1799 ; esta basada sobre las soni- bi'as proyectadas por la luz de las bujías, mientras que en las investiga - * _ 473 — ciouGs de 1826 y 1827, sobre el Sol y Sirio, se ha recurrido á imágenes formadas por reflexión sobre una bola de cristal. Las primeras compara- ciones fotométricas entre el Sol y la Luna diíieren mucho de los resulta- dos que tengo aquí citados. Fundándose en cálculos teóricos, Michell y Euler hablan hallado 450,000 y 374,000. Según las medidas opera- das con las sombras de la llama de las bujías, Bouguer descubrió tan solo 300,000, Lamliert afirma que Venus, en su brillo máximo, es todavía 3,000 veces mas débil que la Luna llena. Seg^un Steinheil, nece- sitaría estar el Sol 3.286,500 veces mas lejano de lo que está realmente, para que su brillo apareciese reducido para nosotros al de Arturo (Struve, Stdlarum compositarum Mensurce microsmelicce, p. CLXIll); y el brillo apa- rente de Arturo, al decir de Juan Herschell, es tan solo la mitad del de Canopea (Herschell, Observ. at the Cape, p. 34). Todas estas relaciones Ibtométricas , y sobre todo la importante comparación de la luz del Sol con la luz cenicienta la Luna, tan variable seg"un las posiciones de nues- tro satélite con relación, al cuerpo iluminante, la Tierra, merecen bien ser objeto de investig-aciones definitivas y mas profundas. ÍG3) Pág-. 83. — Outlines of Asíron., p. 553; Astron: Observ. at the Cape; p. 363. (64) Pág-. 84. — G. Herschell , on the Nature of the Sun and Fixed Stars, en las Philos. Transad, for 1795, p. 62, y on the Changes thathappen to the Fixed Stars, en las Philos. Transad, for 1796, p. 186. V. también Juan Herschell, Observ. at the Cape, p. 350-352. (65) Pág-. 8í. — Estrado de una carta de Arag-o á Humboldt (mayo 1850). 1.° Medidas fotométricas. «No existe fotómetro propiamente dicho, esto es, un instrumento que represente la intensidad de una luz aislada; el fotómetro de Leslie, con ayuda del cual tuvo la*audacia de querer comparar la luz de la Luna á la luz del Sol, por acciones caloríficas, es completamente defectuoso. He esperimentado, en efecto, que este pretendido fotómetro sube, cuando se le espone á la luz del Sol, que baja la acc-ion de la luz del fueg-o ordi- nario , y que queda completamente estacionario cuando recibe la luz de una lámpara de Arg-and. Todo lo que se ha podido conseg-uir hasta aquí, ha sido comparar entre sí dos luces en presencia una de otra, y ni aun esta comparación está tampoco al abrig-o de toda objeción, sino cuando se redu- cen estas dos luces á la igualdad por un debilitamiento gradual de la luz mas fuerte. Como criterio de esta igualdad es como yo he empleado los íinillos coloreados. Si se co'ocan uno sobre otro dos lentes de largo foco, — 474 — se formnn alrededor de su punto de contacto anillos coloreados tanto por via de reflexión como por via de trasmisión. Los anillos reflejados son complementarios en color de los anillos trasmitidos; estas dos series de anillos se neutralizan mutuamente cuando las dos luces que la forman y que llegan simultáneamente sobre los dos lentes son iguales entre sí. j'En el caso contrario, se ven señales o de anillos reflejados ó de ani- llos trasmitidos, según que la luz que forma ios primeros es mas fuerte ó mas débil que la luz á que se deben los segundos. Tan solo en este sentido escomo los anillos coloreados representan un papel en las medi- das de la luz á que me he dedicado." 2.° Cianómeíro. «Mi Cianómetro es una estension de mi Polaríscopo. Este último ins- trumento, como tú sabes, se compone de un tubo cerrado en una de sus estremidades por una placa de cristal de roca perpendicular al eje, de 5 milímetros de espesor, y de un prisma dotado de doble refracción , colo- cado en el sitio del ojo. Entre los variados colores que da este aparato cuando luz polarizada lo atraviesa, y se hace girar al prisma sobre sí mismo, se encuentra, por una feliz coincidencia, el matiz del azul ce- leste. Este color azul muy debilitado, es decir, muy mezclado con blan- co, cuando la luz es casi neutra, aumenta en intensidad progresivamente^ á medida que los rayos que penetran en el instrumento contienen una mayor proporción de rayos polarizados. "Supongamos, pues, que el Polaríscopo está dirigido á una hoja do papel blanco; que entre esta hoja y la lámina de cristal de roca se en- cuentra una pila de placas de cristal susceptibles de cambiar de inclina- ción, lo cual hará á la luz que ilumina el papel mas ó menos polarizada, el color azul suministrado por el instrumento va en aumento con la in- clinación de la pila, y hay que detenerse cuando este color parece el mis- mo que el de la región de la atmósfera cuyo tinte cianometrico se quie- re determinar, y que se mira inmediatamente á simple vista al lado del instrumento. La medida de este matiz se obtiene por la inclinación de la pila. Si esta última parte del instrumento se compone del mismo número de placas y de la misma clase de cristal, las observaciones hechas en di- ferentes lugares serán perfectamente comparables entre sí." (GC) Pág. 8o. — Argelander, de Pide Vranometrm Bayeri, p. 14-23. u]t\ eadem classe littera prior majorem splendorem nullo modo indicat." (§ 9). Las designaciones de Bayer no prueban, pues, que Castor haya sido en l(í03 mas brillante que Polux. (G7) Pág. 1)4.— Cosmos, t. 111, p. 3S. ~~ 47o — (68) Pág-. o:;.— Co.5/)20í, t. 1, p. 101 y 395, núm. 44. (G9) Pág-. OG. — Oii thc space-pciietratiiig- power ot telescopcs, en Juan Herschell, Outlines of Astron., § 80:í. (70). Pág-. 97, — No podria condensaren una sola nota todas las razo- nes en que están fundadas las miras de Argelander. Me bastará dar aquí un estrado de su correspondencia conmigo. «Hace alg-unos años (en Í843), habíais invitado al capitán Schwinck á determinar, con arreg-lo á su 3Iappa ccelestis, el número de todas las es- trellas que la bóveda celeste nos presenta, desde la 1.^ á la 7.^ mag-nitud inclusive. En el espacio comprendido entre— 30" y el polo Norte, él ha hallado 12.148 estrellas; por consiguiente, si suponemos que la acumula- ción sea ig'ual en el resto del^^Cielo, es decir, desde — 30° hasta el polo Sur, se contarán 16.200 estrellas de estas diversas mag-nitudes en todo el ñr- mamento. Esta evaluación me parece muy cerca de la verdad. Sábese que limitándose á considerar las estrellas en masa, cada orden de mag- nitud contiene tres veces mas estrellas que el orden precedente (Struve, Catalofjus Stellarum duplicium, p. xxxiv; Argelander, Bonner Zonen, p. XX vi). Eso supuesto, yo he determinado en mi Uranométria, 1.441 es- trellas de 6.^ mag-nitud al Norte del Ecuador: dedúcese de aquí que habrja unas 3.000 de ellas en todo el Cielo. Pero las estrellas de 6-7.* magnitud no se hallan aquí comprendidas, y, no obstante, cuando no se quiere llevar cuenta mas que de órdenes enteros, seria preciso añadir las estrellas de 6-7.^ mag-nitud á la de G.^'* Yo creo que se puede hacer subir su número á 1.000, y que es preciso contar desde entonces 4.000 estre- llas de G.''^ mag-nitud. La regla anterior dará, pues, 12.000 estrellas del orden sig-uiente, es decir, de 1.^ mag-nitud, y 18 000 estrellas desde la 1.*^*^ á la 7.* magnitud inclusives. Yo me acerco todavía mas al número dado por Schwinck empleando otras consideraciones sobro el número de estrellas de 7.^ raog-nilud que he reg-istrado en mis zonas. He observado 2.2í)l de ellas; pero es preciso tener en cuenta, bien entendido, aque- llas que han sido observadas mas de una vez y las que se me han escapado probablemente (p. xxvi). Procediendo así, deduzco que deben existir 2.340 estrellas de 7.^ magnitud desde el 4o° hasta el 80*^ de de- clinación boreal, y cerca de 17.000 en todo el Cielo. — En la Descripción del Observatorio de Pulkova, p. 268, Struve hace subir á 13.400 el número de estrellas de los siete primeros órdenes que se hallan comprendidas en- tre el — lo°-f-90°, es decir, en la región revisada por él; de aquí resulta- rla un número de 21.300 para todo el Cielo. En el prefacio del Catal. e zonis Regiomontanis ded , p. xxxii , Struve halla de — lo°á-f-lo°, em- pleando el cálculo de las probabilidades, 3.903 para el número de estre- llas de 1.^ á 7.^ magnitud, y, por consiguiente, 15.030 para todo elCielo. — 476 ~ "Este último número es muy pequeño, porque Bessel atribuia á las her- mosas estrellas mag-nitudes mas débiles que yo; la diferencia es como de media magnitud. No se trata aquí mas que de obtener una evaluación media, y á mi juicio, se puede adoptar el número de 18.000 para las es- trellas de l.^á 7.^ magnitud. En el pasaje de Outiínes of Astronom y que me citáis, Juan Herschell no habla mas que de las estrellas ya catalogadas: The whole nunmber of stars alrcady registered down to the seventh mag- nitude, inclusive, amouting to from 12.000 to 15.000. En cuanto a las estrellas mas débiles de S.^ y de 9.^ magnitud, Struve ha contado en la zona de — 15° a h- Vá°: 10.557 estrellas de 8.^ magnitud, y 37.739 de 9.^; por consecuencia, habrá en todo el Cielo 40.800 estrellas de 8.^ y 1Í5 SOO estrellas de 9.^ magnitud. Según esto, hallaríamos, de la 1.^ á la 9 ^ magnitud inclusives, 15.100 -f- 40.800 h- 145.800 = 201.700 es- trellas. Struve ha llegado á estas evaluaciones , comparando con cuidado zonas ó parte de zonas que responden á regiones análogas en el Cielo, y tomando siempre por guia una sana teoría de las probabilidades. Se trataba, con efecto, en estas investigaciones de deducir el núniero de es- trellas que existen realmente en el Cielo, teniendo en cuenta las es- trellas que han sido varias veces observadas y reproducidas en diferentes zonas , y las que no han sido en él determinadas mas que una sola vez. Sus cálculos merecen seguramente gran confianza, porque están basados sobre números considerables. — El conjunto de las zonas de Bessel, comprendidas entre — 15° y -+-45*^, contiene unas 61.000, dedu- cidas las estrellas observadas varias veces y las estrellas de 19-0^ magni- tud. De aquí se puede deducir 101.500 estrellas próximamente para e§ta parte del Cielo, si se tiene en cuenta el número probable de las que han escapado á la observación. Mis zonas se estienden de -f- 45° á -f- 80°; • ellas comprenden próximamente 22.000 estrellas (Durchmusterung des nordl Himmels , p. xxv); es preciso rebajar de estas una 3.000 de 9-10.^ magnitud : quedan 19.000. Ahora bien; mis zonas son un poco mas ricas que las de Bessel: yo creo, pues, no deber suponer mas de 38.500 estrellas realmente existentes entre los límites de -i-45° y de -4-80°. Tendremos así 130.000 estrellas hasta la 9.^ magnitud entre — 15° y -+- 80° Esta última zona forma las 0,62181 del Cielo entero, tendremos pues, guarda la proporción, 20.900 estrellas en todo el firmamento. Es poco mas ó menos el número de Struve ; el nuestro es aun sensible- mente mas fuerte en realidad, porque Struve ha contado la estrella de 9-10^ magnitud con las estrellas de 9.* magnitud. — Los números que me parecen admisibles para los diferentes órdenes de magnitudes, desde lal.^á la 9.^ inclusives, seria pues: 20, 65, 190, 425. I.IOO, 3.200, 13.000, 40.000, 142.000, que forman una suma de 200.000: tal es el nú- mero de estrellas comprendidas entre la 1.^ y la 9.^ magnitud. — Me ob- jetáis que Lalande (Hist. celeste, p. iv) hace subir á 6.00Ü el número de — 477 — , estrellas perceptibles a simple vista observadas por él. Respecto a esto, yo hag-o notar que hay entre ese número muchas estrellas observadas mas de dos veces; escUiyéndolas quedan 3.800 estrellas para la reg-ion estudiada por Lalande y comprendida entre — 26" 30' y 4- 90°. Consti- tuyendo esta reg-ion los 0,72310 de todo el Cielo, hállase por una senci- lla proporción que debe haber en él o.2oa estrellas perceptibles á simple vista en suma. Una revisión de la Uranografia'áQ, Bode (17 240 estrellas), compuesta, como se sabe de materiales muy poco homog-éneos, no dá mas de o. 600 estrellas de 1.^ á 6.^ mag-nitud cuando se elimina de ellas de 6-7. '"^ que se han elevado indudablemente á la 6.^ mag-nitud. Por últi- mo, cálculos semejantes verificados en las estrellas de 1.^ á 6.^ mag-ni- tud, observadas por La Caille entre el polo Sucl y el trópico de Capricor- nio, dan por resultado dos límites, 3.960 y o. 900, entre los cuales debe hallarse comprendido el número de estrellas visibles en todo el Cielo. Todos estos resultados están, pues, referidos á los números medios de que os habia dado cuenta. Estaréis convencido de la dilig-encia con que he procurado cumplir vuestros deseos sujetando estos números á una pro- funda investigación. Séame permitido añadir que el profesor Heis en Aquisgran se dedica hace muchos años á la revisión cuidadosa de mi Uranometria. Por las partes ya concluidas de este trabajo, y las adiciones considerables que un hábil observador ha hecho á esta obra, encuentro 2.S36 estrellas de 1.^ á 6.* mag-nitud inclusive, para el hemisferio boreal. Supong-amos que las estrellas están repartidas igualmente en los dos he- misferios: existirían todavía o. 672 estrellas perceptibles á simple vista, cuando fuera esta privileg-iada." (Estrado de los Manuscritos de Arge- lander, Marzo de ISoOj. (71) Pág-. 97. — Schubert cuenta 7.000 estrellas hasta la 6.^ mag-nitud (casi el número que he dado en el primer tomo del Cosmos, p. loo) y mas de 5.000 correspondientes ala parte del Cielo visible en el horizonte de Paris. Cuenta 70.000 estrellas hasta la 8.^* mag-nitud para todo el Cielo (Astronomía, 3.^ parte, p. oí). Esos números son muy exag-erados. Arg-e- landcr halla solo 58.000 estrellas desde la l.'^ á la 8.^ mag-nitud. (72) Pág. 98. — Patrocinatur vastitas cceli, inmensa discreta altitudine in dúo atque septuaginta signa. Hgec sunt rerum et animantium effigies» in quas digessere ccelum periti. In his quidem mille sexcentas a'lnota- vero stellas, insignes videlicet effectu visuve... (Plinio II, 41). — Hippar- chus nunquam satis iaudatus , ut quo nemo magis approbayerit cogna- tioncm cum homine siderum animasque nostras partem esse cccli, novam stellam et aliam in óevo sno genitam deprehendit, ejusque motu, qua die fulsit, ad dubitationem esl adductus , anne hoc ssepius ¿eret moverentur- que et Cíe quas putamus affixas; itemque ausus rem<ítiam Üeo impro- bam, aíliiumcrare posteris stellas ac sklera ad nomcu expungcrc, org-a- nis excogitatis, per quee singularimi loca atcjue magnitudincs signarct, ut facile discerní posset ex eo, non modo an obireiit nascerenlurve , sed an omnino aliqua transirent moverenlurvc , item an crescerent minue- renturque, coelo in hereditale cunclis relicto, si qaisqiiam qiii crclionem cam caperet inventas esset (Plinio, ![, 26). (73) Pá§-. 91).— Delanibre, Hisi. de la Astron. ant. , X. I, p. 290, éHist. de la Astron. mod., t. II, p. 186. (Tí) Pag-. í)í). — Outlines , §831: Eduardo Bioi sobre las estrellas es- traordinarias observadas en China, en el Conocimiento del os Tiem¡>os, para 1S46, (75) Pág-. 99. — Áralo tuvo la dicha singular de ser alabado casi al mismo tiempo por Ovidio ('Aínor., I, lo) y poi" el apóstol San Pablo , en Atenas,, en una Epístola contra los epicúreos y los estoicos (^^Ifí. Apost., cap. 17, V, 28). San Pablo no cita el nombre de Arato; pero recuerda sin g-énero de duda un verso de dicho poeta (Phcen , v. o), acerca del ín- timo lazo que uneá los mortales con la divinidad. (76) Pág-. 99. — 'deler, Untersuch, iiher den Ursprung der Slernnamen, p. xxx-xxxv. Baily examina también á qué años de nuestra era se refie- ren las observaciones de Aristilo, como los catálogos de Hiparco (128 y no 140 antes de J.-C.) y de Tolomeo (138 después de .T.-C. Mem. of the Astron. Soc., i. XIII, 1843, p. 12 y lo. (77) Pág-, 100.— V. üelanibre, Hist. de la Astron. ant., t. I, p. 1S4; t. II, p. 260. Es poco verosímil que Hiparco que señala siempre las es- trellas por sus ascensiones rectas y sus declinaciones, usara como Tolo- meo de las long-ltudes y latitudes en su catálogro. Esta opinión se refuta en el Almagestas (\. Vil, c. i), en el cual las coordenadas eclípticas están señaladas como una novedad que facilita la intelig-encia del movimiento de las estrellas alrededor del polo de la eclíptica. El catálog-o de estrellas con ]üs 1 07ig iludes á la vista, que Pedro Yictorio encontró en un manus- crito de la biblioteca de los Mediéis y que publicó en Florencia en 1567, con la vida de Arato, se atribuyó ciertamente á Hiparco, por Yictorio mismo, pero sin pruebas en que fundarse. Este cuadro parece ser una simple copia del catálog-o de Tolomeo, hecha sobre un antig-uo manus- crito del Almag-estas, en el cual quedan de lado todas las latitudes. Como Tolomeo poseía solo una evaluación imperfecta de la precesión de los ?) y 72; Cosmos, t. í, p. 13ii; Mccdler, Aslron., 4.^cd., p. 417. (OÍ) Píií^. iQd.~ Cosmos, 1. 11, p. 196 y 407, n." 11. (92) Pág. 109. — Ideler, Untersuch. üher die Sternnamen, p. Xl, 47, 139, 144 y '243: Letronne, Sobre el origen del Zodiaco griego, 1840, p. 2.'>. (9']) Pág-. 110. — Letronne, ídem, p. i^i, y Carteron, Análisis de las In- vestigaciones de Letronne sobre las repr cimentaciones zodiacales, 1843, p, 119. "Es muy dudoso que Eudoxio {01. 103) haya empleado jamás la pala- bra iaBiaxói. Encuéntrase por primera vez en Euclides y en el<3omentario de Iliparco sobre Arato {01. 160). El nombre de eclíptica, éxltncziKÓi;, es también muy moderno». (V. Mavtin, en su Comentario acerca de Teon de Esmirna. Liber de Astronoraia, 1849, p. 50 y GO). (94) Pág-. 110. — Letronne, Orig. del Zod., p. 2') y Análisis crit. de las- Repres. zod., 1846, p. 15. Ideler y Lepsio tienen también por seg-uro í>que el zodiaco caldeo con sns divisiones y su nombre, fué introducido en Grecia desde el sig-lo Vil antes de nuestra era; pero que las constela- ciones zodiacales propiamente dichas tuvieron acceso mas tarde y suce- sivamente en su literatura astronómica". (Lepsio, Chronologie der ^Egip- Icr, 1849, p. 65 y 124). Ideler se inclina á creer que los Orientales tenian nombres, pero no constelaciones en las dodecatemórias. Lepsio encuen- tra natural «que los Griegos, en una época en que la mayor parte de su esfera estaba vacía, adoptasen las constelaciones caldeas cuyos nombres llevan las 12 divisiones del Zodiaco. ¿Pero,, no podría preg-uutarse según esta hipótesis por qué los Griegos no tuvieron desde un principio mas que 11 sig-nos y cómo se esplica que no tomaran las 12 constelaciones caldeas á la vez? Si desde un principio hubieran tenido los 12 sig-nos, fue- ra inútil restar uno para restablecerlo á seg-uida pasado a'g-un tiempo. (95) Pág-. 111. — Acerca de un pasaje intercalado por un copista en el testo de Hiparco, véase Letronne, Orig. del Zod., 1840, p. 20. Desde 1812, época en que tenia la persuasión de que los Grieg-os habian debido TOMO ni. 31 — 482 — conocer muy de antiguo el signo de Libra, he recog'ido y discutido cui- dadosamente todos los pasajes de los escritores de la antigüedad griega ó romana, en los cuales la Constelación de Libra se representa como un signo del zodiaco. Había marcado, en este trabajo, el pasaje de Hiparco (Comnient. in Aratum, 1. 111, c. '2), en el cual se cita el ^npiov (del Centauro a! pié de delante). Tampoco habia olvidado el notable pasaje del Alma- gestris, 1. IX, c. 7 (Halma, t. II, p. 170), en el cual traslada Tolomeo una observación que seguramente no se hizo en Babilonia, sino por astrólogos caldeos dispersos por Siria ó Alejandría: para designar la Libra emplea las palabras x«,Ta ^áKdo.íov<; en oposición á las garras del Escorpión {Vida de las Cordilleras y Monumentos de los pueblos indígenas déla América, t. II, p. 380^. Buttmann pretendía, contra toda verosimilitud, que las ¿»)/Ir.¿ designaban originariamente los dos platillos de Libra y que habian sido consideradas mas adelante erróneamente como formando las garras del Escorpión (Y. Ideler, Vnlersuch. uber die asirán. Beobacht der Alten, p. 374 y üher die Sternnamcn, p. 174-177; Cartcron, Investigaciones de Lelronne, p. 113). Sea de esto lo que quiera, sábese cuanta analogía presentan ciertos nombres de las 27 casillas de la Luna, con los nombres de las 12 casillas del Sol en el Zodíaco. Encontré con sorpresa el signo de Libra entre las Nakschatras ó casillas de la Luna de los Indios, cuya gran an- iigüedadad no podría comprobarse. (Vistas de las Cordilleras, t. II, p. 6-12.) (96) Pág. 112.— Véase A. W. de Schlegel, iiber Sternbilder des Ticr- hreises im alten Indien, en la Zeitschrift für die Kunde des Morgenlandes, t. I, 5.er libro, 1837, y Comrnentatio de Zodiaci antiquitate et origine, 1839; y Adolfo Hollzman, über den griechischen Vrsprung des indischen Thierlireises, 1841, p. O, 16 y 23. Léese en esta ultima obra; «Los pasajes estractados del Amarakoscha y del Ramayana no dan lagar á ningún género de duda: hablan del Zodiaco mismo en términos muy claros. Pero si es cierto que las obras á que pertenecen esos pasajes fueron compuestas antes de que los indios pudieran tener conocimiento del zodíaco de los Griegos, queda tbdavía por examinar , si esos pasajes tendrían ó nó adiciones j^osteriores." (97) Pág. 112. — Yéase Buttmann, en el Berliner aslron. Jahrbuch í'm- 1822, p. 93; Olbers, sobre las constelaciones mas recientes en el Sclui- macher's Jahrbuch für 1840, p. 238-251, y Juan Herschell, Revisión aud Re-arrangement of the ConsteUations, with special reference to those of the Southern Hemisphere, en las Memoirs oftheAstron. Soc, t. Xlí, p. 201- ^24 (con un cuadro muy exacto de las estrellas australes colocadas por ^jrdcn de magnitud desde la 1^ hasta la 4.*^) A propósito de la discusión que Lalandc sostuvo decididamente con Bode en defensa de sus conste- laciones del Gato doméstico y del Castos segetum (Meseguero), Olbers — 483 — iiace notar que «para colocar cu el Cielo á los Honores de Federico (gonste- /acioa imag-inada por Bode), ha tenido Andrómeda que retirar su brazo del sitio que ocupaba hacia 3,000 años.» (9S) Pá^. 112.— Cosmos, t. IIÍ, p. 27. (99) Pág-. 113. — Seg-un Deniócrito y su discípulo Mctrodoro; véase Stobee, Égloga física, p. 582. (100) Pág-. 113— Plutarco, de Placit: Phil, 11, 11; Diog-. Laertes, VíII, 7" ; Aquiles Tacio ad Arat. , C. o: E/x-x. xpvavaX'AnSri roírov {zov óvpayov) flfr¡aiK, ¿x cov ixrxyírioSovi avkké>re y refleja hacia nosotros los rayos del fueg-o central. La opinión de Empe- docles referida en el testo, sobre la Luna redonda en forma de granizo, y reflejando la luz del Sol, ha sido mencionada por Plutarco (de faciein orbe Litnce, cap. 5). Y. Eusebio, Pra^p. Evangel., I, p. 24 D. Si en Homero y en Pindaro llamase al Cielo ^¿/".«ío? y o-i5)7/^£Oí, tales espresiones no tie- nen mas valor que el de las de corazón de bronce ó voz de bronce, e indican únicamente lo sólido, lo durable, lo imperecedero (Vcelcker, iiber Homerische Geographie, 1830, p. 5). La palabra xpvorhX'f^oc, empleada para desig-nar el cristal de roca trasparente como el hielo, hállase no so- lamente en Plinio, sino antes de él en Dionisio el Periogeto, 781, en Eliano y en Strabon, XY, p. 717, Casaub. Es imposible que los antiguos níej son las capas de aire (Aristóteles,. — 485 — Metcor. 1, 12). Duranlc la pesca do invierno en las costas del Ponlo- Euxino se empleaba el ag^ua caliente ])ara que aumentara el hielo alrede- dor de los tubos plantados en el fondo del mar. (Alejandro de Afrodisia, fol. 8C, y Plutarco, deprimo frígido, c. 12). (2) Páj^. 113,— Keplero dice terminantemente /'S/í//a J/aríú, fol. 9): So- lidos orbes rejeci: y (Stella Nova, 1G06, cap. 2, p. 8): Planeta iii puro íethere ; perinde atque aves in aere cursos suos conñciunt (V. también p. 122). Pero habia empezado por admitir una esfera sólida y formada de hielo: Orbis ex aqua factus g-elu concreta proptu solis abrantiam (Kc- plero Epit. Astron. Copern., t. 2, p. 51). Veinte siglos antes de Keplcro- sostenia ya Empédocles que las estrellas estaban fijas á un cielo de cris; tal, pero que «.los planetas estaban libres é independientes» {loviS¿i:XayY,TOii txfsi€fíai). V. Plutarco, de Plac. Pililos, II, 13: Emped. 1. p. 335, ed. Sturz- Eusebio, Prcep. cvang., XV, 30, col. 16S8, p. 339. Es difícil comprender €omo Platón (pero no Aristóteles) puede atribuir un movimiento de rota- fion alas estrellas, suponiendo que estén fijadas á un orbe sólido (Timeo, p. 40, B). (3) Pá^. II :;. -Cosmos, t. II, p. 30í y ÍG8, ni'un. 38. (í) Pág. 115.— Cosmos, t. Ilí,p. í8. (o) Pág. 115. — «Las causas principales déla vista indistinta son; aber- ración de esferoicidad del ojo, difracción en los estreñios de la pupila, comunicación de irritabilidad en puntos próximos de la retina. La vista confusa es aquella en la cual el foco no cae precisamente sobre la retina, ■sino delante ó detrás de la retina. Las colas do las estrellas sotj el efecto do la visión indistinta, en tanto que depende de la constitución del cristalino. Seg'un una memoria muy antigua do Hassenfratz (1809), ni en los monumentos ni en los papiros. (8) Pág. 116. — Cuando yo navegaba por el mar del Sud á bordo de navios españoles, descubrí entre los marineros la creencia de que para, determinar el tiempo de la Luna antes del primer cuadrante, bastaba mi- rarla á través de un tejido de seda, y contar las imágenes múltiples que se distinguen así. Este seria allá un fenómeno de difracción reticular. (9) Pág. 117. — Outlines, § 816. Arago ha hecho crecer el falso disco de Aldébaran desde 4'' hasta 13" reduciendo cada vez mas la abertura del objetivo. (10) Pág. 117.— Delambre, Hist. de laastron. mod., t. I, p. 193. Arago, Aslron. popuL, t. L p. 366. (11) Pág. 117. — .^Minute and very closc companions the severest tests- — 487 — wich can be, appliecl to a teloscopo.» Outlinet/lo;; es sencillamente una adición del traductor.» (Estracto de las cartas del profesor Franz.) «Si sustituyendo rutilus, dice Arago, al término g-rieg-o de Arato, el orador romano renuncia de intento á la fidelidad, es preciso suponer que él mismo' habia reconocido las propiedades rutilantes de la luz de Sirio.» (Anuario para 1842, p. 331.) (13) Pág-, 118. — Cleomedes, Cycl. Theor., 1. II, p. ü9. ^1 — 488 — (14) Pá-. US.— Maídler, Astron., 18i9, p. 391. (15) Pá^. 119.— HerschcUcnel Edinb. Revicw, i. 87, 184S, p. 189, y eii las Astron. Nadir, de Schumacher, 1839, núm. 372: «It seems mucli more likely that in Sirius a red colour should be the cffcct of a mediuiii interfcred, tbaii that iu te sort spacc of 2.000 years so vast a body should have actually undergonc such a material chang-c in ils physical consti- tution. It may be snpposed the existence of somc sort of cósmica! cloudi- ncss , subJGCt to iiiternal movcments , dcpcuding- on causes of which we are ig-norant." (Arag-o, en el Anuario para 1842, p. 3o0-3o3). (16) Pág-. 119.— En los Muhamedis Álfragani chronologica et astronómica elementa, ed. Jacobus Chrislmannus, lo90, c. 22, p. 97, se encuentra: «SlcUa ruffa in Tauro Aldebaran ; stella ruffa in Geminis quíe appellatuv Haeok, hoc est Capra.» Ahora bien, Alhajoc, Aijuk son las desig-nacioncs habituales de la Cabra, en las traducciones árabes del Almag-estas y tam- bién en las traducciones latinas hechas sobre testos árabes. Arg^elandcr observa con razón, respecto de esto, que Tolomeo en una obra astroló- g'ica (Ter pá^i^?^o<; avvzat,í<;) cuya autenticidad establecen el estilo y tes- timonios mas antiguos, ha comparado las estrellas con los planetas relati- vamente a la coloración, y de esta manera aproxima la Cabra Aurigce stella á la Mariis stella, quai urit sicul congruit ig-neo ipsius'colori. Tolo- meo, Quadripart. construcf. libri lY, Basil, 1551, p. 383. También Piic- cioli coloca la Cabra entre las estrellas rojas, al lado de Antarés, Alde- baran y de Arturo. (Almagestum novum, ed. IGoO, t. I, parte I, 1. G, c. 2, p. 394.) (17) Pág-. 120. — Véase Chronologic des JEgypler por Ricardo Lcpsio, t. 1, 1849, p. 190-19o y 213. El calendario egipcio, con la suma de sus disposiciones, se estableció 3285 años antes de nuestra era, es decir, siglo y medio antes próximamente de la erección de la gran pirámide de Cheops-Chufu , y 940 antes de la fecha asignada de ordinario al di- luvio ('CosmoSj/TrTrrpT^SSl). Sábese por las medidas del coronel Wyse, que la galería sulitcrránca muy estrecha que da entrada al interior de la pirámide está inclinada casi en 26° lo' exactos, y que la dirección de esta g-alería corresponde también á la altura que o. del Drag-on, estrella polar en tiempo de Cheops, tenia entonces en Gizeh cuando su culmina- ción inferior. Pero los c;ilculos relativos á esta circunstancia suponen para la época de la construcción do la pirámide, el año 3970 antes de J. «C. (Outlines of Astron., § 319), y no 3430 como hemos admitido en el Cos- mos, según Lcpsio. Por lo demás, esta diferencia de 540 años se opone ianto menos á que « del Dragón haya podido ser tomada como estrella — 489 — polar, cuanto que su distancia al polo en el año 3970 no era aun mas que de r i i'. (IS) Pág-. 120. — Eslracto lo que sigue de la correspondencia amistosa del profesor Lepsio (Febrero de 1850). «El nombre eg-ipcio de Sirio es Sothis; de esta manera se le designa como astro femenino. De aquí vieni' -el g-rieg-o *j 2w(?ts, idéntico con la diosa Sote (frecuentemente Sit en la lengua geroglífica), y con Ipsis-Sothis, en el templo de Ramscs el Grande en Tebas (Lepsio Chronol. der jErjypter, t. 1, p. Uí) y 1.3(1). La significa- ción de la raíz se vuelve á encontrar en la lengua copla que presenta una numerosa familia de palabras del mismo origen, cuyos diferentes miem- bros ofrecen en verdad muchas divergencias, pudiéndoselos reunir y or- os, podemos citar no solamente el epíteto de Stepeirazo; en Arato, v. 149 (Ideler, Sternnamen, p. 2í [), sino que también el empleo de derivaciones posteriores al radical — 490 — o-fi'p, ;i saber, las formas irsipói, atípiot;^ anpivóg, cálido, abrasador. Es con efecto muy sig"iiificativo que atipírá Ifiázia. se haya usado también como ^(piva iftária, ügcras vcstiduras del eslío. Pero la forma aílpioi; debia re- sultar dominante; y ha formado el adjetivo aplicado á todos los asiros á los cuales se atribuía influencia sobre el calor estival. Por esta razón el poeta Arquiloco llama al Sol oí!, no-; dar^p , é Ibico desig-na á los astros por la denominación g-eneral de (rdpia, los brillantes. Es imposible, por ejemplo, dudar que se trata del Sol en este verso de Arquiloco: izol^ovi utv avTol) asiptoi; xazavavñ ósüg ¿Kláincuv. SegUn Hésiquio y SuidaS , cl término ^dptoi designa á la vez al Sol y á Sirio. Wo sucede lo misma seg-un Tzetzes y Proclo, en un pasaje de Hesiodo (Opera et Dies, v. 417} en el cual está dcsig-nado cl Sol pero no la estrella del Perro ; yo participo en un todo de la opinión que emite respecto de este asunto et editor de Teon de Esmirna, H. Martin. Del adjetivo afi>o?, que está es- tablecido como una especie de epithethon perpetuian para la estrella del Perro, viene el verbo aeipidv que puede traducirse por centellear. Arato, V. 331, dice de Sirio: o%¿a atipiát, centellea vivamente. La palabra Sít/.i?»'» Sirena, tiene una eliniolog-ía muy diferente : y con razón habia pensado que no tiene mas analogía que una semejanza de suyo casual con el nombre de la estrella del Perro. El error está departe de los que quieren seg-un Teon de Esmirna {fJber de Astronomía, 1840, p. '202), hffcer derivar Seip*?» de (TíiptáCei»'; esta última palabra no seria por lo demás sino una forma inverosímil del verbo aeipidv, Mientras que ffilpio^ espresa el calor y la luz en movimiento, la palabra ^iipr¡v se deriva de una raiz que se refiere a los sonidos continuos al murmullo, producido por ciertos fenó- menos naturales. Creo, en efecto, que Síipi}» se une á tl'pnv (Platón, Cratijl. 398 D. zoy^p d'i>et.v h¿ynv tari) cuya aspiración, fuerte en un prin- cipio, debió ser reemplazada por el silbido de la 2. (Estracto de las car- tas del profesor Franz, Enero 1850). uEl g-rieg-o 2£/V, el Sol, se deduce fácilmente, según Bopp, de la pa- labra sánscrita svar, que en verdad no designa el Sol, sino mas bien el Cielo, en razón á su brillo. La designación ordinaria del Sol en sánscrito as súrya, forma contraída del inusitado .suorí/a. El ra-dical swar significa on general brillar, iluminar. El nombre zend del Sol es hvare, con una /; en lugar de la s. En cuanto á las formas griegas ^f'p, S!spc<; y ¿epuÓT, pro- ceden del sánscrito gharma, (nom. gharmas), calor.» El sabio editor del Rigveda, Max Müller, hace observar que «el nom- bre astronómico de la estrella del Porro entre los Indios es Luhdhaha. el cazador. Ahora bien, la proximidad de (3rion hace pensar en que para los pueblos arios, esas dos constelaciones debían tener originariamente una relación mutua." Por lo demás, MíiUer hace derivar u^dpioq de la pala- bra sira de los Vedas (de donde el adjetivo .saí'rya) y de la raiz sri, ir, marchar: do esta suerte el Sol y Sirio hánse llamado primitivamente — 491 — estrellas errantes.» (V. tanil)ien Pott, Etymologische Forschungen, 1833, p. 130). (19) P;ííí\ 120. — Striive , Sldlarum compositarum Mensures micrometriciTy 837, p. Lxxiv y lxxxiii. (20) Pág-. 121. — Juan Hcrschcll , Viaje al Cabo, p. 34. (21) Pág-. \n.—Mícd\Gv, Astronomía, p. 436. (22) Pág-. Vn.— Cosmos, t. II, p. 3l9 y í'í núm. 03. (23) Pág-. 121. — Arag-o, Astron. popuL, t. I, p. 460. (24) Pág-. 122. — ^Iviw'Q, Stellar comp., p. lxxxii. (25) Pág-. 122. — Juan Hcrschcll , Viaje al Cabo, p. 17 y 102 (JScbuki} and Clusíers, núm. 3.435). (26) Pág-. 122. — Hamboldt, Vista de las Cordilleras y Monumentos de los pueblos indígenas de la América, t. 11, p. oo. (27) Pág:. 122.— Julii FirmiciMatcrni, Astron., libri A'IÍI, Basil. lool, lib. Vi, cap. 1.°, p. 150. (28) Pág-. 122.— Lepsio, Cliron. der .Egypter, t. 1, p. 143. «El testo hebreo cita: Asch, el g-ig-ante (Orion?), la constelación de numerosas es- trellas (las Pléyadas?) y las Cámaras del Sud. Los Septantes traducen: ó TTOioiv nA.£iácía X.O.Í \\a-xipov x«t kpKvovpov xat Taatla, rorou. (29) Pág-. 123. — Ideler, Sternnamen, p. 295. (30) Pág-. 123. — Marciano Capella cambia «^IPtolomeon en Ptolomtcus; esos dos nombres habían sido imaginados por los aduladores de la curte de Eg-ipto. Américo Vespucio creia hal>er visto tres Canopeas, una de las cuales estaba enteramente oscura (fosco); Canopus ing-ens et nig-er, dice la traducción latina. Tratábase sin duda de uno de los sacos de Car- bón (Humboldt, Examen crit. de la Geogr , t. V, p. 227-229). En la obra citada anteriormente, Elem. Chronol. et Astron. de El-Ferg-ani (p. 100), se lee que los peregrinos cristianos acostumbraban á dar al Sohel de los- Arabes (Canopus) el nombre de estrella de Santa Catalina, porque se re- g-ocijaban de verla y de g-uiarse por ella para ir de Gaza al monte Smaí. Seg-un la epopeya mas remota de la antig-üedad india, el Ramayaiía, las es- trellas próximas al polo austral son de creación mas reciente que las- estrellas del Norte. Un magnífico episodio de ese poema antiguo da de- — 492 — . (00) Pag-. Uo.—Outlines, § 789 y 791; Viaje al Cabo, §. 32o. (a6) Pág. n3.—Almagestas, 1. Vílí, c. 2 (1. 11, p. 84 y í)0, cd. Halina). La descripción de Tolomeo es cscelenle en alg:unos períodos; y sobre to- do, muy superior á la de Aristóteles, Metercol., 1. I, p. 29 y 34, ed. de ídeler. (07) Pág". 13Í. — Outlincs, p. o3I. Hay también una mancha oscura entre «- y 7 de Casiopea. La oscuridad de ese espacio deije atribuirse d un efcclo del contraste producido por el resplandor de las reg^ioncs cir- cundantes. Cf. Struve Estudios estelares, n. 58. (08) Pág-. 13o. — Morg-an ha dado en el Pkilos. Magazine, ser. 111, n." 32, p. 241, un estrado de la obra extremadamente rara de Tomás Wrighl, de Durham, Teory of the Universe, London, 1750. Tomás Wrig-ht, cuyo libro ha adquirido tanto interés para ios astrónomos á consecuencia de las ingeniosas especulociones de Kant y de Guillermo Herscheil sobre la forma de nuestra nebulosa, no observaba sino con un telescopio de 32 centímetros de foco. (09) Pág-. 13o. — Pfaff, en las sammtl. Scliriften de G. HerscheU, t. I (1826), p. 78-81; Struve, Estudios cstcL, p. 35-44. (60) Pag-. 135.— Eucke, en las Aslron. Nachr. de Schumacher, n.° 622 (1847), p. 341-346. (61) Pág-. 135. — Outlines, p. 536. En la pág-ina sig-uienle se encuentra respecto del mismo asunto: »ln such cases it is equally imposible not to perccive that \ve are looking' through a sheet of stars of no g-reat tiiick- ness compared with the distancc which sepárales them frojn us." (62) Pág-. 136. — Struve, Estudios estel., p. 63. Alguna vez los mayores telescopios encuentran en la \'ia láctea sitios en que la existencia de la capa estelar, no está anunciada por innumerables puntos luminosos, sinu l)or una nebulosidad vaga, de apariencia mosqueada ó picada (by au — 496 — imiform dotting- ot stippling' of the field of view). Véase'en el Viaje al Cabo, p. 390, el piírrafü « on some iiidications of very remote lelesco- pic braiiches of Ihe Milky y Way, or of an independent sidéreal Sys- tems, beorjgn a resemblance to such bratiches.» (03) Pág-. \'¿la.— Viaje al Cabo, § 31í. (04) Pág-. 136. — Guillermo Herscliell en las Philos. Transad. forl"8.')» p. '21: Juan Herschell, Viaje al Cabo. § 293. V. también Struve, Dcscrip. del Observatorio de Pulkova, \Sio, p. 'iijl-211. (6o) Pág-. 136. — « 1 thirik, dit sir John HerscheK, it is impossible to view this splendid zone from a. Cenlauri lo the C^ross without an impreís- sion amounting- almost lo convicüon, that the milky way is not a mere slratum, biit annnlar; or at least that our system is placed within one of the poorer or almost vacant parts of its g-eneral mass, and that eccentri- cally, so as to be much nearer to the región about the Cross than to that diametrically opposite to it." (Mary Somerville, on the connexion of ihe- phij.sical Sciences, 1S46, p. 419.) (66) Pág. 136.— F¿a/e al Cabo, §315. (67) Pág-. 1 íO. — De admiranda Nova Stella, anno 1572 exorta, m Tycho- nis Brahe Astronomics instauratce Progymnasmata, 1603, p. 298-304 y 57S. He seg-aido fielmente en el testo la narración del mismo Ticho. No he debido hacer mención del aserto poco importante en sí, aun cuando se le encuentra en muclias obras astronómicas, de que Ticho tenia noticias de la aparición de la nueva estrella por multitud de g-entes del pais. (68) Pág-. 140. — En una discusión con Ticho, Cardan se remonta hasta la estrella de los Mag-os, para identificarla con la de 1372. Fundándose en cálculos relativos á las conjunciones de Saturno y de Júpiter, y seg-un conjeturas análog-as á las que Képlero habia emitido, acerca de la es- estrella nueva que apareció en 1604, en el Serpentario, Ideler cree que ia estrella de los Sabios de Oriente, no era una estrella aislada, sino un simple aspecto, una conjunción de dos planetas brillantes, próximos en- tre sí en una distancia menor que el diámetro de la Luna. La frecuente confusión de las dos palabras áav^p y aarpov, presta alg-un apoyo á esta interpretación. V. Tychonis, Progymnasmata, p. 324-330; Ideler, Hand huch der mathematischen und fechnischen Clironologie, t. IT, p. 399-Í07. (69) Pág-. Íil. — Proggmn., p, 324-330. Ticho, para apoyar su teoría do las estrellas nuevas formadas á espensas de la nebulosidad cósmica de la Via láctea, invoca los notables pasajes en que Aristóteles espone sus ideas sobre las relaciones de la Yia láctea con las colas de los cometas (nebu- ^ 497 — losidados emitidas por los cuerpos comelarios), V. Ccxiiins , t. í , p. 88 y 363,11.0 48. (70) Pág-. 1 Í3. — Otros datos colocan la aparición en 388 6 398: véase Santiag-o Cassini, Elementon de Astrommia, J7-Í0 (Estrellas nuevas), p. 59. (71) Pá^. líS.— Arago, Anuario para 1842, p. 332. (72) Pág'. 1Í9. — Kóplero, de Stella nova in pede Serp., p. 3. (73) Pág-. lo2, — Véase acerca de las que no han desaparecido, Arg-e-' landcr en las isíro». Nachr. de Schumacher, n." G2í, p. 371. Para tomar también un ejemplo de la antigi'iedad, basta recordar la neg-lig-encla con que escribió Arato su poema astronómico: sus olvidos han dado lug"ar á prcg-untar si Yeg\a de la Lira seria estrella nueva, ó estrella variable de larg'o período. Áralo dice, con erecto, que la constelación de la Lira no contiene mas que pequeñas estrellas. Es nmy eslraíío, sin embarg-o, que Hiparco no haya señalado este error en su Comentario, mientras que no se olvida de combatir otro error respecto del brillo relativo á las estre- llas de Casiopeaydel Serpentario. Pero estas son omisiones casuales que nada prueban; porque no habiendo atribuido Arato al Cisne estrellas sino .íde un brillo medio.»' Hiparco consigna espresamente este error (1. lí), y añade que la brillante del Cisne (Deneb) es inferior apenas á la de la Lira (Vega). Tolomeo coloca ;i esta entre las estrellas de l.'"^ magnitud. En los Catasterismos de Eratóstenes, se llama á Veg"a, ^svkov xal ?.afj.npóv. ¿Es posible decidir por el único testimonio de un poeta que no observaba las estrellas, y que se csponia por lo tanto á error, que Vega de la Lira (la Fidicula de Plinio, XVíII, 25) no era una estrella de 1;^ mag-nitud en la «■poca de Arato, y que no ha alcanzado su estado actual, sino en el tiem- po que media desde Arato á Hiparco, es decir de 272 á 127 antes de nuestra era? (7i) Pág. luí.— V. Mícdler, Aslron., p. 438, nota 12; Struve, Stel- larum compoait. Mensurce microm., p. 97 y 98, estrella 21 ÍO. «Creo, dice Arg-elander, que es en estremo difícil estimar exactamente el brillo de estrellas tan diferentes como las dos componentes de a de Hércules. Mis observaciones están en completa contradicción con la hipótesis de la variabilidad del satélite. Con efecto, a de Hércules nunca me ha parecido sencilla en las numerosas observaciones que he hecho de dia en los cír- culos meridianos de Abo, de Helsingfors y de Bonn; ahora bien; esto no hubiera podido suceiier si la compañera hubiese sido de 7.^ magnitud en su mínimum de esplendor. Persisto en creerla invariable y en colocarla en la ;>.*'* ó 5-6.''^ magnitud.» (75) Pág-. 155.— La tabla de Mredlcr (Asíron.,, p. '535), contiene 18 cs- xeMo iii. Zt — 498 — trellas con elementos numéricos muy diferentes. Juan Herschell cuenta mas de 45 estrellas variables, comprendiendo entre estas las que están indicadas en el testo {OutUnes, § 819-826). (76) Pág-. 157. — «Tomando, dice Argclander, para época inicial la del mínimum de brillo de Alg-ol en 1800, enero 1, á ISli Im de tiempo medio de París, obtengo las duraciones sig"uientes del período para; — 1087 . . , . 24 2011 48m 59s, 416 . , . . ± Os, 316 — 1406 58 , 737 ± 0 ,094 — 825 58 , 393 ± 0,175 -H 751 58,454 ± 0 ,039 -h 2328 58 , 193 d:: 0 , 096 H- 3885 57 ,971 ± 0 , 045 -1- 5441 55 , 182 ± 0,348 La significación de los números de este cuadro es la que sigue: Si se toma la época del mínimum en 1.° de enero de 1800 para cero , la del mínimum precedente será — 1; la del mínimum siguiente será -{- 1, etc.. Entonces la duración del período entre los mínimos designados por — 1987 y — 1986 será exactamente de2d 201i 48ra59s ,416:ladura- €Íon entre + 5441 y -f 5Í42 será de 2d20h 48m55s , 182. La última du- ración corresponde al año 1784, y la segunda al año 1842. Los números precedidos del signo -f- son los errores probables. Esos números demues- tran que el período es cada vez mas corto , resultado confirmado , ade- más, por todas las observaciones que he hecho desde 1847. « (77) Pág. 158. — La fórmula con que intentó Argclander representar todas las observaciones de los máximos de Mira de la Ballena, es: / 360° \ 1751 setiembre 9,76 + 331,3363 E + 1 0,5 sin E + 86° 23' ) -f 18.2 sin ( — E + 23P 42' j + 33,9 sin í -^^^ E + 170« 19' ~\- 65,3 sin i —E -f 6° 37' | ; en la cual E espresa el número de los máximos que han tenido lugar desde el 9 de setiembre de 1751; en los coeficientes numéricos la unidad es el dia medio. Según esta fórmula, el máximum del año actual tendrá lugar en 1751 setiembre 9,76 + 3644';. 99 -f 10,4S — 11,24 -f 19,60 + 25,92 = 1851 agosto 8,51 — 499 - Lo que parece hablar mas cu favor de esta formula, es que represeii- ■ía también la observación del máximum de loOo (Cosmos, t. II, p. 318): ahora bien; esta observación discordaría en mas de 100 diasenla hipótesis de un período uniforme. Sin embarg-o la ley de las variaciones de brillo de esta estrella parece ser muy complicada, porque las separaciones de la fórmula llcg-an á cerca de ^íi dias en ciertos casos , por ejemplo para el máximum exactamente observado del año 18í0.>» (78) Pág-. 1:jS.— V. Arg:elander, de Stella ^ Lyne variabili, 1814. (79) Páy. loí). — Una de las primeras tentativas serias que se han he- cho para determinar la duración media del^período de Mira de la Ballena, se debe á Santiago Cassini, Elémeíitos de Astronomía, 1740, p. 66-69. (80) Pag-. 168. — New^ton (Philos. Nat. Principia mathem , ed. Le Seur y Jacquier, 1760, t. 111, p. 671) no disting-ue mas que dos clases de fenó- menos siderales: « Stellaj ñxse qua' per vices apparent et evanescunt, vi- (lentur revolvcndo partem lucidam et partem obscuram per vices osten- dere." Riccioli habia propuesto ya esta esplicacion para las variaciones de brillo de las estrellas. En cuanto á la reserva que debe g-uardarse en decidir acerca de Ka periodicidad de esas variaciones, véanse las im- portantes consideraciones de Juan Herschell , en el Viage al Cabo, §261. (81) Pág-. 168. — Delambre, Hisf. de la Astron. antigua, t. II, p. 280, é Hist. de la A stron . en el s iglo 1 8^^ , p . 1 1 9 . (82) Pág-. 170. — Juan Herschell, Viage al Cabo, § 71-78, y Outlincs of Astron., § 830. V. Cosmos, 1. 1, p. 138 y 38o n.° 20. (83) Pág-. 170. — Carta manuscrita del teniente Gilliss , astrónomo 1 del Observatario de Washing-ton, al doctor Fliíg-el, cónsul de los Estados ; Unidos de la América del Norte en Leipzig-. En Santiag-o de Chile el cielo <:x,^ permanece durante 8 meses , tan puro, y la atmósfera tan trasparente, que Gilliss disting-uia perfectamente la 6.* estrella del trapecio de Orion con un anteojo de Om , 175 de abertura, construido por Enrique Filz, ■de Ne-w-York, y G. Voung- de Filadelña. ^\ ' ^ J (84) Pág-. 171. — Juan Herschell, fiage al Cabo, p. 334 350, nota l,y 440. (Sóbrelas antíg-uas observaciones de la Cabra y de la Veg-a, v. Gui- llermo Herschell en Ias Philos. Transad., 1797, p. 307; 1799, p. 121, y en <íl Jahrbuch de Bode para 1810, p. 148.) Por el contrario, Arg-elander pone en duda la variabilidad de la Cabra y de las estrellas de la Osa Mayor. .(85) Pág. 172.— F¿a^e al Cabo, § 259, n." 260. — 500 — (86) Pág-. 172. — Heis, en sus noticias manuscritas de mayo de ISoO.. V. también el Viage al Cabo, p. .'}2o, y P. de Bogaslawski, Üranus fúr 1848, p. 186. La supuesta variabilidad de >j, a y S de la Osa Mayor está también confirmada en las OutUnes, p. o59. Acerca de las estrellas que indicaran sucesivamente el polo norte, hasta Veíja de la Lira, la mas be- lla de todas, la cual tomará en 12000 años el lugar de la estrella polar tual, V. Miedler, Astron., p. 432. (87) Pág-. 172. — Casmos, t. III, p. 77. (88) Pág-. 172. — Guillermo Hersclicll, on the Chang-es that liappcn to ílie Fixed Stars, en las Phií. Tramact. l'or 1796, p. 186. Véase también Juan Herschcll, Viaje al Cabo, p. 3oO-3.'J2, y el escelente escrito de Ma- ry Somervilie: Conexión of the Phijsical Sciences, 18-Í6, p. Í07. (89) Pág-. 176. — Encke, Betracfitungen nber die Anordnung den Slernsys- tems, 1844, p. 12, (Cosmos, t. Jll. p. 27). Mccdlcr, Astron., p. í4o; Faye,. Memorias, t. XXVI, p. 76. (90) Pág-. 178.— Halley enlasP/ií/os. rransflfí. íor 1717-1719, t. XXX, p. 736. Sus consideraciones no llegaban por lo demás sino á las varia- ciones en latitud; el primero que se ocupó de las variacianes en long-itudí fué ísantiag-o Cassini (Arago, en la Astron. popul., i. If, p. 23). (91) Pág. 178. — Delambre, Hist. de la Af^tron. moderna, t. lí, p. 6Í>8, é Iltst. de la Aslron. en el siglo 18. p. 448. (92) Pág. 178.— P///70S. Transad., t. LXXHL p. 138. (93) Pág. 179 — Besscl, en el Fahrbnch de Schumacher para 1839, p. 38: Arago. Astron. jiopul., t. II, p. 20. (94) Pág-. 179. — Acerca de « del Centauro, v. Ilenderson y Maclear en ]cis Mcmoirs of the Astron. Soc.,t. XI, p. 61, y PiazziSmyth en las Edinb. Transact., i. XV], p. 447. El movimiento propio de Arturo es de 2", 25, seg-un Baily (Memoirs ofthe Astron. Soc , i. V, p. 16o); es considerable con relación á los movimientos propios de otras estrellas muy brillantes: por que el de Aldebaran no es mas que de O", 185 (Ma;dler, Centraísonne, p. 11), y el de Vega de O", 400. Entre las estrellas de primera mag-nitud, «. del Centauro constituye una escepcion muy notable; su movimiento propio de 3/ ',58, esccdc mucho del de Arturo. El movimiento propio de la estrella doble del Cisne es de 5 ',123 por año, según Besscl {Schum. Astron. Nachr., t. XVI, p. 6). (9.';) ?ág. ll'd.— Astron. Nachr., de Schumacher^ n." íoo. — 501 — (OG) Póg-. 179.— La misma obra, n.° Bl8, p. '270. D' Arrcst ha basado su cálculo cu la comparación de las observaciones de La Caillc (17o0! •con las de Brisbano (182rj) y de Taylor (I8;]:jj. La estrella S.l'H de la Topa déla Kavc tiene un movimiento propio de 7", 871: es de 6.^ magni- tud. (Maclear en Maedlcr, Vntersuch. nber die Fixstern-Systeme, 1. 11, p. íi.) (97) Pág-. 1751.— Asínm. Nachr., n." U61, p.'aOl. (98) Pá--. 180.— La misma obra, n.os 514-üI6. (99) Pág-. 181. — Struvc, Estudios de Asiron. estelar, testo, p. 47, notas p. 2fí y !')l-57; Juan Herschell, Outlines, § 859 y 860. (100) Pág. 18 L — Orígenes, en el Tliesaurus de Gronovio , t, X, p. 271. (1) Pág. 181. — Laplace, Esposicion del Sist. del Mundo, 1824, p. 39o. En sus Cartas cosmológicas, Lambert se inclina mucho hacia la hipótesis . (4) Pág. isa.— Opere di Galileo (^alilci, t. Xíí, Milano, 1811, p. 20(1. Este notable pasaje que indica la posibilidad y aun el proyecto de una medida, ha sido señalado por Arago, Asiron. popuL, t. i, p. 4:18. (5) Pág. 185. — Bessel, en el Jahrbuch fiír 1889 de Schumacher, p. 5yll. (IJ) Pág. 18i>. — Struve, Asiron. esleí., {). 104. (7) Pág. 185. — Arago, en el Conocimiento de los Tiempos para 183í. p. 281: «Observamos con mucho cuidado, Mathieu y yo, durante el mes de agosto de 1812 y en el mes de noviembre-siguiente, la altura angular do la estrella sobre el horizonte de París. Esta altura en la segunda época. no escede de la altura angular en la primera mas que en O", 66. Un para- laje absoluto de un solo segundo hubiera producido necesariamente en- tre esas dos alturas una diferencia de 1",2. Nuestras observaciones no indican pues que el radio do la órbita terrestre, que 39 millones de le- guas sean vistas desde la 61.^ del Cisne bajo un ángulo de mas de medio segundo. Pero una base mirada perpendicularmente subtiende un ángulo • de un somi-sogundo, cuando se dista de él 412 mil veces su longitud. — 502 — Lueg-o la 61.^ del Cisne está por lo menos á una distancia de la Tierra ig-aal á 412 mil veces 39 millones de leguas." V, Astron. popuL, t. J, la nota de la p. 444. (8) Pág-. 185. — Bessel publicó desde luego en el Jahrhuch de Schuma- cher, p. 39-49, y en las Astron. Nachr., n.^ 366, el número O", 3136 á título de primera aproximación. Su resultado definitivo es O", 3483 (As- tron. Nachr., n." 402, t. XVil, p. '274). Peters halló, por sus propias ob- servaciones, un número casi idéntico, O'', 3490 (Struve, Astron. estel., p. 99). En cuanto á la modificación que Peters hizo sufrir al número de Bessel, proviene de que Bessel habia prometido antes de su muerte (Astron. Nachr., t. XVII, p. 267), someter á un nuevo examen la in- fluencia de la temperatura sobre las medidas heliométricas. Habia tam- bién realizado en parte esta promesa en el primer tomo de sus Astro- nomische Untersuchungen, pero sin hacer aplicación á sus observaciones de paralaje. Esta aplicación se hizo por Peters (Er ganzungsheft zu den Astron. Nachr., 1849, p. 56), y este astrónomo distinguido encontró tam- bién 0",3744 en lugar de 0",3483. (9)- Pág. 186. — Este paralaje de 0^',3744 da para la distancia de la 6l.»del Cisne 550,900 veces la distancia de la Tierra al Sol, ú 8.455,000 millones de miriámetros. La luz emplea 3,177 dias medios en recorrer esta distancia. Los tres valores que han sido atribuidos sucesivamente á este paralaje han acercado á nosotros (entiéndase que aparentemente) la célebre estrella doble del Cisne en la relación de los números 10, 9 ^/^ y 8, Yio <1^^ ^^SP^'*^^^"^'^ ^" ^''^^ ^^ tiempo que necesita la luz para salvar el espacio que nos separa de ella. (10) Pág. 186.— Juan Herschell, Outlines, p. 545 y 551; M^dler (As- tron., p. 425) da O", 92 13 y no O", 9 128, para el paralaje de o, del Centauro. (11) Pág. 186. — Struve, Stell. compos. Mensure microm., p. clxix- CLXxii. Airy atribuye á a de la Lira un paralaje inferior á O", I, ó mas bien admite que este paralaje es muy pequeño para poderse determinar con los instrumentos de que se disponia en la época de sus observacio- nes {Mem. of the Royal Astron. Soc, t. X, p. 270). (12) Pág. 186. — Struve, sobre las medidas micrométricas que se han hecho con el gran anteojo del observatorio de Dorpat (oct. 1839), en las Astron. Nachr. de Schumacher, n.*^ 396, p. 178. (13) Pág. 186. — Peters, en Struve, ils¿ro«.s/d/., p. 100. (14) Pág. 187.— Peters, en Struve, Astr. stell., p. 101: Wichman,. G, Struve, Otto Struve y Faye en las Memorias, t. XXVÍ. p. 64, 69^ — 503 — y t. XXX, p. t)8 y 78. Los paralajes referidos en el testo, proporcio- nan ol medio de trasformar los movimientos propios (ang^ulares) de las estrellas en movimientos lineales, y de evaluar asi sus velocidades en miriámetros ó en leg'uas (de 4,000 ui). Por el cuadro sig-aieiite se verá con qué rapidez se mueven la mayor parte de esas pretendidas fijas: es curioso que sea en ellas en donde se busquen los ejemplos de las mayo- res velocidades de que hasta aquí ha parecido animada la materia: ESTRELLAS. PARALAJES. lYlOVIMIENTOS ESPACIOS recorridos PROPIOS. POR SEGUNDO. « del Centauro. 0' ',913 3",580 3 leg-uas. 61* del Cisne. 0 ,3744 0 ,123 16 Sirio. 0 ,230 1 ,234 6 1830 Groombridge. 0 ,220 6 ,974 37 '> 0 ,1825 » 46 » 0 ,034 „ 249 T de la Osa Mayor. 0 ,133 0 ,746 7 Arturo. 0 ,127 2 ,250 22 a de la Lira. 0 ,207 0 ,364 2 La Polar. 0 ,106 0 ,030. V2 La Cabra. 0 ,046 0 ,461 12 Habria que rebajar de ios números contenidos en las dos últimas co- lumnas, el efecto producido por la traslación de nuestro propio sistema. Esta reducción se ha hecho posible desde que los trabajos combinados de Ar- gelander, de O, Struve y de Pcters han dado a conocer por una parte, la dirección en que se mueve el Sol, y por otra, su velocidad absoluta cti el espacio. Seg-un O. Struve, un observador colocado á la distancia media de las estrellas de 2." mag-nitud, veria moverse al Sol con una velocidad ang-ular anual de O", 3392. Seg-un Peters, á esta distancia corresponde un paralaje de 0"209. Asi la velocidad absoluta del Sol y de todo su cortejo de planetas seria de 2 leguas por seg-undo. Pero este resultado no se ha tenido presente en el cuadro anterior, y por consig-uiente los números de leg-uas indicadas miden solamente los cambios relativos del Sol y de cada'' estrella durante 1 s . Conviene añadir también que esos núme- ros no espresan mas que las proyecciones, quizá muy disminuidas, de las. # -- 504 — velocidades estelares sobi-e los planos psírpendicularcs á los rayos visua- les, porque liada nos indica la dirección absoluta de esos movimientos en el espacio. Las velocidades reales pueden pues ser todavía mayores que las del cuadro. (15) Pág-, 188. — V. sóbrela relación onlrc los movimientos propios y la distancia, para las estrellas mas brillantes, Síru ve. Síell. comp Mens. microm., p. clxiv, (16) Pág-. 181). — Savary en el Conocimiento de /os (ieinpos para 1880, p. 5()-69yp, 103-171. Esta brillante concepción de Savary fué discutida por Struvc bajo el punto de vista práctico (Mensunc hiicrom., p. clxiv). Se- g"un Struve, las estrellas dobles actualmente conocidas no se prestan á una aplicación ventajosa de este método. Si los paralajes no son inferiores á O ',1, vale mas intentarla determinación directa que recurrir a la des- ig-ualdad marcada por Savary. No obstante esta desigualdad podria lle- gar á ser sensible con el tiempo, en las estrellas de largos ■periodos, y per- mitir entonces obtener paralajes que escaparían á las medidas directas. Además, para que la idea de Savary sea perfeclamcnlc exacta bajo el punto de vista teórico, es preciso admitir la condición de que la masa del satéli'e pueda ser considerada como nu!a, frente á la masa de la estrella central. Si las masas fuesen iguales , las duraciones de las semi-revolucio- nes, de (jue se ha hablado en el testo, lo serian también: el efecto de aberración cuyo paralaje se trata de deducir dcsaparcceria. Débese csla observación á Y. Yillarceau que ha tratado la cuestión de una manera completa, en una memoria todavía inédita. Yillarceau lleg^ó á reconocer la necesidad de llevíir cuenta délas masas (la relación de su diferenciad su suma), estudiando separadamente, en su análisis, las aberraciones espe- ciales de cada componente de un mismo par estelar, (17) Pág, \dd.— Cosmos, t. I, p, 130 y 383 , n." 2. (18) Pág. 190.— Mítídler, Astronoma, p, 414. (ÍG) Ppg. 190. — Arago fué el primero que indicó este pasaje notable de Bradley (Aüron. popuL, t. 11, p. 27), Y, en el mismo lomo , el libro relativo a la traslación del sistema solar, p. 19-36, (20) Pág'. 192.— Según una carta que Gauss me dirigió : Y. AiUron. Yac/ir., n.° 622, p. 348. (21) Pág. 192,— Galioway, on the Molion of ilic Solar System, cu las Phüos. Transad., 1847, p. 98. — 505 -^ (22) ?ág-. 193.— Argclancler ha dicho su opinión respecto del valor que se debe alribuir á semejantes concepciones, en su escrito; iiber dio eigcnc Bewegung des Sonncnsyseems, hcrgeleitef aus der eigencn Bcwrgung dcr í, terne, 1837, p. 39. (23) Páj. 103.— V. Cornos, t. I, p. 128; Mucdler, Adrn7l.,l^ 400. (2i) Púg. 19Í.— AríjeUmder, ia uiisnia obra., p. 42; Miedle;-, Ccntrai- sonne, p. 9, yAstron., p. 403. (2o) Pág-. 194.— Arg-clander, la misma obra,, p. 43, y en las Astron. ISachr. de Schumacher, n ° oGíi. Guiados, no por invcsti.g-aciones numé- ricas, sino por especulaciones en las que La imaginación tenia la mayor parte, Kant y Lambert, hablan indicado ya, el uno á Sirio, el otro la ne- bulosa del tahalí de Orion, como cuerpo central de nuestro haz estelar. [Stvuvc, Astron. cstd.,\^ 17,n.°19). (2G) Pág-. 194.— Mffidler, Astron.. p. 380, 400, Í07 y 414; Centrahonnc' 18iG, p. 44-47; Unfersuchungcii über die Fixí^tern-Systrmc, 2.''' parte., 18í8, p 183-185. (Alción esta situada á los 54° 30^ de AR, y -h 23" 36' de de- clinación para el año 1840) Si el paralaje de Alción fuera efectivamente de 0^/, OOGo. su distancia sena igual á 3 i */o millones de veces el radio de la órbita terrestre; estaría, pues, oO veces mas apartada de nosotros que la G l^ del Cisne. La luz , que Uog-a del Sol á la Tierra en 8 m 1 8s, necesitarla 500 años para venir de Alción. Puede citarse á este propósito, el límite de magnitud á que se ha elevado la imaginación mas atrevida de los antig-uos Grieg-os. Hesiodo dice {Thcogonia, v. 722-72o), á propósito de los Titanes precipitados en el Tártaro: «Si un yunque de bronce cayese del Cielo, durante nueve dias y nueve noches, al décimo diaUeg-aria á la Tierra..." El espacio así recorrido en 777600 segundos de tiempo, por un cuerpo que cae, puede ser calculado fácilmente, teniendo en cuenta el de- crecimiento rápido que la atracción del g-lobo terrestre esperimenta á distancias notables; Gall encuentra para esta altura de caida 57,400 mi- riámetros; esto es, vez y media la distancia de la Luna á la Tierra. Pero según la Iliada, I, 592, Vulcano no tardó mas que un solo dia en caer del cielo á la isla de Lemnos, «y apenas si respiralia todavía » En cuanto á la cadena que pendía del Olimpo a la Tierra, y sobre la cual liabian reunido los Dioses todos sus esfuerzos sin poder arrastrar á Júpiter (¡Hada, VIII, 18). su long-itud permanece indeterminada; m» es una imá- g-on destinada á dar la idea de la altura del Cielo, sino únicamente de la fuerza y de ia omnipotencia de Júpiter. (27) Pag-. 194 —V. las dudas cspucstas por Peters en los Asirán. Nadir. — 506 — . de Schumacher, 1849, p. 661, y por Juan Herschell, Outlinesof Astron.f p. 389: "In the present defective state of our knowledg-e respecting- tho proper motion of the smaller stars, we cannot bat regard all attempts of Uiis kind as toa certaiii extent premature, tlioug-li by no means to be discouraged as forerunners of something- more decisive.» (28) Pag. 19o.— V. Cosmos, t. I, p. 134-134 y 383; Struve, íiher Doppels- terne nach Dorpaícr Micromeier-SIessungen , von 1824 bis 1837, p. 11. (29) Pág. 196.— C0.9W05, t. III, p. 46-:J0, 115-118. Como ejemplo notable de una ostensión de vista estraordinaria puede ci- tarse al maestro de Keplero, Moestlin, que apercibía á simple vista 14 es_ , trellas en las Pléyadas: algunos antiguos liabian visto 9 (Meedler, Un- \ ters. über die Fixs., 2.^ parte, p. 36.) (30) Pág. \i)(i.— Cosmos, t. líl, p. 183 El doctor Gregory de Edim- burgo, habia recomendado también este método en 1675, es decir, 33 años antes de Galileo: V. Thomas Birch, Hist. of the Royal Soc, t. IIÍ, 1757, p. 225. Bradley alude á este método, en 1748, al fin de su célebre Me- moria sobre la nutación. (31) Pág-. 197.— Mcedler, iisíroíi., p. 477. (32) Pag-. 197. — Arago, en la Asíron. popuL, t. 11, p. 28. (33) Pág-, 197. — An Inquiry into the probable Parallax andMagnitude of the fixed Stars, from the quantity of Light which they afford us, and the particular circumstances of their situation, by theRev. JuanMichell, en las Pililos. Transad., t. L\U, p. 234-261. (34) Pág-. 198.— Juan Michell, la misma obra., p. 238; «If it should liereafler be found, that any of the stars have others revolving about them (for no satellites by a borrowed light could possibly be visible), we shouldt then have the means of discovering...w En todo el curso de su discusión persiste en negar que una de las dos estrellas componentes pueda ser cuerpo oscuro, planeta que refleje útiicamente la luz del otro astro , y se funda en que los dos astros son visibles para nosotros, á pesar de su distancia. Compara la densidad de las dos estrellas, distinguiendo á la ■u:íayor con el nombre de central star, con la densidad de nuestro Sol, y si emplea la palabra satélite, si habla de la "greatest apparent elongation of those stars, that revolved about the others as satellílis," no es mas que para indicar la idea puramente relativa de la revolución de la mas pe- queña alrededor de la mayor, sin olvidar por esto que los movuiiientos absolutos se ejecutan alrededor del centro de g^ravedad común. Mas ade- — 507 — laiitc dice (p. 2í3 y 249): We may conclude with thc iiig-hest probability (the odds against the contrary opinión bcing many millioii millions to oiie), íhat strs form a kind of systeni by mutual gravitation. It is hig-hly probable in particular, and nextto acertainty in general, that sucli dou- ble stars as appear to consisl of two or more stars placed near together^ are under tne influcncc of some g-eneral law, such perhaps as gravity...» (V. también Arag-o en la Astronomía popular, t. I, p. 487-494). ]\o puede concederse una gran conlianza á los resultados numéricos de los cálculos- de las probabilidades á que se entreg-ó Michell , pues , partió este de una hipótesis inadmisible, á saber, que hay en todo el Cielo 230 estrellas mas brillantes que ¿3 del Capricornio, y loOO estrellas ig^uales en brillo alas 6 estrellas de las Pléyadas. Juan Michell termina su ingenioso tratado cos- mológ-ico por una esplicacion muy atrevida del centelleo, atribuyéndolo á una especie de pulsación que se produce en tal caso en la emisión déla materia luminosa. Esta esplicacion no es tampoco mas feliz que la que Si- món ?\Iario, uno de los que descubrieron los satélites de Júpiter (Cosmos, t. lí, p. 308 y 470, n."44), dio al final de su Mundus Jovialis, en 1614. Pero Michell tuvo el mérito de haber hecho observar primero que nadie (p. 2G3), que el centelleo va siempre acompañado de cambios de color: «Besides their brightncss , therc is in the twinklin of the ñxed stars a chang'e of colour.» (35) Pág-. 199.— Struve, en la Colección de las Actas déla Sesión pública de la Acad. imper. de Ciencias de St-Petersbourg, el 29 diciembre 1832, p. 48- 50; Míedler, Astron., p. 478. (36) P;%. 199.— P/i¿7os. Transad., for the year 1782, p. 40-126, for 1783,. p. 112-124, for 1804, p. 87. V. Madler, en el Schumacher's Jahrbxich fiir 1839. p. 59, y los Unters. uber die Fixstern-Systeme , 1.^ parte., 1847, p. 7. (37j Pág-. 200. — Míedler, la misma obra, 1.^ parte, p. 255. Se conocen para Castor dos antiguas observaciones deBradley, que datan de 1719 y de 1759, la primera hecha en común con Pound, la segunda con Maske- lyne, y dos observaciones de G. Herschell de 1779 y 1803 , (38) Pág. 201. — Struve, Mensurce microm., p, xl y p. 234-248. en total hay 2641 -+■ 146 = 2787 pares observados (Msedler, Schum. Jahrb.^ 1839, p. 6ÍJ. (39) Pág. 201. — Juan Herschell, Viaje al Cabo, es decir Astron. obscro al the Cape ofGood Hope, p, 165-303. (40) Pág. 201.— La misma obra., p. 167 y 242. Y — 508 — (41) Pág-. 202, — Argelander, en su trabajo sobre los aioviniicnlos pro- pios de las estrellas. V. su escrito: DLX stellarum fixarum positiones media ineunte anno 1830, ex ohserv. AbocB habitis (Hclsingforsice 1825). Moedler evalúa en 600 el número de las estrellas múltiples que han sido descu- biertas en Pulkova desde 1S37 (Astron., p. 625). (42) Pág-, 203. — Puede suponerse que todas las estrellas tienen un mo- vimiento propio; pero el número de aquellas cuyo movimiento se ha comprobado escede apenas del número de las estrellas dobles en las cua- les se ha reconocido un cambio relativo de las componentes. (Msedler, Astron., p. 394, 4!)0 y 520-540). Slruve ha discutido esas relaciones nu- méricas en las Mens. microm., XCIV, tratando separadamente los pares en que la distancia es de 0^^ á 1 '/, de VJ a 8^ y de 16''/ á 32''. Con- viene recordar aquí que si las distancias inferiores á 0'',8 han sido sim- plemente estimadas, investig-acioncs instituidas con el auxilio de estrellas dobles artificiales, han dado la se^-uridad de que esas evaluaciones son exactas próximamente en 0'/,l. Slruve, iiher Dop2)eIsterne nach Dorpater .Beo6ac/i¿., p. 29. (43) Pág-. 203. -Juan Herschell, Viaje al Cabo. p. 1G6. (4í) Pág-. 203.— Slruve, Mens. microm., p. lxxvii-lxyxiv. (45) Pág. 20Í.— Juan Herschell, Outlines o[ Astron., p. 579. (46) Pág-. 20Í.— Para mirar el Sol á través de un anteojo se emplean cristales oscurecidos, teñidos de dos calores subidos, pero complementa- rios; obtiénense así imágenes blancas del disco solar. Durante mi larga permanencia en el Observatorio de París, Arag-o usaba ya cristales se- mejantes para observar los eclipses ó las manchas del Sol. Combínanse también dos cristales, uno de ios cuales es rojo y el otro verde, ó el uno íimarillo y el otro azul, ó también un matiz verde con viólela. «Cuando una luz fuerte está cerca de una luz débil, la última toma el color cora- plementario de la primera. En esto consiste el contraste: pero como casi nunca está puro el rojo, puede decirse también con razón que el rojo es complementario del azul. Los colores próximos en el espectro solar se sustituyen." (Arag-o Manuscrito de 1847). (47) Pág-. 205.— Arag-o, en el Conocimiento de los Tiempos para 1828, p. 299-300; en la Astron. popuL, t. I, p. 453-459 «Las escepciones que cito prueban que tenia razón en 1825, al introducir con la mayor reserva, la noción física del contraste en el problema de las estrellas dobles. El íizul es el color real de ciertas estrellas. Picsulta de las oiiscrvaciones re- cog-idas hasta aquí, que el firniamenlo no solo está sembrado de soles — 509 — rojos y amarillos como sabían los antiguos, sino que también lo está de soles azules ó verdes. Con el tiempo y por medio de observaciones futuras llegaremos a saber si las estrellas verdes ó blancas son ó no soles en vias de decrecimiento; ó si los diferentes matices de esos astros, no indican que la combustión se verifica en ellos á diferentes grados; si la tintura, con esceso de los mas refrangibles rayos, que presenta frecuentemente la pequeña estrella, no dependerá de la fuerza absorbente de una atmósfera que desarrolle la acción déla estrella, ordinariamente mucho mas bri- llante, que la acompaña." (Arago, en la Asíron. popuL, t. I p. 457-403). (48) Pág. 204.— Struve, über Doppclsternu nach Dorpater Beobachtungen, 1837, p. 33-86 y Mensiiríc microm., p. lxxxui; cuenta 63 pares en que las dos estrellas son azules ó azuladas y tlonde por consiguiente la colo- ración no seria efecto del contraste. Cuando se llegan á comparar las apreciaciones de diferentes observadores, sobre los colores del mismo par, sorprenden las divergencias que se encuentran. Por ejemplo, un obser- vador halla que la compañera de tal estrella roja ó naranjada es azul. mientras que otro observador le atribuirá el color verde. (49) Pág. 205 — Arago en la Astron. popul., t. I, p. 4SÍ-487. (50) Pág. 205.— Cosmos, t. III, p. 118-122. (51) Pág, 206. — uThis superb double star (a del Centauro), is beyond all comparison the most striking object of the kind in the hcavens, and consists of two individuáis, both of a high ruddy or orange colour, though that of the smaller is of a somewhat more sombre and brownish, cast » Juan Herschell , Viage al Calo, p. 300. Pero según las bellas observaciones del capitán Jacob (Bombay Engiueers) en 1846, 1847 y 1848, la estrella principal es de 1 '^ magnitud y la compañera útiica- mente de 2.^, 5 ó de 3.^ magnitud (Transad, of iha Royal Soc. of Edinb. t. XVÍ, 1849, p. 451). (52) Pág. 206. -Cosmos, t. III, p. 154 y 160. (53) Pág. 2.)0.— Struve, über Doppelsí. nach Dorp. Bcobacht., p. 33. (51) Pág. 206. — La misma obra, p. 30. (55) Pág. 207. — Miedler, Astroa., p. 517; J. Ilerchcll, Outíines of As- ironoiny, p. 568. (56) Hág. 207. — Cf. Mfcdler, IJntersucli. über die Fixsícrn-Sysleme, 1.^ parte, p. 225-275; 2.^ parte, p. 235-240; el mismo en Aslron, p. 511; J. Herschell, Ouflines, p. 573. — 510 — (37) Pág'. 207. — La ocultación fue solo apárenle y se debió á los fal- sos discos que conservan las estrellas en los mejores anteojos {Cosmos, t. III, p. 116). Seg-un los cálculos de Villarceau, la distancia aparente de los centros de las dos estrellas de 5 de Hércules no ha sido nunca inferior á O", y (en 1793 y en 1830); ahora bien; los discos reales délas mas bellas estrellas son probablemente mucho mas pequeños que la mitad de esta distancia. Pero en i de Hércules, la estrella principal es de 3.^ magnitud y el satélite es de 6.^ á 7.^ magnitud; este último ha podido pues desapa- recer en los rayos de la mayor, es decir, en su falso disco, en la época del menor perihelio aparente. Para »? de la Corona, por el contrario, la dis- tancia de las dos estrellas fue de 0'f,í en 1784 y hacia fines de ISoO, y, sin embargo, no hubo ocultación. Esas 2 estrellas son mucho mas peqne- fias que C de Hercules; sus discos falsos son menores; ninguno de ellos coincide jamás con el otro , á pesar de una distancia menor aparente en el perihelio. (58) Pág. 212. — Véase , para I de la Osa Mayor , p de Oñuco , y lleg-a hasta decir «Che molto probabil- mente 11 erético Simón Mario, non ha osservaío g-iammai i Pianeti Me- dicei." Véase Opere di Galileo Galilei, Padova, 1744, t. II, p. 235-237, y Nclli, Vita c Commerceo Idtario di Galilei, 4793, t. I, p. 240-'i46. El mismo erético se habia espresado sin embargo con mucha sencillez y modestia sobre el alcance de su descubrimiento: «Ha'C Sidera (Brandemburgica) a nullo mortal ium mihi ulla ratione commonstrata, sed propria inda^gine sub ipsissimum fere tempus vel aliquanto citius quo Galilóeus in Italia ca primum vidit a me in Germania adinventa et observata fuisse. Mérito ig-itur Galilseo tribuitur et manet laus primee nventionis horum siderum apud ítalos. An autem inter meos Germanos quispiam ante me ea inve- nerit et viderit, hactenus intclligere non potui.»» (66) Pág-. 217. — Mundus Jovialis anno 1609 detcctus ope pcrspiciUi Belgici, ]Xoriberg-íe, 1614. (67) Vá^. m.- Cosmos, t. 11, p, 319. (68) Pag-. i[H.— Cosmos, t. III. p. 129. (69) Pág". 218. — «Gallilci notiS che le Nebulose di Orione nuU' altro erano che mucchi e cuacervazioni d'innumerabili stelle.».» Nelli, Vita di Galilei, t. I, p. 208. (70) Pág". 219. — «In primo integ-ram Orionis Constellationem pingerc decreveram; vero, ab ing-enti stellarum copia, temporis vero inopia obru- tus, ag"gressionem hanc in aliam occasionem distuli. — Cum nom tantum in Galaxia lacteus ille candor veluti albicantis nubis spectetur, sed com- plures co7isimilis coloris arcolw sparsim per cethera suhfulgeant, si in illarum quamlibet specillum convertas, Stellarum constipatarum coetum offendes. Amplius (quod mag'is mirabile) Stella?, ab Astronomis sing-ulis in hanc usque diem Nebulosce apellatfe, Stellarum níirum in modum consitarum greges sunt: ex quarum radiorum commixtione, dum unaqnaque ob exi- litatem, seu maximam a nobis remotionem, oculorum acien fug"it, candor ille consurg'it, qui densior pars coeli, Stellarum aut Solis radios retor- quere valens, hucusque creditus est.» Opere di Galileo Galilei, Padova, 1744, t. II, p. 14 y lo; Sidereus Nuntius, p. 13, 15 y 35. (71) Pág-. 219. — Véase el Cosmos, i. III, p. 229, nota 91. Debo recordar — 512 — á este propósito la vi neta con que termínala introducción de Hcvclio cu su Fírmamentum Sobescianum, publicado en 1687. Representa tres g-ciiios, dos de los cuales iniran al cielo con el Seslante de Hevelio y responden al tercero que tiene un telescopio y parece ofrecérselo: Prsestat nudo oculo! (72) Pág-. '219. — Huyg-hens, Systema Salurnium, en sus Opera varia, Lugd. P>atav. 172i, t. 11, p. 423 y o93. (7o) Pág. 220. — «En las dos nebulosas de Andrómeda y de Orion, dice- Dominico Cassini, he visto estrellas que no se disting-aen con los anteo- jos comunes, Ig-noramos si habrá anteojos bastante grandes para que toda la nebulosidad pudiera resolverse en pequeñas estrellas, como su- cede á las de Cáncer y Sag-itario,»> (Delambre , Historia de la Astronomia moderna, t. II, p. 700 y 744). (74) Pág-. -no. -Cosmos, 1. I, p. 381, nota 9G. (75) Pág-. "220. — Sobre las semejanzas y las desemejanzas de las ideas de Lambert y de Kant, y sobre las épocas de sus publicaciones respecli- vas, véase Stvuvc,' Estudios de Astronomia Estelar,^. II, 13 y 21, notas 7, V) y 33. La obra de Kant, titulada Allgemeinc Naíurgeschichte mi Theorie des Himmels, fué publicada en 1753 anónima, y dedicada al gran Federico. La Fotometría do Lambert apareció en 1760, como he diclio antes, y a esta siguieron en 1761, sus Cartas cosmológicas acerca de la estructura del Mundo. (76) Pág. 221.— i'Those Nebulíe, dice Juan Michell,-en las Philosophi- cal Transactions for 1767 (t. LVII, p. 251), id which we can discover either none, or only a few stars even Avith the assistance of the best teles- copes, are probably systems, that are still more distant thant the rest." (77) Pág. 221. — Messier, en las Memorias de la Academia de Cdencias, 1771, p. 435, y en el Conocimiento de los tiempos para 1783 y 1784. El cata- logo contiene 103 objetos. (78) Pág. in.— Pililos. Transad., t. LXXVÍ, LXXIX y XCJ. (79) Pág. 222. — «The Nebular hypothesis, as it hasbeen termed, and the theory of sidereal aggregation stand in fact quite independent of each other.»» (Juan Herschell, Outiines of Astronomy, ^. 599). (80) Pág. 222- — Los objetos de que hablo en ese pasaje son los que lle- van los u.fls l,i2307 cu el Catálogo europeo ó Catálogo del Norte, publicado ¿) 13 — -en 1833, y los n. os 2308, 4015 en el Catálogo africano ó Catálogo del Sud. Véase Sir John Herschell, Cape Observations , p. 51-128. (81) Pág-. 222.— Dunlop, en las Philos. Transad, for 1828, p. 113-150. (82) Pág. 222.— Véase el Cosmos, t. IIÍ, p. 63. 83) Pag. 223. — Véase An Account of (he Earl of Rosses grcat Telescope, p. 14-17, donde se cita la lisia de las nebulosas resueltas en el mes de Marzo de 1845, por el doctor Robinson y South: «Dr. Robinson could not leave this part of his subject without calling altenlion lo thc fact, that no real nébula seemed to exist among so many of these objects chosen ^vithoul any bias: all appeared to be clustcrs of stars, and every additional one which sliall be resolved will be an additional argument against tlie existence of aiiy such.» Véase Schumacher's Astronomischc Nachricíiten, núm, 536. Léese en la Memoria sobre los grandes telesco- pios de Oxmantown , hoy conde de Rosse (Biblioteca universal de Gine- bra,^t. LVll, 1S45, p. 342-357): «.South dice que jamás yió representa- ciones siderales tan magníficas como la que le presentó el instrumento de Parsonstown; que una gran parte de las nebulosas se presentaban como haces ú grupos de estrellas, mientras que algunas otras á sus ojos por lo menos, no mostraban apariencia ninguna de resolución en es- trellas." (84) Pág. 223. — Report of the ftfteenth Meeting of (he Brüsh Association, held at Cambridge in June 1845, p. 36, y Outlines of Astron , p. 597 y 598. «By far the major part, dit sir John Herschell, probably al least nine-tenths of the nebulous contents of the heavens consist of nebulaí of spherical or elliptical forms, presenting every variety of elongalion and central condensation. Of these a great number have been resolved into inlo distant stars (by the Reflector of the Earl of Rosse), and a vas^ number more have been found to possess that motlled appearencc, which renders it almost a matter of ccrlainty that an increase of oplical powc¡- Avould show them to be similarly composed. A not unnatural or unfair induction woald therefore seen to be, that those which resist such reso- lution, do so only in consequence of the smallness and closeness of the stars of which they consist ; that, in short, they are only oplically and not physically nebulous. — Although ncbulse do exist which even in this powcrful telescope (of lord Rosse) appear as nebulic^ without any sign of resolution, it may very reasonably be doubted whcther there be really .any essential physical distinction betwecn nebulíe and clustcrs of stars.» (85) Pag. 223. — El doctor Ts'ichol, profesor de Astronomía enGlasgow, TOMO ni. 35 — 514 — publicó esla carta, fechada en el castillo de Parsonstown, en sus Thoughls of some imporlat poinís relating to the System of the World , 1846, p. 35: «.In accordance with my promise of conimunicating- to you the result of our examination of Orion, I think I may safely say, that there can be litlle, if any doubt as to the resolvability of the Nébula. Since you ieft us, there was not a single nig-ht when, in the absence of the-moon, the air -was fine enoug-h to admit of our using- more than half the magnifying- power the speculum bears: still we could plainly see that all about the nébula also abounding- with stars, and exhibiting the charactcristics of resolvability strongly marked." (86) Pág. 224.— Véase Edinhurgh Review , t. LXXXYIÍ, 1848, p. 186. (87) Pág-. ''lio.— Cosmos, t. III, p. 13i. (88) Pág. ilo.— Cosmos, t. llí, p. 34. (89) Pág-. 225. — Newton, Philosophice naturalis Principia mathematica^ 1760, t. III, p. 671. (90) Pág-. %'2o.— Cosmos;, t. I, p. 126. (91) Pág-. 'iro.— Cosmos, t. I, p. 3SÍ, nota 96. (92) Pág-. 226. — Juan Herschcll, Cape Observations, § 109-111. (ií3) Pág-. 227. — Son necesarias alg-unas observaciones, á fin de que se sepa sobre qué fundamentos descansan esas enumeraciones. Los tres ca- tálog-os de G. Herschell contienen 2,500 objetos, á saber: 2,303 ne- bulosas y 197 g-rupos de estrellas (Míedler, Astronomía, p. 448); esos nú- meros han variado en el censo poí^terior y mucho mas exacto de Juan Herschell (Observations of nebuIcB and Clusters of stars, made at Sloug-h, wMth a twenty-feet Reflector, between the ycars 1825 and 1833 insertados en las Philosophical Transactions for the year 1833 , p. 365- 481.; 1800 objetos eran idénticos con otros contenidos en los tres pri- meros catálogos, tres ó cuatrocientos fueron provisionalmente escluidos y reemplazados por mas de otros quinientos descubiertos nuevamente cuya ascensión recta y declinación se determino (Struve, Astronomía estelar, p. 48). El Catálogo del Norte comprende 152 grupos estelares: por consi- guiente, las nebulosas que hay en él son en número de 2,307 — 152 = 2,155. De los 1, 70S objetos comprendidos cu el catálogo delSud(4,015 — 2,307), y entre los cuales se cuentan 236 grupos de estrellas , es preciso rebajar 233 nebulosas (S 9 -f- 133-4- 9), como pertenecientes ya al catálogo del .\-rte, y observadas, en Slough por G, Herschcll y Juan, y en París. — 515 — por Mcssicr. Véase Cape Obscrvatiom , p. 3 , §§ G y 7, y fp. 128. Que- da aun para el oatáiog-o del Sud un total de 1,708 — ^233=1,47?» ob- jetos que se descomponen en -1,239 nebulosas y 23G grupos de es- trellas. Es preciso , por el contrario , añadir á los 2,307 objetos del ca- tálogo deSlough 13o-i-9=l44, lo que forma un conjunto de 2,431 obje- tos distintos, de los cuales, restando 152 clusters, quedan 2.229 nebu- losas. Es cierto que para esos números no so han g-uardado de una manera rigurosa los límites del horizonte visible en Sloug-h. El autor de este libro está tan íntimamente persuadido del interés que presentan en la to- pog-rafía del firmamento, las relaciones numéricas de los dos hemislerios, que no cree deber despreciar los números sujetos a variación, seg-un la diferencia de las épocas y los prog-resos de la observación. Entra nece- sariamente en el plan de un libro sobre el Cosmos representar la suma de los conocimientos humanos en una época determinada. (94) Pág-. 227.— Léese en las Cape Observations, p. 134: «Tere aro he- tween 300 and 400 nebulte of sir William Herschell's Catalog-ue still iinobscrved by me, for the most part very faint objects...» (95) Pág-. 227. — Cape Observ., § 7. Véase también qI Catalogue ofnchulce and Clusters of the Southern Ilemisphere, por Dunlop, en las Phüosophkal Transactions íjy 1828, p. 1141-46. (96) Pá^. 227.— Cosmos, t. III, p. 203. 97j Pág-. 228.— Caj3c Obscrvatíons, §§ 10:)-Iu7. (98) Pág". 228. — In this Región of Virgo, occupying- abouí one-eiglh of the whole surface of the sphere, one-third of the entire nel)ulous con- tcnts of the heavens are eong-regatcd (Outlines ofAstronomy, p. odd.) (99) Pág-. 229. — Véase acerca de esta reg-ion estéril (barren reg-ion). Cape Observations, § 101, p. 13o. (100) Pág-. 229. — Estos datos numéricos están fundados en el total de las cifras suministradas por la proyección d,el hemisferio septentrional. Véese Cape Observations, 1. XI. (1) Pág. 230. — Humboldt, Examen critico de la historia de la Geografía del nuevo continente, t. IV, p. 319. En la larga serie de viajes marítimos que, gracias á la influencia del infante ü. Enrique, emprendieron los Portug'ueses alo larg-o de las costas occidentales del África, para penetrar hasta el Ecuador, el Veneciano Cadamosto, cuyo verdadero nombre era Alviso de Ca da Mosto, es el primero que después de la reunión con An- — 516 — toniotto Usodiniarc, en la embocadura del Seneg-al, en 1454, se ocupó de buscar una estrella polar austral. «Puesto que todavía distingo la estrella polar boreal, decia cuando se hallaba á los 13° de latitud Norte, no puedo ver la polar del. Sud; la constelación que diviso en esta dirección es el Carro del ostro (el Carro del Sud).'> Véase Aloysii CaiúsLmosio Navigazione, cap. 43, p. 32; Ramusio, delle Navigazioni e Viaggi, t. I, p. 107. Cada- mosto habíase, pues, formado un Carro con alg"unas garandes estrellas de la Nave. La idea de que los dos polos tenían cada uno un carro parece que se estendió tanto por esta época, que en el Itinerarium Portugallense pu- blicado en 1,500 (fól. 23, b.), y en el Novus Orhis de Grynaeus (1532, p. 58) se representó como observada por Cadamosto una constelación semejante en un todo á la Osa menor, y en cuyo lugar está figurada ca- prichosamente la Cruz del Sud, en las Navigazioni deRamusio (t. I, p. 19) y en la nueva colección de Noticias para a hiat. e geogr. dos Nagoes Ul- tramarinas (Lisboa., 1812, t. II, cap. 39, p. 57). Véase Humboldt , f^ícamew critico, etc., t. V, p. 286. Como era costumbre en la edad media (pro- bablemente con el fin de reponer en el Pequeño Carro, los dos bailarines de Higinio, xorev-rul, los mismos que los Ludentes del escoliasta de Germá- nico, ó los custodios de Vegecio) considerar las estrellas /S y 7 de la Osa menor como los Guardias (le due Guardie, theGuards) del polo Norte al rededor del cual describen un movimiento circular, y esta deno- minación, así como también la costumbre de valerse de los dos Guardias para determinar la altura del polo Norte se habían estendido en los ma- res septentrionales, entre los pilotos de todas las naciones europeas, se llegó por falsas analogías á reconocer en el hemisferio austral lo que hacia tanto tiempo que se buscaba. (Pedro de Medina, Arte de nave- ■gar, 1545, lib. V, cap. 1-7, p. 183-195). Durante el segundo viaje de Américo Vespucio, verificado en el intervalo del mes de Mayo de 1499 fué cuando este navegante y Vicente Yañez Pinzón, cuyo viaje es quizás idéntico al suyo, llegaron hasta el cabo de San Agustín en el hemisferio austral , y se dedicaron por primera vez y sin resultado á buscar una estrella visible en la proximidad inmediata del polo Sud. Véase Bandini, VitaeLettere di Amerigo Vespucci, 1745, p. 70; Anghiera, Oceánica, 1510 •dec. I, lib. 9, p. 96; Humboldt, Examen critico, etc., t. IV, p. 205, 319 y 325. EL polo Sud estaba situado entonces en la constelación del Octante, de suerte que /5 de la Pequeña Hidra, hecha la reducción según el catálogo de Brisbanc, estaba aun á 80° 5' de declinación austral. «Mien- tras que yo me entregaba á las maravillas del cielo austral y buscaba en v^ano una estrella polar, dice Vespucio en la carta á Pietro Francesco de Medici, recordaba las palabras del Dante cuando en el primer libro del Purgatorio fingiendo pasar de un hemisferio á otro, quiere describir el polo antartico, y dice: lo mi volsi a man destia... — 517 — Duélome de que en estos versos haya querido el poeta designar por sus cuatro estrellas (non viste mai fuor ch' alie prima gente), el polo del otro firmamento. Tengo tanta mayor certeza, cuanto que he visto con efecto cuatro estrellas, que juntas forman ima especie de mandorla y ani- madas de un movimiento apenas perceptible.» Vespucio cree que la Cruz del Sud es la Croce mrravigliosa de Andrea Corsali , cuyo nombre desco- nocía entonces, pero que aprovecharon después todos !os pilotos para la investigación del polo Sud y para las determinaciones de latitud, como en el polo Norte, /S y 7 de la Osa menor. Véase una carta de Cochin, fecha del 6 de Enero de 1515, insertada en la colección de Ramusio, t. I, p, 177; las Memorias déla Académie de Ciencias (de 1666 á 1699) t. Vil, 2.^ parte. Paris, 1729, p. 58; Pedro de Medina, Arte de Navegar, 1545. lib. V, €ap. 11, p. 204, y véase el análisis que he dado del célebre pasaje del Dante en el Examen critico etc. , t. IV, p. 319-334. He hecho notar en ese pasaje que a de la Cruz del Sud, de la cual se ocuparon en Para- matta, Dunlop en 1826, y Rümker, en 1836, pertenece al número de las estrellas que han sido primeramente reconocidas como sistemas múltiples, por los jesuitas Fontaney, Noel y Páchaud (1781 y 1787). Véase la His- toria de la Academia (1686 ál699)t. II. Paris 1733, p,19; Memorias de la Aca- demia (de 1666 a 1699), t. 11, 2.'^ parte. Paris, 1729, 'p. 206; Cartas edi- ficantes, rec. Vil, 1703, p. 79. Este descubrimiento tan precoz de estre- llas binarias mucho antes de que se hubiera reconocido como tal, K de la Osa mayor, es tanto mas notable, cuanto que 70 años después, Lacaille describió la a de la Cruz sin mencionar su cualidad de estrella doble, probablemente, como la hipótesis Rümker, porque la estrella principal y la compañera estaban entonces muy poco distantes entre sí. Véase Juan Herschell, Cape Observations , §§ 183-185; Cosmos, t. III, p. 197. Casi al mismo tiempo en que se comprobaba el doble carácter de a de la Cruz, registraba Richaud también entre las estrellas dobles « del Cen- tauro; era esto 19 años antes del viaje de Feuillée, al cual atribuye Hen- derson erróneamente este descubrimiento. Richaud hace observar que cuando apareció el cometa de 1689, las dos estrellas de que se compone a de la Cruz estaban muy separadas entre sí ; pero que en un refractor de 12 pies, parecía que casi se tocaban las dos partes de a del Centauro, aunque fáciles de reconocer. (2) Pág. ^Sl.—Cape observations, §§ 44 y 104. (3) Pág. 231. — Véase el Cosmos , t. III, p. 128. Sin embargo, como hemos notado al tratar de los grupos stelares (id., 1^0), M. Bond ha hallado en los Estados-Unidos el medio de resolver completamente, gra- cias á la fuerza penetrante de su refractor, la nebulosidad elíptica y muy prolongada de Andrómeda, que según Boulliaud, había sido descrita an- — 518 — les de Simón Mario, en 08o y en 142S, y que presenta un resplandor rojizo. Cerca de esla celebre nebulosa se encuentra otra no resuella hasta aquí, aunque por su configuración sea muy análoga con la de Andró- meda, y que fué descubierta el 27 de Agosto dclT83 por Carolina Hers- chell, muerta en edad muy avanzada y respetada de todo el mundo. Véanse las Philosophical Tramactions , 1833, núm. 61 del Catálogo de ^as nebulosas, fig. o2. (4) Pág. 2n.— Philosophical Tramactions, 1833, p. 494, 1. IX, figura 19-24. (o) Pág. 232. — Juan Herschell llama á esas nebulosas Annular nebulcc, (Cape Observations, p. 53; Outlines of Astron., p. 602), y Arago, Nbulosas perforadas (Astronomía popular, t. I, p, 509). Véase también Bond, en las Astronom. Nachrichfen de Schumacher,. núm. 6U. (6) Pág. 232. — Cape Observations, p. lii, 1, VI, fig. 3 y 4. Véase tam- bién el núm. 2,072 en las Philosoph. Transactions , for 1833, p. 466. Los dibujos que hizo Rosse de la nebulosa perforada de la Lira, y de la sin, guiar nebulosidad á que dio el nombre de Crab-nebula , se encuentran on la obra de Nichol: Thoughfs on ihe System of the World, p, 21, lám. IV, y p. 22, lám. I, fig. 5. (7) Pág. 233. — Si se considera la nebulosa planetaria de la U^a mayor como una esfera, y «si se la supone, dice Juan Herschell!, alejada de la Tierra una distancia iguala la de la 61 del Cisne , su diámetro apa- rente, que es de 2 ' 40", implica un diámetro real siete veces mayor que la órbita de Neptuno.» (Outlines of Astron., § 876.) (8) Pág. 233. — Outlines, ibid,; Cape Observations, § 47. Una estrella de octava magnitud, de un rojo anaranjado, existe cerca del núm. 3,36íj; pero la nebulosidad planetaria no deja conservar el calor oscuro del añil, cuando la estrella roja no está en el campo del telescopio. El color de la nebulosa no es, pues, efecto del contraste. (9) Pág. 233.— Cosmos, t. III, p. 121 y 204. La estrella principal y la compañera son azules ó azuladas en mas de 63 estrellas dobles. Pe- queñas estrellas del color de añil están mezcladas con el magnífico grupo estelar matizado de diferentes colores, que lleva el núm. 3,433 en el Ca- tálogo del Cabo, y el núm. 301 en el de Dunlop. Existe en el hemisferio austral bajo el núm. 373 del Catálogo de Dunlop, bajo el núm. 3,370 de €l de Juan Herschell, un grupo estelar de un azul uniforme, que no tiene menos de 3' •/, ^^^ diámetro, con dos proyecciones de 8 ' de longitud. La.s — 519 — cslrcllas que le componen cslán entre la li y la 16 magnitud (Cape Ohser- valions, p. 149.) (10) Pag-. 233.— Cosmos, t. I, p. "2. Véase también Outlines of Asíron., :§ 877. (11) Pág-. 234. — Acerca de la complicación de las relaciones dinámi- cas en las atracciones parciales que se operan en el interior de un g-rupo esférico de estrellas, el cual, visto á través de telescopios pequeños, pa- rece ser una nebulosa redondeada y mas condensada hacia el centro, véase Juan Herschell, Outlines of Ástron., §§ 866 y 872, y Cape Obeervations, '§§ 44 y 111-113; Philosophical Transactions , for 1833, p. ;i01, Address of the President, en la Raporl of íhe fifteetith Meeling of the British Associatinn, 1845, p. xxxvii. (12) Pág-. 235. — Míiiran, Tratado de la Aurora boreal, p. 263; Arago, Atronomia popular, t. I, p. 328 á 5í0. (13) Pág-. 235. — ^Todos los demás ejemplos de estrellas nebulosas están •comprendidos entre la 8.^ y la 9.^^ magnitud. Tales son los números 311 y 4o0 del Catálog-o de 1833 (fig- 31), cuyas fotosferas tienen un diámetro •de If 30 . Véanse Outlines of Astron., § 879. (14) Pág-. 235. — Cape Observations,]). 117, núm. 3,727, 1. VI, fig-. 16. (15) Pág-. 235 — Las formas mas notables de nebulosas irregulares son : 1.° una nebulosa en forma de omcg-a, cuyo dibujo puede verse en las Cape Obsercations , lám. II, íig-, 1.^, núm. 2,008, y que ha sido estu- diada también, y descrita por Lamont, así como por un joven astrónomo de la América septentrional arrebatado demasiado pronto á la ciencia, Masón, en las Memoirs o f the Americ. Philosoph. Sociely, t. VII, p. 177; 2.° una nebulosa en la cual se cuentan de 6 á 8 núcleos. (Cape Observatiom p. 19, lám. III, ñg-. 4); 3.^ las nebulosas semejantes á cometas que afec_ tan la forma de matorrales, desde donde los rayos nebulosos emanan alg-una vez como de una estrellado 9.^ mag-nitud (ibid, lám. VI, lig-. 18, núm. 2,534 y 3,688); 4.° una nebulosa en forma de silueta (lám. IV, fig. 4, núm. 3,075); T).^ una nebulosa filiforme, encerrada en una hen- didura (1. IV. fig-. 2, núm. 3,501). Véase también Cape Observat., § 121; Outlines o f Astron., § 883. (16) Pág. 236.— Cosmos, t. 111, p. 133; Ou'lines o f Astron., §785. .(n)|Pág. 238 —Cornos, t. Ip. 136 y 3S5, nota 13. Véase también la 1.* — 520 — edición del Treatise on Asíronomy, de Juan Herschell , publicado en 1833, en el Cabinet Cyclopoedia de Lardner , y traducido en francés por Cournol (§ 616), y Littrow, Theoreíische Ástronomie, 1834, 2.^ parte, § 23í. (18) Pág-. 236.— Véase Edinburgh Review, enero 1848 , p. 1S7, y Cape Observations , §§ 96 y 107. «A zone of nebulse , dice Juan Herschell, en- circling- the heavens , has so inany interruptions , and is so faintly mar- ked out throug-h by far Ihe greater part of the circumference, that its exis- tence as such can be hardly more than suspected. » (19) Pág". 237. — No existe duda alguna, escribe el doctor Gall, de que en el dibujo de Gaiileo que me habéis enviado {Opere di Galilei, Pado- va , 1744 , t. II , p. l4 , n.° 20), están comprendidos el Tahalí y la Espada de Orion, y por consiguiente la estrella 6. Pero los objetos están repre- sentados allí de una manera tan inexacta que apenas si se encuentran las tres pequeñas estrellas de la Espada, cuyo centro ocupa d, y que á simple vista parecen colocadas en línea recta. Creo que habéis marcado bien la estrella i, y que la estrella brillante que se halla colocada á la derecha, o la que está inmediatamente sobre ella, es^. Gaiileo dice terminantemente: « In primo integram Orionis Constellationem pingere decreveram ; verum ab ingenti stellarum copia , temporis vero inopia obrutus , aggressionem hanc in aliam occasionem distuli. » Las observaciones de Gaiileo. acerca do la constelación de Orion son tanto mas dignas de interés, cuanto -que las 400 estrellas esparcidas sobre 10° de latitud, que creia distinguir en- tre el Tahalí y la Espada, llevaron mas tarde á Lambert á su cálculo er- róneo de 1 630,000 estrellas, en toda la estension del firmamento. Véase Nelli, Vita di Galilei, t. I, p, 208; Lambert, Cosmologische Briefe , i760y p. L55 : Struve, Astronomia estelar, p. 14 y nota 16. (20) Pág. 237.— Cosmos, t. II, p. 320. (21) Pág. 238. — « Ex his auteni tres illce pene inter se contiguíE stellse, dimique his aliíe quatuor , velut trans nebulam lucebant : ita ut spatium circa ipsas, qua forma hic conspicitur, multo illustrius appareret reliquo orani coelo ; quod cum apprime serenuní esset ac cerneretur nigerrimum, velut hiatu quodam interruptum videbatur, por quem in plagam magis lucidam esset prospectus. ídem vero in hanc usque diem nihil immutata facie ssepius atque eodeni loco conspexi; adeo ut perpetuam illic sede«i habere credibile sit hoc quidquid est portenti : cui certe simile aliud nus- quam apud reliquas fixas potuit animadvertere. Nam ceterae nebulosa; olim existimatse, atque ipsa via láctea, perspicillo inspectae, nullas nébu- las habere comperiuntur, ñeque aliud esse quam plurium stellarum con- geries et frequentia» (Christiani Hugenii Opera varia, Lugd. Batav., l724^ — 521 — p. 540 y 3Í1). El aumento que Huyg-hens aplicó á su refractor de 23 pies no era, según su misma apreciación, mas que de 100 veces {ibid., p. 538). ¿Las «quatuor slelke trans nebulam lucentes» son las estrellas del Trape- cio? El pequeño dibujo, toscamente hecho, que el autor acompaña á su li- bro (tab. XLYIÍ, íig-. i, phoenomenom in Orione novum), representa úni- camente un grupo de esas estrellas ; allí se ve también, en verdad, una es- cotadura ó corte que puede tomarse por el Sinus magnus ; quizá no se ha querido indicar mas que las tres estrellas del Trapecio que están compren- didas entre la í.^ y la 7.^ mag-nitud. Doming'o Cassini se vanagloriaba de- haber sido el primero que vio la 4.^ estrella. (22) Pág-, 238. — G. Cranch Bond , en las Transactions o f the American Academy of Arts and Sciences, nueva serie, t. IIÍ, p. 87-96. (23) Pág-. '-ISS.—Cape Observations, §§ o4-69, lam. VIIÍ ; Outlines of As- tronomy, §§ 837 y 885, lam. IV, fi-. 1. (25) Pág-. 238. — Juan Herschell, enlas Memoirs ofthe Astronom. Socieíij, t. II, 1824, p. 487-Í95 ; lam. \\[ y VIH. El seguudo dibujo indica la no- menclatura délas diferentes reg-iones entre las cuales puede distribuirse la nebulosidad de Orion, observada sucesivamente por un gran número de astrónomos. (25) Pág. 239. — Dclambre , Historia de la Astronomia moderna, t. II,. p. 700. Cassini colocábala aparición de esta í.*'* estrella, «aggiunta della quarta stella alie tre contigue " , entre los cambios que habia esperimen- tado íkirante su existencia la nebulosidad de Orion. (26) Pág. 239. — «It is remarkable that within the área of the Trape zium no nébula exists. The brighter portion of the nébula immediately adjacent to the Trapezium, forming the square front of the head, is shown with l8-inch reflector broken up into masses, whosc mottled and curd- ling light evidently indicates by a sort of granular texture its consisting of stars; and when examined under the great ligh of lord Rosse's reflec- tor or the exquisite deñning power of the great achromatic at Cambrid- ge, U. S., is evidently perceived to consist of clustering stars. There can therefore be little doubt as to the whole consisting of stars, to minute to be discerned individually even with the powerful aids, but which beco- me visible as points of light when closely adjacent in the more crowded pars. " {Quilines of Asíron. , p. 609. G. C. Bond , que empleaba un re- fractor de 23 pies, provisto de un objetivo de 14 pulgadas, dice: «There is a great diminution of light in the interior of the Trapezium , but no — 522 — •suspicion of a star. » {Memoirs of the Amcric Academy, Nueva serie, t. IIÍ, .pág-ina93). (27) Vág. 239. — Phüosophical Transactions for the year 1711, t. CI, pcá" gina3'24. (2S) Pág-. 240. — « Such is the general blaze frora thatpart of the sky, dice el capitán Jacob, that a person is immediately made aware of its ha- ving- risen above the horizon, though he should not be at the time loo- king- at the heavens, by the lacrease of g-eneral illuniinalion of the atnios- phere, resembling- the effecl of the young moon. » Transad, of the Royal Sociely of Edinburg, t. XVI, 1849, 4.^ part., p. 443. (29) Pag-. 2m.—Cosnws, t. III, p. 168-171. (30) Pág. '^íO.—Cape Observations, §§ 70-90, lam. IX; Outlines of Astro- mmy, § 887, iam. IV, fig-. 2. (31) Pag. 2 ÍO.— romos, t. II, p. 171. (32) Pág. 'ill.— Cape Observations, § 24, lam. I, fi^. 1, n.° 3,721 del Ca- tálogo; Outlines of Aslronomy, § 888. (33) Pág. 241. — La determinación parcial de la nebulosa del Cisne es: Ase. recia, 20'- 49', Declin, del polo norte, bS° ^1 (Outlines o fAstron.,§SM) . Véase también el Catálogo de 1833, n.° 2,092, lam. XI, fig. 34. (34) Pag. 241. — Compárese el dibujo de la lam. 11, fig-. 2, con los de la lam. V, en los Thoughts on some important points relating to the System of the World, por el doctor Nichol, profesor de astronomía en Glasg-ow, 1846, p. 22. «Lord Rosse,'dice Juan Herschell, en las Outlines of Astron. (p. 607), describes and figures this nébula as resolved into numerous stars wilh w- termixed nébula... (35) Pág-, 2 í 2.— Cosmos, t. I, p. 136 y 385 , nota H. (36) Pág. 242. — Véase Report of the fifteenlh Meeling of the British Asso- tiation for the advancement o f Science; Noticias, p. 4, y Nichol, Thoughts on some important points, etc., teniendo cuidado de comparar la lam. II, figu- ra 1, con la lam. VI. Léese en las Outlines o f Astron., § 882: «The whole, if not clearly resolved into stars, has a resolvable character, which evi- dently indicates its composilion.» (37) Pág-. 2i2.— Cosmos, t. I, p. 71 y 360; nota 32. — 523 — (38) Pág-. 242. — Véase Lacaillc, en las Memorias de la Academia de Cien- cias, año 1755, p. 19o. Solo en una sensible confusión puede aplicarse á los Sacos de carbón el nombre de Manchas Mag-allánicas ó Nubes del Cabo, <;omo lo hacen líorner y Lillrow. (39) Pág-. n^.— Cosmos, t. lí, p. 283 y 151 ; nota 6. (40) Pag-, 244, — Ideler, Uníersuchungen uber den Ursprung und die Bc- deutung der Sternnanem, 1809, p. XLIX y 2tí2. El nombre de Abdurrah- man Suíi , abreviado así por UUigh Beig^h, era primitivamente Abdur- rahmati Ebn-Omar Ebn-Mohammed Ebn-Sahl Abou'l Hassan El-Suíi el-Razi : Ulug-h Beigh, que como Nassir-cddin rectificó en 1437. las posi- ciones de las estrellas de Tolomco, por sus observaciones personales, con- fiesa haber tomado á Abdurrahman Suñ 27 posiciones de estrellas me- ridionales, que no eran visibles cu Samarcanda. fll) Pág\ 255. — Véanse mis investigaciones sobre el descubrimiento de la punta meridional del África y sobre las aserciones del cardenal Zur- la y del conde Baldelli, en el Examen critico de ¡a Hisioria de la Geografía del nuevo Contineníe, t. I, p. 229-348. Diaz , ¡cosa sing-ular! descubrió el cabo de Buena-Esperanza, llamado por Martin Behaim «Terra fragosa»^ y no « Cai)o tormentoso" por el Esle, viniendo en el momento en que salia de la baliía de Alg-oa, situada á los 33° 47' de latitud meridional , mas de 7° 18' al Este de la bahía de la Tabla. Véase Lichtenslein, en el Va- terlandisches Museum , Hambourg-, 1810, p. 372-189. (42) Pag". 245. — El descubrimiento importante y muy poco apreciado de la estremidad meridional del nuevo continente que el Diario de Vv- daneta desig-na por las palabras características "Acabamiento de Tierra,?- lugar donde muere la fierra, pertenece á Francisco de Hoces, que mandaba uno de los navios de la espedicion dirig^ida en 1525 por Loaysa. Vio probablemente una parte de la Tierra de Fuc^o al Oeste de la isla de los Estados; porque el cabo de Hornos está situado, seg"unFitz Roy, á 55'^ 58' 41". Véase también Navarrete, Viajes y descubrimientos de los Españo- les, t. V, p. 28 y 404. (43) Pá^. 240. — Humboldt, Examen critico, etc., t. IV, p. 205 y 295- 316; t. V, p. 225-229 y 325. Véase ideler, Uber die Sternnamen, p. 346. (44) Pág. 246.— Pedro Mártir Ang-hiera, Ocect«¿fa,dec.]II, lib. 1 , p. 217. Estoy en condiciones de establecer, seg^unlos resultados numéricos dados por Anghiera (dec. II, lib. 10, p. 204 y Dec. III, lib. 10, p. 232), que la parte de las Oceánica, en la cual se trata de las Nubes deMag:allanes, fué — 524 — escrita eti 1414 y 1416, por consig-uiente inmediatamente después de la espedicion de Juan Diaz de Solis al Rio déla Plata, llamado en aquella época Rio de Solis (una mar dulce). La latitud que indica Anghiera es mucho mas alta. (40) Pág-. 247.— Cosmos, t. II, p. 283 ; 1. III, p. 102-129. (46) Pág. 248. — Cosmos, 1. 1, p. 71 y 360, nota 32. Véase también en las Cape Observations (p. 143-164), las dos nubes de Mag-allanes, tal como apa- recen á la simple vista (lam. Vil), el análisis telescópico de la Nubécula major (lam. X), y el dibujo particular de la Nebulosa del Dorado (lam. 11 lig-. 4), y véaseOutlines of Astron., §§ 892-896, lam. V, fig. 1, y Dunlop, en las Philos. Transactions for 1828, I,'' parte, p. 147-151. Las opiniones (le los primeros observadores eran hasta tal punto erróneas, que el jesuíta fontaney, al cual atendía mucho Domingo Cassini, y queha enriquecido la ciencia con gran número de observaciones importantes en la India y en China, escribía también en 168o: «La grande y la pequeña Nube son dos cosas singulares, no parecen en modo alguno un conjunto de estre- llas, como Praísepe Cancri, ni un resplandor oscuro, como la nebulosa de Andrómeda. No se vé en ellas apenas nada con anteojos muy grandes, aanquesm este auxilio se las vé muy blancas, particularmente la mayor. .' (Carta del Padre Fontaney al padre de la Chaise, confesor del Rey, en las Cartas edificantes: Rec. VII, 1703, p. 78, y en la Historia de la Academia de Ciencias (de 1686 á 1669), t. II, Paris, 1733, p. 19. Me he referido única- mente en la descripción de las Nubes Magallánicas al trabajo de Juan Herschell. (47) Pág. 248. -Cosmos, t. íll,p. 13!. (48) Pág. US.— Cosmos, t. III, p. 129. (49) Pág. 2o0.— Véase en las Cape Observations, §§ 20-23 y 133, el bello dibujo de la lam, II, fig. 4, y un pequeño mapa especial unido al análisis geográfico, lam. X. Véase también Outlines of Asíronomy, § 896, lam. Y, fig. 1. (50) Pág. rol. —Cosmos, t. II, p. 283. (ol) Pág. 251. — Memorias de la Academia de Ciencias (de 1666 á 1699), t. Vlí, 2.^ parte, Paris, 1729, p. 206. (52) Pág 251. — Carta dirigida de Santa Catalina á Olbers, en el mes de enero de 1804, en la Colección de Zach, titulada: Manotliche Cor- — 525 — respondenz zur Befordniss der Erd-und Himmeh-Kiinde, t. X, p. 240. Véase también acerca de la observación de Feuillé y acerca del dibujo tosco del Saco de Carbón de la Cruz, la misma colección, t. XY, 1807, p. 338-391. (33) Pag-. Vól. — Cape Obscvvaíions, lam. XIII. (54) Pág-. 252. — Outlinesof Astronomy, ]). ^^í. (55) Págr. 21)2.— Cape Observaíions, p. 384, n.° 3,407 del Catálogo de las Nebulosas y de los grupos estelares. Véase también una noticia de Dunlop, en las Philosophical Transactions for 1828, p. 149, y el n.° 272 de su Catálog-o. (56) Pág-. 252. — «Esta apariencia de un negro subido en la parle oriental de la Cruz del Sud que hiere la vista de todos los que miran el cielo austral, está producida por la vivacidad de la blancura de la Via láctea, que contiene el espacio neg^ro y lo rodea por todas partes.» (La- caille, en las Memorias de la Academia de Ciencias, año 1755. Paris, 17GI, p. i99.) (57) Pág-. 253.— Cosmos, t. 1, p. 138 y 385, nota 17. (58) Pág-. 253.— Wlien we see, dice Juan Herschell, in the Coal- Sack (near a Crucis) a sharply defined oval space free from stars, it would seem much less probable that a conical or tubular hollo'v\' travcr- ses the whole of a slarry stratum, continuously extended from the eyc out-wards, than that a dístant mass of comparatively modérate thickness should be simply perforated from side to side (Outlines of Astronomy, § 792, p. 532). (59) Pág-. 253. — Carta de Hooke á Auzout, en las Memorias de la Aca- demia {desde 1666-1699), t. VII, 2.^ parte, p. 30 y 73. ~ 526 — OBSERVACIONES COMPLEMENTARIAS TARA LA PRIMEIiA PARTE DEL TOMO TERCERO (a) Después de haber dicho (p. 35 de la, I.^ parte de este lomo) que nada hasta aquí había demostrado la influencia de las posiciones di- versas del Sol sobre el mag^netismo terrestre , han comprobado esta in- fluencia los cscclentes trabajos de Faraday. Largas series de observa- ciones en ambos hemisferios, en Toroiito en el Canadá, y en Hobart Town en la Tierra de Van-Diemen, prueban que el mag-netismo terrestre está sometido á una variación anual que depende de la situación relativa del Sol y de la Tierra. (b) El fenómeno sing-ular de la fluctuación de las estrellas (ya indicado p. 00 de este tomo) ha sido observado en Tréveri , por testigos dig-- nos de fe. El 20 de enero de 18oI, entre 7 y 8 de la tarde, Sirio, que es- taba entonces colocado muy cerca del horizonte, pareció agitado de ua movimiento oscilatorio. (Carta del profesor Flesch cu la Colección de Jahn, rnterhaltungen für Freunde der Astronomiel . {c) El deseo que sontia (p. 120 de este tomo) de ver investigar la época 0!i que desapareció el color rojo de Sirio, se ha cumplido, gracias ala ac- tividad de un joven sabio, VVopcke, que á sus grandes conocimientos en matemáticas, reunía el profundo de las lenguas orientales. Wópcke, tra- ductor y comentador del Algebra de Ornar Alkayyami,me escribió des- de París el mes de agosto de íSol: «La esperanza que manifestáis, en la parte astronómica del Cosmos, me ha inducido á examinar los cua- tro manuscritos de la Uranografía de Abdurrahman-al-Ssuñ que posee la Biblioteca real. He hallado en ellos que » de Bootes (llamada también del Vaquero), a de Tauro, a de Escorpión y « de Orionestaban designadas colectivamente como rojas, y que nada semejante se decía de Sirio. Ade- mas, el pasaje que se refiere á esta estrella, y que es el niismo en los cua- tro manuscritos, dice así: «La primera de las estrellas de que se forma el Gran Perro es la brillante estrella de la Boca, que está señalada en el As- trolabio y lleva el nombre de Al-je-rnaanijah.» ¿No resulta de este examen y del pasaje de Alfragani que yo mismo he citado , que el cambio de co- lor de Sirio cae probablemente entre la época de Tolomeo y la de los as- trónomos árabes? 527 NOTAS DE LA SEGUNDA PARTE (GO) Pág. r63.— Cosmos, t. I, p. líO. (01) Pág'. 2o9, — Véase un pasaje del primer tomo del Cosmos (t. I, p. 98 y 132), cu el cual coulaba yo por distancias de Urano, siendo en- tonces este planeta el límite conocido del sistema planetario. Si se toma por término de comparación la distancia de Neptuno al Sol, igual á 30^04 radios de la órbita terrestre , la distancia de la estrella a del Ceutauro al Soles todavía de 7,523 distancias de IVeptauo, suponiendo el paralaje de O';, 91 (Cosmos, t. líí, p. 1S6)-, y sin embargo, la distancia de la eslre- 11a 61 del Cisne es casi 2 veces y * '2 mayor que la de « del Centauro. La do Sirio , para un paralaje de O "23 , lo es cuatro veces mas. La distancia de Xcptuno c^ próximamente de iGO millones de miriámetros; la de Urano es, según Hansen , de 294 millones. La distancia de Sirio , calculada por Gall sobre el paralaje de Henderson, es iguala 896,800 radios de la órbita terrestre, ó 13.762,000 millones de miriámetros, distancia que tarda la luz en recorrer 14 años. El cometa de 1680 está en su afelio distante del Sol 44 distancias de Urano ó 28 distancias de Neptuno. Según estos da- tos, la distancia de la estrella a del Centauro al Sol es casi- 270 veces ma- yor que ese radio afélico, que puede ser considerado como representando en el mínimum el radio del sistema solar (Cosmos, t. IIÍ , p. 200). La in- dicación de esos resultados numéricos ofrece cuando menos la ventaja de enseñar, cómo tomando por unidad estensiones inmensas, puede me- dirse el espacio sin emplear series de cifras que se escapan á la apre- ciación. (62) Pág. 260. — Sobre la aparición repentina y la desaparición de nuevas estrellas, véase el Cosmos, t. III, p. 137-157. (63) Pág. 26Í.— líe insertado ya en el primer tomo del Cosmos ( t. lí, p. 300 y 462, nota 25), el pasaje del Tratado de Revolut. {['ib. í, cap. 10), fjue recuerda el Sueño de Escipion. (64) Pág. 264. — Tr,i;iu\Lv»íu(; ¡xéaof zoTofiiXiov^ oLovtt KapSiav ovTtt, zuy xar- tÓ¡; j odiv rpépovCLV avvov xal vr¡v ■^^'X^* ápl,a¡xéiY¡n Sloi, ■wo.vto^ )7«£iv rov iJtíu.a.7og Tira^(:r¡v a-rvb tvv ■wfpu.ruv (Theonis Smyrna3Í Platonici Libsr de Astronomía, — 528 — ^d. H. Marlifi, 1859, p. 182 y 398); publicación notable en cuanto com- pleta diversas opiniones peripatéticas de Adrasto , y muchas ideas pla- tónicas de Dercylides. (65) Pág-. 266. — 'Hansen, en el Jahrhuch de Schumacher para 1837, p. 60-141. (66) Pág-. 268. — •. cap 7), A. 360. Estendiéronse las tinieblas, desde la mañana hasta el medio dia en todas las provincias orientales del imperio romano : «Per Eoos tractus, caligo a primo aurorse exortu adusque raeridiem.»» (Amien Mar- cellin, lib. XX, cap. 3) A'cíanse las estrellas; así es que este fenómeno no fué debido á una lluvia de cenizas, y su duración no permite atribuirlo como lo hace un historiadora un eclipse tolal: «Cum lux ccclestis operi- retur, e mundi conspeclu penitus luce abrepta , defecisse diutius soleni pavidse mentes hominum sestimabant: primo attenuatum in luna? corni- culantis effigiem, deinde in speciem auctum semenstrem, posteaque in inlegrum restitutum. Ouod alias non evenit ita persnicue , nisi cum post iníequales cursas intermenstruuní lunae ad idem revocatur." La descrip- ción puede aplicarse bien á un eclipse de Sol, pero ¿qué pensar de su lar- ga duración y de esas tinieblas estendidas en todas las provincias orien- tales del imperio? A. 409. Cuando Alarico apareció ante Roma. La oscuridad permitió ver estrellas en pleno dia. (Schnurrcr, Cnronik der Seuchen, primera parto pág. 113). A. 536. Juslinianus I Csesar imperavit anuos triginta ocio (o27-í>6o). Anno impcrii nono, deliquium lucis passus est Sol, quod annum integrum et dúos amplius mcnses duravit, adeo ut parum admodum de luce ipsius apparere; dixeruntque homines Soliquid accidisse, quod nunquam ab eo recederet (Gregorius Abu'l-Faragius, Supplementum HistoricB Dynastijaruin, ed. Edv,'. Pocok, 1663 , p. 94). Ese fenómeno ha debido ser muy seme- jante al de 1783. En Alemania liase adoptado un nombre particular (Ha?- henranch, niebla seca), para designar esas disminuciones en la intensidad del Sol; pero las esplicaciones que se han intentado, están lejos de apli- carse á todos los casos. A. o67. Justirnus 11 anuos 13 imperavit (565-578). Anno imperii ipsius secundo, apparuit in ccelo ignis flammans juxta polum arcticum, qui an- num integrum permansit ; obtexeruntque tenebra3 mundum ab hora die: nonanoctem usque, adeo ut nenio quidquam videret: deciditque ex aere quoddam pulveri minuto et cineri simile (Abu'l-Faragius, Supplementum Histories Dynast., p. 95). Parece así que este fenómeno se ofreció en un principio como tormenta magnética, como aurora boreal perpetua , que duró todo un año y á la cual sucedieron las tinieblas y una lluvia de ce- nizas. — 535 — A. 626. Siempre scg-uii Abu'l-Farag-ius {Ibid , p. 94-99), la mitad del ■disco solar queda oscuro durante ocho meses. A. 733. Un año después de haber sido arrojados los árabes mas allá de los Pirineos, Uieg-o de la batalla de Tours. El Sol se oscureció el 19 de Ag-osto, causando gran espanto (Schnurrer, Chronik der Seuchen, primera parte, p. 164. A. 807. Vióse en la superficie del Sol una mancha que se tomó por Mercurio, Veteres scriptores , p. 38). A. 840. Desde el 28 de Mayo al 26 de Agosto observóse el pretendido paso de Venus por el Sol. Según Asemanus, ese fenómeno debió empezar en el mes de Mayo de 839. Desde 834 á 8íl, reinó el califa Al-Motasscm, que fue el octavo califa y tuvo por sucesor á Harum-el Watek. A. 934. En la curiosa Historia dePortug"al de Faria y Souza (1730, p. 147) encuentro estas palabras : "En Portugal se vio sin luz la Tierra por dos meses. Avia el Sol perdido su splendor." Entonces abrióse el Cielo por fractura con muchos relámpag-os , y el Sol recobró súbitamente todo su brillo. A. 1091. El 21 de Setiembre, oscurecióse el Sol durante tres horas, después de las cuales conservó un color particular : «Fuit eclipsis Solis 11 kal. Octob.fere tres horas : Solcirca meridiem diré nigrescebat.» (Mar- tin Crusius, Anuales Suevicio, Francof, 1793, t. I , p. 279. Véase también Schnurrer, Chronik, der Seuchen, Leparte, p. 219). A. 1096. El 3 de Marzo reconociéronse á simple vista manchas en el Sol : «Signum in Solo apparait V. Non. Martii feria secunda incipicntis qnadragesimse." (Joh. Staindelii , presbyteri Pataviensis, Chronicou gene- rale, en los Rerum Boicarum Scriptores de Ofelius , 1. 1, 1763, p. 483). A. 1206. Seg"un Joaquín de Villalba (Epidemiología española, Ma- drid, 1803, t. I, p. 30). El último dia de Febrero hubo un eclipse de Sol que duró seis horas, con tanta oscuridad como si fuera media noche. Si- guieron á este fenómeno abundantes y continuas lluvias.'» Un fenómeno casi semejante cita Schnurrer, como acontecido en el mes de .Junio de 1191. (Véase Chronik der Seuchen, l.^parte^ p. 238-263. A. 1241. Cinco meses después del combate de los Mogoles cerca de Liegnitz «(obscuratus est Sol (in quibusdam locis)? et factfe sunt tenebra?, ita ut stellse viderentur in Ccclo, circa fe?tum S. Michaclis hora nona.?' {Chronicon Claustro-Neoburgense, del Claustro de Neobourg-, cerca de Vie- na.) Esta crónica que abarca el espacio comprendido entre el año 218 después de J. C- y el año 1348, forma parte de la Colección de Pez, Scrip- tores rerum Áustriacarum, Lipsiaí, 1721, t. I, p. 438. A. 1547. Los dias 23, 24 y 25 de abril, es decir, la víspera, el dia y el dia sig-uiente de la batalla de Muhlbach, en la cual el elector Juan Fe- ílcrico fue hecho prisionero. Képlero dice á este propósito en los Parali- 2wm. ad Vitellium, quibus Astronomicc pars óptica traditur (ÍHO-i:, p. 239): — 536 — ^•Refert Gemma, pater et filius, anno 1547, ante eonflichim CaroliVcum Saxonise Duce, Solem per tres dios ceu sanguine perfusaní comparuisse, ut etiam stella? plerseque in meridie conspiccrentur." Véase también Ké- l^lero, de Stella nova in Serpentario, p. 113. No sabe á qué causa atribuir este fenómeno: «Solis lumen ob causas quasdam sublimes hébetari...» Supone que este efecto puede ser producido por una «materia comética latius sparsa,» y afirma únicamente que la causa debía colocarse fuera de nuestra atmósfera, puesto que se velan estrellas en pleno dia. Schnurrer (Chronik der Seuchen, 2.^ parte, p. 93), pretende á pesar de la visibilida de las estrellas, que ese fenómeno fue ocasionado por una niebla seca, te- niendo presente que Carlos V se quejaba antes de la batalla, «semperse nebulse densitate infestari,quoties sibicum hostepugnandum sit." (Lam- "bertiisHortensius, É?e£e//o Germánico, Basil; lS60,lib. YI, p. 182.) (78) Pág-. 279. — Ya Horrebow (Basis Astronomiw, 1735, § 226) se vale de la misma espresion. La luz solar, es según él, «una aurora boreal per- petua, producida en la atmosfera del Sol por la acción contraria de las fuerzas magnéticas." Véase Hanow, en Dan. Tieio, Gemeinnützige Áh- handlungen übernatllriiche Dinge, 1768, p. 102. (79) Pág. 281. — Véanse las Memorias científicas de Arago (t. X de las Obras, p. 57); Mathieu, ea Delambre, Historia de la astronomía del siglo XVIII, p. 3ol y 632; Fourier, Elogio de G. Herschell, y las Memorias del Instituto, t. VI, año 1823 (París 1827), p. LXXll. La esperiencia inge- niosa, hecha por Forbes en 1836, durante un eclipse de Sol, es también notable, y prueba una gran homogeneidad en la naturaleza de la luz, que emana del centro ó de los estreñios. Hizo ver que un espectro so- lar formado esclusivamente de radios partiendo de los estreñios del as- tro es idéntico, para el número y posición de las líneas oscuras ó rayas que le cruzan, al que proviene del disco entero. Si en la luz solar faltan rayos de una cierta refrangibilidad, no consiste esto, como supone David Brewster, en que se pierdan esos rayos en la atmósfera del Sol, puesto que los rayos de los estreñios que han atravesado capas mucho mas espesas producen las mismas líneas oscuras. (Forbes, en las Memorias de Iñ Academia de Ciencias, t. 11, 1836, p. 576). Al fin de esta nota he reunido todo lo que tomé en 1847 de los manuscritos de Arago: «Fenómenos de la Polarización coloreada dan la certeza de que el borde del Sol tiene la misma intensidad de luz que el centro; porque co- locando en el Polariscapo un segmento del borde sobre un segmento del centro, obtengo (como efecto complementario del rojo y del blanco) un blanco puro. En un cuerpo sólido (una bola de hierro calentada al rojo) £l mismo ángulo visual abraza unaestension mayor en el estremo que en el centro, según la proporción del coseno del ángulo; pero en la misma . _ 537 — proporción también, el mayor número de puntos materiales emiten una luz mas débil en razón de su oblicuidad. Larelaciondel áng'ulo es natural- Mfiente la misma para una esfera gaseosa; pero no produciendo la oblicui- dad en elg-as el mismo efecto de disminución que en los cuerpos sólidos, el borde de la esfera gaseosa estaría mas iluminado que el centro. Lo que nosotros llamamos disco luminoso del Sol, es la Fotosfera gaseosa, como he probado por la falta absoluta de señales de polarización en el estremo del disco. Para esplicar pues la igualdad de intemidad del estremo y del centro, indicada por elPolariscopo, será preciso admitir una envuelta es- terior que disminuya (apague) menos la luz que viene del centro que los rayos que recorren el largo trayecto del estremo á la vista. Está envuel- ta esterior fórmala corona blanquecina en los eclipses totales de Sol. La luz que emana de los cuerpos sólidos y líquidos incandescentes, está po- larizada parcialmente cuando los rayos observados forman con la super- ficie de salida un ángulo de pequeño número de grados; pero no hay señal sensible de polarización cuando se miran de igual manera en el Po- lariscapo gases inflamados. Esta esperiencia demuestra que la luz solar no sale de una masa sólida ó líquida incandescente. La luz no se engen- dra únicamenteen la superficie délos cuerpos; sino que una parte nace en su sustancia misma, aunque esta sustancia fuese el platino. Tío es pues la descomposición del oxígeno circundante lo que dá la luz. La emisión de luz polarizada por el hierro líquido es un efecto de refracción en el tránsito á un medio de menor densidad. Donde quiera que hay refrac- ción, hay producción de alguna cantidad de luz polarizada. Los gases no la producen, porque sus capas no tienen bastante densidad. La Luna, seguida durante el curso de una lunación entera, presenta efectos de po- larización, escepto en la época de la luna llena y de los dias que se acer- can mucho á esta. La luz solar encuentra, sobre todo en los primeros y Tiltimos cuadrantes, en la superficie desigual (montañosa) de nuestro sa- télite inclinaciones de planos convenientes para producir la polarización por reflexión.» (80) Pag. 28L— Juan Herschell, Cape Ohservations , § 42o, p. 434: Quilines, § 39o, p. 234. A'éase también Fizeau y Foucault , en las Mem. de la Ácad. de Ciencias, t. XVIII, 1844, p. 860. Es muy notable que Gior- dano Bruno, que subió á la hoguera ocho años antes de la invención del telescopio y once años antes del descubrimiento de las manchas solares, creyera en la rotación del Sol alrededor de su eje. En cambio, pensaba que el centro de ese astro era menos brillante que sus estremos. Enga- ñado por algún efecto de óptica, creia ver girar el disco del Sol y los es- tremos estenderse en remolinos y contraerse. Véase Cristian Bartholméss, Jordano Bruno, t. II, 1847, p. 367. (81j Pág. 282.— Fizeau y Foucault, Investigaciones sohre la intensidad — 538 — 'de la luz emilida por el carbón en el esperimento de Davy , en las Mcm. de la Academia de Ciencias, t. XYIII, 1844, p. 7o3. — «The most intenselyig-- nitedsolids (ignited quicklime in lieutcnant Drummond's oxy-hydrog'en lamp) appear only as black spots oii the disc of thesuii when held betweea it and the eye {Outlines o f Asirán . , p. 236), Véase también Cosmos, t. II, p. 313. (82) Pág-. 282.— Consúltese el Comentario de Arago sobre lascarlas de Galileo á Marco Wclser, y en la Astronomía popular , 1. 11, p. 132 á 156, sus esplicaciones sobre la influencia de la luz solar reflejada por las capas atmosféricas, que parece envolver con un velo luminoso los objetos ce- lestes, vistos en el campo de un telescopio. (S3) Pág-. '282.— Maídler, isírojiomfa, p. 81. • (84) Pág-. 2S3.— Véase Philosoph. Magazine, ser. 111, í. XXYIII, p. 230; y Pogg-endorf's, Annalen der Physik, t. LXVIII, p. 101. (85) Pág-. 2So. — Véase Faraday, sobre el Mag-netisnio atmosférico, en. los Experim. Researches onElectricity, ser. XXV y XXVI (Philosoph. Tran- sad, for. 1851, Leparte)," § 2774, 2780, 2881, 2892-2968, y para la his- toria de este problema, § 2847. (8G) Pág-. 285. — Véase Nervander, d'Helsing-fors, en el Boletín de la clase fisico-matemática de la Academia de Sain-Petersbourg , t. 111, 1845, p. 30-32 y BuyS'Ballot, d'Utrechl, en Pog-g-endorff's Annalen der Physik y t. LXVíi, 1846, p. 205-213. (87) Pág-. 286. — He indicado con comillas lo que pertenece á los ma- nuscritos de Schwabe. Las observaciones desde 1826 á 1843 se han publi- cado únicamente en \íx?, Astronom. Is'achrichten de Schumacher, n.° 495, t. XXI, I84Í, p. 325. (88) Pág-. 290.— Juan Herschell, Cape Observations, p. 434. (89) Pág. 291.— Cosmos, t. I, p. 180 y 407, nota 79. (90) Pág. 292. — Gesenio, en la Colección ütultida. Hall ische Litierafur- Zeitung, 1822 n.°10l y 102. (Erganzungshlatt, p. 801 á 8l2). Entre los Caldeos, el Sol y la Luna eran las dos divinidades principales; en los cin- co planetas se les llamaban simples genios. (91) Pág. 292.— Platón, Timéo, p. 38, ed. Henri Estienne; t. I, p. 105 de la traducción dcH. Martin. Véase también t. II, p. 64. — 539 — (92) Pág". 293. — Boech, de Platónico systcmafe ccelestium globorum et de vera Índole astronomiiv Philolaicw, p. XVII, ^ Phüolaüs, 1819, p. 99. (93) Pag-. 293.-11111118 Firmicus Matern us ilsíronomícc libri F//Í (ed. Pruckner. Basil,1551,lib. II, cap. 4); elautor era contemporáneo de Cons- tantino el g'rande. (94) Pág-. 293. — Hamboldt, Monumentos de los pueblos indigenas de la América, t. II, p. 42-i9. Desde el año 1812, he señalado las analog-ías del zodiaco de Bianchini con el de Denderah. Véase también Letronne, Observaciones criticas sobre las representaciones zodiacales, p. 97, y Lepsio, Chronologie der Mgypter, 18Í9, p. 80. (9o) Pfig-.293. — Letronne, Sobre el origen del zodiaco griego, p. 29: Lep- sio, Chronologie der JEgypter, p. 83. Letronne comprueba, en razón al nú- mero 7, el orig-en caldeo de la semana planetaria. (98) Pág-. 293. — Vitruvio, f/eArc/ii7echím, libro IX, cap. 4. Ni Vitruvio ni Marciano Capella pretenden que los Egipcios sean los autores del siste- ma en que Mercurio y Venus están considerados como satélites del Sol, g-irando el mismo alrededor déla Tierra. Léese en el primero: «i\Iercurii autem et Veneris stelke circum Solis radios, Solem ipsum, uti ccntrum, itineribus coronantes, reg-ressusretrorsum et rctardationcs faciunt." (97) Pág-. 293. — Martianus Mineus Félix Capella, de Nuptiis philolo- gim et jlercurrU, lib. VIII, cd. Grotius, lo99, p. 289: «Xam Venus Mer- curiusque, licet ortus occasusque quotidianosostendant, íamen eoruní cir- cuí! Térras omnino non ambiunt, sed circa Solem laxiore ambitu circu- lantur. Denique circulorum suorum centren in Solé constituunt, ila utsa- pra ipsum aliquando...» — ^Este pasaje que lleva el título ; Quod Tellus non sit centrum ómnibus planetis,'? ha podido sin duda, como lo afirma Gassendi, influir en las primeras opiniones de Copérnico , masque los testos atribuidos al g-ran g-eómctra Apolonio -de Perga. Sin embargo Copérnico se limita á decir: «Minime conteninendum arbitror, quod Martianus Capella scripsit, existimans quod Venus et Mercurius circum- errant Solem in medio existenlem." Véase el Cosmos , t. II, p. 303. (nota 34), (98) Pág. 293. — Enrique Martin, (Estudios sobre el Timeode Platón, i. II, p. 12o-133) me parece haber esplicado perfectamente elpasaje de Macro- bio con respecto al sistema de los Caldeos, que habia inducido á error á un filólogo eminente, á Ideler. Véase la Memoria de Ideler sobre Eudosio (V' ^^) y el Museum der Alterthums-Wissenschaff de Wolf y Buttmann Según Diodoro, ese nombre procede de que u Saturno era de todos los planetas el que pronosticaba con mas frecuencia y de la manera mas clara, el porvenir.»» (Letronnc, sobre el Origen del Zodiaco griego, p. 33, y en el Diario de los Sabios, 1836, p. 17; véase también Carteron, Análisis de investigaciones zodiacales,]). 97). Denominaciones que de equivalente en equivalente pasan así de un pue- blo á otro, deben de ordinario su origen á casualidades que es imposible averiguar: no obstante, debemos hacer notar que ). (29) Pág". 323. — Véase Laplace, Esposicion del Sistema del Mundo, S.'^ cdic, p. 303, 34o, 403, 406 y 40S, y en el Conocimiento de los tiempos para ISll, p 386. Véase también Biot, Tratado elemental de Astronomía física, t. I, p. 61: t. IV, p. 90-99 y 614-623. (30) Pág. 324.— Garcilaso, Comentarios Reales, parte I, lib. II, cap. 22- 26; Prcscott , History of tlie Conquest of Perú, t. I, p. 126. Los Mejica- nos , entre los 20 signos geroglíñcos con que designaban las partes de dia, tenian uno llamado Ollin-tonathiuh , es decir, «el signo de los cua- tro movimientos del Sol," por el cual sentian singular veneración. Este signo presidia al gran ciclo ó período de 52 años (52 := 4 X 13) , y representaba la marcha del Sol á través de los solsticios y los equinoc- cios, que se acostumbraban á representar en caracteres geroglíñcos por huellas de pasos. En el manuscrito azteca, pintado cuidadosamente, que se conservaba antiguamente en la casa de recreo del Cardenal Borgia, en Vellctri, y del cual he tomado cosas muy importantes, se encuentra con asombro un signo astrológico, formado de una cruz cercado la que están colocados signos que representan las partes del dia, y que repre- sentarían perfectamente los tránsitos del Sol en el zenit de Méjico (Te- nochtitlan), en el ecuador y en los solsticios, si los puntos ó discos re- dondos que se le han añadido con el fin de marcar las vueltas periódicas fuesen completos para esos tres tránsitos. (Humboldt, Vista de las Cordi- lleras, lam. xxxvii, n.° 8, p. 164, 189 y 237). El rey de Tezcuco, Neza- hualpilli, aficionado con pasión ala observación de los astros, y llamada — 557 — hijo tlel ayuno porque su padre se había sometido al ayuno mucho antes del nacimiento del hijo que deseaba con toda el alma, habia levantado un edificio que Torquemada llama g-alantemcnle observatorio, y cuyas ruinas llcg^ó á ver aun (Monarquía Indiana, lib. II c. 6í), En la Raccolta di Mendoza vemos representado un sacerdote que obsérvalas estrellas: esta ocupación está indicada por una línea de puntos que va de la estrella al ojo del observador (Vistas de las Cordilleras, lam. Lviti, n.° 8, p. 289). (31) Pág-. 326. — Véase Juan Herschell, ontlie astronomical causes which may influwncs geological Phoenomena, dans les Transactions of the Geological Societij ofLondon, 2.^ serie, t. III, 1.* part., p. 298, y Tratado de Astrono- mía, traducido por Cournot, § 3 1 o. (32) Pág-. 327.— Arag-o, t. V, de las Noticias científicas (t. "VIII de las Obras). (33) Pág-. 327. — «Se sig^ue del teorema de Lambert que la cantidad de calor enviada por el Sol á la Tierra es la misma yendo del equi- noccio de la primavera al equinoccio de otoño, que volviendo de este al primero. La mayor cantidad de tiempo que el Sol emplea en el primer trayecto está compensada exactamente por su alejamiento también ma- yor; y las cantidades de calor que envia á la Tierra son las mismas, en tanto se encuentra en el uno ó en el otro hemisferio, boreal ó austral.» (Poisson sobre la estabilidad del Sistema planetario, en el Conocimiento de los tiempos para 1836, p. 54). (34) Pág-. 327. — Véase Arago, t. V. de las Noticias científicas, (t. VÍII de las Obras). «La escentricidad, dice Poisson (Conocimiento de los tiempos para 183G, p, 38 y 52), habiendo sido siempre, y debiendo siempre per- manecer muy pequeña, parece que también deberla estar muy limitada la influencia de las variaciones seculares de la cantidad de calor solar reci- bida por la Tierra sobre la temperatura media. No podria admitirse que la escentricida d de la Tierra que es en la actualidad próximamente */gQ haya sido nunca ni lleg-ue á ser jamás ^/^, como la de Juno ó Palas.» (3o) Pág. ^2S.—0utlines of Astron., ^ in. (30) Pág-. 330.— OM//¿nes, § 348. (37) Pág- 331.— Véase en /a Asíro/iomm de MEedler,p. 218, la tentativa hechapor este astrónomo para determinar con un aumento de mil veces, el diámetro de Agesta, que evalúa cu 40 mirirdmetros próximamente. -— 558 — (3S) P%. 332 — Habia tomado por base de los cálculos que he dado en el primer tomo del Cosmos (p, 85), el semi-diametro ecuatorial de Saturno. (39) Pc%. 332.— Véase Cosmos, t. Ilí, p. 193. (40) Pág-. 332. — He espuesto en detalle en el Cuadro de la Naturaleza colocado á la cabeza del Cosmos, (t. I, p. 129-131), todo lo que es relativo al movimiento de traslación del Sol: véase también, (t. III, p. 175. (41) Pág-. 335.— Cosí/íos, t. III, p. 357. (42) Pág-. 335. — Véanse las observaciones hechas por el mate>mático sueco Big-ero Vassenio, en Gothembourg-, durante el eclipse total del 2 de Mayo de 1733, y el comentario que ha dado de él Arag-o Noticias cien- tíficas, t. IV (t. Vil de las Obras), p. 266 á 280. El doctor Gall, que ob- servaba en Frauenbourg- el 28 de julio de 1851 , vio <.que pequeñas nubes flotantes libremente, estaban unidas por tres delg-ados filamentos." (43) Pág-. 335, — Véase en el mismo tomo, p. 24 í, las notas hechas en Tolón el 8 de julio de 1842, por un observador práctico, el capitán de navio Berard. «Vio una faja roja muy delgada, dentada irreg'ular- mente.» (44) Pág-. 335.- — Este contorno de la Luna, visto distintamente durante el eclipse solar de 8 de julio de 1642, por cuatro observadores, no ha- bia sido descrito todavia en las ocasiones análogas que se han presenta- do. La posibilidad de ver los bordes de la Luna esteriores al disco solar parece depender de la luz que proviene de la tercera envuelta del Sol y de la corona que le rodea. «La Luna se proyecta en parte sobre la at- mósfera del Sol. En la parte del anteojo donde se forma la imagen de la Luna, no hay mas que la luz que proviene de la atmósfera terrestre. La Luna no produce nada sensible , y, semejante á una pantalla , detiene todo lo que proviene de mas lejos y le corresponde. Fuera de esta ima- gen, y precisamente á partir de su estremo, el campo está iluminado á la vez por la luz de la atmósfera terrestre y por la luz de la atmósfera solar. Supongamos que esas dos luces reunidas forman un total mayor en Yg^ que la luz atmosférica terrestre, y desde ese momento, el borde de la Luna será visible. Ese género de visión puede tomar el nombre de visión nega- tiva, y es con efecto por una menor intensidad de la porción del campo del anteojo donde existe la imagen de la Luna , por lo que se percibe el contorno de esta imagen. Si la imagen fuese mas intensa qne el resto del — 559 — •campo, la visión seria positiva.»» (Arago, Noticias cienlificas, t. IV (t. VII -délas Obras, p. 221. Véase también el Cosmos, t. 111, p. 152. (45) Pág-. 336.— Cosmos, t. ÍIT, p. 330-354. (46) Pág-. 336, — Lepsio, Cfironologie der jEgyptcr , \.^ -parle, p. 92-96. (47) Pag-. 336.— Cosmos, t. líl, p. 541 (nota 1). (48) Pág. 336.— Cosmos, t. II, p 219 (49) Pág-. 336. — Véase Lalande , en las Memorias de la Acad. de Cien- tías para 1766, p. 498. Delambre , Historia de la Astronomía antigua, t. II, p. 320. (30) Pág-. 336.— Cosmos, t. III, p. 541 (nota 1). (31) Pág 336.. — Cuando el paso de Mercurio por el Sol, el 4 de mayo de 1832, Msedler y Beer (Beitrcege zur fhysíschen Kenntniss der himmlíschen KoBrper, 1841, p. 145) han encontrado el diámetro de este planeta ig-ual á 432 miriámetros; pero en la edición de su Astronomía publicada en 1849, Meedler ha preferido el resultado dado por Bessel. (52) Pág-. 337. — Laplace, Esposicion del Sístemadel Mundo, 1824, p. 209. El ilustre autor conviene en que para determinar la masa de Mercurio, se ha fundado en «la hipótesis precaria en cstremo de que las densidades de Mercurio y de la Tierra son recíprocas ásu distancia media del Sol.» lío he creído deber hablar ni de las cadenas de montañas de 58,000 pies de altura que Sehroster pretende haber medido sobre la superficie de de Mercurio, y que han sido ya puestas en duda por Kaisser (Sternenhim' mel, 1850, § 57), ni de una atmósfera señalada por Lcmonnier y Messicr, vista alrededor de este planeta cuando su paso por el Sol (Delambre, His- toria de la Astronomía en el siglo XVIII p. 222), ni de grupos de nubes que » habrían atravesado su disco ú oscurecimientos que hubieran sufrido su superficie. Por mi parte yo no he notado nada que descubriera una at- mósfera, cuando el paso que observé en el Perú, el 8 de noviembre de 1802, aunque durante la observación fijara mucho la atención en la claridad de los contornos. (53) Pág-. 338. — «Lareg-ion de la órbita de Venus en que este planeta puede aparecemos con mayor brillo hasta el punto mismo de ser visible sin telescopio en pleno día, está colocada éntrela conjunción inferior y la ma- yor prolongación, á poca distancia de este último punto, y á 40^ del Sol — 560 — ó de la conjunción inferior. Por término medio, Venus g-ozade su mayor brillantez á los 40° al E. ó al 0. del Sol, cuando su diámetro aparente, que en conjunción inferior puede llegar á 6G" , no tiene mas que 40, y la estension de su parte iluminada es apenas de 10". La proximidad de la Tierra presta entonces á su estrecho creciente una luz tan intensa que da vida á sombras en ausencia del Sol.»»(Litrow TheorischeAstronomie, 1S34, 2.^ parte, p. (íS). Copérnico ¿previo con efecto y anunció también coma necesario el futuro descubrimiento do las fases de Venus, como se afirma en el libro de Smith {Optic. sec. lOoO), y en otros muchos escritos? Las profundas investigaciones del profesor De Morg-an, sobre la obra de Re- volutionibus y sobre la manera como ha llegado á nosotros, han hecho la pregunta escesivamente dudosa. Véase la carta de Adams al R. P. Main, fecha del 7 de setiembre de ISítí, en lasReports oftheRoyalAstron Societi t. Vil, número 9, p. 142 y el Cosmos , t. 11. 314. (54) Pág. 339. — Delambre, Historia de la Astronomía en el siglo XVÍIÍ, p. 256-253. El resultado de Bianchini ha sido defendido porHusseyy Flaugerg-ues. (55) Pág-. 339. — Véase sobre la notable observación hecha en Lilien- thal, el 12 de agosto, 1790, Arago, Astronomía popular ," t. II, p. 528. «Lo que favorece también la probabilidad de la existencia de una atmósfera (|ue envuelva á Venus, diceademás Arago, es el resultado óptico obteni- do con el empleo de un anteojo prismático. La intensidad de la luz del interior del creciente es sensiblemente mas pequeña que la de los puntos situados en la parte circular del disco del planeta.» {Manuscritos del847). (56) Pág. 34q. — Beer y Mfedler, BeitrcBg* zur physischen Kenntniss der himmlischen Karper, p. 148. El pretendido satélite de Venus, que Fon- tana, Domingo Cassini y Short pretendieron haber descubierto, por el cual calculó Lambert sus tablas y que se- dice haber sido visto en Cree- feld en medio del disco solar, tres horas por lo menos antes de la in- mersión de Venus {Berliner Jahrbuch, 1778, p. 18G), es una de esas fábulas astronómicas nacidas en una época en que la crítica habia hecho pocos progresos. (57) Pág. ?jAO.—Philnsophical Transad. 1795, t. LXXXVÍ, p. 214. (58) Pág. 342.— Cosmos, t. ÍII, p. 83. (59) Pág. 342. — «La luz de la Luna es amarilla, mientras que la de Venus es blanca. Durante el dia la Luna parece blanca , porque á la luz del disco lunar se mezcla la luz azul de la parte de la atmósfera que atra- viesa la luz amarilla de la Luna. " (Arago, Manuscritos de Í8í7). Los co- — 561 — lores mas refrang'ibles del espectro solar, comprendidos entre el azul y el violeta, pueden formar blanco, cuando se combinan con los colares menos refrang^ibles comprendidos entre el rojo y el verde. (60) Pág-. 342. — Forbes, on ihe Refraction and Polarisalion of lleat, en las Transactions of the Royal Society of Edinburgh, t. XII], tS36, p. 131. (61) Pág-, 343. — Carta de Melloni á Arago , sobre la poteiicia calorí- fica de la luz de la Luna en las Memorias, t. XXII, 1846, p. 541-544. Véase también para los datos históricos, le Jahresbericht der pliisikalischen GesellschafLzu Berlin, t. II, p. 272. Siempre me ha parecido dig-no de ob- servación que en los tiempos mas atrasados, en que no se reconocía el ca- lor sino por la impresión que producía en los sentidos, haya la Luna dado lug-ar antes que nada á la idea de que podian encontrarse separadamente la luz y el calor. En sánscrito, la Luna, honrada entre los Indios como rei- na de las -estrellas, se llama el astro frío ('sítala, hima) ó también el astro de donde irradia el frió (himán'su), mientras que el Sol , representado por ra- yos de luz que caen de sus manos, es llamado el creador del ca/or (nidág-ha- kara). Las manchas de la Luna en las cuales creen ver los pueblos occiden- tales un rostro, representan, seg-un las ideas indias, un corzo ó una liebre- de donde recibe el Sol los nombres de portador de corzo (mrig-adhara) ó portador de liebre (sa'sabhrit). Véase Schütz, five Cantos of the BJiatti- Küvya, 1837, p. 19-23. — Quejábanse los Grieg^os de que «la luz solar, re- llejadapor la Luna, perdia todo su calor, y que no lleg-aba de ella á nos- otros mas que un débil resto luminoso, w (Plutarco, de Facie quce in orbe Lunce apparet; ed. Wyttenbach, t. IV, Oxon., 1797, p. 793). Léese en Ma- crobio {Comment. in Somnium Scipionis, lib. 1, p. 19, Biponti, 1788, t. I, p. 93 y 94) ; « Luna speculi instar lucem qua. illustratur... rursus emittit, nullum tamen ad nos perferentem sensum caloris : quia lucis radius, cum ad nos de orig-ine suá, id est de Solé, pervenit, naturam secum ig-nis de quo nascitur devehit ; cum vero in Lunse corpus infunditur et inde res_ plendet, solam refundit claritatem, non calorem. ;? Macrobio, 5aíwr^aZ, lib. Vil, cap, 16 , Biponti, t. II. p. 277. (62) Pág. 343.— Msedler, Astronomía, § 112. (63) Pág-. 344. — Véase Lamber t, sobre la luz cenicienta de la Luna, en las Memorias de la Academia de Berlin, año 1772, p. 46 : "La Tierra, vista desde los planetas podrá aparecer de una luz verdosa, como Marte nos parece de un color rojizo. » No podemos, sin embarg-o, adherirnos á la hipótesis propuesta por ese ing^enioso sabio, de que el planeta Marte está cubierto de una veg-etacion roja, semejante á los chaparros de Boug-ain- TO.MO iii. 50 — 562 ~ villsea (Humboldl, Cuadros de la Naturaleza, t. II, p. 323 de la traducción francesa, .publicada por Gide y Baudry , 1851). «Cuando en la Eu- ropa central está colocada por la mañana la Luna antes de su renovación en el Oriente, recibe la luz terrestre principalmente de las grandes mese- tas del Asia y del África. Cuando por el contrario, la nueva Luna está co- locada por la tarde al Oeste , no puede recibir sino un reflejo menos intenso de la luz terrestre que le e nvia el continente americano, menos estendido que el otro, y sobre todo el Océano.»» (Beer y Msedler, der Mond nach seinenkosmischcn Verhmltnissen , § 106, p. l.G'S.) (64) Pág-. 34Í. — Sesión de la Academia de Ciencias, el 5 de agosto 1838: ■tíArago señálala comparación de la intensidad luminosa de la porción ■de Luna que los rayos solares iluminan directamente con la de la parte del mismo astro, que recibe únicamente los rayos reflejados por la Tier- ra. Cree, según las esperiencias que ha intentado con este motivo, que con instrumentos perfeccionados , se podrán conocer en la luz cenicienta las diferencias de brillo mas ó menos nebulosas de la atmósfera de nuestro globo. No es, pues, imposible, á pesar de todo lo que semejante resultado sorprenderla al primer golpe de vista, que un dia los meteoro- logistas vayan á recoger del aspecto de la Luna nociones preciosas acerca del estado medio de diafaueidad de la atmósferii terrestre, en los hemisfe- rios que concurren sucesivamente ala reproducción de la luz cenicienta.» (65) Pág. 344. — Venturi , Ensayo sobre las obras de Leonardo de Vinci, 1797, p. 11. (66) Pág. 3H. — \i.(i\i\Q^o,ra.ralii^omenavel Astronomiüefars óptica, 1604, p. 297. (67) Pág. 345.— M Concíbese que la vivacidad de la luz roja no depen- de únicamente del estado de la atmósfera, que refracta mas ó menos debi- litados los rayos solares, inflexándolos en el cono de sombra, sino que está modiflcada sobre todo por la trasparencia variable de la parte de la atmósfera á través de !a cual distinguimos la Luna eclipsada. Bajo los tró- picos, un cielo sereno, una diseminación uniforme de los vapores, dismi- inuyen la estincion de ía luz que el disco solarnos envia.» (Humboldt, Viaje d las Regiones equinocciales, t. 111, p. 544, y Colee, de Observ. astronómi- cas, t. lí, p. 145.) Léese en la Astronomía popular, t. III, p. 494, esta nota de Arago : «Los rayos solares llegan á nuestro satélite por efecto de una xefraccion, y á consecuencia de una absorción en las capas mas bajas de la atmósfera terrestre ¿podrían tener otro color que el rojo?»» ,(68) Pág. 345. — Babinct, en una Noticia sobre las diferentes propor- — 563 — •Clones de las luces, blanca, azul ó roja, que se producen cuando la in- flexión de los rayos presenta esla coloración roja, como consecuencia de la difracción; véase el Repertorio de Óptica moderna de Moigno, 18'JO, t. IV, p. 1656: «La luz difractada, dice Babinel, que penetra en la sombra de la Tierra, predomina siempre y aun ha sido solo la sensible. Es tanto mas roja ó naranjada cuanto mas cerca se halla del centro de la sombra geo- métrica, porque los rayos menos refrangibles son los que se propagan con mas abundancia por difracción, á medida que nos alejamos de la propaga- ción en línea recta. »» Según las ingeniosas investigaciones á que se en- tregó Magnus, cuando discutían Airy y Faraday, los fenómenos de la difracción tienen también lugar en el vacío. Véanse sobre las esplicacio- nes la difracción, Arago, Noticias cientificas, i. ÍV (t. Vil de las Obras), p. 274 y 275. (69) Pág. 345. —Léese en Plutarco (de Facic in orbe Lunce ; ed. Wytten- bach, t. IV, p. 780-783), que «el cambio de color de la Luna, que como afirman los matemáticos, pasa del negro al rojo y á una tinta azulada, según la hora en que se produce el eclipse, prueba suficientemente que el aspecto inflamado (a>^pwx¿5íí) que presenta, cuando está eclipsada hacia media noche, no puede ser considerada como una propiedad inherente al suelo del planeta.» Dion Casio, que se ocupó mucho de los eclipses de Luna y de los notables edictos , en que el emperador Claudio anun- ciaba anticipadamente las dimensiones de la parte eclipsada , llama la atención sobre el color de la Luna, tan diferente de sí mismo durante la conjunción. "El eclipse que tuvo lugar en esa noche, dice (lib. LXV, cap. 11, cf., lib. LX, cap. 26), causó un gran trastorno en el campo de Vitelio; pero lo que alarmó sobre todo ios ánimos, á mas de la oscuridad que pudo ya muy bien parecer de triste agüero , fué el color rojo , negro y todas las tintas lúgubres, por las cuales pasó sucesivamente la Luna.» (70) Pág. 345. — Schroetcr, Selenotopographische Fragmente, 1.^ parle 1791, p. 668; 2.* parte, 1802, p. 51. (71) Pág. 346. — Bessel, über eine angenommene Atmosplicere des Mondes, en las Astronomische Nachrichten de Schumacher, n.° 263, p 416, 420. Véase también Beer y Maídler, der Aíond,-et., § 83 y 107, p. i 33, y' 153, y Arago, Astronomía popular, t. Ill, p. 434-442. Frecuentemente háse pre- sentado como prueba de la existencia de una atmósfera la mayor ó menor claridad, con la cual se dislingucn algunos accidentes de la superficie de la Luna, y las «nieblas que parecen atravesar sus valles. " Este es de to- dos los fundamentos el menos sostenible, en razón á las variaciones con- tinuas que modifican la transparencia de las capas superiores de nuestra propia atmósfera. Herschell , padre , se habia pronunciado por la nogati- — 564 — va, seg"un consideraciones sacadas de la forma que presentaba una de las puntas del creciente lunar, en el eclipse de Sol del 5 de setiembre de 1893 (Phílosoph. Transad, t. Lxxxiv,p. 167), (72) Pág-. 346.— Míedler, en el Jahrbuch de Schumacher, para 1840 p. 188. (73) Pág-. 346. — Juan Herschell (Outlines. p. 247) llama la atención de los astrónomos sobre la inmersión de las estrellas dobles, en el caso en que la proximidad de los astros apareados que forman cada sistema, no permita separarlos al telescopio. (74j Pág-. 346. — Platean, sobre la Irradiación, en las Memorias de la Aca- der»ia real de Ciencias y Bellas Letras de Bruselas, t. XI, p. 142, y Ergátyzun- gsband zu Poggendorffs Annalen, 1S42, p. 79-125, 193-232 y 403-443. La causa probable de la irradiación es una escitacion producida por la luz so- bre la retina, que se esliendo un poco mas allá de los contornos de la imág-en. (75) Pág-. 346. — Véase la opinión de Arago, en las Memorias, t. Vlií, 1839, p. 7l3 y 883 : «Los fenómenos de irradiación señalados por Pla- teau, son considerados por Arago como efectos de las aberraciones de re- frangibilidad y de'esferoicidad del ojo, combinados con la distinción de la visión, consecuencia de las circunstancias en que se encuentran situa- dos los observadores. Medidas exactas tomadas sobre discos neg-ros con fondo blanco, y discos blancos en fondo neg-ro, que estaban colocados en el Palacio Luxemburg-o, visibles en el Observatorio, no han indicado los efectos de la irradiación. " (76) Pág-. 347.— Plutarco, de Facie in orbe Luna;; cd. Wyttenbach, t. IV, p. 786-789. La sombra del monte Athos, que ha visto también el vjajero Belon (Observaciones de singularidades encontradas en Grecia, Asia, etc., 1S54. í lib. I, cap. 25), llegaba bástala vaca de bronce levantada en la plaza de- ¿ Ja ciudad de Mirina, en la isla de Lcmnos. (77) Pág. 347. — Para testimonios de la visibilidad de esas cuatro re- g-ianes, véase Beer y Msedler, der Mond nach seinen Kosmischen Verhcelínis- sen, p. 191 , 241 , 290 y 338. Es casi inútil recordar que he sacado todo lo que tiene relación con la topog-rafía lunar, de la escelente obra de mis dos amig-os , uno de los cuales , Beer , ha sido arrebatado desgraciada- mente á la ciencia por una muerte prematura. Con el fin de orientarse mas fácilmente, es bueno consultar el bello mapa sinóptico que dio Maídler en 1837, tres años antes del g-ran mapa lunar que publicó ea cuatro hojas separadas. — 565 — (78) Pág. 347. — Plutarco, de Facie in orbeLunce, p. 726-729. Wyttenb. Este pasaje no deja de tener algan interés para la g-eog'rafía antigua. Véase Humboldt. Examen critico de la historia de la Geografía, 1. 1, p. 145. En cuanto á las otras opiniones propuestas por los antiguos, pue97), y Peirec — 580 — en el American Journal , for 1844 (p. 42), han recogido todos los detalle concernientes al cometa del mes de marzo de 1843, que brilló en el Norte de Europa, cerca de Orion, de un resplandor estraordinario,y que es de to- dos los cometas observados y calculados, el que mas próximo esta del Sol. Ciertas semejanzas de fisonomía, g-énero de prueba, cuya poca certeza ha- bla por otra parte demostrado ya Séneca (Qucestiones naíur., lib. A^lU' cap. 11 y 17), hicieron considerar en un principio á este cometa, como idéntico al de 1668 y de 16S9. Véase Cosmos, t. I, p. 125 y 380 (nota 92), y Galle, en los Olbers Cometenbahnen, números 42 y 30. Boguslawski cree, por otra parte (Schumacher's, Astron. Nachrichten, n.° oío, p. 272), que el período del cometa de 1843 es de 147 años, y que sus anteriores apa- riciones tuvieron lugar en 1693, 1348, 1401, etc. Llega así hasta el año 371 antes de la era cristiana, y conforme en esto con el célebre helenis- ta Tlersch, de Munich, considera á este cometa como idéntico, con aquel del cual se ha hecho mención en las Meteorológica de Aristóteles (lib. I, cap. 6), y lo designa con el nombre de cometa de Aristóteles. Pero desde luego recordaré que esta denominación es vaga y puede aplicarse a mu- chos objetos. Si se quiere hablar del cometa que Aristóteles hizo desapa- recer en la constelación de Orion y que refirió al temblor de tierra de la Acha'ia, en ese caso, es necesario no olvidar que este cometa, que según el filósofo de Estagira, se presentó simultáneamente con el temblor de tierra, fue anterior á osle acontecimiento, según Calistenes, y posterior se- gún Diodoro. El 6.*^ y 8.° capitulo de la Meteorológica tratan de cuatro cometas designados con el nombre de los Arcontas de Atenas, en cayo tiempo aparecieron, y por los acontecimientos desastrosos á los cuales van unidos. Aristóteles menciona sucesivamente el cometa occidental, que fue observado cuando el temblor de tierra é inundaciones de Achala (cap. Q, 8), después el que marca el arcontado de Euclés, hijo de Molón. Yiene enseguida el cometa occidenlal, y nombra con este motivo el arcontado de Asteio , que ha llegado á ser en lecciones viciosas Aristco, y que Pingré ha confundido por esto en su Cométografia, con Aristenes ó Al- cistenes. El brillo del cometa de Asteio se estendia por mas de un ter- cio de la bóveda celeste. La cola que se designaba bajo el nombre de ó5ó?, camino, tenia 60° de longitud, y se prolongaba hasta la región de Orion, donde se disolvía. Aristóteles cita también (cap. 7, 9) el cometa cuya apa- rición coincidió con la caida delaereolito de ^gos-Potamos, que es pre- ciso no confundir con la nube meteórica, c^ue según la versión deDaima- cho brilló durante 70 dias y lanzó estrellas errantes. Por último, Aristó- teles (cap. 7, 10) señala un cometa que se observó bajo el arcontado de Ni- comaqucs, y al cual se atribuyó una violenta tempestad que estalló cerca de Corinto. Estos cuatro cometas llenan el largo período de 32 olimpia- das El primero, por orden de fechas, el que coincide con el aereolito de ^-Egoi-Potamos, se presentó, según los mármoles de Paros, el primer año — 58] — de ia LXXVIIÍ Olimpiada (antes de J.-C, 468), bajo el arcoiitado de Tea- genides; el cometa de Euclés, llamado sin razón Euclides por Diodo- vo (lib. XII, cap. 53), fue observado en el segundo año de la Olimpia- da LXXXVIll (entes de J.-C. , 427), como lo prueba también el comenta- rio de Juan Filopon; el de Astcio en el cuarto año de la Olimpiada CI (antes de J.-C, 373); por último, el deNicomaquesen el cuarto año de la Olimpiada CIX (antes de J.-C, 3íl). Plinio (lib. II, cap. 25) refiere i la CVIII Olimpiada la transformación del cometa, que después de haber presentado la forma de una crin, tomó la forma de una lanza (jubse efñg"¡es mutata in hastam). Séneca creyó también en una relación directa entre el cometa de Asteio y el temblor de tierra que quebrantó la Achala. Dice, refiriéndose á la destrucción de las ciudades de Hélice y de Bura,quc no están citadas espresamente por Aristóteles: "Eífiig-ien ignis long-i fuisse Callisthenes tradit, antequam Burin et Helicen.mare absconderet. Aristóteles ait nod trabem illam sed Cometam fuisse (Qucest natur., lib. Vil, cap. o). " Strabon (lib. VIH, p. 38i ; ed. Casaubon) colo- ca la ruina de esas ciudades dos años antes de la batalla de Leuclres, que corresponde al cuarto año de la CI Olimpiada. Diodoro de Sicilia, después de haber descrito en detalle el temblor de tierra del Peloponeso y las inundaciones que sig-uieron, como acontecimientos ocurridos bajo elar- contado de Asteio (lib. XV, cap, Í8 y 49), refiere al año sig^uiente bajo el arcontado de Alcistenes (Olimpiada CU, I), la aparición del brillante co- meta, que producía sombra como la Luna, y en el cual vio un presagio de la decadencia de losLacedemonios. Pero Diodoro, que escribía mucho tiem- po después los acontecimientos que cuenta, no comete ordinariamente la falta de referirlos de un año á otro, y se pueden invocar en pro de la opo- nion que coloca al cometa bajo el arcontado de Asteio, anterior en un año al de Alcistenes, los testimonios mas antiguos y mas seguros, los de Aristóteles y de la Crónica de Paros. Para volver ahora alpuntode partida, como Boguslawski , atribuyendo al cometa de 1843 una revolución de 147 años 2 4, ha llegado sucesivamente á los años 1695, 1548, 1 401, H06, y finalmente, al año 371 antes de nuestra era, esta última aparición coincide con el cometa que acompañó al temblor de tierra del Peloponeso, en cerca de dos años, según Aristóteles, en un solo año, según Diodoro, diferencia, que, si pudiera comprobarse la semejanza de las órbitas, seria de poca tras- cendencia, mirando sobre todo alas perturbaciones verosímiles en un in- tervalo de 2,214 años. Si Pingré (Cométografia, t. I, p. 259-262), sustitu- yendo, en todo, según Diodoro, el arcontado de Alcistenes al de Asteio, y refiriendo el cometa que desapareció en la constelación de Orion, al primer año de la CU Olimpiada, le asigna, sin embargo, para fecha, los primeros dias del mes de Julio, de 371 y no de 372, la razón es, que á ejemplo de algunos historiadores, señala con un cero el primer año de la •era cristiana. Importa notar, para concluir, que Juan Herschell adopta — 582 — para la revolución del brillante cometa, que fue visto cerca del Sol en 8i3, un período de 17o años, lo que traslada á los años 1668, 1433 y 1318 (Outlines, p. 370-372, Galle, en los Olbers Cometenbahnen, p. 208, y el Cosmos, i. í, p. 125). Otras combinaciones de Peirce y de Clausen clan periodos de 21 Ys ó de 7 años Yg , y prueban cuan atrevido es declarar al cometa de 1843 idéntico con el del arconta Asteio, Gracias á la mención hecha en las Meteorológica de Aristóteles (lib. J, cap. 7, 10), de un cometa que apareció bajo el arcontado de Nicomaques, sabemos que el filósofo de Estagira tenia cuando menos 44 años, cuando compuso esta obra. Siem- pre me ha parecido sorprendente que Aristóteles, que en la época del temblor de tierra del Peloponeso y del g-ran cometa, que cubria con su cola un espacio de tíO°, contaba ya 14 años, habla con tanta diferencia de semejante fenómeno, y se limita á colocarlo éntrelos cometas observa- dos hasta él. El asombro aumenta aun, cuando se lee en el mismo capí- tulo que Aristóteles ha visto por sus propios ojos una aparición nebulosa que representaba una crin, alrededor de una estrella fija en la pierna del Perro, y quizás también alrededor de Procion en el Perro-Pequeño. Aris- tóteles dice también (lib. I, cap. 6, 9), que hubo observado en Géminis la ocultación de una estrella por el disco de Júpiter. La crin de vapor ó la envuelta nebulosa de Procion rae recuerda un fenómeno frecuente- mente citado en los anales del antiguo imperio mejicano, según elCodex Tellerianus: ¡«Este año, dice alli, se vio humear de nuevo á Citlalcholoa,» es decir, el planeta Venus, llamado también TJazoteotl en la lengua de los Aztecas. (Humboldt, Vistas de ¡as Cordilleras, t. II, p. 303). Probablemente, bajo el cielo de Méjico, como bajo el de Grecia, se vieron formados peque- ños halos alr3dedor de las estrellas por la refracción de sus rayos. (52) Pág. 38o.— Eduardo Biot, en las Memorias de ¡a Academia de Cien- cias, t. XYI, 1843, p. 7ol. (o3) Pág. 3So. — -Galle, en el apéndice de la obra titulada Olbers Come- tenbahnen, p. 221, n." 130. Acerca del paso probable del cometa de doljje cola de 1823, véase Edinburrj Rcoieiü, 1848 n.° 17o, p. 193. La Memoria de Encke citada un poco antes en el testo, y que contiene los verdaderos elementos del cometa de 1680, trastorna las fantasías deHalley, según las cuales este mismo cometa, verificando su revolución en 575 años, habría aparecido en todas las épocas críticas de la historia de la humanidad: en la época del diluvio, según las tradiciones hebraicas; en la de Ogygés, se- gún las leyendas griegas: durante la guerra de Troya; cuando la des- trucción de Ninive; en la muerte de Julio César, y asi de las demás. La duración de la revolución de este planeta es según los cálculos de Encke de 8814 años. En elperihelío, el 17 de diciembre de 16S0, distaba del Sol 23000 miriámetros, esto es, 15000 miriámetros menos que la distancia de — 583 — la Lana a la Tierra. Su afelio es de 853, 3 distancias de la Tierra al Sol. La velación del afelio al periiielio es de 140 000 á 1. (54) Pág-. 386. — Arago, Astronomía Popuhir, t. 11, p. 51', 444 á 154. (lil)) Pág-. 3S6. — Juan Herschel, Outlines, ofÁstronomy, § 592. (56) Pag. 386. — Bernardo áeL'mdaimii enlas Astrononmche Nachrichten de Schumacher, n.° 61)8, p. 25. (57) Pág-. 3S6.— Cosmos, t. III, p. 3G-38, (58) Pág-. 38S. — Le Verrier , en las i¥emonas de la Academia de Cíen^ das, t, XIX, 1844, p. 982-993. (59) Pág-. 388. — Newton atribuia el resplandor délos cometas mas bri- llantes solo al reflejo de la luz solar: «splendent cometce luce solis a se re- flexa.» (Principia matliemaf; ed. Le Seur y Jacquier, 1760, t. III, p. 577). (60) Pág-. 388.— Bessel, Schumacher's /ar/í6uc/i fi'n- 1837, p. 169. (61) Pág-. 'SS9. — Cosmos, t. I, p. 90 y t. III, p. 39. (62) Pág-. 389.— Yalz, Ensayo sobre la determinación de la densidad del Éter en el espacio planetario, 1830, p, 2 y Cosmos, t. 1, p. 95. El creci- miento del núcleo de los cometas á medida que aumenta su distancia al Sol, liabia llamado ya la atención de un observador muy cuidadoso y exento de toda prevención, de Hevelio. Véase Pingré, Cometografia , t. II, p. 193. Es un trabajo muy delicado, cuando se quiere contar con la exactitud, determinar los diámetros del cometa de Enckeen superihe- lio. Este cometa es una masa nebulosa en la cual se destaca por el brillo de su luz el centro ó una parle del centro. A partir de esta región que no tiene en modo alg-uno la forma de disco y no puede tampoco recibir el nombre de cabeza del cometa, la intensidad de la luz disminuye rápida- mente en derredor. La nebulosidad presenta en un sentido una prolong-a- cion que tiene la apariencia de una cola; las medidas indicadas en el tes- to se refieren á esta materia nebulosa cuya circunferencia sin estar bien determinada se reduce en el perihelio. (63) Pág. 389.— Juan Hcrschell , Cape Observations , 1847, § 366, lam. XV y XVí. (64) Pág-. 390. — Mucho después, el 5 de marzo, viúse crecer hasta la distancia de 9" 19' el intervaloque separaba los dos cometas; este aumen- to, según ha probado Plantamour, no era mas que aparente y con- — 584 — secuencia de la aproximación del astro á la Tierra. Desde el mes de fe- brero hasta el 10 de marzo, las dos partes del doble cometa quedaron á ig-.ual distancia una de la otra. f65) Pág. 390.— El 19 de febrero de 1846 se dísting^uió el fondo neg-ro del cielo que separa los dos cometas. (0. Struve en el Boletín físico-mate- mático de la Academia de Ciencias da Saint- Petershourg, t. VIn.° 4). (66) Pá^. 390.— Véanse Outlines of Astron, § 580-S83, y Galle, Olbers Cometenbahnen, p. 232. (67) Pág". 391. — «Ephorus non religiosissimee fidei, ssepc decipitur, ssepe decipit Sicut hic Cometem qui omniunimortaliumoculis custoditus est, quia ing-entis rei traxit cventus, cumHelicem et Burin ortosuomer- serit, ait illum disccssisse in duas stellas: quod prpeter illuní nemo tradi- dit. Quis enimposset observare illud momentum quo cometessolutus etin duas partes redactus est? Ouomodo autem, si est qui viderit cometem in duas dirimi, nemo vidit fieri ex duabus? (Séneca, Quoestiones naturales, lib. VII, cap. 16). (68) Pág-. 391. — 'Eduardo Biot, Investigaciones sobre los cometas de la co- lección de Ma-tuan-lin, en las Memorias de la Academia de Ciencias, t. XX, 1845, p. 334. (69) Pág. 392. — Galle, en los Otbers Cometenbahnen, p. '232, n.° 174. Los cometas de Colla y de Bremiker, que hicieron su aparición en los años 1845 y 1840 describen su órbita elíptica en un tiempo bastante corto, comparados con los cometas de 1814 y 1680 que no emplean menos de 3000 y 8800 años. Los períodos délos dos cometas de Colla y de Bremi- ker á lo que parece, son de 249 y de 344 años. Véase Galle ibid , página 229 y 231. (70) Pág-. 39Í. — El corlo período de 1204 dias fue comprobado por Enckc cuando la reaparición de su cometa en 1819. Los elementos de la órbita elíptica de este cometa están calculados por primera vez en el Berlin astronom. Jahrbuch für 1822, p. 193. Véase también para la cons- tante del medio resistente, considerada como modo de esplicar la rapi- dez de la revolución, la 4.^ Memoria de Encke, en la colección de la Aca- demia de Berlin, año 1844 y compárese en este respecto, Arag-o, Astron. popular, t. II, p. 287 y Carta á Alejandro de Humboldt, 1840, p. 12, asi como Galle en los Olbers Cometenbalinen, p. 221. Para completar, remon- tándose tan lejos como sea posible, la historia del cometa de Encke, es bueno recordar que fue visto por primera vez por Mechain, desde el 17 al 19 de enero de 1786, después por Carolina Herschell, desde el 7 al 27 — 585 — (le noviembre de 1795, por Bouward, Pons y Huth, desdeel 20 do ocíubre al 19 de noviembre de 1805, por último por Pons, desde el 26 de noviembre de 1818 al 12 de enero de 1819, cuando su décima reaparición después del descubrimiento de Mechain La primera vuelta calculada de antema- no porEncke, fue observada por Rumker cnParamatta: véase Galle, ibid, p. 215, 217, 221 y 222. El cometa interior de Biela, ó como también se acostumbra a llamar, el cometa de Biela y de Gambart, observado por pri- mera vez el 8 de marzo 1772 por Montaigne, fue visto enseg-uida sucesi- vamente por Pons, el 10 de noviembre de 1805, por Biela en Josephstadt, en Bohemia, el 27 de febrero de 1826, y por Gambart, en Marsella el 9 de marzo del mismo año. Biela fue ciertamente el primero que descubrió de nuevo el cometa de 1772, pero en cambio Gambart determinó los ele- mentos elípticos antes que Biela y casi al mismo tiempo que Clausen. La primera vuelta del cometa de Biela determinada matemáticamente fue observada por Henderson en el cabo de Buena Esperanza, durante los meses de octubre y diciembre de 1S31. La maravillosa disminución del cometa de Biela de la cual se habla en el testo, tuvo lugar en su oncena reaparición después del año 1772 hasta fines del 1845. Véase Galle en los Olbers Comefenbahnen, p. 214,218, 224, 227 y 232. (7lj Víiíx. 394. — JuanHerschell, Outlines of astron.., § 601. (72) Pág. 395. — Laplace, Esposicion del Sistema del Mundo, p. 396 y 41 4. Las opiniones particulares de Laplace acerca de los cometas, que consi- dera como pequeñas nebulosas vagando de sistemas en sistemas , están refutadas por la resolución de un gran número de nebulosas ocurrida después de la muerte de ese grande hombre. (73) Pág. 396. — En el colegio délos astrónomos caldeos en Babilonia, existia divergencia de opiniones, Jo mismo que éntrelos Pitagóricos , y en todas las escuelas antiguas. Séneca (Quces. natur., lib. 7, cap. 3) cita los sentimientos opuestos de Apolonio el Mindo y de Epigenes. Aun- que rara vez se cita á Epigenes, Plinio (lib. YII, cap. 3) le llama «gra- vis auctor in primis.» Vuélvese á encontrar su nombre , pero sin califi- cación, en Censorino (de Die natali, cap. VI) y en Stobee {Écloga physica, lib. I, cap. 29, p. 586 ed. Hoeren). Véase también Lobek Aglaophamus, p. 341. Diodoro de Sicilia (lib. XV , cap. 50) cree que la opinión ge- neral y dominante entre los astrólogos de Babilonia era que los come- tas después de los intervalos de tiempos invariables entraban en órbitas determinadas. El disentimiento que dividía a los Pitagóricos acerca de la naturaleza planetaria de los cometas , y que citan Aristóteles y el Pseudo-Plutarco (Meteorológica , lib. I, cap. 6, I; de Placitis Philosoph., lib. III, cap. 2) se estendia según el Estagirita (Mefeorol., lib. I, cap. 8, 2) — 586 — a la naturaleza de la Via láctea , que señalaba la senda abandonada por el Sol, y aquella de la cual Faetón había sido precipitado. Véase Le- ronne, en Jas Memorias de la Academia de Inscripciones , 1839, t. XII, p. 108. Aristóteles cita también la opinión de alg-unos Pitag-óricos,. de que los cometas pertenecen á la clase de planetas que, como Mer- curio, no llegan á hacerse visibles sino elevándose durante un largo tiem- po sobre el horizonte. En el Tratado del Pseudo-Plutarco cuyas indica- ciones son siempre truncadas por desgracia , se dice que los cometas se levantan en el horizonte en épocas determinadas , verificada que es su revolución. Muchos datos sobre la naturaleza de los cometas contenidos en los escritos de Arrien que pudo aprovechar Stobee , y en los de Cha- rimander , cuyo nombre ha sido conservado solo por Séneca y por Pap- pus hanse perdido para nosotros (Écloga, lib. T, cap. 23, p. 61, ed. Plan- tiii). Stobee cita como perteneciente á los Caldeos, la opinión deque los cometas son tan raramente visibles, porque en su larga escursion van á ocultarse en las profundidades del éter, como los peces en el Océano. La csplicacion mas seductora y al mismo tiempo la mas seria , a pesar de su sabor retórico , la que esta mas en armonía con las opiniones recientes, es la dada por Séneca : «Non enim existimo cometem subitaneum ignem sed Ínter seterna opera naturte. — Quid enim miramur cometas tam rarum mundi spectaculum, nondum teneri legibus certis? nec initia illorum fi- nesque patescere, quorum ex ingentibus intervallis recursus csl?Nondun sufit anní quingcnti ex quo Grsecia Stellis números et nomina fecit , multseque hodie sunt gentes quse tantum facie noverinl ccelum : quare obumbretur. Hoc apud nos quoque nuper ratio ad certum perduxit Ve- niet tempus quo ista quse nunc latcm in luvem dies extrahat et longioris sevj diligentia. — Yeniet tempus quo posteri nostritam aperta nos nescisse mirentur — Eleusis servat quod ostendat revisentibus. Rerum natura sa- cra sua non simul íradit: initiatos nos credimus ; in vestíbulo ejus haí- remus ; illa arcana non promiscué nec ómnibus patent , reducta et in in- teriore sacrario clausa sunt. Ex quibus aliud hcec cCtas, aliud qute post nos subibit, despiciet. Tarde magna proveniunt...-' (Qucestiones naturales, lib. VII, cap. 22, 25 y 31.) (74) Pág. 403. —El aspecto del firmamento ofrece objetos que no co- existen simultáneamente. Muchos se han desvanecido antes de que la luz que emana de ellos haya llegado hasta nosotros; algunos ocupan lu- gares diferentes de aquellos donde los distinguimos. Véase el Cosmos, 1. 1, p. 117; t. lil, p. 72-247 y Bacon. Novum Orcjanum, Lond. 1733, p. 371, y G. Herschell en los Philosophical TransacHons , for 1802, p. 498. — 587 — (75) Pág-. íQi.— Cosmos, t. I, pá.g-. 417 y 123. (76) Pág". 405. — Véanse las opiniones (lelos Grieg-os acGi-ca de la cai- da de piedras meteóricas , en el Cosmos, 1. 1, p. 117, 120, 368, 371 y 37í$ (notas 61, 62, 61), 87, 8S y 81): t. II, p. 463 (nota 27). (77) Pág-. 405. — Véase en Brandis, Gcschichte der Griecliisch-rcemischcn Philsophie, 1. 'aparte, p. 272-277) un pasage donde se halla refutada la opinión emitida por Sclileierniacher , en la Colección de la Academia de Berlín, años 1804-1811 (Berlin, 1815) p. 79-124. (78) Pág-, 405. — Stobee, en el pasag-e citado (Écloga pliysica , \). 508) atribuye a Dióg^enes de Apoloiiia el haber llamado á las estrellas cuerpos porosos. Esta idea puede haber sido suministrada por la creencia tan es- tendida en la antigüicdad de que los cuerpos celestes se nutrian de eva- poraciones húmedas. "El Sol devuelve las sustancias que recibe. (Aris- tóteles, Meteorológica, cd. Ideler, t. I, p. 509: Séneca, Quccsliones naturales, lib. ÍV, cap. 2). Los cuerpos celestes , semejantes á la piedra pómez , es- taban también considerados como teniendo exhalaciones propias." Esas exalaciones que no pueden ser vistas en tanto que vagan en los espacios celestes, no son sino piedras que se inflaman y apagan al caer sobre la tierrc%." (Plutarco, de Placitis Philosophorura, lib. II, cap. 13). Plinio (li- bro lí, cap. 59) cree que las caldas de piedras meteóricas son accidentes que se renuevan frecuentemente : «Deciderc tamen, crebro non erit du- bium.w Dice también (lib. II, cap. 43) que cuando el cielo está sereno la caida de esas piedras determina una detonación. Un- pasage de Séneca (Qucest. natur., lib. II, cap. 17) en el cual se habla de Anaxímenes, y que parece espresar un pensamiento análog"o , no se. refiere probablemente sino al ruido del rayo en una nube tempestuosa. (79 Pág-. 40G.~Cito aquí el notable pasaje de la vida de Lisandro tra- ducido literalmente: Alg-unos físicos han emitido una opinión mas ve-; rosimil, seg-un ellos, las estrellas errantes no fluyen ni se separan del fueg-Q etéreo que se apag-a en el aire inmediatamente después de haberse inflamado, y no se producen tampoco ])or la ig-nicion y la combustión- del aire que la condensación oblig-a á elevarse en las rcg'iones superiores: esos son cuerpos celestes que arrojados sobre la tierra por la cesación del movimiento g-iratorio, no caen siempre en los espacios habitados , sino en el mar con mucha frecuencia cu donde se ocultan á nuestras miradas. (80) Pág-. 406.— Respecto de los astros completamente oscuros ó que cesan de emitir luz , quizá periódicamente , acerca de las opiniones do los modernos respecto de este asunto, y en particular sobre las ideas — 588 — de Laplace y de Bcssel, y sobre la observación de Bessel relativa á un cambio ocurrido en el movimiento propio de Procyon, observación con- firmada por Pelers en Koenig-sberg-, véase el Cosmos, t. III, p. 179-182, (81) Pá^. 407.— Véase el Cosmos, t. III, p. 32 y 40. (82) Pág-. 407. — Dice literalmente el pasaje de Plutarco, de Facie in orbe Luna: , p. 923 : «La Luna tiene un auxiliar contra la fuerza que la solicita á caer; su movimiento mismo y la rapidez de su revolución, como los objetos colocados en una honda no pueden caer , merced al movi- miento giratorio que los arrastra." (83) Pág-. 408.— CosíHOs, t. L p. 108. (84) Pág-. 408.— Coulvicr-Gravier y Saigey , Investigaciones sobre las Es- trellas errantes, 1847, p. 69-86. . (8o) Pág-. 409. — Eduardo Hcis, dic periodischen Stems chnvppen und die der Resultaie der Erscheinungen, 1849, p. 7 y 26-30. (86) Pág-, 409 — La designación del polo Norte como punto de partida .de un gran número de estrellas errantes en el período de agosto, descansa únicamente en las observaciones del año 1839. Lln viajero que ha recor- rido el Oriente, el Dr. Asahel Grant, escribió desde Mardin , Mesopota- mia , que hacia media noche estaba el cielo como herizado de estrellas errantes que partían todas de la región de la estrella polar. Véase en Heis (die periodischen Sternschnuppen, etQ., p. 28), un pasaje redactado se- gún una carta de Herrick á Qaételet, y el diario de Grant. (87) Pág. 409. — El predominio de Perseo sobre Leo, como punto de partida de un número mayor de estrellas errantes, no se había aun mani- festado, cuando las observaciones hechas en Brema durante la noche del 13 al 14 de noviembre de 1838. Un observador muy práctico, Ros- winkel, vio en una lluvia de estrellas muy abundante partir de Leo y de la parte merional de la Osa mayor casi todas las trayectorias ; míen- tras que en la noche del 12 al 13de noviembre, en una lluvia de estre- llas verdaderamente poco considerable , solo vio cuatro trayectorias partir de la constelación de Leo. Olbers observa á este respecto en las Astronomische Nachrichten, de Schumacher, n.° 372, que durante aquella noche «las trayectorias no eran paralelas entre sí, que nada parecía unir- las á la constelación de Leo, y que esta falta de paralelismo las hacia asemejar á estrellas errantes aisladas, mucho mas que aflujos periódi- cos. Es cierto que el fenómeno de noviembre no pudo compararse en 1838 á los de los años 1799, 1832 y 1833.» — 589 — (88) Pág-. 410. — Ssiigey , Investigaciones sóbrelas Estrellas errantes, p. 151. Véase también sobre la delerminacion hecha por Erman, de los puntos de converg-encia, diamelralmeiite opuestos á los puntos de partida, la misma obra, p. 125-129. (89) Pág-. 411. — Heis, periodische Sternschnuppen , p. 0. Aristóteles Problemata, 23, y Séneca, Qucestiones na'urales, lib. I, cap. 14: uVen- tum significat ssellarum discurrentium lapsus et quidem ab ca parte qua erumpit.» Yo mismo he admitido, particularmente durante mi perma- nencia en Marsella, en la época de la espedicion do Eg-ipto, la influencia de los vientos sobre la dirección de las estrellas errantes. (90) Pág-. 411.— Cornos, t. I, p. 3G7 (nota 60). (91) Pág-. 411. — Todo lo que en el testo está encerrado entre comi- llas , se debe á las noticias estimables de Julio Schmidt , agregado al ob- servatorio de Bonn. Puede verse acerca de sus trabajos anteriores veri- ficados desde 1842 á 1844, Saig"ey, Investigaciones sobre las estrellas er- rantes, p. 159. (92) Pág-. 413. — Yo mismo he observado, no obstante, en el mar del Sud, á los 13° Y2 ^^ latitud Nor^e, una lluvia muy considerable de estre- llas errantes, el 13 de marzo de 1803. El año 687 antes do la era cristia- na, se notaron también en el mes de marzo dos flujos de meteoros. (93) Pág-. 414. — Una lluvia de estrellas errantes semejante en un todo á la del 21 de octubre de 1366 (estilo antig-uo) , cuya indicación halló Bo- gusla-wskihijo, en el Chronicon Ecclesiae Pragensis de Benesse de Horovic- (Cosmos,\. 1, p. 113), ha sido descrita en detalle en la célebre obra histórica de Duarte Nuñez de Liáo ('C/iromcas dos Reis de Portugal reformadas, p. I, Lisb. IGOO, fol. 187); pero está referida á la noche del 22 al 23 de octu- bre. ¿Es preciso admitir dos flujos diferentes, uno de ellos visto en Bohemia, y el otro en las orillas del Tajo, ó uno de ambos cronistas se equivocó un dia? Cito el pasaje del historiador portug-ués: «Yindo o auno de 1366, sendo andados XXIl días do mes de octubro, tres meses an- tes do fallecimiento del Rey D. Pedro (de Portug-al), se fez no ceo hum movimento de estrellas, qualos homéesnao virao nem ouviiáo. E fol que desda mea noitc por dianle correráo todalasstrellas do Levante para o Po- nente, e acabado de serení juntas comccarao a correr humas para huma partee outraspara outra. E dcspois descerao doceo tantas e tam spessas, que tanto que forao baxas no ar, pareciao grandes fog-ueiras, e que e eco e o ar ardiao, e que a raesma térra queria arder. O ceo parecía partido em multas partes, alli onde strcllas nao síaváo. E isto durou per muito — 590 — spaco. Os que isto viao, houveráo tam grande medo e pavor, que stavao como atónitos, et cuidavao todos de ser mortos, e que era viuda a finí do mundo." (94) Pág. 415. — Hubiéranse podido citar puntos de comparación mas recientes, si hubiesen sido conocidos en aquella época: por ejemplo los flujos meteóricos observados por Klosdcn en Postdam, en la noche del 12 al 13 de noviembre de 1823, por Berard, en las costas de España, del 12 al 13 de Noviembre de 1831, y por el conde Souchteln, en Orenbourg", del 12 al 13 de noviembre de 1832. Véase el Cosmos, 1. 1. p. 108, y Schu- macher's Ásfronomische Nachrichten, n." 303, p. 242. El gran fenómeno queBonpland y yo observamos del 11 al 12 de noviembre de 1799 (Via- (je á las Regiones equinocciales, lib. IV, cap. 10, t. IV, p. 34-53, ed. en 8.°j, duró desde las dos hasta las cuatro de la mañana. Durante todo el viaje que hicimos á través de la región del Orinoco, hasta el -rio Ne- gro, hallamos que este inmenso flujo meteórico habia sido observado por los misioneros, y anotado por muchos de ellos sobre su ritual. En el Labrador y la Groenlandia, habia admirado hasta Lichtenau y New- Herrnhut, á los 60° 14' de latitud. En Itterstedt, cerca de Weimar, vio el pastor Zeising lo que se veia al mismo tiempo en América, bajo el ecuador, y cerca del círculo polar boreal. La vuelta periódica del fenómeno de San Lorenzo llamó la atención mucho después que el fenómeno de noviembre. He recogido con cuidado las indicaciones re- lativas á las lluvias considerables de estrellas errantes que han sido exactamente observadas, según mi noticia, en la noche del 12 al 13 de noviembre, hasta 1846. Pueden contarse quince de ellas que se produje- ron en 1799, 1818, 1822, 1S23, en los años comprendidos entre 1831, y 1839, en 1841 y 1846. Escluyo de este cálculo todas las caidas de meteo- ros que se separan de la fecha fijada en mas de uno ó dos dias, especial- mente la del 10 de noviembre de 1787 y del 8 de noviembre de 1813. Esta vuelta periódica casi á dia fijo es tanto mas sorprendente, cuanto que los cuerpos de tan poca masa están espuestos á un gran número de perturbaciones, y la longitud del anillo en el cual se supone que están en- cerrados los meteoros, puede abarcar, muchos dias de la revolución de la Tierra alrededor del Sol. Los flujos meteóricos mas brillantes fueron los de 1799, 1831, 1833 y 1834. Quizá sea este el lugar de hacer ob- servar que ha habido error en la descripción que he dado de los me- teoros de 1799, y que en vez de igualar el diámetro de los mayores bólidos á 1° ó 1° ^/4 , hubiera sido preciso decir que ese diámetro era igual á 1 ó 1 Y4 del diámetro de la Luna. No terminaré esta nota sin citar el globo inflamado que el director del Observatorio de Tolosa, Petit , ha observado con una atención especial, y cuya revolución al- rededor de la Tierra ha calculado. Véanse las Memorias de la Academia — 591 — de Ciencias, de 9 de agosto de 1817, y Schumacher's Asfronomischc Na- chrichtcn, n." 701, p. 71. (9o) Pag-. AIS. — Yovsicv, Memorias sobre las esírel las errantes, i^. 31. (96) Púg-, í 1 9.— Cosmos, t. I, p. 110 y 13S. (97) Pág-. 419. — IvEcmlz, Lerhbuch der Mefeor elogie, t. llí, p. 277. (98) Pág-. 420. — La caída de los aereolilos ocurrida ca Crema y eii las orillas del Adda, ha sido descrita con una vivacidad singular, pero des- graciadamente de una manera oscura y con alg-o de declamación, por el célebre Mártir Atig-hiera {Opus Epistolarum, Amst., 1670, n.o CCCCLXV, p. 245 y 246). La caida de las piedras fue precedida de una oscuridad que ocultó casi por completo el Sol, el 4 de Setiembre de 1511 al medio dia : «Fama est Pavonem immensum in aerea Cremensi plag'a fuisse vi- sura. Pavo visus in pyramidem convertí, adeoque celeri ab Occidente in Orienten! raptari cursu, ut in liorie momento mag^nam hemisphícrii par teni doctorum inspectantiuní senlentia pervolasse credatur. Ex nubium illico densitate tenebras ferunt surrexisse, quales viventium nullus un- quam se cog-novisse fateatur. Per eam noctis faciem, cum formidolosis fulg-uribus, inaudita tonitruareg-ionem circumsepserumt." Los relámpag:os eran tan intensos, que alrededor de Berg"amo pudieron ver los habitantes la llanura de Crema, en medio mismo de la oscuridad que la cubría. El escritor añade : «Exhorrerído illo fragore quid irata natura in eam re- gionem pepererit percunctaberis. Saxa demisit in Cremensi planitie (ubi nullus unquam aequans ovum lapis visus fuit) inmensEemag'nitudinis, pon- deris eg-regii. Decem fuisse reperta centilibralia saxa ferunt.» Háse dicho también que murieron pájaros, carneros y peces. Entre esas exag-eracio- iies es necesario reconocer que la nube meteórica de donde cayeron las piedras, debía ser de una neg-rura y de una densidad inusitadas. Lo que Anghiera llama Pavo, era sin duda un bólido alarg-ado y provisto de una larg-a cola. Seg-un el modo como pinta el autor el espantoso ruido que re- sonó en la nube meteórica, parece que ha querido describir truenos acom- pañados de relámpag-os. Anghiera se' procuró en España un frag-mento de esos aereolitos como el puño de g-ruesos, y lo enseñó al rey Fernando el Católico, en presencia del célebre capitán Gonzalo de Córdova. La carta en que refiere este hecho, dirig-ida desde Burgos a Fajardo, concluye con estas palabras: «Mira super hisce prodigiis conscripta fanatice, phy_ sice, Iheologice ad nos missa sunt ex Italia. Quid portendant quomodoque g-ignantur, ubi ulraque servo, si aliquando ad nos veneris. » Cardan en- tra en detalles mas precisos (Opera. Lugd., 1663, t. III , lib. XV, cap. 72, p. 279), y afirma que cayeron 1,200 aereolitos, entre los cuales habia uno negro como el hierro y muy denso, que pesaba 120 libras. Según Cardan, — 592 — ■el ruido se prolongó durante dos horas : «Ut mirum sit tantam molem in aere sustineri potuisse.» Considera al bólido de cola como un cometa, y se equivoca en un año en la indicación de la fecha que fija en el de 1510. En la época en que se produjo este fenómeno, Cardan tenia de nueve á diez años. (99) Pág". 420. — Los aereolitos que cayeron recientemente en Brau- nau , el 14 de Julio de 1847', estaban tan calientes aun á las seis horas de su caida, que no se les podia tocar sin quemarse. He indicado ya en el Ásiaceniral (t. I, p. 408) la analogía que presenta con una caida de aeroli- tos el mito del oro sagrado estendido entre las razas scíticas. Añado aquí elpasage de Herodoto, en el cual se refiere esta leyenda (lib. V, cap. 5 y 7): «Targitao tuvo tres hijos ^ de los cuales el primogénito se llamaba Leipoxais, el segundo Arpoxais , y el mas joven Colaxais. Baje su rei- nado, cayeron del cielo en la Scilia , instrumentos de oro : un arado, un yugo , una hacha y una copa. El primogénito, que los vio primero , se acercó para cojerlos y en seguida se inflamó el oro. Tocóle su vez á Ar- poxais y sucedió lo mismo ; los dos hermanos rechazaron, pues, este oro: pero cuando el tercer hijo Colaxais se presentó, apagóse el oro , y pudo transportarlo a su casa. Comprendiendo sus hermanos el sentido de este prodigio, le cedieron todos sus derechos al reino.» Tal vez el mito del oro sagrado no es sino un mito etnográfico, una alusión á los tres hijos del rey que fundaron cada una de las tribus de que se componian las poblaciones escitas, y á-la preponderancia que ob- tuvo la tribu fundada por el mas joven , la de los parálalas. Véase Brandstseter, Scytica, de áurea Caterva, 1837, p. 69 y 81. (100) Pag. 422.— Entre los metales cuya presencia se ha descubierto en las piedras meteóricas, Howard reconoció el Nickel, Stromayer el co- balto, Laugier el cobre y el cromo , Berzelio el estaño. (1) Pág. 423. — Rammelsberg, en los Annalen de Poggendorf, t. LXXIV, 1849, p. 442. (2) Pág. 42S. — Rammelsberg, Pogendorf, Annalen, t. LXXIII, 1848, p. 585: Shepard en el American Journal o Sciences and Arís, de Silliman, 2.^série. t. II, 1846, p. 377. (3) Pág. 426.— Véase el Cosmos, t. I, p. 115. (4j Pág. 426. — Zeitschrift der deutschen geologischen Gesellschaff, t. I, p. 232. Todo lo que en el testo está colocado entre comillas, pertenece á los manuscritos del profesor Rammelsberg fecha del mes de Mayo de [851. >- 593 — (5) Pag-. 430. — Véase Ke,jlero, Áslronomica nova sen Physica ccclestis, tradita commentariis de motibus sfellce Mariis ex observatioidbus Thychonis Brahi elabórala, 1609, cap, XI y LIX. (6) Pág. 431. — La]AcLCe,Esposicion del Sistema del Mundo, p. 309 y 391, OBSERVACIONES COMPLEMENTARIAS PAP.A LA SEGUNDA PARTE DEL TOi\IO TERCERO. (a) Humboldt, había dado en la edición alemana de este lomo del Cos- mos, el cuadro de 14 pequeños planetas; pero no habiendo disminuido la actividad cienlíñca después, pudo el mismo autor, añadir uno mas, Euno- mia, descubierto por Gasparis el 19 de junio de 1851. Desde esta época hasta fines de 1857 solamente, se descubrieron 35 nuevosplanetas: en 1852, Psiquis, el 17 de marzo por Gasparis; el 17 de abril, Tetis por Luther; el 24 de junio y el 22 de ag-osto, Melpomene y Fortuna por Hind; Masalia por Gasparis, el 19 de setiembre, y por Chacornac el 20 del mismo; Lulecia, el 15 de noviembre, por Goldschmidt; Caliope, el 15 de noviembre, por Hind; Talia, por el mismo, el 15 de diciembre, — en 1853, Focea, el 6 de abril, por Chacornac; Temis, el mismo dia, por Gasparis; Proserpina, el 5 de mayo, por Luther; Euterpe, el 8 de noviembre, por Hind; — en 1854, Belona, el 1.° de marzo, por Luther; Amfitrides, el mismo dia, por Marth; Urania, el 28 de junio, por Hind; Eufrosina, el 2 de setiembre, por Fergu- son; Pomona,el 26 de octubre, por Goldschmidt; Polimnia, el 28 del mismo mes, por Chacornac; — en 1855, Circe, el 6 de abril, por Chacornac; Leu cotea, el 19 de abril, por Luther; Atalante, el o de octubre, por Goldsch- midt;— en 1856, Fides, el 12 de enero, por Luther; Leda, el mismo dia, por Chacornac; Lseticia, por el mismo, el 8 de febrero, Armonía, el 31 de marzo, por Goldschmitd; Dafne, el 21 de mayo, por el mismo; Isis el 23 del mismo mes, por Pogson; — en 1S57, Ariana, el 15 de abril, por Pog"- son; Wisa, el 27 de mayo, por Goldschmidt;->Eug-enia, el 11 de julio, por el mismo; Hestia, el 16 de agosto, por Pogson; -Aglaia, el 15 de setiem- bre, por Luther; Doris y Pales, llamados los dos gemelos, el 19 de setiem- bre, por Goldschmidt; Virginia, el 4 de octubre, por Ferguson. Da- mos en las dos páginas siguientes á título de anejo, según el orden de los descubrimientos, los elementos de csosjiuevos planetas, á escepcion de los cuatro últimos, cuyas órbitas no se habían calculado aun cuando se re- dactó este cuadro. El campo de los descubrimientos se ensanchó des- pués mucho mas. TOMO III. 38 — 594 00 «O I— • oo «o «o «o •o C) «o ^^ «o tií co :: ira ~ . ^ o 05 «o (?M ooe'^-'^-vfo tí S =- iO es o -- (3>1 o «¡^ 03 Cira?ffl»5»' «scNO^H ^ ©■! o rtM ~ • ^ '^ w '* o r^ u H oo ^ CO -^ o CO •< ^(M-rj(,-iC^sOi^5vlCO r-i T-4 CO oo -H ira t- t^ — 1- ■^ oo o ^ os ira r-> s .Oíaccira'^r-'as<2, H >T-i'5í<3'ico~,''^iCi2 o LO '>5ítCO^''^l^'^ O f-, o ~ rjl ^- C5 S S?< 00 CO ^ «b "^-"^co b í- CQ — ' ce i3í -^ io o — o t— — < -- oo »^ _^ .2 o o -^ »ra <^ LO r- ;^ c CO ©í ;ra CO -' »ra oo ^ p^ c ~~ ce o ^"^ .^r- cD io CO o - - ;o o cj «^ -^ — os -^ 5^ b & u jT s-o "^ »o ^ o <^i o -^ . CO T-i ~ so o u eS 'CM CO *ra ~ LO - oo C» '5Í' ;íO GO fO OO ^-H OS es «» _. 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T^ -r- t- T-< K ^ ti C] — a. rt ü LD - .2-S rt -a o lo, i 'a .—1 o -2 s — — * .— C3 'te ^ f" ^ s :2 Wi 'CS o O) 2 o « lg O -o C es _ ^ = g ,¿ » 'O .— •" C3 C ^ a> 13 o -o ■" o c "" bo O) B en O) — > eí -a 1^ — -rg — i cC >- 596 — (6) A lo que se había dicho, en el texto, acerca de los satélites de Urano, es preciso añadir, que según noticias del 8 de noviembre de 1831, debidas ala amistad de Juan Herschell, Lassei, había observado distintamente los dias 24, *28, 30 de octubre y 2 de noviembre de 1838 dos satélites de Urano, colocados todavía mas cerca del planeta princi- pal que el primer satélite de G. Herschell, al cual atribuía dicho astró- nomo una revolución de 5 días y 21 horas próximamente, pero que no ha vuelto á verse después. Las revoluciones de los dos satélites recono- cidos por Lassei, están evaluadas aproximadamente en 4 dias, y en 2 dias y medio. FIN DEL TOMO TERCERO. índice DE LAS MATERIAS CONTENIDAS EN ESTE TOMO. PRIMERA Parte. Introducción pags. 3 Parte uranológ"ica de la descripción física del mundo (generalidades). 23 I. Espacios celestes. — Hipótesis acerca de la materia que parece llenar dichos espacios 29 II. Vision natural y telescópica; centelleo de las estrellas; velo- cidad de la luz; resultados de las medidas folométricas. . . 42 Serie fotométrica de las estrellas III. Número, distribución y colores de las estrellas; grupos estela- res; via láctea sembrada de raras nebulosas 94 IV. Estrellas nuevas; estrellas cambiantes de periodos comproba- dos; astros cuyo brillo esperimenta variaciones, pero cuya periodicidad aun no ha sido reconocida 137 V. Movimientos propios de las estrellas; existencia problemática de astros oscuros; paralajes, distancias de algunas estrellas; dudas sobre la existencia de un cuerpo central en el uni- verso estelar 175 VI. Estrellas dobles y múltiples; su número y sus distancias mu- tuas; duración de la revolución de dos soles alrededor de su centro de gravedad 193 Vil. Las Nebulosas. Nebulosas reductibles é irreductibles, Nubes de Magallanes; manchas negras ó sacos de carbón. . . . 213 SEGUNDA PARTE. Sistema solar. Los planetas y sus satélites, los cometas, la luz zo- diacal y los asteroides meteorices 257 I. El sol considerado como cuerpo centra] 264 II. Los planetas 291 — 598 — Nociones particulares sobre los planetas y los satélites. . . 334 III. Los cometas 379 IV. Luz zodiacal 397 V. Estrellas errantes. Bólidos y piedras nieleóricas 402 Conclusión de la parte uranológ"ica 427 Notas de la primera parte 43o Observaciones complementarias para la primera parte 526 Notas de la seg-unda parte 527 Observaciones complementarias para la segunda parte 593 ÍIN DEL índice DEL TOMO? TERCEi ¿te A. iV, f^ ^^ Cé-íP\^ J Vi^^^ *-. 'C>VÍa Á íA k^é /^, Ík. z ^Li,LibJ^ L.^ {^If^ílT' X .^..dáfck Q 158.H8ólxv3 3 9358 00220109 O Q158 H861x V.3 Huraboldtt Alexanderf freiherr von, 1769-185d. Cosmos ; ensayo de una descripción f isica dei mundo / Alejandro De Humboldt. Vertido al castellano por Bernardo Giner y José De Fuentes, aíadrid : Roig, 1874-75. 4 V* ; 22 cm« 220109 MBNU S'li^r^iJf: J« '^^■ rfj Q158.H861xv3 3 9358 00220109 O -ftr i 'A<. *B^ A :#*^ '«», i .1* A. \^r.