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DESCUBRIMIENTO

DEL

Río DE LAS AMAZONAS

Tirada de doscientos ejemplares.

Ejemplar núm. i 7 1

0

DESCUBRIMIENTO

RIO DE LAS AMAZONAS

SEGÚN LA RELACIÓN

DE FR. GASPAR DE CARVAJAL

CON OTKOS DOCUMtNTOS HBrKKEHTtS

Á FRANXISCU DE ORELLANA Y SUS COMPAÑEROS

PUBLICADOS k EXPENSAS

DEL EXCMO. SR. DUQUE DE TSERCLAES DE TILLY

coa una Inlroducciún híslúri» j algaaag ilustracioDes

POR JOSÉ TORIBIO MEDINA

oAr £t Academia OutfmM, C^rrtÉ^onditntt dr las Rrattt AcajUwtüu ía Lingua

jiiita Hübrria. dt la dt Bvnai Lttrai dr Stvilla 31 dil butituts

Ctatrifiiú ArgmHne.

SEVILLA

Imprenta de E, RASCO, Bustos Tavera, núm. i MDCCCXCIV

^

<3 3 3 ^.^-T^-v^-

í

S^í/o^caVV Wvvd

AL EXCMO. SEÑOR

DUQUE DE T SERCLAES DE TILLY

Cúmpleme manifestar aquí que á V. co- rresponde por entero la idea de ptd)licar la Relación del P. Carvajal qtie encabeza esta colección de documentos sobre el Rio de las Amazonas. Se empeñó V, en disp>ensarme el inmerecido favor de qtie me encargase de en- tregarlos d la imprenta, y atmque mis afielo- nes me llamaban a otros temas, no he podido ni debido excusarme de tan honroso cometido, si bien del todo incierto de si podría cum- plirlo dignamente.

Más ó únenos importantes, pero con ex- cepción quizás de uno ó dos, estos documentos son absolutamente desconocidos. La historia y la geografía de América le son por eso deu- doras á V. desde hoy de que salgan á la luz pública y contribuyan así á aumentar el cau-

dal de las pruebas para el estudio de un pe- ríodo histórico qu£ recién comienza á cono^ cerse en sus fuentes.

Presentólos á V. ahora junto con el re- sultado de mis investigaciones en los Archi- vos y el resumen de mis noticias sobre el des- cubridor del Aínazoíms, sobre el crofíista de su expedición y sobre los hoínbres que en ella figuraron.

Quiera V.,pues, aceptar este trabajo cofno homenaje qu^ por todos conceptos le pertenece y como testimonio de la alta estima de su amigo afectisifno.

José Toribio Medina.

Sevilla, 6 de Diciembre de 1894.

INTRODUCCIÓN I

^^^Documenf ación del viaje de Orellana.

Doeamemas que le iiicla;eD eo Mte Tolnroeo.— Lis dos soHei qae com- preodea. Rííaci&n del P. Ourajal.— Hechoc que abiua.— Juicio qse á Pernándei de Oviedo.

I OS documentos de que consta el pre- sente volumen se dividen en dos se- ries bien marcadas: una que com- prende lo relativo al viaje de Fran- cisco de Orellana por el Río del Maratón abajo, y otra que abraza lo que toca á su expedición de des- cubrimiento y conquista en las regiones bañadas por aquel río, y á que oficialmente se dio el nom- bre de Nueva Andalucía. Estos últimos se extienden desde el número X en adelante, comenzando por los preliminares de la capitulación que el Capitán ex- tremeño celebró con el Rey hasta las noticias fi-

vui Introducción.

nales que se tienen del desenlace de aquella mal- hadada expedición. Abundan en detalles sobre los antecedentes del viaje, pero son en realidad defi- dentes cuando se trata de apreciar sus incidencias, como que en esta parte se reducen á la deposición de Francisco de Guzmán, uno de los expediciona- rios, pobremente escrita, sin coordinación de fechas, y que en su original aparece aun sin firma; pero que, tal como es, es el único documento que desde los tiempos de Herrera hasta nuestros días se co- noce sobre aquel suceso.

Esta pobreza de documentación sobre la expe- dición de Orellana á la Nueva Andalucía tiene, sin embargo, su explicación. En ella pereció su prota- gonista principal, no tuvo herederos que pudieran hacerla valer algún día entre los méritos con que después pretendieran adornarse, y de hecho fué tan desgraciada, tan pobre en sus resultados y en todo tan desacertada, que á ninguno de los que en ella figuraron se le ocurrió más tarde levantar alguna in formación de servicios tan comunes en aquellos tiempos en las colonias españolas de América en * que hubieran podido constar sus incidencias.

Habríamos podido completar esta serie con las condiciones usurarias puestas á Orellana por los co- merciantes genoveses de Sevilla, que existen en el

Documentación del Viaje ix

Archivo de Indias, y con otras dos piezas relativas á la visita de la armada en las vísperas de su par- tida de Sanlúcar; pero como aquéllas no tuvieron efecto, y las segundas han sido publicadas en el últi- mo tomo de la Colección de Torres de Mendoza, hemos preferido omitirlas por no abultar demasiado este volumen.

Los de la primera serie merecen un estudio más detenido. Claro está que el documento jefe de los que la componen es la Relcuión de Fr. Gaspar de Carvajal, de la cual se conocen dos ejemplares, uno que insertó el cronista Gonzalo Fernández de Ovie- do en su Historia general de las Ifulzas, ' haciéndole algunos arreglos, y el que hoy ve la luz pública por primera vez. Publicado el libro de aquel cronista en 1 85 1, permaneció inédita hasta esa fecha, de modo que fué conocida de muy pocos; siendo de todas maneras sumamente extraño que no llegase á noticia del diligente Prescott, que en su Historia de la Conquista del Perú hubo de valerse para re- ferir el viaje de Orellana de las escasas noticias con- signadas por Zarate y de las no siempre fidedignas que estampa el Inca Garcilaso de la Vega, su autor favorito.

I La Relaáón del P. Carvajal ocupa las páginas 541-574 del tomo IV de la obra del primer cronista de Indias.

II

IfUroduccion

Antonio de Herrera, eco todo, la tinro á la vista y la sigue muy de cerca, casi al pie de la letra, conforme á su sistema de extractar los documentos de que pudo di^x>ner. *

E>e la Relación que permanecía manuscrita exis- te una copia incompleta en la colección de docu- mentos reunida por Muñoz que se conserva en la Real Academia de la Historia, ddiciencia que es posible procediese del original 3 de que el infatiga- ble historiógrafo tomó su trasunto, pero más pro- bablemente aún del poco cuidado que se tuvo al encuadernarlos. De un modo ó de otro, el hecho es que copia completa hasta ahora no se conocía, y en esa ignorancia hubiéramos seguido quién sabe por cuánto tiempo á no ser por la acertada idea de nuestro ilustrado amigo el Excmo. Sr. Duque de TSerclaes de Tilly, que ha querido con su amor á las letras y proverbial generosidad que se diese á la prensa la que él poseía. 4

a Como prueba de este hecho allá van tres citas tomadas de la década V, libro VIH, capítulos IV, V y VI de su obra.

«Afirma el P. Carvajal que se defendieron tanto estos indiost etc.. «Afirma el P. Carvajal que un ave los siguió» etc.. «V segün el P. Carvajal refiere, navegaron por él» etc..

3 No es fácil verificar esta circunstancia, porque en la copia de nuestra referencia no existe indicación alguna de dónde fue tomada.

4 La Relación que posee el sefior Duque, á nuestro juicio, no es autógrafa del P. Carvajal, si bien los caracteres de la letra corresponden en un lodo á la época en que debió escribirse. Las dos ó tres roturas que

Documentación del Viaje xi

Habiendo, pues, tenido á la vista una y otra, he- mos procedido á publicar esta última, anotando las variantes de alguna importancia que su examen y cotejo nos ofreció. Este estudio comparado nos lleva á la conclusión de que ambas son obra de una misma mano, hecho de que no puede en modo al- guno dudarse, y que las variantes proceden, en par- te, ó de haberse hecho las copias quizás al dictado por amanuenses poco peritos, ó ya de que el autor suprimió en una ó agregó en otra palabras y aun frases que creyó luego más expresivas ó ajustadas á la verdad.

Con excepción de los primeros párrafos que el P. Carvajal dedica á referir la llegada de Orellana al campamento de Gonzalo Pizarro, todo lo demás de la Relación fué escrito por su autor como tes- tigo de vista. 5 No se sabía cuánto podía durar aquel viaje por la corriente de un río ignorado que ser- penteaba á través de aquellas inmensas y desconoci- das regiones; los expedicionarios no sabían siquiera

en ella se notan provienen de que, habiendo estado unida á otros papeles, la cuchilla del encuadernador se llevó en el extremo de las páginas algunas palabras.

5 «V aunque esto que he dicho hasta aquí no lo v{ ni me hallé en ello, pero infórmeme de todos los que venían con el dicho Capitán, por- que estaba yo con el dicho Gonzalo Pizarro y le vi entrar á él y sus com- pafieros de la manera que dicho tengo; pero lo que de aquí en adelante dijere será como testigo de vista»... ReUuión, pág. 5.

XII ífUroduccián

el nombre de los pueblos á través de los cuales ha- bían de pasar, ni mucho menos los idiomas que hablaban sus habitadores; desconocían en absoluto aquel clima, los árboles que poblaban las riberas, los animales tan nuevos para ellos que á cada paso divisaban, los peces que veían saltar á los costados del bergantín en que iban embarcados: pero sabían bien que llevaban un viaje de descubrimiento, y que como memoria del suceso, y en previsión del por- venir, era muy conveniente ir anotando día por día las peripecias de aquella aventurada empresa, y de esto se encargó precisamente el P. Carvajal.

Su Relación abarca, pues, desde fines de Diciem- bre de 1 54 1, en que Orellana y sus compañeros se separaron del cuerpo expedicionario de Gonzalo Pi- zarro, hasta el ii de Septiembre del año siguiente, en que el bergantín en que iba el religioso dominico arribó á la Nueva Cádiz en la Isla de Cubagua. Li- mitada la Relación á la crónica de los sucesos del viaje, no hay motivo alguno por el cual no nos me- rezca completa fe, por más que en ocasiones el au- tor atribuya ciertos hechos á causas sobrenaturales, y que en otras se maniñeste entusiasta admirador de su jefe y compatriota, t Yo, dice él mismo al dar término á su Relación, he querido tomar este poco trabajo y suceso de nuestro camino y navegación.

Documentación del Viaje xm

así para decirla y notiñcar la verdad en todo ello, como para quitar ocasiones á muchos que quieran contar esta nuestra peregrinación, ó al revés de co- mo lo hemos pasado y visto; y es verdad en todo lo que yo he escrito y contado»....

Fernández de Oviedo, que mejor que nadie es- taba en situación de apreciar lo que aseveraba el P. Carvajal, se hace solidario de su relato, expre- sando, no sin asomos de burla de críticos descon- tentadizos: digo que holgara de verle é de cono- cerle mucho, porque me paresce que este tal es digno de escribir cosas de Indias, é que debe ser creído en virtud de aquellos dos flechazos, de los cuales el uno le quitó ó quebró el ojo: é con aquel solo, demás de lo que su auctoridad é persona me- resce, ques mucho segund afírman los que le han tractado, creería yo más que á los que con dos ojos, é sin entenderse ni entender qué cosa sea Indias, ni haber venido á ellas, desde Europa hablan é han escripto muchas novelas» ... ^

6 historia general y natural de las Indias ^ t. IV, pág. 574.

XIV Introducción

II

í^ Fr. Gaspar de Carvajal, cronista de la expedición de Orellana.

Patria y Dactmiento de Fr. Gaspar de Carvajal. Pasa al Perú en compafiía del Obispo Valverde. Disquisidón acerca de la fecha de su partida (nota). Funda la Provincia de la Orden de Santo Domingo en el Perú. Acompafia á Gonzalo Pizarro á Quito. Su viaje por el Ama- zonas.— Regresa de la isla de Cubagua á Lima. Su intervención en las querellas de los Oidores con el Virey Núfiez Vela. Su amistad con La Gasea. Cargos que desempefia en la Provincia. E^ elegido pro- vincial.— Su proyectado viaje á Madrid y Roma. Su intervención en favor de los indios. Su muerte.

|L autor de este documento llamábase fray Gaspar de Carvajal. Nacido en Trujillo de Extremadura 7 hacia los años de 1504,^ hallábase ya ordenado en alguno de los conventos

7 El nombre del P. Carvajal no lo hemos podido encontrar ni en el Catálogo dt los libros, etc., qui tratan di Extremadura, Madrid, 1865, 4.*, ni en el Aparato bibliográfico de Extremadura, Madrid, 1877, 4.*, del erudito sefior Barrantes.

Que era extremefio lo afirman el cronista de la Orden en el Perú, Meléndez, Tesoros verdaderos de las Indias, \, pág. 369; y que había na- cido en Trujillo lo asegura Oviedo, t. IV, pág. 574. Hay, además, un dato emanado del mismo P. Carvajal en que bien claro lo da á entender tam- bién, cuando al prestar su declaración en una información de servicios ren- dida por Francisco de Valverde en Lima, en 1579, expresa que «había conocido á sus padres y abuelos y á toda su familia desde Trujillo.»

8 Deducimos esta fecha de la declaración que acabamos de mencio- nar, en que hablando de su edad dijo tener entonces setenta y cinco aftos.

Fr, Gaspar de Carvajal xv

dominicos de Castilla, probablemente en el de San Pablo de Valladolid, cuando por real cédula de 30 de Septiembre de 1535 el Monarca encargó al Ge- neral de la Orden que diese las disposiciones nece- sarias para que diez de sus religiosos marchasen al Perú en compañía de Fr. Vicente de Valverde, tan famoso en la historia por la parte que le cupo en la prisión de Atahualpa, y que debía pronto regresar al Perú como obispo de aquella tierra.

El General apresuróse á cumplir la recomenda- ción del soberano, reunió ocho de los diez frailes que se le pedían, púsolos bajo la inmediata obediencia de Fr. Gaspar de Carvajal, y tan activos anduvieron és- tos, que ya á ñnes de aquel año se encargaba á los Oficiales reales de Sevilla que diesen y pagasen á los religiosos que iban con Valverde lo que fuese justo y razonable, 9 conforme á la calidad de sus personas; si bien por circunstancias ajenas á los expediciona- rios, y especialmente por la tardanza en la llegada de las bulas del P. Valverde, que hubo al fin de partir sin haberlas recibido, hubieron de permane- cer en Sevilla hasta los comienzos del año subsi- guiente, en que pudieron al fin darse á la vela con dirección á Nombre de Dios y Panamá. »^

9 Real cédula de 8 de Diciembre de 1535.

10 Por real cédala de 7 de Julio de 1536 se ordenó á los Oficiales

XVI Introducción

No tenemos noticia acerca de la fecha precisa de la llegada del P. Carvajal al Perú, pero en cam- bio sabemos que había sabido responder perfecta-

que pagasen el paaaje de loa reKgioaot» y esto misiDo se les TolTid á en- cargar en 3 de Novienibre; y el hecho es que hay constancia de que el 9 de Diciembre aun no partían. Por esta drconstaocia nos inclinamos á creer qne U salida tcodrta logar qoisás en Eneio de 1537.

La fijación dt esta fecha no es tan sencilla como parece. El cronista Meléodes asegura qoe Carrajal pasó al Perú con los diez religiosos que ooodnjo Fr. Joan de Olías ea 1533. Esta era hasta ahora la dnica noticia qoe se tenía del hecho, y la qne los historiadores modernos se habían risto en el caso de repetir, como lo ha hecho nuestro amigo González Soáres en HUtoria del Ecuadúr, t. II, pág. 296.

En nna carta de los Oficiales de la Casa de la Contratación, datada en Sevilla á 13 de Enero de 1533, se lee el siguiente párrafo: «La rela- ción qne en esta Casa hay de los frailes qoe han pasado á las Indias des- pués que el Emperador nuestro sefior partió para Italia enriamos con la presente á Voestra Majestad.» Eo este docnmeato creímos encontrar, bien la confirmación del dato del cronista dominicano, ó bien su desmentido; pero desgraciadamente esa lista de los frailes no parece en el Archivo de indias.

Con igual propósito registramos los libros de asientos de pasajeros que iban á Indias, los legajos de informaciones levantadas al mismo intento y los cedularios, tanto del Indiferente General como de la Audiencia de Li- ma; pero también sin resultado alguno. En vista de esto, y á falta de otros datoa, debíamos aceptar también b fecha fijada por Meléodez, cuando nos encontramos con una carta del P. Carvajal, escrita al Rey desde Lima en 9 de Abril de 1561, en recomendación del Marqués de Cafiete, en que dice qne so informe será dado sin pasión, «como lo he hecho, expresa, veintidoco afkos en lo que se ha ofrecido en este reino, adonde me envió el cristianísimo Emperador padre de V. M. con religiosos los primeros que pasaron á poblar esta provincia.»

Computando cifras, resulta así, que habiendo sido escrita esa carta en 1561, como dedamoa, el despacho de Carvajal al Perú había tenido lugar hacia veintidnco afios, esto es en 1 536, fecha que corresponde per- fectamente con la que dejamos expresada en el texto.

Esta indicación se compleu todavía con otro dato que no» «nminiKtra también el mismo Carvajal: la dedaradóo soya prestada en la informa- cióB dt V«>wd% midida sn Uaa, á q(oe nos hemos referido va. «n ^wt

Fr. Gaspar de Carvajal xvii

mente á la confianza depositada en él por el Gene- ral de su Orden, cual era que fuese á fundar en aquella tierra el primer convento dominico. En efec-

dice textualmeDté «que vino de Espafia en compañía del Obispo Valverde cuando hixo sa viaje á Castilla, y entoDces vino este testigo con frailes de sa Orden por vicario general dellos á poblar la Orden de Santo Domingo en este reino.»

Últimamente hemos encontrado un documento que resuelve U duda de una manera terminante: es la partida sentada al pie de la cédula en que se enoBgaba.á kos Oficiales Reales de la Casa de la Cootrataddo que pagasen el pasaje de los religiosos dominicos, en que se anotan s«a nom- bres, 7 asn el de la nave eO' que partieron. Debemos citar esa cédula 7 las diligendas á que dio lugar.

«La Reina.f-»Nuestro8 Oficiales que residís- 'en la dbdad' de Sevilla en la Casa de la Contrataciáa de las Indias: el levetendo -padre fray Vi- cente de Valverde, decto obispo de la provincia del Perú, me ha e^ripte que bien sabíamos como oa habíamos mandado que pioveyésedes de pa- saje y matalotaje á ctertoa religiosos de su Orden que lleva consigo á la dicha provincia del Perú para la instrución de los naturales delki ea las cosas de nuestra santa Fee católica, y que vosotros les provecía mal de lo que han menester, porque habiendo menester cada uno dellos veinte duca- dos, DO les dais más de seis, con los cuales aun diz que no tienen para comprar pan y vino, suplicándome lo mandase proveer como más fuese servido; y porque los religiosos que así el dicho electo Obispo lleva con- sigo son personas de buena vida y ejemplo, y de quien confiamos que será Dios Nuestro Sefior servido en la dicha instrución, por lo cual tengo voluntad de les hacer merced en lo que hobiere lugar, y que sean bien tra- tados y favorescidos, yo vos mando que con parecer del dicho electo Obis- po proveáis á los dichos religiosos de lo que hobieren menester para su pa- saje y matalotaje, y que así en esto como en lo demás que ahí les tocare los ayudéis y favorezcáis, por manera que vayan proveídos de lo necesa- rio ordenadamente, que en ello me serviréis. De Valladolid, á tres días del mes de Noviembre de mili é quinientos y treinta é seis afios.— Yo la Reina. Por mandado de Su Majestad, Joan de Samano, Y en las espal- das de la dicha cédula están tres sefiales de firmas.

»Por virtud de la cual dicha cédula de Su Majestad, suso escripta, en nueve días del mes de Diciembre deste presente afio de mili é quinientos y treinta é seis afios pasamos en data á Francisco Tello, tesorero desta Casa de la Contratación de las Indias, ochenta é dos ducados de oro, que montan

III

XVIII Introducción

to, en Noviembre de 1538 le hallamos de vicario provincial en Lima, defendiendo el derecho de asilo del convento que tenía fundado contra los avances de un teniente que quería extraer de allí á un preso, incidente en que procedió con tanta cordura como ñrmeza. ' '

Hallábase, pues, en Lima cuando Gonzalo Pi- zarro pasó por allí en dirección á Quito á tomar

treiotft míU y sietecientos é cincnenta maravedís, que ha de dar é pagar á fray Toríbio de Oropesa, y fray Alonso Daza, y fray Gaspar de Car- vajal, y fray Alonso de Sotomayor, y fray Antonio de Castro, y fray Pedro de UUoa, y fray Gerónimo Ponce, y fray Francisco de Plaxencia, qoe son ocho religiosos de la Orden de Santo Domingo que nombró fray Vicente de Valverde, electo obispo de la provincia del Pertf, en cuenta de los que tiene comisión de Sa Majestad para pasar á la dicha provincia, para sn matalotaje desde aquí al puerto del Nombre de Dios, á rasón de dies du- cados á cada uno, como lo acordamos con parecer del dicho Obispo, que estuvo presente para el dicho matalotaje; y los dos ducados son para dos cajas en que lleven el dicho matalotaje: los cuales dichos ochenta é dos du- cados el dicho tesorero Francisco Tello ha de dar y pagar por virtud de la cédula de Su Majestad suso escrípta; la cual, con carta de pagos de los dichos religiosos y con que el dicho electo Obispo asiente é firme de su nombre en ella como este matalotaje se proveyó con su acuerdo y parecer, y el nombramiento quel dicho Obispo fizo de los dichos ocho religiosos, ha de tomar en su poder para su descargo. Pasaron estos ocho religiosos en la nao nombrada Santiago, de que es maestre Ginés de Carríón, con el cual nos concertamos que los oficiales de Tierra-firme le pagasen veinte y tres mili y quinientos maravedís, los siete mili y quinientos por una cámara, y los diez é seis mili por sus personas, á dos mili maravedís por cada uno.»

(Archivo de Indias, Contratación , cuenta tUl tesorera D, Francisco Tillo, 1530a 1537. 23- V3)

1 1 Pleito de Hernando Gonuále* y otros como fiadores de Francisco Boscán, etc., autos que existen en el Archivo de Indias.

Tanto por este incidente, en que Carvajal se llama provincial y los tes- tigos le designan con ese titulo, como por las palabras del mismo Carva- jal que hemos citado en la nota precedente, no puede caber duda de que

Fr, Gaspar de Carvajal xix

posesión del gobierno antes confiado á Benalcázar, llevando en su mente el proyecto de ir á descubrir las ricas tierras donde crecía la canela en las ver- tientes orientales de los Andes.

Carvajal era su paisano, extremeño como él; no tenía hasta entonces capellán que dijera misa á sus soldados y les pudiera confesar en los momentos de peligro, que sin duda no habían de escasear; era joven, fuerte, animoso y de prestigio, y dicho se está que hubo de invitarle á que le acompañase en una empresa en que podía servirse tanto á Dios y al Rey en el descubrimiento de una región que se su- ponía tan poblada como rica. En compañía de Pi- zarro salió, pues, de Quito, y cuando al finalizar el año de 1540 aquél resolvió enviar aguas abajo del Coca al Capitán Orellana con los enfermos, en busca de comida, en el bergantín que hacía poco habían fabricado, á Carvajal y al otro religioso que con ellos iba, quizás por las consideraciones debidas á su es- tado sacerdotal, se les dio también un lugar á bordo.

Se ha creído por muchos, mejor dicho, por la casi totalidad de los que han contado el viaje de Orellana, según hemos de verlo luego más deten ida-

CD efecto íné el fondador de la Orden de Santo Domingo en el Perú, y el primer yicario provincial que allí tuvo, hecho hasta ahora completamente desconocido, aun del P. Meléndec, y que es sumamente honroso para nues- tro aator.

XX Introducción

mente, que cuando éste resolvió abandonar á Gon- zalo Pfzarro y seguir su jomada por el Río abajo, d P. Carvajal fué el único, en unión de Hernán Sán- chez de Vargas, que se opuso á semejante proyecto, y que en castigo el irritado Capitán los abandonó en aquellas soledades.

Ya se comprenderá el absurdo de semejante aserto. Carvajal siguió la suerte de Orellana, desem- peñó con entereza y exactitud las funciones de su sagrado ministerio, y hubo de asistir á todos los com- bates que tantas veces pusieron en peligro las vidas de aquel puftado de arrojados aventureros; y en al- guno con tan mala suerte, cque no firíeron sino á mí, cuenta él mismo, que me dieron un flechazo por un ojo, que pasó la flecha á la otra parte, de la cual herida he perdido el ojo'* y no estoy sin fatiga y falta de dolor, puesto que Nuestro Señor, sin yo merecerlo, me ha querido otorgar la vida para que me enmiende y le sirva mejor que fasta aquí.» *3

Por fin, á mediados de Septiembre de 1542 lle- gaba á la isla de Cubagua.

Allí supo la muerte que los indios de la Puna habían dado al Obispo Valverde, su amigo y prelado,

12 cCosa que á todos dio mucha pesadumbre, afirma Herreía, por- que este padre, demás de ser muy religioso, con su amor y prudencia ayudó mucho en estos trabajos. 9 Década V, lib. VIII, pág. 196.

13 Relación, pág. 62.

Fr. Gaspar de Carvajal xxi

y la de Francisco Pizarro por los de Chile, H cir- cunstancias que quizá le indujeran á no acompañar á Orellana en su viaje á la corte. '5 El hecho fué que, sin pasar siquiera á Santo Domingo, *^ en pri- mera ocasión de navio se embarcó para Nombre de Dios, siguió á Panamá, y Hegó por fin á Lima, bien de salud, aunque con un ojo menos. '7

Bien fuese por el alto cargo que había estado desempeñando, bien por sus condiciones personales, es lo cierto que debía pasar por hombre de impor- tancia, cuando vemos el papel que le cupo desem- peñar en los sucesos que en Lima se desarrollaron

14 Asi consta de lo que el P. Carvajal refiere en su declaraci6n pres- tada en el proceso de que hemos hablado, sin expresar si á su arribo á la isla se tenia ya noticia de estos hechos, como es lo más probable» pnesto que la muerte de Pizarro había tenido lugar el 26 de Junio de 1541» ha- cía ya cerca de nn afio.

15 Parece, en efecto, extrafio que Orellana no llevase consigo al P. Carvajal, cuyo testimonio debía dar gran peso á su relato del viaje. Nos parece, pues, que si el religioso dominico no fué á la corte, no pudo ser sino en vista de que comprendía que era indispensable su presencia en Lima en aquellas circunstancias para salvaguardar los intereses de su Orden en medio de los prolandos trastornos politicos que se desarrollaban en el Perú, y cuando acababa de fallecer el Obispo Valverde, que hubiera podido ampararlos.

16 Esto se deduce de lo que cuenta Fernández de Oviedo, que en* tonces residía allí, cque hubiera holgado de verle y conoscerle mucho»: luego Carvajal no estuvo en aquella ciudad.

17 £1 itinerario del viaje de regreso se deduce de lo que consta de la pregunta 12 del interrogatorio de la información de servicios de Ginés Hernández (pág. 138 de este volumen); pues es natural suponer que los expedicionarios del Marafión que regresaron al Perú hicieran juntos el camino.

^ * M Introducción

uu\^ mnixyo de las discordias entre los Oidores y el virfcy Wasco Núftez Vela. Poseedor, al parecer, de la confianza de ambos bandos, al paso que recibía de Ruellos la comisión de ir á llamar al Virey para 9í^ K, presentase en las gradas de la Catedral, don- ^ w: esperaban en medio del pueblo que les rodea- "^> y cuando sin duda sabía ya que el propósito de W)8 Oidores era prender al Virey, cumple su come- lido, y una vez Blasco Núñez preso le advierte que prepare su alma y arregle su conciencia, y á renglón guiuo recibe del afligido magnate encargo de otra oajada, que un autor contemporáneo refiere en *o« términos siguientes:

» temiendo el Virey no se desmandasen á más

^^ Oidores con él, envió á Fr. Gaspar de Carvajal V c la orden de Santo Domingo) con un anillo suyo, 4^^ era muy conocido, para que sin embargo de

^^quier consideración el armada se entregase á los oidores. Llegado Fr. Gaspar, pasó muchas pláticas ^^^ Diego Alvarez, persuadiéndole con instancia que

^ Hiciese por la libertad y vida del Virey; lo cual J^más quiso hacer Diego Alvarez.» '^

'S Fernández, Historia del Perú, Sevilla, 1571, fol., t. II, hoja 20 v.

^ prisión del Virey tovo lugar el 18 de Septiembre de 1544- J^-» I* *^ja 19a.

^Q la armada fondeada en el Callao, Núfiez Vela tenia en calidad de ***^ á los hijos del Marqués Pizarro.

Fr. Gaspar de Carvajal xxra

Pasaban estos sucesos en los últimos meses del año 1544. El P. Carvajal era entonces subprior del convento de Lima, y ha debido desempeñar ese cargo probablemente durante cuatro años; al me- nos consta que en 1547 (26 de Octubre) asistió á la batalla de Pucará, »9 y que al año siguiente*® era prior en el Cuzco, donde trató con cierta intimidad al licenciado Pedro de La Gasea, según él mismo ha cuidado de decirlo.*'

Desde estos días puede decirse que termina para el P. Carvajal su intervención en las cosas políticas del Perú, y que á su antigua vida de aventuras su- cede la que era de razón para él como miembro de una Orden religiosa que tan vasto campo tenía en- tonces en América para la práctica de su instituto.

En efecto; el P. Meléndez refiere que La Gasea le envió á Tucumán con título de protector de in- dios, y que este nombramiento fué aprobado por

19 Declaración citada. No dice el P. Carvajal si se halló en ese he* cho de armas del lado de Pirjirro ó de Centeno, si bien puede creerse con fundamento que en compafiía de este último y contra su antiguo amigo y paisano, como todos los que hicieron el viaje del Amazonas, cuyas ínfor> roaciones de servicios han llegado hasta nosotros. Si así no hubiese sido nos parece que no habría podido tener amistad con La Gasea.

20 En la declaración suya que hemos citado reñere que se halló pre- sente cuando Gasea encomendó ciertos indios á Pero Lopes de Cazalla, cuyo título está dado en el Cuzco en 19 de Agosto de 1548.

ai cQue allí le visitó muchas veces, siendo prior del monasterio ^c sefior Santo Domingo de la dicha ciudad.» Declaración diada.

XXIV Introducción

real cédula de 1 6 de Julio de 1550; " que en el capítulo provincial de 1553 fué instituido vicario general de aquel convento y de las casas ya edifi- cadas y por edificar en aquelllos distritos, y predica* dor general: del de Guamanga. ^3

No sabemos si el P. Carvajal en cumplimiento de esta designación se trasladó ó á aquellos re- motos lugares; pero es constante que en fines de de Julio de 1557 salió elegido en el capítulo cele- brado en Lima provincial de su Orden en el Perú, y que, conforme á los deberes de su cargo, visitó muchos de los conventos de la Provincia.

Parecerá curioso oir lo que acerca del P. Car- vajal y su gobierno refiere uno de los frailes, que entonces era simple estudiante, y que andando d tiempo llegó á ser obispo de Concepción en Chfle:

este excelentísimo varón (Fr. Dommgo de Santo Tomás) sucedió el gran Fr. Gaspar de Car- vajal, religioso de mucho |>echo y no menor virtud, carretera y Dana, el cual á todos los conventos que Segaba cuando los iba á visitar en lo e^irituai y

Fr. Gaspar de Carvajal xxv

temporal, favoreciéndolo el Señor, dejaba augmen- tados: en su tiempo, en parte del, fué prior desta casa el muy religioso maestro Fr. Tomás de Argo- medo, varón docto y de mucho ejemplo, el cual el año de 6o me dio el hábito, á quienes, si no era cual, ó cual, nos quitaba los nombres y nos daba otros, diciendo que á la nueva vida nuevos nombres reque- rían: yo me llamaba Baltasar; mandó me llamase Reginaldo, y con él me quedé hasta hoy. Este reli- giosísimo varón fué el primero que en nuestro con- vento comenzó á poner orden en el coro; hasta entonces no la había, por no haber religiosos que lo sustentasen; en pocos meses tomamos más de treinta el hábito, con los cuales y los demás sacer- dotes del convento se comenzó de día y de noche, como en el más religioso de España, á guardar la observancia de la religión; y lo mismo se comenzó en los demás desta ciudad, porque hasta este año de 6o muy corto era el número de religiosos que había en los conventos: para que se vea cuan en breve la mano del Señor ha venido favorabilíssima sobre todos ellos. Dióme la profesión el padre provincial Fr. Gaspar de Carvajal, cumplido mi año de noviciado, que ojalá y en la simplicidad que en- tonces tenía hobiera perseverado. > *4

24 Eo el capítulo 38 de esta misma obra, que trata del monasterio

IV

XXVI Introducción

Uno de los pueblos de que hay constancia que fuera visitado por el Provincial Carvajal fué el de Guánuco en el norte del Perú, aunque su ausencia de Lima no ha podido ser muy larga, como que en 2 de Septiembre de 1559 se celebró en la capi- tal un capítulo intermedio, en que se dictaron varias disposiciones para el régimen interior de la Pro- vincia.

En el capítulo inmediato, que ha debido verifi- carse por el mes de Julio ó Agosto de 1561, Car- vajal, terminado su gobierno, salió elegido por uno de los cuatro definidores de la Provincia, y en el de 1565 para ir como procurador á España y Roma; si bien el cronista de la Orden dificulta, y con razón, que hiciera semejante viaje, como que en el capítulo de 1569 recibió el grado de presentado. *5

de la EDcamacióo, se cita también el nombre de Fr. Gaspar de Canrajal con motivo de nn incidente que no deja de ser curioso: «Guardan la profesión y regla de las monjas de San Pedro de las Duefias de Salamanca, sujetas al Ordinario; pretendieron con todas sus fuerzas ser monjas nuestras, empero nunca pudieron acabar con el P. Fr. Gaspar de Carvajal, de quien arriba brevemente tratamos siendo provincial, que las recibiese, aunque el Prior del convento, el P. M. Fr. Tomás de Argomedo, las favorecía todo lo po- sible, y por muchos días no perdieron la esperanza, y rezaban el orden de rezar nuestro y guardaban las constituciones de nuestra monjas, hasta que, ya perdida, tomaron la que tienen y profesan; celebran en este convento el Tránsito de Nuestra Sefiora.> Lihro que compuso Fr. BaUasar de Ovando, cap. XXVIII, etc. Biblioteca Nacional de Madrid, Manuscritos, J-41.

25 El motivo que hubo para que el P. Carvajal no emprendiera el viaje nunca lo supo el cronista Meléndez. Nosotros creemos que no pudo ser otro que la noticia que debieron tener los padres peruanos de que los

Fr, Gaspar cU Carvajal xxvii

Durante algunos años no se oye hablar de Car- vajal; pero en 1575 le vemos suscribir un documen- to altamente honroso para él, en que, dirigiéndose al Rey icomo cristiano y religioso», le pide que mire por la defensa de los indios. No podemos ex- cusarnos de transcribir este documento, que dice así:

cS. R. M. Luego que D. Francisco de Toledo vino por visorey destos reinos, juntó prelados y le- trados, y parece que acordaron y dieron por parecer que era lícito compeler á los indios á que se alqui- lasen para trabajar en la labor de las minas, y ansí se ha hecho y hace; y cuatro años que los com- pelen y llevan por fuerza á trabajar en ellas, de que reciben notables daños y agravios, especialmente en la labor de las minas de azogue. Tiénese entendido que V. M. no está informado dello, pues no lo manda remediar, siendo, como es, tan contrario al derecho divino y natural que hombres libres sean forzados y compelidos á trabajos tan excesivos y perjudi- ciales á su salud y vidas y impeditivos de la predi- cación evangélica y fe que se pretende persuadirles, sin otros muchos y grandes inconvenientes que de la tal compulsión se siguen; por los cuales y otros

de Chile despachaban con el mismo objeto á Fr. Cristóbal Nüfiez, quien á su paso por Lima recibió para el intento los poderes de aquéllos, que aparecen suscriptos en Lima en i.* de Julio de 1569, entre otros, por el P. Carvajal. Archivo de Iruiias.

XXVIII Introducción

respectos debidos, el Emperador nuestro señor, de gloriosa memoria, con mucho acuerdo había man- dado por sus provisiones y cédulas cesasen tales compulsiones y agravios. Habérnoslo tratado con el Arzobispo desta ciudad y otros prelados, y todos dicen ninguno haber sido de tal parecer que era lícito compeler á los dichos indios á la labor de las minas. Pareciónos que como cristianos y religiosos de la Orden de nuestro padre Santo Domingo, que siempre habemos tenido especial cuidado de volver por estos naturales, entendiendo el servicio que á Dios y á V. M. [se sigue], teníamos obligación de avisar desto á V. M., para que en ello mande poner el remedio debido para el descargo de su real con- ciencia, y para que estos naturales vasallos de V. M. sean desagraviados desta fuerza y violencia que pa- decen y puedan ser mejor instruidos en las cosas de la fe. Nuestro Señor la Real persona de V. M. guarde por muchos años con acrecentamiento de es- tados y señoríos, para su santo servicio, como sus vasallos deseamos, etc. De los Reyes, 1 7 de Marzo de 1575. S. R. M. Humildes capellanes y siervos de V. M., que sus reales pies besan. Fr. Gaspar de Carvajal, Fr. Alonso cU la Cerda, Fr, Mi- guel Adrián,

Cuál fuese el resultado de esta gestión caritati-

Fr, Gaspar cU Carvajal xxix

va de los dominicos del Perú, que en esto seguían las huellas del hombre más notable que la Orden tuvo jamás en América, Fr. Bartolomé de las Casas, no es del resorte del estudio biográfico que traemos entre manos. Debió quizás indisponer á sus fir- mantes con los encomenderos, los eternos explota- dores de la raza indígena; pero sin duda alguna au- mentó en el concepto público las consideraciones que se tributaban al P. Carvajal. Sus años no le per- mitían ya emprender los dilatados viajes que cons- tituyen la nota dominante de su larga carrera, y allí en el convento de Lima, que él había fundado y que desde tanto tiempo atrás era tranquilo refugio de su vejez, falleció en 1584, habiendo honrado su en- tierro la asistencia de los Cabildos, Tribunales, Pre- lados y religiosos.

Su Relación del viaje de Orellana, si bien es- crita sin arte, es el reflejo fiel de sus propias impre- siones y de lo que presenció, y el único documento que hasta ahora se conoce de aquel memorable suceso. *^

26 £1 priDcipal biógrafo del P. Carvajal ha sido hasta ahora fray Joan Meléndez, que eD el tomo I de sos Tesoros verdaderos de las Indias, que hizo imprimir en Roma en 1681, dedica largas páginas á contar la vida del cronista de Orellana; pero, como se habrá visto, incurre á cada paso en errores gravísimos. Baste con decir qoe supone que el P. Carvajal fué abandonado por aquel Capitán cuando resolvió emprender el viaje aguas abajo del Marafión, y que, por consiguiente, no ñguró en él.

XXX Introducción

III

^^ Autores qtie han escrito del viaje

de O rellana.

Otros docamentos. Memoriales é informaciones que parecen perdidos. Relación de Orellana. Críticas de qae fué objeto. Las amazonas. Opinión de Antonio de Herrera. Una carta de Gonzalo Fernández de Oviedo. Ligera revista de los autores que han escrito del viaje de Orellana. Orellana en el extranjero. Historiadores americanos.

la Relación del P. Carvajal siguen en nues- tro texto la carta de Gonzalo Pizarro en que denuncia al Rey la escapada de su su- bordinado; las piezas jurídicas formadas por Ore- llana luego de haberse separado de su jefe, á in- tento de poder justiñcar más tarde su conducta, pie- zas ambas cuya existencia el seAor Jiménez de la Espada nos había manifestado en las columnas de

Fundado en el testimonio de este autor, D. Federico González Suárex ha referido en breves lineas la vida del P. Carvajal en su Historia del Ecuador, t. II, págs. 296 y 297.

Ya antes que Meléndez otro dominico, Fr. Reginaldo de Lizárraga, habia recordado brevemente al P. Carvajal, sin consignar nada que sea pro- piamente de importancia.

Fr. Alonso Fernández, cronista general de los dominicos espafioles, no menciona siquiera al P. Carvajal en su Historia eclesiástica de nuestros tiempos, Toledo, 161 1, folio, tan interesante bajo muchos respectos; y los bi- bliógrafos de la Orden de Santo Domingo, y entre ellos Quetif y Echard, ni aun tuvieron noticia de la Relación de nuestro autor.

Historiadores de Ore llana xxxi

la Ilustración española y americana; el memorial de Orellana al Cabildo de Quito, que utilizó tam- bién el ilustre americanista que acabamos de citar, y que es de capital importancia para apreciar los hechos de la vida pública de nuestro héroe en el Perú; las informaciones de servicios levantadas por algunos de los expedicionarios, y la primera de to- das en el orden en que fué producida y por el al- cance que tiene, la de Cristóbal de Segovia, ren- dida á raíz de la conclusión del viaje de descubri- miento, y en que declara el mismo Orellana algunos particulares importantes de su carrera; y, por ñn, un fragmento del libro inédito de Toribio de Ortigue- ra, cuyo interés se deriva del hecho de referir los incidentes de la expedición por lo que le contaron algunos de los que en ella habían ñgurado.

Esto es lo que conocemos de aquel memorable viaje de descubrimiento; pero, desgraciadamente, no es ni con mucho toda la documentación á que el su- ceso dio lugar.

La deserción de Orellana produjo en Gonzalo Pizarro y sus compañeros la irritación más profunda, la que, como se comprenderá, debió traducirse en forma escrita y autenticarse conforme á los pro- cedimientos judiciales usados en aquella época. Pi- zarro, se sabe, no se limitó á escribir al Rey el oficio

xxxn Introducción

que hemos mencionado: hizo levantar informaciones del hecho, y las envió á la corte como cabeza de proceso contra aquel capitán que se le había alzado. mi noticia ha venido, expresaba Orellana poco después de su llegada á España, que por parte de Gonzalo Pizarro se han presentado c cartas infor- maciones» '7 diciendo que yo me partí del real donde él estaba, y que me alcé con un bergantín y canoas de gente y hacienda suya, y que por venirme alza- do murieron algunos de hambre;» si bien luego se maniñesta menos seguro de que el hecho que sos- pecha fuese exacto, pidiendo que en todo caso se le oiga, c porque no fuera justo quel dicho Gonzalo Pi- zarro informara lo que informa con testigos tomados por él como gobernador, que, según la calidad del negocio, habían de decir para disculparse á todo lo que se les pidiese. > ^

Por nuestra parte estamos persuadidos que esas informaciones debieron existir, y que sin duda al- guna Pizarro las hubiera de nuevo repetido á su regreso á Quito, si al llegar allí no se encontrara con la gravísima noticia de la muerte de su hermano

27 Tal es literalmente lo que dice Orellana. ¿Habrá querido hablar de cartas é informacioDes, 6 se referirá á sólo estas últimas? Nosotros cree- mos más natural que se tratase de unas y otras, conforme á lo que era na- tural en semejante caso y á lo que la práctica nos ensefla.

28 ' Pág. 95 de este volumen.

Historiadores de Ore/lana xxxiii

el Gobernador, hecho que sohcitó desde luego en absoluto su atención y que, despertando sus mi- ras ambiciosas, fué arrastrándole poco á poco hasta hacerle soñar en constituir un reino independiente de la madre patria con las dilatadas regiones descubier- tas y conquistadas, según él decía, por su familia.

De todos modos, el hecho es que esos documen- tos no parecen; y si bien faltan así testimonios de acusación contra Orellana, en cambio parecen tam- bién perdidos otros que pudieran alegarse en su de- fensa. Sea el primero la relación que el propio Ore- llana dio de su viaje, cuya existencia se establece de los siguientes fragmentos de textos oficiales.

En carta autógrafa del secretario Juan de Sá- mano al comendador mayor de León Francisco de los Cobos, fecha 31 de Mayo de 1543, hay un pá- rrafo como sigue: cEn cosas de Indias no hay que decir hasta la venida de Martín Alonso, que es la principal que agora se ha de desear. Uno ha venido del Perú, que ha salido por un río abajo, que ha na- vegado por mil ochocientas leguas y salió al Cabo de Sant Agustín, y porque son términos los que ha traído en su viaje que sin cansancio no los enten- derá V. S., no los digo, pues tan presto ha ser su venida;» y al margen, al parecer de letra del mismo Cobos, se lee: cque quisiera enviar relación para

XXXIV Introducción

S. M.; que la envien...» ^9 Y en conformidad á esta indicación escribía luego Sámano: cel memorial y re- lación del viaje que hizo el que vino del Perú no va con éste, porque se traslada y es muy grande: Uevallo el primero, y no es de tanta importancia que á mi parecer no sea más perjudicial que prove- choso, como lo escribiré á V. S. cuando vaya la relación.» 30

Dejando aparte esta última consideración, fun- dada en el temor de que el nuevo descubrimiento trajese alguna complicación con la Corte de Portu- gal, tenemos establecido de manera explícita que Orellana presentó en el Consejo de Indias una larga relación de su viaje, relación que hoy no parece en los Archivos. ¿Estaría esta relación basada en los apuntes del P. Carvajal? Es muy probable, si bien no podemos menos de creer que fuera distinta de las dos que conocemos del religioso dominico, y que á las líneas generales trazadas por éste, Orellana añadiese sus propias observaciones y personales im- presiones. Sería absurdo suponer que hubiese pre- sentado la del cronista, cuando sabemos los térmi-

29 Archivo de Simancas, Elstado, legajo 6i, fol. 208. Esta carta DO lleva indicación del afio, pero se halla entre papeles de 1543, y do puede ser otra su fecha.

30 Carta de y dt Junio de tS4j, Legajo citado, fol. 213.

Historiadores de Orellana xxxv

nos encomiásticos en que éste á cada paso se ex- presa de su «Capitán.»

Más aún: puede afirmarse que López de Goma- ra y Herrera conocieron esta relación de Orellana. Aquel autor, en efecto, la cita dándole el calificativo de «mentirosa», aunque, como observa Pinelo-Bar- cia, 3" no expresa el fundamento de su aserto. Pero no es difícil descubrirlo. Carvajal en sus apuntes y Orellana en la Corte habían hablado de las ama- zonas; y como la existencia de estas mujeres no pa- saba, de ser una patraña, formóse á uno y á otro un capítulo de acusación por haberse hecho apadrina- dores de una fábula destituida de toda verosimilitud.

«Entre los disparates que dijo, manifiesta en efec- to López de Gomara, fué afirmar que había en este río amazonas con quien él y sus compañeros pe- learan. Que las mujeres anden allí con armas y pe- leen no es mucho, pues en Paria, que no es muy le- jos, y en otras muchas partes de Indias, lo acostum- braban; ni creo que ninguna mujer se queme y corte la teta derecha para tirar el arco, pues con ella lo tiran muy bien, ni creo que maten ó destierren sus propios hijos, ni que vivan sin marido siendo luju- riosísimas. Otros, sin Orellana, han levantado seme- jante hablilla de amazonas después que se descu-

31 Biblioteca oriental y occidental, col. 683.

XXXVI Introducción

brieron las Indias, y nunca tal se ha visto ni se verá tampoco en este río. Con este testimonio, pues, es- criben y llaman muchos Río de las Amazonas, y se juntaron tantos para ir allá. » 3^

Y así como López de Gomara, algunos de los escritores antiguos se burlan de la credulidad que en esto manifestaban Orellana y Carvajal.

Sin embargo, nosotros creemos que estas incul- paciones á Orellana y al cronista de su expedición parten de un antecedente falso. El hecho innegable era que entre los indios con quienes tuvieron que pelear en el río vieron algunas mujeres que iban al frente de sus escuadrones; pero de ahí á sostener la existencia de las amazonas hay gran distancia. El P. Carvajal se limita á consignar las respuestas que el indio interrogado por Orellana dio acerca del mo- do de vivir de aquellas mujeres, pero nada más, 33 sin decir por su parte si él creyó ó en semejante relato. Por eso pensamos que el que está en la ver- dad es Antonio de Herrera al expresar que «en cuanto á las amazonas muchos juzgaron que el Ca- pitán Orellana no debiera dar este nombre á aque-

32 Edición Ribadeneira, pág. 210.

33 Asi lo entendió también Oviedo cuando dice: «De un indio queste Capitán Orellana trajo tuvieron infonnación que en la tierra questas ma- jeres son sefioras,» etc. Pág. 3S9, t. IV. Este indio ladino que tan com- pletamente eogafió á los expedicionarios murió después en Cnbagua.

Historiadores de Ore/lana xxxvii

Has mujeres que peleaban, ni con tan ñacos funda- mentos afirmar que había amazonas, porque en las Indias no fué nueva cosa pelear las mujeres y des- embrazar sus arcos, como se vio en algunas islas de Barlovento y Cartajena y su comarca, adonde se mostraron tan animosas como los hombres. 34

Además del importantísimo documento de que venimos hablando, notamos también la falta de los c memoriales > 35 de la jomada, que Herrera alcanzó á ver, y de los cuales, al parecer, no se aprovechó, y de las deposiciones ó cartas de los dos frailes 3^ que se hallaron en la expedición, y cuya existencia consta de la misma fuente.

Orellana desde la isla de Cubagua se dirigió á Santo Domingo, donde habló con él y supo de su boca las primicias del descubrimiento Gonzalo Fer- nández de Oviedo. Aquel viaje siguiendo la corrien- te de un río el mayor del mundo por espacio de rail ochocientas legnjas era un acontecimiento tan

34 Década V, lib. VIII, pág. 196, ed. de Madrid de 1723. Sería inú- til que tratáramos de reforzar lo que dice Herrera acerca de las indias que iban á los combates con sus maridos, porque este es un hecho bien ave- riguado respecto de muchas tribus americanas. Véanse nuestros Aborigems de Chile, donde hemos traído á colación varios de esos testimonios.

35 Dice, en efecto. Herrera: «Esto de las amazonas lo refiero como lo hallé en los memoriales de esta jomada.»

36 cAíirmaron los dos padres religiosos que en este viaje se halla- ron»...

XXXVIII Introduccibn

importante para la historia de la geografía, ó, como entonces afirmaba aquel cronista, cuna de las ma- yores cosas que han acaescido á hombres » , que va- lía la pena de hacerlo conocer desde luego en Eu- ropa. El cronista de Indias tomó, pues, la pluma, y en una larga carta lo anunció á Italia al Cardenal Bembo, que entonces gozaba de los favores de la célebre Lucrecia Borgia, carta que el compilador Bautista Ramusio insertó en un corto extracto en el tomo III 37 de su colección Delle ncwigatiane et viaggiy publicado en 1555; extracto que D. Gabriel de Cárdenas vertió á su vez al castellano, y cuyo manuscrito se conservaba en la librería de Barcia, según el autor de la Biblioteca oriental y occiden- tal, ^^

El mismo Oviedo refiere que algunos de los su- cesos de la expedición de Orellana los supo cpor cartas que vinieron después que este Capitán Ore- llana llegó á esta cibdad de Santo Domingo, escrip- ias en la cibdad de Popayán á 1 3 de Agosto de

37 Pág- 345 f ediciÓQ de 1605.

38 Picatoste y Rodríguez cita bajo el número 256 de su Biblioteca cienHfica española esta carta de Oviedo, aunque supone equivocadamente, siguiendo á Pinelo-Barcía, que forma parte de su Historia de las Indias,

La carta de Oviedo lleva la fecha de 20 de Enero de 1543. y fa^» por consiguiente, escrita antes de haberse enterado dos meses de la llegada de Orellana á Santo Domingo. Dice Pinelo-Barcia que constaba de veinti- cuatro hojas, al paso que el extracto de Ramusio sólo ocupa dos.

Historiadores de Orellana xxxix

1542,39 documentos todos de que al presente no se tiene noticia.

Conforme á lo que queda dicho, es fácil caer en cuenta de que el primer autor que haya historiado 40 el viaje de Orellana ha sido el cronista Fernández de Oviedo, á quien venimos citando. El haberse ha- llado en Santo Domingo cuando allí aportó el héroe del viaje con algunos de sus compañeros le permitió saber de buena fuente 4^ muchos de sus pormenores, y entre ellos algunos que el padre Carvajal no había consignado en sus apuntes, los cuales, por lo demás, insertó íntegros, según queda indicado, al fínal de su obra, si bien ésta permaneció desconocida hasta

39 Historia de las Indias, t. IV, pág. 385.

40 Apenas necesitamos decir aquí que en esta sumaría revista de los autores que han tratado del viaje de Orellana no mencionamos los artícu- los de díccionaríos, ni las historias del Brasil y libros portugueses en que por incidencia se trata del hecho, ni las relaciones de viajes, etc. Entre estas últimas merece, sin embargo, mencionarse la Relation abrégée d'un voyage

fait dans tintérieur de C Amérique Méridionale de La Condamine, quien parece haber disfrutado de la Relación de Orellana, segün lo que dice en la página 10 de la edición de París de 1745.

De las obras portuguesas debemos también exceptuar, por la especia- lidad del asunto de que trata y por su rareza, la Relacao Svmaria | das covsas do Maranhao. | Efcríta pello Capitao Symao Eftacio da Sylueira. | £m Lisboa. Com todas as licen^as neceffarias. Por Geraldo | da Vioha. Anno de 1624.

La jomada de Orellana, contada en breves líneas, se encuentra en la

pág. 3-

41 «Supe deste Capitán Orellana é sus consortes», etc. «De la gran- deza del Río Marafión me certiñcaron el capitán Francisco de Orellana é sus consortes, que aquí vinieron,» etc. T. IV, pág. 387.

XL Introducción

nuestros tiempos. Oigamos lo que al respecto ex- presa el mismo Oviedo:

porque donde he dicho estará escripto este viaje é descubrimiento del Marañón cui plenum, no me déteme aquí en ello, excepto en algunas parti- cularidades que, demás de lo que escribió como testigo de vista un devoto fraile de la Orden de Predicadores, yo he sabido después en esta cibdad de Santo Domingo del mesmo capitán Francisco de Orellana é de otros caballeros é hidalgos que con él vinieron. Las cuales el dicho fraile no es- cribió en su relación, porque no se acordó, ó no le paresció que se debía ocupar en ellas; y decirlo como deste Capitán é sus consortes lo entendí. »

De esta manera tenemos, pues, que ambos tra- bajos, el del fraile dominico y el del cronista de In- dias, se completan recíprocamente.

Pedro Cieza de León es otro de los historiado- res del viaje de Orellana que se halla exactamente en el mismo caso que Fernández de Oviedo. Su li- bro de la Guerra de Chupas, que contiene datos preciosos sobre el camino que anduvo Orellana des- de su salida de Guayaquil hasta su reunión con Gonzalo Pizarro, que sería inútil buscar en otra parte, ha permanecido inédito é ignorado mientras

42 T. IV, pág. 384.

Historiadores de Orel/ana xli

no se publicó en la Colección de documentos para la Historia de España, *3

Y como Cieza de León y Oviedo, Toribio de Ortiguera, autor de una obra especial intitulada Jor- nada del Rio Marañan^ con todo lo acaecido en ella y otras cosas notables dignas de ser sabidas acaeci- das en las Indias Occidentales del Perú, de la cual publicamos ahora el fragmento que se refiere al viaje de Orellana. 44

Testigo de muchos de los sucesos importantes que en su tiempo habían acaecido en el Perú, y deseoso de ofrecer al Rey una relación más Ó menos ordenada y minuciosa de los que habían tenido por teatro las riberas del Amazonas, escribió su libro valiéndose para lo que se refería á la expedición de Orellana del testimonio de algunos de los que en ella habían figurado. 45

43 Forma el tomo LXXVI de esa Colección, Madrid, 1881, 4.**, y ti- túlase Guerras civiles del Perú. Guerra de Chupas , págs. 61 y sigs.

44 Págs. 173-187 de este volumeo.

Ortiguera pasó á Indias en 1561 como capitáo á guerra de la ciudad de Nombre de Dios, y en el año siguieDte á Panamá á servir coDtra los rebeldes Rodrigo Méndes y Francisco de Santisteban, y después del desba- rate y muerte de éstos, al Perú, acudiendo, según él dice, «con muchas ve- ras y con todas mis fuerzas á todas las cosas que en el servicio de S. M. se ofrecían, con mis armas y caballo, á mi costa, ansí en los oficios de re- pública que administré, como sin ellos.» Habiendo regresado á E^pafla en 1585, consta que en 1596 se hallaba avecindado en Sevilla, donde «había hecho y fabricado una fragata desde la quilla», que deseaba enviar á las Indias, pretensión á que no se dio lugar. Archivo de Indias.

45 «Según yo me informé de algunos de los que se hallaron en ello,

VI

XLii Introdíución

Más afortunados, López de Gomara y Zarate, ^6 sus obras se publicaron durante sus días y sirvieron de fuente para referir estos hechos al Inca Garci- laso de la Vega, que pudo, además, utilizar el tes- timonio de «muchos de los que en este descubri- miento se hallaron con Gonzalo Pizarro», por lo cual, «diré, expresa, recogiendo de los unos y los otros, lo que pasó. > 47

Este ha sido el autor favorito en que más tarde han ido á buscar sus datos acerca de Orellana, Me-

que eran personas de opinión y crédito, como fueron el gobernador An- drés Contero, y Jaan de Vargas, tesorero de la Real Hacienda de Guaya- quil, y Andrés Duran Bravo, alguacil mayor desta ciudad, y el capitán Juan de Illanes, vecino encomendero de la ciudad de Quito, y Pero Do- mínguez Miradero.» Pág. i8i de este volumen.

Esta añrmación de Ortiguera es perfectamente exacta respecto de Hla- nes, Domínguez Miradero y Andrés Duran, quienes en realidad acompa- fiaron á Orellana en su viaje. El Juan de Vargas á que alude creemos que fué hijo de otro de su mismo nombre y apellido que se halló con aquéllos; y en cuanto al capitán Andrés Contero sábese que en efecto hizo una en- trada en las provincias de Quijos, Zumaco y la Canela por los afios de 1561. Sin duda Ortiguera debe en esto referirse á los conocimientos topo- gráficos que Con tero tenía de aquella región; pero á que acompañase á Orellana, pues de sus informaciones de servicios que se hallan en el Ar- chivo de Indias no consta semejante cosa.

46 I^pez de Gomara, Historia general de las Indias ^ pág. 243 de la edición Ribadeneíra.

Zarate, Historia del descHbrimiento y conquista del Perú, lib. IV, capí- tulos II, III, IV y V.

47 Comentarios reales, t. II, edición de Barcia. Publicada la Prime- ra Parte en Lisboa en 1609, la segunda, ó sea la Historia general del Pe- rú, vio la luz pública en Córdoba en 1617. Reimpresa la obra en Madrid en 1723 y en 1829, fué traducida al francés en 1633, traducción que ha alcanzado después varias ediciones.

Historiadores de Orel lana XLiii

léndez para sus Tesoros verdaderos de las Indias^ el jesuíta Rodríguez para su Maraüony Amazonas^ que lo ha copiado, según él mismo dice, ccasi con sus mismas palabras»,^ y, por ñn, el historiador Prescott, que por tal causa ha hecho desmerecer en esta parte á su magistral y artística Historia de la conquista del Perú,

Mejor informado que el Inca Garcilaso, Antonio de Herrera, que ha dedicado á la expedición de Orellana los capítulos VIII y IX del libro DC de la década VII de su Historia general de los hechos de los castellanos en las Isleos y Tierra/irme del Mar Océano^ nos ha presentado un cuadro bastante com- pleto del suceso, si bien no ha sacado todo el par- tido que hubiera podido de los documentos que tuvo á su disposición, algunos de las cuales hoy han des- aparecido ya. 49

48 Pá£. 5. Este autor, como se sabe, intercaló eD su libro (pági> Das 103-141 y 425-28) el Nuevo descubrimiento del gran Rio de las Ama* x^nas del P. Cristóbal de Acufia, del cual no tenemos que hablar, 7a que DO trata del personaje tema de nuestros estudios.

49 La obra de Herrera se imprimió en Madrid en los afios de i6oi- 1615 en cuatro volúmenes en folio, fué reimpresa en Amsterdam en ly^S» y entre ese afto y el de 1730 segunda vez en Madrid.

Hay de ella una traducción francesa por N. de la Coste, París, i66o- i67>> 3 vols., 4.* mayor.

El viaje de Orellana ha sido pobremente tratado por los autores ex- tranjeros, habiéndose limitado á traducir la versión de Zarate, Kerr en sus Vcyages and trovéis, Edimhurgk, 18 1 2, vol. 4, págs. 328 y sigs.; Stevens la de Herrera en su History of America, London, 1726, vol. V, pág. 251,

XLiv Introducción

En la América Española tenemos como histo- riadores incidentales de Francisco de Orellana al je- suíta Juan de Velasco, á D. Pedro Fermín Cevallos, á D. Pablo Herrera, todos ecuatorianos, á Lorente y Mendiburu en el Perú, y, por fin, á nuestro amigo el canónigo de Quito D. Federico González Suárez, que en su Historia general de ¿a República del Ecuador le ha dedicado páginas de interés, si bien no del todo irreprochables.

Finalmente, D. Marcos Jiménez de la Espada, perfecto conocedor de las regiones teatro de las ha- zañas de Orellana, y el más profundo y concienzudo de los americanistas españoles (sea dicho sin agra- vio de nadie), acaba de regalamos con varios pre- ciosos artículos, que han venido á derramar abun- dante luz sobre muchos de los incidentes del descu- brimiento del Amazonas. 5"

y Markham, que reuDió las del loca Garcilaso y la de Herrera en sa com- pilación de documentos titulada Exptditions into the Vaiüy of tkt Ama- %onSf London, 1859, 8.*

En las colecciones de viajes de Thevenot, Van der Aaa, Chorchill, ni en otra alguna que sepamos, con excepción de la de Ramusio, de que he- mos hablado antes, se encuentra la menor mención del Tiaje de Orellana.

50 Págs. 280-297 del t. II.

Velasco, Historia del Reino tU Quito. Quito, 1841-44, 3 yoIs., 4.* CcTallos, Resumen de la historia del Ecuador. Lima, 1870, 5 volú- menes en 4.«, y Guayaquil, 1886, vol. I, págs. 387-396.

Lorente, Historia de la conquista del Perú. Lima, 1861, 4.* Mendiburu, Diccionario histórico-lnográfico del Perú. Lima, 1874-88, 8 vols., 4.*

51 Conste aquí que si hubiéramos tenido noticia de que nuestro

Orellana en el teatro xlv

Hasta aquí llegamos con esta árida, si bien ne- cesaria revista de los historiadores de Orellana. Para completarla hemos de ver ahora cómo un reputado dramaturgo se apodera en lo antiguo de la ñgura de aquel descubridor, y la exhibe indignado entre los aplausos del público de los teatros.

IV

^^ Orellana en el teatro.

Los conquistadores en el teatro. Las Amazonas en las Indias, Un diálo- go de esta pieza. Cómo se pinta en ella á Orellana.

AS portentosas hazañas realizadas por los aventureros españoles; el teatro grandioso en que se habían desarrollado; el interés que estaban llamadas á despertar, todo contribuía á manifestar que las escenas y personajes se ofre- cían de por á los autores que quisieran aprove- charlos para presentarlos en el teatro. Y así tene-

distinguido amigo pensaba en semejante publicación no nos habríamos en- cargado de la tarea que llevamos entre manos, y cuyos resultados nos ima- ginamos que no corresponden á los esfuerzos que nos ha demandado.

El primer artículo del sefior Jiménez de la Espada se publicó en el número de 22 de Agosto de 1892 de la Ilustración española y americana, y los siguientes dos afios cabales más tarde. Es doblemente de sentir que hayan quedado incompletos y que su autor no los reuniera en un folleto.

A título de curiosidad, aunque más no sea, citaremos también aquí el artículo del sefior Gómez de Arteche, Orellana y el Rio de su nombre, con que se inició su Revista del Centenario en 1892.

XLVí Introducción

mos cómo uno tras otro fueron saliendo á las tablas Hernán Cortés, D. García Hurtado de Mendoza, el insigne D. Alonso de Ercilla, los Pizarros, y más tarde Núñez de Balboa, Almagro, el mismo Colón.

Materia de una interesante monografía sería sin duda alguna el examen de estas piezas dramáticas en que de ordinario se falseaba la historia y el ca- rácter de los personajes de la manera más burda, se cometían los anacronismos más estupendos, y, lo que es peor aún, eran á veces inspiradas por sen- timientos muy distintos de los que debe suponerse adornan á los poetas. 5 2

Francisco de Orellana es uno de los personajes que se hallan en este caso, si bien su ñgura reviste los caracteres de un mero incidente en la trilogía dramática compuesta por el maestro Tirso de Moli- na con el título de Hazañas de los Pizarros.

Sería ajeno á nuestro propósito y fastidioso por demás que entráramos en el análisis de pieza tan disparatada, debiendo, por lo tanto, limitamos á dar á conocer al lector los pasajes que se relacionan más de cerca con nuestro héroe.

En la segunda parte de aquella «comedia fa-

5a El análisis de estas piezas dramáticas qae se refieren á Chile, y especialmente á Ercilla, lo encontrará el lector en las págs. 1 1 1* 1 16 del to- mo I de nuestra Ifist. de la liieratura colonial tU CkiU, Santiago, 1878, 4.*

Orellana en el teatro xlvii

mosa» titulada Las Amazonas en las Indias se nos presentan como interlocutores Vaca de Castro y Francisco de Carvajal, el sanguinario maestre de campo de Gonzalo Pizarro, y entablan un diálogo que comienza así:

Vcua de Castro:

Y porque saber deseo la prodigiosa jomada (puesto que no afortunada) de la Canela, y os veo como en las armas bizarro en la paz entretenido, que nos la contéis os pido, pues triunfos de tal Pizarro justo es que los celebremos.

Carvajal:

Si hazafias pulpitos son y á me toca el sermón, obediencia, y prediquemos. Deseoso de ensanchar la cesárea monarquía de Espafía, el Marqués Pizarro renunció (asistiendo en Lima) en don Gonzalo el gobierno de Quito, cuyas provincias eran el límite entonces de las cristianas conquistas. Dióle quinientos soldados de la gente más lucida que alistó para estos orbes el valor y la codicia. Con ella, pues, y su esfuerzo hacia el oriente encamina cuatro mil indios armados

XLvm Introducción

y alegres con la noticia de que pasadas las sierras á las márgenes y orillas del monarca de las aguas, de esa tmdosa hidropesía que tantos Nilos se sorbe y por mil leguas desliza piélagos de inmensidades potable su oro en almíbar Marafión le dan por nombre (perdone vuesefioría si excedo ponderador, porque ahora no se estiman discursos en canto llano mientras no se hiperbolizan; que vocablos con guedejas son los que el vulgo autoriza). Digo, pues, que codiciosos con la fama recibida de los árboles canelas que aquellos peíiascos crían, marchamos al son del parche hasta una tierra que el Inga Gainacano rindió su imperio, pienso que se nombra Quinja.

Y continúa el autor relatando á su modo, y va- liéndose, á todas luces, del libro del Inca Garcilaso, la marcha de Gonzalo Pizarro hasta la construcción del bergantín, y luego dice:

Á Francisco de Orellana, por ser persona de estima, de su sangre y de su tierra, su gobierno le confía, y con cincuenta españoles

Orellana en el teatro xlix

le manda que á toda prisa por el Marañón abajo descubrimientos persiga, y que á las ochenta leguas aguarde, porque le avisan que allí con el Marañón dos ríos pierden la vida. Partióse el falso pariente, y en perdiéndose de vista con el bajel se levanta, la gente toda amotina, y al Padre Carvajal, de la Sagrada Familia del mejor Guzmán de España (porque de su tiranía los excesos reprehende), echa en tierra, y fué harta dicha que no pereciese de hambre, pues no comió en cuatro días. Llegamos al cabo de ocho por tierra á la referida región, y encontrando al fraile, nos cuenta la fuga, indigna de tal hombre y tal nobleza, con que en efecto nos piUa más de cien mil pesos de oro que nos dieron las conquistas.

Por estos fragmentos de la pieza es fácil juzgar la verdad histórica á que pretende ajustarse, y cómo la figura de Orellana sólo se exhibe para servir de adorno á la de Gonzalo Pizarro. Llega éste, por fin, á los dominios de las amazonas, donde una de ellas, á que se da el nombre de Menalipe, requiebra de amores á Gonzalo, y, tratando de persuadirle á que

VII

Introduccicm

se quede en su compañía, le dice:

Llevóte el falso pariente el bajel, tesoro y ropa: ¿sin él cómo vencerás cuando por los montes rompas imposibles formidables, ya en la tierra ya en las olas de ese casi mar inmenso?

Reflexiones que no logran convencer al Capitán español, y á que contesta en estos términos:

£1 Capitán Orellana con mi bergantín se alzó, y desnudos nos dejó: (deslexdtad torpe y villana) no llevará bien mi gente, si tus finezas admito, el no dar la vuelta á Quito. 53

Pero es tiempo ya de que abandonemos el cam- po de las Acciones poéticas, y que, teniendo á la vista los materiales históricos que hemos logrado reunir, entremos á ocupamos de la persona del descubridor del Amazonas.

53 \jL parte primera de la pieza del P. Téllez se titula Todo es dar en una cosa y hazañas de los Pizarros; la tercera, La lealtad contra la envi- dia y hazañas de los Pizarros, La segunda, á que pertenecen los pasajes que dejamos citados, se imprimió por primera vez en la Parte cuarta de las comedias del Maestro Tirso de Molina, Madrid, 1635, 4.* Ha sido reimpresa en Madrid en el siglo pasado, en tirada aparte, sin afio, 4.*, edición que no encontramos citada en el Catálogo bibliográfico del teatro antiguo espa- ñol del erudito Barren y Letrado.

DcUos biográficos de Ore ¿¿ana li

V

í^^ Datos biográficos de Francisco

de Ore¿¿ana.

Patria y Dacimieoto de Francisco de Orellana. Pasa á las Indias. Figura en la conquista del Perú. Funda la ciudad de Guayaquil. Ea nom- brado teniente de gobernador por Francisco Pixarro. Llegada de Gon- zalo Pizarro á Quito. Orellana celebra con él una entrevista y seresuel- Te á acompañarle á la expedición de la Canela. Memorial de los ser- vidos de Orellana y opinión que merece al Cabildo de Guayaquil.

|RANCisco de Orellana nació en Trujíllo S4 de Extremadura por los años de 1 5 1 1 , ss de una familia emparentada con la de Fran- cisco Pizarro, y fué siempre considerado como «per- sona principal 9 , para valemos de los términos usa- dos por un cronista á quien es de suponer muy bien informado sobre este particular. 5^ Debía ser muy

54 Asi consta del testimonio de Fernández de Oviedo, Historia di las Indias, t. IV, pág. 384, y del de Cieza de León, Guerra de Chupas,

55 Dedúcese esta fecha de ia declaración jurada del mismo Orella- na prestada en la Isla Margarita, en Octubre de 1542, en la información de servicios de Cristóbal de Segovia, en la que dijo tener entonces treinta afios, poco más ó menos. Sirva esto de desmentido á los que han dicho qne Orellana era ya viejo cuando realizó su viaje por el Amazonas. Tan jo- ven era, que sin el dato que consignamos, ya veremos más tarde las razo- nes que tuvo para casarse cuando volvió á Espafia...

Habiendo querido verificar la fecha del nacimiento de Orellana, hici- mos registrar por un amigo los libros de bautismos de Trujillo; pero re- sulta que éstos no remontan más allá de 1548.

56 Pizarro y Orellana, Varones ilustres del Nuevo Mundo, pág. 349,

Lii Inlroduccwn

joven, casi un niño, S7 cuando pasó á las Indias, por- que, según él mismo nos refiere, en 1542 hacía ya quince años que podía dar fe de los hechos de al- gunos conquistadores realizados en aquella tierra.

Pero ¿á qué parte de las Indias se dirigió prime- ro? Si su ida tuvo lugar en 1527, para atenernos á su propia cuenta, i>o pudo ser al Perú, que enton- ces aún no estaba descubierto. Su deudo Francisco Pizarro es verdad que por esa época se tenía ya ganada cierta reputación y que figuraba entre los primeros capitanes que se encontraban en Panamá madurando el proyectado descubrimiento de las tie- rras que se extendían hacia el sur, y que, al decir de los indígenas, se hallaban cuajadas de oro y ha- bitadas por hombres mucho más civilizados de los

edición Ribadexieinu

Orellana eo su petición al Cabildo de Quito, pág. io8 de este vola- men, se jacta también de ser «caballero hijodalgo é persona de honra», y los cabildantes, á su Tez, dan fe de qae era «caballero hijodalgo de solar coDosddo.»

57 Apesar de que en apariencia no puede abrigarse duda alguna de esta circanstancia, como qae consta de la propia declaración del interesa- do, que reriste todos los caracteres de auténtica, conviene, sin embargo, tener presente que los firmantes de tales declaraciones incurren de ordi» narío en contradicciones chocantes cuando se trata de fechas ó edades. Caso conocemos en qoe alguno de los testigos ha dicho en estas informaciones qoe su edad era de cuarenta afios, por ejemplo, cuando en realidad había figurado en acontecimientos verificados hacía más de treinta y cinco. Nos- otros, sin embargo, tenemos que atenemos á lo que rezan los documentos que revisten los caracteres de auténticos; y así, no nos queda más remedio qae aceptar lo que decimos en el texto.

Datos biográficos de Orellana luí

que hasta ese entonces se tenía noticia que pobla- sen las costas del mar hallado por Núñez de Balboa. La corriente de los descubrimientos se extendía ha- cia el norte, hacia las tierras que mediaban entre el Istmo y el gran imperio de los aztecas, destinado á ser el teatro de las hazañas de Hernán Cortés, ha- cia Nicaragua, en una palabra. Existen, en efecto, presunciones vehementes de que Orellana aportó en un principio á aquellas regiones, y que en ellas hizo sus primeras armas de conquistador, s^

58 MaDÍfestaremos aquí los motivos de nuestras presuociones. En la ÍDÍormación de servicios de Cristóbal de Segovia á que hemos aludido» la pregunta segunda dice así: «ítem, si saben, creen, vieron é oyeron dedr que podrá haber veiote y tres anos, poco más ó menos, que yo he resedido en las provincias de Nicaragua é la Nueva EspafiR y el Perú y otras pro- vincias comarcanas», etc.; y contestando á esta pregunta declara Orellana que conocía á Segovia de quince afios atrás, casi de vista, como de noticia qoe del ha tenido, el cual sabe que se ha hallado en las guerras que se han tenido, ansí en la Nueva Espatla como en el Perü... y en todo ello sabe qnél ha fecho», etc.

£s lástima que contra lo corriente en semejantes casos no se pregun- tase al declarante cómo lo sabía, si bien cuando una pregunta no se sabia se decía siempre que se había oído decir. Es de creer, pues, que Orellana sabía aquellos hechos por haberse encontrado en ellos, y esto parece con- firmarse por su deposición á la pregunta siguiente, cuando expresa «que lo contenido en esta pregunta no lo vido, mas que lo ha oído decir pú- blicamente», etc.

Deseosos de averiguar punto tan interesante, hemos registrado con escrupulosidad cuantas informaciones de servicios de aquel tiempo pro- dujeron los conquistadores de Panamá, Nicaragua y M¿kico, aunque sin re- saltado; lo que en mano'a alguna prueba que Orellana no figurase entre ellos, ya porque no se invocase su testimonio, ya por haberse ausentado al Perú. Por lo demás, debía ser poco amigo de figurar en semejantes informaciones, si hemos de atenernos á la que dió en el caso de Cristóbal

Liv Introduccibn

De todos modos, es por lo menos cosa que no admite duda que se halló cen las conquistas de Li- ma é Trujillo é Cuzco é seguimientos del Inga é conquista de Puerto Viejo é sus términos», 59 ciu- dad que se fundó en 12 de Marzo de 1535; en cu- yos hechos, si ganó caudal de honra, perdió en cam- bio un ojo. ^ Radicado «n este último pueblo, esta- bleció allí su casa, que fué siempre asilo y reparo de los españoles que á ella llegaban desde el norte atraídos por las fabulosas riquezas del imperio de los Incas. ^' Allí se hallaba cuando se tuvo noticia que las ciudades del Cuzco y Lima, que mandaban respectivamente Francisco y Hernando Pizarro, es- taban sitiadas por los indios, que se habían levan- tado en masa para destruir de un solo golpe aquel puñado de intrépidos aventureros. Las cosas esta-

de S«govia, en que trasciende la poca voIoDtad qae tenía á declarar, y eso qoe se trataba de nna en que estaba tan directamente interesado, como qae se refería á su TÍaje por el Amazonas.

59 Memorial al Cabildo de Quito , pág. io6 de este Tolumen.

60 Padece, paea, ona equÍTOcación López de Gomara coando dice que lo perdió en el viaje del Amazonas, confundiendo evidentemente á Orellana con so cronista Fr. Gaspar de Carvajal.

61 «Porqae cu el tiempo qnel dicho Capitán residía en la dicha vi- lla fué cuando acudió el golpe de la gente á estas partes, las cuales venían muy fatigadas é necesitadas de sus viajes, y hallaban ea casa del dicho ca- pitán Francisco de Orellana refrigerios, é los daba de comer, 6 sustentaba en sus enfermedades é necesidades, é creen que, si no fuera por él, peres- cieran muchos*... Acuerdo del Cabildo de Guayaquil ^ pág. 109 de este vo- lumen.

Datos biográficos de Orellana lv

ban aún en tal extremo, que no había tiempo que perder. La demanda de socorro llegaba apenas á Orellana cuando en el acto procede á comprar diez ó doce caballos, que en aquellos tiempos y lugares valían buena suma de pesos, ^* los reparte entre compañeros, pide dinero prestado, reúne más de ochenta hombres entre infantes y jinetes, á quienes paga sus deudas, y emprende apresuradamente su marcha por tierra á Lima en socorro de los sitiados.

Orellana con su gente llegó, en efecto, á Lima; ^ero alcanzó hasta el Cuzco? El hecho nos pare- ce muy dudoso. De la historia de aquellos sucesos consta que de los capitanes despachados por Fran- cisco Pizarro en socorro de su hermano, sólo llegó Alonso de Alvarado, que, habiendo salido de Li- ma en Abril de 1537, arribaba al valle de Aman- cay, en las cercanías de aquella ciudad, cuando ya Manco Inca había levantado el sitio. Bien es verdad que Orellana se limita á decir en su exposición de servicios que regresó al norte c habiendo dejado des- cercadas las dichas ciudades», hecho á que pudo referirse como verificado sin duda, por más que en él no tuviera participación alguna.

Pero lo que Orellana se calla intencionalmente en su memorial es la intervención que le cupo en

62 De 500 á 1. 000 pesos de oro cada uno.

LVi Introducción

las querellas de los dos gobernadores, Pizarro y Al- magro, y que tan fatal desenlace tuvieron para éste en la batalla de las Salinas, librada el 26 de Abril de 1538, y á la cual asistió después de haber sido alférez general de los setecientos hombres de á pie y de á caballo enviados desde Lima en protección de Hernando Pizarro por su hermano. ^3 Ocho días después de la batalla (4 de Mayo) Orellana par- tía para Lima como portador de una carta del Doc- tor Sepúlveda para el gobernador Pizarro, en que le avisaba lo que le parecía «se debía hacer para que no se acabase de perder aquella tierra. »

Testimonio de estos hechos rinden Cieza de León y Fernández de Oviedo, historiadores ambos bien informados, y en el caso imparciales. ¿Qué ex- plicación tiene este silencio de Orellana.'^ Como lo ha observado ya el señor Jiménez de la Espada, la causa no pudo ser otra que el desagrado con que se miró en la Corte aquel hecho, y el proceso que como consecuencia de él se siguió á Hernando Pi- zarro luego de su llegada á España, de que sin duda alguna se tenía ya conocimiento en el Perú en Fe- brero de 1 54 1, fecha del memorial de Orellana al Cabildo de Guayaquil. Orellana pensaba en ese en- tonces pedir la recompensa de sus servicios, y le

63 Cieza de León, Guerra de las Salimas, cap. LVIII.

Datos biográficos de Orellana lvii

4

convenía naturalmente no citar para nada el papel que en las Salinas había desempeñado.

Con la destrucción del bando de los almagris- tas, ó de los de Chile, como se les llamaba, muchos capitanes que habían servido bajo las banderas de Pizarro se encontraron sin tener qué hacer. Dejarlos en la inacción era en extremo peligroso cuando la levadura de los disturbios civiles estaba latente y po- día fermentar al menor amago, y era, además, ne- cesario remunerar de algún modo los servicios que habían prestado á la causa de los Pizarros. Por for- tima, en el Perú había todavía extensiones inmen- sas de territorios aún no descubiertas ni exploradas, algunas de las cuales la fama pintaba como riquí- simas;- y nada podía halagar más la ambición de gloria y la codicia de aquellos incansables aventure- ros que obtener un titulo para hacer aquellos nue- vos descubrimientos. Fué, pues, medida tan hábil como política de Pizarro repartir como premio á sus servidores y amigos autorizaciones para que, dispersándose en todas direcciones, el país quedase más tranquilo y satisfechas las aspiraciones de todos. En este reparto le cupo á Orellana la provincia de la Culata, que se le señaló con especial encargo de que en ella fundase una ciudad. ^4

64 «Me mandó, dice Orellana hablando de Piiiarro, é dio provisiones

VIII

LViii Introducción

En conformidad á esta determinación, Orellana, con la gente que logró reunir, entre la cual se con- taban € algunas personas señaladas » , á su costa é misión», salió de Lima con dirección al norte, poco después de mediado el año 1538.^5 La conquista de la tierra que le había cabido en el repartimiento no era de las más fáciles. Cruzada por varios ríos caudalosos, sembrada de grandes ciénegas en que se atollaban hombres y caballos, ofrecía además el in- conveniente de que los indios que la poblaban esta- ban envalentonados con los fracasos que habían he- cho experimentar á otros capitanes; pero Orellana triunfó de todos estos inconvenientes, y en confor- midad á sus instrucciones, luego de reducir á los in- dios á la obediencia de las armas españolas, procedió á fundar la ciudad de Santiago de Guayaquil en sitio más ventajoso del que en ocasiones anteriores ha- bía tenido.^

para que en nombre de Su Majestad y en el suyo viniese á conquistar é conquistase, con cargo de capitán general, la provincia de la Culata, en la cual fundase uoa cibdad.» Pág. 107 de este volumen.

65 Como la batalla de las Salinas se libró en 26 de Abril de 1538, y Orellana salió del Cuzco para Lima el 4 de Mayo, es de suponer que se pasarían algunos días antes de obtener su título, y, sobre todo, antes de juntar su gente. Por esto creemos que su partida para el norte no ha podido tener lugar antes de Julio de aquel afio. Si dispusiéramos del nombramiento de Pizarro, la fecha podría precisarse aun algo más; pero desgraciadamente ete documento no se encuentra en l(>s archivos.

66 4 Continuando en mis servicios, dice con este motivo Orellana,

Datos biográficos de Orel/ana i.ix

Pízarro recibió con agrado la noticia de haberse logrado al fín la fundación de una ciudad que estaba destinada á abrir á Quito puerta de comunicación con el mar, y se manifestó á la vez satisfecho de la manera como Orellana había desempeñado la co- misión. En consecuencia, le envió poderes y despa- chos para que en la nueva ciudad y en la de Puerto Viejo tuviese cargo de capitán general y teniente de gobernador. ^7 De cómo desempeñase Orellana estos puestos no existen detalles; si bien en un in- cidente que en aquel tiempo ocurrió en el distrito de su mando, altamente atentatorio á la moral, supo conducirse con la energía que la naturaleza del caso requería. ^^

Tranquilo se hallaba en aquel gobierno, y qui-

poblé é fundé cd nombre de S. M.^una cibdad, la cual puse por nombre la cibdad de Santiago.» Pág. 107 de este volumen.

Por lo que queda dicho se ve que Cieza de León y Antonio de Herrera se equivocan cuando afirman que la fundación tuvo lugar en 1537. Véase nuestra nota 1 á la Relación del P. Carvajal.

67 Este nombramiento debe haber tenido lugar, á más tardar, en Octubre de 1539. porque Orellana en 10 de Noviembre suscribía en Gua- yaquil el título de una encomienda de indios del pueblo de Quilca á favor de Juan de Mogollón, como «teniente de gobernador y de capitán general en estas provincias de la cibdad de Santiago é Puerto Viejo é sus térmi- nos.» Archivo de Indias, 1-6-4/9.

68 «Hallándose en la corte de Valladolid, en 6 de Febrero de 1 544, declaraba bajo su firma, á petición del Licenciado Villalobos, fiscal del Consejo de las Indias, sobre haber procedido contra ciertas personas por crinoen nefando de sodomía, siendo teniente de gobernador de Puerto Viejo, habiendo quemado á dos de ellas y confiscádoles sus bienes; y haber em- pleado igual procedimiento, por el mismo delito, contra otro vecino de allí

LX Introducción

zas comenzaba á aburrirse de una inacción que du- raba ya más de dos años, cuando supo que su ami- go, deudo y paisano Gonzalo Pizarro había presen- tado su título de gobernador de las provincias de Quito, en las que entraban Guayaquil y Puerto Viejo, al Cabildo de aquella ciudad el i.^ de Diciembre de 1540.

Pizarro llegaba en reemplazo de Sebastián de Benalcázar, nombrado por el Marqués su hermano, con el propósito de realizar desde allí una gran ex- pedición á las tierras del Dorado y la Canela. Tan pronto como Orellana supo que Pizarro había en- trado en el ejercicio del cargo de gobernador, y que de este modo pasaba á ser su nuevo jefe, se fué á Quito á verle y meterle en posesión» de la tierra que antes tenía por el Marqués y, á la vez, para ofrecerse á acompañarlo en la proyectada expedi- ción, idiciéndole como quería ir con él en servicio de Su Majestad y llevar sus amigos y gastar su ha- cienda para mejor servir».^ Pizarro aceptó el ofre- cimiento, como era de esperarlo, y con esto Ore-

que se llamaba Bartolomé Pérez, que se fago y á la 8az6n se hallaba en Valladolid.» Jiménez de la Espada, Articulo citado.

69 Así consta de la Relación del P. Carvajal, qae debía saberlo per- fectamente, y cuyo testimonio seguimos, naturalmente, contra la opinión de la generalidad de los historiadores, que afírman que Orellana se reunió á Pizarro en el curso de la jomada, sin concierto previo.

Datos biográficos de Orellana lxi

llana dio la vuelta á Guayaquil para arreglar las co- sas de los pueblos que había tenido á su cargo, reclutar la gente que había de acompañarle y pre- parar cuanto necesitaba para la jornada. 7o

Entre estos preparativos debemos contar la for- mación de su hoja de servicios, de que hasta enton- ces carecía, y que podría serle muy útil para solicitar del Rey que en premio de ellos le diese alguna go- bernación, que hasta eso alcanzaban sus pretensio- nes; y con efecto, apenas llegado, el 4 de Febrero, se dirigía á los ediles de la ciudad que había fundado con un memorial en que exponía los que le pare- ció convenía manifestar, para que á renglón segui- do emitiesen la opinión que ellos les merecían, y que, está demás decirlo, había de serle en un todo favorable. cPor las cosas que han visto é conocen del dicho Capitán, expresaban, é de su persona é virtudes, dicen quel dicho Capitán es persona en quien caben y están muy bien cualesquier cargos y oficios que S. M. tenga bien de le hacer merced, ansí de gobernación, como de otros cualesquier...» Estas palabras de los cabildantes de Guayaquil no pudieron menos de ser sumamente agradables á

70 El viaje de Orellana á Qnito, incluyendo la ida y vaelta, ha de- bido tener lugar entre mediados de Diciembre de 1540 y fines de Enero del afio siguiente.

Lxn Introduccián

Orellana. De su espíritu se había apoderado ya la idea, que le hostigaba á todas horas, de regir un gobierno aparte. No quería en lo de adelante depen- der de nadie, ni aunque fuese de un deudo y amigo; y para lograr su objeto necesitaba ya ir en persona á presentarse al Rey y manifestarle cuan merecido tenía lo que solicitaba. 7i

Dejemos á Orellana ultimando sus preparativos de viaje, y veamos qué era lo que mientras tanto ejecutaba Gonzalo Pizarro en Quito.

VI

í%^ Francisco de Orellana en la expedición

de Gonzalo Pizarro.

Noticias qae se tenían de las tierras del Dorado y la Canela. —Partida de Gonzalo Picarro. Primeros incidentes de la marcha. Orellana se in- corpora á la expedición. Es nombrado teniente general. Pizarro en- coentra los árboles de la canela. Vuelve al campamento y se reúne con Orellana. Prosigue Pizarro su marcha. Exploración de Ribera. Encuentros con los indios. Construcción del bergantín. Penali- dades del ejército de Pizarro. Envía éste á Orellana en el bergantín en busca de provisiones. Pizarro le denuncia por traidor.

¡iN duda el motivo principal que Gonzalo Pizarro había tenido para solicitar de su hermano que le cediese la gobernación de Quito, La Culata y Puerto Viejo era las noticias

71 En el memorial de Orellana al Cabildo de Guayaquil hay una

Orellana y Pizarra lxiii

que se tenían de la riqueza de las tierras que se ex- tendían hacia el Oriente, llamadas del Dorado y la Canela, y donde, al decir de t caciques principales y muy antiguos», cuyo dicho confirmaban algunos es- pañoles, había también muchas poblaciones. Luego de llegar á Quito, fué el primer cuidado del nue- vo Gobernador cerciorarse más de cerca de la ver- dad de tan lisonjeras noticias; y como los informes que allí recibiera coincidían en un todo con lo que desde más lejos le habían dicho, abrazó con calor el proyecto de realizar una gran expedición al in- terior.

Habiéndose hecho cargo del gobierno el i de Diciembre de 1540, como hemos dicho, tanta pri- sa se dio en sus aprestos, y tan adelantados esta- ban ya éstos al cabo de mes y medio, que el 18 de Febrero hubo de delegar su autoridad en Pedro de Fuelles, y ya terminados tres días después, cuando vemos que el Cabildo de Quito dispone, el 2 1 , que

frase que do deja lugar á la menor duda sobre su propósito de irse á Es- pafia eco el objeto que íodicamos. «É porque yo quiero ir 6 enviar á suplí- car á S. M., como á Rey y señor que agradecerá mis servicios, é los que de aquí adelante espero hacerle, que en pago dellos me haga mercedes, las cuales aquí no quiero expresar hasta las pedir é suplicar á S. M.,> etc.

Se ve, pues, que en primer término quería ir él en persona á la Cor- te, y, sólo en subsidio, enviar alguien que le representase. La razón que tenía para no expresar las mercedes que pensaba pedir se deduce también claramente que era el no disgustar á Pizarro, que no habría podido mirar con buenos ojos que un subordinado suyo dejase de depender de su mando.

LXiv Introducción

el procurador de la ciudad le requiriera para que hi- ciese quitar á los indios las cadenas y prisiones en que les tenía para llevarlos en su expedición. ^^

Había entonces logrado reunir hasta cuatro mil de esos infelices, como 22073 españoles, número considerable para aquellos tiempos, cque según la poca gente española que había en la tierra era gran cosa haberlos podido juntar», gente la más noble .y principal del reino, que por el prestigio del nom- bre del caudillo y la fama del nuevo descubrimien- to corrió á alistarse bajo sus banderas; casi otros tantos caballos, que por solos valían entonces una fortuna; arcabuces, ballestas y municiones de toda especie en abundancia; llamas como bestias de carga, destinadas á servir á la vez de alimento; más de dos mil 74 cerdos en pie, y casi otros tantos perros, auxiliares eficaces para cazar, y, cuando la ocasión se presentase, para echarlos á los indios enemigos y t aperrearlos > . Como guías llevaba na-

72 Herrera, Literatura ecuatoriana, pág. 106.

73 Hay discrepancia eo los historiadores acerca del DÚmero de espa- ftoles qne acompafiaroo á Pizarro. Cieza dice que eran 220, Oviedo 230, y Ortignera 2^. Entre estas ciñas hemos preferido la primera, porqne Pizarro en sa carta al Rey se limita á manifestar qae eran más de 200.

Apenas necesitamos advertir qne no nos proponemos relatar aquí la jomada de Pizarro en todos sus detalles, sino solamente dentro de las lí- neas generales que sirvan para explicar los antecedentes del viaje de des- cubrimiento de Orellana.

74 Cieza de León dice que fueron más de cinco mil.

Orellana y Pizarro lxv

turales prácticos de aquellas regiones, á Gonzalo Díaz de Pineda y á algunos de sus compañeros, que por allí habían andado hacía unos tres afíos; de maes- tre de campo á D. Antonio de Ribera; á Juan de Acosta de alférez general; y todavía, bien pronto esperaba contar con el concurso de Francisco de Orellana y de los soldados que éste le había ofrecido conducir en su compañía.

El alma de la empresa era naturalmente Gon- zalo Pizarro: valiente, de buena figura, excelente jinete, pasaba, en cambio, por hombre que sabía poco y por c apretado y no largo», según el retrato que de él nos ha dejado un contemporáneo.

Con el alma preñada de esperanzas y la mente llena de ensueños de riqueza salían de Quito, al fi- nalizar el mes de Febrero de 1541,75 los primeros soldados de aquella tan brillante expedición, ele- vando cada uno una espada y una rodela, é una pe- queña talega que llevaban debajo, en que era lle- vada por ellos su comida. » 76

La vanguardia mandada por Ribera, que lleva-

75 Tampoco se sabe de cierto el día de la partida de Pizarro: mien- tras unos la ponen en Marzo, Ortiguera, que pudo averiguarlo bien, la ñja en Febrero, fecha que nosotros aceptamos por lo menos para las avansa- das del pequefio ejército. El requerimiento del Procarador del Cabildo de Quito lo da también á entender así.

76 Cieza de León, Guerra de Chupas.

IX

LXVi Introducción

ba orden de seguir en derechura á la provincia de los Quijos, adelantó, en efecto, hasta el pueblo de Atunquijo. Pizarro, que había encomendado la re- taguardia á Cristóbal de Funes, iba en el centro, con el grueso de su gente, que á poco de salir de Quito« cuando tenían andadas siete leguas escasas, hubieron de pasar una sierra nevada en que pere- cieron de frío más de cien indios, y desde allí comen- taron á caminar por una región bastante áspera, cru- asada por varios ríos y casi toda cubierta de bosques, por entre los cuales debían abrirse camino con ha- chas y machetes; y dcsta manera anduvieron hasta que llegaron al valle de Zumaco, distante treinta leguas de Quito, 77 y que era el sitio que hasta en- tonces más poblado y mejor proveído de bastimen- tos hubieran encontrado. cAIIí senté el real, dice el mismo Pizarro, para le reformar, ansí á los espa- ñoles, como á los caballos, que iban todos muy fa- tigados de los grandes trabajos que habían pasado de subir y bajar las grandes sierras, y de las muchas puentes que se habían fecho para pasar los ríos.»

77 risarro dice en su carta al Rey que hasta allí había bien se- seota leguas, exageración que en este caso y en lo restante de so relación débese atribuir, como lo observa el Sr. Jiménez de la Espada, á qne con los trabajos que pasaba las distancias le parecían mucho mayores de lo qoe eran en realidad.

El pueblo de Zumaco, segtin Toribio de Ortiguera, se hallaba en el nido en que estaba en sus días fundada la ciudad de Avila.

Orel/ana y Pisar ro lxyu

En este punto, ó muy poco niás adelante^ fué donde Orellana y la gente que consigo traía se reu- nió al cuerpo expedicionario. Veamos ahora las cau- sas de su retardo y el modo como hasta allí llegó.

En principios de Febrero se hallaba, según que- da dicho, ocupado en arreglar en Guayaquil los tí- tulos con que creía poder obtener en la corte una gobernación; pero por mucha prisa que se diera en ultimar sus preparativos de marcha sabiendo que Pizarro no tardaría en partir de Quito, bien fuese por la natural tardanza que hubo de mediar en el apresto de los soldados que le tenían de acompa* i^r, bien por la diñcultad de proporcionarse los ele* mentos que necesitaba para el viaje, y que, según se dice, importaron la considerable suma de cuarenta mil pesos, 7^ es lo cierto que cuando llegó á Quito se encontró con la sorpresa de que Gonzalo Pizarro y su ejército habían partido ya. Los vecinos del pue- blo y la gente conocedora del camino que llevaba aquél le representaron entonces cuan peligroso sería aventurarse á seguir la marcha con tan poca gente como era la que le acompañaba, y que con toda probabilidad, caso de escapar á las asechanzas de

78 Es de creer que esta caotidad debió ser ado mayor, pues FerDán* dez de Oviedo dice que sólo en caballos (14) y municiones perdió en la jomada de Quito á Zumaco tos cuarenta mil pesos.

Lxviii Introdtución

los indios, de que había tantos ejemplos, era seguro que tendrían que perecer de hambre.

Pero Orellana no era hombre de arredrarse por estos tristes pronósticos. Estaba decidido á acom- pañar á Pizarro, así se lo había prometido, así con- venía á sus intereses, y la vacilación no podía tener cabida en su ánimo. ¿Q^^ d^^«^ ^^ ^ su jefe al verle faltar tan á los principios á ofrecimientos solemne- mente empeñados? 79

Siguiendo, pues, las huellas de Gonzalo, salió de Quito con veintitrés^ compañeros; pero á poco trecho debió convencerse de que las advertencias que se le hicieran no carecían de fundamento. Los indios le salieron al encuentro en varias ocasiones y le tuvieron en los mayores aprietos. Las pocas pro- visiones con que partió comenzaron á escasear; en todos aquellos contomos no había cómo proporcio- narse absolutamente nada, pues todo había queda- do asolado al paso del ejército expedicionario; y á tal extremo temió verse reducido, que desde el ca- mino despachó emisarios que llevasen á Pizarro la

79 «Y aunque los vecinos de la tierra se lo estorbaban por haber de pasar por tierra muy belicosa y fragosa y que temían lo matasen, como habían hecho á otros que habían ido con muy gran copia de gente; pero DO obstante esto, por servir á S. M., determinó con todo este riesgo de seguir tras el dicho Goberaador.» Relación del P. Carvajal ^ pág. 4.

80 Oviedo reduce á veinte este numero; pero el P. Carvajal, que le vio entrar en el campamento de Zamaco, dice que eran veintitrés.

Orellana y Pizarra lxix

noticia de la triste situación en que se hallaba, ex- puesto á perecer de hambre si no se despachaba á su encuentro algún socorro de bastimentos.

Trasmitió Gonzalo sin tardanza á su maestre de campo D. Antonio de Ribera las alarmantes noticias que le llegaban de Orellana, dándole orden para que despachase á alguien en su auxilio; Don Antonio, cuenta el cronista de estos sucesos, mandó al capi- tán Sancho de Caravajal que fuese á llevar socorro de comida con que pudiese llegar Orellana hasta allí; é Sancho de Caravajal se partió luego á se en- contrar con él, é luego que se vieron se holgaron con él de verse, y más de la comida que traían, de la cual tenía mucha necesidad.»^'

En el camino, él y sus soldados, habían perdido cuanto cargaban; de modo que cuando llegó al cam- pamento, cno llevaba sino una espada y una rodela, y sus compañeros por el consiguiente. >

Pizarro acogió á Orellana con muestras de gran contentamiento, y para darle testimonio de la opi- nión que le merecía, y quizás como cumplimiento de lo que entrambos pactaran en la entrevista de Qui- to, procedió á nombrarle su teniente general. ®*

8 1 Cieza de León, Guirra de Chupas, pág. 65, autor que segnimoi {>ara la relación de estos ÍDcidentes, como que es el único qae ha cuidado de consignarlos.

82 ¿Cuándo tuvo lagar la unión de Orellana con Pizarro? Para eso

Lxx Introducción

Después de hecho este nombramiento celebróse en el campamento una consulta entre los jefes y principales capitanes, para saber lo que debía ha- cerse en aquellas circunstancias. Orellana y sus com- pañeros llegaban del todo fatigados, y, mientras tanto, hacía ya muchos días que el ejército estaba allí detenido, las lluvias comenzaban á caer cada vez más abundantes, y así la necesidad de continuar la marcha se imponía sin esfuerzo. Resolvióse enton- ces que Pizarro avanzase con ochenta hombres de á pié, porque el paso para los caballos se hacía imposible por entre los bosques, y que, llevando consigo algunos guías indios, se encaminase direc- mente al oriente para ver qué era lo que había más adelante.

Hízose así, en efecto, y al cabo de setenta días de marcha, <en que se pasaron grandes trabajos y hambres por razón de la aspereza de la tierra y va- riación de los guías, del cual trabajo murieron algu- nos españoles», la avanzada de Pizarro encontró los árboles de la canela ^3 que buscaban. Pero este ha-

liabría que saber el tíempo que tardó éste hasta llegar á Zumaco y coánto hacía que el ejército estaba acampado allí, que, según Cieza, eran ya muchos días. Este mismo autor dice que Orellana y sus compañeros llegaron de Quito á Zumaco «al cabo de algunos días», dato que nos deja en la misma duda. Es probable que fuese antes de ñnalizar el mes de Marzo.

83 Conocidos en la historia natural con el nombre de Nettandra cinamomoidis.

Orellana y Pizarra lxxi

llazgo equivalía á un desengaño. La preciada planta se veía dispersa en grandes trechos, era en realidad escasa, y á primera vista comprendieron los desen- cantados expedicionarios que su comercio no podía ofrecer granjeria alguna. Entre aquellas montañas encontraron también algunos indios completamente salvajes, que habitaban en moradas miserables, á quienes Pizarro interrogó sobre si más adelante ha- bía valles y llanadas, porque su empeño era encon- trar camino practicable para los caballos; é irritado de que los indios no supiesen darle razón de lo que deseaba inquirir, entregó algunos para que los des- pedazasen los perros, y á otros hizo quemar.

Los compañeros de Gonzalo comenzaron á sen- tirse desalentados ante aquel primer desengaño; mas, guiados por su jefe, marcharon siempre ade- lante hasta llegar á un río cuyas orillas formaban una pequeña explanada de arena, en que determi- naron pasar la noche; y allí dormían cuando por una repentina avenida de las aguas hubieron de sal- varse á toda prisa en los barrancos inmediatos, no sin que tuvieran que perder parte de sus bagajes.

Desilusionados, pues, procuraron entonces vol- ver sobre sus pasos para ver modo de si por otra parte podían encontrar algún sendero más practica- ble. Cuando se hallaban ya á cuatro leguas de don-

Lxxn Introducción

de estaba situado Zamaíco^ Pízarro mandó hacer alto á su gente y que desde aUí se fuese en derechura al púdolo de Capua, sin que se avistase con los del real^ quizás para no contagiar á los demás con d desaliento que á él también comenzaba á dominarle, si bien sabía disimularlo. En esta nueva jomada die- ron con un río caudaloso que no podían vadear, pero vieron que surcaban sus aguas canoas tripuladas por indígenas, y que del lado opuesto se divisaban algunos en observación. Comenzaron entonces los españoles á llamarlos que viniesen sin temor, como lo hicieron quince ó veinte de ellos, llevando á la ca- beza á su cacique, á quien Pizarro agasajó luego con algunas bujerías muy del agrado de los salva- jes, á fin de que le dijese si tenía noticia de alguna buena tierra que hubiese más allá, aunque estuviese lejana. Escarmentado con lo que había pasado á los otros indios, Delicola, que así se llamaba el cacique, le reñrió entonces, á sabiendas de que era menti- ra, que adelante había grandes poblados y regiones muy ricas, gobernadas por señores poderosos, re- cibiendo en premio de su dicho el que Pizarro le mandase retener prisionero por los servicios que podía prestarle más tarde como guía.

Ante esta nueva, que los españoles tuvieron por cierta, interesados como se hallaban en creerla, vol-

Orellana y Pizarra Lxxui

\íó á renacer en todos la confianza en el éxito final^ y alegres comenzaron á caminar aguas arriba por la orilla del río hasta llegar á una angostura que éste hacía, y donde los indios trataron de defender el paso, á costa de algunos que perecieron con las des* cargas de los arcabuceros de Pirarro. Libre de ene- migos la ribera opuesta, echaron los españoles un puente en aquella angostura, y caminando del otro lado hallaron unas cuantas poblaciones^ insignifi- cantes y muy pocas provisiones, y llegaron por fin á unas sabanas de dos leguas de largo, que limitaban por todas partes bosques al parecer tan impenetra- bles como los que acababan de pasar.

Asentado allí su campamento, determinó Gon- zalo enviar á buscar á los compañeros que aún per- manecían en Zumaco; y después que todos estuvie- ron juntos, despachó al Maestre de Campo para que con cincuenta soldados fuese á explorar la tierra que parecía hacia lo de adelante, cel cual estuvo en ir y venir quince días y trajo relación de que había ha- liado un río muy grande, que junto á la lengua del agua había casas, y que en el río había visto muchos indios vestidos que andaban en canoas, y que le pa-

84 La principal de éstas, donde estuvo el campamento, te llamaba Quema ó Guema, y según el P. Carvajal asienta con error manifiesto, te hallaba situada á ciento treinta leguas de Quito.

X

Lxxiv Introducción

recia que aquella provincia estaba muy poblada, por- que andaban los indios que había visto vestidos y bien tratados. Y luego como vino con esta relación, continúa Pizarro, me partí y llegué á esta provin- cia, que se llama Omagua, pasando grandes ciéna- gas y muchos esteros. > ^5 Para ello hubieron de se- guir las orillas del río por espacio de veinte leguas, deteniéndose al fín en unas poblaciones cno gran- des.»

Una vez allí, fué el primer cuidado de Pizarro tra- tar de atraerse de paz á los indígenas, cuya amistad tanto le interesaba en aquellas circunstancias para procurarse comida. Los indios, que andaban siem- pre por el río en sus canoas, vinieron en un princi- pio en ello, y comenzaron sus canjes con los espa- ñoles; pero dentro de poco se alteraron, y los más desaparecieron, aunque no el cacique ni los princi- pales, que Gonzalo hacía vigilar muy de cerca. Ro- tas ya las hostilidades, lograron los expedicionarios apoderarse de algunas canoas, con las cuales pasa- ban de una parte á otra en busca de provisiones; si bien no se atrevían á aventurarse gran trecho por el río, porque había en él muchas veces ciento y ciento cincuenta canoas, tripuladas todas por indios de guerra, á quienes no era posible igualar en su

85 Carta citada, pág. 85 y sigs. de este volumen.

Orellana y Pizarra lxxv

destreza y agilidad para gobernar aquellas embar- caciones.

Como se vieron á orillas de aquel río, ty que ya de todo el servicio que habían sacado del Quito, re- fiere un cronista, no les había quedado nenguno, ni en la tierra lo hallaban por ser tan mala, [pensaron] que sería bueno hacer un bergantín para llevar por el río abajo el mantenimiento en él, é los caballos por tierra, deseando de dar en alguna buena tie- rra*... ^^ En él se podían embarcar también los enfer- mos, las municiones, las hachas y azadones, y otras cosas necesarias, porque ya la mayor, parte de los indios de servicio habían perecido y no había quien cargase con tanto bagaje; y por fin, porque en aque- lla guerra marítima, digámoslo así, el futuro bergan- tín había de ser arma poderosa á que no podrían re- sistir las débiles piraguas indígenas. Y si todo el tra- bajo que su construcción había de demandar resul- tase al fin infructuoso para los objetos inmediatos que se tenían en mira, en el bergantín podría en úl- timo caso embarcarse la gente, y, siguiendo la co- rriente del río, fsalir en él á la Mar del Norte»... ^7 Orellana, que, según dice su cronista, contradi-

86 Ciexa de LeóD, Guirra de Ckupíu, pág. 70.

87 Pizarro así lo dice termÍDantemeDte: «lo cnal todo hice con io- teDcióo, si DO topásemos buena tierra donde poblar, de no parar hasta salir á la Mar del Norte.»

Lxxvi Introducción

jo^ la construcción del bergantín, una vez acordada se manifestó más activo que nadie en allegar los ele- mentos que se necesitaban para ella: anduvo en per- sona por todo el campamento buscando hierro para clavos, distribuyó á los soldados las tareas que les correspondieron en la obra, despachaba á los in- dios á cortar en el bosque la madera necesaria, etc.; de suerte que en breve tiempo, con la ayuda de to- dos, se hizo el bergantín, cestanco y recio, aunque no muy grande. » ^9 En memoria de este hecho lla- móse á aquel pueblo el Barco.

Conñóse el cargo del barco á Juan de Alcánta- ra, té metieron dentro todo lo que en él cupo é podía llevar, é los españoles é caballos caminaron por aquel río abajo, é hallaron algunos pueblos pe- queños, de los cuales se proveían de bastimentos

S8 Se^ifai la Rtlaciín del P. Canrajal, Orellana ae oposo á la oons- tracción del bergantín, «por algunos buenos respetos»; habiendo sido de opinión qae, regresando á las sabanas donde había estado el campamento, se buscasen los caminos que pudieran llevarles á Pasto y Popayán.

No sabemos si al expresarse así, el dominico quería alejar hasta la sos- pecha de que Orellana hubiese meditado jannás abandonar á sa jefe, pues en cuanto á «los buenos respetos» no parece que admitan fundamento seno.

89 Ortiguera, pág. 179 de este ▼olumen. No sabemos, pues, ni la capacidad del bergantín ni el tiempo preciso que se tardó en hacerlo.

90 «E^tá situado este pueblo riberas deste río, sobre mano isquierda, en una barranca alta, seguro de las avenidas que suele haber con las lluvias del invierno, y por la cuenta estará á 70 leguas de la ciudad de Quito.» Ortiguera, lug, cU,

Orellana y Pizarra lxxvii

de maíz é yuca, é hallaron cantidad de guabas, que no era poca ayuda para pasar su necesidad. £ an- dando caminando por aquel río abajo, quisieron al- gunas veces salir á una parte é á otra para ver lo que había, y eran tantas las ciénagas é atolladeros, que no lo podían hacer; é por esto les era cosa for- zada caminar por el mesmo río, aunque no sin mu- cha dificultad, porque de aquellas ciénagas se hacían los esteros tan hondos, que era cosa forzosa pa- sarlos á nado con los caballos, y se ahogaron algu- nos caballos y españoles. É para pasar por aquellos esteros las indias é indios de su servicio, é la más ropa que llevaban, no podían, é buscaban algunas canoas para ello de las que tenían los indios escon- didas por allí, y donde eran angostos hacían puen- tes de árboles y por ellos pasaban; y desta manera anduvieron por el río abajo caminando cuarenta é tres jornadas, é no hobo día que no hallasen uno ó dos de aquellos esteros, tan hondables que los po- nían en el trabajo que decimos cada vez. £ halla- ban poca comida, é todo despoblado, é sentíase ya

91 «Seguimos el río abajo otras cincuenta leguas, al cabo de las cua- les se nos acabó el poblado, y íbamos ya con muy gran necesidad y falla de comida.» Relación de Carvajal, pág. 6.

«Duró esta orden y concierto por espacio de cincuenta leguas, en las cuales hallaron riberas del algunas poblaciones, de donde se iban prove- yendo de las comidas que les eran menester; y, éstas pactadas, dieron en des- poblado.» Ortiguera, pág. 179.

Lxxviii Introducción

el trabajo que decimos de la hambre; porque el ga- nado de puercos que sacaran de Quito, que más fué de cinco mil puercos, ya lo habían comido todo.»

Pero es tiempo ya de oir de boca del mismo Pi- zarro lo que aconteció al llegar á ese despoblado, que se decía ser precursor de otro aun mucho ma- yor, y del papel que en esas circunstancias desem- peñó Orellana.

cY yendo caminando el río abajo la vía que los guías decían, estando setenta leguas desta pro- vincia, tuve nueva de los guías que llevaba como había un despoblado grande en el cual no había co- mida ninguna; y sabido esto, hice parar el real y bastecemos de comida toda la más que se pudo ha- ber; y estándose ansí la gente proveyendo de co- mida, vino á el capitán Francisco de Orellana y me dijo como las guías que yo en su poder tenía puestas por mejor guarda y porque los hablase y dellos se informase de la tierra adentro, por estar desocupado, porque yo entendía en las cosas de guerra; y me dijo que las guías decían quel despo- blado era grande y que no había comida ninguna hasta donde se juntaba otro río grande con este por donde caminábamos, y que allí una jornada el río arriba había mucha comida; de las cuales guías yo me torné á informar y me dijeron lo que habían di-

Orellana y Pizarra lxxix

cho al Capitán Orellana; y el Capitán Orellana me dijo que por servir á V. M. y por amor de mí, que él quería tomar trabajo de ir á buscar la comida donde los indios decían, porquél estaba cierto que allí la habría; y que dándole el bergantín y las ca- noas armadas de sesenta hombres, quél iría á buscar la comida y la traería para socorro del real, y que como yo caminase hacia abajo y él viniese con la comida, quel socorro sería breve y dentro de diez ó doce días tomaría á el real.

» Y confiando quel capitán Orellana lo haría ansí como lo decía, porquél era mi teniente, dije que holgaba que fuese por la comida, y que mirase que viniese dentro de los doce días y por ninguna ma- nera no pasase de las juntas de los ríos, sino que trajese la comida y no curase de más, pues llevaba gente para lo hacer ansí; y él me dijo que por nin- guna manera él había de pasar de lo que yo le de- cía, y que él vernía con la comida en el término que había dicho. Y con esta confianza que del tuve le di el bergantín y canoas y los sesenta hombres, porque había nueva que andaban muchos indios en canoas por el río; diciéndole ansimismo, que pues los guías habían dicho que en el principio del des- poblado había dos ríos muy grandes, que no se podían facer puentes, que dejase allí cuatro ó cinco

Lxxx Iníroducción

canoas para pasar el real; y me prometió de lo ansí facer, y ansí se partió.

>Y no mirando á lo que debía al servicio de V. M. y á lo que debía de facer como por le había sido dicho, como su capitán, y al bien del real y jomada, en lugar de traer la comida, se fué por el río sin dejar ningún proveimiento, dejando tan solamente las señales y cortaduras de cómo ha- bían saltado en tierra y estado en las juntas y en otras partes, sin haber parescido ni nueva de él fasta ahora, usando con todo el real de la mayor crueldad que inñeles ningunos usaran, viéndole quedar tan desproveído de comida y metido en tan gran despo- blado y entre tan grandes ríos, llevando todos los arcabuces y ballestas 9^ y municiones y herrajes de todo el real; yxon gran trabajo llegó el real á las juntas donde me había de esperar. Y llegados, como la gente del real viese las juntas y no ser socorridos de la comida, porque se había ido y no había ma- nera de hallar ninguna comida, se puso en gran des- mayo, porque había muchos días que todo el real

92 Grave exageracióo cometió Pizarro al afirmar esto, puesto que á bordo sólo ibau tres arcabuces y cuatro ó cinco ballestas, según se deduce del siguiente pasaje de la Relación del P. Carvajal publicada en Oviedo: «otro día por la mafiana mandó el Capitán que todos estuviesen á punto é se armasen é toviesen prestos tres arcaduces c cuatro ó cinco ballestas que había entre los compañeros. Historia <U las Indias, t. IV, pág. 544.

La traición de Ore ¿¿ana lxxxi

no comía sino cogollos de bihaos y algunos cuescos que hallaban por el suelo que caían de los árboles, con todos los géneros de salvajinas ponzoñosas que podían hallar, porque se habían comido en este des- poblado más de mili perros y más de cien caballos, sin otro género de comida alguna, á causa de lo cual mucha gente del real había adolecido y esta- ban unos ñacos y otros se murieron de hambre y no estar para poder pasar adelante. » 93

VII

^^ La traición de Ore ¿¿ana,

£1 ejército de Pizarro llega al río Coca. Camioo recorrido por los expedU cíonaríos del bergantín. Determinación del ponto en que se detuvie- ron.— Elementos que sirven para establecerlo. El río Coraray. Centro etnográfico de los irimaraes. Antecedentes históricos. Algo sobre los compafleros de Orellana. Los días de marcha. Descripción del viaje de Orellana hasta las juntas. Orellana en Aparia. Antecedentes de la traición. Lo que dicen los historiadores. Opiniones de Oviedo y Or- tiguera. Id. de Jiménez de la Espada. Resumen de nuestra defensa. Orellana no fué traidor.

con esto llegamos ya al punto culminante de la vida de Francisco de Orellana, al que fué origen de su gloria y causa de las terribles acusaciones que se han hecho pesar sobre

93 Carta citada^ pág. 89 de este volumen.

Comparando este pasaje, que podríamos llamar el acta de acnsadón

XI

Lxxxii Introducción

su nombre. Para apreciar, pues, con la escrúpulo- sidad que materia tan grave requiere las circuns- tancias, lugares y fecha en que se desarrollaba aquel drama que tenía por escenario las vírgenes selvas del Nuevo Mundo y por actores á aquel puñado de arrojados aventureros, procuraremos aclarar aquí, valiéndonos de los testimonios de que podemos dis- poner, cuándo, cómo y dónde tuvo lugar el suceso inicial del viaje de descubrimiento que venimos es- tudiando. .

Los expedicionarios habían partido de Quito, como se recordará, en los últimos días de Febrero de 1 54 1, y vagando inciertos y casi sin rumbo por las regiones del lado oriental que caen un poco al sur de la línea equinoccial, habían ido á parar, des- pués de diez meses casi cabales, 94 á un río ancho y caudaloso que corría por el valle de la Coca, nom- bre que hasta el día de hoy ha conservado. 95

de Orel lana, con la Relación de Carvajal, es fácil ver que ambos están perfectamente de acuerdo.

94 «Salimos del real segundo día de Pascua de la Natividad de Nuestro Redemptor Jesucristo, lunes, afio é día segundo de mili ¿ quinien- tos é cuarenta é dos*, ó sea, el 26 de Diciembre de 1541, pues el dos final es, á todas luces, una errata de imprenta. Relación de Carvajal, pnblicada por Oviedo.

95 Los antiguos cronistas que hablan de este río, sin excepción, le llaman así. El P. Carvajal en su Relación le nombra «Río Grande que baja de los Quijos.» En el notable mapa de D. Pedro Maldonado, publicado en 1750, á continuación del nombre del Coca, se encuentra la siguiente leyenda: «Río que navegó Gonzalo Pizarro, y por donde Orellana desea-

La traición de Orellana Lxxxiii

Establecido este dato, que es indiscutible, re- sulta, según algunos, que siendo el Ñapo de los geó- grafos actuales, ó el de la Canela de los conquista- dores, el primer río grande al cual une aquél sus aguas, las juntas á que Gonzalo Pizarro se refiere no podían ser otras que las de estos ríos.

Pero ¿hasta qué punto es esto exacto?

Por la Relación del P. Carvajal se sabe que á poco de partir del campamento engrosaban el cau- dal del Coca t otros muchos ríos que entraban en él por la mano diestra hacia el sur. > ^6

Se trataba efectivamente de ríos, y, lo que es más importante aún, de ríos cuyos nombres cons- tan de la Relación del P. Carvajal publicada por Oviedo. fCon este río, dice el religioso dominico, hablando del Coca, se juntan otros poderosos ríos, así como llaman el de Cosanga, por el cual asú mismo pasamos, como otro que se dice Payamino y el de la Canela, > 97 Puesto que estos nombres se conservan aún en las cartas geográficas moder- nas, 98 con excepción del último, que se ha cambiado

brió el Marafióo.» Apesar de estos testímonios, Prescott creyó que era el Ñapo; pero el sefior Jiménez de la Espada, que ha visitado aquellos laga- res, es de la misma opinión de los cronistas.

96 Pág. 7 de este volumen.

97 Oviedo, t. IV, pág. 542.

98 La última de esas cartas es la del Doctor WolíT publicada en Leipzig, hace dos afios, que es la que tenemos á la vista.

Lxxxiv Introducción

por el de Ñapo, 99 la averiguación del punto de par- tida de Orellana es así sumamente fácil.

Si aceptamos, pues, como no podemos menos de aceptar, los datos del cronista dominico, tendre- mos que los expedicionarios pasaron muy en breve el Cosanga, luego las juntas del Coca con el Ña- po, y que, por lo tanto, se detuvieron mucho más abajo de este último punto.

Este último punto sería para nosotros la con- fluencia del Ñapo con el Aguarico, ó sea una dis- tancia que en línea recta equivale próximamente á poco más del doble de la que media entre la des- embocadura del Cosanga en el Coca y la de éste en el Ñapo.

De la Relación del P. Carvajal resultan, además, dos circunstancias que consideramos de importancia, y que, según nuestro leal saber y entender, justifi- can nuestro aserto.

Si cuando los expedicionarios hicieron alto no hubiesen pasado aun de las juntas del Aguarico con el Ñapo, nos parece cosa evidente que al hablarnos

99 ... «El Ñapo, que tampoco se llamaba así aotigtuuneDte, sioó Rio de la Canela, hasta so confluencia con el de Santa Ana, paraje que hoy se denomina las Juntas del Coca.» Artículo cUmío del seftor Jiménez de la Espada.

Y no se diga que el dato del P. Carvajal envuelve un absurdo por lo que toca al Payamino, río que, si bien corre casi paralelo al Coca, va á en- grosar el caudal del Ñapo.

La traición de Orellana lxxxv

el dominico de los ríos que iban desembocando en aquel cuyo curso seguían, como lo ha hecho siem- pre en iguales casos, con sobrada razón habría de- bido nombrar con una designación cualquiera aquel caudaloso río. Y sin embargo no lo ha hecho: cir- cunstancia que sólo podemos explicamos conside- rando que las juntas donde poco más abajo encon- traron el pueblo indígena y los deseados bastimen- tos eran las del Aguarico y el Ñapo.

Á este dato negativo, diremos así, añadiremos ahora otro bien preciso y determinado, que consta de la Relación del dominico que ahora publicamos. Resulta, en efecto, de ese documento que luego de partir y cuando aun no habían andado cobra de veinte leguas, se juntó con nuestro río otro por la diestra mano, no muy grande, en el cual tenía su asiento un principal señor llamado Irrimorrani» Irimara)... por su mucha corriente y entrar con tanto ímpetu é fuerza, no bastó la nuestra para subir por él con el barco é canoas... antes faltó poco para nos anegar al pasar de la junta del río con una gran palizada que había traído la corriente.» '°^

Cuando leemos semejante descripción, y echa- mos una mirada sobre el mapa, se cae fácilmente en cuenta que este río no podía ser otro que el Cu-

loo Pág. 17 de este volumen.

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raray. cama porque á la cHescra xxsaoo' ma cfesesdboca ya en ei Ñapo hasta que se pierde en d Aukukxkis niog^UDO de tal importancia, como porque^ como lo advierte oiuy bien el señor Jiménez de la E^>ada, «todas las señas, y en especial el aparato de su de- sagüe, comprenden exactamente al gran Curaray, el más caudaloso de los tributarios meridionales del Ñapo ó antiguo Santa Ana.»

Si avanzamos un poco en la lectura del diario del P. Carvajal, veremos también que el dfa de Santa Olalla, c habiendo ya pasado once días de Hebrero después que partimos del asiento de los clavos se juntaron dos ríos con el rio de nuestra na- vegación, y eran grandes, en especial el que entra á la mano diestra como veníamos el agua abajo, el cual deshacía y señoreaba todo el otro río, y pa- recía que le consumía en sí, porque venía tan furioso y con tan grande avenida, que era cosa de mucha grima y espanto ver tanta palizada de árboles y ma- dera seca como traía, que pusiera grandísimo temor mirarle, cuanto más andando por él»... '®'

El señor Jiménez de la Espada, al encontrarse con este pasaje, lo ha aplicado al Curaray; pero al hacerlo así se ha olvidado de completar su cita con dos circunstancias que el P. Carvajal bien clara- ve» i AV/wiK'M de Carvajal, en Oviedo.

La traición de Or diana lxxxvii

mente expresa: la primera, que se trataba de dos ríos que entraban á la vez ó en los cuales se con- sumía el que los expedicionarios seguían; y la se- gunda, cque era tan ancho de banda á banda de ahí adelante, que parecía que navegábamos por un am- plísimo mar engolfados»... Y al examinar el mapa geográfico de aquellas regiones se ve que, en efec- to, en el punto preciso de la confluencia del Ñapo con el Marañen el curso de éste se divide en dos por una gran isla que, vista desde aquel punto, se- meja desde luego que fueran dos y no uno solo el río que baja del occidente; ¿ni qué otro podía ser aquél tan ancho, que de ahí en adelante hiciese creer á los expedicionarios que navegaban engolfados en amplísimo mar?

El 1 2 de Febrero los tripulantes del bergantín surcaban así las aguas del Marañón, y hacía ya mu- chos días que habían dejado atrás al Curaray.

De este modo resulta, pues, que podemos seña- lar con toda precisión el punto de parada de Ore- llana, que habría tenido lugar, por lo tanto, veinte leguas más arriba de la desembocadura del Curaray con el Ñapo, y muy poco más abajo de las juntas de éste con el Aguarico, como expresábamos.

Otro antecedente de que para el caso conviene tener cuenta, y de que se ha aprovechado el señor

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La traición de Orellana lxxxix

llama el pueblo de Aparia, 6 sea del curaca que lo regía; nombre, á mi juicio, compuesto de a66d, pa- dre, patriarca, señor en lengua omagua, y aria, arian, ariana. Porque conviene saber que los oma- guas pobladores de las orillas del Ñapo compren- didas entre el Coca y el Ahuarico, según el P. Fritz, apellidábanse aún á fines del siglo XVII arianas; y otro misionero de la Compañía, autor de las No- ticias auténticas del famoso rio Mar anón, aumenta la del P. Fritz, asegurando que á principios del si- glo XVII vivían unos indios arianas en las cabece- ras del Tiputiniy río que desemboca á la parte del Sur, entre el Coca y el Ahuarico, y á igual distancia de uno y otro, y corre casi paralelo y cercano á la margen derecha del Ñapo. Ahora bien: el P. Car- vajal, en el citado itinerario, distingue dos curacas ó señores del nombre de Aparia, el menor y el grande, cuyas residencias y dominios se hallaban situados respectivamente aguas arriba y aguas abajo de la boca del gran Curaray, tributario del Ñapo á unas sesenta leguas al Oriente del Coca, median- do entre los señoríos de uno y otro diez y nueve jomadas '^^ diurnas de navegación próximamente,

1 02 El señor Jiménet de la Espada sufre eo esto una equivocación, pues las diecinueve jomadas las contaba el P. Carvajal desde su llegada al asiento de Aparia el Grande hasta su partida del campamento de Pizarro. Ya tendremos ocasión de volver más adelante sobre este cálculo. Basta

XII

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La traición de O rellana xcr

que había ¡do á detenerse algo más abajo de las juntas del Ñapo con el Aguarico.

Si los datos geográficos y étnicos de lugares y ríos que han servido para establecer sus cálculos al último historiador de Orellana, como á nosotros, estuviesen bien averiguados y no se fundasen en conjeturas más ó menos exactas, no podría caber duda alguna acerca de la distancia recorrida por Ore- llana en esa primera jornada de nueve días, que re- sultaría así de sesenta leguas en un caso y cerca del triple en otro; pero como poseemos otras fuentes de información y esclarecimiento, es necesario también examinarlas.

Pizarro escribe que cuando llegó al sitio en que debió encontrar á Orellana, se hallaba en la pro- vincia de los Omaguas, dato sumamente vago, y que resulta más incierto aún si se consultan las mo- dernas cartas geográficas, en las que ese nombre se coloca en la confluencia del Ñapo con el Marañón, sitio enormemente distante sin duda del que Pizarro expresaba, y que viene á confirmar lo que decíamos de cuan aventurado es atenerse en estos casos á semejantes indicaciones. '°4

los ríos que pasaroD los expedicioDaríos, do sólo meocioDa al Cosanga, sídó también al de los Quijos, que está más al oriente aüD.

104 SegÜD Cieza de León, en la provincia de Omagua fué donde

xcii Introducción

Francisco de Jerez, seguido en esto por el Inca Garcilaso, sostiene que las juntas de los ríos adonde fué despachado Orellana distaban ochenta leguas del punto en que se hallaba el real de Pizarro; si bien este último autor afirma también que ese ca-

Pirarro tomó las quince canoas á los indios y donde hizo fabricar el ber- gantín. Esto comprueba, pues, lo que decimos en el texto; y si ya no fuera bastante lo expresado, bosta examinar el tiempo que Pizarro con su campo tnrdó en llegar á las juntas del Coca con el Ñapo, ultimo término de so expedición. Pizarro en su carta al Rey se limita á decir que llegó á aquel sitio, como hemos dicho; y Oviedo, que el hecho tuvo lugar desde á pocoi días de la partida de Orellana. Siendo esto así, ^cómo era posible que el punto de parada de los expedicionarios del bergantín hubiera sido las juntas del Coca con el Ñapo, cuando el campo de Pizarro llegó allí, y con gran trabajo, según éste expresa, al cabo de pocos días?

Pero, en realidad, el tiempo empleado por Pizarro y su campo en lie- gar á las juntas del Coca ha debido ser mucho más del que nos dice el cro- nista de Indias. Dasla, en efecto, para convencerse de ello recordar cómo y por dónde caminaba el pequeño ejército expedicionario, y que poco antes, según el leátiiiioiiio de Cieza de León, ]>ara andar cincuenta leguas, y esto es ya mucho, según se cree, habían gastado cuarenta y tres jomadas; y por esto, sin duda, el Inca Garcilaso fija ese tiempo en dos meses.

Diego Gómez y Alvaro de ¿jepúlvedn, ambos de ios soldados de Pi- zarro, declarando á In pregunta undécima de la información de servicios de Cines Hernández, dicen que estuvieron esperando la vuelta de Orellana cuarenta y tantos díns; ¡>ero no hablan del tiempo empleado por el campo en llegar á las juntas, ó si esos días deben contarse desde la partida de ()n-llatj.i hasta que Pizarro emprendió el regreso á Quito, desengañado de que no volvería. Creemos esto último, porque es lo más probable.

Kstanios siempre argumentando bajo la base de que la distancia era corta, mucho menos de las sesenta leguas que fija el señor Jiménez de la Pispada, puesto que en pocos días, ó en dos meses, Pizarro llegó á las juntas; y en este caso Orellana debió pasar mucho más abajn. ICmpero, ¿cómo expli- car entonces que Orellana saliese, no ya de las vecindades de aíjuéllas, sino de más arriba del Cosanga, como afirma el P. Carvajal? Kn este supuesto teii< Iríamos, por lo mismo, que el cómputo de los expedicionarios estaba más cercano de la verdad, y que así tenían razón al fijarlo en doscientas leguas.

La traicibn de Orellana xciii

mino lo anduvo en sólo tres días. *°5 Antonio de He- rrera, sin emitir opinión propia, se limita á decir que Orellana y sus compañeros creían hallarse en el pue- blo de Aparia á trescientas leguas del punto de par- tida, exageración evidente y que no conforma de modo alguno con lo que aquéllos nos informan.

Apelando ahora al testimonio de los mismos que hicieron el viaje, resulta que, según los cálculos de los hombres de la mar que entre ellos iban, tar- daron en pasar un poco más abajo de las juntas nueve días, *^ en cuyo tiempo, á estarnos á esas, recorrieron doscientas leguas. '^7

Dejemos á un lado por un momento la estima- ción que hacían de la distancia, y atengámonos sólo á los días de marcha, pues, como lo observa con

105 Casi inútil parece decir aquí que Pizarro do pasó de las juntas del Coca coo el Ñapo, donde las únicas señales que encontró de Orellana fueron cortaduras de machetes en los árboles. Oviedo exagera, por consi- guiente, cuando dice que halló «ranchos é otras sefiales* de la permanen* cía de Orellana en el sitio convenido.

106 Que fueron nueve los días se desprende de la relación del padre Carvajal, y así consta expresamente de uno de los documentos ñrmados por los compañeros de Orellana: «y con esta necesidad (de comida) cami- namos nueve días.» Pág. 103 de este volumen.

107 Esta estimación no era de Carvajal, como él mismo lo declara, sino «de los hombres de mar que acertaron á ir en nuestra compañía, dice, que marcaban el río, é notaban, é ponderaban nuestras jornadas, é añrmaban que cada día, remando agua abajo, navegábamos veinticinco le- guas ó más.» Relación inserta en Oviedo. Otro tanto aseguran los firman- tes del memorial que publicamos en la página 103. «Y visto por nosotros ser imposible la vuelta el río arriba por la mucha distancia del camino, que de hombres que en esto más se les alcau^abu fuimos informados que

xciv Introducción

mucha razón el señor Jiménez de la Espada, «el úni- co dato seguro que sobre el caso tenemos es que Orellana y su destacamento tardaron nueve días en llegar por agua un poco más allá del sitio en que debía poner término á su honrosa y deshonrada co- misión.» Tendríamos así entonces que el cómputo de la distancia obtenida se averigua tomando como base la singladura media diaria en esos nueve días.

Para este cálculo hay que tener presente una circunstancia importante, y es que con las lluvias torrenciales de la estación en aquellas regiones el río por donde navegaban Orellana y sus compañe- ros venía crecido y correntoso, y que á su caudal primitivo había agregado, desde muy poco después que aquéllos partieron, el de otros muchos.

Sentado este precedente, para resolver el pro- blema nos queda por averiguar cuánto era el tiempo que diariamente gastaban en la navegación. Del re- lato del P. Carvajal no puede deducirse antecedente alguno sobre ese punto, al menos por lo que res- pecta á esos primeros nueve días de marcha. Pero» urgidos en un principio por el deseo de llegar

había cantidad de doscientas leguas dendel dicho pueblo hasta donde que- daba el sefior Gobernador.»

En la Relación de Carvajal que hoy publicamos hay una variante en- tre nuestro texto y la copia de Mufioz: en ésta se lee doscientas, en la nuestra ciento cincuenta.

La traición de Orellana xcv

pronto al término del viaje, cuyo éxito implicaba el inmediato y ansiado socorro de sus compañeros que quedaban atrás, y de ahí á poco por el temor de perecer ellos mismos de hambre, es de creer que, salvo los cortos momentos que se detuvieron, primero para componer la avería sufrida por el bar- co, de que luego daremos cuenta, y en seguida para buscar raíces ó frutas silvestres con que aplacar el hambre, han debido apurar mucho la marcha. Y en efecto, consta que remaron de sol á sol, y tan apre- tadamente, que, como decían luego los tripulantes^ el mucho remar y el poco comer les tuvo á punto de muerte. '^^

Impulsados, pues, como iban por la corriente, y remando á gran fuerza durante todo el día, nos pa- rece así que no hay exageración en la cuenta que hicieron los hombres de la mar que tripulaban el bergantín, cuando afirmaron al P. Carvajal que en nueve días descendieron doscientas leguas por el río. Entre este cálculo, ó suponer que la distancia reco- rrida en ese tiempo y en esas condiciones fué sola-

108 «Los que quedamos estuvimos muy enfermos del dicho trabajo, porque, como vuestra merced sabe, era mucho, así por el no comer, como por el mucho remar de sol á sol, que sólo esto era bastante á nos matar.» Pág. 103 de este volumen.

£1 día en aquellas latitudes y en aquel mes era de poco más de doce horas.

xcvi Introducción

mente de sesenta leguas, francamente, nosotros no titubeamos un momento.

Por lo demás, esta cuestión de las leguas anda- das es meramente incidental para juzgar la conducta del Capitán extremeño: y aunque fuesen sesenta, nada importaría para apreciarla, si creían él y sus compañeros que realmente se hallaban alejados dos- cientas del campamento de Pizarro.

Para estimar con pleno conocimiento de causa los incidentes de este proceso que se ha llamado la traición de Orellana, y que por nuestra parte titula- ríamos más propiamente de la rehabilitación de su nombre, es conveniente que veamos ahora las con- diciones en que realizó ese viaje de nueve días.

Cargóse el bergantín con los objetos pesados, como ya sabemos, y púsose dentro parte de la ropa de los expedicionarios >^ y muy escasa cantidad de

109 Se ha acusado á Orellana de haberse apropiado, do sólo esta ropa, sino también el dinero y las esmeraldas de ios compafieros de Pi- tarro. Kranctaco de Jerez (lib. IV, cap. IV) nos dice á este respecto que Orellana se llevó «mucho oro y plata y esmeraldas, con lo cual tuvo qué gastar todo el tiempo que anduvo demandando y aparejando esta conquista* (de la Nueva Andalucía). López de Gomara, «que se fué por el río abajo con la ropa, oro y esmeraldas que le confiaron»; y más adelante, que cgastó laa esmeraldas y oro que traía.» Oviedo, refiriéndose á cartas que había recibido, aAade: «é aon se ha escripto que también se llevaron los del barco mucha riquesa de oro é piedras.»

Va veremos el proceder de Orellana con respecto á la ropa que se cargó en el bergantín. Lo de la plata, oro y esmeraldas no pasa de ser una calumnia, que contradice el razonamiento más vulgar. Los expedicioiía-

La traición de Orellana xcvn

provisiones. "<^ Orellana dejó en el campamento lo poco que había escapado de su desastrosa marcha de Quito á Zumaco, cuanto tenía, *" en una pala- bra. Armarráronse á los costados del barco, ó tripu- láronse, diez de las quince "* canoas con que con-

rios en el corso del viaje do habían encontrado uno solo de esos objetos, y mal podían así andarlos trayendo consigo, á no ser que se suponga que los sacaron de Quito, otro absurdo, pues si tanta importancia les concedían, mal podían confiarlos á gente que partía del real y que no podía saberse si volvería. Ninguno de esos objetos parecería tampoco tan pesado á aiu dueftos que su carga le resultase insoportable, y mucho menos cuando sa- bemos por casos prácticos que las esmeraldas las solían llevar los soldados colgadas al cuello en alguna bolsa debajo de la ropa, que en ocasi(Mies se les encontró al amortajarlos cuando eran cadáveres.

Por esto, Oviedo, á quien no podía escaparse lo que decimos, se li- mita á decir que «se metieron en el bergantín algunas cargas de ropa», y luego afiade: «aquí (en Santo Domingo) este Capitán é sus consortes pu- blicaban que venían pobres», como era la verdad.

Descartemos, pues, del proceso de Orellana la fea nota de ladrón con que se ha tratado de mancharle.

I lo «Porque, como pensábamos de dar luego la vuelta, expresa el P. Carvajal (pág. 8), no metimos de comer.»

III «Y le dijo Gonzalo Pisarro) como él determinaba de dejar lo poco que allí tenía y seguir el río abajo.» Relación de Carvajal, pág. 6.

lia £1 P. Carvajal no expresa cuántas fueron las canoas que se en- tregaron á Orellana. Pisarro dice que le pidió al tiempo de partir que «le dejase cuatro ó cinco canoas para pasar el real, y me prometió de lo ansí facer, y ansí se partió», sin decir categóricamente si Orellana cumplió ó no su promesa. Poco más adelante habla en su carta de que después de la par- tida de Orellana envió á buscar comida <en cinco canoas que milagrosa- mente yo tomé á los indios con mi persona», sin decir tampoco de manera clara si las capturó después de la partida del bergantín, ó si eran de las que anteriormente formaban parte de la escuadrilla.

Oviedo en este punto parece como que hubiera conocido la carta de Pizarro, pues realmente sus palabras son casi las mismas empleadas por éste: porque Gonzalo Pizarro había de pasar dos ríos grandes, dijo que le dejase cuatro ó cinco canoas de las que llevaban para que pasasen

XIII

xcviii Introducción

taba el real, y en seguida subieron á bordo Orellana, el dominico Fr. Gaspar de Carvajal y Fr. Gonzalo de Vera, de la orden de la Merced, los enfermos y los soldados que habían de ir en la expedición, que por todos formaban el número de 6o personas. "3

los que coD él iban, é así dijo Orellana que lo haría todo, é partióse*... Nosotros creemos que Orellaoa no hubiera podido, aunque quisiera, faltar allí á las órdenes de su jefe, y que, por lo demás, sería rara coinci- dencia, caso de suponer que se las hubiese llevado todas, que Gonzalo Pi- zarro capturase en seguida las mismas cinco que pidió á Orellana le dejase. No parece tampoco natural que éste quisiese embarazarse con mayor número de aquellas embarcaciones que las que buenamente podía necesitar. Algunas eran ciertamente indispensables para facilitar sus operaciones á lo largo del río; pero quince eran demasiadas. Por todo esto creemos que Domínguez Miradero, uno de los compañeros de Orellana, exagera cuando dice que las canoas eran 22. Pág. 148 de este volumen.

Por lo demás, como el proyecto de fuga de Orellana, á estamos á los que le acusan, sólo nació más tarde, nunca podríamos achacar su ^desobe- diencia á maldad; y si la hubo, dando por sentado que Pizarro en su re- sentimiento no le formase también un cai^o donde no lo había, no debe olvidarse que iba en busca de comida, y que, para el caso de hallarla, cre- yera conveniente disponer de cuantos medios de trasporte contase el real. 113 Acerca del número de personas que iban con Orellana véase el capítulo subsiguiente. La presencia de los frailes en una expedición que era ajena á su ministerío se explica porque, según dice Oviedo, además de ellos, «hubo otros (cuatro) que se metierun en el mesmo barco para ir á esperar el restante ejército en cierta parte donde el dicho Gonzalo Piza- rro había de ir luego.»

¿Orellana llevó consigo algunos de los guías que bajo su guarda y custodia tenía en el campamento?

Estos indígenas eran los que, según Gonzalo Pizarro, habían informa- do, primero á Orellana, y luego á él, cuando á su tumo les interrogó, que debían hallar comida en las juntas de los ríos. El sefior Jiménez de laE^ pada deduce de este hecho que Pizarro formuló también por ello un cargo á su subordinado, porque por los guías «pudo estar instruido con más exac- titud y pormenores que sus jefes y camaradas de lo que había camino ade- lante.» Si Orellana no hubiese comunicado á su jefe las noticias que tenía de

La traición de Orel/ana xcix

Al despedirse Orellana de su jefe le dijo tque si la ventura le favoreciese en que cerca hallase po- blado y comida con que todos se pudiesen remediar, que él se lo haría saber; y que si viese que se tar- daba, que no hiciese cuenta del, y que, entre tanto, que se retrajese atrás donde hubiese comida, y que allí le esperase tres ó cuatro días, ó el tiempo que le pareciese, y que, si no viniese, que no hiciese cuenta del.» Pizarro se limitó á expresarle, según el P. Carvajal, que debió presenciar la despedida, que

los ídcIíos, do hay duda de que se le podría calificar por semejante conducta de desleal, y merecido que Pizarro le denunciase al Rey; pero Orellana, no sólo trasmitió á Gonzalo los informes de los indios, sino que, dando éste pruebas de desconfianza de lo que su subordinado le anunciaba, quiso examinarlos por mismo, pudiendo comprobar de ese modo la verdad de lo dicho por Orellana. Siendo esto así, mal habría hecho Pizarro en acosar por ello á su Teniente, como en efecto no lo hizo; y cuidado que no lo hubiera dejado de hacer á ser posible, irritado como se hallaba contra él cuando escribió su carta al Rey.

Sentado este precedente, que nos parece claro, volvamos á nuestra pregunta: ¿llevó consigo Orellana algunos de los guías? Que pudo buena- mente, y aun que se hallaba en el caso de hacerlo, no debe tampoco du- darse. Desde que ellos eran los que afirmaban haber más adelante comida en un sitio que designaban, era obra de previsión que acompafiasen á los expedicionarios del bergantín, á fin de que sefialasen el lugar que anuncia- ban. Para el objeto no se les necesitaba en el campamento, sino á bordo, mucho más si se atiende á que se esperaba que regresasen todos.

Ápesar de estas consideraciones, nosotros creemos que Orellana no llevó consigo uno solo de esos guías, y por ello nos sentiríamos dispuestos á decir que había cometido una verdadera imprudencia. A ellos, en efecto, habría podido interrogar en sus momentos de vacilación, cuando creía oír los ruidos de lejanas poblaciones, é increparles por no haber hallado lo que buscaba en las juntas de los ríos cuando á ellas llegó; y, mientras tanto, el P. Carvajal jamás habla de tales guías, como lo ha hecho después cuando más adelante Orellana se procuró algunos.

Introducción

hiciese lo que le pareciese; pero aquél manifiesta, como hemos visto más atrás, que le dijo que vol- viese dentro de los doce días que se consideraban suficientes para el viaje, y que en ninguna manera pasase de las juntas de los ríos, y que así se lo pro- metió Orellana.

Al segundo día de marcha comenzaron ya los expedicionarios á ver prácticamente las dificultades que ofrecía el viaje por el río: dio el barco en el tronco de un árbol que estaba como enclavado en medio de la corriente, hundiósele una tabla, y co- menzó á hacer tanta agua, que, á no hallarse cerca de tierra, acabárase allí la jornada; pero sacóse pronto á la orilla, reparóse el daño y luego conti- nuaron el viaje á gran prisa.

Al cabo de tres días no habían hallado todavía poblado alguno, las provisiones estaban ya agota- das, la distancia recorrida era considerable, y como al fin de cuentas no sabían adonde irían á parar, ni si encontrarían lo que buscaban, púsose en plática entre Orellana y sus compañeros si, en vista de lo que ocurría, era conveniente dar la vuelta desde allí; pero en la inteligencia de que el punto designado por los guías no podría ya estar lejos, acordaron entre todos continuar la marcha. Pero pasóse uno y otro día, y por las riberas no se hallaba nada con que

La traición de Orellana ci

aplacar el hambre, ni se divisaba entre los árboles un solo rancho de indígenas. El P. Carvajal dice que entonces celebró una misa para pedir á Dios se apia- dase de ellos, «suplicándole les sacase de tan mani- fiesto trabajo y perdición. > Por momentos comen- zaban á comprender que la vuelta, que habían con- siderado fácil, se hacía cada vez más difícil por la corriente del río, y que por tierra era acaso imposi- ble. Discutíase entre todos á bordo, buscando con- sejo para lo que se debía hacer en tales circunstan- cias, y acordóse ir adelante «y seguir el río, ó morir ó ver lo que en él había. >

El hambre les apretaba ya de tal manera, que se vieron reducidos á comer cueros, cintas y suelas de zapatos cocidos con algunas yerbas; y muchos se hallaban tan débiles, que no se podían siquiera tener en pie. Para procurarse alimentos, cuando

el barco se detenía, algunos á gatas, y otros con bordones, se metían por entre el bosque á buscar

raíces con que aplacar el hambre; pero como les eran desconocidas, no pocos se envenenaron y estu- vieron á punto de muerte, «porque estaban como locos y no tenían seso.» "^

1 14 Éstos se curaron «mediante un poco de aceite que se halló en- tre ciertas medicinas que venían en el barco, las cuales eran del cirujano del real.» Relación de Carvajal, en Oviedo.

en Introducción

El i.° de Enero de 1542, como si el nuevo año quisiese obsequiarles con un rato de alegría, los que iban en una canoa creyeron oir un ruido lejano de tanibores, indicio cierto de que pronto llegarían á poblado. ¡Triste ilusión! En vano remaron con nueva energía, sacando fuerzas de flaqueza, porque ni en ese día ni en el siguiente se repitió el rumor. Al entusiasmo primero sucedió el desaliento más profundo, creyendo que ya no les quedaba sino morir. Pero ya en la noche de ese segundo día (2 de Enero), "5 cuando entristecidos se hallaban co- miendo de un poco de trigo y harina que el P. Car- vajal guardaba para hostias, que era lo último á que podían apelar, el ruido de los tambores llegó al bar- co con ejitera claridad, que iba aumentando á me- dida que avanzaban por el río. Temeroso de que los indios les asaltasen de noche y les sorprendiesen, Orellana dispuso que por primera vez la pequeña compañía se velase por cuartos como en tiempo de guerra, y al día siguiente por la mañana que todos tuviesen listas sus armas arrojadizas, que no pasa- ban de tres arcabuces y cuatro ó cinco ballestas. Con estas precauciones comenzaron á caminar en de-

115 Ed la Relación del P. Carvajal, pág. I o, se lee: «lañes en la noche que se contaron ocho del mes de Enero >: errata manifiesta del ori- ginal, que debemos salvar diciendo que ese lunes fué 2, y que hacía ocho días que navegaban.

La traición de Orellana ciii

manda del pueblo, y apenas habían andado dos le- guas, cuando vieron venir río arriba cuatro canoas llenas de indios que, al divisar á los españoles, se volvieron á toda prisa, para dar la alarma en las po- blaciones cercanas. Orellana, deseoso de llegar á éstas antes de dar tiempo á los indios para que pu- dieran reunirse, mandó apurar los remos. Los indios, sin embargo, estaban ya esperando á aquellas gen- tes nunca vistas que se presentaban tan de impro- viso á sus miradas; pero al ver á los españoles sal- tar en tierra y dirigirse resueltos hacia ellos, per- dieron el ánimo, y, huyendo despavoridos, perdié- ronse luego entre las revueltas del río.

Bien necesitaban los extenuados expedicionarios reparar sus fuerzas agotadas por los días de ayuno y los sufrimientos morales por que acababan de pa- sar; pero Orellana dispuso que antes de ponerse á comer inspeccionasen primero el pueblo, para estar ciertos de que en él no se ocultaban enemigos. Tranquilos por esta parte, comenzaron luego á co- mer y beber de lo que los indios tenían preparado para sí, con las rodelas al hombro y las espadas debajo del sobaco. Á la dos de la tarde de ese día, 3 de Enero, los indios comenzaron á presentarse en el río, á inquirir sin duda lo que ocurría en sus casas, y al verlos Orellana púsose sobre la barranca

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del río y y valiéndose de las palabras indígenas que sabía> ^^^ comenzó á darles voces para que se acer- casen sin temor, que quería hablarles. Á esta invi- tactÓQ dos de los más osados se acercaron á Ore- Uaná, que los halagó como pudo y, dándoles algunas bagatelas, les pidió que fuesen en busca de su señor. Éste vino luego c muy lucido » ; los españoles le abra- zaron, con gran contentamiento del indio; Orellana le regaló un vestido y otras cosas, que parecieron agradarle mucho, ofreciendo en cambio darles cuan- to necesitasen; y como le dijesen que sólo querían cosas de comer, despachó en busca de ellas á sus indios, que en breve se presentaron con carnes, per- dices, pavas y pescados de muchas clases. Díjoles el indio que el pueblo en que habían desembarcado se llamaba Aparia, y que en aquellas vecindades se- ñoreaban el río trece caciques de la raza de los iri- maraes.

Tal fué el camino que Orellana y sus compa-

li6 Orellana era un /f/i^fi#tfraf notable, porque «con macha conti- ovAoiÓD, después que pasó á las Indias, siempie procuró entender las len- guM de los naturales dellas é hizo sus abecedarios para su acuerdo; 6 do- tóle Dios de tan buena memoria é gentil natural, y era tan diestro en la imffpretiictón, que, no obstante las muchas é diferenciadas lenguas que en estas partes hay, aunque no entera ni tan perfetaraente entendiese á todos los índioa como él deseaba, siempre, por la continuación que en esto tuvo, dándose á tal ejercicio, era en fin entendido y entendía asaz conve- nientemente para lo que hacía á nuestro caso.» Relación del P. Carvajal, ta Oviedo.

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fieros hicieron hasta llegar al pueblo de Aparia. Los sucesos que habían ocurrido hasta ese enton- ces revestían tales caracteres de imprevistos, lo que pudiera suceder más adelante se presentaba tan in- cierto, las medidas que Orellana pensaba tomar re- vestían tanta importancia, que, conforme á una prác- tica invariable usada por los conquistadores en esa época, creyó indispensable autorizar, en cuanto las circunstancias lo permitiesen, ya que no lo pasado, lo porvenir. A este efecto, al día siguiente de lle- gado, y como teniente de gobernador de Gonzalo Pizarro, y en nombre de éste y del Rey, nombró á Francisco de Isásaga para que usase el ofício de es- cribano, á ñn de que diese fe en forma legal de lo que ante él c acaeciese y pasase»; nombramiento que fué extendido ante siete de los hombres más principales que allí se hallaban. ^^7

El primer acto del nuevo funcionario, conforme también á lo que en tales casos acostumbraban los conquistadores, fué que, apenas llegados tres ó cua- tro de los caciques, Orellana, titulándose siempre te- niente de Pizarro, tomó posesión para el Rey de ellos y de sus pueblos, Aparia é Irimara.

1 1 7 Damos el facsímil de este documento, reducido, como el que va más adelante, próximamente á la mitad del tamafio de los originales, por- que en él se registran las firmas de Orellana y del P. Carvajal.

XIV

cvi Introducción

Ese mismo día reunió á todos los expediciona- rios para hablarles de lo que era oportuno ejecutar en aquellas circunstancias, c haciéndoles un largo ra- zonamiento y esforzándoles con muy grandes pala- bras sobre lo que convenía á su jornada y salva- mento y á sus vidas», añadiendo que, por lo que á él tocaba, se hallaba determinado á volver río arriba.

Orellana oyó en respuesta de boca de sus com- pañeros muy buenas palabras acerca de la energía que manifestaba en la ocasión; pero á renglón se- guido le presentaron por conducto del escribano un memorial en que le decían que, vista su determina- ción para caminar el río arriba, no podían menos de significarle que aquello era cosa imposible, dada la distancia que habían recorrido, los peligros pasados y la falta de bastimentos en aquellas regiones des- pobladas, que les habían puesto á punto de pere- cer. € ¡Cuánto más peligro de muerte temíamos, de- cían, subiendo con vuestra merced el río arriba!» Concluyendo por manifestarle que no los pusiese en el trance de desobedecerle, haciéndoles parecer co- mo aleves; y que, por lo demás, estaban dispuestos á seguirle por otro camino por el cual salvasen si- quiera las vidas. "*

Ii8 Del segando requerimieDto, hecho á Orellana por sos soldados

La traición de Orellana cvii

Orellana se guardó la petición, y al día siguiente, haciendo llamar al escribano, declaraba que, siendo aquélla justa, é imposible volver á subir el río arri- ba, no podía menos, aunque contra su voluntad, de buscar otro camino que les llevase á tierra de cris- tianos, de donde todos juntos, con él á su cabeza, fuesen á presentarse ante su jefe y darle cuenta de lo que había pasado, con condición, además, de que le esperasen allí dos ó tres meses, ó hasta que ya no se pudiesen sustentar; y que mientras tanto du- raba la espera, se aprovechase el tiempo en la cons- trucción de un bergantín cpara que el dicho Go- bernador siga el río abajo, ó nosotros en su nom- bre, si él no viniese, concluía Orellana, por cuanto de otra manera no se pueden escapar las vidas, si no es por el dicho río abajo.»

Y en el mismo día mandaba publicar un bando para que todos los que tuviesen en su poder ropas ú otras cualesquier cosas de propiedad de los com- pañeros que quedaban en el campamento las lleva-

dos meses más tsude, el i.* de Marzo, consta esto mismo que reñere el pa- dre Carvajal: «Fué menester para nuestro remedio descansar cierto tiempo, lo cual por Tnestra merced no nos fué acetado ni consentido, antes qoiso laego poner por obra de se volver, como lo puso, y ir á buscar al sefior Gobernador, maerto ó vivo; y visto por nosotros ser imposible la vuelta, etc., acordamos de nos juntar y nos juntamos, y requerir, como por núes* tro requerimiento parescerá, de no volver el río arriba*... Pág. 103 de este volumen.

cvm Introducción

sen ante él, so pena de ser tenidos por ladrones, porqués bien, rezaba ese documento, que en todo haya buena orden y buena manera, y nadie goce de lo ajeno»; ¡que así procedía aquel hombre á quien se ha acusado de ladrón!

por no perder el tiempo ni gastar la comida en balde, refiere el P. Carvajal, acordó el Capitán que luego se pusiese por obra lo que se había de hacer, y así mandó aparejar lo necesario, y los com- pañeros dijeron que querían encomenzar luego su obra; y hubo entre nosotros dos hombres á los cuales no se debe poco por hacer lo que nunca aprendieron, y parecieron ante el Capitán y le dije- ron que ellos con ayuda de Nuestro Señor harían los clavos que fuesen menester, que mandase á otros hacer carbón. Estos dos compañeros se llamaban el uno Juan de Alcántara, fidalgo natural de la villa de Alcántara, y el otro Sebastián Rodríguez, natu- ral de Galicia; y el Capitán se lo agradeció, prome- tiéndoles el galardón y pago de tan gran obra: y luego mandó facer unos fuelles de borceguíes, y así todas las demás herramientas, y los demás compa- ñeros mandó que de tres en tres diesen buena hor- nada de carbón, lo cual se puso luego por obra, y tomó cada uno su herramienta y se iban al monte á cortar leña y la traer á cuestas desde el monte

La traición de Orellana cix

hasta el pueblo, que habría media legua, y hacían sus hoyos, y esto con muy gran trabajo. Como estaban flacos y no diestros en aquel ofício, no podían sufrir la carga, y los demás compañeros que no tenían fuerza para cortar madera, sonaban los fuelles y otros acarreaban agua, y el Capitán trabajaba en todo, de manera que todos teníamos en qué enten- der. Dióse tan buena manera nuestra compañía en este pueblo en la fábrica desta obra, que en veinte días, mediante Dios, se hicieron dos mil clavos muy buenos y otras cosas, y dejó el Capitán la obra del bergantín para donde hallase más oportunidad y mejor aparejo. »

Mientras se proseguían los trabajos del bergan- tín, Orellana se aprovechó de hallarse presentes en el pueblo once caciques de las vecindades, que de su voluntad iban á llevar comida á sus huéspedes, para tomar posesión de ellos en nombre del Rey y de Gonzalo Pizarro.

Terminadas ya las obras preliminares para la construcción del proyectado bergantín, á más tardar en fines de Enero, "^ Orellana y sus compañeros no habían tenido en el entretanto noticia alguna de

119 Habiendo dado Orellana la orden de construir el bergantín el 5 de Enero, y comenzádose luego el trabajo, debemos concluir que los do« mil clavos y otros útiles estaban ya terminados á ñnes de ese raes. Es con- veniente tener presente esta circunstancia.

ex Introducción

Pizarro, y la situación comenzaba á hacerse para ellos insostenible. De los trabajos pasados habían muerto siete; los indios no servían ya con la voluntad de antes; y, lo que era peor todavía, las provisiones acopiadas disminuían de una manera alarmante. En esas circunstancias, Orellana quiso intentar un últi- mo recurso para ponerse en comunicación con Pi- zarro: ofreció dar mil castellanos de oro, además dos negros y algunos indios que les ayudasen á re- mar, á los seis soldados que quisiesen ir en su bus- ca. Pero sólo tres '^^ aceptaron el ofrecimiento, y el proyecto no pudo realizarse.

Por último, para entrar de una vez á juzgar los procedimientos de que se acusa á Orellana, sólo nos resta examinar el hecho de su desistimiento del mando que tenía á nombre de Gonzalo Pizarro, y de cómo fué de nuevo elegido por jefe por sus solda- dos; hecho que, aunque tuvo lugar cuando hacía ya

1 20 No constan de los documentos los nombres de estos tres valien> tes; pero probablemente de aquí ha nacido la historieta que cuenta el Inca Garcilaso de qae, cuando Orellana qniso seguir río abajo, algunos se le opusieron» y entre ellos el P. Carvajal y un caballero joven de Badajoz» que llama Hernán Sánchez de Vargas, á quien Orellana, en castigo de su atrevimiento, dejó allí abandonado en las juntas de los ríos; historieta que han ¡do copiando todos los autores que han escrito de la materia, incluso Prescott y el sefior González Suárez, en lo que toca á Sánchez de Vargas. No sabemos de dónde sacaría Garcilaso la invención; pero, como hemos visto, ni Orellana salió de tales juntas, ni Pizarro encontró allí á nadie, ni tal nombre figura en documento alguno. Borremos, pues, otra de las mal- dades atribuidas al descubridor del Amazonas.

La traición de Ore llana cxi

un mes que había partido de Aparia, debemos exa- minar aquí, como complemento de las acusaciones formuladas en su contra.

El i.^ de Marzo, en efecto, Orellana renun- ció'^' en manos de todos la tenencia con que Piza- rro le había investido, y á renglón seguido sus an- tiguos subordinados procedieron á pedirle y reque- rirle que siguiese siendo su jefe en nombre de Su Majestad, protestando hacerle responsable de todos los daños, escándalos, muertes de hombres ty otros desafueros que en tal caso suelen acontecer por no tener capitán», si no aceptase; prometiéndole, en cambio, que le jurarían y obedecerían por tal.

Aceptado el cargo por Orellana, por ser así fcomplidero al servicio de Dios é de Su Majestad, y por le servir», los firmantes, en número de cua- renta y siete, es decir todo el campo, y sirviendo

121 López de Gomara es el único autor que haya hablado de esta renuncia: «desistió de la tenencia que de Pizarro llevaba», etc.; y el sefior Jiménez de la Espada, citando el pasaje anterior, agrega: «no hubo seme< jante desistimiento, aunque, puesto á fingir, nada de extrafio hubiera tenido esa nueva superchería.* Califiqúese el suceso como se quiera, pero el hecho es imposible negarlo. Una cosa es que el texto de la renuncia no exista, y otra que ésta no tuviese lugar. Precisamente porque Orellana había renun- ciado, era por lo que sus subordinados firmaban ese requerimiento en que de nuevo lo elegían por su jefe, y así se lee bien claro en ese documento: «y agora hemos visto haberse desistido del dicho cargo que del dicho Go- bernador tenía... y nosotros estando sin capitán en estas hiontafias y tierras de infieles,... nosotros os nombramos agora de nuevo por nuestro capitán*, etcétera. Nos parece que no puede pedirse nada más concluyente.

cxn Introducción

como testigos del acto los dos religiosos y como ministro de fe el escribano, c pusieron sus manos en un libro misal y juraron en forma por Dios, por la señal de la Cruz y por los santos cuatro Evangelios de tener por capitán al dicho Francisco de Orellana, y le obedescer por tal en todo lo que les fuese man- dado en nombre de Su Majestad > ; y Orellana, á su vez, poniendo la mano sobre el misal, juró tenerlos en justicia y en forma de hacer todo lo que con- viniese al servicio de Dios.

Tales son los hechos indiscutibles que constan de documentos autorizados. Pues bien. ¿Orellana obraba en todo esto de buena fe, ó estaba desde su llegada al pueblo de Aparía representando una farsa indigna? Por nuestra parte, lo declaramos sin am- bajes ni rodeos, sin apasionamiento ni propósito preconcebido: que Orellana, para justificar su línea de conducta en esas circunstancias verdaderamente dramáticas que el destino solo le había preparado, no necesitaba de semejantes documentos; que su intervención en ellos, por lo demás, se dibuja con toda claridad, y que, sin embargo, no por eso debe- mos tratarle de farsante ni embustero, ni mucho me- nos de traidor. Lo que Orellana pretendía con el procedimiento no era que se alterase la verdad, sino que, por lo mismo que lo que le había acontecido

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La traición de Orellana cxiii

era tan extraordinario, por lo anómalo de su con- ducta al parecer necesitaba desde entonces proveerse de comprobantes para cuando llegase el caso de dar cuenta de sus actos ante quien quiera que fuese, ante el Consejo de Indias en España, ante los Pizarros en el Perú. Es necesario, además, que tengamos pre- sente el formalismo rutinario de aquella época en América, en que todo se reducía á expediente, en que el barco más insignificante no viajaba sin llevar á bordo un escribano, en que el suceso más sencillo de la vida iba á consignarse á una notaría. ¿Á quién se le ocurriría hoy levantar una información de servicios, por ejemplo; y, sin embargo, qué cosa más corriente entre los españoles en América en el siglo XVI y aun parte del XVII? El cúmulo numeroso de papeles que por causa de este proceder nos ha quedado de aquellos tiempos es precisamente lo que hoy nos permite apreciar hasta en sus más insignificantes detalles su vida, y lo que constituye al presente la riqueza de los archivos españoles.

Esto por lo que toca á los documentos. Veamos ahora la parte más grave: la verdad de los hechos sustentados por Orellana, y especialmente lo que con rara insistencia se ha venido llamando su trai- ción.

Claro está que el primero de sus acusadores

XV

cxiv Introducción

debió ser, como de hecho lo fué, Gonzalo Pizarro. Hombre apasionado, violento y entonces profunda- mente irritado por no haber encontrado donde creía á su antiguo teniente, sabemos ya en qué términos le denunció al Rey, decía, afiade Oviedo, que Francisco de Orellana había usado de la mayor crueldad que ningún inñel pudiera cometer, dejando al Gonzalo Pizarro é los demás en aquellos desier- tos entre tantos ríos é sin comida. > '" No tuvo, pues, para él ni una palabra de excusa, ni manifestó abri- gar la menor duda de que hubiese sido abandona- do^ ya porque Orellana y los suyos hubiesen sufrido contrastes insuperables, ya porque hubiesen naufra- gado, ya, en ñn, porque hubiesen perecido, cosas todas que bien pudieron acontecerles, pero que no quería considerar para nada. '^3 Su expedición ha- bía sido, además, un desastre '^ cual no se recor-

122 Tomo IV, pág. 393.

123 Lo que parece lógico es suponer alguno de estos extremos; y por eso uno de los soldados de Pizarro nos informa que cuando no vieron regresar á Orellana y sus compafieros «tuvieron entendido que se habían muerto.» Declaración de Diego Gómet en la información de Ginés Hernán- dez, Acusar simplemente á Orellana cuando no se tenia noticia de lo que le había sucedido, no significa otra cosa que gran prevención en contra suya, que nada podía justificar en un concepto desapasionado.

124 Porque en verdad, como dice Cieza de León, «este descubri- miento y conquista que hizo Gonzalo Pizarro fué una de las fatigosas jorna- das que se han hecho en estas partes de las Indias, y adonde los españoles pasaron grandes necesidades, hambres é miserias.» Guerra de Chupas , pá- gina 63.

La traición de Orellana cxv

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daba otro semejante en América, y era necesario culpar á alguien de lo sucedido, y ese alguien fué Orellana, y por eso éste no pudo menos de dese- char con energía semejante cargo de su antiguo jefe cuando decía al Consejo de Indias que c sobre todo se mire cuan poca necesidad hay de imponer á estas cosas por quererse á salvar.» "S

Y como Pizarro acusan en términos claros de desleal al descubridor del Amazonas los historiado- res que se han ocupado de su viaje, intentando cuan- do más á su favor alguna tímida disculpa, que ni si- quiera se atreven á dar como propia. Así, López de Gomara dice: <Iba Orellana con Gonzalo Pizarro á la conquista que llamaron de la Canela...; fué por bas- timentos á una isla deste mismo río en un bergan- tín y algunas canoas con cincuenta españoles, y co* mo se vio lejos de su Capitán, fuese por el río abajo con la ropa, oro y esmeraldas que le conñaron; aunque decía él acá que constreñido de la gran corriente y caída del agua no pudo tornar arriba. »

Zarate, después de contarnos el supuesto aban- dono del P. Carvajal, aunque omitiendo el socorri- do episodio de Sánchez de Vargas, continúa: Y así, se fué casi amotinado y alzado, porque muchos de

125 Exposición de Orellana al Consejo de Indias, 7 de Junio de 1543. Pág. 95 de este Tolamen.

cxvi Introducción

los que con él iban le requirieron que no excediese de la orden de su General.»

Francisco de Jerez copia casi al pie de la letra á López de Gomara, expresando que Orellana se marchó c llevándose mucho oro, plata y esmeraldas, con lo cual tuvo qué gastar todo d tiempo que an- duvo demandando y aparejando esta conquista», y que se fué «casi amotinado y alzado, después de tra- tar muy mal de obra y de palabra al P. Carvajal porque insistía más que los otros en que se quedase. > El Inca Garcilaso, sin ser tan explícito y termi- nante, le condena al ñn; pero cita en su abono más por extenso las circunstancias en que la deserción tuvo lugar, según el acusado las expresaba. Reñe- re, pues, que los compañeros de Pizarro metieron en el bergantín más de cien mil pesos y muchas es- meraldas; que Orellana dejó abandonado á Sánchez de Vargas y maltrató al P. Carvajal; que no halló el bastimento que buscaba; que creía que la distan- cia que le separaba del campamento era de más de cien leguas; c y pareciéndole que si procurase volver con la nueva á Gonzalo Pizarro, no navegaría en un afto, según la brava corriente del río, lo que habían navegado en tres días, y que si allí le esperase era sin provecho de los unos ni de los otros, y no sa- biendo lo que Gonzalo Pizarro tardaría en llegar

La traición de Orellana cxvii

allí, acordó mudar propósito, sin consultarlo con na- die, y alzó velas y siguió su camino adelante»...

Y luego le condena en estos términos: c Renun- ció el poder que llevaba de Gonzalo Pizarro por no hacer cosa como subdito suyo, y se hizo elegir por capitán de Su Majestad, sin dependencia de otro: hazaña que mejor se podía llamar traición, [y] que las han hecho otros magnates en las conquistas del Nuevo Mundo»...

Pizarro y Orellana le condena en términos más enérgicos todavía: <y por no hallar los bastimentos que pensaba, se determinó á hacer una de las ma- yores maldades que deste género sucedieron en aquella tierra, faltando en la confíanza á su deudo, capitán y amigo.» '^^

El P. Rodríguez, historiador del Amazonas, si bien siguiendo á Garcilaso, habla luego por cuenta propia:

cHallada la junta de los ríos, y que en aquel si- tio no había bastimento ni gente alguna, como ha- bían dicho, y pareciéndole que si volvía con la nueva á Gonzalo Pizarro no navegaría en un año, según la mucha corriente del río, lo que había navegado en tres días, y que esperarle allí era sin provecho de los unos y los otros, se determinó, sin consultarlo

126 Vartmts ilustres del Nuevo Mundo, pág. 352, edición citada.

cxvm Introducción

con nadie, de soltar velas y seguir su viaje, ne- gando á Gonzalo Pizarro, y viniéndose á España á pedir para la gobernación de aquella provincia. Encubrió esto últímo, y declaró lo primero de pro- seguir navegando. Contradijéronselo casi todos, y muchos sospecharon su mala intención y le dijeron no excediese del orden de su Capitán general ni le desamparase en tanta necesidad, quitándole el so- corro de aquel bergantín. Quien más le instó fué un religioso llamado Fr. Gaspar de Carvajal y un caballero mozo, Hernán Sánchez de Vargas, natural de Badajoz, el cual, y otros que se llegaron, hu- bieran de llegar á las manos con Orellana, si no los apaciguara por entonces con buenas palabras; y después que los ganó con sobornos y con grandes promesas, maltrató de palabra y de obra al buen re- ligioso y á Hernán Sánchez de Vargas; y por cas- tigar á éste con muerte más cruel, no le mató á puñaladas, sino que le dejó solo en aquel desierto, rodeado por una parte de dos ríos tan grandes, im- posibilitado de pasarlos, y por otra de aquellas bravas montañas, sin dejarle en ellas cosa que comer. •Ejecutada esta crueldad, siguió su camino Fran- cisco de Orellana, y á otro día, manifestando su in- tención, renunció el poder que llevaba de Gonzalo Pizarro y su comisión, por no hacer comisión como

La traición de Orellana cxix

subdito suyo, y se hizo elegir por sus soldados ca- pitán de Su Majestad, hazaña ó facción que hicieron otros en aquellas conquistas, como reñeren los his- toriadores de ellas. Así prosiguió su navegación»...

Sería inútil que manifestásemos cuántas exage- raciones y cuántas torpes falsedades encierran algu- nos de los juicios que acabamos de transcribir, por- que ya el lector los habrá comprendido, si hemos logrado la suerte de que haya interpretado los do- cumentos y penetrádose de los hechos que dejamos anteriormente expuestos; porque hasta ahora nues- tro propósito se reduce á que conozca, en cuanto sabemos, lo que se ha dicho contra Orellana, omi- tiendo el parecer de algunos modernos historiadores que en esto se han limitado á copiar á los antiguos sin añadir á la controversia nada de cosecha propia. Sin embargo, entre unos y otros, no ha faltado quien aceptase las disculpas de Orellana, por más que sus palabras no han encontrado hasta ahora eco, ó han sido duramente criticadas.

En lo antiguo, en efecto, Antonio de Herrera descarta ya de la acusación el supuesto robo del dinero, y añade que Orellana c quisiera volver adon- de habían salido, pero parecíale cosa imposible por haber trescientas leguas; y justificando Orellana esto con algunas razones, se determinó de pasar adelante.

cxx Introducción

y dio en aquel gran río del Maraftón ó Mar Dulce, como algunos le nombran.»

Y entre los modernos, el historiador inglés Ro- bertson expresa que el crimen de Orellana cesta en cierto modo contrabalanceado con la gloria de haberse aventurado por el río en las condiciones en que lo hizo»: "7 argumento sin duda pobrísimo, ajeno á la cuestión, y que el reo, estamos seguros de ello, habría desechado como atentatorio á la moral.

La verdad es, con todo, como se habrá nota- do por lo que llevamos visto, que ninguno de esos autores emite francamente un juicio propio, ni un fallo que esté fundado. Cúmplenos, pues, ahora exa- minar las opiniones de los que figuran en este se- gundo término, y que tienen naturalmente que ser los más temibles para la memoria de Orellana. Sea el primero Gonzalo Fernández de Oviedo, cuyas palabras tienen que ser de gran peso, cuando sabe* mos que habló personalmente y á raíz de los su- cesos con Orellana y sus compañeros. Dice, pues: «É aqueste no pudo volver, por ser tan frío {sic^ un río por donde fué, que en dos días se hallaron tan apartados del ejército de Gonzalo Pizarro, que le convino á este Capitán é sus compañeros proceder

127 The history cf America, London, 1777, 4.' mayor, t. II, p. 214.

La traición de Orellana cxxi

adelante con la corriente á buscar la Mar del Norte para escapar con las vidas: así me lo dio él á en- tender; pero otros dicen que pudiera tornar si qui- siera adoftde Gonzalo Pizarro quedaba^ y esto creo yo*...

Tal era el fundamento de la opinión de Oviedo: que algunos decían que Orellana, si quisiera, habría podido tornar aguas arriba; pero nada más, sin apo- yarla en datos, cálculos, ni otro antecedente.

Un historiador á cuyo relato se presta gran im- portancia es Toribio de Ortiguera, que escribía cua- renta y tantos años después de estos sucesos, pero que tenía sus informes de algunos de los que ha- bían acompañado á Orellana, entre los cuales cita- ba á Juan de Illanes y á Pedro Domínguez Mira- dero. «Y tratando del negocio, expresa este autor, todos ó los más dificultaron muncho el poder volver el río arriba; otros decían que según la mucha gente que había quedado con Gonzalo Pizarro, y la poca comida que les había quedado, no sería posible estar donde los habían dejado, porque no se podían sus- tentar allí, ó serían todos muertos con la falta de comidas. Pero todas eran razones que hacían en su hecho; que con facilidad se pudiera volver el río arriba con el bergantín, según yo me informé de al- gunos de los que se hallaron en ello, que eran per-

XVI

cxxii Introducción

sonas de opinión y crédito... Y á cabo de tantos acuerdos, determinaron irse el río abajo á buscar la mar, que esto fué lo que más cuadró á la mayor parte de ellos.» "^

Por una rara casualidad podemos disponer de las aseveraciones rendidas en juicio por las únicas per- sonas que cita Ortiguera que conste que realmente figuraron en la expedición, "9 cuyos dichos ¡cosa ex- traña! vienen á contradecir en absoluto y de la ma- nera más terminante lo que acabamos de oirle.

Una de las personas cuyo testimonio invocaba Ortiguera era Pedro Domínguez Miradero. Pues bien: en una información de servicios rendida por éste en la ciudad de Quito en Septiembre de 1564, ó sea en los mismos días en que nuestro historia- dor dice que le refirió que Orellana había podido volver aguas arriba, Domínguez Miradero declara ca- tegóricamente lo contrario: «...y en el dicho des- cubrimiento, yendo por el Río del Marañón abajo... me envió (Gonzalo Pizarro) en compañía del capitán Francisco de Orellana... á descubrir la tierra por el río abajo, é no pudiendo volver por el dicho rio con las fuerzas de las corrientes y aguas y tiempos é guazábaras de indios, caminé», etc..

128 y ornada del Rio Marañón, etc., pág. i8i de este volumen.

129 Véase la DOta 45 de esta lotrodacción.

La traición de Orellana cxxiii

Tal es lo que manifiesta en el memorial que precede al interrogatorio; y en la pregunta sexta de éste repite lo mismo: t que yendo por el Río del Ma- rañen abajo,... no pudiendo volver el rio arriba por la fuerza de las corrientes é muchas aguas y tiem- pos y guazába ras de indios, caminamos», etc. *3o

Y ésta no era sólo afirmación personal de Do- mínguez Miradero, que aparece fundada en razones, sino también la de Alonso de Cabrera, otro de los que habían acompañado á Orellana, quien, contes- tando á la referida pregunta, dijo ser verdad lo en ella contenido; y la de otros soldados que quedaron con Pizarro y que hablaron con los compañeros de Orellana que regresaron á Quito.

¿Pero acaso de la información de Juan de Illanes, citado igualmente por Ortiguera, constará otra cosa muy distinta? Todo lo contrario. Illanes rindió su información cuatro años después que Domínguez Miradero, también en Quito, lugar de partida de toda la expedición, y adonde, después de termina- da, regresaron muchos de los soldados que habían acompañado á Pizarro y á Orellana, y donde, por consiguiente, no era posible intentar mistificación al- guna: en ella hizo valer, entre otros, el testimonio

130 Págs. 148 y 152 de este volomeo.

ex XIV Introducción

de Alonso de Cabrera y Domínguez Miradero, sus compañeros, que sin discrepancia alguna afirmaron bajo juramento que no pudieron volver aguas arri- ba. "31

¿Se quiere todavía más? Ortiguera hubiera po- dido citar aún, entre las personas de quienes se in- formó en Quito de los incidentes del viaje de Ore- llana, á Alonso de Cabrera, que vivía por ese en- tonces allí; y aunque no le nombra, nosotros debe- mos recordar que, como lo acabamos de ver, su opinión sobre el particular coincidía en un todo con la de sus camaradas. >32

131 Véase la ÍDÍormación de Illanes eo las págs. 156 y sigts. de este volumen.

132 Cabrera rÍDdió también una información de sos servicios, qne asimismo publicamos en este volumen. En ella no existe la pr^unta con- sabida hecha en forma categórica, pues dice solamente que «prosiguiendo el dicho viaje fué con el capitán Francisco de Orellana el rio abajo del Marafión», si bien al dar su declaración jurada en la de Domínguez Mira- dero asiente á lo afirmado por éste.

De la misma vaguedad se resienten, como es natural, las deposicio- nes de los testigos presentados por Cabrera, aunque Bonifaz de Herrera pa- rece dar á entender que algunos de los soldados de Orellana volvieron con socorros al campamento de Pizarro, donde él entonces estaba, ó que por no poder regresar todos no lo hicieron, que las dos interpretaciones caben, si no hemos entendido mal lo que dice por estas palabras: «y el dicho Alonso de Cabrera fué con el capitán Francisco de Orellana en un bergan- tín, que fué con cincuenta hombres á buscar comida para favorecer el real, donde este testigo supo después de los demás que fueron con el dicho Capitán Orellana que no pudieron todos volver con el dicho socorro por los muchos despoblados é indios de guerra que hallaron.» Pero es más probable que en este párrafo haya algún error de redacción del escribano que lo asentó.

La traición de Orellana cxxv

En este orden podemos presentar también las declaraciones de otros testigos abonados que se ha- llaron con Gonzalo Pizarro, ó siguieron á Orellana en su atrevido viaje de descubrimiento. Ahí están la información de Ginés Fernández, donde manifiesta que «para se guarecer de la braveza del río, que era tanta que no pudieron volver agua arriba, antes prosiguieron el dicho río abajo»; '33 y, por fin, la de Cristóbal de Segovia, producida en la Isla Marga- rita, recién terminado el viaje, y en la que todos los testigos que á su tenor declararon aseguran unáni- memente que, «como las corrientes eran grandes, descendieron á mucho riesgo é trabajo más de dos- cientas leguas, padeciendo mucha hambre..., y que, queriendo volver al real donde el dicho Gobernador había quedado, por ser tan grandes las corrientes... era imposible volver»... Contestando á las pregun- tas formuladas por Segovia, no sólo lo dice así el propio Orellana, que también fué interrogado al res- pecto, sino Cristóbal de Aguilar, Juan de Elena, Hernán González, Benito de Aguilar, el Ginés Fer- nández ya citado, el comendador Cristóbal Enríquez y Blas de Medina, hombres todos de los más dis-

133 La io formación de Fernández fué rendida en Zamora de los Al- caides en 14 de Febrero de 1564, y fígura en las págs. 134 y sigts. de este Tolumen.

ex XVI Introducción

tinguídos que figuraron en el viaje, y que, bajo de juramento, manifestaron ante el juez ser así como en las preguntas se decía.

Cuando tales testimonios vemos, ¿á qué quedan reducidas las opiniones de Oviedo y de Ortiguera? ¿Podremos sin pecar de parciales anteponer sus jui- cios á las declaraciones explícitas y categóricas de los mismos actores de los sucesos?

Se dirá, por acaso, que estos hombres tenían in- terés en ocultar la verdad; pero ¿de quién? ¿con qué objeto? Además, ¿cómo es que todos á una voz afir- man lo mismo? Cuando ellos declaraban, Pizarro y Orellana ya habían muerto; en el Perú no quedaba un solo partidario de aquél cuya presencia en el po- der les hiciese presentar tergiversados los hechos; y por lo que toca á la Corte, mal podían tratar de disculpar en ella una conducta que nadie había con- denado.

Réstanos, para concluid, examinar el juicio que el proceder de Orellana ha merecido á su último his- toriador, de tanto más peso cuanto que á sus vas- tísimos conocimientos históricos reúne la ventaja de haber recorrido también parte de los lugares que fueron teatro de la expedición de Pizarro y el curso de los ríos descubiertos por Orellana. Cuál sea ese juicio ya se adivina con sólo saber que á su estu-

La traición de Orellana cxxvii

dio lo ha titulado «La traición de un tuerto»... '34 Pero oigamos el resumen de las conclusiones á que arriba el señor Jiménez de la Espada en su eru- dito estudio.

...«¿No es extraño, incomprensible y sospechoso, dice, que á aquellos caballeros, hidalgos y sacerdotes se les ocurriera, en el punto y mejor y más oportuna ocasión de cumplir con el encargo que llevaban, protestar de que no podían cumplirlo? ¿Y no es pa- tente descaro y sin igual desvergüenza atreverse á añadir que lo contrario era cosa que no cumplía al servicio de Dios y del Rey, y que con su protesta se descargaban de aleves y desobedientes al ser- vicio real si no siguiesen á su caudillo en el viaje de regreso por el río arriba? ¿Y no es escandaloso que los protestantes, á fin de que pareciera humana- mente imposible la vuelta al real de Pizarro, hicieran subir á más de doscientas leguas la distancia de éste al pueblo donde aportaron á los nueve días y ha- llaron los bastimentos de socorro que aquél y sus desamparados compañeros esperaban? El curso total del Coca, con sus múltiples serpenteos y desvíos, no llega á ochenta leguas. Concedo que los de Orellana dejasen á Pizarro en un asiento próximo á la mitad

134 Exactamente como Juan Pizarro, enemigo natural de Orellana, á quien sólo nombra de ese modo.

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del río. Contando bajo este supuesto las doscientas, el pueblo de Aparía tenía que caer indefectiblemente mucho más allá de la confluencia del Ñapo ó Santa Ana y el Amazonas. Un absurdo. Desde el real de Pizarro al puerto de Aparia mediarían, si acaso, unas sesenta leguas; distancia, por lo demás, conforme con la extensión y número de las jornadas descritas en el itinerario del vicario y cronista dominico, el cual, por lo visto, olvidó lo que había Armado un año antes. Los temores de una muerte cierta eran asimismo calculadas exageraciones, y, á la verdad, no muy decorosas á soldados de conquista. Yo no digo que fuera cosa fácil y breve subir un bergan- tín cargado de vituallas sesenta leguas río arriba; pero despachar, al encuentro de Pizarro ó á su real, si de él no se había movido, unas cuantas ca- noas de aviso, parte á la ligera, parte con algún re- frigerio, para socorrerle con él por el pronto, hu- biera sido un juego, un paseo agradable para indios de linaje omagua, constructores y dueños de las más grandes y finas canoas que surcaban aquellos ríos, y tan diestros en su manejo, que eran tenidos por los piratas del Amazonas. Orellana y los suyos de- bían saber esto, y además que, para surcar contra corriente, su mucha velocidad no es obstáculo insu- perable en los ríos caudalosos y anchos, como ya

La traición de Orellana cxxix

sabemos que el Coca lo era desde más arriba del lugar en que se separó de Pizarro. Todo es cuestión de tiempo y obra de la destreza y práctica de los indios bogas 6 remeros, que, arrimándose á las ori- llas y aprovechando los remansos y remolinos, ora remando, ora ñncando ftaunancü?, como allí se dice), hacen jomadas de tres leguas. De manera que, á lo más, hubiera durado el viaje veinte días; lo cual, en aquellas circunstancias, nada tenía de largo ni de peligroso»...

Llama luego c grosero tejido de falsedades y descaradas protestas (que tan fácilmente hubiera po- dido deshacer un caudillo leal y pundonoroso)» el requerimiento que á Orellana hicieron sus subor- dinados: «segunda escena de la indigna y ridicula farsa preparada por Orellana » , el que éste no espe- rara á Gonzalo Pizarro los dos meses que decla- raba en su respuesta al requerimiento; y después de negar el desistimiento que Orellana hizo del puesto de teniente de Gonzalo Pizarro, califica su nueva aceptación y los hechos que la precedieron de « ima- ginaciones alevosas», y que de ese modo «dio fin y digno desenlace á su farsa con la parodia del acto de Hernán Cortés en San Juan de Ulúa.» «En conclusión y en suma, nos dice, que Francisco de Orellana pudo regresar desde Aparia (acaso en el

XVII

cxxx Introducción

bergantín) á reunirse con su jefe, ó enviarle algún mensaje por lo menos. El Padre fray Gaspar dice que intentó esto último, y aun allanó muchas de las dificultades del servicio, ofreciendo dos negros para bogas y mil castellanos ó pesos de oro á cada uno de los mensajeros, y que nadie quiso ir. Pero como el hecho no consta por los justificantes preparados por Orellana en su disculpa, me permito dudarlo. Como quiera, en lo que no dudo, antes creo á todo creer, es en lo que sobre el caso (salvo la fecha) cuenta Toribio de Ortiguera > , que ya hemos dado á conocer á nuestros lectores.

El que nos haya seguido en el curso de esta in- vestigación histórica, conforme á lo que se nos al- canza, por lo que dejamos expuesto imaginamos es- tará en situación de apreciar la exactitud de las ob- servaciones que acabamos de copiar. Pero no que- remos que este fallo se pronuncie sin que se ten- gan también presentes otras consideraciones que hacen al caso, y el resumen compendioso de nues- tro criterio en la materia.

Pongámonos por un momento en el caso del acusado. Orellana sale del real de Pizarro dejando allí cuanto tenía; en obsequio de sus compañeros se ofrece á ir en persona á reconocer el lugar donde los guías indios aseguraban que se encontraría de comer;

La traición de Orellana cxxxi

antes de cumplirse tres días de marcha, y temiendo ya no poder regresar, reúne á todos sus compañeros para proponerles si no era conveniente dar desde allí la vuelta, temiendo verse en la imposibilidad de hacerlo más adelante; entre todos resuelven avanzar algo más á fin de no malograr el objeto del viaje; y, por fin, en el acto de llegar al pueblo, su pri- mer cuidado es procurar reunir el bastimento nece- sario para enviarlo de socorro á Pizarro. Todos estos son hechos que no pueden admitir duda, y que manifiestan que Orellana procedió cual cumplía á un hombre previsor, diligente, esforzado y leal.

Al tratar de poner en ejecución la vuelta se encuentra con que la distancia recorrida era, á juicio de los hombres de la mar que con él estaban, mu- cho mayor de la que se había imaginado cuando par- tieron; y, mientras tanto, ¡cuan limitados eran los elementos con que contaba para tentar la aventura!

Pretender subir con el barco aguas arriba no ha- bía que pensarlo. Quedaban las canoas. Pero aun en la hipótesis de que pudiese cargarlas de comida, que bien pronto faltó para ellos mismos, ¿con quién enviarlas.*^ Abandonar allí el barco parecía una lo- cura, cuando tantos esfuerzos había costado fabri- carlo, y era el único elemento seguro con que podía contarse para marchar en aquellos sitios. Había que

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conservarlo á todo trance, y para esto se necesitaba guarnecerlo con la fuerza que bastase á defenderlo de los indios, que en cuanto viesen que era posible apoderarse de él, no habrían dejado de hacerlo cuan- do tantas ganas le tenían.

Dividida así la pequeña fuerza, y en la hipótesis de que algunos ó la mitad de los compañeros de Ore- llana se hubiesen embarcado en las canoas, con in- dios por bogas, ¿se habría encontrado el suficiente número de éstos? Y si se hallaban, ¿no era evidente que repartidos en las canoas estaban expuestos á perecer en el primer momento de descuido? ¿No po- dían, cuando se hallasen á mitad de camino, en me- dio de los despoblados, escurrirse entre los bosques y dejarlos de nuevo á merced de las corrientes? ¿Era acaso tarea fácil subir con las canoas cargadas ag^as arriba por un río que venía de avenida?

El estado físico y moral en que, además, se ha- llaban los acompañantes de Orellana no podía ser más lamentable. Extenuados por los sufrimientos de una penosísima campaña de diez meses, se veían con sus fuerzas agotadas, con el ánimo profunda- mente decaído, y algunos tan enfermos que allí en Aparia en el espacio de unos cuantos días fallecie- ron siete; esto es, más de un doce por ciento de todos ellos.

La traición de Orellana cxxxni

Quedaba todavía otra dificultad, mayor si cabe. Puesto que Pizarro y su campo habían quedado sin provisiones; puesto que más adelante estaban ciertos de que no existían; ¿no era lo más verosíniil que hu- biese retrocedido en busca de lo que allí no halla- ban pero que tenían más atrás? Y en este caso, ¿dón- de le encontrarían los emisarios de Orellana? El so- corro llevado á tanta costa ¿no iría al fin á resultar completamente inútil?

Además ¿qué causa había para que, como lo ob- serva el mismo Orellana, cyo me alzase, pues era el principal del real y no aventuraba interés ninguno en ir con tanto peligro por un río, muerto de ham- bre, por tierra que no sabía?»... Si hubiese estado seguro del camino que más adelante le esperaba; si al fin de su jomada contase con llegar en salvamento á algún pueblo de españoles; si los medios para tentar la aventura hubiesen sido adecuados á su magnitud, podríamos decir que desertaba de su jefe. Pero era todo lo contrario.

En cambio, dejaba atrás, y perdería sin remedio, el favor de la familia de Pizarro, entonces omnipo- tente en el Perú; los indios que tenía, y que cons- tituían su riquez¿[; el gobierno donde mandaba, car- gos y hacienda, en una palabra. Esto es lo mismo que observaba ya el P. Carvajal cuando nos dice

cxxxiv Introducción

que Orellana al seguir la corriente del r/o á la aven- tura € dejaba su empleo de Guayaquil, donde tenía muchos é buenos indios de repartimiento é otras ha- ciendas, é ganado, é grande aparejo para ser muy rico hombre.»

El único interés que Orellana podía tener para desertar, apurando las cosas, era llegar pronto á España, deseoso de hacer valer cuanto antes sus ser- vicios, para obtener la gobernación á que aspiraba. Pero aprovecharse para ello de aquella coyuntura que el acaso le deparaba era una locura, y á la vez una tontería que no podemos achacarle. El camino que iba á seguir le podía conducir á la muerte, y á la Corte; y en todo caso por él llegaría pobre, situación la menos á propósito para pretender, y absolutamente insostenible para allegar elementos de una expedición cualquiera.

Más le habría convenido volver al lado de Piza- rro, hacer valer la influencia de la familia de éste, de gran peso entonces cerca del Emperador, y pre- sentarse en la Corte rumboso y adinerado, cual con- venía á caballero hijodalgo que aspiraba á una go- bernación. Además, para sostener sus pretensiones le bastaba con un apoderado instruido y expensado, para valemos de los términos forenses usados en tales casos.

La traición de Orel/ana cxxxv

Observemos también su carácter: suave, afable, impresionable, dispuesto á creer cuanto se le decía y á obrar en consecuencia, '35 nosotros creemos que apesar de cuanto por su parte manifestó estar dis- puesto á ejecutar hasta el último momento en obse- quio de su jefe, prevaleció al fin en él y quizás le impuso la actitud de sus subordinados, en su mayor parte adversarios decididos del regreso, que prefe- rían, á no dudarlo, la aventura del viaje aguas abajo, con todos sus peligros, á volver al campamento de Pizarro, donde sólo les esperaba una nueva serie de sufrimientos y ninguna cosa de provecho. Por eso es tanto más de admirar en Orellana la firmeza de su conducta durante el viaje, porque comprendió quizás que sin ella estaban todos perdidos; y otra cosa habría sido su segunda expedición, de que he- mos de hablar luego, si se hubiese conducido de la misma manera.

Pero ¿cómo fué que habiéndose propuesto es- perar á su jefe en Aparia dos ó tres meses, según dijo por respuesta al requerimiento que sus subordi-

135 Esta pintura del carácter de Orellana la tomamos de lo qae Fr. Pablo de Torres, el hombre de confianza del Rey en la expedición á la Nueva Andalucía, escribía desde Sevilla en 30 de Noviembre de 1544: cEs el Adelantado (Orellana) tan bueno, que cada persona que le dice una cosa la cree y la hace, y tanta dulcedumbre á las veces es de poco pro- vecho.»

cxxxvi Iniroduccibn

nados le presentaron luego de llegar allí, se marchó á los veintiséis días? Ya lo hemos dicho, y nos con- ñrmamos ahora en ello: el documento en que consta ese propósito no fué una farsa inspirada por él, sino, por el contrarío, el medio que arbitró para resistir á las exigencias de sus subordinados, que le ame- nazaban con sublevarse y de considerarle como mal servidor del Rey, si no venía en ello: Orellana lo sentía, y esperaba sin duda poderlo cumplir, dada la buena voluntad con que comenzaron á servirle los indios y los cortos elementos que había hallado en el pueblo. Pero esto fué un espejismo del momento^ que le permitía salir desde luego del paso; pero á poco hubo de convencerse que su proyecto no era realizable: cuando vio que siete de sus soldados ha- bían perecido en pocos días; cuando las provisiones, que en un principio creyó abundantes, comenzaron á escasear en el pueblo; cuando los indios, que en los primeros momentos venían gustosos á soco- rrerles, hacía ya quince días que no se dejaban ver; cuando las faenas en que mientras tanto había te- nido ocupada á su gente estuvieron terminadas, me- dida de alta previsión por su fin y de excelente re- sultado para mantener la disciplina en el soldado; cuando todo esto ocurría, quiere tentar un último esfuerzo para avisar siquiera á su jefe la situación

La iraicián de Orel/ana cxxxvii

en que se hallaba; y cuando, por fín, esta tentativa fracasa, sólo entonces, y sin abandonar la represen- tación de que se hallaba investido, proponiéndose todavía darle cuenta desde el primer pueblo de espa- ñoles á que el destino le condujese, sólo entonces hace desatracar el barco y las canoas, y se entrega á lo desconocido aguas abajo por el río. Esperar más tiempo allí resultaba inútil para los compañeros que iba á dejar atrás; sin provecho, y peligroso para ellos. No había más que resignarse á acepta^ el único temperamento que la fuerza de las circuns- tancias deparaba á todos, y lanzarse en favor de las corrientes. Más adelante les esperaban los pe- ligros de lo desconocido, los remolinos, los pasos difíciles, pueblos enemigos, el hambre, quizás la muerte; pero no había remedio.

¡Traición! se dice. ¡Traición! cuando algunos días después de salir de Aparia Orellana renuncia la te- nencia de Pizarro, y sus subordinados por sí, en asamblea popular y á nombre del Rey, vuelven á elegirle para el cargo. Medida de gran importancia para asegurar el éxito del peligroso viaje, decimos nosotros. Fijémonos dónde se hallaba aquel puñado de hombres, perdidos entre las selvas, lejos, muy lejos de toda autoridad efectiva y constituida que pudiera, llegado el caso, castigar los desmanes que

XVIII

cxxxvni Introducción

eran de esperar de gente de aquella especie, cuyos lazos de obediencia debían parecer y notarse profun- damente relajados, y de que era un asomo el reque- rimiento de Aparia, y de cuánto más necesitaba el jefe que los mandase sentirla robustecida para ha- cerse obedecer á ciegas en medio de los peligros en que se jugaban diariamente la vida por los obstá- culos de la naturaleza y la lucha con los salvajes: y si esto era así, ¿qué medio más adecuado para quien llevaba la responsabilidad de todos, que el que estos mismos, por un acto de su voluntad, se comprome- tiesen y jurasen guardarla? '3^

Mal podemos por esto condenar á Orellana. ¿Le condenó, acaso, el Consejo de Indias cuando vino á España? Aquí se hallaba casualmente entonces Her- nando Pizarro, procesado, es verdad, pero con en- tera libertad para parecer en juicio y acusar, como en efecto acusó, á no pocos de los que habían sido en el Perú enemigos suyos ó de su familia; pero en más de dos años que duró la permanencia de Ore- llana en la Península, Hernando no dijo una palabra sobre la traición hecha á su hermano, y de que, á considerarla como tal, no habría dejado de aprove-

1 36 Varios casos podríamos citar eo que los jefes españoles en Amé- rica en aquellos afios, que no se hallaban ni con mucho en las difíciles circunstancias de Orellana, procedieron de igual modo, sin que nadie les tachase por ello de traidores.

La traición de Orellana cxxxix

charse para hacerle responsable del fracaso de su expedición á la Canela. Ni la dijo tampoco el Con- sejo, que mejor que nadie debía saber cómo pasa- ron las cosas, después que en dos años había tiem- po bastante para averiguarlas, y cuyo ñscal era en- tonces el Licenciado Villalobos, hombre activo, ce- losísimo de las prerogativas reales y que se mani- festó incansable en perseguir á todos los traidores del Perú, y aun á los que no lo fueron. Lejos de eso, el monarca recuerda el suceso del viaje, reco- noce los servicios de Orellana, celebra con él una capitulación para que vuelva al descubrimiento y conquista de aquellas regiones, y le concede, por fín, el título de adelantado cpara honrar su perso- na.» '37 ¿Es creíble que esto se hiciera con un trai- dor?

137 Real cédula de 17 de Febrero de 1J44.

CXL Introducción

VIII

C^t¿ El viaje de descubrimiento.

Orellana y sus compafieros peDetran en el Río Marafióo. Las pobUciones de Aparia el Grande. Construcción de un nuevo bergantín. Partida de los expedicionarios. Combate en Machiparo. Hostilidades de los indios. Muerte de Antonio Carranza y Pedro de Empudia. Precau- ciones de Orellana. Cambia el aspecto del paisaje. Reparación de los bergantines. Los expedicionarios se detienen en la desembocadura del Río. Aprestos para surcar el Atlántico. Viaje y llegada á Cubagua.

II la conducta de Orellana en sus relaciones con Pizarro ha podido atraerle las graví- simas inculpaciones que dejamos expues- tas, en cambio, desde que parte del pueblo de Apa- ria su constancia en los trabajos, sus condiciones de jefe prudente y precavido, su firmeza y energía, su coraje á toda prueba en aquel peligroso y atre- vido viaje de descubrimiento, le hacen digno de glo- ria indiscutible y por nadie hasta ahora disputada. Habríamos de copiar aquí punto por punto la Relación de su cronista Carvajal si quisiéramos en- trar en los pormenores de su famosa expedición; y por eso debemos limitarnos á contarla aquí en sus principales incidencias, aclarando en cuanto esté á nuestros alcances las fechas y lugares en que se veri- ficaron.

El viaje de descubrimiento ex li

Hemos dicho ya que Orellana y sus compañeros partieron del pueblo indígena el día 2 »38 de Febrero de 1542, y que luego, á cosa de veinte leguas, al- canzaron la desembocadura del Rio Curaray, asiento entonces de un cacique principal de la raza de los irimaraes, á quien Orellana deseaba visitar cpor ser indio y señor de mucha razón > y haber ido á verle llevándole algunos regalos; mas tuvo que de- sistir de su propósito por causa de la violencia de las aguas en la confluencia de ambos ríos, que era tanta que con los remolinos que hacían y los ma- deros que arrastraban pusieron á las débiles embar- caciones en grave peligro de zozobrar.

No muy lejos de allí, dos de las canoas en que iban once de los expedicionarios adelantáronse por entre unas islas y no lograron reunirse al grueso de sus compañeros sino al cabo de dos días, cuando ya se les creía perdidos y se hallaban todos con la aflic- ción que es de suponer. '39 Después de un día de des- canso, al siguiente por la. mañana encontraron unas poblaciones de indios que recibieron con agrado á los españoles, dándoles tortugas y papagayos y

138 En el texto de Oviedo se dice, sin embargo, que fué el primero de ese mes.

139 A consecuencia de este incidente, Orellana ordenó allf, bajo gra- ves penas, qae los qae iban en las canoas no se apartasen del barco á más de un tiro de ballesta.

cxLii Introducción

otras provisiones de que tenían gran necesidad. Per- noctóse en otro pueblo inmediato y abandonado, y de allí temprano en la mañana el campamento tras- ladóse por causa de los mosquitos á otro mayor que parecía más abajo, donde estuvieron tres días aga- sajados de sus moradores.

Por fin, al día siguiente, Domingo 1 1 de Febre- ro, la pequeña escuadrilla entraba á surcar las aguas del Marañón. "4©

Durante quince días siguieron aguas abajo á vista de algunos pueblos que se veían asentados á las orillas: el Domingo 26 de Febrero por la ma- ñana les salieron á encontrar algunas canoas de in- dios, llevándoles de regalo algunas tortugas, aves y

140 El P. Carvajal en la Relación que hoy publicamos dice que U CDtrada cd ese gran río, que allí se divide en dos brazos y á primera vista parcccD dos diversos, tuvo lugar en día Domingo, y en la que Oviedo in- serta en su Historia de las Indias se lee «día de Santa Olalla, habiendo ya pasado once días de Hebrero.» Arabos datos concnerdan así perfectamente, porque, en efecto, el 1 1 de Febrero de 1 542 fué Domingo.

Resulta asimismo de ambas relaciones, que, habiendo partido los ex- pedicionarios de Aparia el 2 de aquel mes, para llegar al punto que indi- camos sólo emplearon en la marcha siete días, pues descansaron cnatro, y aun el en que encontraron á los compañeros que se habían adelantado pararon temprano. Damos todavía de barato el tiempo que perdieron en tratar de subir aguas arriba del río en que moraba el cacique amigo de que hemos hecho mención, y aun que la partida de Aparia tuviera lugar el i.* de Febrero y no el 2; con todo lo cual siempre resultaría que los días de que tratamos no pasaron de ocho.

Pues bien: si suponemos que la partida hubiese tenido lugar, como quiere el sefior Jiménez de la Espada, desde poco más abajo de las juntat del Coca, nos encontraríamos así con el absurdo de que en siete días, ó en

El viaje de descubrimiento cxliii

pescados por encargo de Aparia el Grande, cuyo asiento se hallaba cercano, y adonde, guiado por los indígenas, aportó luego Orellana. Después de una plática en que el capitán español manifestó á los indios allí reunidos el propósito que abrigaba de con- tinuar por el río adelante, y de como él y sus com- pañeros eran hijos del Sol, dios que adoraban aque- llos ribereños, rogáronle que se quedase allí y que ellos le proveerían de las cosas que necesitase, co- menzando por dejarle desocupado el pueblo para que en él se hospedase.

En vista de que la ocasión parecía favorable, Orellana reunió á sus compañeros para significarles la conveniencia de que en aquel punto se fabricase

ocho á más tardar, habían andado una distancia tres veces mayor de la que indica para la primera jomada de nueve días; y no hablamos de leguas, porque, dadas las revueltas del río, todo cálculo á este respecto es del todo aventurado: nuevo argumento para creer que el pueblo de Aparia se hallaba situado en las juntas del Aguarico, ó sea casi en el promedio de la distancia recorrida por Orellana desde que salió del campamento de Pizarro hasta qae penetró en el Marafión. Esto mismo concurren á demostrarlo los días de marcha gastados en ambas jomadas: nueve en la primera, y siete ü ocho en la segunda.

¿Orellana, ó los que con él iban, sospecharon por acaso que el río eo que acababan de penetrar era el Marafión? En las informaciones de servicios rendidas por los expedicionarios después del viaje se lee simplemente que cdieron en el Río Marafión»; pero como entre ellos había algunos hombres de la mar, y la desembocadura de un gran río llamado ya con el nombre de Marafión ó de Mar Dulce se sabía existir poco más ó menos en aquella latitud, debieron comprender desde el primer momento que aqael río que parecía mar por su imponente grandeza no podía ser otro que el que las cartM geográficas marcaban con ese nombre de Marafión.

cxLiv Introducción

el bergantín, en lo que todos asintieron gustosos, ya que comprendían cuánto les importaría de ahí ade- lante navegar en embarcaciones que les permitiesen resistir los futuros ataques de los indios enemigos y desafiar más tarde el empuje de las olas del mar. Repartió, en consecuencia, el trabajo entre todos, bajo la inmediata dirección del sevillano Diego Me- xía. Al cabo de una semana, la madera que se re- quería estaba ya cortada; hízose luego el carbón necesario para continuar la fabricación de los clavos y otros aparejos de hierro, valiéndose de una fragua cque un ingenioso compañero, dice Carvajal, había hecho sin ser herrero»; utilizóse el algodón como estopa; la resina de los árboles silvestres, que los indios se encargaron de buscar, como brea; y así, con el entusiasmo de todos, en cuarenta y un días '^i

141 £d la Relación de Canrajal qoe ahora publicamos se dice que faeroD treinta y cinco los días, pero en esto hay nn error coya comprobar cióD nos va á permitir establecer qne los trabajos empezaron al siguiente de la llegada, y algunas fechas por lo menos curiosas para el caso.

Habiendo aportado Orellana al asiento de Aparía el Domingo 26 de Febrero, y partido el 24 de Abril, resulta que su permanencia allí duró 57 días. «Tardóse en la obra deste bergantín», según la Relación publicada en Oviedo, «y en adobar el barco que traíamos cuarenta é un días de labor, dejando los Domingos é fiestas y el Jueves é Viernes Sancto é la Pascua, que no trabajaron los compafieros.» Estos días no laborables fueron, pues, el Domingo, día de la llegada (26 de Febrero), los días 5, 12, 19 y 26 de Marzo, y el 2, 9, 16 y 23 de Abril, que fueron también Domingos; el Jueves y Viernes Santo (13 y 14 de Abril); los tres de Pascua, 17, 18 y 19 del mismo mes, y los dos días festivos de Marzo, San José el 19 y la Encar* nación el 25: total de días no laborables, 16, los que descontados de

El viaje de descubrimiento cxlv

labróse un bergantín, que resultó bastante mejor y más grande que el que traían, al cual hubo también que reparar, porque venía ya podrido.

En los días que allí se pasaron, Orellana tomó posesión, á nombre del Rey, de algunos otros caci- ques; hizo que el P. Carvajal predicara en las fiestas más solemnes; eligió por alférez á un hidalgo lla- mado Alonso de Robles, que por su desempeño del cargo acreditó más tarde el buen acierto de su jefe; confesáronse todos con los dos religiosos de la ex- pedición; y, por fin, ya listos los preparativos y des- cargadas las conciencias, dióse la orden de marcha para el 24 de Abril.

Todavía el día siguiente, Aparia en persona fué á llevarles bastimentos en un pueblo suyo de más abajo, y su buen tratamiento duró por todo el tra- yecto de las regiones que le estaban sujetas. «De allí adelante, refiere el P. Carvajal, pasamos más trabajo y más hambre y despoblados que de antes, porque el río venía de monte á monte y no hallá- bamos adonde dormir, ni menos se podía tomar ningún pescado, así que nos era necesario comer nuestro acostumbrado manjar, que era yerbas y

los 57 que allí estuvieron, nos da la cifra de 41. En el afio de 1542 el Miércoles de Ceniza cayó el i.* de Marzo, la Pascua el 16 de Abril y el Domingo de Cuasimodo, por lo tanto, el 23. {Al día siguiente, 24, Orellana seguía su camino!

XIX

cxLVí Introducción

de cuando en cuando un poco de maíz tostado.» Con este trabajo iban, cuando el 12 de Mayo avistaron las poblaciones de Machiparo, de que ya les habían dado noticia en Aparia, donde los indios les salieron de guerra, tan á destiempo, que por ve- nir la pólvora húmeda no se pudieron valer de los arcabuces, y sólo de las ballestas, que bastaron para alejar á los enemigos y para permitirles tomar puerto en un pueblo que todavía defendieron los indios, pero que en cambio resultó hallarse abasteci- do en abundancia.

Empero, reunir las tortugas que allí guardaban en albercas, y otras provisiones, no fué cosa fácil. A Cristóbal de Segovia y algunos otros á quienes Orellana confió el cuidado de recogerlas, les die- ron un asalto furioso; atacaron á la vez á los que se habían quedado en el pueblo y en los berganti- nes, y la jornada del día resultó haber costado á los españoles dieciocho heridos, algunos de los cua- les fueron embarcados envueltos en mantas como fardos para no envalentonar á los enemigos, uno de ellos tan grave que murió á los ocho días, y la pérdida de un arcabucero que quedó inútil por las heridas que recibió. Embarcados al fin todos, se hi- cieron á lo largo del río, seguidos por numerosas ca- noas de indígenas, que 'les fueron hostilizando toda

El viaje de descubrimiento cxlvii

la noche. Al rayar el alba divisaron muchas y muy grandes poblaciones, de donde salían indios de re- fresco á remudar á sus compañeros que venían fati- gados; y como ya al mediodía la situación se hacía insostenible para los españoles, rendidos de los aza- res del día anterior, muchos heridos y cansados todos de tanto remar, Orellana acordó, para dar algún descanso á su gente y que pudiera comer, atracar con los bergantines á una isla desierta que aparecía en medio del río; y comenzaban ya á guisar cuando se vio que los indios trataban de atacar á la vez por agua y tierra, con lo cual hubo de mudar de pro- pósito y hacerse de nuevo á lo largo, pensando así defenderse mejor. Seguidos siempre de los indios, llegaron á una angostura que el río hacía, donde, apostados muchos de aquéllos en tierra, dominaban los bergantines, que allí probablemente quedaran con sus tripulantes, á no ser por el acierto de Her- nán Gutiérrez de Celis, que de un arcabuzazo derri- bó al indio que capitaneaba las canoas, y á quien, por acudir sus compañeros á verle, dieron tiempo á que los barcos de los españoles saliesen de aquel peligroso paso. Todavía, sin embargo, les fueron hostigando los indios dos días y dos noches, sin darles un punto de reposo, al cabo de los cuales sa- lieron al fin de los dominios del belicoso Machiparo.

cxLVín Introducción

Más adelante encontraron otro pueblo de dis- tinta tribu, que los expedicionarios hubieron de to- mar á viva fuerza para procurarse un descanso que tanto necesitaban, y después de reposar en él tres días y de proveerse de bizcocho y frutas, continua- ron su marcha el i6 de Mayo, '42 huyendo siempre, en cuanto podían, de encontrarse con los habitantes de los numerosos pueblos que divisaban en ambas orillas del río, todos pertenecientes al señorío de Omagua, hasta llegar á tierra del cacique Paguana, cuya gente les recibió de la manera más hospitalaria. £1 29 de aquel mes desembarcaron en un pueblo pe- queño, que ocuparon sin resistencia, y el 3 de Junio avistaban la desembocadura del Río Negro. Descan- sóse el día siguiente, que era Domingo, y el Lunes 5 tomaron puerto en un pueblo mediano, y luego en otros, en que iban proveyéndose de comida, sin que les ocurrieran otros incidentes de importancia hasta el 7, en que sostuvieron un combate nocturno con los indios, á costa de algunos españoles que salie- ron heridos, y de unos cuantos indios que fueron to- mados prisioneros y ahorcados en seguida.

El 8, día del Corpus Christi, y el siguiente fueron de descanso. £1 10 temprano en la mañana vieron entrar en el que surcaban un poderoso río, que bau-

14a Mano se lee por eqaivocaci6n en el relato publicado por Oviedo.

El viaje de descubrimiento cxlix

tizaron con el nombre de Grande, y que hoy es co- nocido con el de Madeira. £1 1 3 divisaron un pue- blo considerable y muy fuerte, puesto en alto, que por la hechura de sus casas c mostraba en ser frontera de otras provincias»; y el 14 avistaron otro, que tomaron para proveerse de comida, donde in- cendiaron una choza grande, en que perecieron abra- sadas algunas mujeres y muchachos. £1 24 sostuvie- ron un nuevo combate con los indios, capitaneados esta vez por las llamadas amazonas, de que resulta- ron heridos algunos españoles, y entre ellos el pa- dre Carvajal ccon una flecha en la hijada, que, se- gún cuenta, le entró hasta lo hueco, é si no fuera por los dobleces de los hábitos, por donde primero pasó la flecha, me mataran.» £se día el buen padre había predicado en honor de la festividad del Pre- cursor de Cristo; pero estaba de Dios que había de andar desafortunado, porque en otro combate que se trabó luego le quebraron también un ojo... '^3

Con semejante percance, Orellana hubo de redo- blar sus precauciones y continuar la marcha sin des- embarcar en pueblo alguno, aunque las provisio-

143 cNo hirieron sino á mí, dice Carvajal, que permitió Nuestro Sefior por mis defetos que me diesen un flechazo sobre an ojo, que me pasó la cabeza é sobró la flecha dos dedos de la otra parte detrás de la oreja, algo más arriba: de la cual herida, demás de perder el ojo, he pasado macho trabajo é fatiga, é aún no estoy libre de dolor»...

fA, IníraducciúH

ntA f:«^a5icat>an mucho, por temor de que los in- i\ui% le mataM;n algunos de sus soldados; pero todas ^\\'á% fio bastaron á impedir que poco después de rinali;car el mes *^ muriese de un flechazo con ve- neno Antonio Carranza. Para remediar en lo posí- lile que los indios hiriesen impunemente á sus Mit<li4(loM, OrcUana hizo amarrar los bergantines á lo^ ái'í)olei« de una isla que había en la desemboca- lUiifi de un río grande (¡ue entraba por la derecha (lit parecer el Tapajos) y ponerles una especie de barandas para defenderse de las flechas envenenadas de los salvajes; pero esto tampoco bastó para que poco después, al pasar por frente á la desembocadu- ra de uno de los brazos del Paranaiba, flechasen tam- lii(^n á otro soldado llamado García de Soria, que d(!l veneno falleció antes de las veinticuatro horas. \\\\ medio de estos percances, comenzaron sin embargo los expedicionarios á sentirse más alenta- dos cuando conocieron que ya por aquellos lugares se dejaba sentir el reflujo de la marea, indicio evi- ilrnttí ile ((uc no podían hallarse lejos del Adántico. CrujíurDU entízneos á la banda opuesta del río, siem- piií lui)tMuK) de lo poblado, y allí, después de an-

l.f-1 lvl Km( tiv» ilulir hikbisr tenido )u|»iur co U fecha que indicamos. l*»-«(tf iil é\ k\\\ \\\\\\\s 43U HileUute la crooolo|*ia del viaje se hace difícil de ».«lH)tU.i.v.4 4 i4U»H d«i \\\\^ el oronÍ4(a se limita de ordinario á decir: «desde •I |tMM<-« (Im4«, «liabu m1|¡uiiují dina»! etc.

El viaje de descubrimiento cli

dar á lo largo por espacio de algunas leguas, en que las poblaciones se veían un tanto alejadas hacia el interior y la tierra comenzaba á presentarse despo- jada de los bosques que cubrían las orillas, descan- saron dos días. Desde allí el aspecto del paisaje era del todo diverso: á las sabanas y barrancas altas su- cedía la tierra baja, y el cauce del río se veía inte- rrumpido por numerosas islas poco pobladas, entre las cuales comenzaron á remar, procurándose comi- da donde sin daño se podía, «y por ser las islas anchas y muy grandes, expresa el P. Carvajal, nunca pudimos tornar á tomar la tierra firme de una ni de la otra parte fasta la mar»...

Yendo caminando por nuestro acostumbrado camino, continúa luego el cronista, como salíamos muy faltos y con harta necesidad de comida, fuimos á tomar un pueblo, el cual estaba metido en un es- tero: hora de pleamar mandó el Capitán enderezar allá el bergantín grande; acertó á tomar el puerto bien, y saltaron los compañeros en tierra: el peque-

«

ño no vido un palo que estaba cubierto con el agua, y dio tal golpe que una tabla se hizo pedazos, tanto que el barco se anegó. Aquí nos vimos en muy gran- dísimo aprieto, tanto que en todo el río no le tuvi- mos mayor, y pensamos todos perecer, porque de todas partes nos golpeaba la fortuna; porque como

CLii Introducción

nuestros compañeros saltaron en tierra, dieron en los indios y los hicieron huir, y creyendo que esta- ban seguros comienzan á recoger comida. Los in- dios, como eran muchos, revuelven sobre nuestros compañeros y danles tal mano, que los hacen vol- ver donde estaban los bergantines, los indios en su seguimiento; pues en los bergantines poca seguri- dad tenían, porque el grande estaba en seco, que había bajado la marea, y el pequeño anegado, como he dicho»...

Para salir de este aprieto, dispuso Qrellana que la mitad de sus hombres hiciesen frente á los in- dios, mientras los otros varaban el bergantín y re- paraban el daño. Á cargo del grande, que se apartó de la orilla, quedó sólo el jefe, otro soldado y los dos religiosos. Por fortuna, al cabo de tres horas, los indios se retiraban, á tiempo que la avería que- daba salvada.

Al día siguiente se refugiaron entre la espesura de un monte y dieron comienzo á la obra de ade- rezar el barco pequeño para que pudiese navegar por la mar, comenzando por hacer los clavos que todavía faltaban. Estas faenas duraron dieciocho días, en cuyo tiempo el hambre les apretó de tal manera que se repartían contados los granos de maíz, y de cuya necesidad vino á salvarles la pesca

El viaje de descMbrimiento cliu

casual de una danta recién muerta que arrastraba la corriente.

Quedaba todavía por reparar el bergantín gran- de, y para ello siguieron aguas abajo en busca de una playa donde pudiesen vararlo, y, una vez halla- da, en catorce días ese adobaron de todo entram- bos bergantines y se les hizo sus jarcias de yerbas y cabos para la mar, y velas de las mantas en que dormíamos, y se les pusieron sus mástiles»: cdías de continua y ordinaria penitencia, recuerda el re- ligioso dominico, por la mucha hambre y poca co- mida que había, que no se comía sino lo que se ma- riscaba á la lengua del agua, que eran unos caraco- lejos y unos cangrejos bermejuelos del tamaño de ranas; y éstos iban á tomar la mitad de los compa- ñeros, y la otra mitad quedaban trabajando»...

Por fin, el 8 de Agosto se alejaban de aquel lugar, andando á la vela en las horas del descenso de la marea, y dando bordos á un cabo y á otro; pero como carecían de anclas, amarraban los barcos á las piedras, sucediéndoles á veces que ganaban y retrocedían en una hora el camino que habían anda do en un día. Hallaban todavía algunos pueblos de indios mansos que tenían escondidas sus provisio- nes, debiendo por esto contentarse á veces única- mente con ciertas raíces, «que á no las hallar, to-

XX

CLiv Introducción

dos pereciéramos de hambre», dice el P. Carvajal. Por fin, el 24 de Agosto llegaban á la desem- bocadura del río. De todos los obstáculos que la naturaleza y los hombres les habían opuesto hasta entonces sólo les faltó experimentar en ese último tiempo los terribles aguaceros de aquellas regiones... Descansaron allí un día y una noche, si descanso se puede llamar dedicarse á fabricar cables y sogas para la jarcia de los bergantines; c é como se habían hecho á remiendos, siempre había que remendar en ellos... é como las demás cosas de que nos proveía- mos eran contrahechas é por mano de hombres sin experiencia é no habituados á tal arte, duraban muy poco; é como no se hallaban en cada parte, era ne- cesario venir salvando é proveyendo á saltos. Desta forma, en una parte se hacía la vela, en otra el ti- món, en otra la bomba y en otra la jarcia, y en cada cosa déstas, en tanto que no la teníamos, era estar á mucho peligro.»

fDejo de decir, continúa el P. Carvajal, otras mu- chas cosas de que carecíamos, así como de pilotos é de marineros é de aguja del navegar, que son cosas nescesarias, que sin cualquiera dellas no hay ningún hombre, por falto que sea de buen juicio, que ose navegar, sino nosotros, á quien esta navegación se ofresció por caso é no por voluntad nuestra. »

El viaje de descubrimiento clv

En aquel punto los expedicionarios tomaron agua, «cada uno un cántaro; y unos á medio almud de maíz tostado, y otros menos, y otros con raíces, y de esta manera nos pusimos á punto de nave- gar por la mar por donde la ventura nos guiase y echase»...

Con tales elementos, el 26 de Agosto, Sábado de mañana, antes del alba, desplegaban ambos ber- gantines sus velas y salían á la mar por entre la isla grande de Marajo y otra más pequeña que que- da hacia el norte. '45 Durante cuatro días navegaron en conserva, unas veces á vista de tierra y otras un tanto alejados de la costa; pero en la noche del 29 ese apartó el un bergantín de otro, '46 que nunca más nos podimos ver, dice Carvajal, que pensamos que se hubiesen perdido, y al cabo de nueve días que navegábamos metiéronnos nuestros pecados en el golfo de Paria, pensando que aquel era nuestro

145 Así se deduce del siguiente pasaje de la Relación publicada en Oriedo: cEsta boca del Río tiene de ancho, de punta á punta, cuatro le- guas, é Timos otras bocas mayores que ésta por donde salimos á la mar; é segúnd raxón de hombres expertos á la muestra quel Río hacía de muchas islas é golfos é bahías, cincuenta leguas atrás antes que saliésemos, bien se manifestaba quedar otras bocas á la mano diestra como veníamos... É con toda la diligencia que se puso en buscar la tierra ñrme del Río, nunca se pudo ganar, de suerte que nos fué forzado salir entre islas de una banda é de otra por la boca susodicha.»

146 Al pequefio le habían bautizado con el nombre de San Pedro, y al otro con el de Victoria,

CLVí Introducción

camino, y como nos hallamos dentro quisimos tor- nar á salir á la mar: fué la salida tan dificultosa, que tardamos en ella siete días, todos los cuales nunca dejaron los remos de las manos nuestros compañe- ros; y en todos estos siete días no comimos sino fruta á manera de ciruelas, que se llaman hogos; así que con mucho trabajo salimos por las bocas del Dragón, que tales se pueden llamar para nosotros, porque por poco nos quedáramos dentro. Salimos de esta cárcel; fuimos caminando dos días por la costa adelante, al cabo de los cuales, sin saber dón- de estábamos, ni dónde íbamos, ni qué había de ser de nosotros, aportamos á la isla de Cubagua y ciudad de la Nueva Cádiz, donde hallamos nuestra compañía y pequeño bergantín, que había dos días que había llegado, porque ellos llegaron á nueve días de Septiembre y nosotros llegamos á once del dicho mes con el bergantín grande, donde venía nuestro Capitán: tanta fué el alegría que los unos con los otros recebimos, que no lo sabré decir, por- que ellos nos tenían á nosotros por perdidos y nos- otros á ellos. >

Así dieron fín á su c navegación é acaescimiento, que se principió impensadamente é salió á tanto efeto, como dice Oviedo, ques una de las mayores cosas que han acaescido á hombres.»

Los compañeros de Orellana clvii

IX

í^^ Los compañeros de Orellana.

¿Cuántos fueron los compafieros de Orellana? Cálculos diversos. Noticias biográficas. Los que murieron durante el viaje.

|uÁNTOs fueron los compañeros de Orellana en su viaje por el Amazonas? Los historia- dores, como sucede de ordinario en seme- jantes casos, andan discordes sobre este punto. Ló- pez de Gomara, á quien siguen el Inca Garcilaso y el P. Rodríguez, dice que no pasaban de 50; Ovie- do, que es el que más ha precisado la materia, los hace ascender á 53, nombrándolos uno á uno; An* tonio de Herrera afirma que eran 60, y, por fin, el P. Carvajal declara expresamente que eran 57. Vea- mos, pues, quién, á nuestro entender, se halla en lo verdadero.

Los que suscriben los documentos obrados du- rante la navegación suman 61; de ellos, 35 firmaron ambas piezas; además, 14 la primera y no la se- gunda; y, por el contrario, en ésta se ven por pri- mera vez los nombres de 12. A estos 61 habría que agregar los nombres de dos que sólo cita Ovie-

CLViii Introducción

do; '47 de modo que con Orellana serían 63 por to- dos los descubridores del Amazonas.

Ahora bien: ¿cómo conciliar la cifra dada por el P. Carvajal, que dice terminantemente que los com- pañeros de Orellana fueron 57, con la que resulta de nuestra cuenta? Tomando como mínimum de nues- tro cálculo los firmantes de los documentos, ten- dríamos en todo caso 6 1 , como decíamos. ¿Se equi- vocó, pues, en la cuenta el P. Carvajal.? ¿Se puso, acaso, dos veces alguna de las íirmas de los docu- mentos á que aludimos? Para apreciar el alcance de esta duda es necesario tener presentes dos circuns- tancias: la primera, que algunos de los expediciona- rios no sabían finnar, y algún otro ha debido, por consiguiente, hacerlo por ellos; '48 y la segunda, que en los documentos que publicamos se encuentran repetidas las firmas de varios (sin contar la de Juan

147 Son éstos: Juan Carrillo y Andrés Martío, natural de Palos. Pe- rucho, vizcaíno, oriundo de Pasages, y Joanes, también vizcaíno, natural de Bilbao, que dice murió en el viaje, son probablemente Pedro de Acm- ray y Pedro de Empudia, cuyo nombre suponía Oviedo que era Juan.

148 Esta aserción nuestra se comprueba de dos maneras: primero, porque desde luego es fácil notar que las últimas firmas, del segundo do- cumento principalmente, son á todas luces de la misma mano. Este hecho, que puede parecer anómalo, era corriente en aquellos tiempos en Améríoi, y en su apoyo podríamos alegar muchas pruebas. Y segundo, porque entre los firmantes aparece Juan de Elena, que sólo sabía hacer su sefial, según prueba por lo que él mismo dijo ante notario público al suscribir so deposición como testigo en la información de servici(.>s de Cristóbal de Agui- lar. Véase la pág. 122 de este volumen.

Los compañeros de O rellana CLix

de Alcántara), como son las de Hernán González y Juan Bueno; y que hay otras en que quizás no haya- mos interpretado bien los nombres y los apellidos. Baste á este respecto recordar que el mismo Oviedo se equivocó al dar los nombres de varios.

En esta duda, y dejando á la causa referida el exceso que resulta en el número que damos nos- otros, optamos por la afirmación del cronista de la expedición, que en varios meses de vida íntima con sus compañeros pudo contarlos perfectamente, y de quien no es posible esperar se equivocase en asunto tan importante como ese. '49

fY porque, como dijo Oviedo, de un acaesci- miento tan peregrino, tan largo é tan peligroso via- je, no es razón que se olviden ni se callen los nom- bres de los que en ellos se hallaron, los pomé aquí.» 'SO

149 Si se hubiese de desestimar nuestra hipótesis, á los nombres de Juan Carrillo y Andrés Martín, que recuerda Oviedo, deben agregarse los siguientes, para completar los 62 que indicamos: Juan Bueno, Francisco de Elena, Alonso García, Alonso Gómez y Hernán Gontález.

150 Cuando no se han manejado los papeles del Archivo de Indias es casi imposible tener idea de las dificultades que á cada paso se ofrecen al investigador para reunir datos biográficos de los soldados de la con- quista, por la singula r identidad de nombres que se presenta á cada paso. Se necesita de un examen escrupuloso para distinguir en ocasiones cuáles tocan á un personaje y cuáles á otro que se nombran exactamente de la misma manera, figuran en los mismos sucesos y tienen á veces la misma edad. Buena prueba de este aserto es lo que decimos de Juan de lUanes. Por esta causa, y á fin de no incurrir en errores, hemos preferido á veces

CLX Introducción

1. AcARAY (Pedro de). Es posible que éste sea el vizcaíno Perucho á quien se refiere el P. Car- vajal en su Relación, "5*

2. Aguilar (Benito de), asturiano. Oviedo le cita por error con el nombre de Blas. Nadó por los años de 1508, y pasó al Perú próximamente en 1535, donde figuró en la conquista de Quito y sus comarcas, y en las de Popayán y provincias de Lile, sirviendo al lado de Cristóbal de Segovia y bajo el mando inmediato de Benalcázar. Hallábase en Quito cuando salió á la expedición de la Canela con Pí- zarro,

3. Aguilar (Cristóbal de). 'S*

4. Aguilar (Juan de), natural de Valladolid. Murió en el viaje. Oviedo le llama García, aunque equi vocadamen te .

5. Alcántara (Juan de). '53

6. Alcántara (Juan de). 'S^

7. Arévalo (Rodrigo de), vecino de Trujillo. ^Juan lo llama Oviedo. Al parecer murió durante el viaje.

omitir noticias que pueden convenir á algunos de los compafieroa de Ore- llana» pero de las cuales no teníamos seguridad de que en realidad tocasen á ellos.

151 Pág. 24 de este volumen y nuestra nota 27.

152 Véase la nota 13 á la Relación del P. Carvajal.

153 Véase la nota 5 de la Relación citada.

154 Id., id.

Los compañeros de Orellana clxi

8. Arnalte (Juan de). Creemos que falleció en el viaje.

9. Bermúdez (Diego). Natural de Palos; cuyo nombre equivocó Oviedo por el de Alonso.

10. Bueno (Juan), natural de Moguer. En los documentos aparecen dos fírmas de este tenor, pero nos inclinamos á creer que se refíeren á la misma persona.

11. Cabrera (Alonso de). Nació en Cazalla por los años de 15 17, y obtuvo licencia para pasar al Perú por real cédula de 27 de Noviembre de 1 534. Después de concluido el viaje, regresó á Quito, donde á los seis días de llegar le mandó prender Pedro de Puelles, en cuya muerte tomó parte ac- tiva. Sirvió, pues, contra Gonzalo Pizarro, y se halló en la batalla de Xaquixaguana. Regresó segunda vez á Quito, y con motivo del alzamiento de Her- nández Girón, el corregidor de aquella ciudad don Antonio de Osnayo le envió de avanzada á la pro- vincia de los Cañaris. Más tarde se avecindó en Cuenca, donde fué tesorero de S. M., si bien en 1568 se hallaba accidentalmente en Quito, y ya de asiento en ella en 1579, sirviendo los oñcios de factor y veedor de la Real Hacienda. Fué también regidor de la ciudad. Por el mes de Marzo de aquel año, y como teniente del capitán Rodrigo de Sala-

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CLxn Introducción

zar, pasó á Guayaquil con ocasión del recelo que se tenía de que allí aportasen los buques de la armada de Drake. Era tenido por hombre principal é hijo- dalgo, aunque entonces se hallaba muy pobre y vie- jo. Vivía aún, soltero, en Febrero de 1583. El Con- sejo de Indias, en 23 de Diciembre de este año, acordó se despachase cédula para que se le diese una renta de ochocientos pesos: tardía merced, que probablemente no recibió cumplimiento.

12. Carranza (Antonio de). '55

13. Carrillo (Gonzalo). Oviedo, por error, le llama Gómez.

14. Carvajal (Fr. Gaspar de).

15. Cevallos (Rodrigo de).

16. CoNTRERAS (Gabriel de). '56

17. Díaz (Gonzalo).

18. Domínguez Miradero (Pedro). Nació en Palos hacia los años de 1 5 1 5 , y por los de 1535 pasó á Santa Marta con el adelantado D. Pedro Fer- nández de Lugo. Con el capitán Luis Bemal se halló en el descubrimiento de las provincias de Ancerma; siguió de allí á Cali con el capitán Miguel Muñoz, y luego á Quito, y figuró en las conquistas y pacifica- ciones de Macas y otras parcialidades de indios de

155 Véase la oota 24 á la Relación del P. Carvajal.

156 Véase la nota 12 de WMelación citada.

Los compañeros de Orellana clxiii

aquella provincia. De vuelta de la expedición del Amazonas se fué al castigo de los indios de la Puna, que estaban rebelados y habían muerto al Obispo Valverde, y en seguida, y con el mismo objeto, á Caguasqui. Con la noticia del descubrimiento de las minas de Santa Barbóla, fué á ellas, c siendo parte» para que se descubriesen muy buenas vetas. Pú- sose del lado de Salazar para combatir á Pedro de Puelles, teniente de Gonzalo Pizarro en Quito, y en su compañía marchó á reunirse con La Gasea en Jauja.

Hallóse en la batalla de Xaquíxaguana, y de regreso otra vez en Quito, sirvió á las órdenes de D. Antonio de Osnayo contra los indios de Lita y Quilca. Avecindado en Quito, vivía aún allí en Abril de 1 58 1, en cuya fecha levantó segunda información de sus servicios, que envió al Rey con carta de la Audiencia de 7 de Octubre de aquel año, que á la letra dice como sigue: «C. R. M. Pedro Domín- guez Miradero es hombre muy de bien y de más de setenta años: fué uno de los primeros descubridores destos reinos y uno de los cincuenta y siete que ba- jaron por el Marañón con el Capitán Orellana de la conquista de la Canela. Volvió después á esta provincia y sirvió en la conquista de los Quijos, Zu- maco y la Canela y Coca, y después siempre se ha

CLXiv Introducción

ocupado en hacer pólvora. Es pobre, no es casado, que se sustenta del dicho trabajo: parece que según regla de naturaleza vivirá pocos años: según esto y lo mucho que ha servido, y que nunca ha deser- vido, le podría V. M. hacer merced de mili pesos de oro de renta por sus días en gratiñcación de sus servicios, ó como V. M. más fuese servido. Fecho en Quito en siete de Octubre de mili quinientos y ochenta y uno. El licenciado Diego Ortegbn, El licenciado Francisco de Anucibay, El licenciado Pedro Vargas de Cañaveral. '57

19. Duran (Andrés), natural de Moguer. Hay uno de este nombre y apellido, alcalde por S. M. y vecino de Puerto Viejo en 1584, fecha en que dijo contaba cincuenta años, y cuya deposición figura en el proceso que Diego de Almagro levantó contra Pedro de Alvarado en el pueblo de San Mi- guel en el mes de Octubre de aquel año. '5^ Fué más tarde alguacil mayor de la ciudad de Quito.

20. Elena (Juan de). Deben ser probable- mente una misma persona éste y Francisco de Elena, cuyo nombre se pondría equivocado, ya que no sa-

157 Para más detalles de la vida de Domínguez Miradero, véanse sos memoriales é informaciones, que publicamos en las págs. 147 y sigts. de este volaraen.

158 Véase la Colección de documentos de Torres de Mendoza, t. X, p&gs. 152 y ligts.

Los compañeros de Orellana clxv

bía firmar. Juan de Elena nació en 1509, pasó al Perú por los años de 1534, se halló en el descubri- miento y población de Quito, de donde fué con Be- nalcázar á la conquista de Popayán, y hallándose de regreso en aquella ciudad, acompañó á Gonzalo Pi- zarro en su expedición de la Canela.

21. Empudia (Juan de). '59

22. Enríquez (Cristóbal). »^°

23. Esteban (Alonso), natural de Moguer. Es posible que éste sea el mismo soldado que más tarde figuró con brillo en la guerra de Araúco.

24. Fernández (Ginés), natural de Moguer. En 1535,*^* cuando sólo contaba diecinueve años, pasó al Perú, sirviendo luego en los términos de Piura, en la conquista y pacificación de Copiz y Ce- rrán y Guancabamba y parte de la provincia de los paltas, que habitaban en las vecindades de Leja, cuando esta ciudad aún no estaba fundada. En se-

159 Véase la nota 15 á la Relación del P. Carvajal.

160 Véase la nota 17 de la misma Relación,

161 De la pregunta 2 de la información de sos servicios rendida en 1564, en que dice que había pasado al Perú hacía veintiséis afios, se deduce que el hecho tuvo lugar en 1538. Sin embargo, en esto hay un error, puesto que, como él mismo declara más adelante, acompafió á Gonzalo Díaz de Pineda en su entrada á las tierras de la Canela, hecho que se veriñcd en 1536, y ya hacía algún tiempo que Fernández estaba en el Perú. La verdadera fecha de su pasada á Indias debe retrotraerse, pues, por lo menos á 1534 ó 1535.

CLXVi Introducción

guida partió para Quito, recién poblada, cque fué en el tiempo que el capitán Lorenzo de Aldana fué á la dicha ciudad proveído por el marqués D. Fran- x cisco Pizarro; en la cual estuvo y residió mucho tiempo, ayudándola á sustentar, é yendo á las con- quistas y pacificaciones de las dichas provincias, que estaban alzadas y rebeladas y cada día se alzaban.» Poco después entró con Gonzalo Díaz de Pineda al descubrimiento de Pelayo y Chalcoma, tierra fa- mosa por la noticia que se tenía de las esmeraldas que en ella había, en el cual se pasaron grandes trabajos y no se sacó nada de provecho; y luego con el mismo capitán, en 1536, al descubrimiento de las provincias de los Quijos, Zumaco y la Cane- la, hasta venir á salir á los términos de Quito, de donde se fué á juntar con Lorenzo de Aldana, que venía con gente por la gobernación de Popayán á poblar la ciudad de Pasto. Con el capitán Alonso Hernández pasó en seguida á la provincia de Yumbo á sofocar una sublevación que proyectaban los in- dios, lo que en efecto se logró; y á poco con Al- dana á Tomebamba á contener á un capitán Ver- gara que desde los Bracamoros había entrado allí haciendo grandes vejaciones á los indígenas. Por fin, y antes de acompañar á Gonzalo Pizarro, fué con el capitán Rodrigo Núñez de Bonilla á la conquista y

Los compañeros de Orellana clxvii

pacifícación de las provincias de Macas y Quisna, cuyos naturales se habían rebelado y muerto á algu- nos españoles.

Desde la isla de Cubagua, Fernández pasó á Nombre de Dios y Panamá, desembarcó en la costa del Perú, de donde se internó á Popayán, y siguió luego á Quito, para salir de nuevo con el capitán Rodrigo de Ocampo á pacifícar las provincias de Lita y Quilca. De regreso á Quito, le vemos otra vez en campaña, á las órdenes de Pero Martín Monta- nero, contra los indios de Canaribamba, que tam- bién se habían levantado y robado y muerto á mu- chos españoles; hallándose de vuelta en Quito á tiempo de ayudar al capitán Rodrigo de Salazar, que había alzado bandera por el Rey y mató á Pedro de Puelles, teniente de Pizarro, y en su compañía fué á reunirse con La Gasea, que se hallaba en el valle de Jauja, peleando bajo sus banderas en la ba- talla de Xaquixaguana. Terminada allí la rebelión de Gonzalo Pizarro, regresó á Quito con Salazar, que llevaba encargo de conquistar y poblar las provin- cias de Quijos, Zumaco y la Canela; y como esta proyectada expedición no tuviese efecto, se fué á la de Macas, donde estaba el capitán Hernando de Be- navente. De allí salió á Tomebamba con intentos de proseguir dicho descubrimiento, pasando luego á

CLXViu Introducción

Loja á juntarse con el capitán Alonso de Mercadillo para el descubrimiento y conquista de la ciudad de Zamora de los Alcaides. En este pueblo se avecindó, por fin, fué alcalde y muchas veces regidor, y teso- rero de S. M., cy en otros cargos de república que se suelen dar á personas principales, teniendo su casa poblada é sustentando vecindad con sus armas y caballo, sustentando en su casa continuamente hombres honrados que ayudan á sustentar el pueblo, todo á su costa y misión. > Dueño de una encomienda de quinientos indios que al tiempo de la fundación de la ciudad se le otorgó, que el virrey D. Anto- nio de Mendoza le confirmó y el Marqués de Cañete le acrecentó con otros doscientos, en 1564 habían venido tan á menos, que aseguraba que con ellos no se podía sustentar, hallándose así entonces < muy pobre y empeñado. »

Ginés Fernández fué hermano de Diego Feman- nándes de Serpa, bien conocido en la historia por su expedición á Cumaná en 1568.

25. FuENTERRABÍA (Sebastián de). Murió de enfermedad en el pueblo de Apaña.

26. García (Alonso). Hay dos de este mis- HK) nombre y apellido, pero es probable que sean una misma persona.

27. González (Alexo), gallego.

Los compañeros de Ore/lana clxix

28. González (Alvar), asturiano, de Oviedo. Falleció de muerte natural durante el viaje.

29. González (Hernán), portugués. Apare- cen dos de este nombre y apellido, pero la letra de las ñrmas es exactamente la misma. Nadó en 1 504, y habiendo pasado á Indias en 1533, <se halló en la conquista del Perú é de los Alcázares é de Popayán, andando conquistando las dichas tierras con los go- bernadores dellas. > Salió de Quito con Gonzalo Pi- zarro. '^*

30. Gutiérrez (Alonso), natural de Badajoz. Nos inclinamos á creer por las abreviaturas de las ñrmas que sea éste la misma persona que Alon- so Gómez.

31. Gutiérrez de Celis (Hernán). "^3

32. Gutiérrez Va yon (Juan).

33. Hernández ó Fernández (Antonio), por- tugués.— Parece que éste vino á España con Ore- llana, y regresó con él, habiendo obtenido para el caso cédula de recomendación.

34. Illanes (Juan de). Hay tres capitanea de este nombre y apellido que ñguraron en la mis- ma época en el Perú. Uno de ellos había muerto

162 En la Lista de les que siguieron á Gonzalo Pizarro se lee: González (Hernán), c Dicen que también siguió á Pizarro, pero que se

convirtió y le dejaron sus indios: es soltero y labrador.» Residía en Lima.

163 Véase la noU i8 á la Relación del P. Carvajal.

XXII

CLXX Introducción

ya en 1550. El segundo, y el más notable de los tres, fué natural de Montehermoso, hijo de Juan Marcos y de Isabel de lUana; c hombre experimen- tado en las cosas de la mar » , enemigo decidido de Gonzalo Pizarro y gran servidor del Virey Blasco Núñez Vela. En un navio de su propiedad llevaba para auxiliar al hermano del Virey setenta hombres, que desembarcó en Motupe, cerca de Tumbes, á ñn de combatir la armadilla de Bachicao, «bueno y saludable consejo y cosa acertada», expresa un cro- nista de aquellos sucesos, pero que Vela Núñez no siguió. Después de entregada la gente se marchó, de orden de aquél, á Panamá, en cuyo viaje hizo una cosa notable, y fué «que como descubrió los navios de Bachicao sobre Tumbes, y entendió ser de ene- migos (por las nuevas que ya se tenían), ateniéndose al buen navio que llevaba, aunque sin gente ni ar- mas para poderse defender, no quiso partir de allí hasta saber lo que había sucedido á su Virey y cer- tificarse quién venía en aquellos navios, y de la fuer-, za dellos, y asi anduvo á vista dellos. Por lo cual de Bachicao fué seguido y dado alcances, aunque esto no fué parte para apartarle de la intención que tenía, porque yendo en pos del y siguiéndole, ani- mosamente y sin mostrar temor dellos, dio bordo la vuelta del puerto, donde otro día se halló entre los

Los compañeros de Orellana clxxi

navios. É viniendo á él el bergantín con cierta gente, disparando tiros, comenzaron á dar voces que amai- nase de parte de Pizarro. A lo cual Juan de Illanes respondió (poniendo una bandera al cuartel del na- vio, á uso de guerra) que llegasen á bordo los be- llacos tiranos, y que verían cómo se amainaba. Y como creyesen que debía estar en el navio golpe de gente, y no pareciendo otra persona sino Juan de Ulanes, no osaron llegar á él, y menos Bachicao, que luego acudió en otro barco, haciendo fieros y desganos de cobarde (como lo era). Y así se sos- tuvo Juan de Illanes hasta que los demás navios dieron vela contra él y le necesitaron á no esperar más. Y así se retiró la vuelta de Panamá»... "^4

Hallándose en esta ciudad fué nombrado por La Gasea como capitán de la fragata de su armada, con encargo especial de que fuese repartiendo por la costa los perdones otorgados á los revoltosos y re- vocaciones de las ordenanzas; y, en efecto, salió de allí el 17 de Febrero de 1547 y fué á desembarcar al Callao el 9 de Septiembre. Habiéndose avecin- dado en la ciudad de la Paz, La Gasea le concedió una licencia de tres años para ir á España, en 1549, licencia que se le prorrogó por cédula dada en Va- Uadolid en 9 de Agosto del año siguiente, obtenien-

164 Fernández, Historia del Perú, hoja 30 v.

CLXXii Introducción

do, además, la merced de un regimiento en el Ca- bildo de aquella ciudad. Su estancia se prolongó, sin embargo, hasta Marzo de 1571, en que regresó al Perú con su mujer Juana Corrales y un nieto de su mismo nombre.

El tercer Juan de Ulames, que fué el que acom- pañó á Orellana en su viaje, nació en la villa de su nombre en Asturias. Pasó á Indias por los aAos de 1534^ y ^ ^Uó en la conquista y población de Santiago de Guayaquil. Después de terminado el viaje de Orellana volvió á Quito, sirvió al lado de Blasco Núñez Vela, y con Gasea contra Gonzalo Pizarro hasta la batalla de Xaquixaguana. Figuró en seguida en la conquista y pacificación de los pueblos de Lita, Quilca y otros en los términos de Quito, donde se avecindó. tY al tiempo que se alzó en este reino, cuenta él, Francisco Hernández Girón, estuve en el pueblo de Chumbo desta ciudad, por mandado del corregidor della, guardando aquel paso con gente que para ello tuve; y he servido en otras cosas que se han ofrescido del real servicio, con mis armas y caballos y criados, todo á mi costa y minción.» En 1564 era miembro del Cabildo de Quito. Hallándose pobre, viejo y con hijos, para ser gratificado de sus servicios, de que hasta entonces no había recibido premio alguno, rindió una infor-

Los compañeros de Orellana cxxxm

mación en Quito en Septiembre de 1568, cuyo ex- tracto puede verse entre los documentos de este vo- lumen, págs. 156 y siguientes.

35. IsÁSAGA (Francisco de), vizcaíno, natural de San Sebastián. Volvió al Perú, fué tesorero de Potosí, por lo menos desde 1 549 á 1 555, y con mo- tivo de sus cuentas siguió por medio de apoderado un pleito en el Consejo, que se falló en 1568 man- dándole que presentase ciertos comprobantes. Pa- rece ser el mismo personaje que Garcilaso de la Vega llama Isásiga, y de quien cuenta que siendo tesorero de aquella ciudad fué preso por Egas de Guzmán y sus partidarios. '^5

36. Mangas (Juan de), natural del Puerto de Santa María.

37. Márquez (Alonso).

38. Matamoros (Diego de). Vecino de Ba- dajoz, cuyo nombre ignoró Oviedo.

39. Medina (Blas de). "^^

40. Mexía (Diego). "^7

41. Moreno (Diego), natural de Medellín. Murió en Aparia. Oviedo le cita equivocadamente con el nombre de Pedro.

165 Comentarios reales, II, pág. 393; y Fernándcx, Historia del Perú, t. II, hoja 40.

166 Véase la nota 14 de la Relación del P. Carvajal.

167 Véase la nota 8 de la misma Relación,

CLXXiv Introduccifm

42. Muñoz (Lorenzo), natural de Trujillo. Oviedo le llama Antonio.

43. NoGUEL (Alonso Martín de).

44. Ortiz (Alonso), natural del Maestrazgo. Oviedo le llama Juan.

45. OsoRio (Baltasar), del Maestrazgo. Mu- rió en Aparia. Oviedo lo llama por error Juan.

46. Palacios (Cristóbal). Vecino de A)^- monte, á quien Oviedo llama equivocadamente Juan.

47. Forres (Pedro de).

48. Rebolloso (Mateo de), natural de Valen- cia.— Falleció de enfermedad durante el viaje. Cita- do erróneamente en Oviedo con el nombre de Juan.

49. Robles (Alonso de). *^*

50. Rodríguez (García).

51. Rodríguez (Sebastián) '^

52. Segovia (Cristóbal de), natural de Torre- jón de Velasco. Pasó en 1519 á Nicaragua, donde se halló en el descubrimiento del Desaguadero con el capitán Martín Astete, sirviendo con sus armas y caballo. De allí siguió á Nueva España al saber que se había alzado una provincia, y con el capi- tán Valdivieso fué á conquistarla y pacificarla, sin sueldo, y también con sus armas y caballo. Parece

168 Véase U oota 9 de la Rtlacion del P. Carvajal.

169 Véase la nota 6 de la citada Reiadón.

Los compañeros de Orellana clxxv

que de allí volvió nuevamente á Nicaragua, donde obtuvo ciertos indios de repartimiento, que dejó en- comendados á ciertos parientes para marchar al Perú. Asistió con Benalcázar á la fundación de Quito, y figuró entre sus primeros pobladores. Se halló después con el mismo Benalcázar en la conquista de Popayán provincias de Lile», t siendo uno de los primeros conquistadores é pobladores de ella»... Desde allí hizo frecuentes correrías por las tierras de algunos caciques alzados; y continuando su mar- cha con Benalcázar hacia Nueva Granada, logró de- rrotar á los indios en las vecindades de la sierra de los Alcázares, y les tomó los bastimentos necesarios para poder continuar la jornada. Asistió á la funda- ción de la villa de Timana; acompañó en seguida á Benalcázar hasta dejarlo embarcado en su viaje para España, y de ahí á poco al capitán Juan de Cabre- ra, que iba á poblar la villa de Neiba, donde fué regidor y tuvo indios de repartimiento. Regresó en seguida á Quito en demanda de que se le restituye- sen los indios que se le tenían encomendados, y de que le habían despojado, y de allí salió con Gonzalo Pízarro en su expedición á la Canela. Sin duda con el propósito de venir á España, rindió una infor- mación de sus servicios en la Isla Margarita, en Oc- tubre de 1542; acompañó á Orellana en su viaje á

CLXXVi Introducción

la corte, y se asoció con él para la expedición á la conquista de la Nueva Andalucía; pero habiéndose disgustado con su antiguo jefe, se separó de la com- pañía^ y, según creeoios, se marchó á Portugal. Este Cristóbal de Segovia es probablemente el mismo á quien en la Relacián del P. Carvajal, y después los Oficiales reales, llamaban Maldonado, quizás por ser éste su segundo apellido.

53. Soria (García de). Murió en el viaje fle- chado por los indios. >7o

54. Tapia (Alonso de).

55. Tapia (Francisco de).

56. Vargas (Juan de), natural de Extremadura.

57. Vera (Fr. Gonzalo de), de la Orden de la Merced. SalmerÓB^ en sus Recuerdos históricos^ VcUencia, 1646, folio^ no cita el nombre de este fiaile.

Seríamos en verdad injustos si entre los com- pañero» de Offdlana no mencionásemos también á dos: negros que en el curso del viaje prestaron efi- caces servicios como remeros, y cuyos nombres no constan de ningún documento.

De lo dicho resulta, por consiguiente, que de los cincuenta y siete soldados españoles que con Ore- llana partieron del campamento de Pizarro, en el

170 Véase la nota 25 de la Retadón del P. Carvajal.

La Nueva Andalucía CLXXVii

curso del viaje mataron tres los indios, y por lo me- nos once murieron de enfermedades. '7i

X

^^ Expedición de Ore llana á la Nueva

Andalucía.

Francisco de Orellana parte de Santo Domingo para España. Arriba á Portugal. Dudas qae suscita en el Consejo el relato de su descubri- miento.— Memorial de Orellana. Parecer del Consejo de Indias. Ca- pitulación para la conquista de la Nueva Andalucía. Primeras dificul- tades con que tropieza Orellana para organizar su expedición. El vee- dor Fr. Pablo de Torres. Informes desfavorables que se hacen al Rey de la conducta de Orellana. Procura desvanecerlos. Opinión del P. Torres al respecto. Estado de los aprestos. Tiénese noticia de una armada que se preparaba en Portugal. Nuevos informes sobre la conducta de Orellana. Prisión de D. Juan de Sandi. Las naves de Orellana en Sanlücar. Son visitadas por los funcionarios reales. Triste estado en que se hallaban. Escapada de Orellana. Lo que acerca de ella cuenta el P. Torres. Llega la armada á Tenerife. Orellana pierde en Cabo Verde mucha parte de su gente y una nave. Parte en dirección al Brasil. Pérdida de otra de sus naves. Pene- tra en el MaraAón. Contratiempos que experimenta. Su muerte. Suerte que corrieron los restos de su expedición.

EMOS dicho que Orellana y sus compañe- ros aportaron en los días 9 y 1 1 de Sep- tiembre de 1542 á la Isla de Cubagua. Allí permanecieron gozando de un descanso que te-

171 Es sensible que el P. Carvajal haya callado los nombres de estos últimos. Oviedo asegura que los muertos fueron once por todos, pero su

XXIII

CLXXVin Introducción

nían tan bien merecido después de las fatigas y pe- ligros '72 que habían experimentado en aquella du- rísima campaña de cerca de dos afios que se con- taban desde que partieron de Quito y Guayaquil. La mayor parte de ellos regresó, sin embargo, en primera ocasión al Perú para continuar figurando en las guerras civiles que pronto iban á regar con san- gre española el imperio de los Incas, combatiendo bajo las banderas reales contra Gonzalo Pizarro, su antiguo caudillo, y en las expediciones y entradas, como se decía entonces, que por aquel tiempo se ofrecieron.

Orellana siguió distinto rumbo. El descubrimien- to tan impensadamente realizado por él y sus sol- dados; la mucha noticia que tuvo durante su viaje de la grandeza y riqueza de la tierra; la multitud

cuenta está indadable mente equivocada. No cabe cuestión respecto á los tres que mataron los indios, que fueron Pedro de Empudia, Antonio Ca- rranza y García de Soria. Deducidos los tres, quedarían, por lo tanto, ocho; mas, como el P. Carvajal asegura que de éstos, siete murieron en Aparía, y sábese que en el resto del viaje corrieron la misma suerte los dos Alcántara, Alvar González y Mateo Kebolloso, que aún vivían el 1.* de Marzo, puesto que en esa fecha firmaron el requerimiento hecho á Ore- llana, resulta que á los siete de Aparia deben agregarse estos cuatro últi- mos, lo que nos da, por consiguiente, un total de once para los muertos durante el viaje.

172 Oviedo refiere que «en sus peligros y trabajos, demás de sus particulares devociones, siempre llamaron é se acordaron de Ntra. Sra. de Guadalupe, é aun se votaron é prometieron de ir en romería á su casa cuando á la Madre de Dios pluguiese de darles lugar para ello.*

La Nueva Andalucía clxxix

de gentes que la poblaba; todo contribuía á hacerle creer que era la persona naturalmente llamada á emprender el descubrimiento y conquista de aquellos países. Pero para ello le importaba dar cuenta de todo al Rey, y que éste le otorgara el título de go- bernador, que venía constituyendo desde hacía tiem- po la única aspiración de su vida. Necesitaba, ade- más, allegar los elementos indispensables para una empresa de esa magnitud, y esos elementos no po- día encontrarlos sino en España. Resuelto, pues, á marchar á la Corte, fletó ó compró en la Trini- dad "73 una pequeña nave, y, acompañado del Co- mendador Enríquez, de Cristóbal de Segovia, de Alonso Gutiérrez y de Hernán Gutiérrez de Celis, llegó de paso á la ciudad de Santo Domingo el 22 de Noviembre de aquel año de 1542, '74 para con- tinuar tan pronto como le fué posible su viaje á España.

Probablemente por causa de accidentes en la na- vegación tuvo que tomar tierra en Portugal, donde, sabedor el Rey de la jornada que acababa de rea- lizar, le detuvo quince ó veinte días, t informándose

173 El Inca Garcilaso es el que da la noticia de esta compra hecha por Orellana (Comentarios reales, t. II, pág. I43)t sin decimos si para el caso Orellana hizo viaje á esa isla, ó si se valió de algún agente. Nosotros creemos más probable que sólo se tratase de flete.

174 Oviedo, Historia, t. IV, pág. 573.

CLXXX Introducción

muy particularmente de las cosas deste descubri- miento, y ofreciéndole partidos por que se quedase allí para servirse del en ello.» '75 Pero el capitán es- pañol, lejos de ceder á tan tentadores ofrecimientos, y, al parecer, conñado ya en que su soberano no sa- bría negarle lo que un extraño le prometía, entró allí en conciertos con un portugués rico, que le propuso darle buen número de provisiones cuando pasase por Cabo Verde, camino de la gobernación que espera- ba obtener, á cambio de que llevase en la expedi- ción á uno de sus hijos; y tan pronto como pudo siguió su marcha á la corte, que estaba entonces en Valladolid, adonde llegó, á más tardar, á mediados de Mayo de 1543. '76

La primera impresión que produjo el relato que de palabra hizo de su descubrimiento no fué tan lisonjera como podía esperarlo. Al referir que na- vegando por un gran río había venido á salir al Atlántico, en la costa del Brasil, temíase que aquél cayera dentro de la demarcación de las tierras asig- nadas por Alejandro VI al Rey de Portugal, según lo traían las últimas cartas de marear; y mucho más cuando se creía, y con razón, que el río descu-

175 La petición que dio OrelUma y los pareceres del Conse/o, p. 191 de este volamen.

1 76 B^to se deduce de la carta de Joan de Sámano al Comendador Mayor de León, datada en 31 de ese mes.

La Nueva Andalucía clxxxi

bierto por Orellana no podía ser otro que el Mara- ñen, cuya desembocadura se daba como netamente de Portugal. '77

Por esto manifestaba el secretario de Carlos V, Juan de Sámano, que, á su entender, el descubri- miento de Orellana no parecía de tanta importancia que al ñn de cuentas no resultase más perjudicial que provechoso. "7»

Instábase, mientras tanto, á Orellana para que diese una relación escrita y detallada de su viaje, en que de una manera precisa salvase las dudas que se habían suscitado en el Consejo sobre el gravísimo punto de la situación geográñca del río, para que pudiese saberse si se hallaba ó comprendido den- tro de la demarcación de Portugal. Cumplió Orella- na lo que se le ordenaba, csin acabarse de declarar» sobre el punto controvertido, presentando la rela- ción de su viaje, y á la vez un memorial en que ex- presaba haberse hallado en el descubrimiento de las provincias del Perú y en otras partes de las In- dias, "79 haciendo al Rey muchos servicios en los di- ferentes cargos honrosos que había tenido, así de capitán como de teniente de gobernador; recordaba

177 Véase la opinión del Consejo de Indias, en la pág. 190 de este volumen.

1 78 Carta de Francisc» <U los Cobos, y de Junio de IS4S'

179 Esto conñrma, pues, de una manera que no deja lugar á dudas

CLXXXii Introducción

los gastos de más de cuarenta mil pesos que hizo en sus aprestos para salir á la expedición de tas tie- rras de la Canela, y en sus rasgos generales su sa- lida del campamento de Pizarro y el suceso de su viaje por el Río; cy por la mucha noticia, concluía, que tuve de la grandeza y riqueza de la tierra, y por servir á Dios y á Vuestra Majestad é descubrir aquellas grandes provincias é traellas al conosci- miento de nuestra santa fee católica las gentes de- lias, y ponerlas debajo del dominio de Vuestra Ma- jestad y de la Corona Real destos reinos de Cas- tilla, posponiendo mi peligro, é sin interés ninguno mío, me aventuré á querer saber lo que había en las dichas provincias, en cuyo subceso se descu- brió é hizo lo que por la relación que dello he dado á Vuestra Majestad ha visto, é también consta por algunas informaciones que traigo; y pues la cosa ha sido y es tan grande y mayor que nunca cosa de lo poblado y tierra, é que los naturales della podrán venir en conoscimiento de nuestra sancta fee cató- lica, porque la mayor parte della es gente de ra- zón, suplico á Vuestra Majestad sea servido de me

lo qae decíamos en la página Liii, de que realmente había servido en Micmragua, y quizás en México. Es sensible que Orellana no presentase en esta ocasión las informaciones que aseguraba traía de Indias, y en que constaban sus servicios; y tal es sin duda la causa por que hoy no parecen en los archivos.

La Nueva Andalucía CLXXXiii

la dar en gobernación para que yo la descubra y pueble por de Vuestra Majestad, é haciéndome las mercedes que abajo diré, yo me ofrezco á hacer lo siguiente por servir á Dios y á Vuestra Majestad.» Sería inútil repetir aquí esas condiciones, y el juicio que ellas merecieron á los Consejeros de In- dias, que el lector puede ver más adelante; pero no podemos excusamos de manifestar los motivos que éstos tuvieron presentes para decidirse á aceptarlas en su generalidad.

Con todos los documentos á la vista, el Con- sejo manifestó al Rey que, t según la relación de Orellana y el paraje en que este río y tierras que dice que ha descubierto está, que podría ser tierra rica y donde V. M. fuese servido y la Corona Real acres- centada»; que hacía tres ó cuatro años el Rey de Portugal, por industria del tesorero Hernán Dálva- rez, había hecho una armada, que se perdió, para entrar por aquella costa; que en la Casa de la Con- tratación de Sevilla se tenía nueva de que, en vista del suceso del viaje de Orellana, se preparaba otra armada para penetrar por el Río; cy también nos parece, añadían, que segund las demostraciones que por parte del Rey de Francia se han hecho para querer entender en cosas de Indias, que, llegado á su noticia esto, se podía acodiciar á ello»: cy

CLXXXiv Introducciim

por esto parece, decían por conclusión, á la mayor parte del Consejo que al servicio de V. M. convie- ne que las costas deste río se descubran y pueblen y ocupen por V. M.« y que esto sea con toda la más brevedad y buen recaudo que ser pueda, por- que, allende del servicio que á Dios Nuestro Señor se hace en traer á los naturales de aquella tierra al conoscimiento de su sancta fee católica é luz evan- gélica, de que hasta aquí han estado sin ninguna luz, conviene así al acrescentamiento de vuestra Corona Real...; y que este descubrimiento y población se haga y que se encomiende á este Orellana por lo haber él descubierto y tener noticia dello. > *^

Por fin, después de nueve meses que se conta- ban desde su llegada á Espaí^, Orellana obtuvo que el príncipe D. Felipe, aceptando el parecer de la mayoría del Consejo de Indias, le otorgase en 1 3 de Febrero de 1544 la real cédula de capitulación para que pudiese efectuar el descubrimiento y po- blación de la Nueva Andalucía. En ese documento, después de recordar el monarca en breves frases los servicios prestados por Orellana á la Corona, el

180 De este último parecer disintió el Doctor Beraal, fundado en que siendo Orellana pobre, «como le dicen que es, y criado en las giierras que se han usado en las Indias, y llevando gente dellas usada á lo mismo, y entrando con armas y con nescesidad, no cree que guardará las instruc- ciones buenas que se le darán*, etc.

La Nueva Andalucía CLXXxv

incidente que le impidió dar la vuelta al campamento de Pizarro y los laudables propósitos que le guia- ban para volver á las regiones que había descubier- to, le imponía la obligación de llevar para su nueva expedición doscientos infantes y cien jinetes; el apa- rejo necesario para construir las barcas que fuesen menester para subir por el río arriba con la gente y caballos; ocho religiosos, que se le señalarían por el Consejo de Indias, para que entendiesen en la conversión é instrucción de los naturales, prohibién- dole llevar á ninguno de éstos, á no ser los indis- pensables para servir de intérpretes. Quedaba, ade- más, obligado á procurar hacer dos pueblos, uno á[la entrada del río, en cuanto comenzase la parte habitada, en el lugar que á él y á los religiosos y oñciales reales pareciese, y otro en la tierra adentro, y á no efectuar cosa alguna en perjuicio del capi- tán español que por aquellas regiones se hallase des- cubriendo, € porque se excusen los inconvenientes, decía el Príncipe, que de semejantes cosas han sub- cedido hasta aquí, ansí en el Perú como en otras partes», ni mucho menos en violación de los asientos y capitulaciones celebrados con Portugal sobre la demarcación y repartimiento de las Indias.

En cambio, se le daba licencia y facultad para que, á nombre de la Corona de Castilla y León, pu-

XXIV

CLXXXVi Introducción

diese conquistar y poblar las regiones que se dila- taban hacia el sur del río que había descubierto, en una extensión de doscientas leguas medidas por el aire, y que podría elegir tres aftos después de haber comenzado sus exploraciones, á condición de que estuviesen dentro de los límites de la demar- cación de España; el título de gobernador y capi- tán general de lo que descubriese, con cinco mil ducados de sueldo desde el día que partiese la ar- mada de Sanlúcar, y que le serían pagados de los provechos de la tierra que se conquistase y poblase, y, á más la dozava parte de las rentas reales de la misma, siempre que no excediese de un cuento de maravedís cada año, renta que debía alcanzar tam- bién á sus herederos; la exención durante diez años de los derechos de almojarifazgo para él y la gente que llevase; y, por fin, la autorización para poder pasar ocho esclavos negros.

Insertóse también, como era de costumbre en semejantes casos, el extracto de las leyes y orde- nanzas tocantes al buen tratamiento que debía ha- cerse á los indios; y con tales condiciones, tdigo y prometo, concluía el Príncipe, que vos será guar- dada esta capitulación y todo lo en ella contenido, en todo y por todo, según que de suso se contiene; y no lo haciendo ni cumpliendo ansí, Su Majestad

La Niieva Andalucía clxxxvii

no sea obligado á vos guardar cumplir lo suso- dicho, ni cosa alguna dello; antes vos mandará cas- tigar y proceder contra vos, como contra persona que no guarda y cumple y traspasa los mandamien- tos de su rey y señor natural.» *^'

Y Orellana, por su parte, cinco días más tarde, daba su aceptación ante escribano á todo lo estipu- lado, obligándose á cumplirlo con su persona y bie- nes, con renuncia expresa de cuantas leyes pudieran favorecerle, cpara que por todo rigor de derecho, que más breve y ejecutivo sea, le compelan á lo ansí cumplir, como si por sentencia difinitiva de juez com- petente fuese ansí sentenciado y la tal sentencia fue- se pasada en cosa juzgada y por él consentida». "**

Diéronse, además, por separado á Orellana los títulos de adelantado *^3 y de gobernador y capitán general, y la tenencia de las dos fortalezas que po- día hacer con acuerdo de los oficiales reales; '** nombróse veedor á Juan García de Samaniego; con- tador, á Juan de la Cuadra; á Francisco de Ulloa, tesorero; á Cristóbal Maldonado alguacil mayor, á

i8i Capitulación que se tomó con Francisco de Orellana, etc., pági- nas 197 y sigls. de este volumen.

182 Escritura por la que Orellana se obligó á guardar la capitula- ción, etc., pég. 205 de este volumen.

183 Real cédula de // de Febrero de ¡344-

184 Real cédula de 7 de Marzo de IS44.

CLXXXVUi Introducción

pedimento de Orellana; factor á Vicencio de Monte, á quien se extendió una larga instrucción, á que de- bía ajustarse en el desempeño de su oficio, y el tí- tulo de regidor del pueblo que se íundase; y, por fin, al dominico Fr. Pablo de Torres, veedor general, cpara que vea, rezaba su nombramiento, cómo el nuestro Gobernador guarda é cumple la capitulación que con él mandamos tomar», confiándosele, ade- más, un pliego secreto que contenía el nombra- miento de la persona que debía suceder á Orellana en caso de que falleciese. '*s

Orellana podía al fin, de ese modo, ver satisfe- chas sus aspiraciones de mando, aunque en reali- dad no debió sentirse muy halagado al enterarse de que á su lado se colocaba un espía disimulado de sus actos con el título de veedor general, á quien de hecho quedaba sometido en el ejercicio de sus fun- ciones de jefe.

Pero lo peor no era eso. Se le autorizaba, en efecto, para emprender la conquista de las regiones bañadas por el Amazonas; mas el monarca por su parte no contribuía de manera alguna á las cargas de la expedición, cuyo peso debía gravitar así en- tero sobre su bolsillo, bien poco provisto: extremo

185 No aparece de los documentos quién fuese la persona destínada á reemplazar á Orellana en el mando.

La Nueva Andalucía clxxxix

que no respondía á lo indicado por el Consejo cuan- do signiñcaba la conveniencia de que la expedición se organizase con brevedad, si no se quería dejar coger la delantera á los franceses, y con toda se- guridad á Portugal. Calló Orellana en un principio, quizás por no perderlo todo, aunque bien pronto se veía en el caso de manifestar al Rey la situación difícil que se le había creado al negarle todo auxi- lio. Habiéndose trasladado sin pérdida de momento á Sevilla para dar comienzo á sus preparativos, y abandonado á sus propias fuerzas, ya antes de Mayo de aquel año escribía al Rey reiterándole la súplica que le tenía hecha para que le mandase proveer de la artillería necesaria para armar sus naves, cy á esto se me respondió, dice, que no había de dónde se proveyese.» Ni hallaron mejor acogida sus so- licitudes para que se le permitiese apremiar para que fuesen con él los marineros que hallaba, ni mu- cho menos que le acompañase algún piloto portu- gués, "^^ ya que no se encontraban entre los caste- llanos quienes conociesen la costa del río á donde

186 El Príncipe ordenó, en cambio, á los Consejeros de Indias que hablasen al piloto Francisco Rodríguez para que fuese con Orellana, ofre- ciéndole partidos ventajosos. Carta del Consejo de jo de yunto de IS44' Sin duda á él se refería Orellana cuando decía al Rey en su carta de 30 de Mayo de aquel afio que en efecto le habían hablado, pero «que daba menos razón de la costa que otro.»

cxc Introducción

iba. Pero todas las gestiones de Orellana á este res- pecto y los partidos que propuso resultaron inútiles^ apesar de que no se cansaba de decir cuánto impor- taba llevar persona que supiese aquella costa: error gravísimo, fundado en una extremada suspicacia, y que al fín iba á contribuir al fracaso completo de aquella expedición á tanta costa y trabajo formada.

«

Sin desalentarse por tales negativas, Orellana continuaba con la celeridad que podía los prepara- tivos de marcha, y ya en Mayo avisaba tener listas en el Guadalquivir dos naos y dos carabelas, y que se estaban construyendo las embarcaciones meno- res que necesitaba para subir por el río, y que, por lo tanto, su partida no podría ya tardar mucho: anuncio que no pasaba de ser una ilusión de su fan- tasía entusiasmada, que le hacía considerar ya como vencido el cúmulo de dificultades con que aún ten- dría que tropezar.

Precisamente el mismo día que había señalado como probable para su partida se veía en el caso de escribir al Rey, inquieto por las hablillas que suponía habían hecho llegar á sus oídos acerca del mal trato que se decía daba á los que estaban en su compañía, y que tse hacían otras cosas que no parescfan bien»; y temeroso de que por ello le mo- lestasen, á vueltas de sus protestas de servidor de

La Nueva Andalucía cxci

-^ -

la real persona, exclamaba que tsi otra cosa hobiese, poca necesidad tenía yo de empeñar mi persona en más de cuatro mili ducados, como hasta ahora lo he hecho, para poner en orden las cosas del ar- mada»...

Con estos tropiezos comenzaba ya á bregar, cuando llegó á Sevilla el veedor Fr. Pablo de To- rres. Algún eco debían haber hallado en los oidos del Rey los denunciadores de Orellana, demostrando que éste no se había engañado en sus temores, cuan- do con fecha 23 de Agosto se despachaba una real cédula con especial encargo al dominico para que informase tqué recaudos tenía Orellana y qué ma- talotaje y otros aparejos ha proveído, y si está en términos la cosa que podrá ir adelante con ella; é si vierdes que no podrá salir con ello, agregaba, no deis lugar á que se pierdan las gentes en esa ciu- dad gastando sus haciendas esperando ir en esa ar- mada, ni que se les lleve dineros por llevarlos en ella, como diz que hasta agora lo han hecho. >

tSepa V. M., decía el P. Torres en su respues- ta, que por su pobreza, él, habiendo gastado en el armada lo que tiene y tenía de dineros para darles de comer y comprar naves y no fletarlas, recebía dineros de los que habían de ir,... como en las otras armadas se suele hacer. Si V. M. le parece que esto

cxcn Introducción

no se haga, el armada no podrá hacerse, porque desta guisa se hacen todas, aunque el armador sea rico»... Refería luego que ya las provisiones co- menzaban á embarcarse, y que se esperaba que en el próximo mes de Septiembre quedase todo ex- pedito para la partida. Y por la disensión y bandos secretos y solapados que acá ha habido entre Mal- donado '^7 y los que su opinión seguían y entre los otros que la parte del Adelantado y la empresa te- nían, no solamente hizo que algunos se fueran con la primera armada que fué á las Indias, que eran personas que ayudaban mucho á este efecto, mas aun hanse rebotado muchos que están en Sevilla, que tenían determinado de ir, que están suspensos hasta ver que los navios se cumplan de armar, y aun á munchos que, así en Granada como en el resto del Andalucía, estaban determinados de ir. >

Esta situación que habían creado á Orellana sus enemigos era lo que más le preocupaba en medio de todos sus afanes, sin que pudiese atinar de dónde partían aquellos tiros tan arteros como solapados.

c Y pues en otras, expresaba, he dado larga cuen- ta de como en mis negocios he tenido grandes con- trarios y por diversas vías para impedir una empresa

187 Cristóbal Maldonado ó de Segovia, el antiguo compafiero de Orellana en su viaje por el Amaxonas.

La Nueva Andalucía cxciii

como ésta,... no me alargaré más de advertir que los que lo han procurado, como ven el buen des- pacho que hay de lo nescesarío, prosiguen al pre- sente muy más afectuosamente su dañado propósito é intención, todo en deservicio de V. M. y desaso- siego de la gente que llevo; lo cual, por se hacer tan oculta y cautelosamente, no se puede señalar persona cierta, más de hablar por conjeturas y pon- derar el daño que sus obras hacen, porque si algu- nas cosas no han habido entero efecto con breve- dad, ha sido por este gusano que ha estado de por medio. >

Quejábase así al Rey de los embarazos que á cada paso se le presentaban, y por todo remedio se limitaba á pedirle que se tuviese confianza en él, cpues siempre mi intención y voluntad, decía, ha sido y es de servir á V. M. con toda solicitud y fide- lidad.»

Resultaba, pues, que con estas pasiones y chis- merías», como decía el dominico, los preparativos de la empresa no marchaban ni con mucho con la celeridad que hubiera sido de desear y que Orellana había imaginado en un principio. Los c tiempos ex- traños » que habían hecho hasta Mayo; la partida de la flota para Nueva España, en la que se embarca- ron algunos de los alistados para el viaje; la gente

XXV

cxciv Introducción

reclutada en Granada, el Almendralejo y otras par- tes, que todavía no llegaba; el pago que restaba por hacer de parte del precio de las naves; las vitua- llas, que aun no acababan de cargarse: todas éstas eran circunstancias que obligaban al P. Torres á in- formar al Rey, conforme á lo que se le ordenaba, que tno podía responder formalmente si había cer- tinidad de salir á luz este viaje; mas, probalidad tengo, concluía, porque hay las naves para cuatro- cientos hombres á placer, la vitualla y munición* por mili ducados y más...»

Mientras tanto, esta situación comenzaba á in- quietar al Rey, quien, no contento con pedir informes al P. Torres, se dirigía también con el mismo objeto á los Consejeros de Indias. Decían éstos que para averiguar el orden que se tenía en el despacho de la armada y el aparejo que para ello había, reunie- ron al P. Torres, á Orellana y á los oficiales reales que habían de ir en su compañía, y que en ese acto dieron relación de las cosas con que contaban y de las que aún hacían falta. Con esta nota á la vista, anunciaban que á Orellana le quedaban por pagar más de mil ducados para una nave de hasta doscien- tos toneles y un galeón de ochenta y una carabela de sesenta: y que, sabiendo esto los pasajeros que iban llegando para embarcarse; que las provisiones

La Nueva Andalucía cxcv

no estaban aún á bordo, y, lo que era peor, que no tenía marineros, no se atrevían á pagar sus fletes ni pasajes; que no hallaba mercaderes que le soco- rriesen, ni aun podía ya contar con uno que tenía el compromiso de proveerle» hasta por dos mil duca- dos; que Maldonado, uno de los que con Orellana había pasado el Río», continuaba con él desave- nido; y, finalmente, otros que llegaron para embar- carse, viendo que la partida se dilataba, se habían vuelto á sus casas.

Lo que más falta hacía, después del dinero, eran pilotos. Orellana estaba concertado con un Fran- cisco Sánchez, vecino de Cádiz, buen marinero, pero que no había estado en aquella costa; y á un por- tugués que la conocía, pero que por su calidad de extranjero no se le permitía ir, le entretenía mien- tras tanto obtenía licencia para que le acompañase. Perdida la reputación de la jornada, los Consejeros temían con fundamento que al fin no pudiese la ex- pedición darse á la vela. *^^

o En tales apuros, vino en auxilio de Orellana su padrastro Cosme de Chaves, poniendo en venta treinta mil maravedís que en juros ó censos tenía, para sacar los mil y cien ducados que por el mo- mento se necesitaban; y no habiendo hallado com-

188 Carta de jj de Septiembre de JS44'

cxcvi Introducción

pradores en Sevilla, se fué á buscarlos á Trujillo, donde estaba radicada su familia. Mercaderes geno- veses y otros ofrecieron también adelantar fondos para la empresa bajo ciertas condiciones, y se se- guían buscando dineros cambio ó emprestados ó metidos en parte del provecho de la empresa»; llegándose al extremo de tomar grandes cantidades de mercaderías para venderlas en seguida á menos precio, todo con el objeto de allegar los fondos que hacían falta para acabar de pagar las naves y pro- veerlas de los bastimentos necesarios para la jor- nada. Pero todo se estrellaba ante las maquinaciones ocultas tde la persona ó personas que pretenden, según afirmaba el P. Torres, ó hacer ellos ó amigos dellos esta empresa, ó de persona que le pesa que el Emperador nuestro señor haga este servicio y provecho que de allí se espera, y no halla mejor ex- pediente por ahora que deshacer luego este viaje. > Por fin, á principios de Octubre llegó Chaves con los fondos que habían de servir para acabar de pagar las naves, sin que por eso cesasen las gestio- nes con mercaderes y particulares para procurarse el dinero que aún faltaba. Así, la empresa quedaba ya en situación de que se pudiese recibir la gente que no se había querido admitir, ó que estaba dis- puesta á alistarse para la expedición, entre la cual.

La Nueva Andalucía cxcvii

es verdad, ñguraban algunos individuos de malos antecedentes, á quienes el Veedor general suplicaba no se les admitiese en la armada, dando por razón el que otras veces, no teniéndose desto cuenta, se han amotinado y revuelto en algunas armadas los que en ellas iban»...

En estas circunstancias una noticia llegada de Portugal vino á aumentar, si cabe, el crítico estado de los negocios de la expedición. Decíase, en efecto, que allí se hacían grandes aprestos para una joma- da al Amazonas, á nombre de un castellano rico que había llegado del Perú, y en la que figuraba D. Juan de Almeda, hijo del Conde de Brandes, en cuyo lugar se había puesto luego á D. Juan de San- de, tenido por valiente hombre y que se acompa- ñaba y recibía en su casa acuchilladores y revolto- sos; que los navios aparejados eran cuatro, provis- tos de mucha artillería de bronce, de pólvora, mu- niciones y vituallas en abundancia, y que iban bus- cando personas que hubiesen estado en aquellos pa- rajes, y aun se decía que tenían hablado á uno de los compañeros de viaje de Orellana que, por haber dado muerte á un hombre en Sevilla, se hallaba en- tonces en Lisboa.

De aquí tomaba pie el Veedor para suplicar al Rey que adelantase por su parte los dineros que

cxcvín Intreduccibn

faltaban, y que proveyese á las naves de la artillería que no tenían, para poder resistir á la armada por- tuguesa, con la cual tendría forzosamente que en- contrarse la de Orellana; manifestando muy opor- tuna y cuerdamente que á veces lo barato cuesta caro. Los Consejeros de Indias, á su vez, avisaban al Monarca en 7 de Octubre (1544) que habían sa- bido de Orellana, que tenía la noticia por carta de un caballero de Lisboa escrita á otro de Sevilla, que el Rey de Portugal preparaba armada de cuatro navios para el Río Grande é provincia de las Ama- zonas»; de lo que informaban para que en cosa tan importante mandase lo que pareciese que á su ser- vicio más convenía, porque sería muy gran incon- veniente que el armada que aquí se hace hallase dentro en el río el armada de Portugal, pues aquel río y provincia cae en la demarcación de S. M.>: y que se esforzaban lo posible en el despacho de las naves, dando todo el favor y ayuda que podían, y trabajando con algunos mercaderes españoles y extranjeros para que auxiliasen á Orellana, como al- gunos se habían ofrecido á hacerlo, pidiendo que por cada cien ducados de capital llevasen la ganan- cia de un peón.

Sobre otros particulares de la expedición no eran tampoco muy lisonjeros los informes que seguían'

La Nueva Andalucía cxcix

llegando al Consejo. El tesorero Francisco de Ulloa, en carta datada en 1 4 de Noviembre, expresaba que habiendo ido á Sevilla á ver el estado en que estaba el despacho de la jornada, se encontró con que Ore- llana había concluido sus tratos con los genoveses, cuyas condiciones, por parecerle recias, no había querido firmar; que tenía dados á hacer dos bergan- tines para guiar los navios el río arriba, y que afir- maba que en breve se proveería de lo demás nece- sario para la jornada. cOtra relación más clara, con- cluía, yo no la puedo hacer hasta este punto, por- que en verdad que ni yo entiendo á Orellana, ni los negocios desta armada, ni creo que él se entiende. > c Cuanto á lo de nuestra armada, añadía por su parte el P. Torres en esos días, V. M. sepa que el Adelantado se casó, '^9 contra mis persuasiones, que

189 ¿Cuándo tuvo lugar el matrimonio de OrellaDa?

En carta escrita al Rey por el P. Torres en 1 1 de Septiembre de 1 544 se hablaba ya de que á Orellana «le movían en Sevilla casamiento^»; y en la de 21 de Noviembre, que citamos en el texto, le comunica que el hecho se había verificado, como en esa misma fecha Orellana se lo anun- ciaba también en los términos siguientes: «para más perpetuarme y poder servir á EHos Nuestro SeDor é á Vuestra Majestad en aquella tierra, me casé.» El hecho debe, pues, haber ocurrido muy pocos días antes del ai de Noviembre.

Los historiadores no dicen cómo se llamaba la mujer, ni de qué cali- dad era, si bien el P. Torres asegura que era «paupérrima.» Nosotros hemos podido averiguar que su nombre era Ana de Ayala. Debía ser muy joven cuando se casó, pues veintisiete afios más tarde declaraba tener sólo treinta y cinco: exageración evidente, que debemos atribuir á galantería ó descuido del escribano qae recibió su dicho, pero que de todos modos

ce Introducción

fueron muchas y legítimas, porque á él no le dieron dote ninguna, digo ni un solo ducado, y quiere llevar allá su mujer, y aun á una ó dos cuñadas: allegó de su parte que no podía ir sin mujer, y para ir aman- cebado que se quería casar; á todo le respondí sufi- cientemente como se había de responder como cris- tiano, y como convenía á esta empresa, para que no ocupásemos el armada con mujeres y gastos para ellas. Ha proveído por general y lugarteniente una de las personas que le casaron, no conveniente al oficio ni aun á ir el viaje, sobre la cual provisión hubiera de haber rencilla si no se atajara. Proveyó de maestre de campo un ginovés, contra las leyes y voluntad de todos, que están enojados por poner italiano sobre esta gente; primero se habló para que fuese por procurador de los ginoveses para re- cabar sus partes que piden, y para esto se había de pedir licencia á Vuestra Majestad por ser extranje- ro, y allende desto hízole maestre de campo, y me dicen que le dio dineros; no me dijo nada dello, y yo le reprendí delante todos los oficiales desto y de otras cosas. De todo lo que conviene á esta armada

prueba lo que indicamos. Después de haber irislo morir á su marido en el bergantín en que con él andaba en el Amazonas, aportó con los demás sobrevivientes á la Isla de la Margarita, de donde se fué á Nombre de Dios, y luego á Panamá, probablemente con el propósito de reclamar los bienes que su marido había dejado en Guayaquil. Vivía aún allí en 1572.

La Nueva Andalucía cci

y al gobierno della daré aviso á Vuestra Majestad

cuando mandará qué se deba hacer sobre los capí- tulos de los ginoveses.*

Y para colmo de desagrados, descubrióse que la compra de las naves no había sido acertada, y que la grande tuvo que dejarse c porque se halló ser rompida, y cuando había dineros para acabarla de pagar, cuenta el P. Torres, la quise ver del todo y hállela quebrada, y ya lo sabían otros y no me lo habían dicho, pero no eran de los que habían de ir en la empresa, y reprehendí á los que la compraron con las consultas condiciones, y cuando aquí vine me dijeron que estaba sana y buena y no había falta en ella: hízose la empresa sin concierto, sin orden, con toda ceguedad y poco saber: ahora van plei- teando el Adelantado y los que la vendieron, y no de mi consejo, porque tenemos mucha culpa, y no se hace lo que conviene á la empresa y gastamos el tiempo en pleitos.» Hubo, pues, necesidad de com- prar otra nave para reemplazar la inútil, y al efecto se echó mano de una mucho más pequeña, que era apenas de la mitad del porte de la anterior.

Mientras Orellana se veía en estos nuevos afa- nes llegó á Sevilla aquel D. Juan de Sandi que se decía capitán de la armada portuguesa que había de ir al Maraftón, cuya presencia aquí obedecía, se-

XXVI

ccii Introducción

gún se temía, á que venía á espiar lo que pasaba cerca de los aprestos de Orellana, ó quizás á ver modo de llevarse á alguno de los españoles que pudiese tener noticia del Río; pero habiendo regre- sado luego al puerto de Santa María, donde fondea- ba su galeón, Orellana se ofreció á prenderle, va- liéndose de los capitanes suyos que allí estaban, pues andaba ccomo hombre recatado, trayendo en su compañía diez y doce hombres». *9o Y, en efecto, fué preso, se le trajo á Sevilla, dejándole el galeón embargado, y sólo se le soltó cuando se creyó que para ello no había ya inconveniente. «9i

En efecto, Orellana, al fín de tantos trabajos, disgustos, afanes y empeños á que en su mayoría le habían constreñido la falta absoluta de protección de parte del Monarca, los cortos recursos con que contaba para realizar una empresa que halagaba su ambición, pero que era superior á sus fuerzas, y en no pequeña parte también, justo es decirlo, las po- cas dotes de organizador que manifestó, en todo el mes de Marzo de 1545, cuando hacía más de un año que estaba en preparativos, logró que sus naves llegasen hasta Sanlúcar, ya en disposición de hacerse á la vela. Para dar la señal de partida sólo se espe-

190 Carta del Consejo^ji de Diciembre de IJ44.

191 Caria de los Oficiales Reales, 4 de Abril de IS4J.

La Nueva Andalucía cciii

raba practicar un trámite indispensable en semejan- tes casos: la visita que á nombre del Rey debían verificar los oficiales reales. Rezaban las instruccio- nes que para el caso recibieron éstos, que si de la diligencia resultaba que Orellana tenía cumplido lo capitulado, tocante á lo que era obligado á llevar, le dejasen partir; y en caso contrario se le detuviese hasta que, con conocimiento de los antecedentes, el Monarca resolviese. Al intento avisaron al P. Torres, que se hallaba en Sanlúcar, y habiendo llegado éste á Sevilla, procedieron, en unión de otros funciona- rios, á practicar la visita, cy porque nos pareció, de- cían, que á las naos les faltaban algunos aparejos y artillería, y asimismo algunos bastimentos, dimos un memorial al Adelantado de lo que nos pareció que le faltaba, para que lo hiciese proveer, porque sin ello no estaban los navios para poder navegar como convenía.» Se encontraron también con que los trescientos hombres que debía llevar no pare- cían, '92 ni más de veinticuatro de los cien caballos;

192 Es del caso tratar de averiguar eo este punto cuántos fueron los compañeros que llevó Orellana en su expedición. Oviedo dice que salió de Sanlúcar con 400 y más hombres (Historia de las Indias, t. IV, pá- gina 390); López de Gomara: «al ñn juntó 500 hombres en Sevilla, y partióse* (Historia de las Indias, pág. 210, edición citada); y el Inca Gar- cilaso (Comentarios reales, t. II, pág. 143), que fueron más de 500. Mufioz Ternero, en el memorial que precede á su información de servicios, asegura igualmente que eran 500; Francisco de Guzmáo (pág. 239 de este volu-

cciv Introducción

á lo que contestaba Orellana que la gente la tenía repartida en Sevilla y en Sanlúcar y su comarca; que en las islas de Canarias y Cabo Verde pensaba

men), á quien signe Herrera al pie de la letra en toda su relación (Déca- dm Vil, pág. 146), cque partió con cuatro navios redondos, en que sacó 400 hombres de guerra»; y, por fin, Juan de Pefialosa (pág. 260 de este Tolumen), que Orellana «salió de los reinos de Elspafia para la dicha con- quista y descubrimiento con 450 hombres y cuatro capitanes»; afirmación á que asienten D.^ Ana de Ayala, mujer de Orellana, j Antonio Pérez de Vibero.

Nosotros creemos que estos cálculos son muy exagerados. De la visita ejecutada por el P. Torres no consta este importante detalle; pero de la que poco antes hicieron los Oficiales Reales resulta claramente, como ex- presamos en el texto, que en Abril de 1545, es decir, cuando todo estaba ya listo para la partida, Orellana aun no tenía á bordo los trescientos hom- bres que era obligado á llevar según su capitulación. «Y que el número de los trescientos hombres, dicen aquélli>s, él los tenía allí en Sanlúcar y en Sevilla y en los lugares de aquella comarca»; refiriéndose, al parecer, á las islas Canarias y de Cabo Verde, ó si se quiere á Sanlúcar: prueba evi- dente de que aún no se hallaban en las naves. Á esto se agregan, por lo que sal>emos, las dificultades sin cuento con que tuvo que luchar Orellana para reunir su gente; de modo que, aun suponiendo que fuesjs cierto lo que aseguraba á los Oficiales Reales, lo más probable nos parece que escasa- mente pudo llevar cincueota más de los trescientos á que se había compro- metido.

VMc cálculo nuestro puede también comprobarse estudiando la esta- dística de los fallecidos durante el viaje, según la relación citada de Guz- uiAU. Cueula éste que de los 400 hombres que salieron de Espafia, Orellana pertlió 98 en Cabo Verde, 77 en la costa del Brasil, 57 en el Amazonas, y lue|¡o 1 7, ó sea un total de 249. A este número hay que agregar 50 hombres que quedaron en Cabo Verde y 28 en aquellos sitios cuando se •}Hirtó para subir por el río arriba; de modo que le habrían quedado para tripular el l>er^'antín en que andaba 73 hombres, al parecer muchos, pues los tpie en realidad le acompafiabau y llegaron luego á la Margañta, aun- que uu consta su número con precisión, no podían pasar quixás de 30, lauto por la capacidad del barco, como por los que llegaron á la Isla Mar- ^arilu, que fueron muy pocos, según una carta de la Audiencia de Santo Duüiiiigu, (|tte ciioremaH luego.

La Nueva Andalucía ccv

tomar los caballos que le faltaban; que en cuanto á las barcas que era obligado á hacer, tenía los ele- mentos necesarios para ellas y la clavazón y los maestros competentes, y que la madera y aparejos muy mejor los había en la boca del Río, donde pro- yectaba construirlas; que, demás de esto, llevaba la madera labrada y aparejo para dos bergantines; que en cuanto á las carabelas para subir por el Río, po- dían suplir por ellas perfectamente los navios en que iban embarcados los expedicionarios; y, finalmente, que en cuanto á los ocho religiosos, se hallaban aún en Sevilla esperando el despacho de la armada, y no dejaría de llevarlos.

Pero estas explicaciones no convencieron á los oficiales reales, tanto más cuanto veían la mucha falta de pilotos y maestres que tenía; que los ma- rineros en su mayoría eran flamencos y alemanes, después que hicieron que despidiese á los que resul- taron ingleses y portugueses; que el maestre de la capitana era un arragocés con quien no se atrevieron á hacer lo mismo, ya que así no quedaría en las naves persona alguna que pudiese tenerlas á su car- go; y, en suma, que por lo menos se necesitaban todavía mil ducados para que se pudiesen comprar las cosas que hacían falta. Por todo esto se vieron en el caso de notificar á Orellana que, bajo pena

ccvi Introducción

de diez mil ducados y de privación de los ofícios y mercedes que se le tenían concedidos, no saliese del puerto hasta que el Rey proveyese en semejante emergencia: decisión que se le notificó con todo secreto, porque, á saber la gente que le mandába- mos detener, expresan los Oficiales, se le fuera toda y se le desbaratara la armada»... y, en resumen, cque si con brevedad esta armada no se despacha, ella misma se consumirá y desbaratará, porque co- mo la gente tanto tiempo qué está aquí, están muy gastados y destruidos.»

El Monarca aprobó en un todo las resoluciones de sus delegados, disponiendo, en consecuencia, que una vez que Orellana supliese lo que le faltaba, ele dejasen ir su viaje», ordenando á aquél muy espe- cialmente que quitase á Vicencio de Monte y á su hermano los cargos de lugarteniente y alguacil ma- yor para que los había nombrado, ni los diese á extranjero alguno, y que tampoco se dejasen ir ni pasar en la armada las personas que el P. Torres señalase.

Para cerciorarse de si Orellana tenía cumplido lo que se le había indicado, los oficiales reales, un mes después de su primera visita, en 5 de Mayo (1545), ordenaron al P. Torres que, en unión del visitador de las naos que iban á las Indias, girase

La Nueva Andalucía ccvii

una segunda inspección á la armada, ccon tanto, ex- presaba el texto de la comisión, que no le dejéis meter en los dichos navios ni llevar piloto ni maes- tre ni otra persona que sea francés, ni inglés, ni por- tugués; é en lo de los naturales que haya de llevar, aunque no falléis el número cumplido, no le impi- dáis el viaje; é si de lo demás no estoviese proveído como lo dejamos ordenado é mandado, no le des- pachéis, é avisadnos luego dello, para que se faga lo que conviene.»

En cumplimiento de estas órdenes, el P. Torres y los demás funcionarios designados se presentaron á bordo el 9 de Mayo, y procedieron á verificar el inventario de las provisiones, aparejos, etc., de las naves, interrogando bajo juramento á varios testi- gos; '93 y una vez concluida la diligencia, se fueron á Sanlúcar en busca de Orellana, que no pareció á bordo, para notificarle que no partiese hasta que los jueces viesen el resultado de la visita; pero allí sólo hallaron la noticia de que se había ido á las naos.

193 Las naves de Orellana eran las siguientes:

Carabela Guadalupe, que llevaba como piloto á Gil Gómez, portu- gués, y 10 tripulantes más entre maestre y marineros.

El navio gallego nombrado San Pablo, que tenía cuatro versos, y el línico al parecer que iba artillado.

El navio Bretón, tripulado por i8 hombres, entre marineros y grume- tes, y de ellos sólo dos españoles.

V la nao capitana, que llevaba i6, contando marineros y grumetes.

ccvín Introducción

En la noche de ese día, que era sábado, el Visi- tador Rodríguez se trasladó á bordo, donde tampo- co encontró á Orellana; y en vista de esto, el pa- dre Torres, al día siguiente en la tarde, hizo reque- rir bajo un fuerte apercibimiento á los prácticos de la barra para que no se prestasen á sacar las naves; pero todo resultó al ñn inútil, porque el lunes 1 1 de Mayo, á hora de las diez, salieron las cuatro hasta dos leguas afuera del puerto, y allí permanecieron surtas hasta las seis de la tarde, en que largaron velas y se hicieron mar afuera. '94

El P. Torres hubo de este modo de quedarse en tierra, y con tal motivo tuvo ocasión de escribir al Rey algunos detalles acerca de la escapada de Orellana, de las condiciones en que iba la armada y de los sobresaltos que abrigaba sobre la suerte que temía le esperaba; detalles interesantes y que debemos consignar aquí antes de seguir al fugitivo en su desastrosa campaña, iniciada bajo tan tristes como lamentables auspicios.

Refería, pues, al Rey que las cuentas presen- tadas por Vicencio de Monte eran falsas, y que le había dicho á Orellana que prometía alcanzarle en

194 Visita del armada de Francisco de Orellana, pablicada en las págs. 268-281 del tomo XLII de la Colección de documentos de Torres de Mendoza, con la multitud de disparates que es corriente encontrar en esa obra.

La Nueva Andalucía ccix

más de mil doscientos ducados de los tres mil que había recibido de los genoveses si le permitiese su examen, pero que en realidad parecía que entre ellos había colusión; que ni uno ni otro daban razón del dinero de los fletes; que la armada se huyó despro- veída, apesar de las protestas de Orellana, que decía llevar dineros sobrados para pertrecharse en la mar, y que se sabía ya que los expedicionarios habían to- mado en el camino una carabela y saqueádola, \y así harán, aseguraba, á las que podrán haber, por- que no llevan ninguna manera de provisión.» '9S

Y en otra carta del día anterior repetía esto mismo: que la armada €se fué tan desierta como si fuera saqueada»; que estando alistado para em- barcarse, salió al efecto de Sevilla, y al llegar á Sanlúcar halló que las velas de una nave habían es- tado hasta ese día secuestradas, y para desembar- garlas se tuvieron que vender provisiones; que en su última visita vio la armada tan decaída como si fuera saqueada de franceses ó de turcos; que envió á llamar á Orellana, y él y todos se encastillaron en los navios; que en las noches del sábado y del do- mingo salieron á tierra á saltear vacas y becerros y carneros y gallinas, dejando heridos los pastores; que el domingo en la tarde, Orellana le envió á decir

195 Carta de 20 de Mayo de IJ4J.

XXVH

ccx Introducción

que se embarcase, y el lunes, yendo el alguacil á me- ter en las naves un desterrado, como le vieron con la vara de la justicia en la barca, alzaron las velas, sin llevar pilotos examinados ni maestres; sin sacar los portugueses y gente prohibida que no podía ir; sin repartir marineros ni pasajeros; sin armas ni mu- niciones; con jarcia la más de esparto; ñnalmente, con tal provisión, cqué de aquí á Ñapóles, decía, no le dejara ir ningún proveedor de armada. Yo an- tes deste tiempo le hice una protestación, la cual él firmó, y otros dos con él, y la tengo, y su res- puesta del en ella; y por no hacer de carta historia no quiero decir las infinitas faltas y fi^udes que en esta empresa se han hecho: y el que del todo la ha destruido ha sido Amonte {sic)^ que se ha hecho rico de los dineros de los ginoveses, de fletes, de tratos, y el Adelantado se lo sufi-ía todo, ó entre ellos se parten los dineros y provecho. ¿Cómo el armada puede ir bien proveída, si á la mujer suya, paupé- rrima, le dieron joyas y sedas y bordados; si los ginoveses no dieron los tres mil ducados in nume- rata pecunia; si Amonte y el Adelantado llevan di- nero de contado y el armada perece de hambre y sed y armejos (í/V); si se hace hacer carta de cumplido pagamiento sin haber dado los dineros y vituallas; si no oye consejo ni quiere razón, y otras cosas mu-

La Níieva Andalucía ccxi

chas, con las cuales se muestra poca obediencia á V. A. y peligro á tantas ánimas?»

Añade que un fraile y su compañero, viendo la destrucción de la armada, se quedaron, y que los otros también hicieran lo mismo si Orellana no los engañara y detuviera por fuerza, c Certifico á V. A., concluía, que agua no lleva para llegar á Canarias, ni vasijas en que la llenen si están quince días en lle- gar... Plega á Nuestro Señor guarde sus ánimas de- Uos primeramente, y tiempo de penitencia á sus personas, que en grande peligro van de todas par- tes; y ya encomenzaban á dar entre tres hombres una libra de bizcocho, y no vino ni vianda; y la popa de la nave mayor, donde va el Adelantado, va llena de mujeres, y ya ponía guardia que pasajero no pasase á la popa, y andaban en cuestión, porque así lo su- pimos cuando estaban surtos fuera de la barra de los pilotos que los sacaron de la barra...» '^

196 Carta al Rey, de 79 de Mayo de IS4J*

Las noticias biográñcas que tenemos del P. Torres no son copiosas, como fuera de desear, y las publicadas por algunos historiadores comple- tamente equivocadas.

Fr. Alonso Fernández, Historia eclesiástica de nuestros tiempos, Toledo, 161 1, fol., pág. 185, se limiu á decir: «el tercer obispo de Panamá fué el P. Fr. Pablo de Torres, de la Provincia de EspaUa, afio de 1540.»

González Dávila, en su Teatro eclesitístico de las Indias, supone que pertenecía á la orden de San Jerónimo, y que era obispo de Panamá en 1560.

Alcedo, en su Diccionario de América, se contenta con copiar á Gon-

ccxii Introducción

Con tan pobres elementos y bajo tales auspi- cios, llevando á bordo el germen de la desorganiza- ción, del hambre y de la muerte, se alejaba de las costas de España aquella escuadrilla destinada á la conquista y colonización de la Nueva Andalucía. Cua- lesquiera que hubiesen sido los errores '97 de su or-

zález Dávila, aunque rectificando el error de éste tocante á la Orden á que pertenecía el P. Torres.

Después de la partida de Orellana, el P. Torres r^resó á Sevilla, y, según creemos, se dirigió en seguida á Valladolid á informar personalmente al Monarca sobre el resultado de la comisión que se le tenía confiada; y es lo cierto que ya en Mayo del afio siguiente llegaba nuevamente á Sevilla, nombrado obispo de Castilla del Oro, para donde debía partir en unión del licenciado Pedro de la Gasea, á quien, sin embargo, no le fué posible acompañar. Caria al Rey, Sevilla, jo de Mayo de IS46,

En ese mismo afio tomaba posesión de su diócesis en Panamá, y tales fiíeron sus procedimientos como prelado, que ya en 1547 el Procurador de la ciudad de Nombre de Dios levantaba contra él una información para enviar al Rey, por los excesos que se le atribuían; expediente que, junto con otro sobre materia análoga, se encuentra en el Archivo de Indias, en el legajo $2-1-1/22.

£1 Arzobispo de Lima mandó á uno de los canónigos de su Catedral para que le visitase, y con este motivo se trabó entre ambos un ruidoso pleito, que concluyó con la salida del P. Torres de la diócesis.

Después de llegar á España presentó al Consejo un largo memorial, en que manifestaba bailarse ausente de su obispado desde I554f sin causa, segün decía, habiendo residido por fortunas de la mar en la Habana y en Puerto Rico, y que hacía más de dos afios que estaba en la Corte esperando la terminación de la guerra para ir á Roma, adonde había sido remitido por el Arzobispo de los Reyes, y también por ver alguien pedía contra él delante del Rey y del Consejo de Indias. Añade que tenía presentados memoriales en justificación de su conducta, y que había hecho grandes ser- vicios en las alteraciones de Pizarro y en las de los Contreras y en el Estado de Milán en tiempo de Leiva; concluyendo por solicitar algunas mercedes, y que se le ocupase en su oficio.

197 Entre éstos, el más grave de todos fué, sin duda alguna, poner manos á una empresa superior á sus fuerzas; y en seguida haber consen-

La Nueva Andalucía ccxiii

ganizador, se ve claro, sin embargo, que un corto auxilio de dinero de parte de quien podía facilitarlo habría salvado esa expedición, '9» cuyo éxito pudo ser de consecuencias incalculables para la nación; pero, tal como partía, desprovista de todo, no se necesitaba ser profeta para predecir la suerte que le aguardaba: al Monarca, aquella empresa, que nada

tido que á bordo fuesen mujeres, comeDzaodo por la suya. Este hecho no fué raro, con todo, en aquellos tiempos, y en ocasiones esas mujeres pres- taron buenos servicios á los conquistadores. Pedro Meléndez de Aviles se hizo acompañar en esa forma á la Florida; y Pedro de Valdivia, al irse del Perú á la conquista de Chile, llevaba delante de su silla una imagen de Ntra. Sra. del Socorro, que todavía se venera en Santiago, y á la grupa á su querida Inés de Suárez... Lo corriente, y que habría sido á la vez lo más correcto, era establecerse primero en el suelo indígena, y enviar en se- guida por la familia, como lo ejecutaron la mayoría de los soldados de aquella época.

198 La mujer de Orellana, con un sentido práctico notable, y como quien pudo observar de cerca las cosas, daba á entender, á nuestro juicio con razón, que la empresa de su marido fracasó á cansa de no haber reci- bido de la Corona los socorros que necesitaba y que habrían podido sal- varla: cy por cuanto Su Majestad no dio al dicho Adelantado, expresaba, ningún socorro ni ayuda de costa, no pudo el dicho capitán PeOalosa dejar de socorrer», etc.

Cierto es que Felipe II ordenó á los Oficiales Reales que no dejasen ]>artir á Orellana en caso de que no allegase los elementos que á última hora aún le faltaban para cumplir lo capitulado; pero la verdad es también que la disyuntiva en que Orellana se veía así colocado era terrible. Ago- tados sus recursos, sin esperanza alguna de proporcionárselos, y temeroso de que la gente reclutada, cuyos dineros tenía ya recibidos, se le desban- dase, no le quedaba más disyuntiva que, ó abandonar la empresa, quedando en la miseria y desprestigiado, ó correr el albur de que el acaso le salvase, como le había acontecido ya en el Amazonas. Pero la suerte, que le fa- voreció entonces, le fué esta vez adversa. Su partida en tales condiciones implicaba una imprudencia gravísima y una violación de las órdenes reales, de que sólo pudo redimirle la muerte...

ccxiv Introducción

le costaba, á fuerza de barata, le iba á resultar cara, como ya el P. Torres lo tenía observado: á Orellana y su gente les valdría infinidad de sufrimientos, la pérdida de sus fortunas, y, á la postre, la vida.

De acuerdo con el itinerario proyectado, Ore- llana enderezó su rumbo á las Canarias, detenién- dose tres meses en Tenerife, en espera, sin duda, de hallar ocasión propicia para proporcionarse los elementos que le faltaban; y al cabo de ese tiempo siguió á las islas de Cabo Verde, donde hubo de de- morarse otros dos meses. Esa tardanza le fué fatal: lejos de hallar lo que esperaba, enfermósele la ma- yor parte de la gente, muriéronse noventa y ocho personas, y de los cuatro navios que llevaba fué me- nester echar uno al través para poder guarnecer los restantes de los cables y anclas que habían perdido. Todavía, al tiempo de partir, se quedaron en tierra cincuenta hombres de guerra, y entre ellos el maes- tre de campo y tres de los capitanes, que, ó no se hallaban en estado de continuar la campaña, ó no se atrevieron á afrontar los nuevos y mayores peligros que creían les aguardaban.

Orellana, sin embargo, no quería darse por ven- cido y desistir de una empresa que parecía ya una locura proseguir. A mediados de Noviembre *99 hace

199 La cronología de la expedición es bastante diffcil de establecer»

La Nueva Andalucía ccxv

desplegar de nuevo las velas con rumbo á la costa del Brasil; asáltanle en el camino tiempos contra- rios; la sed comienza á sentirse á bordo, y hubieran todos de perecer si no fuera por las lluvias tropicales, que logran encontrar á tiempo. Para colmo de des- gracias, una de las naves, en que iban setenta y siete personas, once caballos y un bergantín que debía servir para remontar el río, perdióse allí de vista, sin que jamás se. lograse saber de su suerte.**^ Deján- dose arrastrar por el viento norte, ganaron las naves el buen camino, y después de andar unas cien leguas á vista de la costa encontraron el agua dulce, indi- cio cierto de que allí desembocaba el río que bus- caban. Enderezóse en el acto la proa hacia tierra, y al día siguiente, 20 de Diciembre, *°' después de ha- ber estado á punto de perderse en los bajíos y de

como que sólo se coDocen cod exactitud la fecha de su salida de Sevilla y la de su entrada en el Río de las Amazonas. Para ñjar la fecha que indica- mos en el texto hemos calculado que, habiendo debido llegar Orellana á Tenerife á ñnes de Mayo, y gastado cinco meses en las Canarias y Cabo Verde, su partida de este último punto debe referirse á la primera quincena de Noviembre de 1545.

200 Las palabras empleadas por Francisco de Guzmán, y copiadas por Herrera, al hablar de este barco, son: «y con esta necesidad, el ano arribo, diciendo que no tenían agua,... del cual dicho navio hasta hoy no se sabe*... Francamente, no comprendemos lo que Gusmán y el cronista de In- dias quieren dar á entender en este caso por la voz arribó; pero el hecho fué que el barco se perdió, ya por haberse estrellado en la costa del Brasil, ya por efecto de alguna tempestad, ya, en fin, por haber sus tripulantes perecido de sed.

201 Día de Ntra. Sra. de la O, según dice Guzmán.

ccxvi Iniroducción

haber tenido que valerse de las piezas de artillería para reemplazar las anclas, de que carecían, surgían las naves entre dos islas, cuyos habitantes suminis- traron á los expedicionarios maíz, pescado y frutas de la tierra. Algunos representaron entonces á Ore- llana la conveniencia de que diese un corto descanso á la gente y caballos, que iban sumamente fatigados por aquella trabajosa navegación, y que, mientras tanto, se armase allí el otro bergantín, que llevaba en piezas, para reconocer el brazo del río por donde habían de subir las naves; pero dando por respuesta que sabía ser desde allí adelante la tierra muy po- blada cy haber ipucho aparejo para hacer lo sobre- dicho » , comenzó á subir río arriba con las dos naves, recorriendo una extensión de cien leguas de grandes anegadizos y ásperos montes y despoblados, hasta que, habiendo llegado á unas rancherías de indíge- nas, ordenó que se procediese á la construcción del bergantín. En esta faena gastáronse los meses de Enero, Febrero y Marzo de 1546, habiendo sido preciso deshacer una de las naves para aprovecharse de sus clavos y tablazón; y una vez concluido el ber- gantín, Orellana dispuso que convenientemente tri- pulado saliese en busca de provisiones, de cuya falta se veían ya tan apretados, que cincuenta y siete hombres habían perecido de necesidad, después de

La Nueva Andalucía ccxvii

haberse comido los perros y caballos con que con- taban; mas, la diligencia resultó infructuosa, y muer- tos ya muchos de los tripulantes, también de ham- bre ó en los encuentros que sostuvieron con los in- dios, regresaron los sobrevivientes al campamento. Partieron entonces en conserva el bergantín y la nave en busca del brazo principal del río, que aún no se podía encontrar, y apenas habían andado veinte leguas, estando anclada la nave, la creciente de la marea le hizo romper el único cable que tenía y dio con ella en tierra, habiendo tenido los náufra- gos que acogerse á una isla que se hallaba á poco más de una legua del sitio de la catástrofe, donde por fortuna lograron atraer de paz á los indios que la poblaban. En estas circunstancias, Orellana resol- vió salir otra vez en demanda del brazo principal del río en el bergantín, dejando en la isla veintiocho ó treinta de sus soldados, y cansado de vagar inú- tilmente durante veintisiete días, regresó al campa- mento, donde no halló ya á los soldados que en él habían quedado, apesar de las diligencias que hizo para encontrarlos. *°*

203 Todos estos incidentes ocurridos á los expedicionarios mientras vagaron por aquellos sitios, aparecen sumamente confusos en los documen- tos que hasta ahora se conocen. Sobre todo este punto del regreso de Ore- llana á la isla, después de su primera salida, está contado de dos modos diversos.

XXVIII

ccxviii Introducción

Mientras Orellana trataba en vano de encontrar el brazo principal del río, sus compañeros que ha- bían quedado en la isla, viendo que los días se pa- saban sin tener noticia alguna del paradero de su jefe, y que siendo tan pocos estaban condenados al fin á perecer á manos de los indios, ó, lo que era acaso peor, de hambre, resolvieron proceder á la construcción de una barca que les permitiese ir en busca de Orellana, y, en caso necesario, á tierra de cristianos, cpara lo cual, según refiere uno de ellos, iban por clavazón y otras cosas necesarias al navio que estaba al través una legua ó legua y media de allí, é iban é venían á este efeto muchas veces, é

SegÜD la relaciÓQ de Guzmán, Orellana encontró á los de la isla ocu- pados en construir una barca, y habiendo pasado alU un mes más, viendo que la obra no se concluía, volvió á irse nuevamente, diciendo que se sentía enfermo y «que se quería tornar á buscar el brazo del río y subir hasta la punta de San Juan... y que si nosotros le quisiésemos seguir después de hecha nuestra barca, que por allí le hallaríamos» ...

La redacción de nuestro texto está basada en lo que aparece de las in- formaciones de testigos que publicamos al final del presente volumen. Según esta última versión, Orellana no volvió ya, como decimos, al campamento después de su primera salida. «Visto que tardaba y no se tenía del nueva, expresa Mufioz Ternero en la pregunta novena de su interrogatorio, hici- mos una barca con mucho trabajo, con la cual subimos muy gran parte del dicho río arriba en busca del dicho Orellana... y por no tener nueva del, etc.», circunstancias en que convienen todos los deponentes. Entre éstos merece, con todo, citarse con especialidad á Juan Griego, «maestre é piloto de navio» que acompafió á Orellana en esa excursión, y que expresamente afirma «que fué con el dicho gobernador hasta ciento y cincuenta leguas adelante, é cuando volvieron no hallaron al dicho Diego Mufioz ni á la de- más gente donde el dicho Adelantado los había dejado, é anduvimos en busca dellos»... ^^'

La Nueva Andalucía ccxix

al monte á cortar madera para la dicha obra, y la traían á cuestas.» Después de una ímproba labor, que tardó cerca de tres meses, lograron al fin echar al río la embarcación, la cual resultó tan defectuosa, como era natural, que hacía agua por todas partes; pero sin desalentarse por ello, comenzaron á remon- tar la corriente en demanda de su jefe, acompañados de algunos indios, que les proveyeron también abun- dantemente de comida por haberles dado á entender que iban á hacer guerra á sus contrarios que mora- ban más arriba; y, en efecto, alcanzaron hasta poco antes de donde el río se divide en tres brazos cau- dalosos, pero, viendo que eran tan pocos, que las provisiones se les acababan y que Orellana no pa- recía, resolvieron volver aguas abajo. Cuarenta le- guas antes de desembocar el río en el mar encon- traton un lugar que creyeron ser la tierra firme, bas- tante poblado y bien provisto de comida, que resca- taron de los indios, que allí les trataron de paz, y donde se quedaron seis de los veintiocho tripulantes de la barca; y luego cuatro leguas más abajo otros cuatro, que se huyeron en el pequeño batel que lle- vaban, tpor ser la tierra buena» y temerosos de arrostrar en tan frágil embarcación los peligros del mar. Después de buscarlos y llamarlos inútilmente, los que aún quedaban^ la barca continuaron su ca-

ccxx Introducción

mino aguas abajo, y apenas habían salido de la de- sembocadura, una tarde al caer de la noche, des- pués de hallarse en seco„ la creciente de la marea la echó entre unos anegadizos cubiertos de mangla- res, donde, creyéndose ya perdidos por la gran re- saca que por allí había, comenzaron á fabricar balsas para ver modo de salvar la vida; pero al cabo de dos ó tres días de hallarse en tan peligrosa situación, y cruelmente atormentados de los mosquitos, logra- ron de nuevo salir al mar, y, navegando pegados á la costa, achicando de día y de noche el agua que hacía la barca, extenuados por la falta de alimento, llegaban, por fin, en los últimos días de Noviem- bre ó principios de Diciembre de 1546,^^3 á la Isla Margarita, donde hallaron á veinticinco ^^^ de sus compañeros, y á la mujer de Orellana, da cual nos dijo, refiere Guzmán, que su marido no había acer- tado á tomar el brazo principal que buscaba, y así, por andar enfermo, tenía determinado de venir á tie- rra de cristianos; y en este tiempo, andando bus-

203 Para la fijación de esta fecha nos atenemos á lo que consta de la pregunta cuarta de la información de Peñalosa, y de las respuestas que á ella dieron los testigos; á saber, que los expedicionarios anduvieron perdi- dos por el Río once meses, los cuales deben contarse desde el 20 de Di- ciembre de 1545, en que penetraron en el Amazonas.

204 De los expedicionarios sólo escaparon 44 personas, según lo ase- guran Pefialosa y D.^ Ana de Ayala; y como los tripulantes de la barca eran 18, los del bergantín debían ser 25, en todo 43 hombres, y la mujer de Orellana.

La Nueva Andalucía ccxxi

cando comida para el camino, le flecharon los indios diecisiete hombres: desta congoja y su enfermedad murió Orellana. » 205

205 No hay constancia de la fecha precisa de la muerte de Orellana, ti bieo no es difícil deducirla con alguna aproximación, pues sabemos que tuvo lugar en el Río, y cuando andaba en busca de provisiones para salir al mar, ó sea en los últimos días que los tripulantes del bergantín perma* necieron en el Amazonas: probablemente, entonces, en los comienzos de Noviembre de 1546.

A causa de los sufrimientos que en el viaje habían experimentado, luego de Uegar á la Margarita casi todos los expedicionarios cayeron gra- vemente enfermos.

£1 Licenciado Cerrato, oidor de la Audiencia de Santo Domingo, en carta que desde allí escribía al Rey con fecha 25 de Enero de 1547, le anun- cia en los términos siguientes el desastroso fin de la jomada á la Nueva Andalucía: «Orellana y los que fueron con él al Marafión se perdieron, y él murió, y algunos de ellos, aunque pocos, aportaron á la Margarita, per- didos, y en un pliego que va con ésta me dicen que va la relación de todo, y por eso yo no la escribo.» Elstc pliego no fígura con la carta, pero nos parece que no puede ser otro que la relación de Francisco de Guzmán que ya conocemos.

Poco después, la misma Audiencia de Santo Domingo, que se ocupaba entonces, en virtud de reales órdenes, en allegar elementos para favorecer la comisión que La Gasea llevaba al Perú, anunciaba al Rey, en carta de 19 de Marzo de aquel afio, que había despachado á la Margarita un navio «con otro capitán para que saque de aquella isla y de la comarca de la tierra ñrme toda la gente de guerra que hobiere y recoja unos soldados que apor- taron del armada de Orellana, y traya el navio cargado de caballos y bastimentos.»

Algunos de esos soldados no se quedaron en Santo Domingo, pues unos se radicaron en Panamá, como Juan de Pefialosa, á quien parece acompañó de ahí en adelante D.' Ana de Ayala; otros marcharon al Perú, y entre ellos, además de Diego Mufíoz Ternero, que siguió ejerciendo en Lima el cargo de escribano de cámara que le había sido concedido para la Nueva Andalucía, el piloto de la expedición, Francisco López; y alguno, por fin, como Francisco de Ulloa, que había ido de tesorero de aquella gobernación, se radicó en Concepción, una de las ciudades más meridiona- les de Chile.

£1 fracaso de Orellana no desalentó á otros para intentar por lo me-

ccxxii Introducción

Enterrado al pié de uno de los añosos árboles de los bosques siempre verdes que baña la corriente del majestuoso río que había descubierto, encontraba al ñn reposo á sus afanes y fatigas en medio de aque- lla lujosa naturaleza, que era digno sepulcro de su nombre imperecedero...

XI

í%\ Sobre los nombres del Río desctíbierto

por Orellana.

Descubrímíento del Marafión por Vicente Yáftez Pioxón. Fué llamado primeramente Mar Dulce. Eo 1513 se le designa ya con el nombre de Marafión. Confasión establecida por el geógrafo Fernández de Enci- so. Mapa de Diego Ribeiro. Lo que dicen los documentos oñciales. Declaración prestada en 153 1 por varios pilotos. Una carta de la Audiencia de Santo Domingo. Origen del nombre de Marafión, segün varios autores. Otras hipótesis. Nuevos nombres con que se le desig- na.— Los geógrafos modernos.

¡üÁNDO fué descubierto el Río Marañen? ¿Cual es el origen de este nombre? He aquí dos cuestiones históricas, que merecen es- tudiarse al tratar de la expedición de Orellana. La primera es fácil de resolver en vista de los

nos la misma empresa. Con fecha 24 de Diciembre de 1549, Diego de Vargas, vecino del lugar de Valverde, celebraba una capitulación con el Rey, ofreciéndose á llevar á la Nueva Andalucía trescientos hombres en cuatro ó cinco navios, caballos y otros elementos, para conquistar y poblar

Los nombres del Rio ccxxiii

documentos de que podemos disponer; no así la segunda, que hasta hoy permanece envuelta en el misterio del pasado, por más que acerca de ella se hayan emitido opiniones asertivas que, como vamos á ver, no pueden considerarse como bien fundadas y decisivas.

Examinemos cómo y cuándo fué descubierto el Marañón.

Navegaba Vicente Yáñez Pinzón hacia el norte de la línea equinoccial por el mes de Febrero de 1 500, y habiendo encontrado agua dulce en la mar á cuarenta leguas de tierra, deseoso de saber la causa de un fenómeno para él hasta entonces nunca visto, tornando el rumbo hacia la costa, t descubrió que salía esta agua, dice Herrera, de aquel muy renombrado Río Marañón.» Fondeó sus naves en el río, y hubo de abandonarle luego por lo peligroso que el paraje le pareció, no sin que antes cautivase treinta y seis de los confiados isleños que poblaban la desembocadura. ^^^

Diego de Lepe, que fué, puede decirse, siguiendo los pasos á Yáñez Pinzón, llegó también muy poco

ciento cincuenta leguas río adentro y veinte leguas á cada lado, «siendo informado, decía el Monarca al aceptar el ofrecimiento, qne en el Río que dicen de las Amazonas, ques por donde salió el Capitán Orellana de las provincias del Perú para estos reinos, hay muchas gentes que eátán sin lumbre de fe.»

306 Herrera, Duada I, lib. IV, cap. VL

ccxxiv Introducción

después al mismo Río, entró en él, halló la gente en armas por la piratería de su antecesor, y por primera vez entonces se tiñeron sus orillas con sangre caste- llana é indígena.

A Vicente Yaftez Pinzón corresponde, pues, el título de primer descubridor del Río que en aquel entonces se llamó La Mar Dulce; y así lo reconoció expresamente el Monarca cuando, al celebrar con él la capitulación de 5 de Septiembre de 1501, es- tampó en ese documento las siguientes palabras: c Seguisteis la costa que se corre al norueste el Río Grande que llamasteis Santa María de la Mar Dul- ce. > *®7

Los geógrafos contemporáneos de Yañez Pinzón hubieron, pues, de aceptar la designación con que se le nombraba. El piloto Juan de la Cosa, al construir su celebrado mapa-mundi de 1 501 , á raíz de haberse verificado el descubrimiento del Río, coloca, en efec- to, la desembocadura más ó menos en la situación que le corresponde, y le designa con ese nombre de Mar Dulce; y así parece que siguió llamándosele hasta los comienzos de 15 13.

207 Torres de Mendoza, t. XXX, pág. 536. Pedro Mártir de An- glería, al referir la expedición de Yáfiez Pinzón, expresa: «dicen que die- ron con un río llamado Marafión.» Traducción de Torres Asensio, I, pági- na 328. No dice, pues, que Yáfiez Pinzón y sus compafieros le llamaran Marafión, ni expresa tampoco el origen del nombre.

Los nombres del Rio ccxxv

En el pleito de Colón, el Fiscal presentó en 1 5 1 2 un interrogatorio, en cuya pregunta VI, al hablar de los descubrimientos de Yáñez Pinzón, dice que éste centró la boca del Río Grande, donde hallaron el agua dulce que entra en la mar. > Y los testigos, al responder á esta pregunta, expresan: Andrés de Mo- rales, tque ha cogido el agua dulce en la mar del Río Grande » , y Cristóbal de Barros, que t oyó decir que hallaron el Río Grande del agua dulce. > ^^^

Pero ya en Febrero del año siguiente (15 13), en otra probanza del mismo pleito hecha en Sevilla, también por el Fiscal, aparece la declaración del pi- loto luán Rodríguez, que, respondiendo á la pregunta séptima, dijo que había ido con Diego de Lepe cal tiempo que fué á descubrir por mandado de Sus Al- tezas, é vido quel dicho Diego de Lepe é su com- pañía descubrieron desde el Cabo de Sant Agustín fasta Paria toda la costa siguiendo, que es seiscien- tas leguas de tierra firme, en que entra en esto el Río Grande y el Marañón»... 209

Tal es el documento más antiguo que pudiéra- mos citar en que se presenta el nombre de Mará- fión, si bien debía hallarse entonces muy poco ge-

208 Colección de documentos inéditos de Indias, t. VII, págs. 194 y siguientes.

209 Id. id,, pág. 277. Marañó dice textualmente el documeoto pu- blicado, sin duda porque no se tomó en cuenta la tilde de la o.

XXIX

ccxxvi Introducción

neralizado, ya que los demás declarantes, todos ma- rinos como Rodríguez, continúan designándole con el de Río Grande.

Sin embargo, á partir de esa fecha ya comienza á generalizarse mucho más. En la probanza rendida en Palos por D. Diego Colón en Febrero de 15 15, Alonso Rodríguez de la Calba dijo que había ido á descubrir con Diego de Lepe el Río de Marañón. **® En otra rendida en Sevilla en Agosto de ese año, Rodríguez de la Calba expresa nuevamente que des- de la bahía á que pusieron nombre de San Julián t corrieron contra el poniente fasta llegar al Río de Marañón»... 2" El físico de Palos, García Ferrando, f dijo que sabía quel dicho Diego de Lepe fué á des- cobrir por su parte é llegó al Río de Marañón.» **^ Cristóbal García, que t fueron descubriendo el dicho Diego de Lepe por su industria é saber por la costa de luengo fasta Paria é estuvieron en Marañón»... ^'3 Diego Fernández Colmenero tdijo que vido este testigo ir á descobrir al dicho Diego de Lepe, é que descubrió en la tierra firme á la parte del mediodía, á do dicen Marañón.» 214 Luis de Valle, que Lepe y

210 Colección de documentos inéditos de Indias, t. VI II, pág. 43.

211 Id. id., pág. 132.

212 Id. id., pág. 190.

213 Id. id., pág. 198.

214 Id. id., pág. 207.

Los nombres del Rio ccxxvii

sus compañeros «anduvieron é descubrieron más de setecientas leguas, segund que los pilotos decían, é que fueron á dar al Río Grande que se llama Ma- rañen.» »'S

Estas declaraciones fueron producidas en Octu- bre de 1 5 1 5 , y puede decirse que desde aquí en adelante comienza á predominar casi en absoluto el nombre de Marañón, bien solía confundirse to- davía con el de Mar Dulce uno de los dos grandes brazos que' el río forma en su desembocadura.

Es lo cierto que poco después otro geógrafo español no menos notable que Juan de la Cosa, Fer- nández de Enciso, describe en 15 19 el Río Mara- ñen, que pone en siete grados y medio de la banda del norte, «con más de quince leguas de ancho, é á ocho leguas dentro de la tierra, añade, tiene mu- chas islas»; y como ya había sido explorado por Diego de Lepe hasta setenta leguas hacia el interior, pudo todavía consignar algunos detalles de sus ri- beras.

Y luego agrega: « Desde este Río Marañón hasta el Río á que dicen la Mar Dulce hay veinticinco le- guas: este río tiene sesenta leguas de ancho en la boca, é trae tanta agua que entra más de veinte le- guas en la mar, que no se vuelve con la salada: entra

215 Colección de documentos inéditos de Indias, pág. 213.

ccxxviii Introducción

veinticinco leguas en la tierra esta anchura, y después se aparta en dos partes, la una va al sueste y la otra al sudueste»...**^

De esta manera tenemos, pues, que á partir de aquella fecha se comenzó á llamar en letras de molde á un río que estaba en siete grados y medio de lati- tud norte Río del Marañón, y que éste se conside- raba como diverso del que Yaftez Pinzón y Juan de la Cosa habían nombrado Mar Dulce.

Poco después desaparece también casi en abso- luto en los documentos cartográficos y oficiales esta designación, y comienza á prevalecer la de Marañón, haciéndose caso omiso de la lamentable confusión establecida por Fernández de Enciso. En efecto: el cosmógrafo portugués Diego Ribeiro, al servicio de España, en su mapa construido en 1529 le llama sólo Marañón; y en la capitulación que el Rey ce- lebró con Ordaz en 20 de Mayo de 1530 se lee: ...«por cuanto os habéis ofrecido á descubrir é con- quistar las provincias que hay desde el Río del Ma- rañón», etc. *'7

Y por este nombre era conocido ya, no sólo en España, sino también en las Indias. En carta escrita por el Arzobispo de Santo Domingo al Rey con fe-

216 Hoja 51 V., edic. de 1530.

217 Archivo dt Indias, Fatronato, i-i^x/aS, pi«a 46.

Los nombres del Rio ccxxix

cha II de Agosto de 1531, se dice: tPor esta Ab- diencia se ha fecho relación á V. M. como Ordaz no pobió en el Río Marañón»...

En una información de servicios levantada por un sobrino de Ordaz efl Noviembre de 1533, en la pregunta cuarta se lee que cSu Majestad le hizo mercedes é le hizo gobernador del Marafíón.» *'®

Entre los pleitos á que dio lugar esta expedición de Ordaz merece recordarse el que el promotor fis- cal de la Isla de las Perlas, Francisco Pereira, siguió allí en 1531 para probar que aquél había usurpado la jurisdicción que conforme á lo capitulado con el Rey le correspondía, y en el que figura una diligen- cia muy curiosa, cual es la deposición de los pilotos acerca de la distancia que mediaba entre la desembo- cadura del Río y la provincia de Paria, que dice así:

tEn veintitrés días del dicho mes de Junio del dicho año el dicho señor Alcalde mayor, estando en las casas del Cabildo desta ciudad (Nueva Cádiz), para mejor verificar lo pedido por el presonero de- lia, para más justificación desta causa, hizo parecer ante al veedor Juan López de Anchuleta, é á Gon- zalo Martel, é á Pero Sánchez, é á Francisco Fer- nández Turifeño, é á Cristóbal de Cea, pilotos, es- tantes en esta dicha cibdad, como á personas sabias

318 Archivo de Indias, Patronato, i*6->/34.

ccxxx Introducción

y expertas en la arte de la navegación y que tienen mucha expiriencia, á los cuales dijo que, como sa- bían, les había mandado que cada uno por y todos juntos mirasen sus cartas de la navegación é cua- drantes, é por ellas é por los dichos cuadrantes é al- tura, é por todas las otras maneras que entre ellos hay é tienen, viesen é platicasen la distancia é lon- gitud que hay, é cuántas leguas, dendel dicho Río de Marañón la costa abajo hasta la dicha provincia de Paria, adonde al presente consta y es notorio que está poblado el dicho comendador Diego de Ordaz con su gente de armada. Los cuales, estando así juntos en las dichas casas de Cabildo, platicaron so- bre lo susodicho, é trajeron ciertas cartas de nave- gar é un cuadrante é un libro de regimiento, y pla- ticaron en ello y en el altura; é habiendo platicado, se conformaron, con juramento que hicieron en for- ma de derecho en manos del dicho señor Alcalde mayor, y en presencia' de el dicho escribano de- clararon lo siguiente:

Los cuales dijeron, so cargo del dicho jura- mento, que ellos han bien visto y examinado las di- chas sus cartas de marear, y en especial por una carta que agora nuevamente es hecha y examinada^ que trajo el dicho Francisco Hernández Turifeño, que declaró ser hecha por D. Hernando Colón, y

Los nombres del Rio ccxxxi

porque aquélla se conforma con otras; y habiendo bien platicado é discutido sobre todo ello, seyendo unánimes é conformes, dijeron que, so cargo del dicho juramento, desde el dicho Río de Marañón la costa abajo á esta parte hasta la bahía del Candón hay docientas leguas»...

Más aún: en la declaración prestada por uno de esos pilotos, Pero Sánchez, dijo que le constaba el hecho c por haberlo visto en cartas de marear nueva- mente impresas y venidas de Castilla y examinadas en la ciudad de Sevilla por D. Hernando Colón»...

No puede, pues, caber duda alguna de que el nombre del Río era el de Maraftón, y que así se hacía constar ya en carta geográfica impresa, que desgraciadamente no ha llegado hasta nosotros.

Con poca posterioridad á la expedición de Or- daz, la Corte de Portugal intentó otra en aquellas regiones, de cuyo desastroso fin nos informa la si- guiente carta de la Audiencia de Santo Domingo, escrita al Rey en 12 de Febrero de 1536, en que, como va á verse, sigue llamándose Maraftón al que en un principio fué nombrado de la Mar Dulce:

tEste mes de Noviembre pasado paresce que por las islas de Canaria pasó una armada del reino de Portogal, de doce naos, en que iban mili y qui- nientos hombres y ciento y veinte de á caballo, diz

ccxxxn Introducción

que á poblar el Río de Marañon, que es de la de- marcación de V. M.; yendo su viaje, una fusta de re- mos que llevaba para entrar por el Río se les per- dió de vista en el golfo, y ansí anduvo por la mar más de dos meses sin poder tomar al dicho Río de Marañón, y veniendo por el mismo golfo una nao de naturales de V. M. para esta isla, la halló sin man- tenimiento ni agua, ni que sabían donde estaban, y la trajo consigo á este puerto, adonde fueron presos ocho marineros portogueses... Dicen los marineros desta fusta que llegaron cerca del Río de Marañón, y que á la sazón llegó allí un navio de la armada de D. Pedro de Mendoza, que iba al Río de la Plata, y que los indios de tierra mataron á algunos de los españoles que iban en aquel navio»... *'9

Por fin, Pedro Cieza de León, que escribía en 1541, y cuando aún no tenía noticia del descubri- miento de Orellana, le llama también del Mara- ñón. "<>

De estos antecedentes creemos resulta con toda evidencia que, descubierto el Río, ó, mejor dicho, su desembocadura, por Yañez Pinzón en 1500, se le llama de la Mar Dulce, y que ya en 1 5 1 5 asume en

2 1 9 Carta de la Auditncia de Santo Domingo, 1 2 de Febrero de

1536.

220 Crónica del Perú, cap. XLIV.

Los nombres del Rio ccxxxiii

todos los documentos emanados de diversas fuentes el nombre de Marañen. Y aquí entra la parte grave y oscura á que nos hemos referido en un principio: ¿de dónde procede este nombre?

Agustín de Zarate dice á este respecto: cY este río se llama el Marañen porque el primero que des- cubrió la navegación del fué un capitán llamado Ma- rafíón.» "'

Juan de Castellanos concuerda con esta opinión del cronista del Perú, agregando que el nombre le vino de ciertos capitanes que habían acompañado á Yáñez Pinzón:

Tal nombre le pusieron los Pinzones De ciertos nautas dichos Marafiones. 222

Un escritor portugués concuerda con estos au- tores en cuanto á que el nombre le vino al Río de

221 Conquista del Perú, lib. IV, cap. IV.

222 Elegía XIV, canto II, estrofa 20.

No está demás dar á conocer aquí los párrafos que Castellanos dedica

en so obra á la descripción del río y á los diversos nombres que se le

han aplicado:

La madre del es tal y tan extensa Que no la vio mayor hombre viviente,

Y ansí, por ser grandeza tan inmensa, Mar dulce le llamamos comúnmente;

Y dicen ser engaño del que piensa No ser el Marañón esta creciente:

Tal nombre le pusieron los Pinzones, De ciertos nautas dichos Marafiones.

Quisieron en un pueblo tomar tierra Que sobre la barranca parecía, Mas no los consintió gente de guerra Que con feroces bríos acudía,

XXX

ccxxxiv Introducción

un capitán llamado Marañón, que descubrió su naci- miento en el Perú. *^3

Un viajero francés muy entendido en las cosas del Amazonas, y cuyo viaje por aquellas regiones es de todos conocido, La Condamíne, añrma que cuan- do Orellana navegó por él se conocía ya por Mara- fión desde 15 13, del nombre de otro capitán espa- ñol, y que así lo llama el mismo Orellana en su re- lación. "4

Tal es, pues, la versión más corriente y acre- ditada: que el Río se llamó Marañón de un capitán español de ese apellido, y que ese nombre comenzó á aplicársele por lo menos desde 15 13.

La opinión del escritor portugués que supone que el descubrimiento de ese capitán Marañón se

É ¡odia varonil qae como perra Sus partes bravamente defendía, Á la cual le pusieron Amazona Por mostrar gran valor en su persona.

De aquí sacó después sus invenciones El capitán Francisco de Orellana, Para Uamalle río de Amazones, etc.

223 c Tomón este nome de Maranhao do Capitao que descobrío seu oascimento no Pirú.» Silve3rra, Relacao sumaria das causas do Maranhao, hoja 1.

224 Relation abrégée tfun voyagefaii dans rintérieur de t Amérique Méiidionale, Parts, 174$, 8.», pág. 10.

En el Extracto tUl diario de observaciones hechas en el viaje de la Pro- vincia de Quito al Para por el Rio de las Amazonas, Amsterdam, 1745, 8.^, se lee esto mismo: <£1 primer nombre del Río de las Amazonas fué Mara- Rón. Así lo llama el mismo Orellana en su Relación, diciendo que encon- tró á las Amazonas navegando el Río Marafión, nombre que ya le había comunicado un capitán espaflol del mismo apellido.» Pág. 3.

Los nombres del Rio ccxxxv

verificó por el Perú es completamente desatendible, se considera que habría necesitado adivinar que un río nacido en el Perú era el que desembocaba en el sitio de la Mar Dulce, puesto que su recono- cimiento sólo tuvo lugar en los tiempos de Orellana: á lo que se agrega que, si ya se llamaba Marañón en 15 13, ningún capitán español había podido deno- minarlo así en el Perú, que entonces ni siquiera es- taba descubierto.

¿Llamóse entonces Marañon, como opina Juan de Castellanos, por los nautas Marafiones que dice acompañaron á Yáñez Pinzón? Tampoco nos parece admisible esta hipótesis, primero porque no hay cons- tancia alguna de que anduviese con aquel navegante ningún marino de ese nombre, y porque, por el con- trario, existen comprobantes de que precisamente en aquel entonces fué designado por el nombre de Mar Dulce.

¿Cómo se explicaría que ninguno de los testigos que declaran en el pleito de Colón, algunos de los cuales habían ido en las expediciones de Yáñez Pin- zón y de Lepe, no nombren una vez siquiera á ese capitán Marañón, que, caso de haber existido, ha debido ser compañero de todos ellos?

Queda por averiguar lo que asienta La Conda- mine, que el nombre se le puso en 15 13 por un

ccxxxvi Introducción

capitán Marañón que en aquella fecha, sin duda, lo reconoció. Pero ¿qué expedición fué ésta? Del exa- men de los documentos que se guardan en los ar- chivos españoles no aparece que en esa fecha se verifícase ninguna expedición á esas regiones, de la cual, á ser cierta, algún rastro por lo menos hubiese quedado.

Si se dijese que el nombre de Marañón ó Ma- ranhao procedía de algún navegante portugués, no podríamos por nuestra parte contradecir semejante aserción; pero como los que dan la noticia aseveran que el nombre procede de origen español, estamos en el caso de negar aquella suposición.

No han faltado autores que, desestimando estos precedentes, hayan aventurado otras hipótesis que expliquen el nombre de Marañón. Así, el P. Manuel Rodríguez dice con gran desenfado que le viene de los soldados de Lope de Aguirre que desertaron sus banderas y t padecieron tales desdichas, confusiones y trabajos, así al bajar en su compañía como al su- bir, volviéndose hacia el Perú, que, á vista de ellos y de los enredos y marañas que pasaron andando por aquel río y sus vueltas, le llamaron Río de Ma- rañas, y por significarlas grandes pasó á llamarse Marañón.» 225

325 El Mar añÓH y Amatónos, pÁg. \g.

Los nombres del Rio ccxxxvn

Quieren otros que el nombre de Marafión pro- ceda del anacardtum occideniale, ó de su fruto, que en Puerto Rico llaman cajuil^ en Venezuela merey, en Cuba marañan, en el Brasil cajú y en lengua indígena maranihobo, que en efecto abunda mu- cho en los bosques que pueblan las orillas del Ama- zonas.

Resulta, pues, así que para nosotros no es po- sible explicar satisfactoriamente por los documentos que se conocen el origen de ese nombre de Ma- rañen.

Verificada la expedición de Orellana, abando- nóse, á su tumo, el nombre de Marañón, y comenzó á llamarse al Río con más generalidad de las Ama- zonas, y en ocasiones del apellido de su descubri- dor. Así, en la capitulación real celebrada con Jeró- nimo de Aguayo en 1 1 de Agosto de 1552 cpara ir á las provincias de los aruacas y de las Amazo- nas, que son, se lee en ese documento, desde la boca del Rí<j de Orellana, por otro nombre llamado Las Amazonas. >

Y á partir desde ese momento empieza á reinar en los autores extraordinaria confusión en los nom- bres del río, comenzando por López de Gomara, que describe ya como distintos al Orellana y al Ma- rañón; y, lo que es peor, á aplicársele nombres nue-

ccxxxviii Introducción

vos 226 del todo olvidados hoy, y aun parece que se retrograda en los conocimientos geográficos que pa- recían definitivamente adquiridos. ^^7

La anarquía que ha dominado desde un princi- pio en esto de los nombres del Río es singular que todavía se mantenga el día de hoy. Desde su origen en la laguna de Lauricocha en la provincia de Gua- malíes, en el Perú, hasta su desembocadura ha sido siempre conocido con distintos. Apellídanle unos Ma- rañen en general; otros Marañen ó Amazonas desde donde se reúne con el Huallaga hasta que desemboca en el mar, llamándole hasta allí Tungurag^a, etc.;

y la confusión es todavía mayor si se consideran las diversas designaciones que ha recibido de los portu- gueses y brasileros, que distinguen en el curso del Río por lo menos tres secciones, reservando el de Solimoes á la parte que se extiende desde Tabatinga hasta la ciudad de Manoa, situada en la desemboca- dura del Río Negro.

226 En un título de capitán expedido por D. Fernando de Omfia y de la Hoz en 1604 se intitula éste gobernador y capitán general por el Rey nuestro sefior en estas provincias del Dorado, Guayana y la Gran Ma- noa, que es entre los dos ríos Pauto y Papamene, que por otro nombre se dicen Orinoco y Marañan,

227 En una relación formada por la Casa de la Contratación con los informes del Piloto Mayor, del Catedrático de Cosmografía y de otras per- sonas sobre el Río Marafión, es de notar que todos ellos manifiestan que el MarañÓD es un río distinto del Amazonas, y hay uno que dice que estos dos ríos son bracos del de la Plata!

Los nombres del Rio

Pero la opinión más corriente, y que en definitiva aceptan los geógrafos, es llamar al rio, Marañón desde su origen hasta que se reúne con el Ucayalí, y de alU en adelante Amazonas. "'^ Lo que se puede asegurar con toda certeza es ¡cosa singular! que el que menos prevalece hoy es el de su descu- bridor Francisco de Orellana.

93S RaimoDdi, Apunits labrt la Provincia di Lertl», Lima, tS63, 4°. píj. 14-

RELACIÓN

QUE ESCRIBIÓ FR. GASPAR DE CARVAJAL, fraile de la Orden de Santo Domingo de Guz- máUy del nuevo descubrimiento del famoso rio grande que descubrió por muy gran ventura el Capitán Francisco de Orellana desde su naci- miento hasta salir a la mar y con cincuenta y siete hombres que trajo consigo y se echó á su aventura por el dicho rio y y por el nombre del capitán que le descubrió se llamó el Rio de Orellana,

DESCUBRIMIENTO

DEL.

RÍO DE ORELLANA

jlARA que mejor se entienda todo el suceso desta jornada se ha de pre- luponer que este capitán Francisco de Orellana era capitán y teniente de gobernador de la ciudad de Sanc- tiago, ' la que él en nombre de Su Majestad pobló y conquistó á su costa, y de la Villa Nueva de Puerto Viejo' ques en las Provincias del Perú; y por la mucha noticia que se tenía de una tierra don- de se hacía canela, por servir á Su Majestad en el descubrimiento de la dicha canela, sabiendo que Gonzalo Pizarro, en nombre del Marqués, 3 venía á gobernar á Quito y á la dicha tierra quel dicho Ca- pitán tenía á cargo; y para ir al descubrimiento de la dicha tierra, fué á la villa de Quito, donde estaba

Fr. Gaspar de Carvajal

el dicho Gonzalo Pizarro, á le ver y meter en la po* sesión de la dicha tierra. Hecho esto, el dicho Ca- pitán dijo al dicho Gonzalo Pizarro como quería ir con él en servicio de Su Majestad y llevar sus ami- gos y gastar su hacienda para mejor servir; y esto concertado, el dicho Capitán se volvió á reformar á la dicha tierra que á cargo tenía y á dejar en quie- tud y sosiego las dichas ciudad y villa, y para seguir la dicha jornada gastó sobre cuarenta mil pesos de oro en cosas necesarias, y, aderezado, se partió para la villa de Quito, donde dejó al dicho Gonzalo Piza- rro, y cuando llegó le falló que era ya partido, de cuya causa el Capitán estuvo en alguna* confusión de lo que había de hacer, y se determinó de pasar adelante y lo seguir, {,.roío..) aunque los vecinos de la tierra se lo estorbaban por haber de pasar por tíe- rva muy belicosa y fragosa y que temían lo matasen, como habían hecho á otros 4 que habían ido con muy gran copia de gente; pero no obstante esto, por servir á Su Majestad, determinó con todo este riesgo de seguir tras el dicho Gobernador; y así, padecien- do muchos trabajos, así de hambres como de gue- rras que los indios le daban, que por no llevar más de veinte y tres hombres muchas veces le ponían en tanto aprieto que pensaron ser perdidos y muertos en manos de ellos, y con este trabajo caminó {..ro- to..) leguas desde el Quito, en el término de las cuales perdió cuanto llevaba, de manera que cuando

Dasde aqa{ existe ana laguna en la copia de MaAos.

Río DE LAS Amazonas

alcanzó al dicho Gonzalo Pizarro no llevaba sino una espada y una rodela, y sus compañeros por el consiguiente, y desta manera entró en la provincia de Motín, donde estaba el dicho Gonzalo Pizarro con su real, y allí se juntó con él y fué en demanda de la dicha canela: y aunque esto que he dicho hasta aquí no lo vi ni me hallé en ello, pero in- fórmeme de todos los que venían con el dicho Ca- pitán, porque estaba yo con el dicho Gonzalo Pi- zarro y le vi entrar á él y sus compañeros de la manera que dicho tengo; pero lo que de aquí en adelante dijere será como testigo de vista y hombre á quien Dios quiso dar parte de un tan nuevo y nunca visto descubrimiento, como es este que ade- lante diré. Después que el dicho Capitán llegó al dicho Gonzalo Pizarro, que era gobernador, fué en persona á descubrir la canela, y no halló tierra ni. disposición donde á Su Majestad pudiese hacer ser- vicio, y así determinó de pasar adelante, y el dicho- Capitán Orellana en su seguimiento con la demás, gente, y alcanzó al dicho Gobernador en un puebla que se llamaba Quema, que estaba en unas cabanas ciento treinta leguas de Quito, y allí se tomaron á juntar; y el dicho Gobernador queriendo enviar por el río abajo á descubrir, hobo pareceres que no, lo hiciese, porque no era cosa para seguir un río y dejan las cabanas que caen á las espaldas de la villa de Pasto y Popayán, en que había muchos caminos; y todavía el dicho Gobernador quiso seguir el dicho río, por el cual anduvimos veinte leguas, al cabo de

Fr. Gaspar de Carvajal

las cuales hallamos unas poblaciones no grandes, y aquí determinó el dicho Gonzalo Pizarro se hiciese un barco para navegar el río de un cabo al otro por comida, que ya aquel río tenía media legua de ancho; y aunque el dicho Capitán era de parecer que no se hiciese el dicho barco por algunos bue- nos respetos, sino que diesen vuelta á las dichas cabanas y siguiésemos los caminos que iban al dicho ya poblado, el dicho Gonzalo Pizarro no quiso sino que se pusiese en obra el dicho barco; y así, el Ca- pitán Orellana, visto esto, anduvo por todo el real sacando hierro para clavos y echando á cada uno la madera que había de traer, y desta manera y con el trabajo de todos se hizo el dicho barco, en el cual metió el dicho Gobernador Pizarro alguna ro- pa y indios dolientes, y seguimos el río abajo otras cincuenta leguas, al cabo de las cuales se nos acabó el poblado y íbamos ya con muy gran necesidad y falta de comida, de cuya cabsa todos los compa- ñeros iban muy descontentos y platicaban de se volver y no pasar adelante, porque se tenía noticia que había gran despoblado; y el Capitán Orellana, viendo lo que pasaba y la gran necesidad en que todos estaban, y que había perdido todo cuanto te- nía, le pareció que no cumplía con su honra dar la vuelta sobre tanta pérdida, y así se fué al dicho Gobernador y le dijo cómo él determinaba de dejar lo poco que allí tenía y seguir el río abajo, y que si la ventura le favoreciese en que cerca hallase pobla- do y comida con que todos se pudiesen remediar.

Río DE LAS Amazonas

que él se lo haría saber, y que si viese que se tar- daba, que no hiciese cuenta del, y que, entre tanto, que se retrajese atrás donde hubiese comida, y que allí le esperase tres 6 cuatro días, 6 el tiempo que le pareciese, y que si no viniese, que no hiciese cuenta del; y con esto el dicho Gobernador le dijo que hiciese lo que le pareciese: y así, el Capitán Orellana tomó consigo cincuenta y siete hombres, con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que á los indios se habían tomado, y comenzó á seguir su río abajo con propósito de luego dar la vuelta, si comida se hallase; lo cual salió al contrario de como todos pensábamos, por- que no fallamos comida en doscientas leguas, ni nos- otros la hallábamos, de cuya cabsa padecimos muy gran necesidad, como adelante se dirá; y así, íba- mos caminando suplicando á Nuestro Señor tuviese por bien de nos encaminar en aquella jomada de manera que pudiésemos volver á nuestros compa- ñeros. El segundo día que salimos y nos apartamos de nuestros compañeros nos hubiéramos de perder en medio del río, porque el barco dio en un palo y sumióle una tabla, de manera que á no estar cerca de tierra acabáramos allí nuestra jornada; pero pú- sose luego remedio en sacarse de agua y ponerle un pedazo de tabla, y luego comenzamos nuestro camino con muy gran priesa; y como el río corría mucho, andábamos á veinte y á veinte y cinco le- guas, porque ya el río iba crecido y aumentado así, por cabsa de otros muchos ríos que entraban en él

8 Fr. Gaspar de Carvajal

por la mano diestra hacia el sur. Caminamos tres días sin poblado ninguno. Viendo que nos habíamos alejado de donde nuestros compañeros habían que- dado y que se nos había acabado lo poco que de comer traíamos para nuestro camino tan incierto co- mo el que facíamos, púsose en plática entre el Ca- pitán y los compañeros la dificultad, y la vuelta, y la falta de la comida, porque como pensábamos de dar luego la vuelta, no metimos de comer; pero en confianza que no podíamos estar lejos, acordamos de pasar adelante, y esto no con poco trabajo de todos, y como otro ni otro día no se hallase comida ni señal de población, con parecer del Capitán, dije yo una misa, como se dice en la mar, encomen- dando á Nuestro Señor nuestras personas y vidas, suplicándole, como indigno, nos sacase de tan mani- fiesto trabajo y perdición, porque ya se nos tras- lucía, porque aunque quisiésemos volver agua arri- ba no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible: de manera que está- bamos en gran peligro de muerte á cabsa de la gran hambre que padecimos; y así, estando buscan- do el consejo de lo que se debía de hacer, platican- do nuestra añicción y trabajos, acordóse que eligié- semos de dos males el que al Capitán y á todos pa- reciese menor, que fué ir adelante y seguir el río ó morir ó ver lo que en él había, confiando en Nues- tro Señor que tendría por bien de conservar nuestras vidas fasta ver nuestro remedio; y entre tanto, á falta de otros mantenimientos, vinimos á tan gran

Río DE LAS Amazonas

necesidad que no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapatos cocidos con algunas yerbas, de ma- nera que era tanta nuestra flaqueza que sobre los pies no nos podíamos tener, que unos á gatas y otros con bordones se metieron en las montañas á buscar algunas raíces que comer, y algunos hubo que comieron algunas yerbas no conocidas, los cua- les estuvieron á punto de muerte, porque estaban como locos y no tenían seso; pero como Nuestro Señor era servido que siguiésemos nuestro viaje, no murió ninguno. Con esta fatiga dicha iban algunos compañeros muy desmayados, á los cuales el Capi- tán animaba y decía que se esforzasen y tuviesen confianza en Nuestro Señor, que pues él nos había echado por aquel río, tendría por bien de nos sacar á buen puerto: de tal manera animó á los compa- ñeros que recibiesen aquel trabajo.

£1 día de año nuevo de cuarenta y dos pareció á ciertos compañeros de los nuestros que habían oído atambores de indios, y algunos lo afirmaban y otros decían que nó; pero algún tanto se alegraron con esto y caminaron con mucha [más] diligencia de la acostumbrada; y como á lo cierto aquel día ni otro no se viese poblado, vióse ser imaginación, co- mo en la verdad lo era; y desta cabsa, así los enfer- mos como los sanos, desmayaban en tanta manera, que les parecía que ya no podían escapar; pero con las palabras que el Capitán les decía los sustentaba, y como nuestro Dios es padre de misericordia y de toda consolación, que repara y socorre al que le lia-

lo Fr. Gaspar de Carvajal

ma en el tiempo de la mayor necesidad: y es, que estando lunes en la noche, que se contaron ocho del mes de Enero, comiendo ciertas raíces monte- sinas, oyeron muy claramente atambores, de muy lejos de donde nosotros estábamos, y el Capitán fué el que los oyó primero y lo dijo á los compañeros, y todos escucharon, y, certificados, fué tanta el ale gría que todos sintieron, que todo el trabajo pasado echaron en olvido porque ya estábamos en tierra po- blada y que ya no podíamos morir de hambre. El Capitán proveyó luego en que por cuartos nos velá- semos con mucha orden, porque {.,ro¿o.,) podría ser los indios habernos sentido y venir de noche y dar sobre el real, como ellos suelen hacer; y así, aquella noche hubo muy gran vela, no durmiendo el Capi- tán, pareciendo que aquella noche sobrepujaba á las demás, porque deseaban tanto el día por verse har- tos de raíces. Siquiera venida la mañana, el Capi- tán mandó que se aderezase la pólvora y arcabuces y ballestas, y que todos fuesen á punto en armarse, porque á la verdad aquí ninguno de los compañeros estaba sin mucho cuidado por hacer lo que debían. El Capitán tenía el suyo y el de todos; y así por la mañana, todo muy bien aderezado é puesto en or- den, comenzamos á caminar en demanda del pueblo. Al cabo de dos leguas que habíamos ido el río abajo vimos venir por el río arriba cuatro canoas llenas de indios á ver y requerir la tierra, y como nos vie- ron, dan la vuelta á gran priesa, dando arma, en tal manera que en menos de un cuarto de hora oímos

Río DE LAS Amazonas i i

en los pueblos muchos atambores que apellidaban la tierra, porque se oyen de muy lejos y son tan bien concertados que tienen su contra y tenor y ti- ple: y luego el Capitán mandó que á muy gran priesa remasen los compañeros que llevaban los remos en las manos, porque llegásemos al primer pueblo antes que las gentes se recogiesen; y así fué que á muy gran priesa comenzamos á caminar, y llegamos al pueblo á donde los indios todos estaban esperan- do á defender y guardar sus casas, y el Capitán mandó que con muy gran orden saltasen todos en tierra y que todos mirasen por uno y uno por to- dos, y que ninguno se desmandase y como buenos mirasen lo que tenían entre manos, y que cada uno hiciese lo que era obligado: fué tanto el ánimo que todos cobraron en viendo el pueblo, que olvidaron toda fatiga pasada, y los indios dejaron el pueblo con toda la comida que en él había, que no fué poco reparo y amparo para nosotros. Antes que los com- pañeros comiesen, aunque tenían harta necesidad, mandó el Capitán que corriesen todos el pueblo, porque después estando recogiendo comida y des- cansando no revolviesen los indios sobre nosotros y nos hiciesen daño, y así se hizo. Aquí comenzaron los compañeros á se vengar de lo pasado, porque no hacían sino comer de lo que los indios tenían gui- sado para y beber de sus brevajes, y esto con tanta agonía que no pensaban verse hartos; y no se hacía esto muy al descuido, porque, aunque comían como hombres lo que habían menester, no olvidaban

1 2 Fr. Gaspar de Carvajal

de tener cuidado de lo que les era necesario para defender sus personas, que todos andaban sobre aviso, las rodelas al hombro y las espadas debajo de los sobacos, mirando si los indios revolvían so- bre nosotros; y así estuvimos en este descanso, que tal se puede llamar para nosotros según el trabajo [que] habíamos pasado, fasta dos horas después del medio día, que los indios comenzaron de venir por el agua á ver qué cosa era, y así andaban como bobos por el río; y visto esto por el Capitán, pú- sose sobre la barranca del río, y en su lengua, que en alguna manera los entendía, comenzó de fablar con ellos y decir que no tuviesen temor y que lle- gasen, que les quería hablar; y así llegaron dos in- dios hasta donde estaba el Capitán, y les halagó y quitó el temor y les dio de lo que tenía, y dijo que les fuesen á llamar al señor, que le quería hablar, y que ningún temor tuviese que le hiciese mal nin- guno; y así los indios tomaron lo que les fué dado y fueron luego á decirlo á su señor, el que vino lue- go muy lucido donde el Capitán y los compañeros estaban, y fué muy bien recebido del Capitán y de todos, y le abrazaron, y el mesmo Cacique mostró tener en mucho contentamiento en ver el buen re- cibimiento que se le facía. Luego el Capitán le man- dó dar de vestir y otras cosas con que él mucho se holgó, y después quedó tan contento que dijo que mirase el Capitán de qué tenía necesidad, que él se !o daría, y el Capitán le dijo que de ninguna cosa más que de comida lo mandase proveer; y luego el

Río DE LAS Amazonas i 3

Cacique mandó que trujasen comida sus indios, y con muy gran brevedad trajeron abundantemente lo que fué necesario así de carnes, perdices, pavas y pescados de muchas maneras; y después desto, el Capitán lo agradeció mucho al Cacique y le dijo que se fuese con Dios, y que le llamase á (odos los señores de aquella tierra, que eran trece, porque á todos juntos les quería hablar y decir la cabsa de su venida; y él aunque le dijo que otro día serían todos con el Capitán, y que él los iba á llamar, y se partía muy contento, el Capitán quedó dando orden en lo que convenía á él y á sus compañeros^ ordenando las velas para que, así de día como de no- che, hubiese mucho recaudo porque los indios no diesen en nosotros ni hubiese descuido ni flojedad por donde tomasen ánimo de nos acometer de noche ó de día. Otro día á hora de vísperas vino el dicho Cacique y trujo consigo otros tres ó cuatro señores, que los demás no pudieron venir por estar lejos, que otro día vendrían; el Capitán les hizo el mismo rece- bimiento que al primero y les habló muy largo de parte de Su Majestad, y en su nombre tomó la po- sesión de la dicha tierra; y así fizo á todos los de- más que después en esta provincia vinieron, porque, como dije, eran trece, y en todos tomó posesión en nombre de Su Majestad. Viendo el Capitán que toda la gente y señores de la tierra tenía de paz y consi- go, que convenía al buen tratamiento, todos holga- ban de venir de paz; y así tomó posesión en ellos y en la dicha tierra en nombre de Su Majestad; y des-

14 Fr. Gaspar de Carvajal

pues desto fecho, mandó juntar á sus compañeros para les hablar en lo que convenía á su jornada y salvamiento y sus vidas, haciéndoles un largo razo- namiento, esforzándoles con muy grandes palabras. Después de hecho este razonamiento el Capitán, los compañeros quedaron muy contentos por ver el buen ánimo que el Capitán en tenía y ver con cuánta paciencia sufría los trabajos en que estaba, y le dijeron * también muy buenas palabras, y con las palabras que el Capitán les decía andaban tan con- tentos que ninguna cosa de lo que trabajaban no sentían.

Después que los compañeros estuvieron refor- mados algún tanto de la hambre y trabajo pasado, estando para trabajar, el Capitán, viendo que era necesario proveer lo de adelante, mandó llamar á todos sus compañeros, y les tornó á decir que ya veían que con el barco que llevábamos é canoas, si Dios fuese servido de nos aportar á la mar, no po- díamos en ellos salir á salvamento, y por esto era necesario procurar con diligencia de hacer otro ber- gantín que fuese de más porte para que pudiésemos navegar, y aunque no había entre nosotros maestro que supiese de tal oficio, porque lo que más dificul- toso hallábamos era el hacer los clavos; y en este tiempo los indios no dejaban de acudir y venir al Capitán y le traer de comer muy largo y con tanta orden como si toda su vida hubieran servido; y ve-

HasU aquí llega la laguna de la copia de Mnfios.

Río DE LAS Amazonas i 5

nían con sus joyas y patenas de oro, y jamás el Capitán consintió tomar nada, ni aun solamente mi- rarlo, porque los indios no entendiesen que lo tenía- mos en algo, y mientras más en esto nos descui- dábamos, más oro se echaban á cuestas.

Aquí nos dieron noticia de las amazonas y de la riqueza que abajo hay, y el que la dio fué un indio señor llamado Aparia,* viejo que decía haber estado en aquella tierra, y también nos dio noticia de otro señor que estaba apartado del río, metido en la tie< rra adentro, el cual decía poseer muy gran riqueza de oro: este señor se llama lea; nunca le vimos, porque, como digo, se nos quedó desviado del río.

É por no perder el tiempo ni gastar la comida en balde, acordó el Capitán que luego se pusiese por obra lo que se había de hacer, y así mandó apare- jar lo necesario, y los compañeros dijeron que que- rían encomenzar luego su obra; y hubo entre nos- otros dos hombres á los cuales no se debe poco por hacer lo que nunca aprendieron, y parecieron ante el Capitán y le dijeron que ellos con ayuda de Nuestro Señor harían los clavos que fuesen menes- ter, que mandase á otros hacer carbón. Estos dos compañeros se llamaban el uno Juan de Alcánta- ra, 5 ñdalgo natural de la villa de Alcántara, y el otro Sebastián Rodríguez, ^ natural de Galicia; y el Capitán se lo agradeció, prometiéndoles el galardón y P^S^ d^ ^^ gran obra; y luego mandó facer unos

Otras veces se lee Apañan ó simplemente Parían.

1 6 Fr, Gaspar de Carvajal

fuelles de borceguíes, y así todas las demás herra- mientas, y los demás compañeros mandó que de tres en tres diesen buena hornada de carbón, lo cual se puso luego por obra, y tomó cada uno su herramienta y se iban al monte á cortar leña y la traer á cuestas desde el monte hasta el pueblo, que habría media legua, y hacían sus hoyos, y esto con muy gran trabajo. Como estaban flacos y no diestros en aquel oficio, no podían sufrir la carga, y los de- más compañeros qne no tenían fuerza para cortar madera, sonaban los fuelles y otros acarreaban agua, y el Capitán trabajaba en todo, de manera que todos teníamos en qué entender. Dióse tan buena manera nuestra compañía en este pueblo en la fábrica desta obra, que en veinte días, mediante Dios, se hicieron dos mil clavos muy buenos y otras cosas, y dejó el Capitán la obra del bergantín para donde hallase más oportunidad y mejor aparejo.

Detuvímonos en este pueblo más de lo había- mos de estar, comiendo lo que teníamos, de tal ma- nera que fué parte para que dende en adelante pa- sásemos muy gran necesidad, y esto fué por ver si por alguna vía ó manera podíamos saber nueva del real; y visto que no, el Capitán acordó de dar mil castellanos á seis compañeros si juntarse quisiesen y dar la nueva al gobernador Gonzalo Pizarro, y de- más desto les darían dos negros que les ayudasen á remar y algunos indios para que le llevasen cartas y le diesen de su parte nueva de lo que pasaba; y entre todos no se fallaron sino tres, porque todos

Río DE LAS Amazonas i 7

temían la muerte que les estaba cierta, por lo que habían de tardar hasta llegar á donde habían deja- do al dicho Gobernador, y que él habría ya dado la vuelta, porque habían andado ciento cincuenta* le- guas desde que habían dejado al Gobernador en nueve días que habían caminado.

Acabada la obra y visto que la comida se nos agotaba y se nos habían muerto siete compañe- ros de la hambre pasada, partimos, día de Nues- tra Señora la Candelaria: metimos la comida que pudimos, porque ya no era tiempo de estar más en aquel pueblo, lo uno, porque los naturales parecía que se les hacía de mal, y querían dejarlos muy con- tentos, y lo otro porque no perdiésemos el tiempo y gastásemos la comida sin provecho, porque no sa- bíamos si la habríamos menester; y así comenzamos á caminar por esta dicha provincia, y no habíamos andado obra de veinte leguas, cuando se juntó con nuestro río otro por la diestra mano, no muy gran- de, en el cual río tenía su asiento un principal señor llamado Irrimorrany,** y por ser indio y señor de mucha razón y haber venido á ver al Capitán y á le traer de comer, quiso ir á su tierra; pero también fué por cabsa de que venía el río muy recio y con grande avenida; y aquí estuvimos en punto de nos perder, porque al entrar, que entraba este río en el que nosotros navegábamos, peleaba la una agua con la otra y traía mucha madera de un cabo á otro,

* Doscientas dice la copia de Mufioz. ** Irimara, dice la copia citada.

1 8 Fr. Gaspar de Carvajal

que era trabajo navegar por él, porque hacía mu- chos remoh'nos y nos traía á un cabo y á otro, pero con harto trabajo salimos deste peligro sin poder tomar el pueblo, y pasamos adelante, donde tenía- mos nueva de otro pueblo que nos decían que estaba de allí doscientas leguas, porque todo lo demás era desierto, y así las caminamos con mucho trabajo de nuestras personas, padeciendo muchas necesidades y peligros muy notables, entre los cuales nos acae- ció un desmán y no pequeña alteración para en el tiempo en que estábamos, y fué que dos canoas donde iban once* españoles de los nuestros se per- dieron entre unas islas sin saber dónde estábamos ni los poder topar: anduvieron dos días perdidos sin nos poder topar, y nosotros, pensando nunca los co- brar, estábamos con muy gran pasión; pero al cabo deste dicho tiempo fué Nuestro Señor servido que nos topamos, que no fué poca el alegría entre to- dos, y así estábamos con tanta alegría que nos pa- recía que todo el trabajo pasado se nos había olvi- dado. Después de haber un día descansado á donde los topamos, mandó el Capitán que caminásemos. Otro día, á las diez horas, llegamos á unas po- blaciones en las cuales estaban los indios en sus ca- sas, y por no los alborotar no quiso el Capitán que llegásemos allá, y mandó á un compañero que fuese con otros veinte adonde los indios estaban y que no saltasen en sus casas ni saliesen en tierra, sino que

Doce, segün la copia de Mufioi.

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con mucho amor les dijesen la gran necesidad en que íbamos, y que nos diesen de comer y que vi- niesen á hablar al Capitán, que quedaba en medio del río, porque les quería dar de lo que traía y decir la cabsa de su venida. Los indios se estuvieron quedos y holgáronse mucho en ver nuestros com- pañeros, y les dieron mucha comida de tortugas y papagayos en abundancia, y les dijeron que dijesen al Capitán que se fuese á aposentar á un pueblo que estaba despoblado de la otra parte del río, y que otro día de mañana le irían á ver. El Capitán holgó mucho con la comida y más con la buena ra- zón de los indios, y así nos fuimos á aposentar y dormimos aquella noche en el ya dicho pueblo, don- de no nos faltaron abundancia de mosquitos, que fué cabsa de que otro día de mañana el Capitán se fuese á otro pueblo mayor que parecía más abajo; y llegados, los indios no se pusieron en resistencia, antes estuvieron quedos, y allí folgamos tres días, á donde los indios vinieron de paz á nos traer de co- mer muy largo. Otro día, pasados los tres, salimos deste pueblo y caminamos por nuestro río á vista de buenos pueblos; y yendo así, un domingo de maña- na, á una división que el río hacía, que se partía en dos partes, subieron á vernos unos indios en cuatro ó cinco canoas que venían cargadas de mucha co- mida, é se llegaron cerca de donde venía el Capitán y pidieron licencia para llegar porque le querían ha- blar al dicho Capitán, el cual mandó que llegasen; y así llegaron, le dijeron como ellos eran principales y

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vasallos de Aparia, y que por su mandado venían á nos traer de comer; y comenzaron á sacar de sus canoas muchas perdices como las de nuestra Espa- ña, sino que son mayores, y muchas tortugas, que son tan grandes como adargas, y otros pescados. El Capitán se lo agradeció y les dio de lo que tenía, y después de se lo haber vendido,* los indios queda- ron muy contentos de ver el buen tratamiento que se les hacía, y en ver que el Capitán les entendía su lengua, que no fué poco para que nosotros salié- semos á puerto de claridad, que, á no la entender, tuviéramos por difícultosa nuestra salida. Ya que los indios se querían despedir dijeron al Capitán que fuese al pueblo donde residía su principal señor, que, como digo, se llamaba Aparia, y el Capitán les dijo que por cuál de los dos brazos había de ir, y ellos respondieron que ellos nos guiarían, que fuése- mos en su seguimiento; y así, á poco rato, vimos las poblaciones donde estaba el dicho señor, y caminan- do hacia allá el Capitán tornó á preguntar á los in- dios que cuyas eran aquellas poblaciones; los indios respondieron que allí estaba el sobredicho su señor, y así comenzaron á irse hacia el pueblo á dar man- dado cómo íbamos, y no tardó mucho que vimos salir del dicho pueblo muchos indios á se embarcar en sus canoas, á manera de hombres de guerra, y pareció querernos acometer. El Capitán mandó á sus compañeros, que veían la muestra que los in-

Dado, dice d maDoscríto de U Academia.

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dios hacían, que fuesen á punto con sus armas apa- rejadas, porque si nos acometiesen no fuesen parte para nos hacer daño; y con mucha orden, remando y á muy gran fuerza, abordamos en tierra, y los indios pareció desviarse. El Capitán saltó en tierra con sus armas, y tras él todos los demás, y desto quedaron los indios muy espantados y se llegaron más á tierra. El Capitán como los entendiese, que, como dicho tengo, el entender él la lengua fué parte, después de Dios, para no nos quedar en el río, que á no la entender, ni los indios salieran de paz ni nosotros acertáramos en estas poblaciones; mas, co- mo era Nuestro Señor servido que tan gran secreto y descubrimiento se ñciese y viniese á noticia de la Cesárea Majestad, y con tanta diñcultad, se des- cubrió, é que por otra vía ni fuerza ni poderío hu- mano era posible descubrirse sin poner Dios en ello su mano, ó sin que pasasen muchos siglos y años. Después que el Capitán llamó los indios les dijo que no tuviesen temor, que saltasen en tierra, y ellos así lo hicieron, que se llegaron junto á tie- rra, mostrando en su semblante que se holgaban de nuestra venida; y saltó el señor en tierra, y con él muchos principales y señores que lo acompañaban, y pidió licencia al Capitán para se asentar, y así se asentó, y toda su gente en pie, é mandó sacar de sus canoas mucha cantidad de comida, así de tor- tugas como de manatís ^ y otros pescados, y per- dices y gatos y monos asados. Viendo el Capitán el buen comedimiento del señor, le hizo un razona-

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miento dándole á entender cómo éramos cristianos y adorábamos un solo Dios, el cual era criador de todas las cosas criadas, y que no éramos como ellos que andaban errados adorando en piedras y bultos hechos; y sobre este caso les dijo otras muchas co- sas, y también les dijo cómo éramos criados y va- sallos del Emperador de los cristianos gran rey de España, y se llamaba D. Carlos nuestro señor, cuyo es el imperio de todas las Indias y otros muchos señoríos y reinos que hay en el mundo, y que por su mandado íbamos á aquella tierra, y que le íba- mos á dar razón de lo que habíamos visto en ella; y estaban muy atentos y con mucha atención escu- chando lo que el Capitán les decía, y le dijeron que si íbamos á ver los amurianos, que en su lengua los llaman coniupuyara, que quiere decir grandes señoras, que mirásemos lo que hacíamos, que éra- mos pocos y ellas muchas, que nos matarían; que no estuviésemos en su tierra, que allí nos darían todo lo que hubiésemos menester. El Capitán les dijo que no podía hacer otra cosa sino pasar de largo para dar razón á quien le enviaba, que era su rey y se- ñor; y después que el Capitán habló, y que parecía que los oyentes quedaban muy contentos, aquel prin- cipal señor preguntó que quién era aquél, y querién- dose mejor informar de lo que se le decía, por ver si el Capitán discrepaba de lo dicho, el cual le res- pondió lo mesmo que le había dado á entender, y le dijo más, que éramos hijos del Sol y que íbamos á aquel río, como ya le había dicho. Desto se es-

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pantaron mucho los indios y mostraron mucha ale- gría, teniéndonos por santos ó personas celestiales, porque ellos adoran y tienen por su Dios al Sol, que ellos llaman Chise. Luego dijeron al Capitán que ellos eran suyos y que le querían servir, y que mirase de qué tenía necesidad él y sus compañeros, que él se lo daría muy de su voluntad. El Capitán se lo agradeció mucho y mandó luego dar muchas cosas, y á los demás principales, y quedaron tan contentos que dende en adelante ninguna cosa el Capitán les pedía que luego no se la daban; y se le- vantaban todos en pie, y dijeron al Capitán que se aposentase en el pueblo, que ellos se lo dejarían desembarazado, y que se querían ir á sus casas y que cada día vendrían á traemos de comer. El Ca- pitán les mandó que viniesen todos los señores á verle, porque quería darles de lo que tenía. El se- ñor dijo que otro día vendrían, y así vinieron todos con muy grande abundancia de comida, y fueron bien recebidos y tratados por el Capitán, y á todos jun- tos les tomó á hablar lo que primero había dicho al principal señor, y tomó posesión en nombre de Su Majestad en todos; y los señores eran veinte y seis, y en señal de posesión mandó poner una cruz muy alta, con la cual los indios se folgaron, y dende en adelante cada día los indios venían á traemos de comer y hablar con el Capitán, que desto se fol- gaban ellos mucho.

Visto por el Capitán el buen aparejo y dispo- sición de la tierra y la buena voluntad de los indios.

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mandó juntar á todos sus compañeros y les dijo que pues había allí buen aparejo y voluntad en los in- dios, que sería bien hacer un bergantín, y así se puso por obra; y fallóse entre nosotros un entallador lla- mado Diego Mexía,^ el cual, aunque no era su ofi- cio, dio orden cómo se había de hacer; y luego el Capitán mandó repartir por todos los compañeros que cada uno trajese una cuaderna y dos estame- ñas, y á otros que trajesen la quilla, y á otros las rodas, y á otros que aserrasen tablas, de manera que todos tenían bien en qué se ocupar, no sin poco trabajo de sus personas, porque como era in- vierno y la madera estaba muy lejos, cada cual to- maba su hacha y iba al monte y cortaba lo que le cabía y lo acarreaba á cuestas, y mientras unos acarreaban otros les hacían espaldas porque los in- dios no les fíciesen mal, y desta manera en siete días se cortó toda la maderaje para el dicho ber- gantín; y acabada esta tarea luego fué dada otra, que fué que mandó facer carbón para hacer más clavos y otras cosas. Era cosa maravillosa de ver con cuánta alegría trabajaban nuestros compañeros y acarreaban el carbón, y así se proveyó todo lo demás necesario. No había hombre entre todos nos- otros que fuese acostumbrado á semejantes oficios; pero, no obstante todas estas diñcultades. Nuestro Señor daba á todos ingenio para lo que se había de hacer, pues que era para salvar las vidas, por- que de allí saliéramos con el barco y canoas, dando como dimos después en gente de guerra, ni nos pu-

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diéramos defender ni salir del río en salvamento; y así pareció claramente que Dios inspiró en el Capi- tán para que en este pueblo que he dicho se hiciese el bergantín, porque adelante era imposible, y éste se falló muy á propósito, porque los indios no fal- taron de siempre nos traer de comer muy abundan- temente de la manera que el Capitán se los pedía. Dióse tanta priesa en esta obra del bergantín que en treinta y cinco días se labró y se echó al agua calefeteado con algodón é betunado con pez, lo cual todo los indios traían porque el Capitán se los pedía. No fué poco el alegría de nuestros compa- ñeros por haber acabado aquello que tanto desea- ban. Había tantos mosquitos en este pueblo que no nos podíamos valer de día ni de noche, sin que los unos á los otros no sabíamos que hacemos,* que con la buena posada no sentíamos el trabajo y con el deseo que teníamos de ver el fin de nuestra jor- nada. En este medio tiempo, estando en esta obra, vinieron cuatro indios á ver al Capitán, los cuales llegaron, y eran de estatura que cada uno era más alto un palmo que el más alto cristiano, y eran muy blancos y tenían muy buenos cabellos que les lle- gaban á la cintura, muy enjoyados de oro y ropa; y traían mucha comida; y llegaron con tanta hu- mildad que todos quedamos espantados de sus dis- posiciones y buena crianza: sacaron mucha comida y pusiéronla delante del Capitán, y le dijeron como

Nos amosqueásemos, según el manuscrito citado.

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ellos eran vasallos de un señor muy grande, y que por su mandado venían á ver quién éramos ó qué queríamos ó dónde íbamos; y el Capitán les recibió muy bien, y primero que los hablase, les mandó dar muchas joyas, que ellos tuvieron en mucho y se fol- garon. El Capitán les dijo todo lo que había dicho al señor Aparia, de lo cual los indios quedaron no poco espantados; y los indios dijeron al Capitán que ellos se querían ir á dar respuesta á su señor, que les diese licencia. El Capitán se las dio y que se fuesen en hora buena, y les dio muchas cosas

que diesen á su principal señor, y que le dijesen que el Capitán le rogaba mucho le viniese á ver, porque se holgaría mucho con él; y ellos dijeron que así lo farían, y se fueron y nunca más supimos nuevas de dónde eran ni de qué tierra habían venido. Posamos en este mismo asiento toda la Cuares- ma, donde se confesaron todos los compañeros con dos religiosos que allí estábamos, y yo prediqué todos los domingos y íiestas el Mandato, la Pasión y Resurrección, lo mejor que Nuestro Redentor me quiso dar á entender con su gracia, y procuré de ayudar y esforzar lo que yo pude á la perseveración de su buen ánimo á todos aquellos hermanos y com- pañeros, acordándoles que eran cristianos y que ser- virían mucho á Dios y al Emperador en proseguir la empresa y comportar con paciencia los trabajos presentes y por venir hasta salir con este nuevo des- cubrimiento, demás de ser esto lo que á sus vidas y honras tocaba; así que en este propósito dije lo

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que me parecía cumpliendo con oficio, y también porque me iba la vida en el buen suceso de nuestra peregrinación. También prediqué el domingo de Quasimodo, y puedo testificar con verdad que, así el Capitán como todos los demás compañeros, te- nían tanta clemencia y espíritu y santidad de devo- ción en Jesucristo y su sagrada fe, que bien mostró Nuestro Señor que era su voluntad de nos socorrer. El Capitán me rogaba que predicase y todos en- tendiesen en sus devociones con mucho fervor, co- mo personas que lo habían muy bien menester de pedir á Dios misericordia. Adobóse también el bar- co pequeño, porque venía ya podrido, y así, todo muy bien aderezado y puesto á punto, el Capitán mandó que todos estuviesen aparejados y hiciesen matalotaje, porque con ayuda de Nuestro Señor que- ría partirse el lunes adelante. Una cosa nos aconteció en este pueblo no de poco espanto, y fué que miér- coles de Tiniebla y el Jueves Santo y viernes de la fiB nos hicieron los indios ayunar por fuerza, por- que no nos trajeron de comer hasta el sábado vís- pera de Pascua, y el Capitán les dijo que por qué no nos habían traído de comer, y ellos dijeron que porque no lo habían podido tomar; y así el sábado y domingo de Pascua y domingo de Cuasimodo fué tanta la comida que trajeron, que la echábamos en el campo. Y porque todo fuese como convenía, y con toda orden, fizo alférez á un hidalgo muy sufi- ciente para el oficio, llamado Alonso de Robles, 9 el cual, después que llegamos á tierra de guerra, el

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Capitán le mandaba saltar con algunos compañeros á recoger comida para todos, y el Capitán quedaba á guardar los bergantines, los cuales eran en este viaje todo nuestro bien y amparo después de Dios, porque los indios no deseaban otra cosa sino qui- tárnoslos.

Partimos del asiento y pueblo de Aparia con el nuevo bergantín, el cual fué de diez y nueve joas, "^ bastante para navegar por la mar, víspera del Evan- gelista San Marcos, á veinte y cuatro de Abril del año sobredicho, que vinimos por las poblaciones de aquel señorío de Aparia, las cuales duraron más de ochenta leguas, sin fallar indio de guerra, antes el mismo Cacique vino á hablar y traer de comer al Capitán y á nosotros, y holgamos en un pueblo suyo el sobredicho día de San Marcos, á donde el mismo señor vino á traernos muy largo de comer y el Capitán lo recibió muy bien, y no se le hizo mal tratamiento porque el intento y deseo del Ca- pitán era, porque si posible fuese, quedase aquella tierra y gente bárbara en buen respecto por haberla conocido y sin descontentamiento alguno, porque desto sería servido Dios Nuestro Señor y el Rey nuestro señor, para que adelante, cuando á Su Ma- jestad pluguiera, con más facilidad nuestra sagrada república y fe cristiana y la bandera de Castilla se aumentase y la tierra se fallase más doméstica para pacificalla y ponella debajo de la obidiencia de su real servicio, como conviniese, porque junto con hacerse esto con buen tiento y caridad, era asi-

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mismo para conservar lo necesario el buen trata- miento que se hiciese á los indios para poder pasar adelante y que no se usase el remedio de las ar- mas sino cuando no se pudiese excusar la defensión propia. En esta cabsa, aunque fallábamos los pue- blos despoblados, viendo el buen tratamiento que se les hacía, en toda la sobredicha provincia nos pro- veyeron de mantenimientos. Desde á pocos días ce- saron los indios y en esto conocimos que estábamos fuera del señorío y población de aquel gran señor Aparia; é temiendo el Capitán lo que podía venir á causa del poco mantenimiento, mandó caminar los bergantines con más priesa de la acostumbrada.

Un día por la mañana que habíamos partido de un pueblo salieron á nosotros dos indios en una canoa y llegaron cerca del bergantín donde iba el Capitán y entraron dentro, y el más viejo de ellos, pensando el Capitán que sabía la tierra y que nos podía llevar el río abajo, mandó que se quedara dentro, y el otro envió á su casa, y comenzamos á seguir nuestro río abajo, el cual el indio no sabía ni había navegado, á causa de lo cual el Capitán man- dó soltar y dar una canoa en que se volviese á su tierra. De allí adelante pasamos más trabajo y más hambre y despoblados que de antes, porque el río venía de monte á monte y no hallábamos á donde dormir, ni menos se podía tomar ningún pescado, así que nos era necesario comer nuestro acostum- brado manjar, que era yerbas y de cuando en cuanr do un poco de maíz toslado. \ tieodo caminando

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con nuestro acostumbrado trabajo y mucha hambre, un día á mediodía llegamos á un asiento alto que pareció haber sido poblado y tener alguna disposi- ción para buscar alguna comida ó pescado, y fué aqueste día día de San Juan Ante-portam-latinam, que era seis de Mayo, y allí se sugirió un caso que yo no le osara escribir si no tuviera tantos testigos que á ello se hallaron presentes; y fué que un com- pañero ya nombrado, que es el que dio orden en el bergantín, *' tiró á una ave con una ballesta, que estaba en un árbol junto al río, y saltó la nuez de la caja y cayó en el río, y estando en ninguna con- fianza de cobrar la nuez, otro compañero llamado Contreras, " echó un anzuelo en el río con una vara y sacó un pescado de cinco palmos, y como era grande y el anzuelo pequeño, fué menester sacarlo con mafia, y, abierto, dentro del buche se halló la nuez de la ballesta, y así se reparó que no fué des- pués poco menester, porque, después de Dios, las ballestas nos dieron las vidas.

Complidos doce días de Mayo llegamos á las provincias de Machiparo, que es muy gran señor y de mucha gente y confina con otro señor tan gran- de, llamado Omaga, y son amigos que se juntan para dar guerra á otros señores que están la tierra dentro, que les vienen cada día á echar de sus casas. Este Machiparo está asentado sobre el mismo río en una loma, y tiene muchas y muy grandes pobla- ciones que juntan de pelea cincuenta mil hombres de edad de treinta años hasta setenta, porque los

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mozos no salen á la guerra ni en cuantas batallas nosotros con ellos tuvimos no les vimos, sino fueron viejos, y éstos muy dispuestos, y tienen bozos y no barbas.

Antes que llegásemos á este pueblo con dos le- guas vimos estar blanqueando los pueblos, y no ha- bíamos andado mucho cuando vimos venir por el río arriba muy gran cantidad de canoas, todas puestas á punto de guerra, lucidas, y con sus pabeses, que son de conchas de lagartos y de cueros de manatís y de dantas, tan altos como un hombre, porque todos los cubren. Traían muy gran grita, tocando muchos atambores y trompetas de palo, amenazán- donos que nos habían de comer. Luego el Capitán mandó que los dos bergantines se juntasen porque el uno al otro se favoreciese, y que todos tomasen sus armas y mirasen lo que tenían delante y viesen la necesidad que tenían de defender sus personas y pelear por salir á buen puerto, y que todos se en- comendasen á Dios, que Él nos ayudaría en aquella necesidad grande en que estábamos; y en este me- dio tiempo los indios se venían acercando, hechos sus escuadrones, para nos tomar en medio, y así ve- nían tan ordenadamente y con tanta soberbia, que parecía que ya nos tenían en las manos. Nuestros compañeros estaban todos con tanto ánimo que les parecía que no bastaba para cada uno cuatro* in- dios, y así llegaron los indios hasta que nos comen-

Mili, dice la copia de nuestra referencia.

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zaron á ofender. Luego el Capitán mandó que apa- rejasen los arcabuces y ballestas. Aquí nos aconteció un desmán no pequeño para el tiempo en que está- bamos, que fué que los arcabuceros hallaron húmeda la pólvora, á cabsa de lo cual no aprovecharon nada, y fué necesario que la falta de los arcabuces suplie- sen las ballestas; y así, comenzaron nuestros balles- teros á hacer algún daño en los enemigos, porque estaban cerca y nosotros temerosos; y visto [por] los indios que tanto daño se les hacía, comenzaron á de- tenerse, no mostrando punto de cobardía, antes pa- recía que les crecía el ánimo, y siempre les venía mu- cha gente de socorro, y todas las veces que les venía nos comenzaban á acometer tan osadamente que pa- recía que querían tomar á manos los bergantines. Desta manera fuimos peleando fasta llegar al pue- blo, donde había muy gran cantidad de gente puesta sobre las barrancas en defensa de sus casas. Aquí tuvimos una batalla peligrosa, porque como había muchos indios por el agua y por la tierra y de to- das partes nos daban cruda guerra; y así fué nece- sario, aunque con riesgo al parecer de todas nues- tras personas, acometimos y tomamos el primer puesto á donde los indios no dejaban de saltar en tierra á nuestros compañeros, porque la defendían muy animosamente; y si no fuera por las ballestas, que aquí hicieron señalados tiros, por donde pareció ser bien providencia divina lo de la nuez de la ba- llesta, no se ganara el puerto; y así, con esta ayuda ya dicha ^abordaron los bergantines en tierra y sal-

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taron al agua la mitad de nuestros compañeros y dieron en los indios de tal manera que los hicieron huir, y la otra mitad quedó en los bergantines defen- diéndolos de la otra gente que andaba en el agua, que no dejaban, aunque estaba ganada la tierra, de pelear, y aunque se les hacía daño con las ballestas, no por eso dejaban de seguir su mal propósito. Ga- nado el principio de la población, el Capitán mandó al Alférez que con veinte y cinco hombres corriesen la población y echasen los indios de ella y mirasen si había comida, porque pensaba de descansar en el sobredicho pueblo cinco ó seis días para nos re- formar del trabajo pasado; y así, fué el Alférez y corrió media legua por el pueblo adelante, y esto no sin trabajo, porque aunque los indios se retraían, íbanse defendiendo como hombres que les pesaba de salir de sus casas; y como los indios, cuando no salen con su intención al principio, siempre huyen hasta la segunda instancia á revolver en sí, iban, co- mo digo, huyendo; y visto por el dicho Alférez la mucha población y gente, acordó de no pasar ade- lante, sino dar la vuelta y decir al Capitán lo que pasaba, y así volvió sin que los indios le ficiesen mal, y llegado al principio de la población, halló que el Capitán estaba aposentado en las casas y toda- vía le daban la guerra por el agua, y le dijo todo lo que pasaba y como había gran cantidad de co- mida, así de tortugas en corrales y alberques de 2^g"^i y mucha carne y pescado y bizcocho, y esto en tanta abundancia que había para comer un real

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de mil hombres un año; y visto por el Capitán el buen puerto, acordó de recoger comida para des- cansar, como dicho tengo, y para esto mandó lla- mar á Cristóbal Maldonado* y le dijo que tomase una docena de compañeros y fuese á coger toda la comida que pudiese; y así fué, y cuando llegó halló que los indios andaban por el pueblo sacando la comida que tenían. El dicho Cristóbal Maldonado trabajó de recoger la comida, y teniendo recogidas más de mil tortugas, revuelven los indios y de se- gunda vez venía ya mucha cantidad de gente y ^ muy determinados** de los matar y pasar adelante á dar á donde estábamos con el Capitán; y visto por el dicho Cristóbal Maldonado la revuelta de los indios, llamó á sus compañeros y acometiólos, y aquí se detuvieron mucho, porque los indios eran más de dos mil y los compañeros que estaban con Cristóbal Maldonado no eran más que diez, y tuvieron bien qué hacer para se defender. Al cabo dióse tan buena maña que se desbarataron, y vuelven á coger la co- mida, y desta segunda pelea venían ya dos compa- ñeros heridos; y como la tierra era muy poblada y de cada día los indios se reformaban y rehacían, tor- nan á revolver sobre el dicho Cristóbal Maldonado, tan denodadamente, que quisieron y pusieron por obra de tomar á manos á todos, y desta arremeti- da hirieron seis compañeros muy mal, unos pasados brazos y á otros piernas, y al dicho Cristóbal Mal-

* De Segovia, según el citado maDuscrito. ** Aquí entra una nueva laguna en el referido manuscrito.

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donado pasaron un brazo y le dieron un varazo en el rostro. Aquí se vieron en muy gran aprieto y ne- cesidad, porque los compañeros, como estaban heri- dos y muy cansados {..roío..) no podían ir atrás ni adelante, y así pensaron todos de ser muertos, y decían que se volviesen á donde estaba su Capi- tán, y el dicho Cristóbal Maldonado les dijo que no pensasen en tal cosa, porque él no pensaba de volver á donde estaba su Capitán quedando los in- dios con victoria; y así recogió de los compañeros los que estaban para pelear, y se puso en defensa, y peleó tan animosamente que fué parte para que los indios no matasen á todos nuestros compañeros. En este tiempo los indios habían venido por la parte arriba á dar por ^dos partes á donde estaba nuestro Capitán, y como estábamos todos cansados del mucho pelear y descuidados, pensando que te- níamos las espaldas seguras por andar Cristóbal Maldonado fuera, pareció que Nuestro Señor alum- bró al Capitán para que enviase al sobredicho, que á no le enviar, ó no se hallar donde se halló, tengo por cierto que corríamos mucho riesgo de las vi- das; y, como digo, nuestro Capitán y todos estába- mos descuidados y desarmados, de tal manera, que los indios tuvieron lugar de entrar en el pueblo á dar en nosotros sin que fuesen sentidos, y cuando se sintieron andaban entre nosotros y tenían derri- bados cuatro de nuestros compañeros muy mal he- ridos; y en este tiempo los vio un compañero nues- tro llamado Cristóbal de Aguilar, '3 el cual se puso

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delante, peleando muy animosamente, dando al arma, la cual oyó nuestro Capitán, el cual salió á ver lo que era, desarmado, con una espada en la mano, y vio que tenían los indios cercadas las casas donde estaban nuestros compañeros; y demás desto estaba en la plaza un escuadrón de más de quinientos in- dios. El Capitán comenzó á dar voces, y así sa- lieron nuestros compañeros tras el Capitán y aco- metieron al escuadrón con tanto denuedo, que los desbarataron, haciendo daño en los indios, pero no dejaron de pelear y defender de manera que hirie- ron nueve compañeros de malas feridas, y al cabo de dos horas que andábamos peleando, los indios fueron vencidos y desbaratados y los nuestros muy cansados. En este encuentro se señalaron muchos de nuestros compañeros, que antes no habían visto para lo que eran y no los teníamos en tanto, por- que todos mostraron bien la necesidad en que está- bamos, porque hubo hombre que con una daga se metió en medio de los enemigos y peleó tan bien que todos nos espantamos, y salió con un muslo atravesado. Éste se llama Blas de Medina. '4

Después de pasado esto, envió el Capitán á sa- ber qué era de Cristóbal Maldonado y cómo le iba, al cual toparon en el camino, que venía ya donde estaba el Capitán, él é todos heridos; y un compa- ñero que se llamaba Pedro de Ampudia, '5 que se halló con él, dende á ocho días murió de las heri- das: era natural de Ciudad Rodrigo.

Llegado el dicho Cristóbal Maldonado donde

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estaba el Capitán, aquí mandó el Capitán que los heridos se curasen, que eran diez y ocho, y no ha- bía otra cura sino cierto ensalmo, *^ y con ayuda de Nuestro Señor, dentro de quince días todos estaban sanos, excepto el que murió. Estando en esto, vi- nieron á decir al Capitán como los indios revolvían y que estaban junto á nosotros en un paso aguar- dando á se rehacer; y para que los echasen de allí mandó el Capitán á un caballero llamado Cristóbal Enríquez'7 que fuese allá con quince hombres, el cual fué, y en llegando, á un arcabucero que llevaba le pasaron una pierna; de manera que perdimos un arcabucero, porque dende en adelante no nos pu- dimos aprovechar de él. Luego el dicho Cristóbal Enríquez envió á saber al Capitán lo que pasaba y que le enviase más gente, porque los indios eran muchos y cada hora se reformaban; y el Capitán envió luego á mandar al dicho Cristóbal Enríquez* que, no mostrando que se retraía, se viniese poco á poco donde estaban, porque no estaban en tiempo de poner á riesgo la vida de un español ni conve- nía, ni tampoco él ni sus compañeros iban á con- quistar la tierra ni su intención lo era, sino, pues

*

Dios les había traído por este río abajo, descubrir la tierra para que en su tiempo y cuando la volun- tad de Dios Nuestro Señor y de Su Majestad fuese la enviase á conquistar. Y así, aquel día, después de recogida la gente, el Capitán les habló refirién-

Hasta aquí llega la laguna referida.

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doles los trabajos pasados y esforzándolos para en los de porvenir, encargándoles que evitasen los aco- metimientos de los indios por los peligros que se podían seguir; y se determinó de seguir todavía el río abajo, y comenzó á embarcar comida, y des- pués de embarcada, mandó el Capitán que los herí- dos se embarcasen, y los que no podían ir por su pie mandó que los envolviesen en unas mantas y los tomasen otros á cuestas, como que llevaban carga de maíz, porque no embarcasen cojeando y en verlo los indios cobraran tanto ánimo que no nos dejaran embarcar; y después desto hecho, estando los ber- gantines á punto y desamarrados y los remos en las manos, bajó el Capitán con mucha orden con los compañeros, y se embarcaron, y se hizo á largo del río, y no estaría un tiro de piedra cuando vienen más de cuatrocientos* indios por el agua y por la tierra, y como los de la tierra no se podían apro- vechar de nosotros, no servían sino de dar voces y gritos: y los de agua no dejaban de acometer, como hombres que estaban lastimados, con mucha furia; pero nuestros compañeros con las ballestas [y] ar- cabuces defendían tan bien los bergantines que ha- cían tener afuera aquella mala gente. Esto sería á puesta del sol, y desta manera, acometiéndonos de rato en rato, siguiéndonos toda la noche, que un momento no nos dejaban reparar, porque nos lle- vaban antecogidos. Así fuimos fasta que fué el día.

Dies rail, según la otra Yenión.

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que nos vimos en medio de muchas y muy grandes poblaciones, donde siempre salían indios de refresco y se quedaban los que iban cansados. Á hora de mediodía, que ya nuestros compañeros no podían remar, íbamos todos muy quebrantados de la mala noche y guerra que los indios nos habían dado. El Capitán, porque la gente tomase un poco de des- canso y comiese, mandó que nos metiésemos en una isla despoblada que estaba en medio del río, y en comenzando á guisar de comer, allí vinieron mucha cantidad de canoas y acometiéronnos tres veces, de tal manera que nos pusieron en grande aprieto. Visto por los indios que por el agua no nos podían desbaratar, acordaron de nos acometer por la tierra y agua, porque, como había muchos in- dios, había para todo. El Capitán, viendo lo que los indios ordenaban, acordó de no los esperar en tie- rra, y así se embarcó y se hizo á largo del río, por- que allí se pensaba mejor defender, y así comen- zamos de caminar y no nos dejando de seguir y dar muchos combates los indios, porque destas pobla- ciones se habían ya juntado muchos indios* y por tierra no tenía cuenta la gente que parecía. Anda- ban entre esta gente y canoas de guerra cuatro ó cinco hechiceros, todos encalados y las bocas llenas de ceniza, que echaban al aire, en las manos unos guisopos, con los cuales andaban echando agua por

* Variante: más de ciento y treinta canoas, en que había más de ocho mil indios.

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el río á manera de hechizos, y después que habían dado una vuelta á nuestros bergantines de la ma- nera dicha, llamaban á la gente de guerra, y luego comenzaban á tocar sus cometas y trompetas de palo y atambores y con muy gran grita nos acome- tían; pero, como dicho tengo, los arcabuces y ba- llestas, después de Dios, eran nuestro amparo; y así nos llevaron desta manera fasta nos meter en una angostura en un brazo del río. Aquí nos pusieron en muy gran aprieto, é tanto, que no si quedara alguno de nosotros, porque nos tenían echada una celada en tierra, y desde allí nos abarcaban. Los del agua se determinaron de barrer con nosotros, é yendo ya muy determinados de lo facer, estando ya muy juntos, venía delante el capitán general seña- lándose muy como hombre, al cual un compañero de los nuestros, llamado Celis, *^ tuvo ojo en él y le tiró con un arcabuz y le dio por mitad de los pe- chos, que lo mató; y luego su gente desmayó y acu- dieron todos á ver á su Señor, y en este medio tiempo tuvimos lugar de salir á lo ancho del río; pero todavía nos siguieron dos días y dos noches sin nos dejar reposar, que tanto tardamos en salir de la población deste gran señor llamado Machipa- ro, que al parecer de todos duró más de ochenta le- guas, que era toda una lengua, éstas todas pobla- das, que no había de poblado á poblado un tiro de ballesta, y el que más lejos no estaría media legua, y hubo pueblo que duró cinco leguas sin restañar casa de casa, que era cosa maravillosa de ver: como

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íbamos de pasada é huyendo no tuvimos lugar de saber qué es lo que había en la tierra adentro; pero, según la disposición y parecer de ella, debe ser la más poblada que se ha visto, y así nos lo decían los indios de la provincia de Aparía, que había un gran- dísimo señor la tierra adentro hacia el Sur, que se llamaba lea, y que éste tenía muy gran riqueza de oro y plata; y esta noticia traíamos muy buena y

cierta.

Desta manera y con este trabajo salimos de la provincia y gran señorío de Machiparo y llegamos á otro no menor, que era el comienzo de Onígua- yal,* y al principio y entrada de su tierra estaba un pueblo de manera de guarnición, no muy grande, en un alto sobre el río, á donde había mucha gente de guerra; y viendo el Capitán que ni él ni sus compa- ñeros no podían soportar el mucho trabajo, que no solamente era la guerra, mas, juntamente con ella, era hambre, que los indios, aunque teníamos que comer no nos dejaban por la demasiada guerra que nos daban, acordó de tomar el dicho pueblo, y así mandó enderezar los bergantines hacia el puerto, y los indios, visto que les querían tomar el pueblo, acordaron de se poner en toda resistencia; y así fué que, llegando junto al puerto, los indios comenzaron á despender de su almacén, de tal manera, que nos hacían detener; y visto el Capitán la defensión de los indios, mandó que á muy gran priesa jugasen las

* Variaote: Omagaci.

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ballestas y arcabuces, y remasen para ^abordar en tierra; y desta manera hicieron lugar y fueron parte para que los bergantines c^bordasen á nuestros com- pañeros y saltasen en tierra, y pelearon después en tierra de tal manera que hicieron huir los indios, y así quedó el pueblo por nosotros con la comida que tenía. Este pueblo estaba fuerte, y por estar tal, dijo el Capitán que quería reposar allí tres ó cuatro días y hacer algún matalotaje para adelante, y así fol- gamos desta manera y con este propósito, aunque no sin falta de guerra, y tan peligrosa, que en un día á las diez horas allegó muy gran cantidad de canoas á tomar y desamarrar los bergantines que estaban en el puerto, y á no proveer el Capitán de ballesteros que con brevedad saltasen dentro, cree- mos que no fuéramos parte á los defender; y así< con la ayuda de Nuestro Señor y con la buena maña y ventura de nuestros ballesteros, hízose algún daño en los indios, que tuvieron por bien de se hacer á fuera y volver á sus casas: así quedamos descansan- do, dándonos buena posada, comiendo á discreción, y estovimos tres días en este pueblo. Había mu- chos caminos que entraban la tierra adentro muy reales, de cabsa de lo cual el Capitán se temía y mandó que nos aparejásemos, porque no quería estar más allí, porque podría ser de la estada re- cebir daño.

Dicho esto por el Capitán, todos comenzaron á se aderezar para se partir cuando les fuese manda- do. Habíamos andado desde que salimos de Aparia

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á este dicho pueblo trescientas cuarenta leguas, en que las doscientas fueron sin ningún poblado: falla- mos en este pueblo muy gran cantidad de bizcocho muy bueno, que los indios hacen de maíz y de ayu- ca, y mucha fruta de todos géneros.

Volviendo á la historia, digo que el domingo después de la Ascensión de Nuestro Señor salimos deste dicho pueblo y comenzamos á caminar, y no hubimos andado obra de dos leguas cuando vimos entrar por el río otro río muy poderoso y más gran- de á la diestra mano: tanto era de grande que á la entrada hacía tres islas, de cabsa de las cuales le pusimos el río de la Trinidad; y en estas juntas de uno y de otro había muchas y muy grandes pobla- ciones y muy linda tierra y muy fructífera: esto era ya en el señorío y tierra de Omagua, y por ser los pueblos tantos y tan grandes y haber tanta gente no quiso el Capitán tomar puerto, y así pasamos todo aquel día por poblado con alguna guerra, por- que por el agua nos la daban tan cruda que nos ha- cían ir por medio del río; y muchas veces los in- dios se ponían á platicar con nosotros, y como no los entendíamos, no sabíamos lo que nos decían. A hora de vísperas allegamos á un pueblo que estaba sobre una barranca, y por nos parecer pequeño mandó el Capitán que lo tomásemos, y porque tam- bién porque tenía en tan buena vista que pare- cía ser recreación de algún señor de la tierra de adentro; y así enderezamos á lo tomar y los indios se defendieron más de una hora, pero al cabo fue-

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ron vencidos é nosotros señoreados del pueblo, donde fallamos muy gran cantidad de comida, de la cual nos proveímos. En este pueblo estaba una casa de placer dentro de la cual había mucha loza de diversas hechuras, así de tinajas como de cánta- ros muy grandes de más de veinte y cinco arrobas, y otras vasijas pequefias como platos y escudillas y candeleros desta loza de la mejor que se ha visto en el mundo, porque la de Málaga no se ¡guala con ella, porque es toda vidriada y esmaltada de todas colores y tan vivas que espantan, y demás desto los dibujos y pinturas que en ellas hacen son tan com- pasados que naturalmente labran y dibujan todo como lo romano; y allí nos dijeron los indios que todo lo que en esta casa había de barro lo había en la tierra adentro de oro y de plata, y que ellos nos llevarían allá, que era cerca; y en esta casa se hallaron dos ídolos tejidos de pluma* de diversa manera, que ponían espanto, y eran de estatura de gigante y tenían en los brazos metidos en los mo- lledos unas ruedas á manera de arandelas, y lo mis- mo tenían en las pantorrillas junto á las rodillas: tenían las orejas horadadas y muy grandes, á ma- nera de los indios del Cuzco, '9 y mayores. Esta ge- neración de gentes reside en la tierra adentro y es la que posee la riqueza ya dicha, y por memoria los tienen allí: y también se halló en este pueblo oro y plata; pero como nuestra intención no era sino de

Palma, según el otro man asento.

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buscar de comer y procurar cómo salvásemos las vidas y diésemos noticia de tan grande cosa, no curábamos ni se nos daba nada por ninguna riqueza.

Deste pueblo salían muchos caminos y muy rea- les para la tierra adentro: el Capitán quiso saber á dónde iban, y para aquesto tomó consigo á Cris- tóbal Maldonado* y al Alférez y á otros compañe- ros, y comenzó á entrar por ellos, y no había an- dado media legua cuando los caminos eran más rea- les y mayores; y visto el Capitán esto, acordó de se volver, porque vido que no era cordura pasar ade- lante; y así volvió donde estaban los bergantines, y cuando llegó se ponía ya el sol, y el Capitán dijo á sus compañeros que convernía partir luego de allí, porque no convenía en tierra tan poblada dormir noche, y que luego se embarcasen todos: y así fué que, metida la comida y todos dentro de los bergantines, comenzamos á caminar ya que era no- che, y toda ella fuimos pasando muchos y muy gran- des pueblos, fasta que vino el día, que habíamos andado más de veinte leguas, que por huir de lo po- blado no hacían nuestros compañeros sino remar, y mientras más andábamos más poblada y mejor ha- llábamos la tierra, y así íbamos siempre desviados de tierra por no dar lugar á que los indios saliesen á nosotros.

Fuimos caminando por esta tierra y señorío de Omagua más de cien leguas, al cabo de las cua-

De Segovia, segtlD la otra Yersido.

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les allegamos á otra tierra de otro sefíor llamado Paguana, el cual tiene mucha gente y muy domés- tica, porque llegamos al principio de su poblado á un pueblo que tendría más de dos leguas de largo, á donde los indios nos esperaron en sus casas sin hacer mal ni daño, antes nos daban de lo que te- nían. Deste pueblo iban muchos caminos la tierra adentro, porque el señor no reside sobre el río, y dijéronnos los indios que fuésemos allá, que se hol- garía mucho con nosotros. En esta tierra este se- ñor tiene muchas ovejas de las del Perú^® y es muy rico de plata, según todos los indios nos decían, y la tierra es muy alegre y vistosa y muy abundosa de todas comidas y frutas, como son pinas y peras, que en .lengua de la Nueva -España se llaman agua- cates, y ciruelas y guanas y otras muchas y muy buenas frutas.

Salimos de esta población y fuimos caminando siempre por muy gran poblado, que hubo día que pasamos más de veinte pueblos, y esto por la banda donde nosotros íbamos, porque la otra no la podía- mos ver por ser el río grande; y así, íbamos dos días por la banda diestra, y después atravesábamos é íbamos otros dos días por la mano siniestra, que mientras víamos lo uno no víamos lo otro.

El lunes de Pascua de Espíritu Santo por la ma- ñana pasamos á vista y junto á un pueblo muy gran- de y muy vicioso, y tenía muchos barrios, y en cada barrio un desembarcadero al río, y en cada desem- barcadero había muy gran copia de indios, y este

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pueblo duraba más de dos leguas y media, que siem- pre fué de la manera dicha; y por ser tantos los in- dios de aquel pueblo, mandó el Capitán que nos pasásemos adelante sin les hacer mal y sin les aco- meter, pero ellos, visto que nos pasábamos sin les hacer mal, se embarcaron en sus canoas y nos aco- metieron, pero con su daño, que las ballestas y ar- cabuces los hicieron volver á sus casas, y nos deja- ron ir nuestro río abajo. Este mesmo día tomamos un pueblo pequeño, donde fallamos comida, y aquí se nos acabó la provincia del ya dicho señor llama- do Paguana, y entramos en otra provincia muy más belicosa y de mucha gente y que nos daba mucha guerra: desta provincia no supimos cómo se llamaba el señor de ella, pero es una gente mediana de cuerpo, muy bien tratada, y tiene sus paveses de palo y defienden sus personas muy como hombres. Sábado víspera de la Santísima Trinidad, el Ca- pitán mandó tomar puerto en un pueblo donde los indios se pusieron en defensa; pero, á pesar de ello, los echamos de sus casas, y aquí nos proveímos de comida y aun se fallaron algunas gallinas. Este mis- mo día, saliendo de allí, prosiguiendo nuestro viaje, vimos una boca de otro río grande á la mano si- niestra, que entraba en el que nosotros navegába- mos, el agua del cual era negra como tinta, y por esto le pusimos nombre del Río Negro, el cual co- rría tanto y con tanta ferocidad que en más de veinte leguas hacia raya en la otra agua, sin revolver la una con la otra. Este mismo día vimos otros pueblos no

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muy grandes. Otro día siguiente de la Trinidad hol- gó el Capitán y todos en unas pesquerías de un pue- blo que estaba en una loma, donde se falló mucho pescado, que fué socorro y gran recreación para nuestros españoles, porque había días que no habían tenido tal posada. Este pueblo estaba en una loma apartado del río como en frontera de otras gentes que les daban guerra, porque estaba fortificado de una muralla de maderos gruesos, y al tiempo que nuestros compañeros subieron á este pueblo para tomar comida, los indios lo quisieron defender y se hicieron fuertes dentro de aquella cerca, la cual te- nía no más que una puerta, y comenzáronse á de- fender con muy gran ánimo; mas, como nos víamos en necesidad, determinamos de acometerlos, y así, en esta determinación, se acometió por la dicha puerta, y entrando dentro sin ningún riesgo, dieron en los indios y pelearon con ellos hasta los desbara- tar, y luego recogieron comida, que había en can- tidad.

£1 lunes adelante partimos de allí pasando siem- pre por muy grandes poblaciones y provincias, pro- veyéndonos de comida lo mejor que podíamos cuan- do nos faltaba. Este día tomamos puerto en un pue- blo mediano, donde la gente nos esperó. En este pueblo estaba una plaza muy grande, y en medio de la plaza estaba un tablón grande de diez pies en cuadro, figurada y labrada de relieve una ciudad mu- rada con su cerca y con una puerta. En esta puerta estaban dos torres muy altas de cabo con sus ven-

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tanas, y cada torre tenía una puerta frontera la una de la otra, y en cada puerta estaban dos columnas, y toda esta obra ya dicha estaba cargada sobre dos leones muy feroces que miraban hacia atrás, como recatados el uno del otro, los cuales tenían en los brazos y uñas toda la obra, en medio de la cual había una plaza redonda: en medio desta plaza es- taba un agujero por donde ofrecían y echaban chi cha para el sol, que es el vino que ellos beben, y el sol es en quien ellos adoran y tienen por su Dios. En fin, el edificio era cosa mucho de ver, y el Ca- pitán, y todos nosotros espantados de tan gran cosa, preguntó á un indio que aquí se tomó qué era aquello ó por qué memoria tenían aquello en la plaza, y el indio dijo que ellos eran subjetos y tributarios á las amazonas, y que no las servían de otra cosa sino de plumas de papagayos y de guaca- mayos para forros de los techos de las casas de sus adoratorios, y que los pueblos que ellos tenían eran de aquella manera, y que por memoria lo tenían allí, y que adoraban en ello como en cosa que era insig- nia de su señora, que es la que manda toda la tie- rra de las dichas mujeres. Hallóse también en esta misma plaza una casa no muy pequeña, dentro de la cual había muchas vestiduras de plumas de diver- sos colores, las cuales vestían los indios para cele- brar sus fiestas y bailar cuando se querían regocijar delante deste tablón ya dicho, y allí ofrecían sus sa- crificios con su dañada intención.

Salimos luego deste pueblo y dimos luego en

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otro muy grande que tenía el mismo tablón y divisa que es dicha: este pueblo se defendió mucho, y por espacio de más de una hora no nos dejaron saltar en tierra; pero al cabo hubimos de saltar, y como los indios eran muchos y cada hora crecían* no se querían rendir; pero visto el daño que se les hacía acordaron de huir,** y entonces tuvimos lugar, aun- que no mucho, para buscar alguna comida, porque ya los indios se revolvían sobre nosotros; pero nues- tro Capitán no quiso que aguardásemos, pues que no podíamos ganar nada en la mercaduría, y así mandó que nos embarcásemos é nos fuésemos, y así fué. Partidos de aquí, pasamos por otros muchos pue- blos donde los indios nos atendían de guerra, como gente*** belicosa con sus armas y paveses en las manos, dándonos grita, diciendo que por qué huía- mos,**** que allí nos estaban aguardando; pero el Capitán no quería acometer donde vía que no podía- mos ganar honra, especial llevando alguna comida, y cuando ésta había, en cualquier parte aventura- ba su persona y las de los compañeros; y así en algunas partes, ellos desde tierra y nosotros desde el agua, nos dábamos guerra; pero como los indios eran muchos hacían pared y nuestros arcabuces y ballestas les hacían daño, y así pasábamos adelante, dejándoles la información ya dicha.

Se rehacían.

•• Pero al fin de temor acordaron de huir. ••• Que quería defender sus casas y paveses...

Que por qué no íbamos adonde ellos esiaban..

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Miércoles víspera de Corpus Christi, siete días de Junio, el Capitán mandó tomar puerto en una po- blación pequeña que estaba sobre el dicho río, y así se tomó sin resistencia, donde hallamos mucha co- mida, en especial pescado, que desto se halló tanto y en abundancia que pudiéramos cargar bien nues- tros bergantines, y éste tenían los indios á secar para llevar dentro á la tierra á vender; y viendo to- dos los compañeros que el pueblo era pequeño, rogaron al Capitán que holgase allí, pues era vís- pera de tan gran fiesta. El Capitán, como hom- bre que sabía las cosas de los indios, dijo que no hablasen en tal cosa porque no lo pensaba hacer, que aunque el pueblo les parecía pequeño, tenía gran comarca de donde le podían venir á favore- cer y hacer daño en nosotros, sino que nos fuése- mos como solíamos hacer y irnos á dormir á las montañas; y nuestros compañeros se lo tomaron á pedir por merced que holgase allí. El Capitán, visto que todos lo pedían, aunque contra su voluntad, concedió en lo que pedían, y así estuvimos én este pueblo holgando hasta la hora que el sol se po- nía, que los indios venían á ver sus casas, porque cuando saltamos no había sino mujeres, porque los indios eran idos á entender en sus grangerías; y así, siendo hora, volvíanse, y como hallaron sus casas en poder de quien no conocían, quedaron muy es- pantados y comenzaron á decir que nos saliésemos de ellas; y juntamente con decir esto acuerdan y ponen por obra de nos acometer, y así lo hicieron;

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pero al tiempo que ellos entraban por el real, ha- lláronse delante de los indios cuatro ó cinco com- pañeros, los cuales pelearon tan bien que fueron parte para que los indios no se atreviesen á entrar donde estaba nuestra gente, y así los hicieron huir, y cuando el Capitán salió no había que hacer. Esto era ya de noche, y sospechando el Capitán lo que podía ser, mandó que las velas se doblasen y todos durmiesen armados, y así se hizo; pero á media no- che, á hora que la luna salía, revuelven los indios en muy gran cantidad sobre nosotros y dan por tres partes á nuestro real: cuando fueron sentidos tenían heridas las velas y andaban entre nosotros, y como dieron al arma salió el Capitán dando voces dicien- do: € Vergüenza, vergüenza, caballeros, que son na- die; á ellos; » y así nuestros compañeros se levan- taron y con muy gran furia acometieron á aquella gente, que, aunque era de noche, fueron desbarata- dos porque no podían sufrir á nuestros compañe- ros, y así huyeron. El Capitán, pensando que ha- bían de revolver, mandó echarles una celada por donde habían de venir, y los demás que no dur- miesen, y mandó que los heridos se curasen, y yo los curé, porque el Capitán andaba de una parte á otra dando orden á lo que convenía para salvación de nuestras vidas, que en esto siempre se desvela- ba; y á no ser tan sabio en las cosas de la guerra, que parecía que Nuestro Señor le administraba en lo que debía de hacer, muchas veces nos mataran: y desta manera estuvimos toda la noche, y venido el

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día mandó el Capitán que nos embarcásemos y nos fuésemos, y mandó que ciertas piezas que allí se habían tomado que se ahorcasen, y así fué; y esto porque los indios de adelante nos cobrasen temor y no nos acometiesen. Nosotros embarcamos, y hechos á largo del río, llegaban al pueblo muchos indios á dar en nosotros, y también por el agua venían muchas canoas; pero ya, como íbamos á lo largo, no tuvieron lugar de poner por obra su mala intención. Este día nos metimos en un monte y holgamos el siguiente, y otro día proseguimos nuestro viaje, y no habíamos andado cuatro leguas cuando vimos por la mano diestra entrar un muy grande y pode- roso río, tanto que era mayor que el que nosotros llevábamos, y por ser tan grande le pusimos el Río Grande; y pasamos adelante, y á la mano siniestra vimos estar unas poblaciones muy grandes sobre una loma que llegaba al río, y por las ver mandó el Capitán que enderezásemos hacia allá, y fuimos; y visto por los indios que íbamos hacia allá, acorda- ron, según pareció, de no se mostrar, sino estarse en celada, pensando que saltaríamos en tierra, y para esto tenían limpios los caminos que bajaban al río. El Capitán y algunos compañeros conocieron la ruin- dad que tenían armada, y mandó que nos fuésemos de largo; y los indios, visto que nos pasábamos de largo, levántanse más de cinco mil indios con sus armas, y empiezan á damos grita y á desafiarnos y á dar con las armas unas en otras, y con esto ha- cían tan gran ruido que parecía hundirse el río. Pa-

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sanios adelante, y, obra de media legua, dimos en otro mayor pueblo, pero aquí nos hicimos á largo del río. Es esta tierra templada y de muy buena disposición: no supimos su trato, porque no nos die- ron lugar á ello; y aquí se acabó esta generación, y dimos en otra que nos fatigó poco. Pasamos ade- lante, y siempre por poblado, y una mañana á hora de las ocho vimos sobre un alto una hermosa pobla- ción, que al parecer debía de ser cabeza de algún gran sefior, y por la ver quisiéramos, aunque con riesgo, llegar allá; pero no fué posible porque tenía una isla delante, y cuando quisimos entrar habíamos dejado la entrada arriba: y desta cabsa pasamos á vista de ella mirándola. En este pueblo había siete picotas [que] nosotros vimos que estaban en trechos por el pueblo, y en las picotas clavadas muchas ca- bezas de muertos, á cuya cabsa le pusimos á esta provincia por nombre la Provincia de las Picotas, que duraba por el río abajo setenta* leguas. Baja- ban deste pueblo al río caminos hechos á manos, y de una parte y de otra sembrados árboles de fruta, por donde parecía ser gran señor el desta tierra.

Pasamos adelante y otro día dimos en otro pue- blo del mismo arte, y como tuviésemos necesidad de comida, fuénos forzado acometerle, y los indios se escondieron porque saltásemos en tierra, y así saltaron nuestros compañeros, y visto los indios que ya estaban en tierra, salen de su celada con muy

Veinte leguas, segün el manuscñto de Muñoz.

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gran furia. Venía delante el capitán ó señor de ellos animándolos con muy gran grita. Un ballestero de los nuestros tuvo ojo en este señor y tiróle y ma- tóle; y visto los indios aquello, acordaron de no es- perar, sino huir, y otros hacerse fuertes dentro de sus casas, y de ellas se defendían y peleaban como pe- rros dañados. Visto el Capitán que no se querían rendir y que nos habían hecho daño y herido algu- nos de nuestros compañeros, mandó poner fuego á las casas donde estaban los indios, y así salieron de ellas y huyeron y hubo lugar de recoger comida, que en este pueblo, loado Nuestro Señor, no faltó, porque había muchas tortugas de las ya dichas y muchos pavos y papagayos y muy gran abundancia, pues pan y maíz de esto no se escribe; y salimos de aquí y luego nos fuimos á una isla á descansar y gozar de lo que habíamos tomado. Tomóse en este pueblo una india de mucha razón, y dijo que cerca de aquí y la tierra adentro estaban muchos cristianos como nosotros y los tenía un señor que los había traído el río abajo; y nos dijo como entre ellos ha- bía dos mujeres blancas, y que otros tenían indjas y hijos en ellas: estos son los que se perdieron de Diego de Ordás, á lo que se cree, por las señas que daban, que era á la banda del Norte. 2'

Caminamos nuestro río abajo sin tomar pueblo, porque llevábamos de comer, y al cabo de algunos días salimos desta provincia, á la salida de la cual estaba una muy gran población, por donde la india nos dijo donde habíamos de ir á donde estaban los

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cristianos; pero como nosotros no éramos parte, acordamos de pasar adelante, que para los sacar de donde estaban su tiempo vendrá.

Deste pueblo salieron dos indios de una canoa y llegaron al bergantín donde venía nuestro Capi- tán, sin armas, y llegaron á reconocer y estuvieron mirando; y por mucho que nuestro Capitán los llamó que entrasen dentro y les daban muchas cosas, nunca quisieron, antes, señalando la tierra adentro, se vol- vieron.

Dormimos esta noche fronteros deste pueblo, dentro en nuestros bergantines, y venido el día y comenzando á caminar, sale del pueblo mucha gen- te, y embárcanse y vienen á nos acometer al medio río, por donde nosotros íbamos. Estos indios tienen ya flechas, y con ellas pelean. Tomamos nuestro camino sin los esperar; fuimos caminando tomando comida donde veíamos que no la podían defender, y al cabo de cuatro ó cinco días fuimos á tomar un pueblo donde los indios no se defendieron. Aquí se halló mucho maíz (y asimismo se halló mucha avena) de lo que los indios hacen pan, y muy buen vino á manera de cerveza, y ésta hay en mucha abundancia. Hallóse en este pueblo una bodega deste vino, que no se holgaron poco nuestros compañeros, y hallóse muy buena ropa de algodón. Hallóse también en este pueblo un adoratorio dentro del cual había mu- chas divisas de armas para la guerra colgadas, y sobre todas en lo alto estaban dos mitras muy bien á lo naturalmente fechas, como las de los obispos:

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eran tejidas y no sabemos de qué, porque ello no era algodón ni lana, y tenían muchos colores.

Pasamos adelante deste pueblo y fuimos á dor- mir á la otra banda del río, como era nuestra cos- tumbre, al monte, y allí vinieron muchos indios á damos guerra por el agua, pero á mal de su grado dieron vuelta. Martes á veintidós días de Junio vimos mucha población de la banda siniestra del río, por- que estaban blanqueando las casas, que íbamos por medio del río: quisimos ir allá, pero no pudimos por cabsa de la mucha corriente y olas más trabajosas y más que en la mar andaban.

Miércoles siguiente tomamos un pueblo que es- taba en medio de un arroyo pequeño en un muy gran llano de más de cuatro leguas. Tenía este pue- blo su asiento todo en una calle, y una plaza en medio, las casas de una parte y otra, y hallamos mucha comida; y este pueblo, por estar de la .ma- nera ya dicha, le llamamos el pueblo de la Calle.

Jueves siguiente pasamos por otros pueblos me- dianos, y no curamos de parar allí. Todos estos pue- blos son estancias de pescadores de la tierra dentro. Desta manera íbamos caminando buscando un apa- cible asiento para festejar y regocijar la fiesta del bienaventurado San Juan Bautista, precursor de Cris- to, y quiso Dios que en doblando una punta que el río hacía, vimos en la costa adelante muchos y muy grandes pueblos que estaban blanqueando. Aquí di- mos de golpe en la buena tierra y señorío de las amazonas. Estos pueblos ya dichos estaban avisados

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y sabían de nuestra ida, de cuya cabsa nos salieron á recibir al camino por el agua, no con buena inten- ción, y como llegaron cerca del Capitán, quisiera traerlos de paz, y así los comenzó á hablar y llamar; pero ellos se rieron y hacían burla de nosotros é se nos acercaban y decían que anduviésemos y que allí abajo nos aguardaban, y que allí nos habían de to- mar á todos y llevar á las amazonas. El Capitán, eno- jado de la soberbia de los indios, mandó que les tira- sen con las ballestas y arcabuces, porque pensasen y supiesen que teníamos con qué los ofender; y así, se les hizo daño y dan la vuelta hacia el pueblo á dar la nueva de lo que habían visto: nosotros no dejamos de caminar y acercar á los pueblos, y antes que allegásemos con más de media legua había por la lengua del . agua á trechos muchos escuadrones de indios, y como nosotros íbamos andando, ellos se iban juntando y acercando á sus poblaciones. Estaba en medio deste pueblo muy gran copia de gente, hecho un buen escuadrón, y el Capitán mandó que fuesen los bergantines á gabordar donde estaba aquella gente para buscar comida, y así fué que, en comenzándonos á llegar á tierra, los indios comien- zan á defender su pueblo y nos flechar, y como la gente era mucha parecía que llovían flechas; pero nuestros arcabuceros y ballesteros no estaban ocio- sos, porque no hacían sino tirar, y aunque mataban muchos, no lo sentían, porque con todo el daño que se les hacía andaban unos peleando y otros bailan- do: y aquí estuvimos en muy poco de nos perder

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todos, porque como había tantas flechas nuestros compañeros tenían harto que hacer en se amparar de ellas sin poder remar, de cabsa de lo cual nos hicieron [tanto] daño que antes que saltásemos en tierra nos hirieron á cinco, de los cuales yo fui el uno, que me dieron con una flecha por una ijada que me llegó á lo hueco, y si no fuera por los hábi- tos allí me quedara. Visto el peligro en que está- bamos, comienza el Capitán á animar y á dar priesa á los de los remos que gabordasen, y así, aunque con trabajo, llegamos á gabordar y nuestros compa- ñeros se echaron al agua, que les daba á los pe- chos: aquí fué una muy gran y peligrosa batalla, porque los indios andaban mezclados con nuestros españoles, que se defendían tan animosamente que era cosa maravillosa de ver. Andúvose en esta pelea más de una hora, que los indios no perdían ánimo, antes parecía que se les doblaba, aunque vían mu- chos de los suyos muertos, y pasaban por encima de ellos, y no hacían sino retraerse y tornar á revolver. Quiero que sepan cuál fué la cabsa por qué estos indios se defendían de tal manera. Han de saber que ellos son subjectos y tributarios á las amazo- nas, y sabida nuestra venida, vanles á pedir socorro y vinieron hasta diez ó doce, que éstas vimos nos- otros, que andaban peleando delante de todos los indios como capitanas, 22 y peleaban ellas tan animo- samente que los indios no osaban volver las espal- das, y al que las volvía delante de nosotros le ma- taban á palos, y esta es la cabsa por donde los in-

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dios se defendían tanto. Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y en- trenzado y revuelto á la cabeza, y son muy mem- brudas y andan desnudas en cueros, tapadas sus ver- güenzas, con sus arcos y flechas en las manos, ha- ciendo tanta guerra como diez indios; y en verdad que hubo mujer de éstas que metió un palmo de flecha por uno de los bergantines, y otras que me- nos, que parecían nuestros bergantines puerco espín.

Tornando á nuestro propósito y pelea, fué Nues- tro Seftor servido de dar fuerza y ánimo á nuestros compañeros, que mataron siete ú ocho, que éstas vimos, de las amazonas, á cabsa de lo cual los in- dios desmayaron y fueron vencidos y desbaratados con harto dafto de sus personas; y porque venía de los otros pueblos mucha gente de socorro y se ha- bían de revolver, porque ya se tornaban [á] apelli- dar, mandó el Capitán que á muy gran priesa se embarcase la gente, porque no quería poner arrisco la vida de todos, y así se embarcaron no sin zozo- bra, porque ya los indios empezaban á pelear, y más que por el agua venía mucha flota de canoas, y así nos hicimos á largo del río y dejamos la tierra.

Tenemos andadas de donde salimos y dejamos á Gonzalo Pizarro mil y cuatrocientas* leguas, antes de más que de menos, y no sabemos lo que falta de aquí á la mar. En este pueblo ya dicho se tomó un indio trompeta que andaba entre la gente, que era

Mil y cuatro leguas.

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de edad de fasta treinta años, el cual en tomándole comenzó á decir al Capitán muchas cosas de la tie- rra adentro y le llevó consigo.

Hechos, como dicho tengo, á largo del río, nos dejamos ir al garete sin remar, porque nuestros com- pañeros estaban tan cansados que no tenían fuer- zas para tener los remos; y yendo por el río, que habíamos andado fasta un tiro de ballesta, descu- brímos un pueblo no pequeño en el cual no parecía gente, de cuya cabsa todos los compañeros pidieron al Capitán que fuese allá, que tomaríamos alguna comida, pues en el pasado pueblo no nos la habían dejado tomar. El Capitán les dijo que no quería, que aunque á ellos les parecía que no había gente, de allí nos habíamos más de guardar que más que donde claramente la víamos; y así nos tomamos á juntar, y yo juntamente con todos los compañeros se lo pedimos de merced, y aunque éramos pasados del pueblo, el Capitán, concediendo su voluntad mandó volver los bergantines al pueblo, y como iba mos costeando la tierra, los indios en celada escon didos entre sus arboledas, repartidos por sus escua drones y estando por nos tomar en celada, y así yendo junto á tierra, tuvieron lugar de nos acorné ter, y así comenzaron á flechar tan bravamente que los unos á los otros no nos víamos; mas, como nues- tros españoles iban apercebidos desde Machiparo de buenos paveses, como ya hemos dicho, no nos hi- cieron tanto daño cuanto nos hicieran si no viniéra- mos apercibidos de la tal defensa; y de todos en

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este pueblo no firieron sino á mí, que me dieron un flechazo por un ojo que pasó la flecha á la otra parte, de la cual herida he perdido el ojo y no es- toy sin fatiga y falta de dolor, puesto que Nuestro Señor, sin yo merecerlo, me ha querido otorgar la vida para que me enmiende y le sirva mejor que fasta aquí; y en este medio tiempo habían ya saltado en tierra los españoles que venían en el barco pe- queño, y como los indios eran tantos, teníanlos cer- cados, que si no fuera porque el Capitán los soco- rrió con el bergantín grande, se perdían y se los llevaban los indios; y así lo hicieran todavía antes que llegase el Capitán, si no se dieran tan buena maña en pelear con tanto ánimo; pero ya estaban cansados y puestos en muy gran aprieto. El Capi- tán los recogió, y como me vido herido mandó em- barcar la gente; y así se embarcaron, porque la gen- te era mucha y estaba muy encarnizada, que no la podían sufrir nuestros compañeros, y el Capitán te- mía perder alguno de ellos y no los quería poner en tal aventura porque bien sabía y traslucía la ne- cesidad que había de tener de ayuda, según la tie- rra era poblada, y convenía conservar la vida de todos, porque no distaba un pueblo de otro dis- tancia de media legua, y menos en toda aquella banda del río de la mano diestra, que es de la banda del sur; y más digo, que la tierra adentro, á dos leguas, y más, y á menos, parecían muy grandes ciu- dades que estaban blanqueando, y demás de esto la tierra es tan buena, tan fértil y tan al natural co-

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mo la de nuestra España, porque nosotros entra- mes en ella por San Juan y ya comenzaban los in- dios á quemar los campos. Es tierra templada, á donde se cogerá mucho trigo y se darán todos fru- tales: demás desto es aparejada para criar todo ga- nado, porque en ella hay muchas yerbas como en nuestra España, como es orégano y cardos de unos pintados y á rayas y otras nmchas yerbas muy bue- nas; los montes desta tierra son encinales y alcor- nocales que llevan bellotas, porque nosotros las vi- mos, y robledales; la tierra es alta y hace lomas, todas de sábanas, la yerba no más alta de fasta la rodilla y hay mucha caza de todos géneros.

Volviendo á nuestro camino, el Capitán mandó que nos saliésemos á medio río por huir de lo po- blado, que era tanto que ponía grima. Llamamos á esta provincia la provincia de San Juan, porque en su día habíamos ¡entrado en ella, y yo había predi- cado por la mañana viniendo por el río por alabanza de tan glorioso precursor de Cristo, y tengo por averiguado que por su intercesión me otorgó Dios la vida.

Salidos á medio río, los indios por el agua fue- ron en nuestro seguimiento, porque el Capitán man- dó atravesar hacia una isla que estaba despoblada, y fasta ser noche no nos dejaron los indios; y así nosotros llegamos á la isla á más de diez horas de la noche, á donde el Capitán mandó que no saltá- semos en tierra porque podría ser los indios dar sobre nosotros; y así, pasamos la noche en nuestros

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bergantines, y venida la mañana el Capitán mandó que caminásemos con mucha orden fasta salir de esta provincia de Sant Juan, que tiene más de ciento cincuenta l^^uas de costa, pobladas de la manera dicha. Y otro día, veinticinco de Junio, pasamos por entre unas islas que pensamos que estuvieran despo- bladas, pero después que nos hallamos en medio de .ellas fueron tantas las poblaciones que en las dichas islas parecían y vimos, que nos pesó; y como nos vieran, salieron á nosotros al río sobre doscientas piraguas, que cada una trae veinte y treinta indios, y de ellas cuarenta, y destas hubo muchas: venían muy lucidas con diversas divisas y traían muchas trompetas y atambores, y órganos que tañen con la boca, y arrabeles que tienen á tres cuerdas; y venían con tanto estruendo y grita y con tanta orden, que estábamos espantados. Cercáronnos entrambos ber- gantines y acometiéronnos como hombres que nos pensaban llevar; mas, salióles al revés, que nuestros arcabuceros y ballesteros les pusieron tales, como eran muchos, que se holgaron de tenerse afuera; pues en tierra era cosa maravillosa de ver los escuadro- nes que estaban en los pueblos, tañendo y bailando todos con unas palmas en las manos, mostrando muy gran alegría en ver que nos pasábamos de sus pueblos. Estas islas son altas, aunque no mucho, y de tierra rasa, muy fértiles al parecer, y tan alegres de vista, que aunque nosotros íbamos trabajados no dejábamos de nos alegrar. Esta isla, que es la ma- yor, la fuimos costeando: tema en largo seis le-

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guas,* que está en el medio río; el ancho no lo sa- bremos decir: y siempre los indios nos fueron si- guiendo hasta nos echar desta provincia de Sant Juan, que, como digo, tiene ciento cincuenta leguas, todas las cuales pasamos con mucho trabajo de ham- bre, dejando aparte la guerra, porque, como era muy poblada, no hubo lugar de saltar en tierra. Toda esta isla fueron siempre las dichas piraguas y canoas en nuestro seguimiento, acometiéndonos cuando se les antojaba; pero como gustaban la fruta de nuestros tiros, íbannos acompañando á trechos. Al cabo desta isla estaba mucho más poblado, de donde salieron de refresco muchas más piraguas á nos acometer: aquí el Capitán, viéndose en tan gran aprieto y de- seando la paz con esta gente, por ver si pudiéramos tomar algún rato de descanso, acordó de hablar y requerir á los indios con la paz, y para traerlos á ella mandó echar en una calabaza cierto rescate y arrojarlo al agua, y los indios lo tomaron, pero tu- viéronlo en tan poco que hacían burla de ello; pero por eso no nos dejaron de seguir hasta nos echar de sus pueblos, que, como dicho habernos, eran muchos. Esta noche llegamos á dormir ya fuera de todo lo poblado á un robledal que estaba en un gran llano junto al río, donde no nos faltaron temerosas sospechas, porque vinieron indios á nos espiar, y la tierra adentro había mucho poblado y caminos que entraban á ella, de cuya cabsa el Capitán y todos

Cincuenta leguas, según la copia citada.

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estábamos en vela aguardando lo que nos podía venir.

En este asiento el Capitán tomó al indio que se había tomado arriba, porque ya le entendía por un vocabulario que había fecho, y le preguntó que de dónde era natural: el indio dijo que de aquel pueblo donde le habían tomado; el Capitán le dijo que cómo se llamaba el señor desa tierra, y el indio le res- pondió que se llamaba Couynco,* y que era muy gran señor y que señoreaba hasta donde estába- mos, que, como dicho tengo, había ciento cincuenta leguas. El Capitán le preguntó qué mujeres eran aquellas [que] habían venido á les ayudar y darnos guerra: el indio dijo que eran unas mujeres que resi- dían la tiefra adentro siete** jornadas de la costa, y por ser este señor Couynco sujeto á ellas, habían venido á guardar la costa. El Capitán le preguntó si estas mujeres eran casadas: el indio dijo que nó. El Capitán le preguntó que de qué manera viven: el indio respondió que, como dicho tiene, estaban la tierra adentro, y que él había estado muchas ve- ces allá y había visto su trato y vivienda, que como su vasallo iba á llevar el tributo cuando el señor lo enviaba. El Capitán preguntó si estas mujeres eran muchas: el indio dijo que sí, y que él sabía por nombre setenta pueblos, y contólos delante de los que allí estábamos, y que en algunos había estado. El Capitán le dijo que si estos pueblos eran de paja:

Quenyuc. Cuatro ó cioco.

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el indio dijo que no, sino de piedra y con sus puer- tas, y que de un pueblo á otro iban caminos cer- cados de una parte y de otra y á trechos por ellos puestos guardas porque no pueda entrar nadie sin que pague derechos.* El Capitán le preguntó si es- tas mujeres parían: el indio dijo que sí. El Capitán le dijo que cómo no siendo casadas, ni residía hom- bre entre ellas, se empreñaban: él dijo que estas in- dias participan con indios en tiempos, y cuando les viene aquella gana juntan mucha copia de gente de guerra y van á dar guerra á un muy gran señor que reside y tiene su tierra junto á la destas mujeres, y por fuerza los traen á sus tierras y tienen consigo aquel tiempo que se les antoja, y después que se hallan preñadas les tornan á enviar á su tierra sin les hacer otro mal; y después, cuando viene el tiem- po que han de parir, que si paren hijo le matan y le envían á sus padres, y si hija, la crían con muy gran solemnidad y la imponen en las cosas de la guerra. Dijo más, que entre todas estas mujeres hay una señora que subjeta y tiene todas las demás debajo de su mano y jurisdicción, la cual señora se llama Coñori. Dijo que hay muy grandísima riqueza de oro y plata, y que todas las señoras principales y de manera no es otro su servicio sino oro ó plata, y las demás mujeres plebeyas se sirven en vasijas de palo, excepto lo que llega al fuego, que es barro.

En este trozo hay notable variación en la forma, aunque el fondo es, más ó menos, el mismo. En general, desde aquí en adelante se notan machas discrepancias en la redacción de ambos manuscritos.

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Dijo que en la cabecera y principal ciudad en donde reside la señora hay cinco casas muy grandes que son adoratorios y casas dedicadas al Sol, las cuales ellas llaman caranain, y en estas casas por de den- tro están del suelo hasta medio estado en alto plan- chadas de gruesos techos aforrados de pinturas de diversos colores, y que en estas casas tienen muchos (dolos de oro y de plata en figura de mujeres, y mucha cantería de oro y de plata para el servicio del Sol; y andan vestidas de ropa de lana muy fina, porque en esta tierra hay muchas ovejas de las del Perú: ^3 su traje es unas mantas ceñidas desde los pechos hasta abajo, encima echadas, y otras como manto abrochadas por delante con unos cordones; traen el cabello tendido en su tierra y puestas en la cabeza unas coronas de oro tan anchas como dos dedos y aquellos sus colores. Dijo más, que en esta tierra, según entendimos, hay camellos que los car- gan, y dice que hay otros animales, los cuales no supimos entender, que son del tamaño de un caballo, y que tienen el pelo de un jeme y la pata hendida, y que los tienen atados, y que déstos hay pocos. Dice que hay en esta tierra dos lagunas de agua sa- lada, de que ellas hacen sal. Dice que tienen una orden que en poniéndose el sol no ha de quedar indio macho en todas estas ciudades que no salga afuera y se vaya á sus tierras: más dice, que mu- chas provincias de indios á ellas comarcanas los tienen ellas subjetos y los hacen tributar y que les sirvan, y otras hay con quien tienen guerra, y espe-

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cial con la que ya dijimos, y los traen para tener que hacer con ellos: estos dicen que son muy gran- des de cuerpo y blancos y mucha gente, y que todo lo que aquí ha dicho ha visto por muchas veces, como hombre que iba y venía cada día; y todo lo que este indio dijo y más nos habían dicho á nos- otros á seis leguas de Quito, porque de estas muje- res había allí muy gran noticia, y por las ver vie- nen muchos indios el río abajo mil y cuatrocientas leguas; y así nos decían arriba los indios que el que hubiese de bajar á la tierra de estas mujeres había de ir muchacho y volver viejo. La tierra dice que es fría y que hay muy poca leña, y muy abundosa de todas comidas; también dice otras muchas cosas, y que cada día va descubriendo más, porque es un indio de mucha razón y muy entendido, y así lo son todos los demás [de aquella] tierra, según lo habe- rnos dicho.

Otro día de mañana salimos deste asiento del robledal no poco alegres, pensando que ya dejába- mos atrás todo lo poblado y que teníamos lugar para descansar de los trabajos pasados y presentes: y así encomenzamos nuestro acostumbrado camino; pero no habíamos andado mucho, cuando á la mano siniestra vimos muy grandes provincias y poblacio- nes, y éstas estaban en la más alegre y vistosa tierra que en todo el río vimos y descubrimos, porque era tierra alta de lomas y valles muy poblados, de las cuales dichas provincias salió á nosotros á medio río muy gran copia de piraguas á nos ofender y dar

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guerra. Estas gentes son tan grandes y mayores que muy grandes hombres y andan trasquilados, y salieron todos tiznados de negro, á cuya cabsa la llamamos la Provincia de los Negros. Salieron muy lucidos, y acometiéronnos muchas veces; pero no nos hicieron daño, y ellos no fueron sin él. No to- mamos ninguno de los dichos pueblos, por no dar- nos lugar el Capitán por la demasiada gente que había. El Capitán preguntó al indio ya dicho cuya era aquella tierra y que quién la sujetaba, y dijo que aquella tierra y poblaciones que se parecían, con otras muchas que no víamos, eran de un señor muy grande que había nombre Arripuna, el cual seño- reaba mucha tierra, que el río arriba y de traviesa tenía ochenta jornadas que había fasta una laguna que estaba á la parte del norte, la cual está muy poblada, y que la señorea otro señor que se llama Tinamostón; pero dice que éste es muy gran gue- rrero y que comen carne humana, la cual no comen en toda la demás tierra que hasta aquí hemos an- dado. Este sobredicho señor no es de la laguna, sino es de otra. Es el que tiene en y en su tierra los cristianos de que arriba tuvimos noticia, porque este dicho indio los había visto; y dice que posee y tiene muy gran riqueza de plata y con ella se sirven en toda la tierra, pero que oro no lo alcanzan; y en verdad que la misma tierra da crédito á todo lo que se dice, según la vista y parecer tiene.

Fuimos caminando por el río y al cabo de dos días dimos en un pueblo pequeño donde los indios

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se nos defendieron, pero desbaratárnosles y tomá- rnosles la comida y pasamos adelante, y otro que estaba junto á él mayor: aquí se defendieron y pe- learon los indios por espacio de media hora, tan bien y con tanto ánimo, que antes que tuviésemos lugar de saltar en tierra mataron dentro en el ber- gantín grande un compañero que se llamaba An- tonio de Carranza, 24 natural de Burgos. En este pueblo alcanzaban los indios alguna yerba ponzo- ñosa, porque en la herida del dicho se conoció, porque al cabo de veinte y cuatro horas dio el áni- ma á Dios.

Tornando á nuestro propósito, diré que se tomó el pueblo y recogimos todo el maíz que cupo en los bergantines, porque, como vimos la yerba, propusí- monos de no saltar en tierra ni en poblado si no fuese con demasiada necesidad, y así fuimos con más. aviso del que hasta allí habíamos traído.

Caminamos con mucha priesa desviándonos de poblado, y un día en la tarde fuimos á dormir en un robledal que estaba á la boca de un río que en- traba por la diestra mano en el de nuestra nave- gación, que tenía una legua de ancho. El Capitán mandó atravesar para dormir á donde dicho tengo, porque parecía junto á la costa de dicho río no ha- ber poblado y podíamos dormir sin haber zozobra, aunque la tierra de dentro parecía mucho poblada: desto no nos temíamos, y paramos en el dicho ro- bledal, y aquí mandó el Capitán poner á los bergan- tines unas barandas á manera de fosados para de-

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fensa de las flechas, y no nos valieron poco. No había poco que estábamos en este dicho asiento, cuando viene mucha cantidad de canoas y piraguas á se nos poner á vista, sin nos hacer otro mal, y desta manera no hacían sino ir y venir. Estuvimos en este asiento día y medio, y pensábamos de estar más. Aquí se avisó de una cosa no de poco es- panto y adivinación á los que la vimos, y fué que á hora de vísperas se puso sobre un árbol debajo del cual estábamos aposentados un pájaro del cual nunca oimos más del canto, que á muy gran priesa hacía, y distintamente decía hui, y esto dijo tres veces dándose muy gran priesa. También decir que este mismo pájaro ó otro oimos en nuestra com- pafiía desde el primer pueblo donde hicimos los clavos, y era tan cierto, que notando que estába- mos cerca de poblado, al cuarto del alba nos lo decía desta manera: hui; y esto muchas veces: quiere decir que era tan cierta esta ave en su canto que lo teníamos ya por tan cierto como que lo viéra- mos; y así era que cuando se oía nuestros compa- ñeros se alegraban, y en especial si había falta de comida, y se aparejaban á ir todos á punto de gue- rra. Aquí nos dejó esta ave, que nunca la oimos más. Luego mandó el Capitán que nos partiésemos deste asiento porque le parecía que había mucha gente, y que á la noche, según parecía, tenían orde- nado de dar en nosotros: fué noche que mandó el Capitán que pasásemos atados á las ramas porque no se halló lugar para dormir en tierra, y esto fué

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peitnísión divina, que si hallaran que saltar en tierra pocos de nosotros quedaran ó ninguno que pudiera dar nueva del viaje, según pareció; y es que estando como dicho tengo, los indios vienen en nuestro se- guimiento por tierra y agu^, y así nos andaban bus- cando con muy grande estruendo, y así allegaron los indios á nosotros y estuvieron hablando, que los oíamos y víamos, y no permitió Nuestro Sefior que nos acometiesen, porque á nos acometer no quedara oioguno de nosotros; y así tenemos por cierto que Nuestro Señor los cegó para que no nos viesen; y desta manera estuvimos fasta que vino d día, que el Capitán mandó que comenzásemos á caminar. Aquí conocimos que estábamos no muy lejos de la mar, porque llegaba la repunta de la marea, de lo qcie no nos alegramos poco en saber que ya no podíamos dejar de llegar á la mar.

En comenzando á caminar, como dicho tengo, dende á un rato descubrimos un brazo de un río no muy grande, por el cual vimos salir dos escuadrones de piraguas con muy gran grita y alarido, y cada uno de estos escuadrones se fué á los bergantines, y comenzaron á nos ofender y pelear como perros encarnizados; y si no fuera por las baranderas que se habían hecho atrás, saliéramos de esta escara- muza bien diezmados; pero con esta defensa y con el daño que nuestros ballesteros y arcabuceros les hacían fuimos parte, con el ayuda de Nuestro Señor, para nos defender: pero al cabo no salimos sin daño, porque nos mataron otro compañero llamado García

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de Soria, natural de Logroño; ^5 y en verdad que no le entró la flecha medio dedo; pero como traía pon- zoña, no duró veinte y cuatro horas, y dio el ánima á Nuestro Señor. Fuimos peleando desta manera desde que amaneció fasta que serían más de las diez, que no nos dejaron un momento holgar, antes cada hora había mucha más gente, tanto que el río anda- ba cuajado de piraguas, y esto porque estábamos en tierra muy poblada y de un señor que se lla- maba Nurandaluguaburabara.* Sobre la barranca ha- bía muy gran copia de gente, que estaba mirando la guazabara, ^^ así que como nos fuesen siguiendo íbannos poniendo en mucho aprieto, tanto que esta- ban ya cerca de los bergantines. Aquí se hicieron dos tiros muy señalados con los arcabuces, que fue- ron parte para que aquella gente diablada nos de- jase; y el uno hizo el Alférez, que mató de un tiro dos indios, y de temor de este trueno cayeron mu- chos al agua, de los cuales no escapó ninguno, por- que todos se mataron desde los bergantines: el otro hizo un vizcaíno llamado Perucho. ^7 Esta fué una cosa muy de ver, de cuya cabsa los indios nos de- jaron y se volvieron sin socorrer á los que andaban por el agua: ninguno de éstos, como dicho tengo,

«

se escapó.

Acabado esto, el Capitán mandó atravesásemos á la banda siniestra del río por huir de lo poblado que parecía, y así se hizo: fuimos caminando por la

Ichtpayo.

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dicha parte algunas leguas por tierra mucho buena, excepto que á la lengua del agua no había pobla- do, que todo parecía la tierra adentro; no supimos qué era la cabsa. Así fuimos costeando: vimos lo poblado en parte donde no nos podíamos aprove- char dello, y más se parecía unas fortalezas sobre unos cerros y lo más peladas, que estarían del río .dos ó tres leguas: no supimos qué señor señoreaba esta tierra, más de que el indio nos dijo que en aque- llas fortalezas se hacían fuertes cuando les daban gue- rra, pero no supimos quién era el que se las daba.

Yendo caminando, mandó el Capitán que saltá- semos en tierra por tomar alguna recreación y ver la disposición de aquella tierra que tanto á nuestras vistas agradaba; y así, paramos días en este dicho asiento, de donde el Capitán mandó que se fuese á ver la tierra dentro en una legua por ver y saber qué tierra era: y así, fueron, y no caminaron una legua cuando los que iban dan la vuelta, dicen al Capitán como la tierra iba siempre mejorando por- que era todo sábanas y los montes como dicho ha- bemos, y parecía mucho rastro de gente que venía por allí á caza, y que no era cosa de pasar adelante; y así de la vuelta el Capitán se holgó.

Aquí comenzamos á dejar la buena tierra y sá- banas y tierra alta, y comenzamos á entrar en tierra baja de muchas islas, aunque pobladas no tanto como las de arriba. Aquí dejó el Capitán la tierra firme y se metió en las islas, por las cuales fué ca- minando, tomando de comer á donde veíamos que

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sin daño se podía hacer; y por ser las islas muchas y muy grandes, nunca pudimos tornar á tomar la tierra ñrme de una ni de la otra parte fasta la mar, en que iríamos por entre las islas doscientas leguas, todas las cuales, y aun ciento más, sube la marea con mucha furia, en que por todas son trescientas de marea é mil y quinientas sin ella; de manera que se montan las leguas que hemos andado por este río, desde donde salimos hasta la mar, mil y ocho- cientas leguas, antes más que menos.

Yendo caminando por nuestro acostumbrado ca- mino, como salíamos muy faltos y con harta nece- sidad de comida, fuimos á tomar un pueblo, el cual estaba metido en un estero: hora de pleamar mandó el Capitán enderezar allá el bergantín grande; acertó á tomar el puerto bien y saltaron los compañeros en tierra: el pequeño no vido un palo que estaba cubierto con el agua, y dio tal golpe que una tabla se hizo pedazos, tanto que el barco se anegó. Aquí nos vimos en muy grandísimo aprieto, tanto que en todo el río no le tuvimos mayor, y pensamos todos perecer, porque de todas partes nos golpeaba la fortuna; porque como nuestros compañeros salta- ron en tierra, dieron en los indios y los hicieron huir, y creyendo que estaban seguros comienzan á recoger comida. Los indios, como eran muchos, re- vuelven sobre nuestros compañeros, y danles tal mano, que los hacen volver donde estaban los ber- gantines, los indios en su seguimiento; pues en los bergantines poca seguridad tenían, porque el grande

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estaba en seco, que había bajado la marea, y el pequeño anegado, como he dicho; y así estábamos en esta necesidad sin tener remedio sino de sólo Dios y el de nuestras manos, que era el que nos había de valer y sacar de la necesidad en que estába- mos; y luego el Capitán ordenó de poner y dar luego remedio como no recibiésemos dafto, y fué de mane- ra que mandó dividir la gente, que fué que la mitad de todos los compañeros peleasen con los indios y los otros barasen el bergantín pequeño y se ado- base; y mandó luego que el grande se pusiese en alto de manera que nadase, y quedó dentro el Ca- pitán con solamente los dos religiosos que venía- mos en su compañía y otro compañero á guardar el dicho bergantín, y para defensa de los indios por la parte del río: así estábamos todos, no sin tener poco en que entender, de manera que teníamos guerra por tierra y fortuna por agua; plugo á Nues- tro Señor Jesucristo de ayudamos y favorecernos como siempre ha fecho en todo este viaje, y que nos ha traído como gente perdida, sin saber dónde estábamos ni dónde íbamos, ni qué había de ser de nosotros. Aquí se conoció muy particular y general- mente que usó nuestro Dios de su misericordia, pues sin entender ninguno cómo hizo la merced divina y con su inmensa bondad y providencia divina se re- medió y se socorrió, de manera que el bergantín se adobó y se echó una tabla; y á este mismo tiempo huyó la gente de guerra, y en tres horas que se tardó la dicha obra no dejaron de pelear. ¡Oh in-

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menso y soberano Dios, cuántas veces nos vimos en trances de agonía tan cercanos á la muerte que sin tu misericordia era imposible alcanzar fuerzas ni consejo de los vivos para quedar con las vidas! De este pueblo sacamos alguna comida, y vino tan justo el día con la necesidad, que la noche cerrada y nos- otros acabados de embarcar todo fué uno. Esta noche dormimos en el mesmo río en los berganti- nes. £1 día siguiente tomamos puerto en un monte. Aquí pusimos por obra de aderezar el bergantín pe- queño de manera que pudiese navegar, que tarda- mos en la dicha obra diez y ocho días, y de nuevo se tornaron á hacer aquí clavos, donde de nuevo nuestros compañeros no trabajaron poco; pero ha- bía muy gran falta de comida: comíamos el maíz por granos contados. Asimismo, estando en esta necesidad, mostró Nuestro Señor el particular cui- dado que tenía de nosotros pecadores, pues quiso proveer en esta necesidad como todo lo demás que tengo dicho; y fué así, que un día sobre tarde pare- ció que venía por el río una danta muerta, tamaña como una muía, y visto por el Capitán mandó á ciertos compañeros que se la trujesen y tomasen una canoa para traerla, y la trujeron y se repartió por todos los compañeros, de manera que á cada uno le cupo de comer para cinco ó seis días, que no fué poco, sino mucho remedio para todos. Esta danta venía recien muerta, porque estaba caliente y no traía ninguna herida.

Acabado de adobar el bergantín y clavos, para

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adobar el grande partimos de este asiento y fuimos caminando y buscando aparejo ó playa para lo sacar y adobar de lo necesario. Día de San Salvador, que es la Transfiguración de Nuestro Redentor Jesucris- to, hallamos la dicha playa que buscábamos, adonde se adobaron de todo entrambos bergantines y se les hizo sus jarcias de yerbas y cabos para la mar, y velas de las mantas en que dormíamos, y se les pu- sieron sus mástiles: tardóse de hacer la dicha obra catorce días, de continua y ordinaria penitencia por la mucha hambre y poca comida que había, que no se comía sino lo que se mariscaba á la lengua del agua, que eran unos caracolejos y unos cangrejos bermejuelos del tamaño de ranas; y éstos iban á tomar la mitad de los compañeros y la otra mitad quedaban trabajando: desta manera y con este tra- bajo concluímos la dicha obra, que no fué pequeña alegría para nuestros compañeros, los que tenían echado aparte tan gran trabajo.

Salimos de este asiento á ocho días del mes de Agosto, bien ó mal proveídos según nuestra poca posibilidad, porque muchas cosas nos faltaban de que teníamos necesidad; pero como estábamos en parte que no lo podíamos haber, pasábamos nues- tro trabajo como mejor podíamos. De aquí fuimos á la vela guardando la marea, dando bordos á un cabo y á otro, que bien la había según por donde el río era ancho, aunque íbamos entre islas, pues no estábamos en poco peligro cuando aguardábamos la marea; pero como no teníamos rejones, estaba-

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mos amarrados á unas piedras. Echábamonos por portalles y teníamonos tan mal que nos acontecía mnchas veces garrar y volver el río arriba en una hofa mis que hablamos andado en todo ^ día. Quiso nuestro Dios, no mirando á nuestros pecados, de nos sacar de estos peligros y hacernos tantas mer- cedes que no permitió que nos muriésemos de ham- bre ni padeciésemos naufragio, del cual estábamos muy cerca muchas veces, hallándonos en seco, ya todos en el agua, pidiendo á Dios misericordia; y según las veces que tocaron y se dieron golpes, puédese creer que Dios con su poder absoluto nos quiso librar porque nos enmendásemos ó para otro misterio que Su Divina Majestad guardado [tenía] que así los hombres no alcanzamos. Fuimos cami- nando continuamente por poblado, donde nos pro- veímos de alguna comida, aunque poca, porque los indios la tenían alzada, pero hallábamos algunas raí- ces que llamaban inanes, que á no las hallar, todos pereciéramos de hambre: así salimos muy faltos de bastimentos. £n todos estos pueblos nos esperaban los indios sin armas, porque es gente muy doméstica, y nos daban señas como habían visto cristianos. Es- tos indios están á la boca del río por donde salimos, donde tomamos agua, cada uno un cántaro, y unos á medio almud de maíz tostado, y otros menos, y otros con raíces, y de esta manera nos pusimos á punto de navegar por la mar por donde la ventura nos guiase y echase^ porque nosotros no teníamos piloto, ni agtija, ni carta ninguna de navegar, y ni

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sabíamos por qué parte ó á qué cabo habíamos de echar. Por todas estas cosas suplió nuestro maestro y redentor Jesucristo, al cual teníamos por verda- dero piloto y guía, confiando en su Sacratísima Ma- jestad que Él nos acarreara y llevara á tierra de cristianos. Toda la gente que hay en este río que hemos pasado, como hemos dicho, es gente de mu- cha razón y hombres ingeniosos, según que vimos y parecían por todas las obras que hacen, así de bulto como dibujos y pinturas de todas las colores, muy vivísimias, que es cosa maravillosa de ver.

Salimos de la boca deste río por entre dos islas, que había de la una á la otra cuatro leguas por me- dio río, y todo él junto, según arriba le vimos, ten- drá de punta á punta sobre cincuenta leguas: mete en la mar el agua dulce más de veinte y cinco le- guas;* crece y mengua seis ó siete brazas. Salimos, como dije, á veinte y seis días del mes de Agosto, día de San Luis; é hízonos tan buen tiempo, que nunca por río ni por la mar tuvimos aguaceros, que no fué poco milagro que Nuestro Señor Dios obró con nosotros. Comenzamos á caminar con entram- bos bergantines, unas veces á vista de tierra y otras veces que la veíamos, mas no que supiésemos dón- de, y el mismo día de la Degollación de San Juan en la noche se apartó el un bergantín de otro, que nunca más nos podimos ver, que pensamos que se hubiesen perdido, y al cabo de nueve días que nave-

Veinte.

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gábamos metiéronnos nuestros pecados en el golfo de Paria* pensando que aquel era nuestro camino, y como nos hallamos dentro quisimos tomar á salir á la mar: fué la salida tan dificultosa, que tardamos en ella siete días, todos los cuales nunca dejaron los remos de las manos nuestros compañeros, y en todos estos siete días no comimos sino fruta á ma- nera de ciruelas, que se llaman hogos; así que con mucho trabajo salimos por las bocas del Dragón, que tales se pueden llamar para nosotros, porque por poco nos quedáramos dentro. Salimos de ésta cárcel; fuimos caminando dos días por la costa ade- lante, al cabo de los cuales, sin saber dónde estába- mos, ni dónde íbamos, ni qué había de ser de nos- otros, aportamos á la isla de Cubagua, y ciudad de la Nueva Cádiz, donde hallamos nuestra compañía y pequeño bergantín, que había dos días que había llegado, porque ellos llegaron á nueve días de Sep- tiembre y nosotros llegamos á once del dicho mes con el bergantín grande, donde venía nuestro Capi- tán: tanta fué el alegría que los unos con los otros recebimos, que no lo sabré decir, porque ellos nos tenían á nosotros por perdidos y nosotros á ellos. De una cosa estoy informado y certificado: que así á ellos como á nosotros nos ha hecho Dios grandes mercedes y muy señaladas en nos traer en este tiempo, que en otro los- maderos que andan por la costa no nos dejaran navegar, porque es la

Apañan.

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más peligrosa costa que se ha visto. Fuimos tan bien recebidos de los vecinos de esta ciudad como si fuéramos sus hijos, porque nos abrigaron y dié-, ronnos lo que habíamos menester.

Desta isla acordó el Capitán de ir á dar cuenta á Su Majestad deste nuevo y gran descubrimiento y deste río, el cual tenemos que es Marañón, porque hay desde la boca hasta la isla de Cubagua cuatro- cientas cincuenta leguas por la altura, porque así lo hemos visto después que llegamos. En toda la costa, aunque hay muchos ríos, son pequeños.

Yo, fray Gaspar de Carvajal, el menor de los religiosos de la Orden de nuestro religioso Padre Santo Domingo, he querido tomar este poco tra- bajo y suceso de nuestro camino y navegación, así para decirla y notificar la verdad en todo ello, como para quitar ocasiones á muchos que quieran contar esta nuestra peregrinación, ó al revés de como lo hemos pasado y visto; y es verdad en todo [lo] que yo he escrito y contado, y porque la prodi- galidad engendra fastidio, así, superficial y sumaria- mente, he relatado lo que ha pasado por el capitán Francisco de Orellana y por los hidalgos de su com- pañía y compañeros que salimos con él del real de Gonzalo Pizarro, hermano de D. Francisco Pizarro, Marqués y Gobernador del Perú. Sea Dios loado. Amén.

DOCUMENTOS

Carta át Gemíale fítarrv al Fey, fteha tt áj lU SeplUmirt dt tS4J, *

S. C. C. M.

JESDE la ciudad de Quito escrebí á V. M. hacién- dole saber como yo habia venido á ella á la tener en gobernación por V. M., porquel Marqués mi hermano, ya difunto, por virtud del poder y facultad que de V. M. tuvo, renunció en mi la gobernación de Quito y la Culata y Puerto Viejo, como más largamente á V. M. he hecho saber; y ansí mismo hice saber á V. M. cómo por las grandes noticias que en Quito y fuera del yo tuve, ansí por caciques prencipales y muy antigos como por españo- les, que conformaban, ser la provincia de la Canela y La- guna del Dorado tierra muy poblada y muy rica, por cuya causa yo me determiné de la ir á conquistar y descubrir y por servir á V. M. y por le ensanchar y aumentar sus reí-

* Archivo de lodiu, •Pttronati», estanie t.*, cajón i.>, legajo </e, Ddn. 2, ramo 1 1 ; publicada por D. Marcos Jiménez At la Elspada en el nd- loero de 32 de Agoilo de 1692 de La lUutraaón EspaHata y Amtricama,

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nos y patrimonio real, y porque me certeñcaron que destas provincias se habrían grandes tesoros de donde V. M. fuese servido y socorrido para los grandes gastos que de cada día á V. M. se le ofrecen cada día en sus reinos; y con este celo y voluntad gasté más de cincuenta mili castellanos, por los cuales ó la mayor parte dellos estoy empeñado, que hice de gastos en socorros de la gente que llevé de pie y de caballo.

Y el subceso de lo que en la jornada pasó, es que yo entré con más de docientos hombres de pie y de caballo, con otros muchos aderezos y municiones de armas convi- nientes á la tal jornada, dejando ante todas cosas el recaudo y personas convinientes á la buena gobernación de las ciu- dades y villa y al servicio de V. M.; y apartándonos de la ciudad siete leguas, dimos en montañas muy ásperas y grandes sierras de donde nos fué forzado abrir camino de nuevo, ansí para la gente como para los caballos, y fuimos siguiendo el viaje hasta llegar á la provincia de Qumaco, que habrá bien sesenta leguas, donde se tenía noticia que era gran poblazón, sin poder andar á caballo, y allí senté el real para le reformar, ansí á los españoles como á los caballos, que iban todos muy fatigados de los grandes tra- bajos que habían pasado de subir y bajar las grandes sie- rras y de las muchas puentes que se habían fecho para pasar los ríos. Y aquí hallé la tierra abundosa de comida, aunque las moradas de los indios estaban apartadas unas de otras y en las laderas de la sierra, la cual es inhabitable por razón de las muchas aguas y ciénegas y sierras que en ella hay, y hice traer todo el más bastimento que pude.

Y como las aguas cargaban, procuré de me informar á qué parte era la tierra de la Canela de algunos indios que yo había fecho tomar de los naturales, los cuales dijeron que sabían adonde estaba la tierra de la Canela; y como fuese cosa de que tanta noticia se tenía y por tan rica tierra era habida, porque V. M. mejor y más cierto fuese infor-

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mado de la verdad, determiné de ir en persona á la ver con ochenta soldados á pie sin llevar caballo ninguno, por- que la disposición y aspereza de la tierra no daba lugar á ello. Y ansí yo anduve en busca de los árboles de la canela y provincia donde estaba, bien más de setenta días, en lo cual pasamos grandes trabajos y hambres por razón de la aspereza de la tierra y variación de los guías, del cual tra- bajo murieron algunos españoles, por razón de las grandes aguas y hambres que pasamos; y á cabo deste tiempo ha- llamos los árboles que llevan la canela, que son unos capu- llos, la muestra de la cual envío á V. M.; y la hoja tiene el mismo gusto, y la corteza ni lo demás no tiene gusto ninguno; los cuales estaban en unas montañas muy áspe- ras, despobladas é inhabitables; y unos árboles eran peque- ños y otros algo más gruesos, y estaban apartados unos de otros mucho trecho. Es tierra y fruto de que V. M. no puede ser dello servido ni aprovechado, porque es poca cantidad y de menos provecho.

Desde allí sah á otra provincia que se dice Capua, y de allí envié por el real y fui prosiguiendo la vía que los guías decían donde era la buena tierra, y todo siempre por montañas y sierras y haciendo camino de nuevo, y llegué á otra provincia que se dice Guema, adonde hallé obra de dos leguas de gabana en largo y un cuarto en ancho de tierra llana; y aquí procuré de tomar indios naturales, y tomados, con ellos atraje de paz al cacique y señor desta provincia; al cual, interrogándole por la tierra adentro, fui del informado que más abajo era la buena tierra, y estaba muy poblada de gente, y andaba vestida, porque la que hasta aquí había topado toda andaba desnuda.

Y por la noticia que deste cacique tuve, envié á D. An- tonio de Ribera, maestre de campo, con cincuenta hombres á lo ver y facer el camino por donde el real pudiese pasar; el cual estuvo en ir y venir quince días y trajo relación de que había hallado un río muy grande, que junto á la lengua

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del agua había casas, y que en el río había visto muchos indios vestidos que andaban en canoas, y que le parecía que aquella provincia estaba muy poblada, porque andaban los indios que había visto vestidos y bien tratados. Y lue- go como vino con esta relación, me partí y llegué á esta provincia, que se llama Omagua, pasando grandes ciéna- gas y muchos esteros.

Llegado allí, procuré de atraer de paz los caciques della, que andaban alterados y en el agua con sus canoas; y desde el agua contraté con ellos y vinieron de paz. Y te- niéndolos ansí de paz, se alteraron de tal manera que se huyeron los más dellos, usando de cautelas y malas mañas que los indios siempre tienen; y no lo pudieron hater tan á su salvo, que fio quedase el cacique y algunos prindpales, por el buen recaudo que yo en ellos tenía. Y aquí procuré de les tomar algunas canoas, como las tomé, que fueron quince, y porque los indios desta provincia se tratan y contratan por el agua en sus canoas, porque la tierra aden- tro no se puede andar, porqués todo ciénegas y mucha agua y todos tienen sus viviendas y casas junto á la lengua del agua. Y ansí, en las canoas que yo tomé pasábamos el río á buscar comida, no embargante que no éramos parte para nos osar desmandar por el agua, porque había en el río muchas veces ciento é ciento y cincuenta canoas, toda gente de guerra; y son tan diestros en el andar destas ca- noas y en el gobernallas, que á esta causa nadie es parte para los facer mal ni poder conquistar.

Y viendo la dispusición de la tierra y la aspereza de las montañas, y como por la noticia que tenía de la tierra adentro habíamos de ir el río abajo, lo cual no se podía ir sino abriendo camino de nuevo, y por llevar la gente se- gura y más guardada, y porque los indios desde el agua no hiciesen mal á la gente del real, me convino hacer un bergantín, para que amparase y acompañase á las canoas que yo había tomado, y porque teníamos necesidad de

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buscar comida para el real y pasar el río de la una parte á la otra para la buscar, y sin este bergantín y canoas no se podía sustentar la gente del real, ansí de comida como para llevar las armas y munición de los arcabuces y ballestas y de las otras cosas necesarias á el real, y para llevar los do- lientes y el herraje para los caballos, y barras y azadones y otras cosas necesarias, porque ya se nos había muerto lo más del servicio que llevábamos, porquesta tierra es ca- liente; lo cual todo hice con intención, si no topásemos bue- na tierra donde poblar, de no parar hasta salir á la mar del Norte.

Y yendo caminando el río abajo la vía que los guías decían, estando setenta leguas desta provincia, tuve nueva de los guías que llevaba como había un despoblado grande en el cual no había comida ninguna; y sabido esto, hice parar el real y bastecernos de comida toda la más que se pudo haber; y estándose ansí la gente proveyendo de co- mida, vino á el capitán Francisco de Orellana y me dijo como las guías que yo en su poder tenía puestas por mejor guarda y porque los hablase y dellos se informase de la tierra adentro, por estar desocupado, porque yo entendía en las cosas de guerra; y me dijo que las guías decían quel despoblado era grande y que no había comida ninguna hasta donde se juntaba otro río grande con este por donde caminábamos, y que allí una jornada el río arriba había mucha comida; de las cuales guías yo me torné á informar y me dijeron lo que habían dicho al capitán Orellana; y el capitán Orellana me dijo que por servir á V. M. y por amor de mí, que él quería tomar trabajo de ir á buscar la comida donde los indios decían, porquel estaba cierto que allí la habría; y que dándole el bergantín y las canoas ar- madas de sesenta hombres, quel iría á buscar la comida y la traería para socorro del real, y que como yo caminase hacia abajo y él viniese con la comida, quel socorro sería

breve y dentro de diez ó doce días tornaría á el real.

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Y conñando quel capitán Orellana lo haría ansí como lo decía, porquél era mi teniente, dije que holgaba que fuese por la comida, y que mirase que viniese dentro de los doce días y por ninguna manera no pasase de las juntas de los ríos, sino que trajese la comida y no curase de más, pues llevaba gente para lo hacer ansí; y él me dijo que por nin- guna manera él había de pasar de lo que yo le decía, y que él vernía con la comida en el término que había dicho. Y con esta conñanza que del tuve le di el bergantín y canoas y los sesenta hombres, porque había nueva que andaban muchos indios en canoas por el río; diciéndole ansimismo, que pues los guías habían dicho que en el principio del despoblado había dos ríos muy grandes, que no se podían facer puentes, que dejase allí cuatro ó cinco canoas para pasar el real; y me prometió de lo ansí facer, y ansí se partió.

Y no mirando á lo que debía al servicio de V. M. y á lo que debía de facer como por le había sido dicho, como su capitán, y al bien del real y jornada, en lugar de traer la comida, se fué por el río sin dejar ningún provei- miento, dejando tan solamente las señales y cortaduras de cómo habían saltado en tierra y estíido en las juntas y en otras partes, sin haber parescido ni nueva de él fasta ahora, usando con todo el real de la mayor crueldad que infieles ningunos usaran, viéndole quedar tan desproveído de co- mida y metido en tan gran despoblado y entre tan grandes ríos, llevando todos los arcabuces y ballestas y municiones y herrajes de todo el real, y con gran trabajo llegó el real á las juntas donde me había de esperar. Y llegados, como la gente del real viese las juntas y no ser socorridos de la comida, porque se había ido y no había manera de hallar ninguna comida, se puso en gran desmayo, porque había muchos días que todo el real no comía sino cogollos de bihaos y algunos cuescos que hallaban por el suelo que caían de los árboles, con todos los gétieros de salvajinas

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ponzoñosas que podían hallar, porque se habían comido en este «despoblado más de mili perros y más de cien caba- llos, sin otro género de comida alguna, á causa de lo cual mucha gente del real habían adolecido y estaban unos ñacos y otros se murieron de hambre y no estar para poder pasar adelante.

Y por visto cómo Orellana era ido y alzado, procuré buscar la comida y envié personas ansí por la tierra como por el agua en cinco canoas que milagrosamente yo tomé á los indios con mi persona, las cuales canoas fueron parte para nos salvar las vidas en pasarnos los grandes ríos que hallamos; las cuales personas que yo ansí había enviado á buscar la comida, vinieron sin traer nueva alguna de co- mida á cabo de seis días, de cuya causa el real se puso en mayor necesidad.

Y por visto la falta de comida y gran desmayo que el real tenía, tomé las canoas y siete ü ocho compañeros, y me metí por el río abajo, con determinación de no parar hasta hallar comida, para con ella socorrer el real; y fué Dios servido que el día que me partí llegué á las juntas de los ríos donde Orellana había de estar y no pasar ade- lante, y fui por el río arriba donde tenía noticia de la co- mida, la cual hallé en cantidad; y con estas nuevas volví al real, al cual hallé con voluntad y disposición de no poder pasar adelante, ansí por la falta de comida, como por la falta de los muchos caballos que se habían comido y por se haber llevado Orellana las armas del real y bergantín y canoas, con lo cual atravesábamos el río de la una parte á la otra á buscar comida, porque sin el bergantín é canoas no éramos parte para ninguna cosa; y todos determinaron á decirme que antes querían morir allí que pasar adelante.

Y vista la indispusición de la gente y la falta de los caballos y de armas y de las más cosas que Orellana había llevado, vi que no era parte para pasar adelante, y también por el gran despoblado que el río abajo teníamos

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por pasar, y ansí determiné de pasar el real el río grande en las canoas, en el cual pasaje se pasó mucho trabajo y pérdida de caballos por la grandeza del río y hondura del agua, que tardamos en le pasar ocho días. Y pasado el real, caminando una jornada por el río arriba de las juntas donde se halló la comida que yo había descubierto, y donde era la noticia que Orellana la había de hallar, á donde los del real y caballos que habían quedado nos reformamos en alguna manera y nos proveímos de comida para otro despoblado, que ansímismo con mucho trabajo pasamos, en el cual se acabaron de comer todos los caballos que que- daron, que fueron más de otros ochenta; en él cual despo- blado se hallaron muchos ríos y esteros muy grandes, que no se podían pasar los más dellos sin las canoas; y hubo muchos días que se hicieron en dos leguas doce, trece, quince y más puentes para pasar el real; y siempre cami- namos á pie, abriendo el camino de nuevo, porque los indios y gente de aquellas provincias siempre andan y conversan por el agua en sus canoas, porque si no es por la orilla del río no se puede caminar, por la mucha agua y ciénegas y esteros que hay; y muchos días hubo que caminábamos el agua á la rodilla y á muchos cabos á la cinta, y más arriba.

Y con gran trabajo y pérdida de todo cuanto llevába- mos, subimos á tierra de Quito con tan solamente nuestras espadas y sendos bordones en las manos, y siempre abrien- do camino. Y hasta adonde di la vuelta habría más de dos- cientas y setenta leguas, y mucho más camino por donde volvimos, en la cual vuelta ansimismo se murieron algunos españoles, de pura hambre: de lo cual todo envío informa- ción á V. M. Y de todos nuestros trabajos y pérdidas, ni nos pesó ni pesa, sino por no hallar algunas riquezas para con que los grandes gastos de V. M. pudieran ser reme- diados.

En toda esta tierra que ansí anduvimos no se halló dis- pusición para poder hacer algún pueblo, por ser como es

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la tierra montuosa de grandes sierras y asperezas é inhabi- table; no embargante que algunos de los que allá andaban que tenían conocimiento decían que habría y se hallarían minas de oro.

Y llegado á Quito, hallé que habiendo ido á servir á V. M. con tanto gasto de mi hacienda, y sin causa ni poder de V. M. que para ello hobiese, el licenciado Vaca de Cas- tro, pasando por allí, me quitó aquel pueblo de Quito con la Culata y Puerto Viejo, que yo tenía en gobernación por V. M., y se hizo rescebir por gobernador dello, á cuya causa ha habido en estos pueblos muchas alteraciones entre los españoles como entre los indios naturales, y ha sido causa que los indios de la Culata se alzasen y el pueblo se despoblase y la isla de la Puna se alzasen y matasen en lo uno y en lo otro más de cien españoles, entre los cuales mataron al obispo de Lima, como ya V. M. habrá sabido. Y por no dar enojo á V. M. ni le deservir, porque mi de- seo no es otro sino siempre servir á V. M., como mis pa- sados y yo habemos fecho, no me he entremetido á tornar á tomar la posesión de los pueblos que yo ansí tenía en gobernación por V. M.; y tengo por cierto que por ello V. M. me ha de facer merced, como siempre me ha fecho y hace, y no holgará de lo que ansí el licenciado Vaca de Castro ha fecho, pues por V. M. no le es mandado que á los que gastan sus vidas y hacienda en servicio de V. M. se les quite lo que por V. M. tienen, mas antes hacelles mayores mercedes.

Y jansimismo supe cómo D. Diego de Almagro y otras personas habían muerto al Marqués mi hermano y á otras muchas personas y alzádose con la tierra é con grandes robos é fuerzas é injusticias que en todo ello intervino, todo contra el servicio de V. M., é sido causa de que los naturales destas partes se hayan alzado y rebelado contra el servicio de V. M. Y viendo el gran daño que de todo ello redunda y podría redundar en mayor deservicio de

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V. M., me determiné de ansí como salí de la jornada de la Canela, con mi espada y el bordón en la mano, con más de sesenta compañeros vamos en busca del licenciado Vaca de Castro, presidente de V. M., para hacer lo que por él en nombre de V. M. me fuera mandado y procurar con todas mis fuerzas de allanar y tornar á reducir la tierra y naturales que estuvieren alzados y rebelados al servicio de V. M. y procurar que su presidente y justicia sea tenida y obedecida como es justo que sea; porque soy informado que D. Diego y sus consortes no obedecen los manda- mientos de V. M. ni de su justicia real, que en lo que toca al castigo de la muerte del Marqués mi hermano, V. M. es tan justo que lo mandará castigar como el caso lo requiere y como más convenga al servicio de V. M.

Esta tierra de Quito está muy perdida, que aquí al- canzan las alteraciones de D. Diego; y ansimismo diz que está toda la tierra del Pirü, lo cual he sabido de personas que de allá han venido. Yo me daré toda la más priesa que pudiere para llegar donde está el presidente de V. M., porque como van á pie estos compañeros y yo por les tener compañía, no podemos llegar tan presto como yo deseo. Y espero yo en Dios de servir á V. M. en esta jornada, por saber los pasos y rincones desta tierra y por conocer á todos los que acá hay y ellos á mí, y por tener como tengo muchos amigos en ella que por mi respeto y ruego dejarán sus casas y irán á servir á V. M., poniéndose á todos los peligros que se ofrecieren. Nuestro Señor guarde la Sacra y Católica persona de V. M. con acrecentamiento de mayores reinos y señoríos como por V. M. es deseado. Del pueblo de Tomebaniba, tierra de Quito, á tres días de Setiembre de mili quinientos cuarenta y dos años. El va- sallo que los sacros pies y manos de V. M. besa=GoN-

ZALÜ PlZARRO.

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Documentos obrados durante el viaje de Orellana, y presentados por éste al Consejo de Indias en 7 de yunto de IS49' *

Muy poderosos Señores:

El capitán Francisco de Orellana, digo: que á mi noticia es venido que por parte de Gonzalo Pizarro se han presen- tado cartas informaciones, diciendo que yo me partí del real donde él estaba, y que me alcé con un bergantín y canoas de gente y hacienda suya, y que por venirme alzado mu- rieron algunos de hambre; y porque cualquier información y petición que en esto se haya hecho y dado es contra verdad, suplico á V. A. mande ver unos testimonios que yo traigo de toda la gente que conmigo vino, por donde constará lo que en ello pasó; porque, atenta la calidad de mi persona ó del negocio, no fuera justo quel dicho Gon- zalo Pizarro informara lo que informa con testigos tomados por él como Gobernador, que según la calidad del negocio habían de decir para disculparse á todo lo que se les pidiese, é suplico que en esto se consideren cinco cosas: la una, el testimonio que yo traigo de toda la gente, que son tantos en número, así religiosos como seglares, y que eran de los honrados del real, y que en lo que dice no pretende tener intereses en que se diga que yo lo podía pretender, la segunda, quel mesmo Gonzalo Pizarro me dio la gente (,.roto..) yo habiera pensado tal maldad, no dejara mis cria- dos é negros é poca hacienda que tenía en el real; la ter- cera, que no había causa para que yo me alzase, pues era

Archivo de Indias, cPatronato, estante i.*, cajón 4.«, legajo «/e, Düm. 2, ramo 11.

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el principal del real, y no aventuraba interés ninguno en ir con tanto peligro por un río, muerto de hambre, por tierra que no sabía, lo cual ha mostrado la experiencia y parece por la relación que he dado; la cuarta, la diñcultad que notoriamente parece que podía haber en la vuelta desde el lugar donde se halló la comida; la quinta, que las mismas corrientes nos llevaron; y, sobre todo, se mire cuan poca nescesidad hay de imponer á estas cosas por quererse á salvar, habiendo Dios sido servido que por medio de los que allí, veníamos se descubriesen, sin pensar, con tanto riesgo y ventura, tantas gentes que podrán venir al conos- cimiento de Dios, y de que podrá susceder tanto bien á estos reinos; y ansí, suplico á V. A. mande luego despa- charme como fuere servido, y en ello rescibiré merced.

Previdencia, Que se junte esta petición con los testi- monios y se vea. En Valladolid, á 7 de Junio de 1 543 años.

En el pueblo de Aparía, ques en este río grande que viene de los Quijos, á cuatro días del mes de Enero, año del nasci miento de Nuestro Salvador Jesucristo de mili é quinientos é cuarenta y dos años, el señor capitán Fran- cisco de Orellana, Teniente General de Gobernador por el muy magnífico señor Gonzalo Pizarro, Gobernador de Su Majestad, nombró por escribano deste real que trae del se- ñor Gobernador, á Francisco de Isásaga, para que antél pase todo lo que acaeciere y pasare, y para que fee de lo que en la dicha jornada aconteciere: el dicho señor Te- niente da poder al dicho Francisco de Isásaga, en nombre de Su Majestad y del dicho señor Gobernador, para que use el dicho oficio de escribano: testigos á todo lo suso- dicho, el comendador Cristóbal Enríquez, y el padre fray Gaspar de Caravajal, y Alonso de Robles, y Juan de Ar- nalte, y Hernán Gutiérrez de Celis, y Alonso de Cabrera y Antonio de Carranza. El dicho señor Teniente lo firmó, y los testigos. Francisco de Orellana. Fray Gaspar Car-

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vajal. Vicario General. Xptoval Enrriquez. Alonso de Robles, Juan de Amalle, Celis. Carranca, Alofiso de Cabrera.

É luego el dicho señor Teniente tomó é rescibió jura- mento en forma al dicho Francisco de Isásaga, so cargo del cual juró de usar el dicho oficio bien é fiel é diligente- mente; y el dicho Francisco de Isásaga dijo juro y amén: testigos, los dichos; y el dicho Francisco de Isásaga lo fir- mó de su nombre. Francisco de Ore llana. Francisco de Isásaga,

En este dicho día, mes y año suso dicho el dicho señor Teniente pidió á el dicho escribano Francisco de Isá- saga que le fee y verdadero testimonio de cómo él en nombre de Su Majestad, por el gobernador Gonzalo Piza- rro, toma posesión, como su Teniente General, en este pue- blo de Aparia y en el pueblo de Irimara y en todos los demás caciques que han venido de paz; y que le fee de como han venido adonde él está, y le han servido y sirven, y cómo ha tomado la dicha posesión sin embargo de nadie. Testigos que fueron presentes á ver tomar la dicha pose- sión: el padre Fr. Gaspar de Carvajal, y el Comendador Cristóbal Enríquez, y Alonso de Robles, y Antonio Carran- za, Alonso Cabrera y Cristóbal de Segovia.

Yo Francisco de Isásaga, escribano nombrado por el dicho señor Teniente, doy fee y verdadero testimonio como este dicho día, mes y año suso dicho tomó la vara de justi- cia en la mano, y tomó en nombre de Su Majestad, por el señor gobernador Gonzalo Pizarro, posesión en este pueblo de Aparia y de Irimara, la cual dicha posesión tomó sin contradición ninguna: y más, doy fee como han venido los dichos caciques de paz y han dado obidiencia á Su Majes- tad, y sirven y traen de comer para los cristianos. Testi- gos, los dichos. Francisco de Isásaga.

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Magnífico señor Francisco de Orellana: Nos, los caba- lleros y hidalgos y sacerdotes que en este real nos hallamos con vuestra merced, vista su determinación para caminar el río arriba por donde bajamos con vuestra merced, é visto ser cosa imposible sobir adonde vuestra merced dejó el se- ñor Gonzalo Pizarro, nuestro Gobernador, sin peligro de las vidas de todos nosotros, y que es cosa que no cumple al servicio de Dios ni del Rey nuestro Señor, requerimos y pedimos de parte de Dios y del Rey á vuestra merced que no empiece esta jornada tan cuesta arriba, en la que se ponen á riesgo las vidas de tantos buenos, porque somos certificados de los hombres de la mar que aquí vienen en el barco é canoas que aquí nos han traído que estamos del real del señor gobernador Gonzalo Pizarro ducientas leguas ó más por la tierra, todas sin camino ni poblado, antes muy bravas montañas, las cuales hemos visto por expe- riencia é vista de ojos veniendo por el agua abajo en el dicho barco y canoas, padeciendo grandes trabajos y ham- bre; en el cual camino é viaje veniendo agua abajo hemos tenido temor de perder todos las vidas por la necesidad é hambre que padecimos en el dicho despoblado: ¡cuánto más peligro de muerte temíamos subiendo con vuestra mer- ced el río arriba! Por tanto, suplicamos á vuestra merced, é le pedimos é requirimos, no nos lleve consigo el río arriba, por lo que dicho tenemos y representado á vuestra merced; ni se ponga en nos lo mandar, porque será dar ocasión á desobedecer á vuestra merced, y al desacato que tales per- sonas no han de tener, si no fuese con temor de la muerte, la cual se nos representa muy descubiertamente, si vuestra merced quiere volver río arriba adonde está el señor Go- bernador: y si necesario es, otra y otra vez le requerimos lo sobredicho, protestando á vuestra merced todas las vidas de todos; y con esto nos descargamos de aleves ni menos des- obedientes al servicio del Rey si no le siguiéremos en este

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viaje: todo lo cual todos á voz de uno lo pedimos é ñrma- mos de nuestros nombres, como por ellos abajo parecerá; y pedimos á Francisco Isásaga lo por testimonio, como es- cribano que es de vuestra merced; y decimos que estamos prestos para le seguir por otro camino por el cual salvemos las vidas. Fray Gaspar de Caravajal, Vicario General Or- dinis Praedicatorum. Alonso de Robles. Juan Gutiérrez Bayon, Mateo de Ret'olloso, Cristóbal Enrriquez. Alon- so de Cabrera, Alonso Gutiérrez. Rodrigo de Arevalo, Fray Gonzalo de Vera. Carranca. Alonso García. Francisco de Tapia. Alonso Gómez. Alvar GongaUz. Pedro Dominguez. Blas de Medina. Cristoval de Sega- via. Alonso Márquez. Gonzalo Diaz. García de Soria, Graviel de Contreras. Gonzalo Carrillo. Hernán Gon- calez. Alejos González. Alonso Ortiz, Juan de Vargas. Empudia. Pedro de Forres. Pedro de Aqaray. Die- go de Matamoros. Juan de Amalte. Cristoval de Pala- cios. Cristoval de Aguilar. Ce lis. Hernán González, Juan Bueno. Juan de Yllafies. Baltasar Ossorio. jfuan de Aguilar. Sebastian de Fuenterravia. Sebastian Ro- dríguez.— Diego Bennudcz. Francisco de Isásaga. An- drés Duran. Diego Moreno. Juan de Elena. Juan de Alcántara. Lorenzo Muñoz. Gines Fernandez.

En cuatro días del mes de Enero, año del nascimiento de Nuestro Seftor Jesucristo de mili é quinientos é cuarenta y dos años, ante Francisco de Isásaga, escribano, pares- cieron todos los caballeros é hidalgos que vinieron con el señor Francisco de Orellana, Teniente de Gobernador, al cual envió con ellos el muy magnífico señor Gonzalo Piza- rro, su Gobernador, á descubrir poblado para socorrer el real comida; y parecidos ante mí, me dieron este escrito de suso contenido, para que yo en nombre de todos ellos y en su presencia que leyese y presentase al señor capitán Francisco de Orellana, requiriéndole lo que en él le requiere,

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é me pidieron les diese [de] todo lo sobredicho testimonio; é yo el dicho escribano recibí el requerimiento de suso con- tenido en un pliego de papel con las firmas de los sobre- dichos, y en su presencia dellos y del señor Teniente lo presenté personalmente y le requerí, como dicho es, en nom- bre de todos todo lo sobredicho é lo contenido en el dicho escrípto, que es que no volviese el río arriba por donde bajamos en un barco y canoas docientas leguas y más de despoblado de montaña, sin comida ni sendero; y que por otra parte de poblado estaban prestos y aparejados de ir con él á buscar su Gobernador y Capitán: en testimonio de lo cual, así presentado ante mí, principalmente el dicho señor Teniente, ñce aquí mi signo, dando, como doy, testi- monio de verdad de todo ello, en cinco días del mes de enero, año del nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mili é quinientos é cuarenta y dos años. El dicho señor teniente y capitán Francisco de Orellana respondió é dijo: que visto el requerimiento, y el hecho ser como es lo que piden ser justo, por cuanto es imposible tornar á volver ir el río arriba, quél está presto, aunque contra su voluntad, de buscar otro camino para los sacar á puerto de salvación y á parte donde haya cristianos, para que de allí, todos jun- tos con el dicho señor Teniente, vayan á buscar su Gober- nador y dar cuenta de lo pasado; y dijo que esto responde, con condición que en este dicho asiento adonde al presente estamos se esperase al señor Gobernador dos ó tres meses, hasta que no nos podamos sustentar, porque podría ser el dicho señor Gobernador aportar adonde nosotros estamos, y si por caso si no nos hallase, corría mucho riesgo su per- sona, la cual es grande servicio á Su Majestad; y que entre tanto que aquí esperamos, manda el dicho señor Teniente se haga un bergantín para que el dicho señor Gobernador siga el río abajo, ó nosotros en su nombre, si él no viniere, por cuanto de otra manera no se pueden escapar las vidas si no es por el dicho río abajo; y esto dijo que daba, é

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dio, por su respuesta, é firmólo el dicho señor Teniente de su nombre y pidió á el dicho escribano se lo diese por fee. Testigos, el padre Carvajal, el Comendador Rebolloso [sü], Alonso de Robles, Antonio de Carranza, Francisco de Orellana. En testimonio de lo cual fice aquí mío signo. Hay un signo á tal en testimonio de verdad.

Manda el magnífico señor Francisco de Orellana, Te- niente General por el muy magnífico señor Gonzalo Piza- rro, Gobernador y Capitán General de las provincias de Quito y descubridor de las provincias de la Canela y Río Grande de Santa Ana, en nombre de Su Majestad, á todos é cualesquier personas que hayan tomado ó tengan en su poder ropas [ú] otras cualesquier cosas que son de personas particulares que quedan y vienen con el señor Gobernador; manda en su nombre que dentro de mañana en todo el día las traigan ante él, so pena que el que no lo hiciere y lo encubriere caya y encurra en la pena que suelen caer los que tienen lo ajeno y roban forzosamente; y que pasado el término que les manda lo vengan á manifestar ó traer ante mí; é luego incontinente procederá, como dicho es, contra las personas que en este caso rebeldes fueren, porqués bien que en todo haya buena orden y buena manera, y nadie goce de lo ajeno: y porque venga á noticia de todos y na- die pretenga [sic] ignorancia, manda se apregone publica- mente. Ques fecha en este pueblo de Aparia á cinco dias del mes de Enero, año del nascimiento de Nuestro Salva- dor Jesucristo de mili é quinientos é cuarenta y dos años. Francisco Orellana, Por mandado del señor Teniente, Francisco de Isásaga, escribano de S. M.

En cinco días del dicho mes y año se apregonó lo suso contenido con pregonero en la plaza deste pueblo de Apa- riana públicamente, ante Francisco de Isásaga, escri- bano del señor Teniente, en lugar público donde pudo ve- nir á noticia de todos lo contenido en el dicho pregón. De

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lo cual doy fee é testimonio de verdad, é ñce aquí mi signo á tal en testimonio de verdad. (Hay un signo.)

En nueve días del mes de Enero, año de mili é quinien- tos é cuarenta y dos, el señor Teniente pidió á el dicho Francisco de Isásaga, escribano, le fee y verdadero tes- timonio de como toma posesión en once caciques que han venido de paz agora nuevamente, sin otros que tengo to- mados, los cuales son: Hirimara, Paraita, Dimara, Aguare, Piriata, Ayniana, Hurumara, Aparia, Macuyana, Guaricota, Mapiare, y en todos los demás caciques que han venido de paz, y que le fee de como han venido adonde él está y le han servido, y como ha tomado la dicha posesión sin em- bargo de nadie. Testigos que fueron presentes á ver tomar la dicha posesión, el padre Fr. Gaspar de Carvajal, y el co- mendador Cristóbal Enríquez, y Alonso de Robles, y An- tonio Carranza, Alonso Cabrera y Cristóbal de Segovia.

Yo Francisco de Isásaga, escribano del señor Teniente, doy fee y verdadero testimonio en dieciséis días del dicho mes y año suso dicho tomó posesión el dicho señor Te- niente, como Capitán y Teniente General en nombre de Su Majestad y del señor Gobernador Gonzalo Pizarro, en once caciques que dicen ser caciques, los cuales son: Hirima- ra, Parayta, Dimara, Aguare, Piriata, Ayniana, Hurumara, Aparia, Maluyana, Guaricota, Mapiare, en este dicho pue- blo de Aparia; la cual dicha posesión tomó sin contradi- ción ninguna; y más doy fee como han venido los dichos caciques de paz, y han sirvido á los cristianos con comida. Testigos, los dichos. Francisco de Isásaga, escribano de Su Majestad.

Escribano que estáis presente, dadnos por fee á nos los caballeros y hidalgos compañeros hombres buenos que aquí van firmados, como pedimos y requirimos al magnífico se- ñor Francisco de Orellana, de parte de Dios Nuestro Señor

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y Su Majestad, que nos tenga y ampare y guarde justicia y quietud en nombre de Su Majestad, por cuanto él salió del real del muy magnífico señor Gonzalo Pizarro, Gobernador y Capitán General de las provincias de Quito y descubri- miento de la canela, salió por su mandado á buscar maíz este río abajo á la junta de los ríos de que se tinía noticia, las cuales dicían todos, y el señor Gobernador en ispicial, podía haber cantidad de cuatro días de camino á más tar- dar; y nosotros, viniendo en demanda del dicho maíz, sin comida ni bastimentos, comiendo raíces, yerbas, frutas no conocidas muy peligrosas, y con esta necesidad caminamos nueve días todos de despoblado, y al cabo dellos, habiendo Dios Nuestro Señor piedad, fué servido de nos deparar un pueblo adonde en él hallamos cierto maíz; y de la gran hambre pasada murieron ciertos españoles, y nos los que quedamos estuvimos muy enfermos del dicho trabajo; por- que, como v. merced sabe, era mucho, así por el no comer, como por el mucho remar de sol á sol, que sólo esto era bastante á nos matar; fué menester para nuestro remedio descansar cierto tiempo, lo cual por v. merced no nos fué acetado ni consentido, antes quiso luego poner por obra de se volver, como lo puso, y ir á buscar al señor Gobernador muerto ó vivo; y visto por nosotros ser imposible la vuelta el río arriba por la mucha distancia del camino, que de hombres que en este caso más se les alcanzaba fuimos in- formados que había cantidad de ducientas leguas dendel dicho pueblo hasta donde quedaba el señor Gobernador, y demás desto las corrientes y rabdales son muy recios; de manera que tuvimos por mijor y más servicio de Dios y del Rey venir y morir el río abajo, que no volver el río arriba con tanto trabajo; acordamos de nos juntar, y nos juntamos, y requerir, como por nuestro requirimiento pa- rescerá, de no volver el río arriba; y á todo lo suso dicho vino por nuestro Capitán y Tiniente General, como lo era del dicho señor Gobernador; y agora hemos visto haberse

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disistido del dicho cargo que del señor Gobernador tenía por se excusar el mucho trabajo que tenía; y nosotros, vien- do y sabiendo los malos recabdos y grandes desórdenes que pueden haber y suceder estando sin capitán en estas montañas y tierras de inñeles, de nuevo acordamos y pidi- mos y requirimos, una, y dos, y tres veces, y todas las de- más quen los tales casos pedir se suelen, de vos el magní- fico señor Francisco de Orellana que nos tengáis y ampa- réis como dicho tenemos en toda paz y quietud, como de antes nos teníades y mandábades, y como en otras partes habéis tenido y mandado españoles en más cantidad que los que aquí al presente estamos; porque nosotros os nom- bramos agora de nuevo por nuestro capitán en nombre de Su Majestad, y así lo queremos jurar, y juraremos, y por tal capitán os queremos haber y obedecer hasta en tanto que Su Majestad otra cosa provea: y haciéndolo así haréis ser- vicio á Dios Nuestro Señor y á Su Majestad, y á nosotros mercedes; donde no, protestamos todos los daños, escán- dalos, muertes de hombres, otros desafueros que en tal caso suelen acontecer por no tener capitán. Y así lo pidimos á vos el dicho escribano que presente estáis nos lo deis por fee y testimonio en manera que haga fee lo que aquí pedi- mos y demandamos. Alonso de Robles. Xptobal Enrri- quez, Xptobal de Segavia, Alonso de Cabrera. Rodrigo de Zeballos. Alonso Marques, Gonzalo Diaz. Matheo Revolloso. Juan de Alcántara. Juan Bueno. Francisco de Tapia. Garda de Soria. Juan de Alcántara. Juan Bueno. Francisco Elena. Diego Matamoros. Alonso Garda. Gabriel de Contreras. Alonso de Tapia. Gon- galo Carrillo. Garda Rodríguez, Alejos Gongalez. Juan de Yllanes, Blas de Medina. Pedro Domínguez. Empudia. Pedro de Aqaray. Juan Gutiérrez Bayon. Pedro de Forres. Benyto de Aguilar. Alonso Estevan. Celis. Mangas. Cristoval de Aguilar. Alonso Martin de Nogel. Diego Alexia, Lorengo Muñoz. Antonio Fer-

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nandez. Hernán Gongalez, Jines Hernández, Alonso Ortiz. Hernán González, Alvar Gongalez, Juan de Vargas, Diego Ber mudez, Cristcval de Palacios. An- drés Duran,

En primero día de Marzo, año de mili é quinientos é cuarenta y dos años, yo el dicho escribano notifiqué este requerimiento al dicho Francisco de Orellana. Pasó ante mí. Francisco de Isásaga, escribano de la Armada.

É luego el dicho señor capitán Francisco de Orellana visto el dicho requerimiento, y ser complidero al servicio de Dios Nuestro Señor é de S. M., y por le servir, dijo que le acetaba y acetó en nombre de S. M., é firmólo de su nombre. Francisco Dorellana, Ante mí, Francisco de Iséisaga, escribano de la Armada.

É luego todos los que tienen firmado pusieron sus ma- nos en un libro misal, y juraron en forma por Dios y por Santa María, y por la señal de la Cruz, por los santos cua- tro Evangelios, de tener por capitán al dicho Francisco de Orellana, y de obedescer por tal en todo lo que les fuere mandado en nombre de S. M. Testigos, el padre fray Gas- par de Carvajal y el padre fray Gonzalo de Vera. Todo lo cual pasó ante el dicho escribano. Francisco de Isa- saga, escribano de la Armada.

É luego todos juntos de una conformidad pidieron al dicho Capitán jurase de los tener en justicia: el cual dicho Capitán puso la mano en un libro misal é juró en forma de hacer todo lo que convenga al servicio de Dios Nuestro Señor y de S. M., y los tener en justicia. Testigos que fue- ron presentes á todo lo que dicho es, los dichos padres, y en presencia de el dicho escribano. Francisco de Isá- saga, escribano de la Armada.

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* An liivo ilr IimIíu», •VnirounU)», e»taote 2.*, cajóo 2.*, legajo ^/c.

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en ei reparo de los españoles que á mi casa acudían, é haber ¡do desde la dicha Villa Nueva de Puerto Viejo, donde yo era vecino, con más de ochenta hombres de pie é de caba- llo, é haber llevado más de diez ó doce caballos, que com- pré á mi costa é misión, é repartídolos entre compañeros, porque en la dicha villa se tuvo noticia como la cibdad del Cuzco, donde estaba Hernando Pizarro, é la de Lima, donde estaba el señor Gobernador, estaban cercadas de los indios y en mucho peligro de se perder, recogí los di- chos ochenta hombres á mi costa é misión, pagándoles los ñetes y otros gastos que debían en la dicha villa, é adeu- dándome en mucha cantidad é suma de pesos de oro, los llevé por tierra, á mi costa é misión, en la cual dicha jor- nada hice mucho fruto é gran servicio á la Coronal Real, como persona celosa del; é habiendo dejado decercadas las dichas cibdades, é quedando fuera de necesidad el dicho señor Gobernador é Hernando Pizarro, el dicho señor Go- bernador me mandó é dio provisiones para que en nombre de Su Majestad y en el suyo viniese á conquistar é con- quistase, con cargo de Capitán General, la provincia de la Culata, en la cual fundase una cibdad; lo cual, por servir á Su Majestad, yo aceté y vine á la dicha conquista, la cual yo hice con la gente que en ella traía á mi costa é mi- sión, é con muchos trabajos de mi persona é de los que conmigo andaban, por ser los indios de la dicha provincia indomables é belicosos, é la tierra donde estaban de mu- chos ríos é muy caudalosos é grandes ciénegas, é haber entrado en ella dos ó tres capitanes é haberlos desbaratado, é muerto muchos españoles, por lo cual los indios de la dicha provincia estaban muy orgullosos; é después de los haber conquistado é puesto la dicha provincia debajo del yugo é obidiencia de Su Majestad, continuando en mis ser- vicios, poblé é fundé en nombre de Su Majestad una cib- dad, la cual puse por nombre la cibdad de Santiago, en la pobiazón y fundamento de la cual yo hice c hecho gran

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disistido del dicho cargo que del señor Gobernador tenía por se excusar el mucho trabajo que tenía; y nosotros, vien- do y sabiendo los malos recabdos y grandes desórdenes que pueden haber y suceder estando sin capitán en estas montañas y tierras de inñeles, de nuevo acordamos y pidi- mos y requirimos, una, y dos, y tres veces, y todas las de- más quen los tales casos pedir se suelen, de vos el magní- fico señor Francisco de Orellana que nos tengáis y ampa- réis como dicho tenemos en toda paz y quietud, como de antes nos teníades y mandábades, y como en otras partes habéis tenido y mandado españoles en más cantidad que los que aquí al presente estamos; porque nosotros os nom- bramos agora de nuevo por nuestro capitán en nombre de Su Majestad, y así lo queremos jurar, y juraremos, y por tal capitán os queremos haber y obedecer hasta en tanto que Su Majestad otra cosa provea: y haciéndolo así haréis ser- vicio á Dios Nuestro Señor y á Su Majestad, y á nosotros mercedes; donde no, protestamos todos los daños, escán- dalos, muertes de hombres, otros desafueros que en tal caso suelen acontecer por no tener capitán. Y así lo pidimos á vos el dicho escribano que presente estáis nos lo deis por fee y testimonio en manera que haga fee lo que aquí pedi- mos y demandamos. Alonso de Robles, Xptobal Enrri- ques. Xptobal de Segovia. Alonso de Cabrera, Rodrigo ¿U Zeballos, Alonso Marques, Gonzalo Díaz, Matheo Revolloso, Juan de Alcántara, Juan Bueno, Fratuisco de Tapia, Garda de Soria, Juan de Alcántara, Juan Bueno, Francisco Elena, Diego Matamoros, Alonso Garda, Gabriel de Contreras. Alonso de Tapia, Gon- zalo Carrillo, Garda Rodrigues, Alejos Goncalez, Juan de Yllanes, Blas de Medina, Pedro Dominguez, Empudia, Pedro de Aqaray, Juan Gutiérrez Bayon, Pedro de Forres, Benyto de Aguilar, Alonso Estevan, Ce lis, Mangas, Cristoval de Aguilar, Alonso Martin de Nogel, Diego Alexia, Lorengo Muñoz, Antonio Fer-

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nandez, Hernán González. Jines Hernández, Alonso Ortiz. Hernán González, Alvar González, Juan de Vargas, Diego Bermudez, Cristoval de Palacios, An- drés Duran,

En primero día de Marzo, año de mili é quinientos é cuarenta y dos años, yo el dicho escribano notiñqué este requerimiento al dicho Francisco de Oreliana. Pasó ante mí. Francisco de Isásaga, escribano de la Armada.

E luego el dicho señor capitán Francisco de Oreliana visto el dicho requerimiento, y ser complidero al servicio de Dios Nuestro Señor é de S. M., y por le servir, dijo que le acetaba y acetó en nombre de S. M., é ñrmólo de su nombre. Francisco Dorellana, Ante mí, Francisco cU Isásaga, escribano de la Armada.

É luego todos los que tienen ñrmado pusieron sus ma- nos en un libro misal, y juraron en forma por Dios y por Santa María, y por la señal de la Cruz, por los santos cua- tro Evangelios, de tener por capitán al dicho Francisco de Oreliana, y de obedescer por tal en todo lo que les fuere mandado en nombre de S. M. Testigos, el padre fray Gas- par de Carvajal y el padre fray Gonzalo de Vera. Todo lo cual pasó ante el dicho escribano. Francisco de Isá- saga, escribano de la Armada.

£ luego todos juntos de una conformidad pidieron al dicho Capitán jurase de los tener en justicia: el cual dicho Capitán puso la mano en un libro misal é juró en forma de hacer todo lo que convenga al servicio de Dios Nuestro Señor y de S. M., y los tener en justicia. Testigos que fue- ron presentes á todo lo que dicho es, los dichos padres, y en presencia de el dicho escribano. Francisco de Isa- saga, escribano de la Armada.

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III

Relación que va para ante Su Aíajestad, dada por la Rustida y Regimiento de la ciudad de Santiago desta Nueva Castilla llamada Pirú, de los me- rescimientos del capitán Francisco de Orellana, Teniente de Gobernador en la dicha ciudad. *

En la ciudad de Santiago desta Nueva Castilla llamada Pirú, en cuatro días del mes de Febrero, año del nasci- miento de Nuestro Salvador Jesucristo de mili é quinientos é cuarenta é un años, estando en ayuntamiento, segund que lo han de uso é costumbre, los muy nobles señores Rodrigo de Vargas, alcalde ordinario en la dicha cibdad, y Gómez Destacio, é Francisco de Chaves, é Pedro de Gibraleón, é Alonso Casco, é Juan de la Puente, é Cristóbal Lunar, re- gidores de la dicha cibdad, y en presencia de el escri- bano infrascripto, paresció presente el capitán Francisco de Orellana, Teniente General de Gobernador en la dicha cibdad, é presentó una petición, el tenor de la cual es este que se sigue:

Muy nobles señores: el capitán Francisco de Orellana, Teniente de Gobernador General en esta cibdad, &., é ve- cino della, parezco ante vuestras mercedes é digo que en remuneración de lo que á Su Majestad he servido en estas partes del Pirú todo el tiempo que que resido en él, así habiéndome hallado en las conquistas de Lima é Trujillo é Cuzco á seguimientos del Linga é conquista de Puerto Viejo é sus términos, é haber perdido en ellas un ojo, é ansimismo serles notorio el servicio que á Dios Nuestro Señor y á Su Majestad hice en la dicha villa de Puerto Viejo

Archivo de Indias, «Patronato», estante 2.®, cajón 2.®, legajo ^/ó, pieza 23.

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en el reparo de los españoles que á mi casa acudían, é haber ¡do desde la dicha Villa Nueva de Puerto Viejo, donde yo era vecino, con más de ochenta hombres de pie é de caba- llo, é haber llevado más de diez ó doce caballos, que com- pré á mi costa é misión, é repartídolos entre compañeros, porque en la dicha villa se tuvo noticia como la cibdad del Cuzco, donde estaba Hernando Pizarro, é la de Lima, donde estaba el señor Gobernador, estaban cercadas de los indios y en mucho peligro de se perder, recogí los di- chos ochenta hombres á mi costa é misión, pagándoles los fletes y otros gastos que debían en la dicha villa, é adeu- dándome en mucha cantidad é suma de pesos de oro, los llevé por tierra, á mi costa é misión, en la cual dicha jor- nada hice mucho fruto é gran servicio á la Coronal Real, como persona celosa del; é habiendo dejado decercadas las dichas cibdades, é quedando fuera de necesidad el dicho señor Gobernador é Hernando Pizarro, el dicho señor Go- bernador me mandó é dio provisiones para que en nombre de Su Majestad y en el suyo viniese á conquistar é con- quistase, con cargo de Capitán General, la provincia de la Culata, en la cual fundase una cibdad; lo cual, por servir á Su Majestad, yo acete y vine á la dicha conquista, la cual yo hice con la gente que en ella traía á mi costa é mi- sión, é con muchos trabajos de mi persona é de los que conmigo andaban, por ser los indios de la dicha provincia indomables é belicosos, é la tierra donde estaban de mu- chos ríos é muy caudalosos é grandes ciénegas, é haber entrado en ella dos ó tres capitanes é haberlos desbaratado, é muerto muchos españoles, por lo cual los indios de la dicha provincia estaban muy orgullosos; é después de los haber conquistado é puesto la dicha provincia debajo del yugo é obidiencia de Su Majestad, continuando en mis ser- vicios, poblé é fundé en nombre de Su Majestad una cib- dad, la cual puse por nombre la cibdad de Santiago, en la poblazón y fundamento de la cual yo hice é hecho gran

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servicio á Su Majestad por poblarla en parte tan fértil é abundosa é ser en comarca que por ella se sirven é llevan proveimientos á la villa de Quito é Pasto é Popayán, é se espera proveerán las demás que adelante se poblaren, lo cual no se podía hacer, si la dicha cibdad no se fundara, sin muchas muertes despañoles é grandes daños é pérdidas, por estar la dicha provincia fuera de la obidiencia de Su Majestad, é al presente se sirven las dichas provincias yendo un español ó dos solos é como quieren, sin ningund riesgo de sus personas é haciendas, y estar en parte la dicha cib- dad donde vienen navios hasta junto á ella; é ansimismo el dicho señor Gobernador, viendo é sabiendo como yo lo había hecho, me envió poderes é provisiones para que en esta dicha cibdad y en la Villa Nueva de Puerto Viejo yo tuviese cargo de Capitán General é Teniente de Goberna- dor, el cual dicho oficio yo aceté, y he tenido é tengo la ciudad é villa en retitud é justicia é he usado é uso los di- chos cargos bien é fiel é deligentemente, é dellos he dado é doy buena cuenta; é porque yo quiero ir ó enviar á su- plicar á Su Majestad, como á Rey é Señor que agradecerá mis servicios é los que de aquí adelante espero hacerle, que en pago dellos me haga mercedes, las cuales aquí no quiero expresar hasta las pedir é suplicar á Su Majestad, é porque Su Majestad manda por su provisión real que cuando alguna persona de estas partes quisiere ir ó enviar á pedir que le haga mercedes en pago de los servicios que á su Corona Real en ellas hace, que la relación dellas ante la Justicia de la cibdad, villa ó lugar donde fuere ve- cino el que lo tal quisiere pedir é suplicar á Su Majestad, para que la dicha Justicia diga si cabe en él y es persona á quien se debe hacer la tal merced; é porque yo el dicho capitán Francisco de Orellana no aclaro aquí lo que quiero pedir é suplicar á Su Majestad, é soy caballero hijodalgo ó persona de honra, é concurren en las calidades que se requieren para poder tener é usar de cualquier cargo,

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ansí de gobernación ó otro cualquier que Su Majestad fuese servido de me hacer, pido á vuestras mercedes que, confor- me á la dicha provisión, respondan é digan las calidades de mi persona é merecencia é servicios, é si soy persona tal que en podrían caber cualesquier cargo ó cargos, y en todo res[>ondan aquello que les parezca, para que Su Majestad sea informado con verdad en el caso; para lo cual, y en lo necesario, el muy noble oficio de vuestras merce- des imploro, é pido á vuestras mercedes me manden dar desta petición é su respuesta uno ó dos ó más traslados. Francisco de Orellana,

É ansí presentada la dicha petición en la manera que dicha es, é por el dicho escribano leída, los dichos se- ñores Justicia é Regidores dijeron que á ellos les es notorio el dicho capitán Francisco de Orellana haberse hallado en las conquistas contenidas en la dicha su petición, é haber perdido en ellas un ojo, en las cuales ha servido á Su Majes- tad como muy buen servidor; é ansimismo á algunos de los dichos señores Justicia é Regidores les es notorio, como á personas que lo han visto, quel dicho capitán Francisco de Orellana en la Villa Nueva de Puerto Viejo, donde era vecino, haber hecho gran servicio á Dios Nuestro Señor y á Su Majestad, porque en el tiempo quel dicho Capitán re- sidía en la dicha villa fué cuando acudió el golpe de la gente á estas partes, las cuales venían muy fatigadas é ne- cesitadas de sus viajes, y hallaban en casa del dicho capitán Francisco de Orellana refrigerios, é los daba de comer é sustentaba en sus enfermedades é necesidades, é creen que, si no fuera por él, perescieran muchos, porque eran muchas las necesidades que padescían; en lo cual el dicho Capitán gastó mucha cantidad de pesos de oro, porque las comidas estaban á muy excesivos é grandes precios, é las compraba á su costa é misión; é ansimismo está claro é les notorio el dicho Capitán haber ido al socorro de la cibdad de Lima é Cuzco con cantidad de gente, é haber gastado en ello

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mucho, é ansí mismo haber hecho gran fruto en su viaje; é ansimismo les es notorio el dicho señor Gobernador ha- ber enviado al dicho Capitán con cargo de conquistar estas provincias de la Culata, las cuales conquistó á su costa é misión con mucho trabajo de su persona, en ñn de la cual dicha conquista fundó é pobló esta dicha cibdad, den la cual está claro é muy notorio el grande servicio que á Su Majestad ha hecho el dicho Capitán por questá en co- marca é tal cual en la dicha su petición se contiene; é ansi- mismo les es notorio el dicho señor Gobernador, habiendo sabido lo que el dicho Capitán había servido á Su Majestad é hecho en su real servicio, le envió poderes para que pu- diese tener, juntamente con el dicho cargo de Capitán, el cargo de Teniente de Gobernador é de Capitán General en esta dicha cibdad é en la Villa Nueva de Puerto Viejo, los cuales poderes están presentados en el libro deste Cabildo; los cuales dichos cargos caben y se emplean muy bien en el dicho capitán Francisco de Orellana, por ser persona de mucha honra, por conoscerle algunos de los señores deste Cabildo de su patrimonio, é ser caballero hijodalgo de solar conoscido, al cual veen é han visto que usa dellos bien é fiel é deligentemente é con toda prudencia é sabiduría; é por lo suso dicho, é por otras cosas que han visto é co- noscen del dicho Capitán é de su persona é virtudes, dicen quel dicho Capitán es persona en quien caben y están muy bien cualesquier cargos y oficios que Su Majestad tenga por bien de le hacer merced, ansí de gobernación como de otros cualesquier, porqués persona que dellos ó de cualquier dellos dará buena cuenta é los usará como tal servidor é celoso de su real servicio: é por ésta suplican á Su Majestad, como á Rey é Señor que en todo agradece los servicios que sus subditos é vasallos le hacen, tenga por bien de hacer al dicho Capitán las mercedes que le pidiere é suplicare, porque todo lo merece por su persona; porque el dicho Capitán é otros se esfuercen de aquí ade-

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lante á le hacer otros semejantes é más grandes servicios: lo cual fírmaron de sus nombres, é mandaron se den al di- cho Capitán los traslados que quisiere de la dicha petición é de esta su respuesta. Rodrigo de Vargas, Gómez Esta- do,— Fran.fo de Chaves. Pedro de GibraUon. Alonso Casco, yuan de la Puente. Cristóbal Lunar.

E yo Francisco Heres, escribano de Sus Majestades, é publico é del Consejo de la dicha cibdad de Santiago, á lo que dicho es presente fui con los dichos señores Justicia é Regidores, segund que ante pasó: é por esto fice aquí este mío signo á tal en testimonio de verdad. Hay un sig- no.— Fran.^o Heres, escribano público y del Consejo.

IV

Probanza fecha ad perpetuara rei niemoriam ante la yusiicia de la Isla Margarita de las Indias del Mar Océano, por Cristóbal de Segoma, con- quisteuior, para la presentar ante Su Majestad, ó adonde viere que le convenga. Octubre de 1542. *

En la villa del Espíritu Santo, puerto de la Isla Marga- rita de las Indias Islas del Mar Océano, en veinte é cuatro días del mes de Otubre de mili é quinientos é cuarenta é dos años, ante los nobles señores Francisco de Reina é Diego Xuarez, Alcaldes Ordinarios é Justicia en esta dicha Isla por Su Majestad, é por ante Rodrigo de Navarrete, escribano de Sus Majestades, pareció presente Cristóbal de Segovia, que se dijo llamar, é presentó un escripto de pedi- miento é al pie un interrogatorio con diez é siete pregun- tas, que su tenor de lo uno en pos de otro es esto que se sigue:

ArchÍTo de Indias, estante 53, cajón i.*, legajo 10.

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Muy noble sefíor Francisco de Reina, Alcalde Ordina- rio en esta Isla de la Margarita por Su Majestad: Cristó- bal de Segovia parezco ante vuestra merced en la mejor vía é forma que á mi derecho convenga, y digo, señor, que á me conviene hacer cierta probanza ad perpetuam rei metnoriatn para informar á Su Majestad de los servicios que en estas partes de las Indias he hecho, para que en re- compensa dellos me haga mercedes; por lo cual pido á vuestra merced mande recebir juramento á los testigos que ante él presentaré, y los desaminar, y lo que depusieren é declararen me lo mande vuestra merced dar cerrado é se- llado en manera que haga fee, y en ello interponga vuestra merced su abtorídad é decreto judicial; é para lo más nece- sario el muy noble oñcio de vuestra merced imploro.

Por las preguntas siguientes serán preguntados los tes- tigos que fueren presentados por Cristóbal de Segovia en la información que hago ad perpetuam rei fnentoriafn ante la Justicia desta villa de la Margarita para la presentar ante Su Majestad.

1 . Primeramente sean preguntados si conocen á el dicho Cristóbal de Segovia, é de qué tiempo á esta parte.

2. ítem, si saben, creen, vieron é oyeron decir que po- drá haber veinte é tres años, poco más ó menos, que yo he resedido en las provincias de Nicaragua, é la Nueva España y el Perú y otras provincias comarcanas, andando siempre en el servicio de Su Majestad, descubriendo é po- blando tierras nuevas, y en todo ello poniendo mi persona en todo trance y riesgo.

3. ítem, si saben que yo me hallé, yendo con el Ca- pitán Martín Astete, en descubrimientos del Desaguadero de Nicaragua, haciendo en ello con armas y caballo lo que cualquier bueno pudo é debió hacer en servicio de Su Ma- jestad.

4. ítem, si saben que sabiendo que en la Nueva España se había alzado una provincia que se dice Cocupotecas é

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muerto ciertos mineros, yo fui con el capitán Valdivieso á los conquistar é pacifícar á mi costa é mínción, con mis ar- mas y caballo, por donde fui parte que ellos vinieran de paz y en servicio de Su Majestad.

ítem, si saben que por razón de los servicios que yo habia hecho á Su Majestad, Pedrarias Dávila, gobernador de la dicha provincia de Nicaragua, me dio ciertos indios de repartimiento, los cuales dejé encomendados á ciertos debdos mios, por ir en servicio de Su Majestad.

ítem, si saben que después que yo sali de la dicha pro- vincia de Nicaragua en servicio de Su majestad, segund di- cho tengo, fui en la cibdad é provincias de Quito, é me hallé en la conquista é descubrimiento della con mis armas y caballo y esclavos, é fui de los primeros pobladores della, é por razón de mis servicios el capitán Sebastián de Benal- cázar me dio indios de repartimiento, los cuales yo dejé encomendados por ir adelante en servicio de Su Majestad, é después me los quitó Francisco Pizarro.

ítem, si saben que yendo yo adelante en el dicho des- cubrimiento con el dicho capitán Benalcázar me hallé en la conquista de Popayán é provincias de Lile, é fui uilo de los primeros conquistadores é pobladores de ella; é por razón dello el dicho Capitán me dio ciertos indios de repar- timiento, los cuales, porque yo todavía seguia al dicho Ca- pitán sin lo dejar, me quitó un teniente que quedó en la mesma cibdad, habiéndome muerto en la dicha conquista dos caballos, que me costaron cuatro mili pesos de oro.

ítem, si saben que habiendo muchos indios alzados en las dichas provincias, yo sali por capitán muchas veces á los conquistar, é hice muchos pueblos é provincias de paz, atrayéndolos al servicio de Su Majestad.

ítem, si saben que los indios que ansimismo allí me dieron yo los dejé por seguir todavia al capitán [Benalcá- zar], y en el camino, estando la gente con mucha fatiga de hambre en las provincias de Guachicuna, el dicho Capitán

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sentó real, y de alli enviaba bastimentos, é por ser la gente de la tierra belicosa, é no osando enviar poca gente, envió un capitán con treinta hombres, al cual los indios desbara- taron é mataron un hombre, é les quitaron la comida, de cuya cabsa el real padeció mucha necesidad.

ítem, si saben que después que los indios desbarataron el dicho capitán é gente, quedaron tan belicosos é sober- bios que nengund cristiano osaba salir, de cuya cabsa el Capitán General me envió á con treinta hombres, con los cuales yo desbaraté los indios é abajé su soberbia, é traje mucha comida, en manera quel real se reformó é bas- teció de la gran necesidad que tenía, é con aquel socorro pasamos la sierra nevada hasta los Alcázares, que se llama al presente la Nueva Granada.

ítem, si saben, vieron, oyeron decir que yendo el capi- tán Benalcázar el valle abajo de Santa Marta tuvo noticia de la tierra de los Alcázares en la provincia que llaman la Nueva Granada, y quiso ir allá; é si saben que para ir este dicho viaje era menester pasar muy mala tierra, ansí de montañas é sierras nevadas, como de tierra muy estéril é falta de comida.

Ítem, si saben que yo el dicho Cristóbal de Segovia fui este dicho viaje con el dicho capitán Benalcázar, é si saben que en la dicha jornada pasamos muchos trabajos, ansí de hambre como de guerras é otros trabajos incomportables, los cuales yo pasé, aunque con harto trabajo, haciendo siempre lo que mi capitán me mandaba como servidor de Su Majestad; y si saben que en todas estas jornadas an- duve siempre muy bien encabalgado, sirviendo como cual- quier hijodalgo debe servir su rey é sefior.

ítem, si saben que después que pasamos las sierras ne- vadas pobló el dicho Capitán la villa de Timana, é que yo fui uno de los primeros que la descubrieron é poblaron: di- gan lo que saben.

ítem, si saben que después de haber poblado esta dicha

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villa, el dicho Capitán quiso ir á dar cuenta á Su Majestad, é que yo fui con él hasta lo embarcar, y si saben que des- pués de embarcado envió al capitán Juan Cabrera á poblar la villa de Neiba, é que yo el dicho Cristóbal de Segovia vine con el dicho capitán á poblar la dicha villa, é la po- blamos, y cómo en ella fui regidor y tuve en ella muy bue- nos indios de repartimiento.

ítem, si saben que estando después de vuelta de las sierras nevadas, viniendo por el camino de las provincias que habíamos poblado é conquistado en aquellos lugares donde yo había dejado mis indios que me habían dado de repartimiento como á conquistador, pidiendo yo á los te- nientes de justicia que por allí habían quedado, no me los quisieron dar, é yo me volví á la cibdad de Quito, é de allí salí con el gobernador Gonzalo Pizarro en descubrimiento de la canela.

ítem, si saben que viniendo el dicho gobernador Gon- zalo Pizarro con doscientos hombres en el dicho descubri- miento, habiendo andado hasta ciento é treinta leguas, lle- gando á ciertos ríos é faltándole el bastimento é no podién- dolo haber por aquella tierra por ser estéril, envió á su te- niente de capitán general, ques Francisco de Orellana, con cincuenta y tantos hombres con piraguas é un barquete que hizo hacer, por el río en busca de bastimentos, é como las corrientes eran grandes, descendimos á mucho riesgo é trabajo más de doscientas leguas, padeciendo mucha ham- bre, donde los indios nos mataron ciertos cristianos.

ítem, si saben que queriendo volver al real donde el dicho Gobernador había quedado, por ser tan grandes las corrientes, como dicho tengo, siendo, como era, imposible volver, hallándonos perdidos, el dicho capitán Francisco de Orellana mandó hacer un bergantín, sin haber maestro que lo hiciese, y con él y otro barquete seguimos por el río abajo hasta dar en el río del Marañón, y por él salimos hasta la mar y venimos aportar á esta Isla de la Margarita, pere-

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cidos de hambre é sed, donde Dios fué servido de traernos, donde hallamos remedio para nuestras vidas y conciencias.

ítem, si saben que todo lo suso dicho es público é no- torio entre las personas que algo saben é tienen noticia.

El dicho escrito é interrogatorio presentado en la ma- nera que dicha es, los dichos señores Alcaldes dijeron que presente ante ellos los testigos de que se entiende aprove- char en esta probanza, que ellos están prestos de los recebir y examinar conforme al dicho pedimiento é interrogatorio, y en el caso harán justicia cuanto de derecho haya lugar.

É luego el dicho Cristóbal de Segovia, en este dicho día mes é año suso dicho, ante los dichos señores Alcaldes, y en presencia de el dicho escribano, presentó por tes- tigos para la dicha razón al capitán Francisco de Orellana, é á Cristóbal de Aguilar, é á Juan de Elena, é á Hernán González, de los cuales é de cada uno dellos fué recebido juramento en forma debida de derecho, so cargo de lo cual prometieron de decir verdad de lo que supiesen en este caso de que son presentados por testigos, é á la conclusión del dicho juramento dijeron juro é amén.

E después de lo suso dicho, en veinte é ocho días del dicho mes é del dicho año, ante los dichos señores Alcal- des, y en presencia de el dicho escribano, pareció pre- sente el dicho Cristóbal de Segovia, é presentó más por testigos para la dicha probanza á Benito de Aguilar, é á Ginés Hernández, é al comendador Cristóbal Enríquez, é á Blas de Medina, de los cuales é de cada uno dellos los dichos señores Alcaldes recebieron juramento en forma de dere- cho, so cargo del cual cada uno dellos prometieron de decir verdad de lo que supiesen en este caso de que son presen- tados por testigos, é á la absolución del dicho juramento dijeron juro é amén.

E lo que los dichos testigos dijeron é depusieron á las preguntas del dicho interrogatorio, á todas é á cada una dellas, es esto que se sigue:

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El dicho capitán Francisco de Orellana, testigo presen- tado para esta probanza, habiendo jurado scgund forma de derecho, é siendo preguntado por el tenor del dicho inte- rrogatorio, dijo é depuso lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conocía al dicho Cristóbal de Segovia contenido en la pregunta de quince años á esta parte, poco más ó menos, é lo conoció en estas partes de las Indias,

Preguntado por las preguntas generales conforme á la ley, dijo que será de edad de treinta años, poco más ó menos, y que no le toca ninguna de las preguntas generales de la ley,

2. Preguntado á la segunda pregunta, dijo quél, como dicho tiene, conoce al dicho Cristóbal de Segovia de quince años á esta parte, en los cuales él ha conocido al dicho Cristóbal de Segovia, asi de vista, como de noticia que del ha tenido; el cual sabe que se ha hallado en las guerras que se han tenido, ansf en la Nueva España como en el Perú, andando en las dichas guerras en servicio de Su Majestad, descubriendo é poblando tierras nuevas de las dichas pro- vincias; y en todo ello sabe quél ha fecho todo lo que debía á buen vasallo é servidor de Su Majestad.

3. A la tercera pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta no lo vido, mas que lo ha oído decir pública- mente á muchas personas que conocían al dicho Cristóbal de Segovia, é este testigo lo tiene por cierto.

4. A la cuarta pregunta dijo que no la sabe.

5. A la quinta pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo ha oído decir.

6. A la sexta pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo ha oído decir á muchas personas é se tiene por público.

7. A la sétima pregunta dijo que asimismo lo conte- nido en esta pregunta lo ha oído decir á muchas personas.

8. A la otava pregunta dijo quél ha oído lo conte- nido en esta pregunta.

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9. A la nueve pregunta dijo que no la sabe.

10. A la diez pregunta dijo que no la sabe.

II. V ^^ once pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo ha oído decir á muchas personas públicamente.

12. A la doce pregunta dijo que lo oyó lo contenido en esta pregunta.

13. A la trece pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta que lo oyó decir á muchas personas.

14. A la catorce pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo oyó decir á muchas personas que han an- dado con el dicho Cristóbal de Segovia.

1 5. A la quince pregunta dijo que la sabe la pregunta como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que porque pasó ansí como la pregunta dice, é porqueste testigo es el capitán Francisco de Orellana, que hizo la en- trada contenida en la pregunta por el río abajo, é pasó ansí como lo dice la pregunta.

16. A la diez é seis pregunta dijo que sabe esta pre- gunta así como en ella se contiene, porque pasó y es así como la pregunta dice, é porqué! es el dicho capitán que vino con la dicha gente é están al presente en esta isla donde aportaron, é que así es.

17. A la diez y siete pregunta dijo que lo que tiene dicho y declarado en este su dicho es lo que sabe é la ver- dad, so cargo del juramento que hizo; é lo firmó de su nombre. Francisco Dorellana,

Cristóbal de Aguilar, testigo presentado para esta pro- banza, habiendo jurado segund forma de derecho, é siendo preguntado por el tenor del dicho interrogatorio, dijo lo siguiente:

I . A la primera pregunta dijo que conoce al contenido en esta pregunta de siete años á esta parte, poco más ó menos, de vista é trato é conversación que con él ha tenido el más del dicho tiempo.

Preguntado por las preguntas generales, dijo ques de

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edad de veinte é siete ó veinte é ocho años, poco más ó menos, é que no le toca en parte nenguna de las preguntas generales.

2. A la segunda pregunta dijo queste testigo conoce al dicho Cristóbal de Segovia del tiempo contenido en la pregunta á esta parte, é que le ha conocido andar en las armadas de la guerra que se han fecho en la tierra del Perü, donde le ha visto andar trabajando como la pregunta dice é le ha visto conquistar en la dicha tierra del Perü é poblar en ella.

3. A la tercera pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo ha oído decir, pero que no lo vido.

4. A la cuarta pregunta dijo que lo ha oído decir lo contenido en la pregunta, pero que no lo vido.

5. A la quinta pregunta dijo que no la sabe.

6. A la sexta pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo ha oído decir públicamente á otros conquista- dores de la tierra, y este testigo lo cree porque. lo oyó de- cir públicamente á muchas personas.

7. A la sétima pregunta dijo que sabe lo contenido en esta pregunta, salvo que no le vio matar más de un caballo, no embargante que ha oído decir que le mataron el otro caballo que dice la pregunta, é que al tiempo que le qui- taron el dicho repartimiento este testigo no lo vido, é que lo demás sabe é vio como hombre que ansimismo andaba en la dicha conquista donde acaeció lo contenido en pre- gunta.

8. A la otava pregunta dijo que sabe quel dicho Cris- tóbal de Segovia salió muchas veces para conquistar los indios que la pregunta dice, pero que lo demás no sabe.

9. A la nueve pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta que lo oyó decir é lo tiene por cierto.

10. A la diez pregunta dijo que oyó decir lo contenido ' en esta pregunta.

1 1 . A la once pregunta dijo que no la sabe.

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12. A la doce pregunta dijo que sabe quel dicho Cris, tóbal de Segovia ha andado siempre en la guerra bien en- cabalgado, é le ha visto ser obediente á su capitán é siem- pre ha servido como buen vasallo é servidor de Su Majestad andando en la dicha guerra.

13. A la trece pregunta dijo quél ha oído decir lo con- tenido en la pregunta.

14. A la catorce pregunta dijo que ha oído decir lo contenido en esta pregunta.

15. A la quince pregunta dijo que sabe quel dicho Cristóbal de Segovia fué con Gonzalo Pizarro al descubri- miento de la canela, é lo demás no lo sabe.

16. A la diez é seis pregunta dijo que lo sabe ansí como la pregunta lo dice: preguntado cómo lo sabe, dijo que porque se halló presente á ello é fué este testigo uno de los que vinieron por bastimento por el río abajo como la pr^unta dice.

17. A la diez é siete pregunta dijo que asimismo sabe lo contenido en esta pregunta, é lo sabe como hombre que pasó por ello é al presente está en esta Isla de la Margarita donde aportaron, é questo que tiene dicho en este su dicho es la verdad é lo que sabe so cargo del juramento que hizo; é firmólo de su nombre. Cristóbal de Aguilar,

El dicho Juan de Elena, testigo presentado para esta probanza, habiendo jurado segund forma de derecho, é siendo preguntado por el tenor del dicho interrogatorio, dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce al conte- nido en esta pregunta, ques Cristóbal de Segovia, el cual conoce de ocho años á esta parte, poco más ó menos.

Preguntado por las preguntas generales, dijo ques de edad de treinta é dos ó treinta é tres años, poco más ó menos, é que no es pariente del dicho Segovia ni le toca ninguna de las preguntas generales.

2. A la segunda pregunta dijo queste testigo ha cono-

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cido al dicho Cristóbal de Segovia del tiempo contenido en la pregunta primera, é que le ha conocido en tierras del Perú, é en este tiempo le ha visto andar en la guerra é ser- vicio de Su Majestad conquistando é poblando las dichas tierras.

3. A la tercera pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo oyó decir á muchas personas.

4. A la cuarta pregunta dijo que lo oyó decir á mu- chas personas que conocían al dicho Segovia.

5. A la quinta pregunta dijo que lo oyó decir.

6. A la seis pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo sabe asi como en ella se contiene: preguntado cómo lo sabe» dijo que por queste testigo se halló presente en parte del tiempo que acaeció lo contenido en la pre- gunta, é le vio quitar los indios contenidos en la pregunta.

7. A la sétima pregunta dijo que sabe lo contenido en esta pregunta: preguntado cómo lo sabe» dijo que por- que lo vido todo lo que la pregunta dice» salvo que no le vido más que el un caballo muerto, é oyó decir á muchas personas que le habían muerto otro caballo.

8. A la otava pregunta dijo que lo sabe ansí como en la pregunta se contiene: preguntado cómo lo sabe, dijo que porque se halló presente á todo ello.

9. A la nueve pregunta dijo que sabe esta pregunta como en ella se contiene: preguntado cómo lo sabe, dijo que porque se halló presente é lo vido por vista de ojos.

10. A la diez pregunta dijo que sabe asimismo lo con- tenido en esta pregunta: preguntado cómo lo sabe, dijo que porque se halló presente é fué uno de los treinta hombres que fueron coa el dicho Cristóbal de Segovia. á entrar á los indios, é sabe é vio lo contenido en esta pregunta.

II. A la once pregunta dijo que lo sabe así como hombre que se halló en ello.

12. A la doce pregunta dijo que lo sabe lo más de la pregunta contenida porque fué parte del camino presente,

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é se volvió este testigo del camino, é por esto sabe lo que la pregunta dice.

13. A la trece pregunta dijo que sabe que descubrie- ron lo contenido en la pregunta, é quel dicho Segovia fué uno de los primeros que descubrieron el dicho valle.

14. A la catorce pregunta dijo que lo oyó decir.

15. A la quince pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene: preguntado cómo lo sabe, dijo que porque •se halló presente á todo lo en la pregunta contenido.

16. A la diez é seis pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene: preguntado cómo lo sabe, dijo que por- que se halló presente á todo ello, y fué uno de los cincuenta hombres que vinieron en busca de bastimentos con el Ca- pitán Orellana.

1 7. A la diez é siete pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene: preguntado cómo lo sabe, dijo que por- que así pasó, é fué este testigo uno de los que vinieron con él en el mismo viaje é está al presente en esta Isla de la Margarita; é questo que tiene dicho es lo que sabe, é la verdad, so cargo del juramento que hizo: é señaló su señal.

El dicho Hernán González, testigo presentado para esta probanza, habiendo jurado segund forma de derecho, é sien- do preguntado por el tenor del dicho interrogatorio, dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce al dicho Cristóbal de Segovia de ocho ó nueve años á esta parte, poco más ó menos.

Preguntado por las preguntas generales, dijo ques de edad de treinta é siete años, antes más que menos, é que no le toca ni empece nenguna de las preguntas generales de la ley.

2. A la segunda pregunta dijo que en todo el dicho tiempo queste testigo conoce al dicho Cristóbal de Segovia le conoció en la conquista del Perú é de los Alcázares é de Popayán, andando conquistando las dichas tierras con

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los gobernadores dellas, é ha visto al dicho Cristóbal de Se- govia andar en la dicha guerra con armas é caballo, sir- viendo como buen conquistador é descubriendo tierras.

3. A la tercera pregunta dijo que no sabe la pregunta, porque no se halló en aquella tierra.

4. A la cuarta pregunta dijo que no sabe la pregunta, porque menos se halló en la tierra de la Nueva España.

5. A la quinta pregunta dijo que no la sabe.

6. A la sexta pregunta dijo que sabe quel dicho Cris- tóbal de Segovia se halló en descobrir la provincia de Quito é otras comarcanas, é ha oído decir que como á poblador le habían dado su repartimiento de indios, é después se lo habían quitado é dado á otro é quitádoselos á él.

7. A la sétima pregunta dijo que sabe quel dicho Cris- tóbal de Segovia se ha hallado en el descubrimiento de las provincias contenidas en esta pregunta, é sabe asimes- mo que le mataron un caballo andando en la dicha guerra de las dichas provincias, é questo sabe desta pregunta.

8. A la otava pregunta dijo que lo que desta pre- gunta sabe es que andando el dicho Segovia en las dichas conquistas con el dicho Gobernador Benalcázar sabe que algunas veces lo enviaba por cabdillo de ciertos hombres quel dicho Benalcázar enviaba con sus capitanes, é sabe quel dicho Cristóbal de Segovia ha sido siempre hombre que ha servido bien en las dichas guerras con armas y ca- ballo.

9. A la novena pregunta dijo que no se acuerda lo contenido en esta pregunta.

10. A la décima pregunta dijo queste testigo no se acuerda bien de lo contenido en esta pregunta; pero que sabe quel dicho Cristóbal de Segovia, por ser buen hombre de la guerra, muchas veces le encomendaba muchas cosas semejantes, que era ir á descobrir é traer bastimentos, é por esto cree que pasaría lo contenido en esta pregunta.

1 1 . A la oncena pregunta dijo que sabe esta pregunta

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ansí como en ella se contiene: preguntado cómo lo sabe, dijo que porque se halló este testigo presente con el dicho Benalcázar é con el dicho Cristóbal de Segovia á lo conte- nido en esta pregunta.

12. A la doce pregunta dijo que sabe la pregunta ansí como en ella se contiene, porque se halló en el dicho viaje presente á todo; é sabe quel dicho Cristóbal de Segovia siempre anduvo bien encabalgado é sirvió como buen ser- vidor é vasallo de Su Majestad en las cosas que por el di- cho Benalcázar le eran mandadas, del cual era bien quisto é lo quería bien.

13. A la trece pregunta dijo que sabe quel dicho Cris- tóbal de Segovia fué uno de los primeros descobridores de la villa de Timana.

14. A la catorce pregunta dijo que sabe quel dicho Cristóbal de Segovia fué con el dicho Benalcázar hasta lo embarcar cuando iba á España, é sabe que de allí se volvió con el capitán Juan Cabrera á poblar la villa de Neiba é poblar la dicha villa, é lo demás no sabe, por queste testigo se vino el río abajo con Benalcázar.

15. A la quince pregunta dijo que sabe quel dicho Cristóbal de Segovia vino en descubrimiento de la canela con el gobernador Gonzalo Pizarro, é lo demás no sabe.

16. A la diez é seis pregunta dijo que sabe esta pre- gunta ansí como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que por queste testigo se halló en todo ello, é fué uno de los cincuenta y tantos hombres que vinieron con el Capitán Orellana en busca de la comida.

17. A la diez é siete pregunta dijo que sabe esta pre- gunta así como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que porque, como dicho tiene, fué uno de los que se hallaron presentes, é que vinieron con el dicho ca- pitán Francisco de Orellana é han aportado á esta tierra donde la pregimta dice; é que lo que tiene dicho es la verdad é lo que sabe y público y notorio, so cargo del juramento

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que hizo; é no firmó porque dijo que no sabía escrebir.

El dicho Benito de Aguilar, testigo recebido para esta información, habiendo jurado segund forma de derecho, é siendo preguntado por el tenor del dicho interrogatorio, dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conocía al dicho Cristóbal de Segovia de siete años á esta parte, de vista, trato é conversación que con él ha tenido en todo el dicho tiempo: preguntado por las preguntas generales de la ley, dijo ques de edad de treinta é tres años, poco más ó me- nos, é que no le toca ni empece ninguna de las preguntas de la ley.

2. A la segunda pregunta dijo queste testigo conoce al dicho Cristóbal de Segovia de los dichos siete años á esta parte, en el cual tiempo le ha conocido andar en las guerras de las provincias del Perü, donde siempre le vio hacer lo que debía al servicio de Su Majestad, andando en las dichas guerras, é que lo demás contenido en la pregunta que lo oyó decir.

3. A la tercera pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo oyó decir á muchas personas que son de Nica- ragua, y especialmente á su tío Alonso de S^ovia, é ques- to dice desta pregunta.

4. A la cuarta pregunta dijo que no la sabe.

5. A la quinta pregunta dijo que lo oyó decir lo en esta pregunta contenido á muchas personas.

6. A la sexta pregunta dijo que sabe lo contenido en esta pregunta así como en ella se contiene: preguntado cómo lo sabe, dijo que porque se halló presente á todo lo contenido en esta pregunta, por queste testigo fué uno de los conquistadores de Quito é sus comarcas.

7. A la sétima pregunta dijo que sabe esta pregunta como en ella se contiene; preguntado cómo lo sabe, dijo que porque así lo vido é se halló presente á todo ello.

8. A la otava pregunta dijo que sabe lo contenido en

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esta pregunta así como en ella se contiene: preguntado có- mo lo sabe, dijo que por queste testigo se halló presente á ello, é porque muchas veces salió á descubrir é hacer paces con el dicho Cristóbal de Segovia.

9. A la nueve pregunta dijo que lo sabe así como hombre que se halló presente á ello é lo vio.

10. A la diez pregunta dijo que sabe la pregunta así como en ella se contiene: preguntado cómo, dijo que por- que lo vido é se halló presente é sabe qne en esta entrada le hirieron al dicho Cristóbal de Segovia en un muslo.

1 1. A la once pregunta dijo que la sabe así como en ella se contiene: preguntado cómo, dijo que porque se halló presente á todo ello.

12. A la doce pregunta dijo que la sabe porque así lo vido, é vio al dicho Cristóbal de Segovia hacer lo que debía como buen servidor de Su Majestad, siempre andando bien encabalgado.

13. A la trece pregunta dijo que lo vido, así como hombre que lo vido.

14. A la catorce pregunta dijo que sabe asimismo esta pregunta como en ella se contiene: preguntado cómo lo sa- be, dijo que porque se halló á ello é vio ser regidor al dicho Cristóbal de Segovia, é sabe todo lo que la pregunta dice.

I 5. A la quince pregunta dijo que sabe quel dicho Cristóbal de Segovia volvió á Popayán, donde tenía sus in- dios, é oyó decir que había noteficado su cédula de repar- timiento al teniente para que le diese sus indios, é que no se los había dado; é sabe todo lo demás contenido en la pregunta, por queste testigo asimismo vino desde Quito con Gonzalo de Pizarro á descubrir la canela, donde vino el dicho Cristóbal de Segovia.

16. A la diez é seis pregunta dijo que la sabe así como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que por queste testigo es uno de ios que se hallaron en todo lo que la pregunta dice.

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17. A la diez é siete pregunta dijo que sabe é vio lo contenido en esta pregunta asi como hombre que se halló en todo ello é pasó por él; é que esto que tiene dicho es lo que sabe é la verdad, é público é notorio, so cargo del juramento que hizo; é firmólo de su nombre. Benito de Aguilar,

Ginés Hernández, testigo presentado para esta proban- za, habiendo jurado segund forma de derecho, é siendo pre- guntado por el tenor del dicho interrogatorio, dijo é de- puso lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce al dicho Cristóbal de Segovia de dos años é medio á esta parte, poco más ó menos, de vista, trato que con él ha tenido.

Preguntado por las generales, dijo ques de edad veinte é dos ó veinte é tres años, poco más ó menos, é que no le toca ninguna de las preguntas generales de la ley.

2. A la segunda pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta no lo sabe, más de lo haber oído decir, salvo que de los dos años é medio á esta parte que le conoce lo ha visto andar en la guerra é hacer lo que buen servidor é vasallo de Su Majestad debe en los descubrimientos [en] que se ha hallado.

3. A la tercera pregunta dijo quél lo no sabe.

4. A la cuarta pregunta dijo que no la sabe.

5. A la quinta pregunta dijo que no la sabe.

6. A la sexta pregunta dijo que lo oyó decir lo con- tenido en esta pregunta.

7. A la sétima pregunta dijo que lo oyó decir lo con- tenido en esta pregunta.

8. A la otava pregunta dijo quél oyó decir lo conte- nido en esta pregunta.

9. A la nueve pregunta dijo que no la sabe.

10. A la diez pregunta dijo que no la sabe porque no se halló allí.

II. A la once pregunta dijo que lo oyó decir.

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1 2. A la doce pregunta dijo que ha oído decir lo con- tenido en esta pregunta á muchas personas.

14. A la catorce pregunta dijo que ha oído decir lo contenido en esta pr^unta á muchas personas, é así es público.

15. A la quince pregunta dijo que sabe quel dicho Cristóbal de Segovia vino con el gobernador Gonzalo Pi- zarro á descubrir la canela, pero que lo demás no lo sabe.

16. A la diez é seis pregunta dijo que sabe esta pre- gunta así como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que porque se halló presente á todo ello é fué este testigo uno de los que vinieron con el dicho capitán Francisco de Orellana.

17. A la diez é siete pregunta dijo que sabe la pre- gunta como en ella se contiene porque, como dicho tiene, se haKó presente á todo ello; é questa es la verdad é lo que sabe so cargo del juramento que hizo; é firmólo. Ginés Hernández,

£1 comendador Cristóbal Enríquez, testigo presentado para esta probanza, habiendo jurado segund forma de de- recho, é siendo preguntado por el tenor del dicho interro- gatorio, dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce á Cristóbal de Segovia de tres años á esta parte, poco más ó menos, de vista é trato é conversación que con él ha tenido en el dicho tiempo.

Preguntado por las preguntas generales de la ley, dijo ques de veinte é siete años ó veinte é ocho, poco más ó menos, é que no es pariente ni enemigo del dicho.

2. A la segunda pregunta dijo queste testigo ha oído decir muchas veces quel dicho Cristóbal de Segovia ha re- sedido en las provincias contenidas en esta pregunta, y que las ha conquistado é poblado como la dicha pregunta dice.

3. A la tercera pregunta dijo que asimismo lo ha oído decir publicamente al dicho Segovia.

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4. A la cuarta pregunta dijo que no la sabe por queste testigo no era pasado á las Indias al tiempo que lo conte- nido en la pregunta pasó.

5. ^A la quinta pregunta dijo que lo ha oído decir á muchas personas, é asi es público que tiene los dichos in- dios en Nicaragua.

6. A la sexta pregunta dijo que lo contenido en la pregunta este testigo no lo vido, mas de ques público é no- torio entre los conquistadores que conquistaron las dichas provincias de Quito quel dicho Cristóbal de Segovia fué de los primeros conquistadores della, é que en la conquista había andado con sus armas é caballo é hecho lo que buen conquistador debió hacer, é por razón de sus servicios le habían dado indios de repartimiento de los mejores de la tierra; é asimesmo oyó decir por público é notorio quel di- cho Cristóbal de Segovia había dejado los dichos indios por ir en seguimiento del Gobernador Benalcázar y en ser- vicio de Su Majestad, é sabe questos dichos indios el go- bernador Francisco Pizarro se los quitó é los dio á otro; y esto es lo que sabe desta pregunta.

7. A la sétima pregunta dijo que lo que desta pre- gunta sabe es ques público é notorio quel dicho Cristóbal de Segovia fué de los primeros conquistadores é poblado- res de las provincias contenidas en esta pregunta, é sabe quel dicho Gobernador Benalcázar, como á tal conquista- dor, le dio repartimiento de indios en la cibdad de Popayán, por queste testigo vido las cédulas del repartimiento que le dieron, é cree que le fueron quitados estos indios deste repartimiento porque supo que los poseía otro vecino, á quien el teniente Juan de Ampuya parece que los dio; y que ansimesmo ha oído decir que en las dichas conquistas le mataron dos caballos contenidos en la dicha pregunta, los cuales valían muchos dineros; y esto dice desta pre- gunta.

8. A la octava pregunta dijo que lo contenido en esta

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pregunta lo ha oído decir públicamente á personas que andaban en compañía del dicho Cristóbal de Segovia é lo llevaban por cabdillo á muchas entradas que hacían.

9. A la novena pregunta dijo que no la sabe, porque no fué en tiempo deste testigo.

10. A la décima pregunta dijo que no la sabe, porque no fué en su tiempo; pero que cree que pasó ansí como la pregunta dice, por lo que ha oído'decir é visto del dicho Cristóbal de Segovia.

II. A la once pregunta dijo que no la sabe, porque no fué en tiempo deste testigo.

12. A la doce pregunta dijo que lo contenido en la pregunta no lo vido, pero ques publico é notorio entre los que dello saben lo contenido en la pregunta, y sabe que en el tiempo que que conoce al dicho Cristóbal de Se- govia lo ha visto andar bien encabalgado é hacer lo que debe á buen servidor é vasallo de Su Majestad.

13. A la trece pregunta dijo que no sabe lo contenido en esta pregunta, pero que lo ha oído decir públicamente.

14. A la catorce pregunta dijo que no la sabe porque no fué en tiempo deste testigo.

1 5. A la quince pregunta dijo que ha oído decir quel dicho Cristóbal de Segovia pidió ciertos indios al Teniente General, é sabe que no se los dio; é que salió con el Go- bernador Gonzalo Pizarro en descubrimiento de la canela, en cuya compañía este testigo vino.

16. A la diez é seis pregunta dijo que sabe lo conte- nido en esta pregunta, así como en ella se contiene, como hombre que se halló presente á todo ello y es uno de los que vinieron con el capitán Francisco de Orellana.

17. A la diez é siete pregunta dijo que sabe ansi- mismo lo contenido en esta pregunta, ansí como hombre que se halló á ello, é que cuando aportaron á esta Isla é á la de Cubagua traían mucha necesidad de comida é habían pasado mucha hambre é trabajo; é questo que tiene dicho

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es la verdad, é lo que sabe é cree é oyó decir, so cargo del juramento que hizo; é firmólo de su nombre. Cristóbal Enriquez,

El dicho Blas de Medina, testigo presentado para esta probanza, habiendo jurado segund forma de derecho, é siendo preguntado por el tenor del dicho interrogatorio, dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce al dicho Cristóbal de Segovia de seis ó siete años á esta parte, antes más que menos, de vista, trato é conversación que con él ha tenido en el dicho tiempo.

Preguntado por las generales, dijo ques de edad de veinte é dos años, poco más ó menos, é que no le toca nin- guna de las preguntas generales.

2. A la segunda pregunta dijo que de los dichos siete ó ocho años queste testigo conoce al dicho Cristóbal de Se- govia le ha conocido en las provincias del Perú, donde en el dicho tiempo le ha visto servir á Su Majestad descu- briendo é poblando tierras nuevas, é le ha visto hacer lo que buen servidor de Su Majestad debe hacer, é poner su persona á muchos trances é trabajos é riesgos.

3. A la tercera pregunta dijo que lo contenido en la pregunta lo oyó decir á muchas personas.

4. A la cuarta pregunta dijo que oyó decir lo conte- nido en esta pregunta, pero no lo sabe, porque no fué en su tiempo.

5. A la quinta pregunta dijo que lo contenido en esta pregunta lo oyó decir á algunos vecinos de Nicaragua, por donde este testigo cree lo contenido en la pregunta.

6. A la sexta pregunta dijo que sabe la pregunta así como en ella se contiene: preguntado cómo, dijo que por- que este testigo se halló en la provincia de Quito, donde lo vido.

7. A la sétima pregunta dijo que sabe la pregunta co- mo en ella se contiene, salvo que no le vido matar los dos

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caballos; pero oyólo decir por muy cierto, é vio donde se los mataron, é lo demás sabe porque así lo vio, é porque los dichos caballos valían en aquel tiempo muchos dineros*

8. A la otava pregunta dijo que sabe esta pregunta: preguntado cómo la sabe, dijo que porque se halló presen- te, é algunas veces este testigo fué con el dicho Segovia á entrar, yendo que iba por cabdillo de gente, é le vio hacer muchos pueblos de paz.

9. A la nueve pregunta dijo que no se halló presente, mas que lo ha oído decir á muchas personas que se halla- ron en lo que la pregunta dice.

10.— A la diez pregunta dijo que ha oído decir lo contenido en la pregunta á muchas personas, por donde este testigo para lo cree que así fué como la pregunta dice.

1 1. A la once pregunta dijo que ha oído decir lo con- tenido en la pregunta á muchos soldados que presentes se hallaron.

12. A la doce pregunta dijo que sabe quel dicho Cris- tóbal de Segovia siempre andado bien encabalgado é ha sido bien mandado de los capitanes é muy tenido dellos, é ques hombre que siempre encomendaban cargos de gen- te, é le vio hacer lo que debía á buen servidor de Su Ma- jestad en las conquistas queste testigo lo ha conocido.

13. A la trece pregunta dijo que sabe la pregunta ansí como en ella se contiene, porque se halló presente; é sabe quel dicho Cristóbal de Segovia fué uno de los primeros que descubrieron é poblaron la dicha villa.

14. A la catorce pregunta dijo que lo sabe porque lo oyó decir á muchos soldados que se habían hallado pre- sentes á lo contenido en esta pregunta.

15. A la quince pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene; preguntado cómo, dijo que porque vio al dicho Cristóbal de Segovia pedir ciertos indios en Quito al Teniente, é no se los dio; é sabe que de allí se vino con

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el gobernador Gonzalo Pizarro en descubrimiento de la canela.

16. A la diez é seis pregunta dijo que sabe esta pre- gunta como en ella se contiene, porque se halló presente y es uno de los que vinieron con el capitán Orellana por el río abajo.

17. A la diez é siete pregunta dijo quél asimismo sabe esta pregunta porque fué uno de los que vinieron por el dicho rio abajo, é agora está en esta Isla de la Margarita, donde aportaron; é questo que tiene dicho es lo que sabe, é cree, é oyó decir, so cargo del juramento que hizo: é fir- mólo.— Blas de Medina.

É después de así tomados é recebidos los dichos testi- gos en la manera que dicha es, ante los dichos señores Alcaldes, y en presencia de el dicho escribano, pareció el dicho Cristóbal de Segovia, é pidió que la dicha proban- za se le mande dar en pública forma para Ja presentar ante Su Majestad é adonde viere que le convenga, é que para que vala é haga fee quél la ponga su abtorídad é decreto judicial.

É luego los dichos señores Alcaldes mandaron á el dicho escribano que saque en pública forma un treslado, ó los que la parte quisiere, de la dicha probanza, que ellos son prestos de poner en ellos su abturidad é decreto judi- cial para que vala é haga fee tanto cuanto de derecho ha lugar.

É yo Rodrigo de Navarrete, escribano de Su Majes- dad é su notario público en la su casa é corte y en todos los sus reinos é señoríos, de mandado de los dichos señores Alcaldes, é de pedimiento del dicho Cristóbal de Segovia, saqué este traslado de la dicha probanza, según que ante pasó: por ende fice aquí este mío signo á tal. En tes- timonio de verdad. Francisco de Reyna, Diego Xuarez. Rodrigo de Navarrete, escribano de S. M.

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V

Fragmentos de la información de los méritos y servicios de Ginés Hernán- dez, hermano de Diego Hernández de Serpa, en el descubrimiento y po- blación de la provincia de Loja y Piura, y después en Quito. Zamora de los Alcaides, á 14 de Febrero de 1564. *

Por las preguntas siguientes sean examinados los testi- gos que son ó fueren presentados por parte de Ginés Her- nández, vecino de la ciudad de Zamora, en la probanza ad perpetuatn rei tnemoriam que hace de lo que ha servido á Su Majestad en estas partes de Indias de veinte y seis años á esta parte.

I. Primeramente, si conocen al dicho Ginés Hernán- dez y á Rodrigo de Ribadene3rra, Promotor Fiscal de la Justicia Real desta ciudad, é de qué tiempo á esta parte: digan lo que saben.

2. ítem si saben, creen, vieron, oyeron decir que el dicho Ginés Hernández que está en este reino del Perú tiempo de veinte y seis aftos á esta parte, poco más ó me- nos, serviendo á Su Majestad en conquistas, descubrimien- tos y guerras de su servicio, y cargos principales y otras cosas que se han ofrecido y le ha sido encargado de parte de Su Majestad por sus gobernadores y capitanes: digan lo que saben.

3. ítem si saben, &., que habrá veinte y seis años y más que el dicho Ginés Hernández fué á la ciudad de San Miguel de Piura deste reino del Perú é se halló en la con- quista y pacificación de Copiz y Cerrán y Goancabamba y parte de las provincias de los paltas, términos y juridición que agora es de la ciudad de Loja, la cual dicha ciudad se

Archivo de Indias, «Patronato», estante i.*, cajón 5.^ legajo ^3/7.

Río DE LAS AXLVZOXAS l¡$.

pobló después que el dicho Ginés Hernández se halló en la dicha padfícación: digan lo que saben.

4. ítem si saben, &., que el dicho Ginés Hernández, después de haber pasado lo contenido en la pregunta antes desta, salió de la dicha ciudad de San Miguel para ir á ser- vir á Su Majestad á la ciudad de Quito, que es ciento y veinte legoas de allí, á la cual llegó estando de poco tiempo aquélla poblada, y muchas provincias de su juridición rebe- ladas, y muchos vecinos, y casi todos juntamente con los naturales, estaban muy pobres; que fué en el tiempo que el capitán Lorenzo de Aldana fué á la dicha ciudad proveí- do por el marqués D. Francisco Pizarro, en la cual estuvo y residió mucho tiempo, ayudándola á sustentar, é yendo á las conquistas y paciñcaciones de las dichas provincias questaban alzadas y rebeladas, y cada día se alzaban; las cuales dichas paciñcaciones fueron parte para que en aquel tíempo, mediante ellas, haya venido á ser la dicha ciudad de Quito una de las más importantes de estas partes, y los naturales de aquella provincia han venido y vienen en gran aumento, multiplicación y pulicía, y en ellos se hace gran- dísimo fruto en la dotrina evangélica y cosas de nuestra santa fee, y están ricos con muchas tierras é haciendas, y asimismo los vecinos han quedado prosperados, de que á Dios Nuestro Seflor gran servicio y á Su Majestad, é á nú» quintos reales han sido muy aumentados: digan lo que saben.

5. A la quinta, si saben, &., que el dicho Giné» Her- nández salió de la dicha ciudad de Quito ;i servir 4 Su Mt\ jestad con el capitán Gonzalo Díaz de Pineda, i\\w fué pni veído por el marqués D. Francisco Pizarro al dmciibrl miento de Pelayo y Chalcoma, por la gran noticia (|uc lialWa desmeraldas y riqueza; el cual dicho dcHCubríinirnto, clr^i pues de se haber gastarlo j.^ran ticm{Hi en (^1, y Un\ivt U gente toda quedado muy trabaj;uia é uctcminiU, nc rrró la dicha tierra, por ser, como ch, muy Supera, íraj/ona y ínoii

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tuosa; en la cual dicha jomada el dicho Ginés Hernández fué á su costa y misión y sirvió como leal vasallo de Su Majestad: digan lo qué saben.

6. ítem si saben, &., que, habiendo vuelto del dicho descubrimiento declarado en la pregunta antes desta, el dicho Ginés Hernández volvió con el dicho Capitán á la dicha ciudad de Quito para ir al descubrimiento é conquista de las provincias de los Quijos, Zumaco y la Canela, en las cuales provincias entró con el dicho Capitán por se tener gran noticia dellats y ser tierra muy importante: é ansí trabajó en ella mucho, descubriendo muchas provin- cias, hasta se venir á salir á los términos de Quito, é de allí se fueron á juntar coo el capitán Lorenzo de Aldana, que venía con gente por la gobemacióo de Popayán á poblar la dudad de Pasto; é con la gente que veníamos con el dicho nuestro Capitán y con la que el didio Lorenzo de Aldana traía se pobló la dicha ciudad de Pasto, questá cuarenta l^oas de la de Quito.

7. ítem si saben, &., que el dicho Ginés Hernández, habiendo pasado lo suso dicho, salió á servir á Su Majestad con el capitán Alonso Hernández á la conquista y pacifi- cación de la provincia de Yumbo, que á la sazón estaba rebelada, porque, según era público, estaban convocados el cacique desta provincia llamado Bitara, y los caciques de las provincias de Otavalo y Quito, y otros caciques y principales de todas aquellas provincias se habían comuni- cado y concertado de se alzar y matar á los españoles, lo cual cesó y se apaciguó y allanó con hacerse, como se hizo, la dicha pacificación é conquista, con lo cual toda la tierra quedó asentada y sosegada, y esto fué causa para que nun- ca más haya habido desasosiego general en los dichos natu- rales: digan lo que saben.

8. ítem si saben, &., quel dicho Ginés Hernández, ha- biendo servido en lo contenido en la pregunta antes desta, salió de la ciudad de Quito á servir á Su Majestad con el

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capitán Lorenzo de Aldana, é fué á la provincia de Tome- bamba á desagraviar los naturales de ciertas quejas que daban contra el capitán Vergara y su gente, que había ve- nido del descubrimiento de los bracamoros; é como el dicho Lorenzo de Aldana fuese á la dicha provincia de Tome- bamba á redimir estas vejaciones que á los naturales hacía el dicho Vergara en la dicha provincia de Tomebamba, questá cincuenta legoas de Quito, y entendiendo el dicho Vergara su ida, se salió la gente que con él tenía, y él dejó de hacer las dichas vejaciones, por lo cual los naturales re- cibieron gran bien y socorro é quedaron contentos: digan lo que saben.

9. ítem si saben, &., que, después de pasado lo que dicho es, fué el dicho Ginés Hernández á servir á Su Ma- jestad con el capitán Rodrigo Núñez de Bonilla á la con- quista y pacificación de las provincias de Macas y Quisna é Tuna, y otras questaban en su comarca, questaban rebe- ladas por haber muerto ciertos españoles; las cuales dichas provincias y naturales dellas se castigaron por justicia, y apaciguaron y pacificaron y vinieron al dominio é servi- dumbre de Su Majestad: digan lo que saben.

10. ítem si saben, &., que, acabado lo en la pregunta antes desta, vuelto el dicho Ginés Hernández á la dicha ciudad de Quito, salió della á servir á Su Majestad con el gobernador Gonzalo Pizarro, quen nombre de Su Majestad iba proveído por el marqués D. Francisco Pizarro, su her- mano, y fué el dicho Ginés Hernández con él segunda vez á las dichas provincias de la Canela y Zumaco y Quijos, en las cuales provincias, después de haber entrado, se pa- deció mucho trabajo en necesidades é se morió de hambre toda la más gente y vinieron á necesidad de comerse los caballos; é con estos trabajos é ser la tierra montuosa y ás- pera anduvieron descubriendo las dichas provincias, del cual dicho descubrimiento redundó gran servicio á Dios

Nuestro Señor é á Su Majestad, por haberse poblado en la

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dicha tierra cuatro ciudades, é cada día se va poblando más adelante: digan lo que saben.

1 1. ítem si saben, &., que, después de haber pasado los trabajos contenidos en la pregunta antes desta, y ha- berse descubierto las dichas provincias é muchos naturales donde al presente están pobladas las dichas ciudades, el dicho Gonzalo Pizarro envió al capitán Francisco de Ore- llana, prosiguiendo el dicho descubrimiento, en un bergan- tín, y con él al dicho Ginés Hernández, los cuales con el dicho bergantín y canoas por el río abajo que dicen del Ma- rañen á descubrir tierra y buscar comida; y así fueron por el dicho rio abajo, el cual es una de las cosas señaladas del mundo, y salieron á la Mar del Norte, habiendo caminado más de mili é quinientas leguas el dicho río abajo; en el cual descubrieron grandes reinos y poblazones y tierras de gran- des riquezas é dispusición, que por ser poca gente no pu- dieron subjetarlos: y si saben que se hizo otro bergantín para se salvar del gran riesgo que llevaban por la continua guerra que los naturales les hacían, y para se guarecer de la braveza del río, que era tanta que no pudieron volver agua arriba, antes prosiguieron el dicho río abajo hasta salir á la mar, y caminaron por la costa della cuatrocien- tas legoas que habrá desde la boca del dicho río hasta las Islas de Cubagoa y Margarita, donde llegaron y hallaron la ciudad que allí tienen poblada los españoles: é si saben que en se hacer este descubrimiento fué cosa muy impor- tante, porque descubrieron la mayor parte de la tierra que hay en el Perú, y á Su Majestad se hizo notable servicio: digan lo que saben.

12. ítem si saben, &., que después de fecho el des- cubrimiento en la pregunta antes desta, el dicho Ginés Her- nández volvió á la costa del Nombre de Dios, é se pasó á embarcar á la Mar del Sur, y vino á la costa del Perú, é de ahí á la gobernación de Popayán é á la de Quito, de donde salió á servir á Su Majestad con el capitán Rodrigo

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de Ocampo á conquistar y pacifícar las provincias de Lita y Quilca, que estaban rebeladas muchos días había, é fué á su costa y misión: digan lo que saben.

13. ítem si saben, &., quel dicho Ginés Hernández, vuelto que fué á la dicha ciudad, salió della á servir á Su Majestad con el factor Pero Martín Montanero, que iba apacigoar la provincia de Canaribamba, questará setenta legoas de Quito, y en aquella sazón era juridición suya, en la cual estaban rebelados los naturales, porque en aquella sazón los indios de la provincia de Chaparra y de Viriay- anca, que eran comarcanos y agora son de la juridición de la ciudad de Loja, habían muerto muchos españoles mercaderes y les habían robado cuanto traían desde la costa de Túmbez á la ciudad de Quito, que era en aquella sazón camino real; y mediante hacerse la dicha pacificación que- daron seguros los caminos é apacigoaron á los dichos na- turales, y mediante esta dicha pacificación y el tiempo que en ella se tuvo, se descubrieron en las dichas provincias de Canaribamba, Tomebamba ,donde al presente está poblada la ciudad de Cuenca, las minas ricas del río que dicen de Santa Barbóla, de que se ha sacado gran suma de oro, é á Su Majestad se ha hecho gran servicio é sus reales quin- tos se han aumentado: digan lo que saben.

14. Ítem si saben, &., que el dicho Ginés Hernández se halló en la dicha ciudad de Quito al tiempo que el ca- pitán Rodrigo de Salazar alzó bandera por Su Majestad é mató al capitán Pedro de Puelles, questaba allí rebelado contra el servicio real, que era capitán de Gonzalo Pizarro é tenía la dicha ciudad; é si saben que salió el dicho Ginés Hernández con el dicho capitán Salazar acompañando el real estandarte hasta el valle de Jauja, questá cuarenta le- goas de la ciudad de Lima, á donde estaba el presidente Pedro de la Gasea, é se metió allí por el estandarte real, é fué en su acompañamiento serviendo á Su Majestad hasta el valle de Jaquijagoana, donde se dio la batalla en quel

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dicho Gonzalo Pizarro fué desbaratado, y del y sus secaces se hizo justicia, y en todo ello se halló en el servicio de Su Majestad: digan lo que saben.

15. ítem si saben, &., que, acabado lo suso dicho, el dicho Ginés Hernández volvió á la dicha ciudad de Quito con el dicho capitán Rodrigo de Salazar, para ir á poblar la conquista é descubrimiento de los Quijos, Zumaco y la Canela, que él había ido antes, y porque á la sazón no hobo efecto la dicha poblazón, se fué desde la dicha ciudad al descubrimiento de Macas, donde estaba el capitán Hernan- do de Bena vente, donde agora está poblada otra ciudad nuevamente, del cual dicho descubrimiento salió con el di- cho capitán á la provincia de Tomebamba, intento de vol- ver á entrar en el descubrimiento por parte que hubiese mejor entrada para la tierra: digan lo que saben.

16. ítem si saben, &., quel dicho Ginés Hernández vino con el dicho capitán Hernando de Benavente desde la dicha provincia de Tomebamba á la ciudad de Loja á se juntar con el capitán Alonso de Mercadillo, con los cua- les entró en la conquista y descubrimiento de la dicha ciu- dad de Zamora, donde á la sazón el dicho capitán Alonso de Mercadillo tenía cierta gente al principio de la tierra: di- gan lo que saben.

17. ítem si saben, &., que el dicho Ginés Hernández anduvo en esta dicha conquista y descubrimiento con los dichos capitanes Hernando de Benavente y Alonso de Mer- cadillo, de tiempo de doce años á esta parte, serviendo en la dicha conquista y en la pacifícación della con los dichos capitanes y con los demás capitanes y gobernadores que les han subcedido, serviendo con sus armas y caballos, ha- ciendo y obedeciendo lo que le ha sido mandado por los dichos Capitanes é Justicia, é ha convenido al servicio de Su Majestad é bien y pacifícación de la tierra.

18. ítem si saben, &., que, mediante la dicha con- quista y pacifícación, la dicha ciudad de 21amora se pobló

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y se ha sustentado y sustenta, y los naturales vienen en conocimiento de nuestra santa fee católica, é se les ha qui- tado no comer carne humana, como de antes la solían co- mer, é se mataban unos á otros é se comían y tenían gue- rra siempre unos con otros; é de seis años á esta parte, poco más ó menos, se han descubierto, seis legoas de la ciudad y en otras partes de su juridición, muy ricas minas de oro en ríos y cerros, de las cuales se han sacado gra- nos de mili é quinientos pesos, é de á seiscientos, é de á quinientos, é de á doscientos, poco más ó menos: mucha cantidad de oro más menudo se ha sacado y saca muy gran suma; de todo lo cual redunda servicio á Su Majestad é gran aumento á sus reales quintos: digan lo que saben.

19. ítem si saben, &., que el dicho Ginés Hernández ha sido y es vecino de la dicha ciudad de Zamora desde que se pobló, é ha tenido y tiene su casa poblada é sus- tentando vecindad con sus armas y caballo, sustentando en su casa continuamente hombres honrados que ayudan á sustentar el pueblo, todo á su costa y misión: digan lo que saben.

20. ítem si saben, &., que para la calidad y suerte del dicho Ginés Hernández, y para sustentar lo que sustenta y para haberse de tratar como hombre de honra, son muy pocos los indios que tiene de repartimiento; y que, ansí por esto, como por ser la dicha ciudad de Zamora de las más costosas destas partes, por traerse los mantenimientos de fuera parte, tiene necesidad de ser favorecido de Su Majes- tad con otra merced mayor: digan lo que saben.

21. ítem si saben, &., quel dicho Ginés Hernández es persona de calidad, que como tal siempre se ha tratado y tenido su comunicación y trato con personas principales, y que como á tal persona siempre le han sido encargados y encargan cargos importantes, en que ha servido á Su Ma- jestad, como es alcalde é regidor muchas veces, y tesorero de Su Majestad, y haber tenido otros cargos de república

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que se suelen dar á personas principales, y quen ellos se ha habido como bueno y reto juez é ha administrado los di- chos cargos con gran solicitud é gobierno, de suerte que se ha mostrado muy de veras servidor de Su Majestad é amparador de su república: digan lo que saben.

22. ítem si saben, &., que el dicho Ginés Hernández es buen cristiano y católico temeroso de Dios y obidiente á sus mandamientos y de los de la Santa Madre Iglesia y celoso de las cosas tocantes al servicio de Dios y de Su Majestad, y es persona pacífica é questá bien quisto y pro- cura la conservación é amparo destos naturales, así en las veces que ha sido caudillo en las pacificaciones é conquis- tas, como en la paz é sosiego, teniendo cuidado de la repú- blica: digan lo que saben.

23. ítem si saben, &., que para alguna remuneración de los dichos servicios que el dicho Ginés Hernández á Su Majestad ha fecho le fueron encomendados en términos de la dicha ciudad de Zamora quinientos indios de visita- ción por el capitán Alonso de Mercadillo, é confirmados por el visorey D. Antonio de Mendoza, é más le encomendó el Marqués de Cañete otros docientos, é que habiendo veni- do á visitar la tierra, se halló agraviado porque no halló ni tiene más de cient indios, poco más ó menos, con los cua- les, como dicho es, no se puede sustentar, así por ser pocos los indios, como por ser la gente de los dichos indios mise- rables y pobres y que viven desnudos en carnes, é ser gente que no dan tributo ninguno más de aquel que con la dili- gencia é ayuda del dicho Ginés Hernández puede adqui- rir; é si saben que por esta razón el dicho Ginés Hernán- dez está muy pobre y empeñado, y tiene necesidad de ser socorrido de Su Majestad para se desempeñar: digan lo que saben.

24. ítem si saben, &., que todos los servicios conteni- dos en las preguntas deste interrogatorio el dicho Ginés Hernández los ha fecho á Su Majestad á su costa é misión.

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y en todo le ha servido muy lealmente, sin haber deser- vido á Su Majestad ninguna cosa, ni en ningún tiempo, ni en ninguna de las alteraciones que en este reino habido: di- gan lo que saben.

25. ítem si saben, &., que el dicho Ginés Hernández es persona de tales partes questará en él muy bien em- pleada cualquier merced que Su Majestad le haga, é que conforme á sus servicios y calidad tiene prenda y méritos para ello: digan lo que saben.

26. ítem si saben, &., quel dicho Ginés Hernández, á causa de los grandes gastos que ha hecho en servir á Su Majestad en lo que dicho es en las preguntas antes desta, está pobre é con tanta necesidad que no puede ir ni enviar á la ciudad de los Reyes á hacer esta probanza á la Real Audiencia que en ella reside, por estar más de docientas legoas desta ciudad é ser los caminos de muchos trabajos, é ser necesario mucha suma de pesos de oro^ para el efeto: digan lo que saben.

Así fué necesario hacer la dicha probanza en esta ciu- dad, á causa de no poder ir á la dicha Real Audiencia el dicho Ginés Hernández é perdiera su justicia é dejara de informar á Su Majestad de los servicios que ha hecho por- que, como dicho es, está muy pobre é necesitado, é su jus- ticia pereciera.

27. ítem si saben, &., que todo lo suso dicho es pú- blico y notorio y pública voz y fama, é por tal habido y te- nido y comunmente reputado: digan lo que saben. Ginés Hernández.

Fecha en la ciudad de Zamora de los Alcaides de los reinos y provincias del Perú, á catorce de Febrero de mil quinientos sesenta y cuatro.

Diego Gómez. A la once pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene: preguntado cómo, dijo que por queste testigo por sus propias manos ayudó á hacer el bergantín en que el dicho capitán Francisco de Orellana y

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el dicho Ginés Hernández é cincuenta soldados se embar- caron para ir á buscar comida el dicho río del Marañón abajo, como el dicho Gonzalo Pizarro se lo mandó; los cua- les dichos soldados vido este testigo hacer á la vela é ir el dicho rio abajo, é como no tovieron nueva dellos en más de un año, tuvieron entendido que se habían muerto, á cau- sa de que luego como los enviaron en busca de comida, porque padecían gran necesidad, y tanta que comieron los caballos de hambre, como estuvieron esperando la vuelta del dicho Capitán con los dichos cincuenta soldados cua- renta y tantos días, les fué forzado haber de tornarse á tie- rra de paz y en busca de bastimentos; é á cabo de muchos meses, como tornaron á este reino del Perú parte de al- gunos soldados de los sobredichos, supieron dellos que el dicho Ginés Hernández é los demás que con él habían ido padecieron los trabajos y riesgos y hambres que la pre- gunta dice, é por esto lo sabe.

Alvaro de Sepúlveda. Á la once pregunta dijo que lo que della sabe es haber visto como el dicho Gonzalo Piza- rro envió al capitán Francisco de Orellana que la pregunta dice, en el bergantín é canoas que en ella se declara el río abajo que dicen del Marañón, en busca de comida, é des. cubrió tierra; y entre los soldados que consigo llevó, vido que fué uno dellos el dicho Ginés Hernández, porque lo vido embarcar é hacer á la vela con los demás; los cuales se fueron en demanda de lo que tiene declarado, é como no volvieron en más de cuarenta días, á lo que se acuerda, el dicho Gonzalo Pizarro se fué en seguimiento de su jor- nada, donde estovieron muchos días y padecieron trabajos intolerables que, por ser muchos é de grandes peligros, no los declara; y esto sabe desta pregunta.

Diego de Herrera. A la oncena pregunta dijo que lo que della sabe es que al tiempo que la pregunta dice este testigo vido cómo el dicho gobernador Gonzalo Pizarrro envió al capitán Francisco de Orellana con un bergantín é

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ciertas canoas el río abajo del Marañón en busca de comida, é para el efeto le dio cuarenta ó cincuenta soldados, y en- tre ellos al dicho Ginés Hernández, á los cuales todos este testigo vido como se embarcaron é fueron el dicho río aba- jo, é no volvieron más por causa de que, según después pareció, vinieron á salir á la Mar del Norte; que por lo que anduvieron desde el tiempo que se apartaron del dicho Gonzalo Pizarro hasta que llegaron á la mar anduvieron más de mili é quinientas legoas, en todo lo cual á este tes- tigo le dijeron algunos de los soldados que habían ido con el dicho capitán Orellana, después que volvieron á este rei- no, que habían padecido grandes trabajos é necesidades é descubierto muchos reinos é de muchos naturales é otras muchas más cosas que la pregunta dice, y de como el dicho rio del Marañón es una cosa la más principal que hay en medio mundo, porque decían que junto á la mar era de más de treinta legoas de ancho, é más arriba de sesenta, é que, de haber descubierto tan grandes tierras, no pudo de- jar de ser señalado servicio el que los sobredichos hicieron en ello á Su Majestad: é questo sabe desta pregunta.

Ruy Vázquez Parra. A la once pregunta dijo que lo contenido en la pregunta se lo dijeron á este testigo por muy cierto los dichos Francisco de Isásaga é Pedro de Iba- rra é Alvaro de Sepúlveda, y después acá ha oído decir questán pobladas dos ciudades buenas en la dicha jornada, que se llama la una la ciudad de Baeza, é otra la Dávila, é questo dice á esta pregunta.

Bernabé Fonseca. A la oncena pregunta dijo que todo lo que la pregunta dice, este testigo lo oyó decir por muy público y muy notorio á Francisco de Isásaga, que fué uno de los que fueron en compañía del dicho Ginés Hernández con el dicho bergantín y canoas que la pregunta dice é de- clara, juntamente con otros soldados, por el dicho río del Marañón, hasta que vinieron á salir á la Mar del Norte; que, según les pareció, podrían haber andado en lo sobredicho

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más de mili é quinientas legoas, é que yendo el dicho río abajo descubrieron toda la tierra y gente que la pregunta dice, y padecieron los trabajos y necesidades en ella con- tenidos, hasta que fueron á desembarcar en Cubagoa, é de allí volvieron á este reino; é questo sabe desta pregunta.

Pedro de Ibarra. A la once pregunta dijo que todo lo que la pregunta dice, este testigo lo oyó decir por público y muy notorio á muchos soldados que habían ido en com- pañía del dicho Ginés Hernández por el dicho río del Ma- rañen abajo al tiempo que la pregunta dice que había sido, según é de la forma y manera que en ella se declara.

Martín Sánchez. Á la once pregunta dijo que todo lo que la pregunta dice á este testigo se lo dijeron por muy público é muy notorio muchos soldados del dicho Gonzalo Pizarro al tiempo que salieron de la dicha jornada, procu- rando este testigo de saber del dicho Ginés Hernández y del capitán Francisco de Orellana que la pregunta dice, porque este testigo era soldado de su compañía é deseaba saber del para irle á servir, é como le dijeron los dichos soldados que tiene declarados que no podía ser por respeto de que había ido en un bergantín con cincuenta soldados por el río abajo en busca de comida é descubrir tierra, é que no pensaban volvería tan ayna, porque llevaba pro- puesto de no parar hasta la Mar del Norte, como en efeto lo hizo, segunt de la manera é forma que la pregunta de- clara: preguntado cómo lo sabe, dijo que por las razones que tiene dichas, é también porque el dicho Ginés Her- nández é otros soldados de los que el dicho Orellana llevó consigo se lo dijeron á este testigo, vueltos que fueron á este reino del Perú, después que hubieron andado todo aquello que la pregunta declara y padecido los trabajos é necesidades en ella contenidos; é por esto lo sabe como tiene dicho.

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VI

Fragmentq^ de la información de méritos y servicios de Pedro Domínguez Miradero. fQmiOf Septiembre de 1564.

En la ciudad de San Francisco del Quito destos reinos del Perú, á veinte y seis días del mes de Septiembre de mili é quinientos y sesenta é cuatro años, antel muy ilustre señor licenciado Fernando de Santillán, Presidente que fué desta Real Audiencia, estando en los estrados reales della, paresció Pedro Domínguez Miradero, y presentó la petición é interrogatorio del tenor siguiente:

Muy poderoso Señor: Pedro Domínguez Miradero, mo- rador en esta ciudad de San Francisco del Quito, parezco ante Vuestra Alteza y digo: que yo tiempo de treinta años que yo pasé á estas partes de Indias con Don Pedro de Lugo, vuestro Adelantado y Gobernador, y del dicho tiempo á esta parte yo he servido á Vuestra Alteza en estas provincias, como fué con vuestro capitán Luis Bernal y su teniente Juan Greciano, en descubrir el Guaca y Nore y Buritica y Caramanta, é las provincias de Anzerma, las cuales ayudé á poblar é pacifícar y conquistar, y de allí vine en su compañía á pacifícar la ciudad de Cali con el capitán Miguel Muñoz, questaban los naturales della rebe- lados contra vuestro real servicio; y hecho esto, por la no- ticia que tuve de estar rebelados contra vuestro real servi- cio los indios naturales desta ciudad de San Francisco del Quito, vine á ella en compañía del capitán Benavente, donde hallamos al capitán Rodrigo Martínez de Bonilla, y con él y debajo de vuestro estandarte real me hallé en las

Archivo de Indias, estante i.*, cajón 5.**, legajo 35/19.

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conquistas y pacificaciones de Macas é Quisna é Cuna é Cangai y las den>ás provincias de los indios naturales desta cibdad de San Francisco del Quito que á los vecinos della estaban encomendados; y hecho lo suso dicho, salí desta ciudad con Gonzalo Pizarro, que á la sazón estaba en vues- tro real servicio, al descubrimiento de Zumaco y la Canela y el Dorado, y en el dicho descubrimiento, yendo por el río del Marañen abajo, teniendo el dicho vuestro capitán Gonzalo Pizarro conceto de mi persona, me envió en com- pañía del capitán Francisco de Orellana, en un barco y veinte y dos canoas, con cincuenta hombres, á descubrir la tierra por el río abajo, é no pudiendo volver por el dicho río con la fuerza de las corrientes y aguas y tiempos é guazabaras de indios, caminé cuatro meses sin parar hasta salir á la Mar del Norte; padesciendo grandes hambres, tra- bajos é necesidades, fuimos á aportar á la Isla de la Mar- garita, de donde partí para mejor servir á vuestra Alteza. Vine por la Mar del Sur, é teniendo noticia quen Santiago de Guayaquil estaban rebelados los naturales de aquella provincia é Isla de la Puna contra vuestro real servicio, y que habían muerto al obispo fray Vicente de Valverde y á los cristianos que con él se hallaron, entré en la pacifica- ción y conquista de la dicha provincia é isla en compañía del capitán Diego de Urbina y de Gómez Destacio, su te- niente, y lo ayudé á poblar, conquistar é reedificar é redu- cir á vuestro real servicio; y hecho lo suso dicho, teniendo noticia que los indios de la cibdad de Quito de la provincia de Quilcaylita é Caguasqui estaban rebelados contra vues- tro real servicio, vine en compañía de vuestro capitán Ro- drigo de Campo á la pacificación de la dicha provincia; y hecho lo suso dicho, por noticia que tuve de las minas del río de Santa Barbóla, fui á ellas, é por mi buena diligen- cia é industria fui parte para que se descubriesen muy ri- cas minas, de donde se sacó mucha cantidad de pesos de oro, de que vuestros reales quintos fueron aumentados, y

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de allí me vine á esta cibdad de Quito, donde, estando en ella en vuestro real servicio, teniendo nueva que Gonzalo Pizarro había conspirado contra vuestro real servicio, y es- tando Pedro de Puelles, capitán de Gonzalo Pizarro, en esta ciudad de Quito, y teniéndola tiranizada y debajo de su dominio é mando por el dicho Gonzalo Pizarro, hecha cantidad de gente contra vuestro real servicio, y estando á la sazón en esta dicha ciudad el capitán Rodrigo de Sa- lazar, teniendo concepto de mi persona y de otros servi- dores de Vuestra Alteza, alzó bandera en vuestro real nom- bre, y favorecido de vuestros servidores mató al dicho ca- pitán Pedro de Puelles, y en ello yo me hallé debajo de vuestro estandarte real, y por el conecto que tuvo de mi persona me hizo cabo de escuadra de ochenta arcabuceros; y hecho este servicio á Vuestra Alteza, el dicho capitán Ro- drigo de Salazar, teniendo nueva quel Doctor Gasea, vues- tro Presidente, subía por la Mar del Sur á Lima contra Gonzalo Pizarro, salió de la cibdad de Quito con trecientos hombres, é yo con él debajo de vuestro estandarte real, como cabo descuadra de los ochenta arcabuceros, hasta llegar al valle de Jauja, donde se juntó con el dicho Presi- dente Gasea, y dende allí marchamos todos juntos hasta el valle de Jaquijaguana, adonde se dio la batalla al tirano Gonzalo Pizarro, y en ella me hallé debajo de vuestro es- tandarte real con el dicho cargo de cabo descuadra hasta que le rendimos y fué hecha justicia del y de sus secuaces; y de allí salí, con licencia del Doctor Gasea, á esta provin- cia de Quito á ir á poblar los Quijos y Canela con el capi- tán Rodrigo de Salazar, que á el dicho efeto fué proveído por el dicho Doctor Gasea; é por no hacer el dicho capitán Rodrigo de Salazar la dicha jornada, me quede en esta cibdad de Quito, adonde á la sazón vino por corregidor Antonio de Oznayo, y á esta sazón se rebelaron los indios de Lita é Quilca é Caguasqui y mataron á su encomendero y otros españoles, y el dicho Antonio de Üznayo, corre-

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gidor, salió al castigo é pacifícación de las dichas provin- cias con ochenta hombres, y me llevó consigo, adonde me hallé en vuestro real servicio; y estando el dicho vuestro corregidor Antonio de Oznayo haciendo la dicha pacifica- ción en las dichas provincias, tuvo aviso de vuestro Presi- dente é Oidores de vuestra Real Audiencia de Lima como se había alzado Francisco Hernández Girón contra vuestro real servicio, mandándole que tuviese gran recaudo é guar- da en esta ciudad de Quito y su tierra; y como tuvo la nueva dicha, salió de las dichas provincias é vino al pueblo de Carangueques, desta dicha provincia de Quito, y allí asentó su real, y estando en su toldo á media noche tne envió á llamar con un paje suyo, é teniendo noticia de los muchos y leales servicios que he hecho á Vuestra Alteza, confiado de mi persona, me dio parte de lo que vuestro Presidente é Oidores le escribieron, y puso su persona y campo en mi poder, y me encargó é rogó que le buscase en su campo los soldados que á me paresciese ser leales servidores de Su Majestad para la guardia de su persona, de la cual y dellos me nombró por su caudillo y encomen- dó el servicio de Su Majestad y su guarda; é yo luego puse por obra lo que así me encomendó, y le busqué los solda- dos que me paresció que convenía para semejante negocio, y usando del cargo que me dio, estando secreto, sin que dello se diese parte á persona alguna, se levantó de Ca- rangue con la gente que en su campo tenía, le metí en la ciudad de Quito, adonde, estando en ella guardada su per- sona, llamó á cabildo y declaró al Cabildo, Justicia é Regi- miento las nuevas que tenía del alzamiento de Francisco Hernández; y siempre, hasta que se tuvo la nueva del des- barate del dicho Francisco Hernández Girón, me tuvo en esta cibdad de Quito en su compañía y casa con el cargo que me dio, sirviendo en todo ello á Vuestra Alteza como bueno y leal vasallo; y hecho esto, vino á esta cibdad el gobernador Gil Ramírez, el cual entró desde esta cibdad

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en los Quijos y Canela, é yo fui con él por su caudillo é ayudé á conquistar, pacifícar é poblar la cibdad de Baeza; y hecho el dicho servicio, volví á esta cibdad de Sant Fran- cisco del Quito con el mismo gobernador Gil Ramírez á hacer gente é munición; y estando en esta ciudad haciendo lo suso dicho, fué proveído por gobernador el capitán Ro- drigo Martínez de Bonilla de las dichas provincias de los Quijos y Canela, con el cual entré en la dicha ciudad de Baeza, la cual después que se pobló se rebelaron los indios naturales della, é por el dicho capitán Rodrigo Martínez de Bonilla fui proveído por caudillo, y sirviendo á Vuestra Alteza los hice venir de paz y reduje á vuestro servicio; é por fín é muerte del dicho Rodrigo Martínez de Bonilla, vuestro gobernador, fué proveído por gobernador Melchor Vázquez de Avila, el cual en vuestro real nombre y en su lugar envió á las provincias de Zumaco y Canela al capitán Andrés Contero con ciento y cincuenta hombres á pacifi- car, conquistar é poblar la dicha provincia, y con él y de- bajo de vuestro estandarte entré á mi propia costa á servir á Vuestra Alteza, sirviendo de caudillo en la dicha jornada; con los cuales dichos capitanes, y en las partes y lugares dichas, me he hallado siempre debajo de vuestro estandarte real y en vuestro real servicio, sirviendo con mi persona, armas y caballos, á mi propia costa é minsión, y dando industria á otros soldados en vuestro real campo y á vues- tros capitanes de lo que se debía hacer, como hombre que lo entiende; é porque de ninguno de todos estos servicios [he sido] gratificado y quiero que dellos conste á Vuestra Alteza, para que en remuneración dellos Vuestra Alteza me haga las mercedes que merezco, pido y suplico á Vues- tra Alteza mande sean examinados los testigos que presen- tare por el tenor de las preguntas deste mi interrogatorio, y lo que dijeren é depusieren me lo mande dar todo autori- zado en pública forma, en manera que haga fee, para lo presentar ante Vuestra Real Persona, para que por Vuestra

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Alteza visto, descargando su real conciencia, por los méri- tos de mis servicios, me haga las mercedes que por ellos pretendo; é para ello pido que, conforme á vuestra real cé- dula, sea citado vuestro Fiscal, y en lo necesario vuestro real oñcio imploro. Pedro Domínguez Miradero.

Interrogatorio. Por las preguntas siguientes sean exa- minados los testigos que por parte de Pedro I>omínguez Miradero fuesen presentados en razón de los servicios que ha hecho á Su Majestad en estas partes de Indias.

Pregunta 6. ítem si saben que, hecho lo suso dicho, salí desta cibdad de San Francisco del Quito con el gober- nador Gonzalo Pizarro, que á la sazón estaba en servicio de Su Majestad, en descubrimiento de Zumaco y la Canela y el Dorado, y en la dicha jornada, yendo por el río del Marañón abajo, el dicho gobernador Gonzalo Pizarro, te- niendo conceto de mi persona, en servicio de Su Majestad me envió con el capitán Francisco de Orellana, en un barco con veinte é dos canoas y con cincuenta hombres, á descubrir la tierra por el río abajo, por el cual, no pudiendo volver el río arriba por la fuerza de las corrientes é mu- chas aguas y tiempos y guazabaras de indios, caminamos cuatro meses sin parar, padesciendo muchos trabajos, ham- bres é necesidades, comiendo á falta de bastimentos los coletos, y cueros de vaca, y suelas de zapatos, y botas, y borceguíes, y aciones de las estriberas y otras bascosida- des que les constreñía la hambre é necesidad; con todo lo cual, por la industria que yo el dicho Pedro Domínguez Miradero di, así en la navegación del río del Marañón co- mo en la Mar del Norte cuando á ella salimos, animando á los soldados que en mi compañía iban, mediante Dios y otro barco que en el dicho río del Marañón dio orden que se hiciese por la nescesidad que del tuvimos para escapar la gente de las guazabaras de los naturales, escapamos con

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mucho trabajo y fuimos á parar á la Margarita, donde des- embarcamos en la Isla de Cubagua (sic), más difuntos que vivos, y de tal manera que los vecinos della se asombraron de vernos: digan lo que saben.

Muy poderoso seflor: Pedro Domínguez Miradero digo: que por una petición que presenté ante Vuestra Alteza ex- presé los muchos y muy leales servicios que tengo hechos á Vuestra Alteza en estas partes de Indias, de treinta años á esta parte, para hacer mi probanza, para que constando dellos, Vuestra Alteza me haga las mercedes que en remu- neración dellos merezco; é por ser muchos é tales cual tengo representado, y haber gastado mucha cantidad de pesos de oro en vuestro real servicio, pido y suplico á Vues- tra Alteza, en remuneración dellos me mande dar seis mili pesos de buen oro de renta en cada un año en réditos de indios que lo valgan, y entre tanto que no los hubiere va- cos se me den de vuestra real caja; é porque como vuestro leal vasallo y servidor en los cargos que he tenido por vuestros capitanes en las entradas y batallas en que me hallé hice hechos muy señalados, poniendo la vida al ta- blero, como fué en subir en un árbol muy alto é peligroso de subir, y cercado de enemigos, del cual descubrí la tierra de Anzerma, y, descubierta, fué parte para la ganar é po- blar la ciudad de Anzerma é otros pueblos que en ella se poblaron en vuestro real nombre; y en el río del Marañón gané una fuerza á muchos indios naturales questaban he- chos fuertes en ella para nos matar y defender el paso del río Marañón y puente del, la cual y la dicha puente gané y pasé con los barcos é gente que íbamos, mediante lo cual escapamos; y en la guerra de Jaquijaguana, en la batalla que se dio á Gonzalo Pizarro, hice á Vuestra Alteza nota- bles servicios y quité á un soldado que prendí un yelmo y espada y escudo; é por los dichos servicios suplico á Vues- tra Alteza, demás de lo suso dicho, me haga merced de

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un titulo de su capitán del número, con voto en los cabil- dos de los pueblos donde me hallare, porque como hombre que entiende el arte de la guerra en vuestro real servicio; é por mi parescer (sic), é por armas, el árbol é fortaleza é río Marañón y puente, yelmo y escudo y espada que gané, todo en vuestro real servicio; é que yo é mis deudos é descen- dientes las podamos tener é traer por armas en nuestras casas, sellos é reposteros: de todo lo cual constará á Vues- tra Alteza por la información que pretendo hacer, la cual para ello pido sea tomada é para ello, &. Pedro Domín- guez Miradero.

Respuesta del testigo Juan Agraz á la pregunta 6. Á la sexta pregunta dijo este testigo que sabe quel dicho Pedro Domínguez fué uno de los soldados que fueron en compañía de Gonzalo Pizarro á las provincias de Zumaco é Canela é río del Marañón, y en ella sirvió como buen soldado á su costa, y sabe que fué uno de los que fueron por el río del Marañón abajo en compañía del Capitán Ore- llana, por queste testigo fué con el dicho Gonzalo Pizarro, é vio embarcar al dicho Pedro Domínguez con el dicho Ore- llana para descubrir el dicho río, é que no podían dejar de pasar muchas hambres é trabajos, porque hasta allí se ha- bían pasado; y esto sabe é responde.

Respuesta del testigo Benito Barreda á la misma. A la sexta pregunta dijo este testigo que sabe é vido que fué el dicho Pedro Domínguez con el dicho Gonzalo Pizarro al descubrimiento é pacificación de los indios de Zumaco y la Canela é río de Marañón, é vido como el dicho Pedro Domínguez fué con el dicho Orellana el río abajo á descu- brir tierra, é que tiene este testigo para que por ser las corrientes tan grandes no podrían volver con el bergantín el río arriba, é que en todo esto le vido servir muy princi- palmente en lo que se ofreció como buen soldado, é que pasaron muchas hambres é necesidades, é que sabe é vido

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este testigo que comieron con la gran hambre todo lo con- tenido en la pregunta en la dicha jornada.

Respuesta del testigo Alonso de Cabrera á la misma. A la sexta pregunta dijo este testigo que la sabe como en en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que por- que este testigo fué uno de los que fueron á la dicha jor- nada con el dicho Gonzalo Pizarro, y también fué de los que bajaron con el dicho Capitán Orellana por el dicho río abajo, donde vido todo lo que la pregunta dice, é vido servir é trabajar al dicho Pedro Domínguez como buen sol- dado; y esto es lo que sabe.

Respuesta del capitán Alonso de Bastidas. A la sexta pregunta dijo que lo que sabe de la pregunta es que al tiempo quel dicho Gonzalo Pizarro estaba en esta cibdad para ir al descubrimiento que la pregunta dice, vido quel dicho Pedro Domínguez fué con el dicho Gonzalo Pizarro, y año y medio después, poco más ó menos, vido este tes- tigo tornar á esta cibdad al dicho Gonzalo Pizarro y á mu- chos españoles de los que con él habían ido, muy perdidos é destrozados; é preguntado por la gente que faltaba, en- tendió, y ansí fué publico é notorio, que Francisco de Ore- llana había ido el río abajo, y el dicho Pedro Domínguez con él, é que á cabo de harto tiempo tornó á esta ciudad el dicho Pedro Domínguez; del cual y de un Alonso de Ca- brera, é después en Lima del padre fray Gaspar de Cara- vajal y de otras personas que habían ido el río abajo, supe y entendí quel dicho Pedro Domínguez había ido con ellos, é que trabajó muy mucho é dio mucha industria en hacer un barco grande que habían hecho, y habían ido á aportar y á parar á la Margarita; y después de venido á esta cibdad el dicho Pedro Domínguez, le vio este testigo muy torpe, las- timado de las manos, y decía que del trabajo que había tra- bajado en hacer los barcos; y ansí mismo habían tenido mu- chas guazabaras de indios en piraguas y canoas, y habían pa- descido excesivos trabajos; y esto responde de la pregunta.

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Respuesta del testigo Bonifaz de Herrera. A la sexta pregunta dijo que sabe, por lo haber visto, quel dicho Pe- dro Domínguez fué con el gobernador Gonzalo Pizarro, por- que este testigo fué con él á la jornada que la pregunta dice, é vio como se apartó el dicho Pedro Domínguez con el Capitán Orellana por el río abajo del Marañón, y este testigo se quedó con el dicho Gonzalo Pizarro; y así no sabe lo que después pasó.

VII

Fragmentos de la información de méritos y servicios de Juan de ilíones, Quito, Septiembre de 1568.

En la ciudad de Sant Francisco del Quito de los reinos del Pirü, á diez días del mes de Septiembre de mili é qui- nientos y sesenta y ocho años, ante los señores Presidente é Oidores del Audiencia y Chancillería Real de Su Majes- tad que en esta cibdad reside, es á saber, el señor doctor Gabriel de Loarte, que como oidor más antiguo en ella preside, y el señor licenciado García de Valverde y el se- ñor doctor Pedro de Hinojosa, oidores de la dicha Real Audiencia, estando haciendo audiencia pública, y en pre- sencia de Gómez de Moscosso, escribtino de cámara della, paresció Juan de Illanes, vecino desta ciudad, é pre- sentó una petición que dice en esta guisa:

Muy poderoso señor: Juan de Illanes, vecino desta ciu- dad de Quito, digo: que podrá haber treinta é cuatro años, poco más ó menos, que pasé á estas partes á servir á Vues- tra Alteza, y así le he servido en la conquista y población

Archivo de lodias, 76-6 8.

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de la ciudad de Santiago de Guayaquil y en la entrada y descubrimiento de la Canela con Gonzalo Pizarro, y fui el río abajo y serví á Vuestra Alteza en el descubrimiento del río del Marañen con el capitán Francisco de Orellana hasta salir á Cubagua, y después serví á Vuestra Alteza en el acompañamiento de vuestro visorey Blasco Núñez Vela en la ciudad de los Reyes hasta que le prendieron; y al tiempo que esta ciudad estaba tiranizada por Gonzalo Pi- zarro, serví á Vuestra Alteza al tiempo que se retrujo á vuestro real servicio, y serví á Vuestra Alteza en compañía del Presidente Gasea en la batalla que dio á Gonzalo Pi- zarro, y después serví á Vuestra Alteza en la conquista y paciñcación de los pueblos de Lita y Quilca y Caguaqui, que son en los términos desta ciudad; y al tiempo que se alzó en este reino contra vuestro real servicio Francisco Hernández Girón, estuve en el pueblo de Chimbo desta ciudad por mandado del Corregidor del la guardando aquel paso con gente que para ello tuve; y he servido á Vuestra Alteza en otras cosas que se han ofrecido de vuestro real servicio con mis armas y caballos y criados, todo á mi costa y minsión, donde he gastado mucha suma de pesos de oro sin habérseme dado ninguna cosa de vuestra real hacienda, y sin haber deservido á Vuestra Alteza en nin- guna de las cosas acaescidas en este reino contra vuestro real servicio; y hasta agora no he sido remunerado ni gra- tificado de mis servicios, y estoy pobre y viejo, y con hijo», padesciendo de sustentación: y porque pretendo suplicar á Vuestra Real Persona que me haga merced de cuati*o mili pesos de renta en cada un año, suplico á Vuestra Altcxá« conforme á lo mandado por vuestra real cédula, nianiic i\ vuestro Presidente é Oidores desla vuestra Real AudiencíA de oñcio haga la información de lo suso diclu) y dO on clin su parescer y lo envíen á vuestra real |irr*»»>ni\ \^;\M\ \\\\v me haga mercedes, é pido justicia, y en lo uo^m^'iumo, \\ ^uan de I llaves.

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Testigo. En la dbdad de Sant Francisco de Quito, á veinte y cuatro días del mes de Septiembre del dicho año de mili é quinientos y sesenta y ocho años, el señor doctor Pedro de Hinojosa, para la información de servicios de Juan de Ulanes, hizo parecer ante al capitán Alvaro de Paz, de quien recibió juramento, &.

Preguntado si sabe, ha visto ó oído este testigo que el dicho Juan de Illanes ha servido á S. M. en estos reinos ó en otras partes en las alteraciones acaescidas en las Indias, ó en conquistas y poblaciones, dijo: que sabe que el dicho Juan de Illanes ha sido y es servidor de S. M., porque de treinta años á esta parte que que le conoce le ha visto servir á S. M., en especial en la conquista y población de la cibdad de Santiago de Guayaquil, en compañía del capitán Francisco de Orellana, y con el dicho Capitán entró al des- cubrimiento de la provincia de las Esmeraldas; y en todo esto anduvo este testigo coh el dicho Capitán Orellana, é vido que el dicho Juan de Illanes sirvió en ello como muy buen soldado, sin socorro ni ayuda de costa, sino á su pro- pia costa é minsión, porque este testigo trató y comunicó en el dicho tiempo al dicho Juan de Illanes; y después, es- tando este testigo en esta ciudad, vido quel dicho Juan de Illanes fué en compañía de Gonzalo Pizarro en servicio de Su Majestad al descubrimiento de la Canela é río del Ma- rañón; é desde año y medio, poco más ó menos, vido este testigo salir al dicho Gonzalo Pizarro de la dicha jornada con parte de la gente que metió, que venían perdidos é desbaratados, é preguntó este testigo por el dicho Juan de Illanes, como no le vido salir, é dijeron á este testigo que fué el río del Marañón abajo en compañía del Capitán Ore- llana, que lo envió el dicho Gonzalo Pizarro á descubrir, é después lo vido en esta cibdad; del cual é de Pedro Do- mínguez é Alonso de Cabrera supo este testigo que había salido el dicho Juan de Illanes por el dicho río del Ma- rañón.

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Testigo. É después de lo suso dicho, en la dicha cib- dad de Quito, á veinte y cinco días del dicho mes de Sep- tiembre del dicho año de mili é quinientos y sesenta y y ocho años, el dicho señor Doctor Hinojosa, para la di- cha información, hizo parecer ante si á Alonso de Cabrera, vecino de la cibdad de Cuenca, del cual, tomado é recibido juramento en forma de derecho, y lo hizo bien y cumpli- damente, y le fueron fechas las preguntas siguientes:

Preguntado qué edad tiene este testigo é qué tiempo que está en las Indias y si conoce á Juan de Illanes, ve- cino desta cibdad de Quito, é de qué tiempo á esta parte, é donde y en qué partes le ha conocido, é si es su pariente ó enemigo é le tocan alguna de las preguntas generales que le son fechas, dijo que este testigo es de edad de cin- cuenta años, poco más ó menos, é que en las Indias ha es- tado y residido los treinta años dellos, é ha residido en estos reinos del Pirú y conoce este testigo á Juan de Illanes, ve- cino de esta cibdad, de veinte y siete años á esta parte, poco más ó menos, y siempre le ha conoscido todo este tiempo en estos reinos del Pirú, é que no es su pariente ni enemigo, ni le tocan ninguna de las preguntas generales.

Preguntado si sabe este testigo, ha visto é entendido que el dicho Juan de Illanes haya servido á Su Majestad en las alteraciones acaescidas contra el real servicio en estas partes, é en conquistas é poblaciones é en otras cosas, dijo que sabe quel dicho Juan de Illanes es servidor de Su Ma- jestad, porque este testigo ha oído decir á muchas perso- nas que el dicho Juan de Illanes se halló en la población de la cibdad de Guayaquil é conquista de los naturales; é que este testigo vido que el dicho Juan de Illanes entró con Gonzalo Pizarro en servicio de Su Majestad al descu- brimiento de la canela é río del Maraftón, porque el dicho Gonzalo Pizarro entró en nombre de Su Majestad al di- cho descubrimiento, y fué por soldado el dicho Juan de Illanes, donde se estuvo en la dicha jornada dos años, poco

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más ó menos, é se padecieron muchos é grandes trabajos, é dello murieron muchos soldados de los que llevaba el dicho Gonzalo Pizarro; é andando en el dicho descubri- miento é conquista, por mandado del dicho Gonzalo Piza- rro filé el capitán Rodrigo (sic) de Orellana en un bergan- tín el río del Maraftón abajo, con más de cincuenta solda- dos, á descubrir la tierra adentro de adelante, y entre ellos fué el dicho Juan de lUanes, y este testigo, porque anduvo en la dicha jornada; é yendo el río abajo el dicho Rodrigo (sic) de Orellana no pudo volver donde estaba el dicho Gon- zalo Pizarro por las corrientes del dicho río é avenidas, é ansí fueron el río abajo, que le parece á este testigo sería más de un mili leguas de camino, hasta que salieron á la Mar del Norte, é costa á costa fueron á Cubagua; y en el dicho río se pasaron grandes trabajos é ríesgos, ansí del agua como de indios de g^rra, con quien tuvieron muchos recuentros, é fueron los primeros españoles que navegaron é descubrieron el dicho río é dieron noticia del; y luego como salieron á la Mar del Norte, este testigo y d dicho Juan de Illanes se volvieron á estos reinos del Pírú, &.

Testigo. É después de lo suso dicho, en la dicha cib- dad de Quito, á veinte y siete días del mes de Septiembre del dicho año, el dicho señor Doctor Hinojosa, oidor de Su Majestad, para la dicha información de oficio ñzo pares- cer ante á Pedro Domínguez Miradero, vecino de esta cibdad de Quito, del cual tomó é rescibió juramento en forma de derecho, y lo fizo bien y cumplidamente, y le fue- ron fechas las preguntas siguientes:

Preguntado qué edad tiene este testigo é qué tiempo que reside en estos reinos del Pirü, y si conosce á Juan de Illanes, vecino desta cibdad, é de qué tiempo á esta parte, é dónde y en qué partes, é si es su pariente ó enemi- go, ó le tocan alguna de las preguntas generales, dijo que este testigo es de edad de más de cincuenta años, é que que pasó á estos reinos del Pirú puede haber veinte y

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ocho años, é conoce al dicho Juan de Illanes de veinte y siete años, poco más ó menos, é la conocencia ha sido en estos reinos del Pirú é en descubrimientos é conquistas fe- chas en las Indias, é que no le tocan ninguna de las pre- guntas generales.

Preguntado si sabe este testigo, ha oído ó entendido que el dicho Juan de Illanes haya servido á Su Majestad en conquistas, poblaciones y en las alteraciones acaescidas en estas partes, ó en otras cosas, dijo: que sabe este testi- go que el dicho Juan de Illanes es servidor de Su Majes- tad, y lo ha sido, porque este testigo después que le conoce de los veinte y siete años á esta parte le ha visto servir á Su Majestad en muchas cosas en la jornada é descubri- miento de la Canela y río del Marañón, con Gronzalo Piza- rro, que entró á descubrir las dichas provincias en servicio de Su Majestad, é fué uno el dicho Juan de Illanes, que se echó el río abajo con el Capitán Orellana, por orden del dicho Gonzalo Pizarro, á descubrir tierra, y no pudieron volver é fueron el río abajo descubriendo tierra, que fué más de dos mili leguas, porque este testigo anduvo con el dicho Gonzalo Pizarro, é fué uno de los que fueron con el dicho Capitán Orellana el dicho río abajo; y en todo ello se padesció mucho trabajo de guerra y hambres, é fueron los primeros españoles que descubrieron la dicha tierra, é ansí salieron á la Mar del Norte á Cubagua, y luego volvieron á estos reinos del Pirü, sin detenerse en los caminos más de el tiempo que fué necesario para lo caminar; é dende dos años, poco más ó menos, se alzó y rebeló el dicho Gonzalo Pizarro contra el servicio de Su Majestad en estos reinos del Pirú, y estando en esta cibdad de Quito por el dicho Gonzalo Pizarro Pedro de Puelles, que en su nombre la tenía tiranizada, le mataron ciertos soldados con el ca- pitán Rodrigo de Salazar, é reducieron esta cibdad al ser- vicio de Su Majestad, é luego como se apellidó la voz del Rey, acudió el dicho Juan de Illanes á servir en lo que se

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ofreció con sus armas é caballos; y en este tiempo se tuvo noticia como el Licenciado Gasea venía en nombre de Su Majestad á reducir á su real servicio estos reinos, y el di- cho Juan de Illanes acudió al dicho Presidente Gasea, en compañía del dicho Capitán Rodrigo de Salazar, é fué en servicio de Su Majestad en compañía del dicho Presidente Gasea hasta el valle de Jaquijaguana, donde se dio la ba- talla al dicho Gonzalo Pizarro por el dicho Licenciado Gasea é su gente, donde fué muerto é desbaratado el dicho Gonzalo Pizarro y sus secuaces, é fízo justicia dellos, y en dicha batalla se halló en servicio de Su Majestad el dicho Juan de Illanes, é sirvió á su costa y minsión con sus ar- mas é caballo, como buen soldado, porque este testigo fué á la dicha batalla en servicio de Su Majestad y se halló en ella y lo vido ser y pasar como lo tiene declarado; é acabado el castigo del dicho Gonzalo Pizarro y sus aliados y secuaces, se vino el dicho Juan de Illanes á esta cibdad, y della fué con el corregidor Antonio de Oznayo á la con- quista de Lita é Quilca, y fué é llevó á su costa dos sol- dados, para que ansimesmo sirviesen en lo suso dicho, que el uno se llama Barragán y el otro Gutiérrez, y él y los dichos soldados sirvieron en lo suso dicho á Su Majestad, porque este testigo fué á la dicha conquista y lo vido ser é pasar; é este testigo ha oído decir á muchas personas, en especial á Alonso Martín Namirado, que el dicho Juan de Illanes se halló en la conquista é población de la cibdad de Santiago de Guayaquil con el Capitán Orellana, é ansí es público é notorio entre muchas personas.

Preguntado si sabe, ha oído ó visto este testigo que el dicho Juan de Illanes haya deservido á Su Majestad en las alteraciones pasadas ó en otras cosas, dijo que no sabe ni ha visto ni oído que haya deservido á Su Majestad, por- que si lo hobiera deservido le parece á este testigo que lo supiera, por ser antiguo en esta tierra é haber tratado con el dicho Juan de Illanes, haber andado en conquistas é des-

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cubrimientos juntos, como lo tiene declarado.

Preguntado si sabe ó ha oído que al dicho Juan de Illanes en recompensa de sus ser\'icios si se le han dado indios de encomienda, a>njda de costa, renta en tributos vacos, ó en la casa real, ó en qué oñcio se ha entretenido, ó de qué provecho ha gozado en esta tierra, dijo que el di- cho Juan de Illanes en esta tierra ha servido de soldado á Su Majestad, é lo ha sido bueno, é no es oñcial; al cual este testigo no sabe ni ha oído que se le haya dado por sus servidos indios de encomienda, ni renta ni ayuda de costa, excepto que d dicho Juan de Illanes se casó en esta dbdad con una viuda que por subcesión de su primer marido tiene un repartimiento en términos de esta dbdad, no sabe este testigo lo que renta, mas de que ha oído dedr que es poco; é por la dicha su mujer, después que se casó, ha gozado é goza del dicho repartimiento; é que el dicho Juan de Illanes es hombre muy honrado, y como tal ha sido alcalde ordinario en esta cibdad, é regidor, é tenido cai^^os honrosos, porque este testigo lo ha visto; é por sus servidos, considerando á la calidad de su persona, le pa- rece á este testigo que meresce que Su Majestad, siendo servido, en gratiñcadón de sus servicios le haga merced de seis mili p^sos de renta en este reino; é que esto es lo que sabe y le paresce, y es la verdad, por el juramento que hizo, en que se añrma é ratiñca, y fírmólo de su nom- bre, y el dicho señor doctor que á la declaración deste dicho estuvo presente. Pedro Domínguez Miradero. El doctor Pedro de Hinojosa, Ante mí, Gómez de Moscoso.

Testigo. En Quito, veinte y ocho del dicho mes de Septiembre del dicho año, el dicho señor Oidor, para la dicha información de oficio, hizo parescer ante á Pedro Quintero, mercader, vecino desta cibdad, del cual tomó é redbió juramento en forma de derecho, y lo hizo bien é cumplidamente; y siendo preguntado cerca de lo que dicho es, dijo lo siguiente: .... dijo que lo que sabe es que el dicho

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Juan de Illanes se halló en la conquista é población de la cibdad de Santiago de Guayaquil, que es en estos reinos del Pirú, en compañía del Capitán Orellana, porque este testigo en el tiempo de la dicha conquista fué á la dicha cibdad de Santiago de Guayaquil, é vio ser é pasar lo que dicho tiene; y este testigo vido que Gonzalo Pizarro entró en servicio de Su Majestad al descubrimiento de las pro- vincias de la Canela y río del Marañón, de que se tenía mucha noticia, y llevó mucha cantidad de soldados, y entre ellos fué el dicho Juan de Illanes en servicio de Su Majes- tad, &.

Testigo. En cinco de Otubre del dicho año paresció Pedro Moreno Morillas, é después de haber jurado, &., dijo lo siguiente:

Preguntado si sabe é ha visto ó oído que el dicho Juan de Illanes haya servido á Su Majestad, y en qué cosas é casos, dijo: que de treinta é un años á esta parte que que le conoce, le ha visto este testigo servir á Su Majestad en lo que se ha ofrecido, porque este testigo le vido ser- vir en la conquista é población de la provincia de Puerto Viejo con el capitán Gonzalo Dolmos, y en la provincia de Guayaquil con el capitán Francisco de Orellana, porque este testigo anduvo en la dicha conquista é población, é vido que sirvió en ella como buen soldado; é después de la dicha conquista, el dicho Juan de Illanes se vino á esta cibdad de Quito, de adonde es público é notorio é cosa sin dubda, que el dicho Juan de Illanes fué en servicio de Su Majestad, en compañía de Gonzalo Pizarro, al descu- brimiento de la Canela y río del Marañón, y fué uno de los que salieron por el dicho río abajo con el Capitán Ore- llana, &.

Testigo. É después de lo suso dicho, seis días del di- cho mes de Otubre del dicho año, &., paresció el capitán Francisco Dolmos, é después de haber jurado, &., dijo lo siguiente:

Ki: !«: i-Ar Ahi/^'jSAi- i5^

Preguntado s; sabe este testigo ± na cndi n de manes baya acr\'iQc< a Si: Majestad

dd Pire é en otra£ partea, e en que cosas r casos, é dónde y co que partes, áijo que de liriiiia años á esta parte, poco más ó menos, que íxa que concxx al didio Joan de THatiii^^ eo estos innos del Finí ie faa \ñsto servir a Su Majestad en la oooqmsta de la provincia de Gua\*aquü, en compaikía dd raptran Fianasco de Oreliana. jxx'que este testigo ansí lo vido; é después supo este testigD de muchas personas que d óidúo Juan ót luanes fut al descubrimiento de la Canda e no dd Marañuc ec seniao de Su Majestad, en cxxnpañía dt Goozaio Fizarro, é que ñjé uno de los que en d didio descubrimiento saüeron por d lío abajo con d rapitati FranoscC' dt Oreliana. t después le vido salir de la dkiía jamaca perdidc t desbannado. y k contó d sub- ceso é suboedidc' ddia. óc

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Imfmmtthi'U ¿£ m¿rat*: i :e^-xc*t: de A^rmsr áe Cahrerc. z^ecinr ái ut ñu cae ái Quzlt Aptrn.- oi 1569 *

Muy poderoi*o scñcir Aionso de Cabrera^ vecino dcsta dudad de Quilo, parezco ante Vuestra Alteza y di^o que á mi derecho conviene hacer información en esta vuestra Real Audiencia de lo que a Vuestra Alteza he servido de casi treinta a¿os a esta parte en estos reinas del Piru, (^a^a que, atento á los dichos servicios. Vuestra Alteza me mande hacer la merced que sea servido; a Vuestra Alteza pido y

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suplico mande recebir la información que acerca dello die- re, siendo citado vuestro Fiscal para ello, y á los testigos que presentare pido á Vuestra Alteza mande se examinen por las preguntas siguientes:

I. Primeramente si conocen al dicho Alonso de Ca- brera, y de qué tiempo á esta parte: digan.

2. ítem si saben quel dicho Alonso de Cabrera llegó á esta ciudad estando recién poblada despañoles, y en la sustentación y pacificación della sirvió á Su Majestad en todo lo que se ofreció, y si saben que desde dos años ó tres fué con Gonzalo Pizarro á la jornada y descubrimiento de la Canela, donde padeció muchos trabajos y hambres, en la cual dicha jornada fué el dicho Alonso de Cabrera á su costa y minsión con sus armas y caballo, é prosiguien- do el dicho viaje fué con el capitán Francisco de Orellana el río abajo del Marañón, y en el dicho descubrimiento se pasaron grandes riesgos y trabajos por ser la tierra despo- blada, donde aportaron y salieron perdidos á Cubagua, go- bernación por diferente destos reinos del Pirú, en todo lo cual sirvió á Su Majestad como bueno y leal vasallo: digan.

3. ítem si saben que después de pasado lo contenido en las preguntas antes desta el dicho Alonso de Cabrera volvió á estos reinos del Pirú por la vía de Panamá, y lle- gado que fué á esta ciudad, desde á seis días, estando en ella Pedro de Puelles, capitán de Gonzalo Pizarro, en cierta arma que se dio diciendo que iban á matar al dicho Pedro de Puelles como á hombre que le tenían por sospechoso y que nunca había sido con ellos ni seguido la parte del di- cho Gonzalo Pizarro, ciertos capitanes suyos que se halla- ron en esta dicha ciudad quitaron al dicho Alonso de Ca- brera el caballo que tenía y armas y le prendieron y le tu- bieron preso con guarda de arcabuceros, y con él otros muchos soldados, por ser leales y servidores de Su Majes- tad, para hacer justicia de todos, á donde el dicho Alonso

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de Cabrera y los demás padecieron gran peligro de perder las vidas: digan.

4. ítem si saben que, al tiempo questa Ciudad estaba tiranizada por Gonzalo Pizarro é por su capitán é teniente Pedro de Puelles, el capitán Rodrigo de Salazar trató de reducirla al servicio de Su Majestad y matar al dicho Pe- dro de Puelles, é como lo hizo, y por tener por servidor de Su Majestad al dicho Alonso de Cabrera, comunicó con él el negocio, y otros amigos suyos, con quien él lo había tratado, y ansí el dicho Alonso de Cabrera tuvo en secreto lo que en con él se comunicó hasta que se alzó bandera en nombre de Su Majestad; y el dicho Alonso de Cabrera, ansimismo al dicho tiempo, salió á la plaza desta ciudad de los primeros con sus armas y caballo, hasta que se re- dujo al servicio de Su Majestad é hicieron justicia del dicho Pedro Puelles: digan.

5. ítem si saben que, después de muerto el dicho Pe- dro de Puelles, capitán del dicho Gonzalo Pizarro, el dicho Alonso de Cabrera se partió desta ciudad en seguimiento del Presidente Gasea, y le alcanzó en la puente de Aban- cay, desde donde fué en su acompañamiento, sirviéndole en todo lo que se ofreció en cosas tocantes á la guerra, hasta el valle de Jaquijaguana, donde se dio la batalla al dicho Gonzalo Pizarro, y se halló el dicho Alonso de Ca- brera en servicio de Su Majestad debajo de su estandarte real hasta tanto que fué desbaratado el dicho Gonzalo Piza- rro y hecha justicia del y de sus secuaces: digan lo que saben.

6. ítem si saben que, después de fecho el dicho cas- tigo al dicho Gonzalo Pizarro y á los demás sus secuaces en Jaquijaguana, el dicho Presidente Gasea se fué á la ciu- dad del Cuzco y allí estuvo castigando muchos de los que eran de la rebelión del dicho Gonzalo Pizarro, y haciendo y poniendo en orden estos reinos para questuviesen pací- ficos y debajo del servidumbre de Su Majestad tiempo de

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cinco meses, poco más ó menos, y el dicho Alonso de Ca- brera en todo ei dicho tiempo estuvo en la dicha ciudad del Cuzco en su acompañamiento: digan.

7. ítem si saben que, después de lo suso dicho y ha- ber desbaratado y hecho justicia del dicho Gonzalo Piza- rro y de sus secuaces, el dicho Alonso de Cabrera tornó á volver á esta ciudad de Quito, y estando en ella tuvo nue- va del Alcalde mayor de Francisco Hernández Jirón, y por el conecto que se tenía del dicho Alonso de Cabrera, An- tonio de Hoznayo, Corregidor que á la sazón era en esta dicha ciudad, le proveyó para que estuviese en el paso de Tomebamba, provincia de los Cañares, donde está al pre- sente poblada la ciudad de Quito, por guarda y caudillo de aquel paso, por ser importante, para que tuviese cuenta con lo que convenía al servicio de Su Majestad; en el cual dicho asiento estuvo con toda diligencia y cuidado hasta tanto que se tuvo nueva questaba desbaratado el dicho Francisco Hernández: digan.

8. ítem si saben que, por ser el dicho Alonso de Ca- brera persona abonada de crédito y calidad y conñanza, y tal servidor de Su Majestad, se le han encargado oficios y cargos honrosos, como es de fator y veedor de la Real Hacienda de Su Majestad en esta ciudad de Quito, y en la de Cuenca tesorero de la Hacienda Real y teniente de corregidor y alcalde ordinario, de los cuales dichos oñcios ha dado muy buena cuenta é razón como tal persona: di- gan lo que saben.

9. ítem si saben quel dicho Alonso de Cabrera en todo lo suso dicho ha servido á Su Majestad con toda fi- delidad y cuidado, sin haber deservido en cosa alguna en ningún tiempo, á su costa y minsión, padeciendo grandes trabajos y necesidades y peligros, y nunca ha sido remu- nerado ni gratificado ni se le ha dado cosa alguna de la caja real ni otro entretenimiento, ni repartimiento de indios, [y] por razón de los dichos servicios y calidad de su per-

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sona es digno y merecedor de cualquier merced que Su Majestad fuere servido de le hacer, y en remuneración y gra- tificación de los dichos sus servicios cabrán en su persona cualesquier mercedes que Su Majestad le hiciere: digan.

10. Ítem si saben quel dicho Alonso de Cabrera es hijodalgo notorio, y como tal es habido y tenido y en tal reputación entre todas las personas que le han conocido y conocen, y como tal los gobernadores y jueces y demás justicias destos reinos é provincias del Pirú han tenido con él mucha cuenta como tal persona, é para según la dicha calidad de su persona está pobre y no tiene de qué se sus- tentar: digan lo que saben.

1 1. ítem si saben que todo lo suso dicho es público y notorio y pública voz y fama: digan lo que saben.

Y fecha la dicha probanza, á Vuestra Alteza pido y suplico se me mande dar todo ello en pública forma para guarda de mi derecho, interponiendo en ella vuestra auto- ridad y decreto, sobre que pido justicia y en lo necesario vuestro real oficio imploro. Alonso de Cabrera.

En veintisiete días del mes de Agosto de mil quinien- tos é sesenta é nueve años, pareció Pedro Domínguez Mi- radero, vecino de San Francisco del Quito. Ala segunda pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene, por- que este testigo vido como el dicho Alonso de Cabrera llegó á esta ciudad recién poblada despaftoles, y él ayudó á sustentar, y en la pacificación della sirvió á Su Majestad en todo lo que se ofreció, como bueno y leal vasallo suyo^ y desde tres años, poco más ó menos, vido como el dicho Alonso de Cabrera fué con Gonzalo Pizarro á la jornada y descubrimiento de la Canela, donde padeció él y este testi- go, y todos los que con el dicho Gonzalo Pizarro fueron á la dicha jornada, muchos é grandes trabajos é hambres, en la cual jornada fué el dicho Alonso de Cabrera á su costa y minsión con sus armas y caballo; é prosiguiendo el dicho

viaje, fué con el capitán Francisco de Orellana el río abajo

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del Marañón; y en el dicho descubrimiento se pasaron grandes riesgos y trabajos de guerra y hambres, por ser la tierra despoblada, donde aportaron y salieron perdidos por la mar á dar á Cubagua, gobernación por sí, porque era cerca de Santo Domingo: en todo lo cual el dicho Alonso Cabrera, como dicho tiene, sirvió á Su Majestad como bue- no y leal vasallo suyo; y esto dice á esta pregunta.

El capitán Alonso de Bastidas, vecino de la ciudad de San Francisco del Quito. A la segunda pregunta dijo que lo que sabe y vido desta pregunta es que puede haber los veinte é ocho aflos, poco más ó menos, que que le co- noce este testigo, vino á esta dicha ciudad, donde halló al dicho Alonso de Cabrera y supo y entendió haber mucho tiempo questaba en esta ciudad; y que, por tenerlo este tes- tigo por tan honrado como es el dicho Alonso de Cabrera y servidor de Su Majestad, tiene para que en todo lo que se ofreciese en servicio de Su Majestad y sustentación desta ciudad le serviría muy bien y lealmente; y que pocos días después queste testigo llegó á esta ciudad vido como Gon- zalo Pizarro vino á ella con mucha gente para entrar á des- cubrir las provincias de los Quijos, Zumaco y la Canela, y al tiempo que desta ciudad salió el dicho Gonzalo Pizarro para ir á descubrir las dichas provincias, vi como el dicho Alonso de Cabrera salió desta ciudad para ir á servir á Su Majestad, en compañía del dicho Gonzalo Pizarro y la de- más gente que consigo llevaba, bien aderezado con sus ar- mas y caballo y bien peltrechado de las demás cosas nece- sarias, como persona honrada y de calidad, y á su costa y minsión, porque este testigo no supo ni entendió se le diese ningún socorro ni ayuda de costa; y que año y medio des- pués de haber salido desta ciudad el dicho Gonzalo Pizarro, poco más ó menos, tornó á esta dicha ciudad el dicho Gon- zalo Pizarro con parte de la gente que con él había ido, perdidos, y el dicho Alonso de Cabrera no volvió con él, y preguntando este testigo á muchos de los que con el di-

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cho Gonzalo Pizarro vinieron por el dicho Alonso de Ca- brera, le dijeron como había ¡do el río de Marañóñ abajo en un bergantín con Francisco de Orellana y con otras per- sonas; y cierto tiempo después vino á esta ciudad el dicho Alonso de Cabrera por la vía de Panamá, y ansí del como de Joan de Illanes, vecino desta ciudad, como de Pedro Domínguez Miradero, como del padre Fray Gaspar, de la orden del señor Santo Domingo, que todos fueron el río abajo del Marañón, dijeron á este testigo, y supo y enten- dio de todos ellos, como habían ido el dicho río del Marañón abajo, y que habían ¡do á aportar á Cubagua, y que en el dicho viaje del dicho río del Marañón habían pasado gran- des y excesivos trabajos de hambre y guazabaras que los naturales les habían dado; y vio este testigo al dicho padre fray Gaspar de Caravajal un ojo quebrado, que decían que se lo habían quebrado en una guazabara de un varazo que le dieron, por donde este testigo da crédito á los trabajos y guazabaras que tuvieron; y esto responde.

Juan de Illanes, de dicha vecindad. A la segunda pre- gunta dijo que lo que sabe desta pregunta es queste tes- tigo vido cómo después destar poblada esta ciudad des- pañoles, desde á poco tiempo vino á ella el dicho Alonso de Cabrera, donde en lo que se ofreció sirvió á Su Majes- tad; y que desde á dos ó tres años, poco más ó menos, vido este testigo como el dicho Alonso de Cabrera fué con sus armas y caballo, y á su costa y minsión, con Gonzalo Pizarro en la jornada que hizo de la Canela, donde se pa- decieron muchos trabajos y hambres; y después vido este testigo como el dicho Alonso de Cabrera fué uno de los que fueron con el capitán Francisco de Orellana el río abajo del Marañón, donde ansimismo padeció grandes trabajos y riesgos de su persona, por ser la tierra despoblada, y apor- taron y salieron perdidos á Cubagua, gobernación de por y diferente destos reinos del Pirú, en todo lo cual el dicho Alonso de Cabrera padeció muchos trabajos y sirvió

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á Su Majestad como bueno y leal vasallo suyo; y esto dice.

El capitán Rodrigo de Salazar. A la segunda pre- gunta dijo este testigo que se acuerda haber oído decir lo que esta pregunta dice á personas que no se acuerda de sus nombres, y que desta pregunta no sabe otra cosa; y esto responde á ella.

Bonifaz de Herrera, vecino de la ciudad de Quito, &. A la segunda pregunta dijo este testigo que lo que desta pregunta sabe es que sabe y vio este testigo quel dicho Alonso de Cabrera vino á la dicha ciudad de Quito recién poblada la dicha ciudad de Quito, porque este testigo y el dicho Alonso de Cabrera vinieron juntos; y que sabe y vio este testigo quel dicho Alonso de Cabrera fué á la jomada de la Canela é Marañón con Gonzalo Pizarro, que á la sa- zón era gobernador en la dicha jornada, donde estuvo en la dicha jornada tiempo de dos años, poco más ó menos, en la dicha jornada y descubrimiento, donde hubo muy grandes despoblados y donde se padeció muy grandes hambres y trabajos y pérdidas y se murió cantidad despa- ñoles que iban con el dicho Gonzalo Pizarro, por ser la tie- rra muy áspera é inhabitable mucha parte della; y así, los que vivieron y volvieron con el dicho Gonzalo Pizarro á la dicha ciudad de Quito, vinieron desnudos y perdidos y enfermos; y el dicho Alonso de Cabrera fué con el capitán Francisco de Orellana en un bergantín, que fué con cin- cuenta hombres á buscar comida para favorecer el real, donde este testigo supo después de los demás que fueron con el dicho Capitán Orellana que no pudieron todos volver con el dicho socorro por los muchos despoblados é indios de guerra que hallaron, y así supo este testigo de los que fueron con el dicho Alonso de Cabrera y con el dicho Ca- pitán Orellana que llegaron muy perdidos é desnudos y enfermos, por donde tiene entendido este testigo que pa- decieron muy grandes trabajos, y lo sabe este testigo por- que este testigo y el dicho Alonso de Cabrera fueron com-

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provincia es este oueste con ia ciudad del Quito ai oriente, pasada la gran cordillera que sigue desde Santa Marta en lo primero de la Mar del Norte, viniendo de España á Tie- rra Firme; y corre su longitud desde allí hasta lo ultimo de Chile y Estrecho de Magallanes por espacio de más de 1300 leguas norte sur. En esta provincia están pobladas al presente [i¿8¿, por lo menos\ las ciudades de Baeza, Ávila y Archidona en contorno de 30 leguas, que son go- bernaciones de Melchor Vázquez de Ávila, las cuales se poblaron mucho después Baeza (sic) en el año de 1558 por el gobernador Rodrigo Núñez de Bonilla, vecino que fué de Quito, y por su fin subcedió en ella Melchor de Vázquez de Ávila, el cual, siendo gobernador de la provincia de Quito el año de 1 592 (sic), envió por su teniente y capitán general á Andrés Contero, el cual fué á lo conquistar y poblar en este año con 300 soldados bien aderezados á su costa y minsión, en que gastó más de 30 mil pesos, y po- bló las ciudades de Ávila y Archidona, las cuales fueron despobladas al cabo de 17 ó 18 años de su población por haberse rebelado los indios sus subjetos y haber muerto todos los españoles y mujeres que en ellas había sin dejar ninguno con vida, sino fué sólo una niña de hasta 6 años, asolando y quemando las ciudades, como nos contará la historia de su poblazón, alzamiento y reedificación con sus reedificadores y el castigo que se les hizo á los rebelados donde el tiempo y ocasión nos diere entrada. Siguiendo Gonzalo Pizarro su jornada, después de haber caminado algunos días, llegó al pueblo de Zumaco, donde hoy está fundada en servicio de Su Majestad la ciudad de Ávila. Deste pueblo fué al valle de la Coca, por donde pasa un hermoso y caudaloso río; procurando buscar por dónde le pasar con más seguridad y menos daño de su real, siguió su corriente riberas del tres leguas, donde halló sobre la mano derecha una angostura grande y salto que el rio hace por entre dos peñas de trece pies de ancho, donde manda

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muy justa es que Vuestra Alteza sepa y entienda las cosas de su reino, y entre ellas las sucedidas en la jornada del Río Marañón, y otras que acaecieron en las Indias Occiden- tales subjetas á Vuestra Alteza, ansí para la conquista y descubrimiento deltas, como para que las personas que las vieren entiendan y vean el castigo que se hizo á los cul- pados, y para que los presentes y venideros tomen ejemplo en cabezas ajenas, procurando los buenos y leales vasallos tomar ánimo á hacer cosas señaladas y servir á Vuestra Alteza con la lealtad y fidelidad que se le debe, y los no tales, si les viniere alguna ruin imaginación, la repriman considerando el fin y paradero que tuvieron Lope de Agui- rre y sus valedores, y Francisco de Santisteban con los dos Rodrigos Méndez y sus secuaces, con los demás de quien ha de tratar esta historia, pues como yo me hallase en la ciudad del Nombre de Dios del reino de Tierra Firme de las Indias del Mar Occeáno en servicio del invictíssimo rey don Felipe, mi señor, y caríssimo padre de Vuestra Alteza, en la guarda y custodia de aquella ciudad y reino, á mi corta intinción, el año que pasó de 1 561 contra la obstinada rebelión del tirano Lope de Aguirre y sus secuaces, y des- pués en el año siguiente en la ciudad de Panamá, del Nuevo Reino mesmo, contra la rebelión de los dos Rodrigos Mén- dez y Francisco de Santisteban, hasta que fueron desba- ratados y muertos en su real servicio y castigados sus locos atrevimientos, aunque con tanto rigor como sus graves de- lictos merecían, siempre procuré permanecer en el Pirú, donde después pasé en el mismo propósito y buen principio comenzado, acudiendo con muchas veras y con todas mis fuerzas á todas las cosas que en el servicio de Su Majestad se ofrecían, con mis armas y caballo, á mi costa, ansí en los oficios de república que administré, como sin ellos, sin ha- ber deservido en cosa alguna en todo el tiempo que allá es- tuve, que fué hasta el año de ochenta y cinco pasado, en el discurso de lo cual gasté veinte y cuatro años de lo más

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florido y granado de edad; y paresciéndome ser cosa muy justa tomar un poco de más trabajo y comenzar á servir á Vuestra Alteza, determiné escrebir algunas de las cosas más notables que en mi tiempo sucedieron en aque- llas partes, para que Vuestra Alteza las supiese y tenga noticia de la mucha y larga tierra que hoy tiene conquis- tada y poblada desde el Río de la Hacha á Tierra Firme, hasta el fin de la rica y belicosísima provincia de Chile, por espacio de más de mil y ducientas leguas de longitud, Norte, Sur, en que se incluyen gran multitud de indios na- turales de aquellas tierras, entre las cuales hay pobladas muchas villas y ciudades de españoles, sus conquistadores y fuertes domadores; y las inestimables riquezas de minas de plata y oro y de ricas esmeraldas, con grandes pesque- rías de fínísimas perlas, de que dan testimonio las muy grandes flotas que cada año vienen de este Nuevo Mundo con ellas, y con otras munchas mercaderías que allá se crían; y ansí mesmo la grandeza y muchedumbre de indios que hoy están por conquistar y pacificar, con la discrepción de su tierra y lo que de ella se ha podido alcanzar y saber en discurso de mil y ducientas leguas de largo, riberas del gran Río Marañón, que nace en la provincia del Pirú y se viene á enterrar en el Mar del Norte á la parte de la Isla Marga- rita, en lo cual con su mucha anchura de la una banda y otra deste poderosísimo río se podría poblar un largo y anchuroso reino de grandes minas de oro y plata, y otros muchos aprovechamientos que el tiempo y ocasión irán des- cubriendo, según la opinión de todos los que lo han visto, y aun sería muy necesario para que en ello se ocupasen munchas gentes que hay en el Pirú baldías: suplico á Vues- tra Alteza, con toda la humildad y acatamiento que puedo, reciba este pequeño don que le ofrezco, el cual hago con la mayor voluntad que me es posible; y si otra cosa tuviera mayor y de más precio y estima que dar, lo hiciera con la mesma voluntad: plegué á Dios todo poderoso lo vea Vues-

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tra Alteza pacífico y domesticado debajo de su patrimonio real, con acrecentamiento de muchos más reinos y señoríos, para que su santo nombre sea glorificado con la conversión de tantas ánimas como allí están perdidas en sus idolatrías y vanos sacrificios, por falta de quien les predique y enseñe las cosas de nuestra santa fe católica; que con sólo esto, y haber yo dado noticia á Vuestra Alteza para que se haga, quedaré muy bien pagado de mi trabajo: en Sevilla. Taribio de Ortiguera,

Capítulo XV. Cómo salió Gonzalo Pizarro de la ciudad de Quito á la con- quista de la provincia de los Quijos , Zumaco y la Canela, y lo que en ella le subcedió, y cómo bajó su capitán Francisco de Orellana con J4 compañeros por el rio del Marañón abajo hasta la Alar del Norte, y lo que en el viaje les acaeció.

Por el mes era de Hebrero del año del nacimiento de Nuestro Redentor y Salvador Jesucristo de 1 540, cuando Gonzalo Pizarro salió de la ciudad de San Francisco del Quito del Pirú á la conquista y población de la provincia de los Quijos, Zumaco y la Canela; y como en aquel tiem- po estuviese tan pujante y valido en el Pirú, á causa de ser su hermano el marqués D. Francisco Pizarro, poblador y descubridor desta tierra, siguióle en aquella ocasión mucha de la más noble y principal gente del reino, en cantidad de 280 hombres, que, según la poca gente española que había entonces en la tierra, era gran cosa haberlos podido juntar, y con ellos 260 caballos, que el que menos valía en aquella era, pasaba de 500 pesos de oro de á 22 quilates y medio, y otros al doble; porque como era al principio del descu- brimiento deste reino, eran pocos los que había. Juntamente con esto llevó cantidad de arcabuces y ballestas con mun- cha munición y pertrechos de guerra, con munchos escla- vos é indios de su servicio, toda gente muy lucida y bien apercibida para cualquiera ocasión que se les ofreciera. Esta

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provincia es este oueste con la ciudad del Quito al oriente, pasada la gran cordillera que sigue desde Santa Marta en lo primero de la Mar del Norte, viniendo de España á Tie- rra Firme; y corre su longitud desde allí hasta lo ultimo de Chile y Estrecho de Magallanes por espacio de más de 1300 leguas norte sur. En esta provincia están pobladas al presente [i¿8¿, por lo menos] las ciudades de Baeza, Ávila y Archidona en contorno de 30 leguas, que son go- bernaciones de Melchor Vázquez de Ávila, las cuales se poblaron mucho después Baeza fstcj en el año de 1558 por el gobernador Rodrigo Núñez de Bonilla, vecino que fué de Quito, y por su fin subcedió en ella Melchor de Vázquez de Ávila, el cual, siendo gobernador de la provincia de Quito el año de 1 592 fsüj, envió por su teniente y capitán general á Andrés Contero, el cual fué á lo conquistar y poblar en este año con 300 soldados bien aderezados á su costa y minsión, en que gastó más de 30 mil pesos, y po- bló las ciudades de Ávila y Archidona, las cuales fueron despobladas al cabo de 17 ó 18 años de su población por haberse rebelado los indios sus subjetos y haber muerto todos los españoles y mujeres que en ellas había sin dejar ninguno con vida, sino fué sólo una niña de hasta 6 años, asolando y quemando las ciudades, como nos contará la historia de su poblazón, alzamiento y reedificación con sus reedificadores y el castigo que se les hizo á los rebelados donde el tiempo y ocasión nos diere entrada. Siguiendo Gonzalo Pizarro su jornada, después de haber caminado algunos días, llegó al pueblo de Zumaco, donde hoy está fundada en servicio de Su Majestad la ciudad de Ávila. Deste pueblo fué al valle de la Coca, por donde pasa un hermoso y caudaloso río; procurando buscar por dónde le pasar con más seguridad y menos daño de su real, siguió su corriente riberas del tres leguas, donde halló sobre la mano derecha una angostura grande y salto que el río hace por entre dos peñas de trece pies de ancho, donde mandó

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hacer una buena puente de madera por donde pasase su real y bagajes con buena segundad; la cual pasada, sigruie- ron su viaje el río abajo como diez leguas. Al cabo dellas dieron con una buena sabana, que es tanto como campaña rasa, donde estaba un pueblo llamado Guema, de poca ve- cindad y algunas comidas, con que se refrescó el ejército, la cual habría como tres leguas de largo. Por bajo desta campaña dieron en otra sabana menor, de hasta legua y media, la cual era muy fértil y abundosa de frutos y comi- das de la tierra. Aquí pasó el real á se entretener y refres- car, de donde envió Gonzalo Pizarro á D. Antonio de Ri- bera, su maestre de campo, con la gente que le pareció, á descubrir la tierra riberas deste río abajo; y habiendo ca- minado como 10 leguas, topó riberas del una buena pobla- zón, y sin tener encuentro ni pesadumbre con los indios della volvió á dar noticia á Gonzalo Pizarro de lo que ha- bía, de lo cual alzó real destas sabanas, marchando la vía de la nueva poblazón, donde llegaron sin riesgo ni cosa que sea de contar. Llegados que fueron á ella procuraron tener alguna entrada con los indios sin que viniesen á rom- pimiento, y con halagos y rescates de sal, que entre ellos es tenida en mucho, y con hachas y machetes de hierro comenzáronles á dar de comer muncho género de pesca- dos y maíz y yuca y batatas, y de otras frutas que había en la tierra. Al cabo de algunos días que habían estado allí, como el río fuese ancho, manso y caudaloso, por donde navegaban los indios con canoas, pareció á Gonzalo Pizarro que será (sic) bien hacer un bergantín para que mejor y más fácilmente se pudiesen descubrir los secretos de este río. Púsose en prática el negocio, y todos vinieron en que era sano y acertado consejo. Púsose por obra, ayudando los indios á cortar la madera y traerla con los meteriales (sic) y cosas necesarias para su fábrica; y con ello ayudaban á nuestros españoles amigablemente, ansí en la labor del barco como en proveerlos de comidas por sus rescates: é ya

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los españoles asegurados con la buena amistad que los in- dios les hacían, salían á pescar al río, donde pescaban mu- cho pescado, por ser abundantísimo dello, y mataban con sus arcabuces muchas pavas y patos. Con lo uno y otro, y con el maíz y yucas, se sustentaban bastantemente. Con este buen aparejo fué Dios servido que hicieron un bergan- tín, estanco y recio, aunque no muy grande, y le echaron al río en breve tiempo. Está situado este pueblo, que lla- maron del Barco, riberas deste río sobre mano izquierda, en una barranca alta, seguro de las avenidas que suele ha- ber con las lluvias del invierno, y por la cuenta estará á 70 leguas de la ciudad de Quito, hasta donde, y aun más arri- ba, se vio navegar por este río á los indios con' canoas; y por esta causa certifican los que lo vieron que se podría navegar desde Espafla hasta este pueblo y algo más por la mar, y por este río arriba, descubriéndose esta tierra. Acabado de hacer este barco, determinó Gonzalo Pizarro que se embarcasen en él y en algunas canoas hasta 25 es- pañoles de los soldados enfermos que había, con el bagaje del campo, para aligerar más la gente é servicio del, con orden quel resto del marchase por tierra y el barco nave- gase por el río con las canoas que con él iban, y todos los de tierra y río viniesen á hacer noche juntos, sin que se alargasen ni dividiesen los unos de los otros, para que del bergantín se proveyese el real de las cosas necesarias. Duró esta orden y concierto por espacio de 50 leguas, en las cua- les hallaron riberas del algunas poblaciones de donde se iban proveyendo de las comidas que les eran menester, y éstas pasadas, dieron en despoblado, y como les faltase la comida, conforme á la relación y noticia que llevaban, á cuatro jornadas adelante había una poblazón donde había muncha comida, de la cual iban ya faltos; de cuya causa mandó Gonzalo Pizarro á Francisco de Orellana, que era uno de sus capitanes, que apercibiese la gente que le pa- reciese que convenía y se embarcase con ella en el ber-

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gantín y tres canoas que llevaban, echando fuera el far- daje y cosas del real, para que fuesen más á la ligera, y fuesen á buscar aquella tierra y le trujesen con brevedad relación de lo que había, con la mayor cantidad de comida que hubiese. Luego apercibió 54 soldados, y entrellos al padre Carabajal, de la Orden de Santo Domingo, con los cuales se embarcó en seguimiento de su demanda. De allí se volvió Gonzalo Pizarro el río arriba á la más cercana poblazón que había dejado, dando orden á Orillana que allí le hallaría alojado con su real. Es la gente deste río pulida, bien agestada y dispuesta, vestidos de manta y camiseta de pincel pintadas de diferentes suertes y colores, y las muje- res con ropas de las mesmas pinturas. Entre ellos había al- gunos que traían patenas de oro en los pechos, y las muje- res orejeras dello en sus orejas, y otras piezas en las nari- ces y gargantas. Las armas que tienen son macanas, que son unos bastones de palma negra, largos á manera de montantes, con sus filos y punta, de que juegan hermosa y ligeramente, y dardos arrojadizos. Dejemos á Gonzalo Pizarro con su gente en este real, y volvamos á Francisco de Orellana, que iba' navegando con los suyos, los cuales anduvieron nueve días continuos sin hallar poblado, al cabo de los cuales dieron en un pueblo de hasta 200 vecinos llamados los arimaraeses, donde hallaron buena provisión de comida de maíz, yucas y batatas, y pescado y munchas frutas. Saltaron en tierra, puestos en buena orden para lo que les aviniese, y sin tener reencuentro ni impedimento alguno, se les hizo buen acogimiento por los indios, no em- bargante que se recelaban los unos de los otros como de gente no conocida. En este pueblo se entretuvieron tres meses aguardando á Gonzalo Pizarro, en los cuales les hi- cieron los indios buen tratamiento, dándoles de lo que te- nían. Tuvieron noticia de otras poblazones vecinas á ésta, la tierra adentro, con quien los de este pueblo tenían sus contrataciones y rescates. Pasados los 3 meses, y como

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Gonzalo Pizarra no viniese, entraron en consulta el capi- tán Francisco de Orillana con sus soldados, sobre si sería bueno volver al real á donde habían dejado á Gonzalo Pi- zarro, ó proseguir su viaje hasta ver el cabo deste río, y salir á la mar. Y tratando del negocio, todos ó los más difícultaron muncho el poder volver el río arriba; otros de- cían que segün la muncha gente que había quedado con Gonzalo Pizarro, y la poca comida que les había quedado, no sería posible estar donde los habían dejado, porque no se podían sustentar allí, ó serían todos muertos con la falta de comidas. Pero todas eran razones que hacían en su he- cho, que con facilidad se pudiera volver el río arriba con el bergantín, segün yo me informé de algunos de los que se . hallaron en ello, que eran personas de opinión y crédito, como fueron el gobernador Andrés Contero, y Juan de Var- gas, tesorero de la Real Hacienda de Guayaquil, y Andrés Duran Bravo, alguacil mayor desta ciudad, y el capitán Juan de Llanes (Illanes), vecino encomendero de la ciudad de Quito, y Pero Domínguez Miradero. Y á cabo de tan- tos acuerdos, determinaron de irse el río abajo á buscar la mar, que esto fué lo que más cuadró á la mayor parte de ellos. Con esta determinación salieron deste pueblo, y á cabo de seis días de navegación fueron á dar en la isla de los Cararies, ques la que nos ha dicho la historia donde salió García de Arce y tras él toda la armada del gober- nador Pedro de XDrsúa, á donde les salieron los indios de paz sin haber visto jamás españoles, por haber sido el ca- pitán Francisco de Orillana y los suyos los primeros de todos cuantos han bajado por este río. Procuraron nuestros españoles acariciar y regalar á estos indios como á perso- nas de quien tenían necesidad, y vista la amistad buena y aparejo que en ellos hallaron, y que el río era muy ancho y el bergantín que llevaban pequeño, y no podían navegar con seguridad en las canoas, determinaron de hacer allí otro bergantín, lo cual pusieron por obra; y por el buen re-

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caudo y aviamiento que los indios les daban, en 50 días le pusieron á la vela, y al cabo dellos salieron desta pro- vincia, é prosiguiendo su viaje toparon muchos pueblos de indios, ansí en la ribera del río, como en las islas, que hay munchas por medio del; ansimesmo hallaban munchas se- menteras y frutales, de donde iban tomando las cosas que les eran necesarias para su viaje y navegación, sin osar atravesarse ni tomar pendencia con los indios, por ser co- mo eran pocos los españoles que iban para tanto número de indios como había. Más abajo toparon con algunos pue- blos quemados: la causa dello era que los indios desta pro- vincia tenían guerra con los indios de la provincia de Ma- chifaro, que está más hacia la mar, los cuales se los habían quemado y saqueado. Hallaron entre estos indios, entre otras frutas, una manera de uvas negras y blancas, cosa muy sabrosa, mucha miel de abejas, munchos pescados asados y secos, todos los indios muy lucidos, vestidos de manta y camiseta pintadas de pincel de diferentes colores; hallóse entre ellos una loza con que se sirven, muy delgada y lisa, vidriada y matizada de colores, al modo de la que se hace en la China. Es tierra de mucho algodón, con que ca- lafetearon el bergantín; y en lugar de brea le dieron los in- dios un betume llamado mene, que, vuelto con grasa de pescados, fué suficiente para que estuviese bueno y estanco. Había mucha cantidad de maíz, yucas bravas y dulces ba- tatas é ¡ñames, frísoles y maní; muchos pimientos y calaba- zas, y gran cantidad de frutos, de lo cual es abundantísima; munchas pavas y patos y pansies, con que se sustentaban y tomaban abundantemente. Tuvieron por cosa imposible los indios de esta provincia que tan pocos españoles como iban con Francisco de Orillana pudiesen resistir á los mun- chos naturales de Machifaro y los demás pueblos de sus comarcas. Finalmente, prosiguiendo su viaje, dieron en un despoblado, y á cabo de siete días que navegaron por él dieron de repente en una muy grande y hermosa poblazón,

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que ansí lo dicen por grandeza, llamada Machifaro, de don- de les salieron á recebir al río algunos indios en canoas, é les dieron á entender que su cacique y señor los quería ver y saber qué gente era y dónde venían y qué buscaban; que saltasen en tierra. Los españoles se fueron en sus berganti- nes la vía de tierra, aunque con mucho recelo, puestos en orden, sus arcabuces cargados, las cuerdas encendidas, las ballestas armadas y puestas en ellas sus saetas. Á hora, pues, que fiaeron, llegados que fueron al pueblo, como los vio el cacique de diferente traje y traza que la demás gente que había visto, y todos barbados, que no lo son los in- dios, en alguna manera los respetó, y usando con ellos de comedimiento, les mandó desembarazar un pedazo del pue- blo, con toda la comida que en él había, que era mucho maíz é yucas y pescado fresco á su usanza y modo, sin género de sal, que lo asan y secan al fuego en tal manera que se puede guardar munchos días; había cantidad de estanques de agua llenos de tortugas, que los indios tenían á cebo para su comida y recreación, sustentadas á maíz, que eran muy gordas, sabrosas y buenas. Como los españoles se vie- ron en tierra tan harta y bastecida, comenzaron á juntar co- mida con mucha cobdicia y mala orden y á meterla en los bergantines. Como los bárbaros indios viesen su cobdicia y desconcierto pusiéronse en arma y (de improviso) en un proviso dieron sobre nuestros españoles tanta cantidad de indios armados con macanas y dardos y paveses de cueros de lagartos y de manatíes que los cubrían de pies á ca- beza, y como el negocio fué tan de repente y sin pensar, halláronles divertidos y aun apartados los unos de los otros, ocupados en sus rancherías: de tal manera dieron sobre ellos, que antes que se pudiesen juntar hirieron á algunos de ellos; pero luego que fueron juntos embestían con gran- de ímpetu con los indios, quitándoles las armas y paveses, los cuales les fueron de mucha defensa para que no los ma- tasen. Con esta refriega hirieron y mataron muchos indios,

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y fué causa de que se juntasen munchos más para los ven- gar; y viendo la muncha gente que acudía, fué forzoso á los españoles embarcarse con la mejor orden que pudieron, sin que muriese ninguno, aunque fueron heridos la mayor parte dellos. Después de embarcados, los cercaron en el río con más de cuatrocientas canoas y piraguas, que les daban gran batería por una banda y otra, y como se viesen tan perdi- dos, ataron juntos los dos bergantines, porque no les pudie- sen entrar en medio, y repartiéronse por los bordos con buena orden con sus arcabuces y ballestas, con que hacían buenos tiros, hiriendo y matando muchos de los enemigos, con que les pusieron mucho temor para que no se les llega- sen; y era tanto el espanto que recibían de ver herir y ma- tar con el estruendo de los arcabuces y sin saber lo que era ni ver lo que les hería y mataba, que se dejaban caer en oyendo el trueno del arcabuz; pero por presto que lo ha- cían, ya eran muertos [ó] heridos aquellos á quien acertaban las balas ó perdigones, de cuya ocasión no se les osaban llegar, que de otra manera fuera cosa imposible quedar nin- guno de los españoles sin ser preso ó muerto, porque había para cada uno cien indios, sino que Dios milagrosamente los quiso guardar. Y con todo el daño que recibían, los si- guieron el río abajo aquella tarde que se embarcaron, y otros dos días con sus noches, en los cuales iban navegando lo más que podían. En todo este tiempo iba poblada la ri- bera del río de Machifaro, lo cual se vía muy bien de día con la claridad y de noche con muchas hachas y lumina- rias que los indios hacían en tierra, que daban mucha cla- ridad. Esta gente es desnuda, ansí hombres como muje- res; sus armas son macanas, flechas y dardos, y paveses de cueros de grandes lagartos y de unos pescados llama- dos manatíes, que son tan grandes como temeros, y tan duros, que una jara arrojada con ballesta no los puede pa- sar; y fuéronles á los españoles de mucho provecho, ansí para contra la gente desta tierra, como para la que adelante

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toparon. La tierra es á partes de montaña rala y á partes de sabana rasa; hay en ella de las comidas referidas arriba, y nueces y mucha miel de abejas, y puercos monteses y dantas. Antes que llegasen á esta provincia, viniendo por el despoblado que se ha visto, estando un soldado aderezando una nuez de ballesta, se le cayó al río, y subcedió que otro día siguiente, estando pescando después de haber navegado buen trecho, tomaron un pece grande, y abriéndolo halla- ron en el buche del la nuez de ballesta que se había caído al río, que parece que milagrosamente los proveía Dios en semejante necesidad de remedio contra sus enemigos. Desta provincia salió herido fray Diego (sic) de Carvajal, de la Orden de Predicadores, en un ojo, de que quedó tuerto. De aquí para abajo toparon con otras muchas poblaciones, teniéndose siempre sobre mano derecha, á donde no se atrevían á parar ni ver los secretos de la tierra, más que á sólo tomar comida en las partes más cómodas que les pare- cía, porque eran pocos para la muchedumbre de indios que había. En las canoas y casas de algunos destos indios ha- llaron pintadas algunas cosas muy conformes á las de los Ingas del Cuzco, y en otras, ovejas y carneros del Pirú; y preguntándoles por las lenguas que llevaban, qué significa- ban aquellas pinturas, les decían que á la tierra adentro había de aquel género de gente y animales, señalando unas cordilleras altas que están á vista del río. No pudieron ver otra cosa los pocos españoles que iban con Francisco de Orellana, ni buscarla en la tierra, con el temor que les ha- bían puesto los indios de Machifaro; sólo veían munchas poblaciones por el río y sus islas, que son gran cantidad. Afirman que sube la marea por el río arriba más de 100 leguas. Salió Francisco de Orellana á la Mar del Norte á la Isla de la Margarita; y contentándole la tierra y población della, se fué á España, pidió a Su Majestad del emperador Carlos V, rey nuestro señor, la conquista della; diósela con título de adelantado, é yéndola á hacer con grande arma-

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da, subió por el río arriba gran trecho de tierra, dio en una población, la cual está á la mano derecha subiendo el río arriba, donde tomó tierra y los indios le hicieron buen aco- gimiento; envió exploradores la tierra adentro, y estando la cosa en este estado, como Francisco de Orellana era hom- bre viejo, sobrevínole una enfermedad, de que murió, con lo cual se desbarató la guerra. Volviéronse los españoles el río abajo, y aunque las personas que habían ¡do á buscar la tierra les trujeron buenas nuevas della y de la mucha gente y buena que había, no quisieron poblar ni hacer otra cosa que volverse; y visto por algunos de los que habían entrado á descubrir la tierra, no se quisieron ir con ellos, antes se quedaron en ella 1 8 españoles, sin que se entienda que se hayan vuelto hasta agora, antes se tuvo noticia que estaban poblados la tierra adentro en aquel paraje al tiem- po que por allí bajó Lope de Aguirre en el año de 71. Vol- vamos, pues, á Gonzalo Pizarro y á los suyos, que queda- ron aguardando el bastimento que les había de llevar el capitán Francisco de Orellana: como no volviese con ello, y la hambre fuese tanta, les fué forzoso irse comiendo los ca- ballos poco á poco, y tales soldados hubo que tenían por remedio sangrar los caballos cada ocho días y cocer la san- gre dellos con yerbas en los morriones que llevaban, y co- mérsela desta suerte con yerbas y todo; y esto hacían por- que no se les acabase tan presto la comida; de cuya causa le fué forzoso á Gonzalo Pizarro volverse á Quito, á donde volvió á salir á cabo de dos años que había andado perdido, sin haber dado por entonces con la tierra que buscaba ni haberse hallado hasta agora, ni las minas ricas que allí te- nía Huainacapac, á quien estaba subjeto el Perü, de las cuales hay mucha noticia y serían fáciles de descubrir si hubiese curiosidad y diligencia, según dicen los que lo en- tienden; pero los que tienen posibilidad para lo poder hacer no se quieren inquietar, y los que lo desean no tienen lo que les es necesario para lo procurar; y á esta causa está

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encubierta esta tan grande riqueza hasta que Dios sea ser- vido que se descubra.

X

Copia de un documento cuya carpeta dice: * La petición que dio Orellana, y los pareceres del Consejo.» 1543. *

S. C. C. M.

El capitán Francisco de Orellana, natural de la cibdad de Trujillo, que es en estos reinos, digo: que^yo que pasé á las Indias diez é siete años, y más, y me hallé en el descubrimiento de las provincias del Perü, é allí é en otras partes de las Indias he hecho muchos servicios á Vuestra Majestad en muchos cargos honrosos que he teni- do, asi de capitán como de teniente de gobernador, de que he dado buena cuenta, como podrá parescer por informacio- nes hechas en las dichas partes, é que, si nescesario fuere, las daré aquí; y porque continuando la voluntad que siem- pre he tenido de servir á Vuestra Majestad yo salí de las provincias de Quito con Gonzalo Pizarro al descubrimiento del valle de la Canela, é para ello empleé en caballos é ar- mas y herraje y otras cosas de rescate más de cuarenta mili pesos, é vine en su seguimiento hasta que le hallé; é andando descubriendo con el dicho Gonzalo Pizarro é ha- biendo yo ido con ciertos compañeros un río abajo á buscar comida, fué Dios servido que con la corriente del río fuimos metidos por el dicho río más de docíentas leguas, donde no podimos dar la vuelta; é por esta nescesidad y por la mucha noticia que tuve de la grandeza y riqueza de la tie-

Archivo GcDcrml de Simancas, «Estado», legajo 61, folio 19.

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rra, y por servir á Dios y á Vuestra Majestad é descubrir aquellas grandes provincias é traellas al conoscimiento de nuestra sancta fee católica las gentes dellas, y ponerlas de- bajo del dominio de Vuestra Majestad y de la Corona Real destos reinos de Castilla, posponiendo mi peligro, é sin in- terés ninguno mío, me aventuré á querer saber lo que había en las dichas provincias, en cuyo subceso se descubrió é hizo lo que por la relación que dello he dado á Vuestra Ma- jestad ha visto, é también consta por algunas informaciones que traigo; y pues la cosa ha sido y es tan grande y mayor que nunca cosa de lo poblado y tierra, é que los naturales della podrán venir en conoscimiento de nuestra sancta fee católica, porque la mayor parte della es gente de razón, su- plico á Vuestra Majestad sea servido de me la dar en go- bernación para que yo la descubra y pueble por de Vues- tra Majestad, é haciéndome las mercedes que abajo diré, yo me ofrezco á hacer lo siguiente, por servir á Dios y á Vuestra Majestad:

Primeramente, que yo llevaré á mi costa á la dicha tie- rra destos reinos é de las Islas y Tierra Firme de las Indias quinientos hombres é docientos caballos é yeguas, é que con estos hombres llevaré clérigos y frailes de buena vida, aquellos que Vuestra Alteza fuere servido, para que se des- cubra y pueble la tierra, y los meteré por partes y lugares cual convenga.

Que para esto Vuestra Majestad me mande ayudar de su Real Hacienda en estos reinos con la cantidad que fuere servido ahora de presente, la cual yo me obligaré de pagar dentro del término que fuere servido.

ítem que Vuestra Majestad me haga merced de la go- bernación perpetua, para é para un heredero después de mis días, de todo aquello que descubriere y poblare, con salario de cuatro mili ducados cada un año.

ítem que de lo que ansí descubriere y poblare, de las rentas y provechos que- Vuestra Alteza tuviere en la dicha

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tierra me haga merced del diezmo de todo ello perpetua- mente para y para mis herederos.

ítem que en las dichas tierras que ansí descubriere y po- blare se haga merced para y para mis herederos per- petuamente de treinta leguas de tierra, con señorío é jures, dicción cevil y criminal, é con las rentas é provechos que en la dicha tierra hobiere, y esto sea en la parte que Vuestra Alteza fuere servido, que ni sea de la mejor ni de la peor, é con el titulo que Vuestra Majestad fuere servido, atenta la calidad de mi persona é linaje é servicios.

ítem me haga merced del alguaciladgo mayor de las dichas provincias por mi vida é del dicho mi heredero.

ítem me haga merced de la tenencia de cuatro forta- lezas que en la dicha provincia se hicieren en la parte que yo señalare que convenga al servicio de Vuestra Majestad, para é para mis herederos, con salario de mili ducados de tenencia cada un año.

ítem se me haga merced de un hábito de la Orden de Sanctiago, pues en mi persona concurren las calidades que se requieren, é que con el dicho hábito se señalen en las dichas provincias un salario cual Vuestra Alteza fuere ser- vido.

ítem que en remuneración de lo que yo é mis com- pañeros servimos á Vuestra Majestad en esta jornada, haga merced que los oñcios que para las dichas provincias se ho- hieren de proveer sean proveídos en los que dellos fueren hábiles é sufícientes.

ítem que, atento que las tierras son muchas é de diver- sas gentes, y no se podrían descubrir é poblar ni traer al conoscimiento de nuestra sancta fee católica sino es con la conversación de los españoles y de los religiosos y cléri- gos, se me licencia para que yo pueda repartir lo que ansí descubriere y poblare á los que conmigo fueren, por- que de otra manera no se podrán tasar al presente los tri- butos que han de dar.

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ítem que haga Vuestra Majestad merced á las dichas tierras y á los que á ellas fueren de todo lo que á ellas llevaren de todos los derechos de almojarifazgo de acá y allá por veinte años.

ítem se me haga merced de me dar licencia para llevar destos reinos é de los de Portugal docientos negros libres de todos derechos, pues agora ni en ningún tiempo es justo que haya en la dicha tierra esclavos de una manera ni de otra.

ítem pido á Vuestra Majestad me haga todas las otras mercedes que se suelen hacer á los otros gobernadores, atento á la calidad del negocio y grandeza de la tierra; é que Vuestra Majestad ha de ser en ello muy servido y estos reinos muy aprovechados.

Visto en el Consejo esta petición de capítulos y la re- lación del dicho Capitán Orellana, ha parecido que, segund la relación y el paraje en que este río y tierras que dice que ha descubierto está, que podría ser tierra rica y donde Vuestra Majestad fuese servido y la Corona Real destos reí- nos acrescentada; y por esto parece á la mayor parte del Consejo que al servicio de Vuestra Majestad conviene que las costas deste río se descubran y pueblen y ocupen por Vuestra Majestad, y que esto sea con toda la más brevedad y buen recaudo que ser pueda, porque, allende del servicio que á Dios Nuestro Señor se hace en traer á los naturales de aquella tierra al conoscimiento de su sancta fee católica é ley evangélica, de que hasta aquí han estado sin ninguna luz, conviene ansí al acrescentamiento de vuestra Corona Real; y de no hacerse con presteza podría redundar gran inconveniente, porque, á lo que éste dice, vino á salir por un río grande que es en la costa del Brasil, que está en la demarcación del serenísimo Rey de Portugal, aunque tenemos por cierto que debió salir por el río Marañón, que la boca del, segund las cartas de marear nuevas, está en la dicha demarcación de Portugal, que hasta agora no lo

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ha acabado de declarar; y como este Orellana desembarcó en Portugal, sabemos que el Rey le detuvo allí quince ó veinte días, informándose muy particularmente de las cosas deste descubrimiento y ofreciéndole partidos por que se quedase allí para servirse del en ello; y agora, en una carta que los Oñciales de la Casa de la Contratación de Sevilla escriben al Príncipe, dicen que tienen nueva que en Portugal se hace armada para entrar por este río; y parece que debe ser verdad, porque ya otra vez, habrá tres ó cuatro años, por industria del tesorero Hernán Dálvarez, hizo cierta ar- mada para entrar por aquella costa, y se perdió; y también nos parece que segund las demostraciones que por parte del Rey de Francia se han hecho para querer entender en cosas de Indias, que, llegado á su noticia esto, se podía acodiciar á ello: y considerados los provechos é inconvinientes dichos, y otros que á Vuestra Majestad son muy notorios, é que lo que toca al buen tratamiento de los naturales y á que no se les haga agravio alguno lo tiene Vuestra Majestad pro- veído por sus nuevas leyes y ordenanzas, nos parece á la mayor parte que este descubrimiento y población se ha- ga, y que se encomiende á este Orellana por lo haber él descubierto y tener noticia dello, y con cargo que guarden las dichas leyes y ordenanzas que Vuestra Majestad ha mandado hacer, y más los apuntamientos que irán al pie de las cosas que nos paresciere que se le deben conceder, que también sea obligado á las guardar como las dichas leyes y ordenanzas; y que se nombre una persona de cali- dad, confíanza y buena conciencia que vaya por veedor y ejecutor de todo lo quel dicho gobernador es obligado á guardar, demás de los religiosos que han de ir, á quien también se ha de encomendar; é que siendo Vuestra Ma- jestad servido que esto se efectúe, se le concedan las cosas siguientes:

Que se le la gobernación de lo que descubriere en una de las costas del río que señalare, con salario de cinco

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mili ducados cada año de lo que en la tierra hobiere, con los límites que paresciere al Consejo.

Título de adelantado para él y su heredero.

La tenencia de dos fortalezas quél hiciere, para él y para sus herederos, con cada ciento y cincuenta mili mara- vedís de salario.

El alguaciladgo mayor para él, y un hijo suyo después de sus días.

El dozavo de todas las rentas y frutos que toviere Vues- tra Majestad en aquello que ansí descubriere, quitas costas, conviene que no exceda de un cuento de maravedís cada año, para é sus herederos.

Franqueza de almojarifadgo de todo lo que llevare á aquella tierra él y la gente que con él fuere, y los que des- pués fueren á poblar, por diez años.

Licencia para pasar ocho esclavos negros, libres de to- dos derechos.

Con tanto que guarde las dichas leyes y ordenanzas nuevas, y más los apuntamientos siguientes:

Primeramente, que lleve de Castilla trescientos hom- bres españoles, casi ciento de caballo, los demás de pie, porque sea suficiente número y fuerza para ir poblando y defenderse.

ítem ha de llevar aparejo para hacer las barcas que se- rán menester para llevar los caballos y gente por el río abajo.

ítem que no llevará en las barcas indios naturales de las provincias del Perú, si no fuere algún muchacho que los españoles que fueren hobieren criado, y desto se ha de dar provisión para el Visorey del Perú, que ansí lo provea.

ítem ha de llevar hasta ocho frailes, los cuales enten- derán en la conversión y en advertir á la dicha persona que Vuestra Majestad enviará, á la cual persona y relación de frailes se les ha de dar entero crédito.

Ansimismo llevará los oficiales de Vuestra Majestad,

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que el uno sea más preeminente y de mayor conñanza, para que sea veedor de cómo se cumplen y ejecutan las leyes é ordenanzas de Vuestra Majestad, y lo en esta ins- trucción contenido; á los cuales Vuestra Majestad mandará darles salarios.

ítem procurará de hacer con la gente que llevare dos pueblos, el uno al principio de lo poblado, en lo alto del río, ó do á él mejor le parescerá, y otro en lo más último y más cerca de la boca del río, escogiendo para ellos los más sanos y deleitosos asientos, y en provincias abundosas y en parte do por el río se puedan proveer.

ítem llevará aderezo para hacer dos carabelas, las cua- les hará después de haber comenzado á poblar, y enviarlas la una primero que la otra, las cuales saldrán por la boca del río con personas que puedan sondar y conoscer las recuestas de la boca y de todo el río y las señales para que se conozca la entrada, y miren las derrotas y navega- ción hasta Castilla, tomando las alturas, porque venidas que sean las carabelas con relación de la tierra y de lo dicho, vaya gente y se contrate lo que estuviere poblado y se poblare por la boca del dicho río de ahí adelante.

Lo que ha de guardar inviolablemente:

Que procure de tomar el asiento y partes para hacer las dichas poblaciones do no se perjudique á los indios; y si no se pudiere hacer, se tomen con voluntad de los indios ó con la moderación que al veedor y religiosos paresciere.

ítem que él ni los de su compañía no tomarán mujer casada ni hijo ni otra mujer alguna de los indios, ni les tomarán oro ni plata ni algodón ni plumas ni piedras ni otra cosa que poseyeren, sino fuere rescatado y dando el P^o, y haciéndose el rescate y pago segund á la dicha per- sona y religiosos paresciere.

Pera bien permitimos que cuando se les haya gastado la comida que de acá haa de llevar, la puedan pedir pri- meramente ton rescata^. dándpl^«^ «}gii mea por ello; y

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cuando esto les faltase, con ruegos y buenas palabras y per- suasiones les pidan la dicha comida, de manera que nunca vengan á tomarla por fuerza, sino cuando todos estos me- dios se hobieren tentado, y los demás que al veedor y frai- les, juntamente con el Capitán, paresciere; porque estando en extrema nescesidad, justamente lo pueden tomar donde lo hallaren.

Otrosí ha de saber que por ninguna vía se ha de hacer guerra á los dichos indios, ni para ello ha de dar causa, ni la ha de haber sino fuere defendiéndose, con aquella mode- ración quel caso lo requiere; antes se les ha de dar á enten- der como Vuestra Majestad los envía sólo á los enseñar y dotrinar, y no á pelear, sino á darles conocimiento de Dios y de nuestra sancta fee y la obidiencia que deben á Vues- tra Majestad.

ítem ha de guardar las ordenanzas y leyes que están mandadas hacer cerca de no hacer á ningún indio esclavo ni naboría, sino tenellos por libres como Vuestra Majestad lo manda; las cuales han de ir aquí insertas.

ítem ha de ser castigado el que matare ó hiriere á indio conforme á las leyes destos reinos, sin tener consideración á que el delincuente sea español y el muerto ó herido indio; pues, como está dicho, son libres y vasallos de Vuestra Majestad.

ítem como fuere paciñcando la tierra irá moderando la comida y sustentación que cada pueblo debe dar, y aque- llas comidas y provechos repartirá el dicho Gobernador en- tre los españoles que poblaren la dicha tierra, dándoles los tales provechos conforme á las leyes y ordenanzas que es- tán hechas.

Y porque por las dichas ordenanzas la voluntad de Vues- tra Majestad es que todos los indios queden so su real pro- tección, para que se conserven y sean dotri nados en la fee, no se ha de dar lugar á que español tenga indios, ni los maltrate, ni estorbe que sean cristianos; ni se les ha de

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1 . i

tomar cosa alguna, como está dicho, sino conforme á los capítulos precedentes.

Que si por caso algún señor ó prencipal de aquellas tierras, teniendo noticia de la grandeza de Vuestra Majes- tad, á quien han de obedecer, quisiere hacer algún pre- sente para Vuestra Majestad de su voluntad, que lo reciba y envíen á Vuestra Majestad.

Al Doctor Bemal le paresce que no se debe encomen- dar la población del río á este Capitán, porque, siendo po- bre, como le dicen que es, y criado en las guerras que se han usado en las Indias, y llevando gente dellas usada á lo mismo, y entrando con armas y con nescesidad, no cree que guardará las instrucciones buenas que se le darán, y se alborotarán los naturales de la tierra, y aborrecerán la reli- gión cristiana y el señorío de Vuestra Majestad, y se sigui- rán los daños que hasta aquí, ó mucha parte dellos; y que de su parescer convernía primero enviar un capitán pacífíco y sin gente de guerra, y con religiosos que primero inten- tasen todos los medios buenos y posibles para reducir la tierra al servicio de Dios y obidiencia de Vuestra Majestad, y hechas estas diligencias, trújese más particular relación de la calidad de la tierra y gente, y de lo que se habrá hecho con ella, y de lo que convernía hacer, para que, visto, Vuestra Majestad mandase proveer sobrello con más infor- mación y noticia de todo.

Al Licenciado Gutierre Velázquez parece que se tome la capitulación quel Capitán Orellana capitula con Vuestra Majestad con todas las condiciones que en ella van, ex- cepto en dos cosas que es en parecer contrario; y lo uno es quel dicho Capitán no lleve más de ciento y ochenta hombres y los sesenta á caballo, y esto por el gran daño que la gente, siendo mucha, hace en estos descubrimientos, espicial habiendo de pasar desde Puerto Viejo hasta el nas- cimiento del río, que está ya pacificado y poblado y sub- jeto á Vuestra Majestad; y la otra es en parecer que no

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han de tomar por fuerza la comida á los indios donde fue- ren á poblar y descubrir, sino por vía de rescates hasta que estén pacíficos; y siendo por rescates, para que se haga á menos costa, no ha de haber tanta gente: y no tomándoles nada de lo suyo por fuerza, ni comida, sino rescatando con los indios, é informándoles é pedrícándoles los frailes, y len- guas que han de llevar, como van á ellos á declararles nues- tra sancta fee católica y el señorío que Vuestra Majestad tiene sobrellos, y que no les han de hacer agravio ninguno: tiene por cierto que se asegurarán y los rescibirán bien y se convertirán á nuestra sancta fee católica y á ser subditos de Vuestra Majestad, y poco á poco pueden ir poblando; y comenzando á tomalles los mantenimientos por fuerza, pen- sarán que les van á hacer mayores daños, y huirán, y sub- cederán mayores inconvinientes, y no será en manos del Capitán ni de la gente dejar de seguillos: y aun esta gente que dice piensa que será trabajosa de dejar de hacelles gue- rra y grandes dapños, cuanto más si es mucha más; y si ansí se hiciese esto, paresce que no se haría tan bien lo que toca al servicio de Dios y de Vuestra Majestad, y aun- que Vuestra Majestad hiciese merced al Capitán de la ma- yor parte de lo que costasen los rescates, poniéndolos él adelantados, y se le pagasen á él después de los tributos de lo que se descubriere y poblare de los pueblos que se han de poner en cabeza de Vuestra Majestad, donde pienso que habrá para todos, ansí para los pobladores lo que les hobieren de dar, como para pagar lo que se le debiere al Capitán por los rescates en poco tiempo será pagado; y que tiene por mejor que no que la gente comience luego á tomar la comida por fuerza á los indios, porque de tomalla por fuerza no subcedan los dapños ya dichos, ffíaj^ cinco rúbricas.)

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XI

Capitulación que se tomó con Francisco de Orellana para el descubrimiento y población de ¡a Nueva Andalucía. Valladolid, 13 de Febrero de 1544. *

El Príncipe. Por cuanto vos el capitán Francisco de Orellana me hecistes relación que vos habéis servido al Em- perador y Rey mi señor en el descubrimiento y pacifica- ción de las provincias del Pirú y de otras partes de las Indias, y que, continuando la voluntad que siempre habéis tenido de servir á Su Majestad, salistes de las provincias del Quito con Gonzalo Pizarro al descubrimiento del valle de la Canela, é que para ello empleastes en caballos y ar- mas y herraje y otras cosas de rescate más de cuarenta mili pesos, y fuistes en su seguimiento hasta que le hallas- tes, y que andando descubriendo con el dicho Gonzalo Pi- zarro, é habiendo vos ido con ciertos compañeros un río abajo á buscar comida, con la corriente fuistes metidos por el dicho río más de docientas leguas, donde no podistes dar la vuelta, y que por esta necesidad y por la mucha noticia que tovistes de la grandeza y riqueza de la tierra, posponiendo vuestro peligro, y sin interés ninguno, por ser- vir á Su Majestad os aventurastes á saber lo que había en aquellas provincias, y que ansí descubristes y hallastes grandes poblaciones, y distes en el Consejo de las Indias una relación del suceso del dicho viaje, ñrmada de vuestro nombre; y que vos, por el deseo que tenéis al servicio de Su Majestad y á que la Corona Real de estos reinos sea acrecentada, y á que las gentes que hay en el dicho río y tierras vengan al conosci miento de nuestra fee católica, queriades volver á la dicha tierra á la acabar de descubrir

ArchÍTO de Indias, 139-1-1, tibro i.^, hoja 216 vuelta.

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y á la poblar, y que para ello llevaréis destos reinos tres- cientos hombres españoles, ciento á caballo y los otros de á pie, y el aparejo que fuere necesario para hacer barcas, y ocho religiosos para que entiendan en la instrucción y conversión de los naturales de la dicha tierra, todo ello á vuestra costa y minsión, sin que Su Majestad ni los reyes que después del vinieren sean obligados á vos pagar ni satisfacer los gastos que en ello hicierdes, más de lo que en esta capitulación vos será otorgado, y me suplicastes vos hiciese merced de la gobernación de lo que descubrié- sedes en una de las costas del dicho río, cual vos señalase- des, sobre lo cual yo mandé tomar con vos el asiento y capitulación siguiente:

Primeramente, que seáis obligado y os obliguéis de lle- var destos reinos de Castilla al descubrimiento y población de la dicha tierra, la cual habemos mandado llamar é inti- tular la Nueva Andalucía, trecientos hombres españoles, los ciento de á caballo y los docientos á pie, que paresce ser suficiente número y fuerza para ir poblando y defendién- doos.

Ansimesmo os obligáis de llevar aparejo para hacer las barcas que serán menester para llevar los caballos é gente por el río arriba.

ítem que no llevaréis ni consentiréis llevar en las barcas indios algunos naturales de parte alguna de las nuestras Indias, Islas y Tierra Firme, si no fuere alguno para lengua, y no para otro ningün efeto, so pena de diez mili pesos de oro para nuestra cámara y fisco.

Otrosí que halláis de llevar y llevéis hasta ocho religio- sos, cuales os fueren dados y señalados por los del nuestro Consejo de las Indias, para que entiendan en la instruc- ción y conversión de los naturales de la dicha tierra; los cuales habéis de llevar á vuestra costa y darles el manteni- miento necesario.

ítem habéis de procurar de hacer con la gente que lie-

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váredes dos pueblos, el uno al principio de lo poblado, en la entrada del rio por donde vos habéis de entrar, lo más cercano de la entrada, donde á vos y á los dichos religiosos é á los nuestros oficiales de la dicha tierra paresciere, é otro en la tierra adentro, donde más cómodo é á propósito fuere, escogiendo para ellos los más sanos y deleitosos asientos que se pudieren haber, y en provincias abundosas, y en parte donde por el río se puedan proveer.

Otrosí os obligáis de entrar á hacer el dicho descubri- miento y población por la boca del río por donde salistes, y de llevar destos reinos dos carabelas ó navios para que entren por la boca del dicho río, las cuales habéis de enviar por el río arriba, la una primero que la otra, luego que en- trardes por la dicha boca y surgierdes para reparar vuestra armada, y en ellas algunas personas pacíficas y religiosos á hacer las diligencias necesarias para persuadir á los natu- rales que en la dicha tierra hobiere que vengan á la paz, é también personas diestras que puedan sondar y conoscer las recuestas de la boca y de todo el río y las señales para que se conozca la entrada, y miren las derrotas é navega- ción é tomen las alturas, é ida la una enviéis la otra á hacer lo mismo que pase más adelante, y la otra os vuelva á dar razón de lo que hallare, de forma que en todo caso se pro- cure no venir en rompimiento con los indios.

Otrosí que si algún gobernador ó capitán hubiere des- cubierto ó poblado algo en la dicha tierra y rio donde vos habéis de ir, y estuviere en ello al tiempo que vos Uegar- des, que en perjuicio del que ansí hallardes en la dicha tie- rra no hagáis cosa alguna ni os entrometáis á entrar en cosa alguna de lo quél hobiere descubierto y poblado, aun- que lo halléis en los limites de vuestra gobernación, porque se excusen los inconvenientes que de semejantes cosas han subcedido hasta aquí, ansí en el Pirü como en otras partes, y avisarnos heis de lo que paresciere, para que se os mande en caso semejante lo que hagáis.

2CX) Documentos

Otrosí con que no entréis en las islas questán en el dicho río con gente alguna, más de que podáis enviar religiosos que los traigan de paz á nuestra obidiencia y les enseñen las cosas de nuestra santa fee católica, por quéstas no en> tran en vuestra gobernación, y sólo habéis de contratar con ellos por vía de rescate.

Y porque entre el Emperador Rey mi señor y el serení- simo Rey de Portugal hay ciertos asientos y capitulaciones cerca de la demarcación y repartimiento de las Indias, y también sobre las Islas de los Malucos y Especería, vos mando que las guardéis como en ello se contiene y que no toquéis en cosa que pertenezca al dicho serenísimo Rey.

Haciendo y cumpliendo vos el dicho capitán Francisco de Orel lana las cosas suso dichas, y cada una dellas, según y como en los capítulos de suso contenidos se contiene, y guardando las nuevas leyes y ordenanzas por Su Majestad hechas y las otras cosas que de yuso serán contenidas, pro- metemos de vos hacer y conceder las mercedes siguientes:

Primeramente, doy licencia y facultad á vos el dicho capitán Francisco de Orellana para que por Su Majestad y en nombre de la Corona Real de Castilla y León podáis descubrir y poblar la costa del dicho río á la parte de la mano izquierda de la boca del río por donde habéis de entrar, ques á la banda del Río de la Plata, siendo dentro de los límites de la demarcación de Su Majestad.

ítem, entendiendo ser cumplidero al servicio de Dios Nuestro Señor, y por honrar vuestra persona, prometemos de vos dar título de Gobernador y Capitán General de lo que descubrierdes en la dicha costa de la mano izquierda del dicho río, con docientas leguas de costa del dicho río, medido por el aire, las que vos escogierdes dentro de tres años después que entrardes en la tierra con vuestra ar- mada, por todos los días de vuestra vida, con salario de cinco mili ducados cada un año; de los cuales habéis de gozar desde el día que vos hicierdes á la vela en el puerto

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de Santlúcar de Barrameda para seguir vuestro viaje, y vos han de ser pagados de las rentas y provechos á Su Majes- tad pertenecientes en la tierra y provincias que ansí descu- brierdes y poblardes; y no habiendo en ellas en el dicho tiempo rentas ni provechos, no sea Su Majestad obligado á vos mandar pagar cosa alguna dello: y lo demás de la dicha costa que descubrierdes lo tengáis en gobernación y justicia entre tanto que Su Majestad otra cosa manda.

ítem vos hace merced de título de Adelantado de lo que ansí descubrierdes en la dicha costa en que ansí fuerdes Gobernador, para vos é un heredero subcesor vuestro, cual vos nombrardes.

Ansimismo vos haremos merced del oficio de Alguacil mayor de las dichas tierras para vos, y un hijo vuestro después de vuestros días, cual vos nombrardes.

ítem vos damos licencia para que, con parecer y acuerdo de los Oficiales de Su Majestad de la dicha tierra, podáis hacer en ella dos fortalezas de piedra en las partes y luga- res que más convenga, paresciendo á vos y á los dichos nuestros Oficiales ser necesarias para guarda y pacificación de la dicha tierra; y vos hacemos merced de la tenencia dellas perpetuamente, para vos y para vuestros herederos y sucesores, con salario de ciento y cincuenta mili mara- vedís en cada un año con cada una de las dichas fortalezas; del cual dicho salario habéis de gozar desde que cada una dellas estuvieren hechas y acabadas é cerradas á vista de los dichos nuestros Oficiales, las cuales habéis de hacer á vuestra costa, sin que Su Majestad ni los reyes que después del vinieren sean obligados á vos pagar lo que en las dichas fortalezas gastardes.

Otrosí vos hago merced de la dozava parte de todas las rentas y frutos que Su Majestad tuviere cada un año en las tierras y provincias que vos ansí descubrierdes y poblar- des conforme á esta capitulación, quitas costas, coa que no exceda de un cuento de maravedís cada 110 afioi ^

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cual dicha merced vos hago para vos y para vuestros he- rederos perpetuamente.

Otrosí vos daremos licencia y facultad para que destos nuestros reinos y señoríos, ó del reino de Portugal é islas de Cabo Verde ó Guinea, podáis pasar, y paséis, vos, ó quien vuestro poder hubiere, á la dicha tierra ocho esclavos ne- gros, libres de todos derechos.

ítem franqueamos á vos é á la gente que con vos al presente fuere á la dicha tierra, é á los que después fueren á poblar á ella, que por término de diez años primeros si- guientes que corran y se cuenten desde el día de la fecha desta capitulación en adelante, no paguen derechos de al- mojarifazgo de todo lo que llevaren para proveimiento y y provisión de sus casas en las dichas tierras.

Y porquel Emperador Rey mi señor, habiendo sido in- formado de la necesidad que había de proveer y ordenar algunas cosas que convenían á la buena gobernación de las Indias y buen tratamiento de los naturales dellas é adminis- tración de la justicia, mandó hacer ciertas leyes y ordenan- zas, las cuales vos mandamos dar en molde, ñrmadas de Juan de Samano, Secretario de Su Majestad, habéis de guar- dar las dichas leyes y ordenanzas en todo y por todo, seg^n y como en ellas y en cada una dellas se contiene, y más las otras cosas que de yuso irán declaradas, inviolablemente, que son las siguientes:

ítem procuréis de tomar el asiento y partes para hacer las poblaciones que habéis de hacer, donde no se perjudique á los indios de la dicha tierra; y si no se pudieren hacer, que se tome con voluntad de los dichos indios, ó con la moderación que el veedor que con vos ha de ir para ver cómo se cumple lo en esta capitulación contenido y á los dichos religiosos pareciere.

Otrosí que vos ni persona alguna de los que con vos fueren no toméis ni tomen mujer casada, ni hija, ni otra mujer alguna de los indios, ni se les tome oro, ni plata, ni

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algodón, ni plumas, ni piedras, ni otra cosa que poseyeren los dichos indios, si no fuere rescatado y dándoles el pago en otra cosa que lo valga, y haciéndose el rescate y pago según al dicho veedor y religiosos paresciere, so pena de muerte y perdimiento de bienes el que lo contrario hiciere; pero bien permitimos que cuando se os haya gastado la comida que vos y la gente que con vos fuere llevardes, la podáis pedir á los dichos indios con rescate, dándoles al- guna cosa por ello; y cuando os faltare esto, con ruegos y buenas palabras y persuasiones les pidáis la dicha comida, de manera que en ningún tiempo se les venga á tomar por fuerza, si no fuere cuando todos los dichos medios se ho- hieren tentado, y los demás que el dicho veedor y religio- sos é á vos pareciere, porque estando en extrema necesi> dad, justamente se puede tomar la dicha comida donde se hallare.

ítem que por ninguna vía ni manera se haga guerra á los dichos indios, ni para ello se causa, ni la haya, si no fuere defendiéndoos con aquella moderación que el caso lo requiere; antes mandamos que se les á entender cómo nos os enviamos sólo á les enseñar y dotrinar, y no á pe- lear, sino á darles conosci miento de Dios y de nuestra santa fee católica y de la obidiencia que nos deben: y si por caso los indios fueran tan orgullosos que, no curando de los aper- cibimientos y exhortaciones de paz que les hayáis hecho, todavía os vengan é acometan de guerra, no teniendo otro medio para os evadir y defender dellos, salvo romper con ellos, esto haréis con la más moderación y templanza y con las menos muertes y daños dellos que ser pueda; y todas las ropas y otras joyas que les tomardes, que no sean ar- mas ofensivas y defensivas, ansí por vos como por los que con vos fueren, recogerlas heis y hacerlas heis volver á los dichos indios, diciéndoles que no quisiérades el daño que han recibido, y que fué por su culpa no quereros creer, y que les enviáis aquellas cosas que son suyas, porque no

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pretendéis matarlos, ni maltratarlos, ni tomarles sus hacien- das, salvo su amistad y su redención al servicio de Dios y de Su Majestad; porque haciéndolo ansí vosotros, tomarán l^ran crédito y confianza de lo que cerca desto les hubierdes dicho ó dijerdes.

Otrosí que cualquier español que matare ó hiriere á in- dio alguno, sea castigado conforme á las leyes destos rei- nos, sin que se tenga consideración á que el delincuente sea español y el muerto ó herido indio.

ítem que como fuerdes pacificando la tierra vais mode- rando la comida y sustentación que cada pueblo de indios debe dar, é las comidas y provechos que los dichos indios hubieren de dar los repartáis entre los españoles que pobla- ren la dicha tierra, dándoles los tales provechos conforme á las dichas leyes, y las cabeceras más principales ponerlas heis en la Corona Real.

Y porque, como por las dichas leyes veréis, la voluntad de Su Majestad es que todos los indios queden so nuestra protección, para que se conserven é sean dotrínados en las cosas de nuestra santa fee católica, no habéis de dar lugar á que español alguno tenga indios, ni los maltrate, ni es- torbe que sean cristianos, ni se les tome cosa alguna sino por rescate y según y como dicho* es.

ítem que si por caso algún señor ó principal de la dicha tierra, teniendo noticia de Su Majestad, á quien han de obedecer, quisiere hacer algúa presente para Su Majestad de su voluntad, lo podáis rescibir y lo enviéis á todo buen recaudo á Su Majestad.

Por ende, por la presente, haciendo vos el dicho capi- tán Francisco de Orellana lo suso dicho, á vuestra costa é según é de la manera que de suso se contiene, y guardando y cumpliendo, y haciendo guardar y cumplir, lo contenido en las dichas nuevas leyes y ordenanzas, y las otras cosas de suso declaradas, y todas las otras instrucciones que ade- lante mandásemos dar é hacer para la dicha tierra y para

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el buen tratamiento y conversión á nuestra santa fee cató- lica de los naturales della, digo y prometo que vos será guardada esta capitulación y todo lo en ella contenido, en todo y por todo, según que de suso se contiene: y no lo haciendo ni cumpliendo ansí, Su Majestad no sea obligado á vos guardar ní^cumplir lo suso dicho, ni cosa alguna dello; antes vos mandará castigar y proceder contra vos como contra persona que no guarda y cumple, y traspasa los man- damientos de su rey y señor natural. Y dello mandamos dar la presente, fírmada de mi mano y refrendada de Juan de Samano, Secretario de Su Majestad. Fecha en la villa de Valladolid á trece días del mes de Hebrero de mil é quinientos y cuarenta y cuatro aflos. Vo el Principe, Refrendada de Samano, y señalada del Obispo de Cuenca y Gutierre Velázquez é Gregorio López y Salmerón,

XII

Estritura por la que Francisco de Orellana se obligó á guardar la capitu- lación extendida á su favor para el descubrimiento y población de la Nueva Andalucía. Valladolid, i8 de Febrero de 1544. *

En la villa de Valladolid, á diez y ocho días del mes de Hebrero de mili é quinientos y cuarenta y cuatro años, en presencia de mí, Ochoa de Luyando, escribano de Sus Majestades, y de los testigos )mso escriptos pareció Fran- cisco de Orellana, é dijo: que por cuanto el Príncipe nues- tro señor ha mandado tomar con él cierto asiento y capitu- lación, que de suso en este libro está asentada, sobre la conquista y población de ciertas tierras é provincias que se han mandado llamar é intitular la provincia de la Nueva

Archivo de lodias, 139-l-ax libro 2.*, hoja 10 vuelu.

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Andalucía, segund más largamente en la dicha capitulación se contiene, á que se reñrió; por ende, quél se obligaba y obligó de tener, guardar y cumplir todo lo que por la dicha capitulación y asiento es obligado de guardar y cumplir, y las nuevas leyes é ordenanzas por Su Majestad hechas, las cuales conoce haber recibido del secretario Joan de Sama- no, y todas las instruciones é provisiones de Sus Majesta- des que le fueren dadas, so las penas en la dicha capitu- lación é nuevas leyes, instruciones é provisiones conteni- das: é porque ansí lo terna, guardará é cumplirá, obligó su persona y bienes muebles é raíces habidos é por haber, é dio poder cumplido á todos é cualesquier jueces é justicias de Sus Majestades, ansí destos sus reinos é señoríos, como de las Indias, Islas é Tierra-fírme del mar Océano, de cual- quier juridición que sean, á la cual juridición se sometió, especialmente á la de los señores del Consejo de las Indias y de los Oñciales que residen en la cibdad de Sevilla en la Casa de la Contratación de las Indias, renunciando, como renunció, su juridición y dominio y la ley convenerit de jurisdiüone, para que por todo rigor de derecho, que más breve y ejecutivo sea, le compelan á lo ansí cumplir como si por sentencia difinitiva de juez competente fuese ansí sentenciado y la tal sentencia fuese pasada en cosa juzgada y por él consentida; sobre lo cual renunció de su favor é ayuda todas é cualesquier leyes, fueros é derechos que sean en.su favor y la ley é derecho que dice que general renun- ciación de la ley que home faga que no vala: en ñrmeza de lo cual lo otorgó ansí ante el dicho escribano é testi- gos de yuso escriptos, en el dicho día, mes é año suso di- chos, siendo presentes por testigos Martín de Ramoyn é Cristóbal Maldonado, é Andrés Navarro. É por ñrmeza lo firmó aquí de su nombre. Francisco Orellana,

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XIII

Cinto carias tU Francisco de Or diana, del año de ¡S44t sobre los prepara- tivos de su expedición cU Rio de las Amazonas, y de leu dificultades que se le ofrecían pctra emprender su viaje, Sevilla, Mayo á Noviembre de 1544.

S. C. C. Majestad. Por otra escrebí á Vuestra Majes- tad dando entera cuenta del estado en que estaban los ne- gocios de mi viaje para la Nueva Andalucía, cuya paciñca- ción, conversión y gobernación de los naturales della por Vuestra Majestad me está encomendado, suplicándole me hiciese merced de mandarme proveer del artillería necesa- ria para armar seis á siete carabelas, así de la que está en esta ciudad como en su comarca; y así, torno á suplicar ahora lo mande proveer, pues es cosa muy importante y que tanto dello Vuestra Majestad será servido; y porque después acá, como los negocios se tratan, descubren nue- vas cosas, hase ofrescido que no se hallan marineros que quieran ir esta jornada, y, aunque hay muchos, se excusan dello, de que se nos sigue gran daño por la dilación que nos podían causar y por otros ñnes; y pues esto es cosa de que tanto Dios Nuestro Señor y Vuestra Majestad serán servi- dos, á Vuestra Majestad suplico mande proveer de manera que yo, ó quien mi poder hobiere, pueda compeler y apre- miar cualesquier marineros que se hallaren para que vayan en mi compañía esta jornada, pagándoles por ello su justo y debido salario, y si nescesario fuere las justicias me den favor y ayuda para ello.

Asimismo hago saber á Vuestra Majestad que no se halla ningún marinero castellano que sepa la costa del río

Archivo de Indias, I43<3-I2.

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para donde es mi viaje, excepto los portugueses, que tienen gran noticia della por la continua navegación que por allí tienen; y así por esto, como porque navegan en piezas liga- ras y bien aderezadas, conviene llevarlos esta jornada; é porque á éstos se les podría poner en ello algund impedí- miento por las justicias de los pueblos y por las guardas de la mar, por ser extranjeros, á Vuestra Majestad suplico sea servido de mandar que á los tales marineros portugueses con quien me concertare, sin embargo ni impedimento al- guno de cualquier defendimento que en contrarío desto haya, les dejen y consientan sacar y llevar en cualesquier sus naos y carabelas y bei%antines la gente, armas y mu- nición, caballos y otras cosas nescesarias para este viaje, y que en retorno dello puedan cargar las tales piezas de todo el brasil, azúcar y cueros, y otras mercaderías que quisieren en la Isla de Sancto Domingo y en otras partes, y que go- cen por esta vez de todas las preeminencias y libertades que gozan y pueden gozar los naturales, porque, proveyéndose así, á se hará muy gran merced y será para me aviar de aquí para el día de señor San Juan, siendo Dios servido, é de otra manera se dilatará más tiempo, y la gente que está esperando se gastará mucho; y pues esto es cosa que toca al servicio de Vuestra Majestad, y por mi parte se hace todo lo que mis fuerzas pueden, y aun más, Vuestra Majestad lo debe mandar proveer brevemente, pues Dios ha sido servido darme entera salud, como al presente la tengo, que es para mejor poder servir á Vuestra Majestad, pues mi fin y deseo no es otro. De Sevilla, nueve de Mayo, mili quinientos cuarenta y cuatro años. De V. S. C. C. Majestad su muy cierto y menor criado. Francisco Dore- llana,

S. C. C. Majestad. Por otras he suplicado á Vuestra Majestad me haga merced de mandarme proveer de alguna artillería para armar seis ó siete carabelas, de que tengo

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nescesidad para hacer el viaje que Vuestra Majestad fué servido de mandar que yo hiciese para la conversión y pacificación de la Nueva Andalucía, y á esto se me res- pondió que no había de donde se proveyese: yo quisiera estar en estado que pudiera servir á Vuestra Majestad en esta jornada sin dar ninguna pesadumbre; pero ésta no se puede dejar de dar, porque el artillería nescesaría yo no la puedo hallar si Vuestra Majestad no provee della: y asi, suplico á Vuestra Majestad lo mande hacer, pues es cosa que tanto importa á su servicio, y que de no la llevar se nos puede seguir mucho daño, y será dar causa á detener- me aquí, y que la gente se gaste de manera que no pueda haber efeto la jornada.

Asimismo supliqué á Vuestra Majestad me hiciese mer- ced de mandar dar licencia á cualesquier pilotos y marine- ros portugueses que supiesen la costa del Brasil para que fuesen esta jomada, porque de los naturales no se halla quien razón della ni la sepa; á lo cual me fué respondido que no había lugar, y se escribió sobrello á los Oñciales de Vuestra Majestad que residen en la Casa de la Contrata- ción desta ciudad para que busquen un piloto tal cual con- viene, que vaya en este viaje; ellos lo hicieron así, y habla- ron al que de allá se les señaló, y éste da menos razón de la costa que otro: y pues que Vuestra Majestad manda que ningund portugués pase en esta jornada, á lo menos sea ser- vido de dar licencia á cualquier piloto portugués que quiera ir, al que se le ponga todo el límite que Vuestra Majestad fuere servido para que no haga deservicio á Vuestra Ma- jestad, y en esto se terna toda la vigilancia y cuidado que conviene; porque Vuestra Majestad esté cierto que si no son los pilotos portugueses, no hay otro ninguno que sepa tan bien aquella navegación por la continuación que por allí tienen; y pues que tanto nos importa llevar persona que lo sepa. Vuestra Majestad sea servido de lo mandar

proveello, ó como mejor fuere servido.

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2IO Documentos

Asimismo suplico á Vuestra Majestad sea servido de mandarme hacer merced de cient licencias de esclavos, li- bres de todos derechos, para ayuda á alguna parte de los muchos gastos que en esta jornada se me ofrecen y tengo hechos, pues yo por mi parte pongo todas mis fuerzas y posibilidad, y lo haré siempre en lo que tocare al servicio de Vuestra Majestad como muy cierto y verdadero criado.

Asimismo hago saber á Vuestra Majestad que yo me doy toda la priesa posible para me aviar de aquí breve- mente, y tengo puestas en el río dos naos y dos carabelas, y espero cada día otra pieza que me falta, con la cual no hay nescesidad de más para la jornada, y asimismo se están haciendo seis bergantines para el río, lo mejor aderezados que pudiere: y esto es lo que hasta ahora se ha hecho para el servicio de Vuestra Majestad, y de lo que de aquí ade- lante se hiciere enviaré relación dello á Vuestra Majestad. De Sevilla, treinta de Mayo de mili quinientos cuarenta y cuatro años. De V. S. C. C. Majestad su muy cierto y me- nor criado. Francisco Dorellana,

S. C. C. Majestad. Por otras he suplicado á Vuestra Majestad fuese servido de mandarme proveer de un piloto portugués para esta jornada que por mandado de Vuestra Majestad hago para la conversión y pacificación de la Nue- va Andalucía,, por tener éstos expiriencia de la navegación de la costa del Brasil por la haber continuado; y pues esto no lugar por los inconvinientes que dello se podrían re- crescer á Vuestra Majestad, suplico sea servido de mandar que sus acreedores de un Rentería é Francisco Sánchez, pilotos, personas expertas en la navegación, de quien tengo informado á Vuestra Majestad por otra, los esperen por las deudas que les deben durante el tiempo que fueren en este viaje, que será breve, porque ellos al presente no tienen con qué pagar, é lo que deben principalmente es de cam- bios é intereses; porque si esto no se hace, al presente no

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se pueden haber otros pilotos algunos que algo entiendan, ni los vuestros Oficiales que residen en la Casa de la Con- tratación desta dudad han proveído dellos, como por Vues- tra Majestad les fué mandado, y sería gran inconveniente que por falta de piloto se dilate mi partida. Vuestra Majes- tad lo mande proveer así, por el mucho servicio que dello se sigue á Vuestra Majestad.

Asimismo he sabido como algunas personas han dado á entender que yo trato mal á las personas que van en mi compañía y se hacen otras cosas que no parescen bien, y si los que esto han escripto y publicado fuesen tan servi- dores de Vuestra Majestad como yo lo soy, no lo harían así; pero yo estoy tan conñado en que haciéndose por mi parte enteramente lo que tocare al servicio de Vuestra Ma- jestad me será gratificado, y que no será parte ninguno para que con falsa relación yo sea molestado, pues que hasta ahora he puesto y estoy presto de poner mi persona y hacienda en tantos trabajos como he pasado y espero pasar para mejor poder servir á Vuestra Majestad; y si al- guna cosa de lo que he hecho y dado relación á Vuestra Ma- jestad se hallare en contrario, Vuestra Majestad me mande castigar por ello, y lo mismo mande hacer á los que lo in- tentaren de decir; porque si otra cosa hobiere de lo que tengo dicho, poca nescesidad tenía yo de empeñar mi per- sona en más de cuatro mili ducados, como hasta ahora lo he hecho, para poner en toda orden las cosas del armada, como al presente lo están, la cual partirá muy brevemente, y con poca ayuda de los que en ella van, como se ha dado á entender. De Sevilla, veinte y ocho de Junio de mili qui- nientos cuarenta y cuatro. De V. S. C. C. Majestad su muy humilde y leal vasallo que los pies y manos de Vuestra Majestad besa. Francisco Darellana.

S. C. C. Majestad. Si ha habido en algún descuido en no haber dado relación á Vuestra Majestad del suceso

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de mis negocios, ha sido por no lo haber tenido hasta ahora tal como quisiera, y también por el desasosiego y ocupa- ción que he tenido buscando el remedio y buen despacho de mi viaje; y después de haber pasado muchos trabajos, ha sido Dios servido de lo dar tal, que no falta ninguna cosa de lo que es necesario para el armada, porque un ca- ballero deudo mío, nombrado Cosme de Chaves, natural de Trujillo, servidor de Vuestra Majestad, ha socorrido y ayudado con mili ducados; y demás de esto, ciertos merca- deres ginoveses, por intercesión y buena amistad y nego- ciación de Vicencio de Monte, fator de Vuestra Majestad, me han socorrido asimismo con dos mili y quinientos duca- dos para mi despacho, los cuales han ofrecido más suma, si necesario fuere: pónese toda la diligencia y solicitud que mis fuerzas bastan para que todo lo que conviene de mi despacho vaya bueno y bastantemente proveído, para me- jor poder servir á Vuestra Majestad, como siempre he te- nido y tengo entera voluntad, con deseo de no errar en ninguna cosa de lo que me ha sido mandado; y de todo mi buen suceso doy gracias á Nuestro Señor, pues lo ha guiado como cosa que tanto importa á su servicio y al de Vuestra Majestad, sin intervenir en ello más ayuda de lo que aquí digo. Yo me doy toda la priesa posible para me aviar de aquí, y lo haré lo más brevemente que ser pueda, y en tiempo conviniente, siendo Nuestro Señor servido. De Sevilla, veinte y dos de Otubre, mili quinientos cua- renta y cuatro. De V. S. C. C. Majestad muy cierto y leal vasallo. Francisco Dorellana,

S. C. C. Majestad. Por la última que á Vuestra Ma- jestad escrebí di cuenta del estado en que estaba el despa- cho del armada que por mandado de Vuestra Majestad hago para la conversión y pacifícación de los naturales de la provincia de la Nueva Andalucía, y de cómo entendiendo en ello, para más perpetuarme y poder servir á Dios Núes-

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tro Señor é á Vuestra Majestad en aquella tierra, me casé; y pues en otras he dado larga cuenta de cómo en mis ne- gocios he tenido grandes contrarios, y por diversas vías, para impedir una empresa como ésta, que tanto importa al servicio de Dios Nuestro Seflor y de Vuestra Majestad, en ésta no me alargaré más de advertir que los que lo han procurado, como veen el buen despacho que hay de lo nescesario, prosiguen al presente muy más afectuosamente su dañado propósito é intención, todo en deservicio de Vuestra Majestad y desasosiego de la gente que llevo; lo cual, por se hacer tan oculta y cautelosamente, no se puede señalar persona cierta, más de hablar por conjeturas y pon- derar el daño que sus obras hacen, porque si algunas cosas no han habido entero efecto con brevedad, ha sido por este gusano que ha estado de por medio; y porque podría ser que los tales, prosiguiendo su mal propósito é inten- ción, hayan infornuido ó informaran de algunas cosas que más sean para querer fundar sus intenciones, que no para aprovechar al servicio de Vuestra Majestad ni al breve des- pacho desta armada, así en lo del socorro que los ginoveses han hecho, como en otras cosas de semejante efecto, suplico á Vuestra Majestad, que, pues siempre mi intención y vo- luntad ha sido y es de servir á Vuestra Majestad con toda solicitud y fidelidad, como k> he hecho, se tenga de con- fianza, que lo que se hobiere hecho y se hiciere para facili- tar mi aviamiento será en servicio de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Majestad y en provecho de los naturales de aquella tierra y de los que la van á poblar y pacificar, como Vuestra Majestad lo podrá mandar ver y saber todo por el despacho y persona que yo enviaré en estando á punto mi partida, que con el ayuda de Nuestro Señor será breve, el cual en todo el susceso que deseo para el servicio de Vuestra Majestad. De Sevilla, veinte y uno de Noviembre de mili quinientos cuarenta y cuatro. De V. S. C. C. Majes- tad muy leal y muy cierto yasallo.— Francisco Dorellana.

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XIV

Siete cartas de Fr. Pablo de Torres al Emperador sobre los aprestos «it la expedición de Orellana. Sevilla, Agosto á Noviembre de 1544. *

Sacra, Cesárea y Católica Majestad. A veinte y siete de Agosto recebí una carta del serenísimo Principe mi se- ftor, fecha de veinte y tres del mesmo en Valladolid, y espánteme que mis cartas para Vuestra Majestad, hechas de ocho de Agosto, no hubiesen parecido allá, y luego fui á la Casa de la Contratación, y hablé con García de León, escribano de Vuestra Majestad en aquella Casa, á quien yo á ocho de Agosto había dado el mazo de mis letras para Vuestra Majestad, y él se había encargado y ofrecido con el correo que aquel mesmo día se partía, y hallé que ni con aquel correo ni con otro no le había enviado, no si por olvido, ó por qué causa, y tómele en mí; el cual torno á en- viar con el presente later (sic), el cual contiene lo que hasta entonces había sucedido acá, para que Vuestra Majestad vea que en no ha habido ni negligencia ni culpa, antes mu- cha solicitud y trabajo; y tanto, que no solamente hago el oficio de veedor, mas de orador y confesor, porque cuando aquí allegué hallé la cosa muy desbaratada y aun desespe- rada, y con la gracia de Dios se enderezó bien, aunque á me es vergüenza decir esto, pero compéleme á decirlo la culpa que el Príncipe mi señor me atribuye; y mediante Dios Nuestro Señor, piense Vuestra Majestad que donde yo en nombre de Vuestra Majestad estuviese no se ha de consentir cosa injusta, fea ni negligente, y se puede perder cuidado; y porque se vea ser así, sepa Vuestra Majestad

Archivo de Indias, estante 143, cajón 3, legajo 12.

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que yo llegué aquí á tres de Agosto, y á los ocho despa- ché el mazo de letras para Vuestra Majestad con las cosas que en él se contienen, y después acá se ha habido, más de aquello contenido en la lista y carta del primer mazo, botas de vino más sesenta, y vacas cincuenta, que se toma- rán en la Isla de Santiago. Á veinte y tres días se enco- menzó á cargar el bizcocho, y por toda la semana que vie- ne se enviará á Sant Lücar el galeón del. todo cargado, y cada semana, ó de diez en diez días, cada una de las otras dos nave y carabela, porque por todo Setiembre, si á Dios pluguiese, todo sea expedido; y por la disensión y bandos secretos y solapados que acá ha habido entre Mal- donado y los que su opinión seguían y entre los otros que la parte del Adelantado y de la empresa tenían, no sola- mente hizo que algunos se fueron con la primera armada que fué á las Indias, que eran personas que ayudaban muncho á este efecto, mas aun hanse rebotado munchos que están en Sevilla, que tenían determinado de ir, que están suspensos hasta ver que los navios se cumplan de armar, y aun á munchos que, así en Granada como en el resto del Andalucía, estaban determinados de ir; y para esto se han expedido capitanes que recojan todos los que han de ir, muy presto, para que, mediante Dios, se fín á la empresa. Todavía no puedo consolarme que habiendo yo dejado de enviar mis letras para Vuestra Majestad por vía del Asistente, y por vía del mazo del Cardenal y por otras vías buenas, y habiéndolas dado por más seguridad á García de León, oficial de la Casa de la Contratación, y ha- biéndolas tanto encargado á persona tan cierta, haya habi- do tanto descuido, que letras para Vuestra Majestad no se hubiesen enviado con la diligencia que á servicio de Vues- tra Majestad conviene por culpa del que las aceptó para enviar allá.

Yo he persuadido al Adelantado que en ninguna ma- nera, si fuese posible, nuestra armada tocase en las Islas

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del Cabo Verde, porque saben los hombres con servicios, presentes y con regalos deshacer á quien quieren, y meter- los en inconvenientes: esto digo porque un hombre muy rico portogués, que vive en Portogal, prometió al Adelan- tado cuando allí estuvo de paso para venir á esa corte que le daría 1 50 (digo cincuenta) vacas en la Isla de Santiago de las del Cabo Verde, y que su hijo de aquél, el cual está aquí en Sevilla y ha de ir con el Adelantado, se las ha de ir á hacer dar para ir á esta empresa: no querría que ésta fuese una mucípula para estorbar lo que se ha de hacer. Vuestra Majestad mande que ni este hijo del otro vaya en el armada, ni carnaje ni otra vitualla se tome en aquellas Islas, porque esta empresa es celosa y odiada en otras par- tes: en todo me remito á lo que Vuestra Majestad mandará.

Proveí después que escribí el otro mazo de letras que no se envió, que se hiciese un pregón que los que hubie- sen dar dineros para la empresa los pusiesen en un cam- bio para que no se gastasen sino en lo necesario para el armada, y así está hecho, como avisé que se haría, y aun con contradición de cuasi todos.

Ítem proveí que Cristóbal de Zaguirre, que da la vitua- lla y munición para el armada, se obligase á cargarla y la tuviese cargada á XXII de Setiembre, para que se fuese el armada á Sant Lúcar, sin embargo, porque no osarían ha- cerle obligar.

ítem he hecho la cuenta de lo que falta para cumpli- miento de la vitualla, para hacérselo cumplir luego, y entre tanto buscar lo que falta según capítulo.

ítem he proveído que los capitanes vayan á Granada y por toda el Andalucía á traer la gente que está movida para esta empresa y estaban dubdosos della.

ítem he procurado que los mercaderes con partidos ayu- den para expedir esta armada para que se despache, y todo lo posible se hace, solicitando á todos.

Y porque el Príncipe mi señor manda que no se les

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lleven dineros á los que el Adelantado ha de llevar en esta armada, sepa Vuestra Majestad que por su pobreza él, ha- biendo gastado en el armada lo que tiene y tenía de dine- ros para darles de comer y comprar naves y no fletarlas, recebía dineros de los que habían de ir, componiéndolos ó en diez, ó en quince, ó en más ó menos ducados á cada uno, como en las otras armadas se suele hacer, y esto por el matalotaje y flete, y de lo que de aquí recebía empleaba en beneficio del armada ó como le parecía. Si Vuestra Ma- jestad le parece que esto no se haga, el armada no podrá hacerse, porque desta guisa se hacen todas, aunque el ar- mador sea rico; no quiere sino que paguen los pasajeros estas dos cosas, flete y comida, y así pagan los que van á la Nueva España y á todas las Indias. Vea Vuestra Majes- tad lo que en esto manda, que yo, por enderezar la manera y honestarla para que no se hiciesen trápalas, ni los hom- bres se rescatasen, en el pregón que hice hacer en nombre del Adelantado puse una cláusula, que cada uno se pro- veyese de matalotaje, y que por el flete se fuese á concertar con los maestres de naves, para que de aquello se pagasen, que aun no son acabadas de pagar ahora; y como ésta sea empresa que el Adelantado ha de hacer con su ingenio, no le he tomado cuenta de lo que ha recebido hasta ahora, ni gastado, porque no tengo tal autoridad, y por no darle causa que él tenga sospecha de que no me fio de lo que él hace, ni diga que yo le afrento; mas miro y veo lo que hace y le pido que me diga lo que hace y qué gasta, con cortesía, allende de lo que yo veo y sé, y aun también de á él, cuando conviene, le digo lo que Vuestra Majes- tad le podría decir, y aun el que le confesase, y cuando es menester delante de todos; verdad es que él no me ha con- tradicho á cosa que sea en beneficio de la empresa ni en servicio de Vuestra Majestad hasta ahora: hacemos las cosas que conviene á este negocio, con la gracia de Nuestro Se- ñor, á fuerza de brazos todos los que acá estamos, y la dila-

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ción que hubo en esta empresa aquí en Sevilla, y los tiem- pos extraños que hizo hasta Mayo, y el armada que fué á la Nueva España y Indias, dio muncho impedimento á esta nuestra, y con las pasiones y chismerías que entre estos nuestros ha habido no se ha podido hacer más: había fle- tados para la empresa ahora hasta hombres ciento, y deli- berados para ir más de trescientos, mas, esperan que car- guemos la vitualla, lo cual se hace: de todo lo que se hará daré aviso después desta á Vuestra Majestad. El contador y veedor de Vuestra Majestad, como han estado aquí mun- cho tiempo, están muy gastados, y tienen necesidad que Vuestra Majestad para su necesidad se acuerde dellos: este es el estado en que están las cosas desta armada; espero en Dios que se mejorará cada día. Que yo responda for- malmente si hay certinidad de salir á luz este viaje, no lo sé; mas, probabilidad tengo, porque hay las naves para cuatrocientos hombres á placer, la vitualla y munición por dos mili ducados, y más, según está en la obligación, que, si fuese menester dará más: esperamos de mercaderes ayu- da, que en ello se entiende; gente para fletarse más de cien- to y cincuenta hombres; pagándose novecientos cincuenta ducados que se deben para cumplimiento de la paga de las naves, no hay impedimiento: allende de esto esperamos al Tesorero, que ha de venir con compañía de treinta ó cua- renta hombres, que traen, según afírman, disposición de ar- mar ellos una carabela ó nave por solos: todo esto está en ser y en propincua esperanza: mediante Nuestro Señor, creemos que se hará la expedición por todo Setiembre, porque aún las particulares vituallas serán munchas, y co- mo fuese hecha la carga de todo, hasta un arroba de biz- cocho se dará cuenta á Vuestra Majestad. Yo tengo hecho el cálculo de lo que es menester para el viaje, y de lo que tenemos y de lo que falta, y en todo se hará lo que se debe hacer, como si* hubiese diez sobrestantes: luego esta semana entenderé en hacer los bergantines que habernos

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de llevar labrados y concertados y puestos por lastre en el hondo de las naves, con su clavazón y jarcia, que se obli- gan de diez en diez días darnos uno hecho.

Otras diligencias por ahora no se harán en todo lo so- bre dicho hasta que Vuestra Majestad vea lo que acá se hace por estas letras, y Nuestro Señor la invictísima per- sona de Vuestra Majestad felicite con exaltación de la santa fe católica y declaración de la imperial dignidad. De Sevilla, á veinte y siete de Agosto, mili quinientos cua- renta y cuatro años. De Vuestra Majestad el menor de sus capellanes, que sus sacros pies besa. Fray Pablo de Torres, Ordinis Praedicatorum. Al invictísimo felicísimo Emperador Nuestro Seflor.

Sacra, Cesárea y Católica Majestad. A días ocho del presente recebí una del esclarecido Príncipe nuestro señor, y todo lo en ella contenido se hará como manda Su Alteza, aunque en la verdad acá no queda de hacerse todo lo que conviene al servicio de Su Majestad por descuido, porque todos los oficiales de Vuestra Majestad hacen su deber y posibilidad en la expedición desta empresa, y sus servicios son más diligentes que los míos, los cuales deseo que sal- gan con el efecto que se espera haber de Nuestro Señor, el cual guie esta empresa á servicio suyo y de Vuestra Sacra Majestad. El estado en que ahora está el armada es éste: de aquí á cuatro días, y aun antes, expediremos que el galeón se parta á Santlúcar aviado, y luego se cargará la carabela, y la nave no puede aquí acabarse de cargar, antes se principiará aquí y acabarse de cargar fuera, porque su grandeza no da lugar á otra cosa, y porque los Oñciales de la Contratación me pidieron la cuenta, no sólo de lo que hay hecho, mas aun de lo que se conviene hacer, y de lo que falta, para enviarlo á Vuestra Majestad; yo les di el inventario y lista de lo que Aguirre ha prometido de dar y de lo que para complimiento de aquello es menester

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y falta, y lista también de lo que es menester para hacer una armada de trescientos hombres, docientos infantes y cient caballos, para tiempo de seis meses, según los precios ahora están en Sevilla de las cosas necesarias, y aun ta- sadas templadamente, y la fantasía de donde se podría sa- car lo que falta; y porque Vuestra Majestad lo verá todo por el inventario que yo de mi mano les di á los Oficiales de la Casa de la Contratación, y firmado de mi nombre, para enviar á Vuestra Majestad, por tanto no lo explicaré aquí otra vez: verdad es que porque después de las otras cartas que á Vuestra Majestad escrebí ha sucedido que Cosme de Chaves, padrastro del Adelantado Orellana, le socorre al hijastro con valor de mili y cient ducados para esta empresa, vendiendo para ello treinta mili maravedís de juro ó de censo para sacarlos, y porque del Almendra- lejo y Maestrazgo vienen, entre hidalgos y gente de toda suerte, hasta sesenta hombres, que están para este viaje ya deliberados, que son tan poderosos que aun para mes- mos querían comprar nave y vitualla, y en sabiendo nues- tro aparejo y buena disposición vernán aquí, y sabido que al Adelantado le mueven aquí casamientos, y también que en Sevilla y toda esta Andalucía hay gente mucha mo- vida para esta empresa, que no es para sino ver si se enco- mienza á aviar y disponer con efecto la partida, y no se osan mostrar por no ser detenidos de amigos, deudos, pa- rientes, tengo esperanza que la cosa habrá efecto, la cual si á principio, como dije, se guiara sin pasiones y munda- nos pasatiempos, que destruyen el alma y el autoridad, cier- tamente, allende del gasto del armada, se interesará mu- cho: ahora recogémonos lo mejor que podemos, y ya no me doy reposo ninguno. Nuestro Señor la justísima per- sona de Vuestra Majestad con universal dominio felicite á su santo servicio, como deseamos todos. En Sevilla, á once de Setiembre de mili quinientos cuarenta y cua- tro años. De Vuestra Sacra Majestad el menor de sus

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capellanes, que sus sacros pies besa.— /^r^py Pablo de Torres,

Sacra, Cesárea, Católica Majestad. Acabóse de cargar el galeón á diez y seis de Setiembre, y estáse aún en el río, y la carabela se carga ahora, y hay tanto vagar y di- lación en expedir esta armada, por falta de solicitud y trabajos que ponemos, sino porque aún no se han podido haber dineros para acabar de pagar la carabela ni la nao, y dejan de fletarse grande número de hombres por no ver ya libertadas la nave y carabela, y esto con temor de dar sus dineros y que después no se haga ahora la empresa: por los treinta mili de juro ó censo de Cosme de Chaves no se hallaron dineros en Sevilla, y fué á Trujillo á ver si allí se podrían hallar: acá los mercaderes genoveses y otros presentaron partido para ayuda á expedir el armada, y con artículos y condiciones y cautelas y con consejos de letrados para su seguridad ponen, nunca acaban, aunque los solicitamos y los resolvemos en lo que de justicia y conciencia se debe y puede hacer; están ellos para ñrmar los capítulos que pusieron, aunque el Adelantado y los nues- tros no Armarán sin consultar los Oficiales de la Casa de la Contratación: soy cierto que si las naves ya fuesen paga- das, que mucha gente vendría que aquí tiene de algunas partes las espías para ver lo que hacemos, como es del Maestrazgo, y del Almendralejo, y de Málaga, y Granada, y de Jerez y Condado: personas van ó quieren ir en esta armada, que no conviene que vayan, porque cuanto más bien acostumbrados y virtuosos fueren los que allá hubie- ren de pasar, mejor se hará lo que pertenece al servicio de Dios y pro de Vuestra Sacra Majestad, á la cual suplico que mande á los Oficiales de la Casa de la Contratación que no dejen pasar en este viaje las semejantes personas que no fueren pacíficas y moderadas como es razón, por- que otras veces, no teniéndose desto cuenta, se han amo- tinado y revuelto en algunas armadas los que en ellas iban.

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y no se ha sacado dellas el fruto que Dios y Vuestra Ma- jestad pretenden: si estuviera el aparejo hecho, el viaje se hiciera presto, porque ahora corren levantes y gregales, que dicen acá lestes y lesnordestes. He sido avisado como el Rey de Portugal arma para el cabo de Sant Augustín, cosa no acostumbrada, porque allí no hay para qué armar, porque franceses y quien quiere va allí por brasil sin im- pedimento alguno, y es aquel cabo y de Sant Roque lu- gares donde cuasi por fuerza ha de ir esta armada, porque si de allí descae á mano derecha, la corriente impide el viaje, y si se mete á mano izquierda, halla vientos ponien- tes de tierra, que la hace ir á la vuelta de cabo de Buena Esperanza; y si por allí se hallase resistencia, sería fuerza resistir: yo no puedo entender para qué efecto se hace para allí armada: yo escribiré á Vuestra Majestad lo que en esto más se supiere. En lo desta expedición hago lo que puedo, sin perdonar fatiga y trabajo, como veen todos los que acá están á la mira, como si yo fuese el armador de la empresa. Por otras escrebí á Vuestra Majestad que determinase lo que en ciertos artículos se debía hacer; Vuestra Majestad lo mande, y Nuestro Señor el felicísimo estado de Vuestra Majestad con universal dominio ensalce á su santo servicio. De Sevilla, á veinte y ocho de Setiembre de mili qui- nientos cuarenta y cuatro años. De Vuestra Sacra Ma- jestad es menor capellán, que sus cesáreos pies besa, Fray Pablo de Torres^ de la Orden de Santo Domingo.

Sacra, Cesárea, Católica Majestad.— Habrá mas de quin- ce días que se cargó el galeón, y por no tener costa dobla- da de marineros aquí y en Santlúcar no le enviamos allí, y se quedó aquí en el río salido afuera, y más abajo que todas las otras naves, á pico para partirse, y entre tanto se adobó y aparejó y comenzó á cargarse la carabela; y así, para acabar de pagar la nave y el resto de lo que se debía de la misma carabela, y para todo lo que convenía á la ex-

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pedición de la empresa, se hacían todas las diligencias po- sibles, buscando dineros á cambio, ó emprestados ó meti- dos en parte del provecho de la empresa, con mercaderes naturales y extranjeros, tomando mercadurías en tanta sun- ma que dellas, á menos precio vendidas, se pudiesen sacar dineros, empeñando los censos y juros de Cosme de Cha- ves, no solamente los treinta mili maravedís, mas aun sun- mas de censos que valían más de dos mili ducados, y ni por vendida, ni empeño, ni emprestido, ni barato, solicitan- do corredores de lonja y de gradas, ni por otra vía alguna no se ha podido hallar recaudo aun de acabar de pagar las naos, por donde han cesado de fletarse muncha gente y aun de venir aquí á Sevilla de los que estaban movidos y sabíamos que estaban determinados de ir en este viaje, por la cual cosa yo escrebí á Vuestra Majestad que veía poco aparejo de hacerse esta expedición, si no hubiese so- corro más del que veo; y pensando y tentando de dónde precedía que tanta solicitud y trabajo y tan buen principio como se había dado no fuese adelante, hallo que no viene, sino que debe haber, y sospecho vehementemente que hay, persona y personas que trabajan en que esta empresa no se haga, y la impiden con todo ingenio y fuerzas, diciendo mal della y encaramando peligros, y deshaciendo ó á ella ó á las personas que en ella van, porque á la tarde tenemos tra- zado con mercaderes algün partido, y otro día de mañana hallámoslos trocados. Hallamos crédito en personas para tomar dellas lo que habemos menester, y poco después ve- mos que nos han hecho perder el crédito y no quieren para cosa del mundo ayudarnos sin que sean de contado paga- dos, ni esperar una hora solamente, que antes esperaban días y eran pagados; vemos que las personas que estaban dispuestas para entrar en la empresa como lo publican y se aparejaban, sin por qué se tiran afuera; vemos que el tesorero que había de venir aquí, y con él habían de ve- nir del Almendralejo y del Maestradgo tantas personas que

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querían comprar nave y vituallas por sí, como aquí en Se- villa se supo, y enviaron aquí á avisar que querían venir, cesaron de venir, y gente que está en Jerez y en el Conda- do apostada para esto, también lo dejan; veo que los mer- caderes genoveses, que ellos mesmos presentaron partido de dineros para la empresa sin ser rogados, cuando vieron que con tanta diligencia nos dábamos príesa á cargar, y como se supo, hanse quitado atrás, y los que no se quita- ron fuera de lo que prometieron, pusieron después tales con- diciones que muestran estar arrepentidos: estos y otros munchos indicios hay por donde puedo juzgar lo que digo ser verdad; y por tanto creo que esto viene ó de persona ó personas que pretenden, ó hacer ellos, ó amigos dellos, esta empresa, ó de persona que le pesa que el Emperador Nuestro Señor haya este servicio y provecho que de allí se espera, y no halla mejor expediente por ahora que desha- cer luego este viaje, ó que sean entramas á dos cosas jun- tas, y aunque entramas fuesen, podría haber otras sin éstas: dejo el juicio dello á Vuestra Majestad. Entre tanto trabajo con los mercaderes y con otras personas de ver si podré sacar algo para ir adelante en esta empresa; y porque el otro día escrebí á Vuestra Majestad más largo, no tengo hora más que decir de rogar á Nuestro Señor la invictísi- ma persona de Vuestra Majestad felicite con universal do- minio á su santo servicio. De Sevilla, á seis de Otubre, mili quinientos cuarenta y cuatro años. Es de Vuestra Sa- cra Majestad el menor capellán, que sus cesáreos pies besa. Fray Pablo de Torres, Ordinis Praedicator.

Sacra, Cesárea, Católica Majestad. Después que avisé á Vuestra Majestad como había dado á los Ofíciales de la Casa de la Contratación tres inventarios que me pidieron para enviar á Vuestra Majestad, y se los di fírmados de mi nombre, no he habido letra que supiese por ella como Vuestra Majestad los ha recebido: el uno era del aparejo

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que teníamos para esta empresa, el segundo de lo que fal- taba, el tercero qué cosas eran menester enteramente para hacer una armada para docientos infantes y cient caballos ligeros para tiempo de seis meses; y también escrebí de dónde se podían sacar dineros por parte del Adelantado para proveer lo que faltaba, y avisé el estado en que estaba el armada y cómo por falta de dineros no se hacía más en ella; ahora es venido Cosme de Chiaves con el recaudo para que las naves se pagaren, y, en pagándose, encomenzare- mos á recebir la gente, que no se ha osado fletar, y tam- bién que no habernos querido recebir hasta que las naves fuesen nuestras: todo trabajo y industria se prueba con mer- caderes y cibdadanos para salir con la empresa: suplico á Vuestra Majestad que, pues da su favor y autoridad, que es lo principal, que mande ayudar con alguna cosa que sea para ir adelante; y porque otros pliegos he enviado á Vues- tra Majestad, y en ellos algunas cosas que requieren la de- terminación de Vuestra Majestad, que mande proveer lo que manda que en ellas se haga. Nuestro Señor la cesá- rea y imperial persona de Vuestra Majestad con universal dominio prospere y conserve á su santo servicio. —De Se- villa, á nueve de Otubre de mili quinientos cuarenta y cua- tro años. De Vuestra Sacra Majestad el menor de sus capellanes, que sus sacros pies besa. Fray Pablo de To- rres, de la Orden de Santo Domingo.

Sacra, Cesárea, Católica Majestad. La priesa del co- rreo no da lugar de escrebir tan largo como deseo, mas que habrá ocho días que vino hombre de Portugal que dijo que vido en Portugal hacer una armada para las Amazonas, y trajo carta para un portugués que está aquí, en la cual le llamaban para ir en ella; y hácese en nombre de un hom- bre castellano que vino de las Indias al Rey: esto según fa- ma, ó cubierto título dello, se dio luego aviso á los Oficiales

de la Casa de la Contratación: suplico á Vuestra Majestad

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que, pues hasta ahora esta empresa ha estado tan desacre- ditada y olvidada, que de aquí adelante la tome más por suya, y con algún favor más particular Vuestra Majestad la favorezca, pues vemos que muchas veces lo barato es caro. Los ginoveses aquí se convidaron á entrar en compa- ñía para ayudar á esta armada, y pidieron que para tratar con ellos se les enviase á Vicencio de Monte para que tra- tase con ellos, y el Adelantado se les envió y hizo pactios con ellos sin que yo los viese, y cuando los vi no me pa- recieron buenos, y callé por no alterar nada en el negocio, con pensamiento de consultar á Vuestra Majestad en todo este negocio, y tomé la copia dellos, y después de habida han ellos alterado y mudado como han querido, y puesto cláusulas fieras en ellos, y yo reprehendí al fator que no me había dado parte de lo que se hacía y copia de todos los capítulos, y también al Adelantado para que entre nos- otros se consultasen todos los dichos capítulos y tratásemos con los genoveses y nos concertásemos con consentimiento de todas partes, por que ni las leyes y estatutos de Vuestra Majestad se violasen, y se guardasen sobre todo, y los de la empresa supiesen lo que habían de firmar y aceptar; y hasta ahora no se ha dado parte dello á persona de los que van á esta empresa: por evitar tumultos callo y mur- muraciones, y no espantar á los genoveses: ahora se en- tiende en hacer la escritura con los genoveses sobre estos capítulos que ellos ya han firmado, y yo no entiendo en ello porque no me parecen justos los pactios que están he- chos, y porque van contra las leyes y estatutos de Vuestra Majestad, hasta ver su voluntad. Aquí envío una copia de- Uas para que vea Vuestra Majestad lo que en ello manda hacer. En tres compras que acá se han hecho de naves no se ha acertado, y yo no he sido en ellas porque no estaba aquí á la hora: ahora se ha dejado la nave grande, porque se halló ser rompida, y cuando había dineros para acabarla de pagar la quise ver del todo y hállela quebrada, y ya lo

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sabían otros y no me lo habían dicho; pero no eran de los que habían de ir en la empresa, y reprehendí á los que la compraron que no la compraron con las consultas condi- ciones, y cuando aquí vine me dijeron que estaba sana y buena y no había falta en ella; hízose la compra sin con- cierto, sin orden, con toda ceguedad y poco saber: ahora van pleiteando el Adelantado y los que la vendieron, y no de mi consejo, porque tenemos mucha culpa y no se hace lo que conviene á la empresa y gastamos el tiempo en pleitos: Dios provea á todo. Hase comprado otra navecita, la mitad de portada que la nave, y he enviado á verla á esta hora al Veedor de la Casa de la Contratación, porque yo me puse á escrebir la presente, porque aunque no me dieron parte de la compra, quiero ver lo que es, y porque espero respuesta de las que á Vuestra Majestad he escrito, y espero escrebir más largo. No digo ahora más de hacer saber á Vuestra Majestad como es venido aquí el tesorero Francisco de Ulloa porque fué llamado, y todos hacen su posibilidad para que la empresa vaya adelante. Nuestro Señor con universal dominio felicite la imperial persona de Vuestra Majestad á santo servicio. De Sevilla, á veinte y tres de Octubre de mili quinientos cuarenta y cuatro. Es de Vuestra Sacra Majestad el menor de sus capellanes, que sus cesáreos pies y manos besa. Fray Pablo de Torres, de la Orden de Santo Domingo.

Sacra, Cesárea, Católica Majestad. Después que es- crebí el último pliego me vino la certidumbre de lo que en Portogal se hace sobre lo que ya escrebí á Vuestra Majes- tad. Arman los siguientes: Don Juan de Almeda, hijo del Conde de Brandes, y un Diego Núftez de Quesada, que del Perú trujo allí buena copia de dineros; y porque el Don Juan de Almeda enfermó, en su lugar metieron á Don Juan de Sandif que le tienen por muy valiente hombre, que se acom- paña y recibe en su casa acuchilladores y hombres revol-

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tosos, y á tales ha escogido que vayan á esta empresa. Lps navios que han aparejado son cuatro: dos son mayores, cada uno de hasta docientas toneladas, y otros dos menores que ellos; cargan artillería de bronce muncha, y munición en abundancia tanta, que me dicen que llevan pólvora para combatir con cualquiera grande armada; vitualla muncha; las armas y munición dicen que pone el Rey, y la costa los armadores, y quizá que todo es del Rey; la voz del armada es para el Brasil, y la verdad para nuestra empresa, porque en Lisbona van buscando personas que hayan es- tado en la costa, y aun hablaron que fuese con ellos á uno de los que bajó por el río con el Adelantado Orellana, que se fué de aquí allá porque fué en la muerte de un hombre aquí en Sevilla, y huyóse allá: llevan patentes del Rey para tomar gente y lo que hubiesen menester en todos los lu- gares que el Rey de Portogal tiene en aquella costa, y han de labrar allí bergantines para costear. Prometen dividir y distribuir en partes las provincias que se ganaren allí, para que acuda gente á ellos, aunque traen en secreto que van al Río y publican al Brasil: dícenme que para desmentir las espías llevan rescates en nombre del Rey. La armada dicen que va muy proveída, y que se partirá este mes y se irá la vuelta de las Islas del Cabo Verde, y allí hará nuevo carnaje. Vuestra Majestad lo sabrá por vía del Embajador más espe- cificadamente, que está en la corte de Portogal, la cual está en Evora ciudad, y habrá veinte y cinco días que Donjuán de Sandi había ido desde Lisboa á Evora á hablar con el Rey. Vuestra Majestad verá y mandará acá lo que cumple. Cuanto á lo de nuestra armada, Vuestra Majestad sepa que el Adelantado se casó, contra mis persuasiones, que fueron muchas y legítimas, porque á él no le dieron dote ninguna, digo ni un solo ducado, y quiere llevar allá su mujer, y aun á una ó dos cuñadas: allegó de su parte que no podía ir sin mujer, y para ir amancebado que se quería casar; á todo le respondí suficientemente como se había de

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responder como cristiano, y como convenía á esta empresa, para que no ocupásemos el armada con mujeres y gastos para ellas. Ha proveído por general y lugarteniente una de las personas que le casaron, no conveniente al oficio ni aun á ir el viaje, sobre la cual provisión hubiera de haber ren- cilla si no se atajara. Proveyó de maestre de campo un gi- novés,. contra las leyes y voluntad de todos, que están eno- jados por poner italiano sobre esta gente; primero se habló para que fuese por procurador de los ginoveses para recabar sus partes que piden, y para esto se había de pedir licen- cia á Vuestra Majestad por ser extranjero, y allende desto hízole maestre de campo, y me dicen que le dio dineros; no me dijo nada dello, y yo le reprendí delante todos los oficiales desto y de otras cosas. De todo lo que conviene á esta armada y al gobierno della daré aviso á Vuestra Majestad cuando mandará qué se deba hacer sobre los ca- pítulos de los ginoveses.

Es el Adelantado tan bueno, que cada persona que le dice una cosa la cree y la hace, y tanta dulcedumbre á las veces es de poco provecho. Los navios que tenemos están desarmados de artillería; cuáles sean ya lo escribí á Vues- tra Majestad. Huye cuanto puede el Adelantado de darme parte de lo que se hace, porque le reprehendo dello, y de lo que me parece que hace fijera de lo que ha prometido y capitulado, como no lo que Vuestra Majestad querrá mandar en la capitulación, estoy indeterminado de lo que tengo de hacer. Á esta hora llegó una nave del armada de las Indias, que dicen que había pocos días que se partió de la compañía de las otras: Nuestro Señor la traiga con bien y felicite la imperial persona de Vuestra Sacra Majestad con universal dominio. De Sevilla, á veinte de Noviembre, mili quinientos cuarenta y cuatro años. De Vuestra Sacra Ma- jestad el menor de sus capellanes, que sus cesáreos pies y manos besa. Fray Pablo de Torres, de la Orden de Santo Domingo.

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Después de haber escrito ésta llegó aquí á Sevilla Don Juan de Sandi, el capitán del armada de Portogal, y lueg^o, aunque noche, avisé á los Oficiales de la Casa de la Con- tratación: esto fué á veinte y uno del presente; pienso que venga ó á espiar ó á sonsacar alguna gente de la nuestra que ellos piensan que tienen noticia del Rio.

XV

Párrafo de una carta de los Oficiales de Sevilla al Principe sobre los apres- tos de la expedición de Orellana. 4 de Abril de 1545. *

En lo que Vuestra Alteza manda que todos tres nos- otros vamos á Sanlúcar, llevando con nosotros juntamente á Fray Pablo de Torres, y visitemos el armada del Ade- lantado Orellana, y si estuviere cumplida la capitulación en lo que es obligado á cumplir y llevar en ella, le aviemos y despachemos, y si no, avisemos á Vuestra Alteza de la falta que hubiere, y entretanto suspendamos su partida hasta que Vuestra Alteza envíe á mandar lo que es servido que en ello se haga. Al tiempo que rescibimos la carta de Vuestra Alteza, Fray Pablo de Torres no estaba en Sevilla, que era ido á Sanlúcar, y porque nos decían que lo esperaban cada día y no erralle en el camino, le despachamos un mensajero para que nos hiciese saber el estado en que el armada estaba, y si había de estar allí: él vino luego que rescibió nuestra carta, y en llegando á esta ciudad, y que- riéndonos partir para Sanlúcar todos tres, nosotros y Fray Pablo de Torres rescibimos una carta de Vuestra Alteza,

* Archivo de Indias, c Indiferente General >, estante 143, cajón 3, legajo 12.

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de veinte del pasado, en que nos manda que, juntamente con el Marqués de Cortes, Asistente desta ciudad, nos in- formemos de la cantidad que podría montar lo que los in- gleses tomaron de la nao que vino de las Indias de que era maestre Francisco Gallego, y lo que valía la nao y mer- caderías que tomaron á los franceses dentro del puerto de Sanlúcar, y hiciésemos embargar de los bienes de ingleses que en esta ciudad y los puertos desta comarca había hasta en la dicha cantidad, y el tercio más; y visto esto y la cé- dula que sobre ello Vuestra Alteza nos mandó enviar, fui- mos á hablar al Marqués de Cortes, y acordamos con él que para entender en ello me quedase yo, Juan de Almansa, y nosotros, el Tesorero y Contador, acordado esto, nos par- timos á Sanlúcar, donde,, llegados allí, visitamos las naos que el Adelantado Orellana tiene en aquel puerto, que son tres, y vimos los bastimentos y aparejos y artillería que tenían, y en Sanlúcar nos informamos de la gente que te- nía y de otra carabela que tiene en el Puerto de Santa Ma- ría, la cual yo el Contador fui á visitar, y porque nos pa- resció que á las naos les faltaban algunos aparejos y arti- llería, y asimismo algunos bastimentos, dimos un memorial al Adelantado de lo que nos paresció que le faltaba, para que lo hiciese proveer, porque sin ello no estaban los na- vios para poder navegar como convenía; y asimismo vimos la capitulación que con él Vuestra Alteza mandó tomar para ver lo que della era obligado á cumplir, y por ella paresce, como en la carta pasada á Vuestra Alteza escribimos, que él es obligado á llevar trescientos hombres, y que los ciento dellos fuesen de á caballo: á esto el Adelantado nos res- pondió que él no podía llevar tantos caballos, ni en los na- vios pueden ir más de hasta sesenta caballos, y que los que de aquí podría llevar serían hasta veinte y cuatro ó veinte y cinco caballos, y que pensaba en las Islas de Ca- naria y en Cabo Verde, donde ha de tocar, tomar de allí todos los más caballos que pudiese llevar; y que el número

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de los trecientos hombres él los tenía allí en Sanlúcar y en Sevilla y en los lugares de aquella comarca; y que las dos barcas que es obligado á llevar aparejo para ellas, él llevaba toda la clavazón y oficiales que eran menester, y que la madera y aparejos para ello muy mejor lo había en la boca del Río, donde pensaban hacellas, y que, demás desto, llevaba la madera labrada y aparejo para dos bergan- tines.

En lo de los ocho religiosos, que él los llevaría como era obligado, los cuales están aquí en Sevilla esperando el despacho desta armada.

Y que en lo de las carabelas que había de llevar por el río arriba, que todos cuatro navios que lleva son suficien- tes para ello.

Y en cuanto á lo que toca á la capitulación, no nos pa- resce que por ella es obligado á cumplir en España otra cosa; y visto lo que tenemos dicho, así en no cumplir el número de los caballos, como en no tener los navios ade- rezados suficientemente, le notificamos que, so pena de diez mili ducados y privación de los oficios y mercedes que Su Majestad le ha hecho, no saliese ni partiese de aquel puerto hasta que Vuestra Alteza mandase proveer en ello lo que fuese servido, y así dijo que lo cumpliría, y este abto se le notificó en presencia de Fray Pablo de Torres y nuestra, con todo secreto, porque á saber la gente que le mandába- mos detener, se le fuera toda y se le desbaratara el armada. Lo que nos paresce que para el despacho desta armada ha- bía menester para acabarse de despachar y proveer, serán hasta mili ducados; y éstos, segund nos han dicho, creemos que los remediarán entre los que le han ayudado para esta jornada y los pasajeros que en ella van; pero será necesa- rio que Vuestra Alteza mande suplir la falta de lo de los caballos; y también por quél tiene mucha falta de pilotos y maestres, porque como es á tierra no sabida, no halla pilo- tos ni maestres suficientes, especialmente que sean natu-

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rales destos reinos, y tiene á un arragocés por maestre de la nao capitana, y con él algunos otros marineros de su na- ción, y levantiscos, y todos los más de los otros marineros que tiene son flamencos y alemanes y algunos españoles; algunos tenía ingleses y portugueses, los cuales le hicimos despedir, y á los levantiscos y arragoceses, aunque al Ade- lantado le dijimos que no los podía llevar ni los consenti- ríamos ir sin licencia de Vuestra Alteza, no quisimos ha- cerlos echar de las naos, porque si aquel maestre arrago- cés despedía, no quedaba ninguna persona en las naos que fuese para tener cargo de ninguna dellas, y fuera causa de que las naos dentro en el puerto se perdiesen por no tener el recaudo de gente que convenía: en todo mande Vuestra Alteza proveer lo que fuere servido que en el despacho desta armada se haga. No se ofresce otra cosa de que á Vuestra Alteza debamos de dar cuenta en esto, más de que nos paresce que si con brevedad esta armada no se despacha, ella misma se consumirá y desbaratará, porque como la gente tanto tiempo que está aquí, están muy gastados y destruidos.

XVI

Cuatro reales cédulas relativas á varios particulares de la expedición de Ore- llana, Sq>ttenibre de 1544 á Abril de 1545. *

El Príncipe. Adelantado Don Francisco de Orellana, Gobernador é Capitán general de la Nueva Andalucía: por cartas de Fray Pablo de Torres, veedor general desa pro-

* Archivo General de Indias, estante 139, cajón 1.", legajo 2.*

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vincia, he entendido en el estado en que tenéis vuestra ar- mada, y el buen aparejo que hay para ello, de que he hol- gado, porque tengo por cierto que con vuestra ida á aque- lla tierra Nuestro Señor será muy servido y los naturales della traídos al conocimiento de nuestra santa fee católica; y como tenéis entendido, por ser el dicho Fray Pablo la persona ques, y de tanta expiriencia é de tan buena vida y enjemplo, le nombró Su Majestad para el dicho cai^o de veedor general; y concurriendo en él, como concurren, tantas buenas calidades, es bien que siempre os aconsejéis con él en lo que hobierdes de hacer, porque tenemos por cierto os aconsejará lo que convenga al servicio de Dios y de Su Majestad: é ansí os encargo é mando que en lo que hubiésedes de hacer tocante al despacho desa armada y á las otras cosas que os están encargadas, os aconsejéis con el dicho Fray Pablo, y toméis su parecer, que en ello Su Majestad será servido.

Y porque podría ser que algunos portugueses quisiesen pasar con vos á la dicha provincia de la Nueva Andalucía, y parece que será inconveniente, estad advertido de os ex- cusar de llevar ninguno dellos. De Valladolid, á cuatro de Setiembre de mili é quinientos cuarenta y cuatro años. Yo el Principe, Refrendada de Pedro de los Cobos; seña- lada de Bernal é Velázquez y Gregorio López.

El Príncipe. Adelantado Don Francisco de Orellana, Gobernador de la provincia de la Nueva Andalucía, y nues- tros Oficiales della: A se me ha hecho relación que diz que vosotros tomáis cierto asiento con unos mercaderes, sobre cierto socorro que ofrecen hacer para el armada que vos el dicho Adelantado hacéis para el descubrimiento é población de la dicha provincia, y que algunos de los capí- tulos del dicho asiento son contra la capitulación quel Em- perador Rey mi señor mandó tomar con vos cerca del des-

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cubrimiento de la dicha provincia, lo cual no tenemos por cierto, porque habiéndoos mandado tan encarecidamente la guarda é conservación de lo contenido en la dicha capi- tulación, no creemos que vosotros contra cosa alguna dello inovaréis ni haréis asiento alguno; é porque, como sabéis, nuestra voluntad es que la dicha capitulación se guarde en todo é por todo, é que en ninguna cosa se vaya ni pase contra ella, yo vos mando que contra el tenor é forma de lo contenido en la dicha capitulación, é de las condiciones en ella puestas, no hagáis asiento alguno con ningund merca- der ni con otra persona; é si algund asiento hobierdes de hacer; que sea no yendo en cosa alguna contra lo conte- nido en la dicha capitulación: comunicarlo heis primero con Fray Pablo de Torres, Veedor genera] de la dicha provin- cia, á quien Su Majestad tiene encargada particularmente la guarda de la dicha capitulación, é otras cosas de su ser- vicio; quél, como persona de tanta expiriencia, verá lo que cerca dello se podrá hacer, y dará su parecer para que no se haga cosa en quebrantamiento de la dicha capitulación; porque en cualquiera cosa que contra ella se pasase. Su Majestad sería muy deservido, y lo mandaría proveer como conviniese. De Valladolid, á cinco de Noviembre de mili é quinientos é cuarenta é cuatro años. Vo el Principe, Refrendada de Pedro de los Cobos: señalada de Bernal y Gutierre Velázquez é Gregorio López.

El Príncipe. Devoto padre Fray Pablo de Torres, ca- pellán del Emperador Rey mi señor y veedor general de la provincia de la Nueva Andalucía: Vi dos letras, unas de XXVin del pasado y nueve del presente, y el memorial que enviastes cerca de las dudas que se os ofrecían, y á todo ello os mandaré responder en ésta.

2. El cuidado que tenéis de me avisar del estado en que está esa armada 6s tengo en servicio, y ansí os encargo lo

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hagáis el tiempo que en esa dudad estovíerdes; y cerca de la ayuda que pedís que yo mande hacer para que la cosa vaya adelante, al presente no hay dispusición de socorrer con ningund dinero, porque, como teméis entendido, las necesidades de Su Majestad han sido y son tan grandes, que no dan lugar á ello.

3. En lo que decis que no conviene que vayan en esa armada personas escandalosas y de mal vivir, yo envío á mandar á los Oficiales de Su Majestad que residen en esa ciudad en la Casa de la Contratación de las Indias que no dejen pasar en la dicha armada á las personas que á vos os pareciere que no conviene que pasen, como veréis por la cédula que va con ésta. Hacerléis noteficar.

4. Cerca de la duda que decís que tenéis en que sería inconveniente que al presente se llevasen caballos é y^^uas juntamente á esa provincia de la Nueva Andalucía donde vais, acá parece que no le hay, é que antes es bien que se lleven, y ansí, no hay que tratar cerca desto.

5. En la otra duda que decís que tenéis en que os pa- rece que sería bien que aunque los españoles hallasen allá minas de hierro, acero ó otros metales no conocidos á los indios, no las sacasen, si no fuere oro ó plata, al presente no es tiempo de hablar en esto: estando allá podréis avisar de lo que os pareciere que conviene proveerse; é lo mismo haced en lo que decís de que no conviene que allá se ha- gan armas algunas, é que las que fuesen menester se lleven de acá.

6. En lo que toca al no darse armas á los indios, ni vendérselas, ni trocarlas con ellos f)or cosa alguna, me ha parecido bien lo que decís; y ansí, he mandado dar provi- sión cerca dello, la cual os mando enviar con ésta: teméis cuidado del cumplimiento dello.

7. Cuanto á lo que decís que no es bien que por agora ningún español muestre ni enseñe por algunos años á los indios arte alguna fabril, más de sólo sei^r á Dios y obe-

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decer á Su Majestad y labrar la tierra, acá parece que an- tes es provechoso que entiendan en artes fabriles, teniendo horas y tiempo para entender en la doctrina cristiana, y ansí proveed que se haga.

8. En lo que decís que os parece que conviene que ningún español al presente allá pueda tener ni mandar ha- cer cadena de oro, ni anillo, ni medalla, ni cosa de oro; y platero ni dorador puedan allá labrar cosas de oro para trajes y uso, vos y el Gobernador y los Oficiales de Su Majestad platicaréis en ello lo que converná hacerse, y lo que os pareciere á todos que conviene, aquello mandamos que se haga.

9. Vi lo que decís cerca de lo que si los Oficiales de Su Majestad, que son Tesorero, Contador, Factor, han de pagar flete al Adelantado Orellana, y cualquier otro oficial de Su Majestad, y cuánta carga podrá meter cada uno de- más de la vitualla: con ésta os mando enviar cédula para que los Oficiales de la Casa de la Contratación no consien- tan que en esto se haga novedad alguna, é que se haga como en otras armadas se ha hecho.

10. En lo que decís converná quel Gobernador antes de partirse destos reinos presente en el Consejo las perso- nas que hobiere de proveer por sus tenientes, para que en él sean aprobados, teméis cuidado quel dicho Gobernador provea en los dichos oficios personas tales cuales convenga; y si ansí no lo hiciere, avisarmeis dello, para que se pro- vea lo que convenga.

11. Y en lo que decís que sería bien que fuese Cosme de Chaves en esa armada, porque sería particular protec- ción y defensa de los indios, acá no hay en ello que pro- veer, porque donde va vuestra persona, á quien Su Majes- tad tiene encargado la protección y amparo de aquellos naturales, no es necesario encargarlo á otro particularmente: y ansí, os ruego que tengáis dello el cuidado que de vos confiamos. De Valladolid, á xvu días del mes de Otubre

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de mili é quinientos y cuarenta é cuatro años. Vo el Prin- cipe. — Refrendada de Pedro de los Cobos: señalada del Cardenal de Sevilla y Bernal, Velázquez, Gregorio López.

El Príncipe. Venerable y devoto padre Fray Pablo de Torres, capellán del Emperador y Rey mi señor y su vee- dor general de la provincia de la Nueva Andalucía: Vi vues- tra letra de ocho del presente, en que me hacéis relación como fuistes con los Oñciales de la Casa de la Contratación á Santlúcar á visitar el armada que el Adelantado Orellana ha aprestado para ir á la dicha provincia de la Nueva An- dalucía, y visto lo que vos y los dichos Oñciales me habéis escrípto cerca dello, he mandado á los dichos Oficiales que, cumpliendo el dicho Adelantado lo que le mandaron que cumpliese, le dejen ir su viaje, como dellos entenderéis. Yo os encargo que, para que así se efectúe, vos por vuestra parte hagáis lo que viéredes que conviene; y porque para vuestra jornada teméis nescesidad de os proveer de algunas cosas, os mando enviar cédula para que los Oficiales desa Casa de la Contratación os den cincuenta ducados para en cuenta de lo que habéis de haber con el cargo que lleváis de veedor general.

En lo que decís que el dicho Adelantado Orellana ha hecho su lugarteniente general á Vincencio de Monte, fac- tor de la dicha provincia, y á un hermano del dicho Monte ha dado el oficio de alguacil mayor, envío á mandar al di- cho Adelantado que no los dichos oficios á los suso di- chos ni á otro extranjero alguno, si no fueren naturales des- tos reinos, como veréis por la cédula que va con ésta: ha- cérgela heis notificar, y avisarme heis el cumplimiento de- lla. De Valladolid, á diez y ocho días del mes de Abril de mili é quinientos é cuarenta y cinco años.

Y porque por vuestras cartas hemos entendido que no conviene que vayan algunas personas en el armada, envía-

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mos á mandar á los Oficiales que las personas que vos se- ñaláredes de que tuviéredes información que no conviene que pasen, no los dejen ir ni pasar en la dicha armada: vos teméis el cuidado que en esto conviene, como de vos se confia. Yo el Principe, Refirendada de Samano: señalada del Cardenal» Bemal, Gutierre Velázquez, Gregorio López.

XVII

Relación de lo que dice Francisco de GuMmán, que vino en la carabela nom- brcula la Concebción, de ques maestre Pedro Sánchen, vecino di CádiM, el cual es uno de los que fueron con el Adelantado Orellana. Sin fecha. *

Dice que Orillana partió á once de Mayo de Sanlúcar de Barrameda: partió con cuatro navios redondos, en que sacó cuatrocientos hombres de guerra: ftié aportar á Te- nerife, donde estuvo tres meses: de allí fué con la mesma armada á Cabo Verde, donde estuvo dos meses, y por causa de ser la tierra enferma se le morieron allí noventa y ocho presonas, y se le quedarían hasta cincuenta que no estaban para seguir la jornada: de los cuatro navios que llevaba fué menester echar al uno al través para guarnecer los otros de cables y anclas, porque en el dicho puerto había per- dido once anclas al tiempo que de allí salió. Salió del dicho puerto con tres navios, en que en cada uno llevaba desde setenta y siete hasta cient presonas, tomando su derrota para la costa del Brasil: le fueron los tiempos muy contra- rios, y pereciera toda la gente si no fuera por aguacerón, de donde se proveyó de algún agua; y con esta necesidad el uno arribó diciendo que no tenían agua, el cual navio

Archivo de Indias, cPatronato», s-5* >/i4« uto. S^

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llevaba setenta é siete personas, gente sana, y once caba- llos; y un bergantín, del cual dicho navio hasta hoy no se sabe: los dos navios que quedamos, con viento norte nos tornamos á encabalgar todo lo que habíamos decaído con los tiempos contrarios. Fuimos á reconocer los bajos de San Roque, y tomando la costa en la mano pasamos por cerca á vista de Marañón; y hasta cient leguas bajo la costa, en medio grado, doce leguas, en la mar topamos agua dul- ce, donde Oríllana dijo ser aquél el río donde él había sa- lido. Otro día siguiente, día de Santa María de la O, alle- gamos dentro del río en dos islas que allí hallamos pobla- das, donde se nos dio por nuestro rescate toda comida de maíz y cazabí, y pescado y (rutas de la tierra. Allí algunas personas dijimos al dicho Orillana, por cuanto traía la gente muy fatigada de los trabajos que había pasado, y así mismo por traer once caballos muy fatigados por no haber bebido más de dos azumbres de agua cada día, y pues aquella tierra era para rehacer á su gente y caballos, y porque era bien que un bergantín que allí traía se armase para conocer el brazo príncip>al donde habían de subir con las naos; * y á esto nos respondió que él sabía ser la tierra muy poblada y haber mucho aparejo para hacer lo sobre dicho: y así, su- bimos con dos naos hasta cient leguas el río arriba, donde topamos cuatro ó cinco buhíos de indios, donde paramos [para] hacer un bergantín, y dimos en tierra que había poca comida, de lo cual se nos morieron allí cincuenta y siete presonas. Estuvimos allí en hacer el bergantín tres meses: salimos de allí con el bergantín y una nao, que la otra se deshizo para la clavazón y tablazón del bergantín. Esta na- vegación que hecimos fué al sur, y para buscar el brazo principal fué menester navegar al sueste, y á cabo de haber andado veinte leguas, estando surtos, la gran creciente de la marea nos hizo reventar un cable que teníamos, por don-

Falta algo en el original.

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de de la nao no nos podimos aprovechar, si no fué de la clavazón para hacer una barca, donde dimos al través con ella; y así, nos fuimos á un buhío de indios, donde de tablas de cajas hecimos una barca en que seguir nuestro viaje: estuvimos en el hacer della dos meses y medio, en donde quedamos hasta treinta presonas, y Orillana se fué, deciendo que se iba á buscar el brazo principal del río, y á cabo de veinte y siete días andados, no le hallando, se volvió á donde estábamos, y viendo que de allí á treinta días no podríamos echar la barca á la agua, se volvió deciendo que él andaba enfermo y no podría aguardamos, y por abre- viar tiempo, pues no tenía gente para poder poblar, que él se quería tornar á buscar el brazo del río y subir hasta la punta de San Juan á rescatar algún oro ó plata para enviar á Su Majestad, y que si nosotros le quisiésemos seguir des- pués de hecha nuestra barca, que por allí [le] hallaríamos; y así, nosotros quedamos haciendo la barca y nos dimos bue- na maña á tomar amistad con los caciques de aquella tierra, que venían á rescatar con nosotros la comida; y así, al tiem- po que echamos la barca en el agua, se fué con nosotros con seis canoas un cacique, dándonos por nuestro rescate toda la comida que habíamos menester; y dándole nosotros á entender que íbamos [á] hacer guerra á los de Caripuna, porque segund dellos conocimos ser sus contrarios, y así nos llevaron el río arriba treinta y siete leguas hasta las is- las de Marribuique y Caritán, y de allí aquel cacique, que nos proveyó de tanta comida, que fué de menester alzarnos de allí por no caber en la barca, porque tres días que es- tuvimos allí nunca faltaron de sesenta hasta cient canoas de abordo; y allí se quedó el cacique que con nosotros iba, y nos fué á mostrar el camino el cacique del Marribuique; y así tomamos á caminar el río arriba hasta más de treinta leguas, donde hallamos tres brazos principales, y subiendo más arriba, hallamos ser toda aquella cantidad de agim ser en un brazo, el cual tema de ancho bie**

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por la barca hacer mucha agua y faltarnos la gente del remo, por ser poca, y por también faltamos el rescate, viendo que á Su Majestad no podíamos hacer ningund servicio, y por asegurar nuestras presonas, acordamos de volvernos; y así navegando el río abajo cuarenta leg^uas, antes de salir del río topamos un pedazo de tierra, la cual tuvimos por tierra ñrme, el cual era de muy grandes saba- nas y tierra muy proveída de sementeras de comidas de los mesmos indios: por medio desta tierra viene un estero de agua, el cual nos pareció venir de tierra alta, y del la mayor parte desta tierra se puede regar del estero: esta tierra llaman los indios Comao, los cuales nos salieron de paz y nos dieron por nuestro rescate cazabí y maíz en grand abundancia, batatas y ñames, pescado, patos y galli- nas y gallos despafta: aquí se halló un pavo despafta. En esta tierra había pueblos de sesenta y setenta buhíos: en- traba de nuestra gente diez ó doce hombres en cuatro ó seis leguas la tierra adentro; traían por su rescate cincuenta y cient indios cargados de comida: al tiempo de la partida se nos quedaron seis hombres por su voluntad y porque les pareció la tierra buena; cuatro leguas el río abajo se nos volvió un marinero, y tres soldados con el batel que traía- mos tuvimos por cierto se volvieron con los otros; y así navegamos el río abajo hasta venir á Margarita, donde ha- llamos á su mujer de Orillana, la cual nos dijo que su ma- rido no había acertado á tomar el brazo principal que bus- caba, y así, por andar enfermo, tenía determinado de ve- nir á tierra de cristianos: y en este tiempo, andando bus- cando comida para el camino, le flecharon los indios diez y siete hombres. Desta congoja y su enfermedad murió Ori- llana dentro en el río: este río está de norte sur; la costa se corre del este ueste, tomada el altura por donde entra- mos, y por donde salimos tiene de boca cincuenta y siete leguas: hase de entender que todo este río está lleno de islas.

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La mujer de Orellana anduvo con su marido toda la jor- nada hasta que murió, y ella se vino á la Margarita, donde la halló este pasajero y le dijo ella lo que arriba dice. *

XVIII

Fragmentos de una información de servicios rendida en Lima en el mes de Diciembre de ISS^ P^ Diego Muñoz Ternero, relativos al viaje de Francisco de Orellana d la Nueva Andalucía, **

En la ciudad de los Reyes destos reinos é provincias del Perú, en veinte días del mes de Diciembre de mili é quinientos é cincuenta y ocho años, ante los señores Presi- dente é Oidores del Audiencia é Chancillería Real que por Su Majestad reside en esta dicha ciudad, é por ante mi Francisco de Caravajal, escribano de cámara de la dicha Real Audiencia, Diego Muñoz Ternero, escribano de cá- mara en ella, presentó una petición é capítulos del tenor si- guiente:

Muy poderoso Señor. Diego Muñoz Ternero, vuestro escribano y de cámara en esta Real Audiencia, digo: que me conviene hacer probanza de lo que á Vuestra Alteza he servido después que á las Indias pasé con cargo de escri- bano de gobernación de la Nueva Andalucía, cuya pobla- ción y conquista fué dada al adelantado D. Francisco de

* E^te último párrafo se ve agregado al documento, de letra de la época, y, segttn parece, en el Consejo.

** Archivo de Indias, «Patronato», i-4-<Vi7> ^^^^<> lO. Apesar de lo que decíamos en la pág. viii de este volumen, últimamente D. Pedro To< rres Lanzas, segundo jefe del Archivo de Indias, se ha servido comuni- carnos la noticia de este expediente. Aprovechamos la oportunidad para dar aquí público testimonio de nuestro reconocimiento al sefior Torres Lan- zas por su bondad en ésta y en otras ocasiones en que nos hft prestado su valiosa cooperación. j

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Orellana, y después en este reino. Suplico á Vuestra Al- teza la mande rescebir, y que los testigos sean preguntados por las preguntas siguientes:

I. A la primera pregunta, si conocen al dicho Diego Muñoz Ternero.

2. ítem, si saben que en el año de cuarenta y cuatro fui proveído por Su Majestad por escribano mayor de go- bernación de la Nueva Andalucía, cuya población y con- quista fué encomendada al Adelantado Orellana, entendida mi habilidad y suñciencia.

3. ítem, si saben que en la ciudad de Sevilla, en com- pañía del dicho Adelantado, entendió en hacer la armada para el dicho viaje, comprando navios y armas y municio- nes, y haciendo otras cosas nescesarías, gastando de lo que tenía; y en ello tuve mucho trabajo y costa tiempo de un año que allí estuvo el dicho Adelantado.

4. ítem, si saben que pasé en la dicha armada y vine en la dicha jornada hasta dar en el río grande del Marafión; y en el camino, así en las islas de Tenerife, Cabo Verde, como en la navegación, tuvimos muchos trabajos y peligros y nescesidad de comida é otras cosas, é cada día á punto de nos perder.

5. ítem, si saben que después de entrados bien ade- lante en el dicho río con dos navios, el dicho Orellana hizo dar con ellos al través y armó un bergantín que llevaba en madera, con el cual anduvimos descubriendo lo que en el dicho no había.

6. ítem, si saben que después de haber dado en la costa del dicho río, por ser de grandes bajos que entran mucho en la mar, en la entrada estuvimos á punto de p>er- dernos.

7. ítem, si saben que después de entrados en el dicho río, pasados los primeros indios, dimos en grandes anega- dizos y ásperos montes y despoblados, y anduvimos mu- chos días sin dar en poblado, y cuando dimos en él, por la

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gran falta de comida que tuvimos, se murió mucha parte de la dicha gente, y otros mataron los indios en las guazá- baras que con ellos tuvimos buscando comida.

8. ítem, si saben que pasado lo suso dicho, teniendo de paz ciertos indios, dijo el dicho Orellana que quería ir con el dicho bergantín y derta parte de la dicha gente á descubrir el río adelante, y que quedásemos en una isla del, que él daría presto la vuelta y nos dikía lo que habíamos de hacer.

9. ítem, si saben que, después de partido el dicho Ore- llana con alguna de la dicha gente, visto que tardaba y no se tenía del nueva, hicimos una barca con mucho trabajo, con la cual subimos muy gran parte del dicho río arriba en busca del dicho Orellana, hasta dar en la provincia de Ca- ripuna, y por no tener nueva del, y ser como éramos todos no más de veinte y ocho personas, acordamos de volver- nos el río abajo, y así en la subida como en la bajada tu- vimos muchos riesgos y peligros.

10. ítem, si saben que para hacer la dicha barca nos faltaron muchos aderezos de los nescesarios, y se hizo con mucho trabajo, y hacía mucha agua, que pareció ser impo- sible poder navegar en ella.

11. ítem, si saben que, viendo que si nos determinára- mos de quedar en el dicho río y no salir á la mar donde nos llevara la corriente de la costa no pudiéramos escapar, porque los indios nos mataran, acordamos de salir á la mar con mucho riesgo.

12. ítem, si saben que de los pocos hombres que ha- bíamos quedado allí se determinaron quedar once dellos entre los indios y no salir á la mar, por entender, como ellos entendían, que no podíamos escapar en ninguna naa- nera, y se huyeron de nosotros, y por los buscar nos hobié* ramos todos de perder, y así nos veníalos stn dios.

1 3. ítem, 8i saben que de^Niés que ÉáBammA I nos tomaron las credesttt á «d

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de los manglares, de donde se tuvo por imposible salir, segün lo que entendía Francisco López, de Cádiz, piloto que nos metió en el dicho río.

14. ítem, si saben que navegando por la costa, por ser tan ruin barca, estuvimos muchas veces para nos ane- gar, y pasamos grandísimos trabajos, en que no cesamos de día y de noche, echando della agua con la bomba y con otras vasijas; y tuvimos gran hambre, y por la falta de co- mida que hubo por no haber dónde la llevar ni hallar.

15. ítem, si saben que con el dicho trabajo llegamos á la Isla de la Margarita y allí hallamos á su mujer del dicho Orellana y la gente que con él había salido, y dellos supi- mos que, debiendo de ir el río arriba, como nos dijo, se volvió el río abajo á la dicha Isla, y en el camino murió; lo cual fué causa que nos hobiéramos de perder, sin saber de nosotros nueva alguna, por no haber remedio de pasar por la tierra adelante, ni saber dónde podíamos aportar, y que salir á la mar era cosa de tanto peligro, como está dicho: y ansí nos tuvieron por muertos y perdidos los que con él vinieron, y por cosa imposible poder salir.

16. Si saben que á causa de los grandes trabajos ya dichos los que en la dicha barca venimos estuvimos en la dicha Isla de la Margarita muy enfermos y á punto de muerte.

Primer testigo, Francisco Orellana. El dicho Francisco de Orellana, residente en esta ciudad de los Reyes, testigo rescebido para en la dicha información é probanza de ser- vicios que de oñcio se hace á pedimiento del dicho Dieg^o Muñoz Ternero, habiendo jurado en forma de derecho, é seyendo preguntado por las preguntas generales de la ley é por los capítulos para que fué admitido, dijo lo siguiente:

I. Al primer capítulo dijo que conosce al dicho Diego Muñoz Ternero desde catorce é quince años á esta parte, poco más ó menos tiempo, ansí en los reinos de España

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como en estos del Perú é en otras partes de las Indias, de vista é habla, trato é conversación.

Preguntado por las preguntas generales de la ley, dijo que es de edad de más de cuarenta é cinco años, é que no es pariente del dicho Diego Muñoz Ternero, ni le toca ni empece alguna de las demás generales preguntas de la ley.

2. Al segundo capítulo dijo que sabe que el dicho Diego Muñoz Ternero fué proveído por escribano mayor de gobernación de la Nueva Andalucía podrá haber el tiempo que el capítulo dice, poco más ó menos, y sabe que la di- cha gobernación y población y conquista fué encomendada al Adelantado Orellana; lo cual sabe este testigo porque vino por criado del dicho Adelantado en la armada que hi^o para la dicha conquista: y esto responde á este artículo.

3. Al tercero capítulo dijo que sabe é vido que pasó lo en él contenido, porque, como dicho tiene, este testigo fué criado del dicho Adelantado Orellana é residió en su servicio en la dicha ciudad de Sevilla en el tiempo que en ella estuvo, é ayudó á hacer lo que el dicho capítulo dice, é vido como el dicho Diego Muñoz se ocupó en lo suso di- cho el tiempo contenido en el dicho capítulo, poco más ó menos; é cree que gastó en ello parte de lo que tenía, por- que ansí lo hicieron otros soldados que venían con el dicho Adelantado á la dicha jornada: y esto responde á este ca- pítulo.

4. Al cuarto capítulo dijo que sabe lo contenido en el dicho capítulo porque vido y se halló en los trabajos que se pasaron y padecieron en el dicho viaje; y en la dicha armada vido al dicho Diego Muñoz Ternero, que pasó por todos ellos.

5. Al quinto capítulo dijo que sabe lo contenido en el dicho capítulo fué y pasó así como en él se declara, por- que lo vido por vista de ojos é se halló en ello, é vido al dicho Diego Muñoz como el capítulo dice.

6.— Al sexto capítulo dijo que lo sabe como en él se

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contiene porque á la entrada del dicho río perdieron las án- coras de los navios en que fué la armada y estuvieron á punto de se perder, y por falta de anclas surgian con la ar- tillería, y la mayor parte della perdieron en los arrecifes y bajos que salen á la mar en la costa del dicho río: y esto responde á este capítulo, porque lo vido.

7. Al sétimo capitulo dijo que sabe é vido que el di- cho Adelantado Orellana, después que entró por el dicho río, envió un bergantín con cierta gente á descubrir las poblaciones que había en el dicho río, é vido cómo de los que fueron en el dicho bergantín fué uno el dicho Diego Muñoz Ternero; é anduvieron mucho por despoblado y ane- gadizos, y como el capítulo dice, y pasaron mucha hambre y nescesidad por la gran falta de comida que tuvieron; y fué tanto, que algunos de los que en el dicho bergantín fue- ron murieron de los trabajos y hambre que pasaron: lo cual este testigo sabe porque se halló en lo que el dicho capí- tulo dice con los demás que allí fueron.

8. Al octavo capítulo dijo que sabe é vido lo que el dicho capítulo dice, porque vido ir al dicho Adelantado é descubrir en un bergantín con ciertos soldados el dicho río arriba, é los demás se quedaron en una isla, á los cuales el dicho Adelantado dijo lo que el capítulo dice, porque este testigo se halló presente é se quedó en la dicha isla, porque tenía cargo de dar de comer á los soldados de lo que res- cataban con los indios de la tierra: y esto responde á este capítulo.

9. Al noveno capítulo dijo que sabe lo contenido en el dicho capítulo fué y pasó como en él se declara porque se halló en hacer el dicho bergantín y en ir y venir con él y en él á lo contenido en el dicho capítulo, é vido que se pasó harto trabajo y nescesidad, y que en ello se halló el dicho Diego Muñoz entre los demás soldados que allí se hallaron.

10. Al décimo capítulo dijo que sabe lo en él conté-

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nido é vido que muchas veces se metieron por esteros del dicho río para aderegar el dicho barco en que venían, por la mucha agua que hacía, que no lo podían estancar por la falta de materiales é instrumentos que tenían para hacer el dicho barco é bergantín; en el cual con gran trabajo lle- garon á la Isla de la Margarita, que es en Cubagua.

II. Al undécimo capítulo dijo que sabe que de miedo de lo que dice el dicho capítulo se determinaron de salir de la dicha Isla con el riesgo é ventura que dicho tiene, hasta que llegaron á la dicha Isla de la Margarita: y esto responde á este capítulo.

12. Al doudécimo capítulo dijo que sabe lo contenido en el dicho capítulo pK>rque, yendo á buscar comida para salir á la mar, y habiendo entrado por la tierra adentro en la tierra fírme, vido se quedaron los soldados que en la di- cha pregunta é capítulos se hace minción; é á este testigo le dijeron que se quedase con ellos, é no quiso, antes en volviendo al barco, dijo á los compañeros la determinación que tenían de se quedar en aquella tierra los dichos solda- dos, é este testigo é los demás compañeros volvieron á tie- rra á los buscar, é dieron muchas veces en las partes por donde habían andado, é nunca los hallaron, ni los dichos soldados acudieron á las voces que les dieron, é así se que- daron, é este testigo é el dicho Diego Muñoz é los demás compañeros se vinieron al dicho barco en que navegaron.

13. Al décimo tercio capítulo dijo que sabe que fué y pasó así como el dicho capítulo dice, é tuvieron por cierto los que allí venían de no escapar; é este testigo é otros amigos é compañeros suyos andaban buscando de qué ha- cer balsas para poder salir á la ventura, porque tuvieron por cierto que el dicho barco no había de poder salir de los dichos manglares por la gran tormenta y resaca de mar que en ellos había.

14. Al cuarto décimo capítulo dijo que sabe lo conte- nido en el dicho capítulo porque fué y pasó así como en él

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se declara; y este testigo lo tiene dicho en los capítulos antes deste, á que se refiere.

15. Al décimo quinto capítulo dijo que sabe lo con- tenido en el dicho capítulo porque cuando este testiguo y el dicho Diego Muñoz y los demás compañeros llegaron á la Margarita, hallaron en ella á la mujer del dicho Adelanta- do, y á otros soldados que con ella habían venido, los cuales se maravillaron de verlos, porque los tenían por perdidos y muertos; y los dichos soldados que en la dicha isla esta- ban les dijeron cómo el dicho Adelantado, viéndose muy enfermo, habían acordado de se volver el río abajo, como se volvió, é que antes que saliese á la mar se había muerto.

16. Al sexto décimo capítulo dijo que vido cómo de los soldados que vinieron en el dicho barco á la dicha Isla de la Margarita adolecieron los más dellos, y entre ellos V el dicho Diego Muñoz, y estuvo á punto de muerte, como

el capítulo dice, á causa de los trabajos, hambres y nesce- sidades que dicho tiene padescieron en la dicha jomada; é que lo que dicho tiene es verdad, so cargo del juramento que hizo, y en ello se afirmó é ratificó, siéndole leído su dicho, é no lo firmó porque dijo que no sabía escrebir: de- claró ante Francisco López, escribano de Su Majestad.

Segundo testigo, Antonio Pérez de Vibero. El dicho Antonio Pérez de Vibero, residente en esta corte, testigo rescebido para la dicha información, habiendo jurado en forma de derecho, é siendo preguntado por las preguntas generales de la ley é por los artículos para que fué admiti- do, dijo lo siguiente:

I. Al primer capítulo dijo que conoce al dicho Diego Muñoz Ternero desde el año de quinientos é cuarenta y cinco a esta parte, que habrá trece años, poco más ó me- nos tiempo.

Preguntado por las preguntas generales de la ley, dijo que es de edad de cuarenta años, poco más ó menos tiem- po, é que no es pariente del dicho Diego Muñoz Ternero

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ni concurren en este testigo algunas de las demás generales de la ley.

2. Al segundo capítulo dijo que lo que sabe de lo con- tenido en el dicho capítulo es que vido venir al dicho Die- go Muftoz Ternero por secretario del Adelantado Orellana é por escribano mayor de la gobernación de la Nueva An- dalucía, porque vido ante él pasar todos los negocios que el dicho Adelantado despachaba desde el puerto de San- lúcar, de donde este testigo le conoció, hasta el río de las Amazonas, la cual dicha conquista sabe este testigo que [fué] encomendada al dicho Adelantado Orellana, é este testigo fué con él á la dicha entrada é descubrimiento: é esto responde á este capítulo.

3. Al tercero capítulo dijo que oyó decir lo contenido en el dicho capítulo al dicho Diego Muftoz Ternero.

4. Al cuarto capítulo dijo que sabe lo contenido en el dicho capítulo como en él se contiene, porque lo vido ser y pasar como en él se declara, por venir, como vino, en la dicha armada; y pasó los trabajos que el dicho capítulo dice, juntamente con el dicho Diego Muftoz é los demás soldados que en la dicha armada venían.

5. AI quinto capítulo dijo que lo que sabe de lo conte- nido en el dicho capítulo es, que entrados con dos navios que habían quedado, de cuatro que salieron de Sevilla con la dicha armada, por el río del Marañón é de las Amazo- nas, el dicho Adelantado, después de haber subido é an- dado ciertos días con los dichos navios por el dicho río arriba, saltaron en tierra por unos buhíos de indios que ha- llaron, é allí hicieron el bergantín; salieron con él é con el otro navio á descubrir por el río arriba, y de ahí á pocos días se dio al través con el otro navio, é de la madera del se hizo una barca: é esto responde á este capítulo.

6. Al sexto capítulo dijo que sabe lo contenido en el dicho capitulo porque lo vido que fué y pasó como en él se declara.

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7. Al sétimo capítulo dijo que lo que sabe de Jo en él contenido es que en el dicho descubrimiento se hallaron dentro del dicho rio muchas islas anegadizas, y algunas po- bladas de grandes montañas, en las cuales se murieron mu- chos de la dicha gente de la armada de dolencias y enfer- medades que les subcedió de los trabajos y hambres que en el dicho descubrimiento pasaron; lo cual este testigo vido por vista de ojos, y estuvo enfermo de padescer los dichos trabajos é nescesidades, en los cuales se halló el dicho Die- go Muñoz Ternero como los demás soldados.

8. Al octavo capítulo dijo que sabe lo contenido en el dicho capítulo porque vido que fué y pasó así como en él se contiene y declara; y este testigo es uno de los que se quedaron en la isla de que en este capítulo se hace min- ción, é así mismo se quedó en la dicha isla el dicho Diego Muñoz Ternero.

9. Al noveno capítulo dijo que sabe lo contenido en el dicho capítulo porque se halló en ello con el dicho Die- go Muñoz Ternero é los demás soldados que en la dicha isla se quedaron, é en el hacer de la dicha barca; en todo lo cual vido que se pasaron muchos y muy grandes y ex- cesivos trabajos y nescesidades, porque para hacer la dicha barca iban por clavazón y otras cosas nescesarias al navio que estaba al través, una legua ó legua y media de allí, é iban é venían á este efeto muchas veces, é al monte á cor- tar madera para la dicha obra, y la traían á cuestas: y en la subida y bajada que con la dicha barca hicieron por el dicho río padescieron infinitos trabajos y grandes riesgos de la vida.

10. Al décimo capítulo dijo que en cuanto á lo que en esta pregunta, dice lo que dicho tiene en la pregunta an- tes desta, á que se refiere, y que sabe que faltaron muchas cosas nescesarias á la obra de la dicha barca, por lo cual cada día se veían en riesgo de perder las vidas por falta de amarras y sobra de agua que hacía la dicha barca.

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II. Al undécimo capítulo dijo que sábelo contenido en el dicho capítulo que fué y pasó así como en él se de- clara; é que aunque los indios no los mataran, si se queda-' ran en la dicha isla murieran y perescieran de hambre, por- que no había comida alguna para se poder sustentar.

12. Al duodécimo capítulo dijo que sabe lo conte- nido en el dicho capítulo como en él se declara, é que los que allí quedaron oyó decir que se quedaban de miedo des- que sabían, é los demás que venían en la dicha barca les habían oido decir que se quedaban de miedo desque salían á la mar no podían escapar: é esto responde á este capí- tulo (sü).

13. Al tercio décimo capítulo dijo que lo que sabe de lo contenido en el dicho capítulo es que una tarde que sa- lieron á la mar en la dicha barca, cerca de la noche, que- daron en seco á causa de vaciar la marea, é después que la marea subió, metió la dicha barca en un estero anegadizo, con mucho riesgo, é allí estuvieron dos ó tres días con harto trabajo de mosquitos.

14. Al décimo cuarto capítulo dijo que sabe que fué y pasó así como en él se declara, porque este testigo venía en la dicha barca, como tiene dicho en los capítulos antes deste, á que se refiere.

15. Al décimo quinto* capítulo dijo que en la dicha barca, y con los trabajos y riesgos que dicho tiene, llega- ron á la Isla de la Margarita, á donde hallaron á la mujer del dicho Adelantado Orellana é á ciertos soldadols que con él habían salido en el bergantín, los cuales se maravillaron cuando les vieron, porque los tenían por perdidos y muer- tos, é dijeron á este testigo é á los demás que en la dicha barca habían ido lo demás que la pregunta dice: é esto responde á este capítulo.

16. Al décimo sexto capítulo dijo que sabe é vido que algunos de los que en la dicha barca habían venido á la di- cha isla enfermaron é cayeron malos en llegando á ella, y

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de los trabajos y nescesidades que habían padescido en la dicha jornada; é todo lo que dicho tiene es verdad, so car- go del juramento que hizo; y en todo lo que dicho y decla- rado tiene vido se halló el dicho Diego Muñoz Ternero, é participó de los dichos trabajos, riesgos y nescesidades y enfermedades, como los demás que allí se hallaron, y en ello se añrma é ratiñca seyéndole leído, é lo ñrmó de su nombre. Antonio Peres de Vibero.-DtcXdxó ante mí, Fran- cisco Lopes y escribano de Su Majestad.

Testigo, Juan Griego. El dicho Juan Griego, maestre é piloto de navio, natural que dijo ser de Grecia, residente en esta ciudad, testigo presentado por parte del dicho Die- go Muñoz, habiendo jurado según forma de derecho, é sien- do preguntado por las preguntas para que fué presentado, dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conosce al dicho Diego Muñoz de más de catorce años, poco más ó menos.

Generales. Preguntado por las preguntas generales, dijo que es de edad de treinta y cinco años, poco más ó menos, é que no es pariente ni enemigo, é que no le tocan ninguna de las preguntas generales que le fueron fechas.

2. A la segunda pregunta dijo que sabe la pregunta como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que porque este testigo vio que el Adelantado le llamaba el secretario y escribano de la dicha gobernación, é lo mis- mo toda la demás gente que venía en la dicha jornada, é como ante tal escribano vido este testigo que se hacían todos los negocios, y no ante otra persona, é por tal era habido é tenido.

3. A la tercera pregunta dijo que así mismo sabe la pregunta como en ella se contiene: preguntado cómo la sa- be, dijo que porque este testigo era marinero de la nao capi- tana en que el dicho Adelantado hizo la dicha jornada, é lo vido ser é pasar como la pregunta dice, é por esto lo sabe.

4. A los cuatro capítulos dijo que sabe la pregunta

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como en ella se contiene porque este testigo así mismo se pasó é vino en la dicha jornada con el dicho Adelantado é Diego Muñoz en un navio, é lo vido todo como el capítulo lo declara.

5. Al quinto capítulo dijo que ansí mismo sabe la pre- gunta como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que porque lo vido ser é pasar como en la pregunta dice.

6. Al sexto capítulo dijo que sabe la pregunta como en ella se contiene porque este testigo vido, después de haber dado en la costa del dicho río, por ser de grandes bajos que entran muchos en la mar, y en la entrada estu- vieron todos á puntos de perderse.

7. Al sétimo capítulo dijo que sabe la pregunta como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que por- que lo vido ser é pasar como en la pregunta dice, é se halló en todas las demás guazábaras que hubo.

8. Al octavo capítulo dijo que así mismo sabe el ca- pítulo como en él se contiene porque lo vido ser é pasar como el capítulo dice, é fué este testigo con el dicho Ade- lantado Orellana con el bergantín que la pregunta dice.

9. A los nueve capítulos dijo que lo que del sabe es que, como dicho tiene, este testigo fué con el dicho Gober- nador hasta ciento y cincuenta leguas adelante, é cuando volvieron no hallaron al dicho Diego Muñoz ni á la demás gente donde el dicho Adelantado los había dejado, é an- duvimos en busca dellos, é después salió el dicho Gober- nador á fuera del río y aportaron á la Margarita; y estando allí, vio este testigo que el dicho Diego Muñoz é la de- más gente aportó á la dicha isla, donde los vio y dijeron que habían pasado lo que el capítulo dice.

10. A los diez capítulos dijo que es verdad lo con- tenido en el capítulo, porque al tiempo que el dicho Go- bernador se apartó dellos no les dejó ningún recaudo para la barca que el capítulo dice, é por esto lo sabe.

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II. A las once preguntas dijo que es verdad é sabe lo contenido en el capítulo, porque el dicho Gobernador, y este testigo con él, salieron por el mesnio camino é pa- saron mucho riesgo, é por esto lo sabe.

12. A los doce capítulos dijo que lo contenido en el capítulo oyó decir al dicho Diego Muñoz é á otros al tiem- po que se juntaron é toparon todos en la dicha Isla de la Margarita, é que esto sabe de la pregunta.

13. A los trece capítulos dijo que sabe lo contenido en el capítulo porque lo mesmo acaesció por este testiguo é la demás gente al tiempo que del dicho río salieron.

14. A las catorce preguntas dijo que este testigo cree é tiene por cierto que pasaron los trabajos que el capítulo dice, porque lo mismo pasaron los otros; é así lo oyó decir este testigo al dicho Diego Muñoz é al piloto en el capítu- lo [de que] antes deste se hace minción, que había pasado lo contenido en este capítulo.

15. A los quince capítulos dijo que sabe la pregunta como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que porque este testigo era uno de los que fueron con el dicho Gobernador, y salieron, y murió en el camino y apor- tamos á la dicha Isla de la Margarita, como el capítulo dice, y lo vido, y por esto la sabe.

16. A los diez y seis capítulos dijo que sabe la pre- gunta como en ella se contiene: preguntado cómo la sabe, dijo que porque lo vido ser é pasar como el capítulo dice.

Testigo, Francisco de Ulloa. El dicho capitán Francis- co de Ulloa, vecino de la ciudad de la Concepción de las provincias de Chile, habiendo jurado según forma de dere- cho é siendo preguntado por el tenor de las preguntas para que fué rescebido, dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce al dicho Diego Muñoz de quince años á esta parte en estos reinos y en España y en la jornada de Orellana.

Generales. Preguntado por las preguntas generales.

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dijo que es de edad de cincuenta años, poco más ó menos, é que no le toca ninguna de las preguntas.

2. A la segunda pregunta dijo que sabe que el dicho Diego Muñoz Ternero salió de la ciudad de Sevilla por el año que la pregunta dice por escribano mayor de la Nueva Andalucía, cuya población y conquista fué encomendada al Adelantado Orellana, porque este testigo le vido usar el dicho oficio de escribano mayor con el dicho Adelantado.

3. A la tercera pregunta dijo que este testigo vio al dicho Diego Muñoz cierto tiempo en la dicha ciudad de Se- villa trabajando en lo que la pregunta dice é ayudando al dicho Adelantado; é que allí que no pudo dejar de gastar, porque todos los que venían gastaron, porque estuvieron al pie de un año hasta salir de la dicha ciudad de Sevilla.

4. A la cuarta pregunta dijo que sabe la pregunta como en ella se contiene porque este testigo fué uno de los que venían en la dicha compañía, é se pasó muchos tra- bajos y peligros, y estuvieron muchas veces en punto de se perder, en especial una vez, demás de otras muchas, que fué que estuvieron en el navio que el dicho Diego Muñoz y este testigo venían al través nueve días en un bajo, hasta que se remediaron con una barquilla del dicho navio, en qué* se fueron entre unos indios, á do hicieron otra mayor, en cuatro ó cinco meses que alli estuvieron.

5. A la quinta pregunta dijo que lo que sabe es, el un navio, que era en el que venía el dicho Adelantado, dio al través, con el cual hizo un bergantín, en que andaba ha- ciendo lo que la pregunta dice, y el dicho Diego Muñoz con él mucha parte del tiempo, y que en el otro navio die- ron al través porque se les quebró un cable que tenían y no pudieron hacer otra cosa.

6. A la sexta pregunta dijo que sabe é vio que des- pués de entrado en el dicho rio, pasados los primeros in- dios, dieron en grandes anegadizos y algunos despoblados y grandes montañas, é que por falta de comida é por enfer-

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medades que tuvieron y faltos de remedios para ello, murió mucha gente, é con algunos que mataron los indios bus- cando comidas.

8. A la octava pregunta dijo que sabe é vio que pa- sado todo lo suso dicho, teniendo casi de paz ciertos in- dios, dijo el dicho Orellana que quería ir con el dicho ber- gantín y cierta parte de la dicha gente á descubrir el río adelante, é que los demás quedasen en una isla del, que él daría presto la vuelta y les diría lo que habíamos de hacer. 9. A la novena pregunta dijo que, como dicho tiene, después que dio el dicho navio al través, hicieron la dicha barca para remediarse, con la cual fuimos después de par- tido el dicho Orellana en su busca por el dicho río arriba con la gente que la pregunta dice, é anduvieron cierto tiem- po donde en unas provincias y en otras, y como no halla- ron al dicho Orellana, y por poco remedio que tenían, acor- daron de volver el dicho río abajo, en lo cual muchas veces tuvieron gran riesgo de perder las vidas: todo lo cual sabe este testigo porque se halló en todo ello.

10. A las diez preguntas dijo que es verdad todo lo contenido en la pregunta, porque este testigo lo vio y se halló en todo ello.

1 1 . A las once preguntas dijo que así mismo es verdad lo contenido en la pregunta, porque, como dicho tiene, se halló en ello é lo vido; é que paresce que por la poca gente que iban, los indios los pudieron matar, y no lo pudieran defender por la poca gente que eran, si Dios no fuera ser- vido de guardallos por su misericordia.

12. A las doce preguntas dijo que lo que sabe es que de la dicha gente que iban en la dicha barca donde este testigo y el dicho Diego Muñoz venían, se quedaron diez ó once cristianos de los dichos compañeros que en la dicha barca venían entre los indios, y que nunca los pudieron hallar, aunque procuraron é pusieron por obra en buscallos; é que no sabe la causa por qué se quedaron, más de que le

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paresce que fué por los trabajos é peligros que se les había representado en lo de adelante.

13. A las trece preguntas dijo que es verdad que des- pués que salimos á la mar, las crecientes les tornaron á echar entre los dichos anegadizos de los manglares, de don- de salieron con grande trabajo y peligro de allí á ciertos días.

14. A las catorce preguntas dijo que sabe y es verdad que navegando por la dicha costa pasaron grandes trabajos é peligros de las vidas, así por ser la dicha barca muy ruin é pequeña, é hacer mucha agua, que siempre la echaban con la bomba é otras cosas, como por la hambre que pa- saron.

1 5. A las quince preguntas dijo que sabe la pregunta porque este testigo y los demás aportaron á la Margarita, á donde hallaron su mujer del dicho Orellana, é supieron della é de los demás lo demás contenido en la pregunta.

16. A las diez y seis preguntas dijo que es verdad que llegados á la dicha Margarita cayeron algunos enfermos, y entre otros fué uno el dicho Diego Muñoz, el cual estuvo enfermo.

XIX

Fragmentos de una información de servicios de Juan de Peñalosa, rendida en la ciudad de Panamá en i6 de Febrero de IS72, y que tocan á la expedición de Francisco de Orellana á la Nueva Andalucía, *

I. Primeramente, si conoscen al dicho contador Juan de Peñalosa, y de qué tiempo á esta parte.

2. ítem, si tienen noticia de la jornada que agora vein- te y cinco años hizo el Adelantado Orellana á la conquista

Archivo de Indias, i-d-^/as.

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y descubrimiento del rio Marañón, que por otro nombre llaman agora el río del Adelantado Orellana, y si saben que habrá los dichos veinte y cinco años, poco más ó menos tiempo, que el dicho Adelantado Orellana salió de los rei- nos de España para la dicha conquista y descubrimiento con cuatrocientos y cincuenta hombres, y cuatro capitanes, y uno de ellos fué el dicho Juan de Peñalosa, que á su pro- pia costa, llevando consigo dos criados suyos, quiso ir y fué en compañía del dicho Adelantado á servir á Su Ma- jestad en la dicha jornada, y socorrió al dicho Adelantado con cantidad de hacienda para aviamiento de la dicha jor- nada, y así es publico y notorio.

3. ítem, si saben que cuando el dicho Adelantado Orellana llegó á las islas de Cabo Verde le habían enfermado en el camino mucha gente de la que llevaba en su compa- ñía á la dicha conquista, por lo cual, y enfermedades y tra- bajos que pasaron en el camino hasta tomar las dichas islas, se quedaron algunos capitanes y soldados en ellas, por ser tierra tan enferma como son y haber enfermado en ellas toda la más gente del armada; y el dicho Juan de Peñalosa, como buen vasallo de Su Majestad y celoso de su real ser- vicio, siguió siempre al dicho Adelantado Orellana hasta el final subceso de la dicha jornada, y ansí ha sido y es pú- blico y notorio.

4. ítem, si saben que, llegados al dicho río del Mara- ñón, el dicho Adelantado Orellana, y con él el dicho capi- tán Juan de Peñalosa, pasaron en el dicho descubrimiento y conquista grandes trabajos de hambres y enfermedades, adonde se comieron los caballos que llevaban y los perros en once meses que anduvieron perdidos por el dicho río, durante el cual tiempo murió en el dicho río el dicho Ade- lantado y toda la más gente que iba á la dicha conquista, que solamente escaparon vivos cuarenta y cuatro hombres, uno de los cuales fué el dicho Juan de Peñalosa; y así, los que quedaron, quedaron perdidos y desbaratados de la di-

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cha jornada, y fueron á aportar todos ellos á la Isla de la Margarita con Doña Ana de Ayala, su mujer del dicho Adelantado.

Testigo, Ana de Ayala, viuda de Orellana. En Pana- má, á quince días del mes de Marzo de mili é quinientos y setenta y dos años, el dicho contador Juan de Peñalosa para la dicha información presentó por testigo á Doña Ana de Ayala, viuda, mujer que fué del Adelantado Orellana, estante en esta ciudad, la cual juró en forma de derecho, so cargo del cual prometió de decir verdad, y siendo pre- guntado dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce al dicho contador Juan de Peñalosa de veinte é cinco años á esta parte, que fué cuando el suso dicho fué nombrado por ca- pitán por el Adelantado Orellana, marido que fué de esta testigo, cuando el suso dicho fué á la entrada del rio Ma- rañón.

Generales. Preguntado por las generales de la ley, dijo ser de edad de treinta y cinco años (séc), poco más ó menos, y que no le tocan las generales.

2. A la segunda pregunta dijo que sabe la pregunta como en ella se contiene porque esta testigo sabe, como mujer que fué del Adelantado Orellana, que habrá los di- chos veinte é cinco años que la pregunta dice que el dicho Adelantado Orellana fué por mandado de Su Majestad á la conquista y descubrimiento del Río Marañón, que por otro nombre se llama el Río del Adelantado, con la gente contenida en la pregunta, y capitanes, y esta testigo vido cómo uno de los cuatro capitanes que el dicho Adelantado su marido nombró para la dicha jornada fué uno el dicho capitán Juan de Peñalosa; y que, por cuanto Su Majestad no dio al dicho Adelantado ningún socorro ni ayuda de costa, no pudo el dicho capitán Peñalosa dejar de socorrer al dicho Adelantado, como todos los demás capitanes y gente principal le socorría, y que este testigo vido que el

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dicho Capitán Pefíalosa iba y fué como hombre de mucha calidad y suerte, y con los criados que la pregunta dice.

3. A la tercera pregunta dijo que este testigo sabe la pregunta como en ella se contiene porque pasó según y como la pregunta lo dice; y así, este testigo vido cómo por enfermar los capitanes y gente se quedaron la mayor parte della en las islas y partes que la pregunta dice, y sabe de solos cuatro capitanes que iban á la dicha jornada se que- daron los tres, y el Maestre de campo, el uno de los cuales dichos capitanes era primo hermano del dicho Capitán Pe- ñaiosa; y no embargante todo esto, sabe este testigo que el suso dicho siguió su viaje con el dicho Adelantado su marido hasta el fin que tuvo, como hombre de mucho valor y servidor de Su Majestad y celoso de su real servicio, pa- sando grandísimos trabajos de aguaceros y hambres, que por aquella tierra hay muchos; y esto sabe de la pregunta.

4. A la cuarta pregunta dijo que este testigo sabe la pregunta como en ella se contiene porque pasa según y como lo dice; y así, esta testigo sabe cómo en el dicho des- cubrimiento y conquista del Río Marañón el dicho Adelan- tado Orellana y la demás gente que con él iba, y el dicho Capitán Peft alosa, pasaron grandísimo trabajo de hambre y enfermedades, porque sabe ésta que llegó á tanto la di- cha hambre que se comieron los caballos que llevaba y los perros en once meses que anduvieron perdidos en el dicho río; en el cual dicho tiempo murió la mayor parte de la gente, y juntamente con ella, el dicho su marido; y sabe este testigo que solamente escaparon los dichos cua- renta y cuatro hombres, uno de los cuales fué el dicho ca- pitán Juan de Peñalosa; y así, este testigo sabe que todos en general quedaron perdidos, y así aportaron todos en compañía de este testigo á la Isla de la Margarita; y esto sabe de la pregunta, .... y lo firmó de su nombre. Ana de Ayala.

Testigo, Antonio Pérez de Vivero. En la ciudad de los

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Reyes, á veinte y siete días del mes de Junio de mili é quinientos y setenta y dos años, el dicho Antonio de Ávila, en nombre de Juan de Peñalosa, su hermano, y presentó ante el ilustre señor Licenciado de Monzón, oidor de Su Majestad en la Real Audiencia de esta dicha ciudad, á quien estaba cometida la información de los servicios que á Su Majestad pretende haber hecho en estos reinos, los testigos de quien se entendía aprovechar, que suplicaba á su merced de oficio los enviase á traer y examinar por el información en esta causa presentada: y luego para el dicho efeto el dicho señor Oidor hizo parescer ante á Antonio Pérez de Vibero, del cual fué tomado y rescebido jura- mento en forma de derecho, é sobre una señal de cruz, en que puso su mano derecha, que como buen cristiano dirá verdad de lo que supiere é fuere preguntado; é dijo juro é amen, é prometió de decir verdad; é siendo preguntado al tenor del interrogatorio en esta causa presentado, dijo lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce al dicho contador Juan de Peñalosa de veinte é cinco años á esta parte, poco más ó menos, tener el oficio de contador de Su Majestad en Tierra Firme en el Nombre de Dios.

2. A la segunda pregunta, que sabe y es verdad é vio este testigo que puede haber veinte é cinco años, poco más ó menos, que se fué á hacer la jornada del Marañón por el Adelantado Orellana, estando en España, é á la con- quista é descubrimiento del, porque este testigo vino en la dicha jornada al dicho Río de Marañón; y puede haber el dicho tiempo que el dicho Adelantado Orellana salió para la dicha jornada con cuatrocientos y cincuenta hombres, poco más ó menos, aunque este testigo no los contó, é tam- bién traía en la dicha jornada ciertos capitanes, é que entre ellos había señalado al dicho Juan de Peñalosa, según se decía y trataba, y vino con el dicho Adelantado Orellana, él é todos los demás que habían á su costa; é se deda que

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los capitanes é muchos soldados ayudaban al dicho Ade- lantado con dineros é haciendas para proveimiento de la dicha armada, de sus haciendas, é que le parece que lo mismo el dicho Juan de Peñalosa; é como la dicha arma- da después se deshizo por gran mortandad, no vino cada uno á regir el cargo que llevaba; y esto responde á la pregunta.

3. A la tercera pregunta dijo que es verdad lo que en ella se contiene, como en ella se declara, porque este testigo vio que luego que llegaron á Cabo Verde le enfer- mó mucha gente de la que traía para la dicha jomada el dicho Adelantado, adonde murió mucha de ella é se quedó allí, asimismo soldados y capitanes de los que allí traía, y era muy enferma la tierra; y el dicho Juan de Peftalosa, aunque vio todo lo suso dicho é tener trabajos como tales servidores de Su Majestad, siempre siguió la dicha jomada con el dicho Adelantado, como buen soldado servidor de Su Majestad, é le siguió siempre en todo lo que se ofreció hasta el fín é subceso de la dicha jornada: y esto responde á la pregunta como persona que se halló en todo ello é lo vio así.

4. A la cuarta pregunta dijo que sabe la pregunta segün como en ella se contiene, porque este testigo se halló presente á todo ello; é que el dicho Juan de Peñalosa é los demás que allí iban pasaron muchos y muy grandes tra- bajos é hambres, é tanto, que se comieron los perros y los caballos que allí llegaron, según é como la pregunta lo dice é declara; adonde en la dicha jornada se murieron casi todos los que iban en la dicha jornada, y el propio Ade- lantado é otros muchos, que fueron muy pocos los que es- caparon, que pudieron ser hasta cincuenta personas, pocas más, é uno de los que escaparon fue el dicho Juan de Pe- ñalosa; é así quedaron los que escaparon perdidos é des- baratados de la dicha jornada, é fueron así á aportar per- didos á la Isla de la Margarita, á donde había aportado su

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mujer del dicho Adelantado; é sabe bien lo suso dicho co- mo persona que se halló en todo ello é lo vio así.

Testigo, P. Núftez Villavicencio. É después de lo suso dicho, en la dicha ciudad de los Reyes, á trece días del mes de Julio de mili é quinientos y setenta y dos años, el dicho señor Oydor, para la dicha información de los ser* vicios que á Su Majestad pretende haber fecho en estos reinos Juan de Peñalosa, hizo parescer ante si á Pero Núñez Villavicencio, residente en esta ciudad de los Reyes, del cual fué tomado é rescebido juramento en forma de dere- cho é sobre una señal de cruz en que puso ^u mano dere- cha, so cargo del cual dijo juro é amén, é prometió de decir verdad; é siendo preguntado al tenor del interroga- torio en esta causa por su parte presentado, dijo é depuso lo siguiente:

I. A la primera pregunta dijo que conoce bien al di« cho contador Juan de Peñalosa de veinte é siete años á esta parte, poco más ó menos.

2. A la segunda pregunta dijo que lo que sabe é pasa es que el año de cuarenta y cinco, por el mes de Mayo, el adelantado D. Francisco de Orellana salió de la barra de Sanlúcar para ir en busca del río Marañón é provincia de las Amazonas con cuatro navios, é en ellos cantidad de gente, y trajo consigo siete capitanes, entre los cuales era el uno de ellos el dicho Juan de Peñalosa; y que él para el dicho efecto é servir á Su Majestad vino á su costa la dicha jornada, é tiene por cierto que favorescería y favoresció al dicho Adelantado con parte de su hacienda, como hicieron los demás capitanes que allí venían; y esto responde á la pregunta.

3. A la tercera pregunta dijo que sabe y es verdad é vio este testigo, que llegados que fueron [los de] la dicha armada á la Isla de Santiago de Cabo-verde, enfermaron y murieron mucha gente, é algunos capitanes se quedaron allí enfermos y malos, y este testigo fué uno de ellos que que-

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daron muy malos é á punto de muerte; é vio que el dicho Juan de Peñalosa se embarcó con el dicho adelantado don Francisco de Orellana é fué con él á la dicha jomada en seguimiento del dicho descubrimiento, y que, acabado, á ciertos años, estando este testigo en la provincia de Tierra Firme y Nombre de Dios, llegaron á él la mujer del dicho adelantado D. Francisco de Orellana con ciertos hombres que habían escapado de la dicha jornada, porque se habían perdido todos los navios en el dicho río Marañón é muer- tose el adelantado D. Francisco Orellana, é como perdidos aportaron éstos allí al Nombre de Dios; é de éstos supo como el dicho Peñalosa se había hallado en toda la dicha jomada é había servido como persona principal en toda la dicha; é que ansí mesmo supo lo mesmo del piloto ma- yor, que se decía Francisco López, que aportó á esta pro- vincia del Pirú; y esto es lo que sabe desta pregunta.

4. A la cuarta pregunta dijo que oyó decir á muchas personas de las que habían salido de la dicha jomada que había pasado todo lo que la pregunta dice, é según y co- mo en ella es contenido é se contiene; y esto es público é notorio, y lo que responde á la pregunta.

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NOTAS

A LA RELACIÓN DEL P. CARVAJAL

I La ciudad de Santiago de Guayaquil.

Muy confusa aoda en los cronistas la historia de las diversas funda- ciones que ha tenido esta ciudad, y es lo cierto que hoy ni en los archivos de Espafia ni en el Ecuador se conserva testimonio auténtico del hecho.

Pedro Cieza de I^ón dice que la primera fundación la hizo en 1534 Sebastián de Benal cazar, en la boca del río Babahoyo; pero Alcedo sos. tiene que la veriñcó Francisco Pizarro un afio antes en la bahía de Chara* poto. Es constante que Benalcázar dejó allí por alcaide y capitán á un Diego Daza, y que, sublevados los indios, mataron á todos los espafioles, con excepción de Daza y cinco ó seis de sus compafieros que lograron escapar á Quito. Deseoso de escarmentar á los sublevados y de fundar de nuevo el pueblo. Daza regresó allí, en unión del Capitán Tapia y de algunos solda- dos, sin lograr su intento; y como ya por ese entonces Benalcázar había salido á nuevos descubrimientos por el norte, y Francisco Pizarro supiese lo que pasaba, despachó desde Lima, con el mismo propósito, al Capitán Zaera, quien estaba ya entendiendo en el repartimiento de los naturales de las vecindades cuando fué llamado á toda prisa para que acudiese al socorro de la capital, que tenían cercada los indios, y así hubo de despo- blarse de nuevo aquel asiento.

En estas circunstancias fué cuando el mismo Pizarro despachó á Ore- llana, en 1538, para que con mayor número de soldados y caballos, como entonces se decía, hiciese la población en mejor sitio y más dispuesto, como lo ejecutó en la orilla occidental del río de su nombre. Cieza (Crónica del Perú, cap. LV), seguido de Herrera (Descripción de las Indias, pág. 37), dice que está fundación tuvo lugar en 1537, fecha que está evidentemente

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equivocada, puesto que habiéndose dado á Orellaoa por Piaarro tftnio para que veññcase la conquista y población de la provincia después de la batalla de las Salinas (Abril de 1538), la fundación no ha podido verificarse antes de este último afio.

Vamos ahora á dar á conocer un documento que da fe de cóoio de- sempeñó Orellana su cometido, y que confirma de la manera más amplia lo que dejamos establecido.

Es una información rendida en San Francisco de Quito, en Noviem- bre de 1571, por Martín Ramírez de Guzmán, de los servicios hechos por su padre Rodrigo de Vargas, en la cual se encuentra la pregunta trece del interrogatorio, que dice así: «ítem, si saben que después de la dicha población de la dicha ciudad declarada en la pregunta antes desta, en las conquistas y entradas que se ofirescieron, el dicho Rodrigo de Vargas sirvió en ellas personalmente é á su costa; é acabada la batalla de Salinas, que- riendo gratificar el marqués D. Francisco Pizarro á algunas personas que de su parte se habían hallado contra D. Diego de Almagro, el dicho Marqués envió á conquistar y poblar la provincia de Guayaquil, por caer en el re- partimiento de Yagual, al capitán Francisco de Orellana, é con él vinieron otras personas sefialadas para el dicho efeto, y se mandó al dicho Rodrigo de Vargas que viniese con él, por tener allí también su repartimiento; y ansí vinieron, y en la conquista y población de los chonos del río y gente de la didia provincia, por ser belicosa y la tierra áspera, llena de ciénegas é manglares, y en ello el dicho Rodrigo de Vargas sirvió muy escogida- mente, padesciendo muchos trabajos».

He aquí lo qae los testigos declararon al tenor de esta pregunta:

Gaspar Ruiz, cque vido á Orellaoa contenido en la pregunta que vino por teniente de la cibdad de Puerto Viejo, por mandado de D. Francisco Pizarro, y llegado que fué, fué con cierta gente á conquistar la provincia de Guayaquil, que eran los guanea vélicas... lo cual sabe este testigo porque filé con el dicho Orellana é vido que pasó lo que dicho tiene.»

£1 capitán Diego de Sandoval, «que viniendo de la cibdad de Pana- má, llegó á la cibdad de Puerto Viejo, donde estaba por capitán de la cib- dad el Capitán Orellana, que había venido de donde la pregunta dice, é vido ansimismo al dicho Rodrigo de Vargas, que estaba en compafiia del dicho Orellana, é anduvieron en la conquista de la dicha provincia»...

Francisco de lUescas dijo que «este testigo vino con el Capitán Zaera á la conquista de la provincia de Guayaquil, y llegados que fueron á ella, como de la cibdad de Puerto Viejo venía un capitán con cierto número de gente para la conquista de esta dicha provincia, entre los cuales venía el dicho Rodrigo de Vargas, que tenía en encomienda el pueblo de los lemos, se juntó la una gente de españoles con la otra, y estando allí el dicho Capi- tán Zaera acordó con su gente, e por mandado del dicho marqués D. Fran-

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dsco Pizarro, á se Tolver á la dicha cibdad de los Reyes al socorro della, porque tenia oaeva como estaban todos los naturales de estos reinos alza- dos en compañía de Mango Inga, con el cual este testigo se faé»...

Francisco Pérez de Bivero: «qae sabe é vio cómo el dicho marqués D. Francisco Pizarro envió al capitán Francisco de Orellana con gente para que viniese á conquistar esta provincia de Guayaquil, adonde vinieron é mandaron al dicho Rodrigo de Vargas é á otros vecinos de la dicha cibdad de Puerto Viejo, que tenían sus repartimientos de indios en esta provincia de Guayaquil, viniesen y se hallasen en la conquista della»...

Juan de Vargas, que al parecer fué hilo del capitán de su mismo nom- bre y apellido que acompañó á Orellana en su viaje por el Marafión abajo, dijo «que después que este testigo llegó á la dicha cibdad de Puerto Viejo, vido cómo, por mandado del dicho marqués D. Francisco Pizarro, el dicho capitán Francisco de Orellana con gente vino á la conquista é pacificación de esta dicha cibdad de Guayaquil, á la cual por caer el repartimiento de Yagual del dicho Rodrigo de Vargas, é en su término y juridición, le mandaron se viniese á hallar en la conquista y pacificación de la dicha tierra*...

Francisco Perdomo: cqne vino en compañía del dicho capitán Fran- cisco de Orellana á la dicha conquista desta provincia, que vino á la hacer por mandado y comisión del dicho marqués D. Francisco Pizarro*...

Guayaquil, sin embargo, no subsistió en el sitio elegido por Orellana: trasladóse después á la parte que llamaron «Ciudad vieja», y últimamente, en 1693, al paraje donde hoy está; «y por haberse aumentado considera- blemente su vecindario, manifiesta Alcedo, forman una de las dos, que son como barrios separados»... Diccionario de América, t. II, pág. 330.

En la obra de D. Dionisio de Alcedo y Herrera, titulada Compendio histórico de la prozñncia, partidos, ciudades, astilleros, ríos y puerto de Gua- yaquil, Aíadrid, 1741, 4.*, apesar de lo que de su títuloj y autor podía es- perarse, no se halla una palabra relativa á las fundaciones de la ciudad.

a La Villa Nueva de Puerto Viejo fué fundada, bajo la advocación de San Gregorio, el 12 de Marzo de 1535, por Gonzalo de Olmos, en nom- bre de Pizarro. Situada en su origen á orillas del mar, se trasladó en 1628 á cuatro leguas de distancia, por haber sido saqueada por el corsario L'He- remite. Alcedo, Diccionario geográfico de América, t. III, pág. 317. Dioni- sio de Alcedo, Compendio histórico de Guayaquil, pág. 55.

3 D. Francisco Pizarro, á quien se ha llamado Marqués de Charcas, y más generalmente de Los Atavillos. La verdad es, sin embargo, que Car- los V, al crearle marqués, no le sefialó tierras ni designación alguna al titulo. En cédula firmada en Monzón á 10 de Octubre de 1537 le dice, en

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efecto, el Emperador, después de manifestar que encarga al Obispo Valver- de que le informe de la parte donde le podrían sefialar vasallos: •Solici- taréis que con brevedad se haga, para que, venido, yo vos mande enviar el titulo 7 provisión de la dicha merced, 7 entretanto llamaros eis Marqués, como 70 os lo escribo, que por no se saber el nombre que teroá la tierrm que se os dará, no se envía agora el dicho título.»

4 ...«Que temían lo matasen Ore llana) como habían hecho á otros que habían ido con muy gran copia de gente»... Creemos que con estas palabras el P. Carvajal sólo puede referirse á Gonzalo Días de Pineda, qoe, como dice Herrera, en 1536 pasó la gran Cordillera, «entró en la tierra de los Quijos 7 la Canela, 7 fué el primero que lo hizo 7 la reconoció»... Década V, lib. X, cap. XIV. «Éste con cantidad de espafloles, afiade Ovie- do, allegó descubriendo hasta unas sierras mu7 grandes, 7 en las faldas dellas salieron muchos indios á le defender el paso adelante, 7 le mataron algunos españoles, 7 entre ellos un clérigo.»

5 Alcántara (Juan de). Hubo entre los compañeros de Orellana dos de este mismo nombre 7 apellido, cómo 7a lo hizo notar Fernández de Oviedo: éste que aquí se cita, 7 otro Juan de Alcántara del Maestrazgo de Santiago. Á uno de éstos fué á quien Gonzalo- Pizarro confió el bergantín luego de construido. Ambos fallecieron durante el viaje.

6 Sebastián Rodríguez. Su firma se registra al pie del documento de la pág. 99 de este volumen, que damos también en facsímil. Que era natural de Galicia es lo ünico que sabemos por el testimonio del P. Carvajal.

7 Dos son las especies de tortugas que pueblan las aguas del Ama- zonas: la Podocnemis acpansa, llamada vulgarmente charapa, 7 la Podoau- mis iracaxa, mucho más pequefia que la anterior 7 conocida por eso con el nombre vulgar de charapilla.

Al decir el P. Carvajal «manatís 7 otros pescados» incurre en el error de suponer que aquellos animales, por el hecho de vivir en el agua, perte- necían al orden de los peces. Los «manatís> del Amazonas son mamíferos, 7 se les conoce vulgarmente con el nombre de vacas marinas. Las ha7 de dos especies, que los naturalistas distinguen con las designaciones de Má' natus americanus, 7 M. loHrostris.

El P. Acosta no podía aceptar sin escrúpulo que el manatí no fuese un animal, especialmente un viernes en que se lo sirvieron como pescado. Léase lo que á este respecto escribía en el capítulo XIII del libro tercero de su Historia natural y moral de las Indias-. «En las islas que llaman de Barlovento, que son Cuba, la Espafiola, Puerto Rico 7 Jamaica, se halla el

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qae llaman naanatí, extrafio género de pescado, si pescado se puede llamar animal que pare vos sos hijos y tiene tetas y leche con que los crfa y pace yerba en el campo; pero, en efecto, habita de ordinario en el agua, y por eso le comen por pescado, aunque yo, cuando en Santo Domingo lo comi un viernes, cuasi tenía escrúpulo, no tanto por lo dicho, como por- que en el color y sabor no parecían sino tajadas de ternera, y en parte de pemil, las postas de este pescado: es grande como una vaca.»

Es digna de leerse la elegante descripción que Lopes de Gomara hace del manatí, y la romántica historia que refiere de uno domesticado que po- seía un indio del Amazonas. Historia de las Indias , pág. 1 74, edic. Riba- deneira.

8 Diego Mexía, entallador según el P. Carvajal, carpintero al decir de Oviedo, que ignoró su nombre, era natural de Sevilla.

9 Alonso de Robles fué natural de Don Benito. Hombre de la con- fianza de Orellana, mereció ser elegido por éste alférez de la jomada.

10 En la obra de Antonio de Herrera, y sin duda por error de im- prenta, se lee <goa.»

Joa ó jova: <es un crecimiento que se les da á los maderos de cuenta en las puntas altas que hacen el costado». Arte para fabricar , fortificar y aparejar naos de guerra y merchantes por Thomé Cano, Sevilia, 1611, 4.*

En la ley XXII, tíutlo XXVIII del libro IX de las de Indias, que con- tiene las reglas para la fábrica de navios, se establece que para un barco de nueve codos de manga, ó sea de 80 toneladas tres cuartos, ha de tener «de jova medio codo á proa, repartido en tantas partes iguales cuantas lacren las orengas que llevase desde la segunda orenga á proa: y la mitad repartida en las orengas que hubiese desde la sexta á proa.»

Confesamos que, sin duda por falta de pericia en el arte náutica, des- pués de esta definición y reglas no podemos atinar con lo que el P. Carva- jal ha querido decir al hablar de las diecinueve joas que tenía el bergantín de Orel lana.

1 1 El compañero que dio orden en el bergantín fué, como se recor- dará, el sevillano Diego Mexía.

I a £1 nombre de este Contreras era Gabriel. Oviedo le llama por equivocación Blas.

13 Cristóbal de Aguilar fué hijo del licenciado Marcos de Aguilar y de una india, «en quien le hobo en esta Isla Española, asegura Oviedo, é

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▼mliente nuunoébo |KMr su penona é hombre de bien.» Contaba eDtonoei de Tcintísiete á veintiocho afios de edad, y había andado ya «en las arma- das de la gnerim qne se han fecho en la tierra del Perú»; y con Benalcáxar en la conqniaU de Popayán y pioyinciaj de Lile.

14 Blas de Medina em natoral de Medina del Campo, donde nadó en 1519. Se habia hallado en el Perü desde hacía siete ú ocho afios «des- cabdendo é poblando tiesns nneras», y con Benalcáxar en las provincias de Qnito y en la oooqnista de PopayAn y en los posteriores alsamieotos de los naturales de sos vecindades, y «1 la lundadón de U villa de TimanA.

15 Ampndia ó Empodia. El P. Carvajal, como se ve, le llama Pe- dro, y asegun^ que era natural de Ciodad Rodrigo. Femándes de Oviedo le da por nombre Juan, y por patria á Empndia. De su firma, que se ve al pie de uno de los documentos que damos en facsímil, no puede dedu- cirse el nombre, porque no lo paso.

{Quién está en la verdad? Ya que el P. Carvajal trató A Empudia dia- riamente durante varios meses, debemos preferir su testimonio al del cro- nista de Indias, que no llegó á conocerle, por haber muerto durante el viaje, el 20 de Mayo de 1542.

Por real cédula de 31 de Enero de 1539 se despachó título de regidor de la ciudad de Popayán á Juan de Empudia, á condición de presentarlo en el Cabildo dentro del plaso de quince meses; y por otra de la asisma fecha se mandó al IngartcDÍeute de la Provincia de Quito que no se le qui- tasen los indios que tenía encomendados sin ser antes vencido por íuero y por derecho en forma. Archivo dt Indias, 109-7-1.

Es posible que Oviedo haya confundido á este Empudia con el otro, si bien tuvo noticia de que había muerto en el Amazonas á manos de los indios.

16 «Y no había otra cura sino cierto ensalmo»... Prescindiendo de la falta de medicinas con que se hallaban los expedicionarios, es lo derto qae entonces, y aun mucho después, fué muy usado este sistema de curar en América, que contribuyó bastante á fomentar la superstición de indios y negros. Son muchos los reos que por esta causa hubieron de procesar los tribunales del Santo Oficio en Lima, México y Cartajena de Indias.

1 7 Cristóbal Enriques. Oviedo le llama equivocadamente Francisco, y en otras ocasiones le designa con el apellido Manrique. Fué natural de Cáceres y comendador no sabemos de qué Orden. Nacido en 15 14, había pasado á Indias hada sólo tres afios cuando salió de Quito con Gonzalo Pitarro.

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18 Llamábase Hernán Gatiérrez de Celis, y era natural de Celis, en las Montanas.

19 «Demás de andar trasquilados, traían las orejas horadadas por donde comunmente las horadan las mujeres para los zarcillos; empero ha- cían crecer el horado con artificio en extrefia grandeza, increible á quien no la hubiere visto... Y porque los indios las traían de la manera que he- mos dicho, les llamaban Orejones los espafioles.* Garcilaso de la Vega, /limera parte de los Comentarios reales, pág. 26.

20 La llama (Auchenia lama), muy abundante en las altiplanicies de Bolivia y el Perü, y que hasta hoy se usa como bestia de carga. El poseer machas de estas ovejas ó carneros de la tierra, como las llamaban los antiguos cronistas, era peculiar en ciertas regiones á sólo *los hombres de Cuenta y poderosos.* Véanse nuestros Aborigénes de Chile, págs. 181 y ngnientes.

21 A principios de 1531 salió Diego de Ordaz de Sevilla, y habien- do llegado al Río Maraflón, con intento de comenzar por allí sus descu- brimientos, hubo de abandonar el proyecto por las calmas, corrientes y bajíos en q\ie se vio. En consecuencia, hizo fuerza de velas, á fin de salir pronto de aquella parte, y pasó adelante para dar comienzo á su jomada por otro lugar menos peligroso; mas, Juan Cornejo, su teniente general, aunque hombre cursado en la mar, no logró el mismo éxito, encalló su na- t(o, con pérdida de algunos hombres, «y aunque muchos quisieron decir, refiere el cronista Antonio de Herrera, que se habían conservado en tierra, también se perdieron entre los indios. > Década IV, lib. X, cap. IX.

Véanse los términos en que Juan de Castellanos, en sus Elegías de va- ranes ilustres de Indias, describe el naufragio de los compañeros de Ordaz, y la muy sensata opinión que emite acerca del ningún fundamento con que debían acogerse semejantes aserciones.

Después de referir que Ordaz había cruzado sin novedad la desembo- cadura del Marafión, continúa así:

El Ordaz escapó con buen consejo Y fué donde llevaba los intentos. Mas no pudo salir el Joan Cornejo Con otros que pasaban de trescientos.

Muy juntos á la tierra naufragaron Sin dalles sinsabor reventazones,

Y ansí dicen que todos escaparon

Y entraron por jamás vistas regiones, Hasta que descubrieron y toparon

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274 Notas

Grandes y poderosas poblaciones, Adonde se hallaron y han valido Multiplicando siempre su partido.

EstB. nueva vendían por muy cierta Muchos que yo traté y he conocido; Mas, es una ñción clara y abierta Y cuento para desvanecido, Pues si tal gente ya no fuera muerta Hubieran á cual partes respondido: Ansí que no será juicio ciego Decir que perecieron todos luego.

(£/e¿Íá IX, canto I.)

Más difícil se hace creer que estos espafloles de que tuvo noticia Ore- llana fuesen de la expedición de Alonso de Herrera, como lo insinúa el ero* dísu que acabamos de citar. VeríBcada en 1535» fué dirigida á las regiones que se extienden al norte del Amazonas.

22 Recuérdese lo que hemos dicho en la Introducción al tratar de las amazonas.

23 Véase la nota 20.

24 Antonio de Carranza, según Oviedo, era Tecino de Frías, que se halla en efecto en la provincia de Burgos.

25 García de Soria, vecino, según Oviedo, del pueblo de su apellido.

26 «Guazábara: batalla, escaramuza, combate. Voz general ó muy ge- neralizada en todo el continente americano y aun en las islas de Cuba 7 Haití.» Voces amiricanas empicadas por OvUdo, glosario que se halla al ñn de la edición de la Historia de las Indieu hecha por la Real Academia de la Historia.

27 Oviedo cita también este nombre de Perucho sin dar el apellido. ¿Seria acaso Pedro de A caray?

En una lista de los secuaces de Gonzalo Pízarro, atribuida al Provin- cial de Santo Domingo, se nombra á un Garay, vizcaíno, soltero, residente en Guamanga, que á la postre se redujo al servicio real, y á quien se le dejaron sus indios. Nos parece que este Garay, vizcaíno, debe ser la misma persona que Perucho y Pedro de Acaray.

ÍNDICE

Págs.

Dedicatoria v

INTRODUCCIÓN.— I.—DocuMENTACiÓN del viaje de Orella- NA. —Documentos qae se ÍDcluyen en este volumen. Las dos series que comprenden. Rilación del P. Carvajal. Hechos que abraza. Juicio que merece á Fernández de Oviedo vil

II. Fr. Gaspar de Carvajal, cronista de la expedición de Orellana. Patria y oacimíento de Fr. Gaspar de Carvajal. Pasa al Perú en compañía del Obispo Val verde. Disquisición acerca de la fecha de su partida (nota). Funda la Provincia de la Orden de Santo Domingo en el Peni. Acompafia á Gonzalo Pizarro á Quito. Su viaje por el Amazonas. Regresa de la isla de Cubagua á Lima. Su intervención en las querellas de los Oidores con el Virey Núfiez Vela. Su amistad con La Gasea. Cargos que desempeña en la Provincia. Es elegido provincial. Su proyectado viaje á Madrid y Roma. Su intervención en favor de los indios. Su muerte XIV

III.— Autores que han escrito del viaje de Orellana. Otros documentos. Memoriales é informaciones que parecen per- didos.— Relación de Orellana. Críticas de que fué objeto. Las amazonas. Opinión de Antonio de Herrera. Una carta de Gon- zalo Fernández de Oviedo. Ligera revista de los autores que han escrito del viaje de Orellana. Orellana en el extranjero. Historiadores americanos XXX

IV« Orellana en el teatro. Los conquistadores en el teatro. Las Amazonas en las Indias, Un diálogo de esta pieza. Cómo se pinta en ella á Orellana XLV

V. Datos biográficos de Francisco de Orellana. Patria, y nacimiento de Francisco de Orellana. l'asa á las Indias.

276 p*g»-

< Figura en U conquista del Perú. Fnnda la dudad de Guaya- quil.— Es nombrado teniente de gobernador por Frandsoo Biza- rro.— Llegada de Gonzalo Pizarro á Quito. Orellana celebra con él una entrevista y se resuelve á acoinpafiarle á la expedición de la Canela. Memorial de los servicios de Orellana y opinión que merece al Cabildo de Guayaquil Li

VI —Francisco de Orellana en la expedición de Gonzalo Pizarro. Noticias que se tenían de las tierras del Dorado y la Canela. Partida de Gonzalo Pizarro. Primeros incidentes de la marcha. Orellana se incorpora á la expedición. Es nombrado teniente general. Pizarro encuentra los árboles de la canela. Vuelve al campamento y se reúne con Orellana. Prosigue Pi- zarro su marcha. Exploración de Ribera. Encuentros con los indios. Construcción del bergantín. Penalidades del ejército de Pizarro. Envía éste á Orellana en el bergantín en busca de provisiones. Pizarro le denuncia por traidor LXil

VII. La traición de Orellana.~E1 ejército de Pizarro llega al río Coca. Camino recorrido por los expedicionarios del ber- gantín.— I>eterminación del punto en que se detuvieron. Ele- mentos que sirven para establecerlo. El río Cnraray. Centro et- nográfico de los irimaraes. Antecedentes históricos. Algo so- bre los compafieros de Orellana. Los días de marcha. Descrip- ción del viaje de Orellana hasta las juntas. Orellana en Aparía. Antecedentes de la traición. Lo que dicen los historiadores. Opiniones de Oviedo y Ortiguera. Id. de Jiménez de la Es- pada.— Resumen de nuestra defensa. Orellana no fué traidor. LXXXI

VIII. £l viaje de descubrimiento.— Orellana y sus compafie- ros penetran en el Río Marafión. Las poblaciones de Aparía el Grande. Construcción de un nuevo bergantín. Partida de los expedicionarios.— Combate en Machiparo. Hostilidades de los indios. Muerte de Antonio Carranza y Pedro de Empudia. Pre- cauciones de Orellana. Cambia el aspecto del paisaje. Repara- ción de los bergantines. I^os expedicionaríos se detienen en la desembocadura del Río. Aprestos para surcar el Atlántico. Viaje y llegada á Cubagua . . . . CXL

IX. Los compañeros de Orellana. ¿Cuántos fueron los com- pafieros de Orellana? Cálculos diversos. —Noticias biográficas. Los que murieron durante el viaje CLVil

X.— Expedición de Orellana k la Nueva Andalucía.— Fran- cisco de Orellana parte de Santo Domingo para E^pafia. Arri- ba á Portugal. Dudas que suscita en el Consejo el relato de su descubrimiento. Memorial de Orellana. Parecer del Consejo de Indias. Capitulación para la conquista de la Nueva Andalu-

277 ^"^4:^

cÚL PiliiiM t^rtrwkwiei coa q«e liopieim Oidlaiim para or> ganizar sn expecbcáte. £3 veedor Fr. Fü>lo de Torres. Infor* mes dcHhwjmbte» qae ae hacen al Rey de la oondacta de Ore- llana. Piocnra desvaaeoerlos. Opiaite del P. Torres al respec- to— Estado de los aprestoa. Tié&eK notída de ana armada que ae preparaba en PonngaL Nuevos iafonnes sobre la conducta de OfcfiaBa. Frisióo de D. Jaaa de Sandi. Las naves de Orellan* CD Sanlácar. Son visitadas por los fanrionarioa reaks. Triste estado CD qne ae hallaban. Escapada de Orellana. Lo qae acerca de ella caenta d P. Torres. Ll^a la armada á Tenerife. Orellana pierde en Cabo Verde mocha parte de sa gente y nna nave. Parte en direcdóa al Brasil. Perdida de otra de sus naves. Penetra en el Marafi6n. Contratiempos que experimen- ta. Sa muerte. Suerte que oorrieron los restos de su expedí*

ción CLXXVtl

XL SOB&K LOS KOMBKIS DEL RÍO DESCtmiXRTO POR OrBLLANA.

Descubrimiento del Marafión por Vicente Yíñtt Pinsón.— Fué llamado primeramente Mar Dulce. En 15 13 se le desigua ya con el nombre de Maraflón. Confusión establecida por el geó- grafo Femándex de Endso. Mapa de Diego Ribeíro. Lo que dicen los documentos oficiales. Declaración prestada en 1531 por varios pilotos. Una carta de la Audiencia de Sftnto Domin- go.— Origen del nombre de Marafión, según varios autores. Otras hipótesis. Nuevos nombres con que se le designa.— Los geógrafos modernos. CCXXII

DESCUBRIMIENTO DEL RÍO DE ORELLANA.— A^#AfW«í/í es-

crita por Fr. Gaspar de Carvajal 3

DOCUMENTOS.— I.—Caru de Gonzalo Pizarro al Rey, fecha en

Tomebamba, á 3 de Septiembre de 1542 H$

IL Documentos obrados durante el viaje de Orellana, y presenta- dos por éste al Consejo de Indias en 7 de Junio de 1 543. . 95

III. Relación que va para ante Su Majestad, dada por la Justicia y Regimiento de la ciudad de Santiago desta Nueva Castilla lUiiia- da Pirú, de los merescimientos del capitán Francisco do OrelU' na. Teniente de Gobernador en la dicha ciudad luó

rv. Probanza fecha ad pa-pttuam rci mtmoriam ante la Justicia de la Isla Margarita de las Indias del Mar Océano, pur (■rislóbtil de Segovia, conquistador, para la presentar ante Su MujeNtad, t^ adonde viere que le convenga. Octubrt dt iJ4Jt III

V. Fragmentos de la información de los méritos y scrviciü* do CÜue» Hernández, hermano de Diego Hernández de Serpa, en ol Um cubrimiento y población de la provincia de Luja y Piara, y des- pués en Quito. Zamora de ios AUaidis, á i 4 de Febrero de /jAy. 134

278 p^

VI. Fragmentos de la ioformacióo de méritos y semcios de Pedro

Domíoguez Miradero. Quito, Septiembre de ij^ 147

VIL Fragmentos de la información de méritos y servicios de Joan

de IWtitiei. Quilo, Septiembre de is68 156

VIII. Información de méritos y servicios de Alonso Cabrera, vecino

de la ciudad de Quito. Agosto de ijóg 165

IX. Jomada del Rio Marafión, con todo lo acaecido en ella y otras cosas notables dignas de ser sabidas acaecidas en las Indias Oc- cidentales del Pirü, dirigida al felicissimo Don Felipe III, prín- cipe, nuestro sefior, por Toríbio de Ortiguera 1 73

X. Copia de un documento cuya carpeta dice: «La petición que

dio Orellana y los pareceres del Consejo IJ4S 1^7

XI. Capitulación que se tomó con Francisco de Orellana para el descubrimiento y población de la Nueva Andalucía. ValladoUd,

iS de Febrero de ¡s 44 197

XII. Escritura por la que Francisco de Orellana se obligó á guar- dar la capitulación extendida á su favor para el descubrimiento y población de la Nueva Andalucía. Valladolid, j8 de Febrero de JS44 205

XIII. Cinco cartas de Francisco de Orellana, del año de 1544, sobre los preparativos de su expedición al Rio de las Amazonas, y de las dificultades que se le ofrecían para emprender su viaje. Sevi- lla, Mayo á Netñembre de IS44 207

XIV. Siete cartas de Fr. Pablo de Torres al Emperador sobre los aprestos de la expedición de Orellana. Sevilla, Agosto á Noviem- bre de IS44 2*4

XV. Párrafo de una carta de los Oficiales de Sevilla al Príncipe sobre los aprestos de la expedición de Orellana. 4 de Abril de

IS45 230

XVI. Cuatro reales cédulas relativas á varios particulares de la ex- pedición de Orellana. Septiembre de IS44 ^ Abril de IS4S' 233

XVII. Relación de lo que dice Francisco de Guzroán, que vino en la carabela nombrada la Concebcióo, de ques maestre Pedro Sán- chez, vecino de Cádiz, el cual es uno de los que fueron con el Adelantado Orellana. Sin fecha 239

XVIII. Fragmentos de una información de servicios rendida en Li- ma en el mes de Diciembre de 1558 por Diego Muñoz Ternero, relativos al viaje de Francisco de Orellana á la Nueva Andalucía. 243

XIX. Fragmentos de una información de servicios de Juan de Pe- nalosa rendida en la ciudad de Panamá en 16 de Febrero de '5 72» y que tucán á la expedición de Francisco de Orellana á la Nueva Andalucía 259

NOTAS á la Relación del P. Carvajal 267

IMPRIMIÓSE ESTA OBRA

en Sevilla, en ¿a Oficina de Enrique Ra^ay, calle Bustos Tavera, /.

Acabóse á ix dios de Febrero de MDCCCXCV

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