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DON RAMÓN

EL SEÑOR RAMÓN.

OBRAS DEL MISMO AUTOR.

Corregir al que yerra Comedia original y en verso

El onceno no estorbar Id. Id. Id.

LA ESCALA DEL MATRIMONIO Id. Id. Id.

Candidito (Segunda edición) Id. Id. Id.

No lo quiero saber Id. Id. Id.

¡ Pobres mujeres ! (Segunda edi- ción) Id. Id. Id.

El piano parlante Id. Id. Id.

El sueño de un soltero Id. Id. Id.

Moneda corriente Id. Id. Id.

Cuestión de forma Id. Id. Id.

El jugador de manos Id. arreglada del francés

Las circunstancias Id. original y en prosa,

La chismosa Id. Id. y en verso,

La levita (Segunda edición) Id. Id. y en prosa,

Don ramón y el señor ramón. . Id. Id. Id.

1 acto.

1 acto.

3 actos

1 acto.

1 acto.

1 acto.

3 actos

1 acto.

3 actos

3 actos

s 3 actos

3 actos

3 actos

3 actos

. 3 actos

DON RAMÓN

EL SEÑOR RAMÓN

COMEDIA EN TRES ACTOS, EN PROSA

ORIGINAL DE

DON ENRIQUE GASPAR

Estrenada en Madrid, en el teatro Español, el 23 de Febrero de 1869, á beneficio del primer actor de carácter anciano, D. Francisco Oltra.

MADRID

IMPRENTA DE T. FORTANET

CALLE DE LA LIBERTAD, NL'M. 29 1869

AL SEÑOR

DON VIGENTE BELLMONT,

Esta es la obra que más quiero, la más difícil de cuantas he escrito y la que más me lia aplaudido el público.

Ignoro si es la más teatral ; pero creo que es la de más trascendencia.

Y como eres el amigo á quien más quiero, y el que más soporta mis impertinencias, aunque más mereces, te la dedico y nada más.

ENRIQUE.

612344

Á LOS ARTISTAS.

Fieles intérpretes de mi obra , á ustedes debo sin duda alguna la mi- tad del éxito que ha obtenido. Me congratulo, por lo tanto, al hacer este público aunque insignificante testimonio de mi gratitud, permitiéndo- me de paso dar las gracias á Doña Matilde Diez, de cuya buena amistad he conseguido que Doña Aleja , á pesar de su insignificante cometido, haya alcanzado la importancia que con su talento imprime á cualquier creación esa joya del español proscenio.

PERSONAJES.

ACTORES.

DONA ALEJA Doña Matilde Diez.

CLOTILDE Clotilde Lombia.

ROBUSTIANA Mariana Chafino.

SEÑOR RAMÓN Don Manuel Catalina.

DON RAMÓN Francisco Oltra.

ANTONIO Juan Casañer.

Esta obra es propiedad de su autor, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España y sus posesiones de Ultramar, ni en los países con quienes haya celebrados ó se celebren en adelante tratados internacionales de propiedad literaria.

Los comisionados de las Galerías Dramáticas y Líricas de los señores Gullon ¿Hidalgo, son los exclusivos encargados del cobro de los dere- chos de representación y de la venta de ejemplares.

Queda hecho el depósito que marca la ley.

Se reserva el derecho de traducción.

DON RAMÓN

EL SEÑOR RAMÓN.

ACTO PRIMERO.

Gabinete reducido, coquetísimamente amueblado, con puerta en el fondo y otra lateral en la izquierda. Enfrente de ésta una ventana ó balcón en que el señor Ramón está acabando de colocar unas persia- nas. Algunas virutas esparcidas por la escena, y sobre una silla blanca de enea, una espuerta con útiles de carpintería. A la derecha y en primer término del proscenio una mesita cubierta á la que están sen- tados Clotilde y Don Ramón, tomando café, servido por un criado que á su tiempo retirará la mesa con el servicio.

ESCENA PRIMERA.

CLOTILDE, DON RAMÓN y el SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

Vamos, ya encajan perfectamente. (Abriendo y cerrando las persianas.) Se habían hinchado un poco de la humedad. ¿Qué otra cosa me ha dicho usted que había que componer?

DON RAMÓN.

La puerta de mi despacho; pero ya se hará luego. Des- canse usted, hombre, que no parece sino que le pagan á destajo.

10 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

¿Qué quiere usted? ¡La sangre ! Yo no estar parado ni un momento.

CLOTILDE.

¿Le sirvo á usted una tacita de café?

SEÑOR RAMÓN.

No, señorita; tantas gracias: es una bebida que no me gusta.

CLOTILDE.

Pues es muy estomacal y entona mucho.

SEÑOR RAMÓN.

Para entonarse no hay como una copita de aguardiente.

DON RAMÓN.

Hombre, no; eso es nocivo.

SEÑOR RAMÓN.

Pues á nunca me ha hecho daño. Todo es la costum- bre. Yo , el dia que no tomo la sosiega , creo que me falta algo.

DON RAMÓN.

¿Quiere usted que le hagan de almorzar?

SEÑOR RAMÓN.

¡Cá! No, señor.

CLOTILDE.

Sí; en un momento está listo.

SEÑOR RAMÓN.

Deje usted , deje usted , que ya me he traído yo mi pienso

( Sacando de la espuerta un pedazo de pan relleno de magras.)

ACTO PRIMERO. II

DON RAMÓN.

¿Cómo?

SEÑOR RAMÓN. ¿Ustedes gustan? (Comiendo á bocado redondo.)

DON RAMÓN.

(A su hija.) ¿Pero ves? si el Señor Ramón merece cual- quier cosa.

CLOTILDE.

Efectivamente.

SEÑOR RAMÓN.

¿Por qué?

DON RAMÓN.

Hombre , porque me hace usted una ofensa.

SEÑOR RAMÓN.

Pues será por ignorancia.

DON RAMÓN.

Siempre que se origina en casa alguna compostura no me manda un oficial, sino que sube usted en persona, y sobre no consentir en cobrar jamás un cuarto, hasta se viene provisto del almuerzo , como si no cupiera usted en mi mesa.

SEÑOR RAMÓN.

Vamos , Don Ramón , deje usted á un lado esas tonterías; usted que es el que me ofende con sólo pensar en pa- garme mi trabajo.

DON RAMÓN.

Y al fin tendré que hacerlo, como si se tratase de un ex- traño.

12 DON RAMÜN Y EL SENOIl RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

Muchas gracias. Es decir, que de nada sirve el haber ju- gado juntos cuando pequeños; el vivir cerca de treinta años en la misma casa ; el que hayamos visto nacer á nuestros hijos casi en un mismo dia, y hasta el haber llevado á la par el luto por nuestras pobrecitas mujeres! ¡Vaya ! Calle usted, calle usted , que hay cosas en la vida que no pueden olvi- darse nunca.

CLOTILDE.

Por eso mismo debiera usted tenerlas en consideración para tratarnos con la franqueza, á que más que de amigo, de individuo de nuestra familia le dan derecho las circuns- tancias que en este caso concurren.

SEÑOR RAMÓN.

Señorita Clotilde, usted sabe mucho, pero á no me envuelve con sus retóricas. Lo que es franqueza, bien sabe usted que la he tenido siempre con su papá , y que cuando el uno ha necesitado del otro, poco ha tardado en encon- trarle. ¿Es verdad, ó no es verdad, Don Ramón?

DON RAMÓN.

, ciertamente.

SEÑOR RAMÓN.

¿A ver quién, si no usted, ha dirigido la educación de Antonio? ¿Por quién me lo encuentro hecho hoy todo un señor abogado?

DON RAMÓN.

Naturalmente , he tomado por su carrera el interés que exigía nuestra amistad , si bien no ignora usted la resisten- cia que puse á su determinación.

ACTO PRIMERO. 13

SE -ÑOR RAMÓN.

¿Y quién me quita á el gustazo de ver á mi Antonio hecho un hombre de provecho, sacándose cada discurso que hace palmotear á los señores de la Academia, y dando ocasión á que los periódicos se ocupen de él todos los días?

CLOTILDE.

Por cierto , que el que pronunció en la licenciatura fué magnífico.

SEÑOR RAMÓN.

¿Se acuerda usted? De memoria me lo yo. ¡Qué ma- nera de aplaudirle cuando aquello del final! (Como diciendo un discurso.) «El hombre es perfectible y su perfección la » meta á que deben converger todas sus aspiraciones como «cumplimiento de su misión sobre la tierra.»

ESCENA II.

dichos y ANTONIO.

ANTONIO.

¿Están ustedes ocupándose de mí?

CLOTILDE.

, haciendo tu apología.

DON RAMÓN.

Tu padre nos estaba recordando el discurso de tu licen- ciatura que conoce al dedillo.

CLOTILDE.

Por cierto que no cuando vas á regalarnos el ejemplar que nos tienes ofrecido.

DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ANTONIO.

Hija, aún no los he recibido; por consiguiente, la recri- minación carece de fundamento.

CLOTILDE.

Una tacita. (Sirviéndole á Antonio una taza de café.)

ANTONIO. Gracias. (Tomándola.)

SEÑOR RAMÓN.

(Contemplando á su hijo.) Ahí le tiene usted hecho todo un hombre. Me parece que no podrá tener queja de mí. Él viste como un marqués, su padre nunca le escatima una onza para que quede bien en cualquier parte, y el dia que yo cierre los ojos no le ha de faltar para comer. Con que á ver qué más puede ambicionar.

DON RAMÓN.

Verdaderamente, nada.

ANTONIO.

Bien sabe usted cuánto se lo agradezco.

DON RAMÓN.

(Intencionalmente.) ¡ De modo que él no sabrá vivir ni un momento separado de su padre ! (Antonio, comprendiendo la intención de Don Ramón , se ruboriza.)

SEÑOR RAMÓN.

¡Ca! No, señor; al contrario; sólo le tengo á las horas de comer y de dormir. Es lo que yo le digo : « Chico , pare- ces un huésped en la casa.» Verdad es que como tiene tan- tas ocupaciones , el pobre no puede aunque quisiera. Mire usted , lo menos hace tres años que no he podido conseguir que cenemos juntos una noche.

ACTO PRIMERO. 1S

DON RAMÓN.

Eso se explica fácilmente; como toma el con nosotros...

SEÑOR RAMÓN.

Ya que él se encuentra aquí perfectamente. (Sonriéndose.)

DON RAMÓN.

Así parece.

ANTONIO.

Me guardan ustedes tales atenciones...

SEÑOR RAMÓN.

Mira á usted como SU segundo padre. (Sonriendo con mali- cia y mirando á Clotilde.) Luego ve aquí ciertas cosas que no tiene allá abajo.

DON RAMÓN.

Sí. (A Antonio.) ¿Cuál fué el tema de tu disertación en la investidura?

ANTONIO.

(Turbado, conociendo la importancia de la pregunta.) La educa- ción en sus relaciones con el Código.

DON RAMÓN.

Bonito punto.

SEÑOR RAMÓN.

¡Y qué bien lo hizo!

DON RAMÓN.

¿Según eso, usted ha profundizado el discurso de An- tonio?

SEÑOR RAMÓN.

No, no, señor; me refiero á la mímica y al accionado.

16 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

¡Profundizar! ¡Ca! Don Ramón, la mitad de las palabras yo no las alcanzo.

DON RAMÓN.

Eso equivale á decir que su hijo habla un lenguaje que usted no comprende, lo cual no quita, sin embargo, para que usted sepa el discurso de memoria.

SEÑOR RAMÓN.

Sí; todo, todo.

DON RAMÓN.

¿Cómo es aquel párrafo que nos recitaba usted antes?

ANTONIO.

¿Para qué?... ¿Cuál?

SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

El que empieza: «El hombre es perfectible...

SEÑOR RAMÓN.

¡Ah! Sí, sí. (Recitando.) «El hombre es perfectible, y su perfección la meta á que deben converger todas sus aspira- ciones, como cumplimiento de su misión sobre la tierra. Destruyanse los malos instintos al calor de la educación so- cial, y os prometo que los Códigos morirán de inacción. Vea yo convertidos en escuelas todos esos templos donde se rinde culto á la embriaguez, y os juro que la pena de muerte correrá avergonzada á sepultarse en el panteón de los anacronismos. Porque reasumiendo, señores. (Declamando.) ¡Esto que lo dijo bien! (Recitado.) Tal es el dominio de la inteligencia sobre la ignorancia, que los libros, vis- tiendo la honrosa toga de la magistratura forman los tribu- nales donde se analiza la gota de vino que rebosa al fer-

ACTO PRIMERO. 47

mentar en el cerebro, gota que acaso es la única capaz de dirigir la mano del más grosero de los criminales, y á quien la ley señala también con el más denigrante de sus dictados, «el parricida.»

DON RAMÓN.

¡ Bravo ! ¡ Bravo !

SEÑOR RAMÓN.

Eso es lo que decían en el Paraninfo. Todos tocaban pal- mas, y yo aplaudia también sin saber por qué.

DON RAMÓN.

Lo creo, pues de otro modo se hubiera usted abstenido de hacerlo.

SEÑOR RAMÓN.

¿Y eso?

DON RAMÓN.

Por ser el padre del graduando.

SEÑOR RAMÓN.

¡Vamos! así es que todos me miraban, pero yo por si era de envidia, palmoteaba más fuerte, y es que ellos estarían diciendo: «Ese pobre hombre es el padre del que acaba de decir esas palabras. »

DON RAMÓN.

Justo.

ANTONIO.

Basta, padre, hablemos de otra cosa.

SEÑOR RAMÓN.

¿Quieres que me vaya? ¿Es que tienes prisa de que oiga Don Ramón ese otro discurso que le quieres echar?

2

18 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN

DON RAMÓN.

Cómo! No es nada.

ANTONIO.

SEÑOR RAMÓN-

SÍ, nada. (Sonriendo.) De lijo que será el mejor de todos,

porque desde chiquito que está estudiándolo En fin,

pronto lo oirá usted.

DON RAMÓN.

Bueno, yo le daré mi opinión con la franqueza de siempre.

ESCENA III.

dichos y DOÑA ALEJA.

ALEJA.

¿Se puede pasar adelante?

don ramón. ¿Quién? ¡Ah! ¿Qué tal va, señora? (El criado retira el velador con el servicio.)

ALEJA.

Muy bien. ¿Y la niña?

CLOTILDE.

Buena, gracias.

SEÑOR RAMÓN.

No hagas caso de los pobres, Aleja.

ALEJA.

Chico, bien puedes perdonar, no te habia visto. ¿Cómo estás, Ramón?

ACTO PRIMERO. 19

SEÑOR RAMÓN.

No tan bien como tú; pero vamos tirando.

ALEJA.

¡Anda, anda, Antoñuelo también por aquí! pues toda la vecindad nos hemos reunido.

DON RAMÓN.

Tome usted asiento, señora.

ALEJA.

Tantas gracias , no se moleste usted.

(Se sientan todos y el señor Ramón lo hace en la silla de enea.) Vengo sólo á traerle á usted el recibito. (Dándoselo.)

DON RAMÓN.

(Tomándolo.) ¡Ah! sí, pues si se espera V. un instante.

(Como yendo á buscar dinero.)

ALEJA.

(Deteniéndole.) Quieto, quieto, ya me lo mandará usted, don Ramón, no corre prisa. ¡Si más bien es un pretexto para venir á ver cómo siguen ustedes!

SEÑOR RAMÓN.

Déjela usted, déjela usted, que á esa no le hacen falta las peluconas. ¡ Bien nos podia rebajar los alquileres !

ALEJA.

Sí, buenos están los tiempos para andar con rebajas.

SEÑOR RAMOX.

Pero eres rica.

20 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

¡Pobrecito! pues puede que necesites limosnas de nadie.

DON RAMÓN.

¡Si lo dijera yo, que sólo tengo mi paga de magistrado !

SEÑOR RAMÓN.

Aleja es propietaria.

ALEJA.

Sí, porque por ser propietaria, compro yo los duros á cuatro" pesetas. Para cierta clase de personas, todos aque- llos de quienes dependen son unos tiranos. No hay casero que no sea verdugo para el inquilino, ni mancebo que no esté esclavizado por su principal, ni amo de casa que no ejerza despotismo con sus criados, y es que la envidia se nos come. No tienen más remedio los que están encima que pedir á Dios paciencia para aguantar á los que están debajo.

SEÑOR RAMÓN.

Es que los de arriba se creen muchas veces más altos de lo que realmente están.

aleja .

Hombre, peor para ellos; pero de todos modos no creo que lo digas eso por mí.

señor ramón.

Tu chinita te toca.

aleja. te explicarás.

señor ramón.

Chica, no tienes más que hacerte unos cuantos años atrás

ACTO PRIMERO. 21

y dime si eres hoy la misma que entonces. Cuando pusiste la taberna y nos despachabas las rondas al mostrador, ves- tías aparejo redondo y todos te llamábamos la seña Aleja. (Léase señal ej a.)

Ahora llevas en el vestido más cola que entra en un ar- mario, el café te le regenta un mancebo, no sales de casa sin tus guantes y todos te llaman doña Aleja.

ALEJA.

¿Tú crees haber dicho algo, verdad?

DON RAMÓN.

Esto es una discusión en debida forma, de la que puede sacarse, como de todas, algún provecho.

C LOTILDE .

Efectivamente.

ALEJA.

Pues en último resultado has venido á decir, que lo me- jor es lo más bueno, y que á todos nos gusta lo mejor. ¿Te niego yo mi pasado?

SEÑOR RAMÓN.

No ; pero parece que no te gusta el que te lo recuerde.

Nada de eso. Lo que me pasa es que me indigno de haber estado toda mi juventud patrocinando borracheras, cuando ahora que empieza mi vejez conozco, gracias á mi hija que me ha enseñado lo que son libros, que la vida no la cons- tituye sólo el ser honrados para comer y dormir, sino que hay que hacerla agradable por medio de la educación. ¿Cómo he de negarte yo que he servido la taberna, cuando mil veces has entrado en ella con tu hijo á echar unas co- pas? ¿Verdad, Antonio?

DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ANTONIO.

(Confundido.) Si señora.

a L e i A ,

Hombre, dispensa mi indiscreción. Ya sé, y lo aplaudo, que ahora tomas café en el Suizo. En cambio tu padre no ha perdido la costumbre de la sosiega. Pues bien, yo que me encontraba con un mediano talento natural, con una hija de ardiente imaginación, y con medios de fortuna, ¿tiene algo de extraño que pusiera á la niña en un colegio donde aprendiese siquiera á leer?

DON RAMÓN.

Era muy justo.

A l e i A .

Al poco tiempo empecé á notar que la niña hablaba de otro modo, sus modales eran distintos, sus atenciones ha- cia mí delicadísimas, rechazaba el trato de los que frecuen- taban mi tienda, y sobre todo sabia más que yo. Un dia de eclipse total de sol, en que el vulgo, y yo con él, pensaba que iba á ser el último del mundo, mandé por ella al cole- gio momentos antes de verificarse el fenómeno... y al entrar en mi cuarto, donde me hallaba de rodillas ante una imagen de la Virgen de la Paloma, alumbrada por dos velas del mo- numento, se echó á reir como una tonta, y trayendo de la despensa tres manzanas, me dijo: «Esta es el sol, esta la luna, y esta la tierra, lo que va á pasar no es más que esto. Y empezó á explicármelo prácticamente. Mire usted, don Ramón, cuando vi que las nieblas se disipaban, que el sol lucia como de ordinario, y que todos vivíamos como antes, fué tal la vergüenza que pasé considerando que aquel renacuajo sabia más que su madre, que al dia siguiente al- quilé un cuarto, di un adiós al cafetín, y me encerré con

ACTO PRIMERO. 23

mi hija, porque me parecía que todos me señalaban con el dedo por ignorante.

DON RAMÓN.

Muy bien hecho.

ALEJA.

Desde entonces, siempre que encuentro á alguno de mis contertulios , digo para con cierta satisfacción : « Ese no sabe lo que es un eclipse.»

TODOS. Ja, ja. (Riendo.)

SEÑOR RAMÓN.

Gracias, Aleja.

ALEJA.

Pues bien, ahora sea usted juez. (A Don Ramón.) El señor Ramón me supone engreída , porque en lugar de arracadas de perlas hasta los hombros, y saya corta, visto con la sen- cillez de quien no necesita hacer ridículo alarde de riqueza; porque prefiero á un polo ó unas malagueñas cantadas á la guitarra, un dúo entre la Patti y Tamberlik ; porque aprendo de mi hija á trinchar un ave en vez de enseñarle cómo se refrescan las cañas; y porque logro, en fin, aunque tarde, gozar un poco del mundo y de la satisfacción de que mi Adela viva feliz á mi lado, sin avergonzarse de su madre.

SEÑOR RAMÓN.

¡ Poco á poco ! Con eso das á entender que mi hijo se aver- güenza de mí.

ANTONIO.

Padre, nadie dice...

SEÑOR RAMÓN.

Es que si tal supiera, te abría la cabeza de un martillazo.

U DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ALEJA.

(Aparte á Don Ramón.) El eclipse, el eclipse.

SEÑOR RAMÓN.

Yo soy un artesano honrado y harto he hecho con darle la educación que tiene; no estoy obligado á más.

Cuarenta años tengo: treinta los he pasado en la creencia de que para comer no habia más que abrir y cerrar las mandíbulas; y hasta hace diez, no he sabido que comer era otra cosa.

SEÑOR RAMÓN.

ALEJA.

Nada. ¿Tú crees haber hecho todo lo que debías con ser honrado y costear los estudios de tu hijo?

SEÑOR RAMÓN.

Sí.

ALEJA.

(Levantándose.) Pues vaya, que te alivies y hasta la vista.

DON RAMÓN.

¿Se va usted ya?

ALEJA.

; tengo que hacer.

SEÑOR RAMÓN.

Vaya usted con Dios , doña Aleja.

ALEJA.

Agur, hija mia,

ACTO PRIMERO. 25

CLOTILDE.

Que usted lo pase bien.

ALEJA.

Antoñito...

ANTONIO.

¡ Señora !

ALEJA.

Hijo , no te digo nada, has estudiado astronomía. (Váse.)

ESCENA IV.

dichos menos DOÑA ALEJA.

SEÑOR RAMÓN.

¡Luego quiere que no la digan que tiene humos de mar- quesa!

DON RAMÓN.

Pues sepa usted que discurre con mucho acierto.

señor ramón.

No falta más sino que usted la alabe. ¡Avergonzarse de mí!

ANTONIO.

Vamos, padre, no se preocupe usted con esa idea, cuando de sobra conoce el cariño , la gratitud y el respeto que us- ted me inspira.

CLOTILDE.

No debe usted dudarlo.

SEÑOR RAMÓN.

Como ella ha tenido siempre esas pretensiones, mira con

26 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

desprecio al que como yo nunca ha querido salirse de su esfera.

DON RAMÓN.

Permítame usted que le diga , señor Ramón , que todos en el mundo tenemos aspiraciones dignas de aplauso cuando no son exageradas.

SEÑOR RAMÓN.

Yo no las he tenido nunca. Por eso, aunque soy rico, gasto y trabajo lo mismo que cuando era pobre.

DON RAMÓN.

Pero usted empezó siendo aprendiz en su oficio; luego aspiró á llamarse oficial, y á no tener ambición, no con- cibo por qué con tanta alegría recibió usted el título de maestro.

SEÑOR RAMÓN.

¡Toma! Por la consideración, y por ser esa la manera de poder hacer una fortuna como la que hoy tengo.

DON RAMÓN.

Y si , como usted dice , su hijo cuenta ya con una carrera con que vivir independiente, y las necesidades de usted son escasas, ¿á qué codiciar esa fortuna? ¿Por qué no la ha in- vertido en procurarse otros títulos , toda vez que tanto es- tima la consideración, y que por ella salió de la esfera de aprendiz para elevarse á la de maestro? Si no ha comprado usted , ni siquiera libros con que dar de comer á su inteli- gencia , ¿á qué amontonar onza sobre onza? ¿No comprende usted que tanto significa tener en metálico esa riqueza, como que la hubiera usted empleado en sotanas y manteos por si alguna vez le hacían cura?

ACTO PRIMERO. 27

SEÑOR RAMÓN.

No señor, porque aunque mi hijo no necesita de mí, siempre es bueno que cuente con algo. Y luego, que el di- nero es el todo.

DON RAMÓN.

En el caso de usted, nada; y lo prueba el que si mañana les robasen á entrambos, Antonio conservada consigo el capital de su inteligencia, mientras que usted, según sus teorías, lo perdería todo.

SEÑOR RAMÓN.

Para eso tengo un hijo que cuidaria de mí.

DON RAMÓN.

Convenido; pero si hoy es usted quien le da una onza para que la gaste en superfluidades , en el caso supuesto, seria Antonio quien se la procuraría á usted para que no careciera de lo necesario.

SEÑOR RAMÓN.

No haria más que cumplir con su deber.

DON RAMÓN.

Corriente; pero probaria con ello, que desprovisto de la fortuna material, es más rico el hombre , cuanto mayores son su educación y su inteligencia. Luego no censure usted al que sin necesidad de salirse de su círculo tiene aspira- ciones como doña Aleja, porque ella cambia oro por ins- trucción; mientras usted no es más que un pobre con di- nero.

SEÑOR RAMÓN.

En fin, usted sabe mucha filosofía ; pero oiga el discurso

28 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

que le va á echar mi hijo, y veremos si no camhia de pa- recer.

ANTONIO.

¡Qué tenacidad!

SEÑOR RAMÓN.

Anda, anda, yo entre tanto voy á repasar aquella puerta.

(Se lleva la espuerta de las herramientas.)

DON RAMÓN.

Repito á usted que le daré con franqueza mi opinión.

(Vase el señor Ramón. )

ESCENA V.

DICHOS MENOS EL SEÑOR RAMÓN. ANTONIO.

(A Don Ramón.) Suplico á usted que perdone la impaciencia de mi padre.

DON RAMÓN.

Calla, hombre, tus excusas están fuera de lugar cono- ciendo su carácter. Empieza cuando gustes.

CLOTILDE.

Yo me retiro para que podáis consultar libremente.

DON RAMÓN.

Nada de eso; quédate, hija mia, porque ó mucho me equivoco ó Antonio desea oir también tu parecer. ¿No es

así?

ANTONIO.

Efectivamente.

CLOTILDE.

Ya escucho.

ACTO PRIMERO. 29

ANTONIO.

Ante todo reclamo indulgencia, por si encuentra usted atrevida mi pretensión.

DON RAMÓN.

Adelante.

ANTONIO.

Creo que al buen talento de usted no debe haberle pa- sado desapercibido, que bien por razón del trato constante, ó por otras causas de no difícil explicación , existe entre Clotilde y yo cierta inteligencia, que aunque mal reprimida á los ojos de usted, no nos hemos permitido, sin embargo, publicar hasta este momento.

DON RAMÓN.

Tu revelación ciertamente no me causa sorpresa, por- que, aun antes de despertarse en vosotros ese sentimiento, tenia yo la previsión de lo que habia de suceder.

ANTONIO.

Pues bien ; hoy que al cariño de Clotilde puedo corres- ponder con un título de que ayer carecía, y con una posi- ción social digna de ella, en mi concepto, excuso dar á us- ted más explicaciones sobre el objeto que aquí me conduce.

DON RAMÓN.

Tienes razón. Principio por suponer que entrambos, y especialmente Clotilde, estaréis firmemente persuadidos de que os amáis por convicción.

ANTONIO.

Me atrevo á responder de los dos.

CLOTILDE.

Sin duda alguna.

30 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

Por muy sensible que me sea el separarme de mi hija, comprendo que más tarde ó más temprano ha de suceder, y por lo tanto cierro los ojos ante una decisión, que sobre ser producida por el cariño, no puede ni debe en justicia rechazarse. Pero como el matrimonio es la llave de la feli- cidad ó de la desgracia eternas, y en ambas nos cabe á los padres una gravísima responsabilidad, vas á permitirme que sin intención de inclinar la balanza á un lado ú á otro, le exponga á mi hija las ventajas y los inconvenientes de esta boda, para que compulsados razonablemente, ratifi- que ó rectifique su determinación.

ANTONIO.

Es muy justo.

DON RAMÓN.

(A Clotilde.) Antonio es un muchacho próximamente de tu edad, tiene talento, una carrera literaria honrosísima, una envidiable posición social, y parece quererte. Hasta aquí las ventajas que, en honor de la verdad, rara vez se presentan en tal cúmulo.

ANTONIO.

Gracias.

DON RAMÓN.

No me las des, pues te consta que soy justo hasta la crueldad. Vamos ahora á los inconvenientes, que por pe- queños que parezcan, no deben dejarse pasar desapercibi- dos. Tu padre ha cometido la indiscreción de sacarte á vo- lar á otra atmósfera sin procurar remontarse á tu altura para que el abismo que os separa no fuera tan insondable.

ANTONIO.

No debo contestar sobre ese punto.

ACTO PRIMERO. 31

DON RAMÓN.

Ya que puedes decirme que mi hija es contigo y no con tu padre con quien se casa; pero vivimos en el mundo, y hay que respetar los caprichos de una sociedad que, aun- que imperfecta en su mayor parte, es la que juzga los actos de la sensata minoría. Mañana, aunque yo fuera prego- nando tus cualidades y los nombres de los contrayentes, acaso me rechazara porque , miope y superficial, no veria en vuestra unión la de dos jóvenes amantes, sino la de la hija de un magistrado con el hijo de un carpintero.

CLOTILDE. (Turbada.) ¿Cómo? (Su padre analiza todas sus impresiones.)

ANTONIO.

Sin querer, me hace usted daño.

DON RAMÓN.

Antonio, es preciso. Debes comprender que para contra- restar las iras del ridículo, se necesita un alma superior, y yo estoy convencido de que la que abriga un amor verda- dero participa de esta cualidad. ¿Es cierto, Clotilde? (Mirán- dola y estudiándola.)

CLOTILDE. Sí... (Confundida y pensativa.)

ANTONIO.

(Aparte.) (¿Qué es esto?)

DON RAMÓN.

Pero aun prescindiendo del mundo, que es bastante prescindir, hay ciertas razones privadas tan poderosas ó más, en mi concepto, que las del dominio público. Yo que quiero á tu padre entrañablemente , como se quiere á un

32 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

hermano, al hacerle entrar en mi familia había de ser para vivir en continuo contacto con él, y participar juntos de todos esos pequeños detalles que constituyen la vida ínti- ma, lo cual, y dicho sea de paso, no nos hemos permitido nunca hasta ahora, á pesar de nuestra amistad vetusta. Para ello, con el fin de evitarle toda violencia por su parte, dada su educación, yo prescindiría gustoso de todos aque- llos amigos míos que no se acomodaran á mi determinación sin motejarla, pero así y todo, ¿crees que podria haber verdadera expansión entre los dos? ¿No diferiríamos nota- hlemente en la forma de nuestras manifestaciones?/Esa , homogeneidad tan necesaria para la armonía de los carac- I teres , ¿cómo había de despertar la simpatía, empeñándose en hacerla producto de tan heterogéneos eIementos?/Tú mismo, á pesar del cariño que profesas á tu padre, ¿no buscas instintivamente otro ambiente en que respirar, por- que en tu casa te ahogas? Pues si esto hace un hombre, justo es que mi hija compulse sus fuerzas para que mañana no pueda decirnos que ha sido sorprendida por ignorancia. Repito, sin embargo, que esto no es ejercer presión, sino simplemente exponer los hechos. (Mirando á su hija.) Y que una pasión verdadera todo lo vence. Hasta aquí los incon- venientes: hasta aquí yo. Ahora vosotros.

ANTONIO.

Mi posición, ya difícil de suyo, no me permite hablar por temor de que mis palabras se traduzcan como una exi- gencia. Tú, Clotilde, di lo que espontáneamente te dicten tus sentimientos.

CLOTILDE.

(Anonadada.) Antonio... puedes estar persuadido... de mi amor hacia tí...; pero creo... que no hay para qué precipi- tar... los hechos... cuando...

ACTO PRIMERO. 33

DON RAMÓN.

¡ Ah ! (Adivinando á su hija y aparte.)

ANTONIO. (Herido en el fondo de su alma.) Basta. He venido á dar este paso contando con tu asentimiento.

CLOTILDE.

Pero si... yo...

ANTONIO.

Siento haberme equivocado. ( Saluda y váse.)

ESCENA VI.

CLOTILDE y DON RAMÓN.

DON RAMÓN.

Me has engañado. Clotilde; no amas á Antonio.

CLOTILDE.

Sí, papá, le amo; pero tus observaciones han influido sobre de un modo...

DON RAMÓN.

Que no me explico. Porque si yo al presentártelas he tra- tado de sondearte para analizar la solidez de tu amor, debiste rechazarlas cuando para ello te expuse que la fuerza de la pasión puede neutralizar los efectos de la forma. Tu proceder es poco digno, mayormente cuando se trata de un pobre muchacho que busca en consuelo para su aflic- tiva situación.

CLOTILDE.

Pero me aconsejaste...

U DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

Yo no te he aconsejado nada ; expuse mis razones para darle á entender á Antonio que tu cariño le debía satisfa- cer, cuando atrepellabas por todos los inconvenientes, y ver al propio tiempo si obedecías á este sentimiento ó aca- riciabas una simple quimera. Desgraciadamente be sor- prendido lo último.

CLOTILDE.

No; yo le amo y soportaría los errores de su padre; pero mismo dices que para contrarestar las burlas del mundo se necesita una fuerza superior.

DON RAMÓN.

Enhorabuena que diga eso yo, que ninguna compensa- ción recibo ; ¡ pero que á cambio de atropellar por una pueril preocupación vas á adquirir la felicidad de toda tu vida !...

CLOTILDE.

A tanta costa...

DON RAMÓN.

Has hecho bien. Veo que no amas á Antonio, y hubieras sido poco feliz; pero también contemplo con mucha pena, que porque tu padre tiene cuatro sillas tapizadas y se ha esmerado en tu educación, has dado al olvido que eres po- bre y se ha apoderado de el orgullo.

CLOTILDE .

No, papá.

DON RAMÓN.

Sí, el orgullo; temes que te señalen con el dedo, y el amor propio, la vanidad ha sucedido á lo que llamabas

ACTO PRIMERO. 3S

equivocadamente cariño. En fin, yo me tengo la culpa, pero es muy triste tocar un resultado tan distinto del que me proponía al educarte así.

ESCENA VIL

dichos y el SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

(Como hablando al paño con Antonio.) espérame ahí en el despacho y chito.

DON RAMÓN.

(A Clotilde.) ¿Ves? ya viene su padre á pedirme cuentas.

CLOTILDE.

( ¡ Qué he hecho , Dios mío ! )

SEÑOR RAMÓN.

Señorita Clotilde, haga usted el favor de dejarnos solos.

CLOTILDE.

Papá...

DON RAMÓN. Vete. (A Clotilde.)

ESCENA VIII.

DON RAMÓN y el SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

¿Usted se ha figurado que mi hijo es hijo del verdugo?

(Toda la escena la dice el señor Ramón alborotado.) DON RAMÓN.

No señor.

36 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

Pues sepa usted , que su padre es un hombre muy hon- rado que suda la sota gorda para ganarse el pan que come, y que tiene un corazón que se lo juega con el de todos los ricos juntos.

DON RAMÓN.

Señor Ramón, si es que ha venido usted con ganas de armar camorra , le advierto que no estoy de humor de oír sandeces.

SEÑOR R A M O N .

¡Qué sandeces! no señor, son cosas muy serias. Usted le ha negado á mi hijo el consentimiento para su boda ; y si es que se ha figurado que es algún perdido, sepa usted que á su padre no le faltan cuarenta mil duros para que ponga carretelas y se tono; porque como los he ganado muy honradamente...

DON RAMÓN.

Nadie le ha negado ni concedido consentimiento alguno; se le han expuesto simplemente ciertas razones, que no le dan á usted derecho á que se sulfure de ese modo.

SEÑO R R A M O N v

¡Digo! ¡Que no tengo derecho 1 señor, yo tengo de- recho á todo, lo mismo que usted, porque como dice mi periódico, todos los hombres somos iguales.

DON R A M O N .

Su periódico de usted no puede decir una atrocidad, y lo es el halagar los instintos populares con errores. Le dirá á usted que todos somos iguales ante la ley, pero no que us- ted, que tiene una zalea en la cabeza, vale tanto como yo que me he quedado calvo de estudiar. Y sobre todo, no le

ACTO PRIMERO. 37

enseñará á usted á exigir derechos mientras ignore la ma- nera de cumplimentar sus deberes.

SEÑOR RAMÓN.

Oiga usted , es que yo no debo á nadie ni un céntimo , y soy un ciudadano honrado que tiene cuarenta mil duros de capital.

DON RAMÓN.

Pues yo no tengo más que cuarenta mil reales de sueldo. y también soy ciudadano honrado.

SEÑOR RAMÓN.

Es que yo puedo presentar mis manos llenas de callos y con mucho orgullo, porque soy un jornalero que come con su sudor, y un hijo del pueblo vale más que todos ustedes los aristócratas.

DON RAMÓN.

¡Siempre la maldita soberbia de la humildad! Homhre, cállese usted, que para ustedes los que no discurren, con tener las manos callosasjolor á sudor, no peinarse nunca

'y llevar las uñas ribeteadas como las tarjetas de lutoj ya _se tienen adquiridos títulos ala consideración de todos.

Pues sepa usted que yo/que me labo, que no sudo, que me )eino yrfjue no tengo' callos más que aquí (Por la cabeza.) de

estudiar, soy tan honrado, tan trabajador, tan digno, y tan pueblo como usted y como el aristócrata que sea útil á su país. Y haga usted el favor de que por una tontería no va- yamos á perder una amistad que data de la infancia, y que tiene por cimiento el recuerdo de nuestros padres.

SEÑOR RAMÓN.

Es claro; usted algo ha de decir. Pero yo no olvido tan fácilmente la ofensa que á y mi chico nos han hecho. Algo creo que merece Antonio.

38 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

Es que entre hacerle concesión de lo que merece, y que usted me exija lo que no le corresponde, hay mucha dis- tancia.

SEÑO R RAMÓN.

¡Ah! ¿No es digno de su hija de usted?

DON RAMO N .

Si señor, lo es y mucho por lo que en si vale; pero no lo es desde el momento que usted convierte en derecho pro- pio el que sólo le asiste á su hijo.

SEÑOR RAMÓN.

Es que yo soy un jornalero honrado.

DON RAMÓN.

Sí, señor, y tiene usted cuarenta mil duros, ya me lo ha dicho; y lo primero le honra á usted más que lo segundo, pero como aquí adolecemos del defecto de hacer las cosas á saltos en lugar de ascender progresivamente, usted par- ticipando del vicio general, ha venido sin querer á motivar esta cuestión y ser la causa de la desgracia de su hijo.

SEÑOR RAMÓN.

¿Cómo que soy yo la causa de la desgracia de mi hijo?

DON RAMÓN.

Si señor, porque en vez de hacer de Antonio un indus- trial con conocimientos teóricos y prácticos para que él á su tiempo convirtiera á su hijo en un ingeniero mecánico, y de este modo se verificase progresivamente en las gene- raciones el desarrollo, le ha dado usted una carrera litera- ria, lo cual aplaudo, le ha obligado á respirar otra atmós- fera, y también es muy laudable esta idea de progreso:

ACTO PRIMERO. 39

pero le ha separado usted de sí, y esto es lo altamente cen- surable, puesto que no ha tenido la previsión de irle si- guiendo en su vuelo, y hoy le ve usted agitándose en un infierno de afectos contrarios, luchando con su ayer y bas- tardeando sus propios instintos para no dar á la naturaleza el espectáculo de un hijo que se avergüenza de su padre.

SEÑOR RAMÓN.

(Enfurecido.) ¿Qué está usted diciendo? ¡Avergonzarse An- tonio de !

DON RAMÓN.

Si pudiera sin faltar á la ley natural, lo haria, si señor.

SEÑOR RAMÓN.

Ese si que es el mayor de los insultos. Sepa usted que mi hijo es feliz á mi lado. .

DON RAMÓN.

Por necesidad, como el pájaro á quien le cortan las alas.

SEÑOR RAMÓN.

No señor, no, él no es orgulloso; porque no le he edu- cado como usted á su hija que no tiene más que humo en la cabeza.

DON RAMÓN.

Sea orgullo lo de Clotilde, sea una abusiva satisfacción de la educación que ha recibido, lo cierto es que el comple- mento de su felicidad la tiene junto á mí, al paso que An- tonio busca fuera de su casa lenitivo á su sorda pena.

SEÑOR RAMÓN.

Mentira. Mi hijo no cambiaría su posición por la de un grande de España. Eso dígaselo usted á su hija, que algo

40 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

daría por tener un padre acaudalado como yo para satisfa- cer sus caprichos.

DON RAMÓN.

¿Qué dice usted?

SEÑOR RAMÓN.

Ella es orgullosa, señor; y lo prueba lo que acaba de hacer con Antonio. (Don Ramón se ensimisma como quien com- prende á su pesar la razón de lo que le dicen.) Y usted que de tan recto y tan justo se precia, (Llorando.) debía antes de herir á los demás en sus sentimientos de padre, castigarse á pro- pio, cuando tanto motivo tiene para ello. Porque la culpa la tiene usted, señor, usted que la ha criado como una mar- quesa. En fin, Dios le perdone el daño que me ha hecho, y... hasta nunca...

DON R A M O N .

Señor Ramón, el que mi hija sea orgullosa (Enternecido.) no destruye el que Antonio no viva feliz á su lado.

SEÑOR RAMÓN.

¡ Me ha matado usted !

DON RAMÓN.

Como para usted las razones están demás...

SEÑOR RAMÓN.

Nunca bay razones para un padre. ¡Censurarme porque he tratado de que mi hijo sea algo en el mundo, ya que yo no he podido serlo! Pues hombre, ¿cómo se ha de adelan- tar entonces? No digo yo abogado, general me parecería aún poco para él.

DON RAMÓN.

Señor Ramón, si usted supiese lo que son teorías, le diria

ACTO PRIMERO. 41

que como principio no puedo ni debo oponerme á una de- terminación en que va envuelta la idea del progreso intelec- tual; pero que como correctivo de un abuso, protestaré siem- pre de ella enérgicamente, porque hacer que un niño adquiera instrucción sólo para halagar la vanidad paterna, y que este niño , ya hombre , en vez de agitarse en su ele- mento gima bajo la férula de la ignorancia , sopeña de re- belarse contra el derecho natural, es tan censurable y digno de reproche, como si emplease usted veinte años de solí- cito afán en devolver la vista á un ciego de nacimiento para sacarle los ojos apenas tuviese idea de lo que es luz.

SEÑOR RAMÓN.

¿Y qué es lo que ha hecho usted con Clotilde"?

DON RAMÓN.

No es lo mismo; hay una enorme diferencia en los efec- tos. Mi hija experimenta una abusiva satisfacción, mientras que Antonio reclama una necesidad imperiosa.

SEÑOR RAMÓN.

En mi lenguaje, lo que tiene Clotilde se llama orgullo.

PON RAMÓN.

Lo y harto me pesa.

SEÑOR RAMÓN.

Entonces, ya que usted me echa en cara el haber sepa- rado de á Antonio, deje usted que le diga que Clotilde ha medido su posición por el valor de sus trajes, y que us- ted la ha engañado dándola seda por percal.

DON RAMÓN.

Algo puede haber de verdad en ello: pero

42 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑO R RAMO N .

No he concluido. Ya que supone usted que Antonio olvi- daría todos los lazos que á le unen por cambiar de po- sición, no extrañe usted que en justo desquite, suponga yo que Clotilde tampoco le ama á usted y que trocaría sus be- sos por un puñado más de oro con que comprarse blondas.

DON RAMÓN.

Señor Ramón, eso no es verdad.

SEÑOR RAMÓN.

Y por último, señor magistrado, ya que mi periódico dice que todos somos iguales ante la ley, no se divierta usted en hacerme añicos el corazón sin que también le alcance á usted alguna cuchillada.

DON RAMÓN.

Acaba usted de tocarme la fibra más sensible, la de la rectitud y la justicia. íntima, inmensa es la amistad que nos une, y francamente , no quisiera que la perdiésemos, más que todo, porque para usted las teorías están demás, y quedaría sin convencerse de su error.

SEÑOR RAMÓN.

Enséñemelo usted prácticamente.

DON RAMÓN.

Pues bien, ya que todos somos culpables y necesitamos correctivo , voy á aprovechar este momento de vértigo, pues de otro modo me seria imposible, para probarle á us- ted con hechos prácticos que la educación forma una se- gunda naturaleza, que sólo se satisface con los recursos que de ella misma dimanan.

ACTO PRIMERO. 43

SEÑOR RAMÓN.

¿Qué quiere usted hacer?

DON RAMÓN.

Valerme de mi exacerbación para batirnos frente á frente como... como dos padres. ¿Quiere usted que nos someta- mos á la prueba? ¿Confia usted en lo que yo haga?

SEÑOR RAMÓN.

¿Para convencerme de que mi hijo no se avergüenza de mí? Sí, señor.

DON RAMÓN.

Pues bien, vamos á pasar unas horas, sólo unas horas mortales; pero á todos nos reportará un inmenso beneficio.

SEÑOR RAMÓN.

Me asusta usted, Don Ramón.

DON RAMÓN.

Pronto, llame usted á su hijo. (Llamando.) ¡Clotilde, Clo- tilde!

SEÑOR RAMÓN.

(En el foro.) Tú, entra.

(Don Ramón está como vertiginoso y precipitando los sucesos por temor de retroceder. El señor Ramón le contempla con extrañeza.)

14 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ESCENA ÚLTIMA.

dichos. CLOTILDE v ANTONIO.

DON RAMÓN.

I Aparte, después de titubear un instante.) (Debe ser.) (Alto.) ¡Hijos, venid acá! Por razones que no podemos revelaros aún, ni son ahora del caso, entrambos habéis estado vi- viendo en un error.

TODOS.

¡Cómo!

DON R A M O N .

A todos nos será muy doloroso prescindir de antiguos y dulces hábitos, pero no hay más remedio. (Llevando á Clo- tilde á los brazos del señor Ramón.) Clotilde, este es tu verdadero padre.

CLOTILDE.

¡ All ! (Aterrada, mirando á Don Ramón, concluye por cubrirse el rostro con las manos.)

SEÑOR RAMÓN.

¿Qué?

DON R A M O N . ¡Antonio, hijo Illio ! (Abrazándolo.) ANTONIO.

¿Cómo? ¡ Usted !...

SEÑO R R A M O N .

(Aparte á Don Ramón.) Pero Don Ramón... esto... es muy duro.

ACTO PRIMERO. 45

DON RAMÓN.

(Descansando de la lucha y aparte al señor Ramón.) 'Ya está hecho.)

SEÑOR R A MO\. (Es que... esta lucha...; (Aparte á Don Ramón.)

DON R A M O N .

(Aparte al señor Ramón.) Se llama la lucha del error con la verdad. Adelante.

ANTONIO.

(Desde el momento de la revelación está ensimismado, como quien busca la explicación racional de lo que ocurre, y por último, adivi- nando la verdad , exclama aparte.) ¡Ah!... ¡Sí!... Todo lo com- prendo. Ahora yo.

FIN DEL ACTO PRIMERO.

ACTO SEGUNDO.

El teatro representa uno de los cuartos interiores de casa del señor Ramón. Puertas laterales y en el foro, algunos lienzos de la pared adornados con herramientas y útiles de carpintería. Casi en el centro del proscenio una camilla, con su mantel, vajilla ordinaria, dos cu- biertos de plata, una botella con vino, un jarro con agua, dos vasos. y un plato con aceitunas. El resto del mueblaje en perfecta armonía con el carácter general de la habitación.

ESCENA PRIMERA.

Clotilde, muy abatida, se encuentra sentada á un lado del proscenio, mientras Robustiana se ocupa en acabar de poner la mesa. Robustiana vestirá una saya de arpillera recogida atrás, un jubón con los brazos remangados, y un delantal de lienzo crudo. El resto de su tocado y su manera de hablar, trascenderán á la Alcarria; de modo que el conjunto sintetice una criada de siete pesetas mensuales.

CLOTILDE y ROBUSTIANA.

ROBUSTIANA.

A fe á fe que va usted á tener una comida que ni una princesa. ¡Yo no las cosas que ha traido el señor Ramón! Miste, solo de pluma son cuatro piezas, ¡y qué hermosas! La gallina quita un pesar : sus mantecas parecían las de un pavo. ¡Pues no digo nada de la ternera! todo sin hueso; cada magra es así, perdonando el modo de señalar. (Seña- lando la mano por la muñeca.) No, no ; lo que es para un dia que la convida á usted, bien ha echado la casa por la ventana.

48 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

CLOTILDE,

(Aparte.) (¡Un dia!)

ROBl'STI ANA .

¡Pero está usted triste! ¿La duele á usted algo?

C LO TI LDB .

No, Robustiana; estoy bien.

ROBUSTIANA.

Sí, sí, bien, y las lagrimitas se la caen sin sentir. ¿Es que su papá no la deja tener amores?

CLOTl LDE .

No. [Con indiferencia.)

ROBUSTIANA.

¿Es que no ha tenido noticias del novio?

CLOTILDE.

¡Robustiana!

R O B U S T I A N A .

Pues ello es algo. ¿Es que no la gusta á usted el arroz con almejas, que tenemos hoy?

CLOTILDE.

No insista usted en sus preguntas , porque todo será inútil.

ROBUSTIANA.

Miste, yo lo hago por su bien ; porque . pongo por caso, una no vale nada; pero á veces, puede servir de algo; y...

CLOTILDE.

Le agradezco á usted mucho su interés.

ACTO SEGUNDO. 49

KOBUSTIANA.

Pues no tiene usted masque decirme esto tengo, y yo...

CLOTILDE.

Cuando callo mis pesares , es porque no quiero que se sepan ; y aun cuando no fuese así, debe reflexionar que no iria á hacerla á usted confidente de ellos. Haga usted el fa- vor de dejarme sola.

ROBUSTIANA.

Oiga usted, ya me voy. ¡Pues no tiene pocos humos! ¡Después que una se mete en lo que no la importa por ha- cer un favor ! ¡Vaya! ¡Pues bien rico es también mi amo y no tiene á menos el contarme lo que le pasa todas las no- ches en la taberna!

CLOTILDE.

¡Robustiana!

ROBUSTIANA.

¡Ya me voy, ya me voy! (Aparte.) (¡Vamos! ¡el demonio de la mujer!)

ESCENA II.

CLOTILDE y Á poco ANTONIO.

CLOTILDE .

I Qué diferencia! (Llorando.) ¡Todo me parece un sueño; y sin embargo, es la desnuda realidad! Imposible va á ser- me soportar esta existencia. (Viendo á Antonio.) ¡Ah! ¡Él!

ANTONIO.

¡Sola! Duéleme lastimar su corazón ; mas no me es dado retroceder en mi camino. (Avanza lentamente hasta colocarse ante Clotilde, sin pronunciar una sola frase.)

4

50 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

CLOTILDE.

(Tras larga pausa.) Es la primera vez que una lágrima rueda por mi mejilla , sin que á contenerla acuda una palabra de consuelo.

ANTONIO.

¿Qué pena te aflige?

CLOTILDE.

Ninguna, tienes razón.

ANTONIO.

Cuando acabas de estrechar á un padre entre tus brazos; cuando debiera experimentar tu alma las más gratas emo- ciones del amor filial , ¿pedir palabras de consuelo á un hombre que tanto sufre, una mujer que también conoce lo egoísta que es el dolor?

CLOTILDE.

Antonio, si un sentimiento, que no puede caber en tí, te induce á acariciar la idea de unos nuevos lazos, yo protesto enérgicamente contra un proceder, que sin justificarse á mis sentidos, me hace añicos el corazón.

ANTONIO.

(Aparte.) Duda ; pero conviene que por ahora ignore la verdad. En los errores de todos ellos debo cimentar mi obra de regeneración.

CLOTILDE.

Respóndeme sin mentir. ¿Cuántos besos ha tenido tu boca para el que fué mi padre?

ANTONIO.

¡Clotilde!

ACTO SEGUNDO. 51

CLOTILDE.

Ninguno.

ANTONIO.

Tus frases envuelven una sospecha que no debieras abrigar.

CLOTILDE.

, en tanto que no me la destruyan.

ANTONIO.

¿Puedes suponer que nos abandonaran á las consecuen- cias de semejante revelación sin un fundamento lógico? ¿Con qué fin? Esto es más inexplicable que tus dudas. Si el silencio de nuestros padres no se rompe, debemos aca- tar los hechos por sumisión filial y por respeto á lo grave de la causa.

CLOTILDE.

¡ Ay ! Que no lloras con mis ojos , y la realidad parece mentira cuando no satisface nuestros deseos.

ANTONIO.

Sin embargo, todo conspira en corroboración de la ver- dad. El cariño que esos dos hombres se profesan, bien ha podido servir de tumba al profundo secreto con que hoy venimos á darnos la explicación de nuestras respectivas po- siciones ; recibiendo el beneficio de una educación á que nunca podias aspirar, dadas las condiciones de tu verdadero padre, y yo agitándome en la atmósfera que al abrazar al mió habia de constituir necesariamente mi natural ele- mento.

CLOTILDE.

Podrá ser cierto cuanto dices; pero nada veo, porque

52 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

miro con los ojos arrasados de lágrimas. Todo, todo lo he perdido en un momento.

ANTONIO.

¿Por qué?

CLOTILDE.

Porque respiro un ambiente que no es el mió; porque la costumbre me daba calor en unos brazos que en vano la naturaleza se empeña en sustituir; porque, ¿á qué ocul- tarlo? Ya no puedo aspirará tu cariño, cuando te amo más desde que, colocada en tu situación, alcanzo á comprender los sufrimientos de toda tu vida.

ANTONIO.

(Aparte y con satisfacción.) (Ya empiezo á recoger frutos. Adelante.) (Alto.) Dudas de mi amor y haces mal.

CLOTILDE.

(Llena de júbilo.) ¡Antonio! Piensa lo que dices, porque puedes hacerme mucho daño.

ANTONIO.

¿Has renunciado al tuyo por negarme tu mano hace unas horas?

CLOTILDE.

Nunca; pero olvida mis palabras; ignoraba lo que de- cía. ¿No me guardas rencor?

ANTONIO.

Tus sentimientos pueden ser en esta ocasión intérpretes de los mios.

CLOTILDE.

¿Cómo? Explícate.

ACTO SEGUNDO. 33

ANTONIO.

Que no es tan fácil destruir un afecto que ha crecido con nosotros, infiltrándose en nuestro ser para formar parte de nuestra propia naturaleza.

CLOTILDE.

I Ah ! No.

ANTONIO.

Que no puede olvidarse en un solo dia el último beso de la niñez con que el rubor colorea el primero de la pasión desuniendo dos inocentes labios para juntar dos corazones amantes. (Con mucha emoción.)

CLOTILDE.

Jamás.

ANTONIO.

Jamás, aunque las circunstancias nos impidan darnos el título con que el amor se sanciona.

CLOTILDE.

¡Qué!

ANTONIO.

Que el cariño no es la conveniencia. Las iras del ridículo son difíciles de contrarestar, y hay que transigir con el mundo.

CLOTILDE.

¡ Ah ! ¿Eres vengativo?

ANTONIO.

No, Clotilde.

CLOTILDE.

Entonces, ¿te domina el orgullo?

54 ÜUN RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ANTONIO.

( Muy poseído.) Es que el amor está hoy en razón directa de las jerarquías sociales, y los corazones cabalgan en el inflexible dedo con que la opinión pública señala nuestros actos. Es que la juventud, en vez de destruir los antiguos errores con nuevas ideas, es una planta parásita que ab- sorbe el jugo de la caduca sociedad, y piensa, juzga y obra con el corazón , el criterio y las preocupaciones de una ge- neración que se va.

CLOTILDE.

Tus palabras son hijas del despecho.

ANTONIO. ¡ Clotilde ! (Con agitación creciente hasta el fin de la escena.)

CLOTILDE.

i también me engañas !

ANTONIO.

No.

CLOTILDE.

Estáis de acuerdo todos.

ANTONIO.

¿Puedes creer?..

C LO TILDE.

Niégamelo.

ANTONIO.

Nada sé.

CLOTILDE.

Júramelo.

ACTO SEGUNDO. 55

ANTONIO.

Basta , Clotilde.

CLOTILDE.

No ; júramelo por nuestro amor.

ANTONIO.

Pero...

CLOTILDE.

Por el santo recuerdo de tu madre.

ANTONIO.

Silencio , vienen.

CLOTILDE.

(Aparte.) ( ¡ Ah! ¡ No me ama ! )

ESCENA III.

dichos y el SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN. ¡ Hijo , abrázame ! ( Echándose en brazos de Antonio.)

ANTONIO.

¡ Padre !

SEÑOR RAMÓN.

Así, así, fuerte. Caramba, que parecía que me faltaba algo por unas horas que no te he visto.

ANTONIO.

¡Es tan natural!

SEÑOR RAMÓN.

¿Verdad, hijo? Porque yo no puedo dejar de darte este nombre.

56 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ANTONIO.

Le asiste á usted un derecho de toda la vida.

SEÑOR RAM O N .

¡Yaya si tengo derecho! Pero déjame, déjame que te mire. Me parece que te veo después de un viaje muy largo, muy largo.

ANTONIO.

; Mi huen padre!

S E Ñ 0 B R A M O N .

(; Cómo se llena la boca llamándome su padre! ¡Y que aun diga don Ramón!...; 'Alto.; Otro abrazo. Antonio; otro.

(Se abrazan.)

CLOTILDE.

¡Dios mió! (Dejándose caer en una silla.;

ANTONIO. ¡Clotilde!... (Señalando á Clotilde.)

SEÑOR RAMÓN.

(Aparte.) '¡Pobre muchacha! (Alto.) Hija, bien puedes per- donarme; pero ya ves. tantos años juntos, y luego... el pri- mer dia que nos hemos separado... Pero no tensas celos; tu padre te quiere mucho, y ya verás cómo con la costum- bre del trato... (Aparte.) Xo sirvo yo para hacer de padre con hijos de otro.

CLOTILDE.

Xo se esfuerce usted en persuadirme; encuentro muy natural esa predilección.

SEÑOR RAMÓN.

Pues entonces, sécate los ojos y vamos á comer, que ya debes tener hambre.

ACTO SEGUNDO. 57

CLOTILDE.

No, gracias.

SEÑOR RAMÓN.

¿Porqué no comes con nosotros"? Anda, sí, hijo, quédate.

ANTONIO.

Con mucho gusto lo haría; pero usted mismo compren- derá que hoy no me es posible.

SEÑOR RAMÓN.

Es verdad, paciencia.

ANTONIO.

Yo entre tanto haré la lista de los ejemplares que tengo que mandar de mi discurso.

SEÑOR RAMÓN.

¿Y el mió?

ANTONIO.

Prometí que sería el primero, y aquí está. (Entregándole

uno que saca del bolsillo.)

SEÑOR RAMÓN.

Anda, anda, no han puesto los forros con grecas. ¡Y qué papel tan gordo! ¿Por qué no los han echado de ese que re- luce? Tampoco han dorado las hojas como te dije. ¡Pues hombre! ¿si habrán creído que eres algún pobreton?

ANTONIO.

No, padre; es que... yo no me acordé de advertirlo en la imprenta... Hasta luego.

SEÑOR RAMÓN.

¿ Pero es que ya te vas?

58 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ANTONIO.

Aquí á mi cuarto. (Vase.)

SEÑOR RAMÓN.

¡Ah! bien. (Aparte.) (¡Qué buen mozo es mi hijo!) (Contem- plándole.)

ESCENA IV.

CLOTILDE , el SEÑOR RAMÓN , Á poco DOÑA ALEJA , y DESPUÉS RORUSTIANA que entra y sale sirviendo la mesa según lo indica el diálogo.

SEÑOR RAMÓN.

Vamos, Clotilde, vamos; ten reflexión, ó vas á hacerme creer que te pesa el haber sabido que eres mi hija. Anda, sécate las lágrimas y á comer.

CLOTILDE.

No, deje usted. r.

SEÑOR RAMÓN.

Sí, en seguida te voy dejando. (Obligándola á levantarse.)

CLOTILDE.

Pero si...

SEÑOR RAMÓN.

Ven, que aquí hablaremos. (Llamando.) ¡Robustiana! la comida. (Ocupa el señor Ramón el sitio de la mesa que da frente al público, y Clotilde se deja caer en la silla que hay á la derecha de aquél.)

CLOTILDE.

(Aparte.) (Es imposible.)

ALEJA.

Según lo que he oido, llego á tiempo.

ACTO SEGUNDO. 59

CLOTILDE.

(Aparte.) (¡Ah!)

SEÑOR RAMÓN.

Hola, Aleja; adelántate, siéntate. ¿Quieres pizcar algo?

ALEJA.

(Sentándose ala izquierda del señor Ramón, separada un tanto de la mesa.) Gracias, Ramón; ¿pero y esto? ¡Clotilde por aquí!

SEÑOR RAMÓN.

(Turbado.) Esto es... que... que su papá me prometió de- jarla comer un dia conmigo, y... la tengo hoy convidada.

ALEJA.

¡Cómo! ¿á tu mesa?

SEÑOR RAMÓN.

Pues es claro. ¿Qué tiene eso de particular?

ALEJA.

No, nada. (Aparte.) (Buen convite va á tener la pobre niña...)

SEÑOR RAMÓN.

En cambio Don Ramón se me ha llevado á Antonio.

ALEJA.

¡Ah! ¿No come Anlonio?... (Aparte.) (Aquí pasa algo.)

SEÑOR RAMÓN.

(Se escancia un vaso de vino que apurade una vez: y desdoblando una servilleta muy tiesa se limpia con ella repetidas veces, teniendo pre- sente dejarla caer á menudo en el trascurso de la escena, y recogerla después de pisotearla, para que al poco rato tenga toda la apariencia de una rodilla.) Ea; la introducción.

60 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ALEJA.

Hombre, ¿y no te hace daño el beber antes de la comida?

S E Ñ O K I1AMON.

¡Cá! ¡Si todos los dias me zampo yo una botella! Me gus- ta ponerme asi alegrito cuando como; porque ¡qué demo- nio! bastantes penas tiene uno.

ALEJA.

Sí, bien hecho, bien hecho.

ROBUSTIANA.

(Con una cazuela que pone en la mesa.) A ver, ponga usted allí un plato para que no se ensucie el mantel.

ALEJA.

(Por las trazas de la criada, y aparte.) (Anda, hasta criados con librea.)

SEIS O II RAMÓN.

Huele bien. (Sirviendo en un plato y dirigiéndose á Clotilde.) Us- ted avisará, señorita Clotilde.

CLOTILDE.

Gracias; no me sirva usted, no tengo ganas.

se Ñon RAMÓN. Es arroz con almejas.

CLOTILDE.

No importa.

SEÑOR RAMÓN.

¿De veras? (El señor Ramón se pone á comer tomando las almejas con los dedos, dejando las conchas sobre el mantel, y bebiendo vino sin cesar.)

ACTO SEGUNDO. 61

CLOTILDE.

Sí, señor.

SEÑOR RAMÓN.

Pues que traigan el cocido.

CLOTILDE.

No, tampoco.

ALEJA.

(¡Pues señor, aquí pasa algo!)

ROBUSTIAN'A.

(Aparte.) El demonio de la remilgada! )

SEÑOR RAMÓN.

(A Robustiana.) Pues mira , tráete el estofado de perdices. De eso que comerá usted.

CLOTILDE.

Créame usted , no tengo apetito.

SEÑOR RAMÓN.

, sí; ya verá usted qué bien las hace ésta. Anda , Ro- bustiana , tráete las chochas.

ROBUSTIANA.

(Aparte.) ( ¡ Jesús ! ¡ Parece doña sin gustos ! ) ( Váse.)

ESCENA V.

dichos menos ROBUSTIANA.

SEÑOR RAMÓN.

Mi hijo llama á ese guiso su plato predilecto.

62 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ALEJA.

Sí, le tendrá aficcion. (Clotilde se sonríe.)

SEÑOR RAMÓN.

Mucha. Vamos, que ya se rie la señorita Clotilde: ¡gra- cias á Dios! Que tenia una cara más mustia... Así , así la quiero yo ver á usted. Aún tomará usted un poquito de arroz.

CLOTILDE.

No; se lo suplico á usted.

SEÑOR RAMÓN.

, SÍ. (Metiendo en la cazuela la misma cuchara con que come y disponiéndose á servirla arroz con elia )

ALEJA. (¡Chist! Espera, Ramón.) (Reparando en ello y aparte á Ramón.)

SEÑOR RAMÓN.

¿Qué?

ALEJA.

(Aparte á Ramón.) (Que sin duda distraído ibas á servir á Clotilde con la misma cuchara con que estás comiendo, y... no parece que está bien.)

SEÑOR RAMÓN.

(Titubeando.) Con la... sí... Pues mira, ha sido una dis- tracción.

ALEJA.

Por supuesto. Si sabrás tú...

SEÑOR RAMÓN.

Nada, distraído.

ACTO SEGUNDO. 63

ALEJA.

(Tomando el ejemplar que está sobre la mesa.) ¡ Hola ! ¡ El dis- curso de Antonio !

SEÑOR RAMÓN.

Sí; ya te regalaré uno.

ALEJA.

¡Ah! ¡es precioso! especialmente el final.

SEÑOR RAMÓN.

Aquello de «El hombre es perfectible.»

ALEJA.

Sí. (Volviéndolo á dejar sobre la mesa.)

SEÑOR RAMÓN.

Lo de memoria.

ALEJA. (Intencionalinente.) Ya, ya lo veo.

SEÑOR RAMÓN.

Di, ¿tú venias á cobrar el alquiler?

ALEJA.

Déjate, volveré otro dia.

SEÑOR RAMÓN.

Sí, porque ahora ya ves que estoy ocupado... (Reparando

en Clotilde que quiere servirse agua del jarro.) ¿Que quiere usted? CLOTILDE.

Un poco de agua , si me hace usted el favor.

64 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

¿Agua? ¡cá! vino, vino. (Toma la botella y la escancia medio vaso; Clotilde impide que lo llene.)

CLOTILDE.

Do veras; nunca le bebo.

SEÑOR RAMÓN.

Bueno; pero le va á usted á bacer daño. (Coge el vaso para tirar al suelo el vino por el lado de doña Aleja; ésta le contiene.)

A LEJA.

(Aparte á Ramón.) No, Ramón, espera; que distraído olvidas que cuando se come no se tira nada en el suelo.

SEÑOR RAMÓN.

En el... (Algo amostazado.) Si yo no le iba á tirar... ¡Pues hombre, si no sabrá uno lo que se hade hacer! ¡Vaya! (Echa el vino en su vaso y llena de agua el de Clotilde.) Tome usted, señorita.

ALEJA.

(¡Jesús! la está haciendo pasar las penas del purgatorio; y á unas se me van y otras se me vienen.) (A Ramón.) (¿Pero cómo quieres que beba la criatura, si la sirves agua en un vaso que tenia vino?)

SEÑOR RAMÓN.

(A Aleja.) ¡ Ah ! ¿También está mal hecho?

ALEJA.

( No ; es de muy buen tono. )

SEÑOR RAMÓN.

(¡Y es verdad que no bebe!) (A Clotilde.) Qué, ¿no tiene us- ted ya sed ?

ACTO SEGUNDO. 65

CLOTILDE.

Sí, señor; pero espero á... tomar algo.

SEÑOR RAMÓN.

(Aparte á Aleja.) ¿Ves cómo no era eso? (A Clotilde ofrecién- dole una aceituna que toma con los dedos y que manosea mucho.]

Una aceituna. ¡Qué hermosas son! Mire usted, mire usted esta que dura.

ALEJA.

(Aguarda, Ramón.)

S E Ñ OH RAMO N .

(¡Qué! ¿me he vuelto á distraer?)

No, sino que me parece mejor esta otra. (Tomando una con el tenedor y presentándosela á Clotilde.)

CLOT ILDE. (Aceptándola.) Mil gracias.

SEÑOR RAMÓN.

(A Aleja incomodado.) Ya que se pinchan con el tenedor, pero no lo he hecho por no m;inchar á la señorita , porque (Queriendo tomar una con el suyo y desparramándolas todas.) ¿ves? saltan. (Siempre me sucede lo mismo.) (Como indigna- do consigo propio.)

66 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ESCENA VI. dichos y ROBUSTIANA.

ROBUSTIANA.

A ver, haga usted el favor. (Introduciendo el plato de estofado por el lado de doña Aleja.)

ALEJA.

Voy á salir de aquí como una iglesia llena de lámparas. (Robustiana cofre por el borde la cazuela de arroz y la retira ; pero al servir las perdices, que lo hace al mismo tiempo con la otra mano, ladea el plato y vierte la salsa manchando los manteles y el discurso.)

SEÑOR RAMÓN.

Despacio, animal; ya me has manchado el discurso. (Lim- pia todo lo manchado con la servilleta.)

ROBUSTIANA.

¡Si están ustedes todos en un pelote!

ALEJA.

(¡Pohre servilleta!) (Nótase en el señor Ramón algún indicio de embriaguez.)

SEÑOR RAMÓN.

¡Si miraras lo que haces!

ROBUSTIANA.

i Pues buen cuidado tengo !

SEÑOR RAMÓN.

Chito.

ROBUSTIANA.

¡Vaya! (Coloca sobre la cazuela los platos sucios para retirarlos, sustituyéndolos con otros limpios que toma de una pila que habrá en la mesa )

ACTO SEGUNDO. 67

CLOTILDE.

(Después de mirar el suyo con prevención.) ¿Me querría usted hacer el favor de otro plato?

ROBUSTIANA.

Ese es limpio.

CLOTILDE.

Sí, pero...

ROBUSTIANA.

¿A ver que tiene? ¡Jesús! Por una miajica de nada... ¡Pues es usted poco asquerosa! (Tomando el plato.)

SEÑOR RAMÓN.

(Riñéndola.) ¡ Robustiana !

ROBUSTIANA.

La pitiminí esta...

SEÑOR RAMÓN.

(Tomándola el plato.) Traiga usted ese plato, insolente, y vaya usted á la cocina , si no quiere besar los hornillos de un bofetón. ¡Estamos bien! (Robustiana se va dando un respingo.)

ESCENA VIL

dichos menos ROBUSTIANA.

SEÑOR RAMÓN.

Perdone usted, hija, porque estas zafiotas no conocen la educación, ni por el forro.

ALEJA.

(Aparte.) (Pero en cuanto él la unas lecciones...)

68 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

i Digo ! Aun tiene grasa de ayer. (Limpiando el plato con su servilleta y ofreciéndoselo á Clotilde.) Vamos, ya está limpio.

ALEJA.

(Que ha estado siguiendo con la vista los movimientos del señor Ra- món , no pudiendo contenerse, se levanta cubriéndose la cara con las

manos.) Adiós, Ramoncito, adiós.

SEÑOR RAMÓN.

¿Qué es eso? ¿Qué repente te ha dado?

ALEJA.

Ninguno , que me voy.

SEÑOR RAMÓN.

No, no, con franqueza, si es que hecho alguna barbari- dad, dilo; ya que eres maestra de ceremonias.

ALEJA.

Pues bien. Sí, no puedo contenerme; acabas de cometer una indiscreción de las de mayor calibre.

SEÑOR RAMÓN.

¿Por lo del plato?

ALEJA.

Precisamente.

SEÑOR RAMÓN.

Me parece que lo he limpiado con la servilleta.

ALEJA.

Suponiendo que esté bien hecho, que no lo está, no es lo grave que lo hayas limpiado con la servilleta, sino que sea esta la servilleta con que lo has limpiado. (Tomándola y

ACTO SEGUNDO. 69

extendiéndola para poner de manifiesto las manchas.) Y franca- mente, convidar á tu mesa á una señorita, para darla en vez de convite una tortura, no creo que es obrar con pru- dencia.

SEÑOR RAMÓN.

¡Pues puede que se denigre!

CLOTILDE.

¡ Por favor ! (Suplicante.)

SEÑOR RAMÓN.

Está en casa de un hombre muy honrado.

ALEJA.

Siempre á vueltas con tu honradez, como si la honradez fuese patrimonio exclusivo de la ignorancia.

SEÑOR RAMÓN.

La amistad de su padre me da derecho.

ALEJA.

Ese es el error, que conoces y haces valer el derecho que te asiste á sentar en tu mesa á la hija de un amigo; pero ignoras el deber que tienes de tratarla con las consideracio- nes y la cortesía que su educación exige.

SEÑOR RAMÓN.

¡ Si llamas cortesía á esas monadas !

ALEJA.

¡Si llamas monadas á la cortesía!

SEÑOR RAMÓN.

Porque es asi.

70 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

Calla, blasfemo. Las conveniencias sociales y la educa- ción hacen adquirir insensiblemente al hombre nuevos há- bitos que concluyen por modificar hasta sus instintos, dentro de una nueva naturaleza.

S E Ñ O R II A M O N .

busca esto sano, (Por el corazón.) que lo demás...

ALEJA .

En fin, no nos podemos entender, nos separa un abismo insondable; pero es muy doloroso que cuando la clase hu- milde, á la que me honro de pertenecer, teniendo un fondo tan bello, podia aspirar á todas las consideraciones y respeto sociales, sin más que dar á su cabeza algo de lo que le sobra en el corazón, vea cercenados sus más legíti- mos derechos por faltar al cumplimiento de los deberes en que aquellos se cimentan.

SEÑOR RAMÓN.

No te entiendo.

ALEJA.

Pues más claro y en resumen, que para siempre será un crimen que el hombre se contente con ser bueno . mien- tras puede ser mejor. He dicho. (Váse.)

ESCENA VIII. CLOTILDE y el SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

Es decir, que de nada sirve el que uno sea hombre de bien si no sabe hacer media docena de farsas.

ACTO SEGUNDO. 71

CLOTILDE.

No es eso.

SEÑOR RAMÓN.

Que nada valen los buenos sentimientos, que importa poco que la madera esté podrida con tal de que la corteza nos disimule sus faltas.

CLOTILDE .

De ningún modo.

SEÑOR RAMÓN.

Pues explícamelo si sabes.

CLOTILDE.

Quiere decir que cuando los instintos son buenos ó están modificados, ya que no delitos, simples faltas corrige la educación.

SEÑOR RAMO N .

¿Cómo es, pues, que mi hijo no me ha echado jamás en cara ni la más insignificante"?

CLOTILDE.

Porque, ó le ha enmudecido el respeto, ó tiene una gran superioridad para dominar sus inclinaciones.

SEÑOR RAMÓN.

No, porque esto , (Por el corazón.) es hermoso en él, y aun- que nunca me ha llamado papá, sino padre, estoy seguro de que sin olvidar mi cariño, no le habrá negado á Don Ra- món las caricias ni el nombre que en vano estoy espe- rando de tí.

CLOTILDE.

¡Dios mió!

72 DUN RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

Y hoy que más lo ambiciono, que por verte á mi lado satisfecha y feliz daría lo que me pidieran, que he hecho todo cuanto para conseguirlo, porque parece que me haya jugado la vida en ello.

C L O T I L 1) E .

¡ Padre ! (Acercándose llorosa.)

SEÑO R RAMÓN.

No, eso es mentira.

CLOTILDE.

Y bien, ¿prefiere usted que le engañe? ¿Cree usted posi- ble que olvide en un momento todo mi pasado? ¿Es por ventura la de Antonio mi situación?

SEÑOR RAMÓN.

Pues puede que la envidies.

G L O T I L fi E .

¡Ay padre! que la salud no la aprecia más que el en- fermo, y usted no ha perdido la suya.

SEÑOR RAMÓN.

Pero mi hijo....

CLOTILDE.

Se agita en la atmósfera que constituye su verdadero elemento, y rota la valla que limitaba sus legítimas aspi- raciones, cede hoy al orgullo para rechazar mi amor, y no conservar acaso para usted más que un sentimiento de gratitud.

ACTO SEGUNDO. 73

SEÑOR R A M O X .

¡Mentira!... Mira, Clotilde, te perdono que no me ames, que me odies, todo menos lo que supones de mi hijo.

CLOTILDE .

¿Y cómo no creerlo si me desprecia, siendo el amor el único lazo que separa á los hijos de los padres?

SEÑOR R A M O X .

(Vertiginoso.) Puede que por venganza....

c: l o t i L d e . No, ensoberbecido.

SEÑOR RAMÓN.

¡Imposible!

CLOTILDE.

¿Pues por qué si yo dudo, á despecho de la naturaleza, no duda él?

SEÑOR RAMÓN.

¡Qué! ¿Antonio?

CLOTILDE.

Cree...

SEÑOR RAMÓN.

Basta.

CLOTILDE .

Ansia engañarse á propio.

SEÑOR R A M O X .

(Fuera de sí.) ¡ Clotilde !

CLOTILDE. (Aterrada.) ¡Ah!

SEÑOR RAMOX.

No puede ser. ¡Si me llamó su padre! (Serenándose.)

74 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ESCENA IX.

dichos y DON RAMÓN.

CLOTILDE.

(Corriendo á los brazos ríe Don Ramón y aparte ) ( ¡ All ! Papá de

mi alma, por lo que más ames en el mundo, llévame al instante de aquí, te lo suplico de rodillas. )

DON RAMÓN.

(Cálmate, hija mía; estás junto á mí, y puedes libre- mente dar suelta á tu quebranto.)

CLOTILDE.

(Pues bien, salgamos de esta casa y yo te explicaré.)

DON RAMÓN.

(Espera.) (Aparte.) (Hemos ido demasiado lejos, pero el deber de un padre es corregir los defectos de sus hijos.) (Alto.) ¡ Señor Ramón !

SEÑOR RAMÓN. (Secándose una lágrima.) ¡Eh ! ¿Qué?

DON RAMÓN.

Está usted lloroso. ¿Qué le pasa?

SEÑOR RAMÓN.

¿Qué quiere usted que tenga? (Buscando pretexto á su verda- dera aflicción.) Que no es nada grato para un padre que en- cuentra á su hija, el ver que á ésta no le satisface su cariño.

CLOTILDE.

¡Dios de mi alma!

ACTO SEGUNDO. 75

DON RAMÓN.

¡Qué! ¿Clotilde?...

SEÑOR RAMÓN.

Sí, señor, Clotilde me ha pagado con la más negra de las ingratitudes el amor con que ha sido recibida; y usted, usted solo sabe si yo tenia interés en que le fuesen agrada- bles mis brazos. Calcule usted lo que habré hecho para conseguirlo. Yo me he ido á la plazuela y he traído lo mejor que he encontrado para que nada echase de menos en la mesa; yo me he esmerado en todo, y no señor, de nada ha servido.

CLOTILDE.

(Llorando.) Ya le he dicho á usted... que la costumbre... el trato... modificarían el efecto de la impresión, pero que olvidar en un momento...

SEÑOR RAMÓN.

No, es que la educación te ha hecho esclava de las exte- rioridades, y el orgullo se te ha comido el corazón.

DON RAMÓN.

(¡Ah!) (Aparte.)

CLOTILDE. (Llorando.) Nunca.

SEÑOR R A M O N .

Y por recuperar los muebles y los cachivaches que te rodeaban, me dejarías ahora mismo.

CLOTILDE.

¡Oh!

DON RAMÓN.

Señor llamón, eso no es posible. (A Clotilde.) ¡Abandonar

76 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

á tu padre, cuando después de tantos años de silencio le estrecha entre sus brazos para llamarle por primera vez su hija!

CLOTILDE.

Ya no puedo más. ¿Y qué razón hay que justifique ese silencio? ¿Por qué si un dia habia de romperse, hacerme alimentar ilusiones que hoy veo desvanecidas? ¿Por qué, en fin, una vez roto, no darme la explicación á que con tanto derecho me juzgo? (Con mucha dignidad.)

DON RAMÓN.

(¡Eh!) (Aparte.)

S E Ñ O R RAMO N .

(Viendo que Clotilde se dirige á él.) Por... eso que lo diga Don Ramón.

DON R A M O N .

Si tú... (Titubeando.) la exiges, no... no se le puede ne- gar... pero para ello, tal vez tengamos que evidenciarle faltas que nos rebajan á tus ojos...

CLOTILDE.

(Humillada y dignamente.) Basta. Los padres son el Evange- lio de los hijos, donde una sola duda mataría la fe. No debo saber más. (Váse.)

DON RAMÓN.

(Aparte.) (¡Hija mia!j

SEÑOR RAMÓN. (Aparte.) (¡Hombre! ¡Me ha gustado!) (Con satisfacción.)

ACTO SEGUNDO. 77

ESCENA X.

DON RAMÓN y el SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

¿Lo está usted viendo , señor Ramón"?

S E Ñ O R RAMÓN.

Lo que yo veo es que me ha pillado usted de sorpresa, pues de otro modo no es posible que me hubiera usted hecho dar un paso tan atrevido.

DON RAMÓN.

Verdaderamente hemos obrado con precipitación expo- niéndonos á graves consecuencias: pero una vez dominado el efecto de la impresión, debemos ir adelante, porque el problema que tratamos de resolver, bien merece por su importancia un pequeño sacrificio.

SEÑOR RAMÓN.

Pero Don Ramón , es demasiado duro estar viendo llorar á una hija y no confesarle el engaño.

DON RAMÓN.

Clotilde es orgullosa, me dijo usted, y como en ello pu- diera haber algún fondo de verdad, quiero corregirla de este defecto, para que sepa apreciar mejor después lo que vale la educación y cuáles son sus límites.

SEÑOR RAMÓN.

Eso está bien hecho.

DON RAMÓN.

Algo daria ella por tener un padre acaudalado como yo

78 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

para satisfacer todos sus caprichos, me dijo usted también; y los hechos vienen á demostrarle, señor Ramón, por las lágrimas de mi hija , que todo el oro del mundo no basta á sustituir un átomo de cultura.

SEÑOR RAMÓN.

No, Don Ramón , lo que es con eso no estoy conforme; ella misma lo ha dicho bien claro. No es posible perder en un momento la costumbre de toda la vida.

DON RAMÓN.

¡Ay! ¡amigo mió! que nosotros en un momento de vér- tigo hemos dado este paso sin calcular que necesariamente nuestros hijos nos exigirían una explicación.

SEÑOR RAMÓN.

Sí, señor, ya lo sé.

DON RAMÓN.

Pero no ha reparado usted, sin duda, en que la exigencia ha partido de una mujer que ha apelado á ese último re- curso de imaginación antes de abandonarse al desaliento de una realidad que le es repulsiva.

SEÑOR RAMÓN.

No señor, no; lo ha hecho porque era natural que se le ocurriera esa duda.

DON RAMÓN.

Pues si tan natural lo encuentra usted, ¿cómo se explica, que siendo Antonio el más difícil de engañar, dadas sus condiciones de hombre y de jurisconsulto, no haya formu- lado aún la menor queja?

SEÑOR RAMÓN.

Porque... no se le habrá ocurrido.

ACTO SEGUNDO. 79

DON RAMÓN.

O porque teme provocar una explicación que no le satis- faga, y destruya el encanto de una posición que le halaga y que el misterio le da derecho á acariciar como legítima.

SEÑOR RAMÓN.

¡Don Ramón! (Exasperado.) Le advierto á usted que los sucesos de hoy, y la circunstancia de no haber comido apenas, han hecho que un poco que he bebido no me haya sentado bien; por lo tanto, haga usted el favor de no exas- perarme , porque sin querer puedo cometer alguna barha- ridad... y luego me arrepentiría.

DON RAMÓN.

Más que el arrepentimiento valdría la previsión.

SEÑOR RAMÓN.

(■Reprimiéndose á pesar suyo.) Mire usted , deshagamos lo he- cho y no tengamos un disgusto, Don Ramón.

DON RAMÓN.

Si, está usted convencido ya...

SEÑOR RAMÓN.

¡Ca! eso no señor.

DON RAMÓN.

Si es que teme usted someterse á la prueba...

SEÑOR RAMÓN. ¡Qué! (Indignado.)

DON RAMÓN.

Porque desconfía del resultado.

80 DON RAMÓN Y EL SENOK RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

¡Dudar yo de Antonio! Hombre, primero dudaría de Dios. Ahora soy yo quien dice « Adelante. »

DON RAMÓN.

Enhorabuena.

SEÑOR RAMÓN.

La herida ha de ser de muerte, porque la lucha es ter- rible.

DON RAMÓN.

Tanto, que es el resumen de las luchas sociales; y entre usted y yo estamos compendiando la historia de la huma- nidad.

ESCENA XI.

dichos y DOÑA ALEJA.

ALEJA.

(Desde el foro.) ¿Estorbo? ¡Señores!

DON RAMÓN.

(Aparte al señor Ramón.) (Disimulemos.)

SEÑOR RAMÓN.

(Aparte.) (¡Qué otra!) (Alto.) Adelante.

ALEJA.

Sentiría venir á interrumpir á ustedes.

DON RAMÓN.

Nada de eso, señora. Acaso mi presencia sea aquí la in- oportuna.

ACTO SEGUNDO. 81

ALEJA.

De ningún modo, puede usted oir lo que vengo á decir á Ramón.

SEÑOR RAMÓN.

¿Qué se te ofrece?

ALEJA.

Hombre, creo que antes he estado contigo un poco in- conveniente, y como el confesar un error no denigra, vengo á suplicarte que me dispenses aquel arranque involuntario de mi genio.

SEÑOR RAMÓN.

Si confiesas que me has faltado...

ALEJA.

Ramón , esa frase que yo he vertido parece de tan mal efecto repetida por tí...

SEÑOR RAMÓN.

Es que me faltaste.

ALEJA.

Pero...

DON RAMÓN.

Señores, aunque ignoro el motivo...

SEÑOR RAMÓN.

Todo ha sido que...

ALEJA.

(Interrumpiéndole.) Permítanos usted que le ocultemos la causa.

DON RAMÓN.

Respeto esa decisión. Iba á decir que ciertas discordias

6

82 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

no pueden tener cabida entre antiguos amigos , y ustedes, según creo, lo son.

se Ñon RAMÓN.

Mire usted, á los dos años de viudo yo, puso esta la ta- berna en la esquina.

DON RAMÓN.

Pues ya ve usted.

Y que nuestra amistad, aunque no cultivada por un trato constante, ha sido siempre sincera.

SEÑOR RAMÓN.

No digas eso, porque bien hubo una época en que no sa- liamos vivos ni muertos de tu casa Antonio y yo.

A l e i a .

(Sonriendo.) Ya, ; cuando los chicos se hacían corrococos y pensábamos emparentar.

n o N r a M o n .

¡Ah! Yo ignoraba!... Pues hubiesen hecho una deliciosa pareja.

A L E 1 A .

En honor de la verdad . no crea usted que dejaba de halagarme.

SEÑOR RAMÓN.

¡Yo lo creo! ¿Qué más hubieras querido?

k L E I A .

Hombre, me parece que la desventaja tampoco hubiera estado de tu parte.

ACTO SEGUNDO. 83

SEÑOR R A H O N

Pues que; ¿se te figura que yo hubiera dado mi consen- timiento?

ALEJA. ¿Por qué no? (Extrañada.)

SEÑOR RAMÓN.

¿Pero lo dices formalmente?

ALEJA.

Sí.

DON RAMÓN.

( Con alegría.) (Le presiento.)

SEÑOR RAMÓN.

Ja! ja! ja! (Riendo.) Vaya, vaya, que vosotros los que os remontáis asi como los globos, tenéis unas pretensiones! ¿Pues te parece á que yo iria hacer de Antonio todo un señor abogado, y darle la posición que tiene para que se casara con tu hija?

aleja . Pero...

SEÑOR RAMÓN.

¿Con la hija de una tabernera?

DON RAMÓN.

(Aparte.) (Ya está ahí.j (Doña Alejase reprime.)

SEÑOR RAMÓN.

Vamos, calla mujer, calla.

DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

Haciendo caso omiso de lo que otra tomaría por un in- sulto, debo decirte que si has hecho de Antonio un abo- gado, yo he hecho de mi hija una mujer virtuosa y per- fectamente educada para que todos la guarden respeto; y que en cuanto á he ganado como la subsistencia honradamente, con la ventaja sobre de no ignorar las conveniencias sociales.

SEÑOR R A JION.

Calcule usted (A Don Ramón.) el papel que haría el chico con sus buenas relaciones y con...

DON RAMÓN.

¿Tiene usted por ahí su periódico?

SEÑOR RAMO N .

¿Para qué?

DON RAMÓN.

Para que me leyera usted aquello de que todos somos ¡guales.

SEÑO R R A M O N .

¡Ah! Ya por donde va usted; pero en esta ocasión mal- dita la razón que tiene.

DON RAMÓN.

Huella usted sus principios.

SEÑOR RAMO N .

(Trabucándose.) No señor, porque mi hijo... No es que yo me oponga, sino que ya ve usted... sus conocimientos. Y luego Aleja.

ACTO SEGUNDO. 85

DON RAMÓN.

Usted divaga. Se trabuca.

SEÑOR RAMÓN.

¡Ca! á no me envuelve usted, no señor; porque lo cier- to es... (Excitado.)

DON RAMÓN.

Que usted desprecia las gerarquías sociales que no están á tiro de su mano, y promulga comodaticiamente las que consigo se relacionan.

SEÑOR R A M O N .

Es claro, usted con sacar cuatro palabrotas de esas que nadie entiende.... (Desconcertarlo. 1

DON RAMÓN.

No es culpa mia si usted las ignora.

SEÑOR RAMÓN.

No. si yo las entiendo; ¡vaya! Pero es el caso que...

I) O N R A M O N .

Que usted con su ignorancia ha insultado á una señora que sabe más que usted, cuando suya, y muy suya, debiera ser la honra de que ella se dignara aceptar esos lazos de parentesco.

SEÑOR RAMÓN.

Así, así, tuerte, ¡cómo se conoce que usted ve los toros desde la barrera! A fe que no diria usted eso si se tratara de un hijo suyo.

DON RAMÓN.

Lo mismo.

SG DON RAMÓN V EL SEÑOR RAMÓN.

SE ÑOH RAMÓN.

¿Lo mis...? ¡Ca hombre! ¡ca hombre! ¿qué había usted de decir?

1) 0 \ RAMÓN.

Siempre.

S B Ñ O B RAMÓN.

¡Pues! ¡Y con sus humos!

DON RAM O N . Señor Ramón. (Agriamente.)

SEÑOR RAMÓN.

(En un rato de fascinación.) Pues ea, Aleja, Antonio no es mi hijo.

I) O N R A M O N . A L E 1 A .

¡Qué!

SEÑOR RAMÓN.

Es hijo de este señor.

DON RAMÓN.

(Aparte.) Imprudente.

SEÑOR RAMÓN.

(Aparte ) (Que se las componga como pueda.)

A L E .1 A .

fAparte.) (¡Cosa más rara! Ahora me explico por qué Clotilde...)

DON UAMON.

Veo con disgusto que no se ha alimentado usted en pro- porción de lo que ha bebido y el alcohol ha hecho su efecto.

ACTO SEGUNDO. 87

SEÑOR RAMÓN. (Sobrecogido y aparte.) (¡Qué! ¿Será verdad?)

D O X RAMÓN.

Pero toda vez que usted imprudentemente ha revelado este secreto de familia , cuya explicación no nos es posible dar, señora...

A l E i a .

(Se sienta á la mesa y hojea el discurso de Antonio.) Yo respeto...

U O X R A M O X .

(Al señor Ramón.) Voy á cumplirle á usted la satisfacción que me ha pedido. Sepa usted que amándose entrambos, no dudaría un momento en bendecir esa unión: porque si usted erróneamente ha supuesto que la alcurnia de la persona influye en mí, debo decirle que sólo reconozco dos denomi- naciones en el orden gerárquico: luz, y oscurantismo; jor- naleros de la inteligencia y magnates de la ignorancia.

SEÑOR RAMÓN.

¡Basta, basta ya! Es demasiado sufrir. (Llamando.) ¡Clo- tilde! ¡Antonio !

1) o N r a m o x . ¿Qué va usted á hacer?

SEÑOR RAMÓN.

Quiero respirar.

00 X RAMÓN.

¿Le faltan á usted las fuerzas?

SEÑOR R A M O X .

He dicho adelante, y lucharé hasta sucumbir.

88 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ESCENA XII.

dichos, CLOTILDE y ANTONIO.

SEÑO R A M O N .

Hijos, acercaos. Aquí estamos sufriendo todos un tor- mento infinito, y siquiera por caridad debernos darnos algún consuelo.

TODOS.

¿Qué?

SEÑOR RAMÓN.

Que la situación es violenta, que poco á poco nos será menos sensible el cambio, y que callando todos lo que sa- bemos, decidimos volver á recobrar nuestros lazos antiguos.

C L O T I h D E .

¡ Ay ; sí, sí, papá de mi alma !

ALEJA.

(Aparte.) ( ¡Es incomprensible esto! )

DON RAMÓN.

¿Ve usted toda la elocuencia de esa alegría? (Al señor Ra- món por su hija.)

SEÑOR RAMÓN.

(Aparte á Don Ramón.) (Es natural... la costumbre... Verá usted mi hijo. )

DON RAMÓN.

(Aparte.) (No ve. )

SEÑOR RAMÓN.

Antonio, mis brazos te esperan.

ACTO SEGUNDO. 89

ANTONIO.

(Voy á herir su corazón , pero es preciso. )

S E Ñ O R RAMO N .

(Asombrado.) ¿Qué eseso? ¿callas?

ANTÓN I O.

¡Padre!

S E Ñ O It R A M O N .

Pronto.

ANTONIO.

Mi gratitud, mi reconocimiento hacia usted serán eter- nos; pero los vínculos que acabo de estrechar son indes- tructibles.

SEÑOR R A M O N . ¿Qué"? (Vertiginoso.)

ANTONIO.

El deber de un hijo es no abandonar á su padre.

S E Ñ O R R A M O N .

(Llorando.) Pero si tu padre no es...

DON RAMÓN.

(Aparte á Ramón.) ( Silencio , desgraciado. (Todos contemplan absortos la escena.)

SEÑOR RAMÓN.

Es decir, que de nada sirven los afanes de toda la vida, los desvelos de mi cariño , los sacrificios que tan á gusto llevé á cabo por labrar tu corazón para , para solo. ¡ Oh ingratitud ! ¡ Oh perfidia ! ¿Y estos son los hijos, este es el pago que nos dan en la vejez?... (Fuera de toma de la mesa un cuchillo, y se avalanza á Antonio esgrimiéndole.) ¡ Miserable ! (Todos le contienen.)

90 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

C LOT I LDB.

¡Padre!

A L K I A .

¡ Ramón !

,\ n ton i o.

¡ Ah !

I) O N I! A M O N .

¡No!

(Estas cuatro exclamaciones deben decirse simultáneamente.)

SEÑO R R A M O N .

(Sin querer mirarle.) Vele, idos; dejadme solo. DON RAMÓN.

(Llevándose. á Antonio.) Antonio, ¿qué has hecho?

A NTON LO.

(Aparte á Don Ramón con intención.) Dentro de poco lo sabrá usted.

DON RAMÓN.

¡ Hija! (Indicándole que le siga.)

" C L O T I L D K .

Mi puesto está aquí.

DON RAMÓN.

Vamos. (Obedece lo que su hija decide, y tomando á Antonio de la mano, gana con él el foro.)

ACTO SEGUNDO. 91

ESCENA ÚLTIMA.

EL SEÑOR RAMÓN en la silla que ocupó Doña Aleja en la escena IV. CLOTILDE en el centro de la mesa, Y DOÑA ALEJA á su derecha.

SEÑOR RAMÓN.

¡ Se olvida de mí! ¡ me deja! ¡ Yo me ahogo, me ahogo !

(Clotilde va á dar al señor Ramón un vaso de agua, pero Aleja se anti- cipa y le presenta uno con vino, que Ramón toma. )

ALEJA. Toma , bebe. (Le observa mucho, porque se propone un fin.)

SEÑOR RAMÓN.

iHecho un mar de lágrimas.) ¿Con que es decir que la voz de la naturaleza es muda, que le aleja de la soberbia, que me le roba el orgullo?

ALEJA.

No , Ramón; le separas de tu lado. SEÑOR R a m o n .

¿Yo?

Tú, cuyos hábitos no son los suyos ; , que al sacarle á volar á otro espacio, no has remontado tu vuelo para se- guirle de cerca ; tú, que envuelto en la corteza de la hon- radez, no lias dejado paso á los pequeños detalles de la forma, que como un abismo insondable te dividen de tu hijo; tú, en fin, que de memoria recitas este fragmento sin encontrar en él mas que un juego de palabras. (Aleja lee

92 DON RAMÓN V EL SEÑOR RAMÓN.

el último párrafo del discurso de Antonio. El señor Ramón, conmovido, indica con su fisonomía que por vez primera aprecia su intención; y Clotilde, espiando sus movimientos, deja correr su llanto.)

« El hombre es perfectible, y su perfección la meta á que deben converger todas sus aspiraciones como cumplimiento de su misión sóbrela tierra. Destruyanse los malos instin- tos al calor de la educación social, y yo os prometo que los códigos morirán de inacción. Vea yo convertidos en escue- las todos esos templos donde se rinde culto á la embria- guez, y os juro que la pena de muerte correrá avergonzada á sepultarse en el panteón de los anacronismos. Porque reasumiendo: tal es el dominio de la inteligencia sobre la ignorancia . que los libros, vistiendo la honrosa toga de la magistratura . forman los tribunales donde se analiza la gota de vino que rebosa al fermentar en el cerebro: (El señor Ramón mira con horror el vaso que tiene en la mesa.) gota que acaso es la única capaz de dirigir la mano del más gro- sero de los criminales . y á quien (El señor Ramón se fija en el cuchillo que aún lleva en la mano.) la ley señala también con el más denigrante de sus dictados. ¡El parricida!» (El señor Ramón desde que se fijó en el cuchillo , deja el vaso sobre la mesa y va levantándose sobre la silla, contemplando el arma con febril ansiedad, y al oir « ¡ El parricida! » la arroja de con vertiginosa repulsión.)

SEÑOR RAM O N .

¡El parricida! ¡Si! ¡yo! (Se le ve tragar con dificultad: Doña Aleja le brinda de nuevo con el vino mirándole de hito en hito.)

Bebe. bebe.

u:.\'OR r a mon.

(Toma el vaso, y al llevárselo á la boca le mira, le rechaza, y anepado en llanto y suplicante dice á Aleja.) No , ¡ agua , agua ! ( Aleja le da el vaso de ac'ua.)

ACTO SEGUNDO. 93

CLOTILDE. ¡ Padre ni i o ! (Echándose en sus brazos.)

ALEJA.

(En colmo ríe la alegría y esU'echánrlole las manos.) ¡ Bien , Ra- món ; bien ! Ya vas comprendiendo lo que es un eclipse.

FIN DEL ACTO SEGUNDO.

ACTO TERCERO.

La misma decoración que en el primero.

ESCENA PRIMERA.

DON RAMÓN.

Allí está mudo y reflexivo. Es natural; su conciencia se rebela contra su conducta, que no obstante de lisonjear mi amor propio, me entristece porque me hace descubrir una verdad desgarradora . que el orgullo es su sentimiento que obedece á la menor pulsación de su fibra, y del cual hacemos tributarias á las demás manifestaciones de nues- tra sensibilidad. Esta situación es insostenible; á propio me hace daño, y es fuerza ponerle término en gracia si- quiera de ese desventurado padre víctima de sus errores. ¡Ah! ¡él! con mi hija!

ESCENA II.

dicho, CLOTILDE v el SEÑOR RAMÓN, que entran muy abatidos; éste enjuga una lágrima que se le salta al entrar.

DON RAMÓN.

¡Vamos, señor Ramón!

96 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

No, deje usted, no es nada; sino que al entrar aquí me lie acordado de lo feliz que era hace unas horas, y sin que- rer se me han saltado las lágrimas. (Dominándose.) Ea, ya pasó.

DON H A M O N .

Crea usted que, á poder evitar su llanto, lo haría á costa del mayor sacrificio.

SEÑOR RAMÓN.

Lo creo, Don Ramón, lo creo; pero qué hacer... las cosas deben tomarse conforme vienen, y en las penas, en las aflicciones es cuando se ve la grandeza de alma.

D O N R A M O N .

¿Y á qué hacer ahora ese alarde que usted calilica de su- perioridad, cuando el dolor está pugnando por asomarse á los ojos? Llore usted, hombre, llore sin avergonzarse, y ali- vie de ese peso al corazón.

SEÑOR RAMÓN.

(Llorando.) Pues bien, señor, tengo herida el alma; y aunque el llanto no consuela, al menos desahoga.

CLOTILDE.

(Al señor Ramón.) Padre, padre, salgamos de aquí ; yo debo oponerme á los designios de usted.

DON RAM O N .

¿Cómo?

SEÑOR RAMÓN.

Nunca.

ACTO TERCERO. 97

CLOTILDE

Trata usted de imponerse un nuevo martirio obligándome á cometer una falta que nunca me perdonaría.

DON RAMÓN.

¿Pero qué es ello?

CLOTILDE .

Que soy harto débil para someterme á tan duras pruebas; que mi razón se extravia en averiguación de una conducta que cuadre á mi situación; que decidida á cumplir con los deberes que la naturaleza me dicta, se me niega hasta el derecho de enjugar unas lágrimas que yo misma he pro- vocado ; que esta lucha , en fin, es inhumana y voy á vol- verme loca.

d o n R a M o N .

Por favor, hable usted ó hablo yo.

SEÑOR RAMÓN.

Don Ramón, si un hombre que se llamó mi hijo, por quien he velado veintitrés años, con quien he compar- tido todas mis alegrías, y á quien he callado todos mis pe- sares, me rechaza hoy, y es desgraciado por causa mia, según dicen ustedes, no quiero que sean dos á maldecirme. A un poco más de pena, no me ha de matar. Déjenme pues sufrir solo, devolviéndole á usted esta pobre criatura que será muy feliz á su lado,

D O N RAMÓN.

¡ Señor Ramón !

C L O T I L D E .

Padre, no le comprendo á usted. ¿Me llama su hija y quiere que le abandone en medio de su amargura? ¡ Sufre usted por la decepción de un hombre á quien sólo le liga-

98 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ban los vínculos de la costumbre, y me rechaza espontá- neamente á mí, ala única que tiene derecho á exigir de usted cariño! Dios me perdone la duda ; pero usted no es mi padre.

SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

¡Clotilde!

CLOTILDE.

Aquí se abusa de mi sumisión haciéndome víctima do un engaño incomprensible.

SEÑOR RAMÓN.

No, sino que... Pues bien, sábelo...

CLOTILDE.

¿Que?

DON RAMÓN.

(interrumpiéndole.) Retírate, Clotilde; déjanos solos un instante.

CLOTILDE.

No, hablen ustedes, por favor. (Con ansiedad.)

DON RAMÓN.

Más tarde, vete. (Aparte al señor Ramón.) (Ayúdeme usted.) SEÑOR RAMÓN.

Sí, luego...

CLOTILDE.

Es que ..

SEÑOR RAMÓN.

Basta, te lo manda tu padre.

ACTO TERCERO. 99

CLOTILDE. ¡Oh! (Cediendo al tono imperativo del señor Ramón.)

DON RAMÓN.

No, tu padre te lo suplica. (Besándole la frente con ternura.)

CLOTILDE.

i Ay ! ( Reprimiendo un grito de alegría al comprender la ver- dad , y besando sin ser vista del señor Ramón las manos de su padre.) Ya soy feliz , obedezco. (Aparte á Don Ramón.) ( Te has ven- dido , te has vendido. ) (Vase.)

ESCENA III.

DON RAMÓN y el SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

Ya lo está usted viendo, señor Ramón, las sospechas cunden, la situación es cada vez más difícil , y á mismo me es violento sostenerla.

SEÑOR RAMÓN.

Mire usted , yo no veo más , sino que en pocas horas he perdido mi reposo y todo lo que más amaba en el mundo.

DON RAMÓN.

Pues bien, ya que está usted convencido de su error y suficientemente castigado, confesemos la verdad, y...

SEÑOR RAMÓN.

Poco á poco. ¿De qué me ha convencido usted?

DON RAMÓN.

Señor Ramón, es usted incomprensible.

100 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

Lo incomprensible es la conducta de usted, que por cor- regir el orgullo de Clotilde me expone á quedarme sin mi hijo, echando mano de una estratagema que no á qué ha venido.

DON RAMÓN.

Dígole á usted que nos hemos lucido con nuestra obra, si después de tantos sinsabores no hemos de recoger el fruto.

SEÑOR RAMÓN.

Aquí no hay más fruto, sino que usted le negó á Antonio la mano de Clotilde.

DON RAMÓN.

Distingo. No se la negué ni se la concedí. Ella fué la que en virtud de mis observaciones rehusó dar una contestación definitiva.

SEÑOR RAMÓN.

Y toda esa farsa ¿para qué? ¿para probarme que no tiene nada de extraño que mi hijo me rechace?

DON RAMÓN.

Precisamente.

SEÑOR RAMÓN.

¡Ca, hombre ! pues si eso no tiene viso de fundamento.

DON RAMÓN.

Entonces no comprendo por qué se afligió usted tanto no hace mucho.

SEÑOR RAMÓN.

¡Toma! me afligí, porque me ponía en el caso de que pu- diera ser verdad; pero bien pensado...

ACTO TERCERO. 101

DON RAMÓN.

¿Qué?

SEÑOR RAMÓN.

¿Qué ha de hacer el chico si le dicen que usted es su padre? ¿Le ha de volver las espaldas? No, le seguirá , aun- que allá en el fondo de su corazón lo sienta.

DON RAMÓN.

¿Es decir, que no cree usted que lo hace porque le halaga?

SEÑOR RAMÓN.

Hombre , eso no se le pregunta nunca á un padre.

DON RAMÓN.

Entonces, si no está ensoberbecido, si no es que lo mejor lo considera como lo más bueno, y según supone usted se limita á cumplir con el deber natural, ¿aceptará gustoso la mano de Clotilde considerándola hija de usted?

SEÑOR RAMÓN.

Puede que la rechace por venganza.

DON RAMÓN.

No, no; salvado el inconveniente del despecho.

SEÑOR RAMÓN.

Es que...

DON RAMÓN.

Concretémosla cuestión. ¿Cree usted que el hijo de Don Ramón el magistrado, accederá sin resistencia á casarse con la hija del señor Ramón el carpintero?

SEÑOR RAMÓN.

Pero sin titubear, usted se ha figurado que á mi hijo se le come el orgullo. Y ha de saber usted que yo...

102 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

Nada, nada, á usted hay que darle las cosas mascad i las. Va usted a pedirle su mano para Clotilde, y si no se opone, le hago á usted concesión de cuantos derechos le la gana de exigirme.

SEÑOR RAMÓN.

Pues prepárese usted á perder.

DON RAMÓN.

Pero si ocurriese lo contrario, ¿confesará usted que su error es manifiesto y me otorgará la razón?

SEÑOR RAMÓN.

¡Oh! si así fuese... le mata...

DON RAMÓN.

¿Qué?

SEÑOR RAMÓN.

No, me moriría de pena.

DON RAM ON.

Pues no más dilaciones, acahemos.

SEÑOR RAMÓN.

Sí, pero para siempre.

ESCENA IV.

dichos y DOÑA ALEJA.

DON RAMÓN.

(Aparte viendo á Aleja.) ( ¡ Ah ! )

SEÑOR RAMÓN.

'Aparte) (Esta mujer parece mi sombra.

ACTO TERCERO. 103

ALEJA.

Señores, dispénsenme ustedes si les interrumpo; pero testigo de una escena que hubiera querido evitar , me veo en la precisión de tomar parte activa en el asunto.

DON RAMÓN".

Su intervención de usted es siempre oportuna.

ALEJA.

Se trata de una confidencia hecha por Clotilde, cuya re- velación puede ser nuncio de algún lenitivo ásus pesares. Clotilde que ama á Antonio con la fe y el entusiasmo de la pasión primera, ve marchitarse hoy sus ilusiones ante la indiferencia glacial del hombre que ayer la tuvo por dueño de su albedrío.

¿Qué? Prosiga usted.

SEÑOR RAMÓN.

DON RAMÓN.

ALEJA.

Tan profundo desengaño, unido á su situación excepcio- nal, le ha sumido en tal abatimiento, que temo por su sa- lud si ese hombre no la restituye lo que es el alimento de su alma. ¡Pobre niña!

DON RAMÓN.

Ofrezco á usted exigir á Antonio estrecha cuenta de su conducta; pero desearia conocer, si usted la sabe, la causa que ha influido en su determinación.

(Mirando al señor Ramón, este le contempla con estrañeza.)

ALEJA.

Duéleme herir la susceptibilidad de un padre.

104 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

DON II A M O N .

No importa.

ALEJA.

Sin duda su repentino encumbramiento.

SEÑOR RAM O N .

¡Cómo!

ALEJA.

Ha ofuscado su razón y ensoberbecido....

SEÑOR RAMÓN.

¡ Mentira !

ALEJA.

¿Qué?

SEÑOR RAMÓN.

Le be criado yo, y conozco á fondo sus sentimientos.

ALEJA.

Sin embargo, la escena de hace poco en tu casa, parece que ratifique mi opinión.

SEÑOR RAMÓN.

Mira, Aleja, si es venganza por lo que te dije antes sobre sus amoríos con tu chica, te advierto que esta ocasión no es...

A l e i a .

Ramón, no soy tan pobre de espíritu; sino que la conse- cuencia del cambio de posición es natural.

SEÑOR RAMÓN.

Pues no le encontrabas á Antonio esos defectos no hace mucho.

ACTO TERCERO. 103

ALEJA.

Explícate.

SEÑOR RAMÓN.

Cuando Don Ramón se brindaba á ser tu consuegro.

ALEJA.

¡Jesús! ¡Puede que creas!...

SEÑOR RAMÓN.

De menos nos hizo Dios.

ALEJA.

Ciertamente, este caballero me hacia un honor que estoy muy lejos de merecer.

DON RAMÓN.

¿Oye usted, señor Ramón"? ¿Pues no dice?...

SEÑOR RAMÓN.

(Turbado.) Sí, sí, ya lo he oido.

DON R A M O N .

Hoy señora, somos todos acreedores á los mismos de- rechos.

ALEJA.

Permítame usted que le arguya; pero entre su posición y la mia hay una distancia que, por mi parte, seria temerario saltar.

DON RAMO N .

¿Pero no oye usted, hombre?

SEÑOR RAMÓN.

Sí, señor , ya oigo.

106 DON RAMÓN Y KL SEÑOR RAMÓN.

ALEJA.

Y aun cuando usted se dignase descender hasta mí, yo me vería en la precisión de rechaza r su honroso ofrecímien lo.

SEÑOR RAMO N .

¡Cómo! ¿Por qué?

A L B I A .

(Al señor Ramón.) Porque siendo Antonio hijo tuyo, la ar- monía era perfecta, los chicos podrían ser felices; al paso que y yo no teníamos porque hacer la historia de nues- tros antecedentes. Pero al entrar en la familia de Don Ramón....

SEÑOR RAMÓN.

¡Qué! ¡Pues puede que valga más que la mía!

ALEJA.

Hombre, eres muy honrado, muy bueno; pero entre hacer un balcón ó fallar una causa....

SEÑOR RAMÓN.

Todo es trabajar.

ALEJA.

Convengo: sólo que un carpintero se hace en dos años, y un abogado cuesta trece ó catorce.

SEÑOR RAMÓN.

Eso no es razón.

DON RAMÓN.

Efectivamente, yo opino como mi tocayo.

ALEJA.

¿Pero dejarán ustedes de convenir en que la forma seria

ACTO TERCERO. 107

más homogénea entre nosotros dos? (Por el señor Ramón y ella.) Al casarse los muchachos, es lo natural que nuestro trato fuese muy íntimo, y hasta tal vez que habitásemos bajo el mismo techo. Pues si en mis contertulios de antaño, miro unos hombres de bien, de cuya amistad no debo prescindir por la sola razón de saber algo más que ellos, ¿cómo es po- sible que mientras usted recibía al Regente, al Gobernador, ó al General H. y se ocupaban de asuntos de estado ó de jurisprudencia, me empeñase yo en hacer armonizar con ellos al tío Gazapo, ó á Juana la Pelucona?

SEÑOR RAMO n .

Puede que esos valgan más que los otros.

DON RAMO N .

¡Ah! señora. Ya no hay gerarquías. Ni la inteligencia ni la educación sirven para estos señores, que tan lastimo- samente confunden los derechos individuales con los dones del Espíritu Santo.

SEÑOR RAMÓN.

Ya ha salido usted con sus palabrotas, ya hemos acabado.

(Tratando de irse.)

DON RAMÓN.

Venga usted acá á defender sus teorías.

SEÑO R RAMÓN.

Yo no lo que son esas cosas: pero digo que Aleja no tiene razón en no querer emparentar con usted y con- migo. Tanto vale uno, como otro. ¡Ea! voyá llevar esta silla á la cocina. (Tomando la de enea que liay delante del balcón.)

ALEJA.

(Deteniéndole.) Espera, hombre práctico. ¿Esta silla no es para sentarse?

108 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

S B Ñ O R B A M O N .

Sí.

ALEJA.

¿Está útil? ¿Está limpia?

SEÑOR RAMÓN.

Sí.

ALEJA.

Pues ¿por qué te la quieres llevar?

SEÑOR RAMÓN.

¡Bonito papel baria entre todas esas tapizadas!

ALEJA.

¡Ab! Pues por eso rae opondría á emparentar con el se- ñor Don Ramón ; porque yo, entre los suyos, no baria otro papel que el de la silla de enea.

DON RAMÓN.

¡Silencio! Antonio viene. ¡Clotilde! (Llamando.)

SEÑOR RAMÓN.

¡Ali! Tiemblo verle junto á mí.

DON RAMÓN.

(Aparte al señor Ramón.) ¡ Adelante !

SEÑOR RAMÓN.

(Resuelto.) ¡ Adelante !

DON RAMÓN.

Pues á consumar la obra. (Haciendo que el señor Ramón tome de la mano á Clotilde.)

ACTO TERCERO. 109

ESCENA ÚLTIMA.

dichos, CLOTILDE v ANTONIO.

ANTONIO.

(Aparte.) (Esperemos.)

SEÑOR RAMÓN.

(Aparte.) (Valor.) (Alto á Antonio.) Señorito... Antonio...

ANTONIO.

¿Me cree usted, por ventura, indigno de más cariñoso nombre?

SEÑOR RAMÓN.

No lo aún. Si el amor que hasta hoy ha profesado us- ted á Clotilde , no se ha borrado en un momento como se ha borrado otro que tenia más profundas raíces; si per- dona usted la ofensa que insensatamente le ha inferido esta mañana ; si la pasión que por usted la devora satisface sus aspiraciones, conteste usted á este pobre viejo que viene á pedirle con su mano la salud de su hija, que es lo único que le queda en el mundo.

ANTONIO. ¡Señor Ramón ! (Haciéndose una resolución.)

SEÑOR RAMÓN.

(Aparte.) (¡Ah!)

ANTONIO.

No debe usted dudar de mi cariño por Clotilde. La amo como siempre.

SEÑOR RAMÓN. (Aparte á Don Ramón.) (¿Oye usted?)

110 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ANTONIO.

Poro me os imposible llamarla mia.

CLOTILDE.

(Aparte.) (¡Cielos!)

DON RAMÓN. (Aparte al señor Ramón.) (Oiga usted.)

SEÑOR RAMÓN. ¿Y... porqué? (Con ansiedad.)

ANTONIO.

Porque hoy no me pertenezco á solo; estoy unido á mi padre, cuya posición me impone deberes que, aunque penosos, quedo obligado á satisfacer.

DON RAMÓN.

(Aparte al señor Ramón.) (¡He triunfado !)

SEÑOR RAMÓN.

¡ Me abandonas, me rechazas, te avergüenzas de ! ¡ In- fame! Yo humillaré tu soberbia. Has edificado tu orgullo en el aire. Sabe que todo ha sido una farsa.

ALEJA.

¿Qué"?

CLOTILDE. ¡ Ah ! ¡ Padre mió ! (Abrazando á su padre.)

SEÑOR RAMÓN.

Tú, eres mi hijo; sí, el hijo del carpintero Ramón, que en mal hora te separó de su lado, sembrando cariño para cosechar vanidades é ingratitudes. Y ahora mismo vas á quitarte esa levita, que yo haré añicos, para que, con la

ACTO TERCERO. 1 1 1

sierra en la mano, aprendas en el taller á fundar la sober- bia en el sudor de tu frente, derramándole tan copioso como el desventurado padre de quien reniegas.

DON RAMÓN.

Calma, señor Ramón. Cumpliéronse mis profecías.

SEÑOn RAMÓN.

(A Antonio.) Baje usted esa cabeza.

ANTONIO.

Nunca; porque puedo llevarla muy erguida.

TODOS.

¡ Cómo !

ANTONIO.

¿Hoy, por ventura, se engaña impunemente á la juven- tud? No, padre mió. Le he dado á usted el primer disgusto de mi vida, por ayudarles á ustedes á plantear ese oscuro problema que aquí vamos á resolver.

SEÑOR RAMÓN.

¡Qué! ¿Tú sabias...?

ANTONIO.

Todo.

DON RAMÓN.

¿Tú?

SEÑOR RAMÓN.

¿De modo, que me amas?

ANTONIO.

¡Padre! Con toda mi alma. (Abrazándole.)

112 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

SEÑOR RAMÓN.

¡Antonio! (Respirando.) ¡ Ah ! ¡Ya no me muero nunca!

DON RAMÓN.

Ha 1)1 a, di.

ANTONIO.

Acaso hiera alguna susceptibilidad, pero ante la impor- tancia de la idea nada significan las personalidades. Padre, hay en nuestra sociedad una clase que usted simboliza , que pletórica de sensibilidad y escasa de inteligencia , no ve más horizonte que el que limita con su mano. Ensoberbecida con los derechos de que disfruta en su humildad , confunde la igualdad política con la estirpacion de los privilegios del talento y la fortuna ; mira con prevención cuanto se eleva sobre su nivel, y concluye apellidándose pobre, como si este dictado fuese el único título á la consideración. No, pa- dre; el jornalero , el industrial, el bracero, deben respeto y sumisión al que más sabe, al que más tiene, ya que de ellos dimanan la luz y el trabajo. Las gerarquías son inabo- libles, porque nunca la azada puede tener la importancia del buril, ni el cincel las consecuencias del libro; y sólo respetando se conquista el respeto; pues los derechos del hombre no son más que sus propios deberes ejercidos por otro. Mi conducta le ha patentizado á usted, que sin ins- trucción, sin cultura, los lazos más indisolubles pueden romperse abriendo una sima entre el corazón de un padre y un hijo. Pues bien, luz, inteligencia y criterio, abolirán las preocupaciones sociales; defenderán las gerarquías, y ni el derecho será la tiranía impuesta, ni el deber la envi- lecida servidumbre.

DON RAMÓN.

Esas son mis teorías.

ACTO TERCERO. 1 13

ANTONIO.

Ahora á usted. La confusión de las clases es un error pe- culiar de los que nada tienen en el cerebro ; pero de las preocupaciones sociales, tan ridiculas como hipócritas, sólo son responsables, ustedes los que militan en las filas del saber; ustedes que las combaten en teoría, pero que no las rechazan en la práctica. ¿A qué ese clamor continuo con que se pide la ilustración del pueblo para hacerle partícipe á conciencia de sus omnímodos derechos, si al descender al terreno práctico, los apóstoles encargados de la predi- cación esconden la mano vergonzosamente tendida, ense- ñan el libro por las guardas, y extinguen la tea propagan- dista que puede disipar las tinieblas? El que tiene, debe dar limosna al que necesita, para que el pobre viva agradecido al rico; del mismo modo el que sabe debe difundir la inte- ligencia entre los que ignoran, para que éstos comprendan la superioridad de aquél. Cooperar con sus fuerzas á la re- generación social, agruparse, confundirse, amalgamarse; y una vez practicada la fraternal unión que establezca los límites naturales del deber y del derecho, habremos conse- guido el equilibrio social y cimentado la ancha base en que han de tomar asiento las libertades humanas.

SEÑOR RAMÓN.

¡Rravo! ¡Bravo! hijo de mi alma. Ven acá te deshago. (Le abraza.) Todo , todo lo he entendido. ¿Qué dice usted, Don Ramón?

DON RAMÓN. ¿Qué digo? (Conmovido une á Clotilde y á Antonio.) ¡Esto! y que nosotros ya no somos de moda. Doña Aleja, usted lo ha entendido, convirtiéndose en discípula de su Adela.

SEÑOR RAMÓN.

Hijo, yo quiero aprender. ¿Me enseñarás?

114 DON RAMÓN Y EL SEÑOR RAMÓN.

ANTONIO.

¡ Padre mió!

ALEJA.

No hay más remedio; nuestra generación se va empujada por la generación que viene. Triste es para nosotros confe- sarlo; pero hay que lanzar el grito de: «¡Viejos, paciencia y atrás! » Plaza, plaza al elemento joven.

FIN.