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DRAMA HISTÓRICO EN CUATRO ACTOS

ORIGINAL

D. VENTURA GARCÍA ESCOBAR

IMPRENTA DE MANUEL DE ROJAS.

Pretil de los Consejos, 5, pral.

1859.

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EL CID,

DRAMA HISTÓRICO EN CUATRO ACTOS ,

D. VENTURA GARCÍA ESCOBAR.

&^£Í^.

IMPRENTA DE MANUEL DE HOJAS. Pretil de los Consejos, o, pral.

1859.

PERSONAS.

CONDES DE GARR10N.

EL CID.

EL REY D. ALFONSO. D.a SOL. D.a ELVIRA. DIEGO GONZÁLEZ. FERNANDO GONZÁLEZ. D. SUERO. GARCI-ORDOÑEZ. MARTIN ANTOLINEZ DE RURGOS. PERO RERMUDO. ÑUÑO GÚSTIO.

Caballeros , Soldados , Pueblo , Heraldos, Pajes . y Escuderos.

La escena pasa en Toledo los tres primeros actos; el cuarto en la villa de Carrion de los Condes.

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ACTO PRIMERO.

«A mis fijas, falsos condes, y á mis acatadas dueñas., canes, facéis tales tuertos, tenidas en lueñes tierras?»

(Rom.° del Cid.—R. 70..'

Casas del Cid, en Toledo. Antecámara.— Puertas late- rales.—Trofeo de armas al fondo.

ESCENA PRIMERA.

M. Antolinez. P. Bermudo. (En el acto de terminar un paso de armas.)

Ant. Basta, Bermudo..! Cual nunca

lidias hoy! Cuerpo del diablo!

(Cuelgan las armas.) Berm. ¡Enojos!

Ant. . No hablemos de ello.

Perdí, pagué!., punto á un lado. Berm. No las doblas te dan grima,

Antolinez, el bizarro,

sino que no te contenta

llevar lo peor del caso,

ni aun en chanza... Ya, ya veo

que tu nombre antiguo \r bravo,

así en lanzas como en cañas

bueno hace...

612S0Q

Ant. Bermudo, -paso.

No adules : nue las lisonjas son manjar de cortesanos , y sientan muy mal, por Cristo, en la boca de un soldado.

Berm. Bien , ¡ pardiez ! Por contesten

de Alhama y Gormaz los campos, y digan sinb la fuerza de ese aliento y de ese brazo de Jucef Teíin las buestes ; . mas... ¿á qué acotar tan largo? Yo.sé que aun hay malas gentes , á quienes de muy buen grado una prueba más daria de firmeza y buen despacho tu leal brio...

Ant. No entiendo...

Berm. Los condes de Carrion...

Ant. Diablos

mil carguen con ellos y con su raza... \ Malvados ! Dices bien. ¡Su nombre solo hace hervir mi sangre!.. Acaso si el Cid, mi señor, me hubiera dado en ello carta en blanco , su torpe maldad tendría á estas horas justo pago.

Berm. Ningún castigo es bastante

á su crimen. Solo el rayo que Dios contra el malo enciende, y que hiere en lo más alto, puede al fin...

Ant. Y qué ¿ en la tierra ,

los pérfidos , con escarnio ostentarán de las leyes impune desmán tan raro? ¡Oh!-.. Recuerda á Sol y Elvira, de belleza ángeles santos, solas, en oscura selva, y al furor de los tiranos en los robles maniatadas... y. para colmo de agravio

rolo el cendal de sus senos, que envidian los cisnes candidos. Sus aves oye... capaces de arrancar llanto de un mármol , pedir al cielo justicia... y compasión en mal tanto á sus esposos... mal dije: á sus verdugos que insanos y homicidas destrozaban con sangrientos desacatos, . de beldad y de inocencia tesoros inmaculados!..

Berm. ¡ Crimen atroz ! . .

Ant. Ahora, dime

si ese pérfido atentado ha de quedar sin castigo; Por lo que hace á mí, declaro , y honrada palabra empeño á de buen castellano, que si luego la justicia no al Cid un desagravio , he de buscar á los condes , y el corazón arrancarlos... Y así ha de ser... ¡que Anloiinez no sabe jurar en vano !

Berm. Dirán que su igual no eres.

Ant. ¡ Voto á mi patrón Santiago !

Si ellos son dos ricos-hombres , yo soy como el Rey de honrado.

Berm. ¿Y si el Rey les amparase?..

Ant*. í Bermudo ! . .

Berm. Diz que enojado

con el Cid por lo de marras...

Ant. Sea pues. No hay Soberanos

para. ios empeños de honra.

Berm. ¡Cuánto ardor!..

Ant. Lo que hace al caso.

Vi nacer á Sol y Elvira, me aprecian más que yo valgo, y al padre á quien ambas deben su ser y nombre preclaros , yo he debido vida y honra

en el cerco zamorano. Ardo en ira, sí... y quisiera romper el dique...

Bf.rm. Despacio.

También siento arder mi pecho; en la sangre de los bárbaros lavar el desmán ansio, y que al bote despiadado de mi lanzon, yertos caigan con su blasón en pedazos. Esperemos pues.

Ant. Dios quiera...

Berm. Apenas en tiempo escasa

de Valencia hasta Toledo llegó el Cid , nuestro buen amo, ayer tarde, corrió ansioso á los pies de Alfonso el Bravo , que una audiencia ante las Cortes le otorgó en muy breve plazo, para demandar justicia...

Ant. ¡Y tan breve, por Dios santo!

Mañana, mañana mismo sobre el venerable estrado de León y de Castilla, y del reino ante los brazos , dirá el nieto esclarecido de Lain su torpe agravio, dando elocuencia á su acento de su dolor los pedazos. Mañana contra los condes , que de hijos le usurparon el título, y en verdugos de su carne se trocaron , pedirá justicia entera y cumplido desagravio de Alfonso, el Rey de Castilla , Rodrigo, el Cid castellano.

7

ESCENA II.

Dichos. Ordoño. Gústio.

Ord. Y también venganza. (Entrando.)

Ant. ¡Ordoño! (Sorprendido.)

Berm. ¡Señor!..

Ant. Vuestra noble mano

permitidme...

Ord. 'No, Ántolinez;

mejor merece mis brazos que la diestra respetuosa, el servidor fiel y honrado á quien llama hermano de armas el Cid... (Le abraza.)

Ant. Su vivo traslado

sois en bondad y en esfuerzo.

Ord. ¿Y mi tío?..

Ant. AHÍ está. Quiero anunciaros...

Ord. No; que la sorpresa puede

ocasionar... Ese encargo Gústio ha de llenar. Ya sabe cómo hacerlo. Yé, y cauto.

(A Gústio que se va.)

ESCENA III.

Dichos , menos Gústio.

Ord. ¿No me esperabais tan pronto ?

Ant. Hasta mañana temprano ,

antes de la regia audiencia... ' Ord. De mi lio ese el mandato

fué, que me envió por Gústio :

mas al punto que llegaron

á nosotros los rumores,

por la fama divulgados ,

de hallarse el Cid en Toledo,

mis primas tristes ansiaron ,

en alas de su deseo,

correr al paterno abrazo ;

y doblando una jornada f heme aquí.

Ant. ¿Pero han llegado

Doña Sol y Doña Elvira con vos también?...

Ord. ¡ Pues no !

Ant. Parlo

á su encuentro presuroso.

Ord. Espera.

Ant". ¿Por qué?

Ord. Sus pasos

encaminan ya mis primas hacia aquí.

Ant. ¡Las amo tanto !

Ord. Aquí las verás muy luego.

Ant. Oh... bien, bien. Pero entretanto

referidme lo que visteis de su lamentable caso con los condes.

Ord. i Miserables !

De huyeron con pie raudo. ;Ay sino de ellos!..

Ant. ¡Los viles!

Ord. Pero tenían caballos

de refresco prevenidos , y espías, en redor, hartos. Y yo, con un escudero nada más , pues al cansancio de la rápida jornada lodos los demás postrados , y con nuestros palafrenes, de vigor también exhaustos , atender allí debiendo al casi mortal estado de mis primas, que exijía socorros y afanes largos , perseguir á los traidores no pude, y allí, en el acto vengar el horrible ultraje , hierro á hierro y campo á campo.

Ant. ¿Y después?

Oud. Hasta una aldea,

que el llenares baña manso ,

anhelante las conduje ; ' de Alcalá, médicos sabios

hice venir, y con su arte

y mis activos cuidados,

del feroz maltratamiento

reparáronse los daños ,

y con la salud perdida

recobraron sus encantos. Rod. ¿Donde está?.. ¡Ordoño!.. (Desde dentro.)

Ord. ¡ Mi tio !...

¡Triste padre! Ant. De sus pasos

se acerca el rumor. Ord. Voy presto...

¡ Bien menester mi ánimo !

ESCENA IV.

Dichos.— Rodrigo de Vivar.

Rod. ¿Y mis hijas? '(Saliendo)

Ord. ¡Señor!... (Ofreciéndole los brazos)

Rod. (Recibiéndole en los suyos.) Cierto;

los mereces... (Pausa.) Ahora... vamos. (En ademan de partir.)

Ord. Un instante... os lo ruego.

Rod. . Vé, Bermudo,

y á mi Babieca fiel haz que al momento un siervo ensille. Su galope rudo' me llevará, ligero como el viento, al lado de mis hijas... de las prendas dulces del corazón... (Vánse Ant. y Berm.)

ESCENA V.

Rodrigo. Ordoño.

Ord. Oidme antes.

La partida escusad. Rod. ¡ Qué me encomiendas !...

¡ Que no parta !... Que pierda los instantes...

¡ Ah ! No eres padre , Ordoño, y no sabes

10

lo que sucede aquí!...

(Señalando el corazón.) Ord. Mas...

Hod. No, no quiero

á más tarde esperar. Sus brazos suaves ,

voy á buscar en mi bridón ligero.

¿Dónde quedan, Ordoño?... ¿A qué distancia

dejas las hijas mias de Toledo?...

¡Ah!. . Guíame á su estancia,

ó dónde hallarlas puedo

dime si nó. Ord. Señor... cobrad la calma ,

y dejadme decir... A vuestro seno

en breve Sol y Elvira... Rod. ¡ Hijas del alma ! . . .

Ord. Antes acaso. Mas, oid sereno:

De la hora esperada con anhelo .

en su rosada frente

vuestro amor paternal... Rod. ¡Rendito el cielo!

Ord. Las he dejado en no lejana villa,

y de una en otra hora... Rod. ¡ Con que tan pronto !...

Ord. , vuestra esperanza

colmará bienhechora

la dicha sin tardanza. Rod. ¡ La mente mía la sorpresa ofusca!...

Se agita el corazón... fAqui tan presto

mis hijas!... En su busca

mañana iba á salir con leve apresto.

Díme, pues: ¿ cómo ha sido

anticiparme el bien?... Ord. Si permitiera

vuestro ánimo á mi labio conmovido

la historia hacer entera... Rod. ¡ Habla ! Ya estoy tranquilo^ . .

V de tu narración pendiente al hilo. Ord. No bien desde Valencia

salí por vuestro mando,

tras los condes don Diego y don Fernando ,

que á su pais en deplorada ausencia

tan ricas cual hermosas

M

llevaban vuestras hijas inocentes...

que hicisteis en mal hora sus esposas ,

temiendo que validos de sus gentes ,

intentasen vengar en Sol y Elvira

el reproche que á su ánimo cobarde

vuestro enojo les dio en aciaga tarde

y que les inflamó en culpable ira... Rod. ¡Viles! Portáronse cual caballeros,

contra el león blandieran sus aceros ;

no huyeran, cual mujeres ,

ni en lugares guardáranse groseros...

y no afrentase yo sus flacos seres. Ord. Después que en los Carpésios robledales

evité que su mano audaz é impía

un crimen sin ejemplo en los anales... (Rodrigo hace un ademan de dolor involuntario. Ordoño lo ve, y prosigue con diversa entonación.)

Comprendo... perdonad. Después del dia

que la salud cobraron ,

conmigo abandonaron

la hospitalaria aldea; tres jornadas

hicimos , y debiera

una más terminar nuestra carrera,

y una y otra viajera

traer á las domésticas moradas.

Pues no debiendo vos estos umbrales

hasta este dia hollar... Roo. Tal fué mi aviso:

mas para mis angustias paternales

correr y más correr era preciso.

No bien á la ciudad de mis laureles

llevó la fatal nueva el mensajero , pedí á voces corceles,

y al viento el pie ligero.

Abandoné á Jimena... ¡mi Jimena!...

que cayó sin aliento entre mis brazos ,

vertiendo en tanta pena

el corazón, los ojos en pedazos.

¡Triste madre!... Ord. ¿Y después?

Roo. Dejé á Valencia,

y con diez servidores

\2

cabalgando sin tregua en la impaciencia,

fatigué á los más duros corredores.

Al fin llegué á Toledo ,

y al Rev dije mi enojo con denuedo. Ord. ¡Al Rey!...

Rod. A Alfonso, sí. Cual buen vásalío

llegué á su alcázar , sin tomar reposo ,

ni dejar mi caballo,

y le rendí homenaje respetuoso. OnD. (Ap.J Tardan ya. ¿Y los rencores

no habeís del Rey temido?

¿Disteis quizá al olvido

que desterrado estáis por sus rigores?

Mirad que del famoso juramento

no ha olvidado la historia;

y que anhela sangriento

vengar acaso en vos aquella gloria.

Mirad... Rod. Basta: perdono,

en gracia del afecto, ese estravío...

Mas delante de , nadie osa al trono ,

sacra imagen de un Dios, que es el Dios mió. (Voces del pueblo, dentro.)

¡ Vivan!... ¡ Plaza! Ord. (Aparte.) Respiro.

Rod. ¿Oyes?... ¿Cuál grita

el pueblo?... Ord. ¿Vuestra alma no se agita?

Hod. ¿Cómo? ¿Ellas son?...

Ord. Rendid gracias al cielo.

Rod. ¡ Mis hijas ya ! . . . ¡ mis hijas ! . . .

Ord. Mostrad calma ,

por ellas y por vos. «

Rod. ¡Oh!... sí; mas vuelo...

Ord. No hay para que. . . ¡ Mirad ! . . .

(Mientras Rodrigo habla con Ordoño las últimas palabras, dando la espalda á la puerta , aparece en ella Antolinez con doña Elvira y doña Sol. Rodrigo se vuelve oportuna- mente , y esclama :) Rod. ¡Prendas del alma !...•

(Rodrigo y sus hijas se abrazan. )

13

ESCENA VI.

Rodrigo. Doña Elvira. Doña Sol. Ordoño. Antolinez. Ber- mudo. Gústio. Caballeros.

D.a Elv. ¡Padre del corazón!...

D.a Sol. ¡Padre... mi padre!...

(Se abrazan. Un instante de pansa.) Rod. Despejad. (A los circunstantes. Vánse.)

ESCENA Vil.

Rodrigo. Doña Elvira. Doña Sol.

Rod. (Aparte.) Ya estoy solo. ¡Sol!... ¡Elvira!...

¡Pedazos de mi ser!...

D.a Sol.

Padre...

Rod.

¡Inocente!..

¡Elvira..

. ángel querido!...

D.a Elv.

Señor!...

Rod.

Hijas.

¡Hijas de mi delirio!... ¡Otra vez, otra

sobre mi corazón!... ¿Veis cuál palpita

entre los estrechísimos abrazos

de vuestro tierno amor, luz de mi vida?...

Dejadme... ¡Oh! Sí, dejadme con mis ojos

contemplar vuestra faz bella y dulcísima.

Cuan hermosas ¡oh Dios! ¡Cual nunca ahora

enloquecen mi espíritu!... ¿Y un dia

perder creí mi celestial tesoro?

¡Ahí... no, no; está en mis brazos... fué mentira. D.a Elv. Pluguiese al Cielo que la muerte, ¡ay tristes!...

nuestra existencia en flor... Rod. Palabra impía.

¡No la escuches, Señor... y dame fuerzas (Ap.)

por ellas... y por mí! D.a Sol. (Aparte.) Sosténme, Elvira.

Rod. Calmaos pues. Hagamos un esfuerzo

sobre nosotros mismos. ¿Veis? Se alivia

la amargura del mal, cuando se apela

á la razón magnánima. D.aSoL. ¡Ay!...

u

Rod. ' Sol mia...

Imitadme las dos. Ya estoy sereno... Ya me creo feliz á vuestra vista.

D.a Elv. ¡Oh!... ¡qué esfuerzo cruel! (Aparte.)

Rod. ¿Y qué se logra

con dejarse vencer por la desdicha? ¿con abatirse así?... Las almas fuertes deben hacerla frente... y confundirla.

D.a Elv. Decís bien. Ese aliento generoso

siento que influye en mí... me fortifica; la santa inspiración viene en mi auxilio; de vos, padre, y de quiero ser digna. Y siendo un valle de dolor el mundo, donde no hay nadie que un pesar no gima, ¿por qué hemos de pedir un privilegio que Dios no concedió á su madre misma? Suframos con valor... La cristiana las lágrimas del triste doloridas convierte en bienhechoras esperanzas, que el galardón esperan allá arriba.

Rod. ¡Bien, hija... bien! El cielo no abandona

á quien confia en él... y se resigna. Esto á mis abuelos, y esto mismo os enseñé á vosotras, siendo ninas; que Fa de mi patria y de mis padres es la herencia mejor de mi familia. Pero Sol, ¿ aún asi ? ¿Nuestros consuelos nada tu pena ni tu alan mitigan? ¡Vuelve, ángel mió-, en tí!

D.a Elv. No te abandones

al desconsuelo ; escucha, Sol querida: no mas de duelo y lágrimas; el llanto nunca remedia el mal.

D.a Sol. Pero le alivia.

Rod. Harto vertiste va. ¿Nada tu padre

podrá calmar cíe tu doliente herida el martirio cruel? ¿Quizá en tu alma el dulce influjo, que ejerciera un día, he perdido? Pues bien. Llora si quieres , consúmele penosa y abatida ; y cuando venga tu infelice madre , y por me pregunte , por su hija ,

15

la mostraré, tu solitaria tumba... y la darás la muerte.

D.a Sol. ¡Madre mia!

No, no lloraré mas; los ojos mios, ¿lo veis? secos están. Sí... sí... que viva.

D.a Elv. ¡Infeliz! (Aparte.)

Rod. ¡Ven á mí!... que, por Santiago,

así te quiero yo! (La abraza.) Rama florida, del nativo rosal presto arrancada; fresca, temprana vid, mal desprendida del olmo protector de tus vergeles; blanca paloma de infantiles dias del amoroso nido arrebatada, torna al jardin que te creyó marchita, al tronco sin tu abrazo envejecido, al asilo de amor, ave perdida.

(Un momento de silencio.) ¡Rasta, basta! Ya dimos al carino cuanto naturaleza dulce inspira: pero es preciso mas; hay una ofensa, y esa ofensa ¡pardiez! pide justicia. Luego iremos al Rey.

D a Elv. Sí, padre mió;

yo uniré á vuestra voz la queja mia, público haciendo mi funesto agravio sobre el supremo estrado de Castilla. No por mí, mas por vos , por esa honra, prenda de tantos siglos sin mancilla, que es la herencia sin par de nuestra casa y de esas canas la aureola invicta; por el honor de España , que á las damas rinde caballeresca idolatría, y al mundo enseña cual los hombres deben á la débil mujer parias rendirla; y por las nobles hembras castellanas, en todas dolientes y ofendidas, las que á su honor clarísimo, en Simancas salvar supieron con su sangre limpia, y las que dan ejemplo en las historias que debemos legar á nuestras hijas.

Ron. " ¡Oh! ¡Que al cielo pluguiese relegarte del sexo flaco en las humildes filas

16

con ese corazón, mitad del mió...

en un nuevo héroe, á semejanza mia,

á la patria y á Dios darles pudiendo!...

No lo quiso... ¡cruel! Prosigue, Elvira;

que oyendo tus heroicos acentos,

mayor me siento aún que me creia. ; D.a Elv. ¿Cuándo á su Alteza?... KoD. Al punto. ¿A qué mañana

lo que puede ser hoy?... D.a Elv. Sea.

Ron. Este dia

la mancha de mi honor ante la España

quedará ¡vive Dios! con sangre limpia.

Voy pues á dar las órdenes del caso;

preparaos en tanto á la partida.

(Vase por la izquierda.)

ESCENA VIII.

Doña Elvira. Doña Sol.

D.a Elv. Ya lo oyes, Sol... Mas... ¡qué miro!...

¡Temblorosa y agitada

estás!... ¡Oh!... ¿Qué tienes? .. D.a Sol. Nada.

D.a Elv. ¿Qué me dice ese suspiro? D.a Sol. Que soy asaz desdichada. D.a Elv. ¿Acaso algún nuevo mal

viene tras martirio tanto

á exacerbar el quebranto?

¡Cuánto martirizas, cuánto

mi cariño fraternal! D.a Sol. Sí, Elvira, á decirte voy

lo que me atormenta; pero...

que no me tengas espero

por menos de lo que soy.

No muera Fernán. Lo q"uiero. D.a Elv. ¡Estás loca!... D.a Sol. ¡No lo sé!

Mas la predicción sangrienta

de mi padre, me amedrenta.

Él al íin mi esposo fué.

i7

D.a Elv. ¿ Y olvidarse ya tu afrenta ?. . . (Pansa.) ¡ Qué dirán ! ¡Una matrona , una hija de Rodrigo , que de sangre real blasona , asi al dolor se abandona , tan mal cumple asi consigo!... ¿Es flaqueza, es compasión, ó de muy poca estima , ó en fin una aberración , que pone al ánimo grima y estravía el corazón? olvidada estáis de vos , Dona Sol... Mas os advierto que quien ofendió á las dos debe su salud, de cierto, fiar solamente á Dios

D.a Sol. ¡Qué quieres!... Comprendo bien cuanto dices... se me alcanza mi derecho á la venganza, y ese reproche también que tu noble ardor me lanza. Me ofendió , fué muy cruel para mí... te lo concedo ; mas yo pedir contra él Ja muerte... Elvira , no puedo; ata mi lengua un cordel. Que le arrojen de esta tierra , que confisquen á Carrion... norabuena, no me aterra; ó que vaya en cruda guerra á buscar la expiación. Justo es de toda mancilla limpiar nuestra sangre buena, que es la gloria de Castilla; pero de espanto me llena el sayón con su cuchilla. No lo puedo remediar... es dulce y ílaco mi ser. No encuentro -en más poder... ¡ Qué quieres ! ... Nací mujer : y nací para llorar.

18

D.«

Elv.

Pero ¿ qué has de hacer ?

D.:

lSOL.

Lo ignoro; ciega está !a mente mia.

D.s

Elv.

Comprometes tu decoro.

D.°

'SOL.

Al Dios de mi madre imploro , qíie á quien sufre siempre guia.

D.:

1Elv.

¡ Me causas lástima !

D.!

lSOL.

Mira , te diré cuanto imagino. Mi padre pavor me inspira : mas contigo, amada Elvira...

D.J

1Elv.

No canses; lo adivino.

D.a

1 Sol.

¡Cómo!...

D.

'Elv.

¿Quieres que la ley de que el sanguinario muera no se cumpla en él...

D.

'Sol.

Eso era.

D.f

Elv.

Y que yo no pida al rey , para mí, justicia entera? Calla... no digas que sí. Lo comprendo... y es bastante. ¡Me lastimo, Sol, de tí! Aunque asi obro , no te espante , también hay un grito aquí.

(Al corazón.) Pero habla el honor... y callo... y le ahogo... y ya lo ves; y en tan inmensa batalla todo el deber lo avasalla de ser cada cual quien es.

D.

*Sol.

¿A Su Alteza irás?

D.

aELV.

¡Pues no ! Y conmigo.

D.

a Sol.

Jamás.

D.

aELV.

¡Jamás!... ¿Y mi padre?...

D.

aSOL.

¡Oh!..

D.

aELV.

¿Qué dirá de tí?...

D.

aSOL.

No más...

D.

aELV.

Su cariño á perder vas.

D.

a Sol.

¡ Ay!... Entonces muera yo.

19

ESCENA IX.

Dichas. El Cid.

Rod. A Palacio.

D.aSoL. ¡ValmeDios!

D.aELV. Vamos, señor.

Rod. Asi es ley.

Doña Sol... os quedáis vos?...

(Con tono muy marcado.) D.aSoL. ¡Padre!... Rod. Hablad al punto.

(Un momento de pansa. El Cid en actitud teatral, Doña Sol vacila y en el instante de hablar, un escudero anuncia;)

¡El Rey!

ESCENA X.

Dichos.— El Rey. Caballeros.

Rod. ¡ Su Alteza!...

(Casi al propio tiempo.) D.aELv. ¡El Rev! D.aSoL. " ¡El!

El Rey. ¡Yo!

Rod. Pues bien , Monarca ,

Mis hijas ved ! . . . (Con intención.) D.a Sol. ¡ Señor ! ... (A su padre. )

Rod (Con resolución.) Al Cid... justicia !

FIN DEL ACTO PRIMERO.

ACTO SEGUNDO.

«Al Rey habrán prevenido

ya sus amigos los Condes ,

que es de cobardes muy propio

socorrerse de invenciones.»

Rom." del Cid.—R. 74.

Cámara reda.

D.

ESCENA PRIMERA.

Suero. El Conde D. Diego. El Conde D. Fernando.

D. Suero. Adelante... (Abriendo la puerta derecha. ) D. Diego. (Entrando con D. Fern.) ¡Por Santiago!

¡ Plática ha sido difusa !

¡Jamás de paciencia tanta

menester hube ! D. Suero. ...Es que nunca

te puso en tan grave riesgo

la fiera condición tuya. D. Fern. Vamos pues á lo que importa.

¿Y el Monarca? D. Suero. Bondad suma

debéisle. D. Diego. ¿Y al fin?

D. Suero.

D. Diego. D. Suero.

D. Diego.

D. Fern. D. Suero.

D. Diego.

D. Fern. D. Suero.

D. Fern. D. Diego.

D. Suero.

22

(Con recatado ademan.) Es nuestro. Escuchad. A vuestra culpa gracia otorga , en cuanto á él toca sobre la vindicta pública. La saña del Cid espera con su autoridad augusta desarmar.

Y ¿qué me importa su enojo?

Calla y escucha. Al de Yivar de este modo se le impele á la renuncia de la acusación , que intenta contra vosotros muy justa. Y así la regia palabra de Su Alteza no se trunca, que le ofreció ante la Corte la querella amparar suya; se evita el fallo terrible, lava sin sangre su injuria, y vosotros y yo en salvo... ¿Queréis mas?

Y de esa astucia ¿cuál es el precio?

Sepamos... La abdicación absoluta ^ del condado de Carrion. ¡Vive Cristo que me insulta!... Jamás.

Ved, tio...

Dejadme concluir... que el lance- apura. Luego el Rey á Sol y Elvira merced les hará sin duda de aquel título y Estado, con tierras y rentas muchas. El divorcio á lodos luego su porvenir asegura. •\i

¡Qué escucho! ¡Av triste!.

El divorcio!

¿Y quién? El.

23

D. Diego. ¿Causa?

D. Suero. Muy justa.

El Rey la sabe; y la abona

la ley con fuerza robusta. D. Diego. La adivino.,, y no me duele.

Sea así. D. Suero. Por prenda última

que habéis de salir del reino ,

dice el Rey. D. Fern. ¡Oh!...

D. Diego. Nunca, nunca.

¿Qué pensáis de mí, D. Suero?...

¿Tan vil Su Alteza me juzga?

Yo deshonrarme!... ¡Yo propio

en tan cobarde renuncia

firmar mi sentencia!... Antes

que á tan bajo ardid sucumba

correrá sangre á torrentes

en rebelde lid. D. Suero. Tu furia

. se calmará, y luego... D. Diego. Luego

saldré de Toledo en busca

de mis deudos y vasallos,

y en armada y fiera pugna

mi indomable poderío

sostendré»sin mengua alguna. D. Fern. ¡Demente estás! D. Suero. Corre, insano;

piérdete. D. Diego. Nada me asusta.

El crimen mismo, si guarda

mi tesón , mi fama ilustra. D. Suero. Orgullo necio , á quien coto,

si ya no la razón muda,

pondrá el poderoso instinto

del interés. (Movimiento de impaciencia en D. Diego.) Oye y jusga. D. Diego. Dejadme. D. Suero. Cedes, es cierto :

mas tan solo á la lev dura

24

de las circunstancias, conde... porque es tu salvación única. ¿Acaso sientes que Elvira quede para nuevas nupcias libre?... (Con ironía.)

D. Diego. Una mujer de menos,

una ilusión más.

D. Fern. Te ofusca

el despecho. ¡Ah! De buen grado diera mi corona fúlgida , mi condado , mis vasallos, y aquellas tierras fecundas que señor fieles me llaman; todo , todo cuanto adula la vanidad de los hombres: porque al crimen que me abruma r mi Sol infeliz . mi esposa , llena por de amargura, perdón, magnánima, diera, ya que la execrable culpa indigno me hace por siempre de su alma angélica y pura. ¡Mísero!...

D. Diego. ¡Imbécil!...

D. Suero. Don Diego,

el tiempo apremia; ¿rehusas?

D. Diego. ¡Don Suero!...

D. Suero. Tu firma, conde.

La demando por vez última. Esta es el acta ; acabemos. O rásgala , ó pon tu rúbrica. (Presentándole m pergamino.)

D. Diego. Pero que... pese á mi angustia!., ¿no hice aun bastante?... Pudiera en Carrion tras cercas duras desafiando encontrarme, sin fuero ni ley, la furia del Cid, al Rey, á las Cortes... y estoy aquí, casi en suma, tratado como culpable , por vuestra paciencia ilusa , y á la justicia del vulgo

25

sujeto, ¡voto á mi alcurnia! Si eso no es nada , D. Suero, ¿quemas me pedís?...

D. Suero. Si escuchan

mañana del Cid las Cortes la acusación tremebunda, ¡ay de nosotros!...

D. Fern. ¿Darían

mortal sentencia?

D. Suero. Segura.

Y ni el mismo Rey pudiera doblar la justicia suma de los tres brazos del Reino.. . Ya ves lo que el lance apura.

D. Fern. Sí; las Cortes de Castilla

en su autoridad augusta

ni al Rey ceden. Lo hemos visto

más de una vez.

D.

Diego.

(Ap.) ¡Fiera lucha!

D.

Suero.

Hay más. Si aceptar el pacto

de tu salvación rehusas,

el Monarca te abandona;

y sin la protección suya

se vengarán tus contrarios

de tu audacia y tu locura,

porque pagas sus favores

con esa soberbia ruda,

y su protección desairas.

¡Casi, casi es una burla!

Quisiéralo ver. (Con intención.)

D.

Fern.

Silencio.

D.

Suero.

¿Qué?

D.

Fern.

¿Oís?

D.

Diego.

Sí, de confusa conversación el murmullo se percibe.

D.

Suero.

El Rey. En busca de vuestra abdicación viene, que aquí debe hallar.

D.

Fern.

Sin duda, él es.

D.

Suero.

Conde : di á Su Alteza

26

mi palabra y di la tuya. Resuelve. D. Diego. Me habéis perdido,

i El infierno se conjura hoy contra mí! ¿El Rey lo espera?... ¿Por vos mi palabra es suya?... La suerte al cabo está echada. (Firma el pergamino.) Vencisteis. Dios me confunda. (Tase precipitadamente.) D. Suero. Ahora tú, Fernán. . D. Fern. ¡Sol mia!... (Firmando.)

D. Suero. ¡Los condes de Carrion triunfan! (Vánse por la derecha.)

ESCENA II.

El Rey Alfonso. El Cid Rodrigo. (Izquierda.)

Rod. Si Vuestra Alteza la invicta planta

á su mejor vasallo... »

Rey. El Cid Rodrigo

mi vasallo no es.

(Con afectada benevolencia.) Rod. ¡Señor!...

Rey. Levanta.

Alfonso no es tu rey , sino tu amigo. Rod. ¡Cuánto me honráis!...

Rey. No más lo que mereces.

Y aunque te rinden justo vasallaje

cinco Reyes... Rod. Si al Cid dan homenaje,

en él rindenlo á vos. Rey. Lo vi mil veces.

Pero quisiera hoy floridas creces

de fortuna ofrecerte. ¿Y Sol y Elvira? Rod. ¿Mis hijas?.,. Aquí luego...

Rey. ¿Su ventura

deseas?... Rod. Sí, ¡por Dios! Mas decid...

Rey. Mira.

Todo lo alcanza para mi altura.

27

(El Rey toma del escritorio el pergamino firmado por los Condes, y lo entrega al Cid.)

Navarra y.Aragon á las hermosas dos tálamos monárquicos les brindan, que amor prepara con nupciales rosas.

Rod. Mas, ¿no advertís, señor, que son ya esposas?

Rey. Creo que esos obstáculos se rindan.

De tus hijas el triste desposorio Es inválido y nulo.

Rod. No, Monarca.

Rey. Sí, Rodrigo. La causa dirimente

al Sínodo yo mismo haré patente, que mi palabra real prueba es no parca.

Rod. Pero, ¿y ese motivo?

Rey. Es bien notorio.

Y pues mi poder regio solamente

de entrambas violentando el albedrío, y al par tu voluntad y poderío, las impuso esos vínculos fatales, debe mi autoridad romper clemente esos que, contra el Canon , esponsales un germen fueron de funestos males.

Rod. Pero, ¿y los Condes?... ¿Y el castigo justo?...

Rey. Ya hablaremos después.

Rod. No , rey augusto.

Y recordaros lícito me sea..." Rey. ¿Qué te ofrecí justicia?

Rod. Vos testigo.

Rey. De mis jueces será digna tarea ;

más tarde te oirán. Pero , ¿Rodrigo

no puede mitigar su ardiente saña,

en favor de dos hijos de la España,

y á quienes dio de padre el nombre amigo? Rod. Señor... ¡qué escucho!...

Rey. No disculpo el crimen,

que más que los míseros ya gimen.

Mas oye... Rod. ¡Oh!... dispensadme...

Rey. Cid , escucha.

Diego y Fernando, en pena expiatoria

del trágico delito , su condado

renuncian , y á tus hijas, con su tierra,

28

yo se lo donaré con gracias muchas; y tu justicia haciendo yo notoria, su gerpétuo destierro he decretado. Mañana partir pueden; y la guerra, siendo acaso del cielo el instrumento, y el desagravio haciendo de las leyes, á te evitará un deher sangriento y á el fuero más triste de los Reyes.

Rod. Basta, hasta, señor. ¡Si desde el cielo

caido hubiese un rayo ante mi planta, no me asombrara, no, como me espanta, á , que nunca conocí el desmayo, al ver yoir... lo que oigo y veo!... Empero nunca esperéis que un hombre bien nacido aceptar pueda un mísero partido, mientras tenga razón y tenga acero.

Rey. ¡Cómo! ¿No cedes?

Rod. Nunca. Ante las Cortes

justicia iré á buscar.

Rey. ¿Y esos trasportes

nadie calmar pudiera?... ¿Y si un Monarca?... (Con intención marcada.)

Rod. ¡Cómo!... ¡Un Monarca!... ¿Y bien?... Yo le diria:

Monarca!... Sois muy fuerte; mucho abarca ese poder, que Dios juzgará un día : ¡mas si sois Rey... soy padre!...

Rey. (Con progresiva irritación.)— ¡Qué osadía!

Soy la imagen de Dios, que audaz invocas, y pues su potestad cifro en la tierra, quererla resistir, moverla guerra, será perderse en esperanzas locas. No han de morir los Condes.

Rod. Rey de España:

no me toca decir que , si en el suelo sois imagen de aquel que odia la sana, y á quien Dios de justicia llama el cielo, Rev de justicia exije tal modelo.

Rey. ¡El de Vivar!...

Rod. ¡Yo soy!... Vuestra es mi vida,

que mil veces las lanzas agarenas en la lid respetaron homicida, y que por vos quedara bien perdida;

29

la sangre toda de mis rotas venas,

la sangre de Lain, prez de Castilla,

que dentro de mi ser llevo mi gloria;

la que siempre leal; siempre cristiana,

es herencia, que guardo sin mancilla,

y con la que escribió mi ejecutoria

el filo vencedor de mi cuchilla

en la rota bandera musulmana;

la sangre de clarísimos quilates

que atestiguando van mis rojas mallas,

tres reinados de hazañas y combates,

casi un siglo de lid, y mil batallas...

vuestra es también. Mis bienes, mis laureles,

que á lanzadas gané de los infieles,

y que ofrecí á los pies de aquese trono,

mi ser, mi aliento, vuestros son... lo abono.

En todo sois mi Rey... Pero en la honra

no hay mas señor* que yo... que el Cid Rodrigo:

ante el riesgo mortal de la deshonra

ni tiene Rey... ni reconoce amigo.

Rey. (Con acerbo sarcasmo.)

¡Digna es, por Dios, tan fiera altanería, provocación á mi poder tamaña, del subdito que á Alfonso, al Rey de España, con desacato á su alta gerarquía, hizo osado ante postrar de hinojos, y de Santa Gadea en los cerrojos juramento de sangre hacer un dia! ¡Es el mismo que fué! ! !

Rod. Cumplí cual bueno,

y es mi gloria mejor.

Rey. ¡Osas el trueno

de mi enojo retar!... Pues bien, Rodrigo; pronto verás , y Dios será testigo, que ante el potente sol de mis coronas, son polvo y sombra Cides y tizonas.

30

ESCENA III.

Dichos. Un Paje, anunciando.

Las condesas de Carrion. Roo. ¡Ellas!... ¡A qué tiempo!... (Ap.)

Rey. Al rey

has argüido con la ley...

No perderá la lección... (Váse.)

ESCENA IV.

Rodrigo. D.a Elvira. D.a Sol (un poco después.).

Rod. Sea; pero el Cid Rodrigo ,

aunque su honor no te humilla,

verá un Rey , no un enemigo ,

en Alfonso de Castilla. D.a Elv. ¿Nos esperabais, señor? Rod. Sí, en verdad.

D.a Sol. Los toledanos,

que nos tratan como hermanos,

se apiñan en derredor,

y no hay de dar paso modo :

udo enternecido aclama;

otro «luz de Dios» nos llama...

y hembras y niños y todo! Rod. Es la gente toledana

de carácter muy leal,

con corazón muy cabal

y con voluntad muy sana. D.a Elv. No son por nosotras dos

sus entusiastas estremos;

eso, todo lo debemos... Rod. ¿A quién, hija mia?...

D.a Elv. A vos.

Sois su mimen tutelar,

os aman con sincera,

y por vos gustosa diera

hacienda y sangre á la par. Rod. Aun existen corazones

31

de honrada y firme virtud

entre ellos...— ¡La ingratitud (Aparte.)

se anida en estos salones! D.a Sol. ¿Habéis á Su Alteza visto?... Rod. ¡Infelices!... ¡Qué podré (Aparte.)

decirlas?... Sí... mas se fué...

¡Corrido estoy, vive Cristo! (Aparte.) D.a Elv. ¡Pero volverá!... La audiencia

debe hoy ser, y sin demora

el sol marcará la hora. D.a Sol. Me duele del Rey la ausencia. (Aparte.) D.a Elv. Algo estraño ocurre aquí.

Vernos á solas quería

á los tres en este dia;

ayer nos lo ordenó así;

nos precedéis; porque quiso

hablaros antes; en pos

vuestro llegamos las dos:

estáis absorto, indeciso...

y el Rey se ausentó. Rod. Así es...

Pero... D.a Sol. No qué presiento...

D.a Elv. Qué?... Rod. O acuso al Rey... ó miento... (Aparte.)

O pierdo á un tiempo á los tres! D.a Elv. Padre!... ¿Qué es lo que aquí pasa?...

¿Qué hay?... Hablad... D.a Sol. Me temor. (Aparte.)

¿Qué enigma es este, señor?... Rod. Volvamos á nuestra casa.

(Se dirige á la puerta del fondo.)

ESCENA V.

Dichos. Un Ugier Real.

Ugier. En nombre del Rey, al Cid.

(Saliéndole al paso con un pliego.) Rod. Dios guarde á Su Alteza. (Lo toma y lee.)

D.a Elv. { r. . ,

D.a Sol. ¡C,e,o!

32

Rod. Del Rey ante Dios apelo. (Después de leer.)

Esto á Su Alteza decid. (Y ase el Ugier.)

ESCENA VI.

Dichos. Menos el Ugier Real.

D.a Elv.

Pero, ¡por piedad!...

D.a Sol.

¿Qué arcano

es, señor, tan cruel

el que encierra ese papel?...

¿Qué os manda el soberano?...

Rod.

Hijas, venid.

D.a Elv.

¡Ah!

D.a Sol.

¡Dios mío!...

Rod.

Nada de aflicción ni susto.

El árbol firme y robusto

no cede á huracán bravio .

Sois mis hijas, sois mi ser,

tenéis mi sangre, mi aliento;

con vuestro corazón cuento. . .

Mirad que le menester.

D.a Elv.

¡Nos atormentáis!...

D.a Sol.

¡ Me aterra

lo que decís!...

Rod.

No hayáis miedo:

venir no puedo á Toledo... .

y el Rey me echa de su tierra.

D.a Sol.

¡No es posible!...

D.a Elv.

¡El Rey!

Rod.

Su Alteza

diz quebranté mi destierro,

y que otro que el Cid, tal yerro pagara con la cabeza.

A. mi villa de Alcocer,

por descortés y atrevido,

me arroja...

D.a Sol.

¡Padre querido!...

Rod.

Y parto al anochecer.

D.a Elv.

¿Con nosotras?

Rod.

¡Ojalá!...

D.a Sol.

¿Por qué no?...

33

Rod. Llevar conmigo

se me veda hasta un amigo. D.a Elv. ¡Crueles!... Rod. Y así será.

D.a Sol. No salgáis. Esa jornada

envuelve quizás un lazo... Rod. Lo que no desata el brazo

lo sabe cortar la espada. D.a Elv. Pero ¿y nosotras?... Rod. Mi mal,

de la suerte insana el dolo

nada fueran, si á solo

tratasen con rigor tal;

porque debo un corazón

á la herencia de mi raza,

fuerte como una coraza,

y de dar razón;

Mas... no es eso. D.a Elv. Concluid.

Rod. ¡Por San Millau !... Me atormenta

una humillación sangrienta

que está más alta que el Cid.

¡No temáis, ángeles mios!...

Segar puede el Rey mi cuello:

sí, conmigo puede hacello:

mas volver á los impíos

mis hijas... jamás, jamás.

No alcanza á tanto su ley;

ceda el subdito ante el Rey:

pero el padre... á Dios no mas. D.a Elv. ¡Eso manda el Rey!... Rod. Mirad.

D.a Sol. Juicios de Dios quizá sean. D.a Elv. (Lee.) «Las Condesas de Carrion vuelvan incon- «tinenti al poder y compañía de los Condes, sus es-* «posos y señores naturales , conforme al uso y dere- »cho de legítimos desposados.»

¡Que mis ojos esto lean! ...

¿Es mentira ó realidad?...

¡Yo al poder de mi tirano;

de quien mi sangre ultrajó!... Rod. No, prendas queridas, no.

3

34

Lo jura el Cid castellano. D.s Sol. Pero, ¿qué hacer? D.a Elv. ¡Bien os paga

el Rey D. Alfonso el Bravo.'!... D.a Sol. De comprenderlo no acabo. Rod. Culpa de mi estrella aciaga.

D.* Elv. ¡De su Corte os destierra

sin derecho y sin decoro,

y vos vais á hacer al moro

en su nombre y pro la guerra!

¡Él os trata contra fuero,

os rechaza del dosel,

no encontráis justicia fiel

ni os honra caballero ;

y vos le enviáis después

Reyes rotos y cautivos ,

que solo dejasteis vivos

para besarle los pies!

¡Él os confisca la herencia

que hubisteis de antiguas gentes;

v vos, con vuestros valientes,

íe dais un Reino en Valencia! , '

¡Él os veja y os humilla;

os destierra en fin, señor,

á vos, el Cid Campeador,

la gloria y luz de Castilla!...

¡Vos desterrado!... ¡Oh baldón!...

¡Así se el Rey con los buenos! . . .

¡Ay de él... si os echan de menos

en Castilla y en León!... Rod. Dices bien: pero es la ley

de la española nobleza

por el Rey dar la cabeza,

esclamando «¡viva el Rey!» *D.a Sol. Considera, pues, Elvira

que en Palacio. . . Rod. La verdad

no teme la Majestad...

Mas templa esta noble ira.

Yo acudiré á todo. •.. -

D.* Elv. Es que

yo también quiero...

33

Rod. Hijas mías,

lucen muy aciagos dias. Tengamos valor y fé. Yo voy á partir ; ni puedo, ni debo del Rey el fallo resistir... Padezco y callo... Solas quedáis: mas' la ausencia presto llenará de un padre vuestra tierna y noble madre con la luz de su presencia. Yo la enviaré un corredor con mis letras ; pero intento la esperéis en un convento , junto á el ara del Señor. Veremos quién es capaz, sacrilego y mal cristiano, de llevar su torpe mano al asilo de la paz. Ni al misma Rey : lo aseguro; pues de Cristo en el dintel pone entre vosotras y él la religión santa -un muro.

D.a Sol. Prelada en el de Relen es mi tia Doña Elena.

Rod. ¡Alma candida y buena!...

D.a Elv: Partamos, padre, está bien. Nos vamos á separar. Yo soy, bijas mías, viejo... . ¡En terrible afán os dejo! . . . Mostremos alma sin par. Os dejo mi honor, tesoro de mi inmarcesible vida; herencia santa y querida, del alma inmortal decoro. Guardadle , como un cristal que empaña solo el aliento , cual luz guardada del viento - en espféndido fanal. Os aguardan pruebas duras ; tendréis que luchar acaso , que verter llanto no escaso, que afrontar mi! amarguras :

Rod.

36

pero el diamante oriental

adquiere más precio y brillo ,

cuando el golpe del martillo

bate el tosco pedernal.

Mirad que mi fama y gloria

se halla en vuestras manos hoy;

lo que sois y lo que soy...

Dignas sed de mi memoria.

El cielo os vuelva en paz. D.a Elv. Tocad aquí. (Al corazón.) Ahora adelante. Rod. Salgamos. ¡Oh atroz instante!...

Sobre ellas, mi Dios, velad.

(Vánse los tres por el fondo.)

ESCENA Vil.

El Rey. D. Suero. (Por la izquierda.)

El Rey. Ya no están.

D. Suero. Cuando yo entraba

en vuestra cámara enantes ,

aun se hallaban aquí dentro ,

según dijeron loe pajes. El Rey. ¡ Estraño que las Condesas

se vayan sin esperarme!

Id, y "que mis ballesteros

las detengan. (D. Suero parte por la derecha.)

ESCENA VIII.

El Rey.

¡Tal desaire á mi autoridad ! . . ¡ Por Cristo ! . . ¿Si serán como su padre?.. Nada me importa. Veremos quién vence á quién en el lance.

(Vuelve á la escena D. Suero.)

37

D. Suero. El Rey.

D. Suero. El Rey.

D. Suero. El Rey.

D. Suero.

El Rey. D. Suero. El Rey.

D. Suero. El Rey.

D.& Elv

ESCENA IX.

El Rey. D. Suero.

Estáis servido.

¡ Es audacia . la del Cid , por cierto, grande ! Ahora cederá...

¡Él!.. Lo dudo. Rodrigo no cede á nadie. Pero sus hijas...

En ellas estriban hoy nuestros planes; pues desterrado Rodrigo, lejos también de su madre , sin guia ni apoyo quedan ante mi poder gigante. Pero donde Vuestra Alteza ha dado el golpe más hábil ' es mandando que á los Condes vuelvan las dos á juntarse. ¡Idea feliz!

Cual tuya. Señor.

me la inspiraste. Y ciertamente que en ella estuvistes admirable. Vuestra Alteza me confunde... Es el camino más fácil de reducir las Condesas á mi voluntad ; pues antes de volver á sus esposos , y otra vez su lecho darles , consentirán...

ESCENA X.

Dichos. D.a Elvira. El Rey.

Rey Alfonso : aquí, á vuestras plantas reales ,

38

doña Elvira RiTíz Diaz ,

que del Cid lleva la sangre,

cual rica hembra agraviada

en su persona y su clase,

reparación os demanda

de un contrafuero. El Rey. Escusadme

querellas. Os han vedado

salir de aquestos alcázares.

Lo sé... lo sé... D.a Elv. ¿-Y vuestra Alteza

consiente, que así se trate

á quien es noble en Castilla ,

y tiene en Burgos solares?

¡Señor!.. El Rey. . Templad, doña Elvira,

ese agravio... y escuchadme.

Don Suero... (El Rey le hace seña de retirarse. Él'obedece y se vi.) D.a Elv. (Ap.) No qué siento

al ver á ese miserable.

ESCENA XI.

El Rey. D.a Elvira.

El Rey. Condesa de Carrion: el Rey Alfonso

de sus nobles en mucho estima el fuero, y en vez de ofensas y desdoro, ansia añadir timbres á su nombre egregio. Esta reparación cual rica -hembra, os de entre Jos nobles el primero. Salid... Os haré honor.

D.a Elv. A mis mayores

así honraron también vuestros abuelos.

El Rey. Y yo puedo hacer más... Os brindo, Elvira, y a vuestra bella hermana, con dos Reinos. Navarra y Aragón, con sus coronas, os esperan.— Partid. Y su destierro, en albricias, al Cid yo levantando , sed dichosas aún... cual podéis serlo.

D.a Elv. ¿Y puede vuestra Alteza?..

39

El Rey. Vuestros Condes

para siempre jamás salen del Reino.

D.a Elv. Acabad.

El Rey. De Carrion sois ya Condesas.

Tomad y resolved. (Le los pergaminos.)

D.a Elv. (Rasgándoles.) Ya está resuelto.

El Rey. ¡Qué audacia!.. ¡Ira de Dios!..

ESCENA XII.

Dichos. D.a Sol. Rodrigo.

D.r Sol. ¡ Él nos proteja !

Rod. Eso es digno del Cid.

D . a Elv . ¡Padre ! ... Al destierro .

(Retirándose por el fondo.)

FIN DEL ACTO SEGUNDO.

ACTO TERCERO.

«Entre han acordado que si tiempo se ofrecía de matar á los del Cid , de cualquier manera ó guisa antes de entrar en la lid , porque asi les convenia. » ( Rom. ' del Cid.—R. 89.J

Pabellón en el castillo de San Cervantes. ESCENA PRIMERA.

El Conde D. Fernando. (Aparece sentado y meditabundo.)

¡Qué noche!... Su oscuro velo, que á la luz el paso niega , es del negro afán imagen que mi espíritu atormenta. ¡Triste, tristísima noche!... ¡Soledad helada y negra!... Ni de amante trova el eco por el ancho espacio vuela , " ni de la tórtola vaga el arrullo por la selva. SoIq en ese monte el grito del lobo al redil aterra ,

D. Suero. D. Diego. D. Fern. D. Diego. D. Fern.

D. Diego. D. Fern. D. Diego. D. Fern.

D. Suero.

42

y con fragor pavoroso los valles el Tajo atruena , el lamento remedando de mi doliente conciencia, que en el caos de mente continuo y tremendo suena.

(Pausa breve.) ¡Insensato!... ¿Por qué á un crimen me lancé de infamia horrenda?... ¿Por qué á Diego y á don Suero dio asenso mi iñesperta?... «Sol es infiel, me dijeron; »á impuro amor rinde ofrendas.» ¿Y engañarse no han podido?... ¿Y mentir las apariencias?... ¡Execración!... Imposible... ¡Una niña casta y buena!... Me he perdido ; y ya no hay medio de volver atrás. Mas resta salvar el honor al menos , ya que la vida se pierda.

ESCENA II.

D. Fernando. D. Diego. D. Suero.

Sea así. (Hablando con D. Diego.) Es preciso...

¡Ah!... ¡Diego!... ¿Cómo así , Fernán?

Mi pena distraía, contemplando de la noche las grandezas. ¿Pena?

¿Y me lo preguntas? Yo. ¿Y bien?

. ¡Qué! ¿No recuerdas nuestra pena? Y cual si poca fuese acaso , cuitas nuevas agravan hoy...

Ya comprendo tu afán...

43

D. Diego. , la grave escena

que en las Cortes... D. Fern. ¿No es bastante?

D. Diego. ¡ No, por Cristo! Si la diestra

pusimos allí á la espada ,

del Monarca en la presencia ,

contra el Cid y sus parientes ,

la provocación primera

de ellos salió. D. Suero, Con sangrienta

y sonora bofetada.

Pero Bermudo hizo afrenta

al bueno de Garci-Ordoñez ,

sin darle causa... D. Fern. ¡Quimeras!...

Ordonez, del Cid en daño

soltó imprudente la lengua.

Lo sabéis de sobra. Hablemos

de otra cosa. D. Suero. ¡Oh!... Si Su Alteza

no hubiese allí condenado

injusto las iras nuestras,

y en favor del Cid... D. Fern. Don Suero:

justicia el Rey hizo recta. D. Diego. Bien está. (Bruscamente. ) D. Suero. ' (k. D. Femando.) ¡Deliráis, Conde! D. Diego. Vamos á lo que interesa.

Don Suero, del Rey en nombre ,

nos trae importantes nuevas. D. Fern. ¿Y las Cortes? D. Suero. Aceptaron

el reto del Cid ; secreta

plática con el Monarca

tuvieron hasta muy cerca

de la noche. D. Fern. ¿Y qué acordaron?

D. Suero. De consuno con Su Alteza

seis jueces han elejido :

Castro, el de Tolosa y Délas ,

que con Girón y el Campos

y Lara dictar sentencia

deben , conforme á los usos

y fueros de la nobleza. D. Diego. El Rey teme un mal suceso. D. Fern. ¿Y qué hemos de hacer? D. Suero. Se arriesgan

en el lance vida y honra ,

v que el tiempo no se pierda

importa mucho. D. Diego. Fernando :

tú, si mal no se me acuerda,

con Ramón el de Tolosa

antigua relación llevas. D. Fern. En la Corte de su padre

con ocasión de unas fiestas

le conocí : mas de entonces

al presente... D. Diego. Al punto entras

en esa estancia , y le muestras ■,

en una sentida carta ,

tu riesgo... D. Fern. Mas considera...

D. Diego. Y tu justicia, é invocas

su protección en pro nuestra. D. Suero. Y adviértele que el de Castro

es nuestro ya. D. Diego. Y que se espera

más aún. D. Fern. Mira que el Conde...

D. Diego. breve. D. Fern. (Ap.) No hay resistencia

para él. D. Diego. ¿Qué aguardas?

D. Fern. Nada.

Voy. D. Suero. La salvación es cierta.

(Váse D. Fernando por la izquierda.)

45

D. Diego. D. Suero.

D. Diego.

D. Suero. D. Diego. D. Suero.

D. Diego. D. Suero. D. Diego.

D. Suero.

D. Diego. D. Suero.

ESCENA III.

•D. Diego. D. Suero.

¡Cuan dócil! ¡ A. mis mandatos ni una vez osó siquiera resistir!

Ha conocido tan solo desde edad tierna tu autoridad; su carácter es débil , y te respeta como á un oráculo.

Y luego, sabéis que su inteligencia... ¡Tal crianza le habéis dado! Me importaba así.

El medio era de reinar en el Condado solo...

¿ Con que recela don Alfonso de los jueces? (Ap.) Ya entiendo la trova.— Y tiembla mucho más al pueblo.

Hace muy mal en ello Su Alteza, mientras tenga por razones arcabuces y ballestas. No obstante ; ved que la cosa merece, Conde, la pena. Ya visteis que hoy en las Cortes se alzaron en contra nuestra todos los Procuradores. ¡Turba insolente y plebeya! Diéranme allí veinte lanzas y yo en razón les metiera. ¡ Cuidado con eso , Conde ! Conoces muy mal tus tierras. Hay más; la ciudad se halla en favor del Cid dispuesta ; lo que hubo en el Estamento sabe , y la plebe indiscreta

46

D. Diego. D. Suero.

D. Diego. D. Suero.

D. Diego. D/ Suero.

D. Diego. D. Suero.

D. Diego. D. Suero.

D. Diego.

D. Suero.

murmura, vaga, y se agrupa por calles y por plazuelas , un tanto amenazadora. Ya que cerró las puertas, é impidió al Cid la salida... i Y en sus hombros á Babieca con ginete y todo alzando , mal su grado , dar la vuelta le hizo en triunfo á su morada. ¡Mil rayos del cielo en ella ! Ya que" no apura el peligro , y que de una violencia á cubierto en San Cervantes estáis por la bondad regia , es preciso, es muy urjente tomar un partido.

Sea. ¿Qué pensáis?

Es necesario pedir al Rey os conceda tornar á Carrion al punto; para eso se prelesta que aquí no es igual el campo, puesto que al Cid le rodean sus deudos y valedores , que amagan vuestra existencia al par que os veis vosotros sin amparo ni defensa. ¿Y el fallo?

Empecíais palabra de esperarle en vuestra tierra, en renenes de ella entregando á Fromista yVafenzuela. ¿Y accederá el Rey?

"¿Lo dudas? Creí que me conocieras mejor.

¿Pero si los jueces el reto del Cid aceptan? . Porque es preciso ponernos en lo peor.

En tal caso ,

47

la astucia contra la fuerza.

Yo persuadiré al Monarca

ordene , que la sentencia

se cumpla en Carrion. Rodrigo .

y su geute aventurera

irán allá; una celada

de manos á boca encuentran...

y es negocio concluido

sin arriesgar la cabeza.

D. Diego. ¿Sabéis que es un pensamiento infernal ?

D. Suero. ¿Te lisonjea?

D. Diego. Sois mi ángel malo, don Suero ; mi tentador.

D. Suero. Como quieras.

Si mal te están mis consejos, déjales; en hora buena.

D. Diego. Ese es el mal; que ellos me empujan por mala senda, y no puedo resistirles , y me arrastran y me ciegan.

D. Suero. Aun estás á tiempo...

D. Diego. Falso.

La jugada está va hecha , y hay que marchar adelante suceda lo que suceda. Mas decid, y perdonadme tal estremo de franqueza : ¿por qué, en lo que al Cid atañe, demostráis tanta crudeza , tan hostil pasión ?

D. Suero. Te engañas.

Le desprecio... y me desprecia.

D. Diego. Podrá ser así : mas noto cierto alan...

D. Suero. Vanas sospechas.

D. Diego. Vamos; tio, sed más franco. Recordad sino en Valencia con cuánto rencor y empeño tomasteis la aciaga ofensa que don Rodrigo...

D. Suero. * El afecto

48

que paternal os profesa mi corazón, y la parte que á mi sangre cupo en ella , para requerir venganza razón muy sobrada eran. ¡Ingratos!

D. Diego. Nada de enojos ;

y como os plazca, sea.

D. Suero. ¿Querías quedase ocioso ,

cuando el Cid á la presencia de sus gentes hizo escarnio de vosotros, y su lengua con amargo desden dijo : «110 hay cobardes á mi mesa?"

D. Diego. Callad, ¡viv*e Dios!... La sangre quiere saltar de las venas con tal recuerdo.

D. Suero. Y lodo ello

por una locura necia. ¿Sin duda quería, ¡imbécil! que á la abierta leonera sus yernos , bueno ó mal grado , volviesen la huida bestia? Diera para eso á sus hijas dos monteros de las selvas , pero no dos ricos-hombres sin las costumbres plebeyas. Pues la espada de un hidalgo solo debe hacer pelea por su Rey y por su honra : jamás duelo con las bestias.

D. Diego. Él lo quiso. Sangre y llanto aquel alarde le cuesta. . Don Suero , razón tuvisteis ; la afrenta lava la afrenta.

D. Suero. ¿Es decir, pues?...

D. Diego. Qué...

(I). Fernando aparece á este tiempo.)

D. Fern. La carta.

D. Diego. Silencio. Ya entendéis. Venga. (Toma la carta. D. Suero se va.)

49

D. Fern.

D. Diego.

D. Fern.

D. Diego. D. Fern. D. Diego.

D. Fern. D. Diego. D. Fern.

D. Diego. D. Fern.

D. Diego. D. Fern. D. Diego.

Escud.

D. Fern. Escud.

ESCENA S¥.

D. Diego. D. Fernando.

Pso por qué causa , Diego , siempre que veo á mi tio , me estremezco á pesar mió. Pues tiene un interés ciego por nosotros.

No quisiera ofenderle: mas...

. Deliras. Dicen las gentes...

Mentiras. La_plebe es sandia y ligera. Cualquiera diria...

¿Qué? Que detesta á Don Rodrigo y es de su gloria enemigo. ¡Estás loco!

Lo escuché decir en la Corte á varios; y hoy mismo en el Estamento... ¡Bah!...

Y me está dando tormento. Del Cid son los partidarios. En las ánimas menguadas infunden sandeces tales , ¡vive Dios! los desleales.

ESCENA V.

Dichos. Un Escudero.

Señor: en las palizadas (AD. Fernando.) por vos pregunta una dueña, y entrar pretende.

Su nombre? Aunque el oirlo os asombre, en no dármele se empeña. Velada en negro albornoz

desde la frente á los pies... D. Fern. ¿Si acaso ella? (Ap.) D. Diego. Venga, pues. (Váse el Escudero.)

D. Fern. Sí, condúcela veloz. D. Diego. Te dejo.— Qué presunción!.. (Ap.) D. Fern. Por ella bien; no por mí. D. Diego. Quizá saquemos de aquí... (Ap.)

Pintan calva la ocasión. D. Fern. No sé. ..

D. Diego. A Dios...— Dejadle hacer.— (Ap.)

D. Fern. Yo ignoro...

D. Diego. Yo no nada.

¡Me place pues la tapada!

(Ap. yéndose.)

ESCENA VI.

D. Fern. Si será... No puede ser.

¡Por Cristo! ¡Qué confusión!..

¡Una mujer, y á esta hora!

Ignoro por qué se azora

mi doliente corazón.

Si mi carta... ¡desvarío!..

Cuando más, con otra igual...

¡Cierto que en ella era tal

la efusión del dolor mió!.. ^T'^

¿Y qué?.. La ofensa tan grave,

que acaso nada pudiera...

¿A qué dudar?.. Voy afuera.

¡ Aquí el corazón no cabe !

(Se dirije á la puerta del fondo, ' y aparece en

ella Doña Sol. El Conde queda sorprendido. )

ESCENA Vil.

D. Fernando D.a Sol.

D. Fern. Ella!.. Sí!..

D.a Sol. (Adelantándose.) Conde...

D. Fern. ¡Señora!..

D.a Sol. ¿Lo adivinasteis?

D. Fern. ¡Perdón! (Cayendo á sus pies.)

51

D.a Sol. (Con dignidad y tendiendo su brazo sobre él.)

¡ Justa es vuestra expiación ! (Pausa.)

Escuchad, Fernando, ahora. (Le levanta.) D. Fern. Hablad, Doña Sol hablad.

¡Mísero de mí! 04;?.) D.a Sol. Esta carta...

D. Fern. Mi pena os dice harta. D.a Sol. Decidme, pues, la verdad.

¿Un secreto encierra? D. Fern. Sí.

D.a Sol. ¿Será muy grave? D. Fern. Mortal..

D.a Sol. ¿Y es causa de nuestro mal ? D Fern. El me ha hecho criminal. D.a Sol. Por él, Fernán, vengo* aquí. D. Fern. Dejadme callar. D.'-Sol. Ni debo,

ni puedo. D. Fern. Pues bien; repito

lo que ahí tenéis escrito,

lo que dentro el alma llevo:

«Aunque culpable, pudiera

la vida salvar : empero

soy, señora, un caballero,

y una palabra rompiera.

Víctima habéis sido vos,

víctima también perezco ;

condenadme, lo merezco...

no me maldigáis. ¡ A Dios!» D.a Sol. Infeliz!... (Ap.)— No, no es bastante.

Yo quiero el secreto infa ndo

apurar. D. Fern. Ved...

D.a Sol. ¡ Don Fernando !

D. Fern. Si es muy tarde ya. D.a Sol. No obstante.

¿Toca al honor? D. Fern. ¡Ah!..

D.a Sol. Lo mando.

(Don Fernando después de un momento.) D. Fern. Doña Sol: yo era dichoso

con vuestro amor, y los bienes

52

que hallé en él cuando fui esposo,

eran el éxtasi hermoso

de los mágicos edenes.

¡ Todo acabó ! I).a Sol. . ¿Y bien?— ¡Dios santo! {Ap.)

1). Fern. En medio del bello dia

de la breve dicha mia,

el castillo del encanto

disipó tormenta impia.

Y sopló el viento del mal,

y el sol de las ilusiones

cubrió con .sombra mortal

el vergel de tantos dones,

haciendo un mísero erial. D.a Sol. ¿Y por qué? D. Fern. Porque en mal hora

hubo una lengua traidora ,

hubo miserable un labio... ]).a Sol. ¡Cielos!.. D. Fern.' Perdonad, señora,

que á vuestro honor hizo agravio. D.a Sol. ¿Y lo creísteis?.. ¡Menguado!

¡Y osasteis de dudar..! D. Fern. Confieso» mi mal pecado;

no se mentir. ¡Desdichado! (Ap.J D.a Sol. Es una ofensa... D. Fern. Sin par.

Es muy justo vuestro enojo .

fui un insensato, fui un necio ;

de mismo me sonrojo,

y ante vuestro pudor rojo,

me abomino y me desprecio.

Debí dudar de la luz

que limpia engendra la aurora,

del sol que los campos dora ,

del oro que cria el Sud

y las perlas de Basora.

Debí dudar del ambiente

de las mañanas de abril ,

y del agua transparente ,

y. de la rosa inocente,

virgen del regio pensil ;

3).

Fern.

1).

1 Sol.

1).

Fern.

I).

a Sol.

1).

Fern.

53

y del ampo del armiño,

envuelto en candida nieve ,

y de la risa de un niño,

cuando en dulce ósculo bebe

todo el maternal cariño.

Debia dudar, en fin ,

del rayo del firmamento,

antes que demente y ruin

osar con insano aliento

á la luz de un seraíin. D.a Sol. ¿Y quién fué el torpe impostor,

que así con osada lengua

se'atrevió á mi y mi honor?

¿Dónde está e! que habló en mi mengua?

¿Cómo se llama el traidor?

No exijáis de mí...

Su nombre.

Juré callarle.

i Qué escucho!

No me estraña que os asombre.

¡ Con qué de amarguras lucho ! D.a Sol. ¡ Y no matasteis á ese hombre !

Enseñádmele, que ansio

cubrirle ele oprobio y cieno ,

y arrancarle el velo impío ,

y con el acento mió

aterrarle , cual un trueno.

Y no vayáis á creer

que me quiera sincerar ;

pues responden donde quier

por doña Sol de Vivar

su nobleza y su deber. D. Fern. Es verdad. Ni mi error ciego

necesita en su demencia

oir la voz de la inocencia;

que me hablan con harto fuego

vuestra virtud, mi conciencia...

y todo. D.a Sol. Pero ¿el malvado?

¿No me has de decir quién sea ? i). Fern. Es triste... mas nací honrado. D.a Sol. Callad , si empeño habéis dado ,

que romperle es acción fea.

Yo que mi honor guardo ileso *

y rica-fembra, en Castilla

nacida, su ley profeso,

exijir en vos mancilla

fuera desleal esceso.

Callad: mas pues sacrifico

mi agravio, también yo quiero

á mi vez... D. Fern. Yo os vindico.

D.a Sol. Jurad, como caballero,

decir a! vil , que replico

con un «mentís» concluyente

á su calumnia impudente;

y si insiste en su falsía

venga á la presencia mía ;

yo le reto al delincuente.

Traedle á sin demora;

y vercisle, ante vos mismo,

á mi voz atronadora

en confuso paroxismo

su maldad decir traidora.

Prometédmelo. D. Fern. Lo juro

por mi honor. Mas el infame

no se ha de gozar seguro

en ese crimen oscuro,

aunque monstruo se me llame.

Con su sangre envilecida

lo ha de lavar. D.a Sol. Conde....

D. Fern. Es poco

á tu honor hasta su vida.

¡De pena y de ira estoy loco!

¡Por él soy casi homicida!... D.a Sol. ¿Pero cómo diste asenso

á esa miserable trama?

¿Qué prueba te dio? D. Fern. ¡Me inflama!...

Mírala pues. (La presenta su retrato.) D.a Sol. ¡Dios inmenso!

Justicia este crimen clama.

5o

Mi retrato!...

D. Fern. Con el sello

de vuestra cifra y blasón...

D.a Sol. ¿Y un rizo de mi cabello

y una amorosa inscripción?... El Cid debiera tenello. Por prenda de despedida dejábasele en Valencia; y después de mi partida darle al padre de mi vida por consuelo de mi ausencia. Se le di para ese objeto á Don Suero.

D. Fern. (Aparte.) ¡Hombre sin íe!

D.a Sol. ¿Pero cómo en vos se vé?...

D. Fern. Ese es mi amargo secreto.

D.a Sol. Me ofusco... y aquí no

lo que ha pasado. A Don Suero algún pérfido enemigo le robó....

D. Fern. (Aparte.) ¡Mal caballero!

D.a Sol. ¡Nos ha perdido el artero!

D. Fern. Ahora... ¿me daréis castigo? Pero ¿lloráis?...

D.a Sol. ¡Ah!... que siento

en el alma conmovida vencer á mi altivo aliento el femenil sentimiento en reacción dolorida. Lloro... y lloro con razón la suerte de la mujer, la mezquina condición que de una lengua cualquier nos coloca á discreción. *No basta tener virtud, y el corazón sano y puro, como del alba la luz; ni marchar con pié seguro del bien á la escelsitud. Preciso es que el vulgo ciego lo crea así en sus antojos ; y que no haya un traidor luego

56

que logre estraviar sus ojos 7 y su audaz lengua de fuego. Porque el torpe rauudo es tal, que no cree el bien oculto, y cree aparente el mal; y hiere, insensato, á bulto, sin ver que el dardo es mortal.

Y á las hcaibras, del honor hace custodia y emblema; y por el caso menor,

sin oírnos el traidor,

nos hiere con su anatema.

¡Y al débil en sacrificio

inmola el fuerte, pardiez;

y se hace ufano á la vez

en el execrable juicio,

cómplice y verdugo y juez!* D. Fern. Es cierto, muy cierto, sí;

y de tanto desafuero

la prueba tenéis en mí.

Noble es vuestro llanto; pero

calmad... D.a Sol. Quisiéraío así :

pero es muy triste y amargo

cumplir como Dios ordena,

y ser infeliz... D. Fern. (Aparte.) ¡Oh pena!

D.a Sol. Hacer bien, y sin embargo

ser reo por culpa ajena.

¡Y perder cuanto hace hermosa

la existencia!... D. Fern. Y la ilusión

ver lucir del corazón,

cual las hojas de una rosa

en alas del aquilón.

Y perder las esperanzas de los encantados sueños , y las dulces confianzas de los días halagüeños....

D.a Sol, Escusad, pues, remembranzas.

¡Me hacen mucho mal.' (Ap.) D. Fern. ¡Señora!

57

La estrella maldigo mia. D.a Sol. Ya mi corazón no llora. No es hoy de llorar el dia: deber mayor tengo ahora. No alcanzo...

Venid conmigo, y á mi padre le decid que sois víctima...

¡Yo... al Cid!... A lo demás yo me obligo. ¡Oh!... ¿Quc'pretendeis?...

Venid. Imposible.

Ved...

No debo... no puedo. -

¿Pues?

Ya os dije que un arcano...

Aquí le llevo. A violarle no me atrevo, aunque su peso me aflije. Perdonadme. D.a Sol. Bien esta.

Yo lo que hacer me toca. D. Fern. ¿Mas me comprendéis? D.a Sol. Quizá.

D. Fern. El honor cierra mi boca. D.a Sol. El honor os salvará.

(Se dirije á la puerta del fondo. )

ESCENA VEI!.

Dichos.— D. Suero {Por el fondo, apresurado y maltrecho).

D. Suero. Diego... ¡Doña Sol!... D.a Sol. Dad paso.

D. Fern. ¡Como así, vos!... D. Suero. Deteneos.

D.a Sol. ¿Quién osa impedir?... D. Suero. ¡Por Cristo!

Todo se ha perdido.

D.

Fern.

D.

1 Sol.

D.

Fkrn.

D.

1 Sol.

D.

Fern.

D.

a Sol.

D.

Fern.

D.

a Sol.

D.

Fern.

D.

1 Sol.

D.

Fern.

D.

a Sol.

D.

Fern.

58

D. Fern. ¡Cielos!

D.a Sol. Mas ¿qué peligro?...

D. Suero. La muerte.

D.a Sol. ¡Estáis loco!

D. Fern, Hablad.

D. Suero. El pueblo

en molin desaforado

de la ley ha roto el freno.

Ardiendo en sangrientas iras,

y á lodo trance dispuesto,

por calles y plazas corre

cual mar herido del viento.

Vuestras cabezas demanda,

Condes de Carrion , el fiero,

y la voz del Rey desoye,

y del mismo Cid el ruego.

¡Ya me veis!.. Yo hacia el alcázar

me encaminaba indefenso;

y apenas la muchedumbre

me vio sobre el atrio regio,

cuando sobre se lanza;

pongo la mano al acero...

y si el Cid no llega á punto ,

allí, á sus manos perezco. D.a Sol. ¡Dios mió!... D. Fern. Doña Sol, vamos:

De morir por vos me alegro. D. Suero. No saldréis. D. Fern. Este es el dia

en que demostrarme debo

aun digno de vos, señora,

v de mismo. Marchemos. D.a Sol. Vamos, sí.

(Se empieza á oir el rumor del tumulto popular.) D. Suero. Ya no es posible.

¿Lo escucháis?... Conde... Don Diego. (Llamando, éntrase presuroso por la izquierda.)

o9

ESCENA IX.

D.a Sol. D. Fernando.

D. Fern. Hora es de morir, señora...

En esta tremenda hora,

que negra para ábrese

acaso la eternidad ;

en este supremo caso,

que al romperse el frágil vaso,

el alma en Dios reconcéntrase

lejos del mundo falaz;

ya que vuestro noble aliento

mi ultraje olvida sangriento,

y me concedéis magnánima,

—¡mujer sublime! el perdón...

Dadme á besar vuestra mano,

y al llegar mi fin tirano,

mió sea por vez última

de la esposa el corazón. D.a Sol. No habéis de morir. Yo sola

frente haré á la turbia ola

de la multitud frenética ;

sus iras yo arrostraré. D. Fern. Nunca. Tócame el primero,

como esposo y caballero,

puesto que busca una víctima,

ofrecérsela. D.a Sol. No, á fé.

D. Fern. ¡Oh!... Sí. Mas venderé cara

la sangre, que pide avara...

Mas no; que después los bárbaros

saciarán su furia en vos.

Vengan. En estos dinteles

los diré , heridme crueles;

doy mi vida á vuestro vértigo

por la de ese ángel de Dios. D.a Sol. ¡Qué horror!... ¡Ya llegan!... Dios mió,

un rayo de luz. D. Fern. Yo os fio...

D.a Sol. ¡Oh!,.. La fuga. El medio es único

00

en este trance mortal.

Un corcel traje conmigo;

salid por ese postigo,

mi escudero es fiel é intrépido.

Dios os preserve de mal. D. Fern. Comprendo lo grande y bello

de ese rasgo, que echa el sello

á cuanto de más heroico

es capaz una mujer.

Mas si parto, y aquí os halla

la turba atroz, no habrá valla

para su enojo, y estúpida

quizá osará.... No ha de ser. D.a Sol. Huid, por piedad. D. Fern. Conmigo

entonces, venid. D.a Sol. Os sigo.

Y pues que no hay otro término,

y sino morir por mí,

cedan los impulsos vanos

de los respetos mundanos

á la voz del alma heroica.

Yo me basto y sobro aquí. (Esplosion de voces y estrépito.) D. Fkrn. ¡Ya es tarde! l).a Sol. Pues bien; muramos

los dos, cual dos frescos ramos

que del floreciente plátano

troncha airado el huracán. Voces (dent.) ¡Mueran!... l).a Sol. ¿Lo oís, Don Fernando?

Venid , y ante Dios orando,

unidas nuestras dos ánimas,

cual dos cisnes, á él irán. Voces (dent.) ¡Fuego al rastrillo! Otras (id.) ¡Adelante!

D. Fern. Venga, pues, ese gigante.

Vivid, y muera yo mísero.

Lidiemos. No resta mas. (Poniendo mano á ¡a espada se dirije á ¡a puerta del fondo.) D.* Sol. Ved que me matáis... que os amo.

61

ESCENA X.

Dichos.— Y). Suero. D. Diego.

D. Suero. ¿Lo ves?

D. Diego. ¡De cólera bramo!

¡Plebe vil! D. Suero. Ella nuestra áncora.

Dona Sol... D. Diego. Fernán, ¿do vas?...

(Creciente estruendo de armas y (¡entes que en desorden se

aproximan. Ejecución rápida.) D.a Sol. Quiere morir... —¡Insensato!

y yo con la libertad

le brindo. D. Suero. Fernando, acepta.

D. Fern. ¿Y ella?... ¿Y vosotros?... Jamás. D.a Sol. Venid todos. Yo conozco

esa escalera espiral ;

conmigo traigo una llave

que el Rey me mandó entregar.

Salvaos del primer riesgo,

y Dios hará lo demás. Voces (dent.) Puertas abajo. Otras (id.) Los Condes.

D.a Sol. Seguidme ; por aquí. (Abre un postigo secreto en el muro de la derecha. El Cid

aparece en él.) Todos ¡Ah!...

ESCENA X!.

Dichos. —El Cid.

Rod. Partid. El paso está libre.

Un crimen al pueblo ahorrad. D.a Sol. ¡Padre! D. Fern. ¡Señor!.;.

Rod. Partid todos.

San Pedro os guie en paz.

fi2

(Salen todos por el postigo , que vuelve á cerrarse. Ruido formidable en las antecámaras. El Cid se dirije á la puer- ta del fondo ; la abre con ímpetu, y torna al centro del es- cenario , mientras salen por ella en tumultuosa confusión soldados y gentes del pueblo. El Cid les recibe en actitud teatral. )

ESCENA XII.

El Cid. Soldados. Pueblo.

Voces. ¡Mueran los tres .'

Otras. ¡Al rio!

Otras. ¡A. la picota!

Otras. ¡Mueran!...

Rod. ¡Por San Millan!... ¿Quién sois vosotros?...

Ni un paso más. ¿Quién sois?.. Decidlo. Vamos!.. Responded. Responded.

(La multitud dominada por la presencia y actitud del Cid, quédase parada y guarda silencio.)

¡Y calláis todos!' Ese silencio es el del crimen. Leo cuanto adivino y más en vuestros rostros. ¡Y mis soldados sois! ¡Y sois los hijos de la Imperial Toledo!... Me abochorno. Quien asalta las reales fortalezas, quien de la sedición inflama el soplo, y desoye !a voz de su Monarca, y el brazo de la ley usurpa al solio; los que como vosotros ¡insensatos! contra indefensos nobles se alzan torvos, y vienen hasta aquí á verter su sangre, en criminal y bárbaro alboroto... de la leal Castilla no son hijos, del pais del honor fueran sonrojo. Os juro por San Pedro, el de Cárdena , que á mi primer campaña contra el moro ninguno de vosotros conmigo ,

(Profunda sensación .) que bajo mi pendón lieras no acojo. Culpables sois. A Dios y al Rey faltasteis. Idle á pedir perdón, puestos de hinojos.

63

¡Oh!... ¡Tembláis!... Hacéis bien. Pero yo mismo haré por desarmar su justo enojo. ¡Paso al Cid, toledanos!... ¡A el Alcázar! ¡ A las plantas venid del Rey Alfonso! ( Váse por el fondo. La multitud le sigue consternada. )

Los directores de escena deberán omitir en la represen- tación los versos de la escena 7.a de este acto, marcados con la señal *.

FIN DEL ACTO TERCERO.

ACTO CUARTO.

« Afuera , sin más audiencia condeno , con acuerdo de mi corte y de mi Real Consejo

á los Condes de Carrion , que lidien conforme al reto , y que el Cid haya cumplido con dalles tres escuderos , y los que mejor lidiasen ellos salven su derecho. » (Rom.° del Cid.—R. Sa.J

Tienda militar del Cid.— Puerta en el fondo ; otra á la de- recha, oculta con tapicería. En lontananza vista de la villa de Carrion.

ESCENA PRSMERA.

D. Diego. D. Fernando.— (Armados de punta en blanco.)

D. Diego. No hay ya esperanza.

D. Fern. Ninguna.

Lo sé. Mas dejadme, Diego,

sentir el enojo ciego

de mi contraria fortuna ;

y que por un traidor...

5

06

D. Diego. ¡Conde!..

Don Suero es tu deudo. D. Fern. ¡Infame!

¿Qué importa* que así se llame?

La sangre el crimen no esconde.

Me ha perdido. D. Diego. Eres injusto.

quizás no sabes... D. Fern. Cesa;

•que es necia disculpa esa

y me dá, por Dios, disgusto.

De doña Sol el Don Suero

recibió el fatal retrato';

y á su' confianza ingrato

el indigno caballero ,

en vez de ponerle fiel

en manos del Cid'llodrigo,

deudo inicuo y. falso amigo,

me sorprendeaudáz con é.1.

Y acusa de liviandad

á mi esposa inmaculada ,

y aquella prenda sagrada

de una hija en su piedad ,

presenta cual don impuro

de torpísimos antojos

ante mis absortos ojos ,

y triunfa de el perjuro.

¡ Torpe de , vive Dios !

Del honor la sangre es precio.

Él por vil y yo por necio ,

morir debemos los dos. D. Diego. Necio estás con tus recuerdos.

Olvidadlos. D. Fern. Mal pudiera.

D. Diego. Pues obrar de esa manera

no es de hombres fuertes y cuerdos. D. Fern. ¿Cómo olvidar, vive Cristo,

lo que á Don Suero escuché ? ¡Hombre sin alma y sin fé! ¡Casi dudo lo que fíe visto! D. Diego. ¿Cómo pues? . D. Fern. ¡Secreto infaudo

G7

mi esposa rae reveló!..

D. Diego. .(Ap.J Ya lo adivinaba jó.

D. Fern. Una noche en San Servando.

D. Diego. ¿Secreto?

D. Fern. ¡Mortal é impío!

De aquel miserable trama, que á mi esposa triste infama y ella desmiente con brío. Voy al traidor; le conjuro de la inocente en el nombre , a sostener como hombre desmentido por perjuro la execrable acusación, la calumnia fementida que á me cuesta la vida y á mi esposa hace baldón; y el miserable se niega , cae aterrado á mis pies, tiembla, promete.

1).

Diego.

(Con cierto afán.) ¿Y después?..

D.

Fern.

Su secreto al fin me entrega.

D,

Diego.

¡Vaya! ¿Y no pudo su boca, para salir del fracaso, finjir...?

i).

Fern.

¿Cómplices?

ü.

Diego.

Acaso.

1).

Fern.

Uno.

1).

Diego.

¿Y quién es? (Con sobresalto.)

D.

Fern.

No me toca, ya imaginarlo.

D.

Diego.

(Ap).~ Respiro...

1).

Fern. '

(Ap) . ¿A. qué saber más?

D.

Diego.

Al duelo sale también, y este celo borra su culpa.

D.

Fern.

¡Me admiro de oirte así!

1).

Diego.

¿Pues?

1).

Fern.

Don Suero por no sale y por al campo: sale por sí. Escucha el fallo severo:

68

(Saca un pergamino, y lee.) *Por tanto , los Condes de Carrion volverán al »poder del Cid la Tizona y la Colada, dos mil imarcos en dineros dótales, y todas las preseas »habidas en las bodas. Y los susodichos Condes, y>con más el Conde D. Suero , por la parte que le »ha cabido en el desacato hecho á D.a Elvira y »D.a Sol, según revelaciones, no desmentidas por » el mismo, harán campo cerrado contra tres escu- -»deros del Cid , de igual á igual y á muerte.» D. Diego. ¥ bien... Ya todo eso. D. Fern. Esto es probarte... D. Diego. , No más.

D. Fern. ¿Él por nosotros?— Jamás.

De su crimen sufre el pesp. D. Diego. Un error... D. Fern. La negra envidia

su móvil fué solamente. Detesta, al Cid y á su gente , y con eterna perfidia

3uiere oscurecer la gloria el sol de los castellanos. D. Diego. ¡Lamentos necios y vanos ! D. Fern. ¿Por qué con suerte ilusoria

de las furias de la plebe

nos libraron en Toledo ?

No tengo á la muerte miedo :

pero el cáliz que se bebe

gota á gota y paso á paso, destila más cruda hiél ;

¡y apurar es muy cruel

basta las heces el vaso ! D.Diego. ¡Fantástica libertad .'

¡Torpe, insultante irrisión!

En fin, estoy en Carrion.

Ni doy, ni quiero piedad. D. Fern. Aquí ofrecimos al Rey

esperar el sumo falloT D. Diego. Aunque no soy su vasallo ,

mi palabra hace mi ley.

Nadie se puede quejar",

pues viéndome en mis Estados,

69

con murallas y soldados ,

pude á la guerra apelar. .

i hacer estéril la saña

del Rey, del Cid y de todos ;

sin jueces,* sin acomodos ,

como es buen uso en España.

Si pues obediente estoy ,

es nada mas porque quiero.

Lidiar manda el Rey severo. »Pues á lidiar vamos hoy... D. Fern. ¿Y ellas? D. Diego. ¿Quiénes?

D. Fern. Sol y Elvira,

que allá en Toledo... D. Diego. ¡Hay paciencia!

D. Fern. Ignoran la atroz sentencia

y el trance mortal. D. Diego. (Ap.) Delira.

Tarda Don Rodrigo. Di,

¿no adivinas á qué objeto

con tal prisa y tal secreto

nos ha convocado aquí?

No, por mi fé.

¡Es singular!

Cuando de la muerte cerca...

¡Gran Dios!

¿Qué ha sido? ,

Él se acerca.

(A D. Fern.) Cada uno en su lugar.

ESCENA II.

Dichos.— El Cid.

Rod. Infantes de Carrion, sea con vosotros

en mi morada Dios. , D. Fern. El al Cid guarde.

Rod. ¿Sabéis el fallo?

D. Fern. Cierto. Y de Su Alteza,

cual juré por mi honor, cumplir me place

la suma voluntad.. Roo. ¿ Y vos, Don Diego ?

D.

Fern.

I).

Diego,

D.

Fern.

D.

Diego

D.

Fern.

D.

Diego.

70

D. Diego. Jamás un caballero está distante

de su palabra fiel. (Con impasible aspecto.) Rod. (Con amargura.} ¡Siempre el orgullo!...

D. Diego. Acabemos. D. Feiin. (Ap.) ¡Don Diego! . Rod. Oidme antes.

Pues aunque á mi carácter y deseo6

mostréis altivo corazón de jaspe ,

por la última vez infantes, quiero

que sepáis lo que soy. D. Diego. (Ap.) ' ¡Mi pecho arde!...

Rod. Ya sabéis la sentencia, que los jueces

contra vosotros- dieron. D. Diego. Adelante.

Rod. Sabéis que el Rey, sin tregua ni demora

la manda ejecutar. D. Fern. Sí. Los nupciales

presentes, que de vos ambos hubimos

de Sol y Doña Elvira en los enlaces,

debemos devolveros. Así al menos

lo manda el tribunal. D. Diego. Sea al instante.

Porque á los Condes de Carrion los bienes,

para vivir, cual infanzones, bástanles

de sus nobles abuelos heredados ;

y les so'braa, ¡pardiez! Rod. ¡Mozo arrogante!...

Perdono esa osadía, y me conduele

tan fiero natural. ' D. Diego. Mas yo»..

Rod. Escuchadme.

(Con decisiva superioridad.)

Las galas, los tesoros, las preseas ,

que de Elvira y de Sol fueron dótales ,

no las quiero; ¿entendéis? más; las desprecio,

porque son vanos, míseros afanes.

Así respondo á vuestra audacia, Conde. ' Si al Cid no conocíais!., contempladle. D. Feun. ¿Si os cumple quizás?... Rod. Tan solo acepto ,

como soldado,— ¿estáis?— no como padre... D. Feüiv. Vuestras espadas, pues.

71

Rod. ¡Sí, por San Pedro!

¡Bien mi intento, Fernando, penetraste! Quiero, sí, mis espadas; mi Tizona, mi Colada leal; de mis combates, de mi gloria y valor las compañeras , las ricas prendas.de mi nombre grande.

D. Diego. Vamos, y las tendréis.

Rod. En el palenque ,

del Monarca en presencia y los magnates, la entrega ser debia.

D. Fern. Está dispuesta...

Rod. Mas no ha de ser así.

D. Diego. ¿Pues?

D. Fern. Y faltarse,

¿cómo ha de ser?... No atino...

Rod. Un caballero ,

que los blasones de su ilustre clase respeta, como yo , de otros hidalgos, el heredado honor manchar no sabe. Dareisme las espadas en el sitio y forma que á vosotros más agraden. Decidme que aceptáis.

D. Diego. ¡Qué oigo!

D. Fern. ¿Es posible?

Rod. Por San Millan, que sí. Tan solo atañe

á nosotros el caso, y los testigos iraportuuos serán; que pues á nadie tocan mas que á los tres nuestros dolores, nuestro dolor, no más, presida el trance.

D. Fern. ¡Y yo pude ofenderle!... (Ap.)

D. Diego. Yo ni acepto,

ni dispenso merced.

Rod, ¡Don Diego!... Si otro

hacerme osara ese brutal desaire... mas téngame San Pedro. ¿Por ventura menguar, vuestro decoro imaginasteis cediendo á mi bondad? ¡Pohres impulsos de ilusa vanidad... cuánto sois fáciles! Quiérales castigar... cou el olvido.

D. Diego. Mirad que soy un Conde. (Ofendido.)

Rod. Y yo.,, soy padre.

(Pausa breve.)

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¡la mengua!... ¡Qué ilusión!... ¡Dios poderoso, ni comprenderme aún los hombres saben! D. Fern. ¡Oh!... Sí. No puedo más.— Rompa mi labio de! torpe orgullo la mezquina cárcel. Comprendemos vuestra alma, y la grandeza del corazón que en ese pecho late.

Y así como piedad no os demandamos , porque en nosotros fuera acción cobarde, y en vos negarla heroica dureza,

y otorgarla, clemencia injusta y frágil; así al menos también dado nos sea en el secreto de este sumo instante del corazón oir intenso el grito, y aceptar sin encono el triste cáliz. Rod. ¡Bien, por el de Cárdena! Asi te quiero,

Fernando; encuentro en lo que me place! Tiene razón. Aquí, dentro del pecho siento estallar desgarrador combate. El honor, la clemencia... y el recuerdo de que fuisteis mis hijos... de buen padre el terrible deber... y mil pasiones martirizan mi espíritu gigante. Si os castigo, falto á mi grandeza; soy, si juslOj cruel. Y por contraste , si otorgo mi perdón, vuestro decoro ofendo , y á un desprecio intolerable que darme deberíais , me arriesgara ; y con él además de mi linage prostituyo la gloria, y de mis hijas vendo y olvido la inocente sangre.

Y si yo no me venzo; si sucumbo

á mi instinto magnánimo un instante, evocarán mis ínclitos abuelos de la tumba sus sombras venerables; y «¿qué has hecho, dirán, débil Rodrigo, ílel purísimo honor de nuestros lares?... Rompe la espada ; que á vengar no alcanza , cual hombre, padre ó juez, tu misma carne; y borre para siempre el nombre tuyo la absorta humauidad de sus anales...» ¡Ah!... No... Jamás. D. Diego. Jamás. Enlre nosotros

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ningún recurso queda. Es ya muy tarde.

Y pues nada podemos concedernos, y nada suplicarnos; pues no cabe entre los tres favor, ni hay esperanza; y con mano de hierro inexorable

el hado frente á frente nos coloca... sea lo que ha de ser. (Llamada interior de atabales.) Rod. Ya te complace.

(Un heraldo en alta voz desde dentro.)

«Por el Rey. Campo á Rodrigo el Cid, en sus w campeones Martin Antolinez de Rurgos, Pero vRermudo y Ñuño Gústio. Quien les haya en- tuerto, muera por ende. Campo á los Condes de » Carrion y al Conde Don Suero , en campo cer- »rado, y lidia á todo trance.»

D. Fern. ¡El duelo!...

D. Diego. Vamos pues. Vuestras espadas

antes, señor, del fúnebre combate á dos de los campeones cederemos , que por vuestro derecho al campo salen. Bermudo y Antolinez , que allí deben con Fernando y conmigo hacer el lance , probarán si Colada y la Tizona para dos infanzones son bastantes.

Y así veréis los fúlgidos aceros

que hicisteis el espanto del Alarbe, .

vuestra ofensa vengar , ó cual despojos

en las murallas de Carrion colgarse. Rod. ¡Dios proteja al mejor! Pero á la lidia

no llevéis los rencores. Imitadme;

y deponiendo el odio y la fiereza,

cual españoles y cristianos lo hacen ,

esa mano estrechad. D. Fern Con toda el alma.

D. Diego. (Ap.) Sosténme, corazón. Rod. (AP') ¡Horrible trance! '

¿Y Diego?... D. Diego. Señoj... (Retrayéndose.)

Rod. (Con ademan formidable.) ¿Quieres acaso

mi maldición?...

D. Diego.

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(Subyugado por el apostrofe del Cid y cayen- , do de hinojos ) ¡ Qué horror ! (Un momento de silencio.— En seguida el Cid esclama con heroica fortaleza.) Rod. Ahora... al combate.

(Los Condes se retiran lentamente por el fondo. El Cid les contempla tristemente.)

ESCENA III.

El Cid.

¡Al combate!... ¡Oh dolor!... ¡En tal momento casi he sentido el corazón faltarme!... Ya estoy solo. Salid, congojas mias. ¡Cuánto he sufrido!... Que, si bien culpables, tan jóvenes al verles, de muerte el tenebroso umbral pisando casi, ¡ay!... me aflijo un pesar, con cuya fuerza en vano lucha el corazón gigante. Y no hay medio. ¡Es verdad! La suerte impia todo imposible entre nosotros hace. Pero, ¿y Fernando?... ¡Lúgubre misterio!... Él se obstina en callar... y á la lid parte! Recuerdo aun su carta; «yo pudiera »Ia existencia salvar: mas si cobarde íine vendiese mi lengua, la arrancara. . »No me aborrezcáis pues... mas condenadme.» ¡Oh! ¡Cuánta confusión!... Aquí un secreto, y secreto traidor de dolo y sangre, presiento. ¡Duda atroz!... ¡Y acaso, el triste, á la tumba con él, sin culpa, baje!... ¡Ab!... Sí. ¡Antolinez, y Bcrmudo y Gústio son terribles contrarios!,.. Inspiradme, Apóstol del Señor, por si aun es tiempo de salvarlos quizá... (Toque de trompas.)

¡La lid se abre!... todo está ya perdido!... Dios piadoso,

(Se prosterna.) que sufristeis también, cual Dios y Padre : sea tu voluntad: pero al vencido recibe en gracia y en tu seno ampárale.

(Queda apoyado sobre su rodilla, oculto el ros- tro entre las manos.)

ESCENA IV.

El Cid. Ordoño.

Ord. Tío y señor...

Rod. ¿Y los Condes?...

(Levantándose rápidamente .) Ord. Dentro se halla de Carrion

mi prima... Rod. ¡Habrá más dolores!...

Ord. Vuestra hija Doña Sol.

Rod. ¿Mas cómo?...

Ord. Desde Toledo,

un instante, entraba yo

en la estacada con gentes

de vuestra casa y pendón ,

cuando el galope tendido

de cabalgata veloz

hacia nosotros se acerca,

llamando nuestra atención.

Y un momento después vemos

en alazán volador

llegar velada una dama,

con varios pajes en pos.

El potro era vuestro Tarfe;

Sancho Arlanza el rodrigón,

y la dama. . . Rod. ' ¡Era mi hija!...

Ord. Por desgracia.

Rod. Pues bien, voy

á recibirla en mis brazos...

¿Qué iba á hacer? Rodrigo , no.

ílaz que la razón del hombre

venza del padre al amor,

ó te pierdes. Ord. Mirad antes.

Rod. Al cabo de lodo estoy. (Con amargura.)

Si á mi desolada hija

hoy abro' mi corazón,

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pedirárae por su esposo

con elocuente dolor ,

y con llantos y con ruegos,

que al fin, como suyos son,

el alma me despedazan,

V temo... sí, con rubor

lo digo... Ord. ¿A quién?

Rod. A mismo.

Porque mostrando un tesón,

con la triste , inexorable, »

la muerte acaso la doy,

y de tan bárbaro estremo...

¡Ordoño!... padre eres. Ord. ¡Oh!...

Rod. Y ceder es imposible!

¡Ea! alma mia!... valor...

Hay que hacer un nuevo esfuerzo;

el último... el más atroz! Ord. ¿Vais á verla?

Rod. ¿A qué?... Me veda

terrible mi deber hoy

enjugar su llanto; y fuera

Presentarme ante ella yo , árbaro, estéril alarde de mi justicia. Mejor es renunciar á su vista... aunque me aborrezca (¡ay Dios!...) y aunque de dolor y angustia sangre brote el corazón. Vamos á Palacio, Ordoño. Ciego y delirante voy. (Váse con Ordoño por la puerta de la derecha.)

ESCENA V.

El Rey. D.a Sol.

Rey. Ya os he dicho, Doña Sol...

D.a Sol. ¡El ruego

que os dirije mi mortal quebranto ,

acojed, por piedad!

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Rey. Estéril llanto.

Si á vuestro padre en súplica de fuego la gracia no arrancáis, el Rey, señora, nada otorgaros puede.

D.a Sol. ¡ Cielo santo!

¿El Monarca no sois? ¿En vuestra Alteza omnímodo poder no se atesora? ¿Quién, si el perdón de mi inocente esposo me otorgáis con benéfica grandeza, en contrario alzará su audaz cabeza? ¡Ah!... Piedad otra vez.

Rey. w ' Cobrad reposo.

¿Sabéis en dónde estáis ahora conmigo?

D'.a Sol. Solo mi dolor. Por vos guiada llegué hasta aquí.

Rey. Pues bien; del Cid Rodrigo

en la morada os veis.

D.a Sol. ¡Cielos!... ¡Mi padre

tan cerca de está!...

Rey. Ante él conmigo

vais á comparecer; y aunque mal cuadre al recuerdo tenaz otros errores, le rogaré por vos.

D.a Sol. Yo Os bendigo.

Rey. Sois dama é infelice; y ante el fuero

de la beldad y el infortunio fiero, aquí, en la tierra hidalga de Castilla, olvida el Rey su soberana silla, y recuerda, no más, que es caballero.'

D.a Sol. Merced inútil. ¡Ay! Pecho de acero y corazón el Cid tiene de roca en cuanto del honor al lustre toca. ' Nada alcanzaré de él.

Rey. Quizá su enojo

desarmar consigamos.

D.a Sol. Imposible.

¡Qué!... ¿No le conocéis?

Rey. . ¿Será insensible?...

D.a Sol. ¿Lo dudáis?... Acordaos del cerrojo.

(Espresion muy marcada.) No hay mas salud que vos para mi cuita. Urje el tiempo, ceded.

78

Rey. No. Mi decoro,

la prez de vuestra casa... D.a Sol. Os imploro

por vuestro hijo menor. Rey. ¿Queréis repita?...

D.a Sol. Por última vez... Rey. No; que los Reyes

debemos cuenta á Dios de nuestras leyes.

(Breve pausa.) D.a Sol. ¡Basta, Señor! Obrar me cumple ahora. .

Seré digna de mí. Rey. ¿Qué nueva idea?

l)'.a Sol. Al campo voy de la mortal pelea ;

y traspasando de mi ser la valla,

me lanzaré, cual nube tronadora,

en medio de la fúnebre batalla.

Y aunque mi pecho la radiante malla

no ciñe, ni el inerme brazo mió

para blandir la lanza tiene brío,

entre el corcel de mi aflijido esposo

y su contrario atroz sabré lanzarme;

y si este monstruo vibra el hierro impio

con golpe de su sangre codicioso,

podrá en la mia el bárbaro anegarme,

que al fin será, muriendo, bien perdida,

si al mísero Fernán salva la vida.

(Se arroja á la puerta del fondo. El Rey se

interpone.) Rey. Teneos..

D.a Sol. Paso.

Rey. No saldréis.

D.a Sol ¡Monarca!...

Lo suplico... lo quiero. Rey. ¡Es un delirio!

No dais un paso mas.

(Doña Sol arranca al Rey la daga.) D.a Sol. ¿La veis?... Mi pecho

con ella franquearé á la.negra parca.

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ESCENA Vi.

Bichos. El Cid.

Rod. Vive por mí.

D.a Sol. ¡Ah.!.. Piedad de mi martirio.

(Arrojando el arma.) Rod. ¡Cálmate, vuelve en tí! Llora, bien hecho...

Ordoño, ¡esto es morir! (Ap„) ¡Ah!.. Perdonadme,

Señor... (Viendo al Rey.)

Rey. También soy padre. . .

Rod. ¡Nombre santo!...

¡Mas guarda mucho en de afán y llanto! D.a Sol. Salvadle, padre. Rod. ¡Eso aún!..

D.a Sol. En su desventura inmensa

no tiene el triste defensa ,

ni halla valedor ningún.

Solo yo... Rod. ¡Desventurada!

¿A qué viniste este dia? D.a Sol. Por él...

Rod. ¡Ah, pobre hija mia!

D.a Sol. No tiene culpa. Rod. ¿Qué?

D.a Sol. En nada.

Rey. Lo sé...

Rod. ¿Su Alteza también?..

Rey. Yo abono á Fernando.

Rod. ¡Vos!

Habla, Sol, habla, por Dios.

Oh tiempo, el vuelo deten. D.a Sol. Es un secreto infernal.

El honor selló su boca:

pero á volver ya toca

por la víctima leal. Rod. ¡Oh!.. ¡Mi sospecha!..

D.a Sol. Del mismo

lo supe una noche aciaga ;

quiso hablar : pero le amaga

de infamia en ello un abismo.

80

Y me jura que si doy

á la luz su puridad ,

rechazará mi verdad ,

y dirá que loca estoy.

Pensé á Su Alteza acudir,

ó fiar á vos el caso;

y antes que el sol en ocaso

íina vez pueda morir ,

sin dar ni pedir razón,

con implacable denuedo,

os ausentáis de Toledo camino para Carrion. Rod. Pero, en fin...

D.a Sol. En fin , señor,

de liviandad y mancilla ,

burlando su fe sencilla,

me acusó un labio traidor. Rod. ¡Y le dio crédito!

D.a Sol. Y yo

se le diera en su lugar... Rod. ¡Infamia horrible y sin par !

Rey. Ved que el tiempo" vuela.

D.a Sol. ¡Oh!

Ya os diré lo demás...

De otro su crimen ha sido.

Salvadme , padre ; os lo pido.

Si él muere, yo en pos... Rod. No más.

Rey. ¡Triunfasteis al fin, señora!

Rod. Corred, y que se suspenda

la mortífera contienda.

(Se dirijen todos á la puerta del fondo apresura- damente; cuando llegan al dintel, suena un lúgu- bre toque de trompas. Doña Sol cae sin sentido.

Todos se quedan petrificados.) D.a Sol. ¡Ay de mí! Rey. ¡Terrible hora!

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ESCENA Vil.

Dichos. Ordoño.

Ord. ¡Dona Sol!.. ¡Infeliz! Tened la planta.

Rod. ¿Qué es de mi honor al fin?

Rey. Decid, Ordoño,

el vencedor.

Ord. , ¡Mirad!

(Ábreme del todo las grandes cortinas del fondo, y aparecen cuatro caballeros sosteniendo en alto un pavés, en el cual hay tres yelmos y tres es- tandartes. Rodeante varios heraldos, reyes de armas, caballeros y soldados . Martin Antoli- nez, Ñuño Gústio y Pero Bermudo se encuentran en primera línea con las espadas del Cid.)

La causa santa quiso el cielo amparar por vuestra gloria.

Rod. Bendigamos al Dios de la victoria.

Rey. ¡No hay más allá,- huen Cid!

Rod. Rey de Castilla,

digno me hallo de mí. Dejadme ahora olvidar del Carrion la roja orilla, y esta historia escribir con sangre mora; que prosternado ante la regia silla cuanto el Genil con sus arenas dora, las edades verán que el Cid Rodrigo así cumple con Dios y así consigo.

FIN DEL DRAMA.

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