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JoCoCEEHIIAM

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VIUDA DE HERNANDO Y COMPAÑÍA

Arenal, 11, Madrid.

BIBLIOTECA CLÁSICA.

Comprenderá esta Biblioteca las obras completas de los autores grie- gos y latinos y las más selectas de los clásicos españoles, ingleses, alemanes, italianos, franc* ses y portugu» ses.

Se publica en tomof» en elegantemente impresos en papel sati- nado, de 400 á 500 páginas.

Tudas las traducciones son directas del idioma en que han sido escritas las obras originales y están hechas por las personas más com- petentes.

Se publica un tomo cada mes.

El precio de cada tomo en rústica es de tres pesetas en toda Es- paña, y cuatro pesetas encuadernado en tela, pasta ó media pasta.

Todos los 1o;uos se ven loa separadamente.

Por susoripñón cuesta cadi tjmo en rústica dos pesetas y cin- cuenta cántimos, y encua leruado en tela, pasta ó media pasta, tres pesetas y ciacuenta céntimos.

Las suscripciones Si hicea en la ca-*a de la Viuda de Hernando Y Cjmpañía, calle del Arenal, 11, Madrid.

El su-!crip'or paeds adiuirir solamente de los tomos pubHcados ó que se publiquen en adelante, los que desee, y recibir mensualmente los publicados vn el orden que él determine.

Los suscriptores en las provincias recibirán los tomos por el correo y con las garantías necesarias para evitar extravíos.

NOTA IMPORTANTE.

Deseando esta Casa facilitar á todos los Centros de Enseñanza, Bibliotecas públicas, Sociedades, Casinos y personas de suticiente garantía, la adquisición de tan importante publicación comj lo es la Biblioteca Clásica, hemos establecido la venta de colecciones com- pletas, á pagar á plazos mensuales.

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OBRAS PUBLICADAS.

Clásicos griegos. Tomos.

Homero. La /Ziarfa , traducción en verso por D. José Gómez Hermosilla, con notas críticas del mismo y un estudio de D. Marcelino Menéndez y Pelayo sobre las traducciones griegas de La litada. (1,2 y 3) 3

Zrt Odisea, traducción en verso de D. Federico Baráibar, catedrático del Insti- tuto de Vitoria. La Batraco miomaquia, poema burlesco, traducción envergo dé"D. Genaro Alenda. (95 y 96) 2

Herodoto.— Zoí Nueve l'bros de la historia, traducción del P. Pou, de la Compañía

de Jesús. (6 y 7) 2

Plutarco.— Zai vidas paralelas, traducción de D. Antonio Eanz Romanillos. (21,

22,23, 24 y 28) 5

A-m^rÓFAyus.— Teatro completo , traducción de Baráibar, precedida de un estudio sobre el teatro giiogo y sus traductores castellanos porü. Marcelino Menén- dez y Pelayo. (27, 3 4,42) 3

Poetas bucólicos griegos.— (TVdcnYo, Bión y Mosco.) Traducción en verso, de don

Ignacio Montes de Oca , Obispo de Linares (Méjico). (29) 1

PÍXDARO.— Oc/aí , traducción en verso del Sr. Montea de Oca, precedida de la Vida

de Píndaro. (57) 1

Esquilo. Teatro completo, traducido y anotado por D. Fernando Bi-ieva, catedrá- tico de la Universidad de Granada. Precede á la traducción un extenso estudio crítico sobre el teatro griego. (32) 1

TUCTIUDES. Historia de la guerra del Peloponeso , traducción de Gracián, nueva- mente corregida. (120 y 123) 2

Xknofoxte. Las Helénicas ó historia griegn , continuación de la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucydides. Traducción de D. Enrique Soms, cate- drático de la Universidad de Salamanca. (119) 1

La Cyropedia ó Historia de Cyro el Mayor , traducción de Gracián, com^gitla 3or Flórez Canseco. (43) 1

Historia de la entrada de Cyro el Menor en Asia y de la retirada de los diez mil griegos que fueron con él, traducción de G-racián, corregida por Canseco (46). 1

Luciano. Obras completas, traducción de D. Cristóbal Vidal, catedrático de la

Universidad de Sevilla, y de D. Federico Baráibar. (55, 128, 132 y 138) 4

ARRIAXO. expediciones de Alejandro, traducción de Baráibar. (5S) 1

Poetas LÍUICOS GRIEGOS. (Anacreonte, Safo, Tirleo, Simonides, Arquil >go, Mehagro, Aristó'eles, etc.), tiaducción en verso de los Sres. Menéndez y Pelayo, Baráibar, Conde, Canga Arguelles y Castillo y Ayensa. (69) 1

PoLiBio. Historia Unive7-sal, durante la república romana, traducción de D. Am- brosio Bui Bamba. (71, 72 y 74) 3

Platón.— Za República, traducción de D. José Tomás y García. (93 y 94) 2

DiÓGKNTts Lakhcio. Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres, traducción de

D. José Ortizy Sanz. (97 y 98) 2

Moralistas griegos. (Marco Aurelio, Teof rastro, Epicleto, Cebes.) Traducción de

Díaz de Miranda, Pedro Simón Abril, Luciano Bl'.mi y López de Ájala. (117). 1

JosEFO. Historia de las guerras de los judíos y de la destrucción del templo y ciudad

de Jerusahm, traiucción de D. Juan Martín Cordero. (145 y 146) 2

ISÓCH.KTES*.— Oraciones poHiicas y forenses y cartas, traducción de D. Antonio Ranz Romanillos, precedida de juicios críticos de Dionisio de Halicarnaso y de Müllor. (152 y 153) , 2

Clásicos latinos. Tomot.

ViRGUJO. La Eneida, traducción en verso de D. Miguel Antonio Caro. (9 y 10).. . 2

Églogas y Geórgicas, traducida-^ en verso y anotadas por D. Félix García Hidalgo y D. Miguel Antonio Caro. (20) 1

Cicerón. Obras completas, traducción de D. Marcelino Menéndez y Pelaj'o, D. Ma- nuel Valbuena y D. Francisco Navarro. (14, •. 6, 59, 60, 73, Z-S, 77, 79, 83 y S6). 14

Se han publicado 1 0 tomos qne comprenden las Obras didáclicas, tomos 1.* y 2.°; las filnxóficas , 3.o 4.o, y 6.°; las Cartas familiares, y 8.o, y las Cartas po'íticas, 9 y 10.

TÁCITO.— Zoí Anales.— Vida de Agrícola, y Diálogo de los oradores, traducción de D. Carlos Coloma precedida de un estudio critico del Sr. Menéndez y Pe- layo. (17 y 18) 2

Las Historias y las columbres de los germanos, traducción de Coloma. (40).. 1 SalüSTIO. Conjuración de Calilina; Cutria de Jugiirta, y Fragmentos de la grande

Ilistoriii, traducción del infante D. Gabiiel y del Sr. Menéndez y Pelayo. (15). 1 CÉSAR. Los Comentarios de la gwrra de las Gallas y de la civil, traducción de don

José Goya y Muniain. (44 y 45) 2

SuKTOíCio.— .Ftrfrtí de los doce Césares, traducción de D. Norberto Castilla. (C4). . . . 1 SÉXECA. Epístolas morales, traducción de D. Francisco Navarro, canónigo de

la catedral de Gi añada. (66) 1

Tratados filosóficos, traducción de Fernández Navarrcte y Navarro. (67 y 70). 2 Ovidio.— ií7i Ileroidas, traducción en verso de Diego Mexía. (76) 1

Las Metamorfosis, traducción en verso de Pedro Sánchez de Viana. (105 y 106). 2 FI.OHO.— Compendio de las hizañas romanas, traducción de D. Eloy Díaz Jiménez,

catedrático del instituto de León. (S4) 1

QülN'TiLiANO. Instituciones oratorias , traducción de los PP. de las Escuelas Pías,

Rodríguez y Sandier. (103 y 104) 2

Quisto CVHCio. -Vida de Alejandro , tra-iucción de D. Mateo Ibáñez de Segovia,

marqués de Corpa. (107 y 108) ; 2

E.STACio. La Tebaida, traducción en verso de Juan de Arjona. (109 y 110) 2

LucANO.— Jla Farsalia, traducción en verso de D. Juan de Jáuregui. Acompaña

á e?ta traducción la que Jáuregui hizo de la Amin'a de Torcuato Tasso, y

la precede un juicio critico de Lucano, por D. E nilio Castelar. (113 y 114). 2 Tito Livio. Décadas de la Historia Romana, traducción de D. Francisco Navari'o.

(111, 112, 115, 116, 11-S, 121 y 122) 7

Tertuliano. Apología contra los gentiles en defensa de los cristianos, traducción

do Fray Pedro Mañero, obispo que fué de Tarazona. (125) 1

HlSTORl.\ AUGCST.x, continuación de la de Los doce Césares, de Suetonio, traducción

da D. Francisco Navarro. (129,131 y 134) 3

MARCI.A.L Y Fedro.— Epigramas y fábulas, traducción en verso de Jáuregui, Argen-

sola, Iriarte (D. Juan), Salinas, el P. Morell y D. Víctor Suárez Capa-

Ueja. (140, 141 y 144) i

Tehexcio. Teatro completo, traducción de Pedro Simón Abril, refundida y anotada

por D. Víctor Fernández Llera, catedrático del Instiinto de Murcia. (142). 1 ApUleto. El asno de oro, traducción de Diego López de Cortegana, arcediano que

fué de Sevilla. (14.S) 1

Punió kl joven. Panegírico de Trajano y cartas, traducción de Barreda y Navarro. í

COR^'ELio Nepote.— Vidas de varones ilustres, traducción de Oviedo '

Clásicos españoles.

Cervantes. Novelas ejemplares y viaje del Parnaso. (4 y 5) 2

Calderón de la Barca. Teatro selecto-' con un estudio preliminar de D. Marce- lino Menéndez y Polayo, (36, 37, 38 y 39) . 4

Tomos.

Hurtado de Mendoza. Obras en prosa. (41) 1

QUEVEDO. Obras satíricas y festivas (33) 1

Quintana. Vúlas de^españcles célebres. ( 12 y 13) 2

Duque de 'RiVAS.—Subletación de Ñapóles. (35) 1

Alcalá Gauaxo. Recuerdos de un anciano (8) 1

Manuel dk Meló.— Guerra de Cataluña y Política Militar. (65) 1

Antología de PuETas líiucos castkllaxos, ordenada por D. Marcelino Menéndez

y Pelay o 12

Precede á cada tomo un extenso juicio critico del Sr. Menéndez y Pelayo.

Se han publicado los tomos 1." y 2." (136 y 149).

Clásico«4 ingleses.

LOKD Macaulat. Estudios literarios, traducción de D. Mariano Juderías Bén-

der.(ll) 1

Estudios históricos, traducción del mismo. (16) , 1

Estudios políticos , traducción del mismo. (19) 1

jE'íímí/íoí 6jo<;m^coí, traducción del mismo (25) 1

Estudios críticos, traducción del mismo. (30) 1

Estudios de política y literatura, traducción, del miíimo. (99) 1

Vidas de políticos ingleses, traducción del mismo. (82) 1

Historia de la revolución inglesa, traducción de D. Mariano Juderías Bénder yD. Daniel López. (47, 56. 63 y 68) 4

Historia del Reinado de Guillermo III, continuación de la Historia de la revo- lución inglesa, traducción de D. Daniel Lóoez. (87, 88, 89, 90, 91 y 92) 6

Discursos parlamentarios, traducción del mismo. (78) 1

MiLTON. Paraíso perdido, traducción en verso de D. Juan Escoiquiz. (50 y 51)... 2 Bhakespeakb. 3>a/ro selecto , tva,ducc\ón de D Guillermo Macpherson, con un

estudio sobre Shakespeare de D. Eduardo Beuot. (80, 81, 85 y 102) 4

Clnsicos ilalianos.

MANZONa. Los Xovios, traducción de D. Juan Nicasio Gallego. (31) 1

La Moral Católica , traducción de D. Francisco Navarro. (52) 1

Tragedias, jm-sias y obras varias, tr3id\icci6n dti BsiY2L\ha,r. (150 y 151) 2

GuiCClAHULVL— ///5¿^;/-ia de Italia, desde 1494 á 1532, traducida por el rey D. Fe- lipe IV. (127, 1:^0, 133. 135, 137 y 139) 6

Maqüiavelo. obras históricas , traducción de D. Luis Navarro 2

Clásicos aleninncs.

Schiller. Teatro completo, traducción de D. Eduardo Mier. (43, 49 y 62) 3

'E.mxa, Poemas y faniasiaSy traducción en verso de D. José J. Herrero. (61) 1

Cuadros de vinje, traducción de D Lorenzo G. Agejas. (124 y 126) 2

Goethe.— Viaje d Italia. Traducción de D.» Fanny Garrido. (147 y 148) 2

Clásicos franceses.

TjkiLLB.TViK.— Civilizadores y conqu\ stadtves, tv&dxxccibx de D. Norberto Castilla

y D. M. Juderías Hender. (53 y 54) á

Clásicos portugpuese».

Camoexs. Los Lmiadas , traducción en verso de D. Lamberto Gil. (100) 1

Poesías selectas, tvs.d\xcc\(ya del mismo. (101) ^ 1

CRISTÓBAL COLÓN

Y

EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA

BIBLIOTECA CLASICA

TOMO CLXIII

CRISTÓBAL COLÓN

HISTORIA

DE LA geografía DEL NUEVO CONTINENTE

Y DE LOS PROGRESOS DE LA ASTRONOMÍA NÁUTICA

EN LOS SIGLOS XV Y XVI

OBRA ESCRITA EN FRANCÉS

ALEJANDRO DE HUMBOLDT

TRADUCIDA M. CASTELLANO POR

D. LUÍS NAVARRO Y CALVO

TOMO I

MADRID

librería de LA VIUDA DE HERNANDO Y C calle del Arenal, uúm. 11

1892

V.

Ó.G.Qlhhim

KfiTABLECIMlEKTO TIPOGRÁFICO «SUCESORES DB WVADKNKYRA»

Paseo de San Vicente, 20.

INTRODUCCIÓN.

El descubrimiento del Nuevo Mundo y los trabajos realizados para dar á conocer su geografía , no sólo han levantado el velo que durante siglos cubría una gran parte de la superficie del globo , sino ejercido incontesta- ble influencia en el perfeccionamiento de los mapas y en general en los procedimientos gráficos, como también en los métodos astronómicos propios para determinar la posición de los lugares.

Al estudiar los progresos de la civilización vemos cons- tantemente que la sagacidad del hombre aumenta á me- dida que se extiende el campo de sus investigaciones. La astronomía náutica , la geografía física (comprendiendo bajo este nombre hasta las nociones de las variedades de la especie humana, y la distribución de los animales y de las plantas), la geología de los volcanes, la historia natural descriptiva, todas las ramas de las ciencias han cambiado de aspecto desde fines del siglo xv y principios

14 ALEJANDRO DE HÜMBOLLT.

del XVI. La nueva tierra ofrecía á los marinos un des- arrollo de costas en 120 grados de latitud; á los natura- listas , nuevas familias de vegetales y cuadrúpedos di- fíciles de clasificar conforme á los tipos j métodos conocidos; al filósofo, una misma raza de hombres di- versamente modificada por larga influencia de alimenta- ción , temperatura y costumbres , pasando (sin el estado intermedio de pueblos nómadas pastores) de la vida de cazador á la vida agrícola , dividida por infinidad de lenguas de rara estructura gramatical, pero modelada en un mismo tipo, Al físico y al geólogo presenta in- mensa cordillera de montañas, levantada por fuegos subterráneos, rica en metales preciosos, conteniendo en su rápida pendiente y en sus escalonadas mesetas , en espacio pequeño, los climas y las producciones de las zonas más opuestas. Jamás, desde el principio de las sociedades , se engrandeció por tan prodigiosa manera la esfera de las ideas relativas al mundo exterior; nunca sintió el hombre una necesidad más apremiante de ob- servar la naturaleza y de multiplicar los medios de inte- rrogarla con éxito.

Podría creerse que estos asombrosos descubrimientos que, por decirlo así, se secundaban mutuamente; que estas dobles conquistas en el mundo físico y en el mundo intelectual, no fueron dignamente apreciadas hasta nuestros días , hasta un siglo en que la historia de la civilización humana ha sido descrita por filósofos capa- ces de abarcar de una mirada los progresos de la geo- grafía astronómica y física, el arte del navegar, la botánica y la zoología descriptivas. Pero los contempo- ráneos de Cristóbal Colón nos ponen de manifiesto cómo en su misma época había hombres superiores que sen-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 15

tian profundamente el grande y maravilloso final del siglo XV. «Cada día, escribe Pedro Mártir de Anghiera en sus cartas de 1493 y 1494 (1) , nos llegan nuevos prodigios de ese Mundo Nuevo , de esos antípodas del Oeste, que un genovés (Chrisiophorus quídam Colonus, vir Ligur) acaba de descubrir. Nuestro amigo Pomponio Loetus (el gran propagandista de la literatura clásica romana, perseguido en Roma á causa de la libertad sus opiniones religiosas) no ha podido contener las lá- grimas de alegría al darle yo las primeras noticias de este inesperado acontecimiento.» Y añade Anghiera con poética locuacidad: «¿A quién admirarán hoy entre nos- otros los descubrimientos atribuidos á Saturno, á Ceres y á Triptolemo? ¿Qué más hicieron los fenicios cuando

(1) Prae lastitia prosiliisse te, vixque á lachrymis prae gaudio temperasse, quando literas adspexisti meas, quibus de antipo dum orbe latenti hactenus, te certiorem feci, mi suavissime Pomponi, insinuasti. Ex tuis ipsis literis colligo, quid senseris. Sensisti autem, tantique rem fecisti, quanti virum summa doc- trina insignitum decuit. Quis namque cibus sublimibus praestari potest ingeniis isto suavior? quod condimentum gratius? A me fació conjeturam.. Beari sentio spiritus meos, quando accitos alloquor prudentes aliquos ex his qui ab ea redeant provincia (Hispaniola Ínsula). Implicent ánimos pecuniarum cumulis au- gendis miseri avari : nostras nos mentes, postquam Deo pleni aliquandiu fuerimus, contemplando, huyuscemodi rerum noti- tia demulceamus.— Esta carta, que con tanto acierto pinta los placeres de la inteligencia, ha sido escrita, conforme á la común opinión, á fines de Diciembre de 1493. (<?/»«« Epistolarum Pe- tri Martyru ATiglerii Mediolanensis, Protonotarii Apostolici^ Frioris ArchiepiscojJatus Gratanensis^ atque á conñlUs rerum ludicarum Hispanicis), Amstelodami, 1670; Epíst. CLii, pá- gina 84.

16 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

en apartadas regiones reunieron pueblos errantes y fun- daron nuevas ciudades? Reservado estaba á nuestra época ver acrecentarse de esta suerte nuestras concep- ciones j aparecer impensadamente en el horizonte tantas cosas nuevas,»

Cuando se estudian los primeros historiadores de la conquista j se comparan sus obras, sobre todo las de Acosta, de Oviedo y de Barcia, á las investigaciones de los viajeros modernos, sorprende encontrar el germen de las más importantes verdades físicas en los escritores españoles del decimosexto siglo. Ante el aspecto de un nuevo continente aislado en la vasta extensión de los mares, presentábanse á la vez á la activa curiosidad de los primeros viajeros y de aquellos que meditaban sus relatos , la mayoría de las importantes cuestiones que aun hoy día nos preocupan acerca de la unidad de la especie humana y de sus desviaciones de un tipo pri- mitivo; sobre las emigraciones de los pueblos, la filia- ción de las lenguas , más distintas á veces en las raí- ces que en las flexiones ó formas gramaticales; sobre las emigraciones de las especies vegetales y animales; sobre las causas de los vientos alisios y de las corrientes pelásgicas; sobre el decrecimiento del calor en la rápida pendiente de las cordilleras y en las profundidades del Océano, acerca de la reacción de unos volcanes sobre otros y de la influencia que ejercen en los terremotos. El perfeccionamiento de la geografía y la astronomía náutica (dos objetos de los cuales nos ocuparemos con preferencia en esta obra) empiezan al mismo tiempo que el de la Historia natural descriptiva y el de la física del globo en general.

Vemos en el Fénix de las Maravillas del Mundo,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 17

compuesto por Eaimundo Lulio (1), de Mallorca, en 1286 , que se usaban verdaderas cartas marinas á fines de siglo XIII. Sin embargo, comparando los mapas an- teriores de Andrés Bianco, de Benincasa, de Jacobo de Giroldis , de Fra Mauro y de Martín Behaim, con un mapamundi que el barón Walckenaer y yo hemos reco- nocido recientemente ser de 1500 y de mano de Juan de la Cosa, campanero de Colón, sorprende que sea bastante medio siglo para producir cambio tan grande, no sólo en las ideas cosmográficas , sino también en el trazado y concordancia de las líneas de yacimiento. 'No debe olvidarse que Behaim, Colón, Vespucci, Gama y Magallanes eran contemporáneos de Regiomontanus, de Pablo Toscanelli , de Bodrigo Faleiro y de otros as- trónomos célebres que comunicaban sus conocimientos á los navegantes y geógrafos de sus tiempos.

Los grandes descubrimientos del hemisferio occiden- tal no fueron producto de feliz casualidad. Injusto sería buscar el primer germen en esas disposiciones instinti- vas del alma á que atribuye la posteridad lo que es re- sultado de^larga meditación. Colón, Cabrillo, Gali y tantos otros navegantes que basta Sebastián Yiscayno han ilustrado los anales de la marina española, eran, para la época en que vivieron, hombres notables por su instrucción. Hicieron importantes descubrimientos por- que tenían ideas exactas de la figura de la tierra y de la longitud de las distancias por recorrer; porque sabían discutir los trabajos de sus antepasados, observar los

(1) Acerca de los trabajos científicos de este hombre extraor- dinario, véase Capmany, Memorias históricas del comercio de Barcelona. Quaest, II, pág. 68.

2

18 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

vientos reinantes en las diversas zonas , medir la varia- ción de la aguja magnética para corregir su ruta y lo largo del camino, poner en práctica los métodos menos imperfectos que los geómetras de entonces proponían para dirigir un barco en la soledad de los mares.

La astronomía náutica continuó sin duda en la infan- cia hasta que se conoció el uso de los instrumentos de reflexión y los relojes marinos. En el arte de la navega- ción, tan íntimamente ligado á los adelantos de las cien_ cias matemáticas y al perfeccionamiento de los instru- mentos de óptica, los progresos, por causa de esta unión, son necesariamente lentos y á veces se interrumpen. Las prácticas de pilotaje usadas en las grandes expediciones de Colón, de Gama y de Magallanes , que tan inciertas nos parecen , hubieran admirado , no diré á los marinos fenicios, cartagineses y griegos, sino hasta á los hábiles navegantes catalanes, vascos, dieppeses y venecianos de los siglos XIII y XIV. Desde esta époea encontramos los indicios de diversos métodos de longitud, casi idénticos á las nuestros, ideados con grandísimo trabajo, pero im- practicables á causa de la imperfección de los instru- mentos á propósito para medir él tiempo y las distancias angulares.

En este Examen crítico trataré sucesivamente : prime- ro, de las causas que prepararon y produjeron el descu- brimiento del IN'uevo Mundo; segundo, de algunos he- chos relativos á Colón y á Amérigo Yespucci, como también de las fechas de los descubrimientos geográ- ficos; tercero, de los primeros mapas del Nuevo Mundo y de la época en que se propuso el nombre de América; cuarto, de los progresos de la astronomía náutica y de^ trazado de mapas en los siglos xv y xvi.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 19

La relación que tienen entre si los materiales em- pleados en las diferentes secciones de esta obra es tan íntima, que con frecuencia necesito acudir á las mismas fuentes para poner en claro la historia de un descubri- miento que ha influido hasta nuestros días en el destino de los pueblos de Europa, en el perfeccionamiento de las ciencias y en la teoría de las instituciones más ó menos favorables á la libertad.

CAUSAS

QUE PREPARARON Y PRODUJERON EL DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO MUNDO.

I.

Lo que se proponía Colón en sus viajes de descubrimiento.

Ingeniosamente ha dicho D'Anville que el mayor de los errores (1) en la geografía de Ptolomeo, guió á los hombres en el mayor descubrimiento de nuevas tierras. De igual manera puede decirse que la tradición fabu- losa, ó más bien, el mito nestoriano del preste Juan, que desde el siglo xi hasta el xv ha ido avanzando poco á poco del Este del Asia hacia la meseta de Habesch, ha contribuido poderosamente á los conocimientos geo- gráficos de la Edad Media.

El motivo que excita un movimiento , llámese como se quiera, error, previsión vaga é instintiva, argumento

- (1) La suposición de que Asia se extendía hacia el Oriente jnás allá de los 180 grados de longitud. Véase también Ren- NELL, Geograjphy of Ilurodotus, pág. 685.

22 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

razonado, conduce á ensanchar la esfera de las ideas, á abrir nuevas vías al poder de la inteligencia.

Comparando entre documentos de distintas épocas, nótase que Cristóbal Colón, antes y después de su des- cubrimiento , á medida que avanzaba en edad , emitió opiniones contradictorias acerca de los verdaderos mó- viles de su primera y feliz expedición. Se ha demos- trado recientemente (1) que fué en Portugal hacia 1470, esto es , tres años antes de recibir los consejos del flo- rentino Pablo Toscanelli , donde y cuando Colón conci- bió la primera idea de su empresa. Fundáronse entonces las esperanzas de este grande hombre, como es sabido, en lo que llamó «razones de cosmografía», en la corta distancia que se suponía entre las costas occidentales de Europa y África y las del Cathay y Zipangu, en las opiniones de Aristóteles y de Séneca y en algunos indi- cios de tierras hacia el Oeste de que había tenido cono- cimiento en Porto Santo, Madera y las Azores.

Fernando Colón, en la Vida del Almirante j nos ha transmitido en cinco capítulos (2), y conforme á los ma-

(1) Na VARÉETE, Viajes de los españoles, 1. 1, pág. Lxxiv.

(2) Capítulos V al ix. No ha sido posible descubrir hasta ahora el original español de esta biografía, cuyo manuscrito puso el nieto de Cristóbal Colón, D. Luis, Duque de Veragua, en manos de un patricio genovés llamado Fornari. De una copia que sin. duda era bastante defectuosa fué traducido en 1571 al italiano por Alfonso de UUoa, y retraducido del italiano al español en 1749, para insertarlo en la colección de Historiadores pri- mitii'os de Indias, de González Barcia (t. i, pág. 128), Compá- rese también Antonio de León, JSjñtome de la Biblioteca Oriental y Occidental náutica y geográfica, 1629, pág. 62; y Spotorno, Códice diplomático \Colomho Americano, 1823, pá- gina LXIII.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 23

nuscritos auténticos de su padre, el conjunto de razones en que fundaba un proyecto cuya ejecución fué aplazán- dose durante veintidós años hasta la vejez de Colón.

Newton á la edad de veinticuatro años lo había des- cubierto todo, el cálculo de las fluxiones, la atracción universal y lo que llamó análisis de la luz; mientras Colón contaba cincuenta y seis años cuando, saliendo, de la barra de Río de Saltes el 3 de Agosto de 1492, emprendía la carrera de los grandes descubrimientos, y había cumplido sesenta y ocho cuando su último y peli- groso viaje á las costas de Veragua y de los Mosquitos.

Antes de su primer viaje, en 1492, para acreditar su sistema y probar que por el Oeste y por camino más corto se podía ir «á la tierra de las especias», dio Colón importancia á motivos y sucesos de escaso valer que, despue's de «u muerte, sirvieron á sus enemigos, en el famoso pleito entre el fiscal del Bey y D. Diego Colón, para hacer creer que el descubrimiento de América, fácil y previsto desde hacía largo tiempo, no había sido com- pletamente nuevo. De estos sucesos insignificantes, de estos motivos deducidos de las opiniones de los antiguos, de algunos indicios de tierras, y en general de los cono- cimientos cosmográficos, prescindió Colón en sus últi- mos días. La lettera rarísima (1) dirigida al rey Fer- nando y á la reina Isabel desde Jamaica el 7 de Julio de 1503, y aun más el bosquejo de la obra extravagante

(1) Es la que llegó á ser célebre por la reimpresión italiana que hizo Morelli, bibliotecario de Venecia, en Bassano en 1810. Habla sido ya impresa en español en los primeros años del si- glo XVI. (Antonio de León Pinelo, Biblioteca Occidental, 1738, t. II, pág. 566), y aun en italiano, según Bossi, en Venecia en 1505.

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de las Profecías, escrito en parte de puño y letra del Almirante con posterioridad al año de 1504 (diez y ocho meses antes de su fallecimiento), prueban con cuánta fuerza de persuasión se había apoderado progresiva- mente de su alma una teología mística (1). «Ya dije, escribe Cristóbal Colón (folio iv de las Profecías), que para la esecucion de la impresa de las Indias, no me

(1) Documentos diplomáticos, n. cxl. Libro de las Profe- cías que juntó el almirante B. Cristóbal Colón, de la recupera- ción de la santa ciudad de Ilierusalem, y del descubrimiento de las Indias. (Na varéete, t. Il, páginas 260, 265, 272). En Septiembre de 1501 envió Colón este manuscrito teológico que, á pesar de la diferencia de países y de siglos, recuerda involun- tariamente las graves discusiones del inmortal Newton, sobíe el undécimo cuerno de la cuarta fiera de Daniel (Brewster, Life of JVewtJion, 1831, pág. 279), á un' cartujo, el P. Gaspar Gorricio, para que lo perfeccionara y adornara con sabias citas. Sitúo este suceso diez y ocho meses antes de la muerte del Al- mirante, ocurrida en 20 de Mayo de 1506, porque al final del manuscrito de las Profecías se trata del eclipse de luna que ob. servó Colón cerca del cabo oriental de la isla de Haití el 14 de Septiembre de 1504. Pero hay otra parte de las Profecías, por ejemplo, la que trata del pehgro del próximo ñn del mundo, an- terior á 1501. «San Agustín, dice Colón, diz que la fin deste mundo ha de ser en el sétimo millenar de los años de la creación del : los sacros Teólogos le siguen, en especial el cardenal Pedro de Ailiaco (Pedro d'Ailly, nacido en Compiegne en 1350). Déla criación del mundo ó de Adam fasta el avenimiento de Nuestrp Señor Jesucristo son cinco mil é trescientos y cuarenta é tres años y trescientos y diez y ocho días, por la cuenta del rey D. Alonso, la cual se tiene por la más cierta, con los cuales, po- niendo mil y quingentos y uno imperfeto, son por todos seis mil ochocientos cuarenta y cinco imperfetos. Segund esta cuenta no falta salvo ciento é cincuenta y cinco años para compli- miento de siete mil, en los cuales digo arriba, por las autori- dades dichas, que habrá de fenecer el mundo.»

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aprovechó razón, ni matemática, ni mapamundos: llana- mente se cumplió lo que dijo Isías» (1): «í^uestro Re- dentor dijo que antes de la consumación deste mundo se habrá de cumplir todo lo questaba escrito por los

(1) Poco antes, sin embargo, en la misma carta á sus Sobera- nos explícase Colón con la mayor ingenuidad acerca de su pro- pia erudición, cuya importancia, al parecer, desconoce. «De muy pequeña edad entre ea la mar navegando, é lo he continuado fasta hoy. La mesma arte inclina á quien le prosigue á desear de saber los secretos deste mundo. Ya pasan de cuarenta años que yo voy en este uso. Todo lo que fasta hoy se navega, todo lo he andado. Trato y conversación he tenido con gente sabia, eclesiásticos é seglares, latinos y griegos, judíos y moros, y con otros muchos de otras setas,

)) A este mi deseo (conocer los secretos de este mundo) fallé á Nuestro Señor muy propicio, y hobe del para ello espirito de inteligencia. En la marinería me fizo abondoso; de astrología me dio lo que abastaba, y así de geometría y arismética; y en- genio en el ánima y manos para deljujar esferas y en ellas las cibiades, rios y montañas, islas y puertos, todo en su propio sitio.

))En este tiempo (en su juventud) he yo visto y puesto estudio en ver de todas escrituras, cosmografía, historias, corónicas y filosofía, y de otras artes ansí que me abrió Nuestro Señor el entendimiento con mano palpable, á que era hacedero navegar de aqiii á las Indias, y me abrió la voluntad para la ejecución dello; y con este fuego vineá V. A. Todos aquellos que supieron de mi impresa con risa la negaron burlando : todas las ciencias de que dije arriba no me aprovecharon ni las autoridades de ellas : en solo V. A. quedó la fe y constancia, ¿quién dubda que esta lumbre que fué del -Espíritu Santo, así como de mí, e' cual con rayos de claridad maravillosos consoló con su santa y sacra Escritura á Vos muy alta y clara con cuarenta y cuatro libros del viejo Testamento, y cuatro evangelios con veinte é tres epís- tolas de aquellos bienaventurados Apóstoles, avivándome que yo prosiguiese, y de contino, sin cesar un momento. me avivan con gran priesa'/» Fol. IV de las Profecias. Leyendo estas líneas

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Profetas, el Evangelio debe ser predicado en toda la tierra y la ciudad santa debe ser restituida á la Iglesia. Nuestro Señor ha querido hacer un gran milagro con mi viaje á la India. Preciso es apresurar el término de esta obra, lumbre que fué del Espíritu Santo, porque por mis cálculos, de aquí hasta el fenecer del mundo sólo restan ciento cicuenta años.»

Según Colón, debía, pues, ocurrir el fin del mundo en 1656, entre la muerte de Descartes y la de Pascal.

Sin seguir el rastro de estas ilusiones, examinaremos más de cerca lo que se relaciona con las primeras y verdaderas causas del gran descubrimiento de América. No ignoro que este asunto lo han tratado con frecuen- cia hábiles historiadores, aunque por lo general con una falta de crítica, de profundo conocimiento de los tiem- pos anteriores y de serios estudios de las fuentes y do- cumentos originales que con pesar se nota hasta en algunas partes de la célebre obra de Eobertson. La ma- teria no está agotada, ni mucho menos, desde que el Gobierno español ha proporcionado con munificencia tantos materiales nuevos á la investigación de los he- chos, y desde que los propios escritos del gran marino genovés nos han revelado perfectamente la especialidad de su carácter.

Vivió Colón en Portugal á fines del reinado de Al- fonso V, desde 1470 hasta fin de 1484. En 1485 hizo un corto viaje á Genova para ofrecer sus servicios á

llenas de candorosa ingenuidad, se comprende la dificultad de traducir con la energía propia de la antigua lengua castellana los escritos de un hombre que con excesiva modestia se llama á si mismo : lego marinero, non doto en letras y hombre mun- danal.

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dicha república. Estas fechas se fundan en documentos que reciente y cuidadosamente han sido examinados (1). "No se sabe de cierto si Colón fué de Lisboa á Genova, después de desembarcar en España.

Visitando sucesivamente el convento de Ja Habida (cerca de Palos), Sevilla, Córdoba y Salamanca, sufrió las continuas dilaciones que se oponían á sus proyectos, hasta Abril de 1492. Dice Fernando Colón, en la Histo- ria del Almirante^ que en Portugal fué donde empezó éste á conjeturar que si los portugueses navegaban tan lejos hacia el Sud, podría navegarse también hacia Oc- cidente y encontrar tierras en esta ruta. Dicha afirma- ción es por lo menos inexacta. Cuantos escritos posee- mos de mano del Almirante, la carta del astrónomo Pablo Toscanelli y la gran Crónica de Bartolomé de las Casas (2), estudiada por Herrera, Muñoz y Navarrete,

(1) Muñoz, Historia del Nuevo Mundo, lib. il, párrafo 21. Navarrete, 1. 1, páginas lxxix— lxxxi. Remesal, dice en su Historia de Chiapa (lib. II, cap. Vil), que desde 1486 estaba Colón al servicio de España, y que á fines de dicho año se veri- ficaron las disputas cosmográficas de Salamanca en el convento de San Esteban, durante las cuales los monjes dominicos se mostraron más tratables é instruidos que los profesores de la Universidad.

(2) Las Casas estudió derecho en Salamanca y pasó con Ovando á Haití. Poseía muchas cartas del Almirante y hasta un escrito autógrafo, «sobre indicios de tierras occidentales, reunidos por pilotos y marineros portugueses y españoles». Fer- nando Colón contaba catorce años de edad cuando acompañó á su padre en el cuarto y último viaje, y aunque en general es mejor crítico y más juicioso historiador que Bartolomé de Las Casas, muéstrase muy reservado y de un laconismo que á veces desespera en todo lo que se relaciona con el origen genealógico y las aventuras del Almirante antes de 1492.

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prueban que Cristóbal Colón designó, como objeto prin- cipal, y pudiera decir casi único de su empresa, «buscar el Levante por el Poniente (1). Pasar á donde nacen las especerías (2) navegando al Occidente. He reci- bido al Almirante en mi casa cuenta el amigo íntimo de Colón, Bernáldez (3), más conocido con el nombre de Cura párroco de la villa de los Palacios cuando volvió á Castilla (de su segundo viaje) en 1496, llevando por devoción, y según su costumbre, un cordón de San Francisco y unas ropas de color, de hábito de fraile de San Francisco de la Observancia (4). Traía entonces

(1) Hebeera, Historia de Las Indias Occidentales, dec. I, lib. I, cap. VI.

(2) Primera y segunda carta de Pablo Toscanelli á Cristóbal Colón. {Colección dipiomática, núm, 1.°, en Navarrete, t. II, páginas 1 y 3.)

(3) Bernáldez, Historia de los Meyes Católicos, cap. vii- El motivo de visitar las tierras del Gran Khan, para enseñarle, conforme á su deseo, la fe cristiana, se expresa en la carta al Key y á la Eeina, puesta al frente del Diario del primer viaje de Co- lón, según la copia de Las Casas. Vuestras Altezas ordenaron que no fuese por tierra al Oriente la India y á los 2>uedlos del Gran Kan), por donde se acostumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde Ji/ista hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie. La instnicción Keal dada á Amerigo Vespucci el 15 de Septiembre de 1506, copiada por Muñoz en los Archivos de la Contratación de Sevilla, habla también de la armada que el Sr. D. Fernando mandó liacer para ir á descubrir el nacimieiito de la especería. (Nava- rrete, t. I, pág. 2; Códice diplomático, núm. cl, t. Il, pá- gina 317.)

(4) También Las Casas, Historia de las Indias, lib. I, ca- pítulo cu, dice que iba vestido como fraile franciscano.

Herrera refiere que el famoso navegante Alonso de Ojeda, que acompañó á Colón en su segundo viaje, se hizo fraile francis-

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consigo el gran cacique, y refirióme cómo concibió la primera idea de buscar las tierras del Gran Khan (sobe- rano del Asia Oriental) navegando al Occidente.y>

Estas frases relativas al primer viaje del Almirante fueron admitidas tan usualmente hasta principios del siglo XVI, que las encontramos en la relación de las primeras aventuras de Sebastián Cabot, debida al le- gado Galeas Butrigarius (1). «En Londres, cuando llegaron á la corte de Enrique VII, dice este legado, las primeras noticias del descubrimiento de las costas de la India^ hecho por el genovés Cristóbal Colón, todo el mundo convino en que era cosa casi divina navegar por Occidente hacia Oriente, donde las especias se crian (a thing more divina than human, to sail hy the west to the eastj where spices grows).y>

La idea de encontrar grandes tierras en el camino de Europa á las costas orientales de Asia era para Colón y Toscanelli un objeto secundario. En el primer viaje, en- contrándose á unos 28" de latitud y á al Occidente del meridiano de la isla de Corvo, el 19 de Septiembre de 1492, creyó el Almirante que estaban próximas al- gunas tierras (2); pero su voluntad era (según las pro-

cano. Este aserto carece de fundamento. (Navarrete, t. iii, pá- gina 176.)

(1) 3Iemoir on Sebastian Cahot, illustrated hy documents of the rolls, nom first puhlished, 1831, pág. 10.

(2) Navarrete, t. i, pág. 2. Véase también la relación del viaje en el miércoles y en al sábado (páginas 16 y 17), donde Co- lón dice «que no se quiso detener, pues su fin era pasar alas Indias, y si se detuviera no fuera buen seso.» Y más adelante (haciendo distinción entre el continente de Asia y las islas que lo rodean), añade, «que si erraban la isla de Cipango no pudie-

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pias palabras del diario de ruta), «seguir adelante hasta las Indias, porque, placiendo á Dios, á la vuelta se ve- ría todo.J)

Toscanelli, que por lo menos desde el año 1474 se ocupaba teóricamente de los mismos proyectos que Co- lón, sólo nombra en el camino por recorrer al Occidente la isla Antilia, que se encontrará á 225 leguas de dis- tancia antes de llegar á Cipango (al Japón). «La carta que os envió para S. M. (el Rey de Portugal), dice Tos- canelli en su carta al canónigo de Lisboa Fernando Martínez, está hecha y pintada de mi mano, en la cual va pintado todo el fin del Poniente, tomando desde Ir- landia al Austro, hasta el fin de Guinea, con todas las islas que están situadas en este viaje, á cuyo frente está pintado en derechura por Poniente el principio de las Indias, con las islas y lugares por donde podéis andar, y cuánto os podríais apartar del polo Ártico por la línea equinoccial, y por cuánto espacio; esto es, con cuántas leguas podríais llegar á aquellos lugares fértilísimos de especería y piedras preciosas; y no os admiréis de que llame Poniente al país en que nace la especería, que comunmente se dice nacer en Levante, porque los que navegaren á Poniente siempre hallarán en Poniente los referidos lugares, y los que fueren por tierra á Levante siempre hallarán en Levante los dichos lugares.»

Según el sistema geográfico de esta época, fundado casi únicamente, en cuanto al Asia oriental y marítima, en las relaciones de Marco Polo, Balducci Pelogetti y Nicolás de Conti, figurábanse multitud de islas ricas en

ran tan presto tomar tierra, y que era mejor una vez ir á tierra firme y después á las islas.»

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 31

especias y oro en el mar de Cin^ es decir, en los mareg del Japón, de la China y del gran archipiélago de las Indias. El mapa mundi de Martín Behaim presenta, desde el grado 45 Norte hasta el 40 Sud, una serie de islas opuestas á la extremidad del Asia. Esta cadena de islas contiene el pequeño Cathay, Zipangu (Niphon), comprendido casi por completo en la zona tórrida, Ar- gyré, colocado á la extremidad oriental del mundo co- nocido de los antiguos y de los árabes; Java Mayor (Borneo), Java Menor (Sumatra), donde permaneció Marco Polo cinco meses, y aprendió á conocer el sagotal y la especie de rinoceronte de dos cuernos y piel poco arrugada, propia de esta isla, Candym y Angama.

Cuando llegó Colón en su primer viaje (el 14 de No- viembre de 1492) á las costas septentrionales de Cuba, que al principio creyó ser Zipangu, maravillóle ante el Viejo Canal, cerca de Puerto del Príncipe, la belleza de un grupo de verdes cayos que en su ardiente imagina- ción juzgaba formar parte, según sus propias palabras, «de aquellas inumerabiles islas que en los mapamun- dos en fin del Oriente se ponen» (1).

(1) Véase el Diario del Almirante, en Navarrete, t. I, pá- gina 58. En el Diario copiado por Las Casas se lee: ((Miércoles, 14 de Noviembre de 1492. Dice el Almirante que cree que estas islas son aquellas inumerabiles que en los mapamundos en fin del Oriente se ponen.» Dice también Colón que creía que el grupo de estas islas se extendería y ensancharía hacia el Sud, y que en ellas encontraría ((grandísimas riquezas y piedras preciosas y especería.)) El Atlas de mapas catalanes de la Biblioteca Real de París, que data del año 1374, y del que poseemos minucioso estudio debido á la sagacidad de Mr. Buchón, tiene una leyenda relativa al mar de la India, que indica la existencia en él de 7.548 islas, «ricas en piedras finas y metales preciosos.» En el

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Se ha dicho con bastante exactitud que Colón se mostró al defender su proyecto menos temerario y más sabio de lo que se le había supuesto (1). La exposición de razones que alegaba, mejor hecha en las Décadas de Herrera (2) que en la Vida del Almirante, escrita por su hijo D. Fernando, ha pasado de este último libro á todas las historias modernas del descubrimiento de Amé- rica. Clasificando estas razones conforme á la naturaleza de los conocimientos que las produjeron, y comparándo- las en parte á los documentos originales que podemos consultar hoy, vemos que la esperanza de llegar, bus- cando el Levante por el Poniente, á las regiones de Asia, fértiles en especias, ricas en diamantes y en metales pre- ciosos, la fundaba Colón en la idea de la esfericidad de la tierra; en la relación de la extensión de los mares y de los continentes; en la cercanía de las costas de la península ibérica y de África á las islas inmediatas al Asia tropical; en un grave error en la longitud de las

mapamundi de Martín Behaim, terminado en 1492, se encuen- tra una cita de Marco Polo (lib. iii, cap. 42), de 12.700 islas, «con montañas de oro, de perlas y doce clases de especias» (init vil Edelgestain, Perleim und Golt Peragen, 12 lei Speze- rey und wunderlichem Volclt, davon lang zu scJireiben), dice Behaim en su antiguo y enérgico lenguaje. GOTTL. VON MURR, Diplom. Gegch, von Martin Behaim, 1778, pág 37. La cita de Marco Polo no es exacta. El viajero veneciano habla de 12.700 islas (lib. III, cap. 38), aludiendo á las Maldivas (ed. de Mars- den, pág. 717), Behaim transporta este grupo de islas al Nor- deste, lo cual influyó en las opiniones de los navegantes al fin del siglo XV.

(1) Malte Brun, Geograpliie Universelle, 1831, t. I, pá- gina 616.

(2) Dec. I, lib. I, cap. 1 al 6.

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costas asiáticas; en los informes tomados de obras anti- guas, de escritores árabes y acaso de Marco Polo; en indicios de tierras situadas al Oeste de las islas de Cabo Verde, Porto Santo y las Azores, que en diversas épocas se creyó advertir ó por la observación de algunos fenó- menos tísicos ó por las relaciones de marinos á quienes arrastraron las tempestades ó las corrientes.

Conviene también distinguir entre las ideas que pre- ocupaban al grande hombre antes y durante el curso de sus descubrimientos, y las reflexiones que estos mismos descubrimientos produjeron en él posteriormente. Debe comparárselas con hechos, no todos por igual compro- bados ó bien interpretados, como la relación de un sa- cerdote budista, Hoeichin, sobre el Fusang y Tahan (año 500); los descubrimientos de la Groenlandia, del Vinland y de la embocadura del San Lorenzo, por Erik Eauda (985), Bjoern (1001) y Madoc ap Owen (1170); la aventurera expedición de los árabes errantes {Alma- grurim) (1) de Lisboa (1147); la navegación al Oeste hacia la India del genovés Guido de Vivaldi (1281), y de Teodosio Doria (1292), cuya suerte se ignora; y finalmente, los viajes con tanta frecuencia comentados de los hermanos Zeni de Venecia (1380).

He colocado estos hechos y tradiciones por orden cro- nológico para demostrar que ascienden hasta mil años antes de Colón, quien, en un siglo de heroísmo y de eru- dición renaciente, aun se complacía con los recuerdos de la Atlántida de Solón y de la célebre profecía contenida en un coro de la Medea de Séneca.

. (1) Almururim significa mejor engañados en sus esperanzas, y la raíz de esta palabra es meglirur.

t 3

II.

Progreso de las ideas cosmográficas antes de Colón.

El estado de nuestra civilización europea nos con- duce involuntariamente á Grecia como punto de partida, lo mismo al investigar las opiniones que contienen los gérmenes de las que hoy dominan, que al recorrer la larga serie de las atrevidas tentativas realizadas con ob- jeto de ensanchar el horizonte geográfico.

Durante largo tiempo, la tierra, conforme á las ideas de los primeros poetas de la escuela jónica, era un disco cuyas orillas ocupaba el Océano, disco inclinado un poco hacia el Sud á causa del peso que producía la abundante vegetación en los trópicos (1).

Hacia estas orillas se situaban el Elíseo, las islas de los Bienaventurados, los Hiperbóreos y el pueblo justo de los Etiopes. La fertilidad del suelo, la templanza del

(1) Plutarco, Be plac. phil., iii, 12. Pasaje repetido por G alieno, De Phil. Historia, cap. 21, ed. Kühn, 1830, t. xix, pág. 294. Esta es una de las causas indicadas por Demócrito y que recuerda la falta de equilibrio que, según un mito javanés, Batara Gurú, el Ser Supremo, observaba en la tierra inclinada al Oeste, al cual puso remedio trasladando algunas montañas.

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clima, la fuerza física de los hombres, la pureza de las costumbres, todos los bienes eran propios de las extre- midades del disco terrestre (1). De aquí el vago (2) deseo de llegar á él, ó por el Phase (3) ó por las co- lumnas de Briareo. La especial configuración de la cuenca del Mediterráneo, abierta al Occidente, impulsó el interés de los navegantes fenicios hacia la parte atlán- tica del Océano. La historia de la Geografía presenta esta serie de intentos desde los tiempos más remotos para avanzar progresivamente en la dirección occidental, intentos debidos, al ansia de ganancias, á curiosidad aventurera ó al azar de las tormentas; presenta además larga serie de descubrimientos presididos por la misma idea y favorecidos por los mismos accidentes. Desde Coloeus de Samos, arrastrado por los vientos de Levante fuera de su camino, en su travesía de la isla de Platea á las costas de Egipto, se llega á las gigantescas empresas de Colón y de Magallanes. El horizonte geográfico se ensancha poco á poco desde el mar Egeo al meridiano de las Syrtes, desde aquí á las columnas de Hércules y fuera del Estrecho, con Hannón hacia el Sur y con Py- theas hacia el Norte. Las atrevidas empresas de los

(1) ((Lo que hay más bello en la tierra habitada se encuen- tra en las extremidades», dice Herodoto, üb. iii, cap. 107; quien, como Thales y Anaximenes, no cree en la forma esférica de la tierra (lib. v, cap. 92).

(2) Bredow, Untersuch. iiher alte Geschichte und Geogra- pJde, 1800, pág. 78. Ukert, Geograpliie der Griechen und Md- mer, vol. ii, parte 1.*, páginas 234-243.

(3) En la época mítica de la expedición de los argonautas todavía se sospechaba que el mar interior tenía también co- municación por el Nordeste con el gran rio Océano.

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fenicios fueron precedidas (1) de los tímidos ensayos de los marinos de Creta, Samos y Focea. El antiguo conocimiento que los fenicios tenían del río Océano, más allá de las columnas de Hércules, acaso lo pone de ma- nifiesto el mismo nombre que adoptaron los helenos para designar el mar exterior (2).

"Desde los tiempos homéricos creían los griegos que á Poniente había parajes ricos y fértiles; pero su conoci- miento exacto de la cuenca del Mediterráneo no se ex- tendía más allá del meridiano de la Gran Syrte y de Sicilia. Toda la parte occidental de esta cuenca que los fenicios surcaban hacía ya largo tiempo, no la conocie- ron los helenos hasta después del viaje, cuya importancia reconoció Herodoto (3), de Colojus de Samos, que llegó hasta Tartesus y el cabo Soloé.

El Periplo atribuido á Scylax (4), compuesto proba-

(1) S TRABÓN-, lib. III, pág. 224. En el pasaje del lib. I, pá- gina 82 , la restricción «poco después de la época del sitio de Troya» refiérese á la fundación de las colonias.

(2) La primera expedición griega más allá de las columnas de Hércules es la de Coloeus, posterior sin duda á la época de Homero; sería, pues, posible que los fenicios hubiesen transmi- tido á los helenos la noción del mar exterior y la frase que la designa.

(3) Lib. IV, cap. 152. Fundándose Voss en la época de la colonización de Cyrene, sitúa la expedición de Colaeus antes de la diez y ocho Olimpiada, más de 708 años antes de nuestra era. Según las recientes investigaciones de Mr. Letronne, la expedi- ción de los de Samos corresponde al primer año de la Olimpiada treinta y cinco.

(4) Sobre Scylax y la verdadera época de la redacción del Periplo que ha llegado hasta nosotros, véanse Niebuhe {Kleine Schr., J. I, 1810, pág. 105); Ukert (^Geograpliie der Griechen und Jiomer, 1816, t. i, Abth. 2, páginas 285-297); M. Le- tronne, Journal des Savants. Febrero-Mayo, 1825.

DESCUBRIMIBNTO DE AMÉRICA. 37

blemeiite en la época de Filipo de Macedonia, designa más allá de Cerne un mar de Sargazo, una abundancia de fuco que anuncia la proximidad de las islas de Cabo Verde, pero que no me parece idéntico al mar de Sar- gazo que menciona el pseudo Aristóteles en la compila- ción conocida con el nombre de Narraciones maravi- llosas (1).

Cuando no se quieren perder de vista las grandes di- visiones naturales de la geografía física y su constante influencia en los destinos de los pueblos, reconócense en las épocas memorables de los progresos de la navegación del Mediterráneo de Este á Oeste las tres grandes cuen- cas parciales en que se subdivide la gran depresión de este mar, según lie indicado ya en otra obra (2). La cuenca del mar Egeo está limitada al Sur por una curva

(1) SCTL, Caryand, Peripl (Hiídson, t. II, págs. 53 y 54); AxiSTOT., Demirahil. auscnltat., pág. 1157. Aristot., grsece, ex recensione Bekkeri, 1831, pág. 844, párrafo 136). En este úl- timo pasaje, del cual me ocuparé también más adelante al exa- minar la posición del Mar de Sargazo de los navegantes portu- gueses, hablase de la abundancia de atunes que la mar arroja con el sargazo, y que salados y puestos en toneles eran llevados á Cartago Paréceme que esta indicación confií-ma lo que dice M. de Kohler QTarichos ó Reclierches iur VBistoire et les An- tiquités des ¡^écheries de la,Russie Meridionale, 1832, pág. 22), sobre el comercio en tariclios (pescados salados) de la ciudad de Turdetania y sobre las pesquerías fuera de las columnas de Hércules.

(2) Relation historique , t. iil, pág. 236. Las divisiones que especifica Aristóteles {De Mundo, cap. iii; Bekk., pág. 393) sólo se refieren á los golfos y sinuosidades del Mar Interior compa- rados á un puerto en que, entrando por el estrecho las aguas del Océano, llegan á estar más tranquilas.

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que pasa por Eodas, Candía, Cerigo y el cabo Meleo; la cuenca de las Syrtes tiende á cerrarse entre el cabo Bon, la isla Pantelaria, el banco que M. Smytli nombra Adventure Bank y el cabo Grantola, tendencia cuya acción continua acaba de demostrar la aparición de una nueva isla volcánica (isla de Graham). No debe olvidarse que esta reseña de geografía física presenta á Cartago fundada cerca del punto en que la cuenca tirrena (de Cerdeña y de las islas Baleares) se une á la cuenca jó- nica (de Malta y de las Syrtes), y que la Grecia comer- ciante dominaba á la vez por su posición en esta última cuenca y en la del mar Egeo. La expedición de Coloeus de Samos (1) fué la que abrió á los griegos la tercera y más occidental de estas cuencas, terminada por las columnas de Hércules.

Desde que á la hipótesis del disco de la tierra na- dando en el agua, sustituyó la idea de la esfericidad de la tierra , idea projña de los Pitagóricos (Hicétas,

(1) Véase una Memoria de Mr. Letronne, llena de elevadas consideraciones acerca de la historia de la geografía antigua [Essai Sícr les idees cosmograjjhiques qui se rattachent au noin (V Atlas, pág. 9 y 10; en Mr, de Fekussac, Bidletin Universel des Sciences^ Marzo 1831, sección vil). Prueba el autor que la expedición de Colueus, realizada en una época en que los líele- nos de Thera ignoraban hasta la posición de la Libia, sólo pre- cedió en setenta años á la composición del poema mitieo-jjoli- tifío de Solón sobre la Atlántida que ocasionó la transfor- mación del personaje de Atlas, el Titán, en Atlas montaña, situada fuera del estrecho , y sosteniendo el cielo. Acerca de este Atlas montaña, he hecho algunas conjeturas en mis Ta- hleaux de la Nature, t. ii, pág. 150.

DESCÜBEIMIEKTO DE AMÉRICA. 39

Ecpliautos y Eraclides del Puente) (1) y de Parmenides de Elea; expuesta y defendida con admirable claridad por Aristóteles (2), no se necesitó grande esfuerzo de ingenio para entrever la posibilidad de navegar desde la extremidad de Europa y África á las costas orientales de Asia. Encontramos, en efecto, esta posibilidad clara- mente enunciada en el Tratado del cielo, del Stagirita (últimas líneas del libro segundo), y en dos lugares cé- lebres de Strabón (3^. Por ahora basta enunciar aquí que ambos autores hablan de un solo mar que baña las costas opuestas. No considera Aristóteles la distancia muy grande, y deduce ingeniosamente déla geografía de los animales un argumento en favor de su opinión. Re- cuerda los elefantes que viven en las regiones extremas y opuestas, y así confirma (sea dieho incidentalmente) la antigua existencia de estos grandes paquidermos al Noroeste del desierto de Sahara (4). Considera muy probable que además de la gran isla que forman Europa, Asia y África, existan en el hemisferio opuesto otras

(1) Copérníco, en la dedicatoria á Paulo III del tratado de Mevolutionibus orbium caslestiuní, atribuye, quizá menos por falta de erudición que por ocultar su audacia, su propio sistema de la revolución de los planetas alrededor del sol á los Pitagóricos, ora á Hicetas y á Heraclides del Puente, ora á Phi- lolao y á Ecphanto. Pero en la antigüedad sólo fueron verdade- ros copernicanos Aristarco de Samos y Seleuco de Erythrea, no empleando ni Ilestia ni Autiohthon.

(2) De Ccelo, lib. il, cap. XIV, págs. 297 y 298 (ed. Bekk.).

(3) Strabón, lib. i, pág. 103, y lib. ii, pág. 162 Alm.

(4) En el Periplo de Hannón hablase de existencia de ele- fantes á media jornada de navegación al Sur del cabo Espar- tel (Véase Beedow, üntersucli. über alte Gcschiehte und Geo^ grajíhie. St. I, pág. 33, y mi Relation historique, t. I, pág. 172),

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menos grandes (1). Strabón no encuentra otro obs- táculo para pasar de Iberia á las Indias que la desme- surada anchura del Oce'ano Atlántico.

Las ideas que acabamos de exponer se conservaron y propagaron entre gran número de hombres notables á través de la Edad Media hasta la época de Colon. Ver- dad es que los escrúpulos teológicos de Lactancio, de San Juan Crisóstomo y de algunos otros Padres de la Iglesia, contribuyeron á impulsüir el espíritu humano en un sentido retrógrado. Repetíanse las objeciones y

Á menos de extender considerablemente hacia el Sur el conoci- miento que los antiguos tenían de la costa occidental África, y de que el gran rio Chremestes {Meteor., lib. i, cap. 13, pág. 1 50) sea el Senegal, no podría aceptarse la idea de que Aristóteles conocía el Oeste de África hasta el paralelo de Ági- sjonba, al Norte del cual no admite Ptolomeo. acaso sin haber visto el diario de Hannón, ni elefantes, ni rinocerontes, ni ne- gros de cabello rizado (Véase Ptolomeo, Geogr., lib. i, cap. 9. y las discusiones de Mr. Letronne sobre la tradición de Halma en el Journal des Savans. Abril, 1831, pág. 274). Refiérome sólo en esta nota á los elefantes, al Norte del Sahara, en las costas oceánicas occidentales de África ó en el reino de Fez. Estrabón (lib. XVII, pág. 1.183 Alm., pág. 827 Cas.) nombra también los cocodrilos, completamente iguales á los del Nilo , y nada dice de la antigua existencia de elefantes en el Atlas mediterráneo oriental, reconocida por Eliano (vil, 2) , y acerca de la cual Mr. Cuvier [Ossemens fossiles, ed. 2.*, t. i, pág. 74) ha presen- tado interesantes observaciones. Todo esto pertenece á la His- toria de los animales, es decir, á los cambios sufridos por conse- cuencia del transcurso de los siglos en la distribución geográfica de los animales en el globo; historia muy distinta de la parte descriptiva, vulgarmente llamada Historia natural de los ani- males.

(1) Aristot. , De Mundo, cap. 3, pág. 392, Bekker, y Meteor, lib. ii, cap. 5, pág. 362.

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las burlas que emplearon los epicúreos para combatir el dogma pitagórico y la esfericidad de la tierra. Por for- tuna la generalidad no asintió á estas ilusiones. La Topografía cristiana (1) vagamente atribuida á un mer- cader de Alejandría, que se hizo fraile en el reinado del emperador Justiniano, y al cual llaman Cosmas In- dicopleustes, nos da á conocer en forma sistemática las extrañas opiniones de los Padres de la Iglesia. Vuelve á ser la tierra una superficie plana, no un disco, como en tiempo de Thales, sino un paralelógramo rodeado de las aguas del Oce'ano y simétricamente recortado por cuatro golfos (el mar Caspio, los golfos de Arabia y de Persia y el Romanorum sinus, es decir, nuestro Mediterráneo). Según la enumeración que Strabón hizo clásica (2): «Más allá del Océano que circunda los cuatro lados del continente interior, el cual representa el área del taber- náculo de Moisés, hay situada otra tierra que contiene el paraíso y que habitaron los hombres hasta la época del diluvio.» Equivocadamente se ha querido comparar

(1) CosMAS, Chistianorum opinio de mundo, qtx M.omi'EA'c- CON, Collectio nova Patr. et Script. graec, 1708, t. Ii, páginas 113-345(elmapa, pág. 189), WiLiAM Vincent Commerce and navigation of the ancients, t. ii, páginas 533, 537, 667. Bre- DOW, St. 2, páginas 786 y 797. Mannert, Einleit. in die tíeo- (jrapMe der Alten, 1829, pá-^inas 188-192. Atribuíase al mismo Cosmas una obra menos teórica (^CosmograpMa universalis), en la que debía haber tratado especialmente de la tierra situada más allá del Océano. Más adelante hablaré de las analogías que presenta la circunvalación de montañas que suponían los Pa- dres de la Iglesia más allá del Océano homérico, con los mitos de la India, el mundo Kaf de los árabes, y algunas opiniones helénicas antiquísimas.

(2) Strabóx, II, pág. 182 Alm., pág. 121 Cas.

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á América, esta tierra antediluviana, opuesta no á la Europa occidental, sino á toda la isla de forma cuadri- longa del antiguo continente.

Se ha supuesto que al llegar Cristóbal Colón á la embocadura del Orinoco reconoció en esta región el pa- raíso terrestre, según los dogmas de la Topografía cris- tiana; pero el Almirante no menciona para nada á Cos- mas, ni en la carta que en 1498 dirigió á los Reyes Católicos, fechada en la isla de Haití, carta llena de rasgos de pedantesca erudición, ni en el libro de las Profecías. Para situar el paraíso en la Ame'rica del Sur no tuvo otros motivos que la abundancia de las aguas dulces que la riegan, la belleza de un clima que, sobre el mar, parecióle singularmente templado y la extraña hi- pótesis (1) de una protuberancia irregular de la tierra hacia Occidente, donde «la costa de Paria está más pró- xima á la bóveda celeste que España».

Acaso sea más exacta la conjetura de que en la cos- mología de Dante (mezcla de ideas cristianas y árabes) esta tierra habitada sólo por la prima gente, y á la cual se llega saliendo del Estrecho y navegando entre Sibilia y Setta (Sevilla y Ceuta), primero de Este á Oeste dietro al solé, y después al Sudoeste, está relacionada con cosmología de algunos Padres de la Iglesia, del modo que Cosmas (si efectivamente hubo un monje así lla- mado) la sistematizó. Pero Dante, muy erudito y filó- sofo, admitía la esfericidad de la tierra, y el paraíso que

(1) Gomaba, Ilist. General ^ cap. 8,, pág. 110. Véase so- bre los fundamentos de esta hipótesis y las censuras que oca- sionó á Colón aun durante su vida, mi Belation Mstorí- que, t. I, pág. 506.

TESCÜRRIMIENTO DE AMÉRICA. 43

coronaba la cima de la montaña del purgatorio está si- tuado, según él, en medio de los mares del hemisferio austral, en los antípodas de Jerusalén (1).

El mapamundi del Indicopleustes llama la atención por su ingenua y bárbara sencillez. Producto del siglo vi, apenas presenta la imagen de los primeros ensayos geo- gráficos de los griegos, y muy bien puede creerse que, á pesar de ser más de trescientos años posterior á Clau- dio Ptolomeo, es muy inferior al Pinax de Hecátea que el tirano Aristagoro (2) llevó á Esparta.

El autor de la Topografía cristiana^ á quien se debe la interesante inscripción del monumento de Adulis, tuvo, no obstante, el me'rito de saber que las costas del país de los Tzines (3), de donde viene la seda , están opuestas al Levante y bañadas por un mar oriental. Este fué el primer paso dado para rectificar las ideas acerca de la posición de la India y de la China (país de

(1) Dante, Purgatorio, canto i, v. 22; canto IV, v. 139, Infierno, canto xxvi, v. 100-127 (Divina Comedia, col comento de G. BiagioU, 1818, t. i, páginas 484.487).

(2) Herodoto, lib. V, cap. 49.

(3) MoNTFAUCON, 1. c, pág. 37 {Tzlnistam Oceanas ad orien- temambit, Cosm., lib, xi). En la geografía de ¡Tolomeo, el Si- narum Simis (parte del mar de Sin de Edrisi), era la emboca- dura del Sinvs magnus, j Thinae estaba situada en la costa occidental del extremo del continente asiático, que, reuniendo al Oeste el Prasum Promontorium de África, formaba la costa meridional del mar interior de la India, Al contrario, en el sis- tema más antiguo de Eratostbenes, Tliinse estaba situada en el mismo paralelo de Rodas en la costa oriental de Asia, j la em- bocadura del Ganges se encontraba en esta misma costa figu- rada, inclinándose de Nordeste á Sudoeste.

44 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

los Tzines) y de la dirección de las costas de Asia, hacia las cuales bogaba la expedición de Colón (1).

Inspirado por los árabes, por los cosmógrafos italianos y alemanes, por las narraciones de Marco Polo, que le transmitió Toscanelli, j sobre todo por las obras del cardenal Pedro d'Ailly, el gran navegante bebía en fuentes que le proporcionaban abundantes motivos para la ejecución de su proyecto y le animaban á buscar el Levante y las preciosas especias por la vía de Poniente.

Escojamos entre los árabes el geógrafo de la Nubia: «El mar que baña las costas occidentales de África, dice el scherif Edrisi, entra en el Mediterráneo {Mare Damascenum) por el canal que Dhoulcarnain, personaje heroico bicorne^ confundido con el hijo de Filipo de Ma- cedonia, hizo abrir en tiempo de Abraham. Este bicorne ordenó la nivelación de la superficie de las aguas. Una reunión de geómetras encontró el Mar Tenebroso (el Oce'ano) algo más elevado (3) que el Mediterráneo»

(1) También en CoSMAS cree advertir Montfaucon la pri- mera indicación del Malabar, «región muy comercial en la que se cría la pimienta y donde hay cristianos como en Sieledivar (Ceylan),)) Es la Ma/é del Indicopleustes (lib.iii, pág. 178; lib. XI, pág. 337).

(2) Edrisi, Geogr. Kuh., París, 1619, pág 148. Es probable que en esta fábula del canal abierto por Dhoulcarnain (que tiene dos cuernos), y de Kheder, ó más bien Cliidr (el perso- naje vei-de), que, según Djevliari, fué uno de los compañeros de Moisés, estén mezcladas y confundidas, como en otras tradicio- nes antiguas populares de Arabia, ideas semíticas (fenicias) é ideas griegas, y que esta fábula sea resultado de observaciones náuticas y geológicas sobre la dirección constante de la co- rriente oceánica del Oeste al Este, y de la continuidad de una cordillera calcárea. Gabriel Sionita, el traductor latino de

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 45

(rasgo de un mito geográfico; alude á la dirección de la corriente que, según Rennell, viene del cabo Finisterre á lo largo de las costas de Portugal y entra por el Es- trecho de Gibraltar). El Mar Tenebroso llámase así (Edrisi ( 1 ) mismo dice el motivo en estos términos, según la versión latina): Quoniam scilicet ultima illud quid sit ignoratur. Nullus enim hominum habere potuit quidquam certi de ipso oh difficilem ejus navigationem^ lucís obscuritatem (singular propiedad de un mar en que Edrisi sitúa las islas Afortunadas, el dscTiasajir el cha- lidath, derivando de chidd, paraíso, islas que gozan del más bello cielo) aetfrequentiam procellarum. Nemo nauta-

Edrisi, dice: «Is enim ad populos Andalusiae cum pervonisset et continuas eorum quas cum incolis Sus (tense (Barbarorum metrópolis, Hartmann) habebant pugnas audivisset, operariis atque geometris ad se convocatis suum de árida illa térra fo- dienda et canali aperiendo animum explicuit, precipitque illis, ut térras solum cum utriusque maris sequore metirentur ; quod ubi praestitere, deprehenderunt á Mari magno (tenebroso) pa- Tum svperari altitudinem Bamascenvm.) Viene después la des- cripción de los diques artificiales construidos por Dhoulcar- nain «cuyos restos vio Edñsi en las épocas de aguas bajas». Acerca del personaje principal de este mito, véase Heebelot, Bihl. Orient. (art. Escander Dlioulcarnain j ICheder ó Khed- her), j Edrisi, África, ed. de J. M. Hartmann, 1796, pág. 313. (1) Páginas 6, 39, 147 (Hartmann, pág. 7). M. Kurtzmanu, en una Memoria premiada por la Facultad filosófica de Gottinga (^Comment. de África geograpli. Nuh., 1791, pág. 8), explica el nombre de Mare Tenebrosuvi por la tradición de una nube vista al Oeste de Porto Santo, que descansaba en la superficie del mar, visión análoga á la de la fabulosa isla de San Borondón ó Brendan que los habitantes de Madera y de la Gomera veían todos los anos al Oeste, y que llamó singularmente la atención de Colón, cuando antes de 1492 buscaba por todas partes argu- mentos en que apoyar su sistema.

46 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

rum auserit illud suícare aut in altum navigare. Si se lian explorado algunos puntos es á corta distancia de las costas; sábese, sin embargo, que el Mar Tenebroso (el Atlántico) contiene muchas islas, unas habitadas y otras desiertas» {non obrutce, devastadas, como dice la ver- sión latina). «El mar de Sin (de la China) que báñalas tierras de Gog y de Magog (la extremidad oriental del Asia) comunica con el Mar Tenebroso. Por la parte de Asia las últimas tierras son las islas Vac-vac, ultra quas quid sit tgnoratun> (1). He aquí, pues, mencionada por los árabes, como en el pasaje de Aristóteles (De Ccelo, II, 14), con tanta frecuencia citado por Colón, la unión de los mares de la China y del Atlántico tenebroso. Pero Edrisi, en vez de suponer, como los escritores de la antigüedad, muchas, (/rancZes islas terrestres, es decir,

(1) Edeisi, páginas 36 y 37. Este es el notable pasaje en que se menciona la grande isla Malai (Malaca?), muy extensa de Este á Oeste, y Sohorma ó Sumatra, que es la Java minor de Marco Polo. Edrisi terminó su obra el año 1153, unos ciento sesenta años antes'que Abulfeda. Así, pues, las islas Vac-vac, mejor dicho Vac-uac, eran en el siglo xii la última tierra co- nocida al Oriente, y por tanto, envuelta en fabulosas tradicio- nes, como al Oeste lo estaban, en los tiempos de Homero y He- siodo, el Elíseo, las Hespérides y las Gorgonias. No deben confundirse las islas Yae-vac del mar de Sin con una isla del mismo nombre, cerca de Sofala, en la costa oriental de África (Hartmann, páginas 101-109). Las primeras, según Bakui y Ebn Tophaili, comentado por Eichhorn, son «tan ricas de oro, que los monos llevan collares de este metal, y el árbol que grita nali uali á los que desembarcan (sin duda cuando algunos gran- des Psittaceas anidaban en ellos), tienen en la extremidad de sus ramas, primero abundantes flores, y después, en vez de fru- tos, bellas muchachas que llegaron á ser objeto de exportación, y que Masudi Khothbeddin llama^weWtí^ vasvasMenhes)).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 47

otras masas continentales, separadas de las que forman Europa, Asia y África, cree que el hemisferio opuesto al nuestro es enteramente acuático. Oceanus ambit me- diam partem terree quasi zona^ adeo ut media tantum para terree appareat ac si esset ovum immersum in aquam era- tere contentam (1); nam eodem modo dimidia pars terree est obruta mart.

Sabido es que entre los cosmógrafos de la Edad Me- dia como entre los de la antigüedad, desde Parmenides de Elea hasta los Alejandrinos, había dos opiniones respecto á la extensión de las zonas habitables. Edrisi, á quien acabamos de nombrar, j cuya influencia ha sido tan poderosa durante siglos, colocaba toda la tierra ha- bitada en la zona templada septentrional (2); pero cien años después de él, Alberto el Grande (Alberto de BoUs- tadt) no dudaba en manera alguna que la superficie del

(1) El final de este pasaje (Edrisi, pág. 3) casi recuerda la imagen cosmogónica que empleaba la escuela de Thales; sin embargo, Edrisi construyó para el rey Roger II de Sicilia un (fiohfl terrestre de plata, según d'Herbelot y Pococke, de 800 marcos de peso (William Vincent, Covimerce and naviga- tion, t. II, pág. 568), y en las primeras páginas de sus Jlelaxa- t Iones animi curiosi, admite: Terram esse rotundam glohi ins- tar, ac non hahere perfectam rotunditatem quia snnf in illa decliritates, et aqua jiuit ah acclivi ad declive. La circunfe- rencia de la tierra está indicada en Edrisi conforme al cálculo de los indios, expresión que aumenta el número de testimonios dados por los Sres. Colebrooke, Guillermo de Schlegel, y re- cientemente Federico Rosen (en su traducción y comentario del álgebra, de Mohamed Ben Musa), de lo cosechado por los árabes en la literatura más antigua de los indios.

(2) Creaturcc omíics snnt sejytenitrionali terree parte, etc. (Edrisi, pág. 2). '.

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globo estaba habitada hasta el grado 50 de latitud aus- tral (1). Celoso propagandista de las obras de Aristó- teles, que empezaban á dar á conocer los árabes de España j los rabinos arabizantes, fué Alberto para la Europa cristiana lo que Avicenas había sido para el Oriente. Sus diversos tratados son más que paráfrasis de Aristóteles: el Líber cosmographicus de natura loco- rum es un compendio de geografía física en que expone el autor, no sin sagacidad, cómo la diferencia de latitud- y el estado de la superficie terrestre producen simultá- neamente la diferencia local de los climas (2). «Toda la zona tórrida es habitable, y es una inepcia del pueblo (vulgarts imperitia) el creer que los que tienen los pies dirigidos hacia nosotros deben necesariamente caerse. Los mismos climas se repiten en el hemisferio inferior al otro lado del Ecuador, y existen dos razas de etiopes (negros de cabellos lanosos), los del trópico boreal y los negros del trópico austral (no necesito recordar que estas ideas las enunciaron claramente Aristóteles, Cicerón, Strabón y Pomponio Mela). El hemisferio inferior, antípoda al nuestro, no es completamente acuático; en gran parte está habitado, y si los hombres de estas leja- nas regiones no llegan á nosotros es á causa de los an-

(1) Alberti Magni Germani, PhilQsopTi. pritioipis, Z'r- her cosmographicus de natura locorum, Argentor, 1515, fol. 14 h y 23 a.

(2) Los razonamientos de Alberto el Grande sobre el calor más ó menos grande producido por el ángulo de incidencia- de los rayos solares, variable con las latitudes y las estaciones, como sobre los efectos frigoríficos y caloríficos de las montañas (loe. cit., lib. III, fol. 23 b.) son muy exactos y parecen no per- tenecer á la época en que vivía este hombre eruditísimo.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 49

chos mares interpuestos; acaso también (la afición á lo maravilloso, y á lo maravilloso más raro, mézclase siem- pre en el siglo xiii á las observaciones más juiciosas), acaso también algún poder magnético retiene las carnes humanas, como el imán retiene el hierro.

>; Además los pueblos de la zona tórrida, lejos de sufrir en su inteligencia por el calor del clima, son muy ins- truidos, como lo prueban los libros de jilosojia y de as- tronomía que han llegado á nosotros de la Indias (1). En la edición de Estrasburgo, de que me valgo, y que se publicó tres años después de la muerte de Amerigo Vespucci (2) , el editor Jorge Tanstetter se maravilló tanto de las conjeturas de Alberto el Grande acerca de las tierras del hemisferio austral, habitado hasta el grado 50 de latitud, que consideró la navegación de Amerigo Vespucci como una pr ofecía cumplida.

Estas mismas nociones sobre la posibilidad de ir di- rectamente á la India por la vía del Oeste, sobre las

(1) Esta fe en la erudición astronómica de los indios en un provincial de los dominicos, que ignoraba hasta el nombre de sánscrito, es muy notable.

(2) Su muerte, como lo ha comprobado Mufoz con docu- mentos auténticos, ocurrió en Sevilla el 22 de Febrero de 1512, y no como pretende el biógrafo de Vespucci, Bandini, en 1516, en Terceira Si es cierto que Vespucci vio, como él asegura, en su tercer viaje (desde Mayo de 1501 á Septiembre de 1502) la constelación de la Osa Mayor en el horizonte, llegó en las cos- tas o ientales de América hasta el grado 26 de latitud austral, y no hasta el 32 como él mismo afirma. Más cierto es que Juan Díaz de Solís navegó en 1508 hasta el grado 40 Sur, sin ver, no obstante, la embocadura del Eío de la Plata, que descubrió en un segundo viaje, partiendo del puerto de Lepe en Octubre de 1515.

59 ALEJANDRO DE HUMiiOLDT.

partes de la tierra que son habitables y la relación entre' las superficies de los continentes y de los mares (la ex- tensión de éstos considerábase erróneamente entonces me- nor que la de las tierras), encuéntranse en Roger Bacon, hombre prodigioso por la variedad de sus conocimientos, la libertad de su espíritu y la tendencia de sus trabajos hacia la reforma de los estudios físicos. Continuando la vía abierta por los árabes para perfeccionar los instru- mentos y los métodos de observación, no sólo fué el fundador (1) de la ciencia experimental, sino que abarcó simultáneamente en su vasta erudición cuanto podía aprender en las obras de Aristóteles, más asequibles desde poco tiempo antes por las versiones de Miguel Scott, y en las relaciones de dos viajeros contemporáneos suyos, Rubruquis y Plano Carpini. No rebaja el mérito de Colón el recuerdo de esta continuación de opiniones y de con- jeturas, que se reconoce través de la pretendida uni- versalidad de las tinieblas de la Edad Media) d^esde los cosmógrafos de la antigüedad, hasta el fin del siglo xv. Las tinieblas se extendían sin duda sobre las masas; pero en los conventos y en los colegios conservaron algunas personas las tradiciones de la antigüedad. Bacon mismo, reconociendo lo que llama el j^JOíZ^r de la erudición y del conocimiento de las lenguas, «da cuenta de una ar- diente afición al estudio que observa, sobre todo desde

(1) Featris Kogeri Bacon, Oed. Minorum, 0¿ms ma~ yus, Londini, 1733, páginas 445, 447. Al hablar de este grande hombre del siglo xiii, no necesito recordar que la libertad de espíritu de Roger Bacon no le emancipaba completamente de las quimeras de la química de las transformaciones y de la afi- ción á la astrología. Esperaba, sin embargo, hacer ésta «menos engañosa por el perfeccionamiento de las tablas astronómicas.»

DESODBRIMTENTO DE AMIÍRICA. 51

hace cuarenta años, en las ciudades y en los monaste- rios, al lado de la ignorancia general de los pueblos».

Ctiando se trata de una continuación de ideas, de un enlace de opiniones, preciso es contar por algo esa parte de la Edad Media en que se agrupan, alrededor de Roger Bacon, Alberto el Grande, Scott, Vicente de Beauvais y viajeros de tanto mérito como Plano Carpini, Ascelin, Rubruquis y Marco Polo. En todas las e'pocas de la vida de los pueblos, lo que toca al progreso de la razón, al perfeccionamiento de la inteligencia, tiene las raíces en los siglos anteriores, y esta división de edades, con- sagrada por los historiadores modernos, tiende á separar lo que está ligado por mutuo encadenamiento. A veces en medio de una aparente inercia germinan grandes ideas en algunos privilegiados talentos, y en el curso de un desarrollo intelectual no interrumpido, pero limitado, por decirlo así, á un corto espacio, débense memorables descubrimientos á impulsos lejanos y casi inadvertidos.

Entre los autores que consultaba Colón y que despue's examinaremos, á ninguno cita con tanta predilección como al cardenal Pedro de Ailly (1), ó como se le llama en latín, Petrus de AUiaco. Probablemente el Almirante aprendió en el tratado De Imagine Mundi cuanto sabía de las opiniones de Aristóteles, de Strabón y de Séneca sobre la facilidad de ir á la India por el camino de Occi- dente. Un hecho raro parece probar especialmente la profunda impresión que dejó en su ánimo la lectura del

(1) Obispo de Cambray desde 1396, y citado freruentemente en tiempo de Colón con la denominación de Cardenalis Cama- racensis. El Almirante le llama Pedro de Ailiaco, y su hijo don Fernando, en la Vida de su padre, Pedro de Ileliaco,

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octavo capítulo del tratado de Alliaco que se titula De quantitate ternje habitahilis. Sorprende encontrar un largo extracto, y casi la traducción de este capítulo, en tina carta de Colón escrita desde la isla de Haití (Hispa- niola) á los Reyes Católicos, pocas semanas después de volver de la costa de Paria (1). Forman las obras de Alliaco doce trataditos, cuatro de ellos de cosmografía^ reunidos todos en un solo volumen de unas 350 pá- ginas (2), al cual hay añadidos algunos escritos del canciller de la Universidad de París Juan Charlier de Gerson. Es probable que este tomo no fuera impresa hasta 1490. Como en las Profecías cita también Colón páginas enteras de las obras de Alliaco (3), y al mismo tiempo cita también á Gerson, es probable que pose-

(1) Después de su tercer viaje llegó Colón á Haití el 30 de Agosto de 1493. Los buques que trajeron la carta á que aquí me refiero, partieron el 18 de Octubre del mismo año. (MüÑoz, li- bro VI, § 43).

(2) Este volumen en folio, que he estudiado cuidadosamente y comparado con las grandes ediciones de Alberto el Grande y de Eoger Bacon, ni está paginado, ni contiene indicación del lugar donde vio la luz; pero se sabe, con bastante exactitud, que el tratado De Imagine Mmidi ha sido escrito en 1410 é im- preso por primera vez en 1490 (Joannis Launoii Constan- TiENSis, Regii Navarrce Gymnasn Parisiensis Historia, 1677, tomo II, pág. 478). Existe también, de Pedro de Ailly, Qu(ss-_ tione» in splimrum mundi Joannis de Sacrolosco, y Tractatmi mper lihrum Metcororum (impreso en Strasburgo en 1504, y en Viena en 1509). Las cinco memorias: De Concordantia astrono- miccB verifatis cum theologia, recuerdan algunos trabajos mo- dernísimos de Teología hehraizante, publicados cuatrocientos años después del cardenal d'Ailly.

(3) Na varéete, Documentos dijflom., t. ii, páginas 262- 269.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA.

yera el tomo indicado, ó que llevara consigo á bordo del buque en su tercer viaje una copia manuscrita (1) del Imago Mundi sólo, y que la mención simultánea de los

(1) Toscanelli, en su caita al canónigo Martínez (escrita en ] 474), no cita el nombre de Marco Polo, ni se le encuentra en los escritos de Cristóbal y de Fernando Colón. Tengo algu- nas dudas acerca de las nociones que, según Ximénez, Muñoz y KavaiTete, debe haber sacado de los capítulos 68 y 77 •del lib. II de Marco Polo, relativamente al Quinsayy á Zaitun. Más adelante veremos lo que puede corresponder á este via- jero ó á Nicolás de Conti, de quien nos ha dejado Pogge algunos fragmentos, por desgracia muy incompletos. No ne- garé que el uso de las copias manuscritas fuese bastante común en la época en que preocupaban á Colón sus proyectos de des- cubrimientos, es decir, entre 1471 y 1492. La impresión más an- tigua de Marco Polo es la traducción alemana. Publicóse en Viena en 1477, tres años después que la carta de Toscanelli, y fiin duda quedó desconocida é ininteligible para el sabio floren- tino. También es poco probable que Colón pudiera sacar par- tido de esta versión alemana; y si no vio la versión latina de Marco Polo, sin fecha ni lugar de impresión, conservada en el Museo Británico (versión que se smpone ser de 1484 ó de 1490), debe creerse que antes de su primer viaje sólo pudo aprovechar copiag 'manuscritas de Marco Polo, probablemente de la traduc- ción latina del monje Pepino ó Pepuri de Bolonia, hecha en 1320, que circulaba unida á antiquísimas versiones manus- critas italianas. Las impresiones más antiguas del viajero, ve- neciano son: en alemán de 1477; en latín de 1490 {Marco Polo translated hy Marsden, páginas 57, 62, 70, 74, 75). Respecto á Aristóteles y á Strabón, que cita Colón con tanta frecuencia, pudo ver ediciones latinas del libro De Coilo (Padua, 1473) y de

la Geografía de Strahon (Vemecia, 1472); pero es más verosímil, según he dicho, que el Almirante citara los autores antiguos por los extractos que de ellos encontró en AUiaco y otros cosmó-

-grafos italianos, españoles ó árabes que habitualmente consul- taba.

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nombres de Alliaco y Gerson sea puramente accidental. He observado, comparando diferentes textos, que el pá- rrafo traducido por el Almirante en su carta á los Mo- narcas, lo tomó casi literalmente Alliaco del Opus majus de Roger Bacon. Verdad es que el Cardenal dice al final del Imago Mundi: ccscriptura ex jyluribus auctoribus re- collecta anno mccccx»; pero entre tantos nombres de autores clásicos y de cosmógrafos árabes, jamás cita el nombre célebre de Roger Bacon.

Puede creerse que Colón tenía tambie'n á la vista el final de este mismo pasaje de Alliaco, cuando al princi- pio de la carta de 1498 excita á los Monarcas á conti- nuar las grandes empresas, á imitación «de Alejandro, que envió á ver el regimiento de la isla de Trapobana en India, y Nerón César á ver las fuentes del ISTilo y la razón por qué crecían en el verano, cuando, las aguas son pocas, y de Salomón, que envió á ver el monte So- pora» (1).

Es verosímil que la obra de Roger Bacon , ciento cua- renta años más antigua que los tratados cosmográficos de Pedro d'Ailly, no la conociera el Almirante; sin em- bargo, el Opus majus contenía muchas más noticias so- bre el interior de Asia y la extremidad oriental de este continente que el Imago Mundi.

De igual suerte que Vicente Beauvais en el Specu-

(1) Esta frase de monte Sopora á donde Salomón envió sus exploradores al fin del Oriente, es bastante singular. Sin em- bargo, Colón, al nombrar el monte Sopora,^ se refiere sin duda á Opliir, nombre que los Setenta escriben Sophiretj Sophir, So- phara. La última forma lia hecho que se relacionara con la So- fara de Edrisi, célebre por su abundancia de oro.

DESCÜBRIMIKNTO DE AMÉRICA . 55

lum majas ^ especie de Djihan numa (espejo del mundo), compuesto por orden de San Luis y de la reina Marga- rita de Provenza, nos ha conservado, conforme á las rela- ciones de Simón de Saint Quentin los viajes de Ascelin, Koger Bacon presenta los preciosos extractos de las relaciones oficiales de Juan de Plano Carpini, y sobre todo de Ruisbroek ó Rubruquis, que generalmente llama frater Willielmus^ quem dominus rex Francice misit ad Tártaros. El viaje del monje de Brabante al Este de Asia precedió en diez y ocho años al de Marco Polo, y confirmó la exactitud de las primeras nociones de Hero- doto, Aristóteles, Diodoro y Ptolomeo acerca de la exis- tencia del mar Caspio como mar interior. Fué el primero que dio á conocer la analogía del alemán con un idioma indogermánico, que habían conservado en Crimea algunos restos de tribus de godos ó de alanos. Atravesó la Gran Hunnia ó Hungría (Yugria), pasando el Volga (Ethel) hacia la extremidad del Ural Bascbkir (tierra Pascatyr, corrupción del nombre Bachghtrd), y por lo que creo po- der deducir de mis conocimientos de estas comarcas, es probable que recorriera las planicies de Guberlinsk y de Orskaja. Es el primero de todos los geógrafos cristianos que da una idea exacta de la posición de China, la cual designa con el nombre mogol de Khathay (Cathaia)^ de sus fábricas de seda y de su papel moneda, en el que hay impresos algunos signos «Ultra Thebet qui solent coraedere parentes suos causa pietatis, ut non faceret eis alia sepulchra nisi viscera sua, est Magna Catahia (1) quíe Seres dicitur apud philosophos; et estin extremitate

(1) Son las propias palabras de Roger Bacon en el Oj^^s viajus, páginas 190, 231, 233.

66 ALEJANDRO DE «ÜMBOLDT.

orientis á parte aquilonari respecta India?, divisa ab ea per sinum maris et montes. Hic fiunt panni sericci, et istorum Gathaiorum moneta vulgaris est carta de gamba- sio in qua imprimunt (1) quasdam lineas. J>

Las valerosas expediciones que como humildes mon- jes hicieron Plano Carpini, Eubruquís, Bartolomé de Cremona y Ascelin á las comarcas más lejanas de Asia, pusieron én circulación nueva serie de ideas en la época de Bacon. El funesto desbordamiento de los mogoles á tra- vés de Polonia hasta más allá del Oder, donde les detuvo

(1) Según las investigaciones de Klapróth {Journal Asia- tique, 1822, 1. 1, pág. 264), los primeros asignados de los tárta- ros, grabados en madera, y las primeras cajas de descuento para el papel moneda datan del año 1155 (un siglo antes de la misión de Rubruquis á Asia). El papel moneda existía ya en China desde fines del siglo x. Los primeros naipes grabados en madera son del año 1120. La imprenta china (con caracteres no móviles) publicó el primer libro impreso sobre letras grabadas en madera en 952. Esta editio princeps precedió 484 años al descubrimiento del ingenioso artífice de Guttenberg, descubri- miento que pudo hacerse á fines del «iglo xiii, á la vuelta de Marco Polo si este viajero, en su Jlillione, hubiera llamado seriamente la atención del lector acerca de la imprenta en la China. Pero no menciona lo que llegó á serle muy familiar, y en este caso están la imprenta y el uso del té. Además, al nom- brar Marco Polo el papel moneda chino, indica indirectamente el procedimiento de la impresión en caracteres no móviles.. Josaphat Bárbaro, que recorrió la Persia en 1436, el mismo año que se cree ser el del descubrimiento de nuestra imprenta, y que conoció esta moneda, introducida en China por los mogo- les, dice expresamente: «In quel luogo si spende moneta di carta laquale ogn'anno si muta con nuova stampa; é la moneta vecchia, in capo del annr», si porta alia zecca dove gli é data altra tanta di nova é bella, pagando tutta via due per centi di moneta d'argento buona.»

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 57

la batalla de Wahlstad (9 de Abrü de í 241), debilitando sus fuerzas, dio ocasión á estos viajes extraordinarios en que la diplomacia monacal se ocultaba bajo el velo del proselitismo y de la piedad. Era aquella la época memo- rable entre la muerte de Tchinghiz y de Kublai-Khan, en que el gran imperio Mogol, que acababa de dividirse entre los descendientes del fundador, aun conservaba alguna unidad por la supremacía de la dinastía de los Yuan, residente en la extremidad oriental del mundo conocido.

Esta unidad de voluntad y de instituciones facilitaba el acceso, en condiciones no reproducidas posteriormente de una vasta región del Asia central al Sud del Altai' y al Norte de la cordillera de Kuenlum ó Kulkun, que rodea el Tibet septentrional, desde la depresión del mar Caspio, desde el Djihun (Oxus) y el Sihun (Jarxa- tes), hasta la embocadura de Huang-bo y las costas de Quinsai y de Zaitun. Las obras cosmográficas escritas en esta época anuncian ese crecimiento de ideas que acompaña siempre al ensanche físico del horizonte. Fa- voreció los largos viajes de los Poli (Maffio ó Mateo, Nicolás y Marcos, de 1250 á 1295), el estado del Asia central, en donde, por las relaciones y comunicaciones rápidas entre pueblos pastores y semisalvajes y pueblos letrados ó instruidos desde hacía largo tiempo, la bar- barie y la civilización por extraño modo se tocaban.

Roger Bacon terminó su larga y gloriosa carrera un año antes del regreso de Marco Polo; no podía, pues, tener conocimiento alguno de este viaje extraordinario.

La segunda mitad del siglo xiii, fecundada por tantos gérmenes de conceptos nuevos, poniendo por el comercio de los písanos, de los genoveses y de los venecianos el

58 ALEJANDRO DE HüMBOLDT.

Occidente en contacto con las regiones de Oriente, tan interesantes por las producciones de su suelo, los progre- sos de las artes industriales y la variedad de las institu- ciones sociales, dio poderoso impulso al movimiento de ideas, al ardiente deseo de atrevidas empresas que ilus- traron la era del infante D. Enrique, de Colón y de Gama.

III,

Ideas cosmográficas de Colón y causas que le impulsaban al descubrimiento de las Indias.

El cardenal d'Ailly, cuyas obras tanto estimaba Co- lón, ocupábase desgraciadamente más en trabajos de erudición clásica que de las relaciones de los viajeros inmediatos á su época. Aunque escribió ciento cua- renta años después de Roger Bacon, jamás cita los tra- bajos de Marco Polo, consignados desde 1320 en un manuscrito latino de Franco Pipino de Bolonia: ignora los vastos proyectos de Sanuto Torsello, encaminados á cambiar la dirección del comercio de la India, la exis- tencia de las islas Antilia y Brasil (Bracir) revelada por Picigano, y los viajes de los Zeni á las regiones sep- tentrionales del Atlántico. No fué en los tratados cos- mográficos del Cardenal donde Colón aprendió las no- ciones de las tierras occidentales que según Toscanelli ofrecían abrigo en el camino de la India por el Oeste. Pedro d'Ailly ni siquiera conocía el nombre de Cathaí, y su geografía, á excepción de algunas citas árabes, recuerda menos el siglo de Ptolomeo que el de Isidoro de Sevilla. Únicamente insiste con frecuencia (y quizá

GO ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

por ello era el afecto de Colón á compilaciones tan me- dianas) en la gran extensión del Asia hacia el Oriente, y en lo próximas que estaban la India y España. Al notable párrafo (Imago Mundi, cap. viii) tomado lite- ralmente de Boger Bacon, y que antes cité, pueden aña- dirse los siguientes: «Multo major est longitudo terrae versus Grientem qüam ponat Ptholomeus, et s^cundum pbilosophos Oceanus qui extenditur inter finem Hyspa- niae ulterioris, id est Africíe á parte Occidentis, et inter principium India? á parte Orientis, non est magne lati- tudinis. Nam -expertum est quod hoc mare navigabile est paucissimis diebus si ventus sit conveniens, et ideo illud principium Indias in Oriente non potest multum distare á fine Africae. Frontem indiae meridianum alluit maris brachium descendens á mari Océano quod est inter Indiam et Hyspaniam inferiorem, seu Afri- cam. A polo in polum decurrit aqua in corpus maris et extenditur inter finem Hyspaniee et inter principium Indiae non magnas latitudiuis , ut principium Indiíe possit esse ultra medietatem «quinoctialis circuli sub térra valde accedens ad finem Hyspanise. Et Aristóteles et ejus comentator, libro Coelí etMundi, adhuc inducunt rationem quod elepbantes esse non possent: ideo conclu- dit hasc loca esse propinqua et mare intermedium esse parvum» (1), Se concibe que una misma idea, tantas ve- ces repetida, debía agradar grandemente á los que, con^o Toscanelli y Colón, meditaban de continuo pasar desde España á las costas orientales de Asia (ad illam partem sub jyedibus nostris sitam) por la vía de Occidente.

(1) Parece que el Cardenal tenía á la vista el pasaje de Strabón, t. ii, pág. 161.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 61

También en el Cuadro del mundo conocido (1) de Pedro d'Áilly pudo aprender Colón que, según Alfragan, el valor absoluto de los grados expresados en leguas es menor de lo que generalmente se admite. Alfragan, ó más bien Al Fergani, llamado así por el sitio donde nació (porque el verdadero nombre del astrónomo árabe es Ahmed Mohammcd Ebn Kotahir, ó Kethir, de Fer- gana en Sagdiana), no da en rigor más que el resultado de la celebre medida de algunos grados terrestres que el califa Almamum hizo practicar en la llanura de Sindjar. En vez de expresar este resultado por codos negros^ lo expresa por millas, y el Almirante, sin fijarse en la per- fecta ignorancia en que hasta Ebn louni, el más inge- nioso astrónomo de aquel tiempo, nos dejaron, relativa- mente al valor del módulo empleado, tomó las millas de Alfragan, por las millas italianas de que habitualmente se servía en sus viajes. Don Fernando Colón, al conser- varnos el extracto del tratado (2) de su padre <r sobre la posibilidad de habitar todas las zonas», y también

(1) L. C. Mapa Mundi, sección vili, de quantitate terree.

La prueba de que Colón medía la distancia recorrida en mi- llas italianas encuéntrase en el diario de su primer viaje, vier- nes 3 de Agosto de 1492, donde dice ((sesenta millas que son quince leguas^. Las leguas marinas españolas son de tres millas. Tomás Parcacchí {Isolepiü f amóse del Mundo), cuya segunda edición es de 1576 recuerda que diez y siete y media leguas ó 70 millas de Italia forman un grado. No se usaban por tanto en los siglos XV 'y XVI las antiguas millas romanas que en número de 75 formaban un grado ecuatorial.

(2) ((Memoria ó anotación que hizo el Almirante, mostrando ser habitables todas las cinco zonas con la experiencia de la navegación.» Barcia, Historiadores primitivos de Indias, tomo I, páginas 4, 6.

62 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

otro manuscrito (1) que comprende las causas en que el grande hombre fundaba las esperanzas en el buen éxito de su expedición, nos muestra la importancia que entonces se daba á la opinión de Alfragan sobre el ver- dadero tamaño de la tierra, ce Lo que hacía creer más al Almirante, dice Fernando Colón, que aquel espacio (la distancia entre España y Asia) eia la opinión de Alfra- gano, y los que le siguen, que pone la redondez de la tierra mucho menor que los demás autores y cosmógra- fos, no atribuyendo á cada grado de ella mas que 56 millas y dos tercios, de cuya opinión infería que, siendo pequeña toda la esfera, había de ser por fuerza pequeño el espacio que Marino dejaba por desconocido, y en poco tiempo navegado, de que infería asimismo que, pues aun todavía no estaba descubierto el fin oriental de la

(1) «Estando el Almirante en Portugal, empezó á conjetu- rar que del mismo modo que los portugueses navegaron tan lejos al Mediodía, podría navegarse la vuelta de Occidente y hallar tierra en aquel viaje; y para confirmarse más en este dictamen, empezó de nuevo á ver los autores cosmógrafos que había leído antes , y á considerar las razones astrológicas que podían corroborar su intento , y consiguientemente notaba todos los indicios de que ola hablar á algunas personas y marineros por si en alguna manera podría ayudarse de ellos, De todas es- tas cosas supo también valerse el Almirante, que vino á creer por sin duda que al Occidente de Canarias y de las islas de Cabo Verde había muchas islas, que era posible navegar á ellas y descubrirlas; y para que se vea de cuan débiles argu- mentos llegó á fabrica''se ó salir á luz una máquina tan grande, y para satisfacer á muchos que desean saber distintamente los motivos que tuvo para venir en conocimiento de estas tierras y tomar á su cargo esta empresa, referiré lo que he hallado en sus escritos sobre esta materia.»

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 63

India, sería aquel fin el que está cerca de los otros por Occidente (de la parte más occidental de Europa y de África).» Pero hay más aún; en otro sitio (en el Tratado de las zonas habitables) dice expresamente el Almirante: «Navegando muchas veces desde Lisboa á Guinea, en- contré (1), observando con atención, que el grado co- rresponde en la tierra á 56 millas y dos tercios».

Si estas nociones no las aprendió el Almirante en las obras del cardenal d'Ailly, las obtendría por vía menos indirecta, por alguna de las traducciones árabe-latinas, á las que, según parece, recurría con frecuencia durante sus estudios cosmográficos en Portugal y en España.

Después de largas consideraciones acerca de Ptolomeo y Marín de Tyro, Catigara y la Etiopía, el Ganges y la posición del Paraíso terrestre, añade Colón en una carta dirigida á los reyes Fernando é Isabel y fechada en Jamaica el 7 de Julio de 1503: ccEl mundo no es tan grande como dice el vulgo, y un grado de la equinoccial está 56 millas y dos tercios; pero esto se tocará con el

(1) ¿Por qué medios? Sin duda comparando las altitudes obtenidas á los resultados de la estima, y considerando los rumbos en los cuales se singlaba. Inútil es recordar aquí de cuántos elementos inciertos dependía este cálculo, sobre todo añadiendo á estas incertidumbres la imperfección de la medida del surco por la corredera ó cadena de la popa, y el efecto de la influencia de las corientes y de la declinación variable de la brújula. En la carta á los Monarcas Católicos donde hace la relación del tercer viaje de descubrimiento, vemos al Almi- rante practicarla valuación del valor de un grado equinoccial, según Alfragan. Aplica esta valuación aunque confusamente á la longitud del Golfo de las Perlas (Golfo de Paria) y á la dis- tancia de este golfo á las islas Canarias. Na varéete, t. i, pá- gina 258.

64 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

dedo.» Véase, pues, la importancia que el Almirante daba á la idea de la pequenez del globo y de la breve- dad del camino por donde se llega á la tierra aurífera de Veragua, <íde que Vuestras Altezas, dice, son tan seño- res como de Xerez y de Toledo».

Es muy interesante observar el desarrollo progresivo de una grande idea y descubrir una á una las impresio- nes que determinaron el descubrimiento de un hemisferio entejo. La permanencia en puntos situados , por decirlo así, en el límite del mundo conocido , en Lisboa , en las Azores, en Puerto Santo; la costumbre de ver partir con frecuencia expediciones de descubrimiento por una ruta que se desaprueba; la posibilidad de oir de boca de los mismos marinos los hechos ó las ilusiones que les pro- porcionaron las aventuradas expediciones hacia el Oeste; finalmente, el atento examen de las cosmografías de las diversas e'pocas, fueron las circunstancias que excitaron, vivificaron, por decirlo así, en el alma ardiente de Colón tan grandes y nobles proyectos. 'No se debe atribuir á una sola causa lo que pertenece al conjunto de inspira- ciones que recibe un hombre superior durante los largos años que preceden á un descubrimiento.

En un tratadito (1) escrito probablemente hacia 1499 por el geno vés Antonio Gallo {De Navigatione Columhi

(1) Dos páginas extraordinariamente raras que publicó por primera vez Muratori conforme á un manuscrito conservado en Genova (Eerum Italicarum Scriptores, 1733, t. xxiil , pá- gina 302). El mismo Antonio Gallo ha escrito De Rebus Ge- miensium, 1466-1478. Se vanagloria de haber redactado el breve comentario De Navigatione ColumM conforme á las cartas fir- madas por el Almirante {epístolas quas vidimus manu propria Colunihis subscriptas).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 65

per inaccesum antea Oceanum Conmentariolus) se afirma que el «mundo de la India» (mundus quem Indiam vo- citahant) fué adivinado, no por Cristóbal Colón, sino por su hermano Bartolomé, «que concibió la idea de una navegación hacia el Oeste al fijar en Lisboa los descu- brimientos hechos por los portugueses más allá de San Jorge de la Mina en los mapamundis que dibujaba para ganarse la vida». El autor habla con algún desdén de Cristóbal Colón {intra pueriles annos parvis literulis imhuti). Este mismo aserto repite el obispo Agustín Giustiniano, que de la proyectada edición de una Biblia políglota completa, solamente imprimió en Genova en 1516 la colección de los Salmos. Sabiendo que el Almi- rante se vanagloriaba de haber realizado las profecías del salmo diez y ocho, Giustiniano, que era obispo de Nebbio, en Córcega, y monje de la orden de Santo Do- mingo, aprovechó esta ocasión (1) para dar una bio- grafía de Cristóbal Colón y noticia de sus descubri- mientos. Don Fernando Colón (2) ha probado con los

(1) El verso 5.°, que contiene las siguientes palabras: Et in omnem terram exihit sonus eorum et in fines orbis terree verba eorum, dio ocasión á este raro episodio, que no se esperaba por cierto encontrar en un salterio.

(2) Vida de D. Cristóbal Colón, cap. X. Al fin de este capí- tulo se trata del mapamundi que Bartolomé Colón dibujó en Londres en 1488 para el rey Enrique Vil, y de los versos exá- metros que el dibujante se atribuye haber compuesto:

Pingitur hic etianí nuper sulcata carin>s Hispanis, zona Vía, prius incógnita genti, Torrida,quce tándem nunc estab noltisima muUi».

La exactitud histórica exigiría en estos versos el elogio de los portugueses, quienes visitaban entonces más que los espa- ñoles las costas tropicales de África.

(Í6 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

manuscritos de su padre que fué éste quien enseñó á Eartolomé, «hombre poco letrado», el arte náutico y el dibujo de cartas de marear, j rechaza (1) con la urba- nidad que en todos tiempos ha caracterizado las dispu- tas literarias «las trece mentiras de Giustiniano». La magistratura de Genova empleó otra refutación más di- recta; con penas severas confiscó la obra. Por lo demás, vemos en documentos encontrados en los archivos, que, aun durante sus viajes, acostumbraba Cristóbal Colón á trazar la configuración de las costas. Una carta de ma- rear de la isla de la Trinidad j del golfo de Paria, dibu- jada durante su tercer viaje (probablemente en Agosto de 1498), llegó á ser célebre en el pleito entre el fiscal del Rey y los herederos del Almirante. Este hace men- ción de ella al fin de la carta dirigida á los Reyes á su vuelta á Santo Domingo. Es la pintura, ó, como dice Alonso de Ojeda, Ib. figura de lo que el Almirante había descubierto (2); carta que guió á los navegantes á quie-

(1) Vida de D. Cristóbal Colón, cap. Ii. Aunque D. Fer- nando muestra generalmente altivez de sentimientos y declara que el hijo de Cristóbal Colón no necesita más gloria heredita- ria que la que puede legar un grande hombre , su ira contra el obispo Giustiniano la exitó, según parece, un motivo poco filo- sófico. El Obispo había dicho en el salterio «que la familia del Almirante ejercía pobremente un oficio manual».

(2) Na VARÉETE. Viajes y descubrimientos de los españoles^ tomo III. Colección diplomática, págs. 539, 583, 586 y 587. ((Estando cerca de Paria, el Almirante demandó á los pilotos el punto de viaje que llevaban, é unos decían que estaban en la mar de España, é otros en la mar de Escocia» (sin duda á causa del mar alto y agitado que se encuentra en las in- mediaciones de la isla de la Trinidad). «El Almirante (dice el testigo Bernardo de Ibarra) envió á España en una carta de

DESCUBRIMIENTO DK AMÉRICA. G7

nes el fiscal quería atribuir el mérito del descubrimiento del continente americano.

Adviértese en lo poco que nos ha quedado de los es- critos de Colón, sea en lo que conservo su hijo, ó en su correspondencia con los soberanos ó con personas de la corte de Isabel , ó , en fin, en el bosquejo de la obra de las Profecías^ que lo que más atormentábala imaginación del grande hombre y lo que buscaba con mayor empeño en las obras de los antiguos y en los cosmógrafos más inmediatos á su siglo era la proximidad entre la India y las costas de España; el conocimiento de la grande ex- tensión de Asia hacía el Oriente; el número de islas ri- cas y fértiles qae rodeaban las costas orientales del con- tinente asiático; la pequenez absoluta de nuestro pla- neta, y la relación que en general presenta el área de las tierras y de los mares en la superficie del globo.

Esta variedad de consideraciones, que debían condu- cir todas al mismo objeto, anuncia una amplitud de mi- ras poco común. Pero en un siglo en que faltaba cono- cimiento preciso de los hechos, puesto que el mismo

de marear los rumbos y vientos ijor donde liahia Llegado á Pa- ria. Por aquella carta se habían hecho otras é por ellas liabian venido Pedro Alonso Merino (Niño) e Ojeda.» Era más que la pintura de la tierra firme; era una carta de navegar. De igual suerte creo que lo dicho en una carta de la reina Isabel , í'eci bida por Colón en Septiembre de 14Í>3 en el Puerto de Santa María, respecto á la carta de marear que el Almirante había prometido á la Reina , y cuyo envío exige ésta con tantas ins- tancias , no era más que el trazado de los descubrimientos del primer viaje. (Na varéete, t. ii, pág. 107, núm. Lxx.) Sería muy interesante encontrar estos diseños de mano de Colón, so- bre todo los correspondientes á las tierras vistas el viernes 12 de Octubre de U92.

68 ALEJANDRO DE HüMBOLDr.

descubrimiento de Colón asentaba las bases de una geo- grafía física, ésta extensión de miras no encontraba apoyo en la exactitud de las observaciones.

Por fortuna, los errores favorecían la ejecución del proyecto, inspirando un valor que las ideas más exactas de las dimensiones del globo, de la longitud de Catigara, del Cathaí y de Zipanga, del tamaño de los mares y de la pequenez de los continentes hubieran quebrantado.

Colón censura á Ptolomeo por haber acortado la ex- tensión de las tierras hacia el Este, fijada por IMarin de Tjro, y rechaza todas las opiniones de los antiguos (1) sobre la relación en que están los continentes y los ma- res, afirmando, según hemos visto antes, que «el mundo es poco: el enjuto de ello es seis partes, la se'ptinia so- lamente cubierta de agua» (2). Este es el resultado de la geografía física que aprendió Colón en el cuarto libro de Esdras, llamado antiquísimamente en la iglesia griega el Apocalipsis de Esdras, é inventado probable- mente por un judío que vivía fuera de Palestina en el siglo primero de nuestra era. Este Apocalipsis forma el primer libro de Esdras en la versión etiópica publicada recientemente en Oxford.

(1) Pltnio II, 68. Es el elocuente párrafo sobre la extrema pequenez de los continentes que termina con estas palabras; ({Hcee eat materia glorice riostra;, hcBC sedes; Me tumultnatur hwnannm genns, Me instanramus bella civilia nnituisque cw- dihus laxiorem fachmis terram.))

(2) Colón, en la carta de 7 de Julio de 1503; Navaerete tomo I, pág. 300; Barcia, t. i, pág. 6. La lectura de ciertos

libros de filósofos (dice también su hijo D. Fernando) enseñó al Almirante que la mayor parte de nuestro globo estaba en seco.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 69

A los catorce años interrumpió Colón sus estudios académicos en Pavía. Sin estar de completo acuerdo con Antonio Gallo respecto á la insignificancia de estos es- tudios iparvulce literulce), se comprende que la causa del desarreglo de erudición y de teología algo mística, advertida en muchos de sus escritos, data de la e'poca de su permanencia en Lisboa (1). A una vida aventurera,

^1) Es muy difícil clasificar, según sus épocas, los aconte- cimientos de la vida de Colón antes de que llegara á España. Con pocas excepciones, acepto el resultado de las investigacio- nes de Muñoz y de Navarrete. Fernando Colón, en la Vida del Almirante, cap. xiii, dice que el viaje á Thulé lo hizo en Fe- brero de 1477, citando una anotación de puño y letra de su padre; y Spotorno fija Ja fecha de una expedición á Túnez en 1478. {Códice diplomático Columho- Americano , 1823, pá- gina XIII.) Si estos datos no son dudosos, porque Spotorno quiere también que el nacimiento de Cristóbal Coló?i fuera en 1447 en vez de 1436, los viajes á Thulé y á Túnez, como también los que hizo á la costa de Guinea, se habrían verifi- cado después de la llegada del Almirante á Lisboa. Discutire- mos en otro sitio la cuestión de si la isla que Colón llama Thyle ó Tile, cuyas costas meridionales se encuentran á 73 gra- dos de latitud, y donde «tantos negociantes de Brístol llevan sus mercancías», puede ser la Islandia. No cito entre las aven- turas de Colón la más extraordinaria, la que, fiando en la au- toridad de Fernando Colón, repiten tantos biógrafos modernos, <íomo si ignoraran las observaciones críticas del abate Ximénez y del historiógrafo D. Juan Bautista Muñoz. Preténdese que Colón, después de navegar largo tiempo con su pariente, el fa- moso corsario genovés llamado Colomho el 3Jozo, para no con- fundirle con su abuelo el Almirante que había vencido á los musulmanes, arrojóse al mar cuando el incendio de dos barcos sujetos con garfios de abordaje en un combate contra las gale- ras venecianas, verificado entre Lisboa y el Cabo de San Vi- cente, Fernando Colón dice que este suceso fué causa de que «u padre fijase la residencia en Portugal , y que se refiere*en la

70 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

á los viajes al Levante y al Norte las islas Fferoer 6 á Islandia), sucedió algún descanso favorable á los traba- jos literarios. Es probable que durante su larga perma- nencia en Portugal desde 1470 á 1484, desde los treinta

décima década del Tito Livio de su época, Marco Antonio Sabe- llico, bibliotecario de San Marcos. Pero Cristóbal Colón llegó á Lisboa en 1470, y Sabellico {Rhajisod. hüt. en., dec. x, lib. 8; é Ilist. ver. Venet., dec. iv, lib, 3) dice que el suceso ocurrió en 1485. (LEÓN Ximéxez, Del Gnomone -florentino, 1756, pá- gina XLVii; Muñoz, Intr., pág, vi.) Ahora bien; en 1485 en- contíábase Colón hacía más de un año en España ganándose la vida con dibujos de cartas de marear y la venta de Wbros de estampas; probablemente habitaba en el Puerto de Santa Ma- ría, en casa de su protector el Duque de Medinaceli.

Paréceme que esta última circunstancia resulta probada por una carta del Duque de Medinaceli, fechada el 19 de Marzo de 1493, en la que reclama de la corte algún privilegio de co- mercio, «por ser el primero que dio á conocer al Gobierno espa- ñol este Colomo (El Duque transforma el apellido Colón casi en el de uno de los hombres más influyentes en aquiella época, Juan de Coloma) {Códice diplomático Colcmbo- Americano, pá- gina 55) que ha hallado tan grande cosa». En 20 de Enero de 1486 encontramos ya al Almirante al servicio de los Eeyes Católicos. (Navarrete, 1. 1, pág. XLii, t. il. Documentos dipl.^ núm. 14, pág. 20.)

En cuanto á los estudios, parece que Colón los continuó celo- samente, viviendo en intimidad durante su permanencia en Es- paña con algunos religiosos muy instruidos como el franciscano Juan Pérez, guardián del convento de la- Rábida, cerca de Palos, convento en el que Colón pidió un pedazo 'de pan para/su hijo, durante la para él triste época en que, al exponer sus proyectos, se le respondía que todo era un poco de aire. Consultó también al padre dominico Diego Deza, profesor de Teología de la uni- versidad de Salamanca, que tenía á su cargo la educación del infai^e D, Juan, y fué después arzobispo de Sevilla; y final- mente, al cartujo Fr. Gaspar Gorricio, que trabajó con el Al-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 71

y cuatro á los cuarenta y ocho años de edad, rehiciera, por decirlo así, sus estudios. «Para confirmarse más en el dictamen de navegar la vuelta de Occidente (dice Fernando Colón) para llegar ala tierra del Gran Kan, empezó de nuevo á ver los autores cosmógrafos que había leído antes y á considerar las razones astrológicas que podían corroborar su intento.»

En las investigaciones históricas conviene descender de las generalidades á los detalles de los hechos, y como el objeto de mi trabajo es obtener por el examen crítico de los documentos que nos quedan de puño y letra de Cristóbal Colón el conocimiento íntimo de las ideas que le indujeron al descubrimiento de América, he tratado de formar juicio exacto de los libros que consultaba Colón habitualmente , procurando adivinar cuáles eran los autores antiguos que más influyeron en su imagina-

mirante en el libro de las Profecías. {Manipulus de auctori- tarihus , dictis ac sententiis et prophetiu circa materianí recuperandcB Sanotoe Civitatis et montis Dei Sion; ad Ferd. et Ilelisab. reges nostros).

Estos religiosos ayudaron á Colon á aplicar las citas de los profetas á su empresa del descubrimiento del Nuevo Mundo. Colón dice, al principio de la relación de su tercer viaje, que cuando todos se burlaban de él, sólo dos frailes fueron constan- tes amigos suyos. Las Casas en su Historia cree que el Almi- rante alude á Diego de Deza y á Fr. Antonio de Marchena, que acaso sea el guardián del convento de la Rábida Juan Pé- rer.. El Almirante debió nombrar también al médico García Hernández (de Palos), que asistió á las primeras conferen- cias de la Rábida, y que, como testigo en el pleito con el fiscal del Rey, prestó tan señalados servicios á D. Diego Colón y á sus herederos. (Navarrete, t. II I ; Colección dij^^-, pági- nas 561, 596 y 604.)

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ción, incesantemente ocupada en vastos proyectos. Re- uniré los pasajes mencionados por el Almirante en los escritos que de él tenemos, y los que su Mjo D. Fernando presenta como causas de la empresa {Autoridad de los escritores para mover al Almirante á descubrir las In- dias) conforme á las memorias de su padre.

Los autores de este tiempo indican rara vez, y cuando lo hacen, con muy poca precisión, el libro y capítulo de donde toman las citas, porque años antes del descu- brimiento de América los libros impresos eran tan raros, que no existía ninguna edición del texto de Herodoto, de Strabón, ó de los libros de física de Aristóteles. En general, me ha sido fácil adivinar los pasajes de autori- dades clásicas en que el Almirante fundaba sus pruebas cuando, al alegar las opiniones de los escritores antiguos, las desarrollaba. Puede creerse que durante su perma- nencia en Lisboa y Sevilla, desde 1470 á 1492, hizo que le ayudaran los eruditos de estas poblaciones; al menas vemos que, poco después, en 1501, tuvo el buen tino de consultar al Padre Gaspar Gorricio y de conseguir le proporcionara, para el libro de Isks Profecías, autoridades que hadan al caso de Jerusalén , es decir, relacionadas con la conquista del Santo Sepulcro, objeto definitivo de la conquista de los tesoros de la india Occidental.

Debe creerse, sin embargo, que, en general, el Almi- rante debió sus inspiraciones más bien á las obras de Isidoro de Sevilla, de Averroés y de Pedro de Ailly, que á las raras traducciones latinas y españolas (1) que

(1) Las versiones latinas de los libros de Aristóteles De Cosío, Be Meteorología y De Animalihus, hechas sobre las de Averroés, Be publicaron en 1473, 1474 y 1476. Circulaban además en la

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podía consultar cuando llegó á Portugal. Confirma esta afirmación lo que antes copió de la carta de Colón de 1498, comparándola al Opus majus, de Boger Bacon, y á la Enciclopedia (Imago Mundi), del Cardenal d'Ailly*

Llego, pues, al detalle de los hechos.

Don Fernando Colón cita, conforme á los manuscri- tos de su padre (Historia del Almirante, capítulos vi, VII j viii), como causas que indujeron á éste á empren- der el viaje de descubrimiento las siguientes :

1.° Aristóteles, en el segundo libro Del Cielo y del Mundo ^ con el comentario de Averroes, dice que desde las Indias se puede pasar á Cádiz en pocos días. Es el pasaje De Coelo, ii, 14 ; pero la frase «en pocos días» es de Séneca y no de Aristóteles. También Pedro Mártir de Anghiera, en carta escrita en 1495 (Ep. 164, ed. Elze- vir, 1670, pág. 93) al cardenal Bernardino, añade, des- pués de hablar de las maravillas del segundo viaje de Colón, en el cual creyó éste no estar apartado más de dos horas (en longitud expresada por una medida de tiempo) del Quersoneso de Oro de Ptolomeo: «Hanc ergo terram Almirantus iste se humano generi prsebuise, quia latentem invenerit sua industria suoque labore, glo- riatur. Indias Gangetidis continentem, eam esse plagam

Edad Media muchas traducciones manuscritas de los libros de física de Aristóteles, entre ellas la versión de Miguel Scott. Strabón no fué publicado en griego hasta diez años después de .la muerte de Colón, pero pudo éste aprovechar las traducciones latinas de Eoma (1467) y de Venecia (1472). Los clásicos lati- nos eran los de más circulación, especialmente Séneca, que tanto animaba al paso desde España á la India, cuyas obras fueron impresas en 1475; Solino, que vio la luz en 1473; Pom- ponio Mela en 1471, y Plinio desde 1469.

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contendit: nec Aristóteles, qui in libro de Coelo et Mundo non longo ínter vallo distare á littoribiis Hispanioe Tndiam ait, Senecaque ac nonnulli alii ut admirer patiuntur.» Estos mismos recuerdos clásicos se presentaron á la ima- ginación de Anghiera, después del primer viaje de Co- lón, en una carta dirigida al Arzobispo de Braga, fe- chada en el mes de Octubre de 1493 (Ep. 135, pág. 74). 2.° dSe'neca, en las Naturales Qucestümes, lil\ i, dice que desde las últimas partes de España pudiera pasar un navio á las Indias en pocos días, con vientos.» Este es el pasaje de Séneca, Naturales Qua^st., Vrseí., §11, que el cardenal d'Ailly, engañado (1) por el Opus major de Ba- con, pág. 185, cita como perteneciente al lib. v de Sé- neca. Nada he encontrado en éste referente á las ideas

(1) Encuéntrase en JoAXNis Schoneri Carolostad, Opusculum geographicuní, 1533, parte ii, cap. I, gran número de citas falsas de autores clásicos aplicadas «á la América que no es una parte de la India superior.)) Esta ({India superior)), denominación de la Edad Media, designaba las tierras al Nord- este de la India, extra Gangem; j como de muy antiguo y hasta los tiempos de Cosmas, por la confusión homérica de la Etiopía y de la India, la India exterior abarcaba al Oeste la Arabia y la Troglodítica (Letronne, Chrigt. de JVtib., 1832, páginas 33 y 130), de igual manera en tiempos posteriores fué aplicado el nombre de India á las tierras más orientales. Esta extensión del mismo nombre influyó en las denominaciones dadas á Amé-, rica. De las tres Indias de Marco Polo (ii, 77; iii, 39 y 43; África, Edbisi, pág. 81, Hartm.), la segunda ó media (la Albi- ginia) era la India interior de Philostorgo y de muchos escrito- res eclesiásticos; pero no de Cosmas, cuya otra India ó India interior es el pais de la seda, es decir, la India superior de los geógrafos de los siglos xv y xvi. El conocimiento de estas di- ferencias es indispensable para el estudio de los escritos geográ- ficos é históricos de la Edad Media.

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que preocupaban á Colón, sino es en Qucest. Natur., v, 18, 9, donde dice: «An Alexander ulterior Bactris et Indis velit quítrere quid sit ultra Magnum Mare?» Cuando Cristóbal Colón, en su tercer viaje, escribió á los monarcas españoles desde la isla de Haiti, en 1498, una carta interesantísima , induciéndoles á imitar los valero- sos ejemplos de ccNero César , que envió á ver las fuentes del Niloy> (íí'avarrete, 1. 1, pág. 244), indudablemente tenía á la vista el texto de Séneca, en que el filósofo cortesano muestra á Nerón como noble apreciador de todas las virtudes en una época en que éste desdeñaba «jlagüiorum et scelerum valamentay). «Ego quidem^), dice Séneca {Natur, Qucest., vi, 8, 3) «centuriones dúos quos ISTero Cfesar, ut aliarum virtutum ita veritatis amantis- simus, ad investigandum caput Nili miserat (1), audivi

narrantes »

3.° El poeta trágico Séneca, que algunos creen ser el mismo filósofo (duda expresada también por D. Fer- nando Colón) , escribió para el coro de Medea: « Vie- nient annis Síecula seris»; profecía que el Almirante ha cumplido. Tanto fijó la atención de Colón este pasaje, que se le encuentra copiado entero dos veces (2) de su letra en el bosquejo de su famoso libro de las Profecías^ comenzado en 1501. Añade allí una traducción española tan inexacta como la que pone su hijo , y mucho menos poética de lo que es frecuentemente la prosa del Almi-

(1) Los resultados de esta misión más allá de Méroe pueden T^rse en Plinio, vi, 29.

(2) Na VARÉETE, t. II , páginas 264 y 272. El Almirante añade: «Séneca in vil tragetide Medeae in Choro audax ni- mium.)) Es el final del acto segundo.

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rante, por ejemplo, la famosa relación dirigida á los Mo- narcas (1) y fechada en Jamaica el 7 de Julio de 1503, relación tan animada como un drama. Una de estas copias de los seis versos de Medea encuéntrase interca- lada en una carta á la reina Isabel, llena de citas bíblicas; la otra está entre las observaciones de eclipses lunares hechas en Haití y en Janahica (Jamaica) en 1494 y 1504. El historiador Herrera (2) acusa á Séneca , sin añadir la cita del texto , de un grande error, porque el filósofo romano imaginó que América sería descubierta algún día por la parte del Norte y no hacia el Oeste. Este con- cepto de Herrera contiene una alusión al citado coro de Medea. Indudablemente, Séneca no es profeta; pero He- rrera se equivocó por una falsa interpretación del verso Nec sit terris ultima Thide. Lo que genuinamente dice el poeta es que la nueva tierra estará más lejana que la isla que se creía en su tiempo colocada en el extremo del mundo conocido, pero no que se encontrará en la di- rección de Thule, á la cual Colón en sus Profecías pa- ganas y bíblicas llama, no Thyle (3), sino d última Tille y), y en su manuscrito sobre las ce cinco zonas habi- tables-» pretende (4) haberla visitado, en Febrero de 1477, lo cual, cronológicamente, es poco probable. Antes de dejar de hablar de Séneca, más asequible que Aristó-

(1) Na VARÉETE, t. I, páginas 303, 309 y 312.

(2) Historia de las Indias Occidentales^ Dec. i, lib. i, ca- pítulo I, pág. 2.

(3) En muchos manuscritos de Pomponio Mela se le llama Tile y Tyle.

(4) Vida del Almirante, cap. IV. Más adelante trataré este asunto.

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teles , y por tanto, de mayor autoridad y más universal- mente reconocida en la Edad Media, debo indicar un error de los catedráticos de Salamanca en sus disputas cosmográficas con Cristóbal Colón. Sabido es que los Monarcas encargaron, probablemente hacia el fin de 1487, al Prior del Prado ( 1 ) , fraile de San Jerónimo y con-

(1) Fray Hernando de Talayera, que después fué primer Ar- zobispo de Granada, y que no debe ser confundido con el Ar- zobispo de Sevilla, antes Obispo de Falencia, D. Diego de Deza, dominicano, sin el cual {carta del Almirante á sil hijo D. Diego fechada el 21 de Diciembre) «Sus Altezas no hubieran adqui- rido las Indias». En efecto, después del franciscano Fr. Juan Pérez de Marchena, guardián del convento de la Rábida, Deza fué el amigo más fiel é íntimo de Colón.

Se cree con fundamento que la disputa de Salamanca ocu- rrió durante el invierno de 1487, porque el sitio de Málaga ter- minó el 18 de Agosto de 1487, y la época de la disputa está in- dicada, por la estancia de los Monarcas en Salamanca durante el invierno, después del sitio citado. Según asegura el historió- grafo Muñoz, Colón, favorecido por los dominicos, habitaba en Salamanca en el convento mismo de San Esteban con el citado profesor de Teología Fr. Diego de Deza. Vemos también que las primeras remuneraciones concedidas á Colón son de 1487 y 1488 por cédula del Obispo de Falencia; sin embargo, el favor sin- gular, pero comodísimo para un viajero, de alojarse gratis él y los suyos en todos los dominios de España, procede del decreto de Córdoba de 12 de Mayo de 1489.

Al hablar de estos hechos anteriores al primer viaje, debb re- cordar uno curioso que Navarrete, relacionando fechas con sagacidad, ha puesto en claro, á saber, que no fueron tanto laq persuasiones y buena amistad del Obispo de Falencia, D. Diego de Deza, las que impidieron á Cristóbal Colón volver á Lisboa y aceptar L*s nuevos ofrecimientos del Eey de Portugal, conte- nidos en una carta de 20 de Marzo de 1488, como los amores y el avanzado estado de preñez de una bella dama cordobesa, doña Beatriz Enríquez, madre de D. Fernando Colón, hijo natural

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fesor de la Reina , defender la gran causa de los descu- brimientos occidentales , ante los profesores , «que eran ignorantes )), dice D. Fernando Colón en la Vida de su padre, «y no pudieron comprender nada de los discursos del Almirante, que tampoco quería explicarse mucho, temiendo no le sucediese lo que en Portugal», donde tra- taron de robarle el secreto para aprovecharlo sin su con- curso, conforme á la treta aconsejada por el doctor Cal9adilla, ó más bien (porque así era el verdadero nombre de este prelado) de D. Diego Ortiz, obispo de Ceuta, natural de Calcadilla, cerca de Salamanca. Con razón observa Muñoz cuan sensible es que no hayan quedado documentos de esta controversia científica, por- que nos darían á conocer de un modo preciso el estado de las matemáticas y de la astronomía en las Universi- dades españolas del siglo xv. Sólo sabemos que Colón llevaba escritos de antemano los argumentos que debía explanar en favor de su empresa durante las conferencias tenidas en el convento de dominicos de San Esteban. Es probable que los documentos conteniendo las princi- pales causas del descubrimiento, y que quedaron en ma- nos del hijo de Colón, de Bernáldez, cura de los Pala- cios, y de Bartolomé de las Casas, estuvieran redactados conforme á las notas comunicadas á los catedráticos de Salamanca. Fernando Colón refiere que los catedráticos objetaron al Almirante con la autoridad de Séneca, que

del Almirante, nacido el 15 de Agosto de 1488. Esta dama so- brevivió á Colón, quien en el testamento puso una cláusula en su favor, añadiendo ingenuamente: «la razón dello non es licito de la escrebir aqui.» Los biógrafos del grande hombre, como de costumbre, no han ínostrado tan virtuosa discrección.

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{por vía de cuestión) trataba si el Océano era infinito , de suerte que el mundo era muy grande para ir en tres años al fin del Levante , como quería. Nada , absolutamente nada, hay en las Cuestiones Naturales de Séneca que , pueda justificar este aserto. Al contrario , está refutado en el pasaje de Séneca (Prasf., § 11) que no era des- conocido á D. Fernando {Vida del Almirante^ capítulo vil).

4.° Aristóteles, «en el libro de Las Cosas Naturales, habla de haber navegado por el mar Atlántico algunos mercaderes cartagineses á una isla fértilísima, la cual ponían los portugueses en sus mapas con el nombre de de Antilia, fuera ella, ó una de las islas que se veían todos los años favor de ciertas circunstancias meteo- rológicas) al Oeste de las Azores, de Madera y de la Gomera.» Este es el pasaje de las Mirabiles Ausculta- tiones del pseudo Aristóteles, libro que Mr. Niebuhr cree escrito hacia la 130 Olimpiada, es decir, seis Olimpiadas después de la muerte de Theophrasto. Tómase gran tra- bajo Fernando Colón para probar, contra Oviedo, que esta isla de los cartagineses no era Haití ni Cuba , ni ninguna de las descubiertas por su padre, y cuyo nú- mero, en la época más desventurada de su vida (en 1500), en un fragmento de carta autógrafa ( Navarrete , Co- lección diplom., t. II, pág. 254), exagera hasta 1.700. Verdad es que en esta controversia quéjase D. Fernando de que, ignorando el griego, su adversario no haya po- dido leer el pasaje de Aristóteles sino en los libros de fray Teófilo de Ferraris; pero él mismo en esta ocasión no daba pruebas de una erudición muy sólida. Confunde la isla de Atlanta, al Norte del Euripo, en el canal, entre la Lócrida y la Eubea, separada del continente por un

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terremoto (Thucydides, iii , 39; Plinio, ii, 88), con la Atlántida de Solón y de Platón (Ij; convierte en dos personas distintas á Statio Seboso (2), que permaneció algún tiempo en Cádiz para adquirir noticias de las islas del mar exterior^ j toma las islas Azores, cuyas minas nadie ha elogiado, por las Cassitérides (3).

Strabón, «en el lib. primo y secundo de su Cus- mografiaJ>, habla de la extensión desmesurada del Atlán- tico, única causa que impide el paso de España á la India (es el texto lib. i, pág. 113 Alm., páginas 64 y 65 Cas., y la opinión de Posidonio sobre la navegación del Atlántico cuando es favorecida por los vientos de Sudeste, lib. ii, página 161 Alm., pág. 102 Cas.).

6.^ Strabón, en el lib. v, por la inmensa prolongación de la India hacia el Este, según Ctésias, Onesicrito y Nearco. La cita del lib. v es falsa, porque en este libro sólo se habla de Italia; pero el testimonio invocado de

(1) «En fin, esta isla Atlántica podría ser la isla de que Sé- neca hace mención en el sexto libro de Las Cosas Naturales (el pasaje Qucestiones Nat., vi, 24) dice, según el pensamiento de Tucídides, que, pendiente la guerra de Morea, fué sumergida enteramente ó ea parte una isla llamada Atlántica, de que ha- bla Platón en el Timeo.»

(2) Estacio y Seboso que dicen En cuanto á las islas

Hespérides de Seboso, «el Almirante tuvo por cierto que fuesen las de las Indias». Yo ignoro lo que sea un Tratado Cosmográfico de los lugares habitables del ( historiador ?) Julio Capitolino, que cita Fernando Colón, cap. Vil.

(3) De este error participan casi todos los hombres instruí- dos del siglo XVI. Anghiera dice también (epíst. 769): (dn Cassi- teridibus insulis quas Portugalensis, earum possessor, Azorum Ínsulas nuncupat, quse acciderunt, audito.»

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tres viajeros á la India da á conocer fácilmente que Co- lón quiso alegar el texto de Strabón, lib. xv, pág. 1011 Alm., pág. 690 Cas.

Casi superfluo es repetir aquí que una parte de éstqs pasajes ( los de Aristóteles , Se'neca y Ptolomeo) se en- cuentran también mencionados en la carta dgl Alnaj* rante del año 1498 y en su Lihro de las Profecías. Este último, si se exceptúa el coro de la Medea de Se'neca, sólo contiene citas de Profetas , de Padres de la Iglesia y de algunos rabinos convertidos , mezcla de teología mística y de erudición cosmográfica que, al parecer, ca- racteriza la vejez de Cristóbal Colón. En efecto, cuanto no toca al círculo estrecho de los intereses materiales de la vida, se eleva en el alma ardiente de este hombre ex- traordinario á una esfera más noble, á un esplritualismo misterioso. En su opinión, la conquista de la India recién descubierta no debe tener importancia sino en cuanto realiza las antiguas profecías y conduce, por los tesoros que da, á la conquista de la tumba de Cristo (ci la restt- tución de la Casa Santa). Todas las cartas del Almi- rante expresan su ansiedad por acumular oro. Aunque duda, hasta la época de su muerte, que América esté separada del Asia Oriental, escribe ya en 1498 á la Eeina que CastRla posee hpy otro mundo y que recibirá pronto barcos cargados de oro, el cual servirá para ex- tender la fe en el universo, «porque el oro es excelentis- simo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace quanto quiere en el mundo, y llega á que echa las animas al Paraíso.)) Extraña mezcla de ideas y de sen- timientos en un hombre superior, dotado de clara inte- ligencia y de invencible valor en la adversidad; imbuido en la teología escolástica, y, sin embargo, muy apto para

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el manejo de los negocios; de una imaginación ardiente y hasta desordenada, que impensadamente se eleva, del lenguaje sencillo é ingenuo del marino á las más feli- ces inspiraciones poéticas, reflejando en él, por decirlo así, cuanto la Edad Media produce de raro y sublime á la vez.

IV.

Opiniones de los antiguos sobre la geografía física del globo y manera de figurarla.

Ea el Apéndice á esta obra publicaremos los textos citados en los escritos de Colón y que por confesión pro- pia influyeron en su empresa. Creo que su reunión ten- drá además otro interés: el de aclarar la historia de la geografía en general.

Es curiosísimo reunir y comparar las opiniones que los antiguos se habían formado de la posibilidad de comu- nicaciones entre las extremidades opuestas de la tierra habitada, como de la existencia de algunas otras masas continentales separadas de ella. Estas opiniones fueron transmitiéndose en no interrumpida serie al través de la Edad Media.

Desde los Orígenes de Isidoro de Sevilla hasta la Margarita filosófica de Jorge Reisch, prior del convento de los Cartujos de Friburgo , libro que tan grande in- fluencia ejerció en el estado de los conocimientos en el

8,4 ALEJANDRO DE HüMBOLDT.

siglo XVI (1) j cuyo nombre está hoy casi olvidado; los hombres más célebres, Vicente de Beauvais (Yincentius Bellovacensis, autor del Speculum majus) , Juan Salis- burj (Joannes parvus Sarisberiensis), Roger Bacon j Pedro d'Aillj tomaron de Aristóteles , de Plinio , des- graciadamente más conocido que Strabón, y de Séneca lo que se relaciona con la cosmografía y la física del globo. Por esta continua filiación, las indicadas ideas se conservaron y dominaron los ánimos cuando el ardiente deseo de las empresas marítimas sucedió al no menos ardiente de las largas peregrinaciones por el interior de las tierras.

Al llegar á las" cuestiones que ofrecen importancia é interesan á los estudios filológicos, no puedo pasar en silencio lo que peternece menos á la descripción del mundo real que al ciclo de la geografía mítica.

Sucede al espacio lo mismo que al tiempo. No se puede tratar la historia bajo un punto de vista filosó- fico , dejando en completo olvido los tiempos heroicos. Los mitos de los pueblos, mezclados á la historia y á la geografía, no pertenecen por completo al mundo ideal; si uno de sus rasgos distintivos es la vaguedad; si el símbolo cubre en ellos la realidad con un velo más ó menos espeso, los mitos, íntimamente ligados entre sí, revelan , sin embargo , la raíz de las primeras nociones cosmográficas y físicas.

(1) Prueba esta influencia la rapidez con que se repitieron las ediciones de la Enciclopedia de Eeisch en los primeros veinte años. Me he valido de la edición do 1603, que Panzer y Ebert consideran la más antigua ; pero después demostraré que esta obra fué escrita antes de 1496.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 85

Los hechos de la historia y de la geografía primiti- vas no son solo ficciones ingeniosas , puesto que reflejan las opiniones formadas acerca del mundo real. El gran continente más allá del Mar Cronieno y esa Atlántida de Solón que preocupaba á los contemporáneos de Cris- tóbal Colón , jamás tuvieron la realidad local que se les asigna; ¿pero es preciso, por ello, considerarlos sentina fahularum y desdeñar como á los Cabiros, los miste- rios samotracios y cuanto se refiere á las primeras for- mas de creencias, relativas á los cultos, lo que atañe á la configuración del globo y á la filiación de los pueblos y de las lenguas, creencias que son el producto instintivo de la inteligencia humana?

La idea de la probable existencia de una masa de tierra separada de la que habitamos por vasta extensión de mares, debió ocurrir desde los tiempos más remotos. Es tan natural al hombre franquear con la imaginación los límites del espacio y soñar la existencia de algo más, allá del horizonte oceánico, que aun en los tiempos en que se creía la tierra un disco de superficie plana ó lige- ramente cóncava, podía imaginarse que más allá de la. cintura del Océano homérico existía alguna otra habita- ción de hombres, otra oUovjjlÍvtj ^ el Lokaloka de los mi- tos indios, anillo de montañas situado más allá del sép- timo mar.

Este concepto debía tomar más desarrollo conforme se iba extendiendo la navegación al Oeste de las colum- nas de Briareo ó de JEgsenon, multiplicándoselos cuen- tos de los viajeros fenicios', y cuando se pudo formar al- guna idea de los contornos , ó, mejor dicho , de la forma' limitada de nuestra masa continental. La g7^an tierra situada hacia el Noroeste , que , como Meropis, está in-

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dicada en los fragmentos de Theopompo y como conti- nente cronieno en dos pasajes de Plutarco que después examinaremos, corresponde á una serie de mitos que, á pesar de los sarcasmos poco ingeniosos de los Padres de la Iglesia (1) , es de remota antigüedad en la esfera de las opiniones helénicas, como todo lo que se relaciona con Sileno, adivino y personaje cosmogónico, ó á ese im- perio de los Titanes y de Saturno, progresivamente re- chazado hacia el Oeste y Noroeste (2).

El mito de la Atlántida ó de un gran continente occi- dental, aunque no se le crea importado de Egipto y debido exclusivamente al genio poético de Solón, data por lo menos del siglo vi antes de nuestra era. Cuando la hipótesis de la esfericidad de la tierra, producto de la escuela de los Pitagóricos llegó á extenderse y á apode- rarse de los ánimos, las discusiones sobre las zonas habi- tables y la probabilidad de la existencia de otras tierras cuyo clima era igual al nuestro en paralelos heterónimos y en estaciones opuestas, convirtiéronse en materia de un capítulo indispensable en todo tratado de la esfera ó de cosmografía.

Los que como Polibio y Eratósthenes no habían obser- vado que la elevación de las tierras, el decrecimiento de la marcha aparente del sol al aproximarse á los trópicos y el alejamiento de dos pasos del sol por el zenit de la

(1) Tertuliano, De Pallio, cap. ii. aViderit Anaximander si plures (mundos) putat: viderit si quis uspiam alius ad Me- ropas, ut Sileuus penes aures Midas blatit, aptas sane grandio- ribus fabulis, &. (Véase también Tertuliano, adversvs Ilermog. cap. xxv). ((Silenum illum de alio orhe abseverantem.»

(2) Según Theopompo, el mismo Saturno es entre los occi- dentales una encarnación del invierno.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 87

localidad, hacían la zona ecuatorial 7 el Ecuador mismo menos cálidos que las regiones más próximas á los tró- picos, sumergían, por efecto de una corriente ecuatorial, esta parte de la superficie del globo, que, quemada por el sol, no la creían en manera alguna á propósito para ser habitada.

Propagaron principalmente esta cuestión el estoico Cleanthes y el' gramático Crate's. Refutóla Gemino, pero reapareció con gran crédito á principios del siglo v en la teoría de las impulsiones oceánicas que Macrobio expuso como una explicación del flujo 7 reflujo del mar. Mas allá de este brazo del Oce'ano ecuatorial que atraviesa la zona tórrida, más allá de nuestra masa de tierras continenta- les, extendidas en forma de clamyde 7 aisladas en una parte del hemisferio boreal, suponíase la existencia de otras masas de tierras, en las cuales se repiten los mis- mos fenómenos climatéricos que observamos en las nuestras. No parecía probable que la gran porción de la superficie del globo no ocupada por nuesko oixoujaIvt; es- tuviera toda cubierta de agua. Ideas de equilibrio 7 si- metría cuja falsa aplicación han producido, hasta en tiempos modernos, muchas ilusiones geográficas, opo- níanse, al parecer, á ello.

Bajo la influencia de estas ideas empezaron á aparecer grupos aislados de continentes en el hemisferio opuesto, indicados por Aristóteles 7 su escuela (^Meteorológica^ 11, 6; De Mundo, cap. iii); los dos pueblos etíopes de Gra- tes, uno de los cuales habitaba al Sud del brazo de mar ecuatorial; q\ otro mundo áe Strabón; el alter orhis de Pom ponió Mela; una verdadera tierra austral (1); las

(1) «Quod si est alter orhis suntque opositi nobis á meridie

ALEJANDRO DE IIÜMBOLDT.

dos zonas {cinguli) habitables (1) de Cicerón {Somn. Scip., cap vi), una de las cuales es la de nuestros antí- podas insulares; en fin, la tierra quadríñda ó las quatuor habitationes vel insulce (cuatro masas de tierra separadas entre sí) de Macrobio {Comm. in Somn. Scip., ii, 9).

En el sistema pitagórico de Philolao, conforme al cual, el sol es un inmenso reflector que recibe la luz de un cuerpo central (Hestia), la tierra j el Anticlithon Hicetas de Siracusa (ííicetas, según algunos manuscri- tos de Cicerón, Academ. Qucest., vi, 39; Qícetes» según Flntarco, de Flac.Phil., iii, 9), movíanse paralelamente conforme á su órbita común; pero el Anticlithon era el

Antichthones; ne illud quidem á vero nimium abscesserit, in illis terris ortum amnen (Nilum) ubi subter maria caeco álveo penetraverit, in'nostiis rursiis emergeré et bac re solstitio accres- cere, quod tune hiems sit unde oritur.» (Tzschucke, ad Mel., vol. II, p. I, páginas 226 y 334). Lo de la oposición de la estación de las lluvias en el trópico de Cáncer y en el de Capri- cornio, es la teoría de los sacerdotes egipcios expuesta por Eu- doxio (Plutaeco, Be plao. phil., IV, l). La hipótesis del Océano llenando la región ecuatorial, hacía indispensable el subter- fugio del paso submarino del Nilo. Esta idea, adoptada por Philostorges en el siglo V para unirla á las ilusiones teológicas, no era opuesta á la física délos antiguos, que con el mayor atrevimiento suponían comunicaciones fluviales entre el Pe- loponeso y Sicilia; y Cosmas Indicopleustes hace también que nazcan los cuatro ríos del Paraíso en su continente trans- oceánico, y lleguen por canales subterráneos á nuestra tierra ha- bitada.

(1) «Dúo (cinguli) sunt habitabiles; quorum australis ille, in quo qui insistunt, adversa nobis urgent vestigia, nihil ad vestrum genus. Hic autem alter subjectus Aquiloni , quem in colitis-parva qugedam est ínsula, circumf usa illo mari quod Ocea- num appelatis.» (Cicer., Opp, edit. Schutz, t, xvi, p. ii, pá- gina 98.)

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heDiisferio opuesto al nuestro, hemisferio que los geó- grafos poblaban á su gusto (1).

He creído deber dar esta reseña general las ideas que constantemente se han formado los hombres acerca de la existencia de otro mundo ó de continentes trans- oceánicos desde los tiempos más remotos. Los Padres de la Iglesia, de quienes el monje Cosmas fué inte'rprete, desfiguraron estos conceptos primitivos del modo más extraño, suponiendo una terraultra Oceanum que encua- draba el paralelógramo de su mapa mundi. Viviendo la Edad Media sólo de recuerdos que suponía clásicos y sin fe en sus propios descubrimientos, si no creía encontrar en los antiguos indicios de ellos, estuvo hasta los tiem- pos de Colón agitada por todas las ilusiones cosmográ- ficas de los siglos anteriores.

Al lado de esta tendencia tan natural, j por lo mismo tan general, de suponer muchas tierras habitadas que los mares separaban, encue'ntrase otra no menos antigua: la de considerar las islas ó los puntos de tierras nueva- mente descubiertos, como contiguos y formando parte de un gran continente. En esta última forma fueron re- presentadas primeramente las Islas Británicas (Dión Cassio XXXIX, 50; Flor., iii, 10), y Ceylán (Trapobana ó Sielediv), ccquas Hipparcho (2) prima pars Orbis alte-

(1^ «Antichtones alterara (térras partera) uon alterara in- colimus.» (Mela, I, 1, 2). Ya hemos visto antes que estos A ii- tichtones de Mela, habitantes del hemisferio austral, están separados de nuestra masa continental por el Océano, que cu- bre el centro de la zona tórrida.

(2) La cita de Hipparco resulta dudosa (TzscHUCKE , ad Jlela, vol. II, parte iil, pág. 251) cuando se recuerda que más de ciento ciencuenta años antes de Hipparco, en la expedición

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rius dicitur» (Mela, iii, 7, 7). Esta expresión tan carac- terística de un otro mundo, encuéntrase en Plinio unida á la de tierra de los antichtones «Trapobanen alterum orbem esse diu existimatum est, Antichthonum appella- tione». (Plin., vi, 22, § 24.)

La historia de los descubrimientos geográficos mo- dernos nos muestra la misma inclinación á transformar, gracias á prolongaciones de contornos fantásticos y uniones imaginarias, los cabos de muchas islas y de vastos continentes. Hay más; la predilección por las li- gaduras que acabamos de indicar en el trazado de los mapas, conduce á otro procedimiento, hallado lo mismo en Ptolomeo que en los geógrafos de nuestro siglo. Cuando las extremidades de las tierras que se han unido ó alineado en continentes se acercan á nuestros oixoojjiévT), abandónase la hipótesis de los continentes se- parados y se les une á puntos antiguamente conocidos. De este modo Marin de Tyro y Ptolomeo transforma- ron el mar de la India en un mar cerrado ó mediterrá- neo. Imaginábase que la península transgangética, donde estaba situada Catígara (Caitogora, Edrisi, pág. 57), más allá del Sinus Magnus, en la extremidad oriental del Asia, se unía hacia el Oeste por medio de una tierra incógnita al promontorio Prasum (cabo Delgado), y á la costa africana de Azania (Ayan, el Zingium de Cosmas

macedónica, Onesicrito y Megasthenes habían reconocido Tra- bobana como isla (Strabón, XV, pág. 1.011; Alm. pág. 689 Cas.); opinión expresada hasta en el pseudo Aristóteles {De 3Jvndo, cap. Iii), donde Trabobana, como isla, es comparada á Albión y á Jerne. El texto de Mela (iii , 7 7), está probablemente corrompido, como lo prueban las siguientes palabras: Sed quia lidhitatur

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 91

Indicopleustes, Montfaucon, ii, 132). Afortunadamente esta hipótesis da un mar cerrado, desconocido para Stra- bón, que rechaza tolos los istmos desde el estrecho de Hércules hasta el mar Rojo, no estorbó ni detuvo los descubrimientos de los intrépidos navegantes del si- glo XV, á pesar de que la falsa erudición ejercía en ellos más influencia de lo que generalmente se cree.

Por un procedimiento semejante, en el célebre mapa de América que Juan Ruysch añadió á la edición de la (Geografía de Ptolomeo, publicada en Roma en 1508, encuéntrase, según la observación de Mr. Walckenaer, no sólo la Gruenlant (Groenlandia), sino también Terra- nova y los Baccalaurce, completamente separados de la América insular, es decir áelMundus Novus, de la Terra Sanctae Crucis, y reunidos al continente septentrional de Asia (la tierra de Gog, las costas del Plisacus Sinus, y el país de Ergigaí).

Separaciones idénticas, aunque mucho más atrevi- das (1), porque unen todo el Canadá y la Florida al Asia boreal, y los separan de Brasilia (la América del

(1) JoANNis SCHONERI Carolostadü, Opusculum Geogra- phicum (40 páginas en 4.°) Noricae, anno xxxiii (sic), lib, il, cap. 20. En cuanto á Plisceus (Plisacus) Sinus de Juan Ruysch, en el cual desemboca el Folicacus Jiuvius, parece á primera vista reconocer en él algún rastro de geografía anti- gua; pero estos nombres son sencillamente alteraciones viciosas de Pouli Sagam, de Marco Polo, puente del río Sagan (el Sang- kanho de los chinos), cerca de la ciudad de Khanbalon ó Tatú (Klaproth , Tahleaux historiques n." 22), Latinizando se ha convertí 'i o Pulüangam en Pul ¿sica, y FuUsica en Polisaeus. Mas adelante hablaré de los nombres de las ciudades comer- ciales de China, tal y como los altera Colón.

92 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Sud) «extendida hacia Melacha (Malacca) y Zanzíbar (costa é iela de Za-nguebar, quizá la isla Akgia de los árabes)j!), reaparecen en 1583 en la cosmografía de Juan Schoner.

Posteriormente, Sebastián Munster, uno de los restan - radores de las ciencias geográficas , une la Groenlandia á la !N'oruega, y aun en nuestros días, entre los meridia- nos del cabo de Hornos y el de Buena Esperanza, hay de vez en cuando el capricho de reunir islas próximas al círculo polar antartico en grandes masas continentales.

Influencia de Pablo Toscanelli en los proyectos de Cristóbal Colón.

Sin negar la influencia que las opiniones y los testi- monios de los antiguos lian ejercido en el ánimo de Cristóbal Colón, no diremos, sin embargo, que el descu- brimiento de América se debe á Pytheas (1), á Eratosthe- nes (2) ó á Posidonio (3). Colón, después de lograr su propósito, distingue con legítimo orgullo entre el mérito de la ejecución y el de los acertados presentimientos. Al llegar á Lisboa, de vuelta de su primer viaje, escribe (el 14 de Marzo de 1493) á su protector D. Luis San- tángel, ministro de Hacienda por la corona de Aragón: « Consecuti sumus quce hactenus mortalium vires minime attigerant: nam si harum Insularum {índice supra Gan- gem) quidpiam alijui scripserunt aut locuti sunt, omnes

(1) Mannert, Einleit . in die Geogr. der Alten., 1829, pá- gina 79.

(2) LUD Ideler , Proleg. de Meteorología Grosccr. et Ro- mán., 1832, pág. 6. El pasaje de Strabón, i, pág. 115 Alm., pá- ginas 64 y 65 Cas , presenta, en efecto, una opinión de Eratós- thenes y no de Pythéas, como pretende Mr. Mannert. Véase también Eühkopf ad Senecam, t. v, pág. 11.

. (3) Strabóx, II, pág. 161 Alm., pág. 102 Cas.

94 ALEJANDRO DE UÜMBOLDT.

per ambages et conjeturas, nemo, se eas vidisse asserit; unde prope videbatur fabulai> (1).

Algún tiempo después añade el Almirante en la carta á los Reyes, fechada en la isla de Haiti en Octubre de 1498: «Todos los que habían oído {mi) plática, todos lo tenían á burla, salvo dos frailes que siempre fueron cons- tantes» (probablemente el guardián del convento de la Rábida, fray Pérez de Marchena, franciscano, y el do- minico fray Diego de Deza , que permanecieron cons- tantes en sus opiniones).

A la influencia de ambos religiosos y al gran corazón de la reina Isabel (2) debió Colón la dicha de realizar su vasto proyecto, y también á la de Pablo (del Pozzo) Toscanelli, que, con sus consejos, dióle mayor seguridad de ejecutarlo. No esperaba, sin duda, la buena fortuna de encontrarse en perfecta identidad de miras con uno de los más ilustres geógrafos de su época, y el mismo Colón confiesa que esta conformidad de razonamientos le alentó en la idea que se había formado de las ventajas de un camino á la India por la vía del Oeste, y de la esperanza de encontrar islas antes de llegar á la costa de Asia. No pondré aquí el texto (3) de las dos cartas

(1) Cito conforme á la traducción de Léander de Cozco, por haberse perdido para nosotros el original español, á excepción de algunos fragmentos que Muñoz encontró en los manuscritos de Bernáldez, el cura de Los Palacios.

(2) «Ese gran corazón que se muestra en las grandes cosas». (Hermosa frase contenida en Ja misma carta de 1498.)

(3) Habiéndose perdido el texto original, sólo conocemos la traducción española. Vida del Almirante, cap. vil; Leonardo XiMENEZ Del veccJiio enuovo gnomone fior entino ^ 1757, LXXix y xcvii (Las investigaciones de este sabio jesuíta sirvieron

DKSCÜBUIMIENTO DE AMÉRICA. 95

de Toscanelli, escritas primitivamente en latín é impre- sas muchas veces: limitaréme á llamar la atención sobre algunos conceptos de ellas, cuya importancia histórica no se ha hecho resaltar bastante, porque en cuestiones de esta índole siempre habrá que acudir á los documentos del siglo XV.

ftLa autoridad de los autores clásicos y otras seme- jantes de este autor (Pedro de Heliaco), dice Fernando Colón, fueron las que movieron más al Almirante para creer su imaginación, como también un maestro, Paulo Físico (1), florentín, hijo de Domingo, contemporáneo

fundamento al excelente artículo Toscanelli, redactado por M. de Angelis en el vol. xlvi de la Biograpliie universelle); Journal des Savans , Enero 1758. Na varéete, t. ii, páginas 1 y 4. (Véanse también Bossi, Vita di Christ. Colomho, pági- nas 105 y 153; Canovaí, Viaggi di Amer. Vespucci, páginas 355 j 370; Baldelli, II Millione, t. I, páginas 60 y 62).

(1) Humboldt traduce la palabra físico por médico, y da la siguiente explicación. Aunque Toscanelli fuese sin duda uno de los astrónomos y de los físicos más célebres de su época, y aun- que en Italia se le llamaba con frecuencia Pablo el físico {Paulits phisicus) , traduzco la palabra espsiñola físico por mé- dico. Dicha palabra ea los siglos xv y xvi se tomaba exclusi- vamente en este sentido, y fué aplicada por ejemplo á Maestro Bernal, físico de la carabela Capitana en 1502; al amigo de Colón, García Hernández, físico de Palos, etc. Podría sorpren- der también el encontrar en la Vida del Almirante donde no se pone el apellido Toscanelli, la extraña adición, ({Maestro Paulo, físico del Maestro Domingo fiorentin»\ pero esta es la manera casi helénica y árabe de indicar la filiación. Pablo era hijo de Domingo, y en el testamento de Nicolás Nicoli, hecho en 1 428, encuéntrase también nombrado entre los conservadores de la célebre biblioteca del convento degli Angelí de Monaci Camaldülesi: Magister Paulus Magistri Domenici medicus. Leonardo XiMEMEz, pág. lxxiv.

96 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

del misDio Alüiirante, el cual dio causa en gran parte á que emprendiese este viaje con más ánimo.»

Toscanelli, inclinado al estudio de las matemáticas, á causa de un convite en casa de Felipe Bruneleschi y de l'a ingeniosa conversación que en él sostuvo este arqui- tecto y mecánico, distinguióse entre todos los astróno- mos de su época durante una larga carrera (llegó a la edad de ochenta y cinco años), por su constante atención á los descubrimientos náuticos y á los viajes por tierra.

Era entonces Italia el centro de las grandes operacio- nes comerciales que los písanos , venecianos y genove- ses hacían con el Asia austral (1), por la vía de Alejan- dría, del mar Rojo y de Bassora y con las costas del mar Caspio y la Sogdiana, por la vía de Azov (Tana). No se ocupaba sólo Toscanelli en la corrección de las tablas solares y lunares por las observaciones gnomónicas y de astrolabio, como de cuanto podía facilitar el empleo de los métodos de astronomía náutica, ampliamente discu- tidos, pero rara vez empleados hasta entonces; aplicó también su inteligencia á la comparación de la geografía antigua con los resultados de los descubrimientos mo- dernos y con la utilidad práctica que el comercio de Europa podría sacar de este género de trabajos abriendo un camino directo al país de las especias por medio de la navegación hacia el Oeste.

(1) «El gran obstáculo para el comercio de la India por el interior de Asia, dice un escritor del siglo xvi, consiste en la barbarie de los pueblos tártaros que, no pudiendo atacar la In- dia por mar, hacen invasiones por tierra j la saquean y arrui- nan, como sucede á la pobre Italia, convertida en presa de ale- manes, franceses y españoles.» (Eamüsio, 1. 1, pág. 338.)

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 97

La prueba de este encadenamiento de ideas, de este movimiento intelectual desde la segunda mitad del si- glo XV, la encontramos en las cartas de Toscanelli y en todos los escritores notables de su época. Cristóforo Lan- dino, florentino, traductor de Plinio y comentador de Virgilio, habla del concurso de extranjeros en su patria, de hombres que llegaban de las regiones más lejanas, que circa initia Tañáis habitant. Ego autem interfui cum FlorenticB tilos Paulus physicus diligenter quaque inte' rrogaret (1). Estas relaciones con los negociantes que venían de Oriente, hasta de la misma India y del archi- piélago indio , como el veneciano Nicolás Conti (2), enardecieron la imaginación del anciano.

(1) Georgicon ed {Londinus, Venet., 1520, pág. 48).

(2) La mejor prueba de la impresión profunda que esta co- rrespondencia con Toscanelli hizo en el ánimo de Colón, es la introdacción del Diario de ruta de su primer viaje, donde casi repite las palabras empleadas por el geómetra florentino.

COLÓN. TOSCANELLI.'

«La información que yo ha- «Las partes de Indias donde

bía dado á VV. A A. délas tie- se podrá ir y el dominio de

rras de india y de un príncipe un príncipe llamado Gran

que es llamado Gran C'in, que Caoi, que es lo mismo que Rey

quiere decir en nuestro ro- de los reyes; sus predecesores

manee Rey de los reyes, como enviaron embajadores al Papa

muchas veces él y sus antece- pidiéndole maestros que les

sores habían enviado á Roma instruyesen en nuestra fe.» á pedir doctores en nuestra santa fe, porque les enseñasen en ella.))

Pudo sin duda Colón tomar estas nociones del Millione de Marco Polo, á quien no nombra, como tampoco á Toscanelli; pero la serie de las ideas y las palabras paréceme que indican una reminiscencia de la carta de Toscanelli al canónigo Mar- tínez.

98 ALEJANDRO DE UÜMBOLDT.

Más de setenta y siete años contaba ya cuando escri- bió á Colón : «Alabo vuestro designio de navegar á Oc- cidente, y estoy persuadido que habréis visto, por mi «arta, que el viaje que deseáis emprender no es tan difícil como se piensa; antes al contrario, la derrota (es decir, la travesía desde las costas occidentales de Europa á las Indias de las especias, Indie delle-spezierie^ como decían los florentinos y los venecianos) es segura por los para- jes que he señalado; quedaríais persuadido enteramente si hubieseis comunicado como yo con muchas personas que han estado en estos países (la India de las especias), y estad seguro de ver reinos poderosos, cantidad de ciu- dades pobladas y ricas provincias», etc.

En la carta al canónigo Martínez dice también Tos- canelli: «Desoló el puerto de Z aitón (Zaithun), uno de los más hermosos y famosos de Levante, parten todos los años más de cien bajeles cargados de pimienta, sin contar otros que vuelven cargados de toda clase de es- pecias. Es grande y poblado el país; tiene muchas pro- vincias y muchos reinos del dominio de un príncipe solo, llamado el Gran Can (Khan), que es lo mismo que Rey de Reyes. Ordinariamente tiene su residencia en el Catay. Sus predecesores deseaban tener comercio con los cristianos, y ha doscientos años que enviaron embajado- res al Papa, pidiéndole maestros que les instruyesen en nuestra fe; pero no pudieron llegar á Roma y se vieron precisados á volverse por los embarazos que hallaron en el camino. En tiempo del papa Eugenio IV vino un embajador que le aseguró el afecto que tenían á los cató- licos los príncipes y pueblos de su país; estuve con él largo tiempo; me habló de la magnificencia de su B.ej, de los grandes ríos que había en su tierra, y que se

rKSCUBRI MIENTO DR AMÉRICA. 99

veían doscientas ciudades con puentes de mármol, fabri- cadas sobre las riberas de un río solo. El país es bello, y jiosotros debíamos haberle descubierto por las grandes riquezas que contiene y la cantidad de oro, plata y pe- drería que puede sacarse de él; escogen para gobernado- res los más sabios, sin consideración á la nobleza y á la hacienda. Hallaréis en el mapa que hay desde Lisboa Á la famosa ciudad de Quisay, tomando el camino dere- cho á Poniente, veintiséis espacios, cada uno de 150 millas. Quisay (Quinsai) tiene 35 leguas de ámbito; su nombre quiere decir ciudad del cielo: vense allí diez grandes puentes de mármol sobre gruesas columnas de una extraña magnificencia: está situada en la provincia de Mango, cerca de Catay í) (1).

Es probable que las animadas relaciones del veneciano Nicolás de Conti, que 7Íno á Florencia en 1444, después de veinticinco años de viajes por Syria, el golfo Pérsico, la India á ambos lados del Ganges, la China meridional,

(1) No ignoro que todos los comentadores de las cartas de Toscanelli creen poder citar los capítulos del Yiaje de Marco Polo, donde el astrónomo florentino aprendió las nociones sobre el comercio de pimienta de Zaithun (lib. ii, cap. 77), y la magniñcencia de la gran ciudad de Quisai (lib. ii, capí- tulo 68) ; pero aquí debo observar que existen dudas acerca de lo que con preferencia pudo saber por i colas de Conti ó por las conversaciones con viajeros recientemente llegados del Asia Oriental, ó por el manuscrito de Poggio. No encuentro la traducción de Gran Can {Bey de los reyes); (Conti traduce Emperador) y de Quinsay {Ciudad del cielo), más que en Marco Polo; pero los 12.000 puentes de Quisay en la relación de Marco Polo, los reduce Toscanelli (y esto me llama mucho la atención) á diez, y el circuito de Quisay es casi igual al que refiere Nicolás de Conti. (Ramusio, 1. 1, pág. 3á0 h.)

100 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

el archipiélago de la Sonda, Ceylán, el mar Rojo "y Egipto, de igual suerte que la frecuencia de relaciones comerciales con estas ricas comarcas, hicieran muy fa- miliar á Toscanelli el conocimiento topográfico del Asia meridional y oriental. Toscanelli vivió siempre en Flo- rencia, y allí fué donde el papa Eugenio IV (de la fami- lia Condolmeri de Venecia) perdonó al viajero Conti, su compatriota, la apostasía (1), imponiéndole por peni-

(1) Nicolás de Conti tuvo que renegar de la fe para salvar la vida. Eamusio, según la edición de Venecia de 1613, dice que esta absolución fué en 1449; pero el papa Eugenio IV murió dos años antes. La redacción latina del viaje de Conti, hecha por ese mismo Poggio á quien se debe el descubrimiento de fantos preciosos manuscritos de clásicos latinos en Suiza y en Alema- nia, no ha llegado hasta nosotros. Lo que poseemos en italiano del viaje de Conti es una traducción hecha de la versión por- tuguesa de Valentín Fernández, y desgraciadamente no pasa de ser un fragmento incorrectísimo. En la Giava maggiore (Borneo?) Conti vio pájaros del paraíso, ucelli senza piedl (Ram., t. I, pág. 311 h). Son los mismos pájaros del sol {passa- res da sol), de los primeros navegantes portugueses. (Reinh FORSTEE, Zool. ind., 1795, pág. 30). He aquí las palabras de Conti, que sin duda no vio más que los pájaros preparados por los indígenas y transportados de isla en isla como objetos de adorno: «Nella Giava maggiore trovansi uccelli molte volte che sonó senza piedi, grandi come colombi, di penne molto sottili e con la coda lunga, i quali sempre si posano sopra gli arbori; le carne di quali non si mangiano, ma la pelle e la coda sonó in grande stima perche s'usano per ornamento del capo » (Nicolás de Conti en Ra musió, t. i, pág. 345). Este pasaje, muy notable, no ha llamado la atención de los zoólogos moder- nos. Pigafetta cree también que se refiere á aves muertas y di- secadas, pero que afortunadamente tienen patas, (di re di Tidore mandó duoi uccelli bellisimi della grandezza d'una tór- tola, la testa piccola col becco lungo é hinglte le ganihe uno l)almo e sottili: non hanno ali, ma, in luogo di quelle, penne

DESCUBRIMIENTO DE AM:éMCAl ' ' ''. ' 'ÍOI

tencia referir co7i entera verdad las aventuras de sus viajes al secretario pontificio, el ce'Iebre filólogo Francisco Poggio Bracciolini. Perteneciendo también yo á la clase de viajeros, no examinaré imprudentemente si, al impo- ner tal penitencia, hubo más malicia que benignidad. Se concibe que la lectura de ciertos viajes pueda imponerse como ruda expiación; pero referir los incidentes de una vida de aventuras con toda verdad, con ogni verita (así era la cláusula de la absolución pontificia), sólo es cas- tigo cuando se desconfía de la formalidad del via- jero (1).

luDghe di diversi colorí.» Pigafetta observó bien que no son las plumas de las alas, sino las de los costados las que se prolongan formando penachos más largos que el cuerpo. No vio las alas, cuya existencia niega, porque generalmente los indígenas, al di- secar el ave para el comercio, le arrancan las patas y las alas. «Hanno opinione i Morí, añade el historiador del viaje de Ma- gallanes, che questo ucello venga del Paradiso terrestre é chia- manlo manucodiata, ció é, ucello di Dio.)) (Ramusio, t. l, pá- gina 367 h.) Esta palabra, repetida en la relación del viaje de Magallanes, hecha por un secretario del emperador Carlos V en una carta al Cardenal- Obispo de Salzburgo (Z. £»., pág. 351 h), es, según observación de mi hermano, que consta en su gran obra sobre la lengua Kavi ó Javanesa, una alteración de la palabra malaya manuli-devata formada de manu, en malayo pájaro, y > devata, en malayo y sánscrito divino. La palabra Tnanuk-de- vata convirtióla el viajero italiano en manuco-diata.

(1) Acaso la misma obra de Marco Polo inspiró al papa Eugenio IV tanta desconfianza en la veracidad de los viajeros. Cabemos por el testimonio de F. Jacopo di Aquí que se burlaron de Marco Polo hasta el punto de haber siempre, en las masca- radas en Venecia, largo tiempo después de su muerte, algunos que tomaban su nombre y le imitaban para divertir al pueblo, refiriéndole cosas extraordinarias. Lo mismo se hizo después con Pigafetta. Amoretti, Voyagc de Jíaldonado, pág. 67.

i Oí' ALEJANDRO DE HüMBOLDT.

La, permanencia de Nicolás de Conti y de Poggio en lina ciudad en que Toscanelli, según su propio testimo- nio y el de Cristoforo Landino, buscaba sin cesar po- nerse en relación con los hombres que el comercio había conducido úpais de las especias, debía necesariamente hacer revivir los recuerdos que Marco Polo dejó de las maravillas de Quinsay y de Cambalu. del frecuente arribo de buques al puerto de Zaithun y de las riquezas del Mango. Esta conformidad de tradiciones, la celebri- dad de las mismas localidades, renovada con siglo y medio de intervalo, debían influir tanto en el activo es- píritu de Toscanelli, que probablemente es Nicolás de Conti el designado, sin nombrarle en la segunda carta á^ Colón, entre los viajeros al Asia á quienes conviene oir para comprender la facilidad y utilidad del viaje á la lu- dia por el Oeste.

No puedo creer, sin embargo, como el abate Ximenez y tantos otros autores que le han copiado, que « el em- bajador del Gran Can», llegado á Florencia en tiempo de Eugenio IV, y del que se habla en la carta al canó- nigo Martínez, sea el mismo Nicolás de Conti. En la carta se designan dos embajadores Mogoles ; el uno «doscientos años antes, el otro en tiempo de Toscanelli». La primera embajada es, sin duda, la que fracasó en 1267 por la enfermedad de un señor mogol (1), Kho-

(l) Khogatal se separó de los viajeros á 20 jornadas del ca- mino de Bokhara {di Barone si'ammaló gravemente jper volonta del quale e per conslglio di molti lasoiandolo, seguitorno il lora viaggio (dell Armenia 3Itnore al j^orto di Giazza') » Traduc- ción de Ramüsio (t, II, pág, 3, a.) Nicolai y Maffeo Poli vol- vieron á Venecia en 1271, porque la noticia de la muerte del.

DESCDBRIMIE>ÍTO DE AMÉRICA. 103

gatal, cuando el regreso de Nicolás y de Maffeo (Mateo) Poli, padre y tío del célebre Marco Polo, conocido pri- meramente con el nombre un poco satírico de Messer Marco Milione, Éste fué quien, según la oportuna frase del viejo Sansovino, descubrió un nuevo mundo antes de Colón, y cuya admirable obra poseemos.

En cuanto á la segunda embajada en tiempo de Eu- genio lY, no hay indicio alguno en el viaje de Conti de que trajera misión alguna del Gran Can. ¿Cómo es po- sible que Poggio, en el corto epílogo añadido en honor del viajero «que ha visto, dice, países por nadie recorri- dos desde los tiempos de Tiberio», no había de mencio- nar incidente tan honroso? ¿Cómo Toscanelli, que niega á Nicolás y Maffeo Poli el título de embajadores (1), y que recuerda expresamente que los encargados de la misión quedaron en el camino y sin llegar á Italia, hu- biera hablado del veneciano Conti como de un embaja- dor mogol «que ponderaba la magnificencia de su rey y el afecto de su país hacia los católicos?»

Nicolás de Conti, después de perder en la peste de Egipto su mujer, dos hijos y dos criados, volvió con los otros dos hijos que le quedaban á Venecia. De venir en su compañía algún embajador del Can, no hubiese sido

papa Clemente IV les detuvo largo tiempo eu Acre. Ahora bien; como la carta de Toscanelli es de 25 de Junio de 1474, la expresión lia doscientos años es suficientemente exacta.

(1) Título que podía aplicárseles con tanta más razón, cuanto que ellos mismos se lo dieron, según la relación de Marco, y traían una carta para el Papa: « TI Grand Can propo- nendo nrll'aninio suo di volerli (^idetti díte fratelli) man' dar amhasciatori al Papa^ valle liaver prima il consiglió de'suoi haroni »

104 ALEJANDRO DE nUMBOLDT.

oWidado en la minuciosa y detallada relación de su viaje. Ignoro absolutamente quién fuera el personaje mogol con el cual tuvo Toscanelli, según dice, larga conferen- cia'durante el pontificado de Eugenio IV, que duró diez j seis años; pero, por las razones expuestas, creo poco probable fuera un viajero veneciano que llegaba como penitente á Florencia. Acaso hubo alguna equivocación, quizá un error originado por una de esas mistificaciones diplomáticas á que hemos visto expuestas las primeras cortes de Europa, aun en tiempos modernos, cuando al- gunos aventureros asiáticos ó africanos se suponían en- cargados de los intereses de sus príncipes.

Sea cualquiera la influencia que ejerciese en el ánimo de Colón la carta de Toscanelli, es, sin embargo, una prueba, cierta (y lo recordamos en honor de aquél) de la anterioridad de los proyectos del navegante genovés. Llegó éste á Lisboa en 1470 é hizo amistad con el flo- rentino Lorenzo Giraldi , como en Sevilla vivió en ínti- mas relaciones con otro florentino, Juan Berardi , jefe de una casa de comercio en la que estaba empleado Ame- rigo Vespucci. En todos los puertos de movimiento comercial, tanto de Europa como de las costas septen- trionales de África y de Levante, había entonces esta- blecidos negociantes italianos.' Supo con certeza Colón que el rey de Portugal Alfonso V había hecho pedir á Toscanelli , por medio del canónigo Fernando Martínez, una instrucción detallada acerca del camino de la India por la vía del Oeste, y esta noticia debió alarmar á quien con grande empeño proyectaba lo mismo.

La gran fama que gozaba el astrónomo de Florencia engendró en Colón la esperanza de aprovechar las luces del sabio italiano para la consolidación de su empresa.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉIUCA. 105

Lorenzo Giraldi se encargó de que llegaran á Toscanelli las cartas escritas por Colón. Sólo conocemos las res- puestas de éste en número de dos:

«Veo, dice la primera carta de Toscanelli , el noble y gran deseo vuestro de querer pasar adonde nacen las especerías, por lo cual, en respuesta de vuestra carta , os envío la copia de otra que escribí algunos días ha á un amigo mío, doméstico del Serenísimo Rey de Portugal, antes de las guerras de Oastilla, en respuesta de otra que me escribió de orden de su Alteza sobre el caso re- ferido.» Como la carta al canónigo de Lisboa está fe- chada en Florencia el 25 de Junio de 1474 , puede creerse, á causa de la frase incidentú algunos días ha{l), que Colón consultó á Toscanelli á principios del mismo

(1) El jesuíta Ximenez, en su comentario á las cartas de Toscanelli, encuentra alguna obscuridad en esta designación del tiempo, algunos días ha , y la frase que le sigue inmediata- mente, antes de las guerras de Castilla. Opino que, por ligero «rror de puntuación, se ha separado con una coma esta última frase de la palabra doméstico. La carta anuncia sencillamente que el canónigo estaba al servicio de Portugal largo tiempo antes de las perturbaciones del reino de Castilla, suscitadas por el destronamiento del rey Enrique IV en 1465, y su reposición en el trono en 1468. Otro error de mayor importancia, por re- ferirse al descubrimiento del cabo de Buena Esperanza, se des- lizó en el comentario de Ximenez. Toscanelli escribió al canó- nigo Martínez que el camino que propone para llegar por el Océano Occidental al país de las especias, e3 cortísimo, más oorto que el que necesitaban hacer los portugueses para ir á la costa de Guinea (eZ camino por la vía del mar es brevísimo: lo tengo por más corto que el que hacéis á Guinea). El abate Xi- menez dice il camino que voifate per Guinea, lo que tiene muy dsitinto sentido, pues permitiría preguntar si los negocian! 63 atravesábanla. Guinea. Gnom. Fior., páginas LXXXII y LXXXiv.

106 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

año. Esta fecha no carece de importancia para la histo- ria del descubrimiento de América, porque directamente contradice el cuento que refieren el inca Garcilaso, Go- mara y Acosta (1), de que un piloto de Huelva llamado Alonso Sánchez, que en una trayesía de España á las islas Canarias, en 1484 , pretendió haber llegado á im- pulso de los vientos del Este hasta las costas de Santo Domingo, fué , sin duda, quien, al volver á la isla Ter- cera, hizo nacer en el ánimo del Almirante la primera idea de su expedición. Ya Oviedo califica esta anécdota de «fábula que circula entre la plebe», y el misterioso viaje de Alonso Sánchez es posterior en diez años á la correspondencia con Toscanelli.

Pero si esta correspondencia prueba que Colón se ocu- paba del proyecto de buscar el país de las especias por el Oeste mucho antes de entrar en relaciones con el cé- lebre astrónomo de Florencia, queda indeciso cuál délos dos, Colón ó Toscanelli, fué el primero en entrever la posibilidad de esta nueva vía abierta á la navegación de la India.

Toscanelli, según antes hemos dicho, contaba setenta y siete años de edad cuando habló de su proyecto al canónigo Martínez y probablemente la persuasión de la brevedad del camino {brevisimo camino) á través del Océano Atlántico databa de mucho antes en su ánimo.

Dice terminantemente: «Aunque yo he tratado otras muchas veces del brevísimo camino que hay de aquí á las Indias donde nacen las especerías, por la vía del mar, el cual tengo por más corto que el que hacéis á Guinea,

(1) Garcilaso. Coment. Reales, lib. i, cap. 3; Gomaba, Historia de las Indias, cap. 13; Agosta, lib. I, cap. 19.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 107

ahora me decís que su Alteza quisiera alguna declara- ción ó demostración para que entienda y se pueda tomar este camino, por lo cual, sabiendo yo mostrársele con la esfera en la mano, haciéndole ver cómo está el mundo, sin embargo he determinado, para más facilidad y ma- yor inteligencia, mostrar el referido camino en una carta semejante á las de marear, y así se la envío á su Majes- tad, hecha y pintada de mi mano, en la cual va pintado todo el fin del Poniente, tomando desde Irlandia al Austro hasta el fin de Guinea, con todas las islas que están situadas en este viaje, á cuya frente está pintado^ en derechura por Poniente el principio de las Indias, con las islas y lugares por donde podéis andar y cuánto os podríais apartar del Polo Ártico por la línea equinoc- cial, y por cuanto espacio, esto es, con cuántas leguas podríais llegar á aquellos lugares fértilísimos de espece- ría y piedras preciosas.»

Este párrafo prueba suficientemente que mucho antes de 1474 había aconsejado Toscanelli al Gobierno portu- gués el camino que siguió Colón y que accidentalmente produjo el descubrimiento de América.

Parece natural que esta misma idea ocurriera á la vez: á muchos hombres instruidos y con empeño ocupados en. extender la esfera de los descubrimientos: debió nacer en la imaginación de Martín Behaim, cuyo famoso glob'a construido en 1492 (Apfel, la manzana terrestre) sitúa «el rey de Mango, Cambalu y el Cathay á 100 grados al Oeste de las Azores», como lo hacían Toscanelli, CoIóil y cuantos creían al Asia excesivamente prolongada hacia Oriente.

Ya hemos visto que Toscanelli y Colón distinguen en sus escritos el objeto principal de la empresa (encontrar:

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el camino más corto para ir á la India) del secundario (el descubrimiento de algunas islas). Toscanelli distin- gue además «las islas que se encontrarán en el camino {qtie están situadas en este viaje), por ejemplo, la Anti- lia, de las próximas á la India continental, por ejemplo, Cipango, j las islas con las cuales trafican los negocian- tes de diferentes naciones».

Haita la misma nota histórica que Colón puso al frente de su Diario de navegación, terminado en 15 de Marzo de 1493, da por motivo del viaje el deseo de los Reyes Católicos de conocer las inclinaciones de un po- deroso príncipe de la India, el G7'an Can, en favor de la religión cristiana, « j ordenaron , añade , que jo no fuese por tierra al Oriente, por donde se acostumbra de an- dar, salvo por el camino de Occidente , por donde hasta hoy no sabemos, por cierta fe, que haya pasado na- die» (1).

No se trata (en este preámbulo del Diario de Colón) de las islas y de la Tierra Firme por descubrir en la Mar Oceana, sino como resultado probabilísimo de una empresa cuyo principal objeto es dirigirse con la ar- mada suficiente á las dichas partidas de India. {Las del Gran Can.)

La expedición proyectada no fué, pues, en un princi- pio, propiamente hablando, un viaje de descubrimiento de tierras nuevas, sino un viaje que debía comprobar la existencia del paso libre á las Indias por el Oeste, como Magallanes, Parry, Ross y Franklin comprobaron ó

(1) Navaerete, 1. 1, pág. 2. La frase saber de cierta fe es notable por lo modesta.

DESCUBRIMIENTO DS AMÉRICA. 1G9

intentaron los pasos por Suroeste j el Noroeste (1). La' influencia que Toscanelli ejerció en el ánimo de Colón recuerda involuntariamente la cuestión promo- vida por Yincent, de si el descubrimiento de la navega- ción á las Indias doblando el cabo de Buena Esperanza se debe á Corvilham ó á Gama. No cabe duda de que Corvilham, después de vivir en Calicut, en Goa y entre los árabes de Sofala en la costa oriental de África, es- cribió á Juan II, rey de Portugal, por mediación de dos judíos, Abraham y Josef (2), que los barcos portugue- ses, si continuaban costeando el África occidental hacia el Sud, llegarían á la extremidad de este continente, y al llegar á este extrerao debían dirigir la ruta en el Océano oriental hacia Sofal y la isla de la Luna (3)

(1) Aunque al escribir estos párrafos (Febrero de 1834) do ha desembocado ningún buque por el canal de Barrow en el mar de Kamtchatka, ó costeado América desde la península de Mel villa y el Príncipe Kegent-Inlet hasta la bahía de Kotze- bue. los brillantes descubrimientos de Parry, Franklin y Bee- chey no dejan, al parecer, duda acerca de la comunicación entre el mar de Baffín y el estrecho de Behring.

(2) Pedreio de Covilham y Alonso de Payva se embarcaron en Barcelona en 1487 para saber noticias del Preste Juan. Los dos judíos se unieron á Covilham en el Cairo á su vuelta de Sofala y de Adem.

(3) Según d'Herbelot, la isla Serandade Edrisi (Hartmann rechaza este sinónimo, África, pág. 115) ; Magastar ó Madai- gascar (corrupción de la palabra Madagache) de Marco Polo, llamada después, á principios del siglo xvi, isla de San Lorenzo de los Portugueses. Con esta última denominación encuentro la isla de Madagascar en un mapa-mundi dibujado en Sevilla en 1527, y por tanto, anterior en dos años al célebre mapa de Dirgo Rivero, conservado tambicn en la Biblioteca de Weimar

lio ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

(Madagascar). Renovaba también Corvilham, fundán- dose en las recientes experiencias de los navegantes árabes de Sofala y de toda la costa de Zanguébar y de Mozambique, las ideas expuestas por muchos en la anti- güedad sobre la forma triangular del África austral, au- mentando así la confianza de Gama; pero hay gran distancia de la posibilidad del éxito, probado con argu- mentos irrecusables, á la atrevida ejecución de los pro- yectos de Colón y de Gama. Por lo demás, este último tenía una ventaja que no podía ofrecer Toscanelli al na- vegante genovés. Cuando el 20 de Noviembre de 1497 llegó á la extremidad de África (1), sabía ya que en- contraría al otro lado una costa en dirección del Oeste- Sudoeste al Este-Nordeste, puesto que el cabo Tormen- toso, que el rey Juan con feliz presentimiento llamó cabo de Buena Esperanza, no sólo lo descubrió Barto- lomé Díaz, sino también lo dobló en Mayo de 1487. Esta circunstancia, á que no se ha dado el valor que JLiene, la expresa claramente Barros en el tercer libro de la primera Década: «Bartholomeu Díaz (con sus com-

Atnbos mapas presentan ya también la posición de las islas de Francia y de Borbón con los nombres de Mascarhenas y de Santa Apollonia.

(1) Gama partió de Portugal el 8 de Julio de 1497, y llegó á la bahía de Santa Elena en Noviembre de 1497 á la desemboca- dura del Río de Buenos Señalis, donde tuvo la primera noticia de la proximidad de hombres blancos y de barcos ie construc- ción europea, el 25 de Enero de 1498; á Calicut el 18 de Mayo de J498, y volvió á Portugal el 19 de Julio de 1499. Duró esta expedición memorable, según datos exactos, dos años y nueve días; el viaje de Portugal á las Indias á (Calicut) 314 días, mien- tras hoy (en 1834) la duración media de esta travesía en los bu- ques de Liverpool es de 95 días.

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pañeros de fortuna) per caus dos perigos é tormentos qu3 em dobrar delle pasaram, Ihf puzeram nome Tor- mentoso» (1). Gama fué, pues, por decirlo así, prece- dido en una empresa que, para la prosperidad comercial de los portugueses, fué el principio de nueva vida.

Mencioné antes la carta marítima que Toscanelli ha- bía dibujado para el canónigo Martínez, á fin de mostrar la ruta que debía seguirse para llegar desde las costas de Portugal al «principio de las Indias.» Este mapa, en el cual el astrónomo florentino había «pintado de su mano» todas las islas situadas en el camino, sirvió, por decirlo así, de guia á Colón en su primer viaje: en tal sentido merece mayor intere's del que hasta ahora ha inspirado. Al enviar Toscanelli á Colón una copia de su carta al canónigo Fernando Martínez, dice claramente: «os envío otra carta de marear semejante á la que envié (al Canó- nigo)» (2). En la carta escrita al Canónigo añade que hay «desde Lisboa á la famosa ciudad de Quisay, to- mando el camino derecho á Poniente, 26 espacios cada uno de 150 millas, mientras desde la isla Antilia hasta

(1) Dec. I, lib. III, cap. 4, pág. 190. Como Toscanelli acon- sejó á los portugueses buscar el camino de la India, no por la ruta de Guinea, sino por la del Oeste, es muy extraño error atri- buir á este astrónomo el conocimiento del Cabo de Buena Es- peranza desde 1474 y la creencia de que pudo comunicarlo á los venecianos. Le Bret. Gesch. von Venediff, t. ii, pág. 226; Sprengel Gesch. der geogr. Eutd.^ 1792, pág. 390.

(2) «Os envío otra carta de marear, semejante á laque yo le envié al Canónigo.» Me ha parecido extraordinario que en la frase que indica la distancia de Lisboa á Quisai,diga Tosca- nelli «hallaréis en un mapa», en vez de «en mi mapa ó carta de marear».

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la de Cipango, se encuentran 10 espacios^ que hacen 225 leguas. i>

Ignoramos á cuántos espacios situaba Toscaneíli el Japón (Cipango), al Este de Kanphu (hoy Hantgcheu-fu y entonces Quinsayó Quisay); pero como esta distancia os efectivamente, tomando á leddo por el centro del Japón, de 16 grados de longitud, y la valuación de Behaim (1) difiere muy poco de la moderna, se deduce que Toscaneíli contaba probablemente desde Portugal á Antilia un quinto y de Antilia á Quinsay aproximada- mente cuatro quintos de todo el camino desde Lisboa á la China.

- Más difícil es averiguar el valor absoluto de los espa- cios del mapa de Toscaneíli. Estas grandes divisiones que abarcan cierto número de grados, y que aun empleamos para no desfigurar nuestros mapas trazando los meridia- nos grado por grado, se usaban ya en la época de Pto- lomeo. Encuéntraselas indicando un número redondo de millas marinas ó de grados de longitud en casi todos los mapas manuscritos de los siglos xv y xvi que he podido examinar, por ejemplo, en los de Ribero y de Juan de la Cosa. El geómetra de Florencia presenta dos valuaciones de los espacios que emplea, una en leguas y otra en millas. Si, según él, un espacio es igual á 22 Va leguas ó 150 millas, resulta que una legua equivale á 6 Va millas. ISTo se refiere, pues, á la legua marina ita- liana de 4 millas, usada en tiempo de Colón en Genova,

(1) El mapa de Martín Behaim, que expresa las creencias geográficas del siglo xv, da una diferencia de longitud de 13 grados.

DESCUBRIMIENTO DK AMÉRICA. 113*

y que este marino emplea en su Diario de ruta (í); acaso sea una milla más pequeña, de 760 toesas, cinco de las cuales forman una legua geográfica de 15 al grado. Como los] espacios no se valúan en grados y las conjeturas del abate Ximenez, comentador de la carta de Toscanelli, son erróneas (2), es imposible encontrar

(1) Diíiríí) de 1492: «Viernes 5 de Agosto. AnduTÍmos (desde la barra de Saltes) con fuerte virazón GO millas, que son 15 le^ guas (Navarrete, t. i, pág. 13).

(2) Comparando atentamente la carta que publica el abate Ximenez en su Gnomone Fiorentino, con ]a que Fernandf) Colón encontró entre los papeles de su padre, y era conocida de Las Casas, encuentro muchas adiciones y alteraciones del texto. Sa- bemos por la Vida del Álviirante, que la célebre carta de Tos- canelli estaba escrita en latín, conforme á la costumbre qu& prevalecía entonces entre los sabios. Puede esto causar sorpresa al recordar que se trata de un italiano de Florencia, el cual escribe cartas á un italiano de Genova, que habitaba en Lisboa desde 1470, y que esta correspondencia papaba por manos de Lorenzo Giraldo, indudablemente de la familia de los Gi- raldi, orgiuaria de Florencia (Barcia, t. i, págs. 5-6); pero Toscanelli recordaba tan poco la nacionalidad italiana de Co- lón, que á juzgar por la frase con que termina su segunda carta pudiera presumirse que en Florencia se tenia á Colón por por- tugués. «Estad seguro de ver (en el Cathay) reinos poderosos, cantidad de ciudades pobladas y ricas provincias que abundan de toda suerte de pedrerías, y causará grande alegría al Eey (el Gran Can) y á los Príncipes que reinan en estas tierras le- janas, abrirles el camino para j3omunicar con los cristianos á fin de hacerse instruir en la Religión Católica y en todas las ciencias que tenemos. Por lo cual, y otras muchas cosas que po- drían decirse, no me admiro tengáis tan gran corazón como toda la nación poi'tíiguesay en que siempre ha habido hcmbres seña- lados en todas empresas.)) No teniendo á la vista en este mo- mento la traducción italiana de la Vida del Almirante, publi- cada en Venecia, en 1571, por Alfonso de Dlloa ccn el título

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114 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

salida á este laberinto de medidas con tan vagas deno- minaciones. No se puede reducir con precisión á grados de longitud la distancia de veintiséis veces 22 Va leguas que Toscanelli supone que tendría que recorrer Colón,

de Istoria del Sr. D. Fernando Colomho nelle quali si ha par- ticolare e vera relazione della vita défatti delV AmmiragliOy no puedo comprobar si las alteraciones del texto en la carta ita- liana que presenta el Gnomone de Ximenez, son efecto de la negligencia del Abate ó de la de ülloa. Se ha hecho decir al as- trónomo florentino , que los 26 espacios de distancia que hay desde Lisboa á Quinsay tienen cada uno 250 (en vez de 150) mi- llas; se han añadido palabras sin sentido, por ejemplo, los 10 eti- cados de distancia de Cipango á Antilia hacen «2.500 millas)), ó 225 leguas. Más adelante (y en contradicción notoria con las cifras que preceden) la gran ciudad de Quinsay tiene «100 millas» ó 35 leguas de ámbito. En fin, y como glosa puesta por acaso en medio de la descripción de Quinsay, « este espacio es casi la tercera parte de la esfera.)) Las frases puestas entreco- millas son rariantes lectiones, ó mejor dicho, falsificaciones del texto. Conforme á estos datos falsos , la longitud de una legua sería unas veces de once y un décimo millas, y otras de dos y ocho décimas. El abate Ximenez deduce del modo más arbitra- rio (páginas 92-94) que un espacio equivale á cinco grados de longitud ; que cincuenta millas ó veintidós y media leguas de Toscanelli forman un grado, y que la distancia desde Lisboa á Quinsay es de 130 grados. Fúndanse estas conclusiones, en parte, en la analogía de las proyecciones de Ptolomeo {Geogr., I, 23), que dividía el cuarto de la circunferencia ecuatorial en 18 partes, como Eudoxio dividía (GeminüS, Elem. Astr.^ capí-" tulo 15) toda la circunferencia polar en 60 partes iguales, lo cual da diferencias de cinco grados de longitud y seis de lati- tud. Pero aunque Toscanelli valúa « un espacio de su mapa en veintidós y media leguas», la suposición de cinco grados de longitud daría, para el paralelo de 38 grados y 42 minutos al que se refiere este cálculo, tres y media leguas por grado de longi- tud, resultado absurdo , porque no concuerda con ninguna ex- tensión que en cualquier tiempo se haya llamado legua. Ter-

DESCUBRIMIENTO PE AMÉRICA. 115

«derechamente al OccidenteTí) desde Lisboa á Quinsay: sin embargo, en la hipótesis de las leguas más largas {de 15 al grado ecuatorial), no se llega sino cerca del grado 50 de longitud (para 585 leguas) en el paralelo de 58° 42', lo que situar ia la costa de la China en el meri- diano del río Essequibo y de la parte occidental de Te- rranova.

Ocasión tendré de hablar más adelante de esta proxi- midad del Asia oriental, que motivaba la frase brevisimo •camino empleada por Toscanelli en su carta al canónigo Martínez, mientras que en la segunda carta dirigida á Colón dice sencillamente: «habréis visto que el viaje que deseáis emprender no es tan difícil como se piensa.»

En su primer viaje de descubrimiento guiábase Colón por una carta marina que llevaba á bordo, y navegaba con la seguridad propia de un hombre que sabe debe en- contrar lo que busca. El Diario descubierto por Muñoz en los archivos del Duque del Infantado es buena prueba de ello.

Hay una circunstancia notabilísima que merece ser examinada con los datos proporcionados en el texto, copia de puño y letra del Obispo de Chiapa: tres días después que Colón creyó haber observado por primera vez la declinación de la aguja imantada, el 13 de Sep- tiembre de 1492, el estado del cielo, las masas de fuco

mino esta larga disertación numérica haciendo observar que si Toscanelli tomó la descripción de Quisai (Kinsai) de Marco Polo (lib. ii , cap. 68), encontró el circuito de los muros va- luado solamente en 100 U chinos, j que estos 100 li, llamados millas chinas en los manuscritos del viajero veneciano, los tra- dujo vagamente por 35 leguas, ignorando que 192 li forman un. grado ecuatorial.

115 ALEJANbnO DE HÜMBOLDT.

flotante j otras circunstancias le hicieron creer que encontraba cerca de alguna isla, pero no de tierra firme, (íporque la tierra Jirme^ dice el Almirante, hago más ade- lantey) (1). El 19 de Septiembre continuaban las seña- les de proximidad de tierra, y lloviznaba sin viento. El Almirante no quiso apartarse de su camino para buscar esta tierra. Estaba seguro de que por las partes del Norte y del Sud había islas, y en efecto las había, na- vegando por medio de ellas, porque su voluntad era ir primero á la India con tiempo tan favorable, y «á la vuelta se vería todo placiendo á Dios». Son sus paj labras.

En la mañana del 20 de Septiembre vinieron á cantar en lo alto de los mástiles pajarillos que viven en tierra, y se fueron á la caída de la tarde (2). El martes 25 de

(1) Digo en el texto: tres días después que Colón creyó ha- ber observado por primera vez la declinación magnética, porque Peregrini había observado ya esta declinación en Europa en 1269.

(2) Este suceso es extraordinario, y lo refiere el Diario con una ingenuidad que no deja lugar á duda. El barco se encon- traba entonces en medio del Océano Atlántico, á 290 leguas ma- rinas (de 20 al grado) de distancia de la tierra más próxima, la isla de Flores, y los pájaros cantores no habían sido arrastrados por las tormentas. En su segundo viaje, el 24 de Octubre de 149.% vio Colón golondrinas cuando su punto de estima le- situaba á 340 leguas al ONO. de las islas del Cabo Verde. ( Vida del Almirante, pág. 43). Comparando Navarrete los pun- tos de estima tomados, los rumbos y las distancias, cree que desde el 19 al 22 de Septiembre, época en que Bl Almirante ob- servó tantas seiíales de proximidad de tierra, se aproximaba á las rompientes que los marinos españoles aseguran haber des- cubierto hacia el gran banco de fuco ó algas flotantes el año de 1802,

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Septiembre fué el Almirante á la carabela Pinta para hablar con Martín Alonso Pinzón sobre una carta que le había enviado tres días antes, y en la cual parece que el Almirante había pintado algunas islas en este mar. Martín Alonso decía que estaban próximos á estas islas, y asi parecía al Almirante, añadiendo que la causa de no encontrar las islas debía ser la corriente, que llevaba los barcos á Nordeste y que no habían andado tanto (al Oeste) como los pilotos decían. Por consecuencia, el Al- mirante, al volver á su carabela, quiso que se le enviase la carta marina, lo cual se hizo por medio de una cuerda, y «comenzó :i cartear en ella con su piloto y marineros, hasta que, al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de su navio, y con mucha alegría llamó al Almi- rante pidie'ndole albricias que veía tierra.» Lo que no resultó cierto.

El 3 de Octubre, dice el Almirante en su Diario «que no se quiso det^iner, barloventeando la semana pasada y estos días que había tantas señales de tierra, aunque tenía noticia de ciertas islas en aquella comarca, por no

El teniente de navio D. Manuel Moreno, que acompañó á Churruca en su expedición cronométrica en las Antillas, sitúa estas rompientes en la latitud 28" O' longitud, 43° 22' al Occi- dente de París. En la noche del 21 de Septiembre, Colón se en- contraba, pues, á cuatro millas marinas al NE. de este peligro que hubiese podido retardar el descubrimiento del Nuevo Mundo hasta el 22 de Abril de 1500, día en que Pedro Alvarez <^abral, en su viaje á la India, fué llevado por las corrientes á las costas del Brasil. No encuentro estas rompientes en los ma- pas ingleses recién publicados, y su existencia merece ser com- probada, tanto á causa de la seguridad de la navegación, como por el interés histórico que inspira.

118 ALEJANDRO DE HÜMCOLDT.

se detener, pues su fin era pasar á las Indias, y si se^ detuviera, dice él que no fuera buen seso.D

Finalmente, el 6 de Octubre, seis antes del gran día del descubrimiento de Guanahaní (viernes 12 de Octu- bre), «Martín Alonso Pinzón dijo que sería bien nave- gar á la cuarta del Oeste, á la parte de Sudueste; y al Almirante pareció que no decía esto Martín Alonso por la isla de Cipango, y el Almirante vía que si la erraban que no pudieran tan presto tomar tierra, y que era mejor una vez ir á la tierra firme, y después (al retorno) á la& islas» (1).

(1) Navaerete, t. I, páginas 9, 11, 13, 16 y 17. Dice así literalmente, conservando la irregularidad de las frases, por la costumbre de Las Casas de embrollar el estilo de Colón copianda aceces sus palabras y extractando otras el texto. El pasaje re- lativo á Cipango paréceme ininteligible tal como lo escribe (((Esta noche dijo Martín Alonso que serla bien navegar á la parte del Sudueste : y al Almirante pareció que no decía esta Martin Alonso por la isla de Cipango, y el Almirante via que si la erraban que- no pudieran tan presto tomar tierra»), si na se cambia la puntuación y se pone un punto entre las palabras no y decía.

Examinando en el Diario de Colón los días en que Oviedo y Herrera señalan grandes indicios de motín en las tripulaciones, sorprende no encontrar rastros de estos sucesos. Como á los his- toriadores gustan los efectos dramáticos que resultan de la opo- sición de los caracteres, han creído engrandecer al marino ge- novés exagerando los peligros á que sucesivamente le exponían la malicia, el miedo ó la ignorancia de sus marineros. Olvídase que los marinos españoles, especialmente los catalanes, los vas- cos y los andaluces de Palos, desde hacía siglo y medio frecuen- taban las costas de Guinea y de Escocia; que la vista de una erupción en el Pico de Tenerife no podía dar esjyanto, como pre- tende Fernando Colón, á hombres habituados á visitar las Ca- narias, Ñapóles y Mesina. (Navaerete, t. iii, páginas 605

DESCUBRIMIENTO PE AMÉRICA. 119

Comprendo perfectamente por qué entonces inquie- taba á Colón y á Pinzón no ver la isla de Cipango (Zi- pangri, de Marco Polo), porque Colón había anunciado que era la primera tierra que encontrarían á 750 leguas

y G07); y que la travesía del Golfo de la» Damas, favorecida por el tiempo más bonancible y un mar generalmente tranquilo, no podía consternar por modo tan extravagante á hombres aveza- dos al mar. Entre el 22 y el 26 de Septiembre los compañeros de Colón, según testimonio de su hijo y de Herrera ( Vida del Almirante, cap. 19; Herrera, dec. i, lib. i, cap. 10), querían arrojar al mar á su capitán mientras estuviese etnbehido en el estudio de las estrellas. En el Diario no se pinta el descontento con tan yívos colores; dice únicamente Colón que el viento contrario ONO. que sopló el 22 de Septiembre, «mucho me fué necesario, ^oxq^xxq mi gente andaba muy estimulados, que pen- saba que no ventaban estos mares vientos para volver á Es- paña».

El 23 de Septiembre dice : «Y como la mar estuviese mansa y llana, murmuraba la gente, diciendo : que pues por allí no había mar grande, que nunca ventaría para volver á España.»

El cuento de Oviedo, sobre los tres días que concedieron á Co- lón para continuar avanzando hacia el Oeste, copiado por todos los biógrafos y poetas modernos, ya lo ha refutado Muñoz (lib. III, § 7). D. Fernando Colón, que quería tan mal á Alonso Pinzón, como Las Casas á D. Fernando, no refiere el hecho men- cionado, y se limita á decir «que la gente estuvo para amoti- narse , perseverando en las momuraciones y conjuraciones» ( Vida del Almirante, cap. 20). Además, el día 7 de Octubre el único suceso apuntado en el Diario es un cambio de ruta. Desde el 30 de Septiembre había seguido el Almirante el camino di- rectamente hacia el Oeste en una extensión de 250 leguas ma- rinas, siguiendo el paralelo de 25 grados y medio; el 7 de Octu- bre (en la mañana siguiente á la conferencia con Martín Alonso Pinzón sobre la proximidad de Cipango) en la Niña creyeron ver tierra. Al ponerse el sol se reconoció que no era verdad; pero como las bandadas de aves dirigíanse al SO., «sin duda para dormir en tierra, el Almirante, siguiendo la experiencia

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al Oeste de Canarias, según lo refiere su hijo Fernando. El Diario original dice que hasta el 1.° de Octubre ha- bían andado 707 leguas, no desde el Puerto de Palos, sino desde la Gomera, ó en general las Canarias, según la explicación del Almirante relativa á la distancia en que se encontraba el 19 de Septiembre. Ahora bien; del 1.^ al 6 de Octubre, el camino andado al Oeste era, adicionando los datos parciales, de 259 leguas. El 6 de Octubre creíase Colón, por tanto, á 966 leguas de dis- tancia, (5 sean 216 más allá del punto en que calculaba la situación de Cipango,

He reunido todos los pasajes relativos á la carta ma- rina que parece haber guiado á Colón antes de llegar á

de los portugueses que habían descubierto la mayoría de las islas que poseen (las Azores?), siguiendo el vuelo de las aves, permitió abandonar la ruta hacia el Oeste, y dirigirse al OSO. con el propósito de continuar en esta dirección durante dos días. No se habla ni uña palabra de revuelta ni sublevación: la frase, acordó dejar el camino del Oueste^ es la única que parece indicar que Colón cedió á las instancias. Esta nueva dirección le fué provechosa. Por lo demás, sin que pueda sospecharse mo- tivo alguno que le obhgara á ello, el Almirante había ya cam- biado el rumbo de igual manera el 24 de Septiembre. Después de haber seguido escrupulosamente el paralelo de Gomera (la- titud 28 grados) durante 390 leguas marinas, gobernó de pronto al SO. para segair el paralelo de 25 grados y medio. El 8 de Oc- tubre, que debía ser el día tan peligroso por la sedición, según Oviedo, está señalado en el Diario de Colón como día muy fa- vorable para el progreso de la navegación. «La mar, dice el Al- mirante, está como el río de Sevilla, gracias á Dios; los aires muy dulces, como en Abril en Sevilla, que es placer estar en ellos, tan olorosos son.» Estas líneas escritas bajo la impresión de aquellos momentos no anuncian ciertamente los terrores de un espíritu alarmado.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 121

la isla de Guanahaní. Más adelante, el 14 de Noviembre de 1492, menciona el diario, con ocasión de los cabos ó islotes que bordean la costa Nordeste de Cuba, «las is- las innumerables que en los mapamundos al fin del Oriente se ponen. »-

ün historiador muy juicioso, M. Sprengel, traductor de la obra de Muñoz, no titubea en suponer que Colón se guiaba por la misma carta de ruta que le envió Tosca- nelli en 1474. Indudablemente, esta carta se consideraba importantísima, porque los manuscritos dejados por Las Casas dicen (lib. i,cap.xn de la Historia de las Indias) que este prelado, á la edad de ochenta y cinco años, época en que terminó la citada Historia, aun poseía tau notable monumento, «la carta de marear que Toscanelli envió á Colón». Ahora bien; una carta marina conser- vada cincuenta y tres años después de la muerte de su autor, con mayor motivo debía encontrarse en 1492 á bordo de la carabela (capitana) Santa María. Observe- mos, sin embargo, que la que Colón envió el 25 de Septiembre á la carabela Pinta estaba pintada (dibu- jada) por sus propias manos. Las Casas dice claramente en el extracto que poseemos del Diario: «donde según parece tenía pintadas el Almirante ciertas islas.»

La correspondencia con Toscanelli precedió en diez y ocho años á la grande época del descubrimiento del nuevo continente, y Colón aprovechó, sin duda, este intervalo para procurarse otros materiales. Seguramente no llegó á ver, como pronto probaremos, el mapamundi de Martín Behaim, pero pudo estudiar en los de Jacobo de Giroldis, de Andrés Bianco ó de Grazioso Benin- casa.

Cuando por primera vez escribió á Toscanelli, fundaba

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SU razonamiento en una esférula que envió á maestro Paulo, según dice su hijo D. Fernando. Es probable que después, y sobre todo cuando la famosa disputa con los profesores de Salamanca, empleara esferas y mapas como argumentos en favor de su proyecto de navegación hacia el Oeste. Lo que él defendía era su sistema y no el de Toscanelli, y por grande que haya sido la influencia de los consejos y de la carta del astrónomo florentino en el ánimo de Colón, sería fiar demasiado en la humildad y abnegación del genio creador, suponer que el Almirante explicó á los sabios de Salamanca, ó durante el viaje, á Martín Alonso Pinzón , la dirección de la travesía hacia la India valiéndose de una carta ó mapa de Toscanelli.

Aficionado Colón á los trabajos gráficos, dibujaría él mismo, con los datos de Toscanelli y otros materiales, una carta marina representando esa tercera parte de la superficie del globo que permanecía desconocida desde las costas de Portugal y de la Mina hasta las costas orientales y australes del Asia.

Muñoz insiste (lib. ii, § 17) en que Colón supo la existencia de la Antilia por la carta y el mapa de Tos- canelli; pero creo poder afirmar que en ningún escrito del Almirante, ni aun de su hijo D. Fernando, se en- cuentra el nombre de Antilia, que ya era conocido en el siglo XIV, ni el de Antillas que , especialmente desde el reinado de Carlos V, se dio al archipiélago tropical de América (1).

(1) Sin embargo, en el Diario de la primera navegación (jueves 9 de Agosto de 1492) habla Colón de estas islas que, pa- recidas á las ilusiones del esj^ejismo, se creía ver todos los años al Oeste de las Azores, de las Canarias j de Madera. En su carta

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 123

Colón conservó la costumbre de llamar á las Pequeñas Antillas «islas Caribes», 6 las primeras islas de las In- dias (1). Además, el camino que s'guió en 1492 no es el que Toscanelli trazó en su carta y que parecía seguir

al papa Alejandro VI (Febrero de 1502) no da el nombre de Antillas á ningún grupo de las 1.400 islas que se vanagloria, no sin alguna exageración, haber descubierto. (Na varéete, Do- cumentos dipl., 1. 1, pág. 5; t. II, pág. 280). Ño fué, pues, Cris- tóbal Colón quien introdujo el nombre de Antillas en la geo- grafía moderna. En su sistema Haití (la Española) era Ophir 6 Cipango. «Les había dicho muchas veces, dice su hijo, que no esperaba ver tierra hasta haber navegado 750 leguas hacia el Occidente de Canarias, en cuyo término había también dicho que hallaría la Española, llamada entonces Cipango» {Vida del Alnt., cap. 20). La primera aplicación del nombre Antilice insulcs á las islas de América, es un rasgo de erudición de Pedro Mártir de Anghiera. Volvió Cristóbal Colón de su primer viaje el 15 de Marzo de 1493, y en la primera década de la Oceánica, dedicada al cardenal Ascanio Sforza en Noviembre de 1493, encuentro ya : «In Hispaniola Ophiram Insulam sese reperise refert (Colunus), sed cosmographicorum tractu dili-

genter considérate, Antilise Ínsulas illse et adjacentes ali33 ))

Dec, I, lib. I, pág, 1. Posteriormente Vespucci en su pretendida segunda navegación de 1499, llama Antiglia «la isla que Colón ha descubierto pocos años há», es decir, Haití. En el siglo xvi, las islas Caribes, al SE. de Puerto Rico (Borrinquen), tenían en los cuadros de posiciones geográficas que se procuraba añadir á los tratados de geografía la denominación de Antiglia insul(e. Uno de los ejemplos más antiguos que conozzo de estos cuadros de posiciones está en una obra de Juan Schoner {Opusculum geogr. ex diversorum líbris et cartis collectum), publicado en .1533. Véanse los curiosos capítulos (sect. Ii, capítulos 20 y 21) De regionihus extra Ptolonueum deque insulis circa Asiam et Indiam et novas regiones hvjus tertice orhis partís.

(1) Relación de 1504. (Navarrete, t. i,, pág. 282; Vida del Alm., cap, 100.)

124 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

el paralelo de Lisboa («tomando el camino derecho á Poniente»), aunque la diferencia de latitud entre Lisboa y Quinsai (Hangtheufu) sea casi de nueve grados, y de que Toscanelli, al principio de la misma carta, hable también, aunque vagamente, de la distancia que en este camino «podríase apartar del polo Ártico hacia la línea equinoccial». Colón determinó, sin duda por las hipótesis de la posición de Cipango, seguir una dirección más me- ridional. Durante más de la mitad del camino siguió el paralelo de la Gomera, con tanta mayor constancia, cuanto que, como dice ingenuamente su hijo, temía per- der su autoridad si, cambiando de rumbo, pareciera no saber dónde iba.

Esta ruta, muy distinta de la que los marinos toman hoy para ir á las Antillas, condujo á Colón directamente al través del gran banco de fucus , que se extiende al Oeste del meridiano de Corvo, desde los 19 á los 22 grados de latitud; y á pesar de dos desviaciones de la ruta hacia el Sudoeste (el 24 de Septiembre y el 8 de Octubre), Colón se creía en el paralelo (1) de la isla de Hierro (latitud 27° 45') cuando el descubrimiento de Guanahaní.

No discutiré aquí la existencia de otra carta que de- bió haber guiado al Almirante, y que su contemporáneo

(1) «Los hombres de esta isla tienen los cabellos no crespos," salvo corredíos y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza m.uy ancha, más que otra generación que fasta aqui haya visto, y los ojos muy fermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios, ni se debe esperar otra cosa, pues está deste oueste con la isla del Hierro en Canarias so una línea.» (En el mismo paralelo.) {Diario de Colón en 13 de Octubre de 1492.)

DESCUBRIMIKNTO DE AMÉRICA. 125

Gonzalo Fernández de Oviedo (1) atribuye á un ma- rino portugués (Vicente Díaz, de la villa de Tabira), su- poniendo que este marino, al volver de la costa de Gui- nea, encontró una tierra al Oeste de Madera. Este cuento de Oviedo, relacionado con las pretendidas tenta- tivas de los hermanos Lucas y Francisco de Cazzana, no merece atención (2).

(1) Oviedo, Ilist. nat. y gen. de las Indias, cap. 3.

(2) Barcia, pág. 7, a; Herrera, 1. 1, pág. 4.

VI.

Cristóbal Colón y Martin Behaim.

En todas las épocas de avanzada civilización ha ocu- rrido á los descubrimientos geográficos lo mismo que á las invenciones en las artes y á las grandes inspiracio- nes en literatura y en las ciencias , por medio de las cua- les intenta el espíritu humano abrirse nuevos caminos; al principio se niega el descubrimiento ó la exactitud del invento, después su importancia, y, últimamente, su originalidad. Estos tres grados de duda alivian, por lo menos durante algún tiempo, las penas que la envidia ocasiona. Tal costumbre, cuyo motivo es casi siempre menos filosófico que las discusiones á que sirve de ori- gen , data de mucho antes de la fundación de aquella Academia de Italia que dudaba de todo menos de sus propios acuerdos (1).

«Cuando Colón prometió un nuevo hemisferio, dice el ilustre autor del Estudio sobre las costumbres y el genio de las naciones, decíasele que este hemisferio no podía existir, y, cuando lo descubrió, se pretendía que era ya conocido de largo tiempo atrás.»

(1) Academia dei Dubhiosi, anteiior á la de los Stahili y de los Gelosi.

DESCUBRIMIENTO DE AMÍBICA. 127

He procurado precisar el grado de importancia que debe atribuirse á las relaciones de Toscanelli con Colón en una época en que éste había adquirido ya por mismo la convicción del éxito de su empresa. Toscanelli proporcionó nuevos datos, que, por ser numéricos, eran más seguros y preciosos para meditaciones de esta ín- dole; fué, como dice D. Fernando Colón, la causa más poderosa del ánimo con que el Almirante se lanzó á la inmensidad de un mar desconocido , y, cosa extraña , la posteridad casi ha olvidado (1) esta influencia del geó- metra florentino, obstinándose durante largo tiempo en colocar al lado de Cristóbal Colón otro personaje, mere- cedor sin duda de la mayor consideración como geógrafo, como viajero y como marino, pero que verosímilmente dirigió todas sus miras al camino de la India rodeando la extremidad de África.

Se ha dicho que Martín Behaim ó Beheim había des- cubierto el archipiélago de las Azores y revelado á Colón, no sólo el camino hacia el Asia oriental , sino también la existencia de un nuevo continente; y que señaló en un globo el estrecho á que dio su nombre Magallanes, por lo que con más justicia se le debía llamar (2) Fretum Bohemicum , como América entera Behaimia y hasta Bo hernia occidental.

' (1) El historiador Herrera no conoció el nombre de Tosca- nelli, ni tampoco el sabio autor del Commerce and Navigation of tJie Ancients, M. Vincent, que en su Dissertation sur les Seres (t. II, págs. 613-618) discute con gran sagacidad las dife- rentes causas de la empresa de Colón.

(2) Wagenseil, Sacra ].arentalia B. Georgia Frid. Be. haimo dicata, pág. 16. Postel dice ya terminantemente en la página 22 de su Cosmografía: «Ad 54 grad. (lat. mer.) ubi est Martini Boliemi fretum á Magaglianeso alias nuncupatum.»

128 ALEJANDRO DE HDMIiOLDT.

Cuanto más misterioso aparece este hombre en su ori- gen, más se le quiere engrandecer. Se le supone unas veces noble portugués, otras bohemio de raza slava^ nacido en la isla de Fayal (1) (en el grupo de las Azo- res), otras ciudadano de Nuremberg. Encuéntrasele en Venecia, en Amberes y en Viena, ocupado durante más de veinte años en el comercio de paños; construyendo en Lisboa un astrolabio que llegó á ser de grande impor- tancia para los marinos ; viajando con Diego Cam por las costas de África hasta más allá del Ecuador, y tra- yendo la malagueta (2) (una de las especias más esti-

(1) «Y cuanto más se extienda la parte oriental de la India al Oriente hacia las islas del cabo Verde, más fácil será llegar á ella en pocos días: esta opinión se la confirmó á Colón su amigo Martin de Bohemia, 2>ortugiiés, natural de la isla de Fayal, gran cosmógrafo)) (Herreba, déc. i, lib. I, cap. 2). Sorprende que Robertson {llist. ofAvier., lili, t. II, pág. 434), á pesar de las luminosas disertaciones de un profesor de Gottin- ga, M. TozEN, publicadas en 1761 {Der n-ahre und erite Ent" declier deruen Welt gegcn die nngegründeten Ansprüolie von Vesjjucci und Beahim,, págs. 87, 113), y la obra aun más anti- gua de DOPPELMAYR {llist. Naclir. von Niirnberger Matliem, nnd JCünstlern, pág. 30), haya caído enei mismo error de creer portugués á Martín Behaim. El titulo de gran cosmógrafo que le da Herrera prueba que no le confundía con el canónigo por- tugués Martínez, encargado por su Gobierno de la correspon- dencia con Toscanelli sobre el camino más coito para ir á laa Indias.

(2) Es la semilla del Amomum Granum Paradisi de Afze- lius, objeto de muy importante comercio (sobre todo para la ciudad de Amberes) antes de la expedición de Gama. Esta se- milla de una Drymirhisea, poco conocida hasta hoy, llegaba entonces á las costas septentrionales de Berbería por medio de las caravanas de Guinea que atravesaban el desierto de Sahara. La malagueta rivalizaba con la verdadera pimienta {Piper ni-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 129

J

madas) del país que la produce. Se le halla en Nurem- berg, en la Zistelgasse, en casa de su primo el senador Miguel Behaim, terminando en 1492 el globo que quiere dejar como recuerdo «á su cara patria antes de partir

grum et Piper longum) que Dioscórides conocía ya (capí- tulo 189) con el nombre indio TceTcepi (del sánscrito pippali), que Edrisi describe {Geogr. JVub., 1619, pág. 61) con nota- ble exactitud, y que por su largo transporte á través del Asia se encarecía mucho en los mercados de Italia.

Como las producciones vegetales análogas y que se reempla- zan mutuamente en el comercio toman siempre el mismo nom- bre, el de malagueta, tan célebre en el siglo XV, y que nuestros farmacéuticos han transformado en meleguetta, maniguette y cardamonum piperatum , paréceme que se deriva de la palabra ivíáiQ. pimiento, tal y como se usa en la lengua de Sumatra. En- cuentro en la Cosmografía de Sebastian Míjnstee (edición de 1550, pág. 1.093): alingua patria Sumatrenses piper, molaga dicunt.» El sabio autor de la Materia médica of Jlindoostan , M. Ainslie, da también (edición de Madras, 1813, pág. 34) al Piper nigrum en tamul la denominación de meUaglioo. En sánscrito, mallaja y maricha son sinónimos de pippali; la primera palabra designa, según Wilson, más especialmente el Piper nigrum, la segunda el Piper longum. Creo que el nom- bre de Molucas {las Malucos) se deriva de Molaga ó Mallaja, nombre de la pimienta.

El gran mérito «de haber llegado hasta las regiones de África donde se cría la planta de la malaguetta)), ha sido negado á Behaim y á Diego Cam y atribuido á Alfonso de Aveiro (Sprengel, Gesch. der geogr. Entd., págs. 376, 386), Pero Aveiro llegó al reino de Benin en 1486, dos años después de la expedición de Cam (Barros, dec. i, lib. 3, cap. 3, pág.. 178, edición de Lisboa, 1778; Na v arrete, t. i, páginas xxxix y XL. Examinando las notas que Martín Behaim añadió á su globo al lado de las tierras cuyas costas delineó, encuentro que distingue los granos del paraíso, la verdadera pimienta y la canela. «La primera de estas especias (Paradieskorner) se cría en el reino de Gambia; la segunda en el Fúrfur, á 1.200 leguas

130 ALEJANDBO DE HDMBOLDT.

para el lugar donde tiene su casa á 700 millas de Ale- mania», mientras Colón emprende su primera expedi- ción; está en las Azores en casa de su suegro el caba- llero lobst con Hürter, mientras Vasco de Gama descubre el camino á las Indias, rodeando la parte meridional de África.

Nació probablemente el mismo año que Cristóbal Co- lón, y muere en Lisboa (según las investigaciones de Mr. de Murr), en el mismo mes que el descubridor de América, cuya gloria jamás quiso empañar. Su muerte precedió en cerca de dos años al descubrimiento del mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa, y en trece años á la expedición de Magallanes, á quien debió confiar «el secreto del estrecho».

Vida tan extraordinaria y constantemente agitada, la

de distancia de Portugal; la tercera á 2.300 leguas, desde donde regresamos para volver al lado de nuestro Key, después de diez y nueve meses de ausencia.» Por tanto, en 1485 da Behaim en el mismo globo preciosas nociones acerca del transporte de las es- pecias de Java y de Ceylan (Sellan) á Venecia y á Francfort, nociones debidas en parte á maese (mister) Bartoloméi, floren- tino, que refirió en Venecia al pap^ Eugenio IV lo que durante veinticuatro años (hasta 1424) había visto en Oriente (Murr., Dipl. Gescli , páginas 25 y 36). Véase, pues, 'de nuevo á este papa Eugenio '^IV, que Toscanelli cita en su primera carta á Colón y que llegó al Pontificado en 1431, en relaciones con los viajeros de Asia Finalmente, recuerdo también que Cristóbal Colón llama á toda la costa de Guinea Costa de Maneguctta (costa del grano del paraíso), cerca de la cual vio «algunas si- renas, aunque no eran tan semejantes á las mujeres como las pintan» {Vida del Alm., cap. iv). Hoy se da este nombre es- pecialmente á la costa situada en dirección del NO. al SE., entre el cabo Mesurado y el cabo Palma, de 6o 26' á 3' de latitud boreal.

TESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 131

gran fama de cosmógiafo de un hombre que fija su do- micilio durante diez y seis años en la isla de Fayal, á la extremidad occidental del mundo conocido , debía prestar- se , aun en los tiempos en que comenzaba á imperar una sana crítica histórica, á conjeturas ó hipótesis especiosas. El ardimiento con que un profesor de Altorf, Cristó-

bal Wagenseil , había atribuido á Behaim el descubri- miento de América, excitó el intere's patriótico de Leib- nitz , según se ve en un párrafo de una carta suya á Tomás Burnet, del año 1697. Los trabajos de Fede- rico Stuven (1) (en Giessen), de Doppelmayr y de Mr. Otto (2), han obedecido á las mismas ilusiones, y puede creerse que las disertaciones juiciosas de Tozen(3),

«profesor de Goettinga, del conde Rínaldo Carli (4), de

Mr. de Murr (5), compatriota déla respetable familia de

(1) Diss- de vero Noví Orhts inventor e. Francfort, 1714.

(2) Trans. of the Avicr. Phil. soc. Iield. at PMladelpMa t. ii (1786), pág. 120. La Noticia histórica, de Doppelmayr, sohre los matemáticos y los artistas de Nuremherg, contiene precio-

. sos detalles acerca de la vida de Behaim y del primer grabado del globo conservado en la familia del cosmógrafo; mientras la Disertación de Stüven, y sobre todo la Memoria de Mr. Otto, prueban profunda ignorancia de la geografía del siglo XV.

(3) Der wliar und erste Entdecker der neuen Welt, Christohp Colón, Gott, 1761. Pero antes de Tozen, el autor de una exce- lente historia de rortugal, M. Gebauer, había refutado ya á Stüven (Fort. Gesch., t. i, pág. 121). Compárese también al sabio bibliógrafo Francisco Cancellieri. Notizie di Colomho di Ouccaro, Roma, 1809, pág. 39.

(4) Opusculi scelti di Milano, t. xv, pág. 72.

: (5) Dip. Gescli. des Portug. herükmten. Pitters Martin,

. Sehaim; dos ediciones, la primera de 1778, la segunda de 1801.

De las obras relativas á Behaim, que acabo de citar, sólo esta

última ha sido traducida al francés y por un traductor habilí- simo, M, Jansen.

132 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

los Behaim, aun florecient3 en Nurémbeig, habrían sida suficientes para refutar cargos tan vagos contra Colón y Magallanes. Pero han aparecido posteriormente las mismas dudas en obras que son, por otra parte, muy dignas de estimación.

Creo, pues, que aislando menos los hechos que pre- senta la biografía del cosmógrafo, suficientemente des- enredada hoy de la serie de descubrimientos de los españoles y de los portugueses en el mismo período , se puede llegar á algunas consideraciones más satisfacto- rias que las presentadas hasta ahora.

No ha sido por causa de la analogía de los sonidos el llamar á Behaim Martín de Bohemia en el Diario de Navegación de Pigafetta y en las Décadas de Barros, La familia del cosmógrafo pretende descender de la an- tigua familia bohemia de Schwarzbach , en el círculo de Pilsen. He visto que el magistrado de la ciudad libre de Nuremberg, en una carta al rey D. Manuel de Portugal (del 7 de Junio de 1518), usa indistintamente los nom- bres de Martinus Behaim y de Martinus Bohemus. Tam- bién advierto que el cosmógrafo , al firmar una carta de Amberes (del 11 de Marzo de 1494), Martein Beheim^ quiere que sus parientes le escriban á las islas Flamen- cas (Azores), con las señas Domino M. Boheimo militi. 1^0 cometen, pues, error ni Pigafetta ni Barros con- fundiendo uii nombre de país con otro de familia (1).

(1) En una época en que la geografía se estudiaba en Fran- cia con menos celo que en la actualidad, el inventor de una bomba pneumática, Otton de Gericlie, que frecuentemente fir- maba Cónsul Magdehurgensis y publicaba sus Experimenta MagdeMirgica, fué citado con el nombre de Señor Magde- burgo.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 133

Los parientes y los contemporáneos del hombre célebre hablan en el primer documento que acabo de citar «de Bohemorum (1) familia in civitate Nurinbergensi ultra ducentos (2) annos perdurante.»

Es también probable que el nombre de Behaim ó Be- heim, que esta familia ilustre empleaba indiferentemente á fines del siglo xv, sea sólo una designación étnica {aus Boheim 6 Bóhem , natural de Bohemia), como los nom- bres tan comunes en Alemania de Schwabe , de Sachs y de Preuss.

Resulta del conjunto de estos hechos, minuciosa- mente expuestos, ser verosímil que nuestro gran cosmó- grafo dio ocasión por mismo á la costumbre seguida en Portugal y en España de llamarle Martín de Bohe- mia. Herrera, añadiendo á su nombre el elogio de cos- mógrafo de gran opinión , le llama dos veces (3) portur

(1) Eh una de las inscripciones puestas en memoria de Behaim («Miles auratusqui Africanos Mauros fortiter debella- vit et ultra finem orbis térras uxoravit») hablase también de su esposa (Martini Bohemi uxor), hija del gobernador de las Azores ó Catlierides por Cassiterides; es una falsa erudición copiada del globo de Behaim.

(2) La primera traducción alemana de la Biblia, que quedó manuscrita y conservada en la biblioteca Paulina de Leipzig, fué hecha en 1343 por Mathias Behaim, y en 1421 Miguel Be- haim de Weinsberg estaba reputado como uno de los más céle- bres poetas del ciclo de los Meistersanger.

(3) Déc. I, lib. I, cap. 2. Déc. ii, lib, ii, cap. 19. El se- gundo párrafo está copiado del Diario italiano de Pigafetta, donde se encuentra la expresión ({3íartino di Boemia, uomo eccellentissinio)), sin añadir nacido en Fayal. Este diario, del cual dio Ramusio un extracto, ha sido publicado por N. Amo- retti con el título de Primo viaggio intorno al globo terrac- queo en 1800, según el manuscrito conservado en la biolioteca

134 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

gués nacido en la isla de Fayal. No debe sorprender este error, considerando que Behaim estuvo al servicio del Tlej de Portugal en una célebre expedición marítima á las costas de África; que en 1485 fue' nombrado caba- llero de ]a Orden de Cristo, y que en unión de los dos médicos del rey D. Juan II, «maese Rodrigo y el judío maese Josef, se le nombró miembro de una Junta de Mathematicos encargada de indicar el medio de navegar con arreglo á la altura del sol (1), y que pasó más de veinte años de su vida en Lisboa ó en una colonia por- tuguesa, en la factoría flamenca de Fayal».

Cristóbal Colón y Martín Behaim, tan próximos en- las épocas de su nacimiento y de su muerte , presentan en su vida privada otra identidad de situación que con- tribuyó singularmente al desarrollo de sus aficiones á los descubrimientos geográficos. Uno y otro entraron por casamiento en familias que poseían por herencia el gobierno de islas consideradas entonces, aunque por error, como nuevamente descubiertas y situadas en los confines del mundo conocido, en ú-Mare tenehrosum de los geógrafos árabes ultra quod nemo scit quid continea- tur (2).

Ambrosiana. Pero la compilación de Herrera es mucho máa completa, sobre todo en lo que se refiere á la astronomía (véase, por ejemplo, el cálculo de las diferencias de altura de la luna y. de Júpiter, observados el 17 de^Diciembre de 1519. (Herrera, Déc. II, lib. IV, cap. 10). El historiador español, no sólo ha to- mado datos en Castañeda, Barros y Antonio Pigafetta, sino también en otros documentos manuscritos que desconocemos.

(1) Barros, Asia, Déc. i, lib. 4, cap. 2.

(2) Edrisi, pág. 147. En la Vida do Infante B. Hcnrique, por el padre Freiré (Lisboa, 1758, pág. 335), Hürter es llama- do Jor^^e ííí? Utra. Barros escribe Jos Dutra (Dec. i, lib. m,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 135

E) suegro de Colón, Bartolomé Muñiz Perestrello, tuvo en Porto Santo la misma posición política que lobst (Jodocus) de Hürter, señor de Murkirchen (Moer- kerken) y Harbrck (en Flandes), suegro de. Martín Be- haim, tenía en Fayal. Cristóbal Colón vivió algún tiempo en las posesiones de su esposa D/ Felipa Muñiz Peres- trello en Porto Santo, donde nació su hijo Diego Colón; de igual manera Behaim habitó con su esposa Juana de Macedo en Fayal, donde e'sta dio á luz un hijo que, poco despue's de la muerte de su padre, fué preso á causa de un homicidio involuntario.

Discútese si estos dos hombres célebres (y la celebri- dad de Behaim precedió sólo en doce años á la de Co- lón) se vieron en las islas Azores, y si Behaim dio á Co- lón las noticias de troncos de pinos , cadáveres y hasta canoas cubiertas de pieles y llenas de hombres de raza desconocida que las corrientes y los vientos habían lle- vado á las costas de Fayal, de la Graciosa y de Flores; noticias que, unidas á las que el Almirante adquirió en Porto Santo, le alentaron en sus esperanzas de grandes descubrimientos.

Cierto es que su hijo D. Fernando dice {Vida del Al- mirante, cap. viii): «Los moradores de las Azores le

capítulo 11). Por una permutación de consonantes igualmente viciosa, los escritores de la conquüta llaman al guerrero Felipe de Huten, célebre por su expedición al Dorado, de la que di un comentario geográfico en la Relajón de mi viaje (t. Ii, capí- tulo 33, pág. 454), Felipe de Utcn, JJrre y hasta TJtre. Por esta última transformación, los nombres de doi ilustres fami- lias, los Hürter y Iluten, se transforman en portugués y en es- pañol, casi á su terminación, en el mismo grupo de letras Vtra y TJtre.

136 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

contaron Colón) que cuando soplaba viento de Po- niente »; pero el Almirante podía adquirir estos infor- mes en cualquier puerto de Portugal ó de España, pues sabemos positivamente por la Historia de las Indias , de Las Casas, que en España y en el monasterio de la Rá- bida fué donde conoció Colón el viaje de Pedro de Ye- lasco, natural de Palos, que, partiendo de Fayal y des- pués de navegar al Poniente 150 leguas (lo que debió situarle más allá del borde oriental de la gran banda de fucus) , reconoció la isla de Flores.

Antes del descubrimiento de América sólo estuvo Be- haim en Fayal durante los años 1486 y 1490 , y en este intervalo no salió Colón de España; pero los dos mari- nos vivieron en Lisboa desde 1482 á 1484. En este i\l- timo año fué cuando Behaim partió con Diego ClJam para un largo viaje á África, y Colón, enojado por los desde- nes del Gobierno portugués, fué á Sevilla. El conoci- miento positivo y sincrónico (1) de los hechos puede

(1) Nacimiento de Behaim hacia el año de 1430, probable- mente en 1436) Navarrete cree lo más probable que Colón na- ciera también en este año de 1436). Viajes de Behaim comer- ciando en paños en 1457 á Venecia, desde 1477 á 1479 á Malinas, Amberes y Viena (Ilegiomontanus permaneció en Nuremberg desde 1471 á 1475, y partió en 1475 para Italia, Ya en un viaje anterior, en 1461, había descubierto en Venecia el manuscrito de los seis primeros libros de Diophantes). Permanencia de Behaim en Portugal desde 1480 á 1484. (Colón habitó en la misma na- ción desde 1470 á 1484, á menos que no interrumpieran su es- tancia algunas navegaciones entre 1471 y 1481). Behaim se casa en Fayal en 1486 con la hija del gobernador lobst de fíürter, enviado con una colonia flamenca á Fayal y á Pico á causa de la donación que hizo el rey Alfonso V de Portugal en 1466 de la primera de estas islas á su tía Isabel de Borgoña, madre de

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 137

úfhicamente disipar las dudas que suscita la historia de esta época. No negaré que Colón haya tocado anterior- mente en Fayal, porque se ignoran las fechas de sus ex- pediciones lejanas á Tyle (Islandia?), á San Jorge de la

Carlos el Temerario. (En el globo de Behaim contienen un error estas palabras: «La isla ha sido dada en 1466 por el Rey de Por- tugal á su hermana madama Isabel, duquesa de Borgoña.» (El rey hermano de Isabel era Eduardo, muerto en 1438). Perma- nencia de Behaim en Fayal desde 1486 á 1490; en Nuremberg desde 1491 á 1493; en Flandes y en Francia en 1494; de nuevo en Fayal desde 1494 á 1506. Vuelve á Lisboa y muere el 29 de Julio de 1506, según opinión de M. de Murr. (Muerte de Colón en Valladolid el 20 de M^yo de 15í36.)

La fecha de la muerte de Martín Bahaim no carece de impor- tancia para el examen de los conocimientos adquiridos en esta época relativamente á la configuración de la América del Sur, y sobre la posibilidad de que el cosmógrafo de Nuremberg haya podido entrever la existencia de un paso del Océano Atlántico al mar del Sur.

Sabemos que el Rey Católico, desde su vuelta de Ñapóles, en 1506 ocupóse de una gran expedición destinada á las Indias * Orientales y al descubrimiento de un estrecho en el continente americano , y que sobre este asunto fué consultado Vespucci (Na VARÉETE, t. II, Cód. dipl., nüm. 160, pág. 317; t. iii, pá- ginas 47 y 294). Dos años después (1508) se verificó la expedi- ción de Solís y de Yáñez Pinzón, en la cual estos intrépidos marinos llegaron hasta cerca del grado 40 de latitud meridio- nal , sin reconocer, no obstante , la desembocadura del Río de la Plata.

Se ve, pues, que el principio del siglo xvi, es decir, en la ve- jez de Behaim, era una época extraordinariamente fértil en proyectos de grandes descubrimientos. Me he ocupado reciente- mente en determinar la fecha de la muerte de nuestro cosmó- grafo, y los datos que á ruego mío ha tomado una persona digna de la mayor confianza en casa del barón Segismundo Federico Carlos de Behaim, jefe actual de la familia y propietario del globo de 1492, no son favorables al cálculo de M.de Murr. Este

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Mina (1) y á la costa de Guinea, ya fueran antes de 1470, ó entre 1470 y 1482. En su Memoria «sobre las cinco zonas habitables», dice positivamente Colón, aunque merezca el dicho poco crédito, « que estuvo en el mes de Febrero de 1477 cien leguas más allá de Tyle, cuya parte austral está á 73 grados de latitud. d En su vida, tan

sabio estimó como prueba decisiva la carta de un primo de Martin Behaim, fechada en 30 de Enero de 1507, que manifiesta deseo de saber «lo que ha sido de la esposa, el hijo y los parien- tes de Martin, dónde están y qué hacen». M. de Murr cree, por tanto, errónea la fecha de 29 de Julio de 1507, indicada en un monumento funerario {Seutum trifoUnum) en la iglesia de Santa Catalina de Nuremberg, j supone que el retrato del cos- mógrafo existente en los archivos de la familia Behaim tiene la fecha de 1506. {Bijfl. Gesch., páginas 117, 127 y 136). Como el monumento funerario fué construido en 1519 á costa de su hijo, parece extraño que se hayan e-iuivocado en la fecha de la inscripción.

Un vandalismo muy común en la época en que vivimos ha destruido todas las inscripciones y todos los monumentos de la iglesia de Santa Catalina, transformada en 1806 en almacén de heno y de leña; pero en la parte superior del gran retrato que se conserva en la casa donde está el globo se lee: Obiit a MDVII^ Lisahonoe, y no 1506 como dice M. de Murr. Además, un álbum genealógico que data de 1732 , pero que contiene la descen- dencia de los Behaim de Scharvarzhach desde 1207 contiene figuradas las armas del caballero Martín Behaim, y una noticia biográfica que termina en alemán con estas palabras : Murió el 29 de Julio de 1507.

(1) «Yo estuve en la fortaleza de San Jorge de la Mina {Vida del Ahn., cap. iv). Lo terminante de la afirmación no deja lugar á duda. Según la crónica de Ruy de Pina, el fortín de Mina ó d'Elmina fué construido en 1481; por consiguiente^ el viaje de Colón á la costa de África no pudo ser anteriora este año.»

DESCÜBRlMfENTO DE AMÉRICA. 139

llena de aventuras, no sería sorprendente que Colón hu- biera tocado en las Azores.

- En cuanto á que Behaim y Colón tuvieran relaciones personales , la cosa es muy probable , aunque no exista ninguna prueba directa. Estos dos hombres célebres se encontraron en Lisboa en los mismos años y ocupados en proyectos náuticos. Los mismos médicos del rey Juan II, maese Rodrigo y el judío maese Josef, que re- cibieron encargo de Diego Ortiz, obispo de Ceuta, de examinar el proyecto de Colón relativo á un viaje á Ci- pango (1), y en general hacia el Oeste, trabajaron con Martín Behaim, según he dicho antes, en la construc- ción de un astrolabio adaptado á la navegación. Parece natural que médicos del Rey á quienes «era costumbre consultar en todos los asuntos de cosmografía» pusieran á Colón en relaciones con Behaim: también Herrera, sin que sepamos en qué otro motivo se funda, dice que Co- lón fué alentado en sus ideas sobre la proximidad del Asia por su amigo Martín de Bohemia. Debo, sin em- bargo, hacer constar aquí que estos consejos fueron se- guramente muy tardíos, porque vemos por las cartas de Toscanelli que, seis años antes de la llegada de Behaim á Lisboa, preocupaba ya á Colón tenazmente su expe- dición.

Otro sabio que hubiera podido relacionar á Colón y Toscanelli con Behaim, fué el más célebre astrónomo de

(1) Barros, Asia, Déc. I, lib. iil, cap. 2; Vida del Almi- rante, cap. x; Herrera, Déc. i, lib. i, cap. 7. El Obispo de Ceuta , que los historiadores de aquel tiempo llaman doctor Calcadilla, porque había nacido en Calcadilla, en Galicia, acon- sejó al rey Juan II aprovecharse secretamente del proyecto de Colón que los médicos calificaron de negocio fabuloso.

140 ALEJANDRO DE HüMBOLDT.

esta época , Regiomontanus ( Camilo Juan MüUer , na- tural de Koenigsberg en Franconia) que habitó desde 1471 á 1475 en la patria de Behaim y dedicó en 1463 á Tos- canelli su tratado de Quadratura circult, es decir, su re- futación de la pretendida resolución de este problema, por el cardenal Nicolás de Cusa. No satisfecho de las Tablas del rey Alfonso que satíricamente califica de Somnium Alphonsinum, publicó Regiomontanus en Nu- remberg sus famosas Efemérides astronómicas calcula- das de antemano para los años de 1475 á 1506 y que sirvieron en las postas de África, America y la India en los primeros grandes viajes de descubrimientos de Bartolomé Díaz, de Colón, de Vespucci (1) y de Gama. Aun admitiendo que Behaim, durante la época de sus viajes de comercio á Venecia, Viena y Flandes, sólo haya residido accidentalmente en su ciudad natal, no es menos probable que ha podido aprovecharse, si no de las lecciones, al menos de los escritos de su compatriota Regiomontanus. Ya hemos citado el testimonio de Ba- rros, que dice, hablando «de la necesidad sentida por los portugueses de no seguir tímidamente las costas , sino de acudir á la observación de los astros» , que Behaim (probablemente poco antes de 1484) fué miembro á la Junta que por orden del rey Juan II estuvo encargada de construir un astrolabio, de calcular las tablas de la de- clinación del sol y de enseñar á los marinos una maneira

(1) Amoretti, en la introducción al Trattato de Naviga- zione del Cav, Antonio Pigafetta. (Véase Primo Viaggio in- torno id globo, 1800, pág. 208). No he encontrado en las cartas de Vespucci la conj anción de Marte y la Luna que este marino debe haber observado en 1499.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 141

de navegar per altura do sol. Barros designa (1) al cosmógrafo con estas palabras: «.Martin de Bohemia natural daquellas partes ó qual se gloreaba ser discipulo de Joanne de Monte Regio^ aff amado astrónomo. T} Sin duda porque Behaim se vanagloriaba de ser discípulo de Regiomontanus y, por llegar de la misma ciudad en que el papa Sixto TV había hecho proponer á Regiomonta- nus ir á Roma para trabajar en la reforma del calenda- rio, su reputación de cosmógrafo se acreditó pronto en Portugal, al lado de la de tantos hombres ocupados en perfeccionar el arte de la navegación (2).

Regiomontanus era entonces célebre por la invención

(1) Barros, Da Asia, nova edigao, Lisboa, 1778; Déc. i, li- bro IV, cap. 2, pág. 282; M. DE MuRR {Dipl. Gesch, pág. 94), pretende, sin embargo, que ningún escritor portugués, á excep- ción de Manuel Téllez 'de Sylva, conoció el nombre de Martín Behaim. Véanselas sabias y juiciosas investigaciones de M. Lich- tenstein acerca de los primeros descubrimientos portugueses en el Vaterldndisclie Museum., 1810, B. i, páginas 376 y 387.

(2) Barrow , Voyages intlio de Artic Regions, 1818, pá- gina 28. De los dos médicos portugueses que estaban con Behaim en la «Junta del Astrolabio», no se indica como de origen judío más que maese Josepe (Joseph). El otro, maese Rodrigo, ¿sería acaso el mismo personaje que aparece después, en 1517, como as- trónomo á quien consultaba Magallanes? Me refiero al bachiller Euy, ó Rodrigo Faleiro, «que decían los portugueses, era un gran cosmógrafo porque tenía un demonio familiar, pues él nada sa- bia»; Herrera, Década ii, lib. ii, cap. 19; t. i, pág. 293. Este Faleiro ó Falero enseñaba á Magallanes métodos de longitudes; pero no quiso embarcarse con él,, por haber leído en los astros que el astrónomo moriría durante la expedición (Amoretti, pá- gina 28), lo que efectivamente sucedió en la persona del astró- nomo y célebre piloto mayor de Sevilla, Andrés de San Martín, que le reemplazó y fué asesinado en la isla de Cebú (Ramu- sio, t. I, página 361 h).

142 ALFJ ANDRÓ DE HÜMBOLDT.

(le su meteoróscopo, y el astrolabio de Behaim, que se fijaba al palo mayor del barco, acaso no era más que una imitación simplificada de aquél. Además, los ins- trumentos de astronomía náutica ccá propósito para en- contrar en el mar la hora de la noche por las estrellas» existían desde fines del siglo xiii en la marina catalana y en la de Mallorca. Tal era el astrolabio que inventa y describe Raimundo Lulio en 1295 en su Arte de nave- gar (1). Se equivoca Barros al creer que en la e'poca de los descubrimientos hechos á lo largo de la costa de África bajo los auspicios del infante D. Enrique de Portugal se empezó á comprender la necesidad de guiarse en plena mar por la observación de los astros. Parece que ignora el descubrimiento de las Azores por los nor- mandos, y los largos y atrevidos viajes de los marinos catalanes á las costas tropicales de África y á las partes septentrionales de la Gran Bretaña.

La larga permanencia de Behaim en las Azores du- rante dos épocas, una de 1486 á 1490, y otra de 1494 á 1506, constituye un poderoso argumento contra la pretensión de que Joao Yas Cortereal descubrió la tierra de los Bacallaos (Terranova) en 1463. Este marino ha- bía sido nombrado, según Cordeyro, autor de la Historia insulana del Océano occidental, gobernador de Ter- ceira el 12 de Abril de 1464. Ahora bien; sabemos que el suegro de Behaim, lobst de Hürter, llegó pocos años después á las Azores, con el título de gobernador y feu- datario de la colonia flamenca de Fayal. ¿Cómo es po-

(I) Na VARÉETE , Disii. histórica sobre las Cruzadas, 1816 página 100; M. Vicent cometió el extraño error de confundir el astrolabio de Behaim con una carta marina.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 143

sible que Behaim no tuviera conocimiento, ó por mismo ó por'su suegro, de un suceso como el descubrimiento de los Bacallaos por los portugueses, que habría precedido en veintinueve años á la llegada de Colón á Guanahani? ¿Cómo es posible que no situara estas tierras occidenta- les en su globo construido en 1492? ¿Cómo es posible que ni siquiera las mencionase en una de las minuciosas notas que acompañan al mapamundi? Estas considera- ciones deben añadirse á los argumentas que el ingenioso y sabio autor del Memoir of Sebastián Cabot (1) ha ex- puesto recientemente contra el viaje de Joao Vas Cor- tereal á las costas de Ame'rica del Norte y en pro del descubrimiento de este continente por Juan Cabot el 24 de Junio de 1497 (2).

Llama la atención que el excelente historiador portu- gués Barros, que cita á Martín Behaim como miembro de la comisión náutica del astrolabio, ignore, al pare-

(1) Londres, 1831, páginas 56, 78 y 288 (the Londe). En la célebre patente Real de 3 de Febrero de 1498 encontrada en Itolls ChaiJel, se distingue la tierra firme y las islas descubier- tas por John Cabot. El autor del 3Iemoir o/ Seh. Cabot procura demostrar que Prima Vista, Terra primum visa, First slght. Terra Nova ó Weivland de John Cabot no designa la isla que llamamos hoy Terranova; son denominaciones generales que comprenden gran extensión del continente.

(2) Descubrimiento continental, anterior sin duda .al de la costa de Paria por Colón, pero no al de los normandos-scandi- navos. Parece que Las Casas, al referir en su Ilistoria de las Indias la tradición que existía entre los naturales de la isla de Haití, ((de una aparición súbita (pero anteriora Colón) de hom- bres blancos y barbudos, tenía también noticia de un antiguo descubrimiento de la tierra de los Bacallaos, vista por un ma- rino de Galicia en una travesía á las costas de Irlanda.» (Na-

VARRETE, t. I, pág. XLVIII.)

14 t ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

cer (1), la parte que tomó en da expedición de Diego Cam en 1484 á la embocadura del río Zaire ó Congo; nombrado primero río Pedrao á causa de un pilar de piedra puesto como señal de toma de posesión. De ello se lia querido deducir que esta participación es tan fabulosa como su influencia sobre Colón y sobre Magallanes. Para no existe tal duda. Si Bealiim se embarcó con Cam como piloto y cosmógrafo para practicar su astro- labio, casi lo misríio que Vespucci en la expedición de Alonso de Ojeda (Diciembre de 1498 Junio de 1500), el silencio de Barrios nada tiene de extraordinario.

En las notas que Beliaim añadió á su globo en 1492> habla en cuatro sitios distintos (en el título del globo; en Cabo Verde; cerca de las islas del Príncipe j de Santo Tomás, j en el cabo de Buena Esperanza) de dos carabelas con las cuales el rey Juan II hizo explorar Jas costas de África. Añade, del modo más terminante, «que fué enviado en esta expedición por su rey, y que duró diez y nueve meses.» Behaim no nombra á Diego Cam; pero Hartmann Schedel en su Líber Chronicarum (2), impreso en ísTuremberg en 1493, cuando el cosmógrafo vivía aún en esta ciudad, reunió los dos nombres: «Pras- fecit galeis beni instructis Johannes II Portugaliae rex, anno 1483, patronos dúos Jacobum (?) Canum Portu- galensem, et Martinum Bohemum, hominem germanum ex Núremberga, de bona Bohemorum familia natum, qui superato circulo equinoxiali in alterum orbem ex- cepti sunt.»

(1) Déc. I, lib. iir, cap. 3, pág. 173.

(2) Mure, Dipl. , Gesch , páginas 23, 25, 26 y 78; Tozen, Erste Entd,, pág. 99,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 145

La ingenuidad con que Behaim habla de las primeras expediciones portuguesas, de mismo y de «su querido suegro M. lobst, residente en Fayal,» da gran carácter de verosimilitud á los comentarios de su carta; y no creo que se deba oponer á estos testimonios la fecha del día (18 de Febrero de 1485), en que, según una nota conservada en los archivos de familia, recibió Martín Behaim la Orden de caballero de Cristo en la ciudad de Albassauas (Alcobaca?). Este documento, cuya época se ignora, y que no tiene carácter alguno oficial, ni es de le- tra de Behaim , ni está redactado en su nombre. Sabido es á cuántos errores se ha prestado la manera de escribir los números árabes (indios) á fines del siglo xv. Si no hay error en el año y debe leerse 1483 por 1485, podría verse en ello un simple error en la indicación del mes de Febrero, porque el viaje de Cam, comenzado en 1484, duró sólo diez y nueve meses. Behaim encontrábase todavía seguramente en la costa de África el 18 -de Febrero de 1485; y es menos probable que el nombra- miento de caballero fuera una recompensa por la inven- ción del astrolabio, que una gracia concedida al compa- ñero de Diego Cam á consecuencia de una expedición en que habían pasado el Ecuador hasta mas allá del sexto grado de latitud austral y recogido el grano del Paraíso (malagueta) en el clima en que se produce.

La época de la residencia de Colón y de Behaim en Lisboa era aquella de verdadera gloria y entusiasmo na- cional en que el hijo de Alfonso V, al subir al trono, continuaba la serie de descubrimientos á lo largo de la costa de África, interrumpida por la muerte (1460) del infante D. Enrique, duque de Viseo, tío de Alfonso V.

Pero conviene no olvidar que los trabajos de los ma- lo

146 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

rinos catalanes fueron para el África occidental lo que los de los marinos normando-escandinavos habían sido para el Norte del Nuevo Continente. Unos y otros pre- cedieron á los descubrimientos que han ilustrado los nombres de D. Enrique y de Isabel de Castilla.

La isla de Mallorca fué desde el siglo xiii un centro de conocimientos científicos en el difícil arte de nave- gar. Sabemos por el Fénix de las maravillas del orbe, de Raimundo Lulio, que los mallorquines y los cata- lanes (1) usaban cartas de marear rnucho antes de 1286; que se fabricaban en Mallorca instrumentos, gro- seros sin duda, pero destinados á determinar el tiempo y la altura del polo á bordo de los barcos. Desde allí los conocimientos, que en su origen fueron aprendidos de los árabes, se extendieron á toda la cuenca del Medite- rráneo. Las ordenanzas de Aragón prescribieron desde el año 1359 que cada galera debía ir provista, no sólo de una, sino de dos cartas marinas (2). Un marino ca- talán, D. Jaime Ferrer, llegó en el mes de Agosto de 1346 á la desembocadura de Río de Oro (3), cinco grados al Sur del famoso Cabo de Non que el infante D. Enrique se vanagloriaba de que lo hubieran doblado por primera vez los barcos portugueses en 1419. Los

(1) Cristóbal Cladera, Investigaciones históricas sobre los principales descubrimientos de los españoles, 1794, pág. x.

(2) Salazab, Discurso sobre los progresos de la Ilydro- grafia.

(3) Según las sabias y curiosas investigaciones inéditas de M. Buchón en un Atlas catalán de 1374, conservado en la Bi- blioteca Real de París, y dibujado treinta y un años antes de la fundación de la Academia náutica de Sagres (Malte Brun, Geogr. univ., ed. de M. Huot, t. i, pág. 524).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 147

marinos de Dieppe habían ido en 1364 á Sierra Leona -j á Río Sestos (Sesters River), llamado entonces Río del Pequeño Dieppe, En 1365 llegaron á la Costa de Oro, según la relación de Villaut, señor de Belle- fonds (1). Un mallorquín, maese Jacobo, fué elegido por «I Infante para presidir la célebre Academia de Sagres. En los descubrimientos geográficos ha ocurrido lo mismo que en los de las ciencias físicas. Las. tentativas con buen éxito, pero que permanecen aisladas largo tiempo, ó no se saben ó son condenadas al olvido; sólo cuando los descubrimientos se suceden y relacionan en- tre sí, se coloca el primer eslabón de una serie en el punto en que comienza á no ser interrumpida. Llena está la historia de la geografía de estos errores sistemáticos que comprenden hasta el siglo xvi las navegaciones á Nueva Guinea , Nueva Holanda y á muchos archipiélagos del Océano Pacífico (2). Atribuyese el descubrimiento de

(1) ESTANCELIN, Recherches sur les voy ages des naviga- teurs normanas en Afrique, aur Indes Orientales et en Ame- riquc, 1832, pág. 72. Cada Mosto, como ha observado M. de Rossel, no encuentra señales del establecimiento francés. Juan de Betancourt navegó también por la costa africana desde Qabo Cantín á Río do Oaro, mucho tiempo antes que los por- •tugueses (Viera, Historia de Canarias, lib. iii, párrafo 30; libro IV, § 4).

(2) (dlhas de Papuas quer dizer Negros, á que muitos por esta ida de D. Jorge (de Menezes) en 1526 , chamam Illias de D. Jorge, que estam á leste das Ilhas de Maluco distancia de 200 leguas.» (Bakros, Da Asia, Déc. IV, lib. I, cap. 16, ed. Lisboa, 1777; t. iv, párrafo 1, páginas 101 y 104.) Menos

.certidumbre hay respecto á la expedición tan citada de Antonio Abreu y de Francisco Serrano «en outro Novo Mundo», t. ili, p. 1, pág. 600 (Diego de Contó, lib. vii, cap. 3). Las dos Islas Infortunadas, Iscle Sfortunate (lat. austr. y 15° y

148 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

las Azores, que son las Cassiterides de Pedro Mártir de Anghiera (1) j de Behaim, el de la isla de Ma- dera (2) , el de las islas de Cabo Verde y de las costas

alejadas una de otra 200 leguas), descubiertas al Este de las is» las de la Sociedad por Magallanes en Enero de 1521, y no olvi- dadas por Ortelius en el Atlas de 1570 (Pigafetta, Primo Viaggio intorno al globo, ed. de Carlos Amoretti, 1800, pág. 45r parecen ser «las isletas pequeñas deshabitadas, llamadas por Magallanes Islas desventuradas (Hebrera, Déc. ii, lib. ix, capítulo 15; t. i, pág. 453). Gaetano descubrió en 1542 las islas Sandwich; Quirós y Mendaña en 1595 y 1605 el Archipiélago del Espíritu Santo (las Nuevas Hébridas de Cook), Malicolo y probablemente Otahiti (la Sagitaria de Quirós), Humboldt, Essai politique sur la Nouvelle Espagne, t. iv, páginas 111 y 113.

Acerca de los primeros descubrimientos de las costas de Nueva Holanda, reconocidas por los portugueses desde 1530 á 1542, véanse los mapas del Museo Británico núm. 5413; la hidrografía del Atlas de Juan Rotz ó Roty, dedicada al rey de Inglaterra En- rique VIII; el A-tlas de Guillermo le Testu, piloto provenzal, y el de Juan Valard de Dieppe (1552), examinado por M. Coque- bet Mombret. Cuando la gloria del capitán Cook, llegada á su mayor esplendor, cansó á las medianías y excitó la envidia de los que habían cesado de navegar, se hizo tardía justicia á los portugueses, á Gómez de Sequeira, á Mendaña, á Luis Váez de Torres y á Saavedra Cedrón. Otros motivos menos personales y más nobles han obligado á seguir el mismo camino y condu- cido á ingeniosas y sabias investigaciones.

(1) Ejñst. 769 *(edic. Par, 1670, pág. 447). Las Catherides del globo de Behaim (MURR., Dipl. Gesch., 1801, pág. 27, y BiNNET, Verliajideling óver de Nedcrld, Ontd., 1829, pág. 17). Las Azores jBguran con el nombre de islas de Bracir desde 1367 en el célebre mapamundi de Picigano,

(2) Un mapa de Portulano Mediceo de 1351 , otro de la antigua bibUoteca Pinelli, dibujado en 1384 y conservado hoy en la preciosa colección geográfica de M. Walckenaer, en París, y Baldelli (Marco Polo, t. i, pág. CLXViii), indican ya con

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 149

equinocciales del África occidental á los navegantes del siglo XV. Confúndense los marinos que reconocieron tierras con los primeros que las descubrieron; y no aludo ahora á la relación tan debatida del viaje de Hannon que Rennell j M. Heeren (II, i, pág. 520) llevan hasta más allá del Gambia , situando «la región ardiente de Thymiamata» en Cabo Verde y tomando por el Senegal, no el Chrestes, que creo muy distinto de Chremetes, «uno de los mayores ríos del mundo», según Aristóteles {Met., lib. I, pág. 350, Bekk), sino el río sin nombre, poblado, según Hannón, de cocodrilos y de hipopóta- mos ; limitare'me á nociones más ciertas y recientes.

Mucho antes de los nobles esfuerzos del infante don Enrique, duque de Viseo, y de la fundación de la Aca- demia de Sagres (Tercanabal en el Algarve ó villa do Infante), dirigida por un piloto cosmógrafo catalán, maese Jacobo de Mallorca (1), los cabos Non (Nam) y

€l nombre igualmente significativo de Isola di Le ff ñame, medio siglo antes de la expedición y colonización- de Juan González Zarco, de Tristán Vas y de ese Bartolomé Muñiz Perestrelo (Barros, déc. i, lib. I, cap. 2), que Femando Colón llama Pedro Moñes Perestrelo y que Spotorno cree italiano, como el «élebre almirante de la familia Palastrello, de Plasencia {Sto- ria letter. de la Liguria, t. ii, pág. 246).

(1) Barros, déc. i, lib. i, capítulos 2 y 16 (t. i, p. i, pá- ginas 21 y 133). El cabo Non, más temido que lo fué en el siglo pasado el de Hornos, encuéntrase, sin embargo, 23' al Norte del paralelo de Tenerife' á pocos días de navegación de Cádiz. El proverbio portugués, Quem passa ó cabo de Nam, ou tornara ou nao, debía desacreditarlo fácilmente la voluntad de un príncipe que, como el infante D . Enrique, había adoptado la bella divisa francesa: Talent de lien fa'tre. Barros, déc. i, libro I, capítulos 2, 4 y 16; lib. ii, cap. 2 (t. I, p. I, págs. 19, 36, 134, 148).

150 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

Bojador habían sido ya doblados (1) (el último es el cabo Buzedor de Andrés Blanco y de Livio Sanuto). El Portulano Mediceo , obra de un piloto genovés , que el conde Baldelli nos ha dado á conocer (Polo, t. i, pá- gina CLv), indica desde 1851 el Cac'o di Non. Marinas catalanes, como lo prueba el Atlas de 1374 examinada por M. Buchón, habían estada al jorn de Sant Lorens, qui es a X d'^agost de 1346, ochenta y seis años antes que el almirante portugués Gilianez (1) en Kío de Ora (Río do Ouro, lat. 23° 56'). El valeroso Juan de Betan- court sabía que antes de la expedición de Alvaro Be-- cerra, es decir, antes de terminar el siglo xiv, los mari- nos normandos habían llegado hasta Sierra Leona (la-

Acerca del cabo Buzedor, véase Formaleoni, páginas 20 y 24. Paréceme, además, bastante dudoso que el nombre de cabo de Non sea de origen portugués. Ptolomeo, lib. IV, capí- tulo VI, indica ya en esta costa el río JVuius, j la traducción latina de la frase griega dice Nunii ostia. Es probablemente el Bambotum de Polibio (Plinio, V. l). Véase, sobre la latitud de este punto, Gossellin, Redi., 1. 1, pág. 132.

Edrísi conocía también, un poco más al Sur, á tres jornadas en el interior, la población de Nul ó Wada Nun, lo que recuer- da la costa de Nul ó Belad de Non de Leo el Africano (Edrísi, edición deHartmann, pág. 131). La geografía de ambos conti- nentes está llena de estas tentativas de pueblos de la Europa latina para adoptar las denominaciones indígenas y suponerlas una etimología sacada de las lenguas romanas. Estos esfuerzos y alardes de ingenio datan de los griegos y los romanos.

(1-1) Parece que los portugueses, antes que Gilianez hubiese doblado los cabos Non y Bojador (Barros, déc. i, lib. i, capí- tulos 4 y 5, t. I, p. I, páginas 42 y 43), habían realizado afor- tunadas tentativas en el mismo sentido en 1418, 1419 y 1423 (Navarrete, t. I, pág. xxvii. ^ViNCENT, PeripU of the Erytlir. sea, p. i, pág. 192).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 161

titud 8" 30'), y procuraba seguir sus huellas. Pero antes que los portugueses , creo que los de ninguna nación de Europa fueron más allá del Ecuador (1). La región al Sur de la bahía de Biafra , notable por el encuentro en

(1) No es en manera alguna probable que en el mapamundi circular, que se atribuye generalmente á Atidres Blanco j que acaso contiene á la vez (Fobmaleoni, pág. 55) nociones del siglo XIII y de otros que datan, como las cartas costeñas de Blanco, del año de 1436, el inmenso golfo designado con el nombre fantástico de Nidus Ahimalson ó Ahimalion (Abime- lek?) sea el golfo de Guinea {CMnoia de Vivaldi en 1281; Ga- nuya del Portulajio Mediceo, atribuido á un piloto genovés; Guinauha, según Barros, en la lengua de los indígenas). Como antes del Portulam de Benincasa las cartas más anti- guas catalanas é italianas no presentaban graduación en lati- tud, sería muy aventurado decir cuáles fueron los límites de este golfo; pero la orientación del mapamundi de Blanco más bien pj'ueba que el Nidus Ahimalson representa la extremidad austral de África.

Una carta árabe conservada en Oxford, que data del año 906 de la Hegira y que acompaña la geografía de Edrisi (del si- glo XII de nuestra era), presenta en el Belad Mufrada y Al Lamlam, el Senegal, comunicando á la vez con el Níger y el ISilo. Pero estos conocimientos del África occidental fueron ad- quiridos por informaciones del comercio terrestre, no por viajes marítimos (Vincent, Periple of the Erythr. sea, par. I, App., página. 86). En el texto de Edrisi, las nociones sobre el lito- ral de la Senegambia son casi nulas (HARTMA^^N, África^ pá- ginas 4, 35, 37 y 114). El golfo de Guinea, con el nombre de Sinus ^thiopicus, y el Senegal comunicando con el Nilo, como en el mapa ó carta de Edrisi, se encuentran en el mapamundi de Fra Mauro de 1457 y 1459. Barros conocía también Tungxi- hutu (Tombuctu), el río y la ciudad de Genna ó Janni (Djenne, Jinnie), no el Daf ur de Fra Mauro, pero la hipótesis de la unión del Senegal )(^anaga ó Senhaga de Edrisi) con el Nilo (tomo I, p. I, pág. 221).

152 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

ella de dos corrientes opuestas (del NO. y SE.), llegó á ser desde 1471 á 1474, ocho ú once años después de la muerte del infante D. Enrique, el centro del comercio {rescate) del oro, dado en firme á un activísimo mer- cader de Lisboa, Fernando Gómez.

En esta época fueron sucesivamente descubiertas la isla de Fernando Pó, llamada primero Ilha Formosa, y las de S. Tliomás, do Principe j d'Anno Bom (1).

Esta última isla (lat. aust. 1* 24' 18") fué la pri- mera que encontraron los portugueses al Sur del Ecua- dor; pero en las dos expediciones, inmediata una á otra, que emprendió Juan Cam al reino del Congo en 1484 y 1485, en una de las cuales tomó parte Martín Behaim, fué descubierto (no me detengo en las latitudes, referidas con bastante corrección por el mismo Barros) un espacio de costa comprendido entre los paralelos de 50' (cabo de Santa Catalina), y 22° de latitud austral ( la señal de piedra (2), Manga de Áreas, al Sur de cabo Frío).

(1) Barros, déc. i, lib. ii, cap. 2 (t. i, p. i, páginas 143, 145 y 146), según un pasaje del mismo autor, que desgraciada- mente no une la cronología á los acontecimientos como He* rrera, podría creerse el descubrimiento de la isla Formosa más próximo al año de 1484 (déc. I, Hb. Iil, cap. 3, t. I, p. i, pá- gina 178).

(2) Padráo de pedra. Hasta la expedición de Cam, las se- ñales de los portugueses eran cruces de madera, y esta denomi- nación de Padráo, dada algunas veces á los cabos y desemboca- duras de los TÍOS, sin añadir alguna indicación particular del sitio, ha causado mucha confusión en la geografía del África occidental. El cabo de Santa Catalina, donde comenzaron los descubrimientos de Cam, era el último punto á que se había llegado antes de la muerte del rey Alfonso V; por consecuencia/ antes de 1480 (Barros, 1. 1, p. i, pág. 172).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 153

Entre estos dos puntos extremos se encuentra situada la señal (Padrao de San Jorge) de la desembocadura del río Zaire 6 «Río do Padrao do Reyno de Congo» (lati- tud aust. 6* 5') y la señal del cabo San Agustín (Pa- drao do Sancto Agostinho, lat. aust. 13") (1).

Behaim no nombra nunca á Diego Cam, ni en sus cartas, ni en las aclaraciones de su globo; pero repito que cita claramente y muchas veces esta expedición (2), «en la cual el que ha construido este globo tomó parte y fué enviado por el Rey de Portugal para descubrir lo que Ptolomeo no había visto», llamándola la expedición de dos carabelas de 1484 y 1485. Indica el gran río Zaíre con el nombre que le dio Diego Cam á causa de la señal de piedra (Padrao de San Jorge), pero tan poco correcto en la antigua ortografía portuguesa, como en la de su propia lengua, llama al Zaíre, no río de Pedráo, sino río de Patrón. Todos nuestros mejores mapas mo- dernos han conservado la costumbre de nombrar al cabo al Sur de la embocadura del Zaíre Cabo Padrón.

El conocimiento que Behaim tenía de la factoría de Angra de Gato (3) y del santo personaje (4) que sólo

(1) Barreos, déc. i, lib. iii, capítulos 3 y 4 (t. i, pági- nas 171, 173, 175, 176, 178, 185 y 192.) . (2) MüRR., páginas 4, 23, 24, 26, 80, 82, 104, 106, 108

yin.

. (3) MuRR., pág. 110; Barros, 1. 1, p. i, pág. 178.

(4) Behaim le llama Organ^ (pág. 112); denominación que podría relacionarse con la de la provincia de Organónde Rubri- quis; pero el verdadero nombre del santón, según Barros (t. i, ]). 1, pág. 181), es Ogan, acaso O- Khan, como reminiscencia del Tingó Ün-Khan, de Marco Polo (cap. 42. Baldelli, tomo II, pág. 100), Es el nieto del Preste Juan, Nestoriano Kéraite, muerto por Gengiskhan en 1203, transportado en el

154 ALEJANDRO DE HüMBOLDT.

ensenaba la punta del pie por detrás de una cortina de seda, y de quien los misioneros cristianos enviados á Asia y África se sirvieron durante tres^ siglos para mixtificar á los soberanos de Europa, prueban tambie'n,

siglo XV del Este al Oeste á Caracomín, en Abisinia, según los informes dados por Covilham y Juan Alfonso de Aveiro. No debe confundirse con Ogan (Vang-khan) de África, otro per- sonaje misterioso cuyas costumbres asiáticas, según Marco Polo (lib. I, cap. 21; Baldelli, t. Ii, páginas 62 y 65), eran mu- cho menos severas, y que como Viejo de la Montaña (Alaudin ó Veglio de la Montagna) figura también en el Mediodía de África en el mapamundi de Blanco.

M. Lichtenstein, en un trabajo que se distingue.por la exce- lente crítica histórica, ha demostrado que hay error de fecha en el globo de Nuremberg, cuando Behaim sitúa cerca del cabo de Buena Esperanza, que llama Terra Eragosa, la siguiente nota: «Aquí las columnas (señales) del Rey de Portugal fueron colocadas el 18 de Enero de 1485» (Murr, páginas 24 y 110). Cam no llegó al Sur del Padráo de Manga de Áreas, á los 22 grados de latitud austral; fué Bartolomé Díaz quien descubrió, probablemente en Mayo de 1487, el cabo de Buena Esperanza (cabo tormentoso), viniendo del Este, de la señal de la isla de Santa Cruz en la bahía de Algoa (latitud austral 33° 50'; longi- tud, T 15' al E. del cabo de Buena Esperanza), y que puso la señal de San Felipe en la bahía de la Tabla (Lichtenstein, en Vaterl. Mnseum. Hamburgo, 1810, páginas 372-389; Vincent, Peri;ple of the ErytUr. sea, p. i, pág. 208; Barros, t. i, p. i, páginas 188, 190, 192 y 288). Confundiendo Behaim, sea la fe- cha, sea el sitio, sea los viajes de Cam y de Bartolomé Díaz, no dice «pusimos», sino «las columnas fueron puestas», lo cual deja su veracidad en menos peligro. No era el célebre Bartolo- mé Díaz, que había doblado el cabo de Buena Esperanza y costeado la extremidad austral de África, dirigida de Este á Oeste, sino su hermano Diego Díaz, que fué en la expedición de Gama. Bartolomé pereció en un naufragio en 1500, cuan- do con Cabral vino del Brasil al cabo de Buena Esperanza, y murió muy cerca de esa señal (Padráo) de la isla de Santa

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 155

al parecer, la existencia de relaciones íntimas entre Mar- tín Behaim y Diego Cam. Como este último liizo dos viajes («descubrió por duas vezes», dice Barros), podría suponerse que Behaim sólo le acompañó en la primera expedición de 1484, lo cual no explicaría, sin embargo, ni el error de una señal colocada, según el globo deNu- remberg, el 18 de Enero de 1485 en la baliía de la Ta- bla, ni la posibilidad de que Behaim fuera el 18 de Fe- brero de 1485 al convento de Alcoba9a para recibir la orden de caballero del Cristo.

Cruz, en la bahía de Algoa, de la cual se despidió en 1487 (como se leixara hum filho desterrado pera sempre). No debe sorprender que este naufragio fuera atribuido á un gran co- meta que se vio entonces en el hemisferio austral durante once días, desde el 12 al 23 de Mayo de 1500, sin que cam- biara de posición». (Barbos, t. i, p. i, páginas 382 y 392.)

VII.

Martin Behaim y Magallanes.

«No hablaré, dice Voltaire en el Estudio sobre las costumbres , áe ese ciudadano de Nuremberg, de quien fabulosamente se asegura que fué en 1460 al estrecho de Magallanes.» Pretensión tan absurda, y sin embargo, tan repetida, merecería escasa atención, si no hubiera en la vida de Magallanes y hasta en el relato que de la ex- pedición de este marino hizo Antonio Pigafetta algo tan extraordinario que, al parecer, obliga al historiador á someter el problema á concienzudo examen.

Creo que arrojará nueva luz sobre hechos que á pri- mera vista parecen singularmente enigmáticos, un dato que he tomado de una antiquísima edición de la Geogra- fía de Ptolomeo.

Dos obras de cuya autoridad no puede dudarse: las Décadas de Antonio de Herrera, y el Manuscrito de Pigafetta, conservado en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y publicado por el Sr. Amoretti en 1800, dan á conocer la influencia que ejerció Behaim en el descubri- miento del estrecho patagónico. Merece preferencia la autoridad de Pigafetta, por ser uno de los diez y ocho

DESCUBRIMIENTO OS AMÉRICA. 157

compañeros de Magallanes que tavieron la dicha de vol- ver á Europa el 6 de Septiembre de 1522. «Praetore Portugallico Fernando, ab insularibus bello exagitatis in regione aromatnm ^quatori vicina interfecto, qua- tuorque reliquis é classicula quinqué navium deperditis, unatantum regressa est, dicta Victoria, cribro terebra- tiorj>y escribe el mismo mes Pedro Mártir de Anghiera al Obispo de Cosenza (1).

(1) Pedro Mártir, lib. xxxv, ep. 767 (ed. Par. 1670, pá- gina 446). La carta al Arzobispo está fechada en Valladolid, III cal. Sept. MDXXII, y hay un error de cifra en esta indica- ción. El buque Victoria no tocó en parte alguna desde las islas de Cabo Verde, y la fecha de la llegada á la bahía de San- lúcar, el 6 de Septiembre, es exacta. Pigafetta , Primo viag" gio intorno al globo, pág. 183 ; Herrera , Déc. iii, Ub. iv, ca- pítulo I (ed. de Amberes, 1728, t. ii, pág. 95). No debe sorpren- der el corto número de compañeros de Magallanes (18) que cuenta Pigafetta, mientras Herrera habla de «los 30 marinos que á las órdenes de Juan Sebastián Elcano (natural de Gue- taria, en la provincia de Guipúzcoa, embarcado en 1519 como patrón de la nave la Concepción , hombre intrépido cuyo nom- bre no debe ser olvidado, y á quien ni la antigüedad ni la Edad Media pueden oponer rival alguno ) volvieron en la nao Vic- toria)). Herrera, Déc. ii, lib. iv, cap. ix (t. i , pág. 339); Dé- cada lli, lib. IV, capítulos 2 y 4 (t. II, páginas 98 y 100). El historiógrafo de la India no comprende á Pigafetta, que, siendo caballero de Bodas y agregado á la legación apostólica de mon- señor Francisco Chiericato en España, sólo se embarcó como voluntario y curioso, en el número de los 30 «que fueron vesti- dos á costa de la corte», y los 18 de que habla Pigafetta forman con los 13 que retuvieron prisioneros los portugueses en la isla de Cabo 7erde, y fueron reclamados con insistencia desde la llegada de Juan Sebastián Elcano á la bahía de Sanlücar «las 30 personas» salvadas en el buque Victoria, excluyendo á Pigafetta.

1£8 ALEJANDRO Da HÜMBOLDT.

Pero la obra que poseemos de Pigafetta no es el mismo Diario que tan cuidadosamente redactó día por día hasta el 9 de Julio de 1522 en que llegó á la isla de Santiago de Cabo Verde, y supo que los portugueses ha- bitantes de dicha isla llamaban jueves al mismo día que según su Diario era mie'rcoles. «Mi sorpresa, dice Piga- fetta, fué tanto más grande (1), cuanto que por no haber estado enfermo durante el viaje, tenía indicados sin in- terrupción todos los días de la semana. Posteriormente advertimos que no había ningún error, j que, viajando siempre hacia Occidente y siguiendo el camino del sol, la volver al mismo sitio debíamos haber ganado veinticua- tro horas.»

El verdadero Diario de Pigafetta fué presentado al emperador Carlos Y. Lo que existe en la Biblioteca Am- brosiana es el extracto de otro Diario enviado al Papa Clemente Vil y al gran maestre de Rodas, Felipe de Villiers de Lisie Adam.

Indudablemente López de Castanheda, Barros y He-

(1) PiQAFFETTA Primo viaggio, pág. 182 Los marineros del Victoria advirtieron con espanto «que durante el viaje alrede- dor del globo habían comido de carne el viernes y celebrado las Pascuas el lunes». (Herrera, t. ii, pág. 95.) Anghiera, que era algo inclinado á burlarse, da á entender en su correspondencia que el problema de el día pei'dido, como con más razón se le llama, mortificó largo tiempo á los compañeros de Magallanes «quonam vero pacto classicula, de qua puto vos non ignorare, parallellum circuerit integrum , proras ad Occidentem eolem vertens semper, doñee ad Orientem illarum una, garyophjdlis onusta, redierit et in eo discursu unum sibi defuisse repererit, quae stomachis exilibus impossibilia videbuntur, per ejus rei ad imguem discussam narrationem in Decade mea quarta videbi- tis». (Pedro Mártir, ep. 770, pág. 448.)

PKSCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 159

rrera tuvieron á la vista las notas originales del piloto más instruido de la expedición, Andrés de San Martín. Herrera, que pudo disponer libremente de los archivos de Felipe II desde 1596, j que en 1601 había publi- cado ya las cuatro primeras de'cadas de su historia, en- contraría el Diario del piloto entre gran número de documentos que después se han perdido, y ha dado, des- graciadamente sin comprenderlos, extensos detalles de observaciones astronómicas, tanto respecto á las latitu- des, como á las tentativas, bastante infructuosas, de apli- car los preceptos que Ruy Faler ó Faleiro del demonio familiar de este astrónomo) le había enseñado para en- contrar las longitudes por la declinación (1) de la Luna, las ocultaciones de las estrellas, la diferencia de altura de la Luna y de Júpiter (2) y las oposiciones de la Luna y de Venus (3).

(1) (íLa ^longitudine s'argomenta de la latitudine de la Luna.» PiGAFETTA, Trasunto del Trattato di Navigazione,\^éi- gina219.

(2) Herrera presenta el tipo de este cálculo, déc. ii, libro IV, cap. 10 (t. i, pág. 338). Comparando atentamente He- rrera y Pigafetta, me he convencido de que no eran idénticos los materiales que cada uno empleaba. Citaré sólo el 13 y el 17 de Diciembre de 1519, el 7 de Febrero y el 11 de Octubre de 1520, el de la trágica historia de la traición en el Río de San Julián. Pigafetta atribuye al Cabo de las Vírgenes la latitud de 52° 3', mientras los elementos numéricos de la observación de 28 de Octubre de 1520, referida por Herrera, arrojan 52" hiV (véase Pigafetta, páginas 16, 24, 33, 35, y Herrera, t. i, pági- nas 339, 447, 449 y 451). Acerca de la coincidencia de la lle- gada de la Victoria y de Contarini, véase Ranke, Pdpste, 1. 1, página 153.

(3) Barros, déc. iii, lib. v, cap. 10 (t. iii, párrafo 1.° pá- gina 657). El historiógrafo portugués no cita, como Herrera,

160 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

Las nociones publicadas por Herrera sobre la primera expedición alrededor del mundo, son las más circuns- tanciadas: las de los autores portugueses, por lo demás muy recomendables, no podían ser igualmente detalla- das, porque se debían á comunicaciones parciales y clan- destinas llegadas de la India. El embajador veneciano Contarini habla también desde el año 1522 del día perdido.

' Examinemos primero los documentos alegados en fa- vor de Martín Behaim, documentos anteriores á la par- tida de Magallanes. Cuando éste, diez años después de la muerte del geógrafo alemán, irritado por la ingrati- tud del Gobierno portugués en la India, con una pierna lisiada por un lanzazo, temerario en sus proyectos, in- flexible al ejecutarlos, presentóse por primera vez á la corte de España en Valladolid y mostró á Juan Rodrí- guez de Fonseca, obispo de Burgos, «un globo bien pin- tado», en el cual estaba marcada la ruta que pensaba seguir, dejó en blanco, como era de suponer, el estrechoy para que no le pudieran robar su secreto. Como los mi-

les elementos numéricos; pero con amargas quejas, y bien injustas por cierto, contra las Efemérides de Regiomontanus, da las fechas de cuatro observaciones de longitud, sacadas de un libro que Duarte de Kezende (Feitor de Maluco) se procuró furtivamente en la India y le envió á Lisboa. De igual proce- dencia poseía también Barros el cuarto capítulo de los treinta que forman un tratado de longitudes (((vulgarmente llamadas distancia de meridiano fijadas por la altura de leste oeste))), compuesto por Ruy Faleiro para el uso particular de Maga- llanes (t. III, p. 1.% páginas 660 y 661). Barros, que nació en 1496, encontrábase en África, en el fortín de la Mina, cuando llegaron á España los restos de la expedición de Magallanes, en 1522 (t. ili, p. l.«, pág. 235).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 161

nistros del Rey (sin duda el cardenal Ximénez y mon- señor de Gebres) le apremiaban con preguntas, Maga- lanes les confió que iría primero á tocar en el cabo de Santa María, es decir, en la desembocadura del Río de la Plata (Rio de Solís) y que desde allí seguiría la costa (al Sud) hasta hallar el estrecho; si no encontraba el paso al otro mar (porque los ministros objetaban la po- sibilidad de no encontrarlo), iría á las Molucas por el ca- mino de los portugueses, es decir, por el cabo de Buena Esperanza. Añadió que estaba tanto más seguro de en- contrar un estrecho, cuanto que lo había visto (sin indi- car el lugar) «en una carta marina construida por Mar- tín de Bohemia, portugués, natural de la isla de Fayal, cosmógrafo de gran reputación, carta que le había dado mucha luz acerca del estrecho.»

Tal es la relación que hace Herrera (1) de la primera entrevista de Magallanes con los españoles en 1517. Transcurrieron dos años antes de que la expedición pu- diera darse á la vela (el 10 de Agosto de 1519). Los di- plomáticos portugueses trabajaron tenazmente, mientras permaneció la corte en Barcelona, para desacreditar al jefe de la expedición, diciendo que era un avMiturero li- gero, hablador é indigno de confianza (2).

(1) Déc. II, lib. II, capítulos 20 y 21; lib. IV, cap. 10 (t. I, páginas 103, 195 y 338).

(2) (( Hombre hablador y de poca sustancia.» Parece que la diplomacia fué más activa cuando vino un embajador á Zara- goza á negociar el matrimonio de la hermana de Carlos V (doña Leonor) con el rey D. Manuel. «Se avisó á Magallanes que él y

I su amigo, el astrónomo Ruy Falero, serían asesinados (diplo- máticamente), lo cual obligó al obispo, de Burgos á ocultarles todas las noches en su palacio.

11

162 ALEJANDRO DE UUMBOLDT.

He aquí el testimonio de Pigafetta (1), amigo perso- nal de Magallanes y (según se ve en la narración del terrible suceso ocurrido en Kío San Julián, cuando el tesorero Luis de Mendoza fué descuartizado) inclinado á enaltecer la reputación de su jefe. «El 21 de Octubre de 1520 encontramos un estrecho , al cual dimos el nom- bre de las once mil Vírgenes, por ser el día consagrado á ellas. Sin el saber de nuestro capitán, no se hubiera po- dido desembocar este estrecho porque todos creímos que estaba cerrado; pero nuestro capitán se había informado de que debía pasar por un estrecho singularmente oculto, habiéndole visto en una carta conservada en los archivos (tesorería) del Rey de Portugal y dibujada por un cos- mógrafo excelente, Martín de Bohemia.»

Estos testimonios, tomados de escritos contemporá- neos (porque claro es que Herrera poseía el Diario de San Martín), prueban dos cosas: primero, que Magalla- nes había visto en una carta en Portugal (2) el estrecho

(1) Primo viaggio , pág. 36, y la Introduzione del señor Amoretti, páginas xx-xxvi.

(2) Antes abemos visto que estos testimonios contemporá- neos nada nos enseñan acerca del lugar donde se encontraba el mapa. Pigafetta cita solamente los archivos (el tesoro) del Eey de Portugal, Gozaba de tan grande reputación un mapa veneciano, traído de Italia en 1428 por el infante D. Pedro, duque de Coimbra, hermano del famoso infante D. Enrique, duque de Viseo, y colocado en el convento de Alcobacja, que Francisco de Souza Tavares suponía haber visto indicado en él, como cola del dragón occidental de las Hespérides, el estre- cho de Magallanes. (Antonio Galvano, Trat. dos descuhr., página XV; Manuel di Faria y Sousa, Europa Portuguesa, tonio III, cap. I, pág. 554; ZüRLA, il Mappamondo di Fra Mauro, páginas 7, 86, 87 y 143; Vincent, Periplus of tlie Erythr., páginas 197 y 199.) Además, se creyó que era en el

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 163

<jue buscaba al Sud de la desembocadura del Río de la Plata; segundo, que atribuía esta carta á Behaim, muerto hacía diez años en las Azores.

Es bastante raro que, dada su aversión patriótica con- tra España, el mordaz é ingenioso historiógrafo de la India portuguesa, Barros, no haya procurado rebajar el mérito del traidor recordando que el descubrimiento del estrecho no se debió á su sagacidad, sino á haber visto una carta marina conservada en los archivos del rey D. Manuel. Este silencio de Barros parece probar que la tradición de la supuesta previsión de Behaim no ha- bía llegado á las Molucas.

Compréndese, en efecto, que Magallanes tuviera más interés en hablar de la existencia de un estrecho como de cosa indudable y conocida de cosmógrafos célebres antes de haber llegado á él y cuando sólo trataba de ins- pirar confianza en sus proyectos, que más tarde, cuando pasó al Océano Pacífico.

Las traducciones del fiaje de Benzoni y las numero- sas obras del orientalista Guillermo Postel (1) contri-

oon vento de Alcoba 9a donde Magallanes debió haber visto un mapa de Behaim. (Stüven, Be vero ]\íov. Orhis Í7iv., pág. 41; Tosen, Der walire Entd., pág. 14). Aunque Behaim nació en 1430 y hasta 1479 ocupóse en comerciar en Alemania, no se temió atribuirle, sea el mapa veneciano de 1428, Eea la copia del gran mapamundi del convento de los Camaldulenses de San Miguel de Murano , que el rey Alfonso V habla hecho di- bujar en 1459 en el taller de mapas de Fra Mauro y de Andrés Bianco (Zurla, pág. 85).

(1) Cosmograjj/iica discijMna, cap. Ii, pág. 22; De Univer- sitate líber, pág. 87. Este hombre raro, perseguido por los teó- logos, nació en 1510 y murió en 1581. Es uno de los pocos que

164 ALEJANDRO DE HUMBOLDT

buyeron mucho á propagar la idea de que Magallanes no había hecho más que seguir la ruta indicada por Behaim. Postel también, como antes he indicado, sólo habla de «Fretum Martini Bohemi á Magaglianesco Lu- sitano alias nuncupatum , quodque terram incognitam australem ab Atlantide (America) separat».

Ante todo, expondré la serie de los descubrimientos hechos en la costa oriental de la América del Sur hasta la época en que Magallanes vino á hablar del estrecho al Obispo de Burgos. Los datos parciales que voj á referir fúndanse en el atento estudio de documentos re- cientemente publicados.

antes de Bochart se ocuparon de la lingüística comparada, ciencia que, gracias á la filosofía y á los conocimientos más ex- tensos en nuestro siglo, ha llegado á ser tan importante para la historia de los pueblos y su mutua filiación.

VIII.

Primeros descubrimientos en la costa oriental de América.

Cristóbal Colón (1) comenzó su tercer viaje el 30 de Mayo de 1498, partiendo de Sanlúcar. El l.^de Agosto del mismo año descubrió la Tierra Firme del delta del Orinoco (isla Santa), y cuatro días después hizo desem-

(1) Los cambios que ha sufrido la nomenclatura de los di- ferentes cabos de la isla de la Trinidad y la supuesta, identidad de las partes del continente americano que Colón, en su tercer TÍaje, designó con el nombre de Ida Santa y de Tierra ó Isla de Gracia, han hecho dudosa la cuestión de saber si fué la parte de tierra firme vista por primera vez. He discutido este proble- ma antes de la publicación de los documentos de Navarrete en la Relation kistorique, t. ii, pág. 72, nota 3.* La costa primera- mente descubierta fué la oriental de la provincia de Cumaná» al este de Caño Macareo, cerca de Punta Redonda, parte baja llamada Isla Santa, y no la parte montañosa de la costa de Pa- ria, que forma la costa NO. del golfo de las Perlas ó de la Ba- llena, paraje que Colón designaba con el nombre de Isla de Gracia. Cuando su primer viaje, en Noviembre de 1492, á las costas de Cuba, estaba persuadido el Almirante de que se en- contraba en un continente («es cierto, dice, que ésta es la tierra firme», Diario, 1." de Noviembre). Esta opinión, confir- mada en el segundo viaje y solemnizada por el juramento de

1C6 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

barcar su tripulación por primera vez en el continente americano equinoccial , en el golfo de Paria (en la costa de la isla de Gracia).

toda la tripulación el 12 de Junio de 1494, la conservó Colón hasta su vuelta de Paria á Haiti en 1498. Dice terminante- mente: «En el viaje que yo fui á descubrir la tierra firme, es- tuve treinta j tres días sin concebir sueño, pero no se me daña- ron los ojos ni se me rompieron de sangre y con tantos dolores como agora.)) (Carta á los Reyes Católicos, conservada en el archivo del Infantado.) (Navarrete, t. i, páginas 46 y 252.)

Este convencimiento de Colón de no haber descubierto en 1498 sino un punto más meridional y más oriental del conti- nente de Asia visto en 1492 y 1494, ha contribuido quizá á pri- varnos de una relación más detallada escrita por el mismo Al- mirante.

El martes 31 de Julio de 149S, un marinero de Huelva, Alonso- Pérez, descubrió desde lo alto de un mástil una tierra de tres mogotes. Era el cabo SE. de la isla de la Trinidad, hoy Punta Galeota, llamada entonces Punta Galea según la carta del Al- mirante, y Punta Galera según su hijo D. Fernando. La Punta Galera de los hidrógrafos modernos, el cabo NE. de la Trinidad, nunca llegó á verla el Almirante.

El miércoles I.*' de Agosto, después de haber hecho aguada en la Punta de la Playa, en la costa meridional de la isla de la Trinidad, al este de la Punta del Arenal (cabo SE. de la isla, acaso en la embocadura de los arroyos Erin y Moruga) « vieron sobre la mano izquierda (la proa al oeste) la Tierra Firme á 25 leguas de distancia (esta valuación, como las siguientes, están aumentadas en la mitad), aunque pensaron que era otra isla, y creyéndolo así el Almirante, la puso por nombre Isla Santa.)). Así lo dice el hijo de Colón ( Vida del Almirante, cap. 67. He- rrera, déc. I, lib. III, cap. 10, t. i, pág. 67. Véanse también los testimonios en el pleito del Fisco contra los herederos de Colón, Navarrete, doc. lxix, t. 'iii, págs. 539-551 y 579-583, entre los cuales se descubre la existencia de un manuscrito, en el que un marinero, Pedro Mateos, de la villa de Higuey, marca en 1498 todas las montañas y los ríos, y se lo quitó Cristóbal Colón.)

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 167

El descubrimiento que hizo Sebastián Cabot de la América septentrional, desde la bahía de Hudson hasta el sur de Virginia , con un barco de Brístol {the Matthew) data del verano de 1497.

No habla Colón en su carta á los Reyes Católicos de esta vista de Tierra Firme hacia el Sur, ni siquiera se encuentra en ella nombrada la Isla Santa, sin duda porque en el viaje desde la Margarita á Haiti había tenido tiempo de reflexionar acerca de la semejanza y probable unión de las costas continentales de la tierra baja más meridional de la Isla Santa y de la tierra montañosa y más septentrional de la Isla de Gracia. ((Creyendo que era otra isla (dice Herrera siguiendo á Las Casas) distinta de Isla Sania, le puso nombre de Gracia, y le pareció altísima tierra.»

El 2 de Agosto se pasó por la Boca de la Sierpe (hoy Canal del Soldado, por cuya abertura comunica el pequeño golfo de Paria ó de la Ballena, al Sur, con la mar. El día 5 de Agosto fué cuando por primera vez se puso el pie en el continente de América, á 5 leguas de distancia de cabo de Lapa, donde Pedro de Terreros hizo la risible ceremonia, tan repetida en nuestros dias, de una toma de posesión. La oftalmía impidió al Almi- rante desembarcar, pero no el hacer la ((pintura de la tierra», que envió á los Monarcas, y que después guió á Alonso de Ojeda cuando, desde las costas de Surinam, vino al golfo de Paria {Segunda pregunta del Pleyto del fiscal, 151B-1515, Na va- réete, t. III, páginas 5 y 359). Cabe sospechar que la circuns- tancia de no haber desembarcado indujo al piloto de la expedi- ción, Pedro de Ledesma, quince años después, á decir en el pleito malignamente, y contra todos los demás testimonios, ((que Colón descubrió la Punta de la Galea de la Trinidad, pero no la Tierra Firme que se dice ser Asia».

La expedición salió el 15 de Agosto por la abertura septen- trional del golfo de Paria, y á ésta es á la que únicamente llama el Almirante Boca del Dragón. He juzgado conveniente poner en claro estos hechos, por el conocimiento detallado que adquirí de las localidades durante mi estancia en las montañas de Paria y en las misiones de Caripe.

168 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

Alonso de Ojeda, acompañado de Juan de la Cosa y de Amerigo Yespucci (Ojeda nombra á este último, Mo- rigo Vespuche , en el pleito del Fiscal contra los herede- ros de Colón , según se ve en la 5.* pregunta del mismo), partió el 19 de Mayo de 1499, y tocó tierra á fin de Ju- nio del mismo año en las costas de Surinam hacia el 6^^ de latitud boreal. A su vuelta vio las desembocadu- ras de río Esequibo y del Orinoco.

Vicente Yáñez Pinzón, el mismo que mandaba la Niña en el primer viaje de Colón , salió de Palos á prin- c'pios de Diciembre da ]499, atravesó por primera vez el Ecuador en la región americana del Océano Atlántico, y el 20 de Enero de 1500 descubrió el cabo de San Agustín, llamado por Pinzón {Pleito^ preg. 7.^; Nava- ERETE, t. iri, páginas 547 y 552) cabo de Santa Ma- ría de la Consolación, latitud austral 19'. Vio, por tanto, una parte del Brasil, la provincia de Pernam- buco, cuarenta y ocho días antes de la partida de Cabral, á quien generalmente se atribuye el descubrimiento del Brasil. Favorecido por las corrientes de ESE. al ONO. (porque hacia la parte más convexa y más oriental de la Ame'rica meridional, como hacia la parte cóncava del África en la bahía de Biafra, que parece corresponderle, las corrientes se dividen y cambian de dirección), Vi- cente Yáñez Pinzón siguió la costa al Oeste del Cabo de San Roque (lat. aust. 5*^ 28'), y descubrió la desembo- cadura del Amazonas, que llamó Paricura.

Del mismo puerto de Palos, y poco después de la par- tida de Vicente Yáñez Pinzón , probablemente en los últimos días del año 1499 , salió Diego Lepe. Siguió la misma ruta y tocó tambie'n en el Cabo de San Agustín (Cabo de Santa María de la Consolación ; después Cabo

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 169

de Santa Cruz, según Manuel de Valdovinos). Fué el primero que en la desembocadura del Iviapare ú Orino- co, por medio de un artificio improvisado (escalfador de barbero), que sólo podía abrirse en el fondo del agua, reconoció que en una profundidad de ocho brazas y me- dia, las primeras dos brazas del fondo eran de agua salada, cubierta hacia la superficie de agua dulce (testi- monio del médico García Hernández en el pleito: Ka- VARRETE, t. III, pág. 549).

Desde la desembocadura del río de las Amazonas volvió á la costa de Paria.^

Tiene de notable la expedición de Lepe que dobló el cabo de San Agustín, llamado por él Rostro Hermoso {^Pleito del Fiscal, 8.^ pregunta; Navarrete, t. ly, pá- ginas 319 y 553), y observó que más allá de este cabo continúa la costa del Brasil en dirección SO., como así es (véanse las hermosas cartas 'hidrográficas del almi- rante Roussin), entre los 8^ y los 13° de latitud austral. Esta observación pudo generalizar desde 1500 la idea de la configuración piramidal de la América del Sur.

ISTo cito después de Lepe, ó como formando parte de esta expedición, al comendador Alonso Vélez de Men- doza, cuyo viaje, á pesar del testimonio oficial del piloto Juan Rodríguez Serrano, es dudoso. (Navarrete, t. iii, páginas 319 y 594).

Pedro Alvarez Cabral, enviado por el rey D. Manuel de Portugal á las Indias orientales Calicut), por el camino de Vasco de Gama, queriendo evitar (Barros, década i, lib. v, cap. i, t. i, pág. 386) las calmas del golfo de Guinea y los vientos de SO. que soplan entre los cabos Palma y López , impensadamente llegó á tierra el 24 de Abril de 1500 en las costas del Brasil, hacia el

170 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

décimo grado de latitud austral; por consecuencia, entre Porto Francés j la desembocadura del río San Fran- cisco (probablemente cerca del río Liquia), á la extre- midad meridional de la provincia de Pernambuco, á 15 ó 20 leguas marinas de los -parajes que los españoles Vicente Yáñez Pinzón j Diego de Lepe habían recono- cido tres meses antes.

Compréndese por la curiosa carta que el rey D. Ma- nuel escribió á los Beyes Católicos el 29 de Julio de 1501 (ÍÍAVARRETE, t. III, Doc. núm. 13, pág. 94), que en Portugal no se adivinó la posibilidad de estar unida esta tierra, llamada Terra Santa Cruz, y habitada por una raza cobriza de cabellos lacios, á la tierra de Paria, cuyo des- cubpEBiiento era conocido en FiSpafia desde el mes de Di- ciembre de 1498 ; pero se preveía desde entonces (lo cual es muy notable), la importancia que una tierra situada, por decirlo así, en el camino del Cabo de Buena Espe- ranza debía tener para la navegación de la India («La- qual tierra parece que milagrosamente quiso nuestro Se- ñor que hallase , porque es muy conveniente y necesaria para la navegación de la India, porque allí Pedro Alva- rez reparó sus navios y tomó agua»).

El exacto conocimiento que hoy tenemos de la multi- plicidad de estas corrientes ó ríos pelásgicosde distintas temperaturas que atraviesan el gran valle longitudinal del Atlántico, explica fácilmente la derivación extraor- dinaria hacia el O. que sufrió la escuadrilla de Cabral. Cometióse la imprudencia de atravesar el Ecuador en una longitud demasiado occidental , y por efecto de la corriente ecuatorial media (empleo la nomenclatura del mayor Rennell), entróse en la corriente del Brasil, que sólo es la continuación de la corriente equinoccial, modi-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 171

íicada por la configuración del continente americano.

Desde el de'cirao grado de latitud austral costeó aún Cabral durante algunos días la costa americana hacia el Sur hasta Puerto Seguro, y desde allí dirigió el rumbo, favorecido quizá por la corriente (southern connecting current)^ que impulsa al ESE. en dirección del banco Agulhas, al Cabo de Buena Esperanza, donde pereció Bartolomé Díaz en un naufragio, al Sur de la bahía de Algoa, según antes dije.

Durante los años de 1505 á 1507 ocupóse con prefe- rencia la corte de España en que se buscara un camino directo hacia el Oeste para llegar «al nacimiento de la especería», descubriendo al efecto algún estrecho en las costas meridionales del Brasil. Vespucci, á quien Colón había recomendado eficazmente (cartea de Sevilla de 15 de Febrero de 1505), Vicente Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa y Solis , fueron consultados para una grande expedición que debía partir en Febrero de 1507; pero que, por las influencias portuguesas y la escasa armonía que reinaba entre Fernando el Católico, á su vuelta de Ñapóles, y su yerno el rey Felipe I, fracasó. Esta fué la época en que estuvo favorecido Vespucci (Herrera, déc. I, lib. VI, cap. 16; lib. vii, cap. 1, t. i, páginas 142 y 148; Navarrete, t. iii, páginas 47, 294, 302 y 321).

Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís partieron de Sanlúcar el 29 de Junio de •I 508, y reconocieron la costa desde el cabo de San Agustín hasta el paralelo de 40<' Sur, cerca del río Colorado , pero sin ver la des- embocadura del Río de la Plata, que está más al Norte.

Vasco Núñez de Balboa vio el mar del Sur el 25 de Septiembre de 1513, desde lo alto de la Sierra de Qua-

172 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

requa [Pedro Mártir^ ep. 540, pág. 296), y algunos días después, cuando Alonso Martín, de Don Benito, encontró una bajada al golfo de San Miguel, y en una canoa fué el primero en navegar por dicho mar, Balboa, siguiendo por el camino que los indígenas abrieron , entró espada en mano en el agua hasta llegarle á las rodillas para to- mar posesión del Océano nuevamente descubierto. Los éxitos de Balboa sólo duraron cuatro años , porque en 1517 le decapitaron por orden de su mortal enemigo Pedrarias Dávila con más exactitud Pedro Arias de Avila) y del licenciado Espinosa. Había escrito poco tiempo antes al rey Fernando, en carta encontrada en los archivos de Sevilla, «que V. A. mande que ningund bachiller en leyes y otro ninguno, si no fuere de medi- cina, pase á estas partes de la tierra firme, porque nin- gund bachiller acá pasa que no sea diablo y tienen vida de diablos» {Navarrete, t. iii, doc. 4..° de la sec. 3.^).

Juan Díaz de Solís fué el encargado cede pasar al mar del Sur á espaldas de Castilla de Oro (parte NO. de la América meridional) y avanzar 1.700 leguas más allá de la línea de demarcación ; de reconocer si Castilla de Oro es una isla, y de enviar á la isla de Cuba la figura de la costa ^ si algún estrecho ó abertura hacía posible este envío» {Navarrete^ t. iii, docs. 35 y 36). No se eje- cutó ninguno de estos vastos proyectos de descubrimiento de un estrecho ó de cii^unnavegación de la América del Sur para llegar á la costa occidental del gobierno de Pedro Arias de Avila, parte de la Tierra Firme, situada entre Veragua (gobierno de Diego de Nicuesa) (1) y el

(1) Los historiadores contemporáneos describen en los si- guientes términos el carácter de este hombre valeroso: «Tenía

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 173

golfo de Tiraba, donde principiaba el gobierno de Ojeda, y oficialmente embellecida en las cédulas reales de 27 de Julio y 2 de Agosto de 1513 con el hermoso nombre de Castilla de Oro (1) y Castilla de Aurifia (sin duda aurífera).

Juan Díaz de Solís murió durante sus éxitos, despue's de llegar en el reconocimiento de las costas occidentales de América hasta los 36° de latitud austral. Salió del puerto de Lepe el 8 de Octubre de 1515; llegó al cabo de San Roque del Brasil (lat. 28' 17" Sur); diseñó el yacimiento de la costa, doblando, como lo hicieron Vi- cente Yáñez Pinzón y Diego de Lepe, el cabo de San Agustín (cabo de Santa María de la Consolación ó de Rostro Hermoso), hasta la bahía de Río Janeiro; 'tocó, favorecido siempre por las corrientes que se dirigen al SSO. en el cabo de la Cananea (lat. 25° 10'), en la isla de la Plata (hoy Santa Catalina) (lat. 27° 36'), en las islas de los Lobos, cerca de Maldonado, y, en fin, en el puerto de Nuestra Señora de la Candelaria, que se creyó estaba á los 35° de latitud austral, probablemente entre Maldonado (lat. 34° 53' 27'') y Montevideo (lati- tud 34° 54' 8"). Allí descubrieron los españoles esa gran abertura de la mar dulce que llamaron río de Solís. Después de anclar en el interior del río, cerca de una isla (islote de Martín García) , cuya latitud austral se fijaba

favor por ser gran cortesano y de buenos dichos, hombre hijo- dalgo, modesto y de blanda condición, hombre de á cavallo, tañedor de vihuela y trinchante á Don Enrique Enriquez, tio del Rey Católico.» Herrera, déc. i, lib. vii, capítulos 7 y Ifi. (1) Doy aquí los verdaderos límites de la Castilla del Oro en la época en que la Tierra Firme estaba explotada como en arrendamiento en provecho de los conquistadores que la

174 ALEJANDRO DE HUMBOLDT,

en 34** 40', los indígenas asesinaron á Solís y á ocho de los que le acompañaban ; probablemente en Agosto de 1516. Herrera (déc. ii, lib. i, cap. 17; déc. iv, lib. I, cap. 1; Mem. of Seb Cabot, 1831, pág. 104) nos ha conservado una parte del Diario de la expedi- ción, al menos los detalles de las posiciones, que demues- tran notable progreso desde Colón en la precisión de las observaciones de las alturas meridianas del sol.

Aunque Gomara lo niega, parece que la denominación de Río de Solís fué cambiada por la de Río de la Plata, cuando la expedición de Diego García en 1527, quien encontró allí placas de plata , que probablemente proce- dían de las minas de Potosí, en manos de los indios guaranís. «Fueron las primeras muestras americanas de este metal que se recibieron en España», según asegura Herrera; pero dudo de la exactitud de esta noticia.

Los reyes aztecas hacían explotar las minas argentí- feras de Tasco (Tlachco, en la provincia mejicana de Cohuixco), que yo he visitado {Essai poL, t. iii, pág. 115, segunda edición). Cortés dice en sus cartas á Carlos V

habían descubierto (Na varéete, t. Iii, docs. núms. 1, 2 y 28, páginas 116, 170, 337 y 343; Humboldt, Eelat. hist., t. iii, pá- gina 538). En el mapamundi de Ribero, de 1529, la denomina- ción de Castilla de Oro, que sólo corresponde á Uraba y al Da- lien, se apKca á toda la parte septentrional de Tierra Firme^ mientras hasta 1508, como antes he demostrado, la denominada Nueva Andalucía (provincia de Cumaná) comprendía desde el cabo de la Vela al golfo de Uraba. Cuando el rey Fernando encargó en 1513 á su embajador en Ecma, Mosen Jerónimo de Vich, negociar con el Papa la creación de un nuevo obispado en Nuestra Señora de Antigua (de la provincia de Darien), la Castilla de Oro fué llamada, en la jerarquía eclesiástica, Bce- tica áurea.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 175

que eran comunes los vasos de plata en Tenochtitlán, y Herrera olvida que el conquistador de Méjico desem- barcó el 19 de Septiembre en la playa de Veracruz (Chalchicuecan) , y que , llegado á la capital , mandó fa- bricar á los plateros indígenas (aztecas) desde los pri- meros días , conforme á los modelos españoles , no sólo cuchillos y cucharas de plata, sino también figurillas de santos para enviarlas á Europa; por tanto, las muestras de plata americana debieron ser vistas siete ú ocho años antes que Diego García y Sebastián Cabot se encontra- ran en el Río de Solís, en la costa perteneciente hoy á la República Argentina.

En vista de los datos cronológicos expuestos en este resumen de descubrimientos , superfluo sería refutar la opinión de los que atribuyen á Cabot el descubrimiento del Río de la Plata.

En Valladolid, en 1517, fué donde Magallanes mani- festó sus proyectos de descubrir un estrecho que preten- día haber visto trazado en un mapa de Behaim.

IX.

Influencia de la configuración de África en las ideas sobre la que debía tener América.

En esta larga serie de descubrimientos desde la des- embocadura del Orinoco hasta la del Eío de la Plata, la época de la muerte de Martín Behaim coincide con los grandes armamentos que preparaba la Corte de España para buscar hacia el Sur el paso á la tierra de las espe- cias , siendo uno de sus resultados más importantes la expedición de Pinzón y^ de Solís al Río Colorado, á los 40*^ de latitud austral (en 1508).

En geografía como en historia, los hechos y las opi- niones influyen entre mutuamente, y con frecuencia acaban por confundirse. Modifican esta reacción ó in- fluencia recíproca el carácter del siglo , los intereses do- minantes y la autoridad de algunos hombres notables.

El curso del Níger y el emplazamiento de esa ciudad africana (Tombuctu), cuya miseria actual contrasta con su antiguo esplendor comercial, presenta en los estudios geográficos notable ejemplo de esas fluctuaciones de hi- pótesis y de hechos imperfectamente conocidos. Un des- cubrimiento que llama mucho la atención modifica las

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Opiniones, y la qne de éstas domina por el momento, da una dirección especial á las empresas marítimas. Cuando los resultados de las nuevas exploraciones no confirman las hipótesis forjadas de antemano, no por eso dejan de consignarse éstas en los mapas , donde á reces quedan estereotipadas durante siglos.

Para reunir dos épocas muy apartadas , citaré como ejemplos: 1.°, el mapa de América de Ruysch, publi- cado en la edición romana de Ptolomeo en 1508 (dos años después de la muerte de Colón), mapa que, con- forme á las opiniones sistemáticas, reúne simultánea- mente la Groenlandia (Gruentland) y Terra nova (ín- sula Bacalauras), á los Gog y Magog del Asia Oriental, y las partes occidentales de la isla de Cuba á la Florida; 2.°, una obra muy moderna y estimadísima por muchos conceptos, la cuarta edición del mapamundi de Purdy, en el cual, á pesar de cuanto hoy se sabe (1) tanto so- bre el origen y la emigración de Occidente á Oriente del mito del Dorado, como sobre el terreno comprendido entre las fuentes del Carony y del Río Branco, al Sur de la cordillera de Pacaraina , el lago Parima está figu- rado como una cuenca de 30 leguas de diámetro, casi lo mismo que lo representa Joducus Houdius.

Las cartas geográficas expresan las opiniones y los conocimientos más ó menos limitados del que las ha formado, pero no figuran el estado de los descubrimien- tos. Lo que se encuentra dibujado en los mapas (espe- cialmente en los siglos xiv, xv y xvi) es una mezcla

(1) Véase mi Relation historique, t. í, páginas 699-713, y tomo II, pág. 224.

n

178 ALEJANDRO DE HDMEfoLDT.

de hechos comprobados y de conjeturas presentadas como hechos.

Sería sin duda desconocer los progresos de la geogra- fía y las causas que los han apresurado, desacreditar los ingeniosos procedimientos del arte que combina lo cono- cido con lo desconocido. Los resultados de estos proce- ^dimieñtos' sólo son temibles cuando el trazado de los mapas no presenta los medios de conocer lo que ha sido visto y lo que se supone que puede existir.

No debe perderse de vista en este problema la in- fluencia que han ejercido en la representación del tra- zado de las costas y en la configuración general de los continentes, las opiniones, las conjeturas y los deseos excitados por los grandes intereses políticos y comercia- les. Esta anticipación de las conjeturas á los descubri- mientos reales y positivos, y los motivos más ó menos sólidos en que se funda, nos darán alguna luz acerca de la convicción que Magallanes tenía desde 1517 de la -existencia de un estrecho que no descubrió hasta 152C.

Desde la expedición de Diego de Lepe (1500), y la observación que hizo este navegante de que, doblando el cabo de San Agustín, la costa empezaba á tomar la di- rección de SO., podía conjeturarse en Europa la forma piramidal de la América del Sur. Las relaciones de po- sición geográfica de esta mitad del Nuevo Continente y del África son tales (y este hecho notable ha influido probablemente también, en el origen de las cosas, en la desigual prolongación de las tierras hacia el polo aus- tral), que la gran convexidad del continente americano (el vasto promontorio brasileño), correspondiente á la sinuosidad opuesta del África, lejos de estar en el mismo

PESCÜ^RIMIKNTO DE AMÉRICA. 179

paralelo con el golfo de Guinea, encuéntrase á trece gra- dos y medio más al Sur.

Desde Cabo Verde á la desembocadura del Gambia, el África occidental se inclina ya al SE. á 15^ de dis- tancia del Ecuador, mientras en la América del Sud hasta el paralelo de de latitud austral continúa pro- longándose de NO. á SE.

La creencia de que era posible la circunnavegación -del África, subsistió desde la más remota antigüedad á través de toda la Edad Media. Fundábase, no diré en hechos comprobados (los restos de los barcos españoles •encontrados en las costas del mar Rojo no los constitu- yen seguramente), sino en la creencia de estos hechos y en el conocimiento más-ó menos exacto de la forma tra- pezoidal ó piramidal del continente.

Mientras no se recorrían más que las costas occiden- tales hasta el cabo Bojador y las orientales hasta el Norte de cabo Aromata (Guardafuí), podía suponerse que África, lejos de estrecharse hacia el Sud, continuaba ensanchándose, y esta fué en efecto la opinión de Marino de Tyro y de Ptolomeo (1), que desde el promontorio

(1) Geogr., lib. iv, cap. 9; lib. ii , cap. 5, donde á «la tierra desconocida» que rodea el mar de la India al Mediodía fe la liomlDra dos veces, mientras á mitad del mismo cap. 5 al mismo ' mar la India se le compara, como mar ceiTado, al Caspio. M. Gossellin {Redi., t. i, pág. 45), atribuye á Hipparco esta hipótesis de una división del Océano en muchas cuencas y ia prolongación oriental del África. Hasta ha publicado doa mapas del sistema de Ilippareo, presentando la tierra descono- cida que une África y Asia. El único pasaje que se puede alegar en justificación de esta identidad de la geografía siste- Inática de Ptolomeo y de Hipparco (la era del primero de estos' geógrafos está separada de la del segundo por Strabón y Posi-

ALEJANDRO DE HUMBOLLT.

Prasum. al Sur del cabo Eaptum, prolongaban el África oriental hacia el Este para unirla por medio de una tie- rra desconocida (especie de tierra austral) á Cattigara y al oriente de Asia.

Si se admite que esta ficción llega á la época de Hipparco y por tanto á la escuela de Alejandría, siglo y medio antes de nuestra era, y se compara el estado de los descubrimientos geográficas correspondiente á los tiempos de Eratostlienes, de Crate's de Malíes (confun- dido por Mr. Gossellin en su Bech. geogr.^ t. i, pág. 104, con Grates, el Cínico al hacerle, contemporáneo de Ale- jandro), de Posidonio y de Strabón, que admiten la po- sibilidad de la circunnavegación de África, con el que tenían en tiempo de Hipparco, de Marino de Tyro y de Ptolomeo, se llega al triste resultado de que, en la anti- güedad, las opiniones recientes son con frecuencia me- nos exactas que muchas de las que le precedieron (tres siglos transcurrieron entre Grates, el comentador de Ho- mero, y Ptolomeo),

donio, que, como Eratosthenes, eran de opinión contraria), en- cuéntrase en Strabón, lib. i, pág. 10 Alm., pág. 5, Cas. Trátase en este sitio de la división del Océano en muchas cuen- cas separadas por istmos y de la influencia probable de estci istmos en la desigualdad de los fenómenos de las mareas. íío se nombra á Hipparco sino por haber combatido, conforme al testimonio de Seleuco el Babilonio, la identidad general de los fenómenos de flujo y reflujo; y aunque por inducción, estas opiniones ponen á Hipparco en oposición con Cratés, que ad- mite la posibilidad de una circunnavegación, conñeso, sin em- bargo, que el pasaje citado no me convence completamente de la desigualdad de configuración que, á la extensión en latitud, deben haber dado al África Ptolomeo é Hipparco, cerca dtí. mar Erythreo.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 181

En efecto; los sistemas, fruto de ciertas predileccio- nes ó deferencia á la autoridad de un hombre celebre, permanecen independientes de los progresos de los des- cubrimientos y de la extensión creciente de la navega- ción. A pesar de estos cambios de opiniones, triunfa la idea de un mar libre y contiguo que baña la extremidad austral del África.

El gran cre'dito que dos escritores de mediana impor- tancia, Mela y Solino (1), gozaban en España, en la patria de San Isidoro, en ese mismo país que llegó á ser en la Edad Media el centro de la literatura geográfica de los árabes, contribuyó mucho á rectificar las induc- ciones que en pro de la circunnavegación de África po- dían sacarse del comercio de la India, del golfo Pérsico

(1) Antes dije la poderosa influencia que en la dirección de las ideas de Cristóbal Colón ejercieron los pasajes de Strabón, repetidos por el cardenal d'Ailly. He aquí un pasaje de Solino -que, por sus afirmaciones positivas, produjo grande efecto en la Edad Media. «Omneillud mare ab India ad usque Gades voluit (Juba) intelligi navigabile, cori tantum flatibus. » Llámase también fastuosamente «loca stationum et spatiorum modum» (Solino, Ex. Plin, págs. 874-879). San Isidoro era de la misma opinión de Cratés, de Eratosthenes y de Solino (^Orígenes, li- bro XIV, cap. V). El pasaje de Solino está twmado de Plinio (VI, 29), que comienza el Atlántico en el cabo Mosylon de Etiopía y reúne en un mismo capltitulo (ii , 67) cuanto podía excitar el ardimiento de los marinos portugueses del siglo XV. El viento NO. {caurus ó argestes de los griegos) no está acer- tadamente elegido para explicar una navegación desde la India ó del mar Eojo á Cádiz ; es, sin duda, una reminiscencia de la expedición de Eudoxio, en la cual Posidonio (StrabÓn, lib. ii, página 157 Alm., pág. 99 Cas.) hace intervenir «continuos vien- tos del Oeste» ; pero también Eudoxio procuraba dar la vuelta al África del Oeste al Este.

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y del Yemen con laá costas de Azania, de Zanzíbar (Zangue'bar), de Soffala j de la isla de San Lorenzo, el Magastar (Madagascar) de Marco Polo, cuyo litoral estaba desde muy antiguo habitado por tribus árabes.

Largo tiempo antes de Bartolomé Díaz y de Vasco de Gama, vemos la extremidad triangular de África representada en el planisferio de Sanuto, 1306, anejo al Secreta jidelium crucis y publicado por Bongars (1), en el Portulaneo delta Mediceo Laurenziana de 1351^ obra genovesa que el conde Baldelli ha dado á cono- cer (2) en el Planisferio de la Palatina de Florencia de 1417, discutido por el cardenal Zurla (3), y sobre todo, en el famoso mapamundi de Fra Mauro, construido en los años de 1457 á 1459 (4). Este último mapa

(1) Gesta Deiper francos, ed. 1611, t. ii, páginas 281, 290; Marino Sanuto, á quien no se debe confundir con Livio Sanuto,. geógrafo del siglo xvi, y que se llama á mismo en un manus- crito de la Biblioteca Laurentina de 1321 «Marinus Sanuto dic- tus Toixellus, de Venecciis », predicó acertadamente una cru- zada en interés del comercio , deseando destruir la prosperidad de Egipto y dirigir todas las mercancías de la India por Bagdad,. Bassora y Tauris (Tebriz) á Kaffa, Tana (Azow) y á las costa:^ asiáticas del Mediterráneo. Nacido en 1260, compatriota y con- temporáneo de Marco Polo, el viajero de Oriente, Sanuto na conoció el Milione, pero sí, probablemente, la geografía de Abu Kihan (Albiruni), de la que tomó datos Abulfeda. De carácter elevado, expone grandes miras de política comercial. (Antonio DE Capmany, Memorias históricas sobre la marina de Barce- lona, 1779, t. I, pág 40.) Es el Raynal de la Edad Media, sin la incredulidad de un abate filósofo del siglo XVIii.

(2) n Milione, 1827, 1. 1, pág. clv.

(3) Dissert,t. ii, pág. 397.

(4) II Majypamondo di Fra Mauro Camaldolese , descritto- de lacido Zurla, 1806, párrafo 54,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 183

especialmente, anterior en cuarenta años á la circunna- vegación de Vasco de Gama, es el que presenta con mayor claridad el promontorio del África austral, con el nombre de Capo di Diah.

La configuración de esta extremidad del continente merece particular atención. Presenta el aspecto de una isla triangular, en la cual al NE. del Capo ai Diab (nuestro cabo de Buena Esperanza) se encuentran ins-, criptos los nombres de ^offala y de Xengíbar, y está separada de la Abassia (la Abisinia), según las propias palabras del autor del mapamundi, «por un canal rodeado de altas montañas y frondosas selvas». Este canal, que tiene la dirección de NNE. á SSO. es tan estrecho, «que reina en él perpetua oscuridad y los remolinos que forma el agua hacen peligrar los barcos.» Tales indica- ciones y el aspecto del mapa prueban que se figura la extremidad del contmente como separada de la gran masa más boreal por un estrecho, que recuerda involun- tariamente el de Magallanes.

Una inscripción puesta al lado del cabo de Diab in- dica que en 1420 dobló dicho cabo un barco indio, Zoncho de India (Junco de la India), viniendo del Este en busca de las islas de los Hombres y de las Muje- res (habitadas separadamente por los de cada sexo), que están más allá; y que después de cuarenta jornadas y de andar más de 2.000 leguas sin encontrar más que aire y agua, el buque indio volvió en setenta jornadas de navegación al cabo Diab, donde los marineros encontra- ron en la playa un huevo del tamaño de un tonel, que se reconoció ser del ave Crocho(l).

(1) ZüRLA, párrafos 38, 39, 116-118.

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Observaré primero que esta dirección del rumbo del barco hacia el Oeste para buscar las Amazonas es con- traria á la opinión generalmente admitida de que dichas mujeres, á quienes Marco Polo atribuye un obispo cris- tiano , y que no se comunicaban con los hombres sino durante la primavera, vivían muy cerca de Socotora (la Scara, según algunos manuscritos de Marco Polo, y la Scoria de Behaim).

Marsden (1), en su sabio comentario del viajero ve- neciano, sitúa Vísala Mascóla é Femina del Milione (libro III, cap. 33) á la entrada del golfo de Aden, entre Socotora, célebre por un mito árabe, relativo á una colonización que Aristóteles aconsejó á Alejan- dro, y el cabo de Guardafuí, y cree que estas islas de Marco Polo son los islotes de las Hermanas {Ahd al Curia).

La ficción de las Amazonas ha recorrido todas las re- giones, y corresponde al círculo uniforme y estrecho en el que la imaginación poe'tica ó religiosa de todas las razas de hombres y de todas las épocas, se mueve casi instintivamente. Apenas descubrió Cristóbal Colón las Pequeñas Antillas al fin de su primer viaje, creyóse ya en las inmediaciones de una isla (Matinino) habitada por mujeres solas, «algunas de las cuales hubiera que-

(1) Ed. de Marco Polo , nota 1.419. Behaim ha figurado también estos islotes en el globo de Nuremberg, y pretende que no empezaron á ser habitados hasta 1285. (MüRR., pág. 34.) La situación cerca del cabo de Guardafuí no conviene en manera alguna con el dicho de Polo «verso mezzodi di Chesmacoran», que es la parte más occidental de V India maggiore, á 500 mi- llas de distancia.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 185

rido coger para presentarlas á la reina Isabel» (1). El barco indio de que habla Fra Mauro, buscaba en 1420 («verso ponente fuora del Cavo de Diab»), á través de las Isole verde y de los bancos de bruma del mare tenebrosum, las islas de hi Homeni é de le Done. Estas palabras que cito textualmente indican por lo menos que el mito árabe de las Amazonas no se refería á una localidad bien determinada. No se trata, pues, aquí de una de esas islas situadas en el vasto archipié- lago (2) que Edrisi figura dirigido de O. á E. desde

(1) Diario del primer viaje, 13 y 15 de Enero (Nava- RBETE, t. I, páginas 134 y 138); y cuarto viaje{ Nav., t. i, pá- gina 282). Matinino es Santa Lucia; Bordoni, Isolario^ edición de 1547, pág. 15. La isla Matitina de Procacchi , Isole piüfa- mose, 1676, pág. 106, y del mapa de las Antillas de Wytfiiet en las Deseriptionis Ptolemaicce ^ argumentum site Orcidentis notitia (1597), paréceme que coincide mejor con la posición de la Martinica.

(2) Este archipiélago contiene Socotra (Socotora), Seren- div (Ceylán) y Kemr )Madagascar) , situada al E. de Ceylán, segiln el mapa árabe que acompaña al hermoso manuscrito de Edrisi , de la Biblioteca Bodleyana , en Oxford. Por esta confi- guración extraordinaria dada al África oriental, á la costa de Zengis y á la de Sofala, Asia y África formaban un golfo in- menso (mar de Pind ó Hind), que en dirección , como el archi- piélago, de O. al E. se extendía desde la desembocadura del mar Rojo hasta las extremidades orientales del mundo desco- nocido.

El globo de Behaim presenta la parte de esta serie de islas que traspasa el meridiano de Cathay, de Gog y de Magog, siendo la más próxima á las costas de España. Socotora y Zi- pangu son los puntos extremos de este archipiélago por el lado de la India. Antes de 1492 creíase que continuaba hacia el Este por medio de jalones apartados que formaban la Antilia, San Borondón y las Azores. Tal era la opinión de Toscanelli y

186 ALEJANDRO DE HUMBOLLT.

la costa meridional del Yemen hasta la extremidad oriental del mar de Sind , frente á una costa de África que por Barbara (Cafrorum térra, Edrisi, ed. Hartm. p. 98), Alzung (Terra Zengitana, Hartm. p. 100) j Se-

de Colón, y puede formarse exacta idea de la esperanza de dichos grandes hombres de entrar por el Atlántico en esta zona continua de islas , cuando se conoce el tipo imaginario de la geografía árabe é italiana del siglo xv.

En el mapa de Edrisi queda abierto el mar de Hind hacia el Este; pero como reminiscencia del sistema de Ptolomeo, se pro- longa la costa de Sofala hasta el meridiano de Cathay. Es ver- daderamente extraordinario que, en oposición directa con el mapa del manuscrito de Oxford y de muchos textos de Edrisi, el sabio maionita Gabriel Sionita, en su comentario marginal del geógrafo nubiano, haya atribuido á éste la misma opinión de Ptolomeo, según la cual el iñar de la India sería una cuenca cerrada (Edrisi, ed. de 1619, pág. 3, nota b). Esta falsa inter- pretación á que ha podido contribuir un pasaje algo obscuro de Edrisi (pág. 37) acerca de una tierra que está unida á la costa de Zengis (¿ó cercana?), ha sido copiada en otras obras, por lo demás, muy estimables (Sprengel, Gescli. der geogr. Entd., página 156). Hay siete mares, dice el Nubiano, de los cuales seis son como golfos del Océano Homérico (mare ambiens), y uno completamente separado, nulli parti prcedictorum marium juncia. Ahora bien ; como este solo mar, separado de los otros (Edrisi, pág. 243, repite las mismas palabras) es el Caspio ó mar de Tabarestán, y que, comparado al antiguo estado del Me- diterráneo, es el mismo al cual llama (pág. 147) Stagnum uiv- diqíie clausum . no puede quedar duda alguna de que Edrisi creía el mar de la India abierto hacia el Este y en comunica- ción libre con el Océano. Lo dice claramente en la pág. 36, donde habla del enlace del mare piceum, la parte más oriental del mar de la India, con el mar de las Tinieblas, ó sea el Océano Atlántico, que baña (páginas 6, 39) las costas occidentales de África, la extremidad oriental (Vac-Vac) de dicho continente y las tierras septentrionales de Gog y de Magog.

DFSrUBRlMIENTO DE AMÉRICA. 187

fala(Zofala, Hartm. p. 103-108 y 113) se prolonga tam- bién de E. á O. hasta el promontorio africano de Vac- Vac (Vakvak); porque existe una parte continental e' islas de este nombre. (Ve'ase el texto de Edrisi, p. 34, «de- térra Sofalae confini et de propinqua Ínsula Vac-Yac.)»

La tierra que busca el Zoncho de la India está al otro lado del cabo austral de África , y sólo en el caso de creerle inmensamente alejado al Este del promontorio Vac-Yac y conforme al convencimiento de la redondez de la tierra, generalmente admitido por los geógrafos árabes, hubiera podido llegar, navegando hacia el Oeste al mar tenebroso (el Atlántico), donde están las isole verde^ de las cuales se tenían nociones muy vagas.

Pero mucho más que la situación de una de estas islas fabulosas de los árabes que los navegantes cristianos han poblado de obispos y de monjes, importa el trazado del cabo de Buena Esperanza en un mapa mundi de 1459. Los mismos que sospechan algunas adiciones posterio- res (1), no las suponen más allá de 1470; de áuerte

(1) Baldelli, Mlione, t. i, pág. 33. La sospecha do las adiciones fúndase en datos, al parecer, debidos á un monje, Talián, que recorrió la Etiopía. La conjetura de Ramusio y de tantos geógrafos modernos, de que Fra Mauro había copiado un mapa traído por Marco Polo del Catay, ha sido, en mi opinión, victoriosamente refutada por el cardenal Zurla (párrafos 136-; 143). La orientación del mapamundi de Mauro, en el cual el Mediodía, como en el planisferio de Velefri (del siglo xv), pu- blicado por el sobrino del cardenal Borgia, está situado en la parte superior del mapa (cayendo, por tanto, el Oriente á la izquierda) , choca, sin duda, cuando se recuerda que en China, donde, según las nuevas é ingeniosas investigaciones de M. Kal- proth, los marinos se guiaban por medio de la brújula. desde el.

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que las expediciones de Díaz y de Gama son indudable- mente diez y siete y veintisiete años posteriores á la eje- eirción del mapa que nos presenta el Capo di Diah. El conocimiento de la existencia de este promontorio es más notable, porque su nombre mismo parece indicar qué pueblo lo descubrió y qué en general las corrientes

siglo I TI de nuestra era, la aguja imantada lleva el nombre de aguja que mvestra el Sur, Tchinantchin.

La dirección del comercio del Norte al Sur y al Suroeste daba especial importancia á la región meridional ; pero las orienta- ciones de los mapas fueron, al parecer, por largo tiempo bas- tante arbitrarias. En el mapamundi circular de Andrés Blanco, mucho más antiguo que su Portulán de 1436, y hasta quizá co- piado de un mapa del siglo xiii, el Sud está á la derecha, como también en el mapamundi de la Biblioteca de Turin , anejo á un comentario del Apocalipsis compuesto en el año 787 y trans- crito en el siglo xil (Cod. manuscripti. Bihl, Taurin, 1749, t. ti, página 29, Col. xciii). El mapa fragmentario del monje Cosmas Indicopleustes, lo mismo que el mapa general de Edrisi, de la Biblioteca Boldeyana, que con frecuencia he citado, están orientados como acostumbramos á orientar nuestros mapas, el Oriente á la derecha. La antigliedad siguió generalmente el ejemplo de Homero {Iliada, xii, 239; StrabÓn, lib. I, pá- gina 34 Cas.), que hace volar el águila á la derecha hacia la aurora y á la izqxiierda hacia la estancia de la noche (el Po- niente). Sólo Empedocles trastorna, por decirlo así, los puntos cardinales en sentido diametralmente opuesto al método de Blanco , nombrando « la derecha del mundo el Norte y la iz- quierda el Sur (Plutarco, Flac.pMl.^ ii, 10; Stob., Bcl.phys., XVI, pág. 358). Esto es, como observa M. Lommatzsch, un re- flejo de la doctrina egipcia (Plutarco , de Isid. , c. 32) , que considera el Oriente como «la cara del mundo»; lo cual, no para quien mira al Oriente, sino para quien vuelve el rostro al Occi- dente, sitúa (como dice Empedocles) el trópico del invierno, ó sea el Sur, á la izquierda. (LoMM., Weisch. des Emp., 1830, pá- gina 200.)

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pelásgicas que, según nociones exactísimas adquiridas desde el siglo xiii por Marco Polo en las Indias, impul- san con extrema violencia hacia el SO. y el SSO., im- pedían á los árabes estacionados en las factorías desde el siglo XII en toda la costa oriental de África , desde el cabo Guardafuí liasta Quilloa y Sofala, llevar su nave- gación, más allá del promontorio que los portugueses lla- maron después Cabo de las Corrientes (latitud austral 23° 58').

Temíase pasar la desembocadura meridional del canal de Mozambique , porque se sabía que no era posible vol- ver navegando contra la corriente. «II mare corre si forte á mezzodi, que á pena se potrebbe tornare» (Marco Polo, lib. III, cap. 85). Resulta, pues, que sólo por noticias de los indígenas y por alguna atrevida expedición, seme- jante á la que Fra Mauro supone hecha en 1420, pudo conocerse la configuración de la extremidad de África. Acaso el barco indio que dobló el cabo Diab á favor de la corriente del Banco de las Agujas (el great Lagullas stream de Rennell) volvió (1), despue's de estar, como dice Fra Mauro, cuarenta días en el Océano Atlántico, á favor de la contracorriente {soy,thern connecting current), que, reforzada por los vientos del Oeste en latitudes más meridionales, entre los paralelos 37° y 40°, arrastra una parte de las aguas del Atlántico hacia el Este en el Océano de la India, y constituye uno de los rasgos más notables del gran cuadro de los ríos pelásgicos.

El nombre que dio Mauro al promontorio austral de África exige algunas explicaciones basadas en conoci-

(1) Kennel, Inv. on Current, páginas 98, 138.

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Tuientos lingüísticos más exactos. El Cardenal Znrla ve en el cabo Diab el cabo de los Lobos. En árabe, dsiáh (el colectivo ó pluralis fractus de dsib) significa induda- blemente lobos; pero M. Walckenaer (1) en un inte- resante artículo sobre el mapamundi de Fra Mauro , ha demostrado que esta etimología es menos probable que la de una derivación de la palabra malaya dib 6 dtv, isla. Las comarcas de Zanguébar y de Mozambique las frecuentaron, antes que los portugueses, los barcos ára- bes, persas é indios. El nombre dado al cabo puede, por tanto, corresponder á dos familias de lenguas original- mente distintas, á las lenguas semíticas (armenias) ó á las lenguas indo-germánicas. La palabra que comun- mente se usa en persa para decir isla, es bendáb (unión de agua, en alemán das Wasserband)] pero duab (dos aguas, en persa, comarca entre el Jumna y el Ganges), palabra formada regularmente por analogía con Xd^yend- jab (la Pentapotamida), confúndese remontando al sáns- crito con dvrpa (dvi, dos, y apa, agua), que significa á la vez isla y península (2).

(1) Vies de personnages celebres, t. i, pág. 336. Recordaré, que en la punta austral de África abunda una especie particu- lar de loba, el chacal mesomelas; pero no es probable que el Junco de la Indi a. tocsiTa. en el cabo Diab.

(2) Dvipa .(contraído en dip j div) es.en sánscrito, según" M. Bopp, hablando con propiedad, un compuesto posesivo, te- m'endo dos aguas , rodeado de agua por dos lados. Bvis pierde fácilmente la Vy como lo pruelja el adverbio numeral griego Si:, en etcual el epiceno r«w. queda suprimido. En la explicación del nombre griego de Socotora (Dicscoridis ínsula) fué donde Bochard procuró por primera vez, hace doscientos años, encon- trar las palabras sánscritas Diu Sccotra, impulsado quizá á ello por la palabra /r/^aí¿/« (isla la Cebada) de Ptolomeo

DKSCD'BRIMIESITO DE AMÉRICA. 191

Fernando Colon, aficionado á los rasgos de erudición, dice que el nombre de cabo de Buena Esperanza «ha sido sustituido al de Agesinguaf>^ indudablemente co- rrupción de Agisymba. Este nombre recuerda la pro-

(vii, 2). No insistiré en la transformación de Diu Socotra en Dioscoridis ínsula, conforme en rigor á la tendencia de los He- lenos de formar mitos históricos por la alteración de nombres geográficos ; pero cuéstame trabajo participar de la opinión de un sabio ilustre, cuyas opiniones causan generalmente pro- funda convicción en el ánimo del lector, de que Socotra sea una corrupción del apócope de Dioscórides. (Letronne, Materianx jjour Vhistoire du Christianisme en Abyssinie, 1832, pág. 138.)

La isla de Socotora, habitada desde antiguos tiempos por co- lonos árabes é indios, era, no sólo por su posición á la entrada del mar Erythreo, importante para el comercio, sino también porque se la creía fértil en aloes, cuya especie, muy buscada en la antigüedad, se la llama aún en las farmacias Socotrina, adje- tivo de Socotra, como se ve claramente en García, ab Ilorto Aromota , t. ] , 2, pág. 14, ed. de 1567. «ínsula Socotra (dice el geógrafo de la Nubia, pág, 23) nitida tellure, ferax arborum et pleraque ipsius germina sunt arbores aloes. Atque híec aloe su- perat bonitate reliquas omnes, ut illam quse colligitur in Ha- dhramut terree Yemen.» Esta descripción recuerda la fábula árabe de que Aristóteles indujo á Alejandro á descubrir la isla de los Aloes, y el consejo de que, cuando el rey macedonio fuera personalmente á Socotora «telluris prasstantia et aeris tempe- riem approbans», expulsara á los antiguos colonos y les reem- plazara con griegos que cuidarían las plantaciones de aloes.

Creo que una isla que tanta celebridad gozó darante largo tiempo, muy bien podía merecer el nombre (sánscrito) de -Sukhadh(M'a , sitio de la felicidad ó isla felicísima, dvipa Su- lüíatara, que los Sres. Bopp y Bohlden reconocen casi sin nin- guna alteración en Socotora. {^Bas alte Indien, t. ii, pág. 139; Patt., Etym. Forsch. avs dem Üehiéte der Indo Germán. Sprachen, 1833, pág. 80.) Al aloe, al jugo purgante, llámasele en sánscrito tarani. (Wilson, Lex., y Ainslie, Mat. med. In-

192 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

blemática expedición de Julio Materno hacia el limita extremo de la Etiopía, que Marino de Tjro (Ptolomeo, lib. I, capítulos 7 y 9) quería situar más allá del tró- pico de invierno, y que dio ocasión á Ptolomeo para en- trar en curiosas discusiones de Geografía zoológica.

En el gran siglo de los descubrimientos marítimos, los portugueses recordaron con frecuencia el nombre de Agisymba, y Barros (de'c i, lib. x, cap. 1) indica, al pa- recer, que el nombre de Symbaoé (corte) ^ que los indí- genas dan á las antiguas fortificaciones al Oeste de So- fala (lat. austral 20® ó 21°) podría ser muy bien un re- flexo de Agisymba de Marino de Tyro, denominación etiópica que Julio Materno y Septimio Flaco dieron á conocer á los romanos.

Acabamos de ver que la circunnavegación del África austral fué impulsada por el conocimiento de la forma triangular de este continente; por las tradiciones, verda- deras ó falsas , pero religiosamente conservadas de anti- guos viajes; por las nociones que los árabes de España, de la Mauritania y de Egipto extendieron desde los

dica, t. I, pág. 10.) Creo encontrar esta palabra en el tarum de Plinio (xii, 20) , sustancia aromática que se recibía por medio del comercio con los Nabatheos (García , ah Horto^ lib. i, ca- pítulo 16), sin haber conocido esta analogía con un nombr» sánscrito, conjetura ya que el tatitm de Plinio es la madera odorífica del aloes, el agallochon de Dioscórides, que el botánico de Anazarbe no confunde con áXór). Mi [sabio amigo M. Le- tronne recuerda que cerca de Suaken , en Abisinia , hay una montaña, Dyab, y ha hecho derivar este nombre como el de la isla Diahug y el de Dihus (probablemente la isla Dahlak), pa- tria de Teófilo el Ariano, según Philostorgos , de una raíz árabe que significa oro {Christ. d'Abi/ssinie, pág. 139). Esta raíz es dscheb.

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siglos XII y XIII en el comercio árabe, persa é indio con la costa oriental de África; finalmente , por los mapá-^ mundis que, fundados en las mismas nociones, presen- taban, medio siglo antes de Vasco de Gama, la configu- ración de este cabo, hacia el cual se dirigía la corriente de Mozambique y que bañaban á la vez el Océano Indio y el Océano Atlántico.

La analogía de forma entre África y la América del Sur pudo engendrar la misma esperanza de circunna- vegación, cuando en 1508 Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solls llegaron al grado 40 de latitud austral y vieron la inclinación de las costas de América hacia el Suroeste, desde el cabo de San Agustín, en una exten- sión de más de 900 leguas marinas. Balboa no había descubierto aún el Océano Pacífico; sin embargo. Colón sabía, poco antes de morir (1506), que este Océano exis- tía y que estaba próximo á las costas orientales de Ve- ragua: sabíalo, no por combinaciones hipotéticas sobre la configuración del Asia oriental , sino por testimonio de los indígenas , quienes, en el cuarto viaje del Almi- rante, le dijeron que cerca del río de Belén el otro mar vuelve (boxa) hacia Ciguara y las bocas del Ganges, y que estas tierras occidentales (del Áurea , es decir, del Quersoneso de Oro, de Ptolomeo) están relativamente en la misma posición (1) con las costas (orientales)

(1) «Parece que estas tierras de Ciguare, que son á diez jor- nadas de Klo Gaiígues, están con Veiagua como Tortosa con Fuenterrabía.» Esta¿ palabras, bien expresivas para pintar dos mares opuestos uno á otro, sólo se encuentran en la carta rarí- sima de 7 de Julio de 1503 ( Morelli, páginas 11 y 30; Na va- réete, t. :, páginas 299 y 300), y no en la biografía escrita por el hijo de Colón.

l94 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

de Veragua que está Tortosa (en la desenibocadura del Ebro) con Fuenterrabía (en las Vascongadas) ó Vene- cia con Pisa.

Colón buscaba, como dice su hijo (Vida del Almi- rante, cap. 90), el estrecho de Tierra Firme; pero la pa- labra estrecho ocasiona en todas las lenguas equivoca- ciones, «pudiendo ser de agua ó de tierra»; por tanto, un paso 6 n 11 istmo. El Almirante fué con frecuencia enga- ñado \yn' los intérpretes que, en su nombre, se informa- ban de la forma de las tierras.

Sorprende ver que la analogía con África no infun- diera líi esperanza de una circunnavegación (el pro- proyecto de dar la vuelta á la parte au&tral del ííuevo Continente) antes que la convicción de la existencia de un estrecho. En los documentos oficiales , sobre todo en los que datan de los años de 1505 á 1 507 , la vía por la cual se llegaba á las especias no está verdaderamente indicada con claridad , y, sin embargo, con frecuencia se habla del estrecho « por el cual los mismos portugueses deseaban buscar un camino más corto para llegar á las islas de las especias».

Cuando posteriormente (dos años después de la ex- pedición de Balboa y del descubrimiento del mar del Sur) recibió Solís el encargo de navegar « á espaldas de Castilla del Oro», es decir, de visitar las costas occiden- tales de esta provincia, se le prescribió ir primero al Sur, sin especificar si doblaría el cabo que debía formar la extremidad austral del continetíte. La palabra aber- tura del continente no consta en la instrucción de 24 de Noviembre de 1514 (según lo expresé antes al enumerar las expediciones hechas desde 1498 á 1517), sino como medio de comunicar con la isla de Cuba

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 195

«luego que llegaredes á las espaldas de donde estu- TÍere Pedrarias enviarleeis un mensagero, con cartas vuestras para , con la figura de la costa , é conti- nuareis vuestro camino ; é si la dicha Castilla del Oro quedare isla é ohiere abertura por donde podáis en- viar otras cartas vuestras á la isla de Cuba, enviadme otro hombre por alli, haciéndome saberlo que hobie- redes hallado , después que me hobieredes escrito jwr via de Pedrarias, é la figura de lo que hobieredes des- cubierto.»

He aquí cómo concibo el sentido de esta notable ins- trucción. Cuando hayáis llegado á la espalda la costa ■occidental) del gobierno de Pedrarias , comunicaréis con él (por tierra) y continuaréis vuestro camino (hacia el Norte, para llegar al paralelo de Cuba). Si entonces descubrí^ que este gobierno de Pedrarias (Pedro Arias de Avila) ó la Castilla del Oro es una isla y que existe alguna abertura (de la costa) por donde podáis enviar otros despachos á la isla de Cuba, haréis pasar un men- 'sajero por este estrecho, para que yo sepa lo que habéis liecho desde la primera carta entregada á Pedrarias. Su- pénese el estrecho hacia el Norte del Darien «después de haber comunicado con Pedrarias jí). Toda esta expe- dición se llama un viaje d la parte del Sur (Real nom- bramiento de contador de la armada de Solís del 22 de Julio de 1515), y como por el Sur debe llegar la expedición á espaldas de Castilla del Oro y la ins- trucción de 1514 sólo dice, si encontráis otro estrecho (otra abertura ) para enviar un despacho á Cuba , po- dría creerse que Solís esperaba rodear la extremidad austral de América para entrar en el mar descubierto por Balboa. Esta inducción me parece natural; pero

196 ALEJANDRO DE HüMBOLDT.

Herrera (1), que muy bien pudiera no haber visto los mismos documentos, es de opinión contraria , pues dice pura y simplemente que Solís debía ser enviado (en 1515)- hacia el Sur, porque, según las opiniones de los cosmó- grafos, «podría haber por allí un paso para llegar á las islas de las especias».

Iguales dudas existen respecto á las instrucciones y esperanzas de Magallanes. Este marino portugués no habla de circunnavegación, de un cabo semejante al que doblaron Díaz y Gama, y sólo indica un medio de con- seguir buen éxito, el de seguir la costa más allá del cabo de Santa María á la desembocadura del río de Solís (río de la Plata) hasta encontrar el estrecho que había visto señalado en el mapa de Behaim.

Hemos expuesto antes los testimonios de este hecho, tomados de los documentos coetáneos del Diario de Pi- gafetta y délos Diarios de los pilotos que Herrera tuvo- á su disposición. Magallanes pudo atribuir equivocada- mente al cosmógrafo de Kuremberg, cuyo nombre go- zaba gran celebridad, lo que no era obra suya (errores de esta clase hasta hoy mismo son frecuentes); pero no se trata aquí tanto dei autor de un mapamundi, como de la influencia que éste ejerció en la previsión de un descu- brimiento real.

(1) Déc. II, lib. I, cap. 7. En los despachos diplomáticos del embajador de Portugal Juan Méndez de Vasconcelos, co- rrespondientes á los meses de Agosto y Septiembre de 1512, en- contrados en los archivos de Lisboa (en la Torre do Tombo), las islas de las especias {Mehicos) reconocidas desde 1511 por An- tonio de Abreu, se confunden siempre con la península de Ma- laca. Hablase en ellos de la herejía de Solís, (.que mostrara que Malaca está no demarcacao de Gástela».

X.

Las expediciones clandestinas.

He manifestado anteriormente cómo pudo ser figurado :al cabo austral de África en un mapa de Fra Mauro, treinta años antes de que Díaz lo doblase ; pero ¿cómo explicar la indicación de un estrecho americano en un mapa portugue's antes del viaje de Magallanes?

Recordare' las circunstancias que pueden haber hecho conjeturar la existencia de un paso , y debe advertirse que en la Edad Media las conjeturas se dibujaban reli- giosamente en los mapas, como lo prueba la Antilia, San Brandón ó Borondón,la Mano de Satán, la isla Verde, la isla Maida j la configuración de las vastas tierras australes.

Al lado de las expediciones autorizadas por el Go- bierno español , y cuya lista completa hemos dado ante- riormente, hubo viajes clandestinos, emprendidos por cuenta de otras naciones ó por subditos españoles que •querían engañar al fisco. Cuando Alonso de Ojeda •en 1501 partió por segunda vez para reconocer la costa de Venezuela, despue's de haber sido nombrado gober- nador de Coquivacoa, se sabía que los ingleses habían

198 ALEJANDRO DE HOMBOLDT.

desembarcado en la parte occidental de esta costa (1). Según el testimonio de nn tal Rodríguez Serrano, de Sevilla, que se alababa de haber estado en el Cabo de San Agustín con el comendador Mendoza, parece que ya en la época del viaje de Diego de Lepe, del que antes- he hablado, había «expediciones obscuras y furtivas»- Quizá á expediciones de esta índole corresponden las que Vespucci debe haber hecho por cuenta del Rey de Por- tugal desde 1501 á 1504 á las costas del Brasil, aunque el piloto Ñuño García, que dibujaba las cartas de la América occidental y supo por Vespucci la verdadera latitud del Cabo de San Agustín, advierte que si estfr viajero florentino hubiera ido allá «clandestina y malicio-

(1) Reales cédulas de 28 de Julio de 1500 y de 8 de Junio- de 1501 (Navarrete, t. III, páginas 41, 86, 88, 543 y 590). Pa^ rece probado que los ingleses, que llamaban la atención de la corte de España, no formaron parte de una expedición á Mara- caybo que se cree realizada en 1499 y que se atribuye á Sebas- tián Cabot {3/em. Seh Calot, 1831, pág. 91-96 y 307-310). La pe- nínsula de Chichivacoa, que en el pleito con los herederos de- Colón nómbrase generalmente Coquibacoa, y aun Quinquiba-- coa, está frente á la península de San Komán, á la entrada del golfo (y no del lago) de Maracaibo. Es hoy un terreno casi com- pletamente despoblado que, por su posición, gozaba de alguna celebridad política al principio del siglo xvi. El ob'spo Fonseca recomienda especialmente á Ojeda que le traiga «en cuanto- pueda» piedras verdes, de las cuales tenía ya el prelado algu- nas muestras. Como por propia experiencia la gran distancia á que los indios del Orinoco y del Amazonas hacen pasar los productos que estiman de mucho precio, no me atrevo á resolver si estas piedras verdes eran esmeraldas de Muzo (de la meseta de Nueva Granada) ó las sassuritas (piedras del Amazonas), que, Diego de Ordaz llama ((esmeraldas gruesas como el puño» ijtel. hist., t. II, páginas 481-485, 571 y 689).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 109

sámente» por cuenta de los portugueses , no se atreviera á alabarse de ello en España (1).

Podrá dudarse respecto á Vespucci y á la problemá- tica serie de sus viajes marítimos; pero es seguro que las expediciones clandestinas fueron frecuentes desde que Colón descubrió la tierra firme de Paria j las corrientes llevaron á Cabral á las costas del Brasil.

En Septiembre de 1501 se juzgó indispensable publi- car una ordenanza (2) especial para Sevilla, la isla de Gran Canaria y Haiti (la Española), imponiendo seve- ras penas á las personas que, sin permiso particular, in- tentaran «descubrimientos en el mar Océano y en la tierra firme de las Indias». Yasco Núñez de Balboa (3), en las curiosas relaciones que hace á la corte de los re- sultados de los descubrimientos de las costas del mar del Sur, donde encuentra «perlas en forma de pera de una pulgada de largas» é indios que son ccbueiia gente y de buena conversacioni» , indica las incursiones hechas en la costa de Veragua y de Nombre de Dios por capi- tanes «que van á descubrir y que han sido enviados no se sabe por quién y con qué autoridad».

Estos ejemplos, que podría multiplicar, prueban que los documentos oficiales, los que sólo dan cuenta de las expediciones hechas á costa del Gobierno español, no ofrecen absoluta certidumbre de que en determinada época sólo llegaran los descubrimientos á tal ó cual lí- mite. Corrían en Sevilla y en Lisboa noticias comunica-^ das por viajeros clandestinos, y los autores délos mapas

(1) Na VARÉETE, t. III, páginas 24, 320.

(2) Docum. dipl. núm. 139; Navrrrete, t. ii, pág. 257.

(3) Informes del 20 de Enero de 1513 y del 16 de OcUihre de 1515 (Navarrete, páginas 367, 379 y 380).

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qne se hacían entonces con grandísima actividad en to- das las ciudades marítimas , aprovechaban estas noticias verdaderas ó falsas, desnaturalizándolas con arreglo á combinaciones conjeturales.

En los primeros tiempos de la conquista de América existía la costumbre de considerar cada parte nueva- mente descubierta como una isla más ó menos grande. Poco á poco se iba conociendo la unión des estas partes, y cuando las observaciones faltaban, había el atrevi- miento de reunir y prolongar las costas en los mapas, atenie'ndose á vagas indicaciones.

Antes de partir para su cuarto viaje, ya anunció Cris- tóbal Colón que encontraría un estrecho en la costa de Veragua, en la región Suroeste del mar de las An- tillas (1). Cuando llegó el 26 de Noviembre de 1502 al término más oriental de su navegación , al puerto del Retrete (^Puerto Escribanos), en el istmo de Panamá, tenía á la vista, según sus propias palabras, «algunas cartas de navegar de algunos marineros» (2), que unían

(1) Vida del Almirante^ cap. 88, pág. 101; Herrera, t. i, página 104.

(2) (Na VARÉETE, t. I, pág. 285.') Colón alude al primer viaje que realizó Ojeda con el sabio piloto Juan de la Cosa y con Vespucci (20 de Mayo de 1499; Junio de 1500) desde el río Essequivo basta el cabo de la Vela, recorriendo, por tanto, toda la costa de Venezuela, más acá del meridiano del lago Má- racaybo. La expedición de Bodrígo de Bastidas y de Juan de la Cosa fué la que continuó estos descubn'mientoa hacia el Oeste hasta el Puerto del Retrete. Ambos marinos salieron del puerto de Cádiz en Octubre de 1500. La expedición volvió á Haiti á fines de 1501 ó á principios de 1502, y á Cádiz (después de mu- chas peripecias) en Septiembre de 1502 , cuatro meses después que Colón emprendió su cuarto viaje (Na varéete, t. Iil , pá- ginas 26, 28 y 592).

DESCUBRIMIENTO DB AMÉRICA. 201.

la tierra que él acababa de descubrir á la costa de las perlas que Ojeda y Bastidas habían recorrido.

Comparando atentamente las fechas de todas estas expediciones (y sólo las conocemos (1) 'desde hace cua- tro años por la publicación de los documentos que con- tiene el tercer volumen de la Colección de Nav arrete) i se ve que Bastidas había estado en Puerto del Retrete un año antes que Colón, pero que no volvió á Cádiz hasta Septiembre de 1502. Ahora bien; Colón empren- dió su cuarto viaje el 11 de Mayo de 1502, y no pudo, por tanto, haber adquirido en España los mapas que prolongaban las costas tan lejos hacia el Oeste, más allá del golfo de Uraba. Los debió encontrar en Haití, donde se detuvo durante algunos días en Julio de 1502, un año después de haber llegado allí Bastidas de vuelta de su viaje á la costa noroeste de Venezuela.

Este ejemplo prueba cuánto se apresuraban entonces á poner en los mapas lo que podía servir de enseñanza en los progresos de los descubrimientos más recientes. Conocíase la importancia de estos documentos gráficos, y Ojeda mismo, en el primer viaje que hizo con Ame- rigo Yespucci, fué guiado (su propio testimonio da fe de ello en el pleito del fiscal contra Diego Colón) por un fragmento de mapa (pintura de tierra) dibujado por

(1) Herrera (déc. i, lib. 4, cap. 11.) y después de él Muñoz, se han equivocado en un año en la época del segundo viaje de Ojeda, el que hizo con Vergara, sin Juan de la Cosa y sin Vespucci, y que se verificó de Enero á Mayo de 1502 (Na va- réete, t. III, páginas 29-37, 68, 170 y 593). Antes del primer viaje, en el que Ojeda mandaba sólo (1499-1600), sirvió en unión de Juan de la Cosa en la segunda expedición de Colón ( 1493 y 1496), y por tanto, á las órdenes del Almirante.

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el mismo Colón y comunicado indiscretamente por el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, enemigo del Almi- rante y protector de su rival Alonso de Ojeda (1).

Réstame dar cuenta del ejemplo más sorprendente de los conocimientos vulgarizados por los mapas, y funda- dos en la tradición de expediciones clandestinas.

He encontrado en la bella edición de la Geografía de Ptolomeo, hecha en Roma en 1508, indicio de navega- ciones portuguesas á lo largo de las costas orientales de la América del Sur hasta 50° de latitud austral. Dicese al mismo tiempo «que no llegaron á la extremidad del continente». Esta edición, impresa por Evangelista To- sino , y redactada por Marcos, de Benevento y Juan Cotta, de Verona, contiene un mapamundi de Ruysch (Nova et nniversalior orbis cogniti tabula Joan, Ruysch Germano elaborata), en el cual está representada la Amé- rica meridional como una isla de inmensa extensión, con el nombre de Terra Sanctíe Crucis sive mundus no- vus. En una nota se añade lo siguiente: «Híec regio á plerisque alter terrarum orbis existiraatur.»

Entre la grande isla y el Yucatán (llamado Culicar) hay un paso libre (2). Se reconocen en el litoral de la América meridional, comenzando por el Noroeste y si- guiendo el trazado hacia el Suroeste: la península Chi-

(1) Segunda pregunta del Fiscal. Colón había escrito á los Reyes Católicos en 1498: «Enviaré á Vuestras Altezas lajolntura de la tierra (de Paria), y tengo asentado en el ánima que allf es el Paraíso terrenal.» Según Colón, á la extremidad del Usté es donde el mapa y la cosmografía cristiana de CoSMAS sitúan, en un continente sejoarado del nuestro por el Océano, el origen del género humano.

(2) Véase mi Relation hist., t. ii, pág. 706,

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chivacoa (Coquivacoa) con una isla inmediata, Tamara- que (Aruba 6 quizá Curafao?); el golfo de Vericida (golfo de Maracaybo ó golfo de Venecia, llamado así por Ojeda en 1499); la tierra de Pareas (Paria) con el río Formoso (Orinoco?), y finalmente el cabo Sancta? Crucis, que está en la misma posición del cabo de San Agustín. Desde este cabo la costa continúa al Sur, leyéndose la nota siguiente: «NautcT Lusitani partem lianc térra; hujus observarunt et usque ad elevationem poli antartici 50 graduum pervenerunt, nondum tamen ad ejus finem austrinum.J)

Esta misma edición romana de 1508 contiene una disertación, cuyo título es: Noba orhis descriptio ad nova Oceani navigatio qua Lishona ad Indicum pervenitut pelagus, Marco Beneventano monacho C^elestino edita. El cap. 14 dice: Terra Sanctaí Crucis decrescit usque latitudinem 37° austr. quamque archoploi usque at lat. 50° austr. navigaverint, ut ferunt; quam reliqaara portionem descriptam non reperi. Véase, pues, un monje italiano que en 1508 sabia que los portugueses habían" reconocido las costas patagóhicas hasta los 37°, y fiando en los se dice ó de oídas {ut ferunt) hasta 50° de latitud austral, esto es, dos y medio grados al Norte de la en- trada del estrecho de Magallanes. Parecíale importante este resultado, porque lo repite dos veces, en el mapa y en la memoria.

Ahora bien; en 1508 y en expediciones autorizadas sólo habían llegado los españoles (1) poco más allá del

(1) La fecha de la edición es cierta, y posterior sólo en dos años á la muerte de Colón. Reidel , en su Coment. critico-litte- raria de Claudii Ptolomcei geograpMa ejusque codicibuí'

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cabo de San Agustín (lat. austr. 20'); y cuando Vicente Yañez Pinzón y Juan Díaz de Solís partieron para la expedición en la que llegaron hasta los 40" de latitud austral, hacía muchos meses que estaba publi- cada la edición de Ptolomeo á que me refiero.

El descubrimiento del Brasil hecho por Cabral (de 10° á 16' Va ^6 latitud austral) produjo tan grande impre- sión en los ánimos que, 'desde aquella época, hasta la corte de Lisboa íijó sus miras en un paso hacia el Oeste. Pare'ceme, por tanto, muy probable que haya habido desde 1500 á 1508 una serie de tentativas portugue- sas (1) al Sur de Puerto Seguro en la Terra Sanctse Crucis, y que las vagas nociones de estas tentativas han servido de base á la multitud de cartas marinas que se fabricaban en los puertos más frecuentados.

Diversas combinaciones pueden haber inducido á los geógrafos á situar un estrecho en los primeros mapas de América. Subsistió en la Edad Media la opinión de Cratés, de Strabón y de Macrobio acerca de la comuni-. cación de todos los mares. El Océano Pacífico lo vio

(Norimb , 1737, pág. 52) pretende que sea de 1507, á causa «de una indicación in calce PlanüphcerU)), que no lie encontrado ©n ninguno de los ejemplares que he visto en Francia y Alema- nia. El privilegio del papa Julio II, de la edición de 1508, es de 1506 ; pero se encuentra literalmente repetido de la edición de 1507, notable por las primeras cartas modernas que presenta junto á los mapas de Agathodaemon.

(1) El monje Celestino de Benevento, sin nombrar á Ves- pucci, atribuye, al parecer, más bien á los portugueses que á los españoles el descubrimiento de la América meridional. En e,l antes citado cap. H escribe: « De tellure quam tum Lusi- tani, tum Columbus observa veré, et Mundum appcllant Novum yel terram Sanctaa Crucis.»

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Balboa en 1513, cuatro años antes de que Magallanes ex- pusiera en España su convicción de la existencia de un estrecho al sur del Río de la Plata. Desde el año 1511 los descubrimientos de Antonio Abreu en la parte Sur- este del archipiélago de las Indias, habían vulgarizado la idea de las grandes tierras australes. Viendo que la tierra de Santa Cruz se prolongaba indeterminadamente hacia el Mediodía (el monje de Benevento dice que no se la encontraba fin á los 50"), debía imaginarse que este dique continental, cuya continuidad impedía la libre co- municación délos mares, debía estar roto en alguna pai-te. Acaso también el mapamundi de Fra Mauro, del que poseía Portugal una copia en 1459, produjo en el ánimo de algunos geógrafos sistemáticos la hipótesis de que existía analogía de configuración entre las dos extremi- dades de África y América. El canal que separa el Diab (1) de la gran masa continental, y acerca del cual he llamado antes la atención del lector, podía re- petirse en el Nuevo Continente. ¿"Debe admitirse, por los indicios que he encontrado en la edición de Ptolomeo de 1508, que, antes de Solís, fueron más allá de la des- embocadura del Río de la Plata algunos navegantes aventureros portugueses? Esta suposición, por lo menos muy probable, deja entrever el modo de fundamentar combinaciones hipotéticas en hechos positivos, sea que se sospechara la existencia del estrecho á causa de la fuerza de las corrientes que hacia él se dirigen, como lo cree Várenlo (2), sea porque en las latitudes más mm-

(1) ZuRLA, páginas 61, Q2, 137 y 139.

(2) A este célebre geógrafo preocupa la idea de que el es» trecho fué descubierto antes de Magallanes. « Per f retum Ma- gellanis fertur mare ab oriente in occidentem motu incitatis-

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dionales se adquiriera, por comunicación con los indíge- nas, alguna noción confusa de un paso liacia el otro mar.

Bastaba llegar hasta el golfo de San Jorge, á una costa antiguamente habitad ísima, como lo prueban las- numerosas sepulturas de Patagones (1), para saber que los habitantes del archipiélago de Chayaniapu y del de Chonos (2) remontan algunas veces el litoral del Océano Pacífico en la dirección de Este á Oeste por brazos de mar (ciénagas) y canales naturales, aproximándose de esta suerte á las costas del Océano Atlántico.

La idea de que podía existir en estos parajes (lati- tud 4:b°-4:7°) una comunicación entre ambos mares, se perpetuó de tal modo, que todavía en 1.790, siendo vi- rrey del Perú D. Gil de Lemos, ocasionó la expedición

simo ut inde Magallanes (vel quiante MagcUanem iddetcxit, ut volunt) conjecerit fretum, per quod ex Atlántico in Pacifi- cum Oceanum pervenitur ( ór'^í'^?'. ^c'/?.., Cant., 1681, pág. 119). Fretum Magellanes primus invenit et navigavit, 1520, etsi Vascus Nunnius de Valboa piiiis, ncmpe anno 1513, illud anl- madvertisse dicitur, cum ad australem regionem lustrandam isthic iiavigarct» (pág. 85). Sorprende encontrar en un autor instruido esta confusión de ideas y sucesos; el descubrimiento del istmo de Panamá, que es un estrecho terrestre, mezclado al descubrimiento de un estrecho oceánico.

(1) Nota del mapa original de Cruz Olmedilla, cuyos ejem- plares han llegado á ser tan raros porque el Gobierno español ordenó en tiempo de Carlos II í romper las planchas.

(2) El capitán Sarmiento de Gamboa {Viaje al estrecho de Jlaf/aUanes, 1768, páginas vi y LXiii) es el primero que en 1579 entró en este archipiélago. Compárese también Agüe- ros {Descripción hist. déla Frov. y del Archijj. de Chiloe, 1791. página 128). Más al Sur, hacia el cabo Victoria, al arcliipiélago que limita la parte Noroeste del estrecho de Magallanes, ha dado recientemente el capitán King el nombre de Queen Ade-

aide's Arcliipelago.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 2Q7

de D. José Moraleda, quien entro en el Estero de Aysent (lat, austr. 45° 28') hasta ochenta y ocho leguas marinas de distancia del litoral oriental del golfo de San Jorge. Pude examinar, durante mi estancia en Lima, las instrucciones dadas á este piloto de la marina Real, re- comendándole «el más profundo secreto» respecto á una tentativa cuyo buen éxito hubiera abreviado en seiscien- tas 6 setecientas leguas el camino que se seguía, dando la vuelta al cabo de Hornos (1).

Cuando se está versado en la lectura de los documen- tos que tratan de los descubrimientos desde 1492 á 1525, se advierte lo que aprovechaban á los marinos de enton- ces los informes de los indígenas. El Cacique de Tu- maco (2) trazó á Balboa, cuando e'ste llegó á la bahía de Panamá, la figura de las costas de Quito, describién- dole al mismo tiempo la riqueza del oro del Perú y la forma extraordinaria de las llamas que transportan los minerales en las cordilleras, y que los españoles creyeron eran camellos. Hay, sin embargo, muchos centenares de leguas desde el istmo hasta las regiones que el Cacique conocía con tanta exactitud.

Algunas veces los marinos europeos permanecieron durante más de un año entre los indígenas y aprendie- ron su lengua, siendo recogidos por otras expediciones que frecuentaban las mismas localidades (3). Ya he-

(1) Véase mi Essai politique (edic. de 1825, 1. 1, pág. 239).

(2) Herrera, déc. i, lib. x, cap. 3. Entre las cartas ma- rinas conservadas en Hundson's Bay House, hay un dibujo de las costas desde la bahía de Hudson hasta el Copperine River trazado rudamente por los indios (Barrow, Voi/ages into the Polar Itegions, 1818, pág. 376).

(3) Por ejemplo, unjmarinero]] de la" expedición de Bastidas

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mos visto que ocho años antes de que Magallanes y Faleiro vinieran á España á exponer sus proyectos, Pinzón y Solís habían visitado ya la desembocadura del río Colorado, que está á 5*^ al Norte de ese golfo de San Jorge, llamado por los españoles en el siglo xvii Bahía sin fondo, en la persuasión de la posibilidad de un paso al mar del Sur. Paréceme probable que en el intervalo de 1509 á 1517 continuaron los descubrimien- tos algunas expediciones clandestinas más lejos de donde llegó Solís. Recientemente han ilustrado mucho el conocimiento de la tierra de Patagonia los excelentes trabajos del capitán Phillip Parquer King y las expedi- ciones científicas inglesas de 1826 y 1830. No hay estero profundo en el golfo de San Jorge, como ya lo demos- tró la expedición de Malaspina; pero en PortDesirc (2)

á la costa de Santa Marta permaneció trece meses entre los indios, y fué recogido por Ojeda en 1502.

(1) Magallanes fondeó muy cerca de Port Desiré, en la isla de los Pingüinos, ó más bien de los Mancos (Aptenodytes, Forster), que los españoles llaman Pájaros Niños, porque andan vacilantes como los niños pequeños (Pigafetta, pág. 23; Sar- miento, pág. Liv). En el mismo pasaje de Pigafetta encuentro la primera descripción de un otario (foca de orejas exteriores); dice; «T.upi marini grossi come vitelli con orechie piccole é ronde. » El manco lo describió por primera vez Vasco de Gama, que le vio en una ensenada llamada Mossel-bay, al E.dei cabo de Buena Esperanza (Lichtenstein, en Vaterl. Jfus., tomo I, pág. 3Í)4). Yo no he visto en las costas americanas del mar del Sur ni otarios ni mancos al norte de la ¡í^la de San Lo- renzo, frente al Callao de Lima (latitud 12" 3'). Allí existen dos nuevas especies, que M. Meyen ha figurado recientemente en la parte zoológica de su Viaje alrededor del inu7ido, pl, 14 y 31. A mayor distancia al O., los otarios se acercan mucho más al Ecuador, por ejemplo, en Nueva Guinea.

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(latitud 47° 42'), en el puerto de Santa Cruz (1) (lati- tud 50° 18') 7 en el río Gallegos en la bahía de los Kogales (lat. 51® 40') hay tnlets cuya anchura es aún desconocida. El río Gallegos especialmente ha podido dar ocasión á vagas conjeturas sobre comunicación entre los dos mares al norte del estrecho de Magallanes; por- que despue's del cabo de Santa Isabel, que avanza en el Océano Pacífico, algunos brazos de mar penetran al tra- vés de la costa pedregosa, muy lejos hacia el E. y el más oriental de estos brazos (tnlets) termina en la bahía que el capitán King llamó del Desengaño, á distancia de 45' de longitud oriental del meridiano del cabo de Santa Isabel. Desde este punto hasta la extremidad más occidental del curso del río Gallegos, á donde hasta ahora se ha llegado, hay treinta y dos leguas marinas. El istmo de río Gallegos es, por tanto, la mitad menos ancho que aquel donde se ha formado el estrecho deMagallanes (2)

(1) No se ha explorado el río Santa Cruz más que hasta Weddels Bhiff.

(2) La anchura de la América meridional, por los 52® 22' de altitud austral, entre el cabo Pilares y el cabo de las Vírgenes, es, de O. á E., de 80 leguas marinas, mientras el desarrollo do las sinuosidades del estrecho de Magallanes, cuya mitad orien- al tiene la dirección de SSO.-NNO., y la occidental ESE.-ONO., es de 108 leguas marinas de 20 al grado ecuatorial. La forma triangular de la extremidad austral de la América meridional es tan poco regular al S. de los 40* de latitud, que por dos ve- ces, en el paralelo del golfo de San Jorge (latitud 45 i "*) y en el de la bahía de los Nodales hasta río Gallegos (latitud 51* 40'), la anchura del continente es menor que en el estrecho de Maga- llanes. Esta configuración de las costas, tan distinta de la que tienen en la extremidad del África, merecería ser fijada con más precisión por medio de buenas observaciones de longitud.

En la latitud del cabo de Buena Esperanza, la extremidad

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Ó estrecho de la Madre de Dios, de Sarmiento (1). Debe presumirse que las nociones vagas de la confi-

del continente africano presenta una costa de 150 leguas, casi enteramente dirigida de E. á O. Esta forma truncada desapare- cería si el banco de las Agujas (^Aguldas bañó) se uniera al conti- nente por un levantamiento submarino; entonces África termi- naría en punta á los 36° 47' de latitud austral, es decir, á 52' al S. de la ciudad del Cabo y 2o al S. del cabo Aguhlas, que es hoy el punto más meridional de África. Estas extremidades meri- dionales de los continentes tienen especial interés geológico, y de esperar es que algún día se descubrirá si en la opuesta dirección de las partes orientales y occidentales del estrecho de Magalla- nes influye la dirección de las corrientes pelásgicas ó el yaci- miento de las aristas de las rocas. Mr. King ha hecho ya la in- teresante observación que las islas sólo abundan en el estrecho, donde los grüstein son más frecuentes {Journ. of tlie Royal Geogr. Soc, 1882 vol. i, pág. 166). Además, esta nueva expedi- ción inglesa, más aún que las de Córdova, Churruca y Galiano, ha probado la gran exactitud de la opinión de un navegante del siglo XVI, D. Eicardo Aquines (Herrera, deser. de las Ind. ocG. pág. 49), según la cual, hasta los 56° de latitud (la del cabo de Hornos es efectivamente 55** 58' 41"), toda la banda del Sur del estrecho, es decir, la Tierra de los Fnegos, como entonces se decía, «es un grupo de islas de distintos tamaños».

Según las investigaciones del capitán King, comandante del Acenture y del Beagle durante los años 1826 y 1830, la Tierra del Fuego la forman tres grandes islas, King Charles South Land (rodeada al Este por el estrecho de Le Maire), Clarence Island y South Desolation, cuya punta occidental es el cabo Pilares. El cabo de Hornos forma un islote de roca anfibolítica al SE. de la isla La Hermite, que en pequeño tiene la forma de Sicilia, y se encuentra, como las islas de Wollaston y Navarino, . un poco al O. del meridiano del volcán de Basil Hall.*En un viaje hacia el O., rasando el cabo de Hornos, se pasa entre las rocas de Diego Ramírez (latitud 56" 26' 35") y de San Ildefonso. Estos dos grupos de escollos están separados uno de otro más de 32 millas.

(1) Viaje al estr., p. iv. El mismo Magallanes llamó al es-

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guración del continente hacia su extremidad austral se reflejaron antes de 1517 en las cartas marinas, y que Magallanes vio una de esas cartas en los archivos del Bey de Portugal.

En Pigafetta encuentro un indicio directo de que la gran sinuosidad de la costa á la desembocadura de Río de la Plata fué lo que hizo situar primeramente el estre- cho tan deseado á los 36** de latitud austral; pero cuando Solís, en su segundo viaje (1515), reconoció que esa abertura y ese mar dulce eran la desembocadura de un río, los geógrafos buscaron el estrecho más al Sur. He aquí el pasaje del Diario de Pigafetta, al que no se ha prestado la debida atención: «Cerca de este río está el cabo de Santa María ; se había creído una vez que es- taba allí el canal que conduce al mar del Sur, pero ahora se ha descubierto que no es aquel el fin de la tierra (del continente), sino sólo la desembocadura de un río, que tiene 17 leguas 68 millas) de ancha.»

Los cabos Santa María y San Antonio, que forman la desembocadura al Norte y al Sud, están situados de modo que el primero avanza 2^ 40' más que el segundo hacia el E. Su distancia oblicua en la dirección SSO. al NNE., es de 65 leguas marinas, mientras la verda- dera anchura interna del río sólo es, entre Montevideo y Punta de Piedras, de 18, y entre Sacramento y Buenos Aires de 9 á 10 leguas. Por esta disposición de las tie- rras el cabo Santa María podía aparecer á un barco pro- cedente del Norte como la extremidad del continente, es

trecho por él descubierto Estrecho Patagónico , nombre que pronto cambió por el de Estrecho de la (nave) Victoria (Piga- fetta, pág. 40). ^

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decir, de la Tierra de Santa Cruz, porque, en el meri- diano del Cabo no se veía ninguna tierra hacia el Sur, Además la violencia de una corriente que sale por esta abertura de la costa (current of the Plata, Rennell, pá- gina 137) debía contribuir mucho á la idea de la exis- tencia de un estrecho. La corriente (outfall of the Rio Plata) adquiere una velocidad de 24 á 32 millas en veinticuatro horas, y se hace sentir á 80; y aun en algunas circunstancias domina á la corriente brasileña (NNE.-SSO.), según el capitán Beaufort, hasta á 200 leguas de distancia.

El Diario de Pigafetta y los documentos qtie Herrera nos ha conservado, prueban que el navegante portugués estaba incierto respecto al punto donde encontraría el estrecho, cuya existencia anunciaba de un modo tan seguro. Dice sencillamente que se encontrará bajando al Sur del cabo de Santa María , que marca la desemboca- dura de Río Juan de Solís.

Al llegar á los 40° delante de una bahía, ala cual dio el nombre de San Matías (la bahía de Todos los San- tos, muy cerca del sitio donde Pinzón y Solís llegaron en 1508), Magallanes determinó examinar atentamente la costa (1) «para ver si había en ella algún estrecho».

(1) Herrera, déc. ii, lib. 9, cap. 11. En las hermosas car- tas que acompañan á la obra del mayor Rennell sobre las coriientes á la vasta bahía (latitud 41° 8'-42'* 2'), que termina al Sur por la Península de San José, y que tiene una configura- ción tan extraordinaria, se la llama bahía de San Matías. Las cartas de la expedición de Malaspina, publicadas por el Dfj)^- *ito hldrográfio;) dti Madrid, la dejan sin nombre. Comparando las latitudes de Magallanes y de su hábil compañero de fortuna Andrés de San Martin, á las latitudes determinadas en nuestros días, se ve que la suposición de un error de 1 no puede admi-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 213

Después de hacer inútiles reconocimientos, descuidando e\ del golfo de San Jorge, la expedición se vio forzada á invernar durante cinco meses en el puerto de Río San Julián (según San Martín, piloto de Magallanes, en la- titud 49° 18': la verdadera es 49** 8'). Quejábase la tri- pulación de que, en tan largo trayecto (desde la desem- bocadura del río de la Plata) nada se hubiera visto que pareciera un estrecho, y Magallanes respondió: «Que no puede faltar el estrecho más adelante, y que irá, si es preciso, hasta los 75° de latitud, donde durante el in- vierno casi desaparece la luz del día.»

La ingenuidad de esta última expresión, conservada en el Diario de Pigafetta (1), prueba que Magallanes «staba persuadido de la existencia de un paso más allá del Río de la Plata, pero que la Carta de los archivos y atribuida á Behaim, no indicaba en manera alguna la posición del estrecho. Vérnosle enviar al capitán Juan Serrano al río de Santa Cruz (lat. 50® 18') «para que descubriera si había allí un paso» y todavía, cuando llega al cabo de las Vírgenes (lat. 52° 20')^ á la entrada del estrecho, «sólo reconoce allí una gran cala, y sospe- cha que esta cala pueda encerrar algún misterio».

Todo demuestra, pues, la incertidumbre del verdadero sitio del paso, y aunque no cabe negar la posibilidad de que Martín Behaim, que habitó constantemente en Fayal desde 1494 á 1506, haya podido adquirir muchas nocio- nes verdaderas ó conjeturales acerca de la configuración

tirse, y que el nombre de San Matías conviene mejor á la bahía de Todos los Santos (latitud 39° 52'-40° 40'), entre el río Colo- rado y el río Negro de la costa patagónica. Tal es, al menos, el resultado de mis investigaciones. (1) Primo viaggio, pág. 40.

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de las costas orientales de la América del Sur, nada prueba que llevara á Lisboa, donde llegó en 1507, poco tiempo antes de su muerte, la carta que Magallanes dice haber visto en los archivos del Bey de Portugal. Quizá las meditaciones (1) de este gran cosmógrafo di-

(1) Aquí fué donde Serrano creyó observar, el 11 de Octu- bre de 1502, un eclipse de sol, «que en el meridiano debía verifi- carse á 10 h. 8 m. de la mañana»; pero según el extracto que He- rrera (déc. II, lib. 9, cap. 14) nos da del Diario de Serrano, «el disco del sol no se obscureció ni totalmente ni en parte, y sólo se vio que al empezar el eclipse, estando el astro á 42 í" de altura, cambió su color en rojo obscuro, tal como se ve en Cas- tilla al través del humo de rastrojos ardiendo». Cesó este fe- nómeno cuando estuvo el sol á 44 de altura. Esta observa- ción, que Pigafetta no menciona j de que habla Herrera por manera tan ininteligible, no está hecha, ciertamente, para dar un resultado de longitud; sin embargo, Castañada (llist. dclle Indie, lib. VI, pág. 103) pretende que Magallanes determinó, «por el eclipse de sol de 17 de Abril de 1520, y conforme á las reglas que le había dado Faleiro, que había 61° de diferencia de de longitud entre Sevilla y el río de Santa Cruz». Esta valua- ción sólo tiene el error de 1 f^ de menos, exactitud muy nota- ble para el año de 1520 si se recuerda que Barros (déc. ni, libro 5.«, cap. 9) presenta resultados extraordinariamente con- tradictorios que se obtenían conforme á las mismas reglas de Faleiro. Adem;\s, ni Magallanes ni Serrano fueron en Abril á la desembocadura del río Santa Cruz, y Castañada confunde pro- bablemente el eclipse de sol de 11 de Octubre con uno de los ensayos de observaciones de conjunción que hizo el cosmógrafo- Andrés de S*'an Martín, durante la estancia de la expedición en Río San Julián, «según la industria de Euy Faleiro», como- dicen los documentos reunidos por Herrera. Magallanes partió de Sanlúcar el 21 de Septiembre de 1519, tocó en el Río de la Plata á principios de Enero de 1520, en la bahía de San Matías el 15 de Febrero, en Río San Julián el 2 de Abril, en río Santa. Cruz el 14 de Septiembre, y en el cabo de las Vírgenes el 21 de Octubre de 1520.

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rigíanse más bien á África, cuyas costas había recorrido en parte, que á la costa descubierta por Yáñez Pinzón, por Lepe y por Cabral.

Me he detenido tanto en el examen de estas relacio- nes que se suponen entre Magallanes y los cosmógrafos de su época, porque en un siglo en que la energía indi- vidual del marino tenía vasto campo que recorrer, la convicción de un éxito, una sencilla opinión geográfica, convertíase en acontecimiento apropiado para influir en la dirección del comercio y en los destinos de tantos pueblos esparcidos en la inmensidad de los mares, fuera del contacto de la civilización europea.

En la ciudad de Nuremberg, tan rica en recuerdos de la Edad Media, hay, además del globo de Martín Behaim, que data del año 1492, otro globo construido en 1520 por Juan Schoner (1), célebre discípulo de Regiomon- tanus. Estos dos globos han sido frecuentemente con- fundidos, y el error ha llegado á ser tanto más grave, cuanto que Schoner, que emprendió su obra en Bamberg, por cuenta de su rico protector Juan Seyler, separa América en dos grandes masas continentales y figura en

(1) El globo de Behaim, construido en Nuremberg en 1492, no presenta más que la isla de San Brandan, que, como se sabe, ya figuraba en los mapas del siglo xiv. La absoluta ignorancia de Behaim en 1492 sobre la existencia de los Bacalaos (Terra- nova), confirma los argumentos con que el autor del Memoir of Sebastián Cahot (1831, páginas 286-289) combate la existencia de un viaje de descubrimientos á la costa Noroeste de América^ hecho en 1484 por Juan Vas Cortereal. Sabemos, por la historia de las islas portuguesas de Corde3''ro, que este personaje era gobernador de Tercera, y seria raro que viviendo Behaim en las Azores no hubiera tenido conocimiento de tierras occidentales vistas por Juan Vas Cortereal.

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el globo el estrecho en el sitio donde Colón lo buscó in- útilmente.

Ahora bien, en 1520 no se podía tener en Europa no- ticia alguna del descubrimiento de Magallanes , que no desembocó del estrecho hasta el 28 de Noviembre del mismo año de 1520. El paso del Mar de las Antillas al Oce'ano Pacífico, indicado por Schoner (1), era, pues, producto de un espíritu sistemático y de las falsas ideas acerca de la expedición de Balboa. Sorprende ver que este error que indicamos durara tanto tiempo , pues lo hallo en un mapamundi del año 1546, que forma parte de una obra rara, Girculi Sphcerce cum quinqué zonts, j que en nuestras bibliotecas públicas encuéntrase con frecuencia anejo al libro titulado Rudtmentorum cosmograficorum Joan. Honteri Coronensis lihri tres (Tig. 1578). En este mapamundi á Méjico se le llama Parias, y el repetir dicha falsa denominación en un globo

(1) MURR, pág. 47; Mannert, Einl. in die Geogr. der Alten, pág. 173. Cuando Schoner, natural de Carlstadt, en Franconia, f llamado por Melanchthon.de Bamberg á Nu- remberg para desempeñar la cátedra de matemáticas, llevó con- sigo el globo. Este globo, de 2 pies, 10 pulgadas y 6 líneas de diámetro, encuéntrase colocado en la biblioteca de la M unici- palidad {StadthíbliotheU). El tratado de Circulis SplicercB (Tiguri, 1546), que también contiene una carta con el istmo de Panamá atravesado por un estrecho, no es, sin embargo, de Schoner, porque se ve en su obra Opusculum G^ograpliicuní ex diversorum. lihris et cartis collectwrn que en 1533 conocía (ca- pítulo xx) la expedición de Magallanes («ducis navium invic" tissimi Caesaris di vi Caroli»). El paso del Noroeste, buscado re- cientemente por Parry y Ross, figura como abierto al Norte de un vasto continente llamado Terra Baccaleartim en el mapa- mundi del Opusculum Geographicum Joannis 3Iyritii MelU tensis (Ingolstadt, 1590), pág. 60.

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muj antiguo de la biblioteca de Weimar, me hace creer que éste tiene alguna analogía de origen ó de e'poca de redacción con la obra de Schoner ó el mapamundi de 1546. Acaso todos estos trabajos gráficos no sean más que copias de un mapa más antiguo sepultado en algún archivo de Italia ó de España.

El globo de Weimar, que figura en el catálogo como más antiguo que otro que lleva la fecha de 1534, pre- senta á Parias ó la masa septentrional de América sepa- rada á los 42° de latitud Sur por un estrecho de la tierra antartica á que da el nombre de Brasilice Regio ^ j que rodea una gran parte del polo austral. Además de este estrecho meridional , hay otro en el istmo de Panamá, á los 10° de latitud al norte del Ecuador, bastante ancho para que las olas de ambos mares sean figuradas sin in- terrupción. Un gran buque, saliendo del mar del Sur, ha atravesado felizmente el estrecho y viene de Zipangri (ubi auri copia), situado á unos 10° al Oeste del estrecho, y formando una isla entre los 12° y los 30** de latitud.

Estas fantasías llegaron hasta la China, como lo prueba el curioso mapamundi , cuyo conocimiento debe- mos á M. Klaproth (l),y que se funda en el Tratado de la esfera de un jesuíta portugués, el Padre Manuel Díaz (Yang mano). El autor del mapa publicado en Cantón en 1820, combina las nociones actuales de los europeos con lo que se conocía de cosmografía en la época de las dinastías de los Yuan, de los Ming y de los Mandchus. Figura tres pasos entre el Atlántico y el mar del Sur, á

(1) Klaproth, Notice d'une Mappemonde et d'une Cosmo- graphie chino ¿ses, 1833, pág. 85. Véase también JVoo. Journ. Asiat., t. XI, pág. 66.

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saber: el estrecho de Magallanes, y dos estrechos en el istmo de Panamá. Este istmo forma una isla llamada isla de San Andre's (Ching Ngan te tao), y deja, por tanto, dos pasos; uno al norte separado de la Vera Paz {Tching phing ngan^ la verdadera paz) y otro al Sur, separado de Darien {Ta lian wan) y de Castilla del Oro. Véase , pues, un error en la denominación del es- trecho (terrestre ó pelásgico) figurando hasta en los mapas chinos modernos; error antiguo , porque en Gre- cia loOfxS; por catacresis significaba también algunas ve- ces un brazo de mar (1).

(1) M. Letronne, en su edición de DiciriL, página 12. De igual manera xspa; significa geográficamente, ó un promonto- rio, ó, en sentido negativo, la desembocadura de un río ó de un golfo (StjrabÓn, lib, X, pág. 458 Cas.; Hesiodo, Theog., 789, y los Fragmentos de Hannon).

XI.

Motivos que impulsaban al descubrimiento de América á fines del siglo XV.

Los detalles de la historia de las ciencias sólo son útiles cuando se los reúne y sistematiza, porque la acu- mulación de hechos aislados sería de una aridez fati- gosa, si la investigación de los hechos no se hiciera con algún propósito de generalizar respecto á los progresos de la ciencia ó á la marcha de la civilización.

Los gérmenes que hemos descubierto en las obras de los escritores antigaos fueron fecundados por corto nú- mero de sabios de gran talento que brillan en la Edad Media.

En cada siglo existe un trabajo oculto, cuyo resultado en ideas, convicciones y esperanzas acrece insensible- mente el poder del hombre, y se manifiesta en acción cuando circunstancias aparentemente accidentales (coin- cidencias que revelan una necesidad en los destinos del mundo) favorecen el movimiento exteriormente.

Por lo general, la historia sólo conserva la tradición de las empresas afortunadas, de los grandes éxitos ob- tenidos en la serie de los descubrimientos ; pero lo que prepara el movimiento y el éxito pertenece á combina-

220 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

ciones de ideas y de pequeños sucesos que obran simul- táneamente y cuya importancia no se conoce hasta que se consiguen los grandes resultados, como los que se deben á Díaz, Colón, Gama y Magallanes. De esta suerte de descubrimientos, que llaman poderosamente la atención de los hombres, preséntanse al principio como aislados é independientes del impulso de los siglos an- teriores, y sólo cuando pasan las primeras impresiones de admiración y entusiasmo empieza la investigación de las causas que abrieron el camino á las grandes conquis- tas de la inteligencia. En este trabajo, los odios de na- ción á nación, el maligno placer de desacreditar y, sobre todo, la falta de buena crítica histórica dan frecuente- mente importancia á hechos no comprobados, á creacio- nes de pura conjetura, que en ningún razonamiento científico se fundan.

Por lo dicho en el capítulo anterior puede apreciarse en su justo valor lo que nos resta examinar respecto á sucesos y opiniones que, según se cree, condujeron al descubrimiento del Nuevo Mundo, y creo que este exa- men puede llegar á ser fuente fecunda de útiles datos de relación, esclareciendo los hechos con nociones de his- toria y de geografía física, poco atendidas en estudios de esta índole.

Los hechos son la base principal de toda discusión sometida á una sana crítica, y su indicación es indispen- sable para que el lector pueda juzgar el grado de con- fianza que merecen los resultados obtenidos ; especial- mente cuando su interpretación tiene por objeto for- mar ideas generales acerca de las varias causas que han determinado la dirección de los descubrimientos y de los progresos del comercio marítimo.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 221

Procuraré, en lo que voy á exponer, no extenderme inútilmente en puntos que han sido tratados hasta la sa- ciedad, limitándome á lo que puede conducir en el actual estado de nuestros conocimientos á esclarecer de nuevo los hechos ó á nuevas combinaciones de datos históricos.

La aventura de Cabral, que en su viaje de Europa á la India, por la vía del cabo de Buena Esperanza, fué sin querer arrastrado por las corrientes hacia el Oeste y llevado el 22 de Abril de 1500 á las costas del Brasil (tierra de Santa Cruz), ha hecho decir á Robertson, que en los destinos del género humano estaba el descubri- miento del Nuevo Continente á fines del siglo xv. Dejan- do á un lado la idea vaga del destino, cuando el mutuo encadenamiento de tantas causas y efectos no es difícil de reconocer, la filosofía y la historia nos muestran en todas las épocas grandes acontecimientos, de largo tiempo atrás preparados ; pero lo que constituye el ca- rácter distintivo de cada siglo manifiéstase en acción y somete los sucesos al imperio de una necesidad moral.

La expedición de Alejandro á Persia y á la India, y la audaz energía de Lutero, favorecieron sin duda, la primera, el contacto del Occidente y del Oriente ; la se- gunda, la emancipación del pensamiento. Pero era tal la situación de las cosas humanas en estas dos épocas memorables de la vida de los pueblos, que la caída del imperio de los persas y la aminoración del poder ponti- ficio no podían retardarse. El contacto de las dos civili- zaciones y la reforma religiosa, preludio de las reformas políticas, probablemente se hubieran realizado sin el héroe macedonio y sin el fraile de W ittemberg. Induda- blemente, la grandeza de alma y la individualidad de los hombres superiores aumentan las probabilidades del

222 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

éxito y aceleran y vivifican el movimiento; pero estos hombres superiores que parece inspiran su ideal á los siglos en que viven, obran bajo la influencia de las ideas dominantes en una época fecundada y engrandecida por otra época anterior. En la especial dirección del movi- miento intelectual, en la simultaneidad de la voluntad, en la urgencia irresistible de necesidades verdaderas ó ficticias, fúndase la fuerza de impulsión, la necesidad y el poder de los acontecimientos que se realizan.

Fácil es comprender el carácter distintivo de la se- gunda mitad del siglo xv, de la época que precedió inme- diatamente al descubrimiento de América. El progreso del lujo y de la civilización en el Mediodía de Europa produjo necesidades más apremiantes de los productos de la India. Los viajes por tierra, alentados por el fervor religioso de los sacerdotes budhistas y cristianos, por la política y por el interés comercial habían ensanchado el horizonte geográfico y la esfera de las ideas. Al mismo tiempo, el uso más frecuente de la brújula, debido al contacto de los árabes con la India y la China; y el per- feccionamiento del arte naval y de las ciencias que con con él se relacionan, facilitaron los medios de emprender navegaciones lejanas.

En tales circunstancias debían nacer casi á la vez dos series de ideas que conviene distinguir cuidadosamente y que se relacionan ambas (1) á las tradiciones y á las conjeturas de la antigüedad clásica, cuyo interés reani- maban las íntimas relaciones de Sicilia, la Pulla y la Calabria con Byzancio , la provechosa influencia de al-

(1) Véase en los dos primeros capítulos de esta obra la in- fluencia que en el ánimo de Colón ejerció la erudición clásica.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 223

gunos grandes hombres de Italia, por ejemplo, Petrarca, Boccacio y Juan (1) de Ravena, y la emigración de algu- nos sabios griegos, antes de que fuera destruido el Im- perio de Oriente.

Comprendiendo en la denominación de India, por seguir el ejemplo de los Helenos, primero la Etiopía troglodítica y la Arabia , después las regiones ecuatoria- les más lejanas de África, al lado de allá del cabo de los Aromas (las regiones cinamomífera j mirrífera) (2); juz- gando situadas , desde la dominación de los romanos, las

(1) Malpaghino, propiamente Juan Malpighi de Ravena (Heeren, Gesh. der Classiker. Einl., par. 162) .

(2) Estas denominaciones, tomadas de una ciencia que aun no existía, la. geografía délas plantas, las aplica ya Ptolomeo á África y Asia á la vez. La Myrrhifera regio está situada {Geogr., lib. IV, cap. 9, pág. 114) cerca del Colo'é Palns, en las fuentes del Astapus, y (lib. vi, cap. 7, pág. 154) junto al golfo Sachalites, al E. del Hadramaüt, en un país montañoso, fértil en smyrna y en libanotos. Confundiéronse durante largo tiempo las comarcas que producían los aromas y las es|)ecias, con las en que se hacía el Cbmercio de almacenaje de estas mercancías; y aunque Herodoto ya oyó decir que el cinamoinvm nacía en el país donde fué criado Baco, aludiendo sin duda á la India (Heeren, ii, 1, pág. 101), y no á Arabia (Herodoto, iii, 107), costaba trabajo, aun en los tiempos modernos de la escuela de Alejandría, no buscar la cinnamomifera regio en África , más allá de la costa de los Trogloditas. El rey Juba, único autor que reunió el conocimiento de la literatura de Cartago (Amm.- Marcell, XXII, 15) al de la literatura romana, esclareció mucho, en la época de Augusto, todo lo relativo al comercio de los aromas de Oriente y á los caminos de las caravanas (Pli- Nio, VI, 28, 29; xii, 14) que conducían estos preciosos produc- tos; pero una antigua preocupación influía siempre para con- fundir la India con las costas á donde se podía llegar yendo por el estrecho de Bab el Mandeb al mar Erythreo.

224 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

riquezas de la India en las extremidaddes de la tierra, y, por tanto, en las costas meridionales y occidentales de Asia, la Edad Media alimentó la esperanza de llegar á esta afortunada zona, sea por la circunnavegación de África, sea por el camino directo del O., indicado por el conocimiento de la esfericidad de la tierra. Como era posible conseguir el mismo objeto por dos distintas vías, debieron nacer á la vez y nacieron dos direcciones de ideas y se desarrollaron progresivamente hasta la se- gunda mitad del siglo xv en que Toscanelli y Colón, Usomare y Díaz, abrieron, con igual certidumbre del éxito, los dos opuestos caminos.

El axioma de Herodoto, de que «las extremidades del mundo han obtenido (en el reparto de los bienes de la tierra) las producciones más bellas», no expresa única- mente la triste y, por lo mismo, natural idea en el hom- bre de que la felicidad está lejos de nosotros; fundábase también en la observación directa de lo distante que es- taban las comarcas de donde los Helenos «habitantes de una zona templada» recibían el electrum y el estaño, el oro y los aromas.

A medida que fueron conocie'ndose las costas del Asia meridional por el comercio de los fenicios, de los Edomi- tas del golfo de Acaba (d'Elath y de Ezion-Geber) y del Egipto, bajo la dominación de los Ptolomeos y de los ro- manos, recibiéronse los productos de primera mano, y en la imaginación de los hombres, las extremidades del olxoujxévT} con sus riquezas avanzaron al parecer hacia el Este.

Es digno de atención que hayan sido los árabes quie- nes han mostrado el camino de la India en dos épocas memorables en la historia del comercio de los pueblos,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 225

efi tiempo de los Lágidas y de los Ce'sares y en el siglo xr, en la e'poca de los rápidos descubrimientos de los portu- gueses. Ophir y el Dorado de Salomón extendíanse hasta el Este del Ganges, y allí fue' situada la famosa tierra de Chrysé que tanto preocupó á los viajeros en la Edad Media, y que unas veces aparece como isla y otras como parte del Quersoneso de Oro (1). La abundancia de este metal que el archipiélago de la India , sobre todo, Borneo (Montradok) y Sumatra, dan todavía al comer- cio (2) explica la celebridad de esta región.

En la geografía sistemática de las comarcas lejanas, cerca de Chrysé, la isla de Oro, debía estar simétrica- mente colocada. Argyré, ó la isla de Plata: así se reunían los dos metales preciosos, las riquezas de Ophir y de Tar- áis (Tartessus) de Iberia.

Para los geógrafos árabes Edrisi y Bakui, los lími- tes orientales del mundo conocido están marcados por, la isla de arenas de plata, Sahabet y las islas auríferas Vac-Vac y Saila (que no debe ser confundida con Cey- lán ó Serendive) (Bakui, pág. 399; Edrisi, pág. 38), donde los perros y los monos llevaban collares de orow Considerábanse estos grupos de islas como próximos de una parte á Sofala de África y de otra á los Sines (al

(1) DiÓN Perieg, v, 589; Mela, iii cap. 7, par. 70, el cual añade ingeniosamente: ((Aurei solí (ita veteres tradidere) aut ex re nomen aut ex vocabulo fabu!a)); Tmnio, vi, 2] ; Ptolomeo Geoffr.. VII, cap. 2, pág. 176 (no está nombrado Argyré) JfEU- DO-Arriano. maris Erythr., compuesto, según Letronne (^Christianisne d'Abyssmie, pág. 47), en tiempo de Séptimo Severo ó de Caracal! a.

(2) Véase mi Essai politiqtte sur ia IsouveUe Éspagne^ t. ill, página 457., segunda edición.

226 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Cathay), lo cual sólo puede comprenderse teniendo á la vista el mapamundi de la bibHoteca Bodleyana en el que el mar de Hind se extiende de Occidente á Oriente, limitado por las costas paralelas de África y de Asia.

Todas las mediocres composiciones geográficas de la Edad Media, mezclando constantemente una falsa erti- dición clásica con algunas nociones tomadas de los iti- nerarios más modernos, presentan casi estereotipada la configuración extraordinaria y ficticia dada por Ptolo- meo ó por sus inhábiles continuadores (lib. vii, capítu- los 2 y 3) al Quersoneso de Oro, un poco prolongado hacia el Sur; al Sinus Magnus y á esa inmensa penín- sula de los Sines, en la cual están situadas Thiníe y Catigara.

Lo que basta nosotros ha llegado de Diarios y cartas de Cristóbal Colón está lleno de reminiscencias bíblicas del Ophir y de recuerdos de Ptolomeo. Al elogiar pom- posamente la utilidad y el valor moral y religioso del oro («con el qual se hace tesoro, y con el tesoro, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo y llega á que echa las ánimas al paraisoy>)j Colón recuerda á Ja reina Isa- bel cómo el historiador Josepho nos enseña que el rey Salomón sacó su oro (6C6 quintales) de la Áurea (quiere decir del Quersoneso de Oro) y afirma que la tierra de Veragua (al noroeste del istmo de Panamá), que en dos días le ha dado más signos de riquezas que la Española en cuatro años, es esa Áurea de las Indias. «El oro que tiene el Quibian de Veragua y los otros de la comarca, bien que según información él sea mucho, no me pareció bien ni servicio de Vuestras Altezas de se le tomar por via de robo: la buena orden evitará escándalo y mala fama, y hará que todo ello venga al Tesoro, que no

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 227

quede un grano» (1). Anteriormente he hablado de «el misterioso fin del Oriente, donde está la montaña So- pora (2) , á donde para llegar tardaban los barcos de Sa^- lomón tres años, y que SS. A A. poseen hoy en la isla de Haíti.»

Durante el tercer viaje , en el que descubrió la costa "de Paria, las ideas bíblicas dominan el ánimo de Colón. El sitio del Paraíso que acaba de hallar, y las riquezas del «país montañoso de Ophir (Monte Sopora), agitan flu imaginación». En el cuarto y último viaje vuelven á preocuparle el Qaersoneso de Oro, y las ideas de Ptolo- meo aprendidas en las obras de Pedro d'Ailly y de Ni- colás de Lira.

(1) Este delicado procedimiento está descrito en la carta fe- chada en Jamaica el 7 de Julio de 1503. Recuerda casi involun- tariamente un rasgo de franqueza de otro grande hombre de la misma época, Hernán Cortes, que no habiendo recibido to- davía álos embajadores de Moctezuma, asegura á su soberano, «n carta escrita en la Eica villa de la Frontera, «que este rico y poderoso señor (mejicano) /^7<?.'?o ó muerto^ debe caer en sus ma- nos. Cartas puhlicadas por el Arzohiftpo de México (después cardenal) Lorenzana , pág. 39.

(2) Carta del tercer viaje, de letra de Fray Bartolomé de las Casas, conservada en los archivos del Duque del Infantado. (Na VARÉETE, t. I, pág. 241). El nombre de Sophira que los Se- tenta dan al Ophir, recuerda, en Ptolomeo, más aún que la metrópoli Sajipara de Arabia (lib. Vi, cap. 7, pág. loG) el Sou- para de la India (lib. vii, cap. 1 , pág. 168), en el golfo de Cambaye {Barygazcnus Sinus), que Hésychio llama «región célebre en oro». Es el Upara (mal expresado) del Periplo del mar Erythreo {Gcvgr. minor., t. I, pág. 30). Véase también GossELiN, Eech.,t. iir, pág. 208 y las nuevas y curiosas diser- taciones de M. Fedekico Keil, Ucher die líiram SalomoniS' cÁd i567¿?jí/ii/¿r¿, Dorpat, 1834, páginas 40-455.

228 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

Ün cambio de ideas de bastante importancia, que data del tiempo de la topografía cristiana de Cosmas, y que favorecieron los viajes por tierra en la Edad Media^ es la opinión sistemática de llevar las riquezas de la In- dia, las especias, los aromas, los diamantes j los meta- les preciosos á la parte más oriental del continente asiá- tico. El Indicoplestes había dado á conocer las costas de los Tzines, bañadas por un mar oriental; los Since de Ptolomeo estaban, al contrario, más alejados del Sinus Magnus. El mapamundi de Behaim pone á Chrysé (Crisis) y Argyré á la desembocadura del Ganges, más allá del meridiano de Java Mayor (Borneo?) hacia Zipan- gu, el Japón (1). Hasta en el Opúsculo geográfico de My- ritius, dedicado á un comendador de Malta, el barón de Riedesel-Kamberg (Ingolst. 1590, pág. 128) encuen- tro «Zipangri olim Chryse dicta»; indicación tanto más notable, cuanto que, por la relación de Barros sabemos, que á la vuelta de su primer viaje, el é de Marzo de 1493, vióse obligado Colón á entrar en el Tajo y á presentarse al Rey y á la Reina de Portugal, que de seguro no le tenían grande afecto , y parecióle oportuno hacer correr noticia de «que venía de Zipmigu, trayendo de allí (2) oro en abundancia».

(1) Behaim pone á conünuaclón de estas tierras (desde los 40* de latitud austral á los 38 de latitud boreal) , Java minor» Angama (Angaman de Marco Polo, sin duda una corrupción de Andaman , los Manióla de Ptolomeo) , Java minor, ínsula Candyn, Argyre, Crisis, Thilis y Zipangut en el Oceanus índice guperioris ; finalmente , las islas Cathai en el Oceanus índice ovientalis, que se extiende al Norte hasta los 50°.

(2) Barros (d¿c. i, lib. iir, cap. 11) llama á Colón «eloquente e bon latino, o qual decia que venha de Fisla Cypango e trazia

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 229-

En el globo de la biblioteca del Gran Duque de Wei- mar, que ya hemos citado como anterior al año de 1534, y en el que figura el istmo de Panamá atravesado por un estrecho (como se ve también en un mapamundi

muito ouro». En la Vida del Almirante, publicada por su hijo (cap, 40), hablase largamente de la visita que hi^ á la Corteen el palacio de Valdeparaíso, cerca de Lisboa, y en el Diario de la primera navegación, conservado por Las Casas, se menciona la vuelta de la India j los lítdios que mostraba. Muñoz se in- clina á creer (lib. IV, § 12), que el Almirante citaba engañosa- mente á Zipangu, para desvanecer toda sospecha de que venía de una tierra comprendida en la cajñtulación ajustada entre Portugal y España, por ejemplo de las costas de África, ó, como se decía entonces, de la Mina de Portvgal y de Guinea» Pero examinando atentamente el Diario de Colón y los escritos de su hijo, comprendo que el supuesto engaño era íntima per- suasión. Comprometido el Almirante á decir dónde había es- tado, optaba por la isla de Zipangu (Cipango), que le había dado á conocer el itinerario proyectado por Toscanelli en 1574 y que preocupaba tanto su imaginación, que cinco días antes del descubrimiento de Guanahani declaró á Martín Alonso Pinzón deseaba más ir primero á tierra firme (al Asia) y des- pués á las islas, entre las cuales se encontraba Cipango (Na- VARRKTE, 1. 1, pág. 17).

El hijo de Colón (cap. 20) dice positivamente «que su padre esperaba ver tierra á 750 leguas al Oeste de Canarias; y que hubiera hallado la Española , llamada entonces Cipango, no saber que se decía estar á lo largo de Tramontana á medio día, y por eso quedaba ala izquierda».

Después del descubrimiento de Guanahani el 13 de Octubre, aun expresa Colón en su Diario el deseo «de topar á la isla de Cipango»; pero antes de llegar á ella, costea por el NO. la isla de Cuba, cree que es un continente y que se encuentra á tnás de cien leguas de distancia de las grandes ciudades del Cathay (Zaitum y Quinsai), que por las narraciones de Marco Polo le había ponderado Toscanelli. «Y es cierto, dice el Almi*

2^30. ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

cliino muy moderno de Lismingtchlie, publicado en 1820), Zipangu está 5** al Oeste de Veragua con la inscripción:. Zipangri ubi jnper et auri copia.

La idea de que las riquezas de la India se encontra- ban al E. y al SE. de Asia, llegó á ser tan general en el siglo XV, que, maravillado Colón por la belleza del paisaje de la costa de Cuba , cerca de Puerto Príncipe^ escribió en su Diario (14 de íí'oviembre de 1492) la ob- servación siguiente: «Creo que estas islas (las del Canal

rante, questa es la tierra firme, y qne estoy ante Zayto y Guin- say»; Diario, 1." de Noviembre de 1'192.

Posteriormente, según veremos en una carta al contador San- tángel bordo de la carabela, cerca de las islas Canarias, el 15 de Febrero de 1493), llama de nuevo á Cuba una isla, pero ex- traordinariamente atento á la analogía de las denominaciones geográficas, consigna con interés en su Diario que el Eey de la Española, llamada por los indígenas la isla Bohio, aseguraba que muy cerca de allí, en Cipango, á que ellos llamaban Civao (era una comarca de la Española que aun se llama así), había mucho oro. Una semejanza accidental de sonido favoreció, pues^ tal idea en la v4va imaginación del Almirante.

El secretario del Senado de Bruselas, Wytfliet, en una Geo» grafía americana aneja á la edición de la Geografía de Ptolo- meo de 1597, nos recuerda que los habitantes (caribes) de Ma- titina tenían en su isla montañas llamadas Cipangi y que por analogía designaban con el mismo nombre los países montaño- sos de la Hispaniola {Descriptionls Ptolemaictj'. argumenUim, sive occidentis notitia, studio Cornelli Wytfiet. Lovaina, 1597, páginas 146 y 166).

Como complemento de las opiniones sistemáticas que guiaban á Colón, observaré al terminar esta nota que, según su hijo (capítulos 7 y 29) , tomaba las Azores por la Atlántida, las islas de Cabo Verde por las Gorgonas, y el Este de la India, á cuarenta días de navegación, por las Hespérides.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 231

Viejo) son las innumerables que en los mapamundos en fin del Oriente se ponen, y que hay grandísimas rique- zas y piedras preciosas y especería en ellas y que duran muy mucho al Sur.»

La influencia del clitna, hasta en los productos de la naturaleza inorgánica era doctrina tan generalmente adr mitida, «que por el mucho calor que padecía el Almirante, arguye que en estas Indias, y por allí donde andaba, de- bía de haber mucho oro». (Diario 21 de Koviembre, vi- siblemente alterado por Las Casas, puesto que menciona la Florida.) «Mientras vuestra señoría, escribe en 1495 á Cristóbal Colón (en la gran isla de Cibauj un lapidario de Burgos , Mosen Jaime Ferrer, no llegue á encontrar negros, en los progresos sorprendentes de sus descubri- mientos, y entre en el Siniis Magnus de Ptolomeo no puede contar con grandes cosas (los verdaderos tesoros), como especias, diamantes y oro.» Esta carta, unida á proyectos de métodos de longitudes y á respuestas en las que el gran cardenal de España (Mendoza) llama al lapidario cosmógrafo su 'especial amigo, fué publi- cada en Barcelona en 1545 en un libro muy raro, cuyo extraño título es Sentencias catholicas del Divo poeta, Dant.

El contemporáneo de Colón, Pedro Mártir de An- ghiera, muestra gran descontento por la expedición de Lucas Vázquez de Ayllón á la Florida. «¿Qué necesidad tenemos, exclama (Ocean, déc. viii, cap. 10) de produc- ciones semejantes á las más vulgares del Mediodía de Europa? ¡Al Sur! ¡Al Sur! Quienes busquen riquezas no deben ir á las frías regiones boreales. í

También Diego Rivero añade en 1529 en su céle- bre mapamundi, junto á la tierra de Garay (Florida

252 ALEJANDKO PE HÜMBOLDT.

occidental), estas palabras: «El'pals es pobre en oro, por- que está muj alejado del trópico de Cáncer.»

Estas creencias, fundadas en analogías incompletas transmitidas por la antigüedad (1) , creencias que obli- gaban á estar en los mismos límites, en el clima tropi- cal, las especias y las gemas , no ha deiaparecido (2) por completo en nuestros días.

La vaguedad propia de la denominación India , espe- cialmente después de los siglos iv y vi de nuestra era, denominación arbitrariamente extendida á regiones me- ridionales de Asia, de la Arabia y de las costas etiópicas del mar Rojo (3), hacía casi sinónimas las frases, zona de la India y zona de las Palmeras. Añadíanse alas In- dias exteriores é interiores de los primeros autores cristia- nos, á las tres Indias de Marco Polo, muy distintas de la de Fra Mauro , la denominación de India superior con la cual se designaban las costas orientales de Asia, y por tanto una parte del Cathay. El comercio de almacenaje de las especias que se hacía en los puertos de la China,

(1) StrabÓn (lib. II, pág. 127). En el admirable pasaje acerca de las ventajas de Europa.

(2) En la expedición que hice por orden del emperador Ni- colás á la Rusia asiática, cuando dos de mis compañeros de viaje, el Sr. Schmidt y el Conde de Polier, descubrieron en la pendiente occidental del Ural, casi á los 60 grados de latitud Norte, los primeros diamantes hallados en Europa, dudóse al pronto de la realidad del descubrimiento, «porque los verdade- ros diamantes corresponden al clima de las Indias».

(3) Al Pais del Oro, Chavilán, el antiguo Dorado del Phase se le daba, á causa de su misma riqueza y á pesar de su posición boreal, el nombre de India Póntica (Rosenmulleb, Bihl. de, Alterh, t. i, pág. 204).

DESCUBRIMIBNTO DE AMÉRICA. 233

contribuyó sin duda á esta confusión de ideas. Marignola llama todo el Manzi la Grande India. La América, desde su descubrimiento (1), formaba, al parecer, parte de la India superior, ó como continente ó como Ante Ilha de Asia.

(1) «Americus Vespucius maritima loca Indias superioris perlustrans eam partem quae superioris índice est, credidit esse insulana: alii vero nunc recentiores hydographi (V. C. Magella- nlis, 1519) eam terram ulterius ex uUa parte invenerunt esse continentem AsÍEe.» Tal es la opinión emitida en 1533 por SCHO- NEB, Op. geogr., p. ii, cap. 1 y 20.

XII.

Consideraciones sobre la geografía física del globo terrestre y Eobrelas comunicácioDes coii América antes de descubrirla Cristóbal Colón.

Al elevarsp á consideraciones sobre la física del globo, y al examinar el relieve de las dos grandes masas con- tinentales que sobresalen hoy del nivel de la superficie del Océano, obsérvase no sólo su configuración individual (articulación y ensanche hacia el Norte, terminación pira- midal hacia el Sur á diferentes distancias del polo, abun- dancia de islas frente á las costas orientales) , sino tam- bién las relaciones de proximidad ó alejamiento entre ambos mundos. Estas circunstancias, á las que se une la situación de islas interpuestas como puntos de paso ó estaciones intermedias, han influido necesariamente en las probabilidades que tuvieran los habitantes de ambos continentes para revelarse su mutua existencia.

A los 60° y 70° de latitud boreal, el acrecentamiento de las masas continentales llega á tal punto, que la an- chuna de los mares es poco más de la octava parte de cir- cunferencia del globo correspondiente á dichos paralelos.

América se aproxima al antiguo continente en tres

TESCÜBRIMIENTO DE AMÉRICA. 235

eitios á menos de 600 leguas marinas (de 20 al grado ecuatorial): entre Escocia 6 JToruega y la Groenlandia oriental; entre el cabo Noroeste de Irlanda y las costas del Labrador; entre África y el Brasil. La primera de estas distancias es casi la mitad menor que las otras. El canal del Atlántico entre al cabo Wratb de Escocia y Knigliton-bay (lat. 69° 15' al Sur de Scoresby-Sound de la Groenlandia oriental), tiene solamente 270 leguas de anclio, y en la dirección de esta travesía se encuentra Islandia; es una distancia igual á la del Havre á Var- govia. Desde Stadtland (62° 7'), en Noruega, al mismo punto en la Groenlandia oriental, hay 280 leguas ma- rinas.

El valle longitudinal del Atlántico que separa las dos grandes masas continentales, presentando ángulos sa- lientes y entrantes que se corresponden (al menos desde 75° K. á 30° S.), se ensancha en el paralelo de España, donde desde el cabo de Finisterre á Terranova hay 617 leguas marinas. En la proximidad al Ecuador vuelve á estrecharse. entre África (costa del cabo Roxo, cerca del banco de los Bissagos y Sierra Leona) y el cabo de San Boque. La distancia de continente á continente en la dirección NE.-SO., en la cual se encuentran las islas y escollos de las Rocas, de Fernando Noronha, del Pinedo, de San Pablo y de French Shoal, es de 510 leguas, su- poniendo el cabo de Sierra Leona, según el capitán Sa- bine, en la longitud de 15° 39' 24", y el cabo de San Roque, según el almirante Roussin y el hábil observador Sr. Givry, en la longitud de 37° 37' 26''. El punto más próximo al África es probablemente la punta Toiro, cerca de la aldea Bom-Jesus (lat. austr. , 7'), y la sa- liente más oriental de América está de á más al

236 ALEJANDRO DE HUMBOLDt.

Sur, entre el río Parahjba do Norte y la rada de Per- nambueo. Esta anchura del Atlántico entre Sierra Leona y el Brasil es la distancia del Havre á Moscou, ó mejor á Jaroslav, en Rusia.

Las travesías tan frecuentes en la navegación del Me- diterráneo nos proporcionan comparaciones de más fácil comprensión. Desde Escocia á la Groenlandia oriental (mínimum de distancia) hay como desde Gibraltar al cabo de Bon; desde África al Brasil como desde Gibral- tar á Bengasi y á las costas de la Cyrenáica.

Pero la consideración de estas distancias cambia com- pletamente al recordar que las tierras situadas al Norte del círculo polar, pobladas por algunas miserables tri- bus de esquimales, la inmensa península de Groenlandia que han explorado recientemente Scoresby, Sabine y el teniente dinamarquies Graah, los Arctic-Highlands, al Norte de la bahía de Baffin, y las tierras descubiertas por Parry en 1819 y 1820, formando las costas septentriona- les del canal de Barrow y conocidas con los nombres de North-Devon, North-Georgia y Mellville-Island, están completamente separadas de la Ame'rica continental ro- deándola por el Norte.

De igual manera, aunque en menor escala, la Escan- dinavia, habitada por pueblos de raza germánica, envuel- ve el Noreste de Europa, y parecería un fenómeno de con- figuración semejante si el istmo de Finlandia, lleno de lagos, estuviera abierto entre el golfo de este nombre y el mar Blanco.

La Escandinavía americana, insular y circumpolar, con límites completamente desconocidos por el Noreste y Noreste, pertenece á América con igual derecho que el archipiélago de la Tierra del Fuego; y le pertenece

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como Nueva Zembla, el Japón y Ceylán forman parte de Asia.

La dirección de las costas orientales de América, desde la Florida hasta los 70 * de latitud, es pesar de la vasta extensión de un mar interior que comunica con el At- lántico por el estrecho de Davis) tan uniforme de Sur- oeste á Noreste (1) que la parte más oriental de la Groenlandia (la tierra de Edam (2) vista el año de 1655 por los holandeses en latitud de 77° 25') está 37a* J^aás oriental que el cabo Blanco de África, y sólo la misma distancia más occidental que el cabo Slyne de Irlanda. Resulta de esta dirección que la región continental de América está más alejada de Europa que la costa de- sierta de la Groenlandia oriental.

La menor distancia desde Irlanda al Labrador es de . 542 leguas marinas, unas 30 leguas más que la distan- cia desde África al Brasil. Pero es tal el frío que reina en la costa oriental de un continente, en las latitudes donde cae la nieve en abundancia y donde dominan los vientos de Oeste, que son por tanto los de tierra, tal es la diferencia de posición y la inflexión de las líneas iso- thérmicas en América y Europa, que para encontrar una

(1) Dirección casi paralela á las costas occidentales del an- tiguo continente (SSN.-NE.), desde los cabos Blanco y Boj'a- dor al cabo Norte en Noruega.

(2) A quien objetara acerca de la i ncertidumbre de esta posición, recordaría que el capi2tán Sabine, en su animoso viaje para la determinación de la figura de la tierra por la observa- ción del péndulo, llegó en 1823 en esta costa hasta los 76* de latitud, al Norte de Roseneath-Tnlet, estando ya á 1^° de la tierra de Edam, en la longitud de 21° 23'. Mapas anteriores avanzan la Groenlandia más al Este, de suerte que la parte más oriental caía bajo el meridiano de Edimburgo.

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tierra donde el europeo pueda habitar cómodamente, ea preciso avanzar desde el Labrador hacia la desemboca- dura del lago San Lorenzo. Determinaremos la dis- tancia (690 leguas marinas) desde Irlanda al San Lo- renzo con alguna precisión, porque la desembocadura de este gran río ha sido el punto de las primeras incursio- nes de los colonos islandeses, quinientos años antes de Colón y Sebastián Cabot.

En estas consideraciones sobre la geografía física sólo he tratado hasta ahora de valuaciones de distancias di- rectas, no de las rutas que siguen los pueblos al través del Océano, favorecidos ó contrariados por los vientos 6 las corrientes, atraídos ó desviados por las ventajas que ofrecen las islas interpuestas ó las estaciones interme- diarias. La Islandia, las Azores y las Canarias son pun- tos de parada que han desempeñado importantísimo papel en la historia de los descubrimientos y de la civi- lización; es decir, en la serie de los medios que han em- pleado los pueblos de Occidente para ensanchar la esfera de su actividad y para comunicarse con las partes del mundo que les faltaba conocer.

Los fenicios y los helenos conocieron las islas Afor- tunadas, próximas á la entrada del antiguo río Ogenos (Océano) desde que traspasaron las columnas de Bria- reo. El descubrimiento de la Islandia precedió al de las Azores, grupo intermedio por su posición en latitud, pero algunos grados más al. Occidente de la antigua Thulé, cuya costa oriental coincide casi con el meridiano de Tenerife. Estas islas (1), situadas, entre dos conti-

(1) Desde la extremidad septentrional de Escocia á Islandia hay 162 leguas maiiuas; desde Islandia á la extremidad sur-

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nenies, han perdido su importancia desde que dejaron de ser avanzada de la civilización europea, puntos de lle- gada y de esperanza. Cuando terminaron las exploracio- nes 4e las costas de África y de América, terminó tam- bién su interés histórico, quedándoles únicamente la Ventaja material de servir de puntos de escala y de colo- nización agrícola.

La extensión del nuevo continente es inmensa en su parte boreal, sobre todo más allá de los 60° de latitud, donde el máximum de su anchura continental de Oeste á Este, desde el cabo del Principe de Gales á la tierra de Edam, ó, si se quiere, hasta un punto determinado, con más certeza astronómica, por el capitán Sabine, Ro- seneath-Inlet en la Groenlandia oriental, es de 154*//, ó (1) de 148° 20'. En esta altura, los dos mundos por el Este de Asia están tan próximos, que sólo les separa

oeste de la Groenlandia, 240; desde esta extremidad á las costas del Labrador, 140; á la embocadura del San Lorenzo, 2G0, Desde Islandia directamente al Labrador, 380 legaas. Desdo Portugal (desembocadura del Tajo) á las Azores (San Miguel)» 247 leguas; desde las Azores (Corvo) á Nueva Escocia, 412; desde Canarias (Tenerife) al continente de la América meri- dional (á la desembocadura del Oyapok, en la Guajana fran- cesa, Suponiendo el fuerte de Cayena, como lo determina M. Gi- vrj, á 38' 35'), 320 leguas marinas.

(1) La diferencia de longitud de 148 arroja unos 59 p menos que el máximum de anchura ;del antiguo continente entre los meridianos del cabo Oriental (estrecho de Behring) y el cabo Verde de África. Esta diferencia se funda en las obser- vaciones de los Sres. Beechey y Sabine. Si se limita la masa verdaderamente continental, desde el cabo del Principe de Gales (estrecho de Behring) hasta el cabo de San Luis (Labra- dor), se obtendrán 112» 35'.

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un estrecho cuya anchura es de 17 Va leguas mari- nas (1), y los Tchuktchos de Asia, á pesar de su inve- terado odio contra los esquimales del golfo de Kotzebue, pasan algunas veces á las costas americanas.

Esta gran aproximacidu de los continentes revelase también en la distribución geográfica de los vegetales. Al ííorte del Estrecho de Behring es donde especial- mente los Rhododendronj la Azelia procubens, la Uvula- ria asplenifolia y las Liliáceas de la flora alpina del Kamtchatka cubren (2) el litoral americano, que, siendo bajo y arenoso, goza de una temperatura más suave que la costa asiática.

Cuando se observa atentamente la configuración ex- traordinaria de Asia y la serie de islas que casi sin in- terrupción se prolonga desde la península de Kamt- chatka, por medio de las Korilas, Yeso, el Japón, los

(1) Conforme á las observaciones hechas durante la expedi- ción del Blossom (Beechey, t. ii, pág. 673), la anchura del es- trecho de Behring está determinada por la posición del cabo Ést (de Asia), latitud GB»» 3' 10"; longitud de París, 172° 4' 14", y por la del cabo (de América \ del Príncipe de Gales, lati- tud 65° 33' 30";. longitucí 170" 19' 34". La distancia éntrelo» dos cabos ts, por tanto, haciendo el cálculo en la suposición de ser la tierra perfectamente esférica, de 52' 9" 2. Cook creía qu& el estrecho sólo tenía de ancho 44 millas. Casi en medio del canal se encuentran las islas de San Diomedea (islas de Kru- senstern, Eatmanoff y í'airway-Kock).

(2) Adelbert von Chamisso, BemerMngen auf der Ent- decltungs Eeise des Rurih^ 1821, páginas 166 y 177. La altura á que llegan los pinos, agrupados en pequeños bosques en la bahía de Norton, frente al promontorio pedregoso Tchukotzkoy- Noss y del golfo de Anadyr, prueba especialmente esta dife- rencia de temperatura entre las dos costas, oriental y occi- dental.

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Lieu-Kieu (Loo Choo), Formosa, los Bachisy los Babu- yanes hasta Filipinas, desde los 20° á los 52® de latitud, se concibe cómo esa larga cadena de islas de diferentes tañíanos, formando con el litoral del continente, diver- samente articulado, cuatro mediterráneos con muchas sa- lidas (1) (los mares de Okhotsk, de Taraíkaí, del Japón y de la China), debía ejercitar loí pueblos del continente en el establecimiento de relaciones comerciales, de colo- nización y de propaganda religiosa con los habitantes de las islas situadas enfrente de la costa.

El estudio más concienzudo que en estos últimos tiempos se ha hecho de la historia de la China, del Ja- pón y de Corea, gracias á los trabajos de Abel Ré- musat, de Klaproth y de Siebold, prueba la influencia que estas relaciones han ejercido en los progresos de la civilización y en la extensión del budhismo. En todo el Este y Norte de Asia dicha extensión parece relacio- nada con la templanza de las costumbres y la afición á la literatura. Doscientos nueve años antes de nuestra era, la expedición mística de los Thsin chi-Hiiang-ti re- corrió el mar del Este «en busca de un remedio que pro- cure la inmortaliilad del alma». Con este motivo trasla- daron su residencia al Japón 300 parejas de jóvenes (2).

El carácter especial del litoral del continente y de una serie de islas que se presenta á la vista del navegante, á veces como lengua de tierra cortada, á veces como levan- tamientos volcánicos, siguiendo una misma dirección (Sur- Suroeste, Norte-Noreste), hace creer que naciones

(1) Empleo la nomenclatura hidrográfica de M. de Fleurieu.

(2) HUMBOLDT, Tahleanx de la Nature (2.» edición), t. I, página 169.

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comerciantes, que desde largo tiempo conocían el uso de la brújula, hayan ido progresivamente hacia la América occidental) por el Estrecho de Behring ó por la larga ca- dena arqueada de las islas Aleutinas, que casi une las penínsulas de Alaska y de Kamtchatka á los 60° de la- titud). Sin embargo, no hay prueba alguna de que, en los tiempos históricos, se haya realizado esta navegación ni de que un descubrimiento debido al azar, á la violencia de una tormenta, llegara á ser motivo de comunicaciones entre ambos continentes.

Un sabio, cuyo nombre goza de justa celebridad, De- guignes, padre, se equivocó cuando en las Memorias de la Academia de Inscripciones (vol. xxviii, pág. 505) anunció hace más de ochenta años que desde el siglo v conocían los chinos América, y que sus barcos iban al Fusang, situado á 20.000 li de distancia del Tahan; que el Fusang es la costa Noroeste del nuevo continente, y el nombre de Tahan designa á Kamtchatka. Deguignes tomó por relato de una navegación la noticia dada por un religioso budhista (1) acerca del Fusang, que era su pa-

(l) Al fervoroso celo de estos religiosos viajeros débense los más preciados conocimientos del estado del Asia central desde el siglo v hasta el vii. Baste nombrar aquí al viajero budhista Fahian, que partió de Tchhangan para ir á las montañas Tsungling el año 399, y cuyo libro, titulado Foe Kové Ki, Re- lación, de los reinos Búdhicos, traducido por Abel Eemusat y comentado por este sabio y por Klaproth, es una relación cir- cunstanciada del viaje. Otro descubaimiento reciente hecho por este célebre sinólogo, el viaje de Hiuan-Thsang, en la Transo- xiana, los alrededores del lago Temurtu, el Candahar, el valle de Pamilo (Pamir) y la India (desde Palibothra ó Pataliputra á Ceylan), hacia los años 630 á 650, ofrecerá mucho mayor in- terés.

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tria, noticia inserta en los Grandes anales de la China. Analizando críticamente esta noticia (1), ha probado el Sr. Klaproth que el Fusang, donde la ley de Budha y las institucic»nes monásticas se habían establecido desde el año 458 (de J. C), es el Japón. Según las dis- tancias indicadas por el monje Hoei-chin, natural de Fusang, país de las viñas, donde usan de carretas arras- tradas por bueyes de largos cuernos, caballos y ciervos, el Sr. Klaproth ha hecho ver que el país de Than, si- tuado al Oeste del Vinland de Asia (2) no puede ser otra cosa que la isla Taraíkaí, que nuestros mapas nom- bran erróneamente Saghalien (3). La indicación sólo

(1) JRechercTies sur le payg de Fusang mentionné dans les livres cJdnois et prig mal a propos pour una partie de VAmé- rique {Nouv. Anales des voyages, t. XXI, 2.* serie).

(2) Es una analogía curiosa que presenta el país de las viñas de Fusang (la América china de Deguignes) con el Vinland de los primeros descubrimientos scandinavos en las costas orien- tales de América.

(3) He aquí cómo M. Klaproth explica este error geográ- fico, propagado con obstinación en los mapas más modernos. Cuando los mapas formados por orden de Khang-hi se publi- caron en Pekín, los jesuítas enviaron á Francia un ejemplar, acompañado de calcos, en los que solamente se habían trans- crito algunos nombres chinos en caracteres romanos. En estos calcos, que d'Anville redujo para la obra del P. Duhalde, y que se conservan en París, había cerca de la desembocadura del río Amur ó Sakhalian-ula (río negro) estas palabras, escritas en mandchu: Sakhalian angga lihada, que significan «Rocas de la desembocadura negra». Esta designación de algunos peñas- cos situados en el cauce del Amur, la tomó d'Anville por el nombre de la grande isla que los indígenas llaman Taa'iliai y los japoneses Karaftn, del nombre de uno de los cabos que avanzan en el mar hacia la parte septentrional del Yeso. El nombre de Tcliolia^ que La Perouse da á Taraíkaí, pertenece á»

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de la frecuencia de los caballos, del uso de la escritura y de la fabricación del papel con la corteza del Fusang 6 morera útil, hubiera podido advertir á Deguignes que Hoeí-chin no habla de América. ¿Qué interés, por lo demás, hubiera podido llevar más allá de los 50** de lati- tud á pueblos que habitaban en climas benignos, y cuya navegación, como su brújula, dirigíanse más bien hacia el Sur? Los chinos tuvieron indudablemente relaciones desde muy antiguo con pueblos de raza tnnguesa, es- tablecidos en las márgenes del Amur y al. Norte de Corea. Desde la época de la dinastía de Thang cono- cían á los Kulihanes y á los Xuphos, próximos al lago Baíkal; pero este conocimiento lo adquirieron por medio de viajes terrestres hechos á las comarcas de los bárba- ros del Norte.

Examinada cuidadosamente la correspondencia com- pleta del P. Gnubil, que ya había proporcionado al ilus- tre Laplace tan prec:o?os informes acerca de la longitud de la sombra meridional en los solsticios, observada por los chinos en el año 1.100. antes de nuestra era, viene en apDyo de las dudas de M. Klaproth la autoridad del más sabio de los misioneros jesuítas. «Todo cuanto me decís —escribe (1) el P. Gaubil á uno de sus hermanos en religión, en París en 1752 de la Memoria del señor Deguignes acerca del Wenchin (2) y el Tahan, y de los

la costa occidental. Los sucesores de d'Anville han abreviado el Saklinlian angga lihuíhi en SalihaUen ó Saghalien. Véase JVotire (h'H iravavx exccvtés en Chine jpour dreser la carte de cet (')})]) i re, pág. 2(i.

(1) JS^'^iurlle Jinrn'il aaintiqne, 1832, pág. S.35.

(2) El Wenchin es la punta meridional de la isla de Yeso, ocupada por los Amos (velludos), que todavía tienen en núes-

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viajes á largas distancias al Noroeste del Japón, podría induciros á creer qne los chinos han conocido á Amé- rica. Los textos nada prueban, y con razonamientos tan vagos podría sostenerse hasta que los chinos han venido á Francia, á Italia y á Polonia.»

Esta afición á las hipótesis quiméricas y á las ficciones que el P. Gaubil censura á los geógrafos, y que recien- temente ha hecho atribuir á los indios antiguo conoci- miento de las Islas Británica?, encue'ntra?e tambie'n, sin que se les pueda censurar, en los poetas chinos. El país de Fusang es el teatro de sus fantasías, y no faltan, porque no podían faltar en ellas, conforme á la afición nacional, al lujo de las sedas, moreras de muchos miles de toesas de altura y gusanos de la seda de seis pies de longitud.

Si hasta ahora no hay hecho histórico alguno que pre- sente indicios de comunicación espontánea de los pueblos civilizados del Asia Oriental con el Nuevo Continente, no es, sin embargo, inverosímil que alguna tempestad haya arrastrado japoneses ó Siampis déla raza de Corea á la costa Noroeste de Ame'rica. Sucesos de esta índole no tienen lugar en las investigaciones que son objeto de la presente obra. Gomara asegura que en el siglo xvi suponíase haber hallado en las costas del Qaivira y de Cibora (el Eldorado del Méjico boreal, sitio fabuloso de una antigua civilización) los restos de un buque del Ca- thay (1); pero en aquel tiempo tan cercano á la Edad

Iros días la costumbre de pintarFe en el rostro y cuerpo diferen- tes figuras (Klapkoth, Sur le Fousang, pág. 10, y Anuales des Eniju-rturs du Japón, 1834, p. Vlil. (1) Historia general de las Iridias, pág. 117.

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Media, como á veces en nuestros días, la credulidad in- terpreta hechos mal observados, para fundar sobre ello» sistemas.

La dispersión de la flota que Khubilaí Khan, funda- dor de la dinastía de los Yuan y hermano de Manggu- Khan, envió en 1281 para conquistar el Japón, ha dado origen á hipótesis con las cuales Reinhold Forster y M. Ranking (1) han querido explicar grandes cambios en la civilización y el estado político del Perú. Paréceme indudable que los monumentos, las divisiones del tiempo, las cosmogonías y muchos mitos que he discutido en mi obra sobre los Monumentos de los pueblos indígenas de América, presentan notables analogías con las ideas del Asia Oriental, analogías que anuncian antiguas comu- nicaciones, y que no son sencillo resultado de la identi- dad de situación en que los pueblos se encuentran en la aurora de la civilización. ¿Por qué vía se han realizado estas lejanas comunicaciones? ¿Cómo se ha conservado la cultura intelectual, atravesando las regiones boreales, donde los dos continentes se aproximan? Problemas son éstos que no pueden resolverse en el estado actual de nuestros conocimientos. La corriente de los pueblos del Aztlan en Méjico fué sin duda de Norte á Sur; pero sólo se pueden seguir los rastros de estas emigraciones hasta el río Giba ó á lo más hasta el lago de Teguajo, que no traspasa, al parecer, el paralelo de 41°. La cues- tión de los primeros pobladores de América no entra en

(1) Historical Researches on the conquest of Perú, México, and Bagotá in tlie thirteenli century hy the Mongols, 1827, pá- ginas 34-45. Esta obra está íntimamente relacionada con otra que lleva por titulo Researches on the wars and sports of the Mongols and Romans, 1826.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 247

los dominios de la historia, como tampoco en los de las ciencias naturales la del origen de las plantas y de los animales y la distribución de los gérmenes orgánicos.

Si la gran proximidad de Asia y América corresponde á una zona inhospitalaria y helada en la latitud del La- brador, del mar de Hudson, del lago de los Esclavos y del río Anadyr, las costas de ambos continentes, al avanzar hacia el Sur, se inclinan desde el paralelo de los 60° en dirección tan opuesta, y huyen, por decirlo así, una de otra, de tal modo que á los 30° de latitud en el paralelo de Nanking y de Nueva Orleans, el li- toral de China se aleja 123° del litoral de la Vieja Ca- lifornia, esto es, tres veces la distancia que existe entre África y la América meridional. Este es uno de los ca- racteres distintivos del Océano Pacífico, llamado con justicia el Gran Océano. Su cuenca no tiene la configu- ración de un valle longitudinal con ángulo? salientes y entrantes que se correspondan, como en el Atlántico» Desde el estrecho de Behring las costas opuestas se apartan con igual rapidez; las de Asia dirigidas al SO.-KE.; las de América al SE.-NO. Podría decirse que en el levantamiento de las dos masas continentales hubo del lado oriental del Nuevo Mundo una conexidad de fuerzas que determinó simultáneamente los contornos de las masas americanas y de las del antiguo continente, mientras en las cuencas del Gran Océano Pacífico, cau- sas más independientes entre han producido efectos distintos.

Al relacionar ideas geológicas, ó más bien físico-geo- gráficas, con las probabilidades que se hayan presentado á las razas humanas para comunicarse entre sí, debo mencionar ante todo esa zona de islas alargadas hacia el

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Asia que se extiende de Este á Oeste por Juan Fernán- dez, Salas y Gómez, la isla de Pascuas (1), la metró- poli de Taiti, las Fidji y las Hébridas hacia la Nueva Caledonia, y después, como circunstancia muy impor- tante (2) para las necesidades de la navegación, la de

(1) El espacio de 20o longitud entre la isla de Pascuas y las islas de San Félix, San Ambrosio y Juan Fernández está ocupado por las Sporadas de Salas y Gómez , de Pilgrín , de Warehams Rocks y de Masafuera. Desde ]a isla de Pascuas conducen á las islas de la Sociedad través de un espacio de 40° de longitud) las Sporadas de Duci es, Elisabeth, Fitcairn (donde reside la familia anglo-polinesia del viejo marinero Adams, la insurrección del -Hounty), Cresceat, Gambier y Hood La gran serie de islas que con más continuidad se ex- tiende desde Nueva Holanda á la América del Sur, encuén- trase casi completamente encerrada entre los 15*= y 28° de lati- tud austral. Se desvía en dirección SE. de la isla de Pascuas á la Juan Fernández y se une al O. con un sistema de islas com- pletamente distinto (dirigido S. N.) por medio de las islas Scar- boroug y Radak en las Carolina?, como por éstas y las islas Pelew al gran archipiélago de las Filipinas.

(2) Carte du mouvement des eaux á la mrface de la mer dans le Grand Ocean austral, par le capitame Dnperrey,\^^\. La corriente que se dirige hacia las costas de Concepción y de Valdivia divídese, siguiendo las costas de Chile hacia el Sur y hacia el Norte á la vez. Es un punto de partida análogo á los conocidos en la costa occidental de África en ti e la bahía de Biafra y el cabo López, y en las costas del Brasil al Sur del cabo San Roque. (Rennell, Invest. of the Currents of the Atlant. Ocean.^ 1882, páginas 136 y 228.) El brazo septentrional de la corriente de Chile es el que he dado á conocer por su baja tem- peratura. El termómetro centígrado marca en la corriente 15°,7 y fuera de la corriente 26",4 á 29»,7. {Belat. Mst.,t. ITI, par gina 508.) Como el movimiento parcial de las aguas ha ejercido una influencia notable en la distribución de una misma raza de hombre^ y en la filiación de los idiomas (dialectos), debo tam- bién recordar aquí la existencia de corrientes hacia el NE., ob-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 249

una corriente que se dirige entre los paralelos de 35 y 40° Sur del meridiano de Taíti , hacia las costas de CJliile, y que, por tanto, es opuesta á la corriente ecuatorial.

A excepción de Méjico y de Guatemala, cuyas plani- cies, por la poca anchura, dominan ambos mares á la vez, donde los españoles, al llegar al Nuevo Mundo, encon- traron una civilización que se mostraba en los monu- mentos, en los grandes caminos, en las instituciones civiles y en el carácter imponente del culto y de las con- gregaciones religiosas, fué en la parte de América que da frente al Asia. La que baña el Atlántico sólo pre- sentaba pueblos nómadas y cazadores, poco numerosos y hasta inferiores en cultura á las razas extinguidas, que en las llanuras al sur de* los grandes lagos del Canadá, construyeron las circunvalaciones polígonas que semejan campos atrincherados.

A la costa más civilizada de América, donde habitaban pueblos agrícolas y vestidos, corresponde, al Oeste, la costa oriental del Antiguo Mundo, donde todo lo que tiende al progreso de la inteligencia y su aplicación á las necesidades de la vida social, tiene indudablemente una antigüedad de muchos miles de años respecto á ias costas occidentales de Europa. Sin embargo (tal es el misterioso encadenamiento de las cosas humanas), por el Oeste, por la parte más largo tiempo bárbara del An- tiguo Mundo, es por donde se realizó el d(íScubrimiento de América. Acaso las diversas familias del género hu-

servadas algunas veces en la región tropical, aun dentro del lí- mite de los vientos alisios del SE. y del NE. (Beechey, t. ii, página 676; Meyen, Reise um die Erde au.f der J'rinzessin Zuise, 1835, t. ii, páginas 84-88).

250 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

mano no hicieron entonces más que reanudar los lazos que ya habían existido entre ellas en tiempos anteriores á toda reminiscencia histórica.

En el valle longitudinal del Atlántico, donde las si- nuosidades correspondientes á las dos orillas están ocu- padas hoy en gran parte por la civilización europea, el Antiguo Continente se acerca dos veces y casi á la misma distancia (de 510 y de 542 leguas marinas) á las costas del Continente americano. El valle tiene el mínimum de anchura en una dirección SSO.-NNE. cerca del Ecuador entre África y el Brasil. Desde el cabo Roxo (entre la desembocadura del Gambia y los Bissagos) al cabo de San Roque, sólo hay diez leguas marinas (1), menos que desde este último cabo á Sierra Leona. En Europa el promontorio de la Irlanda Occidental, entre Tralee y Dingle Bay, es el que más se aproxima á la extremi- dad SE. del Labrador, un poco al Norte de Terranova. El Atlántico tiene en este paralelo (y entre los dos pun- tos sólo hay una diferencia de latitud de 9') una anchura de 542 leguas (2). La diferencia de distancias entre Europa y la América continental del JiTorte, entre Gui- nea y la América del Sur, no es, pues, á pesar del au- mento de más de 40° de latitud, sino de 94 millas, de 60 al grado ecuatorial.

(1) Calculando en la hipótesis de la tierra esférica, hay desde el cabo San Roque (lat. aust., 5.» 28' 17"; long. 37* 37' 26") al cabo Roxo (lat. bor., 12» 20', long. 19» 14'), 1.531,2 millas ma- rinas. Desde el cabo San Roque á Sierra Leona (lat. 8' 29' 55", long. 15° 39 24"), 1.558,7 .millas.

(2) Del promontorio de Irlanda al Sur de Tralee (lat. 52o 20', long. 12" 40') al cabo Charles de Labrador (lat. 52o n^, lon- gitud 57» 40'), 1625, 7 millas.

DESCDERIMIENTO DE AMÉRICA. 251

Las relaciones de ])roximidad de ambos mundos cam- bian considerablemente cuando se considera como parte del Nuevo Continente la extensa isla de Groenlandia, cuya prolongación hacia el ISforoesto más allá del mar de Baffin y del estrecho de Barrow, es completamente desconocida. Esta comarca septentrional parece, en efecto, correspon- der á Ame'rica por la identidad de dirección (SO.-NO.), y sus costas orientales desde Georgia á la tierra de Edam, desde los 30 á los 77 grados y medio de latitud.

La Groenlandia Oriental en las tierras de Scoresby se aproxima de tal modo á la península escandinava y al Norte de Escocia, que desde esta última al cabo Barclay (grado y medio al Sur del paralelo de la isla volcánica de Juan Mayen), sólo hay 269 leguas marinas (1), lo cual es casi la mitad de la anchura del Atlántico entre África y el Brasil. Con viento fresco y continuo del NO. se atraviesa este espacio en menos de cuatro días.

La aproximación de todas las masas continentales ha- cia el círculo polar ártico, y más allá, se revela tambie'n, según lo demuestran las investigaciones más exactas acerca de la geografía de las plantas, en el gran número de vegetales que son propios de la Europa, el Asia y la América boreal (2). La Ame'rica del Sur, y en ge- neral toda la parte tropical del Nuevo Mundo, tiene distinto carácter. La gran ley de la Naturaleza, recono- cida por Buffón en la desemejanza de la creación animal

(35) Cabo Wrath (extremidad NO. de Escocia), lat. 58* 39", long. 18'. Cabo Barclay (al Sur de la bahía Sooresby) lati- tud 69'' 10", long. 26° 4', distancia 807 millas marinas.

(36) Los brezos, que se creía faltaban en toda América como al NE. de Siberia, se han encontrado recientemente en el in- terior de la isla de Terranova.

252 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

propia de estas regiones y de África, puede aplicarse con ciertas restricciones al reino vegetal. Las excepciones de la ley son raras, pero existen, no sólo en las plantas mo- nocotiledóneas, especialmente en las gramíneas y en las ciperáceas (1), sino también en las dicotiledóneas arbo- rescentes, que no son de las especies litorales (2) ó acuáticas.

Es notable sin duda que, según los trabajos de M. Roberto Brown sobre la flora del Congo y las discusiones de los Sres. Perrottet y Guillemin sobre la flora de Cabo Verde y de la Senegambia sean principalmente las cos- tas africanas y la? del Brasil y la Senegambia las que presentan estas analogías con el África equinoccial. Basta, para probarlo, citar las especies del Río Zahir y del Se- negal, cuyos nombres especííicos indican los lugares donde los viajeros botánicos las han recogido por primera vez : Schwenkia americana, Urena americana, Cassia occidentalis, Ximenia americana, Waltheria americana, que es idéntica á la Waltheria índica (3).

(1) HUMBOLDT, De dist. geogr. plant. secundum coeli tempe- riemetalt. immtium, 1817, paginas 61-67.

(2) Como las Avicennia tomentosa, Suriana marítima, Jas- siena erecta, etc., etc.

(.S) Otros ejemplos de dicotiledóneas comunes á las costas equinocciales de África y de América, son Sida júncea, Ptero- carpuslnnatus, jEschinoniene sensitiva , S'oparia dulcís y el Dndonma viscosa, que yo he recogido en Méjico ea la meseta de Guanajuato y en las colinas de lavas aglomeradas cerca de Río Mayo, en el camino de Popayán á Pasto, mientras el Sr. Pe- rrottet la ha eocontrado en el 8enegal (Robert Brown, ítem, on tlie hotany of tke Congo River ^ pág. 57. Pbrrottet, Gui- llemin y Richard, Flore de la SenegamMe, 1831, páginas 18, 41 y 73).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 203

( . _—

Las corrientes se dirigen desde el Congo al O. hacia el Brasil, mientras que en la desembocadura del Senegal y más allá hasta la bahía de Biafra, el movimiento de las aguas es al S. y SE., y, por tanto, completamente contrario al transporte de frutos y semillas á las costas americanas. Lo que sabemos de la acción delete'rea que ejerce el agua del mar en un trayecto de 500 6 600 leguas sobre la excitabilidad germinativa de la mayoría de las semillas, no es favorable al sistema demasiado genera- lizado de la emigración de los vegetales por medio de las corrientes pelásgicas.

No debo terminar esta reseña del gran valle del At- lántico, en el punto donde presenta menos anchura entre masas de tierra completamente continentales, sin añadir á las líneas generales del cuadro físico la indicación de un hecho, ó mejor dicho, una creencia del siglo xvi que los modernos historiadores del Nuevo Mundo han des- atendido completamente. Colón supo cuando su segundo viaje que la isla de Haití era atacada algunas veces por una raza de hombres negros {gente negra), que vivía ha- cia el Sur ó Sureste.

Distingue estos negros délos Caribes de las Pequeñas Antillas, á quienes, en una carta á los monarcas, fechada en el mes de Octubre de 1498 llama Caríbales (i), j los pinta armados de azagayas, cuya composición metálica

(1) Forma ó derivación notable de las palabras Calina y Calllnago (que es el nombre que se daba á mismo el pueblo caribe), del cual los eruditos {jjrojjter rahiem caninaní anthro- popliofjornm genf/ix) han hecho ca^ñbaleít -^b.tb. latinizarlos más* García en sus fantasía" semíticas (í??'///^;^ de los Avin-icartos, pág. (i8), deriva la palabra caníbal de Annibal y de la lengua fenicia {Relat. hist., t. Ii, pág. 503; t. Ill, páginas 10 y 537).

254 ALEJANDRO DE HDMBÜLDT.

llamó singularmente su atención. Los indígenas de Haití llamaban esta composición Guanin. Colón la envió al rey Fernando, y refiere Herrera (sin duda por lo que vio en los manuscritos de Las Casas, porque D. Fernando Co- lón no habla de ello), que el análisis hecho en España dio á conocer en el Guanin para 32 partes 18 de oro, 6 de plata y 8 de cobre (1). Era, pues , oro de baja ley {oro baxo), notable por la doble aleación (0,44) de cobre y plata, producida sin duda en aquellos pueblos bárbaros por la naturaleza especial de un mineral aurífero.

La dirección meridional que el Almirante dio á su tercer viaje tuvo por único motivo el deseo de llegar al país del Guanin. «Dixo Colón que por aquel camino pen- saba experimentar lo que decían los Indios de la Espa- ñola de la gente negra que traía los hierros de las aza- gayas de un metal que llamaban guanin.»

Vasco Núñez de Balboa, el primero que atravesó el istmo para llegar al mar del Sur, encontró efectivamente negros en el Darien. «Este conquistador, dice Gomara (Historia de las Indias, fol. 34), entró en la provincia de Quareca, donde no encontró oro, sino algunos negros es- clavos del señor del lugar. Preguntó al señor de dónde había sacado aquellos esclavos negros, y le respondió que las gentes de aquel color vivían cerca de allí y estaban constantemente en guerra con ellos.»

«Estos negros, añade Gomara, eran iguales á los ne- gros de Guinea, y en las Indias yo pienso que no se han visto negros después.»

A Pedro Mártir de Anghiera (Ocean. déc. ni, lib. i, página 45), que observa todo lo que atañe á las razas

(1) Déc. I, lib. III, cap. 9.

DESCUBRIMIENTO DB AKÉBICA. 255

americanas, sorprendió este hecho referido por Gomara, y lo explica, con alguna ligereza, suponiendo algún nau- fragio de africanos en las costas de Ame'rica. Estos es- clavos son, sin duda, dice, descendientes de negros etiopes, que, después de infestar la mares como piratas (latrocinii causa) los arrastró alguna tempestad á naufragar en el Darien.

No puede negarse (y, según antes dije, los mapas del mayor Rennell dan fe de ello) que desde las costas del Congo y de Benguela, las corrientes africanas, mezcladas á las aguas del Gulf-Stream, impulsan hacia el Oeste, hacia el Brasil, la Guayana y el fondo del mar de las Antillas; pero ¡qué largo trayecto para negros africanos que jamás fueron piratas de alta mar, y sólo usan canoas pequeñas apropiadas para la pesca en el litoral!

Estos negros de Qaareca habitaban las mismas co- marcas donde los naturales suponían primitivamente una raza blanca, suponiendo que algunos negros albinos eran una raza especial. En mi concepto eran Papus del mar del Sur, que fueron del OestC; aprovechando algunas con- tracorrientes en el aire y en el mar, y no negros de Etiopía. También puede suponerse que fuera alguna tribu de indígenas de color más obscuro que las demás, porque Gomara al decir que los negros de Quareca se parecen á los negros de Guinea, no menciona especialmente el ca- bello rizado.

En las misiones del Orinoco, los Otomaques y los Guamos forman la variedad más obscura, los Guahari- bos del Gehette y los Guainares, la variedad más blanca entre los indios cobrizos. Debe esperarse á que algún viajero instruido, recorriendo parajes tan inexplorados como los que median entre las fuentes del Atrato, el

256 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Darien y el golfo de Mandinga, aclare la cuestión de quie'n era esta gente negra conocida á la vez en Haití y en Caribana; porque conviene precisar los hechos antes de intentar ex¡)licarlos.

Verdad es que hay otros indicios para creer que aquel rincón de la tierra fué antiguamente visitado por razas extranjeras. Entre los Caramaris, que decían ser de la grande y poderosa familia de los pueblos Caribes, en- contráronse rastros de una cultura importada, como en- tre los Caribes de Uraba (1) que tenía alguna noción de libros y de signos gráficos.

(!) Pedro Mártir, ¿^rca»., páginas 22 y 65. Acaso elin" digena á que s lefiere lo que conocía eran los libros de jero- glificus de los pueblos mejicanos y del alto Perú.

XIII.

Viajes de los escandinavos al Nuevo Mundo en los XI y XII.

Existe en los mudables destinos de la civilización y del estado social de los pueblos algo permanente y esta- ble que se relaciona con la configuración de las tierras, su aislamiento mayor ó menor, las influencias del clima y los agentes físicos en general. Acabamos de ver que el estado de barbarie en que se encontraban las costas opuestas de los continentes de Asia y América donde más se aproximan, excluía, al parecer, cualquier empresa de emigración ó de navegación lejana en tiempos remo- tos. Reservado estaba á la parte más septentrional del Atlántico, donde la Escandinavia insular de América (la Groenlandia) se aproxima á una distancia de ocho- cientas á novecientas millas marinas á Escocia y á No- ruega, dar ocasión al descubrimiento de América por el lado oriental.

Dos circunstancias favorecieron este descubrimiento, que coincide con el principio del siglo xi de nuestra era. La primera corresponde á la geografía física. Entre los paralelos de 58° Va 7 ^4°» el canal del Atlántico, ya bas-

258 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

tante estrecho, está sembrado de muchos grupos de islas (las Orcades, las Foeroe, Islandia) que presentan una serie de estaciones intermedias, y conducen , por los an- tiguos levantamientos volcánicos (las doleritas y las tra- quitas ) ( 1 ) á las costas de la Ame'rica insular del Norte. La segunda se refiere á la actividad del espíritu de empresa en los pueblos de Europa próximos, en la Edad Media, á esa misma región de un mar boreal cu- bierto de islas, que fueron teatro de sus expediciones.

La unión de ambas causas físicas y morales produje- ron el descubrimiento del Nuevo Continente por los es- candinavos.

Los normandos y los árabes fueron las únicas nacio- nes que, hasta principios del siglo xii, compartieron la gloria de las grandes expediciones marítimas , la afición á aventuras extraordinarias, la pasión del pillaje y de las conquistas efímeras. Los normandos ocuparon suce- sivamente la Islandia y la Neustria, saquearon los san- tuarios de Italia, conquistaron á los griegos la Pulla, y hasta escribieron sus caracteres rúnicos en los flancos de uno de los leones que Morosini quitó al Pireo de Atenas para adornar el arsenal de Venecia.

(1) Las traquitas sólo asoman al través de las rocas en Is- landia, donde el centro de la isla está cortado por un valle lon- gitudinal traquítico en dirección del SO. al NE., valle descrito recientemente, sobre el terreno, en una interesante memoria geognóstica de M. Krug de Nidda (Kaesten, ArcJiiv. der M'me. ralogie, t. I, VIT, páginas 425 y 155). Mr. Leopoldo de Buch había señalado ya la conformidad de esta dirección con la de la costa oriental de la Groenlandia {Cañar. Inseln, pág. 335).

Acerca de los runos en el León de Venecia véase Grimm, Deutsche Eunen, p. 209.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 269

En todo lo que á la historia se refiere, preciso es dis- tinguir las fechas de los acontecimientos, y las diversas épocas en que empezaron á combinarse aquéllas y éstos y á estudiar sus relaciones con descubrimientos mucho más recientes. En medio de tantos acerbos debates produ- cidos por envidiosa malignidad y por las aficiones á una falsa erudición clásica entre los contemporáneos de Cris- tóbal Colón, acerca del mérito de este grande hombre, nadie pensó en las navegaciones de los normandos como precursores de los genoveses. Esta idea no se mostró sino sesenta y cuatro años después de muerto Colón. Sabíase por sus propios escritos, sobre todo por su obra acerca de las zonas habitables ccque había ido á Thule»» pero entonces este viaje al !Norte no engendró sospecha alguna sobre prioridad del descubrimiento, y preferíase, para atacar á Colón, recurrir á algún manuscrito (1) que

(1) Herrera no ha tenido para nada en cuenta las piezas del pleito que el fisco promovió contra D. Diego Colón, hijo del Almirante (déc. ii, lib. i, cap. 7). Sólo las conocemos desde hace cuatro años por los extractos de Muñoz y de Navarrete {tomo III, páginas 559, 560 y 595). Entre las veinticuatro pre- guntas interrogatorias de la información fiscal , terminada en 1515, la once y doce refiérense á dicho libro ó escrito misterioso que permitió á Martín Alonso Pinzón «dar noticia á Colón de la existencia de tierras al Oeste». Este Pinzón es el mismo que mandaba la Pinta en el primer viaje y que murió pocas semar ñas después de su vuelta á España, mortificado porque la reina Isabel no quiso recibirle solo y antes que al Almirante en Bar- lona. Arias Pérez, hijo de Martín Alonso Pinzón ^ acompañó á su padre á Roma para asuntos comerciales, y vio las escrituras que un bibliotecario «gran cosmógrafo» les enseñó y cuya vista tan viva impresión dejó en el ánimo de su padre que, desde su vuelta á Palos, sin conocer aún los proyectos de Colón, «resolvió armar dos carabelas para descubrir las cosas que vio en Roma

26 0 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

un bibliotecario del papa Inocencio VIII debió enseñar á un miembro de la rica familia de los Pinzones.

Si se quiere seguir con precisión la serie de hechos que han conducido á las costas boreales de América^

en el mapamundo. El fiscal añade á este cargo un cuento ver- daderamente fabuloso, cual es , que Martin Alonso Pinzón co- municó á Colón una fórmula atribuida al rey Salomón, y que consistía en la indicación del camino á la tierra de Campanso, la'cual decía así : «Navegarás por el mar Mediterráneo hasta el fin Despaña, é allí al poniente del sol, entre el norte é el medio día por vía temperada fasta 95 grados del camino , é fallarás una tierra de Campanso, la cual es tan fértil y abundosa, é con su grandeza sojuzgarás á África éá üropa.» No entiendo lo que quiere decir ese «camino de 95 grados» , que sin duda no son grados de longitud, ni ese Ophir del Occidente llamado Cam- panso (Cipango?); pero creo muy probable que la anécdota del bibliotecario cosmógrafo sea en el fondo verdadera. Natural es que se apresuraran á mostrar á un marino tan grande é in- trépido como Alonso Pinzón algunas cartas ó mapamundi que los bibliotecarios de Italia poseían entonces en gran número» La vista de la isla de Brazir en un mapa de Picigano (1367), ó de la Antiüa, de Andrés Bianco (1436), podía muy bien excitar la imaginación del marino español. No fué ciertamente él quien ocasionó la expedición de Colón , que mucho antes de su co- rrespondencia con ToscanelH, el año de 1474, cuando vivía en Portugal, alimentaba ya el proyecto de ir á la India por Occi- dente; pero la relación de lo que Alonso pretendía haber sabido en Eoma, pudo muy bien influir para que el Almirante se rela- cionara con esta familia rica y poderosa de los Pinzones , que facilitó la primera empresa. Arias Pérez Pinzón heredó , al pa- recer, el odio que su padre Alonso había concebido contra el Almirante á la vuelta del primer viaje, y amplificaría sin duda el relato , pretendiendo (para perjudicar los intereses de don Diego Colón) que el célebre marino de Palos hubiera podido hacer el descubrimiento del Nuevo Mundo sin más que los in- dicios que el manuscrito de Roma le había proporcionado.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 261

conviene no olvidar que en las islas situadas entre Es-, cocia , Noruega y Groenlandia las expediciones de los misioneros irlandeses rivalizaron con las de los nor- mandos. La preciosa obra de Dicuil De Mensura Orhis terree, cuya edición princeps debemos (y solamente desde 1807) al Sr. Walckenaer, ha llegado á ser de grandísima importancia para esclarecer la historia de esta rivalidad.

Los anacoretas cristianos en el norte de Europa y los piadosos monjes budhistas en el interior de Asia, explo- raron y pusieron en relaciones con la civilización las co- marcas más inaccesibles. El espíritu de propaganda y el deseo de extender las creencias religiosas prepararon igualmente las vías para las invasiones hostiles y para el cambio pacífico de ideas y de productos. Este fervor propio de las religiones de la India, de la Palestina y de la Arabia, y extraño á la indiferencia del politeísmo de los griegos y de los romanos, dio especialísimo aspecto á los progresos de la geografía en la primera mitad de la Edad Media.

Comentando dos importantes pasajes de Dicuil (ca- pítulo VII, párs. 2 y 3), M. Letrone (1) demuestra in- geniosa y satisfactoriamente que «las islas Foeroe, habi- tadas desde hacía un centenar de años por ermitaños de Scottia (Irlanda tuvo este nombre hasta el reinado de Malcolm II) , fueron abandonadas por ellos desde el año 725, e'poca de la primera invasión de los escandina- vos en las Islas Británicas; y que la Islandia fué visi- tada y acaso colonizada por los irlandeses en el año 799,

(1) Recherche» geogr, et crit. tur le livre de Mens. Orhis térra, 1814, páginas 129-146.

262 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

es decir, sesenta y cinco años antes de que lo fuera por los escandinavos.»

El Landnamahok, publicado de nuevo ( 1 ) reciente- mente en una colección de los Sagas históricos por la Real Sociedad de Anticuarios del Norte, en Copenhague, refiere textualmente que los noruegos encontraron en Islandia libros irlandeses, campanillas y otros objetos que los Papes (Papas), «hombres de Occidente que pro- fesaban la religión cristiana, habían dejado allí, especial- mente en los dos cantones de Papeya y Papyli , en la costa oriental». Ahora bien; se sabe por los Sagas de las Orcades ( 2 ) que estas islas estaban habitadas á fines del siglo ix por «dos naciones, los Pett (probable- mente descendientes de los Pictos) y los Papa? {los pa- dres (3), sacerdotes, religiosos, sin duda los clerici de Dicuil).» Snorro-Sturloeson dice que hasta la misma Escocia se llamaba entonces Pettoland.

Las islas Foeroe y la Islandia convirtiéronse en esta- ciones intermedias, en puntos de partida para llegar á la Escandinavia americana; de igual suerte que el esta- blecimiento de Cartago sirvió á los Tyrios para llegar al estrecho de Gadira y al puerto de Tartesus, y desde Tar- tesus fué este pueblo de viajeros, de estación en estación, hasta Cerne, el Gauleón (isla de los barcos) de los car- tagineses.

(1) Véase la historia de Islandia en el Islendenga Sogur, j la historia de las islas Foeroes en el Fcercyinga Saga.

(2) Letronne, Additiom, páginas 90-93.

(3) Olapsen y PoVELSEN afirman {Reise durch. Island, tomo ir, pág. 124) que el Bygde Papyle, en el Hornefiord, se llama así por haber habitado allí los Papar, primeros sacerdo- tes irlandeses.

DESnUBRlMlENTO DE AMÉRICA. 263

Cuando se puede seguir una misma costa , el agrupa- miento y la proximidad de las islas determinan fre- cuentemente la dirección de los descubrimientos geográ- ficos. Los de los escandinavos se han referido con tanta prolijidad en estos últimos años, que basta recordar aqui las épocas.

La Islandia, visitada después de los monjes irlandeses y de los Peti^ por el pirata Naddoc, hacia el afio de 860, no tuvo colonia noruega estable hasta el afio 874, y en- tonces sólo por los cuidados de Ingulf y de Hiorleif. Se enseña todavía al Sur de la isla la tumba del primero de estos fundadores, en la cima de una montaña que se llama Ingolfsfioell. Cerca de Kielarniis están las ruinas de la casa de un hijo de Ingulf (1) construida el año 888.

Desde la Islandia pasó Eric Rauda á Groenlandia, 6 en el año de 932 ó en el de 982, porque los Sagas difie- ren en las fechas. La verdadera colonización de Groen- landia no es más antigua del año 986, próximamente en la época en que los noruegos llevaron el cristianismo á Islandia, durante el reinado de Olaf I.

La costa oriental de Groenlandia dista del cabo Straumsnass (cabo NO.) de Islandia, según el gran mapa del capitán Graah (2) , cincuenta y dos leguas marinas

(1) Olafsen, t. I, pág. 40 ; t. ii, pág. 132. En el intervalo entre Naddoc é Ingulf se realizan las expediciones pasajeras de Gardar, Suaffarson y de Flocco.

(2) Véase Undersogelses Reise til Ostkysten of Gronland^ 1832. El yacimiento de la costa oriental de Groenlandia no está reconocido entre los paralelos de 65° '/¿ y 69 Vv Éste es el intervalo entre los límites boreales y australes de los estudios de las costas hechos por Mr. Graah y por Scoresby. La distancia de las costas opuestas sólo está indicada por aproximación.

264 ALEJANDRO DK HüMBOLDT.

en la dirección de SE. á NO., entre los 67° y 68° de latilud. Se ha supuesto, por la corta distancia, que poco antes de la gran catástrofe del Scaptar-Iokul , en 1783, se vieron durante muchas horas desde la costa septen- trional de Islandia, sin duda por reflejo de las nubes^ «fuegos volcánicos en la costa de Groenlandia» (1). Se sabe hoy que no ha sido esta costa oriental, tan próxima á islandia, la que, durante tres siglos , sirvió de asiento á colonias escandinavas, como Cranz, Torfceus y sus an- tecesores lo afirmaron erróneamente.

Cuanto Eggers (2) dijo en 1793 sobre la situación de establecimientos cristianos en la Groenlandia, está confirmado y apoyado con pruebas aún más convincentes por el viaje de Mr. Graah y por las sabias investigacio- nes acerca de las antigüedades escandinavas de Mr. Raf n. Las colonias, más antiguas (Ester y Vesterbygden, están situadas en la costa occidental en el Inspectorat meridio^ nal de Julianshaab, donde los bosquecillos de abedules anuncian un clima más templado. Toda esta costa hasta

(1) Véase el excelente informe de M. Magnus Stephenson en Hooker's, Tour in leeland, pág. 423. La suposición de una distancia de 156 millas daría á este fenómeno lumino- so, situada la vista en el horizonte, una elevación de 20.000 pies. En la Groenlandia, recorrida por M. Giseke y otros natura- listas, se han encontrado basaltos y doleritas, pero no traqui- tas y volcanes en actividad. Acaso la erupción luminosa fué en el mar, y, por tanto, más cerca de Islandia; sin embargo, los •fuegos que se elevaron en tres inmensas columnas el 11 de Ju •nio de 1783, cerca de los ríos Skapta y Hwerfisfliot, fueron

también vistos, según M. Magnus Stephenson, á distancia de 56 leguas marinas (Hooker's, Tour, pág. 409).

(2) Mem. de la Société Econom. de Copenhague , t. IV , pá- gina 239.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 265

el Inspectorat boreal (1) de Uppernavick (lat. 72° 50'), está cubierta de ruinas de las antiguas colonias escandi- navas^ mientras en la costa oriental no hay rastro al* guno de habitaciones europeas, y muestra, como todas las costas orientales, un rigor de clima contrario al des- arrollo de la vida orgánica. Las heleras bajan de las montañas como dique continuo hacia el litoral: las co- rrientes que al Norte del paralelo de 647j° se dirigen al SO., contribuyen á amontonar los témpanos de hielo arrancados en las regiones polares (2).

El capitán Graah estuvo mas de diez y ocho meses expuesto á grandes sufrimientos en las costas desiertas de la Groenlandia oriental. Llegó en sus exploraciones hasta los 65° 20', y reconoció que la descripción que los Sagas hacen de la costa habitada por los islandeses no conviene en manera alguna á la localidad del litoral oriental. Los estrechos canales (fjord) que recortan la costa habitada, sólo son frecuentes en la parte occidental, lo mismo en Groenlandia que en Noruega y en la Amé- rica boreal.

El atento examen del camino seguido por los antiguos navegantes escandinavos para llegar á las colonias de Osterbygde, demuestra la exactitud de las primeras no- ciones de Eggers que Mr. Malte Brum ha reproducido y enriquecido con muchas observaciones nuevas en su

(1) La desgraciada Misión de Uppernavik fué quemada, en las últimas guerras, por los balleneros ingleses.

(2) Mr. Graah marca la dirección de las corrientes entre loa paralelos de 64f° y del cabo Farewell, hacia el ONO., y á lo largo de la costa occidental desde el cabo Farewell hasta la isla Disco, hacia el NNE., lo que está en contradicción completa con el mapa general de las corrientes del mayor Rennell.

266 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Precis de Vhistoire de la Géographie, Según las investi- gaciones de Mr. Graah (1) se iba de Islandia primero al O., después al SO. hasta un hvarf ó vendeplads (punto en que la costa cambia de dirección); desde allí la navegación se dirigía, como la costa misma á NNO. El hvarf estaba, por tanto, colocado entre el cabo Fa- reweil, designado con el nombre de Hvidsoerken^ y el cabo Egede en la extremidad de la península groenlan- desa, donde hay un archipiélago de islotes parecido al del cabo de Hornos y la Tierra del Fuego.

La prueba más irrecusable del emplazamiento de las colonias scandinavas, la ofrecen las inscripciones rúnicas descubiertas desde hace diez años en la costa occidental de Groenlandia. Se ha reconocido que muchas de estas inscripciones , por ejemplo las que han sido encontradas en 1831 en Igalikko (lat. 60° 51'), y en 1832 en Iki- geit ó Egegeit (lat. 60° O') al norte de Fridriksal, que corresponden á los siglos xi y xii por la forma de los runos, comparados con los runos de IToruega, cuya fecha se sabe con exactitud; pero ha fijado ademas grande- mente la atención de los anticuarios otro monumento de la parte más septentrional de la península groenlandesa que el capitán Graah ha traído á Europa. Este monu- mento tiene, al parecer, la fecha de 1135, y es una marca, una señal erigida en la parte más elevada de la isla de Kingiktorsoak (lat. 72° 55'), una de las Womans Islands, un poco al norte de Uppernavik.

Un groenlandés llamado Pelinut, halló esta piedra rúnica en 1824 encima de una roca, y el misionero

(1) Vudersdg Beise, páginas 3, 169, 185, 188 y 190.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 267

Kragh tuvo el mérito de ser el primero en darla á cono- cer (1). La versión latina de Eask, que me ha sido comunicada por M. Rafn, dice: Erlingr Sighvati Jilius et Bjarn Thordi filivs et Eindridi Oddi Jilius feria septt- ma ante diem victorialem extruxerunt metas hasce ac purgaverunt {\ocum)j mcxxxv. Esta fecha, trescientos cincuenta y siete años anterior á Cristóbal Colón, no es inverosímil, conforme á las opiniones generalmente admi- dos hoy respecto á la época de los descubrimientos es- candinavos. Preciso es recordar, sin embargo, que la interpretación del valor numérico de los seis runos en que se cree encontrar un millar, una centena, tres dece- nas j un cinco, conforme á la analogía de las cifras ro- manas, ha dejado dudas en el ánimo de sabios muy versados en el estudio de los signos gráficos de los no^ ruegos (2).

(1) Antigmi'isTie Annaler, t. v (1827), páginas 309, 324, 368 y 377.

(2) Los caracteres rúnicos de la famosa piedra de la Isla de las Mujeres, en la parte oriental del mar de Baffin, en una latitud donde no se esperaba ver estos restos de cultura euro- pea, han sido grabados muchas veces en Dinamarca y Alema- nia. He creído que debía dar la interpretación, por decirlo así, oficial, publicada por la Sociedad de Anticuarios de Copenha- gue, que tan grandes servicios ha prestado á la historia y á la geografía de las regiones boreales. Esta interpretación difiere algo de las versiones publicadas anteriormente. La primera noticia de la piedra del misionero Kragh me la dio el capitán Sabine. Mr. de la Roquette, cónsul de Francia en Dinamarca, procuró desde el año de 1832 proporcionarme un dibujo. Ocu- pándome de los signos numéricos de los diferentes pueblos, y creyendo reconocer, por la igualdad de algunos runos, en el grupo entero, á la vez el valor de posición y el de agregación, Bometl á M. Rafn, de Copenhague, y á M. Mohnike, de Stral-

^68 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

Las estaciones intermediarias de Islandia y de la Groenlandia dieron lugar acaso, desde el año 985, al descubrimiento del Vinland, cuando con el intento de reunirse con su padre, recientemente establecido en la Groenlandia, el islande's Biarn Herjolfson conoció toda la violencia de los vientos de Noroeste y fué llevado hacia una tierra que, por la frondosidad de la vegetación, parecióle al primer aspecto muy distinta de las que hasta entonces había descubierto.

De vuelta á donde residía su padre, unióse Biarn con Leif Ericson (hijo de Eric Eauda, el fundador de los primeros establecimientos islandeses en la Groenlandia), y emprendió con él una expedición lejana, en la cual tocaron el año 1001 ó 1005 sucesivamente en Hally-

sund, las dudas que á M. Klaproth le inspiraba la interpreta- ción de la fecha. He sabido por este último, á quien debemos la traducción alemana del Saga de Fridthjof, que Eask y el sabio Finn Magnusen han declarado espontáneamente que la interpretación de la fecha (1135) sólo era verosímil, pero que el valor numérico de los caracteres rúnicos empleados en el mo- numento de Kingiktorsoak no está suficientemente confirmado por los ejemplos sacados de otras inscripciones análogas. M. Rafn añade que los diez y seis runos del calendario, que son la vez letras y cifras, no bastan para interpretar con alguna seguridad grandes cifras. Finalmente, y para decirlo todo, los Sres. Brynjulf sen y Mohnike se muestran inclinados á conside- rar el grupo de los seis runos que terminan la inscripción, no como una indicación de año, sino simplemente como un adorno. , La piedra con caracteres rúnicos más antigua que hay en Is- -landia está en Borg en el Myre-Syssel; es la tumba de Kartan " Olafsen, á quien durante su permanencia en Noruega, convirtió al cristianismo el rey Oluf Tryggesen y fué asesinado en 1004 por orden de una bella dama islandesa cuyo amor desdeñaba (Olafsen, 1. 1, pág. 137).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA, 269

land, Markland (1) y Vinland. Sabido es que á esta última comarca le dio dicho nombre, por la abundancia, de vides silvestres que allí había, un alemán, Türker, que acompañaba á los normandos y les hablaba de la posibilidad de hacer vino.

Examinando atentamente las indicaciones de la lon- gitud del día en los distintos Sagas, se ha deducido que los parajes visitados entonces por los escandinavos esta- ban situados entre los paralelos de 41° á 50°, lo cual corresponde á la costa que se extiende desde Nueva York á Terranova, costa en que vegetan más de siete especies de Vitis.

Mr. Rafn, que prepara una extensa e' importante obra sobre la historia de los descubrimientos americanos, cree que los escandinavos llegaron hasta la Carolina del Norte, pero que la principal estación de estos intrépidos marinos fué la desembocadura del San Lorenzo, sobre todo la bahía de Gaspe, frente á la isla Anticosti, donde la abundancia y facilidad de la pesca podían atraerles. Afortunadamente la sociedad de anticuarios de Copen- hague está reuniendo los materiales relativos á esta época tan memorable de la Edad Media.

Todo lo escrito fuera de Dinamarca acerca de los des- cubrimientos escandinavos en América, aumenta muy poco nuestros conocimientos; sólo cuando el conjunto de los hechos sea comprobado y sometido á sabia crítica,

(1) Thormodi Torfoei, Hist. Vinlandia antiqiift, 1705, página 5. Con la viña había también una gran gramínea de granos gruesos, que se ha creído fuese el maíz. Véase Schroder. Om S7¿a7idi7iave7'nes, Fordna upptacMsreaor till Nordavierilia en SWEA (1818), H. 1, pág. 211.

270 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

podrá intentarse con éxito el artificio de las opiniones y de las conjeturas.

En esta clase de acontecimientos, como en otros de antigüedad más remota, conócense, por decirlo así, las masas, la realidad de las comunicaciones entre la Groen- landia j el continente americano; pero el detalle de los sucesos es vago y á veces, en la apariencia, extraordina- rio. Sólo los sabios dinamarqueses j noruegos pueden hacer desaparecer las contradicciones de fechas y de distancias, y las dudas respecto á la dirección y duración de las navegaciones y al aspecto de las comarcas descri- tas por los Sagas.

Hay investigaciones y trabajos que sólo pueden rea- lizarse junto á las mismas fuentes de conocimientos. Tales son las ventajas de la América española para el estudio de la historia de la civilización primitiva de Méjico, Guatemala y el Perú, y las de Italia para las cartas de marear de la Edad Media, que permanecen ol- vidadas en las bibliotecas públicas y privadas.

Los recuerdos de las expediciones al Vinland, deno- minación geográfica tan vaga como lo ha sido la de Terranova á fines del siglo xv, abarcan tan sólo un pe- ríodo de ciento veinte á ciento treinta años. El último viaje de que se ha conservado tradición cierta es el del obispo groenlandés Eric, que fué al Vinland á predicar el Evangelio. Los establecimientos de la Groenlandia occidental, muy florecientes hasta la mitad del siglo xiv, fueron arruinándose progresivamente por los monopolios destructores del comercio, por la invasión de los Esqui- males {Skrceellinger) en 1349 ó 1379 (porque no se sabe ciertamente el año), por la peste negra {schwarze TocT) que asoló el Norte desde el año 1347 hasta el de 1351,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 271

y por el ataque de una flota enemiga cuyo punto de par- tida se ignora. No se cree hoy en la fábula de un cambio súbito de clima, en la formación de una barrera de hielo que causó la separación total entre las colonias estable- cidas en Groenlandia y su metrópoli.

Como las colonias sólo ocupaban la parte más tem- plada de la costa occidental, no es posible lo que se ha dicho de que un obispo de Skalhot viera en 1540 en la costa oriental, más allá del muro de hielo, pastores lle- vando á pastar sus rebaños. La acumulación de hie- los (1) en el litoral frontero á Islandia depende, como antes hemos indicado, de la configuración del país, de la proximidad de una serie de montañas paralelas á la costa y de la dirección de las corrientes. Este estado de cosas no data de fines del siglo xiv ó principios del xv, y el mito de la formación de una barrera de hielo en los tiempos históricos, pare'cese bastante al de la supuesta destrucción de esta barrera en 1817, destrucción que de- bía cambiar por segunda vez el clima de todo el Nor- oeste de Europa.

(1) PoNTANUs;, Hist, Dan.^ lib. vil, pág. 476. Aunque la serie de los obispos groenlandeses no llega más que hasta 1406, parece, sin embargo, que el papa Eugenio IV nombró alguno en 1433. 8e ha encontrado también una carta de Nicolás V á un obispo groenlandés, fechada en el ano de 1448. (Véase Graah, páginas 5 y 7.)

XIV.

Colón no supo los viajes de los escandinavos á la América septentrional.

Referidos los sucesos que impulsaron al descubrimiento del continente americano, por las estaciones intermedias de las islas Foeroe. la Islandia y la Groenlandia, resta examinar si Cristóbal Colón supo algo de este descubri- miento, ó si pudo comprender la relación que tenía con sus proyectos.

La única base de esta cuestión es un párrafo mal in- terpretado de la Vida del Almirante, escrita por su hijo don Fernando. Al dar á conocer las ocupaciones del grande hombre, antes de su llegada á España, cita don Fernando el Tratado de las cinco zonas habitables, cuyo autor (Cristóbal Colón), á fin de probar la posibilidad de la habitación por la experiencia de sus propios viajes, dice lo siguiente: «En el año de 1477, por Febrero, na- vegue' más allá de Tyle cien leguas, cuya parte austral dista de la equinoccial 73 grados, y no 63 como quieren algunos, y no está sita dentro de la línea que incluye al Occidente Ptolomeo, sino es mucho más occidental; y los ingleses, principalmente los de Brístol, van con sus

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 273

mercaderías á esta isla, que es tan grande como Ingla- terra ; cuando yo fui allá no estaba helado el mar, aun- que las mareas eran tan gruesas que subían 26 brazas y bajaban otro tanto. Verdad es que Tyle, de quien Pto- lomeo hace mención, está en el sitio donde dice y hoy se llama Frislanda.»

Este párrafo es doblemente notable á causa del nom- bre de Frislanda, célebre por los viajes de los venecia- nos Nicolás y Antonio Zeni, que fueron al Norte en 1388 y 1404. Colón no conoció seguramente el Diario manus- crito de Antonio Zeno, que, como sabemos, quedó olvi- dado en poder de su familia hasta 1558, en que vio la luz (1) la edición de Marcolini, cincuenta y dos años después de la muerte del Almirante y diez y ocho des- pués de la de su hijo D. Fernando, que, por tanto, nada pudo tomar di? él (2). No fueron, paes, los hermanos»

(1) Relazionc dello scojprimento delVisole Frislanda, Es- landa, Engroreland, Estotilanda é Scaria, fatto da due fra- telli Zeni, M. Nicoolo il cavaliere e M, Antonio. Venecia. 1558 (edición de Fraric. Marcolini).

(2) El sabio D. Fernando Colón, nacido en 1488, hizosc sa- cerdote pocos años antes de su muerte, ocurrida en 1540, y legó su excelente biblioteca, que aun lleva el nombre de Co- lomMna, á la ciudad de Sevilla. Su obra {Historüi del Almi- rante D. Cristóbal Colón) publicóse por primera vez en 1571 en Venecia; por tanto, trece años después de la edición de los viajes de los Zeni, por Marcolini; pero esta edición de 1571 es la traducción italiana, hecha por Alfonso de UUoa, del manus- crito español que Luis Colón, hijo de D. Diego y persona mal reputada, llevó en 1568 á Genova {Códice Colombo- America- no, p. LXiii). Laméntase con razón Muñoz de que el original español no se haya encontrado hasta ahora, porque ülloa hizo la traducción valiéndose, al parecer, de una copia muy inco- rrecta.

18

274 ALEJANDRO UE nDMBOLDT.

Zeni quienes inventaron el nombre de Frislanda, que no debemos confundir (1) con la isla de los Bacalaos (isla de Stockfích, Stokafixa), del séptimo mapa de Andrés Bianco, dibujado en 1436.

Recordando la permanencia del Almirante en Lisboa desde 1470 á 1484, llama la atención la fecha de su viaje á Tile en 1477, sobre todo de un viaje á las regio- nes árticas en el rigor del invierno. Haré observar pri- mero que su estancia en Portugal fué mucho menos permanente de lo que se acostumbra á suponer. IsTo cabe duda de que Colón tomó parte en cuatro expediciones antes de 1484, á saber : á Túnez, al archipiélago griego, á Islandia y á la costa de Guinea, sin contar los frecuen- tes viajes á Porto Santo, donde residía su mujer D.* Fe- lipa Muñiz Perestrello y donde nació D. Diego Colón. Lo incierto no son los acontecimientos mismos, sino su orden cronológico, y esta incertidumbre alcanza también á la prioridad de los ofrecimientos que el Almirante hizo á varias potencias, por ejemplo, á la República de Ge- nova (2) y á los Reyes de Portugal y de Inglaterra.

(1) Igual incertidumbre existe en el mapa de Fra Mauro, aunque es veintitrés años posterior. Zurla, Viaggi, t. ii, pá- ginas 48 y 335.

(2) Spotorno, autor del Códice dij)loi)i ático Coloinho-Ame- ricano (p. xxii), sostiene que la negativa de la Repúhlica Se- renísima fué á fines de 1477. Mufioz la pone en 1485, poco antes de la llegada de Colón á España (lib. Ii, § 21). Los ofrecimien- tos que el Almirante tuvo intención de hacer á Francia están probados por una carta del duque de Medinaceli (19 de Marzo de 1493), dirigida al gran Cardenal de España, «ignoro si sabéis, dice, que he tenido á ese Cristóbal Colomo en mi casa cuando vino de Portugal, con intención de ir al Rey de Francia, para buscar apoyo.» El Duque se alaba de haber impedido el viaje.

DFSCÜBRIMIENTO DE AMÉRICA. ¿75

Los biógrafos modernos (exceptuando á Spotorno y al juicioso Washingon Irving) han ordenado los hechos de la manera más arbitraria, mientras el mismo D. Fer- nando Colón confiesa que la época del viaje de su padre €i la Mina ó á Guinea le parece bastante dudosa» (1). «Yo he pasado veintitrés años en el mar, dice el Almi- rante; he visto todo el Levante y el Occidente- y el Norte; he ido muchas veces de Lisboa á la costa de Guinea, pero €n parte alguna encontré tan excelentes puertos como en esta tierra de la India (el Nuevo Mundo).» Como €sta comparación prueba que el párrafo citado por don Fernando es posterior á 1492, y como el Almirante ase- gura, según su mismo biógrafo, que navegó (cdesde la edad más tierna», á los catorce años, el cálculo de los reintitrés años pasados en el mar puede ser exacto (2)

(1) Vida del Almirante, cap. V; « Para decir la verdad, yo no si, durante el matrimonio, fué el Almirante á la Mina.»

(2) Na VARÉETE, t. I, p. Lxxxii. Si, ál contrario, se admite la opinión de Muñoz, de que Colón nació en 1446 (lib. II, § 12)^ debe suponerse que hasta 1483 estuvo de continuo en el mar, lo cual es contrario á hechos bien comprobados, á no ser que, no habiendo navegado desde 1484 á 1492, el párrafo citado en el texto fuera escrito muy posteriormente al primer viaje á Amé- rica. Además, los recuerdos de épocas de la vida de Colón son con frecuencia muy erróneos. En la famosa carta dirigida á los monarcas, fechada en Jamaica el 7 de Julio de 1603, se dice: <( Yo vine á servir España) de veintiocho años, y agora no tengo cabello en mi persona que no sea cano, y el cuerpo en- fermo y gastado cuanto me quedó.» Como es indudable que Colón vino á España en 1484 ó 1485, debió nacer, según este dato, en 1456 ó 1457, lo cual no es cierto, y prueba que en la carta de Jamaica debe leerse, en vez de veintiocho años, treinta y ocho ó cuarenta y ocho. Hubo, sin duda, error de cifra en el documento impreso en 1505, ó Colón se equivocó.

276 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

suponiendo, como lo afirma Navarrete, que Colón nació en 1436.

Las aventuras de este grande hombre en el Medite- rráneo se reducen á un viaje á Chío, que' poseían en- tonces los Giustiniani de Genova, «donde vio coger el al- máciga»; al mando de unas galeras genovesas en las cer- canías de la isla de Chipre (1) ^durante la guerra con los venecianos; á una expedición á Túnez por cuenta del rey Renato de Anjou y á los viajes que parece hizo con un marino célebre en su época, que Fernando Colón llama Colón el mozo, para distinguirle de un tío de éste, que fué capitán de las armadas navales del Rey de Francia en 1476.

La expedición á Túnez tuvo por objeto capturar una galera (probablemente napolitana), la Fernandina, esta- cionada en las costas de África. Colón refiere, en una carta (escrita á los Reyes Católicos desde la Española) fechada en el mes de Enero de 1495 (2), cómo por un ardid, «cuando el difunto rey Renato (Reine!) le envió á Túnez», apaciguó una insurrección de marineros cerca del islote de San Pedro, en la costa occidental Ú% Cer-

(1) Cod. CoL Amcr.,p,xiu.

(2) Evidentemente hay error en la fecha, y debe decir 1494. Es la carta que Antonio Torres trajo á España, y fué expedida en :el puerto de Navidad de Haiti el 2 de Febrero de 1494. De esta carta sólo conocemos el fragmento copiado en la Vida del Al- mirante. El Dr. Chanca, que escribió por el mismo conducto, fecha su carta en 1493 (Navarrete, 1. 1, pág. 224). Señalo estos errores tan frecuentes de cifras, nacidos en parte del uso si- multáneo de números romanos y .árabes (indios), porque las equivocaciones de esta índole tienen alguna importancia en los debates á que dan ocasión las fechas problemáticas de las primeras cartas de Amerigo Vespucci.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 277

deña. Se coloca este hecho en 1473 (1), acaso porque «n 1472 guerreaba con los turcos Fernando, hijo natu- ral del rey Alfonso de Kápoles, y podía bloquear el puerto de Túnez; pero en esta época el bueno y poético rey Renato ocupábase tranquilamente de pinturas y lies- tas pastorales en Provenza, perdidas ya todas sus espe- ranzas de hacer valer sus derechos sobre Sicilia y Ara- gón, desde que murió en Barcelona, en 1470, su hijo Juan II, duque de Calabria.

La expedición que Colón hizo por cuenta del rey Rcr nato debió corresponder necesariamente al intervalo en- tre los años de 1459 y 1470, y creo que fuera desde 1461 á 1463, cuando, con ayuda de los genoveses;, procuró Juan II, duque de Calabria, conquistar á -Ñapóles, donde reinaba Fernando, de la casa de Aragón. 'Esta circunstancia es, en mi concepto, un motivo más para considerar exacta la opinión de los que sostienen que Colón nació en 1436 y no en 1446,- porque á la edad de diez y siete años no se tiene el mando de un buqué de guerra, ni se representan los intereses de un soberano extranjero.

Más difícil es determinar la e'poca que Colón navegó «n las galeras de Colón el mozo. Muñoz es el primero en probar, por medio de los anales de Marco 'Antonio Coccejo (Sabellico), que la novelesca aventura descrita por Fernando Colón para explicar la llegada de su pa- dre á Lisboa en 1474, no pudo realizarse hasta 1485y és decir, cuando éste había salido ya de Portugal. Fue, pues, en otra época cuando Colón navegó («durante largo tiempo») con Colón el 7nozo, cuyo parentesco esti-

(1) Cod. Col., loe. cit.

•278 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

maba en mucho, porque, hijo de un fabricante de paños (su padre vivía aún en 1494, y su nombre figura entre los testigos en un testamento de esta época, textor pan* norum), dice con orgullo en un fragmento de sus escrito» que ha llegado hasta nosotros. «Yo no soy el primer al- mirante de mi familia.»

La expedición á la costa de Guinea y (nal fuerte de San Jorge de la Minay> del Rey de Portugal, necesaria- mente es posterior á 1481, porque hasta entonces, se- gún dije antes, no se construyó esta fortaleza.

Cualquiera que sea el año en que Colón hizo su viaje al Norte (Muñoz y Barrow (1) lo suponen antes de la llegada del Almirante á Portugal), «nada indica que este viaje le haya conducido á la costa de Groenlandia, más allá del límite occidental del mundo conocido por Ptolomeo, y que llegara al Nuevo Mundo, sin advertirlo, quince ó veinte años antes del descubrimiento de las Antillas» (2). Se ha interpretado muy mal el único párrafo de las cinco zonas en que se trata de la expedi- ción al Norte y que copié anteriormente. Colón distin- gue con gran sagacidad dos islas de Thulé (para nom- brarla usa la ortografía de nmchos manuscritos antiguos que escriben Thyle, Thile y Tyle) (3), una mas septen-

(1) Hist. del Nuevo Mundo (lib. 11, § 12); Barrow {Voy. into the Arct Regions, páginas 23 y 26), cree que en la Vida del Almirante, cap. iv, debe leerse 1467, en vez de 1477.

(2) Spotorno, Códice Col. Amer., p. XV.

(3) Véanse los ejemplos reunidos en el Dicuil de M. Le- tronne, páginas 37 y 38. La traducción latina de Ptolomeo, de 0oúXy], en Thyle, fué la que indudablemente guió á los geógra- fos de la Edad Media. Es singular que Colón no emplee el nombre de Islandia, que debía haber oído en el Norte, y que se cree encontrar ya en Edrisi, pág. 275.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 279

trional situada al NO., grande como Inglaterra, y otra más meridional y más pequeña, llamada Frislanda. Considera esta última como la Thulé de Ptolomeo, y añade que está situada donde Ptolomeo indica, álos 63* de latitud. Yo creo que lo que distingue es la Thulé de Dicuil (Islandia), y las Foeroe ó Mainland, la isla prin- cipal del archipiélago de las Shetland la Thulé de Plinio de Tácito, de Solino, y verosímilmente de Pytheas, si Solino no tomó los datos de dos relaciones, una de las cuales se refería á Islandia) (1). Podría decirse que Colón había adivinado lo que las investigaciones geo- gráficas han hecho cada vez más probable en los tiempos modernos.

Cierto es que las latitudes que Colón atribuye á las dos islas de Thulé no convienen ni á la costa meridio- nal de Islandia ni al grupo de las islas Shetland. La primera se encuentra á CBVa*' y no á 73°; las Shetland están á los 607»° y no á los 63°; pero las posiciones que el Almirante indica no son resultado de observación propia de las alturas meridianas del sol durante una navegación invernal en climas brumosos. Al identificar

(1) GossELIN , t. IV, páginas 171 y 174. Al nombrar la isla de Mainland, sigo la opinión de D'Anville, de Gosselin y de Mannert {Einl, in die Geogr. der Alten, pág. 157). Malte Brun cree que la Thulé de Pytheas es la extremidad de Jut" landia, y se funda en los antiguos nombres escandinavos de Thy ó Thyland ( Geogr. Univ., t. I, pág. 120) ; y mucho antes que él,"Rudbeck {Atlántica, t. i, pág. 514), muy afecto á interpre- taciones etimológicas, encontró solamente en las palabras Tiel y Tiulé la significación general de límite ó extremidad de una

tierra. Ya Ortelio, en 1570, tomó el Thyle de Pytheas por la •península de Escandinavia {Theatr, Orbis, p. 103). Las mÍB-

mas idas se han expresado en distintas épocas.

280 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Frislanda con la Thulé de Ptolomeo, adopta también Colón la latitud de. este geógrafo, y supone Islandia 10° más al Norte que Frislanda, mientras que desde Main- land á la costa más boreal de Islandia apenas hay 6 Va" Esta exageración no es extraña respecto á la última Thulé.

Tampoco se debe pedir cuenta á Colón de las cien leguas que se alaba haber navegado más allá de la Thulé más septentrional, y que le llevaron, según su cálculo, hasta los 78° de latitud, bastante más lejos de los paralelos de las tierras de Scoresby y de Edam. La vaguedad de estas valuaciones numéricas no debe obli- garnos á rechazar el hecho de una expedición á los ma- res de Islandia, á una isla muy grande donde el co- mercio y la pesca atraían á los comerciantes de Bris- tol. Olafsen nos enseña que, desde la primera mitad del siglo XV, los ingleses frecuentaban mucho los puertos meridionales de Islandia, sobre todo Thorlaks-Hafn, j que los obispos del país favorecían el comercio bri- tánico.

Un antiguo poema inglés {The policie of keeinnh the sea), que Hakluyt nos ha dado á conocer, confirma la frecuencia de las comunicaciones entre Brístol é Islan- dia, en la época de los primeros viajes de Sebastián Cabot.

Lo que Colón dice de grandes mareas y del mar libre de hielo al ]N"orte de Thulé, refiérese sin duda á lo que había leído en las compilaciones geográficas de la Edad Media, sobre la concreción de los elementos ó el pulmón marino del Océano boreal, como acerca del oestus supra 'Britanntam octogenis cubitis intumescentes. Era costum- bre de entonces tener siempre á la vista los asertos de

DESCUBRIMIENTO DK AMÉRICA. 281

los antiguos para confirmarlos ó rectiflcarlos según se presentaba la ocasión.

La hipótesis enunciada por Malte Brun de que Colón hubiera sabido en Frislanda ó en Islandia el viaje de los hermanos Zeni y el descubrimiento de la América septentrional por los escandinavos, es muy poco proba- ble. Colón buscaba el camino de la India para llegar por él Oeste al país de las especias, y aunque supiera que los colonos escandinavos de la Groenlandia habían des- cubierto el Vinland, y que los pescadores de Frislanda habían llegado á una tierra llamada Drogeo, no creería seguramente que tales npticias tuvieran relación alguna con sus proyectos. Vinland y Drogeo tuvieron interés para nosotros cuando se adquirió la certidumbre de la continuidad de las costas desde el cabo de Paria hasta la desembocadura del San Lorenzo. Además, en la segunda mitad del siglo xv, cuando liacía ya trescientos cincuenta años que toda navegación al Vinland estaba interrumpida, el recuerdo de los des- cubrimientos groenlandeses no podía permanecer tan vivo en Islandia que llegara la noticia á conocimiento de un marino genove's, al cual seguramente le importaban tan poco los Sagas del país, como los manuscritos de Adam de Brema.

Este célebre canónigo geógrafo, que describe la Cur- landia y una parte de Prusia como formando islas en el Báltico (1), conoció sin Juda el Vinland desde el

(1) De sitie Baniís, c. 224 (ToRF, Ifist. U/iw., cap. 15). La muerte de Adam de Misnie, canónigo del cabildo de Brema, es algo posterior al año de 1076. El curioso fragmento del antiguo poema alemán del siglo xi, descubierto en la biblioteca del príncipe de Fiirsteuberg, en Praga, demuestra también de qué

282 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

siglo XI ; pero su Historia eclesiástica y su Corografía escandinava fueron impresas por primera vez setenta y tres años después de muerto Colón.

El mérito de haber reconocido el primer descubri- miento de la América continental por los normandos, pertenece indudablemente al geógrafo Ortelio, que emi- tió esta opinión des^e el afio 1570, casi en vida de Bar- tolomé de las Casas, el célebre contemporáneo de Colón y de Cortés (1). «Lo único hecho por Cristóbal Colón, dice Ortelio, es poner el Nuevo Mundo en comunica- ciones estables de comercio y utilidad con Europa» (2). Este juicio es mucho más severo. Por lo demás, las opiniones del geógrafo no se basaban en las expediciones

modo la propagación del cristianismo en las regiones boreales dio celebridad al nombre de Islandia. Este poema (que es una especie de cosmografía calcada en la enciclopedia de Isidoro da Sevilla) menciona el viaje de un obispo, Reginprecht, hacia la isla recientemente visitada por los misioneros sajones (HoFF- MANN, Von Fallershen, Merigarto, 1834, páginas 5, 12 y 18). La geografía árabe de Edrisi {Líber Relax., pág. 274), com- puesta en el año de 1153, cita la Islandia en la cuarta parta del séptimo Clima, según la traducción latina de Gabriel Sio» nita; pero el texto original dice primero Lislandeh, después Itshlandelí, que también puede pronunciarse Esthlandeh. Lla- mado este país una tierra como Magog, y no una isla, queda la duda de si las ciudades problemáticas Deghvateh y "Belouri pertenecen á Islandia ó á una parte del continente escandina- vo. En los extractos de Ebn-al-Uardi y de Bakoui, que debe- mos á M. de GuiGNES, padre {Not. et 2'Jxtr. des man., t. II, páginas 19 y 389), y que son posteriores en muchos siglos al geó- grafo de Nubia, nada encuentro acerca de la última Thulé, más allá de Youra, en el mar de las Tinieblas.

(1) Las Casas murió á la edad de noventa y dos años en Madrid, en Julio de 1566.

(2) Theatr. Orbis terr. (edic. de 1601), páginas 5 y 6.

TESCÜBRI MIENTO DE AMÉRICA. 283

al Vinland, que para nada menciona (quizá porque las obras de Adam de Brema no fueron impresas hasta 1579,) sino en los viajes de Nicolás y Antonio Zeni, 1388-1404, á pesar de haber sido siempre problemática la localidad á donde llegaron (1).

Nada diré de este asunto, acerca del cual se han agotado ya, según parece, todas laa combinaciones po- sibles (2). Hablar de una isla Icaria donde reina un

(1) La publicación de los Zeni por Marcolini (Venecia, 1658) excitó tan vivo interés, que la carta marina de esta expe- dición fué repetida en 1561 en la Geographia di Tolomeo, de RUSCELLI, y en la Geographia Ptolaniei, de Josephüs Mo- LETTi. Sebastián Münster y Ramusio murieron antes de que apareciera la edición de Marcolini; Ramusio en Padua en 1152, y Sebastián Münster, uno de los hombres más eminentes de su siglo, en Basilea en 1552, á causa de la peste. Sólo el segundo volumen de la Raccolta de Ramusio, publicada en 1583, pre- senta el extracto del viaje de los Zeni, viaje que no nombran las cosmografías de Münster de 1544 y 1550. La minuciosa com- paración de estos datos tiene alguna importancia, porque prueban que, á pesar de la indicación del nombre de Fries- landa ó Thulé meridional en la biografía de Cristóbal Colón, en 1558 nada se sabia acerca de estos descubrimientos de loa venecianos en el Norte. Advierto que la isla de Frislanda falta también en el mapa de Rivero (1529), que prolonga la Groen- landia (Engrolant) al Oeste y al Este para unirla á Suecia, y falta en Grynaeus (1532) y en el Opiiscuhim geographicum de Juan Schoner (1533).

(2) ZürlA, Digs. intorno ai viaggi e scoperte settentr. di Nicolo e d' Antonio fratelli Zeni, en el segundo volumen de la obra di Mareo Polo e di altri viaggiatore Veneziani, 1809, pá- ginas 6-94; Malte Bbun, Ann. des Voyages, i. x, pág. 69; y Precis de la geogr., edic. de 1831, páginas 489-499; Dezos de LA ROQUETTE, en la Biogr. Univ., t. Lii„ pág. 236^ donde se encuentra indicada, aunque como simple recurso de investiga-

284 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

rey Icarus, hijo de Dsedalus, rey de Escocia, parece á primera vista que es comprender estos viajes entre los mitos geográficos; pero el ejemplo mismo de Cristóbal Colón, que creía oir en boca de los indígenas de Haití, de Cuba y de Veragua los nombres de las ciudades citadas por Marco Polo, nos prueba cuánto desfiguran los viajeros los sonidos de las lenguas que ignoran, sobre todo cuando dirige sus interpretaciones una falsa erudición.

Examinando imparcialmente la relación de los Zeni, encuéntrase en ella ingenuidad y descripciones deta- lladas de objetos de que por nada, en Europa, podían tener idea. Si, como pretende Torfoeus en el prefacio de BU obra sobre el Vinland, el libro de los Zeni fuera una ficción destinada á empañar la gloria de Colón, el editor hubiera procurado sin duda relacionar los descubrimien- tos venecianos, si no con los del marino genovés, al menos con los descubrimientos boreales de los Bacallaos de Cabot ó de Gómez. Hubiera además insistido en la prioridad de la expedición de los Zeni hacia las costas del Nuevo Mundo; hubiera dicho que los viajes poste- riores á la Florida y Méjico habían j>robadocuán exacto

ciones, la hipótesis de M. Walckenaer de que la Frislauda es el norte Drogeo (Drogio, Droceo); el sur de Irlanda, Estotiland, que Ortelius llama Kovi Orhis pats y Malte Brun la islü, de Tierra Nueva, el norte de Escocia y el Engroreland (Grolan- dia del mapa de los Zeni) el mediodía de Islandia. ün marino muy instruido, el capitán dinamarqués M. Zahrtmann, que, ocupado en trabajos astronómicos, ha vivido en París largo tiempo, acaba de publicar también en las Memorias de la So- ciedad de Anticuarios del Norte en Copenhague, una diserta- ción acerca de los supuestos viajes de los Zeni, que aun no he estudiado.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 285

era lo qne los pescadores de Frislanda supieron al arribar al «mundo nuevo» de Drogeo acerca de la ri- queza y de la civilización de los pueblos (americanos) situados hacia el Sur y el Sureste. El aislamiento de los hechos y la falta de recriminaciones disipan la sospecha de impostura; pero la confusión extrema que reina en los datos numéricos de las distancias y de los días de navegación, parece probar el desorden con que fueron redactados y el deplorable estado de unos manuscritos que, en parte, debieron destrozar los herederos de los via- jeros Zeni, ignorando su valor.

Según ya he recordado, ni Andrés Bianco, ni su maestro Fra Mauro en el mapamundi trazado en la misma Venecia desde 1 1:57 á 1470, nombran la Fris- landa que Eggers, Buache y Malte Brun toman por el grupo de las Foeroe. Esta proximidad á Escocia hace probable ia facilidad con que vemos que en 1391 Nico- lás Zeni se reúne con su hermano Antonio; pero el silencio de Fra Mauro (1). geógrafo veneciano de in- mensa erudición, y la ignorancia absoluta del nombre de Frislanda en los Sagas y en los anales de Islandia (2)

(1) No ignoro que Zurla creyó ver en la isla Ixilandia de Fra Mauro, la Frislanda de los Zeni (// ¿Vappa mondo di Fra Mauro, § lA,di 3faren Polo e degli altre, rmggiatori veneziani, t. II, pág. 29); pero esta interpretación es menos probable que la que convierte el Vinland en la parte más austral de la Groen- landia. La colonización de esta península no avanzó de Norta á Sur (Bancroft. Hnt.oftlic United States, 1834, 1. 1, pá- gina 6: Leslie, Discov. in Pthe Pol. licg., pág. 87).

(2) Eric Christ Werlant, Si/mb., ad Geogr. me dii avi ex monum Mand., 1821, pág. 28. El testimonio de Lorenzo de Anania ( Fabrica del Mondo, 1576, pág. 154), que habla de Fris- landa, ({Violto riera dipeí>eagio e as^fiai free uentata\da Scozzesiñy

286 ALEJANDRO DE HDMDOLDT.

y de Noruega, son dos circunstancias muy difíciles de explicar.

Pero resulta siempre cierto que Colon no aprendió en iSU viaje á Thulé nada que pudiera favorecer sus vastos proyectos (1) Ni en el pleito entre el fisco y D. Diego

no lo creo fehaciente por fundarse en una relación muy vaga de un sobrino de Jacobo Cartier y estar escrito diez y ocho años después de publicados los manuscritos de los Zeni por Marco- lini; por tanto, bajo la influencia de ideas tomadas de esta pu- blicación. Las mismas dudas han sido expresadas, y con sobrada razón, por M. de Hoff, respecto á los testimonios de Juan Scolvo, de Frobisher y de Maldonado, posteriores todos á Mar- colini {Gesch. der nat. Ver, des Erdhod, t. i, pá^. 184).

(1) Tal es la configuración de la Groenlandia en el mapa de los Zeni, que en la costa Sureste está situado el famoso con- vento de Santo Tomás, cuyas habitaciones calentaba una fuente de agua hirviendo que salía de la tierra al pie de un volcán (ZuRLA. Viaggiatori Venez., t. ir, páginas 63-69). Actualmente no se conocen en la Groenlandia occidental otras fuentes ter- males que las de la isla de Onartok (Egede, TagebucJi, 'p.i.xiv, y GiESEKE, Bren-ster's 3ncyclop., vol. x, p. ii, pág. 489). Su temperatura no pasa de 47^ centígrados; pero en la Groenlandia, como en la parte de Siberia que acabo de recorrer, las aguas á esta temperatura parecen muy calientes comparadas con otros manantiales, cuyo calor medio es inferior á 2°. Más al Norte, entre los 69 y 76' de latitud, la Groenlandia occidental es casi completamente basáltica, pero tan desprovista de aguas ter- males como toda la Escandinavia ó la inmensa cordillera del Ural. Ese monasterio de Santo Tomás, calentado por medio de fuentes termales; esos jardineg, libres de nieve y de hielos por la influencia de las aguas subterráneas, al parecer corres- ponden mejor á Islandia, tan abundante en fuentes termales^ que á Groenlandia. Podría decirse que el convento, tan minu- ciosamente descrito por los hermanos Zeni, ha servido de tipo á los grandes establecimientos de calefacción ejecutados en el pueblo de Chaudes Aigues , en el departamento de Cantal, donde la fuente del Par (de 80* centígrados) distribuye el calor

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 287

Oolón, en el cual todas las inculpaciones acerca de la novedad del descubrimiento fueron discutidas y estima- das en su verdadero valer, ni en los primeros cincuenta y cinco años que siguieron al pleito, se ha hablado nada de descubrimiento de la América septentrional anterior á 1492.

La Groenlandia, que se creía tan inmediata á No- ruega que en el mapa de los Zeni todavía figura como una prolongación peninsular de la Escandinavia, fué considerada en toda la Edad Media como perteneciente á los mares de Europa, y la idea de relacionar la historia de su primera colonización con la del descubrimiento de las Nuevas Indias^ no pudo oeurrírsele ni á los más crueles enemigos de Colón.

en muchos centenares de casas á la vez y sirve para las necesi- dades de la vida doméstica. En los baños de ToepHtz, en Bohe- mia, la jardinería comienza también á aprovechar la influenci» de las aguas subterráneas, que tienen de 40" á 47* de calor.

XV.

Estado social de América antea del descubrimiento.

Imposible es hablar del primer reconocimiento de las costas de América por los normandos, á principios del siglo undécimo, sin exponer antes algunas graves consi- deraciones acerca de los destinos de la especie humana. Si este reconocimiento hubiera sido algo más que un suceso pasajero; si le hubiera seguido una conquista per^ manente j progresiva, avanzando de líí'orte á Sur, el estado moral y político del Nuevo Mundo fuera muy distinto del que ha llegado á ser por la conquista de los españoles en los siglos xv y xvi. No fundo esta afirma- ción en hechos generalmente conocidos ; en el contraste entre las rudas costumbres de la Europa escandinava y la floreciente civilización de los Estados del Mediodía; en los cambios que la sociedad europea ha experimen- tado en el espacio de cuatro ó cinco siglos ; pero deseo que el lector fije su atención en el carácter individual impreso á las diferentes partes de América ]j<>r los mati- ces de barbarie ó de civilización más ó menos avanzada que distinguen á los indígenas, en la época del primer establecimiento de las colonias españolas, portuguesas ó inglesas.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 289

En la región de los pueblos cazadores, por ejemplo, en los Estados Unidos y en el Brasil, las hordas erran- tes, fácilmente vencidas, huyeron de la vecindad con los enropeos. Rechazadas poco á poco detrás de la cordillera de los AUeghanys y después más allá de las márgenes del Mississipí y del Missouri, sufriendo á la vez un des- mejoramiento en las costumbres y en la constitución fí- sica, al aislarse, se empobrecieron y casi se extin- guieron.

Los indígenas no intervienen para nada en el cuadro político de esta parte del ííuevo Continente, frontera á Europa, porque evacuaron el país en todas aquellas co- marcas donde, por su primitiva barbarie y su manera de entender la libertad, les fueron odiosas las instituciones de nuestro orden social.

No sucedió lo mismo en los pueblos montañeses de los Andes y en el litoral frontero al Asia, centro de la. civilización más antigua de la especie humana. Méjico, al sur de Río Gila, Teochiapán, Nicaragua, Cundina, marca, el imperio de los Muyscas, Quito y el Perú esta- ban ocupados á fines del siglo xv por pueblos agrícolas que gozaban una civilización más ó menos avanzada, unidos por comunidad de culto y de creencias religiosas, formando sociedades políticas, sencillas unas por efecto de larga tiranía, raras y complicadas otras en su orga- nización interior; favorables en algunos puntos á la tranquilidad pública, á la prosperidad material, á una, civilización en masa, pero contrarias á todo desarrollo de las facultades individuales (1).

(1) Vues dea CordilUres y Monumens des jpevples indigcnes, tomo I, pág. 40.

19

290 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

En Méjico la corriente de los pueblos montañeses verificóse de Korte á Sur; mientras en la América meri- dional, en la teocracia de los Incas, el movimiento civi- lizador se realizó en todas direcciones. Desde la meseta de Cuzco se propagó casi al mismo tiempo hacia los An- des de Quito, los bosques del Alto Marañón y las Cor- dilleras de Chile.

En esta región, que era desde antiguos tiempos agrí- cola, los conquistadores europeos se limitaron á seguir los rastros de una cultura indígena. Los indios no se apartaron de la tierra que cultivaban desde hacía tan- tos años, y algunos pueblos tomaron nombres españoles.

Méjico solamente cuenta 1.700.000 indígenas, de raza pura, cujo número aumenta con la misma rapidez que el de las otras razas. En Méjico, en Guatemala, en Quito, en el Perú, en BoíÍ7Ía, la fisonomía del país, á excepción de algunas grandes ciudades, es esencialmente india; en los campos, la variedad de las lenguas se ha conservado con las costumbres y los usos de la vida do- méstica. Allí sólo hay de nuevo algunos rebaños de va- cas y de ovejas, algunos cereales y las ceremonias de un culto mezclado con las antiguas supersticiones locales.

Preciso es haber vivido en las altas mesetas de la América española ó en la Confederación anglo-americana para comprender bien lo que este contraste entre Jos pueblos cazadores y los agrícolas, entre los países desde largo tiempo bárbaros y los que gozaban de antiguas ins- tituciones políticas y de una legislación indígena muy desarrollada, ha facilitado ó detenido la conquista, é in- fluítlo en la forma de los primeros establecimientos de los europeos y como ha impreso, aun en nuestros días, carácter propio á las diferentes regiones de América.

DESCÜBRIMIENTD DE AMÉBICA. 291

El P. José Acosta, que estudio sobre el terreno el drama sangriento de la conquista, comprendió ya estas diferencias notables de la civilización propjresiva y de la completa ausencia de orden social que presentaba el ^uevo Mundo en la época de Cristóbal Colón, ó poco tiempo después dq la colonización española, y dice (se- gún la ingenua traducción de Roberto Regnauld, hecha en 1597) «ser cosa bien demostrada que lo que mejor prueba la barbarie de los pueblos es el gobierno que los rige y la forma en que se dejan mandar; porque cuanto mayor es el número de los hombres que se aproximan á la razón, tanto más humano y menos insolente es su go- bierno y más tratables los reyes, y se acomodan mejor «on sus vasallos, reconociendo que la Naturaleza les hizo iguales. Por ello muchas naciones de estos indios no han querido, en sus comunidades, reyes ó señores absolutos; porque, entre los bárbaros, los gobernantes tratan á los subditos como bestias y quieren ellos ser tratados como dioses.» El jesuíta, quizá intencionadamente, atribuye á sabia previsión lo que sólo se debía al imperio de las cir- cunstancias y de los intereses.

Acabo de exponer cómo el estado social en que Europa encontró á América á fines del siglo xv modificó pro- fundamente la marcha de la conquista, la forma de los primeros establecimientos y, lo que es más importante y no ha sido bien apreciado en las discusiones de la po- lítica amqricana, el carácter que hoy conservan los dife- rentes estados libres del Nuevo Continente. Pero este estado social era distinto cuatro siglos antes de la con- quista. De ir los europeos á América tras las huellas de los marinos escandinavos, hubieran encontrado allí un orden de cosas totalmente diverso.

292 ALEJANDRO DE HüMDOLDT.

Desde la primera llegada de los avent'ireros norman- dos á Salerno y á la Pulla, hasta la destrucción del po- der de los árabes ún España;, es decir, desde el principio del si^lo XI hasta fines del xv, sufrió sin duda Europa^ cambios considerables en el estado de su civilización; sin embargo, las revoluciones ocurridas en América du- rante esta misma época son mucho más asombrosas.

Los Imperios contra los cuales lucharon Cortés y Pizarro no existían cuando los escaíidinavos llegaron á las costas de Vinland. El pueblo azteca no apareció en la meseta de Anahuac hasta 1190; la ciudad de Tenoch-' titlán (Méjico) fué fundada en medio de un lago alpina en 1325, es decir, unos setenta años antes del viaje de los hermanos Zeni.

Lejos de mi ánimo suponer que en el Anahuac, antes dt3 los aztecas, y en el Perú, antes de la misteriosa lle- gada del primer Inca, no había habido nunca cultura intelectual ú orden social. Los grandes monumentos pi- ramidales de Teotihuacán, de Cholula y de Papantla son más antiguos que los aztecas; y de igual modo en los alrededores del lago Titicaca, en la meseta pe- ruana, las ruinas de Tiahuanaco son señales de una ci- vilización anterior á las construcciones de los Incas de Cuzco. Pero el Nuevo Mundo ha tenido sin duda, como el antiguo, vicisitudes de barbarie y de civilización.

Sabemos con certidumbre que los pueblos del Perú vivían muy embrutecidos antes de la legislación teocrá- tica de Manco Capac; sabemos que la población indus- triosa de los tucultecos que habitaba en Méjico quinien- tos años antes que los aztecas, que empleaba como éstos la escritura jeroglífica y que tenía una medida del año- más exacta que los pueblos de Europa, decayó desde el

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 293

siglo XI, hasta llegar á gran envilecimiento. Estos datos bastan para probar que la Europa escandinava hubiera encontrado las hermosas regiones alpinas de la América tropical muy distintas de lo que eran en tiempo de Colón, de Cortés y de Pizarro.

En la primitiva época acaso hubo otros centros de cultura parcial en Guatemala, "Gtatlán, Copan, Peten y Santo Domingo Palenque; al norte de Méjico, en Qai- vira (el Dorado del rey ba-rbudo Tatarrax), célebre por las fábulas de fray Marcos de Niza; y al norte de la Lui- siana, entre las orillas del*Ohío y los lagos del Canadá, desde los 39^ á los 44" de latitud.

Compréndese que haya frecuentes cambios de lugar en la cultura por efecto de grandes emigraciones do pueblos á quienes rodean hordas bárbaras.

Los rastros de algunos progresos en las artes son in- dudables hasta en las regiones más boreales; pero es imposible hasta ahora asignar fechas de origen á los túmulus y á las circunvalaciones polígonas de la Alta Luisiana, como á los edificios de Palenque, adornados con tanta riqueza de esculturas (1).

(1) Relat. Jiist., t. IT, páginas 155-161; Hakluyt, t. ill, pá- ginas 303-307; Juarros, Compeiidio de la historia de Guate- mala, acerca de Dtatlán, t. i, pág. 66 ; t. ii , pág. 11 ; acerca de Peten del Yucatán (Maya), t. i, pág. hS; t. ii, páginas 112 y 146; acerca de Palenques de la antigua provincia de los Tzen- dales, t. I, pág. 14; t. Ii, pág. 55. También acaso pertenecen al centro de la antigua civilización del reino de Quiche (civiliza- ción probablemente anterior á la llegada de los aztecas al Anahuac) los monumentos de la república de Honduras, donde aun se ve, cerca de Copan, un gran circo, los hypogeos de Ti- bulco y estatuas cuyos paños tienen un carácter rarísimo (ToR- QüEMADA, lib. IV, cap. 4; JUARROS t. I, pág. 43; t. II, pág. 153).

294 ALEJANDRO DB HtJMBOLDT.

Propio es de sana crítica histórica detenerse donde faltan los datos precisos, sin desdeñar por ello las inge- niosas combinaciones que pueden ocasionar probables conjeturas. -Lo que se trata de probar aquí es que Amé- rica, entre las épocas de Leif y de Colón, cambió de as* pecto, sin influencia alguna del Antiguo Mundo, y que- estos cambios en el orden social modificaron esencial- mente en muchos puntos del Nuevo Mundo el estado de las sociedades europeas que se establecieron en medio- de pueblos indígenas que de muy antiguo eran agrí- colas.

i!

XVI.

Viajes de los árabes Almagrurinos, de Madoc, de los hermanos Vivaldi, de Gonzalo Velho Cabral y de Juan Szkolny.

.Al analizar el conjunto de los hechos que á fines del siglo XV determinaron y condujeron al descubrimiento de Ame'rica, debo aún exponer corto número de observa- ciones, que por el ensanche de nuestros conocimientos en geografía física é historia de la navegación, pueden te- ner algún intere's.

Conviene ante todo distinguir las tentativas que, se- gún se cree, fueron hechas con el propósito de encontrar tierras al Oeste, y la influencia que ejercieron en las opi- niones de algunos navegantes la atrevida interpretación de varios fenómenos naturales ó las fantasías de los constructores de mapas y el duplicar en estos la colo- cación de algunas tierras.

Por la íntima relación que existe en todo lo que cae bajo el dominio de la inteligencia, hasta los mismos errores de las edades lejanas han cooperado con frecuen- cia á la investigación de la verdad.

Si comienzo por citar el viaje de los árabes Almagru- rinos y el del irlaníl^s Madoc ap Owen Guineth, que se

290 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

i I

suponen el primero antes de 1147 y el segundo en 1170, ambos, por tanto, entre el descubrimiento del Vinland y la expedición de los hermanos Zeni, es á causa de la importancia que les han dado algunos geógrafos cé- lebres.

El scherif Edrisi y Ebn-al-Uardi describen casi con las mismas palabras las aventuras de estos ocho árabes, que Caliendo del puerto de Aschbona ó Lisboa, navega- ron hacia el SO. durante treinta y cinco días, paradescu- ^ brir la isla de los Carneros (Dgezirat alghanam). Ebn- al-Uardi indica claramente el objeto de la expedición. «Los navegantes, dice, parientes todos ellos, reunieron las provisiones necesarias para un largo viaje, jurando no volver antes de penetrar hasta la extremidad del mar Tenebroso (el Atlántico).» Edrisi se limita á añadir, según la versión de Gabriel Sionita, «Tenebrarum aggressi sunt rnare, quid in eo esset exploraturi».

'No pudiendo comer la carne demasiado amarga de los carneros de la isla Gana, bogaron aún doce días en dirección al Sur, y llegaron á una isla habitada por hombres de piel roja, gran estatura y cabellera no espesa, ' pero larga hasta los hombros. Estos rasgos característi- cos hicieron creer á Mr. Guignes, padre, quien nos ha dado los extractos de Ebn-al-Uardi, que los árabes lle- garon, si no á la costa oriental de América, al menos á islas muy próximas á ella.

Ya hemos visto antes, al hablar del Fusang, que este mismo sabio creía descubierta por los chinos la América Occidental á fines del siglo v; pero esta hipótesis es tan cierta como la anterior.

El rey de la isla de los hombres rojos tenía á su ser- vicio un intérprete que hablaba árabe, y esta eirCunstan-

DESCUBRIMIENTO DE AMÓRICA. 297

cia, unida al aserto de que los houibres rojos habían ex- plorado el mar hacia el Oeste durante más de un mes,

, sin encontrar tierras, parece confirmar la opinión del sa-

ibio orientalista de G'ottinga, M. Tjchsen, repetida por Malte Brun, de que donde llegaron los Álmagrurinós fué á alguna isla de la costa de África, por ejemplo, á las islas de Cabo Verde.

Edrisi dice que la tez de los habitantes era «una mez- cla (1) de moreno j blanco». Acaso fuera la raza de los guanches, que me parece indicada por este carácter de la piel j la forma de los cabellos.

La objeción de que los árabes conocían demasiado las islas Canarias con el nombre de Khaledat, para que los aventureros navegantes de Lisboa no adivinaran á dónde

^ habían llegado al término de su viaje, no la creo de peso. Seguramente el recuerdo de las islas Afortunadas no se borró nunca por completo la Europa occidental

(desde los tiempos de griegos y romanos; no dudo que los árabes las hayan visitado algunas veces, pero la des- cripción vaga y confusa que de ellas hacen Edrisi, Ebn-

' al-Uardi y Bakoui (escritores de fines del siglo xir y

( principios del siglo xiir), prueba bastante bien cuan ra- ras fueron las comunicaciones entre estas islaá y el mar Mediterráneo.

Bakoui habla solamente de la amenidad del país y de

\la fertilidad del suelo; pero ni él ni sus antecesores cono-

' (1) «Homines colore rufi cum quadam cutis albitudine», tra- ; duce Hartmann, corrigiendo á menudo la versión de Gabriel ; Sionita. Ebn al-Cardi dice, según Guignes, «hombíes rojos». ..Notices et Extr, dit manuscrits de la Bihl. dif Roí, t. II, pá- gina 25. , .

2^8 ALEJANDRO DE HUMBOLOT.

cén la colosal montaña del Pico, los fuegos de los volca- nes de Canarias y el pueblo pastor de los guanches. Úni- camente hacen mención de algunas estatuas simbólicas, de que trataré después, y de ese Alejandro (Dulcarnaín) Bicornio que viajó más allá de las columnas de Hér- cules, hasta las islas Mesfahán y Lacos.

Los aventureros de Lisboa volvieron por la costa de Marruecos, llegando al puerto de Asfi ó Azaffi, en la extremidad occidental del Magrab; siendo no poco nota- ble que, según Edrisi (páginas 72 y 78), la isla ó las is- las de los Dos Hermanos, que el antiguo y excelente co- rógrafo de Canarias, el navegante escocés Jorge Glas y, en nuestros días, M. Hartmann (1) han tomado por las islas de Madera y de Porto Santo, estén situadas frente á Asfi, circunstancia que parece apoyar la idea de que los Almagrurinos volvían de la tierra de los guanches.

La expedición de los árabes á la isla de los carneros amargos y de los hombres rojos adquirió tanta celebridad, que á una de las calles de Lisboa se le dio el nombre de Calle de los que se engañaron, traducción exacta que Guignet da de la palabra almagrurinoy mal interpretada -por los traductores maronitas y los escritores modernos, quienes llaman álos Almagrurinos hermanos errantes.

Habiendo evacuado los árabes á Lisboa en 1147, la tentativa de descubrir el fin del Atlántico hacia el Oeste, necesariamente ha de ser anterior á esta época, y muy

(1) El mismo sabio sospecha, y no á causa de su denomina- ción, que las islas Eaka y Laka de Edrisi pueden ger muy bien las islas Azores (Insulte Accipitrum), que conocieron los árabes (^África Edr*, páginas 317-319). Acerca de la isla Mostachiin, véase BüACHE, en las Mevi. de Vlnst., t. vi, pág. 27. .

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 29&

anterior, porque Edrisi, cuya obra -fué terminada en 1153, no habla de ello como de suceso reciente.

A fines del siglo xvi, y, por tanto, poco antes de qué el geógrafo Ortelio creyera encontrar, no en los viajes al Vinland, sino en los de los hermanos Zeni, el primer descubrimiento de América, un historiador inglés, el Dr. Powel, y el útil compilador Ricardo Hakluyt (1), dieron alguna celebridad á las aventuras de Madoc, hijo segundo de un principe de North-Wales, Owen Gui- neth ó Guynedd,

Cansados de una guerra civil por causa de cuestiones de legitimidad y de sucesión al trono, Madóc y sus par- tidarios «buscaron aventuras en el mar, bogando hacia e Oeste y dejando las costas de Irlanda tan al Norte que arribaron á una tierra desconocida é inhabitada, donde vieron cosas rarísimas». De vuelta á su patria, persuadie- ron á algunos colonos para que dejaran el suelo pobre y pedregoso del país de Galles y fueran á la buena y fértil tierra nuevamente descubierta. Partió por segunda vez Madoc con diez barcos y aunque prometió volver no se supo más de é!.

No cabe duda de que este suceso, vagamente referido, fué celebrado en 1477, quince años antes de la expedi- ción de Colón, en unos versos del poeta Mereditho.

Hakluyt considera el viaje de ^ladoc «como el primer descubrimiento de las Indias occidentales, hecho .por los bretones, antes que por los españoles», y quiere que las cruces que López de Gomara (lib. ii, cap. 16) afirma

(1) Voyages and Niiv., i. ni, pág, 1. (Véase también el artículo del Fabio é ingenicso geógrafo M. Eyries en \B.Biogr, univ., t. XXVI, pág. 95.)

<300 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT;

.'■eran adoradas en Acazunil (1) se deban á la influencia •de estas antiguas colonias de habitantes del país de Gales, (fundadas en 1170.

Ya en la e'poca del caballero Ralegh corrió en Ingla- terra confusa noticia de la sorpresa con que se había oído en las costas de la Virginia el saludo de Gales haoj houi, tach, de igual suerte que los misioneros fran- ceses escucharon con tanto asombro como alegría el can- ato de Alleluia á los salvajes del Canadá. El capellán inglés ()wen se había salvado en 1669, de manos de ,los indios Tuscaroras, que querían arrancarle el cuero .cabelludo, pronunciando algunas palabras del dialecto del país de Gales. Benjamín Beatty descubrió un pueblo que conservaba (desde hacía quinientos años) la tradi- ción de la llegada á Ame'rica de Madoc ap Owen Gui- - ñeth.

Todas estas fábulas se han renovado periódicamente; y aun en nuestros días se han discutido con seriedad (2) los ccpergaminos, libros célticos y títulos de origen», que «n capitán, Isaac Stewart, encontró en Red Riwer de ]!íí'atchitoches.

Ya he recordado en otra obra {Relación histórica, .tomo iií, pág. 159) que desaparecieron todos estos ras- tros de colonias del país de Gales tan pronto como via- jeros menos crédulos, cuyas relaciones se comprueban unas por otras, Clark y Lewis, Pike, Drake y los edito- res de la nueva Arqueología americana^ recorrieron el in- ' terior del país ó sometieron el estudio de la filiación de las lenguas indígenas á una crítica más severa.

(1) La isla de Cozumel, descubierta por Grijalva en 1518. , (2) Bict. de Sciences nat.^ t. xxi, pág. 392; Reme encyeloj). número 4, pág. 162.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 301-

Muy erróneamente (1) se ha acusado á Hakluyt de haber inventado las aventaras de Madoc para servir los intereses de la reina Isabel y legitimar los proyectos de Ralegb sobre las dos Américas (2), cuando se temía que ambas llegaran á ser presa de los castellanos.

La política de la reina Isabel no necesitaba esta clase de apoyo. Cuando Felipe II se quejaba en 1 580 de las depredaciones de Drake en las costas americanas , la Reina, según Camden, respondió noblemente : «que el Océano era libre como el aire, y que una costa cualquiera- no se convierte en propiedad de quien le da su nombre.»

Por lo demás, en punto á legitimidad por causa de

(1) Leidenfbost, Ilist. Hogr. M'orierb., t. iii, pág. 553. El candor y la buena fe de Ricardo Hakluyt ha tenido reciente- mente un hábil y juicioso defensor en el historiador escocés Mr. Patrick Fraser y Tytler. Véase su Vindication of Jlaldiuyt en Prflffreífs of Dhcovery cf the Norflien coast of Americay 1832, páginas 417-444.

(2) Digo las dos Américas, porque once años después de la expedición que Palegh envió á Roanoke, cerca de Albemarle,; en Virginia, ocupáronle desde 1595 á l'>17 sus proyectos quimé- ricos de el Dorado y la restauración de los Incas en el Perú. (<I further remenber, dice, that Berreo confessed (refiérese al gobernador español de Trinidad, Antonio de Berreo, que cayó en manos de Ealegh) to m^ and others that there vvas found among the prophecies in Perú, that f ron Tnglat ierra those íngan shonld he again in time to come rcíitored.)) (Yéase la' excelente biografía de Ralegh, por Mr. Cayley , paginas 7, 17, 51 y 100.) Los medios de restauración eran sumamente senci-' los, á saber: 1.*, poner guarniciones de tres á cuatro mil in- gleses en las poblaciones del Inca, con pretexto de defender el territorio contra los enemigos exteriores; 2°, que el príncipe restaurado pagara anualmente á la reina Isabel una contribu- ción de 300.000 libras esterlinas. «It seemed to me, ajoute Ea- legh, that this Empyre of Gruiana is rescrved for the english nation.» '

302 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

una priiüera ocupación , los castellanos tenían derechos que j según la Historia de las Indias ^ de Oviedo, data- ban de algunos miles de años antes de la colonización del príncipe Madoc. Oviedo , como paje de aquel infante D. Juan (hijo único de Fernando el Católico), cuya pre- matura muerte cambió la faz del mundo , asistió á la entrada de Colón en Barcelona. Tan viva fué la impre- sión que le causó este imponente espectáculo, que du- rante treinta y cuatro años ocupóse en las comarcas nuevamente descubiertas, de las producciones y de la his- toria de América.

Participaba de la extraña opinión de Colón « de que las Nuevas Indias eran las islas Hespérides, que Stacio Seboso (1) sitúa á cuarenta días de navegación hacia el Oeste de las Gorgonias, ó islas de Cabo Verde ».

(1) Colón y Oviedo en si\ Ilisóoria natural ¡/general de las judias, lib. II, cap. 3 (Ramusio, edic. de 1606, t. iii, pág. 65,(>), fúndanse uno y otro en el pasaje de Plinio, vi, 31, en donde \si&^?i\si\>rás, 2^rcd navigatione Atlantls lo largo del Atlas), tienen, al parecer, un sentido muy distinto del que se ha creído encontraren ellas. (Véase Gossellín, Geogr., t. i, pág. 148.) D. Fernando Colón no se atreve á negar que su padre hubiera tomado las Hespérides por el Nuevo Continente. Sin duda fué éste uno de los argumentos de erudición que empleó el grande hombre en las disputas académicas de Salamanca. Su hijo dice terminantemente (cap. 7), al citar á Plinio y á Solino, «que las itlas Hespérides las tuvo ^?o?* cierto el Almirante que fuesen las de las Indias» ; pero el mismo no considera probable esta opinión de Seboso, y se burla en otro sitio (cap. 9) de los Car- tagineses que encontraron á Cuba y Haití inhabitadas y de ese rey Hesperus, en cuyo reinado dominaron los españoles las In- dias. Observo que Dicuil no copia el pasaje de Plinio, y limí- tase á decir que las Hespérides están más lejos de la costa de África que Jas Gorgonias (Gorgodes).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 303

Oviedo sabe «que Hesperus, duodécimo rey de Espa- ña, hermano de Atlas, gobernaba, como Carlos V, lo mismo las Indias que la península hespe'rica ó ibéri- ca, 16/)8 años antes de nuestra era; de suerte que, por el descubrimiento de Colon , la justicia divina no había hecho otra cosa que reintegrar á España en sus antiguos derechos. Muy difícil sería dar más antigüedad de la que tienen los mitos de Hesperus y Atlas á los derechos de la metrópoli para dominar las colonias.

No puede negarse que los vascos y los pueblos de origen céltico, practicando la pesca en lejanas costas, ri- valizaron constantemente en el norte del Atlántico con los escandinavos, y que á estos últimos precedieron en el siglo VIH, en las islas Foeroe y en Islandia, los mari- nos irlandeses; pero, á pesar de estas pruebas de activi- dad náutica, es verdaderamente extraordinario que el citado príncipe Madoc, « dejando á Irlanda al IS'orte», y no tocando, por tanto, en las estaciones intermedias, que habían favorecido los descubrimientos escandinavos , pu- diese llegar en su viaje de aventuras hasta la costa de los Estados Unidos, y volver desde allí al país de Gales en busca de nuevos colonos.

Sería conveniente hoy, que la crítica es severa sin ser desdeñosa, hacer en los mismos sitios nuevos estudios, tomando de las tradiciones y de Jos antiguos cronistas del país de Gales todo lo relativo á la desaparición de Madoc, apellidado Owen Guineth. En manera alguna participo del desdén con que frecuentemente son tratadas las tradiciones nacionales (1), y tengo, al contrario, la

(1) «Nel viaggio di Madoc tutto si riduce ad una diceria non so quando invéntala, ma scnza dubio uon molto anticameute,

304 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

firme persuasión de que, empleando más asiduidad, es- clareceríanse mucho, por el descubrimiento de hechos completamente desconocidos hoy, estos problemas histó- ricos relativos á las navegaciones en la Edad Media, á las notables analogías que presentan las tradiciones reli- giosas, las divisiones del tiempo y las obras de arte en América y en el Asia oriental, á las emigraciones de los pueblos mejicanos á esos antiguos centros de civilización de Aztlán, de Quivira, de la Alta Luisiana, y de las mesetas de Cundinamarca y del Perú.

Entre las tentativas hechas antes de Colón para llegar á la India por la vía directa del Oeste, pone Malte Brun (1) el viaje de Vadino y de Guido de Viraldi en 1281. Otros geógrafos han creído que la expedición» de los dos hermanos, repetida en 1291 por Ugolino Vi- valdi y Teodosío Doria, era pura y sencillamente un» exploración del Atlántico, idéntica á la expedición de los Almagrurinos ; pero , si se examina atentamente el ma- nuscrito encontrado por M. Graberg , se ve que los Vi- valdi ( « volentes iré in Levante , ad partes Indiarum ») siguieron la costa de África. Su tentativa , escrita en la- tín bárbaro , realizóse entre los viajes de Ascelín y de Marco Polo; pero, por las relaciones de comercio que había entre sus compatriotas, los genoveses, y los árabes, acaso tuvieron alguna idea de la posibilidad de dar la. vuelta á África.

perché per poco que si volase andar avanti ne"secoli si trovereb- beroi Gallesi, con tutta la loro antica genealogía céltica, non solo senza muse, ma senza alfabeto» (Fokmaleoni, Illnstr. di duc carte ant., 1783, pág. 47). Por lo menos la censura senza muse es injustísima. (1) Precis de Geo^r. {2:* edic), pág. t)21.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 305

Un tal Antonio Usodimare (Usus maris), compañero de Cadamosto (Alvise da Ca Da Mosto) , dice en una carta, fecliada en 12 de Diciembre de 1455 , «que des- pués de comprar esclavos, que le vendió un Tobilis domi- ñus niger , encontró muy cerca de la zona , donde perdió de vista la estrella polar, en una costa próxima al domi- nio del Preste Juan , un hombre blanco , que decía des- cender de uno de los marineros de la tripulación perdi- da (1) de las carabelas Vivaldi. La genealogía puede no ser cierta ; pero el documento de los archivos de Ge- nova, debido á las curiosas investigaciones de M. Gra- berg , probará siempre que en el siglo xv considerábase la expedición de los hermanos Vivaldi como una expedi- ción á África, tanto más interesante, por ser anterior en unos 65 años al viaje del catalán D. Jaime Ferrer (2) á Kío de Oro.

(1) Antoniotto dice: «Las caravelas perdidas hace 170 años»; lo que supone que los hermanos Vivaldi hicieron en 1285 su expedición, mencionada ya por el místico Pedro d'Abano, que murió en 1312 (Spotorno, t. ii, pág. 305; Tiraboschi, tomo v, lib. I, cap. 5, § 15; Jacobo Güaberg, ^/ítw/í di

Georg. e di Statist., t. Il, pág. 285; t. vi, pág. 170; ZüRLA, Viaff//i, t. I, páginas 155-158; Baldelli, t. i, páginas XL| CLXVii y CLXVii). üsodimare no es un nombre propio, sino palabra que indica un oficio, como aun se dice en la marina francesa capitán buen praticien, ó práctico de la costa de Guinea; por esto en el Xovuü Orbis dcGrinasus encuéntranse estas palabras: Xavis Aiitonicti cvjusdam Ligurif, qui mar id sulcarc prohe noverat.

(2) Véase el Atlas catalán de la Biblioteca del Eey. M. Bu- chón fija la fecha en el año de 1374. El documento publicado por M. Graberg (Baldelli, pág. clxv) llama, según parece, á D. Jaime Ferrer «Joannem Ferne Catalanum», que partió el día de San Lorenzo de 134fi para Rujaura (Río de Oro). No .creo dudosa la identidad déla persona.

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306 ALEJANDRO DES HÜMBOLDT.

Más parecido á la expedición de los Almagrurinos que la de los Vivaldi es, sin duda, el viaje que el infante D. E;irique mandó hacer en 1431 á Gon9alo Velho Ca- bral. Fué ésta una verdadera exploración del Atlántico, «una tentativa dice el biógrafo del Infante (el Padre del Oratorio José Freiré) —para descubrir tierra al Oes- te» (Vida do infante D. Henrique, pág. 319). En esta tentativa fue' Velho Cabral primero hacia los escollos de las Hormigas, al sur de la isla de San Miguel de las Azores, y en 1432 á la "isla Santa María.

Terminare' la lista de los navegantes que se ha supues- to intentaron, antes de Cristóbal Colón, descubrir al- guna parte de América, citando al piloto polaco Juan Szkolny (Scolnus), en quien recientemente ha hecho fijar de nuevo la atención la sabia Historia de la Geo- grafía de Mr. Lolewel (I).

Szkolny estaba en 1476 al servicio del rey Chris- tián II de Dinamarca, y se asegura que llegó á las costas del Labrador después de haber pasado por de- lante de INToruega, de Groenlandia y de la Frislanda de los Zeni.

No me atrevo á formar juicio alguno sobre esta afir- mación de Wytfliet, do Pontano y de Horn (2). Una tierra vista después de la Groenlandia, en la dirección indicada, puede haber sido el Labrador, y me sorprende

(1) JoACHiMA. Lelewela, Pisma jwmiejszc geogr. kisto- ryzne. 1814, p. 58.

(2) GeoegíHorxi, Ulyssea, 1671, pág. 279; Zuela, Viaggi, tomo II, pág. 2(5; Malte Brun, pág. 532; y^i.TFi.iY.T^Descript. JPtol. augnientum, 15Ü7, pág. 188, y Pontano {De süu DanicB, 1631, pág. 763), escriben por error Scolvus.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 307

que Gomara, que imprimió su Historia de las Indias en Zaragoza, en 1553, conociera ya al piloto polaco (1). Acaso se sospechó, cuando la pesca de los bacalaos em- pezaba á hacer más frecuentes las re] aciones de los ma- rinos de la Europa meridional con los escandinavos, que la tierra vista por Szkolny debía ser ide'ntica á la que visitaron en 1497 Juan y Sebastián Cabot , y en 1500 Gaspar Cortereal.

Gomara dice, y por cierto no con gran exactitud, que á los ingleses agradaba mucho la Tierra de La- brador porque en ella encontraban la latitud y el tem- ple de su país natal, y qae. los hombres de ííoruega fueron allí con el piloto Juan Scolbo, como los ingle-

(1) IUsttoria de las Indias, fol. xx. El nombre de Tierra de Labrador fué inventado, según la juiciosa observación del autor de Mevioir of Seh. Cahot (pág. 2-1:6), por Cortereal y los portugue- ses comerciantes de esclavos, como indicación que en esta costa septentrional hombres eran singularmente á propósito para €l trabajo {la labor). Gomara dice, efectivamente (folio xx), que los habitantes son ((hombres dispuestos, aunque morenos, y trabajadores)) (el embajador de Venecia en Lisboa, Pedro Pasqueligi, escribía once días después de la vuelta de Cortereal, y de ver los indios, comparando á éstos, por el color de la piel, con los bohemios ó cbijanh). La corta estatura de los esquimales de la verdadera Tierra del Labrador no justifica mucho este elo- gio; pero se lee en el mismo capítulo de Gomara que Cortereal tomó estos indios en las islas del golfo cuadrado, es decir, en el golfo del río San Lorenzo. Acaso el nombre de Tierra de los Labradores se tomaba en un sentido más general y vago, com- prendiendo las razas indígenas no esquimales, casi como New- f undlans ó Tierras Nuevas designan á veces en e! siglo XV otras costas que las de la grande isla frontera á Anticosti. {Menú of Cabot, pág. 57.)

308 ALEJANDRO DE {lüMBOLDT.

ses con Sebastián Gaboto. No debe olvidarse, sin em- bargo que, al tratar Gomara la cuestión de los que pre- cedieron á Colón, no cita al piloto polaco, á pesar de ser intencionado hasta el punto de asegurar (1) que, en el

(1) Nonos admiremos de nuestra ignorancia en Jas cosas antignas,^?/(?js no sahcnos quiétt, de poco acá, halló las Indias, que tan señalada y nueva cosa es (Gomara, fol. x). Esta duda se funda en la historia obscurísima del piloto que, después de haber visto las tierras al Oeste, murió en casa de Colón , histo- ria que no figuró en el pleito del ñscal y que Oviedo (lib. il, capítulo 3) recuerda por primera vez en 15c5. Garcilaso de la Vega, en 1609, da nombre á este piloto (Alonso Sánchez de Huelva), y fija una fecha, 1484 (el año en que Colón se ausentó de Portugal), al acontecimiento cuya importancia procuran exagerar los enemigos de la gloria de Italia.

Termino esta nota recordando que Gomara confirma, del modo más explícito, lo que hemos expuesto antes acerca de la idea correctísima que Colón se había formado {Vida del Almi- rante, cap. IV) de la posición de la Thylé de Solino. «Algunos piensan, dice Gomara, que Islandia es la Thilé, isla final de lo que los romanos supieron hacia el Norte; mas no es, que Is- landia ha poco tiempo que se descubrió, y es mayor y más sep- tentrional.» (La coloca, como Cristóbal Colón, á los 73° de lati- tud.) Thilé, propiamente es una isleta que cae entre las Orcades (Orkney Islans) y las Far (Fasroer, Far Isles), algo salida al Oc- cidente y en 67", bien que Tolomeo no la sitúa tan alto. Está Islandia 40 leguas de las islas Fare, 60 de Thylé y más de lOO'de las Orcadesa» (Gomara, p. vii, b).

Como Gomara cuenta el grado de latitud de 17 4- leguas castellanas (fol. vi), este cálculo de distancias parciales está tan embrollado como el de latitudes; pero resulta claro que Gomara, largo tiempo antes q%ie Camden (Tzschucke, ad Mer lam, vol. III, p. 3, pág. 227), antes que dWnville {3íem. de la Acad. des Inscr.,t. xxxvii, pág. 438) colocó la Thylé liabitada la de Sid'moy de Tácito (Agrícola, cap. x) •'Jitre las I'wroéy las

DEBCÜBRIMIENTO DE AMÉRICA.. 309

fondo, no puede decirse á quién se debe el descubri- miento de las Nuevas Indias.

Orea des ; pvr tanto, en el grupo de las islas Sketland. Ésta es la Thylé donde los Hérulos, saliendo de Dinamarca, arribaron, según Procopio {De Bello Gotliioo, ii, 15). Adán de Brema {De situ Daniee, Helmst., 1670, pág. 158) fué el primero que aplicó el nombre de Thylé á la Islandia descubierta por los es- candinavos.— Antes del comentario de Tszchucke, que acabo de citar, la compilación más completa sobre la Thylé de los anti- guos encuéntrase en Pont ano, Rerum Danicarum hist., 1631, páginas 741 y 755.

XVII.

La cosmografía en la Edad Media.

Sabido es que el estado de los .conocimientos geográ- ficos en la Edad Media y el deseo de indicar las tierras Tagamente descritas por los autores antiguos, indujeron á los dibujantes de mapas á llenar el vacío del Oce'ano con islas cuya posición es más variable aún que su nom-^ bre. Estos dibujantes han contribuido sin duda á au- mentar el número de creaciones fantásticas; aunque la persuasión íntima de la existencia de tierras en el espa- cio desconocido de los mares es muy anterior á la cons- trucción de los mapamundi: tan natural es al hombre imaginar la existencia de alguna cosa más alia del horizonte visible, de suponer otras islas y aun otros continentes semejantes al que él habita.

En el Atlántico los grupos de Canarias y de las islas Británicas dirigían la imaginación con preferencia hacia determinados parajes. Agradaba multiplicar, por conje» turas, lo que sólo se conocía de un modo confuso. Al Suroeste de las columnas de Hércules, la dificultad de conocer con precisión el número exacto y la posición rela- tiva délas islas Afortunadas daba lugar á vagas ficciones»

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DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 311

El Apropósitos (Ptol. iv, G) no justificaba su nombre (de inaccesible) sino porque era una tierra inhallable: no existía en el sitio donde estaba indicada á los marinos. Las dos islas de Porto Santo y de Madera (Visóla dello Legname del portulano genovés 6 mediceo de 1351) que los buques debían haber encontrado por acaso en su tra- vesía á Cerne, aumentaban la confusión de las ideas geo- gráficas.

Hacia el Norte, Albión y Jeme, rodeadas de numero- sas islas más pequeñas, ofrecían desde remotos tiempos Tasto campo á las conjeturas. Ya hablamos antes de los mitos del mar Cronieno. La importancia dada á islas que eran, si no la fuente, al menos el depósito del co- mercio del estaño ; las opiniones erróneas largo tiempo subsistentes acerca del yacimiento de las costas y. de la configuración ó articulación de la Europa peninsular; finalmente, el agrupamiento de las islas y su disposición en serie casi continua desde las Cassitérides hasta las Orcades y las islas Shetland y Foeroe, dieron ocasión, desde los primeros siglos de la Edad Media, á hipótesis y á mitos respecto á la naturaleza de las regiones borea- les. Llególe hasta situar (como lo prueba uno de los ma- pas de Sanuto Torsello, año de 1306) (1) al Oeste de Irlanda un gullfo de issolle ccclviii beate e fortúnate.

Cuanto más imperfectos eran los medios de valuar la

(1) Camdex, Brit.^ pág. 813; Zuiíla, Viaggi, t. ii, pág. 307 En el mapa célebre de Fra Mauro (1457) encuéntranse también las ((insule de Hibernia díte Fortúnate». Gracioso Benincasa (1471) presenta á la vez, y por doble empleo del mismo nom- bre, las islas Afortunadas al Oeste de África y al Oeste de Ir- landa, de la Ínsula Sacra de Aviene.

312 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

dirección de las rutas y la longitud de las distancias recorridas, más fácil era desconocer (1) la identidad de las tierras á que se había arribado. El uso irreflexivo de itinerarios ficticios ó mal redactados, originó procedi- mientos dobles en la construcción de los mapas.

El estado de la antigua geografía del mar del Sur j la multitud de vigías que cubren la superficie del Atlán- tico en los mapamundi de hace sesenta años (2) re- cuerdan plenamente esa misma fuente de errores. Du- rante largo tiempo, cada nuevo mapa reprodujo las ficciones de los anteriores, porque no hay tenacidad que iguale á la de los geógrafos, cuando se trata de conser- var, de estereotipar, por decirlo así, un islote de antiguo nombre, una cordillera que figura ser divisoria de las aguas ó un lago de donde sale un gran río.

Las ilusiones geográficas tomaron especial carácter en las dos direcciones que hemos indicado al N. y al NO, de las islas Orcades, y al SO. de las islas Afortu- nadas. Dicuil (3) y Adán de Brema, aquél de principios del siglo IX y éste de la segunda mitad del xi, prueban con sus escritos que en el norte del Atlántico el celo religioso de los misioneros de Irlanda y de Frisia dio á conocer nuevas tierras.

(1) De esta suerte, en el siglo ix se imaginaba que la Grande Irlanda del normando Gudlekur estaba situada al Oeste de nuestra Irlanda (Thorkelin, Fragm. of Engl. and Irish hist., página 80). En tiempo de Procopio se situaba una isla Biittia entre la verdadera Britannia y Thulé.

(2) No se olvide que esta obra está publicada en 1834.

(3) El autor de la obra Be Mensura Orhis terree, probable- mente Dicliullus, abate de Pahlacht (Letronne, páginas 25 y 139).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 313

La geografía de la Edad Media bebía en una fuente que, no por ser fecunda, era menos peligrosa, porque los viajeros cristianos desfiguraban sus escritos por la exa- geración tan común á los cronistas monásticos. Encon- tramos, por decirlo así, al frente de la larga serie de islas imaginarias, ó para decirlo con más corrección, de islas vagamente situadas en los mapas, la que lleva el nombre de San Borondán, abate irlandés que hizo sus viajes desde el año 565.

Adán de Brema (1) refiere en su Historia eclesiás- tica, después de haber hablado del descubrimiento del Vinland, que en tiempo del arzobispo Becelino Ale- brando, por consiguiente antes del año 1035, hicieron los marinos de Frisia exploraciones del Lebersee ó mar Tenebroso (per tenebrosa rigentis Oceani caliginem) hasta más allá de Islandia, y llegaron por fin á una isla cuyos habitantes, de colosal estatura, vivían en cavernas. Uno de los Frisones fué devorado por perros, también gigantescos, y los demás, favoreciéndoles los vientos de NO., encontraron por fortuna el camino de la desembo- cadura del Weser. El cuento de los grandes mastines parece calcado en la ferocidad de los perros de que se sirven los esquimales de la Groenlandia, y sólo lo men-

(1) De situ Danice, pág. \^^.Wí Lelersee, Kleler-Meer, el mar viscoso es una de las maravillas de las regiones boreales celebrada'^ en el Titurel de Eschenbach y por todos los poetas del ciclo de los Minnesinger (Von der Hagex, 3Ius, der alt- deutschen Litter, t. I, páginas 294-300). Es el reflejo del />?íZw<í« marino de Pythéas, « á través del cual no se podía ni navegar ni andar (StrabÓn, ii, pág. 104, Cas.), una reminiscencia del Mare Morimarusa de Philemón» (Plinio, iv, 13).

314 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

ciotio porque insensatamente se lia aplicado á la isla de Cuba (1) ó á las pequeñas Antillas, donde el mayor cuadrúpedo indígena es el aguti, que apenan, tiene el tamaño de una liebre.

En la parte meridional del Atlántico no influyeron tanto en el estado de la geografía las tradiciones de los monjes como las falsas combinaciones de erudición clá- sica. ¡Cuántas hipótesis no ocasionó sólo el pasaje de Sta<íio Seboso (2) acerca del sitio de las islas Hespéri- des, interpretado en el sentido de situarlas á cuarenta días de distancia de las islas Gorgonias! Con la vista constantemente dirigida hacia la antigüedad, se aspiraba á encontrar lo que juzgábase conocido de los fenicios, de los griegos y de los romanos.

Ya hemos dicho antes que Cristóbal Colón estaba firmemente persuadido de que las islas de Ame'rica eran las Hespérides que los antiguos conocieron (3), aunque Isidoro, muy consultado entonces, las acercaba, con ra- zón, á las costas de África (4).

He aquí los elementos de esta geografía mítica de los siglos XIV y XV. De las once islas que debo nombrar, sólo dos, Mayda y Brazir-Eock, en el meridiano de las Canarias y al Oeste del golfo de Vizcaya y de Irlanda, se han conservado en nuestros mapas más moder- nos (5); pero no merece por ello la mayoría de las

(1) HOEN, Orig. Amer., pág. 26.

(2) Plinio, vi, 31.

(3) Esta identidad la ha supuesto también en nuestros días el conde Carli {Oj^cre, t. xii, pág. 188).

(4) Isidoro Hisp., Ong., pág. 172,

(5) Mapamundi de Juan Purdy, 1834.

DESCUBRIMIENTO D8 AMÉRICA. 315

»

otras el nombre de islas fabulosas. Descúbrese aquí, como en general en los mitos históricos, un fondo de verdad; aunque está velado por la incertidumbre de laS posiciones relativas, los errores de configuración j de ex- tensión y lo exagerado de las relaciones casi siempre copiadas ó procedentes de desconocido origen.

I

XVIII.

La isla de San Brandón.

No es de escasa importancia señalar la filiación y emi- gración de este mito geográfico.

Los viajes de dos santos, el abate irlandés de Cluain- ferfc, Brandamis (1), y de Maclovio, ó San Malo, ador- nados con rasgos fantásticos, y la persuasión, muy exten- dida en el siglo vi, de la existencia de una isla de los Bienaventurados al NO. de Europa, reflejan las tradi- ciones de la antigüedad acerca de las maravillas del mar Cronieno. Los monjes buscaban el paraíso de la isla Ima €n el mare pigrum y ccenosum de los romanos, que es su Klebersee ú Océano viscoso.

Plutarco describe las islas sagradas del mar Cronieno, cerca de Bi^etaña, «donde reina suave temperatura; donde Saturno, encerrado en un antro profundo, duerme bajo la guarda de Briareo». Este cuadro recuerda la fertili-

(1) Varían mucho los nombres con que se designan este santo personaje y sn isla. En las lenguas de la Europa latina se es- cribe Brandón, Brandano, Blandía (cambiando la r en Z), Bo- rondón y Brandamis.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 317

dad de Edén. (Paridisiacas delicias, insulam amcenitate et fertilitate prce cunctis terris prcestantissimam) (1) de la isla de Ima, que permanecía oculta á los mortales; re- cuerda al gigante Mildum, resucitado por San Brandón en la caverna que le sirve de tumba.

Procopio , que era contemporáneo de San Brandón, y Tzetzés (2), que es posterior á él en cerca de seis si- glos, prueban que las antiguas creencias de las maravi- llas del mar Británico se conservaron en las mismas co- marcas donde liabía entrado ya el Cristianismo; y podría añadir que en Irlanda la erudición, refugiada en los claustros, contribuía á propagar la localidad de los mi- tos. Bajo este punto de vista, la obra de Dicuil, que ci- taré con frecuencia, es un monumento notabilísimo, pues atestigua el afán con que un monje nacido en Irlanda, á mediados del siglo viii, estudiaba á Plinio, Solino y Orosio.

Las tradiciones de griegos y romanos, y los mitos que presentaban un carácter local, podían, pues, mezclarse en el Norte á las novelas históricas de la vida de los santos.

La primera posición geográfica asignada á la isla de que tratamos, puesta en todos los mapas de la Edad Media, es en el paralelo do Irlanda, y aun en una lati-

(1) Tradiciones recogidas por iM. de Muer eu su Diplom, Gescli. von Mar Un Bcahim^ pág. 33.

(2) Acerca del pasaje de los muertos y de las islas Afortuna- das, véanse Procopio, helio goth., iv, 20; Tzetz, ad Ly- cophr., V, 1204. Consúltese también la Memoria sobre los Argo- nautas en ÜKERT, Geo'jr. der Grleelien, t. ii, i, pág. 343, á Welker's, Ilomerische PliccaUen und Inseln der Seligen, ya Khein, Musfür Philol, B. i, páginas 237-241.

318 ALEJANDRO DE HüMBOLDT.

tud más septentrional. SanBrandón, con setenta y cinco frailes que le acompañaron durante siete años, volvió por las islas Orcades (1). Se sabe que antes de sus viajes habitó en las islas Shetland (2),

La isla de San Brandón fué llevada en el siglo xv á una latitud más meridional, al Occidente de las islas Canarias, emigración causada según creo, por el doble empleo del nombre de islas Afortunadas. Ya he dicho antes que el célebre mapa de Fra Mauro señala las Insule de Hibernia díte Fortúnate, y qu í Gracioso Be- nincasa, en 1471, indica á la vez el Elysiu7n del ííorte y el de Homero (las islas de los Bienaventurados de He- siodo y de Píndaro). La denominación vaga de islas

(1) «Peregratis Orcadibus cceterisque aquilonensibus insiilis adpatriain redeunt» (Bosco, Bibl. Floriac, pág. 602). «ínsula S. Brandani e regione Terree Cortereali sive Novse Franciaa AmericEe septentrionalis sita, in Océano boreali» (Honok. Pm- LiPONi, Kavig. Patrum Ord. S. Bened., 1621, pág. 14).

(2) Este hecho está, al parecer, en contradicción con la época que Murray asigna á la primera población de las Shetland; pero Mr. Letronne lo hace probable por la interpretación de un pasaje de Solino, favorable á que dicho grupo de islas estuvo habitado desde el tiempo de los romanos (DicuiL, pá- gina 134, y en las Adiciones, pág. 90). Es extraordinario que -lEneas Silvio Piccolomini, en su Geografía del NO. de Euro- pa, nada diga de los viajes de San Brandón y de su isla. El" sabio italiano estuvo, sin embargo, en Escocia, y describió con gracejo su primera impresión al ver alguna distribución de hulla hecha á los mendigos escoceses. « In Scotia pauperes poene nudos ad templa mendicantes aceptis lajHdibus eleemosyne gratiadatis leetos abuse conspeximus. Id genus lapidis sive sul- phurea, sive pingui materia prasditum pro ligno, quo regio nuda est, comburitur. » íEn. Syll., Oj>. ¡jeogr. et hist., 1691 (Europa, capítulo 47, pág. 319).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 319

Atlánticas (1) con que designábanse á veces las Afor- tunadas, favorecía este doble empleo ó señalamiento de ellas.

Imaginábase ver de vez en cuando, y presentando siempre la misma forma liacia el SO. en el horizonte del mar, una isla montañosa; y Viera, historiador de las islas Canarias, ha dado extensos detalles de todas las tentativas hechas desde 1487 hasta 1759 para arribar á esta isla imaginaria. No sabemos si esto ilusión la cau- saban algunas circunstancias especiales de espejismo en un banco de bruma parado en el horizonte, ó si alguna de esas nubes, que en su mayor dimensión son perpendi- culares al horizonte, presentó accidentalmente el aspecto de una isla montañosa.

El P. Feijóo (2), cuyo Teatro crítico fue' durante largo tiempo muy estimado en España, compara prime- ramente este fenómeno á la Fata Morgana de Sicilia, mal observada y mal explicada aún en nuestros días: después tomó la tierra de manteca de los Canarios (esta es la frase de los marinos), por la imagen de la isla de Hierro, reflejada en una masa lejana de vapores {nube especular).

El Gobierno portugués cedió formalmente en el si- glo XVI á Luis Perdigón dicha isla imaginaria, cuando éste se preparaba á conquistarla.

Muy confiado en el poder de las refracciones horizon- tales, cree ingenuamente el historiógrafo Yiera que, con un viento húmedo de OSO., condición necesaria para producirse el fenómeno, se llega á ver «hasta las monta-

(1) Plutarco, in Scrt., cap. 8.

(2) Tomo IV, Disfc. x, § 10.

320 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

ñas Alpaches de la Florida». Digno es de notar que es- tas ilusiones no empezaron á preocupar la imaginación de los de Canarias hasta la segunda mitad del siglo xv, en cuya época del descubrimiento de Porto Santo, «punto habitado (1) por gentes tan salvajes como los guan- ches», y el del Archipiélago de las Azores, hecho tam- bién por los portugueses, dirigieron, por decirlo así, to- das las miradas hacia el Oeste.

Pero no eran sólo los habitantes de Gomera, Palma y Hierro los que tenían esta visión; también la hubo por la parte del Norte en cuantos puntos se ocupaban con afán en el descubrimiento de nuevas tierras. El Diario de navegación de Colón, publicado por primera vez en 1825, presenta un curioso testimonio (2) de la simultaneidad de tan quimérica creencia. He aquí sus palabras, tal y como Las Casas las copió del Diario correspondiente al 9 de Agosto de 1492:

orDice el Almirante que juraban muchos hombres hon- rados españoles que en la Gomera estaban con D.^ Inés Peraza, madre de Guillen Peraza, que después fué el primer Conde de la Gomera, que eran vecinos de la isla

(1) Es la expresión que emplea Babeos, déc. I, lib. i, cap. {Vida de D. Enrique^ pág. 156). Madera la encontraron despo- blada, y también las Azores, Si en el texto empleo la palabra des-' cubierta^ es para indicar la época en que los portugueses llega- ron por primera vez á estas islas. Instruido el i ufante D. Enrique por mapas antiguos, anunció de antemano á Velho Cabral, en 1432, que «cerca del escollo de las Hormigas encontraría pronto otra isla» (loe. elt., pág. 320).

(2) Na VARÉETE, t. I, pág. 5. Este testimonio no se encuen- tra ni en la Vida del Almirante ni en Las Décadas do He- rrera.

DESCUBRÍ MI KNTO DE AMÉRICA. 321

de Hierro, que cada año veían tierra al O. de las Ca- narias, que es Poniente; y otros de la Gomera afirma- ban otro tanto con juramento. Dice aquí el Almirante que se acuerda que estando en Portugal el año de 1484, vino uno de la isla de la Madera al Rey á le pedir una carabela, para ir á esta tierra que via, el cual juraba que cada año la via, y siempre de una manera. Y también dice que se acuerda que lo mismo decían en las islas de los Azores, y todos éstos en una derrota, y en una ma- nera de señal, y en una grandeza.» Aplicóse desde en- tonces á esta visión la tradición monástica de la. isla de San Brandon (I).

En el archipiélago de las Canarias la isla afortunada de Ima, que al principio fué colocada al Oeste de Ir- landa (de lerné, isla sagrada de Festo Avieno), se con- fundía con el Apropósitos de Ptolomeo, que, según este geógrafo, era la más septentrional del grupo de las Ca- narias, la Encubierta, la Nontrovada 6 Nublada (2) de los marinos españoles de la Edad Media. Cito estos si- nónimos porque recuerdan por modo notable la interpre- tación que antes me atreví á dar del ñombie dado por

(1) GabcÍa, Origen de los Indios, líb. i, cap. 9; VVULFEB, De major. Ooeani Ins., 1691, pág. 120; Muñoz, líb. ir, § 9; Baldelli, Mili., pág. Lx; Washington Ieving, t. iv, pági- nas 316-332.

(2) Voss, ad Mel., pág. 604; TzscHüCKE, ad Mel., t. iil, par- te lii, pág. 412. El descubrimiento de la isla de Madera, cuya existencia sospesharon Gonzálves y Tristán Vaz, porque desdo Porto Santo aparecía como una sombra en el horizonte, contri- buyó, sin duda, á la convicción de la realidad de estas aparicio- nes. ((Tinhaó por vczes observado no mar liuma corro sombra, que a distancia nao deixava distinguir o que fosse )) ( Vida do Inf., pág. 161).

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322 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Theopompo á esta tierra más allá del Océano, «cuya existencia revelji Sileno al Rey de Frigia». La tierra Merópida (1) de Theopompo había quedado nublada^ como la Pléyade que se había unido á un mortal; pero la tierra Merópida era boreal, como las islas Afortuna- das en los mares de Irlanda, de Sanuto Torsello (1306) y de Fra Mauro.

En el mapa del veneciano Pizigano (1367), conserva- do en la Biblioteca de Parma, y mal copiado por M. Bua- che, ^1 pequeño grupo de las islas de la Madera, señalado en el paralelo del cabo Cantin, se le llama I solé dicte Fortúnate S. Brandany (2), y el Santo mismo está figurado alargando los brazos hacia las islas (3) que llevan su nombre. Andrés Bianco (1436) presenta en su mapa Porto Santo, Madera y la Dexerta (Desierta), que es la Caprazia (Capraria) de Pizigano. La isla de San Borondón no esta; pero el caballero Behaim (1492), en su célebre globo, sitúa esta isla tan al SO., que se en- cuentra casi en la latitud de Cabo Verde. «Esta isla,

(1) El nombro de Meropis aplicado á un continente no de- signa, por cierto, una tierra- de mortales (de voz articulada) . Theopompo le da un sentido especial, porque dice que los hombres de esta tierra se llaman Méropes. J5lian, Var.Hjist., III, 18 (edic. Kühn, t. J, pág. 187).

(2) M. Buache ha omitido las palabras que siguen sancti Brandani é isole Fonzele. Su hola Capricia es la Caprazia de Pizigano, la más meridional de las tres. El nombre de Isola d ello Leff na me del Portulano 3íed¿oeo, que es anterior en diez y seis años al mapa de Pizigano, falta ei:wéste. Sin embargo, dicho nombre sirvió de origen al de Madcira, cuando medio siglo después se verificó el supuesto descubrimiento de Tristán Vaz.

(3) ZURLA, Vtagrji, t. ii, pág. 322.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 523

dice, es donde San Brandan arribó en el año 585, y la encontró llena de cosas maravillosas.»

Queda, pues, demostrado que el progresivo cambio de lugar de Norte á Sur de este mito geográfico, estuvo re- lacionado durante nueve siglos con el desarrollo de la navegación y la dirección impresa al comercio del Medi- terráneo.

XIX.

La Antillia y la isla de las Siete Ciudades.

Siempre que afligen á una nación grandes calannda- des fascinan los espíritus ilusiones supersticiosas, y pre- sentan, á pesar de la diversidad de tiempos j de climas, el cuadro uniforme de las mismas creencias y de las mismas quiméricas tradiciones.

Después de la caída del Imperio de los Incas fué ge- neral la persuasión de que el hermano de Atahualpa ha- bía huido hacia las llanuras del Este, más allá de los bosques de Vicabamba , para llevar allí el culto nacional y fundar un nuevo Estado. Los indígenas del Perú con- servaron la esperanza de que los descendientes del prín- cipe fugitivo saldrían alguna vez de su salvaje retirada y restablecerían la teocracia de Cuzco.

De igual suerte cuando los árabes, después de la vic- toria de Guadalete, donde pereció Eodrigo, invadieron casi toda la Península ibérica, se extendió la creencia popular de que seis obispos, guiados por el Arzobispo de Oporto (1), se refugiaron con grandes tesoros en una

(1) Tal 63 la tradición de Bebaim, en cuyo globo se dice, ínsula AntlUa genannt Septc citadc. Fija la emigración del ((ar- zobispo de Porto Portigah) á la Antillia en el año 734 (MURR.,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 325

isla del mar del Oeste, fundando en ella, según la tra- dición, siete ciudades, donde se establecieron los emi- grados españoles y portugueses. Esta isla de los obispos fué nombrada en portugués de Septe (Sete) Gidades^ nombre singularmente desfigurado en los mapas del si- glo XV. Los eruditos vieron en ella el asilo que, según Aristóteles y Diodoro de Sicilia, se habían preparado los cartagineses en el seno del Atlántico, y como las trar diciones de este género no indican ninguna localidad de- terminada, el nombre de la isla de las Sete Cidades fué probablemente aplicado al principio al archipiélago de las Azores desde que se empezó á tener alguna idea de BU existencia.

La identidad de las dos islas, Antillia y de las Siete Cmí/ar/ds, se determinó claramente por Martín Behaim en una rota puesta en el globo que construyó en 1492, y en esta frase de la carta de Toscanelli al canónigo Martínez: «La isla Antillia, que vosotros llamáis isla de las Siete Ciiidadesi>y si bien parece que esta frase se ha considerado en España un simple escolio (1) que inter-

pagina 30), pero Fernando Colón indica el año 714 {Vida del Alm., cap. 8). La última de estas fechas es la de la victoria ganada por Muza en las orillas del Guadalete. Los historiado- .res portugueses refieren que la emigración se efectuó después de la toma de Mérida, con el propósito de ir al archipiélago de las Canarias, donde los emigrantes no llegaron (Faria y .SOUSA. Ilist. del Reyno de Port., p. ii, cap. 7, pág. 138). j (1) En la biografía de Toscanelli, hecha por el abate Ximé- nez {Del Gnume Fior., 1757, páginas Lxxix y xciv), publícase la carta del astrónomo florentino conforme á la primera tra- ducción veneciana de la Vida del Alvriraritc. hecha en 1571 por Alfonso de ülloa. lie aquí sus palabras: «Dairisola di An-

326 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

caló Ulloa en la traducción italiana de la vida de Cris- tóbal Colón, escrita por su hijo D. Fernando, porque Barcia y Navarrete la suprimen al publicar la carta á& Toscanelli en español.

En todos los mitos es preciso distinguir cuidadosa- mente la fecha que indica el mito historiado y la e'poca de su origen. Si es cierto que al principio del siglo viii, después de rendir á Mérida el jefe de los godos Sacara «embarcáronse los fugitivos para buscar asilo fuera de gu patria, subyugada por los morosis (lo que no es inve- rosímil), no por ello se ha de deducir que la tradición fabulosa de Antillia tenga la misma antigüedad. Etilos mapas del siglo xiv aun no vemos aparecer la isla con este nombre ó con el de Siete Ciudades , porque Zurla niega terminantemente que en el mapamundi de Pizi- gano (1367), conservado en Palma, se vean escritas cerca de la figura de una estatua de hombre que tiene una cinta de papel en la mano derecha, en el seno del mar del Oeste, estas palabras: Ad ripas Antilliw ó AtuUiOf que Mr. Buache creyó leer en un calco enviado á París

tilia, che voi chiamate di Sette Citta , della quale Jiavete noti- tia, fino á Cipango, sonó dieoi spatii.» Lo dicho en italiano falta en la traducción española de Navarrete (t. ii, pág. 3) y también en la que González Barcia {líistojñadores primitivos de las Indias occidentales , t. I, pág. 6) debió hacer del texto italiano de Ulloa. Ya hemos observado antes qne el verdadera original latino, del que Fernando Colón hizo la primera tra- ducción española de la carta de Toscanelli, no ha parecido hasta ahora. Por el conocimiento íntimo de la lengua* española pueden adivinarse con facilidad los errores de la traducción italiana, que equivocadamente he atribuido en la nota 17 del Capítulo V, al abate Ximénez.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA, 327

por la cuidadosa solicitud del general Clarke (1). Este mismo üiapa de Pizigano presenta ya, sin embargo, las Isole dicte Fortúnate ^ S. Brandan?/ y la Insida de Bra- zie (Brazir, Brasil).

La indicación más antigua de la isla Antillia que co- nocemos hasta ahora con exactitud parece ser la del Atlas veneciano de Andrc's Bianco (1436), acerca del cual llamó Formaleoni la atención (2) de los geógrafos desde el año de 1782. Este Atlas, conservado en la Bi- blioteca de San Marcos, contiene diez mapas dibujados en pergamino, folio pequeño de nueve pulgadas y seis líneas de alto por un pie y dos pulgadas de ancho. A} Oeste de la isla de las Azores aparecen en la quinta carta dos islas de considerable tamaño en la dirección SSE.-NNO. y de forma rectangular muy regular. To- mando por escala (porque el mapa no está graduado), la distancia del cabo de San Vicente al de Finisterre (5° 51') encuentro la de 153 leguas marinas (en vez de 247) desde las costas de Portugal al centro de las islas Azo- res de Bianco, y de las Azores á Antillia la de 87 le- guas. Esta última isla estarín, por consiguiente, situada á 240 leguas marinas al Oeste de las costas de Portu- gal, es decir, á los 27° 55' de la longitud occidental de París (en el meridiano de la isla de San Miguel de las Azores), entre los 33" 20' y 38° 30' de latitud.

(1) BUACHE, Mem. de Vlnst., t. vi, páginas 22 y 25; ZUKLA Viaggi, t. ii, pág. 324.

(2) Primero en la traducción italiana de la colección de los ■viajes de La "Box-^c {Coyvpendio della Storia de^ Viaggi, to- mos VI y XX); después en el Saggio snlla Náutica antica d'Fe- neziani con una illustr. d'alcune carte della Bihl. di San Marco^ parte ii, páginas 11-33.

328 ' ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

La longitud de Antillia, que llega á ser la de Porta- gal y de Inglaterra, y su forma de un paralelógramo muy alargado (la base está en relación con la altura de 1 á 3), llaman la atención á primera vista en el quinto mapa de Bianco. Los golfos y las sinuosidades délos contornos están indicados como si la figura de esta tierra hubiese sido conocida de un modo exacto ; pero esta apariencia de exactitud no debe , sin embargo , sor- prendernos, pues la encontramos durante los siglos xvi y XVII en todas las tierras imaginarias, siendo trazadas las costas alrededor del polo Sur con sinnúmero de de- talles y una uniformidad imperturbable.

Al norte de Antillia, á unas 70 leguas de distancia- aparecía otra isla más pequeña y de semejante figura rectangular. Esta, según Bianco, era la isla de la Man Satanaxia. El quinto mapa del Atlas presenta sólo la extremidad meridional de esta Mano de Satán , á los cuarenta y dos y medio grados de latitud. Pero en el planisferio de Bianco, que se cree copiado en parte de un mapa del sigo xiv y que acaso era anterior á los viajes de Marco Polo, las grandes islas de Antillia y de la Man Satanaxia están figuradas por completo á la misma distancia de las Azores que el mapa núm. 5. Reconó- cense estas tierras por su forma y su posición recíproca, aunque en el planisferio no están indicadas por sus nombres.

M. Formaleoni se limita á suponer que la Antillia de Andrés Bianco y de Toscanelli indicaba un descubri- miento de las islas Caribes , largo tiempo anterior al de Colón; y el autor de las voluminosas compilaciones geo- gráficas, Mr. Hassel, ha ido mucho más lejos en sus conjeturas. Según él, la isla de la Mano de Satán y la

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 329

Antillia figaran las dos partesdel coi^tinente americano, separadas, según se creía,. por un estrecho; el mismo estrecho que á principios del siglo xvi buscaban vana- mente en el Veragua y en el istmo de Panamá (1).

En vista de la importancia que por largo tiempo se atribuyó á la existencia de las dos citadas islas, es intere- sante dar á conocer una carta marina que posee la biblio- teca del gran Duque de Weimar (2). Siendo anterior en

(1) Hassel, Erdh. des BrittiscJwn tind Russ. Amerika's, 1822, pág. 6.

(2) Deseo llamar la atención de los viajeros acerca de los cinco monumentos de la geografía de los siglos XV y xvi que Contiene esta rica colección, llamada vulgarmente Biblioteca militar:

1.° La carta marina de 1424. notable por el nombre de Antic- ua. Está trazada en pergamino y pegada en tabla, teniendo 34 pulgadas y 6 líneas de larga, por 21 pulgadas y 9 líneas de an- cha. Se extiende en latitud desde 2f)2/^« hasta 62", y en longi- tud desde el meridiano doMingrelia y de Coleos (Cólchida), esto es, á 2' al Este de la orilla más oriental del mar Negro hasta el meridiano, que atraviesa el Atlántico al Oeste del cabo Bojador (^Buccdor'). Como el mapa no tiene escala gra- duada, valúo la distancia por la que existe desde el cabo San Vicente hasta el cabo Finisterre. No tiene más título que una estrecha banda dirigida de Sur á Norte, que separa la Antilia de las islas Azores, donde apenas se advierten las palabras: Con-

lest compa ancón MCCCCXXiv; lo demás, borrado por la

vetustez, está ilegible. La cifra 1424 se encuentra repetida al margen del mapa hacia el Este, pero con tinta menos antigua. Como adorno en el interior de las tiei'ras, donde la indicación délas ciudades es bastante rara, se ven el Re-v Rossirc, el Sol- dano di BablUonia , el convento de Santa Catalina del Monte Sinaí y las armas de las repúblicas de Genova y Venecia.

Estas figuras de príncipes, sentados en sus tronos, encuén- transe también en mapas más recientes ; en el de Fra Mauro y en el planisferio de Andrés Bianco. La bandera de los caballe-

330- ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

muchos años al mapa de Bianco, presenta también los contornos de Antillia y de la Man Satanaxia. "No tiene nombre de autor, pero es del año 1424, y doble de grande que el Atlas de Bianco. Comprende casi la misma

lleros de San Juan flota sobre la isla de Rodas. En memoria da la cruzada de San Luis, el punto de embarque (2o de Agosto de 1248) está indicado en Aducemorto (Aguas Muertas), señalando el sitio con un inmenso brazo de río (sin duda el de Arles) que sale del Ródano. En el Asia menor, «quse nunc vero dicitur Turchia» , está sentado el Sultán Baixit , que sin duda es el gran Bayaceto Ildirim. Como este principe murió en 1403, des- pués de caer prisionero de Timour en la batalla de Ancyra, la imagen de Baixit debe haber sido copiada de un mapa anterior é. 1424, porque en esta época el sultán de los otomanos era Amurates II.

La imagen del Soldano di Bahillonia (con un loro en el brazo izquierdo) está puesta al Ceste del Nilo, y no debe sor- prender diclia posición de la figura, porque la antigua Memphis, á causa de su proximidad á la fortaleza de Bx^u^wv, acantona- miento de las legiones romanas en tiempo de Strabón {Geogr.^ libro XVII, pág. 807 Cas), llevaba en la Edad Media el nombre de Babylonia (Wilken, Gesoli. der Krenzzüge, 1. 1, pág. 28), y desde el tiempo de Saladino hasta la conquista de Egipto poy Selim I en 1517, á los sultanes de Egipto se les llamaba Sol- dani di Babylonice (Véase Marini Sanuti, Secreta fidelium Crucis, en Bongars, Gesta Bei per Francos, t. li, páginas 23, 25 y 91).'

Es, sobre todo, notable en este mapa de 1424 que (por sim? pie reminiscencia) está en él trazado el canal de comunicación entre el Nilo y el mar Rojo, abierto por Ptolomeo Philadelphio, restablecido después por Adriano, después por los árabes y usado hasta el año de 767, según lo demostró M. Letronne, dis- cutiendo la época del viaje á Tierra Santa del monje Fidelis y un pasaje de Gregoúo de Tours (DicuiL, 1814, páginas 14-22). El canal del Nilo está representado en el mapa de Weimar en comunicación con un rio que nace en Armenia, y corre primero de Norte á Sur, al Este del Líbano, volviendo después al Oesto

J

TESCÜBRIMIENTO DE AMÉRICA. 331

extensión de países que los mapas núm. 5 y núm. 8 de este Atlas, pero difiere esencial mente de éstos, á juzgar por la pequeña parte que del núm. 5 han publicado For- maleoni y Buache. He aquí Jas diferencias más notables

en el paralelo de Babylon JEgjpii. liste mismo rio tiene un brazo que desemboca en el Mediterráneo, cerca de Alejandretta. Difícil es adivinar la hipótesis geográfica á que da lugar un concepto tan extraordinario. ¿Es el Eufrates, cuyos afluentes se aproximan á los del Oronte , cerca de Alejandretta? ¿Cómo creer que en el siglo xv se ignoraba que el Eufrates desemboca en el golfo Pérsico? No es una prolongación del Jordán por et valle que une el mar Muerto al golfo de Acaba, porque el Jor- dán está figurado separadamente y con bastante precisión» mientras el río anónimo que comunica con el canal de Ptolo* meo en el mismo istmo de Suez nace en las montañas de Erze- rum, montañas donde, según el mismo mapa, tiene sus fuentes un río (el Turak ó Boas de la antigüedad) que corre al NNO. hacia el mar Negro, y otro (el Tigris?) que se dirige al SE.

Doy estos detalles para facilitar el examen de las analogías ó de las diferencias que presenta este monumento curioso de la geografía de la Edad Media con otros mapas sepultados en los archivos de las bibliotecas de Italia. Toda la cuenca del Medi- terráneo, las costas de Grecia y del mar Negro están represen- tadas con un detalle topográfico notabilísimo, pero el yaci- miento relativo ó la orientación de las costas es muy erróneo. Si se trazan meridianos al Oeste de la península Ibérica , al Este de Sicilia y al Oeste del Asia Menor, encuéntrase el. Ática algunos grados al Norte de la desembocadura del Ebro, y la di- rección media de la costa meridional del mar Negro coinci- diendo, no con el paralelo de Oporto, sino con el de Lorient en Bretaña. Las partes orientales están colocadas demasiado al Norte, como en las cartas marinas de los genoveses (por ejemplo, la de Pedro Visconti , conservada en la Biblioteca Imperial de Viena), que remontan hasta principios del siglo xiv (Spo- TORNO, Star la litt. della Liguria^ t. I, pág. 313) y han propor- cionado excelentes maten'ales á los iwrtulanos del gran siglo, del infante D. Enrique, de Colón y de Gama.

332 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

que he observado, examinando el original, mientras per- manecí últimamente en Weimar en 1832, y los calcos exactísimos que debo á la amistad de Mr. Froriep: I.*' El mapa de 1424 no r>epresenta más que la parte

2 ° Uu mapa que se asemeja bastante al célebre de Diego Rlvero, pero anterior en dos años. Titúlase Carta ■universal en que se contiene todo lo que del Mundo se ha descxihierto fasta cora; hizola un cosmograplio de Sti Mag estad; anno MDXXVÍI «n Sevilla. Está trazada en pergamino, y tiene G pies y 8 pul- gadas de larga por 2 pies y 8 pulgadas rie ancha. Perteneció á la biblioteca del sabio Ebner, en Nuremberg, y de allí pasó su- ^lesivamente á Gotha á la biblioteca de M. Becker, y por fin á "VVeimar, á la colección del Gran Duque. Cítala Muer, en las Memoralñlia^ Bih. Norimh., t. ii, pág. 97, y la ha discutido con mucho discernimiento M. de Lindenau (Zach., Man. Corresi)., October 1810). Es probable que este mapa y el de Eivero fueran traídos á Alemania con motivo de los frecuentes Tiajes del em- perador Carlos V desde España á las orillas del Rhin y del Da- nubio, En Nuremberg se creyó que había pertenecido á la Bi- blioteca Colombina legada por Fernando Colón al Municipio de Sevilla. M. Sprengel (Muñoz Gescli. der Neuen Welt., t. I, página 429) lo confunde con el mapamundi de Diego Rivero; pero difiere de él completamente, según demostraremos en el curso de esta obra. Basta observar aquí, que el mapa de Rivero presenta la costa occidental de América al Sur desde Panamá, bástalos 10° de latitud austral; en el mapa de 1527 no se ven más costas del Océano Pacífico que la meridional del istmo; nada del Choco y del litoral de Quito.

No entraré aquí en pormenores acerca de la configuración de- África para mostrar cómo, según los portulanos portugueses, extremadamente detallados, está representado este continente en dos mapas de 1527 y 1529. Nada tan notable, por ejemplo, como el detalle de las costas de Madagascar (ísola de San Lo- renzo).

Lo3 mapas de la América del Sur^ por ejemplo los de Cruz Olmeiilla, Faden, Arrowsmith y Brué, parecen á primera vista copiados unos de otros; pero con atento examen se han descu-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 333

septentrional de la isla Antillia y toda la isla rectangu- lar del Satán. La distancia desde las costas de Portugal al centro del grupo de las Azores, que los mapas de la primera mitad del siglo xv señalan casi en la dirección del meridiano, es de 110 leguas marinas. En el mapa de 1436 es de 1 53, según dije antes. La distancia desde las Azores á Antillia es casi igual en ambos mapas.

Un poco al Norte de Madera, entre esta isla y las Azores, se lee en el mapa de Weimar: Insule Sancti Brandani. Es el sitio donde el mapa de Pizzigano de 13G7 pone, lejos de las Canarias, las palabras Isolce dictce Fortanatce. Andre's Blanco no nombra ni las islas Afortunadas ni las de San Brandan. En el mapa de 1824 aun hay rastros del mito septentrional de las islas de loa

bierto las diferencias. Lo mismo sucede con dos mapas de África que se han querido confundir. En los dos se ven figurados buques con la inscripción: Vengo de Maluco (vengo de las Molucas), Jerusalén está situada á NO. de Suez, y la diferencia de meri- dianos del Cairo y Suez es de 20°, cuando en el mapa de 1424 sólo es de 2^. Este ensanche del Egipto oriental es tanto más inconcebible, cuanto que el resto del África septentrional está bastante bien figurado. A la Etiopia de Kivero se la llama en el m^amnndi de 1527 Arabia suh JEgypto. En estos mapas graduados al margen, Alejandría y toda la costa septentrio- nal de África, hasta la Pequeña Syrte, está de 3 á más al Sur de su verdadera situación.

3.° El mapamundi de Diego Riveio de 1529, del cual sólo pu- blicó Sprengel la i)arte americana.

4.° Un globo, probablemente del siglo xvi, que señala el istmo de Pauamá atravesado por un estrecho.

5.» Un globo de 1534.

Yo ofreceré á M. Walkenaer, para su rica colección geográ- fica, calcos de África de 1527 y 1529, de igual suerto que el calco del mapa de 1424.

•c34 ALEJANDRO DE EpMBOLDT.

Bienaventurados, cerca de Irlanda, la ínsula sacra de Avieno. Al Norte de Limerick está indicado un gran golfo, sin duda el de Galway, lleno de iníinidad de islo- tes, junto álos cuales hay la siguiente inscripción: Lacus fortunatus ubi sunt multce insuloe quw dicuntur InsulcB :San.... {Sancti Brandani?) En el planisferio de Bianco, que es más antiguo que su Atlas, este golfo circular de angosta entrada {Laciis ó Locus fortunatus) está figu. . rado, pero sin nombre. En el mapa de Weimar, los con- tornos de Irlanda y de Inghelia y Escocia están bastante bien figurados , pero los países puestos al Noroeste, por ejemplo, la Escandinavia, el Báltico, la Alama- {jna, la provincia de Pursia (Prusia) y la Polana, (Po- lonia) prueban la misma ignorancia que se advierte en las obras de Bianco, Fra Mauro y Bivero.

Conocíase" mejor el noroeste de África que el norte <3e Europa. Desde la desembocadura del Escalda hasta la extremidad de Jutlandia, la costa en el mapa de Weimar está figurada siii interrupción de Norte á Sur, •de suerte que Holanda^ Frixa (Frisia) y Dinamarca {Dana) se confunden en una misma península.

3.° Frente á la isla de Chañaría está situado el gran cabo Buqdor (Bucedor), nombre que con frecuaccia se daba en la Edad Media al cabo Bojador. Encuéntrase tambie'n en el mapa general de Blanco ; pero en la hoja número 5, que es la que comparamos aquí al mapa de 1424, confúndese al cabo Bojador con el cabo Non (Forma- leoni, pág. 20). El calco, grabado por M. Buache, es in- exacto en este punto.

.Cerca del cabo N'on, del mapa de Bianco, en el para- lelo de la isla Chañaría , desemboca el fluvius CitarliSj que nace de un gran lago circular, situado en el interior

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 335

de África. En este lago hay una gran isla tambie'n cir- cular. Créese estar vien4o el lago Jamdra ó Paite (pro- piamente Paldhi) del íibet al Sur de Lassa. De este ■lago de diez y ocho leguas de diámetro, llamado lago Citarlis, salen tres ríos ; uno es el Jiiwius CitarliSy quo va al Oeste; el segundo corre hacia el Este, y es quizá uno de los brazos del Nilo, según la opinión reinante en la Edad Media; el tercero vierte sus aguas en el Atlán- tico con el nombre de Favia (fluviusf). Demain, al norte de cabo Agilón (Augulón, Agulah), Citarlis 6 Cintarlis, parece ser una reminiscencia de Cirta Julia de Ptolomeo, capital de Kumidia, indudablemente la Constastina de hoy (Edrisij África, ed. Hartamnn, página 241). La interpretación intentada derivando Cintar-lis del Angra de Antonio González da Cintra, bahía situada á tres y medio grados al Sur de Bojador? paréceme menos cierta.

Los mapas más antiguos de Agathoiloemon, donde hay lagos puestos en el país de los Melano-Gdtulos, pueden haber sido el origen de estos extraños sistemas hidrográficos de la costa occidental del África y de esas dobles líneas de agua que desembocan en lagos del in- *terior del Continente. La parte del mapa de 1424 que he hecho gravar, prueba que, en la configuración, no está por cierto copiada del Atlas de Andrés Blanco.

Continuando el orden cronológico, en que aparece la Antillia en los mapamundi de la Edad Media, preciso es nombrar, á continuación del mapa de origen italiano de la biblioteca de Weimar, y el núm. 5 de Andrés Blanco, los mapas de Bedrazio y del cosmógrafo Martín Behaim.

Existe en Parma un mapamundi del genovés Becla-

336 ALEJANDRO DE BUMBOLDT.

rio 6 Bedrazio, que tiene dos pies y dos y media pulga- das de largo y dos pies de ancho. Antes que Zurla, ya hicieron mención de él Pezzana y Paciaudi (1). Se ven en él las fornias rectangulares de las islas Antillia y Sarastagio' (Mano de Satán?), y cerca de Sarastasio (Satanaxio) una islita en forma de hoz (isola falcata)^ .llamada Dammar. Este grupo tiene la notable inscrip- ción siguiente: Insulede novo repte (repertai.)

Como más al Oeste de este grupo sitúa Bedrazio otra isla cuadrada con el nombre de Royllo^ el bibliote- cario Paciaudi ha creído ver en estas cuatro islas un principio del archipiélago de las Antillas.

Este notable mapa es de 1436, por tanto del mismo año que el Atlas de Blanco y no anterior á éste, como asegura el cardenal Zurla (2). La isla en forma de hoz encuéntrase también cerca de la Man Satanaxio (un poco al Norte) en el mapa de 1424.

Cítanse con frecuencia, como conteniendo también la isla Antillia, los postulanos de Gracioso (3) Be- nincasa de Ancona y de su hijo Andrés (1463-1473); pero se ha tomado, según parece, un mapa mucho me- nos antiguo, de Blaze Voulodet, redactado en 1586, donde se encuentra, al Oeste de Irlanda, una tierra lla- mada Scorafixa ó Stocafixa (Bacallaos?), por una obra de Andrés Benincasa (4).

(1) Giornale di Padora, 1805, Febrero, páj,'. 138.

(2) Viaggí, t. ii, pág. 333.

(3) Sprexg-el, pág. 51. El célebre mapa de Fra Mauro no tiene la Antillia, aunque Bianco contribuyo á ejecutarlo,

(4) Compárese Foemaleoni, páginas 43 y 45, con ZuRLA, Majipamondo di Fra Afauro, pág. 102, y Viaggi, t. Ii, pag. 333, El nombre de Stoclifis aparece, sin embargo, también en el

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 337

El globo de Behaim ofrece dos particularidades res- pecto á la Antillia. La sitúa á los 24° de latitud, mien- tras Toscanelli, en su carta á Colón, asigna á esta isla el paralelo de Lisboa (1) y la figura redonda y pe- queña, como la isla San Miguel, del archipiélago de las Azores; mientras la isla de San Bradán tiene en el globo de Behaim la forma rectangular que llama la atención en el niapa de Andre's Blanco, pero que tam- bién tienen la isla de Royllo de Bedrazio, la Giava mag- giore de Fra Maura, y el Japón (Zipangut) del geógrafo de Nuremberg.

La opinión del sabio Zurla (2), de que «la forma rec- tangular de la Antillia» prueba que es la Atlántida de Platón, no merece serio examen. En la extensa y ver- bosa topografía de la Atlántida, que presenta el Critias, jamás se habla del contorno general de esta isla, descrita como montuosa, cubierta de bosques, rica en aguas ter- males, donde pacen elefantes. Lo que Platón dice de la

mapa de Bianco (1436) cerca de una isla al NO. de Irlanda; pero en la segunda mitad del siglo xv era el bacalao objeto de la pesca en las Orcades y en Islandia. También se figuran islas al O. de las Azores en una carta marina del mallorquín Pedro Roselli (1460), que poseyó hace tiempo la familia Mbrl en Nu- remberg, y que se ha supuesto fuera un mapamundi del si- glo XIV (Muñoz, i, pág. 428).

(1) Es inútil discutir la longitud, dependiente de las confu- sas ideas que se habían formado de la distancia de Quinsai y de Cipango á las costas de Portugal. Ya hemos hecho ver antes, al analizar la carta de Toscanelli, que el astrónomo florentino sitúa 1.x Antillia á un cuarto de la distancia total. Beahim (tomando á Zipangut ó Cipango por término extre- mo), á

^' 2,7

(2) Viaggi, t. Ii, pág. 334.

22

338 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

forma tetr agonal ó cuadrada sólo se refiere á una lla- nura (xc) TTsSíov) de 3.000 estadios de larga y 2.000 esta- dios de ancha, situada en la parte meridional de la At- lántida. Esta llanura (1), que rodea la ciudadela de Neptuno. pertenece al monarca reinante; confina por el lado Sur con la mar, y al ííorte, Este y Oeste linda con las propiedades de los nueve arcontes, terreno lleno de montañas y cuya forma no está designada. Además, aunque Platón dijera que la forma de la Atlántida era rectangular, no había motivo para suponer que, en el momento de su destrucción (2) se había quebrado la isla como un pedazo de espato de Islandia en fragmentos completamente semejantes y que la Antillía representaba uno de estos fragmentos.

Tampoco buscaremos los restos de la Atlántida en las formaciones que sirven de base á la creta de Inglaterra en las arenas verdes y el wealdclay (3), ó, como se ha hecho más recientemente, «el plano de Me'jico en el for- tín déla Atlántida, que Neptuno rodea de fosos llenos de agua y de estrechas lenguas de tierra» (4). La ciudad de

(1) Critias, páginas 113 y 118 Steph.

(2) Timrvns, pág. 25 Steph.

(3) Lyell, Principies of Geology., t. iii, pág. 284.

(■í) La ciudadela (el Fuerte Koyal de la Atlántida) está si- tuada en una llanura cuadrada, á 50 estadios de la costa meri- dional; rodéanla tres anillos de- agua salobre separados del Océano, y alternando con dos anillos ó lenguas de tierra circu- lares, ün canal, abierto detrás del anillo exterior, lo pone en comunicación con el mar. Fste sistema hidráulico, que re- cuerda los siete mares circulares rodeando el disco terrestre indio (más acá del Lokálóká), completa la ordenación regular que preside las ficciones geográfico-políticas de Platón, ficcio- nes que sólo pueden entretener, dice irrespetuosamente el pa- dre Acosta (lib. I, cap. xxii), á niños y viejas.

i

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA.

Méjico, la antigua Tenochtitlán, fué fundada por los Az- tecas en el lago Tezcuco, el año de 1325 de nuestra era, y se unia á las orillas del lago por medio de diques traza- dos en línea recta. Sin llegar á Solón o al Peplum de las pequeñas Panatheneas, sería preciso atribuir á Pla- tón, una previsión de diez y seis siglos j medio.

Digno es de notar que, á pesar délo vivamente que impvesionaron el ánimo de Colón la carta y el mapa de ruta 'de Toscanelli (Colón copia frases enteras de la carta ejL la introducción del Diario de su primer viaje), ni él, ni Gomara, ni Oviedo ó Acosta, ni los mapas de América ó los mapamundi añadidos á las ediciones de Ptolomeo desde 1508 mencionan la Antillia. Cuando Colón entra en el puerto de Lisboa el 4 de Marzo de 1493, no nombra la Antillia como punto de partida, dice que viene de Ci- pango.

Recapitulando cuanto sabemos acerca de los primeros descubrimientos de las islas de la India occidental, no veo en qué podría apoyarse la opinión de que Colón mismo llamó Antillia á las islas Caribes. El primer indi- cio de dicha aplicación lo encuentro en estas palabras de Las Oceánicas, de Pedro Mártir de Angliiera (1): «In Hispaniola Ophiram insulam sese reperisse refert (Colo- nus), sed cosmographicorum tractu diligenter conside- rato, AntüicB insulm sunt illse et adjacentes aliaí,» He aquí la denominación geográfica de Antillas en plural. Pero hay más; la única vez que se encuentra en las cár-

(1) Déc, lib. I, pág. 11 (edic. Bas., 1583). Esta Década, dedi- cada al cardenal Ascanio Sforza, tiene una fecha cierta. Fué terminada en Noviembre de 1493, dos meses después de la vuelta de Colón de su primer viaje.

340 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

tas de Amérigo Vespucci el nombre de Colón, va unido al nombre de Antillia. «Venimus ad Antiglice insu- lam quam paucis nuper ab annis Christophorus Colum- busdiscooperint.» Estas palabras (1) están tomadas de la relación del (supuesto) segundo viaje de Vespucci, del que dice haber terminado el 8 de Septiembre de 1500.

La correlación que existe entre los acontecimientos prueba que el nombre de Antillia lo dio Vespucci á la isla Hispaniola, y que su relación es la del viaje que hizo con Ojeda; porque en el (supuesto) primer, viaje, cuya fecha de partida fija Vespucci en 20 de Mayo de 1497 la Hispaniola se llamaba pura y simplemente Ity\ co- rrupción sin duda de Aíty (2). Bartolomé de las Casas nos dice que (3) eran los portugueses quienes aplicaban con preferencia á la Hispaniola el nombre de Antillia.

(1) Navabrete, t. III, pág. 261. Cito con preferencia el texto latino, conforme á la Cosmograpliice Introductio de Mar- tín Ylacomylus, cuya edición de |1507 tengo á la vista, si bien respecto al idioma en que escribió Vespucci hay casi tanta in- certidumbre como al que'usó Marco Polo, siendo muy^probable que las dos primeras cartas fueran redactadas en español y las dos últimas en portugués. Navarrete, t. iii, pág. 185. El texto original délas cartas de Vespucci no ha llegado á nosotros, y la edición latina de 1507 es, como en ella se dice, en el cap. v (fo- lio 9 de la edición que empleo) ex itálico sermone in gallicum et ex gallico in latinuní versa.

(2) (( Vidimus ibidem quem máximum gentis acervum , qui insulam illam Ites nuncuparent.» Ilacomyl., fol. 36. (La edi- ción de 1507 no está paginada.) Canovai, Elogio del VeSjpucci, página 80; Franc. Bartolozzi, Ricerohe circa alie scop. di Ves]}., pág. 98.

(3) Jlist. gen. de las Indias, lib: I , cap. 161 (Navarrete, tomo III. pág. 333).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 341

Estas aplicaciones de nombres geográficos eran muy arbitrarias en los primeros tiempos de la conquista. Schoner (1) toma todavía, en 1533, la ciudad de Mé- jico (Temistitlán) por el Quinsaí de Marco Polo, la cé- lebre ciudad china de Hangtcheu-fu. Gomara, que no duda de la identidad (2) de la América y la Atlántida, hace derivar este último nombre de la palabra mejicana alt (agua), fantasía etimológica repetida muchas veces en nuestros días, recordando además el nombre tártaro del Volga, Attel, la grande agua.

Por lo demás, con la denominación de islas Antillas ha sucedido, como con la de América. Estos nombres fueron propuestos, el primero, como hemos visto, por Anghiera, en 1493, y el segundo por Ylacomylus, en 1507, y sin embargo, fué preciso que transcurriera más de un siglo para que su uso se generalizara. Cristóbal Colón no dio jamás una denominación al conjunto de las Islas de la India que había descubierto. En los pri- meros tiempos de la conquista no se conocen más que los

(1) Opusculum geogr., 1533. Pars. 11, cap. 9. «De regionibus extra PtolomEeum (es decir, que Ptolomeo no menciona)-, Ba- chalaos dicta á novo genere piscium ; desertum Lop; Tangut. et México regio in qua urbs permaxima in magno lacu sita Te- mistita, sed apud vetustiores Quinsay erat vocata.» Sin duda á causa de la proximidad de un gran lago y de la multitud de canales indicados en la descripción de Quisai, «Cita del Cielo» de Marco Polo (cap LXViii), se confundieron dos ciudades, una de Asia y otra de América.

(2) Historia de las Indias, 1553, fol. 119. Guillermo Postel intentó cambiar las denominaciones de los continentes, lla- mando atrevidamente á América Atlantis, á A frica Chame- sia, etc. Véase CosmograpldccB discipUnre Comjnnd (Bas. 1561, páginas 13 y 57).

342f ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

nombres de Islas de Lucayos (1) (las islas Bahamas) y de Islas de Barlovento (2) ó Islas de los Caribes j los Caníbales (3) aplicadas al grupo que se extiende desde la Trinidad á Puerto Rico (Boriken).

En los mapas de Juan de la Cosa y de Rivero no hay ni rastro del nombre de Antillas. La reseña italiana de todas las islas del mundo por Benedicto Bordone (4), no lo conoce, ni tampoco el Isolario, de Porcaccio (5), el Ptolomeo italiano, de Antonio Mangini, de 1598, la Cosmographiej de Andrés Thevet (6) y la Descripción de las Indias occidentales^ del historiógrafo Herrera (7), terminada en 1615,

Es verdaderamente extraordinario, que después de tan largo olvido durante todo el siglo xvi, un nombre, que por primera vez había aparecido en un mapa de 1436, sea el qu^ al fin haya prevalecido en Europa. Este nom- bre era sin duda más sonoro que el de islas Camer- canas que conocemos por el Breviario geográfico Bert, y por el viaje de un religioso carmelita; pero ignoro

(1) Gomaba, fol. 20.

(2) Agosta, lib. i, cap. 14; lib. iii, cap. 4. Koberto Regnauld) (Cauxois), en su ingenua traducción dedicada al gran Enrique^ en 1597, llama «la Guadalupe, la Martinica y Marigalante, los fauhourgs de Vlnde.y)

(3) Vida del Almirante, capítulos 45 y 77.

(4) Isolario nel qual si ragiona di tntte Visóle del Mondo. Venegia,per Meólo d'Aristotile (alias de Ristotele) detto Za-^ 2ñno, 1533.

(5) ToMASO PORCACCHI DA Castiglione, Arretino, DelU' Isole piii f amóse del Mondo. Venecia, 1576,

(6) La Co-smograpliie universelle, 1575.

(7) Cap. 7 (edic. de 1728, t. iv, p, 12). ;

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 343

en absoluto su etimología (1). Probablemente lo que más contribuyó á poner el nombre de Antillas en los mapas de América fué la gran celebridad de los mapas de Oornelio Wytfliiet y del Theatrum Orbis terrarum de Ortelio (2).

(1) Maurile DE Saint-Michel, reli-^ioso carmelita, Vo-^ y age des iles Camerganes en VAmerique. París, 1652. Dícese en él, pág. 41 : «La Guadalupe es une des moindres des iles qu'on apelle Camerganes.» En Bertii, Bretiarmiíti totiua or- bis, 1624, pág. 13, encuentro el nombre de Insular Camercanrs vel AntilHas aut Caribes. (¿Será acaso un nombre caribe?) En- tre los nombres caribes de las Pequeñas Antillas, coleccionados por el padre Eaymond Bretón {Dict. earihe-frangais, Auxerre» 1665, pág. 409), ninguno hay análogo al de Camercana. Las islas Santas llamáronse Caárucaera, la Granada, Camalogue; pero Lorenzo de Anania {Frahrica del Mondo, pág. 319) si- túa cerca de Cuba y lejos de las regiones habitadas por los Caribes á fines del siglo xv la isla Camarco. García, {Origen de los Indios, pág. 234) supone que caracteriza los nombres geo- gráficos caribes la sílaba inicial ear , como en Caripe , Cam- pano, Caroni, Cariaco, y en la denominación del pueblo entero Carina ó Carinago. ¿Es preciso entender por Antillas, Islas Ca- ■mcrianas? (Relat. Jtist., t. I, pág. 692). Mi hermano, que conoce fundamentalmente la estructura de las lenguas americanas, encuentra qiie en Carinago, ó mejor, Callinago, según el len- guaje de los hombres, y Calliponam, según el lenguaje de las mujeres, Cali ó Cal contiene todo el nombre del pueblo. Calina (Dic. Galihi. París, 1763, pág. 84) es tan sólo una abreviación de Callinago. He buscado inútilmente las islas Camercanag en las detalladas cartas de ruta del siglo xvi de las Pequeñas Antillas, que presenta Hakluyt (t. iii, páginas 603-627, edición de 1600).

(2) Con el nombre de Antillas figuran las islas Caribes en el mapa de América de 1587 ; pero el texto de Ortelio no cita el nombre de Antillas ni siquiera en la edición de 1601 , que es treinta y un años posterior á la edición princeps (Wytfliet, Dcsrr. Ptol. augmentiim, 1597, pág. 96).

344 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

En cuanto al origen del mito geográfico de la Antillia, de Andrés Bianco, preciso es distinguir, como en todos los mitos, el elemento ideal y la aplicación de este ele- mento á una localidad determinada. Un acontecimiento verdadero, una emigración por mar, cuando los árabes invadieron la península ibérica , dejó vagos recuerdos que han sobrevivido á las desgracias públicas. Los emi- grados tuvieron quizá el deseo de ir á las islas Afortu- nadas, de buscar un asilo, como Sertorio cuando huía de las tropas victoriosas de Sila, y la imaginación de los pueblos, que embellece las tradiciones nacionales, tras- ladó un hecho liistórico natural al país de las ficciones. Se suponía que los fugitivos habían fundado una colonia floreciente en el centro del Atlántico, pero cuando se supo, y no tarde, que dicha colonia cristiana no estaba en las islas Canarias, archipiélago muy visitado á causa del comercio de esclavos guanches, fué preciso suponerla más lejos y asignarle una posición determinada.

Descubiertas las Azores, ó mejor dicho, encontradas de nuevo varias veces, pudieron engendrar la idea de una tierra muy extensa, porque se suponía la continui- dad de la costa correspondiente á distintas islas. En este sentido, yo creo que todo el archipiélago de las Azores ocasionó que se fijara la posición de la Antillia ó isla de los Siete Obispos y de las Siete Ciudades, pues no me atrevo á conjeturar, como M. Buache (1), que la Anti-

(1) Mem. de V Instituto, 1806, t. vi, páginas 13, 17 y 21. Sprengel decía en 1792 ( Getcli. der Entd., pág. 373), hablando de las Azores, que «se las creyó primero (en el siglo xv) las Antillas de la India, célebres por el viaje de Marco Polo», M. Boyd, en su interesante obra Description of the Azores,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 345

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Ilia de Bianco, ancha como España, sea la isla de San Miguel, por la única razón de que los portugueses, aun hoy, dan á una parte de esta isla el nombre de Sete Ci- tades. Lo único que prueba esta denominación es que los navegantes y los colonos portugueses no olvidaban las antiguas tradiciones populares. El razonamiento de M. Buache nos llevaría también á buscar la Antillia y las Siete Ciudades á la península del Yucatán ó al Norte de Méjico en el seno del Nuevo Continente.

Cuando admiró á Francisco Hernández de Córdoba (en 1517) el aspecto de los templos (teocallis) construí- dos con piedras labradas y la civilización de los pueblos del Yucatán; cuando descubrió las grandes cruces que adoraban, creíase generalmente, dice Gomara (1), «que los españoles que huyeron de su patria al ser invadida por los árabes, en tiempo del r ey Rodrigo, llegaron á aquellas lejanas costas.»

En la expedición aventurera que hizo el Padre fran- ciscano Marcos de Niza (2) á Cíbola (el país de los

1835, pág. 192, hace la observación siguiente: «En 1445 for- móse un pequeño lago en la isla de San Miguel, por impedir una corriente de lava la salida de las aguas ; este lago lleva aún hoy el nombre de Algoa da Sete Citades, En sus inmedia- ciones hay algunas cabanas á las cuales se las llama, sin saber por qué, las Sete Citadefi.))

(1) Historia de las Indias, fol. 29. Herrera (déc. il, lib. iii, capítulo 1) relaciona la adoración de estas cruces, que se en- cuentran en Palenque y en el Chiapa, con la profecía de un santón mejicano llamado Chilam Cambal.

(2) Gomaba, folios 115 y 117; Ramusio t. i, páginas 298- 302; Herrera, déc. iv, Hb. vii, cap 7. Yo he relacionado ade- más (^Rel. Ilist., t. III, pág. 159, y Essai politique, t. ii, pá- gina 153) las huellas de antigua civilización que el P. Garcés

346 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

. ,

bisontes, ó vacas corcovadas)^ más allá de los 36° de la- titud, buscábanse también las Siete Ciudades j «al rey Taratax (especie de Preste Juan), que adoraba una cruz de oro y la imagen de una mujer, Señora del Cielo ».

Si la isla Antillia hubiera sido igual á la de San Mi- guel de las Azores, no es probable que figurase en ma- pas que, como el de Bianco, presentan simultáneamente todo el archipiélago de las Azores (1). Mejor se com- prende que la Antillia, primitivamente señalada como una gran tierra por confundirse las costas mal conocidas de las Azores ) fuera puesta al Oeste de dicho archipié- lago cuando con precisión se reconoció su pequenez y los contornos de cada una de las islas que lo forman- Para comprender bien la fuerza de este argumento pre- ciso es recordar las fechas verdaderas de los descu- brimientos hechos por los portiígueses en la región templada del Océano Atlántico. Estas fechas son las siguientes : descubrimiento del escollo de las Hormigas, en 1431; de la isla de Santa María, 1432; de la de San Miguel, 1444; de Terceira, San «Jorge y Fayal, 1449; de Graciosa, 1453. El descubrimiento délas islas más occidentales, Flórez y Corvo, parece ser anterior á 1449;

encontró en 1773 en el Moqui, con las tradiciones de 1539, j á la vez he discutido la posición de Quivira y Gibóla (Civora) que Wytfliet sitúa al Sur de su fabuloso reino de Atiián, en la región inmediata al estrecho de Berhing. >

(1) Behaim, que habitó en distintas ocasiones en la isla de Fayal, no sólo sittía la Antillia lejos del archipiélago de las Azores, que llama, In.mJcii der JlaMcJie, sino también asegura que un barco procedente de España fué arrojado á las costas de Antillia en 1414 (Muer., pág. 32). ^

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 347

pero esta fecha es menos precisa (1). El mapa de Bian7 co estaba terminado (2) cuando el Infante, <r guiado por mapas antiguos , sólo había hecho reconocer la isla de Santa María, la única cuyo suelo no es volcánico»- Este mapa presenta á la vez los nombres árabes y cris- tianos ; los de Bentvfla (Z) y San Jorge {San Zorzi),

(1) Sigo la cronología de la l^ida do Infante D. Ilenrique^ escrita per Cándido Liisitano , el historiador portugués José Freiré, Padre del Oratorio, que (páginas 319 y 338) toma los datos de documentos oficiales. La fecha de la primera /tenta- tiva hecha por Gonzalo Velho Cabral en 1431, está confir- mada por una nota escrita en el globo de Behaim (MüRR., pá- gina 29). La isla de Jesu, señalada en este globo y cuyo nom- bre no se encuentra en el mapamundi de Eivero, singularmente exacto para el archipiélago entero, ¿era idéntica á la isla de San Jorge?

El infante D. Enrique cedió en 1460 las islas de Jesu y Gra- ciosa á su sobrino Fernando, hermano del rey Alfonso V (Ba- rros, déc. I. lib. II, cap; 1). En el Asia de Barros nada se dice del descubrimiento sucesivo de las islas Azores, sin duda por- que este gran historiador trató el asunto en una geografía uni- versal, que cita con frecuencia en las Décadas y que nunca ha parecido.

(2) M. Buache, en una Memoria, que por otros conceptos es muy digna de elogio, ha sido inducido á error por la Relación del segundo viaje de Cock, cuando supone «el descubrimiento de las Azores (de las Hormigas?) en 1439 y el de la isla de Santa María en 1447.» {Loe. cit., pág. 14.)

(3) Esta es la verdadera acepción, según las investigaciones de Formaleoni y de Zarla. Buache leyó Bentusia para conver, tirla en Venusta, y la isla Graciosa (pág. 21), Tuna, puede de^ rivarse de la raíz árabe Tefele, crepúsculos de la tarde. Tefe^ significa también, según Golio, la obscuridad, y Bentuffa de-r signa acaso un hijo de las tinieblas, denominación que conviene bastante á nn islote del Mare Tenchrottim de Ediisi. Quanden,

348 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

y sitúa con bastante corrección las nueve islas en tres grupos parciales ; pero en vez de estar orientados estos grupos de Sudeste á líoroeste, se encuentran casi de Sur á ]N"orte. El islote más lejano llámase ya Corvos Marinos. Los nombres de San Jorge y de Corvo no fueron, pues, dados por los portugueses en 1449, sino por otros pueblos de la Europa latina.

Los dos pueblos rivales y aventureros en la Edad Media, los normandos y los árabes, fueron, sin duda, los que entonces (1) propagaron noticias ciertas acerca del archipiélago de las Azores. Algunos historiadores (2) suponen en el siglo ix el descubrimiento hecho por los normandos. El geógrafo de ííubia, que es del siglo xii, conoce en el Atlántico (en el mar Tenebroso) cda isla de Raka, que es la de las Aves, habitada por grandes águi- las ó buitres, que se alimentaban con pescados y volaban de continuo alrededor de la isla (3). Ebn-al-Uardi (4) conoce, según parece, esta misma isla con el nombre

en el JSnchiridion cosmograpliicum (Col. 1599), sitúa entre las Azores, además de la isla de las Siete Ciudades, la de Satap. Véase Joan. Myritius, Opvsc. geogr.. 1590, pág. 123.

(1) Ko quiero detenerme más en esta (investigación, ni discu- tir aquí el origen de las monedas cartaginesas y cirenaicas que se asegura haber sido encontradas en lá49 en la isla de Corvo. Véase tí'ótliehorgsTie Wetenskaps og Witterkets Samlingar^ 1778, St. I, pág. Í06.

(2) MURR., pág. 55.

(3) Edrisi {Interpr. GahrieU Sionita) , 1619, pág. 64; Hartmann, páginas 317 y 319. Blanco tiene también entre las Azores una Isola di Colombi, que no debe ser confundida con la de Edrisi, pág. 85.

(4) De Guiones, en los E-rtraits des Manuscrits du Roi, tomo 1 1,. pág. 56.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 349

de Thouíur de las Aves), y dice que las águilas rojas, provistas de enormes garras, se reúnen allí y cazan lejos de las costas en plena mar. Un rey de los francos (se- gún dice Hucaili) envió á dicha isla un barco para ver aquellas aves ; pero el buque naufragó ».

Los comentadores de los geógrafos árabes reconocie- ron desde hace largo tiempo que la denominación de isla de los Azores (Jnsule Accipitrum) no es más que la tra- ducción portuguesa de islas de los Buitres, ó de los Hal- cones de Edrisi.

Las tres islas del Brasil (Brazie, Braziro deMayotas), que señalan casi todos los portulanos (I) del siglo xiv (por ejemplo, el de Pizigano, trazado en 1367) entre los paralelos del cabo de San Vicente y de Irlanda, son, sin duda, tambie'n islas del grupo Raka y délas Azore» (2). Quizá el nombre mismo de Antillia, que por primera vez aparece en un mapa veneciano de 1436, es sólo una for- ma portuguesa dada á un nombre geográfico de los ára- bes. La etimología que se arriesga á dar M. Buache paréceme muy ingeniosa, y, sobre todo, resulta probable si se la adapta con alguna más precisión al carácter pro- pio de las lenguas semíticas. «En el número de las islas desconocidas que describe Edrisi (Pars primR , Climatis tertii, p. 71), y que son, a! parecer, dice M. Buache (3),

(1) ZüELA, Vlagffí, t. II, pág. 324.

(2) Bianco aplica el nombre de Brasile sólo á la isla Terceira ó á un promontorio al Oeste de la bahía de Angra, que aun lleva el nombre de Punta del Brasil (Fleueiew, Voyage fait per ordre du roí tn 17f)8 y 1769, vol. i, pág. 548.

(3) Le. e.f pág. 27. M. Sprengel cree que la isla Terceira no tiene nombre de origen portugués, aunque parezca indicar la tercera isla dc"-.ub:crta por orden del inf.inte D. Enrique

35D ALEJANDRO DE HüMBOLDT.

las Azores, hay una llamada Mustasddn; Ebn-al-Üardi la llania Tinnin (1), lo cual significa isla délas Ser- pientes. Es creíble que la palabra Antillia tenga la mis- ma significación, y que se derive de la palabra tinnin, como la de Anjuan se deriva de la de Juan, que se en- cuentra en muchos mapas antiguos». La última analogía no es afortunada. La sílaba inicial paréeeme mejor una corrupción del artículo árabe de AF-Tinnin, y de Al-tin se habrá hecho poco á poco Antinna y Antilla ; como, por un cambio análogo de consonantes , los españoles hicieron, de crocodile, corcodilo y cocodrilo. El dragón se llama en árabe Al Tin, y la Antilia es quizá la isla de los Dragones Marinos (2); interpretación que parece confirmada por la figura de hombre que es arrastrado hacia el mar por un grupo de serpientes, figura puesta por Pizigano cerca de su isla de Brazir, y por las gran- des serpientes "esculpidas en un monumento hecho de piedra, deque habla Thevet, asunta que discutiremos más

{Descript. de la carie de Rivero dans Jluñoz Gcsch., t. i, pá- ging, 443). A veces hay afición de latinizar palabras pertene- cientes á lenguas bárbaras, suponiéndolas una significación sa- cada del latín ó de las palabras que de él se derivan. De esta suerte los zoólogos, olvidando que manatí es una palabra de los indígenas de Haiti, la explican por el nombre de las aletas de este anfibio, suponiendo que le sirven de manecitas (Ctr- VtER, Megne animal, t. i, pág, 238).

. (1) Extraits, t. ii, pág. 55. En esta isla de Tinnin ó Mostas- chin se figura una serpiente muerta por Alejandro, quien, se- gún los orientales , había recorrido una parte del Atlántico. El mismo geógrafo árabe cita en estos parajes la isla de Laca ó ó Acá, infestada de prodigiosas serpientes.

(2) Acerca de la isola dei Dragoni del mapamundi de Fra Mauro, situada al Oeste de África, véase Zürla, pág. 143.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 351

adelante. También puedo citar la isla Danmar (isla del vaso 6 receptáculo de serpientes) , que el mapa de Be- drazio, de que antes he hablado, sitúa al lado de An- tillia (1).

La palabra Antillia, sustituida ^or Antilha, puede, sin duda, descomponerse en dos palabras portuguesas: ante é ilha; pero, conforme á la analogía de Antiparos, Anticirrha y Antibacchus (2) , significa, no lo que es opuesto á un continente, sino á otras islas (3). Nunca pusieron un nombre tan general y dogmático los mari- nos, que individualizan todo, y atienden con preferencia alas condiciones de forma, de color ó de producciones. La lectura de los últimos capítulos de Marco Polo po- día infundir esperanzas á un geógrafo teórico , como lo era Toscanelli , de que, navegando desde Portugal hacia el Geste, se encontraría , antes de llegar al continente de A«ia, la larga serie de islas que se extiende desde Zi- pangu á Selendiv; pero ¿por que' dar á una sola grande isla, que se suponía situada en el archipiélago de las

(1) Se lee también Darmar, habitación de las serpientes, por Danmar. Tal es el espíritu conservador de los geógrafos que temen olvidar que el mapamundi de Ortelio, trazado en 1587» presenta, no sólo las tres islas de San Braudón, las Siete Ciu- dades y el Brasil, sino también, al Norte de las Azores, la isla Demar.

(2) Ptolomeo, lib. IV, cap. 8, pág. 114.

(8) Tales son también las explicaciones dadas por Ménage y Bluteau. Este último dice, en su gran Diccionario portugués: (( ilhas oppostas ou f rontrairas as grandes ilhas da America ». Formaleoni (pág. 28) considera arriesgadísima esta etimología. Véase también GiovANNl Andrés, en las Memorias de la Aca- demia Ercolancse ArcUeolorjlca, 1822, pág. 132, y TiraboscHI, Storia della litteratura italiana, t. vi, p. i, pág. 189.

362 ALEJANDRO DE HOMBOLDT.

Azores, 6 cerca de él, el nombre sistemático de Antilha?

Un literato distinguido creyó descubrir recientemente la explicación del enigma en un pasaje de la obra de Aristóteles De Mundo (1), que antes he examinado, y que trata de la existencia probable de tierras desconocidas opuestas á la masa de continentes que habitamos. «Es- tas tierras, grandes ó pequeñas, cuyas orillas están frente á las nuestras, encuéntranse señaladas, dice, con la pa- labra anttporthmoi , que en la Edad Media se tradujo Anttnsul(B.i>

Esta traducción es, para mí, injustificada. La Beocia y la Eubea, S3paradas por un estrecho (el Euripo), son re- cíprocamente antiporthmoi , y la palabra portuguesa inu- sitada de Antilha no tiene significación en griego. La tra- ducción latina del libro De Mundo, atribuida á Apuleyo, no ha podido dar origen ala denominación de Antínsula, porque Apuleyo no fijó bien la atención (2) en la pala- bra ávxíuopsjAo; , y su libro es, además, una paráfrasis, suprimiendo ó añadiendo lo que se le antoja (3).

(1) Tomo I, pág. 127, Aristóteles, De Mundo, cap. 3, pá- ginas 392, 20; Bekk, Proclus in Tim., pág. 54; Felipe Oluvier ha visto en ella ((Americam y Magellanicam.)), Animadv, in Apul., pág. 414.

(2) Appuleii, Oj}}). ed. Geverk. Elmenborst, 1621, pág. 59-

(3) Véase, en el pasaje sobre los volcanes: Vesuvius noster; y la intercalación de una observación curiosa respecto á una ca- verna llena de ácido carbónico en Hiérapolis, en Frigia, «gas que por su peso (específico) permanece en los sitios bajos». (Compárese Apuleyo, páginas 64 y 65, con Aristóteles, De Mundo, cap. 4, páginas 395, 20 y 30.) Se refiere al Plutonium ó cueva Charoniena de Hiérapolis, descrita por SteabÓn, xili, página 629, Cas., y por DiON Cassio, lib. lxviii, cap. 27.

XX.

La isla Bracie (Berzil).— La estatua de las Azores,— Las mo- nedas halladas en la isla Corvo. El monumento de la Isla de San Miguel,

Ya he indicado antes las relaciones de posición j de origen que existían en la Edad Media entre el grupo de las Azores y las islas que aparecen en los mapas italia- nos desde 1351 hasta 1459 con los nombres de Bra- cie (1), Brasil (2) y Berzil (3).

(1) En Pizigano (ZURLA, Viaggi, t. Il,pág. 323). Mr. Buache creyó leer en su calco Bracir.

(2) En el Portulano mediceo de 1351 , y en el notable mapa de la Biblioteca Pinelli que posee Mr. Walckenaer, cuya redac- ción según el almanaque que contiene , se hizo entre los años de 1384 y 1434 (Baldelli, t. i,pág. xxx; Walckenaer, en la traducción de la Geographie de Pinkerton , t. vi).

(3) En Blanco (ZuRLA, t, li, pág. 334) y en Fra-Mauro, cuyo planisferio es de 1459. No se encuentra isla de este nombre, ni en el mapa de Marino Sanuto, que parece ser, al menos, cuarenta y cinco años anterior á Pizigano, y que no omite las 358 Isolle léate et fortúnate , próximas á Irlanda , y muchas otras hona^ Ínsula del Atlántico; ni en el globo de Behaim (1492). Sin em- bargo, siglo y medio desptiés de la colonización de las Azores por los portugueses siguióse poniendo una isla del Brasil al oeste ó noroeste de Corvo. Jobst Ruchamer, en la colección de Viajes publicada en Nuremberg en 1508 [Sammlung von Meisen, cap. 76), llama á la isla Berzil, isla Brisilge.

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354 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

En SUS sabias investigaciones acerca del Milione de Marco Polo, el conde Baldelli ha hecho renacer la idea de que el nombre de Bracie, convertido en Brasil, se re- fiere al fuego volcánico de las Azores, y por ello véome precisado á entrar sobre este punto en algunos detalles etimológicos. Procuraré ser breve, recordando, sin em- bargo, que el examen filológico á que el geógrafo somete los nombres de las islas, de los ríos y de los pueblos, sirve frecuentemente para descubrir su identidad en gran número de mapas y para impedir la duplicidad de deno- minaciones (1).

Tres siglos antes de la expedición de Gama, cuando el comercio con la India hacíase por la vía terrestre, en Italia y en España era conocida con los nombres de hresill ,hras¿lly , bresilji, hraxilis y brasüe una madera roja á propósito para teñir las lanas y el algodón. Mu- ratori (2) ha comprobado este hecho por medio de las tarifas de la Aduana de Ferrara de 1193 y de las de Módena de 1306.

(1) Bel. Mst., t. II, páginas 676 y 703. Ralegh convierte en la Guayana el Guarapo ó Río Europa; y Malte Brun, á pesar de ser tan juicioso, hace de las palabras españolas se ignora el origen la frase «río Oregán ú Origán».

(2) Antiquit. ital. , t. II , déc. xxx, páginas 894-899. En la tarifa] de los Ferrareses de 1193, la tvasQ grana de Brasilly puesta delante de pipere , zucaro y zafrano, podría engendrar alguna duda; pero en la tarifa de los Modeneses de 1376 la pa- labra ^rawa no existe, estando en cambio la de carga Qsoma} di BraxUis. La palabra ^r^Tia, aplicada después á la cochini- lla de América, designaba en la Edad Media el Coccus poloni- cus j el Coccus lacea déla India, mezclado al producto del Crotón lacciferum (en sánscrito, lahcha"). Ignoro el origen de la denominación de grana de Brasile, de rojo q laca de Brasüe,

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 355

Los documentos publicados por el Sr. Capmany (1), relativos al antiguo comercio de los catalanes, no permi- ten dudar de la importación de la madera de tinte ó bra- sil en España desde 1221 á 1243, y desde el siglo ix era conocida esta preciosa producción del Malabar y del Ar- chipiélago de la India. Abuzeid-el-Hacen , natural de Siraf , uno de los dos viajeros árabes cuyos itinerarios ha publicado JRenaudot, elogia la madera roja de la. isla Ramni ó Sumatra. El geógrafo de IS^ubia (2) men-

(1) Ifemorias sohre la antigua marina, comercio y artes de Barcelona, t. ii, páginas 4, 17 y 20. En la tarifa de Collioure, en el Eosellón de 1252 encuentro canquas de brazil, laca y grana, como tres objetos distintos.

(2) Eenaudot, Anciennes relations des Indes, pág. 5; Edeisi, pág. 33. Alrami es probablemente una corrupción de Kamani (Eamni, Laméry), que designa la isla de Sumatra (Sppengel, pág. 176). Edrisi describe el carcaddan ó rinoce- ronte de la isla Alrami, pero le atribuye un cuerno solo, lo mismo que hace Marco Polo al hablar del rinoceronte ó Leon- corni de la Gavia Minore (lib. iil, cap. 12; Bald., 1. 1, pág. 240; tomo II, pág. 393). Seguramente el rinoceronte de Sumatra es bicornio como el de África, del cual, por lo demás, difiere mu- cho; mientras el rinoceronte javanés es unicornio, como el ri- noceronte del continente de la India.

Este dato de geografía zoológica no debe, sin embargo, obli- garnos á admitir que los nombres de Alrami , Eamani ó Java Minor designan más bien la isla holandesa de Java que la de Sumatra , porque se oponen á ello otras muchas razones discu- tidas por Mr. Marsden. Los marinos árabes observaron muy poco, sin duda alguna, el animal vivo y, conociendo más á fondo el rinoceronte del continente de Asia, ó, por mejor decir, su gran cuerno, que se usaba como vaso apropiado para descu- brir el veneno en un licor, sus descripciones no pueden ser mi- nuciosamente exactas. El mismo Mr. Marsden, en su excelente obra relativa á Sumatra, publicada en 1783, habla también (página 140) del único cuerno del rinoceronte de Java, y en la

356 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

ciona también la misma madera de tinte entre los obje- tos de comercio de la isla Alrami que se cree sea la misma Sumatra, aunque la sitúa á tres días de nave- gación de Ceylán ó Selan-dib (Sarandib). El texto árabe llama hakkam (1) lo que las traducciones latinas deno- minan hresillum.

Marco Polo conoció la madera colorante llamada ver- zino , pero sólo la nombra una sola vez, y no para indi- car el sándalo rojo, del cual dice que hay bosques en la isla de San Lorenzo (Madagascar) , sino para comparar al verzino una planta de Sumatra que se cogía cada tres años y de la cual sembró semilla , sin buen éxito , en el territorio veneciano (2).

M. Marsden supone (3) que la madera de Bresil de la Edad Media, la de las Indias Orientales, era el sapang de los malayos (Cfesalpinia sapan); pero creo probable que los árabes introdujeran en el comercio muchas espe-

tercera edición (pág. 116) supone que en Sumatra hay dos rino- cerontes, uno unicornio y otro bicornio. Por lo demás, los .ele- fantes que faltan en la isla de Java, y que el viajero árabe, tra- ducido por Kenaudot encontró el año 851 en Ramni, son un dato zoológico más incontestable aún de la identidad de Ramni y de Sumatra (Samantara).

(1) Encuentro el nombre bakham (lignum rubrum), cuya raiz probablemente no es semítica (porque laltama, morhum contraxit, no tiene sentido), en el geógrafo Yakuti, que perte- nece al siglo XV y que habla de la madera del bresil de Ceylán, ya mencionada por el viajero árabe que tradujo Renaudot (De GuiGNES, en Notice et Extr. des man., t. ii, pág. 411.

(2) In Milione, lib. iii, capítulos 8, 14 y 35 (Baldelli, tomo I, pág. 164; t. II, páginas 384, 398 y 454). Marco Polo, ed. de Marsden, pág. 612.

(3) Sumatra, pág. 95. AiNSLlE, pág. 196. El sapang es muy buscado en el ai chi piélago de la India para el tinte rojo.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 357

cies de madera roja con el nombre de bakkam, sobre todo la madera de chandana (Pterocarpussantalinus), que en Bengala lleva tambie'n el nombre persa de bukhum (1) y de la cual ha extraído M. Pelletier la verdadera laca roja.

Vimos anteriormente que desde el siglo xiv las islas del Atlántico, pertenecientes probablemente al Archi- piélago volcánico de las Azores , aparecían en los mapas con los nombres de Bracie, Berzil j Brasil. Pedro Coppo da Isola supone en su Portulan (2) de 1528 que Cris- tóbal Colón, antes de llegar á las costas de América, tocó ccen las islas Ventura, Columbo y Brasil.» A pri- mera vista parece seguro reconocer en uno de estos nom- bres geográficos el de un bosque de madera roja de la India; pero ¿cuál puede ser el árbol que, en un grupo de islas cuya flora se parece á la de Portugal, ocasione tan extraña equivocación?

(vomo el mapa de Pizigano de 1367 dice yxola Brazte (no Brazir) seu Mayotas , M. Buache opina, en su Me- moria relativa á la Antillia, «que Mayotas, Brayir y Ter-

(1) L. c, pág. 42. GrARCÍA, AB HORTO {Aromatum hisf., 1590, libro I, cap. 17, pág. 69), conocía ya el nombre sánscrito chan- dana, y lo distingue de la madera de brasil (sin duda el de las Indias occidentales), del Lignum santali ruhri. Al chandana Ccesa^pinia sapan se le llama también en la India {Roxh. Flor. Corom., t. I, pág. 18) Buhlian-Chitto de los Telingas.

(2) Véase acerca de este Portulano veneciano, muy raro, á 'M.otqIM ^ Lettera rarissima de Christoforo Colombo, pág. 63. La isla Colombo de Pedro Coppo da Isola, térra deiristri» , es la ixola di Colombi de Bianco; según Buache, Fayal En cuanto á la isla Ventura, que el Portulano de los Médicis considera también como sinónima de su isola di Colombis, véase Balde- LLI, páginas xxx y CLXX.

358: ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

cera son sinónimos y designan país arrasado por los vol- canes, d Confieso no adivinar la etimología en que puede fundarse para suponer que la primera y la tercera de estas denominaciones significan país arrasado por los volcanes.

Los portugueses creen generalmente (y doy su opi- nión ein garantizar la exactitud) que el nombre de Ter- ceira indica la tercera isla descubierta (en 1449) después de las islas Santa María y San Miguel. En esta inter- pretación no se cuentan para nada las Hormigas vistas por Gonzalo Yelho Cabral en 1431.

El conde Baldelli ha hecho revivir la opinión del geó- grafo francés, declarando más probable la explicación vulgar, la de la analogía de nombre con una madera tin- tórea de la India. Yo no veo nada ardiente en los nom- bres de May otas y de Tercera; pero convengo en que Brazie recuerda las palabras de la Europa latina, braise (francesa), braza y braseiro (portuguesas), brasero y bra- ciere (española é italiana) (1).

Ignoramos de qué idioma de Asia en la Edad Media se tomó el nombre d^ la madera de tinte brazilli ó hra- xilis^ ó si estas denominaciones, como las de índigo , de campeche ó de jalapa, indican localidades de origen. Lo extendida que estuvo en los antiguos tiempos la ci- vilización de la India en el gran Archipiélago de Asia, induce á acudir á las raíces del sánscrito y raíces en las cuales la significación de rojo y de fuego se confun-

(1) Quizá provenga de brand y hrennen (alemán), y de Ppácw, hervir con violencia. En el latín de la Edad Media empléase hraza por pruna, carbón encendido.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 359

den (1). Revisando los diarios de ruta y las cartas de Colón, ni una sola vez encuentro el nombre de palo del brasil. Es seguro, sin embargo, que desde 1495, y, por tanto, mucho tiempo antes del descubrimiento de la Terra Sanctce Crucis , que hoy llamamos Brasil, una ca?- salpinea de Santo Domingo (la ccesalpima hrasiliensis) fué tomada por el hraxilis de las Grandes Indias; el ha- kam del comercio de los árabes.

Cuenta Anghiera, en el lib. iv de la primera década de las Oceánicas, que en el segundo viaje de Colón en- contróse en Haíti «Sylvas inmensas, quse arbores nu- llas nutriebant alias pr^eterquam coccineas quarum lig- num mercatores Itali verzinum, Hispani brasilum ape- Uant.»

En el tercer viaje de Colón (déc. i, lib. 9, pág. 21), cargaron en la costa de Paria tres mil libras de Brasil «superior al de Haíti».

Vicente Yáñez Pinzón, de cuyo itineijario nos ha con- servado Griníeus un fragmento, llama en 1499 estos árboles vistos en Paria (Payra) «bosques de sándalo rojo3)._

A medida que los descubrimientos se extienden al Sur del cabo de San Agustín, sobre todo después que Pedro Alvarez Cabral tomó posesión en Mayo de 1500 de la Tierra de Santa Cruz, aumentó la actividad del comercio de madera roja del continente americano.

(1) La raíz sánscrita hhrddscli (bhrág) , dice Mr. Boppo, sig- nifica lucir, resplandecer, y la rajita, rojo; randsch, colorear, teñir. Como anita, viento, procede del verbo an, soplar, hrad- chita , será el adjetivo de bradsch, indicando lo que es relii- ciente, Wilson, sin embargo, no acepta esta ultima derivación.

360 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

En la cuarta expedición de Vespucci, en la que nau- fragó uno de los barcos en loa escollos que rodean la isla de Fernando Noroña, tomaron en 1504, cerca de la bahía de Todos los Santos, un cargamento de madera de bresil (1). Tan importante llegó á ser ya este co- mercio en 1510, que el Gobierno español (2) prohibió la importación de todo brasil que no procediera «de las Indias (occidentales) pertenecientes á los dominios de Castilla.»

Todo el mundo sabe que poco á poco , en la primera mitad del siglo xvi, la abundancia de esta madera tin- tórea hizo cambiar el nombre de Terra de Sancta Cruz dado por Cabral en Terra de Brasil. «Cambio inspirado por el demonio, dice el historiador Barros (3), porque la vil madera que tiñe el paño de rojo no vale lo que la sangre vertida por nuestra salvación.» De esta suerte el nombre Brasil pasó desde el Archipiélago de Asia á un

(1) Navarrete, t. III, pág. 288: «In eo portu, dit Americ Vespuce, hresilico puppes riostras onustas efficiendo, quinqué persistimus mensibus.» De igual suerte encontramos en An- ghiera {Ofíean-, déc. iii, lib. 10, pág. Q&), hablando del viaje de Solís á la desembocadura del Eío de la Plata en 1515: «Navigia coccineis truncisonerat:diximus vocari ab Hispanis brasilum, lignigenus id ad lanas fucandas aptum.»

(2) Ordenanzas hechas en 15 de Julio de 1516 (Na varéete, Doc. diplom., t. II, pág. 339). Es muy posible que algunas es- pecies idénticas á la Csesalpinia brasiliensis produjeran en tan gran extensión de costas la madera tintórea roja. Yo he cogido con Mr. Bompland en la América del Sur la Cultería tinctoria, que es la Csesalpinia pectinata de Cavanilles, empleada por los indígenas como materia colorante.

(3) Déc. I, lib. V, cap. 3.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 361

cabo de la isla Tercera (1), y desde aquí á las costas australes del Nuevo Continente.

Con estas investigaciones acerca de la isla de Brasil» del archipiélago de los Azores, se relaciona la tradición tan vulgarizada de una estatua ecuestre que los portu- gueses hallaron en la isla de Corvo, señalando con un dedo al Oeste. Todos los libros, hasta los más elemen- tales, que tratan del descubrimiento de América, refieren esta tradición, sin indicar documento alguno histórico, portugués ó español, que la mencione. En vano he bus- cado este «cuento de marineros» en las obras de los es- critores (^e la Conquista^ quienes con tanta extensión dis- cutieron los indicios que guiaron á Colón hacia las tierras del Oeste. Martín Behaim, después de vivir tanto tiempo en las Azores en casa de su suegro lobst de Hurter, ninguna mención hace de este hallazgo en su globo. Barros tampoco habla de él, ni Griníeus (1532), ni Se- bastián Münster (1550), ni Ortelio (1570), ni Andrés Thevet (1575). El silencio de este último paréceme tanto más extraordinario, cuanto que observó por mismo (como pronto veremos), en la isla de San Miguel, una inscripción que creyó hecha «por el pueblo de Judeai>.

Pocas semanas hace que Mr. Link me ha dado á co- nocer un pasaje de la Historia del Beino de Portugal, por Manuel de Faria y Sousa (2), que detalladamente re-

(1) Recuerdo que la Punta del Brasil de la isla Tercera, cuyo nombre ha subsistido hasta nuestros días , está señalada en la carta de Ortelio de 1578. El nombre que en el siglo xiv tenia toda la isla, lo conservó un solo punto de ella.

(2) Edición de Anveres de 1730, pág. 258. El párrafo em- pieza así: ((En la cumbre de un monte que llaman del Cuervo fué hallada una estatua de un hombre puesta á caballo en pelo.» Este monte del Cuervo es la misma isla de Corvo.

362 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

fiere la tradición de la estatua ecuestre. «En las Azores, en la cumbre de un monte que llaman del Cuervo^ fué hallada una estatua de un hombre puesta á caballo en pelo, con la mano izquierda apoyada en las crines del caballo y la derecha señalando á Poniente. La estatua descansaba en una losa (1) de la misma clase de piedra. Más abajo estaban grabadas en la roca algunas letras desconocidas.»

Como el historiador habla de los descubrimientos he- chos desde 1447 á 1471, parece referirse su noticia á que los portugueses vieron este monumento cuando por primera vez llegaron á la isla montañosa del Cuervo. La fecha de este suceso es, sin embargo, incierta (2), pues unos suponen que ocurrió en 1447 y otros en 1460. ¿Cómo es posible creer que los contemporáneos de Cris- tóbal Colón, que tan minuciosamente hablan de troncos de pinos arrojado3 por las corrientes á las costas de las islas Graciosa y Fayal, de cadáveres de hombres de raza desconocida, depositados por el oleaje en la arenosa playa de la isla de Flores, próxima á la de Corvo, no tuvieran noticia alguna de hecho tan extraordinario?

Un viajero muy ingenuo, que hace poco publicó su viaje, Mr. Boid, disipa en parte estas dudas. Durante su larga permanencia en las islas grandes del archipiélago de las Azores, adquirió las siguientes noticias relativas á Corvo: «Es la más pequeña de las nueve islas; fór-

(1) Confundiendo las palabras losaj loza y se ha dicho erró- neamente que la estatua era de una especie de tierra cocida. {Mem.de Vlnst., t. vi, pág. 26.)

(2) Freyre ( Vida do Infante Bom Ilenrique, páginas 319- 338) dice «antes de 1447»; BoíD {Description of the Azores, 1835, pág. 317) ((hacia 1460».

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 363

mala una montaña con dos picos gemelos, y se llama Corvo (Cuervo), porque, vista de lejos, toda ella parece negra (1). Entre la multitud de absurdos que divulgan sus pobres j supersticiosos habitantes, es uno asegurar formalmente que á su isla se debe el descubrimiento del Nuevo Continente, porque un promontorio que avanza en el mar hacia el NO., presenta la forma de una per- sona que alarga la mano hacia Occidente. La Providen- cia, añaden ellos, quiso que este promontorio de Corvo tenga dicha forma extraordinaria para anunciar los marinos europeos) la existencia de otro mundo. Com- prendiendo é interpretando Colón esta señal, se lanzó en el camino de los descubrimientos (hacia el Oeste).» He aquí, pues, la estatua ecuestre reducida á un fenó- meno natural.

Concíbese que una de e?as configuraciones grotescas é imitativas tan frecuentes en las rocas volcánicas de basalto, traquita y pórfido anfibolítico, pueda engendrar el cuento de una estatua ecuestre que los eruditos no tardaron en atribuir á los cartagineses ó á los fenicios, quienes, según sabemos por Strabón, no eran muy aficio- nados á mostrar el camino de los descubrimientos á los pueblos rivales.

Los nombres de fraile, monja, gigante, dados en casi todas las regiones alpinas de la America española, sea á rocas aisladas, sea á cráteres de montañas, confirman

(1) BoíD, 1. c, páginas 316-318. Antes hemos dicho que ya en 1436 el mapa de Andrés Bianco presenta la isla de Corvos marinos, nombre debido, sin duda, á las muchísimas aves qué vuelan alrededor de la isla y no al aspecto sombrío de una montaña. No se tiene noticia de erupción volcánica reciente en Corvo, pero en la isla Flores hay un pico con cráter.

364 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

esta probabilidad, y entre marinos las ilusiones fantásti- cas son más comunes, porque el aspecto de un litoral les produce impresiones más fuertes j duraderas.

Corvo no es en absoluto el punto más occidental del archipiélago de las Azores, pues está á 3' 5" en arco más oriental (1) que Flores; pero al volver los buques del Brasil, de Méjico y de las Antillas, favorecidos por el Gulf Stream (corriente de agua caliente del Atlán- tico), pasan con preferencia á la vista de la isla más sep- tentrional, la de Corvo.

La forma de una roca del cabo noroeste no pudo re- cibir su significación misteriosa sino después del descu- brimiento de América y en una época en que el comercio era más activo y el mar de las Azores estaba más fre- cuentado. Esta circunstancia puede explicar hasta cierto punto el silencio de los autores de los siglos xv y xvi; pero también puede ser que, en un archipiélago repre- sentado ya en el mapa de Bianco con la denominación árabe de Bentufla, haya contribuido alguna noción vaga de tradiciones conservadas entre los geógrafos orientad- les (el scherif Edrisi, Ebn-al-Yardi y Abdorraschid ó Bakui) á dar celebridad á la forma rara de la roca de Corvo.

Pláceme observar la filiación no interrumpida de las ideas que desde la más remota antigüedad griega, hasta los portulanos del veneciano Pizzigani, han atravesado la Edad Media, y que los árabes transmitieron á los geógrafos de Italia; aunque sea raro poder seguir con

(1) Mapa de Tofino, corregido con arreglo á las observacio- nes cronoraétricas de Mr. Degenes: Corvo, 33° 3F ^". Flores, 33» 36' 34".

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 366

certidumbre un mismo mito geográfico en la dirección de Oriente á Occidente. Comencemos por las columnas de Hércules, que en tiempos aun más antiguos eran lla- madas de Saturno ó de Briareo.

Al hablar Strabón de la fundación de Gades por los Tyrios, discute con mucha sagacidad y despreocupa- ción lo que debe entenderse por el nombre de columnas, j pregunta si fueron monumentos levantados por mano del hombre, que dio su nombre á los sitios junto á los cuales los colocó. Habla con este motivo «de altares, de torres y de columnas» á propósito para los límites de an viaje (lib. iii, pág. 171); pero el geógrafo de Ama- sia no emplea las palabras imagen ó estatua de Hércu- les. Estas palabras pertenecen á un pasaje de un comen- tario que Eustathes añadió al texto de Dionisio de Charax, el Periegetes (1).

Sabido es que los árabes se ocuparon mucho de Hér- cules, á quien sin cesar confundían con Alejandro, ó mejor, con un personaje bicornio, Dhulcarnaín, que abrió el estrecho de Cádiz, y cuya era asciende al tiempo de Abraham. El geógrafo de la Nubia, cuyos testimonios reúno en una sola nota (2), refiere que

(1) EUST., Comm., 64, 10 (Bernhaedy , Geogr . grceci min.y tomo I, pág. 96). Estas estatuas del Hércules Tirio no estaban en el interior del templo de Gades, según dice Philostrato, quien , no reconociendo los caracteres púnicos de las colum- nas metálicas del templo, añade (y la observación me parece muy notable) que estos caracteres no eran ni indios, ni egip- cios. Phil.y in Vita Apoll. Tyan., Y, 5. {O^fj?. ed Olear., pág. 190.)

(2) Memorant autem in qualibet ex dictis insulis (Perenni-' bus) cerní statuam lapidibus constructam et unamquamque statuam esse longitudinis centum cubitcrum, et super quamli-

366 ALEJANDRO DE HOMBOLDT.

había seis estatuas colocadas en las orillas del mar; la más oriental en Andalucía, en Gades; las otras en las islas del mar Tenebroso, en las Canarias (Khalidát), ha- ciendo señal á los navegantes para que no fueran más allá. Yakuti, natural de Bakú y que por ello se le llama Bakui, dice lo mismo: «Las islas Khalidát (él las llama Dgialidat), situadas á la extremidad del Mogreb (de África), donde los sabios fijan el primer grado de longi- tud, son en número de seis. En cada una de ellas hay una estatua de cien codos de altura, que es como un

bet statuam haberi simulacrum aBneum retro manu innuens. Has statuse sunt sex: et unaillarum, uti f ertur , est idolum Cades qnasi est ad occidentalem partera Andalusiae, et nemo novit uUam habitationem ultra illas.» Edrisi, pág. 6. «Ab ín- sula Majed orientem versus, ad insulam Saha est iter trium brevium dierum. In hac autem ínsula conspiciuntur simulacra aliquot at litus maris, erectas dexterae, quasi innuant aspicíenti, ac dicant: Eevertere illuc unde venistí, quoniam nulla est a tergo nostro tellus quam adire possis.» Edrisi, pág. 37. El Sío- nita traduce estas islas Khalidát por Insules perennes , pero el derivado lüiuld , aplicado á Paraíso (jardín de la eternidad), prueba bien que se deberla traducir como lo hace Mr. Freitag, Insulfs fortunatcs. El primer pasaje de Edrisi me inspira al- guna duda acerca del simulacrum de bronce que sirve de base á una estatua. He consultado á mi colega de la Academia de Berlín, el sabio orientalista Mr. Wilken, y examinando el texto original, opina que debe traducirse de este modo : Además del ídolo isanam) de cien codos, hay en estas islas una figura de bronce.)) Faulia, no significa sólo encima, sino también j:; reí <^r. Malte Brun {Precis. de la Geogr., t. i, pág.. 531) ha confundido las Canarias y las Azores. Las comunicaciones con las primeras nunca quedaron interrumpidas en los siglos xiii y xiv. (Al- BERTüS Magnüs, Benat. locar., lib, ii, cap. 5; Bocaqe, Co' ment- de la Divina Comedía^ ii, 331.)

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 367

fanal, para dirigir los barcos y hacerles saber que más allá no hay camino.»

Comparando estos dos pasajes de Edrisi y de Bakui con otro de la geografía de Ebn-al-Vardi (1), donde dice claramente «una de las estatuas colocadas en las islas Khalidát ó Canarias, sobre la cumbre de una mon- taña, por Saad Abukarb, el Hermiarita, el mismo que Dliulcarna'¿ny>^ se ve que el mito de los geógrafos árabes se refiere al Hércules de los orientales. Admitiendo seis estatuas ó imágenes de Hercules, se multiplicaban las marcas ó señales para los navegantes, como Palépha- tos (cap. 32) y Hésychio multiplican las coZwmwas hasta el número de 304.

También como reminiscencia de estas tradiciones ára- bes, según observa juiciosamente Mr. Buache, puso Pizzigano, en el siglo xiv, en un mapa de su portulano y entre las islas Brazie 6 Azores, un medallón tras del cual aparece una figura con una banderola en la mano en la que hay una inscripción, y haciendo señales hacia el Este con la otra mano, sin duda p^ra detener á los na- vegantes (2).

(1) L. c., pág. 55. Véase Edrisi, pág, 71, donde habla de los compañeros de Dhulcamain, muertos por los habitantes del mar Tenebroso.

(2) M . Buache ha creído descifrar lo siguiente, en latín bár- baro y en parte ininteligible : « Hse sunt statuae quae stant ad ripas AntiUics ; quarum quse in fundo ad securandos homines navigantes, quarai est fusum adista maña quosque possint na- vigare et f oras porrecta statua est mare sorde quo non possunt

intrare nautce » Zurla rechaza lo impreso en cursiva, no lee

el nombre Antillia y cree reconocer en las últimas líneas: «est mare sotile (paréceme mejor suhtile , para aqua, tennis 6 mare Ireve) quo no poxit ten ebant naves.» El exterior del medallón,

368 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Se ve, pues, como el límite de estos parajes ccquae non amplius navigabilioe sunt propter brevitatem maris et caenum et algam» ha ido retrocediendo progresiva- mente hacia el Oeste. La astucia de los fenicios lo colocó primero junto á las columnas de Hércules; Scylax lo señala cerca de Cerne (Gauleón); la Edad Media, si- guiendo las huellas de los árabes, cerca de Azores, donde el banco de fucus (el mar de Sargazo) fué visto antes de Cristóbal Colón.

Conforme á la serie de hechos, ó mejor dicho, de opi- niones que acabo de exponer, parece ser, al menos, muy probable que las imágenes de Hércules y la supuesta es- tatua de Corvo pertenezcan á un mismo ciclo de geo- grafía sistemática. Pero la dirección de la mano, el gesto, debió cambiar desde que el intrépido genovés hizo desaparecer el temor á los escollos del mar Tene- broso.

tras del cual se ve de medio cuerpo la persona, presenta dos figuritas que están, al parecer, dentro del mar con agua hasta las rodillas.

Digno es de llamar la atención que los geógrafos árabes, consecuentes con el principio de determinar los límites de la navegación, admitieran también hacia el Norte de Europa esta- tuas parecidas á las de Canarias. En Bakui {Extr. des Man., tomo II, pág. 529) encuentro lo siguiente: «En una isla próxima á Bardmila hay una elevada montaña, y sobre ella una estatua anunciando que no se puede ir más lejos en la mar.» Bardmila, país de los Francos (cristianos), lo sitúa Bakui entre Irlanda y el país de Khozar, ;bañado por el Athel (Volga). «El árbol mauca, que se cría en la isla de Bardmila, y cuya sustancia encerrada entre el centro del tronco y la corteza, es comesti- ble», me parece ser el pino, cuya parte blanca comen por ne- cesidad, y á guisa de pan, algunas veces los escandinavos.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 369

Antes de terminar lo relativo al Archipiélago de las islas Azores, añadiré algunas. reflexiones acerca de las monedas fenicias encontradas en la isla de Corvo y des- critas por Mr. Podolyn, y del monumento de la isla de San Miguel, de que habla el cosmógrafo Andrés Thevet.

Refiere Mr. Podolyn que, durante una tempestad, la resaca de las olas puso al descubierto una gran vasija rota, dentro de la cual había algunas monedas. Las lle- varon á un convento, donde, desgraciadamente, fueron distribuidas muchas entre personas curiosas. Nueve de ellas las enviaron á Madrid al P. Flores, quien las re- galó á Mr. Podolyn. No cabe duda, en vista de los di- bujos publicados en las Memorias de la Sociedad de Gothemburgo, que estas monedas de oro y cobre, donde figuran una cabeza de caballo, un caballo completo ó una palmera, son unas cartaginesas y otras cyrenaicas, y recientemente han sido comparados sus dibujos con los de monedas conservadas en el gabinete del Principe Real de Dinamarca. Pero aun suponiendo que el liecho de la vasija rota, descubierta en la isla de Corvo, esté bien comprobado, no es absolutamente preciso admitir que los cartagineses hubieran llevado dichas monedas. Sabemos que los árabes y los normandos visitaron las Azores du- rante la Edad Media, y pudieron llevar consigo desde las costas de Sicilia ó de Túnez monedas púnicas ó cy- renaicas, porque de las primeras acuñaron gran número en Sicilia, principalmente en Panormo, fundada por los fenicios. Del mismo modo se han encontrado con frecuencia monedas árabes en las islas y en el litoral del Báltico.

De estas dos hipótesis, la segunda, ó sea la del trans- porte de las monedas por los árabes ó por los norman-

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dos, es la que ha parecido más probable á Malte Brun (1). Debería sorprender, sin embargo, que nave- gantes de la Edad Media hubieran depositado en Las Azores solamente monedas púnicas y cyrenaicas, sin mezcla de ninguna otra de distinto origen. Como la fuerza de los vientos logra con frecuencia dominar la de las corrientes, no se puede negar en absoluto que, ha- ciendo el comercio del estaño y del electrum, algunos barcos fenicios 6 cartagineses se desviaran de su ruta á través del Sinus (Estrymnicus, y fueran llevados á les costas de las Azores; pero ¿cómo es posible encontrar ]a huella de tal suceso en la isla casi más occidental del Archipiélago, donde toca la parte del Gulf Stream que se, dirige de Oeste á Este? ¿Pasaron los barcos más allá de las Azores al Norte del paralelo de 40° y entra- ron en la corriente al Oeste de Corvo y de Flores? La solución sería más fácil si la vasija hubiwa sido descu- cubierta en las islas de Santa María y San Miguel,

(1) Precis. de Geogr.^ t. i, pág. 596. En el siglo xvi hablóse también mucho de una moneda con la efigie de Julio César, encontrada, según se decía, en una mina de América, y que Juan Rufo, obispo de Cosenza, envió al Papa (Hoen., De Orig. Americanorum, pág. 23). Ya el grave Ortelio dijo satírica- mente que (da moneda la había perdido el mismo que la en- contró».

Respecto á las monedas púnicas de la isla de Corvo que Mr. Podolyn cree fueron dejadas allí por cartagineses náufra- gos, puestos después en comunicación con la Metrópoli, es sen- sible que se ignore en absoluto cuál era la época y el estilo de la construcción del edificio de piedra donde estuvo la vasija que contenía las monedas, porque al destruir este edificio las olas embravecidas fué descubierta la vasija en 1749. Creo la verdad del hecho por la sinceridad con que lo refiere el padre Flores, de Madrid.

DESCUBBIMIENTO DE AMÉRICA. 371

las más orientales del Archipiélago de las Azores. Al nombrar esta última isla, debo referir un hecho intimamente ligado con el asunto que examinamos. An- drés Thevet, cosmógrafo del rey Enrique III, visitó en la segunda mitad del siglo xvi las fuentes termales de la región de San Miguel, trastornada por erupciones volcánicas en 1449, cerca de la Algoa da Sete Cidades, y €on su estilo ingenuo y difuso (1) describe las caver-

(1) He aquí el curioso pasaje de la Cosmografía 6.Q Thevet, li- bro XXIII, cap. 7 (edic. de 1575, pág. 1.022): «Estas islas del Atlántico han sido llamadas Essores ; también essorer es pala- bra francesa que significa lo mismo que enjugar ó secar ó po- ner al aire alguna cosa. Son nueve islas. En la de San Miguel, hacia la parte del Septentrión y en la orilla del mar, regis- trando entre las rocas los primeros que la descubrieron halla- ron un agujero de diez pies de alto y otro tanto de ancho; des- pués de llegar hasta él, atreviéronse algunos á entrar dentro con hachones, creyendo encontrar grandes tesoros; pero vieron tan sólo dos monumentos de piedra ; cada uno tenía lo menos doce pies y medio de largo y cuatro y medio de ancho. Los que han visto estos monumentos, trabajados bastante toscamente, me aseguraron no tener rastros de inscripciones, ni otra señal de antigüedad sino el retrato de dos grandes culebras que ro- deaban los dichos monumentos y con ellas algunas letras he- braicas de tamaño de cuatro dedos , y tan antiguas que apenas se podían leer; pero un moro, natural de España, hijo de judío, hombre versado en las lenguas, las pinta tales y como aquí las presento , dejando la interpretación de las mismas á los que profesan la lengua de los hebreos. Y por esto puede juzgarse que dicho pueblo hebreo habitó, no sólo en el país de Judea, sino en todo el universo.»

Á esta relación sigue la de la muerte de muchas personas que «por filosofar y visitar las cosas más raras de la isla, entra- ron en esta profunda gruta y no salieron de ella, de modo qiie, por miedo á accidentes idénticos, fué cerrada con un muro la entrada».

372 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

ñas donde, al llegar por primera vez los portugueses, vieron «un monumento de piedra de doce píes de largo, en el que liabía esculpidas dos grandes culebras y letras hebraicas, que leyó, pero no interpretó, un moro natural de España, liijo de judío. i)

Como Tlievet, que formalmente traduce Insulse Ac- cipitrum (Azores) por Islas del Viento , es uno de los viajeros más desprovistos de crítica, nada nos dice acerca del año en que esta caverna fué murada, y cómo pudo copiar el moro una inscripción que, como ingeniosamente observa Mr. Viken (1), podía muy bien tener algu-

(1) Las inscripcioues de Thevetque me mandáis, me escribe el sabio orientalista , no carecen de interés, y parece que hasta ahora han llamado poco la atención. Sensible es que no tenga- mos una copia exacta de los caracteres para juzgar su antigüe- dad y su origen. No resulta claro si la inscripción estaba en hebreo puro, lo que es poco probable, ó si el moro, hijo de judío, la hizo pasar de una escritura á otra. La frase de Thevet, (dos caracteres eran tan antigaos que apenas se podían leer)% es muy vaga. Aunque algunas letras del alfabeto fenicio tienen semejanza con el hebreo puro, por ejemplo, en lale3"enda Ka- rat khadaschath d'Ekhel {Doctr. nummorum, cet. P. CLV, t. ii, número 5) , no debe suponerse que el moro pudo descifrar la frase entera. Si la inscripción era árabe , en caracteres cúficos, debía ser fácil á un hombre de sangre africana trasladar éstos á caracteres hebraicos. Lo mismo en fenicio que en árabe se encuentra Makhtml, que por la terminación en sal recuerda los nombres propios numídicos, por ejemplo, el de Hiempsal. Lo mismo podría leerse Taal ó Baal hen; Martharhaal ó Matliad- ¿«aZ, nombí-es púnicos bien conocidos (Tito Livio,xxi, 12, 45; POLYBIO, III, 84; Appiano, Bellum Amdbal, cap. 10); pero convengo en que, dada la escasa confianza que inspira la exactitud de la copia inserta en la Cosmografía de Thevet, cualquier interpretación es arriesgada. Añadiré á estas obser- vaciones que en las piedras esculpidas de origen oriental, las

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nos nombres propios numídicos 6 púnicos. Inútil es, por tanto, insistir en un hecho cuya verdad no se puede com- probar. Parece natural que, si el moro inventó la inscrip- ción, le hubiese dado un sentido preciso j sentencioso, expresado en caracteres hebraicos.

El recuerdo de las islas del Brasil ó Brazie^ que du- rante tanto tiempo anduvieron errantes en los mapas, se ha conservado hasta nuestros días en Brasil Rock, sefíti- lado en los bellos mapas ingleses de Purdy, al Oeste de la extremidad más austral de Irlanda.

En los mismos parajes, ó más bien, entre Irlanda, Terranova y las Azores aparecen desde principios del siglo XVI en los mapas de Juan de la Cosa (1500), de la edición de Ptolomeo (1522) y de Eivero (1529) con igual incertidumbre de posición, Mayda ó Asmaides (1)

inscripciones fenicias se encuentran á veces escritas con letras griegas, y que el famoso pasaje púnico de la comedia de Plauto {el Pwnulus), aunque constantemente escrito con caracteres latinos en todos los manuscritos de Plauto , sin embargo, lo imprimieron á principios del siglo xvii en letras hebraicas Felipe Parens y Samuel Petit. La transformación de un carác- ter en otro es sin duda fácil, pero convengo con Mr. Wilken en que es muy poco verosímil que el moro pudiera leer toda la inscripción púnica.

(1) Benedicto Bordone {Isolario, 1533, pág. 18) pone mu- chas islas Asmeides y Lorenzo Anania {Fábrica del Mundo^ pág. 303); sitúa Granozzo y Maída un poco al Oriente de Terra- nova, casi en el punto donde en el mapa de Juan de la Cosa está la Isla Verde, porque la gran isla de Trinidad, de Cosa, no parece idéntica á Terranova. ITacia estas regiones boreales hi- cieron los geógrafos del siglo xvi avanzar progresivamente la fabulosa isla de los Demonios, situada al principio frente á las costas de África. Andrés Thevet ha dado «el retrato» de esta isla, donde fué desterrada una señorita bretona, Margarita de

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é Isla Verde. Una y otra están señaladas en los mapa- mundi modernos, con los nombres de Mayda y Green Rokc, como peligros inciertos.

Roberval, y donde, según parece, tuvo desagradables aventu- ras {Cosm. wwiv., pág. 1019). A fines del siglo xvi considerá- base la isla de Terranova dividida en dos partes por un braza de mar. Comparando la isla de los Bacalaos del mapa de la Nueva Francia de Wytfliet (JDescr. Ptolm. Augm., pág. 158) con el mapa «de un gran capitán de Dieppe» (Ramusio, t. il, pág. 353), se ve que, á la parte septentrional, le llama este ca- pitán isla de los Demonios. La opinión de Malte Brun, de que la isla de la Mano de Satán (el Satanaxio de Andrés Blanco, Sarastagio de Bedrazio) es esta ula de los Demonios die los ma- pas españoles y franceses, no me parece probable {Precis. de Geogr.^ t. i, pág. 531). La aparición de islotes volcánicos, tan frecuente en 1638 y 1811 alrededor de las islas de San Miguel y de San Jorge en las Azores, pudo muy bien originar aquel nombre.

XXI.

Probables comunicaciones entre ambos mundos, á causa de las corrientes atmosféricas y oceánicas.

Acabamos de ver de qaé suerte se mezcla en las tradiciones geográficas y en las relaciones de los viaje- ros, á los recuerdos de los descubrimientos reales y posi- tivos, lo que sólo es pura ficción, y que el imperio de ésta, basado en creencias de la más remota antigüedad, se extendió en la Edad Media sobre todo hacia el Oc- cidente, Si dicha nueva dirección, y el inveterado error de la extensión de Asia hacia el Oriente, abrieron la vía para los descubrimientos de Colón, otras causas, poco importantes en la apariencia y hasta ahora mal explica- das, no contribuyeron menos á inspirar confianza al ma- rino genovés.

Pongo entre estas causas que le alentaron, el hecho tan conocido de los objetos arrojados por el mar sobre las costas de las Azores, de Porto Santo, y de las islas Ca- narias, y considerados como indicios de la probable exis- tencia de tierras habitadas en las regiones occidentales.

Algunas consideraciones de geografía física que el estado actual de los conocimientos nos permite exponer, aclararán de nuevo el indicado fenómeno.

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«Afirmábase el Almirante en este pensamiento (el de descubrir islas ó tierra para continuar con más facilidad sus designios), dice D. Fernando Colón {Vida del Al- mirante, cap. VI I i), con la lección de algunos libros de ciertos filósofos, que decían, como cosa sin duda, que la mayor parte de nuestro globo estaba seca, de que in- faliblemente se seguía haber más tierra que agua. De- más que oyó decir á muchos pilotos hábiles, cursados en navegación de los mares occidentales, á las islas de los Azores y á la de Madera , por muchos años , cosas que le persuadían de que él no se engañaba, y que ha- bía tierras desconocidas hacia Occidente. Martín Vi- cente , piloto del Key de Portugal , le dijo que , hallán- dose á 450 leguas hacia Occidente del cabo de San Vi- cente , había sacado del agua un madero perfectamente labrado, y no con hierro, que el viento de Poniente ha- bía traído ; y concluía, que en esta parte había infalible- mente algunas islas no conocidas. Pedro Correa, cuñado del Almirante , le dijo que él había visto hacia la isla de Puerto Santo una pieza de madera, semejante á la pri- mera, venida de la misma parte de Occidente; y añadía saber del Key de Portugal que hacia la misma isla se habían hallado en el agua cañas tan gruesas, que de nudo á nudo cabían en ellas nueve garrafas de vino.» Herrera (déc. i, lib. i, cap. ii) asegura que el Rey ha- bía conservado estas cañas y se las mostró á Colón- Ptotolomeo en el lib. ii (1) de su Cosmografía^ dice,

(1) Es el libro primero (pág. 17, Mercat) donde Ptolomeo habla de la región de los Seres, más allá de los Sines, donde los pantanos están llenos de grandes cañaverales por medio de los cuales los habitantes pueden pasar algunos ríos. Es un pa-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 377

en efecto, que liay cañas enormes en las partes orienta- les de las Indias.

Los habitantes' (colonos) de las Azores decían que, cuando el viento soplaba del Oeste, el mar arrojaba, es- pecialmente en las costas de las islas Graciosa y Fajal, pinos de una especie desconocida. A estos indicios aña- dían algunos que un día encontraron en la playa de la isla de Flores dos cadáveres de hombres con facciones y fisonomía completamente distintas de los de nuestras costas. (Herrera, acaso tomándolo de los manuscritos de Las Casas, dice que aquellos cadáveres de cara larga no parecían ser de cristianos.)

Los habitantes del cabo de la Verga (1) dijeron tam- bién á Colón ccque habían visto almadías ó barcas cu- biertas, llenas de hombres de una raza de que nunca oyeron hablar.»

El transporte de estos objetos (bambúes, troncos de pino, cadáveres humanos, barcas llenas de personas vi- vas), depositados por las aguas del Océano en las playas de las islas Azores, fueron atribuidos, según hemos visto en el párrafo copiado de la Vida del Almirante, á la ac- ción de los vientos del Oeste. Esta explicación no es sa- tisfactoria, por no fundarse en hechos bien observados.

saje que está casi imitado de Plinio (vii, 2): «In India haec fa- cit ubertas soli, temperies coeli, aquarum abundantia, ut sub una ficu {Banian tree, en sánscrito nyakrodha. Ficus religiosa. Linn.), turmíe condantur equitum. Arundines vero tantas pro- ceritatis, ut singula internodia álveo navigabili ternos inter- dum homines ferant.»

(1) Sin duda un cabo de las islas Azores, porque Herrera dice «que estas almadías co7i casa- movediza que nunca be hun- den^ venia n á pa7'a7' á las islas Azores)),

378 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

La verdadera causa del transporte es la gran corriente de agua caliente conocida con el nombre de Gulf 6 Flo- rida Stream. Los vientos del Oeste y del Noroeste no hacen más que aumentar la velocidad media del río pe- lásgico, prolongar su acción hacia el Este, hasta el golfo de Vizcaya j mezclar las aguas del Gulf Stream con las de las corrientes del estrecho de Davis y del África sep- tentrional (1). El mismo movimiento oceánico que en el siglo XV arrojaba bambúes y pinos en el litoral de las Azores y de Porto Santo deposita (2) anualmente en Irlanda, en las Hébridas y en Noruega semillas de plan- tas tropicales (Mimosa scandens, Guilandina bonduc, Dolichos urens), algunas veces hasta toneles bien con- servados llenos de vino de Francia , restos de cargamen- tos de barcos naufragados en el mar de las Antillas. Los restos del buqae de guerra The Tübury^ que se incen- dió cerca de Jamaica , llegaron por el Gulf Stream á las costas de Escocia. Y aun hay hechos más notables: ba- rriles de aceite de palma que formaban parte de un car- gamento de barcos ingleses, naufragados en cabo López,

(1) Empleo la nomenclatura de Eennell , y echando una ojeada al mapa general anejo á la Investigation of the Cu- rrents of the Atlantic Ocean^ se comprende lo que digo en el texto acerca de la mezcla de las aguas de distintas corrientes.

(2) En Noviembre de 1834 llegó á las playas de Southport una botella arrojada al mar, al ESE. del cabo Codd á los 40V2° de latitud y á los 70° 20' de longitud, en Marzo de 1833. La falsa persuasión, muy generalizada entre ios pilotos, de que el Gulf Stream no ejerce acción al este de las Azores, ocasiona muchos naufragios en las costas occidentales de Ir- landa. Los barcos que no se valen de cronómetros, ó de distan- cias lunares, llegan á tierra, por error de estima, más pronto de lo que esperaban. {Mechanic . s. Mag., 1884, pág. 208).

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 379

en las costas de África, fueron arrojados á las mismas costas después de atravesar dos veces el Atlántico, una de Este á Oeste entre los grados 2 y 12 de latitud á fa- vor de la corriente ecuatorial, y otra de Oeste á Este, por medio del Gulf Stream^ entre los 45° y 55° de latitud. Durante las calmas, esta última corriente, viniendo del cabo Hatteras , termina en el meridiano de la gran ban- da de sargazo (Fucus natans), colocado un poco al Oeste de Corvo ; pero cuando empiezan á dominar los vientos del Oeste ó por otras causas meteorológicas eleva la corriente el nivel de las aguas en el golfo de Méjico ó en el canal de Bahama, Gulf Stream envuelve las islas de Corvo y de Flores, dividiéndose en dos brazos, uno que va hacia el NE. y otro hacia el SSE. (1).

Las islas Graciosa y Fayal, que nombra Colón parti- cularmente como puntos donde el mar arrojaba troncos de pinos de una especie desconocida , son las más próxi- mas á las de Corvo y Flores, y, por tanto, las prime- ras que reciben lo que la corriente lleva , cuando á los 30'/4° y 3272° de longitud occidental se inclina hacia el SSE. Estos pinos procedían, sin duda, ó de las pe- queña Isla de Pinos en el banco de la Tortuga al Oeste de las Mártires, ó de la parte NO. de la isla de Cuba, donde cerca de Cayo de Moa (2), vio Colón por pri-

(1) Véase el testimonio reciente de M. Boid (Bescrij?. of tlie Azores, 1835 pág, 96).-

(2) «Colon, dice Las Casas en el extracto del Diario del pri- mer viaje (domingo 25 de Noviembre de 1492), vido piñales tRa grandes y maravillosos , que no podia encarecer su altura y derechura como husos gordos y delgados, donde conosció que se podian hacer navios é infinita tablazón y masteles para las mayores naos de España.» He manifestado ya en otro sitio que

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mera vez , y con grande admiración , la primera conifera de los trópicos, ó de las costas de Santo Domingo donde, según la observación de M. Barataro, cerca del cabo Samana, descienden los pinos hasta la llanura.

Más sorpresa podrían causar las cañas de bambú {gua- dua de las Antillas y de toda la América equinoccial), llevadas por las corrientes á las costas de Porto-Santo, porque alrededor de esta isla las aguas se mueven gene- ralmente hacia el S. y SSE. y reciben la misma direc- ción desde el paralelo del cabo de Finisterre.

Pero un ejemplo que data del principio de mi viaje á América prueba que de vez en cuando el Gulf Stream de las Azores comunica con la corriente de Guinea ó del Norte de África, y lleva troncos de árboles del nuevo continente hasta las islas Canarias. Poco antes de mi llegada á Tenerife el mar había depositado en la rada de Santa Cruz un tronco de Cedrela odorata, cubierto de corteza y liqúenes, árbol americano que no puede

los primeros conquistadores designaban también con el nom- bre genérico de pino el Podocarjms. Herrera (déc. i, lib ii, cap. 12) lo dice claramente, describiendo el fruto de los jñnos ■del Cihao de Santo Domingo, que parezen azeytunos del Aja- rafe de Sevilla. Si el verdadero pino de, la isla de Santo Do- mingo y de la Isla de Pinos al Sur de Cuba , donde se hallan reunidos, como dice Anghiera,^?ne¿« y j9«Zw(?ííí, es el Pinus occidentalis y de la misma especie que el pino de Méjico, es extraordinario que este último no descienda, según mis medi- das barométricas, entre Méjico y Veracruz más que á 935 toee- sas, y entre Méjico y Acapulco á 580 toeesas sobre el nivel del mar. (Relat hist., t. iii, páginas 376 y 470.) Conviene que los viajeros fijen la atención en estos hechos para resolver un pro- blema que por igual interesa á la geografía botánica y á la cli- matología.

DKSCUBRIMIKNTO Dlí AMÉRICA. 381

confundirse con ningún otro, que sin duda había sido arrancado de la costa de Paria ó de la de Honduras si- guiendo el gran vortex del golfo de Méjico y del canal de Bahama.

En el estado medio de los movimientos del Atlán- tico (1), los ríos pelásgicos, que distinguimos con los

(1) No carece de interés para la historia de la geografía fí- sica recordar la sagacidad con que los marinos del^siglo xvi re- conocieron ya las relaciones de determinados movimientos del Atlántico desde el cabo de Buena Esperanza hasta las islas Azores. Colón no habla navegado al Norte de la isla de Cuba, al Oeste del meridiano de la Providencia de la Grande Abaco; pero conocía la corriente ecuatorial, á la cual atribuía los uten- üHios «de nuestras costas de España» arrojados á la costa de Guadalupe {Vida del Almirante, cap 46; Anghiera, Ocean, \)\g. 27); había experimentado también la fuerza de las corrien- tes de Honduras y del canal Viejo, sin haber pasado nunca por el canal de Bahama ó de la Honda. La impetuosidad del movi- miento de las aguas que salen del golfo de Méjico no fué reco- nocida hasta 1512, cuando la expedición de Juan Ponce de León (Heeeera, déc. I, lib. ix, cap. 10); y como hasta prin- cipios del siglo XVII, época del viaje de Bartolomé Gosnold, que fué directamente (1603) desde Falmouth al cabo Cod, los bu- ques destinados á la América del Norte pasaron constante- mente por el canal de Bahama, se advirtió pronto la conexidad (le los movimientos pelásgicos en las costas de Méjico y de la Florida con los de la» costas de Terranova y del golfo de San Lorenzo, visitados desde 1497 y 1500 por Sebastián Cabot y por Cortereal. El historiador de Felipe 11, Herrera, cuyas cuatro primeras Décadas se pubhcaron en 1601, describe el Gulf Stream tal y como lo conocemos (déc. i, lib. ix, cap. 12). «Las aguas de los mares de África y del Atlántico , dice, corren per- petuamente hacia la América meridional, y, no encontrando s-alida, pasan furiosamente, primero entre el Yucatán y Cuba, después entre Cuba, la Florida y las islas Lacayas, hasta que, saliendo de un paso tan estrecho como lo es el canal de Ba-

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nombres un poco vagos de Gulf Stream, corriente equi- noccial y corrientes del golfo de Guinea, del Brasil y del África meridional, están separados ¡jor aguas tranqui- las ó estancadas que sólo obedecen al impulso local de

hama, pueden ocupar un espacio más extenso.» Hay más; el punto de vista expuesto en la reciente obra del mayor Rennell, de que el Gulf Stream recibe su primer impulso en la punta meridional de África, en el banco de las Agujas {Agulhas bañe), dirigiéndose ^lacia el golfo de Guinea al Norte, y después, con la corriente equinoccial del Este al Oeste hacia el cabo de San Eoque y las costas de la Guayana (^Investig. ofthe currents , of tlie Atl. Ocean.^ 1832, pág. 20), encuéntrase claramente indi- cado en la sabia Memoria de Sir Humfrey Gilbert «sobre la po- sibilidad de un paso por el N.O. al Cathay y las Indias orienta- les», Memoria que, por mencionar el mapamundi de Ortclio, debe haber sido redactada en 1567 y 1576. «Como las aguas del mar corren circularmente de Este á Oeste, obedeciendo al mo- miento diurno del primum movile (el sol), los portugueses en- contraron muchas dificultades para avanzar hacia el Este en su trayecto desde el cabo de Buena Esperanza á Calicut: tam- bién, á causa de la poca anchura del estrecho de Magallanes, las aguas (que vienen del mar de las Indias al Sur de África) vense obligadas á subir á lo largo de las costas orientales de América hasta el cabo Freddo, distancia de más de 4.800 le- guas.» (Hakluyt, Voyages, t. iii, pág. 14).

El nombre de este cabo data sin duda de la expedición de Se- bastián Cabot, hecha en 1517, en cuya expedición llegó hasta los 67Ví° de latitud y descubrió la bahía de Hudson {Mem. of Seh. Cahot, páginas 29 y 118; P. Frasee Tylee íDísc. of the Northen Coasts of Am^-péig. 41). Sir Uumfrey Gilbert nombra por segunda vez este Cabo Frío, y le coloca en latitud de 62° opuesto á Groenlandia» (Hakluyt, t. ni, pág. 23).

Al citar este notable pasaje, es casi inútil la observación de que la corriente, «que sube por las costas orientales de Amé- rica», no abarca todo el espacio desde el estrecho de Magalla- nes hasta el paralelo 62° Norte. La corriente del Brasil, entre Bahía y Río de la Plata, se dirige al Sur, y esta misma direc-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 383

los vientos; pero por la reunión fortuita de causas me- teorológicas á veces muy lejanas , se ensanchan y pro- longan los ríos pelásgicos, inundando, por decirlo así, espacios de mar faltos de movimientos propios de trans- lación. En estos casos las corrientes ^e distintos nom- bres se mezclan temporalmente entre sí, y producen fe- nómenos que debieron sorprender en época en que la geografía física de la cuenca del Atlántico era menos conocida que ahora.

En la Historia del descubrimiento de las islas Cana- rias, de Jorge Glas, publicada en 1764, leemos que, po- cos años antes de su publicación, un barco pequeño car- gado de trigo, al pasar de la isla de Lanzarote á la rada de Santa Cruz de Tenerife, fae' arrastrado por una tor- menta fuera del archipiélago de las Canarias. La co- rriente equinoccial y los vientos alisios le llevaron hacia el Oeste, encontrándole un barco inglés á dos días de dis- tancia de la costa de Caracas y salvando á los marine- ros canarios que habían sobrevivido, á quienes surtió de agua y condujo al puerto de la Guaira (1).

ción de las aguas se encuentra al Norte de Terranova, en las costas de Labrador.

En la travesía que en 1526 hizo Diego García desde las islas de Cabo Verde al cabo de San Agustín, atribuyóse la corriente dirigida al NO. (el Nortli West equatorial Stream de Rennell) entre los de latitud meridional y los 10° de latitud boreal, al impulso de inmensos ríos de la costa de Guinea (Herrera, déc. III, lib. 10, cap. 1."); explicación errónea que en nuestros días ha sido aplicada á las corrientes próximas á la desembo- cadura de los ríos de la Plata, Amazonas y Orinoco, porque las causas son más lejanas y más generales,

(1) Glas, Hist. of tlie disc. and conquest of the Canary Is- lands, p. v; Viera, Historia general de las islas Canarias, tomo II, pág. 167.

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Suceso semejante ocurrió en 1731 á un barco cargado de YÍno y de algunos comestibles que iba desde Tenerife á la Gomera : durante muchos días lucho con vientos contrarios, y abandonado á las corrientes , llegó con seis hombres de tripulación á la isla de la Trinidad, frente á la costa de Paria (1). La comunicación establecida entre la corriente del África septentrional, dirigida hacia el Sur, y la corriente equinoccial dirigida hacia el Oeste, obraban, pues, en sentido diametralmente opuesto al que llevó en los siglos xv y xviii los troncos de bambú y de cedrela á Porto Santo y á Tenerife (2).

Respecto al hecho que más llama la atención, el de las barcas cubiertas^ tripuladas por hombres de una raza de que nunca se había oído hablar, vistas en las islas Azores, la historia presenta muchos ejemplos exacta- mente iguales. James Wallace refiere en su Historia de las islas Orcades, que algunas veces, impulsados por las corrientes y los vientos del Noroeste, llegaron groenlan- deses á aquellas islas, cuyos habitantes les llamaban Finn-men. Vióse uno de ellos en 1682 en la punta meri- dional de la isla de Eda, reuniéndose mucha genle para gozar de. tan extraño espectáculo; pero cuando se le

(1) GuMiLLA, Orinoco ilustrado, cap. 31.

(2) El historiógrafo de Canarias, Viera (t. i, parte iii), re- fiere que en muchas ocasiones ha arrojado el mar á las costas de las islas de Hierro y Gomera frutos y semillas procedentes de árboles indígenas de América. Antes del descubrimiento del Nuevo Continente, suponían los Canarios que estos frutos eran procedentes de la isla de San Branden, La mejor prueba de las ramificaciones temporales de los ríos pelásgicos es el fe- nómeno de transporte de producciones vegetales de las Antillas á las costas de Noruega, de las Hébridas, de Irlanda y de las Canarias.

DE8CUURIM1ENT0 DE AMÉRICA. 385

quiso coger, el groenlandés logró escapar. En 1684 apa- reció también un pescador americano, quizá el mismo» cerca de la isla Westram.

En la iglesia de la isla Burra se conserva una de estas canoas de esquimales, arrojada por una tempestad (1). La distancia del trayecto debe calcularse en cuatrocientas leguas marinas, distancia que con una velocidad de siete á ocho nudos por hora, en tiempo tempestuoso, puede re- correrse en menos de siete días.

El cardenal Bembo, en su Historia de Venecia, cita el caso de up. barco lleno indígenas ameri(;anos, hallado por un buque francés que navegaba en el Océano, no lejos de las costas de Inglaterra (2).

(1) Wallace dice que los esquimales llegaban en canoas de cuero; pero Mr. Giseke, que ha vivido largo tiempo en Groen- landia, me asegura que estas canoas se reblandecen cuando están muchos días en agua del mar. Asegura, además, que los esquimales del Labrador jamás atraviesan el canal. entre el La- brador y Groenlandia.

(2) «Non me piget inter haec ejusdem temporis rem dignam propter novitatem, quae legentibus nota sit, scribere. Navis galhca dum in Océano iter non longe á Britan nia f aceret, na- viculamex mediis abscissis viminibus arborum que libro solido contectis aedificatam cepit; in qua homines erant septem me- dioori statura, colore subobscuro, lato é patente vultv^ cicatri- ceque una violácea signato: hi vestem habetant épiscium, corzo, maculis eam vaiiantibus. Coronam é culmo pictam septem quasi auriculis intextam gerebant. Carne vescebantur cruda, saíiguinemque, uti non vinum, bibebant. Eorum sermo inte- lligi non poterat: ex iis sex mortem obierunt, unus adolescens in Aulercos, ubi rex (Galliae) erat, vivus est perductus.» Bem- . BO, Ilist. Ven., lib. Vil, pág. 257 (edic. 1718). En este cuadro, un poco recargado, fácil es conocer la raza de los esquimales, más extendida acaso hacia el Sur que en nuestros días. A me- dida que la población indigena ha ido disminuyendo en el lito-

26

•386 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Cuatro á^os antes, en 1504, algunos pescadores de Bretaña fueron sin duda llevados accidentalmente á las costas del Canadá (1).

Otros ejemplos de traslaciones involuntarias corres- ponden á la Edad Media y han sido citados con frecuen- cia á causa de un pasaje celebre de los fragmentos históricos de Cornelio Nepote (2), pasaje que llamó mu- cho la atención pública cuando se buscaba un paso al Noroeste en la navegación á la India. Pomponio Mela, que vivió en época próxima á Cornelio Nepote, cuenta,

ral, la navegación costera, ocasionada á aventuras extraordina- rias, fué menos frecuente. En la narración de Bembo nada se dice de barcas de cuero.

(1) GUMILLA (edic. franc), t. ii, pág. 211.

(2) Bosius, In Corn. Nep. Fragm,, t. ii, pág. 356; Pli- Nio, II, 67: «ídem Nepos de septentrional! circuitu tradit, Quinto Metello Celeri, L. Afranii -(sic lul. Sillig. C. Afranii, Salmant) in consultatu collegse, sed tum Gallise proconsuli, Indos á rege Suevorum (ita omnes Plinii Codd) dono datos, qui ex India commercii causa navigantes tempestatibus essent in Germaniam abrepti.» (Consúltese también Cae. Ferd. Rankii de Corn. JSejJotis vita et scriptis Coment., 1827, pág. 27); Pom- ponio Mela, lib. III, cap. V, § 8.°: «Ultra Caspium sinum quidnam esset, ambiguum aliquandiu fuit: idemne Occeanus. ■an Tellus infesta f rigoribus, sine ambitu ac sine fine proiecta, Sed prseter Physicos Homerumque, qui universum orben mari circumfusum esc dixerunt, Cornelius Nepos, ut recentior, ita auctoritate certior; testem autem rei Q. Metellum Celerem ad- jicit, eumque ita retulise commemorat: Cum Gallisepro consale praeesset. Indos quosdam á rege Boiorum (Botorum, Bajtorum, Oetorum, inepte Lydorum, Codd) dono sibi datos; unde in eas térras devenissens, requirendo cogosse, vi 'tempestatum ex In- dlcis aequoribas abreptos, emensosque, quae intereraut, tándem in Germanise litora exiisse.» (Véase Eneas Sylvio, De Asia, 1551, pág. 283; Agosta, lib. I, cap. 19.)

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 387,

y Plinio repite, que siendo procónsul en las Galias Mé- telo Céler, recibió como regalo del Rey de los Boii ó Baeti (el nombre es incierto y Plinio le llama Rey de los sue- vos)^ algunos indios que, arrastrados fuera del mar de la India por las tempestades, llegaron á las costas de Ger- mania. Inútil es discutir aquí de nuevo si este Mételo Céler es el mismo que fué pretor de Roma el año del consulado de Cicerón, é mme(^iatamente después de éste, cónsul con L. Afranio, ó si el Rey germano era Ario- visto, vencido por Julio César. Lo que está fuera de duda, por la relación de ideas que conducen á Mela á citar el hecho tenido por cierto, es que se creía entonces en Roma que estos hombres morenos, enviados desde Germania á las Galias, llegaron por el Océano que baña el esto y el norte del xVsia, dando la vuelta al conti- nente por más allá de la desembocadura del mar Caspio. Esta suposición estaba perfectamente de acuerdo con las ideas geográficas de aquella época, es decir, con las falsas ideas que, desde la expedición de Alejandro, se tenían acerca de la comunicación del Caspio con el Océano septentrional, ideas que desdichadamente preva- lecían sobre las que Herodoto había adquirido en Olbia y en las orillas del Hypanis (1).

(1) Las nociones adquiridas por Herodoto en las comarcas próximas á la extremidad boreal del mar Caspio, y confirmadas por los Scytas y otros pueblos nómadas que erraban entre la cordillera meridional del Ural y la desembocadura del Volga, eran más exactas que las ilusiones sistemáticas que prevalecían al Sur y Sureste del Caspio entre los compaiícros de Alejandro y de Patroclo, el almirante de Seleuco Nicator y el gobernador de los Cadusienos en tiempo de Anticco. El mismo Aristóteles conserva la idea {Mct. I. c. 14, 29; li, c. I, 10) del aislamiento del Caspio, y este opinión viene en apoyo, como ha observado

388 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

En tiempo de Ptolomeo era aún el mar Báltico un mar abierto al Este, y la península escandinava una isla que no impedía navegar hacia el Este, á partir de la ex- tremidad del Quersoneso Cimbrico y de la isla Scandia. «Estas bocas son, según Strabdn, el punto más septen- trional de la costa que se extiende desde allí hasta la India y á donde, desde este país, se puede llegar por mar, como lo atestigua Patroclo, que mandó en aquellos parajes» (ii, pág. 74 Cas.). En otro párrafo (xi, pá- gina 518) habla nuevamente Strabón de esta posibili- dad. «El hecho, dice, de que algunos navegantes hayan ido desde la India á la Hyrcania por mar, no se cree cierto, pero Patroclo nos asegura que es posible.»

Strabón, que por lo general consultaba poco á los au- tores latinos, no tuvo ninguna noticia del supuesto viaje de los negociantes indios conducidos á las Galias. Plinio,. que con frecuencia cometía inexactitudes en las notas que tomaba casi á escape (adnotabat et quidem cursim, dice su sobrino), convirtió la conjetura de Patroclo en un hecho circunstanciado. Según dice, toda la parte del Océano comprendida entre la India y el mar Caspio (esto es, su desembocadura) fue' explorada por los mace- donios durante los reinados de Seleuco y Antioco (1).

muy bien M. de Sante Croix, de las razones que se tienen para creer que Aristóteles escribió la Meteorología en x\tenas, antes de ir á la corte de Filipo {Examen erit. des liistoriens d'Ale- xandre., pág. 703, y JUL. LüD. Idelee, in Arist. Met., ix). El pasaje del Pseudo Aristóteles. De 3Iundo, c. 3, no puede ser citado en contradicción de lo dicho, á causa de la compilación tardía de este tratado, posterior á la expedición de Alejandro á. la India.

(1) Juxta vero ab ortu ex Indico mari, sub eodem sidere pars tota vergens in Caspium mare, pernavigata est Macedo-

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 389

Siendo el objeto de toda investigación filológica es- clarecer la opinión que el autor ha querido enunciar, es indudable que Pomponio Mela no creyó que los indios llegaron á la costa noroeste de Alemania por circunna- vegación del Asia oriental y boreal, pues dice: Vi tem- pestatum ex Indicis cequoribus ahrepti, y no es lícito su- poner, como lo hacen Huet (1) y otros comentadores, que vinieran por el Oxus, el mar Caspio y el Palus Mseo- tide al mar Báltico. Estas fabulosas comunicaciones del Caspio con el Océano boreal y con el Palus M^eotides, y del Palus con el Báltico (2), tenían sin duda muchos

num armis, Seleuco et Anthioco regnantibus, qui et Seleucida atque Antiochida ab ipsis appellari voluere. Circa Caspium quoque multa Oceani litora explorata, parvoque brevius, quam. totus, hic aut illinc septentrio eremigatus (Plinio, II, 67). En este mismo capitulo, que contiene el cuento de los indios arro- jados en ía costa de Germania, se hace á Cornelio Nepote con- temporáneo de Eudoxio de Cyzico, célebre por una supuesta circunnavegación de África, en la cual conoció, como Pigafetta, nombres de lenguas bárbaras (StrabÓn, ii, pág. 99). Ahora bien; Cornelio Nepote nació hacia el año 690 de la fundación de Roma, y el rey Lathuro, á quien Plinio nombra, murió en el año 673 (Ranke, pág. 15). Strabón, según Posidonio, supone el suceso en el reinado de Evergetes II ó Physcon, muerto el año 637 de la fundación de Roma {Posidonii Rhodii, Bel, co- llegit Baile, 1810, pág. 102).

(1) Hist. du Commerce des Anciens, pág. 352.

(2) Plinio, ii, 69 ; Strabón, xi , pág. 509 Cas. En el cu- rioso manuscrito de los viajeros árabes de los siglo ix y X, pu- blicado primero por el abate Renaudot y examinado después por M. de Guignes, padre, hablase también «de un buque de Siraph en el golfo Pérsico, que la fuerza de las corrientes lo llevó, dando la vuelta al Asia oriental ó septentrional, al mar Caspio (mar de Khozar) y desde allí, por un canal, á las costas de Siria» {Notiee des Manusor. du Boi, t. i, pág. 161). Este

390 ALEJANDRO DE HDMBOLDT.

partidarios desde las eruditas especulaciones de la escuela de Alejandría acerca del viaje de los argonautas ; pero en el suceso que Cornelio ííepote refiere, para nada se alude á las líneas hidrográficas trazadas al través de los continentes.

Siendo conocido que, á pesar de los grandes perfec- cionamientos de la navegación moderna, la acumulación de hielos impide navegar por el estrecho de Behring á lo largo de las islas de Nueva Zembla, se ha suscitado la cuestión de saber de qué raza serían los hombres de color que el procónsul Mételo Céler tomó por indios. Ya en la primera mitad del siglo xvi se supuso que es- tos hombres eran pescadores esquimales del Labrador y de Groenlandia arrastrados por los vientos del Oeste á las costas británicas. Esta opinión se ha atribuido equi- vocadamente á Malte Brun y á otros geógrafos moder- nos, pues la encuentro expuesta ya por Gomara, que dice, refiriéndose á los indios de Qainto Mételo Céler: c(Si ya no fuesen de Tierra del Labrador, y los tuviesen (los romanos) por indianos , engañados (acerca de su verdadero origen) en el color.» [Historia de las Indias, folio 7.)

Cornelio Wytfliet, en sus Noticias sobre el Occidente ó Adiciones á la geografía de Ptolomeo, emite la misma opinión (1) fundándose en las fantasías de Paolo Gio-

mito geográfico recuerda el extraordinario suceso de la punta de una proa que Eudoxio de Cyzico {Strahón , ii, pág. 99) en- contró en la costa de los Etiopes, y que se decía llegó , por la fuerza de las corrientes, desde el río Lixus ó de Gades.

(1) Deser/jJtúmis Ptulemaicce Augmentum sive Occidentis Notitia. Lovan, 1597, pág. 190. «Indos quondamtempestatibus in. Suevoram et GermanÍEe litora ejcctos et Quinto Metello

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 391

vio (Paulus Jovius), conteDiporáneo de Colón y de Ves- pucci, quien creía que el sanguinario culto de los Bre-^ tones y de los Galos fué importado por colonos del Lar brador y de Estotilanda.

Celen dono datos, non ex ultimis Orientis et Occidentis parti- bus, uti quibusdam visum eat, sed ex hac Laboratoris et Esto- landiae aut vicinis tenis venise constanter teneo, mecumque sentient quicumque climatis rationemexpenderit.» Este pasaje alude también á otra vaga suposición indicada por Wytfliet en el artículo Quivira y Anián, según la cual los Indios de Mé- telo Celer pudieron ser acaso verdaderos Indios, que llegaron á Europa por el Noroeste, pasando por los estrechos de Anián y del Labrador (pág. 170). CcTtiviene recordar, con tal motivo, que estos dos nombres se aplicaban á dos distintos estrechos^ creyéndose que había comunicación entre ellos; uno es nuestro estrecho de Behring, y el otro un canal que se suponía á lo largo de las costas eeptentrionales de América, desde los es- trechos de Davis y de Frobisher hasta Bergi Regio y Anianí Begnumy según la nomenclatura del siglo xvi. Más aún ; en la célebre y problemática Memoria de Lorenzo Ferrer Maldo- nado, de 1588, dícese que el estrecho de Labrador no termina hasta los 75" de latitud, y «que hay 790 leguas desde el estrecho del Labrador al de Anián.» El nombre de este último estrecho encuéntrase por primera vez en un mapa del atlas de Ortelio de 1570, y aunque Rivero no le conoce en 1529 (Sprengel, en las Adiciones á la traducción alemana de Muñoz, Historia del Nuevo Mundo, pág. 493) , no prueba esto de ningún modo que haya sido inventado en el intervalo de 1529 á 1570. Por otra parte, su posición occidental hace improbable que Cortereal, en su viaje á la embocadura del San Lorenzo y al Labrador, le diera en 1500 el nombre de Anián en honor de dos hermanos que le acompañaban, como supone Forter (^JVbrd. Entd. B. III, capítulo 5, § 1). Hasta hoy nada se ha encontrado que expli- que la denominación de Anián. El nombre de Fretum trium fratrum que emplea Gemma Frisius (Haklüyt, t. iii, pá- gina IG) , indica vagamente una comunicación del Atlántico con el mar del Sur, al Norte de América, y si Ani (BARROW,

392 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

El descubrimiento de Ame'rica y la necesidad, por de- cirlo así, hebraica, de poblar este continente por el Asia, hicieron discutir las distintas clases de comunicaciones que pudieron ser favorecidas por las corrientes oceáni- cas y por los vientos. Pareció sin duda poco probable que llegaran esquimales á las costas de Alemania, y mientras Yossio, el sabio comentador de Mela, creía que los indios de Cornelio JN'epote eran Bretones que se pintaban el cuerpo, otros comentadores, adoptando la explicación de Gomara y de Wytfliet, sustituían al Sue- vorum rex un príncipe escandinavo (1) que había reco- gido los náufragos en las costas de Noruega.

La analogía del hecho no desmentido de la llegada de los esquimales á las islas Orcades , hecho que antes he mencionado, esclarece mucho el que ahora examinamos; y teniendo en cuenta los numerosos ejemplos de indivi- duos que han caído en manos de los bárbaros, siendo llevados como cautiros, de nación en nación, muy lejos del lugar del naufragio, sorprende menos que fueran conducidos á las Gallas algunos extranjeros, pasando desde las Islas Británicas á Batavia y á Germania; lo extraño es que en sucesos semejantes ó de igual modo

Yoyages into the Polar Regions, pág. 45) significa en japonés hermanos , no causaría extrañeza ver aplicado al estrecho de Behring un nombre asiático, á pesar de las dudas que tan gran distancia de navegación para los japoneses pueda engendrar. ¿Qué crédito merece, en tal caso, la explicación de Fretuní triumfratrum^ fundada en las desgracias de Gaspar y Miguel Cortereal en las costas orientales del Nuevo Continente?

(1) Pontano {Rerum JDanicarum Historia, 1631 , pág. 764) discutió esta opinión.

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 3^

enigmáticos, ocurridos en la Edad Media, se hable tam- bién de las costas germánicas.

Estos acontecimientos se refieren á los reinados de los Othones y de Federico Barbarroja, y son , por tanto, de los siglos X y xii.

He aquí los distintos testimonios :

«Nos apud Otlionem legimus, dice el Papa Eneas Sylvio en su gran obra geográfica é histórica (cap. ii, página 8), sub imperatoribus teutonicis indicam navem et negotiatores Indos in Germánico littore fuisse depre- hensos.»

Se lee en la Historia de las Indias de Gomara, des- pués del pasaje en el que designa los indios de Mételo Céler como esquimales del Labrador: «Asegúrase tam- bién que en tiempo del emperador Federico Barbarroja aportaron á Lubeck algunos indios en una canoa (1).

Sir Humphry Gilbert, después de discutir prolija- mente en cuatro capítulos el pasaje de Cornelio Nepote, añade: «En el año de 11 00 y en el reinado de Federico Barbarroja, llegaron algunos indios, upan the coast of Germanie (2).

(1) GrOMARA, fol. VII. HoRN. {De orig. Amer., pág. 24) re- pite el hecho , pero diciendo llegaron por mismos á Lubeck. «Similis casus in temporibus Frederici BarbarossEe narratur, Indos scapha Lubecam appulise.»

(2) En la Memoria acerca de la posibidad de un viaje al Ca- thay por el Noroeste (Hakluyt, t. iii, pág. 17), estaba en el interés del autor probar que los Indios de Mételo Céler vinie- ron por el Norte de América rodeando el Promontorium Corte- realis, que está inmediato al Polissacus fiuvius (pág. 19). Este mismo razonamiento fué , al parecer , empleado para motivar el proyecto de Sebastián Cabot', que, según Gomara (fol. xx), {(prometió al rey Enrique VII ir por el Norte al Cathay y al

394 ALEJANDRO DE HUMBOLDT.

Mucho tiempo he perdido en vanas inyestigaciones de las primeras fuentes de estos curiosos sucesos. ¿De dónde supo Gomara , historiador generalmente muy exacto, que los indios habían sido llevados á Lubeck? ¿Lo sabría por el piloto polaco Juan Scolmus, de quien antes he hablado, que en Bergen y en Dinamarca pudo estar en relaciones con marinos de Lubeck? ¿Cómo es posible que los continuadores de los Anales de Othon de Freising y el franciscano Ditmar, autor de la exce- lente Crónica de Lubeck (1), nada supieran de estos supuestos indios?

país de las especias», en 1498 {Mem. qf. Seh. Cahot., pág, 87). «11 primo motivo, dice el cardenal Zurla {Viaggi, t. n, pá- gina 281) deducevano dal Cornelio Nepote é parimente del sapersi che á tempi di Oí¿<?»<?,imperatore fu trasportatata da- venti nel Mai'c Germa7iico^naj nave de Levante.»

Ocasión tendré más adelante, al hablar del mapa de una edi- ción de Ptolomeo de 1508, de discutir la denominación del río Polisacus (el Pulisangha) ó río de Cambalu en China.

A causa de la cita de los Othones y de Federico Barbarioja he examinado cuidadosamente, pero sin fruto, la célebre cró- nica de Ditmar, conde de Walembek {Cronogr. Bitmari, eiñs- copi Ilersjmrgensis, libri viii, Helmst, 1667, páginas 17-83) y la Crónica de Othón de Freising, continuada por Othón de San Blaise y el canónigo Eadevicus (MURAT, Scripv llerum Itah, tomo VI, páginas 610-736 y 742-758). Á ruego mío ha exami- nado Mr. Deecke en Lubeck, y también infructuosamente, la rarísima edición de Othón de Freising, impresa conforme á los manuscritos de la Biblioteca de Viena en 1515. ¿Quiso ha- blar acaso Eneas Silvio de una Crónica de Austria del obispo Freising, que no ha llegado á nosotros?

(1) GrAjSíTOFF. Ckron. des Franciscaner-Lesemeisters Dit- mar, 1829, t. I, p. XXIX, 4 y 413. Ditmar alcanza en su Crónica hasta 1101; Alberto de Banderwik solamente á 1298. La funda- ción de la ciudad antigua de Lubeck , situada á orillas del

DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA. 395

La fecha de 1160 es además dudosa, porque la Cró- nica de la ciudad de Lubeck, de Juan Eufus, es desde el año 1106, y dice que en esta remota época habí^ muy pocas relaciones entre los mares del Oeste y del Noi-te.

riachuelo de Schwartow (^Helmoldi Chronica Slavorum, Lu- beck, 1139, ]ib. I, cap. 20 y 57, p. 61 y 137), corresponde á la época que media catre los años 795 y 823. Los Rugieaos la in- cendiaron y destruyeron en 1139, y este suceso ocasionó la fun- dación Je la nuera ciudad de Lubeck en 1140. No habían transcurrido veinte años desde su reedificación en la época en que, según dice Gomara, llevaron allí los indios. Como esta ciudad nueva fué también destruida completamente por un incendio en 1157 (Grantofp, t. ii, p. 581), la suposición de que fueran conducidos á esta ciudad comercial para mostrarlos al pueblo, náufragos llegados de las costas de Escocia ó No- ruega, no me parece probable, porque hasta repugna á las cos- tumbres de aquellos tiempos. El silencio de Helaaod, que era curíi, de una aldea á orillas del lago de Ploen en el Holstein, es tanto más importante cuanto que en 1164 vivía aún, como sn propia Crónica lo indica claramente (cap. 94, p. 213).

Consulté aun sabio, profundamente versado en la historia de estas comarcas y que habita en el mismo Lubeck, Mr. Deecke, y he recibido confirmación de las dudas que acabo de exponer. «Examinando de nuevo todas nuestras Crónicas, me escribió Mr. Deecke en Enero de 1835, nada encuentro, absolutamente nada, que permita adivinar lo que ha dado motivo á las extra- ñas noticias adquiridas por Eneas Silvio, Gomara y Sir Hum- phry Gilbert, cuyas investigaciones sobre el paso del Noroeste nos ha conservado Hakluyt. Debo, sin embargo, deciros que en la ca'?a donde se reunía el gremio de los marinos {Scliifferge' sellsehaft de Lubeck), se conserva una canoa groenlandesa con una figura de madera, representando un esquimal, figura que estuvo antes cubierta con el traje propio de los esquimales. La canoa ha sido recompuesta muchas veces, y su inscripción más antignia es de 1607, pero segi'm una tradición muy vaga, debió capturar un barco de Lubeck á estepescador esquimal en los ma-

-396 ALEJANDRO DE HÜMBOLDT.

Estos esquimales-indios no naufragarían en las cos- tas de Frisia, sino que, durante- las grandes tempestades y las irrupciones del mar ocurridas en 1150 y 1164, al- gún barco de Lubeck los encontró cerca de las costas de Europa y los capturó , como fue' capturado el barco es- quimal de que habla el canienal Bembo.

Al reunir y examinar bajo un punto de vista general las pruebas de estas comunicaciones remotas favorecidas por el acaso, elévanse las ideas, viendo cómo los movi- mientos del Océano y de la atmósfera han podido con- tribuir, desde las épocas más lejanas, á esparcir las di- ferentes razas humanas en la superficie del globo. Com- préndese, como lo comprendió Co\6n(Vida del Almirante^ cap. vil i), cómo pudo revelarse un continente al otro.

res del Oeste hace trescientos años. Las relaciones comerciales de Lubeck con las regiones del Oeste y del Noroeste datan de mediados del siglo xiii. Acaso Gilbert quiso decir en el reinado de Federico IIL No entiendo, como vos no entendéis, lo que significan las palabras del papa Eneas Silvio: Nos apud Otlio- nem legimus; ni la cita de Gilbert: Otlion in the storie of the Gothes afjirmeth. No ha existido ningún Othón que escribiera una historia de los Godos, y entre los historiadores de este pueblo, que por largo tiempo y cuidadosamente he estudiado, no hay rastro de ningún suceso parecido.»

En muchas ciudades marítimas se conservan canoas groen- landesas , y esta conservación no prueba nada por misma, como sucede con el cocodrilo queme enseñaron colgado en una capilla de los alrededores de Verona , y que , según la tradición popular, vino derechamente al Brenta desde la desembocadura del Nilo.)) La historia de la canoa de Lubeck, según los indicios dados por los autores que acabo de citar, podría referirse muy bien á la captura de un pescador esquimal arrastrado por al- guna tempestad lejos de las costas de su patria.

FIN DEL TOMO I.

ÍNDICE

Páginas

Prólogo 1

Introducción 14

Causas qoe prepararox y prot^üjeron el descubrimiento del nuevo mundo!

I. Lo que se proponía Colón en sus viajes de

descubrimiento 21

II. Progreso de las ideas cosmográficas antes

de Cotón. 34

III. Ideas cosmográficas de Colón j causas que

le impulsaban al descubrimiento de las Indias. 59

IV. Opiniones de los antiguos sobre la geogra- fía física del globo y manera de figurarla 83

V. Influencia de Pablo Toscanelli en los pro- yectos de Cristóbal Colón 93

VI.— Cristóbal Colón y Martín Behaim 126

VII. Martín Behaim y Magallanes 156

VIII. Primeros descubrimientos en la costa

Oriental de Ame'rica 165

IX. Influencia de la configuración de África en las ideas sobre la que debía tener América. . . 176

X. Las expediciones clandestinas 197

XI. Motivos que impulsaban al descubrimiento

de América á fines del siglo xv 219

398 ÍNDICE.

Páginas.

XII. Consideraciones sobre la geografía física del globo terrestre y sobre las comunicaciones con América antes de descubrirla Cristóbal Colón 234

XIII. Viajes de los escandinavos al IsTueyo

Mundo en los siglos xi y xii 257

XIV. Colón no supo los viajes de los escandi- navos á la América septentrional 272

XV. Estado social de América antes del des- cubrimiento 288

XVI. Viajes de los árabes almagrurinos ; de Madoc ; de los hermanos Vivaldi ; de Gonzalo Velho Cabral, j de Juan Szkolny , . . . . 295

XVII.^La cosmografía en la Edad Media. . . . 310

XVIII.— -La isla de San Brandón 316

XIX. La Antillia y la isla de las Siete Ciu- dades 324

XX. La isla Bracie (Berzil). La estatua de las Azores. Las monedas halladas en la isla Corvo. El monumento de la isla de San Mi- guel 353

XXL Probables comunicaciones entre ambos mundos , á causa de las corrientes atmosféricas y oceánicas 376

pCTI IDKI riDrí II ATinN nFPARTMENT

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