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EL FUNDADOR DE CARACAS
Don Diego de Losada,
Teniente de Gobernador
y
Capitán General en estas Provincias.
1513? -1569
SIGLO XVI
BIOGRAFÍA
COMPUESTA POR
FRAY FROILAN DE RIONEGRO
F. M. CAPUCHINO
k
CARACAS
Imprenta Nacional
1914
Si Autor se reserva los derechos legales.
FRAY FROILAN DE RIONEGRQ
F. M. CAPUCHÍKO
Librar. Norí1
Memento díerum antiquorum, cogita generationes singulas: interroga patrem tuum. . .majores tuos et dicent tibí. (Deut. Cap. 32. VII).
Laudemus viros gloriosos, et parentes nostros in generatione sua. .Homines magni virtute.. .Qui de illis nati sunt, reliquerunt nomen narrandi laudes eorutni
...Cum semine eorum permanent bona. Hereditas sancta nepotes eorum et
fitíi eorum propter illos usque in aeternum -manent: semen eorum et gloria eorum non derelinquetur. . .et nomen eorum vivit in generationem et genera- tionem. Sapientiam ipsorum narrent populi, et laudem eorum nuntiet ecclesia! . . Ideo jurejurando- dedit. . .hereditare illos a mare usque ad mare. {Ecclesst, Cap. 44).
Acuérdate de los tiempos antiguos, recorre de una en una todas las genera- ciones; pregunta a tu padre. . .a tus antepasados y te lo dirán. (Deuteronomio Capítulo 32 Versículo VII).
Alabemos a los varones ilustres, a nuestros padres, a quienes debemos el ser. . .hombres grandes por su fortaleza. . . A les que de ellos nacieron les deja- ron materia para celebrar sus alabanzas. . .Con sus descendientes permanecen los bienes que ellos les dejaron. Sus nietos son una sucesión digna o pueblo san- to y su posteridad se mantuvo constante en la alianza con Dios; y por el mérito suyo durará para siempre su descendencia. . .y vivirá su nombre por todos Jos- siglos. Celebren los pueblos su sabiduría y repítanse sus alabanzas en las asam- bleas sagradas. . .pues su posteridad tendrá por herencia el continente de mar a mar. (Ecclesiástico. Capítulo 44).
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Concejo Municipal.
En la sesión ordinaria del veintiocho de julio de mil no- vecientos trece el Secretario leyó el informe y el proyecto de Acuerdo que publicamos en seguida, los cuales fueron aprobados a propuesta del Concejal Raúl Capriles.
Ciudadano Presidente:
"La Comisión designada por usted para estudiar la soli- citud dirigida al Concejo por Fray Froilán de Rionegro, en la cual pide que se acuerde por cuenta del Tesoro Municipal la publicación de la Biografía del Capitán don Diego de Lo- sada, fundador de Caracas, que tiene escrita, ha cumplido el encargo y como resultado de su labor expone las siguientes consideraciones :
Juzgada a piori la materia que informa la solicitud mere- ció, desde luego, el concepto favorable de la Comisión, de la misma manera y por razones idénticas a las que obraron en el ánimo de nuestros colegas en el Concejo para acogerla con ex- presiones de agasajo cuando se leyó en Cámara.
Es evidente la conveniencia de publicar en un libro la his- toria de la vida y hazañas del Conquistador Español que a fuerza de valor y de constancia, en lucha sin tregua con los obstáculos. de la naturaleza y con la resistencia heroica de los Caciques indígenas, pudo echar los cimientos de la Villa de San- tiago de León, protegerla con su espada y fomentar su desa- rrollo, sin pensar en que, al correr de los tiempos, sería ella la cuna de Bolívar, el Conquistador de la libertad surameri- cana, y el Ayuntamiento de Caracas el primero en proclamar su independencia en la América Española.
Pero había que averiguar si a la nobleza del propósito co- rrespondía el éxito de su ejecución, y, al efecto, la Comisión obtuvo del postulante los manuscritos de su obra, a los que acompañó un dictamen favorable emitido por la Academia Na- cional de la Historia, que termina declarando la referida bio- grafía merecedora del honor de la publicidad en el Boletín de tan docta Corporación.
— 10-
Leídos los originales encontramos en ellos la narración clara de los principales hechos realizados por don Diego de Losada, en una bien compilada exposición, que su autor ilus- tra con citas precisas de historiadores antiguos y con referen- cias originales para hacer interesante la obra.
Por las razones apuntadas la Comisión opina que sería útil y conveniente publicar en un libro la expresada Biografía, con el fin de que, a la vez que se divulguen las proezas del fundador de la ciudad, hoy Capital de Venezuela, se haga per- durable la obra y pueda circular fácilmente en el país y en el exterior.
A la consecución de estos fines tiende el proyecto de Acuerdo que, como resultado del encargo que usted nos con- fió, tenemos la honra de someter a la ilustrada consideración del Cuerpo:
EL CONCEJO MUNICIPAL DEL DISTRITO FEDERAL
Considerando : Que Fray Froilán de Rionegro ha escrito la Biografía de don Diego de Losada, fundador de Caracas, y solicita del Concejo que acoja la obra y disponga su publicación en forma de libro, ;
Considerando : Que la biografía en referencia ha merecido juicio favora- ble a su mérito de la Academia Nacional de la Historia y de la Comisión nombrada por el Presidente del Concejo para estu- diarla, y que se rendiría justo y debido homenaje a don Die- go de Losada publicando su historia,
Acuerda:
Artículo Primero. Recomendar muy encarecidamente al Ciudadano Gobernador del Distrito la Biografía de don Die- go de Losada escrita por Fray Froilán de Rionegro, para que disponga su publicación en número de ejemplares que crea conveniente.
Artículo Segundo. Trascribir el presente Acuerdo al Ciudadano Gobernador y comunicarlo a Fray Froilán de Rio- negro, como resultado de su solicitud.
Dado ut supra.
Luis F. Blanco. — Teófilo Rodríguez. — Juan Bta. Chaves. — Demetrio Los sada Días. — V. M. Rada".
GOBIERNO DEL DISTRITO FEDERáL
Decreto por el eoal se dispone proceder a la pnblieaeión en forma de libro de la Bio- grafía de don Diego de Losada por i'ray Froilán de Rionegro. — « Gaceta Ofieial». —Estados Unidos de Venezuela.— Año XLII— Húmero 12.283.— Folio 88.587.
GENERAL JUAN G. GÓMEZ,
Gobernador del Distrito Federal,
Considerando:
Que el Cqncejo Municipal del Distrito Federal, en Acuerdo sancionado el 28 de julio de 1913, recomienda a este Gobierno la publicación de la Biografía de don Diego de Lo- sada, escrita por el R. P. Fray Froilán de Rionegro;
Considerando :
Que con la publicación de esta obra se rinde justiciero homenaje a la memoria del Fundador de Caracas y se ofrece una valiosa contribución al acervo de la historia de Venezuela.
Por disposición del ciudadano Presidente Provisional de la República;
Decreta :
Artículo Io Procédase a hacer la publicación en forma de libro de la Biografía de don Diego de Losada por Fray Froilán de Rionegro, en edición de mil ejemplares.
Artículo 2o Los gastos que ocasione el cumplimiento de este Decreto se harán por la Administración General de Rentas Municipales de la asignación destinada a impresiones oficiales.
Artículo 3o Dése cuenta al Concejo Municipal y publí- quese.
— 12 —
Dado en el Palacio de Gobernación y Justicia del Distrito Federal, y refrendado por ei Secretario del Despacho, en Ca- racas, a veintiuno de julio de mil novecientos catorce. — Año 1059 de la Independencia y 56° de la Federación.
Juan C. Gómez. Refrendado. El Secretario de Gobierno,
A. M. Delgado Briceño.
— 13 —
Residencia de los Padres Capuchinos. — La Merced. — Caracas: 21 de Junio de 1914.
Excmo. y Revmo. Señor Carlos Pietropaoli, Arzobispo de Cálcide, Enviado Extraordinario de la Santa Sede y Delegado Apostólico en Venezuela.
Caracas. Excmo. Señor:
Conociendo que Vuestra Excelencia es uno de los que más estiman los estudios históricos, en los cuales se ha ocupado ventajosamente, me es grato remitir a Usía los originales de la Biografía del Fundador de Caracas, don Diego de Losada* no tan sólo para conocer el juicio que le merezca la obra sino, muy principalmente, para someter todo lo escrito por mi¡ impreso o inédito, a las enseñanzas y al juicio de la Santa Sede> asimismo cuanto escribiere en adelante, como fiel católico, apostólico y romano, obediente siempre a la Iglesia Romana y a la Santa Sede.
Precisamente a la Santa Sede debe el Nuevo Mundo del famoso terciario franciscano, Almirante de las Indias y del mar Océano, don Cristóbal Colón, gran parte del descubrimiento y toda la civilización cristiana; Autoridad esa a la cual somos también deudores los Misioneros Capuchinos por lo mucho que nos ayudó en estos países, en todo lo concerniente al buen régimen y gobierno de los centros de Misiones y rege- neración de los aborígenes; regeneración y amparo que toda- vía son necesarios, no sóio para los pobres indígenas que per- manecen en las tinieblas y sombras de la muerte, privados aún de la civilización y de la luz del Evangelio, sino para el bien general de las almas y para la paz, bienestar y progreso de esta querida República de Venezuela, hija nobilísima de España.
Humildemente me encomiendo a los santos sacrificios y oraciones de V. S. y pido, con la debida reverencia, la bendi- ción a V. E Rvma.
Muy devotamente.
Fray Froilán de Rionegro.
(Capuchino) .
~- 14 _
Caracas: 19 de Agosto de 1914. Estimado y Reverendo Padre:
Al avisarle recibo de su atenta carta, fechada el día vein- tiuno de junio próximo pasado, con la cual acompaña el ma- nuscrito de su Historia del Fundador -de Caracas, cúmpleme agradecerle las frases muy amables y finas que ha tenido a bien dirigirme.
Ya su obra no necesita mi aprobación, puesto que ha me- recido las de las dignas autoridades eclesiásticas ordinarias; pero el haberla V. P. sometido al Representante de la Santa Sede, a la cual pertenece el supremo juicio respecto a la doc- trina, es cosa muy laudable y honrosa para un hijo de San Francisco de Asís. Me es placentero, pues, felicitarle y asegu- rarle que no he encontrado nada en la dicha obra que no esté conforme con la enseñanza de la Iglesia.
Por loque se refiere a mi juicio particular, aunque pudiera darlo, él sería de ninguna importancia. Las múltiples y graves ocupaciones del ministerio episcopal y después el cargo que ejerzo no me han permitido, desde mucho tiempo, volver a mis estudios predilectos de historia. Sin embargo, es para mí satisfactorio certificar que la Biografía de don Diego de Losada denota en su autor grande amor a la verdad, espíritu imparcial y sereno, y diligencia en investigar documentos. Usted no afirma solamente, sino que la narración fortifica con pruebas; lo que es y debe ser el carácter de la Historia verdadera. Además, tiene el mérito su Biografía de evidenciar los tras- cendentales merecimientos de la católica España, bajo la inspi- ración y dirección de los Pontífices de Roma, de haber civili- zado a Venezuela por medio de los Misioneros. Dios quiera que todos lo reconozcan y sepan también apreciar las hazañas de los frailes que fueron los sinceros y grandes amigos del Nuevo Mundo, y que hasta hoy lo ilustran con sus virtudes y sus obras piadosas y civilizadoras.
Al repetirle, Reverendo Padre, mis felicitaciones, le ben- digo y hago votos porque su historia alcance no solo la admira- ción, sino también la gratitud y el cariño de Venezuela a la gloriosa Orden franciscana.
De usted atentamente,
f Carlos Pietropaoli.
Arzobispo de Cálcide. Enviado Extraordinario de la Santa Sede. Al Reverendo Padre Fray Froilán de Ríonegro.— (Capuchino). — Caracas.
— 15 -
Gracias.
Las damos muy cumplidas al Excmo, Señor Presidente Provisional de la República, Doctor Victorino Márquez Bus- tillos, al Señor Comandante en Jefe del Ejército nacional, General Juan Vicente Gómez, al Señor Gobernador del Dis- trito Federal, General Juan Crisóstomo Gómez, al Secretario y Primer Oficial de Administración, al Concejo Municipal de la Ciudad de Santiago de León, de Caracas, a la Ilustre Aca- demia Nacional de la Historia, al Doctor José Tomás Sosa Saa, quien llevó en peso la corrección tipográfica, y demás personas que generosamente nos han ayudado.
Al curioso lector.
El orden, el bien común, y aun el particular, parece que , exigen que todas las ciencias, artes y oficios los enseñen personas entendidas o, por lo menos, versadas en tales asuntos. Un libro en el que se contienen para el porvenir aigunos conocimientos, debieran éstos estar garantizados -por la gente que ¿tí¿<?-porque los errores o inexactitudes son perjudiciales tanto al individuo, como al cuerpo social; por lo tanto, en gramática, debiera revisarlo la Academia de la Lengua, a fin de purgar la obra de las faltas gramaticales: en Historia, la Academia de ésta; en cuestiones militares, nadie mejor lo haría que sus académicos y, finalmente, si se trata de Artes y Oficios, indudablemente que tienen autoridad los que de ello entienden: y, si de Religión y Moral, tenemos autoridades se- ñaladas que saben lo que es malo y lo que es bueno, lo que daña y perjudica, lo mismo al individuo que a la sociedad en. general.
Deseosos, pues, de ser útiles al lector benévolo, volunta- riamente entregamos por cuenta nuestra todas estas páginas a un literato para asegurarte de la verdad gramatical, cuanto fuere posible al arte ; en asuntos militares nos ayudó grande- mente un experto militar; y en Historia no poco nos han dirigido algunos académicos y otros entendidos en ella.
Principalmente, en religión y moral, por ser éstas de im- ponderable duración y suprema importancia, pues sin religión y sin moral no existe bondad ni orden ni justicia, hemos tenido gusto de someter los originales a la revisión oficial de las autoridades de la Orden de los Frailes Menores Capuchi- nos, como alumnos de ella, y a las más altas de la Santa Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo en comunión con la Santa Sede Apostólica, de donde dimana la palabra de Dios que resuena perpetuamente en las alturas, como dice Donoso Cortés. (1)
(1) Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo. Madrid, 1880, obra que recomendamos a la juventud estudiosa, lo mismo que El Criterio, por Balmes.
2
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Dicho esto y sabiendo que las fuentes históricas son del in- signe autor de Varones Ilustres, presbítero don Juan de Cas- tellanos ; del acucioso franciscano, Fray Pedro Simón, autor de las Noticias Historiales-, y del famoso don José de Oviedo y Baños, quien escribió sobre la Conquista y Población de la Provincia de Venezuela, y de cuyas expresiones felices nos valemos a menudo; y, finalmente, de otros autores v ar- chivos que se citan, nos contentaría que leyeses algo de lo que cada uno de ellos dijo en su prólogo; yesque, según Cas- tellanos, allá en su tiempo había muchos que "se dolían de ver hazañas esclarecidas quedarse para siempre encarceladas en las escuridades del olvido, sin haber persona que movida de este justo celo procurase sacallas a luz, para que con la libertad que ellas merecen, corrieran por el mundo y fueran a dar noticia de sí a los deseosos de saber hechos célebres y grandiosos". A la vez manifiesta Fray Pedro Simón en el suyo que él escribió para "llenar los deseos de los curiosos y que quisieran saber estas cosas, en especial, dice, los que han nacido y habitan estas tierras están atormentados no hallando camino por donde cumplirlos y no saber las cosas de sus ante- pasados, de quienes ellos descienden" y, finalmente, Oviedo y Baños asegura que aplicó su desvelo para sacar a luz los me- morables acontecimientos de la Conquista cuya noticia, sin razón, ha tenido hasta ahora recatada el culpable descuido de sus hijos, sin que entre tan soberanos ingenios como produce, haya habido uno que se dedique a tomar por su cuenta esta tarea. — Después de esto, fiando «que no desdeñarás la cortedad de tan humilde servicio», abandonamos el libro en tus manos, «aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben» y, nos des- pedimos, sin rogirte, como otros hacen, que le recibas agrada- blemente y que perdones o disimules las faltas que vieres; al contrario, acuérdate que tienes tu alma en tu cuerpo, y que eres libre, y que sólo has de dar cuenta a Dios de tu vida, y que no tienes obligación alguna para tal libro, y que estás en tu casa, o fuera de ella, leyéndolo 'a tu gusto, como es de suponer, y "puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella". Y que Dios te dé su luz, estudioso lector, y a los demás no nos olvide. — Vale.
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CAPITULO I
Ojeada general a la Provincia de Zamora y situación de Río Negro, cuna del fundador de Santiago de León, de Cara- cas, Diego de Losada.
§ I
Zamora,, llamada también Numancia, fortificada en el si- glo IX, celebérrima en la historia de España y de América por los hombres notables que le dio la Provincia, «está asen- tada sobre las orillas del ancho Duero que le sirve de claro espejo por el lado del mediodía; su magnífico puente que abre a las aguas diez y seis arcos ojivos y encima de los estri- bos otros tantos huecos de medio punto», cuyas almenas y famosas torres fueron "invicto baluarte del Trono de Isabel la Católica", sirve de pintoresca entrada en la ciudad y capital de la provincia que lleva su nombre.
En conjunto "aparece coronada por las antiguas y nume- rosas torres de sus parroquias y, como principal florón, el bi- zantino cimborrio de la catedral, asentada sobre cuestas que al oriente bajan en suave declive y terminan al poniente en quebradas, rocas y precipicios, rodeada de arrabales que be- san y ocultan su pedestal". "Pocas catedrales como las de Zamora pueden ostentar en escultura los bustos de patriar- cas y profetas que hay en los respaldos de la sillería baja, los santos de uno y otro sexo entallados en la alta, y el Reden- tor y los Apóstoles que ocupan el muro del testero". Como recuerdos se conservan la casa del Cid Campeador, la de Doña Urraca y la Cruz donde fue herido el Rey Don San- cho por el atrevido Vellido Dolfos, natural de Valladolid, va- sallo del Rey, según unos, y según otros de Galicia. ( 1 )
En vano desde los muros, presintiendo la notable alevo- sía, los sitiados avisaban a gritos al sitiador que se guardara del Vellido:
(1) Quadrado, folio 545. Valladolid, Paíencia y Zamora.
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Guarte, guarte, Rey Don Sancho! No digas que no te aviso, Que de dentro de Zamora Un alevoso ha salido Llámase Vellido Dolfos Hijo de Dolfos Vellido; Cuatro traiciones ha fecho Y con esta serán cinco. Si fue gran traidor el padre Mayor traidor es el fijo.
Pero más famoso es todavía el reto de Diego Ordoñez contra todos los zamoranos por semejante acción del Vellido, cuando se presenta a lidiar en lugar del Cid Campeador, tan admirado, que eclipsaba al mismo Rey hasta el punto casi de anularle, y el que había jurado no hacer armas contra Zamo- ra. Dice así Diego de Ordoñez con toda su bravura de estilo, según el romancero antiguo:
Por eso riepto a los hombres, Por eso riepto a los niños; Riepto el pan, riepto las aguas, Riepto las carnes y el vino, Desde las yerbas del monte Hasta las piedras del río. (1) En el portal del Ayuntamiento se conserva una lápida antiquísima que dice así:
VÍ3C0
M- AtiSiiis SíIobIs
mi süq
Ex voto
Al hablar de Zamora no es posible olvidar a su hermana la ciudad de Toro; no sólo por las relaciones históricas sino también por las semejanzas de fisonomía; "distantes no más de cinco leguas entre sí, sentadas sobre la margen derecha del mismo río e inseparablemente unidas en unas mismas páginas de la historia".
Es célebre Toro por sus Cortes y por sus Leyes, por sus tempranas y abundosas frutas, por sus vinos y por sus trigos; donde parece que vertió la Naturaleza el cuerno de la
(1) Glorias españolas. Tomo I. folio 580, por Carlos Mendoza. Edición de Barcelona.
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abundancia y en donde se conserva un antiguo convento de Capuchinos que dio al mundo religiosos notabilísimos en el saber y en todo género de virtudes.
Media legua hacia el sur de esta ciudad se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Soterraña, asiento de una an- tigua Cofradía en la cual se inscribió Juan II, agradecido por la fecundidad inesperada de su segunda esposa Isabel, sin saber todavía que aquel fruto de bendición "había de ser la gran Reina Católica por excelencia, llamada Isabel, inmortal rege- neradora de España" y de América.
En Toro, finalmente, el once de enero de mil quinientos cinco se celebraron las famosas Cortes "al mes y medio de falle- cida la Reina Católica, y leído su testamento juraron por Reyes a Doña Juana, y como esposo de ésta, a D. Felipe, ausentes a la sazón en Flandes; por administrador de los Reinos a Don Fer- nando, a quien suplicaron, en atención a la enfermedad mental de su hija, que no los desamparase".
Si él lector quiere formarse idea de la provincia donde nació el fundador de Santiago de León, de Caracas, don Die- go de Losada, visite por sí mismo el territorio cortado, aun- que no igualmente, por el caudaloso Duero, que recorre de este a oeste la anchura de dicha provincia, júntasele el Tormes por el ángulo del sudoeste y baja del norte el Orbigo que se funde en el Esla, a quien se une el Tera, con las aguas que le da el Río Negro, por el lado del nordoeste, al nordeste el Val- deraduey y el Pisuerga, "famoso por la mansedumbre de su corriente" con otros afluentes y arrovos que parece que hacen cierto el dicho popular: Soy el Duero que todas las aguas bebo.
§ II
— Divídese el referido territorio en dos países de muy dis- tinta naturaleza, uno quebrado y montuoso a la derecha del Esla, compuesto de los Distritos judiciales de Sanabria y Al- cañices, llano y feracísimo el que se extiende a la izquierda por las comarcas de Benavente, Villalpando, Zamora y Toro. Tierra del pan y del vino ( 1 ), según su preferente cosecha, se denominaban estas vastas campiñas. Comprende la última allende el Duero, el onduloso término de Fuente Saúco, céle- bre por sus garbanzos, de magnitud extraordinaria, según el
(1) La rúente del vino, es llamada por otros.
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común desús granos; el de Sayago, todavía más desigual,, puede calificarse de serranía.
De la cordillera que por el sur separa la provincia de las de Salamanca, bajan numerosos riachuelos que fecundan los valles de Fuente Saúco y se unen al Guareña para rendir tri- buto también al Duero; ricos viñedos visten el pie de sus lomas, densos bosques y matorrales sus cimas, y algunas villas no insignificantes pueblan sus cañadas: tales son la capital del partido, amurallada en otro tiempo, Fuente de la Peña, notable por su frondosa arboleda, calles rectas y espaciosas y bella iglesia parroquial de tres naves.
No lejos de este lugar se encuentra otro que no desme- rece el título hermoso de Valparaíso, en donde se levantó un monasterio de religiosos Bernardos por el santo Rey Fernan- do, terciario franciscano, "en memoria de haber nacido pun- tualmente en aquel sitio el año de mil ciento noventa y ocho, cuando era todavía desierto monte, donde a la insigne Beren- guela, sobrecogieron en un viaje los dolores del parto."
Encierran la comarca de Sayago por el norte y oeste el Duero, por el sur el Tormes, metidos en profundos cauces. Abundantes pastos alimentan en sus valles copiosísimo ganado, cuya lana constituye la industria del país.
En el ya desmantelado castillo de Fermoselle tremoló aún después del desastre de Villalar el Estandarte comunero sostenido por los Porras, notable familia zamorana.
Sobre las márgenes del Duero se dilata en el centro de la Provincia el distrito de la Capital más fecundo en vino por un lado, más pingüe en mieses por otro, y limitado al occi- dente por el rápido curso del Esla.
En Moreruela erigió San Froilán un monasterio (1), reuniendo cerca de doscientos monjes, monasterio que, pro- tegido por la Reina Teresa, esposa de Alfonso IX, elevó la población a un grado de esplendor de que apenas permiten ya formar idea sus escombros. Villafáfila, situada a la izquier- da del Esla, y célebre por unas lagunas salitrosas, en mil quinientos seis vio al Rey Católico firmar Ja avenencia por la cual entregaba a su impaciente yerno Felipe de Austria el Gobierno de Castilla.
(1) En Tábara fundó el santo otro monasterio, con dos divisiones, en el que se juntaron seiscientos individuos. Véase el Año Cristiano, día cinco de octubre.
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§ III
— A la otra parte del Esla varía completamente el as- pecto del país: fragosas montañas, densos bosques de robles y encinas, enmarañados járrales, copiosas fuentes y arroyos que motivan el escaso verdor del suelo: entre el expresado río y la imponente Sierra de la Culebra y la frontera de Portugal, for- ma el abrupto partido de Alcañices un triángulo cuyo vértice se apoya en el Duero, y a las espaldas de la sierra que acabamos de nombrar se encrespan al norte otras aun más formidables» como la Segundera, la Gamoneda, la Peña Negra, de donde nace el Río Negro, cuyas sierras cruzándose en varias direc- ciones y trazando los límites de León, Galicia y Portugal, for- man probablemente el punto culminante de Castilla la Vieja, y comprenden en sus rápidas vertientes y profundos valles el ameno jardín de la tierra de Sanabria, con algunos nombres, tales como Ungilde y Hermisende que despiertan la memoria de sus pobladores godos.
No lejos de la capital del partido, en lo más áspero y frondoso de aquellas breñas, se elevaba el monasterio de San Martín de Castañeda (1) con su profundo, bello y anchuroso lago donde se precipita a corta distancia de su nacimiento el Tera y de donde vuelve a salir para recorrer en toda su longi- tud el distrito, juntándose con el Río Negro en la jurisdicción y límite de la villa de este nombre, después de atravesar a la mitad de su camino la Puebla de Sanabria, adornada con en- hiesto castillo que domina la comarca, famosa "por una pacífi- ca e importante conferencia tenida a veinte de julio de mil qui- nientos seis entre Fernando el Católico y el Archiduque, rece- loso y bien escoltado yerno, inerme y apacible el suegro, con singulares muestras de cordialidad y abnegación.
Dos horas hablaron a solas dentro de la ermita de ISTues-
(1) El monasterio de San Martín de Castañeda existía ya en mil ciento cincuenta, bien que hasta mil doscientos cuarenta y cinco no abrazó la regla del Cister. Hállase dicho monasterio dentro de los confines de la provincia de Zamora, a orillas del lago de Sanabria que forma la cascada del río Tera dos leguas más abajo de su nacimiento. Según la antigua lápida transcrita por Morales, después de permanecer por largo tiempo derruido, tal vez desde la época de los godos, lo reedificó desde los cimientos el abad Juan, venido de Córdoba, y en dos años y tres meses se terminó la obra, non imperialibus jussis sed fratrum vigi- lantia: la fecha expresa que fué en el reinado de Ordoño, y conforme leyó Mora- les: era novies centena novies dena corresponde al año novecientos cincuenta y dos en tiempo del III, otros la reducen al del II, interpretando de diverso modo las letras borradas (D. J. M. Quadrado, Asturias y León, folio 634).
— 24 —
tra Señora de los Remedios en Remesal, a igual distancia de la Puebla y de Asturianos donde tenían sus respectivos aloja- mientos, sirviéndoles de portero el gran Cisneros, fraile fran- ciscano, quien, cerrada la puerta y sentado en un poyo, mantu- vo los grandes a respetable distancia".
No muy lejos de estos lugares siguiendo el naciente del sol, y construida sobre un piso roqueño, en la margen derecha de Río Negro, y a unos cinco kilómetros de donde une sus aguas con las del Tera, junto al largo puente de Carballeda, que casi roza con el célebre Santuario, se halla situada la pe- queña población de Rionegro, (España, Provincia de Zamora, Obispado de Astorga, Partido judicial de la Puebla de Sana- bria), cuna del Fundador de Caracas, Diego de Losada.
Dirigiéndose desde Sanabria al oriente, al llegar a tierra de Carballeda, Mombuey, Rionegro, y Villar de Ciervos, -en- sánchanse las cañadas y suavízase insensiblemente el terreno, de suerte que al dejar aquellas, y antes de entrar el Tera en el Partido de Be n avente, riega una fértil y deliciosa vega sem- brada de pueblos que en el siglo X eran otros tantos monas- terios.
Con ella confluyen a su izquierda el Valle de Vidríales, a su derecha el de Valverde, surcado por arroyuelos ; del lado del norte baja el Orbigo reunido con el Eria, que después de cruzar los campos de Polvorosa, teatro de las victorias de Al- fonso III, rinde al Esla sus caudales algo más arriba que el Tera.
En el mismo desagua el Cea por la parte oriental, donde se encuentra Castro Gonzalo con restos de castillo y un puen- te de veintisiete ojos sobre el Esla, memorable por diversas batallas y cuya antigüedad pretende remontarse a los celtas.
Hacia la confluencia de estos rios, el Orbigo y el Esla,. se asienta la Villa de Benavente cercada de amenísimas huer- tas y lozanos plantíos, coronada por el Alcázar de sus Condes y rica en iglesias monumentales.
Fernando el Santo, firmó allí con sus hermanas Sancha y Dulce, hijas del primer matrimonio, la concordia que le allanó pacífica senda al trono de León, ''comprándoles con la renta de treinta mil doblas de oro la renuncia de sus derechos" : operación preferible a las guerras que consumen el oro y la vida de los hombres.
En lo mas alto de la Villa y mirando hacia el sur, en la meseta apellidada La Mota,, asoman los restos del palacio Seño-
Ruinas del Castillo de los Pínteles.
Benavente Zamora-España. (I)
(1) En esta Casa señorial vivió durante sus primeros años juveniles el fundador de Santiago de León, de Caracas, Diego de Losada.
Ei lomas alto de la Villa de Benavente, al extremo meridional de una me- seta que se apellida La Mota asoma reducido casi a esqueleto el palacio se* norial de los Pimenteles, cuyos muros, arcos, torres coronadas de almenas y matacanes, redondas unas, cuadradas otras. . . .parecen aumentar todavía sus vastas dimensiones. En alguna de sus lorres mejor conservadas apare- cen ventanas góticas de la decadencia, y da vista al río una galería de arqui- tos semicirculares y algo reentrantes al estilo arabesco con antepeche aba- laustrado. Hoy quedan solamente las vistas que ofrecemos del edificio y los espaciosos jardines de los famssos Condes. — (Quadrado, fol. 664).
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rial, construcción antiquísima, probablemente del siglo XIII o XIV, del cual quedan solamente algún trozo y ventanales que dan vista al río, escasa parte que revela su primitiva gran- deza, y donde vivió por algún tiempo nuestro fundador du- rante los primeros años de su juventud. (1) Todavía se conservan restos de sus espaciosos jardines y más allá la de- hesa de los Tamarales, cercada de densísima arboleda; queda, en fin, el delicioso panorama que forman a los pies de aquella altura: por un lado, bosques interminables, por otro, huertas de frutales salpicadas de casas y molinos, y surcadas por las si- nuosas corrientes del Esla, el Orbigo y el Tera, que bri- llan con blanco esmalte sobre el opaco verdor.
Queda aún la renaciente pompa de la naturaleza que avergüenzajas caducas y deleznables glorias del arte y el estéril e irresucitable polvo de los monumentos grandiosos; queda la sonrisa perenne de la creación, que desafía al tiempo, indi- ferente a las vicisitudes de la historia e insensible a la desola- ción de las grandezas humanas. —
En el estudio que acabamos de hacer sobre la referida provincia, hemos encontrado, con verdadera fruición y gusto, muchos apellidos pertenecientes a ilustres familias nacidas en Venezuela, y que señalan su distinguido origen de la coloni- zación española, como puede verse en la obra España — Sus Monumentos y Artes. Su Naturaleza e Historia, por D. José M$ Ouadrado, Valladolid, Palencia y Zamora. Edic. de Barcelona, 1885, fol. 531-664.
(!) En lo más alto de la Villa de Benavente, al extremo meridional de una meseta que se apellida La Mota asoma reducido casi a esqueleto el palacio señorial de los Pimenteles cuyos muros, arcos, torres coronadas de almenas y
matacanes, redondas unas, cuadradas otras parecen aumentar todavía sus
vastas dimensiones. En alguna de sus torres mejor conservada aparecen ven- tanas góticas de la decadencia, y da vista al río una galería de arquitos semi- circulares y algo reentrantes al estilo arabesco con antepecho abalaustrado. (Quadrado, folio 664) .
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CAPITULO II
Importancia social, moral y religiosa de la célebre Hermandad de Nuestra Señora de Carballeda, con algunas menciones muy interesantes acerca de Losada.
En los últimos territorios que acabamos de nombrar es famosa la escasa población de Ríonegro por su antiquísimo Santuario dedicado a Nuestra Señora de Carballeda, y por ser la propia cuna de la Hermandad llamada de los "Falifos" (palabra ésta equivalente a los mejores vestidos, — los mejores tra- jes y prendas) — riquísima en otros tiempos hasta la usurpa- ción de los bienes eclesiásticos.
Poseía numerosos hospitales en todo aquel país, princi- palmente en el camino de Santiago, para el servicio de los enfermos y multitud de peregrinos que visitaban el Sepulcro del Apóstol ; levantaba puentes de piedra y de madera en los pasos de mayor peligro, rellenando los lugares pantanosos; proporcionaba dote suficiente para facilitar el matrimonio a las jóvenes pobres o menesterosas; recogía, alimentaba, vestía y educaba así a los huérfanos como a los desamparados, aunque éstos fueran de padres conocidos, lo mismo que a los hijos de los Cofrades o Hermanos, cuando eran pobres, hasta que pudieran mantenerse por sí mismos; por tanto dispuesta estaba a pro- porcionarles más tarde honesta colocación; daba suficiente congrua a dos sacerdotes que habían de ejercer su ministerio en el propio Santuario. En la actualidad sólo conserva uno.
Según el Estatuto estos sacerdotes tienen la particular obligación de celebrar cada día el Santo Sacrificio de la Misa por los Cofrades o Hermanos, vivos y difuntos, cantar un nocturno por éstos, y hacer la procesión de Responsos los do- mingos por la tarde y decir misa (cantada) los lunes; rezar ca- da día el rosario en el propio Santuario, cuidar del aseo y lim- pieza del templo, fomentar el culto divino y la devoción a la Santísima Virgen ; finalmente, los párrocos de Carballeda, Sa- nabria y Cabrera, con todo su Clero, y los Alcaldes y Procu- radores de los pueblos juntábanse en Cabildos generales para enterarse de las altas y bajas del personal de la Hermandad, discutían los negocios pendientes, organizaban las cuantiosas rentas y celebraban con la mayor solemnidad los Divinos Ofi- cios.
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Al lector le será agradable conocer que todavía se conser- va, con cierto esplendor, parte de estas vigorosas costumbres.
Una de las principales obligaciones de los capellanes es decir misa (cantada) a* Nuestra Señora todos los sábados y ce- lebrar, con el mayor esplendor posible, las fiestas de la Santísi- ma Virgen en el referido Santuario.
Llama la atención, singularmente, que todas estas obras insignes de religión, caridad y beneficencia se consolidasen por tantos siglos, tan sólo con el producto del "Falifo" ofren- dado por cada uno de los Hermanos o Cofrades que morían.
Todavía esta celebérrima Hermandad a la cual sin duda perteneció Diego de Losada, y cuyo origen y fundación es tan antiguo que se pierde en los tiempos de la historia, conserva mucho de su primitivo prestigio y grandeza encon- trándose monumentos que lo atestiguan.
Los Romanos Pontífices la decoraron soberanamente concediendo de modo perpetuo gracias excelentísimas en favor de los Cofrades o Hermanos, tan bienhechores de la humani- dad y aun de la misma República.
Clemente VI (1342) confirmó las gracias hechas antes por otros Sumos Pontífices a esta Hermandad otorgando su Bendición Apostólica y admitiendo la célebre Cofradía bajo la protección de la Santa Sede; Eugenio IV en 1446 dio a todos los Hermanos la Apostólica Bendición con otros privi- legios e indulgencias; Paulo II en 146S concede facultada to- dos los Hermanos para que pudieran elegir confesor aprobado y ser absueltos, por una vez, de todos sus pecados, ratificando esta concesión generosa Sixto IV en 1482; Paulo III en 1538, •cuarto de su Pontificado, supliendo todos los defectos de hecho y de derecho que pudieran tener la erección y fundación de esta Cofradía o "Hermandad" hace relación del estado de ella en aquel tiempo, expresando los hospitales y otras obras caritati- vas, y confirmándola, aprobándola y prohibiendo que se erigie- se el Santuario de Carballeda en iglesia parroquial, y por otra Bula de la misma fecha, encarga su Santidad a los Sres. Obispos Casertino y de Astorga que protejan esta Cofradía sin permitir que se le haga violencia ni agravio en el uso de su instituto y que hagan guardar los Estatutos ; Paulo V en 1605, primero de su Pontificado, la colmó de privilegios e indulgencias; Pío IV en 1706 concedió que, cuando algún sacerdote celebrase misa en el altar de dicha Hermandad por el ánima de algún Cofrade, o Hermano, muerto en la divina gracia, esa ánima
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consiguiese del Tesoro de la Iglesia indulgencia por modo de sufragio ; y que los que visitaran el Santuario en los días ex- presados rogando a Dios por la paz entre los príncipes cristia- nos, extirpación de las heregías y exaltación de la Santa Madre Iglesia, pudiesen ganar todas y cada una de las indulgencias, remisión de los pecados y perdón de penitencias que podrían alcanzar si personalmente visitaran en los mismos días, todas las iglesias de Roma destinadas para lucrar la indulgencia pro- pia de estación. Este Sumo Pontífice se preocupó tanto de esta célebre Hermandad que expidió siete Breves a su favor enriqueciéndola constantemente.
Finalmente, la Sagrada Congregación del Concilio en ocho de junio de mil setecientos veintiséis decretó que en cin- cuenta leguas del contorno al Santuario de Carballeda no se permitiera la práctica del "Falifo," sino a dicha Her- mandad, y en mil setecientos cuarenta y siete y mil sete- cientos sesenta y uno se revisaron todas estas Bulas y Decretos Pontificios que se hallaron conformes en todas sus partes. ( 1 )
No en vano hemos hecho notar, demasiado extensamen- te, esta notabilísima institución popular junto con el célebre Santuario de la Virgen de Carballeda; pues, como veremos más adelante, fueron objeto preferente de la atención de Lo- sada, quien al efecto perpetuó el nombre de tan Veneranda Patrona en el primer puerto de Caracas, Nuestra Señora de Carballeda, a dos leguas de La Guaira.
(1) Breve Compendio histórico de la Hermandad de Ntra. Sra. de Car- balleda. Valladolid, 1892.
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CAPITULO III
Algunas noticias sobre ios ascendientes de Diego de Losada y del nacimiento, crianza, juventud y carácter del fun- dador de Santiago de León, de Caracas.
1513 ? 1532
Casi frente al famoso Santuario que acabamos de nombrar, en su parte norte, se levanta, ya en muy mal estado de con- servación, una casa solariega adornada con escudo propio: tiene delante una ancha plaza, que servía de jardín, según la tradición, a la morada solariega del señor de Rionegro, cuyo segundo hijo fué el destinado por la Divina Providencia para ser el fundador de la bella y gentil Ciudad Mariana de Cara- cas, en la provincia española de Venezuela, y después capital de la noble Nación independiente, Hija de España, o mejor, la misma España, engrandecida y continuada por sus fami- lias, por sus tradiciones y costumbres morales, por su religión y por su lengua, por sus virtudes y defectos sociales.
No hemos podido descubrir los nombres de los proge- nitores del fundador de Caracas, Diego de Losada; pero sí podemos afirmar que sus ascendientes fueron de los Home-Ricos de Castilla, y creemos que estuvo el primitivo solar de sus ma- yores en Limia, hermoso país de Galicia, por el año mil ciento cincuenta y cuatro. ( 1 )
Hagamos mención solamente de doña Elvira Pérez de Losada, señora de esta casa, y la que casó con el poseedor de la de Quiroga y Losada; de otro caballero que acompañó y sirvió al Rey don Fernando en todas sus empresas y quien, por sus hechos y buenos servicios, mereció el titulo honroso de Home-Rico de Castilla, hijo de doña Elvira Pérez de Lo- sada, llamado Vasco Pérez de Losada y Quiroga.
Recordemos a doña Teresa Pérez de Losada, casada con Rui Vázquez de Quiroga; a Lope Pérez de Losada y a Pedro Alvarez de Losada, quienes fueron señores de la puebla de Sa- nabria, (provincia de Zamora), "después que fué confiscada a Men Rodríguez de Sanabria" y de quienes "descienden los.
(1) Véase. Armas y triunfos de Galicia, por el Padre Fray Felipe de Gán- dara, folio 185 (citado por Ms. de la Casa de Losada).
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señores de Cubillos, los de Rionegro, Marqueses de Vianza» en el Reino de León", y también, los de Villar de Ciervos" y las casas de la Mezquita, la de Freiría y otras de grandes caballeros en Galicia". (1)
También encontramos la casa de Losada unida con las de los Osorios (2) y Escobares: pues hallamos que Juan de Losa- da Osorio y Escobar fué Señor de Cubillos; y Oviedo y Baños hace mención de un sobrino del fundador de Caracas llamado Gonzalo Osorio, de quien tendremos ocasión de hablar más adelante, por ser con su tío, Diego de Losada, fundador de toda la provincia española de Caracas, y uno de los prime- ros Alcaldes de Santiago de León.
Finalmente, estas casas o familias, originarias de un mis- mo tronco, dieron al mundo grandes personajes, colonizado- res, pobladores, conquistadores y capitanes insignes, princi- palmente en Chile, Perú, Méjico, Venezuela y España, dis- tinguiéndose todos ellos por su religión y piedad, al par que por su heroísmo y desinterés, acompañando sus grandes accio- nes con el noble manto de la humildad, rectitud, prudencia y caridad hacia el prójimo. (3)
Oviedo y Baños dice que don Diego fue natural del Reino de Galicia (4) ; y, para mejor conocimiento déla His- toria, debemos indicar que: "la antigua Galicia comprendía (ad litteram) gran parte de Castilla la Vieja y de León, has-
(1) Documentos de la Casa de Losada, Ms.
(2) No ha mucho tiempo se conservaban en Astorga los restos de esta Casa Señorial: en un grabado que tenemos a la vista sus ruinas "atesti- guan era aquella una grandiosa fábrica que podía competir con las mejores en su linea. Sus muros se encuentran terraplenados; dos cubos guarnecidos de almenas y canecillos de poco vuelo flanquean el lienzo de su entrada, sobre la cual, una lápida ceñida con un cordón y encerrada dentro de un marco de fo- llajes del postrer estilo gótico, contiene en bordadas letras de relieve los si- guientes versos divisa de los Osorios:
Do nuevo lugar posieron Moverla jamás podieron.
Más arriba aparece el escudo de armas coronado de tres veneras, en medio de dos pedestales o arranques de garitas, que avanzan en forma de conos inver- sos bocelados en espiral y sembrados de hilos de perlas en sus estrias".
(España, sus monumentos y artes etc., por D. J. M. Quadrado-Asturias y León-fol. 617.)
(3) Ibid. Ms. '
(4) Oviedo y Baños, primera Edic. Part. I. Lib. V. Cap. XIV y Libro II. > Cap. VI.
Ruinas del Castillo de los Osorios.
Astorga- León-España. (1)
(1) Gonzalo Osorio, sobrino de Diego de Losada, fué el primer Alcalde de la Ciudad de Santiago de León de Caracas.
Los restos de esta Casa Señorial atestiguan era aquella una grandiosa fábri- ca que podía competir con las mejores de su línea. Sus muros se encuentran terraplenados; dos cubos guarnecidos de almenas y canecillos de poco vue- lo, flanquean en el lienzo de su entrada, sobre la cual, una lápida ceñida con un cordón y encerrada dentro de un marco de follajes del postrer estilo gó- tico, contiene en bordadas letras de relieve los siguientes versos divisa de los Osorios:
DO NUEVO LUGAR POSIERON MOVERLA JAMAS PODIERON
Mas arriba aparece el escudo de armas coronado de tres veneras en medio de dos pedestales o arranques de garitas que avanzan en forma de conos in- versos bocelados en espiral y sembrados de hilos de perlas en sus estrias.— (España, sus monumentos y artes etc, por don J. M. Quadradn — Asturias y León— fol. 617).
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ta Aragón, cerca de Soria y las Asturias y tierras de Canta- bria". (1)
En ]a imposibilidad de dar con los nombres del padre y de la madre de Diego de Losada, nos vemos precisados a de- cir solamente que fué el segundo hijo del Señor de Rionegro y que nació, probablemente, por los años de mil quinientos trece.
Según podemos colegir, aunque no con absoluta certeza, de la obra "España, sus monumentos y artes; su naturaleza e historia — por Don José María Quadrado — Valladolid, Paten- cia y Zamora". Edic. de Barcelona — 1885 — fol. 660. llamábase el padre del fundador de Caracas, don Diego de Losada (2); pero lamentamos vernos precisados a pasar en silencio el nom- bre de su madre, creemos que de apellido-Gallego,-(según la relación de Rodrigo Navarrete) (3) y que fué, sin duda, la que mejor modeló el corazón de nuestro héroe; lamentamos de igual modo no poder hablar de las virtudes cristianas de ambos progenitores y de los primeros años de nuestro funda- dor, transcurridos a la sombra bonancible y bajo las suaves im- presiones religiosas del Santuario de la Virgen Santísima de Carballeda, percibiendo de lleno, y a la continua, ya el movi- miento febril de sus grandes romerías, ya la apacible tranquili- dad de sus vecindarios y campos.
Todos los historiadores son parcos de noticias sobre la ju- ventud de Diego de Losada. Oviedo y Baños, de quien po- díamos esperar más, se contentó con decirnos que fué muy ilustre caballero, hijo segundo del Señor de Rionegro (4) y persona en quien concurrían además de la nobleza heredada, las prendas del valor. (5): "fué, dice, de gallarda disposición y amable trato, muy reposado y medido en sus acciones, de una conversación muy agradable y naturalmente cortesano, propiedades que le grangearon siempre la dicha de ser bien quisto". (6)
(1) Véase la Obra — Monarquía de España— por el Dr. Don Pedro Salazar de Mendoza. Tom. I Lib. II. Cap. 2. fcrl. 93, Edición de Madrid, año de 1770, existente un ejemplar en la Biblioteca de los Padres. Franciscanos -Capuchinos de Caracas-Venezuela. *
(2) Véase la nota última de este capítulo.
(3) Véase Relación de las Provincias, dt dicho autor, Archivo de Indias.
(4) Edic. primera de Oviedo y Baños part. I. Lib. V. Cap. XIV. y Lib. II. Cap. IX.
(5) Ibid. part. I Lib. V Cap. I.
(6) Id. Edic. 1» part. I. Lib. V. Cap. XIV.
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El Licenciado Tolosa, en el informe oficial que dio al Real Consejo de Indias, al hablar de Losada tan solo dice que: "es un caballero de cerca de Benavente, muy esforza- do" (1) El Gobernador don Pedro Ponce de León en el suyo únicamente dice al Rey: "para la cual jornada (de los Caracas) nombré por Capitán a Diego de Losada, hijodalgo y uno de los primeros pobladores de la tierra (Arch. Geni, de Indias, Caj. 4 Leg. 15).
En cambio el autor de Varones Ilustres, nos le presenta como bien formado, animoso y fortísimo (2) ; bien puesto, dice, y muy valiente y que estuvo algún tiempo en la casa del Señor de Benavente (3), acaso, según era costumbre entre los grandes de su tiempo enviar los hijos fuera de la suya para completar su educación.
A la sazón eran los Pimenteles Condes de Benavente, quie- nes brillaban ante la Corte de los Reyes Católicos con inusi- tado esplendor. (4)
Fray Pedro Simón nos dejó pormenores interesantí- simos acerca de la juventud y carácter del fundador de Caracas; por él sabemos que Diego de Losada llegó al Nuevo Mundo siendo aún jovencito; pues hace notar que "aunque era de poca edad, se conocía bien en sus nobles acciones, ser hijo de su padre, a lo que acompañaba conocidas virtudes". (5)
Con verdadero interés hemos trabajado por conseguir mayores noticias ya de sus padres, ya de sus primeros años;
(1) Oviedo y Baños. Edición de Fernández Duro, Tom. II fol.221. Bena- vente pertenece a la provincia de Zamora, lo mismo que la puebla de Sanabria
(2) Eleg. XII. Cant. II.
(3) Eleg. XII. Cant. II.
(4) ''De mil cuatrocientos sesenta y uno a mil cuatrocientos no- venta y nueve llegó a su apogeo la pujanza de los Pimenteles, mer- ced a la gratitud de losReyesCatolicos.de quienes, contra toda esperanza, se declaró el campeón más decidido, cayendo en Baltanas prisionero de los portugueses. Recompensáronle entre muchas mercedes con la donación de la Puebla de Sanabria y de la tierra de Carballeda que perdió Diego de Losada por su deslealtad: pero la resistencia de los pueblos frustró más de una vez las con- cesiones reales. .. . Alfonso Pimentel, quinto de los Condes, fué uno de los primeros grandes que desnudaron el acero contraías rebeldes Comunidades..-.. Los Pimenteles continuaron en la primera grada del trono, con consideración poco menos que de príncipes, prevaleciendo siempre sobre las heredadas coro- nas ducales, la primitiva condal de Benavente (D. J. M. Cuadrado, Vallado- ¡id, Palencia, Zamora, foí. 660 y 661.)
(5) Fray Pedro Simón, Noticias Historiales 4* N. Cap. 21.
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pero no es poco poder manifestar las condiciones de su carácter, esforzado y valiente, noble y virtuoso.
Sospechamos que pueda encontrarse el árbol genealógica de la familia de Losada en los archivos de la madre patria. Provincia de Zamora, tal vez en el de la casa de los Condes de San Bernardo, quienes, según creemos, son los herederos del patronato de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol en? Rionegro.
CAPITULO IV
Diego de Losada llega a Puerto Rico y pasa a Tierra Firme. En Maracapana se le nombra Maestre de Campo del ejército de Cedeño,
1533-1542
Por el año de mil quinientos. treinta y tres encontramos ai Diego de Losada en la isla de San Juan de Puerto Rico, lo cual no esperábamos, pues que no sabíamos cuando y en qué oca- sión había salido de su pueblo natal. Acompañábale un joven, amigo suyo, hijo del Señor de Autillo, y en cuya compañía- vivió en la casa del Señor de Benavente. Sobre las brillantes: cualidades de ambos habla muy bien Castellanos cuando dice:
Eran Reinoso y Diego de Losada bien puesto cada cual y muy valiente y fueron ambos de una camarada criados del Señor de Benavente (1)
Hay jóvenes que se adelantan a su edad por sus grandes acciones, por lo cual se granjean la confianza de los hombres mas avisados y prudentes. Algo parecido observamos en Die- go de Losada: alistóse en el ejército del General Antonio Ce- deño, con ánimo de explorar el río Meta y sus extensas pro- vincias ribereñas, embarcóse al efecto junto con ciento cuaren- ta hombres y cuarenta caballos, distribuidos en dos embarca- ciones, a las órdenes del Capitán Juan Bautista, y llegaron en pocos días, y sin novedad, al puesto de Maracapana.
Cedeño, mientras tanto, quedaba en Puerto Rico alistan- do mayor número de gente, municiones y caballos.
(1) Eleg.XII.Cant.il.
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El Presbítero Juan de Castellanos tratando de estos asun- tos dice :
Cedeño en estos tiempos y sazones dentro de Puerto Rico ya tenía copia de excelentísimos varones caballos, munición, artillería vino con esta gente Juan Bautista y el animoso Diego de Losada tortísimo varón en la conquista (1)
No lejos de Maracapana encontraron a Jerónimo Ortal, primer poblador del territorio, y comunicándose amigable- mente los jefes, convinieron en no promover disensiones ni estorbarse unos a otros (2), pacto que no duró mucho tiempo.
Los recién llegados siguieron luego al interior y cruzando por los pueblos del Cacique Guaramentd.1 se detuvieron en los de Oromacay en 'donde pasaron el tiempo de las aguas; visita- ron después a Mabiare, Albergóte, Ivuarare, Neverí y Cu- managote, sosteniendo, a las veces, reñidos encuentros con los indios, y en los cuales dio muestras de valor Diego de Lo- sada (3).
Después de estas excursiones previas,
El Reinoso y Diego de Losada, Antón García y Alvaro de Sejas, Un Medina y un García de Montalvo
y el Bautista Volvieron a Maracapana esperando por horas y momentos Al Cedeño y al resto de su gente (4)
No habían transcurrido los últimos meses del año de mil quinientos treinta y seis cuando llegó Cedeño a Maracapana con más refuerzos y provisiones, resuelto a pasar dé segui- daal interior hasta descubrir el rio Meta y sus provincias limítrofes.
Antes de ponerse en marcha organizó todo el ejército y nombró a Losada su Maestre de Campo (5).
0) |
Eleg. XII. Cant. V. |
(2) |
Fray Pedro Simón 4^ n. cap. '4. |
(3) |
Fray Pedro Simón n. 4* cap. VI y X. |
(4) |
Eleg. X. C. VI. |
(5) |
Eleg. XII. Cant. I. |
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Muchos autores, entre ellos Juan de Castellanos, dicen que en este viaje se extralimitó bastante Cedeño; lo cierto es que, bien fuera por intrigas o por otras causas, amanecieron ahorcados en el campamento el Capitán Ochoa y Juan Martínez:
Y aun dicen que a Losada matar quiso pero él siempre vivió con gran aviso (1)
No mucho tiempo después, al llegar a Los Tiznados, mu- rió el propio Cedeño, por efecto de un veneno que le hizo to- mar, disimulada y traidoramente, una esclava que llevaba pa- ra el servicio (2).
Su cuerpo fue enterrado en el mismo campo.
Do el río de Tiznados desencierra Su licor a los llanos convertido yendo por la falda de la sierra; *
a la sombra de un árbol extendido dieron estos varones a la tierra el valeroso cuerpo fallecido Y en la corteza lisa, por su muerte Una letra pusieron de esta suerte: Hic requiescit Cedeñus corpore parvus rebus at in cundís pectore magnus erat Aquí de su brío falto Reposa Antonio Cedeño que fué de cuerpo pequeño y en el ánimo muy alto. (3)
Todos lloraron la muerte de su General y tributaron a sus tristes despojos honores religiosos y militares, previen- do que la falta de cabeza autorizada les habría de traer fatales consecuencias.
Reunidos varias veces los capitanes y soldados para ele- gir sucesor, todas las miradas se dirigieron hacia Losada; pero a causa de su poca edad nombraron Capitán General a Pedro de Reinoso quien le llevaba algunos años (4) confirmando a Diego de Losada por su Maestre de Campo (5). Castellanos hace notar también que:
(!) Eleg.XII.Cant.il.
(2) Fray Pedro Simón N* 4. cap. XXI.
(3) Varones Ilustres: Eleg. XII. cant. II.
(4) Fray Pedro Simón N* 4. Cap. XXI. (5) Ibid.
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Martin Fernández buenamente,
quiso gobernar toda la gente:
muchos se sujetaron a su mando
pareciéndoles cosa convenible;
por ser ya viejo, cuerdo, venerando
y haber allí gastado su posible
en esto; pero fueron concordantes
en dejarle su cargo como antes.
Más los que sujetaron el armada,
mandaban y regían esta gente
eran Reinoso y Diego de Losada,
bien puesto cada cual y muy valiente . . .
Losada siempre fué singular hombre
y tuvo por allí claro renombre (1) Sobreponiéndose a la común desgracia emprendieron de nuevo la jornada. El nuevo general ordenó a su Maestre de Campo, Diego de Losada que se apartase con su ejército de la sierra y se fuesen a los Llanos, efectuado lo cual viéronse sometidos a enormes trabajos y dificultades; ya por el calor y las tierras bajas que encontraron ; ya también por la escasez de poblaciones. A pesar de todo esto, Antón González y Pedro Martel (2), en medio de aquel piélago inmenso de llanuras y montes, no dejaron de tomar la altura, valiéndose para ello de instrumentos marinos, hasta que, hambrientos todos y desfalle- cidos, llegaron a un caudaloso río, probablemente el Apure, en donde encontraron gran número de indígenas quienes vi- vían sin casas, debajo de los árboles, y quienes les recibieron de paz y facilitaron comidas por ser abundantísimo el pescado (3). Llamó la atención de nuestros antepasados, los españoles, la salud e industria de estos aborígenes, los cuales, sin labranzas ni otros recursos, vivían sin enfermedades, y llegaban hasta ciento y más años de edad; manteníanse de pescados que se- caban al sol ; lo mismo hacían con las raíces y tubérculos; y convirtiendo ambas especies en harinas formaban después los panes que les servían de ordinario sustento.
Animoso hasta lo heroico, prosigue Losada caminando, siempre en la avanzada, por íos Llanos, sustentando su gente con la caza que encontraba. Pocos días después llegaron a otro caudaloso río que desagua en el Orinoco y cuyo nombre no pudieron conocer, seguramente fué el Meta; notificados por
(1) E'.eg. XI!. Cant. II. f?< Fies. XII. Cant. IIÍ.
(2) Fray Pedro Simón N* 4. Ca?. XXIII.
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un indio que se hallaba en la playa, de que más abajo, en una serranía, abundaba la gente y los víveres, se acordó volver al campamento para informar a Reinoso de las noticias recibidas. (1)
Contentísimos por la grata nueva, y deseando descubrir, cuanto antes, la rica provincia, ordenó el general que Losada - se adelantase con treinta hombres, según era costumbre en todos los descubrimientos; mas, apenas había caminado tres- leguas, se levantó un motín entre la gente de Reinoso y co- giendo de improviso los mejores caballos, en la madrugada, dieron sobre nuestro héroe, haciendo lo mismo que en el- campamento general, y aun prendiendo a algunos de los soldados. «
Tamaño desafuero no era justo consentir, e incontinenti salió Reinoso en persecución de los amotinados, y trabándose un recio ataque al encontrarse, fueron presos los cabecillas del motín y decapitados Guerrero y Copete. Vióse libre de igual pena Montalvo por intercesión de Losada. Murieron con este motivo más de treinta españoles, y porque a todos convenía, se hicieron allí mismo las paces. Sucedió esto a fines de mil quinientos treinta y nueve.
Una vez abierta la llaga difícilmente se cierra; y recelán- dose unos de otros, Reinoso ordenó que fuesen los amotinados a Ja costa, y él se dirigió al valle de Barquisimeto en donde encontró al Capitán Lope Montalvo de Lugo, quien al verle sin órdenes del Rey, después de la muerte de Cedeño, y por otras dificultades sobrevenidas le hizo llevar a Coro, de donde pasó a Santo Domingo, se casó y obtuvo una ilustre descen- dencia. (2)
Mientras sucedían estas cosas, Losada invernó en Cur- baquiba, por abundar allí los víveres, y porque recibió noticias fe hacientes de todo cuanto pasaba con Reinoso, desanduvo más de cien leguas, y volviendo a Maracapana, en donde distribuyó- su gente para las islas de Margarita y Cubagua, dirigióse en persona a Coro para indagar lo que se podría hacer ordena- damente, y adonde le seguiremos también nosotros por ver más de cerca sus prudentes resoluciones en favor de la civili- zación de España y de Venezuela.
(1) Fray Pedro Simón N. 4?, Cap. XXIII.
(2) Oviedo y Baños.
Admiremos con el poeta, entre tanto, las altas cualidades de Diego de Losada :
Capitán valeroso y esforzado Varón en gaerra y paz de gran recato Gran hombre de a caballo y agraciado, (1)
También añade:
Losada fué singular hombre
Y tuvo por allí claro renombre. (2)
Y en otra parte :
Traté mucho con este caballero
Y a grandes hechos suyos me vi junto Hombre guerrero fué, cuyos valores
Se pueden comparar con los mejores. (3)
A pesar de estas alabanzas, el mismo Presbítero Juan da Castellanos censura a nuestro héroe asegurando que él y Rei- noso obraron con interés al no dirigir el ejército hacia la Sie. rra, como él, según parece, opinaba; y le acusa de haber com- prado y vendido indígenas, (4) reprobándoselo como es justo-
Finalmente, Oviedo y Baños afirma que Losada tuvo "algunas diferencias" con su amigo Pedro de Reinoso, por motivos, dice, que no hace a nuestro asunto el referir. (5) Para nosotros, en cambio, sería muy interesante conocerlos.
en |
Eieg. |
XII. Cant. III. |
(2) |
Eleg. |
XII. Cant. II. |
(3) |
Pare. |
II. Eieg, III. Cant. IV. |
C4) |
Eleg. |
III. Cant. Part. II. |
(5) |
Part. |
I. Lib. II. Cap. VI. |
39
CAPITULO V
£n que se trata del viaje que Dieg o de Losada hizo a Coro 5' de su vuelta por Eos Llanos a Cumaná y Cubagua, para asegurar (a fundación de aquella primera ciudad, con otras particularidades interesantes.
1543-1545
La jurisdicción de los Belzares extendíase enormemente,, desde los confines de la Gobernación de Santa Marta hasta Maracapana. Acabamos de notar que Diego de Losada se dirigió al centro del Gobierno que se había fijado por los alemanes en Coro a nombre del Rey de España, del poderoso Carlos I de España y V de Alemania, (naciones unidas por vínculo de familia), siendo recibido con grande cortesía por el propio Gobernador interino, Enrique Remboldt, quien le nombró su Teniente, como veremos en seguida.
. En este tiempo, y por causas que no nos toca referir, trataron los vecinos de Coro de retirar sus familias a las pro- vincias vecinas, mas se opuso a esta determinación Diego de Losada; ya alegando la fertilidad del terreno y las abundantes comodidades que prometía para el porvenir; ya poniendo a la vista el descrédito de abandonar lo que con tanto tesón se había •obtenido (la situación de la sede episcopal en esa ciudad) ; y luego, perder en un momento, todos los beneficios adquiri- dos; por lo tanto se esforzó Losada en sosegar los ánimos y en pasar a Cubagua y a Cumaná para atraer gente, aumentar la población y prestarse mutua ayuda. (1)
No deseaba otra cosa el alemán Enrique Remboldt, y acep- tó muy gustoso tan feliz y atinada idea, comisionando a Lo- sada para la empresa.
Juan de Castellanos resume estas circunstancias diciendo de Losada lo siguiente:
Micer Enrique Remboldt que la regía y por los alemanes fué teniente, recibióle con grande cortesía, y toda la demás antigua gente:
(i) Véase Oviedo y Eaños. Part. I. Lib. ÍI-. Cap. XII.
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El Diega de Losada persuadía al alemán ya dicho grandemente, enviase a tomar las posesiones hasta Maracapana y sus ancones; porque según se veía por escrito por cédulas del Rey y provisiones, de su gobernación y su distrito eran todas aquestas poblaciones. (1)
No había pasado el mes de marzo de mil quinientos -cuarenta y tres cuando Losada y Villegas salieron de Coro por Ja costa, con veinte hombres de escolta, hasta el puerto de .Borburata: y pasada la sierra, entraron animosos por los Lla- nos: y atravesaron más de doscientas leguas de caminos incul- tos, tan poblados de bárbaras naciones y otros peligros que aún en el día de hoy, (mil novecientos trece) repetimos con Oviedo y Baños, se hacen intransitables al corazón más atre- vido (2) notable ejemplo este de resolución y valor digno de encomio en todos los tiempos.
Todo lo vencieron aquellos hombres con el tesón y el sufrimiento propio de la raza española, hasta llegar, al fin, a Cumaná (3) y a Cubagua sin otra novedad que podamos señalar.
(1) Eleg. Xll. Cant. 113.
(2) Oviedo y Baños. Cap. XII. part. 1. Lib. II.
(3) Cumaná: nombrada Nueva Toledo, y apellidada la Primogénita del Continente, fundóla Gonzalo de Ocampo en mil quinientos veinte sobre la boca del río Cumaná, hoy Manzanares. Al ario siguiente, mil quinientos veintiuno, acordóse que fuese la Capital de la Provincia de Mueva Andalucía, cuyo territo- rio abarcaba toda la parte oriental y sur del Orinoco; reedificada en un llano de la parte oriental del Cerro Colorado, con el nombre de Nueva Córdoba en mil quinientos veintitrés por Jácome Castellón; se trasladó, por razones de sanidad ■e higiene, y por haberla destruido un terremoto en mil quinientos treinta, al lugar que hoy ocupa. El Acta de su fundación por Diego Fernández de Zerpa, se le- vantó en la misma Nueva Córdoba el día veinticuatro de noviembre de mil qui- nientos sesenta y nueve, con el consentimiento de las diez y siete familias que la habitaban. Es célebre Cumaná por su inmensa bahía, por su gran. golfo y salina de 3a Punta de Araya; por los muchos castillos con que la defendieron nuestros antepasados los españoles; por haber comenzado por sus lares la civilización cristiana de Tierra Fírme; ilustre por la moralidad de sus costumbres que se han perpetuado en las familias españolas que la habitan, y por haber dado al mundo español de entrambos hemisferios uno de sus mas grandes hombres, el Ma- riscal de Ayacucho, don Antonio José de Sucre, ¡lustre descendiente de los Go- bernadores españoles de Cumaná y Guayana. Entre las familias actuales, de ilustre y castiza cepa españole, sobresalen por su posición y virtudes cristianas, las de los hermanos Berrizbeitia, siendo de muy grata memoria el caballero don Emilio [Q. S. G. H.]; don José Manuel, doctor en medicina, de sólida e ilustra- da piedad y aventajada inteligencia en el Arte; don Mauricio, doctor en leyes,
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El primer acto de entrambos Capitanes fué presentarse a las autoridades de Cubagua y mostrar los documentos de la Comisión que tes llevaba y además hacer ver hasta donde lle- gaba la jurisdicción de la Provincia, Ja cual era hasta Maraca- pana, en consecuencia tomaron posesión del territorio por ante el Escribano o Notario de Cubagua, y ejerció Villegas la juris- dicción civil y criminal mediante los títulos presentados.
Concluida felizmente esta obra faltábalo principal de su cometido; pero antes recordaremos al lectoría personalidad de Losada, su práctica y conocimientos de las gentes, por haber sido Maestre de Campo y Cabo Superior de muchos de ellos, lo mismo que su reconocida autoridad, junto con la venera- ción que se había conquistado, para que comprenda fácilmente cuan cierta es la frase de Oviedo de que: "seria bastante su respeto para conseguirlo iodo." (1)
En breve tiempo juntaron noventa y seis hombres y cien- to diez y siete caballos, con los cuales se volvieron para Coro, adonde llegaron en septiembre de mil quinientos cuarenta y cuatro, no sin haber tenido algún rozamiento entre ambos capitanes; y encontraron la población muy desunida a causa de los abusos cometidos por los Alcaldes ordinarios, Bernardi- no Marcio y Juan de Bonilla.
Recelando estos dos Alcaldes de su mal gobierno y te- miendo la autoridad de los recién llegados, o porque ya la Audiencia conocía de sus violencias e injusticias, huyeron, en una noche, con tal secreto que jamás se tuvo noticias de ellos. (2)
Ministro que fué de Relaciones Exteriores en 1858, Embajador de Venezuela en Inglaterra y Francia, bien conocido en la Madre-Patria España, hombre de hon- radez y justicia, de verdadera y sólida piedad y de poderosa inteligencia; don En rique, don Pedro, don Eduardo y don Santos Berrizbeitia, quien de su propio pe- culio ha hermoseado la ciudad del Manzanares y de Ocampo, reparado los muros del castillo español de Santa María de la Cabeza; y rellenado su ámbito, ha levan- tado sobre tan sólida obra una capilla de orden dórico a la Reina de Cumaná, la Santísima Virgen María; lo cual ha transformado ese castillo en hermoso jardín de donde se divisa un panorama delicioso, por sus cocoteros, sus llanuras y sus montes, por su mar, su río y su golfo, que aumentan la fama de que goza por sus recuerdos históricos y porque en él se leyeron, los escritos del Monarca es- pañol en los que éste dictaba sus ordenes al Nuevo Mundo, y se elevará ahora al Cielo la humilde oración que llena de consuelo a los corazones v afligidos, sirviendo, a la par, de solaridad fraternal, descanso y honesto solaz. Los mi- sioneros Capuchinos tuvieron en esta ciudad una importantísima residencia o Casa-Misión para la civilización del Oriente.
(1) Oviedo y Baños, Part. I. Lib. II. Cap. XII.
(2) Oviedo y Baños. Part. 1. Lib. II. Cap. XII.
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Mientras • tanto los pequeños rozamientos entre los dos héroes fueron- agrandándose hasta llegar por parte de Villegas a la enemistad con Losada; pero éste, como más hombre, jamás perdió la serenidad ni el ánimo; pues además de ser buen cris- tiano, dice eí padre Fray Pedro Simón : "era Diego de Lo- sada un caballero de condición cortesana, reportado en sus acciones, bien hablado y afable y de todos bienquisto.'1 (1) Siempre los grandes hombres suelen tener estas condiciones que les sirven de relieve, y aparecen como son en toda su magnitud y grandeza.
A principios de mil quinentos cuarenta y cinco llegó ai puerto de Paraguaná el Relator de la Audiencia de Santo Domingo, Juan de Carvajal, a quien traía por su Teniente General el Fiscal Frías, con alguna prevención de gentes, armas y caballos; y noticioso Villegas de su llegada quiso ser el primero en obsequiarle para atraerle e impresionarle en contra de Losada.
Observemos ahora a Oviedo y Baños como relata esté incidente, sin perder de vista a Carvajal ni la obra de Villegas:
Llegado a Coro, como iba Carvajal revestido de los apasionados informes de Villegas, puso cuidado en observar los más mínimos movimientos de Losada y muy pronto conoció las cualidades propias de su persona, lo afable de su condición, lo cortesano de su trato, y io bienquisto o querido que era en la ciudad, gozando particular dominio en la voluntad de todos ; por esto mismo estuvo cauteloso y se receló de él por comprender que un hombre de tan grandes cualidades y pren- das era para él un estorbo; pero no atreviéndose a romper con Losada, sin causa aparente, con refinada malicia le preparó varios lazos en que pudiese caer.
Pronto conoció los depravados intentos de Carvajal, Diego de Losada, y "gobernándose por aquella prudencia su- perior con que le dotó el Cielo," (2) antes que sufrir menos- cabo en su reputación y persona, se valió de algunos pretextos que le ofrecían las circunstancias y se marchó de la provincia para ver desde lejos la tempestad que se cernía sobre Coro, causada por semejantes personas.
(1) Fray Pedro Simón. N. 5^ Cap, IV.
(2) Oviedo y Baños, pag. I. Lib. íí. Cap. XIII.
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CAPITULO IV
Diego de Losada se dirige a La Española y vuelve a Coro comí ei Gobernador Toiosa para la organización del Tocuyo, con otros sucesos importantes.
1546
Después de . haber admirado el relato de este incidente nos vemos precisados a poner en claro el siguiente punto his- tórico de la vida de Losada sobre el cual Oviedo y Baños no encontró los documentos, que hoy la suerte pone en nuestras manos; pues mientras el sabio y querido autor dice que enterado Frías del mal camino que tomaba Carvajal en su Gobierno, "pasó a Coro a principios del año de mil quinientos cuarenta y sejs llevando en su compañía a Diego de Losada" quien se había retirado a Cubagua, (1) el Licenciado Toiosa, en el informe que dio de su Gobierno, dice terminantemente: "envié a Diego de Losada que conmigo vino en esta jornada, que es un caballero de cerca de Benavente, muy esforzado, isleño antiguo y diestro en la guerra de los indios." (2)
Y el autor de Varones Ilustres dijo :
Había de Castilla ya llegado
a gobernar persona virtuosa,
varón prudente, bien intencionado,
enemigo de gente sediciosa;
y este Gobernador y Licenciado,
se decía Juan Pérez de Toiosa:
pasó por la España cuando vino,
do halló guía para su camino;
con él se vino Diego de Losada
bastaba ser persona señalada • y ser allí de todos respetado. (3) Apenas llegaron a Coro (mil quinientos cuarenta y seis) el Fiscal Frías enteró al nuevo Gobernador, Juan Pérez de Toiosa, de todos los excesos y maldades cometidas por Car- vajal;por lo cual éste se apresuró a salir para el Tocuyo con la gente que pudo conseguir.
(1) Oviedo y Baños, nág. I. Lio. III. Cap. IV.
(2) Oviedo y Baños. Edición de Fernández Duro. Tomo 2. fol. 221.
(3) Parte II. Eleg. III. Cant. II.
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Oigamos al autor de Varones Ilustres como relata la actividad de Tolosa:
Juntó luego la (gente) más calificada de los varones de consorcio viejo, y en la disposición de la jornada, habido cuerdamente su consejo, el Maese de Campo fué Losada, Capitán de la Guardia fué Valle jo, Juan Roldan Capitán de Infantería por la gran experiencia qué tenía. Aderezada, pues, la Compañía de comunes pertrechos de Vulcano, la vuelta del Tocuyo hace vía con recato y aviso no liviano, por ser mucha la gente que tenía Carvajal debajo de su mano: topó ciertos soldados de buen peso que al factor San Martín traín preso, «
esta gente se hizo luego llana, y de lo que pasaba fué testigo; y porque conoció ser gente sana teniendo por común al enemigo, pues hace muchas veces, que no una dos amigos de enemigos la fortuna; procuran de hacer el paso presto con toda la posible vigilancia hasta que se pusieron en un puesto, una legua sería de distancia: por cubierta tomaron un recuesto y el arboleda de su circunstancia; allí gran rato descansó la gente para salir a hora competente. Antes de separar nocturno velo pareciéndoles ya ser algo tarde, con el guión delante por señuelo camino por buen orden el alarde:
Carvajal vivía con recelo que su conciencia dice que se guarde; y así hace velar los que él alcanza ser hombres de valor y confianza.
Como mas el guión se fué llegando, uno de los que veía pudo vello, y estaba por aquel cuartel velando un cierto portugués dicho Coello: y ansí como lo vio vuelve bramando:
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''Arma! Arma! que vein pendón bermello!" Entra luego diciendo la campaña, "¡Gobernador, Gobernador de España!"
El pueblo todo fué sobresaltado: toda la gente de él está suspensa: rancho del malhechor es rodeado sin acudir favor a su defensa; piensa ser socorrido y ayudado pero no le sucede como piensa; Al fin en pago de sus sinrazones le pusieron gravísimas prisiones. (1)
No se contentó Tolosa con la prisión de Carvajal, sino que también mandó hacer lo mismo con el Teniente General Juan de Villegas.
Acabada felizmente esta faena, el nuevo Gobernador reu- nió a todos los vecinos para notificarles las órdenes del Em- perador y el nuevo orden de cosas, y a la vez para aquietar los ánimos, insinuándoles también que no se asustasen por la pri- sión de Carvajal y su Teniente; pues a todos oiría en justicia, y que en cuanto estuviera de su parte se mostraría benévolo con ellos; pues su intención era mirar por el bien de todos, por la mayor utilidad y conveniencia de los vecinos.
Entre tanto tomó posesión de su cargo, sin ningún incon- veniente, y para asegurar completamente el orden despachó a Diego de Losada con una buena compañía de soldados, hacia los Valles de Humocaro, adonde pocos días antes había en- viado Carvajal sesenta hombres de toda su confianza al man- do del Capitán Juan de Ocampo con el fin de estudiar y des- cubrir aquella región.
Según testimonio de Fray Pedro Simón en sus Noticias His- toriales (2) supo Losada arreglarse tan cuerda y felizmente, que no sólo le obedecieron todos, sino que se alegraron, volviendo amistosamente al Tocuyo, en donde fueron recibidos con mu- cha afabilidad por el Gobernador, quien asegurado, comenzó a organizar el proceso contra Carvajal y su Teniente, según las normas del Derecho: acusólos el fiscal en toda forma es- pecificando sus delitos, cometidos con premeditación y alevosía; y notificándoles los cargos, recibieronselesjos descargos; y, después de oídos, fué sentenciado el primero a la última pena,' quedando absuelto su Teniente Villegas:
(1) Part. II. Eleg. III. Cant. II.
(2) Not. 5* Cap. XIII.
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• 'Fulminóse por orden el proceso
del cual, después de ser bien sentenciado,
resuelta tal maldad y tal exceso
que mereció por él ser ahorcado
a la rama de un árbol
y algunos dicen que se secó luego
Dícenme mucha gente conocida
que fué mejor su muerte que su vida
Después que ya Carvajal fué muerto
reformóse mejor aquel asiento,
pusiéronse las cosas en concierto
y nombróse justicia y regimiento;
dióse de lo que estaba descubierto
al nuevo morador repartimiento;
finalmente Tolosa con buen pecho
a cada cual guardaba su derecho (1). Efectivamente, ejecutada la sentencia, comenzó Tolosa a dar nueva forma y seguridad al Tocuyo, pudiendo llamarse su fundador y padre: organizó ios oficios públicos, distri- buyéndolos entre la gente buena, haciendo lo mismo con la propiedad y dando a cada cual el título de cuanto poseía. ¿Qué más se puede pedir para la colonización y formación de un nuevo pueblo? resta solo el trabajo. (Nótese el sistema de colonización) (2)
(1) Part. II. Eleg. III. Cant. II.
(2) Entre los pobladores de la Ciudad de Nuestra Señora de la Concep- ción del Tocuyo (mil quinientos cuarenta y cinco) fueron los primeros: Diego Ruiz Vallejo, Esteban Mátenos, Damián del Barrio, Juan de Guevara, Juan de Quincoces de la Llana, Luis de Narvaez, Gonzalo de los Ríos, Sancho -del Villar, Cristóbal de Aguirre, Licenciado Hernán Pérez de la Muela, Alonso de Campos. Cristóbal López, Juan Sánchez More- no, Antonio del Barrio, Domingo del Barrio, Tomás de Ledes- ma, Amador Montero, Cristóbal Ruiz, Diego de Montes, Gonzalo Ma- nuel de Ayala, Diego de Morales, Bartolomé García, Francisco Sánchez, Juan de Villegas, Francisco de Villegas, Luis de Castro, Diego de Ortega, Francisco de Vergara, Blas Martín, Juan de :-alamanca, Melchor Gurbel, Leonardo Gurbel, su hijo; Diego de Escorcha Diego de Leyva, Juan Matehos. Bernardo de Madrid; Francisco de Madrid, Bartolomé Suárez, Juan de Cisneros, Juan Cataño, Vasco de Mosquera, Gonzalo Martel, Pedro Hernández, Ju n Muñoz, Pedro Alvarez, Luis Tani de Miranda, Juan de Tordesillas, Hernando Alonso, Toribio Ruiz, (sacerdote); Francisco Muñoz, Francisco López de Triana, Juan Roldan, Pedro de Li npias, Cristóbal Rodríguez, Sebastián de Almarcha, Al- varo Vaez y Francisco de San Juan, de los cuales nombró Carvajal por prime- ros Regidores a Damián del Barrio, Juan de Guevara, Alonso de Campos y Bartolomé García; por Alguacil Mayor a Luis de Narvaez, quienes reunidos en Cabildo o Ayuntamiento, eligieron por Alcaldes a Esteban Matehos y a Juan de Antillano. Con esta misma gente en mil quinientos cuarenta y siete el Gobernador Juan Pérez de Tolosa organizó definitivamente y sobre bases sólidas la población del Tocuyo, como dejamos referido. — Oviedo y Baños,. Part. I. Cap. III y IV.
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Quedaban vacantes los bienes y encomiendas que se había adjudicado el intruso Carvajal; y suplicándole los vecinos que tomase para sí la encomienda del Valle de Cubiro, no quiso consentirlo su verdadera modestia, y contentándose con algunas, familias de encomendados adjudicó, con aceptación de todos, a *Diego de Losada los indios de la referida encomienda de Cubiro. —
Bueno es hacer notar que esta fué la única remuneración que recibió Losada en premio de todos sus servicios ''pre- sentes, pasados y futuros" en Venezuela, cuando por la co- mún estimación de todos y continuos trabajos por el bien pú- blico, se hacía digno de los mayores premios. (1)
CAPITULO VII
De ¡os grandes trabajos que Diego de Losada y los españoles pasaron en descubrir camino entre Venezuela y Colom- bia, para utilidad de la República.
1547-1549
Habían llegado los primeros días de febrero de mil quinientos cuarenta y siete y haciendo notar Cristóbal Rodríguez la grande utilidad que traería encontrar nuevos caminos para llevar ganado mayor desde Ve- nezuela hasta Santa Fe de Bogotá, por la mucha ne- cesidad que allí había y los altos precios que alcanzaba, por ser esta medida de provecho para entrambos países, determinó el Gobernador español de Venezuela enviar a su hermano Alonso Pérez de Tolosa con cien hombres a fin de investi- gar el asunto y examinar, de paso, las tierras nevadas, cuyas elevadas cimas fueron divisadas a mano izquierda en todas las entradas hechas por los llanos; de paso podían dar noticias de nuevos pueblos y naciones de indios, si por fortuna los hubiese; más para esta empresa era imprescindible Losada, y al efecto fué nombrado Maestre de Campo de esta expe- dición, tan útil y necesaria, como dificultosa y atrevida.
(1) Oviedo y Baños. Part. I Lib. III. Cap. V.
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El autor de Varones Ilustres explica también otro fin grande en esta jornada; pues hablando de Losada dice que:
"Luego puso por obra que su hermano sacase buena copia de varones; para poblar lugar que más a mano hallase con algunas poblaciones; '
para que la lumbre del Cristiano gozasen estas bárbaras naciones; luego se despachó y en la jornada ei Maese de Campo fué Losada". (1)
"A ruego del Gobernador, dice también el autor de las Noticias Historiales, iba el Capitán Diego de Losada, más por consejero y para que le ayudara en el gobierno de la gente y estuviera siempre cerca de su hermano, que por soldado; pues por ser persona noble y de larga experiencia, se prome- tía buenos sucesos (2)" y cuyo parecer, por orden expresa del Gobernador, se había de seguir en todo cuanto pudiera ofrecerse en la jornada. (3)
Sin dilación emprenden su camino dirigiéndose por el río Tocuyo arriba, hasta tocar a sus fuentes y atravesando las montañas, hacia el oeste, salieron al Zazaribacoa que da sus aguas ai de Guanaguanare, siguiendo por el "piélago inmenso de los llanos" hasta el Apure, donde hicieron alto, para des- cansar de tan largo y penoso viaje. Llevaban algunos días de descanso, cuando una madrugada les atacaron valiente- mente los indígenas, matando a un español e hiriendo a veinte; pero "quedaron tan escarmentados los indios que en adelante no se atrevieron ni aun a gritar a los españoles desde lejos". (4)
Curados los heridos, y entregados a la tierra los despo- jos del caído, entraron por las cabeceras del mismo río Apure, y después de visitar a los indios Tovoros, prosiguieron su viaje buscando el río Uribante, que baja del Valle de San- tiago y en donde se pobló, más tarde, a fines del año de mil quinientos sesenta, la Villa de San Cristóbal por el Capi- tán Juan Maldonado.
Tuvieron noticias los indígenas de la venida de ios españo- les (mil quinientos cuarenta y siete), y saliendo a un estrecho
(1) Parí. II. Eleg. III. Cant. II.
(2) Not. 5? Cap. XVI.
(3) Oviedo Part. I Lib. ÍII. Cap. V.
(4) Not. 5? Cap. XVI.
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formado por dos cerros, los aguardaron con las armas en la ma- no; pero al ver el traje y el orden del reducido ejército, sus pe- rros y caballos, sé "embebieron en el paisaje", dice gráficamente Oviedo, y no acertaron a la defensa; pasaron después a Tá- riba y atravesando las Lomas del Viento, por Capacho, re- corrieron el gran Valle de Cúcuta donde todo el monte es ore- gano (1) y en donde los indios se defendieron valientemente; prosiguieron después hasta llegar al río Zulia, que ellos llamaron Batatas, por haberse hallado algunas en sus márge- nes; y pasando después a la banda del poniente, llegaron a los Motilones, cuya raza aun perdura; y porque no encontraron gen- te allí desanduvieron siete u ocho jornadas y retornaron a Cú- cuta, en donde descansaron de sus fatigas.
Repuestos del hambre y del cansancio emprendieron de nuevo la marcha volviendo valle abajo, hacia el lago de Maracaibo, y al llegar a la junta de tres ríos que desembocan en la laguna (2), prosiguieron sus descubrimientos con inde- cibles trabajos hasta dar con los llanos que llaman de la Lagu- na, en donde está el puerto de San Pedro, y llegaron a Gibral- tar, después de haberse encontrado con los afables bobures. (3)
Rodearon por algún tiempo el gran lago de Maracaibo (4) con ánimo de volverse al Tocuyo, pero encontraron una
(1) Fray Pedro Simón Not. 5* Cap. XVtl.
(2) Fray Pedro Simón Not. 5^ Cap. XVIIL
(3) Los indios bobures eran, sin duda alguna, muy humanitarios, otros di- cen que pusilánimes; los intrumentos de guerra que ellos usaban consistían so- lamente en cañas, cerbatanas* o cañutos, en donde introducían unas pequeñas flechas, las que hacían salir impetuosamente, en soplándolas con violen- cia por una de sus extremidades, causando efectos maravillosos en los heridos con ellas.
Poseían estos indígenas el secreto de una hierba de virtud singu- lar, que impregnaban sus flechas, y según Oviedo, al que llegaban a he- rir con ellas quedaba al instante como muerto, privado de sentido por dos o tres horas, que era el tiempo de que ellos necesitaban para ponerse en salvo sin peligro; y pasado aquel término, volvían los heridos a su acuerdo, quedando sin otra lesión ni daño. (Ibid. Part. I. Lib I'II. Cap. IV). Según parece, por estos mismos lugares, se trata de levantar un gran Central azucarero, promovi- do por el laborioso venezolano Don Juan Evangelista París.
(4) Maracaibo: fundada en mil quinientos setenta y uno por el Capitán Alonso Pacheco con el nombre de Nueva-Zamora (en obsequio a la capital de la Provincia española de este nombre, de donde él era nativo) y en el mis- mo sitio en que Alfinger había levantado un depósito, mientras recorría el Gran Lago en mil quinientos veintitrés.
Oviedo y Baños dice que desde el año de mil quinientos sesenta y ocho tenía encomendado el Gobernador, don Pedro Ponce de León, al Capitán Alonso Pacheco, entonces vecino de Trujillo, la fundación de la ciudad de Nue- va-Zamora, hoy Maracaibo. Alonso Pacheco fabricó en Moporo dos bergan-
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extensa ciénaga que atravesaba hasta la sierra, y como de dos kilómetros de ancho, la cual no pudieron vadear en el espa- cio de seis meses.
tines y después de equipados recorrió con ellos las costas del gran L2go, en el que entran cerca de doscientos ríos, necesitando tres años para subyugar, a fuerza de armas, a los indios Zaparas, Aliles, Toas y Quiriquires. Conse- guida la paz el día veinte de enero de rnil quinientos setenta y uno fun- dó la ciudad seis leguas distante de la Barra. Nueva-Zamora o Maracaibo es de temperamento cálido, pero muy sana, muy industrial y muy rica por su po- sición geográfica admirable. Su comercio y movimiento industrial comenzó en los días de la Madre Patria-EsPAÑA-; pues se extendía hasta Méjico, Santo Do- mingo, Cartagena, islas Canarias y otras Provincias ultramarinas. Por la seguridad de su puerto e increíble abundancia de maderas excelentes, conti- nuamente estaban "embarazados sus astilleros"; y si los españoles, dice Ovie- do y Baños (mil setecientos veintitrés) "supiéramos aprovechar las utilidades que encierra la hermosura de la Laguna, fueran continuados jardines sus márge- nes, y se hubiera poblado un Reino en sus orillas" y a no haber sido los piratas o ladrones franceses que la saquearon y robaron, cuando hacían sus correrías por estos mares, lo cual causó perjuicios enormes a' la civilización de estos países, "fuera una de las buenas ciudades que tuviera la América" española. El mismo Oviedo y Baños dice que en su tiempo los edificios eran de piedra, alegres y capaces y bien dispuestos; la iglesia parroquial, de obra moderna, añade, es gallarda en su fábrica, y bien proporcionada en su planta (hoy es catedral) cuyo primer Obispo, llustrísimo Señor don Francisco Marvez, fué varón pia- dosísimo y gran apreciador de los Misioneros Capuchinos. En esta iglesia que hoy hace de catedral, "se venera una devota imagen de un Milagroso Crucifijo, a quien los indios Quiriquires, en el año de mil seiscientos con sacrilega impiedad hicieron blanco de sus harpones, dándole seis flechazos, cuyas señales se conservan todavía en el santísimo bulto; y es tradición asentada y muy corriente, dice Oviedo, que teniendo esta Imagen la cara levantada, (por ser de la Expiración) como lo com- prueba el no tener llaga en el costado, al clavarle una de las flechas que le tiraron sobre la ceja de un ojo. inclinó la cabeza sobre el pecho, dejándola en aquella postura hasta el día de hoy". Esta imagen estaba antes en Gibral- tar, población muy comercial en tiempo de la Ma^re Patria, España, y allí fué donde los referidos indios en el año que dejamos dicho, se levantaron con- tra nuestros antepasados los españoles, saquearon y quemaron la ciudad en cuya iglesia estaba colocada la imagen. Los maracaiberos, a pesar de ser tan solícitos y patriotas, aun no se han acordado de levantar una estatua en honor del Fundador de Nueva Zamora de Maracaibo! Es curiosa la historia y defen- sa de la ciudad y ella debe a los vecinos de Trujillo el haberse librado de los temibles indios; de donde se deduce que los antiguos españoles estaban tan unidos unos con otros que el dsño que recibían unos lo recibían los de- más como si fuera hecho a ellos mismos. Es curioso saber la risa y chacota que se hicieron unos españoles con otros por ese motivo; pues, mientras que los de Nueva Zamora se reían de los de Trujillo porque venían a pelear con los indígenas del Lago, los de Trujillo se reían después de los de Nueva Za- mora, cuando estos vieron venir a los trujillanos con los indios presos, convir- tiéndose en satisfacción de todos lo que antes había sido materia de chistes y de bromas. Maracaibo posee adsmás la devotísima imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá. que es como el centro d? la devoción y unión de todos los nativos. Un terciario franciscano, el Oo.?tor Pedro Guzmán, hombre de a>to in- genio y de grandes intentos tiene páginas impresas muy curiosas acerca de la Nueva Zamora de Maracaibo; sigue a éste el insigne Doctor Tulio Febres Cordero, y se recuerda con gran afecto al Doctor y polemista católico don
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Agotáronse las municiones de boca y les fué forzoso dar la vuelta, otra vez, a Cúcuta, en donde abundaban los víve- res; no sin enviar al Tocuyo uno de los Capitanes para dar cuenta al Gobernador de lo que habían visto y de los resulta- dos que habían obtenido, cargándose hacia las tierras fragosas de la izquierda, en donde perecieron veinticuatro soldados y muchos indios de pura hambre (1).
En medio de tanta desgracia, este retorno hacia Cúcuta fue una de las causas por las cuales se vino a hallar el camino, por tanto tiempo deseado, y con tanto trabajo buscado para el comercio y tráfico de ganados entre Vene- zuela y Colombia, (antes Nuevo Reino de Granada).
Repuestos del hambre y del cansancio, los exploradores atravesaron nuevamente las Lomas del Viento, y sin detener- se en el Valle de Santiago, donde está fundada hoy San Cristóbal, llegaron otra vez al Apure y de allí al Sarare, para proporcionarse alivio por algunos días, en las márgenes del río Horo.
Celebérrimo es este lugar en los fastos de la colonización de Venezuela y Colombia; porque en él, después de madura discusión, de común acuerdo se dividió el corto ejército, dirigiéndose algunos exploradores por la falda de la sierra, has- ta llegar al río Casanare, quienes, siguiendo aguas arriba,
José María Alegretti y a los varones ilustres Doctores Trinidad Montiel, Manuel Dagnino, Francisco Óchoa, Candelario Oquendo, los D'Empaire, Antonio Puchi Fonseca, don José Jugo Ramírez, Silvino Ángulo y tantos otros (y fami- lias, que en estos momentos no recordamos, de apellidos netamente españo- les como los Curuceagas etc.,) cuyo talento, moralidad y buenas costumbres formaron época del bien en Nueva Zamora de Maracaibo.
Los habitantes de la Nueva Zamora, hoy Maracaibo, (que son los continua- dores de la ilustre raza española) de tal modo los ha favorecido la naturaleza, según afirma un historiador, que con ligera instrucción elemental desarrollan sus facultades, lo que no consigue, dice, la misma raza en Europa sino a costa de largo estudio y de buenos profesores.
Frecuentemente se oye decir a los extranjeros que los españoles ameri- canos tienen mucha habilidad para todas las ciencias, artes e industrias, sor- prendiéndoles no sólo tantas y tan bellas cualidades sino hasta el airoso tono y buen gusto que ordinariamente se encuentra en la generalidad de ambos sexos. Nada hay en todo eso que pueda causar sorpresa sino la admiración d<= 'os mis- mes, los cuales no se dan cuenta de que estos pueblos y familias españolas son tan españoles como los pueblos y familias de la península; mejor dicho, es el mismo pueblo, la misma familia nacida de un mismo tronco; pues el .cambio de gobierno en las numerosas colonias españolas de América no ha trocado la religión, la lengua, ni la raza, templos, ni haciendas, ciudades, ri pueblos, que son hoy tan españoles como antes de la nueva política del Gobierno parti- cular de las colonias-ESPAÑoLAS.
(1) Fray Pedro Simón Not. 5? Cap. XVIII.
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llegaron al Cocui y La Chita, en los términos deTunja, y des- cubrieron, por fortuna, el camino que con tanto empeño bus- caban.
Tolosa y Losada habían nombrado por caudillo de esta división a Pedro Alfonso de los .Hoyos.
La otra división, siguiendo de nuevo el Apure, llegó al río de Barinas y continuó su camino en dirección al Tocu- vo, en donde entró en el mes de enero de mil quinientos cincuenta, después de haber pasado dos años y seis meses de indecibles trabajos y penalidades para legar a los venideros, como fruto de su exploración, un nuevo camino útil para la industria y el comercio.
Tan grandes trabajos dudamos que puedan agradecerse suficientemente.
Juan de Castellanos acusa a los expedicionarios, princi- palmente a Losada, de no haber impedido que los soldados mal- tratasen en cierta ocasión a los indígenas ( 1 ) de quienes ha- bían recibido favores; lo que, a ser verdad, fue a todas luces injusto.
(í) Part. II. Eieg. III. Cant. II.
oó —
CAPITULO VIII
»
Fundación de nuevas ciudades por nuestros antepasados los españoles y en particular de Nueva Se^ovia de Barqui- simeto, cuyos vecinos eligen a Losada uno de sus pri- meros Alcaldes. Refiérense los adelantos de la colo- nia y algunas curiosidades de los indios.
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Apenas habían descansado de tan continuos trabajos, cuando para evitar el ocio, que es la mayor calamidad en todos Jos órdenes, y la aglomeración del personal (1), por los explo- radores recién llegados, se disponían a perfeccionar la con- quista entrando en la Nación de los Omeguas; pero conocien- do que era necesario para la colonización la fundación de al- gunas ciudades que afianzasen las formadas y en marcha, a principios de mil ' quinientos cincuenta y uno, mandó Juan de Villegas, a petición de todos los vecinos del Tocuyo, examinar las tierras que mediaban entre el Tocuyo y Taca- rigua, (hoy laguna de Valencia), destinando para estos tra- bajos a Damián del Barrio, quien en su excursión encontró primero algunas pepitas de oro, y reconociendo mejor el país, halló una mina del precioso metal.
Llamáronla el Real de Minas de San Felipe de Buria (2) y debido a esta nueva fuente de ingresos, determinaron fun- dar otra población en el Valle de Barquisimeto, sitio interme- dio entre el Tocuyo y la mina referida.
Juan de Villegas, como tributo de afecto a la patria de su recuerdo, la nombró Nueva Segovia de Barquisimeto (3) y se efectuó su fundación a fines del mes de junio o a mediados del año mil quinientos cincuenta y dos, según Oviedo y Baños, siendo Diego de Losada uno de sus primeros veci- nos, quienes reunidos en Conse;o eligieron a Losada uno de sus primeros Alcaldes; (4) pero la referida población
(1) Fray Pedro Simón Not. 5* Cap. XIX.
1 2) Fray Pedro Simón dice que llamaron a estes veneros de ero. "Minas de San Pedro" Not. 5* Cap. XIX. Otrcs dicen que ::r. minas distintas.
(3) Oviedo y Baños, Lib. III. Cap. VIII Par:. I.
(4) Oviedo y Baños Lib. III. Cap. VIH.
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se trasladó, desde El Tejar, que fué donde la fundó Villegas, a lugar mas sano y alegre como lo era el que hasta hoy ocupa. Es de advertir que sus naturales son "descendientes de caba- lleros ilustres y conocida prosapia, de agudos y claros enten- dimientosy cortesanos con política, y afables con urbanidad", según testimonio del ilustre don José de Oviedo y Baños. (1) Hemos querido dar a conocer estas cosas en memoria de aquellos hombres sanos y vigorosos, y primeros españoles colonizadores de Venezuela, para recordarlos y ponerlos ante la nueva generación a fin de que se sienta orgullosa y contenta de ver su estirpe y. su raza; y estime en su justo precio la memoria de sus antepasados, quienes dieron a Venezuela todo cuanto tenían. Lógico es esperarlo, siguiendo aquello del viejo y nuevo aforismo:
quien te dio lo que tienes te dará lo que te falta.
Como buenos colonos, no olvidaron la agricultura, lle- gando a cosechar, principalmente en los valles del Tocuyo, Quíbor y Barquisimeto (que en todo corren casi igual for- tuna), (2) trigo en tanta abundancia que además de surtirse
(1) Fray Pedro Simón asegura que Villegas fundó, primeramente, so- bre el río llamado Buria a Nueva Segovia en el año mil quinientos cin- cuenta y uno; más viendo los vecinos que no llenaba aquel sitio todas las condiciones de sanidad e higiene, determinaron mudarlo en tiem- po del Gobernador Villacinda, quien sucedió al famoso Licenciado Tolosa, dos leguas más cerca de! Tocuyo, escogiendo un sitio más limpio y de aires menos nocivos; en este lugar lo encontró Lope1 de Aguirre y fue donde halló su muerte; pero no estando aún contentos, sin duda por razones de higiene, lo trasladaron nuevamente a otro lugar, algo más desahogado y am- plio, situado entre dos ríos llamados el uno Claro y el otro Turbio; porque a la sazón así los encontraron, denominando a la población Nueva Segovia de Barqui- simeto, en tiempo del Gobernador Pablo Collado. Más tarde, en tiempo del Gober- nador Manzanedo, por haber notado mucho polvo, harto perjudicial a la salud, determinaron mudarlo de nuevo a unas sabanas altas y limpias y de mejores aires, en donde hoy permanece. (Na. 5^ Cap. XIX.)
El Gobernador y Licenciado Pedro de Villacinda, suplió al Gobernador in- terino Juan de Villegas desde mil quinientos cincuenta y cuatro a mil quinien- tos cincuenta y seis. Pablo Collado gobernó desde mil quinientos cincuen- ta y nueve a mil quinientos sesenta y dos. Alonso Manzanedo murió poco tiem- po después de haber tomado posesión en el año mil quinientos sesenta y cuatro.
(2) Entre los pobladores de Nueva Segovia de Barquisimeto (1552) de- bemos contar a Diego de Losada, Esteban Matehos, Diego García de Paredes, hijo de aquel otro que por sus hazañas fue asombro de Italia; Damián del Ba- rrio, Pedro del Barrio, su hijo; Luis de Narvaez, Gonzalo Marte!, Juan de Quincoces de la Llana, Francisco de Villegas, Melchor de Guruel, (alemán); Cristóbal de Antillano, Francisco López de Triana, Diego García, Hernando de Madrid, Francisco Sánchez de Santa Olaya, Pedro Suárez del Castillo, Basco Mosquera, Gonzalo de los Ríos, Bartolomé de Hermosilla, Pedro Hernández,
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ampliamente, entre sí, exportaban las harinas a Coro, Ca- rora, Maracaibo, isla de Santo Domingo y Cartagena de Indias; sin contar las uvas, higos, granadas, melones y toda clase de hortalizas de España y los demás frutos tropicales: plátanos, guayabas, mameyes y otros que les ofrecía pródiga- mente el terreno. ( 1 )
Por este tiempo, mil quinientos cincuenta, se fomentó la industria de tejidos de algodón en el Tocuyo y aun la de lanas, pues los colonos españoles se habían interesado gran- demente en la ganadería, aumentándose progresivamente el vacuno, ovino y de cerda, hasta el punto de llegar muy pronto a exportar ambas clases de tejidos, hechos "con primor" para el Ecuador y Perú, donde se vendieron a buen precio: por lo que asegura Fray Pedro Simón que esta fue la primera po-
Pedro Suárez, Cristóbal López, Diego de Ortega, Esteban Martín, Juan de Za- mora, Juan Hidalgo, Pedro González, Juan García, Sebastián González de Arévalo, Francisco Sánchez de Utrera, Cristóbal Gómez, Diego Brabo, Diego de la Fuente, Francisdo Tomás, Pedro Viltre, (alemán): Sancho Briceño, Jor- ge de Paz, Diego Matehos, Pedro Mátenos, Jorge Lans, Francisco Graterol y otrcs: de los cuales nombró Villegas por primeros Regidores a Gonzalo Mar- tel de Ayala, Francisco. López de Triana, Cristóbal de Antillano, Diego García de Paredes, Hernando de Madrid y Francisco Sánchez de Santa Olaya, y por Escribano de Cabildo a Juan de Quincoces de la Llana, los que reunidos en Ayuntamiento, eligieron por primeros Alcaldes Ordinarios a Diego de Losada y Damián del Barrio, y per Procurador General a Pedro Suárez del Castillo.
Más tarde, en mil quinientos noventa y dos, honró a Nueva Segovia de Barquisimeto el Rey Prudente, Don Felipe II, con el título de Muy Noble y Leal, confirmando este privilegio en mil seiscientos ochenta y siete Don Carlos, se- gundo de su nombre. Don Fray Gaspar de Villarroel, Arzobispo de las Char- cas, nació en esta ciudad, honrando admirablemente a su Patria. Véase Oviedo y Baños. Part. I. Lib. III. Cap. VIH.
No sabemos que los hijos de la '"Muy noble y Muy leal" Nueva Segovia de Barquisimeto hayan honrado a su insigne fundador Juan de Villegas con algún monumento.
El diez y seis de febrero de mi! novecientos trece, después de varios años de recomendado por el que esto escribe, se inauguró el Instituto La Salle, debido a las gestiones del llustrísimo y Reverendísimo Doctor don Aguedo Felipe Alva- rado, actual Obispo de Nueva Segovia de Barquisimeto, y a repetidas instancias de los padres de familia de aquella ilustre ciudad y al Gobierno presidido por el General Juan Vicente Gómez, quien ala sazón era Presidente de la República. El referido Instituto está regentado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas, a quienes tenemos y consideramos por los mejores educadores de la infancia: nos congratulamos con Nueva Segovia de Barquisimeto y con Venezuela toda por tan grande adquisición a favor de la enseñanza de sus hijos. En este año, mil novecientos catorce, ha subido el número de alumnos, a doscientos. Estos Her- manos atienden a las necesidades de los países y a los deseos de las familias pa- ra la enseñanza de las lenguas, dándoles la debida preferencia conforme a los adelantos de los tiempos; en la actualidad, debido a la proximidad del canal de Panamá, fomentan los conocimientos del inglés, sin olvidar el alemán &.
(1) Fray Pedro Simón Not. 5* Cap. VIII.
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elación de Tierra Firme que se dedicó a esta clase de ne- gocios. . (1)
Tampoco olvidaron las medidas de sanidad y de higie- ne, pues conociendo que enfermaba la gente por falta de las brisas que antes oreaban al Tocuyo, mandó el Gobernador limpiar las malezas de los alrededores, por espacio de media legua, gozando en adelante de la salud que anteriormente disfrutaban; (2) debiéndose al estiércol de los ganados la frondosidad de tantas malezas y cardones aglomerados, que impedían la renovación del aire.
Juan de Castellanos explica muy bien el adelanto de la colonización por este tiempo, cuando dice:
Y fue de su remedio lo primero Darse todos a buena grangería, Para poder sacar algún dinero De cosas que la tierra producía; Pues ya tenían en aquellos años De ganados allí buenos rebaños .... Viendo que cabra, oveja, yegua, vaca, Sería de grandísima ganancia
Si por los Llanos
Se pudiese hallar alguna entrada A este nuevo Reino de Granada. Luego Valle jo, como bien cursado, Con soldados que trajo de buen tino
Y no pequeña copia de ganado . . Que con brevedad al Reino vino Vendieron principal y multiplicos,
Y a su morada se volvieron ricos.
Y aunque les pareció vender barato Según suele quien usa mercancía Algunos perseveran en el trato
Y enriquecen con esta grangería . . . De manera señor, que del regalo Que puede dar un territorio bueno, A los regaladísimos igualo .
Los hombres que poblaron aquel seno. (3)
Finalmente, antes de dar a conocer otros hechos que vi- nieron a entorpecer la buena marcha de la colonización, séanos permitido manifestar la industria principal, y según parece,
(1) Fray Pedro Simón, Not. 5^ XIX.
(2) Fray Pedro Simón, Not. 4? Cap. XIX.
(3) Part. II. Eleg. III. Cant. III.
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la única de los indios Curariguas, Atariguas, Coyones, Qui- bores, Barquisi nietos y otros, los cuales vivían sin pueblos, y sin casas, cobijándose debajo de los árboles, y lo que es más, sin sementeras ni labranzas: se alimentaban de frutas silves- tres, especialmente, con "datos", (sic) y otras frutas lla- madas en Quíbor lefarias, frutas que se dan durante todo el año, muy parecidas a los higos tiernos, o mejor, a las (bre- vas, y de la caza de conejos y venados, siendo muy de notar la manera de prepararlos: extraían solamente los intestinos de los animales conseguidos, y calentando fuertemente un hoyo, con leña o paja, sacaban las brasas o cenizas e introdu- cían en él la caza sin desollarla; cerraban la boca del hoyo, que hacía' de horno, y a las dos horas ks sacaban, y limpiando el cuero de su pilamento, lo comían junto con la carne. Otro tanto hacían con los tallos de cocuiza: dividíanlos en tro- zos y los asaban del mismo modo, chupándolos después para extraerles el abundante jugo que contienen y cuyo sabores algo parecido a la miel de caña. ( 1 )
Continuaremos ahora de nuevo el estudio sobre Losada.
(i) Fray Pedro Simón, Not. 5* Ca?. XIX.
CAPITULO IX
De varios sucesos ocurridos en las minas de Buria y graves peligros de Nueva Segovia de Barquisimeto de Sos cuaíes 9a libró Diego de Losada.
1553
Todo iba viento en popa al amparo de la paz y del tra- bajo, cuando el espíritu del mal "que todo lo añasca," como dice Cervantes, promovió un serio alboroto que llegó a tomar caracteres alarmantes para la incipiente colonia.
Oigamos a Juan de Castellanos relatar este suceso :
Ciento y cincuenta negros son de guerra, gente feroz bien puesta y arriscada, y en áspera quebrada de la Sierra hicieron una fuerte palizada: pusieron en temor toda la tierra por ser la nuestra poca y apartada y cada cual guardaba sus asientos esperando los negros por momentos porque juraron Rey solemnemente puestos en el lugar que les aplico: aqueste fué Miguel, negro valiente, criollo de San Juan de Puerto Rico; y el Rey negro nombró lugar-teniente creyendo ya valerse por su pico; finalmente, solteros y casados, estaban todos atemorizados. (1)
También es justo indicar las causas de este levantamiento: corría el año mil de quinientos cincuenta y tres cuando cierto día uno de ios mineros determinó castigar a un negro esclavo de Pedro del Barrio, llamado Miguel, "resabido en toda suer- te de maldad" (2) quien en cuenta de las terribles penas de aquella época, se armó de una espada que, al acaso, encon- tró a mano, para defenderse con ella del mayordomo; formó- se, por tanto, el natural alboroto que él aprovechó para esca- parse internándose en el monte.
(U Part. II. Eleg. III. Cant. IV.
(2) Fray Pedro Simón, Not. 5* Cap. XX.
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No pudieron, o no les pareció bien, seguirle por enton- ces, y aprovechando las noches conferenciaba, a escondidas, con sus compañeros; y persuadiéndolos a vivir en libertad logró atraer a sus consejos hasta veinte de ellos, con los cuales, repentinamente atacó al personal de las minas, matando algu- nos mineros y aprisionando a otros, para quitarles la vida len- tamente, con prolongado martirio y crudelísimos tormentos. Y por no parecerle esto bastante, soltó algunos más con el encargo malévolo de que avisasen a los de Nueva Segovia de Barquisimeto para que le esperasen armados, porque inten- taba acabar con ellos y apropiarse de sus haciendas y mujeres.
Mientras tanto ' continuaba aumentando el número de prosélitos, y llegó a contar hasta ciento treinta hombres, a los que armó como pudo, incluso de lanzas de madera con puntas tostadas al fuego : además, sentó su campamento en lo mas áspero de la sierra y viéndose temido y respetado por los suyos determinó coronarse por Rey, llamándose en ade- lante El Señor Rey Miguel, y a una amiga suya, llamada Guiomar, también negra, con quien tenía un hijo, la hizo co- ronar por Reina, y al negrito le hizo jurar por príncipe here- dero, creando además todos los ministros y oficiales, que, según sus noticias, tenían en sus palacios los reyes.
Fuera de esto, nombró Obispo por cuenta propia, ( la) escogiendo a uno de sus negros compañeros que le pareció mas hábil y de mejores costumbres, y a quien, por apodo, en Jas minas llamaban El Canónigo, por sus muchas letradu- rías, como dice Oviedo y Baños, levantando una iglesia y pre- dicando "Jo que producía su ignorancia; con todos los desa- tinos que se le ocurrían y celebrando de pontifical todos los días." (Ib)
Animado El Señor Rey Miguel con los buenos suce- sos de su incipiente reinado, determinó atacar a Nueva Se- govia de Barquisimeto, que estaba habitada por unos cuarenta vecinos solamente; aprovechóla obscuridad de la noche y los acometió repentinamente por dos lados; pegó fuego a las casas y puso en confusión a los descuidados moradores. Quedaron muertos en el asalto un sacerdote y otros dos o tres vecinos.
(la) Esto nos recuerda a muchos personajes modernos tan altos como es- te Señor Rey Migue!, quienes traen siempre en jaque a la Iglesia Católica, a los sacerdotes y a los Obispos y parroquias, a frailes y a monjas, los cuales no llevan más armas que el rosario y la lengua.
(Ib) Part. I. Lbií. II. Cap. VIII,
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Los españoles previniéndose a la carrera, echaron mano a las armas y formando al momento un solo cuerpo, acome- tieron denodadamente a los negros, mataron a unos, hirie- ron a otros y les hicieron huir a todos hasta refugiarse en el monte.
Asombrados de tamaño atrevimiento los vecinos de Nue- va Segovia de Barquisimeto se prepararon a la defensiva. In- formaron de lo sucedido a sus hermanos los españoles del To- cuyo, pidiéndoles ayuda inmediata, para no dejar sin defensa la nueva población al poder tomar la ofensiva, y aquellos, ni lerdos ni sordos, juntaron sin dilación la gente que pudieron, y nombrando por capitán a Diego de Losada, le ordenaron par- tiese en seguida a Nueva Segovia, para socorrerlos y ayu- darlos oportunamente :
—Por se hallar en esta coyuntura gente del nuevo Reino de Granada, y llegar a tal punto fué ventura según iba la cosa mal parada: Pero Rodríguez fué de Salamanca con gente para guerra nada manca y Cabrera de Sosa varón digno de serle la fortuna favorable .... Estos con otras gentes de sustancia habían ido por comprar ganado para poblar el campo y el estancia del Reino que tenían conquistado: pues como fuera hecho de importancia subyectar el esclavo revelado, determinaron una y otra gente de deshacer aquel inconveniente. Treinta fueron de gente bien cursada en desmallar las lorigadas redes, en ánimo y valor tan extremada que pueden del vivir hacer mercedes; El valeroso Diego de Losada, y allí Diego García de Paredes, valiente y esforzado caballero y de paternas fuerzas heredero. (1)
(1) Según parece este caballero es hijo de aquel otro Diego García de Paredes del cual dice Cervantes, terciario franciscano, en su obra "Don Qui- jote de la Mancha" — Part. I. Cap. XXXII: "Y este Diego García de Paredes fué un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Extremadura, valentísimo sPidado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y puesto con un montante en la
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Apenas llegaron a Nueva Segovia de Barquisimeto, los de esta colonia nombraron también a Losada "por su mu- cha experiencia militar y conocido valor, Cabo de su gente," e incorporando una con otra resultaron unos cincuenta, los que salieron aceleradamente en busca de los alzados y ene- migos :
Por la aspereza del camino . ' todos iban a pié como romeros;
sirven las alpargatas de rocino a los que son más diestros caballeros; bajan con el recato que convino por asperísimos despeñaderos; más antes de podelles ver la frente adelantóse Diego de la Fuente,
negro de quien
en cualquier bandera y estandarte acostumbró hacer cosas extrañas; y agora sin favor de ageno Marte ansímismo se dio tan buenas mañas, que trajo para guía del cercado un poderoso negro maniatado.
Maravillóse nuestra compañía de ver tan a su salvo tan buen hecho porque según lo que se pretendía, fué para lo demás de gran provecho: el negro preso, pues, sirvió de guía para llevar camino más derecho, hasta que ya tomaron la ribera que de frondosas arboledas era.
Vieron aquellas playas blanqueando con lienzos que tenían extendidos y cantidad de negras que lavando estaban sus camisas y vestidos; por algunos que están atalayando no pudieron dejar de ser sentidos
Tragos son de dolor y amargura viéndose salteados de repente (1)
entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejéicito que no pasase por -ella, y fizo otras tales cosas, que si como éHas cuenta y las escribe él asimis- mo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes." Según este famosísimo autor se encuentra escrita: La Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdova con la vida de Diego García de Paredes. (1) P. II. Eleg. III. Cant. IV.
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CAPITULO X
Prosigue el mismo asunto. Menciónanse las nuevas poblacio- nes de nuestros antepasados los españoles: Nirgua, Nueva Valencia del Rey, Borburata y Trujiüo adonde se dirige Losada con el fin de pacificar a ios indígenas.
1553-1557
Pero no desmayaron los negros viéndose acometidos de los nuestros, antes empuñando sus armas y siguiendo a su Señor Rey Miguel, intentaron resistir con brío la entrada de su fortaleza; pues como dice Juan de Castellanos:
En un ancón fuera de la quebrada tenían bien compuesta su manida: x por la parte de tierra palizada para se defender fortalecida; por el arroyo va peña tajada que por ninguna parte da subida, y el cercado tenían con dos puertas, mas entrambas a dos están abiertas Sosa y Diego García van delante ocupando primero la primera; pasó Pedro Rodríguez más avante tomando la que cae más afuera; Luego la demás gente litigante acude donde más menester era, todos de sus escudos bien cubiertos porque contrarios tiros vienen ciertos ....
Vieron al Rey Miguel de los primeros, Miguel que de león es un trasunto; requeríanle nuestros caballeros después que ya llegaron a tal punto:
Date, date Miguel, de buena suerte, si no quieres morir de mala muerte ....
Luego con uno de ellos hizo tiro con fortaleza de Sabino Siró y aun con aquel furor y de tal arte que tiro de sulfúrea candela, pues que le traspasó de parte a parte al buen Pedro Rodríguez su rodela;
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reparan al entrar del baluarte y cada cual del golpe se recela, porque luego con increíble ira y con las mismas fuerzas otro tira y en un madero de los del cercado entró la dura punta del cuchillo no menos en el palo soterrado que si fuera con golpes de martillo, tanto que brazo muy aventajado fué poca parte para desasillo . . . . (1) Entretanto, dice el autor de las Noticias Historiales: "La Reina Negra y el Príncipe Negrito* con todas sus damas, que no eran pocas, se estuvieron dentro del pueblo a la mira de la batalla, sin hacer movimiento, con mucha autoridad, por las ciertas esperanzas que tenían de la victoria que habían de alcanzar los negros." (2)
Ordénanse los negros dentro de la plaza y cada uno con el mayor vigor se defiende comenzando con mayor furor la pelea en las últimas trincheras:
Arma Diego de Escorcha la ballesta que por blanco tomaba negra cara; en la cureña rasa tiene puesta con acerado hierro diestra jara; apunta como diestro ballestero para hacer su tiro mas certero.
Aunque tiene delante mucha gente, procura desarmar en el caudillo: la puntería fue tan excelente antes fue tal el golpe de la frente que traspasó también el colodrillo: la vista de Miguel quedó perdida quedando perdidoso de la vida
Faltando la malilla de este juego, se jugaron después muy pocas manos, porque por las dos puertas entran luego, con gran brío y valor nuestros hispanos: muchos negros de sí hacen entrega otros mueren allí como romanos. (3> Finalmente, sin suceder desgracia alguna a los nuestros se volvieron a Nueva Segovia de Barquisimsto, llevando con- sigo los indios y negros que pudieron coger vivos: Castella- nos lo describe clásicamente, cuando dice:
(1) Eleg. III. Cant. IV.
(2) Fray Pedro Simón Not. 5? Cap. XXI. (3- Eleg. III. Cant. IV.
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Regocijados con tan buen efecto se volvieron a Barquisimeto y a su Nueva Segovia, do salieron; cuyos vecinos libres del aprieto con gran solemnidad los recibieron teniendo por negocio del momento el deshacer aquel encatamento (1 )-.
Los indios de la teerra, después de esto, cargaron sobre los que lograron escapar, matando a unos y obligando a otros a volver al lugar de donde habían huido (2).
Libres ya de estos apuros, aunque los amenazaban muchos otros, nuestros mayores se dedicaron a perfeccionar por todos los medios la conquista, estableciendo nuevas poblaciones: recordemos la ciudad de Nirgua, tan rica de esperanzas por lo abundante de sus minas, (desde aquellos años perdidas), llamada primeramente el "Real de minas de San Felipe de Buria" en mil quinientos cincuenta y uno, por Damián del Barrio; trasladada por Diego de Montes a las riberas de un río que atravesaba un hermoso palmar y nombrada después, por es- ta causa, la Villa de las Palmas, probablemente en mil quinientos cincuenta y cuatro; poblada, otra vez, por Diego de Paradas con el nombre de Nirgua, en mil quinientos cincuenta y cinco; destruida de nuevo por los indios y vuelta a poblar por Diego Romero "en el mismo Real que había sido de las Minas, con el nombre de Villa-Rica en mil quinientos cincuenta y siete; y mudada en tiempo del Gobernador Pablo Collado a las orillas del río Nirgua, con el nombre de Nueva Jerez, hasta mil quinientos sesenta y ocho; reedificada el año siguiente por Juan de Mora; y destruida de nuevo por los indios Giraharas, hasta que en mil seiscientos veintiocho la pobló, en el mismo sitio en que hoy permanece, don Juan de Meneses y Padilla con el nombre de Nuestra Señora de la Victoria del Prado de Talavera". N. H. 53 Cap. XXII. O v. P. I. Lib. III. Cap. IX.
Sobre Valencia, (3) Nueva Valencia del Rey, cúmplenos decir que el primer Auto de fundación diólo Juan de Villegas el veinticuatro de diciembre de mil quinientos cuarenta y siete, ante el Escribano público, Francisco de San Juan, Jo cual no pudo verificarse hasta mil quinientos cincuenta y cinco en que
(1) Eleg. III. Cant. IV.
(2) Fray Pedro Simón N. H. Na. 5* Cap. XXI.
(3) Oviedo y Baños Part. I. Lib. III. Cap. V.
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el Gobernador Villacinda, enviado por la hija de los Reyes Católicos, ordenó su población encomendando su fun- dación y trazado al insigne y valeroso español Alonso Díaz Moreno, quien después de haber reconocido y estudiado mejor el sitio y vista la conveniencia que ofrecía la hermosura y fertilidad de su territorio, edificó la ciudad en un hermoso llano, distante poco más de media legua de la famosa laguna de Tacarigua, la que podría ser muy rica y opulenta por la buena posición en que está colocada, si no la hubieran robado, saqueado y después quemado unos corsarios o ladrones fran- ceses. (1). — La fundación de Nueva Valencia del Rey se debe no solamente a la idea de colonización del territorio, sino tam- bién a la de preparar la conquista, colonización y civilización de los indígenas y otras nuevas poblaciones entre los aguerridos Caracas.
Nueva Valencia fue poblada por los vecinos y solda- dos de las tres ciudades de Coro, Tocuyo y Nueva Segovia, bajo la dirección y órdenes de Alonso Díaz Moreno, vecino entonces de Borburata (Mil quinientos cincuenta y uno). Entre los descubridores de la gran Laguna de Tacarigua (hoy laguna de Valencia) salidos del Tocuyo por el mes de septiembre de mil quinientos cuarenta y siete, encontramos los siguientes:
Juan de Villegas, Teniente General; Luis Narváez, Pe- dro Al varez (veedor déla Real Hacienda), Pablo Suárez, Al- guacil mayor del Campo; Juan Domínguez, Gonzalo de los Ríos, Sancho Briceño, Hernando del Río, Juan Ximénez, Cristóbal López, Esteban Martínez, Juan de Zamora, Mi- guel Muñoz, Pedro González, Antonio Sarmiento, Juan Sánchez Choque, Luis González de Rivera, Bartolomé Nu- ñez, Juan Sánchez Moreno, Pedro de Gámez, Alvaro Váez, Juan de Escalante,- Diego de Escorcha, Antonio Cortés, Pe- dro Suarez, Alonso Vela León, Rodrigo Castaño, Juan Díaz Marillán, Jorge Turpi, Vicente Díaz, Francisco de San Juan, y otros hasta el número de ochenta; entre ellos iban como especialistas en mineralogía los expertos Hernando Alonso, Juan Ximénez y Juan Sánchez Moreno. (2)
Quienes deseen gozar de un delicioso panorama en Nue- va Valencia del Rey suban al cerro del Calvario al declinar el
(1) Oviedo P. I. L. III. C. IX.
(2) Oviedo y Baños Part. I. Lib. III. Cap. Véase.
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- m —
sol -y podrán admirar el espléndido paisaje que forma la la- guna, los montes y llanuras; de paso podrán visitar el peque- ño monumento dedicado por los descendientes españoles en honor de la Madre de Dios.
Con motivo del Centenario XVI de la aparición de la santa Cruz al Gran Constantino y de la paz otorgada a la Iglesia, se ha levantado en el monte más alto de Nueva Va- lencia del REY-hoy Valencia-un gran monumento en ho- nor del Signo de nuestra Redención, cuya obra se entregó solemnemente al Municipio para que cuidase de ella, no sólo como de ornato público, sino como de tesoro sagrado y testi- monio de 3a fe de nuestros mayores, legado a las generaciones venideras como símbolo de la fe presente, igual a la de aquellos.
Un seglar, católico, apostólico, romano, el Doctor Jesús María Briceño Picón, cuyo nombre guarda con interés esta Historia en premio de su fe, que es la nuestra, dirig'do por el Presbítero Doctor Víctor Julio Arocha y Ojeda^ Protonotario Apostólico y vicario foráneo del Partido, dio forma al monu- mento; a cuya inauguración, efectuada el día quince de sep- tiembre de mil novecientos trece, asistieron el Gobierno, el Clero y más de diez mil personas, quienes, a pesar délos síntomas de mal tiempo, besaron reverentemente e! Signo de la Santa Cruz y admiraron de paso las hermosas vistas panorámicas que se descubren encantadoras desde aquellas alturas.
El viajero que visite a Valencia y no ascienda al referido lugar, puede decirse que no ha llenado su deseo.
Borburata, (1) Nuestra Señora de la Concepción de la Borburata, cuyo primer Auto ele fundación está fechado ef veinticuatro de febrero de mil quinientos cuarenta y ocho por Juan de Villegas, ante el Escribano Público, Francisco de San Juan, y la que, hubo de abandonarse por la muerte del Gobernador Tolosa, para atender mejor a las necesida- des de la colonización y la que se fundó de nuevo sobre el mismo Auto, el veintiséis de mayo de mil quinientos cuaren- ta y nueve, por el poblador Pedro Alvarez.
Fueron los primeros pobladores de Borburata, en mil quinientos cuarenta y nueve: Pedro Alvarez, Capitán Pobla- dor, Veedor de la Hacienda Real; Alonso Pacheco; Alon-
(1) Véase Oviedo y Baños Part. 1, Lib. III, Cap. V y VH.
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so Díaz Moreno; Vicente Díaz; Sebastián Ruiz; Fran- cisco de Madrid; Andrés Hernández; Pablo Suárez; Juan de Escalante; Luis González de Rivera; Alonso Vela León; Pedro Gámez; Juan de Zamora; Francisco de San Juan; Antonio Sarmiento y otros hasta el número de sesenta, los cuales el día veintiséis de mayo de mil quinientos cuarenta y nueve dieron principio a su población, y se nombraron Regi- dores a Francisco de Madrid, Alonso Pacheco, Juan de Es- calante y Alonso Vela de León, quienes eligieron por primeros Alcaldes Ordinarios a Vicente Díaz y Alonso Díaz Moreno, "por lograr, dice Oviedo, la hermosura , de aquel puerto, ca- paz con desahogo para más de cien navios, seguro de todos los vientos , y tan fondable, que con planchas pueden descargar en tierra' ' .
Esta ciudad fundada "a la lumbre del agua" fué aban- donada en mil quinientos sesenta y ocho, según veremos más adelante, por sus moradores ; a pesar del buen sitio, puerto magnífico, minas de oro cercanas y las activas diligencias que hizo el Gobernador para impedirlo; debiéndose esta resolu- ción de los vecinos a las molestias de los corsarios que enton- ces infestaban las costas.
Trujillo, llamada por los antiguos Ja Ciudad portátil por los diferentes lugares adonde la mudaron, fué fundada por Diego García de Paredes en mil quinientos cincuenta y seis, la abandonaron al año siguiente (mil quinientos cincuen- ta y siete) a causa del cerco temible en que la pusieron los indios; reedificada en mil quinientos cincuenta y ocho, (Fray Pedro Simón N9- H. 53- Cap. XXI). en el mismo lugar, por Francisco Ruiz con el nombre de Miravel; cambiado el nombre, durante este mismo año, volvió a llamarla Trujillo- Diego García de Paredes; y trasladada por este mismo a las riberas del río Boconó mudáronla des- pués los vecinos a una sabana llamada de Los Truenos a las orillas del río Motatán; y vuelta a trasladar cuatro le- guas más abajo del mismo río, y otra vez llevada seis leguas más al este al valle de Pampán, hasta que conociendo la in- salubridad de su terreno, determinaron fijarla en otro valle de clima sano y muy templado, el cual corre de norte a sur unos cinco kilómetros; de este a oeste es muy estrecho. Oviedo y Baños asegura que muchos de sus vecinos eran de notoria calidad y conocida nobleza. Esta ciudad llegó a ser muy opulenta y poderosa hasta mil seiscientos setenta y ocho en
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que la robaron, saquearon y finalmente quemaron los piratas o ladrones franceses sin que le moviese a compasión lo sun- tuoso de sus fábricas.
Trujillo llegó a ser una ciudad eminentemente agrícola, pecuaria e industrial; producía multitud de ganado vacuno, de lana y de cerda; pavos, gallinas y otras aves; cacao, algodón y granos; trigo en abundancia; cebada, maíz, garbanzos ; azúcar y exquisitas conservas ; repollos y verduras durante todo el año ; más todas las frutas de América y las mejores de Europa, co- mo uvas, manzanas, membrillos, higos y granadas etc.: no fal- tando, como dice Oviedo, de cuanto podía apetecer el regalo "y cuyos pobladores tomaron por Patrona a la Virgen de la Paz, y sólo por cumplimiento nombraban autoridades; pues ni sabían lo que eran pleitos ni conocían la discordia, y bastaba saber que eran naturales de Trujillo para que' se les considerase y tuviese por personas de noble trato, de natural afable y de intención sana y recta".
Tales fueron aquellos vigorosos colonos españoles que supieron cambiar los montes en ciudades y pueblos, pene- trar en las selvas, abrir caminos, roturar terrenos y preparar los campos para vivir en sana paz y en abundancia de bienes.
Pero no es justo detenernos en estudiar Ja colonizació't de Venezuela, cuando sólo es nuestro propósito investigar la vida de Losada: dejemos para otros ese riquísimo estudio se- guros como estamos de que ha de sorprenderles la abundan- cia de los frutos.
Corrían ya los años de mil quinientos cincuenta y siete a mil quinientos cincuenta y ocho cuando Diego García de Paredes/después de poblar a Trujillo, (1) envió al Tocuyo
(1) Entre los pobladores de la ciudad de Trujillo, en la segunda época (mil quinientos cincuenta y ocho) debemos hacer mención de su segundo po- blador Francisco Ruiz, (el primero fue Diego García de Paredes, hijo de aquel otro que fue asombro del mundo por sus grandes fuerzas naturales) ; era Fran- cisco Ruiz, a la sazón, vecino del Tocuyo, y salió, por orden del Gobernador Gutiérrez de la Peña, con ochenta hombres escogidos, los más, entre los que habían poblado con Paredes, penetrando por los Cuicas "hasta el Valle de Bo- conó, donde hizo alto, con el fin de componer las armas",, y prepararse para la guerra; pues había notado demasiada inquietud en los indios después que los españoles abandonaron el campo.
Según Oviedo y Baños acompañaban a Francisco Ruiz-Alonso Pacheco, Francisco Graterol, Bartolomé Escoto, Alonso Andrea de Ledesma, Tomás de Ledesma, su hermano, Sancho Briceño, Gonzalo Osorio, Francisco Infante,
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por mayor número de gente..para que le ayudasen a perfec- cionar en aquella parte la conquista y poner en paz la co- marca.
Al tiempo questa gente ya llegaba con despachos y cartas de creencia, Gutiérrez de la Peña gobernaba por provisión de la Real Audiencia, el cual según ,las fuerzas alcanzaba, apercibió con suma diligencia a cierta gente bien aderezada y fue con ella Diego de Losada . Apaciguó la tierra circunstante cuya ferocidad andaba suelta, pero mirando bien que la restante en no dar sujeción está resuelta, para traer ejército bastante determinaron todos dar la vuelta pareciéndoles ser intentos locos querer domar a muchos siendo pocos. (1)
Francisco ds la Bastida, Jerónimo de Carmona, Gaspar Cornieles, Diego de la Peña, Juan de Segovia, Lucas Mejía, Agustín de la Peña, Pedro Gómez Ca- rrillo, Luis de Villegas, Juan de Aguirre, Francisco Ruiz, Juan de Baena, Francisco Moreno, Gaspar de Lizana, Lope de Encira, Luis de Castro, Juan Benitez, Francisco Terán, Andrés de San Juan, Vicente Rivero, Juan de Mi- randa, Rodrigo Castaño, Francisco Xarana, Pedro García Carrasco, Luis Que- bradas, Juan de Bonilla, Herán Velázquez, Francisco Palacios. Pedro Gonzá- lez de Santa Cruz, Juan de Miranda, Esteban de Viana, Gregorio García y otros cuyos nombres no recuerda la historia, (c)
(c) Part. I. Lib. III. Cap. XII.
(1) Par. II. Eleg. III. Cant. IV.
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CAPÍTULO XI
Dificultades enormes de la conquista y colonización de la Provincia de Caracas: progresos y fracasos de Fajardo.
1558-1559
Después de esta operación no hemos po.dido averiguar cuales fueron las ocupaciones de Losada durante los años de mil quinientos cincuenta y ocho a mil quinientos sesenta y cin- co en que el Gobernador Pablo Bernáldez, después de la muerte de Manzanedo, le nombró Capitán General para la colonización y conquista de los Caracas.
Sospechamos que se dedicó a la organización de los in- dios de Cubiro, los que habían sido encomendados a su soli- citud y cuidado por el Gobernador y Licenciado Tolosa en mil quinientos cuarenta y seis, y al fomento de la agricultura, déla ganadería y de la industria. ( 1 )
Pero antes de tratar este asunto, bueno será recordar las dificultades que ofrecía la empresa y los fracasos de otros va- lientes caudillos y esforzados capitanes.
Habitaba en aquel tiempo esta provincia de Caracas "innumerable multitud de Bárbaros" según decir de Oviedo y Baños (2), los cuales vivían sin religión, sin artes y sin leyes que los guiaran a un bien común, sabiamente concebido y pru- dentemente organizado; no sabían uncir los bueyes ni ayu- darse de los animales para hacer más fácil la vida; no cono- cían el arte de fabricar las casas ni tenían ciudades ni pue- blos formales; ni caminos apropiados; no conocían la cari- dad; y aun las leyes naturales con facilidad eran violadas;
(1) Ya escrito el texto, podemos añadir, en obsequio del lector, lo siguien- te:— Después de esto nunca más hicieron entrada los conquistadores sino poblar y descubrir minas y criar ganados; de manera que en este tiempo habría en esta tierra entre yeguas y caballos más de mil y mucha cantidad de vacas (más) de tres mil, y más de doce mil ovejas y mucha cantidad de cabras, y muchos puercos lo que prueba que la tierra está abundosa de comida y van des- cubriéndose cada día minas y poblándose la tierra. . . . — (Relación de diferentes gobernadores nombrados con destino a Venezuela desde mil quinientos treinta a mil quinientos cincuenta y cinco con expresión de sus principales hechos. Manuscritos copiados de los Archivos de la Madre-Patria, España. Véase — ■ Orígenes Venezolanos, N9 49. — en la Academia de la Historia de Venezuela.)
(2) Part. I. Lib. III. Cap. X.
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sus costumbres eran salvajes, sin otra cohesión entre sí que la impuesta por el más fuerte; las naciones, a veces con lenguaje diferente, se componían meramente de parentelas más o me- nos numerosas; entre otras, la historia nos hace mención de los Teques, capitaneada por el valiente Guaycaypuro, una de las mas aguerridas y más fuertes ; la de los Tarmas y Taramai- nas, vecinos de éstos por el norte : los Caracas que ocupaban parte de la costa y el valle del mismo nombre: los Manches que habitaban las tierras altas del este de Petare ; los Taraco- tos, Chagaragotos, Chava varos y Meregotos; los Arbacos, los Mayas, Tamanacos, Quiriquiresy Tomuzas etc.
Corría el año de mil quinientos cincuenta y cinco cuando Francisco Fajardo, (hijo de un hombre noble, de su mismo nombre y apellido, y de .doña Isabel, india cacica de la na- ción Guayquerí, y nieta de Charayma, cacique de los Ma- yas, quienes habitaban parte de la costa), hombre de espíri- tu elevado, de corazón magnánimo, de una sagacidad impon- derable, y quien hablaba todas las lenguas de la costa, determi- nó colonizar esta provincia, ya célebre por la fertilidad de su suelo, la suavidad y benignidad de su clima primaveral, lo apacible de su temperatura y la abundancia y riqueza de sus quebradas y aguas.
Este hombre celebérrimo, con veinte indios y otros tres naturales de la isla de Margarita, hijos (je ' españoles, y con muy pocos regalos o rescates, embarcados en dos piraguas, salió de la referida isla por el mes de abril de mil quinientos cincuenta y cinco, y costeando la provincia de Cumaná do- bló el Cabo Codera y llegó al río Chuspa donde desem- barcó felizmente. Apenas se dieron cuenta de su llegada los naturales, bajaron a la playa los caciques Sacama y Niscoto, acompañados de cien indios, movidos por la novedad y por ver gente extranjera; Fajardo les habió en su propia lengua y aficionados los caciques al buen trato y cariñoso agrado con que les hablaba, hicieron algunos canjes de hamacas y víveres, joyas y granos de oro; asegurada la amistad con estos caci- ques, pasó después a visitar a Guaymacuare y después a Nai- guatá, tío de su madre, y no bien se dio a conocer, cuando se hizo dueño de la voluntad de todos, hasta el punto de no dis- ponerse cosa alguna sin su parecer y consejo. — (1)
(1) Oviedo. Part. I. Lib. III. Cap. XI.
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De genio pronto y de entendimiento muy vivo, hizo amistad con los caciques de esta otra parte de la sierra del Avila y se enteró ampliamente de todo cuanto encerraba el país, y volvióse en el mismo año de mil quinientos cin- cuenta y cinco a la isla de Margarita, donde permaneció hasta mil quinientos cincuenta y siete preparándose para 3a segunda entrada que hizo en compañía de su madre, más cien indios guayqueríes, sus vasallos, y once españoles que le seguían. Al volver se detuvieron en el puerto ele Píritu, de cuyo terri- torio eran caciques dos indios que ya habían recibido eí bautismo, uno de los cuales también quiso acompañar a Fajardo y a su madre, con otros cien indios.
Habiendo doblado el Cabo Codera llegó a tomar tierra en el sitio llamado El Panecillo, algo más a sotavento de Chus- pa, y en donde vinieron a visitarle los caciques Paysaná, Guaymacuare y otros circunvecinos ele la costa, quienes ofre- cieron a Fajardo y a doña Isabel todo el Valle del Panecillo (1) para que pudieran fijar allí su residencia.
No deseaba él otra cosa y desde luego aceptó la oferta hecha por los caciques; mas por no atreverse a poblar sin el consentimiento del Gobernador, se dirigió a Borburata para dar cuenta al Cabildo de su asunto; y luego pasó al Tocuyo, en donde halló al Gobernador Gutiérrez de la Peña, el cual le dio plenos poderes nombrándole su Teniente desde Borburata hasta Maracapana, con autorización y facultad para fundar todas las villas y lugares que le pareciesen convenientes, a fin de asegurar mejor sus trabajos. Nótese este procedimiento de colonización en Venezuela.
No bien llegó del Tocuyo fundó en la misma ranchería del Panecillo una villa llamada de El Rosario, con muy escaso número de vecinos.
Resfriados los caciques de la primera amistad con Fajar- do, a causa del mal comportamiento de su tropa, reuniéronse aquellos en Junta para deliberar y disponer la expulsión de Fajardo por medio de las armas; Guaymacuare optó porque se rogase a Fajardo se retirase a Margarita, haciéndole presentes las incomodidades que ocasionaba su gente; pero el cacique Paysaná determinó pasar luego a la venganza, trabándose am- bos de palabras con este motivo; y echando mano a las maca-
(1) Muy curioso sería conocer el lugar geográfico y el nombre actual de este valle.
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ñas por defender cada uno su opinión, hubo de separarlos otro de ios caciques allí presentes. Como se ve, el duelo es una parte del salvajismo o de gentes incultas, por más que estén adornadas de lujosos vestidos y doradas prendas.
Guaymacuare avisó fielmente a Fajardo, pues había po- blado con el consentimiento de todos, y enterado éste de la actitud resuelta de Paysaná se previno lo mejor que pudo es- perando los acontecimientos y, efectivamente, a los pocos días Paysaná acometió con denuedo a la villa; pero tuvo que huir con pérdida de los mejores hombres; enfurecido con la derro- ta, envenenó las aguas de unos pozos de donde se surtían los sitiados
Fajardo trató de volver a Margarita, pero se halló im- posibilitado por haberse avenado y maltratado las embarca- ciones por el tiempo y la carcoma, haciéndose inútiles para el viaje; y recelando de su adversario resolvió dejar veinte indios para escolta de su madre, y los demás, en el silencio de la no- che cayeron sobre Paysaná ensangrentándose horrorosamente las manos, pues los cogieron dormidos y acabaron con lo me- jor que restaba de su gente; ni aun con esto Paysaná hizo re- tirar a Fajardo; mas porque no se atrevía a esperar un nuevo ataque de éste, el cacique levantó aquella misma noche el resto de sus mermados combatientes.
Libre Fajardo del cerco, se disponía a volver a Margarita; ya porque se calmasen los indios ; ya porque inficionadas las. aguas por el veneno morían repentinamente sus tropas, y el mismo Oviedo y Baños dice que de ello murió también doña Isabel, madre de Fajardo, aunque, como veremos más adelan- te, no se puede afirmar; pues la encontraremos pleiteando ante la Audiencia contra el Alcalde Alonso Cobos.
Ya estaba disponiendo su partida y el abandono de la villa, cuando Paysaná envió una embajada a Fajardo mani- festándole su arrepentimiento de lo hecho y pidiéndole licen- cia para hablarle. Concediósela él libremente y sin prevención alguna; pero cuando entraba Paysaná con sesenta indios en la villa, Guaymacuare hizo prevenir a Fajardo manifestándole que no se fiase de la simulación de Paysaná porque quería ma- tarle; alteróse tanto Fajardo con esta noticia que en seguida mandó prender a Paysaná y a toda su gente y le hizo ahorcar en la cumbrera de la casa con otros diez indios que le parecie- ron los más principales y puso a los demás en libertad. ¡Ac- ción indigna de un corazón magnánimo, y que amengua gran
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parte de su fama! pues faltó a la fe de su palabra, teniendo a mano otros medios para librarse ( 1 ) . Después de esto, y dis- puestas las embarcaciones se volvió para Margarita casi a fines de mil quinientos cincuenta y ocho.
No decayó el ánimo de Fajardo por estas circunstancias adversas, pues reunidos de nuevo doscientos indios con doce españoles pasó otra vez a encontrar a su amigo Guaymacuare, y aunque no le agradó su tercera visita le halló fiel a su amistad; Guaymacuare hizo ver á Fajardo el peligro que corría, pero despreció los temores del cacique y dejando el resto de su gen- te al abrigo de aquél atravesó la sierra del Avila con sólo cinco hombres pasando por los Arbacos, hasta llegar a los altos de Lagunetas en donde le salió al encuentro su cacique Terepay- ma con el fin de quitar la vida a los pocos y atrevidos españo- les que con él iban ; pero hablándoles Fajardo en arbaco y diciéndoles quienes eran les trataron con amistad y les acompa- ñaron hasta las sabanas de Guaracarima de donde siguieron con felicidad a Valencia: pasó luego al Tocuyo en donde es- taba el nuevo Gobernador Pablo Collado a quien propuso lo que pretendía;, nombróle éste su Teniente General con toda clase de poderes y socorrióle además con treinta hombres para que le ayudasen en su empresa y volvióse, sin pérdida de tiempo, por Valencia en donde le facilitaron los colonos españoles bastante ganado vacuno y otras cosas necesarias pa- ra alivio de su gente; regresó después por la loma de Las Cocui- zas, estableció la paz con Terepaima, regalóle una vaca y se dirigió hasta el Valle del Gayre o Guayre, que se extendía de oeste a este y al que puso por nombre el Valle de San Fran- cisco.
Pero antes de pasar adelante justo es que el lector conozca el país donde se estableció Fajardo, en mil quinientos sesenta, con el fin de adelantar el estudio para cuando lleguemos a tratar clel fundador de Caracas, Diego de Losada. Clásica- mente encontramos este trabajo hecho por don Rafael María Baralt cuando dice : — Si se quieren visitar las tierras que ha- bitaban los Caracas, menester es seguir gran parte de camino llano entre el Lago de Tacarigua (Laguna de Valencia) y los altos montes de Guararayma por un lado y Ja cordillera del litoral por otro, con dirección aproximada a! oriente hasta el punto del Mamón. Aquí el Tuy que baja de la gran
(1) Véase Oviedcfy Baños. Cap, X y XI, Part. I. Lib. III.
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cordillera inclinándose al sur, tuerce su camino i hacia el oriente, recorre los espaciosos valles de Ocumare y de Cau- cagua y muere en la marina donde decimos Río Chico. ,
Ahora guiando al norte del Mamón hemos de atravesar un vallecico estrecho (El Valle del Miedo) por el que el Tuy corre entre cerros de pobre vegetación hasta llegar a Las Co- cuizas, pie meridional de unas altas montañas que sirven de división entre los Valles de Aragua, en ellos moraban mu- chas tribus distintas por las costumbres y las lenguas. Desde aquí hasta la cumbre de esos montes llamados de La Laguneta vivían los Arbacos belicosos, regidos por Terepaima, cacique prudente y de gran brío; y es la tierra elevada, agria y frago- sa. En pasándola caemos al Valle de San Pedro por el cual corre un río del mismo nombre que separa las montañas de Las Lagunetas de otro grupo de montañas llamadas del Hi- guerote.
A la hondonada de San Pedro se une la de Los Teques, nombre de la tribu indiana, señora entonces de esa tierra. Luego pasando el Sari Pedro y trasmontando el Higuerote se baja a las Juntas, donde el río que acabamos de dejar, des- pués de un largo rodeo se une al Macarao. Ambos pierden aquí el nombre y continúan con el de Guaire al nordeste por tierra amena y deleitosa que da entrada al verdadero Valle de los Caracas, o de San Francisco, en tiempo de Fajardo, valle poco ancho que se prolonga cuatro leguas al oriente y se forma entre los montes altísimos del Avila en la gran cordillera y una línea de cerros áridos que corren frente a ella la vuelta del sur. (1)
Pronto conoció Fajardo que este valle era a propósito para la cría de ganado vacuno por lo que organizó aquí su Hato y destinó parte de la gente que traía consigo para cuidar de los animales, de los cuales esperaba que fueran una base pa- ra la colonización del territorio.
Mientras organizaba el Hato estableció las paces con los indios vecinos, principalmente con los Teques, Taramaynas y Chagaragotos, pasó después a la costa en donde fundó una villa a la que denominó El Collado (mil quinientos sesenta) nom- bró Regidores, y éstos pusieron de primeros Alcaldes a Lázaro Vázquez y Martín de Jaén: Fajardo volvió a los pocos días a su Hato y Valle de San Francisco y se dedicó a examinar jas
(1) Baralt. Hist. Cap X fol. 186.
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tierras en busca de minas y tuvo la fortuna de descubrir una de oro muy abundante y de subidos quilates, seis leguas al suroeste (1) del Valle de San Francisco y a seis leguas de su Hato. Alegre por haber encontrado tan ricos y abun- dantes veneros de oro avisó al Gobernador, remitiéndole muestras de los metales para su comprobación y examen; éste resolvió enviar para el laboreo de Jas minas gente de su confianza, temeroso acaso de que las buenas partes de Fajar- do, su sagacidad y recato le hiciesen competidor suyo en el Gobierno, o que valido del respeto y amor con que le trataban los indios, pudiera ocasionar graves daños a la, colonia.
CAPITULO XII
Dificultades y fracaso de Pedro de Miranda y del valentísimo Juan Rodríguez Suárez, con la relación de varios Siechos.
1.560
Sea por estos recelos que acabamos de mentar o por cau- sas que no conocemos, el Gobernador nombró su Tenien- te General a Pedro de Miranda (celebérrimo apellido en Jos fastos de Venezuela) el cual llegado al Collado remitió a Fajardo con escolta a Borburata y éste pasó luego al Tocuyo para exponer sus quejas directamente al Gobernador, quien reconoció que eran justas, y nombróle Justicia mayor de la villa que había fundado sobre el mar con el nombre de "El Collado" ; pero cesaba en el cargo de Teniente General.
Pedro de JVtiranda llevó consigo veinte y cinco sol- dados y algunos trabajadores y se dedicó a explotar las mi- nas, que eran riquísimas; mientras el nuevo Teniente del Gobernador atendía a las minas, mandó recorrer la pro- vincia a Luis de Seijas quien entró hasta los Manches, donde Sunaguto se le enfrentó con sus valientes flecheros consiguien- do casi rodearle; pero lograron defenderse a espaldas de una quebrada, hasta que llegó la noche en la que se retiraron los indio?.
(1) "Sudueste dice textualmente Oviedo'
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Apenas habían aparecido las primeras luces de la siguien- te mañana cuando los indios renovaron el ataque y Seijas, dejándolos acercar lo que quisieron, y al parecerle oportuno, mandó descargar un pequeño cañón que destrozó a los más valientes, entre ellos a Sunaguto, y los demás pensando que provenía aquello de una causa superior, se echaron en el suelo entregándose a la muerte; entre tanto los Teques también dieron señales de sublevación; ignorábase la causa de esta nueva resolución, pues estos habían hecho tratado de amistad y de paz con Fajardo: Seijas o Ceijas se juntó con el Tenien- te Miranda, y de común acuerdo abandonaron las minas y con gran cantidad de oro en polvo se dirigieron al Collado. Luego Miranda se volvió al Tocuyo para informar al Gobernador Pablo Collado. Entre tanto los asuntos fueron encomendados a Fajardo.
Tan pronto como Miranda llegó al Tocuyo e informó al Gobernador de cuanto pasaba, éste reconoció que para llevar a cabo la colonización entre los Caracas era necesaria una persona de valor y de experiencia; hallábase a la sazón en el Tocuyo Juan Rodríguez Suárez, Capitán poblador de Mérida (l), reconocido por todos como uno de los más va-
(1) El Acta de Fundación de Mérida fué extendida por el Notario o Es- cribano Público, Martín Zurbidán, en los primeros días del mes de octubre de mil quinientos cincuenta y ocho a petición de los soldados que acompañaban al Capitán Juan Rodríguez Suárez. Fué edificada, como dice Fray Pedro Simón, sobre una mesa alta, limpia, de lindas aguas, vista, aires y temple; al efecto se señalaron cuadras, se repartieron solares entre todos, y se nombraron Justicia y Regimierto, según costumbre en todas las nuevas poblaciones.
Entre los pcb'.adores de la ciudad de Mérida, que fueron unos cien espa- ñoles, la Historia nos recuerda los nombres siguientes: Capitán Juan Rodrí- guez Suárez, Martín Zurbidán, Notario o Escricano Público; el Capitán San Remo, Francisco Montoya, Marcos de Heredia, Juan Esteban, Agustín Del- gado, Juan López, Juan Corso, Alonso Vázquez, Pedro Esteban, Alonso Gon- zález, Martín Garnica, Diego de Luna, Juan Andrés Várela, Pedro de Castro, Juan de Morales, Luis de Malcienda. Juan Lorenzo y otros. Más tarde el Capitán Juan Maldonado, yerno del Gobernador de Pamplona, fundó cinco le- guas más ai norte la ciudad con el nombre de Santiago de los Caballeros; pero este título no agradó a los colonos. En el viaje que hizo Juan Rodrí- guez Suárez encontraron los españoles en un valle que llamaron San Barto- lomé unas famosas minas de cobre purificado, en pedazos de a diez y catorce arrobas, de ahí abajo (sic)-(*). Y caminando siempre hacia el norte, tres leguas antes de llegar a Lagunillas, de donde sacan el urao, en- contraron estanques en donde los indígenas recogían el agua de lluvia para regar sus labranzas en tiempo de sequía; y en el informe que dio Juan
(*) Cerca de San Juan Bautista de Duaca, Barquisimeto, encontraron los colonrs otra gran cantidad de cobre, por el estilo de éste, de donde, por largo tiempo, fueron cortando según lo necesitaban.
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lientes de la época y de más práctica en los quehaceres de los indios; por estas especiales condiciones fue nombrado Te- niente General de la provincia, de Caracas el cual luego se di- rigió hacia este lugar con treinta y cinco hombres, atrave- só el país de los Arbacos y entró por Los Teques, desde donde avisó a Fajardo y obtuvo su cooperación para la em- presa.
Juan Rodríguez trató de asegurar la paz con Guaycaypu- jro, cacique de los Teques; pero envalentonado el héroe con la retirada de Miranda y el abandono de las minas, atacó por cinco veces las tropas españolas' con tan mala suerte, que en todas quedó derrotado y muertos sus mejores indios, por lo cual pidió rendidamente la paz, otorgósela generosamente Ro- dríguez, y el cacique, agradecido, convino en vivir tranquilo con los nuestros. Fiado en esta resolución de Guaycaypuro y en las pruebas que daba de sumisión, Juan Rodríguez or- ganizó los trabajos de las minas para su explotación, y dejó allí tres hijos pequeñitos que trajo consigo y se dirigió hacia los indios Quiriquires, en las riberas del Tacata, y siguiendo al Tuy llegó a los Manches, con ánimo de pasar hasta la Costa y recorrer la provincia. No encontró oposición en parte al- guna, antes bien era recibido con admiración y espanto por las derrotas continuas que había causado a! más valiente de los caciques llamado Guaycaypuro y de quién ya dejamos he- cha mención y la haremos también en seguida.
Es el caso que al salir de los Manches y entrar en el Valle de San Francisco un indio que huyendo de las minas había andado por caminos extraviados durante doce días, se pre-
Rodríguez Suárez, fechado el catorce de octubre de mil quinientos cincuenta y ocho, h^ce notar la numerosa población indígena que vivía por Mérida— en donde había tantos edificios como en Rima (salvo que ^ran de pija)— y que había hallado las mayores esteras de esparto que se habían visto en el Reino, y Fray Pedro Simón asegura que él vio tierras dobladas tan encrespadas y de tan temeroso acceso, que parece imposible poder subir por ellas hombres aun gateando, todas labradas y hechos poyos a trechos; donde sembraban las raíces y maíz para su sustento. . . . Cuando Juan de Maldonado persiguió por orden de su suegro el Gobernador, a Juan Rodríguez Suárez y éste se libró de la cárcel, huyéndose con otro compañero, fué recibido en/Trujillo por su funda- dor Diego García de Paredes, quien le nombró su Teniente y cuando vinieron a buscarle para llevarlo a Santa Fé de Bogotá y presentaron los documsntos de prisión,*los de Trujillo dijeron al enviado que ellos no sabían leer sino el Ave María y que se fuera al lugar de donde había venido, agregándole que Juan Ro- dríguez no había faltado en cosa alguna para que se le pudiera perseguir; pues, al contrario, merecía ser premiado por sus grindes servicios y buen compor- tamiento. Véase Noticias de las Conquistas de Tierra Firme por Fray "Pedro Simón, franciscano, Na, 7.. Cap XVI y XVII.
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sentó a Rodríguez Suárez todo sudado y desfigurado el ros- tro; al notar la excitación del indio detiene su caballo Juan Rodríguez y reconociéndole le dice: hijo, ¿que ha sucedido en Los Teques?
El indio entre lágrimas y gemidos le responde: "Señor: tus hijos son muertos; y a cuantos dejaste en las minas los ha muerto Guaycayp uro". Atravesado por el dolor de tan te- rrible desgracia, "echó mano a la barba, asegura Oviedo, y dijo: ¡Ah Guaycaypuro, Guaycaypuro, con cuántas ventajas te has vengado! ... .y dando prisa a los soldados se dirigió valle arriba hasta llegar al hato de Fajardo, en donde este te- nía las vacas que le habían dado los industriosos españoles de Valencia; pero lo encontró todo deshecho : las casas quema- das: muerta la gente del servicio, destrozados y diseminados por el campo sus cadáveres ; y el ganado atravesado a flecha- zos: Paramaconi, cacique dé los Taramaynas, instado por Guaycaypuro, había terminado con la incipiente colonización del Valle de San Francisco de Caracas.
No era justo que los colonos, nuestros mayores y con- quistadores españoles, dejasen impunes estos hechos, ni tam- poco que Guaycaypuro violase la amistad y la paz que habia jurado; en adelante seria considerado como traidora la amis- tad y al orden convenido y por tantas veces estipulado.
Dedicáronse a enterrar los muertos y a recoger el ganado que había quedado vivo; mientras tanto, Juan Rodríguez pasó con sólo dos infantes a conferenciar con Fajardo, dejando el campo encomendado a don Julián de Mendoza; aun no habían caminado treinta minutos cuando se dejó ver Parama- coni por el lado de Catia acompañado de seiscientos flecheros: comenzóse muy pronto la batalla y queriendo cuatro de aca- ballo romper a punta de lanzas con el escuadrón de los indios, se vieron envueltos en una nube de flechas y próximos a pere- cer; pero socorridos de la infantería, que estaba al abrigo de los corrales, a espada desnuda penetraron en medio de los enemigos con ánimo de defender a don Julián que había caído al suelo sin sentido, y a quien los indios pretendían llevarse, lo cual recrudeció la pelea con notable valor de unos y otros; pero libre ya el Capitán y recibida nueva gente los indios, retiráronse los españoles a tiempo que Paramaconi can- taba la victoria; ufanos los indios con esta retirada cargaron tan de golpe sobre los corrales que oprimido el ganado por
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todas partes rompió la palizada y saliendo de tropel arrolló a los indios, hiriendo a unos y derribando a otros. (1)
Aprovechando esta confusión los españoles cargaron de nuevo sobre los indios, y en pocos momentos sembraron el campo de cadáveres, perdió asi Paramaconi los mejores combatientes y retiróse vencido para el Rincón de Catia; pero dejando muy fatigados y con muchos heridos a los nues- tros; fueron notables en esta acción, don Julián de Mendo- za, Antonio de Albornoz, Payares, Fraga, Juan Ramírez y Castillo. Juan Rodríguez Suárez al recibir aviso de lo que pasaba, sin detenerse a conversar con Fajardo, volvió en ayu- da de los suyos.
Entre tanto sucedió uno de los casos más raros que pue- den darse en las guerras y que merece consignarse para admi- rar hasta donde puede llegar la valentía y el coraje de los ' hombres.
"Retirado Paramaconi, Juan Ramírez quiso ver si entre los indios muertos estaba uno quien se apoderó de la lanza de Payares y se defendía y ofendía admirablemente con ella a quien él (Ramírez) logró derribar de una estocada por el pecho: pensó reconocerle por algunas señales observadas, y salió con otros soldados a reconocer el sitio en que se ció la batalla". Preocupado en esta diligencia se levantó de entre los muertos un indio quien sentándose en el suelo por no poderse poner en pié, pues tenía las dos piernas partidas, co- menzó a llamarle, para que llegase donde estaba; acercóse Juan Ramírez, movido de curiosidad, y preguntóle ¿ qué quería ? El indio le respondió: sólo mataros, llegaos a pelear conmigo; un indio solo es quien desafía; y diciendo esto aprestó el arco a una flecha con tan buena puntería que se la clavó en la frente a uno de los soldados, dejándole mal herido.
Juan Ramírez mandó a dos indios vasallos de Guayma- quare que castigasen su atrevimiento dándole la muerte ; pero el indio se preparó de nuevo tan ligero que estirando bien el arco disparó dos flechas y atravesó a uno los dos muslos y par- tió el corazón al otro: irritado un soldado español llamado Castillo por esta acción, echóse un sayo de armas sobre el que llevaba puesto, y embistió con él para acabarle a estocadas; pero el indio se hizo firme sobre el arco para mantener el cuer- po, y le tiró tantos flechazos, que a no estar bien prevenido, le
(1) Oviedo y Baños Part. I. Lib, III. Cap, XIV,
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hubiera costado caro el querer vengar duelos ajenos; pero al fin, le atravesó el pecho con la espada y le dejó sin aliento; aún con ésto, hallándose en los últimos momentos, se agarró de la espada con las manos é hizo cuanto pudo por coger entre los brazos a su homicida con ánimo de ahogarle. (Oviedo y Baños, Parte I. Lib. III. Cap. XIV).
Al referir estas cosas, no es que olvidemos el estudio de las acciones de Diego de Losada; muy al contrario, lo que hacemos es preparar el ánimo del observador para que más tarde pueda comprender las dificultades que tuvo que vencer con el fin de afianzar la colonización de la provincia y preparar la fundación de Caracas. Temeroso don Julián de Mendoza deque volviese sobre ellos Paramaconi con nuevos refuerzos, hizo cargar a los heridos en hamacas y en aquella misma noche emprendieron el camino para El Collado; no habían caminado mucho tiempo cuando encontraron a Juan Rodríguez quien venía con urgencia a su socorro y porque le pareció mal la reti- rada, y para no envalentonar a'los indios, resolvió volver al Hato con ánimo de establecerse de fijo.
Así lo hizo poblando en el propio sitio en que había estado el Hato de ganado una Villa con el nombre de San Francisco, en mil quinientos sesenta y uno: repartió la tierra entre los vecinos; como primera providencia nombró Alcaldes y Regi- dores y se propuso sujetar con las armas a los caciques del contorno.
Es de notar que el primitivo Hato de la Colonia y la Villa de San Francisco estaban situados en el mismo lugar en donde Losada fundó después a Santiago de León, de Caracas; el Hato y la Villa vinieron a desaparecer totalmente en este mismo año, mil quinientcs sesenta y uno, como muy pronto veremos.
A los pocos días de haber poblado la Villa de San Fran- cisco determinó Juan Rodríguez indagar la actitud de los in- dios, al efecto montó por la mañana a caballo junto con Juan Jorge de Quiñones llevando consigo además ocho hombres de infantería; subió por la loma que está al otro lado del río Caroata hasta subir a la cumbre y viéndoles Paramaconi, des- de su retiro, acompañado de Toconáy determinó salirles al encuentro, bien armados con fuertes lanzas engastadas en dos medias espadas, que les regaló Guaycaypuro de las que había cogido en las minas ; iban adornados con penachos de plumas en la cabeza y llevaban colgadas a las espaldas una piel de 6
tigre y además el arco con el carcax lleno de flechas; de esta manera salieron llenos de venganza, y, ganada por un lado la cumbre de la loma, cayeron, de vuelta encontrada, sobre Juan Rodríguez y Quiñones quienes se habían adelantado mu- cho trecho a los infantes: viéndose provocados espolearon los caballos para atravesarlos con la lanza; pero los indios fijaron de seguidas las suyas en el suelo para recibirlos con las pun- tas; Jo que advertido por los jinetes desviaron la carrera pa- sando a lo largo para que no pereciesen los caballos: al mo- mento soltaron las lanzas de las manos y empuñaron las fle- chas y el arco disparándoles antes de parar la carrera.
Picados de esta acción tan feliz de los indios por segunda y tercera vez, vuelven a media rienda sobre ellos, hallando todas las veces en los indios tal ligereza en el manejo de las armas que se valían casi a un mismo tiempo del arco y de la lanza, tomando diferentes actitudes, por lo que frustraban los golpes de los jinetes, con tanta habilidad, que, cuando pare- cía amenazaban con una, daban el golpe con la otra, hasta que llegando la infantería se retiraron poco a poco, en dife- rentes direcciones.
Paramaconi se internó entre las breñas disparando hasta la última flecha, y Toconay quiso bajar a la quebrada; siguió- le Quiñones a rienda suelta, lo que conocido por Toconay le hizo frente y al tiempo que iba a dar el golpe cogió el indio la lanza, con tanta tuerza, que temiendo Juan jorge se lo lle- vara tras de ella, se arrojó del caballo yendo a combatir cuerpo a cuerpo con el indio valentísimo a quien quitó la vida con el ar- ma blanca que llevaba. Juan Rodríguez quiso seguir a Parama- coni; pero se hallaba fatigado ele un flechazo que le hirió en el costado izquierdo y los compañeros le obligaron a retirarse al campamento para atender a su curación ; libre muy pronto de la herida determinó sacar su gente a campaña, al efecto se dirigió a Los Teques en busca ele Guaycaypuro; quien se ocultó de tal manera que aunque sus indios tuvieron diferentes encuentros con Juan Rodríguez jamás pudo éste conseguir noticia alguna del lugar clónele aquel estaba.
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CAPITULO XIII
Continuación del mismo asunto; y relación de la muerte del valentísimo Capitán Juan Rodríguez Suárez, según Oviedo y Castellanos.
1561
Por este tiempo sucedía un terrible contratiempo a los colonos españoles con motivo de la tiranía de Aguirre, hom- bre desalmado y criminal en lo extremo: Juan Rodríguez al oír que pasaba de Margarita a Borburata, Valencia y Nueva Segovia de Barquisimeto, determinó arriesgar su vida por dar muerte al tirano que no respetaba autoridad, ni vidas, honores ni haciendas; al efecto, salió de la Villa de San Fran- cisco con solo seis hombres bien escogidos y preparados. No se ocultó a Guaycaypuro esta determinación arrojada; llenó de espías los sitios principales y se concertó con Terepaima, cacique de los Arbacos, para que le interceptase el camino, mientras él atacaría con los suyos a los siete españoles por la espalda.
Ignoraba Juan Rodríguez la estrategia de los indios; pasó la noche en el río de San Pedro, y cuando a la maña- na siguiente llegó a la loma de las Lagunetas la encontró ocu- pada por los Arbacos al mando de Terepaima, en hábito gue- rrero, y con penachos de plumas en sus cabezas; entre tanto le seguía Guaycaypuro por el río con todos los suyos picando la retaguardia de los nuestros.
Rodeados los siete españoles de una multitud que les cercaba por todas partes, se miraron mutuamente, recono- ciéronse unos a otros valor para vencer o morir y rompieron por en medio de los indios ocasionando en cada amago un destrozo y en cada golpe una muerte; pero, como la multi- tud aumentaba, cubiertos de saetas sus escudos, les fué pre- ciso retirarse al abrigo de un peñón para asegurar las espaldas; embestidos de nuevo por los indios pelearon con valor hasta llegada la noche. Cercaron los indios el peñón con fuego, que alimentaron toda la noche, y con gritos, tambores y fo- tutos los velaron continuamente, sin dejarles reposar un momento: llegada la mañana renovaron el ataque; pera
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les salió el atrevimiento tan costoso que todos cuantos se acercaban perdían- allí mismo la vida, hasta que advertidos de tan grande daño se conformaron con sostener el cerco, desde lejos, dejándoles descansar algún tanto dé tan enormes fa- tigas.
Juan Rodríguez, dejando cuatro para guardar el peñón, salió por la noche a caballo con otros dos compañeros, con ánimo de recorrer el campo y descubrir a Guaycaypuro, sin poder conseguir noticias de su paradero; para esto tuvieron necesidad de romper el cerco varias veces, llevándose en cada una nueve o diez indios por delante, y aun habría pasado a más aquel héroe si no hubiera visto herido su caballo derra- mando sangre a la continua; por lo que determinó volverse al refugio del peñón a tiempo que Terapaima le iba a cerrar el paso.
En semejantes apuros resolvieron por la noche, que uno se arriesgara a pasar a Nueva Valencia del Rey a fin de conse- guir socorro: el escogido para el caso pereció al día siguiente; mientras tanto los demás determinaron desamparar el peñón y abrirse camino por las armas: hacía dos días que no comían; el cansancio, la sed y el hambre los tenían como muertos: solo el corazón les latía en medio de la tormentosa lucha; imposi- ble era sostenerse y debilitados por el hambre y la sed, poco a poco fué extinguiéndoseles la vida, atravesados a flecha- zos y separados unos de otros; sólo Juan Rodríguez tuvo aliento para hacerse más formidable a los indios y supliendo a sus compañeros, acabó con más de cincuenta indios que murieron a sus manos.
Admirados los indios del estrago hecho por un hombre solo, y temerosos de su arrojo, pedíanle por favor que se reti- rase y los dejase tranquilos; pero él teniendo a menos la vida cuando la habían perdido sus amigos, aun cuando ya estaba libre de peligros, por no seguirle los indios, volvió otra vez contra ellos, y no pudiendo sostenerse a caballo por la mu- cha debilidad, se desmontó para tomar aliento y descansar un rato, y oprimido de congoja y sofocado de fatiga y de sed se quedó muerto, sin haber recibido ni una herida, según dice Oviedo y Baños.
Los indios no se atrevían a llegar a él temiendo que estu- viese vivo, hasta que asegurados de su muerte, le despojaron de los vestidos y dividieron su cuerpo en pedazos, repartién- doselo como señal de victoria y de triunfo.
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Oigamos también a Juan de Castellanos relatar este suceso:
Juan Rodríguez Suárez el valiente Capitán valeroso y esforzado Era pues éste, Dios le dé su gloria, Capitán en Caracas, de indios fieros Usados a salir eon la victoria De grandes y magnánimos guerreros,
Y él hizo hechos dignos de memoria Ayudado de pocos compañeros Mandó que solo siete le siguiesen,
Y los otros soldados se quedasen; Con que del nuevo pueblo no saliesen; Antes con gran cuidado lo velasen;
Y dicho lo que más le convenía En abreviar jornadas importuno,
Sin ponérsele cosa por delante
Y de términos tímidos ayuno, Caminó por la sierra circunstante
Su derrota guió por Terepaima, * El imperio del cual es absoluto, Hasta los términos de Barataima
Y otro cacique no menos astuto Que dicen proceder de Pariaima
Y allí suelen llamar Guaycamacuto; Aquellos dos con otros dos aliados De su venida fueron avisados.
Ansí fueron las flechas que caían Encima del cristiano caballero
Y aquesto visto todos revolvían Pugnando cada cual de ser primero: Pero cómodamente no podían
Y por las partes diestras y siniestras Había cantidad de gentes diestras.
Las furias de los indios más cercanos Andaban de temor tan apartados Que los quieren tomar vivos a manos, Más no lo consentían las espadas: Las cuales pocos golpes daban vanos, Pues hendían cabezas y quijadas,
Y con esfuerzo de ventura falto Procuraban volver a lo más alto.
Terepaima con cierta confianza De le salir a bien lo comenzado, Tiró de dura palma larga lanza,
Y a Carpió traspasó por el costado :
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Faltóle de vivir el esperanza, Del caballo cayó desalentado, Con el cuerpo carnal la tierra mide
Y el alma de las carnes se despide.
Suárez por los indios se metía Con impetuosísimos furores
Y a los'otrcs que restan les decía: "Ea mis compañeros y señores: Que hoy según que vemos es el día
Do conviene mostrar nuestros valores"
Hacia tales cosas el Suárez
Que le hacían francos los lugares.
El mancebo Fajardo de Guevara También iba haciendo maravillas, No cesa, no reposa, nunca para, Rompiendo por los impías cuadrillas Más, de las infinitas, una jara Le traspasó las armas y ternillas Andaba todavía muy experto Más a cabo de poco cayó muerto.
En este mismo punto se desmanda Un escuadrón de gente bien armada A cercar el caballo de Miranda, Que estaba casi muerto de cansado;
Y no teniendo fuerzas de su bando, De quien allí poder ser ayudado, Una larga macana se adereza Que le hizo pedazos la cabeza.
Con tan vivo calor el sol ardía Que los humanos cuerpos abrasaba: Aquel ardor mortal los afligía
Y la terrible sed los fatigaba: Remedio de su daño no se veía, Socorro de Dios solo se esperaba;
Y estaban ya los vivos de manera Que cada cual de vida desespera.
Aunque de indios hay muchos sin vidas, Acudían por puntos a nubadas,
Y en lo alto mujeres prevenidas
Que de flechas también iban cargadas
Y en vasos cantidad de sus bebidas Para tales calores apropiadas: Mientras los unos andan en el juego Los otros en beber toman sosiego
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Más el beber en la salvaje gente Eran tragos mortales en nosotros, Faltándoles vigor que los aliente
Y los ligeros huellos de sus potros; Ni les daba lugar la sed ardiente Para poder hablar unos con otros; Flaca la resistencia que se prueba Porque siempre venía gente nueva.
Llegaron pues algunas ordenanzas, Cuyos cuerpos y caras van pintados, Con grandísimo número de lanzas De puntas muy agudas y tostadas; Prometiéndose ciertas esperanzas De dar fin a las guerras comenzadas; Guaycamacuto guía la hilera
Enristradas las puntas penetrantes Con ímpetu feroz arremetieron, No siendo poderosos ni bastante A resistir la fuerza que pusieron:
Y ansi mataron todos los restantes,
A Juan Rodríguez no, que no pudieron, El cual se derribó de su caballo,
Y fué porque no pudo meneallo.
De si solo haciendo la reseña Necesidad le hace que despierte, Tomando por espaldas una peña Que fue detenimiento de su muerte;
Y con aquel amparo les enseña De cuanto valor es un brazo fuerte De cuando en cuando del lugar salía,
Y hecho mucho daño se volvía.
Por cierto no serán cuentos inciertos Si por verdades ciertas os declaro, Tener delante tantos indios muertos Que casi le servían de reparo : Pues sus indios ladinos descubiertos Contaron lo que cuento muy al claro,
Y también como antes que muriese Le decían todos que se fuese.
Pero ya lamentaba su pecado Al tiempo que decían de la ida El pecho, según dicen, traspasado
Y en los postreros trances de su vida :
Quedóse pues enhiesto y arrimado El alma de las carnes despedida, Y aunque veían que no se meneaba De temor ningún indio le tocaba
El fuerte Capitán, leal vasallo
Murió con los intentos que llevaba (1)
CAPITULO XIV
Fracaso de Naryáes. Guaycamacuto instigado por Guaycay- puro hace traición a Fajardo, con el nuevo fracaso y
eiyerte de este g rande hombre, según el autor de Varo- nes SSistres.
1561-1562
Estos trabajos, casi increibles, de Jos españoles nuestros antepasados en favor de la colonización de Caracas y Venezuela merecen el primer puesto de honor en la historia y el agrade- cimiento de cuantos recibimos los beneficios, no sólo conservan- do Ja colonización que nos legaron, sino mejorándola y perfec- cionándola, alampare de la paz y del trabajo, con todos los adelantamientos modernos, uniéndonos espiritualmente a la Madre España, a 3a Madre que nos dio el ser que tenemos, sobre la base déla independencia ya reconocida por ella.
Mientras sucedía 3o que acabamos de referir en el capí- tulo pasado el tirano Aguirre destruía los ganados de los veci- nos de Nueva Valencia de] Rey y les robaba las caballerías y cometía toda clase de crímenes, que era precisamente lo que deseaba evitar Juan Rodríguez Suárez, y, a causa de lo cual vino a perder la vida, según lo dejamos escrito.
Envalentonados los indios con la muerte de Juan Ro- dríguez Suárez determinaron caer sobre los dos pueblos de la colonia, de San Francisco y El Collado, para destruirlos y lan- zar del territorio a los colonos, en contra de la fe y alianza convenida: no se ocultó a Fajardo la determinación de los indios capitaneados por Guaycaypuro y Terepaima, y valién- dose de su natural agrado, procuró sosegar a los Caciques;
0) Varones Ilustres, Eleg. XIV. Cant. VII.
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más, al conocer que eran inútiles sus gestiones, avisó al Go- bernador por medio del práctico Juan Alonso, el cual salió por el mar en una piragua, llegó a Borburata y siguió a Nueva Segovia de Barquisimeto, allí encontró al Gobernador, don Pablo Collado, quien enterado de la necesidad, alistó breve- mente cien hombres al mando del Capitán Luis de Narváez, natural de Antequera, quien a la sazón era Alguacil Mayor del Tocuyo y pertenecía a la nobleza.
Provisto éste de todo lo necesario y con numerosa gente de servicio a principio de enero de mil quinientos sesenta y dos salió de Nueva Segovia de Barquisimeto y se dirigió hacia los indios Arbacos, pasando antes por los Meregotos, que habitaban las sabanas de Guaracarima y las orillas del río Ara- gua y quienes avisaron a aquéllos haciéndoles notar que los sol- dados traían liadas las armas sobre las bestias, y que camina- ban muy cómodamente los conquistadores.
Cuando Narváez llegó de esta manera al alto de Las Mostazas encontró aquel campo lleno de indios adornados con sus vestidos guerreros.
Narváez quiso evitar la guerrra y les habló largamente de la paz y de "sus ventajas poniéndoles delante los males que ocasionaban las peleas y combates ; pero ellos, con gritos y algazaras, empuñaron ios arcos y macanas y pusieron en confusión a los desprevenidos marañones. Cuando Narváez, como hombre de valor, quiso poner remedio a tan enorme descuido, herido de muerte, en los primeros encuentros, cayó del caballo en tierra, donde, atravesado a flechazos, perdió lastimosamente la vida; los demás, turbados por la muerte de su Jefe, incluso la gente de servicio, fueron traspa- sados por la flechas : sólo quedaron para contar lo sucedido Juan Serrano, Pedro García Camacho y Francisco Freiré, quienes huyeron por los montes y llegaron, los dos primeros, al pueblo de San Francisco en donde esperaba Fajardo los re- fuerzos.
En cuanto oyó Fajardo la relación de los hechos, pensó que era imposible defender las dos poblaciones, y antes que llegasen los indios, despobló la Villa de San Francisco y se retiró con toda su gente al Collado.
Así fué como desapareció la colonización de este Valle tan felizmente iniciada por Fajardo con la formación de un hato de ganado, situado en donde, cinco años más tarde, Losada
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fundó la hermosa ciudad de Santiago de León, de Caracas, hoy, como ayer, capital de Venezuela.
Francisco Freiré se encaminó para Valencia del Rey y como se encontró con la retirada cortada por los indios, se arrojó por un precipicio tan alto que causa horror el mirarlo, por lo que quedó aquel lugar con el nombre de El Salto de Freiré y ahora por corrupción es llamado de El Fraile, siendo tan feliz en su caída que no recibió lesión alguna: repuesto de la con- moción natural del salto, caminó por una quebrada abajo y salió a las orillas del Tuy, donde se encontró con unos indios Meregotos, a quienes pidió que tuviesen compasión de su des- gracia, pero sin hacer caso de sus ruegos, le dieron algunos gol- pes de macana, lo que irritó de tal manera su ánimo que, echan- do mano a un mal espadín que llevaba, hirió a los que más le molestaban, y todos le dejaron paso franco. Después de algunos días llegó a Nueva Segovia de Barquisimeto, y refirió la muerte de Narváez y de su gente. Tal desgracia causó triste- za generala los colonos, quienes la atribuyeron a la justicia de Dios; pues estos soldados habían cometido muchos crímenes en compañía del tirano Aguirre; asila Divina Providencia cas- tiga, aun en este mundo, Jas maldades de los perversos.
Fajardo entre tanto sin dejar las armas de la mano se sostenía en El Coliado, conservándose fiel a su palabra y al tratado de paz y amistad solamente Guaycamacuto y los demás caciques de la costa quienes se defendían he- roicamente de los Arbacos, de los Teques, Tarmas y demás confederados en un fuerte de madera, desde donde inutilizaban los colonos las fieras acometidas de los ene- migos.
No se ocultaba a Guaycaypuro que era inútil atacar a Fajardo defendido como estaba por la fortaleza, por lo que trató de que Cuaycamacuto faltase al tratado de amistad, discurriendo la mayor traición y felonía contra los nuestros. Una mañana aparecieron las fuerzas indígenas en los campos de Guaycamacuto y llegándose este a Fajardo le dijo que "por ser amigo suyo intentaban los confede- rados destruir la ranchería y talar' las sementeras de su gente"; entre tanto emboscaron los mejores indios pa- ra caer sobre los colonos que saliesen a socorrerlos; ajenos de esta traición salen treinta infantes con tres de a caballo, al mando de Juan Jorge Quiñones; y al entrar en la montaña, como práctico notó el engaño que le tenían
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preparado por lo que ordenó cargar doblemente los arcabuces ; inmediatamente se vio rodeado por mas de cinco mil indios: unos y otros pelearon desesperadamente: a los colonos les fue preciso echar mano a las espadas con las que segaban Ja garganta a los indios, llevando por delante los tres de a ca- ballo a cuantos topaban con sus lanzas, y así llenaron de ho- rror y de sangre la montaña. (Oviedo).
Tres horas llevaban de combate, peleando treinta y tres hombres solamente contra más de cinco mil y como Juan Jorge Quiñones persuadiese a los soldados a que renovasen el ataque, para volver a la playa en retirada, vino a compren- derlo Guaycaypuro, y con este motivo se peleó más brava- mente por ambas partes.
En este tiempo Juan Jorge divisó a Pararían, indio muy valiente, y quiso atravesarle con la lanza, pero tropezó su caballo y cayó sobre unas piedras donde perdió la vida atravesado por el ( vientre con la guatea del mismo a quien intentaba clavar; por fortuna a este tiempo llegaba Fa- jardo del Collado avisado por uno de los soldados lo que evitó la pérdida total de sus enviados, aun así perdieron once co- lonos la vida; quedando bien heridos los demás: délos in- dios confederados murieron más de setecientos sin hacer mención de los heridos.
Guaycaypuro y Guaycamacuto presentaron de nuevo siete mil combatientes indígenas contra Fajardo y conociendo que se terminarían pronto las municiones de boca y de guerra, antes que esto sucediese embarcó su gente en varias piraguas y se dirigieron unos para Borburata y otros con él para Margarita, jurando castigar la traición en cuanto les fue- se posible, sin pensar que se acercaba el término de su exis- tencia.
Castellanos relata el final de Fajardo después de esto, de la manera siguiente:
Los indios
Dieron en el Fajardo de tal suerte Que le cumplió desamparar el puesto; A Cu maná Fajardo se convierte Donde el Alcalde Cobo, mal experto En cosas de justicia, mal la hizo Y por términos malos del mestizo.
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La madre pareció por su presencia A pedir el agravio recibido Delante los señores de la Audiencia, Donde fue su negocio bien reñido: Vióse la causa, dióse la sentencia, Cada cual defendía su partido; Más la india no pleiteó de balde Pues hizo que ahorcasen al Alcalde (1)
CAPITULO XV
üefiérese la muerte del famoso Dieg © (Garda de Paredes y ef desastre del Gobernador y del MariscaE, con otros por- menores interesantes.
1563-1564
Con el fin de comprender mejor las grandes dificultades que había para la colonización y conquista de 3a Provincia de Caracas queremos hacer notar a la vez, lo ocurrido en mil quinientos sesenta y tres con Diego García de Paredes, el mismo que derrotó al Tirano Aguirre en Nueva Segovia de Barquisimeto y el primer fundador de Trujillo.
Volvía este caballero de la Madre Patria, España, con el Gobierno y Capitanía General de la Provincia de Popayán en premio de sus proezas, y deseaba saber de su grande amigo Luis de Narváez, quien había salido del Tocuyo casi al mismo tiempo que él para socorrer a Fajardo, por lo que recaló en el puerto de Catia, cerca de La Guaira, y echó anclas en aquel puerto; era cacique- del contorno Gua- nauguta, uno de los que más ayudaron a Guaycaypuro contra Fajardo. Guanauguta emboscó más de doscientos indios y empezó a llamar desde la playa a los del navio, tremolando al aire una banda blanca; presumiendo Diego García de Pare- des qUe sin duda era su amigo Narváez, saltó a tierra acom- pañado de cuatro caballeros extremeños y seis marineros.
Recibióle el indio con mil demostraciones de cariño, le aseguró que Narváez estaba en la villa de San Francisco y que le llamaría inmediatamente, por lo tanto que pasase
(1) Parte II. Eleg. III. Cant. IV.
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a su ranchería en donde quería obsequiarle; receló García de Paredes y comunicó a los compañeros sus sospechas; pero éstos creyeron infundada su desconfianza, dando lugar a que salieran los indios de su emboscada y les atacasen cuando más descuidos estaban ; defendiéronse resueltamente y asegura Fray Pedro Simón en sus Noticias Historiales (1) que solo Diego García de Paredes mató más de ochenta indios por sus manos, animando a sus compañeros a la justa defensa, y aun- que tuvo ocasión de huir no lo quiso hacer por no desam- parar a los suyos; más como los indios eran muchos, todos cuantos españoles saltaron a tierra perdieron la vida, menos un marinero que pudo escapar, y referir cuanto había su- cedido.
Juan de Castellanos asegura no fué la única vez que estos indios se valieron de estas mañas para sorprender incautamente a nuestros ascendientes ; por lo que censura con franqueza, que se tuviese confianza en los indios, diciendo:
Tan gran error, en un tan buen soldado A todos nos causó gran maravilla Sabiendo bien Narváez ser entrado (a los Caracas) A tiempo quéi se fué para Castilla A fin de castigar al rebelado
Y ser aquella gente no sencilla; Más el pensó que io tenía llano,
Y ser verdad haber pueblo cristiano!
Y fué demasiada la ceguera, Pues debiera tener por cosa clara, que si cristiana población hubiera de gente conocida, no faltara quien paseara bien esta frontera; y aun fuérale mejor que lo dejara e ir adonde le llamaba la demanda sin ver a Catalina de Miranda (2) Al fin él se mostró poco discreto en se meter allí sin certidumbre metiendo muchos otros en aprieto
de muerte, con inmensa pesadumbre, y con las crueldades que en efecto estos bestiales tienen de costumbre. (3)
(1) Not. 7? Cap. I.
(2) Nótese la expresión equivalente a curiosear, según parece.
(3) Part. II. Eleg. III. Cant. IV.
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Efectivamente, según Oviedo y Baños, los indios por escarnio empalaron los cadáveres de aquellos nobles varones en la playa y suspendiéndolos en alto, se entretenían en ha- cerlos blanco de sus crueles saetas, y como era imposible por entonces remediarlo los demás españoles se hicieron a la vela, por no ver aquellos actos salvajes. ( 1 )
Para este tiempo ya estaba hecho cargo del Gobierno de Venezuela Pablo Bernaldez, quien había llegado al Tocuyo en agosto de mil quinientos sesenta y dos y remitió preso a España a su antecesor el Gobernador don Pablo Collado, por acusaciones de los colonos.
Felices tiempos aquellos en los que estaban sujetos a responsabilidad efectiva los grandes de la política, los goberna- dores de los pueblos.
A la sazón había también llegado de la Madre Patria Espa- ña Gutiérrez de la Peña, (el mismo que era Gobernador cuando la derrota de Aguirre) con el título de Mariscal de esta Pro- vincia y de Regidor Perpetuo de todas las ciudades que la componían ; los dos determinaron salir del Tocuyo en persona para restaurar lo perdido en la Provincia de Caracas, acompaña- dos de cien hombres; el Gobernador nombró General a Gutiérrez de la Peña, célebre por su ponderada experiencia militar.
El Gobernador, no obstante el nombramiento refe- rido, pretendía dirigir la campaña y requerir a los indios según el estilo judicial ; el Mariscal aseguraba que era un camino inútil, pues, envalentonados los indígenas, sólo el rigor po- dría domeñarlos: en estas conferencias llegaron a las sabanas de Guaracarima, donde los naturales les esperaban con las armas en la mano.
Los Arbacos y Meregotos, tan pronto como supieron que venía el Gobernador en persona, llamaron a los Qui- riquires, los que subieron por las orillas del Tuy hasta el río Tiquire: era tanta la multitud de indios que ocupaba todos los altos y montañas, que no se descubrían por todas partes en las alturas sino sus penachos encopetados.
A persuasiones del Mariscal se internaron en un valle angosto por cuyo centro corría el Tuy y al que llamaron Valle del Miedo y en donde reconocidas de cerca las posiciones
(1) Part. I. Libro IV. Cap. XII.
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de los indios optaron por volver a las sabanas de Guaracari- ma y prevenirse con mayores refuerzos.
El Gobernador, acompañado del Mariscal Gutiérrez de la Peña, dejó la gente a cargo de Francisco de Madrid con el nombramiento de Cabo Superior y recorrieron ambos todas las ciudades sin.poder conseguir ni un solo hombre, para continuar la conquista de los indios Caracas, a cuyas manos habían perdido la vida heroicos capitanes y soldados. El mismo Francisco de Madrid quien se veía acometido a la con- tinua de los indígenas, dejó en su lugar a Antonio Rodríguez Galán y pasó al Tocuyo con el fin de conocer las disposiciones del Gobernador; pero éste le ordenó que volviese a Guara- carima para que se retirasen los soldados y se abandonó el proyecto comenzado, hasta poderlo emprender con mayor seguridad más adelante.
De todas veras hubiéramos deseado pasar en silencio lo que directamente no se refiere a Losada; pero, ¿cómo podría el lector darse cuenta exacta de la gran empresa que llevó a cabo sin que se le diese a conocer antes las dificultades que tenía que vencer para los fines de la colonización en el valle de los Caracas?
Comenzaba ya en la colonia un gran movimiento agríco- la, se fomentaba la cría de ganados, las industrias tomaban asiento, lo mismo que el comercio y las transacciones mer- cantiles de varios géneros; pero los indios, de quienes habla- mos, retardaban el bienestar común de los colonos, amena- zaban continuamente a los otros indios amigos y envalentona- dos por sus victorias "atrevidamente, dice Fray Pedro Si- món, se alargaban a asaltar, robar y matar". (1)
Entremos ahora de lleno en el estudio de las acciones de Losada en esta última etapa de su vida, la más brillante para el bienestar de la colonia española de Venezuela; afortunada- mente casi nos da hecho el trabajo Oviedo y Baños, a quien seguiremos en nuestra labor, sin dejar de citar oportunamente los demás autores que tratan de estos asuntos y que hemos tenido a la mano, y señalamos como fuentes históricas; pues la historia no se inventa, sino que es la relación de los hechos.
(1) Not. 7* Cap. III.
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CAPÍTULO XVI
Conquista y colonización de la Provincia de Caracas por Dief o de Losada, con varias relaciones muy interesantes y la lista de sus tropas, gentes, ganados y armas.
1565-1566
A fines de mil quinientos sesenta y cinco., pasado poco más de un año después que el Mariscal y el Gobernador se retiraron a Guaracarima, determinó éste hacer nueva entrada a la Provincia de Caracas, y al efecto nombró por General a Diego de Losada, entonces vecino del Tocuyo.
— Era Losada, dice Oviedo y Baños, persona en quien concurrían, además de la nobleza heredada, las prendas del valor y experiencia adquirida en muchas de las funciones mili- tares en que se había encontrado, así siendo Maestre de Campo del Gobernador Cedeño, como asistiendo por Cabo Principal en diferentes conquistas, manifestando en todas las acciones los valerosos alientos de su noble espíritu. — (1.)
Como hombre de reflexión y prudencia conoció el peli- gro de su reputación y de su vida en marchar donde habían perecido capitanes tan aguerridos como Juan Rodríguez, Luis de Narváez y Diego García de Paredes, sin olvidar las retiradas de Fajardo y del mismo Gobernador y del Mariscal de la Provincia, Gutiérrez de la Peña; y presentó por ex- cusa los motivos de salud y otros que le proporcionaban la ocasión y el tiempo; pero el Gobernador Pablo Bernaldez conoció que en la elección de tal caudillo llevaba asegurados los aciertos de la empresa, le obligó con ofertas y honores, y logró que aceptase el nombramiento y tomara el asunto por su cuenta.
Por este tiempo, dice Juan de Castellanos: A gobernar aquella tierra vino Don Pedro Ponce de León, el año ya de sesenta y seis (1566) varón que digno era de gobernar mayor rebaño, y así pasó muy bien aquel camino; luego como llegó puso la frente en sujetar aquella brava gente (1)
(1) Part. í. Lib. V. Cap. I.
(1) Part. II. Ele?. III. Cant. V.
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Era don Pedro Ponce de León, rama ilustre de Ja casa de Arcos, caballero de mucha experiencia, ejercitado en em- pleos correspondientes a su noble sangre: traía don Pedro apretadas órdenes del Rey, el gran Felipe II, para que procu- rase con todo esfuerzo conquistar la Provincia de Caracas; pronto conoció el nuevo Gobernador el acierto con que su antecesor Pablo Bernaldez había trazado las primeras lineas por lo que de seguida confirmó el nombramiento de General a Diego de Losada, y le dio nuevos poderes para poblar y re- partir encomiendas. ( 1 )
Y Castellanos dice:
Para hacer mejor la tal jornada, Puso, por ser persona conocida. Los ojos en el Diego de Losada, Al cual antes que haga su partida La comisión que pide le fué dada, Y tal que fué su boca la medida, Con deseos de ver duros castigos En tan desvergonzados enemigos (2)
Y a fin de que resaltase mas la grande confianza que de- positaba en Losada entregó, para que militaran bajo su mando, tres hijos que trajo consigo de España, llamados don Francisco, don Rodrigo y don Pedro ; lo que sirvió para dar mayores seguridades a los vecinos de toda la Provincia, quienes voluntariamente se alistaban como soldados para la magna empresa.
Juan de Salas, vecino de la isla de Margarita, que estaba a la sazón en El Tocuyo ocupado en negocios particulares y era una de los íntimos amigos de Losada, conoció la importancia del asunto, y se le ofreció con cien indios guaique- ríes, seguro de conseguirlos en la referida isla; eran estos in- dios ya prácticos entre los Caracas, por haber servido a las órdenes de Fajardo en años anteriores, y se esperaba de ellos que fueran muy útiles para la colonización y conquista; entre tanto tocaba a su fin el año de mil quinientos sesenta y seis y convenido el tiempo para juntarse en el puerto de Borburata, Juan de Salas salió con dirección a Margarita, quedando Lo- sada satisfecho de lo bien que marchaban los asuntos.
(1) Oviedo. Lib. V. Cap; I. Part. I.
(2) Part. II. Eleg. III. Cant. IV.
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Sin perder tiempo y ocupado Losada en equipar com- pletamente su ejército, se pasó todo el año de mil quinientos sesenta y seis en el que se proveyó de armas, municiones y pertrechos de todo género. ( 1 )
Ningún obstáculo encontramos que se le presentase en todo ese tiempo y llegados los primeros días de enero de mil quinientos sesenta y siete salió del Tocuyo y pasó con toda su gente a Nueva Segovia de Barquisimeto en donde se le unieron cuantos tenía prevenidos, e inmediatamente se diri- gieron a Villa Rica, llamada más tarde la ciudad de Nirgua; jaquí se entretuvo por algún tiempo Losada; ensayó la mo- vilización de las fuerzas, mezclando lo agradable con lo útil; pues supo organizar corridas de toros y cañas, con otros tor- neos y ejercicios militares, y formó cuadrillas entre caballeros armados y bandos que batallaban entre sí, imitando una re- ñida batalla y otras escaramuzas; con esto, ademas de diver- tirse, se preparaban para las luchas que esperaban y se ejerci- taban los caballos.
Además, sin olvidar la religión, en donde estriba la for- taleza de jefes y soldados, para el día veinte del referido mes (enero de mil quinientos sesenta y siete) celebró con los caba- lleros de su campo la fiesta de San Sebastián mártir, y lo escogió por patrono de la empresa y por abogado delante de Dios contra el temible y mortífero veneno de las flechas: 'según Oviedo y Baños esta fiesta se celebraba con esplendor to- dos los años en la catedral de Caracas ; bien merecen conservarse las tradiciones que recuerdan los beneficios que recibieron de Dios nuestros antepasados. El elemento militar de Venezuela debiera renovarla; pues es parte de su tradición y de su his- toria.
Terminadas estas fiestas religiosas, civiles y militares, organizó Losada sus huestes y nombró caudillo a Fran-
t (1) En un manuscrito muy antiguo e interesantísimo que nos mostró nuestro buen amigo, señor don Felipe Francia, encontramos que Diego de Lo- sada, a pesar de tantas ocupaciones, tuvo tiempo en este mismo año de mil quinientos sesenta y seis, para cumplir con todos los buenos sentimientos de amistad y religión católica, apostólica, romana; por él sabemos que el fundador de Caracas honró a los nobles esposos, Alonso Andrea y Francisca Matheos (muy probablemente en El Tocuyo, cuando menos en Nueva Segovia de Barqui- simeto), y les sirvió de padrino en el bautismo solemne de una niña llamada Francisca, hija legítima de los mismos; y que le acompañó de madrina, en tan grande acto religioso, dcña Beatriz Gutiérrez.
Acaso el lector estimará esta curiosa noticia del compadrazgo del fundador de Caracas con los legítimos esposos Alonso Andrea y Francisca Matheos y hasta saber el nombre de su ahijada.
San Sebastián Mártir
El veinte de enero de mil quinientos sesenta y siete celebro Losada junto con los
caballeros de su campo la fiesta de San Sebastián mártir escogiéndole por pa- trono de la empresa y por abogado ante Dios contra el mortífero veneno de las flechas.
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cisco Maldonado a quien dio orden de marchar a Nueva Va- lencia del Rey, hoy Valencia, y proseguir hasta el valle de Guacara, en donde le había de esperar: mientras tanto el gene- ral arregló sus asuntos en Nueva Valencia del Rey y acom- pañado de Pedro Galeas y Francisco Infante, pasó aBorburata, en donde se detuvo quince días para aguardar a Juan de Salas, quien no llegó, según habían convenido, ¡con los guaique- ríes de la isla de Margarita, a pesar de haber transcurrido más tiempo del prefijado.
Por esto determinó incorporarse de nuevo a las fuerzas, que cuidadosas por su tardanza, habían pasado hasta el Valle de Mariara, lugar este célebre por haberse organi- zado en él completamente el equipo y el ejército, y en donde se detuvieron por ocho días, se revisaron todas las armas, se preparó todo cuanto se necesitaba, y se hizo el recuento de la gente, municiones y víveres; cuyo resultado fué el si- guiente :
Veinte hombres de caballería 20
Cincuenta de arcabuces 50
Ochenta rodeleros 80
Total, ciento cincuenta hombres de guerra. . . 150 (1)
Todos ellos bien apercibidos con las armas necesarias.
La caballería iba al mando del Capitán don Francisco Ponce, hijo del Gobernador, y bajo las órdenes de Losada.
Además, para el servicio, llevaba Losada ochocientas per- sonas indígenas; doscientas bestias de carga; cuatro mil car- neros y una porción de cerdos.
De los cuatro mil carneros, mil quinientos fueron dados a su costa por el Teniente de Gobernador de Nueva Valencia del Rey, en donde abundaban los ganados; y quedó el Ge- neral muy contento al ver la buena disposición de las cosas.
Antes de relatar la marcha del ejército con toda su impe- dimenta, queremos poner la lista de los ciento cincuenta compañeros de Losada que le ayudaron en tan magna empre- sa, para consuelo y satisfacción de todos sus descendientes, que encontrarán en sus apellidos la mejor razón de su origen y también, para que reconozcan los sublimes alientos de tan
(1) Los arcabuceros llevaban armas de fuego; los rodeleros eran llama- dos así por la rodela que llevaban en el brazo izquierdo para defender el pecho, y peleaban con espada y picas o al arma blanca, como hoy se dice
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nobles corazones españoles, que se lanzaban a la muerte para dejar a sus venideros, historia, hogar y patria en países in- cultos.
Debemos esta relación, aunque incompleta, a Oviedo y Baños, quien asegura fueron los siguientes:
Don Diego de Losada, General en Jefe y segundo Go- bernador, natural de Río Negro.
Capellanes del Ejercito:
Don Blas de la Puente. Sacerdote.
Fray Baltasar de García, fraile, de la orden de San Juan. Sacerdote.
Personal del Ejército:
Don Francisco ) a • , u ,, - . •• j i r>
r^ r> j - { Capitanes de caballería e hilos del Go-
Don Rodrigo v > ¿ \ J
t>» o j r» " í bernador.
Don redro ronce )
Gonzalo Osorio Sobrino de Losada.
Gabriel de Avila Alférez mayor del campo.
Francisco Maldonado de Almendariz (de Navarra).
Francisco Infante (de Toledo).
Sebastián Díaz (de San Lucar).
Diego de Paradas (del Almendralejo, de Extremadura),
Agustín de Ancona (de la Marca).
Pedro Alonso Galeas (del Almendralejo).
Francisco Gudiel . . (de Santa Olaya, arzobispado de Toledo),
Alonso Andrea de Ledesma. ) , / , T , »
r^ •■ j t j /-hermanos, (de Ledesma). .
I orne de Ledesma j '
Francisco de Madrid, (de Villacastín).
Bartolomé de Almao. *
Sancho del Villar
Cristóbal Gómez.
Miguel de Santa Cruz.
Juan de Gámez.
Martín Fernández , (de Antequera).
Marcos Gómez (de Cascajales).
Cristóbal Cobos.
Diego de Montes (de Madrid).
Francisco Sánchez (de Córdoba).
Martín de Gámez.
Pedro de Montemayor.
Don Julián de Mendoza.
Miguel Díaz (de Ronda).
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Andrés Pérez.
Rodrigo deJ Río.
Rodrigo Alonso.
Francisco Ruiz.
Pedro Rafael.
Juan Gallegos.
Pedro Cabrera.
Cristóbal Gil.
Alonso Ortiz Escribano del Ejército (Notario Público).
Alonso de Salcedo.
Juan Alvarez.
Vicente Díaz.
Pedro Mateos.
Antonio Rodríguez.
Francisco Román Coscorrilla.
Martín Alfonso.
Alonso de León, *
Alonso Ruiz Vallejo (de Coro).
Melchor Gallegos.
Juan Castaño.
Gonzalo Rodríguez.
Bartolomé Rodríguez.
Cristóbal de Losada ... (de Lugo).
Francisco de Vides.
Üstebán Martín.
Diego de Antillano.
Pedro García Camacho.
Domingo Baltasar.
Gonzalo de Clavijo.
Miguel Fernández 1 u
ó ¿f - ü v , - hermanos.
Baltasar b ernandez J
Gregorio Ruiz.
Juan Serrano.
Diego de Henares.
Juan Ramón Barriga.
Simón Giraldo.
Lope de Benavides.
Juan Fernández de León. *
Alonso Gil.
Juan de San Juan.
Duarte de Acosta.
Damián del Barrio (de Coro).
— 102 —
Gaspar Tomás. Andrés de San Juan. Juan Fernández Trujillo. Pedro García de Avila. Melchor Hernández, Alonso de Valenzuela. Domingo Giral. Pedro Serrata. Juan García Casado. Juan Sánchez. Fernando de la Cerda. Pablo Bernaldes. Pedro Alvarez Franco. Antonio de Acosta. Juan Bautista Melgar. Sebastián Romo. Juan de Burgos. Francisco Márquez. Alonso Viñas. Andrés Hernández. Francisco Agorreta.
Antonio Pérez (africano, de Oran).
Gaspar Pinto. Diego Méndez. Juan Catalán. Alonso Quintana. Jerónimo de Tovar. Juan García Calado. Francisco Guerrro. Francisco Román. Gonzalo Pérez. Pedro Hernaldos. Andrés González. Gregorio Gil. Francisco Rodríguez. Manuel López. Francisco Pérez. Francisco de Saucedo. Juan de Ángulo. Francisco de Antequera. Antonio Pérez Rodríguez. Gregorio Rodríguez.
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Maese Francisco Gen oves. Francisco Tirado. Antonio Olías. Melchor de Losada.
Jerónimo de la Parra \ hermanos
uan de la Parra j
Justo de Cea.
Pedro Maldonado.
Abrahan de Cea.
Francisco de Neira.
Francisco Romero.
Manuel Gómez.
Jerónimo de Ochoa.
Bernabé Castaldo.
Maese Bernal, (italiano).
Juan Suarez, (a quien llamaban el Gaitero). «
CAPITULO XVII
Diego de Losada, organizados los servicios religiosos, se pre- para para entrar en combate, y se dicen la disposi- ción y resultados de los primeros choques, con otras particularidades.
1S67
Pasados ocho días y todo dispuesto en orden, levantó Losada su campo del Valle de'Mariara y tres días después llegó ál Valle del Miedo, (1) que eran las primeras tierras señaladas para su conquista: ya a las puertas del peligro y organizados los servicios religiosos, se confesó y comulgó toda su gente, y se previnieron, como buenos soldados, para comparecer ante la Divina justicia; con esto, desechados todos los temores de la muerte, se disponían a lanzarse como leones al combate; Losada les dio también alto ejemplo.
Entre tanto no descuidaba los restantes deberes militares, sino que enlazando la religión con el arte militar, envió a Pedro García Camacho, con treinta hombres para descubrir
(1) Creemos que es el valle por donde baja el Tuy antes de llegar a El Conse- 'o; los más peritos en la geografía del país deberían señalárnoslo fijamente.
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el campo y con orden de copar algunos indios para informar- se del estado de los demás y de sus fuerzas; pero se vieron pre- cisados a regresar, después de tres días, sin lograrlo que desea- ban por más diligencias que hicieron.
Apenas había llegado Pedro García Camacho a presencia de Losada para darle cuenta de las gestiones realizadas, "cuando por todas partes descubieron escuadrones que sin llegar a tiro, con su acostumbrada vocería desafiaban a los nuestros, haciendo alarde de su fiereza" : esta circunstancia obligó a Losada a no dormirse; pasó la noche con cautela y confió la guardia a los primeros cabos: al día siguiente levantó su campo haciéndose cargo de la vanguardia en compañía de su alférez Gabriel de Avila y de Francisco Infan- te ; la retaguardia fué encomendada a don Francisco Ponce, Pedro Alonso Galeas y Diego de Paradas.
En esta disposición empezó a subir Ja Loma de Tere- paima, hoy de Las Cocuizas, llevando todos las armas en la mano, con la mayor precaución, por tener a la vista al enemi- go; no se engañó Losada al caminar con estas prevenciones; pues apenas entraba el ejército en un lugar fragoso y lleno de maleza, los indios hicieron sonar sus caracoles y fotutosy pro- vocaron a la pelea y se entabló el combate.
Una de las dificultades que tuvo el ejército en esta oca- sión fué el alboroto del ganado de cerda que se desmandó por el monte, causando algún desorden en la marcha, por las diligencias que hacía el servicio para recogerlo: los indígenas aprovecharon este incidente para disparar un diluvio de fle- chas, y se recrudeció el combate por ambas partes, pero cono- cieron muy pronto los indios el estrago que les hacían las armas de fuego, por lo que tocaron a recoger sus escuadrones, y dejaron el paso libre a nuestros mayores, los españoles, quie- nes llegaron sin novedad a lo alto de la loma, donde había unas sabanas limpias y en donde determinó Losada pasar la noche, por ser ya tarde, estar la gente fatigada y por haber en- contrado agua corriente y buena.
Castellanos refiere esta circunstancia clasicamente cuando dice:
Por Terepaima guía su camino no menos industrioso que valiente: por donde deste bárbaro vecino era la mayor fuerza de la gente.
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Embisten con el campo peregrino, más el Losada fué tan diligente que con pesar de toda la ralea el alto de la Loma señorea. Para hacer al indio más confuso, donde más pueblos hay allí se queda (1)
Durante la noche, sin que lo supiera el General, con no- table osadía y quebrantamiento del orden y disciplina, salieron del alojamiento Francisco Maldonado, Pedro García Cama- cho, Juan de Burgos, Francisco Márquez y un negro llama- do Juan, portugués, deseando coger algunos patos y otras aves que habían visto en unas chozas al pie de la montaña. Mientras se ocupaban en recoger las aves y antes de que pu- diese tener lugar la resistencia, salieron de la emboscada los indios y cayeron sobre los desmandados; Burgos salió herido en el rostro, Pedro García Camacho atravesado con una flecha por la espalda, y Francisco Márquez, partida la ca- beza por el golpe de una macana, quedó muerto en el acto.
Como Maldonado quedaba a retaguardia, disparó su arma de fuego repetidas veces sobre los indios, lo que sirvió de aviso para socorrer a los culpados; pues en cuanto oyó Losa- dalos tiros continuados y sin conocer de qué se trataba, apresu- radamente mandó a Francisco Infante, Esteban Martín y Francisco Sánchez de Córdoba, los tres de caballería, con otros diez infantes, para investigar lo que pasaba, quienes se dirigieron con presteza hacia donde se oía el alboroto, llegando a tiempo para facilitar la retirada; pero informados de que habían muerto a Márquez no quisieron dejar el cadáver en manos de los enemigos, bajaron de nuevo al valle y lograron recuperarlo, no sin derramar sangre, y con la pérdida del caballo de Francisco Infante; de esta manera, movidos a piedad, acreditaron su valor y nobleza, que no se encuentra sino en los corazones piadosos; y poco tiempo después, entra- ron triunfantes en el campamento con el cadáver a cuestas y le dieron sepultura : por lo que hasta hoy se llama aquel lu- gar el Sitio de Márquez.
Llegaban los últimos días del mes de febrero de mil qui- nientos sesenta y siete y sin detenerse más que aquella noche, pasada en estos apuros, emprendió Losada su viaje nueva-
(1) Part. II. Eleg. III. Cant. IV.
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mente y encomendó la retaguardia aquel día a Diego de Para- das, y dio orden a Pedro Alonso Galeas para que separado del ejército fuese en toda ocasión sobresaliente, dispuesto para acudir al socorro en aquella parte donde las circunstancias del momento lo requiriesen ; de esta manera y con algunos indios a la vista caminó sin novedad hasta llegar ai sitio en donde fué derrotado Narváez con su gente, y se encontra- ron con los huesos insepultos de los mismos conquistadores; lo cual renovó en todos el sentimiento y la pena consiguientes.
Seguros los indígenas de que aquel lugar era desgraciado para los españoles; primeramente, dieron fuego a la sabana, llena de pajonales, para dificultarles la defensa y en seguida acometieron la retaguardia; difícil en extremo fué para Losa- da semejante acción; ya por el fuego que les rodeaba, ya por la estrechez del lugar, ya también por los precipicios de las abruptas laderas que, casi perpendicularmente, se cortan for- mando barrancos temerosos ; pero la valentía y la pericia de todos no dio lugar a un desastre. Veamos cómo resolvieron estas dificultades.
Diego de Paradas hizo alto en Ja retaguardia y volvió la cara al enemigo, disparando sus tiros por dos horas sin ce- sar; de esta manera se mantuvo firme y resistió con valor el ímpetu de los indios, quienes les enviaban una nube de fle- chas; entre tanto Diego de Losada llegaba al campo abierto y dio orden a Paradas de retirarse con las precauciones debi- das ; asi lo hizo, y con tanto arte, con tanta prudencia y tino como le enseñaba la experiencia: preparó una emboscada sobre un pequeño monte que había a la mano izquierda del camino, de este modo aseguraba la retirada, aunque los indios quisieran seguirle; disposición admirable que le valió un triunfo completo sobre ellos; pues alentados los indios al ver que se retiraba avanzaron hasta llegar a la emboscada; pero hicieron alto y destacaron solo tres fornidos indígenas, los cuales, ignórase si temerosos o avispados, "con gentil denue- do" y caladas sus flechas en los arcos, apuntaban al lugar en donde se ocultaban los nuestros; pronto conocieron estos que habían sido descubiertos, por lo que embisten fieramente sobre ellos; de tal modo que Alonso Ruiz Vallejo, de un solo revés, cortó el arco, flecha y brazo de uno, y le terminó a estocadas; Juan de la Parra hizo lo mismo con otro que le tocó en suerte; y quedaron los demás tan temerosos que se retiraron desfilando por una ladera abajo.
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Entonces sucedió una de tantas particularidades como suelen ocurrir en los combates, y fué que estando a la vista de cuanto pasaba Juan Serrano, picó con las espuelas a un brioso caballo "cuatralbo castaño' ' que montaba y arremetió contra los indios, de tal modo que pasó con lanza al primero que se puso por blanco; pero con tan grande peligro de su vida que solo le valió ser gran jinete; porque al correr cues- ta abajo, y al dar el golpe contra el indio quedó balanceando el caballo, "entre el parar y caer" ; pero siendo dócil al freno, hizo fuerza sobre las patas delanteras y resistió el empuje de la carrera sin otra novedad; y así dejó al caballero "libre de la fatiga y del susto". Los indios se retiraron por entonces.
Losada para dar alivio a su gente, fatigada por los tra- bajos de aquel día, determinó pasar Ja noche a la entrada de las montañas que llaman de Lagunillas, sin lograr lo que de- seaba; pues los indios, aprovechando la obscuridad, salieron de las quebradas y se cubrieron con la misma paja de la saba- na, que estaba seca y crecida, y llegaron hasta el mismo cam- pamento sin ser vistos ; por esto ocasionaron con sus flechas, notable daño en la gente del servicio, la que se encontraba herida sin saber por donde le tiraban ; hasta que Diego de Henares, subió a un árbol y descubrió el movimiento que tenían aquellos bultos de paja, apuntó a uno de ellos con su arcabuz, lo dejó tendido en el suelo y huyeron los demás indios. ( 1 )
(1) Oviedo. Part. I. Lib. V. Capítulo I.
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CAPITULO XVIII
Terrible batalla de Los Teques en eS río de San Pedro y lle- gada de Losada al Valle de San Francisco, con Sa situa- ción probable del campamento español sobre un plano importantísimo de una parte de! Valle de los Caracas, antes de la fundación de la ciudad.
1567
Losada se entretuvo algunos días en recorrer la distancia que media entre Lagunillas y las fuentes del río de San Pe- cb*o, jurisdicción de Los Teques; y el veinticinco de marzo de mil quinientos sesenta y siete comenzó a bajar este río, y se encontró "con la más hermosa perspectiva que pudo tener Marte en sus campañas; pues coronados todos sus con- tornos de banderas y penachos, se halló con más de diez mil indios acaudillados por el valiente Cacique Guaycaypuro que al batir de sus tambores y resonar de sus fotutos, le presenta- ban altiva batalla".
Losada hasta esta ocasión solo había encontrado oposi- ción en los indios Arbacos, pues dada Ja premura con que supo entrar en el país, no pudieron juntarse todas las parcia- lidades de indios para impedirle el paso; más ahora todos juntos le daban la batalla; la situación era sencillamente terri- ble: detengámonos para examinar la actitud del General en estos momentos.
Primeramente hizo alto con su gente; de seguida, consi- derando el peligro en que se hallaban, convocó los Cabos a consulta, no faltaron quienes votaran la retirada, ni quienes hicieran ver el peligro inminente que corrían "si se exponían a dar una batalla con fuerzas tan desiguales; pero Losada, en cuyo corazón magnánimo jamás halló acogida el temor ni el miedo, despreció las desconfianzas de los suyos, y manifestó la resolución en que se hallaba de abrirse camino con las espadas, diciendo que quería más bien aventurar la vida en brazos de la temeridad, que afianzar la seguridad en la retirada con visos de cobardía" (1) y como no había tiempo que perder, animó a los suyos más con el ejemplo que con palabras, y se dispuso
(1) Oviedo Part. I. Libr. V. Cap. I.
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al combate; y hallada oportunidad para empezar la batalla, alzó la vo¿ apellidando a "Santiago" a cuyo grito esforzados los jinetes rompieron por la vanguardia en donde estaban colocados los más valientes guerreros indígenas, cubiertos de penachos y pavesas, quienes intentaron resistir valientemente el empuje de la caballería, aunque sin resultado; pues se vieron atropellados cuando más invencibles se juzgaban, y tanto, que se olvidaron de las armas, y se valieron de la con- fusión para escaparse; a la sazón la infantería empleaba a su salvo los aceros en los desnudos cuerpos que por el campo rodaban, envueltos en su propia sangre, sin perdonar estra- gos y con furores de muerte.
Con todo, lo que no pudieron resistir los Teques, lo sostuvieron valerosamente los Tarmas y Mariches; tanto que dio lugar a que se rehicieran los Teques, unos y otros despedían tanta multitud de flechas y piedras que cubrían el cielo y embarazaban la tierra, como dice Ovie- do y Baños.
Cuando así se peleaba, diez hombres de acaballo llamados don Francisco Ponce, Pedro Alonso Galeas, Fran- cisco Infante, Sebastián Díaz, Alonso Andrea, Francisco Sánchez de Córdoba, Juan Serrano, Pedro García Camacho, Juan de Gámiz y Diego de Paradas, quienes por orden de Losada subieron por la cuchilla de una loma, atacaron a los indios por la espalda, y renovaron tan fieramente el com- bate, por ambas partes, que los indios se metían por entre las es- padas y lanzas sin temor a la muerte, y nuestros mayores, se cansaban de ejecutarlos y les dolían los brazos de tantos gol- pes como daban y recibían de los indios, lo que manifestaba bien el desaliento con que manejaban las armas.
Muy pronto conoció Losada que la debilidad en aquellos momentos era preludiar la derrota, y encendido en aquella cólera española con que estaba enseñado a quedar siempre victorioso, vuelto a los suyos les animaba diciendo: "ahora es el tiempo de conseguir el triunfo y vengar la sangre españo- . la vertida por ellos tantas veces"; al oírlo, sin acordarse de las fatigas presentes, intrépidos renovaron la pelea, e hicieron tal estrago en los contrarios, que "solo se miraban por el cam- po arroyos de sangre en que rodaban los destrozados cadá- veres de los indios". (1)
(1) Oviedo, Parte I. Lib. V. Cap. III.
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Guaycaypuro en vista de tanto daño temió el exterminio' total de su ejército, por lo que tocó sus caracoles a retirada y abandonó en el campo los cadáveres por asegurar los restos de su gente.
Distingiéronse en esta batalla de San Pedro el invencible Diego de Paradas, Francisco de Vides, Martín de la Parra, Pedro Alonso Galeas y Francisco Infante, quien tuvo muy en peligro su vida por haber tropezado y caído en un hoyo su caballo en lo más ardiente de la batalla, quedando él debajo, expuesto a perecer a no haberle socorrido don Francisco Pon- ce y Alonso Viñas, quienes se hallaban inmediatos, sin em- bargo resultó estropeado de una pierna de la que padeció después por muchos días.
A pesar de haberse retirado Guaycaypuro, no quiso Losa- da detenerse más en aquel sitio no obstante estar su gente cansa- da y fatigada en extremo; "porque experimentado de la ven- taja con que le acometían los indios en la montaña, deseaba salir lo más pronto, a tierra llana" ; por esto caminó dos leguas adelante, y llegó donde se une el río San Pedro con el Guaire, en el pueblo del cacique Macarao ; y en donde fueron recibidos por estos indios pacificamente y con entera sumisión ; acaso porque temiesen que los españoles talasen las sementeras que tenían en flor por entonces.
Losada se hizo cargo de una paz tan repentina y disi- muló todas las cosas ; pero como prudente, les dio a entender el gusto que tenía en concederles su amistad, y Jes aseguró que "su entrada en la provincia no era para hacer daño a quien no provocase su enojo con la guerra" ; a este fin prohibió a sus tro- pas que les hiciesen hostilidad alguna en sus casas y sembrados; por ver si a fuerza de beneficios, dice Oviedo y Baños, podía grangear amigos, domesticando la bárbara altivez de aquella gente' '; y sin detenerse en este sitio, emprendió su camino al amanecer del día siguiente en dirección al valle de San Fran- cisco, distante solo tres leguas, siguiendo el río Guaire; pero temió las emboscadas de los indios y torció a la derecha por los pueblos o rancherías del cacique Guaricao, y siguió hasta llegar a un valle tan alegre como fértil, distante solo una le- gua del Valle de San Francisco, bañado por el río Turmero, en donde abundaban los víveres y determinaron pasar lo restante de la Semana Santa y los días de Pascua.
El tres de abril de mil quinientos^sesenta y siete salió Lo-
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sada del valle que llamaron de La Pascua, (1) y se dirigió con su gente al de San Francisco, distante solo una legua, como acaba- mos de decir; entre tanto dejó preparada una emboscada con veinticinco hombre escogidos, a fin de tomar algunos indios, por cuya mediación se pudiese entablar la paz con los caciques, y descansar, lo más pronto, de la guerra; pues ya conocía que era asunto difícil sujetar aquella multitud indomable (Oviedo).
Antes de referir el resultado de esta emboscada al lector le será grato conocer la situación probable del alojamiento de Diego de Losada en el Valle de San Francisco; al efecto he- mos consultado con personajes ententendidos entre los cuales se cuenta el señor Vicente Lecuna, ingeniero civil y militar, quien con la fina galantería que le distingue, heredada de sus mayores, ha puesto a nuestra disposición Jas reglas militares de alojamiento usadas por nuestros antepasados los españoles en el siglo XVI, cuando el campamento se establecía por larga duración; por ellas se descubre la ilustración militar de uno de los descendientes de españoles que honran tanto a Venezuela como a España, la Madre Patria; pues honor es de la madre los conocimientos de los hijos; honor es de España los progre- sos de sus colonias que forman, para su contento y bienestar — Legión de Naciones.
He aquí las reglas militares de referencia usadas en la épo- ca de la fundación de Caracas, por ella comprenderemos más fácilmente la situación probable del campamento de Losada, cuando el lugar que hoy ocupa la capital de Venezuela no era sino inculto monte, o como dijo el poeta:
Parte rasa, limpia de arboleda.
"El paraje debe tener cerca agua, forrajes y leña. De- ben talarse las inmediaciones para evitar sorpresas o que el enemigo destruya el campo, incendiando los bosques.
No debe haber grandes barrancos que dividan el campo; porque en un ataque brusco de los enemigos, costaría traba- jo a una parte socorrer a la otra.
El campo no debe ser estrecho, tener diferentes retiradas y fortificarse.
(1) Es "El Valle": los antiguos Libros parroquiales le llaman "El Valle de La Pascua", Somos deudores de este informe al Presbítero don Martín Arana- ga, cura de esta parroquia, quien nos permitió examinar los libros del antiguo archivo para cerciorarnos si realmente este Valle era el de La Pascua; efectiva- mente se llamaba: Valle de La Pascua de Nuestra Señora de la Encarnación.
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Entre las tiendas y el atrincheramiento debe quedar buena porción de terreno desocupado : "Luego que llegues al cam- pamento en que discurras establecerte por algún tiempo, te fortificarás lo mejor que puedas aunque te halles superior a los enemigos pues si haces un grueso destacamento, como tal vez repentinamente se ofrecerá ejecutar, quedará asegurado el residuo de tropas, bagajes etc. ( 1 )
"Se debe campar según se marcha y marchar según se pelea' ' .
"Lo primero camine en la vanguardia la manga en la ar- cabucería de la derecha".
. Luego la guarnición de la arcabucería de la misma mano; tras desta vayan las picas (o lanzas) (2)
Detras de las picas vaya luego la guarnición de la arcabu- cería de la mano siniestra, y última, y en retaguardia irá la manga de la arcabucería siniestra". (3)
A estas importantísimas notas debemos añadir su verda- dero complemento con estas otras reflexiones : sin atrever- nos a trazar el campo que debió estar, seguramente, entre las quebradas indicadas (véase el plano de la situación probable del campamento de Losada en el Valle de Caracas) y el cual quizá tuvo obras de defensa hacia el norte y sur, para resistir un asalto; pues las quebradas eran las mejores trincheras al este y oeste.
Aunque nuestros antepasados, los españoles, eran pocos tenían unos ochocientos indios auxiliares de servicio, y todos debían caber dentro. Los vigías estarían seguramente distan- tes en todas direcciones: en El Calvario etc; el ganado pasta- ría hacia el sur, fuera del campamento.
Dejemos estas apreciaciones al estudio de los más acuciosos y digamos ahora lo ocurrido en el Valle de La Pascua, que dis- taba una legua del alojamiento de Losada.
(1) Marqués de Santa Cruz. Pag. 145. (Aunque Santa Cruz es poste- rior, su obra es una recopilación de los métodos antiguos y se refiere a la época de Losada).
(2) La rodela: es una especie o variedad de escudo, tenia pequeño diáme- tro y se usaba a pié, embrazada a la izquierda, en el combate con espada (a): es la guarnición de cobre, hierro u otro metal, la que se ponía alrededor del escu- do o pavés para sujetar la tablazón y resistir los golpes de las armas blancas (b)
(a) Almirante pág. 981.
(b) Clonard. Historia orgánica Tomo I. pág. 422 citada por Almirante.
(3) Valdés fol. 46 vuelto.
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CAPÍTULO XIX
Refiérese ío ocurrido en el Valíe de la Pascua y cómo Losada envió una expedición a Chacao, con otras particularida- des muy curiosas.
1.567
Apenas había pasado una hora de la salida de Losada, cuando ochenta indios de los Teques, entraron en el lugar de la emboscada sin haberles sentido los españoles, y se trabó "una pelea que pudiera pasar plaza de batalla".
En este momento hallábase Diego de Paradas sólo y "apartado de su gente el monte adentro obligado de algo que necesitaba' y oyendo el fragor de la pelea, sin detenerse, lleva- do de aquel ardiente espíritu con que estaba acostumbrado a ser el primero en los combates, montó a caballo y echóse a los hombros el sayo de armas, sin que la prisa que le daba el deseo de socorrer a los suyos le permitiera lugar para abrochárselo al pecho, ¡fatal descuido que le costó la vida! pues apuntándole uno de los indios le atravesó el costado con una flecha". (1)
Al sentirse herido terció la lanza, clavó las espuelas al caballo* acometió furiosamente a su homicida y lo dejó muerto en el acto y al primer golpe: intentó proseguir en la común defensa; pero falto de fuerza por la mucha sangre que vertía por la herida y oprimido por el dolor vehemente, se desmontó del caballo y se sentó en el suelo para tomar algún descanso, mientras que sus compañeros, llenos de enojo y sentimiento, vibraron a un lado y a otro sus espadas y los pasaron a cuchillo; menos a un joven de poco más de veinte años, llamado Guayauta, a quien perdonaron la vida, pagados de su valor; porque después de haber hecho maravillas en su defensa, quedó peleando él solo con Gonzalo Rodríguez, y huía el cuerpo a la espada, con tanta destreza, que sin darle tiempo para poder herirle, el indígena le disparó tres flechas, y se las clavó en la cara; acudieron los demás al ver la sangre y la fatiga de Rodríguez, y todavía el indio "intentó hacerles
(1) Part. I. Lib. V. Cap. IV.
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rostro manteniendo la tela contra todos y con dificultad pu- dieron rendirle, sin hacerle daño, pidiendo él mismo que le matasen".
Más no era esa' la intención de los españoles, pues desea- ban presentarlo a Losada; cuando llegaron al campamento, el Genera] le hizo curar las heridas y le obsequió con algunos regalos para que volviese a los suyos; pero no quiso efectuarlo en más de un año; "por la vergüenza que tenía de parecer con vida delante de los suyos, cuando todos sus compañeros la habían perdido".
JVÍuy duros parece que estuvieron en esta ocasión nuestros antepasados al matar a tantos infelices; pues debieron calmar su enojo y no segar las vidas de setenta y nueve indios cuando ellos estaban mejor armados, pudiéndose decir que, más bien fué esto una venganza que legítima defensa.
Como atenuación debemos decir que los españoles eran solo veinticinco.
Terminada esta operación, acudieron sus compañeros a Diego de Paradas, quien rendido por la violencia de los dolo- res y postrado por la hemorragia de la herida, se hallaba en los últimos momentos de la vida; aplicáronle los preservativos que tenían a"1a mano y llevado en hombros de sus compañeros, llegaron presurosos al campamento de Losada quien ya esta- ba en e| Valle de San Francisco, y en donde "intentó la cirujía hacer ostentación de los primores de su- arte" ; pero al sexto día, nueve de abril de mil quinientos sesenta y siete, entregó su espíritu al Creador "con sentimiento general de todos y muy particular de Diego de Losada", pues figuró entre los militares mejores de su tiempo "y fue uno de los treinta y nueve varones memorables que derrotaron al ejército numero- so de quince mil combatientes de los Omeguas".
Enterrado el cadáver de Diego de Paradas con la mayor solemnidad posible y habiendo descansado el ejército por diez días, Losada mandó a Juan de Gámez a Chacao, distante como una legua del campamento, con treinta hombres, y con orden de copar algunos indios, por medio de los cuales pensaba entablar nuevas negociaciones de paz con los caci- ques, deseando conseguir su conquista por medios pacíficos, en que fué singular este célebre caudillo, pues "jamás desen- vainó la espada que no fuese en los últimos lances del aprieto" (Oviedo y Baños).
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Apenas había caminado Juan de Gámez como una legua del alojamiento, llegó al pueblo del cacique Chacao, y en- contró abandonada la ranchería y bien provista ;de víve- res, cuando "'alcanzaron a ver por la sabana inmediata algu- nos indios e indias que se retiraban a prisa buscando abrigo en la profundidad de una quebrada, prosiguieron a su alcance, y después de una ligera resistencia, consiguieron aprisionar al- gunos, entre ellos, al mismo principal Chacao".
No queremos privar al lector de referirle un episodio del caso; hallábase cerca de la quebrada un indiecillo, de ocho o nueve años de edad, y viendo que entre las personas que aprisionaban iba una hermanita suya, no pudo contenerse y poniendo en salvo a otro hermanito que tenía en sus brazos, tomó su arco y sus flechas, salió al encuentro de los nuestros con ánimo de librar a su hermanita y con denuedo y reso- lución imponderables, como dice Oviedo y Baños, con la voz y con las obras manifestaba su enojo, prorrumpió en oprobios y disparó todas las flechas que llevaba, hiriendo, aunque levemente, por falta de fuerza, a dos soldados.
Al verle Juan de Gámez, admirado de la valentía del niño, mandó que no le hicieran daño y procurasen cogerle; rodeáronle los españoles y le tomaron en brazos, aun así batallaba el pequeño por desprenderse y se defendía cuan- to le era posible, hasta que rendido por el cansancio se dio por vencido, más por la fatiga que le asistía, que por el valor que le faltaba; y vuelto Gámez con el cacique Cha- cao y demás prisioneros, al campamento de donde había salido, informó a Losada de las acciones increíbles del mu- chacho, complacióse tanto el General con la relación expre- sada, que, después de haberle acariciado y regalado abundan- tamente, deseaba y procuró inclinarle a quedarse en su compa- ñía; pero el indiecito no quiso, instando siempre por la liber- tad de su hermana, para volverse a Chacao; asintió Losada de muy buen grado, y dejó. en libertad, no solo al niño y a la hermana, sino también al cacique Chacao con toda su gen- te; hacía esto Losada por atraer a los indios y porque deseaba emplear todos los medios pacíficos antes que los rigurosos de la guerra para perfeccionar la conquista.
El cacique Chacao antes de separarse de Losada le pro- metió una amistad firme y sincera; más, apenas salió del cam- pamento,'flechó todos los caballos que pudo y se internó por
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los cerros del Avila, molestando a la gente de servicio en cuantas ocasiones se le ofrecían.
Sucedió este hecho en la segunda quincena del mes de abril de mil quinientos sesenta y siete.
CAPITULO XX
Expedición de Losada a Los Manches, con oíros sucesos im- portantes.
1.567
Al saber la acción del cacique Chacao, conoció Losada que no podía sostenerse por medios pacíficos, por lo que dejó su campo a cargo de Francisco Maldonado y salió en persona con ochenta hombres hacia los Manches, que habitaban en las tierras altas al este del campamento, caminó tres leguas por el valle abajo y llegó al primer pueblo de la nación que buscaba; pero los indios anticipadamente abandonaron ia ranchería, de- jando en la retirada una anciana que no pudo seguirles; por esta circunstancia llamaron a este lugar los españoles: Quebra- da de la Vieja.
Más tarde, Cristóbal Gil mudó este pueblo a la Rin- conada de Petare. (1)
Cuando los indios vieron desde Ja sierra ocupada su ranchería por los nuestros, prorrumpieron en gran- de vocería con lo que intentaban amedrentar a los colo- nos; mostrábanles además, unas camisas blancas, asegurando que los Taramaynas habían destrozado el campamento; pero Diego de Losada, muy práctico en el trato con Jos indígenas, prosiguió su camino, no sin haber organizado antes una emboscada en los mismos ranchos de los indios: a poco de ha- ber salido el ejercito bajaron diez de los más valientes a la ran- chería y cayeron de lleno en ella.
Los de la emboscada, después de esto, siguieron los pa- sos a Losada alcanzándole muy pronto, por tener los indios interceptadas las veredas; tanto que, en tres días, solo pudie- ron caminar los nuestros cuatro leguas.
Así llegaron hasta la ranchería del cacique Aricabuto colocada "en la otra banda de una quebrada muy honda que
(1) Oviedo
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se ofrecía por delante guarnecida de dos peñones altos y pei- nados, (1) lugar en el cual se había fortificado con mil indios de los mas valientes y esforzados que conocía", los cuales ape- nas divisaron a los nuestros poblaron el aire de flechas; "para que conociesen las dificultades que tendrían que vencer si pasaban la quebrada", pero Losada les atacó sobre la marcha, con resolución y brío, ordenando que disparasen sin cesar los arcabuces y que le siguiesen de uno en uno, y en fila.
Losada, acompañado de Juan Ramos, picó con las espuelas al caballo y tomando la delantera "empezó a subir por una me- dia ladera que salía a lo alto de los peñones", a cuyo poderoso ejemplo los demás siguieron la misma senda, sin que la mul- titud de flechas que disparaban los indios impidiera a los nuestros descargar sus armas de fuego; por lo que, amedren- tados los indígenas, repentinamente abandonaron la fortaleza, y dejaron el vecindario a disposición de los colonos.
Mientras peleaba con Aricabuto fué herido Diego de Lo- sada levemente en la cabeza por debajo de la celada que llevaba puesta y en el momento de conseguir la victoria recibió aviso de Maldonado, por medio de un indio amigo, que peligraba el campamento; pues se hallaba sitiado por dos mil combatientes, sin bastar el valor con que peleaba ni el arte militar con que se defendía, por encontrarse sin víveres: al oirlo Losada aban- donóla victoria y "con celeridad" voló al socorro de los su- yos.
Fué tan feliz Losada en esta operación de guerra y era tan grande su fama entre los indígenas "que sin llegar a las manos, dice Oviedo, y solo a la voz de su venida levantaron el sitio los dos mil hombres, y se retiraron los indios a las montañas vecinas".
Con esto "gozaron los nuestros de algún alivio, descan- sando de la molesta fatiga de las armas" por algún tiempo; pero continuaba y aumentaba la escasez de víveres "a causa de haber talado los indios las sementeras inmediatas", por lo que les era preciso acudir cuanto antes a tamaña necesidad.
Los Tarmas y Taramaynas habían causado grandes perjuicios a los primeros colonos españoles y conociendo Losada que le podrían ayudar ahora con víveres mandó a don Rodrigo Ponce con cuatro hombres de caballería y cua-
(1) Sería muy curioso conocer este lugar geográficamente y grabar so- bre los peñones algunas letras que guardasen para ia posteridad el recuerdo.
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renta de infantería y con bastante número de indios, para que recorriese las rancherías del oeste del campamento, principal- mente las serranías que se extienden junto al mar, con el fin de remitir los víveres que pudiese.
Apenas llegó don Rodrigo con su gente "a la me- dianía de una loma, cuando descubrió en las vegas que formaba una quebrada algunas sementeras abundantes de maiz, yuca y otras clases de raíces" o tubérculos y luego dio orden de bajar a ella quedándose él con los cuatro de caballo en lo alto de la loma para guardar la retirada; al mismo tiempo por la ladera de una cuchilla déla loma salieron cinco indios, quienes "coronados de penachos y embarnizados de viia, armados de arcos y de flechas, con biza- rra resolución provocaron acómbate a los cinco de a caballo".
Hallábase entre estos indios guerreros .uno de los tara- maynas llamado Carapayca, quien teniendo a menos pelear donde no podían llegar los caballos, salió valerosamente a campo raso dando cara a los cinco.
Don Rodrigo intentó acabar con el valiente y quiso llevarle por delante con la lanza; pero el indio se manejó admirablemente "echando atrás el pie derecho, y disparándole una flecha" se la clavó en la celada; "al mismo tiempo don Rodrigo le traspasó la muñeca del brazo izquierdo".
Encendido de furor el indio echó mano a la lanza y tiró de ella con tal furia que arrastraba tras de sí al jinete e inten- taba sacarle de la silla, tanto que don Rodrigo tuvo por mejor partido cedérsela; de lo que, "vanaglorioso el gentil, quedó haciendo ostentación de su victoria enarbolando la lanza como despojo del triunfo".
Entre tanto no tenían poco que hacerlos compañeros; pues acosados por todas partes de más de trescientos indios- armados, quienes habían ocupado la cuchilla de la loma, les daban tan repetidos disparos de flechas, y en parte donde no podían los nuestros valerse de los caballos, que se vieron pre- cisados a unirse con los que se hallaban en Jas vegas, desde donde volvieron a subir por la loma, formando un solo cuerpo para recobrar la lanza, adueñarse del campo y restaurar algo de la opinión perdida; pero Carapayca, que gobernaba a los indios, astuto y cauteloso, sin esperar el combate abandonó la loma. (1)
(1) Véase Oviedo y Baños Part, I, Lib, V, Cap, VI,
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Hay una máxima en la milicia que dice : "al enemigo que huye, puente de plata" y acaso confiado don Rodrigo en ella, se volvió a la quebrada, tomaron los víveres y em- prendieron su regreso al Valle de San Francisco, con ánimo de llegar lo más pronto al campamento; pero como la retira- da de Carapayca había sido una operación militar, llegó a éste con mayores fuerzas de refresco, y como práctico del terreno "tomando por sendero una ladera, se descolgó, sin ser visto de los nuestros, hasta que habiéndoles cogido las espaldas, atacó de repente la batalla, poniendo en confusión la reta- guardia".
Detengámonos por un momento para ver la solución de este combate.
Don Rodrigo, al verse acometido, cuando menos lo es- peraba, hizo alto con su gente, y volvió la cara al enemigo; pero este, apenas dio la primera descarga de flechas se dividió en pelotones y ocupó por todas partes la quebrada y las bases de la loma; con esto obligaron a los nuestros a dividirse también en grupos para la defensiva y ofensiva y "oponerse a la multitud que les acometía, trabándose de esta suerte en diferentes partes la batalla, que se llamó: déla quebrada".
Francisco Infante con otros dos de caballería guardaba la retaguardia de la infantería y descubriendo una cuadrilla de indios que bajaban de refresco, se lanzó sobre ellos, y les hizo volver loma arriba; pero sin darse cuenta "se halló ata- jado entre unas altas barrancas, que ajenas de humana huella negaban el paso a la salida, al tiempo que acobardados algunos de los soldados no pudiendo sostener el ímpetu de los indios, ni la multitud de sus flechas empezaron a retirarse", precisa- mente, "hacia donde se encontraba Francisco infante, acon- gojado por no poder salir a socorrer a los suyos, el cual vien- do entre los que huían a Alonso Ruiz Vallejo, hijo del Con- tador Diego Ruiz Vallejo y de una india de Coro, arrebatado de cólera le dijo: ¡Ah, indio! ¿cómo huyes infamando la sangre de tu padre? Si eres hijo de Diego Ruiz Vallejo, no heredaste de él ser cobarde" ! (1)
Inflamado el corazón de Alonso Ruiz con esta filípica, embrazó la rodela, tomó la espada y recordando sus obligacio- nes bajó de nuevo en busca de los contrarios y determinado a morir se encontró con Carapayca, el que con la lanza de
(1) Ibid,
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don Rodrigo en la mano, infundía aliento a sus escuadrones; al verle Alonso Ruiz se lanzó sobre él para quitarle la lanza, sin querer valerse de la espada, pelearon cuerpo a cuerpo, y asidos el uno al otro en la lucha fueron rodando juntos por un barranco abajo hasta caer en la quebrada.
Veinte indios se juntaron de seguida para socorrer a su jefe Carapayca, y Alonso Ruiz, sin perder el aliento, se defen- día valerosamente de ellos, a pesar de tener hecha pedazos la rodela por los golpes de macana, hallarse atormentado de la caída y con tres heridas profundas.
"Hubiera sucumbido a no ayudarle dos indios amigos llamados el uno Juan y el otro Diego que habían venido de Nueva Segovia con los nuestros, los cuales el uno con esto- que y otro con una lanza dejaron muertos ocho de los con- trarios, haciendo retirar a los demás, cuando por todas partes eran derrotados los indios y se cantaba por los nuestros la victoria": así llegaron, sin otra novedad, con los víveres al campamento. (1)
Sucedió esto muy probablemente por el mes de junio de mil quinientos sesenta y siete.
(1) Ibid.
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CAPITULO XXI
Fundación de la ciudad de Santiago de León, de Caracas, por Diego de Losada ; su posición y oíros pormenores anti- guos muy interesantes.
1.567
§ I
No se ocultaba a Diego de Losada la actitud de los in- dígenas y enterado suficientemente de cuanto acabamos de referir, aunque había estado siempre sin ánimo de poblar has- ta conseguir la completa pacificación de la provincia, viendo cuan largo iba el asunto, determinó colonizar, con gran sen- tido práctico, ya para mayor comodidad general, ya también para asegurar la retirada en casos adversos, y resolvióse a fundar en el propio lugar de su alojamiento ; a cuyo fin, des- pués de recorrido el Valle de San Francisco junto con algu- nos españoles, y examinado con detenimiento el sitio, pareció a todos lugar a propósito, y conveniente; por tener las cualida- des necesarias de sanidad e higiene, comodidades, defensa etc.
Al efecto se hizo el trazo que hoy tiene (1) y el día vein- ticinco de julio de mil quinientos sesenta y siete, Diego de Losada fundó la ciudad
(1) El trazado de Santiago de León, de Caracas se hizo por manzanas cuadradas de ciento treinta a ciento cincuenta metros de lado; tirando las calles rectas de norte a sur y de este a oeste, de diez metros de ancho. La situación de la ciudad es: Latitud Norte 10° 30' 24" 4. Longitud al oeste del meridiano de Greenwicb, en arco, 66° 55' 49" o sea en tiempo: 4 hs. 25 ms. 4 s. La altura del pié de la Catedral sobre el nivel del mar es de novecientos veintidós metros, la de la Silla del Avila, dos mil seiscientos, y la del Pico de Naiguatá dos mil sete- cientos ochenta y dos. La variación anual de la temperatura en su máxima abso- luta es de 29° y su mínima de 13° 39'; siendo su media de 19' 33. La presión at- mosférica y lluvia (anual) es la siguiente: presión media, barómetro a 0o 684 milímetros. Cantidad de lluvia en milímetros, 788'6 y las horas de lluvia 145 hs. 50 ms. El área actual de la ciudad es de cuatro millones, doscientos setenta y dos mil metros cuadrados y la parte edificada, mil doscientos cincuenta hectá- reas. El Valle de los Caracas tiene en su extensión diez y siete kilómetros de largo, en la dirección de este a oeste por cinco de ancho de norte a sur.
Estos datos nos los suministró el Doctor Agustín Aveledo. Director del Cole- gio de Santa María, instituto el mas antiguo de Caracas por haber alcanzado ga- llardamente cincuenta y cinco años de existencia: el dos de octubre de mil no- vecientos nueve celebraron sus discípulos agradecidos su Aniversario de Oro.
El Dojtor Aveledo fundó además, el veinticuatro de julio de mil ochocientos setenta y ocho, el Asilo de Huérfanos, el cual ampara hace treinta y seis años a los niños desvalidos.
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EN PARTE RASA, LIMPIA DE ARBOLEDA (1)
y la I 'amó "Santiago de León, de Caracas"; a la sazón gobernaba el inmenso imperio español el gran Felipe II, (2) en cuyos dominios jamás se ocultaba el sol en su carrera.
Al hablar de la hermosa ciudad de Santiago de León, de Caracas, echamos de menos el acta de su fundación; por ella conoceríamos muchos pormenores que permanecerán ve- lados hasta el día que aparezca, y suponemos pueda encon- contrarse; mientras tanto solo podemos ofrecer al curioso lector una débil idea del grandioso acto de la fundación y estableci- miento de ia nueva ciudad que llegaría a ser muy pronto capital de la colonia española de Venezuela antes y después de su independencia de la Madre-Patria: España.
Para el establecimiento de nuevas poblaciones hallamos que era costumbre entre nuestros antepasados colocar el Padrón, que venía a ser una columna o pilar con una lápida o inscrip- ción que recordaba el notable suceso : otras veces colocaban la piedra fundamental de la ciudad, piedra que servía de Mojón, Rollo o Padrón de arranque para la distribución de las tierras entre los primeros pobladores (3) revistiendo el acto trascendental de gran solemnidad religiosa y cívico-militar. Un pregonero publicaba los poderes necesarios para la
(1) Castellanos-Part. [I, Eleg. III. Cant. IV.
(2) Felipe II fué íntimo y buen amigo de todos los santos de su tiempo, y pertenecía a la Venerable Orden Tercera franciscana. Se dice de éique jamás dispuso de los bienes de la nación para él ni para su familia y que jamás se sen- tó a la mesa sin haber ganado personalmente su sustento, unas veces sacaba copias de códices antiguos y otras se dedicaba a la carpintería y ebanistería, cu- yo producto hacía vender en el mercado, ignorándose su procedencia.
Se acusa a nuestros- antepasados los españoles, reyes y subditos, de que su mayor afán era conseguir oro y mas oro en el Nuevo Mundo descubierto por ellos. "No dudo yo que los conquistadores de América no desearan el oro. Lo deseaban, y no podía dejar de ser: pero sabían que mucho más arriba del oro hay una esfera en que el hombre se engrandece sirviendo a Dios y ala humanidad: deseaban gloria y deseaban propagar la religión, que, en medio de la flaqueza de la pobre humanidad, amaba con ardor España. A Felipe II se aconsejaba que abandonase Las Filipinas (islas llamadas así en obsequio de su nombre) , porque ocasionaban grandes gastos, sin dejar provecho a la corona, y su respuesta fué: "¿Hay hombres bautizados e iglesias edificadas? Pues no permita Dios que falte a la obligación de amparar y llevar esto adelante, aunque en esto se g*aste todo lo que rindan mis demás reinos." (limo. Sr. Herrera, Obispo de Arequipa). Este famoso rey ha merecido por su rectitud y ánimo esforzado el odio de todos los males y perversos, aun después de muerto y son varios los autores que llenan de dicterios a nuestro grande y antiguo soberano. Véase también ej Apéndice III de este volumen.
(3) Gomara, López de.
Appdo,
Don Diego de Losada
Fundador de Santiago de León, de Caracas.
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fundación en presencia de los pobladores y testigos que ha- bían de firmar el acta: luego se contaba con la libre voluntad de los vecinos que "querían poblar e bien y con seguridad" en tal parte y sitio determinado; hecho esto se imponía el nombre que debía de llevar la población en adelante y fijan- do el Padrón se declaraba establecida y fundada la ciudad en nombre de Su Majestad el Rey de España y de la nación es- pañola y, finalmente, se señalaban allí mismo los límites del terrritorio o provincia. Nótese el sistema de fundación y co- lonización.
Arbolado el rollo, el Capitán echaba mano a la espada y delante de testigos y pobladores tocaba por dos veces el padrón retando a los presentes en estos o parecidos términos: "Si alguno es tan osado y villano que contradijere este muy grande acto por el cual tomo posesión de este territorio y provincia en nombre de Su Majestad el Rey de España, que Dios guar- de, v para gloria de Dios nuestro Señor, que comparezca y lo diga ".
Por tres veces se repetían estas frases de rigor en tales casos; y se hacía constar en el Acta que fué "quieto e pacífico poseedor sin contradición de persona alguna" en presencia del escribano, y, finalmente, se pregonaba en público que ninguna persona fuera osada a quitar el padrón, rollo,- mojón, columna o piedra fundamental "sopeña de muerte e de perdi- miento de todos sus bienes" para el fisco; de tamaña impor- tancia consideraban el asunto; terminando con dar fe y tes- timonio público de lo actuado en presencia del escribano o notario y de los testigos que firmaban.
En Santiago de León, de Caracas, no se «conoce el mo- jón, rollo, columna o piedra fundamental de la fundación de Ja ciudad; pero existe una quebrada llamada de Los Padro- nes: y sospechamos que pueda tener relación con la fundación de referencia.
Réstanos decir que a veces el rollo o padrón era hecho de un trozo de madera de dura consistencia.
El lector sabe que Diego de Losada llamó la nueva ciu- dad Santiago de León, de Caracas, o Santiago de León, sola- mente, según se lee en los manuscritos y documentos anti- guos, correspondiendo el nombre de Caracas tan solo a la Pro- vincia, y ahora debemos añadir que señaló sitio para iglesia, repartió solares a los vecinos y nombró regidores a Lope de Benavides, Bartolomé de Almao, Martín Fernández de Ante-
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quera y Sancho del Villar, y estos, reunidos en cabildo eligie- ron por primeros Alcaldes a Gonzalo de Osorio, sobrino de Losada, y a Francisco Infante.
Todas las actuaciones fueron hechas por el escribano o notario público llamado Alonso Ortiz.
No se ha conocido fijamente el día de la fundación de Caracas, tal vez porque Losada llevó consigo el acta de funda- ción para El Tocuyo; pero, según la cronología expuesta por el mismo Oviedo y Baños, es cierto, moralmente, que la referi- da fundación se hizo el día veinticinco de julio de mil quinien- tos sesenta y siete, cuyas tres fechas aparecen con plena certeza moral y seguras en el humano discurso, mientras documentos mejores no las destruyan.
Para mayor seguridad en nuestras apreciaciones presenta- mos un estudio a la ilustre Academia de la Historia de Vene- zuela sobre los antecedentes y consiguientes a la fundación de Santiago de León, de Caracas, con algunas observaciones crí- ticas, siendo su autorizado parecer semejante al nuestro, como se podrá ver en el Apéndice primero. (1)
Una de las mayores satisfacciones de los hombres estu- diosos es ver y considerar las cosas antiguas mirándolas de presente: la historia las acerca suavemente, y con notable descanso vemos pasar por delante de nosotros los personajes y los mismos sucesos.
Admiremos ahora la descripción que hace Oviedo y Ba- ños de la hermosa situación de Santiago de León, de Caracas, en su primera edición, hecha el año de mil setecientos vein- titrés, con ligeras variaciones de estilo.
(1) Oviedo y Baños parece que se inclinó al año de mil quinientos sesenta y ocho; pero lo corrigió al imprimir su obra; dice asi en el original, (según se cree) .
"El año de mil quinientos sesenta y ocho, siendo Gobernador y Capitán Ge- neral de esta Provincia don Pedro Ponce de León fundó y pobló la ciudad de Caracas, el General Diego de Losada desde cuyo día hasta el año de mil' qui- nientos ochenta y ocho inclusive que fué el tiempo que gobernaron la Provin- cia el dicho don Pedro Ponce de León, don Juan Pimentel, y don Luis de Ro- xas, no se halla en el Archivo Libro Capitular, papel ni razón alguna de las operaciones de aquel tiempo así por descuido délos pobladores, como por el mal- trato de los papeles, pues aunque en el Archivo está un libro pequeño, que com- prende parte del Gobierno de don Juan Pimentel con el trascurso del tiempo está tan maltratado y roto que no son inteligibles sus decretos".
Con mucho gusto hacemos notar que debemos este documento al buen compañero de estudios señor Francisco Jiménez Arraiz. Documento que ya ha- bíamos visto y que puso en 3913 en nuestras manos el señor Secretario de la Academia de la Historia, señor General don Pedro Arismendi Brito. (q. e. p. d.)
Muros defendidos valientemente por Alvaro Osorio en la Ilustre Villa de Bena- vente, Provincia de Zamora (España). Uno de los Osorios GONZALO OSORIO, sobrino de don Diego de Losada, fué el primer Alcalde de San-
l tiago de León, de Caracas, y fundador con su Tío de la ciudad que después fué capital de la Provincia española de Venezuela, hoy como ayer, capital de la Repúolica.
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i II
En un hermoso valle, dice, tan fértil como alegre, y tan ameno como deleitable, que de poniente a oriente se dilata por cuatro leguas de largo y poco más de media de ancho, en diez grados y medio septentrional, al pie de unas altas sierras que con distancia de cinco leguas la separan del mar, en el recinto que forman cuatro ríos que la cercan por todas partes, para que no la falte circunstancia de parecerse al paraíso, "sin padecer sustos deque la aneguen", está fundada la ciudad de Santiago de León, de Caracas.
Al hablar de su clima y temperatura dice: tiene su situa- ción la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América; pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templan- za todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del infierno afligen.
Sus aguas son muchas, (l) claras y delgadas, pues los cuatro ríos que la rodean a competencia le ofrecen sus cris- tales, y brindan al apetito con su regalo; pues sin reconocer violencias del verano en el mayor rigor de la canícula mantie- nen su frescura, pasando en diciembre a más que frías.
Sus calles son anchas, (2) largas y derechas con salida y correspondencia en igual a todas partes, y como están pen- dientes y empedradas, ni mantienen polvo, ni consienten lodo: sus edificios los más son bajos, por recelo de los temblo- res, algunos de ladrillos y lo común de tapias, pero bien dis- puestos y repartidos en su fábrica: las casas son tan dilatadas en los sitios que casi todas tienen espaciosos patios, jardines y huertas, que regadas con diferentes acequias, que cruzan la ciudad saliendo encañadas del río Catuche, producen tanta- variedad de flores, que admii-a su abundancia todo el año: hermoséanla cuatro plazas, las tres medianas, y la principal bien grande y en proporción cuadrada".
En tiempo del historiador Oviedo (mil setecientos vein- titrés) habitaban esta población de Caracas (sin contar la in- numerable gente de servicio) mil vecinos españoles y "entre «líos dos títulos de Castilla que la ilustraban, y otros muchos
(1) Talas y quemas palpablemente perjudiciales han disminuido la flora y con ella las aguas.
(2) Para el tráfico moderno resultan estrechas.
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caballeros de conocidas prosapias," que la ennoblecían. Hoy tiene la población de ochenta a cien mil habitantes. (1) "Sus criollos son de agudos y prontos ingenios, corteses, afables y políticos; hablan la lengua castellana con perfección, sin aquellos resabios con que la vician en los demás puertos de las Indias; y por lo benévolo del clima son de airosos cuerpos y gallardas disposiciones, sin que se halle uno contrahecho ni con fealdad disforme, siendo en general, de espíritus biza- rros y corazones briosos y tan inclinados a todo lo que es edu- cación y política que hasta los negros, siendo criollos, se desde- ñan de no saber leer ni escribir: y en lo que más se extreman es en el agasajo con que tratan a la gente forastera, siendo el agrado con que la reciben atractivo con que la detienen ; pues el que llegó a estar dos meses en Caracas no acierta después a salir de ella: las mujeres son hermosas con recato, y afables con señorío, tratándose con tal honestidad y tan gran recogi- miento, que de milagro entre la gente ordinaria, se ve alguna de cara blanca de vivir escandaloso y esa suele ser venida de otras partes, y recibe por castigo de su defecto el ultraje y desprecio común con que la tratan las otras".
Hemos querido engarzar esta descripción en nuestro tra- bajo no sólo para darlo a la publicidad, sino también para hacer revivir el recuerdo de la colonia española y para que no se entibie ni decaiga el cariño filial a nuestros antepasados, prolongando la existencia de su recuerdo tanto como el tiem- po; pues nadie olvida su origen ni su descendencia y familia que lleva su sangre y su carne, sus hábitos y costumbres.
A esta descripción hemos de añadir otra del mismo Ovie- do en la que pone de manifiesto los grandes adelantos de los colonos en el año que acabamos de referir.
— Su comarca es fértil y abundante de cuanto se puede apetecer para el regalo: produce excelentes verduras de cuan- tas especies hay con abundancia y todo el año frutas, cuantas conoce por naturales suya la América y muchas que ha tras- plantado la curiosidad desde Europa, granadas excelentes, sazonados membrillos, manzanas, higos, uvas, limas, naran- jas, limones y sandías, tan perfectas todas en el gusto como si
(1) La población de Santiago de León, de Caracas, en mil quinientos se- senta y ocho era de unos cincuenta o sesenta vecinos: en mil quinientos no- venta y tres llegaban a cuatrocientos, con unos d©s mil habitantes, y en mil seis- cientos ochenta y dos subían estos aproximadamente a seis mil.
(2) Part. I. Lib. V. Cap. VIL
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no tuvieran nada de extranjeras, pues las sazona el terreno co- mo si fueran propias: lábrase azúcar, mucha y de buen tem- ple, de que se hacen muchas y regaladas conservas.
Sus cosechas rinden a centenares las fanegas (1) y sus pas- tos multiplican a millares los ganados; y añadiendo, a las exce- lencias referidas, el continuo comercio con México o Nueva España, islas de Canarias y de Barlovento, y otras partes, para donde se trafica porción considerable de cacao, tabaco, cueros, curtidos y sin curtir, brasilete y otras mercancías; son partes que constituyen un todo para hacer celebrada esta ciudad de Santiago de León, de Caracas, fundada por Diego de Losada, como una de las mejores de las ciudades españolas de América, (2) que crecen y se aumentan llenas de vigor, independientes hoy de la Madre Patria-España-que las fundó y dio vida, civilización y cultura.
Tampoco ellas olvidan su origen y muestran siempre el cariño de buenas hijas que enseñan con gozo a la madre los adornos y adelantos de su nuevo hogar.
Queremos hacer notar un asunto importantísimo y es que en la fundación y colonización de los pueblos nuevos, nuestros antepasados españoles, por primera providencia se- ñalaban sitio para iglesia, bien persuadidos de que la religión es la base de todos los conocimientos y por tanto de todo ade- lantamiento; además, bien cimentados los ánimos en la reli- gión, fácil es promover el trabajo, la moralidad y las buenas costumbres en los individuos, haciéndoles útiles para sí mis- mos y para el común de las gentes.
(1) Una observación muy notable debemos a Fray Pedro Simón, con re- lación a las mieses y cosechas de trigo: dice asi el laborioso observador: "hay dos inviernos y dos veranos. El invierno comienza desde la menguante de marzo, cuando comienza el sol a descubrir su rostro por encima de la linea equinocial a nuestro hemisferio, y dura hasta principio de junio, y el otro desde principio ¿e octubre hasta todo el de diciembre.
Los veranos son los intermedios de éstos y asi las mieses que se dan délas se- millas de Castilla, aunque tienen alguna orden en su sazón y cosecha, no es tan del todo que no suceda muchas veces estar segando una haza de trigo y junto a ella estar otro naciendo, otro en verza, otro en flor y otro granando; lo que tam- bién sucede a los árboles que se han traído de Castilla; y en febrero tenemos muy buenos higos verdes, membrillos, melones, manzanas, duraznos etc." N* 1. Cap. IV.
(2) Part. I. Lib. V. Cap. VIII.
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CAPITULO XXII
le la primera iglesia de Santiago de León, de Ca- racas, por Diego de Losada y dícense oíros pormenores
1.567
Losada, corno buen colono y fundador, como buen Ge- neral y Jefe público, primeramente señaló sitio para levan- tar una capilla o ermita y la dedicó a San Sebastián, már- tir, cuya imagen también se venera en su pueblo natal, recor- dando de esta manera los afectos religiosos conocidos desde su niñez. Oviedo y Baños asegura que la referida ermita la edificó Losada luego que pobló esta ciudad en cumplimien- to del voto que hizo al Santo mártir estando en Villa Rica, cuando venía a su conquista y colonización "escogiéndolo por patrono contra el veneno de las flechas".
También hace notar que "en mil quinientos sesenta y nueve, padeciendo esta ciudad de Santiago de León, de Ca- racas, una plaga de langostas, el Ayuntamiento, según acuer- do que hemos visto en su archivo, escogió ante Dios por abo- gado contra la voracidad de los insectos a San Mauricio, edi- ficándole una iglesia, la que se quemó por un descuido en mil quinientos setenta y nueve, y habiendo, por esta causa, colo- cado la imagen de San Mauricio en la iglesia dedicada a San Sebastián, perdió su advocación legítima llamándola el pueblo desde entonces San Mauricio, haciendo notar el mismo Ovie- do y Baños que este cambio de nombre fué "sin razón".
Por todas estas coincidencias, aun hoy podemos saber fijamente, en donde estuvo colocada la iglesia de San Sebas- tián, levantada por el fundador de Santiago de León, de Ca- racas, Diego de' Losada; más adelante, e independiente la colonia, en el mismo lugar en que existió dicha iglesia, se levantó la Santa Capilla, de estilo gótico y en donde diaria- mente se expone el Santísimo Sacramento y concurren todos los días a su adoración la mayor parte de las familias ; pu- diéndose decir que Dios eligió el mismo lugar señalado por Losada para ser adorado por todas las generaciones que se han sucedido desde entonces hasta ahora.
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Muy probablemente en este mismo solar se dijo tam- bién la primera misa en Caracas.
Réstanos decir que desde el año mil quinientos setenta y nueve quedaron colocados los dos gloriosos Mártires, San Sebastián y San Mauricio, en el altar mayor, como tutelares y dueños de la iglesia; y a cuya fiesta, según Oviedo y Baños, asistía' todos los años el Cabildo.
Nada decimos de la Sede Episcopal trasladada de Coro a Santiago de León, de Caracas, en mil setecientos treinta y siete, por el Ilustrísimo Señor Obispo Donjuán López Abur- to de la Mata, cuya santa iglesia catedral está dedicada a San- tiago Apóstol y consta de cinco naves, ni de las cuatro capi- llas que por el lado de la epístola casi forman otra nave separa- da; pero sí queremos recordar a sus fundadores, conformán- donos con Oviedo.
La una dedicada a la Santísima Trinidad edificada y do- tada por el Proveedor Pedro Jaspe de Montenegro, natural del Reino de Galicia en España y Regidor que fué de esta ciudad.
En esta capilla están sepultados los cristianos padres y la esposa del Libertador Simón Bolívar, pertenecientes a la nobleza española. (1)
En otra se venera el portento de los Milagros, San Nico- lás de Bari, colocado en ella por la devoción que le profesó doña Melchora Ana de Tovar, viuda de Juan Ascanio Gue- rra, Caballero del Orden de Santiago. (2)
(1) Encuéntranse aun muchos restos déla Nobleza Española en Venezue- la; pero el ilustre apellido de los Bolívares, "Marqueses de San Luis" merecía os- tentarse más: esta familia, como veremos más adelante, fué muy esclarecida desde el principio de la Colonia Española en Caracas y es de sentir que no se vea figurar después de la Independencia.
Los restos de la Nobleza Española perduran en todo Venezuela, no solo en los varios edificios que ostentan todavía sus escudos, sino principalmente en las muchas familias que conservan sus hábitos honorables y honestísimas costum- bres, su nobleza de sentimientos, su hidalguía, pureza de religión y recto criterio; hasta su aspecto señorial; el culto por las nobles acciones y grandes hechos y el recuerdo inextinguible de sus ascendientes, que, junto con los vie- jos pergaminos y árboles genealógicos, se conservan como ricas joyas que les descubren, sin arribajes, su ilustre procedencia, y forman una de las fuentes más ricas de la Historia de España y de Venezuela; historia que se entrelaza y confunde en unas mismas páginas, en una familia y en unos mismos hombres.
(2) Lástima es que esta Orden celebérrima, majestuosa, sana y brillante, de pura hechura español* y tan neta y caballeresca, como la raza, que- repre- senta, se encuentre ahora solo en la Península, cuando debiera abrazar en su seno a todos los Caballeros españoles de ambas Américas. Francamente, de-*¿ searíamos para Santiago de León, de Caracas, lo mismo que para todas las re- públicas españolas, la gloriosa institución de- los caballeros de santiago.
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La de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, que dotó y mandó fabricar el Bachiller don José Melero, Dean que fué de esta Catedral. Y la de Nuestra Señora del Pópulo, funda- ción del Ilustrísimo Señor Obispo don Diego de Baños y So- tomayor, quien la dotó pingüemente y en donde descansan sus venerados restos.
Entre las parroquias, además de la Catedral, se con- taban en aquel tiempo, la de Altagracia; la de San Pablo, primer Ermitaño, que era juntamente hospital para toda cla- se de enfermos, dotado por la iglesia con abundantes recursos y cuya fundación data de mil quinientos ochenta, habiéndole escogido el Cabildo por patrono ante Dios en "una rigurosa peste de viruelas y sarampión que consumió más de la mitad de los indios de la Provincia" (1) y, cesado el contagio, la República agradecida quiso perpetuar su reconocimiento de- dicándola al culto de su bienhechor, y se celebraba su fiesta todos los años con asistencia del Cabildo el día quince de enero: esta iglesia arruinada se reedificó más grande y se adornó con una hermosa torre por el Depositario General, Domingo de Vera y su hermano don Diego de Adames, vecinos principales y bisnietos del Conquistador y Colono Sebastián Díaz, y Maria- na Rodríguez de Ortega su esposa.
Independiente ya la colonia fué destruido este templo y profanado el lugar.
En esta iglesia se veneraba una copia milagrosa de Nues- tra Señora de Copacavana a quien tenían por patrona ante Dios en las sequías, segúh el historiador citado, "pues lo mis- mo es acudir a buscar el consuelo en su piedad que desatar- se las nubes en diluvios de agua".
Nuestra Señora de la Candelaria, entonces a extramuros de la ciudad, la edificaron en mil setecientos ocho los colo- nos de las Islas Canarias ayudados por el venerable sacerdote don Pedro de Vicuña, en recuerdo de su Patrona de Tenerife.
El Hospital de Caridad, dedicado exclusivamente para cu- rar las enfermedades de la mujer y el que servia a la vez de reclusión a las escandalosas, fue fundado y dotado suficientemente por doña María Marín de Narváez, señora rica y virtuosa que vivió sin tomar estado y convirtió toda su hacienda en el beneficio
(1) Calcúlase que asciende a unos ochenta mil indios infieles el número ée indígenas que existen todavía en Venezuela; y completamente civilizados se encuentran con mucha frecuencia por el interior. Tiene América del Sur dos millones de infieles: de estos, trescientos cincuenta mil son del Perú; del Ecua- dor doscientos cincuenta mil, y seiscientos mil del Brasil. (
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común de tan piadosa obra. ¡Lástima grande que se haya perdido semejante institución caritativa!
El Convento de Santo Domingo, que mantenía cuarenta religiosos y en cuya iglesia se veneraba una imagen devotísima de Nuestra Señora del Rosario regalo del Rey Prudente, don Felipe Segundo. Hoy profanado el lugar, allí se encuentra el mercado público.
El Convento de San Francisco de Asís que sustentaba cincuenta religiosos, los cuales con su regular observancia, aseo del templo y seguimiento continuo de su Coro eran la edificación de la República; conservaban "un pedazo de la "Cruz donde murió nuestro Divino Salvador, con el que lo "enriqueció don Martín Robles Villafañate, y una imagen de "Nuestra Señora de la Soledad, de tan perfecta escultura que "roba Jos corazones su ternura, y mueve a compasión solo el "mirarla".
En este convento se encuentran actualmente la Uni- versidad Central, la Academia de la Historia de Venezue- la, la Academia de la Lengua correspondiente a la Española y la Biblioteca Nacional.
El Convento de Nuestra Señora de las Mercedes, funda- do en el año de mil seiscientos treinta y ocho y cuyo patrón fué el General Rui Fernández de Fuenmayor, Gobernador de la provincia, y, después de éste, su nieto don Rui Fernán- dez de Fuenmayor y Tovar: este convento se trasladó en mil seiscientos ochenta y uno a parte más cercana mantenien- do diez y seis religiosos aunque con pocas rentas y "sin las conveniencias que la República desea" (Oviedo), y en don- de el famoso filólogo venezolano, don Andrés Bel!o, durante la colonia recibió de los mismos religiosos los primeros rudi- mentos de gramática castellana y de latín.
Él Colegio Seminario de Santa Rosa de Lima, fué fundado en mil seiscientos sesenta y cuatro junto a la plaza mavor, por el Ilustrísimo señor don Fray Antonio González de Acuña, celebre religioso dominicano, quien dotó a Caracas de agua po- table, y terminado por el Ilustrísimo señor Obispo don Diego de Baños y Sotomayor, en donde se enseñaba la Filosofía, Teología y otras clases accesorias, principalmente gramá- tica castellana, latín y humanidades, "donde cultivados los -ingenios, como por naturaleza son claros y agudos, se crían supuestos muy cabales, asi en lo escolástico y moral como en lo expositivo".
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Hoy está en su lugar el Concejo Municipal, ia Gober- nación del Distrito Federal y el Palacio de Justicia, siendo de notar que en la capilla de este Seminario firmaron los Colo- nos españoles el acta de su Independencia de la madre patria.
"Pero la joya más preciosa que adorna esta ciudad y de la "que puede gloriarse con razón, teniéndola por prenda de su "mayor felicidad, es el Convento de Monjas de la Concepción, "verjel de perfecciones, y cigarral de virtudes: no hay cosa en "él que no sea santidad, y todo exhala la fragancia del Cielo". (Oviedo y Baños).
Para dotar este convento y su fabricación donó toda su rica hacienda doña Juana de Vilella, natural de Palos, en el Condado de Niebla, viuda del Capitán Lorenzo Martínez, natural de Villa-Castm, vecino encomendero que fué en esta ciudad, y doña Mariana de Vilella, su hija, viuda del Re- gidor Bartolomé de Masabel (mil seiscientos diez y siete). Fué su primera abadesa, en mil seiscientos treinta y siete, doña Isabel de Tiedra, quien vino del Convento de Santa Clara de la isla de Santo Domingo, "por Maestra y Hortelana de este plantel", y se impuso la clausura por el Ilustrísimo ñor Obispo don Juan López Aburto de la Mata en la vis- era de la Inmaculada Concepción, dando el hábito en ese i ía "a las primeras azucenas que se consagraron a Dios en u recogimiento", con un sublime adiós al mundo y pasmó al infierno o espíritu del mal.
Fueron llamadas por Dios las siguientes:
Doña Mariana de Vilella, fundadora, y escogidas por estas:
" Francisca de Vilella. "
" Ana de Vilella
" María de Vilella )- Sobrinas suyas.
" Juana de Ponte |
" Lucía de Ponte J
" María de Urquijo.
" Inés de Villavicencio.
" Elvira de Villavicencio.
Cuando Oviedo y Baños escribió su obra, en mil setecien- tos veintitrés, mantenía este convento sesenta y dos ángeles, como él dice "en otras tantas religiosas de velo negro, que en continuas vigilias y mortificaciones vivían tan en Dios y ajenas de lo que es mundo, que a cualquiera hora de la noche
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que se pasara por las puertas de su iglesia se oían los ecos de su áspera penitencia, y Jos tiernos suspiros con que clama- ban al cielo desde el coro".
Independiente ya la colonia fueron inicuamente despo- jadas de sus rentas las religiosas y con escándalo expulsadas de su convento, en lugar del cual se levantó el Capitolio.
La iglesia de Santa Rosalía de Palermo, fué fundada por el Ilustrísimo señor Obispo don Diego de Baños en el mil seis- cientos noventa y seis en acción de gracias a Dios por haberse librado la ciudad de una cruel epidemia de fiebre amarilla, que duró diez y seis meses consecutivos. (1)
Después de esto tenemos que añadir la fundación del Convento de los Franciscanos Capuchinos que llegaron a Cuma- ná y Píritu en mil seiscientos cincuenta y ocho y se dedicaron a la predicación y moralización de los colonos y a la colonización y evangelización de los indios y de otros pueblos de españoles y negros, formados y puestos bajo el amparo y protección de íos referidos Misioneros Capuchinos, los cuales según datos fehacientes, fundaron multitud de pueblos, (2) y dieron a la Iglesia y a la sociedad muchísimas leguas de terreno aptas para la civilización y vida religiosa "haciendo surgir en medio de selvas impenetrables y malsanas, poblaciones florecientes" (3) y hermosas.
(1) Véase Oviedo, Part. I. Lib. V. Cap. VII.
(2) La Historia de Venezuela se halla tan íntimamente ligada con la de la Orden franciscana, especialmente con la de los Franciscanos- Capuchinos, que no se puede escribir la una sin hacerlo de la otra; porque la mayoría de los pue- blos fueron fundados por estos misioneros.
Tan solo en la Provincia de Caracas, dice una Cédula Real, extendieron su jurisdicción con las misiones por rr.ás de ciento cincuenta leguas: los pueblos de los Llanos, Barquisimeto y Yaracuy están fundados y colonizados por los Capu- chinos, en su mayor parte; sin contar los de Maracaibo, los de Cumaná, Maturín y la Guayana, en donde florecían ampliamente las industrias y las artes, junto con otras instituciones económicas de reciprocidad, producción y ahorro — mil setecientos cincuenta y cinco — Simancas S. de E. Legajo siete mil trescientos noventa. Fol. doce. Informes por don Eugenio de Alvarado. (Véase).
Actualmente, en Colombia ios Capuchinos han fundado diez y nueve pue- blos con centenares de kilómetros de carreteras y difundido la enseñanza de la agricultura, ganadería, artes y oficios. En el vecino Brasil, sobre el río Marañón. los Capuchinos tienen dos Granjas que subviene el Gobierno de aquella Repúbli- ca con doce mil pesetas la primera y con diez y ocho mil la otra. (Véase la obra
-LAS GRANDES INSTITUCIONES DEL CATOLICISMO-por SEVERINO AZNAR, Madrid, Calle.
San Bernando, número noventa y dos. Edición de mil novecientos doce fol. doscientos sesenta y tres y doscientos sesenta y cinco) .
(2) Severino Aznar: "Las grandes Instituciones del Catolicismo" Cap. XIX fol. 391. Edición de Madrid 1212.
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Los Franciscanos Capuchinos fueron deudores en mif seiscientos sesenta y cuatro a doña María de Vera y Vargoien esposa de! Sargento Mayor don García de Vera, de un gran solar y huerta que poseía en esta ciudad, que linda dice, por un lado con las casas de su morada y por otro con solar de Juan •de Arévalo Vallesteros, Alcalde de la Santa Hermandad de ella,. y por frente la Calle Real, al mediodía con solar del Capi- tán Francisco Br¿a Lezama: el Superior délos padres Fran- ciscanos Capuchinos, Fray Lorenzo de Magallón, había nom- brado al señor don Pedro de Torres y Toledo, Caballero de la Orden de Santiago, Gobernador y Capitán General de esta provincia de Venezuela, Síndico Apostólico para recibirlo en nombre de su Santidad el Papa. ( 1 )
Más adelante explicaremos la altura a que llegó Caracas en tiempo de la colonia; no sin recordar al antiguo Convento de Monjas Carmelitas, ocupado hoy por el Ministerio de Ha- cienda, y el Oratorio de San Felipe Neri, hoy Teatro Mu- nicipal, con el de otras religiosas, hoy Casa de Beneficencia etc. ; pues no son estos los únicos valores y propiedades de la cris- tiandad que usufructúa el Estado (creemos que con la debida anuencia de la Santa Sede).
En la actualidad se encuentran en Caracas los siguientes templos: La Catedral, Santa Ana, Altagracia, Santa Rosalía, Candelaria, San Juan, en donde estuvo el primer hospicio o residencia de los padres Capuchinos, La Pastora edificada de nueva planta y embellecida por el Padre Capuchino Fray Ole- gario de Barcelona, y San José, todas estas como parroquias principales; y las filiales de San Fancisco, La Merced, resi- dencia hoy de los Misioneros Capuchinos, Santa Capilla, Co- razón de Jesús, La Trinidad, el Calvario, Nuestra Señora de Lourdes, María Auxiliadora, de los Padres Salesianos, María Auxiliadora, (esquina de Los Isleños) Santa Rosa, de Quebra- da Honda, Rincón del Valle, y Capilla de Catia; hay otras capillas tales como la del Hospital Vargas, Beneficencia, y Ma- nicomio, asistidas por las Hermanas de Caridad, Hospital Mi- litar, Capilla del Presidente de la República, Capilla del Ce- menterio y otros oratorios como el del Santo Niño de Praga, el de Nuestra Señora del Buen Consejo, Hermanitas de los
(1) Biblioteca Nacional de Madrid S. Mns. N? tres mil quinientos sesenta y uno. fol. ciento cuarenta y cuatro.
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Pobres, Asilo de Mendigos, Hermanas Franciscanas, El Pa- raíso, Hijos de la Inmaculada, Seminario Metropolitano y otros particulares de familias principales. (1)
CAPÍTULO XXIII
Terrible conflagración organizada por el Cacique Guaycay- puro para aniquilar y destruir la nueva población de Santiago de León, de Caracas; Losada la protege y fibra del exterminio.
1567-1569
Después de habernos entretenido en referir varios por- menores de ia ciudad de Santiago de León, de Caracas, de- bemos continuar el estudio de los hechos de su fundador, Diego de Losada.
Pocos días habían pasado después de haberla poblado cuando llegó de la isla de Margarita el Capitán Juan de Salas, de quien hicimos mención más atrás, y quien, aunque no pudo llegar a tiempo a Borburata, cumplió su palabra; ''cono- ciendo que su venida sería en cualquier ocasión muy estima-
(1) El diez y nueve de Abril de mil ochocientos diez, encontrarnos que nuestros antepasados los españoles nos habían legado, solamente en Caracas,, las siguientes iglesias e institutos de beneficencia e instrucción, puestos bajo el amparo y protección de la Iglesia Católica: La Santa iglesia Catedral y su adjunta parroquia: San Sebastián. y San Mauricio: parroquial de N. Señora de Altagracia: parroquial de San Pablo: parroquial de N. Señora de Cande- laria: iglesia de la divina pastora, patrona de las Misiones de los Padres Francis- canos-Capuchinos: iglesia de la Santísima Trinidad: iglesia de Santa Rosalía: Ermita del Calvario: Capilla, Universidad y Seminario de Santa Rosa de Lima: Capilla y Real Hospital de San Lázaro: Capilla y Hospital de Caridad para mu- jeres: Capilla y Casa de San José para los huérfanos: Convento de los Padres de la Merced: Convento de San Jacinto: Oratorio de los Padres de San Felipe de Neri: iglesia y convento de San Francisco; iglesia y convento de Dominicas: iglesia y Convento de las Monjas franciscanas de Santa Clara, o Concepcionis- tas: Iglesia y convento de las Monjas Carmelitas: Capilla y Palacio Arzobispal; Real Hospital de San Pablo: Casa de Misericordia para ancianos y desampara- dos: Casa de Ejercicios Espirituales: Casa de Educandas y de niñas pobres: Prisión para eclesiásticos: Campo Santo; Cementerio de la Santa Iglesia Ca- tedral; de Altagracia; de Santa Rosalía; de Candelaria y de San Pedro de los Canónigos. Quedándonos por decir el Lazareto, el Hospital Militar y la iglesia del Hospicio. — Residencia de los Padres Misioneros Franciscanos-Capuchinos, dedicada a San Juan Bautista, hoy parroquia de San Juan, y quizá algún otro instituto o capilla de que no ros acordamos.
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da", como así fué en efecto; pues traía consigo sesenta y cinco hombres de guerra, en cuatro piraguas, entre ellos quin- ce españoles, los demás eran indios guayqueríes, y buena can- tidad de víveres, "bien necesarios por la falta que de ellos padecían"; entre los españoles "venían Andrés Machado, Melchor López y Lázaro Vázquez, uno de los que acompa- ñaron a Fajardo; los guayqueríes sirvieron con gran valor y lealtad en todo cuanto se ofreció' ' : por aquel tiempo Mel- chor López, cabo de una de las cuatro piraguas, se fingió comerciante, y al llegar a la co,sta logró aprisionar a uno de los caciques llamado Guaypatá, quien le ofreció por su liber- tad todo cuanto tenía, pero Melchor López tuvo la galantería de presentarlo a Losada : ' 'galantería que salió tan acertada que de ella se originaron los primeros movimientos de la pa- cificación ; pues llegado el cacique a presencia de Losada va- liéndose este de aquel agrado que era natural en sus acciones, después de haberle puesto en libertad le pidió que solicitase con los demás caciques que le admitiesen por amigo, sin dar lugar a que prosiguiendo con la guerra, les obligase a con- ceder por las armas lo que negaban al ruego.
El indio agradecido por su libertad, retornó a su ranche- ría y a los ocho días volvió con otros dos caciques jurando paz con Losada, la que mantuvieron después firmes, sin visos de deslealtad".
Mientras sucedía lo referido en la noche del siete al ocho de setiembre de mil quinientos sesenta y siete, fué atacada y robada la ciudad de Coro por unos corsarios o ladrones fran- ceses, quienes cometieron increíbles desafueros con nuestros antepasados, los infelices colonos, que luchaban con toda clase de dificultades, y dejaron "tan destruida la ciudad que en mu- chos años después no pudo volver a lo que era antes", como dice Oviedo, y el Padre Fray Pedro Simón asegura que "fué tal el estrago con que quedó la tierra en esta ocasión, que hoy (mil seiscientos veintiséis) no ha podido levantar cabeza". (2)
No podía resistir Guaycaypuro la invencible constancia de los colonos españoles : y, en cuanto se dio cuenta de que Lo- sada había poblado de firme, a fines de mil quinientos sesenta y siete convocó a todos los caciques del contorno, con ánimo de
(1) Oviedo Part. I. Lib. V. Cap. VIII.
(2) Notas Historiales N* 7. Cap. III.
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aniquilar la nueva población de Santiago de León, de Caracas, por Ja fuerza de las armas; pero "como la determinación de- bía de ser de muchos" no pudieron todos acordararse y pre- venirse para la guerra tan pronto como lo deseaban.
"Entretanto había llegado el año de mil quinientos sesen- ta y ocho, en cuyos principios, ajustado entre todos el llevar la materia a fuerza de armas, determinaron que para cierto día, con el mayor número de tropas que pudiese alistar cada cacique, concurriesen todos los interesados al sitio de Ma- racapana, que es una sabana alta al pié de la serranía inme- diata a la ciudad, y echando el resto a la desesperación, aco- meter a Losada, fiando al lance de una batalla los buenos resultados que esperaba de su valor y fortuna". (Oviedo).
Oportuno parece decir ahora los nombres de los caciques principales y el número de combatientes que juntaron unos y otros para el día convenido: fueron de los primeros Naigua- tá, Anarigua, Uripatá, Guaycamacuto y Mamacuri, Ouere- quenare, señor de Torre-quemada, Prepocunate, Araguayre y Guaraifguta, quienes vinieron con siete mil indios de la costa y serranías inmediatas: Aficabuto y Aramaypuro, que llegaron con tres mil flecheros: Chacao y Baruta, con la gente de su ranchería: Guaycaypuro, con dos mil guerreros esco- gidos entre los más valientes de sus Teques, el cual venía por Capitán General de todos los confederados y a cuyos es- cuadrones debían unirse en el camino dos mil Tarmas acau- dillados por Paramaconi, Urimaure y Parnamacay, "pero estas dos naciones, de los Teques y los Tarmas, no pu- dieron llegar al sitio señalado a unirse con los demás, por una casualidad bien impensada en lo que consistió librarse la ciudad de tempestad tan horrible, como la que amenazaba en conjuración tan formidable" de más de catorce mil hom- bres de combate.
Nuestros colonos ignoraban la fatal conjuración de tantos enemigos; pero no vivían desprevenidos, y Losada ordenó a Pedro Galeas que con sesenta hombres recorriese las lomas y quebradas de los Tarmas con el fin de recoger los víveres que encontrase: aprovechando una madrugada, salió Pedro Alonso con su gente y "a las ocho de la mañanase encontra- ron con los indios Teques que reunidos ya con los Tarmas marchaban presurosos ai asalto; pero al encontrarse con los nuestros donde no esperaban, algo atemorizados, se empeza- ron a dividir en mangas por los cerros".
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El mismo Pedro Alonso se víó perplejo en aquellos mo- mentos sin saber qué hacerse ; pero como práctico se portó admirablemente ; "como si supiera lo que importaba, por en- tonces, divertir aquellas tropas, entreteniéndolas todo el día, sin permitirles, dar paso adelante, hasta que llegada la noche se retiraron confundidos al abrigo de sus pueblos".
Los demás confederados reunidos en Maracapana espera- ban la llegada de los Teques y Tarmas sin explicarse la causa de su tardanza; "pues había pasado el medio día sin saber de ellos razón por la cual algunos desconfiaron del éxito y empezaron a desunirse los caciques, retirándose algunos con sus tropas" ; tanto más, cuanto que se confiaba el mando general a Guay- caypuro, quien no estaba presente: los otros, en cambio, no quisieron desistir de su empresa y movieron sus escuadrones y se acercaron a la nueva población de Caracas con ánimo y firme propósito de destruirla.
Veamos ahora cuál fué la actitud de Losada para conser- var la ciudad que había fundado y librarla del exterminio.
"Hallábase Losada ala ocasión en cama algo indispuesto, y dándole noticia de la multitud de bárbaros que venía mar- chando a la ciudad, con, aquel sosiego natural que siempre tuvo, dice Oviedo, sin alterarse en nada, empezó a vestirse, mandando que le ensillasen el caballo y cuando le pareció tiempo acomodado salió de la ciudad, llevando en su com- pañía, de los jinetes: a Gabriel de Avila, Francisco Maído- nado, Antonio Pérez, Francisco Sánchez de Córdoba, Se- bastián Díaz, Alonso Andrea y Juan de Gámez, total ocho deacaballo; y de los infantes: a Miguel de Santa Cruz, Juan Gallego, Juan de San Juan, Alonso Ruiz Vallejo, Gaspar Pinto y otros hasta el número de treinta, dejando a los de^ más en guarda de las casas, para que los indios con la con- fusión no las quemasen, y apellidando a Santiago acome- tió al enemigo en la sabana, abriéndose camino con las lan- zas, que en aquella confusa muchedumbre, ni erraban golpe, ni perdonaban vida".
La infantería por su parte, embrazadas las rodelas blan- dían los aceros y tronchaban como leñadores, aquellos cuer- pos desnudos de los que pretendían aniquilar la nueva pobla- ción, hasta que los indios se pusieron en desorden y finalmen- te, atropellandose unos a otros, se retiraron para asegurar sus vidas, de manera que en poco tiempo quedó peleando uno solo llamado Tiuna, natural de Curucutí, el cual se portó
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valientemente contra los nuestros, y desafió a Losada repeti- das veces.
Oyóle Francisco Maldonado, que estaba cerca él, "y no pudiendo sufrir su atrevimiento picó con las espuelas al caba- llo llevando la lanza baja para embestirle", pero el indio supo defenderse con tai arte, que Maldonado pasó la carrera de lar- go sin tocarle, mientras tanto el indio le tiró, con la media es- pada que traía enhastada en su guayca, un bote tan violento, que le traspasó las armas y atravesó un muslo, por lo que le derribó del caballo, y antes de levantarse le aseguró con otro y le hizo otra herida en un brazo.
Juan Gallego, Gaspar Pinto y Juan de San Juan, que veían el aprieto de Maldonado, temieron no le matase el indio, y se apresuraron a socorrerle, "pero el Tiuna sin desmayar en su aliento" hizo cara a los tres "con tan linda ligereza, com- pases y movimientos" que se defendió admirablemente, hi- rió a Juan Gallego en la frente, le privó del sentido, y simulando acometer a Gaspar Pinto descargó sobre Juan de San Juan, y logró atravesarle un brazo y le hizo soltar la es- pada; en esto, otro indio de los amigos disparó sobre el Tiuna una certera flecha* que le atravesó el corazón y cayó en seguida muerto, dejando a los tres, en recompensa de sus he- ridas, un idolillo de oro del largo de un geme, que traía pen- diente al cuello y unos brazaletes de lo mismo".
Losada no quiso seguir a los derrotados y se retiró a la ciudad para dar descanso a su gente, contentándose de la facilidad con que deshizo "aquella conjuración tan poderosa" sin exponerse a perderlo todo. ( 1)
(1) Part. I. Lib.'V.Cap. IX.
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CAPITULO XXIV
Fundación del primer puerto de la Provincia de Caracas y de la ciudad de Nuestra Señora de Carvalleda y otras ex- cursiones de Losada para conocer el país y disponer las encomiendas, con algunas peripecias ocurridas durante* ese tiempo.
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§ I
A principios del año mil quinientos sesenta y ocho, según opinamos, los españoles abandonaron a Borburata por las- muchas incomodidades que pasaban los vecinos en aquel, puerto con las invasiones de los corsarios; y se fueron a vivir, unos a Nueva Valencia del Rey, y otros, que fueron los más, a Santiago de León, de Caracas, los cuales vinieron por mar en piraguas y canoas, para fomentar la colonización, y se incor- poraron a Losada "quien hallándose con el aumento de fuer- zas que le causó este socorro, y el que de la Margarita le ha- bía conducido Juan de Salas", determinó bajar personalmente a la costa con sesenta hombres, y después de examinar los puertos y asentado paces con los caciques Mamacuri, Guay- camacuto y los demás circunvecinos que se le ofrecieron en esta ocasión voluntariamente, parecióle mejor sitio el mis- mo donde Fajardo tuvo fundado El Collado, distante unas siete leguas de la ciudad de Santiago y el día ocho de septiem- bre de mil quinientos sesenta y ocho, (según Oviedo y Baños, Par. I. Lib. V. Cap. X) pobló en él otra ciudad que llamó Nuestra Señora de Carbaíieda, en honor de la patrona de su pueblo natal cuyo santuario se conserva en Rionegro, para facilitar el tráfico comercial y servir de abrigo a las embarca- ciones.
Nosotros creemos que Diego de Losada fundó la nueva ciudad de Nuestra Señora de Carbaíieda a principios de febrero del mismo año. ( 1 )
En efecto después de señalar treinta vecinos que habían de quedar en ella, nombró por Regidores a Gaspar Pinto,
(1) Remitimos el estudioso lector a lo que decimos en ei Capítulo XXV.
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Duarte de Acosta, Alonso de Valenzuela, y Lázaro Vázquez", los cuales, reunidos en cabildo, eligieron por primeros Alcaldes ordinarios a Andrés Machado y Agustín de Ancona.
Juan de Castellanos al hablar de ambas ciudades organiza- das por Losada dice :
Fundó Ciudad, según el común uso En parte rasa limpia de arboleda, y "Santiago de León" le puso. Otro en la mar llamó Carballeda: son fértiles asientos y elegantes y cuatro leguas estarán distantes.
Al bárbaro feroz nada le plugo De ver la población de los cristianos, Mas Losada les hizo que den jugo Sacando de sus minas ricos granos; (i)
Y tienen por mejor sufrir el yugo Que venir con los nuestros a las manos: Finalmente la gente castellana Aquella tierra toda tiene llana.
Están en el servir muy adelante
Y es de un natural aquella gente En sus disposiciones elegantes, Gallarda, .limpia, suelta, deligente: La tierra rica, fértil, abundante.
Y para la salud muy excelente. (2)
(1) En la relación de las provincias hecha por el año de mil quinientos sesenta y ocho por Rodrigo Navarrete hemos encontrado lo siguiente:
Todas estas serranías son muy pobladas de naturales gente muy belicosa y grandes herbolarios de la yerba con que flechan; han sido redomados ya dos veces porque han muerto al Capitán Juan Rodríguez Suárez, y otra vez mataron al Capitán Rodrigo de Narváez con más de sesenta soldados, habrá ocho años; tornó a poblarla Diego de Losada Gallego, el cual pobló la tierra adentro cinco leguas de la mar, el pueblo de Santiago de León: había en el pueblo como cin- cuenta o sesenta vecinos, es tierra fértil y muy sana y de ricas minas de oro muy subido, que pasa de veintitrés quilates; los vecinos son pobres y los indios sir- ven mal por ser muy belicosos; en todas las sierras hay muchas minas. (Rela- ción de las provincias etc., hecha por el año mil quinientos sesenta y ocho. Ms. del Archivo de Indias cuya copia se encuentra en la Academia de la Historia, número cuarenta y dos de los Orígenes Venezolanos, Tomo II).
Según esta relación no sería extraño que pudiésemos descubrir el segundo apellido del fundador de Caracas en la familia del famoso y clásico poeta, Pres- bítero don Juan Nicasio Gallego, hijo de don Felipe Gallego y doña Francisca Hernández de! Crespo, de acreditada nobleza en cuanto al linaje, y aun más dig- nos de alabanza por sus virtudes y rectitud, o sanidad de principios morales y religiosos y radicada en la misma Provincia de Zamcra. Véase el Capítulo III página 31 .
(2) Parte II. Elegía III. Cant. IV.
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Fundada la ciudad de Nuestra Señora de Carballeda bajo tan buenos auspicios, demás está decir que prometía grandes aumentos, y dispuestas por Losada aquellas cosas precisas para su conservación, con firmes esperanzas de una segura consistencia, dio la vuelta a la Ciudad de Santiago para remu- nerar en algo los trabajos de cuantos le habían acompañado en la conquista.
Más adelante tendremos ocasión de dar al lector las últi- mas noticias de la Ciudad de Nuestra Señora de Carballeda.
§11
Hacía tiempo que deseaba Losada conocer personalmente el país para enterarse de la cualidad de los terrenos, de" las par- cialidades y número de indios, y también de los caciques que los gobernaban, a fin de prepararlas encomiendas: ''para ello salió con setenta hombres" y se dirigió en persona hacia Los Te- ques, distrito en el cual hizo alto "en la loma que llamó de Los Caballos, por los muchos que los indios les mataron en ella" ; "vivía en aquel contorno el cacique Anequemocane", quien recibió a Losada de paz y le "enviaba todos los días algunos de sus vasallos con diferentes regalos y comestibles, entrando, con ese pretexto, en el campamento sin llamar la atención, pues dejaba escondidas las armas"; pero en saliendo, si hallaban ocasión de que no les viesen los españoles, flechaban a cuantos caballos encontraban pastando por el campo; hacían este daño los indios a nuestros antepasados con tanto disimulo que tar- daron seis días en ser descubiertos los culpados.
Losada no podía tolerar semejante acción por lo que trató de conocer a los autores y preparó al efecto "una embos- cada en la parte más cercana al lugar de los forrajes".
"Al día siguiente vino en traje disfrazado el mismo caci- que Anequemocane, acompañado de otros ocho, cargados de aves, aguacates y batatas".
Losada agradeció el obsequio sin darle quejas sobre el daño que recibían los caballos y creyeron todos que no se descubría su traición por loque salieron del alojamiento muy confiados; "pero al llegar donde estaban los animales, empezaron a fle- charlos", en ese mismo instante los acometieron los de la em- boscada y confuso Anequemocane al ver descubierta su mal- dad, no halló otro remedio que la fuga, con velocidad tan pre- surosa, dice Oviedo y Baños, que aunque Juan Catalán le dio
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una cuchillada que le partió el casco, sacándole un pedazo, no fué bastante para que dejara de escaparse, si bien Je quedó toda la vida muy en la cabeza este suceso, pues, con las señas y casco menos, sirvió después muchos años a Lázaro Vázquez, a quién se lo dio Losada en encomienda".
Los otros ocho indios siguieron a su cacique y se metieron por el monte y turbados por el asalto subieron a los árboles para defenderse; pero fueron descubiertos por los nuestros y sin querer rendirse, aunque les aseguraban las vidas, dispa- raron todas sus flechas con ánimo tan soberbio que habiéndo- seles acabado se arrancaban del cuerpo las que los indios del servicio les tiraban desde abajo y armándolas en los arcos con los pedazos de carne asidos en los arpones las volvían a dispa- rar contra sus dueños, hasta que indignados los españoles al ver barbaridad tan temeraria los derribaron a balazos.
Ocho días permaneció Losada en la Loma de los Caba- llos y prosiguiendo su viaje por la provincia de los Teques, después de haber caminado todo el día, "llegó hacer noche a otra loma alta y limpia de montaña poblada de diferentes ca- seríos", pero los encontró sin gente: como llegase la nuestra fatigada y sedienta por el calor "Alonso Quintano, Pedro Serrato y Diego Méndez, que iban los delanteros, sin esperar a los otros" bajaron a un arroyo en donde precisamente Jos indios estaban emboscados: bien "descuidados del mal que les esperaba y experimentaron luego; pues Serrato quedó allí mismo atravesado el pecho por una flecha y Méndez con otra por las entrañas" ; ambos sufrieron lo indecible antes de morir; pues estaban envenenadas.
Alonso Quintano ál verse en tan grande peligro "hin- có la rodilla en tierra, y encogió el cuerpo cuanto pudo, se abroqueló con la rodela que llevaba, y la presentó por blanco a aquel diluvio de flechas que disparaban sobre él, hasta que llegaron los demás a socorrerle, se retiraron los indios, y dejaron libre el arroyo, quedando Losada sentidísi- mo por la desgracia sucedida con la muerte de sus dos sol- dados. ( 1)
Esta emboscada fué preparada por el indio Guayauta, el único superviviente de los setenta y nueve que atacaron a los españoles en el Valle, cuando fué herido Diego de Paradas de cuyas resultas murió en el campamento del valle de San Fran-
(1) Castellanos-Part II. Eleg. III. Cant. IV.
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cisco: este indio, que había estado en compañía de los nues- tros más de un año, era natural de los caseríos arriba dichos y con licencia de Losada estaba ya con los suyos, "sin haber sido poderosa la comunicación, con los agasajos y buen trato que había experimentado en ellos, para apagar el incendio de su vengativo pecho".
Aquella misma noche mandó Losada a Jerónimo de To- bar "que con cuarenta hombres se emboscase en la encrucijada que formaban dos caminos que bajaban de la loma, dispo- niendo la gente con tal arte que cogiendo la frente de todas cuatro veredas, ocupase el paso de cualquiera de ellas por donde los indios intentasen hacer su acometida" cumplió fielmente Tobar las órdenes recibidas "y al romper alba" del siguiente día se divisaron unos quinientos indios "que bajaban por uno de los caminos que venían a parar en la emboscada", a quienes dejo acercar convenientemente, "y viendo que hasta cincuenta de ellos estaban ya metidos en parte que no podían escapar" ordenó Tobar el ataque repentino sobre ellos, ataque en el que perecieron todos, menos un cacique "que libró la vida por su mucha ligereza llamado Popuere, el cual huyó lle«¿' vando partido un hombro por un tajo que le dio Miguel de Santa Cruz".
Los demás "al principio intentaron defenderse con osa- día" ; pero se retiraron con temor muy pronto.
Terminada esta operación de guerra Losada "no quiso detenerse más en aquel sitio" atravesó el paraje, al que Juan Ro- dríguez puso el nombre de Salamanca, y el Valle de los Locos, y finalmente salió a unos pueblos o rancherías que llamó Los Es- taqueros por haber encontrado los caminos llenos de estacas y púas envenenadas: los indios habían desamparado sus bohíos con tal precipitación que abandonaron sus haberes y dejaron "las casas al arbitrio de los huéspedes; y como en una de ellas entrasen ocho de los nuestros" encontraron una olla puesta al fuego llena de pedazos de carne y de batatas.
"Por no malograr la conveniencia del banquete que ha- blaban prevenido, dice Oviedo, se sentaron con gran brío a "satisfacer sus buenas ganas, saboreándose en la olla (sic) como "pudieran en el manjar más bien guisado, hasta que uno de "ellos sacó unos dedos con uñas y un pellejo con una oreja "pendiente y conociendo por las señas que era lo que habían "comido, carne humana, fué tal el asco y el horror que con-
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"cibieron que con mil ansias y trasudores volvían a lanzar *'con fatiga, lo que habían gustado con ganas". (1)
Hemos transcrito este terrible episodio para dar a cono- cer las costumbres salvajes de estos indios y también para pro- bar lo grande que fué por todos conceptos, la obra civiliza- dora de nuestros antepasados los españoles en este país y contornos de Caracas, y también en alabanza de Losada, quien con su valor, táctica militar y prudencia, exterminó por com- pleto semejantes costumbres inhumanas o antropófagas.
"Losada dejó el país de los Estaqueros para entrar en la provincia de los Manches y al pasar por el pueblo del cacique Tapyaracay, que estaba como los demás despoblado, un soldado, Francisco Guerrero, se quedó rancheando muy despacio acompañado solamente de un indio que le servía, mientras que los demás pasaron, sin detenerse, al Valle de Noroguto".
Muy pronto se percataron los indígenas de que quedaba solo un español en sus ranchos y dando la presa por segura "salieron más de doscientos indios" del monte con propósito de cogerle vivo: sin perder el ánimo, Francisco Guerrero hizo frente a los indios "con una escopeta y un fino pistolete" que llevaba y disparando un arma "mientras el indio le cargaba la otra," sin dejar que los bárbaros se le pusieran cer- ca se retiró hasta ponerse en salvo, no sin dejar muertos a cinco de sus contrarios y así logró llegar sano y salvo aque- lla noche a Noroguto "con admiración de todos los soldados que le juzgaban por muerto".
Era este valiente o temerario natural de Baeza, en Andalu- cía, de más de sesenta años de edad, estuvo cautivo por los turcos en Constantinopla veintitrés años y oprimido por la esclavitud renegó de la fé, pensando hallar alivio y mejor posición entre los moros; pero martirizado por su propia conciencia se levantó con otros cristianos en las playas de Cal- cedonia con una galeota de turcos y logró pasar los Darda- nelos sin ser conocido por la perfección con que hablaba el árabe y fingiendo que iba de viaje a Navarino.
En Italia se reconcilió con la Iglesia "llorando arrepentido su pecado", se encontró en la expugnación de Rodas y en el formidable sitio de Viena, ganó sueldo como soldado en el ejér-
(1) Part. I. Libr. V. Cap. XI. 10
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cito del turco Solimán y fué tan afortunado que jamás usó arma defensiva ni más prevención para resguardo de su persona que un sayo de raya vieja, asistió a diferentes batallas y reen- cuentros en el Asia, Europa y América, y nunca fué herido sino en una ocasión que andando en estas conquistas le hizo vestir Diego de Montes un sayo de armas, y en ese día le dieron un flechazo en una pierna que lo dejó baldado para siempre".
Ya que hemos nombrado a Diego de Montes, el lector nos perdonará que aprovechemos la ocasión para decir algo de este soldado de quien asegura Oviedo y Baños que fué hombre tan singular y de tan raras1 habilidades que así por ellas, como por su respetable ancianidad adornada de grande experien- cia y superior talento, alcanzó conseguir el renombre de Ve- nerable "llegando a apreciarse sus palabras como si fueran oráculos".
Entre otras habilidades se cuenta que aunque no enten- día de cirugía determinado a curar a Felipe Urre que había sido herido por un indio de los Omeguas con una lanza "en- tre las costillas" y no sabiendo si la herida "había lastimado las telas del corazón" hizo la anatomía en uno de los indios introduciendo otro la lanza por la rotura del mismo sayo de armas; encontró que la herida era superior, rompióle más a Urre con un cuchilllo para dejarla manifiesta, le hizo "ciertos lavatorios con agua de arrayán y otros componentes y mecien- do al enfermo de una parte a otra expelió la sangre coagulada y quedó sano del todo en pocos días, con notable admiración del cacique y demás indios, que absortos, ponderaban el sufrimiento y valor con que el paciente toleró los martirios, de la cura". (1)
Losada después de haber empleado en la recorrida treinta días dio la vuelta a la ciudad desde el Valle de Noroguto sin. haber ocurrido ninguna otra novedad en ese tiempo; pero no tenía de qué alegrarse: Jos indios se mostraban rebeldes; la seguridad y fijeza de la nueva población de Santiago de León, de Caracas, dependía únicamente de las armas y el pe- ligro era constante ; por otra parte, si los caciques ofrecían la paz, era fingida y acaso más peligrosa que el propio estado de guerra, y esta hacía casi inútil el valor y esfuerzo de nues- tros mayores; "pues ayudándose los indios de las fragosida-
(1) Véase Oviedo y Baños. Parte I. Lib. III. Cap. I.
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des de el país, era imposible reducirlos a sujeción por la facilidad con que huyendo el cuerpo a los encuentros se reti- raban a los montes".
Ayudado Losada por estas reflexiones comprendió mejor el camino que había de seguir para asegurar la co- lonización y civilización del país y la estabilidad de las nuevas poblaciones. Conocer bien las dificultades es el mejor camino para poder resolverlas. En el Capitulo XXVI encontrará e lector lo referente a este asunto.
CAPITULO XXV
Pénese el texto de un notable documento suscrito por bkg o de Losada en la ciudad de Nuestra Señora de Carvalleda, con algunas observaciones importantes.
1568
Nuestros lectores agradecerán les demos a conocer el es- tilo de las encomiendas otorgadas por Losada.
Un Acta de esta clase que se conserva con esmero en el Salón del Concejo Municipal de Caracas, fechada en la ciudad de Nuestra Señora de Carballeda en mil quinientos sesenta y ocho nos k> da a conocer ampliamente. (1 )
(!) UN MANUSCRITO IMPORTANTE
En El Tiempo de veinte de junio de mil ochocientos noventa y nueve publiqué un estudio titulado "La Fecha de la Fundación de Caracas", y entre otras pruebas que aduje, dije;
"En el archivo de la Oficina principal de Registro de esta capital, existe una sección de documentos titulada "Encomiendas de Indios", y en uno de los paquetes correspondientes a los años de mil seiscientos a mil seiscientos uno está un pequeño expediente, cuya carátula copiada literalmente dice así:
"1.601. — Visita de los Indios de la Encomienda de Doña María de Vbierna biuda del capitán gaspar camacho rravelo que posee en el Valle de patanemo costa de la mar jurisdicción de la nueva valencia del rrey en primera bida.
"Y data a Vbierna.
"Indios".
Entre los documentos agregados a tal expediente, están los siguientes por este orden:
"Dos cédulas de la Vbierna firmados por Bartolomé Carcía, Teniente det Gobernador, en Caraballeda el veintiséis de Marzo y el once di Junio de mii quinientos setenta.
"Otra firmada por Francisco Calderón en Caraballeda mismo el diez de Octubre de mil quinientos setenta y dos; y
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He aquí el texto hasta donde ha sido posible interpre- tarlo, sin responder del todo de la exactitud del traslado:
Yo Diego de Losada Teniente de Gobernador y Capitán General de estas provincias de Caracas de Caracas hasta Mara- capana por el Ilustre Señor Don Pedro Ponce de León Gober- nador y Juez de residencia en esta Gobernación de Venezuela
''Otro documento importantísimo firmado en Nuestra Señora de Carballeda el catorce de Febrero de mil quinientos sesenta y ocho, por el General Don Diego de Losada, fundador de Caracas, y refrendada por Alonzo Ortiz escribano del ejército".
Habiendo leído mi estudio inserto en El Tiempo el señor general Andrade, Presidente entonces de la República, ordenó a su Ministro de Relaciones In- teriores, que lo era el general Zoilo Bello Rodríguez, que se dirigiera al Registrador Principal, quien debía desglosar tan precioso documento y remi- tirlo al Gobierno, sustituyéndolo en el expediente con la nota del Ministro. Así se hizo y yo mismo lo llevé al Ministerio, que lo envió al Concejo Municipal del Distrito Federal para su conservación, y aquel Cuerpo dictó el Acuerdo si- guiente:
"ÉL CONCEJO MUNICIPAL DEL DISTRITO FEDERAL,
Considerando:
Que el documento firmado por Don Diego de Losada, fundador de la ciudad de Caracas, enviado por el ciudadano Presidente de la República a esta Corpo- ración por órgano del Ministro de Relaciones Interiores y del Comisionado al efecto, ciudadano general Manuel Landaeta Rosales, debe por su importancia ser conservado cuidadosamente,
acuerda:
l9 Colocar el precioso documento en un cuadro, en el Salón donde celebra sus sesiones.
2° Significar su agradecimiento al Supremo Magistrado de la Unión por el valioso donativo y avisar el recibo al ciudadano Ministro de Relaciones Inte- riores de su atenta comunicación, de tres de- julio último sobre la materia. — Dado en el Salón del Palacio Municipal, en Caracas, a quince de Agosto de mil ochocientos noventa y nueve. — Amo 89? de de la Independencia y 4i<> de la Fe- deración.
El Presidente,
Anfiloquio Level. ■ Ei Secretario Municipal,
L. Torres Abandero.
Estados Unidos de Venezuela. — Gobierno del Distrito Federal, — Caracas: 16 de Agosto de 1892.— 89í y4l<?
Cúmplase y cuídese de su ejecución.
Anfiloquio Level. El Secretario de Gobierno,
J. I. A mal.
(Gaceta Oficial N° 7701, de diez y siete de Agosto de mil ochocientos no- venta y nueve).
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por la Rea] Majestad e por virtud de los poderes que para ello tengo del dicho Señor Gobernador que por ser de todos notorio no van aquí insertos e por cuantos vos Justo de Cea soys una de las personas que bien y fielmente habéis servido a Su Majestad en estas partes de Indias e donde quiera que habéis resedido con cargo de Teniente de Gobernador y de otros cargos pre- minentes y especialmente habéis servido a Su Majestad en estas conquistas y pacificaciones de Caracas y uno de los pri- meros pobladores en ellas con vuestras armas y caballo a vues- tra costa y pensión y atento de que sois casado y tenéis mujer y hijos y queréis permanecer en la tierra y porque Su Majestad manda a los que en semejantes cargos y oficios le sirven les
El precioso documento permaneció por motivo de la guerra de entonces en una gaveta sin montarse en marco, hasta que en las fiestas del diez y nueve de abril de de mil novecientos cuatro se publicó por la Gobernación del Distrito Federal, un folleto de aquellos actos conmemorativos y en él se colocó el fac- símil del documento de Losada, tirado en fotograbado, pero sin saberse su con- tenido por falta de un entendido en paleograña-y el original está en el Salón Municipal.
En meses pasados el general Lino Duarte Level, se dirigió al señor Doctor Santos Dcmínici, residente en España, donde solicita documentos para nuestros anales, por encargo del Gobierno de Venezuela, para que se sirviera hacer tra- ducir aquel importante manuscrito con un paleógrafo, y recibió Duarte Leve! la copia que tuvo a bien mostrarme; pero a la vez vi la que el Padre Fray Froilán de Río Negro, Misionero capuchino de los Franciscanos de las Mer- cedes, de esta ciudad, había descifrado sin saber que existía la obtenida por el general Level; y se han confrontado, y con poca diferencia son casi iguales es decir, el documento es una Encomienda de indígenas que el general Diegc de Losada dá al conquistador Justo de Zea, fechada en Carballeda (y no Cara balleda) el catorce de febrero de mil quinientos sesenta y ocho, de las tierras llamadas "El Valle de- Francisco Marques", refrendado el documento por Alonzo Ortiz.
Zea fué de los que entró con Losada a descubrir y fundar a Caracas.
Francisco Marques fué uno de los compañeros de Losada que murió en el sitio que aún lleva su nombre, cuyas tierras le dieron a Zea; y Alonzo Ortiz era el Escribano del Ejército de Losada, todo según el historiador Oviedo.
Este documento pone de manifiesto, que Losada era general y no capitán como muchos han creído y que Caracas fué fundada en mil quinientos sesenta y siete cuando ya aquel fechaba en Carballeda al año siguiente dando Enco- miendas de Indios .
No copiamos aquí tan importante manuscrito, por ser muy laboriosa su impresión y por no desflorar el trabajo de Fray Froilán de Río Negro, que va a dar a luz pública ¡a vida del conquistador y fundador de Caracas, general don Diego de Losada, y en elia insertará aquél.
Damos las gracias a ambas personas que por distintos caminos obtuvieron la descifrada del documento que tuve la suerte de encontrar en nuestro rico Archivo Nacional.
Manuel Landaeta Rosales.
Caracas: 26 de marzo de 19 13.
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sea remunerado en algo sus servicios por ende acatando lo susodicho en nombre de Su Majestad encomiendo en vos Justo de Cea por Su Majestad (1) el capitanejo Caraucane y el principal Guaratil platero con todos los Indios y capitanes a el sujetos con Maqute e armas el principal Qucarimá que vive hazía la sierra con todos sus principales y capitanejos y Indios a el sujetos con las aguas e tierras e términos que los dichos cacique y Indios a ellos sujetos tienen e poseen según y como ellos lo tenían de costumbre y se contiene en la dicha encomienda la quebrada de cagua con el cacique Majuachati con todos los principales y capitanejos que hubiere en la dicha quebrada y Indios que a ellos estuvieren sujetos según y como sabéis que lo tenia e tiene (2) por título de encomienda dejando como dejo su ser-vicio hasta dicha quebrada (3) en donde estuvie- ron los caciques o principales Indios a ellos sujetos quien tenia encomendados Lope de Benavides según y como el dicho Lope de Benavides los tenia y poseía los cuales son ago- ra de Pedro Maldonado y los tiene por título de encomienda y Jos dichos Indios y cacique que asi vos doy en la dicha quebrada vos hayáis con todas sus aguas y tierra y términos según y como los dichos las tienen y poseen el día de hoy y entre ellos es costumbre todos los cuales dichos Indios vos doy como dicho es para que los tengáis por titulo de enco- mienda como libres vasallos de Su Majestad y como tal enco- mendero podáis llevar de ellos las demoras frutos e aprove- chamientos que los dichos Indios buenamente os pudieran dar sin ser a ello apremiados hasta tanto uséis tasa e modera- ción por dichas justicias de Su Majestad y os encargo indus- tries a los dichos Indios en las cosas de nuestra santa Fe cató- lica según que de ello soys obligado y con vuestra concien- cia descargo la de Su Majestad y la mia y en su real nom- bre mandéis a cualquiera justicias de esta Gobernación vos metan y amparen en la dicha posesión de los dichos Indios y yo desde agora vos doy cometido y amparado en ella y de ella no seáis desposeído hasta ser oydo conforme a Ley (4) sope- ña de quinientos pesos para la cámara de Su Majestad que es
(1) Acaso quiera decir: "El Sitio Maqute" o "Márquez". Véase la nota "Un Manuscrito importante" de este mismo capítulo.
(2) Con fijeza no sabemos interpretarlo.
(3) Casi ilegible, ut supra.
(4) Ut supra.
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fecha en esta ciudad de nuestra Señora de Carballeda en ca- torce días del mes de Febrero de mil quinientos sesenta y ocho años.
Diego de Losada.
Por mandato del señor General.
Alonso Ortiz Escribano.
Hemos querido conservar el sabor antiguo de este impor- tante documento e interpretar su escritura con la mayor fide- lidad posible, y de propósito subrayamos los puntos más difíciles que dejamos a la investigación de los más peritos; para mayor seguridad hemos consultado con varios personajes. Quedamos agradecidos a todos por su cooperación y compa- ñerismo.
Varios pormenores nos han llamado la atención en el texto de este importante documento:
Primeramente, la importancia que daban los colonos a la cuestión e institución divina del matrimonio y de la familia, declarándolo por estas palabras: "atento de que sois casado y tenéis mujer y hijos".
Segundo: el interés por la colonización del país cuando añade: "y queréis permanecer en la tierra".
Tercero: la conservación de las costumbres referentes a la jurisdicción de los indígenas, cuando dice: "vos hayáis (la encomienda) con todas sus aguas y tierras y términos según y como los dichos (indios) las tienen y poseen el día de hoy y entre ellos es costumbre".
Cuarto: la libertad individual al considerar a los indíge- nas "como libres vasallos de su Majestad" o de España.
Quinto: que pudiera recibir de los indios "lo que bue- namente os pudieran dar".
Sexto : el buen trato que se había de dar a los indígenas, añadiendo: "sin ser a ello apremiados".
Séptimo: que tendría la encomienda, "hasta tanto uséis tasa e moderación".
Octavo: el interés por la religión para bien de las almas, cuando dice "os encargo industriéis a los dichos Indios en las cosas de nuestra Santa Fe Católica según como a ello soys obligado".
Noveno: el obrar conforme a las reglas de la moral, con- minándole con la responsabilidad de sus actos delante de la
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.mirada interna de Dios diciendo: "con vuestra conciencia descargo la de Su Majestad y la mía" ; y, últimamente, la fiel administración de justicia y la seguridad judicial cuando aña- de: "y de ella (la encomienda) no seáis desposeído hasta ser oydo conforme a Ley so pena de quinientos pesos".
Otra cosa casi tan grave como las anteriores nos, descu- bre este antiquísimo documento y es que estando fechado, según parece, el catorce de febrero de mil quinientos sesenta y ocho, resulta errada la cronología en Oviedo y Baños, el cual asegura que fué fundada la ciudad de Nuestra Señora de Carballeda el ocho de septiembre de mil quinientos sesenta y ocho: hemos llegado a dudar si el referido documento está fechado en septiembre o febrero; pues las abreviaturas de septiembre tienen bastante parecido en los escritos anti- guos con las de febrero.
Finalmente este documento nos enseña el verdadero nombre del que fué primer puerto de Caracas Nuestra Señora de Carballeda y no Caraballeda, como vulgarmente se dice.
CAPÍTULO XXVI
Cómo morid Guaycayptiro, ú mayor enemigo de Sa ciudad de Sasitiago de Ledo, de Caracas.
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A unas cinco leguas al oeste de Santiago de León, de Ca- racas, vivía el cacique Guayeaypuro, quien en mil quinientos se- senta había hecho tratado de amistad y de paz con los españoles en la persona de Fajardo, y quebrantada ésta, se vio precisado a pedirla de nuevo a Juan Rodríguez Suárez, quien se la otorgó generosamente, a pesar de haberle éste derrotado por cinco veces continuas; pero Guayeaypuro violó de nuevo el convenio amistoso con los españoles, asesinó a cuantos esta- ban empleados en el laboreo de las minas y con ellos a tres hi- jos pequeñitos del mismo Rodríguez Suárez que él había traí- do consigo (Véase el Capítulo XII página 78), y auxi[ió con armas a Paramaconi y Toconay, quienes llegaron a destruir por completo la incipiente colonia en mil quinientos sesenta y uno. Por todas estas razones, al mismo tiempo que era con-
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siderado por los nuestros como un valiente y tenacísimo gue- rrero, era tenido por traidor a la amistad y al orden convenido y estipulado varias veces.
Además, Losada conocía muy bien la terrible conjura- ción de Guaycaypuro pues había concitado a todos los caciques del contorno para destruir y aniquilar la población de Santiago de León, de Caracas, a los pocos meses de haber sido fundada; y aun, en la presente ocasión, continuaba siendo la "manilla" del estado de guerra en que todos se encontraban ; por esto mandó a Francisco Infante que saliese con ochenta hombres en persecución del terrible cacique, y ordenó que le copase vivo o muerto: hechos todos los preparativos de la guerra, Fran- cisco Infante acompañado de guías fieles y seguros, que lo condujesen al lugar donde se ocultaba Guaycaypuro, salió de la ciudad una tarde al ponerse el sol y caminando hasta la media noche llegó a ocupar el alto de una sierra a cuya falda estaba el pueblo o caserío que servía de retiro al famoso cacique.
Francisco Infante, como buen militar, primeramente ase- guró la retirada, quedándose con veinticinco hombres de re- serva y entregó los demás al mando de Sancho del Villar a quienes ordenó que bajasen al pueblo para ejecutar la pri- sión de Guaycaypuro "antes que fuesen sentidos".
Dada esta orden cada uno deseaba manifestar las veras de su aliento y fortaleza de ánimo y empezaron a bajar con tal porfía que procuraba cada cual ser el primero; pero adelan- táronse Fernando de la Cerda, Francisco Sánchez de Córdova, Melchor Gallegos, Bartolomé Rodríguez y Juan de Gámez, los que conducidos por los guías llegaron a la puerta de la casa donde estaba Guaycaypuro: muy pronto oyeron den- tro el ruido y alboroto consiguiente, señal de que se les había sentido ; y no atreviéndose a entrar, esperaron que llegasen los demás: ya juntos, por asegurar al temido cacique, unos cercaron la casa y otros se abalanzaron a ocuparla; pero Guay- caypuro, con aquella ferocidad de ánimo que siempre tuvo para menospreciar los peligros, empuñó un estoque de siete cuartas, que había sido de Juan Rodríguez, y ayudado de veintidós flecheros que tenía consigo, defendió la entrada de tal suerte que cuantos intentaron violentarla volvieron para atrás muy mal heridos.
Alborotado todo el caserío con las voces y rumor de la pelea volaban los indios para defender a su cacique, menos-
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preciando las vidas ; pues empuñando las macanas se entraban por las espadas, donde los más perecían; todo era confusión, bramidos, estragos, ayes y lamentos; aquella originada por las tinieblas y horrores de la noche, y estos causados por las mujeres que huian y los hombres que peleaban, hasta que cansados los nuestros de ver tan grande defensa y temerosos de que se Jes fuera de las manos el valeroso cacique prendie- ron fuego a la casa.
En esto Guaycaypuro llegó a la puerta y con el esto- que en las manos, embistió contra Juan de Gámez, a quien atravesó un brazo y traspasó el hombro; lleno de ira y echan- do llamas de furor, salió inmediatamente, tiró con el mismo estoque a todas partes y se arrojó desesperado en medio de las espadas que manejaban los nuestros, donde perdió la vida temerariamente junto con los veintidós indios que le es- coltaban.
Los colonos abandonaron el cadáver del valeroso Guay- caypuro y se retiraron hasta llegar a incorporarse con Fran- cisco Infante en lo alto de la loma, de donde se volvieron a Ja ciudad, la que en adelante estaría segura y podría prospe- rar a la sombra del trabajo y de la paz, según esperaban y como sucedió en efecto.
Oviedo y Baños al relatar este suceso dice que Diego de Losada despachó mandato de prisión contra Guaycaypuro y que para justificar mejor su acción procedió contra él por vía jurí- dica, haciéndole proceso de todos sus delitos, muertes y re- beldías. (1)
Pasados algunos días después de la muerte del intrépido ca- cique no aparecía algún indio ni de paz ni de guerra al rede- dor de la ciudad y entrado el año de mil quinientos sesenta y nueve ya Losada tenía hecho el reparto de las encomiendas.
(i) Véase Part. I. Lib. V. Cap. XII.
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CAPITULO XXVII
Cómo fenecieron varios caciques de los Mariches: refiérese la acción heroica de uno de los indios.
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"Sabiendo los Manches que Losada había hecho reparti- miento" quisieron conocer a su Encomendero y se juntaron hasta quinientos de los más esforzados y valientes, los cuales, separados y por cuadrillas, entraron de paz en Santiago de León, de Caracas: muchos de los españoles sospecharon de la mala fe de estos indios al ver tantos reunidos, y desconfiaron tanto, que en las acciones más casuales de ellos hallaban cir- cunstancias para confirmar la sospecha por muy cierta, y de- seando prevenir y atajar los daños que temían "acudieron a Losada para que castigase la traición que juzgaban evidente".
Losada conocía muy bien la emulación de algunos es- pañoles y "gobernándose con aquella prudencia, nacida de su experiencia", no quiso tomar parte en el asunto, por no encontrar plena justificación del delito, cuyas pruebas no se fundaban, al parecer, sino en el temor; a pesar de esto "hu- yendo por todos lados el cuerpo a la censura" y a los incon- venientes que podrían sobrevenir, comisionó a los Alcaldes ordinarios de aquel año, don Pedro Ponce de León y Mar- tín Fernandez de Antequera "para que procediesen a la averiguación por vía jurídica" y al efecto fueron "examina- dos testigos y tomadas las declaraciones y ajustada la su- maria".
Según el proceso, dice Oviedo y Baños, "era el ánimo "de los indios asegurar a los nuestros con la familiaridad "de su asistencia, y en viéndolos descuidados, procurar es- conderles una noche las armas y los frenos de los caballos, "para que cogiéndoles desprevenidos no hallasen resistencia "en el acometimiento que habían de intentar".
Fuese esto verdad o nó, pues quedó siempre en opiniones, según el mismo Oviedo, resultó justificarse el delito y pa- saron a poner en prisión a veintitrés caciques y capitanes que parecieron ser los más culpados, los cuales fueron conde- nados a muerte y entregados aquellos infelices "a los indios
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del servicio para que les quitasen la vida a su arbitrio, y ellos, como bárbaros, vengativos y crueles, "les dieron un género de muerte tan atroz que solo pudiera ocurrírseles a sí mismos". Los condenados a muerte, ''sufrieron con gran valor5' tanto martirio de mano de sus paisanos indígenas y hasta con estoica pasibilidad "clamando al cielo volviese por la inocencia de su causa".
Libres ya del modo de ser de aquella época, hemos de confesar paladinamente que en esta ocasión parece que "se olvidaron nuestros antepasados de las obligaciones de cató- licos y de los sentimientos humanos* pues faltando a los respetos de la piedad, entregaron aquellos miserables a los indios" los cuales, como salvajes al fin, dieron a sus paisanos una muerte bárbara y sanguinaria: llenos de horror no nos atravemos a consignarla; pues angustiase el corazón solo en pensar que los empalaron.
Apartemos la vista de cuadro tan desgarrador y traigamos a la mente uno de los hechos más nobles y generosos que con tan doloroso motivo registra la historia y el que queremos referir aquí para admirar las grandes acciones; y fué que al llevar "ya al patíbulo al cacique llamado Chicuramay, un indio, vasallo suyo, "con intrepidez bizarra y resolución más que magnánima", dice Oviedo que salió al encuentro, y les dijo: deteneos, y no quitéis la vida a un inocente; a vosotros os han mandado matar a Chicuramay, y como no te- néis conocimiento de las personas, engañados habéis aprisio- nado a quien no tiene culpa alguna ni se llama de esa suerte; yo soy Chicuramay, quien cometió el delito que decis, dadme la muerte que merezco y poned en libertad a quien no ha dado motivo para que en él se ejecute".
Engañados los indígenas "pensando era verdad lo que decía" sufrió aquel magnánimo vasallo la muerte, "sacrifi- cando su vida por librar la de su príncipe" quien se retiró con los suyos a las montañas. Llamábase este héroe indígena Quaricurian. (2)
(1) Part. I. Lib. V. Cap. VIII. (1) Ibid.
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CAPITULO XXVIII
.Sustitución de Losada y muerte del fundador de Santiago de de León, de Caracas, en el Tocuyo.
1569
Como en el reparto de las encomiendas cada cual de los conquistadores esperase lo mas pingüe "pareciéndole que sus méritos eran superiores a los de los otros, no pudo ser el tanteo y regularización que hizo Losada tan a satisfacción de todos y muchos se sintieron agraviados en la graduación del premio".
Francisco Infante que desde el principio de la conquista tuvo con Losada algunos desabrimientos "empezando por quejas particulares y secretas e interviniendo después chismes y cuentos se fueron aumentando de suerte que vinieron a parar en sentimientos declarados" y públicas demostraciones; dividiéronse los ánimos en parcialidades, con el apoyo que el mismo Francisco infante prestaba a los descontentos fo- mentando, con malvado interés, la enemistad y la discordia entre los conquistadores, cuando las acciones de Losada, co- mo dice Oviedo y Baños, "eran gobernadas por las reglas de su natural prudencia y jamás excedieron los límites de una moderación justificada". (1)
Rota la concordia y quebrantada la paz, cada uno justi- fica su modo de obrar, incluso las mayores aberraciones y crímenes; algo asi sucedió en esta ocasión con Francisco Infan- te, el cual "conociendo que su séquito no podía prevalecer mientras Losada se hallase con el carácter de Superior,' pues el quererle hacer oposición declarada era exponerse él y los su- yos" ; para quitarse tamaña dificultad "consultada la mate- ria con los amigos de su mayor confianza, tomó una resolu- ción bien temeraria" sin reparar en los peligros.
Acompañado solo de Baltasar García, de Domingo Gi- ral y Francisco Román Coscorrillo, soldados de resolución y de valor, al anochecer de cierto día salió de la ciudad, y camino con el secreto posible para no ser sentido de los indios, llegó a entrar en la montaña que llaman de Laguni-
(1) Part. I. Lib. V. Cap. XIV.
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]]as, atravesó la loma de Terepayma, poblada de tantos enemigos, donde, con la obscuridad de la noche aumen- tada con lo imponente de los árboles y bosques, perdió la senda, y hallóse en un laberinto lleno de confusión "sin poder acertar con el camino por cuantas partes lo bus- caba". (1)
Las amarguras que Francisco Infante y sus compañeros pasaron en aquella noche, no son para descritas ; pues además de la angustia y aflicción que les proporcionaba aquella in- certidumbre, era inminente el peligro de sus vidas "si ama- necía" antes de pasar la loma.
Todos los hombres ante el peligro de su vida por ins- tinto son religiosos y éstos no se olvidaron de pedir "favor al Cielo, encomendándose a la Santísima Virgen de quien Infante se confesaba devoto, a tiempo, que, se le puso por delante, como a distancia de quince pasos un ave parecida a un pato grande que despedía una luz resplandeciente y de- jándose guiar por aquella casualidad prodigiosa, salió fuera de la montaña".
Los indios aseguraban que había en aquel sitio una espe- cie de aves nocturnas, "a quien adornó naturaleza con la propiedad de despedir de sí rayos de luces", aves que jamás vieron los españoles, según afirma Oviedo y Baños, quien se contenta con referir el caso y hacer notar las propie- dades de las luciérnagas o cocuyos.
Debemos también al referido historiador la noticia de que por el año de mil seiscientos noventa y nueve "vio en esta ciudad un madero que en una creciente arrojó el Guaire a sus orillas, y que de noche o puesto de día en parte obscura, como si estuviera puesto en llamas, despedía de sí los res- plandores", filosofando que "si la Providencia puso esta virtud en lo vegetable, la pudo poner también en lo sensitivo" (sic) añadiendo que cumple con el oficio de historiador en referirlo. (2)
Apenas rayaba el alba desparramando las primeras luces del día cuando llegaron a las orillas del río Tuy en donde fueron sentidos por los indios Arbacos, sesenta de los cuales bajaron en persecusión de Infante y sus compañeros; al ver la actitud de los indígenas este y Francisco Román detuvie-
(1) Ibid.
(2) Véase Part. I. Lib. V. Cap. XIV.
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ron sus caballos y esperaron que llegasen cerca para embes- tirles: "Domingo Giral, queriendo hallarse más desahogado, se desmontó del suyo y escogió pelear a pie, y cuando les pareció oportuno rompieron por los Arbacos, ayudándose los tres unos a otros, con tal destreza y prontitud que en breve rato dejaron muertos a diez y siete" y huyeron los demás por las márgenes del río; Giral quiso seguirlos siempre a pie; por entre los cañaverales; pero "se encontró en un atolladero donde por salir dejó su calzado de alpargatas" ; además, en aquel momento, le llamaron sus compañeros que se hallaban apuradísimos con otra porción de indios que "les acometían por la espalda".
Francisco Infante divisó uno de ellos "que sobresalía entre todos adornada la cabeza con una corona de plumas, que era el que los acaudillaba" hizo diligencia para encontrarse con él y logró atravesarle de parte a parte con la lanza; apenas cayó muerto, los indios formaron una confusa vo- cería, cargaron con el cuerpo, se pusieron en huida, y de- jaron libres a nuestros caminantes, quienes sin otra dificul- tad salieron a las sabanas de Guaracarima, desde donde pasaron a Nueva Segovia de Barquisimeto, para dar sus que- jas contra Losada al Gobernador don Pedro Ponce.
Recordará el lector que este mismo Gobernador tenía tres hijos en compañía de Losada; pues bien, muy difícil- mente la carne y la sangre permiten a los Gobernantes la sere- nidad que necesitan para gobernar justamente; añádanse las quejas que, como dice Oviedo, "las dictaba la pasión yene- mistad concebida en Francisco Infante contra Losada y se comprenderá que subieron tan de punto las calumnias, que las acciones más prudentes y justificadas pasaron por delitos muy enormes, los que ponderados con eficacia por Francisco Infan- te, y apoyados con desafecto por Baltasar García, de la Orden de San Juan, obligaron al Cobernador a tomar una resolu- ción tan intempestiva y arrojada que puso las cosas de Cara- cas en contingencia de perderse, pues sin más motivo que dar crédito a una relación apasionada , revocó los poderes que tenía dados a Losada y sin oirlo despachó nuevo título para que gobernase en su lugar y prosiguiese la conquista, su hijo don Francisco Ponce, que se hallaba en la ciudad de San- tiago".
Esta resolución llegó a Caracas cuando su fundador me- nos lo esperaba; "porque jamás se persuadió llegase a tener
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efecto la intención de sus émulos", cuando sus grandes servicios, su prudencia e ilustre sangre y buen comportamiento le hacían acreedor a los mayores premios; con todo, "dando cuantas ensanchas pudo al sufrimiento obedeció el despacho, y entregado el Bastón de mando a don Francisco Ponce, salió de la provincia de Caracas" dejando la ciudad huérfana de su amparo, por intrigas y malas informaciones y sin que el referido Gobernador tomase el trabajo de oir ambas partes, gravísima falta en los encargados de administrar justicia.
Muchos de sus compañeros de armas, "por no militar debajo de otra mano, ni aprobar con su consentimiento el agravio hecho a su General" Diego de Losada, retiráronse a vivirá otras ciudades; "accidente que dejó tan debilitadas las fuerzas de las dos nuevas ciudades de Santiago de León, de Caracas, y de Cárballeda que estuvieron a punto de des- poblarse". (1)
Losada no quiso por entonces verse con el Gobernador por no propasarse en los términos de respeto que se debe a un Superior y sin entrar en Nueva Segovia de Barquisime- to pasó de largo a su antigua asistencia del Tocuyo en donde determinó sufrir a solas tanto desaire y mala corres- pondencia a los muchos servicios, que tenía hechos a la con- quista, colonización y civilización de Venezuela. ,,.< .No mucho tiempo después, acaso en los últimos meses del año mil quinientos sesenta y nueve, reinando Felipe II, y a causa de pertinaz calentura y general postración de • íuerzas, bajó al sepulcro Diego de Losada, a los cincuenta _ y seis años de edad muy probablemente, en la referida po- . Diación, más no antes de fortalecer su espíritu para entrar en ^íá-iéernidad :
-•• / ¡\ Perdón de sus pecados demandando ¿ t Al sumo Hacedor de tierra y cielo. (2)
¡a (i{ff{£}trft conocer su muerte fué general el desconsuelo hasta
' de sus mismos enemigos, pues jamás pudo la ciega emulación
[ffltfJt' * v_de sus contrarios negar aquel conjunto de prendas que le
í'^wCieron siempre amable. (3)
r&$&
"Casi al mismo tiempo que falleció Losada en El Tocuyo \
7X
■" (1) Part. I. Lib. V. Cap. XIV.
(2) Castellanos Par. II. Eleg. III. Cant. IV.
(3) Part. I. Lib. V. Cap. XIV.
-
-161-
murió también en Barquisimeto el Gobernador, don Pedro Ponce de León, de disentería". (1)
Venezuela y España ignoran todavía el lugar donde fué enterrado Losada, más opinamos que pudiera encontrarse la sepultura de nuestro héroe en el solar de alguna iglesia, con- vento o capilla antigua del Tocuyo (o Cubiro), y bien mere- cen los restos del fundador de Santiago de León, de Caracas, ocupar uno de los primeros puestos en el panteón de varo- nes ilustres de Venezuela o de España, pues "es noble erigir sobre los huesos de nuestros civilizadores la columna de ho- nor que les haga presentes en todas Jas edades" (2) y gene- raciones venideras, "principalmente cuando fueron tan útiles y pusieron la primera piedra de un nuevo pueblo a costa de tantos sacrificios" y no solo la primera piedra de un nuevo pueblo, sino la primera piedra de una historia y de una patria nobilísima !
CAPITULO XXIX
Noticias de (a Ciudad de Nuestra Señora de Carbalíeda y de ía fundación de La Guaira, con otras particularidades antiguas de la colonización y de Santiago de León, de Caracas.
1.570-1.597
Poco tiempo después de haber fallecido Diego de Lo- sada en el Tocuyo los caribes atacaron la ciudad de Nues- tra Señora de Carbalíeda, los cuales venían de la isla de Granada en catorce piraguas, destruyendo cuanto encontra- ban a su paso con el fin de saciar su bárbaro apetito de comer carne humana, como dice Oviedo y Baños, a cuyo efecto prendían a cuantos indios podían coger en los puertos donde tocaban.
• Los españoles supieron que los caribes intentaban asaltar la ciudad de Carbalíeda, sin creer apenas lo que oían; y "se
(i) Ibid.
(2) Doctor Inocencio Osorio. Discurso (Maracaibo, 1.913) folios 7 y 8.
11
— 162- contentaron con poner aquella noche un centinela algo apar- tado del pueblo".
No se tomó en vano esta corta precaución ; pues trescien- tos caribes saltaron a tierra con ánimo de dar el asalto al ama- necer, mientras que los restantes con las piraguas pensaban atacar por el puerto ; apenas los sintió el centinela, ya muy cerca de sí y entró en la ciudad tocando alarma, cuando por todas partes resonaba el rumor de aquella oleada salvaje: los nuestros, aprovechándose de la misma confusión con que los caribes se dedicaban al pillaje y aprisionaban algunos indios del •servicio, se juntaron luego en número de veinte a que llegaban los únicos habitantes de aquel lugar, se reunieron en escuadra y "echando el resto al valor embistieron a los caribes, llevándose al filo de las espadas cuantas vidas encontraba su resolución, a lo que ayudó con más que varonil esfuerzo una mujer lla- mada— bien merece que la historia de Venezuela y de España conserve su nombre — Leonor de Cáceres, la que tomó una rodela "y esgrimiendo una macana que quitó a un caribe de las manos hacía en la común defensa maravillas". (1)
i Coincidencia singular! Otra mujer también de apellido Cáceres, doña Luisa Cáceres de Arismencli, fue una de las heroínas de la guerra de la. Independencia.
Los caribes, al ver muertos sus más valientes guerreros, se retiraron hacia la playa al abrigo de sus piraguas, a tiempo que entre la confusión de los que huían, Gaspar Tomás llegó a conocer la señora de Duarte de Acosta, quien pedía a gritos socorro a los hombres y al cielo, "cautiva entre los brazos de un bárbaro".
Gaspar Tomás apuntó con su arma de fuego a la cabeza del caribe, partiósela, hízole soltar con la vida la inocente pre- sa que llevaba, y la dejó, mal de su agrado, sana y salva; este mdio caribe era uno de sus caciques principales; los demás tomaron aceleradamente las piraguas y se hicieron mar afuera para continuar sus festines de caníbales, y emplear su bravura con los miserables indios que caían en sus manos por la costa. (2)
En medio de estas dificultades llegó el año de mil quinien- tos ochenta y seis, cuando ya estaban terminadas todas las ex-
i\) Oviedo y Baños: Part. 1 Lib. Vi Cap. ¡I. (2) Part. I. Lib. VI. Cap. lí.
— p§3 -
pediciones militares que fueron necesarias para la total conquista y pacificación de la provincia. (1)
La sinrazón del Gobernando^, odon Luis de Rojas, vino a malograr los buenos fundamentos con que había empezado población tan necesaria y la fecunda labor y actividad de Losada en la ciudad de Nuestra Señora de Carballeda, pues quiso elegir por sí mismo los Alcaldes para la administración de justicia ordinaria, contra la costumbre o privilegias conce- didos, y aquellos recios colonos españoles no soportaron pasar por el absolutismo del Gobernador y convinieron todos en abandonar la población antes que abdicar de sus derechos y se retiraron con sus familias unos a Santiago de León, de Caracas, y otros a Nueva Valencia del Rey, hoy Valencia.
Resentido el Gobernador con semejante protesta acusó por cómplices y consejeros de tan inesperada resolución a va- rios vecinos de Santiago de León, de Caracas, entre ellos al Capitán Juan de Guevara "persona de autoridad, y que por su nobleza, méritos y caudal era de los que hacían cabeza en la República".
Este, para defenderse de la acusación envió a España al mestizo Juan de Urquijo con poder suficiente para que le re- presentara ante la Corte, y acusó al Gobernador de injusto; cuando Urquijo llegó a España ya el Rey había nombrado por nuevo Gobernador a don Diego de Osorio, (no sabemos si pa- riente cercano del fundador de Caracas y de Gonzalo de Osorio sobrino de Don Diego de Losada) quien ocupaba el cargo de General de las Galeras que guardaban las costas de Santo Domingo.
El Rey de España aprovechó la permanencia del mestizo Juan de Urquijo en la Corte para que volviese a buscar a don Diego de Osorio, le entregara los despachos de su manoy que éste, sin perder tiempo, pasase a su gobierno deVenezuela, co- mo lo ejecutó y tomó posesión de él en Caracas a fines de mil quinientos ochenta y siete.
(1) Garci-Gonzalez de Silva, "Persona noble, de valor y de mucha auto- ridad para con todos" por su actividad y prudencia militar fue el destinado por la'Divina Providencia para consolidar la obra de Losada, la seguridad y estabi- lidad de la ciudad de Santiago de León, de Caracas.
Debido a la reverencia y a las excitaciones paternales de un May Ilustre descendiente de este grande héroe, nos proponemos estudiar, si fuere posible, los hechos del pacificador de la Provincia de Caracas, del ncble. valiente y fa- moso conquistador español Garci-Gonzalez de Silva quien vino a ccm-nletar la -obra de Losada.
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Luis de Rojas entregó su mando al nuevo Gobernador, y terminado el pleito a favor de los españoles-caraqueños, mo- vido de compasión el mismo Juan de Guevara cuando vio a su enemigo en grande necesidad, "con generosidad mas que pia- dosa, le dio quinientos doblones para que se fuese a España; acción por cierto propia de un corazón hidalgo; pues siendo el más agraviado no le embarazaron sus sentimientos para que obrase como noble, y perdonase como cristiano", al mismo tiempo que se defendió prudentemente. (1)
El nuevo Gobernador don Diego de Osario en cuanto solucionó el asunto de su antecesor trató de renovar la despobla- da ciudad de Nuestra Señora de Carballeda, ya por considera- ción a Diego de Losada, su fundador, ya por ser entonces el mejor puerto de la costa, y por asegurar convenientemente al comercio la carga y descarga de las naves; pero nuestros ante- pasados los españoles habían quedado tan disgustados con la usurpación de sus derechos o costumbres, que no fue posible reducirlos buenamente «a que volviesen a poblar» en aquel sitio «dando por escusa la poca seguridad con que vivían, expuestos a la continua hostilidad de los piratas" ; mas corno' era forzoso para el comercio y comunicación exterior habilitar un puerto cualquiera, Osorio escogió la rada de la Guaira, casi dos leguas a sotavento de Carballeda y a unas cinco leguas de Santiago de León, de Caracas, comenzando su construcción por almace- nes que servían parala conservación de los depósitos.
Poco a poco levantaron algunas casas para el Res- guardo; y se agregaron algunos vecinos v así pronto "llegó a ser un razonable lugar" con varias iglesias y hospitales, "coronado de artillería y guarnecido de ciento treinta plazas de presidio" : gobernábase en tiempo del historiador Oviedo, "por la dirección de un castellano, que siendo cabo militar de las fuerzas, ejercía juntamente Ja jurisdicción ordinaria, como Justicia Mayor del puerto" ; este Cabo o jefe militar de ía plaza de La Guaira era nombrado por el Gobernador y recibido por el Cabildo de la ciudad de Santiago de León, de Caracas, por donde se alcanza a ver la participación directa del Municipio, origen de la grandeza de la raza española en el go- bierno de los asuntos públicos, en el tiempo de la colonia y de la Madre Patria, nuestra querida España.
La Guaira, a pesar de su grandeza actual, todavía no ha
(1) Oviedo part. I. Lib VII. Cap. VIII.
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sabido honrar a su fundador, sin embargo de que todos sus "au- mentos los debe aquel lugar a las primeras líneas que tiró pa- ra su fundación don Diego de Osorio, a cuyo gran talento y don particular de gobernar se confiesa obligada esta provin- cia" (1), hoy República de Venezuela.
Corría el año de mil quinientos ochenta y nueve, cuan- do los colonos españoles de Venezuela entraban en un segun- do período de prosperidad y adelantamiento, por lo que nece- sitaban facultades especiales.
El Gobernador, de acuerdo siempre con el Ayuntamien- to o Cabildo de Santiago de León, de Caracas, quien "por su parte deseaba coadyuvar en lo que tanto importaba", nom- bró al Procurador General de la provincia, Simón de Bolívar, para que pasase a España y representara al Rey y a su Conse- jo de Gobierno las cosas necesarias al bienestar de la Colonia Española, pidiese los despachos, decretos o Reales Cédulas que solicitaba el Gobernador de Venezuela, don Diego de Osorio, y el Ilustre Ayuntamiento de Caracas.
El español Simón de Bolívar, primer ascendiente del Li- bertador Simón Bolívar en Venezuela, llegó ya entrado el año de mil quinientos noventa a la Corte de Castilla en donde consiguió muy fácilmente todo cuanto deseaba la Colonia en Venezuela y aun "otras muchas gracias y mercedes que fueron de grande consecuencia a la provincia" (2) española de este lado del Atlántico.
Apenas llegó el Procurador General de Venezuela a San- tiago de León, de Caracas, y puso de manifiesto al Cabildo el feliz éxito de sus gestiones en la Corte de España y ante el Real Consejo de Indias, cuando el Gobernador, don Die- go de Osorio, habilitado como se hallaba para poder obrar lo que deseaba, empezó a poner en planta los acertados dictáme- nes que tenía premeditados; pues aplicando su desvelo a po- ner forma en la provincia, como dice Oviedo: "repartió tie- rras ", por ser este el primer punto de partida para la más se- gura y eficaz colonización, "señalo Ejidos" ¡ o tierras comunes del Municipio, que es el segundo punto esencial para facilitar el desarrollo de los diversos pueblos, "asignó propios", y dio a cada uno el correspondiente título para que en todo tiem- po constase la propiedad particular; "entabló archivos,, formó-
(1) Oviedo y Baños Part. I. Lib. VIL CaD. IX.
(2) Ibid.
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ordenanzas, congregó ios indios en pueblos y partidos, y, final- mente, podemos con verdad asegurar, que de un Embrión in- forme en que se hallaba todo, lo redujo su actividad a las forma- lidades de un ser político". (1) Nótese el método de co- lonización que acabamos de glosar.
Diego de Osorio, en mil quinientos noventa y tres orde- nó a Juan Fernández de León que poblase la ciudad del Es- píritu Santo de Guanare para facilitar el aumento de gana- dos por los llanos: llegó a ser célebre esta ciudad por "te- ner en su iglesia colocada la milagrosísima imagen de Nues- tra Señora de Coromoto, portento de maravillas y prodigio de milagros, a cuya piedad, dice Oviedo, que acuden en devotas romerías de todas las provincias circunvecinas, unos a buscar remedio en sus necesidades, y otros a cumplir promesas agra- decidos".
Para mil quinientos noventa y cuatro, Diego de Osorio, con el fin de obviar algunos inconvenientes o enredos "que traían consigo las elecciones, estableció en los Cabildos los Regimientos perpetuos para lustre mayor de las ciudades, y se vieron favorecidos: Garcí González de Silva, Deposita- rio General; Simón de Bolívar, Oficial Real de la provincia, con preeminencias de Regidor y voz y voto en Cabildo, se- gún las Reales Cédulas, y a imitación de estos y por el mismo estilo de erogaciones para el tesoro público fueron nom- brados :
Diego de los Ríos, Alférez Mayor.
Don Juan Tostado de la Peña, Alguacil Mayor, y los re- gimientos ordinarios, fueron obtenidos por Jos colonos:
Nicolás de Peñalosa.
Antonio Rodríguez.
Martín de Gámez.
Diego Díaz Becerril.
Mateo Díaz de Alfaro.
Bartolomé de Masabel y
Rodrigo de León.
Las ventajas o desventajas de este nuevo y viejo sistema pueden explicarlas los economistas y políticos; solo queremos notar los tiempos, los lugares, necesidades y personas, para ayudarles en la investigación, únicamente.
(1) Oviedo, Part. í. Lib. VII. Cap. IX.
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Diego de Osorio, tuvo el desconsuelo de ver en este tiempo "asoladas las sementeras" poruña plaga de gusanos "sin que pudiese reservar la Providencia humana ni aun gra- nos de semilla para volver a sembrar"; con este motivo se desarrolló una hambre general sin que los colonos nuestros an- tepasados pudiesen hallar remedio humano para extinguir la devoradora plaga. "Acudieron a la piedad Divina, por in- tercesión del Glorioso Mártir San Jorge a quien escogieron por patrón (según acuerdo que hemos visto en el Archivo Municipal), y consiguieron extinguirla: y agradecidos a Dios se obligaron por voto los labradores de la Ciudad de Santiago a fabricarle una Capilla".
En mil quinientos noventa y cinco, don Diego de Oso- rio visitó la. provincia a fin de que su presencia en todas las ciudades cimentase lo establecido, para el bien común; y cuan- do se hallaba en Maracaibo, un corsario inglés, Amias Preston, entró por Guaica-Macuto y saqueó la ciudad de Santiago de León, de Caracas, derribó algunas casas y quemó las demás, mientras que los colonos sitiaron a los corsarios por ocho días dentro de la misma ciudad ocasionándoles muchos muertos y heridos, pudiendo salvar todas las familias y parte de sus cau- dales.
En esta ocasión Alonso Andrea de Ledesma, uno de los compañeros de Losada, ya anciano, tuvo a menoscabo de su reputación el volver la espalda al enemigo, sin hacer demos- tración de su valor, y aconsejado más de la temeridad que del esfuerzo, montó a caballo, y con su lanza y adarga salió a en- contrar al corsario que marchaba con las banderas desplegadas, y avanzaba sobre la ciudad, y aunque aficionado el Capitán a la bizarría de aquella acción tan honrosa, dio orden expresa a sus soldados de que no le matasen; sin embargo, ellos al ver que haciendo piernas al caballo procuraba con repetidos gol- pes de la lanza acreditar a costa de su vida el aliento que lo metió en el empeño, le dispararon algunos arcabuces, de que cayó luego muerto". (1).
Hemos querido conservar el sabor antiguo de este relato para admirar más de cerca el grandioso esfuerzo de ánimo de un soldado de edad cansada: los demás colonos habían tomado sus posiciones en el camino de la Marina, como llamaban en- tonces al de La Guaira por el cerro, de donde se volvieron pa-
(1) Part. I. Lib. VIL Cap. X.
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ra sitiar a los enemigos de la colonia de Venezuela y de Es- paña.
El Gobernador Osorio supo en Trujillo lo ocurrido, aceleró los negocios que traía entre manos, y se volvió para Santiago de León, de Caracas, lo más pronto que pudo y a donde llegó a principios de mil quinientos noventa y seis, a fin de rehacer con su presencia los daños ocasionados por los corsarios. Este grande hombre fué promovido, por sus muchos méritos, el año siguiente, de mil quinientos noventa y siete, a la presidencia de Santo Domingo y sucedióle en tan impor- tante cargo Gonzalo Pina Lidueña, quien había fundado a Gi- braltar y "vivía retirado en Mérida", según hace notar Ovie- do y Baños.
CAPITULO XXX
Homenaje, de gratitud de 3a dudad de Santiago de León, de
Caracas, a su Fundador don Diego de Losada.
Interesados tanto como el que más en los honores que se deben tributar al insigne fundador de Santiago de León, de Caracas, don Diego de Losada, nos propusimos investigar su vida y cuanto fué de nuestra parte contribuimos con un ín- timo amigo, gran patriota venezolano, amante de las tradicio- nes españolas y de nuestros antepasados, para interesar al Con- cejo Municipal de Caracas en favor de los honores que deben tributarse a Losada; cumpliendo admirablemente su cometi- do al remitir la siguienfe carta que dice:
Señor Presidente y demás Miembros del Concejo Municipal del Dis- trito Federal.
Señores:
Diego de Losada, fundador de la ciudad capital y metró- poli de Venezuela, fué el segundo hijo del señor de Río Ne- gro, donde se conserva la casa señorial, cerca de Benavente, Provincia de Zamora, Obispado de Astorga, partido judicial de la puebla de Sanabria, reino de España.
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Muy joven, el año de mil quinientos treinta y tres (1533) vino de España a la isla de Puerto Rico, de donde pasó a tie- rra firme, a Maracapana, oriente de Venezuela, y allí obtuvo el cargo de Maestre de Campo del Ejército de Cedeño; pasó a Santa Ana de Coro, que en mil quinientos veinte y siete ha- bía fundado Juan de Ampúes, estuvo en El Tocuyo, y fué uno de los primeros Alcaldes ordinarios y vecinos de Nueva Segovia, hoy Barquisimeto, la que defendió de graves pe- ligros.
El Gobernador, Licenciado don Pablo Bernáldez, prime- ro, y después don Pedro Ponce de León, quien llegó de Espa- ña con órdenes terminantes del Rey para llevar la civilización a la Provincia de' Venezuela, le dieron poder general, en mil quinientos sesenta y cinco (1565) para fundar en este último territorio.
Empleó el siguiente, mil quinientos sesenta y seis ( 1 566) en preparativos, y después de pasar muchos trabajos y vencer grandes dificultades, a mediados de mil quinientos sesenta y siete (1567) fundó a Santiago de León, de Caracas, en el lugar del hato y caserío de San Francisco, destruido por el vale- roso cacique Paramaconi, que es el mismo que hoy ocupa la metrópoli venezolana.
El ocho de septiembre de mil quinientos sesenta y ocho (1 568) fundó el primer puerto de la nueva ciudad y provincia que llamó: Nuestra Señora de Carballeda, en honor déla patrona de su pueblo natal, cuyo santuario todavía se conser- va en Río Negro (ut supra).
La imprudente resolución de un superior, dada por in- trigas miserables del tiempo, le privó del mando en el que vi- no a sustituirle don Francisco Ponce de León, hijo del Go- bernador, quedando Santiago de León, de Caracas, privada de su amparo. Herido en sus más caros sentimientos de fun- dador, desengañado, convencido de lo que es la grandeza y la vanidad humanas, se retiró al Tocuyo, la ciudad de don Juan de Carvajal y de Tolosa, donde bajó al sepulcro poco tiempo después.
Hasta hoy lo único que se ha hecho en honor de su me- moria es el pequeño retrato al óleo que decora el salón de ese Concejo Municipal, antigua capilla del seminario tridentino de Santa Rosa y después de la Real y Pontificia Universidad, donde se reunió el Congreso que declaró nuestra indepen-
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dencia nacional. Toca a esta generación reparar tan injusto olvido, ser agradecida: por lo que propongo a los honorables Presidente y Miembros del Concejo Municipal del Distrito Federal, la compra del solar que forma la esquina de Maturín, ángulo en que se cruzan las calles, Norte ly Este 3, donde existió su casa, como lo, dice la lápida que la señala; formar en él una plazoleta o una plaza compuesta de toda la manzana, elevándose en el centro de dicha antigua casa la estatua de bronce del ilustre fundador, digna de su memoria y de! home- naje que se le rinde.
Y que el Ilustre Concejo Municipal, como un estímulo a los amantes de la Historia y de las Letras patrias, organice un concurso, bajo los auspicios del señor Presidente Constitucio- nal de la República y del señor Gobernador del Distrito Fede- ral, en el que se premie a quien presente la mejor Biografía del fundador de esta ciudad, que en el andar del tiempo había de ser cuna de la Independencia Nacional y capital de esta República.
De ustedes, señor Presidente y Miembros del Ilustre Concejo Municipal,
atento, seguro servidor
José Tomás Sosa Saa. Caracas: viernes 22 de noviembre de 1912.
El periódico La Religión del lunes nueve de diciembre de mil novecientos doce, N° 6.214, con motivo de esta comu- nicación y con el título de "El fundador de Caracas" dijo:
Con mucho gusto traemos a nuestras columnas de honor la carta abierta que nuestro estudioso y patriota amigo Doctor José Tomás Sosa Saa dirige al Concejo Municipal de esa ilus- tre ciudad en la que propone un homenaje para su fundador.
Creemos de mucha justicia ese homenaje a través de los siglos a don Diego de Losada, quien penetró en el Valle del Miedo y plantó la ciudad que, andando los tiempos, había de ser la capital de la Capitanía General, primero, y luego de la República de Venezuela.
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Ya que el Gobierno se ocupa con laudable empeño en embellecer la ciudad con sus buenas calles y calzadas y con ca- rreteras que la comuniquen con sus centros productores y con su puerto, bien está que volvamos la vista al origen y reparemos el olvido en que hemos tenido a nuestro fundador, quien actualmente sólo tiene un retrato en el Salón Municipal y una lápida conmemorativa en la esquina de Maturín.
Ojalá sea tenida en cuenta la notable carta del Dr. Sosa Saa, y que el actual Concejo Municipal trace páginas de gloria honrando a quien fundó la ciudad, que es hoy cabeza, cerebro, núcleo de la vida nacional y admiración y encanto del extran- jero.
Y El Tiempo en su'NQ 3.832 dice:
Una Buena Idea.
El señor Doctor José Tomás Sosa Saa asoma en una comunicación enviada por el a la Municipalidad de Caracas, la siguiente idea en honor del fundador de Caracas:
"Que se compre el solar que forma la esquina de Matu- rín, ángulo formado por las calles Norte 1 y Este 3, donde existió su casa, como lo dice la lápida que lo señala, formar en él una plazoleta o una plaza de toda la manzana, elevándose en el centro de dicha antigua y destruida casa una estatua de bronce, digna de la memoria y del homenaje al ilustre fun- dador.
Y que el Ilustre Concejo Municipal, como estímulo a los amantes de la Historia y de las Letras patrias, organice un concurso, bajo los aupicios del señor Presidente Constitucio- nal de la República y del señor Gobernador del Distro Fede- ra], en el que se premiaría a quien presentase la mejor Biografía del Fundador de la Capital de la República y cuna de la Independencia Nacional.
Como se sabe comunmente la precitada casa fué la primera edificada en Caracas.
La comunicación del Doctor Sosa Saa es una notable bio- grafía de Diego de Losada".
A otros hemos oído decir que deberían figurar en el bronce los nombres de los fundadores o primeros pobladores de Santiago de León, de Caracas.
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Inscripcción y facsímile de una lápida de mármol colocada en los días de la cele- bración del primer Centenario de la Independencia de Venezuela, año de mil novecientos once, en la casa número 361 del án- gulo nordeste de la es- quina de Maturín, donde se cruzan las calles Norte uno (1) y Este tres (3)
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CAPITULO XXXI
Grandeza y porvenir de la capital de Venezuela, Santiago de León, de Caracas, fundada por Diego de Losada.
Según hemos visto, nuestros antepasados los españoles dieron alta importancia a la ciudad de Santiago de León y a la Provincia de Caracas; no solamente los Reyes de España y los gobernadores, sino también los colonos, todos compren- dían la abundancia y riqueza de su suelo y subsuelo, y sobre todo, llamaba la atención su invariable clima: "que parece lo escogió la primavera para su habitación continua", según la feliz expresión de Oviedo y Baños. '
Muy pronto la Madre patria, España, la dio "el primer lugar" entre todas sus esplendentes colonias, y escogió a San- tiago de León, de Caracas, por capital de la Gobernación, Ca- pitanía General e Intendencia de Venezuela.
Después del período de formación regíase por un Gober- nador y Capitán General, que lo era de toda Venezuela, nom- brado por el Rey y su Consejo de las Indias por tiempo de cinco años. (1)
(1) Pensamos que agradará al lector conocer cuales eran las atribuciones y deberes de los Capitanes Generales españoles en Venezuela,
El Capitán general de Venezuela duraba ordinariamente siete años, tenía de sueldo nueve mil pesos fuertes sin contar las obvenciones que le tocaban como Juez de primera instancia y otras de su oficio, que por lo menos duplicaban aquella cantidad, según afirma Baralt. Entraba en la política española que no ejerciese una autoridad absoluta. No podían tener más de cuatro escla- vos en toda la extensión de la Provincia, ni comerciar, ni casarse ellos, ni sus hijos ; tampoco concurrir a bodas o entierros, ni presentar a nadie como padrinos para recibir el sacramento del bautismo. Concluido el término de su administración, daban cuenta de ella antes de salir del territorio en un juicio que se llamaba de residencia, el cual seguía por lo común un letrado a quien el Rey escogía para el caso, entre tres sujetos idóneos que le presentaba el Consejo de Indias. Por sesenta días consecutivos oía el comisionado las quejas que sobre abuso de autoridad quisiesen poner en su conocimiento contra el Capitán General los ciudadanos de todas las clases, y a éstos se adver- tía de antemano por bandos y edictos el día en que debía empezar la residencia. Dada una queja, se tomaba el Juez otros sesenta días para averiguar la verdad y juzgar de elia, remitiendo seguidamente el proceso al Consejo de Indias, que debía fallar definitivamente. Macho tiempo estuvieron sujetas a este juicio todas las Autoridades que tenían algún cargo en Venezuela; en mil setecientos noventa y nueve se dispuso que sólo continuase en observancia respecto de los Virreyes, Capitanes Generales, Presidentes, Gobernadores políticos y milit tres
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Dividíase el territorio en provincias modelándose el go- bierno por las admiradas Leyes de Indias que levantaron e\ país a un alto grado de prosperidad, riqueza y bienestar pú- blico, con bellas y notables ciudades, con caminos ordinarios y algunos empedrados, cuyos restos son hoy admiración de propios y extraños, principalmente el que conducía al puerto de la Guaira y otro que seguía a Barlovento, con todos los adelantos de aquella época, sin contar los iniciados entre Mé- rida y Pedraza, vía del Quinó, y por otras partes de la Repú- blica.
Para la administración ordinaria tenía Santiago ele León, de Caracas, dos Alcaldes elegidos todos los años por el Ca- bildo congregado.
En tiempo del historiador Oviedo, el Cabildo de Santiago de León se componía de doce Regimientos, cuatro oficios principales de Alférez Mayor, Alguacil Mayor, Provincial de la Hermandad y Depositario General: "empleos que siempre ocupan los caballeros más ilustres déla República, autorizando con su nobleza y respeto los actos públicos". (1)
Por Real Cédula de Felipe II dada en San Lorenzo del Escorial a cuatro de septiembre de mil quinientos noventa y uno y a pedimento del español don Simón de Bolívar, pro- curador General de la ciudad de Santiago de León, de Cara- cas, ante el Consejo del Rey, o de la nación española, y primer Regidor perpetuo de Caracas: "esta tiene por Armas en campo de plata un León de color pardo puesto en pié, teniendo entre sus brazos una venera de oro, con la Cruz roja de Santiago y por timbre un coronel de cinco puntos de oro" (Oviedo).
Más tarde fue modificado por Carlos III el trece de marzo de mil setecientos sesenta y seis, con una orla que
Intendentes de Ejército y Corregidores. Y era en tal manera necesario, que sin una certificación de haberlo sufrido victoriosamente, ninguna persona podía tomar posesión de nuevo empleo. Tal era el Gobierno de España en Vene- zuela según el testimonio de Rafael María Baralt. (Resumen de la historia de Venezuela, Pag. 286). Las Audiencias, agrega, tenían el privilegio de represen- tar directamente al Rey. proponiéndole cuanto juzgasen conveniente en mat-ria de Gobierno y de justicia. A ellas se dirigían de ordinario el Monarca y el Con- sejo de Indias para obtener noticias sobre asuntos en que estaban comprcmeti- d s los Virreyes, Presidentes o Capitanes Generales, siendo las audiencias una Autoridad intermedia, colocada entre el pueblo y los delegados del poder supre- mo para impedir la opresión del uno y la usurpación del otro.(Ibid. Pag. 288). (1) Part. I. Lib. V. Cap. VIII.
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03L.Í, *-
Escudo de la Ciudad de Santiago de León de Caracas. — 1766.
SANTIAGO DE LEÓN, de Caracas, fué decorada con este Escudo por la MADRE PATRIA- ESPAÑA y cod
el título honroso de MUY NOBLE Y LEAL CIUDAD, tratamiento de SEÑORÍA y preeminencia de
GRANDE por ser Cabeza y Metrópoli de la Provincia española de VENEZUELA.
(Año de mil setecientos sesenta y seis).
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lleva la siguiente inscripción: Ave m a ría santísima sin pe- cado GONCEBIDA EN EL PRIMER INSTANTE DE SU SER NATURAL.
Felipe íl a quien debe Ja América española la fundación de muchas e importantísimas ciudades, concedió a la de San- tiago de León, de Caracas, el título de Mu y noble y leal Ciudad con tratamiento de Señoría y privilegio y preeminen- cia de Grande, como cabeza y metrópoli de la Provincia de Venezuela.
La Madre patria, España, no olvidó, por entonces, las líneas tra?adas por la Reina Isabel la Católica y su es- poso don Fernando sobre las colonias: era el propósito expre- sado y bien definido de que cuando estuvieran formadas las poblaciones, Iglesias y escuelas, hospitales, cárceles, hacien- das, caminos y puertos, y cuando se aumentase la gente, era necesario que las extensas provincias españolas de las In- dias Occidentales* se gobernasen cada una por sí misma y
QUE SE LES DIESE UN PRÍNCIPE DE LA FAMILIA REAL DE SU SAN- GRE y, finalmente, que en pago de tantos favores como estos países recibieron de España pagasen un pequeño tributo a la Madre patria. Esta era la idea de los Reyes Católicos.
Fijos, sin duda, en ese pensamiento los Reyes de Es- paña, que formaban el Ejecutivo del Gobierno español, con- cedieron a los Alcaldes de Santiago de León, de Caracas, el poder gobernar por sí toda la provincia y ejercer la Capitanía General de ella, siempre que por cualquier causa estuviese vacante el cargo de Gobernador o Capitán General de Venezuela, hasta que se provea por el Rey directamente, sin que la Audiencia de Santo Domingo, por ningún motivo, pueda atender a ese cargo, ni siquiera interinamente. El decreto, o real cédula de referencia, está fechado por Carlos II en Madrid a diez y ocho de septiembre de mil seiscientos setenta y seis.
Con esto, España preparaba a ésta su provincia de Vene- zuela para ejercitar el difícil arte de gobernar a los pueblos y asentaba las primeras bases para la razonable independencia.
La ciudad de Santiago de León, de Caracas, debido a su clima, siempre primaveral, y a la hermosa posición que ocupa está llamada a ser una de las mejores ciudades de la América Española.
Sus quebradas y ríos hacen posible su salubridad com- pleta y pueden aprovecharse sus grandes zanjas para fines diversos; con una sencilla y conveniente organización de la ciudad por el Gobierno N acional, el del Distrito Federal o por
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el Municipio pueden trazarse sus calles rectas hacia Sabana Grande, Chacao y Petare y formar una grandiosa ciudad, que clama por tal ensanche; a los dueños de terrenos particu- lares sería conveniente dejarlos en amplia libertad para formar las calles, según el trazo dispuesto y aun inclinarles a ello haciéndoles comprender las enormes- riquezas quepodrían des- arrollar por la valorización de los terrenos, venta de sola- res, o fabricación de casas de recreo, con amplias vías, ala- medas y paseos públicos cubiertos de arboledas ; de esa ma- nera llegaría Caracas a ser una de las más bellas poblaciones, que atraería las gentes acomodadas no solo del interior de la República sino también de otras naciones.
La ciudad de Losada pensamos que está destinada a ser una de las más hermosas que servirán de honor a España, la madre colonizadora. • ,
Con las aguas de las quebradas que bajan del Avila po- drían acumularse algunos millones de litros capaces de surtir a un gran número de habitantes, y aun sería fácil aprovechar sus caídas para las industrias: la enorme cabidad de las hoyas naturales que se pueden llenar en Gaíipán y Mece- dores y otras, hasta el frente de Petare, con las aguas co- rrientes que descienden de las alturas de la sierra y aun las que pudieran venir de Naiguatá, según afirman algunos, sin contar con las del Guaire, parece que no dan lugar a duda.
La replantaron de los cerros, con árboles apropiados a sus terrenos, embellecería más la ciudad, aumentaría las aguas y proporcionaría abundantes maderas de construcción, principalmente, si se aclimatan los pinos, robles etc. *
Las mismas compañías de tranvías y de otros locomóviles facilitarán el tráfico, que pronto crearía nuevas y provechosas industrias a todos sus moradores, abaratando los transportes.
Algunas veces hemos oído hablar de un bosque de eu- caliptos en los terrenos de Catia, lo que contribuiría a em- bellecer la entrada de Caracas por el ferrocarril de La Guaira y aun a la higiene pública: también hemos oído proponer una gran-vía suficientemente ancha desde Caracas a Petare y una grande alameda por Catia de los Frailes la cual debía de extenderse por las faldas del Avila.
Fuera de esto no está tan lejos de Caracas el río Tuy, que es en gran parte navegable, con su notable volumen de - agua, la que, convenientemente dirigida, podría sumar ma- yores cantidades de fuerza para el servicio doméstico e indus-
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trial de la hermosa capital de Venezuela, hija de España; pero nada de esta grandeza se hará, si no se fomenta la paz y no llegan a persuadirse los pueblos con que es preferible- un mal gobierno a las buenas revoluciones y guerras fra- tricidas, en las que perecen los inocentes, mientras que los más audaces se apoderan de los altos puestos, acaso sobre la sangre de sus víctimas.
CAPITULO XXXII
Observaciones sobre Sas provincias españolas de aquende los mares, su independencia, y del regionalismo de la raza
§1
Hemos llegado al final de nuestro estudio sobre la vida del fundador de Santiago de León, de Caracas, Diego de Losada; por este modesto trabajo hemos podido admirar la obra de España y de los españoles que colonizaron estos países de América, llamados por un juicioso escritor España ultramarina y por otros España nueva, y estimamos que los hijos de españoles, que colonizaron y civilizaron un mundo entero, deben velar por el honor de sus antepasados, mucho más que los hijos de españoles que permanecieron en España, en la península Ibérica; y a la manera que la. madre patria, con sus admirables leyes, supo conservar la paz, casi por tres- cientos años, desde la Florida y California hasta el Cabo de Hornos, excediéndose a sí misma, asi las naciones espa- ñolas, imbuidas en la insuperable Legislación de Indias, (1) acer-
(1) Bolívar el hombre de las profundas visiones del porvenir, lleno de luces y desengaños dijo en una desús cartas: "son distintos el inglés americano y
EL AMERICANO ESPAÑOL ... ESTE ES EL CÓDIGO QUE DEBEMOS CONSULTAR" (el de In- dias) y en otra parte: "Todavía tengo menos inclinación a tratar del Gobierno Federal; semejante forma social es una anarquía regularizada, o más bien, es la ley que prescribe implícitamente la obligación de disociarse y arruinar el estado con todcs sus individuos. Yo pienso que mejor sería para la Amé- rica adoptar el Coran que el gobierno de los Estados Unidos a pesar de ser el mejcr de todos.
Y en otra parte asegura que "Los Estados Unidos parecen destinados a pla- gar la América de miserias a nombre de la libertad".
Y en otra dijo: "Los venezolanos. .. .no aman sus leyes porque estas son fuente del mal": "América todo lo recibía de España; y al desprenderse déla. Monarquía española, . . .nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que fui-
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taran a conservarse tranquilas y preparar siglos de glorifi- cación a la madre patria-España, que si sufrió, como ma- dre, la separación de sus hijas nobilísimas del regazo mater- nal, sufre, más todavía, al verlas intranquilas y llenas de pe- ligros, sólo por el mal consejo de interesados en perder a la madre y a su numerosa prole, las naciones españolas que son sus hijas.
Dicen algunos que España no inició a los salvajes en los misterios de la filosofía, y se indignan por esto algunos mo- dernistas; muchas otras cosas tiene que hacer la madre antes de poder disponer de las facultades del hijo hasta llegar ese tiempo, pero aun "mirando a lo pasado de las colonias españo-- las (según Mr. Chevalier, citado por Carlos Mendoza, tomo "III fol. 530) eran una cosa prodigiosamente adelantada , puesto "que en materia de civilización los indios estaban a diez o "doce siglos de la era cristiana. Transportarlos a los princi- "pios del siglo XVII, y aun de los del XVIII, era un resul- tado muy glorioso.
"He aquí lo que lo que los españoles hicieron y lo que "ellos solo en el mundo han tenido poder de ejecutar, por "todo lo cual la raza india les debe un reconocimiento "eterno". (1)
mos en otro tiempo" "Hemos arado en el mar al arrancar de España el poder sobre la America"; y finalmente añade: 'Desprendida' de la monarquía española la América se dividirá y subdividirá formando Estados que regirán pequeños tiranuelos y las naciones europeas no tendrán siquiera la dignación de conquistar- los, (Véase Colección de O'Leary, 1819 a 1829 y la Gaceta de los Museos Na- cionales, Tomo I. fol. 370 y 375 y Tom. II. W 2<? y 3° fol. 58)'.
(1) Después de un siglo de República, todavía no hemos tenido tiempo de /pensar en la suerte de tantos infelices ni en la paulatina colonización de nuestro inmenso territorio! La obra de las Misiones malamente interrum- pida desde el año diez y siete del siglo pasado, cuando a las márgenes del Ca- roní fueron vilmente ultimados los misioneros Capuchinos, todavía no se ha podido restablecer, y. sin embargo, ella seria la alborada de esa obra civiliza- dora y humana, que nos reclaman a una la Religión y la Patria. En esas vastas regiones inexplotadas, que acaso ocultan en sus entrañas los más valiosos te- soros, la civilización apenas ha comenzado sus trabajos: es la Cruz la que déte penetrar primero, en manos del Misionero, como antorcha luminosa, a con- quistar palmo a palmo esa tierra de promisión. Lo poco que hoy tenemos lo debemos a la Cruz. Solo el Fraile iba tejiendo con su invencible paciencia y mansedumbre evangélica la red de ios pueblos que de un extremo a otro deí Continente se alzan hoy en Sur América. El Misionero ( es la única esperanza para esas vastísimas regiones y salvajes comarcas. Debemos observar que Es- paña se ocupó con ahinco de la civilización de la raza aborigen y que si no hubiera sido por la remora de la guerra civil, que fué sin duda alguna la de la emancipación, los indios tendrían hoy otro grado de cultura. España hizo cuan- to le fué posible por colonizar a conciencia sus dominios de Indias. (Véase "El Tiempo'' número 4.092).
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"Antes de los españoles los indios iban por un camino "que conducía a un rincón sin salida: los españoles les hicie- "ron pasar a la gran carretera de la civilización europea y les . "enseñaron a caminar directamente por ella. Los españoles "cogieron a los indios en estado de caníbales, y de caníbales "los convirtieron en labriegos, y si se hallan en el buen ca- "mino, y marchan, no les faltan medios para salvar las distan- "cias, como los tienen los labriegos rusos, alemanes, irlande- ses y hasta los franceses, que también estos se hallan doscien- tos años atrasados" . (Mr. Chevalier).
"Tarea fué muy grande y hermosa para una nación católica llevar los beneficios de la religión y de la civilización cristiana a los hombres hasta entonces salvajes, errantes por los desiertos, caníbales muchos de ellos, y entre los cuales los más civilizados se contentaban, según sus mismos admirado- res, con inmolar todos los años a sus sanguinarios dioses algu- nas víctimas humanas. España cumplió noblemente esta faena.
Las otras naciones, acostumbradas a juzgarlo todo por la razón individual, así en religión como en política, fijaron como único objeto de la sociedad la satisfacción material de cada uno de los miembros, subordinándola misma religión y moral a la razón privada y a los caprichos particulares de la mayoría. Los indios les incomodaban y por esto los rechaza- ron o se deshicieron de ellos por medio de licores fuertes'" (1) . . . . expresión curiosísima para decir que acabaron con ellos.
Los Norte Americanos, que ha^n estudiado la primitiva civilización en el sudeste de la Unión, en el Yucatán y otras regiones, tales como Lumis y Bandellier y Biakmar, aseguran que "el heroísmo, la abnegación y la sabiduría de los espa- ñoles" se dio a conocer desde los primeros instantes de su . llegada al Nuevo Mundo.
Imposibilitados de reunir en corto espacio todo cuanto dijeron aquellos sabios tan solo anotamos que según ellos "la solución, dada por la España colonizadora al problema indio está iu§tifieada por sus resultados y por el aumento de población indígena en los últimos trescientos años, por la pléyade de escritores indios . ." como si dijeran: "población y cultura, valor, vida, religión, fuerza, virtud, sabiduría y ri- queza", esa es la obra española en el Nuevo Mundo.
(1) Carlos Mendoza "Glorias Epañolas'* Tomo III. íol. 531.
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Reclús, uno de los escritores más radicales, al hablar de la emancipación de las colonias, hace notar que "bajo el régimen español jamás ios indios habían intentado rebelarse, por más que en doscientos años las tropas españolas se compusiesen solo de la guardia del Virrey, y en los últimos tiempos el ejérci- to de ocupación en Méjico no excedió nunca de seis mil hombres.... y la revolución empezó en Méjico por un le- vantamiento de indios al grito de ¡Viva la Religión y viva Fernando VII"
Bandellier, dice textualmente: que en el Nuevo Mundo "Los caballeros de capa y espada se fueron con virtiendo gra- dualmente en agricultores e industriales, y el gobierno de España (Carlos V y Felipe II) empezó a dictarla serie de disposiciones legislativas que elevaron al indio al grado más alto que ha ocupado hasta el día en la escala del progreso".
Ese fué el espíritu que infundió en América la madre España, por medio de la religión y de la institución político- católica que los siglos hicieron cabeza al pueblo español en toda la tiera.
Para comprender mejor la obra de España en sus nume- rosos centros de colonización debemos hacer constar que vemos en cada uno de ellos un gobierno constituido, con libertades municipales propias, iguales a los municipios de Castilla: como en España, los cabildos españoles de América, junto con la nobleza y con el clero, formaban asambleas para discu- tir los intereses de la ciudad y del territorio, organizaron los Ayuntamientos, según el tipo español, bajo la dependencia del Supremo Consejo de Indias, igual en poder al Consejo de Castilla y demás de la Corona de España; y no sin razón le fué otorgado este poder, pues los colonos españoles supieron y pu- dieron formar tan grande número de pueblos y ciudades y provincias españolas en América que vino a prolongarse y ensancharse la nación española por todo el mundo descu- bierto haciéndola más grande. (1)
(1) Cremos agradará al lector le demos a conocer el cuantioso legado español que nos dejaron nuestros padres y antepasados: reclamando para la raza española, como sea justo, los mismos territorios y provincias:
ORGANIZACIÓN DE LAS ANTIGUAS PROVINCIAS ESPAÑOLAS EN AMERICA
I. Audiencia de Santo Domingo-Principales Gobiernos y Correximientos. Santo Domingo: Cuba: Puerto-Rico: Hamaica: La Florida: Luisiana; pertene- cientes también a dicha Provincia primitivamente: Isla Trinidad: Margarita: Cubagua: San Martín: Cumaná: Caracas: Venezuela.
II. Audiencia de México-Principales Gobiernos y Correximientos. Méxi-
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Al igual que en la península, nuestros antepasados daban a Dios y a la Iglesia los mejores hijos, levantaban templos y hospitales, dotándolos ampliamente: formaban escuelas, cole- gios y universidades para sus hijos y para los indígenas; (1) construían ciudades y pueblos a montón; más toda clase de haciendas y hatos de ganado; completando su obra con puertos y caminos suficientes para el tráfico y comunicación de unas regiones con otras, según la posibilidad.
co: Veracruz; Puebla de los Angeles: Guaxaca: Yucatán: Acapulco: Mechoa- can: Tabasco.
III. Audiencia de Guatemala-Principales Gobiernos y Correximientos. Guatemala: Costa Rica: Soconusco: Nicaragua. Honduras: Comayagua (o Valladolid) San Salvador.
IV. Audiencia de Guadalajara-Principales Gobiernos y Corregimientos. Guadalajara: Zacatecas: Durango: Zayula: Analco: Nueva Vizcaya: Arispe: Provincias internas: California: Sonora: Monterey.
V. Audiencia de Filipinas-Principales Gobiernos y Correximientos. Manila.
VI. Audiencia de Panamá-Principales Cobiernos y Correximientos. Pa- namá: Nombre de Dios: Darien: Porto- Velo: Isla Santa Catalina: Veragua: Alanxe: Chagre.
VII. Audiencia de Lima-Principales Gobiernos y Correximientos. Lima: Callao: Truxillo: Castro-Vireyna: Guancavelica: Guamanga: Arica: Cañete: Chachapella: Condesnios: Piura: Caxamarca: Hauxa: Castambo: Urubamba: Huaillas: Cuzco (en época más moderna tuvo Audiencias).
VIII. Andiencia de Santa Fé-Principales Gobiernos y Correximientos. Cartaxena: Caracas (antes Santo Domingo): Pcpayán (antes Quito) Maracai- bo: Guayana: Cumaná (antes Santo Domingo): Santa Marta: Antioquia: Mari- quita; Isla Margarita (antes Santo Domingo): Isla Trinidad (ídem): Chocó: Tunxa: Pasco: Panchez.
IX. Audiencias de Charcas-Principales Gobiernos y Correximientos: Plata: Córdoba de Tucumán: Paraguay: Santiago del Estero: Arica: Potosí. Santa Cruz de la Sierra: Tucumán: Moxos: Chiquitos: Puno: Atacama: Apo- lobamba: Asuagaro: Carabaia: Pacaxes: Omasuyos: Suaxica: Comina: Buenos- Aires (formó desde mil setecientos setenta y siete, capital de un Virreinato y Audiencia) .
X. Audiencia de Quito-Principales Gobiernos y Correximientos. Quito: Popayán: Calí: Guayaquil: Mainas: Pasto: Caunga: Cuenca: Haen de Braca- moros: Esmeralda so Alacranes: Macas: Riobamba; Loxa: Hibaro: Chimbo: Ambato.
XI. Audiencia de Chile-Principales Gobiernos y Correximientos. Concep- ción: Valdivia: Valparaíso: Chiloe: o Islas Malvinas: Isla de Juan Fernández: Colchagua: Aconcagua: Copiapó; Cuyo (después Buenos Aires,: Coquimbo: Chillan: Melipilla: Guillota.
(Organización de las antiguas provincias españolas en AMÉRiCA-Archivo de Indias-Copia existente en la Academia Nacional de la Historia de Venezuela: Manuscrito de Orígenes Venezolanos, Tom. III. N° 1 15, sin fecha).
(1) En el famoso tratado o discurso leído ante la Real Academia de Ciencias exactas, física'; y naturales, po; el Exmo s=ñor don Acisclo Fer- nández Vallin, sobre la Cultura Científica de España en el siglo xvi. fol. 294, se dice de Caracas que fue "fundada esta Ciudad en mil quinientos sesenta y siete y creadas por entonces muchas escuelas": y en el 'fol. 292 dice : que las Leyes de Indias establecieron esta igualdad absoluta desde los primeros años de la conquista, para la educación de españoles e indios. .. .
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La riqueza privada y ! riqueza pública, junto con la paz casi de trescientos años (J00) crecía de día en día, con sólidos fundamentos; aumentándose el bien general.
en los colegios españoles de ambas Américas. A este propósito hemos de recordar al lector que la Madre Patria — España ha fundado diez y seis Uni- versidades en América, nueve en Italia, dos en Holanda y una en Filipi- nas. En la península eran tan nutridas las Universidades que solo la de Al- calá de Henares, levantada por un fraile, tenía más de seis mil alumnos y la de Salamanca siete mil. No sabemos que en la actualidad haya en el mundo entero algún solo centro de enseñanza que frecuenten sus aulas siete mil alumnos. Véase-V&llm lugar citado.
Es curioso saber que "en Cabildo celebrado en Santiago de León, de Caracas, a seis de julio del año mil quinientos noventa y uno presentó una petición Luis de Cárdenas Saavedra, por la cual se obligó a enseñar a leer y escribir a los niños de esta ciudad, haciéndosele algún partido con que poder mantenerse, y enseñando de balde a los muchachos huérfanos de padre y madre ; y en su vista decretaron que por cuanto esta ciudad no tiene propios con que suplir su costo se sometió al Alcalde ordinario Alonzo Díaz Moreno y a Lorenzo Martínez, Regidor, para que pidan entre los vecinos hasta la cantidad de cincuenta pesos de a ocho reales por un año, para que se le den al dicho Maestro, además del salario que los muchos niños que enseñare le han de dar".
Cabildos celebrados desde el día nueve de septiembre de mil quinientos ochenta y nueve, hasta el diez y siete de dicho mes de septiembre de mil quinientos noventa y tres, fol. 917 y sig. Volum. I.
Más curioso es, si cabe, el siguiente documento, aunque posterior (mil qui- nientos noventa y cuatro) ; pero importantísimo por su claridad e ingenua sencillez ; de tonos tan candidos como de paloma, y tan cautos como llenos de prudencia. Dice así:
"En la Ciudad de Santiago de León, Provincia de Caracas, Indias y Tierra firme del Mar Occeano, a nueve días del mes de Febrero de mil quinientos noventa y cuatro años, se juntaron a hacer Cabildo, según lo han de uso y costumbre, en las Casas Reales que para ello están edifi^ cadas ; para tratar cosas convenientes al servicio del Rey Nuestro Señor y bien de esta República, conviene a saber : el Capitán Sebastián Díaz y Guillermo de Loreto Alcaldes ordinarios ; y Francisco Gómez de Uvierna y Antonio Rodríguez, Alonso Andrea, Nicolás de Peñalosa, y Jerónimo de Ante- quera, Regidores Cada-añeros; y lo que es en este Cabildo se proveyó, por ante mí, Alonso García Pineda, fue lo siguiente :
(Siguen varios asuntos y a continuación dice) :
En este Cabildo pareció Simón de Vazauri, Maestro de Escuela, y pre- sentó la petición siguiente : Simón de Vazauri estante en esta Ciudad de Santiago de León, digo : que habrá diez días, poco mas o menos, que yo puse en esta Ciudad Escuela para enseñar a leer escribir y contar; y por haber poca gente en esta Ciudad, y acudir pocos muchachos a ser ense- ñados, y la mitad de los que acuden ser pobres, y no pueden pagarme, y los enseño por amor de Dios, y por esta razón, yo no me puedo susten- tar, usando dicho oficio' de Maestro, con lo que los muchachos me pagan; y a esta Ciudad se le sigue notable provecho que en ella haya Maestro suficiente para enseñar a leer, escribir y contar, y que atienda a ello con las veras necesarias; si, Vuestras Mercedes, no me hacen merced de se- ñalarme algún salario para ayuda de costa, atento que yo no me puedo sustentar con solo lo que los muchachos me dan, respecto de ser pocos, pretendo a no usar el dicho Oficio. A Vuestras mercedes pido y suplico sean servidos de mandarme señalar salario para ayuda de costa, per cada
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El mismo bienestar común del que disfrutaban ios nietos y descendientes de los conquistadores, pobladores 7 fundadores de pueblos, ciudades y provincias, les dio ánimo para no caer, en momentos críticos, a manos de la gloriosa Francia, que ilusa o ignorante del carácter hispano, pretendió uncir a su carro los pueblos españoles de aquende y allende los mares.
Por eso, el pueblo español de Venezuela determinó fir- mar su Independencia para "no reconocer ni someterse a otra potestad que no fuese la de los genuinos Reyes de Cas- tilla" (1) mientras que los españoles de las península morían al pié de los cañones por librarse, también, de la gloriosa Nación, llamada por unos, el cerebro del mundo, y por otros la Loca de Europa (2); asunto este en el que no nos metemos.
Lo cierto es que el grupo que proclamó la Independen- cia de los pueblos y provincias españolas de Venezuela "fué un grupo esencialmente español" (3), y de las clases más ele-
un año que usaré de dicho Oficio de Maestro ; porque además de hacerme merced a mí, la República recibe notable provecho ; porque de no señalarme ayuda de costa, yo pretendo dejar el dicho Oficio, y no ha de haber en la Ciudad Quien lo haga como yo : y en lo hacer como pido, demás del provecho que se le sigue a la Ciudad, lo recibiré yo en particular merced.
Simón de Vazauri.
Y vista la dicha petición por el dicho Cabildo, Justicia y Coreximiento, dijeron que señalaban y señalaron al dicho Simón de Vazauri, Maestro, veinte pesos de oro f.no, da ayuda de costa por un año, los cuales se le pagarán, no habiendo otra cosa, del Estanco del vino. (Sigue otro asunto)
Y con esto se cerró este Cabildo y lo firmaron de sus nombres.: Se- bastián Díaz : Guillermo de Loreto : Francisco Gómez de Uvierna : Antonio Rodríguez : Alonzo Andrea : Nicolás de Peñalosa y Jerónimo de Antequera,
Cabildos celebrados desde el primero de enero de mil quinientos no- venta y cuatro hasta el diez y nueve de octubre de mil quinientos noventa y seis. Volum. II. fol. 26 al 30 vlts. existentes en la Academia de la Historia.
Los interesados en estos estudios sabrán dispensarnos que no hayamos con- servado la ortografía antigua en obsequio a los menos entendidos en ella.
(1) Dr. Ángel César Rivas, fol. 113.
(2) Temen algunos que la gloriosa nación se la repartan Inglaterra y 'Ale- mania (lo que debería evitarse), y lo peor es que no carece de probabilidad este aserto porque han pretendido sus gobernantes arrojar a Dios del mundo y del gobierno de ¡os hombres, por la desmoralización creciente y por el analfabetis- mo que comenzó a cundir con motivo de la bárbara expulsión de ios más sanos y competentes educadores y la falta de libertad en la enseñanza y casi total ex- clusión de la cultura moral y religiosa, a lo que debe agregarse la persecución jacobina contra la Iglesia y los indefensos frailes y monjas, quienes no tienen' más armas que el rosario y la lengua; añádase, finalmente, el descarado robo a las comunidades católicas y la antipatriótica exclusión del ejército a los mejores caballeros franceses, los militares católicos. (El lector debe saber que la presen- te nota eít iba escrita hace ya casi dos años. Hoy nadie ignora que el Gobierno radical francés se ha visto precisado a utilizar sus servicios).
(3) Véase fol. 121.
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Víidas y aristocráticas inspiradas en las más altas consideracio- nes de raza y de ideales" (1), precisamente "cuando surgiera el peligro de una conquista extranjera" (2) repulsiva al carác- ter español de ambos mundos. (3)
(1) Véase fol. 104.
(2) Véase fol. 119.
(3) El insigne zamorano don Juan Nicasio Gallego, individuo de la Real Academia Española, y don Bernardo López García nos dejaron bien carac- terizado el hervor de aquella época cuando los pueblos españoles de ambos mundos rechazaban a los franceses con la fuerza ; y más todavía con el innato movimiento de execración, que late aun en aquellas páginas de la historia, tan sensible como gloriosa para, todos los hispanos ; para toda la raza española. Dijo el señor López García :
Oigo Patria tu aflicción .... Lloras porque te insultaron. . . , A tí, a quien siempre temieron Porque tu gloria admiraron ; A tí por quien se inclinaron Los pueblos de zona a zona ; A tí.... '
Que libre de extraño yugo No has tenido más verdugo Que el peso de tu corona.
En tu suelo virginal
No arraigan extraños fueros ;
Y cuando en hispana tierra Pasos extraños se oyeron, Hasta las tumbas se abrieron Gritando "Venganza y guerra"
La virgen con patrio ardor Ansiosa salta del lecho ; El niño bebe en el pecho Odio á muerte al invasor ; La madre mata su amor
Y cuando calmado está, Grita al hijo que se va : "Pues que la Patria lo quiere. Lánzate al combate y muere ;• Tu madre te vengará ....
Y van roncas las mujeres Empujando los cañones
Y el vil invasor se aterra
Y al suelo le falta tierra Para ¡cubrir tanta tumba.
Y don Juan Nicasio Gallego exclama
... .¿Quién el sempiterno Clamor con que los ecos importuna
La Madre España
Podrá atajar ?
Después dirigiéndose a Francia pro- rrumpe con esta clásica figura :
Te abrí mis brazos, te cedí mi lecho, Templé tu sed y me llamé tu amigo: ¿Y hora pagar podrás nuestro hospedaje Sincero, franco, sin doblez ni engaño, Con dura muerte y con indigno ultraje?
1 Ay ! sus funestas alas
Por la Opresa Metrópoli tendiendo,
La yerma asolación. .
Allí en padrón cruento De oprobio y mengua que perpetuo dure
La vil traición
Y altar eterno sea
Donde todo español al monstruo jure Rencor de muerte que en sus venas cunda
Y a cien generaciones se difunda.
El mismo autor en otro lugar (Oda a Buenos-Aires) dijo en 1807, con moti- vo de querer apoderarse de aquella re- gión española los ingleses :
Y ora vosotros sucesión valiente De Pizarro y Almagro envilecidos Ante el tirano doblaréis la frente?
I Oh ! nunca sea
Que América infeliz con viles hierros Al carro de su triunfo atar se vea! "Nó jamás se verá ; que en noble saña Siento inflamarse ya los fuertes pechos. De los hijos magnánimos de España. . .
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§ II
El lector quedará gratamente sorprendido si por fortuna llegare a leer el discurso del señor Doctor don Ángel César Rivas, pronunciado en la Academia Nacional de la Historia con motivo de su recepción pública en tan ventajoso Centro, el día seis dejunio de mil novecientos nueve, por el que afianza sólidamente y en gran parte el justo criterio histórico iniciado en Venezuela por don Antonio Ignacio Picón. Véase la obra "El gran pecado de Venezuela" segunda edición hecha en Maracaibo (año de8 mil ochocientos noventa y ocho, Imprenta católica de Felipe Briceño Méndez).
Este justo criterio histórico merece señalarse en obsequio del fundador de Caracas y demás españoles colonizadores, nuestros antepasados.
"Desde que con algún espíritu crítico me dediqué a es- tudiar los sucesos que determinaron la separación de la Capi- tanía General de Venezuela de su antigua Metrópoli, me pareció que sólo como arma de propaganda y de lucha o como medio de alentar a los renuentes, pudo llegarse a afirmar que la obra de libertad realizada por nuestros mayores no obedeció a otro objeto que al de poner fin a un vasallaje inicuo. . . . Más extraño se me presentó la corriente y sonada creencia de que el movimiento emancipador lo hubiera hecho nacer el deseo o la necesidad de vengar a los aborígenes de América". (1)
"Marcadísima ha sido la tendencia a presentar la con- quista y colonización española como una empresa de pillaje, de exterminio y opresión. (2) Notable ha sido igualmente el
(1) Véase fol. 11.
(2) El Doctor Rafael AcevedoPaz Castillo publicó en El Cojo Ilustrado, nú- mero 485, correspondiente al quince de enero de mil novecientos once, un inte- resante estudio relativo al Proceso del Gobernador y Capitán General Guevara y Vasconcellos contra las señoras de Arenilla y de Rivero, que existe en el archivo del Registro Público de Caracas. Dice así el notable crítico: \
Relatar los sucesos que el hallado expediente nos refiere es nuestro objeto primordial; y si algún juicio emitimos acerca de los funcionarios que en su rea- lización intervinieron, habrá de verse cómo nos circunscribimos a los límites de la imparcialidad, tan poco acatada cuando se trata de historiar la época del domi- nio colonial en América, pues, casi siempre, supeditan al razonamiento tenden- cias y prejuicios hostiles, que ya no deben privar y que irán desapareciendo ca- da vez más, a medida que el estudio minucioso y sensato, y el conocimiento de nuestros casi inexplorados archivos, vayan sacando a la luz la realidad.
A tal fin hemos procurado no dejarnos aconsejar por esos sentimientos tenaz- mente anti-coloniales, o, mejor dicho, anti-españoles, que, si fueron explicables en los americanos de las épocas inmediatas a la magna contienda, porque influían en ellos resentimientos personales próximos, originados en las represalias de la
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propósito de atribuir a los anglo-sajones y a los holandeses mayor grado de humanidad, de ciencia y de previsión en sus fundaciones coloniales. Y esa doble corriente que sirvió de ariete a los rivales europeos de España con el fin de precipitar su ruina, fué admitida sin reparo por los ibero-americanos, no solo en los días de la revolución sino aun después de alcanzada la Independencia. (1)
Escasos son, por lo tanto, los que se han dado a desva- necer la secular e inveterada propaganda que con la fuerza de
guerra y en los abusos de fuerza que el hombre de poder difícilmente sabe econo- mizar en tales casos, y porque tampoco habían llegado a disponer de términos de comparación para distinguir, apreciar y juzgar con,, equidad, son esos sentimien-, tos hoy exóticos y tan sólo propios de sectarismos injustos y tercos o de la lige- reza del concepto, inaceptable para la seriedad y la nobleza de la Historia.
(1) En un estudio que se titula Por los fueros de la Historia publi- cado en Horizontes, revista mensual de Ciudad Bolívar, N? 1 14, encontra- mos algunas ideas bien inspiradas. En el orden de los conocimientos histó- ricos es preciso no. confundir los hechos generales con los particulares, como desgraciadamente han hecho memísimos escritores.
Primeramente, a propósito de un libro, hace notar el señor Tavera-Acosta que lá Vieja escuela está plagada de errores y llena de inexactitudes, y afir- ma que ella ha hecho daño al Criterio Histórico de las modernas genera- ciones venezolanas, cuando hace años se han abierto archivos y han apa- recido otros libros que ■ rectifican muchas de las inexactitudes en que sus autores, acaso sin intención, han incurrido ; y asegura que la Vieja Es- cuela en asuntos de Historia anda entre cendales de caprichosa fantasía ( fol. 1.611) y que el pensador o crítico ha de estudiar serenamente la época en que se desarrollaron los sucesos y conocer los personajes a quienes se refiere, sin dejarse imbuir por las páginas basadas en las de las plumas puestas incondicionalmente al servicio del individualismo, con detrimento de la ver- dad histórica, que es el camino que deben trillar siempre los que tienen idea y exacta noción de la verdad y de la justicia ; sin quedarse mirando, como la mujer de Lot, a los viejos narrador-es; sin acordarse como se escribe la Historia en determinados momentos de la historia de los pueblos (fol. 1.612)
Con el criterio de la Vieja Escuela la ignorancia de los hechos es casi completa, debido a nuestros primeros historiógrafos, que no supieron, o no pudieron hacerse cargo de elia (fol. 1617).
Finalmente dice: ya cansan tales dislates de la Vieja Escuela traídos y llevados por los repletos de prejuicios o por los ignaros en asuntos de esta índole ; porque para hacer resaltar las glorias legítimas del excelso Liber- tador, no es necesario amenguar las de los demás (fol, 1.612): Recomienda leer y estudiar los Archivos, que son fuentes más legítimas ; prescindiendo, dice, de ciertos libros deplorables, escritos sin ningún criterio o candor histórico ; con alteración maliciosa de los hechos ; llenos de relumbrones y de falso brillo ; donde nombres, datos, hechos, casi todo es inexacto,
falso e impudentemente cargado de ficciones Lea, termina diciendo,
estudie, y verá, si su clara inteligencia no está empañada por el prejuicio, como fácilmente rectificará tantos errores.
Veinte años atrás quien estas líneas escribe, dice el señor Tavera Acosta, pensaba del mismo modo. . . por ser eso lo que nos enseñan en los bancos es- colares "i (fol. 1.618) Véase el referido estudio del cual entresacamos las
ideas que pudiéramos denominar — madres.
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las cosas prejuzgadas casi nos hizo renegar de nuestro origen, y hasta nos obligó a que contemplásemos en el pasado colonial norte-americano (1) la fuente exclusiva de toda libertad, el ejemplo más elevado de la exaltación del hombre al bienestar, a la dignidad, al honor. Cierto es que entre los españoles (nuestros antepasados y mayores) no escasearon los tempera- mentos brutales, dice eí doctor Rivas, que los siglos medios engendraban; pero también lo es que el indio no fué siempre tan humilde, ni tan manso, como se complacieron en evocado, los primeros muchos de los mismos españoles de corazón ge- neroso y blando.
No habría exageraciones en afirmar que los crímenes de que se acusa a los castellanos son inferiores a los realizados du- rante la misma época por los demás colonizadores europeos.
No ha querido estudiarse, y apenas unos cuantos han pa- rado mientes en ello, que esos mismos Castellanos, en el escaso período de un siglo, exploraron la superficie del continente y que, no obstante su considerable inferioridad numérica,pusieron bajo la soberanía española a los aborígenes . . y que con los útiles del trabajo y de la industria europea importados por ellos los colocaron mediante el auxilio de leyes, de magistrados, de clé- rigos y maestros en ciencias y artes al nivel de las ciudades y pueblos de donde provenían. (2)
Difícil me pareció en verdad que los nietos de los con- quistadores, a cuyo bienestar propendieron las órdenes legales emanadas del Soberano de España, que los sucesivos reto- ños de los hombres que en las Indias implantaron la simiente moral y política traídos de un mundo adelantado en cultura, pudiesen de repente sentirse desposeídos de bienes que les pertenecieron o se sintieran dominados por extrañas y enemi- gas gentes. (3)
(1) Ciento cuatro años antes de haber imprenta en los Estados Unidos, puso (España) en letras de molde muchos Vocabularios y Artes. .(1536) en el Continente Americano — (Cultura científica de España en el Siglo XVI por don Acisclo Fernández Vallin) Madrid, 1293, íol. 293.
(2) Véase fol. 20.
(3) Por curiosidad, no queremos privar a nuestros lectores de la es- trofa, parte de una Oda del Duque de Frías, estrofa que vivirá tanto como viva la lengua de Castilla, dice así : »
Gentes que alzáis incógnita bandera Contra la Madre Patria! En vano el mundo De Colón, de Cortés y de Pizarro
España intenta arrebatar la gloria De haber sido español; jamás ¡as leyes
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Inexplicable era para mí que los poseedores de tierras americanas se hubieran imaginado los vengadores de Guay- caypuro y Paramaconi, los herederos de los indios, pero ni menos explicable, ni menos extraño fué para mí como sin duda lo es a la hora presente para muchos dados a estos estu- dios, que en los tres siglos de obscurantismo y de esclavitud, como de ordinario se califica al ciclo del régimen español, hubiesen nacido los varones ilustres que acometieron la gran- diosa empresa de constituir nuevos Estados" (1), como Mi- randa, (2) Bolívar, (3) Sucre, Madariaga, Andrés Bello, San
Los ritos y costumbres que guardaron Entre oro y plata, y entre aroma y pluma, Los pueblos de Atahualpa y Motezuma
Y que vuestros mismos padres derribaron, Restablecer podréis ; odio, venganza Nos juraréis cual pérfidos hermanos,
Y ya del indio esclavos o señores, Españoles seréis, no americanos,
Mas ahora y siempre el argonauta psado Que del mar arrostrare los furores, Al arrojar el áncora pesada En las playas antípodas distantes, Verá la cruz del Gol gota plantada
Y escuchará la lengua de Cervantes.
A este propósito debemos de manifestar que no es la más pequeña gloria de la Madre-Patria haber extendido el reinado de la fé por medio desús familias, misioneros y capitanes insignes en los nuevos países descubiertos : el grande orador y famoso católico don Ramón Nocedal, varias veces Diputado y Se- nador del Reino español, lo dejó estampado en uno de sus discursos sobre El pontificado y su poder temporal: "España, dice, fue quien llevó al otro lado de los mares y dilató por todo un mundo nuevo el imperio del Papa sobre las almas ; y tan arraigados dejó allí la fé de Cristo y el amor a su Vicario y todos sus derechos, que después de tantos años y tantos trastornos y tantas catástrofes, todavía la semilla sembrada por España produce cristianos y már- tires como García Moreno ; cuya voz, eco glorioso de la antigua fe española, fue la única voz soberana que resonó sobre el concierto infernal de las naciones apóstatas protestando por el Ecuador con nombre genuinamente español y en la lengua de Cervantes, contra el sacrilego despojo del poder temporal del Papa. (Obras de don Ramón Nocedal. Tom. I. Discursos, fol. 15 y 16. Ed. Madrid. 1907.
(1) Ángel César Rivas, véase Discurso precitado, fol. 12.
(2) Miranda vio quizá con mejor penetración que nadie el porvenir y la evolución de Venezuela; parece, dice, que el momento de nuestra emanci- pación política nos es confiado por la Providencia. EL ÚNICO PELIGRO QUE PREVEO ES LA INTRODUCCIÓN DE LOS PRINCIPIOS FRANCESES QUE ENVENENARÍAN NUESTRA LIBERTAD EN SU CUNA", (citado por el Contra-Almirante don Miguel Lobo. Tom. I. Lib. III. Cap. I. fol. 325 y 326 en la nota — (Resumen de la Historia de Venezuela por Baralt, Tom. I. fol 22 y 23) y nosotros añadimos: Una vez que ese veneno circula es necesario el contra-ve- neno que hace sanables las naciones: Fides Petri.
(3) El General español Morillo, que combatió a Bolívar, nos dejó el siguien-
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Martín, O'Higins, Belgrano, Hidalgo, Morelos etc. todos educados por la madre patria, y otros, como Bolívar, muy cerca de los Reyes españoles.
Además "España había creado en Venezuela las riquezas, sin las cuales hubiera sido ilusorio el esfuerzo de los libertado- res; había amamantado y formado aquella legión de varones ilustres, capitanes, estadistas, diplomáticos, hacendistas, ma- gistrados y escritores que afianzaron el nuevo Estado.
De España recibieron la urdimbre social, y su legislación civil vigente continuó siendo la garantía de los derechos privados, de la famila y del hogar". (4)
Últimamente el lítmo y Rmo señor Arzobispo de Caracas y Venezuela, Doctor don Juan Bautista Castro, ilustre Académico correspondiente de la Real Española, en uno de sus recientes discursos pronunciado en La Victoria, con motivo del centenario de la batalla librada en esta ciudad por el vale- roso guerrero, General en Jefe, José Félix Rivas, quien hizo voto de celebrar todos los años la fiesta de la Inmaculada Con- cepción si conseguía el triunfo, señala otra causa, Ja que gus- tosamente damos a conocer por su autorizada palabra y salu- dables enseñanzas:
Hay que reconocer, dice, que Dios se propuso en aquellos acontecimientos infligir, primero, a nuestra madre España castigo merecido porque había empezado a serle infiel, destro- zando su unidad católica, y abriendo ancha puerta a las nega- ciones sacrilegas de la herejía. Desde entonces, aquel imperio
te retrato del Héroe".
"Nada es comparable a la incansable actividad de este Caudillo. Su arrojo y su talento son sus títulos para mantenerse a la cabeza de la revolución y de la guerra ; pero es cierto que tiene de su noble estirpe española y de su educación también española rasgos y cualidades que le hacen muy superior a cuanto le rodea''.
Bolívar murió a los cuarenta y siete años de edad el día diez y siete de diciembre de mil ochocientos treinta, después de haber sacrificado a la Revo- lución, (dice La Quotidienne de París, 21 de febrero de 1831) un patrimo- nio considerable . España, la Madre-Patria acaba de honrarle como a uno de sus más ínclitos guerreros del Mundo Español levantándole una estatua en la capital del Señorío de Vizcaya, nativo solar de sus mayores. El hermoso paseo del Arenal, en Bilbao (España), ostentará la simpática figura de uno de los más fuertes ejemplares de la Raza Española, dejando a la posteridad -en Simón Bolívar-un ejemplo de constancia y actividad casi increíbles. España cumple y llena con esta acción generosa el orgullo de Madre ante la fuer- za de sus hijos, nuevos Cides que consolidan la raza ibera, la raza española en ambos Mundos.
(4) Véase Ángel César Rivas fol. 12.
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que jamás vieron los tiempos, donde no se ponía el sol, em- pezó a desmoronarse en la misma proporción en que progre- saban las infidelidades y traiciones de aquella hija. tan amada, España, que no debió sus inauditas grandezas sino a Jesucristo, cuya fe y amor fueron su fuerza y escudo. Por esto se deshi- cieron sus inmensos dominios. . . .
Por esto el grito de independencia se propagó, como el rayo, por todos los ámbitos de la América".
§ III
Otra razón final se nos ofrece y es el innato regionalismo de la raza. Todos eran uno.
Los españoles-americanos muy linajudos y bizarros: y los españoles-peninsulares no menos arrogantes. La dife- rencia, si alguna había, estaba en que los hijos de españo- les-americanos eran más generosos, o malgastaban a menudo sus caudales, confirmándose el dicho común: "español rico nieto pobre' '; dando, los más, al traste (y en poco tiempo) con las grandes fortunas que les habían legado sus mayores; en cambio, los españoles-peninsulares recién llegados, a fuerza de economía y laboriosidad, y no acostumbrados al derroche, aumentaban prodigiosamente sus riquezas, y, lo mismo que hoy sucede en Cuba y aun en el Norte, por su trabajo y honradez, llegaban a competir, relativamente pronto, con los más ilustres, nacidos en estas regiones, entre los cuales muchos no acertaban a comprender cómo habiendo llegado aquellos tan pobres, y siendo de más baja estirpe pudieran gozarían pronto del respeto y consideraciones generales; pero los nietos de estos volvían a la generosidad ya dicha.
Por otra parte, las familias españolas en América, hacien- do justicia a la virtud, constancia en el trabajo y economía de algunos peninsulares se honraban con su amistad y a veces la preferían ala de los elegantes y más linajudos; lo que, natu- ralmente, podría irritar y excitaba al nativo pundonor de los españoles-americanos, que se sentían postergados, siendo ellos tanto, o más bien nacidos, y cuando menos lo mismo que los que llegaban de nuevo. Era la lucha por la vida en lo que tiene de mas prosaico.
Don Jorje Juan y Ulloa, en su interesantísima obra noticias SECRETAS-dice: "Las parcialidades y bandos entre europeos y criollos que se notan en todo, proceden de la de-
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masiada presunción y vanidad de estos últimos, y del mise- rable estado en que comunmente llegan los europeos. Como, a pesar de esto, con la ayuda de amigos y parientes y a costa de su trabajo y aplicación se ponen presto en estado de ca- sarse con las señoras más encopetadas, los criollos que se suponen de las mejores familias de España, murmuran y estas murmuraciones dan lugar a que se saque a íelucir el verdadero origen de los murmuradores".
Generalmente, dice Baralt, los peninsulares catalanes y vizcainos eran exactos en sus pagos, fieles en sus promesas, modelos de honradez y de severas costumbres. Tan sobresa- lientes cualidades, y el ser más industriosos, sobrios y econó- micos que los americanos, fácilmente les ganaban el afecto. . , . Hecho indudable es este, que refieren los viajeros que en diversas épocas han visitado la América, que las tradiciones demuestran y que hoy mismo hacen patente las costumbres. (Véase Baralt, Historia antigua de Venezuela. Edición del año 1841, fol. 304).
Nosotros con la distancia del tiempo podemos apreciar debidamente que aquellas distinciones de parte de la comuni- dad estaban vinculadas en la constancia, en el amor al trabajo y en la honradez inteligente que llevaba a la riqueza y al bienestar al recién llegado; pero muchos no veían sino el adelanto de aquel que venía, tal vez haraposo y hambriento, o con escaso caudal, y que después de algunos años, por su incansable labor y grandes economías, lograba introducirse con decoro en la sociedad y hasta ser muchas veces preferido en los enlaces (1) con la ventaja inmensa para el país deque se establecían de fijo y consolidaban la raza y la familia espa- ñola en América.
Prácticamente lo mismo sucede en todas partes y lo hemos visto recientemente en Cuba adonde llegan los jóvenes y familias muy pobres y algunos después de varios años de trabajo y de constante economía, logran una buena posición en la sociedad, sin desdeñarse las familias más ilustres de ofrecerles toda su consideración y respeto; concuerda con lo que allí se decía sotto vocee por las mismas familias de la alta sociedad, y es que: "la guerra la ganaron ellos y la perdieron
(1) Véase Coroleu, don Josa) América, Historia de su Colonización, Do- minación e Independencia; Tom. II. Cap. XXXI. fol. 174. Edición de Barcelona. A. 1895.
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ellas" lo que no deja de enseñarnos un poco de filosofía! ¡ Tanta es la fuerza que en todas partes se da a la actividad, a la constancia, a la virtud, inteligencia, trabajo y economía, sobre todo, por la mitad de la humanidad que, por su condi- ciónde madres, llevan más de la mitad del peso del mundo!
Júntese a esto los muchos abusos que sin duda cometieron los gobernantes de entonces, que no eran santos ni buenos, pocos lo han sido, y se comprenderá que entre unos y otros, entre españoles-americanos y españoles-peninsulares tenía que venir una grande división regional, como llegó, y de una manera violenta, para mal y para bien ("?") de unos y otros.
Aun en la misma península los españoles, entre unas re- giones con otras, no saben sustraerse a esa clase de luchas, aunque sin olvidar por ello el amor al conjunto y dispuestos siempre todos a borrar las diferencias regionales ante el pe- ligro de la unidad amenazada.
El señor Doctor Francisco González Guiñan en su obra -Historia Contemporánea-hace notar que al instalarse el Con- greso del diez y nueve de abril de mil ochocientos diez "procedió animado de un irresistible sentimiento regional" y es notorio que el referido Congreso se inició y terminó bajo la autoridad de la Monarquía Española representada ■en Fernando VII.
"El regionalismo, dice el mismo autor, es la base del patriotismo, es amor filial, es cariño entrañable a la. tierra en que se nace, al primer horizonte que contemplaron nuestras miradas, al templo donde fuimos bañados con las aguas bau- tismales, a la luz primera que vieron nuestros ojos" (Ibid. fol. 21).
Y uno de los más grandes regionalistas de la raza lo hizo notar, muy gráficamente, cuando dijo: que a los españoles- americanos había que meterles la libertad a tiros (Simón Bo- lívar). Tan unitaria es la fuerza de la raza. La libertad, según opinamos, era tomada en el sentido de separación, por el grande héroe (1).
(1) Es una verdad incontrovertible que en el corazón de la generalidad de los venezolanos estaba profundamente arraigado el amor a la española tierra y para comprobar esta aserción basta solamente recordar la espantosa lucha efl que por más de doce años se extremaron los defensores del Rey y los de la patria de Guaycaypuro, en horribles hecatombes, en valor y heroísmo, en lealtad y en crueldades, virtudes e infamias. . . .sin que ninguno quedara a deber nada al otro. (A través de la Historia, por Tavera Acosta, fol. 179. Tom. I).
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Finalmente, vernos que cada una de las regiones españo- las de América formaron para sí una Constitución, lo mismo que cada una de las Regiones de la Península formaron un fuero a su gusto: Constituciones, Fueros y Libertades muy propias de españoles doquiera se encuentren; más no por esto se ha de creer que ha muerto el amor al Conjunto-español en ambos mundos; antes al contrario, vemos que los dolores y triunfos de unos españoles son dolores y triunfos de los otros, en cualquiera región que habiten, y sabemos que, cuando la necesidad extrema les obligue, no habrá linderos ni se acorda- rán de diferencias regionales ni de Constituciones ni de Fueros ni de Libertades ante el peligro común, puesto que la lengua, la religión y las sanas costumbres se conservan ínte- gras, puras y piadosas, y sin desdoro alguno tendiendo a me- jorarse los ordinarios defectos; además, como dice la Acade- mia, el habla de la raza es agente eficacísimo de su gloria, prenda de su independencia y signo de su carácter.
Por esto : ' 'si un día el furor de las pasiones dio origen al de- nuesto y a la recriminación, tales sentimientos no deben ser el crite- rio del historiador, ( 1 ) ni estaría bien que albergasen a la hora
(1) Un publicista de la patria de Olmedo aboga porque sean suprimidas, de los himnos americanos las palabras deprimentes para España.
Es noble el propósito del escritor ecuatoriano, dice el señor Manuel Eufrasio Beroes, y merece el apoyo de los pueblos de origen español y el aplauso de to- dos sus pensadores
En toda la efervescencia de la homérica lucha Bolívar y Morillo se abra- zan, y a nosotros toca prolongar ese abrazo a través de la distancia y de los lustros.
España es nuestra madre, y merecedora, como tal, de todo nuestro afecto y gratitud. Ella nos sustrajo del fondo de los mares y tuvo a orgullo mostrar engarzadas a su corona, la más resplandeciente que han contemplado los siglos, un enjambre de perlas desconocidas; ella puso sobre la virginidad de nuestras playas el símbolo de la Cruz, ese leño que vio romperse el Olimpo y caer sobre la tierra espantada, hechos fragmentos, los dioses del paganismo; ella, en fin, nos dio la sonoridad de su hermosa lengua.
España, la de todo Hispano-Americano, debe ser la que pone en manos de Colón, (terciario franciscano) , las joyas de Isabel (otra terciaría de la Orden franciscana) y lo manda a completar el mundo; laque hace subir a Vasco Nú- ñez de Balboa sobre las cimas de Los Andes para descubrir el Pacífico; que Cortés conquiste el Imperio de Motezuma: que Jiménez de Quesada, el futuro gran solitario de Mariquita, baje las aguas del Magdalena y plante el lábaro de Cristo sobre los valles de la ciudad de los Zippas; que las brisas del Coquivacoa hinchen las velas délas naves de Ojeda; que el aliento dt fuego del Chimborazo se condense en ondas enrojecidas para saludar el estandarte de Pizarro.
Si; España, la de todos los que sintamos latir dentro de las paredes del pe- cho el alma fuerte y noble de la raza, debe ser la que envía a Francisco de Mi- randa, Teniente de Cadetes (españoles) a hacer sus primeros disparos por la li-
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presente en nuestros corazones" (1). Los extranjeros han explotado habilísimamente esas mismas pasiones; tanto para su bien y provecho común y particular como para mal y da- ño nuestro, particular y común de la raza, de Venezuela y de España; tanto en contra de la misma madre patria, como en contra de las mismas hijas; pero el criterio se ha impuesto, fecundo en resultados prácticos, ante la razón y el conocimien- to de la historia, que, si lo es, ha de ser verdadera.
Acontece en las naciones como en las familias que al sen- tirse la prole con ánimo para formar hogar, la inexperta joven, por ejemplo, llega a resentirse con la madre cuando ésta le advierte las grandes dificultades de la vida; y más tarde al sentirlas, comprende, por sí misma la grande alarma de la ma- dre; volviendo a la progenitura de sus días llena de ternura y de esperanzas.
A este propósito hemos de recordar al lector que en carta fechada en Cartagena (Colombia) el. día veinticinco de septiem- bre de mil ochocientos treinta, el Libertador Simón Bolívar,
bertad, la que lucgo presta al mismo Ilustre Iniciador los colores de su bandera para forjar el iris que como una gran flor de gloria recibió en su broche el pol- vo de todos los llanos y la escarcha de todos los páramos.
España, la que reconoce la Independencia (de sus Provincias),, acata sus- representantes, y como antes se enorgulleció de las perlas engarzadas en su corona, se gloría ahora de mostrar al mundo sus hijas ya crecidas y exornadas con la vestidura de la República.
Esa debe ser nuestra España, ia que enaltece a Bello, a S rmiento, a Ca- ro, a Baralt, a Garcia de Quevedo y a Rufino José Cuervo; la que abre a nues- tros pensadores las puertas de sus Academias y Ateneos; la que manda ... a traernos mensajes de simpatía mental; laque celebra y pregona nuestros progre- sos en todas las esferas; España, en fin, que ve en nosotros a sus hijos, y nos tiende la mano y nos llama a la solidaridad, preciosa tabla de salvación en esta época en que se discuten graves problemas de predominios de pueblos y hege- monías de razas. — (Véase El Tiempo, NQ 3.973, Caracas).
Y el Ilustrísimo señor Arzobispo de Caracas, Doctor Juan Bautista Castro, terminó su brillante discurso pronunciado en la santa iglesia metropolitana, ante los lltmos Obispos de Venezuela, del señor Presidente, de la República y Emba- jadores y Representa rites de las naciones amigas, el primero de julio de mil no- vecientos once en la fiesta del primer centenario de la independencia, con estas palabras:
Y ahora, señores, un saludo entusiasta para España, para nuestra madre Patria, que nos abrió la send< de la civilización cristiana, que disipó las tinieblas del paganismo y de la barbarie en nuestra América y nos preparó para que fué- semos una nación culta y digna: que les vínculos que a ella nos unen se estre- chen siempre más y más y hagan de la América española pueblos fuertes, uni- dos por los vínculos de la sangre, de la fe y del patriotismo. Otra vez. señores, nuestro aplauso mas entusiasta y sincero para España.
(1) Ángel César Rivas. (Véase folio 123; .
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dice ad litteram : nunca he visto con buen ojo las insurrec- ciones, Y ÚLTIMAMENTE HE DEPLORADO HASTA LA QUE HEMOS HECHO CONTRA LOS ESPAÑOLES
Estas palabras en boca de SIMÓN BOLÍVAR son el pleito-homenaje más grande y más noble que pudo rendir el Libertador a la madre patria; pues significan la veneración, respeto, sumisión, afecto y consideración a España ante la cual rinde generosamente la espada como Juez y Actor de Justicia. Bolívar fué también grande en los últimos momentos. (1) (Véase la "Gaceta1 de los Museos Nacionales de Venezuela", Tomo I. fol. 305, año 1913) Id. Tora. II. N? 4.576 fol. 131.
(i) Bolívar murió cristianamente y recibió la bendición papal de manos del Ilustrísimo señor Doctor José María Esteves, Obispo de Santa Marta, junto con los santos sacramentes de Penitencia, Viático y Extremaunción y fué uno de los más sagaces gobernantes que conocieron a fondo lo funesto y pernicioso de la secta secreta, como institución hebrea o judía, para el bienestar délos pueblos cristianos: suya es la célebre frase: ¡a la sombra del misterio no traba- ja sino el crimen!. Es famoso el Decreto que promulgó contra ia referida secta el grande hombre. Dice así:
SIMÓN BOLÍVAR,
LIBERTADOR PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA ETC.
Habiendo acreditado la experiencia, tanto en Colombia como en otras na- ciones, que las sociedades secretas sirven especialmente para Dreparar los tras- tornos políticos, turbando la tranquilidad pública y el orden establecido: que ocul- tando ellas todas sus operaciones con el velo del misterio hacen presumir funda- damente que no son buenas ni útiles a la sociedad, y por lo mismo excitan sos- pechas y alarman a todos aquellos que ignoran los objetes de que se ocupan, oído el dictamen del Consejo de Ministros:
Decreto :
Art. Io Se prohiben en Colombia (hoy Colombia, Venezuela y Ecuador, o la Gran Colombia) todas las sociedades o confraternidades secretas, sea cual fuere la denominación de cada una.
Art. 29 Los Gobernadores de las Provincias, por sí o por medio de los Je- fes de Policía de los Cantones, disolverán e impedirán las reuniones de las so- ciedades secretas, averiguando cuidadosamente si existen algunas en sus res- pectivas Provincias.
Art. 3? Cualquiera que diere o arrendare su casa o local para una socie- dad secreta incurrirá en la multa de doscientos pesos, ycadaunode los que concurrieren, en las de cien pesos por la primera y segunda vez, por la tercera y demás será doble la multa: los que no pudieren satisfacer la multa sufrirán por la primera y segunda vez dos meses de prisión, y por la tercera y demás será doble la pena. >
§ 1? Los Gobernadores o Jefes de Policía aplicarán ia pena a los contra- ventores haciéndolo breve y sumariamente sin que ninguno pueda alegar fuero en contrario.
§ 2? Las multas se destinan para gastos de Policía, bajo la direc;ión de los Gobernadores de las Provincias.
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• De hecho lejos de romperse el vínculo que une a los pue- blos españoles de América con los pueblos españoles de Ibe- ria, cada día es más grande el amor y el afecto que las hijas profesan a España, la Madre Patria, y se miran siempre con cariñoso orgullo de Madre y de Hijas.
En los momentos de angustia vuelven a ella sus ojos y en las horas de gloria y de triunfo los muestran, también, alegres y gozosos a la fecunda Madre; corriendo parejas los temores y las justas esperanzas de España y de las naciones españolas; juzgando con seguro criterio, interno y externo, que quien les dio lo que tienen, les dará lo que les falta; por los mismos ideales propios de la raza (grandes y santos).
Aquí desearíamos terminar; pero necesitamos men- cionar la grandeza de España por aquellos tiempos en capí- tulo aparte, para mejor inteligencia de cuanto dejamos escri- to y, también, para mayor conocimiento y honra de la raza es- pañola que ocupa ¡a mayor parte del mundo de Colón.
El Ministro Secretario de Estado del Despacho de Interior queda encargado de la ejecución de este Decreto.
Dado en Bogotá, a ocho de noviembre de mil ochocientos veintiocho.
SIMÓN BOLÍVAR.
El Ministro Secretario de Estado del Despacho del Interior,
J. Manuel Restrepo.
(Memorias del General O'Leary, Tomo XXVI, N? 660,— Del Archivo, folio 422 y No 690, fol. 537).
Nota. — Este Decreto es distinto y complemento de otro dado por el Libertador Simón Bolívar el veinte y cuatro de noviembre de mil ochocientos veinte y seis y se encuentra en las Memorias del mismo General O'Leary, Tomo 24, folio 525 (NQ del Archivo 83).
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CAPITULO XXXIIÍ
En donde se hace mención de la grandeza de España, la Madre-Patria, y se corrobora So expuesto sobre las Pro- vincias españolas del Nuevo Mundo, con lo dicho por el limo, y Rmo. señor Arzobispo de Ancud (Chile) en el acto de presentar las banderas de fas naciones españo- las de América a la Santísima Virgen del Pilar de Za- ragoza.
§ I
Después de haber recorrido, con verdadera fruición y mayor complacencia, los tiempos de la conquista y primitiva colonización de Venezuela, y vista Ja rápida formación de las Provincias españolas en América, y también algo de su des- envolvimiento y cambio -no de gente- sino de Gobierno, reco- nocido legalmente por la Madre Patria, debemos dejar asenta- do que no en vano se sacrificó España- nunca nos cansaremos de repetir su nombre- por formar y dar vida a sus numerosas Provincias, consumiéndose por alimentarlas, al igual que la madre se deja extraer amorosamente, el jugo dulce y sabroso de su augusto pecho, mientras acaricia al mismo que la con- sume y, con el tiempo, es posible la dé más de un disgusto; sobre todo, al separarse de su regazo violentamente, para formar nuevo hogar y subir al rango de "Naciones" . .
Si honor es de los hijos la honra de sus padres, y es honor de aquellos mirar por el bienestar de éstos, y tanto, cuanto en más grandes necesidades se encuentren, no olvidan las naciones españolas que España, la Madre- Patria, al esta- blecer v fomentar sus colonias, capacitándolas para el Gobier- no propio, "era la primera Potencia marítima de Europa (I) ;
(1) La grandeza mercantil e industrial de España, aun durante la Edad Media era reconocida en toda Europa, siendo nuestra nación arbitra del comercio que compartía con Pisa y Genova, y poseyendo Barcelona una marina que ya en el siglo IX le permitía armar escuadras de guerra. A'lí se dictó en el siglo XIII un acta de navegación y se formaron más tarde las primeras ordenanzas mercantiles y marítimas y ya dentro del siglo XVI florecía la agricultura con los riegos de Valencia, de Murcia y de Granada; y era tal el desarrollo de la industria, que sólo Sevilla llegó a contar más de diez y seis mil telares de tejidos de seda, Segovia daba ocupación a treinta y cuatro mil operarios, empleando cada año más de cuatro millones y medio de 'libras de lana ; Cuenca abastecía de bayetas al Oriente ; Cor-
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que dedicó sus esfuerzos a una grande obra de la cual podía muy bien dispensarse y lo que muchos no han comprendido siquiera": no olvidan las naciones españolas que hubo un tiempo en el que ocupaban el territorio de la Península Ibérica "cerca de Cuarenta millones de subditos" (2) y que por la formación de ellas vino a quedar en Siete millones de habi- tantes. ¿No podrá decirse que los treinta y tres millones res- tantes extendieron y prolongaron la nación española por todo el Nuevo Mundo descubierto?, y tampoco olvidan "que la san- gre de sus hijos se ha derramado durante un combate de ocho siglos contra los enemigos del nombre cristiano y de la civiiit zación europea". (3).
No olvidan las naciones "Hijas de España", principal- mente Venezuela, que deben sus hermosas ciudades e impor- tantes poblaciones a los hidalgos fundadores, cuyos apellidos y sangre y continuación de familias conservan con honor y nobleza, junto con la religión, la lengua y las buenas costum- bres españolas formando parte de la grande, numerosa y no- bilísima familia hispana.
Un sabio alemán hace notar que "España se encontraba en una situación social y económica admirable y que veía brillar su Edad de Oro en la política, en la táctica militar, en el arte y en la literatura. En aquella época, añade, el español era la lengua de todas las personas instruidas, la lengua de la Corte y de los Diplomáticos. (4)
doba era célebre por sus cueros, Ocaña por sus guantes, Toledo por sus armas, Valiadolid por sus obr?s de platería, y muchas otras poblaciones por sus vidriados y mil diversas industrias. Acudían los mercaderes de las más lejanas regiones de Europa a las ferias de Burgos y de Medina del Campo, donde en mil quinientos sesenta y tres ascendió la circulación de letras, metálico y lingotes a más de dos mil quinientos millones de reales ; con- tando entonces la marina mercante con más de mi! quinientos buques de cabotaje y otros mil de navegación de altura, cifra verdaderamente extraordi- naria para aquella época y que permitió a Felipe II organizar en brevísimo plazo su famosa armada contra la Gran Bretaña. (Don Acisclo Fernández Vallin Fol. 162).
(2) Glorias españolas, por Carlos Mendoza, Tom. III. fol. 531. Edic. de Barcelona.
(3) Id. Id.
(4) El autor del Diálogo de las lenguas, escrito por los años de mil qui- nientos cuarenta, dice que en Italia se hizo tan de moda nuestra lengua que asi entre damas como caballeros pasaba por gentileza y galanía saber hablar castellano" — -Y el Gobierno de Francia concedía en mil quinientos cincuenta y cinco a Eartolomé Gravie el privilegio de imprimir un ''Arte para enseñar la lengua española", probándose la necesidad que generalmente se advertía de aprender la lengua de Castilla, por ser la más común y la más extendida por Europa, puesto que en español se habla ¡o mismo en las mar-
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España, agrega, imponía la moda en los trajes, la etiqueta y la literatura; un viaje a España parecía casi indispensable para terminar la educación del que aspiraba al título de hombre distinguido. En aquellos tiempos, llamados dz obscu- rantismo, el entusiasmo por la bella literatura era tan grande en España, que las universidades españolas se vieron en la ne- cesidad de publicar un edicto, prescribiendo a los estudiantes que no pasasen más de cinco años en el estudio de la Filosofía y de la Poesía, y que se aplicasen después a los estudios que les permitiesen ganarse la vida ( 1 ) . . ¡ Cuántos profesores de nuestras Universidades harían hoy la señal de la cruz si pudie- sen comprobar solamente la quinta parte de este entusiasmo en su' auditorio ! (2) Asi se expresa este sabio alemán.
El lector verá con gusto los siguientes pormenores acerca de la grandeza española: "Su marina con su ejército era la mayor del mundo dotada con excelentes Almirantes, Pilotos, y Marineros: contaba con más de doscientos buques de gue- rra, sesenta y seis de línea y cincuenta y ocho Fragatas, cien Vergantines, más de mil quinientos Buques de Cabotaje y otros mil de navegación de altura, etc . . . . Más de ochenta y tres mil Oficiales con despacho del Rey o de sus Virreyes y más de trescientos sesenta mil con autorización de los Ministros de España; su ejército era el más formidable y el más bien ordenado de la tierra: en una simple revista de tropas hecha en las Llanuras Castellanas se reunieron cuarenta mil caballos y ciento treinta y cinco mil infantes sin contar los tercios fa- mosos y más de setenta mil carros de provisiones que ocu- paban a más de ciento veinte mil caballerías, sin contar las de a lomo; todo esto da un idea de España en aquel tiempo en el que desahogadamente podía disponer, en cualquier circunstancia, de ciento veinte mil caballos briosos, cuatro- cientos mil infantes y doscientos mil carros con sus tiros y equi- pos correspondientes.
Además de ésto, en una fábrica sola de tejidos, situada en Segovia, treinta y cuatro mil obreros se empleaban, sin
genes del Tiber que en las del Sena y el Danubio ; la misma en las alegres calles de Ñapóles y de Milán, que en las brumosas de Bruselas, Brujas y Gante" — (Cultura científica de España en el Siglo XVI por don Acisclo Fer- nandez Vallín, fol. 157.
(1) Alvarez Gómez, De Rebus gestis Franc. Ximen, I-Hispan, illustr. Francof— 1603, 1606). citado por Weiss. O. P.
(2) Albert. M. Weiss, Apología de cristianismo (VI) Part. III. Tom. II. fol. 174. Edic de Barcelona, 1906).
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cesar, en primorosas labores; tan solo Sevilla, reina ele! Gua- dalquivir, contaba más de diez y seis mil telares de seda; mil diversas industrias engrandecían a la Nación y en cada feria celebrada en Medina sabemos que se giraron en letras de cam- bio etc., mas de dos mil quinientos millones de reales.
Aun más, para la beneficencia tenía España cuatrocientos mil hospitales; trescientos mil hospicios para viajeros y peregrinos; veinte mil asociaciones para socorrer al desva- lido y doscientas cincuenta mil congregaciones para la en- señanza; cuarenta y seis mil conventos de varones ;y trescien- tos mil quinientos de mujeres; seiscientos noventa obispa- dos; sesenta arzobispados; once mil cuatrocientas abadías; nueve mil doscientas treinta catedrales y colegiatas y ciento veintinueve mil parroquias, sin contarlos anexos. . . .y, final- mente, nueve mi! escritores públicos; ochocientos de Juris- prudencia tan solo; cuatrocientos de Medicina y ciencias accesorias y una pléyade de poetas" : consiguiendo todo esto la Madre-Patria en el mayor apogeo de su catolicismo y fervor religioso. ¡Tan cierto es que la religión todo lo ilustra, todo lo purifica y todo lo ilumina y engrandece!
Durante ese periodo de ^grandeza, la Madre-Patria, España, no consideraba la América sino como la continuación y prolongación de sí misma y de su Gobierno basado en fas admirables Leyes de Indias, superiores a toda otra legislación civil, y llegó a conservar la paz pública por espacio de trescientos años, logrando preparar, en ese mismo periodo, al Nuevo Mundo de Colón para gobernarse, defenderse, aumentarse y vivir lleno de Paz, de Fé, de Riqueza y de Progreso.
Si las Provincias españolas de América no han acertado, dolorosamente, a conservarse en paz, no ha sido por la falta que antes tuvieron de ella, sino por haberse olvidado del cami- no de la paz, que es el Temor de Dios, a quien los ignoran- tes han pretendido negar su dominio perpetuo en el gobierno de los pueblos y en el destino temporal y eterno del hombre; por haber abandonado el espíritu que informa las Leyes de Origen y por haber dado oídos, neciamente, a la corruptora de naciones y pueblos, cuyo nombre, llenos de amargura, no queremos ni mentar; pues nos duelen tantas lágrimas y sangre española derramada, todavía hoy — mil novecientos trece — en las Provincias españolas de América después del cambio de gobierno político, reconocido por la Madre-Patria:
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cambio de Gobierno, repetimos, y no de sangre ni de familias ni de ciudades ni de gentes ni de pueblos. . . .
¡ Ojalá, que volviendo de lleno hacia el origen, fecundo en todo genero de iniciativas y de grandezas, y desechados los serviles plagios de leyes infecundas para la raza española, para el pueblo español de ambos mundos, podamos gozar de la paz que tiene su propio asiento y cimiento en el Evan- gelio de Nuestro Señor Jesucristo, cuya voz legítima se oye por medio de la Santa Madre Iglesia, a cuyos pechos se ali- mentó siempre la hidalga raza ibera, la hidalga raza española, elevándose a la mayor grandeza que jamás pueblo alguno poseyó sobre la tierra.
Mr. Roosevelt, cuya historia tal vez pueda declararle el mayor enemigo de nuestra raza, en reciente discurso ha pro- clamado la grandeza de España amaestrada por la iglesia Católica, Apostólica, Romana, y el carácter de los españoles católicos ante los mismos reformistas o protestantes.
"Yo no comprendo ninguna institución humana sin re- ligión; yo entiendo, dice, por religión la Católica; no sólo reconozco que la Religión Católica Romana es la directa intér- prete de las enseñanzas del Redentor, que a ella debemos la im- plantación de aquella gran luz en la llamada Roma de los Cé- sares, dueña del mundo, como ahora lo es del mundo de las almas creyentes, sino que esa Iglesia por su disciplina, por su penetración en el palacio y en la choza, por su continua propa- ganda espiritual y personal, nunca deja a sus fieles expuestos a dudas fundamentales, ni deja una hendidura en la red mística, por donde podamos escaparnos los sofistas vacilantes, para, contra la sentencia de Jesucristo, adorar falsos dioses, sostener doctrinas sociales equivocadas, ni divorciarse, ni materializarse, ni aún alucinarse con el excesivo amor a la ciencia". •
"Yo digo esto, añade, y me fijo sólo en la Iglesia Ca- tólica, no sólo por su universalidad o catolicidad, sino preci- samente, porque entre los muchos que me oyen, muy pocos son católicos y todos estáis acostumbrados a oir la calumnia. Y para que veáis lo que es esa Iglesia en sus ministros, os citaré unas muestras de lo que eran en cuestión de ciencia aquellos frailes tan vilipendiados que intervinieron en Sala- manca en el asunto del descubrimiento de América por Co- lón". "Nosotros, le dijeron los sabios españoles, no discu- timos la factibilidad de llegar a las costas orientales de las In- dia: pero lo que decimos es que, de extenderse el Atlántico
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tanto como usted asegura, ha de existir una tierra interpuesta por Dios entre la meta que busca y la de Europa, pues no nos parece posible que el Atlántico y el otro mar que usted busca sea uno mismo con diferentes nombres".
"Es decir, que los frailes aquellos presintieron la existen- cia de estos continentes que el mismo Colón que descu- brió las islas Occidentales murió sin saber, y que por eso se llaman América en honor de quien resolvió el problema, Amé- rico Vespucio. Y me decís que estoy defendiendo a la Iglesia en el terreno de la ciencia. ¡ Ah ! es que sólo así es posible el ataque aunque inútilmente, pues en lo práctico, sin ocuparme ahora de su obra sin rival en los hogares, yo os narraré un poco de lo que esa iglesia ha hecho en las naciones que la siguen' ' .
"Ella, en España, inspiró aquella espléndida era de los Reyes Católicos, llena de energías intelectuales y morales, más exuberante de vida que los bosques vírgenes de esta América. Ella, la iglesia Católica, creó ese carácter español, superior al espartano, viril, robusto, noble y generoso, grave y altivo y también valiente hasta la temeridad"
"Esa Iglesia Católica dio a los mismos españoles esos sentimientos caballerescos que les hicieron raza potente de héroes, sabios, santos, guerreros, que nos parecen legendarios; de aquellos corazones indomables, de aquellas voluntades de hierro; de aquellos aventureros, nobles y plebeyos, que en pobres barcos de madera corrían a doblar la tierra y a ensan- char los espacios, limitando esféricamente al globo y comple- tando el planeta, abriendo a través del Atlántico nuevos cielos y nuevas tieras, donde los ríos son mares, y el territorio ínte- gro otro mundo, iluminado por astros que soñó Ptolomeo; esa Iglesia Católica, en fin, movió a esa raza española a hacer lo que no ha hecho ni hará ningún otro pueblo: descubrir un mundo y ofrecerlo a Dios que se lo concedió. A Dios como altar y a Dios como trono. ... "Y fué un fraile, Bartolomé de Las Casas, el que inspiró leyes paternales, las Leyes de Indias, para implantar una civilización sin precedente en la historia, muy distinta de otros pueblos conquistadores que matan y esclavizan razas, como han hecho los franceses y los ingleses y nosotros mismos con los indios de Norte America".
"Y por último, cuando os cuenten patrañas de esa tan mal comprendida Inquisición, sabed que jamás se ha probado históricamente que la Iglesia quemase ningún sabio ni artista
de valor. La Iglesia española entregó a sus sacerdotes após- tatas, a los asesinos, astrólogos, brujos y embaucadores al I tribunal seglar que efectuó el castigo según las penas de en- tonces, como quemaron nuestros padres puritanos aquí, en esta misma plaza donde estoy hablando, a sus enemigos".
"Mirad la labor de la Iglesia Católica. Educa gratis a los niños protestantes en sus escuelas, y en ellas pagan los católi- cos, y nosotros les pagamos esa labor cobrándoles por escuelas nacionales que no usan".
Queremos añadir el testimonió del insigne polemista, Excelentísimo señor don Ramón Nocedal, quien dice lo si- guiente :
"En aquel tiempo no había en España masones, ni após- tatas, ni herejes, sino católicos y españoles íntegros, .y Espa- ña era la más grande en todas las cosas sobre todas las nacio- nes, y tanta vida tenía, tan grande era su progreso y tales eran su riqueza y poderío, que en pocos años cubrió el Nuevo Mundo de populosas ciudades, emporios de civi- lización y cultura. Sobre la bandera española se levantaba la cruz de Jesucristo, al amparo de gobernadores probos y leyes admirables, insignes prelados y sacerdotes y misio- neros difundían y conservaban la luz, la paz y las virtudes del Evangelio, y asi vivieron tres siglos bajo el cetro de España, prósperos y florecientes, tranquilos y felices, reinos imperios dilatadísimos. Pero llegaron los días de los Ministros absolutistas y masones. .. .expulsaron de América los misioneros y enviaron a oprimirla y esquimarla gober- nadores enciclopedistas, lobos rapaces y tigres sanguinarios, su sombra penetró y prosperó en América la masonería; y en las logias aprendieron, no los indios, sino los espa- ñoles y los hijos de españoles, a aborrecer y ser traidores a la JMadre- Patria. .. .para acabar de perder a España mien- tras América, se perdía" en fratricida lucha. (La Iglesia y la Masonéría-Querella-fol. 157. Madrid, 1903). I Después de esto creemos que el restablecimiento de la unidad española en los grandes órdenes científico, económico, moral, social y religioso haría a nuestra raza el primer pueblo culto de la tierra; decimos en los grandes órdenes científico, moral, social y religioso y no en la unidad política, porque esta ni conviene a! conjunto hispano, demasiado grande y extendido por el mundo. ,
Confúndanse, en cambio, todas las regiones españolas
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en un lazo familiar, en la verdad histórica, en el trato íntimo,, religioso, científico, moral, social y económico, juntando la. ¡ juventud de las nuevas regiones y sus Gobiernos legítimos, con el noble y siempre nuevo tronco nacional hispano y, por último, establézcase una corriente ordenada y caudalosa; de todas las fuerzas vivas de la raza, que lleve a toda ella el diálogo délos corazones y de las inteligencias y la fecundi- dad de la verdad y del bien en todas sus fases, para honor del pueblo español de ambos mundos y salud del género humano.
Finalmente, creemos que agradará al lector si ve corrobo- rado lo expuesto con lo dicho por uno de los más grandes ora- dores de la raza española-el sabio y virtuoso Obispo de Ancud (Chile) Ilustrísimo señor don Ramón Ángel Jara-con motivo de la recepción solemne de las banderas españolas de Amé- rica en el acto de ser presentadas a la Santísima Virgen deí Pilar el veintinueve de noviembre de mil novecientos ocho.
— En nombre de la Iglesia Hispano-Americana, un grupo de sus Obispos, dice elocuentemente, deseábamos llegar con religioso silencio a la histórica ciudad de Zaragoza para depo- ner ante las aras de la Virgen María del Pilar los sagrados pa- bellones de nuestros queridos diocesanos.
Y he aquí, señores, (Rmos Arzobispos y Obispos espa- ñoles, hermanos nuestros, Excelentísimo señor Capitán Ge- neral, Gobernador Civil etc. ) que nos habéis sorprendido- saliendo al encuentro para honrar las gloriosas banderas def suelo Hispano-Americano, con tal lujo de cortesía y de mag- nificencia, que hoy arranca lágrimas a nuestros ojos y que mañana arrancará un estruendoso aplauso a todas las naciones del mundo de Colón.
Como se agita alborozado el corazón de la madre al ver llegar, después de larga ausencia, los hijos idolatrados al seno del hogar, asi el corazón de España palpita de alegría en estos instantes al ver que después de cuatrocientos años arriban a sus playas aquellas mismas naciones que son sus hijas, porque ella las engendró a la doble vida de la civilización y de la fe. Y como se engalana la casa paterna, en horas de tan justo re- gocijo, asi hoy nos abre las puertas y sus brazos para recibir' las banderas gloriosas de las diez y nueve repúblicas herma- nas. (Hijas de una misma madre-España).
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Para ello ha congregado a sus egregios Pastores y a sus esclarecidos Magistrados ; ha reunido a sus sacerdotes y a su pueblo ; ha formado en columna de honor a sus guerreros ; teje guirnaldas con las preciadas flores de sus hogares; decora «us plazas y sus calles; con potente voz entonan himnos gue- rreros sus bronces militares, y, en medio de estos vítores y aplausos, que, a manera de una tempestad de amor, viene sacudiendo nuestro espíritu. . . . Acabamos de ver que la au- gusta bandera de España, aquella que tenia el sol clavado en sus dominios, ha bajado hoy de su alto solio, siempre Reina |f Soberana, para recibir en su seno el beso de respeto y de cariño con que en estos estandartes le envian sesenta millo- nes de Españoles-Americanos que la reconocen por madre . .
j Que Dios os pague, hidalgos hermanos españoles, este despliegue de nobles sentimientos con que habéis querido sa- ludar nuestros pabellones, antes de suspenderlos en presencia "de la sacra efigie de la Virgen del Pilar! En nombre de mis hermanos en el Episcopado y de toda la América-Española, os doy infinitas gracias; y vuelvo a repetirlas, porque habéis recibido nuestras banderas, como si se tratara de recibir a los mismos Soberanos .... Veníamos a cancelar una deuda con intereses de cuatro siglos, y resulta que nos despedís ahora 'con doblada obligación de cariño y gratitud.
Bien se ve en lo cordial y espontáneo de esta espléndida manifestación, que os habéis dado cuenta de que el Episco- pado de la América española envía con nosotros una ofren- Ida, hija del corazón y de la fe cristiana.
La Iglesia hispano-americana, obligada como nadie a dar ejemplo de armonía y de paz, trae hoy sus banderas enlazadas, como emblemas de una gran familia, a dar público y durade- ro testimonio de su gratitud a la Madre de Dios, que con los dones de la fe le abrió los cielos, y a la Madre España, que • con los tesoros de la civilización redimió de ía barbarie el mundo de Golón. ( 1 )
a) "El Diario de la Marina" de La Habana, con el epígrafe: El áia de la , Raza, habla déla conveniencia de celebrar en todos los pueblos de América y de España, como fiesta nacional, la fecha del descubrimiento del Nuevo Mundo; con gusto nos hacemos voceros de esta idea poniendo a continuación las mis- mas palabras:
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"El Consejo de Secretarios ha acordado tomaren consideración la iniciativa de la Asociación Ibero-Americana de hacer fiesta nacional en todos los pueblos de América y en España el día doce de octubre de cada año, en conmemoración
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A costa de titánicas empresas, rayanas en leyendas de tiempos fabulosos, España consumió por espacio de trescientos años, en el descubrimiento y en la conquista de América, millares de vidas, riquezas imponderables, soldados y misio- neros, esfuerzos y energías, que pudieron debilitarla, más no postrarla. Las tradiciones gloriosas, los magnánimos proyec-
del descubrimiento de América. Y hay la seguridad de que este ejemplo será imitado en todas las Repúblicas de la América Latina.
No nos ocuparemos en hacer el elogio de esta fiesta, en determinar su al- cance, en notar que no es una fiesta de un país, sino fiesta de todos los países en que las diferencias de carácter, de gobierno, de costumbres están soldados y llenas por el mismo caudal espiritual y la memoria de una historia misma; en ;¡ precisar que se trata de una fiesta de ie raza, necesitada — ahora más que nun- ¡ ca — de solidaridad y de contacto entre ¡os diversos pueblos en que se halla re- partida.
El día doce de octubre recuerda en el orden humano el hecho más grande que registran los anales de la historia del mundo. Realmente, tampoco la fiesta que se proyecta debiera ser exclusiva de una raza; debieran celebrarla todas las razas. Ei mundo que aquel día descubrieron tres pobres carabelas españo- las, abrióse a todas las razas, a todas ofreció asilo y con todas se pobló y engran- deció. En este recuerdo excelso debieran reunirse en un abrazo todos los pue- blos que saben lo que es la gratitud y la hermandad. Habría un día común al universo, en que se celebraría la abneg iciph y el valor de quienes realizaron la maravillosa empres i y la aparición de un continente en medio del océano.
Pero si esto no es posible, los pueblos de un mismo origen y de una histo- ria común deben fijar ese día; deben aprovecharlo en algo práctico, que contri- buya a afirmar la personalidad de cada uno y sirva de ocasión para hacer ver la fusión de sus aspiraciones y el engrandecimiento que los une con la nación que echó al mar las tres pobres cárabe as descubridoras de un mundo. El ideal déla Unión Ibero-Americana el día doce de octubre de cada año puede ganar una piedra que contribuya a asegurar su base.
América ha comenzado a vera España como es, sin velos que se la encu- bran y sin leyendas que la disfiguren. La desgracia de España ha sido siempre la de vivir envuelta en las leyendas que sobre su carácter se han forjado. No hay apenas escritor que haya pisado un día Ja Península y que ya no se crea autorizado para discurrir sobre ella como un visionario loco. Feuillet, el mis- mo Feuillet, tan serio y tan comed do, vio un i vez en las calles de Madrid pe- nitentes que marchaban en procesión con los brazos atravesados por espadas y con una cruz a cuestas y descubrió que Valencia era patria de todos los tore- ros. Sobre la tiranía, el despotismo, la falta de libertad y la ignorancia españo- la se han escrito volúmenes famosos.
Y hoy empieza a conocerse todo lo que hay de bufo en esas obras, y em- pieza a pregonarse que España es uno de los países en que la libertad es más completa. El profesor Altamira preguntó a un profesor alemán lo que sucede- ría en una universidad alemana si expusieran en la cátedra ¡días contrarias al Kaiser o a la política del Kaiser. "Quien lo hiciera — le dijo — sería expulsa- do inmediatamente de la Universidad". En las Universidades españolas hay profesores ultrarradicales que atacan implacablemante las más altas institucio- nes y no se les coarta ni se les molesta. La libertad en España -nás peca por exceso que por defecto; y de todos los pecados que se les han atribuido se pue- de hacer la misma apreciación.
Así lo hacen actualmente todos los que van a España, y por eso recomenda- mos con tanto empeño el fomento del turismo entre España y la América lati- na.. Sobre el terreno pueden hacerse y se hacen las rectificaciones: sobre el
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tos, las jornadas atrevidas, los servicios generosos prestados a la humanidad, las proezas militares, la alteza de miras, los bríos entusiastas de la Sangre, y más que todo la firmeza in- contrastable para conservar siempre vivo el culto de la religión y de la patria, son tesoros, que pesados en la balanza justi- ciera de la Historia, inclinarán siempre el respeto y la admi-
terreno puede verse y se ve que España no es tenebrosa, sino clara como el sol; que aparte de la España de leyenda que han hecho los escritores, está la España real, libre, estudiosa, vigorosa, fuerte y con caudal tan amplio de ener- gías que ha sido un escritor americano el que después de verlas y tocarlas, es- cribió estas palabras admirables: es un pueblo primitivo. Su hisioria no acabó yá: su historia todavía está empezando
Con esta España, la única, la de hoy, es con la que apetecemos que la América se funda; \*/ lo pide su personalidad espiritual y la de todos los pueblos en que ella grabó su nombre y desparramó sus gentes. Más que el sentimenta- lismo, que al fin siempre sería una razón, lo requiere el interés. El día doce de octubre, día de fiesta nacional en España y en America, en todas las naciones de igual raza debe ser día de abrazos y día de formar planes y de llevar a Espa- ña americanos que H conozcan bien y que la amen, y de traer, a América espa- ñoles que digan la buena nueva y que hablen a su regreso de la labor y del amor de América hacia todas las causas levantadas".
(*) No opinamos con el autor de este razonado artículo: hay fundamentos esenciales para la vida de las colectividades humanas, y el fundamento de la co- lectividad y de la vida española es el sincero, leal y caballeroso respeto y obedien- cia al Creador de la humanidad y a la Iglesia de Jesucristo, Redentor y Salvador del género humano, Dios y hombre verdadero: bien lo manifiestan, no solo el Fue- ro Juzgo y las Siete Partidas del Rey Sabio, sino la incomparable legislación de Indias. Este es el patrón' de toda la raza española, y rió el histérico de hoy y ex- tranjerizo hecho por mendigantes legisladores.
En asuntos grandes y verd-deros como este del Día de la Raza debe ponerse por fundamento a Dios y a la humanidad, sin obligar a nadie; pero sin ocultar ni empequeñecer la influencia decisiva de la religión en el descubrimiento del Nuevo Mundo. ¡Terciario franciscano fué Cristóbal Colón, a quien se debe la hazaña grandiosa de su descubrimiento!
Todo pensamiento es pequeño donde no se encuentra a Dios, que es la suma grandeza y vive y reina en el cielo y en la tierra; estériles nos parecen los deseos grandes de los hombres cuando están fuera de la realidad pura, y la realidad Su- prema.perpétua, universal y eterna es la Divinidad; los hombres y las ideas pasan, solo Dios perdura y reina en todas las generaciones y por todos los siglos: por lo tanto el Día de la Raza y la unión espiritual y económica que se pretende debe tener por fundamento claro y definido el mismo manantial inagotable y fecundo del cristianismo, la dirección moral y religiosa de la Iglesia Romana y de la Santa Sede, la fe de los mismos descubridores, conquistadores y civilizadores del Nuevo Mundo: o, como dijo Bolívar: Los pueb'os españoles-americanos deben tener por Patrón, el "Código de las Leyes de Indias", que es uno de los monumentos más grandes de la Raza.
En uno de los últimos discursos del maravilloso y sublime orador de los ¡tiempos modernos, Excmo señor don Juan Vázquez de Mella, Diputado a Cortes en la Madre Patria, (discursos que recomendamos con interés a los jóvenes lectores) encontramos que "Bismarck lanzó ante varios amigos y un periodista, que la hizo circular, esta terrible frase, hablando de los pueblos latinos concita- dos contra su política: "ES PRECISO FOMENTAR EN ELLOS EL PARLA- MENTARISMO Y DEBILITAR EL CATOLICISMO, QUE ES LA ÚNICA FUERZA VIRIL QUE LES QUEDA".
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ración de todas las gentes y de todas las edades. Y este es el lote de la fortuna discernido por Dios a la querida España, que la hace única entre todas las naciones y que nadie podrá arrebatarle jamás. Es verdad qué el Imperio Romano em- puñó el cetro del mundo; pero ¿qué le resta de su antiguo poderío? ¿ Dónde están los pueblos que le rinden el vasallaje del amor?
No así tú, nobilísima nación hispana, madre fecunda de santos y de sabios, cuna de intrépidos conquistadores y de invictos capitanes, jardín inagotable de artistas y poetas, arsenal de genios para las ciencias y las letras. Álzate ufana a recoger el tributo debido a las acciones heroicas y a tus ingentes sacrificios. Porque has dado a luz un mundo, tu sangre, tu religión y tu lengua vivirán en tus descendientes, y no habrá fuerza capaz de romper esa triple cadena que man- tiene unido a tus entrañas el Continente Americano ....
Con legítimo orgullo podemos acercar al corazón de Es- paña nuestras banderas enaltecidas por iguales triunfos.
O'Higgins y San Martín, Bolívar y Belgrano, Sucre y Artigas, gemelos son, por la audacia y el valor, de los bravos campeones de Iberia; también nuestras naciones han dado santos extraordinarios a los altares, sabios ilustres a las Uni- versidades de ambos continentes, pastores esclarecidos a la Iglesia, varones preclaros a la Magistratura, vares inspirados al Parnaso, genios superiores a las artes y brazos infatigables a las industrias y al comercio.
Jóvenes y vigorosas las cristiandades de la América-es- pañola, no solo suspenden hoy sus banderas ante las aras de la Madre del Pilar, como expresión de la unidad de nuestra fe, sino también como amigas mensajeras de que nuestros puer- tos, nuestras ciudades y mercados tienen sus puertas abiertas a las industrias y al comercio de la Metrópoli Española. Nuestro anhelo mayor es ver llegar sus productos a nuestras playas, no bajo banderas extrañas ni con marcas extranjeras, sino con la honrosa contraseña de haber sido elaborados en los talleres y fábricas de España. . . .en los talleres y fábricas de la Madre-España!
Tal es el risueño porvenir que nos brinda este abrazo. A la ciudad de Granada cupo la suerte de recibir las primicias del suelo americano, traídas a los Soberanos de España por eJ descubridor del Nuevo Mundo. Y esas primicias fueron las pintadas aves de nuestros bosques, las gayas flores de
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nuestras praderas y los preciosos metales de nuestras monta- ñas. Más feliz ahora la ciudad de Zaragoza, ve llegar después de cuatro siglos, hasta el trono de su Reina, que es la Virgen del Pilar, no los frutos variados de la tierra, sino estos sagra- dos estandartes que forman la síntesis de diez y nueve na- ciones ricas de progreso y bienestar. A cada uno de esos pa- bellones corresponde una historia de sublimes sacrificios y magníficos triunfos
Desahogada ya la gratitud de nuestras almas para con la Noble España, sigamos hasta deponer nuestras Banderas de- lante del Altar. Santificadas están ya por la mano augusta del Vicario de Jesucristo, y, como reliquias venerandas ellas pueden abrirse paso hasta el Santuario del Señor. Pero a este cortejo de Pontífices, de Magistrados y de guerreros es menester que preceda otra legión formada por aquellos mag- níficos Monarcas españoles, invictos Conquistadores y após- toles abnegados que mecieron con sus manos la cuna de la fé, de la verdadera libertad y de la civilización americana. Si; que alcen su frente de la almohada de piedra en que duermen en Granada el sueño de la muerte, Isabel y Fernando, los católicos Soberanos, para que contemplen gozosos el fruto de sus magnánimas empresas; descienda de su solio el inmortal Cristóbal Colón y llegue hasta nosotros ese hombre extraordinario, que empezó por pa- recer un insensato mendigo y acabó por ser el descubri- dor de un Mundo; vengan con él formándole séquito de honor, esos hombres de acero, Hernando de Cortés, aquel que prendía fuego a sus naves para no encontrar otro camino que la muerte o el triunfo; Pizarro y Almagro, los vencedo- res del Imperio de los incas; Ponce de León y Ovando, los navegantes impertérritos; Pedro de Valdivia, el infatiga- ble conquistador de Chile; Díaz de Solís, descubridor de las regiones del Plata; Balboa descubridor afortunado del gran Océano; Magallanes que sorprende el estrecho en que se abrazan nuestros mares; y ocupen sitio de honor aquellos santos Obispos misioneros, que como Mogrovejo y Mede- llín, las Casas y Valdivia, fueron los primeros apóstoles y los protectores cariñosos de nuestras tribus indígenas
Así asociados con esos viejos españoles que fueron nues- tros padres, marchemos a ese Santuario bendito del Pilar, donde todos los pobladores de América, al amparo del mayor de los Santiagos, el padre de nuestra fe cristiana, alzaron sus
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plegarias y encomendaron sus empresas, antes de lanzarse a dilatar los dominios de Jesucristo en las almas y de los Re- yes Castellanos en ignotos territorios. Obispos y americanos: sigamos nuestra jornada hasta dejar suspendidas nuestras ban- deras a manera de una imperial diadema s5bre la frente de María
Y vosotros, Pastores de la Iglesia hispana, Magistrados y pueblo de la ciudad de Zaragoza, sed testigos de la entrega que hago, por honrosa comisión, del acta de esta ofrenda sus- crita por el Episcopado de la América- Española en manos del dignísimo Arzobispo de esta Sede, como delegado que es en este instante del Eminentísimo Cardenal de Toledo, Prima- do de las Españas y Patriarca de las Indias
Sí; guardad la memoria de este día porque es anillo de oro que deja abrazados para siempre a los hijos y a los nietos de la vieja España sobre el corazón de la vírgen del pilar. — (1).
Con esta idea solemne, y casi divina, convenía dar fin a este escrito; pero no antes de añadir una observación, y es que en mil novecientos trece, en pleno Congreso Catequístico de Valladolid (España), otro Ilustrísimo y Reverendísimo Se- ñor Obispo (el de Lugo) pedía "que se borre, para siempre, de nuestra lengua y de nuestras costumbres, la palabra euro- peizarse; y sobre todo, que no se considere esa aspiración co- mo el ápice supremo de nuestra grandeza".
"Nuestros mayores, dice con verdadera elocuencia, no tuvieron tan mezquino ideal, pues se propusieron más bien es- pañolizar al mundo, y lo consiguieron ".
Esa debe ser la aspiración de los pueblos españoles; esos son los ideales grandes de la Raza en todos los polos ; y no los fementidos sistemas que se apartan radicalmente del nues- tro, asazmente colonizador, difusivo y compenetrante, que sa- be iniciarse en todos los climas y en todas las razas atrayéndo- las al conglomerado español, fundiéndolas en una sola España, en una alma-mater, sin que le sirva de estorbo la multiplicidad de sus Gobiernos legítimos; antes al contrario, cada uno de ellos le sirve de sostén y apoyo al conjunto hispano.
Forse altri cantera con miglior plettro.
FÍNIS
(1) Los que deseen conocer e?te importante discurso, pueden leerlo com- pleto en la obra "Ontología de Oratoria Sagrada", por el Doctor Calpena, Tomo IV. fol. 764 al 771, Ed. de Madrid: pues solo extractamos aquí lo que hace a nues- io propóiito.
APÉNDICES
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APÉNDICE I
Estudio crítico sobre eí día, mes y año de (a fundación de SANTIAGO DE LEÓN, de Caracas, con el importante pa- recer de ía Ilustre Academia nacional de ía Historia.
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Informe de la Academia de la Historia a Fray Froilán de Rionegro
Señor Presidente de la Academia de la Historia de Venezuela.
Caracas.
Señor:
Estimando que Diego de Losada es uno de los más alto, personajes en la Historia de la Colonización de Venezuelas me propuse estudiar su vida, para llegar a conocer el día, mes y año de la fundación de Caracas, siguiendo, paso a paso, los días de Losada.
Con la más alta consideración debida a la Academia de la Historia, ilustre y ventajosa Institución nacional, me es grato someter a su decisión, el más competente y autorizado parecer, — los Antecedentes, y Consiguientes a la fundación de Caracas, con algunas observaciones críticas — para señalar, fijamente, las fechas de la referida fundación con plena cer- teza moral.
De Ud. y de la Academia que dignamente preside
Muy atentamente
Fray Froilán de Rionegro.
Misionero Capuchino. Caracas: 19 de noviembre de 1912.
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Caracas: 24 de diciembre de 1912.
Señor Director de la Academia Nacional de la Historia.
Presente.
Los suscritos, comisionados por la Academia para infor- mar acerca del trabajo del Reverendo Padre Froilán de Rio negro, Misionero Capuchino, relativo a la fundación de Cara- cas, cumplimos nuestro cometido exponiendo que dicho traba- jo es interesante y merece publicarse en el Boletín. Las ra- zones aducidas por el autor para fijar la fecha que indica, como de la fundación de Caracas, son muy sólidas, pero cree- mos que la Academia debe abstenerse de decretar que se ten- ga por averiguada esa fecha, mientras no aparezcan docu- mentos que esclarezcan definitivamente el punto.
Somos de Ud. atts. ss. y colegas,
Teófilo Rodríguez.
F. Tosta García.
P. M. Arcaya. -
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Antecedentes a la Fundación de Caracas I
19 En mil quinientos sesenta y cinco llegó de España, por Gobernador de esta provincia don Pedro Ponce de León «con apretadas órdenes del Rey» para la colonización y conquista de Los Caracas, confirmando el nombramiento de General a Diego de Losada, quien había sido nombrado ya por su antecesor Pablo Bernaldes. (Oviedo y Baños Lib. V. Cap. I).
29 Todo el año de mil quinientos sesenta y seis lo pasó Diego de Losada preparando gente, armas y pertrechos para la conquista de Caracas la cual se le había encomendado.
39 A principios de enero de mil quinientos sesenta y sie- te salió Losada del Tocuyo pasando, con su gente, a Barqui- simeto.
49 El día veinte de enero de mil quinientos sesenta y siete estaba Losada en Villa-rica «Nirgua, » en donde hicie- ron grandes fiestas Religioso-Militares y eligieron á San Se- bastián, Mártir, por Patrono de su empresa.
59 En Villa-rica, ó Nirgua, el ejército quedó a cargo de Francisco Maldonado, quien se dirigió a Valencia con la gente, para esperar a Diego de Losada en Guacara; pues este fue a Borburata, acompañado de Pedro Alonso Galeas y Francisco Infante, en donde estuvo quince días esperando a Juan de Sa- las, quien no llegó, según lo convenido, con los Guayqueríes de Margarita.
69 Cuando Losada llegó a Guacara, todos habían pasado a Mariara, en donde se detuvieron ocho (8) días; organizá- ronse los servicios religiosos, confesando y comulgando todos, dándoles ejemplo Diego de Losada, el cual traía consigo dos Capellanes para servicio del ejército: prepararon todas las armas, haciendo el recuento de gente, municiones y víveres; contándose con los siguientes hombres de guerra: Caballería veinte: Arcabuceros, cincuenta: Rodeleros, ochenta. Total: ciento cincuenta hombres. Además, para el servicio, encon- tró Losada: personas, ochocientas: bestias de carga, doscien- tas: carneros, cuatro mil: cerdos — la mar.
79 El veinticinco de marzo de mil quinientos sesenta y siete estaba Losada en la jurisdicción de Los Teques con toda su gente e impedimenta.
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8? El miércoles tres de abril de mil quinientos sesenta y siete después de algunos días de descanso en el Valle de la Pascua, levantó Losada el campamento para llegar, aquél mismo día, al Valle de San Francisco de Caracas, distante solo una legua, y casi á la hora de haber salido fue herido Diego de Paradas, muriendo á los seis días (6) en el campa- mento general del Valle de San Francisco (Nueve de abril de mil quinientos sesenta y siete) .
9? Con motivo de esta muerte, tan sensible para Losada, permanecieron descansando todos en el Valle de San Francisco de Caracas, hasta el diez y nueve de abril de mil quinientos sesenta y siete, día en el cual mandó Losada a JuandeGámez al Chacao con treinta hombres.
10? Después de esto, conociendo Losada que no podía soste- nerse por medios pacíficos, salió en persona con ochenta hom- bres hacia los Mariches; caminando solo cuatro leguas en tres días, y mientras peleaba con Aricabuto recibió aviso de que peligraba el campamento; por esto abandonóla victoria, que tenía alcanzada, y se volvió al Valle ele San Francisco, para defenderlo de los indios.
11? A -su llegada retiráronse los indios que amenazaban el campamento, y aunque descansaron de las armas y moles- tias de la guerra, carecían de bastimentos, por haber talado los indios las sementeras inmediatas. Losada envió a don Ro- drigo Ponce con cuarenta infantes y cuatro jinetes hacia los Tarmas y Taramaynas, en busca de víveres, consiguién- dolos muy difícilmente.
129 Viendo Losada— lo largo que iba el asunto— y aunque no pretendía poblar hasta pacificar la provincia; sin embargo, para comodidad general, y asegurar la retirada en casos ad- versos, resolvió fundar una ciudad, estableciéndose de fijo en el Valle de San Francisco de los Caracas.
13? El día veinticinco de julio de mil quinientos treinta ( ?) según testimonio del Maestro Gil González, en su Teatro Ec- cles, Diego de Losada fundó la ciudad, y la llamó: Santiago de León, de Caracas: señaló sitio para la iglesia: repartió solares a los vecinos: nombró Regidores, y éstos en Cabildo eligieron por primeros alcaldes a Gonzalo Osorio, sobrino de Losada, y a Francisco Infante.
Estos son los antecedentes al día, mes y año de la fundación de Caracas: yeamos, ahora, los consecuentes a la fundación.
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Consecuentes a ía Fundación de Caracas
II
Io «Pocos días después de haber poblado Losada» llegó el Capitán Juan de Salas de Margarita con víveres y refuerzos. Melchor López, quien vino en esta expedición, logró aprisio- nar uno de los Caciques de la Costa llamado Guaypatá, y lo condujo a la Presidencia de Losada quien lo puso en libertad; el indio agradecido volvió a los ocho días, con otros dos caci- ques de la Costa, e hizo juramento de paz a Diego de Lo- sada.
2? A tiempo que pasaba lo referido, en la noche del sie- te al ocho de septiembre de mil quinientos sesenta y siete fue atacada y robada la ciudad de Coro por unos corsarios o la- drones franceses.
3? En conocimiento Guaycaypuro de que Losada había poblado de firme, en mil quinientos sesenta y siete convocó á los Caciques para destruir y aniquilar la nueva población de — Santiago de León, de Caracas — ; pero siendo muchos no pudieron prepararse todos para la guerra hasta principio de mil quinientos sesenta y ocho.
4? A mediados de mil quinientos sesenta y siete los es- pañoles abandonaron á Borburata, y fueron a vivir, unos a Valencia del Rey y, otros, a Caracas.
5o Diego de Losada, con la nueva gente llegada de Bor- burata y los de Margarita, determinó bajar, personalmente, a la Costa llevando consigo sesenta hombres, y examinados los puertos, el día ocho de septiembre de mil quinientos sesen- ta y ocho, pobló a las Orillas del mar una Ciudad que llamó: «Nuestra Señora de Carballeda», para facilitar el tráfico co- mercial y servir de abrigo a las embarcaciones.
Estos son los Consiguientes al día, mes y año de la funda- ción de Caracas; confrontemos, ahora, los Antecedentes y Consiguientes a la fundación a fin de apreciar mejor los resul- tados de la crítica.
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Confrontación Crítica entre los Antecedentes y Consecuentes
al día, mes y año de ia fundación de
Santiago de León, de Caracas.
III
19 Que el ocho de septiembre de mil quinientos sesenta y . ocho se fundó Carballeda y para ese tiempo ya estaba fundada Santiago de León, de Caracas
29 Que a mediados de mil quinientos sesenta y ocho, cuando los españoles abandonaron a Borburata, ya estaba fundada Caracas.
3? Que a últimos de mil quinientos sesenta y siete, cuan- do Guaycaypuro hizo Junta de los Caciques para destruir y aniquilar la nueva población de Santiago de León, de Cara- cas, ya estaba fundada.
4? _ Que el Maestro Gil González pone como segura la fundación de Santiago de León, de Caracas, en un día vein- ticinco de julio de (mil quinientos treinta?)
59 Que el ocho de septiembre de mil quinientos sesenta y siete ya estaba fundada Caracas, según parece; pues «pocos días de haber poblado Losada»— llegó Juan de Salas— y «al tiempo que pasaba esto» los corsarios o ladrones franceses robaron a Coro, en la noche del siete al ocho de septiembre de mil quinientos sesenta y siete.
69 Aun muchos días después del diez y nueve de abril de mil quinientos sesenta y siete, no estaba fundada Santiago de León, de Caracas Véanse los N03' 10, 11, y 12 de los An- tecedentes a la fundación.
7*? Queda pues, con toda seguridad moral, la fundación de Caracas entre los meses de— abril — y septiembre — entre los días diez y nueve de abril y el— ocho de septiembre — de mil quinientos sesenta y siete.
89 Fijando Gil González la fundación de Caracas el día veinticinco de julio — Teatro Eccles — entre — abril — y — sep- tiembre— precisamente, debe llamarnos mucho la atención esta coincidencia.
99 Cierto es que el Maestro Gil González se equivoca en el año; pues pone mil quinientos treinta?, mas de esto no se sigue equivocación del día, ni del mes, como afirma Oviedo
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y Baños, con verdadera injusticia; bien pudo equivocarse en una fecha sobre el año, y quedar acertado en el mes y en el día; con tanta mas razón podemos asegurar que. son legítimas las fechas del día veinticinco y del mes de julio, cuando con- cuerdan perfectamente con el mes que cae entre — abril — y — septiembre — (mil quinientos sesenta y siete)
b) Además: ¿quién no sabe las costumbres españolas de inaugurar o solemnizar los grandes acontecimientos en las fies- tas patronales y onomásticas? Pues teniendo tan cerca el vein- ticinco de julio de mil quinientos sesenta y siete bien pue- de suponerse en hombre tan religioso como Diego de Losada, que quiso obsequiar al Patrón de España — y al de su Pueblo natal — y el — propio de su onomástico — organizando la funda- ción para el mismo día veinticinco de julio; tanto mas, cuanto que a la misma población la daba el propio nombre del Santo Apóstol — Santiago — de León, de Caracas .
c) Fuera de esto: bien puede colegirse un error de im- prenta: error no corregido, y aun deberíamos examinar La Fé de erratas, sise consiguiera el libro: a la vez, pudo ser error material «lapsus cálami» muy lejos del ánimo de escritor tan «clasico» como Gil González.
d) Y finalmente, bueno es recordar los peligros de la copia, y, hasta la ligereza del pendolista.
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Conclusión IV
Resulta pues, realmente que, según la cronología del mismo Oviedo y Baños, la fundación de— Santiago de León, de Caracas — debería fijarse el día veinticinco del mes de ju- lio del año de mil quinientos sesenta y siete, cuyas tres fe- chas parecen terminantes y claras, y con plena certeza moral, seguras en el humano discurso, mientras documentos mejores no las destruyan.
Caracas: siete de octubre de mil novecientos doce.
Fray Froilán de Ríonegro.
Misionero franciscano -Capuchino.
Después de la anterior comunicación uno de los periódicos de la Capital dijo: (La Religión: 17 de Abril de 1913).
Labor Histórica
Con motivo de nuestra fecha clásica del 19 de Abril, nos ocurre obsequiar a nuestros lectores con el trabajo que ha lle- vado a cumplido término el Reverendo Padre Fray Froilán de Río Negro, y cerca del cual ha recaído dictamen favorable de la Ilustre Academia Nacional de la Historia.
El estudio histórico a que nos referimos representa labor paciente y para ello ha servido la biblioteca que los Reveren- dos Padres Capuchinos han formado en su residencia de Las Mercedes.
Agradecemos al estudioso Misionero su labor para fijarla fecha de la fundación de nuestra ciudad, siguiendo los pasos de su fundador.
En el Concejo Municipal cursa la solicitud, que publica- mos, del Doctor José Tomás Sosa Saa, acerca del monumento al fundador de Caracas en el área donde estuvo su casa en la. esquina de Maturín de esta Capital.
En días de paz, de justicia postuma, de disquisiciones his- tóricas, bien está que recordemos al fundador de nuestra ca- pital, qae merece particular atención del Gobierno y de los ciudadanos, ya que es lo mas notable para el extranjero que nos visita.
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APÉNDICE II.
Noticias de fa isla de Cubagua, de sus grandes riquezas y
destrucción de NUEVA CaDIZ por un terremoto en mil
quinientos cuarenta y tres y elogio de la isla de
MARGARITA, con varios cuadros de costumbres
la época, entresacados de Los Varones Ilustres del
Presbítero Juan de Castellanos.
1496-1 S43
Cubagua— Descubierta por Colón en mil cuatrocientos noventa y seis llegó en pocos años a tal grado de riqueza y esplendor del cual apenas podemos formar ya una idea; funda- ron los españoles en ella la ciudad de Nueva Cádiz, en don- de, como dice Juan de Castellanos, hubo justicia y oficiales y frecuentísimo trato de navios:
Veréis, dice, caminos y calzadas de tráfagos, contratos y bullicios, las calles y las plazas ocupadas de hombres que hacían sus oficios; veréis levantar casas torreadas con altos y soberbios edificios, este de tapia, aquel de cal y canto, sin que futuros tiempos den espanto.
No vuelan ni concurren tan frecuentes las palomas en índica saona, para hacer sus nidos en las frentes que miran los confines en la zona; cuanto todos andaban diligentes en la que Nueva Cádiz se pregona, con tal hervor y tal desasosiego cuanto por secas ramas vivo fuego.
Ocurrió grande copia de ofic'ales a la nueva ciudad que se hacía, en navios traían materiales y cuanto la tal obra requería; porque la grosedad de los cauda'es estas cosas y mucho mas sufría,
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y con salir tan caras estas cosas allí se hicieron casas suntuosas.
Fue la de Barrio Nuevo la primera un escudero natural de Soria, fue luego la de Juan de la Barrera, cuyo valor es digno de memoria; y luego la de Pedro de Herrera de quien pudiera yo tejer historia, y la de Castellanos, tesorero, que fue de los mejores el primero.
La de Portillo fue con tal esmero que podía servir de fortaleza, otra también de Diego Caballero, Mariscal y señor de gran riqueza; Un Alvaro Beltrán varón entero en todas buenas partes de nobleza, un Antón de Jaén, Rojas y Niebla, con otros que se quedan en tiniebla.
Y Francisco de Reina también era un varón tan cabal y tan bastante que con justa razón yo bien pudiera, decir de sus proezas adelante; pero la brevedad desta carrera no da tanto lugar al caminante; su yerno fue Pedro Euiz de Tapia, noble de condición y de prosapia.
Hijo del dicho Reina fue Bautista, sacerdote prudente y avisado, el cual es de estas cosas coronista y en ellas vive hoy bien ocupado; y ansí no haré yo mas larga lista, dejando para el este cuidado, pues yo con brevedad añudo gonces de las cosas que víamos entonces.
Lefia y agua de Cumaná venía de ríos que la dan en abundancia, y en barcos y en navios se traía con pipas siete leguas de distancia: trataban muchos esta mercancía, _ teniéndola por próspera ganancia, pues el Jaén que digo hizo daño de cinco mil ducados en un año. (1)
Castellanos Varones Ilustres de India?, Elegía XIV, Canto I.
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A todos los que son en esta era oyendo los que no les fue visible, no parecerá cosa creedera gasto de leña y agua tan terrible; pero mi relación es verdadera, y ansí no la tengáis por imposible, y aun es más que los precios señalados lo que va de los pesos a ducados.
( — Debemos hacer notar acerca de Cubagua, con el mismo Castellanos, que es estéril y pequeña.
sin recurso de río, ni de fuente, sin árbol y sin rama para leña sino cardos y espinas solamente)
la tierra se hallaba toda llana a nuestros españoles obediente, y de diez y doce leguas de Cubagua les traían comida, leña y agua ....
Después vienen contra la isla y moradores españoles los indios:
de yerba pestilente provehidos la punta de la flecha, dardo, lanza; el agua ya les era defendida, perdida de la paz el esperanza, y esperar les parece cosa fea
cual dejaba su casa, cual su tienda llena de sedas, lienzos, paño fino, cual la pieza mayor de su vivienda arrumada con pipas de buen vino;
Más adelante, en mil quinientos veintitrés, sujetos ya los indios,
vuelven los potentísimos empleos, acuden los contratos -y bullicios, hay fiestas, regocijos, hay torneos, con muchos cortesanos ejercicios: hay damas, hay galanes, hay paseos, engrandécense más los edificios; en isla tan estéril e inamena nunca jamás se vio mesa tan llena.
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Cuanto más el ostial se frecuentaba tanto mayor riqueza descubría, si prosperidad hoy representaba mañana más grandeza prometía: la pesquería se multiplicaba, la gente y el contrato más crecía, con cuya grosedad y multiplico quien más pobre llegó salió muy rico.
Finalmente que las prosperidades, que sin escesos vanos os alabo, crecían en tan grandes cantidades que ningunos pensaron ver el cabo;
Más tarde, en mil quinientos cuarenta y tres; sobrevino un violentísimo terremoto, refiriéndonoslo el mismo Castella- nos como testigo de vista ....
Cuando cierta señal nos representa bravos y furiosos movimientos: siguióse después de esto tal tormenta que hizo despertar los soñolientos, de todos vientos rigurosa guerra y el mar mucho más alto que la tierra
Solo de Dios se tiene confianza que de la tierra ya nadie se fía. . . .
Ya solía posar en una casa que bien cercana fué de la marina, do vivía Pero Ruiz Barrasa y su mujer Beatriz de Medina: tenía por delante plaza rasa, e viendo yó henderse cierta esquina, agrandes voces dije: "fuera, fuera, que ya caen las rejas y madera"
Oíamos murmurios y bullicios, no con falaces cantos de sirenas; aquí y allí caían edificios, las altas azoteas, las almenas, la casa de los santos sacrificios, moradas que yo vi ricas y buenas
Lo mejor y lo más fortalecido con la gran tempestad viene cayendo, la trabazón del techo más asido
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con fuerza del temblor se va rompiendo asombraba la furia del estruendo de aquellas derrumbadas canterías y quiebras de las vigas y alf agías .... la más gruesa pared de cantería caía con los altos corredores .... cuyo grave ruido nos ponía grandísimos espantos y temores: vieredes las doncellas desmayadas dueñas amortecidas de asombradas.
Aquí sonaba doloroso llanto del niño de su madre divertido, allí las madres hacen otro tanto lamentando su hijo por perdido; otras por acullá con gran espanto colgadas de los hombros del marido, hacen mayores ser los terremotos confusísimas voces y alborotos
Al fin cesó la fuerza de los vientos y llegaron las horas de bonanza: ninguno muertos, pero discontentos determinados a hacer mudanza por no tener recurso de vivienda, eso me da soltero que con prenda
y ansí barcos de Niebla y Juan Cabello
nos traspasaron a la Margarita ....
en esta dicha Isla mayormente do fui mucho tiempo residente
Y al tiempo de salir desta frontera, no sin dolor de damas y varones, acuerdóme que Jorje de Herrera compuso ciertos versos y canciones, y en un alto pilar en la ribera también mandó poner ciertos renglones, que si memoria tengo de aquel día entre ellos huvo letra que decía:
Hic populus viguit donis dittissimus olim: vix tamen erectus concidit ipse miser. si varios mundi gliscis perpendere casus, prxclaris oculis hic satis unus erit.
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Aquí fue pueblo plantado, Quien examinar procura
cuyo próspero partido varios casos de fortuna
~voló por lo más subido, puestos en humana casta,
más apenas levantado aqueste solo le basta
cuando del todo caído. si tiene seso y cordura- (1)
Creemos que damos a conocer bien las costumbres de nuestros antepasados señalando el modo de vivir que tenían los primeros españoles en la isla de Margarita, según el mismo Castellanos, testigo ocular de los hechos, y las primeras im- presiones de los conquistadores cuando llegaban a estos países y se encontraban los recién llegados con los demás españoles baquianos y aclimatados en la tierra.
§11 ELOGIO DE LA ISLA MARGARITA
Pues dejamos ya menos aflita la gente del pasado terremoto, tratemos de la Isla Margarita, en cuya descripción tengo yo voto;. . . .
Para lo cual me ponen buen talante muchos amigos míos y señores, aconsejándome que no me espante de los amarulentos detractores, y ansí quiero pasar más adelante sin detener mis flacos atenores, en esta dicha Isla mayormente do fui yo mucho tiempo residente. . . .
En grados es la misma conveniencia de Cubagua que tiene al medio día, cuarenta leguas la circunferencia y poco más de seis la travesía: tiene de sanidad gran excelencia, pues ningunos humores malos cría, hay aguas represadas y corrientes a lo menos, en valles eminentes.
El de Charaguaray da grande parte a la parte del sur do va su proa, y a los vapores frígidos del norte el de Paraguachí y Arimacoa: el valle de San Juan, dulce consorte, por ambas parte, goza de gran loa, con árboles amenos y frescura y de savanas muy mayor anchura.
{1) Véase Elegía XIII. canto I.
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Mujeres naturales y varones es en universal gente crecida, de recias y fornidas proporciones, a nuestros españoles comedida: son todos de muy sanas complexiones y todos ellos viven larga vida, son poco curiosos labradores, por ser cazas y pescas sus primores.
Descubrióla Colón, y este le puso aqueste nombre con que permanece, y allí Cubagua luego con el uso de labor la cultiva y enriquece:
El mas espeso bosque se dispuso para sembrar maíces, y acontece después de cultivadas estas vegas acudir por Almud hartas hanegas.
Hiciéronse muy buenas heredades en los lugares más acomodados, y tomáronse muchas propiedades de sitios para hatos de ganados: trujáronse de España variedades de plantas con higueras y granados demás de muchos frutos naturales que ella de suyo tiene principales.
Hay muchos higos, uvas y melones, dignísimos de ver mesas de reyes, pitahayas, guanábanas, anones, guayabas, y guaraes y mameyes: hay chica, cotuprises, caracueyes. con otros muchos más que se deshechan e indios naturales aprovechan.
De aves, de conejos, de venados bastantísimamente provenida, dan abundantemente sus pescados gustosa y salubérrima comida: es la carne de todos sus ganados en sustancia y en sabor muy escogida; demás de esto la mar en su distancia cría de claras perlas abundancia.
Aunque los bosques tienen aspereza y espinas y escambrones a sus trechos, produce por allí naturaleza otras muchas maneras de provechos:
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caballos hay de mucha ligereza, no grandes, más trabados y bien hechos, y en todos los trabajos duran tanto que podría decir cosas de espanto.
El poblador primero de estos era el noble varón Pedro de Alegría, fue también Pedro Gallo de esta era, y el que Pedro Moreno se decía; y después de esto Pedro Herrera, más principal en ser y valentía, pues por su gran valor en paz y guerra siempre rigió y mandó toda la tierra.
También Riberos el de Salamanca, los dos Rojas, el Tío y el Sobrino, Diego Gómez y Juan de Villafranca, Diego Díaz Pinedo su vecino, con el hermano ya de barba blanca, Pero Alvarez Millán, Andrés Andino, Domingo Alonso, Juan Guillen Vilena, con otra mucha gente toda buena.
Pues habia de punto bien altivo otros valerosísimos soldados, cuyo número es tan escesivo, que no pueden ser todos memorados: demás que si yo no los escribo, es por que aquí no estaban arraigados, pero cansados de la guerra dura tomaban esta isla por holgura.
Y es ansí que los hombres conocidos que por la tierra firme conquistaban, de sustentar las armas afligidos aqui por gran regalo se pasaban y de trabajos grandes recibidos por algunos espacios descansaban, a donde los enfermos y los sanos dormían sin las armas en las manos.
Faltaban los barruntos y sospechas de las adversidades de fortuna, no se temían asechanzas hechas, hambre ni sed a todos importuna: menos temían tiros de las flechas al tiempo que se pone ya la luna, sino que todos reposaban faltos de pesadumbres y de sobresaltos.
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Cualquiera de nosotros allí osa acostarse quitadas las espuelas, y sin temor de yerba ponzoñosa arrinconar escudos y rodelas: no recelábamos fiera rabiosa que lleva los dormidos y las velas, más cada cual dormía descuidado de peligro y de riesgo tan pesado.
Allí satisfacían abundancias, la hambre del entrada do venían, y a un otros consumían la ganancias con juegos y con damas que servían: frecuentábanse bien estas estancias donde hermosas damas residían, no queriendo vivir estas edades en pueblos, sino por sus heredades.
No hallaban lugar cosas molestas, ni do pesares hagan sus empleos, todos son regocijos, bailes, fiestas, costosos y riquísimos arreos, cuantas cosas desean están prestas para satisfacelles sus deseos, los amenos lugares frecuentando e unos a los otros festejando.
Pasaban pues la vida dulcemente todos estos soldados y vecinos, donde la fresca sombra y dulce fuente al corriente licor abre caminos: en el Val de San Juan principalmente eran los regocijos más continos, y a sombra de la ceiba deleitosa admirable de grande y de hermosa.
Con cierta cantidad no señalamos, por increíble cosa, tronco y cepa, pues toma tal espacio con sus ramos que dudo que mayor otro se sepa: tan bella, tan compuesta la pintamos, que oja de otra oja no discrepa; allí con el frescor del manso viento daba cien mil contentos un contento.
En torno de la cual los verdes prados de naturales y traspuestas flores estaban todos tiempos estampados de pinturas diversas en colores;
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y a vistas grande copia de ganados que rodeaban rústicos pastores, y debajo de ramas tan amenas asientos puestos y las mesas llenas.
Donde la flava Ceres los contenta con liberalidad de franca mano, allí no falta índica placenta ni lo que llaman pan ortologano, con otro grano de diversa cuenta, sustento del antiguo baquiano, allí las carnes vencen en sabores a las más excelentes y mejores.
No la Calabria, ni armentaria Tracia mejor carnero, ni tan buena vaca, cabritos muy mejores que en Ambracia; y por atagen y ave f asiaca otras de más sabor y mejor gracia que por allí se llama guacharaca, domésticas y bravas muchas aves, ningunas más gustosas ni suaves.
El índico pavón allí se halla, capones sobre todos excelentes, con otra grande copia que se calla de cazas en sabor no diferentes, otro mistillo y otro taratalla, que quisaban con otros adherentes con tal primor y tanta pulicia cuanto cabal concierto requería.
Sirven mestizas mozas diligentes, instruidas de mano castellana, lascivos ojos, levantadas frentes, de condición benévola y humana; de otro número grande de sirvientes, captivos de la tierra comarcana; ricas toballas, lúcida bagilla, y todo lo demás a maravilla.
Allí se cuelgan las pendientes camas a donde tiemplan aires los calores, entre las espesuras de las ramas, hay cantos de suaves ruiseñores; con cuyo son las damas y galanes encienden más los pechos en amores; allí mirar, allí la dulce seña que el ardieDte deseo les enseña.
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Allí también dulcísimo contento de voces concertadas en su punto, cuyos conceptos lleva manso viento a los prontos oídos por trasunto: corre mano veloz el istrumento con un Ingenioso contrapunto, enterneciéndose los corazones con nuevos villancicos y canciones.
Porque también Polimnia y Erato, con la conversación del duro Marte de número sonoro y verso grato, tenían de este tiempo buena parte: rara facilidad, suave trato, y en la composición ingenio y arte, de los cuales discípulos y alunos podríamos aquí decir algunos.
Y aun tú que sus- herencias hoy posees no menos preciarás saber quien era Bartolomé Fernandez de Virués, y el bien quisto Jorge de Herrera: y con otros también de aquella era, Fernán Mateos, Diego de Miranda, que las musas tenían de su banda.
Allí también señoras principales en vida marital y más segura, asidas con los ñudos conyugales, frecuentaban también esta holgura, en aviso y belleza tan cabales que nadie tuvo más de hermosura; pues con lo menos de su gracia delías se pudieran algunas decir bellas.
Catalina de Rojas, que señora fué deste dicho Valle y pertenencia, y de sus hijos debe ser agora como de sucesores por herencia, tal fué que la mas bella se desdora ante su graciosísima presencia, pues en donaire, gracia y en talante, allí no vimos cosa semejante.
La otra de su nombre dicha Ana, Ana de Rojas digo, cuya cara podía convencer la de Diana, en gracia, resplandor y lumbre clara:
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más ¡ay dolor! que contra la tirana furia su pulcritud no lo repara: pues quien domaba tigres y leones, no domó los humanos corazones.
Francisca Gutiérrez, que de Haro estirpe tiene clara y generosa, necesidad no tuvo de reparo para ser con estremo muy hermorsa, suprema discreción aviso raro, conversación suave y amorosa, cuyas gracias, facecias, cuyas sales no hallan semejantes, ni aun iguales.
E Isabel de Reina, que no en calma se queda, pues podía serlo dellas, en el cuerpo hermosa y en el alma, santas costumbres, proporciones bellas,. claro triunfo, victoriosa palma de las graciosas dueñas y doncellas a la cual Dios en juventud florida sacó de los peligros desta vida.
Y María de Lerma, cuya gracia esmero parecía de natura, sino fuera cubierto de falacia el rostro de la humana hermosura; pues ya sin esta fuerza y eficacia lo come la terrena sepultura, por ser al fin aqueste el paradero de lo cabal y de lo más entero.
Qué podremos deciros de su hermana, Joana de Ribas que es también difunta, sino que allí pintó natura humana cuanto bueno se pinta y se transunta?. virtud, bondad, honor, intención sana, honestidad con hermosura junta, cabal en todos dones de natura, y no menos cabal en la ventura.
Otras señoras es cosa notoria haber allí de punto muy altivo, que por no retenellas mi memoria tan en particular no las escribo; pero por el discurso de la Historia podría ser hacello, si yo vivo, pues he de ir por partes diferentes donde se dividieron estas gentes ...
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§ III
Por otro estilo Fray Pedro Simón nos da a conocer las primeras impresiones de los nuevos conquistadores cuando se encontraban con los mas viejos y baquianos en estos países de América.
Fijémonos solamente en la expedición llevada a cabo por don Pedro Fernandez de Lugo y encomendada a su hijo Alon- so Luis Fernández el veintidós de febrero de mil quinientos teeinta y cinco. Era don Pedro Fernández de Lugo, Adelan- tado de las .Canarias, caballero de gran valor y de conocidas virtudes y grandes prendas, hijo legítimo de Alonso Luis Fernandez de Lugo, quien por los años de mil cuatrocientos noventa y dos, el mismo en que don Cristóbal Colón descubrió estas Indias Occidentales, conquistó las Islas de las Canarias, Tenerife y Las Palmas, . . . .reuniéronsele en España para la nueva expedición a las Indias, más de mil cien soldados, mu- chos de ellos caballeros é hijosdalgos y entre otros el famoso Gonzalo Jiménez de Quesada, don Diego Sandoval, Juan de Orejuela, Diego de Urbina, Diego de Cardona, Diego López de Haro, Gonzalo Suarez Rondón, Alonso de Guzmán, Gómez del Corral y Luis Bernal; todos estos y otros muy principales, que no se cuentan, salieron el tres de noviembre de mil qui- nientos treinta y cinco de Tenerife y a los cuarenta días de navegación llegaron al puerto de Santa Marta que limitaba la Gobernación de los Welzares en la Provincia de Venezuela, con la particularidad de que habiéndose caído, durante el via- je, en el mar un joven malagueño llamado Gonzalo de Cabre- ra, cuando llegaron los navios el trece de diciembre ( 1535) , lo encontraron paseándose en la playa adonde había llegado dos días antes que ellos; tomáronle sus compañeros por fan- tasma; pero el Gonzalo hizo ver quien era y atribuyó su sal- vación a la Santísima Virgen María, quien le proporcionó otra embarcación que le recogió de entre las olas (histórico).
Al acercarse a tierra los nuevos conquistadores empave- saron las embarcaciones con gallardetes y fanales (?), se vis- tieron con los mejores trajes de variadísimas tintas, sonaron los pífanos y tambores, retumbaba el cañón y tremolaban las banderas desplegadas por estos anchos mares y tierras vírge- nes de América, o de las Indias, como ellos las llamaban.
Los que llegaban saltaron a tierra en el Nuevo Mundo descubierto hacía unos cuarenta y tres años, todos bien apuestos y arrogantes, adornados con plumas y vestidos fina- mente con sedas y recamados, todos ellos gordos, colorados y en todo muy bien parecidos a los recién llegados de los re- galos de España.
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Los baquianos o viejos conquistadores, quienes ya estaban esperándoles en la playa, los recibieron alegres y gozosos, vestidos con un capotillo de dos aguas hecho de algodón y puesto sobre la camisa, con forros de lo mismo: los gregüescos (pantalones?) eran de la misma tela, y el que más se adelan- taba los usaba del mismo género un poco mas fuerte.
Del mismo lienzo llevaban otros, por distinguirse de los demás, camisetas abiertas por la espalda y las llamaban sal- tambarcas; traían medias de lo mismo y por calzado la im- prescindible alpargata; traje ordinario y completo de los sol- dados o conquistadores en jornada.
Júntese a esto que todos ellos parecían tostados por el sol y el aire, y sus colores se habían tornado como de carnes tos- tadas en barbacoa o medio asada; los cuellos largos, las pier- nas y barriga enjutas, y de modo que no les apegaba nada para tomar con ligereza un alto, cuando iban en persecución del enemigo.
Este era el aspecto de nuestros mayores ya baquianos del país y aclimatados en la tierra.
Ya hemos dicho que los noveles llegaban gordos, colora- dos y en todo muy bien parecidos a los recien salidos de los regalos de España : una vez desembarcados y todos reunidos en la playa, como se veían tan diferentes en todo, después de saludarse con efusión y dado y recibido miles de cortesías y respetos, comenzaban los de más buen humor a festejar el feliz arribo con los más graciosos y amigables dichos, echán- dose pullas y donaires entre unos y otros.
Los recién llegados, regocijados, alegres y admirados de la apostura de los baquianos les preguntaban y decían;— Ami- gos, ¿cuánto hace que os han sacado de curtido? — ¿Es vivo el molde de esos pescuezos? — ¿Dónde se venden esas caras que por un maravedí lo son?-r-¿ Y dónde está la carne de esas pan- torrillas, que con rayar el pellejo de las canillas y piernas pueden servir para flautas? — ¿Y esa moda y traza de los ves- tidos, de donde la habéis sacado?— ¿Acaso las copiasteis de las muchas que pone Lázaro Boifio en su LIBRO DE VES- TUARIO?
A estas sales respondían los conquistadores bien a propó- sito con otras no menos graciosas y agudas, especialmente un Man jarres quien les constestaba y les decía: Amigos, esas plumas que vosotros traéis son señal del aire que hay en las frentes donde vienen puestas, con ellas estad seguros que se- réis más ligeros que el caballo Pegaso.
Pedro de Madrid quien tenía especial aptitud para poner apodos a todo ser viviente, ayudaba a la común jarana y alegre trisca; por donde todos quedaban desagraviados mutuamente.
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Un tal Quiñones echó también su cuarto a espadas, metió baza en la corrida y aseguró a todos que si vivían habían de llegar a donde estaban los baquianos, y por fin les dijo que se acabaran las burlas; pues otra cosa sentirían en las veras; pues ya estaban cerca.
Terminados estos dichos, los baquianos alojaron a los re- cién llegados lo mejor que pudieron a cada uno en sus casas y los que no cupieron se acomodaron bajo toldos y barracas que se hicieron en la misma playa.
De esa manera comenzaban luego a gozar del Nuevo Mundo y se daban cuenta exacta de las grandes comodidades que les ofrecía el clima.
Crecían los sentimientos en las pobres mujeres cuando se percataron que el alivio para las inclemencias del tiempo y del clima era solamente una pobre tienda de campaña adonde llegaban los de la ciudad para conversar y saber cosas de España.
En las tiendas de campaña se reanudaban los festivos dichos, principalmente cuando les preguntaban los que habi- taban en ellas por las cosas de la ciudad y les decían:— ¿Dónde tenéis la ciudad, pues de tan ruin aun no la hemos visto? ¿De qué son y dónde están las murallas? ¿Dónde están la bizarría, las plumas y los entorchados de los Capitanes?
Manjarrés a todo les contestaba con gracia y festivos di- chos: la ciudad, les decía, es invisible. — Las murallas son transparentes o de sutilísimas redes para que no impidan entrar al viento y refrescarlas. — Nosotros aquí no usamos plumas ni entorchados, porque como somos caballeros aven- tureros y medio encantados, siempre andamos corriendo por las florestas, y las plumas nos impedirían caminar al topar con los árboles y por lo mismo todos usamos alpargatas con el fin de andar mas ligeros y correr con facilidad por donde hubiere aventuras que es a lo que suelen acudir los caballeros andantes.
Finalmente, si vosotros buscáis ésto a buena tierra habéis llegado: pero si deseáis otra cosa que trabajos, vuelvan caras para España, que en estas Indias de esto se vive.
Así entretenían el tiempo durante los primeros días, con lo que se consolaban los recién llegados de las amarguras que les proporcionaba el clima y el mismo lugar de su primer campamento, bien enfadosas por cierto para los recién llega- dos a quienes llamaban CHAPETONES. (1)
(i) Fray Pedro Simón, II. Parí. N. de ía Conquistada Tierra Firme, N »
;aP. vii >• :x.
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APÉNDICE
Importante cuestionario propuesto en mil quinientos setenta
y tres por el gran rey don Felipe 15 : Santa Marta
y Venezuela fueron las primeras que So contestaron.
En la Academia de la Historia de Ja Madre Patria- España se conservan las famosas Relaciones de América y acaso alguna más en el Archivo de Indias, según indica el Excrno. Sr. Don Acisclo Fernández Vallín— Discursos leídos ante la Real Academia de ciencias exactas, físicas y naturales en la recepción pública del mismo — Madrid, establecimiento tipográfico de los Sucesores de Rivadeneira-Paseo de San Vi- cente N<? 20-1893-fol. 235-de donde tomamos el siguiente im- portantísimo documento; pero antes debemos hacer notar que, según el mismo autor de Cultura Científica de España en el siglo xvi — Ibidem): "por acuerdo del Licenciado Ovando, y tres años antes que las primeras relaciones topográficas de Castilla apareciesen, se hacían las histórico -geográficas de In- dias conforme a un verdadero interrogatorio o memoria orde- nada, metódica y por capítulos numerados que llegaban a dos- cientos, reducidos en tres de julio de mil quinientos setenta y tres a ciento treinta y cinco, y más tarde a solo cincuenta por iniciativa del cosmógrafo cronista de Su Majestad, Juan Ló- pez de Velasco, con el nombre de Instrucción y Memoria, que juntamente con sus ingeniosas instrucciones para la obser- vancia de los eclipses de luna. . .y verificar por ellos las altu- ras y longitudes" comenzaron a circularse a los pueblos de las Indias en veinticinco de mayo de mil quinientos setenta y siete, elementos todos que Ovando se proponía aprovechar para el gran Libro de la descripción de las Indias.
Las primeras contestaciones que llegaron al Consejo fue- ron las de Santa Marta y Venezuela, siguieron las de Ocaña y de los Reyes del Valle de Upar, fechadas en marzo y abril de mil quinientos setenta y ocho; las del Tocuyo, en enero de mil quinientos setenta y nueve, y fueron de este mismo año y del si- guiente la inmensa mayoría de las de Nueva España, y des- pués las del Nuevo Reino de Granada y Tierra Firme, alcan- zando las relaciones más modernas de estos países al año de mil quinientos ochenta y cuatro. Las de Quito son de mil quinientos ochenta y dos, y casi todas las del Perú propio, de mil quinientos ochenta y seis.
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Instrucción y memoria de las relaciones que se han de ha- zer, para la descripción de las Indias, que su Majestad manda hacer, para el buen govierno y ennoblecimiento deltas. (Lo que sigue, para comodidad del lector, hemos puesto lo mas difícil conforme a la ortografía moderna respetando en todo lo posi- ble los giros peculiares del lenguaje en aquel tiempo).
Primeramente; en los pueblos de los españoles se diga el nombre de la comarca o provincia en que están, y qué quiere decir el dicho nombre en lengua de indios, y por qué se llama así.
Quién fue el descubridor y conquistador de la dicha pro- vincia, y por cuya orden y mandado se descubrió y el año de su descubrimiento y conquista, lo que de todo buenamente se pudiera saber.
Y generalmente el temperamento y calidad de la dicha pro- vincia o comarca, si es muy fría o caliente, o húmeda o seca, muchas aguas o pocas, y cuándo son más o menos, y los vien- tos que corren en ella, qué tan violentos y de que parte son, y en que tiempos del año.
Si es tierra llana, o áspera, rasa, o montosa, de muchos, o pocos rios o fuentes, y abundosa, o falta de aguas, fértil, o falta de pastos, abundosa, o estéril de frutos y de manteni- mientos.
De muchos o pocos indios, si ha tenido más o menos en otro tiempo que ahora, y las causas que de ello se supieren, y si los que hay están o no están poblados en pueblos formados y permanentes, y el talle y suerte de sus entendimientos, in- clinaciones y modo de vivir, y si hay diferentes lenguas en to- da la provincia, o tienen alguna general en que hablen todos.
El altura o elevación del polo en que están los dichos pueblos de españoles, si estuviere tomada, y se supiere o huviere quien la sepa tomar, o en qué días del año el sol no echa sombra ninguna al punto del medio día.
Las leguas que cada ciudad o pueblos de españoles estuviere de la ciudad donde residiere la Audiencia en cuyo distrito ca- yere, o del pueblo donde residiere el gobernador a quien estu- viere sujeta, ya qué parte de las dichas ciudades o pueblos estuviere.
Así mismo las leguas que distare cada ciudad o pueblo de españoles de los otros con quien partiere términos, declarando a que parte cae de ellos, y si las leguas son grandes o pequeñas, y por tierra llana o doblada, y si por caminos derechos o tor- cidos, buenos o malos de caminar.
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El nombre y sobrenombre que tiene o huviere tenido cada ciudad o pueblo, y por qué se huviere llamado así, si se supie- re, y quien le puso el nombre y fue fundador de ella, y por cuya orden y mandado la pobló, y el año de su fundación, y con cuantos vecinos se comenzó a poblar y los que al presente tiene.
El sitio y asiento donde los dichos pueblos estuvieren, si es enalto o en bajo, o llano, con la traza y diseño en pintura de las calles y plazas y otros lugares señalados de monasterios co- mo quiera que se pueda rascuñar fácilmente en un papel, en que se declare qué parte del pueblo mira al mediodía o al norte.
En los pueblos de indios solamente se diga lo que distan del pueblo en cuyo corregimiento o jurisdicción estuvieren, y del que fuere su cabecera de Doctrina, declarando todas las cabeceras que en la jurisdicción huviere. Y los sujetos que cada cabecera tiene, por sus nombres.
Y así mismo, lo que dista de los otros pueblos de indios o de españoles que en torno de sí tuvieren, declarando en los unos y en los otros, a que parte de ellos caen, y si las leguas son grandes o pequeñas, y los caminos por tierra llana y do- blada, derechos o torcidos.
ítem, lo que quiere decir en lengua de indios el nom- bre de dicho pueblo de indios, y porqué se llama así si hubie- re que saber en ello, y cómo se llama la lengua que los indios en dicho pueblo hablan.
Cuyos eran en tiempos de su gentilidad, y el señorío que sobre ellos tenían sus señores, y lo que tributaban, y las ado- raciones, ritos y costumbres buenas o malas que tenían.
Cómo se gobernaban y con quien traían guerra, y cómo peleaban y el hábito y traje que traían, y el que ahora traen, y los mantenimientos de que antes usaban y ahora usan y si han vivido más o menos sanos antes que ahora y la causa que de ello se entendiere.
En todos los pueblos de españoles e indios se diga: el asiento donde están poblados, si es sierra o valle o tierra des- cubierta y llana, y el nombre de la tierra o valle y comarca do estuvieren, y lo que quiere decir en su lengua respectiva el nombre de cada cosa.
Y si es en tierra en puesto sano o enfermo,a y si enfer- mo porqué causa, si se entendiere, y las enfermedades que comunmente suceden y los remedios que se suelen hacer para ellas.
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Qué tan lejos o cerca está de alguna sierra o cordillera señalada, que esté cerca de él, y a qué parte le cae y cómo se llama.
El río o ríos principales que pasaren por cerca y que tan- to apartados de él; y a qué parte, y que tan caudalosos son, y si huviere que saber alguna cosa notable de sus nacimien- tos,, aguas, huertas y aprovechamientos de sus riberas, y si hay en ellas o podrían haber algunos regadíos que fuesen de importancia.
Los lagos, lagunas, o fuentes señaladas que huviere en los términos de los pueblos con las cosas notables que hubie- re en ellos.
Los volcanes, grutas, y todas las otras cosas notables y admirables en naturaleza que hubiere en la comarca dignas de ser sabidas.
Los árboles silvestres que huviere en la dicha comarca comunmente, y los frutos y provechos que de ellos y de sus maderas se saca, y para lo que son o serían buenas.
Los árboles de cultura y frutales que hay en la dicha tie- rra, y los que de España y de otras partes se han llevado, o se dan o no se dan bien en ella.
Los granos y semillas, y otras hortalizas y verduras que sirven o han servido de sustento a los naturales.
Las que de España se han llevado, y si se da en la tierra el trigo, cebada, vino o aceite, en qué cantidad se coge, y si hay seda, o grana en la tierra, y en qué cantidad.
Las yerbas o plantas aromáticas con que se curan los in- dios, y las virtudes medicinales o venenosas de ellas.
Los animales, y aves bravos, y domésticos de la tierra y los que de España se han llevado, y cómo se crían y multi- plican en ella.
Las minas de oro y plata y otros mineros de metales, o atramentos (tintes) y colores que huviere en la comarca y tér- minos de dicho pueblo.
Las canteras de piedras preciosas, jaspes, mármoles y otras señaladas y de estima que asimismo huviere.
Si hay salinas en el dicho pueblo- o cerca de él, o de don- de se proveen de sal, y de todas las otras cosas de que tuvie- ren falta para el mantenimiento, o el vestido.
La forma y edificio de las casas y los materiales que hay para edificarlas en los dichos pueblos o en otras partes de donde los truxeren.
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Las fortalezas de los dichos pueblos, y los puertos y lu- gares fuertes e inexpugnables que hay en sus términos y co- marca.
Los tratos y contrataciones y grangerías de que viven y se sustentan así los españoles como los indios naturales, y de qué cosas y en qué pagan sus tributos.
La diócesis de Arzobispado u obispado, o abadía en que cada pueblo estuviere, y el partido en que cayere y cuántas leguas hay, y a qué parte del pueblo donde reside la catedral, y la cabecera del partido, y si las leguas son grandes o pe- queñas, por caminos derechos, o torcidos, y por tierra llana, o doblada.
La iglesia catedral y la parroquial o parroquiales que hu- viere en cada pueblo con el número de los beneficios y preven- das que en ellas huviere, y si huviere en ellas alguna capilla o dotación señalada, cuya es y quien la fundó.
Los monasterios de frailes o monjas de cada orden que en cada pueblo huviere, y por quién y cuándo se fundaron, y el número de religiosos y cosas señaladas que en ellos hu- viere.
Así mismo los hospitales, colegios y obras pías que hu- viere en los dichos pueblos y por quién y cuándo fueron ins- tituidos.
Y si los pueblos fueren marítimos, demás de lo susodicho se diga en la relación que de ello se hiciere, la suerte de la mar que alcanza, si es mar blanda o tormentosa, y de qué tormentas y peligros, y en qué tiempo suceden más órnenos.
Si la costa es playa o costa brava, los arrecifes señalados y peligros para la navegación que hay en ella.
Las mareas y crecimientos de la mar qué tan grandes son, y a qué tiempos mayores o menores, y en qué días y ho- ras del día.
Los cabos, puntas, ensenadas y bayas señaladas que en la dicha comarca huviere con los nombres y grandeza de ellos cuanto buenamente se pudiere declarar.
Los puertos y desembarcaderos que hubiere en la dicha costa, y la figura y traza de ellos en pintura como quiera que sea en un papel, por donde se pueda ver la forma y talle que tienen.
La grandeza y capacidad de ellos,, con los pasos y leguas que tendrán de ancho y largo, poco más o menos, como se pudiere saber, y para que tantos navios serán capaces.
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Las brazas del fondo de ellos, la limpieza del suelo, y los bajos y topaderos que hay en ellos y a qué parte están, si son limpios de bromas y de otros inconvenientes.
Las entradas y salidas de ellos, a qué parte miran, y los vientos con que se ha de entrar y salir de ellos.
Las comodidades y descomodidades que tienen de leña^ agua y refrescos, y otras cosas buenas y malas para entrar, y estar en ellos.
Los nombres de las islas pertenecientes a las costas, y porqué se llaman así, la forma y figura de ellas en pinturar si pudiere ser, y el largo y ancho y lo que boxa, el suelo, pas* tos, árboles y aprovechamientos que tuvieren, las aves y ani- males que hay en ellas, y los ríos y fuentes señaladas.
Y generalmente los sitios de pueblos de españoles despo- blados, y cuándo se poblaron, y despoblaron, y lo que se su- piere de las causas de haberse despoblado.
Con todas las demás cosas notables de naturaleza, y efec- tos de suelo, aire y cielo que en cualquiera parte hu viere, y fueren dignas de ser sabidas.
Y hecha la dicha relación, la firmarán de sus nombres las personas que se huvieren hallado a hacerla, y sin dilación la enviarán con esta instrucción a la persona que se la huviere enviado. (*).
Hemos querido dejar estampado este notabilísimo docu- mento en obsequio de la juventud; pues equivale a un verda- dero monumento que prueba la cultura de nuestros antepasa- dos, los españoles, en aquella época el año de mil quinien- tos setenta y tres.
No ponemos en este lugar, por ser algo larga, la ins- truction Y advertimiemtos para la observación de los eclipses de las sombras que su Magestad manda hacer, este año de mil quinientos setenta y siete y setenta y ocho, en las ciudades y pueblos de las Indias para verificar la longitud y altura de ellos, aunque para el efecto sobredicho tienen la Astrología y Cosmografía propuestos muchos y diferentes medios mathemáticos etc.
(*) Para conocer los grandes adelantjs de la madre patria, por aquellos tiempos el lector debe estudiar la cultura científica de España en el siglo xvp {Madrid) Sucesores de Rivadeneira, Paseo de San Vicente, N<>20. — Año de 1893.
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Aprobaciones de !a \g íesia y de la Orden
En virtud del. nombramiento de Censor con que fui hon- rado por su Reverencia, en oficio fechado en Valencia el día trece de abril del presente año, examiné con cuidado y detención la obra titulada: "Vida del Fundador de San- tiago de León, de Caracas, Diego de Losada", escrita por el Reverendo Padre Fray Froilán de Rionegro, religioso de "nuestra Orden, Franciscano-Capuchino. La obra no contiene nada contrario ala enseñanza de nuestra santa madre, la Iglesia Católica, y la veo escrita con criterio sano y libre 4e tendencias peligrosas.
Tal es el juicio que me ha merecido la lectura de dicha obra, y salvo otro juicio mejor que el mío, creo que nada obs- ta para que pueda imprimirse, si su Reverencia lo cree así conveniente.
Caracas a 27 de abril de 1912
fray Estanislao de Peridiello.
Muy Reverendo Padre José Manuel de Villaverde, Custodio Provincial.
Sigilum CustodiaB FF. MM. Capuccinorum. — Venezuela. — Puerto Rico y Cuba.
R. P. Fray Froilán de Rionegro, Misionero Capuchino.
Caracas Reverendo Padre:
Por lo que a nos toca, concedemos nuestro permiso para publicar el libro titulado ' 'Vida del Fundador de-Santiago de León-de Caracas, Diego de Losada" escrita por el Reverendo Padre Fray Froilán de Rionegro, Misionero Capuchino de nuestras misiones de Castilla en Venezuela, Puerto Rico y Cuba — , mediante que de nuestra orden ha sido examinado y no contiene, según la censura, cosa alguna contraria al dog- ma católico y sana moral.
Caracas 28 de Abril de 1913
(L. S.)
fray José Manuel M^ de Villaverde.
Custodio Provincial.
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Arzobispado de Caracas y Venezuela. — Gobierno Superior* Eclesiástico. — Joannes B. Castro, Dei et Apostólicas Sanctse Sedis Gratia Archiepiscopus Caracensis- — Ca- racas 29 de abril de 1913.
Puede imprimirse la obra titulada Vida del Fundador de Santiago de León, de Caracas, escrita por el Reverendo Padre Fray Froilán de Rionegro, Religioso de la Orden Fran- ciscano-Capuchina.
(L. S.)
f Juan Bautista
Arzobispo de Caracas
Visto Caracas, 20 de julio de 1914
(L. S.)
t Carlos Prietropaoll Arzobispo de Cálcide
Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la Santa Sede.
ÍNDICE
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Dedicatoria 7
Acuerdo propuesto por Ja Comisión que nombró el Muy Ilustre Ayuntamiento de Santiago de León, de Ca- racas 9
Decreto del Gobierno del Distrito Federal por el cual se dispone proceder a la publicación en forma de libro de la Biografía de don Diego de Losada por Fray Froiián de Rionegro 11
Cartas del autor y del Excelentísimo señor Delegado Apostólico y Enviado Extraordinario de la Santa Sede en Venezuela. . . 13
Gracias , 1 S
Al curioso lector 17
Capítulo I. — Ojeada general a la provincia de Zamora y situación de Rionegro, cuna del fundador de Santiago de León, de Caracas, Diego de Losada 19
Capítulo II. — Importancia social, moral y religiosa déla célebre Hermandad de Nuestra Señora de CarbalJeda, con algunas menciones muy interesantes acerca de Losada. . . 26
Capítulo ///.—Algunas noticias sobre los ascendientes de Diego de Losada y del nacimiento, crianza, juventud y carácter del fundador de Santiago de León, de Caracas. —¿1513?— 1532... 29
Capítulo IV. — Diego de Losada llega a Puerto Rico y pa- sa a Tierra Firme y es nombrado en Maracapana Maestre de Campo del ejército de Cedeño. — 1533-1512. ........ 33
Capítulo V. — En que se trata del viaje que Diego de Losada hizo a Coro y de su vuela por los Llanos a Cuma- ná y Cubagua para asegurar la fundación de aquella pri- mera ciudad, con otras particularidades interesantes. — 1543-1545 39
Capítulo VI. — Diego de Losada se dirige a La Española y vuelve a Coro con el Gobernador Tolosa para la orga-
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nización del Tocuyo, con otros sucesos importantes. — 1546 .... 43
Capitulo VIL — De los grandes trabajos que Diego de Losada y los españoles pasaron en descubrir camino entre Venezuela y Colombia, para utilidad de la República. — 1547-1549. 47
Capítulo VIII. — Fundación de nuevas ciudades por nuestros antepasados los españoles y en particular de Nue- va Segovia de Barquisimeto, cuyos vecinos eligen a Losa- da uno de sus primeros alcaldes. Refiérense los adelantos de la Colonia y algunas curiosidades de los indios. — 1550 -1552 53
Capítulo IX. — De varios sucesos ocurridos en las mi- nas de Buria y graves peligros de Nueva Segovia de Bar- quisimeto, de los cuales la libró Diego de Losada. — 1553. 5
Capítulo X. — Prosigue el mismo asunto. Menciónan- se las nuevas poblaciones de nuestros antepasados los es- pañoles: Nirgua, Nueva Valencia del Rey, Borburata y Trujillo adonde se dirige Losada con el fin de pacificar a los indígenas. —1553-1557 62
Capítulo XI. — Dificultades enormes de la conquista y colonización de la provincia de Caracas: progresos y fra- caso de Fajardo. — 1558—1559 70
Capítulo XII. — Dificultades y fracaso de Pedro de Mi- randa y del valentísimo Juan Rodríguez Suárez, con la relación de varios hechos. — 1560 76
Capítulo XII I. - -Continuación del mismo asunto; y re- lación de la muerte del valentísimo capitán Juan Rodríguez Suárez, según Oviedo y Castellanos. — 1561 83
Capítulo XIV. — Fracaso de Narváez^ Guaycamacuto instigado por Guaycaypuro hace traición a Fajardo, con el nuevo fracaso y muerte de este grande hombre, según el autor de Varones Ilustres. — 1561-1562 88
Capítulo XV. — Refiérese la muerte del famoso Diego García de Paredes y el fracaso del Gobernador y del Ma- riscal, con otros pormenores interesantes. — 1563-1564. .. 92
Capítulo XVI. — Conquista y colonización de la provin- cia de Caracas por Diego de Losada, con varias relaciones muy interesantes y la lista de sus tropas, gentes, ganados y armas. — 1565-1566 96
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Capítulo XVII. — Diego de Losada, organizados los ser- vicios religiosos, se prepara para entrar en combate, y se dicen la disposición y resultados de los primeros choques, con otras particularidades. — 1567 103
Capítulo XVIII. — Terrible batalla de Los Teques en el río de San Pedro y llegada de Losada al Valle de San Francisco, con la situación probable del campamento es- pañol sobre un plano importantísimo de una parte del Valle de los Caracas, antes de la fundación de la ciudad. —1567 108
Capítulo XIX. — Refiérese lo ocurrido en el Valle de la Pascua y cómo Losada envió una expedición a Chacao, con otras particularidades muy curiosas. — 1567 113
Capítulo XX. — Expedición de Losada a Jos Mariches, con otros sucesos importantes. — 1567 116
Capítulo XXI. — Fundación de la ciudad de Santiago de León, de Caracas, por Diego de Losada; su posición y otros pormenores antiguos muy interesantes. — 1567 121
Capítulo XXII. — Fundación de la primera iglesia de Santiago de León, de Caracas, por Diego de Losada y dícense otros pormenores antiguos muy curiosos. — 1 567. 128.
Capítulo XXIII. — Terrible conflagración organizada por el Cacique Guaycaypuro para aniquilar y destruir la nueva población de Santiago de León, de Caracas ; Losada la protege y libra del exterminio. — 1567-1568 135
Capítulo XXIV. — Fundación del primer puerto de la Provincia de Caracas y de la ciudad de Nuestra Señora de Carballeda y otras excursiones de Losada para cono- cer el país y disponer las encomiendas, con algunas peri- pecias ocurridas durante ese tiempo. — 1568., 140
Capítulo XXV. — Pónese el texto de un notable do- cumento subscrito por Diego de Losada en la ciudad de Nuestra Señora de Carballeda, con algunas observaciones importantes. — 1568 147
Capítulo XXVI. — Cómo murió Guaycaypuro, el ma- yor enemigo de la ciudad de Santiago de León, de Cara- cas.—1568 ,.... _ 152
Capítulo XXVII. — Cómo fenecieron varios Caciques de los Mariches; refiiérese la acción heroica de uno délos in- dios.—1569 155
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Capitulo XXVIII. — Sustitución de Losada y muerte del fundador de Santiago de León, de Caracas, en el To- cuyo.—1569 157
. Capítulo XXIX. — Noticias de la ciudad de Nuestra Se- ñora de Carballeda y de la fundación de la Guaira, con otras particularidades antiguas de la colonización y de
Santiago de León de Caracas.— 1570-1597 161
Capítulo XXX. — Homenaje de gratitud de la ciudad de Santiago de León, de Caracas, a su fundador don Die- go de Losada 168
Capitulo XXXI. — Grandeza y porvenir de la capital de Venezuela, Santiago de León, de Caracas, fundada por Diego de Losada 173
Capítulo XXXII. — Observaciones sobre las provincias españolas de aquende los mares, de su independencia y del regionalismo de la raza española. 177
Capítulo XXXIII — Conclusión. — En donde se hace mención de la grandeza de España, la Madre-Patria, y se , corrobora Jo expuesto sobre las Provincias Españolas del Nuevo Mundo, con lo dicho por el limo, y Rmo. señor Arzobispo de Ancud (Chile) en el acto de presentar las banderas de las naciones españolas de América ala Santí- sima Virgen del Pilar de Zaragoza 197
Apéndice I. — Estudio crítico sobre el día, mes y año de la fundación de Santiago de León, de Caracas, con el im- portante parecer de la Ilustre Academia nacional de la Historia 213
Apéndice II. — Noticias de la isla de Cubagua, de sus grandes riquezas y destrucción de Nueva Cádiz por un terremoto en mil quinientos cuarenta y tres y elogio de la isla de Margarita, con varios cuadros de costumbres de aquella época, entresacados de los Varones Ilustres del Presbítero Juan de Castellanos.— 1496-1543 221
Apéndice III. — Importante cuestionario propuesto en 1573, por el gran rey don Felipe II: Santa Marta y Ve- nezuela fueron las primeras que lo contestaron 236
Aprobaciones de la Iglesia y de la Orden ele los Capuchinos 242
índice 246
Fe de erratas ,„-. 251
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