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EL TEATRO.

COLECCIÓN

DE OBRAS DRAMÁTICAS Y LÍRICAS.

EL PAYASO,

DRAMA EN CUATRO ACTOS Y E> PROSA.

luipreata de José Rodríguez, calle del Factor, ouui 9 ■SS9.

Vi

PUTOS III VEM

Madrid: libremia de Cuesta, calle Mayor, »*títw.

PROVINCIAS.

Albacete.

Alcoy.

Algeciras.

Alicante.

Almería.

Aranjuez .

Avila.

Barcelona.

Bilbao.

Burgos.

Cáceres.

Cádiz.

Castrourdiales

Córdoba.

Cuenca.

Castellón.

Ciudad-Rea,!.

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Logroño.

toja.

Málaga.

Matará.

Murcia.

Pérez.

V.de Marti c hijos.

Almenara.

I barra.

Alvarez.

Prado.

Rico.

Orduíia.

Viuda de Mayol.

Asluy.

Hervías.

Valiente.

V. de Moraleda.

Saenz Fálcelo.

Lozano.

Mariana.

Gutiérrez.

Arellano.

García A'^arez.

Muñoz García.

Sánchez,

García.

Conté Laeoste.

Dorca.

Sanz Crespo.

Zamora.

Oñana.

CharlainyFernz.

Quintana.

Osoriio.

Guillen.

Ida'go.

Bueno.

Vit da de Miñón

Zara y Suare?.

Pujol y Masía.

Delgado.

Verdejo.

Cano.

Caíiavale.

Abadal.

Hermanos de An dríon.

Motril.

]} amanares .

Mondoñedo.

Orense.

Oviedo .

Osuna.

Falencia.

Palma.

Pamplona.

Ballesteros. Acebedo. Delgado. Robles. Palacio. Montero. Gutiérrez é hijos. Gelaberl. Barrena.

Palma del Rio. Gamero. Pontevedra. Cubeiro. Puerto de Santa

Marta. Puerto-Rico. Reus. Ronda. Sanlucar. S. Fernando.

de Te-

sta. Cru \ nerife. Santander. Santiago. Soria. Segovia- S. Sebastian. Sevilla. I Salamanca. Segorbe.

Tarragona.

Toro.

Toledo.

Teruel.

Tuy.

Talavera.

Valencia.

Valladplid.

Vitoria.

Valderrama.

Márquez.

Prins.

Gutiérrez.

Esper.

Meneses.

Ramírez.

Laparte.

Escribano.

Rioja.

Alonso.

Garralda.

Alvarezy Comp.

Huebra.

Clavel.

Aymat.

Tejedor.

Hernández.

Castillo.

Marlz. delaCruz.

Castro.

Moles.

Hernainz.

Galindo.

Villanueva y Gel- trú.

Ubeda.

Zamora.

Zaragoza.

Magín Bellran y

compañía. Treviño. Calamita. V. Andrés.

EL PAYASO.

La propiedad de este drama pertenece á su traductor, y nadie podrá sin su permiso reimprimirlo ni represen- tarlo en los teatros de España y sus posesiones ni en los de Francia y las suyas.

Los corresponsales del Sr. Gullon, editor de la gale- ría lírico-dramática El Teatro, son los encargados ex- clusivos de su venta y cobro de sus derechos de repre- sentación en dichos puntos.

a Don 3o$r Dalrro.

Cuando leí por primera vez este drama, traido á Madrid por el distinguido actor francés Mr. Laferriére, formé desde luego el proyecto de dedicárselo á V., para quien me puse á traducirlo, esperando tranquilo su venida á la corte, en la seguridad de que ningún otro actor se había de atrever á ponerlo en escena. Porque se necesita todo el entusias- mo que-á V. le anima por las glorias del arle sublime que profesa, para complacerse en vencer las dificultades in- mensas que ofrece el desempeño de caracteres de índole tan especial como el del protagonista de la presente obra, y el de varias otras, algunas de ellas de bien escasa im- portancia literaria por cierto, las cuales ha acreditado V. para siempre á la vez que se ha hecho inmortal en ellas por su admirable ejecución. Siladelpapeldel payaso Bcl- fegor lo ha sido, el público lo dirá por mí: él acude pre- suroso al elegante coliseo de la calle de Toledo hace mu- chas noches, á reir y llorar con V., cubriéndole de fre- néticos aplausos y llamándole á la escena una y otra y otra vez para saludarle con Víctores y flores. Y á que es un triunfo el mas legítimo y merecido que han presen- ciado los teatros! Yo le felicito á V. sincera y lealmente

por él, y me felicito á mismo de haber contribui- do aunque en tan pequeña parte al colosal triunfo que ha obtenido V. á su reaparición en la corte. Réstame únicamente dar á V. las gracias por el esmero, propiedad y lujo con que el drama ha sido puesto eu escena; si bien esto, sobre no ser nuevo en los teatros que hasta el dia lia tenido V. á su cargo, no lo es tampoco respecto del de No- vedades, donde los espectáculos se presentan de un modo que formará época en Madrid. Con esto y con dar también Jas gracias á los demás actores que han tomado parte en el desempeño de la obra, y muy singularmente á la pri- mera actriz Doña Maria Rodríguez, que en su ingrato pa- pel ha alcanzado aplausos que yo no esperaba, se despide deV.

Su apasionado y antiguo amigo

Jindoto Lid.

i.° de Diciembre de 1857.

EL PAYASO,

DRAMA EN CUATRO ACTOS,

ARREGLADO A LA ESCENA ESPAÑOLA

DON ISIDORO GIL,

Representado en Madrid en el teatro de Novedades, el 23 de No- viembre de 1857.

MADRID:

IMPRENTA DE JOSÉ RODRÍGUEZ , FACTOR, 9.

1859.

PERSONAJES. ACTORES.

MAGDALENA D.a María Rodríguez.

ENRIQUE, llamado Jacobillo . Sta. Rafaela Tirado.

FLORA D.a María Menendez.

LA SEÑORITA DE VERMAN-

DOIS D.a Vicenta Martin.

CATALINA D.a María Cruz.

FANY D.a Carolina Segarra.

JUANITA, niña

GUILLERMO, conocido por

Belfegor, Payaso D. José Valero.

EL DUQUE DE MONTBAZON. D. Antonio Bermonet. EL GRAN BAILIO DE CLER-

MONT ... D. Calixto Boldün.

EL VIZCONDE HÉRCULES... D. Antonio Zamora. EL CONDE DE CASTEL-

BLANC D. Lázaro Pérez.

BEAUMESNIL D. Ignacio Mur.

EL CABALLERO DE ROLLAC. D. Francisco Coria.

EL VIDAMO DE ARPIÑOL.. D. Agustín Toscano. EL COMENDADOR DE PUFIÉ-

RES D. Pedro Mafei.

DUPERRON D. Eduardo Hernández.

JUAN JOSON D. Rafael Tost.

GRELU D. Ceferino Hernández.

BELLO-AMOR D. Ramón Benedí .

UN MEDICO D. José Sánchez.

UN MOZO DE POSADA D. N. Zaragozano.

Aldeanos de ambos sexos, Soldados, Gendarmes, Músicos, Convidados, Máscaras, Cazadores.

ACTO PRIMERO.

Una plaza de aldea : á la izquierda la posada : á la derecha, una tapia con setos y árboles frutales.

ESCENA PRIMERA.

Grelu, Juan Joson, Aldeanos de ambos sexos, adornados de flores.

Grelu. (Subido en una sil a, delante de la puerta de su posada.) Aldeanos de ambos sexos de la aldea de Clermont, con- cejo de Landreci, distrito de Marbeuf... la ley os auto- riza á divertiros hoy b de Junio de 1814, dia de san Bo- nifacio, vuestro patrón; en su consecuencia os estimu- lo á remojar la garg&nta, sin reserva ni medida, tenien- do en consideración que soy yo, vuestro teniente al- calde, el único que vende vino en dos leguas á la re- donda.

Ald. ¡Viva el teniente alcalde!

Grelu. Gracias, hijos. Ahora tengo que leeros un bando del se- ñor sub-prcfecto de fecha 2 de junio de 1814. Dice el bando. (Leyendo.) «Que todo el mundo se presen- tará con rostro alegre, muy alegre, y se dirigirá al son de una música no menos alegre, en busca de su señoría el gran bailio de Clermont, que ha vuelto á entrar en Francia tras largos años pasados fuera del reino; y el

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JoSON.

Grelu.

JOSON.

Grelu. Joson. Grelu.

Joson. Ald.

Otro.

Otro.

Joson.

Grelu.

Joson.

Todos.

Joson.

Grelu.

cual se digna separarse del camino real, para venir á visitar á sus muy amados subditos y subditas. A sus subditos cíe ambos sexos. Joson, te niego la palabra. ¡Si no he dicho nada! ¡Si, que has dicho! Cuando digo que no.

(Leyendo.) «Y subditas, á fin de que tengan la satisfac- ción de contemplar un instanre á su legítimo señor, y puedan prestarle los homenajes debidos.» ¡Quedamos enterados!

¡Que si quieres! Yo me voy á cuidar de mis campos hasta la hora de la función. Yo á escardar el huerto. Yo á recoger mis vacas. Pues yo me voy á comer un tasajo. (Gritando.) No hay que marcharse ninguno. Volveremos para la función. Si, si, para la función.

¡Ea, venid vosotros!... ¿Pero quiénes son esos que lle- gan? ¡qué fachas! mirad, mirad. Es el gran bailío y los que le acompañan... ¡Vamos! vamos á su encuentro. (Todos los aldeanos se escapan.) ¿Qué es esto? ¡me dejan plantado!,. . (A los mozos de la posada.) Pronto, vosotros, id en busca de esos viaje - ros... que al menos no pierda yo mi parroquia. (Vánse iodos.)

ESCENA II.

Castel-Blanc, Clermont, El Vidamo, la Señorita Verman- dois, Hércules de Montbazon.

Clerm. Por aqui, por aqui , señora... he divisado á mis caros aldeanos que venían precipitadamente hacia nosotros.

Verm. Pues yo no veo por aqui á ninguno de esos caros al- deanos.

Cast. Mas trazas tienen de huir de nosotros por lo que voy viendo.

Vidam. Si, de huir de nosotros... lo mismo iba yo á decir.

Herc. En efecto... creo... (Subiendo hacia el foro.)

Verm. Aqui, Hércules. (Llamándole.)

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Herc ¡Si, abuelita! (Volviendo deprisa.)

Verm. Si es este el recibimiento que os hacen vuestros Va- sallos...

Clerm. Ya habéis visto los preparativos de la función, flores, guirnaldas... Estas pobres gentes, como las hemos co- gido desprevenidas nos preparan sin duda alguna sor- presa, algún refresco servido por las muchachas mas lindas del lugar. ¡Jé! ¡jé! mis dominios estaban plaga- dos en otro tiempo de muchachas muy lindas y muy virtuosas.

Herc ¿Conque lindas, eh? (Se dirige hacia el foro.)

Verm. Aqui, Hércules-

HüRC ¡vSi, abuelita!

Verm. ¡Libertino! acordaos que hasta dentro de un mes no cumplis los veinte y un años, y que hasta entonces yo respondo al duque de Montbazon de vuestra conducta.

Herc. Si, abuelita.

Cast. Conque en fin, señores, hétenos ya otra vez en nuestra hermosa Francia. Tengo curiosidad de saber lo que ha hecho de ella el tal Bonaparte.

Verm. Pero decid, señores... ¿nos vamos á estar mucho tiempo aqui?

Clerm. No por cierto, vamos ámi castillo.

Verm. Es que está haciendo un calor insufrible... Yo me mue- ro de sed.

Clerm. ¿Por qué no lo habéis dicho antes, señorita? ¡Hola! ¿no hay nadie por aqui?

ESCENA III.

Dichos, Grelu. A poco Joson.

Grelu. Aqui estoy yo... (Volviendo con atavíos de posadero.) ¡aqui estoy yo!... (Quitándose el gorro.) ¿Qué hay para servir á los señores?

•Clerm. Asi me gusta. Pronto, un refresco para esta señorita.

Grelu. Volando, monseñor.

Clerm. Ya veis como son mis vasallos. ¡Eh! ¿pero á qué espe- ramos?... estoy en mis dominios... y puedo ofreceros cualquiera fruta de estas que veo en los árboles... (Se dirige á cogerla.) Justamente, aqui hay uno cargado de ella. (Tira de una rama que cuelga por cima de la tapia.)

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Joson. ¡Eh! cuidado con tocar eso. (Apareciendo en lo alto de la tapia.)

Clerm. ¡Cómo! truhán, te atreves...

Joson. Este huerto es mió, y la fruta por lo consiguiente... y al primero que se acerque á cogerla, le arrimo un tran- cazo que le descrismo.

Todos. ¡Insolente!

Vid. (Con mucha calma, y tomando un polvo.) ¡Insolente! esa es la palabra.

Berc. ¡Rústico! ¡villano! (Yendo á él.)

Joson. ¿El qué? ¿el qué? (Amenazándole con la horquilla.)

Verm. ¡Hércules, aqui, Hércules!

Herc. Pero abuelita...

Cast. Vamos, vamos, veo que son muy divertidos... vuestros vasallos, señor bailio; creo decididamente que nos cos- tará trabajo desarraigar de Francia lo que ha plantado el tal Bonaparte.

Clerm. ¡Bobada!., ese aldeano es un mal criado; pero afortu- nadamente, este que parece un buen hombre, trae ya el refresco.

Grelu. Aqui está el agua y azúcar para esta señora.

Verm. ¡Señorita, que soy soltera! (Toma el vaso y bebe.)

Grelu. Por muchos años, señorita.

Verm. Bien está, andad... Gracias, buen hombre.

Grelu. ¡Oh! ¡no hay de qué! son diez sueldos no mas.

Clerm. ¡Cómo! ¡diez sueldos!

Todos. ¡Diez sueldos!

Clerm. ¡Cómo se entiende! pedirme diez sueldos por un vaso de agua en mis dominios!

Grelu. ¡Vuestros dominios!

Clerm. Si por cierto, y vas á conducirme ahora mismo á mi quinta.

Grelu. ¡Ah! perdonad la curiosidad, ¿sois vos entonces el se- ñor gran bailio?

Clerm. El mismo.

Grelu. Pues entonces, me habréis de perdonar, señor gran bailio difunto...

Clerm. ¡Cómo, difunto!

Grewj. No, señor ex-gran bailio, he querido decir... me ha- bréis de perdonar que os haga presente que aqui ya no tenéis ningunos dominios, ni tierras, ni cosa que lo valsa.

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Grelu. Clerm.

JOSON.

"Verm.

Grelu.

Oast.

Joson.

Cast.

Grelu.

Verm.

¡Cómo! ¿pues y mis casas de labranza? ¿y mi quinta? ( Las casas pertenecen al señor sub-prefecto, y la quin- ta ha sido destruida. ¡Destruida mi quinta! No ha quedado cíe ella mas que el palomar. ¡Un palomar!., tengo por todo dominio un palomar! (Que se ha quedado encima de la tapia.) ¡Y ese es mió, cuidado con ella! ¡Tuyo!

¡Como que tengo en él una cria de conejos! ¡Pero esto es inaudito! Nos han puesto la Francia desconocida. Es escandaloso. (Riendo.)

(Con calma y tomando un polvo.) Escandaloso, esa es opinión.

¿Pero qué vamos á hacer?

Creo que lo mas prudente será meternos en una posada. Aqui hay una excelente... y en la que tienen de comer de todo.

De todo... (Dirigiéndose hacia la posada.) Aqui, Hércules. (Hércules vuelve.) ¿Donde está el posa- dero? Soy yo.

Mandad que nos preparen las mejores habitaciones. ¡Habitaciones!., es que no tengo mas que tres piezas. Pues bien, nos acomodaremos en ellas. Es que están tomadas. ¿Tomadas las tres?

Por una señora que ha llegado esta mañana. Entonces quiero ponerme en camino inmediatamente. ¿Y yo que he despedido los caballos que nos han traído? ¿Hay aqui maestro de postas? El maestro de postas soy yo. ¡También esa!

(Sobre la tapia.) Y yo soy el postillón, para servirle. Pues enganchad corriendo. No puedo.

¡Cómo que no puedes!

¡Cuando dice que no puede! (Gritando y sobre la tapia.) ¿No tenéis caballos, por ventura? Si señor, tengo todavía cuatro. Pues entonces...

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Grelu. Pero están comprometidos con la señora de esta ma- ñana.

Todos. ¿También?

Verm. Que esa señora sp contente con dos, y que nos deje los otros; vos elegiréis.

Grelu. No puede ser, me los ha pagado ya.

Joson. Con postillón y todo. (Id.)

Verm. Se os obligará á que los deis; nos dirigiremos á la au- toridad; porque aquí habrá una autoridad?

Grelu. Hay un alcalde, señorita.

Todos. ¡Un alcalde!

Grelu. Un alcalde que está ausente; pero en su lugar ha que- dado el teniente.

Clerm. ¿Cómo habéis dicho?

Grelu. ¡El teniente!

Clerm. ¿Pues qué, es de tropa?

Joson. El teniente alcalde! (Gritando desde la tapia.)

Verm. Se llamará asi ahora... ¿Y dónde está ese teniente al- calde? nos dirigiremos á él, y veréis como os obliga.

Grelu. El teniente alcalde, soy, yo.

Todos. ¡El!

Verm. ¡Siempre él!

Joson. (Desde la tapia.) Y yo soy el guarda, y por eso echo mano á los que roban la fruta.

Verm. ¿Qué va á ser de nosotros? ¿qué vamos á hacer?

Grelu. Si esa señora quisiera cederos... Mirad, aqui viene jus- tamente... arreglarse con ella... yo me vuelvo á mi cocina...

Joson. Y yo voy aqui á la vuelta á echar un trago. ¡ Cuidado coe tocarla fruta! (Desaparece.)

ESCENA IV.

Dichos, Flora.

Flora. ¿Es de de quien se hablaba?

Cast. ¡Preciosa muchacha!

Herc Preciosa muchach... (Yendo á ella.)

Verm. Aqui, Hércules.

Herc Si, abuelita. (Volviendo.)

Flora. (Vaya unas figuras!) (Riendo.)

Cast. Perdonad, señora, de vos era. en efecto de quien habla-

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ban estos caballeros con la señorita de Vermandois. , (¡Ya estoy!., son emigrados que vuelven á los años mil...) Señorita. (Haciendo una reverencia.) Señora... (Devolviéndosela .) ¿Puedo saber lo que se hablaba de mí? Nada... que voso ¡ habéis apoderado, señora, de todos lo cuartos déla posada, y de todos los caballos de posta. Es verdad, me carg... me incomoda mucho la vecindad en los cuartos de las posadas; y me gusta hacer muy deprisa los viajes. ¿Volvéis como nosotros? Si, vuelvo... de paseo.

Perdonad, no es eso lo que ha querido decir mi amigo ¡Ahí

Deseamos saber si esta señora, aprovechando la caida de ese usurpadorzuelo... ¿Cómo decis?

De ese usurpadorzuelo... de Napoleón. (¡Ah! asi tratas al grande hombre... Ahora verás!) Deseamos saber si esta señora vuelve ahora á Francia, y si es de clase.

Yo lo creo. (Y de clase que calza muy estrecho.) ¿Esta señora es condesa? No.

¿Duquesa? No.

¡Princesa!!!

(¡Princesa! algunas veces hacemos ese papel en las óperas.) ¿Princesa? Si señora. ¡Señora! (Haciendo la reverencia.) ¡Señora! (Id.) Señores... (Cómicamente.) ¿Es heehicera, no es verdad? ¡Adorable!

¡Oh! si adora... (Dirigiéndose á ella.) ¿Qué es eso, Hércules?

Si, abuelita. (Volviendo.) (Ya me va fastidiando abue- lita.)

Por si os queda algún escrúpulo, y como es bueno co- nocerse, yo me llamo Rosalía Rosalba de Vermandois del capítulo noble del ducado de Beaumont. Pues entonces, creo que nos entenderemos.

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Herc. Todos. Verm. Flora.

Todos. Flora. Cast.

Verm.

Herc.

"Verm.

Herc.

Verm.

Todos.

Flora.

Cast.

Flora.

Cast.

Flora.

Cast; Flora.

Cast.

¡Mejor que mejor! ¡AL!

¿Conque consentís?

En cederos dos asientos?.. Si por cierto. Pero por miedo de que no os quede algún escrúpulo, y como es bueno conocerse, yo me llamo Není Flora, por otro nombre la Cemargó, bailarina del teatro imperial de la Grande Ópera. ¡Bailarina!

¡Já! ¡já! ¡já! (Riendo.) Conque... bailarina... ¡Já! ¡já! ¡já! (Id.) i ¡Ob! ¡qué horror! (Éntrase en la posada.) Venid con- migo, Hércules.

(Quedándose y acercándose á Flora.) ¡Hola! conque las bailarinas son asi, t;¡n bonitas. (Volviendo encolerizada.) ¿Qué es eso? ¿qué es eso, Hér- cules?

Si, abuelita. (Corriendo. La sigue.) Venid, señores, venid. ¡Una bailarina! (Vánse todos menos Castel.) Los he puesto en dispersión con una palabra. Por Dios que la broma ha sido buena. ¿Qué es eso? ¿no os causo miedo á vos? Yo, hermosa mia, no acostumbro á tener miedo... ni aun de una mujer bonita.

Veo que valéis mas que ellos... y os ofrezco por lo tan- to uno de mis caballos.

Yo viajo á la ligera, y acepto con sumo gusto. Celebro, caballero, esta ocasión que se me presenta de poder complaceros.

Señorita, mil gracias. (La coge de la mano y la acompa- ña hasta la puerta. Óyese dentro el ruido de un carruaje, y gritos de alegría.)

ESCENA V-

Grelu saliendo, Castel-Blanc.

Grelu. ¿Qué es lo que pasa? j Cast. ¿Qué ruido es ese?

Grelu. (Que ha subido á mirar.) ¡Ah! es una cuadrilla de sal- timbanquis que vienen para la función... Voy á ínter-

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rogarles.

Cast. ¿A interrogarles? «

Grelu. Si por cierto; ó soy ó no soy teniente alcalde. Es que, habéis de saber, que en estos momentos hay que an- dar muy listos, porque nos han dicho que van á entrar por la frontera una bandada de picaros que son muy sospechosos. Aqui tengo la lista, mirad: «Lacour, Mar- grat, Lavarennes.» (Leyendo.)

Cast. Lavarennes, que vendió primero al ejército republicano y luego al ejército de Conde... sentenciado á muerte en 1794 por haber robado y asesinado al pagador del ejército realista.

Gp.elu. Ese mismito.

Cast. Procurad, si podéis echar la mano á ese. Era un bribón temible por lo osado y astuto. (Óyese nueva algazara dentro, y acuden muchos aldeanos.)

ESCENA VI.

Dichos. Aldeanos, Belfegor, Magdalena, Enrique, la Niña, Bello-Amor, y tres músicos vestidos de encarnado. Belfegor apa- rece rodeado de su familia y comparsa, en unaberlina vieja descu- bierta, tirada por un caballo blanco. El carruaje se detiene en medio del teatro. Belfegor se levanta y salada.

Belf. Llama á la gente, Jacobillo. (En pié. Enrique hacesonar el tamboron y los timbales. Los otros tocan el clarinete. Acuden á la escena otros muchos aldeanos ) Señores y se- ñoras, aldeanos y aldeanas, con permiso del señor pre- fecto, del señor alcalde y del señor celador de montes... ¡Saluda, Jacobillo!

Enr. Si, maestro. (Dando un toque de timbal, y contestando con voz chillona.)

Belf. Con el permiso de las respetables autoridades susodi- chas, vamos á tener el honor de ejecutar en vuestra presencia nuestros inimitables trabajos!.. Trabajos de gracia, elegancia y destreza, ejercicios maravillosos, que han causado la admiración de todas las cortes extranje- ras... Saluda, Jacobillo. j

Enr. Si, maestro. (Id.)

Belf. Ejercicios que nos han valido los sufragios de todas las

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testas coronadas; ejercicios, finalmente, por los cuales

somos llamados en estos momentos por el emperador de

Marruecos. Pero habiendo sabido que es boy la fiesta de este pueblo, hemos desatendido al marroquí por los amables habitantes del concejo deLandrecí... Vuelve á saludar, Jacobillo.

Enr. Si, maestro.

Belf. Venimos á ofreceros igualmente sesiones de ventrilo- quia, de nigromancia, de quiromancia, de cartoman- cia, llamada por otro nombre la buena ventura! Anun- ciaremos á todas las solteras el año, mes, semana, dia y hora de su próximo casamiento, y á los mozos el nú- mero que han de sacar en la quinta. ( Vuelve á sonar la música.)

Amor. (Leyendo un cartel.) «La función comenzará á las dos por una representación extraordinaria de los juegos indios, y de los doce trabajos de Hércules del inimitable Belfe- gor, y terminará por vuestro servidor, la ilustre vaca marina, aqui presente, que, después de haber hablado el chino, el árabe, el kalmuco, en una palabra, treinta y cuatro lenguas diferentes, os hará ver que no sabe la suya.

Belf. ¡Adelante con la música! (Música general; los aldeanos aplauden. Belfegor se echa fuera del carruaje, y hace ba-> jar á su mujer y á sus hijos, besando a estos al ponerlos en el suelo.) ¡Bello-Amor!

Amor. ¡Grande hombre! (Acercándose.)

Belf. Manda desenganchar á Babieca, y procura que le tra- ten con todos los miramientos que se merece.

Amor. Si, grande hombre. (Hace seña á un mozo de la posada que le ayuda á desenganchar el caballo.)

Belf. ¡Tened, por Dios, mucho cuidado con mi pobre Babie- ca!., es después de mi mujer y mis hijos lo que mas quiero en el mundo.

Cast. Señor teniente alcalde, estas buenas gentes no tienen nada de sospechoso.

Grelu. ¿Quién sabe? mi obligación es examinarlos, (d Belfegor con mal modo.) ¡Acercaos aqui!.. ¿Vuestros papeles?

Belf* Es al señor prefecto á quien tengo el honor de... (Con respeto.)

Grelu. (Mas afectuoso.) No soy el prefecto precisamente;., soy...

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Belt. ¿El señor sub-prefecto?.. Jacobillo, ven aquí' y salu- da... saluda, hijo raio. Si, maestro. Está bien. {Halagado.) Y vos también, señorita. (A lamina.) Si, papá. (Haciéndole una reverencia graciosa.) Muy bien... está muyuien... parecen buenas gentes. Creo que estos informes bastarán al señor sub-prefecto... Yo... si. . si.. ¿Tenéis ahí vuestro pasaporte? Si señor, vedlo.

Aguardad, tenemos que presentarle en la alcaldía. Durante ese tiempo, Guillermo, yo voy á entrar en la posada para que descansen los niños. Eso es, Magdalena , recoge á los niños, recógete también, y uo te olvides de mi pobre Babieca, que ha hecho hoy nueve leguas. Descuida.

Hasta después, mujercita mia. (Magdalena y los niños se meten en la posada:)

¿Sabéis, buen hombre, que tenéis una mujer muy linda?

¡Y si supierais qué buena es!., os dirk que es la alegría de la casa, [Riendo.) si nosotros tuviésemos casa... ¡Pero andad!., eso no quita para que seamos felices^ ¡Felices!... ¿vosotros sois felices? Sin dejarlo de ser un solo dia. ¿A pesar de la vida que lleváis? Por lo mismo que llevamos esta vida, al contrario. So- mos cuatro , lo cual hace que cada uno de nosotros tenga tres para quererle : cuando uno de los cuatro rie y canta , todos los demás cantan y rien , sin preguntar por qué... y á no ser por la pequeñuela, que la tene- mos delicada y enfermiza, no hubiéramos sabido nunca lo que es nn instante de tristeza. (Da besos á la niña Juanita, que viene á traerle un vaso de vino.) ¡Pero las fatigas, los viajes!

¡Los viajes! ¡pues si en ellos está el fondo de nuestra alegría! Nosotros nos parecemos á una bandada de pá- jaros, que echan á volar asi que el cierzo ó el fastidio sopla por algún lado... y como para hacer alto escoge- mos la fiesta del santo patrón de cada pueblo, adonde quiera que llegamos encontramos tan solo caras risua-

Cast. Belf. Grelu.

Belf.

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ñas y trajes de gala para recibirnos... Por la noche, cuando se ha recogido algún dinero, cenamos alegre- mente, dando gracias á Dios por lo que hemos ganado durante el dia ; y si lo que se ha recogido ha sido poco, no por eso dejamos de darle las gracias también por lo que hemos de ganar al dia siguiente. ¡Bravo! sois un gran filósofo. (Riendo.) ¡Yo! yo soy un pobre payaso. Vamos á la alcaldía.

Si, señor prefecto , estoy á vuestras órdenes. (Vánse Grelu y Belfegor por el foro derecha.)

ESCENA Vil-

Castel, Hercules.

HiiRc. (Saliendo por el foro izquierda.) Vamos, está visto, no podemos marcharnos.

Cast. ¿De dónde bueno, vizconde?

Herc ¿Yo?... vengo de caza.

Cast. ¿De caza?

Herc. Si, ando á caza de caballos. Abuelita me ha hecho re- correr todos los caseríos para ver si encuentro con qué pueda continuar su viaje... pero no he encontrado nada.

Cast. Pues yo he sido mas dichoso que vos, gracias alas gracias de la bella bailarina... Buena suerte y hasta la vista.

Herc. ¡Señor conde! (Saludando. Váse Castel. Hércules le acompaña hasta la salida.)

ESCENA VIII.

Hercules, Flora.

Flora. ¡Oiga! (Saliendo de la posada.)

Herc. ¡Calle! (Volviéndose.) es la preciosa bailarina.

Flora. ¡Es el señorito tonto de hace poco! (Hércules la saluda,

y se dirige hacíala posada.) ¿Qué es eso? ¿también me

tenéis miedo vos? :Herc¿¿ ¡Miedo!... no... si... no... quiero decir... es abuelita la

que me da miedo... tengo miedo de que...

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Flora.

Hk.rc.

Flora.

Herc.

Flora.

Herc.

Flora.

Herc.

Flora.

Hsrc

Flora.

Herc.

Flora.

Herc. Flora.

Herc.

Flora.

Herc.

Flora.

Herc.

Flora.

Herc.

Flora.

Herc.

Flora.

Herc.

Jo son.

Herc.

Flora.

Verm.

Herc.

Verm.

Herc.

Verm.

¿De que abuelita os vea hablar conmigo?... ,

Si, señora. (Turbada) ¡Abuelita es una necia! Creo que si, señora. Que os trata como á un cbicuelo. Creo que si, señora. Pero vos sois un hombre... Creo que... si, señora. (Conmucha viveza.) Pues bien, es preciso enviar (• paseo á abuelita. (Con candor.) Yo la enviaría con mucho gusto, señora. Y por mi parte, deseo darle una lección por el modo que ha tenido de tratarnos á Napoleón y á mí. ¿Que- réis ayudarme á ello?

Yo bien quisiera... (Titubeando.) pero se entiende que no es por Napoleón ¿De veras? (S'onriéviose )

Confieso que me gustáis mas que ese grande hombre. Entonces, para deshaceros de abuelita y vengarme de ella al mismo tiempo, no hay mas que un medio. ¿Cuál? Robadme.

¡Cómo! ¿robaros el que? (Con tono simplón.) ¿eh? Pero si no tengo caballos. Tomáis los mios. Si no tengo coclie. Tomáis el mió. No tengo criados.

Pues bueno, me robáis con mis caballos , mi coche y mis criados.

Voy á pedir dinero á abuelita. (Dirigiéndose hacia la posada.)

¡Cómo!... ¡Aqui, Hércules! ¡Pero estáis loco! No del torio aun ; pero creo que lo estaré en el camino. El carruaje está esperando, señora. (De postillón.) Vamonos: ea, vamonos... vamonos! Partamos. (Hércules la coge del brazo.) {Dentro.) ¡Hércules! ¿Pero dóndo ha ido? ¡Hércules! Si, abuelita. (Con Flora.)

¡Hércules ! ¡qué veo ! (Desde la ventana.) Aqui , Hér- cules.

No puedo, abuelita... estoy haciendo un rapto. ¡Insolente! ¿y te atreves?... ¡ah!

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(Desaparece de la ventana. Hércules y Flora se escapan por la izquierda. Oyese un gran ruido en el foro. Magda-- lena ha salido de la posada para ver lo que pasa.)

ESCENA IX

Magdalena, Castel, el barón de Rollac, Belfegor, Grelu,

Aldeanos.

Mag. ¿Qué es lo que pasa?... ¡Tanta gente! parece una dis- puta; ¡y Guillermo, mi marido, eu medio de todos esos hombres!... ¡Dios mió! ¡Ah! (Dando un grito. Todos sa- len á la escena.)

Grelu. (A los aldeanos.) Vamos , vamos , nada de grupos , ú os hago arrestar á todos por el guarda. (A Belfegor.) Vos os habéis portado, y ahí tenéis el permiso para darfun- ciones, valiente Belfegor.

Rollac. ¡Belfegor!

Belf. Muchas gracias, señor magistrado.

Rollac. (Aparte.) Belfegor es el hombre que yo busco. (Habla bajo á Grelu.)

Mas. Guillermo, ¿pero qué ha sucedido?

Belf. Hija, la cosa no ha durado mucho; pero yo no creí que tenia tanta fuerza.

Cast. Vuestro marido, señora , acaba de tomar bizarramente nuestra defensa.

Rollac, La verdad es que ha venido á nuestro socorro muy á tiempo.

Mag. Pero en fin...

Cast. aqui el caso. El señor (Señalando á Rollac.) ha teni- do una quimera con unos campesinos, y como eran cuatro contra él , yo emprendí con* los cuatro á lati- gazos.

Belf. Llego yo á este tiempo , y me veo á estos dos señores rodeados, no ya de cuatro, sino de ocho hombres... ocho, armados de palos y horquillas, jurando acabar con los dos... Y como el señor me habia hablado antes con bondad é interés, del mismo modo que él empren- dió con los cuatro, emprendí yo con los ocho... Pero figúrate, Magdalena, que lo mas particular ha sido que á cada puñetazo que yo arrimaba venia un hombre al suelo, como si fuera de cartón ; de tal modo, que á los

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cíqco minutos los ocho estaban patas arriba, mirándo- me como una maravilla ó un fenómeno. Y el mas asom- brado de todos era yo; yo , que por vez primera, á mi edad, acababa de descubrir que tengo la resistencia de un toro, la fuerza'de un león... Oye, mujercita, ya no me voy á atrever á estrecharte entre mis brazos.

Mag. ¡Mi buen Guillermo! ¿Pero no estás herido?

Belf. Es que yo me creía como todo el mundo, yo que jamás he reñido con nadie... ¡ Ay, Dios mió, y mis hijos! tal vez los habré hecho daño cuando para adiestrarlos les he estirado las piernecitas y los brazos. (Temblando.) Y mi pobre pequeñuela quizás por eso eslé tan pálida y tan enclenque... ¡Oh! si no fuera asi, Magdalena...

Cast. (¡Excelente hombre!)

Mag. No. no, ya sabes que nació delicada; sabes que enton- ces...

Belf. Entonces... si, es verdad, yo no la cogia en brazos sino para acercará mis labios su carita de ángel... ¡Ah! no importa, ya no me atreveré á tocar á mis hijos, tendré miedo de lastimarlos sin querer.*

Mag. Sosiégate-, yo respondo de tí.

Belf. Ea , vamos ; aqui tengo ya el permiso , preparemos la barraca. (Belfegor y Magdalena se dirigen á la carretela, bajan los timbales y diversos objetos.)

Rollac. A solo me resta dar las gracias por su generoso auxi- lio al señor conde de Castel-Blanc.

Cast. Y decidme, señor mió, á quién tengo el honor de ha- blar.

Rollac Me llamo el barón de Rollac.

Cagt. ¡El barón de Rollac!... ¿.Venis de América?

Rollac. Si.

Cast. ¿No murió en vuestros brazos, en Alemania, el marqués de Montbazon?

Rollac. Si... si, en mis brazos murió... (Algo corlado.) verdad es.

Cast. Pues yo os he visto antes de ahora, caballero...

Rollac ¡Cómo! vos me habéis... (Con un movimiento .)

Cast. Erais muy joven entonces , un niño casi , cuando aca- babais de llegar al ejército de Conde.

Rollac Cierto que si...

Cast. Hará veinte años de esto... Confieso que no os hubiera conocido.

Rollac Nada tiene de extraño... la edad y mi larga permanen-

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cia en América...

Cast. Los Montbazon tendrán sumo gusto en conoceros... yo soy de la familia, cuñado del marqués, y aqui tenéis en esta misma posada á la señorita de Vermandois, su tia, y al joven vizconde de Montbazon, su sobrino.

Rollac. ¿Que sois pariente de los Montbazon decis?

Cast. Si.

Rollac. ¡Ah! me felicito de este encuentro. Decid , entonces sa- bréis que el pobre marqués de Montbazon , que m urió en mis brazos dejó un sucesor, una bija.

Cast. Una bija, en efecto , que desapareció siendo muy pe- queña, durante la revolución , y que desde entonces hemos buscado inútilmente.

Rollac. Yo creo haber descubierto su paradero.

Cast. ¡Será posible!

Rollac. Si , señor ¿Dónde paráis?

Cast. Aqui, en el León de oro.

Rollac. Pues bien, tened la bondad de esperarme en vuestro cuarto, yo iré á buscaros dentro de u>) instante, y os diré todo lo que acerca de esa niña. Tengo que ter- minar aquijun asunto importante. Hasta después, se- ñor conde.

Cast. Hasta después, caballero. (Entra en la posada.)

Rollac (Solo.) Vamos, valor, Lavarennes, ya estás recibido, aceptado bajo el nombre de Rollac. El verdadero Ro- llac ha muerto, allá, en América, y la mar no devolverá su cadáver. Era el último de su familia, posees to- dos sus papeles, y entre ellos has hallado un escrito que puede hacer tu fortuna. Si, si, logre yo volver á los Montbazon la hija que gracias á ese escrito he des- cubierto, y nada tengo que temer ya de la justicia. Vamos, mostremos habilidad y mi porvenir está ase- gurado.

ESCENA X.

Rollac, Relfegor.

Rollac (Deteniendo á Belfegor que se separa del carruaje, y va á entrar en la posada.) Payaso , oye aqui , tenemos que tratar de un asunto juntos, camarada. Relf. Caballero...

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Rollac ¿Sabes que hace tiempo que te andaba buscando?

Belf. ¿Vos me buscabais á mí?

Rollac. Si, á ti, Guillermo, ó por otro nombre Belfegor, ya ves que te conozco.

Belf. ¡Miren la agudeza! hay cien mil en Francia que me co- nocen asi.

Rollac ¡Oh! es que yo te conozco algo mas que esos, mejor que mismo.

Belf. ¡Oiga! ¿Conque sois dp] oficio? (Riendo.) ¿me vais á decir la buena ventora?

Rollac. ¿Por qué no? yo he viajado mucho, y leer en el des- tino de los hombres.

Belf. ¡Já! ¡já! ¡já! esa es buena. (Riendo.)

Rollac ¿Quieres enseñarme la mano?

Belf. Aqui tenéis las dos. Pues señor, vamos á divertirnos. (¡Es un señorito chusco!) Conque decíamos. .. ¿La de- recha ó la izquierda? (Presentándole ambas manos.)

Bollac Laque quieras. Decíamos... que estás casado ha- ce doce años.

Bflf. ¡Vaya una ciencia! cuando se tiene un hijo de once, y uno 110 es raquítico, fácil es de "adivinar que hará una docena de años...

Rollac Ese casamiento hará tu suerte.

Belf. Ya la ha hecho; me ha dado dos querubines... dos hi- jos como dos soles... ¿Qué mas'.' (Riendo.)

Rollac Esa mujer con quien te casaste en una aldea de Breta- ña, no era hija del pobre jornalero que te la otorgó.

Belf. Eso es verdad. (Grave.)

Rollac Aquel jornalero te dijo que el nacimiento de su hija adoptiva era un misterio.

Belf. Con efecto.

Rollac Que un hombre de aspecto miserable se la había con- fiado cierta noche, y que el tal hombre, que debia vol- ver á los tres días, no habia parecido mas.

Belf. Si.

Rollac Esto, en cuanto á lo pasado; y ahora tocante á lo por- venir.

Belf. Perdonad, perdonad, señor mió... (Con una especie de asombro lleno de candor.) ¡Pero qué! ¿es verdad que se puede vaticinar lo que ha de suceder?

Rollac ¡Y me lo preguntas, tú! que tienes ese oficio.

Belf. ¡Ahí veréis! hace quince años que le ejerzo sin creer

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en él.

Rollác. No importa, escúchame: Magdalena será para el orí- gen de una gran fortuna, porque Magdalena pertenece á una ilustre familia, noble al par de los príncipes de la sangre, rica de muchos millones, y la cual te daré á conocer.

Belf. (Despavorido.) ¡Ella! ¡Magdalena! noble... ¡noble de mu- chos millones, rica como los príncipes de la sangre! Y vos me aseguráis...

Rollac Te juro que todo esto es verdad.

Belf. ¡Rica! ¡ella, mi mujer!... y mis hijos millonarios en fárfara.'.. ¡Ahí ¡Bah! eso es imposible, vos queréis bur- laros de mí...

Rollac. Todo ello es verdad... muy verdad... Dentro de un ins- tante te presentaré la prueba... y para que no puedas ya dudar de mi palabra, toma, (Dándole un bolsillo.) ahí tienes prenda sobre el caudal que te pertenece... veinte y cinco luises; es un pequeño adelanto.

Belf. ¡Veinte y cinco luises! No, no hay príncipe que quie- ra divertirse á este precio de la credulidad de un pobre hombre.

Rollac. Aguárdame aqui; dentro de un instante todas tus du- das quedarán disipadas. (Al salir.) (Vamos, mi fortuna empieza.)

Belf. (Estupefacto.) ¡Millonarios! ¡Magdalena!... ¡Enrique!.... hijos mios, venid... venid todos... venid corriendo.

ESCENA XI

Belfegor, Magdalena, Enrique, la Niña.

Mag. ¿Qué tienes, Guillermo?

Belf. ¿yué tengo?... qué tengo, ¿eh? Apara tu gorra, mu- chacho. (Echando monedas de oro en la gorra de Enri- que.) Toma; ahí tienes lo que tengo, y eso no es mas que una miseria al lado de lo que vamos á tener.

Enr. ¡Uy! ¡cuánto dinero!

Mag. ¡Oro!

Belf. ¡Unas cuantas monedas! (Con alborozo.) ¡una miseria... una miseria para tí, mujer! para tí, que eres la hija de un conde, de un duque, de un príncipe, ¿qué yo?

Mag. ¿Qué estás diciendo?

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Belf. Si, si, todo eso es tuyo. Vamos, abrazadla, hijos mios. ¡Ali! mi pobre Magdalena , yo la adoraba demasiado, era preciso que fuese mas que yo...

Mag. Guillermo... marido mió. (Trémula.) Pero... ¿pero es de veras cierto todo lo que me estás diciendo?

Belf. ¡Toma! ¿pues para qué crees que te ha hecho Dios tan hermosa? .. Dentro de un instante, Magdalena, tendre- mos todas las pruebas en nuestras manos.

Mag. ¡Ricos! vamos á ser ricos! (Besando á sus hijos.) ¡Ah, hijos de mi alma! ¡pobres hijos mios! ya no se me par- tirá el corazón de veros cubiertos de harapos y cas mendigando...

Belf. ¿Qué es lo que dices?

Mag. Ya no sofocaré mas mis lágrimas y mis angustias... no veré violentar vuestra tierna naturaleza... no temblaré á cada paso por vuestra vida! ¡Oh, hijos mios!... ¡hijos mios!... ¡qué dichosa soy!

Belf. ¡Magdalena, Magdalena! hay en tu alegría algo que me hace mal... ¿Luego sufrías tanto, pobre mujer?

Mag. (Dándole la mano.) ¡Qué importa si he podido ocultár- telo!

Enr. (Abrazándola ) ¡Madrecita mia, madre querida!

Belf. ¡Enrique! es un ángel que Dios nos ha dado.

Mag. ¡Un ángel! no, Guillermo, porque ahora puedo decírte- lo que vamos á ser ricos, mi cariño materno no era so- lo el que sufría... sentía á las veces en como ins- tintos de coquetería , deseos de lujo , de riqueza , de bienestar... mi sangre se sublevaba contra la miseria.

Belf. Y lu sangre tenia mucha razón... érala sangre de vues- tros antepasados, señora! pero no te avergonzabas de mí, ¿no es verdad?

Mag. ¡Guillermo! me has consolado de todo lo que he su- frido.

Belf. ¡Gracias! Y ahora no hay que hablar ya de sufrimien- tos ni de privaciones; alegría, y nada mas que alegría.

ESCENA XII.

Dichos, Rollac.

Rollac. Aquí estoy.

Belf. Es él; nos trae las pruebas.

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Mag.

ROLLAC.

Mag. Belb.

fíoLLAC,

BliLF.

Mag.

ROLLAC.

Belf.

ROLLAC,

Mag.

ROLLAC.

Belf.

Rollac

Belf.

Mag. Rollac.

Belf. Rollac,

Veamos, veamos.

Aguardad , señora , y escuchadme. El pobre jornalero que os ha criado, Pedro Valin, os recibió de manos de un extraño... ahora bien , á pesar de los andrajos de que iba cubierto, aquel desconocido era un noble, cu- ya cabeza estaba puesta á precio , y que se fugaba dis- frazado! ¡Mi padre! Seguid, caballero.

Vióse obligado á incorporarse con el ejército de Conde, sin haber podido, señora, reclamaros , porque las tro- pas republicanas vinieron á interponerse entre vos y él. ¿Y el nombre de ese señor? ¿Si, el nombre de mi padre?

Lo sabréis ahora. Trascurrieron algunos días y se dio la batalla... El marqués, porque era marqués... ¡Conque este es un marquesito! .. (Señalando á Enri- que.) Ea, salta, marqués.

El marqués iba á la cabeza de la vanguardia... y fué herido gravemente uno de los primeros... pero á su la- do combatía un amigo... el caballero de Rollac... y ese caballero era yo. ¡Vos, el amigo de mi padre!

Elle recibió... quiero decir... yo le recibí en mis bra- zos, y el marqués antes de morir pudo trazar estas po- cas líneas. (Desdobla un papel y lee.) «La niña que exis- te en poder de Pedro Valin , jornalero de Chaumont, cerca de Saint-Brie, le ha sido confiada por mí, y de- claro al morir que esa niña es mi hija. Lego al caballe- ro de Rollac el encargo de buscarla y reclamarla. Fir- mado.— El marqués de...» ¿De?

Mas tarde lo sabréis.

¡Oh! nosotros no tenemos prisa. (Moviéndose.) ¡Voto va! (Con alegría.) ¡Tente derechito, marqués! (A Enrique.) ¿Y mi madre, caballero?

El marqués la habia ya perdido pocos dias después de vuestro nacimiento...

¿Pero cómo es que hasta ahora únicamente?... ¿No se han hecho pesquisas?... es muy sencillo... De la familia de vuestro padre, señora , no quedan por lí- nea recta mas que un anciano, vuestro abuelo , y des-

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pues de esie algunos colaterales ; una señora de edad, hermana suya, y un sobrino menor , si no me engaño. Todos estaban emigrados... todos ignoraban en poder de quién habia dejado el marqués á su hija. El caballe- ro de Rollac lo sabia únicamente, es decir, yo era el único que lo sabia , y la noche misma de aquella san- grienta batalla, á fin de salvar mi cabeza, me embar- qué para América... Alli tuve un desafio, en el que fui herido casi mortalmente por un tal Lavarennes. Y el secreto de vuestro nacimiento hubiera sido sepultado conmigo...

Belf. Si no os hubiesen vuelto á la vida.

Rollac. Si . precisamente... En fin, después de varios reveses y aventuras, he podido regresar á Francia hace un mes, y bendigo la casualidad que en tan poco tiempo de in- dagaciones me ha permitido hallaros. ¿Seguiréis pen- sando ahora que os he engañado?

Belf. ¡Oh! no, no, os creemos.

Rollac. En ese caso fijemos las bases de nuestro convenio, es- tipulemos las condiciones.

Belf. ¿Nuestro convenio? (Admirado.)

Mag. ¿Qué significa?...

Belf. Nuestras condiciones... ¡Ah! entiendo: es decir... per- donad, caballero, no he cogido bien...

Rollac. Se trata sin embargo de un asunto bien sencillo. Según ya os he dicho, la familia de esta señora es rica , in- mensamente rica... y una de las primeras de Francia por su nobleza... ¿De qué modo suponéis vos que debe proceder?

Belf. Yo no supongo nada... Tenemos, según acabáis de de- cirnos, un anciano que se volverá loco de alegría por haber encontrado á la hija de su hijo... tenemos por otro lado al marido, que se está deshaciendo por llevár- sela... Conducidnos adonde él está, caballero, y si tie- ne corazón de padre, veréis cómo nos entendemos.

Rollac ¿Donde él está?... ¿pero vos no pencáis en lo que decís?

Mag. ¿Cómo?

Bf.lf. ¿Qué queréis decir?

Rollac ¡Acaso puede él presentar como cosa suya á la mujer del payaso Belfegor, á los hijos del payaso Belfegor!

Mag. Caballero...

Belf. Mujer, llévate á los niños; todavía no han aprendido á

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Mag.

Belf.

ROLLAC.

Mag. Belf. Rollac.

Mag. Belf. Rollac. Belf.

Rollac.

Belf.

Rollac.

Belf.

Rollac.

Belf.

Rollac.

Belf. Mag.

Belf.

Rollac.

Belf.

Rollac.

avergonzarse de su padre. (Magdalena se los lleva y vuelve.) ¡Dios mió!

Vamos á ver , caballero ; explicaos claramente , y sobre todo explicaos pronto.

Pues bien, lié aqui lo que tengo que proponeros en nombre del abuelo de esta señora... Como ninguna man- cha debe empañar el blasón de tan ilustre familia, esta señora... (Sonriéndose.) qne no puede aparecer como esposa vuestra, será presentada en el mundo corno viuda de algún grande, muerto en el extranjero. ¡Viuda! ¡yo! (Con energía.) (Conteniéndose.) Proseguid, proseguid señor mió. Podrá, si su cariño lo exige, llevarse con ella uno de sus hijos.

¡Uno de mis hijos! Seguid, seguid.

Se os asegurará la suerte del otro, y... ¿Y el marido? no hemos hablado del marido. (Con frialdad.)

Cualesquiera que sean sus exigencias, serán respeta- das; vos mismo podéis fijar la cantidad. ¡La cantiilad! (Estallando.) ¡conque se trata de canti- dad! Callad, callad, por vuestro propio decoro; no se viene á la faz de Dios y á la clara luz del dia á propo- ner á un padre que venda á su mujer y á sus hijos. ¿Pensaríais en negaros?

¡Oyes, Magdalena, me prengunta si pienso en eso! Reflexionad lo que hacéis, la ley está por nosotros. La ley reprueba vuestro trato. (¡Ah! te opones á mis proyectos!..) Vuestra voluntad no es la única que hay que consultar. ¡Vamos, dile la tuya, Magdalena! Caballero, esa familia que todavía no conozco, nos adoptará á todos, ó no adoptará á ninguno. ¡Bien! ¡Oh! yo no dudaba de tí, nó. Un casamiento como el vuestro, no une... ¿Qué osáis decir?

Digo que una familia tiene derecho de protestar contra los vínculos contraidos por una menor sin el consenti- miento de esa familia; digo en fin, que si no aceptáis la fortuna que os ofrecen, los magistrados sabrán obliga-

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ros á devolver una mujer que no os pertenece. Nos ve- remos en breve. (Váse.)

ESCENA XII!.

Dichos, menos Rollac.

¡Una mujer que no me pertenece! ¿es eso verdad, Mag- dalena? ¿pueden las leyes separarnos? ¡Oh! no temas, Guillermo... yo no consentiré nunca en dejarte. -%

No, no consentirás, bien lo sé... Pero los jueces... pero las leyes, como él dice... esas leyes con que me amenaza, yo, pobre de mí, no las conozco y tengo miedo.

Mag. Vamos , tranquilízate, querido Guillermo.

Belf. Que me tranquilice... Mira, dime que van á venir ahí, diez, veinte á matarme en tu presencia, delante de tus ojos... y me verás sereno... pero quieren llevaros... ¡llevaros á todos!., á tí, ¡Enrique mió! ¡á mi Juanita querida! ¡Oh! ¡esa idea me vuelve cobarde! ¡Tengo mie- do, Magdalena, tengo miedo!

Mag. ¿Pero qué quieres hacer?

Belf. ¿Qué quiero?., quiero... (Llorando.) quiero tenerte... -quiero tenerte conmigo... quiero... (Exaltándose.) ¡Sé yo acaso lo quiero!., quiero que no rae roben mi fa- milia!

Mag. Pues bien, tengamos serenidad y busquemos un medio.

JJelf. No hay necesidad de buscar, ya lo he hallado yo; va- mos á partir.

Mag. ¡Partir!

Belf. En seguida, al instante. Bello-Amor. (Yendo á la posada.)

Amor. ¡Patrón! (Saliendo.)

Belf. Mi caballo, corriendo, mi caballo.

Amor. Está haciendo lo que yo... (Asombrado y comiendo.) es- tá tomando el pienso. (Guillermo hace un gesto, Bello- Amor obedece.)

Belf. ¡Enrique! ¡Juana! (Llamando .)

Enr. Aqui estamos, padre.

Belf. Nos marchamos, hijos, nos marchamos; no perdamos un minuto... Vamos, los trajes, las alfombras, el tam- bor, todo, todo al coche... (Diciendo esto, arroja al co-

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che todo lo que habia sacado de él; la misma niña lleva un lio, mientras que Enrique y Bello- Amor enganchan el caballo; Belfegor los ayuda.) Pobre Babieca, á te toca salvarnos hoy. Ven aqui, tú; (A Bello-Amor.) los otros están ahi, no es verdad?

Amsr. Si, si, ¿pero qué hay?

Belf. Nos marchamos sin ellos para no perder tiempo... Pero yo no soy de esos empresarios que se despiden de su gente presentándose en quiebra. Toma, distribuyelos eso, el oro de ese caballero!

Amor. ¡Oro!' ..#

Belf. Anda. Abora nosotros, muchacho. (Bello-Amor váse.)

Mozo. Aqui estoy.

Belf. (Trayendo al mozo alprossenio.) Dime la verdad, ¿no hay ningún caballo de posta?

Mozo. Ninguno en este momento.

Belf. (Dándole el resto del bolsillo.) Ten , toma esto ; es de parte de un príncipe , lo oyes, de un gran príncipe que retiene y paga de antemano todos los caballos que vuel- van aqui por espacio de tres dias , por tres dias , ¿en- tiendes?

Mozo. Está dicho.

Belf. Toma, hijo mió, toma para tí. (Le da una moneda de oro.)

Mozo. (Al marcharse.) Id descuidado; aunque volviesen cien caballos ni uno solo ha de salir.

Belf. Ahora, todos á su sitio. (Magdalena y los niños suben al carruaje.) Tres dias... tres dias de delantera y yo co- nozco el pais... (Sube al coche, y Bello-Amor á la trasera) Conozco todos los atajos. .. hartarnos. (En pié y con las riendas en la maño.) Guardad vuestras riquezas , señor duque; yo me llevo mi tesoro.

FIN DEL ACTO PRIMERO.

ACTO SEGUNDO.

Una buhardilla. Chimenea á la izquierda , en primer término, mas allá una puerta. Ventana grande al foro, puerta de en- trada á derecha é izquierda.

ESCENA PRIMEBA-

Belfegor solo, ocupado en hacer las faenas de la casa.

¡Eh! ya está todo en orden ; eso menos tendrá que ha- cer Magdalena cuando se levante... ¡Creo que la ruña Jlora!.. (Escuchando.) Va á despertar á su madre... No, las dos duermen!.. Duerme, pobre mujer, y haz por ol- vidar los goces que te han hecho entrever. ¡Oh! no lo puedo remediar; desde a'juel dia no puedo desechar mis temores. Me parece que Magdalena está pesarosa; ob- servo todas sus acciones, medito todas sus palabras... y paso asi de la sospecha al enojo... ¡Oh! aquel caba- llero picaro me ha hecho muy desgraciado.

ESCENA I!

Belfegor, Enrique, Bello- Amor, con provisiones.

Belf. ¡Ah! ¡eres al fin!.. ¿Dónde está Enrique?

Amor. Ha venido conmigo á la plaza; por la otra escalera sube.

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Enr. (Saliendo.) ¡Alegría! ha salido el sol y podremos tra- bajar en la plaza; vamos á tener mucha gente y á reco-

ger mucho dinero. Buenos dias, papá.

Belf. No metas ruido, que está durmiendo tu madre. Este diablejo entra siempre como un torbellino.

Enr. ¡Pobre mamá! Voy á andar de puntillas, como un céfiro.

Belf. Las personas acomodadas se están en la cama hasta las nueve; yo quiero que ella duerma hasta las nueve, ¿en- tiendes? ¡Pues no faltaba mas!.. Porque en fin, si ella quisiese... pero no quiere... nos ama á nosotros dema- siado para otra cosa.

Enr. ¡Oh! ¡bien seguro! Ayer, sin ir mas lejos, nos cogió en brazos á Juanita y á mí; nos dio una infinidad de besos en la frente, en las manos, hasta en el pelo y después nos dijo llorando: No, yo no os dejaré nunca.

Belf. ¡Ha dicho eso!., ¡y llorando la pobrecita!.. Y te es- ~ tas asi con los brazos cruzados en vez de darte prisauá limpiar esa verdura. Ea, pronto, á hacer las sopas. Ve- rnos, Bello-Amor, á pelar, á pelar, hijo mió.

Amor. No tengáis cuidado, patrón, asi fuera una ave... las pa- tatas me conocen, somos amigos antiguos. (Monda una patata.)

Belf. ¡Bárbaro! ¿Qué estás haciendo? las quitas la mitad. ¿Quién ha visto mondar una patata de ese modo? Voy á enseñarte como se hace con primor... Se coge la patata con cariño, entre el pulgar, el índice y el dedo de co- razón, y se le imprime al cuchillo un movimiento suave y delicado... asi... que baste á levantar el pellejo sin mu- tilar la patata... ¿lo ves?

Amor. ¡Y este hombre no es sub-prefecto!

Belf. Ahora pongamos la mesa sin ruido y sin mucho ir y venir.

Enr. Eso es. (Bello-Amor coge los platos y deja caer uno al suelo.)

Amor. ¡Por vida de!..

Belf. ¡Animal! ¡Te dije que no metieras ruido! (Le da un puntapié por detrás. Bello-Amor deja caer los demás pla- tos.)

Enr. ¡Ah! eran los únicos que quedaban.

Belf. Quiere decir que asi no romperá ya mas. (A Enrique.) Toma , ahí tienes tu pantalón de carnes , que te he re- mendado lo mejor que he podido, ¡cuídale bien!.. Cuan-

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do haces el salto doble de carpa y te dejas caeT abierto de piernas , doblas demasiado las corbas , ya te lo he dicho cien veces... violentas asi el pantalón y crac! tra- bajo para Magdalena.

Enr. ¡Oh! perdóname, papá: mira, voy á decirte la verdad; me encojo sin querer, porque al pronto tengo miedo, pero ya se me pasará. Después se me ocurre, y digo: es por tu buena madre, es por tu hermanita por quien estás trabajando., Enrique... y eso basta para tender- me bien.

Belf. ¡Ven que te un abrazo, ven, hijo mió! ¡Has sacado

el corazon.de tu madre!

i

ESCENA III.

Dichos, Catalina;

Cat. (Sorprendiendo á Belfegor y á Enrique abrazados.) Así quiero yo encontrar á la gente. Eso le alegra á uno el alma... Buenos dias, vecino.

Belf. ¡Ah! es nuestra excelente vecina, la buena señora Ca- talina, la única persona tal vez en el mundo entero que se interesa por nosotros.

Cat. Yo soy amiga de las gentes honradas. ¿Pero qué es es- to? ¿y Magdalena?

Belf. Está durmiendo.

Cat. Y entre tanto vos hacéis las haciendas de la casa.

Belf. ¡Oh! asi, por cima no mas, para distraerme; á me entretiene eso , y á el!a no le gusta mucho barrer ni limpiar... ya se vé, tiene unas manos tan Mariquitas y tan finas!... ¿Habéis reparado alguna vez qué bonitas manos tiene mi muj<>r?

Cat. Sois muy bueno, señor Guillermo. {Sonriéndose.) Y la pequeñita ¿cómo sigue?

Belf. ¡Che! asi, asi ; es idéntica á su madre: una ovejita, pero no levanta cabeza; ¡está tan pálida la pohre niña! en fin, madre é hija asi me las ha dado Dios y asi las quiero.

Amor. Estamos sin vino.

Belf. ¡Pues cómo! anoche quedó la botella llena.

Amor. Es que... se me ha roto.

Belf. Yo si que te voy á romper á alguna cosa el mejor dia... (Dándole dinero.) Toma, corre. (Váse Bello-Amor.) En-

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rique, creo que anda Magdalena ya en su cuarto

(Aplicando el oido y dirigiéndose á Enrique.) se habrá levantado... Ea, ¡hop! anda ádarJa un beso y á saber si necesita algo.

Enr. Entonces cuidarás de la comida.

Belf. Si, anda aprisa, y torna tu pantalón, te vestirás para es- tar pronto. (Enrique entra en el cuarto de Magdalena.)

ESCENA IV.

Belfegor, Catalina.

Bslf. Este es otra cosa. {Un corazón de oro y unos m úscu!o de acero! lo que se llama un hombre hecho y derecho. Por lo que hace á la niña , espero en Dios que se pon- drá mejor: lo que tiene ahora es cansancio y nada mas. Cuando pienso que hemos atravesado toda Francia para venir aqui, á Angulema, y que hemos caminado de pri- sa, de prisa...

Cat. ¿Y por qué teníais tanta prisa de llegar?

Belf. No es de llegar de lo que tenia prisa , sino de alejarme, de huir... (Movimiento de Catalina.) ¡Oh! no vayáis á creer que habia hecho nada malo, ni que hahia quitado nada á nadie; al contrario.

Cat. ¿Cómo al contrario?

Belf. Si, querían quitarme á lo que es mió, lo que me per- tenece, lo que Dios me ha dado diciéndome: Toma, po- bre Guillermo ; -tú eres solo y estás miserable , apenas tienes derecho de pisar con tus pies casi desnudos el empedrado de las plazas públicas. Pues bien, toma; eso será tu tesoro, tu consuelo, tu vida... y querían arre- batármelo... Pero ¿qué digu? perdonad, Catalina, estas son cosas que no interesan mas que á mí.

Cat. ¡Cómo qué? mi buen Guillermo, ya sabéis que yo os quiero, que os estimo, y si por casualidad necesitáis alguna recomendación aqui en Angulema, decídmelo, yo conozco personas ricas, poderosas...

Belf. Grandes señores, duques, caballeros, ¿no es verdad? No, no, yo no necesito su proteccios: que se estén ellos eu su casa y Guillermo en la suya, y que cada uno se com- ponga como pueda. La felicidad , sabedlo, no consiste en tener palacios, tílulos y plata lahrada á montones...

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la felicidad consiste en quererse mucho el marido", la mujer y los hijos.. ! y partir juntos el pan que se ha ga- nado. (Con cariño.) Vos debíais , asi como quien no quiere la cosa, hablarle de esto á mi mujer ; ella os ha- ce mucho caso á vos, y siempre es bueno que las jó- venes lo oigan.

Cat. ¡Dejaos de tal cosa! ¿Teméis acaso que Magdalena des- precie vuestra desnudez, vuestra pobreza? es imposi- ble... Cuando se tiene uu corazón como el vuestro, y se quiere á su mujer como vos queréis á la vuestra, seria muy ingrata...

Belf. Mi mujer es un ángel del cielo... harto bien lo sé, y es- toy muy tranquilo.

Cat. ¿Y de qué podia quejarse? ¿qué podría desear?

Belf. ¡Nada! ¡oh! nada, asi lo espero... pero yo no quiero que crea que es desgraciada. (¡Dios mío! con tal que no esté pesarosa de lo que hemos hecho!)

Cat. ¡Desgraciada!., ¡ella!., pues si vos os matáis por tener- la contenta, lo hacéis todo en la casa; todo, hasta la sopa, ¡y qué sopas! (Viéndole ocuparse de la comida )

Belf. ¿Os parece que estarán buenas, no es verdad?

Cat. Yo respondo. (Acercándose.)

Belf. ¿Después de todo, la gente rica no tiene otra manera de hacer las sopas, no es verdad?

Cat. Seguramente que no.

Belf. ¿Cuántas veces comen los ricos al dia? tres ó cuatro ve- ces, lo menos.

Cat. Creo que si.

Belf. ¡Pues entonces, yo quiero que mi mujer haga también sus cuatro comidas! ¡Ella se muere por las perdices, quiero que las coma todos los dias, y cuatro veces al dia! ¡Qué diantre! los ricos no pueden comer perdiz mas de cuatro veces al dia.

ESCENA V.

Dichos, Magdalena, Enrique.

Cat. Muy buenos dias, querida vecina, de vos estábamos

hablando. (La besa.) ¿Y la niña? Mag. He conseguido dormirla. (¡Pobre hija! ¡cada dia me da

mas cuidado!)

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Belf. ¿Y tú, raujercita mia, has podido dormir? Mag. Yo, Guillermo... (¡A.h! ocultárnosle mis temores.) Belf. ¿Eh?¿qué es eso? ¿tienes los ojos fatigados? ¿será la ni- ña que no te habrá dejado dormir? ¡Pobre hija mia! ¡Pobre Magdalena! (Sirviendo la sopa.) ¿Señora Catalina, tomareis una cucharada con nosotros? Caí. Acepto gustosa; asi podré hacer compañía á Magdalena mientras vos vais á trabajar á la plaza. (Se ponen á comer.) Belf. ¿Qué es eso, Magdalena, no comes? Mag. No, no me siento con apetito hoy. Belf. Haz un esfuerzo. Mag. No, gracias, Guillermo. (Prueba á tomar las sopas, y lo

v vuelve á dejar.) Belf. ¿No están acaso como á te gustan? las habré puesto saladas, ó insípidas, ó será que ese asno de Bello- Amor las habrá ahumado al encender la lumbre. Amor. (Con la boca llena y tomando muchas cucharadas con avi- dez.) Si, eso es, están ahumadas; vengan acá si no os gustan, patrona. Mag. ¡Guillermo! ¡mí bueno y excelente Guillermo! no te apu- res, las sopas no pueden estar mejores. Amor. ¡Canario! yo lo creo. Mag. ¡Pero no tengo gana! (¡Pobre Juanita mia!) Belf. Entonces, bueno. Siendo asi, tampoco yo tengo gana...

Vamos, arriba, señor Bello-Amor. Amor. Si no he acabado. Belr. Arriba, ó empiezo yo. (Bello-Amor se levanta asustado.)

Y Enrique, á buscar la trompeta. Enr. Si, papá.

Belf. Y la alfombra, mi silla de equilibrios, las espadas, las es- topas, los cubiletes. ¿Tienes ahí el aro, Bello-Amor? Amor. Si, grande hombre. Enr. Partamos, papá.

Belf. (Imitando el grito de los saltimbanquis.) ¡En! ¡eh! ahora ¡vais á ver señores! hoy ensayamos la famosa suerte... Yo cojo la silla... mirad esto, Catalina; Jacobillo se su- be encima guardando el equilibrio, en un pié, como la fama, yo me lo coloco todo sobre la cabeza, y voy reco- giendo asi las monedas, dando la vuelta al corro, mien- tras mi discípulo toca la corneta... ¡Eh! ¡eh! ¡eh ! Mag. Guillermo, me das miedo.

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Belf. ¡Pierde cuidado! es un capricho de artista. ,

Ekr. No tengas miedo, madrecita; desde la plaza adonde va- mos, se ve esta buhardilla; yo miraré aqui arriba, y eso me dará seguridad.

Mag. ¡Hijo querido!

Cat. Hasta después, señor Guillermo.

Belf. (Bajo.) Decidla lo que la quiero, buena Catalina; de- cidle sobre todo que habéis conocido duquesas, baro- nesas y princesas que no eran tan felices como ella.. . siempre es bueno. ¡Eh! jvenid aqui! (Voz de saltimban- quis.) venid á ver los ejercicios y habilidades del ini- mitable Belfegor y de su discípulo. (Voz natural.) ¿Es- tamos ya, muchacho?

Enr. Si, maestro. (Con voz chillona.)

Belf. Andando, pues , hijo mió.

Mag. Adiós, Guillermo, adiós.

ESCENA VI.

Magdalena, Catalina.

Mag. Me alegro en el alma que os hayáis quedado, Catalina; tenia que hablaros.

Cat. Ya sabéis que podéis contar para todo conmigo , ve- cina.

Mag. Yo no he querido afligir á mi marido hablándole del es- tado de Juanita, pero nadie me quitará de la cabeza que mi hija está muy mala... ¡Oh! si, muy mala.

Cat. ¿Y que queréis hacer á eso? Es una desgracia á la cual es preciso resignaros.

Mag. ¡Besignarme! ¡Qué fácilmente lo decis! ¡Besignarme! ¡oh! ¡uo! Dios me protegerá. Dios me ha inspirado ya un bueu pensamiento. Aqui, en el primer piso de esta casa, vive un señor muy rico á quien asiste uno de los primeros médicos de la ciudad. Yo quisiera llamar a ese médico, y consultarle acerca de mi niña.

Cat. ¡Pobre mujer! ¡y pensáis en eso! ese médico no visita menos de diez francos.

Mag. ¡Diez francos! ¡Dios mió! ¡diez francos!

Cat. ¡Diez francos! si, hija, por eso os decia que era preci- so resignarse.. Cuando uno es pobre como vos, cuando ha unido su suerte á un infeliz...

Mag. Catalina, ese infeliz es mi marido; y esa niña, por quien

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, tanto sufro es su hija.

Cat. Si, ya losé, Magdalena. (¡Tiene razón, la pobre mujer! Pero no olvidemos lo que he prometido decirla.) Si, eso que decis, es muy sanio y muy bueno, Magdalena, pe- ro no quita que las personas ricas sean afortunadas en poder cuidar bien á sus hijos , y atenderlos en todo; y no dejarlos carecer de nada, con lo cual una criatura débil llega á ponerse buena y robusta y á ser con 'el tiempo una hermosa joven, que si tiene buen dote ha- ce después un brillante casamiento. ¡Ay! querida, ya que tenéis tan buen corazón, y que sois una buena ma- dre, Dios debia haberos hecho rica.

Mag. ¡Rica! ¡rica! ¿A qué viene decirme eso, apesadumbrar- me, destrozarme el corazón? bien sabéis...

Cat. Sé... ¡sé todo lo que debo saber, Magdalena! que si vos quisierais...

Mag. ¡Cielos! Guillermo os ha dicho...

Cat. Guillermo, no, se ha guardado sus secretos; ha sido otro, un señor excelente que os busca, que ha seguido vuestros pasos, que os ha hallado por fin, y que me ha hablado de vos.

Mag. ¡Dios mió!

Gat. Un digno hombre que no os persigue asi, mas que por asegurar vuestra suerte, la de vuestros hijos, de vues- tros hijos á quienes tanto queréis, Magdalena.

Mag. ¡Conque nos ha descubierto! ¡Oh! ¡si- mi marido su- piese!...

Cat. Vamos, Magdalena, sed razonable; ese sujeto está aqui cerca, en mi cuarto, va á venir.

Mag. ¿Va á venir?

Gat. Vedle.

ESCENA VIL

Dichas, Rollac.

Rollac. (A Catalina.) ¡Dejadnos! (A Magdalena.) ¡Si, yo soy, se- ñora, que vengo á saludar por segunda vez á la here- dera de una de las casas mas ¡lustres de Francia! á la hija del Marqués de Montbazon.

Mag. ¡Vos! ¡vos aqui, caballero! ¡Oh! ¡si Guillermo volviese!

Rollac. Antes de seguir vuestros pasos escribí al señor duque, vuestro abuelo... La alegría volvió á renacer en su co-

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razón al saber que existíais; que yo os había hallado. Después me fué preciso hacerle sabedor de vuestra lu- ga y de vuestra llegada á esta ciudad; pero al mismo tiempo tomé sobre el empeño de asegurarle que no estaba perdida toda esperanza.... Él os aguarda, se- ñora.

Mag. ]No, no, no puedo! ¡no quiero!

Rollac. Por orden del duque, uno de sus parientes mas cerca- nos, el conde, de Cintel Blarc ha llpgado aqui con toda diligencia para acompañaros; sus criados cou un car- ruaje están á dos pasos de aqui, siempre prontos, espe- rando vuestras órdenes... Refiexionadlo bien, señora; una familia entera os tiende los brazos; para ella es un luto que cesa , una esperanza perdida y recobrada por un milagro. Para vos es la riqueza, la felicidad.

Mag. ¿Y Guillermo?

Rollac. Se asegurará su suerte.

Mag. Si, pero se le rechaza, se le destierra, quieren que se marche, que yo no le vuelva á ver mas.

Rollac ¡Vos le olvidareis!

Mag. ¡Olvidar á mi marido!

Rollac. Vuestro marido... dejaos de eso.

Mag. ¿Dud. is de ello? lo es ante la ley como lo es ante Dios, lo es por nuestro cariño y por nuestra miseria. Si, yo soy su mujer, porque el sacerdote al unirnos me ha di- cho: Magdalena, juráis vivir con este hombre asi en la prosperidad como en la desgracia, asi en estado de sa- lud como en el de enfermedad, y no olvidarle nunca; ¿Id juráis, Magdalena? Y yo he respondido: lo juro. Ya veis que Guillermo es mi marido.

Rollac. Pero el Marqués de Montbazon fué vuestro padre, y vos pertenecéis á su nombre, á su memoria antes de per- tenecer á ese desastroso vagabundo.

Mag. ¡Insultar al padre de mis hijos es insultarme á misma!

Rollac. Perdonad, señora; vuestra famila está prevenida; os es- pera, os llama.

Mag. Ella no necesita de mí, mientras que Guillermo...

Rollac. Necesita de vos, señora, para que el anciano duque, de vuelta de su destierro, halle al menos á su lado á la hi- ja de su hijo, y tenga algún consuelo en sus postreros días... Y si eila, esa familia necesita de vos, ¿no nece-

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sitáis vos de ella? ¿no tenéis corazón de madre, un co- razón lleno de ansiedad y de ternura por vuestros hijos?

Mag. ¡Dios bondadoso!

Rollac. Si, vuestros hijos, marchitos por la miseria, aniquilados por el trabajo, y á los cuales alejándolos de ese hombre, los alejáis tal vez de la muerte.

Mag. ¡Ah! no puedo mas... ¡mis hijos! ¡Dios mió! venid en mi ayuda. {Óyese un sonido lejano de tambor y corneta. Mag- dalena corre á la ventana y mira á la plaza. ) ¡Alli están! ¡Guillermo! ¡Enrique! ¡oh! ¡esos horribles ejercicios! ¡Guillermo, vas á matar á mi hijo! no, no, se burla del peligro,, le ha recibido en sus brazos, se sonrie con él, le besa... los dos levantan la vista hacia mí, y me envían besos... ¡Ah! ¡os amo, os amo! (Volviéndose á Rollac.) Retiraos, caballero; vuestras palabras han lo- grado conmover mi corazón por un momento ; pero el vértigo ha cesado. Soy Magdalena, la hija del pobre jor- nalero; Magdalena con quien Guilermo ha partido el pan. No soy la hija de esos duques olvidadizos, que no se acuerdan de sino porque falta un nombre á su raza y una gota á su sangre... Salid.

Rollac. (Saldré, si; para volver en breve con refuerzo ) (Con una humilde reverencia.) Señora marquesa de Montbazon, dentro de una hora me tendréis aqui. (Vamos á buscar al conde.)

ESCENA VIII.

Magdalena, apoco Belfegor.

Mag. ¡Oh! si, ¡Dios me inspira! ¡Dios aprueba lo que hago! ¡estoy cierta de ello! pero -luana... ¡mi hija!... Duerme, ese sueño la hará bien, asi lo espero... ¡Ah! si ese mé- dico... pero diez francos. (Cuenta algunas monedas.) Cinco, seis, ¡ah! ¡aqui tengo veinte sueldos mas! ¡Siete francos! Es toda nuestra riqueza, mientras que ellos, mis parientes... No, no, no quiero pensar mas en eso.

Belf. (Sin ser visto de Magdalena.) (¿Qué es esto? ¡un hombre acaba de pasar junto á en la oscuridad de la escale- ra, y ha vuelto la cara al verme! Es particular; he sen- tido como un sudor frió Me pareció de pronto-que

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era... Me habré engañado... si... á no dudar. (Arrojan- do violentamente las espadas.) ¡Pero si fuese él!) Mag. Guillermo, me has dado miedo. Belf. ¡Ah! te he dado miedo, ¿y por qué? JVIag. ¿Por qué?... ¿pero qué tienes? traes el semblante de- mudado. Belf. No tengo nada. Mag. ¿No has recogido bastante quizás? Belf. Si... al contrario... he recogido tres franeos y medio.

(Me he engañado, á no dudar.) Mag. ¿Y Enrique, dónde está? Bklf. ¡Enrique! (Distraído.) (Creo que el caballero es mas

alto.) Mag. Mírame, Guillermo, ¿quieres decirme lo que tienes? Belf. ¿No ha venido nadie mientras yo he estado trabajando

ahí abajo? Mag. (Cortada.) ¡No! nadie sino es Catalina, con quien he es- tado hablando de Juanita. Belf. (Se ha turbado; ¿seria capaz de engañarme? Mag. (Si yo pudiese sin alarmarle completar la cantidad pa- ra el médico.) Belf. (Está hablando para sí.) ¿En qué piensas? Mag. ¿En qué pienso? Pienso que... quisiera tener dinero. Bew. (Con amargura.) ¡Dinero! ¡Ah! si, mucho dinero, todo

el dinero que te hubieran. dado esos grandes señores. Mag. Guillermo, hacéis mal en decirme eso. Belf. ¡Bueno! ¡eso es! habíame de vos ahora. Mag. Hacéis mal sobre todo en decírmelo en estos momentos. Belf. (Acalorándose ) ¡Ah! ¿es decir que estamos ya en el ca- pítulo de los arrepentimientos? Mag. Yo... ¿me habéis oido nunca quejarme? Belf. ¡Oh! no siempre se queja uno alto, pero se sufre por dentro; se llora á la sordina... ¡y ademas, no me lo ha- béis ya dicho en aquella ocasión! «yo sentia en de- seos de lucir, instintos de lujo, de riquezas, de bienestar Mi sangre se sublevaba contra la miseria!» ¿Vuestra sangre de duquesa, no es esto? Mag. ¡Ah! me estáis insultando, Guillermo. Belf. ¡Imbécil, quita.! ¡Pobre hombre, aparta! ¿qué puedes hacer tú, di, para que olvide su nacimiento? ¡échate á buscar! anda, adivina, inventa, rómpete la cabeza, aguza el entendimiento. Vamos á ver qué has descubierto para

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que la señora princesa sea dichosa? ¿Tienes oro, pala- . cios, carruajes, criados vestidos de tambores mayores?

No, no tienes nada, eres un pobre saltimbanquis, un payaso... ¿lú no puedes, no sabes mas que amarla? ¿qué saca ella con que la ames? ya estás viendo que la fastidias, que está ahí inmóvii sin hablarte!.. ¡Ah! ¡lo veo claro! ¿iú quieres dejarme, no es verdad? ¿quieres huir de mí? ¡pues bien, parte, vete, déjame!

Mag. ¡Guillermo!

Bllf. ¡Ah! ¡mira! ¡te malaria!

Mag- ¡Dios piadoso! (Retrocediendo aterrada.)

Belf. ¡Magdalena! (Después de una pausa y como volviendo en sí.) ¡Magdalena! ¿qué es lo que he dicho? ¡Oh! ¡perdo- na! no hagas caso de nada, Magdalena, mira, porque estoy loco, tengo manias, tengo ideas que me martiri- zan, ¿qué se yo? un hombre, un desconocido, menos que eso si quieres, una sombra pasa por mi lado, y al punto me alarmo y nie exalto! ¿qué quieres? Yo te lo ru^ego, Magdalena, mírame... Escucha, ¡oh! ¡te amo tan- to! no es contigo con quien me enfado, es conmigo por- que no puedo hacerte dichosa, como yo quisiera... ¡Oh! ¡si yo pudiese, si yo supiese! pero uo, lo ignoro todo, no puedo nada, y me digo: esta mujer que es tan joven, tan bella, no tendría mas que pasar ese umbral para ser marquesa, para ser... ¡yo no sé!.; Porque... ¡porque vos haríais una hermosa marquesa, vaya!

Mag. (Sonríe ndose.) ¡Lo crees tú, mi buen Guillerno!

Belf. ¡Se ha sonreído! ¡ha dicho mi buen Guillermo! ¡Tú me perdón;

Mag. ¡Si, si!

Belf. ¡Oh! ¡cuan buena eres! Pero no, no me perdones aun, déjame asi á tus pies, tus manos en las mias, déjame mirarte... ¡Oh! ¡decir que puede uno amar tanto! Si al- guno nos viese... (Levantándose.) ¡Eh! ¿y qué? ¿qué hay de malo en ello? ¡el cariño no cuesta dinero! Dios nos le da gratis, y los pobres, que no tenemos otra cosa, pues! nos atracamos de él... (Bajo.) Vamos, vamos no era el caballero, ni quien tal pensó. ,

Mag. Sea en buen hora; asi es como yo te quiero.

B¿lf. ¡Me quieres!.. (Extasiado.) Dime ahora, Magdalena?..

Mag. ¿Eh?

Belf. ¡Vamos á ver! ¿qué podría yo hacer hoy para que estu-

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vieses contenta todo el día?

Mag. ¿Para que esté muy contenta?

Belf. ¿Si, y que me perdones del todo?

Mag. ¿Del todo?

Belf. Si, habla, dime lo que quieras.

Mag. Pues bueno; dame los tres francos que has ganado esta mañana. (Asi completaré los diez para el médico.)

Belf. ¡Hura! ¡Coqueta! es para comprar una gorra.

Mag. ¿Crees eso?

Belf. Con cintas y marabuses.

M ag. (Esforzándose para reír.) ¡Pues ya! ó soy ó no soy mar- quesa.

Belf. ¡Es verdad! ¡es verdad! ¡oh! mira, eres demasiado bonila para un hombre solo. . es decir... poco á poco... Vamos, acerca la mano, toma. (La da el dinero.)

Mac. ¡Oh! gracias, Guillermo, gracias.

Belf. ¿Qué es eso?' ¿dónde- vas?

Mag. Yo, voy á buscarla corriendo. (Voy á buscar al médico.)

ESCENA IX.

Belfegor, á poco Catalina.

Felf. ¡Bien poca ambición es una gorra! el vestido que lleva está por cierto muy- raido, y el chai todavía peor... no vale maldita la cosa... ¡Oh! ahora que pienso!., ahí ten- go diez francos metidos en una punta de mi pañuelo, y que yo guardaba para comprarme un sombrero y unas botas de lance... las mías han empezado á reírse hace, ya dias, y el sombrero va teniendo una forma que no es forma... pero ¡bah! he corrido toda la ciudad y no he encontrado nada á mi gusto; decididamente no me com- pro chapeo en Angulema. Todos estos sombrereros tie- nen hormas detestables, y en cuanto á las botas, aguar- daré hasta que vaya á París... al palacio real, en casa Sakouski, que calza solo para ir en coche... ¡Ah! ¿otra vez por aquí, Catalina?

Cat. ¡Calle! ya estáis de vuelta.

Belf. ft!e voy ahora mismo... Si Magdalena vuelve antes que yo, la diréis que he ido en busca de Enrique, que se ha quedado en la plaza, y que nos vamos á pasear por la ciudad. ¡Ah! á propósito: decidme... ¿cuánto viene á

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costar un buen chai de esos de colares?

Cat. ¿Un cachemir?

Belf. Si, un cachemir.

Cat. ¿De la India?

Belf. Si, de la India.

Cat. ¿Y para qué queréis saber eso vos'

Belf. Decídmelo, no importa.

Cat. ¡Toma! eso puede costar hasta mil ó mil quinientos francos.

Belf. ¡Mil quininientos francos! ¡mil quinientos francos! ¡ay, Dios mió! Y decidme, ¿uo los hay algo mas baratos? Yo quisiera gastar, asi, unos diez francos.

Cat. ¿Os chanceáis?... por ese precio apenas encontrareis un chai de lana estampado.

Belf. ¡Un chai de lana. estampado! ¡pues ya se que es muy bonito un chai de lana estampado ! y siempre son de moda. ¡Tonto de mí, que no se me ha ocurrido! Mag- dalena se muere por los chales de lana estampados. Adiós, vecina. (Volviendo.) Mamá Catalina?

Cat. ¿Vecino?

Belf. mujer quizás no sepa que hay chales de mil y qui- nientos francos... no se lo digáis, ¿eh? es inútil... Has- ta después.

ESCENA X.

Catalina, apoco Magdalena y el Médico.

Cat. (Sola.) No lo puedo remediar, me da pena este pobre - hombre; pero ¡cómo ha de ser! es por la felicidad de Magdalena, el caballero de Bollac me Jo ha dicho... ¡Dónde, habrá ido ella ahora? ¿Pero qué veo? ha vuelto á subir, está ahí con el médico al lado de la niña; aqui vienen.

Mag. ¿Que tenéis que decirme, doctor?

Doc. ¡Pobre mujer! ¡en una buhardilla! ¡qué miseria! ¡y sin recursos!

Mag. ¿No me respondéis? :

Doc. ¿Vos sois la mujer de ese titiritero que hace juegos en la plaza?

Mag. Si, señor. ¡Oh! pero sin embargo, doctor, puedo... per- mitid que os ofrezca,.. (Le alarga las monedas.)

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Doc. Guardad, guardad eso, hija mia.

Mag. ¡Oh! es que, mirad, caballero, yo deseo que os intere- séis por mi niña, que no la abandonéis. ¿Hay algún re- medio que hacer? decídmelo.

Doc. Mucho me pesa decíroslo; pero lo creo inútil.

Mag. ¡Cómo! ¡nada! ¡ah! ¿conque no hay esperanza?...

Doc. No digo eso; pero...

Mag. ¡Gran Dios! ¡acabad!

Doc. ¿Qué edad tiene?

Mag. Cumplirá siete años el dia de san Juan.

Doc. Edad peligrosa á veces para Jos niños.

Mag. ¡Oh! me hacéis temblar.

Doc. Tranquilizaos, pobre mujer: la ciencia juzga, aprecia; pero Dios es el que condena ó salva.

Cat. Pero en fin, doctor, ¿qué podria hacerse con esa niña?

Doc. ¿Y qué queréis que yo os responda en vuestra situa- ción, buenas mujeres? Vuestra niña no está hecha qui- zás para la existencia que la suerte la impone... Seria preciso... peroá vosotras no os es dado cambiar su vi- da; ha nacido en la pobreza, en la miseria...

Mag. En ella ha nacido, y en ella morirá... ¡ah! entiendo.

Doc. No, vos exageráis el sentido de mis palabras.

Cat. Pero, con todo., doctor, suponed que por esa niña , que es lo que vos decis por desgracia , se interesasen per- sonas acomodadas, pudientes...

Doc. ¿Y á qué fin suponer eso?

Cat. No importa, responded, nadie sabe...

Doc. Pues bien, aun eso quizás no seria bastante.

Mag. ¡Cielos!

Doc. Ño son protectores extraños los que á esa niña le hacen falta, es el cuidado y esmero de una madre que, apar- te de su cariño, se encontrase con posibles... pero no estamos en ese caso.

Cat. ¡Quién sabe! porque en fin, si ella tuviese esa madre... si la señora...

Doc. ¿Qué decis?

Mag. ¡Nada! no la escuchéis, caballero.

Cat. Si por cierto, que la tiene, la tiene, os digo! Hablad- nos, doctor, como si lo que yo os digo fuese verdad...

Doc. ¡Qué! vos afirmáis...

Cat. Que esa niña pertenece á gente que está muy bien, á personas de la grandeza, de. lo mas encopetado é ilus-

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tre, que no la dejarán morir. Conque asi, disponed sin ' temor el régimen que ha de observarse.

Doc. Ei régimen es muy sencillo.., pero hay que darse prisa y no perder un minuto. Prevenid á los padres que apar- ten esa niña de la existencia fatal que está llevando, que la hagan respirar aire puro, que la proporcionen recreo y bienestar, reposo y holgura, que no la esca- seen mimos y atenciones, que velen por ella noche y dia , para reanimar esa tierna flor que se marchita por falta de savia y de jugos... Si, si, una vez que podéis, no hay que vacilar; los cuidados de cada hora, da cada instante; una madre que , si es preciso, no vacile en ir á París con ella á consultar á los hombres eminentes de la ciencia, en llevarla á tomar las aguas de los Pirineos, á que se reponga en el benigno clima de Italia... En- tonces...

Mag. ¿Entonces?...

Doc. Tal vez esa niña vivirá.

Mag. ¡Dios mió! ¿y de otro modo?

Doc. La creo perdida. (A Catalina.). Pero vos ma habéis di- cho que la familia de la niña es rica.

ESCENA X¡.

Dichos, Rollac, Castel.

Rollac Si, señor, y esa niña será salvada.

Mag. ¡Éi!

Rollac. Ya no tenéis derecho de vacilar, señora , porque no es entre la miseria y la riqueza, sino entre la salvación y la muerte de vuestra hija, entre lo que debéis optar.

Cat. Vamos á ver, mi buena Magdalena , sed razonable.

Mag. ¡Ah! es horrible colocar asi á una mujer, entre sus de- beres de esposa y sus deberes de madre! ¡entre la vida y la muerte de su hija! ¡entre la maldición de su mari- do y la maldición del cielo!

Cast. Beflexionadlo bien , señora , todo lo que ha prescrito el médico, la ciencia; cuidados, bienestar, todo eso pue- de tenerlo con nosotros la desgraciada niña. Apresuré- monos «á reanimar esa existencia que va á extinguirse.

Mag. Doctor, rne juráis delante de Dios...

Doc. Juro, señora, que he dicho la verdad, y que vos sola...

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(Catalina señala al caballero el cuarto donde está la niña', Rollac entra en el cuarto y desaparece.) \

Mag. ¡Oh vos que leéis en mi alma! ¡Señor! ¡señor! iluminad- me, inspiradme.

Cast. Ya no es tiempo de vacilar, señora, ved.

Mag. ¡Cielos! ¡se llevan á mi liija!

Cast. Si , la salvaremos á pesar vuestro...

Mag. ¡Mi hija! ¡ah! ¡yo no la dejo! ¡no la dejo!

Cast. Entonces , venid , venid , señora.

Mag. Catalina, ¡ ah! vos le veréis; le diréis... ¡Dios poderoso! ¿qué le habéis de decir?., que no es por mucho tiem- po... que me perdone... que le amo... le amo siempre... Pero yo no puedo dejar morir ni abandonar á mi hija. (Salida general.)

ESCENA XII.

Belfegor, Enrique, poco después Catalina.

Belf. (Con un chai de lana encarnado y azul debajo del brazo.) ¡No hay nadie! mejor ; ¡qué contenta se va á poner mi Magdalena!

Enk. (Soplando en la corneta.) ¡Pues y Juanita! que le gustan tanto los molinos... aqui la traigo uno, y una cocina y una muñeca, y un íiollito de leche.

Belf. ¡Hola! ¡hola! señor Enrique, conque vos teníais fondos reservados.

Enr. Es que yo también he pedido por mi cuenta para Jua- nita después que te has marchado. .

Belf. ¡Somos un par de locos!

Belf. No me ha quedado... ni esto; ¡pero anda! es para la en- fermita.

Belf. ¡Aguarda! trae aqui; formemos un bazar, coloquemos por orden nuestras compras para que hagan buena vis- ta!.. ¿Eh? qué alegría, cuando ellas vean esto... Ahora, anda á buscarlas. (Aparece Catalina )

Enr. ¡Ah! Catalina; voy por mamá; ¡ya veréis!

Cat. (Se marchó.)

Belf. ¡Venid aqui! ¡venid aqui! que digan ahora que no ten- go yo' gusto, ¿eh? ¿verdad que es bonito? ¡azul y encar- nado con verde! ¡todos los colores del arco iris! ¡Que- rida Magdalena mia! ¡qué guapa va á estar metidita aqui

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dentro! parecerá que está envuelta en un pedazo de cielo. Es, voto á sanes, lo menos que se puede hacer por ella; porque mi Magdalena, es un ángel! ¡mi ángel bue- . no!

Cat. (¡Su alegría me hace daño!)

Enr. ¡Padre! (Volviendo á salir.)

Belf. ¿Qué hay?

Enr. ¡Padre mió! la niña. . .

Belf. ¿Qué?

Enr. Juanita no está en su cama, se la han llevado.

Belf. ¿Cómo?

Enr. Y luego el baúl está abierto... todo en desorden... me ha dado miedo!

Belf. ¡Quita allá! ¡qué niñada! (Váse.)

ESCENA XIII.

Catalina, Enrique.

Cat. (Entregándole un bolsillo.) Toma, hijo mió, darás esto á tu padre: le dirás que es de parte de Magdalena, que ha llorado mucho, y que me ha dicho que le un beso por ella... ¡Ah yo no tengo valor para quedarme aqui. Adiós. (Váse.)

Enr. (Queriendo romper á llorar.) ¡Dios mió! ¿pero qué es lo que pasa? ¡Ah! ¡papá! ¡papá! (Corre á él y se detiene al ver la palidez de Belfegor.)

ESCENA XIV.

Belfegor, Enrique.

Belf. (Con un pedazo de papel.) ¿Estoy soñando? ¿ó me he vuelto loco? (Lee.) «¡Guillermo! ¡adiós! ¡adiós! perdó- name.»

Enr. ¡Papá!

Belf. ¡Se ha marchado! Se ha marchado, Enrique! ya no tienes madre, ya no tienes hermana! Magdalena nos ha abandonado, ¡Magdalena nos deja solos, solos, hijo mió-, solos!

Enr. ¡Padre mió! ¡oh! ¡no! ¡no! ¡padre mió! ¡qué! ¿no la vol- veré á ver mas?

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Beif. ¡No llores , hijo de mi alma! Debíamos esperárnoslo. Se ha ido á buscará su familia... nosotros no somos su familia, ya lo ves; pero al menos debia dejarme la mia! ¡debia dejarme á mi hija! ¡Ah! ¡Enrique, hijo querido! ¡abrázame, ya no tengo mas que á en el mundo! ¡Enrique! ¡ah! yo me ahogo. (Casi demente.) ;Ah! óyeme, Enrique, ven, no sabes, yo... yo me muero.

E.nr. ¡Padre! ¡padre! abre ios ojos, habíame. ¡Oh! ¡mamá, es horroroso! has matado á mi padre ; ¡oh! te detesto.

Belf. ¡Hijo mío! no maldigas. Enrique. .. es de noche, es la liora de rogar á Dios, hijo mió... arrodíllate y roguemos por tu madre.

FIN DEL ACTO SEGUNDO.

ACTO TERCERO

Un kiosco ó pabellón turco, rodeado de árboles y ramaje.

ESCENA PRIMERA.

El Duque, el Vidamo, Clermont, amigos del Duque, todos en traje de caza.

Duque. (A un criado.) Id á decir al vizconde, mi sobrino, que deseo hablarle, y que solo puedo detenerme algunos minutos.

Clebm. El señor vizconde ha elegido una quinta deliciosa.

Víi». ¡Deliciosa! eso mismo iba yo á decir.

Duque. Si, á las puertas ríe Burdeos ; pero un poco distante de mi posesión de Carignan. Celebro que la caza nos haya traido por este lado. Quiero verle y averiguar si sabe emplear el tiempo...

Clerm. El señor duque piensa...

Duque. Pienso. .. que él es hasta la presente el único heredero, si no de mis riquezas, de mi título al menos , y temo que no sepa darle esplendor... Señores, la nobleza de Francia debe en el dia hacer alarde de riqueza y gusto; es preciso que á fuerza de lujo, de prodigalidades, de lo- curas , si á mano viene, haga olvidar; oscurezca á. esos pretorianos del imperio, que venian á derrochar en Pa- rís los tesoros de la Europa conquistada ; quiero sobre

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todo que el que haya de llevar el título de Montbazqn, ese título que yo trasmitiré puro y glorioso , sepa vivir cual corresponde, y que el orgullo de su clase sea con- tado entre sus virtudes. Clerm. ¡Bravo , señor Duque , eso es hablar! porque á decir verdad , esos bigardos de levita y sombrero, de copa, esos contratistas y gaceteros , esos abogadillos de tres al cuarto , esos demoledores enriquecidos con los es- combros de nuestros castillos, se figuran, como hay Dios, que nosotros somos momias ó aparecidos, fantas- mas ó muñecos casca-nueces, de esos que traen de Ale- mania para divertir á los niños. ¡Por Dios trino y uuo! nosotros les haremos ver que vivimos y que sabemos vivir.

ESCENA II.

Dichos, Hércules.

ífíiRc. ¡Querido tio!

Duque. ¡Por fin os dejais ver, señor sobrino; no ha costado po- co trabajo!

Herc. Perdonad, tio... (Balbuciente.) estaba gravemente ocu- pado...

Duque. ¡Ocupado vos!

Herc Ocupado con mi profesor...

Duque. ¿Profesor de qué?

Clerm. De filosofía sin duda...

Duque. ¿No sabéis por ventura la ciencia que os enseña vues- tro profesor?

Herc. Si tal, si tal, señor Duque... es un profesor de... de baile.

Clerm. ¡De baile!

Herc (Creo que se va á enfadar.)

Duque. Bien está : veo que pensáis en algo al menos.

Herc. Si, tio : como que á los ocho dias de haber sido decla- rado mayor de edad me ocupo, ya lo veis , en dar una fiesta florentina en esta quinta , que es digna de un príncipe.

Duque. Vamos á esto, vizconde. Oidme con atención. Vos sois hasta ahora el heredero inmediato de mi título, y ya comprendéis que este honor obliga.. .

4

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Clerm. ¡Y tanto!

Duque. ¿A qué, tio? ¡á no arruinaros! Perded cuidado, yo ten- go mucha economía...

Duque. ¿Eh?

Herc. Soy muy económico, aqui donde me veis.

Duque. ¡Cómo se entiende!... ¿quién os habla de economías?... ¿Somos aqui traficantes ó agiotistas?

Herc. Perdonad, tio...

Duque. Tened entendido, señor vizconde , que los Montbazon, á quienes el rey se ha dignado devolver todos sus bie- nes , cuentan mas de millón y medio de francos de ren- ta, con lo cual se aviene mal esa palabra economía. Por lo tanto, si vos no encontráis manera de gastar esplén- didamente trescientos mil francos por año, sois un tonto y os retiro mi afecto.

Herc. No, no, no: yo prometo daros ese gusto, tio mió.

Duque. Está dicho: mirad bien cómo os conducís. (Viendo lle- gar á Castel-Blanc.) ¡Ah! Castel-Blanc, llegad, esperaba vuestra venida. Señores , soy con vosotros al punto. Quedaos vos , vizconde. (Los caballeros saludan y se retiran.)

ESCENA MI.

Hércules, el Duque, Castel-Blanc.

Herc. (¿Qué será?)

Duque. Hablad, amigo mío, ¿qué hay? (Al Conde.)

Cast. Magdalena de Montbazon ha llegado; la he hecho con- ducir á vuestro castillo de Carignan.

Duque. ¡Pobre joven! Ya lo oís , Hércules ; se trata de Magda- lena, de la hija del marqués , muerto en Alemania, de la señorita de Montbazon, mi nieta y prima vuestra.

Herc. ¡Ah! si, cuyo paradero se ignoraba, y la cual se ha ca- sado con una especie de... ¡já, já! es cosa singular...

Duque. Muy singular , si queréis ; pero vos vivís tan solo por mis beneficios, señor vizconde ; no tenéis bienes ni pa- trimonio alguno, y debéis desear que yo os siga fran- queando mi bolsillo.

Herc. ¿Pues no lo he de desear, querido tio?

Duque. Entonces, si queréis que yo continúe como hasta aqui y os siga dando pruebas de bondad y tolerancia, creed- m'e, amad, respetad á vuestra prima, y olvidad sus des-

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gracias para no acordaros sino del apellido que lleva.

Herc. Si, tio.

Duque. ¿Y el barón de Rollac? (Al Conde.)

Cast. He recibido noticias suyas en Chanlillac, donde el esta- do alarmante de la hija de Magdalena nos ha obligado á detenernos, como ya sabéis, por tanto tiempo. El ba- rón no había salido aun de Angulema , donde conti- nuaba vigilando á Belfegor.

Duque. ¿Pero da esperanzas de podernos librar de ese hombre para siempre?

Cast. Hace todo lo necesario para conseguirlo: ha hecho apa- recer sospechoso á ese desventurado , y ha dado aviso á los prefectos de las provincias limítrofes. Merced á este medio, nuestro hombre será expulsado de todas partes y no podrá detenerse ni trabajar en ninguna. El barón cuenta también con que la miseria le obligará al pobre diablo á admitir vuestras ofertas. Rollac, según me dice en su última carta, debe llegar hoy mismo.

Duque. ¡Ah! tengo muchos deseos de verle; ya sabéis que su padre fué mi mejor amigo.

Cast. Lo sé; pero debo advertiros una cosa : me temo que la larga permanencia del barón en América le haya per- judicado : me ha parecido un hombre vulgar, de moda- les ordinarios.

Duque. ¿De veras?

Cast. Por fortuna viene á la culta Francia, donde volverá á recobrar el aire de nobleza y elegancia que entre los puritanos de Ultramar ha perdido.

Duque. Yo nunca podré olvidar que debo al barón de Rollac una gratitud eterna. _^

Cast. Por eso él , en premio de sus servicios , aspira como ya sabéis á la mano de Magdalena, y os la pedirá sin duda tan luego como hayamos logrado anular el casamiento.

Duque. Ya veremos; he escrito al rey y aguardo su soberana resolución sobre todo esto. Hércules, tened la bondad de avisar á los señores de mi comitiva. (Hércules se va por la izquierda.) El conde de Artois, (Al Conde.) her- mano del rey, está en Burdeos ; le veré mañana mismo y tal vez le haga una entera confianza... Entre tanto, querido conde, corred á Carignan y prevenid á mi pobre nieta que dentro de pocas horas tendré el gusto de abrazarla. ¿Está contenta de su cambio de fortuna?

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Cast. No, señor: está triste, pero resignada.

Duque. Ella olvidará... Adiós, adiós, conde. (Váse Castel por la derecha.) Vamos, señores, (A los señores que vuelven por la izquierda.) á caballo. Vizconde, venid á verme á Ca- rignan. Hasta la vista , y no olvidéis (Trayéndole apar- te.) que todo esto es un secreto de familia.

Herc. Si, querido tio. (¡Qué buen señor! Le prefiero á abue- lita.)

Duque. Partamos, señores. (Vánse por la derecha. Óyeme den- tro toques de caza.)

ESCENA IV.

HÉRCULES SOlO.

Herc. ¡Qué tio! ¡es un modelo de tíos! ¡Quiere que gaste con profusión! ¡No podia haber venido á mejor tiempo el consejo! He convidado á esta tiesta á todo lo mas bulli- cioso de Burdeos: ¡nos vamos á divertir como unos lo- cos! Vendrá todo el mundo disfrazado, hombres y mu- jeres, y bailaremos debajo de los árboles. ¡Una verda- dera fiesta florentina! Duperron , con toda su trinca de demonios, me ha prometido no faltar, y Beaumenil,ese tarambana , que es capaz él solo de hacer reir á un muerto; en fin, toda la gente alegre y elegante de la buena sociedad. (Viendo entrar algunas máscaras.) Ya creo que van llegando. Voy á ponerme mi traje para venir á embromarlos. (Váse.)

ESCENA V.

Flora, Duperron, de arlequín, Beaumenil, de pruchinela, Fany, Elisa, Julia. Convidados, vestidos de máscara.

Flora. (Del brazo de un máscara.) La función promete ser es- pléndida... el jardin está iluminado con sumo gusto.

Dup. Con efecto... (Malignamente.) Ya sabéis, señora, que el vizconde ha dado siempre pruebas de tenerlo.

Flora. ¡Ah! sois vos, Duperron.

Dup. En carne y hueso, señora, para serviros.

Flora. Vestido de arlequín de corte.

Dup. Si, me han vaticinado que seré algún día gran diplo-

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mático. ¡Eh! llega aqui, Beaumenil.

Beaum. Señoras... (Saludando cómicamente.)

Todos. ¡Já, já! ¡delicioso!

Dup. No hay que reírse , amigos : el señor , á pesar de sus corbetas, es un hombre muy formal ; como ^ue ha sido nombrado ayer mismo fiscal de la audiencia de la Gi- ronda , lo cual no quita que haya tenido un duelo esta mañana.

Flora. ¿De veras?

Beaum. Le he jugado una farsa á un amigo mió , que no le, ha gustado... nos hemos batido... y él ha quedado en el sitio... A eso llaman en el dia dar una broma.

Flora. Pues mirad, no embroméis aqui á nadie de esa mane- ra, os lo ruego.

Julia. ¡Oh! si no es él será otro, pierde cuidado, querida: está de moda el dar bromas pesadas.

Fany. Es hasta tal punto, que no sabe uno en el dia á quien creer. Os dicen que sois hermosa, encantadora, divina, que os adoran... pues no hay que creerlos una palabra; os están embromando.

Flora. Ea, no perdamos el tiempo, vamos á bailar... (Nótase gran movimiento y bullicio entre las máscaras y se oyen risotadas)

Dui». ¿Qué es eso? alguna farsa sin duda.

Beaum. (Volviendo del foro derecha.) Amigos, amigos, aguardad; ¡vais á ver un traje soberbio! ¡siento que no se me haya ocurrido á mí' ¡Oh! ¡qué facha! no le hay mas propio.

Flora. ¿Pero qué significa?

Dup. ¿Qué es ello?

Beaum. (Riendo..) ¡Já! ¡já! ¡já! figuraos un máscara que les pue- de dar quince y falta álodos los demás... Viene vestido de payaso... de verdadero payaso, con su chicuelo y to- do... dicen que se ha presentado á la puerta pidiendo limosna.

Todos. Vamos á ver; vamos á ver.

Beaum. Miradle, aqui viene.

Herc ¡Entra, máscara, entra! (Vestido de turco hablando á los de dentro.) ¡Vaya un traje! Sin vanidad, estoy mas gua- po que tú. (Belfegor y Enrique aparecen.)

Flora. No le conozco.

Elisa. Ni yo.

Dup. Ni yo. ¡Oh! ¡me ocurre una idea!., ¿si será algún bro-

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L mista de los de ahora?.. Estaremos sobre aviso.

ESCENA VI.

Dichos, Belfegor, Enrique trae una especie de hopa sobre el traje de volatinero. Hércules.

Belf.

Beaum.

Herc.

Flora. Dup. Beaum. Belf.

Beaum.

Herc.

Belf.

Flora.

Herc.

Dup.

Belf.

Beaum. Belf.

Perdonad, señores, creo que llegamos en mala oca- sión... esto parece una fiesta... (Riendo.) ¡Oh! ¡está perfecto! ¡perfecto! ¿Apostáis á que este nos quiere jugar alguna farsa? ¡Apuesto á que es una farsa!

Una farsa de muy mal gusto... ¡Cuidado, si los trajes son feos y viejos! ¡Puf! ¡Vaya una pareja horrible! No tal... Mirad el niño qué guapito es. Es el compadre. Acércate aqui, compadrito.

¡Os reis! vamos, lo celebro... Vo pasaba por aqui... y me he tomado el atrevimiento... Pero supuesto que os reis, es buena señal ... ¿No nos echareis como nos han echado de otras partes, no es verdad? Es que no se puede embromar mejor; me encanta este hombre. ¡Oh! debe de ser muy corrido; algún calavera deParis, por fuerza.

¿De dónde diablos has sacado ese traje, payaso? ¡no es muy airoso que digamos!

Es cierto; hace tantos dias que no me le quito... El tra- jín, el polvo de los caminos... pero llevo áJacobillo lo mas limpio que puedo. Vamos, Jacobillo, saluda á éstas se- ñoras.

Ven que te un beso, hijo mió. El chico está como asustado. (Riendo.) (A Flora.) Lo que nosotros debemos hacer, és seguirle la broma; vamos á desternillarnos de risa. (A Belfegor.) Conque di, ¿de dónde vienes, payaso? ¿De donde vengo? ¡Si, eso es! cuéntanos tus viajes. ¡Oh! ¡vengo de muy lejos! Hemos salido de Angulema los tres, el niño, mi pobre Babieca y yo. Hemos cami- nado lo mas aprisa que hemos podido; me habian di- cho:—«¡en Burdeos! alli está ella...» y me he venido en derechura á Burdeos. Babieca, asi se llamaba mi caba-

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lio, apretaba el paso cuanto podía el pobre animal; pero al segando día de marcha me apercibí que llevaba mas carga de la que podia; eché pié á tierra y me pu- se á decirle asi, cosas, que solo él y yo entendíamos, y seguí el camino llevándole de las riendas y conversando con él... Pero á la tardecita, cuando íbamos á recoger- nos, el alcalde nos buscó una tranquilla; nos dijo que si eramos esto, que si eramos lo otro, que no podíamos quedarnos en el pueblo y nos echó. Seguimos cami- nando toda aquella noche; Jacobillo se quedó dormido sobre el caballo, y el caballo y yo íbamos cabizbajos y llorando, cuando al rayar el dia, mi pobre Babieca, que no podia ya andar mas que al paso, se paró de repente. Quédeseme mirando como el que dice: ¡Ya ves, que no puedo mas!.. Pero el niño tenia frió y yo le obligué á seguir. Entonces dio un gemido, hizo un estremeci- miento y dejó caer su pobre cabeza sobre mi hombro," yo le miré y adiviné quesemoria y se meniurióenefect0 mi caballo querido! (Todos sueltan á reír.) Murió, si... De sus resultas el niño y yo hemos continuado nuestro viaje á pié, y está muy cansado el pobrecillo.

Enr. {Bajo.) ¡Oh! ¡padre! ¡padre! Tengo hambre...

Flora. Pero señores, y si esto fuera verdad, si ese hombre....

Beaum. ¿Estáis en vos?... creer en una farsa semejante... ibai á ser la fábula de Burdeos!... Dejadme á mí... Oye pa- yaso, ¿quieres que te diga mi opinión? Pues tienes muy poco chiste.

Herc Verdad es, yo no le encuentro gracia.

Elisa. A casi se me han saltado las lágrimas.

Dup. Como que nos está ahí contando cosas fúnebres.

Bllf. Perdonad, señores, me había olvidado... yo no deseo mas que divertiros; porque ya no me dejan trabajar en las plazas públicas; y me veo en la precisión de [entrar asi en las casas grandes que encuentro al paso en el camino.

Beaum. Pues bien, vamos á ver, haznos reir ahora, payaso.

Famt. ¡Oh! si, mejor es eso.

Belf. (¡Reir! ¡reír! y ese miserable de Bello-Amor se me ha escapado robándome mis útiles, mis cubiletes... ¡todo! Vamos, Enrique , es preciso que le sustituyas, hijo mió.)

Enr. Padre .

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Belf. (¡Ánimo! es una ocasión que se nos presenta de ganar un pedazo de pan , y algún dinero para llegar á Bur- deos... ¡dos leguas no mas! ¡Vamos, ánimo! ¡ánimo, hijo del alma!)

Herc. ¿Conque se empieza? ¡Y haznos reir sobre todo!

Belf. (¡Reir! llevando la muerte en el alma.) (Con voz de titi- ritero.) ¡Ea! ¡señores! ¡ea! ¡jé! ¡jé! ¡jé! señor Jacobillo, se trata de dar comienzo á la magnífica función, para divertir á esta noble reunión. ¡Atención!

Enr. Si, maestro.

Belf, (Id.) ¡Vamos corriendo , Vamos! ¡chiquillos y grandes, viejos y niños, bonitos y feos! acudid todos, venid, ve- nid corriendo aunque os rompáis la crisma; apiñaos ahí y cuidado con los bolsillos... ¡Atención! aqui el que mas mira menos vé... ¿Quién de estos señores tiene la bondad de darme un sombrero?

Todos. ¡Yo! ¡yo! !yo!

Belf. Con uno basta, señores... pero que no pertenezca á al- gún calvo, no sea que se resfrie... Ahora necesito que una de estas amables señoras me una rosa... Vamos, señoras, una rosita.

Fany. ¡Vaya! ¡ahí va la mia! (Risas.)

Belf. Gracias; ya lo estáis viendo, señores... una rosa sin es- pinas... es el emblema de esta señorita.

Herc. ¡Ah! entiendo; ¡sin espinas! ¡Qué pillo! vamos, esto ya es mas divertido.

Belf. ¡Ahora, atención! vais á presenciar el juego favorito del inimitable Belfegor; vais á ver el milagro de las ro- sas...

Enr. (Imitando la música.) ¡Chim! ¡chim! ¡bum! ¡bum! (¡Pa- dre! ¡padre! no puedo mas.)

Belf. (¡Ánimo! ¡hijo mió! ánimo.) Pero mientras yo preparo la suerte, el señor Jacobillo nos va á contar su histo- ria...

Dup. Si, si, cuéntanos Jacobillo, ¿quiénes fueron tus pa- dres?...

Belf. ¿Qué os importa psoá vos? '(Bruscamente.)

Enr. (Con dolor.) ¡Mis padres! ¡Oh! ¡madre mia! madre mia!

Belf. (Enrique, no pienses en ella... Enrique... yo... yo,., tu madre...) (Le falta la voz.)

Flora. ¡Qué veo! ¡Son lr.grimas verdaderas! están llorando los dos.

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Belf.

FhORA.

Belf. Flora.

Beaum. Ddp.

Herc.

Düp.

Beaum.

Belf.

Flora.

Herc.

Flora.

Herc.

Criado.

Herc.

Criado,

Belf.

Flora. Belf:

Flora. Belf.

Flora.

¡Lágrimas! ¡no tal! ¡no tal! (Enrique vacila, y cae en ' brazos de su pudre, desfallecido .) ¡Ah! ¡Dios mío! ¿Pero qué tiene ese niño? (Bajo. Terrible de dolor.) Este niño... ¡Tiene hambre, señora!

¡Cielos! ¡conque era verdad!... ¡Infelices! Señores.... ¡No, no!... Aguardad, si os toman por un pobre, no os darán mas que una limosna cualquiera; creen que sois un loco, un aturdido como nosotros. Vais á ver. (Alio.) Vamos, señores, para que el payaso trabaje con ahinco, es preciso que os mostréis generosos; yo me encargo de recoger las dádivas.

¡Bravo! no falta ningún detalle... hasta el platillo. Lo veis como es una bruma... nos va á sacar el dinero, y luego...

(A Belfegor) Querido bar... cond... marqués, en fin, querido inio, sois muy pillo. Flora, ahí va mi bolsillo. Aceptad estos pocos luises... ¡Oro! ¡Oh! ¡Dios mió!

(En definitiva yo soy la que los embromo... Sigamos la moda.) (A Hércules.) Vamos, ¿y vos? (Dándole una pieza.) No doy mas; ese hombre es muy pillo.

No, no, dadlo todo.

Si vos os empeñáis, ahi va; pero á mino me la pega. (.4 los otros.) La verdad es que lo hace muy bien; pero si yo me pusiese... habíais de ver... Señor Vizconde, ahí está un desconocido que desea ha- blaros con urgencia.

¡Pues bien! ¡qué pase! hoy se recibe á todo el mundo. Aqui viene.

(Que habrá subido un poco hacia el foro.) ¡Qué veo! ¡Ro- llac! ¡él! ¡el barón! \

¿Qué es eso? ¿qué tenéis?

¡Oh! ¡señora! ¡ese hombre! por verle, por hablarle sin ser conocido de él... daria mi vida. Es posible...

¡Oh! señora... si fueseis tan buena que me proporcio- naseis...

¿Una careta? ¿un dominó? nada mas fácil. En cuanto al pobre niño, yo me encargo de él, no le hará falta nada.

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Belf. ¡Oh! ¡gracias, señora, grachs! (Toma la careta que le ofrece Flora y desaparece algunos instantes. Flora se lle- va á Enrique.)

ESCENA Vil.

Hercules, Rollac, Beaumenil , Düperron, Convidados.

Herc {Bajando acompañado de Rollac ) Mi tio ha venido aquí en efecto esta tarde; pero solo se ha detenido algunos instantes; y no me es posible deciros si se ha vuelto á su palacio de Burdeos ó á su posesión de Carignan.

Beaum. ¿Es por el señor duque de Montbazon por quien pre- guntáis, caballero?

Rollac. Si, señor; siento haber venido á turbar vuestras diver- siones, y os ruego que me dispenséis si me he presen- tado asi en traje de camino.

Beaum. Aguardad; creo que el duque ha de haber ido á Carig- nan... He encontrado á sus monteros que se dirigían .' hacia alli, cuando yo venia de ver al prefecto, cuya casa de campo...

Rollac. Muchas gracias, señores.

Dup. ¿De ver al prefecto? (A Beaumenil.)

Beaum. Si, para ese asunto relativo á Lavarennes.

Rollac. (Lavarennes.) (Volviendo.) Perdonad, señores, estáis ha- blando, creo, de un tal Lavarennes.

Beaum. Si; acaban, por casualidad, de recibirse noticias del pa- radero de ese miserable.

Rollac. ¡De veras! ¡ah! lo celebro infinito. Y decis que...

Beaum. No me han dado aun pormenores; únicamente que está en Francia, y que se da á conocer, según creo, ba- jo el título de barón de Rollac... (Volviendo á Düperron.)

Rollac. ¡Ah! (Soy perdido.)

Beaum. ¿Pero qué veo? El payaso se ha eclipsado... Vamos á darle alcance. (Todos suben hacia el foro, excepto Rollac.)

Rollac. ¡Descubierto! cuando me creiaya seguro, cuando ncaba- baba de hallar á la heredera de los duques de Montbazon, y me lisonjeaba con la esperanza de entrar en su fami- lia, y ampararme con su ilustre nombre!.. Vamos , no pensemos ya mas que en librarnos de las garras de la justicia. (Va á marcharse; Belfegor enmascarado le cierra el paso.)

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ESCENA VIII-

Dichos, Flora, Rollac, Belfegor.

Belf. ¡Una palabra! (Agarrándole del brazo.)

Rollac ¿Eh? (Estremeciéndose.)

Flora. Perdonad, caballero, es un máscara que dice que os co- noce.

Rollac. ¿De veras? Bien. ¿Y qué tienes que decirme, máscara?

Belf. Quiero hablarte sin testigos.

Rollac. (¡Sin testigos! Prefiero eso.) (Alto.) ¡Diablo! ¡diablo! tienes el puño sólido. ¡Eli! que me hacéis daño , señor mió.

Belf. Mas daño me habéis hecbo vos á mi.

Rollac. Que me destrozáis la muñeca.

Belf. Vos me habéis destrozado ei alma.

Rollac. ¡Yo!

Belf. Señora, este caballero y yo tenemos que hablar sin tes- tigos.

Her. ¡Bueno! le va ádar una broma. (A Flora.)

Flora. Callad vos, Hércules .

Her. Si, querida.

Flora. Vamos, señores, alli debajo de los árboles están bailan- do y falta gente; caballeros, sobre todo.

Her. (A Beaumenil) No nos alejemos mucbo, que quiero ver la broma.

Flora. (¿Qué signiíicará esto?)

ESCENA IX.

Rollac, Belfegor.

Rollac. Vamos, ¿me diréis al fin quién sois?

Belf. ¡El payaso! (Descubriéndose.)

Rollac. ¡Cielos!

Belf. ¿Dónde eslá ella?

Rollac. ¿Quién?

Belf. ¡Oh, nada de mentiras! Catalina me ha dicho todo lo que sabia ; vos sois el que os habéis presentado cuando yo no estaba, tomándome las vueltas como un cobar- de; vos la habéis hecho traer á Burdeos, á Burdeos,

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¿no es verdad? Ea, hablad, hablad, ¡vive Dios!

Rollac. Escucha, Belfegor, los momentos son preciosos... ex- pliquémonos pronto y de una vez para siempre... quieres meter ruido , dar escándalo , y todo ese ruido será en tu daño, te lo prevengo.

Belf. Yo no os pregunto eso, os pregunto dónde está.

Rollac. En tu viaje has podido convencerte de mi poder... te han echado de todas partes; dentro de poco serás per- seguido, acosado.

Belf. ¿pero dónele está ella?

Rollac. Reflexiónalo bien, Belfegor: una palabra, un indicio basta para hacerse sospechoso en el dia. Una delación, por poco autorizada que sea, es suficiente para que metan á cualquiera en un calabozo y le hagan compa- recer ante el consejo prebostal , que juzga y fusila á un hombre entre dos puestas de sol. Y si yo quiero puedo perderte.

Belf. ¿Me dices dónde está?

Rollac. ¿Dónde está? ¡Tu mujer!... (¡Qué idea!) Pero si todo lo

que he dicho no era mas que una fábula, invención,

pura novela : te he engañado y á ella también. Megus-

taba, quise ver si me hacia caso, alucinarla, decidirla á

. una calaverada y robártela en fin.

Belf. ¡ Ah, miserable, mientes! (Se arroja á él y le pone á sus pies.)

ESCENA X.

Dichos, Todo el mundo.

Herc ¡Calla, le está ahogando! ¡Vaya una broma!

Bflf. (Apoderándose de su bastón y blandiéndole sin soltar á Rollac.) ¡Al primero que se acerque le dejo muerto á mis pies! (Todo el mundo retrocede asustado.) ¡Has men- tido como un bellaco! ¡Confiesa que has mentido!

Rollac ¡Si, si!

Belf. ¿Dónde está ella?

Rollac. En casa del duque deMontbazon.

Belf. ¡La prueba!... ¡la prueba!

Rollac Aqui la tengo... (Sacando del bolsillo una cartera.) mis cartas, mi correspondencia.

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Belf. Trae. (Arrancándole la cartera. Le suelta y se separa.)

Rollac. (¡Ah! tomas mi cartera... mis cartas. ¡Ellas te per- derán!)

Belf. (A Flora.) Señora, vos tendréis compasión del niño que os dejo: eramos dos, me quedo solo.

Rollac. (Me he salvado.)

Belf. Y ahora, señores, ¡plaza! ¡Dieron fin mis ejercicios! ¡echad el telón y abrid paso al payaso!... (Lánzase por entre la gente y desaparece.)

FIN DEL ACTO TERCERO.

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ACTO CUARTO.

En casa del duque de Montbazon. Sala ricamente adornada.

ESCENA PRIMERA.

El gran bailio de Clermont, á poco Castel-Blanc .

Clerm. (A un criado.) ¡Está bien! aguardaré á que vuelva el señor duque, y tendré el honor de ofrecerle mis res- petos. (Váse el criado.) Goza de valimiento, y quiero aprovechar la ocasión para que recomiende mi instan- cia, porque hace tres meses que ando en pretensiones. (Viendo á Castel.)\kh\ ¡el conde de Castel-Blanc; va- liente intrigante! (Yendo áél.) ¡Hola! querido conde.

Cast. ¡Señor gran bailio!

Clerm. Aqui me tenéis que vengo á hacer la corte á vuestro ilustre primo. No porque yo sea ambicioso, ¡Dios me libre! yo nada soy, nada quiero y nada pido.

Cast. (¡Hipócrita!)

Clerm. ¿Y vos?

Cast. ¡Yo tampoco! aguardo únicamente.

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ESCENA ll>

Dichos, el Duque, el Vid amo, el Comendador. El duque y los otros

habrán salido por el foro á las últimas palabras. El Duque trae unos

pliegos en la mano.

Duque.

Cast.

Clerm. Cast.

Duque.

COM.

Vid. Cast.

Clerm.

Cast. Clerm.

Cast.

Clerm.

Cast.

Clerm.

Cast.

Clerm.

Cast. Clerm.

¡Qué desinterés! Asi me gusta, señores. Aqui traigo sin embargo dos pliegos que me parecen de oficio y que os conciernen.

(Precipitándose á cogerlos.) ¡Mi nombramiento! (id.) ¡Mi nombramiento! permitid. (Leen ambos.) ¡Eh! ¡qué posma! (Al Vidamo y al Comendador.) Señores, el rey se ha dignado darme el pláceme por la dicha que he tenido de hallar á mi nieta. (Siéntase á su bufete en la iz- quierda.)

¡Ah! os felicito por ello. Y yo igualmente, señor duque. (Confuso.) ¿Qué es lo que he leido? ¡Sustituto del pro- curador del rey!

(Con alborozo.) Comisario extraordinario del departa- mento de la Gironda! (Paseándose con importancia.) Soy comisario extraordinario. Dadme la enhorabuena, se- ñores.

¡Comisario general, él! ¡mientras que yo! ¡Es imposible! ¡el rey se ha equivocado!

Él rey no se equivoca nunca , y su su majestad os hu- biese hecho ministro y á simple sustituto, me oi- ríais decir del mismo modo: el rey es infalible. (Que ha mirado el sobrescrito del pliego que tiene en la mano.) Pero aguardad, aguardad un momento , este pliego no es para mí. ¡Eh! poco me importa. ¿Es en efecto ese para vos?

¡Que si es para mí! (Leyendo.) Al conde de Castel... conde de Cas...

De Castel-Blanc, está claro. Vos tenéis mi pliego y este es el vuestro. ¡Pero cómo puede ser!.. Os echasteis sobre él con tanta precipitación... Es decir que no voy á ser mas que un simple sustituto.

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Cast.

Duque.

Vid.

Clerm.

Cast.

Clerm. Cast.

Ddque. Ca;>t.

Duque. Cast.

Clerm. Cast.

Clerm.

(Con rechifla.) Pero no un sustituto simple. ¡El pobre Clermont! ¡Qué batacazo!

¡Es falso! ¡es absurdo! ¡es imposible! el rey lia sido sorprendido.

Señor de Clermont, el rey no se equivoca nunca, y si vos fueseis nombrado ministro y yo simple sustituto, nuestro deber seria decir siempre: el rey es infalible. Si, venios abora con... (Insolente!) (Reparando en un papel que viene dentro del mismo pliego.) Aqui me envían sin duda instrucciones. (¡Cielos! Lava- rennes bajo el nombre de Rollac.) ¿Qué es eso?

Tada; tengo que entrar inmediatamente en ejercicio; mi deber me impone ir en el acto á la prefectura. Con vuestro permiso, primo, me retiro. Id con Dios, querido conde.

(A Clermont.) Señor sustituto, me veo en la sensible precisión de echar mano de vos, seguidme. ¡Eh! ¿cómo decis?

(Insistiendo con suma política.) Que tengáis la bondad de seguirme.

Bien está, señor mió, bien está. Señor duque... (Salu- dando al duque.) (¡Y para esto se hacen las restauracio- nes!) ¿Pasad delante, señor comisario extraordinario de la Gironda! (Vánse por el foro.)

ESCENA III.

El Duque , el Vidamo, el Comendador.

Duque. Si, señores, el ministro me ha escrito que su majestad se halla muy bien dispuesto á favor de mi nieta , á la cual se devolverán los bienes de su padre.

Com. El señor duque habrá creído deber ocultar á su ma- jestad , en el interés de nuestra familia , la deplorable situación en que ha sido hallada la hija del marqués de Montbazon.

Vid. ¡Oh! bien deplorable en efecto.

Com. Y nadie sabrá por lo tanto...

Duque. Nadie excepto vos, el conde Castel y el barón Rollac, á quien por mi parte no conozco mas que por sus car-

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tas. Ha puesto una especie de empeño en no presentar- se hasta que nos haya librado de ese hombre obfigán- dole á embarcarse para América.

Com. ¡Oh! ha demostrado en este asunto un celo... uua de- licadeza...

Criado. (Anunciando.) El señor barón de Rollac.

Duque. ¡Ah! él es; decid que pase. Es señal de que el otro se ha embarcado.

ESCENA IV.

Dichos , Belfegor -en traje de corte , peluca empolvada , calzón blanco, espadín atravesado, traje un tanto ridiculo.

Belf. ¡Voto al chápiro! el cielo os guarde, señores.

Duque. Por fin , sois vos, señor barou.

Belf. ¡Si , vive Cristo! yo soy. Señor mió, aunque nunca nos

hayamos visto apuesto... á que vos sois el Duque de

Montbazon.

Duque. En efecto.

Belf. Nosotros no nos hemos visto nunca. (Lo por las car- tas del barón.) Vid. ¡Buen porte!

Com. A la legua se que es persona de clase. Belf. (¡Me examinan! Con tal que yo vea á Magdalena antes

de ser conocido...) (Sube hacia el foro con desasosiego.) Duque. ¡Señor de Rollac!... ¡señor barón! Belf. ¿En? ¡Ah! perdonad... andaba mirando si veia á cierta

persona; ya sabéis... á ella... á la joven. Duque. ¡Si, á mi nieta! Belf. ¡Justo! Duque. Mas tarde. Permitidme que os presente ahora á dos de

los principales individuos de la familia. Este caballero

es el señor comendador de Pulieres. Belf. ¡Ay, qué bueno! ¡Hola, hola, hola!... ¿conque el señor

comendador de Pufieres?... ¡Cuerpo de tal! Com. ¡Cómo!

Duque. Sois hombre alegre, barón. Belf. Si, si, soy muy alegre; siento un regocijo loco aqui

¡Oh! nos vamos, á divertir mucho, ya veréis... Duque. El señor Vidamo de Arpiñol , pariente por la rama de

Turena.

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Belf. Señor de la rama de Turena. (Saludando.)

Vid. ¡Venga esa mano, barón!

Belf. ¡Cómo qué! (¡Ojalá les caiga en gracia!)

Com. Puede decirse que ya sois de los nuestros.

Belf. Completamente. (Vamos , parece que agarra ) Pues,

señor, ahora que me habéis presentado al señor de Tu-

fieres y al señor Carpiñol... Vid. DeArpiñol. Belf. Eso he querido decir. (Al Duque.) ¿No vamos un rato á

ver á mi... á la... á vuestra amable nieta? Duque. ¡Qué prisa! Belf. ¡Oh! yo soy asi... Vamos á verla, ¿eh? un momento,

ahora mismo. Duque. ¿Ahora mismo? Ya sabéis que eso es imposible... Belf. ¡Imposible!... no es posible. Duque. Si, porque está allá. Belf. ¡Allá!... ¿y dónde es allá? Duque. ¿No habéis sido vos mismo el que ha aconsejado á Cas-

tel que la llevase?... Belf. ¡Ah! he sido yo el que... Duque. ¡Y habéis tenido en ello una idea excelente! Belf. ¡Si, no ha sido mala la idea!... ¿Peroro la veré á pesar

'de eso? Duque. Si por cierto, si por cierto. Vid. Creo, barón, sin que os ofenda, que mas habéis venido

por ella que por nosotros. Belf. Algo que si, Grapiñol... Tenéis mucho talento vos... ¡eh,

eh, eh! Vid. De Arpiñol. Belf. Si, eso mismo. Duque. Decididamente vos estáis enamorado de mi nieta... y

cnanto mas os miro... Belf. (Ea, vuelta á examinarme... ¡Dios me asista!) Duque. Me habéis de dispensar... pero con los proyectos que

vos tenéis... Belf. (¡Mis proyectos!... ¿qué diablos de proyectos tendría el

tal Rollac?) Duque. (Algo irónico.) Vamos, veo con placer que vuestros via- jes por el Nuevo Mundo no os han acabado mucho. Belf. Qué me han de haber acabado... si soy un roble. Vid. ¡El cuerpo derecho! Belf. ¡La cabeza erguida!

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Vid. ¡La pierna sólida! ,

Belf. (Dándoseen la pierna.) ¡Oh! en cuantoá la pierna... es- to es acero, y ademas una muñeca de hierro. (Olvidán- dose.) Sostengo doce arrobas con el brazo extendido, y levanto con los dientes al mas pesado de la reunión. (Reparando en loque hadicho.) ¡Oh! Son... pasatiempos de viajero. (Haciendo por reírse.)

Duque. Pero decidnos, ¿y él? No nos habéis dicho nada de él.

Belf. ¡Él! ¿y quién es él?

Duque. Ese liomore... ese titiritero... ¿Nos veremos libres por fin de su persona?

Belf. ¡Che! ¡che!

Duque. ¿Cómo? teméis...

Belf. Yo no temo nada, absolutamente temo nada de él. Mien- tras yo estéaqui, os prometo que no se presentará á vuestra puerta.

Duque. ¡Muy bien!

Belf. Pero ese Belfegor...

Vid. ¡Belfegor! se llama... (Riendo.)

Belf. (Id.) Se llama Belfegor: es un nombre muy raro, ¿no es verdad? ¡Jé, jé!

Vm. ¡Vaya si es raro! rarísimo.

Belf. Decia, pues, que en cuanto á ese Belfegor, no se puede decir que estamos enteramente libres de él: ya sabéis . * . que esas gentes, esos payasos, son tan listos , tan ági-

les , que siempre caen de pie como los gatos.

Duque. ¡Oh! pero nosotros sabremos lomarle las vueltas. (Sube hacia el foro.)

Belf. ¡Vaya si sabremos ! Como que somos mas ladinos que él... ¿Pues no tenia el muy picaro el pensamiento de meterse aqui con traje y nombre postizos para saber de su mujer? Si , señores , si , pensaba jugárosla de puño . Se figuraba que no hay mas que endosarse una casaca bordada, contonearse de cierto modo, darse los aires y el tono del señor... (Dirigiéndose al Comendador , que está á la izquierda.) tomar, como vos, (Yendo al Vidamo, que está á la derecha.) un polvo con desenfado y soltu- ra, (Toma un polvo en la caja del Vidamo.) sorberlo con elegancia, sacudirse después con mimo la chorrera de encaje, girar graciosamente sobre los talones y echarse asi el sombrero debajo del brazo... Se figuraba que él podria hacer todo eso, y que vosotros no le conoceríais,

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el vil histrión. (Dándole una palmada al Vidamo.) ¿No es verdad que es cosa de morirse de risa?

Vid. De morirse de risa, decis bien.

Duque. (Sentado á su bufete y con una sonrisa desdeñosa.) Veo que vuestra permanencia en América os lia hecho algo excéntrico.

Belf. ¡A mí! . si, eso, si... (Buscando.) Excen... sí... excén- trico.

Com. Pero ahora que me acuerdo, vos, barón, estuvisteis en Biberach...

Belf. ¡En Biberach! ¡yo!... Biberach! ¡quitad allá!

Duque. ¡Cómo! ¿pues no fuisteis presentado á su majestad la tarde misma de la batalla?

Belf. ¡Ab! si... si...

Com. Contadnos cómo pasó.

Belf. (Quieren que yo les cuente la batalla.) (Al Duque.) ¿Te- neis vos mucho empeño en que os refiera todos los por- menores?

Duque. No... desperlarian en muy tristes recuerdos. (Se po- ne á escribir.)

Belf. ¡Ah! puesto que son los señores no mas... (Yendo al Co- mendador y al Vidamo, á cada uno de los cuales coge del brazo.) ¿Estuvisteis, por ventura, alguno de los dos en esa famosa batalla de?...

Vid. Biberach.

Belf. Si, eso iba á decir.

Com. No, no estuvimos ni el uno...

Vid. Niel otro.

Belf. (Entonces, vamos adelante.) Pues señor, aquella si que fué una gran batalla, en que las balas caian como gra- nizo y los soldados como chinches. Nosotros eramos unos sesenta mil hombres... Nos pusieron en batalla... en dos filas, formando un arco... quiero decir, forman- do dos arcos... é hicieron avanzar sesenta mil bocas de fuego.

Com. ¿Cómo habéis dicho?

Belf. ¿Que cómo he dicho?

Vid. Ha dicho sesenta mil bocas de fuego.

Belf. ¿Y qué?

Com. ¡Para sesenta mil hombres!

Belf. Bien, tantas bocas como hombres : nada mas natural.

Vid. ¡Toma! pues es verdad.

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Belf. Se traba el combate... nosotros avanzamos sobre el enemigo , el enemigo avanza sobre nosotros ; nosotros nos replegamos, él se repliega; la caballería se lanza sobre la infantería , la infantería se lanza sobre la arti- llería ; las sesenta mil bocas rompen el fuego, nos ve- mos todos rodeados de bumo, nos quedamos á ciegas... y aqui tenéis cómo alcanzamos la victoria.

Com. ¡La victoria! Pero yo creia que babia sido una der- rota.

Belf. ¿Si? Pues bien , ahí tenéis cómo alcanzamos la derro- ta... Pero vamos á ver á esa joven.

Duque. Al instante. {Levantándose. Llama.)

Belf. ¡Por fin!

Duque. (A un criado que sale.) Acompañad al señor de Bollac á su habitación y decid en seguida que enganchen. Hasta dentro de un instante, señor barón.

Belf. Señor Duque... (Saludando.) (Vamos, he conseguido que no me planten en la calle : eso he ganado; Dios hará lo demás. (Vásepor el foro derecha.)

ESCENA V.

El Duque, el Vidamo, el Comendador , la Vermandois. A poco Magdalena.

Duque. No se engañaba el conde Castel al decirnos que el ba- rón era algo chavacano. Este buen señor de Bollac ha traído de América unos modales increíbles, ¡y sobre todo un tono!

Com. (Con desden.) No se concibe que se vicien asi en los viajes, y que traigan ideas...

Vid. Es verdad; yo he viajado mucho y nunca he traído ideas.

Criado, (Anunciando.) La señorita de Vermandois.

Duque. ¡Mi hermana! ¿Cómo es que?... Y Magdalena, ¿por qué os habéis separado de ella? Espero que no correrá nin- gún riesgo.

Verm. Tranquilizaos, querido hermano, está aqui.

Duque. ¿Aqui?

Verm. Desde ayer que la visteis en Carignan su agitación ha ido en aumento... En fin, ha querido venir á todo tran- ce para hablar con vos... Ruegos, súplicas, mandatos

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todo ha sido en vano... Quiero ver al duque, me replí- 1 caba... y eso con un tono, con un aire, con unos mo- dales... (Con desden.) ¡Ay! señores, Dios os libre de estos parentescos de malagüero, que á veces se en- cuentra uno, sin querer, en un aduar de gi anos.

Duque. Hermana, ¿olvidáis que esa desgraciada es la hija de mi hijo?

Verm. Miradla, aqui viene : acercaos, acercaos, sobrina, y lle- vad la cabeza erguida, ya que Dios ha querido que ten- gáis sangre de los Montbazon.

Mag. (Al Duque.) Perdonadme, me siento tan turbada, tan trémula...

Duque. Serenaos, bija mia, aqui solo hay un padre muy feliz en poder estrecharos en sus brazos, una familia agra- decida á Dios, que os ha devuelto, á su cariño... No tembléis, hija mia... nosotros lo hemos olvidado todo, y os amamos.

Mag. Vos me amáis... (Conmovida.) ¡oh! gracias, señor du- que, gracias... (Queriendo besarle la mano )

Duque. Miradla, señores, son las mismas facciones de su des- graciado padre, las facciones de mi querido hijo, muer- to lejos de mí: después de veinte años de destierro he recobrado todos mis feudos, todos mis títulos, todas mis riquezas... pero no me habéis devuelto, Señor, mi bien mas preciado... ese , mi corazón le llorará eternamente .

Verm. ¡Jesús, hermano! os echáis á llorar ni mas ni menos que un plebeyo.

Duque. Callad, hermana: los plebeyos no tienen el corazón fa- bricado de otro modo que el nuestro.

Verm. ¡Oh! señor duque, en cuanto á eso...

Duque. Y ademas, estamos aqui, entre gente bien nacida.

Mag. Vos comprendéis, señor duque, por lo que veo, que yo pueda echar de menos y llorar por la persona de quien me han separado.

Verm. Vos le habéis dejado voluntariamente, sobrina.

Mag. Le he dejado por salvar á mi hija.

Verm. Vivid sin temor, vuestra hija está ya fuera de todo riesgo.

Mag. ¡Pero y él, mi marido!... por defender su causa con e duque es por lo que he deseado venir aqui...

Duque. ¿Y quién ha podido haceros pensar, hija mia...

Mag. Escuchad, señor duque, el hombre que habéis enviado

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en vuestro nombre, el baroo da Rollac , se ha excedido en el cumplimiento de vuestras órdenes , estoy cierta de ello.

Verm. ¿Pero de dónde sabéis vos?...

Mag. Una mujer que vivia en Angulema en nuestra misma casa, fué sobornada por él. Asi que llegué á Bnrdeos la envié noticias mias, pidiéndoselas de aquellos á quienes amo y por los cuales lloro. Pues bien, he sabido por ella que acosados do. amenazas y persecuciones , ellos, que se habían quedado en la miseria , en el mayor des- consuelo, se han visto obligados á huir, á salir de An- gulema... ¡Ah! señor duque, vos habéis podido man- dar que me separen de ellos ; pero no habréis querido que los hiciesen sufrir mayores martirios.

Duque. No, hija mia, no, y estoy cierto, seguro de que os han engañado. (Sube hacia e' foro yllama.) Avisad al barón de Rollac que le estoy aguardando.

Mac ¡Rollac! ¿el barón de Rollac está aqui?

Duque. Hace una hora; y por él mismo vais á saber...

Ve km. Vamos á conocer á ese barón tan decantado. ¿Qué es- pecie de hombre es?

Duque. Vos misma juzgareis. (Algo cortado.)

ESCENA VI.

Dichos, Belfegor.

Belf. Estoy á vuestras órdenes, señor duque.

Mag. (¡Esta voz!)

Belf. Vamos á ver ala joven... (Vuélvese y ve á Magiale-

, na.) ¡Ah!

Duque. ¡Barón! ¿qué es eso? ¡os habéis inmutado! Verm. Efecto de la metamorfosis. Bc:lf. Es que, en efecto, no me esperaba... Mag. (¡Él aqui y con ese traje!) Duque. Ofrecedla vuestros respetos. . Belf. (Acercándose á Magdalena.) ¡Mas hermosa , si cabe, que

antes! Verm. Si, ese traje vale algo mas que los harapos con que la

vestía el saltimbanquis. (Movimiento de Belfegor.) ¿No

opináis vos lo mismo, señor barón? Belf. Si, si, señora. Hay mucha distancia de esos ricos atavíos

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á los humildes vestidos que la compraba con lantogus- to ese... ese saltimbanquis. (A Magdalena.) Recibid, m enhorabuena, señora: estáis realmente muy hermosa asi.

Mag. ¡Caballero! ¡Guillermo! (A punto de descubrirse.)

Belf. (Interrumpiéndola vivamente.) Llamadme barón, y su~ frid... (La bésala mano.) ¡Oh! debéis estar contenta, señora, en medio de vuestros ilustres parientes, rodeada de toda esta riqueza, de este lujo... ¡Oh! si, debéis es- tar muy contenta, y comprendo que no hayáis vacilado entre esta noble familia y la otra... la familia del vola- tinero.

Mag. Mucho me ha costado decidirme, y solamente...

Duque. Tened la bondad de referir á mi hija la comisión que os di para ese .. Belfegor... los ofrecimientos que le he hecho y la manera cómo los ha recibido.

Belf. ¡Ah! esta señora desea saber... En efecto, será muy di- vertido. Pues bien, imaginaos que le he propuesto di- nero, el cual ha rehusado, el muy truhán; y cuanto mas aumentaba yo la suma, mas montaba él en cólera con- tra mí. «Lo que yo necesito es mi mujer, es mi hija,» decia. ¡Palabrotas, y nada mas, ya os hacéis cargo! ¡Esos titiriteros están lan acostumbrados á representar comedias! Y como no podíamos conseguir nada de él por la buena, proyectamos meterle en un carruaje, y tras- ladarle á bordo de un buque, cuyo capitán está á nues- tra devoción.

Mag. ¡Ah! eso es horrible.

Belf. Desde ese dia, no nos hemos vuelto á encontrar mas que una vez, en la que él quiso saber dónde estaba esta señora. Trabóse una lucha con ese motivo; pero -entre él y yo, como os podéis figurar, la cuestión no podia du- rar mucho, (Con acento muy marcado.) y no duró mu- cho por cierto. Pero hablemos de otra cosa.

Duque. (Con intención-) AI contrario, barón, tengo empeño en- que repitáis á mi hija lo que decíais en vuestras car- tas; que desde que se había separado de ella, ese hom- bre llevaba um vida escandalosa, pasaba los días y las noches entregado al desorden, á la disipación... elp. (Dándose en el bolsillo donde lleva tas cartas de Rollac. ¡Ah! ¡ah! ¡yo os he escrito eso! En efecto, si, he escri- o eso! Pues señor, la verdad es que se divierte mucho

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el muy bellaco. Si, ¡oh! ¡yo ya sé, señora, que vos es-' tariais creyendo que vuestro abandono le habría abatí- do... que se habría desmejorado mucho, que sus ojos estarían escaldados por el llanto... ¡Si, si, á buena parte ibais! Su vida desde aquel día, no ha sido mas que una continua broma.. . ¡Ya se ve! ¡gitanos! ¡farsantes! ¿aca- so sabe él lo que es amar á una mujer? ¡llorar por un hijo! )üque. Añadid que no salia de los garitos y tabernas. 3elf. (Con mucha amargura.) ¡De las tabernas!.. Si, si, eso ya lo sabéis vos, señora; bien sabéis que la taberna era todo su afán, su cariño, su vida! ¡Las tabernas! Si, iba á ellas después de vuestra marcha, lo propio que iba antes. Y el vino le daba las ideas tnas raras y extrava- gantes... Echábase á recorrer todos los barrios, las ca- lles de la ciudad en busca de su familia. Iba como un loco interrogando con ojos ávidos cada balcón, cada ventana. Cierto dia le pareció ver ondear entre corti- najes de seda la rubia cabellera de una uiña. {Cam- biando de tono ) ¡Es ella! ¡es mi Juanita! Parece que su hija se llama Juanita. Y sin reparar ni en porteros, ni en lacayos, trepa por la escalera, lánzase de sala en sala, y llega adonde estaba el angelito, á quien coge en brazos y se le come á besos , llorando á lágrima viva; {Medio riendo.) y echa de ver entonces que su corazón, ó lo que él llama corazón, se ha engañado torpemente. Caen sobre él los que le perseguían; ios unos le dan pa- los tratándole de demente, los otros le sujetan y le llevan á presencia de un comisario para que le meta en la cárcel. [Riendo algo mas marcadamente.) Le tomaron por un ladrón. (Soltando á reir del todo.) ¡Já! ¡já! ¡já! es muy singular, es muy chistoso, ¿no es verdad, seño- res? (Bruscamente.) Vamos, reid, reid vos también, se- ñora.

Mag. (Ocultándose el rostro entre las manos.) ¡Oh! Dios mió.

Belf. Pero vamos á esto, ya que nos hallamos en familia, y que esta señora está aquí , podíamos hablar algo de nuestros asuntos. ¿Qué es lo que piensa hacer esta se- ñorón Yo he venido para saber algo de eso; después ha- blaremos del marido.

Duque. (Algo pensativo.) Si, del marido que yo deseo para mi hija. El rey está en las mejores disposiciones.

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Belf. ¡Ah! el rey.., ¿eh?

, Duquk. Yo no dudo que su majestad me autorice á trasmitir mi nombre y mi título de par de Francia al esposo que mi hija eligiere.

Belf. ¡Par de Francia! ¡Hola! couque su marido será par de Francia. (Dando una carcajada.) ¡Cuerno! (Empieza á pasearse por la escena á pasos largos.)

Verm,. ¡Jesús! cuidado que este señor tiene una manera de ex , presarse.

Com. ¡Jé! ¡jé! ¡viene de América, es un liberal!

Vid. (Indignado.) ¡Un demagogo!

Belf. Pues entonces veo que nuestro volatinero, ese truhán de volatinero, va á subir como la espuma.

Duque. ¡Él!

Belf. ¡Pues claro está, su marido!

Duque. Ese no lo ha sido nunca. (Volviendo á su bufete )

Belf. ¡Vaya que si! yo asi lo creo.

Verm. ¡Su marido! (Muy sofocada.) espero que muy pronto ha- remos nosotros anular ese casamiento.

Belf. ¿Eh? (Con fuerza.) ¡ah! conque vais á hacer....

Mag. ¡Oh! Es imposible, no lo creáis.

Verm. ¿Y porqué no, señora sobrina?

Belf. Dice bien; ¿y porqué no, señora? ¿Acaso vuestra nueva familia no goza de gran favor? por cierto que se anu- lará ese casamiento. Vuestro marido no habrá sido para vos mas que un accidente... y vuestros hijos serán (.4 la Vermandois metiéndose por la cara.) bastardos...

Verm. ¡Bastardos!

Com, ¡Este hombre dice las cosas tan desnudas!

Vid. ¡Puf!

Duque. (Que ha estado escribiendo.) Señor barón, aqui tenéis una carta que acabo de escribir al rey en vuestro nombre y el mió. Como amigo y ejecutor testamentario de mi desgraciado hijo, me haréis el obsequio de firmarla.

Belf. ¡Ah! ¿nosotros escribimos al rey? ¿Y qué escribimos á su majestad?

Duque. Le pido como gracia especial, que se digne dar per- miso para mandar prender, embarcar y desterrar á ese Belfegor, y que en seguida se proceda á instruir sigilo- samente el proceso para la anulación del casamiento; autorizando entre tanto á mi nieta para pasar á los ojos de todos por la viuda de un oficial muerto en Alemania

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al servicio del rey. Tened la bondad de firmar. ¡Dios mió!

(A Magdalena.) Conque es decir que ya sois viuda, se- ñora; y á él cálale muerto... Payaso ha muerto, se con- cluyó!., ¡pobre payaso! Vamos, descansa en paz, y Dios tenga piedad de tu alma. (Riendo.) ¡Já! ¡já! el alma de payaso. ¡Caballero!

Tiene razón el señor Vidamo, ¿el alma de payaso? ¿Pues qué esas gentes tienen alma? Fuera de los Vidamos,los barones y los caballeros, los demás no tieuen alma! (Visiblemente cansado.) Hacedme el obsequio de firmar, caballero.

(Tomando la pluma.) ¡Firmar! es decir pedir el destier- ro... la muerte de un desgraciado, la separación de dos seres que Dios habia unido!.. Sabéis, señores, que para ser caballeros, estáis procediendo como no io baria ese titiritero? (Rompe la pluma.)

¡Caballero! estáis hablando con el duque de Montbazon, y me explicareis ahora mismo... ¡Cielos!

(Con risa frenética ) ¡Já! ¡já! ¡já! ¡no ¡o han entendido! no han entendido ni la rabia que me ahogaba, ni aque- lla risa que se anegaba en lágrimas... no han visto nada, ni adivinado nada. ¿Qué oigo? luego vos sois...

Pues bien, si, si, soy el payaso. (Arrancándose la pe- luca.) ¡Él! .

Si, Belfegor el payaso, Belfegorel miserable, el zote, la bestia; pero esta bestia tiene su mujer, tiene sus hi- juelos, y os los viene á arrancar porque son suyos, ¡en- tendéis, ladrones! (Hacen un movimiento pata echarse sobre él.) ¡Eh! cuidado conmigo, señores; el payaso sa- be hacer reir en la plaza; pero os podría hacer llorar aqui.

¡Osáis amenazarnos! Y aun cuando asi fuese... Guillermo, te lo pido por Dios, escúchame. No escucho nada, yo soy tu marido, soy tu dueño- ¡Vuestras leyes, señores! por cima de vuestras leyes, está Dios que me ha dado esta mujer, y la conservaré

Mag.

Belf. Mag. Belf.

Mag.

Belf.

Mag. Belf. Mag. Criado.

Duque.

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mal que os pese. Señora, vais á veniros coamigo y con Juana, con Juana á quien vos me habéis robado, y que es mi hija.

¡Tu hija! ¡Desventurado! ¡tu hija se hubiera muerto si no fuera por mí! ¡Gran Dios!

¡Se hubiera muerto te digo!

¡Ella! no, eso no es verdad, yo lo hubiera sabido, lo hubiera adivinado.

¡Adivinado! ¡acaso adivináis vosotros esas cosas! Ya no existiría, ténlo por cierto; no quedaba mas que un re- curso. ¡El cambio de vicia! ¡ah! se le hubiera propor- cionado á costa de la mia. Por eso me llevé á mi hija moribunda, á nuestra hija, Guillermo; y ahora, acúsa- me, si te atreves.

¿Qué es lo que he oido? Magdalena, ¿es eso verdad? ¡Mi hija!... ¿dónde está? dónde... Aqui.

¡Aqui!... ¡Oh! déjame verla, besarla. ¡Ven! ¡ven!

(Anunciando desde el foro ) El sustituto del procurador del rey. ¿Qué significa?

ESCENA Vil.

Dichos, Clermont, Agentes.

Clerm. Esto significa, señor duque, que un hombre se ha in- troducido aqui, en vuestra casa, con el título de barón de Bollac.

Duque. ¿Cómo?

Belf. ¿Qué dice?

Mag. Guillermo. (Con terror.)

Clerm. ¡Y acabamos de saber judicialmente que ese hombre, ese supuesto Rollac, no es otro que el llamado Lava- rennes!...

Todos. ¡Lavarennes!

Clekm. ¡Si, Lavarennes! Condenado hace tiempo á muerte co- mo traidor y asesino.

Duque. ¿Él? ¡él, Lavarennes! (Señalando áBelfegor.)

Mag. Es un error, una calumnia. (Yendo al duque.)

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Belf. ¡Qué tengo yo que ver con ese Lavarennes! (Con fuer- za.)

Clerm. En nombre del rey, daos á prisión.

Belf. ¡Magdalena! ¡preso yo!

Mac. ¡Dios de bondad! (Saliendo por la misma puerta que Cler- monl.)

ESCENA VIII.

Dichos, ¡ÍCastel-Blanc, Enrique, otro Gendarme.

Cast. ¡Deteneos! Ese hombre no es Lavarennes. Lavarennes es el impostor á quien yo be acompañado y dejado en Angulema; es el miserable que hizo conocimiento con el barón de Bollac en América, que le dio muerte y se apoderó de sus papeles. Esto es lo que él mismo, descu- bierto y preso por fin, acaba de declarar; y yo he veni- do á preveníroslo, señor sustituto, para que desistáis de este arresto, porque de la declaración también re- sulta, que amenazado ayer por este hombre en la quin- ta del Vizconde , le entregó los papeles con ánimo de perderle. El que está delante de vos, no es otro que el payaso Belfegor, y aqui tenéis á su hijo, que ha sido hallado por mis agentes.

Enr. ¡Padre mió! (Corriendo á él.)

Belf. (Abrazándole con ternura.) ¡Enrique! ¡hijo idolatrado!

Enr. (A Magdalena.) ¡Madre! ¡ah! ¡madre querida! ¡Te en- cuentro por fin! deja que te un beso.

Mag. (Cogiéndole á su vez, cubriéndolo de caricias, y diri- giéndose al duque.) ¡Señor, es mi hijo! ¡el hijo de mis entrañas! ¿Tendréis ahora valor para romper este casa- miento?

Duque. (A los otros.) Retiraos, señores. Supuesto que este hom- bre no es el traidor Lavarennes, está libre. El señor comisario general os lo ha dicho. Retiraos todos, nece- sito hablar á solas con él. (Bajo.) Magdalena, id en bus- ca de Juanita y traedla aqui al momento. (Magdalena váse. Vánse todos, saliendo antes los agentes, después el Vidamo, el Comendador , Castel-Blanc y Clermont.)

Clerm. (Al salir.) Por fin dimos con el delincuente. Buen tra- bajo ¿me ha costado! Cast. Si, por cierto, ibais á prender al que no lo es.

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Clerm. Señor comisario, la manera de acertar en estos casos, es prender á todo el mundo. Adiós, señor duque. (El du- que los habrá acompañado un poco. Delfegor se queda acariciando á su hijo, y mirando con inquietud á la puer- ta por donde se marchó Magdalena.

ESCENA IX.

El Duque, Belfegor, Enrique, á poco Magdalena y Juanita.

Büxf. Ahora, señor duque, espero que napersistireis en vues- tro designio; Magdalena es mi mujer.

Duque. ¡Vuestra mujer! Antes que verla públicamente unida á un hombre que anda mendigando por las calles, y á quien fe dan poco menos que una limosna, preferiría volverme á mi destierro en busca de la muerte y del olvido.

Belf. (Arrebatándose.) ¡Eh! ¿y qué me importa eso á mí? Vos tenéis apego á vuestros antepasados , yo se lo tengo * mi mujer y á mis hijos.

ESCENA X.

Dichos, Juana, Magdalena, Enrique.

Mag. (Viniendo rápidamente á interponerse entre los dos.) Gui- llermo, aqui te traigo á tu hija.

Belf. ¡Mi hija, mi Juanita!... ¡Es posible que esta sea ella!... ¡y que sea tan bonita! ¡Hija de mi corazón! (Se arrodi- lla y la acaricia.)

Duque. Miradla bien, y reparad... la salud, la vida han vuelto á reanimarla, á darla ser y hermosura.

Belf. ¡Oh! si, si, es verdad. ¡Pobre Juanita mia!

Duque. A mi lado no solamente será hermosa, será rica, feliz.

Belf. ¡Rica, feliz!

Duque. Será mi hija, en fin... ¿Qué haréis, pues, viendo eso? Responded.

Mag. Señor duque.. r

Belf. Calla, calla, mis ojos ven la luz ahora. Pobres hijos, yo os he querido como un egoísta, quiero amaros como padre... (Se levanta.) Señor duque , vos habéis comen- zado á hacer la felicidad de nuestra hija... yo os confio

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la de nuestro hijo: juradme que haréis de este niño un hombre digno de respeto y estimación.

Duque. Os lo juro.

Belf. Vos le amareis como amáis á mi... á vuestra niete- zuela.

Duque. Será mi hijo .. como Juana es mi hija.

Belf. ¡Os creo! (Llevándose al duque aparte.) Ea pues, ahora ya podéis anular nuestro casamiento... no me volvereis á ver mas... me iré adonde quiera que vos dispongáis, á un destierro, ?i es preciso... Juro yo también no vol- ver á ver á mi mujer ni á mis hijos. Permitid que los abrace por última vez. ¡Adiós, Enrique... adiós. ..pien- sa alguna vez en cuando seas dichoso!... Adiós, Magdalena: perdóname si te he hecho sufrir... Perdó- name, porque te he querido con toda mi alma!! Magda- lena, (Bajo.) ¡es para siempre!

Mag. No, no partirás solo. (Con fuerza.)

Duque. ¡Cómo! ¿qué significa?

Mag. Esto significa que el porvenir de mis hijos está asegu- rado, y ahora que pueden vivir sin mí, para es para quien yo viviré, Guillermo.

Duque. ¡Magdalena!... ¿y tu padre?

Mag. Señor duque, Dios ha dicho: «La mujer dejará á su padre y á su madre para seguir á su marido.»

Enr. (Corriendo á su madre y llevándose á su hermana.) ¡Oh! si te marchas, nosotros queremos marcharnos conti- go. (Belfegor viene á encontrarse colocado en medio de su mujer y sus hijos.)

Duque. ¡Solo! (Dejándose caer agobiado en un sillón á la derecha.) ¡moriré triste y solo!

Belf. (Yendo al Duque ) Señor duque, ¿queréis decirme vues- tro nombre de pila?

Duque. (Admirado.) ¿Yo?.. . Me llamo Jorge.

Belf. Entonces deutro de seis meses es vuestro santo.

l>UQUh. Si... ¿pero cómo?...

Belf. ¡Oh! nosotros los del oficio... nos sabemos el calenda- rio de memoria.

Duque. ¡Y qué!

Belf. Que de aqui á seis meses, los dos, Magdalena y yo, os enviaremos á los chicos, á la niña y al niño... Será nuestro regalo del dia del santo... Os quedareis con ellos, señor duque, vos que podéis criarlos en la opu-

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lencia, y hacerlos venturosos... Os quedareis con ello para siempre.

Mag. ¡Mis hijos! (Llorando.)

En Et. ¡Padre!

Delf. (Al duque.) ¡ 4 h ! ya lo veis , es preciso que la madre y los hijos se vayan acostumbrando... Un poco de pacien- cia , y dejad por algún tiempo unida todavía á la fami- lia del payaso.

Duque. (Muy conmovido, y levantándose de pronto.) ¡Y habéis de vencerme á en generosidad! Vos, á quien por hu- milde rechazaba yo de mi familia, habíais de mostrar mas grandeza de alma que el duque de Montbazon! No por Dios santo, corro á echarme á los pies del rey, á re-, ferirle vuestra noble abnegación, y á pedirle para vos un puesto en el ejército; su corazón magnánimo sabrá comprenderos y premiaros.

Delf. ¡Ah! señor duque, ahora si que conozco que sois noble.

Mag. (Echándose á los pies del duque.) Gracias, padre mío, gracias.

FIN DEL DRAMA.

Midrid 16 de setiembre de 1857. Puede concederse licencia para la representación de este drama. =El Censor, Pablo Yañez.

GOBIERNO CIVIL DE LA PROVINCIA DE MADRID.

Madrid 17 de setiembre de 1857. Conforme con el dictamen del Sr. Censor y Real orden expedida por el ministerio de la Gobernación en 16 de i actual , puede representarse este drama en cuatro actos, titulado El Payaso. =El Gobernador, Marpori.

CATALOGO

de las obras Dramáticas y Líricas de la Galería

Al cabo de los años mil...

Amor de antesala.

Antes que te cases...

Alarcon.

Angela.

Afectos de odio y amor.

Arcanos del alma.

Amar después de la muerte.

Al mejor cazador...

Achaque quieren las cosas.

Amor es sueño.

Achaques de la vejez.

A caza de cuervos.

A caza de herencias.

Amor, poder y pelucas.

Amar por seftr.s,

Al pie de la letra.

Bonito viaje.

Boadicea, drama heroico. Batalla de reinas. Berta la flamenca. Bienes mal adpuiridos.

Cañizares y Guevara.

Cosas suyas.

Calamidades.

Castor y Polux. '

Con razón y sin razón.

Cómo se rompen palabras.

Conspirar con buena suerte.

Chismes, parientes y amigos.

Con el diablo á cuchilladas.

Costumbres políticas.

Contrastes.

Catilina.

Carlos IX. y los Hugonotes.

Delirium tremens. Dos sobrinos contra un tio. D. Primo Segundo y Quinto. De audaces es la fortuna. Don Sancho el Bravo. Don Bernardo de Cabrera. Dos artistas.

El nmor y la moda.

lEstá loca!

En mangas de camisa.

EL TEATRO.

El que no cae... resbala. El Niño perdido. El querer y el rascar.... El hombre negro. £1 Un de la novela. El filántropo. Esperanza. El anillo del Rey. El caballero feudal. ¡Es un ángel! Espinas de una flor. El 5 deagoslo. El escondido y la tapada El Licenciado Vidriera. ¡En crisis!!! El Justicia de Aragón. El Caballero del milagro. El Monarca y el Judio. El rico y el pobre. El beso de Judas. Echarse en brazos de Dios. El alma del Rey Carcia. El afán de tener novio. El juicio público. El sitio de Sebastopol. El todo por el todo. El molino de la ermita. El corazón de un padre. El .ulano, ó el hijo de las Alpn-

jarras. El que las da las toma. El camino de presidio. El honor y el dinero. El hijo pródigo. El payaso.

Furor oarlamentario Paltas juveniles. Flor de un dia.

Grazaíema.

Historia China. Hacer cuenta sin la huéspeda. Herencia de lágrimas. Honra por honra.

Instintos <Ie Alarcon. Indicios vehementes

Isabel de Hédicis.

Jaime el Barbudo. Juan sin Tierra. Juan sin Pena. Jorge el artesano.

Los Amantes de Chinchón. Lo mejor de los dados... . Los dos sargentos es pañoles ó

la linda vivandera. Los dos inseparables. La pesadilla de un casero. La hija del rey Rene. Los extremos. Los dedos huéspuedes. Los éxtasis

La posdata de una carta. Llueven hijos. La mosquita muerta. La choza del almadreño. Los Amantes de Teruel. La verdad en el Espejo. La Banda de la Condesa. La Esposa ele Sancho el Bravo. La boda de Quevedo. La Creación y el Diluvio. La Gloria del arte. La Gitanilla de Madrid. La Madre de San Fernando. Las Flores de Don Juan. Las Apariencias. Las Guerras civiles. Lecciones de Amor. Las dos Reinas. La libertad de Florencia. La Archiduquesita. Las Prohibiciones. La escuela de los amigos. La escuela de los perdidos. La bondad sin la experiencia. La escala del poder. J.a alegría de la casa. Las cuatro estaciones. Las mujeres de mármol. La vida de Juan Soldado

La llave de oro. La Providencia.

Los tres Banqueros.

Las huérfanas de la Caridad.

La cruz en la sepultura.

La ninfa iris.

I.a pluma y la espada.

La Vaquera de la Finojosa.

La flor del valle.

Los pobres de Madrid.

Libertinaje y pasión.

Libertad en la cadena.

Mi mamá. Mal de ojo. Mariana Labarlú. Martín Zurbano, Mocedades.

Negro y Blanco.

Ninguno entiende, ó un hom

bre tímido. Nobleza contra Nobleza. No es oro todo lo que reluce.

Olimpia.

Pescar á rio revuelto* Piensa mal y criarás .

Alumbra á este caballero. A última hora. Angélica y Medoro.

Buenas noches, vecino.

Claveyina la Gitana. Cupido y Marte.

Escenas en Chamberí.

Una conjuración femenina. Un dómine como hay pocos. Un pollito en calzas prietas Una idea feliz.

Un huésped del otro mundo. Una venganza leal. Una coincidencia alfabética Una noche en blanco. Un anuncio en el Diario, Una ráfaga.

Una llave y un sombrero. Una mentira inocente. Una muji.'/4 misteriosa. Una lección de corle. Una falta. .

Un paje y un Caballero. Una broma de Quevedo. Un si y un no. Una Virgen de Murillo. Una aventura de Tirso. Una lagrima y un beso. Una lección de mundo. Una mujer de historia.

Zamarrilla, ó los bandidos de Serranía de Ronda.

ZARZUELAS

El ensayo de unaópera.

El Grumete.

El calesero y la maja.

El Vizconde,

Él perro del hortelano.

El secuestro de un difunto.

El lancero.

Guerra á muerte.

Por un reloj y un sombrero.

Por ella y por él.

Por una hija!...

Para heridas las de honor,

desagravio del Cid. Por la puerta del jardín.

Rival y amigo.

Su imagen San Isidro [Patrón de Madrid Sueños de amor y ambición. Sin prueba plena.

Tales padres, tales hijos Traidor, inconfeso y mártir Trabajar por cuenta ajena. Todos unos.

Ver y no ver. Verdades amargas.

Un Amor á la moda.

La litera del Oidor.

La noche de ánimas.

La familia nerviosa, ó el sue

ómnibus. Las bodas de Juanita. Los dos Flamantes. La vergonzosa en Palacio. La Dama del Rey. La Colegiala.

Mateó y Matea.

La Dirección de El Teatro se halla establecida en Madrid, calle del Pez, núm. cuarto segundo de la izquierda.

RARE BOOK COLLECTION

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NORTH CAROLINA

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PQ6 217 .T44

v.227 n.1-16