39 C&S4- UU-nnu B H 517 517 ESPAÑA las sus íam i m¿ LA SEGUNDA HA! B SIGLO ¡¡VIH MANUEL SERRANO Y SANZ CATEDRÁTICO BE LA OHIfcttSÜUlD DE ZJMJL SEv/iLLA Tip.'dc la "Guía Oficial" 1916 oninr of ESPAÑA EN LA SISIl HITAD m SIGLO XVIII POR MANUEL SERRANO Y SANZ CATEDRÁTICO BE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA SEVILLA Tip. de la "Guía Oficial* 1916 4- [SPifiS I LOS INDIOS CHERQKIS II CHACTAS EH Ll SMK HITAD DEL SEO «I CAPÍTULO PRIMERO Origen y civilización de los indios Cherokis. — II. Los indios Chactas.— III. España en la Luisiana; defectos de sü admi- nistración.— IV. LOS COLONOS FRANCESES DE LA LüISlANA, LOS Cherokis y los Chactas durante la guerra de independencia de las colonias inglesas. — v. relaciones de españa con los Cherokis y los Chactas hasta el año 1785; dificultades del comercio con los indios. — vi. tratados de los estados uni- DOS con los Cherokis y los Chactas en los años 1785 y 1786. Refiere el ameno y elegantísimo cronista Garcilaso de la Vega que, prosiguiendo Hernando de Soto su admirable expedición, tan duramente censurada por quienes acaso aplaudan el atropello de Colombia por los Estados Unidos, ó el aplastamiento de Bélgica por Alemania, llegó á la provincia de Cofachiqui, gobernada por una se- ñora de belleza notable, que recibió á los españoles como á herma- nos y de buen grado puso á disposición de sus huéspedes las rique- zas estupendas que de perlas había en las guacas ó panteones de aquellos pueblos, cuyos tesoros describe el Inca, apartándose de la relación dada por Alonso de Carmona, con exageración manifiesta, como si tratara de eclipsar las narraciones más fantásticas de las Mil y una noches. Poco después entraban los audaces exploradores en unas aldeas abandonadas por sus habitantes, que se habían refu- 2 6 giado en los montes, de tal modo que en aquéllas quedaron solamen- te los viejos, y éstos ciegos en su mayoría. Los indios de esta región, menos hospitalarios, ó más medrosos, que los de Cofachiqui, eran llamados Chalaques (1) y después fueron conocidos con el nombre de Cherokis (2), pueblo hermano de los indios iroqueses, como lo prueban las afinidades que hay entre los idiomas de ambos, aunque el Cheroki, efecto de una larga . separación y de lo diseminados que vivían los Cherokis, apartóse no poco de la lengua madre, y aun se dividió en tres principales dialectos: el oriental, que se distinguía por el uso frecuente de la r en vez de la 1; el central ó kituhwa, ha- blado en el Tuckasegee y las fuentes del Tennessee, y el occiden- tal, propio de quienes ocupaban parte de los actuales Estados de Georgia y Carolina del Norte. Procedentes de las regiones contiguas al lago Ontario y las bañadas por el Ohío, emigraron al Sur, después de larguísimas y cruentas guerras con los Delawares, en fecha que no puede fijarse, pero hecho que parece comprobado por antiguas tradiciones consignadas en el Walam Olum, donde se refieren las contiendas de los Delawares con los Talligewi, ó sean los indios Che- rokis. Aunque es difícil señalar con exactitud los dominios de estos indios hacia el año 1540, en que pasó por sus tierras Hernando de Soto, opina J. Mooney que ocupaban el Kentucky, el Tennesee, el Norte de Alabama y Georgia y la parte occidental de ambas Virgi- nias y de las dos Carolinas. Más avisado Royce, dice que esta es una cuestión difícil de resolver (3). Iniciadas las comunicaciones de España con los Cherokis, fue- ron luego visitados los dominios de éstos repetidas veces, por nues- (1) «Siguieron su viaje, y llegaron a unos pueblos pequeños, cuyos morado- res no habían osado esperar en sus casas al Gobernador, y se habían ido á los mon- tes; solamente habían quedado los viejos y viejas, y casi todos ciegos; estos pueblos se llamaban Chalaques» . Historia de la Florida, libro II. cap. XLIII. (2) Los Cheroquis se llaman a si mismos Yúñ' wiya y Ani-Yüñ' iviya, que significa pueblo real ó principal. El nombre de Chalaque, convertido después en Cheraqui, Cherakee y Chero- kee, parece que se deriva de choluk o chiluk, que en el idioma Chacta equivale a poxo, cueva. Cnf. 3. Mooney, Myths of the Cherokee, pág. 15. Nosotros empleamos la forma Cheroki, equivalente á la norteamericana Che- rokee. (3) «It is impossible at this late day to define with absoluto aecuracy the ori- ginal limits of the Cherokee claim. In fact, like all other tribes, they had not defi- nite and concurrent understanding with their surrounding savage neighbors.» Charles C. Royce, The Cherokee Nation o f Indiana, pág. 140. tros soldados y nuestros mineros, en los siglos XVI y XVII; y así vemos que después de establecerse los españoles en la bahía de San- ta Elena (Carolina del Sur), el capitán Juan Pardo llegó en el año 1567 al pueblo cheroki de Otari (1); más adelante, atraídos por la codicia de ricos metales, acudieron otros españoles, que explotaron algunas minas (2). En cambio, ios ingleses del Norte de América no entraron en contacto con los Cherokis hasta el año 1654. Cuando los colonos de Virginia salían de una guerra de exterminio contra los indios Po- whatan, supieron que una banda de seiscientos o setecientos Chero- kis acababan de establecerse en las cataratas del James, donde* hoy está la ciudad de Richmond. Los ingleses, que no deseaban tales huéspedes, marcharon contra éstos, ayudados por Pamunkey y otros guerreros indios de aquel país, pero tal derrota sufrieron, en la que murió Pamunkey, que tornaron sin haber logrado el fin que se pro- ponían. Después de esto hubo escasas relaciones entre ingleses -y Chero- kis, hasta que éstos, en el año 1684, suscribieron en Charleston, un Tratado de amistad, cuyo original, signado con jeroglíficos por Ká- lanú (El Cuervo) y siete guerreros más, se conserva aún en el Archi- vo de la Carolina del Sur, y es el más antiguo de los celebrados con dichos indios por los norteamericanos. Durante el siglo XVIII, las relaciones entre los Cherokis y los norteamericanos, fueron muy frecuentes y en beneficio casi siempre de^Jkjuó'lioQ, que poco á poco se iban apoderando de las tierras in- dias; así vemos que la Carolina del Sur celebró con los Cherokis, en el año 1721, un tratado de paz, y otro en 1755, por el cual adquirió un territorio bastante considerable; la Carolina del Norte, en 1730 y 1756, dos tratados de alianza. En 1760 y 1761, los Cherokis, alia- dos con los franceses, pelearon contra la Carolina del Sur, y á partir de estas fechas, viene una serie de convenios, celebrados en los años 1768, 1770, 1772, 1773, 1775, 1777 y 1783, en que los Cherokis per- dían cada vez una parte de sus dominios nacionales, de, tal manera, (1) De dtari o atali, que en el idioma cheroki significa montaña. Véanse los Documentos historíeos de la Florida y la Luisiana, siglos XVI al XVIII (Madrid, 1913) donde se refiere (págs. 145 a 149) la expedición de Juan Pardo á Guatari, río muy grande y caudaloso. (2) «Nurnerous traces of aneient raining operations, with remains of oíd shafts and fortifications, evidently of Europeun origin, show that these discoveries were folluwed up, aithough the pólice of Spain coucealed the fact from the outside world.» J. Mooney, Myths of the Gherokee, pág. 29. 8 que en 1782, la fracción llamada Chicamauga emigró al Tennessee, donde se estableció en cinco aldeas. Hasta los ciudadanos disidentes de Carolina del Norte que crearon el efímero Estado de Franklin, ce- lebraron con los Cherokis dos tratados (años 1785 y 1786) por los que hacían aquéllos algunas adquisiciones á costa de la pobreza y de la ignorancia de los indios. II La civilización de los Cherokis ha sido tan magistralmente estu- diada por los norteamericanos que sería gastar en balde el tiempo si quisiéramos reproducir aquí lo que puede verse en las publicaciones de la Smithsonian Institution consagradas á dichos indios, y en otras obras. Sólo diremos que los Cherokis ocupaban, en el siglo XVII, un vastísimo y rico país, pero que, no obstante, el número de sus in- dividuos fué siempre relativamente muy pequeño, debido á su géne- ro de vida, como hombres que, si bien no eran nómadas (1), se sus- tentaban de la caza, principalmente, que exige amplios dominios, y de una rudimentaria agricultura, cuya principal cosecha era la de maíz. Lejos de estar supeditados á un monarca, se gobernaban en los asuntos de común interés, por asambleas de los jefes y guerreros de cada aldea, y en las circunstancias más graves se confederaban con sus hermanos de raza los Criks, los Chicasas y los Alibamones. Vivían en aldeas muy separadas unas de otras. Sus ideas religiosas no pasaban del animismo, y su organización tribal provenía del to- temismo (2) igualmente que los demás aborígenes de América del (1) «Corroborad ve proof of the sedentary character of our Iadian tribes is to be found in the curious form of kinship system, with mother-rite as its chief factor, which prevails. This, as has been pointed out ia another place, is not adapted to the necessities of nomadic tribes, whiich need to be governed by a patriarchal system. and, as well, to be possessed of flocks and herds.» J. W. Powell, Indian Linguistic families of America Nort of México, pá- gina 31. Según el censo hecho en 1715 por Johnson, Gobernador de la Carolina del Sur, la nación Cheroki tenía 4.000 guerreros, y un total de 11.210 almas. Otro censo del año 1721, da ya cifras más reducidas: 3.510 guerreros y 10.379 habitantes. Aunque estas cifras no sean exactas, puede afirmarse que en el siglo XVII la nación Cheroki no constaba de más individuos que ahora. Cnf. J. Mooney, Myths of the Cherokee, pág. 34. (2) No ha muchos años, los clanes de los Seminólas, pueblo hermano del Che- Norte. Sus guacas 6 panteones, tales como aparecen descritos en la Florida del Inca Garcilaso, eran semejantes á los que tenían los Nat- ches (1). Como la mayor parte de las naciones primitivas, tenían los Che- rokis una institución semejante al tabú de los polinesios, por la cual se juzgaban contaminadas las personas ó las cosas sagradas, con el roki, que aún vivían en la Florida, recibían nombres de animales que antes fueron totómicos: del Tigre, del Gamo, del Oso, etc. Cnf. Clay Mac Cauley, The Seminóle Indians of Florida, pág. 507. Publicado en el Fift annual Report of the Burean of Ethnology . — Washing- ton, 1887. (1) Es opinión muy probable que los Cherokis fueron también constructores de mounds, y que los usaban como lugares de sepultura. Cnf. Cyrus Thomas, Burial Mounds of the Northern Sectión of the United States. Págs. 87 a 96. Publicado en el Fifth annual Report of the Burean of Ethnology. — Washing- ton, 1887. En El viajero universal, ó noticia del mundo antiguo y nuevo que á fines del siglo XVIII publicaba D. Pedro Estala, se describen así (tomo XXV, Madrid, 1799, págs. 319 á 322), los llamados templos de los Natches, copiando las noticias de Char- levoix, Gravier y Le Petit: «Tienen un templo Heno de ídolos de diferentes figuras de hombres y animales, y les tienen una profunda veneración. La forma de su tem- plo es como un horno que tuviera cien pies de circunferencia. Se entra en él por una puerta pequeña de cuatro pies de alto, y tres de ancho, sin que se encuentre ventana alguna. La bóveda del edificio está cubierta de tres órdenes de esteras, puestas las unas sobre las otras para que las lluvias no desmoronen las paredes... En lo interior del templo, sobre unas tablas colocadas a cierta distancia las unas de las otras, tienen colocadas cestas ovaladas de cañas, en las quales están encerrados los huesos de sus antiguos xefes, y á un lado las víctimas que se hacen matar para se- guir á sus señores al otro mundo. Otra tabla separada sostiene muchas costillas bien pintadas, en las quales se guardan los ídolos» . Cnf. John R. Swanton, Indian Tribes of the lower Mississippi Valley and ad- jacent eoast of the Oulf of México. —Washington, 1911.— Págs. 158 a 172. Du Pratz, Ristoire de la Louisiane, t. III, págs. 21 a 23, dice que la mayor parte de los indios de la Luisiana tenían templos análogos a los Natches. Garcilaso de la Vega en su Historia de la Florida, libro II, cap. XLI, describe así un templo que había en Cofachiqui: «Tenía mas de cien pasos de largo y cuarenta de ancho; las paredes eran altas conforme al hueco de la pieza la techumbre de este templo mostraba ser de ca- rrizo y cañas delgadas y hendidas por medio, de las cuales haeen estos indios unas esteras pulidas: sobre la techumbre del templo había puestas por su orden muchas conchas grandes de diversos animales marinos por el suelo, arrimadas a las pa- redes encima de unos bancos de madera muy bien labrada, como era toda la que en el templo había, estaban las arcas que servían de sepulturas, en que tenían los cuerpos muertos de los curacas que habían sido señores de aquella provincia Cofa- chiqui, y de sus hijos, hermanos y sobrinos, hijos de hermanos, que en aquel tem- plo no se enterraban otros.» 10 contacto y aun la mera presencia de los profanos, y especialmente de los extranjeros (1). Lo mismo que casi todos los indios de América, profesaban los Cherokis la creencia de que las enfermedades y la muerte no son mero efecto de leyes naturales, sino producidas por malos espíritus, ó por conjuros y maleficios de los hombres, y en tal opinión se fun- daba su medicina, que consistía en una influencia personal ejercida por el shaman, mezcla de médico, hechicero y sacerdote, ayudado por algunas plantas cogidas con determinadas fórmulas y ceremo- nias mágicas, y en las que solía buscarse cierta analogía de nombre y de forma con los síntomas y caracteres externos de la dolencia; v. gr., los vómitos biliosos, en Cheroki llamados daláni (amarillo) los curaban con una planta de igual nombre y de color amarillento (2). Una bellísima narración cheroki explica de este modo el origen de las enfermedades: En los tiempos más remotos, los hombres y toda clase de anima- les hablaban el mismo lenguaje y vivían en paz, hasta que propa- gándose el género humano comenzó á perseguir las bestias para ali- mentarse con las carnes de éstas y cubrirse con sus pieles. Al sufrir tamaña guerra, los animales celebraron un congreso, que presidió el gran oso blanco, y se deliberó de combatir á los hombres con sus mismas armas, que eran el arco y la saeta. Aceptada con aplauso general esta idea fabricaron un arco, cuya cuerda se hizo con los intestinos de un animal que ofreció su vida en defensa de los otros; el oso blanco disparó una saeta, pero no dio en el blanco, porque se le enredaban las uñas en la cuerda; para vencer tal dificultad se decidió que todos los osos las llevasen corta- das, pero aquél replicó que las necesitaban para subir á los árboles. Disolvióse el congreso al ver tan prof uudo egoísmo, sin tomar acuer- do alguno, y los animales decidieron comunicar al hombre muchas y diversas dolencias, por lo que éste hubo de recurrir á las plantas para librarse del maléfico influjo de las bestias. (1) Análogos al tabú son algunos preceptos del Pentateuco relativos á la im- pureza legal producida por tocar los cadáveres, etc. Supervivencia del tabú era el carácter sagrado de las murallas, en Roma, que nadie podía saltar, ni aun el mismo rey, violación que, según la leyenda, costó la vida a Remo. (¡•í) The Saered Formulas of the Gherokees, by James Mooney. (Seventh annual Report of the Bureau of Ethnology to the Secretary of the Smithsonian Institution. — Washington, 1891. — Págs. 307 a 397). En estas fórmulas hay unas para la recolección de plantas medicinales, y otras para varios fines, como cazar, conjurar tempestades, etc. 11 La Cosmogonía de los Cherokis tenía mucho de parecido con la profesada por los antiguos egipcios y caldeos. La tierra, según aqué- llos, era una isla suspendida de los cuatro puntos cardinales. El fir- mamento, bajo el que circulan los astros, era de roca durísima, y en- cima de él, en un misterioso lugar llamado Galüñlati, vivían todos los animales, cuando aún la tierra estaba cubierta por las aguas, por lo que no se atrevían á bajar. Al fin, el castor y el renacuajo se deci- dieron á ver si hallaban algún paraje seco, pero sólo pudieron en- contrar una llanura de limo blando. Pasado algún tiempo descendió el gran alcón, y dando aletadas formó, en el país que luego sería de los Cherokis, montañas y valles. Conforme se secaba el continente fueron bajando todas las especies de animales. Tenían también los Cherokis una tradición del Diluvio, que no parece ser un eco de las enseñanzas cristianas; un hombre fué avi- sado por su perro de que todo el género humano estaba condenado á perecer en una inundación, de la que se libraría con su familia construyendo una almadia; siguió aquél este consejo, y aunque las aguas cubrieron los montes más elevados, ni él ni ninguno de los suyos perecieron. Fábulas hay entre los mitos y narraciones Cherokis que podían figurar dignamente, por lo grave de sus enseñanzas, con las atribui- das á Esopo. Tal es la del conejo que convidó á comer ai oso, en la que se censura el que los pobres y débiles quieran igualarse á los ri- cos y fuertes: un oso invitó á un conejo, y no teniendo grasa para condimentar un puchero de habas, tomó un cuchillo, se hizo una he- rida y sacó manteca de su cuerpo. Poco después repetíase el banque- te en casa del conejo, y queriendo este hacer lo mismo que antes ha- bía hecho su huésped, se hirió tan malamente que anduvo el oso apurado para curarle, y le aconsejó no imitar á ciegas lo que veía en los demás (1). La Historia del pueblo Cheroki ha sido objeto de investigacio- nes especiales y de monografías en alto grado merecedoras de ala- banza (2), pero en las que hay un vacío no pequeño: el desconoci- miento casi total de las relaciones que hubo entre dicha nación y Es- (1) James Mooney, Myths oftke Cherokee, pág. 273. (2) The Cherokee nation of indians, by Charles C. Royce. Publicado en el Fifth annual Report of the Burean of Ethnology to i he Secre- tary of the Smithsonian Institución. — Washington, 1887.— Págs. 129 á 378, Myths of the Cherokee, by James Mooney. Publicado en el Nineteenth annual Report of the Burean of american Ethno- logy to the Secretary of the Smithsonian Institution.— Washington, 1900. -Pági- nas 1 á 576. 12 paña durante el siglo XVIII, materia casi inexplorada y de ia que se conserva una rica serie de documentos en nuestros Archivos Na- cional y de Indias. Y ya que los sabios norteamericanos han dejado casi virgen esta materia, pretendo esclarecerla lo menos mal que pueda, en el presente estudio, que recibe generosa hospitalidad en el Boletín del Centro de Estudios Americanistas de Sevilla. 11 Menos importante que la nación Cheroki fué la de los Chactas, cuyo nombre tuvo la fortuna de pasar idealizado, á la Historia, gra- cias al capricho de un gran poeta en prosa, del vizconde de Chateau- briand, quien juzgando, acaso, que dicho pueblo era hermano de los Natches, llamó Chactas á un guerrero de esta nación y trazó una romántica pintura de sus amores con la hija del español López, la mestiza Átala, en cuya narración se desborda la fantasía impetuosa del autor de Los Mártires (1) y aquella sensibilidad enfermiza que había inspirado las obras clásicas del siglo XVIII; y no satisfecho con la romántica fuga de Átala con Chactas, y del trágico fin de aquélla en la choza del misionero Aubry, hizo que cuando Chactas, ya viejo y ciego, no podía contemplar el bellísimo paisaje de Nat- ches, le cuente Rene su vida tempestuosa y agitada, más que por los dramas' de la vida, por el volcán que ardía en su pecho, lleno de aspiraciones imposibles y acongojado por dolores que él mismo se creaba, en lo que no hizo Chateaubriand, como Byron en los per- sonajes de sus poemas, sino trasladar al papel su vida interior. Filológicamente pertenecían los Chactas, lo mismo que los Chi- casas y los Seminólas, á la familia Muskhogee, que habitaba el te" (l) Intercaló esta novelilla en el Genio del Cristianismo, y también la de Rene, aunque nada cuadraban con el asunto de dicha obra los amores incestuosos y repugnantes á más no poder, de Rene con su hermana Amelia, por lo que Cha- teaubriand fué blanco de censuras justificadísimas. La narración de Chactas está llena de inverosimilitudes, comenzando por el nombre de aquél, impropio de un guerrero Natcher; sus viajes por Francia, y su estancia eu casa de Fonelou; su fuga con Átala, atravesando bosques y ríos nada menos que desde el país de los muscomulgos á la confluencia del Dhio con el Missi- ssippí. Chateaubriand, que estuvo de joven en América del Norte, pero quo llenó de falsedades la relación de su viaje, no tuvo más que un conocimiento muy superfi- cial y falso de las tribus indias del Canadá y la Luisiana. 13 rritorio comprendido entre el Atlántico, al Sur del río Savannah, el Golfo de México, el Mississippí, al O. y el río Tennesee al N. (1). La ubicación de los Chactas, llamados también Chacatos por los españoles, puede fijarse, aproximadamente, á fines del siglo XVII, por una carta de D. Laureano de Torres Ayala, Gobernador de San Agustín, fechada en esta ciudad á 11 de Marzo de 1695, en la que se queja de las usurpaciones del Gobernador inglés de San Jorge, quien, por lo visto, se quería apoderar del puerto de Santa María de Galve, para luego introducirse á la Gran Chacta, y de allí al nuevo rey no de León (2). Las leyendas de los Chactas que aún viven en la Luisiana, han sido estudiadas por Bushnell (3) y constituyen una mezcla de viejos recuerdos y de ideas cristianas. El origen que atribuyen á los hom- bres, hechos de barro amarillo por el gran espíritu Aba, y los sober- bios edificios que comenzaron á construir y fueron echados al suelo por una tempestad, son meras reminiscencias de las relaciones del Génesis. En cambio, otras narraciones, como el cazador convertido en gamo, parecen ser de origen exclusivamente indio (4). III Tan graves perjuicios había sufrido España en la guerra ocasio- nada por el Pacto de familia, viendo á los ingleses triunfantes en la Habana y £n Manila, que Luís XV quiso disminuir aquéllos con la cesión de la Luisiana, hecho que si bien laudable por el buen deseo (1) J. "W. Powell, Iridian Linguistic families of America North of México. Págs. 94 y 95. Publicado en el Seventh animal Report of the Burean of Ethnology to the Se- cretary of the Smithsonian Institution.- -Washington, 1891. Págs. 1 á 142. (2) Publicada en los Documentos históricos de la Florida y la Luisiana. — Madrid, 1913. Págs. 224 á 227. (3) The Ghoctaw of Bayou Lacomb St. Tammany parish Louisiana, by Da- vid I. Bushnell.— Washington, 1909. 35 págs. en 8.° con 22 láminas. (4) Los demás Chactas viven hoy en el Estado de Oklahoma, donde no tarda- rán en desaparecer como nación, igualmente que los demás pueblos establecidos en lo que antes fué el Indian lerritory. Según el Censo del año 1890 había en el Territorio Indio 9.996 Chactas, 3.464 Chicasas, 9.291 Creeks y 2.539 Seminólas. De estos últimos no quedaban en la Florida más que unos 200, habiendo sido antes los dueños de dicha península. 3 14 en que se inspiraba, suponía un desconocimiento tan grande de lo que valía aquella región, como el de Bonaparte, cuando más adelan- te la enajenó por un puñado de monedas (1). Pocos meses después, á 10 de Febrero de 1763, se firmaba el Tratado de Fontainebleau, por el que España cedía á la Gran Bretaña las dos Floridas, y de es- te modo quedaron englobadas por completo en los dominios ingle- ses las tierras de los Chactas, los Cherokis, los Kriks ó Talapuches y los Alibamones, quienes durante algunos años apenas tuvieron rela- ciones con los españoles. Aunque cedida espontáneamente, por Luís XV, á España, la Luisiana, cuando en el año 1768 hizo efectiva la ocupación D. An- tonio de Ulloa en nombre de Carlos III, ocurrió en Nueva Orleáns una sublevación cuya verdadera causa fué el enojo de los colonos de aquel país, y tanto alzaron sus protestas contra el Goberna- dor, que éste hubo de ser sustituido por D. Alejandro O'Reilly, quien pacificó la colonia, si bien quedaba no poco fuego bajo la ceniza, y un odio latente á la dominación española El malestar de la Luisiana, cuyos habitantes recordaban conti- nuamente á su antigua metrópoli, nacía no sólo del antagonismo de raza, manifestado ya cuando D. Antonio de Ulloa tomó posesión de Nueva Orleáns en el año 1768, sino de las aspiraciones aun gobier- no más liberal que el español; deseos que manifestaban con mayor ahinco los nuevos colonos que procedían de los Estados Unidos, acos- tumbrados á libertades amplísimas en el orden político y en el reli- gioso. La libertad de cultos, que en vísperas de la Revolución francesa iba imponiéndose en Europa, y que en los Estados Unidos era un principio constitucional, fué una de las piedras en que tropezó Espa- ña, que aferrada á su vieja intolerancia, hoy aplaudida por algunos que desean reputación de sabios, y de varones piadosos, obligaba á los protestantes establecidos en la Luisiana y las Floridas á casar- se ante un sacerdote de la Iglesia Católica; á que sus hijos profesa- ran esta religión, y á no tener culto público (1); sólo faltaron los ho- (1) Sabido es que la cesión definitiva no fué un hecho hasta el año 1768, y que produjo una sublevación de los colonos franceses, que logró sofocar O'Reilly. El primer documento relativo á la cesión de la Luisiana fechado en Versalles á 3 de Noviembre de 1762, ha sido publicado en los Documentos históricos de la Flo- rida y la Luisiana. — Madrid, 1913.— Págs. 264 y 265. (1) «En cumplimiento del Tratado de paz con la Corona de Inglaterra, celebra- do en 1783, debían evacuar sus posesiones las familias inglesas y Anglo-Americanas establecidas en los puestos conquistados por las armas del Rey durante la última 15 rrores de la Inquisición para que el yugo de España fuese juzgado por los habitantes de aquellos países el más intolerante del mundo, en asuntos religiosos. Criterio algo más amplio tuvo España en el régimen comercial, y á este espíritu responde la Real cédula de 22 de Enero de 1782, por la que se concede á los habitantes de la Luisiana comerciar con los puertos de Francia, y en ocasiones con las colonias americanas de ésta; la introducción libre de negros; comprar buques extranjeros, y otras ventajas que no solían concederse por entonces á nuestras posesiones de América; por lo que copiamos lo sustancial de dicho documento, pues á pesar de no ser inédito, es bastante raro el impre- so de aquella época: EL REY Como siempre han sido mis constantes desvelos y deseos propor- cionar á mis amados vasallos la mayor felicidad, y hacerles disfru- tar los buenos efectos que produce la libertad del comercio, no he podido perder, nunca de vista tan importante objeto en todas las pro- guerra en la Luisiana y Floridas; pero deseando S. M. no incomodarlas, y atraerlas, si fuese posible, al seno de la Santa Iglesia, fué servido dispensarles, á propuesta de aquellos Gobernadores y con precedente acuerdo de la Suprema Junta de Estado, el permiso de vivir donde se hallaban establecidas...., permitiéndoles el uso privado de la secta que profesasen, pero no el culto público de ella. » Deberán los protestantes, cualquiera que sea la secta que profesan, ya contrai- gan entre sí, o con persona católica, celebrar sus matrimonios á presencia del párro- co católico y de dos ó tres testigos, según la forma establecida por el Santo Concilio de Trento.... »Los párrocos y demás eclesiásticos que asistan á los matrimonios de protestan- tes, ó de persona protestante y católica, se abstendrán de celebrarlos dentro del ám- bito do la Iglesia, y de asistir con estola, sobrepelliz, ú otro indumento eclesiástico; no darán á los esposos la bendición nupcial, ni proferirán, después de oídos los mutuos consentimientos, la fórmula: egovos conjungo <&*■ porque, sobre no ser ab- solutamente esenciales estos requisitos, está prohibido su uso en los matrimonios de personas que carecen de comunicación in divinis . . . . » Todos los párvulos hijos de protestantes deben ser bautizados según el rito cató- lico, pues la tolerancia de sectas con culto privado, de ellas, es y ha sido limitada á los adultos residentes desde el tiempo de la dominación Británica, pero no á su pos- teridad.» Instrucción á la cual deberán arreglarse los vicarios y demás eclesiásticos, que ejerzan la Gura animarun en las provincias de la Lvisiana y Florida Orien- tal y Occidental, para la celebración de los matrimonios de los Colonos ingleses- anglo- Americanos, y demás extranjeros protestantes domiciliados en ellas, y tam- bién los Gobernadores y Justicias, en cuanto les comprende. (Biblioteca Nacional.— Manuscritos de la de Ultramar, n.° 14). 16 videncias que he tenido á bien expedir para mis dilatados dominios de Indias; porque estoy firmemente persuadido que la protección del Comercio y de la Industria es la causa que más influye en el po- der, riqueza y prosperidad de un Estado. La Provincia de la Luisia- na ha merecido particularmente mis Reales atenciones desde que se agregó á mi corona, y mi paternal amor hacia los habitantes de aquella Colonia se ha interesado desde entonces en darles repetidas pruebas de que no ha padecido alteración alguna su felicidad con la mudanza de dominación, y que les miro como una porción distin- guida de mis dominios. Pero á pesar de estos deseos, y de las gracias y franquicias que me serví dispensarles en diversos tiempos, y espe- cialmente por los artículos 48, 49 y 50 del Reglamento del comercio libre á Indias, de doce de Octubre de mil setecientos setenta y ocho, en que están recopiladas, la experiencia ha dado á conocer que no han producido completamente todas las ventajas que me había pro- metido en beneficio de dicha Provincia, y que la industria de sus mo- radores, la situación geográfica en que se hallan,, el Comercio de las Peleterías con las numerosas Naciones de Indios gentiles que les circundan, y los frutos de exportación que produce su terreno para el trato con la Europa, exigen una ordenanza acomodada á sus par- ticulares circunstancias y deseando igualmente remunerar los señalados servicios y lealtad con que se han portado los habitautes de la Luisiana en las campañas hechas para reintegrar á mi corona aquellas posesiones, he venido en resolver y ordenar que en lo su- cesivo se observen las gracias y franquicias concedidas en los refe- ridos artículos 48, 49 y 50 del citado Reglamento del Comercio libre á Indias, con las ampliaciones y declaraciones siguientes: Permito por tiempo de diez años, contados desde que se publique la paz, que las naves pertenecientes á vasallos míos de estos reynos, ó de aquella Colonia, en las quales se hagan expediciones mercanti- les para la Nueva Orleans y Panzacola, puedan salir directamente con sus cargamentos desde los Puertos de Francia donde residan mis Cónsules, y regresar tambiéu en derechura á ellos con los frutos y Peleterías de la Luisiana y Florida Occidental, excepto dinero, cu- ya extracción se prohibe absolutamente por aquella vía; pero con la precisa é indispensable obligación de que se forme por los dichos mis Cónsules una factura individual de quantos efectos se embar- quen, que entregarán firmada y sellada al Capitán ó Maestre del Ba- xel, á fin que la presente en la Administración Real del Puerto de 17 su destino, sacando antes los Cónsules una copia que dirigirán al Ministro del Despacho Universal de Indias, para su debida noticia y providencias que convenga expedir á efecto de averiguar el legítimo paradero y consumo de los efectos. II En el caso de urgente necesidad de la Colonia (que deberán re- guiar de acuerdo el Gobernador é Intendente de ella) concedo á sus habitantes el mismo permiso concedido en el artículo antecedente para que puedan recurrir á las Islas Francesas de la América, con la obligación indispensable de que los Capitanes ó Maestres de las em- barcaciones formen las exactas facturas de sus cargazones, y las en- treguen á los Ministros Reales para su individual cotejo con los efec- tos que conduzcan. III Para animar á mis Vasallos á que hagan este Comercio desde los Puertos habilitados de la Península, permito que puedan sacar y ex- traer libremente de la Nueva Orleans y Panzacola los frutos y géne- ros propios de España que allí hubiesen introducido, y no puedan consumirse en la Luisiana y Florida Occidental, para otros Puertos habilitados de Indias, pagando en ellos los derechos que debieran haber satisfecho en España á su salida, según lo prefinido en el cita- do reglamento de doce de Octubre de mil setecientos setenta y ocho. Pero con el justo fin de evitar los fraudes y no perjudicar al Comer- cio de estos Reynos con los de otros Dominios míos, prohibo que puedan extraerse géneros Extranjeros, porque su consumo y despa- cho, según el espíritu de esta Ordenanza, deberá verificarse precisa- mente en la Luisiana y Florida. IV Concedo por el mismo tiempo de diez años absoluta libertad de derechos á ios Negros que se introduzcan en aquellas Provincias, y permito á los habitantes de ellas que puedan irlos á buscar á las Co- lonias amigas ó neutrales, en cambio de sus producciones, ó con di- nero efectivo, pagando por aquellas y este ios cortos derechos esta- blecidos en el artículo VII de esta Cédula. 18 Con la mira de que estas libertades y concesiones tengan todos los favorables efectos que deben producir, he resuelto igualmente dispensar á los habitantes de la Luisiana y Panzacola la gracia y be- neficio de que durante dos años, que empezarán á correr desde que se publique allí la paz, tengan facultad de adquirir embarcaciones extranjeras, libres de derechos de extranjería, media-annata y demás de qualquiera clase que sean, por ser mi Real voluntad que se regu- len en todo como si fuesen de construcción y fábrica Española. VI También concedo entera libertad de derechos á las duelas para barriles y pipas que se trajeren de aquellas Provincias á estos Rey- nos, de modo que nada han de pagar por su extracción de ellas, ni introducción en España. VII Siendo justo que este Comercio directo con Extranjeros concurra á la manutención de la Colonia, y alivio de los considerables gastos que ocasiona, mando que de todos ios frutos y efectos de importa- ción y exportación que se hiciere, ya sea en naves pertenecientes á Españoles Europeos, ó á los habitantes de la misma Colonia, se exi- ja un seis por ciento de su valor, sacado por un avalúo moderado. VIII Para la recaudación -del derecho impuesto en el artículo anterior, y el de dos por ciento que sólo deberán pagar como hasta aquí los frutos que se embarquen para la Habana y demás posesiones de mis dominios de Indias, he resuelto establecer dos Administraciones, una en la Nueva Orleáns, y otra en Panzacola Dada en el Pardo á veinte y dos de Enero de mil setecientos ochenta y dos. — Yo el Rey (1). (1) Real Cédula concediendo nuevas gracias para fomento del Comercio de la LuisiANA.—J.ño 1782.— Be orden de S. M.— En la Imprenta de Pedro Marín. La hemos copiado de un ejemplar que hay en la Biblioteca Nacional, Mss. que fueron de Ultramar, núm. 13. 19 IV Iniciada en el año 1776 la guerra de independencia de las colo- nias norteamericanas, que en parte fué una guerra civil entre los realistas y los republicanos, los Chactas, creyendo que les convenía sobre todo sacudir el yugo británico, para luego disfrutar de liber- tad, se alzaron contra los ingleses, y pretendieron apoyarse en el au- xilio de los españoles. A este fin, enviaron en Diciembre de 1777 dos emisarios á don Bernardo de Gálvez, pidiendo medallas españolas, y banderas, para colocar éstas en sus aldeas, en lugar de las británicas, y también que enviase mercaderes de la Luisiana con los géneros usados por los indios, pues éstos aborrecían cada vez más el trato con sus domina- dores, á quienes acusaban de mala fe en sus transacciones comercia- les; Gálvez accedió únicamente á la segunda petición, por no violar la neutralidad, ni dar motivos de queja á la Gran Bretaña (1). No obstante, los Chactas, pasado algún tiempo, y viendo que los insur- gentes dominaban las orillas del Mississippí, después de haber ex- pulsado á los ingleses del puerto de Manchak, defendido por cin- cuenta soldados que envió el gobernador de Panzacola, entraron en número considerable por las tierras que acababan de conquistar los rebeldes, saqueando y quemando las casas de los llamados realistas; establecieron, á fin de evitar una sorpresa, tres destacamentos, y de nuevo comisionaron á dos jefes para que declarasen á los coman- dantes de Manchak y Punta Cortada, que el corazón de ellos y de toda la nación Chacta estaba unido al de los españoles (2). Para vengarse del favor que el Gobernador de Nueva Orleáns prestaba á los Chactas, los ingleses, una vez declarada la guerra á España, en el año 1779 (3), procuraron sublevar la Luisiana contra (1) Carta de D. Bernardo de Odlvex á D. José de Gálvez, dándole cuenta de la visita que le había hecho una partida de indios Chactas. Nueva Orleáns, 30 de Diciembre de 1777. (Arch. de Indias, est. 86, caj. 6, le- gajo 16). (2) Carta de D. Bernardo de Gálvez á D. José de Gálvez, acerca de las lu- chas de republicanos y realistas, y la conducta de los Chactas en este asunto. Nueva Orleáns, 24 de Marzo de 1778. (Arch. de Indias, est. 86, caj. 6 leg. 16). (3) Los españoles aprovecharon la ocasión para extenderse por la cuenca del Mississipí, en la izquierda de este río. Cnf. Acta de la toma de posesión de la orilla izquierda del Mississipí, al 20 su nueva metrópoli, intento que realizó Colbert, creyendo hallar un eficacísimo punto de apoyo en los colonos franceses. D. Esteban Mi- ró, gobernador interino de la provincia, subió á Natchez para oponer- se á la rebelión fraguada por Colbert, y reforzó el castillo de manera que solamente pudiera ser destruido con artillería gruesa, y los ha- bitantes del país abandonaran todo pensamiento de unirse á dicho jefe, viendo allí una guarnición de trescientos hombres con buenas defensas, á las que añadió una estacada de diez pies de altura. Con el mismo propósito envió treinta hombres, á las órdenes del subte- niente de Artillería D. Antonio Soler, al fuerte de Arkansas, edifica- do junto al río de este nombre, y se hicieron algunas obras de repa- ración. Todo esto hizo que- Colbert desistiera de su proyecto, y más al ver que los jefes de los Chicaas le negaban su apoyo. Arregla- do todo esto pensó ofrecer la paz á los Chicaas, á condición de que le entregaran los ingleses allí residentes, cuya vida sería respe- tada, y al efecto envió dos caciques Chactas, de gran medalla, con una carta en contestación á otra de Colbert, pero en el camino se en- contraron con varios indios de su nación que venían huyendo por haberse apoderado de un negro, y tuvieron que detenerse ante el enojo de los Chicaas; Miró castigó con una reprensión al principal autor de aquel mal fecho, quien se disculpó con no tener más fin que vengarse de los ingleses, pues el intérprete de España en Movi- la solía decirles que llevasen escalpes de aquellos enemigos/contra- viniendo los preceptos del Gobernador; los Chicaas devolvieron cuatro prisioneros y manifestaron deseos de paz, que no tardaría en ser un hecho consumado. Poco después llegó un inglés, quien dijo que Colbert y los suyos habían recibido la carta de Miró, y viendo que no llegaban socorros por Savannah, plaza evacuada por los rea- listas, acababan de abandonar el país, en número de unos cuarenta, y se dirigían al río Cumberland y á San Agustín con la peletería que habían recogido; que nunca hubo allí más de cien individuos de la misma nación, y que solos treinta siguieron el partido de Colbert, por lo que éste quiso convencer á doscientos guerreros chactas para apoderarse del fuerte de Arkansas y de varios lanchones, pero los jefes de aquellos indios desbarataron la empresa (1). frente de las riberas del Akanxas Blanca, por el Comandante político y militar del puesto de Carlos III. — Akanzas, 5 de Diciembre de 1780. (Arch. de Indias.— 86-6—1 1). (1) Carta de D. Esteban Miró á D. Bernardo de Gálvex. — Nueva Orleáns, 7 de Noviembre de 1782. (Biblioteca Nacional. Manuscritos de Gayangos, núm. 13). 21 Firmado á 3 de Septiembre de 1783 el Tratado de paz con In- glaterra, ventajoso para España en muchos conceptos, pues veía el fruto de sus victorias, quedaba planteado un gravísimo conflicto por cuestión de límites con los Estados Unidos, á quienes la Gran Bre- taña había concedido, por el Tratado de Septiembre de 1783, el gra- do 31 de latitud como frontera por el Sur, dentro del cual estaban comprendidas las tierras pobladas por los Cherokis y los Chactas. De aquí vinieron inmediatamente una serie de cuestiones enojosas con la nueva república, y el que los indios, jugando con dos barajas, pre- tendiesen conservar su independencia mostrándose partidarios, unas veces de los norteamericanos, y otras de los españoles, de tal modo que apenas éstos ocuparon algunas tierras incluidas en el dominio de los Cherokis, éstos alzaron la voz por su representante el mestizo Gillivray, para quejarse de aquella intrusión. Gillivray, que con ta- lento nada común era, de hecho, el régulo de los Kriks ó Talapuches* demasiado bien comprendía que su pueblo, puesto bajo el dominio de los Estados Unidos, sería expulsado poco á poco de sus tierras, por lo que juzgaba más conveniente la soberanía española, y expuso estas ideas en un documento mejor escrito y mejor pensado que los que acerca de tal asunto redactaban nuestros diplomáticos, quienes an- duvieron lejos de prever las graves consecuencias de que Inglate- rra dispusiese como reina y señora de países que legítimamente no poseía. He aquí los términos en que Gillivray protestaba de tal cláu- sula, y mostraba las conveniencias de someterse la nación Krick ó Talapuche al dominio de España: «Por quanto nosotros los gefes y guerreros de las naciones yn- dias Kriques ó Talapuehes, Chicacha, y Cheraquies, habiendo sido informados que S. M. C. había destinado vn Embiado con el objeto de establecer los límites de este territorio, y los de los Estados de América, y teniendo razón de aprehender que el Congreso America- no, en la discusión de estas importantes matherias emprehenda pre- valecerse del vltimo tratado de Paz entre ellos y la nación Británica, y que intenten empeñar á S. M. el rey de España á confirmarles el basto territorio cuias líneas están tiradas por el dicho tratado, y que incluie todas nuestras tierras de caza, lo que nos injuria y arruina en gran manera: Por tanto, combiene nos opongamos, y nosotros los 4 gefes de las naciones Chrikes ó Talapuches, Chicachas, y Chiraquies, en el modo más solemne protestamos contra qualquier título, pre- tensión, ó demanda, que el Congreso Americano pueda establecer por, ó contra nuestras tierras, establecimientos, y cazerías, en virtud del dicho Tratado de Paz entre el rey de la Gran Bretaña y los Es- tados de América, declarando que assí como no somos partes, assí estamos determinados á no hacer atención al modo con que el Pleni- potenciario británico ha tirado las líneas de las tierras en questión, cedidas á los Estados Americanos, siendo hecho notorio conocido por los americanos, conocido á qualquiera persona por qualquier tí- tulo versada en los negocios americanos, que 8. M. B. jamás ha po- sehído, sea por cesión, venta, ó derecho de conquista, nuestros terri- torios, ni los que el dicho tratado cede. Al contrario, es bien conocido que desde el principio del estable- cimiento de las colonias ynglesas de la Carolina y Georgia, anterior á la data de dicho tratado, jamás ha existido título, ni pretendido se haga por su dicha M. B., á nuestras tierras, excepto lo que fué obtenido por libre don, ó por venta, por consideraciones buenas y de precio. . » Podemos poner por exemplar de esta evidencia las cesiones de tierras hechas por nosotros á los Carolinianos y Georgianos en dife- rentes épocas, y vna tan reciente como que fué en Junio de 1773, de las tierras situadas en las riveras del río Ogeeche, por la que se nos pagó la summa no menos que de ciento y veinte mili libras esterli- nas. Después de este tiempo no hemos hecho ningún tratado para conceder tierra alguua á qualesquiera nación que sea. No hemos las naciones Kriques ó Talapuches, Chicachas ó Cheraquies, hecho acto para perder nuestra independencia y naturales derechos en fabor del dicho rey de la Gran Bretaña, que pueda investirle con el poder de ceder nuestras propriedades, á menos que el pelear al lado de sus soldados en el día de la Batalla, y el derramar nuestra mejor sangre en el servicio de su nación, sea juzgado por tal acto. Los americanos, conociendo la injusticia a nosotros hecha en es- ta ocasión, en consequencia de esta pretendida solicitud, han dibidi- do nuestros territorios en condados, y se han establecido en nues- tras tierras como si fueran suias; testigo de esto es el basto estableci- miento llamado Cumberland, y otros sobre el Misisipi, los que con las vltimas tentatibas en las tierras Ockonni son todas posesiones ilegítimas de nuestras tierras de caza. Repetidamente hemos avisado que los Estados de Carolina y Georgia se desistiesen de estos atentados, reduciéndose á los límites establecidos entre ellos y nosotros quando hicimos la dicha cesión 23 de tierras á la Gran Bretaña en el año de 1773. A estas representa- ciones hemos recibido amistosas palabras y respuestas, es verdad, pero mientras que ellos se dirixen á nosotros con los lisonjeros nom- bres de Amigos y hermanos, nos están desfraudando de nuestros naturales derechos, privándonos de la herencia que perteneció á nuestros antepasados, y que de ellos ha descendido á nosotros desde el principio del tiempo. Como S. M. graciosamente ha tenido la complacencia de expre- sar sus favorables disposiciones hacia todas estas Naciones de Indios que imploraron su favor y protección, como nosotros los gefes y guerreros de las Naciones arriba dichas lo hicimos en el Congreso general celebrado en Panzacola en Junio de 1784, recibiendo al mis- mo tiempo seguridades de protección para nosotros, nuestras respec- tibas propriedades, y tierras de Caza, descansando sobre ellas, y te- niendo la maior confianza en la buena fée, humanidad, y justicia de S. M. el Rey de España, esperamos que S. M. no tratará con los Es- tados Americanos en términos que puedan esforzar sus pretensio- nes, ó dirixirse a pribarnos de nuestra lexítima heredad, y pedimos que V. E, tenga la vondad de embiar este Memorial y representa- ción á los pies del trono de S. M. suplicándole humildemente que tenga á bien tomarle en su Real consideración, y dar al dicho em- biado acerca del Congreso Americano las órdenes que su gran sabi- duría y vondad juzguen combeniente sobre la exposición, que llena- rnos hecha con las mas sinceras protextas de nuestro firme amor y gratitud por qualesquiera favor que S. M. nos procure en esta oca- sión, concluimos. Dada en el pequeño Talasie, en la nación de los Talapuches ó Kriques de arriba, el 10 de Julio de 1785. — Por orden, y por la dicha, nación yndia — Alexandro Mac Giliebray» (1). No satisfecho Gillivray con dicha protesta, escribió al Goberna- dor Oneilly dándole cuenta de las buenas disposiciones en que esta- ban los Talapuches, lo mismo que otros indios de aquellas comar- cas, para aceptar la soberanía española, mayormente si hallaban fa- cilidades en sus transacciones mercantiles, pues ardía en el pecho de (I) Hállase coa una Carta del Conde de Oálvez acerca de algunas represen- taciones hechas por los indios Greeks, Chicachas y Cheraquees, por medio de Ale- jandro Gillevray.— México, 27 de Octubre de 1785. (Archivo de Indias, est. 86, caj. 6, leg. 14). Gillivray escribió dicho documento en ingles, y fué traducido al castellano para enviárselo á D. José de Gálvez. 24 los indios un vivo rencor contra los norteamericanos por las injusti- cias que éstos les acababan de hacer (1). Pero, el magno problema de conservar el afecto y la unión de los indios mediante un comercio que no les fuera gravoso, luchaba con las cicaterías de nuestra Administración, empeñada en conservar (1) «Muí señor mío: Hace algún tiempo que los Diputados de las naciones Kri- ques, ó Talapuches, Chicachas, Cheraquis, celebraron vna Junta general á la que me halló presente en los Kriques de arriva, y consultando sobre la presente situación de los negocios me suplicaron pusiese sus sentimientos por escrito en vna represen- tación á V. E. pidiéndole el fabor de que tubiese á bien embiarla con la posible ex- pedición á la Corte; conforme á sus deseos la incluio a V. E. en los términos pros- criptos para las naciones arriva citadas. Estas naciones están extremamente satisfechas del arrivo del suplemento de mercancías proprias para su trato, importadas á esta Plaza por Mr. Panton. Para la subsistencia de sus naciones esperan que el comercio assi comenzado sea estableci- do en el pie mas permanente, como se les prometió en el congreso, pues estando ca- si expondido este cargo es de absoluta necesidad otro. Los americanos, en todas ocasiones, después del último congreso (que les ha causado vn grande descontento) para seducir, ó separar estas naciones de los empe- ños que han contrahido con la nación española, han puesto en práctica quantos me- dios han podido, particularmente las ofertas de vn trato liberal, que pueden propor- cionar á los Indios teniendo entera libertad de importar y exportar para Londres directamente, sin estar sugetos á pesadas cargas y derechos. Al presente la memoria de las pasadas injurias, y los fuertes recelos que sub- sisten entre ellos de ser privados de sus tierras de caza (la maior injuria de que vn indio puede formar idea) proporciona vna ocasión favorable de efectuar vna total se- paración de estas naciones, de los americanos, y de establecer entre ellos vn interés, ó afecto por la nación española, que no sea fácilmente disuelto, y que ansiosamente deseo perfeccionar; pero si los Indios no son atrahidos con los vsuales suplementos desde esta Plaza, la necesidad los compelerá a aceptar la amistad de los Estados Americanos, por cuio canal tendrían el suplemento de todas sus necesidades vsua- les, con exclusión de qualesquiera otra potencia del continente. Por tanto es mi opi- nión, que sería buena política retirar los derechos puestos al presente sobre este negociado, especialmente los de la exportación de Pieles, y que se adopten medidas para poner el comercio Indio sobre los términos mas cómodos posibles conforme á las promesas que les han sido hechas, y de las que esperan el puntual cumpli- miento. El señor Panton, que ha estado largo tiempo interesado en estos negocios, y que está bien inclinado á segundar las miras del Govierno en su esfera, y que es el más propio y capaz para facilitar los efectos combenientes á la demanda de los Indios, se me ha presentado solicitando otra importación, y le he pedido presente á V. E. los términos y condiciones sobre que con seguridad puede continuar á importar efectos para la subsistencia de las naciones indias aliadas de S. M. el Rey de España». Fechada esta carta en Panzacola á 24 de Julio de 1785. Hállase con una carta del Conde de Gálvez á D. José de Gálvez, escrita en Mé- xico á 27 de Octubre de 1785. (Aroh. de Indias, est. 86, oaj. 6, leg. 14). 25 tarifas anacrónicas y absurdas, trabas que aniquilaban el tráfico y la industria naciente de la Luisiana. El Conde de Gálvez hizo cuan- to pudo, abriendo la mano en aquel negocio, pues lejos de rehusar el comercio á los extranjeros, como antes estaba mandado, dio á Mr. Panton licencia de entrar en Panzacola un cargamento de efec- tos para indios, pues consideraba que de otro modo, las transacciones con los indígenas caerían en manos de los yankis, y que éstos, como los cartagineses del P. Isla, entrarían vendiendo para convertirse muy luego en dueños y señores (1). VI Deseando los norteamericanos hacer efectiva su dominación has- ta los límites que sin razón alguna les había concedido Inglaterra disponiendo de lo que no era suyo, apuraron todos los medios para conseguir que los Cherokis y los Chactas reconociesen más ó menos explícitamente la soberanía de la República y á este fin, prodigando las bebidas alcohólicas, las intrigas, y no tanto el dinero, celebraron en 1785 y 1786, con aquellos indios, los Tratados llamados de Ho- pewell. De la historia del Tratado de Hopewell con los Cherokis, hay dos versiones que discrepan mucho: la generalmente consignada por los norteamericanos, y la que consta en documentos españoles de aquella época. Según escribe Royce, con motivo de las frecuen- tes querellas entre los colonos de Virginia, las dos Carolinas y Geor- gia, y los indios Cherokis, el Congreso federal de los Estados Unidos resolvió celebrar un Tratado con dichos indios, para lo que nombró comisionados á Benjamín Hawkins, Andrés Pickens, José Martín y Lachlan Mc-Intosh. Las conferencias con los indios se celebraron en Hopewell, á ori- llas del Keowee, quince millas antes de la confluencia de éste con el Tugaloo, y comenzaron el 18 de Noviembre de 1785. Pero, ¿quiénes eran los representantes de la nación Cheroki? ¿Tenían los poderes legales, con arreglo á su constitución tradicional, para celebrar un Tratado en que iban á enajenar una gran parte de su territorio? Roy - (1) Carta del Oonde de Gálvex á D. José de Gálvex.— México, 27 de Octubre de 1785. (Arch. de Indias, est. 86, eaj. 6, leg. 14). 26 ce pasa por alto semejantes cuestiones, y da por supuesto que el pueblo Cheroki estaba legítimamente representado. Los comisionados norteamericanos hicieron saber á los indios có- mo había desaparecido la soberanía inglesa en las colonias, y que el Congreso de la nueva república no deseaba adquirir, ni siquiera por compra, las tierras de los Cherokis, pero que se imponía el evitar motivos de cuestiones entre indios y blancos. Los jefes cherokis ex- hibieron entonces un mapa de su territorio, en el que se incluía una buena parte del Kentuck}^, del Tennesee, de las dos Carolinas y de Georgia. Los comisionados replicaron que había en tal mapa tierras adquiridas por el coronel Henderson, y los indios redujeron sus pre- tensiones, de tal modo que en lo sucesivo gozarían únicamente del país que marcaban los nuevos límites, parte de los cuales fueron redactados ambiguamente (1) y de manera que saliesen favorecidos los norteamericanos: Durante las negociaciones para este Tratado, Guillermo Blount en nombre de la Carolina del Norte, y Juan King y Tomás Glass- cock, en el de la Georgia, protestaron de que el Congreso violase los derechos de aquellos Estados, quienes habían adquirido de los Che- rokis, dándoles algunos regalos, parte del territorio que se les recono- cía por los comisarios del Gobierno federal. El convenio de Hopeweil, firmado á 28 de Noviembre de 1785, no satisfizo ni á los indios, ni á los colonos, quienes invadieron los dominios de aquéllos, estableciéndose quinientas familias entre los ríos French Broad y Holston, de tal modo que el General Knox, Mi- nistro de la Guerra, en una comunicación dirigida al Presidente Washington á 7 de Julio de 1789, se lamentaba de la desobediencia á las órdenes del poder central, y que los tratados hechos con los in- dios no fueran más que pedazos de papel mojado. Consecuencia de esto fué el Tratado de 2 de Julio de 1791, hecho por Guillermo Blount, en nombre del Presidente, y la nación Cheroki, que vio nue- (1) «But the language used — wether intentional or accidental, — rendered it susceptible of a construction more favorable to the whites > . Royce, The Cherokee Nation o f Indiana, pág. 153. Las palabras á que hace alusión son estas: «Thence down the Cumberland Eive to a point from which a southwest line will strike the ridge which divides the waters of Cumberland from those of Duck Ri- ver, 40 miles above Nashville» . Los españoles alegaron siempre, que el Tratado de Hopeweil oon los Cherokis era nulo, por no hallarse éstos representados legalmente, y por haberlo aprobado estando borrachos con las bebidas alcohólicas que, de intento, les habían dado lo§ norteamericanos. Así que lo juzgaban una farsa indigna de hombres honrados. 27 vamente reducido su territorio á cambio de una renta anual de 1.000 dollars ¡Tan generosamente recompensaban los norteamericanos á los indios! Exasperados éstos, aunque la pensión fué elevada á 1.500 dollars, se lanzaron á la guerra en Septiembre de 1792, unidos á los Kriks, en número de 700 guerreros capitaneados por el jefe chero- ki Juan Watts, y atacaron el puesto de Buchanan, cerca de Nashvi- Ue. Las hostilidades duraron hasta Septiembre de 1799, en que se acabó gracias á los triunfos del General Wayne y del Mayor Ore. Pero la victoria de los yankis, no fué, ni mucho menos, decisiva, y tanto que por el tratado de paz de 26 de Junio de 1794, después de obligarse á respetar los límites de los Cherokis, tales como estaban consignados en el convenio de 2 de Julio de 1791, elevaron á 5.000 dollars la pensión anual que se había de dar á dichos indios, bien que descontando cinco dollars por cada caballo que éstos robasen á los blancos. Análogas ventajas lograron los Estados Unidos por el Tratado que firmaron con los Chactas en Hopewell á 3 de Enero de 1786, interviniendo José Martín, Andrés Pickins y Benjamín Hawkins, por los Estados Unidos, y Yocknehoma, Mingo Oyoupa y otros va- rios jefes de grande y de pequeña medalla (1), y contenía dos artícu- los en que se daba fin á la independencia de la nación Chacta, y se mermaban considerablemente las tierras destinadas á la caza, prin- cipal sustento de dicho pueblo: «Los comisarios plenipotenciarios de la nación Chacta reconocen que las tribus y aldeas de dicha nación, y las tierras destinadas pa- ra habitación y caza de los dichos indios, dentro de los límites que se mencionarán en el artículo siguiente, están bajo la protección de los Estados LTnidos, y no bajo la de otro soberano, cualquiera que sea». «Los términos señalados á la nación Chacta para su habitación y caza, dentro de los límites de los Estados Unidos de América, se- rán los siguientes, á saber: comenzando al punto de 31 grados de la- titud Norte, en donde el límite oriental del distrito de Natchez toca- re los dichos 31 grados, de allí al Este por todo el dicho grado 31 de latitud Norte, que es el límite Sur de los Estados Unidos de Améri- ca, hasta tocar los límites orientales de las tierras sobre que los in- dios de la dicha nación viven y cazan, conforme á la demarcación hecha en 29 de Noviembre de 1782, quando se hallaban baxo la pro- (1) Hago uso, para estas noticias, no del texto inglés, publicado en los In- diana Affciirs Papers, sino de una traducción castellana, oficial, que se conserva en el Archivo de Indiag, Papeles procedentes de Cuba. 28 tección de la Gran Bretaña. De aquí hacia el Norte por el dicho tér- mino oriental hasta encontrar el del Norte de las dichas tierras; de aquí al Poniente, corriendo el dicho límite Norte hasta que encuen- tre el límite occidental de él; de aquí corriendo el Sur por el mismo hasta el principio, dexando y reservando para el establecimiento de trato, ó comercio, tres parages ó territorios de seis millas quadradas cada uno, en el lugar que los Estados Unidos juntos en Congreso juzgaren conveniente, cuyos Puestos y tierras á ellos anexas queda- rán al uso de los Estados Unidos de América». Por el artículo 4.° se prohibía á los blancos establecer su residen- cia en tierras de los Chactas: «Si algún ciudadano de los Estados Unidos de América, ú otra persona que no sea indio intentare establecerse sobre alguna de las tierras concedidas á los indios para vivir, y cazar en ellas, las tales personas no tendrán la protección de los Estados Unidos de Améri- ca, y los indios los podrán castigar, ó no, á su arbitrio». Por los siguientes artículos quedaban los Chactas obligados á en- tregar los autores de delitos contra ciudadanos de los Estados Uni- dos cuando aquéllos fuesen indios Chactas ó se hubiesen refugiado en esta nación; dábaseles, en cambio, garantía de castigar los delitos cometidos contra ellos, y derecho á que algunos de éstos presencia- se la ejecución de la pena; prohibíase la venganza privada, excepto en caso de hostilidades por los indios enemigos; regulábase el comer- cio en beneficio de los norteamericanos, y como símbolo de paz se dispuso que «la hachuela será para siempre sepultada». CAPÍTULO II Hostilidades de los indios contra los norteamericanos en 1786. — II. Crisis del comercio de España con aquéllos. — III. Instrucciones á D. Juan de Villeveuvre para una entre- vista con los Chactas y los Chic asas. — IV. La conferencia del Yazu en Octubre de 1787; discursos de Franchimastabe y de yagane-huma. — v. resultados de la conferencia del Yazu. Conforme pasaba el tiempo se iban agriando las relaciones entre los norteamericanos y los indios, á quienes el Gobierno de Natchez municionaba con sigilo, no completo por la indiscreción de aquellos bárbaros, que andaban lejos de guardar secreto, especialmente cuan- do se embriagaban; menos mal que había á quienes echar la culpa del contrabando de guerra, y era á los tratantes y almacenistas de Natchez, que daban armas de fuego á los indios en cambio de pie- les, comercio que de suspenderse, causaría mucho daño á los habi- tantes de la Luisiana; con tales argumentos pretendían disculparse las autoridades españolas, debiendo pensar que sus enemigos cono- cían la realidad de las cosas, y que si callaban por el momento, al- gún día saldrían á relucir aquellos agravios. Por lo pronto, los indios, temiendo ser atacados, dejaron sus cace- rías y se reunieron en sus aldeas antes de recoger las pequeñas cose- chas de sus cultivos, y en la precisión de que el Gobernador de Natchez les diese víveres con que remediar su pobreza. La lucha entre los colonos yankis y los indios continuaba en la primavera del año 1786, como se ve por una carta de Martín Nava- rro al Marqués de la Sonora dándole cuenta de lo que sucedía en la Luisiana; los Talapuches ó Cricks habían destruido algunos esta- 5 30 blecimientos americanos fundados en territorios que aquéllos tenían por suyos, y aun invadieron las márgenes del Cumberland, causando varias muertes, por lo que se temía una guerra con los Estados Uni- dos, á cuya nación achacaban los indígenas el no seguir las tradicio- nes inglesas de adquirir pacíficamente el suelo mediante pactos amis- tosos, y no estaban dispuestos á consentir en el despojo sin defender antes sus derechos. A la violencia unían los yankis procedimientos poco dignos: hombres ambiciosos y sin otra mira que su codicia, visitaban las tri- bus indias con títulos pomposos de Comisarios y de Plenipotencia- rios; distribuían entre los indios bebidas alcohólicas y apenas los embriagaban, hacían con ellos alianzas y contratos de cesión, nulos en el fondo, y tanto que los indígenas, en medio de su barbarie, se escandalizaban y aborrecían á sus vecinos. En la primavera siguiente, los Cherokies y Criks ó Talapu- ches, establecidos entre el Ohío y las costas de la Florida, tenían á los yankis en continua alarma; últimamente habían muerto un ayu- dante del agrimensor general de los comisionados para levantar los planos de dichos establecimientos. Nada de esto desalentaba á los americanos para hacer las más vivas diligencias á fin de conciliarse la amistad de los indios; en los Chactas y los Criks tenían un comisario con este objeto; en los Ta- lapuches se hallaba el coronel White solicitando la celebración de un congreso en Augusta, provincia de Georgia, con el ánimo de ga- nar su confianza y atraerlos á su partido, y aunque el Gobernador de Natchez no omitió paso alguno de cuantos podía sugerir el buen deseo y el celo del servicio, ocurrían varias circunstancias en el sis- tema económico que se oponían á un feliz éxito. El aumento de los efectos de indios en Europa, y el menor valor de las peleterías, que decaía por instantes en todas las plazas de co- mercio, eran los principales motivos. El remedio conveniente sería aumentar á proporción las tarifas hechas para este trato, pero los salvajes, que no se hacían cargo de las revoluciones mercantiles, ni era fácil hacérselas entender á vista de unos enemigos que les estaban ofreciendo todas las ventajas que su insidiosa política les dictaba, á costa de algunos sacrificios que harían para alejarlos del comercio y amistad de España, aunque no resultaba fácil que tuviesen almacenes tan abastecidos y á precios tan cómodos como los que había en la Movila y Panzacola, y se veían los comerciantes en la dura necesidad de vender á papel los efectos que recibían de los indios, á quienes era igualmente imposi- ble enterar de la diferencia ó descrédito de los billetes. 31 Los americanos del puesto de Vincermes, en las inmediaciones del Ohío, en número de dos mil, habían maquinado el proyecto de una expedición secreta, á las órdenes del coronel Clark, con la voz apa- rente de bajar al Mississippí á establecerse en el Yazu, pero los jefes ó notables del pueblo, en quienes residía cierta autoridad gubernati- va, penetrando el siniestro intento de aquellos aventureros que se juntaban sin más orden que la de su ilimitada libertad y desobedien- cia, se opusieron á la ejecución de su pensamiento, deshaciendo el partido y dando cuenta al Congreso de Washington, quien parece mandó examinar la irregular conducta de dicho coronel (1). II Los hechos referidos ayudaban mucho á la causa de Espalia, pero había ésta de resolver un gran problema en que estribaba la amistad de los indios hacia los hombres blancos, españoles ó norte- americanos, que era el comprarles á buen precio las pieles de sus ca- cerías, dándoles en cambio, con la mayor baratura posible, los víve- res y objetos que necesitaban, pues turbábanse las buenas relaciones de los Chactas y los Chicasas con los españoles cuando sobrevenían crisis económicas debidas á múltiples causas que no podían compren- der aquellos hombres de la selva. En los años 1786 y 1787 se cotizaban las pieles en el Extranjero á menos que antes, y había en la Luisia- na escasez de plata, de tal manera que una piel de venado se pagaba á cuatro reales, en vez de cinco, y no en dinero, sino en papel. Con- secuencia de esto fué que Guillermo Panton, proveedor de los Chac- tas y Chicasas, y D. Santiago Mather, que lo era de los Talapuches, encarecieron sus mercancías, con notable daño y quejas de los indios, cuya sustentación se hacía más difícil y laboriosa, y nada tiene de extraño que en tan difíciles circunstancias buscaran el apoyo econó- mico de los norteamericanos (2) y celebrasen una junta, de la que (1) Ocurrencias de la Luisiana en los seis últimos meses del año 1786, y en los seis primeros del año 1787, por Martín Navarro.— Biblioteca Nacional. Ma- nuscritos de Gayangos, núm. 14. (2) El rey de los Chicasas había dirigido á D. Esteban Miró la siguiente pa- labra: «¿Por qué se desechan tantas pieles en la Movila? ¿Cómo harán los hombres colorados, que no tienen otro recurso que la peletería, para sus familias? Que les da mucha pena después de haber visto sus guerreros, mujeres ó hijos, ricos con lai mercancías de los españoles, considerarlos ahora á la víspera de vestirse de pielei, 32 reproducimos algunos discursos, ó palabras, de varios indios, y que, si bien traducidos al castellano, dan una idea bastante clara de la psicología ruda, casi infantil, de aquellos oradores. Verificóse tal asamblea en el Yazoo (Yazu), á 19 de Marzo de 1787, con asistencia de Pedro Juzan, comisario de los indios en Movila; el intérprete Fa- bre, un representante yanki y los jefes Yagane-Houma y Franchi- mastabe. Este comenzó dirigiéndose á Mr. Juzan con breves é ira- cundas palabras: «Tú no debes sorprenderte, hermano mío, de ver muchos blancos sobre mi tierra; estos blancos no son perros: se les debe escuchar, y no hablar en cólera.» La respuesta de Juzan fué sencilla y prudente: «El gran Jefe de Nueva Orleáns, habiendo oído decir que se es- parcían malas palabras en la nación de los Chactas, sus hijos, me envía en consecuencia para escucharlas, saberlas y llevárselas á la Nueva Orleáns, porque su intención era mantener la paz entre los hombres colorados, Chikasas, Chactas y Talapuches. Aquí están to- dos los capitanes, jefes y guerreros juntos, para hablar y darse la mano, teniéndosela fuertemente; así podéis hablar.» Ben James, lleno de cólera, y quitándose el sombrero, dijo: «Banda de jefes: no creía y© ser quien os hubiera hablado; pero y servirse de arcos y flechas; que le da pena ver que el negociante de la Movila des- echa tantas pieles á los tratantes, por cuyo motivo no podrían mantener la trata, aumentando las mercancías y cayendo el precio de las pieles; que espera dentro de poco tiempo tener la respuesta por escrito, y que le previene que hay mercancías cerca de sus aldeas, sobre un brazo del Mississipí, y que teme viéndose en la mise- ria hallarse obligado á tratar, y que en lo sucesivo podría dar motivo á malas pala- bras; que espera que el señor Gobernador don Esteban Miró no le ocultará nada so- bre estas preguntas, y le hará saber cuanto antes su respuesta, y que debe creer que aunque tiene la piel colorada, tiene la palabra blanca; que no le hallará la lengua de dos piezas, y que le tiende siempre su mano.» Franchimastabe expuso también análogas quejas: «Los hombres colorados hablan mucho, y no son escuchados; esto es causa de que ellos no puedan ser ingratos de sus blancos; los blancos, por el recurso del di- nero, hallan siempre medio de hacer su comercio: pero los pobres hombres colorados no tienen otro recurso que la peletería, que es bien de dolor para ellos ver que los tratantes no quieren tomar las pieles al precio de la tarifa hecha en el congreso, por el desecho que experimentan de las pieles, y cree que es para hacer los hombres co- lorados pobres; que aunque no ha visto al señor gobernador Miró, y que está tran- quilo en su aldea, le hace su representación y le daría mucha pena ver estas gentes abandonarle para ir al Norte, que ha hecho preguntar á sus hermanos los Chicachás, que no tienen más que una misma palabra, y que se verán precisados á ir á pro- veerse del Extranjero, y a creer que los americanos tienen razón en todas las pala- bras que les envían de que los hombres colorados se hallarán dentro de poeo tiempo bien contentos de aceptar sus mercancías más baratas que las de los españoles. 33 pues es así, tened, ahí va un andullo de tabaco, que he hecho por mi mano, que fumaréis escuchando estas dos palabras, que confronta- réis y veréis cuál creéis será la mejor: si creéis que los españoles hablan verdad, escucharé su palabra; sé que todos los blancos de la nación me sospechan tengo la palabra de los americanos; no tengo, sin embargo, ni por uno ni por otro; es, no obstante, verdad, que he recibido un escrito de los americanos, y tengo el corazón bien enojado de ver que monsieur de Juzan ha rehusado darme la mano, diciendo que no me conocía.» El comisario americano tomó la palabra, y mostrando á Ben Ja- mes, dijo: «Venimos de la parte de nuestros jefes para traeros una palabra, acordándose de los jefes que les dieron la mano: como hay mucho tiempo que habéis perdido á vuestros padres, venimos para daros la mano y protejeros como ramos de vuestros antiguos padres. Creed que sois nuestros hermanos, que jamás os damos malas palabras, aunque nos hacen bien malos; no venimos para pediros vuestras tierras; solamente pedimos el camino blanco y libre para que jamás se derrame la sangre de los hombres blancos ó colorados. »Es verdad que hemos tenido disputas y contiendas con los Ta- lapuches, pero estas gentes han perdido el entendimiento, nos han muerto nuestras mujeres é hijos y nos han hecho todo el daño posi- ble, lo que ha sido causa de que tomemos las armas; pero después nos han engañado asegurándonos la paz y tranquilidad, por lo que les hemos dejado mucho tiempo después, creyendo estar en paz, y hallándose nuestras armas comidas por el orín, nos han hecho hosti- lidades que nos han movido á volver á tomar las armas, y esperamos que dentro de poco el fuego de la pólvora, y el de sus cabanas en general, y el humo, formará una nube que irá hasta el cielo. » Estas malas gentes son también causa que hemos tardado tanto tiempo en haceros ver mercancías que habéis perdido de vuestros padres los ingleses; estad asegurados que os suministraremos sufi- cientemente para cubrir vuestras mujeres é hijos; os recomendamos que cuando viereis nuestros hermanos los franceses, aunque no sea más que un niño, le deis la mano, y lo miréis como á nosotros mis- mos; pues que no tenemos sino una palabra, acabo esperando las vuestras. > Después habló Yagané Huma, por orden de Franchimastabe: «Oigo vuestras palabras en presencia de todos los jefes y guerre- ros; hallo las dos palabras justas. Yo, siendo hombre colorado, po- bre, y no sabiendo hacer nada, extiendo los brazos del Sur al Norte, 34 para recibir la mano de los dos, esperando á ver cuál será el primero que dirá verdad.» A lo que replicó el comisario americano: «Creo también la palabra de los españoles verdadera y capaz de sosteneros, pero todos los hombres no tienen el mismo modo de pen- sar; si hay algunos que quieren los americanos, y otros los españo- les, estamos prontos á recibir éstos. > Franchimastabe defendió la causa de España, dando á entender su desafecto á los americanos: «Oigo estas palabras, y quedo tranquilo en mi aldea, dando la mano á los dos; siendo hombre colorado, y no sabiendo hacer nada, no puede enviar los blancos que vienen á verme y proponerme mi bienestar; pero (hablando al comisario americano) no conociéndote, no sabiendo de dónde vienes, no puedo responderte; no te despacho ni te envío; (volviéndose al lado de Mr. Juzan) tú, mi hermano, y tú, mi sobrino (volviéndose á Mr. Fabre, intérprete de la Movila)f os co- nozco; sé que sales de la Moviia, que son las galerías de mis antepa- sados; pero no puedo hablar sin oir claro delante de tantos jefes y guerreros; pero (hablando á Mr. Juzan) pues que tú no sientes dar pasos por los hombres colorados, puedes partir, ó ir á ver á tu jefe, llevando estas palabras por mí; yo quedo tranquilo en mi aldea has- ta tu vuelta, y creo que las naciones Chicachas y Chactas no deben tener más que una misma palabra. (Hablando á los demás indios). Me han venido muchas palabras el verano pasado, pidiéndome fuese yo solo, ó con cierto número, sin citar jamás mis hermanos primo- génitos los chicachas, que creo deben tener la palabra antes de mí; sin embargo, si pidiesen la nación Chactas y Chicachas, yo no sería tan pesado para caminar, y me transportaría sobre la tierra que son las galerías de mis antepasados.» Celebrada esta Junta, D. Esteban Miró resolvió enviar á los Chac- tas y Chicasas al capitán D. Juan de Villeveuvre, para que los tranquilizase con promesas de moderación en los precios de los artí- culos comerciales, y les disuadiese de recibir en sus tierras comisa- rios norteamericanos, ya que la mojiganga de Tratado hecha en Hopewell con unos cuantos indios borrachos, era el título con que los blancos del Norte querían avasallar á los Chacta», á trueque de un comercio que resultaría más oneroso que el de los españoles. 35 III A fin de arreglar el enojosísimo negocio de las pieles, se dispuso que el capitán D. Juan de Villeveuvre fuera en comisión á los Chac- tas, y reuniendo á los jefes de éstos en la aldea de Yazu, si allí acu- dían también los Chicasas, ó en la capital de éstos, si así lo prefe- rían, les notificase cómo por mediación de las autoridades españolas habían convenido los comerciantes de Movila en no desechar tantas pieles, y dar á los tratantes los géneros conforme á los precios de ta- rifa, y no más altos. Hecho esto, inculcaría á los indios la obligación en que estaban de no recibir á los norteamericanos, pero también que se guardasen de matarlos, como habían hecho, llevados de un celo excesivo, ó de impulsos irresistibles de barbarie, con Mr. De- raupton y sus compañeros, aunque tuviesen malos precedentes, cual dicho yanki, pues bastaba con que los expulsaran (1). (1) «El citado Devenport era un impostor que se decía Comisario del Estado de Georgia, pues con la misma calidad se presentó á Natchez, y se verificó por la respuesta del Gran Congreso de los Estados Unidos, que no estaba autorizado á ha- cer las demandas que allí hizo; y por lo tanto, como allí mentía, habrá mentido tam- bién cuando les dijo que era Comisario del Estado de Georgia; á más de que, si así fuese, los americanos no procederían de buena amistad con la España enviando á inducirles y atraerles bajo su protección, pues como cuando la Movila y Panzacola eran de los ingleses, estaban únicamente bajo la de esta nación, y no recibían otro comercio que el suyo, habiendo la España conquistado las dos referidas plazas, no tienen los americanos derecho á solicitarlos, sin faltar á la amistad con los españo- les, y así no debían admitirlos, dándoles sólo un corto tiempo para que se vuelvan sin hacerles mal alguno, pero si no obstante fuesen tenaces y quisiesen quedarse en sus tierras, debían prenderlos y conducirlos á la Nueva Orleáns, ó á la Movila.» Instrucción que debe observar D. Juan de la Villeveuvre, capitán del regimien- to fijo de esta plaxa, que pasó comisionado a la nación Chactas. — Nueva Orleáns, 21 de Septiembre de 1787. Don Esteban Miró había celebrado antes una conferencia con los Chactas y los Chicasas, cuya amistad continuaban solicitando los norteamericanos, al mismo tiem- po que procuraban apoderarse de Natchez. Carta de D. Esteban Miró al Marqués de la Sonora, en la que incluye copia de las conferencias que tuvo con los indios Chactas y Chicachas en presencia de un Comisario norteamericano enviado por el Estado de Georgia para atraerlos á su partido. — Nueva Orleáns, 1.° de Junio de 1787. (Arch. de Indias. 86—6—11). Carta de D. Esteban Miró, Gobernador de la Luisiana, al Marqués de So- nora, participándole noticias dadas por un indio sobre una sorpresa frustrada de los americanos contra el puesto de Natchex. — Nueva Orleáns, 1.° de Junio de 1787. (Arch. de Indias. 86—6—11). 36 Hecha esta advertencia, debía el Comisario protestar enérgica- mente contra la mojiganga con apariencias de Tratado que se re- presentó en Séneca ó Hopewell á 3 de Enero de 1786, pues tan sólo acudieron unos cuantos jefes Chactas que no llevaban poderes especiales, y accedieron, engañados por los norteamericanos, á un con- venio por el que cedían gran parte de su territorio y se convertían en subditos, mejor dicho, vasallos, de la nueva república: «El año pasado envió Franchimastabe algunos jefes de los que aún conservan la medalla inglesa, á Séneca, los que volvieron quasi sin nada, pero los americanos les hicieron hacer un tratado del qual lleva [D. Juan de Villeveuvre] una copia; en él verán que los ameri- canos suponen falsamente que los pocos jefes que fueron, eran los principales de toda la nación Chacta, y que iban enviados por la gran partida, la pequeña partida, los seis lugares, y en fin, por toda la nación, en nombre de la qual está puesto en el tratado que pro- metían no comerciar con otros blancos, más que con ellos; en él les limitan sus tierras, y dicen que se las conceden, de manera que obran en el tratado como si las tierras que habitan fuesen suyas y les dejasen habitar en ellas por compasión; en él verán también que se reservan en tres distintos parajes dos leguas de tierra en cada uno, para formar puestos ó fuertes, lo que es una usurpación que les ha- cen; abrid bien los ojos vuestras mercedes, que deben reflexionar lo que pueden esperar de una nación que les finje un tratado de esta naturaleza, pues saben bien que los citados jefes no fueron á Séneca en nombre de toda la nación, porque los grandes jefes no se habían juntado para enviarlos, y por lo tanto no tenían la autoridad necesa- ria para conceder tierras y formar tratados, y sin embargo les hicie- ron á todos hacer una señal en el papel, lo que entre los blancos da toda autoridad á un tratado, engañándolos naturalmente, pues que no sabían lo que contenía, y luego los mismos americanos lo han puesto en los papeles públicos, jactándose de haber ganado la nación. »Hará vuestra merced conocer á los Chicachas que con ellos ha sucedido lo mismo, haciendo un tratado de que también lleva vues- tra merced copia, con sólo un comisionado que fué á Hopewell. * Después que les haya vuestra merced hablado en los términos referidos, les traducirá capítulo por capítulo el tratado, y así que los vea bien convencidos, les dirá formen una respuesta por escrito, en que prometan lo que se pretende, diciéndoles que es preciso, á fin de que nosotros el Gobernador é Intendente quedemos satisfechos de que ha cumplido V. con su comisión.» Una vez que los indios estuviesen plenamente convencidos de 37 todo lo dicho, se les propondría que Franchimastabe, con los indios que aún no habían devuelto la medalla inglesa, y cien personas más entre hombres y mujeres, fuesen á Nueva Orleáns, para conferenciar con el Gobernador; pero de ningún modo que bajasen llevados de su innata codicia, todos los individuos de las naciones Chacta y Chiea- saf como ellos querían, pues no había dinero bastante para dar de comer, y regalos, á una muchedumbre considerable, y debían recor- dar los jefes de dichos pueblos que se les habían hecho buenos pre- sentes cuando estuvieron en un congreso celebrado en Movila (1). IV La proyectada conferencia se celebró en la aldea del Yazu á fines de Octubre de 1787, y de ella conocemos una relación enviada á don Esteban Miró. Franchimastabe se disculpó con los argumentos y las marrulle- rías de otras veces, pues como todos los hombres incultos y rudos, lo mismo que los rústicos de nuestras aldeas, se defendía con una diplomacia en que se juntaban la suspicacia en alto grado y el fingi- miento más ladino, con apariencias de sinceridad y de candor infan- til; si había seguido á los ingleses (los norteamericanos) fué porque le hicieron buenos regalos; ¿qué mejor disculpa en quien todo lo veía á través del prisma utilitario? «Los dos jefes de la Nueva Orleáns dicen que están admirados de ver que los jefes de la nación Chacta han faltado á la palabra que les dieron en el Congreso, de no admitir americanos en sus tierras; tienen razón: pero yo que no fui, porque dos jefes me despreciaron, diciendo que era un hombre de nada, no he faltado á mi palabra, y hago ver que soy un hombre firme, que no tiene más que una pala- bra, un corazón y un modo de pensar. Los ingleses, antes que los dejase, me decían que me acordase de ellos, y que los siguiese; co- rriendo los alcancé, y me dieron muchas mercancías; pero ya me hallo á la última camisa; espero que el Sr. Miró y el Sr. Intendente (1) Instrucción que debe observar D. Juan de la Villebeuvre, Capitán del Regimiento fijo de esta plaxa, que pasa comisionado á la nación Chacta para res- ponder á la representación que han hecho sus jefes y los de Chicachás, solicitando se remedie el que en la Movila no le rechacen tantas pieles, y que se observe la tarifa.— Nueva Orleáns, 21 de Septiembre de 1787. (Arohiyo de Indias. Papeles procedentes de Cuba). 0 38 * no estarán enojados conmigo, por haber amado á un blanco que me hacía bien, y pues que quieren recibirme, acepto con gusto su mano, y entrego la bandera inglesa para arbolar la del Rey de España, asegurando al Sr. Miró que una vez que he tomado su palabra estoy como un árbol fuerte, que ningún viento puede trastornar, y la reci- bo con gusto, esperando que vendrá á la Movila á vernos, que es el lugar donde todos los blancos han visto siempre á los hombres colo- rados. Cuando un padre tiene ganas de ver á sus hijos, no los expo- ne á pasar aguas profundas; en fin, para hacer ver que escucho su palabra con gusto, le envío un collar y una ala, blancos, que son nuestras seriales de amistad, y cuatro de mis capitanes, esperando que me enviarán una bandera más larga y más grande que la que tú has traído.» Análogas ideas expuso Mingo-huma, jefe de la aldea de Okelu- sas, disculpándose con la ignorancia como quien se defiende con un escudo: «Hemos oído con mucho gusto la palabra de los dos jefes de la Nueva Orleáns, los Sres. Miró y Navarro, y vemos bien que en efec- to, el número de blancos extranjeros americanos, y otros que hay en la nación, corrompen el corazón de los hombres colorados; pasando de una aldea á otra derraman muchas palabras; nosotros no sabemos si son verdaderas ó falsas; los hombres colorados no saben escribir, ni leer, y por consiguiente, cuando los blancos nos enseñan un peda- cito de papel, creemos que es un pasaporte, y los dejamos seguir su camino; dése una marca ó señal que podamos conocer, y detendre- mos los que no la llevaren y los conduciremos después á la Movila, pagándosenos nuestro trabajo; nosotros no queremos otros blancos, pero que no falten mercancías, pólvora y balas, y que se mantenga el comercio á los precios de la tarifa convenida en el congreso de la Movila. >Es verdad que hemos ido á ver á los americanos, porque los hombres colorados son pobres, pero no estábamos comisionados de parte de los jefes de toda la nación para hacer un tratado con ellos; bien es verdad que hicieron un escrito en que nos hicieron hacer marcas cuando estábamos embriagados y no sabíamos lo que hacía- mos; quemamos un escrito, é hicieron otro, en que también nos hi- cieron poner nuestras marcas, pero siempre hemos creído que esto •ra sin intención.» Aún más refinada hipocresía hubo en la respuesta de Chetona- qué, jefe de gran medalla, en nombre de los jefes de seis aldeas: «He oído con gusto la palabra de los jefes de la Nueva Orleáns, y la de los jefes de la Grande y Pequeña Partida, y veo con satisfac- 39 ción que vamos á reunir todos los jefes de la nación Chacta para no tener más que un padre blanco, un corazón y un solo modo de pen- sar; todas las malas palabras van á acabarse; no pensaremos más que en cazar, y hacer vivir con tranquilidad nuestras mujeres ó hi- jos. ¿Por qué ir á buscar un blanco tan lejos? ¿No tenemos los espa- ñoles que nos dan lo que necesitamos? Tú, Franchi-Mastabé, no pienses más en los ingleses; están bien lejos, y no volverán más; pues que los jefes españoles te dan la mano, acéptala, y no escuches los dichos de los unos y de los otros; los hombres colorados dicen muchas mentiras que no tienen fundamento: no conviene creerlos; vé á la Nueva Orleáns; el camino no es tan largo como lo crees; ja- más he oído decir que se haya ahogado un hombre colorado en la travesía; y por otra parte, ¿no somos hombres para morir cuando sea menester? Por lo que toca á las seis aldeas, no hemos ido á ver á los americanos, ni tampoco queremos, y tenemos siempre la mano de los españoles; si viniese algún blanco de otra nación, lo enviaremos, y si no quiere irse, lo haremos amarrar y conducir á la Movila.> Yagane Huma, jefe de la Gran Partida, pronunció un discurso en que repetía las excusas dadas en otras ocasiones por Franchimas- tabe y los demás caciques Chactas y Chicasas, pero á través de cu- yas palabras se veía un espíritu mezquino y codicioso, como por tela de cedazo: «Vengo yo, y muchos otros jefes y guerreros á verte y darte la ma- no, como también á toda la nación española; hemos aceptado la pa- labra que nos has enviado con el señor de la Villebeuvre y el intér- prete Forneret, los que nos han inducido á venir con ellos á esta ciudad para entregarte las medallas, golas, patentes y banderas in- glesas, que hemos conservado hasta hoy; las ponemos á tus pies, para que nos des otras de tu nación, sin que jamás pensemos en los ingleses; seremos desde ahora españoles, y los tendremos asidos de la mano fuertemente sin jamás rechazar sus palabras. »Tú, padre mío, me has hecho varias reconvenciones sobre haber ido á los americanos; esto es cierto: he estado, pero sin la intención de introducirlos en la nación, ni darles tierras, como ellos dicen; es simplemente la pobreza; como los hombres colorados son todos po- bres y nada saben hacer, se hallan obligados á ir á ver á las nacio- nes blancas que hacen de todas cosas, para que les den presentes, y nosotros fuimos creyendo recibirlos; comenzaron por pedirnos tierras, á lo que dijimos que no estábamos autorizados por la nación á dar tierras á nadie; no obstante esto hicieron un escrito, sin decirnos lo que contenía, y creyendo nosotros que era para darnos regalos, nos hicieron hacer en él unas señales sin saber lo que hacíamos: después 40 nos dijeron lo que era; entonces yo cogí el papel y lo quemé; des- pués de esto nos hicieron beber agua fuerte, ó agua de fuego, que nos embriagó, y cuando nos vieron así, nos hicieron hacer otra vez las señales en el papel; después de lo cual nos dieron una bandera de su nación, que es esta, la que te entrego, padre mío, de mi parte, y de la de Franchi-Mastabé mi principal jefe, y te doy mi palabra estés seguro que jamás cambiaremos; hoy tomamos tu mano, tú eres nuestro padre, y nosotros tus hijos; yo te suplico que olvides todo lo referido, y que jamás me vuelvas á hablar del fingido Tratado^ (1). Lo mismo vino á decir Taskietoka, rey de los Chicasas, á más de disculpar la ausencia de Franchimastabe, quien tenía enfer- ma de gravedad á una hija y él también estaba doliente, y le ha- bía encargado que, en su nombre, entregase al Gobernador de Nueva Orleáns la medalla y bandera inglesas, y le pidiese las de España. Del resultado de este congreso dio cuenta D. Esteban Miró á don José de Ezpeleta, diciéndole cómo el rey de los Chicasas, Yagane- huma y otros guerreros, habían acompañado en su regreso á D. Juan de Villeveuvre, para corroborar en Nueva Orleáns que sus naciones quedaban bajo el patrocinio español, y no admitían el Tratado que los yankis les hicieron firmar engañosamente, y aun era de adver- tirse que ninguno de los Talapuches había mediado en tal convenio, y de los Chactas solamente un guerrero; así que, en buena concien- cia y recta ley, podía juzgarse nulo todo lo hecho por los norte- americanos, y por fracasado su intento. Acababa Miró su carta aconsejando el establecimiento de un co- misario español en tierra de los Chactas y Chicasas, para que de- fendiera nuestra política y nuestros intereses, cargo que merecía una retribución adecuada, pues no era pequeña la molestia de vivir entre bárbaros, expuesto á que lo matasen, como habían hecho con Gui- llermo Davenport, comisario de la Georgia (2). (1) Arenga de Yagane Huma, jefe de Oran Medalla de la Oran Partida, Segundo de Franchimastabe, Principal de ella, en presencia del señor Gobernador don Esteban Miró, el 3 de Enero de 1 788, interpretada por Luís Forneret, intér- prete por Su Majestad, del idioma Chacta. (Aroh. de Indias, est. 86, caj. 6, leg. 8.) (2) «Las muchas diligencias que kan praoticado los Estados Unidos para atraer- 41 El éxito de las conferencias celebradas en la aldea del Yazu con los Chactas y los Chicasas era halagüeño, al parecer, mas no conta- ba D. Esteban Miró con dos elementos que habían de dar al traste con sus buenos deseos: la inconstancia de los indios y la férrea vo- se estas naciones, han hecho necesario este paso de mi parte; por lo tanto, creo bien empleado el indispensable gasto que ha producido, pues es constante les será ahora mucho más difícil atraérselos, respecto á que no lo pudieron conseguir, no obstante los comisarios que enviaron para formar tratados con ellos, no habiendo podido ni siquiera fingirlo con los Talapuches, por no haber éstos ido al paraje á que fueron llamados, y nada han conseguido, sin embargo de que han tenido el atrevimiento de suponerlos con los Chicachas, con sólo un guerrero que fué al paraje señalado, y con los Chactas con el expresado Yaganeumá y los demás que conservaban la Medalla inglesa, los que sólo formaban una muy pequeña parte de la nación, por lo que es constante, como el mismo jefe dice, que no estaban autorizados ni fueron allí para ette fin. El jefe Chacta llamado Taboca, que es el principal de los tres indios que cita la carta de D. Diego de Gardoqui á D. Vicente Manuel de Céspedes, con fecha de 5 de Julio último, ha obrado de su propio capricho bajo la esperanza de que yendo con solos dos compañeros sería bien regalado, y estoy bien esperanzado y persuadido que no harán de él á su regreso el menor caso, estuvo también en el congreso de la Movila, de donde recibió la gran medalla española, y por inconstancia, ó codicia de regalos, acompañó á los jefes aún ingleses que fueron á Hopewell, de donde le vino la idea de ir el año pasado á Philadelphia. Sin embargo de todo, creo convendría que un hombre de consideración fuese nombrado comisario de los Chactas y Chicachas con la obligación de residir en di- chas naciones; su principal objeto sería el contrarrestar los pasos que los Estados Unidos diesen para atraérselas; tendría á sus órdenes á los tratantes, á quienes obli- garía á observar la tarifa en sus ventas, y avisaría de cuanto sucediese contrario al buen orden y necesidad de conservar la amistad con dichas naciones. El Estado de Georgia, engañado, sin duda, con el fingido Tratado, envió con este empleo, entre los Chactas y Chicachas, á D. Guillermo Davenport, que mataron los Talapuches. La grande dificultad es, que siendo un hombre de consideración, sólo las ven- tajas de un buen sueldo, y recompensas futuras, le vencerían á vivir entre bárba- ros, aunque se le permitiese todos los años venir por un par de meses á esta capi- tal; por lo tanto sólo hallo el medio de que se me autorice á nombrar un oficial idó- neo hasta el fin, con cincuenta pesos mensuales de gratificación además de su suel- do, lo que si V. S. hallase conveniente, se servirá proponer á S. M. El servicio que acaba de hacer el capitán D. Juan de la Villebeuvre, lo consi- dero meritorio, así por el trabajoso viaje por parajes despoblados de ciento veinte y ocho leguas, como por lo bien que ha sabido persuadir á Franchimastabe y demás jefes indios; es el tercer capitán del Regimiento, y los dos más antiguos están gra- duados de tenientes coroneles, por lo que si se le diese este grado, me persuado ser- viría de emulación para los demás en semejantes ocasiones, y suplico á Y. S. lo haga así presente á S. M. (1)» . (1) Carta de Carondelet á D. José de Expeleta, en que da cuenta que D. Juan de Villebeuvre había conseguido que la nación Chactas se pusiese bajo la protección de España.— Nueva Orleáns, 20 de Febrero de 1788. (Aroh. de Indias, est. 86, caj. 6, leg . 8). 42 luntad de los norteamericanos en extender sus dominios, por medios legales ó por la fuerza, hasta el Golfo de México, de donde, andando el tiempo, á fines del siglo XIX, y con una injusticia y una ingrati- tud incalificables, habían de desahuciar á quienes por vez primera surcaron aquellos mares como heraldos de la civilización y del Cris- tianismo. CAPÍTULO III I Fundación del puesto de Los Nogales; protesta de los indios.— II. Misión encomendada por Gayoso de Lemos á D. Esteban Minor. — III. Conferencias celebradas por este y Gayoso de Lemos, con los jefes Cherokis, Chactas y Chicasas ó Chica- chas, en Mayo de 1792. Al ver Gayoso de Lemos que los norteamericanos procuraban por todos los medios anexionarse, con grave detrimento de los inte- reses españoles, los territorios que ocupaban los indios Chactas, y otros contiguos á la Luisiana, resolvió establecer un puesto en Los Nogales (en inglés, Walnut hills) empresa que encomendó á D. Elias Beauregard, con instrucciones claras y oportunas de lo que este de- bía ejecutar. Era la primera, que dicho puesto se extendiera desde la desembocadura del Yazu en el Mississippí, hasta el río Negro (en inglés Big Black), llegando por el Oeste á la nación de los Chactas. Junto al fuerte se había de fundar una ciudad, dejando en medio una zona militar de trescientas toesas. En ella serían admitidos, co- mo colonos, los emigrantes que bajasen de los Estados Unidos, y se exigiría un derecho aduanero de quince por ciento de las mercade- rías que allí se introdujesen. A los que manifestasen propósito de establecerse en la nueva ciudad, se les darían solares, pero no se les obligaría á prestar juramento de fidelidad á España, por muchas di- ficultades que de esto habían surgido en otras ocasiones (1). (1) Instrucciones reservadas para el Comandante de Los Nogales, por don Manuel Oayoso de Lentos.— "Los Nogales, 1.° de Abril de 1791. (Archivo general de Indias. Papeles procedentes de Cuba). 44 El establecimiento de los españoles en Los Nogales produjo tal cólera en los indios que Taboca y Franchimastabe dirigieron á don Manuel Gayoso de Lemos una enérgica protesta, que á la vez era una declaración de guerra, por haberse instalado sus vecinos los blancos del Sur en tierras que ellos necesitaban para la caza, con in- fracción, que juzgaban indiscutible, de sus derechos y de las prome- sas que habían recibido del Gobernador de Nueva Orleáns: «Estimado Señor: He oído que mi Padre, el Padre de los Chac- tas y Chicachas, sin saber la razón por qué, toma nuestras tierras. Nosotros los hombres colorados, dueños de nuestras tierras, jamás hemos hecho mal en la de los blancos; juzgué que vosotros erais nuestros amigos, y que nos amabais, pero ahora conozco que no; pensé que vuestras palabras y las mías eran una misma; que nos habíais tomado por vuestros hijos, y que nos queríais; pero ahora veo que no es así, y que jamás lo será; los blancos tienen ganado de que comer, y la tierra en que se quieren poner es donde encon- trábamos caza para subsistir; ¿que razón tienes, pues, para tomar nuestras tierras, cuando veo que el Gobernador de la Nueva Orleáns nos dijo que nos amaría?; pero no es así. »Me parece que quieres quitarnos la subsistencia, pues quieres quitarnos nuestras tierras; ¿qué hemos de comer nosotros los hom- bres colorados, á quienes pedís tierras?; pero yo jamás las concedo; sin embargo, yo soy el hombre que veo esto. »¡Si el Gobernador que me envió á Taboca me hubiera enviado á decir que iba á hacer esto, y á todos los caciques!; pero en lugar de esto nos habéis engañado, y tomado nuestras tierras por fuerza; el hombre que te lleva esta te dirá que los Chicachas y nosotros esta- mos todos juntos, y determinados á que si os quedáis en estas tie- rras, hay quince aldeas de nuestra nación que quieren mucho esta tierra, y os suplican que no os quedéis en ella. »No tenemos más que decirte al presente: Somos tus amigos, é hijos, Franchimastabe. — Taboca (1). Don Manuel Gayoso de Lemos hizo cuanto pudo á fin de que el conflicto con los indios se resolviera amistosamente, y escribió una carta al Rey de los Chicasas, meliflua, hiperbólica, en estilo indio, animándole á permanecer unido con las tribus comarcanas, cuya fe- licidad se lograría con la protección de los españoles (2). (1) Fechada a 14 de Mayo de 1791. (Archivo de Indias.— Papeles procedentes de Cuba). (2) A.1 Rey de la nación Chicacha. „ Aunque nunca he tenido el gusto de verte te profeso el más sincero afecto, y i 45 n Pero, los indios, acorralados más de día en dia por el avance de los hombres blancos, especialmente de los norteamericanos, no se daban por convencidos con buenas razones, y lejo« de buscar la amistad de los españoles, meditaban recuperar á mano armada el te- rritorio de Los Nogales, no obstante que Gayoso de Lemos justifica- ba la ocupación alegando que dicha región había pertenecido legal- mente á los ingleses, por derecho de compra hecha á los indios, y luego la habían adquirido los españoles por derecho de conquista. Las cosas iban de mal en peor, y tanto que el peligro de una inva- sión india y de sus consiguientes crueldades, había sembrado el pá- nico en los colonos de la frontera, á quienes tranquilizó como pudo Gayoso de Lemos, y procuró activar la conclusión de aquel arduo negocio que, de dilatarse, daba margen á los norteamericanos para llegar hasta las posesiones españolas. Con tal Objeto dispuso que el teniente D. Esteban Minor, ducho en el trato y en la política de los tu nación, á quien mi gran Rey ama y desea todo bien. Es verdad que somos buenos amigos y aliados, y por esta consideración siempre hago y haré cuanto esté en mi mano y arbitrio para servirte en lo que te pueda ser personalmente satisfactorio, como en socorrer á tu nación en caso que lo necesite. Si nos estuviéramos mirando y nuestras manos cerrando una á otra, mi oora- zón te dijera muchas cosas buenas para tu nación, y que te asegurarían que yo soy verdadero amigo de todos los indios, pero como estamos tan distantes, sólo te acon- sejo que constantemente te conserves unido oon los Chactas, Talapuches, Cherokas y demás naciones indias que estén en vuestra inmediación; entonces no tendréis na- da que temer: vuestras naciones se h illarán protegidas, vuestros tiernos hijos llega- rán á ser grandes, los grandes llegarán á ser viejos, vuestros campos producirán la abundancia, el Cielo sobre vuestra cabeza será siempre benigno, y vuestra tierra no se verá manchada ni con una sola gota de sangre humana. Todo este tiempo la gran- de nación Española os mirará risueña, presentarános en sus manos cuanto ella ten- ga para servirnos y asistirnos, y sus brazos estarán siempre abiertos y prontos para oerrar en ellos y acoger en el corazón á sus amigos los indios. Si en alguna ocasión quisieres venir á verme, házmelo saber antes, para que esté en casa para recibirte. Me parece que sería muy conveniente que nos habláse- mos, y oomo tu nación y la Chacta son como hermanas, sería bueno que Franchi Mastabe viniese contigo; hasta entonóos no te digo más sino que ahora mismo se me está figurando que mi brazo se extiende hasta donde tú estás, y que mi mano agarra la tuya y no la puede soltar, y mi oorazón me dice que la mantenga siempre. En esta situación quedo tu más afecto amigo y hermano, Manuel Gayoso de Lemos. A mi amigo y hermano Tascahetuca. Nachez, 28 de Marzo de 1792. (Arohivo de Indias.— Papeles procedentes de Cuba). 7 46 indios, fuese á la nación Chacta, llevando una carta en inglés para Franchimastabe, donde le decía que el haberse dilatado la cuestión de los Nogales era porque S. M. el Rey de las Españas tenía que de- cretar la indemnización que en forma de regalo extraordinario se ha- bía de dar á los indios por las tierras que los ingleses no les hubie- sen pagado. Llevaba también Minor el encargo de gestionar con Franchimastabe la cesión de un territorio situado entre la frontera de Natchez y el río de las Perlas, para todo lo cual le dio instruccio- nes reservadas y minuciosas. Al mismo tiempo, y por medio de un indio Cheroki, escribió al rey de los Chicachas, invitándole á que hiciese un viaje á Natchez, pues convenía cultivar las buenas rela- ciones con aquella tribu. Detenido Minor algunos días en Bayn Pierre por causa de los malos tiempos, avisó desde allí el 17 de Marzo, como le habían in- formado que en el grande Torno del Tennesee se debía celebrar un Tratado general de paz entre los americanos y las naciones Chero- kee, Chicasa, Chacta, Tala puche y algunas otras, con cuyo motivo le contestó Gayoso enviándole nuevas instrucciones. En el intermedio habían circulado voces de que los americanos, ocultamente, movían á los indios contra España, á fin de facilitar las miras que tenían, tanto en general por parte del Congreso, como en particular por las Compañías, contra la Luisiana. La noche del 3 de Abril regresó D. Esteban Minor de la nación Chacta, habiendo desempeñado su comisión con mucho acierto, y en cumplimiento de ella visitado á Franchimastabe, quien le señaló au- diencia para' de allí á cinco días, cuyo intervalo empleó Minor en ha- blar á todos los jefes de influencia, convencerlos, y decidirlos á favor de España, lo que consiguió, pero aunque solicitó tratar confidencial- mente con Franchimastabe antes del día de la audiencia, éste se negó siempre, diciendo que era incapaz de ser sobornado, y no quería que su nación lo sospechase viéndole conferenciar á solas con él, y por -esto siempre le hablaba delante de algunas personas; no obstante Minor halló la ocasión oportuna de hablarle á solas una mañana que Franchimastabe le fué á visitar, y nadie le acompañaba. Aprovechó este momento, y le hizo presente que había llegado el tiempo en que podía dar una prueba del afecto que tantas veces había asegurado tener á los españoles, de quienes tenía recibidos tantos bienes, y ja- más perjuicio alguno; que si no lo hacía así, era una prueba de que su palabra era fingida, y que tenía en más á los ingleses, pues que á éstos jamás había disputado la posesión de los Nogales, permitién- doles repartir aquellas tierras, y disfrutarlas pacíficamente, y que entonces, cuando los españoles habían levantado allí un fuerte, no 47 sólo para defenderse, pero aun más para conservar á los mismos in- dios sus tierras, y protegerlas contra la ambiciosa pretensión de los americanos, debía desvanecer Franchimastabe cualquiera descon- fianza que pudiese caber de la sinceridad española, y al mismo tiem- po aprovecharse de la mayor parte de ios regalos que por semejante demostración se destinaran á sus vasallos. Franchimastabe le contestó en muy pocas palabras, diciéndole: al cabo hallaste el camino á mi corazón; verás en la asamblea que es- tol/ dispuesto á favorecer á los españoles, y que los amo de veras. Con esto acabó el coloquio. Como Gayoso tenía fundados motivos para creer que los tratan- tes en pieles influían esencialmente en el ánimo de Franchimastabe, encargó con particularidad á Minor que procurase ganarlos. Lo hizo así, ofreciendo ellos dar buenos consejos á sus jefes para que no se opusiesen al establecimiento español de los Nogales, á condición que no se permitiese allí ningún comercio, pues de lo contrario queda- rían ellos arruinados, porque los indios comprarían á unos y á otros, y dejarían sin pagar á los que estaban más lejos. Minor les ofreció que si ellos daban buenos consejos á dichos indios, recomendaría su pretensión, y no dudaba que Gayoso convendría en ello. Uno de los principales motivos que tuvo Gayoso para activar la celebración de un tratado con los Chactas y demás pueblos vecinos, por el que cediesen la propiedad de los Nogales, eran las intrigas de los norteamericanos de la Carolina del Norte, quienes estaban deci- didos á establecerse en aquel paraje, que cedido en el año 1783 á Es- paña por Inglaterra al mismo tiempo que ambas Floridas, pues per- tenecía á la Occidental, alegaron la nación Chacta y Chicacha derecho á él, diciendo que aunque lo habían vendido á los ingleses, éstos no habían satisfecho lo que pactaron por él. Semejante pretensión la manifestaron cuando vieron construir un fuerte en los Nogales, al tiempo que el doctor O'Fallon, Agente General de la Compañía de la Carolina del Sur, juntaba fuerzas en el Kentucky con el delibera- do fin de apoderarse desde los Nogales hasta la orilla del Norte de Coles Creek en el centro del Gobierno de Natchez. Por de pronto, el establecimiento en los Nogales contuvo las pre- tensiones de O'Fallon, que acabaron de destruirse por un Decreto del Presidente del Congreso, quien, acaso, lo dio por no verse com- prometido si las gentes de la Compañía emprendiesen algo contra un puesto militar de España. Pero no obstante que por un lado ha- bía asegurado aquella parte de los dominios del Rey contra las ten- tativas de los aogló-americanos, se veía Gayoso comprometido con las naciones Chacta y Chicacha, cuya amistad era menester conser- 48 var á toda costa, aunque no convenía manifestar debilidad cediendo fácilmente á sus pretensiones, pues condescendiendo en esta parte no se contentarían hasta echar á los españoles fuera de las tierras que formaban aquel Gobierno, y quizás después las cederían á los anglo-americanos, quienes organizarían en ellas otro Estado indepen- diente, más perjudicial que los mismos Estados Unidos por su in- mediación al Reino de Méjico, y al golfo de este nombre, caya nave- gación dominarían estableciéndose en las bocas del Mississippí. Movido por estas reflexiones emprendió Gayoso una negocia- ción delicada con dichas naciones indias, que duró un año, en cuyo intermedio vio con no poco desagrado una orden del Capitán gene- ral de aquellas provincias para abandonar el fuerte de los Nogales, pero como al mismo tiempo había tenido una Real orden en la que se veía claramente el empeño que S. M. tenía en conservar las mis- mas tierras de que se trataba, y teniendo presente razones que no era posible que el Capitán general pudiera conocer á la distancia á que se hallaba, tomó el partido de continuar las fortificaciones, y completar sus negociaciones, hasta el punto de concluir el Trata- do que se firmó á 14 de Mayo de 1792. ra De las conferencias celebradas con los jefes de los Chactas, los Chicasas y los Cherokis, para acordar el tratado de paz y de límites que se firmó á 14 de Mayo de 1792, por el que España adquirió la región de los Nogales, hay en el Archivo Histórico Nacional de Ma- drid uua relación curiosísima, escrita por Gayoso de Lemos (1), que sirve de mucho para conocer las costumbres, la política y las aspira- ciones de dichas tribus. Preparadas hábilmente por Gayoso las ne- gociaciones, recibió el día 10 de Mayo un aviso de Franchimastabe, diciéndole que acompañado del Rey de los Chicasas y más de dos- cientos jefes y guerreros indios, lo aguardaba en Coles Creek, no sin pedir al mismo tiempo bebidas, comestibles y ocho camisas; pero cambiando luego de parecer Franchimastabe, anunció su propósito de ir á Natchez. Salió al encuentro de los indios el ayudante D. Es- teban Minor, y en tanto reunió Gayoso, para dar al asunto mayor aparato, la oficialidad de la guarnición, los notables de las cercanías (1) Estado político de la Luisiana, por D. Manuel Oayoao de Lemoe.— (Ar- chivo Histórico Nacional.— Eitado, leg. 3.898. 49 y veinte soldados. A las diez de la mañana llegaron los indios y fue- ron recibidos por el gobernador en la escalera de su casa, y la pri- mera entrevista se celebró en el jardín, á la sombra de un toldo ro- deado de árboles y en la forma que describe así la mencionada rela- ción, que extractamos, de Gayoso de Lemos: «A la cabecera de este sitio estaba una silla de brazos para mí, y á los lados, formando media luna, otras para mis acompañantes. Delante de mi silla había una mesa con papel y tintero. Eafrente de dicha mesa, á muy corta distancia, estaban dos sillas de brazos para el Rey de los Chicachas y para Franchimastabe, y de cada lado, for- mando círculo con las mías, para sus jefes; detrás había bancos para los guerreros. »En esta misma disposición se colocaron todos, dando la prefe- rencia al rey de los Chicachas; seguían Franchimastabe, Itelaghana, Stonahuma, Tapenahuma, Nocjahumaacho, Confield, Abahuly, Ca- fatabe y Sulouchemastabé, todos Chactas, y muchos capitanes y gue- rreros de ambas naciones. En un campamento, como á media legua, habían quedado las mujeres y niños con algunos guerreros. »E1 intérprete Fulson se colocó de pie derecho, arrimado al can- to de la mesa; Turner Brashears, que desde el camino se había vuel- to con ellos, lo hice sentar entre los que me acompañaban, determi- nado á que este sujeto no faltase á ninguna de las ceremonias públi- cas que tuviese con los indios, por ser sujeto de la mayor confianza de Franchimastabe, y convenir que sirviese de testigo, para que en tiempo alguno pudiesen alegar falta de inteligencia en lo que se tra- tase; para lo que, antes de hablar ni cumplimentar formalmente á los jefes, les dije por mi intérprete que allí estaba Turner Bras- hears, quien entendía perfectamente el inglés, idioma en que yo les hablaría, y que igualmente entendía, y se explicaría en Chicacha y Chacta; así que desde ahora le encargaba que estuviese con la ma- yor atención para corregir ó advertir cualquiera falta ú olvido.» Era costumbre de los indios hablar ellos los primeros cuando visitaban á un jefe blanco, pero en esta ocasión, como habían sido llamados, tomó la palabra Gayoso y dirigiéndose al rey de los Chi- casas le manifestó cuánto se alegraba de verles; Tascaotuca replicó que había recibido por mano de Esteban Hayward, la carta de Ga- yoso cuando preparaba un viaje á Movila, pero que al instante fué al país de los Chactas para juntarse con Franchimastabe; y que el traer numerosa comitiva era porque en el camino se le agregaron aquellos indios, y acabó, conforme á las costumbres de su raza, pi- diendo vino con agua, y tabaco, que fueron luego traídos. Antes de beber dijo Tascaotuca que todos miraban á Franchimastabe como á 50 su hermano mayor, y que darían por bueno todo lo que éste aproba- ra. Llenos los vasos y distribuidos por Gayoso, vino el tabaco, vicio arraigado entre los indios, y entre bocanada y bocanada de humo, rogó el gobernador á Tascaotuca y Franchimastabe que durmieran en aquella casa, y no en el campo, dando como pretexto el amena- zar lluvia, pero con el verdadero fin de poder conferenciar con ellos privadamente y ganar su voluntad con dádivas y promesas, oferta que no admitieron, si bien le aseguraron que le visitarían de cuando en cuando. Pasado algún tiempo comieron todos juntos, y Gayoso, para te- ner más tiempo de preparar los ánimos, alegó que la primera confe- rencia no se podía celebrar basta el lunes, pues el día siguiente, sá- bado, había de recibir en audiencia á los blancos de aquel distrito, y el domingo lo dedicaba únicamente al culto divino. Con esto, brin- dar los jefes indios por el Rey de España, y pedir varias cantidades de vino y aguardiente, se despidieron los comensales. Gayoso co- menzó á tomar las disposiciones convenientes para asegurar el orden contra los posibles desmanes de aquellos bárbaros, y á preparar há- bilmente la solución del asunto de Los Nogales, que temía resultase bastante cara, por traer los indios algunos caballos de vacío que se querrían llevar cargados de obsequios. Mandó que desde la noche del 11 se reforzasen las guardias; que saliese del fuerte un pelotón de veintidós soldados y que el resto de la guarnición durmiese ves- tida mientras los indios estuviesen allí; pero esto sin ruido, sin que lo penetrase la vecindad; hizo también traer 'ai fuerte un repuesto de pólvora, cartuchos hechos, y cien fusiles. Y con pretexto de que el lunes se haría una salva triple si se concluyese el asunto, mandó cargar la artillería, pero reservadamente, al teniente D. Antonio So- ler, le previno que la tuviese bien apuntada sobre todas las aveni- das; la tripulación de una galeota reforzaba de noche la casa del Go- bernador, quien con estas precauciones estaba seguro de que nada le sorprendería. Al día siguiente, 12, fué Gayoso á visitar á Franchimastabe y demás jefes indios, quienes le recibieron á la entrada del campamen- to, y juntos llegaron á la sombra de un graude árbol, cubierto el sue- lo con pellejos de venado, donde le ofrecieron asiento cerca de Tas- caotuca, y todos se sentaron por el orden siguiente: el rey de los Chi- cachas; Franchimastabe á su derecha, y á continuación Itelaghana y demás jefes, formando círculo; á la izquierda estaba Gayoso; seguían el teniente coronel D. Carlos de Grand-Pré; el ayudante D. Esteban Minor, y otros que acompañaban al Gobernador; los intérpretes es- taban en medio; en frente de este paraje había un indio tocando un 51 tamboril, y alrededor de él todas las indias bailando y cantando; á poca distancia, estaba otro que tañía una especie de flauta; los indios jóvenes traían de continuo ramas con que adornaban aquel sitio, y todos los hombres de armas rodeaban á los conferen- ciantes. Franchimastabe repitió que él y toda la nación Chacta estaban á las órdenes del rey de los Chicachas; que éste era el hermano ma- yor de todas las naciones indias, y que así lo consideraban; que últi- mamente los Cherokis, Talapuches, Chactas y Chicachas habían hecho una alianza, por la cual formaban como una sola nación para su defensa, y elegido por su cabeza al rey de los Chicachas, por cuyo motivo los Cherokis enviaron á éste sartas de abalorios para que las distribuyese entre las demás naciones; añadió que esto en parte lo había presenciado D. Esteban Minor, pues cuando estuvo á verle en nombre de Gayoso, llegaron entonces las cuentas blancas que enviaba el rey de los Chicasas. Minor conocía ya la existencia de dicho tratado, pero ignoraba la preeminencia que daban á Tas- caotuca. Todos los jefes allí presentes confirmaron lo que dijo Franchi- mastabe, y que esto era verdad se conocía por la veneración que tributaban al rey de los Chicachas. Cerca de las once se despidió Gayoso diciendo á los jefes prin- cipales que ya que no iban á comer con él, les enviaría algo de su mesa y de su bodega, lo que hizo puntualmente. Luego que el Gobernador estuvo en su casa le visitó Fulson pa- ra decirle cómo había descubierto que el rey de los Chicachas estaba determinado á concluir el asunto de los Nogales, pero que contaba con que se le agradeciese; y que había dicho Franchimastabe: ¿Qué más quieres de este hombre? (hablando por Gayoso): veis cómo nos recibe, y cómo ha tratado á todos los que le han venido á ver; todos dicen que es bueno, á mí también me lo parece; así, si tiene géneros suficientes para regalar á los jefes y guerreros, voy á concluir ahora con él. Añadió algunas otras reflexiones favorables hacia los españo- les, y en todo manifestaba buenas disposiciones. Inmediatamente hizo Gayoso reconocer los géneros que para regalos á los indios había en los almacenes, y comenzó á repartir las dádivas que facilitarían la celebración del Tratado. Como á las tres de la tarde, llegó al Gobierno el rey de los Chi- cachas, con Itelaghana y Stonahuma, y á pesar de que se les había enviado comida al campamento, volvieron á comer con Gayoso. A las cinco, el rey se separó de los otros, pidiendo vino y aguar- diente para despedirlos, lo que le fué concedido. 52 Luego, quedando solo, entró en el despacho de Gayoso con el intérprete, y dieron principio á una conferencia reservada. El Gobernador comenzó su discurso diciendo que hombres co- mo ellos, encargados de los negocios del público, convenía que se viesen privadamente para comunicar sus secretos con libertad, sin estar expuestos á descubrirlos á todos. Contestó que aprobaba mucho este sistema, y que él tenía infi- nitas cosas que comunicarle. Continuó Gayoso haciéndole una individual relación del proyec- to de las Compañías de la Carolina, y de las operaciones de OFa- llon en el Kentucky con el determinado intento de venir á estable- cerse en los Nogales, aunque sin autoridad del Congreso. Le expli- có cómo los Estados Unidos estaban en paz con España, y que eran una nación amiga, pero que entre ellos* había muchas gentes que desatendiendo las leyes de su país, se juntaban en. Compañías y usurpaban las tierras de los indios, y que las referidas Compañías, por medio de O'Fallon, también intentaban ocupar las de España. Que con estas noticias había subido inmediatamente á los Noga- les con muchos guerreros y gruesa artillería, á construir allí un fuer- te; que en aquel tiempo, á los pocos días de estar allí, fué Itelaghana á verle, y le dijo que aquellas tierras pertenecían á los indios; que él iba á su nación á dar noticia á Franchimastabe de lo que había visto, quien se entendería con Gayoso; que éste recibió y envió so- bre este asunto varios mensajes hasta la época presente, y le demos- tró entonces el indisputable derecho que el Rey de España tenía so- bre dichas tierras, habiéndolas conquistado de los ingleses, añadien- do cuanto podía convencerle; finalmente, le refirió cuanto sobre este asunto tenía comunicado á su Gobierno, haciéndole presente la in- gratitud de la nación Chacta y lo poco que con ellos adelantaba en esta negociación, lo que le obligó á escribirle, sabiendo la influencia que tenía sobre todas las naciones indias, rogándole que viniese con Franchimastabe á verle. Contestó que desde el principio estaba informado de todo, por- que Franchimastabe se lo había comunicado á proporción que suce- dían las ocurrencias; que últimamente, cuando recibió su carta, aun- que disponía un viaje para la Movila, determinó acceder á sus ins- tancias; que vino á la nación Chacta y obligó á Franchimastabe á que le siguiese, y que ya entonces convencido de que la razón esta- ba de parte de Gayoso, dijo que era una locura disputar el territorio de los Nogales; que si ellos se obstinaban, los españoles tenían el ar- bitrio de privarlos de todo comercio; además le dijo él: «tú eres ya muy anciano, poco puedes vivir; tú eres el único que se opone á que 53 los españoles vivan pacíficos en los Nogales; en cuatro días que há que estoy en tu nación, he conocido que todas tus gentes están dis- puestas á ceder; todos te han abandonado; sólo uno está fijo á tu modo de pensar (haciendo referencia á Brashears, cuyo consejo se- guía Franchimastabe); así, aprovéchate durante tu vida de lo que te diere el Gobernador de Natchez, pues que te dice que tiene en su poder géneros bastantes para contentarte.» Informó asimismo de cómo él fué quien en tiempo de los ingle- ses hizo dar una grande medalla al antecesor de Franchimastabe; que cuando aquél murió, los ingleses le preguntaron á quién debían darla, y por su consejo la concedieron á Franchimastabe. Que mu- cho tiempo después que los españoles entraron en el país, recibió un mensaje de D. Esteban Miró, por mano de D. Juan de la Villebeu- vre, á fin de que Franchimastabe cambiase su medalla inglesa por otra española; que por su consejo se conformó con ello, y lo acom- pañó á Nueva Orieans, donde entregó su medalla inglesa, y por no estar hecha la española se la enviaron á su país algún tiempo des- pués, y en aquella ocasión sólo le dieron una bandera. En atención á lo cual consideraba á Franchimastabe como hechura suya, y que estaba obligado, no sólo por esta razón, sino por la preferencia que tenía sobre él en la nación Chacta, á obedecerlo, y que á la verdad Franchimastabe lo reconocía así y estaba dispuesto á conformarse con cuanto dispusiera, como se lo dijo á su llegada, y segunda vez en el campo. Le hizo varias reflexiones sobre el interés común de las nacio- nes indias, que era de vivir siempre unidos y aliados como si fuera una sola nación, para la defensa de todas; que si así lo hiciesen, po- dían seguramente contar con el poderoso auxilio de España, quien en caso de verlos atacados los asistiría vigorosamente, suministrán- doles armas y municiones y todo lo demás que le fuese posible, pe- ro que en retorno esperaba la nación española que ellos le serán fie- les aliados y que no formarían alianza con ninguna otra, porque no sería razón que al paso que les favorecía tanto, tuvieran ellos comer- cio directo con otra nación. Contestó el rey de los Chicasas ó Chicachas, que él conocía bien cómo su interés no era otro que el de conservarse afecto á España; que en Panzacola y la Movila encontraba cuanto necesitase; así, que no apetecía otras amistades; no obstante, que como él deseaba estar en paz con todo el mundo, recibió amistosamente un mensaje de los americanos, con un regalo de pólvora y balas, que aceptó puramente por no desairarlos; que después había recibido otro algunos meses hacía, en que le enviaban una camisa blanca, con la indicación de 8 54 que era para ponérsela junto á sus carnes, en sefial de la intimidad y alianza que querían formar con él; mas que sospechando que la intención de los americanos sería tomarle sus tierras, no admitió la camisa, respondiendo que á él no le faltaban camisas; que hacía buenas cacerías, y que con las pieles iba á Panzacola y á Movila por cuanto necesitaba. Replicóle Gayoso que los españoles no se oponían á que estu- viesen en paz con los americanos, pero que no era justa la intimidad que pretendían; que además de eso, á los indios no les tenía cuenta, porque siendo el Rey de España dueño de todas las aguas por don- de los géneros se pueden llevar á los pueblos indios, le sería muy fácil cortar esta comunicación, si viera que también comerciaban con los americanos. A lo que replicó el jefe indio ser esto verdad, pues los americanos, para llevarles cualquiera cosa, tenían que atra- vesar grandes montañas y caminos muy dificultosos. Que él no po- día menos de tratar con ellos algunas veces, porque se hallaba con- finando con sus tierras, y para vivir en paz era necesario escucharlos algunas veces, pero que jamás formaría alianza con los americanos. Ya conformes Gayoso y Tascaotuca en lo principal, salieron am- bos y por caminos distintos llegaron á los almacenes del Rey para que viese el reyezuelo indio si los géneros allí existentes podrían con- tentar á sus guerreros; le parecieron pocos, y pidió que se aumenta- ran el aguardiente, la pólvora y las balas, á lo que accedió el Gober- nador, con quien luego comieron Tascaotuca, Franchimastabe y otros cuatro jefes, y se acordó que todos éstos dormirían allí para tratar el negocio con mayor secreto, en conferencias á las que se dispuso no asistiera Turner Brashears. Llegada la noche comenzaron los indios sus coloquios, y á eso de las nueve llamaron al Gobernador, quien se sentó en rueda con ellos, y notó una formalidad increíble en aque- llos bárbaros. Habló el primero Tascaotuca, y dijo que tenía confe- renciado con aquellos jefes principales que estaban presentes, y uná- nimes convenían en que el territorio de los Nogales perteneciese in- disputablemente al Rey de España, para que hiciera de él lo que quisiese; que este era un asunto concluido, y se ratificaría al día si- guiente muy temprano en el Congreso, porque convenidos como estaban, al amanecer irían todos al campamento á hablar con los otros jefes y con los guerreros que allí estaban, para convencerlos. Añadió Tascaotuca que á las mercancías existentes en los alma- cenes había que agregar nueve barriles de pólvora, y mucho aguar- diente, para contentar á los guerreros; que además necesitaban ocho carabinas para repartir entre los jefes; cinco sillas de montar, y al- gunas otras bagatelas; de todo lo cual envió Gayoso, más adelante, 55 tina relación minuciosa. Dijo también que Stonahuma, quien se ha- llaba presente, era sujeto de mucha suposición en ambas naciones Chicacha y Chacta, por ser el hombre de confianza que siempre ele- gían para enviar mensajes; que nunca había tenido medalla, así que ahora pedía se le diese patente y medalla grande, como jefe de esta clase, como constaría ser cierto; se la ofreció Gayoso, y que conforme lo pedían le daría un nombramiento provisional mientras que el ba- rón de Carondelet remitía el que debía verdaderamente condecorar- le, así como otros dos que también le recomendaron. Acabada esta plática invirtió Gayoso el resto de la noche en dis- poner los hilos de cuentas blancas para los jefes, y dos más largos que significaban los caminos de paz entre España y las naciones Chicacha y Chacta, con igual número de pedazos de tabaco, señal de amistad, para cada uno de los jefes. Luego redactó los artículos del Tratado que se debía firmar al siguiente día, á fin de que nada faltase en el acto del Congreso, aprovechando de este modo la buena disposición en que se halla- ban los indios para dar feliz término á un asunto de tanta impor- tancia. El día siguiente amaneció lluvioso, y como el Congreso no se podía celebrar al aire libre, ni en casa del Gobernador, que era nada espaciosa, convino Gayoso con D. Gregorio White, que hacía de cu- ra por hallarse el párroco en los Nogales, que se celebrara en la igle- sia, en cuya parte baja se hizo una división que se adornó con la bandera nacional. Hecho esto mandó Gayoso que se enviara una guardia á la puerta de la iglesia; reforzar todos los puestos de la Plaza; que toda la demás tropa se mantuviese dentro del fuerte, y la artillería carga, da y pronta para hacer triple salva luego que desde la iglesia man- dase hacer señal, en celebridad de haberse finalizado el Tratado; y para que el acto fuese más solemne convidó á toda la oficialidad que no estaba de servicio, á los empleados de la dotación y á los vecinos notables de las inmediaciones. Estaba señalada la hora de las once para la concurrencia de los indios; con anticipación fué Gayoso á la iglesia con el acompaña- miento referido, y se colocaron en el sitio que á cada uno estaba se- ñalado, teniendo sobre la mesa, papel, tintero y una bandeja en que estaban las cuentas, tabaco y pipa, todo cubierto con un pañuelo blanco. Hallándose en esta disposición llegó el rey de los Chicasas y Franchimastabe, acompañados de todos los demás jefes y guerreros que había en su campo, donde sólo quedaron las mujeres. Después de una pequeña pausa dijo Gayoso á Turner Brashears 56 que estuviese con suma atención á lo que le decía y á lo que tra- ducía Ebenezer Fulson, intérprete de aquella dotación, á fin de ad- vertir cualquiera equivocación ú olvido que pudiese ocurrir, pues que su voluntad era el que con la mayor claridad se entendiesen unos á otros. Ofreció hacerlo así, y dirigiéndose á los jefes empezó de este modo: Es verdad que te informé en mi carta, que nuestro Gran Rey de España debía enviarme géneros para hacer un buen regalo por las tierras del Yazu, pero que esto tardaría bastante tiempo; no obs- tante, que si tú querías venir ahora á tratar conmigo, yo buscaría gé- neros para contentarte: tú has venido aun antes que yo te aguarda- ba, así te has convenido á lo que yo proponía. ¿Qué sabía D. Este- ban Minor, ni Turner Brashears, si yo tenía ó no géneros bastantes, ó si los he recibido después que ellos te hablaron? Mira al rey de los Chicachas, el hombre que tanto bien te ha hecho, y dime si no te confundes de haberle faltado, como lo demuestra tu discursos Franchimastabe quedó lleno de vergüenza con la dura réplica de Gayoso, á quien luego dijo en secreto que había procedido así para conservar la buena fama entre los suyos, y los indios, dando rienda suelta á su alegría, acordaron celebrar un juego de pelota, diversión á que eran muy aficionados. En los dos días siguientes 60 distribuyó Tascaotuca los regalos, y queriendo saber Gayoso hasta qué punto se hallaban satisfechos del convenio, les facilitó mucha bebida para ver si en la embriaguez manifestaban algún desconten- to; Ebenezer Fulson, encargado de tan curioso espionaje, solamente oyó frases de contento. Hubo, sin embargo, que hacer todavía algunos regalos á Tas- caotuca suponiendo que los compraba con dinero que le prestó Ga- yoso (1) y á los intérpretes Fulson y Brashears. Don Esteban Minor acompañó á los indios en su viaje de regreso, no sin hallar dificul- tades con aquel rebaño de bárbaros dados á la embriaguez, y tanto que hubieron de ayudarle en tan penosa tarea el oficial de Artillería D. Antonio Solier, y D. Ricardo King, hasta dejarlos en Bayn Pierre encomendados á Turner Brashears (2). (1) «El Rey de los Chieachas— dice Gayoso—, aunque con mucha moderación, trataba ahora de su interés personal; me dijo que quería guardar alguna cosa para sí, sin que lo conociesen los demás; así, que le presentase yo una porción de pesos en un talego, que él me los devolvería, para con ellos hacer creer á los demás que era dinero suyo con el cual pensaba comprar géneros. Mandé poner doscientos pesos en un talego y se los entregué; hizo el fingimiento que propuso y me los devolvió, pero al tiempo de entregarlos me pidió que le diese algún dinero de aquel para efec- tivamente comprar alguna cosa por el camino y en su país. Estuve por darle los mismos doscientos pesos, pero reflexioné que con la mitad lo contentaría, como así sucedió. »Por diferentes veces me pidió uoa porción de menudencias que no me pareció prudente rehusarle; así, sin límite le proporcioné cuanto deseaba, y lo mismo á Franchimastabe y algunos otros jefes de influencia, pero á éstos con más restricción; todo lo cual consta de las relaciones que adjunto remito, no hablando de muchas cosas de valor que les he dado de mi propia casa. » Entre otras cosas de consideración que fué menester comprar para completar el regalo, fué la aguardiente, que en el día es muy cara y escasa.» (2) «Como durante la mansión que hicieron aquí concurrieron otros muchos, su número ora muy considerable, pasando de trescientos, sin contar mujeres y niñosi y dueños de tanta bebida como llevaban, podrían hacer alguna estorsión en el Dis- trito al tiempo de retirarse. Fijado, pues, el día de su marcha para el sábado diez y nueve del corriente, dispuse que los acompañase hasta Bayn Pierre D. Esteban Mi- nor, un alguacil y dos personas más de su confianza para suministrarles víveres en el camino y cuidar de su buen orden. iquel mismo día me participó dicho oficial que se hallaba muy embarazado para cuidar de todos los iudios, porque la mayor parte estaban ebrios, y repartidos en bandos, unos se adelantaban y otros se quedaban atrás. Inmediatamente envió para que le ayudase al teniente del Real Cuerpo de Artillería D. Antonio Soler, á D. Ricardo King, habitante de este Distrito, otro alguacil y dos habitantes más, á quienes será menester hacer alguna gratificación que aún no he arreglado, porque no se han presentado. »Hace dos días que regresaron D. Esteban Minor y D. Antonio Soler, partici- pándome haber dejado los indios muy satisfechos y contentos, saliendo de Bayn 61 Como la posesión de Los Nogales era de suma utilidad para la defensa de La Luisiana, apenas el Barón de Carondelet tuvo noticia de las primeras negociaciones, habíase apresurado á escribir, lleno de entusiasmo, al Conde de Floridablanca, que los Chactas consenti- rían en ceder á los españoles aquel paraje mediante un regalo que podría costar 2.000 pesos, de tal modo que con fortificar la nneva adquisición, como también las plazas de Nueva Orleáns, Natchez y Movila, y aumentar con un regimiento la guarnición existente en la Luisiana, que sólo constaba de 760 hombres, estaría la colonia defen- dida contra los probables ataques de los yankis. Agregaba Caronde- let la noticia de haberse confederado los Chactas, Cherokis, Kriks y Chicachas, y que todo se iba disponiendo bien para malograr la eje- cución del tratado de límites hecho por los Kriks con los Estados Unidos, convenio que calificaba de indecoroso y sumamente perjudi- Pierre encargados á Turner Brashears, de quien acabo de recibir carta con fecha de ayer, que se hallaban ya fuera de despoblado, y que se había visto en la precisión de tomar más quince barriles de maíz, cuyo importe libraba sobre mí, para no ha- llarse en apuro con tanta gente. Me dice mil expresiones de gratitud y amistad de parte del Rey de los Chicachas, Franchimastabe y demás jefes, asegurándome que todos se retiran perfectamente satisfechos.» A la cesión de Los Nogales parece referirse una carta enigmática de Franchi- mastabe, que como todas las suyas, incluye petición de cafó, azúcar y otras cosas de su gasto: «No te pido nada, todo lo dejo á tu disposición; hombres que venden géneros, regatean como quieren, pero yo vuelvo á decir que lo dejo á tu generosidad. Tengo deseos de verte, y pienso ir, pero aguardaré hasta que tú quieras. Cuando yo reciba noticias tuyas, y sepa que todo está derecho, entonces podré mejor determinar lo que he de hacer. Te envío este escrito para enterarte que pienso informar á los Chi- casas de esto; no hay más que dos pueblos de ellos que tienen que hacer con ello. Esto que te envío espero que lo remitas á la Nueva Orleáns. » A todo esto yo soy un hombre colorado, hago uso de café y azúcar, pero no tengo con qué comprarlo. No soy hombre de dos palabras, y espero que tú serás lo mismo, y confío en que no permitirás pobladores en aquel sitio además del fuerte; estarse quieto hasta que todos los asuntos estén concluidos. » Espero que tú te estarás quieto hasta que nos veamos; yo soy un anciano y me hallo á la cabeza de todos los blancos que están aquí, y los amo, y no quiero abo- chornarlos; los géneros existiendo allí hacen una grande confusión en la nación y pido que se pare, y durante tu gobierno no haya allí más géneros. >Recibí con amistad al mayor Minor, así espero que harás lo mismo con el hombre que envío á oir y recibir tus palabras, para que me las refiera derechas cuando vuelva, y también va para ser testigo de que se para en este distrito el co- mercio con los indios.» Carta de Franchimastabe a D. Manuel Oayoso de Lemos. — Nación Chacta, 28 de Mayo de 1792. (Arch. de Indias. — Papeles procedentes de Cuba). 9 62 ciál á la España, pues él había prometido á las naciones indias ve- cinas auxiliarlas en caso de verse invadidas por los norteameri- canos (1). Con el mismo fin de unir á las tribus indias en una alianza con- tra los norteamericanos, visitó D. Pedro Olivier á los Criks y pro- curó en una Junta convencerles de cuánto les perjudicaba el tratado que habían hecho con aquéllos en el año 1790, cediéndoles un in- menso territorio, con daño manifiesto de España, por lo que debían, para defender sus intereses, formar una confederación con sus her- manos los Cherokis, los Chicasas y los Chactas, y para ello cele- brar un congreso en el paraje más conveniente, seguros de que el Gobernador de la Luisiana los protegería con todas sus fuerzas; á lo que añadió Gillevray, el activo mestizo, que el Gobernador Caron- delet reprobaba dicho Tratado. Se acordó en aquella junta que el congreso podría tenerse en Panzacola para los Criks y Cherokis, y en la Movila para los Alibamones, Chicachas y Chactas, como ante- riormente se había hecho; pero observó Alejandro Me. Gillevray que no podría tener lugar hasta los primeros días del mes de Sep- tiembre próximo, á causa de los trabajos que habían de hacer los Criks para sus escoltas de víveres y las fiestas que acostumbraban hacer en los meses anteriores, como también porque antes debía tra- tar este negocio con el Gobernador de la Luisiana (2). Gayoso de Lemos había conseguido un triunfo con que los in- dios accediesen al establecimiento de España en Los Nogales, y me- reció bien de la patria por su habilidad, mas no contaba con la per- tinacia norteamericana en valerse de derechos injustificados, pero que defendían con astucia y con el creciente poderío de la nueva re- pública, que nació imperialista á despecho de las doctrinas democrá- ticas y pacifistas de Washington y de sus ministros. (1) Carta del Barón de Carondelet al Conde de Floridablanca. — Nueva Or- leáns, 17 de Abril de 1792. (Archivo Histórico Nacional.— Estado, leg. 3.898). (2) Carta de D. Pedro Olivier al Barón de Carondelet.— Pequeño Talassie, 29 de Mayo de 1792. (Aren. Hist. Nac, Estado, leg. 3.898). CAPÍTULO IV Establecimiento de los españoles en Tombecbé y Muscle Shoals. —II. Negociaciones de Carondelet con el mestizo Gi- llevray. — III. Intenta Carondelet una confederación de los I indios contra los Estados Unidos. — IV. Plantéase nueva- mente EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD COMERCIAL EN LA LüISIANA. — V. Tratados de España con los indios Cherokis, Chactas, Chicasas ó Chicachas, y otras naciones, firmados en Mayo y Octubre de 1793. Logrado por Carondelet el triunfo, y no pequeño, de establecer un puesto militar en Los Nogales, la fortuna quiso brindarle con otro que servía de complemento al anterior, y que formaría una ba- rrera contra el avance de los yankis. El guerrero Bloody Fellow, ene- migo acérrimo de los norteamericanos, aconsejó á Carondolet que reedificase los fuertes de Tombecbé y Muscle Shoals, poseídos ante- riormente por los franceses, con lo cual España dominaría las dos orillas del Mississippí hasta la confluencia del Ohío, evitando así que los yankis abriesen, corno proyectaban, una comunicación con el Atlántico por los ríos Tennesee, Tugeloo y Sawanah. Sólo faltaba para realizar la propuesta de Bloody Fellow el consentimiento de los pueblos indios comarcanos, que no sería difícil conseguir, y el ade- lantarse al general Scot, que proyectaba apoderarse de Muscle 64 Shoals. Tales intentos los expuso Carondelet en una carta al Conde de Aranda, en la que exponía así sus noticias y sus propósitos: Tengo la satisfacción de participar á V. E. con esta fecha, que "los jefes Cherokis, actualmente en esta Ciudad, á cuya cabeza se ha- lla Bloody Féllow, solicitan que la España restablezca dos fuertes an- tiguamente ocupados por los franceses; el de Tombecbé, situado en la nación Chacta, á los 32 grados y algunos minutos, que es á corta diferencia la misma latitud del fuerte de Nogales, del que, como de la Movila, dista ochenta leguas; y el de Muscle Shoals sobre el río Tenesy, ó Cheroki, en su misma nación, á los 34 grados y algunos minutos de la misma latitud, que dista de la orilla oriental del Misi- sipí unas treinta leguas, y del citado antiguo fuerte de Tombecbé unas veinte; por último, del Ohío, unas treinta y cuatro. Por medio del restablecimiento de estos dos fuertes, la España dominaría ambas riberas, del Misisipí hasta la embocadura del Ohío, apartando para siempre los americanos de éste, cuya navegación, y paso es todo el objeto de sus establecimientos del Oeste; y finalmen- te, desvanecería el proyecto que tienen concebido de abrirse una co- municación desde el Ohío hasta el Océano, por los ríos Tenesy ó Che- roki, Tugeloo y Savanah «Las ventajas son tan palpables que los americanos trabajan de algunos años á esta parte, á hacerse dueños de aquellos parages, pe- ro las guerras, y excursiones de los indios han destruido hasta ahora todos sus proyectos, y tentativas; la España, al contrario, convidada por aquellas naciones, puede ocuparlos sin la menor oposición en es- te instante, y desde ellos extender su comercio considerablemente hasta los mismos establecimientos Americanos; sostenidos por los su- yos de la orilla del Oeste, y por las fortalezas de Nuevo Madrid, y Nogales; por último, de los mismos indios á cuya petición se forma- rán, serán respetados de los Americanos, en todo tiempo. El artículo 7.° de la declaración de derechos de la Constitución de Virginia, que dice: ninguna parte de la propiedad de un hombre puede serle quitada, ni aplicada á usos públicos sin su propio consentimiento, ó el de sus le- gítimos representantes, y el Pueblo no queda ligado sino por las leyes que de este modo hubiere consentido por el bien general, autoriza la na- ción Cheroki á vender, ó ceder, sus tierras, á quien mejor le acomo- dare, tanto más que no se halla ligada en esta parte por Tratado al- guno con los Estados Unidos, según lo afirman Bloody Fellow, y los demás jefes citados. No obstante, para precaver las imputaciones de usurpación, ó ambición de extender injustamente sus posesiones, que le podrían resultar, como igualmente para ganar el tiempo de consultar al Ca- 65 pitan General en un asunto de tanta importancia, he contestado á los jefes Cherokis, que, no necesitando, ni deseando S. M. más domi- nio, ni tierras de las muchas que posee, nunca consentirá á formar aquellos establecimientos antes que las demás naciones que deben entrar en la federación defensiva, consienten unánimes en ello; esto es, los Chactas, Chicachas, Creeks y Sawanos; y que todos confiesen que únicamente para su protección, y utilidad, los españoles, llama- dos de los Cherokis, y Chactas, han formado y levantado los fuertes expresados. cEl tiempo es precioso, y el secreto indispensable para evitar que los americanos se anticipen, y echen á los cherokis de aquellos para- ges; tanto más que el general Scot debía baxar en todo Octubre á formar en Muscle Shoals un establecimiento; con que luego que ten- ga la aprovación del Capitán General, pasaré á executar el proyecto mencionado, cuyas ventajas no me permiten dudar de esta. En cuanto á los motivos, más que aparentes, que hay de persua- dirse, que los Estados Unidos no se arriesgaran á una guerra abierta con la España, para sostener sus establecimientos del Oeste, que les han costado ya tanto para mantener la guerra contra los salvajes del Norte, y conservar las tierras que les tienen usurpadas, me refiero á lo expuesto en el oficio reservado número 17 de 18 de Octubre últi- mo, tanto más que habiendo representado varios Estados al Congre- so que toda la juventud más brillante pasaba á los establecimientos del Oeste, lo que debilitaba mucho los primeros, se trató en el Con- greso, si sería, ó no más conveniente el abandonarlos, resultando que ellos miran, á lo menos con mucha indiferencia, en la actualidad, á los mencionados (1). II De las comunicaciones más curiosas dirigidas por Carondelet al Gobierno español acerca de estos negocios, cuyo embrollo se hacía cada vez más complicado, es su carta al conde de Aranda, fechada en Nueva Orleans, á 7 de Julio de 1792 (2); por ella vemos la situa- ción difícil en que se encontraba, teniendo frente á frente la diplo- macia astuta y la firmeza de resolución de los norteamericanos, y (1) Carta fechada en Nueva Orleans á 20 de Noviembre de 1792. (Arch. Histórico Nacional.— Estado, leg. 3.898. , (2) Arch. Hist. Nac— Estado, leg. 66 sin otro apoyo que las veleidades de Gillivray, quien firmaba trata" dos para luego no cumplirlos, y el esfuerzo de los indios, inconstan- tes en sus propósitos, y que mal podían luchar ventajosamente con las armas de la república, y menos aún con su propia codicia, que posponía los intereses colectivos á unas cuantas libras de tabaco y un tonel de aguardiente. Por estas consideraciones vemos á Carondelet luchando con ideas opuestas; se felicita de que con unas adiciones hechas al tratado del año 1789, autorizadas por Gillivray como re- presentante de los Cherokis, y que ratificaría el cuerpo de esta na- ción cuando celebrase á fines de Junio la cosecha del maíz y encen- diese el fuego nuevo; con la posesión de los Nogales, y con las alian- zas de los Creeks con los Cherokis y los Chactas con los Chicachas, podía España contar con un ejército de 24.000 guerreros indios que servirían de barrera infranqueable á los americanos. Pero estas ilu- siones tan patrióticas luchaban con graves dificultades. Gillivray, que deseaba eludir el cumplimiento del tratado hecho con estos en 1790, alegando fuerza mayor, pues no contaba á la sazón con armas, quería introducir una cláusula nada viable: la de que Su Majestad sería garante de los derechos y pretensiones de la nación Créele á las tierras que actualmente poseían, omitiendo estas palabras del tratado de Panzacola, en su art. 13; con tal que estas queden comprehendidas dentro de la línea y límites de Su Magestad Católica, nuestro soberano. Gillivray se veía en situación ambigua y comprometida; Carondelet le había obligado con amenazas á presentarse en Nueva Orleans, y en tanto llevaban los comisarios norteamericanos cuatro meses espe- rando en Rockolanding, con abundantes regalos, para marcar los lí- mites convenidos en el tratado de 1790; Carondelet no se atrevió á incluir dichas palabras en el texto que se discutía, y con sobrada ra- zón, pues no ignoraba lo dudosa que era la cuestión de límites entre las posesiones españolas y las de los Estados Unidos, porque el fuer- te de Nogales, que España tenía interés en conservar, y que realmen- te era importantísimo, estaba situado más arriba de los 32 grados, y el de Tombecbé, construido en el año 1789, caía en los 32° 50', ó sea en la región que los americanos deseaban arrebatar á los indios. Era verdad que el tratado de 1790 no había sido ratificado por la nación Creek, resuelta á morir antes que perder sus tierras más fér- tiles y más abundantes de caza; pero también era indiscutible que el Gobierno de Washington no cedería un ápice de sus derechos. Y puesto ya Carondelet á deducir imparcialmente lo que se debía esperar del carácter de los americanos, y de su ánimo emprendedor, que no se arredraba ante cualquier género de obstáculos, predice con claridad el triste porvenir de las colonias españolas de la Florida, la 67 Luisiana y aún parte de México, cuyo destino era caer en la órbita de acción de la república vecina: «El modo de portarse de los Estados Unidos desde el principio del año, denotando al propio tiempo unos designios ambiciosos y ocultos, nos precisa igualmente á adoptar unos medios nada contra- rios á la más exacta justicia, pero que en otros tiempos no se habrían quizás empleado, su representación pasada á S. M. por el Ministerio de Francia, con fecha de 1.° de Junio de 1791, dio lugar á la Real Orden de 28 de Septiembre, que con otra igual de 24 del mismo mes previene de reforzarme, y por consiguiente á las precauciones de de- fensa que se van tomando; las levas extraordinarias que se empeza- ron en todos los catorces Estados á principios del año, y que se es- tán continuando con actividad; la reunión de un Ejército sobre el Ohío, con el que pueden caer en muy pocos días sobre estas provin- cias; las amenazas hostiles de los habitantes del establecimiento de Cumberland contra el nuestro de Nuevo Madrid; la incesante perti- nacia conque intentan separar las naciones indias de su alianza con la España, atrahiendo sus jefes á conferencias, ó á sus establecimien- tos, como lo evidencia el oficio que acabo de recibir del comandante de la Movila Confirmado por otras dos anteriores del Gobernador de Natchez, denotan patentemente que los Estados Unidos están re- sueltos á conseguir por la fuerza la libre navegación del río Misisipí, y toman de antemano sus medidas para caer sobre estos estableci- mientos siempre que S. M. se niegue á esta solicitud. Ya tengo representado al Rey Que considero la mencionada concesión como un paliativo del instante, que arrastrará y asegurará indispensablemente y en pocos años la pérdida de estas provincias, y de resultas la del reino de México; el espíritu ambulante, inquieto, é independiente de los americanos no se limitará nunca á la rivera Este del río Misisipí; apenas podemos contener sus correrías á la otra banda en la actualidad, que somos dueños de ambas riveras hasta el Yazu, y que el temor de los indios, con quienes están en guerra, los aleja de la parte del río desde el Yazu hasta el Ohío; de suerte que algunos penetran ya hasta el reino de donde traen caballos: ¿qué se- rá cuando atraídos por las utilidades de la libre navegación y del puerto franco que ellos solicitan quedare poblada toda la rivera Este del río hasta el Ohío? ¿De qué medios se valdrá la España para im- pedir que ellos atraigan todo el comercio?; ¿que ellos hagan un contra- bando inmenso? toda la población de la parte Este de los montes Apalaches acudirá á la orilla del río, de la que quedarán lanzadas nuestras naciones aliadas; toda la población de este ciudad pasará á sus pueblos, atraídos los comerciantes por la facilidad de hacer el 68 contrabando y su comercio; á la menor desavenencia que se levante entre sus establecimientos y los nuestros (no les faltarán motivos de encontrar, y hacerlos nacer) se echarán sobre la Luisiana, y una vez dueños de ella, nadie se la ha de quitar, como que la entrada del río es sumamente fácil de defender.» Pero, aún después de tan amargas profecías, vuelve un rayo de esperanza á iluminar el alma de Carondelet, y propone los medios conducentes á la salvación de la Luisiana: «En el mismo oficio reservado expuse los medios que, á mi pare- cer, son tan decorosos á la nación española como constantes para ale- jar los americanos, conservar y poblar la Luisiana. Hasta ahora, cuanto he previsto, y emprendido para el mismo fin se ha consegui- do: dos regimientos españoles y cien artilleros durante cuatro años; el comercio libre para esta ciudad, tanto á todas las naciones euro- peas, pagando un seis por ciento de entrada y salida, como á los americanos pagando lo propio; pero sin pasar de la Nueva Orleans, bien entendido que sus géneros no pagarán después á su salida por la Valiza; trescientos mil pesos en el primer año para armar y muni- cionar nuestras naciones aliadas, y doscientos mil en los años subsi- guientes; respondo á S. M. de estas provincias, de su aumento y fo- mento, atrayendo á ellas la emigración que se hace ahora á los esta- blecimientos americanos, y obligar á estos á pedir la paz á los indios después de haber visto asolados todos sus establecimientos situados á esta parte de los montes Apalaches; esta paz se haría sobre unos principios sólidos que asegurarían á los indios sus tierras y vidas. > A la conclusión de su carta dice Carondelet que había aumenta- do en 1500 pesos el sueldo asignado á Gillivray, cantidad que este cobraba de los americanos, y que se la quitarían al saber la doblez de sus tratos; añade que ante el peligro inminente de que los geor- gianos invadiesen las tierras cedidas por los indios, ó al menos por Gillivray, iban dando á éstos armas y municiones, por vía de regalo, los comandantes de Natchez y de San Marcos; esperaba de las Rea- les Cajas de México le enviaron 300.000 pesos, y que las . tropas ne- cesarias estuviesen en Nueva Orleans lo más tarde á comienzos de Diciembre cuando la crecida del Mississippí facilitaría la bajada de los norteamericanos. 69 III Para contener el avance de los norteamericanos, cuya ambición era llegar á las orillas del Mississipi, ya confederándose con las tri- bus indias, ya conquistándolas poco á poco, fomentó Carondelet un proyecto que le había sugerido Villeveuvre, y aun con optimismo nada conforme á la realidad, lo juzgó como la única tabla de salva- ción á que podía asirse España para defender sus intereses en la Luisiana. Tratábase de que las naciones bárbaras comprendidas en- tre los montes Apalaches, los ríos Ohio y Mississipi y el golfo de México, se uniesen bajo la protección de España en contra de los americanos, quienes pensaban reunir en las márgenes del Ohio un ejército de diez mil hombres, conforme á una resolución de su Con- greso; y que en esto había un plan de conquista lo confirmaban al- gunas noticias que habían dado á Villeveuvre; el mestizo Brown, de nación Chicacha, oyó decir á un tratante llamado Carney, que en la primavera del 1793 los yankis llevarían mercancías por la Movila ó por la parte baja del Mississipi; el jefe Ugula Yacabé, declaró que estando en Cumberland, le había preguntado el Gobernador Blount qué partido tomarían los indios en caso de una guerra con los espa- ñoles. Al ejército americano esperaba Carondelet oponer otro de cua- renta mil guerreros indios de dichas tribus, y añadía que la nación Orik, quejosa de que los yankis le hubiesen usurpado algunos terri- torios con pretexto del tratado que se celebró en el año 1790, inten- taba romper las hostilidades por la Carolina y la Georgia, á lo que él se había opuesto por juzgarlo inoportuno. Acababa su carta dando suma importancia al plan ideado por Villeveuvre, de tal modo que con un gasto de 300.000 pesos, un regimiento y 150 artilleros, no sería difícil contener á los americanos en sus límites y conservar la influencia de España entre los pueblos indios (1). (1) «Si S. M. se cree precisado, como me lo parece, á rechazar las pretensio- nes de los Estados Unidos sobre la entrada y la navegación del río Misisipi, igual- mente que sobre, la posesión del territorio de Nogales, Natchez, Tombecbé, como so- bre la protección exclusiva y entera dependencia de las naciones Criks, Cheraquies, Chauanones, Chactas y Chieachas, que ellos se arrogan, y que de resultas se propa- sen, como no lo dudo, los mencionados Estados á hostilizar estas provincias, soltaré contra sus establecimientos del Ouest de los Apalaches todas estas naciones que uni- das á las del Norte no dejarán de arruinar estos en poco tiempo, y no les permitirán dirigir sus esfuerzos contra las posesiones españolas. Si S. M. prefiere tratar amistosamente estos asuntos, procuraré ínterin conte- ner la nación Crik, y mantener las demás reunidas, dando á entender, y haciendo 10 70 Lo cierto es que "Villeveuvre, dando pruebas de más espíritu práctico que Carondelet, do pintaba las cosas tan fáciles y tan claras, pues bien sabía la paciencia, la tenacidad y la astucia de los ameri- canos; tal se ve en su carta que copiamos casi íntegra por ser un do- cumento de mocho interés. «El veinte de Septiembre último he recibido las que v. s. me hi- zo la honra de escribirme con fecha de 12 y 13 del mes de Agosto pasado; las he leído y vuelto á leer con la mayor atención, y al prin- cipio me pareció que esta liga sería bien difícil de formar, sobre todo con las naciones del Norte, respecto á la distancia, la discensión y poca armonía que reina entre nuestras naciones vecinas; sin embar- go, por el contexto de esta verá v. s. que mis penas y cuidados no han sido infructuosas, y que he sacado partido de las circunstancias, proporcionando todo al suceso del plan propuesto. Tengo escrito á v. s. que el rey de los Chicachas, Tascahetoca, había verificado su arribo un mes antes á la nación Chactas con una palabra y sartas de avalorio de parte de las naciones Talapuches, Chauanones, Cheraquies, Abenaquies, Houis, Ouayatanones, Mascu- tens, Hauas, Chipouas, Saquies, Kikapus, Teaquies, Pauates y Chip- cas, para las naciones Chicachas y Chactas. Habiéndome, pues, apro- vechado de la ausencia de Franchimastabe, que se hallaba en la Mo- vila, dispuse varios jefes de diferentes aldeas en mi favor, haciéndo- les conversar repetidas veces con el rey de los Chicachas, que se ha- esperar á unas y otras que en el convenio, ó tratado que se concluirá, S. M. atende- rá á la conservación de sus aliados, y á arreglar sus límites de suerte á no dejar du- da ni motivos de discordias en lo venidero. Las resultas de una guerra emprendida con el auxilio de todas las naciones in- dias mencionadas, no pueden ser desgraciadas para la España, y al contrario deben arruinar y debilitar para muchos años los Estados Unidos, que, á mi entender, no se comprometerán desde que llegaren á penetrar este designio, y preferirán renunciar á sus pretensiones; pero és constante y evidente que siempre que las naciones in- dias consigan alguna restitución do sus tierras por el influjo de la España, sea me- diante una guerra, sea por el medio de las negociaciones políticas, tendrán para siempre el mayor concepto de su poder, y cotejando naturalmente sus procederes, sin pretensión, su 'amistad benéfica y constante, con las guerras crueles, las vejacio- nes, las usurpaciones que han experimentado de los americanos desde la época de su independencia, vivirán, con el mayor gusto y seguridad, reunidas bajo el amparo de la nación española, á la que tendrán por su protectora y dofensora contra sus antiguos opresores, y siempre prontos á sacrificarse para ella, no permitirán que la insulten impunemente; trescientos mil pesos, un regimiento español y ciento cin- cuenta artilleros bastarán para la verificación de este plan, en caso que S. M. se digno concederle su Real aprobación, único objetó de todos mis deseos. (Carta de Carondelet al Conde de Aranda. — Nueva Orleáns, 8 de Noviembre de 1792.— Arch. Hist. Nac. Estado, leg. 3.898). n liaba en mi favor; todos se pusieron de mi partido, de modo que las cosas se pusieron en el estado que yo deseaba y entonces hice convo- car una asamblea en el gran Yazu, que debía componerse de todos los jefes, al regreso de Franchimastabe, á la que me transporté yo mis- mo: había cuidado de su parte, el rey de los Chicachas, de preparar bien á Franchimastabe, que en efecto habló este día como un hom- bre; habló después de él, el rey de los Chicachas, comunicándoles to- das las palabras de que estaba encargado por todas las naciones arri- ba mencionadas, y que se reducían á prevenirles que los americanos los engañaban, como los había engañado á ellos mismos; que si los creían, caerían en el lazo; que es tiempo de que piensen en ello; que los americanos habían tomado las tierras de los Cheraquies, haciendo esclavos á sus mujeres é hijos; que los Talapuches se habían visto en la precisión de prestarles tierras para cazar, y procurarse su subsis- tencia; que lo mismo les sucedería á ellos; que era menester que se armasen y fuesen á la Nueva Orleans á pedir municiones al gran je- fe, para hacer un depósito como ellos; que debían unirse y aliar sus intereses, bajo la protección de los españoles, sus blancos, que po- dían, sin embargo, mantenerse tranquilos por lo presente; que ellos sólo se encargaban de hacerles la guerra, y que eran bien capaces de defenderse; que tenían cañones y fuertes; que los esperaban á pie firme, y que de ningún modo pensaban en hacer la paz; pero que si los Americanos llegaban á apagar sus fuegos, que se tubiesen pron- tos á recibirlos; que esperaran su respuestas y sus sartas de avalorio en señal de alianza; que á la caída de los cuernos de los venados (que quiere decir en fines de Diciembre ó Enero) vendrán muchos de ellos á buscar la respuesta á la aldea del rey de los Chicachas. Después que acabó de hablar, como de antemano tenía prepara- do algunos jefes, hablaron estos con calor, y la palabra fué recibida, concluyendo con que enviarían coliares ó sartas de avalorio, y sus palabras á las dichas naciones, de cuya comisión encargaron al rey de los Chicachas. Después de la asamblea dijo Franchimastabe que los Talapuches le hacían decir que era preciso que fuese á la Nueva Orleans á pedir sus municiones al Gobernador como les habían dado á ellos; que además el comandante de la Movila le había dicho que el nuevo jefe quería verle y conocerle; que iba á partir para la ciudad dentro de doce noches, con dos guerreros y el jefe de los Chicachas. Hice cuan- to pude para impedirlo juzgando que sin duda llevaría consigo mu- cha gente; van con él algunos de las seis aldeas; pero ninguno de la pequeña partida, y suplico á v. s. tenga la bondad de agasajarlos y recibirlos bien. La nación ha mudado de semblante desde mi arribo, 72 pues se observa en ella tanta diferencia como del día á la noche; no quedan en ella más que algunas patentes de capitanes que retiraré al primer día. Franchimastabe me ha suplicado le escriba á v. s. para que le envíe un lanchón y víveres al Estero de Lacombe, en donde piensa embarcarse. Como la pequeña partida, cuyo número de jefes y guerreros es considerable, por no haber tenido aviso, no se hallaron en esta asam- blea, por lo que hice una segunda que me costó un buey; en ella las cosas se trataron y concluyeron con la solemnidad posible, y los je- fes de gran medalla, Mingopuscuche, de la aldea de Conchac, Tapi- nahaquio, de la de Ebitabogulan; Chinanhulo Mastabe, de Anchaula; Yupaulo, de Yanabe, hablaron á medida de mi deseo; todo lo que han dicho ha sido en favor de nuestra nación, y prosperidad de to- das las que querían unirse con ellos bajo la protección de la España; consintiendo en la Liga propuesta cada jefe de los que han hablado en nombre de su aldea y nación, han entregado collares ó sartas de avalorio al Rey de los Chicachas, para que lo remita á las citadas na- ciones. Si v. s. pensare en poner el fuerte de San Esteban en donde an- tes se hallaba el de los franceses, á solas quince leguas de la peque- ña partida, y próxima á todas las aldeas, este es el momento favora- ble; v. s. ganaría mucho terreno, pues se halla á más de ochenta leguas de la Movila, en un paraje el más propio para construir un fuerte. Los Chactas van á pedir á v. s. municiones para conservarlas en depósito, y v. s podría valerse de esta oportunidad proponiéndo- les el fuerte para guardarlas, y sin duda lo lograría v. s. inmediata- mente, si es lo que juzga á propósito; porque luego que me vieron llegar á la nación, me preguntaron si venía á restablecer mi antiguo fuerte de Tombecbé. No podrá v. s. imaginarse cuanto ha hecho el rey de los Chica- chas por nosotros desde su arribo á la nación Chactas; es un hombre fino y diestro, aunque no lo parece, que ha sabido aprovecharse de todos los instantes, y que me ha ayudado mucho: Sírvase v. s. darle una medalla grande de oro y un buen presente, haciéndole hacer un bonito redingot galoneado. Me ha suplicado le escriba á v. s. para que le haga sentar á su derecha cuando hable á los Chactas, pues es- to le hará respetable entre ellos, y cuando les diga algunas palabras será escuchado con atención. Es tal su ascendiente que se burla de Franchimastabe y de los otros, haciendo de ellos lo que quiere, sin que éstos se aperciban. 73 Envío á v. s. el avalorio y tabaco que los Talapuches le dieron para entregar a v. s., lo que el mismo explicará. Acabo de saber por un Chacta últimamente llegado de los Chica- chas, que éstos se hallaban discordes entre sí; que la mayor parte estaban descontentos de los americanos; que prefieren los españoles, contra quienes no tienen otra queja, que sobre los pocos víveres que les dan cuando van á la ciudad, ó á la Movila. Como es mi deber advertir á v. s. de los abusos que pueden tal vez cometerse, ó que se hayan cometido sin que v. s. los sepa, digo á v. s. esto, pues que los Chicachas y los Chactas se quejan aunque se puede dudar de que digan la verdad; esto es lo que se pasa y lo escribo á v. s. para que si lo halla á propósito, haga velar sobre estos particulares; á los in- dios les gusta mucho el hartarse, y vale más que disminuir esta de- masía en los regalos; suplico á v. s. no lleve á mal si tomo la libertad de dar á v. s. este aviso, por haberlo creído necesario. Me servirá de la mayor satisfacción si las pequeñas fatigas que he tomado pudieran merecer la aceptación de v. s , siendo útiles para el servicio de S. M., y mi complacencia sería extrema si por este me- dio pudiese conservarme su estimación, y corresponder á la confian- za con que v. s. me ha honrado hasta este día, enteramente asegu- rado de que haré todos mis esfuerzos para aumentarlos, así como el respeto con que quedo de v. s. su más humilde y obediente servidor, Juan de la Vüleveuvre. — Bouctouca, pequeña partida de la nación Chacta, á 12 de Octubre de 1792. — Sr. Barón de Carondelet. El mismo Carondelet redactó un plan de las cuestiones que ha- bían de ser tratadas en el congreso de los indios, anticipando clara- mente la solución que se debía dar á cada una, y reducidas todas á impedir que los Estados Unidos fuesen poco á poco instalándose en tierras de los indígenas hasta dominarlas por completo. Las bases que para evitar esto proponía Carondelet, eran: «1.° De una confederación de las naciones Crik, Cheraquis, Chactas y Chicachas, puramente defensiva, bajo el amparo de la Es- paña, con la garantía recíproca de las posesiones de las partes con- tratantes. 2.° Del establecimiento de un congreso permanente compuesto de tres jefes de cada una de las cuatro naciones, en el paraje que se determinará desde ahora, debiendo procederse inmediatamente á su nominación para que entablado el mencionado congreso empiece in- mediatamente sus funciones: sus miembros se elegirán cada año, an- tes de la caza de invierno por cada nación; debiendo entrar en fun- ción al tiempo del maíz nuevo, y quedar mantenidas por el Rey, á 74 quien pagará ó -enviará lo que se estipulase en el congreso, necesario para su regular sustento. 3.° Que el Congreso será acoosejado por el comisario de S. M., quien asistirá á sus juntas, pero no tendrá voto en ellas. 4.° Que todos los asuntos pertenecientes á la paz, y buena ar- monía, segundad y garantía de las posesiones de las cuatro naciones se decidirán á pluralidad de votos en el expresado congreso, cuya presidencia recaerá sobre uno de los doce diputados alternativamen- te, debiendo pasar cada lana de una nación á otra. 5.° Que las cuatro naciones se obligarán á ejecutar y confor- marse á las decisiones del congreso en todas sus diferencias, sea en- tre sí, sea con las naciones blancas; y que la que rehusare hacerlo será precisada por las otras tres, que se reunirán contra aquélla, y emplearán la fuerza si fuere menester, para reducirlas á conformarse á la decisión general. 6.° Que por consiguiente ninguna de las cuatro naciones podrá haoer la paz, ó la guerra, por sí sola, sin el conocimiento y el conve- nio del congreso; pero que en el caso de hallarse insultada, ó atacada cada una de las cuatro naciones por otra, sea blanca ó colorada, se examinará el asunto en el congreso, quien decretará la satisfacción que la agresora deberá dar á la otra, y si aquélla rehusa el darla, to- das las cuatro se reunirán para hacerle la guerra, hasta precisarla á dar la satisfacción pedida, debiendo en este caso suministrar armas y municiones la España, su protectora, siempre que ella hubiese con- sentido á la misma, para lo que antes de declarar la guerra, ó hacer la paz, deberán comunicarlo al comisario del Rey, y éste al goberna- dor general». Tomados estos acuerdos, cada una de las naciones representadas en aquella asamblea debía nombrar un diputado, para que juntos fuesen á la capital de los Estados Unidos y ofrecieran suspender to- do género de hostilidades, bajo la dirección del encargado de Espa- ña, siempre que la república reconociese á los Cheroquis los límites anteriores al Tratado de 1885; á los Criks, los que tenían en 1784, y á los Chicachas y Chactas, los que gozaban entonces. Los Estados Unidos emplearían la fuerza, si hacía falta, para evitar las usurpa- ciones de sus ciudadanos en tierras de los mencionados indios, quie- nes, pasados tres meses, podrían tomarse la justicia por su mano. Si los Estados Unidos accedían á tales demandas, procurarían que las tribus del Norte viviesen en paz con la república; de otro modo, to- dos juntos, declararían á los yankis una guerra implacable. A cam- bio de todo esto, el Rey de España daría á las naciones indias con- federadas un socorro anual cuando sembrasen el maíz, y sería repar- 75 tido á los Cheroquis y Chicachas en las barrancas de Margot; á los Chactas en el Yazu y en el río Tombecbé; á los Criks, en Panzacola y Apalache. Por último, los blancos que residían en las naciones in- dias y allí tenían hijos, serían protegidos, con tal que se presentasen al Comisario español y prometieran observar lo susodicho (1). Aún más felices augurios hacía Guillermo Panton en carta diri- gida al Barón de Carondelet (2), acaso para congraciarse con éste y lograr ventajas en el salario que se asignaba á los comisionados en tierras de indios, que con capa de amistad á España sólo buscaban el medro personal y vivir á costa de intrigas. «Las cosas, decía Pan- ton, en general se hallan en un buen estado, y la siguiente primave- ra, si v. s. quiere, puede comenzar con una guerra tan sangrienta como jamás la han experimentado los Estados del Sur. Poco puede hacerse antes del mes de Marzo, pues que los indios deben cazar pa- ra vestirse; mañana escribiré á Benjamín James, de la Chactas, para asegurar á Bloody Felloiv en esta nación; Moisés Price dará á v. s. los nombres de los jefes de los Cheraquies que no han bajado aún, y que hasta ahora no han entrado cordialmente en el plan propuesto. Mi opinión es que les envíe v. s. un mensaje ó convite, haciendo cono- cer las intenciones de v. s. á toda la nación. El intentar quedarse ya un momento detrás de la cortina, destruirá todo lo que se ha adelan- tado hasta ahora, y le hará á v. s. perder para siempre en lo futuro la confianza de los indios. Si hay apariencias de una próxima guerra, v. s. podrá tener á sueldo tres o cuatrocientos realistas. Tengo razones de pensar que puede lograrse emplear una partida de hombres muy útiles, en caso que hubiere una guerra de los americanos contra la España.» Carondelet justificó sus aserciones con varias cartas que había recibido, y de las que enviaba copia; en una de ellas, fechada en Panzacola á 5 de Noviembre de 1792, decía Arturo O'Neil que le acababan de visitar el tratante Me. Donald, establecido en los Chero- quis, con un buen número de indios de esta nación, algunos de ellos jefes, y habiendo agasajado á éstos con dos mantas y dos camisas á cada uno, dijeron que iban á Nueva Orleáns, de paso para los Chi- cachas, con ánimo de persuadirles que declarasen la guerra á los nor- teamericanos. O'Neil describe gráficamente la rusticidad y la gula de aquella gente: uno de dichos jefes, llamado el Aliento, había dejado en Pan- (1) Puntos sobre los cuales se deberá tratar en el Congreso de los Indios. — Nueva Orleáns, 26 de Febrero de 1793. (Archivo de Indias. — Papeles procedentes de Cuba). (2) Fechada en Panzacola, 6 de Noviembre de 1792. Arch. Hist. Nac. leg. 3,898. 76 zacola ocho de sus parientes y amigos, y tal gasto de víveres hacían, no contentándose con las raciones acostumbradas de pan, arroz, va- ca, tabaco, vino y aguardiente, por lo que deseaba que se despidieran lo antes posible tan costosos y molestos huéspedes; quienes espera- ban además un espléndido regalo, como sillas de montar, sombreros, casacas, camisas y otros obsequios. El jefe de más autoridad era Bloody Felloiv. Todos refirieron con ponderaciones, que acaso envol- verían engaños para adular á los españoles, que los Chica chas auxi- liados por los Creeks y los Chañes habían combatido un fuerte ame- ricano, si bien fueron rechazados, teniendo cuatro muertos, y que los indios del Illinois, próximos al Michigan, habían pasado su pala- bra á los Creks en contra de los yankis. Una petición no poco atre- vida hicieron á O'Neil, y fué la de varios tiros de cañón, á la que se excusó con la envidia que podían tener los Creeks de semejante pri- vilegio. A más de esta carta, enviaba Carondelet una del mencionado Juan Me. Donald, escrita en Cheroquies á 6 de Octubre, y con mucho sigilo, todo el que se necesitaba para ocultar un espionaje nada lau- dable, á Guillermo Panton, dando noticias de lo que llevaba hecho para que dichos indios se aliaran con España, de cuyo asunto dice: «Hice á este efecto el primer experimento sobre Bloody Fellow inmediatamente que llegó del congreso, creyéndolo entonces más adicto que nunca á los intereses de los americanos. Lo halló según esperaba muy afecto á ellos; pero por los argumentos que le hice fué acercándose por grados á mi modo de pensar, y al fin consintió en enviar una pequeña palabra al señor Gobernador O'Neill, lo que hi- ce inmediatamente por él y en su propio nombre. La respuesta que recibió le causó á él y á sus amigos mucha sa- tisfacción. Un crecido número de considerados estaban fuertemente opues- tos á entrar en este proyecto, por el recelo de que los españoles y americanos pudiesen estar confederados en el objeto de destruirlos, y por lo tanto se oponían á dirigir sus miras, ó ideas amistosas ha- cia una nación con la que hasta ahora no habían tenido conexión al- guna... Vmd. me tendrá abajo el 25 de éste, y llevaré conmigo su- ficiente número de jefes, ó partidarios, probablemente unos catorce, pero solamente diez se han empeñado; como los más de ellos son del primer rango, deben ser considerados como los representantes de la Nación, pues son de diferentes partes de ella: entre estos guerreros se halla el Bloody-Felloiv, ó el Guerrero Sangriento; Breath, ó la Res- piración; Glass, ó el Espejo; Carlos, de la Aldea de Chicamoga; Juan Taylor; Guillermo Shawrey, la Cabellera, y otros. 77 Un considerable cuerpo ha salido en guerra contra Cumberland; su plan era atacar y destruir la ciudad de Nashville; hace quince días que, han salido, y he esperado con impaciencia saber de su ex- pedición, pero nada ha podido llegar á mi noticia Eran como tres ó cuatro cientos; como creo que se hallarán de vuelta dentro de uno ó dos días dejaré atrás uno de mi compañía para que me traiga noti- cias; mis caballos estando prontos no puedo detenerlos, y saldré ma- ñana.» IV Como sucedió en nuestros días á un ilustre Capitán general de Cuba, cuyos prof éticos avisos y acertados consejos fueron desoídos por ministros empedernidos en sus lamentables errores y en sus tre- mendas injusticias, Carondelet predicó en el desierto cuando repeti- das veces propuso el comercio libre de la Luisiana, recurso que hu- biera fomentado la riqueza y la población de colonia tan favorecida por la Naturaleza, pero que en manos de España vivía desmedrada y casi en la pobreza. A primero de Octubre de 1792 dio cuenta al Conde de Aranda, que según noticias de D. Juan Villeveuvre, comi- sario en la nación Chacta, diez y seis de los principales jefes de és- ta, después de recibir grandes medallas de los norteamericanos, ha- bían ido con cien indios de su tribu y quinientos cincuenta Chica- chas á Cumberland, y previos los donativos de costumbre, hecho las paces con la república, ' cuyos ciudadanos proyectaban fundar casas de comercio y almacenes en todas las fronteras desde el río Occoni hasta el Mississipi, por lo que insistía nuevamente Carondelet en lo imprescindibles que eran la amistad de los indios (1) y la libertad comercial de Nueva Orleáns (2). Carondelet procuraba así neutralizar la influencia que los norte- (1) Toda guerra que tengamos con los indios ha de arruinar esta provincia, respecto á que su población, repartida en haciendas, y casas distantes unas de otras, á las orillas del río, no pueden reunirse con suficiente brevedad para evitar sus de- predaciones; conque nunca se puede ver con indiferencia el que los americanos se esfuercen á ganar el afecto de nuestras naciones aliadas, siendo directamente contra la paz y buena armonía que subsiste entre la España y los Estados-Unidos el repar- tir, como lo han hecho, medallas y comisiones á unos jefes que las tienen de S. M. desde el tratado de paz del año 1783. (2) El comercio libre á todas las naciones con esta ciudad, mediante el derecho de un seis ú ocho por ciento de entrada y salida, es el único medio que queda para que estos vecinos, haciendo de por sí el comercio de nuestras naciones aliadas, á un 11 78 americanos pretendían adquirir en las naciones indias, mediante el comercio, ya que reducir á éstas por las armas era empresa bastante difícil; temores que expuso en una carta al Conde de Aranda, fecha- da en Nueva Orleáns á 1.° de Octubre de 1792: «Persuadidos por las desgracias que han experimentado sus ar- mas, de que la República no ha llegado á un estado de poder sufi- ciente para conquistar ó destruir las naciones indias, y que mientras éstas sean nuestras aliadas, nada podrá contra esta colonia, ha mu- dado de sistema, adoptando el medio seguro de atraerse nuestras naciones por el comercio y los regalos; su proyecto, bien patentizado por las palabras enviadas por sus comisarios á las naciones Cricks, Chactas y Chicachas, es establecer almacenes mercantiles sobre to- das sus fronteras desde el río Occoni hasta el Mississipi, más arriba de Nogales, los cuales se convertirán insensiblemente en fuertes.» La política ambiciosa de los Estados Unidos favorecía los pensa- mientos de Carondelet, pues cada vez era mayor el odio de los indios á sus vecinos del Norte. El general Blount, valiéndose de intrigas, había logrado que un buen número de jefes cherokis firmasen en Ju- lio de 1791 un tratado por el que cedían á los yankis un territorio de extensión considerable. De nada sirvió el que seis jefes cherokis, de los más principales, uno de ellos Iskagua (Clear Shj) llamado antes Nenetooyah (Bloody Féíloio) protestasen de dicho tratado en Filadel- fia, alegando coacciones y amenazas de Blount (.1). Desesperados los Chickamangas, que formaban parte de la nación Cheroki, declararon poderío más ventajoso que los americanos, queden éstas en la entera dependencia de la España y formen una poderosa barrera contra ellos. Si no se adopta el comercio libre, será indispensable permitir que la Casa de Panton establezca un almacén en los Nogales, el que estando en la vecindad de la nación . Chicachas podrá disuadir á los americanos del proyecto que denotan de po- nerlos sobre la frontera de aquella nación, ó arruinarlos con la concurrencia, en caso que lo verifiquen. Biblioteca Nacional. — Manuscritos de Ultramar, núm. 14. (1) Al mismo tiempo que esto sucedía, el general Blount procuraba atraer los Chactas y los Chicachas, de lo que se dan noticias en una carta de D. Juan de Yille- veuvre al Barón do Carondelet, fechada on Bouctouca á 12 de Septiembre de 1792. Deseando informar á Y. S. plenamente de todo lo que ha pasado en Cumber- land, después do haber tomado las informaciones posibles, dije á V. S. que han ido á aquellos parajes, quinientos cincuenta Chicachas, y ciento y siete Chactas; so pre- sentó el general Blount, los convocó, y habló del modo siguiente: «Yengo de parte de »mi jefe para daros regalos y deciros, que no os hemos llamado para pediros tierras, »ni proponeros la guerra contra ninguna otra nación, y sí solamente para conoce- mos, hacer alianza con vosotros, y que vivamos en paz, siendo todos amigos para » siempre. Os proponemos solamente el establecer una treta á la ontrada del estero » llamado en inglés Bears Creek, ó en indio Achitpo, que desagua en el río Chera- 79 la guerra á sus opresores, quienes ejercieron sangrientas venganzas incendiando un pueblo y matando tres de sus habitantes; las repre- salias de los Chickamangas fueron terribles. Unidos los Cherokis á los Kriks continuaron la campaña basta el año 1794, en que se cele- bró un tratado de paz á 28 de Junio, por -el que se confirmaban los límites señalados en el de Julio de 1791 y se daban á los Cherokis 5.000 dólares anuales, deduciendo 50 por cada caballo que robasen á ios blancos (1). El levantamiento de los Cherokis hizo que las patrióticas aspira- ciones de Carondelet se viesen coronadas por el éxito con los trata. dos de 10 de .Mayo y 28 de Octubre de 1793. En virtud del primero, los Chactas cedían á España el terreno suficiente para edificar un fuerte, y reconocían en cierto modo el protectorado español. Por el segundo, las naciones Chicacha, Crik, Alibamon y Chacta, ratifica- ban los tratados hechos anteriormente con los gobernadores de la Luisiana y las Floridas, desde el año 1784; la Cheroki se ponía bajo la protección de España, y todas ellas formaban una alianza defen- siva y ofensiva contra los Estados Unidos, aunque no se decía ex- presamente; se encargaba á España el arduo negocio de fijar, me- diante negociaciones diplomáticas, los límites de dichos pueblos con la república norteamericana, se determinaban aquellos parajes en que los pueblos mencionados recibirían los regalos de costumbre, y se acordaba que los hombres blancos dedicados al comercio pudie- sen vivir sin obstáculo ajguuo entre los indios. Pero estaba escrito que España no lograse fundar una colonia floreciente en la Luisiana y difundir su cultura en los pueblos indios vecinos. Celebrado á 27 de Octubre de 1795 el desventajoso tratado por el que se reconocía el grado 31 de latitud como límite de los do- minios españoles con la república del Norte, el territorio de los Che- rokis y los Chactas quedó de hecho agregado á los Estados Unidos, »qui, donde os administraremos mercancías propias para vuestro comercio» . Le res- pondieron los Chicachas que si establecía una factoría, ó treta, en aquel paraje, no podría' sostenerse en él, paos que los Talapuches los mataban hasta en sus aldeas y les robaban todos sus caballos; que por consiguiente, estarían allí' más expuestos; que ¿por qué les proponía una cosa imposible?; que si en lo sucesivo deseaba esta- blecer un comercio con ellos en Cumborland mismo, los jóvenes que van á la caza por aquellos parajes, podrían venderles su* peletería. El gobernador Blount les nombró después cuatro jefes de la nación Chicacha, que son Payemingo, Ougulayacabe, Mongoulacha Mingo, y Tchinabo, para ir á ver al general Washington la primavera próxima, en Philadelphia, y que podían espe- rar ser bien recompensados de su fatiga.» (1) Cnf. James Mooney, Myths of the Cherokee, págs. 68 á 79. 80 y cayeron por el suelo todos los proyectos que con laudable patrio- tismo había desarrollado Carondelet. Puestos ya los Cherokis bajo el dominio de la república norte- americana, comenzó para aquellos desdichados una serie no inte- rrumpida de vejaciones. En vano procuraron asimilarse la civiliza- ción de sus amos, y el mestizo Sequoya (Sihwayi) inventó un alfa- beto para la lengua nacional; muchos de ellos se trasladaron á la margen derecha del Mississippi, huyendo del hombre blanco; en Di- ciembre de 1835 se vieron precisados á ceder á los Estados Unidos todas las tierras que aún poseían al Este del Mississippi, y en conse- cuencia arrojados á la fuerza por un ejército que mandaba Scott, reuniéndolos antes, como rebaños de ovejas, en campos empalizados; no se vio en América, dice Mooney, un éxodo tan doloroso, mucho más trágico que la famosa expulsión de los Acadianos, que luego inspiró á Longfellow su admirable poema de Evangelina (1). Un historiador norteamericano, James Mooney, ha comparado en elocuentes y sentidos párrafos la colonización española y france- sa, la latina, en que los indígenas y los europeos vivían fraternal- mente, sin barreras que dividiesen territorios; moraban en las mis- mas poblaciones, practicaban idéntica religión y mezclaban su san- gre por el matrimonio, con la colonización del hombre teutónico, del anglosajón, que miraba á los indios como una selva que había de descuajar, y una manada de lobos que debían ser destruidos. Tan hermosa es esta reparación histórica en que se hace justicia á la obra colonizadora de España, que copiamos las palabras del diligente in- vestigador de los mitos Cherokis: «With a few notable exceptions the relationsbetwe en the French and Spanish colonists and the native tribes, after the first occupa- tion of the country, had been friendly and agreeable. Under the rule of France or Spain there was never any Indian boundary. Pioneer and Indian built their cabins and tilled their fields side by side, ran- ged the woods together, knelt before the same altar and frequently (1) The history of this Cherokee removal of 1838, as gleaned by the author from the lips of actors in the tragedy, may well exceed in weight of grief and pathos any other passage in American history. Even the rnuch-sung exile of the Acadians falls far behind it in its, sum of death and misery. Under Scott s orders the troops were disposed at various points throughout the Cherokee country where stockade forts were erected for gathering in and holding the Indians preparatory to removal. From these, squads of troops were sent to search out with rifle and bayonet every small cabin hidden away in the coves or by the sides of mountain streams, to seize and bring in as jprisoners all the occupants, however or wherever they might be found. Myths of the Cherokee, página 130. 81 intermarried on terms of equality, so far as race was concerned. The result is seen to-day in the mixed blood communities of Ganada, and in México, where a nation has been built upon an Indian foun- dation. Within the área of English colonization it was otherwise. From the first settlement to the recent inauguration of the allotment system it never occurred to the man of Teutonic blood that the could habe for a neighbor anyone not of is own stock and color The Indian was regarded as an incumbrance to be cleared off, like the trees and the wolves, before white men could live in the country. Intermarriages were practically unknown, and the children of such unión were usually compelled by race antipathy to cast their lot with the savage.» (1) Nada menos que veintitrés tratados llevaban, en aquella fecha, celebrados los Cherokis con los norteamericanos, en los que rápida- mente habían perdido su territorio nacional, de tal modo que des- pués de 1866 habían cedido á los Estados Unidos más de 126.000 millas cuadradas. Y en nuestros mismos días, en el año 1895, abier- to á la invasión yanki el territorio de Oklaoma, los Cherokis conci- bieron el proyecto de emigrar á México, América del Sur ú otra re- gión donde disfrutasen de más libertad que en la poderosa república de los Estados Unidos. Tiempo es de que se disipen las calumnias lanzadas contra Es- paña, cuyo gobierno colonial, si bien no libre de defectos, ofrece una legislación sapientísima, llena de espíritu cristiano, y cuya raza logró asimilarse pueblos extraños elevándolos, en cuanto cupo, á una civi- lización superior que ellos por su esfuerzo nunca habrían conseguido. (1) Myths of the Cherokee, página 98. DOCUMENTOS Tratado de alianza entre España y los indios Chactas y Chicasas ó Chicachas. — Movila, 14 de Julio de 1784. (Archivo de Indias. Papeles procedentes do Cuba). Artículos convenidos por el coronel D. Esteban Miró, gobernador interino de la provincia de la Luisiana, y el teniente coronel D. Enriqae Qrimarest, gober- nador militar y político del fuerte Carlota de la Movila, y su distrito, con la na- ción Chacta, con objeto de confirmarlos en nuestra amistad, y establecerles un comercio sólido y permanente, en el Congreso celebrado en la expresada plaza de Movila, los días trece y catorce de Julio de mil setecientos ochenta y cuatro. En nombre de Dios todo poderoso. Sepan cuantos la presento convención vie- ren, cómo nosotros I). Esteban Miró, coronel del regimiento de infantería de la Lui- siana, y gobernador interino de la provincia, por disposición del excelentísimo señor conde de Gálvez, tenionte general de los Reales Ejércitos, inspector general de toda la tropa veterana, y milicias de América, gobernador y Capitán General do las pro- vincias de la Luisiana y Florida Occidental; el tenionto coronel D. Enrique le Ga- llois de Grimarest^ comandante militar y político de la plaza de la Movila y su dis- trito; Aya Estunygui, jefe principal de la nación Chacta en la aldea de Usgué Lagaña; Mestichico, jefe de gran medalla; Mingó Tabasá, Ochinohá-huma, Naguestuna, Ca- chuní Mastabé, Puchahumá, jefes de pequeña medalla; Tamuabé, Mingo Talaya, Panchí Mantlá, Imaabé, Puoha-huma-chito, Clatalahuma, Chicar-hí Xantlá, Cachu- na Ecabé, Nahu Mastabé, Canele chabé, Puchi Mastabé, Üechanyi Mastabé, capita- nes de la expresada aldea de Usguelagana; Puchi Mataha, é llépatapo, jefes de gran medalla; Itélagaua, y Tasca Nanguchihuma, jefes de pequeña medalla; Tasula- bé, Mingo Huma, Mingo Puscus Laastabé, Mingo Mastabé, Tasgué Mataha, Chuca Astabé, Cheiita Huma, Olactá llama y Panchí Mastabé, capitanes de la población de Chicachae, partido de las seis aldeas en la nación Chacta; Mingo Mastabé, jefe de gran medalla; Nacuma Achó y Totambé, jefes de pequeña medalla; Contanas Estea- bé, Paumá, Puchambé, Ayachá Huma, capitanes de la aldea de Yoanni, en el refe- rido partido;- Naehoha Mingó Chitó, jefe de gran medalla; Uscólahuma, jefe de pequeña medalla; Ochincha Huma, Chicacha Huma, Tamaha Mastabé, Tasqui Eto- cá, Chilita Ambé, capitanes de la aldea de Es3alibaohá; Chuca Astabé, He Patapo, jefes de pequeña medalla; Chapaba Tala, Puchi Mastabé, Abegui Mataha, Chu- lús Mastabé, capitanes de la aldea de Tala, en el dicho partido; Puchi Mataha, jefe de gran medalla; Puchanchabé, Occhana Acho, Puchi Estunabé, Chapi Estunabé, Pucha Huma, España Huma, capitanes de la aldea de Nachubahuanyá en ol memo- rado partido; Tasca Humanstabó, jefe de gran medalla; Achona Huma y Tasca Huma, jefes de pequeña medalla; Concha Huma, Teneté Huma y Canalechabé, capitanes de la aldea de Inglis Tamaha, en el precitado partido; Chapa Huma Talaya, jefe de gran medalla; Chucú Olactá, jeje de pequeña medalla; Tutan Chavé, Occhilitá Huma y Olita Astabé, capitanes de la aldea de Seniacha en el supra escrito partido; Ulbalen- ta, "capitán de la aldea de Sacte Tamaha: Chicacha Huma, jefe de pequeña medalla de 83 la aldea de Ite Chana; Tlupoyé y Asetahums, capitanes de la aldea de Chemon Ta- canlé; Pucha Huma, jefe de pequeña medalla, y Tote ITuma capitán de la aldea do Tinscáitlá; Puchichuacaya, jefe do gran medalla, Eyacha Huma, jefo de pequeña medalla, y Cachuni Mastabé, capitán de la aldea de Bisconne en e.1 ya dicho partido; Atona Upaye, capitán de la aldea de Chuca Talaya; Utacta Huma, jefe de gran me- dalla de la aldea de Beacha; Tichu Mastabé, jefo de pequeña medalla; Nahulí Masta- bé, Puchí Mataha, y Tote Pana, capitanes de la aldea do Octaechito; Cayabe, capi- tán de la aldea do Yagane-achucuma; Mingo Huma Astabé, jefe de Gran Medalla; Pucha Humachito, jefe do pequeña medalla, y Oecha Naeahumá, capitán déla aldea de Octac-chanacbé; Chuculacta, jefe do pequeña medalla; Chulus Mastabé, y Estuna Huma, capitanes de Occatalaya; Puchi Estuna Huma, jefe de gran medalla; Cachuna Anchabe, jefe do pequeña medalla; Alpatak Huma y Puchahuma, capitanes de la al- dea de Oviacha; Chico pahuma, Tupa huma Chito, jefes de pequeña medalla; Tenetó huma, Cuata huma, y Tapiña huma Chito, capitanes de la aldea de Puscustacale; Aseta huma, de la aldea de Concha Bulucta, como jefo de pequeña medalla; Tacho acho, capitán de la aldea de Tanlepa, en el mismo partido de las seis aldeas; Tasca Hupá, y Achafalé, jefes de gran medalla de la aldoa do Ozapachitó; Puchanchabé, jefe de pequeña medalla; Huaatabé, El colabé, Aenchabé, Chintabé, Occhalintabé, Lavetanabé, capitanes de la expresada aldea de Ozapachitó en el distrito de la gran partida nación Chacta; Franchimastabe, jefe de gran medalla; Caluchabo y Ogula Tu- clabé, capitanes de la aldea de Alonlavacha; Nucpalá huma, capitán de la aldea de Ogueeuplé; Aseta huma, jefe de gran medalla, y Chacta huma, capitán de la aldoa de Chenucaha; Tupa huma, jefe de gran medalla, y Anchaba huma, capitán de la aldea de Cafotalaya; Pucha hupaye, jefe de gran medalla, Alatala huma Chito, jefe de pequeña medalla, Ontuclabe, Oqueletenlabe. Meantabé, Paye Chitó, Eyapa Astabé, Atona huma, Eleta Luabe, capitanes de la aldea de Mongulacha; Chafaoecha Nia, ca- pitán de la aldea de Etuc Chambulé; Tascapilahcho, jefe de gran medalla, Atona Opa- ye, Chuca abó, y Olacta Acho, capitanes do la aldea de Yassu; Nanhulu Mastabé, je- fe de pequeña medalla do la aldea de Castachá; Oyopa huma, jefe de pequeña meda- lla, y Tasca Nanguchi, capitán de la aldea de Ochac Talaya; Pahuma, jefe de pequeña medalla, y Panchi Mastabé, capitán de la aldea de Bezaachá; Ebacac Atabe, jefe do pequeña medalla de la aldea de Chanké; Tache Mastabé, jefe do pequeña medalla, y Pucha huma capitán de la aldea de Uni, en el mencionado distrito de la gran parti- da; Upa hulu, jefe de gran medalla, Chuca Tastabé, jefe de pequeña medalla, Olactá Opayé, y Alpatac huma, capitanes de la aldea de Janabé en la pequeña partida; Ta- tuli Mastabé capitán de la aldea de Noscobó; Tasca patapo, jefe de gran medalla, Pu- chi Mastabé, jefe de pequeña medalla; Nahulabe, España huma, Tichu Opaye, capita- nes de la aldea de Ebitá Bugulá; Chuco Olacta, jefe de gran medalla, y Pucha huma capitán de la aldea de Ebita Buguluchí; Tatuli Mataha, capitán do la de Tombecbé; Tlopuyí Acho, jefe de pequeña medalla, y Tupa Lastabe, capitán déla aldea de Mon- gulacha; Esquetaní Paye Mengo, jefo* do pequeña medalla, Unanchiabe, y Tlupuyó Nantlá, capitanes de la aldea de Olitachá; Chulús Mastabé, jefe de pequeña medalla, Tichu Olactá, Tasgui Mataha, y Tichu Mingo, capitanes de la aldea