W*2^M M M-.'is /A HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MÉXICO, ESCRITA POR EL R. P. Fr. BERNARDINO SAHAGUN DEL ORDEH DE S. FRANCISCO, T UNO DE LOS PRIMEROS ENVIADOS A LA NUEVA ESPAÑA PARA PROPAGAR EL EVANGELIO. PUBLÍCALA POR SEPARADO DE SUS DEMÁS OBRAS CARLOS MARÍA DE BÜST AMANTE, Diputado de la cámara de representantes del congreso general de la federación por el estado libre de Oaxaea, quien lo dedica á los beneméritos generales Meólas Bravo y Miguel Barragan, y á aus dignos compañeros en la conjinacion que hoy sufren. Yo traeré sobre vosotros una nación de lejos: una nación robusta y antigua: una nación cuya lengua no entenderéis... Talará vuestras mieses y devorará vuestros hijos é hijas... jeremías oap. 5.° v. 15 a 17. MÉXICO. Imprenta de Galvan á cargo de Mariano Arévalo, calle d* Cachua iiúm. 2. 1829. ni. EL EDITOR. E -A% bien sabido el esmero con que el rey de España Fernando VIL, después de haber perdido la dominación de las Américas, ha manda- do se soliciten de los archivos de Indias, todos los documentos y noti- cias importantes que tratan de su descubrimiento y conquista des- de que acometieron esta empresa los llamados reyes católicos. Pare- ce que con esto se ha propuesto justificar la conducta que ha obser- vado el gobierno español, si no en la conquista, á lo menos en la con- servacion de estos dominios, y demostrar al mundo la sinrazón con que este nuevo mundo se ha substraído de su obediencia. Por consecuencia de estas disposiciones, se ha impreso á espen- sas de aquel monarca y en su imprenta real, una obra intitulada... Colección de loa viages y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, con varios documentos inéditos concernientes á la historia de la marina castellana, y de los estable- cimientos españoles en Indias, por D. Martin Fernandez de Nuvurrete. De esta interesante obra no han llegado á México mas que el pri. mero y segundo tomo por la via de Francia, y deseamos ansiosamen- te los restantes; ya por la belleza con que están escritos, y ya por- que se nos anuncia haber aparecido las cartas inéditas de Hernán Cortés que dábamos por perdidas, las cuales parece se insertarán en el tomo 4.° y darán mucha luz para la historia de la conquista, y mo- do de establecer el gobierno español en esta América; mas entretan- to llegan á mis manos no puedo menos de acelerarme á publicar el -doceno lU>ro del Padre Fr. Bernardino Sahagun, de los frailes menores, ■uno de los primeros, mas sabios y virtuosos misioneros que llegaron á México, que lo ilustraron con su predicación asi como con sus escri- tos, y que como testigo casi presencial de los grandes y recientes acon- tecimientos que trastornaron este imperio, se ha esplicado con la esac- titud y crítica que ninguno lo habia hecho y pocos lo imitaron des- pués. En este libro trata úuicamente de cómo los es¡ anotes conquista- ron á la ciudad de México', reservóme para lo sucesivo la edic ion de los demás que hablan de la historia universal de la Nueva España. No faltará quien atribuya á impolítica la impresión de esta obra en las actuales circunstancias eu que nos hallamos; pero )o le pro- rv. testo que no llevo por objeto escitar el odio contra la nación castella- na, porque la generación presente española no fue la que despojó á Mocthecu7oma de su imperio; nosotros los mexicanos, sí debemos con- servar la memoria de aquellos horrorosos sucesos para evitar que se nos repitan por el gobierno de su actual monarca que se resiste te- nazmente á reconocer nuestra independencia, y trabaja cuanto puede por reconquistarnos; desdichados nosotros si tal sucediera, pues tor- nariamos á los año* de 15.-21 y siguientes, y seriamos tan maltratados como lo fueron nuestros antepasados! He aqui la mira con que doy á luz este precioso y no publicado escrito. El lector de él notará en el P. Sahagun cierta especie de reca- to y miramiento al tiempo de referir algunos hechos atroces de la conquista, y que aun corta y trunca ciertos capítulos. La causa de un obrar tan estraño, nos la manifiesta el historiador Betancourt en su Crónica de la provincia del Santo evangelio de México, pues for- mando el catálogo de los varones ilustres de ella, y hablando del P. Sahagun dice (*) ,,que el nono libro que compuso este escritor fue la Conquista de México hecha por Cortés; que después en el año de 1585 la volvió á escribir enmendala... cuyo original (añade) vide fir- mado de su mano en poder del sr. D.Juan Francisco de Monte-ma- yor, presidente de la real audiencia, que lo llevó á España con inten- ción de darlo á la estampa, y de él tengo en mi poder un traslado donde dice, que el sr. D. Martin de Villa-Manrique, virey de Méxi- co, le quitó los doce libros y los remitió á S. M. para su cronista-'* En el prólogo del libro segundo de la obra grande del P. Saha- gun consta su dedicatoria al P. comisario general de S. Francisco de México Fr. Rodrigo de Sequera, el cual gobernó según el mismo Be- tancourt, desde los años de 1476 á 1582. Conque habiendo sido des- pojado el padre Sahagun de sus escritos por el virey Villa Manri- que, que gobernó de 1585 á 1590, es claro que en la segunda con- quista que escribió reformó la primera, habiendo sufrido persecucio- nes y desprecios por sus relaciones de que en parte lo indemnizó dicho P. comisario Sequera, protegiéndolo, y por cuya causa le dedicó sus obras. ¿Y por que, pregunto, seria esta persecución sino por la verdad con que habló acerca de las atrocidades de los conquistadores? ¿Por qué fueron tan vejados lo» que en aquella época informaban á (*) lágina 138. V. la corte contra tos déspotas gobernantes? La persecución en e9ta par. te llegó á tal estremo, que un prelado eclesiástico de México, para que el rey supiera lo que habia pasado en sus dias, temeroso de la interceptación de las cartas, se valió del arbitrio de mandar por obse- quio á la corte un hermoso crucifijo hecho por un indio, en cuyo pe- cho hueco iba depositado un largo memorial de quejas para el soberano. Resulta por lo dicho, que la presente obra que hoy publico es la que reformó el P. Sahngun, y si aun con la rebaja de muchas co- sas aparece tan dura la relación ¿cuánto mas no estaña la primera? Resulta asimismo, ó que el P. Belancourt se equivoca en decir que el nono libro de las obras del P. Sahagun es la historia de la conquis- ta, ó que posteriormente escribió otros dos mas, pues semejante re- lición ocupa el doceno y último libro que trato después de publicar- con los restantes. Este escrito va sin duda á causar una revolución en la historia de la conquista, porque su autor con la noble senci- llez de un hombre de bien que habla la verdad, solo se ocupa de de- cir aquello que ha visto ó de que está convencido, pero sin dete- nerse en impugnar á los que le han precedido y dicho lo contrario. El detalla muy circunstanciadamente los personages que intervinie- ron en las escenas de horror que cuenta, los mienta por sus nom- bres, designa sus cargos, sus empleos y acciones; señala el ubi 6 lugar de los sucesos, y algunas veces marca aquellos lugares, dicien- do por ejemplo,., tal batulla se dio en el punto que hoy se conoce con este nombre... y lo refiere. El real de los mexicanos estaba don- de hoy se halla fundado el convento de la Concepción, que se llama- ba Amaxác &c. &c. ¿Quién osará pues tachar de embustero é inesac- to á un hombre sencillo que escribe de este modo, que acomoda el lenguage de sus relaciones á los modismos mexicanos, pues poseía su idioma á maravilla, habia formado un calepino para conservar su pu- reza primitiva, é instruir á los párrocos en sus usos, costumbres é historia, para anunciarles el evangelio y dirigir con provecho sus con- ciencias? Yo no encuentro quien pueda contrahacer el modo sober- bio y petulante de Hernán Cortés, á quien describe en la primera visita pública que tuvo acompañado de Quauh/emoctzfn y de su cor- te repantigado en una silla, y pidiendo por principio de cuentas torio el oro que poseía Mocthecuzoma... Allí se ve saltar por los ojos del conquistador la rabiosa pasión del oro, y concluir su razonamiento cual pudiera el despechado Orestes con estas palabras... es menester fuego que parezca... He aquí un hombre decidido á cometer las ma- yores crueldades para encontrar ese metal por el que ha pasado los mares, afrontado los peligros de toda clase, y sufrido privaciones inde- cibles; por el que hizo atormentar á Quauhtemoctzin, y morir á su ministro en la tortura. Muchos rasgos de esta naturaleza presenta el padre Sahagun que no pueden referirse esactamente, y solo se reser- van á un lector curioso y profundo: el que tuviere entendimiento que entienda, el que tuviere alma sensible que llore... ¡Pobre humanidad ultrajada!!! Su idioma es el de la sencillez, anticuado y propio dd quien no sabe esplicar las esencias de las cosas por sinónimos, sino con sus verdaderos términos. El P. Sahagun ha llamado á juicio á nuestros conquistadores, y los ha llenado de rubor en el gran teatro del mundo filantrópico, donde solo aparecen grandes y magnánimos los hombres de su tem- ple, los Casas, los Luises de Beltran, los Motolinias, y otros genios benéficos cuyos nombres nunca pronunciarán mis labios sin que lata mi corazón agradecido, asi como jamás proferirá el de los Bobadillas, Alvarados y Pizarros, nombres execrables, sin que les acompañe un anatema. Sin embargo, yo ruego á mis lectores, distingan siempre el gobierno español de sus subditos, y á la vez tiranizados por el mis- mo. -*Qué idea no presenta hoy por hoy aquella nación, sino la de un pueblo desgraciado que ha luchado inútilmente por ser libre, y que después de haber gozado del crepúsculo alegre de una bella li- bertad, ha tornado segunda vez á la mas deplorable servidumbre? i Ojalá españoles, y os vean mis ojos libres y felices! ¡ojalá reconozca vues- tro gobierno obstinado nuestra independencia, para que se rompan las trabas que hoy nos impiden abrazar mutuamente! Somos hermanos por un origen, por una religión, por unos mismos usos, y no debemos estar divididos: Dios nos dio el mundo hermoso de Colon para que lo disfrutemos en paz, y nuestras satisfacciones sean recíproca?; lle- gue este suspirado dia de concordia, y descienda yo al sepulcro; este suelo dichoso en que boy habito, sea una nueva cuna del género hu- jmano, y el asilo seguro de ,1a libertad perseguida por los Uranos de la Europa. VIL AUTENTICA DE ESTA OBRA. Xia original historia general de las antigüedades de los indios de Nueva España, y parte del tiempo de la con- quista, es bien sabido que fue el primer escritor el R. P. Fr. Bernardino de Sahagun, uno de los primeros predicado- res del santo evangelio, y del orden seráfico, que á los principios de la conquista pasaron á aquellos dilatados do- minios. Como esta original historia no se dio á luz ni se imprimió acaso por no haberse podido encontrar en el espacio de mas de dos siglos, lamentaron su falta varios escritores é historiadores, que después escribieron las cosas de aquella América: con particularidad nota la falta de esta obra el caballero Boturiui en su tratado de idea general &c. D. Juan Bautista Muñoz, oficial segundo de la secre- taria del despacho universal de gracia y justicia deludías, cosmógrafo mayor de ellas nombrado por S. M. y sugeto bien conocido por su literatura y erudición, para empren- der su vasta obra de historia general de ludias de la que ya vemos el primer tomo que demuestra lo recomendable de la obra, recogió cuantas impresas y manuscritas se habían estendido, tanto de la América meridional, como de la sep- tentrional á espensas de su activo zelo y conato, y de los reales auxilios que para ello se le franquearon; mas no en- contrando la original historia de la Nueva España escrita por el R. P. Fr. Bernardino de Sahagun, por todas partes la solicitó, pasando á reconocer distintos archivos, como el de Sevilla donde sin duda debían encontrarse buenos pa- peles, y obras de las cosas de Indias. No encontró la que buscaba del P. Sahagun ni tampoco en el archivo de Simancas; pero después supo que el único ma- nuscrito que habia, obra del referido religioso misionero, se hallaba en el convento de S. Francisco de Tolosa de Navarra, de donde efectivamente la pudo estraer, en virtud de rea- les órdenes para que se le entregasen, y por la amistad que tengo con D. Juan Bautista Muñoz no dejando de reconocer los motivos poderosos que tengo para pretender leer, y aun vnr. éopiar la indicada obra del lJ. Sahagun, me la ha facilitado. Está en dos volúmenes gruesos de letra manuscrita, muy metida, antigua y en estilo natural y sencillo del tiem- po en que se escribió. Asi la he hecho copiar á la letra, sin variar en cosa alguna de como la escribió el autor citado con intento de que en regresándome á Nueva Es- paña tal vez podré conseguir que se dé á luz, y se impri- ma en México, no dudando del aprecio que harán los li- teratos y escritores de una obra original, que hasta ahora no se ha visto, por mas que se ha solicitado, y solo la casualidad que llevo referida pudo facilitarme esta obra tan apreciable. Su autor la escribió en doce libros divididos en dos volúmenes, que aun con letra muy metida abultaron mu- cho; y como la copia en letra clara y moderna produci- ría mas gruesos los volúmenes, la dispuse en tres que en- cuadernados tengo en mi poder, con la satisfacción de po- seer una obra tan recomendable y deseada. Aun el mismo D. Juan Bautista Muño?, me advirtió, que si por casuali- dad se me proporcionase imprimirla en México, procura- se fuese sin variar cosa alguna según la habia copiado de la original, porque así tendrá siempre su particular mérito, y sin duda lo perdería si se variase la narración, y esti- lo del principal autor. Asi este primer tomo contiene cin- co libros con sus apéndices: el segundo tomo cuatro libros también con apéndices; y el tercer tomo tres libros lo mismo. La obra se ha copiado á la letra y en mi presencia, según y como está la original historia manuscrita del R. P. Fr. Bernardino de Sahagun, que devolví al cosmógrafo mayor de Indias D. Juan Bautista Muñoz. Aunque me ha causado bastante costo, dedicación y trabajo por conseguir esta copia; uno y otro lo he mirado con mucho agrado por la satisfacción de poder llevar á Nueva España un ejemplar de la historia tan deseada por los literatos y curiosos, con el fin de si allí se me proporciona imprimirla, ya sea por suscricion, ó por otros medios; de este modo consigan las gentes tener esta obra que ha sido tan recomendable en es- ta corte el hallazgo de su original. Madrid 2í de octubre de 1793. =zDiego García Panes. =: Es copia del original que cevúñcoz-JSusíamante. 1 DOCENO LIBRO QUE TRATA DE COMO LOS ESPAÑOLES CONQUISTARON A LA CIUDAD DE MÉXICO. Ali LECTOR, *A?ungue muchos nan escrito en romance ux> conguista ae esta t/V ueva ÓsfiaTuz Jegun (a relación ae tos aue la conauútaron, aulseta yo ejcriuir en lengua meocicanaj no tanto hor fa* car atgunas veraaaej ae ta relación ae tos rnú* mai indios atoe te ñauaron en ta canauista} cuan* to hor Jwner ev tenguaae ae ¿as cosas ae ta guer* ra u ae tas armas gue en eiia usan ios na<= turaws, hzra aue ae aili Je //incoan focar vo^ cautos u maneras ae aecir, hrohias Jtara na* utar en ta lengua, 7neocicana acerca ac &tta ?na* teria. *A/t/égase tamáien a &tto aue ios gue uie* a ron conaucjtados Juhieron u dieron relación de mucnaá coáaó aue Áataron entre evwú durante wt> atierra, ¿aá cuatei ¿añoraron wé aue toi con* auiótaron, Aor éaá cuates razone* me Jiarece aue no na ficto traftafb áuherjiuo et uauer ejcrito eáta notoria, ta cual Je eóc?ageros y llegaron á la orilla de la mar y alli entraron en caflas (3), y llegaron á un lugar que se llama JCicahmco: de alli tornaron otra vez á entrar en otras cañas con todo su hato, y llegaron á los navios* luego les pre- guntaron de los navios: ¿Quién sois vosotros, de donde habéis venido? dijeron los de la canoa: venimos de México, y dijeron los de la nao: ¿Por ventura no sois de México, sino que decís con falsedad que sois de México, y nos en- gañáis? y sobre esto tomaron y dieron, y de que se satisfaeie- ron los unos á los otros, juntaron la canoa con el navio y he- cháronles una escalera con que subieron al navio donde estaba D. Hernando Cortés. (4) CAPITULO V. De lo que pasó cuando los mensajeros de Mocthecuzoma entraron en el navio de D. Hernando Cortés, Comenzaron á subir al navio por las escaleras, y lleva- ban el presente que Mocthecuzoma les mandó llevar. Co- mo estuvieron delante del capitán D. Hernando Cortés be- saron todos la tierra en su presencia, y habláronle de es- ta manera: ,,Sepa el diosa quien venimos á adoraren perso» na de su siervo Mocthecuzoma, el cual le rige y gobierna la ciudad de México, y dice ha llegado con trabajo el dios" y luego sacaron los ornamentos que llevaban, y se los pu- sieron al capitán D. Hernando Cortés ataviándoie con ellos: pusiéronle primeramente la corona y máscara que arriba se dijo, y todo lo demás: echáronle al cuello los collares de piedras que llevaban con los joyeles de oro, y pusiéronle en el hrazo izquierdo la rodela que se dijo arriba y todas 11 las demás cosas se las pusieron delante ordenadas como sue- len poner sus presentes. El capitán dijo: ;hay otra cosa mas que esto? dijéronle, señor nuestro, no hemos traido mas co*as que estas que aquí están. El capitán mandólos luego atar, (5) y mandó soltar tiros de artillería, y los mensageros que estaban atados de pies y manos como oyeron los truenos de las bombardas cayeron en el suelo como muertes, y los Es- pañoles levantáronlos del suelo, y dieronlos á beber vino con que los esforzaron y tornaron en sí. Después de esto el capitán D. Hernando Cortés les dijo por su intérprete: oid lo que os digo: hanme dicho que los mexicanos son va- lientes hombres, que son grandes conquistadores y grandes luchadores, y son muy diestros en las armas; dícenme que un solo mexicano es bastante para vencer á diez y á veinte de sus enemigos, quiero probaros si es esto verdadero, y si sois tan fuertes como me han dicho; luego les mandó dar espadas y rodelas para que peleasen con otros tantos Es- pañoles, para ver quien vencería á los otros, y los Mexi- canos dijeron luego al capitán Cortés: óiganos vuestra mer- ced nuestra escusa, porque no podemos hacer lo que nos manda, y es porque Moothecuzoma nuestro señor no nos envió á otra cosa sino á saludaros, y daros este presente; no podemos hacer otra cosa, ni podemos hacer lo que nos mandáis, y si lo hiciésemos enojarse ha nuestro señor Moc- thecuzoma, y mandarnos á matar, y el capitán respondió- les: hace de hacer en tolo caso lo que os digo, tengo de ver que hombres sois, que allá en nuestra tierra hemos oido que sois valientes hombres, aparejaos con esas armas, y disponeos para que mañana nos veamos en el campo. CAPITULO VI. De como los mensageros de Mocthceitzoma volvieron á Mé- xico con la relación de lo que habían visto. Hecho lo que está dicho, luego se despidieron del ca- pitán y se bajaron á sus canoas, y comenzaron luego á ir- se acia tierra rentando con gran prisa, y diciendo los unos á los otros: ea valientes hombres! esforzaos á remar antes 12 que nos acontezca algo. Llegaron muy presto al pueblo de Xicalanco remando, allí comieron y descansaron bien poco, y luego entraron otra vez en las canoas, y remando con gran prisa llegaron al pueblo que se llama Tecpant/ayacacf y de alli comenzaron á caminar por tierra corriendo con gran prisa, y llegaron al pueblo que se llama Cuetlaxtla, (e) allí comieron y descansaron poco, y los del pueblo les rogaban que descansasen siquiera un dia: ellos respondieron que no podían, porque iban con gran prisa á hacer saber á Moc- thecuzoma lo que habian visto, cosas muy nuevas y nunca vistas, ni oidas, las cuales ninguno otro podia decir; y ca- minando con gran prisa de noche y de dia, llegaron á Mé- xico de noche. En el tiempo que estos mensageros fueron y volvieron Mocthecuzoma no podia comer ni dormir, ni hacia de buena gana ninguna cosa, sino que estaba muy triste y sospiraba espesas veces; estaba con gran congoja, ninguna cosa de pasatiempo le daba placer, ninguna cosa le daba contento y decia: ¿qué será de nosotros? ¿quién ha de sufrir estos trabajos? ¿cómo es capaz? Llegando los men- sageros á donde estaba la guardia de Mocthecuzoma di- jéronlos: aunque duerma nuestro señor Mocthecuzoma dis- pertadle y decidle, que somos venidos de la ribera de la mar donde nos. envió;, luego los de la guardia le dijeron aquello, y el respondió» No quiero oir aquí las nuevas que traen, allá quiero irá la sala, allá me hablarán, vayanse allá, y luego mandó que untasen con greda todo el cuerpo á ciertos capitanes para sacrificarlos. Los mensageros friéron- se á la sala, y también Mocthecuzoma se fue allá, y allí de- lante los mensageros mataron á los cautivos, y rociaron á los mensageros con la sangre de los cautivos: hicieron esta ceremonia porque habian visto grandes cosas, y habian vis* tp á los dioses y hablado con ellos» (o) Hoy se llama Cotaxta. 13 CAPITULO VIL De la relación que dieron á Mocthecuzoma los mensageros que volvieron de los navios. Hecho lo que arriba es dicho, dieron la relación á Moc- thecuzoma de todo lo que habian visto y oido, y dieron la relación de la comida que comían, y de las armas que usaban, y de todo lo que les aconteció con los españoles. Oída por Mocthecuzoma la relación que le dieron sus embaja- dores espantóse mucho y comenzó á temer: maravillóse de la comida de los Españoles, y de oir el negocio de la artille- ría, especialmente de los truenos que quiebran las orejas, y del hedor de la pólvora que parece cosa infernal, y del iuego que echan por la boca, y del golpe de la pelota que desmenuza un árbol de golpe; y de la relación que le die- ron de las armas muy fuertes que usaban asi ofensivas co- mo defensivas, como son coseletes, cotas, celadas &c, espa- das, ballestas, arcabuces y lanzas &c, también de la rela- ción de los caballos y de la grandeza de ellos, y cómo su- bían en ellos los Españoles armados que no se les parecía mas que la cara, y de cómo tenían las caras blancas y los ojos garzos, y los cabellos rojos y las barbas largas, y de co- mo venían algunos negros entre ellos que tenían los cabe- llos crespos y prietos: también dieron relación de los per- ros que traían y de la manera que eran, y de la ferocidad que mostraban, y de la color que tenían. Oída esta rela- ción, Mocthecuzoma espantosc^y comenzó á temer, yá des- mayarse, y á sentir gran angustia. CAPITULO VIII. De romo Mocthecuzoma envió sus encantadores y malefi- líos, pura que e?npeciesen á tos espuñoles* Después de lo arriba dicho luego Mocthecuzoma juntó algunos adivinos y agoreros y algunos principa lejos, y los envió al puerto donde estaban los Españoles para que pro- fté curasen que no les faltase comida y todo lo que demandasen, y para que mirasen diligentemente para que le diesen la relación de todo lo que pasase, y envió con ellos algunos cautivos para que sacrificasen delante del Dios que venia, si viesen que convenia, y si demandasen sangre para beber. Fueron aquellos embajadores y llegaron á donde estaban los españoles, y ofreciéronles tortillas rociadas con sangre hu- mana. Como vieron los españoles aquella comida, tuvieron grande asco de ellas, y comentaron á escupir y abominarla porque hedía el pan con la sangre; esto se hizo por manda- do de Mocthecuzoma, y él lo mandó hacer porque tenia que aquellos eran Dioses que venian del cielo, y los negros pensaron que eran Dioses negros; todos ellos comieron el pan blanco que llevaban sin sangre, y los huevos y aves, y la fruta que los presentaron, y recibieron también comida para los caballos. Envió Mocthecuzoma aquellos adivinos, agoreros y nigrománticos, para que mirasen si podrían ha- cer contra ellos algún encantamiento ó hechicería, para con que enfermasen ó muriesen, ó se volviesen, y estos hicie- ron todas sus diligencias como Mocthecuzoma les habia mandado contra los Españoles; pero ninguna cosa les apro- vechó ni tuvo efecto, y asi se volvieron á dar las nuevas á Mocthecuzoma de lo que habia pasado, y dijéronle que aquella gente que habian visto era muy fuerte, y que ellos no eran nadie para contra ellos. Luego Mocthecuzoma en- vió otros mensageros y embajadores principales y calpix- ques, para que fueran donde estaban los Españoles, y man- dólos só pena de la muerte, que con gran diligencia procu- rasen todo lo que les fuese necesario á los Españoles, asi para en la mar como para en la tierra. Fueron estos mensa- geros con gran priesa é hicieron todo lo que Mocthecuzoma les mandó: por todo el camino procuraban de proveer á los Españoles de todo lo necesario, y servíanlos con gran di- ligencia. 15 CAPITULO IX. Del llanto que hizo Moctheruzoma y todos los mexicanos de que supieron que los Españoles eran tan esforzados. Oídas las cosas de arriba dichas por Mocthecuzoma, concibió en sí un sentimiento de que venían grandes males sobre él y sobre su reino, y comenzó á temer grandemente no solamente é!, pero todos aquellos que supieron aquestas nuevas ya dichas. Todos lloraban y se angustiaban, y andaban, tristes y cabizbajos, hacían corrillos, y hablaban con espan- to de las nuevas que habían venido; las madres llorando to- maban en brazos á sus hijos, y trayéndoles la mano sobre la cabeza decían: ¡ó hijo mió! ¡en mal tiempo has nacido, qué grandes cosas haz de ver, en grandes trabajos te haz de hallar! Fue dicho á Mocthecnzoma como los Españoles traían una india mexicana que se llamaba Maria, vecina del pueblo de Tetivpac que está á la orilla de la mar del Nor- te, y que traían esta por intérprete, que decia en la lengua mexieana todo lo que el capitán D. Hernando Cortés le mandaba. Luego Mocthecuzoma comenzó á enviar mensa- geros y principales á donde estaban los Españoles para que mirasen lo que se hacia, y procurasen lo que fuese menes* ter al servicio de los Españoles. Cada dia iban unos y vol* vían otros, no paraban mensageros que iban y volvian, y los Españoles no cesaban de preguntar por Mocthecuzoma, queriendo saber qué persona era, si era viejo, ó si era mo- zo, ó si era de media edad, ó si tenia canas. Respondían los Indios mexicanos á los Españoles, hombre es de media edad, no es viejo ni es gordo, es delgado y enjuto. Cuando oia Mocthecuzoma la relación de los mensageros, como los Españoles preguntaban mucho por él, y que deseaban mu- cho de verle, angustiábase en gran manera, pensó de huir ó de esconderse para que no le viesen los Españoles ni le hallasen: pensaba esconderse en alguna cueva, ó de salirse de este mundo y irse al infierno ó ni paraíso terrenal, ó á cualquiera otra parte secreta, y esto trataba con sus ani- gos, aquellos de quien se confiaba, y ellos le decían: hay3 16 quien sepa el camino para ir al infierno y también al pa- raíso terrenal, y á la casa del sol, y á la cueva que se fla- ma Cincalco, que está cabe á Tlacuyoacan, detras de Cha- pultepec que hay grandes secretos, en uno de estos luga- res se podrá V. M. remediar: escoja V. M, el lugar que quisiere que allí le llevaremos, y alli se consolará sin reci- bir ningún daño. Mocthecuzoma se inclinó á irse á la cue- va de Cincalco, y asi se publicó por toda la tierra; pe- ro no tuvo efecto este negocio, ninguna cosa de lo que di- jeron los nigrománticos se pudo verificar, y asi Mocthe- cuzoma procuró de esforzarse, y de esperar á todo lo que viniese, y de ponerse á todo peligro. CAPITULO X. De como los Españoles comenzaron a entrar la tierra adentro, y de como Mocthecuzoma dejó la casa real y se fue á su casa propia. Mocthecuzoma teniendo ya por averiguado, asi por las cosas que habia oido de los Españoles como por los pronós- ticos que habían pasado, y profecías antiguas y modernas que tenían, que los Españoles habian de reinar en esta tierra, salióse de las casas reales y fuese á las casas que él tenia antes que fuese rey ó emperador. De que los Españo- les partieron de la ribera de la mar para entrar la tierra adentro, tomaron un indio principal que llamaban Tlaco- chcalcatl para que los mostrase el camino, al cual indio habian tomado de alli de aquella provincia los primeros navios que vinieron á descubrir esta tierra, el cual indio el capitán D. Hernando Cortés trajo consigo, y sabia ya de la lengua española algo. Este juntamente con Maria eran intérpretes del capitán. A este tomaron por guia de su ca- mino para venir á Méjico, en llrgaodo á la provincia de Tecoac que es tierra de Tlaxcala: alli estaban poblados los Otomies y gente de guerra que guardaba la frontera ó tér- minos de los tlaxcaltecas. Estos salieron de guerra contra los Españoles, quienes comenzaron á pelear con ellos, y los de á caballo alancearon muchos, y jos arcabuceros y 17 ballesteros mataron también á muchos, de manera que des- barataron á todo aquel ejército que venia, y huyeron los que quedaron. Los Españoles tomaron el pueblo y robaron la que hallarou, y asi -destruyeron aquellos pueblos. Como los de Tlaxcala oyeron lo que había acontecido á sus sol- dados y otomies, espantáronse y comenzaron á temer: lue- go se juntaron á consejo, y confirieron todos sobre el ne- gocio para ver si saldrían de guerra contra los Españoles 6 si se darían de paz, y dijeron: sabemos que los otomies son muy valientes y pelean reciamente y todos son des- truidos, ninguna resistencia hubo en ellos, que en un abrir y cerrar de ojos los destruyeron; ¿qué podemos hacer noso- tros? ¿será bien que los recibamos de paz y los tomemos por amigos? esto es mejor que no perder toda nuestra gen- te, y asi acordaron los señores de Tlaxcala de recibirlos de paz y tomarlos por amigos. Salieron luego los señores y principales con gran multitud de tamemes cargados de co- mida de todas maneras. Llegando á ellos saludaron de paz á D. Hernando Cortés, y él los preguntó diciendo ¿de dón- de sois vosotros? ellos dijeron, somos de la ciudad de Tlax- cala, y venimos á recibiros porque nos holgamos de vues- tra venida: habéis llegado á nuestra tierra, seáis muy bien venidos, es vuestra casa y vuestra tierra donde estáis, que se llama Quauhtexcalla. La ciudad que ahora se llama Tlaxcala, antes que viniesen los Españoles se llamaba Tex~ caí la. CAPITULO XI. De como los Españoles llegaron á Tlaxcalla, que enton- ces se llamaba Texcalla. Los señores y principales de Tlaxcala metieron en su ciudad á los españoles recibiéndolos de paz: lleváronlos luego derechos á 1as casas reales: alli los aposentaron y los hicieron muy buen tratamiento administrándoles las cosas necesarias con gran diligencia, y también les dieron á sus hijas doncellas muchas, y ellos las recibieron, y usaron de ellas como de sus mugeres: luego el capitán comenzó á pre- guntar por México diciendo ¿donde está México? ¿está le- 4 18 jos de aqui? dijéronle, no está lejos, está andadura de tres días, es una ciudad muy populosa, y los habitantes de ella son valientes y grandes conquistadores, en todas partes ha- cen conquista. Los tlaxcaltecas y cholultecas no eran ami- gos, tenian entre sí discordia, y como los querían mal di- jeron mal de ellos á los Españoles para que los raalti*ata- sen: dijéronlos que eran sus enemigos y amigos de los me- xicanos, y valientes como ellos. Los Españoles oídas estas nuevas de Cholulla propusieron de tratarlos mal como lo hicieron; partieron de Tlaxcalla todos ellos y con muchos zempoaltecas y tlaxcaltecas que los acompañaron todos con sus armas de guerra: llegando todos á Chollula, los cholul- tecas no hicieron cuenta de nada, ni los recibieron de guer- ra ni de paz, estuviéronse quedos en sus casas. De esto tomaron mala opinión de ellos los Españoles, y conjeturaron alguna traición, y comenzaron luego á dar voces á los principales y señores, y toda la otra gente para que vinie- sen donde estaban los Españoles, y ellos todos se juntaron en el patio del gran Cú de Quetzatcoatl. Estando allí jun- tos los Españoles afrentados de la poca cuenta que habian hecho de ellos entraron á caball >, habiendo tomado todas las entradas del patio, y comenzaron á lancearlos y mata- ron todos cuantos pudieron, y los amigos indios de creer es que mataron muchos mas. Los cholultecas ni llevaron armas ofensivas ni defensivas, sino fuéronse desarmados pen- sando que no se haría lo que se hizo: de esta manera mu- ri ron mala muerte (6). Todas estas cosas que acontecie- ron, luego que ocurrieron los me usa ge ros de Mocthecu- y.oma se las venían á decir: todo el camino andaba lleno de mensageros de acá para allá, y de allá para acá, y toda la gente acá en México y donde venían los españoles, y en todas las comarcas, andaba muy alborotada y desaso- segada , parecía que la tierra se movia, todos andaban espantados y atónitos ; y como hubieron hecho en Cho- lulla aquel estrago los Españoles con todos los Indios sus amigos, venían gran multitud de escuadrones con gran rui- do y con gran polvoreda, y de lejas resplandecían las ar- mas, y causaban gran miedo en los que las miraban: asimismo ponían grande miedo los lebreles que traían consigo, que 19 eran grandes, traían las bocas abiertas, las lenguas saca- das, y venían carleando, y asi ponían gran temor en todos los que lo veían (7). CAPITULO XII. De como Mocthecuzoma envió á uno muy principal suyo con otros muchos principales que fueron á recibir á los Españoles, y hicieron un gran presente al capitán en medio de la Sierra nevada y el volcan. Cuando supo Mocthecuzoma que los Españoles habían partido de Cholulla y que venían camino de México, des- pachó luego á un principal suyo el rnas principal de su corte que se llamaba Tzioarpupuca, y con ellos otros- mu chos principales y otra mucha gente para que fuesen á re- cibir á los Españoles, y diólos un presente de oro que lle- vasen. Partiéronse de México y encontráronse con los Es- pañoles en las dos sierras, que es la Nevada y el volcan; allí los recibieron y presentaron el présenle de oro que lle- vaban, y según que á los Indios les pareció por las seña- les esteriores que vieron en los Españoles, holgáronse y re- gocijáronse con el oro, mostrando que lo tenian en mucho; y como vieron al principal Tzioacpupuca preguntaron á los que con ellos venían tlaxcaltecas y zempoaltecas secre- tamente si era aquel Mocthecuzoma, y dijeroules que no era él, que era un principal suyo que se llamaba Tzioarpu- cnpa. y después preguntaron al mismo principal si era él Mocthecuzoma. y dijo que sí, que él era Mocthecuzoma, y dijéronle vete de ahi que mientes que no eres Mocthecuzo- ma, ¿piensas de engañarnos? ¿piensas que somos algunos ne- cios? no nos podrás engañar, ni Mocthecuzoma se nos po- drá esco"der por mucho que haga, aunque sea ave, y aun- que se meta debajo de tierra no se nos podrá esconder: de verle habernos, y de oirle habernos lo que nos dirá, y luego con afrenta enviaron á aquel principal y á todos los que con él habían venido, y ellos se volvieron á México, y contaron á Mocthecuzoma lo que habia pasado con los españoles. (8) * 2a CAPITULO XIIL JBe como Mocthecuzoma envió otros hechiceros con. los espa- ñoles, y de lo que aconteció en el camino. Como supo Mocthecuzoma que ya veníanlos Españo- les camino de México, enviólos al encuentro muchos sátra- pas de los ídolos, agoreros y encantadores,, y nigrománti- cos, para que con sus encantamientos y hechicerías los em- peciesen y maleficiesen, y no pudieron hacer nada, ni sus encantamientos los pudieron empecer, ni aun llegaron á. ellos;, porque antes que llegasen á ellos toparon con un borracho en el camino y no pasaron adelante: parecióles que era un indio de Chalco^ y también parecíales que estaba borracho. Traia ceñido á los pechos ocho cabestros, ó sogas hechas de heno como de esparto,, y venia de acia donde estaban, los españoles, y llegando cerca de ellos comenzó con* grande enojo á reñirlos y díjolos: ¿Para qué porfiáis vosotros otra vez de venir acá.? ¿Qué es lo. que queréis? ¿Qué piensa Mocthecuzoma. de hacer? ¿Ahora acuerda á despertar? ¿Ahora comienza á temer? ya ha errado,, ya no tiene remedio porque ha hecho muchas muertes injustas, ha destruido á muchos, ha hecho muchos agravios y enga- ños,, y burlas. Como vieron este hombre los encantadores temieron mucho, y postráronse delante de él, y comenza- ron á rogarle é hicieron un montón de tierra, como altar, y echaron heno verde encima para que se sentase, y él como hombre enojado, no quiso sentarse ni hacer lo que le rogaban, ni aun mirarlos, por demás hicieron el altar ó asiento; mas antes se enojó y mas brava y mas reciamen- te los refiia con grandes voces,, y con gran denuedo les di- jp:: por demás habéis venido, nunca mas haré cuenta de México, para siempre os dejo, no tendré mas cargo de vo- sotros, ni. os ampararé, apartaos de mí,, lo que queréis no se puede hacer, volveos- y mirad acia México. Coma vieron aquello- los encantadores desmayaron grandemente,. y na pu- lüfr.onv hablar palabra, hízoseles- un< nudo en la garganta;. «&tth aconteció en> la cuesta que sube acia Tlalmanalcoí he-r 21 cho esto desapareció aquel que les hablaba, y volviendo en sí dijeron, esto que hemos visto convenia que lo viera Mocthecuzoma y no nosotros este que nos ha hablado no es persona humana, es el Dios Tezcaiiipoca. Estos men- sageros no curaron de ir mas adelante^ sino volvieron á dar relación á Mocthecuzoma de lo que habia pasado. Venidos los mensageros á la presencia de Mocthecuzoma, y oido lo que dijeron entristecióse mucho, estaba cabiz-bajo, no ha- blaba, estaba enmudecido casi fuera de sí; á cabo de rato díjoles: ¿Pues qué hemos de hacer varones nobles! Ya es- tamos para perdemos, ya tenemos tragada ¿a muerte, no hemos de subirnos á afgana sierra? ni hemos de huir, me- xicanos somos, ponernos hemos á lo que viniese por la hon- ra de la generación mexicana; pésame de los viejos y viejas, y de los niños y niñas- que no tienen posibilidad ni discreción para valerse^ ¿dónde ¿os escaparán sus pa- dres? ¿Pues qué hemos de hacer? JVacidos somos r venga lo que viniere* CAPITULO XIV. De como Mocthecuzoma mandó cerrar los caminos por- que los Españoles no llegasen á México, Habiendo oido Mocthecuzoma todas estas cosas, y vien- do que venian los Españoles derechos á México, mandó cerrar los caminos por donde habían de venir, mandó plan- tar magueyes en- ellos y que los llevasen acia Te/cuco. Los Españoles conocieron el cerramiento de los caminos y tornáronlos ¿abrir, y echaron por ahí los magueyes con- que estaban cerrados, durmieron en Jlmaquemecan, (f) y otro dia partieron de allí y llegaron- á Cuillahuac, (g) y en el pue- do de Cuitluhuae 1). Hernando- Cortés mandó llamar ato- dos los señores que estaban en Chinanpan, Xochimilcn, Mizquic y todos los pueblos de la Chinan pa, allí los ha- bió diciendolos la razón de su venida. Esta plática oyeron los de Tlalmanalco en Arnaquemecaiij de allí se partieron (f) Hoy ¿imecameca*. , (g) Hoy Tlahua, 22 para Itztapalapan , pueblo que dista de México dos le- guas. Llegados allí D. Hernando Cortés hizo juntar á los principales que se llamaban JVauhtcrutli que son Itztapa- lapan, Mexicatzineo, Coyohuacan, Vitzilopuchcox (h) allí los habló de la manera que á los otros, (i) ellos se mostraron de paz y hablaron como amigos. Mocthecuzoma en todo es- to ninguna cosa de guerra proveyó, ni mandó que se hi- ciese enojo ninguno: mas antes proveyó que fuesen pro- veídos de todo lo necesario antes que llegasen á México. Estando los Españoles en Itztapalapan ninguno de los me- xicanos fue á verlos, ni osaban salir de sus casas ni andar los caminos, todos estaban amedrentados de lo que habían oído que los Españoles habían hecho por todo el camino: estaban esperando la muerte, y de esto hablaban entre sí diciendo: ¿Qué habernos de hacer vaya por donde fuere? Ya es venido el tiempo en que hemos de ser destruidos, esperemos aqui la muerte. CAPITULO XV. De como los Españoles partieron de Itztapalapan para entrar en México. Partieron los Españoles de Itztapalapan todos adere- zados á punto de guerra y en su ordenanza por escuadro- nes: fueron algunos de á caballo delante á descubrir si ha- bía alguna celada; llevaban también dos lebreles delante: iba en la retaguardia D. Hernando Cortés con otros mu- chos Españoles todos armados y en su ordenanza, tras ellos iba el bagage y la artillería en sus carretones; iban mu- chos Indios de guerra con todas sus armas, muchos tlax- caltecas, y Huexotzincas: de esta manera ordenados entraron en México. En todo lo restante de este capítulo no se dice otra cosa sino la orden que llevaban los Españoles y los Indios amigos cuando entraron en México (9). (h) Hoy se llama Churubusco. (i) En estos razonamientos les hablaba de D. Garfas de Jíusfria y de sus grandezas, concepto que él mismo desmentía mostrándose ávido del oro: el que tiene que comer en su casa no mendiga en la agena ni la roba. 23 CAPITULO XVI. De como Moethecuzoma salió de paz á recibir á los Es- pañoles á donde llaman Xoluco, que es en el acequia que está cabe las casas de Mvarado un poco mas acá que llaman ellos VitzMan* En llegando los Españoles á aquel rio que está cabe (f) las casas de Alvarado que se llama Xoluco, luego Moe- thecuzoma se aparejó para irlos á recibir con muchos se- ñores y principales, y nobles para recibir con paz y con honra á D. Hernando Cortés, y á los otros capitanes; toma- ron muchas flores hermosas y olorosas hechas sartales, y en guirnaldas, y compuestas para las manos, y pusiéronlas en platos muy pintados y muy grandes hechos de calabazas, y también llevaron collares de oro y de piedras. Llegando Moethecuzoma á los Españoles al lugar que llaman Fi7- zillan que es cabe el hospital de la Concepción, luego allí el mismo Moethecuzoma puso un collar de oro y de pie- dras al capitán D. Hernando Cortés, y dio flores y guir- naldas á todos los demás capitanes; habiendo dado el mis- mo Moethecuzoma este presente como ellos lo usaban ha- cer, luego D. Hernando Cortés preguntó al mismo Moe- thecuzoma, y Moethecuzoma respondió: yo soy Moethecu- zoma, y entonces enhiéstase delante del capitán haciéndo- le gran reverencia, y enhiéstese (g) luego de cara á cara del capitán cerca de él, y comenzóle á nablar de esta ma- nera. ,,¡0 señor nuestro! seáis muy bien venido, habéis llega- do á vuestra tierra y á vuestro pueblo, y á vuestra casa México: habéis venido á sentaros en vuestro trono y en vuestra silla, el cual yo en vuestro nombre he poseído algunos dias. Otros señores (que ya son muertos) le tuvieron antes que yo, el uno que se llama Itzcoatl, el otro Moethe- cuzoma el viejo, y el otro Axayaeatl, y el otro Tízoc, y el otro Ahuitzotl. Yo el postrero de todos he venido á (f) Junto, ó cerca de las casan. (g) Ponerse derecho y con semblante lleno de dignidad. 24 tener cargo y regir este vuestro pueblo de México, todos hemos traído acuestas á vuestra república, y á vuestros va- saltos, los difuntos ya no pueden ver ni saber lo que ahora pasa; ¡pluguiera aquel por quien vivimos que alguno de ellos fuera vivo, y en su presencia aconteciera lo que acontece en la mía! Ellos están ausentes señor nuestro, ni estoy dor- mido, ni soñando, con mis ojos veo vuestra cara y vuestra persona: dias ha que yo esperaba esto: dias ha que mi co- razón estaba mirando aquellas partes por donde habéis venido; habéis salido de entre las nubes, y de entre las nieblas, lugar á todos escondido. Esto es por cierto lo que nos de- jaron dicho los reyes que pasaron, que habíais de volver á reinar en estos reinos, y que habiades de asentaros en vues- tro trono, y en vuestra silla: ahora veo que es verdad lo que nos dejaron dicho. Seáis muy bien venido, trabajos ha- bréis pasado viniendo tan largos caminos, descansad ahora, aquí está vuestra casa y vuestros palacios, tomadlos y des- cansad en ellos con todos vuestros capitanes y compañe- ros que han venido con vos." (10) Acabó Mocthecuzoma de decir su plática, y Marina dec'arola á D. Hernando Cortés; como este hubo entendido lo que habia dicho Moc- thecuzoma, dijo k Marina: ,, Decidle á Mocthecuzoma que se consuele y huelgue y no haya temor, que yo le quiero mucho y todos los que conmigo vienen, y de nadie recibi- rá daño: hemos recibido gran contento en verle y cono- cerle, lo cual hemos deseado muchos dias há y se ha cum- plido nuestro deseo: hemos venido á su casa México, de espacio nos veremos, y hablaremos." Luego D. Hernando Cor- tés tomó por la mano á Mocthecuzoma^ y se fueron am- bos juntos á la par para las casas reales. (11) Los señores que se hallaron presentes con Mocthecuzoma fueron los si- guientes: el señor de Texcoco, que se llamaba Cacamatzini el 2.° el señor de Tlacupan que se llamaba Tetlepanquet- zatzin: el 3.° el que gobernaba en el Tlatiluico que se lla- maba Itzquauhtzin: el 4.° el mayordomo de Mocthecuzo- ma que tenia puesto en el Tlatiluico que se llamaba To- pan témoctzin. Estos fueron mas principales, sin otros mu- chos menos principales Mexicanos que allí se hallaron, el uno de los cuales se llamaba Jltlixcatzintlacateccatl, el otro 25 T'peoatzintlaeochculcatl, el otro Quetzalaztatzinticociaoa- catl, otro Totomochtzinhecatempaiittzin, el otro Quappiat- zin; todos estos cuando fue preso Mocthecuzoma le des- ampararon y se escondieron. CAPITULO XVII. De como los Españoles con Mocthecuzoma llegaron á las casas reales y de todo lo que allí pasó. De que los Españoles llegaron á Jas casas reales con Mocthecuzoma, luego le detuvieron consigo (12) nunca mas le dejaron apartar de sí, y también detuvieron consigo á Itcuauhtzin gobernador del Tlatilulco: á estos dos detuvie- ron consigo, y á los demás dejaron ir, y luego soltaron todos los tiros de pólvora que traian, y con el ruido y humo de los tiros todos los Indios que allí estaban se pa- raron como aturdidos y andaban corno borrachos; comen- zaron á irse pur diversas partes muy espantados, y así los presentes como los ausentes cobraron un espanto mortal. Durmieron aquella noche, y otro dia luego muy de maña- na comenzóse á pregonar de parte del capitán y de par- te de Mocthecuzoma que se trajesen, todas las cosas ne- cesarias para los Españoles y para los caballos, y Moc- thecuzoma ponia mucha diligencia en que trajesen todas las cosas necesarias, y los Piles y dchcau/itles, y otros oficiales á quien concernía esta provisión, no querían obe- decer á Mocthecuzoma, ni llegarse á él; pero con todo es- to proveían de todo lo necesario. De que se hubieron apo- sentado los Españoles y concertado todo su repuesto y re- posado, comenzaron á preguntar á Mocthecuzoma por el tesoro real para que dijese donde estaba, y el los llevó á una sala que se llamaba leuhcalco, donde tenían los pluma- ges ricos, y otras muchas joyas ricas de pluma y de oro y de piedras, y luego lo sacaron delante de ellos. Comen- zaron los Españoles á quitar el oro de las plumas y de las rodelas y de los otros atavíos del areyto que alli es- taban, y por quitar el oro destruyeron todos los plunia- ges y joyas ricas, y el oro fundiéronlo é luciéronlo barre- 5 26 tas, y las piedras que les parecieron bien tomáronlas, y las piedras bajas y plurnages, todo lo tomaron los Indios de Tiaxcala, y escudriñaron los Españoles tuda la casa real y tomaron todo lo que les pareció bien (13). CAPITULO XVIII. De como ios Españoles entraron en las propias casas de Moctheeuzoma, y de lo que alli pasó. Hecho todo lo de arriba dicho, procuraron de saber la recámara de Moctheeuzoma y él los llevó á su recá- mara que se llamaba Totocalco, que quiere decir, la casa de las aves, y iban los Españoles muy regocijador por pen- sar que allí hallarían mucho oro, y llegando luego sacaron toda la recámara del mismo Moctheeuzoma, donde habia muchas joyas de oro y plata, y de piedras preciosas, y to- do lo tomaron, y á los plurnages ricos quitáronlos todo el oro, y las piedras, y pusieron las plumas en medio del patio para que las tomasen sus amigos, y luego mandó el capi- tán D. Hernando Cortés por medio de Marina que era su intérprete, la cual era una India que sabia la lengua cas- tellana y -mexicana que la tomaron en Yucatán: esta comen- zó á llamar á voces á los tecutles y piles mexicanos pa- ra que viniesen á dar á los Españoles lo necesario para comer, y nadie osaba venir delante de ellos, ni llegarse á ellos, todos estaban atemorizados y espantados: enviábanles lo necesario para comer y los que lo llevaban iban tem- blando, en poniendo la comida no paraban mas allí, y luego se iban casi huyendo. CAPITULO XIX. De corno los Españoles mandaron á los Indioi hacer la fiesta de Vitzilopnchtli, esto fue en ausencia del capi- tán cuando fue al puerto por la venida de Panfilo de Narvacz. Habiéndose partido el capitán D. Hernando Cortés para el puerto á recibir á Panfilo de Narvacz, dejó en 27 su lugar á D. Pedro de Alvarado con los Españoles que quedaron aquí en México, el cual en ausencia del capi- tán persuadió á Mocthecuzoma para hacer la fiesta de Vit- zilopuchtli porque queriau ver como hacían aquella so- lemnidad. Mocthecuzoma mandó que se hiciese esta fies- ta para dar contento á los Españoles; aparejáronse asi los sátrapas, ( j) como los principales para hacer la fiesta. En to- da esta letra que se sigue no se dice otra cosa sino la manera como hacían la estatua de Vitzilopuchtli de masa de diversas legumbres y como la pintaban, y como la com- ponían, y como después ofrecian delante de ella muchas cosas; y estando en esta solemnidad haciendo un gran arey- to muy ricamente aderezados todos los principales en el patio grande del Cú de Vitzilopuchtli donde estaba la Ima- gen hecha de masa de bledos, y muy ricamente ataviada con muchos ornamentos los cuales están en la letra espli- cados, y otras ceremonias que se ponen en todo este ca- pitulo....(k) CAPITULO XX. De como los Espolióles hicieron gran matanza en los In- dios estando haciendo la fiesta de Vitzilopuchtli en el patio mismo de Vitzilopuchtli, Los Españoles al tiempo que les pareció convenible salieron de donde estaban, y tomaron todas las puertas del patio para que no saliese nadie, y otns entraron con sus armas y comenzaron á matar á los que estaban en el arey- to, y á los que tañían les cortaban las manos y las cabe- zas, y daban de estocadas y de lanzadas á todos cuantos topaban, y hicieron una matanza muy grande, y los que acudían á las puertas huyendo de allí los mataban: algu- nos saltaban por las paredes, algunos se metían en las ca- pillas de los Ciíes, allí se echaban y se fingían muertos, corría la sangre por el patio como el agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas y brazos, y (j) Por sátrapas entiende el autor sacerdotes ó Temacaxtlct, (k) ••••Se conoce que este capítulo está truncado, sin embargo em el siguiente da idea de la horrible maldad cometida por los Españoles. 28 tripas, y cuerpos de hombres muertos: por todos los rin- cones buscaban los Españoles á los que estaban vivos pa- ra matarlos Como salió la fama de este hecho por la ciu- dad, comenzaron á dar voces diciendo ¡á la arma! ¡á la ar?naf y luego á estas voces se juntó gran copia de gen- te todos con sus armas, y comenzaron á pelear contra los Españoles. CAPITULO XXI. De como comenzó la guerra entre los Mexicanos y los Españoles en México. Como (i) comenzó la guerra entre los Indios y los Españoles, estos se fortalecieron en las casas reales con el mismo Mocthecuzoma y con Ytzquauhfzin, el go- bernador de Tlatilulco; los Indios los cercaron y los com- batieron reciamente, y los Españoles se defendían con los tiros de pólvora y ballestas y escopetas, y hacían gran da- ño en los Indios, y luego echaron grillos á Mocthecuzo- ma, (14) y también los Indios comenzaron á enterrar los que habían sido muertos en el patio por los Españoles, por cuya muerte se hizo gran llanto en toda la ciudad por- que eran gente muy principal los que habían muerto. En- terráronlos en diversas partes según sus ritos; el mesmo dia y á la puesta del sol Jtzquauhtzin gobernador de Tlatilulco subióse sobre los tlapancos de la casa real y comenzó á d tr voces diciendo: ¡Ah Mexicanos! ¡Ah Tlatilulcos! mirad que el señor Mocthecuzoma vuestro rey os ruega que ce- seis de pelear, y dejéis las armas porque estos hombres son muy fuertes mas que nosotros, y si no dejais de dar- les guerra, recibirá gran daño todo el pueblo porque ya han atado con hierro á vuestro rey. Oídas estas voces por los Mexicanos y Tlatilulcas, comenzaron entre sí á bravear, y maldecir á Mocthecuzoma diciendo ¿que dice el puto de Mocthecuzoma (m) y tú bellaco con él? no cesaremos de la guerra; luego comenzaron á dar alaridos y á tirar saetas íl): Léase,, luego que comenzó. (tai) Hé aqui uno de los caracteres de verdad que no puede 29 y dardos acia donde estaba el que hablaba junto con Moc- thecuzoma, y los Españoles arrodeláronlos, y así no recibie- ron dafio. Tenían gran rabia contra los Españoles porque mataron á los principales y valientes hombres á traición, y por tanto tenían cercadas las casas reales que á nadie dejaban entrar, ni salir, ni meter ningún bastimento por- que muriesen de hambre, y si alguno metia secretamen- te comida á alguno de los de dentro, los de afuera en sa- biéndolo luego los mataban. Supieron los de fuera que al- gunos Mexicanos entraban allá, y metían saetas secretamen- te, y luego pusieron gran diligencia en guardar que na- die entrase ni por tierra, ni por agua, y á los que halla- ron culpados de haber metido algo matáronlos; y luego se levantó gran revuelta entre los Mexicanos, unos se acu- saban á otros de haber entrado, y así mataron muchos, en especial de los serviciales ó pages de Mocthecuzoma que traían bezotes de cristal que era particular librea ó se- ñal de los de la familia de Mocthecuzoma, y también á los que traían mantas delgadas que llaman ayatl que era librea de los pages de Mocthecuzoma: á todos los acusa- ban y decían que habían entrado á dar comida á su señor y á decir lo que pasaba fuera, y á todos los mataban, y de allí adelante hubo gran vigilancia que nadie entrase, y asi todos los de la casa de Mocthecuzoma se huyeron y es- condieron porque no los matasen. Dieron batería los Me- xicanos á los Españoles siete dias, y los tuvieron cercados veinte y tres días, y en este tiempo ensancharon y ahon- daron las acequias, y atajaron los caminos con paredes, y hicieron grandes baluartes para que no pudiesen salir los Españoles por ninguna parte (15). contrahacerse: el lenguage es indecente, pero propio de nn pueblo en- furecido y quejogo de la pusilanimidad de su rey que los habia com- prometido, y causado por ella iuiinitos males. 30 r CAPITULO XXII. De como llegó la nueva de que el capitán D. Hernan- do Cortés habiendo vencido á Panfilo de Narvaez vol- vía ya para México con otros muchos Españoles que de nuevo habían venido. Estando las cosas como arriba se dijo, vino nueva co- mo el capitán i). Hernando Cortés venia con muchos Es- pañoles y con muchos Indios de Zempoala y de Tlaxcala, todos armados á punto de guerra con gran prisa, y los me- xicanos concertaron entre sí de esconderse todos y no los salir á recibir ni de guerra ni de paz; y los Españoles con todos los demás amigos fuéronse derechos acia las casas rea- les donde estaban los Españoles, y los mexicanos todos es- taban escondidos que no los viesen los Españoles, y esto hacían por dar á entender que ellos no habian comenzado la guerra; y como entró el capitán con toda la otra gente en las casas reales, comenzaron á soltar todos los tiros en alegria de los que habian llegado y para atemorizar á los contrarios, y luego comenzaron los mexicanos á mostrarse, y á dar alaridos, y á pelear contra los Españoles echando saetas y dardos contra ellos, y los Españoles asimismo co- menzaron á pelear y tirar saetas y tiros de pólvora; fue- ron muertos muchos de los mexicanos, tiraban los Españo- les todos sus tiros muy certeros que nunca erraban y que no matasen con ellos; y como vieron los mexicanos el daño que recibían de parte de los Españoles comenzaron á cule- brear por escaparse de los tiros, y andar de lado: dieron combate cuatro dias arreo (m) á las casas donde estaban los Españoles, y después de estos cuatro dias los capitanes me- xicanos escogieron muchos soldados viejos y valientes hom- bres, y subieron sobre un Cú el que estaba mas cerca de las casas reales, y subieron allá dos vigas rollizas para des- de alli echarlas sobre las casas reales y hundirlas para po- der entrar. Visto esto los Españoles, luego subieron al Cii (\n) Arreo equivale á continuo y sin parar. 31 con mucho orden, y llevaban sus escopetas y ballestas* y comenzaron á subir muy despacio, y tiraban con las ba- llestas y escopetas á los de arriba: en cada rengle (ñ) iba un escopetero, y luego un soldado con espada y rodela, y luego un alabardero: p*»r esta orden iban subiendo al Cú, y los de arriba echaban los maderos por las gradas del Cú abajo, pero ningún daño hicieron á los Españoles, y lle- gando á lo alto del Cú comenzaron á herir y matar á los que estaban arriba, y muchos de ellos se despeñaban por el Cú abajo: finalmente, todos murieron los que habían su- bido al Cú. Tornáronse los Españoles á su fuerte y barreá- ronse (o) muy bien. Los mexicanos enterraron á todos los que alli murieron, porque toda era gente principal y de mucha cuenta en la guerra. CAPITULO XXIII. De como Mocthecuzoma y el gobernador del Tlatiluleo fueron echados muertos fuera de la casa donde los Es- pañoles estaban. Después de lo arriba dicho cuatro dias andados des- pués de la matanza que se hizo en el Cú, hallaron los me- xicanos muertos á Mocthecuzoma y al gobernador del Tla- tiluleo echados fuera de las casas reales, cerca del muro donde estaba una piedra labrada como galápago que llama- ban Teouioc, y después que conocieron los que los hallaron que eran ellos, dieron mandado y alzáronlos de alli, y lle- váronlos á un oratorio que llamaban Calpulco, y hiñéron- los alli las ceremonias que solian hacer á los difuntos de gran valor, y después los quemaron como acostumbraban ha- cer á todos los señores, y hicieron todas las solemnidades que solian hacer en este caso; al uno de ellos que era Mocth( cuzoma lo enterraron en México (16) y al otro en el Tlatiluleo; algunos decian mal de Mocthecuzoma porque habia sido muy cruel; los del Tlatiluleo lloraban mucho su (ñ) Osea ringlera 6 fila, formación militar. (o) Es decir se fortificaron con vigas, formaron trincheras. 32 gobernador porque era muy bienquisto. Después de algu- nos dias que estaban cercados los Españoles y que cada dia les daban guerra, un dia salieron de su fuerte algunos de ellos y cojieron de los maizales mazorcas de maíz y cañas de maiz, y tornáronse á su fuerte, (p) CAPITULO XXIV. De como los Españoles y Tlaxcaltecas salieron huyendo de México de noche. Después que los Españoles y los amigos que con ellos estaban se hallaron muy apretados, asi de hambre como de guerra, una noche salieron todos de su fuerte, los Españo- les delante y los Indios tlaxcaltecas detras, y llevaban unas puentes hechas con que se pasaban las acequias. Cuando es- to aconteció llovia mansamente, pasaron cuatro acequias, y antes que pasasen las demás salió una muger á tomar agua y viólos como se iban, y salió dando voces diciendo: ¡Ah mexicanos, ya vuestros enemigos se van! esto dijo tres ó cuatro veces, luego uno de los que velaban comenzó á dar voces desde el Cú de Vitzilopiichtli en manera que todos le oyeron, y dijo: ¡Ah valientes hombres, ya han salido vues- tros enemigos, comenzad á pelear que se van! Como oyeron todos estas voces comenzaron á dar alaridos, y luego co- menzaron á arremeter asi por tierra como por agua. Acu- dieron á un lugar que se llama Mictlantoneomacuilcuitla- pilco, y alli atajaron á los Españoles, los mexicanos de una parte y los del Tiatilulco de otra, y alli comenzaron á pe- lear contra los Españoles y estos contra ellos, y asi fue- ron muertos y heridos de ambas partes muchos; y lle- gando los Españoles á una acequia que se llama Tlanteeayo- can como no pudieron pasar, todos y les daban guerra por todas partes, los Indios tlaxcaltecas cayeron en la acequia y muchos de los Españoles, y las mugeres con ellos, tan- tos cayeron que la acequia se hinchió, y los que iban de- tras pudieron pasar la acequia sobre los muertos. Llegaron fpj Es decir, salieron á forragear para su caballería. 33 á otra acequia que se llama Petlacalco, y pasáronla con har- ta dificultad: habiéndola pasado allí se rehicieron todos y se recogieron, y llegaron á otro lugar que se llama Pupu- tla (q) ya cuando amanecía, y los mexicanos seguíanlos con gran grita. Los Españoles con algunos tlaxcaltecas iban juntos por su camino adelante, y peleando los unos con los otros siguiéronlos hasta cerca de Tlacupan hasta un lugar que se llama Tilihucan^ y alli mataron al sr. de Tlacu- pan, que era hijo de Mocthecuzoma: también aqui murió un principal que se llamaba Tlaltecutzin, y otro que se lla- maba Tepanecatllecutli; todos iban guiando á los Españo- les y los enemigos los mataron. Llegaron los Españoles á un lugar que llamaban Otonitocalco (r) alli se rocogieron en el patio y se refosilaron porque los Indios mexicanos ya se habian vuelto á recoger al campo: alli los llegaron á re- cibir de paz los otomies del pueblo de Teucalhuican, y los dieron comida. CAPITULO XXV. De como los de Tecalhuican (s) salieron de paz y con bas- timentos á los Españoles cuando iban huyendo de México. Estando los Españoles en este aposento arriba dicho, vinieron los otomies de Teucalhuican con su principal que se llamaba Otocoatl, y trajeron comida á los Españoles que estaban muy necesitados, diéronlos muchas tortillas y ga- llinas asadas y cocidas, y otras maneras de comida, y ha- blaron al capitán D. Hernando Cortés, saludándole de paz y rogándole que descansasen y comiesen. Entonces el ca- pitán los habló por la lengua de Marina india, preguntán- dolos de dónde eran, ellos dijeron del pueblo de Tacalhuican: luego -informado el capitán de qué tan lejos estaba el pue- blo, díjoles, mañana iremos á dormir á vuestro pueblo; ellos hicieron gracias porque quería ir á su pueblo. Habiendo llegado el capitán con los Españoles y los amigos á este • ■ (<\) HoyPopotla. (v) Donde está el santuario de los Remedios, Clavijero le llama Otoncalpolco. (s) Parece que este pueblo se conoce hoy con el nombre de Jlulx- quilucan. . - 6 34 pueblo ya dicho, los mexicanos comen7aron á sacar la gen- te, asi de los Españoles como tlaxcaltecas y zempoaltecas que se habían ahogado en la acequia que se llamaba 7b/- iecaucalocO) y en la que se llamaba Petlacalco, y en la que se llamaba Mictlantonco; sacáronlos, y despojáronlos, y echáronlos desnudos por entre las espadañas y juncias para que allí los comiesen las aves y los perros: á los Españo- les á otra parte los echaron por sí, conocíanlos porque eran barbados y tenían los cuerpos muy blancos; también los caballos que se habían a logado y todas las cargas que lle- vaban, todo lo desbarataron y lo robaron, y todas las ar- mas que hallaron las toma-ron; los tiros de pólvora tam- bién los tomaron y derramaron toda la pólvora que habia. Tomaron muchas escopetas, y muchas ballestas, y muchas espadas, y muchas alabardas, y muchos capacetes y cosele- tes, y cotas, y muchas adargas y ianzas, y muchas rode- las: aqui también tomaron mucho oro en barretas y en va- sijas, y oro en polvo, y muchas joyas de oro y de piedras. Comenzaron luego á buscar por todas las acequias lo que ha- bia caido de los despojos, asi de los vivos como de los muer- tos; los Españoles que iban en la vanguardia solos se sal- varon con los Indios que iban con ellosj y los que iban en la retaguardia todos murieron, asi Indios como Indias, y los Españoles y todo el fardage se perdió. Durmieron, los Españoles que se escaparon en un lugar que se llamaba JÍcueco, y de alli muy de mañana se partieron, y los me- xicanos iban en su seguimiento dándoles grita desde lejos. Llegapon á un lugar que se llama Calacoayam que está en- cima de los cerros, destruyeron todo aquel pueblo, y des- cendieron acia los llanos que se llamaban Tizapan, y lue- go comenzaron á subir acia el pueblo de Teucalhuican* CAPITULO XXVI. He como los Españoles llegaron al pueblo de Teuealhui- can> y del buen tratamiento que alli los hicieron. Llegados los Españoles al pueblo de Teuealhuican an- tis, de medio* dia,. fueron muy bien recibidos de los oto- mies cuyo era aquel pueblo, y diéronlos luego mucha coini- 35 da, la cual tenían aparejada: regocijáronlos y recreáronlos mucho asi á ellos, como á todos los que con ellos iban, y tam- bién á los caballos dándolos cuanto habían menester, y ellos tenían. Los ótomies de Tlaxcaltecas que se escaparon de la guerra conociéronse con los de Teucalhuican porque eran todos parientes, y desde el pueblo de Teucalhuican, habían ido á poblar á Tlaxeala, y luego todos ellos juntos se ha- blaron para saludar al capitán y á los Españoles. También lue- go todos juntos fueron á hablar'al capitán, y á los otros ca- pitanes diciéndolos, que aquella era su casa, y su pueblo, y ellos eran sus vasallos: también se quejaron al capitán del mal tramiento que les habia hecho Mocthecuzoma y los mexicanos, cargándolos mucho tributo y muchos trabajos, y dijéronlos que si los dejaba, que mas mal tratamiento les habian de hacer porque eran crueles é inhumanos los me- xicanos. Como Marina hubo dicho al capitán lo que los Indios decían, díjolos el capitán: ,,no toméis pena aunque me vaya, que yo volveré presto, y haré que esta sea cabe- cera, y no sujeta á México, y destruiré á los mexicanos. " Como oyeron estas palabras los otomies de Teucalhuican con- soláronse mucho, y cobraron presunción y orgullo para re- belarse contra los mexicanos, y los Españoles durmieron aque- lla noche allí, y otro día antes que amaneciese aparejá- ronse para partir y tornaron el camino de Teputzotlan. (t) Los que vieron que iban á su pueblo comenzaron todos á huir, y metiéronse en los montes, y escondiéronse por las barrancas, no quedó nadie en el pueblo que recibiese á los Españoles, ninguna cosa llevaron consigo, dejaron to- das sus haciendas, solamente salvaron sus personas, porque tuvieron gran miedo que los habian de matar, y los Es- pañoles entráronse en las casas principales ó palacios del señor: en aquel pueblo durmieron aquella noche todos jun- tos, y todos estaban con gran temor de que viniesen so- bre ellos los enemigos. Otro dia en amaneciendo almor- zaron de lo que hallaron por las casas del pueblo, y des- pués que hubieron almorzado partiéronse, y por el ca- (t) Hoy Tepozotlan, domle existe un colegio coirecional en que se enseña teología moral y mexicano. 36 mino donde iban, iban tras ellos los mexicanos dándoles grita, y si alguno se acercaba á los Españoles, luego lo mataban. Fueron derechos al pueblo de Cillaltepec, y co- mo vieron los de este lugar que iban allá los Españoles escondiéronse, y ningún recibimiento les hicieron: comieron de lo que hallaron por las casas, y durmieron allí aque- lla noche, y de mañana almorzaron, y habiendo almorza- do partiéronse al pueblo que se llama Xoloc: los de aquel pueblo todos huyeron, y nadie osó esperar, todos se su- bieron al cerro que se llama Xoloc, y allí se escondieron, y tuvieron gran temor. Los Españoles durmieron allí aque- lla noche, y otro dia muy de mañana como hubieron almor- zado partiéronse y iban por el camino en dos rendes los de á caballo, y todos los de á pie, y los que llevaban cargas iban en medio de los dea caballo, y de camino quemaron todas las casas de los demonios que hallaron á mano porque eran paji- nas, y como las casas ardían espantáronse los que las veían. Yendo por su camino adelántelos Españoles, iban tras ellos dán- doles grita los Maceoales de aquellos lugares, pero no osaron llegarse: aquel dia llegaron al pueblo que se llama Aztaqueme- can; este es un monte alto poblado: los Españoles subieron al monte y aposentáronse á la falda del monte en una población que se llama Zacamolco que está en un collado, hospedáronse en un Cú de los otomies, también los habitadores de aquel pueblo se huyeron y dejaron el pueblo. CAPITULO XXVII. De como los mexicanos llegaron á donde estaban los Es- pañoles siguiendo el alcance* Estando los Españoles en este pueblo, llegaron gran número de mexicanos con propósito de acabarlos, y asen- táronse cerca de una cuesta (u) que se llama Tonan, que quie- re decir nuestra madre: enviaron luego espías los mexi- canos para que observasen á los Españoles, y viesen cuando comenzasen á caminar, y como comenzaron a ca- minar, las espías dieron voces á los mexicanos diciéndo- (u) Clavijero le llama Toncmco 37 los como ya los Españoles se iban. Oído esto luego los mexicanos comentaron á marchar tras ellos. Los Españo- les como los vieron ir tras sí con gran prisa, entendie- ron que querían pelear, y paráronse, y pusiéronse en or- den de guerra, y los mexicanos como eran muchos, toma- ron en medio á los Españoles, y comenzaron á combatir- los de todas partes; y los Españoles mataron muchos me- xicanos y tlatilulcanos por cuanto se arrojaron mucho en los Españoles, y asi murieron muchos de ellos y fueron ahuyentados. Habiendo vencido los Españoles esta batalla prosiguieron su camino, y de alli adelante no los siguieron los mexicanos. Estuvieron los Españoles, desde que entra- ron en México hasta que salieron 235 dias, y estuvieron en paz y amistad cou los Indios 85 (v). Cuando los Españoles hubieron vencido la batalla arriba dicha, luego tomaron su camino para Tlaxcala, y entrando en el término de esta repú- blica los mexicanos se volvieron, buscaron entre los muer- tos las personas señaladas que habían perecido y hicié- ronles sus exequias, y quemaron sus cuerpos , y toma- ron las ceni/as, y volviéronse á. México diciendo que los Es- pañoles habían huido y que nunca mas habían de volver. Co- mo los Españoles hubieron entrado en los términos de Tlax- cala, según la relación de los Españoles que allí se halla- ron, los principales de Tlaxcala asi hombres como muge- res, salieron á recibirlos con mucha comida, y lleváronlos á la ciudad, cargando acuestas los que no podian andar, y curando los heridos; y llegados á la ciudad de Tlaxcala les hicieron muy buen tratamiento, y se compadecieron y llo- raron por el desastre que les había sucedido, y por los mu- chos que quedaron muertos en México asi Españoles co- mo tlaxcaltecas. Curáronse los Españoles , y esforzáronse en la ciudad de Tlaxcala por mas de medio año, y eran muy pocos para tornar á dar guerra á los mexicanos. En este medio tiempo llegó á Tlaxcala un Francisco IJcrnan- dtz9 español, con 300 soldados castellanos y con muchos ca- ballos y armas, y tiros de artillería y munición. Con ts- (v) Si á los seis dias de llegados arrestaron á Mocthecuzonia, es claro que desde entonces declararon la guerra. 38 to tomó ánimo el capitán D. Hernando Cortés y los qué cotí él estaban que habían escapado de la guerra para tor- narse ¿aparejar, y volverá conquistar á México. CAPITULO XXVIII. De la primera fiesta que hicieron los Mexicanos después que los Españoles salieron de noche de esta ciudad. Cuando los Españoles salieron de México, y fueron á Tlaxcalla era el mes que se llamaba Tecuilhuitentti (x) que comienza á dos de junio, y llegado el mes siguiente el'os llamaban Hueytecuilhuitl, que comienza á veinte y dos de junio. Como ya estaban algo descansados de la guerra pa- sada hicieron muy gran fiesta á todos sus Dioses, y saca- ron todas las estatuas de ellos, y ataviáronlas con sus or- namentos, y con muchos quetzales de pluma rica, y pusié- ronlas sus carátulas de turquesas, hechas de mosaico: esto hicieron agradeciendo á sus Dioses porque los habían li- brado de sus enemigos. Luego se sigue el otro mes suyo que se llama Tlaxochimaco que comienza á doce de ju- lio; tras este se sigue el mes que se llama Jocotlvenzi, qin par en gran remuneración por el imperio de Tezcuco de que lo habia des- poseído! ¡Con razón se dijo que Carlos V fue el tipo del Quijote de Cervantes! Véase mi Galería de príncipes mexicanos que publiqué en 1821 en Puebla, cuaderno l.° página 23. 49 pusieron fuego al Cú mayor que era de Vitzilopuchtli, y todo se quemó. Como vieron los mexicanos que se que- maba el Cú comenzaron á llorar amargamente, porque to- maron mal agüero de verlo quemar, y luego se tra- bó una batalla muy recia . Duró esta casi un dia, y derrocaron los Españoles unos paredones, ó albarradas con la artillería de donde les daban guerra: después de der- rocados acogiéronse á las casas de que estaba cercado el tianquiztli, y subieron los soldados mexicanos sobre los so- brados de estas casas, y de alli tiraban saetas y piedras: los mexicanos ahugeraron aquellas casas, y hicieron de ellas guaridas para defenderse de los caballos. Otra vez entraron los Españoles, y los Indios amigos en el tianquiztli, y comenzaron á robar y cautivar Indios: como vieron esto los soldados me- xicanos, salieron tras ellos, y hiciéronlos dejar la presa, y aquí murió un capitán señalado de los mexicanos que se lla- maba jixuqttentzin, y luego se retrugeron los Españoles que peleaban de las partes de san Martin, aunque de las otras partes todavía peleaban los Españoles y sus amigos. Una capitanía de soldados mexicanos hicieron una celada pa- ra tomar á los Españoles y sus amigos descuidados, y dar sobre ellos á la pasada; y algunos soldados de Tlaxcala que ayudaban á los Españoles, subiéronse sobre los tlapan* eos y vieron la celada, y dieron voces á los demás para que acudiesen á pelear con los de la celada; como vieron los de esta que los habían visto huyeron, y asi pa- saron aquel paso seguros para ir á su estancia. Habiendo peleado todo el dia, volviéronse los Españoles sin romper á sus enemigos aquel dia porque los habían quitado las puentes, de manera que no pudieron pasar á los enemigos. CAPITULO XXXVII. De como de noche abrían los caminos del agua que de dia los Espartóles cerraban. Los Españoles y sus amigos cegaban de dia las ace- quias para pasar adonde estaban los enemigos, y todo lo que cegaban de dia, los enemigos mexicanos lo tornaban 8 50 fuertes según me aseguró su paisano D. José Ma- riano Almanza; con los cinco mil se habria hecho la operación si entonces se hubiera conocido el arte de la litografía nuevamente des- cubierto, por medio del cual han grabado los ingleses á paca costa varios mapas y relaciones, como la peregrinación de los Indios me- xicanos hasta llegar á situarse en el cerro de Chapoltepec, el plano antiguo de México, y parte de los del Palenque que remitió el general D.Juan Pablo Anaya de Chiapas al presidente Victoria, el cual los remitió qué sé yo por qué conducto á Londres de donde han veni- do incompletos. Primero los han visto los mexicanos venidos de Ul- tramar que en el museo nacional como debiera ser; hasta en esto hemos sido desgraciados. (5) Mandar atar á unos mensageros que traian á los Españoles lo que mas amaban y ansiaban que es el oro, es la cosa mas in- civil y bárbara que pudiera hacer un hombre que de tal solo tuvie- ra la apariencia; ningún escritor lo ha dicho hasta ahora ¿Y qué di- remos de mandar dispararen esta sazón la artillera que jamás ha- bían oido aquellos Indios, y sobre todo jque juzgaremos de la acción de mandarles dar espadas y rodelas para que peleasen cuando venian de paz y no podian aceptar semejante desafio? mas prudencia y po- lítica mostraron los ludios en rehusarlo, pues couocian el carácter de que venían investidos, (6) Recomiendo á mis lectores las reflexiones importantes que hi- ce al cap. 57 tom. I.° de Chimalpain, donde me encargo de cuan- tas observaciones pudieran hacerse en pro y en contra de es'e aten- tado, el *.ual se^uu Fray Bartolomé de las Casas lo ejecutaron los Españoles por pasatiempo y sin causa, sobre el cual después de to- mado México algunos de los primeros frailes franciscos fueron á Cho- lula á recibir una información de este hecho, y que resultó averi- guado tal cual lo escribí. Es de presumir que uno de los pesquisi- dores de él fuese el P Sahagun, pues de otro modo no pudiera re- ferirlo con el tono de seguridad que lo hace, y con el que desmien- te cuanto se ha escrito para sincerar la conducta de Cortes. Este atentado semeja mucho al que después cometió Alvarado en Méxi- co matando indefensa á la nobleza mexicana, atacándola sobre se- guro, y acaso fue el tipo de Alvarado, y por el que se creyó au- torizado para cometerlo. (7) Esta descripción con que venían los lebreles está propísima: 64 ¿Quién no vé por ella que los Españoles venían como en montería? (8) Parece que no merecía semejante despedida un hombre que no se presentaba con las manos vacias, pue3 trajo á Cortés diez platos de oro que figuraban unas jicaras pulidamente labradas, y mil y qui- nientas mantas de algodón labradas de muchos colores de pelo de conejo, y gran cantidad de aves y víveres para los Españoles. (9) He aqui compobrado lo que dije en el prólogo de esta obra, que el P. Sahagun tuvo que rebajar/a. Luego que Mocthecuzoma su- po lo ocurrido en Cholula se retiró al palacio de Titlancalmecatl 4 del duelo á aplacar á sus númenes. (10) Este razonamiento elocuentísimo en mexicano confirma el er- rado concepto en qué estaba Mocthecuzoma de que habia llegado Quetzalcoatl á quien debia entregar el imperio según sus cálculos, y lo confirma el haber abandonado su palacio para cederlo á los Es- pañoles y que lo habitasen. (11) No están en esta circunstancia acordes los historiadores, pues dicen que Mocthecuzoma se apartó pasándose á recibir á Cortés 4 la casa de alojamiento que le tenia preparado. (12) Por luego pueden entenderse pasados seis dias de haber lle- gado á México como refiere Chimalpain cap. 107 tom, l.°. Noca- be duda en que Cortés habia concebido el atrevido proyecto de ar- restar al Emperador desde que desembarcó de Veracruz, y asi lo escribió á Carlos V.j pero le faltaba un motivo que cohonestase un hecho tan infame, y lo halló en la noticia que le daban los Espa- ñoles de la costa, de haber muerto en un reencuentro con los me- xicanos áJuan de Escalante, En dichos seis primeros dias, Cortés an- duvo observando la situación de la ciudad y las medidas de defen- sa que debia torrar para un caso desgraciado. (\rS) Tampoco en esto está acorde esta relación con la de Chi- malpain, pues dice que pasados algunos dias después que Mocthecu- zoma dio la obediencia al emperador Carlos V. pidió Cortés que le diese algunas joyas y oro para mandarle: que accediendo á este pe- dimento, mandó Mocthecuzoma que fuesen algunos Españoles con unos criados suyos á la casa de las aves donde tenia el tesoro, y espan- tados de tanta riqueza no quisieron ó no osaron los Españoles to- carla sin que primero lo viese Corté», y asi lo llamaron y fue, y ton consentimiento del rey tomólo, y llevólo todo á su aposento. Cap. 116. pág. 261 tom l.°. I (14) Esta horrible circunstancia no la refiere ningún historiador; están de acuerdo todos en que Cortes puso grillos al emperador de Mé- xico durante la ejecución de Quauhpopoca, y concluido el acto se los quitó. Si tal sucedió en esta sazón no fue de orden de Cortés, pues no se hallaba en México sino en la espedicion sobre Panfilo de Narvaez. Alvarado pudo repetir la escena de Cortes, pues era un bárbaro desapiadado, y no respetaba los principios de la moral y de- cencia pública. (15) El P. Clavijero indica que en esta ocasión se suscitaron par- 65 tidos entre lo* mexicanos, pues algunos por amor á Mocthecuzoma pro- curaban meter víveres para que no muriese de hambre, y esto ufendia á los sitiadores pues no acababan de conseguir que se les rindiesen: esto motivó el que se suscitasen dos partidos y pereciesen muchos de eutrambas partes. Es muy probable que los Españoles los fomen- tasen como hicieron en Zempoala, logrando introducirse á favor de esta división-** Divide, y mandarás^ quiera Dios que no perdamos de vista esta máxima, y tan fatal ejemplo, por el que esta America per- dió su libertad. (16) Hasta aquí se habia creido que Mocthecuzoma habia sido en- terrado en Chapoltepec. Según Clavijero comenzaron los ataques del cuartel el dia 25 de junio de 1520. En este dia perecieron ocho Es- pañoles, todos los demás que salieron fueron heridos incluso Cortes. El dia ¿26 fue mas terrible el combate, y en él fueron heridos mas de 5Ü cas- tellanos. En el asalto del templo murieron combatiendo de estos 64, y tuvieron muchos heridos. La muerte del emperador mexicano fue el 30 de junio. El Padre Clavijero afirma que el P. Saliagun dice que los Españoles lo mataron, ya hemos presentado el testo de es- te autor en que solo lo da á entender, acaso lo diria mas espresa- mente en su primera obra; mas parece que no estaba ni en la conciencia ni en la política de los Españoles matar aun príncipe de quien podían pro- meterse mucho; pero la natural soberbia de estos se habia aumenta- do estraordinariamente con una serie no interrumpida de triunfos, y so- bre todo con el aumento de fuerzas que traían de Narvaez. Cortés no quiso ver á Mocthecuzoma cuando llegó á México, y entiendo fue porque venia informado de que habia estado en correspondencia con su enemigo Panfilo de Narvaez prometiéndose sacar partido de él. Siguiendo el hilo de la historia en la derrota de los Españo- les á su salida de México, no vemos mas sino que los Indios les "hostilizaban en su alcance. El pais estaba todo en armas, y yo creo que no eran mas que masas y pelotones que se presentaban á re- taguardia para hostilizarlos; por lo mismo presumo que el numerosí- simo ejército de doscientos mil combatientes que Solís y otros supo- nen que se presentaron en Otumba, fueron como las manadas de car- neros que vio I). Quijote desde una altura, y que tanta risa ha cau- sado á los que en este pasage ven el último esfuerzo de una ima- ginación exaltada, y sin duda la de los Españoles lo estaba mucho por lo ocurrido en los días anteriores. A mi juicio no pasó de una gruesa división la que alli opusieron los mexicanos, aunque para ven- cerla necesitaba Cortés hacer el último esfuerzo de la desesperación y del valor, sin que se entienda que se hallaba en tan deplorable esta- do como ellos mismos se han pintado; pues los Otomíes, enemigos de los mexicanos, le habían acudido con víveres. Sea de esto lo (pie se quiera, lo que conviene saber es, que el general que dio esta ac- ción se llamaba Cihuucutzin: que el estandarte que le sobresalía por los hombros que en mexicano se llamaba Hahuixmatlaxopilli era una red de oro puesta en la punta de una lanza que se alzaba cerca 10 66 de diez palmos sobre su cabeza: que Cortés le tiró de las andas en qua estaba sentado de un bote de lanza al suelo, y Juan de Salamanca que le acompañaba con los de su escolta, quitó la vida al general mexicano, le arrancó el penacho de la cabeza, lo presentó á Cortés, y este después lo regaló á los magistrados de Tlaxcala cuando llegó á aquella ciudad de retirada. Si la batalla de Otumba hubiera sido tan famosa como nos la han pintado, seguramente el P. Sahagun á pesar de su laconis- mo se habría detenido un tanto en referirlaj habla de ella coma de una escaramuza tenida en retirada y como de paso. (17) La peste de viruelas la comunicó un negro grumete de la espedicion de Narvaez llamado Francisco Eguia De estos obsequios nos vienen en abundancia de Europa; el año pasado llegó á Yucatán la peste llamada Pitiflor que en realidad es la cólera márbus de Levante modificada por la suavidad del clima, lo que prueba la vigilancia que debe tener el gobierno por medio de las juntas de sanidad. (18) La espedicion de Cortés salió de Tlaxcala el 28 de diciem- bre de 15£0, y marchó para Tesmefucan El 30 se alojó en Coate- pec. El dia 31 al llegar Cortés á Tezcoco vio venir cuatro perso- nas que traian en una barretilla de oro que pesaba 32 onzas una ban- dera en señal de paz : eran enviados del rey Coanacotzin que le ofrecía su corte. Cortés reprendió á sus mensageros la muerte de 35 Españoles, cinco caballos, y 300 tlaxcaltecas que habían destrui- do que venían cargados de oro y armas para los Españoles que es- taban en México. En 31 de diciembre entró Cortés en Tezcoco, los Indios evacuaron la ciudad, y Coanocatzin se escapó para México te- meroso de caer en sus manos; no se engañó, pues Cortés lo ahorcó en 1525 juntamente con Quauhtimotzin cuando hizo la espedicion de las Hibueras. La conducta de aquel monarca que justamente descon- fiaba de Cortés, incomodó á este bastante, por lo que resolvió des- poseerlo del trono; hizo llamar á su hermano Ixtlilxovhitl que esta- ba en Tlaxcala, y que se le coronase rey para tenerlo á su vo- luntad, y que fuese uno de los mas poderosos cooperadores de la conquista de México que meditaba, y para lo que era indispensable Tezcoco, pues servia de apoyo á sus fuerzas, de asilo á una reti- rada, y formaba una cadena de puestos militares desde México á Tlaxcala. Cortés hizo bautizar á Ixtlilxochitl, y como le sirvió de pa- drino para esta ceremonia augusta, le mandó también tomar el nombre de Fernando. (19) Traídos los bergantines en hombros de indios y en piezas de Tlaxcala, se comenzaron á armar y carenar sirviendo de grasa en esta operación para mezclarla con la brea, el unto ó sain de los indios muer- tos á falta de aceite ó manteca de puerco: para esta obra precisa abrieron una zanja profunda. El lugar donde se hizo esta carena existe hoy y yo lo he visto, tiene un maciso de cal y canto como muelle dominan. te á la laguna, la cual hoy dista de aquel punto mas de una legua pues el agua ha minorádose, y ademas la superficie del terreno levanta' do sobre su antiguo nivel , en términos de que queriendo el ac- 67 *ual gobernado* del estado dé México D. Lorenzo Zarala abrir un canal para facilitar el comercio deTezcoco por agua, se ha gastado in- útilmente la cantidad de ocho mil pesos, y al paso que caminamos la laguna quedará de todo punto seca. No será inoportuno decir aqui que & poca distancia del embarcadero dicho, ó muelle de los Españoles, y «n términos de la hacienda de Chapingo que es hoy del ex marques de Vivanco, ha cuatro años que se encontró una enorme osamenta que al parecer es de Mastodonte, de la que alguna pártese halla en el museo de la universidad. Digo al parecer, porque no se han podi- do examinar las mandíbulas para fijaise en el concepto de si es ó no de esta bestia ó de elefante según me aseguró el sabio D. An- drés del Rio$ lo cierto es que este animal allí pereció; pero lo que mas ha de admirar á mis lectores es, que igual hallazgo se tuvo en el desagüe de Huehurtoca á la profundidad de cuarenta varas. ¡Que revoluciones no habrá sufrido la tierra para que su superficie haya ele- vádose á tal altura, y cuando pudo haberse tapado este ani¡nal con tantas capas de tierra!. . . .Sj« dudas que yo no podré satisfacer. Parte de la osamenta de este cetáceo se halla en la librería del co- legio de San Ildefonso de México. Mientras tanto se aorestabín los bergantines de los Españoles Cortés hizo varias escursiones por sí y por me lio de Sandoval uno de sus mayores capitanes, sobre los pue- blos inmediatos á la laguna, y no en todas tuvieron entramaos buen suceso. Viérouse los Españoles á punto de perecer en Ixtapalapan y Xochimilco donde los Indios les soltaron 1 is compuertas del agua 3ue los iba á inundar, y habrianlo conseguido si hubieran ejecuta- o esta operación á la media noche después deque ya se creían allí se- guros. En un peñón cerca de Jlmecamecan fueron rechazados los cas- tellanos con ignominia, y lo habrían sido con mayor á no haber aban- donado los Indios otro inmediato por falta de atros esce» sos sois un dia reconquistados por los Españoles, esperad sufrir de ellos lo que sufrieron nuestros antepasados* •• Ah! antes que tal suceda las salobres aguas de nuestras lagunas se sorban esta capital, tor- rentes de laba de Popocatepetl derritan sus eternas nieves, é inun- den el hermoso valle de la linda Tenoctitlan-.-Sí mexicanos, prefe- rible es la muerte á la esclavitud, y esclavitud española. ni ii i ii ni i" i" » " " "_;•' Vo 3 3125 00060 7412 «*#.