HISTORIA FÍSICA Y POLÍTICA DE CHILE. HISTORIA. TOMO TERCERO. PARÍS. -EN LA IMPRENTA DE FA1N Y THUNOT, calle Racine , 28 , cerca üel Otleon. HISTORIA física y política DE CHILE SEGÚN DOCUMENTOS ADQUIRIDOS EN ESTA REPÚBLICA DURANTE DOCE AIÑOS DE RESIDENCIA EN ELLA Y PUBLICADA BAJO LOS AUSPICIOS DEL SUPREMO GOBIERNO POR CLAUDIO GAY CIUDADANO CHILENO, INDIVIDUO DE VARIAS SOCIEDADES CIENTÍFICAS NACIONALES Y KSTRANGERA», CABALLERO DE LA LEGIÓN DE HONOR. HISTORIA. TOMO TERCERO. PARÍS EN CASA DEL AUTOR. CHILE Etf EL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE SANTIAGO, MDCCCXLYH HISTORIA DE CHILE. CAPITULO PRIMERO. Recibe Laso noticia de su remplazo en el gobierno de Chile. — Suspende la ejecución de sus proyectos. — Llega su sucesor y le entrega el mando. — Ciertas dificultades al prestar residencia. — Cae de nuevo enfermo. — Va desde la Concepción á Santiago, y finalmente, de esta capital á la del Perú. — Obispados de Santiago y de la Concepción provistos. — Quedan otra vez vacantes, y vuelven á ser ocupados. (1638—1639.) El 18 de octubre, recibió don Francisco Laso en San- tiago la noticia de que el rey le habia nombrado un sucesor en el mando y gobierno del reino de Chile. Bien que él no la hubiese solicitado , se halló tanto mas con- forme con esta real determinación , cuanto conocía el mérito del sucesor que le enviaba , el cual era don Fran- cisco López de Zuñiga, Marques de Baydes, militar de gran renombre en las guerras de Flandes. Desde el instante mismo en que tuvo este aviso , sus- pendió Laso de la Vega la ejecución de todos sus proyec- tos , no queriendo comprometer el estado satisfactorio en que se hallaban las cosas de la guerra ; porque no podia disimularse á sí mismo , que , si bien se habia desvelado. O HISTORIA DE CHILE. también la fortuna le habia favorecido. Sin embargo, pensaba, — y no era el solo, — que si las guerras del continente hubiesen permitido el trasporte de dos mil buenos soldados de España á Chile, probablemente ha- bría conseguido el fin, — que era la paz, — por mas que los capitanes mas antiguos de su ejército le ase- gurasen que mientras existiesen Indios habría guerra. A mediados de febrero de 1639, recibió el goberna- nador cesante segundo aviso anunciándole la próxima llegada del marques de Baydes, y se puso en marcha para la Concepción , á cuyo puerto arribó en efecto don Francisco López de Zúñiga por fines de abril , y en donde desembarcó á las diez de la noche en medio de salvas de artillería y á la luz brillante de una iluminación jeneral que hubiera podido competir con la claridad del dia. Es verdad que semejantes demostraciones se hacían en todos los recibimientos de nuevo gobernador, y si podían y debían lisonjear al que llegaba, no tenían nada de hu- millante para el que se iba. Don Francisco Laso esperaba en persona al marques, y al primer paso que este dio en tierra , se abrazaron los dos beneméritos guerreros, y antiguos compañeros de armas. Laso pasó á Zúñiga el bastón del mando inme- diatamente; pero el nuevo gobernador se negó por cor- tesía á recibirlo , hasta que la insistencia del antiguo le hizo ver que ya seria descortesía el no aceptarlo. A su vez, se adelantó el cabildo, tomó allí mismo la juraal marques, le acompañó á la iglesia á dar gracias, y luego le condujo á su casa. Laso se retiró entonces á la suya muy aliviado de una carga pesada y peligrosa ; pero sintiendo , á pesar de eso , que sus esfuerzos no hubiesen bastado para conquistar una paz final y duradera , noobs- o, CAPITULO I. / tante las victorias que habia conseguido. Por otra parte, no dejaba de tener algunos recelos de que cuanto habia hecho por conciliarse y atraerse las voluntades no seria bastante para que no hubiese quejosos de su gobierno , y en efecto los hubo ; á penas dejó el mando , se produ- jeron quejas, y algunas tanto mas amargas, cuanto hasta entonces habian sida comprimidas. Entre las quejas, bien ó mal fundadas, notó con melancolía rasgos de ingratitud , puesto que , lejos de tener motivo alguno de fundamento, no habia uno solo de esta especie de quejosos que no hubiese recibido un favor suyo. El marques de Baydes , al tomar residencia á su pre- decesor, se portó como un verdadero caballero , deján- dole ser liberal , por un lado , para acallar quejas; y, por otro, manifestándose reconocido á los felices esfuerzos de su gobierno , á los cuales debería el buen éxito del suyo, si, tal vez, tenia la dicha de lograrlo. No poco conso- lado con el noble y digno porte del marques , Laso mar- chó para Santiago, en donde permaneció aun seis meses cuidando de su salud , hasta que, viendo cuan poco alivio tenia , se embarcó para el Perú con esperanza de hallarlo en Lima. Pero se engañó ; su mal era una hidropesía que habia contraído en Chile , y falleció el 5 de julio del año si- guiente 1640 , á los cincuenta años de edad. Su consti- tución robusta le prometía una mucho mas larga vida, pero la guerra le habia ocasionado demasiadas fatigas. Así acabó el magnánimo Laso, que lo era tanto por bon- dad como por superioridad de talento. Su prudencia y previsión eran iguales á su valentía y á su resolución , según el caso lo exijia ; y á pesar de su semblante poco 8 HISTORIA DE CHILE. agradable (1), era muy bondadoso. El reino de Chile le ha debido mucho, y no puede menos de recordar con veneración su memoria. Volviendo á los asuntos del reino, antes de tratar del feliz gobierno del marques de Baydes , tenemos que hablar de la autoridad eclesiástica , cuyo influjo ha sido tan benéfico en las calamidades que por tan largos años han padecido los Chilenos. Desde que el obispo de Santiago , Espinosa , se había retirado á España por resentimiento contra los oidores de la Audiencia, el obispado había quedado vacante, bien que el rey hubiese ofrecido su mitra al P. Luis de Valdivia cuando, en 1612, volvió con plenos poderes para la pacificación de los Araucanos. El ilustre jesuíta había expuesto al monarca que los diversos cuidados de que iba á encargase no le permitirían el desempeñar las obligaciones de tan elevada prelacia , y solo había accep- tado el cargo de visitador jeneral del obispado , cuya silla continuó vacante hasta en 1624 que fué á ponerse la mitra el ilustrísimo don Francisco de Salcedo (2). Este amable prelado había sido jesuíta del colejio de Tucuman , cuyo obispo , prendado de sus virtudes y ca- lidades, le había nombrado visitador jeneral y tesorero de su iglesia. Después , había pasado de Dean á la de Buenos Aires, y de la catedral de la Plata, había ido á ser obispo de la capital de Chile. Dejando á parte la ciencia que tenia , que era vasta , el ilustre Salcedo estaba (1) Feroz. Pero la ley de agradecido, siendo, como he sido, hechura de este gobernador, me obliga á decir que don Francisco Laso de la Vega mere- cía que se hablase mucho bien de él, y á contar como el mayor favor de la fortuna el haber sido honrado por este gobernador con grados y pruebas de su confianza en mi. — Tesillo. (2) Natural de Ciudad Real, en la Mancha. CAPÍTULO I. 9 dotado de las mas bellas prendas personales , entre las cuales brillaba su ardiente y extremada caridad , en tér- minos que mas parecía ser mayordomo que señor de sus rentas. A par de la candad con todo genero de necesi- tados, tenia el celo de fundaciones, y en la ciudad de San Miguel , fundó un colejio de jesuítas , á los cuales dotó con las dos ricas estancias del Tejar y San Pedro mártir ; y como sus productos no podían ser cosechados oportunamente , dio por de pronto á los padres, mien- tras llegaba el tiempo de disfrutar de ellos , seis mil pesos en metálico. Los pobres todos , de cualquiera clase que fuesen , mendigos ó vergonzantes, eran acreedores de las rentas del obispado , ó á lo menos lo parecían , al ver la certeza con que contaban ser socorridos. Pero los que mas exci- taban el celo caritativo del prelado eran los negros y los Indios, de los cuales se declaró tan acérrimo protector, que no sufría les hicieran la menor vejación sin afearla, reprenderla y castigarla en cuanto le pertenecía. En Santiago , mandó edificar las casas episcopales con lonjas dependientes para mercaderes ; y con sus réditos, fundó una capellanía con la obligación de una misa en la catedral todos los jueves del año. Enfm , de cien mil pesos con que entró en el obispado, todo lo dio sin que le quedase un cuarto ; y á su muerte , que sucedió en 1635 , todo el obispado quedó inconsolable. En su testa- mento , habia dispuesto que su cuerpo fuese depositado en la iglesia del colegio de jesuítas, y luego, trasladado al suyo de Tucuman ; pero tanta fué la aflicción del clero al oir esta cláusula , que el amable prelado les dejó la facultad de enterrarle en donde mas quisiesen ; y en efecto , quedó en su catedral de Santiago. 10 HISTORIA DE CHILE. Al mismo tiempo , la mitra de la Concepción habia también estado vacante durante largos años por un acon- tecimiento muy diferente, aunque bastante particular. En fines de 1616, Felipe III habia presentado al papa para este obispado al majistral de la catedral de Lima , don Carlos Marcelo Cornerino , natural de Trujillo , bien que hijo de padres franceses. Nombrado obispo de la Concepción, este prelado recibió la consagración en Lima, el 18 de octubre 1618, de manos del ilustrísimo señor don Gonzalo de Ocampo , y al punto de embar- carse para su nueva residencia, el mismo Felipe líl le dio el obispado de Trujillo; de suerte que la Concepción se quedó sin obispo aun dos años mas ; hasta que en 7 de abril 1620 , fué á serlo Fr. Luis Jerónimo de Ore , reli- jioso franciscano, cuyos padres, — cosa notable, — habían sido fundadores ele las monjas de Santa Clara de Guamanga de donde era natural. El nombramiento de este obispo causó un verdadero júbilo en todo el reino de Chile, á donde habia alcanzado fácilmente su renombre de sabiduría, y de conversor de infieles en el Perú. Es muy cierto que estas famas y re- nombres tienen siempre algo , cuando no mucho de exa- gerado ; pero es un hecho , que Ore compuso un manual en siete lenguas diferentes , y que tuvo el talento incom- prensible de traducir al idioma peruano el catecismo y muchos himnos del breviario. Igualmente , puso en verso , — porque también parece que era poeta, — toda la vida , pasión y muerte de Jesucristo , y fué autor del martirolojio de la Florida. A penas llegó á su obispado , dio á la imprenta la Vida de san Francisco Solano ; por manera que si se ha de juzgar su vida por sus obras y misiones , la cosa se hace casi increíble. CAPÍTULO I. 11 Ademas de su ciencia y sus talentos , tenia este prelado un carácter anjelical. Jamas negaba una gracia que no fuese contra justicia, y aun cuando lo fuese, si no habia perjuicio para nadie mas que para éi , la concedía. Llegó á la Concepción con su hábito de San Francisco , sin camisa debajo ; porque nunca quiso apartarse de la regla ; y á pocos dias, un pobre muy problemático, puesto que todos suponían que se hallaba muy lejano de serlo, le pidió una camisa vieja al obispo. Como este no tenia mas camisa que sus hábitos, se quitó el escapulario, y sa- cando la túnica que llevaba debajo , la presentó al men- digo. Mas estaba tan vieja y remendada, que el pobre no quiso tomarla; visto lo cual por su ilustrísima, se volvió á poner su túnica, su escapulario por encima, y le dio dinero al mendigo para que fuese á comprar camisas. Una de dos , ó hay mama (y seria una celestial manía), ó hay un espíritu de caridad tan vivo en estos hombres privilejiados, que no pueden vivir si no es multiplicando su existencia por la de muchísimos de sus semejantes , sintiendo sus males como si les fueren propios y perso- nales. Que un obispo sea un verdadero padre de los pobres, como lo mandó Jesucristo, nada de extraño tiene ; como tampoco el que, para cumplir con este cris- tiano deber, se imponga privaciones de puro convenio , y que no son tales en realidad ; pero lo que penetra de veneración por ellos es que viven pobremente á fin de poder satisfacer este deseo incesante, sin mas motivo que satisfacerlo. Pues esto era lo que le sucedía al obispo de la Concepción. Las rentas del obispado no eran pin- gües, es muy cierto ; pero aun suministraban lo suficiente para mantener el decoro exterior, mas necesario de lo que so cree comunmente, á la consideración de los HISTORIA DE CHILE. grandes de la iglesia. Seria muy extraño que, teniendo los reyes y grandes de la tierra palacios y libreas , lujo y ostentación , con que imponen á la pluralidad de los hombres , el Rey de los cielos y de la tierra tuviese por fuerza que servirse de mendigos. Pues si no lo era el obispo de la Concepción , poco le faltaba , porque vivía con lo poco que un hombre necesita para sustentarse , y daba todo lo demás ; y no contento con eso, sus alhajas y cuanto tenia , andaban de mano en mano empeñadas como si hubiesen sido de un derrochado aruinado. A la par de su liberalidad brillaban en él las demás calidades de un verdadero apóstol. Guando habia que acudir con remedio , ya fuese espiritual , ya temporal , á la parte mas remota de su obispado , no era posible mo- derar su celo , y ni estaciones , ni nieves , ni canículas , ni mar proceloso que fuesen bastantes á detenerle. La menor tardanza angustiaba su corazón visiblemente y en términos , que todos convenían de que la mayor des- gracia material , real y verdadera que le pudiese suceder, le haría padecer mucho menos. Luego que su solicitud paternal quedó satisfecha de haberse ejercitado con fruto y provecho por todas las partes accesibles de su rebaño , el ínclito prelado volvió los ojos hacia los pobres habitantes del archipiélago de Chiloe, con los cuales la guerra interminable y perma- nente con los Araucunos tenia las comunicaciones cons- tantemente interrumpidas; y á fuerza de pensar en ello, le vino la idea de hacer el viaje por mar, noobstante las objeciones que ofrecían lo peligroso de aquella navega- ción , y la frajilidad de las piraguas de que era forzoso servirse. Los PP. jesuítas Juan López Ruiz y Gaspar Hernández , que estaban á la sazón con su ilustrísima , le CAPITULO I. 13 expusieron que habia riesgos que ninguna urjencia pre- sente le obligaba á arrostrar. — ¿Si ya suplicase á V. R. fuesen por mí á esta visita , no lo harían? les preguntó el obispo. — Sin la menor de- mora, respondieron los dos PP. á una. —¿Pues porque quieren V. Reverencias que yo repare en lo que ellas no repararían ? Gomo no habia réplica posible á este argumento , el viaje quedó resuelto , y al punto el obispo fué á pedir en persona al gobernador, — que era aun Córdova , — le allanase en cuanto le fuese posible las dificultades que podia haber para su ejecución. El gobernador se mostró muy solícito y reconocido , puesto que nadie mejor que un misionero tan piadoso y tan consumado como S. S. I. podia atraer los endurecidos Indios de Valdivia y Osorno á la relijion cristiana y á la paz , por consiguiente ; y que este suceso seria tanto mas interesante y grato para el rey, cuanto S. M. meditaba la restauración de la pri- mera de las dos plazas dichas. Partió con esto el obispo para su lejana visita , lle- vando en su compañía , — por grande fortuna , — a los dosPP. jesuítas, cuyo cuidado salvó á S. I. de grandes riesgos. Gomo era el primer obispo de la Concepción que los habitantes de aquellas islas habían visto y oido pre- dicar, este y sus sermones produjeron al principio una grande sensación en ellos ; pero lo que mas les agradaba era la liberalidad y la sensibilidad del santo prelado. Mientras permaneció en aquellos parajes, no habia duda en que podia tener algunas esperanzas , esperanzas por las cuales empleó un año entero en esta visita ; pero al fin , empezó á creer que Dios no habia permitido aun que la claridad del cielo luciese para aquellos infelices , y se m HISTORIA DE CHILE. volvió muy aflijido á la Concepción, dejando, — con todo eso , — una larga memoria , y mucho sentimiento porque su ausencia no podia menos de ser larga. Mas que larga fué , en efecto , puesto que el mucho trabajo que se tomaba y el poco cuidado que tenia por sí mismo le acarrearon una grave enfermedad de que falleció á principios de 1630 , con grande dolor y pesa- dumbre de todo el obispado , y aun de todas las partes del reino. Bien que la historia se resienta de exajeraciones , que tienen siempre el mismo origen, cual es la pasión de los primeros datos , — que por fuerza han de ser contem- poráneos; — bien que , decíamos, haya exajeracion en relatos de prelados y de sus virtudes, lo mismo que en los de guerreros y sus hazañas , aun hay en los primeros un no sé qué fácil y halagüeño que insensiblemente penetra el ánimo del lector sin exaltar su imaginación , y le deja mas satisfecho. Ciertamente ninguno dudará del recato excesivamente timorato del obispo que fué á Santiago de Chile en 1638 , á ocupar la silla episcopal , vacante seis años había ; y, con todo eso , la pintura que hacen de él los escritores de aquel tiempo, sin que sea increíble, da ocasión á pensar en la causa que podia tener, causa qué, verdadera ó supuesta , atenúa infinitamente el mérito de dicho recato ; porque claro está que huyendo siempre del enemigo , no hay nunca combate ; y, sin combate , no hay gloriade vencimiento. Pues esto era precisamente lo que le sucedía al nuevo obispo de Santiago de Chile , Don Francisco Gaspar de Villaroel (1). Era este prelado fraile Agustino de la provincia de Lima, y natural de Quito, tan relijioso de (1) O Villaruel, según escriben algunos. CAPITULO I. 15 su orden de ermitaños siendo obispo, como lo habia sido antes de serlo, sin querer mas vestidura que su hábito, ni mas aparato en su palacio episcopal que el que tenia en su celda. Hasta aquí nada hay de nuevo ni de extraño, no siendo este ejemplar único en su especie , puesto que todos los obispos que le habían precedido , — siendo él él 7o de Santiago de Chile, — habían obrado en sustancia lo mismo , ciñéndose en sus gastos á lo puramente nece- sario , con el fin de dar todo lo demás. Estos ejemplos de caridad y de abnegación recrean el ánimo, son la mayor honra de la humanidad, y nunca, sobre este punto , padece exajeracion la historia. A buen seguro , habrá pocos lectores , — si los hay , — que crean lo contrario. Pero volviendo á nuestro tema, tenia el obispo Villarroel un temor tan grande de las mujeres , que solo por evitar las ocasiones de verlas, no quiso que una hermana suya , — que habia venido de Quito á verle , — viviese en su casa, porque necesariamente habia de tener visitas de otras damas ; y por la misma razón , no daba Audiencia á ninguna , — sin distinción de clase, — á menos que el presentado Fr. Luis de Lagos se hallase de tercero en la visita. Es verdad que era el escrupuloso prelado muy dado á la oración mental , y claro estaba que para un tal ejercicio piadoso lo mejor que podia ha- cer era huir de distracciones. En una palabra , vivia ha- ciendo continua penitencia ; y en cuanto á la caridad, la practicaba en términos que , dividida su renta en cuatro partes, solo se reservaba una para sí, y los gastos de su casa. Su desprecio de riquezas fué tal , que un dia le oye- ron decir que no quería enterrasen su cuerpo en sagrado, si moria con dinero. 16 HISTORIA DE CHILE. Entre otros medios de emplear y aun de empeñar las rentas de la mitra , tenia , como era bastante natural , el de reedificar templos , y fundó el de las esclavas del san- tísimo sacramento, que formaban una hermandad ó cofradía de señoras. El obispado de la Concepción quedó también provisto con el nombramiento á su mitra de don Diego Zambrano de Villalobos, en 1637. Antes de este, habia sido nom- brado al mismo puesto el Franciscano Fr. Bernardino de Guzman ; pero habia muerto sin entrar en goce de su título. Villalobos (1) era cura párroco de la villa imperial de Potosí ; muy docto , y, en efecto , graduado de doctor por la universidad de Salamanca. Como todos los obispos de Chile, este se mostró desprendido, y, si no fundó, cedió las casas que le pertenecían para convento de las monjas de la Merced. Por lo demás , á ejemplo de todos sus antecesores , sabio , celoso y dadivoso en extremo. (1) Natural de Mérida ( Castilla la Nueva). — CAPITULO II. Estado de las misiones y misioneros. - Docilidad de los Indios.— División déla provincia de la compañía de Jesús, en provincia y viceprovincia. - Establecimiento de la Universidad en el colejio Máximo de Santiago. - Aca- bamiento de este edificio. -Dedicación feliz del templo y particularidades que tuvo. — Años trascurridos. La mayor oposición que hallaban los misioneros de parte de los Indios para convertirlos á la fe católica naciade la pluralidad de mujeres. Esta era la mayor difi- cultad que tenían que vencer. Fuera de aquí , no habia en el mundo sujetos mas acomodados para ser verdade- ros cristianos, en atención á que no solo eran sensibles y racionales, sino que sus creencias religiosas los tenían preparados, por decirlo así, á admitir sin repugnancia muchos puntos esenciales de la verdadera fe. Creían en un solo Dios infinitamente bueno, justo, sabio y pode- roso, que llamaban Pellón-, y en un principio del mal. Creían en la inmortalidad del alma , en las recompensas y penas eternas, y situaban los lugares en donde las al- mas debían recibir las unas ó las otras , según habían sido justas ó injustas, buenas ó perversas en esta vida ; los situaban , decíamos, al occidente, no lejos el uno del otro. Ademas de esta preciosa disposición , tenían los indios a que proporciona un juicio recto y sano , en razón de la robustez de su cuerpo , y según el aforismo mens sana incorpore sano; porque realmente, en quitándoles la pasión de mujeres y de combates , no habia hombres en el mundo mas avenidos ni mas fáciles de persuadir con III. HlSTOIUA. 2 i 18 HISTORIA D£ CHILE. buenas razones, lo que provenia sin duda de su perfecta constitución , exenta de los humores y achaques á que la humanidad está sujeta en todas partes. Pero en tra- tándose de mujeres, era muy difícil entenderse con ellos , no solo porque realmente creian no poder vivir sin poseer muchas , ó mas de una ; sino también porque en esto fundaban su mayor alarde de riqueza y de os- tentación. Y, en efecto, era una cuestión exorbitante de lujo , puesto que la mujer no llevaba dote , y que, al contrario , era el marido quien pagaba por ella á su sue- gro como si la hubiera comprado. En todo lo demás, eran admirables : sus costumbres , en punto a relacio- nes sociales y legales , tenían tanto vigor y eran tan in- violables para ellos como si fuesen leyes debatidas, votadas, sancionadas y promulgadas. Para mantener el orden , no necesitaban ni tenian cárceles ; el respeto y obediencia á los superiores , por un lado ; y , por otro , el temor del vituperio , eran suficiente freno para impe- dirles de apartarse de lo que era lícito , permitido ó tole- rado. Para ser soldados, no necesitaban ni levas ni quintas : á una voz , á la menor señal de sus respectivos caciques, todos se ponían en pié prontos á defender la patria , sin pedir sueldos ni grados , y costeando cada cual sus armas y sus gastos personales, persuadidos como lo estaban todos de que en esto no hacían mas que llenar un deber muy personal , lejos de figurarse que debían pagárselo los demás, y estarles aun muy reco- nocidos. Esta era la razón por la cual, de la noche á la mañana , se veia aparecer en donde menos se soñaba un ejército araucano en orden de batalla. Para eso ha- bía bastado la trompeta, y á la primera llamada, hijos, mujeres, intereses, todo quedaba detras del interés CAPÍTULO II. 19 común, que era la independencia del suelo patrio. Si estos eran bárbaros, es preciso confesar que lo eran de una especie bastante particular y rara, y así fué que tan luego como los jesuítas del colegio Máximo de San- tiago, y otros misioneros, pudieron entenderse con ellos, lo hicieron de modo que la presencia de estos entre los Indios era una señal de júbilo y de alegría. Debemos acordarnos, para que esta aserción no cause sorpresa, que el P. Luis de Valdivia y sus colegas, al ir del Perú á Chile tenían ya un gran conocimiento de la lengua y de las costumbres de los Indios, y pudieron desde luego empezar sus misiones, en cuanto lo permitía el estado de la guerra; y mas de una vez se han alejado, según dice Olivares, mas de cien leguas de las armas españo- las por tierras enemigas. Hasta el año 1611 , en que se fundó el colejio de Men- doza, y hasta la fundación del de la Concepción por el P. Luis de Valdivia, que ha sido el gran motor de las misiones, y fundador del colejio Máximo de Santiago y otras residencias, todos los frutos conseguidos por el celo admirable de los misioneros, y todo el impulso dado a las misiones han surjido del colejio Máximo de San Miguel de Santiago, á lo menos, hasta en 161/u Cier- tamente , cada colejio y cada residencia tienen grandes derechos á ser citados, y lo serán cuando llegue el caso y en cuanto el interés jeneral de la historia lo permita- pero entretanto , el hecho es el que acabamos de sentar.' Entre las misiones mas fructuosas, hemos contado ya la que el P. rector del colejio Máximo hizo con los PP Vechi y Aranda por los pueblos de Arauco, desde donde los dos últimos pasaron al Archipiélago de Chibé para volver luego á Arauco. Los pacíficos habitantes de aque- -^- niWMriffi Í 20 HISTORIA DE CHILE. Has islas presentaban menos resistencia , se ofrecian mas dóciles á la enseñanza , y se dejaban convertir á cente- nares. Como era natural , siempre había en el número de convertidos muchos mas ancianos, niños y mujeres que mozos y , en jeneral , hombres en la fuerza de la viri- lidad , por la razón de que estos tenían que vencer mas pasiones para someterse á la doctrina de los misioneros. Las ocasiones en que los Indios se mostraban menos avenidos á la razón eran las que nacían de sus reuniones festivas que duraban muchos días, se renovaban con fre- cuencia, y durante las cuales estaban en un estado per- manente de embriaguez. En mas de una de estas oca- siones, los PP. llevaron su celo hasta pedir al goberna- dor de Castro dispersase las romerías de los Indios por la fuerza, y no atreviéndose á ello el jefe español sin una autorización especial , obtuvieron que el gobernador del reino se la diese. Después de una rica cosecha de almas en las islas del Archipiélago, los dos jesuítas volvieron , como lo hemos dicho , á los pueblos de Arauco , que eran catorce , no concentrados cada uno en un punto , sino diseminados sus vecinos en una cierta circunscripción por los campos y tierras , de modo que el trabajo y las molestias que se tomaban los misioneros eran céntuplos. Y con todo eso trabajaban con un éxito verdaderamente maravilloso en el cultivo de la viña del Señor. El método con que pro- cedían á sus sermones y á la propagación de la fe no tendría nada de extraño en una sociedad arreglada y dispuesta á seguir sus prácticas sin violencia ; pero al considerar que este método producía efectos infalibles con hombres de mala voluntad , — en gran parte , — y para con los cuales no habia orden ni ley de que preva- ^ CAPITULO II. 21 lerse, realmente la imaginación se para, y no se sabe cual sea mas de admirar entre el poder persuasivo de los jesuítas y la sumisión espontánea de los llamados bárbaros. Es verdad que parece obraban estos con cautela ha- ciendo cuanto podían para que los misioneros cayesen en alguna trampa y se descubriesen por hombres con pasiones como los demás ; y como lo que mas desconfiados les tenia era la sospecha de que cuanto les decían en punto á mujeres , se encaminaba á aprovecharse ellos mismos de ellas , he aquí lo que tramaron. Un día que los misioneros se mostraron mas elocuentes y mas fervorosos que nunca en reprobar la pluralidad de mujeres, y en querer imponer la ley de no tener mas que una, y aun esta lejítimamente como lo manda la Iglesia, sus oyentes manifestaron quedar convencidos de la bondad de sus consejos y hallarse dispuestos á seguirlos, por manera que los jesuitasse retiraron gozosos de haber conseguido lo que hasta entonces les había parecido un imposible. Dos días después se presentaron en las casinas de los R. P. dos caciques con acompañamiento de muchos Indios , en compañía de los cuales habían ido dos mu- chachas araucanas de las mejor parecidas , y que estaban engalanadas como en dia de fiesta. Recibieron losjesuitas á los mensajeros con el mayor agasajo , como acostum- braban , preguntándoles qué había de nuevo. « Admirados, — respondió uno de los caciques, — del celo con que os imponéis molestias y trabajos por nuestro bien ; — convencidos , por el desinterés con que lo ha- céis, de que nuestra conversión y la de nuestros hijos y mujeres son vuestras solas miras ; agradecidos á vuestra buena voluntad, y con el único fin ele haceros mas lleva- 22 HISTORIA DE CHILE. dera la morada entre nosotros, morada que quisiéramos adoptaseis para siempre sin iros nunca á otras tierras ; hemos resuelto en consejo pleno de ancianos y caciques el ayudaros con cuanto esté de nuestra parte. Aquí estáis solos sin nadie que os sirva. No sabemos como os com- ponéis para vivir y sustentaros , puesto que andáis siempre por los Butalmapus predicando, bautizando, casando y ayudando á bien morir. ¿Quién os adereza vuestra comida? ¿Quién os barre la casa y acude á otros menesteres indispensables de la vida? No lo sabemos, y pensando que vuestra caridad no os deja tiempo para pensar en vosotros mismos y en vuestras necesidades , y que necesariamente tenéis que pasarlo muy mal , hemos resuelto que en adelante tengáis á lo menos quien os sirva , y cuide de vuestras personas ; y para eso , hemos traído en nuestra compañía dos doncellas muy en estado de hacerlo á vuestro gusto. Mirareis por ellas; las ins- truiréis, y cuando se hallen ya bastante instruidas, nos las devolvereis por otras dos, y así sucesivemente , de modo que por un lado no padeceréis por falta de cuidado ; y, por otro , conseguiréis mas fácilmente el fin á donde se encaminan vuestros afanes y tareas. Helas aquí, — continuó el cacique, — las dos que os traemos hoy. Mirad si os agradan. » El mismo tentador en carne y hueso no habría hablado mejor. El P. Oracio Vechi habia tenido los ojos clavados constantemente en los del orador mensajero, procurando leer en su interior, no para su gobierno , puesto que su respuesta estaba pronta, no pudiendo ser mas que una, sino para penetrar su intención y sacar partido de ella. Cuando hubo acabado , le dio gracias muy brevemente y sin la menor afectación por el presente. m CAPITULO II. 23 « Si realmente, — le dijo, — hubiéramos padecido ne- cesidades en punto al servicio de nuestra persona , mas bien hubiéramos aceptado el de hombres que el de mujeres; porque estas no pueden vivir con nosotros, ni nosotros con ellas. — » ¿Como así? respondió el cacique, sorprendido. — » Porque es así, replicó Vechi. Nuestros votos, nuestra regla excluyen las mujeres de entre nosotros. » Aturdido con esta respuesta , y pareciéndole que no habia entendido bien , el cacique insistió. — « ¿Pues como podéis pasaros sin mujeres? — » Perfectamente, y tan perfectamente que el tener- las nos seria incómodo. — » ¿ No seréis acaso hombres como los demás ? — » Creo que sí; pero nuestras necesidades, ó por mejor decir, nuestras pasiones son el producto de nues- tros hábitos. Tenemos el de pasarnos sin mujeres , y si nos quisieren forzar á tenerlas nos darían pesadumbre. — » ¿ Querrás decir acaso , que nosotros podríamos habituarnos á pasarnos sin ellas? — » Perfectamente. Pero como la ley cristiana os permite tener una (lo que no nos permite k nosotros) no hay inconveniente en que la tengáis. Con la que escojáis seréis mucho mas felices, en atención á que vuestros afectos se fijarán en ella y en los hijos que os dé , en lugar de tenerlos desparramados , errantes y vagabundos, con una infinidad de cuidados de que os veríais aliviados si no tuvieseis mas que una. — » En suma, ¿no queréis á estas doncellas? — » Ni por pensamiento. Os agradecemos mucho e cuidado, y á ellas también ; pero es preciso que volváis á llevarlas á su casa. » n HISTORIA DE CHILE. Tal fué el efecto de este desengaño para con los indios, que ya desde el dia siguiente los dos jesuitas vieron sem- blantes mas francos y mas abiertos , y voluntades mucho mas dispuestas. Sin mas fuerzas que la autoridad que esta aclaración les dio , solos, sin bayonetas ni cañones, dispusieron la repartición de dias y de conversiones entre las diferentes parcialidades , nombrando, como si fuesen jefes supremos, el dia y el cacique que en él debia venir con un cierto número de los suyos á oir la palabra divina y aprovechar de su ministerio. Tales fueron los frutos que los jesuitas sacaron de estas misiones , que posteriormente, cuando Valdivia pidió al P. provincial Diego de Torres misioneros para la prosecución de la paz , ya habia mucho tiempo , — dice Ovalle , — que el P. Vechi le instaba para que le dejase volver á sus mi- siones de Arauco ; á lo cual aun no habia podido el pro- vincial acceder porque los jesuitas del colejio Máximo hacían falta en él. Accedió enfin , con la carta del P. Luis de Valdivia , y Vechi y Aranda vieron el cielo abierto ; en términos que se reian de la zozobra general que causaba á los Españoles el verles pasar el Biobio con el mal acon- tecimiento , — que habria podido ser tan venturoso , — de la huida de las mujeres de Ancanamun. « Todos los ojos se llenaban de lágrimas al partirse estos padres con tanto gozo para irse al medio de hombres bárbaros , sicut oves in medio luporum ; aunque ya, — continua Ovalle, — los que eran leones y lobos se iban haciendo ovejas con ellos. » Y esta es la verdad de la historia. ¿ Y como seria po- sible que estos hombres que se iban á ciento y doscientas leguas lejos de los suyos, solos entre los Indios, no los conociesen mejor, y no supiesen lo que era mas conve- CAPÍTULO II. 25 niente para alcanzar el fin tan deseado ? ¿ En qué podía estribar la presunción contraria de sus contradictores , cuando aun en las naciones mas cultas , el hombre de guerra es tan diferente de sí mismo después que pasa al estado social y civil ? Pero en medio de otros obstáculos para que los admi- rables misioneros recojiesen todo el fruto que debían prometerse de sus heroicas tareas , habia el de su corto número. Hasta en 1627, el Paraguay, Tucuman y Chile formaban una sola provincia de la compañía , con un solo provincial. Los jesuítas de esta provincia pasaban indiferentemente de Tucuman á Chile y vice versa , según lo exijian las misiones , y la capacidad especial que cada uno tenia para llenarlas. En la época que decíamos, 1627, viendo el jeneral de la orden que ya poseía un suficiente número de colejios y residencias , hizo de Chile una sola provincia, dividiendo la antigua en dos, con tanta mas razón , cuanto el Paraguay mismo , que al principio no tenia mas que residencias, ya ahora contaba suficientes colegios , y era muy inútil el continuar en- viando los misioneros de cada provincia á misiones de- masiado lejanas con graves inconvenientes y trabajos. Estas fueron las razones que hubo para hacer de Chile unaviceprovincia distinta de la del Paraguay, con subor- dinación á la del Perú, de la cual habia dependido desde los principios, sacando de esta unión una grande utilidad, ya en misioneros , ya en auxilios. Después de hecha la división de la provincia , el pri- mer viceprovincial de Chile fué el P. Juan Romero , á la sazón rector del colejio máximo de San Miguel de San- tiago ; y en este punto se dejó libertad de elección á los PP. que prefiriesen fijarse en una ó en otra parte, ya 26 HISTORIA DE CHILE. fuese en Chile ó en el Paraguay. Al año siguiente , el P. Gaspar Sobrino trajo de España cuarenta y uno je- suítas á Buenos Aires , y seis de ellos tenian su destino en Chile. El mismo Sobrino venia nombrado para ser viceprovincial , y se trasladó con sus seis jesuítas á su colejio máximo. En i 629, hubo congregación provincial en el Perú, y la viceprovincia de Chile fué representada en ella por el P. Vicente Modolell , nombrado desde Roma por rector del colejio de San Miguel , el cual volvió á él con diez relijiosos y hermanos mas que le fueron concedidos por el P. provincial Nicolás Duran. Al momento de la división de la provincia , la Univer- sidad se había establecido en el colejio de San Miguel de Santiago , con el título de ESTUDIOS GENERALES , y por bula de Gregorio XY. El P. Sobrino dio gran fo- mento á estos estudios , y completó la fábrica material del edificio en dos meses, obra que, en opinión de todos, pedia á lo menos un año, y cuya media naranja, que era de cedro, con hermosos adornos, causaba admira- ción á los mejores conocedores. Para celebrar la dedi- cación del hermosísimo templo , hubo una octava mag- nífica, y en cada dia de ella predicó unrelijioso diferente á un concurso inmenso y brillante , con presencia del obispo y de todo su clero. El acabamiento y la dedica- ción de que hablamos acrecentaron en sumo grado la devoción de los cristianos y convirtieron un sinnúmero de Indios que venían , Dios sabe de donde, á contemplar estas maravillas. En esta ocasión , hubo lugar para averiguar y saber que muchos negros que pasaban por cristianos no lo eran en realidad , y todos fueron bautizados. Los Indios — CAPÍTULO II. 27 de Quillota y de Coquimbo fueron á pedir misiones , las cuales les fueron concedidas con el mas celoso apresura- miento , yendo en persona el mismo P. rector entre los misioneros. Los agasajos con que fueron recibidos eran las mejores pruebas de los deseos que aquellos infelices tenían de ser cristianos. En Coquimbo , los caciques lla- maron los suyos á junta y resolvieron dar tierras y aun medios á los PP. para fundar allí una residencia ; pero el P. rector tuvo el desconsuelo de no poder aceptar por falta de suficiente número de sus santos operarios, que tenían aun que atender á diversas localidades. -■■ ss CAPÍTULO III. El gobernador Baydes tiene proyectos de paz. — Van jefes araucanos á pedír- sela.— Otros no la quieren. — Lincopichion y Antiguenu levantan un ejér- cito en Puren. — Sale el gobernador de Santiago con tropas de leva á disgusto del cabildo. — Despliega la bandera de paz en Yumbel. — Los Araucanos se presentan en batalla. — Permanecen en observación. — Pasa Baydes el Biobio. —Practica actos hostiles. —Pide Lincopichion la paz. — Armisticio.— Retíranse los ejércitos. ( 1639 — 1640.) Confesémoslo , el gobernador Laso de la Vega habia allanado mucho las dificultades que se oponían á la paz. La opinión jeneral , desnuda de pasión personal , era que habia hecho mas que ningún gobernador, y que hubiera sido mejor no quitarle el mando ó no habérsele dado. Que la opinión nos perdone, esta disyuntiva es poco lójica. El bien incontestable que era debido á su go- bierno , Laso no hubiera podido hacerlo si no lo hubiese desempeñado. De suerte que lo que hizo era otro tanto de ganado, con grande utilidad para llegar al fin deseado, como luego se verá. Gomo Laso era belicoso , su sucesor , el marques de Baydes, era partidario de la paz, por no decir pací- fico (1). Sin embargo, podia serlo sin causar por eso sorpresa, habiendo servido en Flandes con renombre, en el empleo de maestre de campo. Baydes era un per- sonaje de alta distinción. Al título de marques , reunía los de conde de Pedroso y señor de las nueve villas del (1) Los sucesos probarán que no ha habido militar en el orbe que haya tenido mas valor personal. CAPÍTULO III. 29 Estado de Tobar. El virey , según se creia , le envió con el situado , tropas y pertrechos. Ya le hemos visto llegar y su recibimiento por su antecesor y por el cabildo de esta ciudad , con el fausto y esplendidez usados en semejante ocasión con todos los gobernadores. El dia de este reconocmiento fué el 25 de abril. El 13 de mayo siguiente, recibió el cabildo de Santiago carta suya, y en su vista, despachó á su alcalde ordinario don Bernardo Amasa á darle la bienvenida. A poco tiempo , el gober- nador salió para la capital , encontró la diputación acos- tumbrada en Maipo ; fué recibido en la casa de Campo, siempre pronta, y el 26 de setiembre, reconocido por capitán jeneral del reino y presidente de su real Au- diencia. Es sensible el tener que dar crédito á insinuaciones que ajan el carácter de un hombre benemérito ; pero la verdad histórica lo exije. Don Francisco Laso de la Vega dejaba resentimientos , — bien ó mal fundados,— en Chile por haber hecho desaires á personas de distinción que, ademas de la ofensa, habían experimentado algunos perjuicios. Si el hecho es cierto ( y por des- gracia tales hechos carecen rara vez de fundamento) , si el hecho es cierto , es tanto mas de sentir , cuanto á buen seguro, Laso no habia pensado nunca mas que en llenar su deber, aunque tal vez con exajerado celo. El marques de Baydes, al tomarle residencia , se halló muy perplejo , y su antecesor tuvo por conveniente el indem- nizar con dinero á algunos quejosos , antes de salir para Lima por octubre 1G39. Al relatar los acontecimientos del gobierno de Baydes, no podemos menos de desentendernos de las diversas opiniones de los recopiladores de aquel tiempo ; por- 30 HISTORIA DE CHILE. ::'■'- que, diametralmente opuesto en su sistema á su pre- decesor, según unos, Baydes obró bien y con éxito; y, al parecer de otros , erró aun mas , y su error fué mas funesto. Por consiguiente, lo mas seguro es comparar los hechos y los resultados , — teniendo siempre cuenta con los incidentes , — para sacar una consecuencia ra- cional. Y para justificar á Laso en lo esencial de su cargo , sentemos que Baydes halló á los Indios batidos y aleja- dos de la frontera española ; y al real ejército , con mil setecientas y cuarenta plazas efectivas ; perfectamente organizado y con el porte marcial español tal que en Flandes mismo no se había visto ninguno mas brillante. Sin embargo , notemos de paso , y esto también para descargo de Laso , que el lucido ejército que halló , y el estado próspero por entonces de la guerra , no le impi- dieron al jeneral Baydes de exijir que los milicianos se alistasen con mas exactitud de la observada hasta en- tonces (1). En esto, no habia contradicción, ni aun aparente ; pero aunque la hubiese , la crítica debería respetarla , en atención á que los que mandan y go- biernan deben tener secretos sus intentos y, en cuanto posible , los medios de que piensan valerse para conse- guirlos. El carácter bondadoso de Baydes penetró muy luego y como por encanto hasta los Butalmapus guerreros los mas lejanos; pero , cosa extraña y ciertamente contraria á lo que se debia de temer si los Indios hubiesen sido lo que decían los militares españoles, lejos de aprestarse (1) Corto debió de ser el refuerzo de tropa que Don Francisco López de Zúñiga trajo de Lima , pues no le impidió de dar á la ciudad de Santiago el pesar de llevar, el dia 16 de noviembre , sus vecinos á la guerra.— Pérez-García. — CAPITULO III. 31 á la guerra para rescatar lo que Laso les habia quitado , fueron a pedir la paz a Baydes. Es verdad que el mar- ques , según decían , se habia servido , por debajo de mano, del intérprete Vivancos, — que era muy bien quisto de los Araucanos , — para que viniesen á pedír- sela. Muy bien habia hecho, si lo hizo. Sea lo que fuere , el marques de Baydes , bien que de natural apacible , llenaba su deber en términos de dis- gustar al paternal cabildo de Santiago , siempre vijilante por el interés de sus administrados; porque, por de pronto, impuso á la ciudad, — á la verdad por orden del virey, — veinte mil ducados de alcabalas , que eran 27,500 pesos, y el cabildo tuvo muchísimo trabajo en alcanzar que esta contribución fuese reducida á doce mil y quinientos. Enfin , como hemos dicho , los supues- tos bárbaros Araucanos enviaron embajadores á cumpli- mentar al gobernador sobre su llegada, y, cosa notable, en su cumplido mezclaron, — con la mas fina política,— el nombre de Laso de la Vega, alzando á las nubes su ciencia militar y su noble carácter. Pidieron, en se- guida, la paz , pero dignamente, sin desviar de un ápice de su eterno tema : « Paz sin esclavitud, dijeron ellos ; de lo contrario , apelaremos á la guerra , que nunca nos causó, ni nos causará temor. » Sin embargo , Baydes, sin dejar de manifestarse muy dispuesto á concederla, quiso hacerse de rogar. ¡ Qué cosa mas clara! Pero antes de pasar adelante, hay que advertir que en la época de que hablamos las consideraciones que tenian que hacer los gobernadores de Chile sobre el estado de cosas de aquel reino estaban muy subordinadas al estado de cosas de la monarquía española. Ya entonces el inconmensurable edificio de esta 32 HISTORIA DE CHILE. fe colosal monarquía crujía por muchas partes, amena- zando ruina bajo su propio peso : el Portugal perdido ; la Cataluña sublevada ; guerra con el imperio de Ale- mania ; guerra con la belicosa y terrible Francia , con- ducida entonces por el astuto cardenal Mazarino , fiel sectario político del profundo Richelieu. Tal era ya el desastroso aspecto de la decadencia española. Volviendo á los Araucanos , estos deseaban tan since- ramente la paz , que algunos desertaron y pasaron á los Españoles. Otros, deseosos de volver á ver los suyos que estaban prisioneros , hicieron instancias encarecidas para canjearlos. En todas las ocasiones de comunica- ción que se presentaban , proponían indirectamente la paz con insinuaciones muy claras. Pero esto no bastaba ; porque al mismo tiempo, Lincopichion , á la sazón jeneral araucano , y su vicetoquí Antiguenu levantaban en Puren un ejército; y, por esta causa, en lugar de conceder la paz que le pedían los otros , y que él mismo deseaba cordialmente , Baydes salió de Santiago el 20 de noviembre, con las fuerzas que habia disponibles, y marchó sobre San Felipe de Yumbel. Allí vio , por los estados de los cuerpos , que su ejér- cito se componía de mil setecientos y cuarenta soldados tan aguerridos como los de Flandes, ademas de los cuales , tenia á su disposición los encomenderos y jente de leva que habia sacado de la capital. Hallándose fuerte, Baydes pensó en usar de bondad antes de apelar á las armas , y mandó desplegar la bandera de paz , que flotó durante muchos días en Yumbel para que viniesen a aco- jerse á ella los que lo deseasen ; pero lejos de eso , Lin- copichion y su vicetoquí marcharon al encuentro del cuerpo de observación mandado por el maestre de campo CAPÍTULO 11T. ññ Soberal , y se formaron en orden de batalla con ademan de querer empeñar una acción. Noobstante, Soberal se mantuvo inmóbil' con arma al brazo , en una actitud imponente , y, sea que en efecto impuso al enemigo , ó que este hubiese visto en su inmobilidacl un deseo sin- cero de no guerrear, se retiró. Baydes, después de haber meditado sobre este hecho, que no había impedido que la bandera de paz conti- nuase de flotar en Yumbel , el k de enero 16^0 , la mandó amainar, se puso en movimiento, pasó el Bio- bio, marchó sobre Angol , Puren, imperial y Boroa ; atravesó el Tolten y envió á talar los hermosos campos de Villa Bica. El efecto de este acto hostil fué inme- diato; Lincopichion envió á pedirle la paz, tomando bajo su responsabilidad la adhesión de los demás jefes araucanos. Muy satisfecho con este resultado, el gobernador acojió con mucho agrado el mensaje; pero respondió que noobstante el vivo deseo que tenia de paz , no podia menos,-™ por el interés de la paz misma, —de exijir prendas de la fidelidad á ella por parte de los jefes araucanos; que viniesen estos á darle estos gajes,— que eran indispensables, — y que desde luego entraría en negociación. Asi fué, Lincopichion se presentó en persona, ofreció rehenes, que fueron aceptados; y quedó estipulado que el dia 6 de enero del año si- guiente 1641 , seria celebrado en Quillin un congreso jeneral , en el cual se asentarían las condiciones de la paz y que hasta entonces no solo habría armisticio entre las dos partes belijerantes, sino que, para mayor abun- damiento , el ejército araucano seria inmediatamente licenciado y disuelto. III. Historia. «í 2>k HISTORIA DE CHILE. Así se verificó. Lincopichion mandó que los individuos que la componían se retirasen á sus respectivos Butal- mapus ; Baydes regresó con el suyo á la frontera , y se retiró en persona á la Concepción, á donde llegó el 12 de marzo. CAPITULO IV. Preparativos de paz. — Presajios que indujeron los Araucanos á desearla. — Erupción del volcan de Villarica.— Sale Baydes con grandes fuerzas y apa- rato. — Sufrajios al gobernador Loyola en el mismo sitio de su catástrofe. —Incidente.— Confianza de los Araucanos.— Desconfianza délos Españoles. ( 1640 — 1641. ) Las historias de pueblos primitivos están tan llenas de hechos semejantes al que vamos á narrar, que ninguna novedad deberá este de causar á los lectores , aunque sea algo mas extraño y mucho mas poético que cuantos hayan podido leerse , como sucede con todas las cosas de los Araucanos. Si estos deseaban y pedían la paz a los Españoles, no era por temor que tuviesen á estos , ni por cansancio de la guerra , sino porque creían en agüeros , y que tuvieron algunos en los cuales creyeron ver claramente que el cielo mismo se lo mandaba. El primero de estos agüeros fué la aparición de algunas águilas reales , de cuyas aves solo tenían una idea tradicional por haberse dejado ver en los aires poco antes que los Españoles hubiesen ido á subyugarlos ; el segundo , una tan espantosa erupción del volcan de Villa Rica que las explosiones persuadieron á los Españoles mismos que todos sus fuertes eran ata- cados simultáneamente, y se defendían con su artillería. El cielo y la tierra parecían abrasarse á la vez , devora- dos por torrentes de lava que como una lluvia de fuego arrojaba el volcan á distancias enormes , y en medio de estos torrentes , peñascos de dimensiones increíbles 9 es- T»¿*"~É 36 HISTORIA DE CHILE, ' ' ' parciendo hasta muy lejos en redondo espanto y pavor con sus bramidos (i). El tercer agüero fué la visión ,— que duró tres meses (2) , — de dos ejércitos aéreos; uno encima de los Españoles, y otre encima de ellos. El jeneral que mandaba el primero montaba un soberbio caballo blanco , y blandia un des- mesurado alfanje ; y en todos los encuentros , batia al ejército contrario. Pero dejando á parte las visiones de los indios, esta erupción del volcan de Villa Rica fué tan espantosa, que las aguas del rio Allipen , en donde cayó mucha lava , hirvieron en términos de cocer vivos cuantos peces habia en ellas ; y que las del Tolten , — con el cual se junta el Allipen , — recibieron por comunicación la misma intensidad ígnea y reprodujeron el mismo fenómeno. Juzgúese cual no debió de ser el incendio y el estrépito, y juzgúese del pavor que causó entre los Araucanos , cuando estos vieron sus habitaciones invadidas de repente por una inundación causada por una salida de madre de estos dos ríos , y que llegó a las mas altas , forzándolos á refujiarse en la cumbre de los montes. El craterio del volcan era inmenso. El vértice de la montaña se habia abierto tan profundamente y con tal violencia que la mitad de él se desmoronó al oriente , y la otra al occidente. Los Indios, aterrados, vieron , como lo hemos dicho , una señal de la voluntad de arriba de que se sometiesen á los Españoles y reconociesen al rey de España por su señor (3) , y así lo hicieron. (1) Todas las mujeres embarazadas en un largo radio de los contornos mal- parieron de susto. — Ovalle. (2) Como lo confirmaron don Pedro de Sotomayor, doña Catalina de San- tander y otros Españoles cautivos. —Ovalle. (3) La mas terrible visión que tuvieron los Araucanos entonces fué la de un CAPÍTULO IV. 37 En efecto , en todo lo restante del año no cesaron de manifestar el mismo empeño , ya enviando con el menor pretexto mensajes al gobernador, ya por la actividad con que hacían los preparativos del parlamento. Baydes hacia lo mismo por su parte , y probaba que deseaba con ansia que llegase el momento feliz en que se proponía asegurar una paz duradera. En una reunión del cabildo, presidida por él el 16 de octubre, pidió se acordase la convocación de encomenderos y vecinos para que el dia 15 de diciembre siguiente se le incorporasen para con- currir á la solemnidad de las paces. El cabildo le re- presentó que esta concurrencia no le parecía fuese indispensable , al paso que podría acarrear algunos in- convenientes ; y le rogó se sirviese permitir se consultasen los antecedentes que debían de existir en la Concepción acerca del caso. Sin embargo , cuando Baydes salió de la Concepción para la plaza del Nacimiento, el dia 18 de diciembre, llevaba un séquito inmenso. En la susodicha plaza , y á sus inmediaciones había un ejército de dos mil trescientos cincuenta soldados, y cerca de siete mil almas mas, que iban al parlamento de Quillin. — Por mas que algunos autores hayan sido de parecer de que tan crecido número era increíble, no opinamos lo mismo , y, lejos de hallarlo exajerado, nos parece corto, en atención al objeto que lo atraía. Y es de notar que en él , se deben contar los re- lijiosos de diferentes órdenes , muchos jesuítas , clérigos y sacerdotes (1). árbol que, ardiendo de las raices al copo, navegaba derecho, perfectamente perpendicular, por la corriente del Aliipen , seguido de un animal disforme, quimera , monstruo horrendo con la cabeza erizada de cuernos , y bramando espantosamente. (1) En cuanto al número de sus tropas, Carvallo asegura que le acababan 38 HISTORIA DE CHILE, I I1:-; Al llegar á la plaza del Nacimiento , le vinieron al encuento dos de los principales caciques , — - Clentaru y Liencura , — seguidos de muchos de los suyos sin armas , y con cinco Españolas cautivas , tres mujeres y dos niñas que eran nietas de una de ellas. El marques las estrechó con ternura derramando lágrimas de con- suelo. por un lado, y de dolor por otro, viéndolas tan desfiguradas y desconocidas no solo en su exterior, sino también en sus maneras y en su lenguaje. Claro era ; al cabo de cuarenta y dos años de cautiverio , nada había que extrañar en todo esto. Cuando el marques les abrió los brazos , las infelices quisieron arrojarse á sus pies , expresando como podían su reconocimiento medio en indio medio en mal español , aunque pronunciando correctamente el título de Ángel de la paz y de la miseri- cordia de Dios , con que le saludaron. Inmediatamente , dio Baydes la orden de marcha y salió el ejército en el mejor orden para la antigua ciudad de Angol. En el valle del rio , pasó revista á sus tropas. En Curalab, — en el mismo sitio donde habia sido muerto don Martin Oñez y Loyola , — mandó erijir un túmulo, levantar altares , y cantar una misa y oficio de difuntos, mientras que se decían misas rezadas. Después de haber llenado este cristiano deber, levantó de nuevo el campo, y continuó su marcha á Quillin , lugar de la celebración de las paces. En este punto , el enemigo mortal de los hombres hizo cuanto pudo por desbaratar todo cuanto habían hecho Araucanos y Españoles para alcanzar el término tan de llegar cuatrocientos hombres de España ; pero parece cosa difícil, en aten- ción al estado de la metrópoli. Sin embargo , nombra al capitán Iñigo López que ios condujo. CAPÍTULO IV. 39 deseado de sus desastrosas guerras. Para ello , el demo- nio mismo en persona, sin duda alguna, suscitó cuatro Araucanos, que, al ver llegar el ejército español , se huye- ron tierra adentro esparciendo el alarma y asegurando que los Españoles no iban para hacer paces sino para degollarlos á todos, visto el poderoso ejército que lleva- ban. En realidad, el marques de Baydes hubiera podido prever este acontecimiento , y adelantarse un poco menos acompañado. Esto era lo que pensaban muchos de los Indios , que viendo tal despliegue de fuerzas militares y no militares , se quedaron parados y desconfiados. A fin de serenarlos , el gobernador envió mensajeros por todos lados, asegurando que su numeroso acompañamiento era para honrar la paz y no para romperla , y que lejos de querer causarles el menor daño , les haría todo el bien que acertasen á desear y él á cumplir. En efecto , esta multitud , que pasaba de diez mil almas , no rompió una espiga de trigo, ni una caña de maiz en todo el tránsito. Una vez se hallaron tranquilizados , los naturales pa- saron á la confianza sin límites con la misma prontitud que se habían entregado á la sospecha , y se descolgaban a centenares y a miles de las montañas al llano para venir á los cuarteles délos Españoles para congratularse con ellos de la paz. Lincopichion llegó en persona muy luego con el séquito de los cuatro toquis hereditarios, de muchos ulmenes y de un crecido número de otros nacio- nales. El marqués no necesitaba para recibirlos bien de los consejos de la política, y le bastaban para honrarlos y agasajarlos, como á ellos les gusta tanto, sus propios sentimientos de bondad. Los sentó á su mesa , y durante el festín no cesó de colmarlos de agasajos y de pruebas de sincera cordialidad ; por manera que de la noche á la Ao HISTORIA. Dü CHILE. mañana la voz y fama de lo que se había pasado en esta primera jornada, y de las pruebas que el gobernador les habia dado de franca amistad , volaron de boca en boca por todas las comarcas , y atrajeron ya al dia siguiente tantos Indios, que era un verdadero dia del juicio. Y como los del dia anterior habían hecho correr la voz de los buenos y ricos regalos que Baydes les habia hecho, los que llegaban ahora venían cargados también de pre- sentes y regalos, como ellos los entienden, para mostrarse reconocidos hacia él. Y con todo eso , aun volvió la desconfianza á envene- nar la alegría pura y franca de que gozaban Españoles y Araucanos , con un inesperado incidente , y fué que un indio que se acababa de huir de Lima, en donde estaba como prisionero , se llegó en este punto al gobernador, y le dijo muy confidentemente no señase de los Arauca- nos, bien que estuviesen desarmados, porque no tendrían que andar mucho para hallar armas y volver á tomarlas cuando viesen la suya. Aunque de natural bondadoso , Baydes no era débil y dudó de los motivos que podia tener el Indio delator de las intenciones de los suyos. Sin embargo, como la pru- dencia nunca es de mas en semejantes casos, tuvo un consejo en el cual oyó con muchísimo disgusto á muchos Españoles denigrar bajamente á aquellos valientes In- dios, que allí mismo desarmados en medio de tantas fuerzas enemigas , se mantenían serenos y alegres sin el menor temor ; y mas por no despreciar pareceres que porque lo juzgase necesario , dio algunas disposiciones militares. Los Araucanos vieron ejecutar movimientos sin inmutarse , y al parecer recreándose con ellos, puesto que no les pudiese quedar duda de que eran medidas de CAPITULO IV. u precaución. Depues de haberlos mirado, y cuando hu- bieron dado pruebas de lo indiferentes que les eran , preguntaron sin afectación qué era lo que habia sucedido de nuevo , y oyendo por respuesta lo que el fugado habia dicho al gobernador, se lo fueron á pedir para enviarlo á mentir á las nubes con la punta de sus lanzas. No pareciéndole que fuese absolutamente necesaria esta justicia sumaria al uso de los Indios, el jeneral los tranquilizó, asegurándoles que no habia creído una pala- bra , y que los movimientos que habían visto eran puras formalidades de ordenanza. CAPITULO V Orden de marcha. — Disposiciones militares.— Disposición del local del con- greso. — Formalidades y sacrificios. — Deliberación. — Paz. — Condiciones. Repetición del ceremonial. — Conclusión. — Salida del congreso. — Rego- cijos.— Marcha el gobernador. — Ratificaciones de caciques ausentes. — Be- lleza del suelo de la Imperial.— Misioneros,— Exhumación.— Sufrajios.— Regreso. (1641.) I I Amaneció por fin el dia feliz tan deseado. El gober- nador mandó formar dos divisiones con los dos tercios del maestre de campo y del sarjento mayor ; aquel á la derecha, y este á la izquierda, cada cual con su ca- ballería correspondiente al costado. Prontas ya á marchar en columna de honor , salió el marques de Baydes de su alojamiento precedido de sesenta caciques, entre los cuales habia muchos de los principales, como eran Linco- pichion (i) , don Antonio Chicaguala, hijo de una noble dama española y de un Araucano de distinción que la habia escojido por esposa ; Guaquillauquen y otros. In- mediatamente tras del gobernador iba su guardia , com- puesta de capitanes reformados. A estos seguia una co- lumna de infantería. Otradecaballeríacerraba la marcha. La división del sarjento mayor dio la vanguardia , los flanqueadores y batidores. Esta última , al llegar al sitio señalado, destacó puestos á cubrir todas las veredas y avenidas. Los artilleros quedaron al pié de sus cañones respectivos mecha en mano. (1) Carvallo nombra por primero de todos á Putapichion ; pero es el solo escritor que haga esta mención. CAPITULO V. hh El local en donde iba á reunirse el congreso era un recinto formado de una enramada , cuyas ramas arquea- das por encima , lo cubrían con una verdadera bóveda impenetrable á los rayos del sol. En llegando, el mar- ques se apeó , y todos hicieron lo mismo. Un dilatado redoble puso fin á todo movimiento. Los clarines y trompetas hirieron los aires con una marcha triunfal, á cuyo paso entró Baydes seguido de los asistentes con voto al parlamento. El gobernador, vuelto á la asamblea, se mankivo algunos instantes en pié , hasta que el capi- tán Miguel Ibancos, intérprete jeneral , anunció que el parlamento se hallaba abierto. Baydes se sentó , y los Españoles siguieron su ejemplo. Les Indios se sentaron en el suelo , en medio y en redondo , observando su orden acostumbrado de precedencia. Después de algunos instantes de solemne y silencioso recojimiento , Anteguenu , como señor de aquella tierra , se levantó el primero con un ramo de canelo en la mano , y anunció que antes de deliberar, se iban á inmolar las víctimas cuya sangre habia de sellar la paz. En efecto , un toqui introdujo un camellito que fué sacrificado. A este sacrificio siguieron otros, hasta veinte y ocho. Si el animal no moría del primer palo que el cacique le daba en la cabeza, otro se levantaba y lo acababa. Muertos los camellitos , les sacaron los corazones , y con su san- gre , fueron en orden uno tras de otro á regar el ramo del canelo que les presentaba Anteguenu. En nada de esto se muestra nueva esta historia. En la sagrada escritura abundan semejantes hostias y sa- crificios , y el modo con que procedian en su ejecución los caciques araucanos , así como también otras mu- chas de sus cosas , prueba que eran mas bien de una hk HISTORIA DE CHILE, •■:; raza antigua de hombres, que una nueva y naciente. Concluidas las ceremonias, los caciques se volvieron á sentar y entraron en deliberación. Las condiciones que les habían sido propuestas eran las mismas que en otro tiempo habia aceptado Ancanamun , mas la facultad de volverse a sus tierras respectivas , que los rigores de la guerra les habían forzado á abandonar ; y la de vivir independientes como los mismos Españoles vasallos de la corona de España, sin formar encomiendas. El an- ciano Liencura, tan elocuente, como sesudo y valiente, y uno de los mas influyentes caciques , les pintó estas dos condiciones adicionales con colores tan vivos, com- parando los beneficios de la paz á los desastres de la guerra , que todos se pusieron en pié clamando : « j La paz, la paz! » Lincopichion y Anteguenu cooperaron con Liencura á este resultado , por medio de elegantes discursos, de que presumían mucho, y con razón. Por su parte , los Españoles quedaron autorizados á levantar y repoblar pacíficamente sus antiguas ciudades y colonias. Desde aquel instante, quedaban las dos naciones aliadas para toda guerra ofensiva y defensiva contra otros extranjeros que pudiesen invadir las tierras de unos y otros. En el hecho de ser enemigos de los Españoles, los Araucanos los habían de considerar como sus enemi- gos propios. Finalmente, todos los cautivos españoles eran libres de volverse en el instante mismo á los suyos. Y en rehenes de la fidelidad á estos tratados , cada parcialidad ofreció dos de sus principales señores. A penas esta grande resolución se comunicó al con- curso inmenso que se hallaba de la parte de afuera del CAPITULO V. 45 rústico salón de la paz, se oyeron clamores de contento, y las salvas de artillería hicieron resonar los ecos. Ante- guenu presentó el ramo del canelo , símbolo de la paz , al marques , y este lo recibió con muestras del mayor aprecio. Nada mas quedaba que hacer, y Baydes, bajando de su estrado, dio la señal de la salida del congreso. Las salvas redoblaron ; les aplausos eran frenéticos ; las músicas hacían subir al cielo el entusiasmo; todo era alegría, júbilo y parabienes. Españoles y Araucanos , Araucanos y Españoles mezclados y confundidos como hermanos aquel dia , vagaban , formaban círculos , comian y bebian , y parecían mas dichosos , unos y otros, que nunca lo hubiesen podido ser con los mas brillantes triunfos guerreros. Pero á este propósito , aun los Indios quisieron ver un simulacro español , y la caballería eje- cutó algunas cargas tan bien hechas por una parte como sostenidas por la otra. Baydes dio la orden de marcha para el dia siguiente sobre la Imperial. La bondad de este gobernador se habia manifestado tan á las claras, como también la dulce satisfacción que experimentaba , que los Indios quedaron muy convencidos de la duración de la paz, que seria eterna si él pudiese gobernar eternamente el reino de Chile. Así fué que al dia siguiente se desha- cían en demostraciones y expresiones de reconocimiento, prometiéndole y jurándole afecto y fidelidad mientras viviese. Enfin , partiéronse Españoles y Araucanos. Sin embargo, muchos caciques se habían hallado ausentes del congreso, y bien que no hubiese para que dudar de su adhesión á la paz , Baydes se habia propuesto pedirla ; pero no fué necesario. Treinta de estos caciques le aguar- I 46 HISTORIA DE CHILE. daban al paso por Repocura , con este objeto , y gozosos, le prestaron homenaje. El marques les preguntó porque se habían abstenido de asistir al dia de fiesta y de júbilo universal de Quillin , y le respondieron que por honrarle á él , y á sí mismos recibiéndole en sus tierras ; derecho que tenían como todos los demás caciques. Esta respuesta le agradó mucho á Baydes, que conocía bien el corazón humano , y sabia que la dignidad personal es una prenda de sentimientos honrados. Al llegar á la Imperial , se desplegó á sus ojos el mas bello cuadro de perspectiva. Los campos hermosos (1) de aquel suelo y las tierras de labrantío estaban cubiertas de trabajadores , hombres , mujeres y muchachos , que luego que descubrieron á los Españoles , dejaron su tra- bajo para acudir á recibirlos con mil muestras de alegría y agasajo. Allí también esperaban al gobernador sesenta y tres caciques, y dieron contentos su adhesión á la paz. Para dar una idea de las gustosas sensaciones que debia de experimentar Baides , no podemos menos de bosque- jar el mapa pintoresco de aquella comarca, sacado de varios autores, especialmente de Ovalle. Allí , el cielo y suelo brotan alegría. La tierra , fecun- dísima, se esplaya anchurosa, matizada, por decirlo así, con suaves y verdes colinas que forman en sus espacios los mas amenos valles, cubiertas, lo mismo que las lomas de suave declivio, de numerosos ganados. Los habitantes son blancos , apacibles y dóciles. Hay en las costas y riberas muchos mestizos, hijos de Españolas cautivas , entre los cuales se ven muchos rubios. Todos estos estaban bautizados por los cautivos españoles, aun- que sin olio , y los indios mismos , por lo jeneral , son (1) El mas hermoso del orbe, dice Ovalle. CAPITULO V. 47 cristianos; tienen mucho cariño á los Españoles; hacen cruces en sus habitaciones y dicen Jesús cuando estor- nudan , tropiezan ó se lastiman. Esto es poco de extrañar porque habían tratado mucho á los jesuítas á los cuales profesaban el mas acendrado afecto. Entre estos Indios habia Españoles que hubieran podido salir de cautiverio, y que prefirieron el quedarse , ya sea por la vergüenza de volver á verse entre los suyos , desfigurados , la len- gua casi olvidada y convertidos por el hábito en verda- deros Indios ; ya porque tenian afectos muy arraigados en la tierra , puesto que habia algunos que tenian allí hasta treinta hijos, de los cuales la mayor parte ya íes habian dado nietos. Estos infelices eran los quemas exci- taban á los naturales á que pidiesen misiones y jesuitas, porque sentían que sus corazones se secaban por falta del rocío consolador de la fe que se apagaba en el olvido. Sobre esto, el P. Juan de Hoscoso escribía á su pro- vincial , de una de sus misiones á aquella tierra , que estos Españoles naturalizados de que hablamos , le ten- dían los brazos con lágrimas y sollozos , como si se viesen precipitados en un abismo , para que les ayudase á salir de él. Volviendo á nuestra narración, mas de cien mil Indios dieron la paz. Los jesuitas y otros misioneros se entraron por sus tierras. El marques de Baydes entró no en la Im- perial, sino en las ruinas de aquella tan desgraciada como hermosa cuidad , maravillosamente situada en una ele- vación sobre el ángulo que forma el rio de su nombre con el de las Damas, — bordado de arboledas de diversos árboles frutales españoles, á la sombra de los cuales cruzan los Indios en sus canoas las aguas apacibles de aquel rio , mientras que por sus orillas y á grandes dis- ¡ili' A8 HISTORIA DE CHILE. tandas se ven por aquel delicioso valle verdes y risueñas huertas. Entre estas llamó la atención de Baydes una, y preguntando de quien era , le dijeron habia pertenecido al obispo clon Agustín de Cisneros. Esta respuesta le trajo las lágrimas á los ojos , y mandó que inmediata- mente se hiciesen las mas eficaces dilijencias para des- cubrir los huesos del santo prelado. En efecto, el obispo Cisneros habia sido enterrado en la catedral , y al lado del evangelio del altar mayor descubrieron la caja que contenia sus huesos. Al punto , el marqués mandó levantar un altar para que allí mismo se le hiciesen sufrajios , antes de trasla- darle á la Concepción. Se pusieron á obedecerle , y por dos veces oyeron una voz que decía : «No ahí, no, sino en tal huerta. » Dieron parte á Baydes de esta particularidad, y mandó indagar quien habia dado aquella voz. Esto no se pudo averiguar, pero sí se supo que la huerta señalada habia sido de una abuela del jeneral don Diego González Montero , — allí presente á la sazón , — y que acababa de ofrecer un hermoso crucifijo que poseía y que era precisamente herencia de una tia suya que habia vivido allí, y habia sido señora de aquella misma huerta. Estos detalles , muy históricos y muy ciertos , son su- mamente interesantes para todos los lectores en jeneral , pero especialmente para los descendientes de aquellos valientes y perseverantes Españoles, que fecundaron aquellas hermosas tierras con su sangue. En resumen, la paz quedaba asegurada, vistas las infinitas pruebas de buena fe y de satisfacción con que los indios saludaron el dia en que se fundó , y el encare- cimiento con que la habían pedido. El hacha, distintivo del supremo mando de las armas , pasó de manos de -~l CAPÍTULO V. A9 Lmcopichion á las de los cuatro toquis natos, cuya in- signia era en todos tiempos. La vuelta de los asistentes al parlamento de Quillin (1) fué la señal de reuniones, fiestas y romerías para todos los Butalmapus , que todos celebraron la paz con el mayor entusiasmo , y empezaron muy luego á gozar de sus benéficos efectos , entablando comunicaciones y relaciones de tráfico y comercio con los Españoles; cultivando y repoblando las comarcas de donde los furores de la guerra los habían arrojado, y, finalmente, aprovechándose y gozando del fruto de las misiones de sus amigos predilectos , los jesuítas. Baydes les había prometido de evacuar la plaza de San Francisco de la Vega en Angol, y les cumplió su palabra. A su regreso á la Concepción , el 7 de febrero, fué reci- bido con indecibles y bien merecidas demostraciones de reconocimiento. Al punto en que llegó , informó al rey de la conclusión de la paz, pidiéndole su real apro- bación y mil pobladores para sacar todo el fruto que se debía esperar de ella. El rey quedó muy satisfecho con la nueva; pero el estado de la metrópoli llenaba dema- siado su atención y sus cuidados para que pudiese dis- traerlos en objetos que, aunque fuesen muy interesantes, estaban muy lejanos, y eran bastante hipotéticos. (1) En el mapa está escrito Quillen ; pero hemos debido conformarnos á todos los escritores , inclusos Ovalie y Molina. HI. Historia. CAPITULO VI. Resultados de la paz.— Contradicciones increíbles.— Una nueva insurrección. — Se aquietan los Indios.— Motivos que tuvieron para obrar acalorada- mente. (1641-1644.) I , L 1 , Este acto del gobierno del marques de Baydes es uno de los mas solemnes , dignos é interesantes de la historia de Chile , y aunque haya excitado ciertas intemperantes críticas, no las citamos, porque realmente no nos parece que merezcan la pena. El juicio de los lectores de esta historia ha tenido hasta aquí bastantes datos para for- marse y dirij irse aun fin cual es la solución del problema moral que ofrecía la interminable guerra de la Araucania. Gloria pues al marques de Baydes , y honra eterna á su memoria por sus virtudes y magnánimos sentimientos, — que no nacían de timidez sino de su profunda sensibi- lidad. — La noble jenerosidad con que rescató, — á sus espensas, — á muchos cautivos españoles que, habiendo sido comprados por sus posedores habría sido injusto quitárselos sin indemnizarlos, puso el colmo á la repu- tación inmortal que adquirió entonces don Francisco López de Zúñiga de hombre de alma noble , grande y sensible. En cuanto á ladiverjencia de opiniones y senti- mientos que el hecho feliz de la paz, que le fué debida, suscitó , ya se sabe que no hay mas que confrontarlos con las consecuencias, para apreciarlos en su justo valor. Y sin embargo, ha habido escritores que han asen- tado , — con una visible satisfacción , penosa para los CAPÍTULO VI. 51 lectores sensatos y juiciosos ,— que los Indios rompieron la paz. Es muy cierto. ¿Pero cuando y por qué causa?— Ya lo veremos ; y hallaremos en la verdad misma la prueba material contraria de lo que piensan y dicen ; á saber : que por la paz, cesaron los horrores de la guerra ; se repoblaron y cultivaron las tierras de los Indios, poco antes desiertas y abandonadas ; nació el comercio entre Indios y Españoles, y, finalmente, se dejaron convertir aquellos por los misioneros , que fueron á vivir entre ellos, y aun no tantos como los Indios querían y pedían, porque su número no permitía se les diese esta satisfac- ción (1). Pero aunque realmente un caso aciago hubiese sido causa de que se malograse el fruto de la paz , esto no habría sido prueba de que los Araucanos no la querían. Lo que le sucedió al P. Luis de Valdivia con Ancanamun hubiera podido sucederle á Baydes con Lincopichion, ó cualquiera de los demás jefes araucanos. Pero nada de eso sucedió, ni cosa semejante. Solamente, y cerca de dos años después, se alzaron algunos Indios de la Cordillera, á los cuales , en resumen , los mismos Arau- canos redujeron á la razón. Y aun este alzamiento , — muy parcial , — le pareció de muy poca importancia ai marques (2). (1) «Nada quedaba mas que levantar las antiguas poblaciones, y para ello hubieran sido muy interesantes los mil colonos que el Marques habia pedido Con estos y algunas mujeres de Santiago, en donde las hay de sobra muy luego se hubiese conseguido , puesto que los Indios instaban continuamente para que se hiciese, como era natural que lo deseasen en el estado de confianza de que gozaban, gracias á la sabiduría del gobernador. « — Ovalle (2) Como se ve en el punto de una carta suya, fecha del 4 de junio l&U á Ovalle, hablando de dicho acontecimiento : « .... Pero como los nuevos amigos no falten, poco nos importan los alzados de la Cordillera. Hasta ahora, el acierto prueba que la empresa ha sido una verdadera inspiración de arriba. HISTORIA DE CHILE. En efecto , no hay mas que leer con atención ios su- cesos de aquella época. En febrero, había llegado Baydes á la Concepción de vuelta de Quillin. En abril , marchó de allí para Santiago con el fin de ver por sí mismo y remediar los daños causados por una plaga de langostas que habían devorado todas las sementeras ; y permane- ció en dicha capital hasta fines de 16&3 , es decir , cerca de dos años. Por consiguiente , los caciques que violaron la paz, tuvieron bastante tiempo para saber por los bienes ó los males que les resultaban de ella , si les con- venía ó no les convenia. Luego que le llegó la noticia , el gobernador marchó á la frontera, mandó que compa- reciesen los caciques fronterizos y les hizo muy justas reconvenciones. Los caciques se justificaron probando claramente que eran muy inocentes del hecho de la su- blevación parcial de la Cordillera. El marques no pudo menos de manifestarse satisfecho con las razones que le dieron, pero noobstante, exijió que tomasen las armas y se le incorporasen para ir á castigar á los perjuros. Los caciques se rehusaron á hacerlo porque les repugnaba el ir á verter la sangre de sus hermanos , y dijeron que lo que harían con mucho gusto seria amonestarles y per- suadirles a que se aquietasen. Baydes era demasiado sensible y justo para ofenderse con esta bella repuesta , y reflexionando que la demora en semejantes casos suele ser fatal, se puso personal- mente en marcha con sus tropas para ir a pacificarlos él mismo. Llegó , los atacó , los dispersó , matando á al- gunos y llevándose á otros prisioneros ; y la cosa se acabó. Algunos dicen que tres veces tuvo que volver allá, ¡ Dios sea servido continuar favoreciéndonos con estas inspiraciones y con sus frutos!» — Ovalle. CAPITULO VI. 53 y que el mal que les hizo ocasionó represalias por parte de ellos ; que se echaron sobre la provincia de Chillan , en donde capturaron personas y robaron ganados ; y que batieron una partida que salió de San Bartolomé de Gamboa para atajarlos. Así fué, ó poco mas ó menos; pero las parcialidades de la frontera querían la paz , y este estado de cosas les perjudicaba ; de suerte que enviaron á suplicar al gobernador permitiese que el veedor jeneral del ejército español , — Fuente y Villalobos , — fuese con ellos para ponerle fin pacíficamente. Villalobos , — ya los lectores lo saben , — era un verdadero protector de los indios , y tenia mucho influjo para con sus compatricios. Marchó Villalobos , con el beneplácito del gobernador , en com- pañía de los Araucanos de la frontera ; llegaron, habla- ron á los revoltosos , y sin la menor hostilidad, se resta- bleció el orden. Veamos ahora la causa , real ó aparente, de esta pequeña infracción á los tratados de Quillin. Si los Indios eran desconfiados como dicen , podría ser no careciesen de motivos para ello , y en el caso de que acabamos de hablar no obraron por inconstancia, sino tal vez por eso. La causa que tuvieron ahora para temer fué la llegada de otra escuadra holandesa con proyectos hostiles contra Chile. A la primera noticia de esta aparición , los indios creyeron que los Holandeses eran Españoles que venían á reforzar los que habia , y someterlos de una vez , aprovechándose del descuido en que los tenia la paz. Este fué el hecho, y al punto en que supieron con certeza que, lejos de ser Españoles, los Ho- landeses eran enemigos de estos , se dejaron persuadir fácilmente y se aquietaron. En suma , los jesuítas dicen que bajo el mando de mm 5/i HISTORIA DE CHILE. Baydes todo ha sido tranquilidad, sin mal suceso, ni mas muerte que la de un solo capitán. Por fin , para for- marse juicio de los beneficios que Chile ha debido á su gobierno, no hay mas que leer la carta que el P. Diego de Rosales escribe al P. Luis de Valdivia. Hé aquí esta carta, es decir, algunos puntos sucinta y claramente extractados. Su fecha es de Arauco , á 20 de abril de 1643. — Pero creemos deber dar principio con ella á un nuevo capítulo. ; I CAPÍTULO VIL Solución evidente de la cuestión de la paz y de la guerra. — Carta del P.Diego de Rosales al ilustre P.Luis de Valdivia.— Otra de un cautivo español al P. Juan de Albiz. Esta carta se halla aquí como un monumento eterno de la verdad de los hechos. En donde no hay ínteres ni pasión , no hay sospechas posibles. Guando los hechos hablan , las mejores razones son grandes sinrazones. Las peripecias que ha presentado hasta aquí la guerra de los Araucanos , si por una parte han ofrecido un gran pro- blema difícil de resolver ; por otro, han hecho surjir de los mayores conflictos datos sufficientes para resolverlo. Pero semejantes problemas no se resuelven nunca con oposiciones anárquicas, con pasiones ciegas y desenfre- nadas, ni con presunciones que carecen del menor fun- damento , como lo son siempre las de hombres muy necesarios é interesantes sin duda alguna, — pero que no siendo resortes principales sino ajentes sometidos á una dirección superior, deberían obrar ciegamente y no querer dirijir , con riesgo de entravar , parar é inuti- lizar la potencia del resorte principal del movimiento. Antes de pasar adelante, debemos notar que, según la historia, el P. Luis de Valdivia debia haber fallecido en aquella fecha ; pero el P. Rosales lo ignoraba , como se ve por el principio de su carta. Mi P. Luis de Valdivia, no he cumplido con mi deber dejando ignorar á V. R. el estado en que están las cosas de este reino. En este momento, ya se hallan cumplidos 56 HISTORIA DE CHILE, M ■■■■■■ i los paternales deseos de Y. R. , y gozamos del fruto de sus trabajos, y de las semillas preciosas que V. R. había sembrado en estos campos. El gobernador Baydes acaba de levantar con su sensibilidad y su saber esta rica cosecha dando y obteniendo paz por todos lados. He aquí los interesantes detalles de este venturoso aconte- cimiento. Lincopichion y Putapichion (1) , principales cabezas de la imperial, hacia la cordillera, y á su ejemplo , los de la costa , los de Pilmayquen , Lincoya , Paycavi , Ilicura, Contun, Puren , Tirua, Calcoimo y Relomo,' todos estos se han acojido á la paz , espontáneamente y gozosos de volverse á sus antiguos hogares que habían tenido que abandonar. Ya están de vuelta á ellos con sus mujeres , sus hijos y sus ganados , y durante dos años no se ha hurtado ni un solo caballo , ni causado el menor mal por parte de ellos , ni por nuestra parte. Es cierto, con todo eso , que el demonio les puso, al cabo de este tiempo , en la cabeza á algunos caciques de la cordillera pretextos ó motivos de alterar la paz ; pero el gobernador lo supo con oportunidad, mandó prender á veinte de los mas revoltosos y los declaró por traidores. Lejos de declararse en favor de estos , los ca- ciques de la costa salieron á recibirle hasta la Imperial con diez y nueve camellos del pais, á los cuales dieron muerte inmediatamente en su presencia, demostrando con esta acción, cuan inocentes estaban de lo acaecido, y cuan distantes de querer romper la paz , puesto que la volvían á ratificar y sellar con la sangre de estas últimas víctimas. (1) Es cosa notable que ninguno de los escritores contemporáneos baya men- cionado á Putapichion en esta grande transacción , si no es Carvallo, y ahora en este puntó , el P. Rosales. CAPITULO VJI 57 Sin embargo , los de Aliante, Anteguerra, Puvinco y otros no vinieron á su encuentro. Uno solo se presentó con un camello ; pero los guerreros de San Cristóval y Talcamavida (1) no lo quisieron recibir. En vista de esto, el gobernador mandó declararles de nuevo la guerra con grande estrépito de cajas y trompetas. Oyen lo los de la Imperial , los amigos de Arauco, y de San Cristóval , todos los de la costa y aun algunos de la Cordillera, y estos todos unánimes y de acuerdo , intiman á los revoltosos que puesto quieren guerra , se vayan á sus tierras , y si no lo hacían , en el término de tres días verían sus re- sultados. Así sucedió , el gobernador tuvo que imponerse á si mismo el cruel deber de castigarlos y lo mandó ejecutar con mucho sentimiento. A unos mil que se separaron vo- luntariamente de los revoltosos y vinieron á someterse á Angol , los pasó Baydes entre el Biobio y la Laja, a fin de que estuviesen al abrigo de seducciones ó de ataques. Para protejerlos, hay cien hombres en el fuerte de Angol. Tal es el estado de cosas en cuanto á lo temporal. Hasta ahora, en lo espiritual no teníamos posibilidad de obrar con fruto ; pero después de la paz , fui con el campo de Arauco por la costa visitando á los nuevos amigos , que salían á los caminos para verme , oírme y obedecerme con el mayor gusto y la mas suave docilidad. Es realmente cosa de alabar á Dios el ver á estos hom- bres, poco ha tan feroces, ahora tan mansos, blandos é intelijentes , prestándose á oirme y recibiendo con ansia la fe, cuyos misterios les parecen cosa maravillosa y los llenan de júbilo. La lengua me es ya tan familiar, (1) Talcamahuida, Talcamauida y Talcamavida son una misma cosa: pero los fidedignos en este punto escriben Talcamavida, y así se ve en el mapa. rIk Ir r f ¡ j§ j , ■ ■■ ":£ 58 HISTORIA DE CHILE. que no la cedo en esto á ninguno de nuestros hermanos, si no es al P. Juan Moscoso , el cual es criollo y se ha ejer- citado mas en ella. Somos tres aquí en Arauco ; hay otros tres en Buena Esperanza y cuatro en Ghiloé. Seria nece- sario que hubiese muchos mas operarios. Los PP. continuaron residiendo en el Castillo, en donde V. Reverencia los habia dejado , y yo también viví en él algunos años con el P. Torrella, que ha ido á recibir de Dios el premio de sus grandes merecimien- tos; pero como era demasiado estrecha esta habitación , hice añadir une iglesia exterior que dicen se aventaja á la del colejio de Penco. Voy edificando poco á poco nuestra casa , haciéndola capaz de albergar muchos misioneros. Todo se debe , y todo lo debemos al grande espíritu de V. Reverencia. La memoria de sus hechos está tan fresca como el primer dia. ¿ Y como no lo ha de estar, componiéndose nuestras hermosas cosechas de lo que ha sembrado Vuestra Reverencia? No hay mas que pregun- társelo á los Indios de Arauco , ó por mejor decir no hay mas que oírles, sin preguntárselo : « A mí me ha bauti- zado Valdivia , » « y á mí también , » « y a mí también , » y centenares , miles de voces se levantan á porfía ensal- zando el nombre de Valdivia. ¿Qué gozo no tendría V. Reverencia en volver á ver estos terribles hombres de Puren , de llicura y de Paycavi , tan dóciles y mansos á sus suaves persuasiones? Cuando les digo que V. Reve- rencia vive, y que pueden estar seguros no los ha olvi- dado, se admiran pareciéndoles cosa imposible. Dios quiera que dure muchos años su admiración. Ruego á V. Reverencia no se olvide de mí en sus oraciones. Arauco, á 20 de abril 1643. Concluyamos el capítulo con un extracto de un cautivo CAPITULO VII. 59 español, llamado Francisco de Almendras, al P. Juan de Albiz, fecha de 29 de marzo 1643. ¡Cuanto me holgaría, padre mió de mi alma, de poder ir á confesarme con V. Paternidad ! Una sola vez lo he podido hacer en el espacio de cuarenta años del cautiverio en que estoy. Ya he escrito muchas veces al señor marques anunciándole y atestiguando el vivo deseo que tienen estos Indios de que vengan con asiento muchos PP. jesuítas á sus tierras. Toda este jente , desde la Imperial (en donde ya vivo) hasta Valdivia , Osorno y Villarica tienen losmismos deseos; pero quieren que sus misioneros sean PP. de la compañía de Jesús por causa de sus ejemplares virtudes en las cuales se pueden fiar, sin temor de que les quiten á sus mujeres y á sus hijas , como lo hacían los curas de otro tiempo , cuyos excesos escandalosos tienen muy presentes algunos an- cianos que aun viven. He esperado mucho tiempo que V. Paternidad vendría con el P. Francisco Vargas, ó con otro ; mas ya que el señor marques no se lo ha permitido , pido por el amor de Dios á V. Paternidad se llegue hasta el fuerte del Nacimiento, en donde trataremos de lo concerniente á mi salvación y á la de los mios, pues tengo muchos hijos y nietos. En caso que V. Paternidad no pueda por sí mismo , hágame la caridad de enviarme algún otro Padre de la compañía ; porque aunque estoy á treinta leguas de dicho fuerte , con su aviso me pondré al punto en camino con mis hijos y allí esperaré. Dios recompense á V. paternidad del agasajo que han recibido en su santa casa estos caciques y su séquito. Continuamente hablan de ello con el mas encarecido reconocimiento. I I 60 HISTORIA DE CHILE, He recibido el catecismo y demás autos de devoción que V. Paternidad se ha servido remitirme, los cuales, luego que los he vuelto á saber de memoria, los he dado á mi amigo Gaspar Alvarez, que se halla cautivo con- migo. CAPITULO VIII. Envía el gobernador socorro de tropas al de Buenos Aires, amenazado de una invasión por parte del Brasil. — Armada holandesa. — Da muerte su coman- dante al de la isla de Chiloe. — Muere el jeneral holandés. - La escuadra en Valdivia y su desembarco. — Los Holandeses se fortifican. — Esperi- mentan escasez de víveres y deserciones. — Tienen que retirarse.— Equipa el virey del Perú una escuadra. — Reedificación de Valdivia. 1644—1646.) Para mayor abundamiento de cuanto queda dicho de los buenos efectos de la paz , añadiremos que en las actas del cabildo de Santiago está escrito , que el 2 de abril 1642 , acordó esta corporación se hiciese una procesión con misa cantada y sermón en acción de gracias por la paz , y por las redenciones que se habían hecho de cautivos. El 13 de diciembre , Baydes pasó de la Concepción á Santiago con el objeto de aprontar un socorro de tropa que le pedia el gobernador de Buenos Aires , temeroso de una invasión de Portugueses del Brasil , sublevados en América contra España, á ejemplo de la Península. El socorro pedido por el gobernador de la Piata, y en- viado por el de Chile, se compuso de doscientos hom- bres bien armados y equipados (i). Baydes volvió muy luego á la frontera , marchándose de Santiago á princi- pios de 1643. Todo el reino de Chile gozaba , pues , de una satisfac- ción grande , debida á su gobernador, cuando hé aquí un (1) A espensas del obispo de Santiago, Villaroel, que hizo este grande desembolso en servicio del estado.— Carvallo. I 62 HISTORIA DE CHILE. nuevo acontecimiento que la entristeció inopinadamente. Un dia , los habitantes de la Concepción vieron entrar impensadamente una piragua en el puerto , en la cual habia un jesuíta. ¿De donde podia venir un jesuita solo en una piragua? — Nada menos que de la isla de Ghiloe. Tal habia sido el arrojo del P. Domingo Lázaro. Es ver- dad que el objeto de este arriesgado viaje por una mar borrascosa en tan frágil bajel, lo justificaba sin disminuir su mérito , puesto que el P. Lázaro lo habia emprendido para llevar al gobernador la noticia de que una poderosa armada holandesa habia invadido la isla de Ghiloe con preparativos que anunciaban una grande empresa. Bien que, por orden del virey del Perú, Valparaíso se hallase fortificado y armado con cañones de bronce fundidos en Lima en 1640 , de los cuales algunos fueron posterior- mente enviados también á la plaza de Valdivia , el gober- nador tuvo por conveniente despachar sobre la marcha al mismo jesuita P. Lázaro con el maestre de campo Soberal para que fuesen á comunicar el acontecimiento al virey. Como de costumbre , el admirable cabildo de Santiago costeó los gastos del viaje , aprontando dos mil y quinientos pesos , noobstante sus grandes apuros. Vengamos á la armada holandesa. Esta expedición era mandada por Hendrick Brower(l), cuyos proyectos é instrucciones selladas, — que tenia orden del conde Mauricio de no abrir hasta que se hallase en el mar del Sur , — eran el hacer alianza con los na- , ■ ;* (1) Este nombre propio ha sido pronunciado y escrito de diferentes mane- ras, — como era natural,— que no se le semejan ni de muy lejos. Unos han escrito Brun; otros, Brunt, otros, Brehaut. Warden , que ha sido un cónsul jeneral de los Estados Unidos de América en París, y que la escrito la cronolo- gía histórica de la America, lo escribe como se ve. Su pronunciación en español es Brauer. CAPITULO VIII. 63 turales de Chile contra los Españoles, con el fin de for- mar allí establecimientos holandeses. Para eso , equi- paron tres navios de alto bordo , que eran el Jmslerdam, la Concordia y el Flesingue. Brower habia salido del Texel el 6 de noviembre 1642 , y arribó á Fernambuco el 22 de diciembre para concertarse con el conde de Nasao , gobernador general de las posesiones holandesas en aquellos parajes. El almirantazgo de allí reforzó su es- cuadra con el navio el Naranjo y el yatche Delfín. El 15 de enero , volvió el almirante holandés á salir al mar con el rumbo al estrecho de Lemaire , á cuya orilla occiden- tal ancló el 18 de marzo en la bahía de Valentín. Desde aquí, puso la proa á la isla de Ghiloe, y llegó á ella el Io de mayo. Después de haber empleado cinco ó seis dias en buscar un ancladero cómodo y seguro , Brower fondeó al norte de la isla en un puerto que dicen tomó el nombre del al- mirante (1) , y mandó poner á la orilla de un rio , — á dos leguas mas arriba de su desemboque en el mar , — una bandera blanca, una navaja, y un collar de perlas de vidrio ; pero al instante vieron bajar un hombre á ca- ballo de una colina , en donde habia una multitud de hombres , mujeres y muchachos mirando á los recien- venidos, el cual arrojó con resolución al agua la bandera, la navaja y el collar. Las llanuras circunvecinas esta- ban cubiertas de caballos y de ganados pastando. Los naturales habían salido todos de sus habitaciones > cerrando la puerta, y poniendo delante de ella una cruz, cuyo aspecto fué para los Holandeses una seña clara y evidente de que los habitantes de aquella tierra (1) También se llama : el Puerto Ingles, dice Warden, á quien tomamos algunos de ¡os detalles de este acontecimiento. ■y Mí 6/l HISTORIA DE CHILE. debían estar bautizados y sometidos á los Españoles. El 16, el mayor Blaemvbeck (1) de la escuadra, que se hallaba á la sazón á bordo del yatche con una compañía, vio á la orilla del rio algunos soldados de caballería, cuyo lenguaje no comprendieron los Holan- deses al principio, hasta que oyeron que decian en español muy claro, que los Holandeses no iban con buenas intenciones. Oyendo esto , el mayor de la es- cuadra, lejos de probar lo contrario, mandó amainar la bandera blanca que flotaba en el yatche é izarla en- carnada, y bajo la protección del fuego del yatche, desembarcó con sus soldados, se internó hasta cierto trecho hasta que pudo cojer una familia chilena com- puesta del hombre, de la mujer y de dos muchachos; pero no pudiendo sacarles una palabra, resolvió el ir á buscar informaciones á otra parte. El 19 se fué con el yatche y la chalupa á Carelmapú, en donde había un fortín que atacó y del cual se apo- deró aunque con pérdida de seis hombres (2); pero no halló dentro mas que algunos soldados y caballos y á un indio que se llevó. Por otro lado , Brower habia sido mas feliz que su mayor , y habiéndose enterado de que Castro era la ca- pital del archipiélago de Ghiloe , puso la proa en su di- rección , y el 6 de junio entró por el canal que separa la isla del continente , hasta dar vista á la ciudad. El coman- dante de la plaza, don Andrés Muñoz de Herrera, que quiso oponérsele , fué muerto con la mayor parte de sus soldados, y los Holandeses, que iban diciendo á los In- (1) Pronunciación aproximada Bliubec. (2) No vemos en ninguna parte el nombre del oficial que mandaba esta fortificación, que probablemente no era mas que pasajera. CAPÍTULO VIII. dios que ellos no eran bárbaros ni sanguinarios, y que no hacían mal á nadie , saltaron en tierra, pillaron, in- cendiaron y cometieron mil profanaciones, achacando después una parte de estos excesos á los pobres habi- tantes, de los cuales contaban habían levantado los techos desús casas , y las habían incendiado ellos mismos antes de abandonar la ciudad. Lo único que confesaban era que habían saqueado un poco, omitiendo que habían incendiado una inocente y pacífica nave que estaba para alargarse. No quedándole que hacer allí, Brower se fué, y el 8, fondeó en una islita al norte de Valdivia. Todas la¡ hazañas que hizo por de pronto se redujeron á cojer y llevarse prisionera á una pobre vieja española, que se llamaba Luisa Pizarro y tenia setenta y cinco años, con el fin de que esta les enterase de las fuerzas y otras par- ticularidades délos Españoles. El 17, los Holandeses cojieron á tres naturales, y con ayuda de la viejecita española les dieron á entender que los pondrían en li- bertad, si querían ir á decir á los suyos que los Holan- deses no eran un pueblo bárbaro , y que no iban para hacer mal á los Chilenos , sino bien , uniéndose con ellos contra los Españoles. Seria muy difícil el poder asegurar si los naturales lo creyeron ó no lo creyeron. Lo solo cierto es que, al dia siguiente, Jes llevaron víveres en cambio de armas de Europa. Hendrick Brower era natu- ralmente de humor tétrico, y padecía ademas una en- fermedad que se agravaba con la mas mínima contra- riedad. Viendo cuan poco progresaba , y cuan frecuentes eran la borrascas, se le irritaron los humores en tal ma- nera, que murió, por decirlo asi , inopinadamente, el 7 de agosto, pidiendo que le enterrasen en Valdivia. III. Historia. 5 66 HISTORIA DE CHILE. lW: Elias Harckmans , que tomó el mando de la escuadra, entró el 21 , en el rio de Valdivia. Al principio , los na- turales le llevaron provisiones por armas, y proba- blemente lo que les contó de que el gobernador de Castro habia hecho ahorcar á muchos de los suyos (1) los hubiera atraído ; porque, en efecto , ya habían llegado á verse con ellos muchos caciques cumcos y de Osorno. Pero, un dia , los Holandeses tuvieron la inadvertencia de preguntar donde estaban las minas de oro, y desde el mismo instante, los naturales arrugaron las cejas, los mi- raron con sospecha, y finalmente no les llevaron mas víveres. Sin embargo, continuaban fortificándose en Valdivia, aunque también padecían escasez de mate- riales, por habérseles perdido en un temporal un transporte muy importante cargado con instrumentos y materiales de construcción. Poco apoco, su situación llegó á ser imposible , y las deserciones empezaron á hacer ver á Harckmans que lo mas seguro seria volverse á la mar. Entre tanto, el consejero del almirantazgo Elbert Cryspinsen habia vuelto á Fernambuco con el Amsterdam para dar cuenta del progreso de la expedición y traer refuerzos ; pero diez dias después, el 26 de setiembre, Harckmans perdió la última esperanza que tenia de po- derle aguardar allí en una conferencia que tuvo con algunos caciques, los cuales le expusieron la imposibili- dad en que se hallaban de suministrarle provisiones, puesto que ellos mismos carecían des ellas ; que en otra (1) Claro es que Harckmans fabricaba una historia, puesto que el coman- dante de Castro habia sido muerto por los Holandeses. Por otra parte, ahora se ve el motivo secreto que habían tenido algunos caciques de la Cordillera para sublevarse. CAPÍTULO VIII. 67 ocasión , por ejemplo, de allí á dos años, lo podrían hacer mejor. A esta insinuación política, se siguieron algunos actos hostiles departe de los naturales, de modo que, por de pronto , los Holandeses dejaron á Valdivia y pasaron á la isla de Constantino , desde donde pusieron á lávela el 18 de octubre para volver á Fernambuco. Este fué el resultado de la famosa expedición Brower , compuesta, como se ha visto , de cuatro navios de alto bordo y un yatche, en los cuales llevaba noventa y dos piezas de ar- tillería, treinta y cuatro de bronce, y cincuenta y ocho de hierro, con suficientes tropas y pertrechos , materiales é instrumentos de construcción. Mientras tanto, el virey del Perú, don Francisco de Toledo y Leyba , marquesdeMancera, había recibido el parte que le habían llevado el jesuíta Lázaro y el maestre de campo Villanueva y Soberal de la venida de la es- cuadra holandesa, y habia tomado medidas inmediata- mente para enviar una poderosa armada no solo con el designio de desalojar á los Holandeses , sino también de repoblar y fortificar la plaza de Valdivia. El 31 de di- ciembre, salió del Callao una escuadra de diez navios (1) con mil y doscientos soldados (2) y la mas brillante ar- tillería de bronce que se hubiese visto hasta entonces, bajo el mando de su propio hijo primogénito, don An- tonio de Leyba , al cual suministró setecientos mil duca- dos para que llevase á buen fin su empresa. Esta expedí- cion no habiendo llegado á su destino hasta el 6 de febrero 1645, no tuvo enemigos que expulsar, puesto (1) En un manuscrito de AIsedo , se lee solo seis buques. Los diez los asienta io;anecL°;:cartas escritas dei perú ^ « ia ^ *«■ y ü (2) Algunos autores dicen ochocientos. h I 9 68 HISTORIA DE CHILE. que los Holandeses se habían retirado en octubre del año anterior. Pero se halló muy á punto para reedificar la ciudad de Valdivia y fortificarla, según las intenciones del virey, el cual contaba, sin duda alguna, con la real cédula que muy luego le llegó para que ejecutase este proyecto (1). Don Antonio de Leyba, su hijo , mandó poner manos á la obra, al punto en que desembarcó su jente en la isla de Constantino , y en poco tiempo, á fuerza de ánimo y de brazos, se hallaron obras y trabajadores á cubierto. Entretanto , habiendo recibido aviso de que el goberna- dor de Chile estaba en marcha para apoyarle, si era ne- cesario , le envió á decir que era inútil y que no habia para que se tomase la molestia , ni cansase sus tropas. Esta respuesta la recibió Baydes hallándose sobre el Quepe , desde donde regresó á la Concepción. Sobre este hecho , el P. Diego de Rosales , superior de las misiones de Arauco, escribía al P. Ovalle; que la reconstrucción y repoblación de Valdivia se habían ejecutado como por encanto , gracias á los medios poderosos empleados para ello , y á la unión de voluntades tanto de parte de los que mandaban y dirigían , como de los que obedecían y eje- cutaban; que cuatro jesuítas habían asistido á esta inte- resante obra. « En cuanto á mí , dice Rosales , he ido tres veces á Puren , Paicavi, Ilicura y Tima, y siempre con frutos de bendición. Los Indios son cada día mas dóciles. El P. Juan Moscoso se apresta en este mismo instante para hacer el mismo viaje. » Concluyamos que los Indios fueron fieles á los tratados, no solo no haciendo alianza con los enemigos de los Es- (1) Bajo la invocación de María. CAPITULO VIII. 69 pañoles, sino también ofreciéndose á unirse á estos para expulsar á los otros (1). (1) Éntrelos rasgos de patriotismo y de arrojo de los Españoles, todos los autores cuentan que hubo veinte , cuyos nombres por desgracia quedaron igno- rados, los cuales, con el beneplácito del gobernador, se arriesgaron hasta Val- d.via a reconocer. Bien que los Holandeses se hubiesen ya marchado, el hecho no es menos de notar, puesto que iban para asegurarse de ello. i CAPITULO IX. Duración de la paz.— Cuestión de preferencia de invocación á la Virgen, en el Cabildo de Santiago.— Cuestión de esta misma preferencia por parte de la Audiencia y del Obispo. — Razones de esta preferencia. — Remplazo de Baydes.— Su salida de Santiago.— Su muerte gloriosa. (1645—1646.) I El gobernador, de regreso del Quepe, llegó á la Con- cepción el 22 de marzo. En todo este año no hubo sucesos notables. Solo la ciudad de Santiago , que era la piedra fundamental del grande edificio del reino y centro de todos sus padecimientos , tuvo en esta época que gemir con una nueva calamidad, cual fué una epidemia de vi- ruelas que causó una gran mortandad , y obligó al cabildo y á sus vecinos á apelar al auxilio de la religión , ha- ciendo rogativas á san Sebastian con novenas, y proce- siones de la iglesia de la Merced á la Catedral. Hubo otro cabildo muy prolongado , en el cual tenían los capitulares que debatir una muy grave cuestión, á saber : el cumplimiento de una real cédula de 10 de marzo de 16/i3 , en la cual mandaba el rey que las ciu- dades de Chile celebrasen una fiesta á la Virgen , bajo la invocación que fuese mas de la devoción de cada una. Era un verdadero conflicto , y en efecto , la sesión fué larga y animada, porque era caso arduo el votar por Nuestra Señora de las Mercedes mas bien que por la del Rosario , ó por esta, de preferencia á la del Socorro. Por fin , esta última obtuvo la mayoría , y fué proclamada reina y señora de aquella santa función. CAPÍTULO IX. 71 Pero este voto dado á Nuestra Señora del Socorro por el cabildo no puso fin al conflicto; lejos de eso, tal vez complicó la grave question de que se trataba. Los cabil- dantes, entrando en deliberación sobre esta materia, habían usado de un derecho que creían incontestable ; pero el obispo y la real Audiencia tuvieron distinto modo de pensar, y persuadidos que á ellos les competía y no al cabildo el nombrar la Virgen á quien se habían de ele- var los corazones y las plegarias en el dia señalado , nombraron á Nuestra Señora de la Victoria , la cual fué colocada, en virtud de este nombramiento y sin apela- ción , con su peana en el altar mayor de la catedral. La sola excusa que S. S. ilustrísima y sus señorías de la Audiencia pudieron haber tenido para dar un tal des- aire al cabildo , ha sido que , según la tradición , la imájen de la Virgen de la Victoria, nombrada por ellos, habia sido rescatada por Felipe II de los Moriscos de Granada, al mismo tiempo que el Santo Cristo de la Vera Cruz que se venera en la iglesia de la Merced ; y que dicho monarca hizo don de estas santas imájenes á la ciudad de Santiago. Por lo demás , el derecho del cabildo para ser juez en la materia era el mas incontestable, siendo el mas natural , y su elección se habia fundado en la par- ticular devoción que inspiraba Nuestra Señora del So- corro , como abogada y protectora que era de la ciudad de Santiago desde su fundación y la de su cabildo , el cual tuvo que resignarse con el consuelo de que la Madre de Dios era una sola bajo las diferentes invocaciones con que la veneran sus devotos , y que la tradición sobre Nuestra Señora de la Victoria y el rey Felipe II no podía menos de ser respetada por todos. Mientras tanto, el marques de Baydes , después de su ; TI HISTORIA DE CHILE. ""'3 ! I • ' regreso á la frontera, estableció las casas de conversión de Santafé, San Gristóval y Santa Juana bajo la direc- ción de los jesuítas ; fortificó las plazas de la línea y re- forzó sus guarniciones, y satisfecho de haber llenado sus deberes en todo según su severa conciencia, se volvió á la Concepción , en donde esperó tranquilamente la lle- gada de un sucesor, que ya le habia sido anunciado , y que él mismo habia pedido mas de una vez , como el rey mismo lo dice (1). Con esta noticia, envió ásu mujer y á su familia para que le esperasen en Lima. A principios de mayo llegó su sucesor á la Concepción y le entregó el mando , después de lo cual salió para Santiago á despe- dirse del cabildo y darle gracias por el celo de su coope- ración al buen éxito de sus actos administrativos tanto en la guerra como en la paz. Allí se mantuvo hasta el primero de octubre que marchó á embarcarse en Valpa- raíso para el Callao. El sentimiento con que el cabildo, la Audiencia, el obispo, la ciudad y todo el reino vieron marchar á Baydes se colije de lo venturoso de su gobierno, y así fué que le colmaron de bendiciones. Por lo mismo , no nos detendremos en apologías superfluas , puesto que los ánimos de los lectores no pueden menos de hallarse muy conformes con los de los habitantes de Chile, y dejare- mos á un lado todo lo que nos dicen del mérito de este gran gobernador los escritores de aquellas cosas , incluso el mismo Ovalle. Las alabanzas mayores y mas dignas de hombres como el marques de Baydes se hallan conte- nidas en la relación de sus hechos , y en las sensaciones que produce su nombre. Pero no por eso le dejaremos (1) Real cédula fecha en Zaragoza á 22 de noviembre de 1645. — Carvallo. CAPITULO IX. 73 tan pronto, y los lectores nos agradecerán que los conduzcamos en pos de él , para ver cual ha sido su suerte. ¡Desgraciada, infausta suerte! Porque este hombre tan pacífico que prefería los beneficios de la paz á las mas brillantes conquistas de las armas, era no solo el mas grande hombre de guerra que hubiese mandado en Chile, sino también el de mas valor personal, el mas intrépido y aun temerario de todos los militares del uni- verso. Se embarcó , como hemos dicho , en Valparaíso ; llegó al Perú; vio al virey; recibió sus elojios y salió del Callao (1) por fines del año 1556, con su familia para España. Navegó viento en popa hasta dar vista á Cádiz, con la perspectiva feliz de verse muy pronto cubierto de lauros y de aplauso hasta por el mismo soberano. Pero á una vida tan gloriosa correspondía un fin , tal vez , mas glorioso. España estaba en guerra con los In- gleses, y habia guardacostas de esta nación en aquellas aguas. Uno de estos ataca al navio en donde iba Baydes , el cual toma el mando , y se defiende á pesar de la supe- rioridad de fuerzas del enemigo sin querer rendirse, y se defiende hasta que su nave acribillada de cañonazos se incendia finalmente. Entonces, muere el heroico gober- nador de Chile ; muere su mujer ; y si se salvan sus hijos, se salvan porque los enemigos mismos los sustraen á las llamas, y los llevan prisioneros á Londres. (1) En su manuscrito de la Historia de Chile, Alsedo dice que salió con un convoy de galeones, que en este mismo punto partió por el mar del Sur para España con cuantiosas cantidades de oro y plata del erario, y muchas pertene- cientes á particulares.- Sin embargo, Pérez García, citando al mismo Alsedo, no menciona una sola palabra de esto y se limita á decir que se embarcó en el Callao. — Otros dicen que marchó por Panamá. 74 HISTORIA DE CHILE. Al volver en libertad á su patria , uno de ellos , don Francisco de Zúñiga , tomó el hábito de la compañía de Jesús; volvió á Chile; fué uno de los misioneros mas celosos; llegó á Provincial, y murió en la Concepción en edad muy avanzada. i CAPITULO X. Gobierno de Don Martin de Múxica (1). Propone ratificar la paz.— Segundo parlamento.— Ratificación.— Incidentes.— Adiciones á los artículos ante- riores.— Fiestas y regocijos. — Retíranse las partes contratantes. — Regreso del gobernador á la Concepción. (1G46— 1647.) Es cosa de admirar el consumo de jenerales ilustres que hizo la guerra de los Araucanos. Don Martin de Múxica , caballero del hábito de Santiago, ha sido uno de ellos, habiéndose acreditado mucho en las guerras de Flandes, en donde sus brillantes servicios le habían hecho alcanzar el empleo de maestre de campo. Ya le hemos dejado reconocido por el cabildo de la Concep- ción. El de Santiago no tardó en enviarle su cumplido de bienvenida por el rejidor Ruiz de Gamboa, mientras en la capital se hacían los preparativos acostumbrados para recibirle en persona , para lo cual ya el caballo , silla y dosel de aparato estaban prontos. El cabildo de la capital no reparaba en gastos ni en sacrificios cuando se trataba de asuntos de dignidad nacional , y, muy luego después, tuvo que hacer aprestos de ornatos tristes y fúnebres para honrar y llorar la muerte de su gobernador pasado. Era admirable el cabildo de Santiago. Halló, pues, Múxica, á su entrada en el gobierno, una paz sólida ; un buen ejército ; la plaza de Valdivia (lj Por mas que, jeneraimente, Ja ortografía modificada ,— tal vez dema- siado para la dignidad de ia lengua,- se estienda á los nombres propios, creemos que es un abuso, y por lo mismo escribimos Múxica. 76 HISTORIA DE CHILE. restaurada , poblada y fortificada , y Valparaíso y Arica puestos en buen estado de defensa por el hijo del virey. Pero á poco tiempo , recibió la mala nueva de la muerte del comandante de Yaldivia , que era el benemérito don Alonso de Villanueva y Soberal. Para su remplazo, nom- bró Múxica á don Francisco Gil de Negrete, el cual marchó sin demora para su destino por tierra , llevando reses vivas y otras provisiones de que carecian los mora- dores y la guarnición de Valdivia , bajo la protección de una pequeña escolta. Por lo demás, el nuevo gobernador no mudó de em- pleados, ni quitó empleos. Rebolledo quedó con el suyo de maestre de campo ; y el de sarjento mayor lo dio á don Ambrosio de Urrea. Cosa particular, Negrete fué atacado impensadamente por los caciques Mariantu, Carihuanque y Catinaguel, los cuales le quitaron el convoy, y Dios solo sabe como él mismo y algunos soldados de la escolta pudieron llegar en salvo á Valdivia. Esta novedad , que seria efectiva- mente una prueba de la inconstancia y mala fe que se atribuyen á los Indios , tendrá probablemente algún misterio que tal vez la historia aclarará. Mientras tanto , Múxica , que deseaba mucho la paz , creyó oportuno para mantenerla sólidamente el no dejar dudas ni sospechas sobre este particular á los Araucanos , y envió al veedor jeneral Villalobos (1), muy querido de ellos, para pro- ponerles su ratificación en un nuevo parlamento , que seria celebrado al año siguiente, en Quillin de Puren , (1) Con Villalobos, — dice Carvallo,— fué el P. Juan de Moscoso, de la ex- tinguida compañía de Jesús. — Al parecer, este escritor confundía la división de la provincia de la compañía con su extinción , de la cual nadie ha hablado hasta ahora. » CAPÍTULO X, 77 por el mes de febrero. Tomadas estas medidas, marchó de la Concepción para Santiago , en donde fué recibido y reconocido con los honores y fausto acostumbrados, el dia 26 de setiembre, por el cabildo y por la Audiencia. Moscoso y Villalobos , á su vuelta, le informaron de que los Butalmapus estaban muy conformes en la ratifi- cación propuesta, y que el dia 15 de febrero del siguiente año, concurrirían todos los caciques al parlamento de Quillin. Con esta ocasión , el cabildo y la ciudad tuvieron el inevitable sentimiento de oirse pedir soldados, vecinos y encomenderos para mayor ostentación y solemnidad de dicho congreso. Con todo eso , viendo la moderación con que el gobernador exijia este sacrificio, diciendo en su oficio que bastaban diez individuos de cada compañía , y veinte de la de su señoría, no tuvo ánimos para oponerse á su pretensión, y en el término de tresdias, los hombres pedidos, que eran de los mas distinguidos de la ciudad, en gran parte , y de caballería , se hallaron acuartelados con sus armas y caballos. El gobernador habia obrado con tanta circunspección en su oficio , hecho en forma de proyecto ó auto , — que fué presentado en el consejo por el alcalde Antonio de Zabala , — que ni siquiera lo habia firmado ; y esta circunstancia fué una razón mas para que el cabildo le honrase con una pronta obediencia. Salió Múxica con estas tropas de Santiago hacia media- dos de noviembre , y el 29 , celebró la pascua en Acúleo, desde donde prosiguió á Yumbel de la frontera. Allí estableció sus cuarteles , y concentró las tropas con que pensaba ir á Quillin. Estas fuerzas, que ascendían á cuatro mil hombres , se componían de la tropa escojida de cada fuerte formando columnas del porte el mas mar- cial y completamente provistas de todo lo necesario. De 78 HISTORIA DE CHILE. suerte que al llegar á Quillin con el gobernador á la cabeza, causaron la misma sensación á los Araucanos, que si estos no hubiesen visto nunca tropas españolas ; porque su pasión dominante eran las armas y la guerra. Es verdad que en este instante se hallaban poseidos y penetrados de sentimientos benévolos por reconocimiento hacia Múxica, el cual habia tenido la buena política de congraciarse con ellos dando libertad al capitán Chica- guala, —que habia sido hecho prisionero por Baydes en su última compaña,— y á otros principales caciques Araucanos que habían participado de la misma suerte. Al dia siguiente, 24 de febrero 1647, se celebró el segundo parlamento de Quillin , y la paz quedó ratifi- cada con aplauso jeneral , noobstante un melancólico su- ceso que no podía menos de entristecer los ánimos, por muy dispuestos que se hallasen á la alegría y al regocijo. Este suceso fué que los tres caciques Carihuanque , Cati- naguel y Mariantu, que habían atacado á Negrete en el camino para Valdivia, tuvieron la osadía de presentarse en el congreso. Mientras duró la deliberación, el gober- nador se contuvo ; pero el ceremonial una vez concluido , íes mandó comparecer y les reconvino con severa auto- ridad. No teniendo excusas plausibles que dar, implora- ron su perdón ; pero Múxica respondió que no hallándose allí por entonces como potencia justiciera ni ejecutiva, lo que podía y le correspondía hacer era referirse al juicio y decisión de los demás caciques y capitanes de guerra sus compatricios, sobre la gracia ó el castigo que merecía su desleal infracción á los tratados estipulados y jurados por ellos en aquel mismo sitio. Entraron los caciques y capitanes de guerra en con- sejo, y al cabo de una bastante larga deliberación, CAPITULO X. 79 votaron todos que los culpables debían ser entregados, no ala clemencia, sino á la justicia del gobernador, como dignos del mas rigoroso castigo. Aceptó Múxica , y para que sirviese de escarmiento su suerte , los mandó deca- pitar, y exponer sus cabezas en diversas encrucijadas de caminos (1). Acto de vigor ha sido este que ha debido costarle mucho al gobernador español ; pero la política lo exijia tal vez. En efecto, produjo una profunda sensación; mas Múxica lo habia previsto , y como por entonces no era necesario aflijir los ánimos , dio la señal de los regocijos, y la artillería , la música , las voces y el movimiento de un jentío inmenso los distrajeron de modo que no era fácil el permanecer dominado por serias reflexiones. Después vendrían estas , y con ellas los efectos saluda- bles que se esperaba produjesen. Lo restante del dia lo pasaron, Araucanos y Españoles, fraternizando en in- finitas maneras de entretenimientos y festines , y hacién- dose recíprocamente promesas de eterna amistad y de inalterable lealtad. Los artículos adicionales que se estipularon en esta ratificación fueron : que los Indios suministrarían á la ' plaza de Valdivia todos los auxilios de que pudiese nece- sitar y que ellos pudiesen darle ; que el camino de la fron- tera á dicha plaza se hallaría siempre libre y seguro (1) Perez-García refiere que los tres delincuentes no se presentaron en el congreso ; que su ausencia fué nolada ; que Baydes pidió le fuesen entregados ; que se los entregaron, 6 hizo en ellos la justicia que queda referida. Esta versión es menos verosímil que la anterior, la cual pertenece á Car- vallo. El hecho, según este lo refiere, es de los que no se imajinan, cuando no se saben de cierto , y, por otra parte , si realmente se hubiesen ocultado los culpables, no lo habrían hecho con tan pocas precauciones que se hubiesen mantenido, por decirlo así, á mano para dejarse cojer á discreción. __■ .. •■ ^k # 80 HISTORIA DE CHILE. para los convoyes, tropas y viajeros españoles, bajo la responsabilidad de los mismos naturales; que los Espa- ñoles levantarían sin ninguna oposición sus antiguas poblaciones , y otras nuevas en donde mas lo tuviesen por conveniente. Estas ratificaciones produjeron excelentes resultados , y por de pronto , el mas esencial é inmediato fué el de la recíproca confianza que las dos partes contratantes co- braron , en vista de la perseverancia de cada una. Este era un gran punto , sobre todo de parte de los Indios , cuya desconfianza, justa ó injusta , real ó supuesta, era motivo á pretcsto para alterar cuando menos se esperaba la buena correlación la mejor establecida. El episodio trájico de aquel dia, olvidado en el aturdimiento del tumulto , no podía menos de recordarse después y de producir reflexiones favorables al mantenimiento de la paz y del buen orden. Así sucedió , y la serie de los acon- tecimientos que vamos á narrar, bien examinada, pro- bará que si la desconfianza renació con su antiguo im- perio sobre los espíritus araucanos , tal vez no fué por culpa suya. Al dia siguiente , Múxica se puso en marcha para re- gresar á la frontera colmado de presentes y protestas, en cambio de los que él había dejado á los Araucanos , y el dia 20 de marzo entró en la Concepción. CAPÍTULO XI. Visitan los Indios á las Indias de encomienda de la frontera.— Seducen á algu- nas, que se van con ellos.— Otros piden al gobernador licencia para llevarse á otras que eran sus parientas.— Concédelo el gobernador.— Opónesc el obispo á esta condescendencia.— Conflicto entre las dos autoridades.— Noble reconciliación.— Falsas acusaciones.— Terremoto. — Hostilidades. (1647—1648.) La reciproca confianza de que hemos hablado al fin del precedente capítulo se manifestó muy luego á las claras en la frecuencia y familiaridad con que los Indios iban á la frontera española , y en el descuido con que los Españoles los veian ir y venir. Antes, iban con el objeto de comerciar y traficar, mas ahora , no buscaban ni si- quiera pretextos , y continuamente se les veía llegar sin que dijesen , ni que nadie les preguntase qué querían. Sin embargo , por mucho gusto que tuviesen en vaguear para divertir su ociosidad , otros objetos los atraían allí , y estos objetos eran el amor ó la amistad que tenían natu- ralmente á sus paisanas de encomienda, las cuales, bien que fuesen cristianas , ó por lo menos estuviesen bautizadas, los acojian muy bien. Gomo también esto era muy natural , nadie hizo alto en ello , y aun algunas de estas Indias se volvieron á su tierra sin causar grande estrañeza. Poco á poco , esta tendencia á sentimientos primitivos se generalizó tanto, que algunos Indios ricos pidieron al gobernador por gracia, les devolviesen algunas de estas mujeres, con pretexto ó motivo real de paren - 111. Historia. 82 HISTORIA DE CHILE. ' tesco, y el gobernador no tuvo dificultad en concedérselo, visto el estado de paz y concordia en que se hallaban. Pero el obispo de la Concepción condenó estas con- descendencias como contrarias al principal objeto de la guerra y de la paz , que era la conversión de aquellos in- fieles , y resultó una desgraciada competencia entre él y el jefe militar, con deplorable escándalo. El prelado es- cribió un edicto prohibiendo el regreso de los Indios é Indias ya bautizados al seno de los que permanecían en el paganismo , y este edicto se publicó en la catedral en hora y en momento en que el gobernador y el obispo mismo se hallaban en la iglesia. Atónito Múxica de este inesperado atentado contra su autoridad , se levantó airado para salir ; pero el obispo le paró con un exhorto y el gobernador tuvo bastante frescura para reflexionar, y se volvió á sentar. Aun hizo mas y oyó , ó pareció oir con la sumisión de un buen cristiano (sumisión que le hizo mucha honra en opinión de todos), el exhorto y el edicto ; y al fin del oficio divino, aguardó á que el prelado saliese y le acompañó á su casa. El obispo no fué menos político , y devolvió inmedia- tamente la visita al gobernador. En ella se trataron con los mayores miramientos y quedaron , al parecer, muy recon- ciliados. Si no fué así, á lo menos el escándalo cesó con honra del uno y del otro. Pero como sucede siempre en semejantes casos , habia habido dos partidos , y aunque , gracias á la frescura y al porte digno de Múxica, no hubiese habido en esta circunstancia ni vencidos ni vence- dores , puesto que el desenlace se redujo al reconoci- miento tácito por parte de la autoridad militar de que en punto? de relijion nada tenia que ver , uno de los dos CAPITULO XI. 83 partidos quedó descontento y no reparó en decir que el gobernador se habia mostrado débil en el hecho de ceder tan fácilmente á la autoridad eclesiástica , la cual se habia apoyado en pretextos de caso de conciencia para que reconociesen su ascendiente en todas materias. De aquí , los críticos pasaron á dar por muy sentado que cuanto habían hecho y dicho los jesuítas sobre las mila- grosas conversiones que habían operado en sus misiones, era todo pura ficción, y, en suma, un recurso muy oportuno para que se les juzgase por muy interesantes y necesarios; que los Indios no tenían la menor noción del cristianismo , ni sabían una sola palabra de la doctrina. Estos susurros llegaron á oidos del gobernador y le hicieron alguna impresión , de modo que juzgó seria con- veniente informarse , ■ — sin darles precisamente crédito , — del mas ó menos fundamento que podían tener ; y de las averiguaciones que mandó hacer sobre la materia, resultó que se creyó obligado á pasar informe á la corte del hecho (i). Los enemigos de los jesuítas han llevado su enemistad hasta el punto de asegurar que reconveni- dos estos PP. misioneros sobre la diferencia que habia de sus dichos á sus hechos, se habían disculpado con falta de tiempo y aun con el corto número de su personal. Uno y otro era cierto , sobre todo el insuficiente número de misioneros. Pero á pesar de eso , si la acusación no nacia de ignorancia, procedía de una causa odiosa, puesto que todo cuanto se ha dicho del fruto de las mi- siones ha sido probado con hechos auténticos ; y para mayor abundamiento, los lectores verán á su tiempo (]) Carvallo es el solo que haya usado de estas declamaciones como argu- mentos propios á probar sus opiniones, las cuales seria muy difícil sacar en limpio. Sil HISTORIA DE CHILE. cuales fueron estas misiones ; cuales el celo y trabajos de los jesuítas y cuales sus frutos. Porque hasta aquí , todo cuanto han leído acerca de esta importante materia, aunque muy explícito y muy probado por resultados por- tentosos , no ha sido mas que una idea que se les ha dado de paso , no siendo posible mezclar á cada instante rela- ciones distintas y que podrían ocasionar confusión. Mas de una vez hemos tenido ocasión de ensalzar, como lo merecían, los desvelos de los capitulares de Santiago, admirando su tesón impertérrito y tranquilo en medio de circunstancias las mas críticas en que hom- bres responsables, — moralmente, — se hayan visto jamás. Pues en este instante en que , al cabo de tantas zozobras y sacrificios, gozaban del fruto de sus afanes y tareas ; en este instante en que no había mas que algunos días que al sello y blasones de la ciudad se les habia aña- dido , por auto del cabildo , el exergo de : « Muy noble y muy leal; » el 13 de mayo , enfin , á las diez y media de la noche , un espantoso terremoto , — movimiento de trepidación , — súbito , inesperado y sin ningún presa- jio , derribó los templos , edificios y casas de la capital con tan horrendo estrépito , que el eco lo propagó á muchas leguas por todos lados (1). Según algunos, el número de muertos en esta lastimosa catástrofe ascendió á dos mil ; otros lo han calculado de setecientos. El obispo recibió heridas y contusiones graves, y luego que pudo, dio á la imprenta los detalles lastimosos de este aconte- cimiento, del cual, sin embargo, solo se supo en jene- ral , lo que se halló escrito en los libros del cabildo. (1) Toda la América meridional sintió este terremoto; pero en donde mas estragos causó fué en Santiago, que quedó arruinada enteramente. Hubo setenta conmociones, con espantosos ruidos soterráneos. — Carvallo. CAPITULO XI. 85 La pérdida ocasionada por el terremoto en los templos fué calculada por Vallaroel en trecientos mil pesos , — pero ha quedado ignorada la que padecieron los par- ticulares. En su escrito , el obispo habla de anuncios que precedieron al temblor, y que, en su opinión, eran falsos; pero sí conviene en que durante la crisis hubo prodijios que se parecían mucho á milagros. Respetemos toda creencia , y mucho mas en estos casos en que fenó- menos desconocidos aun á los hombres mas sabios ma- nifiestan evidentemente la pequenez y miseria del hombre, y al mismo tiempo , cuan impenetrables son los misterios de la creación. Al punto en que el gobernador recibió la noticia de este funesto suceso, salió apresuradamente para la arrui- nada Santiago, á donde llegó el dia 24 de julio (1). Pa- rece que su palacio habia resistido á la conmoción de la tierra, puesto que se hallaba en pió y queMúxica no titubeó en ir á habitar en él. Su llegada sirvió de gran consuelo y dio muchas esperanzas á los desgraciados habitantes de que sus males tendrían pronta y buena reparación. Los capitulares pidieron al rey les eximiese de alcabalas, del almojarifazgo, unión de armas y papel sellado, y que les rebajase de cinco á tres el rédito de los censos , de los cuales los principales ascendían á nuevecientos mil pesos ; y mientras el monarca decidía , suplicaron al go- bernador del reino y al virey , se sirviesen hacer estas concesiones provisionalmente. El gobernador no podía tomar sobre sí el dar semejantes providencias ; pero tanto (1) Con la primera noticia del temblor, habia ya Múxica enviado dos mil pesos. Después, el virey marques de Manceray los hacendados de Lima envia- ron hasta treinta mil, sin contar otras cantidades con que contribuyeron á la reedificación de la catedral y de los dos conventos de monjas de Sania Clara y de la Concepción. —Carvallo. I PO HISTORIA D£ CHILE. él como el virey cooperaron mucho al alivio de tantos males, y al año siguiente, el monarca concedió todo cuanto el cabildo de Santiago le habia pedido (1). Múxica permaneció cuatro meses en la capital ali- viando y consolando en cuanto podia á sus infelices mo- radores , basta que tuvo que salir apresuradamente á campaña. Alcapagui , ulmén de Quinchilea , habia le- vantado fuerzas para vengar sobre la restaurada ciudad de Valdivia las muertes de Carihuante , Gatinaguel y Mariantu, decapitados en Quillin, y ya habia intercep- tado un convoy de doscientos caballos y mil vacas que, por orden del virey, iban para dicha plaza, conducido por el capitán Juan de Espejo , con una corta escolta de diez hombres , los cuales quedaron en poder de los In- dios, ó fueron muertos. El 27 de noviembre, el gobernador pasó por Maypú, y el 15 de diciembre llegó á la frontera. Pero estos de- talles piden capítulo á parte. i (1) Real cédula de Io de junio de 1649.— Sin embargo , Carvallo asegura , hablando de los censos, que su rebaja no habia sido concedida, bien que no hubiese casa que no fuese censataria de algún monasterio , cuya consideración habia influido mucho para que la ciudad fuese reedificada sobre sus propias ruinas , y no en el valle de Tango, ó en Melipilla, ó en Quillata, como muchos votos lo habían pedido. CAPITULO XII. Interrupción momentánea y parcial de la paz.— La castigan los mismos Indios. — Atacan los levantados segunda vez á Valdivia.— Son rechazados.— Las parcialidades fieles piden la reedificación de las antiguas plazas españolas.— Accede el gobernador y va á reconocer los sitios propios para ello.— Cae enfermo y se retira á Tucapel.— Levanta Rebolledo dos fuertes y la plaza de Boroa.— Funda el gobernador cuatro casas de conversión. — Excesos de correrías.- Prohíbelas Múxica bajo pena de la vida.— Regresa á la Con- cepción, y de allí va á Santiago.— Muere inopinadamente.— Rumores sobre las causas de su muerte. ( 1648—1649. ) Hallándose en la plaza del Nacimiento, el gobernador mandó llamar á los caciques déla Imperial , — de Boroa, — de Tolten y Mariquina, responsables de la seguridad de la ruta de Valdivia , los cuales reconocieron justos los cargos que les hizo , y tomaron por su cuenta el castigar á los delincuentes, como lo merecian, con rigor que sirviese de escarmiento á otros. Veamos, mientras tanto, lo que habia sucedido. El vengador de los indios castigados en Quillin se habia finjido enfermo , y valiéndose de la amistad que le profesaba el gobernador de Valdivia, — Negrete, — le mandó á pedir le enviase el jesuíta Andrés de Lira ,— que era cura párroco de la ciudad,— para que le asistiese en el último trance de la vida. En respuesta , Negrete , que no creyó deber acceder á lo que le pedia el Indio , despachó á un teniente, llamado Lunel, en una piragua para que le fuese á buscar y le trajese á Valdivia en donde se le administrarían todos los socorros temporales y espirituales de que pudiese necesitar. Marchó Lunel , 88 HISTORIA DE CHILE. llegó y envió avisar al enfermo de su llegada y de las órdenes de su jefe. El enfermo finjido fué á la playa con semblante moribundo , llevado en hombros de algunos de los suyos. Viéndole en tal estado, Lunel saltó en tierra con sus soldados, y al punto él y ellos fueron asesinados, y con su sangre fué despedida la flecha de la guerra. Muy luego un cuerpo de tres mil hombres atacó abier- tamente la plaza de Valdivia ; pero Negrete tenia buena artillería y les causó un borroso descalabro, concluyendo su completa derrota con un cuerpo de caballería que mandó salir, y que no dejó uno de cuantos pudo alcanzar. En mucho tiempo , no volvieron á parecer; y el resultado fué que las parcialidades fieles, como la Imperial, Boroa, Tolten y Mariquina se vieron obligadas á pedir protec- ción á los Españoles contra los suyos, suplicándoles vol- viesen á poblar las antiguas colonias. La palabra dada por los caciques de la Imperial había sido muy bien cumplida, echándose de sorpresa sobre Cayumapú, Calle-Calle y Quinchilea, en donde rescataron los caballos y la mayor parte de las vacas que ellos mismos condu- jeron á Valdivia. A fin de reconocer por sí mismo Ja conveniencia de estas restauraciones, Múxica salió sin demora para Val- divia; pero en el camino resintió un ataque de gota , mal á que estaba sujeto, y, desde la orillas del rio Caraupe, — hoy de los Sauces, — tuvo que irse á Tucapel. Desde allí comisionó al maestre de campo Rebolledo para que, habiendo bien reconocido y escojido las posiciones mas ventajosas, mandase trazar y levantar dos fuertes entre los ríos Tolten y Calle-Calle, y reconstruir la plaza de Boroa. Marchó Rebolledo á dar cumplimiento á esta orden, CAPITULO XII. 89 que desempeñó muy bien , aunque muchas veces este maestre de campo tenia la fatalidad de que el éxito de sus empresas no correspondiese al cuidado y celo con que procedía. En la orilla septentrional del Mariquina , levantó el fuerte de San José , y puso de comandantes en él á dos buenos capitanes , que fueron don Juan de Es- pejo , y don Luis González de Medina. En la parte me- ridional del Tolten , hizo construir el de San Martin , "en la parcialidad de Piufquen , dejando este fuerte depen- diente de la plaza de Boroa , la cual mandó restaurar. Esta plaza estaba situada en el mas delicioso territorio sobre el rio Quepe , en una posición fuertísima , sobre un barranco cuya escarpa profunda protejia uno de sus lados. Rebolledo dejó de comandante en ella al capitán don Ambrosio de Urrea , á quien luego después el go- bernador mismo sustituyó don Juan de Roa. Estas construcciones aumentaban y estendian el poder de las armas españolas. La plaza de Arauco, que ya se sabe era la residencia de los maestres de campo , fué tras- ladada al centro de Tucapel. La de Yumbel lo fué al Nacimiento , á la parte austral del Biobio. En esta misma época, Negrete , que mandaba en "Val- divia, fué promovido al mando de capitán jeneral del Tucuman, y, en su lugar, nombró el gobernador á don Alonso de Córdova y Figueroa. No obstante se hallaba aflijido cruelmente del ataque de gota , Múxica no estuvo en la inacción en Tucapel , y fundó dos casas de conversión; una en Moquehua, y otra en Tucapel mismo , las cuales fueron recomendadas á los franciscanos, cuyo guardián era Fr. Juan de Pardo. Para los jesuítas fundó otras dos : una en la parcialidad de Ranquilue, en el sitio llamado Peñuelas ; y otra en la ;■; 90 HISTOKIA DE CHILE, plaza de Boroa ; la primera dirijida por el P. Alonso del Poro ; y esta última por el P. Diego de Rosales. Pero por otro lado, sucedían cosas deplorables y odiosas. De Boroa se hacían correrías á las tierras insu- misas, y las partidas españolas no se contentaban con in- vadir estas, sino que se propasaban á entrar en las de paz y sacaban de ellas hombres y mujeres, en términos que ya habian arrancado hasta quinientos infelices á sus hogares. Irritado de esta infracción á los tratados, el P. Rosales informó al gobernador de estos abusos tan perjudiciales para la paz como deshonrosos para el nombre español , y Múxica mandó que inmediatamente los In- dios arrebatados á sus familias les fuesen devueltos , con prohibición en lo sucesivo de cometer semejantes excesos, pena de la vida á los autores de ellos. Satisfecho el gobernador de que no había que temer con los fuertes levantados , á los que se deben de añadir los que por la parte de Valdivia habia construido Negrete , los cuales fueron los de las Cruces y la Animas; se marchó ala Goncepcion para cuidar de su salud. Allí permaneció hasta el 9 de abril del año siguiente, en que salió para á ir á invernar en Santiago, en donde recibió pruebas de la satisfacción jeneral que daba su buen gobierno. Pero las cosas de este mundo son inconstantes y perece- deras ; estando un dia á la mesa muy bueno , comiendo una ensalada, se quedó muerto. Su muerte repentina podia muy bien ser causada por una de las traiciones del mal cruel de la gota , que asesina casi siempre á los que la padecen ; pero sin embargo se susurró otra cosa , sobre la que hablan en los mismos términos, poco masó menos, los escritores de aquel tiempo. He aquí este caso. Habiéndose descubierto que corrían por la isla de Chi- CAPITULO XIL 91 loe despachos falsificados de favores ó mercedes de enco- miendas, el gobernador habia mandado formar una instrucción secreta sobre el particular , la cual no se hizo tan secretamente , que no llegase á oidos de los intere- sados. Quien ó quienes eran estos interesados falsarios nadie lo sabia con certeza , solo se suponía que no podia ser otro mas que uno de los propios secretarios del go- bernador, ó uno de los parientes que tenia en Ghiloe. Sea quien fuese, nunca se pudo descubrir , y si el crimen ha tenido lugar, ha quedado impune. Como la Providencia consiente rara vez semejantes impunidades , y que no es probable que si hubiese habido realmente culpables no se hubiesen descubierto tarde ó temprano , vale mucho mas creer que la gota fué el solo homicida de este buen gobernador, cuya muerte fué muy sentida, y justamente llorada. Por de pronto , fué enterrado en una capilla provisio- nal, é ínterin se acababa la reedificación la catedral, reedificación que tardó mucho tiempo en verificarse completamente ; y sin embargo, al trasladar sus cenizas, se le halló la mano derecha entera respetada por la cor- rupción de la materia. Fué una particularidad muy digna de curiosidad, y que la ciencia hubiera debido explicar, pero que no explicó. I CAPITULO XÍ1L Gobierno interino del maestre de campo don Alonso de Córdova y Figueroa. — Particularidad de su interinato.— Su buen porte y conducía en el mando. — Otro parlamento.— Otra ratificación de ¡a paz.— Reedificación de la ca- pital. — Llega por gobernador, también interino, don Antonio de Acuña y Cabrera.— Todavía otro parlamento. (1649—1651.) Las antiguas quejas del gobernador Laso de la Vega contra los interinatos del mando en manos de un juris- consulto de la real Audiencia habian producido efecto , y el rey habia ordenado que en lo sucesivo los goberna- dores escojiesen un sucesor interino , puesto que mejor que nadie ellos debían conocer los sujetos del ejército aptos á llenar este cargo , y que en virtud de esta elec- ción que debían hacer de antemano proponiendo dos sujetos al virey , este enviase, también de antemano , al gobernador de Chile un pliego cerrado , inviolable hasta después de su muerte , que se abriría para saber cual era el sucesor que el virey habia nombrado de los dos pro- puestos por el gobernador. Esta disposición, en verdad muy oportuna, hizo re- caer el mando, á la muerte de Múxica , en Córdova y Figueroa , oficial muy acreditado , que habia ido á Chile como simple soldado en la compañía del capitán Paez de Clavijo, una de los mil hombres que Felipe III habia enviado, en 1605, al gobernador García Ramón. Des- pués de haber alcanzado y bien merecido el grado de oficial , Córdova y Figueroa habia pasado á Lima para CAPITULO XIII. 93 recibir el premio debido y mandado dar á los benemé- ritos del ejército de Chile , y habia vuelto á este reino con su primo el gobernador Górdova. De suerte que contaba cuarenta años de servicios , y ciertamente el interinato no hubiera podido recaer en mejores manos. Sin querer averiguar cuales habian sido anteriormente sus opiniones tocante á la paz , vemos ahora que la polí- tica que siguió fué la de mantenerla y consolidarla. En efecto, se trasladó inmediatamente á la frontera con el maestre de campo Rebolledo y con el sarjento mayor Urrea, y se alojó en la plaza del Nacimiento desde donde dio aviso á los toquis natos, caciques y ulmenes, para que , si permanecian con deseos de conservar la paz , fuesen á ratificarla en un nuevo congreso. Los jefes arau- canos manifestaron en la prontitud con que se presen- taron á la llamada del jeneral español que los que tenian de mantenerla no eran menores que los suyos. Este nuevo parlamento debió haber tenido lugar á principios de no- viembre (i) , y en él se ratificaron las paces con satisfac- ción jeneral de las partes contratantes. Los regocijos fueron los mismos que los que se habian hecho en las dos precedentes asambleas de Quillin , y la concurrencia de caciques y otros jefes indios fué aquí mucho mas nume- rosa de lo que habia sido en aquellas (2). Satisfecho con haber dado este primer paso esencial en su gobierno interino , Górdova y Figueroa regresó á (1) No es posible , dice García, que esta deliberación se haya abierto el 12 de noviembre, puesto que en dicha fecha ya el gobernador estaba de vuelta en la Concepción. (2) Fueron tantos los Indios que concurrieron allí, dice Carvallo refirién- dose á don Pedro de Córdova , que jamas se habian visto tantos ni antes ni des- pués, y todos llevaban recuerdos al gobernador, unos, alabándose de haber servido bajo su mando, y otros, de ser sus ahijados en el bautismo. f\>. 9k HISTORIA DE CHILE. la Goncepcion , y vio claramente en los semblantes que todos le estaban muy agradecidos de que así lo hubiese hecho. Tal vez estas demostraciones de agradecimiento procedían de que se temia no fuese este gobernador par- tidario de la paz ; porque no siempre lo habia sido ; pero sabido es , al punto en que el hombre asciende al mando, muda de modo de pensar , hallándose con datos y preci- siones que ignoraba cuando no tenia mas que obedecer. Al despedirse de los archiulmenes, ulmenes y caciques, el gobernador español les dijo que por parte de los Es- pañoles, jamás la paz seria violada , y que el jefe militar que la violase, ó infrinjieseen lo mas mínimo sus artículos, tendría pena de la vida. Mientras que Górdova y Figueroa atendía á lo militar, político y administrativo , vijilando sobretodo la buena distribución de caudales en los diferentes ramos de su cargo , los cabildos trabajaban con no menor esmero en el fomento de la prosperidad de sus ciudades. La de Santiago salía de las ruinas del terremoto hermoseada é infinitamente mejorada en sus casas y edificios. El cabildo de Santiago halló tan prontos y tan buenos arbitrios con su admirable celo , con el cual cooperó mucho el del obispo, que en 22 de marzo 1650, ya la catedral estaba concluida. Ya los habitantes de la capital se empezaban á consolar de las pérdidas que habían tenido en el terremoto ; ya decían , — como sucede á menudo en las cosas de este mundo : — no hay mal que por bien ne venga; ya se prometían un aumento incesante de pros- peridad con el gobernador que tenían, y cuyo interinato no dudaban se convirtiese en propiedad del mando en atención á los méritos y servicios de Górdova y Figueroa, cuando de repente el cabildo de Santiago recibió , el 20 •■ CAPITULO XIII. 95 de abril, la noticia de que un nuevo vireyhabia nom- brado nuevo gobernador interino de Chile. Es decir , que este cabildo tenia que comprar caballo , silla y dosel para el gobernador interino , y que estar pronto para hacer las mismas adquisiciones para el propietario que no tar- daría en llegar tras él. El número de caballos , sillas y doseles destinados al recibimiento de tantos gobernadores como se sucedían en el mando del reino era tan prodi- jioso como el de los gobernadores mismos. Sin embargo , Górdova y Figueroa habia tenido poco que reformar en situaciones militares. Solo habia resta- blecido la plaza de San Felipe de Arauco , cuya impor- tancia conocía especialmente como maestre de campo que habia sido en ella ; pero no por eso abandonó la de Tuca- peí. La sola mudanza que hizo en esta fué trasladar la residencia del maestre de campo de ella á la de Arauco, en donde este jefe residía anteriormente. Por lo demás, en el poco tiempo que tuvo el mando, Górdova y Fi- gueroa se hizo querer sobremanera, y causó grande tris- teza al ejército el oir que le llegaba remplazo. Su rempla- zante llegó , en efecto , á la Concepción á principios de mayo, le entregó el mando, y se quedó en la Con- cepción (1). Pero debemos advertir que la real Audiencia no le habia reconocido por presidente , sin duda picada de que sus presidentes habían dejado de ser considerados aptos á ejercer el interinato del mando militar ; y esperando tal vez que esta omisión pasaría como una pura inadver- tencia sin importancia. Pero no sucedió así , y el rey le (1) En donde estaba avecindado, como lo están hoy sus descendientes, tan honrados como queridos. El sarjento mayor don Pedro de Córdova y Figue- roa , autor del mas largo manuscrito de la Historia de Chiie, era nieto suyo. 96 HISTORIA DE CHILE. hizo cargos al tribunal sobre no haber reconocido al go- bernador interino por su presidente. La excusa que pre- sentó fué que, habiendo sido este gobernador nombrado en pliego cerrado y sellado con las armas del virey ante- rior, había creído la real Audiencia que este nombra- miento no seria mas que provisional , tanto mas, cuanto el maestre de campo Córdova y Figueroa habia podido satisfacer su noble ambición militar con verse en corto tiempo promovido , en primer lugar , al gobierno de Val- divia por traslado de Gil de Negrete de dicha plaza al gobierno de Tucurnan ; y muy luego , del gobierno de Valdivia al de todo el reino. Probablemente, esta excusa no satisfizo al monarca, puesto que manifestó su real desagrado á la Audiencia , con apercibimiento de que , en lo sucesivo , observase lo mandado en 7 de mayo 1635 , sin discurrir sobre el par- ticular , pues debe suponer que aquella resolución habia sido tomada con acuerdo y deliberación. En una palabra , Córdova y Figueroa fué un oficial je- neral muy distinguido y uno de los mas beneméritos de la guerra de Chile (1). El nuevo virey que le habia nom- brado un sucesor interino fué don García Sarmiento de Sotomayor , conde de Salvatierra , y este sucesor se lla- maba don Antonio de Acuña y Cabrera, caballero del hábito de Santiago , el cual habia servido en Flandes con grado de capitán de caballería. De Flandes habia pasado al Perú con un correjimiento de provincia, y el conde de Salvatierra le habia nombrado maestre de campo del Callao, desde donde pasó al gobierno interino de Chile. (1) Felipe IV le habia nombrado posteriormente presidente déla Audiencia de Santa Fé de Bogotá, pero justamente acababa de fallecer cuando llegó este nombramiento. CAPITULO XIÍÍ. 97 Acuña era muy vano y llegó á la Concepción con una numerosa familia y mucha ostentación. Reconocido por el cabildo de la capital de la frontera , empezó á ejercer el mando , y manifestó en sus primeros actos su carácter poco digno y muy codicioso. Se dejaba dominar por in- fluencias domésticas. Su mujer , doña Juana de Salazar, era su oráculo aun en las mas serias medidas de gobierno, y esta particularidad habría sido menos extraña, si su influjo se hubiera parado aquí ; pero no ; porque no se ejecutaba mas que lo que ella misma aprobaba. Con este dato lastimoso, ya los lectores pueden prever nuevos desaciertos , y tal vez funestos , bajo el mando de este gobernador interino , y por desgracia sucedieron. La gobernadora de Chile, que, á pesar de sus preten- siones á la ciencia gubernativa , no tenia mas capacidad de la que necesitaba para perder á su marido compro- metiéndole gravemente, obtuvo de él que nombrase á dos hermanos de ella, don Juan y don José de Salazar; al primero , maestre de campo ; y al segundo , sarjento mayor ; y con esta injeniosa medida , los dos empleos mi- litares mas importantes pasaron de la dirección hábil y experimentada de Rebolledo y Urrea á manos ignorantes é inexpertas (1). A penas estos dos jefes fueron puestos en posesión de sus empleos , empezaron á dar pruebas de sus principales miras , que eran el aprovecharse de él haciendo un vergonzoso tráfico , en el cual empezaron por rivalizar con los vivanderos del ejército, y concluyeron con excluir á estos de su sórdido comercio levantándose (1) A esta particularidad , Carvallo añade otra aun mas odiosa : según este escritor, el gobernador Acuña quitó el empleo por de pronto solo á Rebolledo para vendérselo al sarjento mayor Urrea en tres mil pesos , y muy luego , buscó y halló pretextos para despojar á este último. 111. Historia, 7 I 98 HISTORIA DE CHILE. enteramente con él , y sustituyéndose á ellos. Desde el mismo instante , los víveres empezaron á venderse tan caros que los pobres compradores gritaban misericordia. La historia se avergüenza de tener que ofrecer seme- jantes rasgos á los lectores; pero tal es la naturaleza de su deber. El gobernador Acuña pensó, ante todas cosas, bien que no hubiese aun un año que se habían ratificado las paces, en proponer una nueva ratificación. El objeto de este acto superabundante podía muy bien ser político , según su modo de pensar ; pero nadie era de este parecer , y , jeneralmente fué atribuido á la mania de especular. Sin embargo , también era cierto que los naturales de Osorno, Gumco , Valdivia , Calle-Calle y Quinchilea se hallaban en actitud hostil , y tal vez la intención de Acuña era reducirlos al gremio de los pacíficos y quitarse la zo- zobra que, sin duda, le causaban. Pero si tal era su in- tención , muy luego se debieron cumplir sus deseos , puesto que todos estos naturales que acabamos de nom- brar , y á los cuales se deben de añadir los de Cayumapú y Huanegue , le enviaron á pedir la paz y misioneros por medio de don Martin Uribe , gobernador de la pro- vincia de Chiloe. De todos modos , el gobernador hizo saber á todos los Butalmapus que el dia 7 de noviembre seria celebrado un nuevo parlamento en la misma plaza del Nacimiento , en el cual quedarían las paces aun mas consolidadas , mediante las ratificaciones de los caciques y jefes araucanos que no hubiesen adherido anteriormente á ellas. El dia del emplazamiento, Acuña se halló en la plaza señalada con ocho mil hombres, Españoles y auxi- liares. Los Indios concurrieron en número de veinte CAPÍTULO XIII. 99 mil ; pero el gobernador notó con mucho enfado que faltaban muchos caciques, circunstancia que anularía de hecho las ratificaciones cuando menos se pensase en ello. Para obviar a este grave inconveniente , Acuña des- pachó al veedor jeneral Villalobos con el jesuíta Vargas y el capitán de auxiliares Quixada á notificar á los ca- ciques ausentes diesen su voto de adhesión como si estu- viesen presentes; y para los mismos fines, envió la misma orden al comandante de Ghiloe, el cual comisionó al P. Juan de Moscoso , acompañado del capitán de ca- ballería don Juan de Albarado , para que fuese á verse con los Indios de la parcialidad de Gumco, y pedirles lo mismo. Todos estos comisionados se hallaron reunidos en Osorno y negociaron con tanto acierto , que todos los caciques ausentes del parlamento adhirieron á la ratifica- ción de la paz, con la cual quedó el reino sin cuidados por este lado , y todos los caminos eran seguros , desde Val- divia á Chiloe , como lo estaban desde la Concepción á Valdivia. Hubo banquetes y regocijos después del con- greso, y el 13 de diciembre, ya Acuña se hallaba de vuelta en la Concepción. Pero tal consumo de víveres habían hecho los asistentes á la reunión de la plaza del Nacimiento, que no quedaron provisiones para la cam- paña siguiente, y que á pocos dias de su regreso á la Concepción el gobernador hubo de pedirlos al cabildo de Santiago. CAPITULO XIV, El gobernador en Santiago. — Pasa informes á la corte.— Resultados favora- bles que le trajeron.— Increíble conducta del maestre de campo y del sar- jento mayor. — Quejas de los Indios.— Satisfacción que se les da. — Resta- blecimiento de la tranquilidad. — El gobernador quita los empleos á sus cuñados. — Naufrajio del situado para Valdivia. — Infeliz suerte de los náu- fragos.— Venganza ejecutada en los naturales de Cumco.— Socorre el cabildo de Santiago con víveres la ciudad de Valdivia. — Grande expedición contra los Cumcos. — Ruptura de un puente.— Desastres. (1651—1654.) El gobernador Acuña tenia por lo menos mucho valor personal, puesto que estando aun en la incertidumbre de las intenciones que podían tener los caciques ausentes del parlamento, se arriesgó á ir con los solos oficiales reformados que componian su guardia á visitar la plaza de Boroa , y luego después , desde esta plaza , solo y dis- frazado de paisano , á Valdivia , y desde Valdivia á Bo- roa , de regreso. Bien que este hecho haya sido tachado de arrojo inútil y solo dictado por la ambición , nos pa- rece que aunque fuse así , — suposición muy improbable, — anuncia en su autor un hombre de resolución capaz de hacer mucho mas cuando llegase el caso , puesto que tanto hacia inútilmente. Decíamos, pues, que el gobernador había pedido víveres al cabildo de Santiago para volver á campaña , y en efecto, á principios del año , pasó el Biobio con el ejército, puso una buena guarnición en Boroa; dio el encargo de abrir el camino de Chiloe á don Diego Gon- zález Montero, y regresó á la Concepción, de donde CAPITULO XIV. 101 muy pronto salió para la capital del reino. El dia 21 de marzo fué reconocido , festejado y honrado con las mis- mas atenciones que todos sus precesores por el cabildo, y el mismo dia por la real Audiencia (1). El primer deber que el gobernador hubo de desem- peñar hallándose en Santiago , fué el despachar informes para la corte del estado en que se hallaban las cosas del reino de Chile , y, según dicen algunos , lo desempeñó con mucho talento sirviéndose de la elocuente pluma del P. Fr. Agustín Carrillo de Ojeda, ponderando la hermosa perspectiva de paz que el último parlamento abría á las dos naciones araucana y española, y haciendo mención de la precaución personal que habia tomado de ir hasta Valdivia y volver de allí á Boroa con su solo séquito , para asegurarse de la seguridad de los caminos. Es cierto que habia en este informe una suposición y una omisión ; la primera era que habia ido á Valdivia con su séquito ; y la segunda , que lo habia ejecutado con dis- fraz ; pero de todos modos, consiguió captar la atención del monarca , que le nombró gobernador de Chile en propiedad por ocho años, en los cuales no debia de con- tarse el tiempo de su interinato. Por desgracia de este gobernador, su mujer y los hermanos de esta lo echaban todo á perder por su baja codicia, y le comprometían miserablemente , puesto que no podía ignorar que sus dos cuñados, cada uno en su plaza , se hacían los traficantes de todo jénero de comer- cio , hasta de los de primera necesidad. Si esto bastaba , (1) Que habia mandado se le preparase casa, dice el cabildo. Por esto se ve que el capitán jeneral del reino y presidente de la Audiencia no tenia casa en Santiago, al paso que la tenia en la Concepción. De donde se sigue que el tribunal hubiera debido residir en esta última ciudad , ó no tener por presidente al jefe militar. 102 HISTORIA DE CHILE. ; — por mil razones , -~ - para perderlos á todos ellos ; el modo que tenían de observar las estipulaciones de la paz tantas veces ratificadas, sobraba para ello y para que todos lo deseasen sin piedad. El maestre de campo y su hermano el sarjento mayor, guiados por su propio in- terés y sin mas motivo , no dejaban un solo instante de quietud á los Pehuenches y Quilliches, que habitaban la cordillera, entrando continuamente en sus tierras y arrebatándoles sus mujeres y sus hijas. Temerosos de que luego les iba á suceder lo mismo , se quejaron á gri- tos los subandinos, y los de la frontera empezaron á mostrarse recelosos é inquietos, hasta que no pudiendo ya contenerse , representaron al gobierno. Alarmado Acuña con estas demostraciones, quitó á sus cuñados de las plazas que mandaban , y envió al jesuíta Rosales para que calmase á los Indios pehuenches y quilliches. El jesuíta aceptó la misión, pero con la con- dición de que llevaría consigo á todos los naturales que habían sido extraídos de sus hogares en aquellas corre- rías. Consintió en ello el gobernador, y con este salvo conducto , el P. Piosales volvió á dejar bien afianzada la paz , entregando á sus familias respectivas mas de qui- nientas mujeres , muchachos y muchachas que el maestre de campo y el sarjento mayor les habían quitado. No haremos á los lectores la injuria de pretender ayudarles con comentarios superítaos á sacar consecuen- cias claras como la luz de estos hechos siempre los mis- mos, con la diferencia solo de buenos ó malos pretextos, y de mas ó menos disimulo. Acuña era capaz, muy capaz , pero no menos débil , y aunque nos cuesta repe- tirlo, sumiso á los caprichos de una insensata mujer. Pero no aníici pernos. CAPITULO XIV. El día 26 de marzo, naufragó en la punta de la ga- lera (1) el navio que transportaba de Lima el situado para Valdivia. El capitán del buque se llamaba Gabriel de Lequiña. Los pasajeros y tripulación componían el número de ochenta personas, entre las cuales había mu- chos clérigos y relijiosos (2). Todos se salvaron del ñau- frajio ; pero los Indios cumcos los degollaron á todos. El motivo principal de esta atrocidad fué el robar impu- nemente el cargamento que enteramente habían salvado. A los primeros amagos, los infelices se habían atrinche- rado; pero luego, creyendo haberse engañado porque no veian mas que algunos pocos naturales que se mos- traban compasivos , lejos de parecerles hostiles , se aban- donaron á la confianza y perecieron. He aquí de qué manera. Viéndolos en actitud de defenderse , los mas de los Indios se quedaron en emboscada, y algunos pocos fueron á consolar á los náufragos, refiriéndoles los dife- rentes acontecimientos por los cuales Españoles é Indios gozaban de una dichosa paz ; diciéndoles que había mi- sioneros entre ellos, y una casa de conversión en Gumco, á donde los conducirían si gustaban con el cargamento. Creyeron los náufragos; salieron de su trinchera, se dejaron guiar y cayeron en la emboscada que mandaba un capitán de ellos , llamado Namuchi , el cual tuvo por conveniente el coronar esta buena obra destruyendo la casa de conversión , y llevándose á su misionero , que lo era el P. Agustín Villaza , al capitán Antonio Nuñez y á otros ocho Españoles. (1) 40° 30' latitud austral. (2) Olivares , en Pérez García , dice un sacerdote y treinta Españoles. El transporte llevaba setenta mil pesos. 104 HISTORIA DE CHILE. >';:y¿: Adviértase sin tardanza que Nancupillan , jeneral de Osorno , mandó al instante dar libertad al jesuíta. Por otro lado , el gobernador de la provincia de Ghiloe, que ya no era Urribe sino don Ignacio de la Carrera Turrugoyen , corrió á vengar la muerte de los náufragos con doscientos Españoles y trescientos auxiliares, con cuyas fuerzas asoló la parcialidad de Gumco y degolló á todos los habitantes que pudo y eran hombres de armas tomar. Sin duda alguna, de estos lastimosos principios se van á seguir represalias , y de una en otra, se encen- derá una nueva guerra , que era lo que mas deseaba la familia del gobernador. Por de pronto, el hecho de haber dado muerte á los náufragos indefensos era una especie de justificación en favor del maestre de campo y de su hermano (á lo menos así lo creían ellos) de la con- ducta que habían observado en sus mandos. Con la no- ticia , Acuña salió apresuradamente de Santiago para la Concepción á donde llegó el 15 de enero de 1652, y despachó incontinenti las fuerzas de que pudo dispo- ner, y que creyó suficientes para castigar á los Cumcos. El capitán que mandaba estas fuerzas se llamaba Juan de Roa, el cual volvió á la plaza de Arauco , de donde había salido, sin haber hecho nada. Lo mas particular fué que nunca se supo porqué no había hecho nada. A lo menos nadie lo ha dicho. Lo mas probable era que Roa no se halló con suficientes fuerzas. Esta reflexión es tanto mas plausible , cuanto Acuña resolvió , á conse- cuencia, poner todo el ejército en campaña para sacar completa venganza de la atroz alevosía de los Cumcos. Entretanto , el admirable cabildo de Santiago tenia que atender á todos lados. Todos los golpes se descarga- ban sobre él. Con la pérdida del socorro opimo que le CAPITULO XIV. 105 llegaba , Valdivia padecia hambre , y el cabildo tuvo que enviarle y le envió carnes saladas , y granos en abun- dancia. Por otro lado, el cielo parecía dispuesto á aflijir á todo aquel obispado. Mientras que por un lado , una plaga de ratones devoraba el sustento de sus habitantes en las tierras sembradas ; por otro , una epizootia le diez- maba sus ganados , y una peste de viruelas , que con prodijiosa prontitud le había venido de Buenos Aires por Tucuman y Cuyo, causaba una dolorosa mortandad. Tal era el estado de angustia en que se hallaba la ca- pital del reino cuando el cabildo recibió, en 8 de enero 1653 , una carta del gobernador que le pedia en- comenderos y jente de guerra para la expedición que se aprestaba. Como hemos dicho , esta expedición se com- ponía de todo el ejército , mandado por don Juan de Salazar, depuesto poco antes de su empleo de maestre de campo por su mismo cuñado. Es verdad que los pre- parativos duraron un año, puesto que el 18 de octubre siguiente, volvió el gobernador á pedir cuatrocientos caballos que le faltaban, y que hasta el 11 de enero 1654, la poderosa expedición no vio la cara al enemigo. Pero aun tenemos que exponer lo que pasaba entre los Guin- eos antes de hablar de ella. Los Cumcos habían ya sido cruelmente castigados , bien que con justicia , por el comandante Turrugoyen , el cual había mandado colgar á cuatro caciques, y cau- sado la muerte de muchos otros Indios, sin contar el saqueo y otras consecuencias de represalias , que cada escritor cuenta á su modo. Este castigo , lejos de haber- los intimidado , los habia irritado , y con ayuda de sus vecinos , habían levantado un cuerpo de tres mil comba- tientes de á pié y de quinientos de á caballo, cuyo mando I 106 HISTORIA DE CHILE. i dieron á Curipillan, jefe de Osorno y el mismo que habia puesto en libertad al jesuíta Villaza. En vista de este hecho que recordamos , se podría creer que Curipillan habia querido solo engañar y adormecer la vijilancia de Carrera Turrugoyen (1); pero cuando el jefe de Osorno dio libertad al jesuíta , aun los Cumcos no habían sido castigados y no tenían motivo de represalia, aunque es cierto que podían aguardarse á tenerlo. De todas ma- neras, envió un emisario de toda su confianza, llamado Cuyulabquen, con pretexto de pedir á Carrera la paz, y en realidad , para observar y ver por donde convendría atacarle para mejor sorprenderle. Se partió Cuyulab- quen, llegó, fué poco diestro; descubrió Turrugoyen que iba como espía y le mandó colgar. Sin embargo, ó tal vez por eso mismo , Curipillan atacó al dia siguiente el acampamento de Carrera; pero este estaba ya prevenido y le rechazó causándole bastante pérdida , sin haber experimentado por su parte mas que la de dos soldados y un trompeta. El Indio batido des- pidió la flecha de guerra y todos los caciques de la an- tigua liga acudieron á la llamada. Veamos lo que hacen los Españoles. Como queda dicho , Acuña estaba determinado y ya pronto á mandar marchar el ejército á las órdenes de su hermano político don Juan. Esta resolución , — digá- moslo en honra de los oficiales de Chile, — causaba un jeneral disgusto , sobretodo porque sabían que el gober- nador obraba contra su modo de pensar , y solo por de- bilidad y condescendencia con su mujer. Era tal la repugnancia con que iban á esta expedición , que menos- preciando su propio interés, y cuidándose muy poco del (1) Como lo piensan algunos escritores. CAPÍTULO XIV. 107 resentimiento de su primer jefe, y mucho menos del de la instigadora de los males que temían, se presentaron algu- nos al gobernador, y le expusieron : — que los Indios que iba el ejército á castigar componían una sola parcialidad ; que las demás no se mezclaban en la querella ; que los gobernadores de Chiloe y Valdivia bastaban para casti- garlos y que ya no lo habían hecho mal » que el tránsito del ejército á provincias lejanas por medio de las que mediaban y se mantenían en paz, las alarmaría con riesgo de encender una guerra jeneral ; que si se llegaban á ofuscarse y á tomar las armas , seria muy peligroso te- nerlas á la espalda, puesto que eran sus moradores dueños de los ríos y de los desfiladeros de las montañas « que el estado de la monarquía reclamaba mucha circuns- pección , y que seria muy cruel en tales circunstancias , comprometer una paz que tanto había costado y de la cual tantos bienes se habían prometido (1). El gobernador , sordo á estas justas representaciones, dio la orden de marcha y salió el ejército por diciembre al mando de don Juan de Salazar , compuesto de nove- cientos Españoles y mil y quinientos auxiliares. No te- niendo enemigos de por medio, pasó los ríos Biobio , Cauten, Tolten y Galle-Calle sin obstáculo, y solo tuvo que detenerse delante de Rio Bueno , que por aquella parte no tenia vado. Al otro lado habia mil y quinientos Cumcos en orden de batalla ; pero el maestre de campo no se detuvo en eso ; mandó echar un puente, y el 41 de enero 1 654 , lo empezó á pasar. Era mucha la prisa que tenia el maestre de campo de mostrarse valiente y acertado , porque un poco mas arriba (1) Este dato á Carvallo. ni honroso para los oficiales del ejército de Chile es debido 108 HISTORIA DE CHILE. tenia un buen vado, si hubiese sabido mandarlo buscar ; pero lejos de eso, echó por un rodeo en lugar de un atajo. Desde la orilla en donde él estaba hasta un islote que parte el rio en dos brazos, llevaron dos sogas que afian- zaron cuanto pudieron ; pero para conseguirlo, los alca- buceros que iban en balsas, tuvieron que desalojar á algunos Indios que defendían el islote. Esto no les fué difícil , por mas que el jefe de la expedición ensalzase el hecho Como si fuese una inaudita hazaña, solo porque el comandante de los tiradores era un don Sebastian de Sa- lazar , tal vez hermano suyo ó á lo menos pariente cercano , puesto que no se haya dicho. Las sogas estando al parecer bien afianzadas, sirvieron á sostener un frájil puente de balsas , y el ejército empezó á pasar. Una vez dueños de la isla, los Españoles tuvieron que hacer en el brazo del rio, muchísimo mas ancho, que les quedaba que pasar, la misma operación para establecer otro puente mas largo , y por consiguiente mas frájil. Los oficiales viejos del ejército hicieron en esta ocasión reflexiones sobre el mal éxito probable de la operación ; pero Salazar las despreció con altanería y no tuvieron mas que obedecer. La artillería puesta en batería sobre el islote estaba pronta á sostener los pontoneros ; pero no tuvo mucha pólvora que gastar , en atención á que los Cumcos no hicieron mas resistencia que la que se ne- cesitaba para irritar la demencia del jeneral español. Claro era que no tenían intención de defender el paso del rio, con la previsión, — que no pedia grandes esfuerzos de imajinacion, — de lo que iba á suceder. Solo la ce- guedad de Salazar no preveía nada. El puente quedó pues echado , y entraron por él un sarjento mayor de Valdivia, cuatro capitanes, un comi- CAPITULO XIV. 109 sario de Indios , un capitán de amigos y tres de auxi- liares (1) con unos doscientos hombres. Los Indios pare- cían mas maravillados que temerosos del arrojo de estos valientes que avanzaron intrépidamente por el puente , hasta que, viéndoles bastante empeñados, empezaron á disputarles el paso con tanto denuedo que los de- tuvieron. El jeneral , viendo la resistencia , hizo entrar por el puente un refuerzo ; porque es de advertir que la artillería española no podia tirar sino matando mas Es- pañoles que Cumcos. Fuerzan, enfin, los Españoles la cabeza del puente y empiezan á formarse á la otra orilla, cuando de repente se hunde precisamente por la parte del islote. Los que no habían pasado caen al agua, mucho menos profunda de lo que habían creído , puesto que no subia mas que á la cintura , y estos buenos sol- dados, sin titubear , en lugar de volverse, salen á donde ya sus hermanos en muy corto número sebatian contra fuerzas muy superiores. Pero aun reunidos , componían una fuerza numérica demasiado inferior para salir triun- fantes de la acción. Los que habían pasado primero, eran solo cien Españoles , y los que se les incorporaron después de la ruptura del puente , doscientos auxiliares, componiendo un total de trescientos hombres mandados por los oficiales arriba nombrados. Con tanta desigual- dad , la lucha no podia durar , y por mas bizarramente que se batieron , los que no murieron quedaron en poder de los Cumcos. (1) El mayor don Domingo de Amor ; los capitanes Muñoz de Pereira , Salazar, Rodríguez de Cerna , y Gallegos de Herrera ; el comisario Juan Cata- lán ; el capitán de amigos Lizama, y los de auxiliares Maripagui, Tanamilla y Leubullican. CAPITULO XV. El gobernador manda procesar á su cuñado y le quita el empleo Recae Acuña en su anterior debilidad y nombra al mismo maestre de campo para nueva expedición. — Avísale Rascuñan que muchos caciques araucanos le anuncian un alzamiento jeneral si la expedición se ejecuta. —Ejecútase. — Verificase el alzamiento.— Estragos horrorosos cometidos por los Araucanos. - Huida del gobernador de la plaza de Buena Esperanza á la Concepción. — Deplorables particularidades de los que huian con él.— Llegan á la Con- cepción. — Incendio de la plaza de Buena Esperanza. ( 1654 — Í655.) No deben olvidar los lectores, para formarse un juicio asegurado de la moral de la historia, que todos estos desastres fueron debidos á la baja codicia, la cual era tan notoria en Chile, que públicamente, sin el menor recato, habían sido vendidos prisioneros indios hechos en cor- rerías no solo injustas sino también hechas contra los derechos de la guerra y con desprecio de las capitula- ciones de paz. A este recuerdo se debe añadir la reflexión de que Pao Bueno dista unas ciento y cincuenta leguas de la frontera española , y que todo este tránsito lo hizo el ejército español sin oposición para ir a castigar á los Cumcos, habitantes de la parte austral mas lejana de Chile , entre Valdivia y Ghiloe , sin que las provincias intermedias lo impidiesen. Al contrarío , muchos caciques guerreros los accompañaron y auxiliaron. Dejamos la consecuencia que se ha de sacar de aquí á los lectores. Cuando Salazar vio los resultados infaustos de su ceguedad ; cuando vio á sus pobres soldados que, asidos á fragmentos del puente, llevados por la corriente á la otra CAPÍTULO XV. 111 orilla , iban á ser inmolados como lo acababan de ser ya sus valientes hermanos , enmudeció ; pero no supo ó no pudo hacer mas , y se retiró hasta la frontera sin mas obstáculo que el que habia tenido para ir. Prueba asombrosa de la buena fe con que los Indios respetaron los tratados de paz, á lo menos en esta ocasión. La conducta de este maestre de campo habia causado una irritación jeneral , y su cuñado le mandó formar causa y quitar el empleo ; pero la misma debilidad que lo habia impelido a cometer el grave precedente yerro, le impelió ahora á reincidir en él ; es decir que los suyos , — por no nombrar tantas veces á una mujer en cosas tan serias, —los suyos, decíamos, le persuadieron de que, lejos de vituperar la conducta de Salazar, debía , al contrario, declararla justificada por la honra de la fa- milia , cuya consideración era la primera que debia de tener. En efecto , Acuña declaró á su cuñado justifi- cado, y aun honrosamente vindicado; lo repuso en el empleo , y proyectó otra expedición semejante á la pre- cedente bajo del mando del mismo Salazar. Al punto en que se difundió tan descabellado proyecto, don Francisco de Bascuñan , que mandaba la plaza de Boroa (1), escribió al gobernador exponiéndole que catorce caciques de sus confederación habían ido á pe- dirle encarecidamente pusiese en su noticia, como cosa cierta é indudable, que la ejecución del proyecto, de que tanto hablaban , de otra expedición contra los Cum- cos , ocasionaria infaliblemente un alzamiento jeneral de (1) Los lectores saben que este valiente capitán habia caido prisionero en la famosa batalla de las Cangrejeras y habia estado cautivo muchos años. Como él mismo ha escrito su vida, sin duda los recopiladores de aquel tiempo han juzgado que era inútil referir como habia salido de cautiverio y se habia incorporado con el ejército. Si lo han hecho , no lo hemos visto. 112 HISTORIA DE CHILE. los Indios, y que ellos mismos, por mil razones que no podían expresar, tendrían que mantenerse neutrales en lugar de apoyar á los Españoles. Este parte, con el mismo tenor, lo repitió Bascuñan por segundo expreso sin que el gobernador le diese el menor crédito ni importan- cia (1). Es verdad que también seria posible que no lo recibiese, puesto que era notorio que gran parte de su correspondencia no llegaba á sus manos. Enfin , el 6 de febrero 1655, el maestre de campo Salazar volvió á salir con cuatrocientos Españoles y dos mil auxiliares para ir á vengarse de los Gumcos. Mientras tanto , los Araucanos se preparaban por su lado y ya habían nombrado por sus jefes á Glentaru , toqui hereditario de Lauquemapu , el cual nombró de vicetoquí á Ghicaguala. Los Gumcos , que habían hecho la anterior campaña bajo el mando de Ynaqueupu ó Ina- keupujeneral muy acreditado, le conservaron el mando. Ya este caudillo había conquistado muchos caballos en las dehesas de la falda de los Andes , desde Itata por el rio Ghodban hasta el de Nuble. El capitán don Barto- lomé Gómez Bravo habia salido de la plaza de Santa Lucía de Yurnbel con ciento y noventa y cinco caballos solamente, creyendo que no tendría que arrostrar mas que cuatrocientos ó quinientos Indios , pero se engañó y muy luego se vio rodeado en los llanos de Nuble por mas de dos mil Indios que mandaba Inakeupu. De suerte que no le quedó mas recurso que el de abrirse paso por medio de los enemigos , y lo intentó ; pero él , otros dos capitanes y el párroco de Yumbel , don Juan Bernal , quedaron allí muertos con sesenta Espa- (1) Un Indio leal que corrió á la Concepción con la noticia del alzamiento , recibió en recompensa cincuenta azotes públicamente. — Carvallo. CAPÍTULO XV. 113 ñoles mas. Si los demás lograron salvarse, lo han debido á la noche que se oscureció mucho. Volviendo al principal objeto de la historia, el ejército se reunió en la plaza del Nacimiento desde donde pasando por Boroa , en cuya plaza mandaba Bascuñan que se le incorporó, continuó su marcha sobre Rio Bueno. Entretanto , el capitán don Juan de Fontalba fué á la Concepción desde la plaza de Buena Esperanza á poner en noticia del gobernador que una India que tenia en su casa , y que era hija de Leubupillan cacique de la parcialidad de Tomeco , le habia prevenido se pusiese en salvo en atención á que dentro de dos dias se verifi- caría el alzamiento jeneral de los Araucanos. El gober- nador oyó esta relación con desagrado ; miró á Fontalba con ceño, y le dio á entender que eran todos unos envidiosos. Sin embargo, alguna impresión le hizo la nueva, puesto que al punto salió con una compañía de infantería y la suya de oficiales reformados para la plaza de Buena Esperanza , á donde llegó aquella noche misma del dia 12 de febrero. El dia lli, tuvo lugar el levantamiento. En un mismo instante y como si fuese a una voz , los Araucanos se ar- rojaron como un torrente que rompe los diques que lo contenían , sobre los establecimientos y estancias com- prendidos entre los ríos Maule y Biobio ; atacaron á la vez todas las plazas ; hicieron mil y trescientos prisioneros ; saquearon trescientas noventa y seis estancias (1) ; y se llevaron cuatrocientas mil cabezas de ganado vacuno, lanar, caballar, etc. , cuya pérdida ascendió á ocho mi- (1) Cuatrocientas sesenta y dos haciendas de campo, dicen Rojas y Oli- vares ; — dos mil , cuenta Figueroa,—- Pérez García. III. Historia. 8 m HISTORIA DE CHILE. llones de pesos. Las casas de conversión sufrieron la suerte jeneral ; todas fueron derribadas , y los misione ros quedaron cautivos. Las iglesias fueron incendiadas, y ya se supone que los sublevados no respetaron los vasos sagrados ni las imájenes. En una palabra , de treinta mil Indios amigos solo quedaron treinta. Todos los de- mas tomaron parte en el alzamiento , al que cooperaron mas que los otros por la razón de que habían adquirido conocimientos de que carecian los demás. El gobernador, en la plaza de Buena Esperanza , se hacia aun ilusiones, á pesar de cuanto le habian dicho y de su propia razón , cuando de repente llega el alférez Nicolás Gatica que habia podido escaparse después de haber sido sorprendido en Tarpellanca al vadear el rio de la Laja. Tras de este oficial fueron llegando labra- dores que habian tenido que abandonar sus caseríos al pillaje y al incendio para salvar sus vidas. Sobrecojido y aterrado el gobernador, no pudo ó no supo hacer mas que mandar evacuar las plazas de la frontera. Por colmo, le vinieron á dar parte de que ya se acercaban las avan- zadas de uno de los caciques, que era Marillanca, y suplicó mas bien que mandó que saliese una partida de caballería á contenerlos. Salió Soto Mayor y Ángulo y tuvo esfuerzo y valor personal bastante para dar muerte por su propia mano al jefe Marillanca ; pero los Españoles fueron completamente derrotados, y pocos pudieron salvarse. Con estos dispersos llegó á la plaza el comisario de caballería don Domingo Parra diciendo que los Indios venían con intención de tomarla, y en seguida , de marchar sobre la Concepción. - El terror de Acuña, al oir esta nueva, llegó á su colmo. En vano , militares de corazón y sangre fría hicieron CAPÍTULO XV. 1^5 cuanto pudieron para darle ánimos ; el gobernador quedó tan completamente desmoralizado, que salió de la plaza , la cual estaba fuertemente guarnecida con las tropas y vecinos de San Rosendo , Santa Lucía y San Gristoval, que se habían refujiado allí, y tomó el camino de la Con- cepción , llevando tras sí hombres, mujeres, niños, clérigos, jesuítas y hasta el santísimo sacramento, que estos últimos guardaron en una custodia precipitada- mente. Inútil sería el añadir que con tal precipitación , ninguno de cuantos huían con el gobernador pudo salvar mas de lo que llevaba encima de su propio individuo. í Pero como seria posible pintar los desastres de estos infelices fujitivos, principalmente los que aflijieron á las mujeres y á los niños que no tenían caballos ni bagajes , y que hubieron de huir á pié? Baste decir que hubo madres que dejaron á sus hijos escondidos en un monte con la esperanza de volverlos á buscar; que otras los dejaban caer en el camino sin fuerzas para poder soste- nerlos, y que otras se dejaban caer ellas mismas de des- fallecimiento y abandonándose enteramente á la provi- dencia. En cuanto al gobernador, á cada paso se le figuraba que los Araucanos se le iban á echar encima. Estaba tan turbado y tan presuroso de llegar á la Concepción , que anduvo de noche con dos soldados determinados , de- jando la dirección de la retirada al capitán Fontaiba, y no tuvo descanso hasta que llegó. Al dia siguiente los demás fujitivos, menos los muchos desgraciados que habían quedado en el camino, llegaron también. Toda la ciudad salió con una custodia en procesión á recibir el santísimo que llevaban los jesuítas y que estos deposita- ron en la iglesia de su colejio. 116 HISTOPJA DE CHILE. La plaza de Buena Esperanza, habiendo quedado abandonada , la incendiaron los indios después de ha- berla saqueado. En el incendio délas iglesias sucedieron portentos que algunos historiadores refieren y que la his- toria de nuestros dias respeta por veneración a nuestra relijion , sin tocar en ellos , á fin de sustraerlos al in- sulto déla incredulidad. Lo que hubo de muy humano y muy natural en aquella circunstancia fué, que ochocientas arrobas de pólvora que habia en vasijas de barro en un soterráneo, se inflamaron, causaron una horrenda explo- sión que esparció el pavor, con muerte de algunas mu- jeres, muy lejos entre los Araucanos, y enterraron bajo de montes de escombros de la ruina á muchísimos de los saqueadores é incendiarios. CAPITULO XVI. Providencias de seguridad del cabildo de Santiago. — Abandono de la plaza del Nacimiento. — El sarjento mayor Salazar que la mandaba intenta reti- rarse por el Biobio. — Varan los transportes y los alijera poniendo mujeres y niños á tierra. — Sacrifican los Araucanos todas estas víctimas. — Vara segunda vez Salazar y muere él mismo con todos los suyos á manos de los Araucanos. — Acontecimiento análogo de la guarnición de Talcamavida. — Levantamiento en la Concepción. — Intentan matar al gobernador y á un oidor de Santiago. — Refujíanse en el colejio de jesuítas. — El pueblo nom- bra por gobernador al veedor Villalobos.— Aceptación de este.— Detalles. (1655.) Mientras llega el momento oportuno de saber lo que le adviene al ejército sobre Rio Bueno y á su maestre de campo jeneral don Juan de Salazar ya cortado por los Araucanos , demos un vistazo á la capital del reino por saber lo que se pasa en ella. Las noticias que corrian allí eran aun mas infaustas que la verdad misma ya tan lastimosa , como acabamos de ver. Según estas noticias , el gobernador se hallaba cercado en la plaza de Buena Esperanza sin ninguna perspectiva de salvación ; los Araucanos , cuyo campo estaba formado sobre el rio de la Laja , hacían correrías hasta acercarse á tres leguas de la Concepción , y ya se habían apoderado de los fuertes San Rosendo , San Pedro y Goleara , ejecutando atrocidades en los ven- cidos. Menos estas atrocidades , que no habían podido tener lugar, gracias á que los habitantes se habían refujiado con tiempo á la plaza de Buena Esperanza , esta última 118 HISTORIA DE CHILE. noticia era cierta , puesto que dichos fuertes habían sido abandonados. Con estas alarmantes nuevas, el cabildo de Santiago pensó en tomar providencias de seguridad, y nombró á don Juan Rodulfo Lisperger (1) de apode- rado jeneral del reino para que fuese á Lima á exponer al virey su triste situación y pedirle prontos socorros. Pidió al correjidor enarbolase la bandera real, y nom- brase capitanes aguerridos y experimentados para man- dar las compañías milicianas, enviando una de estas lo mas pronto posible á las orillas del Maule. Los capitanes nombrados en aquella crítica circunstancia por el corre- jidor de Santiago se condujeron en todo de manera que sus descendientes pueden hoy alabarse altamente y con orgullo de haberlos tenido por projenitores. El correjidor, que era el jefe de las milicias, tomó una de dichas com- pañías á sus órdenes, dejó el mando de las armas al alcalde del primer voto , y tuvo la gallardía de marchar en persona á defender el paso del Maule contra los Arau- canos , si llegaban á intentarlo. Luego que en Santiago se hubieron tomado medidas de defensa eventual , se pusieron todos á esperar nuevos é inevitables acontecimientos con heroico estoicismo , y á raciocinar acerca de lo sucedido. Por mas que se diga que á lo pasado no hay remedio , siempre se goza de cierta distracción , que sirve de consuelo , en discurrir sobre los mas tristes acontecimientos. Entretanto , el sarjento mayor don José Salazar se hallaba en la plaza del Nacimiento con doscientos cua- renta hombres de guarnición , y habia rechazado ya dos asaltos que le habia dado el vicetoquí araucano Chica- (1) Que no debe de ser confundido con el maestre de campo de este nombre que murió hace mas de cuaienta años en una sorpresa del fuerte de Boroa. CAPITULO XVI. 119 guala ; pero temiendo no poder resistir al tercero, — que probablemente le iba á dar, — tomó don José Salazar la resolución mas loca de cuantas hubiera podido sujerirle su temor. Bien que las aguas del Biobio estuviesen muy bajas en muchas partes , y que no fuese posible el nave- gar por él con mucha carga sin exponerse á varar, re- solvió embarcarse en balsas con la guarnición y los mora- dores, y abandonar la plaza. Pareciéndoles increíble que hablase seriamente , algunos de sus capitanes oyeron este proyecto como una pura proposición eventual , y respondieron que su ejecución seria imposible hasta que con el invierno creciesen las aguas del rio ; pero viendo que insistía y tomaba disposiciones para ejecutarlo, ha- blaron con mas firmeza asegurando que era imposible , y que le acarrearía una grave responsabilidad. Tiempo perdido , el proyecto fué puesto en ejecución ; la guarnición y los habitantes se embarcaron y dejaron la buena y fuerte plaza, que hubiera podido resistir bas- tante tiempo para que se tomasen mejores resoluciones , enteramente abandonada. Chicaguala , lejos de oponerse á su marcha, vio la suya y dejó ir á los Españoles rio abajo, convencido de que muy pronto los tendría á discreción ; y para asegurar mas este resultado, despachó un propio á su primer jefe para que atajase á los fugitivos por su lado (1). Al trazar este hecho los dedos se hielan y dejan caer la pluma. Flotaron y bogaron las balsas hasta en frente á la plaza de San Rosendo , ya arruinada , y allí vararon. (1) Pérez García suponía, sin duda, que era cierto lo que se decia en San- tiago, que el gobernador se hallaba sitiado en la plaza de Buena Esperanza, y dice que allí le dirijíó el aviso Chicaguala á Clentaru para que levantase el sitio por acudir á los fujitivos ; suposición enteramente inadmisible. 120 HISTORIA DE CHILE. Para alterarlas , Salazar mandó poner en tierra trescien- tas cincuenta personas, viejos, mujeres y niños, los cuales fueron todos víctimas allí mismo de los Arauca- nos (1). Así alijerado, don José de Salazar flotó, y pro- siguió su retirada hasta en frente á Monterey, que varó segunda vez , en un sitio llamado Tanahuillin ; y esta vez sin recurso humano, puesto que quedaron las balsas en- calladas aun después de haber arrojado al agua la ar- tillería y demás carga inerte. Esto era lo que aguardaban Clentaru y Chicaguala , siguiendo paso á paso , cada uno por su lado , á los fugitivos navegantes sobre los cuales se arrojaron con furor. Los Españoles los recibie- ron mas que con su acostumbrado denuedo , con la reso- lución de hombres desesperados que saben que no les queda mas que morir ó vencer, y tal vez hubieran po- dido sino vencer á lo menos salvarse , sin el fatal incen- dio de una botija de pólvora que con su explosión los entregó en completo desorden á la venganza de sus ene- migos. Una suerte análoga á la de la guarnición de la plaza del Nacimiento le cupo á la del fuerte de Talcamavida. Hallándose ausente el comandante , su interino tomó la resolución de abandonar el puesto é irse rio abajo á la (1) Por muy increíble que parezca este acto de egoísmo, el hecho, tal como lo narra Carvallo, lo es aun mucho mas. Según este, Salazar envió las mujeres y demás brazos impotentes por delante con un oficial á la plaza de San Rosendo, en frente á la cual varáronlas balsas. El enviado, no sabiendo qué partido tomar, puso las trescientas cincuenta personas de que estaba encar- gado , en tierra, entregándolas, por decirlo así, al cuchillo de los Araucanos, y luego se volvió á dar cuenta de su misión. Al oír lo que habia sucedido , el sarjento mayor sacó el sable y le dio una cuchillada. Suponiendo que el enviado se haya visto reducido á esta cruel extremidad , y haya podido flotar y volverse solo, ¿como, en vista del resultado , ha po- dido Salazar ir á buscar con certeza la misma suerte? CAPITULO XVI. 121 Concepción con sus soldados, y con tanto apresura- miento que olvidó retirar una centinela la cual quedó abandonada á discreción del enemigo. Mientras tanto , los habitantes de la Concepción esta- ban reducidos á bivaquear en la plaza atrincherados. Los Araucanos llevaban el insulto hasta la puerta , por decirlo así , de la capital de la frontera. Les habitantes que no eran ricos morían de hambre por la grande carestía del pan y de víveres. Esta deplorable situación , al principio, consternaba á los que padecían sin sujerirles medio alguno de salir de ella ; pero al fin los exasperó en tér- minos que recordando súbitamente el origen de sus pa- decimientos, se levantaron todos á una voz, gritando : ¡ Muerte al gobernador ! Dicho y hecho , corren todos en masa unánimes y resueltos á ejecutar la funesta sen- tencia que la desesperación les habia dictado , contra Acuña y contra el oidor de Santiago , don Juan de Huerta , que se hallaba de visitador en la Concepción. Por fortuna, un hombre de frescura, don Miguel de Lastra, pudo salvarlos escondiéndolos en el colejio de los jesuítas. No hallándolos en el primer ímpetu , se enfriaron los ánimos y una nueva idea los distrajo : como necesita- ban de un buen gobernador, corrieron á casa del veedor Villalobos , que era jeneralmente querido hasta de los mismos Araucanos; lo cojieron en sus brazos, á pesar de la resistencia que hizo , y le llevaron en triunfo proclamándole gobernador. La reflexión le vino á Villalobos de que era un deber para él el aceptar, como medio mas seguro de salvar la vida á Acuña y al oidor , y aceptó. Lo primero que hizo fué mandar, y lo primero que mandó , que cada cual se retirase á su casa y no volviese á perturbar la tranquilidad pública. En 122 HISTORIA DE CHILE. in- seguida , nombró de maestre de campo á don Ambrosio de Urrea, y de sarjento mayor á don Jerónimo Molina, Por otro lado, era muy cierto que los Araucanos 'esta- ban á las puertas de la Concepción , y tal vez se hubieran apoderado de la ciudad si hubiesen pensado en ello ; pero, por dicha , se contentaron con inquietarla. Tan pronto interceptaban víveres ; tan pronto aprisionaban un habi- tante á trescientas varas de la plaza. Una noche causaron una sorpresa atacando el molino de los jesuítas ; pero el valeroso molinero mató de un tiro á uno de ellos , y los demás no parecieron hallarse en disposición de hacer mas ruido. Enfin , para pintar de un solo rasgo á cuanto llegaba su atrevimiento , un dia á los tres de la tarde penetraron dentro , y se llevaron á un sacristán de la catedral con algunas mujeres. En las demás plazas ha sucedido lo que ya hemos visto, y solo tenemos que añadir, empezando por Valdi- via , que estaba sitiada ; que el sarjento mayor don Gonzalo González de la Gonzalera y Mendoza hizo una salida con doscientos veinte y cinco hombres contra dos mil sitiadores , los derrotó y se volvía con algunas captu- ras , cuando de repente se vio cercado por cuatro mil , mandados par Galicheu y Calihueque. Noobstante su in- ferioridad numérica , se mantuvo firme , dando lugar á que el gobernador de la plaza, don Diego González Mon- tero, viniese a socorrerle. Llegó en efecto este jefe, dio muerte á Colicheu y derrotó á Calihueque , sin perder la captura que había hecho el sarjento mayor, acción que tuvo lugar el 8 de mayo , dia del Arcanjel San Miguel , que quedó allí para siempre , — á petición del goberna- dor Montero , — dia de fiesta feriada. En San Bartolomé de Gamboa , sucedió lo que en otros CAPITULO XVI. 123 tiempos hemos visto en la antigua Imperial , ó á lo me- nos, algo muy semejante. Nuestra Señora, patrona tutelar de la plaza, estaba expuesta en público. Un dia, al ama- necer, los Araucanos, en un ataque, dispararon algunas flechase contra la Santa Imájen. Los moradores y la guarnición deliberaron el abandonar la plaza, aflijida, por otra parte , de una enfermedad epidémica, y atrave- saron el Maule , llevando en procesión todas las imájenes que tenian. Nada hallamos concerniente á las plazas de Tucapel y Lebu. De las de Arauco y Boroa hablaremos cuando hayamos visto lo que sucedió en la grande expedición de Rio Bueno. :fl CAPITULO XVII. Suerte de la expedición sobre Rio Bueno. — Incendio del fuerte de San Martin. — Llega el gobernador de este fuerte á los cuarteles del ejército. — Confu- sión del maestre de campo. — Resuelve retirarse por mar. — Oposición de sus oficiales. — Ejecuta noobstante su proyecto. — Otros detalles. (1655.) Los Araucanos incendiaron el fuerte de San Martin , en la parcialidad de Pitubquen situado á la orilla meri- dional del Tolten , y aprisionaron la guarnición y los moradores. El comandante de este fuerte pudo salvarse en un excelente caballo á pelo y sin sombrero en la ca- beza, y llegó aquella noche á los cuarteles del maestre de campo don Juan de Salazar comandante en jefe del ejército expedicionario , que se hallaba á las orillas del rio Quetahue. Al mismo tiempo que el comandante del fuerte de San Martin , llegaron otros Españoles , y por ellos supo Salazar el jeneral levantamiento de los Indios y el sitio de la plaza de Boroa. Con estas noticias, perdió la cabeza, se puso en mo- vimiento para hacer algo, y al amanecer del día siguiente entró en la plaza de Mariquina, que mandó evacuar, yéndose desde allí al castillo de las cruces. La carrera habia sido larga , tuvo necesidad de descansar, y con el descanso le vino el uso de la razón. La situación del ejército, por no decir la suya, era sumamente crítica teniendo como tenia á la espalda un espacio inmenso cubierto de enemigos. Esta reflexión le sujirió la idea de CAPITULO XVII. 125 marchar á Valdivia , y hacer su retirada por mar ; pensa- miento que fué altamente desaprobado por los mas dignos y acreditados Españoles que no podian dijerir el verse expuestos á la deshonra de una retirada pusilánime , al paso que el ejército estaba intacto , lozano y pronto á batirse. Si era cierto que tendría , para retirarse por tierra , montes y rios que atravesar, también lo era que unos estaban muy transitables, y los otros ofrecían buenos vados por todas partes. A estas consideraciones, anadian estos pundonorosos oficiales, que el retirarse por mar no solo seria una vergüenza para ellos sino también un aumento de fuerza moral en sus enemigos que los pondría mas indómitos que nunca , y con mucha razón. El que mas insistió sobre la oportunidad y la conve- niencia de deshacer lo andado por tierra fué don Fran- cisco Bascuñan , el cual le representó de palabra y por escrito , que por de pronto tendrían la ventaja de so- correr á la plaza de Boroa, desde donde se podrían dirijir las operaciones de la retirada con mas reposo y acierto (1) ; al paso que era un verdadero deshonor para las armas españolas el no hacerlo. Pero Salazar no tenia oídos , su resolución estaba tomada , y sin oir mas con- sejos , mandó degollar unos seis mil caballos de remonta, carga y equipajes , marchó para Valdivia , se embarcó en los transportes que habían llevado el situado , y volvió á la Concepción. Este resultado no se verificó sin algunos episodios. Los auxiliares, que tantos servicios habían hecho a los Es- (1) Los escritores de aquel tiempo , por no especificar, han sido tan poco caritativos, que atribuyen este parecer del feliz cautivo Bascuñan á la circuns- tancia de tener en aquella plaza á su hijo; lo que no les impide de convenir en que todos los oficiales acreditados eran del mismo dictamen. m 126 HISTORIA DE CHILE. pañoles y á su causa, se rebelaron un dia , dieron muerte á sus capitanes y los mas desertaron á los suyos. Por otro lado , don Cosme Cisternas , sucesor de Car- rera en el mando de Chiloe, tenia orden del maestre de campo Salazar para ir á esperarle á Osorno. Cisternas se habia puesto en marcha para dar cumplimiento á esta orden , con ciento y cincuenta Españoles y cuatrocientos cincuenta auxiliares, y aunque lesCumcos, en número de cuatro mil mandados por Nameuché, quisieron dete- nerle , los arrojó matándoles cuatrocientos. Pero no sin sensibles pérdidas por su parte , pérdidas que dejan el ánimo suspenso , lejos de creer á pies juntos que el jefe español haya vencido completamente. En efecto, tuvo cincuenta heridos , tres Españoles y siete auxiliares muertos. El capitán Yargas Machuca tuvo que hacer pro- dijios de valor para salvarse, y no sabe él mismo como lo pudo , puesto que le derribaron del caballo mortalmente herido. Por "lo mismo , Machuca atribuye su salvación á un milagro que fué la aparición del difunto jesuíta Villaza. Tanto habló Machuca de esta aparición , y del convencimiento que tenia de haberle debido la vida , que al año siguiente , el comisario del santo oficio de San- tiago , Albiz , le llamó y le pidió una declaración , le cual dio el 9 de diciembre de 1656. Volviendo á Cisternas, este se empeñó en llegar á Osorno y lo consiguió ; pero á la vuelta , que verificó con la certidumbre de que era inútil aguardar por Salazar en Osorno, se halló cortado por Nameuché con seis mil hombres. Viéndole en batalla y en actitud de oponerse á su marcha , le atacó con denuedo. Nameuché se batió con arte y con indecible valor ; pero fué deshecho con pér- dida de cerca de setecientos muertos. De los Españoles CAPÍTULO XVII. 127 y auxiliares hubo unos sesenta heridos de muerte. Verificado el regreso á Chiloe, los auxiliares conspi- raron para ir á juntarse con los suyos. Tuvo Cisternas noticia de este proyecto , puso presos á algunos caciques, ahorcó á cinco de ellos , y con este acto de vigor, cortó el complot, pero no de raiz. Al año siguiente, los descon- tentos amigos empezaban ya á rumiar otro semejante proyecto al pasado. Cisternas, que lo supo, mandó dar muerte á diez y siete caciques , y descuartizar al que era cabeza de la conspiración para exponer sus cuartos por los caminos, para escarmiento de otros. Se ejecutó la sentencia, y en mas de cincuenta años, no hubo mas motivo de hacer justicia en ellos. Nos queda que hacer mención de las plazas de Boroa y Arauco. La de Boroa se mantuvo firme, y mas adelante hablaremos de ella. La de Arauco , que estaba mandada por el Navarro don José Volea, fué incendiada por los Araucanos (i). Su comandante se retiró con la guarni- ción y los vecinos al castillo de San Ildefonso , situado en una altura dominante , como si fuese una ciudadela pro- tectora de aquella plaza , y último recurso para sus de- fensores. Los Araucanos atacaron á Volea en esta ciuda- dela, y siempre fueron rechazados con pérdidas. No satisfecho con esto , el comandante español hacia salidas con buen éxito. Habiendo dado muerte en una de ellas á un capitán de grande reputación , que era de Puren , los Españoles llevaron el cadáver al castillo para que los Araucanos lo fuesen á pedir, en cuyo caso , antes de (1) Al jesuíta Jerónimo de Barra, que se hallaba allí, le llevaron los Arau- canos á lo mas alto de Colocólo, que dominaba la plaza , sin duda para inmo- larlo; pero el misionero se mostró tan impertérrito, y les habló tan al alma , que no se atrevieron á tocarle un pelo de la cabeza. — Carvallo. 128 HISTORIA DE CHILE. entregarlo , habrían pedido los sitiados que les llevasen víveres. El cálculo no era malo , pero noobstante , salió errado. He aquí porqué. El cacique Guayquili tenia un prisionero español , el cual era un cura párroco de la plaza de Colcura , y se llamaba don Juan de Saa. A este sacerdote le impuso su amo cacique que fuese á pedir á los suyos el cadáver del capitán de Puren antes que los Españoles tuviesen la tentación de despedazarlo para exponer sus miembros en los caminos. Tuvo que llenar esta misión el licenciado don Juan Saa , y hubo que entregarle el cadáver (1). Viendo el comandante del castillo que los Araucanos le dejaban algún descanso y parecian haberse alejado , envió á cojer frutos en el campo á algunas mujeres es- pañolas con algunos muchachos, vijilados por una par- tida de cuarenta hombres. Al punto que los Araucanos , que se hallaban emboscados, las vieron, se arrojaron sobre ellas. Volea salió deprisa á socorrerlas y rechazó á los Indios. Una Española , en esta ocasión , cortó la ca- beza , — cercen a cercen , — á un enemigo ; la levantó en la punta de una lanza con mucha gallardía, y gritó apellidándose como-gritan ellos. Picado de este hecho, Clentaru proyectó apoderarse del castillo por astucia si no podia conseguirlo á viva fuerza. Para eso envió un parlamentario á Volea pidiéndole una conferencia para tratar de paz, en su mismo castillo. El comandante español aceptó la propuesta , y Clentaru fué á verse con él en compañía de muchos caciques , llevando todos en la mano el simbólico ramo de canelo. Después de recí- (1) Como este cura llenó su misión ; como le dejaron ir; como no se quedó; qué prendas dejó de que volvería, etc., etc. Todas las circunstancias necesarias al crédito de un hecho les parecen inútiles á los escritores de las cosas de Chile. CAPÍTULO XVII. 129 procos saludos muy cordiales, en apariencia, Clentarú habló largamente recordando los innumerables motivos que tenían los Españoles para fiarse en él y en los suyos , puesto que desde que habían poblado á Arauco, habían sido sus verdaderos hermanos de armas, y su cacique Colocólo, el mas sincero y leal de sus amigos, en términos que habia abrazado la relijion cristiana, y la habia defendido siempre desde entonces con las armas en la mano. En cuanto á nosotros mismos, añadió Clentarú, hemos abandonado nuestros nacionales, y nos hemos coligado contra ellos con los Españoles, derramando su sangre y cubriendo los campos con sus huesos. Es verdad que así nos lo habían mandado nuestros mayo- res encargándonos encarecidamente , al irse de esta vida á la otra , que nos mantuviésemos siempre en paz y en amistad con vosotros ; y á este consejo, que hemos seguido en cuanto nos ha sido posible , debo añadir que vuestra amistad y trato nos eran útiles y provechosos. Cuando , á pesar nuestro, la paz ha sido momentánea- mente interrumpida, debéis acordaros que los Pelan- tarú, los Ancanamun y otros jefes araucanos os la pi- dieron y nos obligaron á aceptarla ponderándonos, por un lado, sus beneficios, y pintándonos, por otro, los inútiles horrores de la guerra. Por otra parte, no podéis haber olvidado los esfuerzos de Queupuantú , las súplicas de Rinco , y los parlamentarios que continuamente nos enviaba Turculipi para que nos uniésemos á ellos contra vosotros, y que no lo hemos hecho. Cuando hemos tenido conocimiento de que se tramaba alguna conjura- ción, al punto os hemos dado parte del hecho, con datos ciertos , fijos y seguros para que la cortaseis en sus principios; y, dejando lo que ha sucedido en tiempos III. Historia. Q 130 HISTORIA DE CHILE. pasados , ya acabáis de ver que yo mismo , en las cir- cunstancias presentes , he dado aviso , por dos veces , á vuestro gobernador de que iba á haber un levanta- miento jen eral. Todos los presentes me habéis visto en- trar con setenta caciques aquí mismo para participarlo á Pizarro , interino en ausencia de don Juan de Salazar ; y desde aquí , fui yo mismo en persona á ponerlo en noticia del gobernador, el cual, si no me creyó, no ha sido culpa mia. ¿Cuantas parcialidades no hemos suje- tado á vuestro dominio desde Lebu hasta la Imperial ? Y aun el año pasado, ¿No nos hemos juntado por ventura, para ir á castigar los de Rio Bueno? ¿No hemos acaso perdido en esta expedición , por el servicio del Rey, a muchos de nuestros hermanos, parientes y amigos? Ya lo veis. Si ha habido levantamiento no ha sido por causa nuestra, puesto que nos hemos negado á tomar parte en él , y que , ademas , hemos hecho cuanto hemos podido para cortarlo , hasta que vinieron fuerzas supe- riores de Puren , Ilicura y Tucapel que nos forzaron á tomar las armas. Y aun después de haberlas tomado , ¿ qué mal os hemos hecho ? Ninguno. Ciertamente , nuestras flechas no han herido ni menos muerto á mu- chos Españoles ; porque , en lugar de apuntárselas , las tirábamos muy alto por encima de ellos. Hé aqui la ver- dad de los hechos. Ahora que nuestros opresores se han ido, volvemos á nuestra natural inclinación hacia voso- tros, pidiéndoos nos sostengáis contra ellos, porque solos no bastamos , como tampoco vosotros no bastaríais sin nosotros. Estas agudas memorias de Clentarú , en parte ciertas , y en parte aparentes, produjeron tanto mas efecto, cuanto en el fuerte habia en su favor el poderoso ar- CAPITULO XYIÍ. 131 gumento del hambre, y que él ofreció víveres. Con todo eso, Volea se mantuvo, sino enteramente y abierta- mente desconfiado, á lo menos con dudas; pero como, en resumidas cuentas, no tenia autoridad para tomaí una resolución personal, nada arriesgaba en transmi- tir al gobernador las proposiciones de Clentarú, man- teniéndose él mismo con precauciones. El jefe araucano halló muy conveniente esta medida, y pidió que cuanto antes se ejecutase, antes que los de Talcamavida, que tenían las mismas intenciones, fuesen por delante, cosa que le seria muy sensible. Este último rasgo hubiera engañado completamente á Volea (1) si este capitán no hubiese sido tan precavido; y mas cuando Clentarú anadió que él mismo enviaría algunos caciques, los cuales le seria de mucha satisfacción fuesen acompaña- dos por el P. Jesuíta de la Barra y por el capitán de amigos Quixada. Sin embargo , los caciques enviados por Clentarú al gobernador del reino tenían orden para volverse desde el rio Laraquete llevando bien asegurados al jesuíta y al capitán de amigos. Al amanecer del día siguiente, se marcharon. Mientras tanto, Clentarú, que había no- (1) Estas particularidades, muy notables, son de Carvallo, el cual las justi- fica plausiblemente, declarando que las debe al P. jesuíta Rosales, compañero y amigo del P. Jerónimo de la Barra. Ademas, todos los otros escritores con- temporáneos están , poco mas ó menos , de acuerdo en la sustancia de estos acontecimientos, y solo difieren en que dicen menos y con menor especificación, ymroga, d¡ce Carvallo, supone sin fundamento, que en Arauco hubo otro comandante, -que no nombra, -y el cual por sospechoso, fué relevado por volea, que, según Rojas, se aventuró solo y con gran riesgo á ir á tomar el mando. «Pero yo, continua Carvallo, que muchas veces anduve estas veinte leguas, cuando no habia colonia alguna española, y que he sido comandante ae ia expresada plaza en tiempo de sospechas de guerra, y me impuse de la situación y avenidas para hacer mejor su defensa , digo que toca en lo imposi- ble su entrada en ella , y mas estando asediada. » - Carvallo. 132 HISTORIA DE CHILE. tado el hambre tristemente grabada en las caras espa- ñolas, mandó preparar un abundante y copioso ban- quete á su vista , pero fuera del alcance de los fuegos del castillo, y convidó al comandante Volea y á la guarnición , pidiendo llevasen algunas armas para hacer salvas en celebración de la paz tan bien entablada. Esto le pareció demasiado á Volea y despertó su descon- fianza, que se habia adormecido algún tanto, y no solo rehusó el convite, sino que impuso pena de la vida al que se atreviese á salir de la plaza. Noobstante, tan importunado se vio con súplicas arrancadas por la ne- cesidad á algunas mujeres y muchachos, que los dejó ir, y todos quedaron en manos de los Araucanos. Ademas, los caciques enviados á la Concepción habian vuelto , llevando presos al jesuíta y al capitán de amigos , y no habiendo podido conseguir mas con su astucia, den- tará quiso manifestarse satisfecho con esto y se puso á burlarse de Volea renovando ataques contra el fuerte hasta incendiarlo una mañana, aunque sin causar es- tragos, porque los sitiados pudieron apagar el fuego, poco favorecido por el viento, que, por fortuna, le era contrario. Entretanto , el gobernador popular Villalobos sabia la estrecha y apurada situación de los defensores de Arauco, y conociendo que seria imposible el dejar subsistir aquella plaza, resolvió que fuese evacuada. Para llevar á efecto esta resolución , comisionó al capitán don Anto- nio Buitrón , el cual salió en una nave con fuerzas repu- tadas suficientes (1) para darle cumplimiento. Buitrón era un valiente Vizcaino, oficial de tino y conocimientos, y (1) Con cien hombres, Figueroa; — con doscientos cincuenta, Rojas; — con trescientos , Carvallo refiriéndose al P. Rosales. Esto debe de ser la verdad. CAPITULO XVII. 133 ejecutó con felicidad la operación. Los Araucanos qui- sieron oponerse al desembarco y avanzaron pelotones de caballería ; pero Buitrón , teniendo sus soldados ya prontos y preparados cada uno con su número de fila para evitar la confusión , envió algunas descargas que ahuyentaron á los enemigos; desembarcó, y llegó fe- lizmente al socorro de los desdichados sitiados que le recibieron como á verdadero redentor. El traslado de los habitantes y de sus ajuares á bordo se hizo sin la me- nor pérdida. Pero el mismo Buitrón tuvo una desgra- ciada fatalidad , y fué que se le incendió un frasco de pólvora que le abrasó el rostro; y con todo eso, llevó á buen fin su ardua comisión regresando á la Concepción sin perder un solo individuo. CAPITULO XVIII. Resumen de las plazas que perdieron los Españoles después del levanta- miento.— Particularidad de la de Chillan. — Patriótica conducta del corre- jidor Pizarro.— Situación de la Concepción.— Bascuñan rechaza á los Arau- canos.— El gobernador popular Villalobos nombra un maestre de campo y un sarjento-mayor.— Los antiguos son arrestados.— Don Antonio de Acuña huye á Valparaíso y de allí pasa á Santiago.- La real Audiencia le sostiene. Apelación del cabildo de la Concepción al virey.— Informe al mismo déla real Audiencia de Chile. — El virey manda comparecer ante él en Lima al gobernador Acuña, al maestre de campo y sarjento mayor arrestados; y al correjidor y rejidor de la Concepción. — Acuña desobedece.— Los demás ci- tados van á Lima y regresan purificados. — El virey nombra un sucesor al gobierno de Chile.— Llega este á la Concepción , y después de haber reci- bido el bastón de manos de su predecesor, le envía arrestado á Lima. — Socorros que llevaba el gobernador Portel.— Cesa Villalobos de mandar.— Son nombrados otro maestre de campo y otro sarjento mayor. -Los Arau- canos interceptan en las inmediaciones á la Concepción el paso para ir al socorro de Boroa.— Son batidos , y quedan los caminos despejados. ( 1655—1656. Resumiendo los últimos acontecimientos después del levantamiento jeneral de los Indios, los Españoles perdieron las plazas de San Pedro, — Colcura, — Bueña-Esperanza , — Nacimiento , — Talcamavida , — San Rosendo , — Santa Lucía , — San Cristóval y San Bartolomé de Gamboa. La de Chillan , que no tenia guar- nición , fué defendida por sus moradores en número de mil y quinientas personas de diferentes edades y sexos , hasta que , perdiendo la esperanza de ser socorridos y hallándose diezmados por una enfermedad epidémica , abandonaron sus hogares y se acojieron á la protección del bizarro correjidor que guardaba el paso del Maule , y que los custodió en salvo hasta Santiago. El cabildo CAPÍTULO XVIII, 185 de la capital ensalzó su conducta, y acordó en junta de 30 de abril , se abriese una suscripción en favor de los míseros fugitivos de Chillan. Boroa quedó aislada, sin socorro y sin comunicación , y aun no podemos saber cual será su suerte. El fuerte de San Martin , sobre el Tolten , fué el primero atacado é incendiado , y ya hemos visto á su comandante llegar á uña de caballo y en pelo, sin sombrero en la cabeza , á dar parte de la subleva- ción de los Indios al cuartel jeneral del maestre de campo , establecido sobre elQuetahue. Los gobernadores de Valdivia y deChiloe se mantenian firmes y , loque mas es, rechazaban con ventajas á los enemigos. Veamos ahora en qué pararon los sucesos de la Concepción. Esta capital de las plazas de la frontera era continua- mente insultada por los Araucanos. Bascuñan , que es- taba allí, los rechazaba y aun los castigaba alguna vez. En medio de esto , el pueblo irritado se habia sublevado, como hemos visto , y habia ido á dar muerte al gober- nador, que en la opinión jeneral era el causante de todos sus males , siendo el solo responsable de su segu- ridad, — y al oidor Huerta. El ministro de real hacienda Lastra los habia salvado, sacando al primero por una ventana de su palacio y ocultándolo en el colejio de los jesuitas; y al oidor visitador, en el convento de San Juan de Dios; pero todo esto no lo pudo ejecutar tan sijilosa- mente que no llegase á noticia de las cabezas del motin, y los amotinados corrieron furiosos al colejio. El rector habia tomado bien sus medidas con esta previsión , y les abrió las puertas de par en par para que buscasen al objeto de su justa ira. Le buscaron , en efecto, por los mas escondidos rincones del edificio, y no hallándole se retiraron. Mientras tanto, se enfriaban los rencores, y 136 HISTORIA DE CHILE. el buen discurso volvía poco á poco á dirigir las cabezas á mejores fines. Gomo no podían quedar sin gobernador, nombraron á Villalobos , que aceptó el cargo después de una larga é inútil resistencia. Este episodio dio lugar á otros. £1 gobernador popular dio el empleo de maestre de campo á Urrea, y el de sarjento mayor á Molina, bien que Rebolledo y Gerdan (1) , que los llenaban , estuvie- sen presentes dando órdenes de defensa , y ejerciéndolos como lo habían hecho, — particularmente el primero,— después de tanto tiempo. Rebolledo , picado , dicen que arrojó con despecho el bastón del mando ; pero luego vio que se trataba de algo mas que de quitarle el em- pleo , y en efecto le pusieron arrestado , como también al sarjento mayor Gerdan , en un barco anclado en el puerto de Talcahuano. El motivo de esta medida extre- mada con dos oficiales jenerales, délos cuales el primero habia trabajado tantos años en la guerra de Chile sino con éxito siempre igual é infalible , á lo menos con in- contestable celo , no se aclara por de pronto , y solo en el desenlace se transluce que estos dos jefes habían sido sospechados de ser tal vez los instigadores del motin contra el gobernador Acuña y el oidor de Santiago, Huerta. Luego que el rector del colejio de jesuítas vio que los amotinados se habían alejado y que no volvían , dio al gobernador el buen consejo de ponerse en salvo. Acuña pensaba en lo mismo. Su mujer se habia retirado ya precipitadamente á Santiago, angustiada y llena de zozobra al ver los funestos resultados de sus cálculos. Hasta entonces , nada se sabia de su hermano , el (1) O Serian. CAPITULO XVIII. 137 cual también, sin duda alguna, se había ocultado, sin lo cual hubiera corrido tantos riesgos , ó talvez mas que su cuñado. Este, como lo acabamos de decir, pen- saba en sustraerse al furor popular y lo consiguió embar- cándose sijilosamente para Valparaíso , desde donde se fué á Santiago. La real Audiencia , ya sea en favor del buen orden , cuyo trastorno en ningún caso ni por mo- tivo alguno debe ser aprobado ; ya porque uno de sus miembros había corrido la misma suerte que el goberna- dor , se manifestó defensora de la causa de este , y tachó al ayuntamiento de la Concepción de debilidad y de usurpación de autoridad , en el hecho de haber nombrado otro gobernador. El cabildo de la Concepción probó por su conducta en esta delicada ocurrencia, que el supuesto acto de usurpación de autoridad no habia sido mas que un recurso dictado por la prudencia, y que tal vez el gober- nador de Acuña y su consorte el oidor Huerta le habían debido su salvación. En efecto , la primer orden dada por el gobernador popular Villalobos habia sido la de la separación de los tumultuosos, y Dios sabe si otro en su lugar habría tenido la misma inspiración , y si sus órdenes hubieran sido tan pronto obedecidas, en el caso que la hubiese tenido. Por consiguiente, el cabildo de la capital de la frontera se manifestó muy dispuesto á volver á re- conocer al gobernador antiguo ; pero no quiso quedarse con el peso de una acusación injusta y se quejó al virey, exponiéndole la verdad de los hechos por medio del P. Jesuíta Jerónimo de Monte Mayor, rector del colejio de Buena Esperanza , el cual habia sido testigo ocular de la mala conducta de los Salazares en sus mandos. La representación del cabildo de la Concepción al virey fué apoyada por otra análoga del de Santiago , por V 138 HISTORIA DE CHILE. medio de su procurador Don Juan Rodulfo Lisperger , en vista de los informes de la real Audiencia á la misma autoridad superior. Al ver todas estas quejas, el virey mandó que el gobernador Acuña con toda su familia , Rebolledo, Cerdan , el correjídor de la Concepción, D. Francisco Gaete y el rejidor Don Juan Bravo se presentasen inmediatamente en Lima á prestar residen- cia y dar cuenta de su conducta. Rebolledo , Cerdan , el correjídor y el rejidor obedecieron sin demora, pasaron al Perú , respondieron á todos los cargos que les hizo el virey , y volvieron purificados de la sospecha de haber tenido parte en el levantamiento de la Concepción con- tra el gobernador y el visitador Huerta. Pero Acuña no solo no obedeció, sino que también se- produjo con expresiones de resentimiento poco decorosas. Sin em- bargo , el virey , sin parecer dar la menor importancia á esta particularidad , le nombró inmediatamente un sucesor , que fué el almirante don Pedro Portel Casa- nate , el cual arribó a la Concepción el dia Io de enero 1656. Acuña , al punto en que habia recibido la noticia , se habia puesto en camino para la frontera , sabiendo que ya no tenia que temer resentimientos , y se halló á la llegada de su sucesor. Este le trató con mucha cortesía y miramiento , y le hizo saber con rodeos de urbanidad , que la orden que traia era de enviarle arrestado á Lima. Acuña , que habia reflexionado , obedeció esta vez y se embarcó con toda su familia para el Perú. Sigámosle para volver luego a los asuntos de Chile. El virey, ciertamente, habia cometido un acto arbi- trario , un arranque de grande de España al anular con su propia autoridad el despacho real en virtud del cual habia Acuña gobernado el reino de Chile, y esta CAPÍTULO XVIII. 139 fué la excusa que dio el ex-gobernador de no haber obe- decido á su primera orden. En cuanto á los actos de su gobierno , no habia excusa posible , y el virey le mandó formar causa enviando al oidor de Lima don Alvaro de Ibarra á la Concepción á tomar informes, mientras, por otro lado , informaba él á la corte sobre los aconteci- mientos que habían arruinado todos los frutos de la paz conseguida á costa de tantos desastres. En respuesta , el rey manifestó su alto desagrado (1) , y envió un real sello en blanco al virey para que, si lo creia oportuno , nombrase gobernador de Chile á su propio hijo don Juan de Henriquez. Acuña, procesado y condenado á la pérdida de sus empleos con una ruidosa sentencia, apeló á la piedad del monarca, el cual juzgó, sin duda alguna, era plausible el motivo que alegaba para no haber obe- decido al virey, puesto que S. M. advirtió , — en res- puesta al recurso en gracia de Acuña, -— á los vireyes de que su autoridad no se extendía á quitar empleos obte- nidos con reales despachos , y que en semejantes casos , cuando hubiese premura, se asesorasen, en lo sucesivo, con la real Audiencia de Lima. Al mismo tiempo indul- taba al gobernador desposeído , declarándole acreedor á ser indemnizado de todos los daños y perjuicios que se le hubiesen seguido de su causa y de la pérdida del empleo, con tal que no fuese en el mismo reino de Chile. Pero este consuelo le llegó muy tarde al indul- tado. Acuña habia sucumbido á sus pesares y amargas memorias cuando llegó esta real cédula á Lima (2). Volviendo á nuestra narración, Chile habia tenido dos satisfacciones con la venida del nuevo gobernador, (1) Real cédula de 12 de noviembre 1656. (2) Fecha de 28 de junio 1660. 140 HISTORIA DE CHILE. á saber, la de la marcha de su predecesor, y la de su llegada. Don Pedro Portel Casanate , caballero del hábito de Santiago, prometía, en efecto, mucho por sus antecedentes , como almirante del mar del Sur. Sin duda todo esto pedia conocimientos especiales algún tanto distintos de los que se necesitaban para rescatar lo perdido en el anterior gobierno; pero en grandes apuros surjen fácilmente las esperanzas. Es verdad que Casanate, ademas de su nombre tan recomendable, llegó á la Concepción con el situado para el ejército, y un refuerzo (1) , municiones y pertrechos. El cabildo de Santiago vio en este precioso socorro el resultado del buen desempeño de su procurador Lisperger enviado á Lima á pedirlo al virey, y que regresó con el séquito del gobernador Portel Casanate. Este , como lo acabamos de decir, era esencialmente un acreditado marino, pero la guerra de tierra difiere de la de mar, y Casanate, que no lo ignoraba y que tenia la noble ambición de obrar con acierto, se formó un consejo consultativo compuesto de doce antiguos y expe- rimentados oficiales del ejército. El benemérito veedor jeneral Villalobos , gobernador popular, cesó gustosísimo de serlo , é ipso jacto , el maestre de campo y el sarjento mayor que él había nombrado , hubieron de dejar sus puestos, el primero, á don Jerónimo de Molina, y el segundo, á don Ignacio de laCarrerayTurrugoyen(2), (1) De quinientos hombres, Quiroga. — De 376, Carvallo. — Este numero debe de ser el cierto, puesto que Carvallo cita al P. Rosales, allí presente en aquella ocasión. Ademas del situado, envió el virey 180,000 pesos para gastos de guerra, y 6,000 hanegas de trigo para el ejército. Las relijiosas y los parti- culares de Lima enviaron sábanas y camisas para dos mil soldados, y hasta dinero destinado á comprarles cigarros. (2) Es de notar que Pérez-García cita á Figueroa asentando que el sar= CAPITULO XVIII. 141 elejidos para llenarlos por el actual gobernador, el cual nombró de comisario á don Luis de Lara. Enfin , llegó el caso de obrar. Habia trece meses que la plaza de Boroa estaba aban- donada á sus solos recursos en medio de las mas beli- cosas parcialidades enemigas. Ya se empezaba á mur- murar de la inacción de Casanate , que habia llegado el Io de enero y que al cabo de dos meses nada parecía haber hecho para ir al socorro de dicha plaza , la cual reclamaba con urjencia sus primeras atenciones. Pero la verdad era que esta expedición pedia mucha reflexión y muchas precauciones. Las tropas que hubiesen de componerla tenian que atravesar sesenta leguas de tier- ras enemigas, cortadas por rios, montañas y desfilade- ros. Por consiguiente era preciso que fuesen seguras de la victoria, en suficiente número, todas las que habia disponibles, dejando la capital de la frontera sin de- fensores, en un caso imprevisto aunque no imposible, puesto que los Araucanos , batidos por Bascuñan , se ha- bían alejado muy poco y no habían cesado de infestar los caminos matando viajantes, é interceptando víveres y comunicaciones. Era pues preciso, para poder mar- char, tener el tránsito despejado. El gobernador puso esta operación á cargo de Molina, y este maestre de campo los fué á atacar en un bosque en donde se ha- bían atrincherado en número de mil hombres. El pri- mer objeto de Molina era tomar todas las salidas del jento mayor nombrado por Casanate fué don Martin de Erizar. Que nos per- done el señor Pérez-García. Figueroa dice que fué don Ignacio de la Carrera. Carvallo dice lo mismo, y añade que los descendientes de Molina y de la Car- rera en Chile han tenido diversas fortunas; los del primero, — en la provincia de la Concepción , — adversa ; y los del segundo,— en Santiago , — muy próspera. . 142 HISTORIA DE CHILE. bosque; el segundo, entrar en él con fuerzas suficientes, y así lo hizo. Pero después que hubo tomado todas las veredas para que no se le escapasen, accedió á la súplica que le hizo el padre Francisco Vargas de que le permitiese ir á exhortarlos á rendirse antes de atacarlos. Fué el P. je- suíta y les habló tan al alma que los convenció y se entregaron todos, menos el que los mandaba, el cual era un Indio yanacona, llamado Ignacio , ausente por entonces en busca de un refuerzo para volver sobre la Concepción. Con esta declaración, yantes que tuviese noticia de lo que había sucedido en el bosque, Molina envió un fuerte destacamento para cojerle muerto ó vivo. Como estaba muy ajeno de pensar en ello, Ignacio fué sorprendido fácilmente, conducido á presencia del go- bernador, juzgado y sentenciado á muerte, y ahorcado; pero no por eso quedaron los caminos depejados. Otra columna de dos mil y quinientos Indios volvió, pocos días después, á interceptarlos. El gobernador salió en persona á hacerles frente y los batió completamente, haciéndoles doscientos prisioneros, y dispersando á todos los que pu- dieron huir, pues dejaron muchos muertos. Esta primera acción de guerra, mandada por el go- bernador en personna , le dio mucho crédito en el reino , en su ejército y aun entre los mismos Araucanos, que quedaron atónitos de ver cuan pronto los Españoles se habían puesto en actitud ofensiva. Fué en términos, que hablaron de influjo sobrenatural, de milagrosas apari- ciones y portentos (i). (1) Decían que san Fabián se había aparecido á caballo en el aire blan- diendo una espada (lámbante , y apellidándose , como hadan los Indios : « Yo soy Jtabian. » CAPITULO XVIII. 143 Después de esta victoria, oyendo hablar de una imá- jen de nuestra Señora que un buen Indio había ocul- tado en la isla de la Laja para que no fuese profanada , resolvió Casanate ir á recojerla, y en la ejecución de este acto relijioso, tuvo aun ocasión de mostrarse capaz de castigar á los Indios, lejos de temerlos, y mandó col- gar de un árbol al caudillo Huechuqueu. De regreso con la imájen de la Virjen á la Concepción, fué recibido con aplauso y expresiones del mas acendrado recono- cimiento. Esta entrada fué tanto mas solemne, cuanto salió una procesión á recibir á nuestra Señora, con mú- sicas y triples salvas del castillo. ^^■^ CAPITULO XIX. Sitio de la plaza de Boroa y su defensa— Expedición para ir á salvar la guar- nición.—El cabildo de Santiago envia sus milicias y sus vecinos para guar- dar la Concepción.— Voluntarios aventureros que siguen el cuerpo expedi- cionario.- Oposición de los enemigos sobre el rio de la Laja.- Son bati- dos— Segunda oposición sobre el rio de los Saúcos.- Sou batidos segunda vez. - Ambo feliz del socorro- Salvación. -Regreso triunfal á la Con- cepción.—Episodios. ( 1656. ) . 1 A pocos dias del levantamiento jeneral de los Indios, es decir, cuatro ó cinco después del paso de la expedi- ción de Salazar sobre Rio-Bueno , fué sitiada la plaza de Boroa. Los lectores deben recordar que al tránsito por dicha plaza, el maestre de campo jeneral de la expedi- ción se había llevado á don Francisco Bascuñan con la mayor y mejor parte de la guarnición , dejando den- tro solos cuarenta hombres bajo el mando del capi- tán don Miguel de Agriar, que quedó de gobernador interino. Habiendo tenido aviso de la sublevación de los natu- rales, Agriar calculó que no podia menos de verse muy pronto sitiado y empezó á tomar serenamente medidas de precaución mandando salir de la plaza á los Indios que residían allí con sus familias, — como bocas inútiles, por lo menos, sino como enemigos; — apreciando el tiempo que podrían durar los víveres para doscientos personas que tenia en su recinto, y aumentando con cuan- tos recursos pudo hallar sus almacenes. A estas precau- ciones económicas añadió otras de material defensa, CAPÍTULO XIX. 145 fortificando las obras exteriores de la capital de la plaza con revellines en los cuales pocos hombres bastaban para defender un frente, en toda su extensión. Hecho esto , Aguiar se puso á esperar valientemente con sus dos subalternos y sus cuarenta hambres de armas tomar (á los cuales podían juntarse otros cincuenta ó sesenta de entre los moradores) que los Indios viniesen á atacar la plaza, acontecimiento que sucedió muy luego como lo acabamos de decir. En efecto , Glentarú apareció á su vista á la cabeza de un verdadero cuerpo de ejército, puesto que se colije fácilmente de diversas aserciones sobre el particular que ascendían sus fuerzas á diez mil combatientes de cuyo mando en jefe participaba su vicetoqui Chicaguala. Los lectores no pueden menos de pararse al leer y considerar que cien hombres, — según el cálculo arriba hecho,— abandonados en el centro de un país enemigo, belicoso, resentido y ansioso de venganza, hayan podido man- tenerse firmes mas de un año , resistiendo á ataques con- tinuos de diay de noche; padeciendo escasez y necesi- dades , y dando lugar á que al cabo de esta eternidad de tiempo, — que tal ha debido de parecerles á los infe- lices sitiados, — fuesen á su socorro y los salvasen. Real- mente , la razón lo hace increíble ; pero como así sucedió , no hay para que dudar de ello. Solo, seria muy intere- sante el saber como ha podido ser, y por desgracia, las noticias de la época carecieron, sin duda, de un diario de las operaciones de la defensa para transmitirmos los episodios y peripecias de este célebre sitio. Por otra parte , visto el corto número de defensores , y la situa- ción de la plaza, todo lo que podían hacer los sitiados era resistir, como resistieron, durante trece meses á tan III. Historia. 10 lft.6 HISTORIA DE CHILE. numerosos enemigos. Boroa , situada entre el Quepe , al norte, y el Tolten , al sur, — casi igual distancia, y en una quebrada de la cadena de montañas que se es- tiende de Villa-Rica al mar, — no podia menos de tener cuatro frentes que defender, y, en efecto, así lo muestra el mapa. Cien hombres para su defensa en un ataque simultaneo de las cuatro caras , — á dos mil y quinientos enemigos por cada una , — daban veinte y cinco de- fensores (1). Veinte y cinco contra dos mil y quinientos, pasa todo cuanto se ha podido inventar de fabuloso. Si á esta consideración se añade la de la naturaleza de la fortificación que los protejia, el asombro crece hasta que para en incredulidad, puesto que dichas fortifica- ciones eran puras y simples trincheras con foso y pali- zada : recinto interior, formado por una estacada; foso, contraescarpa, otra palizada, y en medio de dos plazas de armas, inútiles si las hubiese, porque no teniendo defensores serian favorables al enemigo , un rebe- llín , solo puesto defendible con un corto número de ellos. Sin embargo , lo repetimos , Boroa se mantuvo trece meses con los solos defensores contra la multitud de ene- migos, unos y otros expresados. Y lo que es mas, los ataques eran incesantes y furibundos, tan pronto de noche , tan pronto de dia , y muchas veces , cuando me- nos lo aguardaban. Las armas de fuego solas justifican esta resistencia; protejidos por la palizada, cuantos mas Indios se aglomeraban sobre un punto , tanto mas destrozo hacían en ellos los fuegos de la plaza. Estos (1) En atención á que el frente norte estaba naturalmente defendido por un barranco formado por un desagüe del Quepe, quedaban tres caras que de- fender, y treinta y tres hombres por cada una. CAPÍTULO XIX. 147 destrozos los arredraban por algunos días, en que redu- cían el sitio á bloqueo esperando que el hambre seria un poderoso auxiliar para ellos, hasta que, viendo que dicho auxiliar no se apresuraba, se impacientaban y volvían á atacar sin mas resultado que anteriormente. Noobstante, á fuerza de ataques, ya habían obtenido que los sitiados se concentrasen en el recinto interior, y aproximándose á la paliza capital , habían logrado in- cendiar algunas casas, cuyo fuego bastaron á extinguir los habitantes pacíficos. ¿Pero de donde les venia la enorme cantidad de pól- vora y municiones que los defensores debieron haber consumido en un año?— Helo aquí. En primer lugar, Bascuñan habia tenido muy buen cuidado en almacenar la plaza que mandaba con provisiones de boca y guerra mas que suficientes, con previsiones de apuros even- tuales; y en segundo, tocante á los víveres, los Espa- ñoles de la plaza de Boroa tenían algunos,— y tal vez muchos,— buenos amigos entre los Indios que habían salido de ella al principio, no como bocas inútiles, sino como auxiliares secretos. Este ha sido el misterio , — porque claro está que necesariamente ha debido haber alguno en su larga existencia sin recurso visible. Este misterio , nos lo dejan adivinar ciertas sencilleces de los escritores de aquel tiempo, como, por exemplo, la de decirnos que un Indio amigo habia ido á Valdivia y les habia traído secretamente á los defensores de Boroa víveres y municiones. ¿ Y qué víveres y municiones podía llevar un hombre solo, ni dos ni diez? Claro está, por consiguiente, que los sitiados fueron socorridos una y muchas veces, no por uno, sino por algunos ó muchos amigos secretos, y que estos amigos no po- ^;f 148 HISTORIA DE CHILE. dian ser otros mas que los Indios que les eran adictos. En cuanto á las municiones , ya se sabe que hasta las piedras pueden servir de proyectiles á falta de otros ; pero probablemente, ya no les quedaba ninguna especie de metal, puesto que tuvieron que hacer balas de plata. Toda la que habia en la plaza, del estado , de la igle- sia (1) ó de particulares fué empleada en esto. Enfin , tanto hicieron, que, como vamos á ver, el socorro les llegó á tiempo. Un dia, los sitiados vieron á los sitia- dores dividirse, y que un cuerpo, que les pareció fuerte de cuatro mil hombres, conducido por el jeneral en jefe Clentarú, se destacaba marchando á paso acelerado hacia el norte; y así era, en efecto. El jefe araucano acababa de recibir aviso de que muchas fuerzas españolas iban á levantar el sitio de Boroa , y encontinenti , salió para ir á esperarlas en la isla de la Laja, en donde luego lo hallaremos. Mientras tanto , veamos en qué pen- saba el gobernador Casanate en la Concepción. Este jefe pensaba en ir á socorrer á los valientes de Boroa. Ya los caminos habian sido despejados , primero por Bascuñan , y después por el mismo gobernador en persona; pero aun quedaban reparos. El consejo consul- tativo que Casanate se habia formado de oficiales expe- rimentados se hallaba dividido sobre este asunto arduo , según ellos decian , de decidir. Los que fueron consulta- dos íntimamente fueron mas categóricos y respondieron que seria temeridad comprometer la suerte del ejército con riesgo de dejar todo el reino sin defensores, por una empresa cuyo éxito , ademas de ser incierto , era de (1) Los conversores , el Padre Rosales y su compañero, que era sin duda Vargas, bien que no le nombran, dieron toda la plata sagrada para este ob- jeto, y posteriormente Felipe IV los indemnizó con seis mil pesos.- Flgueroa. ^^^. CAPÍTULO XIX. l/j.9 temer fuese ya inútil , en atención á que no era probable que los defensores de Boroa hubiesen podido resistir tanto tiempo á los numerosos enemigos , que sin duda se habían apoderado de ellos. Por probable que fuese esta conjetura, Gasanate sentía que su deber era, á lo menos, el asegurarse del hecho ; y, ademas, oía á algunos oficiales hábiles , bizarros y fidedignos , que le aseguraban , que si Boroa hubiese cesado de existir, ya los mismos Indios lo hubieran publicado. En consecuencia , el gobernador creyó deber asesorarse con la real audiencia, la cual oyó por su parte á militares que le inspiraban confianza por sus luces , y que opinaron que la expedición era tar- día y que seria tan inútil como arriesgada, no solo para las tropas que la hubiesen de componer, sino también para el país , que quedada casi sin defensores. Fácil es el imajinarse cuan perplejo debia de verse Casanate, temiendo, por un lado, emprender una ope- ración arriesgada ; y , por otro , faltar á un deber que el honor militar le imponía imperiosamente, á saber, el socorrer una plaza gravemente comprometida. Hallán- dose en este conflicto , llega de Valdivia don Diego Gon- zález Montero , y asegura que Boroa existe , y que no comprende como no ha sido ya socorrida. Esta misma opinión había sida emitida y sostenida por Bascuñan , Erizar y Carrera Iturruguyen , que se hallaban presen- tes, y el gobernador reunió un nuevo consejo en el cual Montero corroboró su parecer con razones irresis- tibles, diciendo que el no socorrer la plaza de Boroa seria un borrón eterno para las armas españolas , y una causa inefable de desmoralización para el ejército de Chiie, cuyos individuos se acordarían de este abandono en casos apurados, y tendrían mucho menos ardor para ■ V ■ ' 150 HISTORIA DE CHILE. íiV" aventurarse por cualesquiera causa que fuese ; que , en la misma proporción , crecería la insolencia de los ene- migas ; que el riesgo de la plaza abandonada era evi- dente, y que el de las tropas que fuesen á socorrerla era mas que dudoso , imajinario ; que , en cuanto á la segu- ridad interior del país, la Concepción se hallaba en buen estado de defensa, y que el gobernador del reino se quedaría dentro con las fuerzas que juzgase suficientes ; que una porción del ejército , compuesta esencialmente de caballería, debería situarse en la isla déla Laja para hacer diversión al enemigo , por una parte ; mientras que, por otra, serviría de base de operación á la columna de la expedición ; que en esta se necesitaba poca caba- llería, y, por fin , que su objeto era solo el libertar á los sitiados, y no el prolongar la permanencia de la plaza, en el momento actual inútil y gravosa, en atención que no se podían hacer frecuentemente semejantes expe- diciones. El caso, concluyó Montero, es llegar avan- zando y rechazando al enemigo , sin pensar en perse- guirlo. Tiempo vendrá en que nuestras armas vuelvan á tomar una ofensiva activa. La moción fué apoyada y triunfó con una grande mayoría y suma satisfacción de Casan ate , que se vio enfin autorizado á seguir el impulso de su propia inclinación , enviando á salvar los interesantes sitia- dos de Boroa. Sin embargo , era indispensable el ase- gurar la defensa de la Concepción, y para ello, el cabildo de Santiago , siempre pronto á sacrificarse por el bien jeneral , acordó que era muy justo el que sus milicias y vecinos fuesen á protejer la capital de la fron- tera, y fueron, en efecto, contentos y denodados como si fuesen á una fiesta. Una vez hechos todos los prepa- CAPÍTULO XIX. 151 rativos de marcha, y tomadas las medidas de seguridad interior, salió Ja expedición , compuesta de setecientos hombres de infantería al mando de Bascuñan , y algitna caballería. La columna de observación que debia esta- cionar en la isla de la Laja estaba mandada por el capi- tán Erizar. Gallardos voluntarios aventureros pidieron ir y fueron en esta célebre expedición , entre otros , don Luis de las Cuevas , don Francisco Bravo de Sarabia y don Alonso de Silva , hijo del maestre de campo de este nombre. Salieron , por fin , de la Concepción el ll¡. de marzo, todos ufanos y alegres, enviando, por decirlo así, por delante sus corazones á sus jenerosos hermanos de la plaza de Boroa, héroes increíbles de valor y constancia. ¿ Porque quien puede calcular lo que habían tenido que padecer ; los ataques y sorpresas que habían rechazado , y los rasgos de valor que habían tenido? Estas eran las conversaciones de los oficiales y soldados de esta expedi- ción , y tal era el entusiasmo y el ardor de que los ani- maban estas consideraciones, que los setecientos hombres que los componían valían siete mil. Y así fué que á penas se presentó Clentaru para dis- putarles el paso, no en el rio mismo de la Laja, sino cuando la mayor parte lo habían pasado, lo arrollaron, y dispersaron sus fuerzas, quintuplas, á lo menos; las di- siparon, decíamos, como el humo. Avergonzado el jefe araucano , se rehace sobre el rio de los Sanees , anima á los suyos, los exhorta, mas en vano. En aquel instante, los Españoles eran invencibles, y se hubieran abierto paso por medio de los mayores obstáculos volando al so- corro de sus hermanos. Segunda vez los Araucanos fue- ron batidos y dispersados. a 2 152 HISTORIA DE CHILE. Huyen y llevan la noticia á Chicaguala que habia que- dado encargado del sitio; pero antes que ellos se la diesen, ya el jefe araucano la habia presentido, así como también los corazones de los sitiados habían pre- sentido su salvación. De repente, en efecto, oyen tirar. ¡ Que los lectores se imajinen las sensaciones que han debido experimentar en este momento hombres deses- peranzados! Oyen tiros, ven cohetes ascender en los aires , y gritan todos á una voz : « ¡ Respondamos ! y , como ya no temían carecer de pólvora , la artillería y los mosquetes responden con estrépito espantoso ; ha- cen estremecer á los ecos , á Chicaguala y á los suyos. Levantan estos apresuradamente el sitio , y cuando llegan los hermanos de la expedición ya son recibidos en el glacis por los hermanos salvados. Este era el objeto principal, y nada mas quedaba que hacer que tomar algún descanso y regresar. Y como á los corazones cristianos, si son, sobre todo, españoles, la fe los pone, en estos casos, en contacto misterioso con los cielos , lo que los sitiados sacaron con mas cuidado y veneración de la plaza, fué una imájen de nuestra Señora, cuya protección habían implorado mil veces postrados, saliendo de su presencia confortados y animosos (1). — Del cielo á bajo, las hon- ras principales fueron para el capitán Aguiar, que con tanto acierto habia dirijido las operaciones de la de- fensa. Así volvieron á la Concepción en donde se puede conjeturar el júbilo cordial con que fueron recibidos. Dejémosles descansar, y demos cuenta de algunos in- teresantes episodios, de que gustarán mucho mas los fl) Esta imájen fué venerada después bajo la invocación de nuestra Señora de Puren. CAPÍTULO XIX. 153 lectores, ahora que los libertados que les causaban cui- dado les dejan libre la imajinacion (1). La defensa material de la plaza no tenia nada de extraño mientras habia pólvora y proyectiles. A la que habia en el repuesto se juntó la de un hallazgo precioso de una botija llena de ella que se encontró bajo las ruinas de un antiguo baluarte, y trescientas libras mas, envia- das por Bascuñan , — el cual tenia intereses y afectos en la plaza, — desde Quetachué, é introducidas con el auxilio del cacique de la parcialidad de Maquehua, An- tuvilú. Con la pólvora de la botija , se descubrieron dos enormes barras de plomo. Habia, pues, los elementos de una vigorosa defensa, puesto que poseian los sitia- dos , entre otras piezas de artillería , dos de á ocho ; y en seis ataques de viva fuerza que los sitiadores les die- ron, tuvieron tantos muertos, que renunciaron á estos medios, y apelaron al bloqueo para que se rindiesen por hambre, sin perjuicio de los recursos de la astucia, que emplearon aunque con poca maña. En cuanto al hambre , ya hemos dicho que los Españo- les no habían tenido que padecer, gracias á la asistencia que les prestaron muchos Indios amigos á los cuales se juntaban otros, que si no eran amigos eran interesados, y les vendían reses, aves y legumbres por dinero contante. El cacique Antuvilú , que acabamos de nombrar, era el mas activo ájente y proveedor de la plaza. Este, con sus hijos, parientes, allegados y amigos, á pesar de las penas severas que incurría , hallaba siempre medio (1) Hemos diferido el contar estos episodios, porque, en jeneral, hacen la narración pesada con disgusto de los lectores. Por lo demás, aunque solo en Carvallo los hayamos visto , los hemos adoptado por gustosos y verosímiles. Semejantes hechos, con la variedad de nombres propios y de circunstancias que encierran, no se inventan. # HISTORIA DE CHILE. de introducir por la noche víveres en la plaza. Con todo eso, hubo un momento de desánimo en los sitiados, los cuales, desesperando, por un lado, de ser socorridos, y recibiendo, por otro, fieras intimaciones deí enemigo cuyas numerosas fuerzas eran formidables, comparati- vamente á la cortedad de su número, no se hallaron le- janos de capitular, y aun hubo consejo para deliberar sobre si era ó no conveniente. El mismo comandante Aguiar estaba muy perplejo y vacilante ; pero un te- niente ó subteniente, llamado Lesana, habló con tanta gallardía, y fué tan eficazmente apoyado por el jesuíta Rosales y su compañero Astorga , que renunciaron á la idea de rendirse bajo cualesquiera condiciones, por ventajosas que fuesen , y resolvieron defenderse hasta morir (i). Tiendo pues los jefes araucanos que los Españoles se mantenían firmes sin carecer de municiones de guerra ni de boca, y que las repulsas de su artillería en los ataques que les daban eran destructoras, pensaron en emplear arterías para sorprenderlos, y con este objeto, enviaron un dia dos espías cuyas instrucciones eran que se refujiasen á la plaza como desertores y permane- ciesen en ella dando pruebas de fidelidad hasta que ha- llasen una buena ocasión de abrirles las puertas. Fueron los dos enviados recibidos por los Españoles ; pero ya sea que no supiesen hacer bien su papel, ó que por ca- sualidad se descubriese su verdadero intento, el capitán Aguiar les mandó dar muerte. (1) En esta resolución influyeron principalmente los citados misioneros, apelando al cielo de la falta de recursos terrestres. Un milagroso crucifijo, y la imájen déla Virjen, de que hemos hablado, habían parecido ajitados,'á los ojos de los fieles, con congojas humanas y visibles, durante el consejo.' CAPÍTULO XIX. 155 No habiendo producido este estratagema el efecto de- seado, imajinaron los Indios otro que fué el mandar al capitán Ponce de León , que tenían prisionero , escribiese una carta á los jesuitas conversores, anun- ciándoles que en ellos consistía el que hubiese paz y que los sitiados pudiesen salir ilesos de la plaza ; que si real- mente la deseaban , podia salir uno de ellos á tratar de esto con uno de los jefes araucanos que se adelantaría solo hasta un sitio neutro. Creyeron que la oferta era sincera, y el P. Rosales salió sin hacerse de rogar. Chicaguala se presentó por su lado , y entraron en ne- gociación ; pero el jesuíta era demasiado fino para no penetrar desde luego las malas intenciones del Arau- cano, aunque supo disimular, y se mantuvo hasta que pudo, sin dar la menor seña de recelo, y sin dejar de hablar como convencido de la sinceridad de su adver- sario, acercarse á la plaza y escaparse. Sin embargo, el trecho que tenia que correr era bastante largo y Chi- caguala dio la señal para que saliese una fuerte embos- cada que tenia en asechanza. Salieron los emboscados , y persiguieron al P. Rosales con la esperanza de apo- derarse de él ó de poder entrar con él en la plaza , no dando tiempo á que cerrasen la puerta que ya le habían abierto. Pero les salió errado el cálculo. El jesuíta entró , la puerta se cerró , y en el ataque que dieron , ciegos y furiosos, ala plaza, perdieron muchísimos combatientes y entre ellos á diez caciques, de los cuales uno fué Col- pinahuel. En venganza, trajeron al capitán Ponce de León á vista de la plaza , y en presencia de los Españoles , le dieron una muerte cruel. Sin embargo, aun volvieron á probar fortuna em- pleando otros ardides. Un día , don Fernando de Bas- ■I 156 HISTORIA DE CHILE. cuñan, — hijo del Feliz cautivo,— que se hallaba en la plaza, recibió un aviso secreto de que su padre habia encargado un mensajero fiel á toda prueba , de ir á sa- carle á él y á los dos misioneros para llevarlos en salvo a la Concepción, y también al capitán Aguiar, que mandaba la plaza, si quería salvarse con ellos. Esta añadidura descubrió patentemente al joven Bascuñan la trama grosera del mensaje , aunque ya suponía él que nunca su padre le habría propuesto el salvarse solo con los jesuítas ; pero al ver comprendido en la proposición al mismo jefe de la defensa, conoció claramente que se trataba de una sorpresa. En consecuencia, meditaron el aprovecharse de esta certeza y cojer en su propia red al intrigante. Este era el cacique Inakeupú , conocido efec- tivamente por ser muy afecto á Bascuñan , y, á su vez , recibió respuesta secreta de que cuando lo juzgase opor- tuno, se acercase , y que á una señal, saldrían Bascuñan y los misioneros para entregarse en sus manos. Sin duda Inakeupú no tenia gran fe él mismo en su propio estratajema, y le pareció que habia producido efecto con demasiada facilidad ; porque en el dia señalado, le repugnó el acercarse y encargó á su hermano Aylla- curiche y al cacique Neculantú(l) fuesen en su lugar, en atención á que él tenia que quedarse emboscado con los seis mil hombres destinados á operar una sorpresa. Fueron Ayílacuriche y Neculantú , y probablemente tenían algún recelo también, puesto que no se acercaron bastante para que la estacada en forma de trampa ó puente levadizo, preparada por los sitiados para cojerlos (1) Estos nombres propios y otras particularidades de estos detalles no dejan la menor duda de que son ciertos. Sobre todo son cosas muy naturales y parte de la estratejía de los Indios. U CAPÍTULO XIX. 157 entre la puerta y el rebellín, los cojiese. En vista de este resultado , Inakeupú se retiró con su emboscada. Por fin , los Indios de la Imperial , dándose por amigos con tantos mas visos de verdad cuanto habia entre ellos muchos de los proveedores nocturnos de la plaza de Boroa , dieron noticia á los sitiados de que el ejército español acababa de experimentar una completa derrota, y habia vuelto á la Concepción en deplorable estado ; de suerte que no tenian para que conservar esperanzas de ser socorridos , y que si querian fiarse á ellos y á su pa- labra, único medio de evitar el caer entre las manos de sus crueles enemigos , estaban muy prontos á ir á sacarlos de la plaza. Al mismo tiempo que los sitiados de Boroa recibían esta proposición de los de la Imperial , les llegaba otra semejante de Lebuepillan , jefe de los de Angol. Este se adelantó á mas , y fué con ochocientos hombres de ca- ballería, — que dejó fuera de la vista de la plaza, — y envió un parlamento al comandante Aguiar proponién- dole que se fiase á él , y no á los de la Imperial , y que le daba su palabra de conducir sanos y salvos á la Concep- ción á todos los Españoles que se hallaban en la plaza. Aguiar recibió con muestra de contento uno y otro mensaje, á los cuales respondió aceptando y diciendo que viniesen. Los de la Imperial no lo tuvieron por conve- niente , puesto que no parecieron ; pero Lebuepillan cayó en la trampa que él mismo habia sujerido armar. En el rebellín , estaban puestos en batería los dos cañones de á ocho cargados á metralla. Los tiradores tenian escon- didos pero á mano sus mosquetes. Al dia siguiente del mensaje se acercó Lebuepillan con sutenieneGuayquilab y doscientos hombres , los cuales llegaron á la boca de 158 HISTORIA DE CHILE, los cañones cubiertos de un techo de yerba, é invisibles, y cuando Aguiar lo juzgó oportuno dio la señal, y la metralla y los mosquetes hicieron una carnicería espan- tosa en los Indios , de los cuales setenta cayeron muertos con dos jefes. Desde aquel día , cesaron los estratajemas. Estos relatos , que los mas de los sitiados de Boroa hacían en la Concepción, eran mas gustosos en boca del jesuíta Rosales , y á él se refiere la precedente nar- ración. CAPITULO XX. Va el gobernador á Santiago.— Su reconocimienio por el cabildo y la real Audiencia.— Su regreso á la Concepción.— Deserción de un soldado mes- tizo, su causa y sus resultados.— Este soldado, llamado Alexos, bate á los Españoles en Palomares. — Alexos retrocede para ir á reforzarse.— Vuelve á pasar la frontera y los bate segunda vez en Loncuen , con muerte del jefe español. ( 1656—1657.) El gobernador Casanate, como se ve, habia empezado felizmente su gobierno. La opinión jeneral le era muy favorable y todos tenían esperanza en él. Sus intenciones eran buenas , y sus conocimientos muy suficientes ; pero las cosas de Chile eran tan diferentes de las cosas de otras partes , que no habia imajinacion capaz de prever los eventos , azares é incidentes inesperados que , cuando menos se pensaba, surjian de causas las mas despreciables. Pero no anticipemos. Con el buen éxito , Portel se sintió animado y bien inspirado. Tan pronto como vio á los valientes de Boroa redimidos y salvos en la Concepción , dio orden para que fuesen repobladas algunas plazas , — no quince , como algunos escritores han dicho , porque habría sido un absurdo disparate, —sino algunas : Buena Esperanza, Talcamavida (1), y el poblar mas, á pesar de algunos escritores, habría sido excesivo, en atención á que los Araucanos tenían incontestablemente la iniciativa hostil, y que las fuerzas distraídas del ejército para guarnecer tantas plazas, habrían hecho mucha falta. Al mismo (i) Solas nombradas por Figueroa. _^a 160 HISTORIA DE CHILE. tiempo , tomó muy buenas providencias económicas conducentes al fomento de estancias de ganados y de caballos; de fábricas y aun de la agricultura. Hecho esto , pensó en ir á darse á reconocer en la capital por el cabildo y la real Audiencia. Se partió en efecto, se halló en Maipu con la diputación enviada á su encuentro, y el inevitable caballo nuevo, así como le estaba prepa- rado un flamante dosel para su recibo en Santiago. Es preciso confesar que estos aprestos , tan costosos como periódicos (porque se hacían para los gobernadores in- terinos lo mismo que para los titulares) , si acusaban ostentación de parte de los capitulares, era una noble ostentación , con la cual se complicaba un mundo de urbanidad caballeresca que daba una alta opinión de ellos. Enfin , el 13 de mayo , fué reconocido el almirante Portel Gasanate por gobernador interino del reino y presidente de su real Audiencia. Allí permaneció hasta el 3 de octubre que salió tan apresuradamente para la frontera , que el dia 10 llegó á Ghimbarongo , y el 30 á la Concepción. Mes y medio después de su salida de Santiago, hubo en esta capital (1) un acontecimiento escandaloso , sin duda , pero despre- ciable , y que , noobstante , tuvo deplorables consecuen- cias. Helo aquí. Habia entre los arcabuceros un mestizo , llamado Alexos (2), extremado en valentía y destreza , calidades (1) « Terrible fué el suceso sucedido en la ciudad de Santiago», dice Pérez- García.— « En 19 de diciembre 1656 , entre las 10 y las 11 del dia, ha sucedido en esta ciudad uno de los mayores escándalos y alborotos que se hayan oido en la cristiandad. » Libro del cabildo, n° 15.— Por consiguiente , Carvallo ha es- tado mal informado dando á entender que el acontecimiento de que se trata ha sucedido en la Concepción, y atribuyéndolo á la ausencia del gobernador. (2) Único nombre que le dan todos ¡os escritores, sin ningún apellido. CAPITULO XX. 161 que ninguno se atrevía á disputarle y que le hacían res- petar de todos sus compañeros. Entre sus amigos , que eran muchos , había probablemente algunos aduladores , ó tal vez sinceros entusiastas de su mérito , que le pu- sieron en la cabeza que un hombre como él no debia permanecer de simple soldado , y que era una injusticia el no ascenderle á oficial. Alexos, que estaba, y con bastante razón como se verá luego , suficientemente pe- netrado de su propia importancia , empezó á cavilar y concluyó pidiendo ascenso de alférez de caballería. Bien que fuese apreciado como un excelente soldado, suins- tancia no fué atendida y solo obtuvo una decente re- compensa del gobernador, recompensa que, en honra suya, debemos de decir dejó su amor propio satisfecho. Pero muy pronto recayó en sus funestas cavilaciones , gracias á pérfidas reflexiones que le hacían diciéndole que si , en lugar de ser mestizo , fuese enteramente Español , ya habia mucho tiempo le hubiesen nombrado oficial , y que visto estaba que por la causa dicha nunca lo seria. « Puesto que es así , — concluyó Alexos, — que no soy- Español y sí Indio, me voy con los mios. Quizá me sabrán apreciar mejor. » Y en efecto , pasó con arma y bagaje á los Araucanos, los cuales le recibieron á brazos abiertos , en términos que Clentarú le nombró su vicetoquí por muerte de Chi- caguala , y muy luego ascendió á toqui jeneral , por fallecimiento del mismo Clentarú. Afín de mostrarse digno de este honor, y tal vez de satisfacer su resenti- miento, Alexos propuso nada menos que marchar sobre la Concepción , y de hecho se puso en movimiento con una columna lijera de tres ó cuatrocientos caballos. El 111. Historia. 11 162 HISTORIA DE CHILE. capitán don Juan de Zuñiga (1), que mandaba el fuerte de Nuestra Señora de Ale , tuvo aviso de este movimiento y salió con un destacamento que le pareció suficiente al encuentro del enemigo. Los Araucunos y los Españoles se avistaron en Budeuco, en el valle de Palomares. Alexos varió de dirección al punto y tomó posición en una altura bastante rápida. Zuñiga , en lugar de hacer un pequeño rodeo , acometió por el repecho que tenia que subir para llegar al enemigo el cual se mantuvo in- móbil y le dejó subir hasta la mitad de la cuesta , y en- tonces , se arrojó como un torrente sobre los Españoles , los arrolló y pasó á cuchillo todos los que no pudieron salvarse. Zuñiga fué herido al mismo tiempo que su caballo y cayó. Yiendo pasar junto á él su teniente bien mon- tado , le rogó le pusiese en ancas del suyo ; pero dicho oficial , que tenia resentimientos contra su capitán , le dejó en manos de los Araucanos, los cuales le decapi- taron (2). Alexos oyó , después de esta victoria , que marchaban fuerzas superiores contra él, y tuvo un consejo con su vicetoqui Mizque , y los capitanes Ynacillo Calicheuque, Rehuecan y Huenecura , los cuales , así como otros mu- chos de sus soldados , habían sido amigos de los Espa- ñoles y eran ahora sus mas crueles enemigos. De este consejo resultó que regresaron para ir á reforzarse, y muy pronto volvieron á pasar el Biobio con mil hombres. Entre tanto , el gobernador tenia en la Concepción un (1) Los manuscritos dicen Zuñiga. (2) Este episodio solo se vé en Carvallo ; pero lo apoya con una nota, di- ciendo que el desdichado Zuñiga era de Santiago, y que su viuda, doña Petro- nila de Mier, le sobrevivió setenta años. En cuanto al hecho , lo atestiguó un Indio yanacona, allí presente. CAPÍTULO XX, 163 buen refuerzo que le había llegado á Valparaíso en- viado por el virey , mientras se hallaba en Santiago (1) , y ya no carecía de tropas; pero como el parte que reci- bió de la nueva irrupción de Alexos no le atribuía mas que mil hombres , se contentó Gasanate con mandar sa- liese un capitán con la fuerza que le pareciese suficiente á rechazarlo. En virtud de esta orden salió de la plaza de Buena- Esperanza el sarjento mayor Don Bartolomé Gómez Bravo con doscientos ochenta Españoles y algu- nos auxiliares de San Cristóval , que servían con sueldo en el ejército. Marchó Bravo toda la mañana hasta me- dio dia sin haber avistado enemigos, y siendo excesivo el calor, mandó hacer alto al borde de un barranco para dar descanso á los soldados y á sus caballos. No había mucho tiempo que estaban allí cuando, súbita- mente, las centinelas avanzadas dieron la señal de alerta. Venían enemigos, en efecto, pero en corto nú- mero, una fuerte descubierta. El jefe español mandó formar con calma y se puso á observarlos. Mientras tanto, un Indio de San Cristóval, llamado Bernabel, se ade- lantó solo haciendo seña de que no habia que darse por entendido, y pareció descender al fondo de la quebrada. A la parte opuesta, vieron los Españoles otro Indio que hacia absolutamente la misma maniobra, y no sabiendo lo que podría ser, esperaron á ver en qué paraba. Es pues el caso que el que llegaba del lado de los enemigos era un Indio llamado Guentecura, el cual habia perte- dado ÍZL^r™ PnSÍWe ^ Perez-García »8*>rase este hecho , no hemos dado crédito a Carvallo, según el cual, el gobernador fué de Santiago á la Concepción con los seiscientos hombres que componían este refuerzo, llevando en su compañía a Don Dionisio Cimbrón , nuevo obispo de la capital de la fron- tera, por muerte del ilustrísimo Don Diego de Zambrano; y á la mas florida juventud de Santiago , que quiso ir á batirse bajo su mando. m HISTORIA DE CHILE. necido á ana encomienda (1) , y bien que se hubiese vuelto á los suyos, no había perdido enteramente el afecto á sus antiguos amos, y en prueba de ello, se expuso para dar aviso de que las fuerzas araucanas eran mas de mil y de los mas aguerridos combatientes ; que por lo tanto, el sarjen to mayor haría bien en no esperarlos. En la conversación muy corta que Guentecura tuvo con Bernabel, le preguntó este porque habia desertado, puesto que tenia apego á los Españoles. — « Porque me habían llevado á mi mujer, respondió Guentecura, y no podia vivir sin ella. Pero no pierdo la esperanza de volver. » Se separaron los dos leales , y Bernabel comunicó el aviso al sarjento mayor que desgraciadamente lo des- preció mandando marchar al encuentro de los enemigos, no obstante algunas reflexiones que oficiales experimen- tados le hicieron. Tenia Bravo, — según decían, — cier- tos motivos para aprovechar la primera ocasión que se presentase de mostrarse arrojado ; y así respondió : « Antes daré cien pasos para morir , que uno solo para huir de la muerte. » En efecto, se pusieron en movi- miento, y muy luego oyeron los clarines españoles, pí- fanos y cornetas de que se servían los Araucanos. A poco trecho después, los descubrieron avanzando en buen orden , formados en dos columnas en masa con distancia entre ellas llevando á su frente al valiente Alexos , su toqui, ñero y erguido de mandarlos, y tal vez con la certeza de la victoria. Su aspecto era tan intrépido é im- ponente, que algunos individuos españoles volvieron las espaldas. El sarjento mayor mandó fuesen perseguidos y arcabuceados incontinenti , y así se ejecutó. (1) Cuyo encomendero era don Juan de Montesinos.— Figueroa. CAPITULO XX. 165 En esto, ya se veían las caras á los Araucanos. Bravo pidió al capellán echase la bendición , alentándole , por- que el pobre sacerdote no acertaba á llenar su minis- terio, de turbado y atemorizado que estaba con la fiera presencia de los Araucanos. El sarjento mayor , á pesar de su valiente determinación, no se disimulaba que no podia menos de estrellarse contra fuerzas tan superiores, si no tenia en su favor alguna otra ventaja, y tomó po- sición en una alturita de suave declivio , con la espalda guardada por un pantano , pero que no ofrecía bastante superficie para desplegar y hacer movimientos que po- dían ser necesarios, sin exponerse á algún desorden. Alexos sonrió con desden , se volvió á los suyos que des- plegaron por la mas sencilla maniobra en semicírculo , y arrancó con tal ímpetu, que los Españoles pudieron á penas resistir al choque. En el corto espacio que ocupa- ban no tenían bastante libertad de movimiento , y des- pués de la primera descarga, al servirse de las picas, no podían manejarlas ; al paso que los enemigos se servían de las suyas con muchísima ventaja. En medio del tumulto de este fiero combate, una voz gritó que el sarjento mayor había muerto (1). Era muy cierto; pero noobstante, un teniente, — Don Jerónimo de Campos,— lo desmintió dando una cuchillada al que había gritado , y la lucha continuó. Viendo que la saña con que peleaban hacia perder el tino á los suyos, el sagaz Alexos mandó un movimiento retrogrado, pero para tomar (1) El sarjento mayor don Bartolomé Gómez Bravo, muerto en esta acción, fué tan hollado por los pies de los caballos, y quedó tan desfigurado que su cuerpo no fué reconocido sino á duras penas. Estaba avecindado en la Con- cepción , y casado con doña Gregoria de Fontalba , de una de las principales familias; pero no dejó descendientes. Era hombre muy instruido y del mas amable trato , con otras prendas muy recomendables.— Figueroa. 166 HISTORIA DE CHILE. aliento y volver á la carga. Era aquel dia uno de los mas ardorosos , y la hora, una de las mas abrasadoras, y esta reflexión le sujirió al jefe mestizo una idea tan diabólica como aguda. Tiendo que la yerba crecida de la loma y de todo el campo estaba torrada por los ardores del estío, mandó pegarle fuego por diversas partes, y la que se halló sometida al influjo del viento envolvió á los Espa- ñoles en una nube espesa de humo. Al verla venir , estos últimos, ya casi batidos y exánimes, se encomendaron á Dios, y esperaron resignados la consecuencia inme- diata , que era infalible. Los Araucanos , en efecto , qui- sieron aprovecharse de este velo para arrojarse sobre ellos sin ser vistos ; pero el humo , verdadero humo de paja , se disipó á tiempo para que los Españoles viesen venir sus golpes y los parasen en cuanto les era posible; y este nuevo empeño, — cosa increible,— aun duró una hora. Segunda vez retrocedieron los Araucanos para renovar la acción. En aquel instante, ya los Españoles no podían pro- meterse el resistir á un tercer ataque. Las carabinas y mosquetes se habían perdido, y muchas picas se habían roto, de suerte que no les quedaban mas armas que las espadas , arma demasiado corta para que pu- diese servirles contra las largas lanzas de los Araucanos. Si, pues, estos les deban un tercer asalto, podían con- tarse por perdidos. Pero por fortuna, ignoraban sus enemigos el extremo á que se hallaban reducidos, y por la resistencia que acababan de experimentar, no podían menos de pensar que la prolongarían. Esto y las pérdi- das bastante considerables que habia tenido Alexos en las dos precedentes peleas, á las que se podían añadir los heridos y el cansancio de los caballos , representado CAPITULO XX. 167 por Huenecura y Rehuecan, le persuadieron que se podía retirar honrosamente , puesto que no se le podia contestar la victoria, y lo ejecutó altaneramente al son belicoso de los clarines. En esta reñida acción , perdieron los Españoles , ade- mas del sarjento mayor, al capellán ( jovencito que habia celebrado misa nueva justamente la víspera del dia en que salió de la plaza con esta expedición) ; á los capi- tanes Juan de la Cruz , Portugués , y Juan de Medina ; al cirujano , y cuarenta y ocho hombres mas. El parte de este hecho militar voló á la Concepción. El gobernador determinó castigar sin misericordia á los agresores, y para eso, destacó á don Alonso Gómez Hi- dalgo con suficientes fuerzas. Pero otros asuntos impor- tantes reclaman la atención de los lectores y los distrae- rán de las congojosas sensaciones que causan los desastres de la guerra. 1 CAPITULO XXI Caso extraño sucedido en Santiago.— El provincial de San Francisco pretende que las monjas de Santa Clara deben estar bajo su jurisdicción Las mon- jas sostienen que pertenecen á la del obispo.— Litijio.— Sentencia en favor de las monjas. — Apelación, y sentencia en favor del provincial.— Notifica- ción.— Protesta.— Cercan las' tropas el convento.— Quieren huir las mon- jas y la tropa las detiene. — Acude la Audiencia y le niegan la entrada en el convento. — Llega el ayuntamiento y le sucede lo mismo. — Conflicto entre el pueblo y la tropa.— Huyen las monjas.— El ayuntamiento injusta- mente acusado de haber sido causante de la tropelía.— Dignidad del cabildo. — Orden del virey para que las monjas se restituyan á su convento.— Obe- decen y apelan á Roma. - Sentencia final en su favor. ( 1657.) La batalla del capítulo que precede fué reputada ocom una victoria , y en este sentido la comunicó el goberna- dor al cabildo de Santiago , el cual la transmitió bajo el mismo aspecto al virey. Pero aunque realmente esta su- puesta victoria hubiese sido menos sofística, el año se presentaba aciago para todo el reino. Bien que el acon- tecimiento que vamos á narrar y que en verdad es muy extraño , no tenga que ver con la guerra ni con la po- lítica, aun produjo en Santiago dolorosas sensaciones que recayeron esencialmente sobre el ilustrísimo ca- bildo , altamente digno de respeto y de los mayores mi- ramientos (1). Habia habido bajo el gobierno de Acuña, hallándose vacante la mitra de Santiago, una cuestión que casi se (1) Carvallo, que solo relata este hecho, produce piezas auténticas, y dice que solo lo menciona por rectificar ciertas particularidades con que lo ha nar- rado el jesuíta Rosales. CAPITULO XXI. 169 podría llamar de arreglo de familia, entre la abadesa de las monjas de Santa Clara, — que los lectores se acorda- rán sin duda eran las antiguas clarisas de Osorno , — y el provincial de la orden de San Francisco. Fundado el convento de estas relijiosas por algunas señoras de dicha última ciudad, habían sido reducidas á clau- sura , como queda dicho á su tiempo , por el obispo , y desde aquel instante habían pertenecido á su jurisdicción. No obstante, el provincial de franciscanos, fundándose en que el obispo Pérez de Espinosa al abandonar su obispado , le había delegado esta supremacía , pretendía mantenerla , y la abadesa de Santa Clara se negaba á reconocerla. Tal fué el oríjen de un ruidoso litigio en el cual fueron nombrados por jueces arbitros Fr. Dioni- sio Cimbrón, obispo de la Concepción, que se hallaba en Santiago, y el presbítero don Alonso de Córdova , los cuales sentenciaron á favor de la abadesa de clarisas. Poco satisfecho con esta sentencia, el relijioso pre- lado apeló al tribunal eclesiástico metropolitano de Lima, y allí ganó su causa obteniendo del virey una declaración de su derecho y del de sus sucesores , con una provisión para que la real Audiencia de Chile le pusiese en posesión de la prerogativa que era el objeto del litijio. El tribu- nal de Santiago comisionó para ello á uno de sus miem- bros^), el cual, para ejecutarlo, mandó cercar el con- vento de Santa Clara por tres compañías de milicianos , mandados por un maestre de campo (2). Amedrentadas á la vista de tan formidable aparato , las monjas abren las puertas, y el provincial (3), en persona, entra en el (1) Don Pedro de Azaña. (2) Don Antonio Calero. (3) Fray Alonso Cordero. 170 HISTORIA DE CHILE. convento con todos sus relijiosos. La campana llama las monjas á capítulo, y hallándose reunidas, se les no- tifica la sentencia de Lima y la provisión del virey. Las clarisas protestan contra la violencia que les hacen , y pretenden recurrir al consejo de Indias, á Roma y á todos los tribunales del mundo, antes que reconocer la usurpación del prelado franciscano. Atónitos de tal resistencia, este y el oidor encargado de la notificación amonestaron, primero, á las monjas, y viéndolas firmes en su propósito , las amenazaron con tan poco miramiento que casi rayaba en insulto. Las esposas de Jesucristo, atemorizadas con las terribles amenazas que les hacían , amenazas que á la vista de la tropa creyeron se iban á ejecutar, se entregaron á una fuga desordenada, unas por un claustro, otras por otro, y todas dirijiéndose á las puertas de su santa casa para dejarla toda entera á la disposición del provincial. Los milicianos , que descansaban sobre las armas , se ponen alerta oyendo tan tremendo estrépito , y se forman prontos á resistir, hasta que viendo á las monjas que querían huir á bandadas , por no hacerles mal detenién- dolas con las armas , las contuvieron con las manos (1) , y esto lo ejecutaron con tales miramientos, — por mas que digan ciertos escritores , — que muchas se escapa- ron. El hecho, racionalmente narrado, es ya bastante deplorable para que sea superfluo el afearlo con suposi- ciones infundadas, y desmentidas por las consecuencias inmediatas. Al punto en que la noticia de este acontecimiento se (1) Esta es la verdad que cualesquiera cabeza juiciosa comprende , en lugar de suponer gratuitamente que los infelices milicianos ,— que no hacían mas que obedecer,— pusieron las manos en ellas para ultrajarlas. CAPITULO XXI. 171 esparció por la ciudad , los padres, hermanos y parientes de las monjas corrieron á producir sus quejas en la Au- diencia , que justamente se hallaba en su estrado , y salió en cuerpo para ir á poner término á tan fatal escándalo. Llegaron los majistrados al convento de Santa Clara con el aparato imponente que correspondía á su superior au- toridad ; pero al entrar, fueron detenidos por el jefe que mandaba la tropa, el cual les representó que tales eran las órdenes que tenia. En vista de este inesperado obs- táculo, el tribunal envió incontinenti á un escribano de cámara á intimar al doctor Azaña suspendiese la ejecu- ción del mandato que le habían dado ; pero no fué obe- decido. Muy luego después de la llegada de la Audiencia al teatro del desorden, se presentó en él el ayunta- miento de Santiago, precedido de su correjidor (1) , de sus alcaldes ordinarios (2), y de una gran parte del pue- blo , ya en tropel y tumulto ; mas el comandante de las milicias no le permitió tampoco entrar. El correjidor le hizo responsable de las consecuencias , pidiendo favor al rey, mas en vano , y viendo al pueblo , ya amotinado en un verdadero estado de exaltación, arrojarse para forzar la entrada, mandó á sus soldados hacer fuego. Al oír la explosión de las armas, las monjas que no habían podido huir al principio , lo consiguieron esta vez á favor del conflicto entre la tropa y el pueblo , y se re- fujiaron en el convento de la Concepción. El oidor en- cargado de la comisión acusó al ayuntamiento de haber sido el causante de aquella tropelía; mas el ayunta- miento le oyó con dignidad sin dar respuesta alguna á este desleal subterfujio , y se limitó á ordenar una ins- (1) Don José de Morales y Negrete. (2) Don Valentín Fernández de Córdova , y don Martin de Urquiza. 172 HISTORIA DE CHILE. tracción del hecho , del cual el tribunal mismo , que se hallaba allí presente , había sido testigo. El juez ecle- siástico mandó por su parte formar causa á todos los acusados de ultraje á las vírjenes de Jesucristo , y los declaró descomulgados. Luego que el virey recibió , de diferentes partes , in- formes de este malhadado acontecimiento , envió nueva provisión á la abadesa de Nuestra Señora de la Concep- ción de Santiago para que despidiese á las clarisas; y á estas para que se restituyesen á su convento , con libertad de recurrir á donde quisiesen ; y manteniendo , de ínterin , al provincial de San Francisco en su prero- gativa. Forzoso les fué á las monjas de Santa Clara obe- decer, y obedecieron; pero recurrieron á la Curia Ro- mana, cuya sentencia (1) fué que nunca las monjas de Santa Clara habían podido , ni debían depender del pro- vincial de la orden de San Francisco sino del obispo , y que en consecuencia mandaba S. S. (2) permaneciesen bajo la jurisdicción del ordinario. Continuando los malos presajios con que se presentó aquel año , el 15 de marzo, entre las ocho y nueve de la mañana , hubo un nuevo terremoto mas largo que el del 13 de mayo de 1647. Apenas, por decirlo así, se hallaba concluida la reedificación de la catedral , cuando, al costado del poniente , los arcos cedieron , y desplo- mándose por aquella parte el edificio , causó ruinas en otros y en las casas inmediatas nuevamente cons- truidas. El estrago que hizo en la Concepción este temblor fué mucho mayor, porque la mar, que subió desmesurada- (1) 12 de febrero 1661. (2) Alejandro VII. CAPITULO XXI. 173 mente, invadió la ciudad por tres veces y ia asoló en- teramente. Sin embargo , solo cuatro personas perecie- ron , y hé aqui el motivo á que se atribuyó esta circuns- tancia feliz. Un pobre jornalero portugués habia enviado en aquella mañana muy temprano , aun hijo suyo (1) al monte á buscar leña, y el mozo al regreso , llevando un hacecito en hombros, habia encontrado un anciano venerable vestido con un ropaje largo y morado , el cual le pre- guntó si era de la Concepción. — Sí soy , respondió el muchacho. — Pues corre , replicó el personaje , y haz que se sepa en la ciudad de que muy luego , en esta misma mañana , habrá un formidable temblor de tierra que la arruinará, para que sus vecinos salgan á po- nerse en salvo en el campo sin perder tiempo en querer salvar sus haberes y ajuares. Volvió Abrantes a la ciudad , y antes de llegar á casa de su padre dijo a cuantos encontró en su camino lo que le acababa de suceder en el monte. Este ruido se esparció como un relámpago, y, si halló algunos incré- dulos, felizmente fueron pocos, y la mayor parte de los vecinos se apresuraron á huir de la calamidad de que se veian amenazados. Yiendo la ciudad conmovida, el gobernador y el obispo llamaron , cada uno por su lado , al mozo para informarse del hecho , y este confirmó lo que todos decian , causándoles grande sorpresa , porque hablaba con tanto seso y reposo que no daba lugar á que se creyese que estaba falto de juicio. Sin embargo, su padre , hombre maduro y razonable , pensó que su hijo habia tenido alguna visión infundida por algún vano (1) Manuel Brames, ó, sin duda alguna, Ábranles. 17/i HISTORIA DE CHILE. temor, y para que no volviese atener semejantes visiones, levantó el azote para castigarle ; pero al descargar el golpe, experimentó un temblor que se lo quitó de lá mano (1). (1) Figueroa asegura haber oido esta particularidad en la plaza de Arauco, de la boca misma de una de las personas á quien el mozo había dado el aviso para que huyese. CAPITULO XXII. Audacia de los Araucanos.— Represión de sus agresiones.— Ejecuciones.— Represalias.— Alexos y sus empresas.— Repoblación de Conuco, excursión á la isla de la Laja.— Ventajas.— Campaña feliz en Puren.— Vuelve Alexos á pasar el Riobio y marcha sobre Conuco. — Sorprende dos centinelas y los ahorca.— Encuentro del capitán Cajero de Conuco con las tropas de Alexos. — Batalla.— Son batidos los Españoles.— Otros detalles de aquella campaña. — El cabildo de Santiago pide socorro al virey. — Llega este socorro á la Concepción.— Viéndose reforzado , toma el gobernador la ofensiva.— Bri- llante campaña.— Muerte de Alexos. (1657—1661.) El mismo dia en que se esperimentó el terremoto, llegó por consuelo á Santiago la noticia, traída por algunos cautivos españoles escapados de las tierras arau- canas, de que los naturales se reunían en asambleas para ir á juntarse con los Indios de paz y dar un golpe formidable á los Españoles. Esta nueva causó mas es- panto que el temblor, y el cabildo de Santiago mandó marchar inmediatamente cien hombres á vijilar el paso del Maule. La Audiencia, aun mas alarmada que el ayuntamiento, era de parecer que en dicho paso se cons- truyesen fortificaciones con un recinto para que sirviese de punto de reunión y de acojida á los Españoles dispersos y descamados ; pero los animosos capitulares no lo juzga- ron necesario , y persistieron en que bastaba se custo- diase bien aquel punto , sin oponerse á que se poblase otro que el gobernador elijiese, sin necesidad de darle el nombre de ciudad ó villa ni otro alguno. Por el lado de la Concepción , el caso era ó hubiera 176 HISTORIA DE CHILE. sido, por mejor decir, mas apurado, si el gobernador no hubiese tenido fuerzas disponibles para marchar al encuentro de los enemigos , cuya audacia no guardaba límites , pues ya se aventuraban á ir á infestar los cami- nos , y cometer atrocidades en las inmediaciones de la capital de la frontera. En vista de esto, Casanate, que sabia que los montes espesos eran guaridas muy seguras para los Araucanos en las derrotas, mandó salir á don Alonso Gómez Hidalgo con una fuerte columna , y orden de incendiarlos para despejar y desalojar á los saltea- dores. El expediente produjo un excelente resultado , por de pronto , pues el capitán de caballería, — que era también intérprete jeneral , — don Tomas de Soto , á la cabeza de una de las columnas volantes en que dividió sus fuerzas Gómez Hidalgo , cojió á cinco Araucanos que fueron colgados, así como algunos otros que tuvieron por otros lados la misma suerte. Pero esto no los arre- dró , y lejos de mostrarse amedrentados, hicieron repre- salias en esta ocasión , quitando la vida á tres Españoles. Era admirable el arrojo de aquellos Araucanos , que , en partidas lijeras , se alejaban centenares de leguas de los suyos y de todo socorro , sin base de operaciones y sin esperanza de refuerzo. Era una temeridad que real- mente parece fabulosa. El mestizo Alexos se habia acre- ditado tanto con la victoria de Budeuco , que todos se apresuraban á servir bajo su mando. Viéndose á la ca- beza de mil combatientes experimentados , los organizó en dos batallones de cinco compañías cada uno con sus capitanes y subalternos, enteramente como lo hacían todas las naciones militares. Sin embargo , el gobernador habia enviado , por di- ciembre del año anterior, á don Martin de Erizar, bi- CAPÍTULO XXII. 177 zarro oficial , á repoblar San Fabián de Conuco y recorrer la isla de la Laja; y, por otro lado, había dado orden á don Ignacio de la Carrera para que fuese á in- quietar sin descanso á los Indios de Arauco y Tucapel, los mas terribles guerreros entre todos ellos. Erizar cumplió con su encargo de poblar á Conuco, y luego después, prosiguiendo en la ejecución de las ór- denes que tenia, encontró un dia al amanecer á los ene- migos sobre el vado de Tarpellada,~en la Laja, -tan descuidados, que los batió muy á su salvo, y volvió con algunos prisioneros á Conuco. En cuanto á don Ignacio de la Carrera, este tenia que habérselas con enemigos mas temibles; pero noobstante se internó hasta Puren, hizo todo el mal que pudo en Arauco y Tucapel hasta Ilicura, y aun dio muerte á un Llancapilqui, caudillo afamado. Por fin, habiendo reci- bido aviso de que un cuerpo de Araucanos estaba atrin- cherado en el distrito de Panguerrehue , los fué á desalojar y lo consiguió , pasando muchos á cuchillo, y forzando á los demás á refujiarse á los montes. Después de lo cual dio la campaña por concluida, viendo entrar el mes de marzo, y regresó á la Concepción. Volviendo al intrépido desertor Alexos, este pasó el Biobio con sus dos batallones perfectamente organizados Y disciplinados, y tuvo la osadía de marchar sobre Co- nuco en donde estaban los Españoles tan lejanos de pen- sar en él, que halló dos centinelas avanzadas dormidas con entero descuido. Advirtiendo con su infalible saga- cidad que podía sacar un gran partido de estos dos sol- dados, se contentó por de pronto , con hacerlos prisione- ros y supo efectivamente por ellos que un capitán, Don Pedro Gallegos, había salido de la plaza con trescientos 111. Historia. a^ 178 HISTORIA DE CHILE. hombres para ir á cobrar el pré á la Tesorería, y que muy pronto debia estar de vuelta. Satisfecho con estas señas , el jefe araucano mandó colgar á los dos soldados españoles, ypareciéndole que le seria mas provechoso el marchar al encuentro del capitán cajero á su regreso de la Concepción , que el perder tiempo delante de la plaza, le fué a buscar. Muy luego, en efecto, regresó Gallegos, que marchaba con pocas precauciones militares y pocos soldados, de- jando cerca de doscientos detrás. Habiendo llegado asi al molino del Ciego , que en aquel tiempo era una casa fuerte llamada de San Rafael , á la orilla de un arroyo , y bastante próxima á Conuco , supo que habia enemi- gos no lejos de allí , y esperó aquella noche que se le fuesen incorporando sus soldados» Al dia siguiente, viéndose con unos doscientos , continuó su marcha con menos cuidado de encontrar á los Araucanos, y este encuentro , ya previsto , se verificó muy luego ; porque no habia andado mucho cuando sus descubiertas le dieron parte de haberíos avistado con una fuerza numé- rica muy superior á la de los Españoles. Gallegos se aseguró por sí mismo de la verdad , y no pudiendo pro- meterse ventaja alguna con sus cortas fuerzas , tomó po- sición en una loma defendida por el frente con dos profundas zanjas, y por la espalda, por un bosque. Para mayor abundamiento, pidió en alta voz á sus solda- dos uno que se arriesgase á pasar voluntariamente por medio de los enemigos , para ir á decir á sus compañe- ros que retrocediesen ; y al gobernador, que le enviase socorro. Oyendo esto, salió al frente uno (1), se puso á ca- (1) Juan Fernandez Astudilio. CAPÍTULO XXII. 179 bafioen el del teniente de su compañía, sacó la es- pada y arremetió con tanto arranque por medio de los enemigos, que estos, muy lejanos de pensar en se- mejante locura, no supieron ó no pudieron hacer mas que abrirle paso, y llegó ileso á la Concepción sin bZo^l) qUe 6l ^ ilab6r dejad° Caer SU sora" Mientras tanto, Gallegos mandó echar pié á tierra á sus soldados, y poner todos los caballos á retaguardia con los de bagajes á la entrada del bosque que tenían á la espalda, y esperó de pié firme al enemigo. Este cal- culo muy bien que la posición era fuerte y que le costaría caro el tomarla por asalto. En consecuencia, empeñó la acción .con proyectiles, y mientras se batían Españoles Y Araucanos de lejos, destacó dos compañías para que por una marcha disimulada se entrasen en el bosque v atacasen á los caballos, los cuales, no teniendo p'or donde huir, se habían de echar necesariamente sobre sus propios dueños, atrepellándolos y desordenándolos. Así sucedió. En lo mas ardoroso de la defensa, y cuando Alexos mas la irritaba amagando asalto, caen de repente mas de doscientos caballos de tropel sobre las espaldas de los Españoles y los ponen en una completa confusión precipitando á muchos en las zanjas que los defendían mientras que los Araucanos asaltan muy á su salvo la po' sicion , la toman y no dejan ni uno vivo. Nada le quedaba que hacer al victorioso Alexos mas que saquear las cajas que contenían los sueldos de la guarnición de Conuco, y así lo hizo, después de lo cual se retiro antes que le sorprendiesen mayores fuerzas. En &ZST' sesm dice Carva"0' "a sldo tan mal recompe»Md° «» 180 HISTORIA DE CHILE. efecto , no tardó en llegar el refuerzo pedido al goberna- dor por medio del valiente Astudillo ; pero solo llegó bastante á tiempo para contar los muertos entre los cuales habia dos moribundos que aun daban señas de vida. Estos eran justamente el capitán Gallegos, y otro llamado don Francisco Guirao, los cuales curaron de sus graves y numerosas heridas, lo que fué una fatalidad para el primero , puesto que apenas se halló restablecido, le procesaron y fué encerrado en un castillo en donde muy luego murió , realmente de sentimiento. El cabildo de Santiago habia mandado salir cien hom- bres para cubrir el Maule , y salieron en efecto ; pero llegaron muy tarde , y ya los Indios de la cordillera ha- bían ejecutado una excursión en aquel territorio, y arruinado algunas estancias, después de lo cual se habian retirado. Se necesitarían volúmenes para poder narrar los encuentros infinitos y episodios menores que acaecieron en aquella época, y que no son precisa- mente de cuenta de la historia. Sin embargo , merece una mención particular el siguiente porque contiene un nombre propio digno de pasar á la posteridad, y del cual hablaremos aun á su tiempo. Siendo el principal objeto de las incursiones de los Araucanos el robar caballos, se puso una particular vi- jilancia en impedírselo. Un dia, se echaron de impro- viso sobre una estancia del Maule, y lograron llevarse muchos sin que nadie pudiese oponerse á este insulto. El comandante que custodiaba aquella estancia, en- gañado par un falso rumor, que los Indios mismos con toda su astucia habian , sin duda alguna , echado por delante, habia acudido á otro punto indicado. No viendo traza de enemigos allí, regresó apresuradamente con CAPÍTULO XXII. 181 los solos treinta hombres que mandaba, imajinando la verdad del caso. Este comandante era natural de la ciudad de Santiago y se llamaba Luis de Lara, el cual desde los primeros pasos en el servicio , como simple soldado, se habia distinguido por su valor é inteligen- cia. De vuelta, pues, de su falsa alarma, apresurándose como hemos dicho, llegó á tiempo que los enemigos se retiraban con la presa que acababan de hacer, y bien que fuesen mas de ciento , los atacó con tal denuedo , que los derrotó, les quitó los caballos que se llevaban, y aun hizo algunos prisoneros. Pero todas estas ventajas parciales no impedían que en grande, los Araucanos empleaban cada día una audaz iniciativa que tenia casi acobardado á todo el reino. El paternal cabildo de Santiago apelaba continuamente al virey pintándole los diversos motivos de zozobra que surgían del estado de la guerra y pidiéndole auxilios, y el virey , que era aun Alba de Liste , le prestaba con ad- mirable celo todos cuantos podia. En el momento deque hablamos, enero de 4658, estaban todos en Santiago con el mayor cuidado porque sabían que los Indios de la ciudad conspiraban sin descanso para allanar las resistencias que podían encontrar los suyos , y unirse á ellos. En vano, habían sido ya severamente castigados algunos motores que habían sido descubiertos; estos ejemplares no habían producido efecto, y la conspira- ción era permanente, por decirlo asi. Estas noticias es- critas por el cabildo al virey Alba produjeron un resul- tado inmediato , á saber el arribo á la Concepción de un buen refuerzo, con caudales para pagar la tropa, y diez y ocho mil pesos mas para gastos extraordinarios de guerra. 182 HISTORIA DE CHILE. Viéndose así reforzado , el gobernador Portel Casa- nate , ya aburrido de tener que mantenerse en la defen- siva , pasó el Biobio para ir á castigar al mestizo deser- tor Alexos; pero no tuvo esta satisfacción porque la pro- videncia se encargó ella misma de ejecutar este castigo. Fuera de esto, el gobernador hizo una brillante cam- paña , si se ha de jusgar su importancia por los rego- cijos de Santiago , en donde , con este plausible motivo , hubo tres dias de corridas de toros. Felicitándonos de ahorrar á los lectores la repetición de hechos demasiado frecuentes para que no hayan llegado á perder algo del ínteres que merecen , pasemos á ver cual ha sido la suerte del atrevido Alexos. En el momento en que este mestizo se habia vuelto á los suyos , habia vuelto también á sus inclinaciones , á saber, la embriaguez y muchas mujeres. Mientras que el deseo de satisfacer sus resentimientos le hacia correr por montes y por valles , tan pronto avanzando , tan luego retirándose , se guardaba de lo uno y de las otras ; pero hallándose en descanso , se entregaba enteramente ásus pasiones. Entre las diversas mujeres que tenia , la pri- mera que habia escojido le amaba locamente, y con sus primeras infidelidades perdió casi enteramente la razón. Por casualidad , el primer objeto de su inconstancia tenia un afecto acendrado á su compañera desdeñada, y se manifestó tan indiferente como la otra se mostraba apasio- nada; de suerte que la una por exceso, y la otra por falta de ternura, le fastidiaron , y Alexos tomó otra nueva que supo fijar su inclinación voltaria. Desde aquel ins- tante , no solo se vieron desdeñadas las otras dos , sino también cruelmente maltratadas, en términos que la pri- mera (que habia sida hecha prisionera, ya sea como CAPITULO XXII. 183 Española ó como India amiga , punto que la historia no aclara), vio su pasión súbitamente cambiada en deseos de venganza, y su compañera le persuadió fácilmente que lo mas corto era matarlo. En efecto , las dos amigas ul- trajadas meditaron su plan , tomaron sus medidas , ocul- tando bajo el semblante de completa resignación su pro- yecto , y una noche en que Alexos se hallaba postrado por la embriaguez , le dieron fácilmente muerte ; después de lo cual se refujiaron al campo español , en donde fue- ron muy bien recibidas (1). (1) La recompensa que les dieron no anuncia que la que se hallaba entre los Araucanos prisonera fuese de mucha distinción , puesto que , por lo que dice Figueroa, dicha recompensa se redujo á señalarles sueldo y ración de soldado. CAPÍTULO XXIII. Resumen de los males del reino de Chile bajo el gobierno de Portel Casanate. — Nuevos contratiempos.— Peste en el ejército.— Pérdida de un transporte con víveres.— Tregua inesperada.— Proyecto de entrar en campaña.— Miz- que sucesor de Alexos.— Este entra en campaña , por su lado , al mismo tiempo que los Españoles por el suyo, sin saber unos de otros.— Caso raro y feliz debido á esta mutua ignorancia.— Batalla de la Laja.— Victoria por los Españoles.— Ventajas que en ella consiguieron.— Otra victoria , corolario de esta primera.— Muerte del jefe araucano. — Muerte del gobernador español. (1661—1662.) Parece cosa increíble que haya habido hombres bas- tante sufridos para resistir al encadenamiento de males que continuamente los aflijian , y sobre todo no se com- prende en donde ni de qué manera hallaban medios de soportarlos sin sucumbir mil veces. Luchando perpetua- mente con sus terribles enemigos los Araucanos , por un lado, experimentaban los Españoles, por otro, fatales consecuencias de fenómenos destructores , y consecuen- cias aun mas funestas de epidemias , pestes, plagas y de- vastaciones. El mismo dia en que la tierra se conmovía ; que Santiago, apenas restaurada, se demolía de nuevo ; que la Concepción crujía por todas partes y era invadida por él mar con jeneral ruina de todas sus casas y edifi- cios , sus habitantes morían cada dia de una epidemia de viruelas que se los llevaba numerosos y en muy poco tiempo. Los Indios, que nada arriesgaban con los terremotos , puesto que no tenían edificios , sabían que los Españoles tenían, al contrario, mucho que perder, y corrían á atacar por todas partes sus están- CAPITULO XXIII. 185 cias y potreros, aumentando sus desastres y sus an- gustias. Han debido notar los lectores que el mismo dia del último terremoto, fué un dia señalado de invasión de enemigos. Los males que causó el desertor mestizo Alexos fueron incalculables. Como no podia meditar ni prometerse una buena batalla campal, ni hallarse en todas partes á la vez , el gobernador se mantenía en la Concepción, y enviaba, según la ocurrencia, oficiales de su confianza á los puntos diversos atacados, y casi siempre estos oficiales eran batidos. Así hemos visto, pri- mero a Zuñiga , después á Bravo y en fin á Hidalgo der- rotados y muertos por Alexos. Si la acción del segundo , bien que haya sido muerto , se ha reputado como vic- toria , sin duda ha sido porque los Españoles quedaron , no con el campo de batalla, sino firmes (en apariencia, porque en realidad ya se hallaban exánimes); sino firmes, decíamos, en su posición. Si Alexos hubiera vuelto á la carga , sin duda alguna los habría acabado , y si no lo hizo fué porque Huenecura y Rehuecan , que aunque se hallaban con él eran afectos á los Españoles , como se ha visto en su lugar con respecto al primero , le disuadieron de ello bajo pretextos especiosos. Ademas de los hechos notables relatados, hubo una infinidad de detalles menores que no caen bajo la cuenta de la historia. Mientras que Alexos amenazaba la Con- cepción , Juakeupu , de la Cordillera , por sí mismo y por su segundo Cadillanca , asolaba los valles del Maule, robaba caballos, mataba á unos y se llevaba á otros cautivos á una cueva que tenia á la entrada de la Cordillera. Así desaparecian las estancias. Después del hecho referido del valiente Lara , Juakeupu se habiá 186 HISTORIA DE CHILE. internado por medio de Cauquenes hasta Chanco. El capitán Mier, enviado por el gobernador para conte- nerle , tuvo que volver muy pronto á la Concepción ba- tido y avergonzado. Por fin llegó un refuerzo de Lima , y hemos visto á Portel Casanate hacer una brillante campaña, cuyos detalles, aunque no los hayamos leido, los podemos ímajinar, poco másamenos, sin riesgo de engañarnos. El orden cronolójico de todos estos hechos ha sido el que les hemos dado ó puesto. Pero para mayor abunda- miento, vamos á fijarnos en lo mas esencial tocante á este punto con los asientos del mismo cabildo de San- tiago. En historia nunca puede haber exceso de pre- cisión y de claridad , aunque á menudo tiene que decir cosas que es completamente indiferente ignorar ó saber. En 1658, el reino se hallaba en el mayor apuro y el cabildo lo expuso al virey pidiéndole socorro, el cual llegó en el mismo año y muy pronto, puesto que el go- bernador hizo la susodicha brillante campaña en la cual consiguió tantas ventajas en globo, entre las cuales se ve expresada la mas apreciable , á saber, el rescate de veinte y tantos cautivos españoles. Lo mas particular es que el gobernador iba principalmente contra Alexos y que no se dice ni una palabra de este desertor, en este hecho. En 1659, no hubo, según el mismo cabildo, ninguna acción de guerra, si hemos de juzgar por la carta que recibió del gobernador en 6 de octubre, y en la cual el jefe militar y politíco le indica algún mejoramiento en el estado de cosas , « gracias á los cabildantes de San- tiago. » Pero en otra del 15 de febrero de 1660, les dice CAPITULO XXIII. 187 l que se halla en Palomares pronto á pasar el Biobio en busca de Alexos. En 25 de junio, y 8 de julio, recibieron otras dos que los pusieron en gran cuidado, pues en ellas les pedia le enviasen refuerzos de milicianos y aun de vecinos. Los motivos de este nuevo apuro eran, que el ejército se hallaba apestado con grande mortandad de soldados; y que los enemigos habían vuelto á atacar los potreros españoles y habían derrotado al capitán Juan de Barrera, que habia salido á su encuentro, matándole quince hombre y llevándole seis prisioneros. En 10 de setiembre se perdió el transporte del capitán Juan Ma- chado, que iba cargado de víveres para el ejército, y en vista de tantos males, acudió de nuevo el cabildo al virey, despachando para Lima el navio de don Pedro de Prado. Enfin, el 27 de febrero 1601 , otra carta del goberna- dor continua anunciando al mismo cabildo una serie in- terminable de trabajos y de pérdidas (1). El obispo Cim- brón de la Concepción habia muerto á fuerza de congojas y trabajos, y el gobernador habia proseguido solo la reedificación de la Concepción ; porque tenia en aquel illustre obispo un poderoso auxiliar, por el santo celo con que le ayudaba. Sin embargo de todo esto , con la muerte de Alexos sobrevino una tregua inesperada que sirvió de mucho alivio , y el gobernador se aprovechó de ella para dar algún paso adelante. Sin duda esta tregua habia sido debida á la asamblea solenne en que los Butalmapus nombraron por sucesor de Alexos á Mizque, el cual nombró de vicetoquí áGalicheuque, y sucedió que mientras (1) Rojas dice que durante el gobierno de Portel y Casanate , mataron los Araucanos mas de mil Españoles, é hicieron muchísimos prisioneros, 188 HISTORIA DE CHILE. Gasanate daba órdenes para entrar en campaña, Mizque hacia otro tanto por su lado. El motivo del movimiento araucano era la noticia del proyecto de los Españoles de ir á castigar á los Quechereguas, y la erección del fuerte de Lota cerca de la cuesta de Villagra. En efecto Portel habia mandado construir dicho fuerte ; pensaba en penetrar al medio de los Quechereguas , y esta expe- dición se puso en marcha mucho antes de lo que se creia, al mando del maestre de campo Molina, com- puesta de seiscientos Españoles y de los Indios que ser- vían con sueldo. El toqui Mizque salió por su lado con mil y quinien- tos Araucanos bien armados y provistos de cuerdas ó sogas para llevarse amarrados á los Españoles. Tal era la confianza que tenia en la victoria el famoso Yanacona Mizque , que no estaba muy lejano de pensar en apode- rarse de la Concepción. Animado con estos soberbios proyectos, pasó el Biobio y fué á acampar en la isla de la Laja á la parte septentrional del rio Cariboro entre los vados del Salto y de Guranilahue , poco antes que los Es- pañoles , dirijidos por su maestre de campo Hidalgo , por el sarjento mayor Erizar y el comisario Luis de Lara (1), pasando por el de Negrete se acampasen á la parte opuesta sobre el rio de la Laja. Un Indio yanacona, por nombre Tanamilla , se habia quedado atrás por algún motivo , y siendo ya noche cerrada, habia perdido las huellas del ejército español, que creyó ya al otro lado de la Laja , y pasó por el vado del Salto para incorporarse. Este In- dio , que era de los de San Gristóval , ya vueltos amigos de los Españoles (porque, regla jeneral , el progreso en (1) El mismo valiente natural de Santiago, de quien hemos hablado poco ha , ascendido á este grado por su valor y méritos. CAPITULO XXI11. 189 bien no solo vence á la naturaleza sino que aun la hace repugnante), este Indio, decíamos, al salir del agua vio un ejército acampado , y no dudando fuese el español se fué aproximando sin cuidado, hasta que estando ya cerca , notó el descuido de centinelas avanzadas , de las cuales no habia ni una , y entró en cuidado. Quiso retro- gradar ; pero en aquel instante le sintieron los que , sin formalidades de ordenanza escrita, estaban tan vijilan- tes como si se hallasen en garitas con armas al brazo , y le preguntaron quién era y qué quería ; á lo cual res- pondió Tanamilla con mucha serenidad , que corría tras su caballo que se le habia escapado. Esta respuesta, pronta, natural y corroborada por el ropaje y el lenguaje del Indio , fué aceptada sin réplica y nadie pensó mas en él ; de suerte que pudo volver á pasar el vado y se in- corporó con los Españoles, a cuyos jefes dio parte de la descubierta que acababa de hacer por la mas rara casua- lidad. Era tan rara, en efecto, que ni Hidalgo, ni Erizar ni nadie le quiso creer sino don Luis de Lara. Sin embargo viendo á Tanamilla noblemente exaltado de la duda que de su veracidad tenian , y ofrecer su cabeza en prendas de la certeza del hecho , forzoso les fué el darle crédito , y desde luego entraron en consejo. Al amanecer, Luis de Lara pasó con una columna por el vado de Guranilahue, combinando con tanto acierto su movimiento con el del sarjento mayor Erizar, que en el mismo instante, este jefe se halló pronto con otra, des- pués de haber atravesado el rio por el del Salto , para atacar simultáneamente por la izquierda el campo ene- migo, mientras él lo atacaba por la derecha. El resultado de un plan tan bien meditado y ejecutado era infalible , y no fué menos ventajoso. Los Araucanos sorprendidos i 190 HISTORIA DE CHILE. por dos descargas á boca de jarro, se ven , acto continuo, atropellados, pateados, degollados. Ni un momento tu- vieron para defenderse. Unos se arrojaron al rio y se aho- garon. Otros, muy pocos, tuvieron la buena suerte de salvarse por el pedregal de las canteras ; y, en resumen , perdieron seiscientos muertos ; mas de doscientos pri- sioneros; mil y trescientos caballos, y un cúmulo de armas ofensivas y defensivas, conquistadas por ellos an- teriormente en diversos encuentros sobre los Españoles. Pero aun no pararon aquí estas grandes ventajas. El toqui Mizque no se hallaba en este campamento , ha- biéndose quedado atrás con algunos de sus capitanes á las márjenes del Guaque. Esta noticia la dieron los pri- sioneros al jefe del ejército español , el cual mandó formar una columna lijera, vestida con el traje de los mismos Indios y montada en sus mismos caballos para ir a sor^ prenderle. Con estos elementos , no era empresa muy ardua ; pero sin embargo merece elojio la conducta del oficial (cuyo nombre quedó ignorado) , que mandó esta expedición improvisada. Partió con su columna, llegó a la vista del alojamiento del jeneral araucano , situado á la derecha de la altura llamada de las Guanacas, y se puso á escaramucear como para hacer el ejercicio. Sorprendido Mizque, no sabiendo porque se hallaban allí , les mandó á llamar para que sobre la marcha fuesen á su presencia. El oficial español mandó pasar á retaguardia y agarrotar al enviado, y tomada esta precaución , apresuró su marcha ; pero al llegar al sitio, mandó con una señal desplegar á su co- lumna, y como por encanto , el valiente Mizque se halló cercado con treinta de los suyos. Fué este un éxito feliz que no merecía ser manchado con indignidades, y que, CAPITULO XXIII. 191 sin embargo , lo fué , y lo que es mas , por un hidalgo , llamado don Juan García , no buen cristiano , sin duda. Este no había podido olvidar un supuesto agravio que el jefe araucano le había hecho , no se sabe en qué tiempo, llamándole con ciertos nombres que le disonaron , y queriendo vengarse malamente en este instante, se llegó al infeliz Mizque y le cortó una oreja. Aflijido por este ultraje del que , para bochorno de su agresor, le era im- posible sacar venganza , pidió le quitasen la vida , gracia que le fué negada (1) allí, y que recibió en la plaza de Buena Esperanza , á donde fué llevado y en donde murió resignado (2). El ejército español prosiguió su marcha sobre Que- chereguas causando estragos, como lo ejecutó también en Puren y en los estados de Tucapel y Arauco. Los In- dios , consternados , empezaron á clamar por la paz , y el gobernador se manifestó pronto á concedérsela; pero aunque algunos hayan escrito que dicha paz había que- dado establecida, no es probable que así haya sucedido , como se verá. El júbilo que causó la victoria de la Laja , y la captura (1) A este episodio, añade Carvallo que este jefe araucano liabia tomado por mujer á una señora cautiva española, ya casada, y que en elia habia tenido dos hijos, los cuales idolatraba, así como también á su madre. El trato que daba á esta, y la estimación en que la tenia hubieran sido dignos del hombre el mas social y mas cristiano. Cuando esta señora salió de cautiverio, su marido español la recibió en sus brazos, y adoptó por hijos suyos á los dos que habia tenido de Mizque. No hay novelas mas gustosas que los episodios de la historia de Chile. (2) Es cosa extraña que Pérez-García ignorase que el cerro en donde fué sor- prendido Mizque se llamaba de las Guanacas, puesto que este escritor, refi- riéndose á Olivares, dice que por falta de nombre, lo llamaron desde entonces el cerro de Mizque. En este punto, Carvallo merece un particular crédito. — Igualmente , parece haber ignorado que la expedición española continuó su marcha militar y victoriosa por medio de Quechereguas, Puren, y aun Arauco y Tucapel , como lo prueban las consecuencias. 192 HISTORIA DE CHILE. del jefe araucano fué tan jeneral como plausible. Lo que hicieron en Santiago para celebrarlo no se puede saber, puesto que el libro del cabildo número 16 , en que se hallaban las actas de este acontecimiento, tiene de menos ciento y ochenta pajinas , habiéndose concluido el nú- mero 15 el dia 15 de noviembre, pocos dias antes de dicha victoria. El gobernador Portel Gasanate tuvo algún alivio en su. cruel mal de hidropesía con este buen suceso ; pero su enfermedad habia hecho demasiados progresos y murió en la Goncepcion por febrero 1662. Fué fortuna para él. La real Audiencia habia pasado á la corte informes que le eran poco favorables, y el rey habia encargado á este tribunal , con fecha 5 de julio 1658 , vijilase sus operaciones. Parece cosa increible , porque era mucho mas fácil nombrarle un sucesor, tanto mas cuanto Portel era gobernador interino, y este sucesor que fué , — ■ cosa aun mas increible , — el mismo obispo de la Goncepcion Fr. Dionisio Cimbrón , solo fué nom- brado en 9 de abril 1662 , cuando el prelado y el mismo Portel Gasanate habían fallecido. Es verdad que el obispo no debia gobernar sino de Ínterin llegaba el propietario don Juan de Balboa y Mogrovejo , el cual murió en el viaje á Chile. Por fin , el rey nombró á don Jerónimo de Benavente y Quiñones , al mismo tiempo que á don Diego de Benavides , conde de Santistevan , de virey del Perú; pero Benavente y Quiñones no llegó. De todos modos , si Portel no se hallaba , en tierra , en su ver- dadero campo de batalla , tuvo muchos contratiempos independientes de su ciencia militar , mucho celo , y murió pobre. CAPITULO XXIV. El obispo de la Concepción.— Su consagración y su muerte.-Particularidad relativa al noble carácter del último gobernador Portel Casanate.— Nombra- miento en el cabildo de la catedral de un provisor y vicario jeneral del obispado.— Anula el arzobispo de Lima dicho nombramiento , y provee Á dichas dignidades.- Sede vacante en Santiago. -Posesión de la mitra por el P. Fr. Diego de Humanzoro— Jesuítas. - Misiones á los habitantes de Santiago.— Buenos frutos que produjeron.- Misión de Buena Esperanza. - Su elevación á colejio.- Sus rentas.- Hechiceras de Talcamavida— Peste de viruelas entre los Indios— El jesuíta Mascardi.- Su celo y sus servicios. — Misiones vacantes.— Su restablecimiento. (Años transcurridos.) Los lectores han visto muerto al obispo de la Con- cepción , Fray Dionisio Cimbrón y no lo han visto con- sagrado. El fondo de la historia de Chile es guerra , y guerra continua, y esta circunstancia obliga á observar cierto método para que haya la mayor claridad posible en la narración de los acontecimientos jenerales. El obispo anterior de la Concepción era , como hemos dicho, don Diego Zambrano de Villalobos el cual fué promovido á la mitra de Santiago en 1650. Fr. Dionisio Cimbrón fué presentado para ser su sucesor, en k de junio 1651 , por Felipe IV. Antes , habia sido muchas veces abad del convento de Bernardos de Nuestra Señora de Osera , y por fin , habia llegado al jeneralato de su orden. El 12 de agosto 1652 , hizo su profesión de fe en Madrid, ante el nuncio del papa, Rospicioli. El 24 de junio 1653 , firmó sus bulas el pontífice Inocencio X; se embarcó luego que las recibió para Lima, y el arzobispo Villagomez le consagró en la iglesia metropolitana del III. Historia. 13 19A HISTORIA DE CHILE. Perú el dia 9 de agosto de 165a. Nueve meses después, se embarcó para Valparaíso , pasó por Santiago , perma- neció allí diez y ocho meses y fué juez en el famoso pro- ceso de las monjas de Santa Clara con el provincial de franciscanos. Últimamente , tomó posesión de su obis- pado el dia 8 de octubre de 1656 (1). Fí. Dionisio Cimbrón tenia en sumo grado todas las virtudes de un verdadero apóstol , y las mas recomenda- bles cualidades de un hombre social. El arzobispo de Lima le quería mucho , y suplía a menudo con sus libe- ralidades á lo que no alcanzaba la cortedad de las rentas de su obispado. La particularidad del nombramiento de este prelado al interinato militar y político del reino de Chile pierde un poco de su extrañeza en el hecho de tener que asesorarse en sus determinaciones como gobernador y como presidente de la Audiencia, con el oidor mas antiguo ; con el obispo de Santiago • con los maestre de campo y sarjento mayor ; con el comisario jeneral de caballería y veedor jeneral , en junta ó consejo. Ya se ve que dicha junta podría rara vez verificarse, en aten- ción á la distancia de Santiago á la Concepción , y á que la morada del obispo y de ios oidores era allí y no aquí. Pero ya hemos dicho que esta medida era muy provi- sional , puesto que el gobernador en propiedad estaba en camino para Chile ; y sobretodo no llegó el caso de ponerla en ejecución , porque que el prelado murió ex- tinguido por una disentería, el 19 de enero 1661. El obispado de la Concepción estaba tan pobre en aquella época , que los canónigos y diversos capellanes de la catedral podían á penas subsistir, y que tuvieron (1) Este obispo fué el último de los de la Concepción que tomaron el tituló de obispo de la imperial. — Carvallo, I , n CAPITULO XXIV. 195 que moderar mucho el fausto del templo mismo, tan necesario en las metrópolis para la solemnidad que pide el servicio divino. En esta ocasión , el gobernador Por- tel Casanate dio una prueba tan espléndida como evi- dente de sus sentimientos relijiosos , y de su grandiosa liberalidad, costeando los gastos del culto, y suminis- trando un fondo de existencia decente á sus ministros. Esta particularidad del noble carácter del gobernador Portel se concilia mal , á primera vista , con los informes poco favorables que la real audiencia de Santiago habia dado de su gobierno al rey; pero reflexionándolo bien, se comprende que dicho tribunal obró en conciencia por el bien jeneral, y lo hizo con muchísimo miramiento, puesto que el Monarca se entendía misteriosamente con sus ministros, por respetos, sin duda alguna, á otros méritos eminentes de Portel Casanate. A la muerte del obispo Cimbrón , el deán convocó á cabildo y se hizo nombrar, por decirlo así, él mismo de provisor y vicario jeneral ; pero el arzobispo Villagomez de Lima tachó de nulo este nombramiento , y elijió , por- que así le pertenecía, para llenar las dos dignidades di- chas , al licenciado don Juan de Ruelas cura del Tercio de Conuco, el cual gobernó dignamente el obispado mientras su mitra quedó vacante. El obispo de Santiago, don Diego Zambrano de Villa- lobos , habia precedido al sepulcro al de la Concepción , y habia muerto en esta última ciudad , en donde le habia sorprendido la enfermedad de que murió. Para ocupar la sede vacante de la capital del reino, Felipe IV ha- bia presentado, primero ádon Fernando de Avendaño , y en seguida á don Diego de Encinas , los cuales supli- caron al rey se dignase admitir su renuncia, por la cual »s 'H 196 HISTORIA DE CHILE. fué presentado en último lugar, el P. Diego de Hu- manzaro (1). Este prelado, que había sido difinidor y provincial de su orden de San Francisco , y rejenteado hasta jubilación la cátedra de teolojía , se puso la mitra de Santiago en 1661 , y le tocó reedificar la parte de la catedral arruinada por el último terremoto de 1657. En 1670, presidió el sínodo tercero. Gomo se ve, á pesar de los desastres que padeció la grande monarquía española en el xvii0 siglo , no dejaban sus monarcas de atender á los cuidados mas urjentes que pedían sus mas lejanos reinos. Entre estos cuidados, sabían que el mas esencial , tal vez, era , es y será siem- pre el del mantenimiento de la relijion del estado , y que en Españoles sobretodo, la creencia y la fe son tan inhe- rentes á su naturaleza, que si la llegasen á perder, podrían hacer cuenta haber perdido el mas poderoso móbil de sus acciones, la base de su existencia. En je- neral, si los que tienen sobre sus hombros el grave peso del gobierno de su nación supiesen utilizar , ó pensa- sen en ello , el poderoso móbil de que hablamos , menos y menores serian los conflictos entre los hombres , sin que por eso dejasen de dar largos pasos hacia el fin que la sociedad mas culta y mas adelantada pueda proponerse ; y no cabe duda en que los Españoles solos eran capa- ces , por esta misma razón , de resistir á la serie increíble de calamidades que han tenido que padecer en la con- quista de Ghile, y de mantenerse firmes en el propósito de realizar , sino en totalidad, en la mayor y mas esen- cial parte sus proyectos. Tal era el motivo de la exactitud con que de la metrópoli atendía al mantenimiento y (1) Guipuzcoano, descendiente de !a familia deLoyola, y guardián del con- vento de San Francisco de la ciudad de Cuzco. II CAPITULO XXIV. 197 al influjo del gobierno eclesiástico; y en este punto, to- das la religiones han coadyuvado al éxito , cooperando eficazmente con el celo de los obispos de Santiago y de la Concepción ; pero por su instituto especial , los jesuí- tas tenían , por decirlo así, á su cargo esta cooperación. La necesidad de dividir metódicamente las materias para la comodidad del lector y claridad de la historia , y el cuidado de evitar la monotonía de repeticiones in- mediatas, obligan á omitir alguna vez episodios que merecen una seria atención, y por eso la narración retrocede otras tantas veces para no dejarlos en el olvido. En el terremoto de 13 mayo 1647, la capital quedó arruinada : casas, edificios públicos y templos, todo cayó, y por consiguiente, el colejio máximo de San Mi- guel y su Iglesia, obras, en principio, del inmortal P. Luis de Valdivia, y fruto de diez y seis años de tareas y de afanes de sus jesuitas, los cuales en algunos minu- tos los vieron anonadados, ó, lo que es lo mismo, redu- cidos á una montaña de escombros y confusión. Sin em- bargo, su primer cuidado no fué el sentimiento, por tanto muy natural, de esta inmensa pérdida, sino el partido espiritual que se podía sacer de ella. En el caos de las ruinas del templo , solo se salvaron dos imágenes ; una de Cristo crucificado, y otra de nuestra Señora; la primera pendiente de un solo clavo por los pies, en un vacío que quedó entre el pavimento y la parte superior del retablo , apoyado al fragmento de una columna ; y la segunda , en el contorno del nicho del altar, que solo quedó en pié de todo él. La capital, como todas las capi- tales , á pesar de los horrores de la guerra , de zozobras continuas y de perdidas considerables , brillaba con un 198 HISTORIA DE CHILE. lujo exorbitante , y resonaba con anedoctas de aven- turas escandalosas de libertinaje. La ocasión era la mas oportuna para abrir los ojos de la razón y pene- trar los corazones , y esto fué en lo que primero pen- saron los arruinados jesuitas del colejio máximo de Santiago. Como sucede jeneralmente en conmociones de la tierra, la puerta y el cancel de la iglesia, que no sopor- taban ningún peso , habían quedado en pié formando una especie de capilla, y allí colocaron los padres las dos imájenes de Cristo y de la Vírjen , y allí también elevaron un pulpito. Los ánimos de los Santiagueses se habían apocado y parecían consternados. El suelo tem- blaba, á ratos, ajitado como si le amenazase un nuevo despedazamiento de la naturaleza (1) . Un jesuíta subió (2) al pulpito, y al instante la plazuela del colejio se vio llena de oyentes. Los temas de los sermones eran el lujo ; la licencia de las costumbres ; la relajación ; el ol- vido de santos deberes, y el castigo del cielo. La pintura de los males que aflijian á la mayor parte del reino , puestos en parangón con la indolencia y el amor de pla- ceres de la capital ; la exposición de la miseria jeneral comparada á exorbitantes y superfluos gastos, de pura vanidad, y el cuadro de las lágrimas de tantos misera- bles confundiéndose con el ruido de pasatiempos indi- gnos de corazones cristianos , y con su odioso egoísmo , despertaron á las almas y las llenaron de vergüenza y de arrepentimiento. La elocuencia de los jesuitas era tanto (1) Olivares asegura que por espacio de dos meses, á cortos ó largos inter- valos, se sintieron conmociones leves aunque perceptibles. (2) Diferentes padres de la compañía predicaron en aquella misión de cir- cunstancia, y por eso, sin duda, no han sido nombrados individualmente. CAPITULO XXIV. 199 mas irresistible, cuanto no tenían que tomar puntos ni prepararse para hablar. Tenían el retablo de la situación del reino delante de los ojos y no les quedaba mas que indicar los diversos detalles de su conjunto. La verdad era patente y nadie podia desconocerla. Y así sucedió que de la noche á la mañana, las costumbres de la capital se reformaron ; el lujo en los hombres , y la coquetería en las mujeres desaparecieron ; se perdonaron deudas ; se hicieron restituciones ; se deshicieron calumnias ; se re- conciliaron enemigos , que hasta entonces habían pare- cido irreconciliables, y hasta matrimonios desunidos con escándalo, y detrimento de sus inocentes frutos, desunidos mucho tiempo había, tuvieron compasión de sí mismos y de sus hijos, y volvieron al gremio de las jen- tes cristianas y honradas. Los lectores han visto á estos celebérrimos misioneros francamente calumniados, sin saber porqué, á no ser que fuese porque diferian de modo de pensar en punto al mejor medio de conseguir la pacificación y la conver- sión de los Indios, y tal vez porque el propuesto por ellos habia sido constantemente justificado por los aconteci- mientos. Desde 1612, época en que Valdivia envió obre- ros á la misión de Buena Esperanza, hasta 16/j.l que el sensible y valeroso marques de Baydes conquistó una paz duradera, los jesuítas se habían arriesgado infinitas veces internándose entre los Indios á ciento y doscientas leguas, como ya se ha dicho, lejos de las armas españo- las. La intrepidez de estos misioneros sojuzgaba á los que iban á convertir, tanto como la dulce persuasiva de su len- guaje y la suavidad de sus modales. La pureza probada de sus costumbres acababa de hacer sus predicaciones irresistibles. 200 HISTORIA DE CHILE. Después de la paz de Baydes, la misión de Buena Esperanza recibió el título de colejio incoado , con pro- pios y arbitrios para alimento de sus misioneros y del de los extraños que llegasen allí. Esta misión tenia una iglesia, y á muy poco tiempo, se veian en ella muchos mas Indios que Españoles. En ratos de descanso, los PP. hacían concurrir á ella los hijos en edad tierna, y aun adulta, de los naturales, con el fin no solo de ins- truirlos en los deberes del cristiano, sino también de adelantarlos hasta enseñarles gramática. Los propios de que hablamos arriba, eran, en primer lugar, una viña y una bodega, que Ventura Beltran habia dejado á la misión de Buena Esperanza , con tierras que le dio des- pués el Dean don Juan de Fonseca, y que poseía dicha misión en nombre del colejio de la Concepción ; y en se- gundo lugar, de la hacienda que le legó el sarjento mayor don Francisco Rodríguez de Ledesma, compuesta de estancias, ganados, esclavos y alhajas, y con la sola con- dición de que le admitiesen en su compañía de Jesús á la hora de su muerte, como lo hicieron los jesuitas. Las misiones eran fructuosas jeneralmente, aunque en algunas partes los Padres hallaban ciertas resisten- cias que provenían del jenio de los habitantes. En Tal- camavida , por ejemplo , la causa particular de la resisten- cia nacía de la confianza que tenían los naturales en sus hechiceras ó Machis , como ellos las llamaban , curanderas que los sanaban con; simples ó yerbas cuyo secreto les habia comunicado el diablo , con quien tenían pacto hecho según ellos creían. La verdad era que estas mujeres tenían tal hábito de observación , que ala primera ojeada conocían el mal de que adolecía el enfermo , y le aplicaban con éxito su remedio. Pero por el temor de que otras presumiesen CAPÍTULO XXIV. 201 descubrir los mismos secretos, y llegasen á conseguirlo, empleaban mil trazas y embelecos para persuadirles que su ciencia se la comunicaba Antupilai (exactamente, enemigo de la luz, nuestro ánjel de las tinieblas). Estas curanderas charlatanas fueron crueles rivales de los mi- sioneros hasta que estos, felizmente inspirados, se dedi- caron con particular esmero á convertirlas á ellas las primeras, apoderándose de su espíritu en tal manera, que lo que ellas creían una pura ficción , les parecía luego la cosa mas grave , por la misma razón que tenían mas imajinacion , y se convertían. Y es de notar que la con- versión de una de estas supuestas hechiceras ocasionaba centenares de otras. Volviendo á la cuestión jeneral, mientras se go- zaron los frutos de la paz, mientras los Indios se mantuvieron reunidos en ciertas circunscripciones , los jesuítas no cesaron, ni un dia, de atraer pocos ó muchos de estos jentiles al cristianismo , hasta que hubo gober- nadores que tuvieron por conveniente deshacer lo que tantos trabajos habia costado á otros gobernadores y á los misioneros , á saber , reunir á los Indios en sociedad á fin de poder convertirlos y civilizarlos mas fácilmente ; persuadiéndoles á que se dividiesen y esparciesen á lo lejos para sembrar las mas tierras que pudiesen , que era el mejor modo de enriquecerse. En el punto en que reci- bieron esta licencia, ó este consejo, ó tal vez algo mas, se alejaron y dispersaron , en efecto , y desde aquel ins- tante el trabajo de las misiones se hizo improbo. Y con todo eso, aun en el año 1654, bautizaron los jesuítas á sete- cientos Indios, jóvenes y adultos , hombres y mujeres. Es verdad que en este año , que fué el anterior al del levantamiento jeneral, hubo una causa extraordinaria 202 HISTORIA DE CHILE. para que en el ejercicio de su ministerio se mostrasen ángeles á los ojos de los infieles. Esta causa fué una peste de viruelas, mal que espantaba á los naturales en tal extremo , que hasta las mujeres mas amadas , y hasta sus mismos hijos se les hacían odiosos, y los abandona- ban , ó los arrojaban á los montes ; porque era cierto que de los inficionados, pocos eran los que se salvaban. En esta circunstancia, los misioneros les aparecieron con toda su superioridad , buscando á los enfermos aban- donados ; llegándose á ellos sin reparo ; administrándo- les consuelos y remedios, y volviendo á muchos á la vida. Al ver esto, ¿ como no habían de reputar á los jesuítas por algo mas, mucho mas que los demás hombres? 4sí sucedió que todos los buscaban ; todos creían en ellos y todos cedían á su voluntad , cuando no tenían pasiones que la contrapesasen (1); y hasta los mismos naturales de San Cristóval , que habían sido siempre los mas ter- cos , se rindieron en esta ocasión y se dejaron bautizar en número de ciento , es decir , los mas. Los lectores no habrán olvidado que forzado, enfm , á creer en el levantamiento , el gobernador Acuña se había trasladado de la Concepción á la plaza de Buena Espe- ranza, y que lejos de defenderla cuando le dieron parte de la llegada de enemigos , la abandonó precipitadamente , bien que pudiese defenderla , puesto que habia en ella tres mil almas, armas, municiones y provisiones. La huida fué tan sin reflexión, que ni tiempo dio á los vecinos para llevar lo que mas les interesaba de cuanto poseían. (1) En la reducción de Santa Fé á siete leguas de Bueña-Esperanza, dice Olivares que los Indios huían por las quebradas como animales perseguidos por cazadores, y que en una montaña hallaron los Padres hasta catorce enfer- mos abandonados á todas las inclemencias del cielo y de la tierra. CAPITULO XXIV. 203 Los misioneros jesuítas tuvieron que dejar los vasos sa- grados y plata de la iglesia, no habiendo podido conse- guir mas que un caballo de bagaje. Ni lugar tuvieron para reservar, y el jesuíta Lázaro (1) llevaba en sus manos la custodia. En aquel instante, el P. Nicolás Mascardi , que era del colejio de Buena Esperanza , se hallaba fuera de allí ejerciendo su ministerio , y viendo los caminos de la Concepción interceptados por los In- dios, se marchó á la ciudad de San Bartolomé de Chillan en donde fué el alma de la resistencia y resignación con que los habitantes , abandonados á si mismos, hicieron frente á la guerra y á la peste que los diezmaba. Cuando por último recurso , salieron para ir á ponerse bajo la protección del valiente Pizarro , correjidor de Santiago , que guardaba el Maule, el P. Mascardi iba con ellos sos- teniéndolos con sus consejos y servicios temporales y es- pirituales , por espacio de veinte y cuatro leguas que hay de un punto á otro , y muchos le debieron la vida, Juz- juese qué pruebas de vigor y de fuerza de alma ha te- nido que dar en esta lastimosa circunstancia , sin poder disfrutar un solo momento de descanso ni de dia ni de noche. Calumniar á semejantes hombres es, dejando á parte la impiedad , la mas indigna bajeza. Habiendo llegado á Maule, claro era que Pizarro no podia introducir los contajiados en Santiago, y que con gran sentimiento hubo de dejarlos. Muchos de ellos te- nían parientes ó amigos en aquella tierra , y los mas se esparcieron á dos, cuatro, seis leguas de distancia, y como no tenían confianza, ó á lo menos, tanta confianza en nadie como en el P. Mascardi , este tuvo que quedarse, (1) El mismo que no hacia mucho habia ido en una piragua de Ghiloé á la Concepción para dar parte de la invasión de los Holandeses. 204 HISTORIA DE CHILE. y en lugar de entregarse al descanso de que necesitaba tal vez tanto como el que mas, se entregó á nuevas fatigas y desvelos , acudiendo sin cesar de una parte á otra se- gún la urjencia que habia. Cedió , por fin , el mal , y el P. Nicolás pudo partirse para la Concepción ; pero en el camino , se halló con una compañía de caballería que iba á resguardar los caminos , y en la cual no habia capellán. Pues en lugar de conti- nuar su viaje á la Concepción, se volvió con esta tropa é hizo la campaña con ella, y con ella regresó. A penas habia llegado , á penas habia tenido tiempo para disfrutar del consuelo de verse reunido con sus compañeros de tra- bajos apostólicos, oyó que unos cuarenta Indios amigos, los solos que hubiesen permanecido fieles en la subleva- ción jeneral , se habian acojido á la Estancia del rey, ó Buena Esperanza, luego que los guerreros araucanos se habian alejado de allí, y fué á buscarlos. Pero no se apre- suró á volver con ellos. Desde aquel punto , enviaba men- sajes á los de guerra, demostrándoles la inutilidad de los infinitos males que ocasionaba , y convidándolos con la paz; y, en esta ocasión, tuvo la satisfacción imponde- rable de sacar de cautiverio á un capitán , llamado don Pedro Soto, que los Indios habian respetado por haber emparentado con algunos de ellos, y con el cual fueron rescatados otros cuarenta Españoles , hombres , niños y mujeres. El gobernador Portel Casanate habia creido oportuno declarar las misiones vacantes por falta de objeto , visto el estado permanente de guerra, y la deserción jeneral de los Indios Yanaconas y demás ; y esta determinación habia parado á los jesuitas en sus proyectos de reedifi- car su colejio é iglesia. Este decreto del gobernador fué CAPITULO XXIV. 205 notificado en forma al rector del colejio , alegando que los capellanes de los cuerpos bastaban , en el estado de cosas, para el servicio espiritual. El rector replicó que aun quedaban Indios amigos , y que no era razón el re- nunciar á los frutos futuros de las misiones, y que en tal supuesto, los capellanes del ejército no tenian morada fija, ni el conocimiento necesario de la lengua, carácter y costumbres de los naturales. Noobstante , el goberna- dor mantuvo su determinación , y los jesuítas quedaron paralizados hasta en 1663, que por real cédula de 9 de febrero, el rey los rehabilitó con todas las facultades, propios y arbitrios con que se hallaban apoyados ante- riormente. ! CAPÍTULO XXV. Gobierno interino y pasajero del maestre de campo don Diego González Montero. — Los Araucanos nombran un toqui jeneral.— Preparativos de guerra que hace dicho toqui.— El gobernador español recibe parte, al mismo tiempo, de estos preparativos y de la llegada á la Concepción de otro gobernador Interino. — Socorros que llevaba este á Chile.— Naufrajio de uno de los trans- portes.—Repara el vlrey, conde de Santistevan, esta pérdida.- Pasa el nuevo gobernador de la Concepción á Santiago.— Carácter de este jefe su- perior.— Guerra,- Batalla de la cuesta de Villagra.— Victoria y sus conse- cuencias. (Í662— 1663.) El interinato del maestre de campo Montero fué tan pasajero que algunos escritores lo ignoraron ó no creyeron necesario el hablar de él ; y por la misma ra- zón, probablemente, la real Audiencia no le reconoció por presidente ; porque sabia , sin duda alguna, que con el aviso de la muerte de Portel Casanate , el virey había nombrado sin demora un gobernador interino oportuna- mente, al paso que el nombramiento era eventual, con- forme á lo mandado (i). Estas mutaciones tan frecuentes en la suprema autoridad del reino eran contra su digni- dad , y la real Audiencia de Santiago quería mantener la suya , con muchísima razón. En lo militar , el orden de antigüedad, y, en caso de excepción, la mayor ap- tidud señalan necesariamente el sujeto en quien debe recaer accidentalmente el mando ; pero no sucede lo mismo en un cuerpo esencialmente político , dejando á parte lo jurídico en que un militar no tiene que ver ; el cual tiene secretos de estado que es importantísimo no (1) Real cédula de Madrid, 7 de mayo 1635. CAPITULO XXV. 207 divulgar dejándolos penetrar lo menos que se pueda. Por lo demás , la real Audiencia no hubiera tenido razón de negar a González Montero una honra especial á la que sus méritos y servicios le daban un incontestable derecho , una vez habia llegado á la cumbre de la jerar- quía militar, aunque fuese accidentalmente é interina- mente , exponiéndose á nuevo desagrado del rey. Este Maestre de Campo (1) , sujeto noble y de mucha distin- ción , habia sido ya gobernador de Valdivia y de la Con- cepción , y habia hermoseado esta capital de las plazas de la frontera con obras públicas, entre las cuales, una estatua fuente de bronce que elevó en la plaza mayor ha- bría perpetuado su memoria, si el mar no se la hubiese llevado sin dejar ni siquiera vestigio de ella, en la inun- dación de 1657. Mientras gobernó, se dedicó especial- mente á dar fomento a la agricultura , á las fábricas y al comercio , hallándose el reino en una completa paz de tregua de hostilidades, debida á la muerte de Mizque, en parte, y en parte á los últimos escarmientos que ha- bían experimentado los Araucanos, y que los habían obli- gado á apellidar por la paz. Pero repentinamente , le llegó aviso de que habían nombrado por toqui jeneral sucesor de Mizque auno de sus guerreros mas acreditados , llamado Calicheuque , y que este Se disponía á hacer sus pruebas reuniendo com- batientes para entrar en Campaña. En vista de este aviso, Montero pensaba ya en salirle al encuentro , cuando llegó parte á Santiago del arribo al puerto de la Concep- ción de don Ángel de Pereda (2) , nombrado nueva- (1) Natural de la ciudad de Santiago. (2) Los escritores de aquel tiempo llaman Peredo á este gobernador, y dicen era de Queveda , principado de Asturias. Era, sin duda alguna, todo 208 HISTORIA DE CHILE. í mente por el virey del Perú al gobierno interino de Chile, y renunció , como era natural , á su proyecto. El nuevo gobernador, caballero del hábito de San- tiago y oficial experimentado y acreditado en Flandes, fué , en efecto , reconocido por el cabildo de la Concep- ción el dia 22 de mayo. Llevaba de Lima trescientos y cincuenta soldados y el situado; pero las, lluvias empeza- ron a caer tan abundantes que ni se pensó en guerra, y poniendo á sus tropas en cuarteles de invierno , se fué él mismo á invernar y á darse á reconocer en San- tiago , formalidad que tuvo lugar por parte del cabildo y de la audiencia el dia 30 de jimio. Inútil seria el aña- dir que pasó por Maipú, y que se halló allí con la dipu- tación , el caballo y la silla que le esperaban para llevarle á la casa de campo, y desde allí á la capital. Es á saber que el virey del Perú era entonces don Diego de Benavides y la Cueva, conde de Santistevan, el cual se hallaba penetrado de que para alcanzar la paz se necesitaba pasar por buenos sucesos de guerra , y que para conseguir estos, eran necesarios medios. Por esta razón , estaba muy dispuesto á conceder todo cuanto estuviese en su mano para llegar al fin deseado , y no solo dio por de pronto al gobernador Pereda el situado y los trescientos cincuenta hombres con que llegó a la Concepción , sino que envió inmediatamente tras de él otros dos transportes con doscientos mas cada uno, y trescientos mil pesos para gastos de guerra. Por una fa- talidad, uno de estos buques se perdió sobre Itata, y lo que fué mas sensible, se ahogaron ciento cuarenta y siete soldados y toda la tripulación del barco. El gobernador lo contrario, es decir Pereda y Quevedo, que existen aun como nombres de familia y de lugar, en dicho principado. bwr^m CAPITULO XXV. 209 Pereda dio parte inmediatamente de este triste aconte- cimiento al virey, y este hizo cuanto pudo para reparar aquel desastre, enviando otros doscientos hombres y mas caudales (1). Es muy probable que la reedificación de muchas pla- zas que los Españoles fueron restaurando poco á poco con su invencible perseverancia empezó entonces ; por- que muy difícilmente había podido verificarse en la larga serie de adversidades y contratiempos de la que hasta ahora no hemos salido, á no ser durante los últimos buenos sucesos del mando de Portel Gasanate. De todos modos , se levantaron los fuertes del Pino y de San Pedro , al otro lado del Biobio. Ya hemos visto restau- radas las plazas de Buena Esperanza y Talcamavida, y al fin fueron reconstruidas las de Golcura, Arauco, Tuca- peí, Yumbel, Nacimiento, Santa Juana, Puren, Tolten, Repocura y San Gristóval. Sin duda alguna, el conde de Santistevan habia llegado á su vireinato del Perú im- pregnado del espíritu mas que caballeresco, romanesco de su rey Felipe ÍY, el cual cuanto mas perdía de los vastos dominios de que habia heredado mas grande se creía (2). Los refuerzos que el conde de Santistevan enviaba continuamente á Chile eran tan considerables como costosos, puesto que mandaba ir á buscar hombres á mil leguas, hasta Quito, y cada uno, puesto en Lima, (1) Según ia máxima que hemos adoptado como racional , á saber, que es mas fácil ignorar que inventar, anotamos este hecho sin salir garantes de que no sea algo exajerado. El total de hombres enviados en esta ocasión por el conde de Santistevan á Chile, según este dato, habría sido de nuevecientos cincuenta hombres, y nos parece excesivo en las circunstancias. (2) A penas perdió el Portugal, tomó el título de Felipe el Grande, ocur- rencia que inspiró á los Franceses, cuyo carácter risueño ríe hasta de ellos mismos, el dicho agudo : « Que el rey de España era como un agujero, puesto que cuanto mas le quitaban, mas grande se hacia, » III. Historia. 1 4 210 ÍÍISTOÍIU DE CHILE. costaba al real erario sobre doscientos cincuenta pesos. El gobernador Pereda tenia un fondo de religión ciertamente muy laudable, pero poco común en mili- tares (1), y su primer pensamiento fué el restableci- miento de casas de conversión y de misiones. Era igual- mente modesto y desconfiado de sí mismo, y mantuvo el consejo. militar compuesto de doce vocales, fundado por su antecesor. El empleo de maestre de campo jeneral lo dio á don Ignacio de la Carrera , y el de sarjento mayor, á don Juan de las Ruelas. El bizarro Luis de Lara continuó de comisario jeneral. Sin embargo de los deseos que tenia el actual gobernador de trabajar por la paz , vio muy luego que para alcanzarla tendría que conquistarla. Los Araucanos habían nombrado por sucesor de su ya muerto toqui jeneral Mizque, áotro guer- rero afamado, llamado Colicheuque, y este queria cuanto antes hacer sus pruebas. El pretexto de queja que tenian Los Araucanos era el establecimiento de las plazas de Lota y de San Pedro. Bien que digamos pretexto , en rigor se podría considerar como verdadero motivo , en aten- ción á que podían invocar los artículos de paz estipulados en tiempo del P. Luis de Valdivia de los cuales los prin- cipales eran : el Biobio por línea divisoria entre Arau- canos y Españoles. Es verdad , que después de la paz de Baydes en Quillin, y sus diferentes ratificaciones , algunas parcialidades habían pedido la reedificación de las anti- guas plazas españolas; pero era por su propio ínteres y protección contra los demás naturales que aborrecían el dominio español. Sea como fuere, ofuscados de la reconstrucción de las (l) Figueroa asegura que este gobernador pasaba siete horas cada dia en oración mental y rezada. CAPITULO XXV. 211 citadas plazas, juntaron una división de dos mil hombres, se atrincheraron sobre la cuesta de Villagra y empezaron á insultar el territorio de Lota, mientras les llegaban mas fuerzas. El primer pensamiento del gobernador fué in- terceptarles las comunicaciones é impedir que les llega- sen refuerzos , y para eso , dio dos mil hombres á don Ignacio de la Carrera para que fuese á atacarlos, con advertencia y orden de ocupar el paso del Ghibilingo. En efecto, la retirada del enemigo era por este punto, y por allí mismo podían venirles refuerzos. Emprendió Carrera su movimiento a principios de enero 1663 (1). Lo primero que tenia que hacer era enviar una co- lumna al paso de Ghibilingo para cortar la retirada al enemigo , é impedir la venida de refuerzos. Si lo hizo ó no, luego lo veremos. Entretanto, llegó al frente de la posición que ocupaban los Araucanos y empezó á subir la cuesta, no por la via trillada, sino por otra mas in- mediata al mar, á los lados de la cual los Indios habían puesto uvas y frutas para despertar la golosina de los Españoles, y distraerlos. Sin duda, las trincheras ene- migas no estaban muy en alto , ni el declivio debia de ser muy pendiente , puesto que la caballería podía car- gar en el descenso. En efecto, la vanguardia española se vio súbitamente cortada por un trozo de caballos arau- canos que la separaron por el flanco derecho del cuerpo de batalla, sin poder detener su ímpetu ni con una verdadera tempestad de fuegos , ni con una masa heri- zada de picas. Esta hábil maniobra de los Araucanos puso en desorden las filas españolas. La batalla estaba perdida , y se hubiera perdido sin remedio , si el maestre de campo Carrera, con admirable serenidad, no hubiese (1) No hemos hallado mas exactitud que esta en ningún escritor, 212 HISTORIA DE CHILE. ;}:v ™-:} mandado al capitán de caballería don Alonso de Cór- dova y Figueroa (1) , el cual se hallaba de reten, que cargase á escape por el flanco con su compañía. El capi- tán Figueroa obedeció con prontitud y con tan impetuoso arranque , que á su vez puso en desorden á los Arauca- nos, los cuales se retiraron con tanta precipitación que atropellaron un destacamento-de su infantería que llegaba para sostenerlos. Así rehechos y animados, los Españoles quisieron aprovecharse de la ventaja que tenían y penetraron con el mismo arranque en el recinto del campo enemigo. El primero que pasó el foso fué un inmortal soldado cuyo nombre, como suyo ó de algún otro héroe, es célebre en la historia, y pocos hay que no conozcan el nombre de Farfan. Los enemigos, puestos en fuga, se arrojaron por la falda del monte que cae sobre Arauco para sal- varse por el paso del Chibilingo. Si la columna que Car- rera había mandado establecerse sobre dicho paso se hubiera hallado allí, ni un solo Araucano se habría sal- vado; pero el paso estaba libre, y cuando llegó el capi- tán Juan Muñoz con tropa de Yumbel para cubrirlo , ya era tarde. Este capitán fué agriamente reconvenido por su tardanza, y se disculpó con que no habia recibido ór- denes, excusa mal dijerida por los escritores, puesto que si no hubiese recibido órdenes, no habría llegado allí ni tarde ni temprano. Su excusa habrá sin duda sido que las recibió demasiado tarde (2). (1) Este capitán fué mi padre, dice Figueroa, y á él le fueron debidas ¡a victoria de aquel dia y sus felices consecuencias, como consta del testimonio auténtico, que obra en mis manos, ante el correjidor Soto-Mayor de la Con- cepción , firmado por testigos de visla. (2) Hemos visto una sumaria información en defensa de este capitán ,— ase- gura Figueroa,— de la cual resulta que Muñoz no habia recibido órdenes, y CAPITULO XXV. 213 La pérdida de los enemigos fué de quinientos hombres, entre los cuales se halló el cuerpo de su toqui Goli- cheuque. La de los Españoles, casi ninguna. Gomo casi siempre sucedía en estas acciones, hubo algunos episo- dios entre los cuales citan el de un Español á quien un Araucano había arrancado por el pelo de la silla de su caballo y se lo llevaba. Un tirador que lo vio le hizo tan buena puntería, que derribó al enemigo muerto de su caballo , y salvó al pobre cautivo. Después de esta victoria, don Ignacio de la Carrera penetró á fuego y á sangre por todas las parcialidades de Arauco hasta obligar á los naturales á pedir la paz, la cual les fué concedida, como se verá en el siguiente capítulo. que por ser hora de pleamar, el Chibilongo solo se podía pasar á nado. Que Figueroa añada á la palabra órdenes , la palabra á tiempo , y la excusa se com- prende. La de la subida de la marea es poco diestra. CAPITULO XXVL Paz. — Actividad, buen gobierno y relijiosldad del gobernador Pereda.— Asistencia que dio á las casas de labranza.— Repoblación de San Bartolomé de Gamboa. — Otro gobernador llega por Buenos Aires. — Se hace reconocer y empieza á ejercer en San Luis de Cuyo. — Pasa á Mendoza, y desde alli envía orden al maestre de campo Carrera de apoderarse del mando , qui- tándoselo á Pereda.— Marcha este á Santiago en donde se ve perseguido por un preboste que tiene orden de prenderle. — Quiere Pereda evitar este ultraje, y se rompe una pierna al saltar la cerca del convento de San Fran- cisco. — Puede marchar á Valparaíso y de allí á Lima.— Le procesan , se justifica, le rehabilitan y va de gobernador á Tucuman, en donde fallece. — El gobernador Menesés va por Mendoza directamente á Santiago. — Su brillante reconocimento.— Da gracias por él al cabildo.— Carácter y prendas de este gobernador.— Perspectiva. ( 1663 — 1664. ) Jamas habían visto los Chilenos gobernador que fuese , con el celo y valor que tenia Pereda , tan bon- dadoso y religioso como él. En este último punto , era un verdadero cura rezando siete horas al dia, y con todo eso ningún ramo quedaba desatendido en su administra- ción. Lejos de eso , luego que accediendo á las súplicas de los Indios (los cuales todos, de los Andes al mar, le pidieron la paz), los satisfizo y los dejó sosegados, volvió sus ojos á lo interior español y se puso á vivifi- carlo. Los caseríos se hallaban, por decirlo así, despo- blados, las tierras de labrantío, en un lastimoso aban- dono ; y para poblar los unos y hacer fructificar los otros, llamó por bando labradores, les dio tierras, ganados é instrumentos aratorios , y en breve tiempo, campos poco habia desiertos anunciaron la existencia en ellos CAPÍTULO XXVI. m de trabajadores laboriosos, prometiendo la reco'mpcháa de su trabajo en abundantes cosechas. Todos estos ade- lantos, hechos á costa del erario, debían serle reinte- grados en abasto dé carnes y granos para el ejército. Tras esta reparación de males causados por los desas- tres de la guerra , otra no menos interesante bajo otro aspecto , llamó su atención , y esta fué la de purgar él stielo del obispado dé la Concepción (que por fin" res- piraba libre de tantos males como le habían aflijido) de jente ociosa y vagabunda , obligando á todos los que no tenían oficio á tener uno, bajo severas penas. En una palabra, cada cual tenia que decir , llegado el caso , cóh qué vivía ó subsistía. En todas sus acciones esté gober- nador daba muestras incontestables de la rectitud de su juicio ; de la bondad de su corazón , y del vigor dé su justicia. Tranquilo por la parte exterior de la frontera, y Satis- fecho del aspecto que tomaba insensiblemente lo interior del reino, Pereda pensó en reunir los infelices dispersos de la ciudad de San Bartolomé de Gamboa y en resti- tuirles aquélla tierra de promisión levantando la ciudad arruinada, satisfacción que ha debido tener, aunque, á la verdad, no la haya disfrutado mientras tuvo el mando su- perior de Chile, por cosas y causas increíbles y qué luego veremos. Con este pensamiento ( porqué pensar y eje- cutar para Pereda eran dos movimientos éft lirio, noobs- tante sus siete horas canónicas dé rezo), edri esté pen- samiento , decíamos , envió á don Ángel de Sáldias f á don Alonso García de la Peña acompañados por don Basilio de Roxas con doscientos hombres para protéjer los trabajadores en caso necesario, y hecho el acopio necesario de maderas y otros materiales, se puso mano i 216 HISTORIA DE CHILE. á ia obra; pero, como acabamos de decir, no tuvo el gusto de verla concluida siendo gobernador (1). Ademas de esto, trasladó la plaza de Conuco á Yumbel; fortificó los pasos del rio de la Laja por Tarpellanca y el Salto , y mandó levantar la plaza de San Gristóval. ¿ Qué podia haber hecho Pereda con su pureza de costumbres, con su largueza, y con su celo infa- tigable ? No lo sabemos ; pero de repente , llega otro gobernador, Don Francisco de Menesés , por Buenos Aires; continúa este su viaje á Chile, y en San Luis de Loyola se da á reconocer, toma posesión del mando y desde Mendoza , escribe para que el gobernador Pereda entregue inmediatamente el suyo al maestre de campo Carrera, y la presidencia del real tribunal de Santiago,, al oidor decano Solarzano. Uno y otro se hizo sin la me- nor resistencia de su parte, y no teniendo ya que hacer en la Concepción , se fué á Santiago. Mientras tanto, su sucesor llegaba á pasos largos reprobando y despreciando cuanto veia, y una vez en la Concepción, despachó á un preboste para que se asegurase de la persona de Pereda. Marchó el preboste ; pero el gobernador desposeído , que era querido de todos en Chile, recibió aviso, aunque bastante tarde, del hecho, y fué á refujiarse en el convento de San Francisco , cuyas puertas se hallaban ya cerradas por ser de noche. Yiéndose sin asilo, Pereda apeló al ánimo , mas por salvar el decoro del empleo ultrajado que por él mismo, y queriendo saltar por el muro ó (1) Por mas que Carvallo asegure que la repoblación proyectada se realizó por setiembre 1663. Por lo demás, adoptamos sin reparo que la ciudad haya sido dedicada al ángel de la guarda sin desposeer á san Bartolomé de su pa- tronaje especial, aunque sea bastante singular esta composición con los santos. CAPITULO XXVI. 217 cerca del convento , se rompió una pierna. Este acci- dente aumentó el escándalo y el sentimiento. El cabildo y la ciudad de Santiago manifestaron abiertamente el verdadero pesar que les daba un acontecimiento tan ex- traordinario é inexplicable. Justamente en aquel ins- tante se hallaban los cabildantes abrumados de queha- ceres y cuidados : fiestas por el nacimiento de don Garlos de Austria príncipe de Asturias ; inquietud por una nueva peste que aflijia al vecindario , y hasta impertinencias de las monjas clarisas de la Cañada, que muraban una calle para aumentar la extensión de su convento ; y , en- fin , ej reconocimiento del nuevo gobernador con el acostumbrado aparato. Pues con todo eso , aun halló me- dios y modo el ilustre y jeneroso cabildo de Santiago para tomar una parte sensible en la desgracia del digno gobernador Pereda. La real Audiencia , por su lado , le honró con la expresión viva de los mismos sentimien- tos, y uniéndose cordialmente al cabildo, comisionó á un oidor para que fuese con el alcalde enviado por los capitulares para acompañarle en su marcha, pasando por Chillan para ver en qué estado se hallaba la reedifi- cación de su querida ciudad San Bartolomé de Gam- boa (1). Llegó por diciembre á la Concepción y se em- barcó para Valparaiso, desde donde fué á Lima. Procesado allí, salió puro de toda mancha, y el rey le mandó dar el gobierno de Tucuman , que conservó hasta su muerte (2). (1) Por lo que dice Carvallo que al irse, dio Pereda fianza de 32,627 pesos y 5 reales; debidos á la caja del veedor jeneral ,' se colijo, enfin, el motivo de &' persecución , motivo que anuló , como ya se ha dicho. (2; F-I proceso de Don Ángel de. Pereda, ex gobernador de Chile, el. cual no se ba de confunulr ^on el correjidor del mismo nombre de Paucarcolla, de quien dicen Jorge Juan 5 TTiioa en su viaje al mar del Sur, que murió en 1665 en el motin de los Vizcaínos y montañeses de su provincia; el proceso del ex- gobernador, decimos, duró mucho tiempo, y fué sentenciado por la real Au- m ■ 218 HISTORIA DE CIIILE, La tropelía de Ménesés le hizo odioso de antemano en el reino de Chile, tan odioso como su antecesor, víc- tima de su inconsideración y altanería , era amado de todos por sus virtudes y su carácter anjelical , que en nada perjudicaban ni á su tino militar , ni al acierto de sus medidas de gobierno. Pero es preciso confesarlo ; como luego veremos , Menesés era uno de los jenerales mas beneméritos , y fué uno de los gobernadores mas felices en sus providencias ya militares ya administrati- vas. Su carácter atropellado será un feo lunar en las pa- jinas de su historia ; porque fuera de este defecto , grande sin duda en hombres destinados á llenar empleos que pi- den imperiosamente dignidad ; fuera de este defecto , decíamos, Menesés ha recibido prodigalidad de dones de la naturaleza , y era lástima que esta le hubiese re- husado uno tan esencial como lo es el don de jentes. Este gobernador (i) contaba treinta años de servicio en Flandes, Milán, Ñapóles, y, en la misma península española , en Cataluña ; y tenia eí grado de jeneral de la artillería , circunstancia que anadia mucho prestijio á su representación. Ya hemos dicho que se habiá dado á reconocer en la provincia de Cuyo , en San Luis de Loyola, y que de allí habia pasado á Mendoza (2), desde donde nombró de gobernador de fáí armas del reino de Chile á don Ignacio de la Carrera. Los diputados del cabildo de Santiago salieron el 7 de enero siguiente para diencia de Santiago de Chile , á donde volvió Pereda en mayó 1668-, según lo asienta el ayuntamiento de la capital , en acuerdo de 5 de mayo. En marzo 1670, tomó el gobierno de Tucuman en donde murió , y todos los escritores asientan que exhumado siete años después, su cuerpo estaba no solo intacto, sino tam- bién sin la menor rijidez cadavérica. (1) De origen Portugués. (2) En los primeros dias de diciembre 1663. CAPITULO XXVI, 219 ir á cumplimentarle á Mendoza mismo , desde donde le acompañaron hasta la casa de Campo ; y los capitulares todos le fueron á buscar alli , el 20. El reconocimiento de este gobernador fué tan espléndido , que dos dias después se presentó en el consistorio para dar gracias al cabildo del esmero y ostentación con que le habían honrado en su recibimiento. No pudiendo ser aun apreciado por su mérito, y, lejos de eso, habiendo dado el primer paso en falso, no se comprende este exceso de honra, á no ser que fuese porque llevaba de España un refuerzo de trescientos buenos soldados , y una real cédula en la cual el rey igualaba los méritos y servicios del ejército de Chile á los del de Flandes, y la consideración y prero- gativas de los individuos de aquel , á las que se concedían á los de este. A la verdad , con esta real cédul aiba otra poniendo en libertad á los Indios cautivos, y prohibiendo que se cautivasen otros en lo sucesivo, de ninguna de las tres especies de cautiverio , á saber : prisioneros en acciones de guerra ; niños cautivados en correrías y que permanecían en cautiverio hasta la edad de veinte años ; y, enfin, los verdaderos esclavos vendidos por sus padres ó parientes. Notemos al terminar este capítulo con la perspectiva del estado del reino , que Pereda lo había dejado en paz ; que había elevado algunos fuertes en puntos que pedían vijilancia, y que la ciudad de San Bartolomé de Gamboa en Chillan estaba ya casi á punto de recibir á sus anti- guos moradores. CAPITULO XXVII, Los Indios se alarman con Ja noticia del carácter de Menesés Nombran por sucesor de Calicheuque al guerrero Udalebi, y este nombra por su vicetoquí á Calbuñancú.— Reúnen tropas y toman posición sobre la cuesta de Villa- gra.— Va á desalojarlos Carrera y los bate.— Con esta noticia, el gober- nador prolonga su mansión en Santiago.— Oportunas medidas de su admi- nistración.— Regresa á la Concepción.— Marcha hostilmente por medio de las tierras enemigas.— Levanta la plaza de Puren y el fuerte de Virguenco. — Pone de comandante, en la primera, á Luis de Lara con trescientos hombres, y en la segunda, al capitán Paredes con sesenta— Los jefes Araucanos molestan inútilmente la de Puren.— Retíranse y se atrincheran en el lago de Butaleubú.— Va á desalojarlos Lara y es balido y herido.— Apenas curado, vuelve A salir y vuelve á ser batido.— Se hace con aliados. — Va con ellos á orillas del Canten y conquista ganados.— Quieren los In- dios cortarle la retirada y los bate.— Udalebi da una sorpresa á la plaza de Puren y es rechazado.— Él mismo sorprendido , batido y muerto sobre el rio de los Sauces.— Igual suerte de su vicetoquí sobre el Quepe. — Regresa Lara triunfante á su plaza.— Sorpresa del fuerte de Virgueuco por Ague- lipi. — Su castigo. ( 1664—1665.) Los Araucanos, al oír como el gobernador Pereda, que ellos mismos conocían por un ánjel de paz y de bon- dad , había sido expulsado del gobierno por su sucesor, pensaron que este no podía menos de ser el jenio per- sonificado de la guerra y de la discordia, y se prepara- ron para lo que podía suceder. El puesto de toqui je- neral estando vacante por la muerte de Colicheuque, los Butalmapus le dieron por sucesor otro guerrero tan conocido por su arrojo como por su sagacidad estratíjíca , llamado Udalebi , y este nombró por vicetoquí á otro cuyo nombre era Galbuñancú. Estos dos jefes quisieron mostrarse dignos de la confianza que tenían en ellos sus compatricios , y reuniendo un cuerpo de ejército , cuya CAPITULO XXVII. 221 fuerza numérica no hallamos mencionada , tomaron po- sición en la misma cuesta de Villagra , de donde poco había , los habían desalojado los Españoles causándoles bastante pérdida. Noticioso el gobernador de armas Carrera de esta no- vedad, marchó á la cabeza de suficientes fuerzas con rapidez y oportunidad ; atacó la posición , que fué de- fendida con tanto denuedo y tesón como atacada ; hubo una reñida batalla, largo rato indecisa, y al fin , las ar- mas españolas triunfaron arrojando á los Araucanos del alto de Villagra con muerte de muchos. En cuanto á los Españoles , solo perdieron siete hombres. Guando la noticia de esta acción de guerra llegó á San- tiago , el gobernador, que no tenia antecedente alguno de semejante suceso , estaba para marcharse á la Con- cepción , y el Cabildo , en cuerpo , habia ido á su palacio á rogarle difiriese su partida, en atención á que habia asuntos bastante graves que reclamaban su presencia en la Capital. No viendo motivo urjente para no condes- cender á los deseos del ayuntamiento , Meneses continuó su mansión en Santiago durante algunos meses y en este tiempo dio pruebas de previsión y de celo con sus pro- videncias administrativas. En primer lugar, mandó ven- der los empleos de rejidor que habían sido comprados por la ciudad, aumentando sus rentas con su valor. Es- tableció carnicerías. Prohibió la exportación del sebo tan necesario en el país. Prohibió igualmente la del oro y de la plata sellados. Despachó diez y seis mil fanegas de trigo á la Concepción para el ejército , y mandó hacer provisión de catorce mil mas para el año siguiente. Nom- bró un visitador jeneral para que vijilase la exactitud de los encomenderos en cumplir con lo mandado en favor & 222 HISTORIA BE CHILE. de los Indios de sus respectivas encomiendas (1) , á sabeiv que no los agobiasen á fuerza de trabajo , y que no les faltasen en ninguna de las asistencias á que tenían de- recho. El 20 de diciembre, salió el gobernador para la Con- cepción, y el 30 , ya estaba acuartelado en la plaza de Yumbel. El primer pensamiento que le vino allí, envista de que los Araucanos no manifestaban intenciones paci- ficas, fué el de levantar la plaza antigua de Puren , aban- donada desde 1624, y para ejecutarlo, entró por las tierras enemigas con mil y seiscientos hombres, Espa- ñoles y auxiliares, á fuego y á sangre. Cuando creyó haber hecho suficientes estragos para no dejar duda á los naturales de que si querían paz los Españoles no era por- que temiesen la guerra, se concentró en Puren, en el mismo punto en donde existia la antigua plaza, y dando inmediatamente orden para empezar las obras, se puso él mismo con sus propias manos á animar á los trabaja- dores, cooperando al trazado del recinto. Tanto empeño formó y tanto hizo , que en pocos días se vio con sorpresa la plaza de Puren en pié , como si nunca hubiese dejado de existir. El intrépido Lara , de Santiago , fué nombrado gobernador de ella , con mucho escozor de algunos ofi- ciales, que conociendo su loca valentía, veian en su nom- bramiento una fuente perenne de riesgos y peligros, y algunos lo manifestaron así á Meneses ; pero el goberna- dor, para quien el noble defecto de Lara era la mejor re- comendación , persistió , tomando la precaución de sujetar sus determinaciones á un consejo de oficiales experimen- tados (2). Entendemos por consejo, aquí, un consejo (1) Real cédula de 27 de junio 1662. (2) El número de doce personas , como dice Figueroa, ni de doce oficiales, CAPITULO XXVII. 223 puramente consultativo , porque si era razonable mode- rar con reflexiones bien apoyadas el ardor impetuoso del jefe, habría sido absurdo el que no pudiese obrar sin la aprobación de sus subordinados. No satisfecho enteramente con la reconstrucción de la plaza de Puren , Menesés mandó levantar otra en Vir- güe.nco, en la falda de la Cordillera , y la llamó San Car- los, en honra del príncipe de Asturias. Esta recibió una guarnición de sesenta hombres , mandados por un ca- pitán que era Pedro Paredes. Si el pensamiento de levantar la de Puren fué bueno , el de construir esta última fué funesto como luego veremos. Después de al- gunas correrías, el gobernador volvió á la Concepción. Luis de Lara quedó el héroe del teatro de la guerra y se portó como tal. Su infatigable actividad y su imper- térrito corazón hacían surjir acciones debajo de tierra, bien que algunas no le fuesen favorables. Los jefes araucanos Udalebi y Calbuñancú conocían perfectamente el carácter arrojado del comandante de la plaza que tanto les ofuscaba, levantada á sus barbas en su propio territorio ; porque uno y otro eran justa- mente de Puren ; é hicieron cuanto pudieron para irri- tarle, á fin de obligarle á hacer una imprudente salida, puesto que tenían fuerzas décuplas, y planes bien con- certados para exterminarle á él y á todas sus Españoles. Luis de Lara pateaba y se consumía viéndose , por de- como dicen Pérez-García y otros, no es admisible. En la plaza de Puren quedó una guarnición de trescientos hombres , y los doce vocales del consejo no podían ser otros mas que los seis capitanes de las tres compañías ( suponiendo dos, primero y segundo, en cada una ); y sus seis tenientes, en ía misma suposición. Por consiguiente , los subalternos habrían sido los jefes de su jefe, que no hubiera podido hacer nada sin su aprobación. Ademas, semejante consejo hubiera sido defectuoso y vicioso en el hecho mismo de ser tan numeroso. 22& HISTORIA DE CHILE. cirio así, con las manos atadas, no por la voluntad del consejo que tenia que oír sino por sus justas reflexiones, al cabo de las cuales se hallaba siempre la inevitable y perentoria de hacerle responsable de los desastres infa- libles que acarrearía su temeridad. En efecto , los Arau- canos no pretendieron nunca, en los infinitos ataques que le dieron, tomar la plaza, sabiendo muy bien cuanto les costaría , sino el sacar su guarnición á campo raso ; y por eso, no atacaron nunca con grandes fuerzas, de- jando creer á los sitiados que no tenían allí mas. En un asalto final , padecieron ó simularon haber experimen- tado tan grande descalabro, que desacamparon súbita- mente. Lara quiso salir á perseguirlos sin descanso; pero sus consejeros le representaron que su retirada podia ser una treta, y el ardoroso Santiagués se cruzó los brazos con despecho. Por su parte, el consejo, en jeneral, y cada miembro en particular, no podían disimularse que tenían una mi- sión muy desairada si la habían de llenar perpetuamente con medidas de prudencia, teniendo á cada instante á raya el ímpetu jeneroso de su comandante. Ya empeza- ban á experimentar cierta cortedad en su presencia, como si interiormente sintiesen que su autoridad se hacia ridicula, cuando recibió Lara aviso de que los Arauca- nos se habían establecido y atrincherado sobre el lago de Butaleubú, adonde les debían llegar refuerzos para volver á la ofensiva con mas éxito. Sin entrar en con- sejo con nadie , Lara mandó tocar botasilla , formar y salir de la plaza doscientos cincuenta hombres; se puso á la cabeza, y marchó intrépido al enemigo, Noobstante, al aspecto de sus trincheras, conoció que se había apre- surado demasiado, y que no tenia bastante jen te para CAPÍTULO XXVII. 225 tanta empresa ; pero ya era tarde. Dispuso su columna de ataque ; despachó por delante á los tiradores , y se arrojó, él á la cabeza, sobre el campo araucano; y esto era justamente lo que los enemigos buscaban después de tanto tiempo. Fortuna fué para los Españoles que , á su vez , los Araucanos se apresuraron también demasiado saliendo con furia de sus trincheras y no dejándoles duda de que iban á ser exterminados si no concentraban poderosa- mente su resistencia. Así lo hicieron , y empezaron á retrogradar paso á paso con los tiradores y dos pedreros á la cabeza , unos y otros sin tirar hasta que los enemigos estuviesen bastante cerca para no perder un solo tiro. En el primer arranque los Araucanos habían llegado hasta las bocas de las armas de fuego, y los mas avan- zados habían caído muertos entibiando , sin duda alguna, el ardor de los que les seguían , no en un orden muy cer- rado y rigoroso. Los Españoles habiendo vuelto á cargar sus armas, — los que habían tirado , — prosiguieron su retirada recibiendo un diluvio de proyectiles, de uno de los cuales fué herido el valiente Lara. Este accidente , por de pronto, desalentó un poco á sus tropas; pero la reflexión de que era preciso salvarlo á toda costa les dio un verdadero coraje. Viendo que el enemigo no se acer- caba bastante para abrasarlo , los tiradores y los pedre- ros en un orden maravilloso arrancaron á su frente, é hicieron una descarga tan bien aprovechada que le obligaron á un alto durante el cual se replegaron y se pusieron en la misma actitud. Por fin, al cabo de una larga retirada, en la cual perecieron muchos Españoles, llegaron á verse bajo la protección de la plaza los demás y volvieron á ella salvos con su bizarro coman- III. Historia. 15 226 HISTORIA DE CHILE. dante, que idolatraban, bastante gravemente herido. No hay mal que por bien no venga, y aunque los mas de los refranes sean cosa tan necia como desmalazada , este se halla aquí muy en su lugar con respecto áLara; no porque su herida le hubiese hecho mas cauto, sino porque acababa de convencerse de que su intrépido corazón necesitaba un guia menos presuroso que su volcánica cabeza. Soportó , pues, su mal con muchísima paciencia, y gracias á su sana encarnadura, no tardó demasiada- mente en verse en estado de volver á buscar su desquite ; pero aun no le salió la cuenta, y dos ó tres veces fué to- davía batido con pérdida, siendo todo lo que la historia puede decir sobre este particular, por no haber creido conveniente los croniqueros contemporáneos el cansar la paciencia de los lectores con detalles poco interesantes , sin duda. Es verdad que ías felices consecuencias del valor y de la perseverancia del héroe santiagués los llamaban á prisa. Pero no anticipemos. Noobstante sus derrotas repetidas , Lara consiguió el hacerse con nada menos que seis mil aliados de los na- turales, y con ellos y parte de los suyos emprendió una marcha tan rápida y tan oportuna sobre el Cauten, que hizo una captura considerable de ganados. Los natu- rales, sorprendidos, no supieron ó no pudieron resistirle; pero volviendo en sí, se reunieron con la prontitud que les era habitual y le quisieron cortar la retirada. Con esto ya habia contado Lara, y así marchaba, por decirlo así, sobre aviso, con las mas minuciosas precauciones mili- tares; de suerte que uno de sus descubridores disemina- dos alcanzó á ver, probablemente sin ser visto, una fuerte emboscada, de la cual se apresuró á dar aviso á sus jefes. En vista de esto, el comandante español destacó una CAPÍTULO XXVII. 227 columna lijera para que por un rodeo les fuese á caer sobre la espalda, mientras él marchaba de frente con el mayor aparente descuido. Llega á la altura de la ase- chanza y continúa, llevando todos sus tiradores el arma preparada, de modo que haciendo medio jiro á la dere- cha , no tenían mas que tirar para matar. Salen los Indios de repente con un espantoso aullido y se arrojan á los Españoles , los cuales los reciben serenamente y los sa- crifican á boca de jarro , mientras que la columnita des- tacada los carga por detras aturdiéndolos en tal manera que no pensaron ya mas que en huir dejando muchos prisioneros , y cien hombres muertos. Regresó pues triunfante Lara á su plaza de Puren , y empezaba á penas á disfrutar con algún sosiego , aunque sin descuido, la satisfacción de una lejítima venganza satisfecha , cuando inesperadamente , la misma noche de su regreso, ve la plaza tan amenazada por escalada que un gran número de enemigos se habían introducido en ella para abrir la puerta á los demás. El caso fué que Udalebi, digno rival del héroe chileno en coraje y ardor, picado de no haber podido atajar á este en su expedi- ción sobre el Gauten , juzgó que debía tener necesidad de descanso á su vuelta, y que ciertamente no contaría con un ataque tan pronto. En efecto, sin haber sido precisa- mente sorprendidos, los Españoles no esperaban por se- mejante asalto, el cual fué tan súbito, tan impetuoso y bien combinado, que no hubo tiempo en la plaza para tomar las armas un minuto de antemano. Sin embargo la crisis no fué larga, bien que los pri- meros enemigos que entraron hubiesen hecho ya la puerta pedazos para abrir á los suyos. Ya estos habían empezado á entrar y habían cojido á cuatro ó seis Espa- 1 228 HISTORIA DE CHILE. 1 I ñoles que desaparecieron entre los enemigos como si la tierra los hubiese tragado. Pero , en su furor , los Arau- canos no atendian á guardar un orden regular de com- bate , y la estrechez de la puerta les hubiera obligado , en todo caso , á romperlo momentáneamente. En este instante crítico Lara fué el que tuvo mas frescura entre todas las cabezas frias de la plaza. Mientras que los ene- migos se agolpaban , habiendo ya muchos dentro , una descarga horrenda á metralla los arrojó á fuera con mas prisa de la que habían tenido para introducirse , y muy luego no quedó ni uno de ellos en lo interior , á no ser los que habían muerto. No pudiendo pensar razonablemente en seguirlos, el valeroso comandante puso en pos de ellos á tres ó cuatro de los Indios fieles , de los cuales había muchos ; todos los que tenían sus familias con los Españoles, y en jene- ral, los que eran mas inmediatos á la frontera eran de fiar. Sin esto , la mayor parte de los acontecimientos serian mas que inexplicables , casi milagrosos. Como lobos ó zorras , estos naturales seguían sin perder de vista á los Araucanos batidos, deteniéndose cuando ellos se detenían , y desapareciendo , al menor ruido que per- cibían , en las matas, zarzas y desigualdades del terreno. A la mañana siguiente , volvió uno de ellos y aseguró á Lara que Udalebi con los suyos se dirijia al rio de los Sauces , y que una de las escuchas que habían salido de la plaza había proseguido observándolos, mientras él volvía á dar parte de la dirección que habían tomado. Sin perder un solo instante, Lara manda formar una columna , se pone á su frente y marcha en la misma dirección con su Indio, enviando á otros, apare- jados con Españoles , por delante y por los flancos , y »•(*__ CAPUL) LO XXVII. 229 llevando todos sus soldados raciones para ellos y pienso para los caballos. Anduvieron todo aquel dia y la mayor parte de la noche sin mas descanso que el necesario para tomar sustento, y al amanecer del siguiente dia, caye- ron de improviso sobre el campo de Udalebi , que con quinientos de los suyos descansaba de la pasada refriega, distante de pensar que otra mas ardua se le preparase tan de cerca. La prudencia y la frescura de Lara en esta sorpresa se igualaron á su arrojo. Los Araucanos cruel- mente despertados huyeron en dispersión como si un poder sobrenatural los persiguiese ; pero no todos pu- dieron salvarse ; mas de ciento quedaron alli muertos , y entre ellos su jefe Udalebi ; y , por mayor dicha , los seis españoles arrebatados de la plaza de Puren el ante- víspera, fueron rescatados. Pero el vicetoqui Calbuñancú no se hallaba allí, y por algunos prisioneros, Lara supo que este estaba acantonado sobre el Quepe. La ocasión era propicia si sabia aprovecharla antes que Calbuñancú recibiese aviso de la derrota y muerte de su jeneral. La tropa y los ca- ballos estaban rendidos, á la verdad; pero en la tar- danza habia peligro , y Lara, sintiéndese inspirado, se dirigió sobre el Quepe , luego que sus soldados hubieron tomado algún descanso. Esta resolución no era mas ar- riesgada que la precedente de ir de la plaza de Puren á la orilla del rio de los Sauces, y el feliz éxito que habia tenido la primera pedia un corolario, á saber la derrota del vicetoqui. Así sucedió. La intrepidez de Lara hacia vanos los peligros. Llenos de confianza en él , sus solda- dos le siguieron seguros de alcanzar otra victoria , y di- ciendo que si el ejército poseyese dosLaras, la guerra se habría acabado ya mucho tiempo habia. 230 HISTORIA DE CHILE. Dicho y hecho, al anochecer del dia siguiente, llega uno de sus auxiliares escuchas á decirle que se avis- taban fuegos. Lara manda hacer alto y va él mismo á observar. Vuelve , rodea su campo de escuchas , y da descanso á su tropa , sin pensar que él mismo lo necesi- taba tanto como el que mas. Al cabo de cuatro ó cinco horas, sus soldados descansados y animosos, se formaron, se pusieron en marcha sin tambor ni trompeta y midieron tan bien la distancia, que al punto de rayar el alba, se echaron sobre los Araucanos é hicieron en ellos una carnicería espantosa. El mismo Galbuñancú quedó muerto. No quedándoles nada mas que hacer allí , los Españoles regresaron á su plaza de Puren con noventa prisioneros. Se observa ya en estos detalles cierto desmayo en la resistencia de los naturales. Ya no se ven aquellas juntas numerosas , ni aquellos arranques furiosos y pertinaces que no dejaban ni un solo instante de tregua á las armas españolas. Sin embargo , mientras el gallardo Lara salia victorioso de sus repetidas empresas, hubo que deplorar por otro lado un suceso muy funesto. El capitán Paredes, que, como hemos dicho, mandaba con sesenta hombres el fuerte de Virguenco, levantado á la falda de la cor- dillera, tenia mucha confianza en el cacique Aguélipi de Quilacó , el cual se manifestaba muy ufano de la honra que le hacia el oficial español , y cultivaba su amistad con buenos oficios continuos que no le permitían á Paredes dudar del apego y de la lealtad de dicho cacique. Este, pues, ofuscado , como la mayor parte de los suyos, de la erección del fuerte de Virguenco, y persuadido de que la astucia están lejítima como la fuerza, se fué un dia á pedir al capitán Paredes doce soldados para operar una CAPITULO XXVII. 231 sorpresa sobre los Pehuenches , sus vecinos , que le mo- lestaban demasiado. Creyendo que seria cosa de muy poca importancia , Paredes se los dio y Aguélipi se los llevó ; pero tan pronto como se vio con ellos bastante lejos del fuerte , les mandó dar muerte con mucho sijilo, y dos dias después volvió con supuestos prisioneros Pe- huenches , puesto que los hombres y mujeres que pre- sentó á Paredes eran habitantes de su localidad. Al verle llegar tan triunfante, el incauto comandante español salió á recibirle, le tendió la mano , se empezó á entre- tener con él , y mientras tanto , el pérfido Aguélipi hizo una señal , salió á ella una masa de guerreros , y estos se apoderaron del comandante y de su fuerte. Don Alonso de Córdova y Figueroa corrió , tan pronto como supo este acontecimiento , á salvar, si posible era , á los Españoles ; pero ya llegó tarde , y no halló mas que cadáveres. No pudiendo resucitarlos , se creyó oportuno vengarlos , y el maestre de campo Erizar marchó con todos los rigores de la guerra por medio de las comarcas vecinas á la cordillera, y se manejó con tanto éxito que cojió prisionero al traidor Aguélipi. Con esta buena presa , volvió á la plaza de Buena Esperanza , á donde llegó muy luego orden del gobernador Menesés , para dar no sabemos qué muerte ó martirio al culpable , pues solo vemos que su castigo fué espantoso. CAPITULO XXVIII. El tremendo castigo de Aguélipi amedrenta á los Araucanos.— Piden la paz.— Concédela Menesés.— Rehenes.— Pasa triunfalmente con ellos á la capital. — El maestre de campo la Carrera levanta la plaza de la Encarnación en Repocura.— Muerte de Felipe IV.— Advenimiento de Carlos II.— Funerales. — Funciones y regocijos.— Amores de Menesés.— Contrae matrimonio sin real licencia.— Sus tropelías.— Enemistades.— El veedor jeneral intenta matarlo, y yerra el tiro.— Asechanzas del gobernador contra la vida del maestre de campo la Carrera.— Su salvación. (1665—1668.) Sin poder decir qué jénero de muerte dieron los Es- pañoles á Aguélipi, puesto que no hallamos detalle al- guno sobre este ejemplar, vemos que los Araucanos sobre- cojidos, empezaron á clamar de todas partes por la paz; pero el gobernador Menesés se mostraba tan irritado que mandaba encarcelar y maltrataba cruelmente á cuantos mensajeros indios llegaban á pedírsela. Por esto se ve evidentemente cuanto se habían amortiguado en ellos aquel ardor guerrero , y aquella sed de represalias y venganzas de cuyos terribles actos abunda tan tristemente esta historia. En la coyuntura presente, ni se atreven á quejarse del excesivo rigor del gobernador español. Lejos de eso , á cada nueva que les llega de su terrible enojo se quedan mas y mas aterrados , en términos que ya ningún cacique se atrevía a insistir en pedirle ni paz ni perdón. Al fin , un guerrero , por nombre Ayllacuriche , se atrevió á enviarle mensajeros con las mas rendidas súplicas para que perdonase yerros pasados , y escuchase el propósito firme que tenían de hacérselos olvidar por CAPITULO XXVIII. 233 su conducta futura. Cuando estos enviados se presen- taron, sin querer oirles, Menesés los mandó poner en un calabozo , y, no satisfecho con esto, mandó llamar á su presencia á Lincopichun , cacique aliado, al cual impuso la obligación de traerle , vivo ó muerto , al guerrero Ayllacuriche, so pena de caer él mismo bajo su resen- timiento si no se lo entregaba en el término de veinte días. Salió el infeliz Lincopichun trémulo y muy desconfiado de poder cumplir el duro mandato del gobernador. En efecto , luego que había visto la mala acojida hecha á sus enviados , Ayllacuriche juzgó con mucho acierto que lo que queria Menesés era tenerle en su poder, y procuró ponerse en salvo y al abrigo de asechanzas. Los tiempos estaban muy cambiados , y ya se habían pasado aquellos en que, en semejante caso, hubiesen los Araucanos reunido un ejército é ido á buscar á los Españoles , en lugar de esconderse de ellos. Lincopichun buscó al pros- cripto lo mejor que pudo , sin comunicar con nadie la ardua y difícil misión que tenia; pero por mas que hizo , no pudo hallarle , ni averiguar en donde se ocultaba. Los veinte dias , término y plazo concedido por el ira- cundo Menesés , se pasaron , y no viendo parecer á Lin- copichun, mandó al capitán Fontalba fuese inmediata- mente á asolar sus tierras. Marchó Fontalba pero no halló un solo individuo en la parcialidad de Lincopichun , porque este , advertido á tiempo , se habia puesto bajo la protección de los mismos Españoles, acogiéndose con todos sus vecinos y administrados á la plaza de San Carlos de Austria, para no dejar la menor duda acerca de su fidelidad. „ Este rasgo de agudeza y de seso de Lincopichun pro- % m HISTORIA DE CHILE. dujo el efecto que él esperaba. Los Españoles mismos expusieron al gobernador la lealtad y buena fe de este cacique, con la imposibilidad material de dar cumpli- miento á una orden inejecutable tal vez con un ejército , si el proscripto persistía en huir y ocultarse. Menesés no pudo menos de reconocer la verdad, y se quedó, sino contento, callado, y aun creyó deber aprovechar de una tabla que en aquel instante le presentaron los je- suítas intercediendo por los infelices vencidos, ya rendi- dos é incapaces de resistirle , para poner á cubierto el desaire de la impotencia de satisfacer sus arranques co- léricos. Concedió, pues, un salvo conducto y los jesuítas mismos fueron á buscar y trajeron á su presencia los embajadores ó plenipotenciarios de la paz. Viéndolos sumamente sumisos, se templó un poco su humor altivo y altanero; pero aun no pudo desistirse enteramente de él , pidiendo , ante todas cosas , gajes y rehenes de la fide- lidad de los naturales á las condiciones bajo las cuales iba á concederles esta paz. Los enviados declararon que se hallaban autorizados y prontos á obedecer en cuanto exijiese de ellos. Un poco ablandado con esta respuesta, les pidió cuatro jóvenes de los principales de Arauco , y otros tantos del estado de Tucapel , los cuales , desde el momento en que le fuesen entregados, le habían de acompañar y seguir -por todas partes , hasta que él los dispensase de esta obli- gación. No teniendo nada que oponer ni responder á esta exijencia, los enviados araucanos se prestaron á todo lo que el gobernador quiso , y la paz quedó reconocida , á lo que parece, sin mas parlamento ni solemnidad, pero no menos cierta, puesto que el k de agosto, Menesés da CAPITULO XXVIII. 235 parte de ella y del feliz estado de las cosas del reino al cabildo de Santiago (1) , citando la particularidad de los rehenes que habia exijido , y que ya estaban en su po- der. Parece ser que el carácter altanero del gobernador se gozaba en la posesión de los ocho jóvenes araucanos , cuyo séquito le hacia pasar por todas partes con una especie de marcha perpetuamente triunfal , y no tardó en presentarse con ellos en la capital , á donde llegó el 2 de octubre y en donde permaneció solo hasta el 17 de di- ciembre. Mientras tanto, el gobernador de las armas la Car- rera, hombre activo y de un profundo juicio, viéndose con facultades de operar como le pareciese en ausencia de Menesés, quiso aprovecharse de ellas y dio un paseo militar hasta Repocura en donde levantó la plaza de la Encarnación con tanta celeridad , que nadie quería creerlo , y que el mismo gobernador, después de haber dudado de la verdad del hecho , como otros muchos , se puso celoso contra la Carrera, cuando se vio forzado á reconocerla. Este hecho, al parecer, de tan poca im- portancia , ha sido fecundo en resultados dignos de cu- riosidad , y por eso creemos hacerlo notar muy parti- cularmente. Pero antes de hablar de estos acontecimientos , otros de mayor importancia piden nuestra atención. El 18 de abril 1666 llegó á la Concepción la nueva de la muerte del rey, y Menesés tuvo que volver á la capital en donde pasó casi todo el resto del año y el siguiente en fiestas por el advenimiento de un nuevo monarca , después de haber hecho fastuosas honras fúnebres al di- (1) La confirmación de estos hechos se halla en una carta del mismo cabildo al rey, fecha del 12 de diciembre 1665 , copiada en su libro 3% folio 6, 236 HISTORIA DE CHILE. funto. Felipe IV había muerto el 8 de febrero 1665, y sus funerales se hicieron en Santiago de Chile á principios de enero de 1667. Tras de los funerales, vinieron la jura y las funciones del rey Carlos II, niño de cinco años y tres meses y dias, y en ellas, el avasallador Menesés se vio avasallado por una deliciosa Chilena (1), que triunfó con su virtud de los innumerables asaltos que le quiso dar su amante como conquistador mas bien que como ado- rador rendido. No pudiendo vencer su entereza, Me- nesés se determinó á poseer su tesoro de felicidad por el medio lejítimo del matrimonio , y se casó sin real licencia, prefiriendo exponerse á las consecuencias de esta irre- gularidad que padecer el largo tormento de la espera de una respuesta de la corte. Tal vez se lisonjeaba también de que el secreto con que se habia hecho la ceremonia quedaría ignorado el tiempo necesario para que le llegase la real sanción antes que se supiese. Pero Menesés olvi- daba que su carácter altanero y sus cualidades poco sociales le habían acarreado muchos enconos y enemista- des, y pronto vio que sus esperanzas no habían sido otra cosa mas que falaces ilusiones. El 25 de febrero salió de Santiago para la Concepción en donde se mostró doblemente engreído de su poder y de su felicidad íntima, como si rebosase á pesar suyo la medida de su circunspección por su propio ínteres. Al punto en que llegó á la frontera empezó á chocar con las personas que tenían mas derechos á ser tratadas por él con miramientos. El gobernador de armas la Carrera ; el veedor Don Manuel Pacheco, el contador Cárcamo, (1) Juana Catalina Bravo, hija de don Francisco Bravo deSarabia, el cual, -contra el parecer de Molina,- no era aun marques de la Pica— Pérez- García. r*_._ CAPITULO XXVIII. 237 y el tesorero Valladares, todos estos recibieron de su parte graves motivos de resentimiento. Gomo episodios puramente personales , la historia hubiera podido dejar estas particularidades en olvido; pero no puede omitirlas por haber influido mucho en los acontecimientos que pusieron fin al gobierno de Menesés. Es de advertir que , ademas de hallarse en una posición falsa y crítica por su clandestino matrimonio, este gobernador no estaba en- teramente exento de tachas bastante aparentes como ad- ministrador ; y lo mas estraño es que él mismo no lo ignoraba , puesto que obraba con destreza para disimu- larlas á los ojos de los demás. En efecto, Menesés era interesado y, lo que mases, bajamente interesado, puesto que usaba de ardides para satisfacer esta ignoble pasión , indigna del alto puesto que ocupaba en el reino de Chile y de su carácter de go- bernador. Ciertamente , por ejemplo , no habia que temer que su ejército padeciese falta alguna, ni que el mas ín- fimo de sus individuos tuviese que quejarse de no haber recibido a su debido tiempo pré , vestuario y asistencia ; pero su fuerza real y existente era de muchísimo inferior á sus presupuestos. Los comisarios y contadores lo sa- bían , mas no se atrevían á hacer constar estas diferen- cias , bien que fuesen onerosísimas para el real erario , viendo , sobretodo , el esmero que ponia el gobernador en tener siempre todo el ejército satisfecho , desde el maes- tre de campo hasta el último soldado , premiando el mé- rito , evitando injusticias y haciéndose verdaderamente querer de todo él. Sin embargo, tan grande llegó áser la diferencia entre los presupuestos generales y las fuerzas efectivas , que el veedor jeneral don Manuel Pacheco , oficial tan exacto y desinteresado como el gobernador lo í 238 HISTORIA DE CHILE. era poco, no pudo menos de poner algunos reparos en certificar ciertas operaciones , y con ellos encendió la ira de Menesés como si hubiese puesto fuego á una mina. Enfurecido al ver que su inferior osaba comprobar sus ac- tos administrativos, el imprudente gobernador hizo ruido, y el ruido se esparció con tan grave ofensa de la verdad y pundonor del mismo Pacheco, que este perdió la cabeza y no halló mas medio de satisfacción que el intentar matar al gobernador. El contador y el tesorero, que tenían motivos bas- tantes para saber de qué parte se hallaba la razón y que no podía tardar en salir á las claras, aconsejaron á Pa- checo usase de paciencia y frescura, pero en vano. El resentimiento del veedor era tan vivo y profundo, que puso premeditación en su venganza, y calculando que le sena mas fácil el satisfacerla en Santiago que en la Concepción, por hallarse aquí el gobernador natural- mente siempre rodeado de tropas, determinó esperar que volviese á la capital , y, por su desgracia esta ocasión no tardó en llegar. El 20 de abril, ya Menesés estaba de vuelta en Santiago, en donde residía su hermosa mujer, y allí le esperaba Mendoza, el cual aprovechó una visita que hizo el gobernador al hospital de la ciudad, y le hizo doce heridas, después de lo cual se refujió á sagrado (1). Pero de nada le sirvió este refujio; al punto fué ex- (1) Este hecho lo cuenta Carvallo diferentemente, diciendo que Mendoza ó Pacheco, aguardó al gobernador en la plaza de San Juan de Dios y le tiró un tiro, que fué errado, y que Menesés mató a un criado que acompañaba al veedor. Esta versión parece realmente mas natural que la de Pérez-García; pero como este cita al cabildo de Santiago , que en cuerpo fué á visitar á Me- nesés ya curado de sus heridas en enero 1668, no hay medio de no creerle de preferencia. CAPÍTULO XXVIII. traído y luego expuesto á la vergüenza por las calles como un loco , con el pelo, cejas y mitad de las barbas afeitadas , y en atavío afrentoso. Después de este infa- matorio castigo , le pusieron en un calabozo en donde le hallaron muerto una mañana , sin duda á fuerza de pe- sares , puesto que ninguna señal presentaba su cadáver de muerte violenta. Con todo eso , lo odioso de esta tra- jedia recayó sobre el gobernador y nadie hubo que no se lo achacase ; pero poco le importaba á Menesés , el cual quedó muy satisfecho de verse libre de un enemigo que habría sido formidable para él , si con paciencia y sangre fría hubiese aguardado á que llegase la coyuntura pro- picia á la venganza ,— coyuntura que no podia tardar, en vista de la conducta poco política de Menesés , — la de tomarle residencia. En efecto , el gobernador habia acumulado sobre su cabeza tantos rencores , que no era posible que al fin no causasen su desgracia. No solo habia sido altivo y des- mandado con los particulares y dependientes de él, sino también con las autoridades y hasta con la misma real Audiencia y con el obispo. Solo con el cabildo de Santiago se mantuvo siempre en buena armonía , sin duda porque no podia dispensarse de pedirle á menudo una coopera- ción esencial y directa en los medios de alcanzar el fin de todas las operaciones en Chile, á saber, la paz, y hasta tanto, la guerra. Entre otros actos de tropelía, habia cometido uno en Santiago que no se puede cali- ficar por desusado é inaudito. La prontitud con que la Carrera habia levantado, fortificado y armado la plaza de la Encarnación en Repocura, habia sido tal, que nadie quería creerlo , y un caballero de la capital , lla- mado don Juan Gallardo, acertó á decir en una tertulia 240 HISTORIA DE CHILE. que dudaba mucho del hecho. Un indiscreto que se hallaba presente contó un chisme fundado sobre esta sola expresión , al gobernador, y este, sin mas averigua- ciones , envió á llamar al preboste y le dio orden para que prendiese á Gallardo , — persona de grande distin- ción , — y se le llevase á caballo en una muía á Repo- cura para que saliese de dudas, viendo por sus propios ojos si la plaza de la Encarnación existia ó no. El preboste obedeció y la tropelía fué ejecutada rigurosamente (1). Así se iba colmando la medida de las iniquidades del gobernador Menesés. Con su carácter, era moral y ma- terialmente imposible que pudiese vivir en armonía con su teniente inmediato don Ignacio de la Carrera , cuyo mérito eminente , universalmente proclamado , y cuya integridad le ofuscaban. Con estas dos brillantes cuali- dades, la Carrera tenia justamente otras dos , que son consecuencias de las primeras , á saber, dignidad y en- tereza. Sin embargo, por el bien del servicio, había llevado con resignación los efectos continuos del intra- table carácter de su jefe, hasta que, ya no pudiendo mas, perdió la paciencia y lo expuso con moderación aunque con firmeza. Irritado , el gobernador le envió arrestado á la plaza de San Pedro , y Turrugoyen obedeció. Pero su jefe no se contentaba con tan poco , y meditó des- hacerse de él, no quitándole el empleo sino la vida. En consecuencia, dio orden para que se le forjase un proceso del cual resultó una irrisoria sentencia de' muerte, y no atreviéndose á ponerla en ejecución, envió al verdugo para que la ejecutase secretamente. Dos (1) Carvallo reputa como tradición vulgar, y sin fundamento, la que atri- buye el sufrimiento de este acto de fuerza brutal á un oidor de la real Au- diencia. CAPITULO XXVIII. 241 l oficiales le fueron á leer su sentencia , y Carrera la oyó sin sorpresa, pidiendo que le enviasen un sacerdote. En efecto , pasada media noche , volvieron los dos oficiales con un eclesiástico, no para hacerse cómplices del mas odioso asesinato , sino para salvar al inocente entregán- dole á un esforzado remador que le transportó por el Biobio en una balsa á la Concepción, en donde fué á re- futarse la Carrera al convento de San Francisco (1). De allí , se embarcó secretamente para Lima á donde llegó felizmente. (1) Dejamos como inverosímil que Carrera tuvo la inútil temeridad de ir una noche á echar en cara á Menesés su atroz abuso de poder, y que el goberna- dor le respondió sobrecogido : « Ya sabia yo que era vmd. hombre de honor, y solo he querido asustarle. ¡ Retírese vmd. ! » III. Historia. 16 CAPITULO XXIX. El gobernador de armas de Chile, la Carrera, ante la real Audiencia del Perú. — Informes de este senado á la reina gobernadora.- Resolución de S. M. — El conde de Lemos, virey del Perú, envia un gobernador á Chile con orden de arrestar á Menesés. — Arresto de este gobernador y circunstancia notable que tuvo. — Huye de la cárcel y vuelve á ser aprehendido en Men- doza.— Otra nueva particularidad de este suceso.— Repuesto en la cárcel de Santiago, sale por la ciudad bajo fianza.— Finalizada su causa, va á Lima ; el virey le indulta por intercesión del cabildo de Santiago , y le en- via á la ciudad de Trujillo, en donde falleció.— Entrada del nuevo gober- nador en Santiago con refuerzos.— Su marcha á la Concepción.— Los Arau- canos atacan la plaza de Tolpan. — Va el gobernador á su socorro, y los bate con muerte de sus dos jefes.— Los enemigos nombran de toqui á Ai- llicuriche.— Ataca este á San Felipe de Arauco.— Llega el gobernador y lo bate.— Asuela en seguida los llanos.— Restauración de la plaza de San Felipe.— Aillicuriche reúne fuerzas en Puren.— Va á buscarle Davila y bate otra vez á los Araucanos.— Regresa á la Concepción.— Recibe aviso de la llegada próxima de un sucesor.— Pasa á Santiago, y de allí á Lima sin esperarle. (1666—1670.) El virey del Perú, conde de Santistevan, había muerto cuando Yturrugoyen llegó á Lima huyendo de la injus- ticia del gobernador de Chile , y el gobierno del virei- nato era ejercido por la real Audiencia, ante cuyo tribunal la Carrera Yturrugoyen compareció exponiendo los mo- tivos de su conducta , con pruebas auténticas é irrecusa- bles. Su queja se halló corroborada y, por decirlo así, justificada por informes que dio sobre la moralidad y el carácter de Menesés un Español Granadino , célebre en el ejército de Chile en donde habia servido , el cual tenia razones, ó motivos de venganza, para hacerle mas odioso, si era posible , de lo que era en realidad. El gobierno de Lima , que habia recibido ya los informes de la real CAPITULO XXIX. 243 \ Audiencia de Santiago de Chile sobre el carácter altivo , malmirado y díscolo , así como también sobre el matri- monio clandestino deMenesés, pasó todos estos informes á la reina gobernadora (1), y su majestad mandó al conde de Lemos , nombrado virey del Perú, que á su llegada al vireinato hiciese justicia (2). Luego que llegó y tomó posesión del gobierno del vi- reinato (3) , el conde de Lemos mandó hacer las mas eficaces y activas dilijencias para apurar la materia grave de las infinitas quejas que habia contra el gober- nador de Chile, y hallándolas ampliamente comprobadas, resolvió quitarle el mando y formarle causa. Ya habia mucho tiempo que Menesés temia y esperaba este resul- tado , y por lo mismo habia comisionado á un capitán llamado Bolívar para que fuese á Valparaíso y se apode- rase de todas las correspondencias que llegasen del Perú , y le diese , ademas , parte con oportunidad de cuantas naves arribasen á aquel puerto , con la misma proce- dencia, y de las señas correspondientes para saber el objeto de su viaje , nombre y calidad de pasajeros. Con todo eso , su precaución , esta vez , no le fué de utilidad alguna. Bolívar quedó un dia arrestado á bordo de un buque que habia ido á visitar, en cumplimiento de su misión , y en el cual llegaba don Diego Davila, marqués de Navamorquende , nombrado de gobernador de Chile. Sin hacer mas ruido , el marques envió inmediatamente poderes á Santiago al j enera! Silva para que le diese á reconocer al cabildo , y á don Martin de Erizar para que hiciese lo mismo en la Concepción, con encargo (1) Doña Maria Ana de Austria, segunda mujer de Felipe IV. (2) Real cédula de 12 de diciembre 1666. (3) Noviembre 1667. m ÜI ST ORIA DE CHILE. especial de asegurarse de la persona del gobernador. El 20 de marzo , á media noche , convocó Silva el cabildo ; á la una y media , ya estaba reconocido el nuevo gobernador, en la persona de su apoderado, y algunos momentos después, Menesés se vio arrestado. Pero aquí, sucedió un caso peregrino de venganza, el cual el mas cristiano corazón no se siente fuerzas para condenarlo. Gomo hemos dicho , Menesés era querido del ejército , y no faltó quien fuese á despertarle á mitad de la noche del 20 al 21 de marzo para que se pusiese en salvo , anunciándole la grande novedad que ocurría. Se vistió el proscripto gobernador apresuradamente , montó á caballo y salió para la Concepción en donde estaba se- guro de hallar defensores. Y en verdad , este caso estaba tan previsto , que el virey había encargado mucho á Davila no intentase valerse de la fuerza, si hallaba re- sistencia á la simple ejecución de oficio de las órdenes que llevaba. Era esta una sabia previsión ; porque si Menesés hubiera conseguido llegar á la Concepción con intento de resistir ó desobedecer, probablemente habría sido difícil , sino imposible, el prenderle. Pero la pro- videncia es muy aguda. Los lectores no han olvidado , sin duda , el rasgo algo mas que militar de Menesés , cuando envió al preboste á prender al ciudadano Gallardo de Santiago , y llevársele caballero en una muía á Repo- cura para que no le quedase duda sobre la existencia de la plaza de la Encarnación. Gallardo, pues, sujeto tan discreto como bien criado , percibió sin dificultad cuan inútil le seria quejarse de este acto , y aparentando reírse él mismo del chasco, como cosa muy divertida, juró entre sus dientes que no se le olvidaría tan pronto. En efecto , llegó la ocasión oportuna de recordarlo, y mien- CAPITULO XXIX. 245 tras Menesés volaba en un buen caballo , camino de la Concepción , Gallardo volaba aun mas velozmente en otro mejor para alcanzarle, y le alcanzó. Pero aquí fina- liza la caridad cristiana con la venganza de Gallardo , el cual , olvidando la nobleza de su cuna y de sus principios (según dicen algunos autores), hizo un abaso bajo de ella propasándose á forzar á su cautivo á volver con las manos atadas en un ruin caballo, ruinmente arreado, y á exponerle por las calles ele Santiago á la mofa de un populacho resentido y poco mirado. Para concluir con el desgraciado Menesés y con el triste episodio de su terrible caida, diremos , que puesto en una cárcel mientras le formaban causa por todos los trámites lentos y humillantes de la justicia , aun se sentía soberbio y esperaba. Ya habia año y medio que ejerci- taba su paciencia en esta penosa situación , cuando , cansado de soportarla, determinó fugarse y lo logró. Gomo lo consiguió, no se sabe, y poco importa; tenia mucho dinero y esto bastaba para tener éxito en mas difíciles empresas que la de adormecer un carcelero. Al fugarse, sus proyectos eran irse por Buenos Aires á España , y en efecto , se dirijió por la Cordillera ; pero su ausencia se descubrió demasiado pronto ; le persi- guieron y le alcanzaron en Mendoza, por mas que quiso refujiarse y esconderse en las iglesias. Habiendo caido de nuevo en manos de la justicia, sus aprensores le lle- varon de nuevo á Chile , y en este regreso, por una ma- ravillosa disposición déla Providencia, su predecesor en el mando del reino, el angelical don Ángel Pereda, que iba á tomar posesión del gobierno de Tucuman , después de haber padecido tantas persecuciones de parte de Menesés, se cruzó con él. Pero el conductor de este último 246 HISTORIA DE CHILE. era hombre de sentimientos y tuvo la delicada atención de ocultar á su prisionero apartándole del camino para dejar pasar á Pereda sin que le viese. Reintegrado en su cárcel de Santiago, el juez de su causa le mandó poner un par de grillos ; pero á pocos dias salió en libertad por la ciudad bajo fianza , hasta que , concluido su proceso , lo condujeron á Lima á pre- sencia del virey, el cual habiendo recibido cartas (en diversas épocas ) del cabildo de Santiago en su favor, le indultó, y le envió á Trujillo en donde murió (1). El granadino Zerpa , que en Lima habia corroborado la acusación de Menesés ( hecha por la Carrera Yturru- goyen ante la real Audiencia) á la hora de la muerte, que sucedió algún tiempo después, aunque antes de la de Menesés , la retractó . y tal vez esta retractación no contribuyó poco á la lenitud con que , en final , fué tra- tado el exgobernador de Chile, cuya conducta habia sido bastante desgraciada para que no se necesitase sobre- cargarla con inútiles calumnias (2). i (1) Con respecto á este desenlace, existe un debate entre Figueroa y Car- vallo , en cuyo debate las pruebas militan en favor del segundo de estos escritores. En efecto, por la fecha del despacho de Davila ,— Lima, Io de enero 1668,— y por la del de su sucesor Henriquez, — Madrid, 21 de agosto del mismo año, se colije que Menesés no ha sido reintegrado en el mando, como pretende Figueroa. (2) El granadino Zerpa era un hombre formidable de talla , de audacia y de talento. El motivo porque se hallaba en Lima , siendo individuo del ejér- cito de Chile, fué, — según dice Carvallo en una de sus notas,— que habiendo dado muerte por celos á otro Español natural de Valladolid, le cortó la mano derecha y la clavó á la puerta de la Audiencia con un rótulo en que se delataba á si mismo en estos términos : «Yo Maiías Zerpa, porque me agravió. » Per- seguido por este asesinato, habia huido al Perú en donde últimamente le cojieron. Llevado á Valparaíso, y puesto en la cárcel, rompió sus grillos, se fugó , y tomó asilo. De suerte que poco á poco el horror que inspiraba se amortiguó, y le dejaron casarse con ia misma mujer que habia sido causa ú oríjen del asesinato. CAPÍTULO XXIX. 247 ¡ Volviendo al conde de Navamorquende que habia llegado á Valparaíso para desposeer á Menesés y mandar en su lugar, recibió luego en este mismo puerto la dipu- tación que le envió el cabildo de Santiago para acom- pañarle á la casa de campo, y en la entrada en la capital , para la cual le habia comprado un caballo de setecientos pesos. Según la fecha con que el cabildo acordó enviarle la diputación de bienvenida, y la de su salida de Santiago para la Concepción , el nuevo gobernador debió de llegar á la capital por el mes de abril. Lo primero que hizo, luego que quedó reconocido de gobernador del reino y de presidente de la real Audiencia, fué enviar á la Carrera, (que ya habia vuelto del Perú á la Concep- ción , ) un refuerzo que traia de cuatrocientos hombres , y un nuevo nombramiento para él de maestre de campo jeneral. En seguida, hizo justicia reponiendo en sus em- pleos al oidor Solarzano , al contador Cárcamo y al te- sorero Valladares , depuestos por la violencia de su pre- decesor. El 11 de mayo, pasó á despedirse del cabildo y á pedirle mil caballos, que le fueron concedidos; y el 5 de agosto , dio aviso de la Concepción de haber llegado á esta capital de la frontera. Es muy de notar que de los cuatrocientos soldados que el gobernador entrante habia despachado de Santiago á la Concepción, todos, menos ciento y cincuenta que habia traído de Lima, eran dispersos del ejército de Chile, dispersos porque el gobernador Menesés daba licencia á cuantos se la pedían para irse á donde quisiesen. Es decir que , aunque ausentes , contaban en los presu- puestos bajo las banderas. Esta perspectiva que halló á su llegada el marques de Navamorquende no le dejó duda de que tendría mucho que hacer para restablecer la t 248 HISTORIA DE CHILE. disciplina sin grandes choques; pero no por eso puso menos su principal intento en este primer objecto de un jefe esencialmente militar. Llamó al maestre de campo la Carrera y al sarjento mayor Córdova y Figueroa, y ha- biéndoles expuesto lo que temia y lo que pensaba hacer, les pidió estados de fuerza efectiva pronta á formar ; de vestuario , armamento y remonta ; de plazas y sus forti- ficaciones ; de la artillería y municiones. Todo , menos la fuerza numérica y la remonta, es preciso confesarlo, se halló en un estado satisfactorio. La falta en la remonta fué suplida con los mil caballos que supo hallar entre sus administrados el cabildo de Santiago (1). Mientras tanto , los Araucanos, que hasta entonces se habían mantenido como aletargados , despertaron de su letargo, y bajo el mando de un Agelupi y de un Aillama- mil, atacaron inopinadamente la plaza deTolpan, que noobstante la sorpresa, se defendió con valentía y los rechazó con grandes pérdidas. Es verdad que no eran mas que dos mil , muy pocos para semejante empresa. En vista de esto , imajinaron que en la posición baja que ocupaba , sería cosa fácil inundarla haciendo presas en el rio , y pusieron manos á la obra. Pero el gobernador español, que al primer aviso del movimiento de los Arau- canos se habia puesto en marcha con sus tropas, llegó oportunamente sin ser sentido por decirlo asi , los cojió entre dos fuegos, hizo en ellos una verdadera carnicería y tomó muchos prisioneros. Entre los muertos se hallaron los dos jefes de las fuerzas araucanas. Viendo el riesgo de inundación á que estaba expuesta m (1) Así lo asienta Pérez-García refiriéndose al libro de acuerdos del cabildo, y Figueroa se engañó en creer que esta corporación habia aprontado esta ca- ballería á costa de sus propios y arbitrios. CAPÍTULO XXIX. 249 la plaza , el marques la mandó evacuar , y se fué con la guarnición y con el ejército á la de San Garlos de Yum- bel. Después de algún descanso , fué á Paycavi ; levantó la antigua plaza , fortificándola poderosamente , y le dejó cien hombres de guarnición mandados por el capitán Fabián de la Yega ; y una casa de conversión dirijida por los jesuitas. Sin embargo , los Araucanos no se dieron por ven- cidos, y elijieron por toqui jeneral á Aillicuriche , el mismo que Menesés hubiera querido tanto cojer á dis- creción , y que sin el miedo que tenia á aquel gober- nador , mil veces se habría acojido voluntariamente á la paz. Aillicuriche nombró por su vicetoqui á Duguegala, y estos dos caudillos marcharon con fuerzas imponentes sobre San Felipe de Arauco. Irritado el gobernador con esta nueva , pasó el Biobio con dos mil Españoles y auxiliares y los batió segunda vez completamente. A lo menos, á falta de otros detalles y datos, tenemos el de la carta del cabildo de Santiago , fecha 18 de enero 1669, en que esta corporación da gracias al marques de Nava- morquende por el bien que ha hecho á Chile con su ve- nida , y le felicita de sus victorias repetidas. Depues de haber conseguido estas , el gobernador no podia dispensarse de castigar á los demás Indios á fin de que supiesen que no bastaba el estar lejos del campo de batalla para ahorrarse sus resultados, y no diesen la mano á continuos levantamientos ; y lo hizo entrando á fuego y sangre por los llanos, y llevándose muchos pri- sioneros y ganados. Tras esto, marchó á Puren y reforzó aquella plaza. Desde allí, fué á desalojar el fuerte de la Imperial y con su guarnición reforzó el de Repocura. De vuelta por la costa , fundó en el valle de Tucapel el de I 250 HISTORIA DE CHILE. san Diego , el cual sirvió tantos años para dominar á los naturales de Calcoimo, Ilicura, Raguinque y Paycavi. De Tucapel marchó á Arauco en donde levantó una verdadera fortaleza sobre las ruinas de la antigua, de- jando el mando de ella al maestre de campo la Carrera, y hecho esto, ya se disponía á regresar á la Concepción cuando recibió aviso de que lejos de haber escarmentado, Aillicuriche reunía numerosas fuerzas en su cuartel jene- de Puren , y marchó contra él. Los Araucanos vieron llegar el ejército español y se mantuvieron firmes pre- sentándole la batalla, la cual, bien que no se conozcan sus detalles, debió de ser, sin duda, reñida y ruidosa, puesto que Davila juzgó el suceso digno de una mención particular comunicándolo al cabildo de Santiago, del cual recibió en respuesta, con fecha de 14 de junio, nuevas gracias , parabienes y felicitaciones. Por fin , se retiró á la Concepción, en donde, á poco tiempo, recibió aviso de la llegada de un sucesor. En este relevo inesperado ha habido algún misterio capaz de picar la curiosidad (1). El gobierno del mar- ques de Navamorquende fué llamado el arco iris de la paz del reino de Chile, y en efecto, fué justo, útil y próspero. Sin embargo, con la noticia de que un sucesor va á relevarle , sale de la Concepción el 21 de enero , sin decir que se va para no volver , y asegurando que va á Santiago, en donde por entonces no puso los pies, puesto que se fué en derechura á Valparaíso , remitiendo solo el despacho en favor de don Diego González Mon- tero que se hallaba en la Concepción, al presidente de la real Audiencia. Seria muy posible también que no hu- (1) Tanto mas cuanto Alcedo ha omitido el poner el nombre del marques en su Diccionario americano. CAPÍTULO XXIX. 251 biese en este hecho mas que un acto de amor propio del virey conde de Lemos, que no queriendo que su pariente se abajase á prestar residencia, imaginó nombrarle un sucesor interino antes que llegase el propietario en- viado por la corte, á fin que se retirase con anticipación á Lima. De todos modos , ya el cabildo de Santiago le prepa- raba un brillante recibimiento, cuando supo por el presidente de la Audiencia que el marques iba directa- mente á Valparaíso, y que sin duda ya debia haber llegado allí. En efecto, esto era ya el 20 de febrero. Inmediatamente se reunió el cabildo y teniendo al mismo González Montero en su silla de presidencia , acordó que fuesen á despedirle y á llevarle las mas encarecidas ex- presiones de reconocimiento por los bienes que Chile habia debido á su gobierno , al maestre de campo Lis- perger, alcalde de primer voto; y al gobernador Ahu- mada, alcalde provincial. De suerte que no pudo haber en esta retirada del justificado marques de Navamor- quende mas que pura condescendencia , ó tal vez obe- diencia á las órdenes del cosquilloso virey conde de Lemos, su pariente (1). (1) Según algunos escritores, Navamorquende pasó á llenar un puesto muy importante en la América septentrional j pero en resumen , falleció muy luego después de su salida de Chile. — ■i' W CAPITULO XXX, Gobierno interino del maestre de campo don Diego González Montero. — Es reconocido de gobernador en Santiago.— Particularidades de su reconoci- miento.— Su edad avanzada.— Nombra de maestre de campo á su propio hijo. — Marcha este con el sarjento mayor á la frontera. — Precauciones relijiosas del gobernador.— Accidente que le sucede al salir para la Concep- ción.— Queda suspenso su viaje, y pasa el invierno en Santiago. — Entu- siasmo de los Santiagueses y pena que resintieron.— Muchos van á servir bajo las órdenes del maestre de campo, hijo del gobernador. — Episodio.— Buena conducta militar y política del maestre de campo.— Inconvenientes que encontraban sus tentativas por la paz. — Los Indios de Chedcuenco. — El sarjento mayor León.— Combate perdido por los Españoles.— Restable- cen el equilibrio de la lucha y se retiran los Indios.— Otros dos encuentros con recíproco destrozo.— Paz.— Casas de conversión.— Fin del gobierno de Montero. ( 1670. ) Hay observaciones que no pueden ser desdeñadas, sea cual se fuese su autor y su origen. La salida , por decirlo así, clandestina de Davila de Chile, si podia haber sido motivada suficientemente por un vano antojo del virey, este antojo debia de tener algún fundamento. Sin causas no hay efectos. La causa , según algunos opinaron , de este capricho del conde de Lemos fue que no quiso que su pariente el marques de Navamorquende se viese expuesto á las mismas vejaciones ( de parte de el su- cesor que le enviaba el rey) que había experimentado Pereda de parte de Menesés. Con motivo ó sin él, este temor del virey probaria que Davila tenia un alma noble y grande como Pereda, y que, como él , habia abierto alguna brecha en la tesorería del reino en favor del ejército y otras atenciones administrativas. Sea lo que I CAPITULO XXX. 253 fuese, es cierto que Montero se hallaba en Lima cuando el virey recibió el aviso del real nombramiento de don Juan Henriquez al gobierno de Chile; que en vista de él , confió el interinato á dicho maestre de campo para que se partiese inmediatamente para la Concepción , y, enfin , que mandó al marques de Navamorquende regresase á Lima sin aguardar á que llegase su relevo. Montero, como hemos visto, fué reconocido en la capital de Chile el 19 de febrero; pero sucedió entonces una novedad que hubiera debido haber tenido lugar después de mucho tiempo , á saber la ejecución ó cum- plimiento de una real cédula (1), prohibiendo al cabildo la compra del inevitable caballo y su silla para el recibi- miento de los gobernadores. La real Audiencia, como senado ó cuerpo político , no podia menos de tener parte en la observancia de las órdenes de la corte , y habia pasado oficio al cabildo para que en la sucesivo cum- pliese con lo mandado por la citada real cédula. En cuanto al gobernador interino Montero, esta novedad debia de serle indiferente y tal vez grata, siendo como era de una de las mas nobles familias de Santiago, en donde habia llenado el puesto de alcalde ordinario antes de haber sido correjidor de la Concepción ; maestre de campo ; gobernador de Valdivia, y después, interino de todo el reino ; pues los lectores deben acordarse que ya en otra ocasión habia ejercido el interinato del supremo mando; pero para los sucesores propietarios era una mengua de ostentación que podia lisonjearlos muy poco. Lo que hubo de mas notable en el recibimiento de Gon- zález Montero fué que la real Audiencia le reconoció por su presidente , desmintiendo así todos sus antecedentes, (1) 2 de agosto de 1663. 25/t HISTORIA DE CHILE. puesto que no habia reconocido á ningún interino provi- sional, nombrado eventualmente por el virey ; pero esta estrañeza puede atribuirse á una consideración particular por los largos y buenos servicios de Montero , y por su avanzada edad. Lo primero que hizo fué nombrar á su propio hijo , don Antonio Montero del Águila, maestre de campo jeneral ; y de sarjento mayor, á don Felipe León , en- viándolos sobre la marcha á la frontera con encargo espe- cial de que no emprendiesen ninguna operación militar sin haberla decidido en un consejo de guerra. El 13 de marzo, se presentó á despedirse en el cabildo, pidiendo con la fe de un buen cristiano , y tal vez , de un cristiano que ve acercarse el fin de su carrera, que se votase por protectora de sus armas á la santisima Trinidad , cuyo retablo habia traído de Valdivia , y habia colocado en el altar mayor de la iglesia de los jesuítas. El cabildo se prestó gustoso, y con la autorización del obispo, hubo una función relijiosa tan majestuosa , que excedió tal vez á la pompa de un dia del Corpus. Sin duda, el recurso, en todos casos, al poder divino es un grande apoyo; pero el invocarlo extraordinariamente y sin necesidad urjente indica debilidad , y tal era el caso presente. González Montero ya no se hallaba en estado de servir activamente , y en efecto , al salir para la Concepción , en el acto de montar á caballo, cayó y se rompió una pierna , según unos ; y, según otros , experimentó un accidente que le tuvo inánime durante cuarenta horas. Luego que volvió en sí, insistió en querer marchar á la frontera ; pero el cabildo le expuso que era una temeri- dad inútil , sobre todo á la entrada del invierno , y con- sintió en quedarse. CAPÍTULO XXX. 255 Este acontecimiento causó un pesar jeneral ; en pri- mer lugar, porque Montero era muy querido ; y ade- mas, porque era el primer gobernador chileno, como fué el último. El entusiasmo que habia excitado en San- tiago su nombramiento era tal , que una numerosa y bri- llante juventud se habia alistado para ir á campaña bajo sus órdenes; pero con su accidente la alegría jeneral se cambió en tristeza , y el arranque de sus conciudadanos se quedó parado. Sin embargo , aun hubo muchos que, no pudiendo seguir al padre, puesto que no iba, se fue- ron á guerrear bajo las órdenes del hijo , que , como queda dicho , habia sido nombrado de maestre de campo. Otro episodio interesante de aquel momento , y que prueba cuan vijilante y celoso estaba el senado chileno por la conquista , como puramente española sin ninguna mezcla extranjera , fué el nombramiento que dio de ca- pitán el gobernador á un bizarro soldado francés cuyo mérito eminente quiso premiar con el mando de una compañía. Al punto en que lo supo la real Audiencia mandó á su fiscal , León y Escobar , formar oposición á dicho nombramiento , que debia de ser considerado como una peligrosa innovación. Escobar fué primero á tratar este asunto confidencialmente con el gobernador, que mantuvo lo resuelto. En vista de esta determinación, el fiscal formalizó su oposición j pero Montero la declaró por un acto pueril , sosteniendo que los servicios del sol- dado francés debían y merecian ser tan recompensados, y aun mas, que si fuese Español. Este incidente no tuvo por entonces mas resultado ; pero al año siguiente , llegó un pliego de la corte aprobando las miras celosas de la real Audiencia , y mandando quitar el empleo al militar francés. I I 256 HISTORIA DE CHILE. En la frontera , el maestre de campo Montero obraba con el mayor acierto siguiendo fielmente las órdenes de su padre. Los primeros pasos que dio fueron para atraer Aillicuriche y los suyos á la paz ; pero sus amonestaciones tenían un contrarresto en los consejos perversos de una multitud de malhechores y hombres perdidos, que des- carriados bajo el gobierno de Menesés, se habían pasado á los indios , solo con el fin de vivir como ellos vivían , es decir, entregados sin freno á los mas brutales desór- denes. Noobstante , el maestre de campo negociaba con éxito. Aillicuriche y los suyos se manifestaban muy dis- puestos á acojerse á la paz. Ya los conversores jesuítas volvían al ejercicio de su santo ministerio. Sin embargo, los Indios de Ghedcuenco , que se habían manifestado tan deseosos de la paz como los demás , se aparecieron con fuerzas y con actos hostiles en las inmediaciones de las plazas de Puren y Repocura. El sarjento mayor León salió con caballería bastante , pero con poca infantería , y fijándose en Ghedcuenco mismo , empezó á hacer bati- das por los contornos , y esto era justamente lo que ha- bían calculado los chedcuenqueses. Al punto en que le vieron lejos, cayeron de golpe y numerosos sobre la in- fantería española , cuya corta fuerza numérica hacia im- posible la defensa. Con todo eso , los Españoles se defen- dieron como hombres desesperados al arma blanca ; y mezclados con los enemigos en la mayor confusión , y sin orden alguno de combate, vertían y hacían verter arroyos de sangre. Sin embargo y á pesar de la sorpresa, algunos tira- dores habían hecho fuego, y, al ruido, habia vuelto el sarjento mayor León á escape al socorro de su infan- tería ; pero le fué imposible el rehacerla , y ya él mismo . i 1 CAPITULO XXX. 257 ¡ iba á ser envuelto , cuando algunos esforzados Españoles tuvieron el acierto de entrarse en un bosque y de atacar á los Indios por la espalda. Noobstante, la acción duró aun dos horas, y si los Indios se retiraron , lo hicieron mas bien como triunfantes que como vencidos. Lo cierto es que, si perdieron ellos setecientos hombres, como lo aseguraron los Españoles, estos perdieron a lo menos trescientos, entre los cuales pereció el capellán de la expedición, que era un relijioso de la Merced. Sobre todo , las consecuencias inmediatas de los nuevos encuen- tros (1) muy sangrientos de parte y otra, prueban que no habían padecido un gran descalabro los Araucanos en el precedente. Lo mas cierto é importante en estas confusiones fué, que la paz se restableció entre las dos naciones con bastante solidez para que unos levantasen y los otros aceptasen las casas de conversión dirijidas por los je- suítas. En este estado de cosas , el ilustre Santiagués recibió una muy amable carta de su sucesor, anunciándole desde Lima su próximo viaje á Chile ; y bien que se anunciase ya la primavera, renunció á todo ulterior proyecto (2). (1) Es caso extraño que, hablando de estos dos encuentros, cuyo campo de batalla ningún escritor señala ( aunque ya se colije que no podia ser lejano del precedente), unos digan que los Españoles mataron 250 Indios en el primero, y 60 en el segundo; al paso que otros aseguran que ellos mismos tuvieron estas dos mismas cantidades de muertos. No hay duda en que uno de los copistas ha confundido matar con morir, ó vice versa. (2) £1 gobernador González Montero debia de estar muy adelantado en años, puesto que habia casi cincuenta que habia sido alcalde de la ciudad de San- tiago. Su hijo don Antonio, á la sazón maestre de campo, fué dos años des- pués correjidor de la misma capital; el segundo, don Diego Montero del Águila, fué obispo de la Concepción, y hasta hoy, así como lo hemos hecho notar en otro lugar, el ilustre nombre de Montero es tan conocido como con- siderado en todo el reino. 111. Historia. 17 258 HISTORIA DE CHILE. Entre otras grandes satisfacciones que tuvo durante su gobierno , gozó la de asistir , el o de octubre , á la de la inauguración de la nueva y magnífica iglesia de la ca- tedral que se concluyó en su tiempo. CAPITULO XXXI Gobierno de donjuán Henriquez, limeño y caballero del hábito de Santiago.— Su llegada á la Concepción.— Noble porte del cabildo de Santiago.— En- trada del gobernador en campaña. — Ratificación de la paz con los Indios. — El gobernador de Valdivia pide socorro contra un pirata ingles.— Va el socorro y queda prisionero el pirata con algunos de los suyos.— Son envia- dos á Lima — Suerte posterior que tuvieron. — Regresa Henriquez á la Con- cepción.— Pasa informes á la corte. — Su viaje á Santiago. — Motivos que tuvo para no aceptar la jenerosidad de los capitulares que le habían com- prado silla y caballo á su costa. — Su reconocimiento, y regocijos públicos. — Beatificación de santa Rosa de Lima.— Alarma causada por el virey á Santiago.— Medidas á que dio lugar. — Reforma de abusos.— Providencias de buen gobierno.— Crítica. (1671.) í El gobernador Henriquez era un jeneral acreditado por largos y brillantes servicios en Ñapóles, en Flandes y otras partes ; y aun por vicisitudes de la guerra , puesto que habia sido prisionero en Portugal. Pero no solo era un verdadero militar , sino también un literato de los mas eruditos , y un jurisconsulto de los mas profundos. De suerte que jamas se habia visto en Chile gobernador mas especial , en atención á que era tan facultativo en la política y en la jurisprudencia como en la milicia. Tal era su reputación. Llegó el 30 de octubre al puerto de la Concepción , y su recibimiento fué digno de él, de la capital de la fron- tera y de su cabildo. El de Santiago se apresuró a en- enviarle la diputación de bienvenida, y no pudiendo encerrarse los anchurosos corazones que lo componían en los estrechos límites de la económica real cédula que les prohibia el comprar caballo y silla para su entrada en la 260 HISTORIA DE CHILE. capital de sus propios y arbitrios, se escotaron jenerosa- mente y compraron dichos objetos á costa de su personal bolsillo. Bien lo mereciaHenriquez, es preciso confesarlo, puesto que su propia liberalidad no conocia término ; y por lo mismo el obsequio del cabildo de Santiago le causó tanta mas satisfacción , cuanto de primera entrada vio que sus sentimientos y los de aquellos capitulares no podian menos de ser los mismos. En esta consideración principalmente se fundó para serles profundamente re- conocido ; porque fuera de eso , era tan llano , tan ene- migo de fausto y ostentación que solo en actos de repre- sentación pública y de oficio se notaba la noble dignidad de su porte (1). Bien que llegase con un lucido séquito, en el cual se hallaban su propio hermano y un sobrino, su espíritu de justicia no le permitía el hacer la menor injusticia en favor de ninguno de cuantos le acompaña- ban ; todos los que llenaban dignamente sus empleos quedaron con ellos, y ya se supone que el maestre de campo Montero y el sarjento mayor León fueron los pri- meros respetados , como hechura propia del ilustre pre- decesor que venia á relevar. Su primer acto, como era regular hallándose en la capital de la frontera , fué una revista jeneral del ejér- cito, por la cual vio que constaba de dos mil doscientos setenta Españoles, y de cuatrocientos veinte y nueve Indios sirviendo con sueldo. Un poco de falta halló en la remonta , y para suplirla pidió al cabildo de Santiago cien caballos para entrar en campaña. Concedido y eje- cutado, el gobernador avisó, el 30 de diciembre, á los (1) Con él llegaron á la Concepción su hermano don Blas ; su sobrino don Juan Andrés Henriquez; el conde deBornos, Córdova ; don Tomas María de Póveda y don Jorje Lorenzo de Olivar. CAPITULO XXXI. 261 capitulares de que salía á campaña, y que en atención á que las cosas encomendadas á Dios eran mas seguras que las que dependían únicamente de esfuerzos huma- nos, rogaba al ilustre cabildo de Santiago pidiese á su ilustrísima el señor obispo, intercediese en sus plegarias por que su expedición tuviese un éxito feliz. No se necesitaba tanto. Los Indios , que aunque ya no eran aquellos hombres siempre alerta, siempre prontos á arrojarse como leones al menor ruido alarmante, aun conservaban la tradición de que era preciso correr á las armas, aunque hubiese paz, cuando llegaba gober- nador nuevo á Chile ; se habían informado , y ya sabían que no era hombre Henriquez á hacerles mal ni daño , si ellos no incurrían en él atrayéndoselo por castigo. En efecto , el gobernador pasó el Biobio y plantó sus banderas en Angol, sin que este acto les ocasionase recelo alguno. Lejos de eso , conjeturando con su saga- cidad natural , y adquirida por experiencia , que este paso del gobernador era el mas racional para asegurarse de las intenciones que ellos mismos tenían , esperaron que les propondría una ratificación de la paz, y así su- cedió , proponiéndoles el punto de Malloco para cele- brarla. La respuesta afirmativa de los Butalmapus llegó inmediatamente, y el dia señalado (1), Aillicuriche con los Archiulmenes, Ulmenes, caciques y un numeroso con- curso, acudió al lugar de la cita, por su parte, como Henriquez acudió por la suya con una majestuosa y polí- tica ostentación. Es verdad que los Araucanos habían visto tanto de esto, que poca novedad era para ellos. (1) Que se ignora, aunque baste el saber que fué necesariamente en enero de 1671. En cuanto á los artículos de la ratificación , ni el mismo cabildo de Santiago los ha asentado; pero ha sido materia tan trillada, que fácilmente se conjeturan. 262 HISTORIA DE CHILE. t% Pero enfin , siempre era oportuno para probar que los Españoles, lejos de menguar, prosperaban. Los naturales lo notaron sin sorpresa y sin ningún sentimiento hostil. Al contrario, parecían recrearse con cuanto veian. Su odio y resentimiento contra los conquistadores se habian en- torpecido á fuerza de choques y vicisitudes ; y ya los Es- pañoles mismos los consideraban como menos enemigos. Los unos y los otros empezaban á ver claramente que lo mejor era el vivir en paz , puesto que irrevocablemente tenian que ser vecinos y vivir en comercio continuo. Las ratificaciones se hicieron , por lo mismo , con mutua sa- tisfacción. Los individuos de las dos naciones las cele- braron con espontánea alegría mezclados unos con otros sin cuidado ni recelo, como habitantes de un mismo país, y al separarse, se dieron recíprocamente palabra de eterna amistad. El que mas parte tuvo en este feliz des- enlace fué el inmortal Luis de Lara de Santiago. Antes de regresar á la Concepción, el gobernador Henriquez recibió parte del de Valdivia , don Pedro Mon- toya , de que un navio ingles se hallaba mucho tiempo habia á la capa con intento visible de hacer un desem- barco , y de que , en tal caso , necesitaría refuerzo para rechazarlo. El gobernador le envió doscientos hombres con don Jorje Olivar , el cual los llevó por medio del país araucano con tan poco inconveniente como si via- jase por territorio español, y llegó tan á tiempo que el comandante del navio inglés , que era una fragata de ftO cañones mandada por un Carlos Clerq(l), el cual (1) Este Clerq era español y se llamaba don Carlos. Por insinuaciones suyas, el gobierno ingles comisionó al caballero Juan Narborough , en mayo 1669 , para que fuese con dos buques á formar un establecimiento en las costas de Chile , y buscar un paso al mar del Sur por entre la América y la Tartaria. Narborough montaba un buque de guerra de 300 toneladas, 36 cañones y 80 CAPITULO XXXI. 263 había bajado con bastante imprudencia á una caleta situada entre los cabos Marrito y Marrogonzalo , quedó prisionero con otros tres. Enviados estos prisioneros á Lima , el virey pasó informe á la corte del hecho , y la reina gobernadora los condenó en respuesta á la pena de muerte , ejecución que no se verificó hasta ocho ó diez años después. Gomo se supo , ó se conjeturó por dichos de estos pri- sioneros , que esta fragata no era mas que una descu- bierta de alguna escuadra enemiga que podia tener proyectos serios contra la costa , el gobernador de Chile tomó providencias acertadas para poner sus puntos ata- cables a cubierto. Noobstante la ratificación de la paz , lo mismo hizo con todas las plazas y fuertes españoles , dejando la linea tan asegurada , como si no hubiese paz ; de suerte que al retirarse á la Concepción , pudo hacerlo con la íntima persuasión de que nada se le habia olvi- dado. Solo le quedaba el pasar informes á la corte, y atraerse las mas lisonjeras palabras del agrado y aun del agradecimiento de S. M., como en efecto le llegaron al año siguiente. Mientras tanto, pensó en ir á darse á reconocer en la capital y dar gracias á su jeneroso cabildo por sus aten- ciones, y su cooporacion eficaz al bien jeneral. En Maypú, se encontró con la diputación , con el caballo y la silla, presente particular de los capitulares ; pero les expuso que seria hacer desprecio de las órdenes reales el elu- dirlas por este medio , sin duda alguna muy noble , hombres de tripulación, que se llamaba Sweepslakes. El otro era una simple pinaza, por nombre Bachelor , de setenta toneladas, armada con cuatro cañones y veinte hombres, y mandada por Humphrey Fleming. Esta expedi- ción habia salido de las Dunas el 26 de setiembre. — W arden , Cronolojía histórica de la América. •■■ 26i HISTORIA DE CHILE. Ir! ■i 1 pero no menos peligroso para ellos y para él; y que les rogaba le permitiesen hacer su entrada en la capital montado en su propio caballo. Así se verificó. Los dipu- tados no pudieron menos, aunque con mucho senti- miento , de reconocer la fuerza de sus razones , y tuvie- ron que rendirse á ellas. Por fin , entró en Santiago, fué reconocido el 12 de mayo por el cabildo, y el 13 por la real Audiencia, Las funciones que se hicieron en honra suya coincidieron con las de santa Rosa de Lima (1) , reconocida, por reales órdenes, por patrona de las Indias, y hubo en ellas iluminaciones, fuegos, toros, justas y cañas (2). Inmediatamente después de estos grandes regocijos , que tuvieron lugar en los primeros dias de julio , recibió el gobernador un pliego del virey, en el cual el conde de Lemos le advertía que los Ingleses habían ocupado á Panamá , y le encargaba tomase todas las medidas que juzgaze oportunas para rechazarlos , en el caso que pro- gresasen y quisiesen hacer alguna tentativa contra las posesiones de su gobierno. Con este anuncio , se pre- sentó Henriquez con los oidores de la Audiencia en el cabildo, el dia 7 de julio, y en un solenne acuerdo, decretaron se hiciese una leva en la ciudad , y se requi- riesen todas las armas que hubiese para su defensa even- tual. Esta leva produjo setecientos treinta y nueve de- fensores, de catorce años arriba; pero desmoralizados por un mal epidémico que causaba mucha mortandad. En cuanto á las armas , por la requisición mandada , se (1) Muerta en la capital del Perú el dia 24 de agosto de 1617. En la época de que hablamos , la santa no habia aun obtenido mas que la beatificación. (2) En cuatro cuadrillas, conducidas, una, por el mismo gobernador ; otra , por su hermano ; la tercera por el corrojidor Ahumada, y la cuarta, por el alcalde de primer voto don Pedro de Prado. CAPITULO XXXI. 265 hallaron ciento y veinte y nueve arcabuces; tres mos- quetes; ciento y veinte y cuatro escopetas ; cincuenta y nueve pistolas y ciento y setenta y tres lanzas. Después de haberse procurado así los medios de defensa huma- namente posible , los Santiagueses se pusieron bajo la protección divina, haciendo rogativas y plegarias públi- cas para que cesase el azote de la peste. Entretanto, el gobernador, habiendo notado graves abusos en el ejercicio de algunos empleos , abusos oriji- nados por el sistema administrativo de Menesés , los cortó de raiz usando de mucha induljencia con los que los cometían , entre los cuales descubrió algunos que hubieran debido ser castigados al tiempo de la caida de dicho gobernador, en cuyos actos parecían haber tenido una activa complicidad. Cortó igualmente el abuso de contribución de licencia de tráfico ; el de la venalidad de encomiendas de Indios , en favor de los cuales dio nuevo vigora las disposiciones de todos sus predecesores, desde el conquistador Valdivia , mandando se publicase su decreto por bando , como se ejecutó el día 4 de octubre. Dio providencias de policía sanitaria, y en pocos dias se vio la ciudad desembarazada de muchas molestias, y aventajada con un nuevo empedrado y una hermosa fuente de bronce en la plaza Mayor. Hasta la construc- ción de edificios excitó su celo , y las innovaciones que este gobernador introdujo en ella aseguraron para en ade- lante la seguridad y la duración de ellos. Puso orden en todos los ramos económicos que lo necesitaban , y no olvidó cosa alguna de cuantas podian contribuir al bienestar de sus administrados. Mas , con todo eso , no le faltaron detractores. Unos le vituperaron por no haber aprovechado de coyunturas 266 HISTORIA DE CHILE. muy favorables que había tenido para reducir los indios á usos y costumbres sociales, distribuyéndolos en pueblos circunscriptos y enseñándoles á gobernarse ellos mismos. Otros le acusaron de haber querido granjearse amistades y conexiones dando empleos á personas emparentadas con oidores y otros representantes de influjo , no atre- viéndose á darlos por un interés propio mas directo y aparente ; de donde habia surjiclo una era inesperada de arbitrariedad y de quejas inútiles por entonces, hasta que los lamentos tuvieron tiempo para pasar los mares y llegar á oidos del monarca. Por fin , noobstante las pruebas que habia dado de desinterés y desprendimiento, otros le juzgaron atento á enriquecerse mucho, con la sola diferencia de haber sido mas cauto y prudente que otros gobernadores que habrían hecho lo mismo ; y asegura- ban por prueba de esta verdad que se decidió á romper la paz , que él mismo habia afianzado , bajo un frivolo pretexto y con el solo objeto de adquirir un gran número de esclavos. Lo cierto fué que los Araucanos no dieron motivos sus- tanciales para que les hiciese experimentar los rigorosos efectos de hostilidades extremadas , puesto que si hubo entonces algunos turbulentos entre ellos, no solo obra- ron sin su participación, sino también contra su voluntad. Sin embargo , causa un verdadero pesar el tener que mudar de opinión sobre un personaje de tanto mérito como don Juan Henriquez , después de haberle juzgado y presentado á los lectores como un modelo de virtudes que se mostraban exteriormente en todas sus acciones. El capitulo siguiente nos ofrecerá tal vez materia y recursos para fijarnos en el juicio que finalmente nos debemos de formar del espíritu de su gobierno. CAPITULO XXXIL ospechas contra el cacique Aillicuriche.— Ruptura de la paz. — Campaña.— Buenos sucesos.- Son cojidos los jefes araucanos, y ahorcados con el con- sentimiento de los Butalmapus.- Otro jefe de Puren sufre la misma suerte en la plaza de este nombre. — Restablecimiento de la paz.— Ruidos y mur- muraciones contra el gobernador Henriquez.— Episodio. — Pasa el goberna- dor á la frontera , da un paseo militar por tierras enemigas, y regresa satis- fecho á la Concepción.— Vuelve á la capital.— Pliegos de la corle , alarmada con la nuevas de la expedición inglesa.— Estado de plazas y fuerzas. (167Í— 1673.) El gobernador habia pasado el tiempo en la capital , parte de él , divertido , y la otra , ocupado ; de suerte que el mes de octubre , y con él la estación de verano llegaron muy pronto y sin sentirse. El 16 de dicho mes , salió para la frontera llevando en su séquito á los dipu- tados por el cabildo para acompañarle hasta Maypú. El 13 de noviembre, escribió dando parte de su llegada á la Concepción, y el 19 de diciembre, anunció en segunda carta hallarse con su ejército en el estero de los Sauces. Veamos cual fué el motivo de este súbito movi- miento, inesperado, en atención á la paz que disfrutaban Españoles y Araucanos. Este motivo , según algunos , fué la misma paz y el aburrimiento que causaba á algunos jóvenes turbulentos que quedan romperla por su solo gusto y provecho. A lo menos, así fueron interpretados algunos actos desorde- nados* del antiguo toqui jeneral Aillicuriche y de su vicetoquí Duguegala, por los que juzgaban sanamente de las cosas con seso y por experiencia, Pero el coman- 268 HISTORIA DE CHILE. dante jeneral de la frontera, don Alonso de Górdova y Figueroa, opinaba diversamente, puesto que en su parte al gobernador pintó los pasos desasosegados de los dos ex-jefes araucanos como sospechosos y merecedores de una corrección. Sin embargo , la historia no señala acu- sación alguna clara y abiertamente. Sea lo que fuese , el gobernador, en respuesta á Córdova Figueroa, le había dado carta blanca, por decirlo así, para que obrase como lo juzgase oportuno, y este comandante había destacado á un capitán, Laureano Ripete, y al comisario don Fabián de la Vega con ciento y cincuenta Españoles contra los territorios de Lamuco y Callbuco, situados al pié ó á la falda de la cordillera. Los dos oficiales destacados eran experimentados y conocían el país perfectamente en todas sus vueltas y revueltas, escondrijos y rincones, y hallaron que efec- tivamente los Araucanos habían cortado los caminos y formado estacadas. Combinaron su plan de ataque en consecuencia, se concertaron , se dividieron, y cayendo simultáneamente sobre las dos parcialidades , emplearon en cometer atrocidades seis días , al cabo de los cuales volvieron á la plaza de Puren con ganados y muchos cau- tivos. El éxito de la expedición del gobernador fué igual- mente completo y proporcionado á la superioridad de las fuerzas que mandaba. Los jefes araucanos que él iba en persona á castigar eran Dudeguala, Clentaru (I) y Lu- pitaru. El ejército español marchó desde los Sauces con tanta rapidez que sorprendió á los enemigos á orillas del Allipen , los batió y les hizo cuatrocientos prisioneros. Sin embargo, no se dieron por vencidos, y se replegaron (1) Que no debe ser confundido con el célebre caudillo de este nombre , muerto ya , como se ha dicho. CAPITULO XXXIÍ. 269 aun bastante unidos sobre Repocura. El gobernador los dejó ir sin perseguirlos , pero solo para disimular sus proyectos. En efecto , pensaron que se retiraba satis- fecho de haberlos castigado , mientras que la verdad era que por una marcha tan rápida como atrevida los to- maba por las espaldas , cuando menos lo aguardaban. La sorpresa fué tan completa , que los tres jefes fueron cojidos, y colgados con el consentimiento de los Butal- mapus. Era hacer claro que la nación no dabalasmanos á estas tentativas, las cuales solo debían ser atribuidas á algunos revoltosos , y una vez castigados estos como lo acababan de ser, no habia que temer en mucho tiempo el que se renovasen. Henriquez era probablemente de este parecer, puesto que el 13 de enero del año entrante 1673 estaba de vuelta en la Concepción , y que salió muy luego para la capital , en donde se hallaba ya el 6 de abril siguiente. Sin embargo , habia dejado substistir la orden dada anteriormente á Córdova y Figueroa de gobernarse mili- tarmente según las circunstancias lo exijiesen en su juicio. Con necesidad ó sin ella, y en este caso por pura pre- caución, si Figueroa no abusaba de esta autorización , es preciso confesar que usaba de ella en sus mas lejanos límites. Después que por medio de Ripete y el comisario don Fabián de la Vega, habia asolado los districtos de Lamuco y Callbuco, habia hecho otro tanto con la par- cialidad deMaquehua, enviando allí al capitán Ansotegui con el mismo de la Vega , los cuales volvieron igual- mente á Puren con prisioneros y ganados, bien que con la pérdida de cuatro hombres. Los naturales , desani- mados ya mucho tiempo habia, habían quedado des- moralizados completamente con la muerte de los 270 HISTORIA DE CHILE. tres caudillos Dudeguala , Clentara y Lupitaru ; pero cuando se veian acosados, se irritaban y aun te- nían bastantes brios para causar a los Españoles pér- didas que debían serles tanto mas sensibles cuanto eran desgracias tan inútiles como excusadas. Los cuatro sol- dados que en la última correría habían dejado muertos Ansotegui y de la Vega podían ser contados en este número. Con todo eso , estas correrías infundadas y sin pre- texto , á lo menos aparente , continuaron hasta causar una especie de desesperación á los naturales para los cuales no habia recurso humano en este conflicto , puesto que sus quejas y sus súplicas por la observancia de la paz eran igualmente desoídas. En este estado de cosas , el caudillo Ayllicuriche halló finalmente un cierto número de combatientes , — mil y doscientos , — con los cuales intentó sorprender al mismo Górdova en persona, y para conseguirlo , se estableció entre Puren y Repocura. Pero el comandante jeneral de la frontera no decia nunca á nadie , ni aun a su subalterno mas inmediato , qué pen- samiento tenia , y era imposible el descubrirlo antes de su ejecución. Cansado de esperarle inútilmente , Aylli- curiche se fué con sus mil y doscientos hombres á echarle á las barbas un desafio desde Yituco , — de donde era dicho caudillo , ■ — y Córdova le fué á buscar con qui- nientos. Para abordar la posición del caudillo araucano , los Españoles tenían que pasar un desfiladero , en donde podían ser degollados : pero Ayllicuriche tenia sin duda otros proyectos porque su saña era mas contra el jefe que contra los soldados. Habiéndose asegurado que el paso se hallaba libre , Córdova se empeñó en él y salió al llano. Al frente en una loma , parecían estar los ene- CAPÍTULO XXXII. 271 migos esperándole, y marchó á ellos. El tránsito del desfiladero que dejaba atrás á la posición que tenia en frente , era largo , y cuando llegó á ella se vio atacado por la espalda y por el frente. Militar consumado y de una serenidad impertérrita, Figueroa mandó dar frente á retaguardia á la mitad de su columna , y puesto en el centro, mientras la cola rechazaba con vigor el ataque de Ayllicuriche , vio que en la finjida posición no había mas que algunos cien enemigos. Al punto, su ojeada militar descubrió el partido que podia sacar de esta cir- cunstancia y echándoles solos veinte tiradores que eran otros tantos leones, hizo conversar por derecha izquierda y mitades el medio trozo de la cabeza sobre los dos flancos del enemigo, y este quedó encerrado como en una caja, sin mas salida que el desfiladero por donde habían en- trado los Españoles, cuyo fuego , directo por el frente, y oblicuo por los lados, formaba una verdadera tempestad que contenia el ímpetu de los Araucanos. Viéndose estos caer á cada paso que daban avanzando, empezaron á desordenarse. Hasta el mismo Ayllicuriche perdió la ca- beza y no tuvo mas recurso que retirarse por el desfila- dero, en donde la mortandad de los suyos fué horrible, dejando entre las manos del vencedor trescientos prisio- neros , con los ciento que habían guardado la posición primera , y sobre los cuales Figueroa volvió una porción de sus fuerzas , luego que vio á los otros en dispersión. Pero lo mas interesante fué que el caudillo Ayllicuriche cayó prisionero. Con todo, esta victoria cara le hubo de costar al coman- dante jeneral de la frontera. A poco tiempo de su regreso triunfal á Puren , habiendo tenido que ir á Repocura , la plaza fué atacada en su ausencia, por Rapimanque, caci- H 272 HISTORIA DE CHILE. que de aquel territorio, á la cabeza de tres mil guerreros. Este caudillo habia hecho conocimiento con un mayoral de la estancia que los jesuítas tenían allí, y este mal sujeto, por miras interesadas, le habia aconsejado saquease el distrito , y Repiínanque lo habia ejecutado con muerte de cuarenta Españoles. Después de esto, puso sitio á la plaza de Puren , ignorando que Górdova no estaba dentro. Luego que lo supo, — y esto es muy de notar,— levantó el sitio , y se fué á poner en acecho suyo , no dudando de que volvería al socorro de la plaza tan pronto como la supiese sitiada. En efecto , asi sucedió. Figueroa se puso en marcha forzada con el aviso que recibió del acontecimiento ; pero , decididamente , los azares de la guerra estaban todos en su favor. Mientras que Rapi- manque se ponía en asechanza suya con fuerzas mas que séxtuplas , llega un mozuelo araucano y le dice que los Quechereguas , los de Boroa y otros limítrofes recojian apresuradamente sus hatos y ganados para huir de las fuerzas de Gordova , que iba á caer sobre ellos. — Y es de advertir que en este aviso no habia ni trama ni artería ; el muchacho lo dijo para que Rapimanque, tan enemigo, ó tal vez mas, de los Quechereguas como de los Espa- ñoles , se aprovechase de la coyuntura , de preferencia á estos últimos. Sin pararse un solo instante á reflexionar, el caudillo araucano se puso en movimiento por un lado , mientras que Figueroa regresaba , por el suyo, á su plaza de Puren sin haber tenido por entonces otro pensa- miento ; y gracias a esta casualidad, verdaderamente providencial para él, entró en ella sano y salvo, y con la satisfacción de no ver enemigos en sus cercanías. Bien que, como lo hemos dicho, los naturales en jeneral no aprobasen estos levantamientos parciales , no CAPÍTULO XXXII, 273 podían oponerse á ellos, y quedaban neutrales aguar- dando por las resultas. Viendo á Górdova de regreso á la plaza , y teniendo muy presente la muerte de cuarenta Españoles causada por Repimanque en su ausencia , em- pezaron á temer su justo resentimiento , y le enviaron á pedirle la paz. El comandante jeneral , autorizado , como se sabe, á obrar como le pareciese conveniente , se hizo de rogar antes de concederla; pero al fin , se dulcificó y la prometió bajo la condición de que le entregasen el mayoral Garrido de la estancia de la conversión. Esta condición la aceptaron y la cumplieron en pocos dias, y no pudiendo exijir mas de ellos por entonces , Figueroa se sirvió del traidor mayoral para armar una traición á su amigo Rapimanque, forzándole á llamarle á una cita en un sitio señalado. El cacique caudillo dio en la trampa ; fué á la cita y lo cojieron. Sin mas forma de proceso ni averiguaciones , Figueroa mandó levantar dos horcas y colgar al Araucano y al Español, uno en frente de otro. Mientras esto se pasaba mas allá de la frontera, el gobernador Enriquez se estaba muy sosegado en la capital del reino dando providencias de gobierno , y haciéndose querer de unos , al paso que otros murmura- ban de sus operaciones , y hasta de su moralidad. Según estos últimos, el gobernador era un hipócrita muy diestro que había empezado cojiendo buena fama á fin de poder engañar mejor ; el amor que había mostrado por la paz no había sido mas que una apariencia engañosa ; lo que él quería era guerra para hacerse con un gran número de esclavos , y á fin de poder descargarse de la respon- sabilidad , que no debia de pesar mas que sobre él , la había puesto sobre los hombros del comandante jeneral de la frontera, dándole facultad para obrar militarmente III. HisToniA. 18 27/j HISTORIA. DE CHILE. según las circunstancias lo exijiesen. A esto anadian los murmuradores que si no habia hecho como algunos de sus predecesores sacando partido de la venalidad de em- pleos y encomiendas, y aun especulando en medidas económicas de asistencias al ejército , habia sido porque habia temido los mismos malos resultados que semejante modo de gobernar habia tenido para ellos ; que para no alarmar la caridad cristiana de la autoridad eclesiástica, íinjia consultarla sobre los fines principales de la guerra , los cuales eran las conversiones y el aumento de la cris- tiandad, y con este finjimiento persuadía á los obispos que su deseo era el de ellos, y que á alcanzarlo se en- caminaban todos sus actos. De este modo , se granjeaba el apoyo de su autoridad. Por el mismo consiguiente se portaba con los ministros de la real Audiencia. Estos le amaban y le ensalzaban , y no era extraño , puesto que les dejaba hacer cuanto querían , aparentando tener una ilimitada confianza en las luces y el profundo saber de cada uno de ellos, aunque la verdad era que él sabia tanto como el que mas , en jurisprudencia, y mucho mas que todos en gobierno y política. Cuando estaba seguro de obrar contra la opinión de alguno ó de todos ellos, los reunía en consejo proponiendo la cuestión como él sabia que la entendían , y dando por sentado que así la en- tendía él mismo , y luego desarrollaba un cúmulo de in- convenientes y dificultades , de que parecía sumamente enfadado, para que creyesen que adoptaba una resolución contraria muy á pesar suyo. En una palabra, decían que el gran tino de este gobernador era el llegar á sus fines particulares pareciendo odiarlos , y estar bien á toda costa con cuantos podían quejarse en alta voz de su conducta. CAPÍTULO XXXT!. 275 No satisfechos los detractores de Henriquez con criticar amargamente sus actos de gobernador, se propasaron á tachar los de su vida privada , y su moralidad. Por mas que la historia repugne tocar esta materia, tiene que vencer por fuerza su repugnancia , puesto que en el caso presente, miserias y debilidades humanas que pertenecen á la historia del jénero humano y no á la particular del reino de Chile, ni de ningún otro, han producido un ruido histórico , del que tal vez se podrá sacar una me- moria histórica de cierta importancia moral. Ademas de esto, hay en este episodio mucho de novela, y por consi- guiente, es muy propio para procurar un poco de distrac- ción á los lectores , siendo cosas de intrigas amorosas , raptos y peripecias romanescas. Hé aquí este cuento verdadero. Un oidor de Santiago (1) tenia una amistad muy ín- tima con una joven soltera (2) de la misma ciudad ; tan íntima , que daba mucho que hablar, y era ya materia de escándalo. Porqué daban escándalo estos amores no lo dice la historia, y en esto comete una omisión deján- donos en la duda de si el amante era también soltero , ó persuadiéndonos mas bien que era casado ; porque en el primer caso , el trato de un oidor con una señorita bien nacida no podia menos de tener fines legítimos. Sea lo que fuese acerca de esto , este trato dio tanto que hablar, que el obispo envió á su secretario con un recado atento á doña Beatriz de la Barrera , abuela de la joven , para que , en vista de lo que se murmuraba y para im- poner silencio á las malas lenguas , procurase tener á su nieta en mayor recojimiento que hasta entonces. Oyó (1) Llamado justamente don José Menesés. (2) Doña Elvira Tello. 276 HISTORIA DE CHILE. doña Beatriz con sumisión la amonestación de su ilustrí- sima , y sin entrar en chismes inútiles , dio á entender al enviado que lo que sucedia no era culpa suya, ni estaba en su mano el remediarlo. Con esta respuesta salió el secretario de allí , y se fué con un recado seme- jante al convento de Santa Clara, del cual era monja una tia (1) de la amorosa joven. No habiendo producido estos dos recados el efecto deseado , pensó el obispo que tal vez podría haber exa- jeracion , y por consiguiente calumnia en los dichos , y que era de su deber el asegurarse de la verdad. Para tranquilizar su conciencia acerca de un punto tan deli- cado y espinoso , ordenó su ilustrísima la información secreta del hecho , y de ella salió á verdadera luz que los amores del magistrado y de la señorita chilena habían ya producido fruto , dando lugar al nacimiento de una criaturita del sexo femenino. Esto aseguraron cinco tes- tigos, no por haberlo visto sino por haberlo oido. En consecuencia, el obispo mandó poner la madre clandes- tina en un convento. Pero no se hizo esto sin ruido ; al contrario , esta medida ocasionó mas escándalo que hu- bieran ocasionado los amores mas licenciosos. La joven violentada protestó altamente contra la violencia que se le hacia , y contestó al obispo y á todo poder humano la autorización de ponerla en reclusión sin mas motivo que el haber usado ella de su libre albedrío. Del mismo parecer fué su abuelo , el cual pidió al obispo fuese ser- vido poner en libertad á su nieta , de cuya seguridad y conducta salia él garante, obligándose á depositarla en casa de unos parientes suyos que residían á veinte leguas de la ciudad. Satisfecha su señoría ilustrísima con esta (1) Doña Alclonza Tollo. CAPITULO XXXII. 277 palabra, dio libertad á la reclusa forzada, la cual fué inmediatamente encaminada , bajo buena custodia , al depósito que su mismo abuelo habia señalado. Pero uno pensaba el abuelo y otro la nieta, pues á mitad de camino , una compañía de caballeros errantes , protectores de la hermosura aflijida , salieron enmasca- rados, y espada en mano, y libertando á doña Elvira se volvieron á galope con ella á Santiago. Quienes eran estos injeniosos hidalgos , la historia lo ignora , y solo cree saber, por los informes que se dieron al obispo sobre este acontecimiento, que los desfacedores del agravio hecho á la angustiada belleza eran , en una palabra , enviados por don José Menesés á su socorro. Si este acontecimiento tuvo consecuencias inmediatas ninguna crónica de aquel tiempo lo dice , por lo que se puede sacar en limpio que no se volvió á hablar mas del asunto , del cual mas habría valido no haber hablado nunca. Pero dos años después, recibió el gobernador del reino de Chile de la reina gobernadora de las Es- pañas un apercibimiento con una multa de mil pesos , por no haber remediado al escándalo ocasionado en la capital de Santiago por los tratos ilícitos del oidor Menesés. Es verdad que haciéndose, tal vez, cargo de que el gobernador Henriquez podia haberse visto arre- drado en este punto bastante escabroso , por el temor de meterse en asuntos de conciencias ajenas , hollando mi- ramientos y respetos obligatorios , por un lado , y por otro, por la conservación y decoro de su propia dignidad, que habia podido comprometer inútilmente; María Ana de Austria apoyaba la nota de descuido respecto á cos- tumbres, con que tachaba la conducta de su gobernador de Chile, con un apéndice bastante bien añadido y ajus- ■ 278 HISTORIA DE CHILE. tado , á saber, que el mismo hermano suyo , don Blas Henriquez , habia tenido una intimidad ilícita , probada por un testimonio vivo, con otra joven (1); mientras que una hermana de esta recibia á solas al fiscal de la Audiencia (2) , el cual visitaba muy á menudo y con fa- miliaridad al gobernador del reino, de quien era siempre bien recibido. La sola lección que la historia puede sacar de este episodio es la prueba que en él se halla de la suscep- tibilidad de las costumbres españolas de aquel tiempo. Volviendo á la historia, Henriquez tenia proyectos belicosos , puesto que pidió al cabildo de Santiago seis- cientos caballos prontos para el 15 de julio. El 27 de setiembre salió de Santiago , y el 29 de octubre , avisó de su llegada á la Concepción. El 5 de febrero del año entrante, 1673, escribió de nuevo, de vuelta de un paseo militar, en el cual quedó convencido del estado satisfactorio de los espíritus araucanos, diciendo al ca- bildo podia cuando gustase informar á la corte de la próspera situación de las cosas de la guerra. El cabildo se apresuró á dar este paso , poniendo al gobernador en las nubes y ponderando los bienes infinitos que Chile debia á su gobierno. Los seiscientos caballos que Henriquez habia pedido al cabildo de Santiago habían sido aprontados ; pero aun no habia llegado el caso de servirse de ellos , estando destinados á correr contra los Ingleses en el caso que se realizase su invasión, que se creia inminente. Satisfecho de haber visto por sus mismos ojos que podia descansar sin cuidado en su comandante jeneral , en punto á ope- (1) Doña Inés de Astorga. (2) Don Francisco de Cárdenas, CAPITULO XXXIÍ. 279 raciones militares , el gobernador se volvió por abril á Santiago , después de haber mandado colgar á Ayllicu- riche. Al llegar, recibió la noticia de la pérdida del San Bernardo con un cargamento de mucho valor, y esta desgracia le sujirió el pensamiento de poner en vigor lo mandado por reales órdenes acerca de la navegación , á saber, que ninguna nave saliese del puerto de Valparaíso desde 15 de mayo hasta el 15 de agosto. Lo restante del año se pasó sin novedad ; pero en diciembre , recibió el gobernador pliegos de la corte, por cuya fecha, 17 de enero del corriente 1673, y cuyo contenido, vio que el gobierno superior se habia alarmado de la expedición inglesa contra Chile, puesto que le recomendaba mucho la vijilancia de la costa. Por fortuna , esta vijilancia le era en aquel instante mucho mas fácil , en atención á qué el estado jeneral de las cosas del reino le permitia el ejercerla con especial cuidado. Las fuerzas españolas, sin llegar precisamente al número de soldados de que se habia compuesto el ejército chileno en tiempos anteriores, eran en aquel entonces mucho mayores, comparativa- mente á su empleo. Es verdad que el semblante de la guerra podia cambiarse cuando menos se pensase en ello ; pero por muchos cambios que hubiese , no era pro- bable que la guerra volviese á causar en lo sucesivo los estragos y horrores que habia causado hasta entonces. Era una casi probabilidad fundada en experiencia y há- bitos , de que se componen , en jeneral , los sentimientos de los hombres. El cuadro siguiente puede servir á dar una idea de la fuerza material de los Españoles , sin contar la moral y el descaecimiento de la de los naturales. HH 280 HISTORIA DE CHILE. PLAZAS Y FUERTES. Soldados Soldados españoles. indios- Concepción 165 » San Pedro, á la otra parte del Biobio 25 » Colcura , 6 leguas S. de San Pedro . 20 40 Arauco, 4 leguas S. del anterior. 135 » San Ildefonso 69 » San Diego de Tucapel , 12 leguas S. de Arauco. . 95 » Yumbel , 12 leguas E. de la Concepción 627 » Chillan , 9 leguas N. de Yumbel 109 » San Cristóval 32 139 Madintuco 25 104 Buena Esperanza 25 » Talcamavida 40 146 Santa Juana 18 » Santa Fe 10 » Nacimiento 29 » Puren 182 » Encarnación , en Repocura 74 » Provincia de Chiloe. 190 » Totales 1,870 429 Total general. . . 2,299 CAPITULO XXXIII. Nuevo congreso de paz.— Nómbrase un capitán de amigos para cada pro- vincia , y un comisario de naciones por inspector de estos capitanes.— Beneficios de la paz. — Otros sucesos. ( 1674-1682.) Resumamos y recordemos que todos los jefes arauca- nos que han alterado la paz, sin el consentimiento de los Butalmapus, quedan muertos con su anuencia, muer- tos por los Españoles , que hicieron ó pretendieron hacer justicia : Ayllicuriche , Dugueguala , Rapimanque y el traidor mayoral mestizo de la estancia de la conversión de Rere han desaparecido de la escena, y ya los natu- rales no tienen que temer que los fuerzen á sublevarse contraviniendo á tantas estipulaciones reiteradas y rati- ficadas en diversos parlamentos* Esto sentían los Arau- canos, y libres de seguir su propio impulso, piden la paz. Claro estaba ; puestos entre los estragos que les cau- saban las correrías de los Españoles y la venganza de los Pehuenches , si huian á los montes , no les quedaba mas recurso ni mas refugio que la paz. Los Pehuenches no solo les quitaban sus ganados , sino que también les llevaban á sus hijas, sin pagarles dote alguna, según era uso y costumbre en estos tratos. Pero Córdova Figueroa , usando de las amplias facul- tades que tenia , quería asegurarse bien de que la nece- sidad que tenían de paz era extrema para sacar de este conocimiento mas autoridad para imponerles condiciones ■ 282 HISTORIA DE CHILE. durables. Estando en esto, llegó el gobernador, y des- pués de haberse enterado de algunas particularidades, fué de parecer que se abriese un parlamento para ratificar de nuevo los antiguos tratados corroborándolos con adi- ciones útiles á las dos naciones. Ya otro cacique, el último que habia quedado en postura ó ademan hostil , se acababa de rendir á los Españoles, y no quedaba mas pretexto para negarse a poner fin á la guerra y á sus males. Este cacique, que se llamaba Rucañemqui, se habia establecido en un alto casi inaccesible, llamado el peñón de Rucadioroy, y de allí, salia cuando veia la suya , á matar y á robar. Pero se vio claramente que estas demostraciones eran , mas que sanguinarias, polí- ticas , para que le ofreciesen la paz que le habian ne- gado antes cuando él la habia pedido buenamente. En efecto, don Fabián de la Vega fué con fuerzas á desalo- jarle; pero conociéndole y diciéndose amigo suyo, le envió un parlamentario á proponerle que se rindiese sin el menor temor, en lugar de ocasionar males inútiles con riesgo de comprometer para siempre, y sin recurso , su propia cabeza. Rucañemqui sintió la fuerza de esta re- flexión y se acojió á la paz. Las condiciones que se añadieron á las anteriores fue- ron dos , á saber que cada parcialidad tendría un capitán de amigos , y que estos someterían sus actos á la inspec- ción de un jefe superior con el título de comisario de na- ciones. Las obligaciones de los primeros consistían en una vijilancia continua , y en un estudio de observación de cuanto se pasaba en su parcialidad respectiva , procu- rando conocer , en cuanto era posible , á sus Indios, áíin de designarlos individualmente si llegaba el caso de que fuese necesario recompensarlos ó castigarlos ; cultivar su CAPITULO XXXIII. 283 buena índole, ó comprimir sus malas inclinaciones. Esta nueva condición produjo tan buenos resultados que me- reció una alta aprobación de la corte. El gobernador Henriquez se fué á invernar á Santiago y volvió por octubre á la capital de la frontera, á donde llegó el 30 de noviembre. La entrada del nuevo año 1675 fué triste para él ; en muy pocos dias perdió á su her- mano don Blas y á su sobrino don Antonio de Górdova , muertos casi al mismo tiempo. El anuncio del cabildo de Santiago de haber Ingleses á la vista de Ghiloe , y del desasosiego en que se hallaba la capital, le hicieron volver á ella por abril. Sin duda, la noticia de los In- gleses no habia sido mas que una alarma falsa, puesto que el 2 de noviembre regresó á la frontera dejando la ciudad de Santiago muy tranquila, y ocupada en cum- plir un voto que habia hecho mas de cuarenta años atrás, cuyo voto era reconocer y jurar como patrón de la guerra del reino á san Francisco Solano (1). La ida del gobernador de Santiago á la Concepción habia sido motivada por rumores de infracciones que los Indios habían cometido en la paz ; pero estos rumores salieron falsos, y el 6 de mayo de 1676, volvió á in- vernar á Santiago, en cuya residencia tenia mas que hacer, en tiempo de paz, que en la Concepción; fuera de que en la capital se hallaba mucho mas á su gusto, siendo este gobernador muy amigo de trato y de sociedad. Pero en aquel instante no estaba divertido Santiago sino muy triste, y muy acongojado con una epidemia, ó mas que epidemia puesto que morían los mas de los que cojian el contajio. Henriquez mismo fué contajiaclo , y cayó muy malo ; pero se salvó. Otros decian que su en- (1) Muerto en Lima en 14 de julio 1010, ■■■ üfl iüRfl m I 284 HISTORIA DE CHILE. fermedad no era la epidémica que afligía á los Santia- gueses. De todos modos , á penas llegó la primavera , aunque no se hallase completamente convalecido , quería marchar para la Concepción ; mas todos los capitulares fueron á rogarle no hiciese temeridades inútiles , puesto que se gozaba de una paz octaviana. El gobernador se dejó persuadir é hizo bien , pues su convalecencia fué tan larga , que tuvo que pasar la mayor parte del año siguiente allí , hasta en setiembre que marchó á la frontera. En aquel mismo instante, llegó por Buenos Aires un refuerzo de doscientos Españoles que iban de España al ejército de Chile, á donde fueron muy bien llegados, bien que jamas, desde que habia guerra con los Indios, se hubiesen necesitado menos. Ya no se pensaba en cosas de guerra , sino en sacar provecho de la paz adelantando cuanto se podía proyectos de aumento y mejoras. A principios de 1678 , se fundó en Santiago otro convento de Santa Clara , bajo la invocación de santa Clara del Campo (1). El virey de Lima pidió informes al cabildo de Santiago para levantar una ciudad en San Martin de Quillota ; pero este proyecto no fué ejecutado hasta cua- renta años después , y en lugar de una ciudad solo se edificó una villa. Las causas de esta larga dilación en dar cumplimiento á una real orden (porque el proyecto de población en Quillota emanaba del mismo rey ) fueron probablemente la multitud de atenciones , y la penuria en que se hallaba el cabildo. En aquel mismo instante , recibió este protector nato y paternal de la ciudad un (l) En honra de su fundador don Francisco del Campo , que habia sido durante cuarenta años alguacil mayor de la ciudad , y habia dejado por testamento un legado considerable para fundar dicho convento, el cual fué edificado á la esquina de la plaza , y ocupado por siete monjas de Santa Clara la antigua , el 8 de febrero. >rv CAPÍTULO XXXIII. 285 nuevo disgusto de la corte con una real cédula (1) en que el rey mandaba dar libertad á todos los esclavos de las tres clases. El cabildo resistió alegando que su ejecución le ocasionaría por lo menos un millón de pesos de daños y perjuicios, y, que ademas, la libertad mandada dar á los Indios esclavos no se entendía con los del reino de Chile, sino con los de la Nueva Vizcaya, nuevo reino de León y Nuevo Méjico ; pero sus alegaciones no fueron oidas , y dos años después , tuvo que dar cumplimiento á lo mandado por la citada real cédula. Para consolarse de este verdadero contratiempo , tu- vieron los cabildantes la satisfacción de celebrar , por agosto del año siguiente, 1679, su primer concejo en la nueva casa consistorial, que era magnífica, gracias al gusto y esmero del correjidor don Pedro de Amasa. A fines de setiembre , salió el gobernador para la fron- tera con la diputación que , según costumbre , le acom- pañó hasta Maipú , y se mantuvo en la Concepción hasta el verano de 1680, aprovechando déla paz de que gozaba el reino para fomentar su prosperidad. En esta última época , volvió á Santiago con el fin de llevar á ejecución la realización de un grande donativo que el rey pedia , y que fué votado en los dos cabildos (2) , con asistencia de su ilustrísima , don Fray Bernardo Carrasco. Es cosa muy de notar que el rey pidiese donativos para hacer donativos. Dejando á parte las cantidades enormes que le costaba el ejército y la conquista , el real erario sumi- nistraba alhajas, ornamentos y campanas á todos los con- ventos é iglesias nuevamente edificados ¿ y perpetuamente el alumbrado de lámparas (de dia y de noche) de todas ; (1) 2 de abril 1676. (2) 12 de setiembre 1680. 286 HISTORIA DÉ CHILE. como también el vino que se consumía en las misas (1). Tal era el fomento que el rey daba al culto, y realmente tenia algo de ficción el pedir para dar á los mismos de cuyas manos recibía. De todos modos, el celo por la propagación del cato- licismo era demasiado visible para que se pueda dudar de que este era uno de los fines principales de la con- quista. Ya hemos visto al gobernador Portel Casanate declarar, en 1662 , las misiones vacantes por falta de objeto , en atención á que la rebelión de los Indios de paz y el estado jeneral de la guerra impedían las misio- nes y las tentativas de conversión ; y en 1663 , hemos visto las misiones restablecidas por real orden. Sin em- bargo , en los diez años de continua guerra que se habían seguido , los misioneros habían tenido poco á nada que hacer ; pero al punto en que la paz habia permitido á los jesuítas emprender de nuevo sus tareas apostólicas, las misiones de Buena Esperanza, Talcamavida, Arauco, Tucapel y otras , habían sido restablecidas y las conver- siones habían empezado de nuevo, con la particularidad de que los Indios se convertían mas voluntariamente que nunca y parecían ansiar por las visitas de los jesuítas. LosPP. Rosales, Astorga, Mascardi y Vargas recojie- ron por todas partes frutos preciosos de su infatigable celo , y en este estado se hallaba esta atención especial del gobierno, en 1674, cuando una visita del obispo á los Indios estuvo para echar á perder todo lo que se habia adelantado. En efecto, esta visita de su ilustrísima, que era el ilustre F. Francisco de Vergara y Loyola , tenia por prin- cipal objeto el cortar la poligamia , abuso que no habia (1) Ovalle. CAPÍTULO XXXIlt. 287 sido posible aun desterrar de entre los naturales. Al punto en que estos oyeron que el prelado iba á verlos con estas intenciones, empezaron á mostrarse descon- tentos , y aun se esparcieron rumores de levantamiento , de suerte que cuando el obispo llegó y se vio en medio de ellos , conoció claramente que , por querer cortar un mal , iba á ocasionar muchos males , y tuvo que resig- narse á observar la máxima « Del mal el menos , » pro- curando buscar un término medio para neutralizar los efectos del exceso que tenia que tolerar por fuerza. Este término medio fué , que se casasen legítimamente con una , y que las demás , bien que pagasen dotes por ellas á sus padres, las tuviesen bajo el título de criadas (1). Es preciso confesar que este término medio no podía menos de ser tan poco grato á los padres de las jóvenes vendidas como á Dios mismo ; pero el prelado pensó, sin duda , que en cuanto á lo que pensarían los padres de las jóvenes, estas no eran cuentas suyas ; y que en cuanto al cielo , lo mas interesante y urjente era que adoptasen las formas cristianas, salvo el perfeccionarlos en la obser- vancia de sus santas máximas cuando las circunstancias lo permitiesen. Después de haber reflexionado madura- mente este medio de conciliación, el obispo mandó llamar á su presencia los caciques de diversas parciali- dades , y habiéndolos tranquilizado asegurándoles que no iba á alterar de ningún modo su arreglo de vida , les propuso por medio del P. rector José Diaz , y de su doc- trinero, que puesto que, como hombres y como guerre- ros, no podían dispensarse de tener, mujeres que los sirviesen , escojiesen una sola entre ellas para desposarse con ella á la faz de la iglesia de Jesucristo, haciéndola (1) Olivares. 288 HISTORIA DE CHILE. señora de las demás, las cuales vivirían con los dos casados solo como sirvientes. Los caciques hallaron el arbitrio muy cómodo ; porque si el obispo no tenia que ver con lo que pensasen los padres de las mujeres ven- didas solo para ser criadas (según su ilustrísima pen- saba) , tampoco dichos padres tenían que ver con que los que les pagasen dotes por ellas , las poseyesen según la ley de Dios ó según la ley araucana. De suerte, que en este caso , el ilustre prelado halló fácil composición con el cielo y con la tierra , y pudo regresar tan satisfecho de la docilidad de los Indios , como estos quedaron con- tentos con la benignidad de su ilustrísima. Pero el año siguiente, el vice provincial F. Francisco Xavier vio los efectos claros de este contrato tácito entre el prelado y los Indios ; es decir, vio que tenían , como de costumbre, muchas mujeres, y sin curarse de saber bajo que condiciones las poseían , se escandalizó , arrugó las cejas y empezó á afear este mal cristiano abuso. Los lectores no deben perder de vista que la lengua de los naturales era para los mas de los conversores tan familiar como la suya propia ; las grandes dificultades que habia presentado en los principios su extrañeza , habían sido allanadas en breve tiempo por la incomparable capa- cidad del P. Luis de Valdivia , el cual , después de haberla aprendido él mismo con una brevedad admi- rable (1) , habia compuesto luego una gramática y un vocabulario de ella, facilitando su estudio á los demás misioneros. El P. Pedro de Soto Mayor empezó pues , por orden y en presencia del vice provincial , á vituperar á los Indios por el pecado que cometían en tener muchas (1) Ovalle dice : En trece dias, bastante para confesar, y en veinte y ocho, suficientemente para predicar. CAPÍTULO XXXIII. 289 mujeres, y los Indios sacaron por consecuencia del ser- món que se trataba de quitárselas. Con este temor, que se propagó entre ellos como un relámpago , empezaron á amohinarse, y á murmurar, y concluyeron profiriendo, ya enfurecidos, amenazas de rebelión. En vista de esto] el P. Soto Mayor rogó al vice provincial se desistiese de su empeño, y el vice provincial tuvo que hacerlo por el bien de la paz ; y muy oportuna fué su concesión , puesto que la menor persistencia hubiera encendido de nuevo el fuego de la guerra , en términos que el ruido que hicieron estas dos tentivas , la del obispo y la del vice provincial , fueron las causas principales de los dos últimos viajes del gobernador Henriquez, de la capital del reino á la de la frontera. Pero sucedió, tras esto , una cosa muy particular, y que noobstante, por la oportunidad con que sucedió , tenia visos de ser una voluntad de Dios. Las casas de conversión , que habían sido arruinadas con la guerra , se habían rehecho con la paz , y con donativos y algunos arbitrios, los jesuítas que las dirigían empezaban á salir de la cruel estrechez en que habían tenido que vivir, y á gozar de alguna comodidad , á la cual los naturales con- tribuían en cuanto podían ellos mismos , y lo permitían los PP. jesuítas, los cuales no aceptaban mas que regalos de poca importancia como prueba únicamente del afecto que les tenían sus catecúmenos. Sucedió, pues, decíamos que de repente vino sobre las tierras de los naturales una plaga tal de ratones, que en un instante devoraron todas las sementeras, y que á consecuencia, el hambre redujo los Indios á la horrorosa necesidad de comerse unos á otros (1). A la primera noticia de este triste suceso, (1) Olivares. III. Historia. ja 290 HISTORIA DE CHILE. los misioneros enviaron víveres y aun también algunos odres de vino á las parcialidades mas apuradas, y desde aquel punto , los naturales , en parte acosados por el hambre y en parte penetrados de reconocimiento, se entraron á bandadas por las poblaciones de Indios ami- gos, constituyéndose voluntariamente esclavos y ofre- ciendo á los PP. con lágrimas sus brazos y, si era menester, sus vidas á su servicio. Los jesuítas los reci- bieron á brazos abiertos , no como esclavos , les dijeron , sino como á hermanos y como á hijos. Y en efecto desde aquel instante empezaron á pedir, por medio de ellos, sus tesoros de existencia á las entrañas de la tierra , labrán- dola, arándola, sembrándola y cultivándola ; recuperaron sus antiguas posesiones y las atendieron ; de suerte que conversores y convertidos ofrecian el cuadro el mas inte- resante de miembros de una misma familia trabajando todos á una por el bien jeneral y por el particular de cada individuo. Mientras que la paz producía por lo interior del con- tinente chileno estos gustosos episodios, la guerra lo amenazaba por las costas , de parte de un enemigo marí- timo (1). Un pirata inglés, que se llamaba Bartholomé Sharps, operó una sorpresa, el 13 de diciembre, sal- tando á tierra en Coquimbo, é internándose dos leguas hasta la ciudad de la Serena, que saqueó muy á su salvo. El gobernador salió al primer aviso con las milicias de Santiago , y llegó á marcha forzada á Valparaíso, desde donde envió fuerzas por mar y por tierra para atajar al corsario. Las de tierra , mandadas por don Francisco de Aguirre, llegaron cuando ya Sharps se habia vuelto á (1) Este amago de piratas lia debido ser cosa de muy poca importancia para Warden, puesto que no lo hemos hallado en suCronolojía histórica del America. CAPITULO XXXIII. 291 embarcar; las de mar, cuyo comandante ha quedado ignorado , se contentaron con avistarlo sobre la isla de Juan Fernandez , y se volvieron. Sin embargo , no se ha vuelto á oir hablar de dicho pirata. Pero en esta circuns- tancia, como en todas, los habitantes de Santiago, altos y bajos, ricos y pobres, dieron pruebas increíbles de patriotismo, corriendo todos al enemigo, unos á su costa , y otros sin pedir nada á nadie (1) ; y contri- buyendo , estos con sus brazos y aquellos con sus medios, á la construcción del castillo de Valparaíso. De vuelta de este puerto , Henriquez recibió cartas de Buenos Aires con la noticia de que el gobernador de allí iba á relevarle del mando de Chile. Antes de este , ha- bían sido ya nombrados otros dos gobernadores de aquel reino, á saber, don Antonio Isasi , y don Marcos García Barnabal ; pero ambos habían muerto sin llegar á su destino. Henriquez se conformó gustoso á dejar el mando, satisfecho de haber llenado bien todas sus obligaciones ; y , en efecto , el cabildo dio en su favor, al tiempo de tomarle residencia , el testimonio el mas lisonjero de su ciencia gubernativa y de sus brillantes prendas (2). (1) Cabildo del 19 de junio 1681. (2) En el exergo de su retrato que se veia en la sala de palacio, se leía «que habia construido la nueva casa consistorial, el puente, el acueducto y otras muchas obras públicas.» CAPITULO XXXIV, Gobierno del maestre de campo don José de Garro , caballero del hábito de Santiago.— Situación del reino.— Sus providencias y buen tino.— Recibe embajadores de los Indios.— Proyecta un parlamento para cimentar la paz. — Realiza este proyecto.— Sus consecuencias. (1G82— 1683.) Era no solo una necesidad , muchas veces , sino tam- bién un principio de política el no dejar largos años el mando del reino de Chile á un mismo gobernador, por felices que fuesen los resultados de su gobierno. El de Henriquez se habia prolongado porque , así como lo acabamos de decir al fin del capítulo precedente, dos sucesores que se le habían nombrado habían fallecido. Pero á pesar de cuanto la crítica ha podido imajinar para ejercitarse contra dicho gobernador, el hecho fué que la paz quedó bien consolidada; los asuntos de go- bierno , bien ordenados , y que si hubo males no han procedido de su falta de saber ni de celo. En cuanto á los chismes que corrían sobre lo que llamaban anchura de su conciencia en punto á costumbres , bien que estos cuentos sean honrosos para las de aquellos tiempos, ó tal vez por la misma razón , no se puede ni debe colejir que Henriquez fuese hombre relajado. Personalmente, de nada ha sido vituperado , y solo fué reprendido por de- masiada tolerancia. La historia, forzada, por decirlo así , a trasmitir ciertos detalles personales que no le competen , no puede menos de hacer constar que si Hen- riquez fué indulgente , no parece haya tenido él mismo CAPITULO XXXI v. 21)3 necesidad de induljencia ; y probablemente la que se le achacó , y por la cual fué reprendido , y aun castigado por la misma reina gobernadora , probablemente pro- cedía mas de su respeto que de su desprecio por las costumbres; porque los mayores desórdenes ignorados , y aun negados , les dañan mucho menos que pecados veniales ruidosos. El nuevo gobernador don José de Garro , al pasar por la provincia de Cuyo, primera de su gobierno, se dio á reconocer al cabildo de San Luis de Loyola el 25 de marzo ; pero no por eso el de Santiago dejó de enviar á su alcalde de primer voto (1) á recibirlo á la casa de campo para acompañarle á la capital. En dicha casa le esperaba también su predecesor para entregarle el bastón del mando, cuya entrega se verificó con satisfacción mutua, al parecer, de ambos. El dia 24 de abril, fué reconocido por el cabildo de Santiago, y, el siguiente, por la real Audiencia como su presidente. En su entrada en la capital , se notó una cierta afecta- ción personal que tuvo mandando pasar por medio de la plaza su rico equipaje en muchas acémilas, que se murmu- raba llevaban cinco mil pesos, con el fin de que se supiese que , si estaba rico , lo estaba ya antes de ir á Chile. Luego que tomó el mando, nombró de maestre de campo á don Jerónimo de Quiroga (2) ; separó el puerto de Valparaíso del correjimiento de Quillota, dándole un gobernador militar y político (3), y se quedó esperando por el buen tiempo para marchar á la frontera, para donde salió el 19 de setiembre acompañado por dos di- (1) Don Alonso Velazquez. (2) Uno de los escritores de la Historia de Chile, hasta 1656. (3) Cuya determinación fué aprobada y perpetuada por el rey-. 294 HISTORIA DE CHILE. putados del ayuntamiento hasta Maypú. Pero antes de entrar en los detalles de su gobierno, debemos exponer, en resumen, el estado del reino, en donde la paz no habia sido alterada , pero habia ocasionado relajación en la disciplina militar ; descuido en ciertos ramos de la administración y abusos. Garro notó todo esto desde luego, ó lo supo por partes oficiosos, y teniendo ya el hábito de mandar, pensó en aplicar á Chile el mismo sistema de gobierno que habia seguido en Buenos Aires. La relajación de la disciplina militar era visible , puesto que los soldados pedían licencias , ó las tomaban sin pe- dirlas, y se iban á vagabundear, es decir á robar (1). De aquí , resultaba descuido en la vijilancia de la frontera y habia frecuentes desórdenes causados por infracciones de los tratados , tanto de parte de los Españoles como de los Indios. Estos, noobstante la real prohibición de te- nerlos esclavos, lo eran y muchos se vendían bajo malos pretextos. Garro puso remedio inmediato á este estado de cosas , y lo hizo con tanto tino que á todos satisfizo mucho el principio de su mando. En una circular á todos los jueces , rejidores y correjidores del reino les decia « que cuando alguna orden suya fuese contra las leyes, usos y costumbres del país, suspendiesen su ejecución, y le advirtiesen para que no volviese á cometer el mismo er- ror. Esta admirable moderación le ganó los corazones. En lo militar, empezó por completar la defensa de Valparaíso , de Coquimbo y de toda la costa. A la Serena envió armas y oficiales para la instrucción de las mili- cias. Puso vijías en las alturas desde donde se descubría el mas lejano horizonte sobre el mar. (1) Acontecimiento inevitable á cada cambio de gobierno, entre el día del anuncio y el de la llegada de un gobernador nuevo. CAPITULO XXXIV. 295 ¡ A penas llegó á la frontera, recibió noticia de que se hacían movimientos en los Butalmapus; pero la inter- pretación de estos movimientos era anticipada y aun también apresurada. Durante el gobierno de Henriquez, es decir, desde que les había concedido la paz , los Butal- mapus se habían mantenido en una completa quietud, y era bastante natural que, según su costumbre, se alar- masen con la llegada de un gobernador nuevo , hasta estar seguros de sus intenciones con respecto á la guerra ó á la paz. En efecto, el o de noviembre , ya recibió en la Concepción embajadores araucanos que fueron á cum- plimentarle sobre su entrada en el mando del reino. Garro tenia por sí, ademas de otras prendas, el exterior agradable, y á primera vista, los enviados indios se quedaron pagados de su semblante y de la acojida que les hizo. Lo primero que les preguntó fué si estaban con- tentos con la paz, y si tenían alguna queja contra los Españoles. A la primera parte de la pregunta respon- dieron que uno de los objetos de su viaje era el rogarle continuase concediéndoles el beneficio de la paz que les había dado su predecesor ; y á la segunda , que lejos de tener motivos de queja contra los Españoles , antes los miraban como á hermanos. Satisfechísimo con esta res- puesta , el gobernador les propuso , para mayor abunda- miento de confianza recíproca entre las dos naciones, una nueva reunión en parlamento , para principios del año siguiente, con el fin de ratificar y afianzar las condiciones de la paz , tan útil como necesaria á unos y á otros. Los embajadores araucanos se volvieron regocijados con esta propuesta, y el gobernador despachó órdenes al comisario de naciones y capitanes de amigos, estable- cidos por su predecesor, á fin de que pasasen los avisos ¿ 296 HISTORIA DE CHILE. necesarios para el parlamento que se había de celebrar en la Imperial. Con este proceder, Garro puso el colmo á la confianza de los naturales, en atención á que era ma- nifestarles un cierto deseo de verse en medio de ellos, en lugar de ponerlos á todos en movimiento para que acu- diesen á un punto español fuera de sus tierras. El comi- sario de naciones, don Fabián de la Vega y sus capi- tanes de amigos cumplieron con mucho tino las órdenes que tenían ; mientras que el maestre de campo Quiroga organizaba lucidas fuerzas para que los Indios viesen , el diadel congreso , que no por falta de ellas ni otra consi- deración de esta naturaleza , quería el gobernador la paz, sino por los bienes que proporcionaba á ambas partes. Llegada la época del plazo señalado á principios de 1683 , salió Garro de la Concepción á la cabeza de dos mil hombres (1), pasó el Biobio y se dirijió sobre la Imperial, en donde ya le aguardaban los cuatro toquis natos , ciento y noventa archiulmenes , ulmenes y un concurso infinito de sus nacionales, los cuales dieron las muestras mas estrepitosas de contento en el instante que vieron llegar al gobernador con sus Españoles. Después délos cumplidos recíprocos, entraron en el congreso, y antes de entrar en deliberación , el gobernador español recapituló en un discurso claro y metódico las ventajas que proporcionaba la paz , y los desastres que acarreaba la guerra : «¿Quien hay, preguntó él , al fin , que en vista de este contraste tan manifiesto de bienes y de males , prefiera la guerra á la paz ? Si hay alguno , ¡ que lo diga, ó que levante la mano! » Nadie la levantó y todos gritaron : « ¡ La paz , la paz ! » (1) En cuyo número cree Figueroa que se deben contar fijarse en cuantos eran. auxiliares, sin *»» CAPÍTULO XXXIV. 297 Quedó, pues, sólida y finalmente afianzada, en tér- minos que Españoles é Indios parecían aborrecer igual- mente la guerra, y querer vivir para siempre como her- manos. La suavidad de. modales del gobernador, con la que se mezclaba el porte digno y desenfadado del hom- bre que está seguro de sí mismo y de su conciencia , tenia á los Araucanos como embelesados mirándole de hito en hito. Después de muchas salvas de artillería , muchos gritos y escaramuzas de los Indios, y mucha confusión bien ordenada, se separaron los dos concursos con protestas y gajes recíprocos de afecto y amistad. Mas, por parte del gobernador español, todas estas demostraciones exteriores ocultaban un pensamiento ín- timo que solo podría ser justificado por los bienes que hubiera podido producir ( tal vez , porque no era muy seguro). Este pensamiento era nada menos que faltar á la fe jurada por la paz, aprovechándose de ella para llamar los Indios por engaño al territorio español , de- tenerlos , y mientras tanto , con fuerzas suficientes , en- trar en sus tierras, apoderarse de sus familias y haberes y llevárselos para que los poseyesen entre los Españoles mismos. Realmente, aunque los fines se consiguiesen, los medios no habrían sido dignos, y así lo sintió el monarca español rechazando esta proposición (1), que , contra toda verosimilitud, parece le fué presentada por el gobernador Garro. Sin embargo, no puede quedar duda sobre las buenas intenciones que tenia , en atención á que , bajo el mismo principio de mezcla de los natu- rales con los Españoles, compuso él mismo muchos casa- mientos de estos con jóvenes araucanas principales , y estimuló á que otros de menor rango siguiesen el mismo (1) Por real cédula de 19 de noviembre 1686. 298 HISTORIA DE CHILE. H ejemplo. Por su afabilidad, se atrajo las voluntades de manera que los Indios se le ofrecían voluntariamente para cuanto quisiese hacer de ellos ; pero él jamas les pedia la menor cosa sin que ellos mismos percibiesen fácil- mente que todo era por el solo bien de ellos. Así consi- guió sin el menor esfuerzo que muchos jóvenes de buenas disposiciones pasasen á vivir y á formarse entre los Es- pañoles , estudiando y abrazando la carrera que mas les convenia según su gusto y aptitud. Por otro lado , los Butalmapus , en jeneral , le habian ofrecido entregarle todos los cautivos españoles que po- seían , y que quisiesen regresar voluntariamente al seno de los suyos. Garro aceptó con grandes muestras de re- conocimiento , pero no quiso apresurarse a cojerlos por la palabra , y se la reservó para servirse de ella como ocasión oportuna de volver al medio de ellos con osten- tación de fuerzas imponentes. P>ien que la data precisa de estos hechos no nos haya sido trasmitida , se colije por las actas del cabildo de la capital que sucedieron de enero á marzo 1683, puesto que dicho cabildo da gracias al gobernador en carta de 30 de marzo , prueba evidente de que habia tenido tiempo, después de concluida su feliz expedición , para regresar, escribir á Santiago y recibir la respuesta. Conforme á la idea que habia tenido de guardar para mejor ocasión la oferta de los caciques, de entregarle los cautivos españoles , Garro escribió de nuevo en julio al cabildo de Santiago , exponiendo sin rebozo ni misterios su plan y sus motivos , y pidiéndole dos mil caballos. Los capitulares quedaron tan pagados de el modo abierto y franco con que el gobernador les daba participación activa en sus operaciones , que el 26 del citado mes , P-» CAPITULO XXXIV. 299 leyeron en concejo su carta; acordaron se ejecutase inmediatamente lo que pedia ; y el lo de setiembre siguiente , recibieron ya aviso del recibo de los dos mil caballos, y las gracias por tan magnífico presente, puesto que eran un donativo del generoso cabildo, que nunca dejaba perderse coyuntura alguna de coo- perar al bien jeneral, por mucho que le costase. Con este poderoso refuerzo volvió Garro á pasar el Biobio , marchó sobre la Imperial , estableció su cuartel jeneral allí , y al dia siguiente empezaron á llegar cautivos espa- ñoles de ambos sexos acompañados por los caciques de los diferentes Butalmapus en donde residían. Al ver el imponente despliegue de fuerzas que habian hecho los Españoles, los Indios preguntaron si estaban aun en guerra. — « No , dijo el gobernador. Si estuviésemos en guerra , no hubiera yo traído tantos soldados. Los que vienen ahora conmigo han querido ellos mismos venir para que os acostumbréis á considerarlos, armados ó desarmados , como amigos y hermanos , y no como ene- migos. No quiera Dios que tengáis que volver á daros recíprocamente este nombre. » Con estas palabras y el tono en que las decia queda- ban los Indios tan confiados como si le viesen solo sin un arcabuz á su lado. Hecha la entrega voluntaria y gra- tuita de los cautivos, volvió el gobernador triunfalmente con ellos á la Concepción , y con muchos naturales que no querían separarse de ellos sino lo mas tarde que pu- diesen , y que al despedirlos tenían las lágrimas en los ojos. Todo esto se hallaba concluido á mediados de di- ciembre del mismo año. CAPÍTULO XXXV. Pasa el gobernador ala capital. — Inundación del Mapocho.— Desazones in- teriores con dos oidores de la Audiencia.— Un corsario ingles en Valdivia. — Intenta desembarcar y es rechazado.— Buena acojida que halló en la isla de la Mocha.— Despoblación de la isla arriba dicha, y traslado de sus habi- tantes á la onila septentrional del Biobio. ( 1684—1687.) Hasta fines de mayo, Garro se mantuvo en la Concep- ción poniendo la última mano á su obra de consolidación de la paz y de amistad duradera entre las dos naciones. Satisfecho de ver que su esterna habia sido perfecta- mente aprobado y gustado por Araucanos y Españoles, dejó el encargo de continuarlo al maestre de campo Qui- roga, y se fué á invernar á Santiago en donde le aguar- daban algunas desazones. La primera fueron los daños ocasionados por crecidas é inundaciones del Mapocho , que le costó trabajo el contener en su lecho porque habia roto los muelles; pero en fin, lo consiguió , mandán- dolos construir de nuevo á cal y canto y prolongándolos de setecientas á ochocientas varas para poner, en lo sucesivo , el pueblo á cubierto del mismo accidente. La segunda, se la ocasionó el tener que dar cumplimiento á una real orden que recibió para investigar la conducta de dos ministros de la real Audiencia (i) , real orden promovida por informes del obispo escandalizado. Son estas miserias, como ya hemos tenido ocasiones de no- tarlo , que no son del dominio de la historia, pero que (1) Don Juan de la Cueva y Lugo, y don Sancho García Salazar. CAPITULO XXXV. 301 pueden servir para dar una idea de la susceptibilidad de las costumbres de aquellos tiempos , la cual era en razón de los sentimientos relijiosos que dominaban la sociedad. Los dos oidores que se habían curado poco , al pare- cer, del precepto : Si no eres casto, sé cauto, fueron des- terrados, uno á Valdivia y otro á Quillota, con pérdida de sus empleos. Salazar , que fué á Quillota , tuvo bas- tante corazón para morir de vergüenza y de pesar á los ocho dias de destierro. La Cueva recusó al gobernador, declarándole incompetente, desde Valdivia, y representó al duque de Palata, nuevo virey del Perú. El virey escri- bió oficiosamente á Garro pidiéndole induljencia en favor del delincuente; pero e! gobernador no halló medio posible de condescender con esta recomendación , y solo posteriormente , bajo el virey Portocarrero , conde de la Monclova, fué concedido el traslado del desterrado, por motivos de mala salud y perniciosa influencia del clima , á Quillota. Tras estas contrariedades interiores , tuvo el buen go- bernador la del aviso ele un corsario ingles que habiendo pedido práctico , y no habiéndolo obtenido para entrar en Valdivia, había intentado echar hombres á tierra en una lancha armada. El aviso anadia que los habitantes habían rechazado valientemente su ataque matándole siete hombres , y sin perder ellos mas que uno ; pero que el corsario (1) había hallado buena acojida en la isla de la Mocha, á donde se había retirado, y habia con- seguido fácilmente de aquellos indios carne fresca , aves (1) Que, según Pérez-García, era el mismo Sharps que liemos visto poco hace , saltar en tierra en Coquimbo é ir á saquear la ciudad de la Serena. Por lo demás, el hecho no parece haber merecido una mención particular, puesto que la Cronolojía histórica del reino no habla de él. 302 HISTORIA DE CHILE. : y legumbres en cambio de perlas de vidrio , navajillas y espejuelos. El gobernador tomó inmediatamente precau- ciones, mandando levantaren el puerto de la Concep- ción una batería á barbeta de quince á veinte cañones de calibre mayor , y luego marchó apresuradamente á Val- paraíso , en donde puso en buen estado de defensa el castillo de San José , que fué de allí en adelante la mo- rada de los gobernadores de aquella plaza marítima , au- mentando con cien hombres su guarnición bajo el mando de don Francisco de la Carrera, oficial de mucho mérito. En cuanto al corsario , no parece se expuso á nuevas tentativas, y solo le avistaron una vez desde la costa del partido de Maule , navegando á lo ancho con tres pe- queñas naves. Pero Garro, tranquilo por este lado , tuvo allí mismo en Valparaíso un pesar mas cierto con la noticia de la pérdida del trasporte que llevaba del Perú el situado para el ejército ; porque las cajas estaban apu- radas, y en efecto , tuvo que acudir al arbitrio de pedir á la ciudad de Santiago (en donde estaba ya de vuelta de esta expedición el 13 de octubre) carnes y harinas para dar raciones á los soldados. El 2 de diciembre, salió para la frontera , y á princi- pios del año entrante 1685 , llevó á ejecución la real orden de despoblar la isla de la Mocha (1), por ser un re- fujio de piratas. Esta comisión la desempeñó el maestre decampo Quiroga , el cual la dejó desierta, y trasplantó sus ochocientas almas á un sitio llamado desde entonces San José de la Mocha, á tres leguas de la Concepción por la parte septentrional del Biobio (2). El traslado de estos habitantes de un punto á otro causó cierta emoción (1) A seis leguas de la costa , y al oeste de la embocadura del Cauten. (2) Pérez-García se muestra sorprendido del corto número de individuos CAPITULO XXXV. 203 en los Butalmapus, y el gobernador tuvo que mante- nerse á la vista en la Concepción todo el invierno , cui- dando, por otra parte , del establecimiento de los colonos de San José de la Mocha , á costa de la real hacienda. Este establecimiento era cosa de bastante importancia, puesto que habia que suministrarles ganados é instru- mentos de labranza para trabajar y hacer producir las tierras que les fueron distribuidas con la mayor equidad. Era esta una condición que el maestre de campo Qui- roga les habia propuesto él mismo , en vista de la repu- gnancia muy natural que habian mostrado á expatriarse; ademas , se les habian de dar y se les dieron materiales para construir sus habitaciones; y solo con la perspec- tiva de amejorar su suerte pudo conseguir el vencer su repugnancia, que empezaba á frisar en la resistencia. Gomo Quiroga ( que desempeñó admirablemente esta ardua empresa ) habia previsto todas estas dificultades , aprovechó con mucha habilidad el momento crítico en que los vio resueltos, embarcándolos incontinenti en un ancho buque de dos palos , dos piraguas y un número suficiente de balsas que habia llevado en pos de él. Al instante en que el gobernador los vio asentados en su nuevo establecimiento , les envió dos conversores jesuítas, de los cuales tenían harta necesidad , en aten- ción á que en la isla de la Mocha habian salido inútiles las tentivas hechas para convertirlos , y aun habian cor- rido grandes riesgos los misioneros que se habian aven- turado á ello ; porque eran estos isleños los mas entregados á los desórdenes de embriaguez y libertinaje. Sin em- de esta isla , en atención á que Ovalle le habia atribuirlo 3,000 almas, y 31 ca- ciques. El mismo escritor sostiene que dicha despoblación tuvo lugar en 1685, como consta de los libros de asiento del cabildo; y no en 1687, por acuerdo de la real Audiencia , como lo aseguran algunos. ■ ■ . 30/t HISTORIA DE CHILE. bargo , recibieron muy bien á los jesuítas , y se prestaron á oírlos ; y cosa rara, como si su naturaleza se hubiese cambiado con la mudanza de residencia, entraron muy bien por la doctrina cristiana , y modificaron maravillo- samente sus costumbres. Este milagro se explica muy naturalmente. Sin quitar el mérito á los conversores , se comprende fácilmente que la ocupación , el buen orden de la vida y la perspectiva de conveniencia y utilidad, les dejaron menos libres la cabeza y los brazos para en- tregarse á desvarios que en la isla de la Mocha eran , en gran parte , efecto muy común de la ociosidad. En cuanto á la alteración momentánea que su transla- ción ocasionó en los Butalmapus, bien que no haya tenido consecuencias para la continuación de la paz, aun tuvo Garro que hacer, á pesar suyo, algunos actos de justicia. La primera idea que les habia venido á la cabeza, habia sido que lo mismo que habian hecho los Españoles con los isleños de la Mocha, lo harían tarde ó temprano con todos los Indios que existían desde el Biobio hasta el estrecho, y habian empezado á tener reuniones patrióticas. Los que se mostraron mas recelosos y pronlos á resistir, fueron los de Guambali y los de Tomeco. El gobernador empleó medios de persuasión, asegurándoles que no habia tenido mas motivo para sacar los habitantes de la isla de la Mocha que el sustraerlos á frecuentes ataques de extranjeros ; y haciéndoles ver que no hallándose ellos en el mismo caso , no habia para que tuviesen el mismo temor. Pero viendo que perdía el tiempo , y que la fer- mentación crecía, averiguó quien eran los principales motores de ella (los cuales eran los respectivos caciques de los dos citados pueblos), y los mandó ahorcar ; y con esto, puso fin á la dificultad. Concluidos estos importantes I CAPÍTULO XXXV, 305 asuntos, el gobernador salió para la capital á la prima- vera, sin duda, puesto que los diputados del cabildo fueron á buscarle á Maypú el 20 de octubre. El momento de su vuelta á la frontera, bien que no se halle indicado , se colije de la petición que dirijió al cabildo de Santiago, desde la Concepción, el 22 de enero 1686. de mil caballos de remonta, por haber muerto á rigores del invierno anterior la mayor parte de los que componían la remonta. Inútil es añadir que el cabildo los concedió. Por lo demás, no había habido acontecimientos ; pero muy luego , corsarios ingleses y franceses volvieron á ejercitar su actividad. Una escuadra combinada de dieznavios de dichas dos naciones, man- dada por el pirata afamado Eduardo David , surcaba las aguas del Perú y amenazaba incesantemente las costas. El virey, duque de Palata , envió contra ellos una com- puesta de siete guardacostas que les dieron caza hasta cerca de Panamá , en donde los batieron en un sangriento combate ; pero lejos de aprovecharse de la victoria , los Españoles les hicieron puente de plata y los dejaron irse y dispersarse. De suerte que después de haber sido derrotados, hacían mas daño que antes , puesto que así dispersos, inquietaban el comercio de Lima, y aun hi- cieron varias capturas, y saquearon algunos lugares de la costa. Dos de ellos volvieron á hacer una tentativa sobre Valparaíso ; pero un bizarro capitán guipuzcoano , don Pedro Recalde de Arandolaza , los rechazó valiente- mente. De allí , se fueron al puerto Papudo en donde se hallaron con el mismo capitán y la misma repulsa (1). Sin desanimarse, los piratas cinglaron á Coquimbo en (1) Por estos hechos el capitán Arandolaza fué nombrado por el rey algua- cil de corte de la real Audiencia. III. Historia. 20 306 HISTORIA DE CHILE. donde fueron avistados el 13 de setiembre, y aquella misma noche tentaron un desembarco con doscientos á trescientos hombres para ir á saquear la ciudad de la Serena, como lo habian hecho ya otra vez; pero el cor- rejidor don Francisco de Aguirre con algunos milicianos á caballo y un pedrero , frustró el ataque. Noobstante , al dia siguiente por la mañana lograron desembarcar, y se fortificaron en el convento de Santo Domingo, del cual hicieron algunas salidas infructuosas , en todas las cuales tuvieron que retirarse muy de prisa. Tiendo que se hallaban en una posición muy falsa y muy precaria, se decidieron dos días después, el 16, á reembarcarse; pero trabajo les costó , y tal vez no lo hubiesen conseguido, si, al dejar el convento , no le hubiesen pegado fuego para dividir la atención y los brazos españoles. Por este medio lo consiguieron reembarcándose con mucha precipitación porque Aguirre (1) los persiguió hasta arrojarlos, por decirlo así, al mar, dejando ocho muertos y dos prisio- neros. Los defensores de Coquimbo no perdieron ni un hombre. El jefe de esta piratería era aun , á lo que parece y por tercera vez, el mismo Skarps, de quien ya hemos hablado. Al primer aviso, el gobernador de Chile habia acudido con las milicias, y el 19 , ya escribía al cabildo partici- pándole el mal éxito de los corsarios; y al eclesiástico, pidiéndole una misa cantada en acción de gracias. Sin embargo , no quiso regresar de Valparaíso hasta quedar bien segurado que los enemigos se habian ido para no volver, y allí permaneció hasta la entrada del invierno que fué á pasar en Santiago. (1) Descendiente del adelantado don Francisco de Aguirre. H .;: ■■ . .■•¡¡i CAPITULO XXXVI, Interceptación del comercio entre Lima y Chile por los corsarios ingeses v franceses— Providencias á que dio lugar para el trasporte de caudales - Pasa el gobernador de la capital á la Concepción llevando en su séquito los dos solos ministros que habia en la real Audiencia.- Queda el tribunal cerrado.- Provisiones para la administración de la justicia en su ausencia. ( 1687—1692.) I ^ En el momento en que Garro volvió de Valparaíso á Santiago, la capital se hallaba acongojada por penuria de dinero y por una peste. Apenas salia de un aprieto entraba en otro , y las calamidades se seguían con inter- valos que la providencia parecía concederle solo para dejarle cobrar aliento y fuerzas para continuar pade- ciendo. Guerra, hambre, peste, metéoros, terremotos, inundaciones, todos estos azotes alternaban para aflijir sucesivamente á los Españoles de Chile, y especialmente á Santiago, centro de acción y de movimiento. Con la pérdida del situado que iba de Lima á Valparaíso, hallándose las cajas del reino sin un cuarto, hubo que acudir al arbitrio de mantener el ejército con raciones, y estas raciones tenia que aprontarlas el cabildo de San- tiago , con la perspectiva de que el mal no podía menos de continuar, en atención á que los corsarios ingleses y franceses interceptaban cuantos barcos mercantes salían de Lima para Chile ; y por colmo , hubo un terremoto el 20 de octubre, en la capital del Perú, que asoló Ia*s campiñas y sus mieses obligando á los Peruanos á ir buscar subsistencias á Chile (1). (1) En este año se llevaron muchísimas fanegas de algarrobas.-Perez-García, 308 HISTORIA. DE CHILE. No queriendo aventurar el situado, que ascendía á trescientos mil pesos , el virey pensó en enviarlo por li- bramiento sobre la tesorería de Potosí (cosa prevista , á la verdad), y así se ejecutó (1). Pero de aquí surjia otro inconveniente, que era la aplicación mas ó menos íntegra de caudales á sus diferentes objetos. Sin duda era im- posible , imposible humanamente , el que pasase por manos enteramente puras, puesto que en el largo catá- logo de gobernadores que encierra esta historia, han sido muy raros los que, directa ó indirectamente, no han dado lugar á medidas dictadas por la desconfianza, sin contar las frecuentes acusaciones muy explícitas que se lian visto. En efecto , otra real cédula de setiembre si- guiente mandaba concurriesen á la distribución del si- tuado el decano y el fiscal de la real Audiencia , presen- ciando la revista de las diferentes armas del ejército. En cumplimiento de esta orden , salió el gobernador para la frontera llevando en su compañía al decano (2) y al fiscal (o) del real Tribunal , solos ministros que hubiese entonces , por cuya circunstancia hubo que dejar las puertas de la Audiencia cerradas ; y como en ningún caso podía ser interrumpida la administración de la justicia , dejaron habilitado un juez de apelación (/i), y un su- plente (5). Llevando , por decirlo así , á toda la real Audiencia en las personas de sus majistrados, el gober- nador llevó también el real sello , y el tribunal se halló , por este acaso , trasladado temporalmente á la capital de la frontera. La operación debió de ser muy sencilla , (1) Por real cédula de 16 de enero del mismo año 1687. (2) Don Bernardo de Hayo y Bolívar. (3) Don Pablo Vázquez de Velasco. (4) Don Juan de !a Cerda. (5) Don Francisco de Quevedo Saklivar, tesorero déla catedral. CAPITULO XXXVI. 309 puesto que fué muy corta , y que muy pronto los dos ministros de la real Audiencia volvieron á sentarse en sus poltronas. Fuera de esto , no hubo acontecimientos , ni parece que en todo el año 1688 haya ido el gober- nador del reino á la capital. Al año siguiente llegó á ella el h de enero , y permaneció allí hasta el 23 de setiembre que regresó á la Concepción con el mismo acompaña- miento de los dos oidores y con el mismo objeto. Solo hubo la diferencia de que esta vez habia llegado el situado contante sano y salvo á dicho puerto. Fuera de estas particularidades administrativas, hubo el sínodo cele- brado el 23 de enero , por el obispo de Santiago , don Bernardo Carrasco , y la llegada de tres relijiosas car- melitas descalzas, enviadas por el de Charcas á la capital para fundar en ella dicha orden (1). Esta fundación se hizo á expensas de los vecinos de Santiago , y contri- buyeron á ella muy particularmente el gobernador, el obispo, los capitulares y los oidores de la real Audiencia. Las fundadoras llegaron á mediados de diciembre 1689, y tomaron inmediatamente posesión de su convento con grande solemnidad y acompañamiento de las demás co- munidades relijiosas , del clero secular , de los cabildos y del obispo. En el año siguiente de 1690, hubo un acontecimiento de muy poca importancia en el hecho , pero que probó perfectamente las arterías con que las naciones de la Europa, y especialmente los Ingleses, se ensayaban á su- plir á la falta de fuerza para satisfacer la envidia que les (1) Estas fundadoras llegaron el 8 de diciembre , y se alojaron en la Cañadn, acera sur, debajo del cerro de Santa Lucia. Doña Ana de Florez , que era Es- pañola, y viuda de tres maridos, fué la principal fundadora, dando todos sus bienes á su monasterio. El conductor de estas relijiosas fué el capitán don Gaspar Ahumada. un ■ 1 1 310 HISTORIA DE CHILE. causaban las posesiones españolas de la América, y cuan justas y bien fundadas eran las precauciones celosas del monarca y de su gobierno. Habia habido, en 1670 , un tratado entre España é Inglaterra, á resultas del cual llegó á Chile una real cédula (1) mandando se diesen acojida, víveres y auxilios á los navios ingleses que llegasen á puertos ó costas de la América acosados por temporales, accidentes ó piratas. Sin duda, en la redac- ción de esta real orden habia habido alguna omisión que dejó lugar á falsas interpretaciones ó subterfujios, puesto que- las intenciones del gobierno no eran que la hospita- lidad á buques ingleses se extendiese á los que entrasen por el mar del Sur en donde nada tenían que ver, en atención á que la Inglaterra no tenia en él ni posesiones ni derecho á adquirirlas. De todos modos , un buque de dicha nación, capitán Strong . entró por setiembre de aquel año por el estrecho de Magallanes , y de repente abordó á Coquimbo, al abrigo del tratado arriba dicho, pidiendo víveres al correjidor de la Serena. Grande fué la sorpresa del correjidor, el cual, no sabiendo qué reso- lución tomar, despachó un expreso al gobernador, que se hallaba en la capital. No menos sorprendido que el correjidor de la Serena, Garro reunió en consejo el obispo y la real Audiencia , no atreviéndose á tomar sobre sí solo la responsabilidad de caso tan extraño, y de la de- liberación resultó que bien que el tenor de la citada real cédula dejase dudas, la humanidad aconsejaba se con- cediesen al navegante inglés los auxilios que pedia. En efecto , se le dieron víveres para quince dias , y orden para bajar al puerto de Valparaíso , á fin de que fuesen reconocidos sus pasaportes , los cuales no dieron lugar á (1) 24 de junio 1689, es decir diez y nueve años después. CAPÍTULO XXXVI. 311 sospechas ; y al instante Strong se hizo al mar, sin que se volviese á oir hablar de él. Sin embargo, difícilmente se comprende qué razón pudo haber alegado para haber entrado por el estrecho , cuestión á la que, sin duda alguna, habrá tenido que responder. Lo cierto ha sido que, al recibo de los informes despachados por el gobernador sobre este aconteci- miento, el monarca manifestó altamente su desagrado, desaprobando la resolución tomada por él , aunque con acuerdo del senado chileno y del obispo , y mandó que la real cédula que habia sido tan mal interpretada cesase de existir en los archivos de aquel reino , y fuese remitida á la secretaría del real consejo de Indias , para que no diese lugar de allí en adelante á otro semejante encarte ; y que siempre que se presentase igual caso , fuesen re- chazados los buques extranjeros como enemigos, en caso necesario, en cuyo acto no habría infracción alguna al precitado tratado de 1670 con el gobierno británico. El gobernador Garro , que se hallaba desde mayo en Santiago, se aprestaba para regresar á la frontera á principios de diciembre cuando recibió la nueva de que le llegaba un sucesor, y con él , los majistrados que falta- ban en la real Audiencia. Con esta noticia, suspendió su viaje y se mantuvo en la capital esperándole todo el año , sin querer ir á la Concepción para distribuir el situado que habia llegado á aquel puerto (noobstante los incon- venientes que la dilación de este acto administrativo podia ocasionar), por dos razones; la primera, porque juzgó que ya su ejecución pertenecía á un sucesor ; y la segunda, por no volver á dejar el tribunal de justicia cerrado, con graves perjuicios para los litigantes, y, en jeneral , de muchas causas pendientes. 312 HISTORIA DE CHILE. Por fin , llegó el nuevo gobernador el 5 de enero del año siguiente con socorros que fueron probablemente la causa de su retardo de un año , después de la noticia de que había arribado á Buenos Aires. Estos socorros se com- ponían de doscientos Españoles de refuerzo, y de pertre- chos para el ejército. Era una buena entrada, ciertamente, pero no bastaba para tener derecho á una cordial bien- venida. Gobernar después de Garro , del santo Garro (1), era ardua y comprometedora empresa. Dicho gobernador dejaba en el reino una memoria eterna de honra, gloria y bendiciones, no solo por su integridad, justificación, acierto y ciencia en el mando , sino también por sus cua- lidades y virtudes privadas y puramente personales. Su jenerosidad , bondad y modestia le hicieron amar y llorar hasta de los mismos Indios , los independientes , que gozaron bajo su gobierno de una bendita paz , lo mismo que los de encomienda , los cuales nunca habían disfrutado de una protección tan eficaz y tan benéfica como la que él les concedió. Su esmero por sus adelantos en el cono- cimiento del cristianismo , y de los deberes recíprocos que los hombres reunidos en sociedad tienen que llenar para el mantenimiento de la sociedad misma , y por interés particular de cada individuo ; este esmero , decíamos, no hallaba obstáculos ni limites, y cuando los medios des- tinados á este grande objeto no alcanzaban , su hacienda y haber suplían esta falta. Así fué que tuvo el gusto de conducir, por decirlo así por la mano , bárbaros jentiles del jentilismo al sacerdocio. Detengámonos aquí sobre este punto, de miedo de alterar el brillo de esta pajina tan hermosa. En cuanto á los actos de su gobierno , su vijilancia, su (i) Como dice Figueroa que le llamaban en Chile. CAPÍTULO xxxvi. 313 actividad y su acierto eran incomparables, y cuando pasaba informes de sus operaciones y del estado del reino , nunca hablaba de sí mismo y sí siempre de las demás autoridades y empleados; de suerte que mas parecía un testigo ocular contando lo que habia visto , que el actor principal y el alma de cuanto se hacia (1). Finalmente, cuando faltaba el situado, pagaba el pré del soldado , hasta donde alcanzaba , con su propio caudal ; y los adelantos de raciones hechos por las ciudades, igualmente; y no habia que temer que al participar al virey escasez ó apuro, se alabase de ello. Pero no se crea que tanta bondad fuese orijinada de debilidad. Nadie ha poseído en mas alto grado que él la firmeza que pide la ejecución de la justicia, y la observancia de las leyes. La sola diferencia que habia de su firmeza á otras era , que en el caso de hacer justicia , apartaba la vista del culpado para no ver mas que la culpa ó delito , sin excepción de personas , calidad ó rango , como lo probó en su sentencia contra los dos mi- nistros de la real Audiencia, — que los lectores no han tenido tiempo de olvidar; - y en su resistencia á las recomendaciones del virey del Perú para que los indul- tase. Pues aun dio otra pueba, talvez mayor, de su in- tegridad firme, mandando poner en una cárcel á su propio secretario (2), sujeto á quien profesaba una ter- nura paternal por haberle criado y educado, el cual habia especulado y hecho un caudal ilícito. El delincuente se salvó, fué cierto, porque recibió aviso á tiempo, y no (1) He oído decir á muchos ancianos que habían tenido la dicha de conocer á este gobernador : « ¡ Garro era un sanio ! » — Carvallo. Ya hemos hecho notar que Figueroa dice otro tanto en sustancia ; y lo mismo dice Pérez-García. (2) Don Domingo Domínguez. ■ 1 Mk HISTORIA DE CHILE. por culpa del gobernador, el cual mandó que puesto que el culpado se habia escapado , se asegurase á lo menos el fruto de sus rapiñas secuestrándolo. Pero el diestro secretario ya habia tomado á tiempo sus medidas, y pudo también salvar su caudal mal adquirido. Así sucedió que el acto de prestar residencia fué para Garro una sesión de lauros que visiblemente aflijian su candida modestia. Salió para España colmado de lágri- mas y de bendiciones , y al punto en que llegó, le dio el monarca el gobierno de Gibraltar, que permutó luego por el de Cantabria (1), en el cual permaneció hasta su muerte. (1) De donde era natural. B CAPITULO XXXVII. Gobierno del maestre de campo don Tomas Marin (1) de Póveda, teniente jeneral de caballería.— Llega por Buenos Aires con refuerzo de España. — Deserción de la mayor parte de los soldados que lo componían.— Recono- cimiento del gobernador en Mendoza. -Su llegada á la capital del reino.- Sus actos de gobierno. (1692—1694.) Los lectores han admirado , sin duda alguna , en el discurso de esta historia , y nosotros mismos lo hemos notado, el consumo de grandes jenerales que hacia la guerra de Chile á la nación española ; y de esta reflexión surje naturalmente la multitud de hombres de mérito que dichanacion debía vanagloriarse de poseer. Si se contasen , desde el conquistador Valdivia, se vería que en ninguna era del mundo , ha habido ninguna que poseyese tantos, y que sus conquistas y grandeza eran consecuencias de esta particular riqueza de buenas cabezas, y de corazo- nes intrépidos, jenerosos. En cuanto á jenerosidad, se han visto rasgos inauditos, y si no ha sido regla jeneral, por ejemplo, en los gobernadores del reino de Chile , las excepciones han sido pocas , afeadas por la opinión de sus connacionales, y castigadas por las leyes. Ademas de eso , hay que notar que no era bastante el que un jefe supremo fuese realmente integro y justificado, pues era indispensable que lo pareciese á todos, y si individuos de una clase cualquiera que fuese, por ignorancia, inte- (1) Martin, dice Pérez-García, pero en este punto Carvallo está siempre bien informado. El escrupuloso Figueroa no ha querido, sin duda, errar, y le llama solamente don Tomas de Póvüda. La historia seguirá su exemplo. 316 HISTORIA DE CHILE. í'i res ó espíritu de crítica (á que es propensa la nación) , murmuraban de él ó de sus actos, ya podia renunciar al goce de una reputación limpia y sin mancha. Ni el in- comparable Baydes, que con tanta habilidad convirtió los desastres de una interminable guerra en una paz du- radera y benéfica ; ni el angelical Pereda, que dejó para siempre este renombre en Chile ; ni Henriquez , cuyo go- bierno fué proclamado el arco iris del reino ; ni Garro , últimamente , apellidado el Santo , ninguno de estos be- neméritos y grandes hombres se pudo libertar de los ataques del malhadado hábito nacional de murmura- ción , ó de las saetas pérfidas de la calumnia. Y tal es esta cruel propensión , que hay escritores de aquel tiempo, entre los cuales notamos el mas acérrimo y explícito pa- nejirista de Garro , al fin de su gobierno , que no han podido contener su inclinación á la desconfianza y á la sospecha, y han no solo puesto en duda, sino también atacado franca y abiertamente la noble cualidad de desin- teresado, de la cual dio tan bellas pruebas, y que ellos mismos han proclamado á la conclusión. El sucesor de Garro fué, como hemos dicho , don To- mas de Póveda , el cual llegó por Buenos Aires con re- fuerzo y pertrechos para el ejército de Chile. Al paso por Mendoza , el 20 de diciembre , se dio á reconocer allí , y luego continuó su viaje á la capital con su alcalde (1), y con su rejidor (2) , enviados por el cabildo á su encuen- tro. Los capitulares le fueron á esperar á la casa de campo , y el dia 6 de enero hizo su entrada en la ciu- dad de Santiago (3), fué reconocido el mismo dia por (1) Don Pedro Gutiérrez de Espejo. (2) Don Juan de Romo. (3) Por la calle de Santo Domingo.— Alcedo ha omitido el nombre de este gobernador en su diccionario,— Pérez-García. CAPITULO XXXVII. 317 el cabildo , y en el siguiente , por la real Audiencia. El gobernador Póveda , bien que fuese cosa difícil dis- tinguirse y hacerse querer llegando tras de Garro , no podia menos de ser bienvenido á Chile , en atención á que ya era conocido por su saber y sus buenas cualida- des. Era el mismo que los lectores han visto llegar con el gobernador Henriquez desde Lima. Durante su. go- bierno, había ascendido á maestre de campo • había ido á España y el rey le habia dado el mando de Chile (1) , concediéndole, ademas , un refuerzo de doscientos sol- dados españoles y pertrechos. Después que desembarcó en la Plata, se vio detenido por una circunstancia tan inexplicable como inesperada, cual fué la deserción casi jeneral de los soldados que llevaba de España, de los que solo le quedaron treinta y seis. Los demás habían desaparecido en Buenos Aires y en las Pampas. Esta ha debido de ser probablemente la causa de su tardanza en llegar á su gobierno. Luego que fué reconocido , empezó á mostrarse hom- bre de orden y de gusto , proponiendo al cabildo de la capital adelantos y perfecciones en las obras públicas de la ciudad. Pero poco tiempo permaneció allí. El 26 de febrero, salió con mil caballos que le dio el cabildo (á costa de los vecinos de Santiago ) , para la frontera á donde le llamaba con premura, sino el interés jeneral , á lo menos, uno muy personal , á saber el recibir á su no- via (2) que estaba para llegar de Lima á la Concepción para desposarse con él. En cuanto á los asuntos jenera- (1) Despacho de Io de julio 1689. (2) Doña Juana Urdancguo, hija del marques de Villafuerte de Lima. El nombre debe de hallarse aquí algo desfigurado, y, sin duda, se llamaba Ur- danegui, nombre guipuzcoano, como lo indica el título de Villa fuerte , cuyo señorío se halla en dicho pais, 1*. I % 318 HISTORIA DE CHILE. les, no habia por el momento mas que dos, á saber, la distribución del situado , para cuya operación le acompa- ñaban el decano y el fiscal de la real Audiencia; y el res- tablecimiento de la disciplina del ejército , cuyos resortes se habían aflojado , como sucede siempre durante la in- terrupción de movimiento inevitable entre el fin de cada gobierno y el principio del siguiente. Su llegada á la Concepción fué un verdadero dia de triunfo para él , porque causó una alegría jeneral , que se manifestó en fiestas y regocijos que duraron ocho dias, con iluminaciones, fuegos, teatros francos, y corridas de toros ; y á penas habían tenido tiempo para descansar de estas agradables faenas , que militares y ciudadanos las repitieron algunos dias después con la ocasión de la llegada de la señorita de Urdaneguo, esposa futura de Póveda. Este estaba como embriagado de felicidad , y nada tenia de extraño. Así fué que se creyó obligado á pagar los obsequios que sus administrados le habían he- cho, y lo hizo como hombre elevado y bondadoso, sus- trayendo del importe de cosas que por ser gratas no eran menos excusadas, y empezaban ya á ser excesivas, una buena parte que fué destinada á actos verdaderamente be- néficos, con honra del buen juicio y corazón de su autor. Entre los militares de rango que se esmeraron en ob- sequiar al nuevo gobernador, el que mas se distinguió fué el maestre de campo Figueroa , con quien en tiem- pos pasados no estaba muy bien Póveda. En esta oca- sión se reconciliaron , y sea por eso ó por su solo mérito, quedó de maestre de campo. El empleo de sarjento mayor lo llenaba don Bartolomé Villagra, y lo conservó. Pero lo que mas fué de notar en aquella circunstancia, ha sido que los Araucanos imitaron á los Españoles en su m CAPITULO XXXVII. 319 júbilo, y tuvieron fiestas á su modo; mientras que por otro lado, le enviaban embajadores á cumplimentarle, rogándole señalase plazo para una reunión parlamentaria á fin de que tuviesen la dicha de verle y abrazarle. Ya se ve como la perseverancia española se acercaba de sus altos y benéficos fines. El gobernador aceptó con gustosa presteza el convite de los Araucanos. Después de haber pasado revista al ejército , á las plazas y al ma- terial de defensa , envió los caciques de la parte septen- trional del Biobio con algunos Españoles que hablaban corrientemente su idioma, para que fuesen propagando el llamamiento del proyectado congreso á los Butalma- pus mas lejanos. Pasaron estos á la orilla opuesta, y aquellas parcialidades convocaron á sus vecinos; estos á otros , y de vecinos á vecinos, se extendió la voz , entre el mar y los montes, hasta Osorno y Ghiloe (1). El sitio señalado fueron los llanos de Toquechoque (2). Jamás reunión de Indios y Españoles habia sido tan numerosa. Las ratificaciones de paz eterna se hicieron por aclama- ción espontánea y sin deliberar. Los naturales se mos- traron cordialmente afee. os á sus antiguos agresores, y estos no poco á los conquistados (3). De vuelta , por mayo , á la Concepción , el gobernador envió parte y los detalles de este acontecimiento al ca- bildo de Santiago , congraciándose con él para que tuviese la jenerosidad de adelantar los sueldos devengados por los empleados de Valparaíso, en atención á que no alcan- zaba á ello el situado. El jeneroso cabildo no se hizo de rogar, y acordó sin contestación lo pedido. (1) De 34 á 41° de latitud. (2) En nuestra campiña de Yumbel , dice Pérez-García, sin fijar ei punto. (3) El dia de la reunión se quedó en blanco ; pero basta saber que fué á principios de 1693. :$:1'- 320 HISTORIA DE CHILE. Es verdad que Póveda habia sabido congraciársele. En el obispado de Santiago habia levantado dos villas ; en Buena Esperanza, partido de Rere, una población nueva , y otra en Itata. Las dos villas del obispado de la capital , una fué fundada en el territorio de Maule , á orillas del Talca, en un delicioso valle donde habia un convento de agustinos; y otra, en la márjen del Ghin- varongo, en Colchagua, donde habia otro de merceda- rios (i). Pero volviendo á los efectos de la paz , fin principal de la guerra y de los desvelos del monarca español , no era el todo el congraciarse con los Indios y congraciarse con ellos por alcanzar solo resultados puramente huma- nos ; lo esencial era ganar almas al cielo. Los jesuítas , misioneros y conversores natos, continuaban con el mismo incansable celo en el ejercicio de sus misiones ; eran pocos para poder predicar, catequizar, bautizar y confesar en todas partes. Sea ya por una digna emula- ción , ó por inspiración del espíritu del sacerdocio , hubo clérigos seculares que se sintieron las fuerzas de ayudar- les. Entre estos se distinguieron el párroco de San Bar- tolomé de Gamboa, en Chillan (2), y su vicario (3), los cuales, después de una misión predicada por el jesuita P. Juan de Velasco en su parroquia, se decidieron á ello, y penetrando en tierra de infieles , se fueron por Tolhue, Repocura, Imperial, Boroa y Maquehua, y volvieron al Biobio por Tubtub predicando , bautizando y, lo que es mas, casando á la faz de la iglesia sin hallar resistencia que (1) Sin duda, no dieron nombre propio á ninguna de estas poblaciones, de las cuales solo se conservaron, según dice Carvallo, las de Talca, y Buena Esperanza, sin que haya quedado vcslijio de las otras dos. (2) Don José González Ribera. (3) Don José Diaz. n»— r CAPÍTULO XXXVII. 321 haya merecido mención en ninguna parte. Esta feliz expe- dición apostólica exaltó el celo de las órdenes relijiosas, y los franciscanos se ofrecieron á servir las casas de con- versión. El gobernador Póveda, que, como se sabe, habia estado en buena escuela (la de Henriquez), no dudó de que estos síntomas anunciaban el término final del conflicto , que todos habían creído fuese eterno , entre los naturales y los Españoles. En esta firme persuasión , pasó informes á la corte expresando los motivos que tenia para contar con una era feliz de paz y de prospe- ridad , y pidiendo á S. M. licencia para fundar á lo menos un colejio de educación y de enseñanza en favor de los Indios jóvenes. Era un pensamiento demasiado loable para que no mereciese la real aprobación , y Carlos II autorizó á llevarlo á ejecución sin la menor demora. Las casas de conversión llenaron la primera atención , y fueron fun- dadas las de Repocura y Gáleo , bajo la invocación de la Virgen del Carmen. El párroco de San Bartolomé de Gamboa las dirijió hasta que por su ascenso á una pre- benda de Santiago volvieron á los jesuítas. Se fundó otra en Colhué dedicada á Santo Tomas, en obsequio del go- bernador, la cual era dirijida por don José Díaz , arriba nombrado. En Tucapel y Maquehua se fundaron otras dos bajo la dirección de relijiosos franciscanos ; y dos mas en la Imperial y Boroa , á cargo de los jesuítas. Ya no quedaba mas que hacer sino poner la última mano á la obra, reuniendo los naturales en pueblos limitados y circunscriptos ; comunicándoles costumbres y reglas de- vida social, y sujetando sus acciones á leyes. Asi lo pensó Póveda , y procedió á ello. ¿ Quién habia de pensar lo que sucedió? Pero esto, capítulo por sí merece. 111. Historia, 21 : CAPITULO XXXVIII. Fatal cambio de escena. — Laudable proyecto del gobernador. — Superstición de los naturales.— Desacierto del comisario de naciones.— Funestos efectos que produce.— Ruptura de la paz. — Muerte de un capitán de amigos. — Levantamiento. — Acto de demencia.— Muerte del comisario. — Retirada de los Españoles , y otros sucesos. (1694—1697.) VÍs La responsabilidad de las personas que mandan ó go- biernan es el arbitrio mas sabio y al mismo tiempo el mas natural de la razón para asegurar la observancia de las leyes , la estabilidad del orden , y el éxito de todo proyecto. Si , á primera vista , parece injusto y excesivo algunas veces , en atención á que los que dirijen no eje- cutan , esta consideración ofrece un motivo mas para mantener integro este elemento esencial de gobierno en todos casos y materias. Por lo mismo que el que forma un plan ó proyecto no puede ejecutarlo por si solo , por esta misma razón , tiene la mas estrecha obligación de escojer ajentes aptos é idóneos para su ejecución , pro- bándolos, examinándolos y profundizando su carácter, su capacidad y su aptitud. El jefe , sea político ó militar, que se refiere á informes y se contenta con ellos , en este particular, se pone una venda en los ojos y corre por el borde de un precipicio. Esto fué lo que le sucedió al go- bernador Pó veda. Sin embargo, sus proyectos eran racionales y, lo que mas es, sanamente políticos. Habia aun mas que todo esto en ellos, puesto que encerraban en sí un arranque CAPÍTULO XXXVIII. 323 de noble ambición digno de un hombre de honor y de conciencia (dos cosas harto distintas en la acepción jene- ral), y de una buena cabeza. En una palabra, Póveda quería cumplir con su deber dando un paso de jigante para llegar al cabo de una jornada de ciento y cuarenta años de guerra y de sangre ; pero si tuvo este pensa- miento acertado , faltó de igual acierto en la elección de sus ajenies. Para reunir los naturales en sociedad y darles leyes, reglamentos y costumbres no se necesitaban hom- bres de denuedo en acciones de guerra , y sí de tino y de buen consejo. El comisario de naciones era entonces lo que se llama un valiente; pero si don Antonio Pedreros era intrépido , por un lado , era, por otro , un sujeto el mas desatinado, y así procedió á la ejecución del sabio proyecto de su jefe superior por medios descabellados. El maestre de campo Quiroga, bien que llenase después de muchos años su empleo , no conocía suficientemente la índole de los naturales. Entre los defectos é inconvenientes de su ignorancia, tenían estos el de la superstición tan arrai- gado , que vivían , por decirlo así , con la cabeza ato- londrada por adivinos y por brujas. En sus acciones, eran estos sus guias ; en sus temores, sus protectores, y en sus enfermedades , sus médicos ó sus homicidas. Al que no moría agobiado por años y caducidad, le habia muerto, según ellos creían , una hechicera; y al que habia sanado, otra ú otras le habían curado. Los jesuítas con todo su saber, su persuasión y su destreza , se habían estrellado perpetuamente contra estos dos escollos , y habían sido impotentes para desarraigarlos. El maestre de campo y el comisario de naciones no vieron en esta dificultad sino un nudo gordiano que era mas fácil cortar que desatar, y -.;■ mii HISTORIA DE CHILE. • se pusieron á intimar, intimidar y castigar. Los naturales empezaron á alarmarse. Pero es de advertir que luego que Póveda habia dado sus órdenes y tomado disposiciones, que le habían pare- cido suficientemente eficaces , se habia ido de la frontera á Santiago en donde se estaba muy tranquilo y muy lejano de pensar en que tuviesen mal resultado , dando cumplimiento á reales cédulas y pragmáticas sobre eco- nomía política , reglas de buen gobierno y costumbres (1). De repente , recibió un parte inesperado , y capaz de desesperarle. lié aquí lo que habia sucedido. De la sorpresa que les causó á los natura'es el pro- ceder del comisario de naciones y sus capitanes de ami- gos, encargados de la ejecución de sus órdenes, los naturales pasaron naturalmente á sospechar las inten- ciones de los Españoles, sospechas que jeneralmente no estaban desterradas de entre ellos. A las sospechas se siguió el alarma , y á esta la actitud de defensa. En lugar de pararse á reflexionar en ello , los ejecutores , ó por mejor decir, el ájente principal Pedreros se irritó con la oposición y pasó adelante con brutalidad. Nuguepagi (2), cacique de Virguenco, se quejó, argumentó, protestó, amenazó y concluyó dando muerte al capitán de amigos Miguel de Quiroga, con cuya cabeza y manos corrió la flecha sangrienta. Noobstante, Millapal , nombrado toqui jeneral , tuvo aun la lealtad de prevenir á Pedreros que no siguiese adelante con su empeño ; que se estuviese quieto y que (1) En este año 1694 , se pensó en construir una casa de recojidas.— Pérez- García. (2) O Nahuelpagi. Las lamentables piezas de los archivos pueden oca- sionar fácilmente equivocaciones. I CAPITULO XXXVIII. 325 ellos se estarían quedos , sin alterar la paz de que goza- ban , con tal que les dejasen libres en sus tierras con sus usos, costumbres y creencias. En respuesta, Pedreros se puso en marcha con ochocientos hombres contra Milla- pal , que se hallaba ya con fuerzas en Maquehua , y á dos leguas al este de Boroa , le vio formado á la otra parte del Quepe. Al verle llegar, los Indios , según su costum- bre , le enviaron desafíos y denuestos , á los cuales el intrépido é ignorante Pedreros respondió volviéndose á los suyos y diciéndoles: « El que se atreva, me siga;» y arrojándose al rio , solo sin que nadie le siguiese porque era un acto de locura visible , y porque solo él estaba loco. La consecuencia fué que al salir á la orilla opuesta, cayó acribillado de lanzadas ; visto lo cual por don Ignacio de Molina , este capitán mandó retirada y volvió con las tropas á la plaza de Puren , de- jando á los Indios muy satisfechos y mas dispuestos á volver á las andadas que lo hubiesen estado ya hacia muchos años. Luego que el gobernador recibió esta noticia quitó el mando al maestre de campo Quiroga (1) , y se lo devolvió á don Alonso de Córdova y Figueroa , el cual desde la plaza de Arauco tomó medidas para cortar los progresos de la insurrección. El sarjento mayor Gobarrubias, que mandaba el tercio de Yumbel , recibió orden suya para que marchase con las fuerzas que tenia , sin dilación , sobre Negrete, y que aguardase órdenes posteriores en el Biobio , atrincherándose y manteniéndose en la mayor (1) Hasta entonces, no habia habido lugar ni motivo para ello, y lejos de eso, hemos visto que Póveda se lo habia dejado olvidando noblemente an- tiguos resentimientos. Figueroa dice que el habérselo devuelto á su padre , que se hallaba descansando de sus largos servicios , le habia acarreado enco- nos y calumnias, pero estas son personalidades en que no entra la historia, . 326 HISTORIA DE CHILE. vijilancia. A penas llegó Cobarrubias al punto indicado , recibió nueva orden del maestre de campo para incor- porarse con él en Puren. Figueroa, en efecto, después de haber tomado precauciones en Arauco , salió de esta plaza para la de Puren , en la cual pasó revista á mil cuatrocientos combatientes, comprendidos los auxiliares ; seiscientos mandados por el gobernador, y ochocientos por él. Hallándose así con fuerzas suficientes y conociendo como conocía á los Indios, les intimó sumisión , y la en- trega inmediata del culpable, so pena de guerra á fuego y á sangre. Los caciques se acojen al indulto, pero no entregan á Millapal, el cual, con algunos otros guerre- ros, se retira á Repocura ; pero viéndose, por decirlo así, abandonado y conociendo el carácter de Figueroa, le envió á pedir perdón finalmente y salvo conducto para presentarse prometiéndole justificarse, y probar que antes de recurrir á la resistencia abierta y armada , habia rogado á Pedreros , comisario de naciones , no violase los tratados, forzándoles á renegar sus creencias, y á separarse de sus usos y costumbres. El maestre de campo conocia muy bien que tenia razón ; pero hizo muchas dificultades y puso muy en duda que el gobernador quisiese concederle el indulto que pedia, y que en cuanto á él, como subordinado, no le tocaba mas que obedecer ;. que todo lo que podía prome- terle era interceder para que el jefe superior español le perdonase. El gobernador perdonó sin dificultad y envió carta blanca al maestre de campo para que emplazase una nueva reunión de las dos naciones , á la que habían de concurrir hasta los caciques mas inocentes del último levantamiento. Górdova señaló Choque-Choque en los CAPITULO XXXVIII. 327 campos de Negrete, y el dia indicado (1), el goberna- dor fué recibido por los ulmenes, arch-iulmenes y caci- ques. Se verificó una nueva ratificación de paz, y con ella quedó comprobado para siempre que, si se rompia, no seria culpa de los Indios. Del congreso, Póveda regresó á Yumbel, y el 15 de enero del año entrante 1695 , á la Concepción , en donde se mantuvo hasta que fué á invernar en Santiago , por marzo , y á tener dares y tomares con los ministros de la real Audiencia. El motivo de este debate ruidoso fué siempre el mismo , á saber, que cada oidor, como miem- bro del senado que representaba tan de cerca al soberano , se creia inviolable, y usaba de la misma altanería arbi- traria en casos de justicia ordinaria , en los cuales no era puramente mas que juez , en los limites de las leyes , que si se tratase de arcanos políticos. El gobernador desaprobaba esta conducta de los oidores , como presi- dente de la Audiencia, y como hombre puramente social ; y como los hombres mas elevados en dignidad y cir- cunspectos por carácter, aun tienen alguna vez ocasiones de abrirse y desahogarse en la intimidad familiar, Póveda se halló en este caso , y manifestó el disgusto que tales desavenencias le causaban. Sea por indiscreción ó por oficiosidad, no faltó quien publicase este misterio, y desde aquel instante los jueces del tribunal , siempre dispuestos, por regla jeneral, á vivir políticamente con su presi- dente, aunque no fuese mas que por ser este esencial- mente militar, se picaron y se pusieron á esperar ocasiones de chocar con él. **. (1) Que quedó en blanco. Solo se ve que el cabildo de Santiago asentó en sus libros este acontecimiento, con el aviso del gobernador, el th de diciem- bre 1694. m 328 HISTORIA DE CHILE. En este estado de cosas, sucedió que un correjidor de la capital (1) multó y puso preso á un miliciano urbano del gremio de mercaderes por haber faltado á la forma- ción el dia del Corpus. El miliciano (2) apeló á la Au- diencia y los oidores le tomaron bajo su protección. Ei correjidor se quejó al gobernador, exponiéndole que el procedimiento del tribunal, en aquel caso, no podia menos de ser tan perjudicial para la disciplina como para las autoridades , las cuales no tendrian en lo sucesivo mas que un poder irrisorio y sin ningún apoyo moral. Como el hecho era incontestable, Póveda le sostuvo ; pero fué esta una razón mas para que los oidores persistiesen en su juicio; y mientras el correjidor, sostenido por el gobernador, desterraba al miliciano á la plaza de Puren , la Audiencia no cesaba de molestar al primero con autos y con multas. Era una verdadera anarquía , y Póveda pasó sobre un acontecimiento increíble informes á la corte, cargando la mano en la pintura de abuso de poder, y aun también de licencia de costumbres en los SS.' ministros de la real Audiencia del reino de Chile. Sin duda alguna, estos últimos no dejaron también de representar, por su lado , al soberano, sin mucha caridad con el gobernador ; pero si lo hicieron , su queja fué desa- tendida , pues la real resolución acerca de este asunto (3), aunque tardó, les llevó bastante á tiempo un testimonio del desagrado del monarca ; una reprensión por haberse mezclado en asunto que no era de su competencia , y una amonestación para que en lo sucesivo se encerrasen en los límites de su poder y de sus atribuciones, sin molestar (1) Don Gaspar de Ahumada. (2) Don Pedro de Lara. (3) 26 de abril 1703. CAPÍTULO XXXV111. 329 á los litigantes, aunque pleiteasen sin justicia en derecho. Es verdad que, en su informe, el gobernador habia tenido cuidado de abultar la materia de quejas contra el tribu- nal , insertando un hecho arbitrario y odioso , en el cual los oidores se habían constituido jueces y partes en causa propia. Este hecho fué que uno de sus oidores (1), pro- movido á la real Audiencia de Lima, se iba á marchar á su destino sin prestar residencia del tiempo que habia ejercido en la de Santiago de Chile , con desprecio de la ley (2) que lo mandaba. El encargado de su observan- cia (3) reclamó su ejecución ante el gobernador, el cual le mandó dar cumplimiento, y la Audiencia, irritada, multó á Poyancos en doscientos pesos y le desterró , por desacato á sus ministros. Sin duda el gobernador habia obrado bien , y la real Audiencia mal , puesto que el mo- narca sacó al desterrado de su destierro, le mandó devolver la multa é indemnizarle de los daños y perjuicios que se le hubiesen seguido. Por desgracia , las desavenencias entre el gobernador y el senado ocasionaron perjuicios de terceros, perjui- cios que indispusieron al público contra Póveda. El año habia sido muy estéril; la cosecha mala y, por consi- guiente, muy difícil el aprovisionamento del ejército. Siendo este la primera y principal atención del goberna- dor, pidió á los ayuntamientos nombrasen diputados para requerir granos por todas partes , prohibiendo al mismo tiempo la extracción de este artículo de primera necesidad del reino. Sin embargo , el proveedor, que (1) Don Bernardo del Haya Bolivar. (2) Ley tercera, tit. XV, lib. V de la Recopilación de Indias. (3) Don Sebastian Poyancos, á quien damos este título natural, porque no hallamos en ninguna parte el propio de su empleo. ¡H ■ 330 HISTORIA DE CHILE, había subastado los granos y harinas (1) no pudo hallar las privisiones necesarias, que ascendían á ocho mil fanegas, y el gobernador le condenó á desembolsar seis pesos por cada medida de estas , cuyo exorbitante precio era, en efecto, dicha suma. El proveedor, no pudiendo hacer frente á esta vejación , apeló á la real Audiencia , que sentenció en su favor. El gobernador mantuvo su providencia, y el escándalo se aumentó tanto mas lasti- mosamente cuanto el proveedor no era el solo empresa- rio , y que muchas personas tuvieron su caudal compro- metido y quedaron en una penosa situación , habiendo salido por fiadoras del primero, cuyas fincas y pose- siones fueron vendidas públicamente. Grande debía de ser el apoyo que Póveda tenia en la corte, pues aun en este caso sus actos quedaron sancionados por la aproba- ción del rey ; y hasta el mismo virey del Perú evitaba chocar con él. Guando el mastre de campo Quiroga, que lo había sido durante quince años, depuesto , con motivo ó sin él (aunque la opinión jeneral era que no le había) , se quejó al conde de la Monclova de esta que Quiroga llamaba enorme injusticia, el virey se contentó con pedir al gobernador de Chile induljencia para con el oficial jeneral depuesto , y Póveda se sintió bastante fuerte para desatender dicha recomendación (2). El tesorero de la Concepción (3), y el veedor jeneral del ejército (/j.) fueron (1) Don Francisco García de Sobarzo. (2) El depuesto maestre de campo Quiroga, el cual, resentido, aprove- chaba las ocasiones de desahogar su pesar, habló, y aun compuso versos con- tra Póveda. Este, que habia tenido ocasión de leerlos, hallando un dia á Quiroga cabizbajo y pensativo, le preguntó si componía versos á sus pies.— «Señor, respondió Quiroga, quien ha compuesto versos á su cabeza, bien puede componerlos á sus pies. » (3) Don Mateo del Solar, caballero de la orden de Calatrava. (4) Don Francisco Girón. CAPÍTULO XXXVIII. 331 también perseguidos por él , por su carácter íntegro y firme ; al primero lo puso preso ; y el segundo se ahogó en el Tenú al ir á Santiago á defenderse. La opinión accusaba al gobernador de despotismo y de deseos insa- ciables de vengar, después que era jefe superior, las heridas que habia recibido su amor propio cuando era subalterno en el mismo ejército. Mas con todo , la misma opinión no contestaba que Póveda fuese un buen gobernador, y daba por causas de sus yerros su vanidad y su orgullo. Es verdad que estos mismos defectos eran achacados a cuantos tenían en el reino una grande representación , ya fuesen militares ó políticos , y es posible que la opinión los confundiese con el decoro y gravedad que los altos puestos imponen á los que los ocupan. Lo cierto es que tenia este gobernador sentimientos nobles y jenerosos y que dio brillantes pruebas de ellos. Todas las personas visibles de San- tiago y de la Concepción hacían grandes elojios de sus cualidades personales y de sus grandes conocimientos. Con todos estos datos se puede conjeturar que Póveda era un hombre de mérito ; pero que no era perfecto , porque la perfección no se halla mas que en Dios (1). (1) Una de las pruebas del carácter elevado de Póveda fué la demanda de un título de nobleza que presentó al rey en favor de los descendientes del heroico Cortés (pariente ya del famoso conquistador de Méjico) que los lectores han conocido en la guerra de Chile. El interesado actual del tiempo del goberna- dor Póveda se llamaba también don Pedro Cortés, y obtuvo, gracias á él, el titulo de Marques de Piedra Blanca. En la Concepción, entre otros rasgos de jenerosidad, tuvo el de devolver el lustre, que da la riqueza, á los huérfanos del hidalgo Abellan y Aro que habían quedado enteramente desamparados. CAPÍTULO XXXIX. Esterilidad de frutos de la tierra.— Mortandad de ganados y caballos.— Pide el gobernador mil al cabildo de Santiago para la remonta del ejército.- Noble porte de dicho cabildo.— Otro donativo pedido por el rey, y su objeto Llega nuevo gobernador.— Muerte de Carlos II.— Advenimiento de Felipe V." ( 1697—1702.) Es de notar que no haya capítulo en esta historia en donde no se lea alguna calamidad de Chile , y que todas las calamidades recaigan sobre Santiago. De la esterili- dad de que hemos hablado , y de la inclemencia del año había resultado una mortandad jeneral de caballos , y para reparar esta nueva pérdida, pidió el gobernador, por marzo , otros mil al cabildo de la capital , que ' según su noble costumbre, se los concedió. ¿En donde el cabildo y la ciudad de Santiago hallaban tantos ca- ballos? Sin duda en los potreros , y esto prueba cuan bien fomentados estaban. Pero estos potreros no debían ser del rey sino de la ciudad, puesto que los caballos que aprontaban , en jeneral , los pagaba el situado ; de donde se colije cuales eran los cuidados y el esmero de los ca- pitulares por la prosperidad pública. Estamos persuadidos de que la mejor historia de Chile seria una recopilación bien redactada de sus cabildos , y especialmente del de la capital. Pero aun hay mas. Bien que, como acabamos de de- cir, caballos, vestuario, provisiones y otros aprontos hubiesen de ser pagados por el situado, muchas, mu- chísimas veces, su montante no alcanzaba, y la deuda CAPÍTULO XXXIX 333 contraída por él se convertía en una pura ficción. No pocas veces también , estos auxilios eran dados gratuita- mente. Pues tras esto, venían los donativos pedidos al reino por el monarca. En la época á que nos referimos, el rey (1) pidió uno nuevo, y no hace mucho que los lec- tores le han visto pedir otro. De suerte que los princi- pales cuidados pasaban sobre los ayuntamientos de las ciudades, á los cuales recurrían siempre la real Audien- cia, los obispos, el gobernador y hasta el virey, en las mas de las necesidades. El mismo abandono y espontaneidad que tenían en aprontar recursos , la ofrecían en pagar con su propia persona, cuando el caso lo requería. En el mes de enero 1698, todos los habitantes de Santiago tomaron las armas, y los capitulares les dieron ejemplo acuartelán- dose ellos mismos prontos á tomar las armas y con la bandera desplegada en la plaza. El motivo de esta alarma fué el haberse avistado corsarios franceses á la costa , y la noticia de que habían atacado con éxito á Gartajena de Indias. El donativo de que hemos hablado arriba lo pidió el rey para costear la real armada que se destinaba á defender la entrada del mar del Sur. Sin embargo, todo el año se pasó sin sucesos notables, y lo mismo sucedió en el siguiente de 4699 (2), que se pasó en fiestas y regocijos. El 5 de febrero de 1700 , salió el gobernador de Santiago con la humillante comitiva de los ministros de la Audiencia, humillante en cuanto le acompañaban á la Concepción para vijilar su integridad en la repartición del situado , que acababa de llegar á la (1) Por real cédula de 28 de diciembre 1697. (2) En este año, el 8 de marzo, fué celebrada la canonización del patriarca San Juan de Dios. 334 HTSTORIA DE CHILE. I capital de la frontera en metálico. El 5 de mayo , ya estaban de vuelta en Santiago , y Póveda dotó la ciudad de un correjidor tan intelijente como activo (1), el cual trabajó mucho en hermosearla. A mediados de setiembre, llegó la noticia de que un nuevo gobernador había salido ya del Callao para Valparaíso. El 15 de noviembre, desembarcó efectivamente en este último puerto el ca- ballero del hábito de San Juan don Francisco Ibañez y Peralta, nombrado sucesor de Póveda en el mando polí- tico y militar del reino. Al desembarcar, fué recibido por los diputados del cabildo de Santiago (2), que le aguardaban para cumplimentarle y acompañarle á la casa de campo. Este gobernador entró con mal agüero en el reino de Chile. A júbilos y regocijos, habían sucedido zozobras; y es muy de notar esta periódica alternativa de existencia á la que parecían estar condenados los Chilenos , que en aquel momento , se veían amenazados de un nuevo ter- remoto , y ya los síntomas precursores de este terrible fenómeno habían hecho apelar á la protección divina con rogativas á san Saturnino, abogado contra ellos. En diciembre , llegó dicho gobernador á la capital y Póveda le entregó el mando , quedándose él mismo avecindado en Santiago (3). Ibañez fué reconocido el dia 14 de dicho mes por el cabildo de gobernador en propiedad, con dos particularidades inexplicables , cuales fueron la de no presentar su real despacho de capitán jeneral , y la de no querer prestar juramento. Todo esto era irregular, y (1) Don Rodrigo de Baldovinos. (2) El alcalde don Bartolomé Pérez de Valenzuela y un rejidor. (3) En donde continuó residiendo la ilustre descendencia de dicho goberna- dor, cuyo título fué marques de Cañada Hermosa. CAPÍTULO XXXIX. 335 ofrecía misterio ; pero el sabio ayuntamiento lo respetó en favor del buen orden , y del decoro , tanto del supremo mando del reino como del suyo propio , que necesaria- mente hubieran experimentado mucha mengua con un conflicto de aquella naturaleza, dejando á parte los daños y perjuicios que habrían resultado de él para el servicio y para particulares. Noobstante, el día 11 de febrero del año entrante 1701, el cabildo le envió una diputación suplicándole tuviese á bien prestar juramento , ó fundarse para no hacerlo, á fin de poner á cubierto la responsabilidad que pesaba sobre los capitulares ; pero á uno y otro se negó el gober- nador; y habiendo el cabildo, el dia 15 siguiente, insis- tido en la misma súplica, Ibañez respondió : « Que solo en el caso que el rey se lo mandase prestaría dicho juramento. » Esta respuesta es mas inexplicable aun que el hecho extraño de no querer prestar juramento un jefe cabeza de todo un reino como el de Ghile ; responsable de su existencia física , moral , política y militar, á menos que el rey se lo mandase. Semejante respuesta es un signo de anarquía de que no vemos ejemplo alguno en esta his- toria, la cual, al contrario, ofrece constantemente una estabilidad de principios de orden y de buen gobierno jeneralmente respetados aun en los casos mas desespera- dos, en los que el mantenimiento de uno y otro es, las mas veces, imposible. Volvemos á decir y á creer que hay en este hecho algún misterio que la historia, sin duda alguna, aclarará mas adelante (1). Entretanto, la perspectiva de este gobierno era triste para los Ghi- (1) En real cédula de 10 de julio 1530, mandaba Carlos I á los goberna- dores prestar el juramento de fidelidad, etc. : j ,. ■■■•?•• : 336 HISTORIA DE CHILE, leños. Por mas que el término sea impropio , la historia tiene por fuerza que servirse de él diciendo que con la misma desvergüenza con que Ibañez holló las reales ór- denes en que estribaban las garantías de la moralidad de los gobernadores, negándose á prestar juramento , con la misma se mostró, venal bajo y codicioso, vendiendo em- pleos y encomiendas, y exijiendo empréstitos personales cuantiosos de los habitantes ricos de la Concepción, de Santiago y otras ciudades , con síntomas de no pensar restituirlos nunca, y de considerarlos como una contri- bución debida , y diestramente extorcada. Por lo demás, se mostró desde luego capaz , en lo militar sobre todo. Sus antecedentes de sárjente mayor de batalla (1) no podían menos de acreditarle en este punto; bien que la vasta y poderosa monarquía española deslizase ya rápida- mente en el declivio pendiente de sus desastres del xvii0 siglo, en los fragmentos de su arruinado edificio, se admiraba aun su grandeza; sus resortes estaban mas bien aflojados que gastados, y las tradiciones militares, principalmente , se mantenían sin poder resignarse al olvido de que los ejércitos españoles habían sido los do- minadores del mundo, y sus guerreros, celebérrimos. Ibañez dio pruebas de la misma capacidad en lo pura- mente gubernativo. Cuanto mas habían hecho sus pre- decesores en el mando para contener el rio Mapocho en su lecho, menos habían adelantado , por la sencilla razón de que se enfurecía en las crecidas tanto mas cuanto sus limites eran mas estrechos. De una ojeada él gober- nador vio este inconveniente, y lo remedió dando en- sanche al indómito rio, y disminuyendo, por consiguiente, su violencia. (I) Funciones do jefe do estado mayor. *m CAPÍTULO XXXIX, 337 El ramo de real hacienda conocido bajo el nombre de alcabalas (1), ofrecía continuamente reclamaciones y confusión , y á fin de ponerles término, este gobernador cedió dicho derecho en pública subasta , y quedó arren- dado en catorce mil pesos anuales (2). En cuanto al ejército, habia algunas bajas en sus cuerpos, y para completarlo , pidió trecientos hombres por repartición, desde el Maule hacia el norte. La ca- pital puso á su disposición ciento para este objeto. Entretanto, Carlos II habia muerto (3), y el 1° de julio recibió una real cédula con este anuncio', y la orden de sus funerales , al mismo tiempo que el del adveni- miento de Felipe V (4). Este grande acontecimiento fué causa de una lucha jeneral entre las potencias preponde- rantes de Europa, y no era extraño que sus efectos se propagasen á las posesiones de ultramar. En efecto el capitán jeneral, marques de Belmos, que gobernaba en Flandes, habia dado informes á la corte de Madrid sobre una tentativa que se meditaba en Holanda contra Chile. Esta tentativa fué achacada por los Holandeses mismos á algunos comerciantes chilenos que habían ido a comprarles armas ; pero semejante versión no era verosímil. Sea lo que fuese, el gobierno español sabia también que la Inglaterra volvía sus miras hacia la Amé- rica meridional , y envió órdenes al gobernador de Chile para que proveyese á la seguridad de sus costas, y se mantuviese sobre aviso para rechazar con vigor toda agresión enemiga. naelncíaf UCÍ°a ** Pr°P°rCÍOn ' Y dGSpUeS de la Venta de todos Sueros y (2) Por el capitán don Antonio Verdugo y Figueroa. (3) En 1° de noviembre 1700. W Príncipe francés, nieto de Luis XIV, rey de Francia. III. Historia. 09 j if .:-■!■■ / H 338 HISTORIA DE CHILE. lbañez , hombre de cabeza , como hemos dicho , reunió en su mismo palacio la junta jeneral del reino , compuesta del ayuntamiento ; de la real Audiencia , y de los correjidores respectivos de los diferentes distritos, acompañados de cuatro de sus principales vecinos. Oidos los pareceres de los diversos miembros de dicha junta , el gobernador tomó medidas oportunas para poner en buen estado de defensa los puertos de la Concepción , de Val- paraíso , Valdivia y Coquimbo ; hizo levas , y armó las tropas que le dieron con las armas que habían llegado á Buenos Aires con destino al reino de Chile (1). Dadas estas providencias , el activo gobernador con- tinuó ejerciendo su autoridad con grande entereza en favor del real servicio , sin contestación , pero no menos en pro del aumento de su caudal (2). En este particular, sucedía una cosa muy ordinaria en relaciones puramente sociales, y aun también en asuntos jenerales entre par- ticulares, pero bastante extraña en operaciones adminis- trativas, cuyo objeto es el bien de todos los administra- dos ; y era que, mientras la capital del reino ensalzaba el gobierno de lbañez , le obsequiaba, ponia su retrato en pié en el salón del palacio , y pasaba informes llenos de entusiasmo á la corte en su favor, la capital de la frontera le aborrecía , literalmente , y temblaba al ver llegar el situado y la época en que el gobernador tenia que ir en persona con el acompañamiento obligado de los dos mi- nistros de la real Audiencia á distribuirlo. Las razones que tenían los habitantes de la Concepción para albergar sentimientos tan poco caritativos hacia su capitán jeneral (1) Conducidas por don Alonso Juan de Valdes, que iba de gobernador de la Plata. (2) Figueroa en Pérez-García. CAPÍTULO XXXIX. 339 se fundaban en principios de intereses materiales gra veniente comprometidos por exacciones continuas ' unas yec<» directas, y otras indirectas, que dicho supremo jefe ejercía sobre ellos. La continuación aclarará tal vez este punto de la historia. I CAPITULO XL. Conducta interesada y poco recatada , en este particular, del gobernador Ibañez.— Resentimiento jeneral — Conjuración contra su vida de las plazas de Yumbel, Arauco y Puren.— Aborta su intento.— Conducta juiciosa del gobernador en esta ocasión.— Inconsecuencias generales de su gobierno.— Nacimiento de un príncipe de Asturias , Borbon. (1702—1709.) Siendo un representante del poder, de los intereses y de la dignidad de la corona , el gobernador de un reino como el de Chile, tan lejano de la metrópoli, y tan expuesto á grandes vicisitudes, podia creerse, con justo título , un rey temporal y ejercer el supremo mando según le pareciese mas conveniente para alcanzar los altos fines que estaban á su cargo, y poder llenar la ter- rible responsabilidad que pesaba sobre él. Para seme- jantes puestos, los jenios absolutos son , sin duda alguna, los mas propios, cuando se hallan acompañados de buenas intenciones y de una grande capacidad ; pero la reunión de estas cualidades indispensables para acertar es rara en un mismo sujeto , y así sucede que muchísimas veces los que gobiernan confunden el interés de la representación con el personal , y caen en los escollos de un ridículo despotismo , que puede dejenerar en cri- minal , y, tarde ó temprano , se estrellan y se aniquilan. Aun no sabemos si Ibañez se estrelló ; pero ya desde luego , no se puede negar que adoleció de la nulidad que acabamos de indicar, considerando el reino como una propiedad , en términos que las poblaciones , el ejército , ft « CAPÍTULO XL. 3/jl el situado , las encomiendas y los Indios que las forma- ban , nunca salían de su boca sino con los pronombres posesivos, mi, mis (1): mi ejército ;— mi situado ; — mis encomiendas; — mis Indios. No pasando de los límites de vanagloria personal, semejante manía no habría pa- sado tampoco de los del ridículo ; pero , en efecto , parece que este gobernador realizaba el dicho con el hecho , y disponía del bien ajeno con una anchura de conciencia felizmente rara. Tales eran los motivos, de bastante peso, que tenían los vecinos de la Concepción para no estar muy bien avenidos con él (2). Los que podia tener el cabildo de Santiago para profesarle distintos senti- mientos solo se pueden conjecturar, reflexionando que , sin duda alguna, Ibañez se portaba con él de diferente modo , y habia sabido granjeárselos. La bajeza no ex- cluye la hipocresía ; al contrario , son dos cualidades in- separables. Pero en cuanto á esto , la opinión no era jeneral ; algunos escritores (3) asientan que el descontento era universal. Lo cierto es que tres plazas ( las de Yumbel , Arauco y Puren) se sublevaron, y sus defensores se conjuraron para marchar sobre la Concepción, combi- nando el movimiento para llegar allí á una misma hora , á fin de superar toda resistencia y poder darle muerte. El motivo de esta conjuración era la penuria en que vivían por defraudación de sus sueldos, de los cuales les eran debidas sumas cuantiosas. Contenidos ya mucho tiempo habia por el freno de la disciplina , perdieron la paciencia (1) Figueroa. (2) Todos los escritores de la época concuerdan en que, bajo el pretexto poco decoroso en tal personaje , de empréstitos, les extorcó hasta diez y siete mil pesos. (3) Figueroa. 342 HISTORIA DE CHILE. y la cabeza al ver que la arribada del situado de Potosí á la Concepción . y su distribución . ningún alivio les daba. El veedor jeneral (i), no pudiendo cubrir por mas tiempo bajo la capa de su responsabilidad tamaños desórdenes, habia ya representado , con respeto aunque con cierta entereza fogosa que le era propia con una grande pro- bidad . esto mismo al gobernador, y, en respuesta , Ibañez le habia mandado prender. Los soldados encar- gados de la ejecución de esta orden tuvieron la destreza de dejarle escapar (2), porque el veedor era universal- mente querido , y pudo huir á Lima , en donde dio queja al virey de la tropelía del gobernador de Chile , mani- festándole con pruebas auténticas el estado lamentable de aquel ejército, al cual se le debian cuatro millones noventa y un mil novecientos seis pesos de catorce si- tuados , á razón de doscientos noventa y dos mil dos- cientos sesenta y nueve anuales, consignados en las arcas reales de Potosí, con preferencia á todos los demás situa- dos (o), y con encargo especial á los vireyes del Perú, á los presidentes de Charcas y á los oficiales de dicha teso- rería de Potosí , de darles puntual y entero cumpli- miento (4). La tiranía y la avaricia de Ibañez apresuraron la eje- cución del plan de los conjurados de Yumbel, Arauco y Puren , y su apresuramiento los frustró del éxito. Los de Yumbel , después de haber querido asegurarse de la per- (1) Don Fermín Montero de Espinosa. (2 Es inverosímil que, como algunos escritores lo asientan, Montero de Espinosa haya rechazado con un par de pistolas á sus aprensores, los cuales estaban armados, como era natural. (3. Reales cédulas, 13 de junio 1681, y 16 de enero 1687. 4 Montero de Espinosa quedó gozando de su sueldo en Lima hasta que volvió á Chile con el mismo empleo. CAPÍTULO XL. S/l3 sona de su sarjento mayor Molina , que se les escapó á San Cristóval, marcharon , en un arranque, por delante, contentándose con enviar aviso á los demás, y al dar vista á la Concepción , descubrieron al gobernador en actitud de aguardarlos, como así era la verdad, habiendo recibido un parte secreto de la conjuración. En esta coyuntura , Ibañez se portó como hombre de juicio y de sangre fria , perdonando á los alucinados y castigando á los motores del atentado. Los de Arauco , advertidos, se estuvieron quedos, y los de Puren, que ya estaban cerca de Yumbel, se volvieron. Pero el gobernador los siguió con fuerzas, y ellos, como desesperados, se pusie- ron unos cien hombres en sitio ventajoso , decididos á defenderse ó á morir. Bien que estuviese seguro de ar- rollarlos, Ibañez reflexionó que su triunfo seria un ejem- plo funesto , tanto mas , cuanto los reboltosos se veian reducidos á tanta extremidad por causa suya. Esta re- flexión que ocasionó demora y, por consiguiente , acusó una irresolución evidente , dio nuevos ánimos á los su- blevados , que mas que nunca resolvieron perecer todos antes que rendirse. Por fortuna, se hallaba allí presente un jesuíta misionero (1), el cual con sagacidad irresis- tible obtuvo de ellos que diputasen á tres de los suyos para que fuesen á exponer abiertamente y sin disfraz las causas del trance en que se hallaban al gobernador. Así lo hicieron , y los diputados hablaron con tan enérjica sinceridad, que Ibañez pensó que lo mejor seria tempo- rizar, á lo menos por de pronto , y concedió indulto , bajo la garantía del jesuíta. La indiscreta alegría con que los indultados acojieron esta resolución , retirándose en confuso tropel , que denotaba cuan por dichosos se da- (1) El P. Jorge Burger. Uk HISTORIA DE CHILE. ban de haber salido del apuro , despertó nuevos senti- mientos en el gobernador, y le sujirió la idea de faltar á su palabra, y de mandarlos extraer del sagrado á donde se acojieron al llegar á la plaza , dando lugar con este signo evidente de debilidad y desconfianza á que él mismo considerase el indulto ya concedido como una pura ficción sin importancia. Horrorizado el párroco (1), pronunció pena de exco- munión mayor contra los profanadores; pero el gober- nador pasó con la suya , mandó formarles causa , y con dictamen del auditor de guerra (2), aprobó la sentencia de muerte contra tres , y la de cárcel contra otros mu- chos. El obispo pasó informe á la corte, calificando de impío el abuso de poder del gobernador, y en respuesta(3), el rey manifestó su alto desagrado contra el último y con- denó en tres mil pesos de multa al auditor. El año de 1702 fué muy fecundo en acontecimientos para Chile, tanto interiores como exteriores. Los inte- riores fueron todos desavenencias entre las autoridades , y estas desavenencias, si no se orijinaban precisamente de la conducta misma del gobernador, eran , en parte , corolarios de sus providencias, y, como tales, rara vez dejaban de hallar apoyo en su autoridad. Pero antes de relatarlas , no podemos menos de notar la especie de in- consecuencia estudiada que habia entre sus actos apa- rentes de jefe militar, y sus acciones de responsabilidad reservada. Los que ejercía en favor del mantenimiento de la paz con los Indios independientes, y de los pro- gresos en civilización de los ya reducidos y amigos , eran (1) Don Francisco Florez. (2) Don Alonso Bernaldo ( y no Bernardo ) de Quiros. (3) Real cédula de 24 de abril 1705. CAPÍTULO XL. 3/j5 de un acierto admirable. Hasta en la parcialidad de Nahuelhuapi, en Chiloe, estableció una casa de conver- sión (1), y favorecía con todo su poder á los conversores; mientras que por otro lado, fomentaba con el mismo celo la instrucción de los jóvenes Indios colejiales. ¿Cómo conciliaremos tan juiciosa conducta con la infinidad de tropelías de que este gobierno abunda , contra militares y ciudadanos, en términos que el descontento había pasado de solas murmuraciones á pasquines y vocifera- ciones públicas y ruidosas? No es fácil; pero tales son los hechos: leyes, justicia, buen orden, todo esto era desconocido entonces en el reino de Chile , y fué preciso que los lamentos de los buenos llegasen á oidos del mo- narca para que el mal cesase. Pero antes, aun hubo cosas muy particulares bajo este gobierno. Seguro de hallar cooperación por todos lados, menos por parte de la autoridad eclesiástica , Ibañez ordenaba arbitrariamente en todos los ramos de la administración , y le habia parecido cómodo que los oidores de la real Audiencia fuesen correjidores , y en efecto los hubo que lo fueron con tanta mas satisfacción , cuanto , jen eral- mente hablando , los SS. de dicho tribunal propendían siempre á la autoridad absoluta. En cuanto al gobierno eclesiástico , no le era posible al gobernador entremeterse en él , en atención á que las razones que se oponían á su voluntad eran de tejas arriba , y que la sumisión jeneral al carácter sagrado del obispo tenia á raya sus ímpetus naturales. Con todo eso , aun tuvo maña para influir muy directamente en la elección de la abadesa de las monjas de la Concepción , á pesar de su ilustrísima , y porque habia algo que ganar en este nuevo enredo. Por (1) Cuyo primer director fué el P. jesuíta Felipe Vaden Meren. 346 HISTORIA BE CHILE. ■H mas que hizo el prelado , el voto del gobernador preva- leció, aun después que , por informes del obispo, el rey reprendió y afeó su conducta. Favorecidos por Ibañez , los oidores , en torno , le auxi- liaban en cuanto podian, y muy particularmente cuando tenia desavenencias con la autoridad eclesiástica, que ellos mismos temían por mas que les costase , aunque sacando un desquite no muy digno de ellos con aparien- cias de independencia en materias y actos relijiosos. En ciertos dias clásicos que tenían que asistir al oficio divino en la catedral , muchas veces usaron del poco miramiento de hacer esperar al prelado y al público con indecorosa demora , hasta que su ilustrísima , mas por honra de la relijion que por propia conveniencia, se quejó á la corte de este desacato , tanto mas culpable cuanto procedía de sujetos obligados á dar el buen ejemplo en todo. Sorpren- dido y disgustado , el rey mandó ásus ministros de la real Audiencia de Chile sometiesen , en todo caso de compe- tencia relijiosa, su autoridad á la del obispo , respetando á todas las personas del clero, y concurriendo á los oficios divinos, cuya solemnidad requiriese la presencia del tri- bunal en cuerpo , sin retardarlos ni de un solo instante por su ausencia ; y, por otra parte , mandó su majestad que dichos oficios empezasen á un toque indicado de campana sin esperar que los ministros de la Audiencia estuviesen presentes. La propensión que en todos tiempos tuvieron estos á ejercer una especie de soberanía en todo fué muy notable durante el gobierno de Ibañez. Era realmente anárquico este gobierno, aunque, por de pronto, esta aserción tenga visos de paradoja , en atención al despotismo del jefe superior del estado; pero reflexionando que este CAPITULO XL. 347 mismo despotismo se ejercía con ayuda de otros despo- tismos , sus subordinados y sus cómplices , se vé clara- mente en qué consistía la anarquía. Era tan cierta y tan evidente el relajamiento en los diferentes resortes de la máquina , que hasta los frayles de San Francisco tuvieron discordias temporales y mundanas con escándalo de las jentes juiciosas , y con gran júbilo de las relajadas y per- vertidas , de que hay siempre un crecido número , y para las cuales no hay refujio posible sino en el desorden , ni provecho si no es en sus consecuencias. Las desavenencias de dichos padres surjieron de un ruidoso capítulo de pro- vincia, y si habían de dar márjen á un litijio, claro estaba que se habia de juzgar en el tribunal eclesiástico, sin perjuicio de la asistencia de la ley y de sus intér- pretes como asesores. Sin embargo , la real Audiencia tomó la iniciativa en este asunto , bajo pretexto , sino con el motivo plausible , de evitar consecuencias de poca edificación , y los frailes la recusaron cerrándole las puertas de su convento.. Irritado con la resistencia y no pudiendo entrar por la puerta, el tribunal se empeñó en entrar, por decirlo así, por la ventana; mandó de- moler una pared , y por la brecha se introdujo en la sala capitular. Sin duda era sabido que estos capítulos provinciales no eran celebrados siempre con una perfecta armonía ; pero las oposiciones que ocasionaban no salían de un círculo de personas interesadas en el mantenimiento del buen orden, aunque divididas de opinión y de interés por tal ó cual partido, en lugar que, en el caso presente , una licencia desenfrenada se manifestó en el pueblo mismo con riesgo inminente de ocasionar gravísimas consecuencias para el estado , si no se hubiera cortado. En una palabra , fué é 8 HISTORIA DE CHILE. tan ruidoso este acontecimiento , que la real Audiencia se propósa á desterrar los relijiosos á Portobelo ; pero oida la queja de estos, el rey multó á cada uno de sus minis- tros en mil pesos (1). Hemos dicho que en el año 1702 habia habido cosas nuevas en Chile , interiores y exteriores. Ya el lector ha visto las primeras. En cuanto á las segundas, aun no aparecían si no es como signos y presajios de grandes cambios , en atención á que la guerra de sucesión no permitía el gozar de los bienes infinitos que el adveni- miento de Felipe V habia de hacer á su nueva patria. Cuales fueron estos bienes , la historia de Chile misma nos dará ocasión de mencionarlos , bien que en resumen. Entretanto , la elección de la metrópoli de un rey Borbon, descendiente por linea recta y en grado inmediato del gran monarca Luis XIV, identificaba su política con la de la Francia , y daba naturalmente acojida particular á los Franceses con una justa preferencia á los sujetos de otras naciones. Por esta razón, los puertos de Chile les fueron abiertos, y estos intelijentes y activos comer- ciantes empezaron á visitarlos con grandes utilidades y ventajas no solo para sus habitantes , sino también para el gobierno. El primer buque mercante francés que arribó á la Concepción fué la Laura , capitán Rogadier, cargado de vestidos. Los Chilenos, acostumbrados á comprar su ropa muy caray no muy buena, empezaron á comprarla barata é infinitamente mejor, y al mismo tiempo se encontraron con una salida cómoda de sus pro- pios jéneros y mercancías territoriales. (1) Cinco mil por cuatro oidores y un fiscal. De esta cantidad , dos mil sir- vieron á costear el viaje de los PP.; 1500 fueron remitidos á España ; mil se emplearon en levantar la pared demolida del convento , y en auxilios á los en- fermos del socorro ; y 500 se atribuyeron al convento de San Diego.— Carvallo. CAPÍTULO XL. ?>ll9 Con estas ventajas se mezcló un inconveniente, porque el bien y el mal se hallan casi siempre al lado uno de otro en todas las cosas de este mundo. Este mal eran los contrabandistas, que , si procuraban algún interés á par- ticulares, dañaban al público por el erario. Para evitar el contrabando, se autorizó á los correjidores con amplias facultades para vijilarlo é impedirlo. El rey mandó que de tres en tres años , en lugar del fiscal y de un oidor que acompañaban al gobernador á la Concepción para la distribución del situado , fuese un solo oidor, que debia al mismo tiempo ejercer funciones de correjidor. En cam- bio de los verdaderos beneficios del comercio que los Franceses llevaban á Chile, sacaban del país no solo frutos y objetos interesantes , sino también oro , plata y cobre. Muchos , seducidos por lo agradable del clima y la fertilidad de la tierra, se establecían en ella, y así son numerosas las familias francesas que se cuentan en la población chilena. El célebre Feuillée, de la orden de mínimos, fué á recorrer el país, y residió algún tiempo en él, botanizando y haciendo observaciones astronómicas, que escribió con grande satisfacción de los Chilenos. El viaje de Frézier á Chile tuvo resultados análogos. Volviendo á los asuntos del reino , la emancipación de los Indios esclavos de las tres clases habia ocasionado , como el cabildo de Santiago lo habia previsto y represen- tado al rey, escasez de trabajadores , y en acuerdo del 27 de abril 1703 , pidieron los capitulares , con el apoyo del gobernador, al monarca , el permiso de la introduc- ción de negros, introducción que acababa de obtener Buenos Aires. A principios del año siguiente , se puso en planta un m m 350 HISTORIA DE CHILE. nuevo arreglo de sueldos en el ejército (1), arreglo que constaba de 36 artículos (2). Por lo demás, todo el año y el siguiente se pasaron en santa paz , y sin nuevos acontecimientos. En octubre 1705 , llegó el situado á la Concepción ; el gobernador, aunque bastante amalado , quiso ir á dis- tribuirlo por sí mismo , y salió el 16, de Santiago con el único médico de la ciudad , y el oidor destinado á acom- pañarle y á ser correjidor durante tres años en la capital de la frontera. EH2 de mayo del año siguiente estuvo de vuelta en la capital del reino para pasar en ella la estación de invierno, y contribuyó mucho, se puede decir, por falta de otros que- haceres , á la información de santidad de un lego fran- ciscano (3) que había muerto á fines de 1700. No es fácil el imajinar como el capitán jeneral del reino podia cer- tificar la intimidad de un fraile , aunque no hubiese sido lego , con el cielo ; pero por indiferente que sea este dato, (1) Mandado por real cédula de 26 de abril 1703. (2) Que ocupan diez hojas del libro del cabildo, desde el f° 5 al 15. Por este arreglo , los sueldos señalados á las clases del ejército eran : al capitán jeneral, 8,000 pesos ( de 8 rs.); - al maestre de campo, 1320;— al sárjenlo mayor, 900 ;— al comisario de la caballería , 800 ; — al veedor jeneral , 2,000 ; -al auditor de guerra, 1,000; —al capellán mayor, 500;- al ayudante mayor, 300; — al capitán de caballería (compañía de 100 hombres), 750;— á su teniente, 300 ;— á los trompetas y soldados, 100 ;— al capitán de infante- ría ( 125 hombres ), 600 ; - al subalterno , 250 ; - al sárjenlo , 150 ;- al cabo, 100 ; - á los tambores , 100 ; - al intérprete, 150 ; - al carpintero de ribera , 150;- al de llano, 100 ; - al armero, 100; - al preboste, 150;- 80 á cada arcabucero , y 100 á los mosqueteros ; — al capitán de artillería , 250 Q, y 100 á cada artillero. Por el mismo arreglo, fué suprimida la compañía de oficiales reformados ; el comisario déla caballería quedó sujeto al maestre de campo ; los empleos con real despacho fueron declarados vitalicios. — Secretaría del supremo gobierno de Chile. (3) F. Pedro Verdeti, natural de Orduña en Vizcaya. O Se debe de entender capitán de artillería simple táctico, y no facullath CAPÍTULO XL. 351 en historia, es muy interesante por otra parte, en cuanto da una idea de los sentimientos relijiosos de aquel tiempo , puesto que un personaje de tan alta jerarquía como lo era un capitán jeneral , gobernador de un reino como el de Chile, no desdeñaba el abajarse hasta atesti- guar los humildes actos de la vida de un sirviente de convento. Es muy de notar que jamás desde que el mundo existe • ni antes ni después de la conquista del América, se han visto, ni se verán probablemente, planes mas vastos, empresas mas arduas , mas temera- rias, ni acciones mas heroicas que las que se vieron entonces, en nombre y honra de la relijion , y esencial- mente con su auxilio. Al mes de mayo del año siguiente , le llegó al gober- nador otra real cédula (1), en la que el rey mandaba cesase el admapu de los Butalmapus , es decir que cesasen los Indios de vivir dispersos por tierras y campos, y se concentrasen en pueblos circunscriptos. Ibañez , persua- dido de que seria muy difícil el dar cumplimiento á dicha orden sin comprometer la paz- encendiendo una nueva guerra con los Araucanos , suspendió su ejecución y re- presentó á la corte los riesgos que ofrecía , enviando en un buque mercante francés que dio la vela para España desde la Concepción en marzo 1708, á su cuñado el marques de Corpa con este objeto. En esta ocasión , el cabildo de Santiago dio una prueba de la confianza que tenia en el gobernador encargando á su pariente la ven- tilación de los asuntos de la ciudad pendientes en la corte, para lo cual le desinteresó liberalmente , como lo hacia siempre el ilustre cabildo. Esta particularidad com- prueba, ademas, lo que dejamos dicho mas arriba, á (1) 14 de junio 1703. ■ ■ . 352 HISTORIA DE CHILE. saber, que la animadversión jeneral que habia suscitado jeneralmente la conducta del gobernador no se habia co- municado á los capitulares. Las razones de este hecho extraño, cualesquiera que fuesen, no podian menos de ser plausibles, y confirman la sagacidad política de aquella corporación tan vijilante y protectora del bien de sus administrados. Sin duda alguna el cabildo de San- tiago no ignoraba lo que todo el reino sabia y sentía acerca del porte en cosas personales del gobernador ; pero conociéndole hábil y capaz para los fines grandes y principales del mando, le disimulaba defectos que, por feos que fuesen , no le impedían el alcanzar y asegurar dichos fines. Ibañez dio fin á su gobierno con la celebración pom- posa del nacimiento del príncipe de Asturias (1), celebra- ción que empezó en Santiago , y en todas las ciudades del reino, el 13 de noviembre, y cuyos grandes, in- mensos preparativos habían empezado ya desde el 16 de agosto. El 26 de febrero 1709, entregó el mando (2). (1) Don Luis Felipe de Borbon y Austria , nacido en Madrid, el 25 de agosto del año 1707. (2) Pérez-García no comprende (y con mucha razón) porque Alsedo ha omi- tido en su diccionario la mención de este gobierno, que duró ocho años; ni porque Figueroa rebaja su duración á siete. CAPITULO XLL Anuda la historia el hilo de las misiones.— Apoyo esencial que prestan á la fuerza.— Diferencia de medios para conseguir el fin.— Admirables disposi- ciones de la voluntad real en su favor y para su arreglo.— Colejio de jó- venes indios en Chillan.— Otras misiones.— Jesuítas y franciscanos. (1709.) En este capítulo la historia anuda el hilo precioso de las misiones , roto sustancialmente en 1662, y mal anu- dado en el año siguiente, puesto que la continuación forzosa de los acontecimientos jenerales solo ha ofrecido algunas raras coyunturas de tocar este punto tan inte- resante como esencial. Es tanto mas lo uno y lo otro esta materia , cuanto constantemente se vé la impotencia de la fuerza sin el apoyo de la relijion para llegar al fin deseado , y tan caramente alcanzado , de sacar hombres desnudos de luz natural del estado de barbarie en que la circunstancia de vivir lejos de sociedades cultas los man- tenía, para reducirlos al gremio de la civilización y del cristianismo. Consúltense todas las historias de con- quistas de pueblos bárbaros y en todas se verán patentes estas verdades , á saber, que las armas desarman y rin- den, pero que la relijion sola somete; que las armas destruyen y que la relijion rejenera; que las armas quitan vidas, irritan las pasiones y sus furores; al paso que la relijion proteje, auxilia á los infelices vencidos , atrae sus corazones , los consuela en las desgracias de la esclavi- tud , é iluminando poco á poco las facultades intelec- tuales de los que jimen por una injusta opresión , injusta , 111. Historia. 23 354 HISTORIA DE CHILE. í. por lo menos, en los medios que tiene que emplear para llegar á un fin laudable , los conduce , por decirlo así , de la mano al puerto de salvación , que es la luz, y el convencimiento que adquieren de la realidad de los bienes que infinitas calamidades les han proporcionado. Solo este resultado puede lejitimar los medios , y en ninguna historia , en ninguna parte del mundo , se han visto estas verdades tan claramente demostradas , y aun también tan perentoriamente probadas como en Chile y en la guerra de los Araucanos , en donde el amor de los naturales á los misioneros era igual al odio que tenían á los conquistadores guerreros , y aun mayor, puesto que las palabras de un jesuita han bastado infinitas veces para aplacar la tempestad de las pasiones enfurecidas por crueles agresiones. El alcance de las previsiones de los misioneros, y especialmente de los jesuítas, cuya profunda y santa política pocos comprendían , era infali- ble. La cuestión de civilización , para ellos , no se encer- raba precisa y estrechamente en el círculo de los vi- vientes , habitantes de aquellas comarcas ; trabajando incesantemente para instruirlos y atraerlos al cristia- nismo , sus miras se extendían á las jeneraciones futuras, y calculaban , que por mas resistencia que hallasen , las semillas esparcidas entre los padres 9 si no fructificaban en ellos , fructificarían en sus hijos ; un poco mas en sus nietos ; mucho mas en sus biznietos , y que mejorando la especie de jeneracion en jeneracion, al fin se alcan- zaría infaliblemente el fin deseado de cambiar brutos en hombres , y costumbres absurdas y bárbaras , en actos racionales de vida social , para la cual nacieron eviden- temente los hombres , como seria muy fácil probarlo , si la historia tuviese que entrar en tales digresiones. Por lo ' CAPÍTULO XLI. 355 demás, la jeneral del mundo civilizado confirma la verdad del principio en que se fundaban los jesuítas. La Europa tardó mas de trescientos años en llamarse cristiana des- pués de la era de su redención. Seguros de la excelencia de su principio, nuestros misioneros dirijian principalmente sus miras á la ense- ñanza de la niñez y de la juventud , y convertían mas padres por sus propios hijos, que por medios directos , rogándoles asistiesen á sus lecciones para cerciorarse de sus progresos. Hoy mismo en nuestra era de adelanta- mientos intelectuales tal vez demasiado rápidos , en aten- ción á que sacan con violencia de quicio el orden natural de las ideas ; hoy mismo , decíamos , vemos los resultados de este método en la clase popular, en la cual los hijos son maestros, instructores y guias de los que les dieron el ser, aunque, á la verdad, con detrimento de la auto- ridad paternal, y con desden de su humilde profesión, dos inconvenientes tan inevitables como perjudiciales al fin que queremos alcanzar por las luces, que es, ser mejores y mas felices. Volviendo á su asunto , la historia no tiene mas que recordar una real cédula (1), en respuesta á un informe del gobernador Póveda á la corte sobre los frutos de las misiones, informe que pecaba por falta de estar dicho gobernador mismo bien informado acerca de todas las particularidades que contenia. En su informe (2) , Póveda asentaba que noobstante la paz, que duraba después de diez y siete años, los Indios de la otra parte del Biobio habían adelantado muy poco en materia de relijion , por mas que los jesuítas pareciesen muy afanados en el ejer- (1) De Carlos II , fecha en Madrid , el 11 de mayo 1697. (2) 12 y 26 de setiembre 1692. 356 HISTORIA DE CHILE. cicio de su piadoso ministerio ; y anadia, que pensando que tal vez por insuficencia numérica hacían tan pocos progresos, les habia enviado dos sacerdotes por auxi- liares, los cuales habían causado un visible adelanta- miento en las misiones, en términos que uno de ellos le habia escrito , que si se dedicasen á estas un número suficiente de clérigos , sin duda alguna se conseguirían grandes resultados. Hasta aquí , el informe de Póveda á la corte tenia las simples apariencias de un movimiento natural de su ánimo para cumplir con su deber de gobernador; pero luego pasó á otras consideraciones materiales, de las cuales se podrían deducir, tal vez, motivos menos sin- ceros y menos plausibles, tales como las prerogativas particulares de que disfrutaban solo los jesuítas , con humillación de los misioneros de otras órdenes relijiosas. Decia que si todos ellos hubiesen de ser remunerados tan liberalmente como los PP. de la compañía de Jesús (1), el situado no bastaría; al paso que dos relijiosos fran- ciscos empleados como conversores se contentaban con muchísimo menos (2), concluyendo con que iba á mandar asistiesen todos los sacerdotes regulares y seculares que pudiesen á las misiones , bien que esta disposición no pudiese menos de encontrar un grave inconveniente , cual era la cesación de la enseñanza del idioma chileno en el colejio de jesuítas de Santiago. Evidentemente, habia en el informe dicho alguna exajeracion , y la conclusión ponía de manifiesto cierta especie de mala voluntad de parte de su autor á los mi- sioneros especiales , que , sin contestación , lo eran los (1) Que disfrutaban de un estipendio de 732 pesos. (2) Los dos franciscanos gozaban de 500 pesos ; 250 caria uno. CAPITULO XLI. 357 PP. de la compañía , como queda suficientemente pro- bado. Así lo sintió , á lo que parece, el monarca , puesto que con acuerdo del real consejo de Indias, resolvió y mandó al gobernador de Chile formase una junta , pre- sidida por él mismo , y compuesta del oidor mas antiguo de la real Audiencia, del obispo y deán de la catedral , de los oficiales reales de la ciudad , y de los dos sacer- dotes que se habían ofrecido voluntariamente á cooperar con los misioneros , á fin de deliberar y resolver lo que fuese mas conveniente para que se consiguiesen los fines con que fueron concedidos cuarenta conversores jesuitas al reino de Chile, los cuales se conformarán á su deter- minación en las tierras de Arauco , en donde serán auxi- liados por diez relijiosos de la orden de San Francisco ; remunerados estos según costumbre , y los jesuitas , sufi- cientemente, sin que exceda su estipendio seiscientos pesos. Claro era que la corte habia notado alguna animosidad contra los jesuitas, puesto que, admitiendo que fuesen en corto número , les señala auxiliares , remunerados con menos de la mitad de la asignación concedida á los que bien se podían llamar misioneros natos. Por lo demás , el rey, en su real cédula , encargaba á su gobernador de Chile tuviese el mayor cuidado en que dichos estipendios fuesen pagados del caudal destinado al situado , con la mas escrupulosa puntualidad. La junta formada por el gobernador tenia, ademas, que distribuir á los misioneros de las diferentes relijiones una porción de provincia ó terreno proporcionada , ob- servando , por reglas , que las conversiones se hiciesen en los confines de tierras sometidas, permaneciendo en ellos los conversores hasta haber conseguido el fin 358 HISTORIA DE CHILE. ¡ deseado, sin poder, hasta tanto, continuar sus tareas apostólicas mas tierra adentro ; sin fundar colejios in- coados, y manteniéndose en puras estancias de con- versión. Pero el mas notable de los encargos que el rey daba al gobernador sobre este punto esencial , era el de que dijese á los misioneros, en su real nombre, atrajesen á los Indios á la verdadera luz del evangelio por los medios de la dulzura , afecto, amor y suavidad insepara- bles de la caridad cristiana , procurando inducirlos á que se reuniesen en pueblos circunscriptos , y renunciasen á sus chozas esparcidas por tierras y campos ; señalándoles sitios fértiles y amenos para cultivarlos, y para la cria de sus ganados ; conservándoles sus propiedades en toda su extensión, valor é integridad durante sus vidas; respe- tando sus usos y costumbres en punto á sucesión, y herencia en las familias, y no forzándoles á salir de su tierra natal , ó de la que hubiesen elejido por residencia, para reunidos , sino juntándoles en la misma circuns- cripción en donde se hallasen diseminados. Insistiendo sobre esto, el rey imponía al gobernador la obligación de vijilar en que los misioneros no adquiriesen propiedades , pues lo prohibían las leyes , y se esmerasen en cumplir con el mayor celo los deberes de su ministerio en la con- versión de los Indios. Pasando á otros particulares de buen gobierno con respecto á los naturales, el católico monarca imponía también al capitán jeneral del reino, al obispo y á los ministros de la real Audiencia la responsabilidad grave de no permitir, bajo pretexto alguno, ni aun el de en- señanza, beneficios y progresos , se les arrebatasen sus hijos, ni lo hiciesen ellos mismos, mandando publicar esta CAPITULO XLI. 359 resolución por bando con apercibimiento de la pena de muerte á cualquiera que la quebrantase. Que á los convertidos , se les dejasen sus haciendas; que no se hiciesen mercedes con ellas en sus distritos , mas allá del Biobio , y que los Españoles que las tuviesen entonces por haberlas obtenido de algún gobernador, las dejasen y renunciasen á ellas inmediatamente. Que á los caciques (1) araucanos y sus circunvecinos, como señores de sus jurisdiciones se les mantuviese sin alterar sus usos en sucesión de mando , y sin imponerles tributo , ni á ellos ni á sus hijos varones ; y que á los mazagales (2) les señalase la junta uno muy moderado, que los misioneros mismos les habían de inducir á pagar por medios suaves y persuasivos. Que los Indios ya convertidos y los que se convirtiesen en adelante no fuesen encomendados, sino incorporados en el gremio de vasallos de la corona , sin imponerles tri- buto alguno durante veinte años desde el dia de su con- versión , al cabo de los cuales , los misioneros los habían de instruir en el cumplimiento de las obligaciones que tenia que llenar todo Español ; que de ningún modo se les obligase á servir en las haciendas de los Españoles, y que si voluntariamente lo hiciesen , se les pagase salario señalado por la misma junta. Que para la educación de los hijos de los caciques se fundase un seminario para veinte, sin que pudiesen contar en este número dos hermanos, á cargo de la compañía de Jesús, y en el cual tres jesuitas con título de maestros les debían enseñar á leer, escribir y contar, (1) Es de advertir que el título de cacique no era araucano, ni lo conocían los naturales hasta que los Españoles lo introdujeron entre ellos.— Olivares. (2) Nombre que dieron los Españoles á los individuos de la clase común y de labradores. 360 HISTORIA DE CHILE. la gramática y la moral ; que se les diesen los sirvientes necesarios para discípulos y maestros, y que para el mantenimiento de cada uno , señalase la misma junta una cantidad, y doble para los maestros (1). Que no se construyese edificio , con este objeto, hasta que se viese si producía buenos efectos ; que de ínterin , se arrendase una casa de la ciudad, y que, si los in- formes previos de un buen éxito lo aconsejaban , S. M. ordenaría lo conveniente para la estabilidad y la conser- vación de dicho colejio. Que los Indios de la población de San José de la Mocha , á dos leguas de la Concepción , formado por el gobernador don José de Garro con los que poblaban y sacó de la isla del mismo nombre , continuasen viviendo bajo las mismas ordenanzas de gobierno que dicho gobernador les había dado; y que cuantos individuos hubiesen sido sacados de la citada población de San José de la Mocha, aunque lo hubiesen sido por el mismo gobernador, por el obispo ó por los ministros de la real Audiencia, con entera voluntad de ellos, fuesen res- tituidos á sus hogares , exentos de tributo durante veinte años , incorporados con la corona , al cabo de ellos, y de ningún modo encomendados , ni sujetos á ser- vidumbre. Y enfin, que la junta, previo informe sobre si la cátedra de lengua nacional se hallaba rejenteada y do- tada , dispusiese lo conveniente para que los oficiales de real hacienda retuviesen la donación , si no estaba en ejercicio , y la dotasen , si no lo estaba ya , para que entrase en él, siendo el primer elemento necesario, in- (1) y cuyo lotal no habia de exceder cuatro mil pesos al año. CAPITULO XLI. 361 dispensable para la conversión de los Indios, objeto principal de su real solicitud. Con tales preceptos, parece imposible que los que gobernaban y mandaban en Chile pudiesen errar ; pero , como los lectores han debido notarlo en algunas oca- siones , suceden á menudo azares que desconciertan los mas acertados planes y proyectos. Por lo demás, no podía darse un cuadro mas completo ni mas perfecto de las miras caritativas y relijiosas del monarca español por el bien de los Indios. En este cuadro se vé claramente su predilección por los jesuítas, y su confianza particular en ellos para alcanzar el fin de las misiones, noobstante las quejas, aunque indirectas bastante explícitas, del gobernador contra el éxito, sino contra los medios que empleaban para lograrlo. Puede ser también que en el informe poco favorable de Póveda contra ellos no hubiese mas que exceso de celo con buena fe , pero fundado en falsos datos. El celo que no se apoya en ciencia y expe- riencia propia es una arma peligrosa y cruel en manos del que manda , y cree llenar una grave responsabilidad dejándose guiar de él. Ademas, el informe de que se trata fué acompañado de una particularidad extraña á saber, que su autor lo escribió en la Concepción , y hubiera sido mas natural el escribirlo en Santiago en donde tenia necesariamente testigos mas idóneos para proporcionarle datos probables, á lo menos, de la verdad. En una pa- labra, el informe al rey se componía de la sustancia de informes al gobernador, y estos informes podían proce- der de informantes desafectos á la compañía de Jesús. ¡ Qué precipitación al borde de un precipicio ! Si Póveda hubiese visto por sus propios ojos en varias estancias de conversión, principalmente en Arauco y 362 HISTORIA DE CHILE. Puren, á los Indios negarse á obedecer á la autoridad revestida de fuerza y poder, y rendirse ejecutando con presteza lo que el temor del castigo no habia podido con- seguir de ellos , a la voz pacífica y persuasiva de los jesuitas ; si Póveda , decíamos , hubiese visto esto por si mismo , otro habría sido el tenor de sus cartas á la corte. Era cierto , que en punto á la pluralidad de mujeres , los progresos eran lentos en cortar este desorden ; solo en caso de enfermedad grave, ó de impotencia, se con- seguía de ellos que fuesen mas castos; y esto es tan cierto , que solo se han conocido un toqui de Tolten (el bajo) (1), y un cacique de Tolten (el alto) (2), los cuales renunciaron á la poligamia, y se casaron cristianamente, cada uno con una sola mujer (3). Sin duda alguna, los dos sacerdotes ya citados, el cura de Chillan y el otro vicario , que dejaron el bien- estar, la tranquilidad y el reposo de sus casas para irse á tierra de Indios á convertir, dieron una virtuosa prueba de albergar en sus corazones sentimientos cristianos; pero en cuanto al fruto que sacaron de su arranque reli- jioso, fué tan limitado como de corta duración. En Golhué fué donde causaron mayor sensación, porque llegaron con muchas cosas de las que los Indios llaman cullines, como añil , cintas y otros embelecos ; y aun les llevaban vino. Atraídos por estos objetos, los naturales oyeron y rezaron ; pero á penas habían vuelto las espaldas los dos beneméritos sacerdotes, la sensación que habían producido y sus efectos cesaron y desaparecieron como el humo ; y esta es la verdad de la historia. En Repocura, (1) Don Martin de las Cuevas Palanatnun. (2) Don Alonso Ancamilla. (3) Olivares. CAPITULO XLI. 363 el párroco de Chillan (1), cuando llegaba un dia de fiesta, ponia á la puerta de la iglesia dos botijas de vino, y no había que temer que los Indios , con tal atractivo , de- jasen de ir á oir misa y á rezar. Pues semejantes medios no los emplearon nunca los conversores de la compañía, cuando se trataba de la santidad de la relijion , y con todo eso, el informe citado del gobernador decía que los dos sacerdotes habían conseguido mas en poco, tiempo que ellos en tantos años. Como lo hemos dicho , la exajeracion , su móbil y, tal vez , sus fines, saltaron á los ojos del mismo monarca, y resolvió lo que los lectores acaban de leer. En consecuencia, se procedió á la ejecución de todo lo mandado, y el colejio para los caciquillos se fundó en Chillan (2), sitio escojido por el gobernador, porque, por un lado , estaba bastante cerca para que viniesen mas fácilmente ; y, por otro , bastante lejos para que no pu- diesen escaparse , en casos de caprichos de muchachos , con la misma facilidad. El cura cedió su casa para este objeto , y su iglesia á los jesuítas, muy satisfecho de que sus propios feligreses tuviesen ocasiones frecuentes de aprovechar de sus doctrinas. Los maestros y los discí- pulos fueron dotados como el rey lo mandaba , á saber, en doscientos cuarenta pesos anuales dos de los maestros , y en doscientos ochenta el superior, que era el tercero. Para cada alumno se señalaron ciento y veinte. El visi- tador de provincia de la compañía de Jesús de Chile era el P. jeneral de ella Simón de León , y cooperó con su provincial José de Zuñiga al establecimiento de aquella piadosa obra. El rector que dieron al colejio fué el (1) Don José de Moneada, de quien el lector debe acordarse. (2) El 23 de setiembre del año 1700. mji HISTORIA DE CT11LE. P. Deodati. El gobernador Póveda hizo cuanto pudo por probar que se habia engañado involuntariamente en su informe , y que lo sentia. Sin embargo la casa é iglesia cedidas para este objeto no tenían bastante capacidad y fué necesario añadir construcciones que absorbieron, por de pronto, una parte de la dotación del colejio (1). Concluidas las obras, el P. rector Deodati aceptó la oferta que le hizo -don Pedro Riquelme de ir en persona á buscar los hijos de los caciques que hubiesen de entrar como colejiales. Riquelme , cuando niño , habia sido cau.tivo ; habia vivido mucho tiempo entre los Indios , y conocía muchas fami- lias principales de ellos, délas cuales algunas se le daban por parientes. Con esto se partió y llenó del modo el mas satisfactorio su misión , bien que algunos caciques, sobre todo el principal de Maquehua, llamado Vilumilla, manifestasen alguna repugnancia en separarse de sus hijos. Cuando Riquelme hubo explicado á Vilumilla cuan grande era la bondad del monarca hacia ellos, y la buena fortuna que tendrían sus hijos si sabían aprovecharse de ella , Vilumilla respondió que sin saber leer, escribir y otras cosas que sabían los Españoles , sus antepasados habían sido bastante grandes para defender su libertad y su país , y que no era de parecer de que se le entre- gasen los jóvenes que pedia. En vista de su repugnancia, Riquelme no pensó deber insistir, y se fué á Boroa y á la Imperial cuyos caciques se mostraron voluntarios y aun reconocidos. De allí, se llevó doce seminaristas, y á poco tiempo , se reunieron en el colejio hasta diez y seis , cuyo número fué el mismo hasta el año 1723 , en que su- cedió un nuevo levantamiento. (i) Dichas construcciones costaron 3,000 pesos. CAPÍTULO XLI. 365 El principal fin de la fundación de este colejio no era solo el favorecer á algunas familias, sino el preparar en lo futuro la conversión cierta de todos los Indios por medio de estos jóvenes , cuando se volviesen á sus tierras hechos hombres. En último resultado , muchos se que- daron con los Españoles , y en su aptitud y actos de la vida no diferían en nada de ellos. Los que tomaron ofi- cios y se casaron con Españolas , unos , y otros , con mestizas , fueron excelentes padres de familia y hombres muy honrados; puedo decirlo porque lo he visto por mí mismo (1). Otras cinco misiones principales, difíciles y peligro- sas, entre el Biobio y el Tolten , á saber, Imperial, Boroa , Repocura , Santo Tomas de Golhué y los Pehuen- ches eran llenadas por los jesuitas, sin guarnición ni escolta , y sin temor de lanzas y macanas. La misión de la Imperial fué restablecida en 1693, bajo el gobierno de Póveda, por acuerdo del 26 de febrero. La estancia estaba situada á tres cuartos de legua de la antigua ciudad de este nombre , en donde querían establecerse los PP. ; pero los Indios no quisieron permitirlo ; encima de una loma sobre el Cauten , y dominando una vega la mas deliciosa y admirable del mundo. Los PP. recorrían el país, por un lado, hasta la mar, á seis leguas; y al oriente , á dos, hasta la juridiccion de Boroa. Esta segunda misión , de las cinco dichas , se fundó en 169/t, también por acuerdo del 22 de enero, bajo el mando del mismo gobernador. Los PP. que la rejian eran también dos , y, como los de la precedente , tenían mil pesos al año , quinientos cada uno. Esta estancia se situó sobre el Quepe , á la orilla opuesta y en frente del (1) Olivares. 866 HISTORIA DE CHILE. sitio que había ocupado el antiguo fuerte , y habia en ella muchos ulmenes de importancia , y muchos mesti- de nombres resonantes como Ponces de León , zos Riquelmes , Cisternas y otros. Su extensión era desde Tolten (el alto) hasta la otra banda del Gauten , con cuyos Indios confinaba, así como también, por otros puntos, con los de Repocura y Maquehua. El mismo año , en diciembre , se fundó la de Repocura, dedicada á la Vírjen del Carmen , y bajo los mismos principios y condiciones. Esta dedicación fué debida al cura de Chillan don José Moneada , y la jurisdicción era la mas corta de todas, confinando con las de Roroa, Im- perial y Puren. La de Golhué fué llamada Santo Tomas por respetos al gobernador que llevaba este nombre de bautismo. Estaba situada cerca de las ruinas de Angol , sobre la márjen del Rengaico , y á dos leguas del Riobio. Era la misión mas cercana á la Concepción y á Ruena Es- peranza, y tenia espacio para extenderse hasta la Cor- dillera, Puren y Quechereguas. Sin embargo, muy luego se descubrió que la situación ofrecía inconvenientes , y la misión fué trasladada con mas proximidad á la Cordillera, en un sitio llamado Chumulco en donde habia una iglesia muy cómoda y una habitación. La última de estas cinco misiones que se fundó fué la de los Pehuenches, á las márjen es del Rengaico, rio arriba. La estancia distaba ocho leguas de la de Colhue. Ademas de estas cinco misiones , que fueron llamadas nuevas, se fundaron otras dos, las de Maquehua y Tu- capel , de las cuales se encargaron los relijiosos de San Francisco. Y aquí, ha habido una diferencia muy digna de ser particularmente notada por la historia; los fran- CAPITULO XLI. 367 císcanos sirvieron sus misiones mientras que el situado llegó ; pero en el punto en que cesó , se retiraron ; al paso que los jesuítas se mantuvieron firmes contra los mayores contratiempos , en términos de tener que men- digar para vivir y servir, como mas adelante veremos. CAPITULO XL1L Obispos de Santiago y de la Concepción.— Gobierno de don Juan Andrés de Ustariz. — Calidad de este gobernador y estrañeza que causó en el reino. — Desaires y disgustos que le dieron los ministros de la real Audiencia. — Su aptitud verdadera y sus efectos. (1709.) I El advenimiento de Felipe V al trono de España puso fin á una era de desastres y dio principio a otra de feli- cidades y de grandezas. En esta época , la historia ha ti- rado , por decirlo asi , una línea de demarcación entre lo pasado y lo futuro , ha arreglado sus cuentas y ha abierto un nuevo libro de asiento. Imitemos á la histo- ria , ó por mejor decir, obedezcamos á su impulso , reu- niendo en una misma época todos los atrasos forzosos en favor del discernimiento de materias. Habiendo puesto en este punto lo concerniente á misiones , tenemos que hacer coincidir el poder eclesiástico y la sucesión de obispos, tanto en Santiago como en la Concepción , con los demás acontecimientos. Empezando por la capital , la historia ha dejado en ella, en 1661 , al illustrísimo Fr. Diego de Human- zoro (1) de obispo, el cual había sido provincial de Cuzco , y gobernó no solo con mucho celo sino también con prudencia, y, lo que mas es, con entereza, cuali- dades que las mas veces son incompatibles una con otra. En 1670 , este digno prelado celebró el tercer sínodo , y erijió el convento de San Diego para los estudiantes de (1) De la orden de San Francisco, y natural de Guipúzcoa. CAPÍTULO XLIJ. 369 la casa grande. Por su muerte , que sucedió en 1676 (1) , el obispado quedó vacante durante tres años, hasta en 1679, en que fué promovido á él Fr. Bernardo Car- rasco (2) , del orden de predicadores , y provincial de San Juan Bautista de Lima. En 1688, el obispo Carrasco celebró el cuarto sínodo, y fué el que obtuvo del rey la merced de los dos novenos para su fábrica, con lo cual, después de haber consa- grado la iglesia catedral, levantó la antigua sacristía , que se habia quemado , y mandó construir habitaciones para los clérigos. En 1694, pasó al obispado de la Paz y allí murió ; pero , bien que en el mismo año de su pro- moción se le hubiese nombrado sucesor á la mitra de la capital de Chile , aun quedó esta vacante otros cinco años, puesto que dicho sucesor no fué á tomar posesión de ella hasta en 1699. Este sucesor fué el ilustrísimo don Francisco de Pue- bla González (3), el cual, después de haber sido cole- jial de Alcalá de Henares , fué cura párroco de San Juan en la villa y corte de Madrid. Como todos los obispos de Santiago , tuvo acierto en su gobierno , sin duda por- que el principio y los medios por los cuales los reve- rendos obispos se encaminaban á los mismos fines que todas las demás autoridades del reino, se hallaban me- nos obstruidos con los escollos que presentan las resis- tencias de las pasiones; á cuya feliz circunstancia es muy justo el añadir que siendo , en jeneral, hombres de una larga carrera de estudios, y de mucha ciencia, tenían (1) El obispo Humanzoro fué enterrado en la iglesia de San Francisco de Santiago. (2) Natural de Zuña en Trujillo. (3) Natural de Pradeña ( Segovia en Castilla la Vieja). III. Historia. 24 I I ai 370 HISTORIA DE CHILE, al mismo tiempo muchos mas elementos de reflexión , de prudencia y de acierto. En HOli , este obispo fué promovido al obispado de Huamanga; pero no pudo pasar á él, habiendo muerto en Santiago en dicho año. Su sucesor , cuatro años des- pués, 1708, fué el illustrísimo señor don Luis Fran- cisco Romero. En la Concepción , la mitra habia quedado vacante , por muerte del obispo Zambrano, en enero 1662, y habia sido nombrado provisor de ella el licenciado don Juan Ruelas, cura y vicario del tercio de Conuco, que llenó este puesto hasta que fué á ocupar la silla episco- pal el ilustrísimo Fr. Francisco de Loyola y Bergara , cuyo sucesor, en 168/t , Fr. Antonio de Morales, tam- bién de la orden de predicadores de San Juan Bautista de Lima , naufragó y pereció sobre la costa de Tucapel. En vista de esta catástrofe , el rey presentó al obispado de la Concepción á Fr. Luis de Lemus , de la orden de ermitaños ; pero tenia este relijioso una salud muy que- brantada, y falleció en Madrid mismo , algunos dias des- pués del de su consagración (1). Por fin , le sucedió Fr. Martin de Hijar y Mendoza, agustino, y provin- cial de la de Lima , el cual gobernó el obispado como un santo , desde 1695 hasta en 1704, en que murió en la mayor pobreza , porque daba todo cuanto tenia sin re- servarse nada (2). Volviendo á los asuntos de gobierno político-militar , Ibañez entregó el mando el dia 26 de febrero de 1709 (1) Bien que en la sinodal de la Concepción, pag, ó foj. 36, se ponga este úUiíno obispo antes que el otro, por real cédula de 21 de junio de 1687, consta que el obispo Lemus fué presentado con el aviso del naufrajio de su an- tecesor Morales. (2) Fué enterrado en su catedral. CAPÍTULO XLTf. 371 á su sucesor , que fué el caballero del hábito de Santiago don Juan Andrés de Ustariz, el cual habia llegado por la via de Lima á Valparaíso , á cuyo puerto el cabildo de Santiago envió su diputación á recibirle el dia 15 de enero. Ustariz saltó en tierra el 15 de febrero siguiente, y se puso inmediatamente en camino para la capital \ en donde no solo no quiso prestar juramento , como tam- poco lo habia prestado su predecesor , sino que ni si- quiera quiso ser reconocido por el cabildo ni por la real Audiencia , misterio que, por fin , la historia aclara muy naturalmente, aunque menos políticamente. La razón de negarse á estas formalidades era, á lo que pa- rece , que habia sido ya reconocido por el real consejo, ante el cual habia prestado juramento ; y por la misma,' no le pareció necesario presentar sus despachos. De suerte que ni en las actas del cabildo, ni en las del tri- bunal se ve constar su recibimiento ; y lo mas particular fué que el rey aprobó (1) su conducta. Evidentemente, esta real aprobación era impolítica en cuanto disminuía el ascendiente moral del cabildo de la ciudad , y el de la real Audiencia en los negocios públi- cos. Este ascendiente , muchas veces , habia producido saludables efectos, y solo se puede explicar esta inconse- cuencia , que acrecentaba la independencia de los gober- nadores de Chile, por el advenimiento de un nuevo rey- rodeado de consejeros extrangeros. Ademas de ser impo- lítica, fué también injusta, sino con respecto á los mi- nistros del senado que tal vez abusaban de la facilidad que tenían para pasar informes reservados á la corte sobre la conducta de sus presidentes gobernadores del reino , á lo menos contra el ilustre cabildo de Santiago, (1) Real cédula, Madrid, 1713. 372 HfSTORTA DE CHILE. cuyos sentimientos nobles y caballerescos le inducían siempre á paliar y remediar las faltas de los goberna- dores, átoda costa, y á abstenerse de producir quejas contra ellos , por mas que diesen lugar á ello. Si esta corporación y sus miembros, representantes y protec- tores natos del bien de sus administrados, se habian se- ñoreado con la prerogativa de ver los reales despachos de los gobernadores y formar su asiento en sus libros , mas lo habian hecho para honrarlos y obsequiarlos es- pléndidamente, con respetuosa deferencia, que para vanagloriarse y mostrarse ufanos de ejercerla. Nótese, ademas , que en aquel mismo instante , los procederes arbitrarios y poco dignos del gobernador cesante Yba~ ñez surgian de todas las partes del reino y llegaban , atravesando mares, á oidos del soberano. En efecto , grande debió de ser la vergüenza del último gobernador de Chile al prestar residencia, y mucho ne- cesitó de la indulgencia y de la jenerosidad del mismo cabildo para trampear, ó sea vindicarse, sobre una parte de los cargos que se le hicieron , sin contar otros que la caridad cristiana sola ha podido perdonarle en vista de la expiación que tuvieron con el fin relijioso de su vida. Él y su familia (1) fueron enviados incontinenti á Lima , por masque hicieron para quedar de residencia en Santiago. Es verdad que el marques de Corpa, su cu- ñado, con motivo ó sin él, fué acusado de haber intri- gado en Londres para que el gobierno británico enviase una armada al apoyo de los Chilenos que querian apro- vecharse de la oposición que encontraba la nueva dinas- tía para declararse independientes , y erijirse en repú- (1) Compuesta de dos sobrinas, las cuales estaban casadas , una con el mar- qués de Corpa , y la otra, con un hermano de dicho marques. CAPITULO XLU. 373 blica. El ex-gobernador Ibañez pensó volverse loco ; pero la Providencia le iluminó , y su razón despertó en él sentimientos relijiosos, á impulso de los cuales tomó el hábito de jesuíta, y murió en dicha compañía absuelto y perdonado de todos. Su sucesor en el mando de Chile se apareció á todo el reino como cosa inaudita ; y á las demás autoridades, como un ente de razón puramente imajinario , ó como un gobernador inverosímil en su esencia. En efecto , Chile , su ejército , su magnífico cabildo , su senado y hasta los reverendos obispos , impregnados y embebidos de sentimientos de caridad cristiana, siempre dispuesta á acojer y aun á ensalzar la humildad ; acostumbrados á ver á su cabeza hombres resplandecientes de ilustra- ción , servicios y celebridad militares , grandes por su ciencia, esencia y potencia, no querían creer, aunque lo veían por sus mismos ojos , que el rey les hubiese en- viado un capitán jeneral , un gobernador del reino , un presidente del senado que no podia tener la mas remota idea ni de milicia, ni de gobierno, ni de política ó asuntos de estado; en una palabra, un mercader. Don Juan Andrés de Ustariz (1) , bien que fuese caballero del há- bito de Santiago , no tenia mas antecedentes que el de haber pertenecido al comercio de Sevilla , y llegaba con uno pésimo, puesto que se susurraba que había comprado el gobierno para rehacerse de una grande pérdida (2). Por muy honroso que fuese este título , no era cier- tamente suficiente para inspirar grande confianza en sus luces para llevar á cabo cosas tan arduas como eran las (1) Natural de Vizcaya. Í2) Carvallo asegura que había comprado el gobierno por 2H,000 pesos para rehacer un caudal perdido en una flota sobre Vigo, en la costa de Galicia. | ■ . 87ü HISTORIA DE CHILE, de Chile , y la desconfianza habría sido muy lejítima si realmente la repulsa que encontró en los ánimos se hu- biese encerrado en sus límites ; pero en lo que menos pensaban los que le despreciaban era en que de su in- capacidad, supuesta ó verdadera, podían surjir grandes males. Lo que mas les chocaba , les ofendía y los hu- millaba era el verse mandados y gobernados por un mercader. Es esta una coyuntura muy oportuna para dejar escaparse una reflexión que casi todas las naciones han hecho sobre el carácter español acerca de su anti- patía contra el comercio , como si el comercio no fuese el lazo mas indisoluble que une á las naciones, hacién- dolas no solo útiles sino también necesarias unas á otras , y sin el cual las ciencias y las artes, la industria y hasta la misma agricultura serian de poco ó ningún valor para la existencia moral de los hombres; como si el comercio, es decir , el cambio ó trueque de intereses, no fuese ne- cesario para asegurar la existencia material de todos ellos , sin excepción , sea cual se fuese el grado de la escala social en que hayan acertado á poner el pié al nacer. Esta reflexión es que los Españoles, en jeneral, nunca abrazaron ni abrazarán con gusto , y por consi- guiente , ni con éxito , una carrera por la cual tienen una tan invencible antipatía; reflexión de la cual surjen dos corolarios , á saber que hallan mas conveniencia en que otros ventilen sus asuntos que en ventilarlos ellos mismos , y mas cómodo el consultar que el meditar. Volviendo á la repugnancia con que aceptaron á Us- tariz por gobernador los chilenos , debemos exceptuar de toda demostración de disgusto , ni mucho menos de desprecio, al infalible cabildo de Santiago, infalible en todos sus procederes. El recibimiento que le hizo fué tan CAPÍTULO XLlf. 375 pomposo como el que habían tenido tantos ilustres y grandes hombres, guerreros y políticos, que habían gobernado el reino, mértos el caballo y la silla que con tanto sentimiento tuvo que suprimir, conformándose á las órdenes del soberano. Por lo demás, el sabio y digno cabildo sabia que el gobernador, cualquiera que fuese , representaba la potestad real , y que ofenderle seria ofen- derla ; y muy ciertamente , le respetaron por la razón dicha , ya muy suficiente , y por otra mas positiva y gloriosa para ellos, á saber, que, fuera los casos de guerra , les importaba muy poco el que la hoja de servi- cios del capitán jeneral del reino fuese corta ó larga , porque su principal confianza estribaba en ellos mis- mos , en su propio celo y esmero en llenar deberes que sus naturales sentimientos les imponían. Ya hemos dicho que el nuevo gobernador no habia querido presentar sus despachos ni prestar juramento , así como también el motivo que tuvo para hacerlo , mo- tivo legítimo que le alcanzó la aprobación de la corte. Pero si el cabildo se sobrepuso con magnanimidad á esta especie de desaire para su autoridad , *la real Audiencia no fué del mismo parecer, y desde luego se propusieron sus ministros buscar quimera á su presidente. Lejos de ser extraño en aquellos oidores este porte , era muy na- tural; pero en los obispos, tanto el de la Concepción como el de Santiago, era cosa incomprensible el que no dejasen escapar coyuntura alguna de manifestarle el desprecio que hacían de su persona , en términos que el monarca se vio precisado á manifestarles su desa- grado, y á recordarles los preceptos inefables de la caridad cristiana (1). Pero sus mas acérrimos con- (1) En S de noviembre 1773. , 376 HISTORIA DE CHILE. trarios, como decíamos, eran los oidores, los cuales aprovecharon cruelmente la primera ocasión que se les ofreció de manifestárselo ruidosamente. Esta ocasión fué la fiesta de San Ignacio, á la cual los jesuitas convidaron á los ministros de la real Audiencia y á su presidente , el gobernador del reino. Como era natural, este se pre- sentó de uniforme , bien que sus antecesores se hubiesen puesto alguna vez la golilla , cuyo uso acababa de ser abolido para todos los que no fuesen togados; y los oidores, noobstante, le dijeron que su traje no era pro- pio , y que se sirviese ir á revestirse de la toga. Habién- dose negado á ello, los ministros rehusaron acompa- ñarle á la función de los jesuitas á donde hubo de ir solo. Es verdad que á su tiempo , los oidores recibieron una real desaprobación por este desacato á la autoridad de su presidente, y que este quedó autorizado á presentarse en el tribunal con el traje que le pareciese mas conve- niente (1); pero entretanto, el escándalo y sus lamen- tables efectos habían tenido lugar. Sin embargo , este gobernador empezó á manifestarse capaz de dotar al reino con mejoras y aprovechamien- tos, y desde el principio , pasó informes á la corte con propuestas de creaciones y obras necesarias , tales como la de un hospicio de recojidas , cuyo excesivo número denotaba claramente la relajación de las costumbres ; la de una universidad , y la de un canal de regadío y fer- tilidad. Pareciéndole poco conveniente que los goberna- dores de un reino como el de Chile estuviesen, por decirlo asi , sujetos á merced aceptando una morada que nada les costaba , proyectó el levantar con los propios de la ciudad una digna de ellos, cuyo proyecto fué completa- (1) Reales cédulas de 1 de diciembre 1710, y 20 de noviembre 1714. capítulo xuí. 377 mente ejecutado. Pero en esta ocasión , la Audiencia le dio un nuevo desaire negándose á ir á sacarle de su pa- lacio para acompañarle en las funciones públicas, y aglo- merando motivos para que el rey le manifestase su dis- gusto , como lo hizo en la real cédula que hemos citado. Noobstante, aun lograron los oidores que, á su vez, el gobernador recibiese un apercibimiento y una repren- sión por su conducta, en un caso en que, al parecer, obró con pasión y arbitrariamente, mandando encarce- lar sin forma de proceso á un particular (1) que le ha- bían delatado como contrabandista ó sea importador de jéneros prohibidos. El prisionero , justa ó injustamente, apeló al tribunal de la Audiencia en donde estaba seguro que sus quejas serian oidas , como en efecto lo fueron. Los jueces le protejieron ; pero en lugar de favorecerle , le dañaron exasperando al gobernador en términos que Ustariz cometió tropelías contra el autor de la queja. En vista de esto, el tribunal pasó informe del hecho á la corte , en virtud del cual , el gobernador fué por aquella vez el multado y el reprendido, con apercibimiento de no entremeterse en asuntos puramente jurídicos que perte- necían esencialmente á la jurisprudencia. Con todo eso , Ustariz parecía tener celo y buenas in- tenciones, y dio una prueba de ello en la justicia que hizo en el hospital de San Juan de Dios , que ya los lec- tores saben estaba dirijido por los relijiosos de esta orden , que habían ido á Chile con este objeto á petición del gobernador Rivera , ya habia cien años. En el prin- cipio, la dirección de estos interesantísimos relijio- sos habia cortado una multitud de abusos que existían con grave perjuicio de los pobres enfermos, y habia (1) Don Agustín Ampuero. 378 HISTORIA DE CHILE. puesto el establecimiento en el estado el mas satisfactorio de orden, aseo y asistencia. Desde entonces, no parece haya habido nunca motivo de queja contra ellos hasta ahora que, con razón ó sin ella, el gobernador Ustariz creyó hallar algunos para intervenir con su autoridad y tomar providencias. Estos motivos fueron algunas quejas de mala asistencia, quejas que él mismo en persona oyó de boca de algunos enfermos un dia que fué á visitar dicho hospital. Si semejantes quejas podian ser, tal vez, fundadas , podian también no serlo en atención á que muchas veces los enfermos califican de mala asistencia la mas razonable oposición á deseos cuya satisfacción seria nociva á su salud. Sea lo que fuese acerca de la verdad del motivo , el gobernador tomó informes de los cuales resultaba que el prior (1) del convento especulaba en los ingresos del hospital con el fin de mostrarse dadivoso , y de congraciarse con el comisario jeneral del Perú, de quien dependía. En aquel caso , la ciencia y experiencia de Ustariz eran realmente especiales, y así fué que pasó sobre él un informe muy lucido á la corte , proponiendo á S. M. como medio natural y muy fácil de cortar seme- jantes abusos , el declarar los conventos de Chile pro- vincia independiente de la de Lima. El real consejo de Indias , consultado por el monarca , sin declarar dicho medio útil y oportuno , opinó que la perpetuidad de los priores debia de cesar, y limitarse el priorato á tres años j como lo exijian los estatutos de la orden, y, conformán- dose á este parecer, el rey mandó (2) que así se ejecu- tase (3). (1) Fr. Pedro Ornepesa. (2; Real cédula de 26 de enero 1715. ;3) Acerca de estas órdenes, Carvallo dice que eran mal ejecuta* y. por CAPITULO XLII. 379 Por la primavera, el nuevo gobernador pasó á la frontera ; pero solo para distribuir el situado y nombrar un maestre de campo jeneral , que fué don Pedro Molina, con aceptación de todos , aceptación que no obtuvo el nombramiento que hizo de don Alejandro Garzón , el cual era su criatura , al mando de Galbuco , como capitán. Por fines de año volvió á la capital con la noticia de que una armada inglesa habia entrado por el mar del Sur. Pero antes de tocar este punto, es necesario notar el tacto de Ustariz en materia de real hacienda. La situación era crítica , la guerra de sucesión propagaba sus efectos al mar Pacífico , el situado corría riesgos continuos , el ejército padecía necesidades , y ya se sabe que soldados no pagados rompen al fin los vínculos de la disciplina; los de Chile se desbandaban , y no se hallaban reclutas. En tal apuro, Ustariz habia propuesto un medio al virey al pasar por Lima, para cortar el oríjen del mal. Este medio fué que se le diese un situado , á lo menos, mitad en me- tálico de las cajas del Potosí, y la otra mitad en paños de Quito. Este proyecto, que Ustariz propuso de acuerdo con el veedor jeneral Espinosa, que se hallaba allí, produjo buen efecto, y proporcionó algún alivio momentáneo. prueba, añade que posteriormente ha conocido tres priores , de los cuales uno, Fr. José Felto , lo fué en Santiago diez y ocho años; y otro, Fr. Cayetano Tor- res , quince en la Concepción ; á la verdad , con gran provecho de sus con- ventos. CAPITULO XLIIL Piratas en el mar del Sur.— Pocas fuerzas que llevaban. — Saquean á Guaya- quil y desaparecen.— Susurros y sospechas. — Conducta del gobernador Dstariz.— Alzamiento de los Indios de Chiloe.— Sus resultados. ( 1709. ) Quedan apuntadas dos especies , indicadas solamente como susurros de sospechas, y que noobstante, le pare- cieron dignas de atención al gobierno de Felipe V. Estas dos especies fueron la solicitud hecha por una compañía de mercaderes chilenos á la Holanda para que les diese armas á fin de levantarse y declararse independientes ; y la otra, la cooperación del marques de Corpa, en- viado , habia poco , por su cuñado Ibañez con informes á la corte, y sospechado de ser partidario del archiduque de Austria (1). El gobierno español , como decíamos, las consideró con seriedad , y despachó órdenes al goberna- dor de Chile imponiéndole estrecha y severa vijilancia bajo la mas grave responsabilidad. Aquí concluían , á lo que pareció , la capacidad y la serenidad de ánimo de Ustariz, puesto que, creyéndose ya perdido, empezó, sin forma alguna de proceso , á ejercer violencias contra cuantos pertenecían al gremio de mercaderes; secuestró los bienes del marques de Corpa , y obligó , como queda ya dicho , su familia á expatriarse á Lima. Por lo demás, el ejército no carecía de hombres de carrera , instruidos y experimentados, y no le fué difícil á Ustariz el obrar (i) Bajo el titulo de Carlos III. CAPITULO XLIII. 381 por buenos consejos. Fué á Valparaíso, se aseguró del buen estado de las fortificaciones de dicho puerto , re- forzó su guarnición con una compañía de caballería mandada por su propio hijo (1), y dio órdenes de de- fensa eventual de la Concepción, Coquimbo, Valdivia y Chiloe. Los correjidores quedaron encargados de la viji- lancia de sus respectivos puntos de la costa , y el gober- nador se fué á Santiago á esperar y temblar. El Io de marzo 1710 , ya estaba en Melipilla donde le aguardaba la diputación del cabildo. Sin embargo, nada hubo. Los ruidos de conspiraciones y de piratas si no fueron desmentidos no fueron confir- mados por ningún acontecimiento mayor. Los corsarios ingleses , Roggiers y Guillermo Dampierres , habían ciertamente entrado por el estrecho al mar del Sur, pero con fuerzas muy inferiores para poder acometer grandes empresas, y se contentaron con saquear á Guayaquil, y con algunas capturas de barcos menores , apresurándose á volverse por temor de la escuadra que el virey del Perú envió contra ellos , la cual no alcanzó á avistarlos. Con todo, no podia menos de ser aquella época cruel para cuantos mandaban y tenían una reponsabilidad que llenar. Los Ingleses, que hasta entonces no habían debido tener contra las posesiones españolas mas que intenciones dictadas por la envidia y por la codicia, en adelante, les era permitido extender la vista y hacer cuanto pudiesen para impedir á los Franceses el tener intereses comunes con los Españoles ; pero esta es mate- ria que mas adelante será desarrollada oportunamente. En cuanto á la idea de independencia atribuida á algu- nos Chilenos , no hubiera tenido nada de extraño , en (1) Don Fermín Ustariz. 382 HISTORIA DE CHILE. atención á que , si no era probable les hubiese venido espontáneamente á los Españoles de Chile, lo era mu- cho , muchísimo el que les hubiese sido sujerida por na- ciones estranjeras aun de aislarlos del apoyo de la madre patria y, una vez huérfanos y desamparados, aprovecharse de su imprevisión y olvido de sentimientos naturales , para quitarles no solo la conquista que les había costado tanta sangre , sino también su verdadera independencia y hasta su nacionalidad. Volviendo á su asunto , la historia despierta repentina é inopinadamente, á principios de 1711 (1) , la antigua y ya casi olvidada propensión de los naturales á los alza- mientos: los Indios de Chiloe se sublevaron , y el motivo, no muy claramente especificado, fué una desavenencia entre el correjidor de la ciudad de Castro, comandante jeneral de la provincia de Chiloe (2), y el gobernador de la plaza de San Miguel de Calbuco (3). Sea cual fuese el motivo ignorado, y poco importa, de dicha desavenen- cia . el último , que , como se ha dicho , era familiar ó de- pendiente de la casa de Ustariz, abandonó su puesto y se fué á dar queja á su antiguo patrón á Santiago , llevándose para escolta y protección de su individuo la compañía de caballería que guarnecía la plaza , que , por el hecho quedó indefensa. Es de advertir que algunos meses antes, el obispo de la Concepción había hecho una visita pastoral á las islas de aquel archipiélago , que per- tenecía á su diócesis, y que los isleños se habían quedado mohínos y de mal humor, sin duda porque su ilustrísiraa les habría querido inculcar con severidad los principios (1) Sin fecha de dia señalado. (2) Don Fernando de Cárcamo. — Carvallo.— Don José Mariu. — Pérez- García. (3; Don Alejandro Garzón, criatura del gobernador Ustariz. CAPÍTULO XLIII. 383 cristianos que condenaban sus pasiones dominantes. Pero todo se habia quedado por entonces en mal humor, hasta que los de Cumco y Osorno fueron á inducirlos á que aprovechasen de la ausencia del comandante de Cal- buco para atacar aquella plaza. En efecto, los Indios de Cumco y de Osorno habían visto pasar á Garzón con su compañía de caballería ; sorprendidos de la novedad , habían ido á la descubierta de lo que la causaba , y ave- riguaron el hecho incomprensible de su abandono. Mas con todo eso , los naturales de Chiloe se negaron por de pronto á dar oídos á las malas sujestiones de sus turbu- lentos vecinos , hasta que estos tanto hicieron , tanto les dijeron contra las intenciones que tenían los Españoles de atontecerlos y adormecerlos en un ciega confianza , a fin de acabarlos mas fácilmente y con menos peligro , que al cabo los indujeron á que se sublevasen. Como los Indios eran naturalmente sagaces y cautelosos , tuvieron muy secretos sus intentos hasta que vieron la coyuntura favorable para ejecutarlos; cayeron de pronto sobre al- gunos encomenderos , que se hallaban tan ajenos como descuidados de tamaño acontecimiento , y los degollaron , despidiendo con su sangre la flecha de guerra. Mientras tanto, el gobernador, oída la queja que le dio el comandante de Calbuco contra el correjidor de Castro , habia mandado comparecer á este último , de suerte que la querella personal de los dos jefes, el uno voluntaria- mente ausente , y el otro , porque el gobernador le habia llamado , habia dejado la rienda suelta á los Indios para que ejecutasen muy á su salvo sus proyectos. Luego que le llegó el parte de este acontecimiento , üstariz mandó al maestre de campo don Pedro Molina con fuerzas á su- jetarlos, y puso, en lugar de dicho j eneral, á su propio 384 HISTORIA DE CHILE. hijo de maestre de campo en la frontera, Molina , según unos (1), prefirió los buenos términos de la persuasión á las consecuencias desastrosas de una victoria, proba- blemente asegurada pero inútil , y tuvo el acierto que deseaba, puesto que, sin derramar mas sangre, consi- guió calmar la efervescencia de los sublevados. Según otros (2!) , el correjidor de Castro mandó dar muerte cruelmente á trescientos Indios, y este terrible ejemplar produjo el efecto deseado, bien que los que afirman esta circunstancia no nieguen los buenos efectos del sistema de blandura y persuasión empleado por el maestre de campo Molina, el cual, si se les ha de dar crédito , les concedió la satisfacción de enviar al correji- dor preso á la capital. Gomo habria sido esta condescen- dencia tan injusta como impolítica, no nos merece el menor crédito. Los Indios habían dado muerte alevosa á sus amos encomenderos , y debian de ser castigados, so pena de caer en una fatal debilidad. Dejando á parte el exceso de severidad en el castigo , el correjidor de Castro habia obrado bien militar y políticamente , y si murió en una cárcel , como lo aseguran los mismos es- critores , sin duda fué por algún otro motivo (3). A penas los Indios de Chiloe volvieron á entrar en el sosiego de la paz, los de la isla de Ghodnos fueron á su- plicar al jeneral del reino, maestre de campo Molina, les permitiese acojerse á la protección del rey de los Españoles, estableciéndose en el continente. Bien hu- biera querido el jefe español acceder á esta súplica; pero (1) Molina. (2) Carvallo. (3) Pérez-García ha ignorado, aloque parece, esta particularidad, cuya verdad queda , por el hecho, muy dudosa, bien que este escritor cite á Molina , el cual ha sido, tal vez , demasiado conciso. CAPÍTULO XLIII. 385 encontró con un inconveniente grave, cual era la proxi- midad á los Cumcos , cuya índole díscola y pronta á ser agresora podía ser un perverso vecindario para los que se la hacían, los cuales probaron siempre ser fieles, sinceros y leales. Para precaver este inconveniente sin darles el pesar de una repulsa , les propuso y ellos aceptaron establecerse en San Felipe de Guarú, en donde puso una estancia de conversión servida por dos jesuítas con tanto mas fruto, cuanto la docilidad de los catecúmenos se prestaba maravillosamente al celo y fervor de los conver- sores. Al mismo tiempo, ó á consecuencia, se estableció otra en Doguell á petición del gobernador de Valdi- via (1), y esta fué puesta igualmente bajo la dirección de la compañía de Jesús , conforme lo habia solicitado su provincial (2), y servida por los PP. Juan Rabanal y Pedro de Aguilar. Todo esto fué posteriormente apro- bado por la corte (3), y fomentado por el real erario. Por otro lado, los asuntos del gobierno, en lo militar, tenían un jiro lamentable. La tropa no recibía sus suel- dos, bien que de mil y quinientas plazas, supuestas y pagadas por la tesorería, no hubiese, á lo mas, sino quinientos efectivos , ó sea presentes en las revistas de comisario. Los empleos se daban , era cierto ; pero los empleados no tenían objeto para ejercerlos, puesto que en las plazas no habia mas guarniciones que algunos veteranos, en gran parte inválidos, y considerados mas bien como moradores pacíficos que como defensores de (1) Don Pedro Cardoso Verbetoro, el cual, no satisfecho con haber contri- buido con abundantes medios , durante su vida, á la propagación de la fe, dejó por testamento, en España, á donde se retiró y en donde murió, todo cuanto pudo libremente sin perjuicio de los derechos de su padre, que aun vivía (2) El P. Antonio Cobarrubias. (3) Real cédula de 50 de marzo de 1717. III. Historia. 25 '■■<■ -'■■:. ■ 386 HISTORIA DE CHILE, ellas. Los soldados verdaderos del ejército, en actividad de servicio, viéndose abandonados y sin sueldos, se habían dado á la agricultura y á las minas ; en lugar de hacerse salteadores, se habian metido á labradores y á mineros. Esto probaba adelantos incontestables en su moralidad y costumbres , y era debido á los jesuitas mi- sioneros, los cuales, como hemos tenido ocasiones de no- tarlo, tenían tanto, ó habian tenido tanto que hacer para convertir Españoles como para catequizar a los Indios. Por consiguiente, en este punto, se realizaba el adajio : « No hay mal que por bien no venga. » La agricultura, fomentada, prosperaba; la industria adelantaba con sus frutos , y el comercio , con los productos de la industria. En una palabra, ya no había ejército propiamente dicho. Los Indios, en vista de esto, empezaron á reflexionar que los Españoles eran Españoles y no Chilenos, y que noobstante , eran dueños y pacíficos poseedores de sus tierras; que antes de ser pacíficos, habian sido agre- sores y sanguinarios, porque disponían de fuerzas, y sobretodo , de armas formidables para establecerse , en lugar que en aquel entonces carecían , á lo menos, de las primeras. De esta reflexión, pasaron los natu- rales á sacar una consecuencia muy mala, aunque bastante natural , á saber, que si se habian resignado á tolerar su presencia y su dominio mientras habian sido fuertes, no era razón para que los tolerasen después que se hallaban debilitados. Seducidos por esta conse- cuencia , los Pehuenches atacaron y saquearon la ciudad de San Luis de Loyola (1). Los Araucanos fueron á ayu- darles. El gobernador, instruido de esta novedad, envió algunos soldados á castigarlos, y estos soldados, mal (1) En la provincia de Cuyo. capítulo xliii. 387 pagados, disgustados y que obedecieron de muy mala gana, se volvieron sin haber obtenido , y la verdad es sin haber procurado obtener resultado alguno. Con la impunidad de los Pehuenches , los Araucanos volvieron á sonar con su querida antigua independencia, y alagaron a los Indios Yanaconas reprochándoles su servil sujeción á unos odiosos estranjeros que habían ido á hacerlos esclavos y á apropiarse las riquezas de su país. Realmente el razonamiento de los Araucanos en aquella actualidad debía de parecer muy plausible, en atención á que los Españoles, los que no trabajaban en los campos, andaban como traficantes por los caminos, y otros penetraban á las entrañas de los montes para arrancar los tesoros que encerraban en ellos. Todo esto era muy bueno y muY loable; todo esto era fruto de la paz; pero todo esto debía de apoyarse en un buen ejército, y no habia eiér- cito. J Antes de llegar á la consecuencia de estos datos la tastana tiene que reunir todos los cabos que conducen á ella. Los hombres juiciosos de Chile veian claramente que al paso que iban las cosas, era muy de temer que tarde ó temprano cayesen en un precipicio. En una sesión del ayuntamiento (1612), el anciano Figueroa dio a entender que el ünico remedio de los males que amena- zaban al reino, seria un cambio de gobernador; y que era cuanto podia decir, en atención á que los motivos que había para ello eran mas propios para ser relatados en un proceso, que en la historia (1). Pero lo mas inte- resante para dar una idea de ellos fué una carta que el obispo de la Concepción escribió al rey, de la cual ex- traemos, en sustancia, algunos puntos. (1) Figueroa. HISTORIA DE CHILE. Ante todas cosas, y después de las formalidades de oficio , su ilustrísima ponia en noticia del monarca que todos los obispos, sus predecesores , habian ido á Chile con la intención de descansar en un honroso sepulcro mas bien que de trabajar, no por falta de celo, sino por avanzada edad y por los achaques que acarrea; que nin- guno habia recorrido ni visitado los dilatados espacios de aquel reino para formarse una justa idea de lo que tendría que hacer si hubiese de llenar todas las obliga- ciones que el cargo de prelado apostólico le imponia, y que dos que se habian alejado, uno hasta Chiloe, por mar, y otro hasta Valdivia, se habian vuelto sin haber adquirido mas nociones de las que tenian antes, por no- ticias y relaciones. En vista de eso , el obispo autor de dicha carta se habia embarcado para ir á visitar la pro- vincia de Chiloe, su isla grande y las otras veinte y cinco , y las habia andado todas asegurándose por sí mismo de los progresos del cristianismo ; formando man- damientos para su propagación , y confirmando hasta ciento y cincuenta mil individuos de diferentes sexos y edades. De Chiloe , su ilustrísima se habia ido á Valdi- via, y habia visitado no solo la plaza , los fuertes y las iglesias, sino también las diferentes comarcas, noobstan te la oposición que le habian manifestado los gobernadores exponiéndole que, aunque de paz, aquellos Indios eran de índole indócil y guerrera , jen tiles por naturaleza y por gusto , y que no habia que fiar en ellos. En efecto , — continuaba la carta, —se habia esparcido entre los na- turales el ruido de que el obispo iba á quitarles las mu- jeres de que gozaban , y forzarlos á que se contentasen con una sola; y, sino podia conseguirlo, maleficiarlos, en castigo. Despreciando riesgos y temores, el valeroso CAPÍTULO XLIII. 389 obispo se habia internado sin mas escolta que su séquito, compuesto de sus familiares , y habia visitado las ruinas de las antiguas ciudades, ya tantos años habia, perdi- das, las misiones de los jesuítas, y enfin habia recorrido un espacio de cuatrocientas leguas, por lo cual le era permitido el creer que podía dar algunas señas útiles sobre lo que habia visto. CAPITULO XLIV. Continuación de 1 misma materia. — Breve noticia del estado de Chile y de las costumbres araucanas. (1709—1712.) Las ciudades del obispado de Santiago eran entonces : Santiago, la Serena, Mendoza, y la Punta (1). Los pueblos, valles y campos de su jurisdicción estaban poblados con regularidad. Desde sus límites y en un es- pacio de cincuenta leguas , se veian menos habitantes , la mayor parte mestizos , de bastante buena índole ; y la menor, compuesta de encomenderos y otras personas visibles. De la Concepción , capital de la frontera , y lugar de la fecha del interesante informe de su obispo , hay dos le- guas al formidable rio Biobio , ancho de media legua en los sequios del estio , y verdadero brazo de mar cuando en el invierno contiene toda la imponente opulencia de sus aguas ; y doscientas , desde este rio hasta la grande isla de Chiloe. Entre las islas de este nombre y Valdivia, median unas treinta leguas. En el espacio que separa esta última ciudad de la de la Concepción , hubo doce ciudades (2) , ricas y pobladas de Españoles , y en las (1) Mendoza y la Punta de San Luis, propiamente hablando, nunca perte- necieron al territorio de Chile, y sí solo á su gobierno, hasta en 1777, que fueron agregadas á Buenos Aires. — Carvallo. (2) Carvallo dice que fueron diez en el orden siguiente : Concepción, Chi- llan, Santa Cruz de Coya, Cañete, los Infantes ( Angol ), Villarica, Osorno y CAPITULO XLIV. 391 cuales habia conventos de relijiosos y relijiosas , y aun quedaba superficie bastante para edificar otras doce. Sin previsión y guiados por la codicia , los Españoles hostigaban á los naturales para forzarlos á que les diesen oro, y cuanto poseían, y los Indios, exasperados, se alzaron tan unidos y denodados, que vencieron á los Espa- ñoles , degollaron á infinitos , y se llevaron á sus mujeres cautivas para gozarlas, dejando los templos saqueados y profanados. Ocho ciudades tuvieron esta triste suerte en lo interior de la tierra (1), de las cuales solo quedaron tristes vestijios para memoria de su pasada existencia , y tres quedaron en pié , firmes y fuertes , que fueron la Concepción , San Bartolomé de Gamboa (Chillan) y San- tiago de Castro. Esta última podia tener, á todo mas , cincuenta vecinos; Chillan, otros tantos, y la Con- cepción , doscientos á lo sumo , y , con todo eso , por estar en las fronteras, eran las protectoras de las del obispado de Santiago , cuyas poblaciones crecían y se aumentaban en tan prodijiosas proporciones, que de diez en diez años , se hacían desconocidos sitios , casas y mo- radores. Lo contrario sucedía en el obispado de la Concepción , que, por hallarse mas expuesto á las vicisitudes y estragos de la guerra, ofrecía menos atractivos á los colonos. Desde la silla de su diócesis , su ilustrísima habia em- prendido su larga visita, ó mas bien penosa peregrina- ción , y habia visto en su tránsito por >a tierra, miles de jentiles montados en altivos caballos, y armados con desmesuradas lanzas y espadas. En su juicio habia entre Santiago de Castro; y que, en el estrecho de Magallanes, hubo las de San Felipe y Nombre de Jesús, las cuales ni fueron ricas ni pobladas, y duraron muy poco. (1) Por tierra, se entendía en Chile ei territorio de Indios independientes, 392 HISTORIA DE CHILE. Valdivia y la Concepción , sin trasmontar la cordillera , mas de cuatrocientos mil. ¡ Válgame el cielo! exclamaba el santo prelado , ¿ donde se hallarán los jesuítas nece- sarios para abrir los ojos de tantos infelices á la luz? y ¿ en donde están , quienes han sido los gobernadores que hayan recorrido estos dilatados espacios con este intento para llenar debidamente las cristianas miras de su rey, y su terrible responsabilidad para con Dios y para con él? Pero tal vez los ha habido , y, en tal caso, eran muy diferentes de los que gobiernan ahora , los cuales solo piensan en lo que les trae provecho. Tal vez los ha habido ; pero habrán tenido que pelear y vencer antes de pensar en convertir, y por lo tanto , mal podían llenar este reli- jioso deber. Entonces , podia ser que la hora propicia , señalada por la divina providencia, no hubiese llegado ; pero ahora nada impide de creer que llegó , y puesto que yo me hallo aquí' impunemente , desarmado ó sin escolta, también podrían hallarse ellos. ¡ Cuan desgraciados son los reyes en no poder hacer el bien que desean, aun cuando no piensan mas que en hacer bien ! Después de estas reflexiones cristianas , su ilustrísima hacia otras puramente filosóficas. Pensaba que hombres que creían en una vida futura, y que, para pasar á ella , hacían , ó les hacían aprestos de viaje tales como víveres, caballo, silla y espuelas, creerían sin grande repugnan- cia que el alma no necesitaba de nada de esto para subir á su última y eterna morada. Los tres vicios capitales de los Indios, vicios que eran la pereza, la embriaguez y la lascivia, el buen pastor los achacaba con justa razón al hábito de una inacción debida á que nada tenían que hacer. En sus casillas de paja , situadas en el sitio que mas les convenia , las mujeres eran las solas que traba- CAPITULO XLIV. 393 jaban , y por eso , cuantas mas poseían , mas felices se creían ; por eso las compraban , mas bien que las despo- saban por contrato, puesto que no pasaban ninguno, limitándose á dar lo que los padres de la joven les pedían. En una palabra, las mujeres dotaban á los hombres, y, por encima , los alimentaban y los vestían ; eran sus ver- daderas esclavas, y ellos, señores de ellas, no conside- rándolas, en nada, como sus iguales. Guando se fasti- diaban de alguna , la vendían como si fuese un animal doméstico. La que era infiel á su señor (puesto que no puede decirse marido) , podia estar segura de ser cruel- mente castigada á palos ó , tal vez , á puñaladas. Lo que mas horrorizaba al obispo peregrino era que los hijos pudiesen ser rivales de sus padres aspirando á poseer, si la pasión los cegaba , las mujeres que tenían los primeros, exceptuando, á la verdad, la que le había dado el ser á él mismo , y atentar á su vida para gozarlas después de su muerte. Sin embargo , creía , siguiendo el hilo de su razonamiento filosófico , que después de los deseos satisfechos, viene el hastío con un insoportable aburrimiento, insoportable sobre todo para hombres vigorosos y activos. Lo que se necesitaba era dar ma- teria y ejercicio á su actividad. Los medios de con- seguirlo no se hallaron porque no se buscaron , ni pro- bablemente se pensó seriamente en ello. Vivían aislados, cada uno con su familia en su choza. ¿Que podían tener que hacer? ¿Y como no habían de ser ebrios y licenciosos? Claro estaba que lo eran por recurso, tanto, y tal vez mas que por verdadero incentivo de la pasión. Guando se reunían en juntas era para beber y embriagarse , y lo hacían durante semanas enteras porque eran para ellos dias de fiesta en los cuales no los consumía el fastidio. 39ft HISTORIA DE CHILE. ■K En los meses de agosto y setiembre, en los cuales care- cían de frutos y de las bebidas compuestas con sus jugos, y con las cuales se embriagaban , eran las criaturas mas miserables de la tierra. ¿ Que se necesitaba pues para sacar aquellos hombres del estado de brutos? Hacerlos hombres , interesándolos y halagándolos ; ofreciéndoles atractivo en la reunión de muchos , y reduciéndolos á ello no bruscamente, no brutalmente ni de un golpe, sino por pasos contados , lójicos ; con fruto visible y palpa- ble que los pocos por quienes se empezase habrían de comunicar á otros , y así progresando. Caminando su ilustrísima de Tolten á Boroa , salieron averie y cumplimentarle bajo una ombrosa enramada en donde le presentaron tortas de maiz , chicha y frutas. El prelado , que habia previsto casos como este y se había provisto de cosas que les gustaban , les dio en retorno cintas ó listones, agujas y navajillas. En medio de esto se acercó en humilde actitud una vieja octojenaria , y ahincándose , le besó el pectoral , después de lo cual se retiraba con la misma humilde cortedad. El obispo la llamó y le preguntó porque se retiraba tan vergonzosa. — Porque soy vieja y no tengo nada que dar; y la que entre nosotras tiene esta desgracia faltaría de respeto á su señor llegando á besarle la ropa sin tener un pollo ó huevos que ofrecerle. El obispo , en respuesta , mandó que le diesen tijeras y agujas como á las demás , y en- tonces ella , enternecida , dijo al prelado , que también se enterneció : « Si no eres Dios , Dios te eñvia á nosotros, puesto que das sin que te den. » No estando bautizada , quiso llevársela para hacerla cristiana ; pero ella se re- husó , así como también otros muchos ; ninguno se rindió á, las persuasiones del prelado. Sin embargo , la vieja CAPÍTULO XL1V. 395 habia pronunciado el nombre de Dios, y reconocía uno como ser supremo, superior á todos los seres y á todas las cosas. De este conocimiento al del verdadero criador no habia mas que un paso que dar, paso difícil sin duda porque , en su ceguedad , no hallaba interés y tal vez veia inconveniente. Pero en el instante en que la oscu- ridad de su entendimiento se hubiese disipado, lo habría dado, ciertamente, alumbrada por la verdadera luz. Recordando el acontecimiento y la muerte del comi- sario de naciones Pedreros, por Millapal y los suyos, el obispo hacia una comparación lucidísima de razón y de convencimiento. ¿Que quería Pedreros ?-— Reducir los Indios á pueblos circunscriptos. ¿Que querían los jesuítas de catorce misiones? ¿Que querían treinta de estos misio- neros perpetuamente indefensos en medio de ellos ? ¿Que quería yo mismo (decia el obispo) con la sola compañía de mis familiares , mi pontifical y alguna ostentación ?— Lo que querían los jesuítas y lo que yo quería era lo mismo que quería Pedreros. ¿ Y porque dieron muerte á Pedreros y nos regalaron á nosotros , en un idéntico caso , preten- diendo lo mismo él y nosotros , nosotros y él ? — Porque los medios que él empleaba los irritaban , en lugar que los nuestros, aun cuando no los persuadían , los amansaban , no dejándoles duda de que no obrábamos por interés propio nuestro , sino por su propio bien ; de lo cual saca- ban en consecuencia que realmente nuestra misión nos venia de Dios mismo de quien éramos verdaderos mi- nistros. Esto era tan cierto y tal era la idea innata que tenían de un ser supremo , que en dicha ocasión compu- sieron cantatas, que aun se cantan hoy (1) entre ellos, diciendo que tal dia, habia pasado por allí con una túnica (1) Es decir en la época en que escribía el obispo. I 396 HISTORIA DE CHILE. blanca, una cruz blanca y vidrios verdes el santo padre , enviado de Dios. La túnica blanca era el roquete que el prelado llevaba para imponer mas respeto ; con el título de santo explicaban todos las cosas de Dios. Sin embargo, solo se llevó a tres ó cuatro convertidos, porque su ilustrísima se hallaba de paso , y que las ca- torce misiones de jesuitas con las dos de relijiosos francis- canos llenaban este deber, en cuanto cabía, mejor que él lo hubiese llenado. Por desgracia, los infelices misione- ros se hallaban abandonados del gobierno. En vano el monarca habia mandado atenderlos , sus órdenes reales eran desatendidas en este particular como en otros mu- chos, ó por mejor decir, en todos. De la módica congrua que les habia sido señalada , se les debia mas de ocho años de atrasos. Perecian , literalmente , de necesidad y de miseria, y, para cubrirse, se servian de las mismas mantas de los Indios. Muriendo de trabajo, fatiga y cansancio, sostenían su mísera existencia con limosnas. En el concepto del ilustre prelado, aquellos jesuitas, aquellos verdaderos apóstoles , intrépidos propagadores de la fe , eran mas merecederos que San Francisco Xavier en el oriente , puesto que este santo , á lo menos , pudo ofrecer á Dios el fruto inmenso de sus trabajos y del sa- crificio que le hizo de su vida , al paso que los misioneros de Chile se veian arrebatar con dolor este fruto por los hechos de malos gobernadores. Al verse así defraudados del santo fin á donde se encaminaban sus increíbles su- frimientos , aquellos ilustres varones clamaban al obispo ; pero el obispo nada podia. En uno de estos casos, bas- tante arduo, en que el prelado pidió al gobernador le oyese antes de resolver, no pudo conseguirlo, porque aquel jefe atendió mas á sus fines particulares que á dar CAPÍTULO XLIV. 397 debido cumplimiento á la real cédula (1) , en virtud de la cual , todo lo concerniente á misiones debia ser tra- tado y resuelto en una junta compuesta de él como pre- sidente, del obispo y deán de la catedral , del decano de la real Audiencia , de los oficiales de la real hacienda, y de un canónigo de la ciudad de Santiago. Es verdad que dicha real cédula , admirable de previ- sión en sus fines , no habia previsto que á cien leguas , mas difíciles de andar que quinientas de buena tierra , por los obstáculos infinitos del camino , no era fácil ima- jinar sin haberlo visto por sus propios ojos , lo que eran misioneros , jentiles y misiones , como lo sabían muy de cerca el obispo de la Concepción , los prebendados de su catedral y los empleados de hacienda de aquel distrito. ¡Que lástima el perder tan preciosos frutos con tantos elementos de éxito, cuales eran : paz, tan caramente comprada; misioneros tan insignes, y catecúmenos tan bien dotados por la naturaleza ! ¿ En que se habían em- pleado mas de cuatrocientos millones que habían salido de las arcas reales, sin contar, á lo menos, otros doscien- tos producidos por el país, para este objeto? ¿En que habían sido empleados? ¿Quien podía saberlo? Lo solo cierto , ciertísimo (decia el prelado , con San Francisco Xavier), era que la conquista, las conversiones y sus fines eran cosas imposibles , si no habia gobernadores; gober- nadores que encaminasen los actos del gobierno , su poder, su influjo y sus riquezas al alto fin que se proponía el monarca por resultado final de tantos esfuerzos, y de tan inmensos sacrificios. Los Indios estaban lejos de ser tan bárbaros como algunos decían , porque no los habían visto de cerca. (i) Ya citada , 11 de mayo 1697. 398 HISTORIA DE CHILE, ¿Gomo los habían de ver, teniendo tanto que hacer de mayor ínteres para ellos en otras partes? De los dos- cientos noventa mil pesos del situado se hacían tres par- tes : una para los vireyes; otra para el podatario y los proveedores de vestuario ; la tercera destinada al ejército se repartía entre el gobernador, jefes , oficiales y solda- dos , los cuales querían su porción en plata, y así habia mandado el rey que se les diese; pero el virey, sin duda de acuerdo con el gobernador de Chile , frustró las bené- ficas intenciones del monarca , librando sobre la caja de Potosí (de donde debía salir el situado con preferencia á otras atenciones) otros gastos que lo disminuían, y aun se susurró que los que iban á buscar los caudales regalaban y gratificaban á los empleados de hacienda para que no hiciesen los pagos por entero ; recibían , por ejemplo, solo la mitad , y con la otra, trataban y contra- taban á expensas de los pobres soldados. Estos tratos criminales y escandalosos llegaron hasta privarlos ente- ramente de socorro , y esta fué la causa que hubo para que de dos mil plazas que presentaba el presupuesto y con las que el rey contaba, solo hubiese quinientas efectivas y presentes. De allí, se seguía que las plazas y fuertes solo tenían el nombre que se les daba; por lo demás, no había en ellos ni guarnición, ni armas ni muros. Pero ¿ que podía suceder con un gobernador mercante, sin ningún antecedente militar y que tenia el gobierno por beneficio de veinte y cuatro mil pesos, afin de ad- quirir con ellos quinientos mil? ¿Que podían importarle á semejante gobernador los misioneros y las conver- siones? Y si al jefe supremo nada le importaban, ¿porque sus subalternos se habían de interesar en ellas ni en su CAPÍTULO XLIV. éxito? Así era que jefe y subalternos eran sus mayores escollos. El gobernador vendía los empleos, y los em- pleados eran sus criaturas. De este principio se desarro- llaba un encadenamiento de complicidades : el maestre de campo pedia para el gobernador ; el sarjento mayor, para el maestre de campo ; los capitanes , para el sarjento mayor, y los reformados pedían para los capitanes ; y los Indios compraban la paz y la libertad de continuar viviendo en su primitivo estado de barbarie , robándose y asesinándose unos á otros , vendiendo sus mujeres y sus hijas y entregados á los desórdenes que los infelices jesuítas no podían remediar por mas que hacían , por mas que se sacrificaban. Si se quejaban al obispo, como hemos dicho , este nada podia , porque sus quejas y sus representaciones al jefe superior del reino eran desaten- didas , y por eso , tomó la resolución de apelar á la piedad del monarca (1). Por este preciso histórico , se ve con cuanta razón el anciano Figueroa exclamó en el cabildo de Santiago que los motivos que había para quitar el gobierno á Ustariz eran mas propios de un proceso que de la historia. (1) El obispo autor de estas quejas era el ilustrísimo señor don Diego Mon- tero del Águila. CAPITULO XLV. Contraste del capitulo precedente con el principio del presente.— Explicación de este contraste.— Contrabando y medidas á que dio lugar.— Alzamiento de los Araucanos.— Represión.— Parlamento.— Fin del gobierno de üstariz. (1712—1717.) En vista del tenor del precedente capítulo, ¡ como puede concillarse con él el siguiente hecho no menos histórico , á saber, que noobstante la exclamación del digno Figue- roa , y sus motivos, que no podían ser ignorados de los capitulares de la capital , el cabildo resolvió enviar á la corte informes favorables á Ustariz , asegurando que su gobierno , así en lo militar como en lo político , nada tenia que envidiar á los anteriores ? ¿ En que podia el cabildo apoyar semejante informe? Helo aquí : en que , con la noticia de la tentativa de los Ingleses, en el prin- cipio de su gobierno, había puesto dicha ciudad y plaza en estado de resistir, habia fortificado todos los puertos y puntos atacables de la costa; habia mandado retirar los ganados de su proximidad, y, por fin , habia sido el pri- mero á correr con los milicianos de Santiago á Valpa- raíso, en donde habia reparado sus ruinas, terraplenado sus baluartes, encureñado su artillería , limpiado el foso, equilibrado el puente levadizo, y levantado un pretil de cal y canto para libertar las murallas de los embates del mar; — que de regreso á Santiago, habia socorrido á Valdivia con víveres para tres años de su propio caudal ; — que con la noticia de la conspiración del marques de Corpa, habia expulsado á su familia del reino de Chile, CAPITULO XLV. antes que le llegase orden para ejecutarlo ; — que tenia emplazados por bando para el 17 de octubre á cuantos pudiesen tomar las armas , con el fin de reseña jeneral para en caso de ataque de extranjeros , — y que eran grandes su desvelo y su amor por el bien de la monar- quía. A estos servicios del gobernador Ustariz , el cabildo anadia la lista de los particulares que había hecho á la ciudad de Santiago, tales como el empedrar las calles que no tenían empedrado ; edificar en la esquina de la plaza un palacio de gobernadores , palacio mandado construir por real orden y que, sin embargo, ninguno de sus predecesores habia hecho ; disponer y ordenar las salas de la real Audiencia , continuar la casa de recojidas, asistir á la fábrica de la iglesia de San Miguel , y en fin , procurar aumentos á la ciudad, para total complemento de los cuales, era de desear se prolongase la duración de su gobierno cuatro ó seis años mas , como así lo suplica- ban á S. M. los cabildantes de Santiago. Para conciliar los resultados opuestos y contradictorios de los informes del cabildo de la capital y del obispo de la Concepción, los lectores han de recordar que el pri- mero era no solo muy sabio sino también muy político. Como sabio, sabia que las quejas del prelado no eran cuentas suyas especiales , y que su ilustrísima podría ha- cerlas valer de un modo mas competente ; sentía que los intereses de sus administrados , que estaban á su cargo , en nada eran defraudados, y que lejos de eso, mediante la paz que duraba y prometía durar, y la intelijencia comercial del gobernador, prosperaban. Como político, bien que no pudiese ignorar los fundamentos que tenia el prelado, sabia que lo mas importante para él, como ]II. Historia, 2fí 402 HISTORIA DE CHILE. también para sus vecinos , era la armonía con el jefe del estado , y el evitar contiendas siempre perjudiciales. Por último, en su informe, decia la verdad que le per- tenecía, y solo omitía otras que no eran de su resorte, con el convencimiento de que la verdad que él decia en nada podia disminuir la fuerza de las otras, y que ni esta verdad, ni la conclusión del informe no impedirían á Ustariz de dejar el mando á su tiempo , y aun antes , si el rey lo tenia por conveniente , puesto que el monarca no podría menos de ver en su tenor un disimulo digno y político de sus autores los capitulares de Santiago. . ■ Volviendo á los Araucanos y á los Yanaconas, estos dieron oidos á las sujestiones de aquellos, y todos los que había en una extensión de trescientas leguas (1) tomaron parte en la conjuración. Mientras tanto, el go- bernador, que no salía de Santiago, y que se ocupaba principalmente en asuntos de comercio dejando el cui- dado de las armas y de la frontera á su hijo, apoyaba el proyecto y la súplica que el cabildo de Santiago envió al rey Felipe Y. Para que el monarca autorizase la fundación de una universidad en la capital del reino. En dicha súplica el cabildo exponía á su majestad que para el mantenimiento de la universidad, el excedente, ó sea el ramo de balanza de sus propios , suministraría los cinco mil doscientos pesos anuales que la fundación costaría ; pero este rasgo tan digno del cabildo de Santiago , y que prueba con tanta evidencia el amor con que miraba y perseveraba por el bien del país, no produjo efecto por entonces , y se trascurrieron cuarenta y cinco años hasta la ejecución del sabio plan propuesto. Al mismo tiempo , es muy de notar cuan bien se halla- (J) 16 grados de latitud meridional , del 26 al 42. CAPULLO XLV. Aoa ban Jos capitulares con el gobernador, por la razón pal- pable de que favorecía con particular atención los inte- reses del gobierno interior; y se comprende fácilmente queüstarizse hallase bien con ellos. Tan bien se hallaba, que tomó la resolución de fijarse en el reino , al fin de su mando , y con esta intención , escribió á su mujer, que había quedado en Sevilla , pasase á reunirse con él en Chile. (1) ; pero los riesgos de la navegación, principal- mente de corsarios, puesto que la guerra de sucesión se hacia tanto por mar como en tierra, la arredraron y no fué. Llegó , por fin , el año feliz y venturoso en que una real cédula (2) anunciaba la paz, firmada en Utrec, entre los plenipotenciarios de las potencias belijerantes , que eran la Inglaterra y el Austria contra la Francia y la España. La gloria que una sola palabra del vencedor Felipe V debió de dar á los Españoles en aquel feliz desenlace, ha debido ser superior á cuantas glorias ha- bían adquirido, que eran muchas. Es verdad que esta palabra fué la significación mas clara , y por decirlo así , el resumen de todas ellas , y de lo mucho que los Espa- ñoles valían y merecían (3). Pero lo mas notable fué que con la misma fecha de la citada real cédula , el monarca quitó la garnacha al oidor de Santiago , que se hallaba (1) Dicha señora habia tenido la precaución de adquirir un pasaporte inglés con el que se embarcó; pero el primer buque de esta nación con que encontró la capturó, sin querer reconocer su pasaporte, y luego, á fuerza de ruegos, la desembarcó en Lisboa. Este acontecimiento le quitó los ánimos de volver á embarcarse, y se restituyó á Sevilla. (2) Del Pardo, 27 de Agosto 1714. (3) En el tratado de paz se le propuso á Felipe V el escojer , entre reinar en España , solo , con renuncia á sus derechos á la corona de Francia , y reinar en las Dos Siciiias, Mantua y Ferrara, conservando sus derechos á dicha corona.— « No, no, quiero quedarme con mis Españoles, » tal fué la respuesta del mas sabio monarca que haya reinado en España. m HISTORIA DE CHILE. en la Concepción ejerciendo su correjimiento de tres años, y vijilando la ejecución de la ley sobre el contra- bando (1), por haber dejado desembarcar el cargamento de tres navios franceses (2), que habían abordado sin autorización. Desde entonces, cesaron los ministros de la real Audiencia de ir á ejercer dicho empleo , como también de acompañar al gobernador en la distribución del situado. En lugar del correjidor depuesto , Ustariz nombró á su propio hijo , que parece llenaba todos sus deberes en la frontera á satisfacción de su padre, el cual descansaba en él y pasaba, sustancialmente , todo el tiempo de su gobierno en la capital (3). Lo cierto era que el contrabando causaba, literalmente, inundación de jéneros prohibidos, y defraudaba los in- gresos de las aduanas del reino. Las telas de Francia se vendían á precios miserables (4), y los administra- dores se quejaban , y con razón , del perjuicio que los tratos clandestinos causaban á sus arbitrios. Entretanto, llegó la hora y el momento de un alza- miento de los Araucanos combinados con los Yanaconas, cuya conjuración queda arriba apuntada , y se tramaba con mucho tino esperando la mejor ocasión para darle via. Ciertamente , á los Indios se les daba muy poco de que el gobernador fuese mas comerciante que militar, y que se entendiese mejor en negocios mercantiles que en asuntos de gobierno militar y político; lo que entonces (1) El oidor depuesto se llamaba don Juan del Corral. (2) Capitanes Bucinot, Pradel y Bridón. Pradel se estableció en la Concep- ción, en donde dejó descendientes poco afortunados. (3) Los honores no habían mudado las costumbres de este jefe de Estado. Tan buen comerciante era siendo gobernador de Chile, como lo habia sido en Sevilla. — Frézier, en su viaje á Chile. (4) Una vara de Rúan les costaba á los mercaderes real y medio ; y cinco alnas de Bretaña , 13 reales; lo que no les impedia de revenderla cara. CAPITULO xr,v. 405 los movió al alzamiento fué , como queda dicho , el acor- darse con resentimiento que se habían rendido á la fuerza ; que esta ya los Españoles parecían haber renunciado á ella, puesto que ya no tenían ni plazas, ni armas, ni soldados, y que la frontera ya no existia en realidad sino como una pura ficción para servir de memoria. Como las causas de este abandono han sido ya suficientemente aclaradas, pasaremos á sus efectos. Estos fueron , que los conjurados se dieron santo y seña para el miércoles de ceniza de 1715 , conviniendo en que la víspera harían hogueras sobre los altos , du- rante la noche , y humaredas todo el día. Sin embargo , el primer objeto era una reunión jeneral para nombrar un toqui y formar un plan , el cual , en globo , y en la mente de todos ellos , era el echarse por todas partes de golpe sobre los Españoles y degollarlos. En dichas reu- niones , ya sabido es que el móvil principal del entu- siasmo de los naturales era la borrachera ; pero eso no les impedia de emplear con muchísima sagacidad los medios mas propios para obrar con éxito , y por lotanto pensaron en aprovecharse de la mañana del miércoles de Ceniza , mañana que todos los Españoles pasaban en la iglesia. Afortunadamente , con la sagacidad caracte- rística nacional se mezclaban alguna vez , como sucede á menudo en todas partes, inadvertencias individuales, y algunos Indios auxiliares , sirvientes en la Concepción mismo , contando ya con sacudir el yugo de su servi- dumbre y de cambiarse , tal vez, en amos de sus amos , no supieron disimular su pensamiento, y por su altanería, hubo dueños bastante experimentados en sus mañas para imajinar que había algo de nuevo , y que se injeniaron tan diestramente que descubrieron la trama, 1 1 i 1 1 1 1 /i06 HISTORIA DE CHILE. En esta circunstancia, pareció ser que el commandante de la frontera , menos comerciante que su padre , pen- saba y acertaba mas , por lo mismo , en cosas militares. Instruido de que meditaban los Indios una insurrección, y temiendo que fuese ya tarde para cortarla en sus prin- cipios , despachó un expreso con la mayor premura á Santiago , dando parte del hecho y llamando al goberna- dor su padre para que fuese á remediar el mal por sí mismo , como le correspondía ; y entretanto, procedió á las averiguaciones del hecho, mandando prender á mu- chos de los principales auxiliares de la frontera. Estos , no dudando que todo se había perdido para ellos , y es- perando ser perdonados por la confesión , y por mues- tras de arrepentimiento , confesaron compungidos mucho mas de lo que se les preguntaba , y de lo que nadie pen- saba en averiguar. Dijeron que la conjuración databa de tres años , época en que los conjurados habían formado el proyecto de dar muerte al obispo de la Concepción , al regreso de aquel prelado de su visita pastoral al ar- chipiélago y á Valdivia ; y que, si su señoría ilustrísima había vuelto sano y salvo á la sede de su diócesis, lo ha- bía debido al gobernador de la plaza de Puren (1), que temblando , y con razón , que fuese víctima de su caridad apostólica, lo había escoltado con un escuadrón de ca- ballería desde el Tolten á la Concepción. En consecuencia , el maestre de campo Ustariz mandó sustanciar la causa / de cuya sentencia resultaron diez condenados á la pena capital (2) ; muchos á destierro y presidio, y algunos absueltos, y los Yanaconas per- dieron la libertad de servir á caballo ; pero el monarca (1) Don Juan Guemez Calderón. (2) Pérez-García.— Figueroa y Carvallo dicen cuatro. CAPÍTULO XLV. 40' no aprobó en esta parte la sentencia. Mientras tanto, él mismo con la tropa que pudo reunir se puso en mar- cha y cayó de sorpresa sobre los conjurados en medio del valle donde tenian su junta y los dispersó. Sin em- bargo , en lugar de persistir en castigarlos , el goberna- dor creyó que seria mas oportuno el convencerlos de que el castigo ejecutado en los Yanaconas, sus cómplices, era un efecto inevitable de la ley y no una crueldad de puro capricho. Con este intento , les propuso un parla- mento que fué emplazado y convocado para el dia Io de enero de 1716 (1), en el campo de Tapihue, con satisfac- ción de Araucanos y Españoles. El gobernador regresó sin demora á la Concepción, y el 16 de marzo, ya los diputados del cabildo le condujeron triunfalmente de Maipú á Santiago (2). Después de los honores de la guerra , las dulzuras de contar sus propias hazañas. Este dicho lo realizó el go- bernador Ustariz tan pronto como se vio de regreso sano y salvo en la capital , con un pomposo y belicoso in- forme á Felipe Y de lo que había pasado ; de que no habia mal que por bien no viniese , puesto que los Arau- canos habian podido ver que el poder español se mante- nía en toda su entereza ; y concluyendo á que , para poner fina sus ímpetus naturales, lo mejor seria conquis- tarlos enteramente. Tal era, en efecto, el pensamiento de la corte , y el rey respondió á dicho informe en el mismo sentido , mandando se le propusiesen los medios de realizar aquella conquista. (1) Carvallo asegura que el parlamento fué emplazado y celebrado en diciem- bre de 1715 , pero sin indicar el dia. (2) Bien que Figueroa asiente que los Araucanos se retiraron satisfechos de aquel congreso, no era esta la opinión jeneral, según la cual , se fueron des- pechados, y meditando el levantamiento que sucedió ocho años después. 408 HISTORIA DE CHILE. Pero el hombre propone y Dios dispone. Mientras el gobernador Ustariz soñaba con' grandezas futuras , y se creía, tal vez, depositario de las tradiciones guerreras de todos los conquistadores sus predecesores , desde Val- divia á Laso de la Vega , informes desfavorables llegaban de diferentes manos contra él y contra sus inclinaciones mercantiles á la corte. Ya desde octubre del año anterior había un sucesor nombrado y encargado de ir á pedirle el bastón del mando (i), y, lo que fué mas, tanta prisa tenia el monarca de quitárselo , que previendo retardos eventuales á la llegada á Chile del nuevo gobernador, mandó al virey que provisionalmente nombrase un in- terino. Pero este desaire no le llegó á tiempo á Ustariz, el cual concluyó los ocho años de su gobierno antes de recibirlo , puesto que tarde ó temprano lo recibió y per- dió la vida muy luego de pesar, hecho que la historia no debe de omitir en honra suya. Realmente, en su esfera y en sus conocimientos espe- ciales y prácticos , Ustariz era un hombre interesante por sus prendas personales; pero la tentación había sido demasiado grande para que no cayese en ella al impulso irresistible de sus hábitos é inclinaciones. Auxiliado por Luis XIV, á su advenimiento al trono de España, en vista de la oposición del archiduque apoyado por los In- gleses, Felipe V se habia apresurado, por decirlo, á ser rey, haciendo actos de posesión del reinado. Uno de estos actos habia sido la concesión á los barcos mercantes franceses de ir á comerciar á Chile bajo la condición de permiso en regla, y dicha concesión , noobstante las con- diciones á que la sometió, ocasionó abusos que, creciendo y aumentándose gradualmente , en razón de la impunidad (1) Cano. >, CAPÍTULO XLV, 40y \ el provecho de sus autores , produjo desorden. Guando la corte de España cayó en ello . era ya tarde para cor- tarlo de un golpe y de raiz, y los medios que empleó para conseguirlo fueron ineficaces paliativos. Los vireyes del Perú no ignoraban que salían indebidamente canti- dades enormes de oro , plata y cobre de Chile para Eu- ropa ; pero no se atrevían á hacer justicia contra los delincuentes porque los tratos se hacían con franceses , cuya nacionalidad eran tan respetable y tan interesante para España , y se contentaban con pasar informes re- servados á la corte. Bien que con la paz de Utrec hubiese cesado la con- cesión exclusiva de que se trata , los abusos continuaron • en escala ascendiente , como los lectores han podido no- tarlo en los últimos tres buques confiscados en la Con- cepción, Bucinot, Bridón y Pradel, y el monarca envió una escuadra de cuatro navios al mar del Sur (1) para que visitase los puertos y costas de Chile ; apresase cuantas naves extranjeras viese en ellos , y las condujese al Callao á la disposición del virey. De esta escuadra dos solos navios doblaron el cabo de Hornos : uno , el Conquista- dor, montado por su comandante , y otro , el Rubí , por M. de Lajoncquiére (2). Esta expedición surtió buen efecto, y muy luego el comandante ele ella entró en el Callao con cinco presas , cuyos cargamentos produ- jeron sumas cuantiosas. Pero en Chile mismo , no solo corrió libremente y á las claras el abuso, sino que, en (i) Al mando de Martinet. (2) En su viaje al mar del Sur, Jorge Juan y Ulloa dicen que tres navios componían dicha escuadra, y que uno, el Rubí, iba mandado por don Blas de J^eso. Esta noticia, dice Carvallo en una nota , la he sacado de uno de los 50 tomos de manuscritos del doctor don José Perfecto de Salas, flseal de la real Audiencia de Santiago , y asesor del vireinato del Perü, f 1 1 1 1 i l.>. 410 HISTORIA DE CHILE. opinión de muchos , estaba autorizado en forma , y se aseguraba que el oidor correjidor de la Concepción sa- caba mucho interés de la violación de las reales órdenes que lo condenaban. ; Cosa extraña ! Los jefes superiores, encargados y responsables de su ejecución , eran los que las violaban y daban márjen á que los empleados de real hacienda, que precisamente son los que en semejantes casos padecen persecución por la opinión , les hiciesen continuamente representaciones sobre los desórdenes, ya no clandestinos sino patentes, del comercio; pero lejos de conseguir el fin apelando del correjidor de la Concepción (1) al gobernador, este le sostenía y conde- naba á los querellantes de oficio. Ya los lectores han visto los resultados de dichos desórdenes. En virtud de la real orden que apresuraba al virey á que nombrase un gobernador interino de Chile, de ín- terin llegaba el propietario Cano, el virey nombró un oidor de la Audiencia de Lima (2), el cual se embarcó sin demora para la Concepción , y luego que llegó tomó resi- dencia á Ustariz. Como los malos informes contra este eran infinitos , su interino sucesor no podía dispensarse de hacerle gravísimos cargos, de los cuales resultaron autos voluminosos , y en virtud de ellos fué el cesante gobernador multado en cincuenta y cuatro mil pesos , y condenado en costas. Pero en este caso lamentable , su- cedió lo que sucede siempre : « Muerto el perro se acabó la rabia , » y un gobernador cesante era considerado como un hombre puramente histórico que ya no contaba entre los vivos. Por esta sensación de humana simpatía, sensación universal y que honra á los corazones, todos (1) Don Juan Calvo de la Torre. (2) El doctor don José de Santiago Concha. CAPITULO XLV. 411 se compadecían de Ustariz, recapitulando que, con razón ó sin ella, el rey le habia dado en muchísimas reales cé- dulas (1) gracias por sus buenos servicios. En efecto, el golpe fué tan terrible para el infeliz ex-gobernador que, como se ha dicho , murió de sentimiento (2). Su primo- jénito , el maestre de campo , y últimamente correjidor de la Concepción , mereció, algún tiempo después, que el monarca rehabilitase la memoria de su difunto padre , devolviéndole todos sus pasados honores y prerogati- vas (3). Para concluir este capítulo y los diferentes episodios de este drama, le queda á la historia el recuerdo del in- teresante obispo de la Concepción , que ha hecho en él muy digna figura. El ilustrísimo don Diego Montero del Águila (4), doctor ele la universidad de San Marcos de Lima , habia sido catedrático de leyes , abogado y ca- sado (5). Luego que enviudó , tomó las órdenes de sacer- dote ; fué cura rector de la catedral de Lima, y de allí., pasó de obispo á la Concepción (6). Los lectores han visto su visita pastoral por medio de los Indios bravos hasta Chiloe y Valdivia, y el informe que, de resultas, pasó á la corte. Sin riesgo de errar, se puede creer que los ojos de Felipe V se abrieron con él, y, por consiguiente, que el monarca creyó digno de recompensa á su autor. En efecto, en 1715, época en que dicho prelado fundó (i) Algunos escritores han conlado hasta catorce. (2) Fué enterrado en la iglesia de Recoletos franciscanos. (3) Don Fermín Ustariz, de quien se trata, era muy sensible y pundono- roso, y á su fallecimiento, dejó una honrosa memoria, legando cuanto tenia á la catedral y á otras obras pias. (li) Natural de Santiago de Chile. (5) Con doña María de Zorrilla, difunta. (6) En 1711. 412 HISTORIA DE CHILE. el beaterío de la Vírjen de la Natividad (1), fué promo- vido á la catedral de Trujillo , dejando la mitra de la Concepción á un digno sucesor (2), el cual, de preben- dado de la ciudad de la Paz, llegó á tomar posesión de ella en 1716. (1) Venerada ciento y cincuenta años habia en una ermita sobre llamada Loma. (2) Don Juan Nicolalde. colina CAPÍTULO XLVI. Gobierno Interino del oidor de Lima don José de Santiago Concha , caballero de la orden de Calatrava.— Beneficios de su gobierno.— Fundación de la villa de San Martin de la Concha.— Fin del gobierno interino.— Llega de gober- nador el teniente jeneral Cano de Aponte. —Su carácter, sus prendas y sus defectos. (1717—1720.) El día 5 de marzo, desembarcó en Valparaíso el gobernador interino nombrado por el virey del Perú , príncipe de Santo-Bono (1). Los diputados del cabildo de Santiago , que le aguardaban , le acompañaron á la casa de Campo , y de allí le condujeron los capitulares á la capital el 19 de dicho mes, en que fué reconocido por ellos de capitán jeneral del reino , como lo fué , al dia siguiente, por presidente de lo real Audiencia. Era este gobernador sujeto de grandes luces, capa- cidad , actividad é integridad ; gobierno interior, jus- ticia y milicia, su ojeada lo veía todo de un golpe. De un golpe vio la lentitud de los procedimientos jurídicos en la real Audiencia y puso remedio á ella; el mal estado de algunas cosas de la capital , y las puso en tan bueno y útil como se necesitaba; el abandono del ejército y de las plazas de la frontera , y acudió al uno y á las otras con eficaz acierto. Mientras tanto, llenaba la in- grata misión que tenia de tomar residencia á su prede- cesor, y la llenó con severidad , sin duda , puesto que así lo exijian el rey, el estado y la justicia; pero ai mismo i) En virtud de real orden del Buen Retiro, á 5 de noviembre de 1715, kik HISTORIA DE CHILE. tiempo con miramientos que ponían de manifiesto la dignidad de su carácter y la bondad de su corazón. Sus miras se extendían y se ejercieron , no obstante la muchedumbre de sus quehaceres , afuera de los lí- mites de su deber, y se empleó en levantar poblaciones ; resolución benéfica, deseada y ya mandada, y que hubiera llevado muy adelante, si la corta duración de su mando le hubiese dado tiempo y lugar para ello. Sin- embargo, aun la tuvo para establecer la de San Martin de Quillota, bajo el nombre de San Martin de la Concha que era el suyo. La crítica que da ensanches al amor propio vulgar, el cual no piensa nunca en elevarse sino en abajar á los que ve en alto puesto ó en superior concepto ; la crítica vulgar, decíamos , la crítica estrecha, mezquina é incapaz se atrevió á juzgar de soberbio y orgulloso este acto respetable de personalidad, como si el incentivo de almas grandes, como si el principio de toda grandeza no hubiese sido siempre, como ha debido ser, la noble ambición de merecer el aprecio de los contemporáneos, y de transmitir su memoria á la pos- teridad con acciones inmortales; pero los hombres sen- satos é ilustrados , cuya opinión , aunque formen el mas corto número , pesa mas en la balanza que la compuesta de numerosas vociferaciones ; esta opinión , y la de su rey mismo , le aplaudieron y le aprobaron (1). Como queda arriba dicho , pensó en el reemplazo y en los sueldos del ejército, así como también en la res- tauración de las plazas de la frontera, desarmadas y desmanteladas , restaurándolas , armándolas y dándoles un buen jefe que fué don Fernando de Mier con el i. Con la sola diferencia de que el monarca no dejo a San Martin el titulo de ciudad, y le concedió solo el de villa. CAPÍTULO XLVJ 415 empleo de maestre de campo. Ya iba, después de esto, á trasladarse al medio de los Butalmapus indepen- dientes, cuando recibió la noticia del arribo de su sucesor propietario á Buenos Aires, y tuvo que conten- tarse con enviarles á decir con cuanto sentimiento re- nunciaba á la satisfacción de ir á celebrar con ellos un nuevo parlamento para consolidar la dichosa paz de que gozaban; rogándoles no la rompiesen jamas, porque de ella dependía su libertad que tanto apreciaban. Lo solo digno de ser notado en la conducta del gobernador interino fué, que dicha noticia la tenia ya al salir de Santiago, puesto que el mismo dia, 8 de octubre, salieron dos diputaciones del cabildo; una acompañándole á él hasta Maipú , y la otra , á recibir á su sucesor á Mendoza. El hecho fué que, luego que supo en la Concepción la llegada y el reconocimiento del gobernador en propiedad en Santiago , se embarcó en aquel puerto para el Callao ; pero esta particularidad es de poquísima importancia y se explica fácilmente , y aun favorablemente, por la dignidad del hombre, y, tal vez , por la antipatía histórica y tradicional entre la toga y la espada. Los actos de su gobierno merecieron no solo la alta aprobación del monarca , sino también una prueba de su real agrado , honrándole con el título de marques de Casa-Concha (1). El jeneral don Gabriel Cano de Aponte , verdadero militar, acreditado por treinta y tres años de brillantes servicios en Flandes, desde el primer grado de alférez al de mariscal de campo , anudó en Chile el hilo de las (1) Carvalio.— Su hijo , don Melchor, fué oidor de Charcas, y después, de la real Audiencia de Santiago; á su nieto, Don José, le vemos ( dice Figueroa en Perez-G arria), de oidor decano de este mismo tribuna!, 416 HISTORIA D£ CHILE. 1 I . 1 tradiciones de esta clase, roto por su predecesor. Un te- niente jeneral de su distinción , caballero de la orden de Alcántara, comendador de Mayorca, lleno de prestijio con testimonios auténticos y grandiosos de la conside- ración con que le miraba el mismo rey (1), por informes que su augusto hermano el duque de Borgoña , y los mas célebres hombres de guerra de la época, tales como el mariscal de Villars y el conde de Berwick , le dieron acerca de su ciencia y conducta militares en Namur, Campo Mayor y Gante ; un capitán jeneral , decíamos , de esta categoría no podia menos de recordar tiempos heroicos y despertar sentimientos nobles, que solo es- taban adormecidos con los hábitos muelles y agradables de la paz. En la real cédula 2 que había anunciado su nombramiento se notaba la particularidad de que, poco antes, el monarca había nombrado de gobernador de Chile á otro (3), y que, con la previsión de que podia haberse puesto en camino para ir á tomar posesión de su gobierno, mandaba no se le reconociese en aten- ción á que su destino era en otra parte. El cabildo, que, como se ha dicho, había enviado una diputación á Mendoza para cumplimentar á Cano de Aponte , y conducirle á la casa de Campo , fué á esta para acompañarle en su entrada en Santiago , entrada solemne y faustuosa, en la que se renovaron antiguos usos y cos- tumbres , con aplauso jeneral, y satisfacción particular de los capitulares. Lejos de negarse á presentar su des- pacho , y hacer juramento bajo pretexto de haberlo eje- cutado ante el consejo real, lo leyó él mismo en alta voz (1) Que le concedió una pensión de 6,000 libras en el asiento de negros, '2} Del Buen-Retiro , 31 de octubre 1715. (3) Don Sebastian Rodríguez de Madrid , en 21 de junio 1709. I CAPÍTULO XLVI. 417 en el tablado alzado en la calle de Santo Domingo. Reci- bido el 16 de diciembre por el Ayuntamiento , lo fué el 17 por la real Audiencia. Pero Gano de Aponte no solo era un brillante militar , y un gobernador imponente , sino también un hombre amable, galán, seductor, airoso , gallardo, desenvuelto, arrogante jinete, gran corredor de cañas y sortija, y vencedor invencible en toda suerte de torneos. Los jó- venes de Santiago, entusiasmados, empezaron á mi- rarse en tan envidiable modelo , y todos emprendieron el seguir sus huellas ejercitándose en la equitación y en el manejo de la lanza y de la espada. El bello sexo y la galantería, inclinaciones naturales del hombre, pero que se satisfacen con circunspección y con recato , se hi- cieron de moda, y el héroe de muchos campos de batalla rompía la marcha triunfal de amores inconstantes y vol- tarios, de amores crueles que engañaban á muchos corazones crédulos y sencillos, y que, lo que peor era, ajaban y humillaban á algunas honradas familias. Habi- tuado á vivir de conquista en conquista, trataba esta cuestión como asunto de guerra , con sola la diferencia de que , en lugar de intimar una rendición , pedia un asilo, y que luego que lo obtenía lo abandonaba para ir en busca de otro nuevo. Realmente en este punto obraba con excesiva lijereza, y algunas veces sus donaires, que entre sus imitadores pasaban por agudezas, estaban lejos de serlo y desdecían de un hombre de su mérito, y de la discreción que le adornaba en tratándose de cualesquiera otra materia. Sin embargo , no es probable que al im- pulso de la pasión dominante de su naturaleza , se aba- jase , como algunos escritores lo han asegurado , en tér- minos de encontrarse con rivales plebeyos. Si esto le III. Historia, 27 ai 8 HISTORIA DE CHILE. hubiese sucedido , en e! instante mismo habria perdido su consideración y su prestijio ; mas, lejos de eso , todos convenían en que , si Chile se habia visto en tiempos an- teriores gobernado por jefes tan buenos como él , nin- guno de ellos le habia sido superior. En efecto, sus distracciones, verdaderas ó supuestas, en nada perjudicaron á sus deberes. Sus ideas y sus inspiraciones eran tan espontaneas como sus mas natu- rales movimientos. A su primer viaje á la Concepción , á fines de 1718, vio de una ojeada lo que habia que hacer para reorganizar el ejército. Para remontar la ca- ballería pidió al cabildo de Santiago dos mil caballos , que le fueron concedidos , á costa proporcional de sus vecinos (1). De España habia llevado unos doscientos fusiles que no le fueron de mas para reemplazar el nú- mero de los que habia en mal estado de servicio. Nom- bró de maestre de campo á don José Antonio de Urra (2). Envió á don Manuel de Salamanca con un convoy de víveres á Valdivia, desprovista por el naufrajio del trans- porte que anteriormente iba á aprovisionarla ; y luego que hubo llenado esta comisión , le envió á Lima á bus- car el situado. Puso á cargo del ayudante mayor del Tejimiento de Saboya, don Pedro de Yllanes , militar aguerrido en las guerras de Flandes y de Italia, la ins- trucción y la disciplina de la infantería. Proveyó á la seguridad de puertos y costas, que era ruido estaban (1) Estos caballos, según Carvallo, se los aprontaran, por congraciarse con él, los partidos de la capital , Aconcagua , Quülota y Maule. (2) Pérez-García dice que el empleo de maestre de campo lo dio el gober- nador á don Manuel de Salamanca, sobrino suyo, que Labia venido en su compañía de España; pero no es probable que así lo hiciese, en atención á que Salamanca no era masque teniente de caballería, y que su tio le ¡levó consigo precisamente para instruir la de Chile. Las comisione» que puso á su cargo prueban , ademas esta verdad. capítulo xlví. ^19 amenazadas de piratas ingleses ; como en efecto , uno , llamado Spilberg , habia entrado en Laqui (ó sea puerto del Ingles) y habia hecho mucho mal en Chiloe. Evacuados estos urjentes negocios, pasó el Biobio, y queriendo conocer por sí mismo á los principales caci- ques, comunicó con ellos francamente, diciéndoles que deseaba mucho el mantenimiento de la paz , pero que no era por su gusto propio , sino por el del rey, y por el bien de ellos. En cuanto á él , decia , que si le diesen á escojer, elejiria la guerra, no porque fuese una vida muy agrada- ble, sino porque habia sido la ocupación de toda su vida, y que no se hallaba bien con el descanso y la inacción ; que tiempo tendría de descansar, cuando fuese viejo! si conservaba sus huesos. Al cabo, les preguntó si les agradaría el celebrar un nuevo congreso para ratificar otra vez la paz , y respondiendo ellos que tendrían mucha satisfacción en ello , se le ocurrió el saber porqué los In- dios de Valdivia y de Osorno no habían concurrido á los dos últimos celebrados por sus antecesores. La respuesta de los caciques fué plausible, á lo menos, puesto que aseguraron no creían hubiesen tenido mas motivo para ello que el estar tan lejos del sitio emplazado. El gober- nador admitió , ó aparentó admitir gustoso esta razón , y les dijo que para que en lo sucesivo no experimentasen el mismo inconveniente, tendrían aquellos Indios remotos su congreso particular con el gobernador de Valdivia al mismo tiempo que todos los demás , desde el Tolten , lo celebrarían con él en un sitio señalado á la parte espa- ñola del Biobio, cuando otros negocios mas urjentes le dejasen lugar para ir á cumplirles la palabra que les daba de volver tan pronto como pudiese. Entre tanto, los Araucanos reconocidos, y admirados con la fácil facun» y?-!í 420 HISTORIA DE CHILE. dia del gobernador, le ofrecieron mantener el paso franco y despejado para las comunicaciones con Valdivia , y, en caso necesario , escoltas para la seguridad de los convoyes que fuesen destinados á aquella plaza , hasta ponerlos en salvo al otro lado del Tolten. En recompensa, Gano los colmó de agasajos y de dones, que eran niñerías, pero que, como ya sabemos, tenian gran precio para ellos, y los dejó muy pagados de su persona y de su afabilidad. De regreso á la Concepción dio pruebas de su integri- dad y de su justicia negando el permiso de descargar á dos buques franceses , que ofrecian interés por obtenerlo, y los forzó á alargarse. Después de algunos dias de des- canso salió para la capital , cuyos diputados fueron á re- cibirle á Maipú el 15 de mayo. CAPITULO XLVII. Zozobras del cabildo de Santiago.— Una epidemia y un terremoto. — Parla- mento con los- Araucanos. — Otras excelentes cualidades del gobernador Cano.— Alzanse de nuevo los naturales.— Muerte de tres capitanes de ami- gos.— Situación critica. — Operaciones militares. (1720.) Bien que la paz durase, y se gozase en Chile de sus beneficios, otros males habia de mas difícil remedio, puesto que venian de arriba , tales como la epidemia de viruelas, tan frecuente y mortal , que de 1719 al siguiente año aflijió á los habitantes de la capital , y nuevo terre- moto (1) que puso en peligro á toda la ciudad. Contra la primera no habia, al parecer, mas recurso que la re- signación , y rogativas al cielo ; y contra el segundo , las mismas rogativas y la demolición de ruinas y de paredes que amenazaban , para reedificarlas de nuevo con la misma perseverancia. Entre estos dos sucesos que tuvie- ron un intervalo de dos años, no hubo acontecimientos notables, bien que se hablase mucho de piratas (2). Con este ruido el cabildo de Santiago tenia una nueva zozo- bra por el navio Águila , que aguardaba del Callao para remitir con él á sus ajentes de Madrid los tres mil pesos de ajencias que le costaban sus pretensiones anual- (1) Que hubo el 24 de mayo de 1722. (2) Refiriéndose á Bueno, Pérez-García dice que el marques de Villarroclia con su familia fué capturado por Chiperton, corsario ingles, entre Panamá y el Perú , como también lo fué la condesa de las Lagunas navegando del Callao á Guayaquil. m 422 HISTORIA DE CHILE. mente ; pero tuvo al fin la satisfacción de que entrase sano y salvo, por febrero de 1721 , en el puerto de la Concepción , después de haberse defendido valientemente contra Ghiperton , de cuya zarpa se había libertado. En todo este tiempo el gobernador hizo los viajes acostum- brados á la frontera para las revistas de tropa y armas, y pasó los inviernos en Santiago causando algunos sobre- saltos y ganando voluntades con su incomparable don de jentes, su despejo y su acierto en el mando. Los minis- tros de la real Audiencia, que, como senado, habían ejercido en todos tiempos una especie de vijilancia en los actos de los gobernadores, se hallaban acobardados por este, que obraba tan á las claras y con fines tan justos, que era imposible el tacharle en nada. Luego que había cumplido (1) la palabra dada á los caciques araucanos , de ir á ratificar en un parlamento, que se reunió en Tapihue, la paz tantas veces ratificada, se había vuelto nuy descuidado á Santiago , y muy satisfecho de que no quedaba nada que temer por parte de ellos. De vuelta de esta llamada expedición y que , en sus- tancia, no había sido mas que un día de fiesta y de rego- cijo , los aduladores se vieron cortados , no porque les diese el menor desaire, sino por la fina gracia con que recibía cumplidos atribuidos por los usos y costumbres (decia él) á tan portentosas hazañas. En efecto, era enemigo abierto y declarado de la baja adulación , y decia que lo mas despreciable á sus ojos, en tratándose de chismes, eran los chismosos. Su leal franqueza era tal, que tan pronto como conocía un error en que tal vez caía , se apresuraba á reconocerlo y confesarlo . y á par de eso, era tan servicial que no negaba ni un solo favor (i) Por Natividad de 1721. CAPÍTÜÍ.O XLV1I. h 23 compatible con la justicia ó con su deber. Cuando era preciso acudir á un mal, cuanto mayor fuese el riesgo mas pronto acudía, y siempre llegaba el primero. En cuanto á la integridad , era aun mas imposible hallarle la menor tacha. Por 1721 , habia arribado á la Concep- ción , de vuelta de Lima, su sobrino Salamanca con los caudales del situado , y con armas y municiones. Al punto en que lo supo, le envió el despacho de maestre de campo (i), como lo hubiese enviado á un extraño que lo hubiese merecido tan bien como él. A pocos dias, se puso él mismo en camino para ir á distribuir el situado; llegó, pagó las tropas sin el menor retardo; aplicó, en seguida , una parte del caudal al reparo de algunas for- tificaciones deterioradas , y otra , á obras públicas , unas de utilidad, y otras de necesidad. Las iglesias, que debían ser asistidas por el real erario ; una casa de pól- vora ; el restablecimiento de la batería llamada la Plan- chada, y la construcción de otra nueva, todo esto lo emprendió de una vez, pidiendo ayuda á la ciudad, ayuda que sus vecinos, exhaustos de medios por lo mucho que habían perdido durante tantos años de guerra, no pudieron darle , y de la cual los alivió posteriormente el mismo rey. Arredrado en su empresa porque la parte del situado disponible para llevarla á cabo no alcanzaba, por un lado; y, por otro, por falta de brazos, pensó en reme- diar esta última recurriendo á los de los Indios, y, con este fin , envió órdenes á los capitanes de amigos para que requiriesen los que les pareciesen mas propios para ello. Eran órdenes aquellas de ardua ejecución , puesto que semejante invitatoria ponía en vigor la servidumbre (1) Fecha de Santiago, 25 de setiembre 1721. m HISTORIA. DE CHILE. de los Indios prohibida por reales cédulas; pero por la misma razón , es muy de creer que debia de ser hecha con ciertos miramientos , y dudoso que los capitanes de amigos los creyesen necesarios. Lejos de eso, parece que los naturales tenían motivos para quejarse de ellos , y aun también del maestre de campo Salamanca. Los capitanes de amigos los tratabancon altanería y despre- cio. Salamanca los forzaba á venderle los ponchos á él solo , y á un precio fijado por el mismo , quitándoles por el hecho la facultad de comerciar libremente. El resen- timiento de estos procederes aumentado por la prosperi- dad de los Españoles les hacia , ya mucho tiempo habia, odiosa la paz ; el modo con que los capitanes de amigos les anunciaron las órdenes del gobernador para ir á traba- jar en las obras de la Concepción acabó de exasperarlos. Disimulando su resentimiento y las intenciones que te- nían , se reunieron sijilosamente, y nombraron por to- qui jeneral un cierto Vilumilla , sujeto de seso y de brios, sin pararse en su bajo nacimiento. Vilumilla aceptó el mando , y se propuso nada menos que expulsar á los Españoles de Chile. Sin embargo , por mas sijilo que ob- servaron en sus idas y reñidas de preparativos, los je- suítas no tardaron en descubrir la trama y el superior de las misiones escribió reservadamente al obispo de la Con- cepción , dándole parte de la tempestad que amenazaba y añadiendo que aun estaban á tiempo para esconjurarla indemnizando á los Indios de los perjuicios que los capi- tanes de amigos y el mismo maestre de campo les cau- saban con un comercio forzado ; que S. S. ilustrísima tuviese á bien llevarlo con premura á noticia del gober- nador, sin decirle quien se lo habia escrito. El obispo corrió á casa de Cano , en persona , y le CAPÍTULO XLVII. 42,r) dio la nueva de un alzamiento próximo é inevitable , si no daba inmediatamente una completa satisfacción á los Indios , satisfacción á que tenían un lejítimo derecho por las extorsiones que padecían después de mucho tiempo. El gobernador, sorprendido, y aun ir- ritado, no solo contestó la autenticidad del hecho, sino que calificó de calumnia infame los motivos que se le atribuían , de suerte que el buen prelado , noobstante la reserva que le había pedido el jesuíta superior de las misiones, se vio forzado á descubrir el autor de la noti- cia y de las circunstancias que la acompañaban. Ya fuese que no pudo creerlo por su noble integridad , ó que no quiso, por dignidad , Cano respondió á su ilustrí- sima con tono indignado , y escribió al P. superior mi- sionero una carta llena de expresiones acerbas de irrita- ción. No contento con eso , voló á Santiago , y escribió otra al P. provincial de la compañía , calificando de in- suportables impertinencias las licencias que los misione- ros se tomaban de injerirse en cosas que no les incumbían ni entendían. Mientras tanto, los Indios se sublevaban desde Copiapo hasta el extremo sur de Chile , y ciertamente los Espa- ñoles eran perdidos si la Providencia no lo hubiese dis- puesto de otro modo , puesto que , como los lectores lo han visto , por el abandono en que se vio el ejército du- rante los gobiernos de Ibañez y de Ustariz , sin recibir socorro ni asistencia , los soldados se habían desbandado, y se habían metido , unos á labradores , y otros á trafi- cantes para poder subsistir. En lugar de dos mil hombres de que debia componerse (1), con un situado de doscien- (1) Real cédula de 5 de diciembre 1006 , bajo el gobierno de García Ramón, y el vireinato del marques de Montes Claros. ■ m HISTORIA DE CHILE. tos doce mil ducados; cuarenta mil vacas de abasto en Catentoa ; granos y otras asistencias suministrados por proveedores celosos, dicho ejército , en aquel entonces, contaba, á todo mas, seiscientos hombres; y si á esta consideración añadimos , que las plazas se hallaban , lite- ralmente , desguarnecidas , veremos que ha sido real- mente un milagro que aquel alzamiento no hubiese acarreado la ruina total del reino. En efecto , la plaza de Puren necesitaba trescientos hombres de guarnición, y no tenia mas que veinte; el fuerte de Tucapel no tenia mas que diez y necesitaba doscientos; Arauco , que ne- cesitaba otros tantos, no tenia mas que treinta ; el Naci- miento no tenia ni pólvora, ni municiones, ni pertrechos, y estaba guardado por solo seis auxiliares pagados , en lugar de ciento que pedia la defensa ; Talcamavida y Yumbel estaban, poco mas ó menos, en el mismo caso, y enfin , la Concepción, capital de las plazas de la fron- tera , para cuya defensa se habrían necesitado cuatro- cientos buenos soldados, no podia menos de quedar sin un solo defensor, y reducida á cerrar sus cuerpos de guardia. A estas faltas se juntaba la de seis mil indios que se batían en favor de los Españoles, y, por consi- guiente , en caso de tener que salir á campaña , -el go- bernador tendría que echar mano de las milicias de Rancagua, GolchaguayMaule. Juzgúese por este cuadro del compromiso cruel en que se hallaban las cosas de Chile en aquellas críticas circunstancias. Pero , como acabamos de decir, la providencia tomó cartas en su favor, y si hubo males deplorables, fueron menos y menores de los que , con tanta razón , se debían temer. El caso fué , que el día señalado por los Indios para la explosión jeneral era el 21 de marzo, y que por CAPÍTULO XLY1I. 427 un acaso imprevisto, esta se anticipó y tuvo lugar el 9 de dicho mes, lié aquí con que ocasión. El mas odiado de todos los capitanes de amigos (1), y el primero que los naturales tenían la intención de sacrificar á su venganza, sea por sospechas y temor de lo que iba á suceder ó por otro motivo , mandó ensillar su caballo , por la mañana del citado dia 9 de marzo , para marcharse á la Concep- ción en compañía de su teniente (2), y del capitán de la parcialidad de Vilisco (3), y al tiempo de montar, fueron todos tres asesinados , y con sus manos ensangrentadas corrió la flecha con doce dias de anticipación. Por este hecho , las hogueras que debían arder en todas las altu- ras, desde el Biobio á Chiloé , por un lado ; y, por otro , desde el mismo rio hasta Gopiapo , bien que las de Puren diesen la señal, como los otros no esperaban por ellas aquel dia, no fueron correspondidas, y, por de pronto el alzamiento no pudo verificarse tan jeneral. Con todo eso, el toqui Yilumilla , que había nom- brado por su vicetoquí á Millalcuvu (4), reunió un ejér- cito bastante fuerte, é intimó lealmente á los jesuítas la evacuación de las estancias de conversión, aunque pro- hibiéndoles, á la verdad, el llevarse cosa alguna de cuanto tenían en ellas , y apresurándose , en atención á que no podría salir responsable del mal que les podia suceder, si aguardaban que creciese la efervescencia. Que los lectores se paren á reflexionar en este punto , y á comparar este proceder con los que emplearon los Indios con los capitanes de amigos. Pronto á obrar, Yilumilla distribuyó sus fuerzas entre (1) Pascual Delgado, de los de la provincia de Quechereguas* (2) Juan de Navia. (3) Llamado Verdugo. (4) Pérez-García, .1 428 HISTORIA DE CHILE. sus capitanejos, y ordenó fuesen sitiados los fuertes de la parte meridional del Biobio, mientras Ragñamcu (1), pasando con otros el rio en canoas, saqueaba las ha- ciendas de la Laja hasta Chillan , llevándose cuarenta mil cabezas de ganado menor, y cuantas vacas hallaron. Es de advertir que era á la entrada de la estación lluviosa , que los rios estaban crecidos, las ciénegas llenas, y que esta particularidad aumentaba las dificultades y el riesgo para los Españoles. Después de su fructífera correría , Ragñamcu se refujió y ocupó una posición fuerte y ven- tajosa sobre los pantanos de Puren, en donde dejó un fuerte destacamento, yéndose él mismo á reunir con Vilumilla para atacar la plaza, la cual no tenia para su defensa , así como lo hemos dicho , mas que treinta sol- dados. Añadiendo á este número los mercaderes que habia dentro , y algunos otros Españoles que se refujia- ron á ella , se podia contar con un total , tal vez , de cien defensores mal armados , puesto que no habia mas que algunos fusiles defectuosos, y por artillería, un falconete aun en peor estado que los fusiles. Sin embargo , en la primera embestida de reconoci- miento que los Araucanos dieron á la plaza, perdieron uno de sus mas estimados jefes , y en venganza, dieron muerte á un muchachuelo español de diez á doce años que tuvo la desgracia fatal de caer en sus manos, en el tropel de los arrabales, incendiados por Ragñamcu ; pero no pasaron adelante en sus ataques , esperando por los refuerzos que poco á poco les llegaban. Por la noche, volvieron á la carga ; pero inútilmente ; el mal falconete, arriba dicho, cargado á metralla, mató á doce de ellos, (1) Este milla, es el nombre que Carvallo y otros autores dan al vicetoquí de Vilu- .:É CAPÍTULO XLVII. 429 y los indujo á retirarse. Al amanecer del dia 17, reno- varon el asalto con jente fresca y descansada , y viendo que morían muchos , quisieron parlamentar. El coman- dante de la plaza recibió al enviado , y mientras estaba en contestaciones con él sobre condiciones propuestas por ellos mismos, y mediante las cuales prometían retirarse , violaron la santidad de aquel acto acometiendo de sor- presa á la plaza; pero de nuevo escarmentados , alegaron p engaño por parte del jefe araucano que habia atacado , ignorando que se parlamentaba. El comandante de la plaza creyó ó finjió de creer que así debia de haber sido , y entregó á un cacique de Repocura , que tenia en re- henes y que Ragñamcu le pidió por condición de su re- tirada. La entrega de dicho cacique la hizo el comandante de la plaza bajo su responsabilidad y contra la opinión de todos los demás oficiales que preveian los efectos de la mala fé del jefe araucano. No se engañaron ; Ragñamcu se persuadió que la docilidad del jefe español de Puren indicaba temor, y atacó con tanto ímpetu y furia que en el primer arranque se alojaron algunos de los suyos en el terraplén de los muros ; pero caro les costó , pues al cabo de cinco horas de combate , tuvieron que retirarse dejando muchos muertos. Algunos dias después , la plaza se halló reforzada con doce Españoles guiados de Indios auxiliares por caminos ocultos , con pólvora y balas enviadas desde la plaza de Nacimiento. El comandante jeneral de la frontera , al primer aviso , habia enviado cincuenta hombres por de- lante al socorro de la plaza de Puren , y los habia seguido de cerca con cuatrocientos mandados por él mismo. Lle- garon todos sin obstáculo , y durante tres dias que per- maneció allí el maestre de campo Salamanca, hizo salidas km HISTOKU DE CHILE. con éxito y le quitó á Ragñaracu una parte del botin que habia cojido , tanto en ganados como en granos. Habién- dole hecho ver, por este medio, que los Españoles esta- ban lejos de tener miedo , regresó al Nacimiento , de- jando allí doscientos de sus hombres montados á las órdenes inmediatas de Guemez Calderón , y al maestre de campo don José Antonio de Urra de comandante de la plaza. En aquel momento , ya Vilumilla , que habia dejado la empresa de Puren á cargo de Ragñamcu para ir á en- tender él mismo en las levas y organización de sus tro- pas, se hallaba pronto á conducirlas, y tomó posición sobre el Biobio, observando y combinando los movi- mientos que le conviniese ejecutar ; pero su observación no era puramente mental, sino que, tan pronto por un lado, tan luego por otro, pasaba y repasaba el Biobio, tanteando, por decirlo así, lavijilanciay ladisposicion de los Españoles. Viendo que todos sus movimientos finjidos se ejecutaban sin oposición , calculó que el mejor objeto de una expedición y una sorpresa seria el mas pingüe. La provincia de la Laja, ya saqueada, nada ó poco le interesaba , y resolvió echarse de repente con tres mil hombres sobre los llanos de Yumbel. Los cálculos estra- tégicos de Vilumilla no podían fallar ; si no habia visto oposición ni vijilancia mientras. hacía demostraciones finjidas de una orilla á otra del Biobio (que, entre pa- réntesis, era entonces un brazo de mar), era porque los Españoles no tenían fuerzas para oponerse seriamente, ni aun para vijilar todos los puntos atacables. Tal era la situación crítica de las cosas. Noobstante, como eí gobernador se hallaba ya en la plaza de Yumbel, recibió parte de la marcha del jefe arau- CAPÍTULO \LV1I. 431 cano y de las tropas que mandaba , y envió á su sobrino Salamanca á contenerle ó entretenerle, por lo menos, y si era posible, mientras se pasaba el mal tiempo y juntaba tropas para oponérsele él mismo con algún fruto proba- ble. Lo primero y mas esencial para Salamanca, y para Yumbel mismo, era no errar el camino en busca del ene- migo , porque Vilumilla no había comunicado su medi- tación ni su resolución á nadie , y nadie podia indicar al maestre de campo por donde le hallaría. El Indio auxi- liar que había llevado la noticia al gobernador se habia fiado en su propia sagacidad, que es en ellos una especie de instinto , y tampoco estaba seguro ; pero , por fortuna, el mismo instinto que le habia servido para adi- vinar su intento , le sirvió para adivinar su itinerario. En efecto , á pocos pasos, vieron llegar á algunos Espa- ñoles huyendo del furor de las tropas araucanas , y la primera incógnita del problema se halló despejada, pero no bastaba esto. Lo mas importante era saber como un puñado de hombres que mandaba Salamanca podría di- vertir tres mil que conducía Vilumilla ; porque , en cuanto á presumir vencerlos , ni por sueños pensaba en ello. Pero aquí, uno de los bazares de la guerra, que los Españoles tenían el buen gusto de atribuir á la Provi- dencia, le ayudó mucho mas de lo que hubiera acertado á desear para salir de tan gran apuro. Siguiendo su marcha con muchas precauciones, una de sus descu- biertas llegó y le dio parte de que los Araucanos debían de estar ya en las lomas bajas de Duqueco ; y Sala- manca , sin proyecto ó plan formado , y aun sin posibi- lidad de formarlo , continuó la ruta , y descubrió á los Araucanos sobre las citadas lomas. Es decir, vio como por tela de cedazo ( porque tal era la neblina lluviosa 432 HISTORIA DE CHILE. que enturbiaba la atmósfera), vio, decíamos, una multitud de hombres armados. Entonces, hizo alto, formó tres columnitas de ataque para dividir la atención y las fuerzas enemigas, y, estando aun indeciso por lo incierto del éxito , oyó un sonoro clarin á su espalda , sin poder ver quien le daba aquella señal ( porque por señal tomó su sonido), y, precipitando su movimiento, en una verdadera halucinacion, echó sus tres columnitas contra los Araucanos. Estos, que en nada pensaban menos que en semejante acontecimiento , resistieron, fué cierto ; pero viéndose atacados por tres puntos á la vez , y oyendo aquella terrible trompeta que continuaba animando á los combatientes españoles, creyeron que estos recibían algún poderoso refuerzo, y sin que el sereno y valiente Vilumilla pudiese contenerlos , por mas que hizo , se desbandaron volviendo las espaldas y dándose á correr hacia el Biobio. Tal era el terror pánico que les habia infundido él bélico instrumento, que creyéndose perseguidos y alcanzados , al llegar al cau- daloso rio , se arrojaron muchísimos al agua, y no pocos perecieron ahogados. Réstanos que declarar quien era el que tocaba el resonante instrumento. Poco ha , hemos dicho que el gobernador Cano , en la penuria de tropas regladas que habia en aquellas críticas circunstancias, habia tenido que echar mano de los milicianos de Quillota, Maule y otros; y justa- mente en el instante mismo de indecisión del maestre de campo Salamanca, sobre lo que haria ó no haria á la vista de os Araucanos , llegaba , por decirlo así , invi- sible á causa de la espesa lluviosa niebla, á reforzarle un capitán de milicias (i) con su compañía , cuya trom- (1) Don Juan Anjel de la Vega. CAPITULO XLVII. 433 peta anunciaba su llegada , ó tocaba marcha porque se lo habían mandado. Tal fué la leve causa del espanto de aquellos intrépidos guerreros , que, como otras veces lo hemos notado , no podían menos de haber dejenerado algún tanto de sus predecesores, aunque no fuese mas que por la inacción de tantos años en que la paz los habia dejado. 111. HirroRU 28 CAPITULO XLVIIL Progresos de la sublevación jeneral de los Indios. — Alarma particular de la capital y su partido. — El gobernador consigue reunir fuerzas. — Consejo de guerra y operaciones á consecuencia de sus votos.— Crítica y defensa de la resolución de despoblar las plazas de tierra adentro. — Particularidades no- tables de las estancias de conversión. (1723.) Viendo la dispersión de los suyos, Vilumilla se mani- festó colérico de despecho ; pero se repuso, y con mucha sangre fría procedió á rehacerlos , al punto en que , obligado á pasar él mismo el Biobio , pudo hacerles notar cuan pánica y sin fundamento habia sido su huida. En efecto , los Españoles estaban muy lejanos de pensar en aprovecharse de una victoria tam hipotética que apenas podían creer lo que veian por sus propios ojos, y les habían hecho puente de plata ; es decir, que en lugar de picarles la retaguardia , habían quedado mirándose y admirándose de un suceso que les parecía inexplicable , y cosa de milagro. Convencidos de la verdad mani- fiesta , puesto que no veian asomar ni una sola cabeza á la parte española del Biobio, los Araucanos se reu- nieron á la voz de su jefe , prontos á seguirle á donde quisiese llevarlos ; pero Vilumilla creyó oportuno el ex- plorar antes los fundamentos que habían tenido los Españoles para osar atacarle en una situación en que los habia juzgado fuera de combate por falta de combatientes. En consecuencia, pensó que si les habían llegado re- fuerzos, sin duda alguna irían á socorrer la plaza de CAPITULO XLVIIÍ. 435 Puren , y se fué á estrecharla en persona, relevando á su vicetoquí Ragñamcú de aquel servicio , y despachán- dole á la Cordillera á fin de excitar á los Pehuenches á juntarse á ellos. Digamos de paso , para no tener que interrumpir el hilo de la narración inoportunamente , que Ragñamcú llenó muy bien su misión ; que los Pe- huenches le acojieron , y que hasta el correjidor de la provincia de Cuyo envió á pedir, á fines de mayo, al cabildo de Santiago cien fusiles para defenderse de la insurrección de aquellos Indios, conjurados con los de Chile. Hubo de notable en aquella circunstancia que los Mapochos, lejos de insurreccionarse, descubrieron y prendieron ellos mismos á algunos conjurados que tra- maban el atacar la ciudad misma. La plaza de Puren había quedado reforzada , después de la visita del maestre de campo Salamanca, con dos- cientos hombres de caballería, y mandada por Urra , el cual la habia puesto en un estado de defensa respetable , restableciendo todas las partes deterioradas de la fortifi- cación , y limpiando los fosos. Lo primero que hizo Vilu- milla, luego que hubo reconocido bien el terreno y calculado sus medios de acción , fué cortar el agua á los sitiados destruyendo el acueducto por donde les lle- gaba. Era una perspectiva cruel para ellos , y Urra hizo una salida para restablecer el curso del agua á toda costa. El objeto era importantísimo sin duda; pero la salida fué imprudente en cuanto fué débil por poco nu- merosa, y el maestre de campo Urra quedó muerto. Pero aun en esta desgracia , casi irreparable , los Espa- ñoles tuvieron la fortuna de que un mestizo , que tenia alguna venganza que ejercer contra el jefe araucano que mandaba el destacamento del acueducto, aprovechan - I -. 436 HISTORIA DE CHILE. dose del tumulto del combate , lo atravesó con su lanza, y este incidente dio tiempo y lugar al teniente jeneral D. Juan Guemez Calderón para salir con cien caballos , y restituir á la plaza los defensores comprometidos en la primera salida, menos el comandante Urra y otros veinte que quedaron muertos (1); y aunque debilitada, continuó defendiéndose con éxito y valor contra todos los ataques y arterías de Yilumilla , que perdió allí mu- cho tiempo y muchos hombres inútilmente. Mientras todas estas cosas sucedían , el gobernador Cano , al primer aviso , habia marchado á San Felipe de Austria , después de haber despachado parte de lo que sucedía al virey del Perú , pidiéndole refuerzo y so- corros, parte del cual el virey se desentendió como si no lo hubiese recibido. A Santiago y á su partido , el gober- nador les habia pedido , además de las milicias de Qui- llota, Rancagua, Colchagua y Maule, una compañía de cien mulatos y otra compuesta de estranjeros residentes y voluntarios. Era un gran sacrificio impuesto ala ca- pital y á su partido , que temblaban en aquel momento creyéndose amenazados de mas cerca por una conjura- ción particular de los Yanaconas contra ellos, y aun hubo una alarma falsa , por este motivo , que causó una confusión tan jeneral , que hasta los eclesiásticos y pres- bíteros se armaron , y hasta los relijiosos empezaron á fortificarse en sus conventos respectivos ; pero tranqui- lizados por aquella parte con la averiguación cierta de lo infundado de sus temores , se prestaron en cuanto pu- dieron , y Cano habia podido disponer de cinco mil hombres. (1) En todos los escritores vemos la muerte de Urra comandante déla plaza de Puren , y solo Pérez-García la contesta. Tal vez la continuación aclarará este punto de contestación. ■ CAPÍTULO XLVIU. 637 Pero aquí se presenta uno de aquellos problemas tan frecuentes en Chile, insoluoles y, por lo mismo, inso- lutos , si se hubiese de atender á la diverjencia infinita de opiniones diversas , aunque , á la verdad , siempre habia una mas jeneral , y por consiguiente , mas aven- turada, en atención á que los que ignoran son mucho mas numerosos que los que saben y pueden juzgar sana y racionalmente de ciertas cosas. Poseyendo un gober- nador de una reputación militar merecida y justificada ; bizarro , entendido , íntegro , denodado , y pasando re- vista á cinco mil hombres , que si no eran todos de aquellos invencibles tercios españoles de quienes la fama contaba casi increíbles cosas , eran en gran parte hom- bres jenerosos, voluntarios y prontos á sacrificarse pol- la causa común ; todos creían en Chile, y muchos escri- bieron al Perú , que la solución final de la conquista se acercaba y era infalible con un jeneral como Cano de Aponte. ¿ Tenia este los elementos necesarios para llegar á dicha solución, ó no los tenia? ¿Quiso ó no quiso al- canzarla ? Tales eran los dos puntos de vehementes con- testaciones suscitadas en todo el reino por el desenlace de aquel crítico acontecimiento. Sin embargo , no hay lector que no vea cuan pocos podían estar autorizados por sus luces á responder categóricamente á la primera de dichas dos cuestiones, y, por consiguiente, para decir si ó no en respuesta ala segunda. El gobernador man- daba. Él solo era responsable, y a él solo le tocaba el emplear los medios de que disponía en el sentido de su responsabilidad. Integro , pundonoroso y sincero , podia alucinarse y errar como hombre , pero no precipitarse ciegamente en una sima de faltas por mezquinos aféelos de familia, como corría en inconsecuentes habladu- I 438 HISTORIA DE CHILE. rías (1). Para no errar, ó para obrar con mas acierto, juntó un consejo de guerra, y si este uso , tan jeneral y tan racional en momentos de apuro , no le descargaba de su personal y entera responsabilidad, no podia menos de agravarla en el caso en que, obrando contra el parecer del consejo, se estrellase contra un mal éxito. Cano se puso francamente en semejante situación pi- diendo pareceres para ilustrarse y acertar siguiéndolos , ó para hacerse inexcusable si erraba obrando contra ellos ; y este dilema es tan claro , que la mayor y mas absurda mala fe no puede contestar su evidencia , á me- nos que se apoye en la suposición odiosa de que los votos del consejo, conociendo las intenciones del gobernador, llevaron la adulación á punto de sacrificarle su concien- cia. Mas aun suponiendo que así fuese, los datos para deliberar con prudencia eran tales como él los expuso ; á saber, que las miras del soberano, y el objeto principal de inmensos sacrificios , eran la paz y sus frutos ; que los Indios hasta entonces y después de muchos años, se estimaban felices con ella ; que por lo mismo , si la rom- pían, debían de tener poderosas razones para ello; que si realmente se hallaban agraviados, era de rigurosa justicia el deshacer sus agravios , en lo posible y sin men- gua de las armas españolas; que si no eran agravios ya recibidos los que los movían y sí solo temores y recelos, seria no menos conveniente por el interés mismo de la causa el tranquilizarlos. Pasando de estas consideraciones morales ai estado material de las cosas, Cano no fué menos claro y racional. La insurrección (decía él) parece ser jeneral , y la guerra, (!) Su afecto particular por el maestre de campo Salamanca, cuya conducta impolítica con los Indios decian había dado márjen á la sublevación. CAPITULO XLVIH. 439 una vez encendida, Dios sabe lo que podrá durar. Si dura , no tenemos ejército ni pertrechos para mantenerla. Los cinco mil hombres de que podemos disponer no son soldados , sino hombres determinados con cuyo valor y constancia podemos contar en un dia de acción , y en una campaña de ocho ó quince dias, y nada mas , porque son padres de familia ; porque tienen hogares , oficios ó negocios , y obligaciones que los llaman imperiosamente , so pena de ruina total de su existencia. En este supuesto , ¿cuales serian nuestros recursos para la continuación de una guerra sin término , si los Araucanos se despertasen y volviesen á sus inclinaciones naturales mas bien ador- mecidas por los bienes de la paz que dejeneradas? Claro está : nuestros recursos , en tal caso , no podrían llegar- nos mas que de España ó del Perú. La madre patria tiene que cicatrizar sus profundas llagas, y harto tiene que hacer ; y aun suponiendo que pudiese enviarnos un verdadero ejército , no está tan á mano , que debiésemos contar con él de la noche á la mañana en un grande apuro ; el virey nada puede sin duda , puesto que ha tenido que hacerse sordo á mis clamores. Tal es el cuadro verdadero de nuestra situación ; veamos si nos autoriza á comprometer el bien jeneral por nuestras pasiones parti- culares ; porque es de advertir que, si hubiese de seguir mis inclinaciones personales, ya habríamos venido alas manos con los Araucanos, como creo que sucedería con todos los militares españoles ; veamos, decia , si nos ha- llamos con fuerzas y medios para sostener una guerra , tal vez sin fin , ó si no seria mas conveniente temporizar, haciendo en caso necesario algunos sacrificios materiales á la paz. Los antecedentes históricos de la' conquista nos inducen á adoptar este último sistema como mas conforme ao HISTORIA DE CHILE. al verdadero interés de nuestra causa y á las miras pia= dosas de nuestro monarca. Aun cuando no se quisiese tener cuenta con las demás, había dos reflexiones en esta exposición que eran incon- testables, cuales eran , que la guerra podia ser eterna y que no habia ejército para sostenerla, puesto que no debia ser considerado como tal un conjunto de hombres de bien que se prestaban voluntarios á un gran sacrificio con la esperanza de que sería limitado. En consecuencia, el consejo deliberó y votó que las plazas y fuertes de Puren , Nacimiento , Santa Juana , Tucapel , Arauco , Colcura y San Pedro fuesen desalojadas, y establecidas á la parte española del Biobio , en atención , 1* á que su conservación , en el estado de cosas , se hacia material- mente imposible ; 2° á que su conservación era inútil para mantener á los naturales en sujeccion ó en paz, como se veia probado por la insurrección que habian sido impotentes á precaver, si tal vez no la habian promovido. Esta resolución del consejo engañó á muchos que , como se ha dicho , contaban con torres y montones de hazañas de parte del bizarro Cano de Aponte , y de las mas exajeradas hipérboles descendieron á los mas bajos improperios , confundiéndose en raciocinios los mas desatinados, y en chocantes contradicciones. Tan pronto la paz era el objeto principal para ellos; tan pronto era necesario declarar guerra á muerte á los Araucanos. Unas veces, la índole inconstante, bravia y pérfida de estos eran las causas esenciales de sus levantamientos , por mas bienes que se les hiciesen; y otras veces (mu- chas, al dia siguiente), si se habian alzado, lo habian hecho por justos motivos que tenían , y sin los cuales se habrían mantenido en paz. CAPITULO XLVI1I. k!xi Claro estaba que un gobernador capaz no debia cu- rarse de semejantes críticas , y así lo hizo Cano , el cual, aun en el mismo consejo, tuvo que contener sus natu- rales ímpetus, y someterse á oir opiniones, mas que in- fundadas, absurdas por las pruebas mismas de los opi- nantes. A la verdad , no habia juntado el consejo de guerra para que hubiese de aprobar precisamente sus medidas, sino para que las discutiese , y el consejo llenó este gran deber completamente. El maestre de campo Mier, y algunos otros vocales manifestaron y sostuvieron un parecer opuesto al del gobernador, el cual , deseoso de aclarar la cuestión, rogó al veedor jeneral (1) expu- siese la suya. El veedor, hombre de bien , íntegro é in- capaz de disimulo , cayó , sin pensar en ello y de buena fe, en las mas candidas contradicciones. Para él, la cuestión se reducía á la gloria de avanzar, y á la ver- güenza de perder terreno ; los Españoles debían de ser vencedores, en todo caso , porque eran Españoles, y los Indios vencidos, porque eran Indios. En consecuencia, habló como si el ejército existiese. Dijo que las plazas que el gobernador pensaba desalojar no eran tan difíciles de socorrer como pensaba, y dio por prueba, que poco habia el maestre de campo Salamanca habia socorrido á la de Puren , sin caer en cuenta de que este socorro no le habia impedido de verse á los últimos , como lo estaba , por falta de agua , y después de haber perdido á muchos de- fensores y á su mismo comandante Urra. Asentó que dichas plazas eran muy útiles y aun también indispen- sables para mantener á los naturales en la obediencia sin (1) Montero de Espinosa, el mismo que los lectores han visto huir á Lima por las persecuciones de Ibañtz, y que habia vuelto á desempeñar su empleo en Chile. m HISTORIA DE CHILE. echar de ver que lo que sucedía en aquel entonces des- mentía su aserción. Dijo que lo esencial era guarnecerlas y armarlas bien , sin reflexionar que no habia fuerzas para ello. Recordó la pasada memoria de la expedición de Rio Rueño , desnaturalizando el principio y las con- secuencias, que atribuyó al abandono de las plazas por dicha expedición , olvidando que la primera vez que tuvo lugar, puesto que se repitió , los Araucanos mismos ayu- daron á los Españoles ; y que cuando se ejecutó la se- gunda vez , con iterativos avisos de los naturales mismos de lo que iba á suceder , las plazas no estaban , ni con mucho, en el estado de desnudez en que se hallaban en aquel instante. Prosiguiendo su erróneo raciocinio, y comparando las cosas de tiempos ya muy pasados y dis- tintos á las de su época, decia que la insurrección actual procedía del mismo motivo , sin acordarse que todos los vocales opuestos, y la opinión jeneral fuera del con- sejo , achacaban dicha insurrección á motivos de descon- tento que se les habían dado á los Indios. Es verdad que, según los incidentes de la discusión , estos mismos moti- vos cambiaban de naturaleza , y se convertían en pura perfidia de los naturales. Enfm , decia , que aunque no fuese mas que por el honor de las armas españolas se debían conservar las plazas, objeto de la discusión, y de las cuales, Arauco podía ser socorrida por mar, y la del Nacimiento por el Riobio ; al paso que quinientos hom- bres bastaban para socorrer á Puren y á Tucapel ; y al decir esto, no le venia á las mientes que el ejército, propiamente dicho, tenia á todo mas aquel número de hombres , y que volver á la guerra de Laso de la Vega reduciendo á los Indios á refujiarse en los montes, á mo- rir de hambre ó á pedir de rodillas la paz , exijia las CAPITULO XLVIII. 443 fuerzas de que habia dispuesto dicho jeneral. Tales cosas dijo , tales razones dio en apoyo de su parecer el injenuo y benemérito veedor jeneral, que el gobernador no tuvo que responder, y pasó al resumen de la discusión y de los votos del consejo. En efecto, ¿qué podia decir á un raciocinio en el cual se hallaban , una al lado de la otra, dos aserciones tan opuestas como lo eran la de que , para poner remedio á los levantamientos , era preciso castigar con severidad á los jefes españoles (cuanto mas elevados fuesen en grado) que por su conducta interesada é injusta los ocasionaban ; y la de que la ocasión era oportuna para castigar á los sublevados, como agresores que eran, subyugándolos y forzándolos á entregar los motores del mismo levanta- miento ? Claro era que no habia posibilidad de conciliar tan opuestos extremos. En consecuencia , las plazas di- chas fueron evacuadas , á saber, por el ex-gobernador de la plaza de Valdivia (1) que acababa de llegar, y mandaba una columna , las-de Tucapel , Arauco , Golcura y San Pedro ; y por el gobernador mismo , las de Santa Juana , Nacimiento y Puren. La de Tucapel fué trasla- dada al norte de la Laja , y las otras á la orilla española del Biobio. Ni un tiro se oyó en esta expedición. El mo- vimiento fué dirijido con tanta reflexión por el goberna- dor, que ningún accidente desmintió sus cálculos. Los soldados tenían orden para hacerse sordos á las provoca- ciones que son habituales á los Indios en semejantes casos ; pero no tuvieron mucho que hacer para mante- nerse obedientes, puesto que, si hubo provocaciones, por vociferaciones é improperios , fueron pocas y desprecia- bles. ■•:- (1) Don Rafael de Esclava, de la orden de Alcántara. hkh HISTORIA DE CHILE. Cualesquiera que hubiese sido la causa de aquella re- solución, no se podia negar que era lastimosa, en aten- ción á que los Españoles perdian terreno por todos lados y en todos sentidos ; pero por la misma razón , no era creíble que un hombre tan consumado en la guerra y en la política, como lo era Cano de Aponte, la hubiese to- mado sin haberla meditado mucho, y tanto mas deteni- damente cuanto no podia ignorar lo que se decia sin la menor reserva en público acerca de aquella operación. Pero hay siempre en la política á voces un carácter de lijereza , de inconsecuencia y de ignorancia sobretodo , que no es de extrañar la desprecien umversalmente todos los hombres de estado , dignos de este título. La animo- sidad de esta política vocinglera es tan poco disimulada, y lo que es mas, tan incauta, que olvida de un instante al otro sus motivos mismos, dejando creer que ni ella misma sabe los fines á donde se encamina. Los lectores deben de estar suficientemente enterados de que dichos políticos no eran afectos á los jesuitas, y que hacían cuanto podían para desacreditar á aquellos conversores acusándolos de exajeracion en sus narraciones de pro- gresos en la propagación del cristianismo , con el solo objeto de hacerse indispensables , y asegurando que los naturales se mantenían tan paganos y tan bárbaros como lo habían sido siempre. Pues ahora, la historia, que no ha podido menos de llenar algunas pajinas con seme- jantes aserciones, tiene que recojer las siguientes, inte- resantísimas para edificación de los mismos lectores. Ahora, una de las consecuencias lamentables de la re- solución del gobernador, fué la retirada forzosa de la tierra de los naturales de aquellos conversores tan útiles para el mantenimiento de la paz, y para la propagación CAPITULO XLVIII. AA5 de la fe. Ahora, aquellos insignes misioneros apostóli- cos , noobstante el aviso leal que recibieron de los mismos jefes de la insurrección , y los grandes peligros que podían correr, se mantuvieron firmes en sus estancias, y recon- vinieron á dichos jefes con prodijiosa importunidad para que desistiesen de su intento. Ahora, cuando en el último trance se vieron obligados á retirarse , los de Colhue , por ejemplo, tuvieron bastantes ánimos y ascendiente sobre los Indios para encargarles la conservación de las estancias , entregándoselas con cuenta y razón , y, en efecto, fueron respetadas por muchos dias, y aun los naturales los volvieron á llamar ofreciéndoles salvo con- ducto. El superior aceptó la oferta ; fué y halló los edificios intactos, cuya conservación, á la verdad, había sido debida á la protección especial del cacique Nahuelterú de Mulchen contra el vandalismo de los amotinados. Los conversores de Boroa se trasladaron , escoltados por los mismos insurjentes, á la estancia de Donguil, inducidos por los jefes del alzamiento , los cuales les persuadieron que todo no era mas que un momento de efervescencia que no duraria mucho, y les rogaron no se alejasen mucho para poder regresar con menos dificultad y mo- lestia. En efecto , se mantuvieron algunos dias en Don- guil, hasta que, viendo que la insurrección se propagaba, se fueron á la plaza de Valdivia. Todo esto es admirable , y tanto mas admirable cuanto lo confiesan los mismos detractores de los jesuítas. Pues aun hubo mas. Los de Repocura se vieron en el mayor apuro porque dieron asilo, y tomaron bajo su protección á un centenar de Españoles de ambos sexos que se refujiaron á sus estancias. Un destacamento de furiosos los perseguía y llegó para inmolarlos á todos á ■■\ 446 HISTORIA DE CHILE. su venganza ; pero á la puerta se detuvieron , pidiendo que les fuesen entregados. Lejos de condescender con su demanda, los jesuítas dijeron con ruegos, que ellos te- nían el arte divino de convertir en órdenes irresistibles, que ciertamente se los iban á entregar , pero para que los escoltasen y protejiesen hasta dejarlos sanos y salvos en lugar seguro, y así lo hicieron los insurjentes, escol- tándolos hasta la Imperial (alta). El cacique de esta par- cialidad los condujo hasta la baja, entregándolos á Ynalican su amigo , y cacique como él. Ynalican se puso en marcha con ellos hacia Tolten (el bajo) , y en el ca- mino experimentaron un gran contratiempo , cual fué el de perder los caballos en que viajaban , porque el rio Budi no estaba vadeable , á causa de la pleamar, y se vieron obligados á dejar los animales nadar á su ar- bitrio , pasando ellos el rio en canoas. Los caballos salieron á la otra orilla mucho antes que sus dueños , y al salir del agua, fueron robados poruña banda de sal- teadores. Luego que las canoas abordaron , los Indios de la escolta corrieron tras de los ladrones ; pero no pu- dieron rescatar mas que siete caballos. Por este acci- dente, caminaron con muchísimo trabajo hasta Tolten (el bajo), en donde descansaron algunos días, mar- chándose , al cabo de ellos , incorporados con los jesuítas de aquella estancia, que también hubieron de desa- lojarla. La conversión de Arauco pasó á Gualqui con la guar- nición , y allí se mantuvo hasta la restauración de su plaza. El mal éxito de los Quechereguas no dio motivo á remover las de Buena Esperanza , Santa Juana y San Gristoval , las cuales permanecieron como antes. CAPITULO XL1X Explicación necesaria.- Regresa el gobernador á la Concepción y coopera con el obispo á la fundación del colejio conversorio de San José.— Marcha á San- tiago.-Agasajos que recibe del cabildo.- Vuelve á la primavera con tro- pas á la frontera y se prepara á salir á campaña.- Visita que recibe del obispo.— Su objeto.— Entran embajadores araucanos á pedir la paz.- Circunstancias particulares que les sirven para alcanzarla.— Parlamento' en que se celebra. (1724—1726.) El capítulo que precede deja probado, en primer lugar, la incompatibilidad de las armas y de la relijion para sojuzgar ; en segundo , la superioridad de la última sobre las primeras; en tercero, lo irrisorio de una responsabi- lidad que no se apoya en vista de ojos del que la tiene , y cuarto , que para mezclarse en secretos de estado es necesario conocer estos secretos. La razón natural , el raciocinio mas claro , la instrucción y nociones jenerales fallan y ocasionan perpetuamente conflictos deplorables entre la ridicula y universal manía de crítica y las pre- cisiones políticas de los que gobiernan. El carácter del gobernador Gano de Aponte no daba lugar ni á dudas ni á sospechas acerca de sus intenciones de obrar según debía, y aun noblemente. Que el motivo de la insurrec- ción fuese la conducta del maestre de campo Salamanca, ó el aburrimiento de los naturales, importaba muy poco pa-a la consecuencia precisa , que era el interés del es- tado , pero mucho , para obrar en razón de dicho interés. ¿ Era ó no era oportuno, posible ó imposible el conser- var las plazas desalojadas , mientras no hubiese un ejér- cito permanente , organizado y aguerrido como , por , ■ • m I1IST0RIA DE CHILE. ejemplo, el que habia tenido el gobernador Laso de la Vega? Esto es lo que la historia tendrá que aclarar por los resultados del sistema seguido por el actual. Entretanto , si se ha de dar el crédito que merece á un autor fidedigno , testigo ocular , y aun actor él mismo en muchos acontecimientos (1) , ya habia mucho tiempo qué los Indios tramaban un levantamiento. Según este escritor , el proyecto de sublevarse no se les habia qui- tado de la cabeza desde el amago alarmante que habían hecho bajo el gobierno de Ustariz,, amago que, por no- toriedad publica, habia sido contenido con ofertas y aun con dádivas. En una palabra, se habian aquietado porque los habian pagado para que se mantuviesen quietos, recurso que, si los contuvo por entonces, los engrió persuadiéndoles que eran temidos. Así fué que , desde entonces , nunca obedecieron gustosos á las auto- ridades militares, y jamas sin la intervención de los jesuitas misioneros. Los mas altivos de todos eran los de Maquehua, cuyo caudillo Vilumilla fué después el toqui jeneral de las fuerzas del alzamiento. Guando se empezó á susurrar que muy luego se verificaria , sucedió un caso muy particular que merece lugar y mención en la his- toria. Habiendo llegado á Puren el P. visitador (2) , le dijo el comandante de aquella plaza que el cacique de Repocura (3) estaba á los últimos , y que parecía an- sioso de descubrir un secreto , pero solo á un jesuíta. El P. visitador, no pudiendo ir en persona á ver al moribundo , le envió á su secretario con promesa de que él mismo iría de allí á tres dias. Es de advertir que (1) Olivares. (2) Manuel Sánchez Granado. (3) Bautizado con el nombre de Juan ( Don Juan Llembulican). CAPÍTULO XLIX. 440 este cacique había construido una capilla para que los misioneros dijesen misa, y le preguntaron, después que le vieron dispuesto á bien morir, si quería ser enterrado en ella. « Sí, respondió él. Es una buena idea ; porque, estando mi cuerpo en ella , probablemente no la que- marán. Y es preciso que sepáis todos los presentes , aña- dió él, que tan pronto como yo haya cerrado los ojos, pasará rápida y abrasadora la flecha de guerra , que por mi causa no fué despedida hasta ahora , pues todos sa- bían que yo no la dejaría pasar siendo tan amante como soy de los Españoles (1). » A la muerte de este cacique , á fines de octubre 1722, había sucedido la famosa respuesta de Vilumilla á las órdenes del gobernador para que fuesen á ayudar en las obras públicas de la Concepción : « Antes que noso- tros vayamos á trabajar, preciso será que el gobernador español deje sus cabezas de cartón (2) para venir á jugar con las nuestras, y, tal vez, para que nosotros juguemos con la suya. » Tras de esta respuesta, había ido la carta del su- perior de las misiones al obispo de la Concepción con súplica de comunicarla al gobernador sin descubrir á su autor. Los lectores han visto lo que sucedió , y es fácil el formarse juicio del conflicto en que se hallaba Cano de Aponte, para cuya responsabilidad no había salvación si no era en el medio mas corto de apagar el fuego de la insurrección , sin pararse en cual era su oríjen , ya fuese el de los justos motivos que de quejas tenían los Indios, como decían ellos, ó la inconstancia de su ín- (1) Fué tan pública y notoria esta anécdota, que el mismo Olivares ¡a oyó contaren Santiago. (2) Por alusión al juego de estafermo , introducido por Cano en Chile. III. Historia. OQ ■ 450 HISTORIA DE CHILE. dolé, como decían los Españoles, aunque con respecto á esta última aserción , se ve claramente desmentida por el mismo caudillo Vilumilla, el cual avisó par mensajes á los misioneros de Boroa, Repocura é Imperial se pusiesen en salvo, no siendo justo recibiesen agravios, ofensas y tal vez mayores males , en cambio de los be- neficios que ellos habían hecho á los naturales. Todo esto lo sabia Gano, el cual, lo repetimos, no era hombre de sospechar en sus resoluciones, y que contaba en sus cálculos con la naturaleza de las fuerzas de que podia disponer ; con las lluvias y obstáculos del invierno , y sobre todo con un resultado muy proble- mático. En consecuencia , marchó á Puren para , desde allí , dar las disposiciones conducentes á la despoblación de las plazas ya nombradas, y con proyecto muy deter- minado de dar de paso , si una ocasión oportuna se le ofrecía, una buena lección á los amotinados. Mien- trastanto , Yilumilla pasó el Biobio , y se arrojó sobre Yurnbel ; pero fué rechazado con grandes pérdidas ; la artillería causó estragos en sus filas que le arredraron y le forzaron á retirarse. Las plazas habiendo sido desalo- jadas sin oposición, el ejército volvió á San Felipe de Austria. El gobernador encargó de la vigilancia de la línea al maestre de campo Salamanca, y regresó á principios del año á la Concepción , muy convencido de haber apagado mucho la efervescencia del levantamiento con las providencias que había tomado. Bajo un exte- rior poco serio, el gobernador Gano de Aponte re- flexionaba y meditaba mucho, y como tenia mucha capacidad, notó en estos acontecimientos cuan pode- roso era el ascendiente de los jesuítas sobre los natu- rales ; de suerte que, de regreso á la capital de la frontera. CAPÍTULO XLIX. 451 lo primero que hizo fué cooperar muy activamente con el obispo (1) á la fundación del colejio conversorio de San José , á cargo de los PP. de la compañía. A fines de junio salió para Santiago , en donde fué re- cibido con suntuosas demostraciones de reconocimiento Y cuyo cabildo, por prueba de satisfacción y de adhesión ' le dio conocimiento de una carta que habia recibido' el 7 de marzo anterior, del virey, en la cual este pedia informes amplios y ciertos sobre el estado de la guerra de Chile, acerca de la cual tenia malas noticias. Poco sor- prendido de la novedad, el gobernador dijo á los capitu- lares que debían responder lo que creyesen ser verdad según su sentir y conciencia. Pues en ese caso , respon- dieron los capitulares, á V. S. le toca responder, puesto que nuestro sentir es que S. S. no ha hecho nada que no haya sido en pro y beneficio del país, que le será eternamente agradecido. Uno de los objetos del viaje del gobernador á Santiago había sido la celebración de la jura al nuevo rey Luis 1% hijo de Felipe V, que habia abdicado el ejercicio de la soberanía en él (2) pero que tuvo luego que volver á ejercerla, como se verá, por la muerte de Luis, el cual falleció muy luego (3) ; otro, el llevarse jente y caballos para volver á campaña á la primavera con el fin de hacer ver á los Araucanos, que si tal vez había sido justo en las concesiones acordadas no lo había sido por debilidad. En efecto, Gano, contenién- dose en aquella circunstancia, se habia parado como un noble alazán contenido por un irresistible freno , y (1) Alasazon,Nicolalde. (2) En i k de enero 1724. (3) El 31 de agosto del misino año, ■■i m HISTORIA DE CHILE. después de haberse doblegado á la razón y á la necesi- dad, ardía por ir á descubrir tierra, y se dispuso, á penas estuvo de vuelta en la Concepción , á pasar el Biobio. Ya se habia calzado las espuelas, y las trom- petas iban á tocar marcha, cuando de repente, entra el obispo en su casa con un semblante digno y risueño. Sorprendido el gobernador de la inesperada visita, y tanto mas , cuanto sus magnánimos sentimientos no le permitían olvidar que el prelado podia tener algún mo- tivo de queja contra él , preguntó á su ilustrísima qué asunto urjente le procuraba aquella honra. El obispo le respondió que llegaba para templar su enojo. — ¿ Mi enojo , ilustrísima señor ? Temo , al contrario , que tengo mas razones para pedir perdón , que para mostrarme enojado. —No, no, repuso el obispo, Y. S. tiene que perdonar, y lo hará tanto mas gustoso , cuanto será mas justo y mas jeneroso el perdón. Por fin , el obispo le declaró iba á presentarle una súpJica de'los Bultamapus pidiendo paz y obligándose á justificarse, so pena, si el señor gobernador no quedaba plenamente satisfecho de los descargos que le diesen' acerca del levantamiento , de someterse á cuanto quisiese hacer de ellos. Los brazos se le cayeron al ardoroso Cano , cuya nobleza de alma no pudo resistir á una pro- posición tan abiertamente franca. Sin embargo , respon- dió al obispo , que si se les dejaba á los Araucanos el recurso de acudir al perdón para salvarse inmunes de semejantes atentados , seria muy de temer se creyesen autorizados á reincidir cuando les pareciese útil á sus in- tereses ó á sus pasiones; y que , en todo caso , le parecía oportuno el que viesen por sus ojos que los Españoles nunca dejarían de hallarse, por ningún caso, en estado .: CAPITULO XL1X. 453 de castigarlos ; que Iba á verse con ellos , y obraría en- cerrándose en los límites justos y relijiosos señalados por infinitas reales cédulas. No bien habia articulado el gobernador estas últimas palabras, cuando á deshora, entran embajadores arau- canos por la puerta y se arrojan á los pies del obispo pidiendo interceda por ellos. Nótese que se prosternan ante el prelado , y no ante el jefe militar. El instinto de soberbia belicosa los sostiene aun en el estado de suplí- cantes ; les deja apercibir que se harían despreciables , en el último caso , y que el gobernador los despreciaría ; al paso que no temen humillarse demasiado delante del enviado de Dios. Mas parecen de novela que de historia muchísimas cosas de la de Chile, como lo han podido ver los lectores en infinitos rasgos y episodios. Y con todo eso, en la coyuntura presente, lo que sucedía no era mas que el resultado de un paso natural y bondadoso , dado por el obispo, que despreciando respetos humanos y personales, se acordó que su misión le venia del cielo mas que de la tierra. Experimentando el ascendiente que los misioneros ejercían sobre ellos mismos , los Araucanos no habían dudado nunca del que debían ejercer sobre cristianos , y para alcanzar mas fácilmente el perdón que imploraban lo habían ido á pedir por la intercesión del obispo. Su ilustrísima los habia recibido como padre es- piritual, y con la suavidad inseparable de la caridad cristiana ; habia oído su súplica , y habia reflexionado que el mejor modo de que les fuese otorgada la gracia que pedían era el que la pidiesen ellos mismos bajo su in- mediato apoyo, y los habia conducido á presencia del capitán jeneral , precediéndolos en su aposento con el fin de prepararle al desenlace mas fácilmente. l\5¡l HISTORIA DE CHILE. Sin embargo, Cano no podia menos de tener algún reparo político en perdonar sin resistencia, y alguno personal en oir en presencia del prelado las razones que los Araucanos se aprestaban á dar como pruebas de las violencias que los habían inducido á apelar á las armas, y en virtud de las cuales la resistencia debia de ceder ; porque dichas razones serian, sin duda alguna, la con- firmación de la carta del superior de misiones al obispo , y cuyo tenor su ilustrísima había comunicado al gober- nador de quien habia recibido una airada repulsa. Ceder sin haberlas oido , no era cosa posible ni regular ; negarse á oirías habría sido una grande injusticia , como seria en desdoro y menoscabo de su dignidad el dejárselas especificar en presencia del obispo. Notando este la perplejidad mal disfrazada en que se veía el gober- nador, con gran sentimiento suyo porque no habia pre- visto aquella peripecia inevitable del asunto, iba ya á cortar el curso de la negociación procurando darle otro jiro , y en aquel instante mismo llegó un mensaje feliz para aliviar á tocios los actores de aquella escena del embarazo en que cada uno por su lado se hallaba. El mensaje era una real cédula (1) por la cual el rey man- daba á su gobernador de Chile perdonase á los Arauca- nos en su nombre. Mucha cuenta hubo de tener Cano con disimular la satisfacción que recibió con la dicha real orden. Dueño , desde aquel instante, de conducir el asunto á buen fin con decoro y aun con ostentación de misericordia, mandó llamar á su presencia al maestre de campo, al sarjento mayor y á todos los capitanes presentes, y les dijo : que no puchen do resolverse á creer fuesen ver- (1) 30 de diciembre 1726. CAPÍTULO XL1X. A55 daderas las causas que los enviados araucanos alega- ban en disculpa ele su alzamiento, no pensaba poder admitirlas como tales, por temor de agraviar á los que se las hubiesen dado, ni, por lo tanto, concederles el perdón que pedían , bien que se hallasen apoyados por el sagrado favor de su ilustn'sima, allí presente. Al oir estas últimas palabras , todos levantaron la cabeza como si hasta entonces no hubiesen notado la presen- cia del obispo , y luego se volvieron á quedar silen- ciosos esperando en qué vendrían á parar los razona- mientos del gobernador, el cual , viendo que el asunto había llegado á un punto conveniente de solución, de- terminó el dársela. Ignoro , dijo á los enviados araucanos , ignoro si los motivos que alegáis son reales y lejítimos, y no quiero saberlos; porque ya no estáis obligados á decírmelos, en atención á que ya no tengo bastante poder para negaros el perdón que pedís. Si tuviera este poder, no sé si os lo concedería, aunque creo que sí, por la intercesión de nuestro reverendo obispo. Perdonados estáis, pero no soy yo quien os perdono sino el mismo rey, ¡ ingratos ! que me manda os perdone en su nombre. Mas advertid que este perdón supone arrepentimiento de vuestra parte, y veremos si con verdad os sentís arrepentidos. Desde este instante, se concluyen las hostilidades, y el 13 de febrero del año próximo , concurriréis á los campos de Negrete , en donde me hallareis con mi ejército para ver de fundar al fin una paz duradera, y si es posible que no la quebrantéis. En efecto , el dia señalado acudieron á las márjenes del Duqueco los archiulmenes, ulmenes y caciques de los cuatro Butalmapus , y reunidos y mezclados con los Es- ¿56 HISTORIA DE ¿HILE. A :.,l¡ pañoles durante tres dias(l), fraternizaron y anudaron los rotos vínculos de la pasada paz. Se ofrecieron por aliados contra cualesquiera enemigos exteriores de los Españoles ; concedieron la reedificación de las plazas de Puren y Tucapel , y de todas las demás , si al rey le agra- daba ; pidieron la vuelta á sus tierras de los PP. jesuitas de las misiones ; se ofrecieron á encargarles la conversión y enseñanza de sus hijos, con las solas condiciones de que no los habían de emancipar de la autoridad paternal, ni emplearlos en servicios domésticos ; añadieron que los adultos mismos irian á las misiones siempre que sus ocu- paciones se lo permitiesen , y, en fin , se avinieron á todo cuanto se les pidió, y que, de hecho, existia antes del levantamiento. En cambio de su docilidad, se les abrieron cuatro ferias al año para comerciar libremente exentos de alca- balas , á la orilla del Biobio ; se les aseguró de que jamas sus hijos ni sus mujeres serian comprados ni vendidos, puesto que los Españoles se obligaban á no tolerar di- chas ventas, á menos que por sus usos y costumbres, en un caso de castigo á una mujer en flagrante delito de adulterio , hubiesen de darle muerte, en cuyo caso , ten- drían la facultad de venderla, y los Españoles, la de comprarla para salvarle la vida. Se estableció que ni los Españoles , ni los mestizos ni mulatos se internarían en sus tierras ; al paso que ellos podrían ir libremente á las de los Españoles á comerciar ó trabajar en los campos ; y que si unos ú otros tenían quejas contra individuos de la otra nación, si eran Indios, los entregarían á la auto- ridad española, y si eran Españoles, los acusarían libre- mente y con certeza de que serian castigados en razón (2) 13, U\ y 15 de febrero 1726. CAPITULO XLIX. 457 de la infracción que hubiesen cometido contra la paz. Por fin , siempre que les fuese útil ó necesario , tendrían paso libre para ir á hablar con el gobernador mismo , ó con cualquiera jefe español , razón por la cual los capi- tanes de amigos quedaban desde aquel instante mismo reformados. m CAPITULO L. Resumen.— El gobernador en Santiago.— Mejoras que proporciona á la ciu- dad.—Fundaciones de obras pias.— Restablecimiento de las plazas aban- donadas por el levantamiento.— Fin de la retirada y trabajos que padecieron los jesuítas conversores que se retiraron protejiendo á muchos Españoles hasta Valdivia.— Se embarcan en aquel puerto y arriban al de la Concepción.— Sucesión en los obispados de Santiago y de la última. ( 1726— 1727.) Por muy solemnes que hubiesen sido los parlamentos celebrados entre los Españoles y los naturales antes del último en Negrete , hubo de mas en este la observancia de las mas severas formas y fórmulas diplomáticas, re- gladas en un consejo de guerra que el gobernador había reunido y presidido previamente, el 29 de enero , en la Concepción. El aparato imponente con que Cano pro- cedió á aquella grande celebridad era muy propio para probar á los Araucanos , y á otros , que no eran Indios como ellos, que la jentileza y donaire de la persona no son precisamente incompatibles con la gravedad del puesto que ocupa. Cuando llegó al campo de Negrete , situado entre la Laja y el Biobio , acompañado del obispo ; del maestre de campo y otros veinte y dos personajes, y seguido de dos mil hombres del ejército permanente y de milicias , ya los Bultamapus le esperaban con ciento cincuenta y un ulmenes y archiulmenes (1), y los capi- tanejos seguidos de unos dos mil Indios. Los Españoles se formaron al frente del congreso, y los Araucanos á la (1) Olivares. CAPÍTULO L. 459 espalda. Habiendo tomado todos asiento , el gobernador habia abierto la sesión con una brillante arenga , pin- tando enéticamente los desastres que acarrea siempre la infidelidad á solemnes juramentos, y la piadosa bondad del rey. A su discurso , interpretado por el intérprete jeneral (í), respondieron los cuatro caciques (2) en el mismo sentido , y pasaron luego á la deliberación , de la cual surjieron las condiciones , ya dichas , de la paz , ex- tendidas en doce artículos , en el encabezamiento de los cuales fueron puestos los nombres y calidades de los jefes de las partes contratantes. A los del capitán jeneral seguían el del obispo de la Concepción (3) , el del au- ditor de guerra oidor de la real Audiencia (4), el del maestre de campo , y los de otras veinte y dos personas ; y, por parte de los Araucanos, los de los cuatro caciques. Todo esto se hizo en medio del estruendo de la artillería española, y de los clamores de contento de los Indios. Al retirarse de la frontera á Santiago, el gobernador dejó a cargo del maestre de campo la operación de la translación de las plazas , de que hemos hablado , te- niendo solo que notar ahora, que la de Puren, bien que conservó su nombre, fué trasladada cerca de las asperi- dades de la cordillera; y la de Tucapel, á doce cuadras al norte de la Laja , con proximidad á los mismos montes para vijilar las incursiones de los Pehuenches por los desfiladeros de Antuco , Villucura y Coinco. De vuelta á la capital , Cano se halló con otros queha- ceres que pusieron en ejercicio su aptitud , y sus buenos (1) Pedro Pedreros. (2) Don Miguel Melitacun ; don Juan Millaleuvu ; Turecunau y Leboepillan. — Perez-Garcia. (3) Escandon , sucesor de Nicolalde. (í) Recabaren. 460 HISTORIA DE CHILE. i :' ' deseos de fomentar la prosperidad del país. En cabildo abierto del 8 de mayo , los vecinos de Santiago acordaron suplir á la escasez de aguas , causada por los desagües del Mapocho , llevando allí las del Maipú. Para esto se necesitaba abrir un canal , obra costosísima , aun supo- niendo que se pudiesen vencer las dificultades que pre- sentaba la operación. Noobstante , al gobernador quiso emprenderla , y llamó á junta á los hacendados y labra- dores en cuyo beneficio había de redundar principal- mente, para persuadirles escotasen , en vista del interés que se les seguiría , para llevarla á cabo. Todos convi- nieron en ello , y viéndose con medios , dio misión al correjidor (1) para ir con un jesuíta y dos injeníeros (2) á reconocer el terreno , de cuyo reconocimiento resultó que la obra era de fácil ejecución ; pero como esta aser- ción encontró con algunos contradictores, se fué él mismo en persona con el auditor de guerra á cerciorarse de la verdad, acompañados por los mismos injenieros, y concluyó que tenían razón. En consecuencia , se hicieron los presupuestos para proceder á la ejecución ; pero por desgracia los gastos, calculados en treinta y un mil pesos, no podían ser cubiertos por solos trece mil que se pudie- ron ajenciar, y el interesante proyecto quedó suspen- dido (3). El 8 de noviembre, tuvieron los capitulares la satis- facción de ver llegar á la capital las capuchinas, cuya reli- jion habían pedido al rey les concediese fundar en San- tiago. Aquellas relijiosas tan deseadas fueron hospedadas en el convento de clarisas de la Plaza , de donde se tras- (1) Don Juan de la Cerda. (2) El P. Guillermo Mjllet ; — M. Lorie] , y don José Gálica. (3) Esta misma obra se emprendió posteriormente tres veces, y se llegaron a gastar 122 rail pesos sin éxito. — Pérez-García. CAPITULO L 461 ladaron , el 22 de enero del año siguiente , al suyo , que antes era un beaterío (1). Los miembros del cabildo les suministraron mil pesos, y fundaron el monasterio de la Santísima Trinidad con veinte y tres relijiosas. El 9 de julio , se fundó la casa de caridad en una cua- dra y media de la plaza hacia el rio, bajo la invocación de Nuestra Señora de la Misericordia y San Antonio , con un campo santo adherente para los pobres, verdaderamente pobres (2). El galán gobernador, en todas estas ocasiones, se mostró el hombre mas grave y mas serio , y cooperó con ejemplar fervor á las dos fundaciones. Su mayor satis- facción era ser útil á la ciudad y aumentar el bienestar de sus vecinos. Notando que no había calles en los bar- rios del Carmen , San isidro y San Juan de Dios , mandó que se abriesen y no tuvo descanso hasta que fueron establecidas dichas comunicaciones. Por su influjo, el cabildo obtuvo un feliz resultado en su súplica al rey de la licencia para fundar una universidad, y al punto hizo adquisición de terreno para la construcción del edificio. Pero en lo que mas brillaron su bella índole y su noble corazón fué en la reparación de un olvido momentáneo que padeció , y del que los lectores se acordarán ; de un olvido, decíamos, de su propia dignidad y de la justicia debida al celo de los conversores jesuítas. Cuando le contaban lo que habían tenido que padecer aquellos in- signes varones en la retirada desde Repocura, por la Imperial y Tolten á Valdivia; la protección que habían dado á tantos míseros Españoles, que sin ella habrían (1) Llamado de doña Agustina Briones. (2) Uno de los principales fundadores de esta obra pia fué don Manuel Jeró- nimo de Salas. 462 HISTORIA DE CHILE. sido inmolados sin remedio , las lágrimas le venían á los ojos. 1 cuando oia luego que aquellos mismos Araucanos, tan fieros delante de los peligros, tan indisplinados por naturaleza y por hábitos, tan altaneros y tan soberbios, rogaban á los PP. , en el mas ardiente hervor de la efer- vescencia, que no se fuesen, que para elios no habia riesgos ; y si los habia , que no se les alejasen á fin de poder volver á ellos mas fácilmente ; cuando esto oia Cano, se oscurecía su rostro , y él murmuraba: Es claro, bien por bien , mal por mal ; esta es la solución mas neta del problema de la moralidad humana ; pero ¿quien puede alabarse de discernir el bien del mal en todas las coyun- turas de la vida ? Difícil seria responder con acierto á la pregunta que se hacia á sí mismo el magnánimo gobernador ; pero su solución era puramente filosófica. La que los jesuítas querían dar al mismo problema era mucho mas concisa, esencialmente cristiana : en lugar del bien por el bien , el mal por el mal, ellos decían y practicaban el bien por el mal. Así subyugaron á los Indios que veian clara- mente en ellos á mensajeros de Dios. Sin embargo , en vista del levantamiento nada les quedaba que hacer entre ellos, y. por otro lado, tuvieron que pensar principal- mente en servir de escudo á los Españoles que gracias á su amparo se salvaron. El estado de desnudez y de desmayo en que llegaron á Valdivia no hay palabras que lo pue- dan pintar. Al verlos llegar así , el veedor de la plaza (1) dio una camisa á cada uno de los jesuítas; y á muchos de los Españoles, hombres y mujeres, hubo que darles calzado , pues habían llegado con los pies desnudos , y así habían andado muchas leguas. Cuatro días después, (1) Don Juan de Castel-Blanco, CAPÍTULO L. /l63 llegó el superior de la misión de Dogll (1), y fué reci- bido como un ánjel que era, en verdad. Al cabo de tantas penas , la providencia quiso favorecerlos , y dis- puso se hallase en el puerto el transporte que habia lle- vado el situado á la plaza , y cuyo patrón ó capitán se ofreció á transportar los PP. conversores á la Concep- ción. En consecuencia, tomaron pasaje no solo los je- suítas sino también la mayor parte de los Españoles que ellos habían salvado, y cuya salud lo permitía, pues muchos no pudieron sobrevivir á tantas miserias y tra- bajos como habían padecido. Los demás , como decía- mos , se embarcaron porque no teniendo por entonces Valdivia mas esperanza de socorros que los que le hubie- sen de llegar por mar, habrían sido una carga gravosa para sus moradores. Solo se quedaron, ademas de los dos conversores locales (2), otros cuatro (3), porque la mar les era contraria y era estación de temporales, á los cuales llegaron á juntarse oíros dos (li) desde Tolten. Los que se embarcaron, llegaron en seis dias, no sin haber experimentado algunos contratiempos , al puerto de la Concepción , y después de algunos dias de descanso , fueron repartidos en diferentes colejios mientras renacía la paz y con ella la posibilidad de volver á sus respectivas misiones. A su tiempo veremos cual fué el fin de esta ex* pectativa. Mientrastanto , los obispos , y , en estos casos , los de la Concepción principalmente, adquirieron derechos eternos al reconocimiento de los hombres , y á recom- (i; El P. Pedro de Aguilar. (2] Los PP. Ignacio López Tiznado y Pablo Sardini. (3) Los PP. Ignacio Zapata; Antonio Landáburu; Pedro de Aguilar y José Barón. £ (4) Gaspar María Gálica y Pedro Garrote. m HISTORIA DE CHILE. pensas del cielo. Por el resumen histórico de la carta que habia escrito al rey sobre el estado de Chile , ya se ha visto el arrojo de la visita apostólica del ilustrísimo don Diego Montero del Águila , por medio del vasto y extendido territorio de los Indios. Vacante en 1715, por promoción de este prelado, el obispado de la Concep- ción fué ocupado, en 1716, por don Juan Nicolalde , el cual residió en él muy poco tiempo (tan poco que no se ve su nombre en algunos catálogos de aquellos obis- pos), porque pasó al arzobispado de Charcas, dejando por sucesor en la Concepción ádon Francisco Antonio de Escandon. Escandon era un clérigo secular de mucho mérito , que habia sido ya electo obispo de Ampurias , y sobre- todo, un gran predicador. Sus sermones eran modelos de erudición y de elocuencia , y le habían granjeado el aprecio muy particular y muy personal del mismo rey. En la expedición del gobernador Cano al parlamento de Negrete , este gobernador le manifestó con expre- siones de sorpresa la admiración que le causaba la va- riedad de sus conocimientos, y la elevación de su carácter, y se estimó muy dichoso al ver que el prelado parecía aprobar sinceramente y sin restricción interior, la resolución que habia tomado de preferir el pacificar á toda costa , antes que exponerse á renovar las intermi- nables guerras que habían precedido al tal cual estado de paz que habia producido muchísimos bienes , que muchos no quedan contar ni reconocer, porque no les convenia. Hablando , por ocasión oportuna en el mismo caso , de la influencia de los jesuítas , y del modo y método especiales que tenían de convertir, el obispo Escandon opinaba que el mas poderoso ejército sin ellos, vv'-# CAPITULO L. 465 hubiera perdido el tiempo y la pólvora; y que ellos con muchas menos hazañas militares, habrían hecho mu- chos mas progresos en sus conversiones. En Santiago, al obispo don Alejo Fernandez de Rojas habia sucedido don Alonso del Pozo y Silva (1), el cual habia sido del colegio de San Francisco Xavier ; cura rector, magistral , arcediano y en fin deán de la catedral de la Concepción, hasta que pasó al obispado de Tucuman en 1711 , de donde fué al de Santiago en 1723. Habiendo anudado así todos sus cabos, la historia tiene ahora que dar una ojeada retrospectiva no solo interesante sino también necesaria. (1) Natural de la Concepción del mismo reino. III. Historia, 30 CAPÍTULO LL Estado de la monarquía española al fin de la guerra de sucesión.— Su regene- ración por el sabio rey Borbon Felipe V.— Abdicación de este monarca en su hijo Luis I0.— Fallecimiento de este príncipe.— Vuelve su padre á tomar las riendas del gobierno. (1727—1730.) Para poder apreciar los acontecimientos de la con- quista de Chile es indispensable el tener algún conoci- miento del estado en que se hallaba la madre patria , y de las vicisitudes que padeció durante el xvii0 siglo. Por estas , habia llegado á una tal decadencia que ya no le quedaba, por decirlo así, de sus pasadas glorias y grandezas mas que las tradiciones. A estos desastres se juntaron, á principios del siguiente, los que le causó la guerra de sucesión. Por fin , Felipe V triunfó , gracias, muy ciertamente, á que fué el escojido de la nación espa- ñola, y por lo mismo sin duda la amó y la recompensó gobernándola con tan buena política, que no solo logró cicatrizar en pocos años las llagas profundas de sus mu- chas heridas , sino también hacerle recobrar mas fuerzas y mas vigor que las que habia tenido en sus épocas mas gloriosas. En el año 1718, ya España se halló en situa- ción de poner en el mar una armada mas poderosa que la que se habia llamado la invencible, de Felipe II (1). Ni el católico monarca Fernando , ni el emperador Carlos V, ni su hijo Felipe II , que habían emprendido tantas y tan grandes cosas surcando los mares, y con- (1) Semperré : Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de la monarquía española. CAPÍTULO LI. 407 pistando por tierra tantos países , habian hecho nunca tamaños preparativos. La Europa entera estaba como asombrada al ver que un reino arruinado , como debía de estarlo España por tantas pérdidas y una tan larga guerra como lo habia sido la de sucesión , pudiese aun hacer frente á tan inmensos gastos. Pero no reflexionaba la Europa que á los movimientos bien arreglados y combinados , sin duda , pero lentos é irresolutos de la política austríaca , que por otra parte se señoreaba halucinada por el esplendor de su grandeza del siglo XVI, habia sucedido una política mas activa y mas emprendedora. El alma del gobierno, en el punto en que Felipe V subió al trono, era un consejo de estado compuesto de Franceses y de Españoles. Entre los primeros se hallaba un jesuíta confesor del rey (1) , y un director jeneral de rentas (2) , gran ministro de ha- cienda, el cual, por medio de la reducción de los juros, que estaban á 5 por ciento , á 3 , disminuyó de la mitad la deuda del tesoro, y aplicó la otra mitad á otras urgentes atenciones. Es verdad que para la eje- cución de sus proyectos creó empleos de intendentes según el método de administración francesa, que era desconocido en España, y suprimió otros que existían, no solo inútiles sino también embarazosos. Por estos medios y obrando con tesón y entereza, logró cortar de raiz errores, abusos y fatales preocupaciones de hábito, y llenó las arcas reales de tanto dinero, que las rentas del Estado, que eran de solo treinta millones de reales á la muerte de Carlos II, ascendían ya en 1715, a 200 millones. Pues aun se fueron aumentando gracias á la ciencia es- (1) El P. Robinet, (2) M, Orry. A68 HISTORIA DE CHILE. A 'h tadística del ministerio de hacienda , por el cual mandó el rey en 1718 , á los intendentes é injenieros del reino hiciesen descripciones exactas jeográficas y eco- nómicas de sus respectivos territorios, con especificación de las diferentes cualidades de sus frutos, producciones y ganados. Tales fueron los medios, entre otros que son de cuenta de la historia jeneral de la monarquía y no de esta , por los cuales España adquirió nuevos co- nocimientos y nuevo impulso para progresar en industria y en riqueza. Los efectos jenerales del nuevo sistema de gobierno fueron portentosos tanto mas, cuanto sin el advenimiento de Felipe V, y si se hubiesen verificado las esperanzas y los proyectos de los plenipotenciarios de los reyes de la Europa en Ryswyck, la monarquía española habría sido despedazada en infinitas partes. Según estos proyectos, la mayor parte de las Américas y sus puertos hubieran caido en suerte á la Inglaterra; y lo restante, con al- gunas plazas de los Paises Bajos, á los Holandeses; Ñapóles y Sicilia le tocaban al rey de Inglaterra ; Galicia y Asturias habian de ser reunidas al Portugal ; la Cas- tilla , la Andalucía , el Aragón , Vizcaya , la Cerdaña , Mallorca, Iviza, las islas Canarias, Oran y Ceuta le quedaban al archiduque Carlos, y la Lorena, muchas plazas de Flandes y la Navarra , á la Francia. Tal hubiera sido la suerte de la monarquía española , si la sabia política de Luis XIV no la hubiese preservado de semejante ignominia negociando bajo de mano el testa- mento de Carlos II en favor de su nieto , mientras finjia adoptar los proyectos arriba dichos (1) ; pero gracias á esta política y á sus resultados, la Europa no solo vio (1) Semperré : Consideraciones sobre la grandeza y decadencia de la España, CAPÍTULO LI. 469 sus esperanzas frustradas, sino también la España mas fuerte , mas temible , y en apariencia á lo menos , con mas recursos de los que habia tenido en su mas flore- ciente estado. Pero para poder poner en planta su política, introdu- ciendo un sistema de administración enteramente nuevo para los Españoles, Felipe V habia tenido la buena maña de adoptar todos los usos y costumbres nacionales afín de congraciarse con ellos. A la verdad , en este particular, lo principal estaba hecho , y era imposible que le manifes- tase su apego mas altamente de lo que lo habia manifes- tado con la predilección gloriosa para ellos, con que los honró en su respuesta á las proposiciones del congreso de ütrecht, prefiriéndolos á ellos solos, con renuncia á sus derechos hereditarios, á otros dominios con cuya posesión habría conservado aquellos derechos : « No , no (habia dicho el monarca), mis Españoles, mis Espa- ñoles ; quiero quedarme con mis Españoles. » Después de semejante prueba , no se necesitaba de otra , ni era fácil el darla de igual valor. Noobslante , el rey halló medios de corroborarla ciñéndose á los gustos y usos nacionales, bien que estuviesen muy lejos de ser del suyo. El que mas arraigado estaba , como sucede en todas las naciones, era el del traje , y por lo mismo el mas difícil de mudar. Este traje era el de la Golilla , vestido muy serio sin duda, pero extremadamente incómodo para la libertad de mo- vimiento del cuerpo, en términos que el cardenal Albe- roni (1) decia que la gravedad española era hija de dicho traje. Acostumbrado á la lijereza y desenvoltura del francés , Felipe V lo adoptó noobstante , hasta que satis- fecho de no dejarles duda de que si lo desechaba era por (1) En su testamento político. 470 HISTORIA DE CHILE. los inconvenientes que tenia, se resolvió á introducir el vestido francés ; pero para ejecutarlo sin chocar con el uso , escribió una sátira en latin , intitulada Decretam Jovis de Gonellia (1), de la cual resultaba que el traje de la golilla solo era propio de togados y de médicos , y que desdecía mucho en todos los demás estados de la socie- dad ; y para desacreditarlo mas , hizo correr la voz de que si era económico también era mezquino, y que en efecto se habia adoptado por economía en tiempo de Felipe IY para ahorrarse los gastos de las gorgueras que se hacían con telas y encajes de Flandes. En una pala- bra , el rey adoptó el vestido francés ; los cortesanos hicieron lo mismo, y la golilla fué prohibida excepto para las profesiones en que era un distintivo. Los goberna- dores de Chile, mas por no chocar con el de los oidores de aquella real Audiencia que porque les gustase, lo to- maban cuando iban á presidirla, y en eso se fundaron cuando se negaron á acompañar á Ustariz á la función de los jesuitas en honra de San Ignacio si no se quitaba el uniforme con que se presentó , y revestía la golilla. El estado floreciente de España zozobró por algún tiempo por un motivo muy obvio cuando los reyes quie- ren conciliar sus afectos con su política. Viudo de la prin- cesa María Luisa de Saboya, Felipe V se casó en segundas nupcias con la de Parma , Isabel Farnesio , y con este plausible motivo , el abate Alberoni , que era encargado de negocios del duque de Parma en Madrid , pudo con- seguir, por la reina , el favor del rey, y ponerse en lugar del partido galo-hispánico, que fué desgraciado por su influjo, De este malhadado trastorno resultó á poco (1) Algunos autores han atribuido dicha sátira al P. jesuíta Commire. Semperré. CAPÍTULO ti. ft7l tiempo la marcha retrógrada de sistema y de sus efectos ; todo volvía á ponerse en el mismo estado en que se ha- llaban las cosas del reino antes de las reformas benéficas del sabio rey. El intrigante Alberoni, por su solo pro- vecho , conducía el estado á su pérdida. En menos de cuatro años, de simple abate que era, habia ascendido á cardenal , primer ministro, después obispo de Málaga, y enfm arzobispo de Sevilla. Pero el rey tenia demasia- das luces para que se le pudiese deslumhrar por mucho tiempo ; descubrió las astucias del cardenal y le mandó que saliese inmediatamente de sus estados. Con esto vol- vieron áser ensalzados el gobierno anterior y su sistema, y con ellos la nave del estado orzó , y navegó viento en popa. Enlazados de nuevo los Franceses con los Españoles, los vínculos que los unian se estrechaban cada dia mas , y las relaciones entre las dos naciones eran verdadera- mente correlaciones de familia. No solo el comercio y la industria , sino también la literatura y las artes empeza- ron á florecer en España. Madrid , que , bien que fuese la capital de una monarquía tan vasta , no tenia ni biblio- teca pública, ni academia, tuvo, gracias á Felipe V, la excelente biblioteca real que existe en el dia ; academias de lengua española , de historia y de medicina , y un colejio de nobles. Sevilla debió al sabio monarca su socie- dad médica; Barcelona, su escuela de matemáticas; Gervera, su universidad , y Cádiz , su compañía de guar- dias marinas , de donde salieron tantos celebérrimos na- vegantes. Hasta el reino de Felipe V, no se conoció en España ningún escrito periódico , y el Diario de los lite- ratos le debió el ser. En una palabra, Felipe V fué el rejenerador de la i--'- ¿72 HTSTORTA DE CHILE, España, y como desde él empezó una nueva era, ha sido indispensable conocer los cambios esenciales que ha habido en ella para juzgar y apreciar los acontecimientos subsiguientes. Ya no había que temer corsarios ni piratas en los mares que podían llamarse españoles; y en efecto no se oia hablar de ninguno. Chile gozaba de paz por dentro, y de entero descuido por afuera. Gomo lo hemos dicho, la sola novedad había sido la abdicación de Felipe V en Luis I , hijo que tuvo de la princesa de Saboya; pero este príncipe, que fué llamado el malo- grado, y que subió al trono en enero 1724, falleció en agosto del mismo año y su padre volvió á tomar las rien- das del estado. CAPITULO LI1. Humanidad de los reyes de España para con los Indios— Refutación de ca- lumnias.- Beneficios de la relijion.- Apolojía de la conducta de Gano de Aponte.— Carta orijinal conteniendo un episodio de á proposito.- Conse- cuencias que presenta (1730.) Si los fundadores de las colonias del nuevo mundo han merecido (aunque no los hayan obtenido jeneralmente) han merecido, decíamos, elojios y reconocimiento de parte del antiguo, los de las del reino de Chile los han merecido muy particularmente por la mayor resistencia y dificultades que encontraron para establecerlas. Las ven- tajas que han resultado para la relijion , la ciencia , el comercio y la industria de los Europeos de los estableci- mientos de los Españoles en América son incalculables, y á pesar de esta verdad universalmente reconocida, no han faltado escritores que la han contestado con las solas miras de disminuir la gloria de la nación , y aun de de- nigrarla en sus hijos , muchas veces los mas beneméritos y distinguidos. Unos han escrito que todo cuanto se con- taba de la feracidad y de las riquezas del nuevo mundo era falso. Otros han asegurado que lejos de ser útil al antiguo, al contrario le había dañado, puesto que ha sido preciso despoblar el país de los conquistadores de hombres y ganados para poblar y cultivar el nuevamente descubierto, en donde no habia mas que monos y hom- bres que diferian muy poco de los brutos. Pero esto era poco en comparación de lo que sigue. Muchos autores , dice Robertson , han considerado la klk HISTORIA DE CHILE. despoblación de la América como consecuencia de un plan atroz meditado por los Españoles mismos, los cuales, no pudiendo ocupar vastos, inmensos territorios, poblados de naciones infinitamente mas numerosas que ellos, resolvieron exterminarlas para conservarlos sin zozobras ni riesgos; pero estas detestables calum- nias han sido desmentidas por los hechos, y todo el mundo sabe ya y confiesa, excepto los ignorantes y los necios, que jamas tan horrososo proyecto entró ni pudo entrar en la mente de ningún gobierno español. Lejos de eso, los reyes de España no cesaron de dar órdenes las mas humanas y las mas bondadosas para la conserva- ción y aun también para el bienestar de los nuevos va- sallos de la corona. Todos los reglamentos y todas las reales cédulas, bajo todos los reinados, no solamente estaban impregnadas de justicia y de prudencia , sino también de humanidad. No hay mas que ver y leer la Re- copilación de leyes de las Indias para convencerse de esta verdad. Para que los Indios no pagasen mas impuestos de los que podían y debían , los vireyes, gobernadores y presidentes de la real Audiencia estaban encargados de formar comisiones , cuyos comisarios , antes de tasar los impuestos , debían proceder por los trámites siguientes : En primer lugar, asistir á la misa del Espíritu Santo para que los alumbrase y les preservase de cometer injus- ticias; y, al fin del oficio divino , prometer y jurar ante el sacerdote que obrarán en conciencia , sin odio ni suerte alguna de interés ó de favor. En seguida, recorrer, en cuanto fuese posible , las poblaciones sometidas y de paz , con el fin de ver por sí mismos la cualidad y can- tidad de terreno poseído y cultivado por cada familia, y de informarse de lo que pagaba antes á su respectivo CAPÍTULO IJI. A75 cacique, comparándolo con lo que pagaba en aquella ac- tualidad , ya fuese al estado ó á su encomendero. Después de estas indispensables medidas de justicia y acierto, al tasar los impuestos , debían los comisarios tener mucha cuenta con dejar á los Indios no solamente lo necesario para la subsistencia de toda su familia, sino también para criar y dotar á sus hijos ; para los gastos acciden- tales de enfermedades , y otras necesidades ; por manera que pagasen menos de lo que pagaban siendo idólatras é independientes ; se enriqueciesen mas bien que empo- brecerse , y viviesen cómoda y tranquilamente , no siendo justo que fuesen mas maltratados que los demás vasallos del rey (1). Por aquí se vé que los reyes de España querían y en- tendían organizar poco á poco el sistema colonial uni- forme y en armonía con el de la metrópoli; pero la codicia de particulares era demasiado grande para some- terse sin una larga resistencia á las leyes , y aun hemos visto en Chile gobernadores , y, por el hecho mismo , otros oficiales y empleados , desconocerlas , tratar á los Indios como esclavos y venderlos. Por mas que el sabio y celoso cabildo de Santiago vijilase y reclamase la eje- cución y la observancia de reales cédulas en favor de los Indios y de la paz , muchas veces se vio impotente , por- que la enorme lejanía del poder soberano aseguraba la impunidad , á lo menos por mucho tiempo. En efecto , mientras llegaba un informe á la corte y volvía la res- puesta á Chile , ya los efectos de un abuso ó tropelía se habían realizado , y era demasiado tarde para remediar el mal que habían ocasionado. Y aquí entran los grandes servicios que los misioneros (1) Recopilación de leyes de las Indias, ley 21, tit. 5, lib. 6. 476 HISTORIA DE CHILE. hacían á la causa , y el aborrecimiento con que los mi- raban sus detractores. Estos servicios han sido tan pro- bados y tan patentes que todos los hombres juiciosos de la Europa los han reconocido y ensalzado, confesando altamente que los males de los Indios hubieran sido mucho mayores sin la protección de los conversores , y que lejos de haber emanado de la política de la corte , habían sido causados por la imprudente injusticia de conquistadores y colonos. Así hemos visto constante- mente á los jesuítas , en especial , defender á los Indios contra las calumnias de los que los declaraban incapaces de conformarse á una vida social y de entender los prin- cipios de la relijion , ejerciendo en su favor funciones de ministros de paz y quitando, por decirlo así, de las manos el azote á sus opresores , y obteniendo reales cédulas para suavizar los rigores de su mala suerte. Así lo sintió al fin Cano de Aponte , porque lo vio por sus propios ojos, y empezó á darles la mano y á favore- cerlos. La prueba de que el levantamiento no habia pro- venido, aunque largamente premeditado, de su propia inconstancia é índole guerrera , ha sido de que muchos de sus jefes decían á los misioneros, como lo hemos visto, que no se alejasen mucho para poder volver mas pronto y mas fácilmente. Otra prueba ha sido la ninguna oposición qne hicieron á la despoblación de las plazas y el poco encono con que atacaron á Puren , á Yumbel y al Nacimiento , las únicas que hubiesen sido atacadas. Lo que hicieron contra las dos primeras no fué , ni de muy lejos, semejante á lo que hacían en otros tiempos, puesto que Puren se defendió con un solo falconete , no en muy servicial estado , y que Yumbel los desanimó con una sola repulsa. En cuanto al Nacimiento, esta plaza tuvo CAPÍTULO III. ^77 algo mas que hacer, porque los Araucanos emplearon contra ella un ardid , ó por mejor decir, un pertrecho in- jenioso que merece ser descrito y que vemos en una carta orijinal de dicha plaza. Es una pieza preciosa que nos hacemos un deber de copiar textualmente. Con esta carta , á lo que parece , iba otra para el gobernador que se hallaba en la Concepción , puesto que vemos en mem- brete en la siguiente estas palabras : « Sor el portador conviene pase luego para la Con- cepción con la carta del señor presidente , y aunque no lea vmd. esta , se servirá demandarle que pase luego. » Debajo de este membrete, empieza la citada carta que los lectores verán con gusto y que dice así : « Muy Sor mió , el no haber despachado los hombres que vmd. espera no ha sido desobediencia sino haberme parecido convenia el detenerlos por lo que se verá en lo siguiente. » El dia martes 10 del corriente remanecieron al re- dedor de este fuerte como quinientos Indios , al parecer, y se situaron á la vista sobre una lomilla , — pusieron sus armerillos y se estuvieron desde aquel dia hasta el jueves en la noche, como á las nueve , que dieron la embestida con tal fuerza de jente y tal valentía que se debió temer la resistencia. — Vinieron pues acercándose al foso con unas como puertas fabricadas de coleos muy tejidos , y sobre estos, cueros de vaca frescos y entretelados con pellejos de ovejas con las lanas mojadas. — En esta forma traían dichas puertas , que eran siete , y en ellas venían abroquelados mucha porción de Indios marchando hasta que llegaron al foso resistiendo balazos , y se fueron des- colgando á él hasta que quedaron muy pocos por entrar. Esto era que al mismo tiempo tiraban de otras cuadrillas m 478 HISTORIA DE CHILE. tanta suma de piedras que caian á un mismo tiempo mu- chísimas ; los del foso, ya guardados en él , empezaron á tirar flechas , y á ir subiendo con puertas y todo del foso para dentro , y viendo yo que sin remedio se habian de acercar á la estacada , dije que todos tirasen balazos sin cesar. Fuéronse descomponiendo de tal suerte que des- esperadamente dejaron las puertas todos, y de un apretón ganaron la estacada con lanzas y hachas. Aquí fueron los mas tiros logrados, porque desde las garitas y por las rendijas ó aberturas de los palos se acertaron los mas. Lanzada hubo de una parte y de otra con gran empeño , y por la gran misericordia del todo poderoso nos fué fa- vorable la suerte , pues luego que vieron caidos algunos de ellos, volvieron las herraduras y ganaron de huida el foso, de donde fueron saliendo para la campaña muy mal avenidos con la vida , pues quedaron cerca de la estacada muertos algunos, y otros dentro y fuera del foso. Retiráronse á sus cuarteles desconsolados y desai- rados sin haber logrado su intento. Amaneció Dios y trajeron su caballada, y habiendo ensillado, se fueron desacuartelando de tropas en tropas, y yéndose, en que se ocuparon todo el dia , juntando las armas que habian perdido , y escondiendo y enterrando los cuerpos, aun- que no hemos dado con ellos — lleváronse una mujer española que cautivaron media legua del fuerte, que habia salido antes que ellos se apareciesen. Esta , seis leguas de aquí , se les escapó con gran felicidad , y dice que en el camino á su vista, murieron seis y que iban mas cantidad de enfermos y heridos que los que iban sanos, que á penas se podian tener á caballo de desfalle- cidos, y que dijeron todos en jeneral que les habian muerto hasta cien Indios; y dice que la noche de la ba- CAPITULO LI1. talla, la dejaron amarrada con treinta que dejaron de guarda de los caballos y avíos ; y que aquella noche , cuando se retiraron, murieron dos y los enterraron , el uno , á su vista, y el otro , que no sabe donde. — Ellos irán pareciendo ; no los hago buscar, porque pudiera haber quedado ó vuelto alguna cuadrilla. Y dice dicha cautiva que ó van á matar á Rayiñam , ó á volver con mas fuerza de jente ; que esto les oyó decir y tratar. — Los que quedaron aquí de manifiesto muertos son diez , con uno que quedó mal herido pero vivo ; á este hice poner en el cepo con ambas piernas quebradas, y por la ma- ñana, que es hoy dia de la fecha, hablé con él ; y dice está toda la tierra alzada ; que han embestido á Puren y no han hecho nada, ni tampoco les han muerto ningún cona. De Tucapel no sé nada; — que Yilumilla tiene á los dos Salazares y á otro Espa ol que no sabe como se llama. — El capitán de Santa Fe me hizo avisar como estaban pasando no sé qué porción de Indios para la isla de la Laja á solo maloquear á los de Santa Fe , los cuales han pasado sus mujeres y familia á este fuerte, y ellos han quedado con su capitán de la otra banda con ánimo de huir ó ocultarse. — Remito á vmd. el recibo de la pólvora y balas, que es cierto si no vienen las últimas que trajo Quiroa , me veo en mas aprieto , porque creo hubiesen faltado ; pero mediante el favor de Dios y el de vmd. , no sucedió , como espero de la jente de Chillan la que vmd. me ofrece. —Ya verá, señor, que no hice muy mal en detener los hombres que vmd. mandaba se volviesen , pues aun con esos mas que se hallaron , nos vimos bastantemente aflijidos, como lo dirán todos los que se hallaron. Creo que se dará por buena la detención en el dictamen de vmd. á quien güe Dios muc.s an.s 480 HISTORIA DE CHILE. Na.toyAg.lo13 de 1723 an.s = Muy S.ormio, B. L. M. de vmd. su mi.r ser/ = Alfonso de las Cuebas. = S.or m.se de cam.° d.n Pe.0 de Molina. » Hemos querido dar á los lectores la satisfacción de ver por sus ojos el tenor mismo , sin añadir, cambiar ni quitar un ápice de esta preciosa carta, que se halla aquí muy naturalmente como un episodio gustoso que da materia á varias reflexiones. La primera es la prueba evidente de que , como lo hemos notado desde lejos, los Araucanos no eran ya aquellos terribles guerreros que no necesitaban ni empleaban mas aprestos para entrar en campaña y marchar al enemigo, que sus lanzas, macanas é intrépidos pechos. Ahora, ya trabajan en po- nerse á cubierto de los tiros y balas, en lugar de arro- jarse denodados salvando á la carrera el espacio que los separa de los tiradores , sobre ellos , y como estos per- trechos no podían menos de ser insuficientes é imper- fectos, como los lectores lo acaban de leer, la confianza en ellos desaparecía, y con ella la esperanza de vencer. Claramente , los Araucanos habían dejenerado , por un lado. Por otro , el estado de las fuerzas y fuertes españoles solo permitía rechazarlos, y harta dicha era, como lo cuenta el comandante del Nacimiento. Imposible perse- guirlos porque habría sido muy imprudente, en aten- ción á que podía haber quedado ó vuelto alguna cuadrilla. Esto dice el comandante de las Cuebas , y lo dice para excusarse de no haber despachado la jente que le pedia el maestre de campo, jente sin la cual mal le hubiera ido. j Qué fuerzas para una ofensiva en medio de un país sublevado ! CAPITULO Lili. Vuelven los misioneros á sus antiguas estancias. - Fundación déla de San Luis de Loyola.- Descripción del territorio - Comercio de los Franceses entre el Perú y Chile.- Terrible terremoto.- Sus desastrosos efectos.-Conducta admirable de Cano.— Su muerte y fin de su gobierno. (1730—1733.) Los años de 1728 y 1729 se pasaron muy tranquila y pacíficamente, y el gobernador hacia regularmente sus viajes á la frontera para la distribución del situado , re- vistas y otras atenciones militares. Los conversores vol- vieron á sus estancias á petición de los mismos Indios que los recibieron como verdaderos padres. Ademas , se fundó la misión de San Luis de Loyola , ó sea la punta de los Bañados, como se llama comunmente. Aquel sitio dista una sesenta leguas de Mendoza , al mediodía hacia Buenos Aires, con todos los inconve- nientes que se atribuyen á dicha ciudad , y sin tener ninguna de sus ventajas. Ni hay trigo , ni vino. Las ha- rinas para hacer pan las llevan de Mendoza los que tienen medios para ello, y por bebida, tienen que contentarse con chicha ó sidra que fabrican con una especie de algar- robas. Las montañas abundan de tigres (1), animales feroces y terribles ; de víboras y otros reptiles vene- (1) El tigre español, que tiene mucha semejanza con la pantera, y que se llama así en el norte de la América, es el animal que los Franceses distinguen con el nombre de jaguar. 111. Historia. 3j /i82 HISTORIA DI ÍITLE. nosos. Bien que no esté siempre expuesta á resentir los temblores de tierra tan frecuentes en Chile, padece hor- ribles tempestades de truenos y aun de rayos. En la jurisdicción de Mendoza habia muy buenas es- tancias de ganados, mayores y menores, y de caballos. La ciudad poseia un cabildo con sus correjidores ; un convento de relijiosos dominicos de muy antigua funda- ción , en comunidad de provincia de predicadores con la del Perú ; una iglesia parroquial con cura y vicario, y una jurisdicción de doscientas leguas de circunferencia , á la verdad, tierra poco cultivada, y que ofrecía apenas con que sustentar á los misioneros. Sin embargo, el P. visita- dor Manuel Sánchez Granado no pudo resistir á enviar el pasto espiritual á aquellos infelices moradores, y con este fin, encargó al rector de Mendoza procurase adquirir una casa para la fundación , con una cuadra de tierra. Jus- tamente acababa de fallecer un habitante un poco hacen- dado que dejó una y otra cosa, y fueron compradas con bastante conveniencia, en 1727, por cuatrocientos pesos. En 1728, un vecino de Santiago, llamado don Andrés de Toro , ofreció para dicha fundación , que aun estaba en estado de proyecto , una estancia , de dos que poseia en aquel distrito , y con esto , el P. provincial , Claudio Crúzate , se determinó á enviar dos fundadores á la re- sidencia de la Punía , en 1732 , que fueron el P. Sebas- tian de Abila por superior, y el P. Nicolás Mesa ; y esta fué la última estancia de conversión que se fundó. Restablecido el buen orden en todos los ramos del go- bierno de Chile , aun hubo algunos conflictos ocasionados por intereses particulares. Los activos éintelijentes Fran- ceses , libres de comerciar en el mar del Sur, adoptaron el puerto de la Concepción por centro de su comprcio . CAPÍTl LO A 83 que abundaba en jéneros de Francia, y el comercio de Lima enviaba allí dinero sin cuenta para que le sur- tiesen , en cambio , de dichos jéneros. En semejante trá- fico no podia menos de haber desórdenes y abusos , y el virey lo prohibió : pero no por eso dejó de continuar poniendo un pretexto en lugar del verdadero motivo. El pretexto bajo el cual continuó fué la extracción de jéneros de Chile ,. nombre que ponían ¡os capitanes de los buques mercantes á los jéneros franceses. Descubierta por el virey esta astucia, halló un medio muy bueno de parar sus efectos mandando que el comercio de Lima no en- viase dinero á Chile, y que los Chilenos enviasen sus producciones á Lima ellos mismos. Tan sencilla como injeniosa, esta resolución , por des- gracia, fué acompañada del olvido grave de una real cédula (1), que les concedía libertad entera de comer- ciar, y prohibía la tasación de sus mercancías, prohibición que el virey perdió enteramente de vista mandando que se les fijase precio al desembarcar en el Callao , con per- juicio notable de los interesados. El gobernador no podia menos de salir por ellos y representó al virey, exponién- dole que en aquella actualidad sobretodo , les eran tanto mas insoportables aquellos perjuicios, cuanto por las levas forzosas que se habían hecho, el cultivo de las tierras habia quedado al abandono, y se padecía una grande escasez de granos. Noobstante esta justa repre- sentación, el virey persistió y llevó á efecto su resolu- ción ; en vista de lo cual Cano de Aponte se vio obligado á usar de la propia autoridad que tenia en el reino pro- hibiendo que sus administrados exportasen granos y sebo, dos artículos esenciales de comercio con el Perú , á me- tí) 22 de diciembre 1651, ~ 48/i HISTORIA DE CHILE. nos de tres pesos la fanega de trigo , y de seis el quintal de sebo. Ya fuese por esta determinación del gobernador de Chile, ó, mas probablemente, porque el cabildo de Santiago le hizo una exposición en el mismo sentido de la de aquel , el virey cedió , y los Chilenos volvieron al goce de la citada real cédula , y á comerciar como lo entendía su gobernador. Sin embargo, aun quedaba márjen á fraudes; pero Cano tenia los ojos abiertos sobre todo y sobre todos. Los almacenes ó depósitos de granos en los puertos , depó- sitos que se distinguían con el nombre de bodegas , de donde los guardas almacenes se llamaban bodegoneros , eran las fuentes de extorsiones ejercidas por estos últimos en los comerciantes, los cuales les pagaban un real de vellón por cada fanega de granos almacenados. Al punto en que el gobernador descubrió esta exacción , comisionó á don Luis de Arcaya , de Santiago , sujeto de la mayor integridad y distinción , para que fuese á Valparaíso á informarse del hecho. Fué Arcaya y averiguó muy fácil- mente que no solo los bodegoneros imponían álos dueños de los jéneros depositados, sino que también se propa- saban á disponer de ellos como si fuesen suyos, en términos que cuatro, don Francisco España, Miguel Gutiérrez , Félix Valdivia y Cristoval Rodríguez , habian extraido de sus respectivas bodegas , sin consentimiento ni conocimiento de sus dueños, seis mil fanegas de trigo para prestarlas á don Pedro Vázquez de Acuña y á don José Portales, lo cual era como si hubiesen dispuesto de catorce mil pesos de sus cajas, según el precio de los granos. En historia , y muy particularmente en una historia como la de Chile, no hay punto, por pequeño y nimio capitulo nir. 485 que parezca, que sea indiferente , y este que se trata , al enunciarlo , no parecia ofrecer semejantes enormes con- secuencias. El gobernador, indignado, mandó poner presos á los delincuentes , y mientras se les formaba causa , mantuvo su decreto hasta que presentaron fianza para salir en libertad ; y á fin de cortar de raiz tamaños abusos de confianza, puso un diputado en Valparaíso para rubricar todas las entradas y salidas de granos de los depósitos ó bodegas. Pero se acercaba el momento en que el gobernador de Chile debia obtener la palma de todas las virtudes de que el hombre puede estar adornado humanamente. Este momento fué el de un acontecimiento cruel, tal vez el mas cruel que los Chilenos hubiesen experimentado hasta entonces, y del cual quedó para siempre una triste me- moria ; un terremoto , al cual ningún otro se habia igua- lado en estremecimiento de la naturaleza y en sus desas- trosos efectos. El 2 de julio 1730 , á las dos de la noche , de repente tembló la tierra , mientras todos los habitantes de Santiago , de la Concepción , de Coquimbo , de Val- paraíso , de todo Chile enfin , dormían muy lejanos de pensar en el funesto despertador que llegaba sordamente á quitarles el sueño ; se estremeció la tierra con tanta vio- lencia , que en la capital , las iglesias de Santo Domingo y de Nuestra Señora de las Mercedes, las torres de la catedral y de San Francisco , cayeron arrancadas por los cimientos con horroroso estrépito ; de donde se puede colejir lo que ha debido suceder con casas y edificios menos solidos. Los habitantes se arrojaron de sus camas, y salieron despavoridos á las calles. El gobernador, su mujer y familia abandonaron su palacio, y tal era la confusión que nadie sabia á donde correr á guarecerse. km HISTORIA BE CHILE, Y, sin embargo, solo hubo dos víctimas en ei momento; una monja de Santa Clara , y una mujer anciana , junto á San Pablo. En Valparaíso , mientras que el terremoto derribaba los castillos, el mar embravecido inundaba el puerto y las bodegas , de donde se llevó mas de ochenta mil fane- gas de granos. La Serena y Coquimbo fueron arruinados, y, en la frontera , todas las fortificaciones cayeron. La capital de estas , la infeliz Concepción , fué la que mas padeció por la misma causa que Valparaíso, porque el mar la inundó , y acabó de llevarse lo que el terremoto habia dejado ; y por si algo habia quedado , dos horas depues, volvieron la tierra á temblar, y el mar á sumer- jiiia de nuevo. Todos los establecimientos de Chile, públicos y particulares , experimentaron la misma ruina ; fué una desolación jeneral. Los habitantes de las ciudades arruinadas levantaron barracas en las plazas, y aun aquellos cuyas casas ha- bían queda'do en pié no se atrevían á volver á ellas. Aquí fué donde brilló el noble corazón de Cano de Aponte en las virtudes que adornaban á su familia. Su mujer misma se revistió de un cilicio en una de las procesiones de rogativas que se hicieron en Santiago, con voto de llevarlo toda su vida. Su marido abrió su alma y sus manos á tantos males derramando al rededor cuanto poseía para remediarlos. Dio quinientos pesos á cada uno de los conventos de Santo Domingo , San Francisco , de la Merced, San Agustín , colejio de jesuítas y noviciado de la compañía ; doscientos cincuenta á los recoletos franciscanos, al colejio de San Diego, al monasterio de Santa Clara de la Cañada , al de Santa Clara de la Plaza, á los de agustinas, de capuchinas, beaterío de Santa CAPÍTULO Lili. 487 Rosa y al colejio de San Miguel , y doscientos á la casa de ejercicio. Levantó á su costa las casas del ayunta- miento, de la real Audiencia, de la tesorería; las cár- celes , y su propio palacio ; las escuelas de primeras letras y de latinidad y las aulas del colejio de jesuítas. La di- rección de todas estas obras la puso á cargo del corre- jidor don Pedro de Urreta y Pardo , que la legó luego con el correjimiento á su sucesor en este, don Juan Luis de Arcaya. Después de haber atendido con toda su eficacia al re- medio de los males de la capital , voló á socorrer, si le era posible, la Concepción en donde eran aun mucho mayores. No habia quedado, por decirlo así, piedra sobre piedra en la ciudad, y ele las fortificaciones, solo quedó en pié la de la Planchada en el puerto. Acercándose al Biobio y tendiendo la vista, no se descubrían mas que ruinas ofreciendo la perspectiva de un cuadro lastimoso. Gano, aílijido, no sabia por donde empezar, ni á que acudir primero. En la ciudad no habia un cuarto , ni brazos. ¿Qué podia hacer? —Lo que hizo; escribir al virey y contarle aquellas lástimas. En respuesta, recibió cin- cuenta mil pesos, y animado con este socorro , pensó en atraer trabajadores , y propuso á los caciques de la fron- tera una junta jeneral , que aceptaron y tuvo lugar en Arauco , presidida por el maestre de campo Salamanca. Los Araucanos convinieron con la mayor docilidad en cuanto les fué propuesto. Las estancias de conversión de Tolten (bajo), Arauco y Tucapel fueron repuestas, con la sola diferencia de que la última volvió á pasar de la di- rección de los franciscanos á la de los jesuítas, y los naturales consintieron en que todos los relijiosos, de cualquiera orden que fuesen , se internasen en sus tierras I /l88 HISTORIA DE CHILE. á ejercer su ministerio, no solamente con los recien nacidos y criaturas que muriesen en la edad de la ino- cencia , sino también con los adultos que quisiesen con- vertirse á la fe católica. Mientras que el gobernador trabajaba con el mayor celo en reparar tantas pérdidas causadas por el espantoso terremoto, Chile se vio aflijido por otro azote, otra peste de viruelas que cundió desde la capital hasta muy aden- tro en las tierras de los Indios. En donde mas estragos causó fué en Santiago y en su distrito. Los habitantes de la ciudad , queriendo huir á los campos para escapar al contajio, en lugar de evitarlo iban á su encuentro, puesto que en los campos los enfermos morían sin auxilio por- que tal era el horror que la enfermedad causaba que los sanos los dejaban abandonados. En ninguna parte del mundo se han visto miserias y calamidades mas grandes, mas crueles ni mas continuas que las que padecieron los conquistadores y colonos de aquel reino , y su constancia seria inexplicable si no se hubiesen sostenido en tamañas tribulaciones por la relijion y por sus ministros. El obispo de la Concepción, don Francisco Antonio Escandon , hizo cosas increíbles de caridad cristiana y de celo apostólico en los desastres del terremoto , y, cosa increíble , no se contentó con ver salir de sus ruinas los antiguos establecimientos relijiosos , sino que erijió la sociedad del Beaterío de Nuestra Señora de la Hermita en monasterio de trinitarias descalzas del ceñido, n° 3o. — Para la reedificación de la capital de la frontera y de las plazas , Cano no había dado un paso sin él , es decir, sin tenerle á su lado y consultarle , como si en su con- ciencia é integridad hubiese tenido escrúpulos de no acertar por si solo ; pero por mas que hizo , aun tuvo CAPITULO LIIT. 489 choques y desazones mayores ; el antiguo buen servidor veedor jeneral don Fermín Montero de Espinosa, el mismo que había sido perseguido por el gobernador Ibañez , fué el que se los suscitó. Era, al parecer, dicho veedor personal, altanero é imprudente. Por buenas que fuesen sus razones en aquellas circunstancias, no podían menos de ser inoportunas con riesgo de entravar los pro- gresos de las operaciones emprendidas por el goberna- dor. La responsabilidad pesaba enteramente sobre este y no sobre él , y en teniendo resguardo por escrito de haber llenado los deberes de su empleo , era todo lo que le com- petía y le interesaba. En lugar de limitarse á poner á cubierto su parte de responsabilidad, contestó el acierto de las medidas que tomaba Cano , y aun se opuso abier- tamente á ellas. Resentido de que el gobernador no hu- biese tenido cuenta con su voto y sus razonamientos cuando se trató en consejo de guerra de la oportunidad ó inoportunidad de la evacuación de las plazas , tierra adentro, y tanto mas resentido probablemente, cuanto veia que Cano habia hecho bien , quiso sacar su desquite, confiado tal vez en que seria oido por el rey como lo habia sido en la persecución que le habia suscitado Ibañez. El acaloramiento con que obró en aquella oca- sión le alucinó y le impidió de ver ó de reflexionar, que si habia salido bien contra aquel , era imposible , en ma- teria de intereses, que pudiese tachar á un gobernador de la justificación de Cano de Aponte , cuyo desprendi- miento y jenerosidad estaban tan acreditados, y que acababa de esparcir sus caudales á manos llenas para rehacer lo deshecho por el terremoto. Enfin , tanto hizo , que el gobernador se vio obligado á mandar fuese ar- restado , y continuó llevando adelante sus obras. /í90 HISTORIA DE CHILE. El año 1732, los capitulares de Santiago , que ya antes habían pedido al rey la fundación de una casa de mo- neda , repitieron la misma súplica , que por esta vez tuvo éxito , el 30 de octubre , fundándose en la prohibición del virey de llevar dinero á Chile. De suerte que en lugar de desanimarse , y de temblar de no ver jamas su obra coronada, el ínclito cabildo de Santiago parecía tener relaciones misteriosas con el hado y estar muy seguro de que algún dia lo seria. En 1733, ya la Concepción habia resurjido de sus ruinas , y dejando á sus moradores con nuevos ánimos, como si tuviesen un seguro eterno contra terretomos y sus destrozos , se fué á Santiago. El recibimiento que le hicie- ron fué tal como sabia hacer recibimientos el noble ca- bildo de Santiago , y como este gobernador los merecía. Hubo dias de fiesta en su honra , y se corrieron cañas y estafermos. En una de estas corridas , Cano montaba , como le sucedía regularmente, un mas que brioso, indó- mito caballo, y en un pase , quiso hacerle poner pies en pared. El animal se negó á obedecer por mucho tiempo con una resistencia desesparada, y tal que un jinete como el que llevaba sobre sus espaldas hubiera podido solo mantenerse en ellas. La voluntad de Cano se irritó en razón de la desobediencia del animal, y tan obstinado como este , se empeñó absolutamente en que habia de obedecer, y en efecto lo consiguió ; pero mas le habria valido no conseguirlo, puesto que con el arranque teme- rario que lo forzó á alzarse y á poner pies en pared, el caballo cayó de espaldas y cojió debajo á su impru- dente dueño. Funesto y terrible golpe fué que resonó en todos los corazones del inmenso concurso de espectadores ; porque CAPITULO LUÍ. 491 todos idolatraban á Cano de Aponte; pero sus tristes efectos no fueron inmediatos, y aun vivió cerca de cuatro meses. Su fin fué ejemplar, y antes de morir perdonó cuantas ofensas se le podían haber hecho , y pidió perdón de las que él había podido hacer. El dia de su falleci- miento fué el 11 de noviembre á las 11 de la noche (1). Pero aquí se presenta un caso en que la historia tiene , por fuerza, que llenar un deber penoso manchando una vida tan interesante con una acusación postuma , aunque bajo la responsabilidad del solo escritor (2), en cuyos escritos la hayamos visto , así como también en los mismos hemos solo visto los detalles de su muerte. En primer lugar, el moribundo devolvió la libertad y el empleo al veedor Espinosa , particularidad poco im- portante, por mas que diga y haga el citado escritor para denigrar á Cano de Aponte , después de haber llenado pajinas con loores de su persona y de su gobierno, y reservándose el repetir las mismas alabanzas á continua- ción del vituperio. Lo que choca verdaderamente es, que un hombre tan íntegro , tan leal y magnánimo como lo fué este gobernador, haya tenido que declarar en su última hora, para descargo de su conciencia, pidiendo perdón de la ofensa al ofendido, que, al parecer, lo era el doctor don José de Toro Zambrano y Romo , arce- diano, provisor y vicario jeneral del obispado de San- tiago; que en el conflicto del 11 de setiembre de 1728 entre el poder secular y el eclesiástico, sobre competencia de jurisdicción , habia pasado ala corte un informe falso contra él , acusándole de haber favorecido el contrabando. (1) Dejó dos hijos que le sobrevivieron poco. Elimo, Don Gabriel, murió en Santiago mismo ; y el otro, durante la navegación para volver á España con su madre. (2) Carvallo 492 HISTORIA DE CHILE. Fué muy cierto que el informe , justo ó injusto , tuvo lugar, y que á consecuencia , el rey mandó al obispo , en orden del 29 de octubre 1733, formase causa al acusado, causa de la cual salió este inocente. También parece auténtico que el vicario jeneral se sirvió de la declara- ción del moribundo para completar su justificación , me- diante la cual fué indemnizado con la mitra de la Con- cepción ; pero acostumbrados á ver en el gobernador Cano un hombre de sentimientos elevados, los lectores tendrán mucha repugnancia en creer se haya hecho cul- pable de la bajeza que encierra la calumnia, y tal vez preferirán el pensar que engañado , y en un arranque de sus naturales ímpetus, causó un perjuicio que no era merecido en rigor. Esto , en la suposición de que aun habiendo sido justo , no haya tenido la santa magnani- midad de perdonar él mismo, bajo el pretexto de pedir perdón ; secreto que pertenece á muy pocos corazones escojidos, y que se hace increíble á los vulgares. CAPITULO L1V. Gobierno interino del oidor decano de la real Audiencia don Francisco Sán- chez de Barreda y Vera.— Hospicio de recojidas.— Interinato del maestre de campo don Manuel de Salamanca.— Conducta que observa en el gobierno. Parlamento en la Concepción.— Gobierno del teniente jeneral don José de Manso. (1733—1737.) A la muerte de Cano, su sobrino el maestre de campo don Manuel de Salamanca presentó una carta suya en que le encargaba del gobierno interino del reino ; pero la real Audiencia no quiso reconocer por válido el nombramiento, y su oidor decano, don Fran- cisco Sánchez de Barreda y Vera, tomó el mando apoyán- dose en la Recopilación de Indias (1) , el 20 de no- viembre, de ínterin llegaba el gobernador en propiedad, ya nombrado , don Bruno Mauricio de Zabala , ó desi- gnaba otro interino el virey. En efecto , el 9 de marzo siguiente, el virey Gastelfuerte envió á Salamanca el nombramiento al interinato, y cesó el oidor decano, el cual habia tenido poco en que ejercerlo. Solo la casa de recojidas fué abierta por él á principios de 172/t, bien que el proyecto de la fundación datase de 1696, y la construcción del edificio, de 1712. Cuando le llegó á Salamanca su nombramiento , venia él justamente de una expedición que habia em- prendido con doscientos hombres, por orden del interino oidor decano , contra un navio holandés bastante bien I) Leyes 13 y 14 , líb. 2.— Carvallo. !i9k HTSTORIA DE CHILE. armado puesto que llevaba ochenta cañones , que habia querido desembarcar en Valparaíso. En el camino, habia recibido aviso de que el buque estranjero se habia alargado , y Salamanca se habia vuelto. No siendo mas que corone] , su nombramiento habia dado mucho que hablar, como si antes de ascender no se debiesen saber las obligaciones , todas las obligaciones del empleo in- mediatamente superior, y como si un maestre de campo que habia ejercido doce años no debiese de ser mas apto , en el país se entiende , que el hombre mas elevado que llegase completamente estraño á las cosas del reino. Sea lo que fuese , era voz que la debia al influjo de su tia que habia pedido al virey marques de Gastel fuerte , en atención á que el gobernador en propiedad se hallaba en Buenos Aires y no podia tardar. Este último no solo tardó sino que nunca llegó , por haber muerto en camino. La viuda de Cano de Aponte pidió á su sobrino una escolta de caballería para que la protejiese contra los Pampas en su viaje á la Plata, á donde iba á tomar pasaje para España, y salió de Chile muy sentida por sus virtudes personales y por el mérito de su marido. Viéndose gobernador, Salamanca se partió á la capital para darse á reconocer al cabildo y á la Audiencia, y en el camino, escribió al primero desde Talca de Maule su llegada. El cabildo le envió á buscar á la casa de campo , y le recibió el 5 de mayo. El 6, fué reconocido de presi- dente de la Audiencia. En la Concepción , habia nom- brado de maestre de campo á don José de Elgueta , y de sarjento mayor, á don Pedro de Córclova y Figueroa. Este gobernador interino, contra el cual tanto habían dicho mientras habia sido maestre de campo, se portó tan .*•"** CAPITULO LIV. 495 bien , que en abril 1735 , el cabildo de Santiago pasó un informe brillante de su gobierno á la corte, pidiendo al rey recompensase su mérito. En presencia de tal testi- monio se desvanecen cuantas acusaciones han amonto- nado contra él los detractores de oficio , que son los que no tienen que hacer, ó que murmuran por propio in- terés. Hay en este punto una particularidad común á todos los conquistadores, á todas las épocas y partes del mundo. Esta particularidad es que el ser justo, rigoro- samente justo, es un deber imposible de llenar para un conquistador; y la razón es clara : la rigurosa justicia pide y manda equidad , y no es natural que en igualdad de circunstancias, cuando hay conflicto entre los inte- reses de los vencidos y de los vencedores, un conquista- dor muestre predilección por aquellos á expensas de estos. Pero aun hay mas , aunque quisiese obrar así, no podría sin exponerse á comprometer los elementos mo- rales y materiales de éxito ó mantenimiento de las ven- tajas de su posición. A esta particularidad se habia jun- tado otra cual era los atrasos del situado y la grande escasez de recursos , y en estos casos siempre hay que recurrir á expedientes. ¿Si estos expedientes son necesa- rios para la existencia de un ejército dominador, como puede su jeneral desdeñarlos por sensibilidad y simpatía por los vencidos? Siendo gobernador interino , Salamanca continuó el comercio de ponchos con los Indios por sí mismo bajo la misma regla y dando mucho que hablar, y sin em- bargo, los naturales no parecieron resentidos, como vamos á ver muy luego. El 7 de mayo , salió Salamanca de Santiago para la frontera, y desde la Concepción, m HISTORIA DE CHILE. convocó , por consejo del cabildo de la capital , consejo que aquella sabia corporación daba á todos los goberna- dores al principio de sus gobiernos; convocó, decíamos, los Butalmapus para celebrar en la Concepción (1), el lo de octubre siguiente, la ratificación del tratado de Negrete. Los Araucanos acudieron gustosos. Por parte délos Españoles, asistieron á dicho congreso, ademas del jeneral, del maestre de campo, del sarjento mayor y del auditor de guerra , otros veinte y dos proceres. Por parte de los Araucanos, concurrieron, entre ulmenes y archiulmenes, ciento y ochenta y uno (2). En esta reunión todo se pasó como de costumbre con satisfacción recí- proca de ambas partes, las cuales se separaron con muestras de la mas cordial armonía. Inmediatamente después, el gobernador se marchó á Santiago, en donde se mantuvo casi constantemente durante los tres años y medio que duró su interinato , es decir hasta el 15 de noviembre en que entregó el bastón del mando á su sucesor. En opinión de muchos , era vano, petulante é interesado, y aun se dijo que en su residencia se le habían hecho cargos graves , con aperci- bimiento de comparecer, por sí ó por procurador, ante el supremo consejo de Indias. Si fué cierto , no compa- reció en persona, y quedó avecindado en Santiago, en donde , por confesión misma de sus detractores , dejó honrosas memorias por su testamento, bien que estuviese casado (o) y con familia. Para los Indios independientes (1) En el campo de Tapihue, dice Carvallo. (2) Cuyos nombres fueron expresados, notándose particularmente éntrelos demás, los de don Francisco Guilitaquea, representante de los llanos;— don Pedro Granquenpangui , por Arauco , y don Pedro Chanqueiguenu , por la Cordillera. (3) Con doña Isabel de Zabala, de la Concepción. CAPÍTULO LIV. 497 del obispado de la Concepción dejó dos legados, y dotó una casa de conversión en la parcialidad de Angol , á cargo de los jesuítas, la cual pasó después á los PP. misioneros del colejio de la propaganda de San Barto- lomé de Gamboa. El nuevo gobernador de Chile llegó de Lima á Val- paraíso , y allí le fueron á buscar los diputados del cabildo para llevarle á la capital en donde fué reci- bido el 15 de noviembre, en el Tablado de la Cañada, esquina de la calle del Rey. Este gobernador había sido precedido de un gran renombre no solo por sus ser- vicios y calidad , sino también por su carácter digno y su bondad anjelical. En cuanto á sus servicios , si se hubiesen de relatar exactamente , llenarían muchas pajinas de la historia. Baste decir que se había hallado en veinte y tantas batallas y sitios, tanto en España como en Italia, y aun en África, y que Felipe V le había escojido no solo para recompensarle de ellos, sino tam- bién para utilizarlos confiándole el gobierno de Chile. Había sido capitán de sus guardias españolas (1), y había obtenido todos sus ascensos por su mérito. En una palabra, Manso era el gobernador que necesitaba justa- mente Chile, en aquel instante sobretodo, en que se tra- taba de organizar, regularizar y dar una forma estable á sus cosas. En 23 de noviembre de 1736, el consulado de Lima había pedido un juzgado de comercio en Chile , sin que se sepa con que derecho ni por que motivos, y el rey lo había concedido. En virtud de esta orden, Manso estableció este juzgado en su palacio, el 16 de diciem- bre, con un juez que debía ser nombrado anualmente (1) Coronel de ejército. III. Histokia. 32 /|98 HISTORIA DE CUILE. por el mismo comercio , y el primero escojido para llenar aquel puesto fué don Juan Francisco Larrain. Los co- merciantes de Chile vieron con disgusto aquella innova- ción , porque no podía menos de serles gravosa , y aun perjudicial, en atención á que, siendo el nuevo juzgado solo de primera instancia, tenían , en caso de apelación , que recurrir al consulado de Lima , y de este, al tribunal de alzadas, por cuyos trámites largos y costosos se eternizarían sus litijios ; de suerte que representaron al rey con súplica de que les quitase dicho juzgado , no solo como inútil sino también como perjudicial á los intereses del reino. El rey desoyó su instancia , pero posterior- mente , mas de veinte años después , les quitó todo pre- texto de descontento creando en Santiago de Chile un tribunal de alzadas para sentenciar en último resorte los asuntos litijiosos de comercio. Pero ni por eso se dieron por satisfechos los comerciantes chilenos, y tanto hicie- ron , que al cabo les concedió el monarca un consulado , como se verá á su tiempo. En el mes de diciembre de 1737, el 2/j, un nuevo terremoto , que , si se han de creer las tradiciones, estre- meció la tierra durante un cuarto de hora , puesto que si hubo algún intervalo entre tres comodones, como algu- nos lo han dicho , fué imperceptible, echó por tierra los edificios y fortificaciones de la plaza y ciudad de Valdi- via, iglesias y hasta el fuerte de Niebla, todo cayó. El gobernador Manso, no teniendo en aquel instante medios disponibles para acudir al alivio de este nuevo azote, recurrió al virey del Perú , el cual le despachó sin la menor demora dos bajeles con cuanto podia necesitarse en aquella fatal circunstancia , dándole encargo especial de conceder al gobernador y al veedor de la arruinada CAPITULO LIV. 499 plaza , sin el menor reparo , cuanto le pidiesen ; advir- tiendo que lo primero y mas esencial era el restableci- miento de las fortificaciones, no fuese que los Indios, con aquella ocasión , se despertasen de nuevo y volvie- sen á las andadas, acontecimiento que, mas que nunca , se debia precaver á toda costa. Con esto, el gobernador se trasladó en persona á Valdivia , vio por si mismo los grandes estragos causados por el terremoto , y dio órdenes claras et precisas para la reconstrucción de las derribadas obras. El comandante de la plaza le expuso cuan conveniente seria el trasla- darla á la isla del Rey, pero Manso , sin contestar que fuese oportuna dicha traslación , temió profanar la pri- mera fundación del gran conquistador que le habia dado su nombre , y prefirió dejarla en el sitio en que estaba después de tantos años, dejando lo demás á la voluntad de Dios. En su visita á la frontera , el capitán jeneral habia pasado la revista de rigor al ejército y á las fortifica- ciones ; habia mantenido en su empleo de maestre de campo á don José Elgueta, y habia nombrado de sar- jento mayor á don Ambrosio de Lóbulo , dejándonos con el sentimiento de ignorar porque no se lo dejó al histó- rico , y al mismo tiempo historiador, don Pedro de Cór- dova y Figueroa, El 31 de octubre de 1738, escribió al cabildo de Santiago dándole parte de haber convocado los Butalmapus para el 8 de diciembre siguiente en el campo de Tapihue. En este dia señalado , se reunieron por parte de los Españoles , los jefes y representantes que se han visto en semejantes ocasiones , y por la de los Araucanos, hasta 380 ulmenes y archiulmenes, con sus capitanejos y grande afluencia de los suvos. Gomo se >00 HlSTOKÍl DJi CHILE. habia ejecutado en los últimos anteriores parlamentos, los nombres de todos los jefes fueron asentados , y todas las condiciones ele paz y amistad, escritas con todas las formalidades de cnancillería, cosa que llenaba ele respeto á los Araucanos por aquel solemne acto. A los artículos, ya tan conocidos, ele convenio se añadieron otros cinco que no vemos expresados en ninguna parte. Eníin , el acta de este congreso , que llena once hojas en folio , fué legalizada por el secretario don Diego de Esles. Después de lo cual, como de costumbre, los individuos de las dos naciones se mezclaron , se agasajaron y celebraron con la mayor cordialidad el nuevo vínculo que los es- trechaba como miembros de una misma familia. A consecuencia, el gobernador pensó en que debia aprovechar de aquella feliz ocasión para adelantar los ver- daderos frutos de la pacificación , á saber poblar, como medio el mas natural y mas seguro de civilizar, reuniendo en cuanto fuese posible á los naturales en sociedad. Levantó la plaza de Santa Juana, y la guarneció con una compañía de infantería de San Bartolomé de Gamboa, al mando del teniente coronel don Antonio Narciso de Santa María; restauró las de Nacimiento y de Yumbel, que pedían reparaciones; fundó en la isla de la Laja la villa de Nuestra Señora de los Anjeles bajo la protección de una buena fortificación que la dominaba y la guardaba al abrigo de sus fuegos; refundo la antigua población de Gopiapo con el nombre de San Francisco de la Selva ; trasladó la de Golchagua al norte del rio Tinguiririca, dotándola con un ayuntamiento, y dedicándola á san Fernando ; restableció la de San Agustín de Talca. En Aconcagua, fundó la de San Felipe; en Melipilla, la de >San José de Logroño; en Kancagua, la de Santa Cruz CAPITULO LTV. 501 de Trian a , y en el distrito de Cauquenes , la de Nuestra Señora de las Mercedes, dando á todas estas igualmente á cada una su ayuntamiento. Por otro lado , hizo cuanto pudo para ejecutar puntual- mente cuanto estaba mandado por tan repetidas reales cédulas en favor de los Indios independientes, colmán- dolos de bondad ; siguiendo el ejemplo de los misioneros y no sufriendo que bajo pretexto alguno se les ocasionase la menor vejación , ni la mas leve apariencia de violen- cia molestándolos en las prácticas de sus usos y costum- bres familiares é íntimos. Mientrastanto , en Santiago, había dos causas opues- tas de satisfacción y de descontento : sucedía una contra- dicción de las que hemos tenido que notar mas de una vez acerca de la jenerosa solicitud del monarca por su reino de Chile, en concurrencia con la necesidad que tenia á menudo ele pedir él mismo auxilio á su protejido. En el caso presente, esta especie de ficción, solo apa- rente, puesto que en realidad era una compensación dic- tada por circunstancias críticas y apuradas ; esta especie de ficción , decíamos, rayaba en lo risible : mientras por un lado el monarca eximia ele reales derechos por seis años á los ciudadanos de Santiago para que se rehiciesen de las pérdidas que les había ocasionado el gran terremoto de 1730, favor que el cabildo le había pedido ; por otro, su majestad pedia dos millones de pesos para reedificar el real palacio de Madrid que había sido incendiado en el año de 1 734. Realmente las exijencias de la historia son indiscretas en este punto, puesto que son todas cosas estas ele intimidad de familia que á primera vista no parecen ser interesantes para la instrucción de los lec- tores; pero como se compone de toda especie de hechos 502 HISTORIA DE CHILE. y que de todos se sirve para dar lecciones , no hay medio de pasarlos en silencio. Sin embargo , las consecuencias de la conquista em- pezaban á ser claras y verdaderas, y los estranjeros las veian con grande envidia, que no era siempre secreta puesto que no siempre lo eran sus tramas para quitarle algunos pedazos de ella á la España , ó cuando menos , para defraudarla del provecho que sacaba ele ella. Pero España era fuerte, y si habia perdido al gran rey Luis XI Y, no habia perdido los frutos que le habían quedado de su profunda prudencia ; le quedaba su íntima conexión con la Francia , su comunidad de sistema político , su alianza y su pacto de familia. La Inglaterra veia con despecho y con zozobra que los esfuerzos de las dos potencias reunidos y apoyados en los inmensos recursos de una y otra , causarían tarde ó temprano su total ruina, y cons- piraba por cuantos medios eran imajinables sin pararse en infracciones mas ó menos desleales y pérfidas á los tratados, hasta que España, cansada de sufrirlos, le declaró la guerra por agosto del año 1789. Esta guerra, que fué llamada la grande guerra , y que , en efecto , duró diez años, dio lugar á muchos acontecimientos , como se verá en adelante. CAPITULO LV. Política inglesa.— Engaño en que se fundaba.— Guerra entre España é Ingla- terra.— Escuadra inglesa y su suerte.— Escuadra española que tuvo una suerte análoga.— Piraterías de los Ingleses.— Continúan los sucesos de Chile. (Í7S9— 1741.) No pudiendo prometerse suplantar la dominación espa- ñola en Chile por la fuerza, la Inglaterra imajinó que no seria imposible debilitarla fomentando cierto descontento de los Chilenos contra el gobierno, y aprovechándose de él para introducirse en el pais y fundar á lo menos al- gunos establecimientos. Este descontento, de que todos los Americanos participaban, provenia de un resenti- miento muy natural de ver que todos los empleos de sus administraciones estaban ocupados por los Españoles europeos en lugar de Españoles del pais, tan nacio- nales como ellos, y tal vez mas propios á llenarlos en atención á que las cosas de allí les debían ser mucho mas conocidas que á otros que no tenían de ellas mas que lejanas é inciertas nociones. Pero ya se entiende que dicho descontento con las ideas de libertad ó inde- pendencia á que podia dar oríjen no podían entrar mas que en algunas cabezas privilejiadas y capaces de pre- visión , y que por parte del pueblo , en una tierra tan distante y en aquella época, semejantes ideas no podían aun haberle venido. En efecto , lejos de participar de ellas, tenia, muy al contrario, tal apego á la persona del rey, que consideraba su poder y su voluntad como 504 HISTORIA DE CHILE» cosas sagradas, y antes hubiera vertido hasta su última gota de sangre por defenderlas , que consentir en que fuesen desconocidas ú olvidadas. De todos modos, tal era el fundamento que tenia el gobierno británico para esperar llegar á desunir la me- trópoli y sus colonias, y si no era enteramente sólido, es preciso confesar que no estaba absolutamente desnudo de apariencias de verosimilitud ; porque claro está que para que los mas tomen un partido es preciso que los menos piensen por ellos y se lo indiquen, convencién- dolos de que les conviene para su utilidad ó bienestar. La política de la Inglaterra, por consiguiente, era bas- tante natural y se la dictaban las justas aprensiones que tenia al ver que la España volvía á tomar un vuelo tan rápido que amenazaba elevarse mas alto que nunca. Mas no tardó en deponer su error. Ademas de la fideli- dad del pueblo chileno á su lejítimo soberano, militaban contra sus esperanzas otras circunstancias que presenta- ban poco menos resistencia, á saber, memorias dema- siado recientes para poder olvidar tan pronto que la na- cionalidad chilena estaba aun, por decirlo así, en la cuna, y acababa apenas de salir de los arroyos de san- gre que la habían fecundizado. No podían los Chilenos españoles dejar de acordarse ele que no había mucho tiempo, habían estado, ó mas bien habían creído estar, puesto que había sido una falsa alarma , en grande apuro por parte de sus enemigos internos contra cuyos ataques todos se armaron hasta en la capital, en térmi- nos que los religiosos mismos fortificaron sus conventos. La obra gloriosa de la conquista estaba muy adelantada, casi concluida si se quiere, pero no enteramente acabada, y habría sido lástima que después de haberla llevado á CAPITULO LV. 505 fin hasta entonces los Españoles solos ; después de tantas hazañas, tanta gloria militar, tantas cosas milagrosas de valor, perseverancia, trabajos y sufrimiento, otros pudie- sen decir en lo futuro que sin ellos jamas se hubiese visto coronada. El juicioso gobierno local chileno tenia pues que vijilar y vijilaba para no dejar caer de las ma- nos el premio de sus faenas , que habían sido y eran aun grandes, increibles. La posteridad dudará de la ver- dad de sus hechos á pesar de su incontestable autenti- cidad ; pero, lo volvemos á decir, su vijilancia estaba bien servida por el afecto jeneral al rey de la mayoría de las poblaciones que no estando destinada á desem- peñar empleos honoríficos y lucrativos, se interesaba muy poco en que otros los ambicionasen y no los obtu- viesen , como tampoco se resentía ni tenia justos motivos de queja contra los gobernadores cuyo carácter y con- ducta gubernativa podían tal vez haberlos dado á otros, en pequeño número, puesto que los que podían oponer re- sistencias á la voluntad de un jefe superior del reino eran muy pocos. Solo en calamidades universales á resultas de guerra y de mal gobierno militar, podían los gober- nadores hacerse odiosos á todos , porque todos , en tales casos , debían hallarse mas ó menos perjudicados , mas ó menos infelices por su ignorancia, ó por su mala con- ducta. Pero en aquel entonces, nada de esto sucedía ni se temia. A la guerra y á sus desastres, habían sucedido la paz y sus beneficios. Los frutos de los trabajos pade- cidos por los Españoles en Chile con heroica constancia empezaban á mostrarse en sazón, y á convidarles á una pingüe cosecha, que, por mejor decir, ya habían empe- zado á disfrutar. La agricultura, la industria y el comer- cio adelantaban con un incremento visible y sensible en 506 HISTORIA DE CHILE. todas las clases, en términos que ya desde lejos hemos visto á ios soldados desbandados del ejército, desbanda- dos por la dura necesidad , es decir, por falta de pré y asistencia, darse no á ladrones y salteadores, como había sucedido en otros tiempos, sino á labradores, jornaleros y traficantes. En una palabra, Chile era ya un reino, una nación, bien que se hallase aun en el primer pe- ríodo de la existencia, en que, después de haber resis- tido á los inconvenientes de la infancia , podía empezar á andar sola por sus propias fuerzas , pero aun con cir- cunspección y con prudencia, de interim se desarro- llaba, crecía y se acababa de formar con tocia su robus- tez. Por consiguiente, era casi superflua la fidelidad chi- lena á la madre patria , teniendo , como tenia , en sus propios sentimientos íntimos de importancia y dignidad individuales los mejores elementos para rechazar ase- chanzas ó pretensiones estran jeras. Pero en ninguna de estas consideraciones se pararon los Ingleses, y creyendo la ocasión, sino oportuna, pe- rentoria, armaron una espedicion de cinco naves (1) al mando del comodoro Jorge Anson. Estos cinco navios, después de haber doblado el cabo de Hornos, fueron dis- persados por una tempestad y no pudieron hallarse en el punto de reunión que se les había dado y que era la isla de Nuestra Señora del Socorro, situada por los /j5° lati- tud meridional. Después de haber cruzado durante al- gunos días , debían , según las ordenes que tenían , diri- jirse á la entrada del puerto de Valdivia para esperar allí al comodoro durante quince dias, al cabo de los cua- les, si no llegaba, tendrían que ir á buscarle á la isla de Juan Fernandez. (1) Los escritores españoles dicen siete. CAPÍTULO LV. 507 Bien que el proyecto de Anson fuese el atacar á Val- divia , no pudo ejecutarlo porque la tripulación del Centurión , que él montaba, se hallaba postrada por el escorbuto , cuyos estragos , en lugar de disminuir , se aumentaban, y se vio obligado á irse á la isla de Juan Fernandez adonde los temporales no le permitieron llegar hasta el 10 de junio, bien que hubiese tocado á las costas de America, 45° 39' latitud sur, el 8 de mayo. Mientrastanto el escorbuto le había arrebatado mas de la mitad de su jente ; desde el Brasil a la isla de Juan Fer- nandez, el Centurión habia perdido doscientos hombres y los ciento y treinta que le quedaban estaban todos infi- cionados suspirando por la tierra y por alimentos veje- tales para calmar el ardor que los devoraba. La idea del agua irritaba su sed y los ponia en un verdadero estado de demencia, de suerte que cuando avistaron la isla pa- recían haberse vuelto locos , y mucho mas cuando ha- biéndose acercado á ella lo bastante, distinguieron una cascada del agua la mas fresca y cristalina que se despe- ñaba en el mar de una altura de mas de cien pies. Al oir esto, los enfermos que por postrados no podían man- tenerse sobre cubierta, cobraron de repente ánimos y fuer- zas para subir, y todos formaban un cuadro doloroso con los jestos de anhelo que hacían al verse ya cerca del agua. Una vez desembarcaron se pusieron á buscar vejetales y hallaron apio, berros, acederas, perejil, rábanos y nabos. Por otro lado, el pescado abundaba con profu- sión, y en tierra, cojieron cabras, cuyas orejas estaban rasgadas, y se decía que era Alejandro Selkirk quien se las habia hendido, treinta años habia, para dejarlas seña- ladas (1). Los Ingleses permanecieron en la isla hasta el (1) Este Alejandro Selkirk permaneció algunos años en dicha isla, y á su 508 HISTOJUA. DE CHILE. 19 de setiembre siguiente. La Amia Pinlt, otro navio de la escuadra del almirante Anson, que se había separado el 23 de abril, había tenido también el escorbuto á bordo y su tripulación habia padecido horriblemente. Al fin, se vieron curados y surjieron al mar. El 8 de setiembre, el Centurión capturó un buque español de cuatrocientas cincuenta toneladas que iba del Callao á Valparaíso con un cargamento de azúcar, de paños de Quito, de ta- baco, y de veinte y tres paquetes de pesos, cada uno de los cuales pesaba doscientas libras. Mientras que la escuadra inglesa cinglaba con las proas á las costas americanas, al mando de Anson, otra salía del puerto de Santander, compuesta de cinco na- vios mandados por don José Pizarro, y tomaba el mismo rumbo. En ella iba el segundo batallón de infantería del regimiento de Portugal á reforzar el ejército de Chile ; pero al dia siguiente de haber dado á la vela, tuvo que dejarse entrar de arribada en Santoña. Otro temporal la obligó á fondear en Tenerife para reparar algunas averías. Arribando á las costas de América, hizo aguada en Maldonado de la Plata, y sin esperar que le llegasen refrescos que habia pedido á Buenos Aires, levó el ancla y se fué á doblar el cabo de Hornos. Alli, le sucedió aun peor de lo que le habia sucedido á la escuadra inglesa; un temporal separó y dispersó sus naves, de las cuales dos, \&H enmona y la Guipuzcoana, se perdieron, y otras dos se volvieron y fondearon en Montevideo. Tal fué la desgraciada suerte de la escuadra española, y tal la buena de la inglesa, cuyos buques , ya sin zo- vuelta Alejandro Selkirk, y su permanencia en aquella isla desierta, dieron orijen , ;í su regreso á Inglaterra , á la novela tan conocida de Robimoii Crusoe, CAPITULO LV. 509 zobra por este lado, puesto que el capitán del barco espa- ñol capturado por el Centurión se la contó á Anson, pu- dieron seguir el curso de sus piraterías, como lo hicieron muy á su salvo. El Glowcester, uno de ellos, entró en Paita, saqueó la ciudad, y después la incendió. Sin em- bargo, como habían perdido muchajente, ya no estaban en estado de llevar adelante la empresa principal , se volvieron por Filipinas y apresaron el galeón que de aquellas islas iba ricamente cargado para España. Pero en esta expedición hubo un episodio , por parte de los Ingleses, que merece ser anotado. En el temporal que habia separado sus naves habían perdido dos fra- gatas, de las cuales una, mandada por Daniel Gheap, zozobró en el archipiélago de Ghodnos. Viéndose en grande apuro, el capitán pudo con esfuerzos prodijiosos salvar, no el buque entero sino es lo que bastó de sus diferentes materiales para construir una especie de go- leta en la cual proyectó continuar su viaje á la isla de Juan Fernandez en donde pensaba hallar al comodoro Anson. Pronto ya á hacerse á la vela, dio las órdenes convenientes, cuando, con gran sorpresa, oyó murmurar á sus oficiales , á los cuales preguntó con la entereza propria de un jefe que sabia hacerse obedecer, como y porqué se propasaban á semejante acto de indisciplina. El tono de autoridad con que se espresó impuso por algunos instantes á los murmuradores , hasta que estos vieron que el murmullo se habia propagado á la tripula- ción con la cual sin duda estaban de intelijencia. Enton- ces expusieron con calma pero al mismo tiempo con resolución, que no siendo posible en un barco como el que tenian hacer servicio alguno ni ser útiles al como- doro para nada , creian muy superíluo exponerse á los HISTORIA DE CHILE. riesgos infinitos que muy ciertamente correrían, y que si quería que le obedeciesen, se sirviese disponer el regreso á Europa. El comandante Cheap, bien que viese que la defección era general, puesto que solo doce individuos no toma- ron parte en ella, mantuvo su resolución y reiteró con firmeza la orden de hacerse al mar, pero de repente se vio rodeado, cojido y agarrotado, como también lo fueron los doce leales que no participaron de la insurrec- ción. Ejecutado aquel acto de violencia y de desorden, los conjurados los dejaron allí así amarrados, y se mar- charon en busca del puerto de Santa Catalina, desde donde se volvieron á Europa con su goleta, sin que veamos hasta ahora qué cuenta pudieron haber dado al almiran- tazgo inglés de su comandante y ele su expedición. Mientras tanto, Cheap y sus compañeros de infortunio tuvieron el arte de desliarse, y una vez hallándose con los brazos libres, pensaron en servirse ele ellos para sustentarse y prolongar la vida con la esperanza de que no tardaría en presentárseles alguna vela por la cual pudiesen ser salvados. Con qué armas iban á caza, la historia no lo dice, y sin duda se servían de flechas, puesto que habiéndolos dejado agarrotados sus malhe- chores habría sido una cruel irrisión el dejarles armas, pólvora y municiones. Sea como fuere, los abandonados vivieron y tuvieron la dicha de ver una piragua de In- dios pescadores que los transportaron al puerto de Chi- be en donde hallaron acojida y hospitalidad. Después de algunos días de descanso, unos pasaron á Lima; algu- nos se quedaron en Chile y otros i egresaron á Londres. Entre todos, habia nombres de que ha quedado memo- ria, tales, por ejemplo , como el de don Alejandro Camp - CAPITULO LV. 511 bell (!•), el comandante Gheap, y el que después fuá el almirante Byron, el cual era entonces guardia-marina y dejó tanto en Santiago como en la Concepción largos recuerdos por sus amables prendas. Algunos años después de este acontecimiento, el go- bernador de Chiloe, que lo era el capitán don Yictorino Martínez de Tineo, envió á buscar la artillería inglesa que se habia perdido en aquel naufrajio, y en efecto fué salvada y llevada á su plaza en donde quedó distribuida en baterías. El virey del Perú, con las primeras nuevas de guerra que habia recibido de la corte, habia formado una escua- dra de barcos guardacostas , mandados por un excelente oficial de marina , don Pedro Miranda ; pero una ambi- ción personal hizo nulos sus conocimientos y su valor. Esta ambición personal fué la de un rico comerciante de Lima , llamado don José de Seguróla el cual solicitó y obtuvo del virey el mando de la escuadra de los guarda- costas armados en guerra, con orden de reconocerlas costas de Chile ; de fondear, después, en el puerto de la Concepción, y de enviar desde allí cruceros contra los navios ingleses. En efecto, Seguróla desde el Callao fué á Chiloe, Valdivia y Concepción, en donde tuvo que amarrar contra los temporales de la estación. A pocos días, sin embargo, hubo bastante bonanza para poder salir al mar ; pero el comerciante marino no lo tuvo por conveniente, bien que mil voces le aconsejasen de cor- rer contra una nave avistada con todas las apariencias de ser europea. Por fin, el gobernador de Chile le mandó perentoriamente salir al mar y cumplir con las órdenes (1) Que conocí ( dice Carvallo ) sirviendo en clase de teniente coronel de infantería, y correjidor del partido de Chillan. 512 HISTORIA DE CHILE. que tenia. Salió Seguróla . pero no para ir en busca de enemigos sino para convoyar un buque , la Begoña. que iba con un cargamento de jéneros de Chile al Peni. Así se comprende eme Anson y sus naves hayan podido sal- varse en el estado deplorable en que se habian hallado sus tripulaciones y soldados. En estas circunstancias, el gobernador de Chile habia hecho por su parte cuanto tenia que hacer poniendo to- das las milicias sobre las armas ; internando los ganados de las costas ; fortificando los puertos y aumentando sus guarniciones. Al de Chiloe le envió dos compañías de infantería ; á Valdivia, una de artillería, y en ia Concep- ción , construyó una nueva y buena batería en Cerrito Verde. Todo estaba bien guardado ; todos, á su ejemplo, estaban vijilantes; los Ingleses habrían perdido, por lo menos, la pólvora y el tiempo que hubiesen gastado. CAPITULO LVL Buena conducta del gobernador Manso.- Aviso que recibe del almirante P.zarro desde Maldonado de la Plata.- Pasa á Santiago— Poblaciones que fundo.- Segundo expreso de Pizarro— Epidemia en Santiago, jcneral en toda la América meridional.- Llega e! navio la Esperanza de la Plata á la Concepción.- Viaja Pizarro á Chile por tierra.- Sale de Valparaíso con su escuadra.— Operaciones y fin del gobierno de Manso. (1741—1745.) En las circunstancias críticas en que se vio el go- bernador Manso con la noticia de la pérdida de la escuadra española , noticia que recibió por carta del mismo Pizarro que la mandaba, fecha en Maldonado de la Plata, por un lado; y, por otro, con la ignorancia completa en que se hallaba de la dirección y proyectos de la armada inglesa; en aquellas circunstancias, de- cíamos, no podia hacer mas que lo que hizo; á saber, protejer las costas fortificando y guarneciendo con fuerza¡ suficientes de todas armas los puntos atacables, y en- viando á la descubierta al comandante Seguróla con sus guarda-costas, cuyo mando le habia confiado el virey del Perú, Villagarcía , bien que dicho comandante fuese puramente comerciante y careciese enteramente de no- ciones militares; pero la confianza del virey en Segu- róla dejó completamente nula la pericia militar del go- bernador de Chile, y fué fatal al comercio, puesto que Seguróla, en lugar de poner sus proas á la isla de Juan Fernandez, como se lo mandó Manso, se volvió al Callao convoyando un rico transporte que le interesaba, según decían. Sin esta fatalidad , era muy probable que las 111. Historia- 33 5U HISTORIA DE CHILE. naves inglesas, dispersadas por los temporales y montadas por tripulaciones infestadas é incapaces de servicio, no pudiesen resistir á la escuadra peruana, cuyos buques estaban muy bien armados y tripulados. En lugar de esto , se volvieron impunes á Europa , después de haber pirateado muy á su salvo. La pesadumbre que recibió el pundonoroso gobernador de Chile con estos malos su- cesos fué el oríjen de su muerte (1) , bien que haya vi- vido aun años, y que algunos escritores la hayan acha- cado á otro acontecimiento muy posterior y que tuvo lugar en la Habana. Su pesadumbre era muy lejítima , porque , sin salir de la isla de Juan Fernandez, el comodoro Anson había apresado muchos buques del comercio de Perú , que sin ninguna previsión é indefensos iban á afirmar el punto en dicha isla para recalar sobre Valparaíso. Y así decia Anson que había sido aquella campaña muy cómoda y provechosa, ofreciendo mucho que ganar y nada que perder ni que temer. En efecto , no podia menos de ser así, en atención á que el comercio entonces entre Ghile y el Perú era continuo , y que los cargamentos de aquí para allá eran de oro y plata para traer en retorno mer- cancías de que carecía el país. De donde se infiere cuan ricas presas debieron haber hecho los ingleses con siete barcos que llevaban dicho leste , especialmente con el del Aranzazú y el Carmelo , capturados al tiempo del saqueo y del incendio de Paita, en el mes de noviembre. Todo esto sin contar la presa del galeón de Filipinas, cargado con once millones de pesos, presa que Anson ejecutó con los doscientos veinte y dos hombres del Centurión , y algunos Batavos que se les juntaron , y con la cual se (1) El P. Murillo en su jeografia.— Pérez-García. CAPÍTULO LVi. 515 volvió á Inglaterra muy consolado de no haber podido nacerse dueño de Valdivia, como lo habia proyectado. Libre el gobernador de dar toda su atención á los asuntos interiores del reino, realizó el pensamiento que tenia (pensamiento que, según algunos escritores, era la ejecución de una real orden), de reunir, como ya queda indicado, los numerosos habitantes españoles desparra- mados por los campos en las poblaciones ya citadas y muy adelantadas que fueron la de Mercedes de Manso , en el obispado de la Concepción, á veinte y cinco leguas de dicha ciudad , y á ciento y treinta y cinco al mediodía de a de Santiago; la de San Agustín de Talca (de Maule), aochenta de la misma capital ; la de San José de Buena- vista (en Curico), á sesenta ; lade San Fernando el real (en Tmguiririca), á cuarenta; la de Santa Cruz de Triana (en Rancagua), á veinte y cuatro, y, enfm, á la parte opuesta de la capital , por el norte, á doscientas ochenta leguas, la de San Francisco de la Selva en Copiapo. Entretanto, recibió un expreso de Montevideo con otra carta del comandante de la armada Pizarro , en que este le anunciaba que muy luego iba á doblar el cabo con su navio el Asia] con destino á la Concepción de Chile. Con este aviso, Manso salió de Santiago para la capital de la frontera el 7 de enero del año entrante 1742, y permaneció allí hasta que muy adelantada ya la estación del verano, recibió otro expreso del mismo Pi- zarro, por el cual le decía que lejos de haber podido do- blar el cabo , como lo habia intentado , habia tenido que volverse á Montevideo con grandes avenas y desarbo- lado. Lleno de pesar y de congoja , el gobernador se volvió á invernar en la capital , y al tránsito , dejó echados los cimientos de la villa de los Angeles (en la isla de la 516 HISTORIA DE CHILE. Laja ) , á treinta y dos leguas al oriente de la Concep- ción , y á ciento y setenta de Santiago , á donde llegó á mediados del mes de mayo. Muy luego después de su llegada , el 8 de junio si- guiente, tuvo consejo con el cabildo para renovar la empresa ardua de conducir á la capital las aguas del Maipú , como en efecto la renovó ordenando se hiciesen los preparativos necesarios para trabajar en ella sin parar hasta concluirla ; y entretanto , se marchó el 28 de setiembre á Valparaíso para asegurarse por sí mismo del buen estado de su defensa. Al volverse por el camino de carretas, fundó la villa de San José de Logroño en Me- lipiila, y el 7 de enero de 17/i3 , ya se hallaba de re- greso en Santiago , cuyos vecinos estaban consternados con un nuevo azote de que participaba toda la América meridional, y que era una enfermedad epidémica, cuyos estragos rápidos y casi irremediables le hicieron dar en Chile el nombre de \&Bola de fuego. Abrumado de pena y de disgusto , Manso recibió , cuando menos lo esperaba, un nuevo aviso de Buenos Aires, diciéndole Pizarro que el navio de su escuadra, la Esperanza, que tanto habia padecido, hallándose re- corrido y completamente reparado para poder navegar , acababa de salir al mando de don Pedro de Mendinueta , oficial de toda su confianza, con las tropas que debia transportar á la Concepción desde donde volvería á Val- paraíso á esperar que él mismo llegase á dicho puerto. En efecto , Mendinueta dobló el cabo de Hornos feliz- mente , y el 26 de febrero fondeó en la Concepción , des- embarcó la tropa , y muy luego levó las áncoras y dio la proa á Valparaíso navegando de conserva con otros dos navios de guerra , de los cuales uno era Nuestra Señora CAPITULO LVI. 517 de Belén, mandado por don Jorge Juan, y el otro, la Rosa, por don Antonio de Ulloa. Sin duda los lectores no han olvidado que para res- guardo del mar del Sur el rey de España habia enviado una escuadra , y , lo que mas es , la habia armado con ayuda de un donativo pedido al reino de Chile con este objeto. Esta escuadra habia llegado, puesto que vemos inopinadamente dos de sus navios fondeados en la Con- cepción , y luego navegando incorporados con la Espe- ranza para Valparaíso , y sin embargo aun no podemos decir cuando ni como, puesto que hasta ahora la historia no lo aclara , pero ya se entiende que no habían llegado á tiempo , porque en otro caso , los Ingleses no habrían sa- lido tan bien librados de una campaña en la cual , sin los azares con que encontró la escuadra de Pizarro, ó con la aparición oportuna de la armada del mar del Sur, pro- piamente llamada así, todas las probabilidades eran contra ellos y sin ninguna duda se habrían perdido todos sin que se salvase uno solo. Mientras que Mendinueta conseguía , por fin , doblar el cabo de Hornos, Pizarro viajaba por tierra con el mismo destino á Chile (1) , es decir, á Valparaíso , en donde fué recibido por el gobernador Manso ; y luego que llegó pasó á bordo de la Esperanza , ya anclada en aquel puerto , saludado con salvas de mar y de tierra , y proclamado teniente jeneral de las reales armadas , y jefe de la que estaba allí fondeada. Después de algún descanso , se puso á la vela para despejar aquellas aguas de enemigos ; reconoció de arriba abajo la costa ; visitó ambas islas de Juan Fernandez , y no hallando ninguno, I (1) Circunstancia de la que la gaceta de Holanda formó un insípido gracejo, diciendo que Pizarro habia doblado felizmente el cabo de Hornos en una carreta, 518 HISTORIA DE CHILE. se fué á fondear, el 6 de julio, en el Callao, protegiendo tres navios franceses , el Luis Erasmo , Nuestra Señora de la Delibranza , y el Lis , expedidos por cuatro casas del comercio de Cádiz á la Concepción , de cuyo puerto habían ido al de Valparaíso en pos de la Esperanza y de los otros dos navios de guerra españoles. La frecuencia del arribo de estos buques franceses , con licencia de registros que los capitanes mercantes obtenían a fuerza de dinero, dejó paradas las ferias de Portobelo, en donde había habido cuarenta y cinco desde el año 157Z[. Como habia muchos años que la última habia tenido lugar cuando los tres buques franceses arriba dichos desem- barcaron sus jéneros, los vendieron á precios exorbitan- tes ; por donde se ve el grande incremento que había adquirido el comercio, y el ningún fundamento de cuan- tos han contestado el inmenso interés que las Américas tenían para el mundo viejo. Tan pronto como Manso perdió de vista las velas de Pizarro , dio la vuelta para Santiago pasando por el valle de Aconcagua , en la márjen septentrional de cuyo rio pobló la villa de San Felipe el Real , á veinte leguas al norte de la capital del reino , obra que le ocupó , junto con la conducta del agua del Maipú á Santiago , todo lo restante del año. El 11 de enero del año siguiente se puso en marcha para la Concepción á pasar revista á las tropas de la frontera, y distribuir entre sus diversos cuerpos los sol- dados del batallón de Portugal que habían sido trans- portados por la Esperanza , y que por su corto número no podían formar uno ellos solos. Al mismo tiempo , quería dar un vistazo al estado de la paz araucana, ase- gurándose por sí mismo de que unos y otros , Araucanos .^^*s CAPITULO LVT. 519 y Españoles , respetaban fielmente los tratados en que se apoyaba, no fuese, como les habia sucedido á tantos otros gobernadores , que sin que él lo supiese , se les hiciesen brechas por donde dicha paz se le pudiese escapar cuando menos pensase en ello, Pero , por dicha , no sucedió asi ; el articulo de dichos tratados que autorizaba á los Indios á pasar á tierra española y á dar quejas á los superiores, por cualquiera motivo , grande ó pequeño , contra los inferiores , cuando estos les perjudicasen en algo ; este articulo , decimos , habia atado las manos á cuantos hu- bieran .podido abusar de sus funciones para vejar á los naturales , y habia desarrollado en tales términos la sa- gacidad mercantil y otras sagacidades de estos, que se mostraban tan advertidos , y muchas veces mas que los mismos Españoles. Muy satisfecho del estado de cosas , el gobernador se hallaba ya de vuelta en Santiago á mediados de abril , y empezó á vijilar de nuevo por sí mismo la ejecución del grande y eterno proyecto de las aguas del Maipú , llamado del Piloto , porque parece que fué un piloto , en efecto, quien lo sujirió al cabildo de Santiago. Para lle- varlo á cabo , señaló él mismo , por falta de injenieros, el cerro de las Lomas , situado mas abajo del puente de Maipú, para abrir el cauce ó boca-toma de las aguas; pero habiendo llevado la acequia mas allá de Tango , se hallaron estraviados los trabajadores y conocieron que la boca-toma habia sido sacada muy abajo. Para emmendar el yerro , el cabildo y el gobernador la sacaron mas ar- riba, el Io de junio, pero no aun bastante; de suerte que el yerro no quedó enmendado, y que suspendieron la ejecución de la obra por desánimo. Sin embargo, como lo que se habia hecho hasta entonces habia costado ele- 520 HISTORIA DE CHILE. masiado para resolverse á renunciar al objeto de tantos gastos , el cabildo nombró ai señor Pérez-García , acom- pañado con el alcalde don Antonio Ermida ; con los reji- dores don Juan Bautista Cuevas y don Manuel de Salas ; con el injeniero don Agustín Caballero y un arquitecto para buscar y señalar un punto seguro de boca-toma , y estos comisarios indicaron una á tres leguas mas arriba de las primeras que habían sido erradas , y las obras continuaron, Sin embargo, llegó el año nuevo de 1745 , y aun no se habia conseguido el éxito , con gran sentimiento de Manso que hubiera querido hacer aquel último bien , que era grande , á sus queridos habitantes de la ciudad de San- tiago, antes de salir del gobierno. Pero no tuvo aquella satisfacción , porque en el mes de mayo, el 28, recibió un despacho real que le nombraba virey del Perú, en premio de los méritos y servicios contrahidos y hechos en su larga carrera, y coronados por su conducta militar, civil y política en el gobierno de Chile. La primera sensación que causó esta novedad en la capital, y luego en todo el reino, fué de tristeza, porque Manso era idolatrado por el celo y aun por el amor con que atendía al bien del país , ni mas ni menos que si hubiese nacido en él ; la segunda fué de ale- gría, pensando solo en el bien y gloria del digno gober- nador, y poniendo á un lado, con espíritu de justicia, las sujestiones del egoísmo , que son siempre las que pri- mero se dejan sentir en semejantes casos , si talvez los Chilenos no se consolaron con pensar que el afecto que Manso, gobernador, tenia á Chile, le seguiría á Lima virey, y podria continuar, haciéndole mas bien del que le habia hecho , por la razón de que tendría mas poder para ello. CAPÍTULO LVI. 521 De todos modos su ascenso (1) fué celebrado con grandes fiestas y regocijos , al fin de los cuales salió col- mado de bendiciones de Santiago para Valparaíso , en donde se embarcó hacia mediados de junio (2) , para Lima (3). (1) Con el grado de teniente jeneral que le acompañaba , y después el Rey lo condecoró con el título de conde de Superunda. (2) El 31 de dicho mes, dice Carvallo. (3) Su hermano segundo se quedó en Chile, en donde fué director del estanco de tabacos y dejó por descendiente á la señorita Beauchef , jeneral- mente amada por sus bellas prendas, las mismas con que la naturaleza adornó ü su madre la señora doña Merced de Rojas. CAPITULO LVIL Sucesión en los obispados del reino.- Gobierno interino del mariscal decampo Obando.— Sucédele en propiedad el teniente jeneral don Domingo Ortiz de Rosas , gobernador de Buenos Aires. ( 1745—1748.) Antes de llevar adelante la narración de los aconteci- mientos militares y políticos del reino, una novedad in- teresante en el gobierno eclesiástico señala este punto para hablar de los obispos de las dos ciudades princi- pales de Chile. Al obispo Escandon , que pasó al obispado de Górdova en Tucuman , habia sucedido don Salvador Bermudez Becerra , de Santa Fe de Bogotá. Este prelado habia ido en el navio Las Caldas y habia naufragado en la ense- nada de Llicoata sobre Arauco, pero salvándose feliz y casi milagrosamente, habia tomado posesión de su mi- tra en 1734, y gobernó su diócesis con un celo verda- deramente apostólico, reparando, mejorando y aun her- moseando los Templos, principalmente la catedral, porque era gran emprendedor de obras. Siendo casi materia imposible para los obispos de la Concepción el hacer las visitas pastorales de Chiloe y de Valdivia, esta imposibilidad fué representada ai Rey, y el monarca la sometió al Papa, que era entonces Be- nedicto XIV. Semejante recurso no pocha tener otro fin sino el de crear un tercer obispado en Chile, cuyo obispo necesariamente habia de ser muy pobre, siéndolo ya tanto los ele la Concepción que tenían en su pobreza el CAPITULO LVI1. 523 mayor inconveniente para hacer visitas frecuentes á las partes remotas de que se trata. Fuera de esto, no se comprende á primera vista por que otro medio podía el sumo pontífice remediar la falta de pasto espiritual que padecían aquellos habitantes. Sea lo que fuese acerca de esto , S. Santidad nombró al obispado de Isauria á don Pedro Felipe de Azua y Turrugoyen, natural de Santiago de Chile y doctoral de su catedral , presentado por el Rey, con potestad de ejercer en Ghiloe y en Valdivia. Si este ejercicio de funciones episcopales no era un tercer obispado, no habia nada de nuevo en esta concesión pontificia, y la prueba deque así lo entendía el P. Santo fué que la bula dejaba á cargo del católico monarca el dotarlo, asistiéndole con las rentas necesarias para su subsistencia. En consecuencia , el Rey mandó suprimir una de las prebendas de la catedral de Santiago para aplicarla al nuevo obispo y á sus sucesores ; y este fué el primero y último que hubo en Santiago de Castro, y no duró mucho, puesto que el obispo Azua pasó á la mitra de la Concepción en 17/io, vacante por el traslado de Bermudez Becerra á la de la Paz. Este obispo celebró un sínodo y adelantó mucho las obras de la catedral comen- zadas por su predecesor. En el obispado de Santiago , á don Alonso de Pozo y Silva habia sucedido, en 1731, don Juan.de Saricolea y Olea, natural de Lima, colejial del Real de San Martin, catedrático de prima en la universidad de San Marcos , y penitenciario de aquella catedral. En 1735, pasó de la capital de Chile á Cuzco y tuvo por sucesor á don Juan Bravo de Rivero natural de Lima , colejial de San Martin y de San Felipe, después de haber sido oidor de de la Real Audiencia de la Plata. bn HISTORIA DE CHILE. Este obispo fué uno de los que dejaron mas memoria en Santiago por limosnero y emprendedor de obras. Fué el que fabricó la torre arruinada por el gran temblor, y le dio campanas nuevas, y el que hizo los grandes ha- cheros de plata, blandones , mallas y otros ornamentos. Los ejercicios de San Ignacio eran costeados por él tres veces al año para las personas pobres. En 1743, pasó al obispado de Arequipa y le sucedió don Juan González Melgarejo en 1745. Melgarejo era natural de la Asunción del Paraguay, de cuya iglesia catedral había sido canónigo, arcediano y deán, provisor y vicario jeneral de aquel obispado. Este fué el fundador de la nueva catedral de Santiago, puesto que él mandó hechar los cimientos del edificio, contribuyendo por mucho (1) á esta grande obra. Mien- tras tanto dotaba la antigua con nuevas alhajas y otros hacheros de plata enteramente iguales á los anteriores. Tenia este obispo tal apego á su iglesia que la dejó por heredera á su muerte, sucedida nueve años después , y sin embargo, quiso ser enterrado en la compañía de Jesús , en donde yace. Volviendo á los demás asuntos de la historia, parece que al marchar para Lima, Manso dejó por gobernador interino del reino al mariscal don Francisco Obando, marques del mismo nombre , y comandante del mar del Sur, el cual se hallaba precisamente en Santiago. Sin duda este interinato habia sido determinado por el virey, puesto que Obando no solo fué reconocido por el cabildo, el 30 de junio, como capitán general, sino también por la real Audiencia como su presidente, de Ínterin llegaba (1) Cuarenta y tres mil pesos.— Carvallo. u^ CAPITULO LV1I. 525 el gobernador en propiedad , ya nombrado por el mismo virey en virtud de una real orden. Casi se hubiera podido excusar el hacer mención de este interinato, el cual duró tan corto tiempo, que para nada hubiera tenido lo bastante el que lo ejerció aunque hubiera querido hacer algo. Al decir querido , decimos mal , puesto que emprendió cosas útiles y buenas , bien que sus providencias no fuesen del gusto de todos. La de la prohibición de importar hierro y cera de Buenos Aires, que fué publicada por bando, con sentimiento y aun con oposición del cabildo de Santiago, nos parece injustifi- cable por la razón de que el hierro, por lo menos, en un país en donde no lo habia y se hacían construcciones urjentes, era un artículo indispensable. Justamente la licencia de esta importación habia sido otorgada por su predecesor á petición de la ciudad, en vista de la falta que los dos dichos artículos de comercio hacian en el reino, y no se comprende como un gobernador interino y muy pasajero podía querer conocer sus intereses mejor que los mismos interesados. Sea lo que fuere, el objeto prin- cipal de esta mención es poder conciliar el mal y el bien que de este interino gobernador se ha dicho ; porque se- gún unos (1) , nada hizo sino mucho ruido , anunciando á son de trompa reformas , revistas y tomas de armas, y pareciendo querer hacer un mundo nuevo ; al paso que, según otros (2), reedificó las cárceles, levantando sobre los calabozos de la ciudad una sala para servir de cárcel de corte, y aun acabó de reparar las casas de ayunta- miento de los desastres del gran terremoto de 1730 ; plantó una alameda de sauces á la orilla meridional del (1) Pérez-García. (2) Carvallo. 526 HISTORIA DE CHILE. Mapocho, á cordel por espacio de mil ochocientos pies , desde el cerro deSanta Lucía al este, en prolongación de la calle de la Compañía, y continuó la obra del canal de Maipú. Eníin , parecía ser Obando hombre celoso por el bien pu- blico ; pero no pudo continuar dando pruebas de ello por- que al año siguiente, el 25 de marzo, tuvo que entregar el bastón al teniente jeneral don Domingo Ortiz de Rosas, el cual, de gobernador de Buenos Aires, iba á serlo de Chile por la renuncia que había hecho á aquel gobierno don José de Lima Manes comandante de las islas Cana- rias, nombrado antes que él. Sin duda Obando debia tener méritos y servicios contraidos, puesto que fué des- tinado inmediatamente á la comandancia jeneral de Fi- lipinas. Ortiz de Rosas fué reconocido el 25 de marzo no so- lamente con grandes y fastuosas demostraciones de jú- bilo sino también con sentimientos cordiales, porque lle- gaba precedido de una buena fama de hombre capaz y ademas desinteresado , pruebas que había hecho en su precedente gobierno de Buenos Aires. El momento en que tomaba el mando no podia ser mas propicio para continuarlas en Chile, mediante la paz bien establecida de que se disfrutaba, y que los Araucanos no tenían de ningún modo la intención de alterar. Lejos de eso, se apresuraron á enviarle embajadores á felicitarle y á pe- dirle emplazase un nuevo parlamento para poder abra- zarle, decían ellos. Era esta una llaneza que en nada im- pedia el profundo respeto con que los naturales miraban al representante del poder español, Y que solo signifi- caba gaje de confianza y de lealtad. Asi lo entendió el gobernador Ortiz, y les prometió, en consecuencia, á los enviados araucanos que el 20 de diciembre siguiente CAPITULO LV1I. 527 tendría el gusto de verse con ellos en un congreso je- neral que se había de celebrar en Tapigue ; y en efecto , dio las órdenes convenientes al maestre de campo don José de Elgueta Vigil , y al sarjento mayor don Antonio de Lobillo , á los cuales mantuvo en sus respectivos em- pleos, para que tomasen todas las disposiciones necesa- rias á la ejecución de este interesante proyecto. Entretanto , tuvo que marchar á Valparaíso á cumpli- mentar al ex-virey del Perú, marques de Villagarcía , que había arribado á dicho puerto el 20 de setiembre , de viaje para España. Este virey había gravado el reino de Chile con un impuesto destinado á servir de ayuda de costa para el mantenimiento de la armada del mar del Sur, y dicha armada no existiendo mas que de nombre, le pesaba á Villagarcía el tener que dejar tras de sí se- mejante rastro de injusticia. Su intención por lo mismo era, en llegando a España, el obtener del monarca, á quien habia pedido una real cédula que le autorizase á imponer dicha contribución , que la quitase , y no ha- biendo podido realizarla por sí mismo , porque murió en la navegación , dejó encargado á su hijo , que le acom- pañaba, la realizase él echándose á los pies del rey, como lo ejecutó con éxito completo , pues desde entonces di- cho impuesto cesó. De vuelta á Santiago , el gobernador de Chile hizo sus preparativos de marcha para la frontera, y el 29 de no- viembre, ya celebró en la Concepción el previo consejo de guerra que precedía regularmente á cada parlamento. El día señalado para esta solemne reunión , se halló pun- tualmente en Tapigue , lugar de la cita, acompañado de su estado mayor , y del obispo de la Concepción don José de Toro , que habia sucedido á don Pedro Felipe de 528 HISTORIA DÉ CHIL1Í. Azua, el cual, como se ve, había llevado muy poco tiempo en la cabeza aquella mitra, á la verdad, por promoción á otro mas importante obispado. El obispo Toro era na- tural de Santiago , y por lo mismo , volveremos á hablar de él, siendo necesario por ahora el no romper el hilo de la narración. Ademas de sus oficiales y del obispo, iba el gobernador acompañado del auditor de guerra don José Clemente de Traslaviña , y otras diez y ocho personas de distinción. Por parte de los Araucanos , asistieron ciento noventa y ocho ulmenes y archiulmenes, cuyos nombres fueron escritos en conformidad á los antecedentes estable- cidos. Entrados todos con orden en el congreso, hablaron en respuesta al discurso de apertura del gobernador espa- ñol, los caciques don Diego Guenchuguala, don Isidro Guaiquiñice y don Melchor Pilquinere , cuyas palabras fueron interpretadas por don José Quesada , que sirvió de intérprete en aquella ocasión , conociendo perfectamente el idioma araucano por haber sido largos años cautivo , como los lectores lo recordarán. En los tratados anteriores , todo cuanto se había esti- pulado , aun con las adiciones últimas de Negrete , y des- pués de Tapigue, era concerniente solamente á los asuntos y cosas interiores de Chile, salvo la alianza contra enemigos estraños ■ mas aquí se añadieron siete artículos que hasta ahora no se ven expresados en nin- guna parte , pero entre los cuales se halla uno por el cual los naturales se obligaron á no atacar ni ofender, bajo pretexto alguno , á las carabanas que iban de Buenos Aires á Chile. Finalmente el congreso se concluyó, como de costumbre , con satisfacción mutua de ambas CAPÍTULO LVII. 529 partes , separándose y despidiéndose con nuevas y reite- radas garantías de amistad y fidelidad. Desembarazado de este negocio esencial , el goberna- dor pensó en las mejoras que reclamaban las poblaciones del reino , y claro estaba que la capital era la primera de todas, La cosa mas interesante para Santiago en aquel instante era la fundación de una universidad tan deseada y tan pedida. Esta fundación la habia concedido el rey por real cédula de San Ildefonso del 28 de julio de 1738. El lk de octubre de 1740, la recibieron los capitulares con tal ansia que no hallándose con los fondos necesarios provenientes de la asignación que debia su- ministrar el ramo de balanza , compraron un solar de tres cuadras de la plaza en la calle de San Agustín , con plata sacada á interés , y nombraron de director de la construcción á don Alonso de Lecaros , persona de la primera distinción de Santiago. En seguida, sin esperar que la obra se hallase concluida, ni muy adelantada, escribieron á la Concepción pidiendo al vice-patron de la universidad nombrase examinadores para hacer la elección de doctores que la debían fundar, y manifes- tando mucho deseo de que fuese su primer rector don Tomas de Azua , jurisconsulto y protector jeneral de los Indios. El 10 de enero de 1747, el capitán jeneral satis- fizo en todo lo que le pedían el anhelo de los capitulares de Santiago , nombrando examinadores para la fundación de la universidad , y el rector que le habían designado. Por eso, sin duda, se halla fijada dicha fundación en la citada época , puesto que en realidad , el nombra- miento de los diez catedráticos no tuvo lugar hasta el año 1756, y que aun no empezaron á ejercer hasta el 7 de enero de 1758. ÍII. Historia. 34 r 530 HISTORIA. DE CHILE. El 22 de abril , llegaron al cabildo dos reales cédulas , una de las cuales anunciaba la muerte del rey Felipe V, fallecido el 9 de julio de 17/|.6; y la otra, el adveni- miento del príncipe de Asturias al trono , con el nombre de Fernando el VIo. Los capitulares escribieron inme- diatamente al gobernador, que se hallaba en la Concep- ción , para que fuese á presidir los funerales del rey difunto, y la jura del rey puesto en su lugar, y Ortiz se puso al instante en camino , y llegó en Io de diciembre á Maipú. La jura publicada por bando entonces , se hizo el 27 de enero del año siguiente 1748, con despliegue de banderas y pendones y todo el aparato de costumbre , al rey don Fernando VI como hijo de Felipe V, y de doña María Luisa de Saboya (1) y Austria , heredero de la corona de España y de las Indias. Pero parecía cosa de encanto y ios Santiagueses de- bían de temblar cuando se entregaban á fiestas y rego- cijos , porque , así como se ha podido notar, casi siempre les llegaban después grandes desastres. En una junta de balance celebrada en Io de octubre de 1746, se habia resuelto que se aplicasen tres mil pesos para la saca del agua del Maipú anualmente , y dos mil para la continua- ción del tajamar que debía contener las crecidas del Mapocho. El capitán jeneral, don Martin de Recavaren y don Juan de Balmaseda habían opinado se suspen- diese la escavacion de la acequia del Maipú , y se apli- casen las dos sumas á guarecer la ciudad contra las inundaciones tan súbitas como funestas para los vecinos de la capital. Esta previsión pareció luego ser cosa de la providencia, pues el SO de abril de 1748, el Mapocho ( i) Nacido en Madrid el 23 de setiembre i?l3. CAPÍTULO LVII. 531 salió de madre con tanta furia y. violencia tal que se llevó la hermosa alameda de sauces que el gobernador Ortiz habia plantado en la Cañada (1), semejante á la que habia plantado Obando ; algunos arcos del puente en frente á la recoleta franciscana , arrolló los tajamares hechos para contener su impetuosidad, y se ensanchó por la ciudad causando lastimosos estragos cuyoi m- porte fué calculado en medio millón de pesos. A este inesperado y cruel desastre, los capitulares, el capitán jeneral , la real Audiencia y los vecinos de San- tiago, siempre unánimes en semejantes casos, opusieron las inalterables resignación y constancia, con ayuda de las cuales habían vencido tantos imposibles, y se pusieron á levantar nuevos tajamares mas fuertes y robus- tos, obra subhastada á razón de seis mil pesos la cuadra, por don José Campiño contador de real hacienda, el cual la ejecutó prolongándola hasta en frente de la plaza mayor, con satisfacción jeneral y dejando fundadas esperanzas de que en lo futuro no habría ya que temer semejante calamidad pública. El celo del gobernador en este grande apuro fué tan admirado que todos convenían en que, si se habia visto uno igual, nunca se habia no- tado ninguno mayor ni mas eficaz. En todas partes se hallaba ; acudía á todas las necesidades mas urjentes , animaba á los desanimados, alababa y aplaudía á los animosos aumentando sus esfuerzos y dándoles mayores bríos. En una palabra, el gobernador Ortiz miraba por los Santiagueses como si fuesen sus propios hijos , miem- bros y partes de su misma familia , cosa muy natural , por otra parte, pero no por eso muy común y jeneral vi) Calle de 1800 toesas de largo, de oriente á poniente, y de 60 á 70 de ancho, desde la quinta de Don José Alcalde hasta el convento de San Miguel, 532 HISTORIA DE CHILE, entre gobernadores, bien que sea justo reconocer y con- fesar que los Chilenos habían disfrutado tanto ó mas de los de esta naturaleza, que de otros. Sea dicho en honra de la naturaleza española. FIN DEL TOMO TERCERO. ÍNDICE DEL TOMO TERCERO vas- Capitulo I. — Recibe Laso noticia de su remplazo en el gobierno de Chile. — Suspende la ejecución de sus proyectos. — Llega su sucesor y le entrega el mando. — Ciertas dificultades al prestar residencia. — Cae de nuevo enfermo.— Va desde la Concepción á Santiago, y final- mente, de esta capital á la del Peni. — Obispados de Santiago y de la Concepción provistos. — Quedan otra vez vacantes y vuelven á ser ocupados Capitulo II. — Estado de las misiones y misioneros. — Docilidad de los Indios. — División de la provincia de la compañía de Jesús en pro- vincia y viceprovincia. — Establecimiento de la Universidad en el cole- jio Máximo de Santiago. — Acabamiento de este edificio. — Dedicación feliz del templo y particularidades que tuvo Capitulo III. — El gobernador Baydes tiene proyectos de paz. — Van jefes araucanos á pedírsela.— Otros no la quieren. — Lincopichion y Anti- guenu levantan un ejército en Puren. — Sale el gobernador de San- tiago con tropas de leva á disgusto del cabildo. — Despliega la ban- dera de paz en Yumbel. — Los Araucanos se presentan en batalla. — Permanecen en observación. —Pasa Baydes el Biobio. — Practica actos hostiles. —Pide Lincopichion la paz — Armisticio.— Retíranse los ejércitos Capitulo IV.— Preparativos de paz. — Presajios que indujeron los Arau- canos á desearla. — Erupción del volcan de Villarica.— Sale Baydes con grandes fuerzas y aparato. — Sufrajios al gobernador Loyola en el mismo sitio desu catástrofe. —Incidente.— Confianza de los Araucanos. — Desconfianza délos Españoles Capitulo V. — Orden de marcha.— Disposiciones militares.— Disposición del local del congreso. — Formalidades y sacrificios. — Deliberación.— Paz.— Condiciones. — Repetición del "ceremonial. — Conclusión.— Salida del congreso.— Regocijos.— Marcha el gobernador.— Ratifica- ciones de caciques ausentes.— Belleza del suelo de la Imperial.— Misio- neros.—Exhumación.— Sufrajios.— Regreso /i2 Capitulo VI.— Resultados de la paz. — Contradicciones increíbles.— Una nueva insurrección. — Se aquietan los Indios.— Motivos que tuvieron para obrar acaloradamente , 50 17 •E JFA1N ¥ THUNOT, Calle Racine, n°88, cerca del Odeon, - sy-s?