Prado, Pedro Las copas

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Año III

Núm. 41

CUADERNOS QUINCENALES

*>

DE LETRAS Y CIENCIAS

PEDRO PRADO

Las Copas

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LIO A. HOY

Dirkccion y Administración

TUCUMAN 692

Buenos Aires

1921

CUADERNOS PUBLICADOS

Año I -^^:- Tomo I

Amado Ñervo Florilegio III Edición

José Ingenieros La moral de Ulises III Ed.

* Alma fuerte Espidas II Edición

* Julio Herrera y Reissig Ópalos II Edición

* Martin Gil Cielo y Tierra

* Ernesto Mario Barreda Canciones para los niños

* Eduardo Talero. Amado Ñervo

Alberto Gerchunoff '. . . . Cuentos de ayer

Leopoldo Lugones .... . Rubén Darío

Florentino Ameghino . . Los cuatro infinitos

Rafael Alberto Arrieta Selección lírica

Vicente A. Salaverri. . La visión optimista

Año II = ' To m o II

* Fernández Moreno.. y. Versos de Negrita Joaquín V. González.. Música y danzas nativas

* Rubén Darío Poemas n Edición

Arturo Capdevila La pena monstruosa

* José Enrique Rodó «Joyeles

Arturo Cancela Cacambo II Edición

Armando Donoso Un hombre libre.

* Ricardo Rojas Canciones.

* Roberto J. Pavró Historias de Pago Chico.

* Amado Ñervo Pensando.

* Alfonsina Storni Poesías.

* Edmundo Guibourg. . . Evocaciones.

Año II -= ^ Tomo III

Horacio Quiroga Los Perseguidos.

Enrique Banchs Lecturas.

■■ Mario Bravo. Canciones de la soledad.

* Roberto Gaché Del vestido y del desnudo (II edición)

Carlos Vaz Ferreira . . Ideas y Observaciones.

Poetas Argentinos Antología de | 1.a parte

s„ ,, la Primavera ( 2.a parte

Roberto F. Giusti Anatole France (II edición)

Enrique José Varona. Con el eslabón

Martiniano Leguizamón Tradiciones del Pago

Del fina B. de Gálvez. . Poesías

Luis María Jordán. .. El Príncipe Wamboretá

* Agotados.

^Q

1*1 autor de las breves composiciones de

este cuaderno es uno de los mejores

poetas de Chile. Trabajador infatigable, ha

publicado hasta la fecha los siguientes libros:

«Flores de cardo» (poesías). cLa Casa Aban- donada» (parábolas y ensayos). «El Llamado del Mundo* (poemas). «La Reina de Rapa +Vui» (novela). «Los Pájaros Errantes* (poe- mas). «Los Diez» (poema). «Ensayos sobre arquitectura y poesías» y «Alsino» .

Y aunque solamente el libro inicial es de versos, Prado es sin embargo, ante todo, un poeta que trabaja con amor de artífice cada u na de sus páginas.

La mayoría de los poemas de este cuaderno son inéditos, habiendo sido publicados única- mente algunos en « Los Diez», revista chilena que editaba el grupo intelectual así deno- minado.

Actualmente él poeta tiene en preparación una novela de costumbres que piensa intitular "El Juez rural*.

INVOCACIÓN

I /exid, palabra.- puras, Urianas y encendidas, como ares en un vuelo luminoso. El hálito de mi amor os torna trémulas. Sois copas qui en la embriaguez de la emoción se chocan. Un canto, vuestro roce musical des- pierta. Mas, si escancio el olvido, el amia y la tristeza, triple licor traslucido y ardiente, vuestros finos cuerpos impalpables lanzan el suspiro que enmudece a las frági- les copas que se trizan por recibir, rendidas y tem- blanco, el calor de los vinos cuando hirvenl

100 Pkdro Prado

LA LÁMPARA

Con mi Lámpara encendida, y abiertas las venta- nas, amo escribir cuando la noche llega.

Las mariposas, al reclamo de la lámpara, vienen de los huertos y de los pastales floridos. Vienen y dan- zan en turno, y se posan sobre las blancas calillas; y hay un resplandor mayor cuando alguna en la llama, (•«insumida, muere!

A veces guardan mis páginas el polvo de oro de sus alas inquietas, pero más a menudo a ellas se mezcla la liviana ceniza de alas consumidas!

l.\s Cor.*s l"l

ASÍ FUÉ

EL ORIGEN

PIENSO en mi vida, sigo el hilo de mis recuerdos, y remontando los años y los años, me afano, in- átilniente, por dar con eomienzo de mi conciencia.

; Oh antigua alba inicial ! eme persigo caminando ha- cia aquel viejo oriente ;oh alba inicial: te alejas tanto cuanto yo voy en tu busca.

Como un viaje que se prosigue aun cuando la no- che llegue, yo continúo marchando por un camino que antes recorriera y que liega y penetra en una obscuri- dad creciente.

Ya mis ojos no lo ven. ya mi corazón duda de su re- cuerdo, pero mis pasos lo adivinan y obedecer, y cuan- do, poco a poco, cu mitad de su recorrido interminable, comprendo que su nacimiento se pierde en el lejano in- finito, me produce vértigo el saber, por primera ve/, (pie yo vengo desde aquel remoto origen, y que, a pe sar de mi apariencia, soy tan viejo eomo el mundo!

I1 12 Pkdro Pr.ai o

MI MADRE

Cj templo tu último retrato ¡oh madre mía! y te veo tan joven que pareces mi hermanita menor, dul- ce y suave; y me asombra comprender que el senti- miento que me inspiras es un sentimiento paternal.

Yo soy ahora, a pesar de mi juventud que se va, mu- cho más viejo q¿e tú. Si tu imagen se animara y tú, desprendiéndote del marco, vinieses hacia mí, yo ali- saría tus cabellos, besaría tu frente y, manteniendo un instante tus manos entre las mías, te diría: ¡Anda y a jugar madrecita mía! ¿No oyes a mis hijos? an- da y con ellos.

Yo no te conocí, sin embargo, ahora cuando te evo- eo, distingo tu memoria como si fuese recuerdo cierto <'l que mi imaginación conserva .

Yo no te conocí, pero con mis primeras fantasías te forjé, por eso despiertas en mi corazón un sentimiento paternal.

Si me formastes con tu carne y tu sangre, yo te he formado con mis pensamientos.

Si tu imagen en esta tarde plácida y alegre, se ani- mara, como a una niña te llevaría de la mano; adivi- no cuanto me haría sonreír tu inexperiencia y cuánta alegría me trajera el saberme hijo de tu ser infan- til...

Las Copas 1 « >."=>

LOS JUEGOS

EL niño lia jugado sin descanso. La fatiga lo rinde. Mas, esperad, allí vienen corriendo otros niños, él i lesea competir con ellos ¿qué hacer? Pues monta a hor- cajadas en un caballito de palo y sale a la siga rápido y confiado, lleno de nuevas energías.

Y va más ligero, y los alcanza, y llega más lejos que todos ellos. A nosotros su triunfo nos asombra; a ellos nú. Los derrotados dicen: "no es gracia, él viene a ca- ballo" y él. el vencedor, no está orgulloso de mismo, sino de su veloz corcel.

Ahora el niño es el padre de sus hermanos; luego es un mendigo; en seguida es un ladrón o un policial, alternativamente; de nuevo es un ágil caballito que se funde, sin esfuerzo, en su propio jinete; ya es una lo- comotora; pronto es un muerto, pero un muerto que -c aburre y resucita y que cambia de esencia y pasa d>' un estado a otro, acaso con la certeza de ensayar las infinitas transformaciones que, en la inconmensurable existencia del mundo, le aguardan.

He oído exclamar a hombres soñadores: "quisiera vi- vir la vida de ese labriego, la de ese leñador, la de e-e

marinero". Bien se conoce, al oir estas palabras, quo

la infancia está lejos. Para el niño descaí' es ser. ¡ Ali ! yo \iví solo, ni hermanos ni niños de mi edad.

1 * » 1 Pedro Prado

¡Vías, ¿qué importa cuando se tiene el poder de trans- formar la apariencia de las cosas .'

Cogía una silla, con ánimo de que representase un caballo, y ¡cuidado! ya era un caballo; no me ponía al alcance de sus patas ¡no fuese a ocurrir una desgra- cia! Cogía otra silla, y era el coche. Y no uno cual- quiera sino el coche de mi padre. Es verdad que mi padre a esa hora andaba en su coche por el campo, a pesar de ello yo andaba en el coche de él. Más como a la vez era uno solo y eran dos, ni él me veía a mí, ni yo lo veía a él.

Las riendas para el caballo, podían faltar; pero la huasca no. Lo azotaba sin piedad. Rápidamente, a gran trote, salíamos a unos caminos extraños, abier- tos sobre azuladas lejanías.

Pensaba en mis amigos ausentes, y ya mis amigos i -'altan dentro del coi he.

¿Cómo llegaron Yds. ?

Ellos reían, yo también reía, feliz, al sentirme acom- pañado.

Atravesábamos por praderes y bosques y tierras de labor y ríos y colinas. Al cruzar los pequeños pueblos, con grande algazara, nos d •teníamos a beber.

Las tabernas eran siempre muy distintas, pero, to- das estaban en el comedor de casa.

I na vez bajé en una de ellas. Yo no si ya venía algo beodo con el vino bellido en las copas vacías, pe- ro es el caso que al tabernero lo encontró muy pareci- do a mi padre.

L vs Cop \s

105

-Hola! amigo - Le dije -■ /tiene usted algo que comer y acaso, también, un vinillo especial? Mis com- pañeros traen gran sed.

El hombre aquel me quedó mirando eon un asombro grotesco. Volviendo la eabeza hice un gesto de inte- ligencia a mis amigos.

Apure usted -- le dije -- golpeándole cariñosa- mente las piernas con la huasca.

Estás loco me contestó.

Entonces a me cogió el asombro y lo quedé ob- servando, mientras él, a su ve/, me contemplaba in- tranquilo .

Una gran confusión se hacía en mi pensamiento.

Pero diga usted, buen hombre ¡ quién es ? «■ Xo es usted el dueño de esta posada ?

Al oirme sonrió con tristeza y sobresalto, y. tomán- dome en brazos, me besó con angustia.

Hijo ¿tienes fiebres, deliras?

Padre, le contesté, comprendiendo, al fin. ¿No ves a mis amigos? vengo viajando. ¿Por qué te extra- ñas, cuando ya debes saber que tu no representas otra cosa que lo que yo deseo ?

!()(>

Pkdko Prado

EL HERIDO

LA HERIDA

Perdona, buen amigo; no puedo salir a tu encuen- tro. Estoy convaleciente de mi herida.

Ven y acércate! Un enfermo, sin inferir agravio, puede, como un rey, recibir sentado.

Si estrechas la mano exangüe que te alargo, poí- no emocionarte, que tu temblor pasará a mi cuerpo y en mi herida va a repercutir dolorosamente.

Si por distraerme, después, refieres historias alegres, ten cuidado, porque también la risa, al agitarme, daña mi herida abierta.

Has venido a acompañar a un enfermo. Difícil ta- rea !

I n enfermo es suspicaz y delicado como una donce- lla. Nunca le hablarás a medida de sus deseos.

Témele, porque tiene ante largas horas de insom- nio enervador para meditar en tus palabras, tus inten- ciones y tu actitud.

No te quedes silencioso. Furtivamente, cuando mires por la ventana abierta hacia el jardín, él, que sok divisa las copas de los árboles y las nubes que pasan.

Las Copas

[01

le observará con una mirada penetrann- preñada de febriles suposiciones .

Y no le hables largo tiempo. Su debilidad, excitada, miente un interés, que pronto se consume y vuela sin cesar de una a otra cosa. Adivina cuales de sus preguntas debes, dejar sin responder.

Pero que no repare en ello.

Y luego no olvides que el esfuerzo, la emoción, aún la alegría, todo ahora va y busca su herida abierta.

Amigo, ya me conoces.

Aproxima esa silla y siéntate. Y cuando a nuestra charla la interrumpan los largos silencios, trata de que no te sorprenda mirándome.

108 I'm.ko l'inufi

LA PRISIÓN

CiÁx perdido voy. Perdido de mi mismo. Peque- ños afanes consumen mis fuerzas y el día de mi juventud.

.Mas, entre mis bajos menesteres hasta mi llega un eco conocido, palabras ajenas que penetran seguras y se asilan romo libres palomas en un palomar de her- manas prisioneras.

Llega hasta el oscuro retiro de mis deleznables pre- ocupaciones el aire de una brava y conocida libertad.

Entonces todas mis palomas se inquietan ebrias, y van y vienen en vuelos rápidos y terribles que las des- trozan con mayor crueldad que si el pánico se hubiese apoderado de ellas.

Sangra mi corazón y suplica. Mis manos obedecen el mandato de mi razón conmovida. Y las puertas se abren! Como un torbellino de nieve salen en vuelo ver- tiginoso hasta la última de mis palomas largo tiempo prisioneras.

Más ¡ ay ! antes de que yo sepa algo con claridad, desconcertado como ellas, sin saber qué pensar, veo que vuelven una y otra, y otra, de mis palomas. Veo qu i vuelven, por fin, todas y S3 quedan en su vieja pri- sión tan trémulas y desconcertadas, que yo, inmóvil y perdido, siento que a todos nos gana una inexorable i listeza !

Las Cvv

LA NOCHE

Olí! noche para el dolor y el pensamiento, eres oscura y pavorosa como una caverna. Corno una caverna que centuplica en mil ecos profundos los ala- ridos de la angustia humana. Una de esas insondables

cavernas de aire denso e impuro abiertas al mar que en las sombras, negro como la tinta, hierve alumbrado fugazmente por la blancura de las espumas.

Caverna que recoge el estruendo de la batalla de las olas y presta siniestro amparo a los náufragos de- solados. Mientras ellos en su s:mo penetran, salen de las oscuras profundidas. negras, extrañas e incontables aves (pie apagan las antorchas, azotan los rostros, y los dejan, presas del terror, inmóviles y perdidos en !;i- tinieblas.

lid Pedro Prado

EL RECUERDO

Alo largo de la ruta, bajo el cielo ceniciento, busco un compañero de jornada y llega solícito un lán- guido recuerdo que el peso del tiempo ha purificado y hecho cristiano.

Lo acojo con la más honda emoción y le doy vida con el calor de mi pecho.

Revive así, poco a poco, aquella lejana historia; mas, como una sierpre que no oivida su veneno, repite paso a paso su distante y cruel hazaña y por fin una vez más silba y hiere y hiere!

Hiere en el mismo sitio antaño elegido. Muerde el reborde de la cruz dejada por una vieja cicatriz. Hin- ca sus dientes y desgarra y abre nuevamente esa boca de dolor, enmudecida!

Las < opas

ABANDONADO

Acércate a mí. acércate! Más y más próximo; da- me tu mano y por mi mano pasa a mi corazón.

Atilinte a mis palabrasi temblorosas que caen en el aire romo pequeñas embarcaciones desbordantes de náufragos. Ellas van llenas de mis más puros senti- mientos.

A.cójelas! Sé, tú, el rezago una blanda playa pró- xima.

Acércate ! Acércate !

Pero ¡ay de mí! si euando pases a mi corazón y mire, desunes, en torno, me encuentre nuevamente solo.

1 12 Pkdro Pr vim>

CREPÚSCULO

CONTEMPLAN mis ojus este crepúsculo con toda el ansia de los aitos ventanales, cuando reciben su fulgor y en él se incendian.

Pasa a mis pupilas la última llama del día y, como cu un horizonte, el sol se hunde en y en muere.

¡Oh! campiñas olorosas a la tristeza del ángelus, co- mo vosotras, perfumadas a melancolía, van mi juven- tud y soledad a esta hora, en que aún no sabemos si la noche que viene, viene a quedarse para siempre en- tre nosotros.

I. vs Coi-as 1 1 ~>

LA SENDA

Oh! camino que debo recorrer; vano es para tu panorama cambiante. Imagen que no dejo de ver, latido que no ee¿o de oir, una obsesión trabaja para mi pecho. Carcome invisible, mi vida, taladra mi propio cu- razón .

Pero lie aquí que ias negras nubes abren y apa- rece una claridad azulina en el lejano infinito. Con cuánta avidez, como ave que escapa, mi mirada por entre la.- rotas nubes, huye.

Mas ya el viento se levanta, las nub s se cierran amenazantes, y mi mirada de esperanza queda tías ias nubes volando perdida.

Oigo nuevamente ei temblor de corazón que pal- pita como un ciervo herido y prisionero. V cuando llega la terrible certeza de que toda lucha e.s vana, lloro, más que mi propio dolor, el no ser capaz de so- brellevarlo v. algún olía, hacer de él mi hermano.

1 1 I Pedro Prauo

SI PUDIERAS..

Heme, por fin, viviendo un instante lucra del tiempo. Mi cuerpo se aliviana, nu réeuerdo queda ajeno a da angustia y hasta mi tristeza está libre de dolor.

Perdura ¡oh! infinito instante sin medida: líbrame del río amargo del tiempo; manténme eomo una hoja loca que vuela en libertad.

No me dejes caer: sopla de nuevo; llévame contigo cada vez más alto.

Siento como ia tierra, que abajo aguarda confiada. tira de con todas sus esperanzas.

Ayúdame! A'u! si pudieras mantenerme, para siempre, flotando en este ambiente, pino, liviano y sin medida . . .

Lis Coi-as

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SOLEDAD

Me alejé fl oh! mar y, ¡il ir interponiendo dis- tancia entre y yo, fui allegando olvido, arras- i raudo sensaciones tuyas en desvaneneia. seres que por debilidad más que tu muerte, tu no ser oreaban.

Por largos días tu ausencia fué, no un mar muerto y desecado, sino una ignorancia, una inexistencia de ti ¡oh fuerte!

Y a tus playas bajo nuevamente. Frente a las olas que hacia la tierra arrojas, llego como la espuma de otra ola perdida que la tierra hacia , oh mar! envía.

Ávido vengo, renaciendo de mis muertes diarias, sa- cando el vivir y el morir de unas mismas aguas, de las que emergen, como tus olas incontables, el tumulto de mis ciegas acciones.

Al igual de las aves marinas, sobre ana alta roca so- litaria me retiro y pienso. Y mientras a mi cuerpo lo bate tu viento impetuoso y mis oídos recogen tu trueno, mis miradas recorren y luego flotan perezosas en tus aguas incansables.

Llega, sí, animador, y nuevamente existes! Cobras vida y movimiento; y confusa, como voz de despertar. nace otra vez tu canto . . .

Mas, ¿por (pié son tan iguales tus olas y tu hori-

I |(¡ 1'hoko Pkado

zonte? ¿tan inmóviles las tocas de entonces y de aho- rn .' ; tan vencida aquélla y esta arena.'

; Seré capaz de una recreación tan fiel .' Dudo y pre- siento que pudiste ser, mientras yo, lejos de tí, for- maba con recio olvido, tu inexistencia.

¡Ah! de un golpe empequeñezco cien codos al dudar de que no soy, en verdad tu animador. Como amante que regresa ávido, y tríos celos lo poseen y hieren, así me ocurre a ahora, ¡olí mar! así ¡oh múltiples co- sas del mundo de las que me creí ser causa primor- dial!

Yo que ardí de fieras esperanzas y frenético y en- vuelto en el incendio de tus olas azures, canté cual ninguno, ante el vértice hirviente de tu abismo, la má- xima belleza (pie atesoras...

No suaves perspectivas, no mansos oleajes, dulces bo- rregas hechas para caricias femeninas, no así engaño- so de blandos sentimientos te busqué y preferí.

Sólo por desear crearte magnífico v unánime en ple- nitud, yo supe de la profundidad de tus cimas inmen- sas, y vino hacia con la revelación de tus tesoros la única noche entre cien mil en que surgen majestuosos y flotan un instante todos los barcos que en yacen, transformados por las madreporas en lívidos alcázares.

Sí. rotas mis alas por los vientos extremos, yo vi aparecer y danzar sobre las olas en delirio, en la ne- gra e hirviente soledad todos tus mil y mil palacios, lu- minosos por las aguas fosíoreaafces que al escurrirse, en- tre la sombra que los pueblan, cantan! Voces inefa- bles se advinaban bajar a las oscuras profundidades,

Las Copas

117

mientras sobre los barcos desapercibidos se cerraban las aguas temblorosas eomo labios en que aún perdura el

temblor y la fiebre de los cánticos!

¿Me escuchas? Así, con mis voces, iba creando tu ín- tima esencia privativa.

Yo que le redimí del agua y te di la conciencia de un Dios: yo que te puse mil veces encima de propio, no en tu orgullo indómito gozaba, no en verte redimi- do de entre las ciegas cosas, sino en saber que eras creación de mismo. Yo tu ordenador, el que iba revelándote, yo que venía de hacerte resucitar de entre los muertos. . .

Xo más lejos de mi propia sangre estaban de mí, tus aguas; no diverso a mis voces, tu discurso: nada tuyo que pudiese vivir en clara y audaz independencia!

De propio -qué venía a quedar entre mis cantos? En vivías como en propio lecho, tus olas corrían por mis venas , y tu enérgica tristeza era mi tristeza viril !

Para ya no fuiste sino extensión d< mi pertenen- cia, nunca más allá de mis fronteras! Y hoy? De necesitas! Creado fuiste y por siempre serás!

Desposeído ¡ay! me del mundo entero. Del mun- do antes muerto al que insuflé el ritmo de mis voces, que en él quedó circulando como el latido de una san- are eterna!

1 1 8 Pedro Ph \ do

LIBERTAD

Dormido estaba, inconsciente vivía, rendido, oscuro, silencioso. Quemado por el estío agobiador, dor- mía en la alta noche. Bajo los árboles mustios, las ra- mas pendientes y quietas, en el aire negro de aquella paz de derrota, soñaba.

¡ Oh ! vida demasiado fuerte, licor que no te detie- nes en la alegría y a la embriaguez arrastras; llama que de alumbrar no te satisfaces, y consumes el madero que te alienta. ¡Oh vida! por vivirte morimos.

Lejos de y lejos de mi conciencia brillaban las blancas estrellas de la noche. La fatiga ceñía mi cuer- po como una malla precisa, modelando uno a uno mis miembros.

Yo era semejante ai luchador herido que se desangra silenciosamente , mientras gravita sobre él el enorme peso de su escudo inútil.

Atados mi voz, mis brazos y mis piernas en los trá- gicos sueños impotentes, la vida danzaba en torno mío como un divino ofrecimiento.

Ciudades en fiesta ardían en medio de las azules no- ches estivales. La alegría del mundo rozaba indiferen- te con su túnica liviana mis labios que, mudos, im- ploraban .

L>s Copas U9

Mujeres divinas se ofrecían sin leraor ante mis ojos, y sus miradas, como aves que vuelan lentas al cargai las pajuelas de los nidos, sonreían llenas de plenitud por encontrarse en esa edad de madurez, que es una cumbre desde donde todo se ofreee fácil como un des- eenso.

Mas, sus miradas atravesaban mi cuerpo como si fuese una porción de aire indeterminado. Se detenían antes o después; pero nunca en el sitio en que yo me encontraba inmóvil v prisionero como un árbol.

\'n grupo de guerreros, orgullosos en sus cabalgadu- ras, pasaron custodiando el botín arrebatado a pueblos vencidos. Los cascos de sus corceles hirieron mi cuer- po impotente.

Invisible a todos, y todos visibles para mí. Divisaba la alegría, el amor y la abundancia, y allá en lo alto, como la luna olvidada, oculta por ias luces de la ciu- dad, veía brillar el porvenir de Dios.

Más ¡oh! supremo instante: en sueños presentí que soñando me encontraba. ¡Oh! libérrima alegría: saber n nuestro sueño que soñamos!

Ningún deseo entonces sobreviene de querer desper- tar. Fogosa y encendida libertad nos cubre y nos pro- tege, y todo deseo insatisfecho acuda solícito, buscando saciarse sin vallas ni temores.

;Ah! si yo, despierto como estoy, mas tranquilo y confiado como un sonámbulo, tuviese la repentina y profunda certidumbre de saber, mientras vivo, que no es sino la vida la que sueño!

120 Pedro Ph \i'<>

¡ < >h libertad! serías mía; serías la consejera tic luis múltiples deseos, de estos deseos confusos y tris- ees» j hambrientos de amor.

Al despreciar el engañoso juego da las sombras que

me rodean, nunca olvidaría que cosas ilusorias pueden darnos una alegría real.

Seguro de que las angustias y dolores de los sueños no persisten al despertar, quedaría imperturbable a los obstáculos, mudo a las amenazas, sonriente a las heri- das. Y proseguiría satisfaciendo tranquilamente mis deseos, confiado en la hora del despertar definitivo: cuando brillase para mi, fría y real, el alba d la muer- te liberadora.

I.\s COI'AS \'¿\

LA TORRE DE LOS DIEZ

LA TORRE

Lejos de las ciudades populosas y de los alegres puertos; distante de la paz de las aldeas y de las mansiones solitarias de los misántropos; sin tierra que cultivar; sin siervos que proteger; sin ambiciones de dominio ni orgullo de ser enseñanza, ejemplo o guía : sobre un enorme y abrupto peñón que ha recibido du- rante cien siglos el ataque del mar y la esperanza de sus prodigiosas lejanías, se elevará tranquila, aislada y libre la roja Torre de Los Diez.

\22 I'fhro Pk'ínii

LA BANDERA

ARRIBA, sobrepasando Ja terraza y el muro horadado de las campanas, un mástil solitario ofrecerá a to- dos los vientos ia enorme bandera de púrpura cruzada por el oro de una equis.

Puede el mástil erguirse recto como un pararrayos, o curvarse gimiendo como un arco colosal, cuando !<> requiera la mano del viento; pero jamás será abatida esa bandern . Como si la torre albergase una fiesta per- petua, día y noche flameará sobre sus muros, tal como una llama inagotable.

Y antes de que el tropel rugiente de ios ensordecedo- res huraean?s haya despedazado el último girón a las jarcias, cien veces, todos los que hasta ella levanten loa ojos, la verán encarnar en infinitas transformaciones.

Primero se envolverá sobre misma, derecha y del- gada como un vastago que en su carmín anuncia la primavera; lentamente, en seguida, se abrirá cóncava y temblorosa como una corola gigantesca; después, des- mayada y lánguida, entrará en un reposo pleno de ril mo contenido; al insinuarse de nuevo el invisible paso de los anhelos del viento, sobre la seda nacerá el cal" frío de todos los caprichos imaginables: danzará con los mismos giros de la flotante clámide de una extraña bailarina; batirá acompasadamente el aire como el pa-

L\s Cofas

1 25

ñu^lo de las despedidas} será voluble como el ansia, > con la misma avidez se tenderá hacia ei oriente, luego al septentrión, y uno en pos de otro, con igual energía, señalará todos los infinitos caminos de la rosa de los

vientos.

Mas, cuando se alce cálido y repentino el anuncio de la tempestad, extendida de golpe como un ala inmensa ebria de vuelo, soberbia de esfuerzo y furiosa y rebra- mante de impotencia, desgarrará para volar la seda de su cuerpo, y estremecida y poderosa, como una lengua que desata una ignota y repentina pasión, llena de una alegría abrumadora, obedecerá al viento de tempestad que le enseñe a cantar, libertarse y morir.

I 2 l l'l' DKQ l'if \l>n

LAS CAMPANAS

La tono alta y obscura como un faro abandonado. entrará en la noche hasta confundirse con ella.

Ningún navegante, da los perdidos en la sombra, en- contrará en su invisible silueta rumbo de esperanza ni anuncio verdadero.

Solamente un vuelo de campanas cruzará sobre las gavias rotas en ia hora trágica de los naufragios.

Como aves de tempestad, S3 oirán pasar, lejanos o próximos, los tañidos dolientes.

Y cuando los náufragos, abandonados entre las olas, sientan ya el amargo de las aguas negras y misteriosas, algunas campanas sonarán para ellos como sonaban las de sus pueblos lejanos a la hora del ángelus; otras re- cordarán los repiques de gloria y de fiesta del día inolvi- dable cuando toda la ciudad natal recibió empavesada a sus hijos vencedores; mas, [odas, antes de que se hun- dan para siempre, cantarán puras y diáfanas, tal co- mo sólo habían cantado unas risueñas campanas en aque- lla mañana luminosa de sus bodas distantes.

Las Copas

i 25

LA CONTEMPLACIÓN

Nubes solemnes, jamás terminaréis de pasar y pa- sar; albatros y aves poderosas del océano, siem- pre alguno de vosotros estará voltejeando ante la vista.

Contemplados, desde la elevada terraza de la torre. nunca, en vosotras, lejanías cenicientas, faltarán viaje- ros que vayan, convertidos en hormigas, trepando a la- nosos los caminos soülarios.

En la época de los barbechos, con embeleso nuestros oídos adivinarán el ruido blando de los arados, cuando abran la tierra al grave y manso paso de los bueyes.

Xo importa, entonces, que estéis próximos o dis- tantes, ¡oh! labradores; siempre nuestro corazón oirá -o juzgado vuestros imaginarios cantos.

Xo temáais permanecer silenciosos o lanzar a los vientos maldiciones y amenazas; no os preocupéis de que vuestro paso sea firme ni vuestra actitud altiva.; como quiera que vayáis, a la distancia, siempre os vere- mos llenos de una noble apariencia : y sean las que fue- sen vuestras palabras, o la causa de vuestro mutismo, sólo oiremos una dulce melodía que se eleva y os en- vuelve.

Navios imperceptibles, rumbo al Asia, que cruzaréis bordeando la línea del horizonte; mayor tiempo ¡pie las paviolas os seguirán nuestras miradas y fantasías.

126 Pedro Prado

Por grandes que vayuri a ser vuestras venturas, siem- pre ¡serán débiles ante el encanto que para vuestros des- tinos vamos a soñar.

Rseultarán pequeñas ias cargas y escasos sus valo- res ante la abundancia, la variedad, la riqueza y la hermosura indescriptible de lo que en vuestras calas vamos a depositar.

Ningún atractivo tendrán las más hermosas mujeres; banales serán sus ardientes amores, pálido el sol de fuego y monótonos los paisajes lujuriosos, comparados con las deliciosas maravillas que en vuestra ruta cree- remos que van a ofrecer a los viajeros, ávidos siempre de cosas indefinidas.

Cielo, mar y tierra, todos en torno de la torre iréis abiertos !

Seres risueños o mendigos; acciones nobles, torpes o sórdidas; campos estériles; dunas temibles, bosques lle- nos de porvenir, todos, desde la alta torre seréis igual- mente hermosos para nosotros. Como si la vida fuese una fiesta, sólo os presentaréis ataviados con la belleza que escondíais.

Ningún accidente quebrará la armonía imperturbable. Y sin esfuerzo, nuestros pensamientos y nuestras voces se alzarán para alabar la causa y el origen del mun- do, y la plácida alegría interminable que fluye de su contemplación !

Las Cor

LA SOMBRA

Desde lo alto de ia forre el que allí siempre vele maravillado verá que cada día al nacer el sol, del cielo de occidente donde aún queda un resto de la no- che, y desde el seno del mar vendrá, débil y extenso has- ta el pie de la torre, un camino de sombra.

Ascenderá el sol para ir en su gran vuelo. Pero el resto de la noche agazapado ai pie de la torre, enco- giéndose y dando vuelta, jamás será visto por el sol.

Y aun cuando el sol, seguro de haber cumplido su diaria tarea, se empurpure como un rey, y descienda en el mar, el resto de la noche anterior, que la torre ha protegido, se estirará creciendo más y más. Y cada vez con mayor rapidez irá por sobre las praderas, por sobre los árboles y las casas que encuentre a su paso, los rebasará y saltando nuevamente al campo libre ya débil y desvaneciéndose, aún tendrá fuerzas para em- prender, recto, la ascención de las montañas de orien- te. Y en el mismo instante, en que tras las cumbres, la nueva noche inocente asome, él le hará entrega del mis- terioso secreto que la noche anterior le confiara.

I ¡orno una inmensa aguja, la torre, en los claros días. con hilos de sombra tejerá entre las noches de nu< vida !

Año III = Tomo IV

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