1323 T sl $ 1 4 Mn 583€ 5) V a Es PS pS o Y: . erase: Ea iS A E pe A Z a. s Uk LOS [e] Tomo . 4 Digitized by the Internet Archive in 2011 with funding from University of Illinois Urbana-Champaign http:/Awww.archive.org/details/oscaryamandalo01roch E oi pa de OSCAR Y Gris ] s ó eS DESCENDIENTES DE LA ABADIA, OBRA PA EN o ¿En MISS REGINA MARIA ROCHE, Se $ > PUESTA 1 EN | CASTELLANO POR D. CARLOS JOSE MELCIOR | E hi 2 : ADORNADA CON SEIS ESTAMPAS e Y PUBLICADA POR SIMON BLANQUEL. ds de E To y é á MEXICO.—1854. Se vende en la librería del editor, calle del Tea eatro Principal número 1. a 4 Eee ya” ; Es > E A q ¡E % > JA 7 o Fe, S0Re z . E 3 ae € A E . só y Ml + OSCAR Y AMANDA, Ó LOS DESCENDIENTES > al Q a a CAPITULO l. dos debilidad de Amanda junta con el mareo, del que sufria mucho, la obligaron á meterse en la cama, entran- do en el paquebot, y de este modo hizo la travesía. Al segundo dia desembarcó y fué á alojarse al meson de la marina. Al momento envió un comisionado para que le tomase un asiento en la diligencia que debia pasar á al- gunas millas de Carberry-Castle. Vinieron á decirle con la mayor satisfaccion que podria marchar en aquel car- ruage, cuyo modo de viajar era el mejor para ella que no tenia criado. Despues de tomar algunos refrescos, entró $ E E én el coche. Ella partió á las once de la noche con un caballero viejo, que se cubrió sin eumplimiento con un gran gorro de lana, abotonó su redingot, y durmió con un profundo sueño. Este era justamente el compañero de viage que necesitaba Amanda, pues no la fatigó con una insepida conversacion ó con preguntas impertinentes, Y la dejó entregada á sus meditaciones durante todo el viage. El segundo dia, hácia las cuatro de la tarde, llegó á “a poblacion mas vecina de Carberry—Castle, en donde de- jando el coche tomó una silla para llegar la misma tarde á juntarse con su padre. Estaba ella con una gran inquietud. Temia la impre- sion que haria á su padre la narracion de todo lo que ha- bia sufrido, y que no podia ocultarle: temia que no tuvie- se ya algun conocimiento de ello. Sin embargo, reflexio- nando en el valor que habia manifestado en sus pasadas desgracias, se lisonjeaba que soportaria las nuevas con la misma constancia, y ella misma ayudaria á sostener y cerrar las heridas de su corazon. ¡Ah! se decia á sí mis- ma, cuando vuelva á encontrarme en sus brazos, cierta- mente nada me arrancará de ellcs, ni me hará volver á entrar en un mundo perverso, en donde mi reposo y mi reputacion han 1ecibido tan terribles golpes. Así flue- tuando entre el temor y la esperanza, seguia Amanda el camino de Carberry—Castle; pero el primero de estos sen- timientos era el dominante. La oscuridad de la tarde ayudaba á su abatimiento. Las nubes bajas y sombrías anunciaban una tempestad, y caia una lluvia mezclada con nieve. El aspecto de la campiña era frio y triste; las chozas le parecian á Aman- da mas miserables que lo que las habia visto en su juven- tud: sus pobres habitantes juntaban á sus animales que erraban por fuera para ponerlos á cubierto: los trabajado- res se apresuraban á entrar á sus casas, mientras que el . criado del arado silbando conducia su yunta, Las olas del mar se levantaban, y al acercarse á la costa Amanda, las oia reventar con furia contra las rocas. Ella estaba en una estrema debilidad. Su calentura A no le habia dejado del todo cuando dejó la casa de Howell, y habia tomado incremento con la fatiga y falta de dor- mir. Solo el reposo podia restablecerla. A corta distancia del castillo hizo parar la silla, y la despidió, á fin de poder entrar sin ruido, y hacer prepa- rar á su padre por algun criado. Para este fin tomó en el : bosque | un sendero que la conducia á la casa. Ella dió un golpe á la puerta con la mano mal asegurada, y oyó que la aldaba habia difundido su ruido en el interior inhabi- tado, y nadie venia. En las ventanas no parecia luz al- guna. La lluvia y el viento continuaban con violencia y apenas podia tenerse en pié. En fin, despues de haber esperado inútilmente, se acordó de una pequeña puerta trasera que conducia á una habitacion para los criados. Ella se fué por allí y encontró la puerta abierta. Siguió por un largo corredor hasta la cocina, donde encontró la vieja muger del conserge delante de un gran fuego de tur- ba. Oyendo andar, ella se volvió, y viendo á Amanda, dió un grande grito, y manifestó todos, los sintomas de un estremo espanto. ¡Qué! mi buena Kate, le dijo Amanda, ¿sois vos quien os espantais de verme? ¡O Virgen santa! esclamó Kate ha- ciendo la señal de la cruz, ¿cómo quereis que no lo. esté, viendo llegar tan repentinamente á uno que no se espe- ra? ¿Cómo se halla mi padre? dijo Amanda. ¡Ah! dijo Kate, el pobre querido capitan, despues de vuestra parti- da ha tenido muchos disgustos. ¿Está malo? preguntó Amanda. Malo, sí, tiene motivos para estarlo: pero mi querida Miss Fitzalan, ¿qué no sabeis lo que ha -sucedido despues que nos dejásteis? No, dijo Amanda. Dios os sea en ayuda, continuó Kate; pero mi querida Miss, sentaos en este pequeño taburete, y calentaos, pues estais pálida y abatida de frio, y os lo contaré todo. Sa- bréis, pues, que ha cerca de tres semanas que mi marido trajo al capitan una carta del correo; él conoció bien por el sello que venia de Inglaterra, y cuando volvió á la co- _Cina me dijo: Kate, el capitan ha recibido cartas que le darán gusto, pues tendrá noticias de Miss, estoy seguro. A ¡Ah! tanto mejor, le dije yo; pues sabréis, mi querida Miss» que él estaba muy triste algunos dias hacia. Pues bien, yo tenia la costumbre, todas las veces que recibia carta de Inglaterra, de ir ¿su cuarto luego que la habia leido, para saber noticias vuestras. De manera que me puse. delantal blanco y fuí á verle á la sala en que se encontra- ba. Y bien, señor, le dije, yo espero que teneis buenas. nuevas de Miss Fitzalan. El capitan estaba sentado, y con la carta abierta enci-. ma de la mesa. Tenia el pañuelo á á los ojos, que se qui- tó para hablarme, y le ví pálido y trastornado. Esta car- ta, me dijo él, mi buena Kate, no es de mi hija; pero es- toy contento de que hayais venido, pues tengo algunas cosas que deciros. Es preciso que deje el castillo, y ten- go necesidad de ver con vos si todo está en el mismo es- tado que cuando vine. Arreglaré las cuentas de todos los criados que he tomado, y los despacharé. Yo me atur- dí del golpe: ¡Dios nos libre, señor, le dije, de que nos dejeis así! | El capitan se levantó de la silla, y se fué á la ventana, suspiró, y ví correr lágrimas sobre sus mejillas. El se di- rigio aun á mí me suplicó que hiciese lo que me decia : , , de modo que oprimido el corazon me fuí á decir á Jona- than estas malas noticias. El se afligió tanto como yo, pues amaba al capitan con todo su corazon, no solo por- que M. Fitzalan es un hombre de bien, sino porque es un militar, como mi marido lo ha sido en su juventud, y que un soldado ama á los suyos. Jonathan habia conocido al capitan en América, y decia que verdaderamente era ca- ballero y un valiente oficial. El capitan, pues, nos dijo que ya no era procurador de Lord Cherbury, y como entiende bien de cuentas, pronta-. mente hubo hecho las suyas y las de los criados, dándo- les buenas certificaciones con las cuales seguramente en- contraron buena colocacion. En seguida nos dijo que. cases charia para Inglaterra al dia siguiente, é hizo t cd Pero en Ae noche le apQrie:y un n al pe E Mo fortuna la oyó mi marido y me hizo levantar. Yo tenia una botella de buen aguardiente que conservaba precio- samente: hice calentar. una hortera y se la llevé. Con ello livió; pero á la mañana fué menester renunciar el po- ndo en eamino, lo que le disgustó mucho. Sin embargo, se levantó y escribió inuchas cartas que Jonathan trajo al correo, hizo su maleta y puso su sello sobre la secretaría. En seguida nos declaró que no queria quedarse un mo- mento mas en la casa, y habiendo Jonathan vuelto del correo, se apoyó de su brazo, e fué á tomar un alojamien- to en casa de Thady-Bryne, á quien conoceis. Consternada Amanda por esta relacion, y pronta á des- mayarse, esclamó: ¡Dios de bondad, sostenedme en este momento de tan terrible prueba; dadme fuerza para so- correr á mi desgraciado padre! Las lágrimas acompaña- ron tan fervorosa oracion, y su voz estaba sofocada por sus Suspiros. ¡Ay! dijo la buena Kate, no os aflíjais tanto, mi querida Miss; no perecen todos los que +están en peligro, y uno deja mas pescado que no coje; aunque hoy llueva, puede hacer buen dia mañana. Vuestra sola virtud hará un bien al capitan. Vamos, tranquilizaos, yo os daré para cenar escelent=s patatas que se cuecen en esta olla, y manteca fresca batida; y mientras comeréis un bocado Jo- nathan podrá volver de la ciudad, á donde ha ido á buscar carne para comer el domingo, y entonces yo misma os con- duciré á casa de Thady. ¡Oh! no, mi buena Kate, dijo Amanda; es preciso que vaya al instante al lado de mi padre; cada momento de tardanza es un siglo para mí. Yo le he descuidado de- masiado, y demasiado tiempo le he dejado solo, y sin un amigo que pueda consolar sus penas. ¡Oh, mi Dios! dijo ella levantando sus manos juntas al cielo, ¡haced que no llegue demasiado tarde! Inútilmente. le instó Kate á que esperase la vuelta de .? —10— p jo á la puerta, asegurándole que luego que Jonathan estu-= viera de vuelta, ella iria á casa de Thady. Amanda selo agradeció apretándole la mano. Enferma, débil y desa- lentada se habia lisonjeado encontrar al lado de su padre el sororro, el apoyo y los consuelos, y ahora debia tributar á su corazon, despeda-ado de dolor, todos sus cuidados, ó á lo menos procurárselos. Hasta ent nces habia esperi- mentado grandes desgracias; pero aun no habia conocido los horrores de la pobreza. Hasta entónces habia tenido un asilo, en el dia no solo le faltaban los medios de pro- curarse uno, pero ni aun podia acudir á sus primeras ne- cesidades. | : Esta situacion le era aun mas penosa por si padre que por sí misma. Si ella hubiese podido serle de aleun so- corro, esto solo habria endulzado su propia situacion; pero por esta parte no tenia esperanza alguna. Su padre hacia poco tiempo que estaba encargado de los negocios de Lord Cherbury, y no habia podilo hacer ningun ahorro, siendo deudor á este aun antes de encargarse de la administra- cion de Carberry-Castle. Ella no conocia á nadie á quien pudiese su padre dirigirse en sus necesidades. Lord Cher- bury le habia ayudado hasta entónces; pero era claro que Fitzalan habia perdido su amistad, pues que cesaba de ser empleado por él. La desgraciada Amanda no veia, pues, med:o alguno de escapar de la miseria, de este monstruo hambriento, pronto ya á alcanzarla. La tempestad habia llegado á ser aun mas violenta; pe- ro era nada en comparacion de la que agitaba el seno de Amanda. Las olas se estrellaban con furor contra las rocas, y los espíritus marítimos se ponian colorados. La lluvia caia á torrentes, y traspasó luego los lizeros vestidos de Amanda. Tenia media milla que andar por un camino escabroso, teniendo á un lado una cordillera de rocas, y al otro campos despejados y desiertos Conocia á los habi- tantes de la casa en que su padre se habia retirado, que ' eran de los mas pobres de la aldea. Les habia dado á su llegada á Carberry-Castle algunos socorros que les habian sacudo de una grande miseria. Pero aunque su casa fue- dé A A e * PE . se una de las mas habitables, con todo, era aun una pobre habitacion; sin embargo, Amanda se encontró feliz de lle- gar á ella, pues la violencia de la tempestad y la soledad del camino la habian llenado de terror. Lu casa estaba cerca de la costa del mar, y tenia dos ventanas que daban frente á él; de un costado un monton de turba, y del otro un techo para los cerdos. Los contravientos es- taban cerrados para preservar las ventanas; pero por entre las hendiduras Amanda vió luz y se convenció de que es- tas gentes aun no estaban acostadas. Temia comparecer demasiado repentinamente á los ojos de su padre. y se de- tuvo á la puerta para pensar un medio de ahorrarle una sorpresa demasiado fuerte. En fin, se determinó á golpear con poca fuerza, y en seguida se retiró algunos pasos pe- netrada de frio y empapada de lluvia. Abrieron, y com- pareció un muchacho á quien reconoció por hijo de estas pobres gentes: ella le hizo señas con el pañuelo; él titu- beó un poco y temia acercarse, cuando llamándole por su nombre le aseguró, y aproximándose se admiró mucho de verla. Ella le preguntó noticias de su padre; el mucha- cho le dijo que estaba malo y que en este momento dor- mia Le dijo ella que entrase primero, y previniese á sus padres que no hiciesen ruido cuando entrara. El ejecutó sus órdenes y ella entró. Amanda encontró al padre de familia soplando un fue- go de carbon de turba, sobre el cual habia una grande marmita de patata. Tres niños andrajosos estaban al re- dedor, esperando con impaciencia su cena; su madre hi- laba, y la abuela hacia el pan. El aposento era pequeño y embarazado. La mitad de la familia se acostaba en el piso inferior, y la otra en un camaranchon, al que se su- bia por una escalera, y en el cual una numerosa volate- ría se recujía familiarmente y cloqueaba al menor ruido que se hacia. Kl aposento que habitaba Fitzalan estaba separado al piso de tierra por un ligero tabique de tablas, rpizado de cruvifijos é imágenes “de santos. dien venida, mi buena señora, dijo la dueña de la Amanda. Brine se levantó, y le ofreció su peque- e, 1 AA ño taburete cerca del fuego; su muger olvidando las obli- gaciones que tenia á Amanda, parecia creer que no le de- bia los mismos repetos que cuando Mr. Fitzalan habitaba en el castillo; pues no se levantó, ni E un mo- mento su labor. | E: ¿Conque mi pobre padre está malo? dijo Amanda. ; ¡Ah! ¡ah! dijo ella dando vueltas al torno, el capitan ha dettido malos ratos: ciertamente, su fortuna ha cambiado mucho; pero las gentes de vuestra especie deben esperar esto, lo mismo que nosotros los pobres; y yo no sé por qué esto de- be suceder de otra manera, supuesto que somos de la mis- ma pasta que ellos. Nuera, le dijo Brine, yo me admiro de que hableis así á esta pobre señorita. El corazon de Amanda estaba oprimido de dolor; ella se sentia sofocada, se levantó, abrió la puerta y encontró aleun alivio en respirar el aire fresco, y en dejar correr sus lágrimas. Pidió despues un vaso de agua. El vaso no era cosa que pudiese procurársele fácilmente. Brine le dijo que le seria mejor beber un jarro de leche; pero re- husó y le trajeron el agua. Amanda superó su repuenancia de hablar á la impolíti- ca Mistris Brine, y le consultó sobre el mejor modo de preseutarse á su padre. Mistris Brine le dijo que estaba en cama de aleun tiempo á esta parte; pero no habia te- nido sino un sueño interrumpido; que ella entraria en el aposento, y veria si estaba despierto. Entró en efecto, pe- ro salió diciendo que dormia aún. Amanda deseó verle durmiendo para juzgar mejor de su estado: con este fin se adelantó poco á poco en el aposento. Este era peque- ño y bajo, alumbrado por la débil luz de una vela, y por un poco de fuego medio apagado. Los muebles eran po- bres; en un rincon habia una camita de madera sin corti- nas, y sobre este ruin lecho, y bajo miserables “DABAN es- taba echado el desgraciado Fitzalan. Amanda se estremeció poniendo la vista al rededor del aposento. y en este aparejo de miseria. *¡0 padre mio! se decia á sí misma, ¡es este el solo asilo que habeis podi encontrar! Se acercó á la cama, se inclinó y examinó su LK cara. El estaba pálido y flaco, su respiracion durmiendo era un gemido, como si su alma hubiera estado oprimida de sus males hasta en el sueño; en un instante hizo algu- nos. movimientos, suspiro y dejó comprender estas pala- br as: Amanda, mi querida hija, ¿no te volveré á ver jamas! - Amanda se apresuró á salir del aposento para ceder á su conmocion, y evitar el sorprender á su padre. Ella so- lozaba, torcia sus manos, y en la amargura de su corazon decia: ¡Ah! ¡he llegado demasiado tarde para salvarle! -Prontamente despues oyeron que Fitzalan se habia des- pertado del todo: Mistris Brine entró y le notició con al- gunas precauciones, que Amanda habia llegado. Dios sea loado, dijo él de modo que lo oyese Amanda; ¡mi querida hija ha vuelto! Ya podeis entrar, dijo Mistris Brine á Amanda. Esta corrió á él. Fitzalan estaba sentado con los brazos abiertos para recibirla, y ella se arrojó á ellos. Ni uno ni otro tuvieron palabras para espresarse lo que sentian; pero las lágrimas, mas elocuentes que el lengua- ge, hablaron por ellos. Fitzalan fué el primero que pudo esplicarse. Mi súplica, dijo, ha sido vida; el cielo me ha devuelto á mi hija para aliviar mis penas en la cama del dolor, y endulzar mis últimos momentos! ¡O padre mio! esclamó Amanda, si vos teneis piedad de mí, apartad esas horribles ideas. Alentaos por amor de vuestra hija, que en este mundo desierto para ella solo tie- ne á vos por apoyo, por consolador y por amigo. ¡Oh! sí, hija mia, por amor vuestro en efecto quisiera que estos tristes momentos fuesen mas léjos de lo que son. El miró á su hija con atencion, observó su semblante abatido, sus facciones alteradas, su color marchito, sus ras- gos postrados, y apretándola con su seno le dijo: El mun- do, mi querida hija, os ha tratado bien cruelmente. ¡Oh! si, dijo Amanda. Bien, hija mia, el pensamiento del otro mundo, en dón: de la inocencia y la virtud encuentran su recompensa, os -consuele de las injusticias de este. Aquí ellas muchas ve- ces Y iran á naa hs adversidad para gos: co- a A signacion y vuestro ánimo en las pruebas á que Dios quie- re someteros. Jamas olvideis que solo por su voluntud os llegan las calamidades que os hieren; sufridlas acordán- doos de la seguridad que os dá, de que vuestra sumision y vuestra paciencia serán recompensadas; que enjugará vucstras lágrimas, y os hará triunfar de la muerte. Aunque “soldado desde mi juventud y viviendo en me- dio de la licenciosidad de los campamentos, jamas he ol- vidado al autor de mi sér, y me hallo bien con ello en el dia. Mis amigos me abandonan, el mundo me desdeña, la enfermedad y el disgusto me oprimen; pero la religion me sostiene y me consuela de lo que he perdido, endulza la memoria de lo pasado, abriéndome la perspectiva de un feliz porvenir. Escuchando los religiosos discursos de Fitzalan, Aman- da sintió que se le calmaban sus agitaciones. Sus vesti- dos estaban mojados. ¡Su madre exigió de ella que se los mudase. En el paquete que le habia dado Eleonor, habia ropa blanca y un vestido casero de tela de algodon. Ella se vistio en un pequeño gabinete, ó mas bien en un chiri- bitil, contiguo al aposento de Fitzalan. Encendieron un gran fuego, se pusieron mas luces, y sacaron pan y vino de un pequeño bufete que era para el uso de Fitzalan. Su hija comió y bebió, y él mismo toms% de su mano un vaso de vino. El dijo que ya la esperaba de un dia á outro, y que ya habia mandado poner una cama y ropa para ella, y que esperaba que se contentaria con el pequeño enbidos te por aposento. ¡Ab padre mio! ¿cómo podreis creer que yo no me ha- llaré bien á vuestro lado en cualquier parage que sea? Ella le manifestó el pesar de haber turbado su reposo. ¡Oh! no, esta interrupcion no me ha sido desagradable: y me ha hecho cesar un sueño penoso y agitado. Lord Cherbury, dijo él á su hija, me ha escrito una car- ta que me ha traspasado el corazon. Me acusa de haber trabajado en casaros con Lord Mortimer, de haber trastor-- nado sus miras, y de haber abusado en esto de su confian- za y amistad. Yome he indignado de esta injusta Te- : a E AD» convencion; pero como no la he merecido, me he deter- midado á responderle al momento, que él habia dado cré- dito á una calumnia, que le devolvia la plaza que tenia su- ya, no pudiendo en adelante tener cosa alguna de un hom- bre que podia creerme capaz de tal bajeza y falsedad. Mis cuentas estaban bien arregladas. Mi intencion era lle- várselas yo mismo, y sacar á mi Amanda de una casa en que esperimentaba tan malos tratamientos como los que yo acababa de sufrir, y que habia merecido ménos que yo. Una enfermedad violenta y repentina me ha impedido ejecutar mi proyecto. He escrito á Lord Cherbury instru- yéndole de mi resolucion, haciéndole pasar mis cuentas y los atrasos que le debia. Os he escrito al mismo tiempo enviándoos una pequeña letra de cambio para los gastos _de vuestra vuelta aquí, y me he retirado del castil o, cre- yendo que una residencia mas larga habria degradado mi carácter, haciendo creer que conservaba algun deseo de volver á tomar algun empleo que rehusaria cuando Lord Cherbury me le ofreciese de nuevo; pues me creeria cul- pable de una vileza, recibiendo un beneficio de quien du- da de mi probidad. Prefiero mi pobreza á una comodidad que compraria perdiendo mi propia estimacion. Amanda conoció por la relacion de su padre, que igno- raba todo lo que habia sufrido en los últimos dias, y que creia habia venido consecuente á la carta que le habia es- crito al mismo tiempo que á Lord Cherbury. Ella resol- vió no desengañarle, á lo menos ántes de que estuviese mejor. La noche estaba muy adelantada. Fitzalan viendo á Amanda enferma y fatigada, la instó á que se fuese á acos- tar; Mistris Brine la ayudó á desnudar, y le trajo una hor- tera de suero, que le daria, segun dijo, un buen sueño, le sacaria la calentura, y la pondria en estado de cuidar á su padre. 3% Sin embargo. su sueño estuvo muy lejos de ser apaci- ble. Fué turbado por horribles imágenes, en las cuales Me figura pálida y flaca de su padre paciente; y cuando se despertaba, oia sus gemidos, que eran otras tantas pu- LA ñialadas. Ella se levantó dos ó tres veces creyendo que tenia necesidad de algun socorro, y le encontró durmiendo, lo que la convencia de que era victima de ur pl moral, tanto como de un mal fisico. Ella misma 1 1 lo, se ; buena: estaba fatigada del carruage, y habia e el reposo le volviera alseunas fuerzas; pero á la mañana, cuando estaba dispuesta á tomar un poco el sueño, la gri- tería de los niños no le permitió cerrar los ojos. Con el temor de que su padre tuviese necesidad de su asistencia, se levantó. Tuvo mucha dificultad en vestirse por sí mis- ma, tan débil estaba. Encontro á su padre aun en cama, pero despierto. El le dió los buenos dias con una sonrisa lánguida, y tendió su débil mano diciéndole: que la ale- gría era enemiga del descanso tanto como el mismo dolor, y que el placer. de volverla á ver le habia despertado án- tes de lo acostumbrado. Despues la hizo sentar á su lado, fijó sus ojos sobre ella con una ternura inesplicable, y le. dijo: yo os puedo diri- jir estas palabras de la santa escritura: dejadme ver vues- tro semblante y oir vuestra voz; pues vuestra voz es dul- ce y vuestro scmblante agradable, y cuando os miro mi alma está trasportada de placer. La olla estaba ya al fuego. Amanda acercó á la cama la mesa del té, y le dió su desayuno. Al tomarle de las manos de su hija levantó sus «jos al cielo para darle gra- cias del bien inestimable que acababa de recibir. Despues del desayuno quiso levantarse, y mientras se vestia, Áman- da salió y se fué al jardin, si se puede llamar con este nombre un pequeño terreno estrecho, plantado todo de berzas y patatas, cerrado de una pequeña pared de piedra seca y zarzas. La primavera principiaba, el dia era her moso, las nubes se disipaban, y el cielo tenia un azul cla- ro. El verde oscuro de las hojas de la zarza era realzado por el color encarnado bajo de sus flores. Los copos de primaveras crecian bajo su abrigo; la tierra que se levan- taba en dulces pendientes sobre el jardin, estaba cubierta de un verdor vivo y fresco, y sembrado de margaritas; y ses pájaros volando de una mata á otra, parecia que con los alegres cantos celebraban y saludaban la primavera. A » > A ¿Pa >. —17— Mas estos objetos tan dulces, no podian tener ya los mis- mos encantos que habian tenido para Amanda: se veia so- y sin con uelo; la naturaleza y sus bellezas ya no resaban. Ella se sentó sobre una piedra al último del jardin, esperando que la frescura del viento de la mar calmaria su calentura. ¡Ah! se decia á sí misma, ¡qué di- ferente es mi situacion actual de la del año último en esta misma época! No nadaba en la abundancia; pero tampo- co pasaba en la indigencia: tenia la esperanza de ver á mi padre juntar una pequeña fortuna; estaba yo como la flor de las montañas, que crece á la aproximacion de la esta- cion del verano, pero que veo perecer víctima del invier- no de la pobreza. Traia á la memoria el pensamiento casi profético que le habia hecho decir en su última mansion en Tudor—Hall: 4 “Cuando estos bosques volverán á tomar sus ricos adornos, ¿de y resonarán de nuevo cánticos melodiosos; cuando estas flores abrirán su campanilla en fuerza de los rayos del sol, ¡dónde estaré yo? Muy lejos, puede ser, de estas sombras deliciosas, y p uede ser abandonada y olvidada de aquel quien pertenecen.” Ella en efecto estaba abandonada, si no olvidada, de Mortimer, y no se presentaba á su memoria sino eomo cul- pable y digna de menosprecio. Esto causaba á Amanda una agonía insoportable. El nombre de Mortimer ya no era un atractivo que adormecia sus dolores, y pronuncián- dole no hacia mas que acrecentar sus penas, Mientras se abandonaba á estas tristes reflexiones, uno de los muchachos vino á avisarle que su padre podia reci- birla. Se apresuró á verle, y le encontró en una gran si- lla de brazos. Los estragos de la enfermedad y del dis- gusto le parecieron mas señalados que en la víspera: su hermosa figura estaba absolutamente destruida, y parecia tener ya un pié en la tumba. El dolor de Amanda á este espectáculo fué inmenso, y se manifestó en su semblante. El lo conoció, y procuró calmarla y consolarla: ella le ha- bló de llamar á un médico, que al principio rehusó; pero en seguida cedió á ello para tranquilizarla, prometiendo TOM. VI. . AR que al dia siguiente llamaria á uno, pues pie lo deseaba Era domingo, y quiso que le leyese el rezo del dia. Aman- da tomó una Biblia que estaba encima de la mesa, y leyó estas palabras: “Deja á mi cuidado tus hijos huérfanos, y yo les serviré de padre.” Las lágrimas de los ojos de Fitzalan, y poniendo su mano sobre — ¡Qué palabras de consuelo! ¡qué di razon de un padre agitado de una tierna ir Dios de toda bondad, con la mayor alegría dejo en vues- tras manos á mi hija, pues sois un amigo que jamas la abandonarcis. Despues suplicó á Amanda que prosiguiese. La voz de esta era débil é interrumpida, y las lágrimas, que procuraba detener, corrian por sus mejillas. Cuando hubo acabado, Fitzalan le rogó que se acercase, y le contase todo lo que le habia sucedido durante su man- sion en Lóndres. Ella le instruyó de todo lo que le habia pasado, hasta la época en que fué á vivir en casa de la marquesa, y no le disimuló las esperanzas y los temores de que habia estado agitada en su amistad con Mortimer, los esfuerzos de este para convencerla á contraer con él un casamiento secreto, y su formal denegacion para acce- der á semejante union. Un rayo de alegría brilló en el semblante de Fitzalan. —Vos os habeis conducido, le. dijo, como lo esperaba. Yo me honro con tener una hija tal, y estoy mas que nunca indignado contra Lord Cherbury por sus viles sospechas. Amanda estaba convencida de que estas sospechas ha- bian sido inspiradas á Lord Cherbury por las mismas per- sonas que habian procurado destruir su reposo y su repu- tacion; pero no queria comunicar á su padre esta idea, ni los tratamientos que habia sufrido despues que hubo en- trado en la casa de Rosline. Cuando su padre le pidió que continuase su relacion, la voz comenzó á faltarle; su espíritu se turbó, y su semblante descubrió su grande agi- tacion: la memoria de las terribles escenas quí bian pa- sado en Portman-Square, renovaban en ella sus impresio- nes: hubiera querido tenerlas ocultas á su padre; pero co- noció, en fin, que le era imposible escusarse á sus instan cias y multiplicadas preguntas. se > e o - ml »- Dios! dijo Fitzalan despues de haberla oido; , combinacion de crueldad y de engaño! no no habeis tenido lástimasde una criatu- e y sin apoyo! La mano de fierro de la mas pesada contigo, hija mia; pero des- cta de la marquesa con vuestra madre me admira cuales podria subsistir aún algunos meses. Amanda le preguntó despues si habia tenido noticia de Oscar, que no habia respondido á su última carta, cuyo si- + lencio la inquietaba.—¡Ah! el pobre Oscar, respondió Fit- -zalan, no ha estado esento de las penas; leed esta carta. Ella la abrió y leyó lo que sigue: “Mi querido padre: “Circunstancias particulares me han impedido respon- “deros á vuestra última carta tan pronto como hubiera “querido, aun ahora, las cosas tristes que tengo que no “ticiaros, hacen que no os escriba sino con pesar. Sin em- “bargo, como mi situacion debe tarde ó temprano llegar á - “vuestra noticia, creo deber instruiros yo mismo, esperan- “do que al mismo tiempo os induciré á soportarla con pa- “ciencia, como yo mismo la sufro, asegurándoos que ella “no es consecuencia de accion alguna que pueda degradar “mi carácter, sea como militar, ó como paisano. Yo he te- “nido mucho tiempo ha un poderoso enemigo que comba- tir: sin duda os admirareis de saber que este enemigo es “el cor Belgrave. Me he visto espuesto á su insolen- su maldad, por haber defendido contra él la cau- sa de la humanidad; no me ha sido posible sufrir la in- —**lgoencia de sus palabras y sus miradas, y me he irritado a $ * € | $ “e a : . Ma O “de tal manera por ello, que le he desafiado. Si hubiera “reflexionado mejor las circunstancias de este paso, no lo “habria hecho; pero escuchando los conse; “que ha cegado mi razon, he puesto la “parte: yo le he proporcionado la ocas “que él esperaba mucho tiempo ha. He “mi empleo por un consejo de guerra, pa falt: “un oficial superior. Todo el cuerpo creia que seria re- “puesto; pero yo conocia demasiado á Belgrave, para creer “que consintiese jamas, siendo ello necesario para mi reha- “bilitacion. No he querido que triunfase, gozando del es- “pectáculo de la desgracia que me ha causado: he tomado “ya mi partido sobre el camino que quiero seguir; y antes “¿que os llegue esta carta, habré ya dejado mi nativo país. “Perdonadme, mi querido padre, el no haberos consultado *,ssobre esta resolucion: he temido que vuestra ternura por “mí, no se opusiese á mi proyecto, ó que me enviáseis so- ““Corros, que serian sacados de vuestras necesidades y de “las de mi hermana, lo que me habria dado un pesar mor- “tal. Soy jóven, y tengo salud y ánimo, y no me da pena “hacer mis adelantos en el mundo. He evitado haceros “una visita de despedida, que habria sido dolorosa para “todos. Os escribiré luego que haya llegado al lugar de “mi destino. Me alegro de saber que Amanda está con “Lady Greystock. ¡Puedan vuestras desgracias ser repa- "radas, y encuentre mi hermana la felicidad que merece! “¿Os suplico que no turbe vuestro reposo una inquietud. “desmedida sobre mi suerte. Os repito aún, que no dudo * “¿que tendré fortuna en la carrera en que voy á entrar. La “Providencia, en quien he puesto mi confianza, me sosten- “drá, y me reunirá algun dia con las personas que son tan “queridas de mi corazon. Recibid mi adios, y las seguri- “dades de mi respeto y reconocimiento. “Oscar Fitzalan.”- Esta carta fué un golpe cerrible para el e de Amanda. Esta se habia lisonjeado de poderse reunir con Oscar, y que la presencia de su hermano aliviaria la tris- o E F A — teza de SU padre y la suya. Al pensar en las dificultades que Oscar iba á á encontrar en el. camino de la vida, sin for- : no engañase su esperanza. Amanda en- Ss, y sin poder sujetar su dolor, procuró ma- ate vinieron en el discurso del dia, á pre- guntar si A servir en algo á Miss Fitzalan. Esta le ordenó á Jonathan que fuese por un médico al dia siguien- te, y dió á Kate la llave de un armario, en donde habia de- _Jado diferentes efectos, que queria le enviasen por la tar- _de. Mistriss Bryne les dió un pollo para que comieran, y Fitzalan manifestó alguna serenidad, y se encontró mejor que el dia anterior. Jonathan habia desempeñado ES la comision _ de Amanda, y condujo á un médico al siguiente dia por la mañana. Fitzalan habia pasado mala noche, y Amanda se felicitó de haber exigido que su padre llamase á un hombre de la facultad. Algunos momentos despues de la llegada del médico, sa- 1lió del aposento para dejarle mas libertad, y no distraer su atencion, y esperó afuera con la mayor, inquietud. - Cuando el médico salio, le preguntó temblando lo que pensaba del enfermo, suplicándole no la engañase. El me- neó la cabeza, y le aseguró que decia siempre la verdad. - —El capitan está en una ; situacion delicada; pero los reme- - dios que le tengo ordenados, y los baños del mar, lo saca- rán de ella: ha sido una felicidad haberme enviado á bus- car á tiempo. Habló de las curas maravillosas que habia hecho; admiró la hermosa vista que tenia la casa, y. se des- pidió de Amanda con aquel modo suelto y os EN que creia ser de gentes de buen tono. Estaba ella dispuesta á esperar el restablecimiento de su padre, como un desgraciado que se anega, y se agarra de todo lo que puede. Abrazaba esta débil esperanza, y _ descuidaba s sus propios males para dar á su padre su pS A. 2 —Á tinua asistencia. Habria pasado las noches á su pe él no se hubiese absolutamente opuesto. Fitzalan recibia de las manos de su hija. que lc habian ordenado; pero en sus mi hoola todo lo que ella queria. Levanta ojos al cielo para pedirle la prolongacio | necesarios á la felicidad de su hija, de cian esta recompensa. ' Cuatro dias se pasaron empeorándose siempre el mal, y las promesas del médico perdieron todo su crédito en el concepto de Amanda. ¡Su padre declinaba de hora en hora, y solo podia levantarse un momento por la tarde para dejar hacer la cama. El no se quejaba de dolores vivos; pero se estinguia poco á poco. Ya no podia entre- tenerse sino algunos momentos con su hija. En sus dis- cursos procuraba inspirarle el valor y la resignacion que iban á serle muy necesarios en la ceremonia de un prócsi- mo y triste acaecimiento. Todas las veces que él hacia alguna alusion á esta idea, Amanda sufria mas allá de to- da espresion. Pero Fitzalan creia deber aprovechar to- das las ocasiones de darle reglas de conducta, que pudie- sen servirle cuando habria perdido en él su protector y su guia. Algunas veces le recordaba lo pasado; pero sola- mente para hacerla mas circunspecta en lo sucesivo. Tambien le mando evitar en adelante toda intimidad con Lord Mortimer; medida única que podia volverle su tranquilidad, salvar su reputacion, y destruir, añadió, las injuriosas sospechas de Lord Cherbury, hacerle conocer toda su injusticia, y hacerle sentir remordimientos cuan- do supiera que no estaba ya en su poder el repararla. Amanda le prometió observar religiosamente todo lo que le prescribió. El deseo que su padre le manifestaba de que evitase en adelante á Lord Mortimer, le parecia á la verdad una precaucion imútil, convencida como estaba de que Mortimer la habia del todo abandonado. Este asamiento lo causaba un grande dolor, pero ella se li- e batimaque conseguiria al fin superarlo si AE padre a, , S dá mer la que estoy seguro que estimaráy gran ¿e * py? . e E. PO A reeobraba la salud, pues entonces, obligada á emplearse enigl tamente con él y consagrarle sus cuidados activos y 5, n o tendria tiempo de alimentar inútiles pesa- as dolorosas de lo pasado: ' pasó aún de este modo, durante la cual u padre se debilitaba de día en dia. tarde, como de ordinario, á levantarse un lo estaba levantado se quejó de opresion, e se le condujese cerca de una ventana para res- pirar el aire. Ella abrió la ventana y le hizo sentar, y poniéndose de rodillas delante de él le ciñó con sus brazos, y fijó sobre él tiernas é inquietas miradas. La tarde era muy bella. El sol se ponia con toda su pompa, yel mar, alumbrado por sus rayos oblicuos, pare- cia un mantel de plata. ¡Qué bello espectáculo! esclamó ci RA ¡con qué calma y magestad baja el sol sobre el E Tal debe ser, á lo que creo, el fin del hombre os de un silencio de algunos minutos, levantando sus ojos al cielo, esclamó: Dios poderoso y bueno, yo ha- bria deseado prolongar mis dias por el amor de esta cria- tura jóven, á quien dejo sin apoyo; pero hágase vuestra voluntad y no la mia. Yala dejo en vuestras manos, y mi confianza en vuestros cuidados por ella me hace sopor- tar con algun valor esta cruel separacion. Las lágrimas de Amanda corrian. Levantando Fitza- lan las manos de su hija, que estaban mojadas de ellas, las besaba esclamando: ¡Lágrimas preciosas! Mi queri- da Amanda, no os aflijais tan amargamente por mí; pen- sad que soy un viagero fatigado, y que el descanso me se- rá dulce. Ella le interrumpió, y suplicó que mudase de discurso. El sacudió tristemente la cabeza, apretó las manos de Amanda entre las suyas, y dijo: Escuchadme, mi querida hija, aun algunos criollos. Cuando volvereis á ver vuestro hermano, que yo espero . será pronto, aseguradle que moribundo le he dado mi pa la sola herencia que puedo dejarle, DS que él 8 y 4. — 24 precio. Por vos, mi querida hija, no dudo que encontra reis un protector y un amigo. Puede ser que ambos seais indemnizados algun dia de todo lo que : habeis sufrido. La + Providencia es justa, y hará felices á los hijos de mi rida y desgraciada Malvina. sá La conversacion le habia fatigado. á acostarse, y le instó á tomar algunas vuelta de espaldas á la cama, oyó un to e La botella cayó de sus manos, corrió á la cama y vió á su padre sin sentido. Ella imaginó que era una debilidad pasagera, y llanró socorro. Mistriss Bryne, su marido y la abuela corrieron. Pusieron á Fitzalan sentado, le fro- taron las sienes y las manos con una agua Lega Todo fué inútil, era muerto. .. Habiendo Amanda perdido toda su esperanza, se arrojó: sobre este cuerpo inanimado, le apretó contra su ella tambien cayó sin conocimiento sobre la cama. E CAPITULO TL Amanda permaneció mucho tiempo sin conocimiento. Cuando volvió en sí, se encontró encima de un colchon co- locado en tierra en un rincon del primer aposento, sin sa- ber efectivamente dónde estaba. Ella creia despertar de un sueño penoso; pero al fin recobró su memoria. Viendo á una persona sentada á su lado, reconoció á sor María, y alargándole la mano le dijo con una voz débil: ¡Qué cari- tativa sois en venir á visitarme! La buena hermana, albo- rozada de oirla, la abrazó tiernamente. Sus'caricias con= movieron sensibl mente á Amanda; esta Moró en el s de la religiosa, e corazon se halló vi Sor María no habia sabido nada ee + q. seá bid en el convento. racias por su obsequioso ofrecimiento, unos deberes q s circunstancias le prescribian: mani- festó alguna pena por haberla desnudado, y suplicó á sor María que la ayudase á vestir. La hermana se esforzó á disuadirla, pero no pudo conseguirlo; estando resuelta Amanda á pasar el resto de la noche en el aposento de su padre. Ella la vistió (pues los brazos de Amanda le rehusaban este servicio), y le hizo beber un vaso de agua -con vino antes de dejarla entrar. Al acercarse Amanda, se admiró mucho de oir un gran ruido de gentes riendo y capo: y preguntó espantada á la hermana lo que era a _ Son, replicó esta, vecinos y amigos del capitan qu ran su memoria. Amanda abrió la puerta para tener una esplicacion de lo que oia; pero cuál fué su sor- presa y su horror viendo una multitud de paisanos grose- ros cercando la cama con todas las apariencias de la em- briaguez, riendo, cantando y fumando. ¡Qué espectáculo salvage para una hija, cuyo corazon se partia por la pér- dida de un padre! Ella dió un grito de horror; y arroján- dose en los brazos de sor María, le suplicó despidiese aquella gente. Sor María, acostumbrada á este bárbaro uso, no esperi- mentaba ni horror ni disgusto; sin embargo, házo Lo que Amanda deseaba, y suplicó á estas gentes que se retira- sen, diciéndoles que Miss Fitzalan ignoraba sus USOS, y á mas que la pobre criatura estaba del todo fuera de sí mis- ma por la violencia de su dolor. Ellos comenzaron á mur- 7 1 que habian hecho q Ps > na diversion despues de su muerte con sus vecinos. -Jo- nathan y Kate, aunque estaban entre la multit tud, junta- ron sus ruegos á los de sor María, y la buena terminó sobre todo á esta complacencia, d probablemente tendrian luego otra ocagio les proporcionaria la pobre Amanda. raron, y Amanda y sor María se quedaron £c sento. La débil luz que les quedaba, « anida una sombría sobre el semblante del muerto, aña a este espectaculo. Amanda se abandonó á todo su dolor, y encontró en sor María una completa simpatía, pues la buena religiosa era conocida por practicar maravillosa- mente el consuelo del apóstol, que quiere que uno llore con los que lloran, y se alegre con los que se alegran. Ella obtuvo de Amanda la promesa de trasladarse á San- ta Catalina despues del entierro de su padre, prometién- dole por su parte quedarse con ella hasta el finde esta triste ceremonia, para la cual ella iba con Jonathan á ha- cer todos los preparativos necesarios. Esto fué de gran consuelo para Amanda, la cual, en el estado miserable de gu salud, estaba incapaz de accion: sin embargo, tomó la resolucion de velar cerca del cuerpo cada noche por mie- do de ver renovar la indecente escena que habia inter- rumpido, y que miraba como un sacrilegio y una profana- cion: por la mañana se acostaba. Sor María le tributaba todos sus cuidados; ella quiso tambien velar; pero en esto no manifestó sino su buena voluntad, pues dormia á todo sueño sobre el suelo, teniendo la cabeza apoyada sobre los pliegues de su hábito, que le servia de almohada. Aman- da pasaba tambien la noche en tristes reflexiones, tenien- do á la vista los restos de un padre querido. La tarde del dia cuarto despues de su fallecimiento era destinada para su entierro. igenda le vió encerrar en el ataud, dopo: dazado de dolor, co ella le hubiese p se este ido > onblín de id J onathan, Kate, y algunos respetables. colonos de quid es Fitzalan se habia hecho estimar. durante su Kate les de- 59 » Ñ : . acion; los h : con bandas y cintas ne- sombreros, y las mugeres con cofias del mismo , sido soldado en su juventud, quiso unos honores militares, é hizo poner imbre y su espada. Amanda paa ceso de su 1 dolor, y ys se desmayó en los brazos de sor María. PIS sd su CAPITULO Hl. Esta buena religiosa tuvo mucha dificultad en hacer volver en sí 4 Amanda de este desmayo. Conoció que se- ria imposible hacerla conducir de otra manera que en carruage á Santa Catalina; y cuando el carro que habia servido á la ceremonia lúgubre estuvo de vuelta, coloca- ron en él 4 Amanda medio muerta, y la condujeron al asi- lo que la caridad benéfica de las hermanas le habia ofre- cido. Al llegar, fué conducida á la celda de la superiora, quien “la recibió con la mayor ternura, y mas patética sensibili- dad. Esta acojida sacó á Amanda del estado de estupor en que se hallaba, y le hizo derramar lágrimas de reco- nocimiento. Procuró parecer mas tranquila, y reconocer los cuidados que tomaban por ella, manifestando que sen- tia alivio en ellos. Por esta razon no quiso irse á acostar, y se quedó en una pequeña cama de descanso en el apo- sento de la superiora. Acercaron á ella la mesa del té; es- to era todo lo que hubiera querido tomar; pero la e a comiese alguna cosa al mismo tiempo. De to omunidad, solo re : , sor María, atencion su de á la que quedó. muy ro eS bia legado 6 + Alina la vísperi de. la a rob —.28 — fiesta de la Santa patrona del convento, que celebraban siempre con solemnidad. Despues del té, la superiora y sor María se vieron obligadas á ir al oficio en la capilla. Ellas sentian dejar 4 Amanda; pero esta les a su pesadumbre, diciéndoles que tenia grande $ mir. Sor María le trajo una almohada, y s: profundo sueño, hasta que la hubiero di Él lado UNOS So- nidos dulces y armoniosos. En el primer mor pertarse, estuvo creida que esta música era la que oye el alma que se deshace del cuerpo mortal, cuando es recibi- da en la mansion de la eterna felicidad. La capilla de donde venian estos sonidos, estaba al es- tremo de la casa, y llegaban á sus oidos con mas ó menos fuerza, segun los diferentes carácteres del canto. Unas veces era el órgano, y otras las voces mas dulces de las hermanas, cantando un himno en honor de su Santa. Mientras que Amanda gustaba este ligero consuelo en sus penas, oyó detras de sí un grande suspiro; ella volvió la cabeza, y divisó cerca una persona que le pareció aseme- jarse á Mortimer. Amanda se alarmó, aunque no podia creer que fuese él. La poca claridad que dejaban entrar las ven- tanas estrechas y circulares del edificio gótico, no permi- «tia distinguirlos objetos. Para aclararsus dudas, se levan- tó, y se convenció que habria podido creer á su primera impresion. Ella volvió á caer sobre la cama, esclamando: ¡Cielos! - ¿quién puede haber conducido á Mortimer aquí? El nada respondió; pero poniendo una rodilla en tierra, tomó las manos de Amanda entre las suyas, y las llevó á sus labios. Amanda, agitada por la grande conmocion que dejaba ver Mortimer, le dijo: Milord, ¿qué venis á hacer aquí? Yo vengo, dijo él con una voz mal asegurada, á saber si Miss Fitzalan quiere mirarme aún como á su amigo. Esto segun, le respondió ella; pero mientras permanez- cais en esta postura, no puedo. pesponderA á vuestra pre- gunta. Se Lord Mortimer se levantó, y ont ais á su lado le pi- dió la esplicacion de la respuesta que acababa de darle. » EN ' 200 Yo no puedo, dijo ella, conservar por vos un sentimiento de simple amistad, sino con algunas condiciones. La pri- mera, Milord, es que justificareis 4 mi padre en la opinion de Lord Ch: my de haber favorecido nuestra amistad, y que contá modo con que ha nacido y sus progre- sos, borrarei U imaginacion las injuriosas sospechas que ha for a mi desgraciado padre. Vos me di- reis tal vez, que esto es inútil en el dia, que estas sospe- chas no le pueden alcanzar; pero, Milord, es un deber sa- grado para mí lavar su memoria de las reconvenciones de que ha sido objeto por mi respeto. Os prometo solemnemente, le dijo lord Mortimer, que sereis obedecida. Es una deuda de justicia que habia re- suelto pagar antes que me diéseis la órden*para ello. No hace sino muy poco que he sido instruido de las calum- nias que le habian denigrado en el concepto de mi padre, y no sé aún quién es el enemigo que le ha hecho tan mal servicio. El mismo puede ser, replicó Amanda, que ha tendido tantos lazos bajo mis piés, y que me ha hecho es- perimentar todos los tormentos, escepto los que trae con- sigo una conciencia culpable. La segunda condicion que exijo de vos, Milord, es que si oís pronunciar mi nombre con menosprecio por alguno de los del corto número cuyo voto es en mi concepto de algun precio, y que en adelante me manifestarian alguna estimacion, querais defenderme diciendo solamente que no merezco el desprecio de que me cubren. Creedme ino- cente, y persuadireis fácilmente á los demas que lo soy. — Vos podeis pensar, Milord, que yo misma no puedo mirar- me como tal, despues de lo que habeis visto con vuestros propios ojos. ¡Ah, Milord! estas pretendidas pruebas han sido dirigidas por la malicia y la traicion, para perderme en el concepto de mis amigos, y con la esperanza de obli- garme á cometer el crímen del que habia ya sufrido toda la vergúenza, y parecia culpable á la vista de todos. Ciertamente, en este momento solemne, en que acabo de ver á mi desgraciado padre volver al seno de nuestra madre comun; cuando el alma oprimida de dolores, y el Er Me 1 EN cuerpo debilitado por tantas fatigas, me veo en el borde de la misma tumba, seria el mas despreciable de los se- .res, si me atreviese á asegurar mi inocencia, contra el tes- timonio de mi conciencia que me desmentiria. No, Milord: haciéndome culpable de una falsedad tal, añadiria al crí- men una locura verdadera, pues que yo misma me priva- ria por mi obstinacion y mi dureza de la d: ¡cha que puede, en la vida futura, indemnizarme de todo cuanto he su- frido. LS ¡Oh Amanda! esclamó Mortimer, el cual durante el tiem- po que habia hablado, iba y venia en el aposento con gran- de agitacion, vos me persuadireis casi contra el testimo- nio de todos mis sentidos. ¿Casi? replicó Amanda. Veo, Milord, que no estais aún dispuesto á creerme; pues si conservais vuestras preven- ciones, ¿qué motivo os ha podido atraer aquí? ¿Es para P mas aseguraros de que soy culpable? ¿Es para oirme con- fesar, que quedo sola en el mundo, sin un solo ser que ponga interes alguno en mí? ¿que el asilo en que estoy, se me ha dado por caridad, y que si mi vida se alarga, me será menester, para proveer á mi subsistencia, combatir una constitucion débil, disgustos inconsolables, y una reputa cion manchada por infames imputaciones? No, no, esclamó Mortimer arrojándose de nuevo á sus .. piés; jamas sufriré que seais víctima de la miseria. No, aun cuando fuéseis culpable, como yo he sido tentado á creer, la muger á quien habia dado mi corazon, jamas se verá espuesta á la neeesidad. Yo no creo, .ni puedo creer que querais engañarme. Hay en vuestras palabras una elocuencia seductora, que me persuade que habeis sido el ludibrio y la víctima de una traicion. Yo no puedo daros una prueba mas fuerte de mi confianza, que estrechándoos de nuevo á no tener conmigo sino una misma reputacion, una misma fortuna y un mismo destino. La firmeza con que Amanda habia sostenido hasta en- tonces su conversacion y su conferencia con Mortimer, se desvaneció en este momento, y se deshizo en lágrimas, por ver en la conducta de Mortimer un rasgo de generosi- z o E dad. A pesar delas apariencias que estaban contra ella, se remitia á la seguridad que le daba de su propia inocen- cia. El¿ Y determinaba á correr todos los peligros á que le arras a su union con ella, para sacarla de la desgra- ciada A en que se hallaba; pero mientras la sensi- «bilidad de Amanda estaba conmovida, su orgullo estaba alarmado; ella temia que Mortimer no pensase que la apo- logía que acababa de hacerle habia tenido por objeto vol- verle á atraer á sí. Para apartarle de esta idea, si hubiese podido formarla, emprendió persuadirle que en adelante ella.no podia te- ner con él ninguna estrecha amistad. Lord Mortimer atri- buyó lo que le dijo en este sentido, al resentimiento que tenia aún contra él, por las dudas que habia dejado ver, y él no quiso levantarse hasta que no le hubiese concedido su perdon. Os perdono, dijo ella, vuestras sospechas, aunque me hayais ofendido hasta el corazon; ellas no pueden admi- rarme, cuando me acuerdo de las eyes situaciones en quehe sido sorprendida, y que podria esplicaros, si que- reis darme algunos momentos. Lord Mortimer le manifes- tó un gran deseo de ser instruido de las circunstancias que el solo temor de fatigarla ó agitarla le habia impedido su- plicárselo hasta entonces. Else sentó á su lado, la tomó de las manos, y escuchó atentamente su relacion. Entonces le contó en pocas palabras cómo Fitzalan, des- pues de la muerte de su muger, habia ido á establecerse en Devonshire: cómo habian hecho conocimiento con Bel- grave, que se les habia presentado como el amigo y pro- tector de Oscar, y cómo los habia sumergido en la miseria, cuando ella hubo no solamente resistido á sus insolentes proyectos, sino manifestado su resentimiento por ellos. En seguida le contó la manera artificiosa con que Lady Greystock la habia sacado del lado de su padre; el frio é insolente recibimiento que habia tenido de la marquesa y de Lady Eufrasia su hija; el odio de la marquesa á Fitza- lan, la repentina mudanza sucedida en la conducta de la madre é hija para con ella; el ofrecimiento súbito, inespe- Aa PARES rado y sin motivo que se le habia hecho de ir á vivir en la casa del marques, circunstancias que le daban motivo á creer que la marquesa tenia desde entonces el proyecto de introducir al coronel Belgrave en la casa: en fin, ella le dijo que las sospechas injuriosas que Lord Cherbury ha- bia formado contra Fitzalan, se las habia probablemente ir3pirado la marquesa. Lord Mortimer imterrumpió á Amanda en esta situa- cion, para participarle su conversacion con Mistriss Janes en la sala. Amanda levantó los ojos al cielo penetrada de admiracion por una tal maldad; pues, dijo ella, aunque haya sospechado siempre de la rectitud de esta muchacha, jamas la habria creido culpable de tal bajeza. Lord Mortimer le dijo aún lo que Lady Greystock ha bia contado de las conversaciones de Mistriss Jennings, y lo que la ama de llaves le habia dicho á él mismo del bi- Mete de banco que habia incluido en su carta. ¡Justos cielos! esclamó Amanda, á medida que conozco el número, la rabia y artificios de mis enemigos, me ad- miro mas de no haber sucumbido del todo á sus golpes. Ella entonces continuó sus relaciones: esplicó la causa del odio que Mistriss Jennings le tenia, y del modo con que ella habia caido en poder del coronel Belgrave y su mila- grosa libertad, la acojida llena de bondad que le habia he- cho el viejo Howell, y su situacion y la de su padre, á su llegada á Carberry—Castle. Ella no pudo pasar adelante; sus suspiros y gemidos se lo impidieron. Lord Mortimer la apretaba dulcemente contra su seno, y la llamaba su amable y desgraciada Amanda, mas querida que nunca de su corazon, declarándole que no la dejaria hasta que no le diese derecho de defenderla, y ponerla al abrigo de los complots de sus enemigos. Ardientes lágrimas corrian so- bre las mejillas de Amanda, y esclamó: lo que pedís es imposible; yo lo he prometido á mi padre moribundo, él ha recibido mi promesa y no la violaré, y mi resolucion, Milord, es que esta conferencia sea la ultima. —¡Qué promesa! esclamó Mortimer: ciertamente no hay ser alguno bastante inhumano para haber hecho prome- 3 - hd —33— : ter abandonarme.—No es la inhumanidad, replicó Aman- da, la que ha exigido de mí esta promesa; y yo ofenderia el honor, la equidad y la razon violándola: solo un suceso pue Le hacerme ceder á vuestros deseos; este seria que yo pudiese traeros una fortuna igual á la vuestra, á fin de que Lord Cherbwr no pudiese acusar mi conducta como dicta- da del interes personal; y como suceder esto es imposible, tambien lo es el poder jamas reunirnos. Despues de esto, vos debeis conocer, Milord, que continuando vuestras visi- tas, me haríais injuria: no me turbeis, pues, en mi retiro; pero antes que me dejeis, permitidme que os diga que ha- beis aligerado el peso que oprimia mi corazon, dando cré- dito á lo que os he contado de mí misma. Si sucumbo á mi enfermedad, me consolaré al morir con el pensamiento de que habeis reconocido mi inocencia; y si vivo, sacaré algun valor para superar las dificultades de la vida, con el pensamiento de que aquellos cuya opinion me importa, me conceden su estimacion. Lord Mortimer, vivamente penetrado de lo que Aman- da acababa de decirle, se le animaron mas sus ojos y le declaró de nuevo que no dejaria Merificar su felicidad á una generosidad eserupulosa y novelesca, cuando la supe- Tiora y sor María, volviendo de la capilla, donde habian oido un sermon de su ministro, entraron con una luz en la KC E mano cada una. . Lord Mortimer, turbado, se levantó y se retiró á la ven- tana, sacando el pañuelo para ocultar su conmocion. Aman- da no se encontró en estado de hablar á la superiora ni á la hermana, que se miraban una á otra, inciertas de si en- trarian ó se retirarian. Vuelto en sí Mortimer de su tur- bacion, se acercó á la superiora, y se escusó de haber en- trado en su aposento, bajo el pretesto de que tenia el ho- nor de ser amigo de Miss Fitzalan, y de no haber podido resistir al deseo de venir él mismo á saber noticias suyas á su llegada. La superiora, á quien los usos del mundo no le eran des- política. blando y 5) ¿A conocidos, recibió sus escusas con A Sor María se acercó á Amanda y la encontró t TOM. IV. ; 9 + A EA toda llorosa: ella le manifestó la pena de verla en este estado, y la obligó á beber un poco de vino para reani- mar sus fuerzas: La luz que habian traido dió á Morti- mer la felicidad de observar en el semblante de Amanda los estragos del disgusto y de la enfermedad: la palidez de su color, sus ojos hundidos y oscurecidos, le penetraron dolorosamente.—¡GEran Dios! dijo él acercándose á ella y tomando su mano, temo que os encontreis muy mala. Ella le respondió con una triste mirada, que pareció decirle que se engañaba. Los esfuerzos que habia hecho para hablar con él tanto tiempo, y la violencia para desterrarle para siempre de su presencia, habian fatigado sus fuerzas ente- ramente. q Despues de tantas desgracias y sufrimientos, ¡cuán dul- ce le Mabria sido recibir los cuidados de Mortimer! ¡Qué agradable y delicioso asilo hubiera encontrado en sus bra- zos! Pero ni el aspecto de esta dicha, ni el de las priva- ciones á que se entregaba, eran capaces de hacerle faltar á las promesas que habia hecho á su padre. —En efecto está muy mala, dijo sor María; es preeiso ponerla en cama lo pronto posible.—Sin duda tiene necesidad de reposo, dijo Lord Mortimer; pero decidme, mi querida Miss Fitzalan, si estas buenas religiosas me permiten volver aquí mañana, ¿podré veros? —Eso es im- posible, le respondió Amanda; os he manifestado ya que esta conferencia era la última que os permitiria, y nada me hará mudar de resolucion.—5Ñi vos insistís en rehusar- lo, dijo Mortimer, olvidando las personas que estaban pre- sentes por la violencia de su sentimiento, os podré acusar de disimulo, pues tendré motivos para creer que el interes que me habeis manifestado no le habeis jamas sentido.— Tal reconvencion me conmueve poco, replicó Apenas: puede ser será feliz para vos creerla justa. — ¡ Úruel! dijo Mortimer, ¡rehusar verme! ¡prolongar á vuestra vo- luntad los tormentos de mi corazon! os —Jóven, dijo la superiora con un tono que manifestaba su descontento; ved las lágrimas que haceis derramar, y respetad su dolor.—¡Ah señora! replicó Mortimer, respe- 7 E tar su dolor. ... Seguramente le respeto; pero, Mi queri- da señora, cuando Miss Fitzalan se encuentre mejor, exi- gid de ella que os instruya de todas las tircunstancias de nuestra amistad, y vos misma sereis mi abogada para con ella,*y aun la persuadireis á á que reciba mis cuidados.— Yo no puedo, contestó la superiora, desear tener mas parte en la confianza de Miss Fitzalan de la que ella quiera con» cederme; solo os diré que despues de lo que de ella sé, juz- go su conducta arreglada siempre á la razon y á la discre- cion; que me ha obligado sobremanera eligiendo por asilo este humilde retiro, y que habiéndose puesto bajo nuestra proteccion, corresponderé á su confianza, defendiéndola de toda especie de persecucion.—Y bien, señora, dijo Morti- mer, yo me lisonjeo de que Miss Fitzalan me hará.la jus- ticia de declarar que en la visita que le he hecho, he teni- do motivos á los cuales no puede ceder, pero tampoco pue- de condenar: yo no os importunaré mas tiempo con mis instancias, y esperaré á que una y otra seais menos in- flexibles. Entonces tomó su sombrero, y se fué hácia á la puerta; pero echando una mirada á Amaftda, no pudo menos de decirle una palabra, y se acercó á ella. Le suplicó que se calmase y tomase ánimo, y le pidió perdon de la violencia de que se habia dejado llevar, diciéndole que en adelante no seria feliz en la tierra sino viviendo con ella: pidióle despue la mano, como en señal de una mutua amistad, y ella se a dió; pero cuando volvió á pedirle el permiso de verla, la encontró inexorable, y se retiró muy triste. Sor María le acompañó hasta la puerta, y él la suplicó le acompañase algunos pasos mas, porque tenia alguna co- sa que decirle. Esta consintió en ello, pues acordándose que este era el mismo que le habia dado miedo una tarde en las ruinas, tuvo la idea de preguntarle el motivo ane le conducia allí. Lord Mortimer, que conocia la pobreza de la casa, temia que Amanda careciese- de muchas cosas que no se le po- drian proporcionar. Para subvenirlas sacó su bolsillo y lo presentó á sor María, suplicándole emplease aquel dinero 7h 0 o en proveer las necesidades de Miss Fitzalan, sin decirle cosa alguna. Sor María sopesó el bolsillo.—¡Ay Jesus! dijo, ¡y qué pesado es! Lord Mortimer se retiraba, cuan- do le detuvo, diciéndole:—Esperad; tengo que deciros una palabra: ¿cuánto hay en este bolsillo? Lord Mortimer se sonrió, y dijo: —Si no hay bastante para las necesidades urgentes, prontamente le volveré á llenar de nuevo.—;¡Ay Jesus! respondió ella, jamas he visto tantas guineas juntas. Mortimer se volvió á sonreir, y se retiraba, cuando ella le detuvo otra vez, y le presentó el bolsillo diciéndole que no queria ni se atrevia á guardarle. Descontento Morti- mer, nada contestó, y se alejó; pero ella corrió hasta cerca de él, arrojó el bolsillo á sus piés, y huyó. Cuando entró, contó á la abadesa lo que le habia pasa- do, haciendo mérito de haberle rehusado. Amanda y la abadesa la alabaron mucho. | Prepararon para Amanda un pequeño aposento contiguo al de la abadesa, á donde fué conducida y puesta en su ca- ma, y á donde sor María trajo la suya para verla y cuidar- la con esmero. + CAPITULO IV, Ahora debemos esplicar la llegada repentina de Lord Mortimer á Santa Catalina. Nuestros lectores pueden acordarse que le hemos dejado en Lóndres, profundamen- te afligido de la perfidia de que creia culpable á Amanda. Su dolor no disminuia ni por el tiempo, ni por las pruebas de amistad que le daba su tia Lady Marta Dormer, ni por la grande consideracion que le manifestaba su padre, quien habia cesado de importunarle sobre el asunto de Lady Eufrasia: él se consumia de tristeza, y huia de la sociedad. Al último le vino el pensamiento de que aun- que Amanda se hubiese dejado descaminar miserablemen- te, podia estar arrepentida de su falta, y haber dejado al ' a A coronel Belorave: le parecia que encontraria un alivio á sus penas sabiendo en qué habia parado, y si le era posi- ble arrancarla á su seductor. Con este intento se determi- nó á hacer un viaje á Irlanda, é ir á ver al capitan Fitza- lan, y si no habia vuelto aún, á su padre consultarle sobre los medios de conducir!a á su lado. Dijo á Lord Cherbury que creia útil á sus intereses ha- cer un viaje al país de Grales. Este convino, felicitándose interiormente de no tener que temer, mas de Amanda, y lisonjéandose de que Mortimer á su vuelta á Lóndres no rehusaria ya la alianza proyectada con la rica heredera que se le proponia. Lord Mortimer se trasladó á Holyhead con tanta pron- titud, como si una perfecta felicidad le esperase al fin, mientras que el solo bien que podia esperar de él era un débil alivio á sus dolores. Ocultó á su tia el verdadero ob- jeto de su viaje, avergonzándose él mismo de la debilidad que le hacia correr hácia 4 Amanda. Despues de haber pasado el mar, tomó la posta con un solo criado. A una milla de Carberry—Castle encontró el entierro de Fitzalan. PDeteniéndose su coche para dejar pasar el acompañamiento, reconoció á Jonathan, y este le conoció tambien, y se acercó al estribo del coche, y des- pues de humildes reverencias le notició, meneando la ca- beza tristemente, que era el entierro del capitan Fitzalan. —¡El capitan Fitzalan! esclamó Mortimer poniéndose pálido, y con una voz decaida, penetrado dolorosamente de la idea de que su padre habia contribuido á este triste suceso, pues antes que saliese de Lóndres, Lord Cherbury le habia noticiado la carta escrita á Fitzalan, y no dudaba que este golpe, junto con las desgracias de Amanda, le hu- biese causado la muerte.—¡El capitan Fitzalan! repitió. —Sí, Milord, dijo Jonathan, enjugándose los ojos; no habia hombre mejor que él: ¡pobre señor! la vida le era pesada.—;¡Tenia algun amigo á su lado, ó alguno de sus hijos? preguntó Lord Mortimer.—Sí, Milord; la pobre Miss Amanda.—;¡Estaba á su lado! dijo Mortimer vivamente. —Sí, Milord, ella llegó aquí habrá cosa de diez dias; pero ALEA bien mudada: yo no creo que sobreviva á su padre mucho tiempo; la pobre señorita está muy enferma, y es una lás- tima, pues es una persona buena y amable. “Lord Mortimer se turbó en estremo. (Quiso ocultar su conmocion, é hizo señal con la mano á Jonathan para que se fuese; pero este no le entendia. Mortimer le si al fin, que no quiera detenerle mas. El haber vuelto Amanda al lado de su padre, confirmó á Mortimer en el pensamiento de que habia reconocido sus errores. Se representaba en su mente la patética es- cena entre el padre moribundo y una hija arrepentida, tan . amable y tan querida; su situacion cuando habia recibido al mismo tiempo su perdon y la bendicion paternal 1lo- rando justamente la pérdida de un padre y sus propias fal- tas, y procurando borrarlas con sus súplicas y lágrimas. Oia decir tambien que estaba moribunda. Esta idea le causaba horror; sin embargo, no pudo menos de pensar que la tumba era para en adelante el solo asilo que ella podia tener contra el desprecio y la maldad de los hom- bres. Temia no poder ver á la bella penitente mientras que estuviese en estado de conversar con él. Era sin duda un momento terrible, el en que recibiria su último adios; pero encontraría una dulzura al horror de una eterna se- paracion, y puede ser que Amanda misma recibiria aleun consuelo al morir, sabiendo que él le concedia de todo co- razon, el perdon de que su conciencia sin duda le decia que tenia necesidad, por haberle engañado bajo las apa- riencias de la virtud. Mortimer sabia por Lord Cherbury, que Fitzalan habia dejado el castillo, y no sabia dónde encontraria á Amanda; pero se propuso saberlo de Jona- than cuando volviese. Luego que estuvo fuera de la vista del entierro, bajó del coche, y despues de haber mandado á su criado con- ducirle á Carberry-Castle,tomó un sendero atravesando campos, que le condujo á uno de los lados del cementerio donde Fitzalan iba á ser enterrado: Justamente llegó allí cuando bajaban el ataud á la se- pultura. Un árbol que crecia al lado de la pared le ponia 339 ==> Ed á cubierto de la observacion. Oyó á muchos aldeanos ala- bar el mérito y las virtudes del difunto con grande calor, y vió cómo Jonathan recibia el sombrero y la espada de Fitzalan, puestos encima del féretro, derramando un tor- coat de lágrimas. saltó ña pared baja y arruinada que le Il y se acer- có á la sepultura de Fitzalan. El sitio era triste y solita- rio, y la declinacion del dia añadia tristeza á la escena. Lord Mortimer estaba abatido y falto de alimento. El se convencia de la instabilidad de las cosas humanas, y de la vanidad de los proyectos, no solo por el espectáculo de que acababa de ser testigo, sino por su propia situacion. Sus mas queridas esperanzas, sus proyectos de felicidad, la alegría de su espíritu, todo estaba marchitado, y puede .. ser para no revivir jamas. Su rango y su fortuna, tan apreciados de los hombres, y la: misma virtud, no podian -consolarle, ni curar la llaga de su corazon., Descansa en paz, desgraciado Fitzalan, esclamó él, des- pues de haber permanecido por algun tiempo en pié, con “los brazos cruzados, arrojando la vista sobre la tumba; descansa en paz despues de una vida llena de trabajos y tormentos. ¡Qué felicidad habria yo gustado, si hubiese podido endulzar tus penas, y consolar tus últimos dias! Pero yo puedo aún ser útil á dos seres que te eran tan que- ridos, y este es el solo medio que me queda, para reparar la injusticia que se te ha hecho. Tu Amanda y tu amab:s hijo serán en lo sucesivo el objeto de mis cuidados. A lo menos estará en mi poder hacer algun servicio al herma- no de Amanda. en la carrera en que ha entrado. Despues que Lord Mortimer hubo derramado lágrimas en la tumba, volvió tristemente á Carberry-Castle. Jona- than habia llegado allí antes que'él, y habia encendido ya un gran fuego en el aposento que habia ocupado Amanda. Jonathan habia escojido este, porque los otros habian que- dado cerrados despues de la salida de Fitzalan, y no po- dian limpiarse hasta el dia siguiente; pero esta eleccion era la peor para Lord Mortimer, á quien este aposento y A » todo cuanto en él habia le recordaban á Amanda. Estos dolorosos recuerdos le penetraban de tal modo, que se alarmaron por ello, no solamente su criado, sino tambien Jonathan. El se calmó un momento; pero luego despues esperimentó una sensacion tan violenta como la primera. "Entonces supo el lugar de la residencia de Amanda, y su impaciencia de verla fué tan grande, que temiendo que las puertas del convento fuesen cerradas si lo diferia, tan fatigado como estaba se puso en marcha sin haber toma- do refresco alguno. e El hacia cuenta en llegando á Santa Catalina, llamará una religiosa y suplicarle le introdujese en el aposento de Amanda, si se hallase en estado de recibirle; pero despues de haber llamado á la puerta solo vió venir á una criada, de quien supo que todas las religiosas estaban en la capi- lla, y Miss Fitzalan en el cuarto de la superiora. El pre- gunto si estaba tan mala que no pudiese recibirle. La mu-- chacha contestó que no; pues como ella no habia entrado en el cuarto sino para llevar el agua para el té en un mo- mento que Amanda estaba tranquila, se habia imaginado que estaba buena. , Lord Mortimer le dijo su nombre, y le suplicó fuese á preguntar á Miss Fitzalan si queria recibirle. La criada se turbó tanto conociendo que hablaba á un Lord, que se quedó allí como una tonta. Imputando Lord Mortimer su silencio y su inmobilidad á alguna repugnancia á desem- peñar esta comision, le puso una guinea en la mano, y la rogó se apresurase; pero al salir del aposento se habia ol- vidado del título y nombre, y temiendo parecer estúpida en el concepto de Miss Fitzalan ó Mortimer desempeñan- do tan mal su encargo, volvió á decir 4 Mortimer que se le recibiria, y podia subir, y le enseñó la puerta. Cuando entró, atribuyó el silencio de Amanda al esceso de su do- lor. El se acercó á la cama cn que estaba, y no se alarmó poco al verle los ojos cerrados. Al principio creyó que es- taba desmayada; pero observando que respiraba libremen- te, sacó la consecuencia de que la criada le habia engaña- do. El la observó algun tiempo hasta que hizo algun mo- E E vimiento. Entonces se retiró atras por temor de que com- pareciendo tan repentinamente delante de ella, no le cau- sase demasiada conmocion. Se ha contado ya lo que pasó en esta conferencia. Aun- que as apariencias fuesen tan fuertes contra Amanda, y. que ella no hubiese dado esplicacion alguna consecuente de su conducta, en el momento que afirmó solemnemente que era inocente, Mortimer ya no dudó de ello; y cedien- do á un mismo tiempo á su conviccion, á su amor y á su - compasion por ella, le renovó sus instancias para hacerla - consentir en su union. “Cuando supo por menudo los es- ratagemas empleados contra ella, los peligros de que ha- bia escapado, y los males que habia sufrido, se dió mas prisa que nunca en ejecutár su plan, á fin de que bajo su roteccion estuviese en adelante al abrigo de semejantes tos. El le volveria la salud, la paz y la felicidad, pro- disánd ole su ternnra y sus cuidados. El la haria triunfar de la perfidia y vileza de la marquesa y Lady Eufrasia, elevándola á un estado del que habian hecho tantos es- fuerzos para apartarla, probándoles de este modo que la virtud, tarde ó temprano, es superior á todos los estratage- mas del vicio. Sus transportes se entibiaron en el momento en que Amanda le declaró que su union en adelante era imposi- ble, y que no podia ya recibirle otra vez. El se habia pi- cado de la firmeza con que le anunciaba esta resolucion; pero viendo el estado de debilidad en que estaba, no le era permitido dejar ver su descontento, y se lisonjeaba de que] triunfaria de su resistencia. En efecto, no podia de- rar de ningun suceso despues de la feliz mudanza 1abia vuelto toda su estimacion por Amanda, y que habia h ec ho revivir sus esperanzas de felicidad desvane- cidas, cuando creia que Amanda estaba irrevocablemente perdida para él. Volvió todo mudado á Carberry-Castle. Ya no esperi-. mentó penosos sentimientos al entrar en el aposento que habia ocupado Amanda, en el cual se encontraban por to- das partes reliquias de su buen gusto. EJEM 4 Pata darle la prueba menos equívoca de su entera con- fianza, determinó unirse con ella prontamente, no supo- niendo por'otra parte que pudiese sostener la resolucion que le habia manifestado. Con esta idea, resolvió par- tir al momento á Lóndres, y no ahorrar cuidados ni gas- “tós para obtener de los agentes subalternos del complot tramado contra ella, una entera confesion de la parte que habian tomado en él, y todo lo que supiesen de los ardi- des de loss otros cómplices y autores. No era por él el querer dar estos pasos; ninguna necesidad tenia de ver confirmar lo que le habia asegurado Amanda. Esta con- viccion estaba probada con la oferta de su mano que ha-- bia hecho ya; pero queria cubrir de confusion á los que habian querido perderla, y añadirles esta pena á la que esperimentarian viéndola salir de su oscuridad, no como Miss Fitzalan, sino como Lady Mortimer. lóna pruebas que obtendria de su inocencia, impedirian á los malvados decir que habia sido juguete de los artificios de Amanda, y estaba convencido de que estas gestiones serian útiles á ambos. Entonces podria él confesar su casamiento, con- ducir su muger á Léndres,+é introducirla en las socieda- des; y si su padre conservaba mucho tiempo su resenti- miento, sabia que encontrariw siempre un asilo agradable en casa de su tia ó en Tudor-Hall. Estos risueños pro- yectos le tuvieron despierto una parte de la noche, y cuan- do se durmió fué para ocuparse aun en sueños de la feli- cidad de Amanda y de la suya. Al dia siguiente por la mañana, á pesar de las Pal ciones, se fué á Santa Catalina para saber,noticias de Amanda y probar si podia verla. La muchac e lo habia abierto el dia anterior pareció, y le dijo: Fitzalan se hallaba muy mala. El creyó que e mas que un pretesto para quitarle este deseo; y pare gurarse de ello iba á aflojar algun dinero en la. mano de la criada, cuando Sor María, que lo observaba desde una puerta vecina, se presentó y la detuvo. Esta le repitió lo que acababan de decirle sobre el estado de Miss Pitzalan,, añadiendo que cuando estuviera mejor tampoco «la veria” —43— e abstuviese de venir en adelante á á Santa Catali- ue Miss Fitzalan y la superiora se ofenderian es- Pe nte de esta conducta; y en fin, que si tenia nece- sidad de saber noticias de la enferma, podia fácilmente enviar un criado, que seria mucho mejor que venir á im- ortunarlas á cada momento. Lord Mortimer se agravió mucho de este discurso poco civil. ¡Quereis vosotras, dijo él, hacer de Miss Fitzalan una religiosa, pues que le privais de toda conversacion? ¿Por qué no? respondió Sor María, ella seria muy feliz en- tre nosotras, y en cuanto á privarle de las conversaciones de gentes de afuera, ella tendrá muy agradables sin salir de aquí. En efecto, yo creo muy bien que la pobre Miss os ama mucho; pero tanto peor para ella. Señora, dijo Lord Mortimer, si á los demas votos jun- tais el de decir la verdad, observareis este voto religiosa- mente. Verdaderamente, añadió Sor María, yo acabo de oirle contar una larga historia á la superiora de vos y de ella, por la que he visto que la voluntad de su padre era que ella no tuviese ninguna comunicacion con vos, y con- fieso que el pobre señor me parece que ha tenido sus bue- nas razones para ello. Yoos suplico, pues, Milord, que no volvais mas. No os está bien ofrecer dinero á esta pobre muchacha, que seria bastante para trastornarle la cabeza, y hacerle cometer una tontería. A pesar de la severidad de Sor María, no pudo menos Lord Mortimer de probar ganarla á su favor, y empeñar- la en solicitar de Miss Fitzalan el permiso de verla; pero ellafestuvo inflecsible. El la instó á que le dijese si la estaba en efecto demasiado mala para recibirle. lo aseguró, y para endulzar el disgusto que veia idad le daba, le dijo que podia enviar á sa- ma se encar? Batlo de dárselas. Lord Mortimer comenzó á temer seriamente que el ca- pitan Fitzalan hubiese exigido de su hija que renunciase á él enteramente, y este pensamiento le fué horrible, per- suadido como estaba de que en este caso nada podria per- e Amanda cuando quisiese, y que ella mis- £ 5% > A Ab" suadir á Amanda á faltar á una promesa que ha 1e- cho á su padre moribundo. La* duda y la inquietud le ponian fuera de sí, sobre todo cuando pensaba que le era imposible disiparlas, pues que escribiendo a Miss Fitzalan no podia recibir respuesta, visto el estado en que se ha- llaba. Nueva razon para convencerse de la instabilidad de las cosas humanas. e e 9 > CAPITULO Y. | a Amanda no pudo resistir largo opel agitacion, á las fatigas y á los disgustos; sucumbió á á su violencia, y se vió obligada á á guardar cama una semana entera, por ha- bérsele declarado calentura. Todas las religiosas la cui- daban á porfia, y le prodigaban las mas tiernas atenciones. Sus esfuerzos fueron ayudados por un médico hábil esta- blecido en una ciudad vecina, y que vino sin ser llamado por la superiora. Este dijo que habia conocido al capitan Fitzalan, y que sabiendo que Miss Fitzalan estaba indis- puesta, habia venido con la esperanza de poder servir de utilidad á la hija de este hombre estimable. El no quiso recibir honorario alguno por sus visitas, y la superiora sospechó, como tambien Amanda, que habia sido enviado por Mortimer, lo que era verdad, pues Lord Mortimer, mortalmente inquieto, habia tomado este medio para ser instruido de la salud de Amanda y procurarle los ausilios que necesitaba. El doctor no cesó sus vis: S, aun cuan- _ do Amanda ya se halló en estado de levantarse. Esta veia regularmente, y se quedaba mucho tiempo con ella; y como era amable é instruido, su conversacion con rib nia á levantar á Amanda de su abatimiento. Despues de al gunos dias se le dió otro aposento en el piso llano del jar- din. Desde allí, apoyada sobre el brazo del buen doctor ó de alguna religiosa, hacia algunas veces su paseo. Ins- truido lord Mortimer de su convalescencia, creyó que po- FbI— a dia pedir el permiso de ir á á verla, y le escribió la siguien- te EN Mero Pe > Mortimer presenta sus “memorias á Miss Fitza- po lan, y se promete que ella le dará su permiso para ir en e ona á espresarle la alegría que siente del restableci- iento de una salud que le es tan querida. El no cree e ella pueda rehusarle esta súplica tan razonable, y “ aun se persuade que no vacilará un momento en conce- “* dérsela, si puede formarse una idea de la inquietud que “ha sentido por ella, y de la que continuará sintiendo “ hasta que le haya esplicado algunas espresiones de su “ última conversacion. —Carberry-Castle, 10 de Mayo. 4 Esta carta dió mucha pena á Amanda. Ella habia es- perado _Ahorrarse. en adelante el disgusto de negarse de nuevo á las visitas de Mortimer. Veia que su carta ha- cia alusion á lo que le habia dicho de la promesa hecha á su padre; y conociendo el carácter impetuoso y sensible de Mortimer, se figuraba las agonías que esperimentaria cuando reconociera que ella miraba esta promesa como inviolable. Sentia la desgracia de Mortimer mas viva- mente que la suya. Formado su corazon en la escuela de la adversidad, podia soportar sus disgustos con alguna calma; pero, Mortimer no'tenia este recurso, y Amanda lloraba por el destino de un amor tan tierno, tan fiel y tan destituido de esperanza. Amanda suplicó á Sor María, que dijese al mensagero que ella no recibia visitas; que como estaba bastante ali- viada, no se tomase mas la pena de enviar á saber noti- cias suyas, ni de escribirle, pues no podia contestarle. La ' superiora, que se habia hallado presente cuando recibió la a mucho su valor y su prudencia. Amanda, su conversacion con lord Mortimer, que la su- perior -a habia oido, creyó deberla instruir de todo lo que habia pasado entre ellos; y la superiora, que dudaba aún que las miras de Lord Mortimer fuesen tan honestas co- mo decia, creyó que Amanda se conducia sábiamente re-. husando recibirle. Al dia siguiente por la mañana, el doctor vino como O apostasliaabasy Este dijo 4 Amanda que le habia traido libro divertido, '« cosa que no se le podia proporcionar en Santa Catalina, y que como ella le habia manifestado * muchas veces el sentimiento de no tenerlos, le habia trai- do uno de su biblioteca, que era numerosa y escojida. Ses El no le habló del libro, ni se lo entregó sino al partir, diciéndole que encontfaria en él cosas dignas de su aten- cion. Luego que Amanda estuvo sola, le abrió, y se ad- miró muchísimo de ver caer de él una carta. Ella la re- cogió, y conociendo por el sobrescrito la letra de Morti- mer, vaciló si la abriria. Con todo, devolverla sin -abrir, era una injuria que no la merecia Mortimer. HRompió, pues, la nema con una mano trémula y el corazon palpi- tante, y leyó lo que sigue: Ñ de ¿Oruel Amanda! ¡Reducirme á 4 usar de estratagemas para escribiros, y dale la dulce esperanza que tenia “ de recibir prontamente la indemnizacion de todos mis sufrimientos! ¡¿Debo, pues, ser siempre víctima de la “ incertidumbre y de las inquietudes sobre vuestros senti- “ mientos hácia mí? , «¿Estoy destinado á ver sin cesar su- “ cederse una dificultad á á otra, y un obstáculo á una es- peranza engañada? “No se os “puede ocultar la inquietud que han debido “ darme algunas espresiones oscuras de vuestra última “ conversacion; y sin embargo, rehusais esplicármelas; lue- go vos no me teneis ninguna lástima. ¿No seria mas é seneroso permitirme una conferencia en la que obten- “ dria de vos esta esplicacion, que tenerme en tan penosa “incertidumbre? pues vale mas que uno conozca toda su “ desgracia. Puede ser tambien que os convenceria de ““* que la virtud en esto, diferente del vicio, tiene sus lími- “tes, y que uno puede llevar con demasiado rigor las le- “yes del honor y de la generosidad, y sacrificar la verda- ““ dera felicidad á unas ideas quiméricas de virtud. —Cier- ““ tamente no mereceria ser tachado de presuncion dicien- “ do que si los sentimientos que Amanda me ha manifes- “ tado no se han debilitado, desechando mi mano, no es á ““ él solo á quien hace desgraciado. oa, y “¡Oh mi querida y demasiado escrupulosa Amanda! no. “ per vereis un momento mas en una resolucion t “cor a vuestra dicha. En la situación en que os $ “ha ais, necesitais de la proteccion de un esposo. Jóven, to y bella, objeto ya de persecuciones insolentes, 0 »stros naturales protectores, vuestros parientes, son «yues stros mayores enemigos, y vilestro hermano, jóven “ aún y sin estado, no puede estar á vuestro lado para de- “ fenderos. En tal situacion todas las desgracias os ame- se nazan. Evitadlas refugiándoos en los brazos de un ami-. “ go, ade una fiel guardia y de un esposo. En medio de “tantos peligros, la obligacion de guardar una promesa “de dejarme no puede sostenerse, cuando se considera “* que los motivos que han podido conducir á exigirlo de “vos, no subsisten ya. El capitan Fitzalan, ofendido de “la carta de mi padre, ha estendido suresentimiento has- “ta el hijo, sin reflexionar en las consecuencias que esta medida podia tener en vos misma. Este es el solo mo- ““ tivo que haya podido tener para exigiros tal promesa, y ““ si yo hubiese llegado mas á tiempo] ara hacerme en- “tender, estoy persuadido de que lejos de oponerse á “ nuestra union, la habria autorizado y bendecido, y ha- * bria dado su hija á un hombre cuya firme resolucion ha- ““ bria sido su vivo reconocimiento por un don tan pre- ““ cioso. “Vos no podeis ni debeis ser inflexibl, y espero que p despues de haber leido mi carta, me permitireis venir ““ 4 vuestro lado para recibir la confirmacion de mis espe- “ranzas. En todo cuanto respecta á nuestra union, yo “me dejaré conducir por vos, escepto en la tardanza que * quisiérais. Todo cuanto ambos hemos sufrido ya, me “ vuelve doblemente impaciente de veros mia enteramen- “te, por. temor de que algun otro infame complot no ven- “ ga aún á separarnos. “¡Oh Amanda! esta esperanza, aunque lo de veros ñ Mir mi esposa, llena mi corazon de una felicidad que “ lengua alguna puede espresar. ¡Por qué rehusais uni- “ros á mí? ¡porque no me llevais bienes? Vos sois rica O 1 “ de todas las virtudes: obteniéndoos, adquiriré un tesoro de los mas ricos, que los hombres mas orgullosos me em E diarán, y que las almas sensibles, honradas é é ilustradas, “ mirarán como el mejor don que el cielo pudo hacerme. “ Desterrad, pues, las dudas y escrúpulos, mi ques “ Amanda; olvidad una promesa que no han podido ““ gir de vos sino por falta de haber reflexionado las con- “secuencias que podian Tesultar de su cumplimiento, y “ que vuestro padre os habria dispensado si hubiese podi- do prever vuestra situacion. e Creed que una union que la razon aprueba en el dia, este ser querido que habeis “ perdido la aprobaría si le fuese permitido ocuparse aún en la suerte de su hija; y que se alegraria de un suceso “ que debe dar á su querida Amanda un amigo fiel, y un ds OSO protector en la persona de un adorador apasio- nado como | 3 e “MORTIMER.” ps “ Carberry-Castle, 11 de Mayo.” 5 Esta carta conmovió profundamente la sensibilidad de Amanda sin alterar su resolucion. Ella no queria respon- der, creyendo en esto conformarse á las intenciones de su padre. Sin embargo, considerando que sl Mortimer no recibia inmediatamente respuesta, vendria seguramente á Santa Catalina é insistiria en verla, se persuadió á que valia mas esplicarse por escrito, lo que ella hizo con la siguiente carta. “Milord. | ES “Vos no me hareis mudar de resolucion. Despues que “os he declarado que la mia era inalterable, deberíais “ahorrarme nuevas importunidades sobre tan tr viste asun- to. En vano me oponeis sofismas ocultos bajo las espre- “siones de ternura. En todos vuestros razonamientos su- “poneis á mi padre otros motivos que los que ha tenido, “mandándome evitar en adelante toda comunicacion con “vos. No es el resentimiento el que le ha conducido á AS “ello, no: en las cercanías de la muerte ha perdonado á “todos aquellos que le habian agrayiado con injustas im- ““putaciones. No ha tenido otro fbivo que el legítimo o de defender y conservar su honor, convencido co- staba de ue sl yo consentia en unirme con vos, Lo d «( erbury permaneceria en la persuasion de ser verdad “sus injuriosas sospechas, y le creeria digno de su menos- cio. Su ternura hácia mí le ha obligado tambien á - “darme esta órden. El conocia el orgullo de 0. o. y creia que si entrara en su familia sin bienes al- “gunos, seria tratada en ella con poco miramiento. Yo “estoy tan convencida de la justicia y fuerza de estos mo- “tivos, que todas las ocasiones que me hallo en estado de “escuchar la voz de la razon, me persuado que, aun cuan- “do no hubiese hecho promesa, deberia rehusar vuestras proposiciones: pues aunque pudiese arrostrar muchos in- “convenientes por vos, no soportaria jamas indignidades. “Es preciso, pues, separarnos, Milord. El Ser Supremo “nos ha trazado dos diferentes caminos en el viage de la “vida: la vuestra será agradable y fácil, si por inútiles “pesares vos no trastornais las intenciones de la Providen- “cia: la mia será penosa y sembrada de espinas; pero una “y otra nos conducirán al mismo fin, en el que nos reuni- “remos para nunca mas separarnos. “¿No me creais, Milord, ingrata y cruel con vos: mi co- “razon desmentiria esta injusta acusacion; siente toda “vuestra ternura y toda vuestra generosidad. Sí, Milord, “os lo confieso; ningun dolor del alma puede ser mas vivo “y A que el que esperimento combatiendo “así mis sentimientos; pero cuanto mayor es el sacrificio, O mérito tengo en sujetarme á él. El testimonio e mi conciencia es el solo consuelo que me lzar las penas que encontraré en la vida. , Milord, que no intentareis verme, pues | 0 ian. El santo y solitario asi- lo 4 en Dal que me he retirado defenderá de la maldad de los hombres que persiguen mi honor y mi reposo. . ¡Ah! necesito que algun poder benefactor vele al deroga TOM. IV. 4 —50— “dor de mí. Privada como me hallo de aquellos de quie- “nes tenia derecho á esperar proteccion, debo poner el “mi conducta la mas Afcrupulosa circunspeccion. Oscar, ““mi desgraciado hermano, que habria sido mi defensor “natural, está lejos de mí sin saber dónde se halla, pel “ guido por el monstruo que ha sido para mí el mana tial FSA de tantas desgracias. ¡Ah Milord! cuando p Po en la “triste situacion en que: tal vez se halla, mi zon “cumbe á esta idea. ¡Ah! ¡que no sea yo sola el blasio. “de la despracia! yo la sali con mas animosidad; po “no quiero , perder toda esperanza por mi querido Os “La Providencia, que ha salvado á.su hermana, que léha “enviado amigos en su ausilio en los momentos en que “parecia estar abandonada del mundo entero, velará igual- “mente sobre él. Yo he abusado, Milord, de vuestra pa- “ciencia entregándome á tantos detalles; pero he E | “esplicarme sin reserva, para evitar toda ulterior corres- “pondencia. Vos conoceis mis-resoluciones, y conoceis: “tambien los sentimientos á los que estoy. obligada á.re- “sistir. Por piedad ahorradme de tan penosos combates. “Sean para siempre la paz y la dicha que: mereceis vues- “tro tesoro. Guardaos, Milord, por ver desconcertadas- “algunas de vuestras miras, de desconocer y olvidar los ““otros bienes que están bajo vuestro poder, y se presentan “4 vuestra fruicion. —Llenad las esperanzas que vuestros amigos y vuestra patria han concebido de vos; manifes- “tad que mereceis los favores de que la fortuna y el na- “cimiento os han colmado, y desterrad de vuestro corazon “los pesares inútiles. Adios, Milord; no tengais inquie- “tud alguna por mí. Si el cielo prolonga mi vida, encon- ““traré fácilmente un asilo oscuro, en donde al abrigo. de “tun mundo malvado y corrompido, dando testi cd “haber seguido en mi conducta las leyes del. “la virtud, gustaré la felicidad que da la paz “na conciencia, felicidad qu las vicisitudes de “la harán jamas perder, á lo qu le espero, á. $ “Santa Catalina, 12 E Mayo” veia á —ó1 — | ; Envió esta carta por un viejo empleado en el jardin de religiosas; pero despues de haberla escrito se encontró tan agitada, que se vió obligada á meterse en cama. Mi- esta carta como el último adios á Mortimer, y esta ra demasiado penosa para que Ja superase con valor. ¡2 pasion que le tenia Lord Mortimer, era profunda y . tierna; pero él la disminuiria luego en el torbellino del mundo. Debia esperarse verle llevar su afecto á alguna otra muger igual á él en calidad y fortuna, que le haria prontamente olvidar su primera pasion. Su corazon se oprimia á á este pensamiento, y derramaba abundantes lá: grimas; se acusaba entonces de inconstante en sus senti- - mientos; ella habia pensado y aun dicho muchas veces, que si Mortimer podia recobrar la dicha, ella misma dis- frataria 1 mas tranquilidad; y ahora que acababa de tomar “los medios para volver la paz á Mortimer, no era sino 4 mas desgraciada. Se acusaba de personalidad, deseando la prolongacion de una pasion sin esperanza por Morti- mer, y de debilidad sintiendo que llevase á otra parte un afecto al que ella ya no podia corresponder. Para desviar tan enosos sentimientos, creia deber des- terrar de su memoria á Lord Mortimer; pues á menos de conseguirlo, jamas encontraria el¡valor necesario para en- tregarse al trabajo que su situacion iba á exigirle para proveer á su subsistencia; pues el pan de la pereza y el de la servidumbre no podia menos de serle amargo. osa de una hora habia permanecido sobre su cama, y habia vuelto á lasala, cuando sor María entró en sú cuar-. to y le entregó una carta. Antes que hubiese mirado el sobrescrito, su corazon agitado le anunciaba de parte de quién venia; pero titubeó un momento si la abriria. Sin | ecia á sí misma, no hay inconveniente al- a puede creer, despues de lo que le he decla= rado, pueda alterarse mi resolucion. El seguramente 0 me que se conforma. La religiosa me esci ara la dejó en el momento en que estaba deliberando si abri- ria la carta; al fin se resolvió á abrirla y la leyó > med E ” SS dr +4 0d ae RS ae A eS » + > Se ,. o e e “A Miss Fitzalan. de “Inexorable Amanda! (Quiero ahorraros en adelante, y “aun á mí mismo, nuevas importunidades. Solo me lina “toá suplicaros que no dejeis á Santa Catalina en tres. “meses, ó que si esta mansion 0s disgustase, me hagais “saber al dejarla á donde ireis: antes que haya pasado la “mitad de este tiempo, espero que os podré dar las razo- “nes concluyentes de esta súplica que os hago. Voy á de- “jar al instante Carberry-Castle, y parto mas tranquilo de “lo que os podeis imaginar despues de lo que últimamen- “te ha pasado entre nosotros, con tal que querais aBLES “me concediéndome esta única y última súplica. - “MORTIMER. : E Esta lacónica carta admiró á Amanda. Veia en ella evidentemente, que Lord Mortimer habia recobrado algu- na tranquilidad, pero no tomado la resolucion de renun- ciarla, sino por el contrario con la esperanza de volverla á ver de un modo agradable á los dos. Al” principio se halló feliz con esta idea; pero su alegría cesó prontamen- te, cuando vino á reflexionar que esta esperanza de Mor- timer era imposible que se realizase jamas. Sabia que el carácter ardiente y confiado de Mortimer podia desviarle fácilmente, y resolvió no dejarle arrastrar de él. Tampo- co podia formar conjetura alguna sobre lo que él ha pensado; pero sean cuales fuesen sus proyectos, creia fir- memente que serian desconcertados. Rehusar todas sus súplicas le parecia cosa dura; pero creyó que sobre todo no debia ceder á la última. Sabia que estraviándose una vez de la línea que la prudencia le trazaba, podia, arrojar- se en unas dificultades, que seria imp Bajo este supuesto, con mano trému. respuesta. co pr — 93 — “Milord: 10 puedo hacer lo que exigís de mí. Podeis lla- je cruel é inexorable; pero prefiero incurrir en la nvencion de obstinada, que de imprudente, y mere- “cer vuestras reconvenciones, que las mias. Yo misma “ignoro cuánto tiempo podré quedarme aún en Santa Ca- —talinas pero cuando deje esta casa, no os prometo ins- “truiros del parage donde me retiraré. No está en vues- “tro poder vencer los obstáculos que han hecho necesaria “muestra separacion, y hasta que fuesen supcrados seria “estravagante é imprudente aproximarnos. Estoy muy “contenta de que dejeis el castillo; me alegro tambien, sin “causs sorpresa, de ver que estais mas tranquilo. Yo pe ro de vuestra razon que combatireis valerosamente “y con éxito contra inútiles pesares; y os suplico, en cam- “bio del placer que recibo de saber que habeis recobrado “vuestra tranquilidad, que no turbeis la de “Am «NDA FITZALAN.” Apenas habia cerrado la carta, ando la llamaron para ir á comer; pero no pudo pasar bocado. El esfuerzo que habia hecho para contestar, y la agitacion que le habia dado la carta de Mortimer, habian estenuado sus fuerzas. Las religiosas se retiraron despues de comer, y la dejaron la con la ra. Ellas se acababan de marchar, cuando compareció el viejo jardinero que volvia de Car- berry-Castle, donde habia llevado la carta de Amanda. Despues de haberle dicho que él mismo la habia puesto en manos de Lord A añadió manifestando algun témor de que lo que iba á decirle no le causase alguna pe- na, que Lord Mortimer no 18 bia dado respuesta alguna, 1 | | por escrito, aunque esperó mucho tiem- a iba de prisa, pues su coche estaba A lucirle á Dublin. Ámanda se derritió en lágrimas luego que hubo salido el jardinero. Veia que habia escrito por última vez á Lord Mortimer, y no podia detener esta espresion de sus Ms: Mo Eo e A eN «y Me sentimientos. El abandonaria la idea de volverla á ver _ jamas, cuando conociera que las esperanzas de e li- sonjeaban era imposible de realizarse. és; La superiora sentia tambien todas:las penas de Alñan- da. Sabia, no por esperiencia propia, sino por las observa- ciones de los demas, cuán seductora Y peligrosa criatura es un hombre para una muger, y cuán dificil es á un co- razon jóven desembarazarse de los lazos de que ha sido. aprisionado. Hubiera deseado curar la herida de su jó- ven amiga; pero no esperaba verla cicatrizada tan pronto. Solo el tiempo y el cuidado que iba á tomar de fortificar las resoluciones de Amanda, le daban alguns esperanza de conseguirlo. Dos horas habian pasado despues que el « habia vuelto de Carberry-Castle, cuando sor) i en el aposento con un grande paquete que em egó. á Amanda, diciéndole que lo acababa de recibir de un cria- do de Lord Mortimer, que habia vuelto á marchar á caba- llo en el momento O. en que se lo habia entregado. Sor María no hizo escrúpulo de decir que tenia curiosi- dad de saber lo que contenia tan grande paquete. La su- periora la riñó dulcemente de su curiosidad, y se la llevó al jardin para dejar á Amanda el tiempo y la libertad de abrirle. Ella se sorprendió al romper la nema, de encon- trar una hermosa cartera blanca, en la. cual habia ' carta sin cerrar qué decia así: > ñ bo “A Miss Fitzalan. rin . “Cuando recibireis la presente, no podreis ya devolvér- “¿mela, pues habré partido ya. Vuestra-laudable grandeza “dde ánimo debe impediros «vacilar en hacer uso de lo que “encontrareis en la carta ues es el solo medio .de ““ahorraros deber obligaciones de esta especie, á unas per- - ““Sonas que os son enteramente desconocidas. Aunque des- “pedido como amante, tengo ciertame: el derecho de. ser “¿mirado como amigo, y yo me contentaré con este título, “hasta que tenga derecho de tomar otro, que me será mas “querido. Vos direis sin duda que soy visionario, novele- LA ; ús de > a es o: A fa" Y y 4 . MM a : di “ro, conservando esperanzas que dentes veces me habeis manda. Yo he sentido un estremo pesar al saber por «Haxparta vuestra de esta mañana, las desgracias de vues- “tro hermano. La sangre hierve en mis venas de indig- cion contra el monstruo que, segun vuestra espresion, EN “sido para los dos el manantial de tantos males. Voy á —“ocuparme sin intermision, en descubrir en qué ha para- do Mr. Fitzalan, y cuál es su situacion, y espero conse- guirlo dirijiéndome á los agentes y oficiales de su regi- m No tengo necesidad de deciros que en seguida con todo mi poder. Estad segura que sabreis e.en otra empresa que pertenece á otra per- que me es mas querida. Adios, mi querida Aman- “da. Os suplico de nuevo no: dejeis á Santa. Catalina has- “ta pasadas algunas semanas. Me parece que para un “asilo pasajero, no podreis: encontrar otro mejor; y como á “mi vuelta á Irlanda mi impaciencia de veros será estre- - “ma, me pondríais á á la desesperacion, si me fuese preciso “buscaros. Vos me habeis negado esta súplica; pero yo “puedo insistir cuando os doy mi palabra de honor de “que no os suplicaré veros otra vez, á menos de que nues- “tra reunion pueda ser agradable á uno y á otro, ni pro- Mara prese ntarme á vuestra presencia á pesar vuestro. “En fin, creed que suceda lo que sucediere, seré siempre “vuestro fiel E “MoRrTIMER.” ¿Qué quiere decir? esclamó Amanda. ¡Qué plan puede tener para remover todos los obstáculos que nos separan? - . El parece que no duda del éxito. ¡Oh Dios! favoreced sus parece que habla de volver á Irlanda. ecesarias otras pruebas, á mas de mi -¿Conviccion, para hacerle mirar sus esperanzas como qui- - —méricas. Seguramente no tendrá la crueldad de inspirar- ES 5 No, no, mi querido Mortimer, yo no os miraré a un espíritu visionario y fabuloso, sino como el mas amable y mas generoso de los hombres; pues que por la pobre Aman- da continuais en arrostrar obstáculos, y en hacer los ma- yores sacrificios. Tambien se penetró vivamente de verle darse tanta diligencia para buscar Y servir á Oscar. Por este medio esperó ver prontamente á este hermano queri- do, ó saber á lo menos noticias suyas; pues estaba bien se- gura de que lord Mortimer no descuidaria nada para, dar- le esta a E féqueñds billetes de Danes doscientas libras esterlinas, presente considerable, pero ofrecido con bastante delica- deza, para que ella no se hiciese eserúpulo. recibirlos. Sin embargo, se decia á sí misma, : qué rumbo llevarian sus cosas entre ella y Mortimer, no debia tenerle obligaciones pecuniarias; pero reflecsionando en la nobleza del modo de pensar, y la delicadeza de Mor- timer, conoció que lo agraviaria cruelmente, si le devolvia el presente. Y así se resolvió á guardarle, privándose en adelante de recibir cosa alguna de él. Este socorro en efecto le era muy necesario. Despues de haber pagado los gastos de los funerales de su padre, la gente que habia alquilado y el boticario, solo le pa ban veinte guineas, de las cuales la mitad podian ser mi radas, como debidas á las hermanas de Santa Catalina, á 38 quienes su pobreza no permitia añadir cosa alguna á á sus gastos ordinarios. - Ella habia resuelto obligar á las hermanas á aceptar esta pequeña suma, como una corta muestra de su agra- decimiento á los cuidados que habian tenido por ella, y en seguida contaba retirarse á alguna cabaña de la vecin= dad, en donde sus gastos serian mas proporcionados al es- tado de su fortuna, hasta que su salud estuviera restable- cida, para que pudiese ganar su vida; pero se estremecia - al solo pensamiento de dejar á Santa Catalina, y de irá. vivir entre paisanos groseros. Era para ella esponerse se ye » Sh. : h tu Qn 4 $». Un mar borrascoso, sin medio alguno de resistir á á la tem- Ed A Mortimer la habia puesto en estado de diferir su salidilido Santa Catalina, y se resolvió á quedarse aún allí durante el tiempo que él le pedia, y seria suficiente para terminar sus incertidumbres, que si entonces los separa- ban sus destinos, ella habria recobrado su salud | en térmi- nos de poder entregarse bs que su sit cion exijia, e que estaba ido: fin se acordó que la superiora se habia retirado al din. por complacencia suya, y que sin duda esperaba que la llamasen. Enjugó, pues, sus lágrimas, y doblando la carta taba mojada con ellas, se fué al jardin con la resolucion de no comunicar nada de su contenido, para no dar á conocer unas esperanzas que hasta entonces ella mismá habia considerado como estravagantes, y que como todos los proyectos de los3hombres, estaban sujetas á ser ncertadas. - Encontró á la superiora y sor María sentadas ad un arco medio arruinado y cubierto de yedra. ¡Jesus! mi que- rida Miss, dijo esta última, yo he creido que jamas vol-. veríais! Nuestra buena madre me ha detenido- aquí á pe- sar mio, aunque le haya dicho veinte veces que las tortas e he hecho para el té estarian quemadas, y que dur ran- te el tiempo que leais la carta de lord Mortiraer, po muy bien íroslo á decir. El regreso de Amanda volvió la libertad á la impaciente sor María, y se fué. La superiora arrojó una mirada penetrante sobre su jóven amiga, repa- ró que habia llorado, y distinguió que sus lágrimas habian sido de alegría. Jlla tenia demasiada delicadeza y dis- .Crecion para preguntar á Amanda cuál era el motivo; pe- ro la tomó de la mano, y la apretó teniendo valor de de- ' le: veo, mi querida hija, que habeis sabido alguna cosa adable, y mi corazon está simpático con el vuestro, tan- o en vuestra alegría como en vuestro dolor. Amanda contestó á la buena superiora con el mismo 4 y le . o : - + , o 2h sentimiento y la misma espresion, dejando correr al; lágrimas. Sor María vino luego á llamarlas para € las tortas calientes que habia hecho. , para tentar á Aman" da á que tomase alguna cosa sólida, Toda la comunidad estaba junta: tomando el té, cuando entró el médico. Aman- da se puso colorada, y afectó seriedad al verle; pero él se chanceó ligeramente sobre su gravedad; y cuando la supe- riora y religiosas se hubieron reti ado, segun su costum- bre, para “sus oficios de la tarde, le ( 1] biese puesto bastante atencion en lo que contenia que le habia traido el dia anterior. Amanda conoci el tono con que le hablaba, que estaba instruido de sus re laciones con Mortimer, y por consiguiente le contestó “que si él conociese los motivos que tenia para portarse así, no lo desaprobaria, y despues añadió que detestaba todo gé- nero de estratagemas, y gue le sabia mal que hubiese em- pleado uno con “ella. El doctor contestó que no se haria jamas escrápulo al- guno de emplear un estratagema para llegar á un E fin; que lord Mortimer era el j jóven mas amable que ja- mas hubiese conocido; que habia ganado su corazon y le deseaba todo bien. El me ha empeñado, continuó, en ima- ginar un pequeño artificio á fin de hacer pasar á vuestras manos su carta Cuando le he visto con tanta pasion é in- quietud por vos, no habiendo tenido aún tiempo de. cor ceros por mí mismo, he creido sobre su palabra en las gracias y virtudes que os atribuia; pero despues he visto muy bien que en efecto las poseeis. Vos os sonreis, y vuestras miradas parecen decirme que yo soy un adula- dor. No, Miss Fitzalan, os lo juro. Os creo realmente dig- na de lord A ortimer, y-os aseguro que hablándoos así, os hago el mayo cumplimiento que haya hecho á muger al- guna. Yo le he hallado consumido de dolor: me ha con- fiado sus inquietudes y sus penas, y despues de haberl oido, he orado tan devotamente como puede hacerlo. LE mejor cristiano por vuestro restablecimiento, y para que > todas vuestras aventuras acaben, como una comedia, PE | un buen casamiento. pa bl : 2 4 Se o Re, 5 son muy corteses; le. dijo Amanda son- ose. A fé mia, dijo él, que son sinceros, y no me acuerdo haber estado mas mortificado, por un siniestro su- ceso, que cuando he visto que las cosas no corrian -bien entre vos y Milord; pero yo no d esespero. En todas mis penas, de que el cielo me . ha dado mi pa rte visto. las ¿e onas siempre por el lado halagú : pecto las veo para mis » | en Car ¡Castle a de la casa, y á mí vuestro médico. Este recuerdo de un suceso tan lejano y-tan enel > ado de Amanda, la turbó mucho: ella e puso pálida y colorada alternativamente y dejó ver á su dlctor, hombre de bien pero un poco hablador, que habia tocado la cuerda sensible. El mudó de conversacion; y cuan- do la vió mas tranquila, se levantó para despedirse. Aman- da le detuvo un momento para hacerle recibir un billete de diez guineas; pero él estuvo inflexible, y le dijo con al- guna dignidad, que hatsta que la enfermedad de que el co- de Mortimer esaba afecto estuviese aliviada, no re- 'a honorario alguno de sus visitas, y que él las conti- nuaria de tanto en tanto, por encargo que tenia de cierta persona de atisbar lo que pasaba en el recinto de ido -mu- ros de Santa Catalina. J A la mañana siguiente, Amanda se ocupó de sus asun- ss. Dió á la er 7 treinta puiacas las cuales tuvo taron que no lo ona. sde de haber sido paga- das tan liberalmente de los gastos que les podia haber ocasionado. Ella les contestó que si no le permitian pa- gar su manutencion y su hospedage, las dejaria, aunque á pesar suyo; asegurándoles, por otra parte, que se hallaba en estado de hacer este gasto. En fin, se convinieron que les pagaria una pension de Mizonta libras esterlinas cada año, suma considerable res- pecto á la frugalidad de su modo e vivir. Ella habia he- Cho trasportar al conventa to q. | $ e. ES » s . Mo en una grande arca todo lo que necesitaba actualmente, á fin de hacerlo trasportar al primer momento: habia quel do vender en Dublin su arpa y su guitarra; pero se de- terminó á guardarlas hasta mas urgente necesidad. Tenia cuanto le era necesario para pintar y para otras pequeñas labores de muger, y se proponia entregarse á estos dos tra- bajos, no solo para pasar el tiempo, sino para sacar recutr-. ta habilidad y proveer á sus necesidades. En fin, resolvió aprovecharse de la calma que disfrutaba, con, el temor de alguna nueva tempestad, contra la cual pare ci: estar en menos estado de combatir. Y ; ] CAPITULO VI. Ss El vivo dolor y la agitacion que causan la esperanza y la incertidumbre, se disminuyeron poco á poco en el cora- zon de Amanda, y cambiaron en una dulce melancolía, ori- ginada de la satisfaccion de haber llenado. todos sus debe- res, y soportado sus infortunios con tranquila resignacion. Se deleitaba pensa su padre: al pesar que tenia de su pérdida, se mezc la idea deliciosa de haber podido consolarle en sus últimos momentos, y la persuasion de que, si es dable á las almas separadas de sus cuerpos mor-- * tales ver desde lo alto lo que pasa en este mundo, su pa- dre la miraria placentero caminar sin desviarse por la sen- da que le habia trazado. Estos pensamientos causaban á su alma una calma que endulzaba sus disgustos, y un con- suelo que nada puede dar ni destruir, y que sola la virtud conserva en medio de las mayores calamidades. L Tambien procuró impedir el ocupar su pensamiento con Lord Mortimer, pues la paz huia de su alma todas las ve- ces que pensaba en el tiempo venidero que Lord Mortimer parecia esperar, y le Babia fprunciado, y la incertidumbre en que quedaba su mutuo destino. La soledad de Santa lina era muy propia á entrete- Ae A ner estas disfósiciones. Ella no estaba ee. á las obli- gaciones de las religiosas: dueña absoluta acciones, leia, trabajaba y paseaba á s y como queria. Ella no se alejaba ma Santa Catalina, para no volver á ver los lugares que le re- cordaban memorias que no habria tenido valor de soste- _ner. Pero este espacio de terreno era bastante estenso pa- Ta proporcionarle largos YE verdaderos paseos; y en la cal- ma de la tarde, cuando solo se oia el balido de los reba- ños y el ligero susurro de los insectos, gustaba de ir erran- tre las ruinas magestuosas y pintorescas de este an- 2 edificio, unas veces con una religiosa, y las mas de ellas sola con sus pens ientos. va Habia pasado así ibinoo dias despues de la parti- da de Lord Mortimer, cuando una mañana se oyó detener- se una carroza en la puerta grande del convento: sentada Amanda á su labor en la sala con la abadesa, se sobresal- tó á este ruido. Se puede bien creer que su primer pen- > se dirigió á Mortimer. Cuando abrieron la puer- a, fué grande su admiracion al ver comparecer á Mistriss lora y sus dos hijas. , Amanda se quedó muda de sorpresa, sin poderles hacer el cumplimiento de costumbre. Las hijas la saludaron con un aire frio y reservado, y la madre la trató con una fami- liaridad grosera, que se creia en derecho de tener con una persona reducida á la situacion en que se hallaba Amanda. —Querida mia, le dijo, no podeis creer la pena que he- mos tenido con la relacion de vuestras desgracias. Nosotras hasta ayer no llegamos aquí, pues hemos pasado todo el invierno en la ciudad muy agradablemente en bailes, fies- tas y sociedad; pero, como queria deciros, nosotras hemos estado de vuelta mucho antes de mi antigua costumbre, porque he adquirido nuevas de todos mis vecinos, y lo pri- mero que he sabido ha sido la muerte del capitan. No os desconsoleis, mi querida; es un paso que todos debemos dar, es la ley comun, como dice el doc tor en su sermon; de ma- YI dE - + A S ed "o. + > Ye e vos, y al fin he encontrado uno, que he comUnicado 4 mis hijas, y os será muy bueno, dándoos medios de ganar vues- tra vida honradamente. Sabreis, pues, querida mia, que la aya que habia llevado conmigo á la ciudad no ha queri- do volver con nosotras; es, por decirlo de paso, una toutue- la. Bajo este supuesto, he pensado que su plaza era pre- cisamente lo que os convenia. Vos enseñareis el frances á mis cuatro pequeñas hijas; las enseñareis á trabajar, y co- mo teneis gusto, ayudareis á mi hija mayor á hacer sus modas y componerlas; yo doy veinte guineas de salario: cuando no tenemos forasteros, la aya come en nuestra me- ¿sa, y por otra parte está bien tratada por todos respectos.. Durante este discurso, tan ON como elocuente, la palidez de Amanda habia hecho lugar en sus mejillas ¿un encarnado vivo, escitado por su indignacion. —Vuestras intenciones, señora, le contestó, pueden ser obsequiosas; pero no puedo aceptar vuestros ofrecimientos. —;¡Ay buen Dios! replicó Miss Kilcorban, ¿por qué los rehusais? ¡Es porque no estais en estado de instruir á mis hijas, lo que en efecto puede ser, pues hay tantos que pa- san por tener talentos que no poseen? pero esto no me de tiene. Yo os tomo como sois, porque habeis sido siempre una buena muchacha, y os comportais bastante bien: sin embargo, si estoy obligada á tomar maestros para mis pe- queñas hijas, no podeis esperar las veinte guineas de sa- lario, pues entonces os rebajaria alguna cosa. La superiora, que hasta entonces habia guardado silen- cio, tomó la palabra, y dijo: —Miss Fitzalan, señora, jamas se ha envanecido en tener talentos que no poseyese, antes bien su modestia oculta los que tiene. Si rehusa vuestros ofrecimientos, no es porque se crea incapaz de instruir á vuestras hijas, sino porque ella no podria soportar que se le tratase con tan poco miramiento como vos le manifes- tais; si su situacion le obliga á emplear sus talentos para ganar su vida, espero que jamas se verá reducida á la mor- tificacion de vivir con unas personas que no estimarian lo que vale, ni le tendrian el respeto que se merece. —Muy bien, señora, muy bien, replicó Mistriss Kilcor- —63— d . ban, eso es teñer. grande confianza; mas de A, muchacha, valiendo tanto como ella, se contentaria lago encontrar se= mejante ofrecimiento. A —Mamá, dijo Miss Kilcorban, Pl que Miss ten- ga á la vista otro mejor establecimiento: ños olvidamos que Lord Mortimer ha: pasado últimamente algun tiempo en urberry-Castle, y todo el mundo sabe que tiene _mucha istad con la hija del capitan Fitzalan.—0O puede ser, hermana mia, dijo Miss Alicia, que quiera ser religiosa. — Yo exco, en efecto, continuó la madre, que ella no tiene . ganas de ser nada bueno: por qee será o RN sel haber reñido con Lady Grey : - lamente todo lo que ller . arpa, una guitarra, Om: A cantar, y perder así todo Al ] dia. -Porlo demas, yo no Le venido solamente para proponeros el venir conmigo, sino - que queria ofreceros un buen precio por vuestra arpa, por Vuestra guitarra y por vuestra música, suponiendo que en vuestra situacion no teneis necesidad de todo esto; y aos taria á que rehusais tambien el vendérmelos. —Ciertamente, señora, dijo Amanda; solo al último apu- ro me desharé de estos objetos tan queridos, pues l los, ten- go de mi padre. PEA —Muy bien, hija mia; yo deseo que tanto orgullo no sea humillado: blando así, salió del aposento con sus hij jas, las cuales, bajo un aire de desprecio, ocultaban la indigna- cion que sentian por el recibimiento que habian tenido. La superiora, despues de su partida, rio mucho Al ceso de cólera que habia dado á a an; y Amanda, que consideraba á esta muger y á ijas como seres del todo insignificantes, se repuso luego de la turba-" cion que le habi asado su visita. ochecer ió una carta, de la que le dijeron que esperaban respuesta. abrió con precipitacion; pero en lugar del escrito de ner id esperaba ver, leyó lo que A E: sigue: 3 E A vs : S ps E a E “A Miss Fitzalan. ee “Amable criatura: jamas he reido tanto, como cuando “mi madre y hermanas me han dado cuenta del recibi- “miento que han tenido en Santa Catalina. Pardiez que “ha debido ser escelente. Yo no he podido menos de ad- “mirarme de su locura, cuando han imaginado que una tan “hermosa muchacha como vos se emplearia en instruir á un “hato de mococillas. Para ir al hecho, mi querida, Os pro- “pongo que en adelante os tengais cuidado: trasladaos á “Dublin; poneos en buena habitacion, y declarad Eierta- “mente que sois la soberana de mi. COrAzOn. En este ca- so, os prometo una situacion digna de envidia. Espero “vuestra contestacion para levantaros de la oscuridad en “que estais sepultada, sobre un teatro briliante, del que se-.. “reis el ornato. Adios, mi querida; creed que os ne en-. , “teramente adicto. “B. KiLCORBAN.” No se puede pintar la indignacion de Amanda al leer esta impertinente carta. Ñe pasó algun tiempo antes que fuese bastante dueña de sí misma para dar á conocer á la superiora la causa de su agitacion. Al fin convinieron entre las dos, que Amanda le enviaria la respuesta sl- apients: E? É El autor del billete insolente y grosero que se acaba “de recibir, solo merece el desprecio; pero si cp sus. “insultos, le podrá suceder algo peor.” . A la verdad ella no temia que Kilcorban perseverase, pres no tenia la constancia ni los recursos de Belgra- ve. Este era un libertino por principios, y el otro lo era por esterioridad, y rnortificando su oro estaba se de desembarazarse de él. Pero el reposo de Amanda dd ser otra vez turbado. Al dia siguiente el padre O-Gallagan, aquel gordo y pe- queño ministro de quien se ha hecho mencion al principio de esta historia, vino á Santa Catalina. El no era el ca- pellan del convento; pero iba á menudo, y era amado de + O E toda la comunidad. Habia estado muy inquieto por la enfermedad de Aranda. El la encontró sola en la sala; se sentó á su lado, , y tod su fisonomía parecia decirle que tenia alguna cosa agradable que comunicarle. Mi querida, le dijo él “fijando: en ella sus ojos con un ai- re risueño, ¿no estaréis muy contenta de dejar esta habita- cion para encontrar. propiamente una buena casa, donde pudieseis recibir vuestros amigos y tener todas las como- didades? Sin duda, respondió Amanda, pues aunque no encuentro esta mansion triste, estaria muy contenta de od un eno como es el de que me ha- 47 yo os he mirado siempre como una muchacha ra- . e Oñable. Y bien, bribonzuela, ¿qué diriais al que os ofre- _ciese esta buena fortuna, y os dijese que puede al momen- - to mismo ponerla en vuestras manos? Amanda se admi- - TO. Al principio creyó que se chanceaba; pero vió que ha- -blaba sériamente. Si, mi querida hija, continuó con el tono y aire de una perfecta satisfaccion, tengo un ofreci- miento que proponeros, que haria saltar de alegría á mu- chas de las niñas que conozco. ¿Os acordais bien de Lord 0O- Flannaghan, en casa de quien tomasteis el té el verano pasado? Y bien, el hijo mayor, tan buen muchacho como puede serlo, se ha pren- dado de vos. Pero como debiais dejar el país, ya por es- to, ya por otras razones, habia creido inútil hasta ahora declarar su pasion; mas viéndoos de vuelta, á á fé mia que ha tomado ánimo y ha hablado de vos á su padre. - El viejo O-Flannaghan es un hombre de bien, y consiente en el casamiento de su hijo con vos. La casa es buena y bien provista. El padre lo pondrá todo en manos del hi- jo mayor. El pequeño vivirá con vos hasta que sea casa- do, y se halle en estado de llevar por cuenta suya una hacienda. La hija mayor es casada, la segunda vive con ella, y la última os será útil en vuestra casa. Solo hay una pequeña dificultad, que es la diferente creencia; pero cuando se tocó este artículo, les he dicho que sobre esto no tengan inquietud alguna, que yo os conocia por una TOM. IV. o — Amanda habia escuchado el discurso del ministro hasta el fin, aunque con grande admiracion. Ella se levantó, y habria salídose del aposento sin responderle, si no hubie- se temido que el padre ignorante, no esplicase bien su si- lencio y su huida. Por esta consideracion se detuvo, y le contestó, que estaba ofendida de la libertad que se habia tomado de responder por ella en materias tan importantes | como las de la religion; y para probarle cuán mal instrui- do estaba de sus disposiciones en todo como en esto, le - aseguraba que la embajada que acababa de dar, era per- dida para todos aquellos que se la habian encargado, y desagradable para ella; que si Mr. O-Flannaghan buscaba su dicha en el casamiento, no la encontraria sino con una muger de su clase, y formada al mismo género de vida que él. Acabando de decir, dejó el aposento con un aire de dignidad, que confundió del todo al pobre capellan; de manera que tomó el sombrero apresuradamente, y se fué á la casa de O-Flannaghan á dar cuenta del mal éxito de su visita, muy mortificado por haber perdido los regalos de boda, y el guisote con el que su imaginacion se ocu- paba deliciosamente. Fué menester algun tiempo para reponerse Amanda de la desagradable agitacion en que la habian tenido la visita de las Kilcorban y la del capellan. Estos dos ataques la convencieron de que ella no era bastante para sostaner tales combates y solo tenia un medio de ponerse á cubier- to de ellos, la proteccion de Lord Mortimer, cuando ad- quin daba cho de defenderla, la habria hecho una de las personas mas Telices de su sexo. . 7 CAPITULO VI Un ataque mas recio se preparaba para Amanda. Cer- ca de quince dias despues de la visita de las Kileorban y del capellan, una tarde que segun su costumbre se aban- donaba á sus pensamientos melancólicos en medio de las solirarias ruinas del convento, vió de lejos á un hombre bajo un arco medio arruinado, y reconoció al horrible Bel- —grave. Amanda arrojó un grande grito, y con un susto - Inesplicable dió algunos pasos atras. ¡Cruel Amanda! le gritó Belerave, y al mismo tiempo parecia querer aprove- charse de la situacion en que la hallaba; pero las miradas y la voz de este enemigo la sacaron de la especie de estu por en que habia caido al verle, y le d'eron fuerzas; y co- mo él se acercaba siempre, hizo un salto, y con estrema ligereza, habiéndose enredado en las revueltas oscuras y embarazadas de las ruinas, que ella conocia mejor que él, llegó al convento. Sus ojos inquietos, y su semblante pá- lido, espantaron á ia buena superiora, la cual le preguntó la causa del trastorno en que la veia. Amanda no estaba entonces en estado de hablar; la aparicion de Belgrave la habia aterrorizado como un presagio de todas las desgra- cias. Su sangre estaba helada en sus venas, y todas sus facultades estaban en suspension. Sor María vino á su socorro, y con agua y algunos espíritus le hizo volver la palabra, y se alivió con las lágrimas. La superiora reno- vó sus preguntas; pero viendo que no queria responder delante de sor María, despidió á esta bajo cualquier pre- testo. Amanda habia confiado ya á la superiora los su- cesos de su vida, de manera que sabiendo que habia en- contrado á Belgrave, ya no se admiró de la agitacion que su aparicion le habia causado. Ella procuró persuadirla que sus temores no eran razonables; le recordó la protec- cion del cielo que la habia arrancado de las manos de Bel- . Y: A de 7 grave, y sobre la cual su inocencia le daba derecho de contar aún. Tambien le hizo observar. la seguridad del asilo, en el cual estaba cercada de amigos cuya vigilancia - nose adormeceria, y cuyo celo dese acertaria todas las estratagemas que podrian emplear ella. + Amanda se sosegó escuchando á la respetable superio- ra. A la voz de la amistad y de la religion, volvió á to- mar su serenidad, su firmeza y la pr E de su alma. Entonces conoció que despues del socorro milagroso que le habia dado la Providencia contra el atentado de Bel- grave, sería un crímen abandonarse á la desesperacion; pues esto seria faltar á la confianza en el poder y a bra del que ha prometido proteger la inocencia. Sin embargo, convinieron entre ellos que Amanda no saldria mas del recinto del convento, y que limitaria sus paseos al jardin que estaba circuido de una grande mura- lla, en donde no habia parage alguno para poderse ocul- tar. Solo faltaban tres semanas de los tres meses que Lord Mortimer habia pedido que pasase en Santa Catali- na. Ella se lisonjeó que antes de espirar este término Belgrave cesaria de perseguirla, y se retiraria. Entonces si no sabia cosa alguna de Mortimer, estaba determinada á renunciar á toda esperanza de volverle á ver, y adoptar algun plan de vida y de trabajo que pudiese procurarle su subsistencia. Ella se volvió á dedicar á dibujar y bordar. Habia he- cho algunas obras de esta especie, de las que estaba segu- ra de encontrar un buen precio en caso de hallarse obli- gada á venderlas. Con todo, siempre que se veia obliga- da á detenerse en esta idea, corrian algunas lágrimas so- bre sus mejillas; pero las enjugaba prontamente, e esforzán- dose á fortificar su alma con una piadosa resignación al destino que la Providencia le preparaba. , Tres semanas se pasaron aún sin suceso alguno que turbase su tranquilidad; pero al acercarse el término fatal de los tres meses, se acrecentó mas su agitacion; veia con espanto acercarse la crísis que iba á decidir su suerte. En la actual situacion de su alma evitaba por la pm- A E 4d OS e 3 a a mera vez la soledad: tenia 5 0 de huir de sí misma, y estaba continuamente con la superiora, la Cual ho tenia de triste. ni de austera. sino el hábito. e Una tarde esta ban conversando juntas. despues « del té, cuando sor María entró j lego, que arrojó 4 Amanda antes de —presentárselo, gritando: es de Lord peris Yo eseo que este jóven importuno no haya uelto, pues íbamos á tenerle sin cesar corriendo aquí e atormentándonos. , _¡De Lord Mortimer! esclamó Amanda. ¡Oh Dios. ella no dijo mas; y tomando el pliego salió de la sala ys se fué volando á su aposento. La carpeta encerraba dos car- tas; el sobre de la primera era de una mano incógnita; el de la otra era de Mortimer. Ella abrió la segunda y le- yó lo que sigue: “A Miss Fitzalan. “Ya me teneis de vuelta, mi querida Amanda, para de- ““ciros que en adelante nada podrá separarnos; que esta- “mos al término de la recompensa de nuestra constancia “recíproca; al fin de nuestras penas y sufrimientos, y bien “pronto tendremos un mismo nombre, un mismo interes “y un mismo destino.” Lágrimas de alegría corrian de los ojos de Amanda. ¿Será esto verdad? se preguntaba ella. ¿Cómo puede ser? ¡Qué! ¡Mortimer, á quien he amado tanto tiempo sin es- peranza, habrá venido en efecto á mi lado para no sepa- raise jamas? Sí, es verdad. Y jamas podrá pagarlo mi corazon con bastante reconocimiento; ¿pero cómo ha suce- dido esto? Ella enjugó sus ojos y prosiguió: “Vuestra solemne denegacion á consentirá nuestra union, “me habia abismado en un profundo desconsuelo; pero el “verdadero amor como el verdadero valor, jamas dese - “pera, y no cede á los obstáculos hasta haber hecho el úl “timo esfuerzo para vencerlos. En este concepto yo mismo “me reanimé del abatimiento que me habia causado vues- “tra resolucion, entregándome enteramente inicio Ye - s $ A as + di mE A q 70 — “de un plan que habia formado mucho tiempo ha, y cuyo “éxito me parecia asegurado. Vos podeisj juzgar de mi im- “paciencia para conseguir mi fin, cuando Os recordaré mi “marcha de Carberry-Castle tan pre pitada, que ni yo “mismo supliqué despedirme de vos. No os. imularé que “tenia por combatir muchas dificultades, p - probar al “mundo. que yo no era juguete del amor, sino el amigo y “el defensor de la virtud. Por lo que os digo debeis cono- “cer que las dificultades de que hablo eran las que en- “contraria en desentrañar el profundo y execrable com- “plot, que os ha arrojado en una tan cruel situacion, y tan “propia á manchar hasta vuestro carácter á la vista de “los hombres. Con una mezcla de orgullo y de placer me “he hecho vuestro campeon, he emprendido vengar vues- “tro honor, y probar claramente que vuestra alma es tan “pura, tan angélica, tan amable como lo anuncian los en- “cantos de vuestra persona, de los cuales pueden los ojos “Juzgar. “A mi llegada á Lóndres fuí bastante feliz, por encon- “trar aún á Lady Marta Dormer en casa de mi padre Yo “le habia dicho que iba á hacer una visita á mi hermana “al pais de Grales. Mi padre sospechó que el objeto de mi “viaje no habia sido este; pero conocí tambien que no que- “ria dejarme conocer sus sospechas, pues me hizo algunas “preguntas sobre mi hermana, á las cuales respondí con “poca destreza para que él no hubiese podido apurar mas, “y un autor de comedia hubiera podido encontrar motivo “para una escena muy buena en lo que pasó entre noso- “tros “A mi vuelta, el marques de Rosline y toda su familia “estaban aún en la casa de campo. Su ausencia me dió “orande gusto, no solamente dispensándome de frecuen- “tar una sociedad que aborrecia, sino dándome la facili- “dad de interrogar á las gentes de su casa, entre las cua- “les estaba convencido que encontraria los agentes corrom- “pidos que la marquesa habia empleado contra vos. A la “mañana siguiente de mi llegada, me trasladé á Portman— “Square. El criado que me abrió la puerta no me cono- e ¡PE Pp ÑÁá “eja, uN circunstancia miraba como feliz; pues como no “pudo de decir mi nombre á la ama de llaves á quien desea- ve esta muger no pudo estar tanto sobre sí como lo a estado sin . Ella se sobresaltó al: verme, y ma- 1 temor y su sorpresa. Despues de este primer iento, ella se tranquilizó; y dirigiéndose á mí con etuoso, me dijo que sin duda venia á saber “noticias del Tilord y Milady, procurando por este medio “penetrar el do de mi visita. Yo le hice luego com- “prender que mi objeto era todo diferente. Le dije que “venia á pedirle la carta que le habia entregado para Miss “Fitzalan, ó para saber en qué habia parado; que contenia » billete de banco de una suma considerable, que esta “jóven jamas habia recibido. Su cara y semblante la ven- “dieron y denunciaron mas fuertemente de lo que habrian “hecho una multitud de testigos: se puso pálida, colorada, “trémula y balbuciente, bajó la cabeza para evitar mis mi- “radas. Yo le dije que en el estado en que la veia, se ha- “llaban confirmadas mis sospechas: que sin embargo de “lo horrible que era la accion que habia cometido, la que “al mismo tiempo era una infidelidad criminal, y una hor- “rible inhumanidad, no queria llevar la cosa á todo rigor, “con tal de que confesase franca y plenamente la parte que habia tenido, y la que sabia que habian tomado otros “en el complot tramado contra Miss Fitzalan, conforme “al cual habian introducido en la casa al coronel Belgra- “ve sin saberlo esta jóven. Ella se tomó tiempo para res- “ponderme; parecia deliberar sobre el modo con que se “conduciria. En su fisonomía ví que estaba fluctuando; y “queriendo sacar partido de esta disposicion, le repetia lo . “que ya le habia dicho: que si ella me decia todo lo que «sabia del complot tramado contra vos, y puesto en eje- ““cucion en la casa del marques, arreglaria á á su satisfaccion “todo lo concerniente á la carta y al billete de banco. Y “añadí que no tenia duda alguna de vuestra inocencia; pe- ro que era esencial para vuestro reposo, que fuese proba- da con evidencia á todos vuestros amigos; y en fin, que ¿aquellos que contribuirian á esta justificacion, serian li- “beralmente recompensados de su sinceridad. —12— “Sobre esto me respondió con un estremo descaro, que “no. diria una mentira por dar ss - el fuese o. Yoos ““ahorraré sus impertinencias: acabó diciéndom: 1e que en “cuanto á la letra, ella me apostaba lo contrario, q “verdad que habia recibido una para M “que podia acordarme.que vos 08 hallá que se “habian llamado otros cados; que en la. n y em- LIA «do la carta, des la q que se podia pedir GRA á “otros mu- “chos tanto como á ella. “Yo no fuí mas dueño de mí mismo. Le dije que era “una pícara, y que solo era propia para el diabólico em- “pleo de que la habian encargado. El billete de banco que “encerraba la carta, se me abia enviado por un agente ““de negocios de mi padre, con un resguardo de la posta, “ty yo habia conservado el número de él. Dejé, pues, á “Portman—Square para ir al momento al banco, y detener “el pago si no se habia hecho aún. Con este intento entré “en el primer coche de alquiler, y tuve la satisfaccion de “encontrar que no.se habia aún presentado el billete. Yo -“sospeché luego que ella se apresuraria á hacérselo pagar, y dejé mi nombre en el banco, requiriendo que se arres- “tase á cualquier persona que lo presentase. : “A la mañana siguiente, un comisario del banco vino á “informarme que una muger se habia presentado con el “billete de banco del que habia dado el número, y que la “habian detenido hasta que yo viniese á hacer mi recla- “macion. Al instante me fuí con él, y tuve el mayor pla- “cer de ver á mi picarona cojida en el lazo. Ella se derri- ““tió en lágrimas al verme, y me dijo en voz baja que si queria tener piedad de ella, me haria una entera confe- “sion de todo lo que sabia del asunto de que le habia ha- “«blado el dia anterior. “Yo le dije que no merecia que se le tuviese ninguna “lástima; pero que sin embargo, como le habia prometido “tratarla con dulzura si me lo confesaba todo, bajo esta “condicion yo tendria mi promesa. Retiré el billete de “banco de sus manos, envié á buscar un coche, y me la 2 o “lievé 4 Pe 1 amas Al entrar en la sala se arrojó ' llas é imploró mi clemencia. Yo le dije que 1tase, y no difiriese mas tiempo.una confesion le todo lo que supiese de los complots tramados s. - Ela me confesó que ella y Mistriss Janes, camare inada para serviros, habian sido instrui- «y empleadas para la ejecucion de todos los planes “imaginados para perderos: que la marquesa no les habia “disimulado el odio inveterado aos tenia: que. sus es- “erúpulos (pues ella pretendió que al | principio les prohi- “biesen á ellas participar de estos proyectos) habian ce- “dido al temor de que la marquesa no les dañase mucho “si la resistian, y á las recompensas que les habia prome- “tido y que jamas les habia dado; pero esta relacion no me “satisfacia. Pedí, pues, una escribanía y papel, y le de- “claré que me era necesario que me hiciese un detall mas ““esacto de todo lo que habia pasado entre ella y la mar- ““quesa relativamente á vos. Ella titubeó aún: le dije que “mi indulgencia era á este precio, y que si me contentaba “en este punto la recompensaria largamente. Ella en fin “cedió; me describió toda esta escena de iniquidad, y el “modo con que el coronel Belgrave habia sido introducido “en el cuarto por ella y 1 Mistriss Janes, y cómo ambas se “habian ocultado para oir, y cómo habian sabido todo lo “que habia pasado entre vos y el coronel Belgrave, que de “ella me ha contado casi en los mismos términos que vos “cuando me hicísteis la relacion. A medida que hablaba p e “de los otros que habian contribuido á los complots tra- “yo escribia, y la hice firmar el papel con una declaracion “que esta era su confesion verdadera de su parte, y de la ados contra al honor de Miss ¡Estzala- «le holis heclró Mo a bien sus servicios. Janes an TU “estaba entonces en la campaña; pero la ama de llaves “me prometió que encontraria un met io de hacerl venir “4 la ciudad antes del domingo, y que me E e su “llegada. Yo le prometí que no se hablaria mas d “socio del billete de banco, y le dí u uno d e cin “bras esterlinas, como la recompensa que le habia “tido, y le dije que podia prometer otro tanto á Mis «anos; E É, e “Esta llegó en fin á Lóndros; la ama de llaves me lo “hizo saber, y me apresuré á trasladarme á Portman “Square para desempeñar mi papel de inquisidor general, “y recibir la confesion de la culpada, que coincidió per- “fectamente con la de la ama de llaves, y llegué al fin de “hacerle firmar uno y otro. Aun me quedaba vuestra “huéspeda Mistriss Jennings, la buena amiga de Lady “Greystock, á quien me faltaba confundir, y quitar la más- “Cara á su malicia. Yo encargué á un criado de los mios, “que se informase cuál era su reputacion entre sus veci- “nos, y supo que su carácter era muy sospechoso. Llegué, “pues, una mañana á su casa con mi coche, sabiendo que ““el aparato de la dignidad y de la riqueza tendria mas in- “finencia que la misma voz de la conciencia. Ella pare- “ció muy confusa de mi visita, y esperaba con inquietud “conocer su objeto. Yo no la tuve en suspension mucho “tiempo; le dije que era el amigo de una señorita jóven, á “¿quien habia falsa y bajamente calumniado. Su conciene “cia le decia ya el nombre de la señorita, y su semblant- “se puso colorado cuando articulé el de Miss Fitzalan.' “La infeliz parecia quererse ocultar bajo la tierra; yo le “repetí todo lo que ella habia dicho de vos á Lady Greys- “tock; le puse á la vista las consecuencias que podia tener “una difamacion semejante si fuese denunciada á la Justi> “cia, y le dije que seria perseguida con todo rigor si al mo- “mento no confesaba que sus conversaciones sobre vos ha- “bian sido otras tantas falsedades, y los motivos ue la ha- “bian inducido á ello. Ella fué salia Aejtatton, 6 é im- “ploró mi perdon; yo le dije que no le obtendria sino por “su confesion. Confesó que os habia cruel y groseramen- ARE ao — - que dura te. vuestra mansion en su casa hallia z entes ocasiones de convencerse de la pureza inocencia, y de la sinceridad de vuestra vir- d; per que habia sido inducida á hablar mal de vos «ihr el resentimiento que tenia de que le hubiéseis hecho “perder los ricos. presentes que € el coronel Bolgravedo ha- " “bia prometido, si podia induciros á entregaros á él. Me - “contó todos los estratagemas que juntos h Molar concerta- “do para vuestra perdicion; me entregó algunas cartas de “este hombre á vos, que ella le decia falsamente que ha- ““bíais recibido por no perder la recompensa que le daba “por cada una de las que le decia haberos entregado. “Yo le dije, en fin, que podia tenerse por muy feliz de “¿que el negocio hubiese recaido en amigos de Miss Fitza- “lan mas que en otros, que no habrian tenido la misma in- ““dulgencia. En fin, os juro que si la cuenta de los calum- “niadores se Ecaledd así, la raza se esterminaria pron- “tamente, y no se verian tantas víctimas sacrificadas á la “malicia, á la venganza y á la envidia. “¡Oh mi querida Amanda! no puedo pintaros la alegría “¿que sentí cuando llegué al fin de disipar todos los obstá- “culos que se oponian á mi felicidad; me hallé el mas fe- «liz de los hombres cuando me hube convencido por mí “mismo de vuestra inocencia, y de que tenia en mis ma- “mos los documentos con que manifestarla á todo el “mundo. “El momento de hacer pública mi resolucion habia lle- “gado ya. A la mañana siguiente de mi visita á Mistriss “Jennings, pedí una conferencia á Lady Marta, y creo que “ya habia adivinado el asunto de que queria hablarle. En “mi fisonomía conoció que tenia muy buenas noticias que “darle. No os trasladaré aquí nuestra conversacion; bas- “tará deciros que esta escelente muger no solam “ticipóo de toda mi satisfaccion, sino que quiso Ler “la, y antes que le hubiese declarado enteramel le mi pro- «yecto, me dijo que ella miraria en adelante á mi ¡ Amanda “como su hija, y que le aseguraba con este título todos sus Lo . AE a PE Nur ¿“y para mí entrar en los detalles; el críme A “piés de Lady Mar o “bienes. Sí, mi querida Amanda, “destinaba, me dijo que los e “mas precioso de todos los ed “bienes que el cielo pudiese darme “cepto un precio inestimable, tanto : “yes riesgos he corrido de perderle.. Yo 4 la en los trasportes de mi: los bienes q En e en adq í1 ¿E “to, y le o . “pues estaba terminado á á implorar su o s- “de el momento en que habia conocido que vuestra inva- “riable resolucion era de no uniros conmigo sin traerme “algun dote, para no violar la promesa que “habíais hecho “S ES padre, y no justificar la conducta del mio para “con-Mr. FitzalanRBHR"- - A “En seguida nos convenimos en toni á Usrd Cherbury “ocultos nuestros proyectos. Nosotros queriamos cojer de “improviso á la marquesa y á Lady Eufrasia, esperando “por este medio que conseguiriamos desengañar mas fácil- “mente á mi padre sobre el j juicio de estas dos señoras. “El me habia manifestado mas de una vez su deseo de “que fuese á hacer una visita al marques en su casa de “campo. Yo le dije que hacia cuenta de ir al dia siguien- “te, Lady Marta me ofreció el ir tambien; y mi padre no “faltó á ponerse de funcion, para suplir sin duda en sus “atenciones con las damas las negligencias del hijo. “Tuvimos la felicidad de encontrar toda la familia jun- “ta. Las damas manifestaron mucha satisfaccion de nues- “tra llegada, y se alegraron, decian ellas, de verme con tan “buen semblante. El mismo marques, á pesar de su acos- “tumbrada frialdad, dijo que estaba muy alegre de verme. “La marquesa y Lady Eufrasia se me sonreian, y yo me de- “cia á mí mismo mirándolas: ¡ah muygeres viles y falsas! “vuestro triunfo sobre la inocencia y belleza va á ac “prontamente. Despues de. haber pasado casi media hora “riendo y oyendo reir, me aproveché de un momento de “silencio y de interrupcion de la conversacion para empe- “zar mi ataque. Seria demasiado desagra able para vos , la rabia y la e | su resentimiento contra una o lo que -: o raria de ver E e habia que- le -qu ba, e E o que fuese posible, pe: oca asunto, y que con tal ue quisiese emplear en defender iss Fitzalan odas las malicias esparcidas ontra ella con motivo habia pasado en ocultaria cuidadosa= A que od Do o en esta injusta perse- Ñ lla ne bonds con una voz sofocada por la rabia y la afectación del mayor desprecio, que me daba gra- de la justicia que decia querer hacer á sus sentimien- a que esta disposicion no era conforme á los pasos que acababa de dar, corrompiendo á á sus criados para jus- “tificar á Miss Fitzalan á espensas de su reputacion; que “ella se afligia de encontrarme capaz de tal maldad y de “semejante debilidad; que yo era vuestro juguete por se- “gunda vez, y que no se admiraba de ello, pues en artificios “érais maestra consumada; que algun dia o os € conoceria, “pero demasiado tarde, y que veria los vicios de que habia “procurado justificaros, desplegarse de nuevo y castigarme “de mi loca credulidad. « “¡Oh sí! dijo mi padre; esta muchacha le ha embrujado: Se “ella hará la desgracia de a vida, y trastornará todas - ” “ E azos del parentesco y de la he protectoras, y y yO preleria er —78— A * “bia á mi desgracia y á la fragilidad de la naturaleza hu- onde el ser engañado, mas bien que á su bo “funda maldad. A SE Sa E “Vos veis, Milord, gritó el marques dirigiéndose á mi “padre, que confiesa su pasion por esta infeliz. “Sí, repliqué; la confieso, y me glorío de ello: amando “4 Miss Fitzalan, amo la virtud misma; amándola, no vio- “lo ninguna pr mesa anterior; mi corazon j amas ha hecho “alguna que no pudiese cumplir. A “¡Miserable prevencion! dijo Lord Cherbury: pues ¿por “qué creyéndola culpable, como convenis en ello, la habeis “seguido á Irlanda? de no la habeis abandonado á la “infamia que merecia? Ciertamente que vuestra ceguedad “se manifiesta bien. en esto. > “Yo la he seguido, Milord, repliqué, con la esperanza de “sacarla de las manos de su seductor y volverla á su pa- Me “dre: queria endulzar el destino del pobre Fitzalan. ¡Ah! “no es en los brazos del crímen donde he encontrado á “Amanda, sino en los de la muerte. En este solemne mo- “mento, en que acababa de depositar en la tumba los tris- “tes restos de un padre adorado, le oí afirmar su inocencia, “y me habria creido culpable de impiedad rehusando creer- “lo, cuando ella misma se creia cerca de su fin, y que su “alma parecia querer tomar su vuelo hácia el cielo. Des- “de este instante ha quedado justificada en mi concepto, “y tomé la resolucion de descubrir hasta sus últimos escon- “drijos, los complots tramados contra su inocencia, que á “mí mismo me habian deslumbrado. El suceso ha sobre- “pasado á mis esperanzas: la Providencia ha venido en “socorro de la virtud paciente, y ha favorecido al que ha “emprendido vengarla. h “Contra mi primera intencion, mi querida Amanda, os «he dado este detall de una parte de nuestra conversaci L “De lo demas bastará que os diga, que la marquesa ha insis- $ . P — " A “tido en pretender que yo habia corrompido á sus criados “para denigrar su reputacion y defender la vuestra, en cu- “ya tentativa, me ha repetido muchas veces, no saldria con “la mia. 3 , de 8 * dy : 4 a a — 9 se defendió con la dignidad de su casa, y bilidad de que la marquesa la hubiese man- una accion de la especie que yo la acusaba. ondí, con el mismo calor, que la acusacion era do bien fundada, y sostenida por muchas pruebas para que temiese que se refutase jamas; que me habia “visto obligado á intentarla, no solo por defender la ino- “cencia calumniada, sino por mi honor, que prontamente “iba á ser esencialmente interesado en todo « uanto tocaba “4 Miss Fitzalan, y que estaria obligado á hacer públicas “las acusaciones y defensas si la marquesa continuaba en - “negarse á recoñocer que en todo lo que habia pasado en su casa, Miss Fitzalan habia sido el objeto de una infame “calumnia. hon a “La marquesa rehusó hacer confesion alguna que os fue- “se favorable; y Lady Eufrasia, despues de las palabras por las cuales habia manifestado mi proyecto de unirme con vos, salió de la sala con ataque de nervios. a, “Yo conocí que Lord Cherbury, sin embargo, sospechaba E «4 lo menos alguna infamia, por algunas palabras que de- -Ó escapar, como or ejemplo, que pues habia alguna tra- “ma en la aventura acaecida en la casa del marques, de- “bia en toda justicia aclararse al momento; pero á pesar “del interes que ponia en la causa de la inocencia, me pa- ““reció claramente que temia romper con la familia del “marques, y que le habia chocado la elara manifestacion “que acababa de hacer y me separaba para siempre de “Lady Eufrasia. l “Lady Marta Dormer habló á su turno, diciendo que las “pruebas que yo habia tenido de la inocencia de Miss Fit- “amor; que a Lar “nosentimie “de la virtud, causa que debe apasionar á “que detesta la calumnia y la traicion, cuyos 1 temer no solo los pobres y huérfanos sin e 21 Ed E “tambien los grándos y los ricos en pel seno de su prospe- “ridad. É “Yo aun continué allí la relacion que habia, hecha de “las disposiciones y confesiones de los criados, y la refu- “tacion de la historia calumniosa de Mistriss Jennings. “Portifiqué estas razones produciendo una carta aun cer- “rada del coronel Belgrave. En fin, continué aumentan- “do pruebas sobre pruebas, de manera que pudiesen for- “mar una ve ladera demostracion. “La cólera de la marquesa pasó entonces hasta el fre-. “nesí. Ella insistió en defenderse y en acusaros; pero “con un semblante y un tono en que se veian tan mani- “festamente el crímen y la vergúenza que se le sigue, “que era imposible, viéndola, dejar de creerla culpada. “La escena empezaba á ser demasiado peas pura mí, “y demasiado chocante para Lady Marta. - Yo pedí que “se pusiesen los caballos en el coche de mi tia con quien “habia venido, precediendo á Lord Cherbury, despues de “la idea de que podia quedarse mas tiempo que nosotros “en casa del marques. Mi padre en efecto se quedó con “la esperanza de acomodar las cosas, y vino al dia si- “suiente á Lóndres. “Me he detenido ya tanto tiempo sobre escenas desa- “gradables, que debo ahorrar las que siguieron, y de las “que no os hablaria si no fuesen la escusa de mi larga au- “sencia de Carberry-Castle. Nuestros estorbos (vos veis “Que uno ya vuestros intereses con los mios) empezaron “4 disminuirse, y puedo decir ya que todos los obstáculos “están al fin superados. Lady Marta me ha encargado el “haceros conocer sus intenciones por vos, y mi padre pa- “rece estar perfectamente atento. El me autoriza á ase- “guraros que desea teneros por nuera, y que vuestro ingre- “so en su familia será á un mismo tiempo un 1 honor y una “dicha. El os tendrá una verdadera obligacion, si apre- ““surais este momento, y si le dais : así la ocasion de repa- ei por las atenciones á la hija la injusticia que ha hecho “4 su padre... . “Yo no he hecho mas que indicaros vagamente las in o y A > —81 — Lady Marta Narcos vos. Las encon” a 1 por estenso en la cart EE OS ds y que o el gusto de incluir en la” E e o este lar- DO r escrito, á fin. de que de ns : nera. confe- estra conversacion no sea env na por. 'me- e la perspectiva de felicidad. «E se e, 200% delante, de es + set . Boro antes de cerrar mi carta, como sé q tl co el y E de vuestro hermano, y que “un abilitado del regimiento me ha dirigido á un oficial que estaba ausente con licencia. Yo le he escrito al lu- “gar donde reside su familia; y 0 fir de haber esperado «Largo tiempo inútilmente una respuesta, he despachado E ES re, en : que me decia que su hijo estaba ausente ras de A Entonces será toda nuestra « ocupa- “cion mudar ó mejorar su. situacion si no le es agradable. “Estad, pues, tranquila por lo que respecta ; ácl pues has- ta que nos traslademos á Inglaterra, tendremos una car- “a de mi amigo: ¡que al volveros á ver no encuentre en “vuestro semblante. encantador nube alguna de inquietud! “Por. precio de la reserva que he tenido rehusándome á “la impaciencia de veros esta tarde, os suplico me recibaig “mañana por la mañana ti Mprano, y permitirme ir á de- “sayunarme con vos. Sin una espresa prohibicion de : or. concedido el permiso. “Dicen que el contraste aviva el placer; yo lo ia “bien. Yo pienso que sin haber esp Pa “das penas de que tanto tiempo he sidc “tiria un Cepa tan vivo ate el de q 1aros, C É pe pedida para guna molesta, y que podamos disfrutar. tranqui- UE ” espreso que me ha traido una respuesta política de su. A O, di “mí sin remedio, pensar que sois mia para siempre, es “una felicidad que nopuede. esplicar ninguna espresion. «Puedo decir que mi dicha verdaderamente renace, ] pues “sale de la tumba en que la habia sepultado la desespe- -“racion. Pero yo olvido que aun teneis que leer la carta “de Lady Marta Dormer. Vos, supongo que por motivos “de nuestra antigua amistad habreis empezado por la mia, | * “pero es justo y razonable ahora que ceda el lugar á mi “tia. No debo olvidar deciros que 1ni hermana Araminta “participa de nuestra dicha. Ella llegaba del país de «Gales cuando yo salí de Lóndres, y no he podido darle “tiempo de escribiros. Sabreis tambien que la familia “del marques y Lady Greystock, que parecen en adelan-. “te compañeras, en lugar de volver ála ciudad, han sali- “do para Brighthelmstone; contra lo que es eraba, no han “sido despedidas ni la ama de llaves, ni Mistriss Janes, y “han “enviado á ambas á una tierra apartada que pertene- “Ce al marques. Como conozco el espíritu de venganza “«Je la marquesa, es claro que tiene alguna razon secreta “han hecho. Pero sea lo que fuere, sto es de demasiado Pe “poca importancia para nosotros, pues que estamos para “en adelante al abrigo de sus nuevas tramas. Acabo de “correr algunas millas lejos de Carberry-Castle, por haber 3 “visto pasar á caballo un hombre que me ha parecido ser “el coronel Belgrave. A esta vista he dejado el coche y “he montado en el caballo de mi criado, y me he puesto “«“¿ perseguirle. El sin duda ha evitado mi encuentro, “metiéndose en algun camino de travesía, pues segura- “mente le habria alcanzado." He hecho inútiles indaga- “ciones para descubrir en qué lugar de las cercanías habi- “taba. En cuin'o á la seguridad ersonal, nada temo de “este miserable en el lugar en de. hallais; pero si es él “¿ quien yo he E podría turbar vuestra tranquilidad, “sca procurando acercárseos, sea escribiéndoos. ÚGrracias “(al cielo, estareis en adelante al abrigo de peligros de esta “naturaleza. Pero yo me reprendo. aún el diferiros la “para no despedirlas en castigo de la confesion que me 2 ss - “lectura de la carta de Lady Marta. Adios. No enga- J > 2 il E. y pa, - E “Teis la esperanza quo tengo de eros mañana por la ma “nana ten rano. Es 6 «MORTIMER ” san | Mn, a. leyó esta carta con una conmocion que puede “mas bien concebirse que describirse. La habria leido otra vez, si la carta de Lady Marta no hubiese llamado tam- bien su atencion. Ella la levantó de la tierra, donde la habia dejado caer, y leyó lo que sigue. “Cuando diré á la querida y amable Miss Fitzalan que “Ja felicito de todo mi corazon de la mudanza feliz que ha “sucedido á su situacion, lo creerá sin duda fácilmente, - “despues del tierno interes que tengo por un hombre que “amo desde su niñez, y cuya felicidad depende entera y “esencialmente de la de Miss Amanda. o “Con todo, no creais, mi querida Miss Fitzalan, que yo «me alegre de vuestra dicha, por vuestra propia conve- “niencia é é independientemente del interes que tengo en la de Lord Mortimer. Mucho tiempo ha que os estima- “ba y os admiraba, despues de lo que he oido decir de “vos, aun cuando la esperanza de ver establecerse entre «nosotros una relacion mas estrecha se habia estinguido, “yo no he podido olvidaros lo bastante para cesar de inte- “resarme en vuestra dicha. ¡Oh, y cuánto me he alegra- “do de ver revivir esta esperanza con toda la verosimili- “tud de que será prontamente realizada! Yo miro á Mor- “timer como el mas feliz de los hombres en el momento “mismo en que podrá decir que sois suya; y el placer que “siento de pensar que habré contribuido á procurarle este “bien inestimable, es el mayor que jamas haya sentido. “Aunque no puedo dar á ma hija adoptiva una fortuna “igual á la que habria traido Lady Eufrasia Sutherlan á «Mortimer, Lord Cherbury está perfectamente conyenci- “do de que Miss Fitzalan está dotada de un mérito que “compensa ventajosamente esta diferencia. Diez mil li- - “bras esterlinas y mil de renta anual serán su dote, y el “resto de mi fortuna despues de mí está asegurado á Lord “Mortimer. Estos arreglos se terminarán en mi casa de > “campo, en donde rie propongo ir al instante con Lady “Araminta, y en donde los dos esperamos con una grande “impaciencia vuestra llegada. Así os suplicamos que o “apresuteis tanto como lo permitirán vuestra salud y vues” “tros negocios. Lord Cherbury nos ha prometido seguir- “nos de aquí á pocos dias, de manera que se hallará, á lo “que creo, en Thornbury para recibiros. ¡Pluguiese al cie- “lo, mi querida | Miss Fitzalan, que la inocencia y la virtud “calumniadas encontrasen siempre campeones tan celosos “como Lord Mortimer! Veriamos así menos víctimas de “la maldad y de la calumnia sucumbir á un desprecio, y “4 unas reconvenciones injustas. Perdonadme esta ojea- “da arrojada atras sobre escenas ya pasadas, aunque por “lo demas, vos podeis alegraros con la memoria de que «las acerbas pruebas que habreis sufrido, han hecho re- “saltar muy bien vuestras estimables calidades. Adios, “mi querida Miss Fitzalan. He escrito mi carta breve, “porque hay una cierta persona que no me habria permi- “tido tomarme demasiada parte en vuestro tiempo. Yo “le he dicho que vos diríais alguna palabra de su impa- “ciencia é importunidad; pero me ha contestado que (sin “duda por impedir que no descubra á vuestra vista sus ““defectos) vos sabíais ya alguna cosa. Yo le permito con * “todo el desplegarlos á su gusto cuando él trate de apre- - ““surar vuestra llegada á Thornbury, para ser recibida en “los brazos 580 vuestra sincera y buena amiga y “Marta DormeRr.” Se puede decir que la felicidad de Amanda era en este momento la mayor que puede ser dable gustar en el mun- do. He dicho puede ser, porque se mezclaba en ella este triste pensamiento: que su padre, este amigo fiel y tierno que habia participado de todas sus penas, no podia parti- cipar de su alegría. Pero ella apaciguó este pesar, pen- sando que una felicidad entera y perfecta no es herencia del hombre; y se volvió con un piadoso reconocimiento hácia el Ser Todopoderoso, que habia cambiado su tristeza en alegría, y la perspectiva descolorida de un penoso por- venir en un cuadro rico y risueño. Bi ( . Su vanidad se hallaba un poc ofendida, porque entre- veia en la carta de Mortimer las dificultades que habia puesto aún Lord Cherbury; pero esta impresion pronta- mente se borraba por los elogios lisonjeros de Lady Mar- ta, y por la estimacion y amistad de Lady Araminta, con la cual iba á tener la dicha de vivir, lo que miraba como una de las ventajas de que podia disfrutar. En cuanto á sus sentimientos por Lord Mortimer, Nora imposible esplicarlos; era el amor, el reconocimiento y la admiracion cón toda energía quienes llenaban su corazon, y la hacian llorar de sensibilidad y de alegría á la idea de que iba á ser suya para siempre. Con las dos cartas en la mano se fué al aposento de la superiora. La buena señora vió señales de lágrimas en los ojos y mejillas de Amanda, y esclamó con un tono de interes: —¡Oh, yo temo que mi hija tiene alguna cosa que le aflige! Amanda le entregó las dos cartas, y le suplicó que ella misma Juzgase si tenia motivos de estar agitada. A medida que la superiora leia, interrumpia su lectura con repentinas esclamaciones que manifestaban su sorpresa y satisfaccion. Se quitaba á menudo los anteojos para enju- gar sus ojos, mojados con lágrimas de alegría. Amanda seguia con la vista todos los movimientos y las impresiones que le hacia esta lectura. Cuando la buena superiora hubo acabado, dió 4 Amanda un abrazo de enhorabuena.—Lord Mortimer es digno de vos, hija mia, le a es el mayor elogio que puedo hacer de él. Despues de algunos comentarios sobre diferentes pasages de la carta, pregun- tó á Amanda con una sonrisa un poco maligna, si queria enviar un espreso á Lord Mortimer para prohibirle venir al dia siguiente por la mañana. Amanda le confesó fran- camente que no era esta su intencion, y que tendria mu- cho gusto de verle. La superiora dijo que haria preparar el desayuno para los dos e el pabellon del jardin, y que impediria que nadie les incomodase: tambien prometió te- ner secreto este asunto hasta la partida de Amanda. + 0 CAPITULO VI, A La alegría es tan enemiga del reposo, como la in quietud. Amanda casi no durmió, pero sus pensamien tos eran demasiado agradables para que sintiese la falta del sueño. Se levantó temprano, y apenas se habia tras- ladado al pabellon, cuando Lord Mortimer llegó allí. Toda la alegría de su alma brillaba en sus ojos: Amanda le re- cibió con la mas tierna conmocion. El apretó contra su co- razon en el silencio y éstasis de su felicidad el tesoro que el cielo le volvia. Uno y otro no estuvieron en estado de hablar durante algunos momentos; pero las lágrimas que despedian los ojos de ambos, espresaban sus sentimientos mejor y mas fuertemente que ningun lenguaje. Amanda, en fin. cobró la palabra, y comenzó por dar gracias á Mortimer por el celo que habia tenido en vengar su honor: él detuvo prontamente la efusion de este reco- nocimiento, haciéndola convenir que habia Dee tan- to por él como por ella. Amanda procuró reponerse de la agradable tofbanila en que la habian sumergido los trasportes de Lord Mortimer, se en servirle el desayuno, para el cual las reli- giosas habian juntado todos los regalos que podia propor- cionar el convento; pero su mano estaba trémula; derramó el té sobre la mesa, y cometió mil impropiedades sirvien- do á Mortimer. Despues de haberse este sonreido de su turbacion, quiso hacer los honores de la mesa, en lo que Amanda consintió; pero el desayuno interesaba muy poco á uno y á otro. Mortimer tenia entre sus manos una de Amanda, y po- nia sus ojos constantemente en ella, como para asegurarse de que no era una ilusion su goce actual. La ternura de Amanda, que ya no tenia razon de disimular, se veia en sus Ojos, que manifestaban un sentimiento vivo y profun- do de su dicha, exaltada por el testimonio de-una:concien- ... cia pura, que le decia que la habia merecido. ¿Tan dulce y deliciosa era la satisfaecion que disfrutaba Amanda, y - daba tal brillo á su color, que Mortimer declaró en la con- tinuacion de la conversacion que se habia puesto mas her- mosa despues de su entrada á Santa Catalina. El medio dia les encontró aún conversando en la mesa.—Las reli- giosas, dijo Mortimer sonriéndose, conocerán que nos he- mos dado el tiempo del desayuno. Amanda se levantó con precipitacion.—Yo no tengo ne- cesidad, continuó Mortimer, de preguntar como Sterne á la naturaleza, ¿qué causa nos da la ocasion de comer tan agra- dablemente? yo lo pregunto á mi corazon, y este me res- ponde que á lo menos hoy tengo.el placer de estar á vues- tro lado. Ambunda se puso colorada, y salieron al jardin. Hubiera querido pasearse delante de la casa; pero Lord Mortimer se la llevó dulcemente á un paseo solitario: allí su conversacion fué mas seguida; se entretuvieron en las intenciones generosas de Lady Marta, y en las disposicio- nes que habia dado para recibirlos y para sus bodas. El casamiento debia celebrarse en Thornbury, que era una tierra de Lady Marta. Los recien casados permanecerian allí un mes, y de este sitio pasarian á una tierra de Lord Cherbury, donde estarian lo restante del verano. Debian tomarles una casa en Lóndres en un hermoso cuartel para que pasaran el invierno, y donde Lady Marta pensaba: alo- jarse siempre que fuese á Lóndres, con condic de que Mortimer y su esposa irian á Thornbury todos los años á A, fiestas de Navidad y tres meses del verano. Lord er dijo 4 Amanda, que él podia tomar para su resi- dencia en la campaña una de las tierras de-su padre, á su eleccion; pero que no habia querido ninguna, con el pen- samiento de que ella preferiria á Tudor—Hall; y ella le ase- guró que este era su modo de pensar. Le habló tambien de los presentes que Lady Marta le preparaba, de la carro- za que le habia mandado hacer, y de ios criados que le te- nia dispuestos y que esperaba encontrar en Thornbury cuando ellos llegaran allí, preguntándole siempre si estas disposiciones le gustaban y le eran agradables. — 88 — Ñ _ Amanda estaba penetrada hasta verter lágrimas de gra- por los cuidados de Mortimer,» el cual, para calmar sta" conmocion, mudó «de conversacion y. le habló de su partida de Santa Catalina, suplicándole que no la difiriese - sino el tiempo necesario para hacer los preparativos: ella se lo prometió, confesándole que en esjo seguia tambien su inclinacion, y no haria mas que satisfacer la impaciencia que tenia de ser presentada á su generosa protectora Lady Marta, y á la amable Lady Araminta. e? Lord Mortimer, lleno siempre de delicadas atenciones, le suplicó que pidiese 4 á la superiora una muger decente que la acompañase en el viaje, en una silla que seguiria á la suya: Amanda se lo prometio. Lord Mortimer le regaló un hermosísimo bolsillo que contenia en billetes de banco quinientas libras esterlinas. Amanda se puso colorada, y sintió alguna pena á la idea de tener una nueva obligacion á Mortimer por cada una de sus necesidades. Mas este le tomó la mano, y con una dulce y tierna voz le dijo que tendria motivos de ofender- se si no miraba en adelante como comunes entre ellos su fortuna y todos sus intereses. Le dijo que las quinientas libras esterlinas eran ya suyas, pues que eran los mismos billetes que habia retirado de las manos de la ama de lla- ves. Dejaos llevar de vuestra natural generosidad, y dad satisfaccion á vuestro reconocimiento: las buenas religio- las primeras en la lista de aquellas personas que . ado, y deseo que no solo recompenseis liberal- mente los servicios que os han hecho, sino que les prome- tais un regalo anual de cincuenta tes esterlinas. 5 y Esta última atencion dió mucho gusto á Amanda; era para ella un esquisito placer poder contribuir al bienestar de estas buenas religiosas, á quienes debia tantos cuida- dos. Lord Mortimer en seguida le dió su retrato, que ha- bia mandado hacer en Lóndres para ella, y era de una se» mejanza prodigiosa: detras de él estaba la cifra de Morti- mer en diamantes sobre una trencilla de sus cabellos. Es- te era el mas hermoso presente que pudo hacer á Amanda, á quien le dijo que esperaba que ella le daria el suyo en . _— 8%) pa cambio, aunque tendria menos necesidad de la copia cuan- do poseyese el original. Añadió al retrato unhermosísimo anil'o de diamantes que Lady Marta le enviaba, como una prenda de la amistad que le profesaba, y le hizo saber al mismo tiempo que su tia, acompañada de Araminta, se + proponia venir á recibirla á Holyhead, para hacer á su hija adoptiva todos los honores que le eran debidos. -——Entretenidos en su conversacion oyeron la campana que anunciaba que la comunidad iba á comer. Amanda se so- bresaltó, y dijo que estaba muy lejos de creer que fuese tan tarde. Esta sencilla confesion hizo sonreir á Mortimer, por el placer que habia gustado en esta conferencia. Amanda quiso irse á toda prisa; pero Mortimer la detu- yo para obtener de ella el permiso de volver en la tarde á tomar el té, en lo cual consintió, con tal que asistiesen la superiora y sor María. Lord Mortimer hizo cuanto pudo - para quitar esta condicion; pero ella estuvo inflexible, por mas que Je dijo que era una mala muchacha; que debia “temer que cuando hubiera adquirido el derechoy el poder, se vengaria de todas las pruebas á las cuales ponia su pa- ciencia; que pues que ella lo queria así, era preciso con- formarse; pero que esperaba que las religiosas tendrian de- masiada conciencia para quedarse con ellos toda la noche. Puede ser, respondió Amanda; pero volviendo á tocar la campana segunda vez, Mortimer se fué. El primer momento que se encontró sola con la supe- -riora, lo aprovechó para suplicarle que le bus una mu- ger que pudiese acompañarla en su viaje. La superiera le dijo que seguramente encontraria una persona que le .convendria, y le prometió que escribiria aquella misma no- che á todas las personas que conocia para conseguirla. La superiora y sor María estuvieron muy contentas del convite que Amanda les hizo de tomar el té con Lord Mor- timer. Este llegó mas temprano de lo que esperaban: la pobre Amanda estaba temiendo que sus compañeras no -oyesen la pregunta que le hizo muchas veces: ¿qué, no se retirarán luego que hayan tomado el té? Pero sin oir esta pregunta la superiora, tenia demasiada penetracion para a (Lis no có r que ella y sor María estaban allí por demas, y - > al pronto bajo AS pretesto, llevándose á á sor M Arnañida : y Mortimef pasala al jardin: El le dió gra- > cias por no haber perdido tiempo en pedir á la superiora - “una muger para el viage, y le dijo que al fin de la sema- > na á lo mas tarde estuviera pronta para partir. Amanda le prometió hacer toda la diligencia posible. Ambos pa- saron juntos mas de una hora deliciosamente, paseando y entreteniéndose de su próxima felicidad. . La superiora consiguió procurar á Amanda la muger que le habia pedido, y le presentó una que le agradó mu- cho. Ella hizo todos los preparativos de modo que pu-' diese partir al tiempo que Mortimer le habia indicado. Este pasaba casi todo el dia en Santa Catalina, de donde no salia sino para ir á comer á su casa. Muchos convi-- tes de sus vecinos le perseguian, y venian sin cesar á ha-" cerle visitas, pero encontraba medio de evadirse de unos y otros. + Amanda le decia muchas veces riendo, que él mismo retardaba la partida pasando los dias enteros con ella; pe-- ro él replicaba que este era un pretesto que tomaba para alejarle, y su presencia por el contrario era el medio de apresurarla. Una tarde, llegado segun su costumbre Mortimer á San- ta Cataliillpo presentó á á Amanda todo turbado; su semn- blante estaba inflamado, y toda su persona manifestaba agitacion. Apenas miró á Amanda. El se sentó, y po- niendo el codo sobre la mesa, apoyó su cabeza sobre la mano. Amanda se alarmó mucho: su corazon palpitaba de miedo de alguna desgracia; pero no tenia valor para preguntárselo. En un instante arqueando las cejas, mur- muró entre dientes: ¡maldito sea el malvado! Amanda no pudo guardar silencio por mas tiempo; ¡qué malvado! esclamó ella, ¿qué sienifica la turbacion en que os veo? Amanda, la dijo mirándola fijamente, decidme luego: ¡habeis visto aquí últimamente alguna persona es- traña? ¡Buen Dios! respondió ella, ¿qué quereis decirme -—91 — con esta pregunta? No, os aseguro meto: no he visto á nadie. » Esto es bastante, le dijo él; vuestra róspnestaame tr: quiliza; pero, mi querida Amanda, añadió noni 2 3 mano, pues que habeis visto mi agitacion, es preciso que os diga la causa de ella. Acabo de ver á Belgrave; esta- ba á poca distancia de mí, inmediato á la iglesia, cuando le divisé; pero el miserable, el cobarde pícaro, condenado por su propia conciencia, nose ha atrevido á esperarme, y ha escapado saltando por encima del cercado que separa la iglesia del bosque, donde sabeis que hay muchos cami- nos y travesías. Yo he hecho esfuerzos inútiles para re- conocer por cuál de ellos se habia alejado. Ya veo, dijo Amanda pálida y temblando, que mi destino es ser des- eraciada por este hombre; yo esperaba á la verdad que Lord Mortimer no se turbaria mas por las inquietudes que este miserable procura darle: pero estas inquietudes, añadió llorando, suponen dudas de que mi corazon está profundamente ofendido. Si la sospecha debe estar siem- pre entre los dos, mas vale separarnos; pues una union sin mútua confianza no puede ser sino un manantial de desgracias. ¡Qué infeliz soy, dijo Mortimer, causándoos tanta pena! pero os engañais enteramente, mi querida Amanda, sobre la causa de mi inquietud. Os juro por todo lo que hay de mas sagrado, que ninguna duda ni sospecha contra vos se ha levantado en mi imaginacion. Nadie puede t tener una estimacion mas alta de una muger, de la que yo tengo de vos; pero estaba turbado por el temor de que este misera- ble no se hubiese manifestado á vos, y que por temor de mí no me hubiéseis ocultado que le habeis visto. Esta esplicacion calmó á Amanda; pero en expiacion de la pena que él le habia causado, exigió de él que no haria tentativa alguna para descubrir á Belgrave. El no quiso hacer esta promesa, y ella no se atrevió á insistir, de mie- do que la chispa de los celos que conocia en el carácter de Mortimer, no viniese á causar un incendio. Por otra parte, estaba persuadida de que Belgrave evitaria cuidadosamen- PASTA te verá Mortimer, y resolvió que, si algunos vestidos y a blanca que habia encargado á la ciudad vecina no estaban prontos, no los esperaria mas tiempo, deseando mas que nunca dejar una mansion, en donde creia que Mortimer podria estar espuesto á algun peligro. Al dia siguiente por la mañana, Amanda, en lugar de ver llegar para el desayuno á Lord Mortimer, recibió de él el billete que sigue. de “Me es imposible ir esta mañana á Santa Catalina; pe- “ro en lo restante del dia veré á mi querida Amanda, ó “recibirá nuevas de mí. Ella á lo menos no podrá acusar- “me hoy, de retardar los preparativos de nuestro viaje; y “si al volverla á ver no encuentro que haya empleado el “tiempo en aptesurarlos, puede contar con ser reñida por “su fiel servidor “MoRTIMER.” Este billete dió 4 Amanda la mas mortal inquietud. Era evidente que Mortimer iba en persecucion de Belgrave. Corrió á la puerta para hacer algunas preguntas al con- ductor del billete, pero este se habia ya marchado. Se fué al cuarto de la superiora á comunicarle sus temores. La superiora se esforzó á calmarla, asegurándole que Bel- grave tomaria siempre todas las precauciones posibles pa- ra no ser descubierto. Amanda no probó el desayuno, y suspendió hacer sus paquetes. Todo el dia pasó en esta inquietud y con la es- peranza de la visita ó de la carta que Mortimer le habia prometido. Nada venia. Despues de comer resolvió en- viar al viejo jardinero á Carberry—Castle. Mientras que ella le hablaba para esto en el jardin, una criada vino á avisarla que uno preguntaba por ellas'en el locutorio, de parte de Mortimer. Ella voló allá; pero ¡cuál fué su sor- presa, cuando el pretendido mensagero de Lord Mortimer, quitándose un grande sombrero que cubria toda su cara, se manifestó á su vista Lord Cherbury! Entonces no pudo menos de esclamar: ¡Gran Dios! ¿ha sucedido alguna co- sa á Mortimer? y se dejó caer sobre una silla con una agi- tacion, que apenas le dejaba respirar. — 93 E P A.” » s -* Y". :X 2 1 «9 - E VAPITULOAX, IM El ? $ Y Lord Cherbury se apresuró á socorrerla y calmar su agi- tacion, asegurándole que Lord Mortimer estaba en perfec- ta salud. Recobrada un tanto con esta seguridad, ella le preguntó, ¿cómo habia sabido el estado de su hijo? El res- pondió que por haberle visto una hora hace, sin que él mismo lo supiese. Amanda, mas tranquila sobre Lord Mor- timer, empezó á reflecsionar en la estraña é inesperada visita del padre: ella habria imaginado que venia para manifestarle él mismo su satisfaccion de recibirla en su familia, si su aire y su compostura no le hubiesen alejado del todo esta idea. Sus miradas sombrías estaban fijas so- bre ella, y se veia que él temia hablar. La misma Amanda se hallaba en una situacion dema- siado turbada para romper el silencio: al fin Lord Cher- bury le dijo precipitadamente: Lord Mortimer no sabe ni debe saber que yo haya venido aquí. ¡No debe saberlo! repitió Amanda con la mayor admi- racion. ¡Gran Dios! esclamó Lord Cherbury levantándose de una silla en que se habia sentado, ¿por dónde empe- zar? ¡cómo noticiárselo....? ¡Oh Miss Fitzalan! (acercán-. dosele) tengo muchas cosas que deciros, que os darán grande disgusto. Yo habia creido poderme esplicar con vos en una conferencia, pero veo que me he engañado; he presumido demasiado de mi valor; os escribiré. Milord, le dijo Amanda pálida y temblando, decídmelo ahora, no me dejeis en suspension. Despues de los temo- res que acabais de darme, esto seria una verdadera cruel- dad. ¡Oh! seguramente si no ha acaecido nada funesto á Lord Mortimer, si Lady Marta y Lady Araminta están buenas, ya no me queda que saber cosa alguna que sea tanta desgracia para mí. ¡Ah! dijo él sacudiendo tristemente la cabeza; vos os en- > Mopz n vuestras conjeturas, aunque los amigos de que A. estén buenos. Yo os he dicho que os escribiré. ¿Bole hallaros esta tarde entre las ruinas? Amanda le ñal con la cabeza, que consentia en ello. Pues bien, dijo.él, yo os enviaré allí una carta; pero, os lo repito, na- die de este mundo sino vos debe saber este abocamiento, y de todos los hombres nadie.es mas necesario que lo ig- nore que Lord Mortimer. Acordaos, Miss Fitzalan, dijo él tomándole la mano y apretándosela con fuerza, como pa- ra imprimir : sus palabras en el corazon de Amanda, que de vuestro secreto depende todo lo que tengo de mas que- rido en este mundo, y aun mi misma vida. Despues de estas terribles y misteriosas palabras, par- tió, dejando á Amanda llena de sorpresa y horror. Algu- nos minutos se pasaron antes que variase la actitud en que la habia dejado, y cuando se retiro, fué con pasos mal asegurados, sin saber dónde iba, y repitiendo las últimas palabras de Lord Cherbury. El puede ser que habia veni- do á separarla de Mortimer; sin embargo, ¿cómo imaginar que fuese capaz de semejante traicion despues de haber consentido en su union? Por otro lado, ¿por qué ocultar á Lord Mortimer su llegada á Irlanda, si no era por este motivo? ¿Por qué no dejarse conocer sino de ella? ¿Qué secreto terrible éimportante puede tener que comunicarle? La superiora entró, é hizo cesar las preguntas que Aman- da se hacia á sí misma, y en las cuales se perdia su ima- ginacion. Observando su semblante pálido, y los ojos in- quietos de su jóven amiga, le sorprendió y le preguntó si habia recibido algunas malas noticias de Lord Mortimer. Amanda suspiró, y respondió que no. Ella no se atrevia á violar el secreto que acababan de ordenarle, haciendo sa- ber á su amiga quién era el hombre que acababa de ha- cerle la visita misteriosa que habia recibido; pero como estaba incapaz de toda conversacion, dijo que tenia nece- sidad de retirarse á su aposento, pretestó una indisposi- cion y agitacion que atribuia á su inquietud por Mortimer: dijo que le era absolutamente necesario un poco de repo- so, y que si Lord Mortimer venia por la tarde, le dijesen que no estaba dispuesta para recibirle. La superiora le instó á que se quedase á tol tel té pero ella lo rehusó; y al retirarse suplicó- que no dij nada á Lord Mortimer de la. visita que habia tez t que, decia ella con una afectada soñrisa, no qu tud por A Despues ha esto se retiró á su apo uró calmarse de la turbacion- de que se hallaba. para poder soportar mejor el golpe que tanta razón tenia para temer. La superiora y las religiosas, respetando sus á intenciones, la dejaron sola, y á la hora indicada abrió po- co á poco la puerta del aposento y sin ser observada de nadie, salió de la casa. Encontro á Lord. Cherbury esperándola en e ruinas. El tenia una carta en las manos que le-entregó luego que llegó. En esta carta, Miss Fitzalan, le dijo él, os he abier- to mi corazon; le he aliviado del peso de un secreto que me ha oprimido mucho tiempo; os he confiado mi honor. Ya os he dicho que este secreto debe ser sagrado; si le - violais, no dudeis que las consecuencias de esta violacion serán funestas. Pronunció esto con un tono que estreme- ció 4 Amanda. Miss Fitzalan, continuó con una voz pro- funda y grave, meditad bien el contenido de esta carta, pues de ella depende vuestro destino y el mio: si vos re- husais la demanda que os hago, entonces ya no exigiré de vos un secreto, cuyo resultado hará que sea demasiado pú- blico. ¡Oh! decidme, decidme, OS AS esclamó Amanda dale por el brazo, ¿cuál es la demanda que me ha- _ceis? y de este suceso ¿qué debo yo temer? Decídmelo al instante, y libradme del tormento de la incertidumbre. Yo no os lo puedo decir; mañana en la tarde á esta misma ho- ra esperaré vuestra respuesta. En este momento se oyó la voz de Mortimer, que lla- _ maba á Amanda. Lord Cherbury se retiró por las revuel- tas de las ruinas, y Lord Mortimer compareció, dejando apenas tiempo á Amanda para ocultar la carta fatal. ¡Ay mi Dios! dijo él, ¿qué venís á hacer aquí? ¡con quién estábais? Por fortuna de Amanda el dia estaba bastante ts h 6 A > do para que no se pudiese ver bienssu sombláñts ; que liblemente la habria desou ¡erto. Un sudor. po 0 mojó nte, se Ap poyó contra la caña de una “columna y con quién pe 2 Sí, dijo Lord: Mortimer; me pare- ce que he oido andar á alguno que se retiraba. Vos os ha- - beis engañado, dijo Amanda, siempre con una y Ad débil y. turba Está'muy bien, dijo él; pero repito, ¿qué venis hace éste de esta hora! He venido á tomar el ai- re, Pd ts ¿A tor aire? repitió Mortimer, el jardin es mejor para esto; ¿y mas ell qué venís aquí sola? ¿Cómo, si teneis PE temores que me habeis dicho vos misma, os esponeis á que -0s encuentre el miserable que os persigue? Cuando he lle- gado al convento, me han+dicho que estábais indispuesta, y que queríais estar sola. Yo no me he podido resolver á partir sin tantear veros. Me he consternado cuando me han dicho que no estábais. Es malo en efecto, Amanda; es malo para vos venir aquí sola y con tanto misterio. ¡Gran Dios! dijo Amanda, levantando sus ojos y manos al cielo y derritiéndose en lágrimas: ¡y qué desgraciada soy! En efecto, en este momento se hallaba en el cúmulo de su desgracia; su corazon estaba lleno de terrores que ha- bia derramado en él Lord Cherbury, y veia en el alma de Mortimer sospechas que no podia disipar, sin revelar el secreto que se le habia mandado guardar tan solemnemente. ¡Ah! Amanda, le dijo Lord Mortimer aflojando de una vez la severidad con que acababa de hablarle, vos conoceis demasiado el poder de vuestras lagrimas. Olvidad ó per- donad todo Jo que os he dicho; yo estaba sentido de no veros como lo habia esperado, y tenia ganas de ello. - Vos sabeis que soy violento, pero vos moderais mis pasiones. Yo me entrego en vuestras manos; haced de mí lo que gusteis. . Entonces la estrechó contra su seno, y sintiendo. que le temblaba todo el cuerpo, imploró de nuevo su perdon, im- putando la ajitacion en que la veia, á la pena que le ha- bia dado. lHlla le aseguró con una voz trémula, que no Epa q , ) » —Y/ == le habia ofendido, pues estaba abatida, dijo ella, por la inquietud que habia sufrido todo el dia por él. Lord Mor- timer se contentó con esta esplicacion; le dijo que contaria con verdad todo lo que le habia detenido, luego po hu- biesen llegado al convento. 'u vuelta hizo cesar la inquietud de toda la iia. Ja superior y Sor María la siguieron á la sala, en donde ord Mortimer les suplicó que tuviesen lástima de él y le diesen algo de comer, porque no habia tomado casi nada en todo el dia. Sor María le dijo que iba á traerle algu- na cosa; que Amanda no habia tampoco comido casi nada, y que esperaba que Lord Mortimer la instaria á tomar al- gun alimento. Pusieron los manteles y les sirvieron algu- nas viandas. Sor María se habria quedado con mucho gusto; pero la superiora, siempre discreta, juzgó que que- dándose á solas encontrarian mejor la cena. Entonces Lord Mortimer con toda la dulzura y ternura imajinables, se esforzó á alegrar á su amable compañera, y hacerle tomar alguna cosa; pero no pudo conseguir ni uno ni otro. Ella le dijo que no podia reponerse sino con el tiempo de la ajitacion que habia esperimentado; y para desviar su misma atencion, pidió á Mortimer que cumplie- se la promesa que le habia hecho de esplicarle por qué no habia venido á Santa Catalina como de ordinario. El le confesó francamente que habia ido en busca de Belgrave; pero que sus correrías habian sido sin suceso por las precauciones que el miserable habia tomado; lo que me persuade, añadió Mortimer, que él no ha abando- nado aún sus proyectos sobre vos; pero no escapará á mi venganza. - ¡Ah! os suplico, le dijo Amanda, que no sea jamas cas- tigado por vuestras manos. Dejemos este asunto, dijo Mortimer, puesto que os da pena; solo os diré que despues de haber recorrido toda la vecindad, he encontrado á al- gunas millas de aquí á un caballero que habia visto el ve- - rano pasado en casa del marques de Rosline. Este me ha propuesto que fuese á comer á su casa. Como creia que podia darme algun conocimiento de Belgrave, he acepta- TOM. IV. .* Y IEA A LIB ejemplo, aunque me tuve, mucho ccidada: en fin me retiré. Doy gracias al cielo, que vuestras pesquisas hayan sido infructuosas; pero os suplico que no las renoveis: no pen- seis mas en este miserable. Y bien, para esto, dijo Morti- mer, es preciso dejar este país. Fijad el dia de nuestra partida. Hace cinco dias que estoy aquí, y estoy seguro que Lady Marta se impacienta mucho, y si tardamos mas tiempo, creerá que habeis tomado el hábito en Santa Ca- talina, y que yo he hecho voto de celibato. Seriamente: ¿qué motivo puede retardar vuestra partida, si no os es in- diferente este viaje? ¡Ah! dijo Amanda, vos sabeis bien que no puedo tener tal indiferencia. ¿Pues por qué no fijais ahora el dia? Amanda guardó un momento de silencio. Su situacion era terrible. ¡Cómo determinar el dia de su partida, incierta si la carta que tenia en las manos ponia á su viaje obstá- culos insuperables! Y bien, dijo Mortimer despues de haberle dado algun tiempo para responder, veo que yo debo fijarle; hoy es mártes, pues que sea el juéves. Milord, dijo Amanda, no fijemos aún esta noche la cosa; yo realmente estoy mala y necesito reposo. Buenas noches. Lord Mortimer obedeció con repugnancia y se retiró. CAPITULO. X. Amanda se entró en su aposento luego que marchó Mortimer. Las religiosas se habian retirado ya, de modo que el silencio de toda la casa aumentaba su te cuan- do ella se sentó para leer la carta que iba, gu edi dicho, á fijar su destino. O “A Miss Fitzalan, “Derribar el edificio de vuestra felicidad en el instante “en que os hallais en el punto de disfrutarla, es en efecto “llevar á vuestro seno la mas cruel de las penas. Sin em- “bargo, tal es el horror de mi destino, que no me puedo li- “brar de perderme sino poniéndome entre vos y Mortimer, “y arrancándoos así álos dos la felicidad que veestra union “os prometia. Vos perdereis el color á este tedrible anun- “cio; mi carta caerá de vuestras trémulas manos; pero ¡ah “mi querida Miss Fitzalan! no la arrojeis lejos de vos, sin “haberla leido toda entera, y sin haber fijado la suerte del “mas desgraciado de los hombres, desgraciado de pensar “que destruye no solamente vuestra dicha, sino la de un “hijo amable, generoso, adorado, tal como lo es Mortimer. “Ya es tiempo que haga cesar la cruel incertidumbre en “¿que os tengo. Estais ya bastante preparada á las cosas “siniestras que tengo que revelaros, y me esplicaré clara- “mente. El juego, este veneno de la probidad y virtud, “me ha perdido; pero entregándome á él, he ocultado tan “bien hasta ahora esta desgraciada pasion, que mis mas “íntimos amigos la han ignorado. Lo confieso con harta “vergúenza: era el primero en las sociedades en levantar- ““me contra este vicio, al mismo tiempo que todos los dias “sacrificaba á él en secreto sumas que habrian sacado de “la miseria á familias enteras. Mis ganancias y mis pér- “didas balancearon largo tiempo, de modo que no causa- “ron en mis bienes diminucion alguna considerable. Co- “sa de cinco años ha, que uno de mis íntimos amigos, Mr. “Free-Love, murió, y me dejó tutor de su hijo, á quien “habreis visto en mi casa el invierno pasado. Estaba en- “cargado por el padre de administrar la propiedad de su “hijo, consistiendo en una hermosa posesion, y cincuenta “mil libras esterlinas de capital. Cuando el jóven Free— “Love quedó de mi pupilo, estaba algunos meses hacia de “mala suerte; la sed de ganar, diferente de otras pasiones, “se inpita con la adversa fortuna. Yo, pues, continué en “jugar y perder hasta que hube consumido toda mi pro- de — 100 — “piedad. En lugar de detenerme á lo menos por entonces, “quise intentar reparar mis pérdidas poniendo al juego el “bien mas precioso que la riqueza, mi mismo honor, y “aun confié á los caprichos de la suerte los bienes de Free “Love que tenia en mis manos. El estaba aún lejos de su “mayor edad. Antes de esta época, me lisonjeaba que ha- “bria reparado mis pérdidas, y que podria volverle, no so- lamente el capital, sino el interes que estaba encargado “de sacar de él, empleándole útilmente. Impelido de mi “¿mal genio, he arrojado de suma en suma, toda la fortu- “na de mi amigo en el sumidero que se habia engullido la “mia. En fin, cuando he conocido que lo habia perdido “todo, la desesperacion se ha apoderado de mí, y aun tiem- “blo á la memoria del desórden de mi imaginacion en es- “te momento fatal. “Ya os he dicho que todos mis bienes propios han sido “devorados por el juego. Yo no puedo llegar á lo que per- “tenece á mi hijo sin su consentimiento. Cualquiera que “fuese la pérdida que pudiese sufrir empeñándose por mí, “estoy seguro que no vacilaria un momento en socorrer- “me, si supiese mi apuro; pero me espantaria menos la “muerte, y una muerte cruel, que verme obligado á darle ““á conocer mi situacion. Sus escelentes cualidades y la “nobleza de sus principios añaden al amor que le tengo, “una especie de temor. Comparecer á sus ojos con un ca- “rácter vil, dejarle ver que mi vida ha sido una hipocre- “sía malvada, ser perturbado y confundido en su presen- “cia, no poder tolerar sus penetrantes miradas, verle aver- “gonzarse de los crímenes de un padre, son horribles éin- “sufribles ideas para mi; y en el estravío en que ellas me ““arrojaban, habia resuelto, si no podia evitar hacerle con- “fidente de mi bajeza, no sobrevivir á mi propia confesion. “En este crítico momento, el marques de Rosline vino de “Escocia á establecerse en Lóndres. La intimidad antigua “de nuestras familias se renovó, y ví que podria seguirse “de aquí una alianza. Esta perspectiva me dió ayuno es- ““peranza; pero no fué de mucha duracion, por haber ma- “nifestado Mortimer una gran repugnancia á este proyecto. — 101 — “Yo me habia lisonjeado que el tiempo debilitaria y “venceria su resistencia, y no he renunciado á esta espe- “ranza sino cuando he conocido su inclinacion por otro “objeto. No puedo descubriros el sentimiento penoso “que esperimenté viendo por este lado perdido para mí to- “do medio de salud; pues aunque tierno y respetuoso por “su padre, no me lisonjeaba que Mortimer sacrificase “ciegamente su razon y su inclinacion á mi voluntad. “Volví, pues, á tocar mi horroroso proyecto; pero suspen- “dí la ejecucion viendo á Mortimer que caia en alguna “incertidumbre sobre vos, y cuando os creia á entreambos “separados para siempre, comencé á revivir; pues tal es “la naturaleza y el egoismo del vicio, que estingue todos “los sentimientos de humanidad, de manera que he lle- “gado hasta á alegrarme de los desórdenes supuestos de “la hija de mi amigo. “Pero la perseverancia de Mortimer, ó mas bien la Pro- “videncia, habiéndoos hecho triunfar de los artificios y de “la malicia de vuestros enemigos, me ha vuelto á sumergir “en la desesperacion. Estoy seguro que Mortimer por deli- “cadeza os ha ocultado la oposicion que he puesto á vuestra “union con él, aun despues de conocida vuestra inocencia, “y despues que Lady Marta me habia manifestado sus “intenciones á favor vuestro. En fin, yo comprendí que “era necesario, ó que hiciese semblante de adherirme al “deseo de mi hijo, ó que hiciese conocer el verdadero mo- “tivo de mi oposicion, ó que riñese con mi hijo y mi her- “mana, y les manifestase una irritante personalidad. He “tomado el primero de estos partidos, y he fingido con- “sentir á la union de Mortimer con vos; pero determinán- “dome á venir á arrojarme yo mismo á vuestros piés á im- “plorar vuestra piedad y poner en vuestras manos mi “suerte. He creido que una muger de un carácter tan “perfecto y tan heróico como el vuestro, que se há mani- “festado en las aflicciones en que os habeis hallado redu- “cida, tendria compasion de uno de sus semejantes que ha “caido en las mayores faltas, y en las mas grandes des- “sracias. Si mi situacion fuese otra de lo que es en el y —102— «dia, y mis bienes los que se me suponen, y vos estuvié- “seis Melposcida de todo, me alegraria veros la esposa de “mi hijo, y os creeria bastante rica con vucstro mérito “vuestras virtudes. En el estado en que me hallo, el do- “e que os da Lady Marta no es de importancia alguna “para mí, ni me recompensaria aunque ella dispusiese de “todos sus bienes en favor mio. El proyecto de vuestro “casamiento con Mortimer es aún un secreto para el pú- “blico, y por esta razon no se ha disuelto aún la amistad “entre ambas familias. Yo he sido bastante dichoso en “apaciguar las diferencias sucitadas entre la de Rosline y “mi hijo, y en hacerles olvidar su resentimiento. Estoy “seguro que el casamiento se hará á la primera proposi- “cion que yo haga. El dote de Lady Eufrasia será de “sesemta mil libras esterlinas de contado, y de cinco mil “libras esterlinas de renta cada año. Con el dinero de “contado satisfaré mi deuda con Free—Love, que no puedo “diferir de pagarla en la época de su mayor edad sin per- “der mi honor. Así vos veis, mi querida Miss Fitzalan, “¿que el casamiento de mi hijo con Lady Eufrasia es un “medio seguro, y el solo que me queda para impedirme “que caiga en el abismo, en cuyos bordes me hallo. “Vos sola, como un ángel de misericordia, podeis man- “dar que viva y salvarme de mí mismo. Sin embargo, no “Creais que renunciando á Lord Mortimer, si le renunciais “en efecto, haceis al mismo tiempo el sacrificio de toda “fortuna, no; será deber y cuidado de mi reconocimiento “aseguraros vuestro bienestar é independencia, y por otro “lado, entre el grande número de hombres sensibles á “vuestros encantos y á vuestro mérito, encontrareis uno “que os hará feliz como Mortimer; mientras que este, ha- “biéndoos perdido, aceptará sin vacilar la mano de Lady “Eufrasia. “Vos me preguntareis sin duda ¿cómo podreis romper “vuestra palabra cor Mortimer, despues de lo que ha pa- “sado entre vos y él, sin darle á conocer los motivos de “vuestra conducta? ” “En efecto, es una, dificultad; pero despues de haber —103 — “llevado la cosa tan allá, no titubearé en deciros cómo se “puede superar. Vos no teneis mas que alejaros de él se- “cretamente, y sin dejarle vestigio alguno por el cual os “pueda hallar. Si, despues de haber consentido á salvar- “me, os detuviese este obstáculo, retiraríais de mí por lo “mismo vuestra compasion y vuestras bondades; pues que “la consecuencia necesaria de la menor vacilazion de “vuestra parte, será dar á conocer mi situacion á mi hijo, “y os repito solemnémente que no sobreviviré á esta afren- “ta. No existiré envilecido á los ojos de mi hijo. Si me “concedeis, pues, mi súplica, concedédmela toda entera: “perdonad, mi querida Miss Fitzalan, las formas de mi es- “tilo absoluto y arbitrario: yo lás habría endulzado, si hu- “biese podido decirlo de otra manera; pero el tiempo, el “peligro y la necesidad me han obligado á esta dureza. “Ahora que os he abierto mi corazon, cómo á un ser de “una naturaleza superior cuya indulgencia imploro, á vos “toca decidir si viviré para reparar mis faltas, ó si la col- ““maré con un acto de desesperacion. Si por el amor mis- “mo del pobre Mortimer, ejerceis conmigo esta grande “clemencia, que puede solo ahorrarle el dolor de ver á su “padre terminar antes de tiempo una vida criminal por “un crímen postrero, mi reconocimiento, mi admiracion y “mis cuidados por vos mientras que viva, serán vuestra “recompensa. ¿Esperaré con ánsia vuestra respuesta, y “vendrá á buscarla aquí mañana “Vuestro sincero y desgraciado amigo “CHERBURY.” La carta fatal cayó de las manos de Amanda; una nube se estendió sobre sus ojos, y casi sin conocimiento se arrojó sobre una silla; pero despues de haber creido un momento que despertaba de un pesado sueño, recuperó todo el dolor de su desgracia. Un sudor frio, un temblor nervioso, y un terror profundo se apoderaron de ella. Arrojaba á su al- rededor miradas inquietas como para buscar la causa de su — 104 — horrible situacion, hasta que el funesto escrito caido á sus piés hirió de nuevo su vista. ¿No hay, pues, se preguntaba á sí misma, recorriéndo- la otra vez, no hay, pues, medio alguno para evitar el horroroso sacrificio que de mí se exige? Lady Marta y Lord Mortimer pueden unir sus esfuerzos para salvar el honor de su desgraciado padre y hermano; ellos sentirán todo el horror de su situacion, perdonarán sus faltas, ha- rán. ... Pero al mismo instante arrojó de sí estos pensa- mientos como culpables. Estas palabras de Cherbury, no sobreviviré á esta afrenta, volvian á su imaginacion, y le amargaba la terrible reflexion de que para salvar al pa- dre, debia renunciar al hijo. ¿Pero merece el padre un sacrificio tan grande? y des- pues de los empeños que habia contraido con Mortimer, ¿tenia derecho para alejarle de ella para siempre? Duda criminal, se decia á sí misma, á la que me arrastra mi ternura, y que debe disipar la voz de la razon y de la vir- tud. Sí, escucharé esta voz; jamas me consolaria de haber cooperado á la muerte de Lord Cherbury; la desgracia de Mortimer será ligera perdiéndome, en comparacion de la que esperimentaria por un suicidio. Mi destino no me deja alternativa, esclamaba con una voz sombría y con el acento de la desesperacion; yo debo sujetarme á él sin combatir mas tiempo: no puedo llamar á nadie para obtener un consejo sabio; renuncio, pues, á Lord Mortimer, sí, renuncio. Pero ¡oh mi Dios! ¡dadme fuerzas para soportar esta pérdida! ¡Oh Mortimer, mi que- rido Mortimer, á quien nadie puede reemplazar en mi co- razon, la mano de hierro del destino se pone entre los dos, y nos separa para siempre! Ni aun permitido me será jus- tificarme de ingratitud con vos, no: seré enteramente víc- tima de Lord Cherbury, cuya crueldad, disimulo y fingido consentimiento á los deseos de su hijo no me han lison- jeado con una falsa alegría sino para hacer mas vivos mis dolores. Un pensamiento horrible vino aún á herir su imagina- cion: Lord Mortimer iba á imputar su huida á una pasion =-.105 — por Belgrave, y su honor y su reposo serian sacrificados tambien á Lord Cherbury. Su razon y su reflexion no pudieron durante algun tiempo resistir á este choque, y agitada su alma por un torbellino de pasiones opuestas, resolvió justificarse con Lord Mortimer; pero esta resolu- cion no fué de larga duracion. La reflexion la convencia de que justificándose de su supuesto crímen, cometeria “uno realmente; pues que para ponerse al abrigo de una in- justa calumnia, perderia el honor de Lord Cherbury, y se- ria acusada no solo por el mundo, sino por su propia con- ciencia, de haber causado el suicidio, que seria la conse- cuencia necesaria de su propia justificacion. Yo lo debo, es necesario, esclamaba ella como fuera de sí; yo haré este sacrificio: Lord Mortimer es perdido para mí. Se arrojó sobre la cama, toda vestida, y pasó el resto de la noche hasta la mañana en una agonía indescribible. Sin embargo, habia caido en un estado de sopor mas que de sueño, cuando la sacaron de él algunos ligeros golpes á la puerta, y la voz de sor María, que le dijo que Lord Morti- mer estaba abajo y la esperaba para el desayuno. Amanda saltó de la cama, diciendo que iba á bajar: com- puso su desaliño y procuró calmar su espíritu, y levantan- do los ojos y las manos al cielo, le pidió fuerzas para so- portar las pruebas que se le preparaban en este dia. Luego que entró, la alteracion que Lord Mortimer vió en su semblante y todas sus señales, le hicieron una viva im- presion.—¡Oh Dios, Amanda! esclamó, ¿qué hay? ¿qué te- neis? y encontrando sus manos ardientes del calor de la fiebre, añadió, ¿por qué teneis la crueldad de ocultar vues- tra indisposicion? habríais tenido socorros que habrian im- pedido sus progresos. El la apretó en sus brazos con una ternura inesplicable, y declaró que iba á enviar á buscar al médico que la habia asistido. —No, le dijo Amanda, cuyas lágrimas corrian; no lo en- vieis á buscar, pues él ningun bien me puede hacer.— ¡Ningun bien! replicó Mortimer espantado.—Comprendo, dijo ella reponiéndose, que él no me ordenaria remedio al- guno, pues mi mal solo procede de la agitacion que espe- —106— rimenté ayer, y que me ha hecho pasar una mala noche; pero el reposo de hoy me curará. Lord Mortimer prescindió con dificultad de su proyecto acerca de llamar al instante al médico, y esto solo con la condicion de que si Amanda no estaba mejor antes de la noche, se lo harian saber, y él lo enviaria á buscar. Amanda no pudo ni comer, ni servir el desayuno. Cuan- do este fué acabado, dijo á Lord Mortimer que tenia gran necesidad de reposo, y que le era preciso retirarse; pero que de nueve á diez de la noche, tendria la satisfaccion de verle. El procuró persuadirla que estaria tan bien con co- modidad sobre un canapé en la sala como en su aposento; pero ella insistió. Mortimer se retiró, en fin, con la mayor repugnancia despues que ella se lo hubo suplicado mu- chas veces. Vuelta á entrar Amanda á su aposento, superó el abati- timiento que le causaba su triste situacion, para ocuparse en trazar el plan de la conducta que debia tener. Desde luego era preciso que escribiese á Lord Cherbury para ins- truirle de su resolucion, y dispensarse de entrar con él en conversacion alguna que no estaria en estado de sostener. Tambien debia hacer saber á la superiora la repentina mudanza que habia acontecido en sus asuntos, ocultándole solamente las causas de ella; y como el dia posterior al dia siguiente era el fijado para su partida con Mortimer, tenia necesidad de buscar con ella un lugar en donde ponerse al abrigo de las pesquisas de Mortimer. | La superiora tenia tan buena opinion de Lord Mortimer, que Amanda temia que ella imputase la resolucion que la comunicaria, á algun motivo criminal, y que en consecuen- cia la abandonase enteramente. Si le sucediese esta nue- va desgracia, lo que era muy posible, estaba resuelta á re- tirarse secretamente á la ciudad vecina, desde donde po- dria trasladarse inmediatamente á Dublin: lo que entónces haria, ó en lo que vendria á parar, no entraba en su pensa- miento, ocupada únicamente en el modo con que dejaria á Santa Catalina. Ella, sin embargo, esperaba aún que la superiora no la —107— abandonaria, y que la Providencia, que hasta entonces ha- bia velado sobre ella, la miraria con ojos de piedad y le conservaria la sola amiga que podia darle algun socorro y consejos sabios. Despues de haber combinado este plan de conducta, tomó la pluma para estender su acta de re- nuncia á Lord Mortimer, en estos términos: “Al conde de Cherbury. “Milord: por ceder á vuestros deseos, renuncio á mi di- “cha. Digo á mi dicha, pues debo hacer la justicia á Lord “Mortimer, de declarar que yo no imagino ctra mas gran- “de para mí que la de ser unida con un hombre de su ca- “rácter. Me la debo á mí misma, de aseguraros que no “es ni su rango ni su fortuna, sino su mérito y sus virtudes “las que le han conquistado mi corazon. “Hubiera sido feliz para ambos, Milord, y sobre todo pa- “ra mí, que hubiéseis continuado en oponeros á las miras “de vuestro hijo: mi respeto por la autoridad paternal, me “hubiera impedido consentir en una union á la que ha- “bríais rehusado vuestro consentimiento; sin el permiso “fingido que habeis dado, no habria mirado los obstáculos “como superados. “Pero no quiero perder el poco mérito que mi resigna- - “cion á vuestros deseos puede darme, en concepto vuestro, “insistiendo sobre las desgracias que me acarrea. ¡Pueda “la pérdida de todas mis esperánzas realizar las vuestras, “Milord, y pueda la fortuha aumentar mas la felicidad de “Lord Mortimer! “Estoy reconocida, Milord, á la intencion que me mani- “festais de proveer á mis necesidades; pero al mismo tiem- “po os debo prevenir que en ningun tiempo, ni ahora, “aceptaré cosa alguna de vos. “No debo disimularos una verdad: no está en vuestro “poder pagar el sacrificio que os hago; y beneficios de es- “ta naturaleza, pesan demasiado en una buena alma para “que pueda resolverse á recibirlos de otra mano que de la, ““amistad y estimacion. ae e “Tengo el honcr de ser vuestra rmuy humilde y obediente “servidora: “AMANDA FITZALAN.” Las lágrimas que habia detenido escribiendo, corrieron luego en abundancia. Se levantó, y se fué á la ventana para probar si el aire fresco la aliviaba de la opresion que sentia. Desde allí divisó á Lord Mortimer y á la superio- ra conversando á alguna distancia. Un momento despues, habiéndose retirado Mortimer, la superiora, que no la ha- bia visto el dia anterior, entró en su aposento. Despues de los acostumbrados cumplimientos, le dijo: —Lord Mortimer me ha noticiado que estábais mala: yo me lisonjeaba de que él habia exagerado el peligro; pero viéndoos, mi que- rida hija, creo que sus temores son fundados; decidme, pues, querida mia, ¿cuál es vuestra indisposicion? Cierta- mente debeis hoy mas que nunca tener cuidado de vues- tra salud. , —;¡Oh! no, respondió Amanda con un suspiro convulsivo, vos os engañais tambien. La superiora se alarmó, y no pudiendo sostenerse, se sentó y suplicó á Amanda con una voz que espresaba toda su sensibilidad, le esplicase las causas del estado en que la veia. Amanda se dejó caer de rodillas delante de ella, le to- mó las manos, las llevó á sus labios y las mojó en lágrimas esclamando:-—¡(Qué desgraciada soy! —¡Desgraciada! repi- tió la superiora: por amor de Dios, esplicaos; no me dejeis por mas tiernpo en tan cruel incertidumbre; mi corazon no puede sostener vuestra agitacion, que me anuncia alguna cosa horrible.-—Sí, dijo Amanda; os debo anunciar que Lord Mortimer y yo no seremos unidos jamas. La superiora se sobresalto; sus miradas parecian decir que temia que Amanda no tuviese la imaginacion desarre- glada, y le suplicó difiriese su esplicacion hasta que se hu- biese repuesto de su turbacion. —Yo no me levantaré, le dijo Amanda, hasta que me hayais prometido que á pesar del misterio en el que mi si- — 109 — tuacion me obliga á encubrirme, continuareis siendo mi amiga: esta seguridad traerá algun alivio á las penas de mi corazon. La superiora conoció entonces que el desórden en que veia á Amanda era efecto de un grande disgusto; pero ig- noraba cuál podia ser la causa de él.—Vos debeis conocer- me bastante, le dijo, para no tener necesidad de que os asegure de nuevo mi tierna amistad; pues sea el que fúe- re el misterio que esteis obligada á callar á los demas * acerca de vuestra situacion, me lisonjeo de que no lo ten- dreis conmigo, y espero con impaciencia una entera espli- cacion. —Este es uno de mis mayores disgustos, respondió Amanda, el no poder dárosla: en ninguna circunstancia, ni aun en la cama próxima á la muerte, podria daros á co- nocer el obstáculo que me separa para siempre de Lord Mortimer; pero os diré lo que pueda para haceros conocer mi situacion. - Un obstáculo imprevisto é inesperado se opone á mi union con Lord Mortimer, y este obstáculo que me detie- ne debo tenerle enteramente en silencio. Es preciso que me oculte de Mortimer, y me aleje de él, sin que pueda sospechar antes que tengo este proyecto, por temor de que sus inquietas y menudas preguntas, arrancándome mi se- creto, nos sumerja á los dos en un abismo de males. Para evitar estas desgracias, es preciso que toda la casa, escepto vos, ignore mi plan, y que me procureis encontrar un asi- lo seguro y oculto donde pueda retirarme. Os suplico que no atribuyais mi renuncia de Lord Mortimer á ningun mo- tivo indigno de mí; llamo por testigo de mi inocencia al Ser Todopoderoso y bueno, quien solo puede consolarme de esta pérdida, y ayudarme á soportarla. Creed á mis palabras, compadeced mis penas, no me condeneis, perma- neced mi amiga en un momento en que vuestra amistad me es mas necesaria que nunca, pues si ella me falta, me siento incapaz de combatir por mas tiempo contra mi destino. La su A A » eriora guardó un momento de silencio, y le res- — 110 — pondió con gravedad:—Os confesaré, Miss Fitzalan, que vuestra conducta me parece tan estraña y tan inesplicable, que me es necesaria la alta opinion que tengo de vuestro carácter para que no os disminuya mi estimacion; pero como estoy persuadida que no os podeis conducir sino por motivos honestos, podeis estar segura de que os serviré con todo mi poder. Sin embargo, antes de resolveros á pedirme un servicio de esta naturaleza, pensad bien lo que vais á hacer; considerad que á los ojos del mundo vais á aparecer culpable de una accion indecorosa, rompiendo vuestros empeños con Lord Mortimer sin dar razon algu- na para ello. ¿Os remuerde la conciencia de alguna cosa en el paso que vais á dar? —Nada me remuerde, le dijo Amanda: tened, pues, pie- dad de mí, y no agraveis mis penas presentándome las consecuencias pesadas que se me seguirán por el sacrificio que estoy precisada á hacer; prometedme solamente que vos me dareis pruebas de vuestra amistad en esta triste y crítica ocasion. Sus miradas, sus palabras y su conmocion, cortaron la palabra á la superiora: vió que seria crueldad insistir so- bre las consecuencias crueles de una accion, á la que Amanda estaba obligada por una necesidad fatal á callar. Le dió todos los consuelos que estaban en su poder; le pro- metió buscar al instante un asilo donde pudiese retirarse, y sepultar en un inviolable secreto todo lo que acababa de pasar. La hizo acostar, le trajo algunos sorbos de vino, y tirando las cortinas salió del cuarto, donde volvió dos ho- ras despues, y la encontró mas tranquila. La buena supe- riora no quiso dejarla levantar, y sentándose sobre la ca- ma, le contó lo que habia imaginado para ella. Le dijo que tenia una parienta en Escocia, reducida por la medianía de su fortuna á tener escuela de muchachas; pero como empezaba á envejecerse, no estaba en estado de dar á sus educandas los cuidados que exigian sus pa- dres, á menos de tener con ella una persona capaz de ayu- darla. Ella me ha escrito, añadió, poco tiempo hace para suplicarme que le buscase una jóven instruida y de bue- = r O nas costumbres que pudiese contentarse con un salario mó- dico, y llenar sus intenciones. Yo no os propondria una colocacion de esta especie, sin la urgente necesidad en que me decís que os hallais de alejaros prontamente de Lord Mortimer, lo que no me deja tiempo de buscaros otra. No os imagineis que quiero que permanezcais allí; seria lásti- ma que talentos como los vuestros, fuesen sepultados en semejante oscuridad; pero creo que podeis permanecer allí hasta que hayais recobrado alguna tranquilidad de espíri- tu, y que se os pueda encontrar un establecimiento mejor. —¡Ah! no hableis de mis talentos, dijo Amanda; mi es- píritu está tan abatido por el dolor, que se pasará mucho tiempo antes que pueda hacer cosa alguna buena, y el si- tio de que me hablais, por su misma oscuridad, es precisa- mente el que yo deseo. Hay tambien alguna ventaja, dijo la superiora, de al- guna consideracion en tomar el partido que os propongo, y es que la morada de mi prima está á pocas millas de a - Port-Patrick, á la cual un buen viento os llevará en po- cas horas. Conozco al patron de un barco que va y vie- ne continuamente haciendo este camino: este vive á corta distancia de aquí, y tanto él como su muger me deben al- gunas obligaciones, y tendrá mucha satisfaccion en tener esta ocasion de servirme. Yo enviaré á buscar al marido esta misma tarde; le instruiré del momento en que que- reis partir, y él mismo se encargará de conduciros á casa de Mistriss Macpherson. + Amanda dió gracias á la superiora, la cual le dijo que habia escrito ya la carta á su prima, y que deseaba saber si ella queria presentarse bajo su verdadero nombre ó con otro supuesto. Amanda le suplicó que la diese á conocer con el nombre de Francisca Donald, y la superiora aña- bh dió este nombre á la carta, concebida en estos términos. A “A Mistriss Macpherson. E _“Mú querida prima: esta carta os será entregada por H dd 2 Donald, la jóven que os dirijo para ayudaros E 5 4 , sl E Pr HS “en vuestra escuela. Yo la. conozco de algun tiempo E “ta parte, y puedo responderos de u talento y de su “na conducta: es bien nacida, 1 tenido muy buena edu- “cacion, y ha conocido tiempos mas felices; pero ha espe- “rimentado algunos reveses, y soporta su mala fortuna con “paciencia y valor, que es la mejor prueba que ella os pue- “de dar de su mérito real. Yo le he dicho que vos no dá- ““bais mas que diez libras esterlinas de salario, y ya veis “¿que se contenta con tan módico precio, pues que consien- “te en venir á vuestra casa. Siento mucho saber que su- “frís dolores de reumatismo, y espero que cuando tengais “¿mas tiempo para cuidaros, os hallarés mejor. Todas nues- “tras hermanas os dan gracias por el interes que les ma- “nifestais. Nuestra pequeña escuela va bastante bien, y do eta que nuestro reconocimiento hácia la Providen- “cia nos merecerá la continuacion de sus favores. “Soy, mi querida prima dc. E , “ELisaABETH DerMONT. “En Santa Catalina.” Ya veis, añadió la superiora, que no he dicho de vos to- do lo que habria podido decir; pero yo haré á mi carta las adiciones y mutaciones que querais, si no estais conten- ta de ella. Amanda le aseguró que no veia cosa alguna que mudar. La superiora le dijo que Lord Mortimer ha- bia vuelto para saber noticias de su salud, y que le ha=" bian contestado que estaba mejor. Amanda le declaró que no queria verle hasta la hora de cenar. La superiora observó que vista la mudanza sucedida en el estado de sus cosas, Amanda haria muy bien en encontrarse con él lo menos posible, y para impedir se quedasen á solas, le hizo servir la comida y el té en su propio aposento. Se lo sirvieron, y la buena superiora no quiso salir sin haber visto á Amanda tomar alguna cosa. Sor María er | deseado hallarse presente, pero la superiora habia enco á pedo medio de apartarla. LR E a A añ E spues de su re y noticiarle fiel inc posaga. áconsecuencia de su huida. No: ijo, contemplar su sensib:lidad por al entendida ella amaba mas la verdad ira atormentaria mas. y e entarla sobre este pu ¡as el pesar que sentia de vá la comunidad su re- nte ea . UN lo la resolución jurto con Lord > esforzó á consolarla, asegu- lla y. sus hermanas se hallaban ya li- e recompensadas, y aun mas allá de lo pee ne ester para aaticficEr sus humildes deseos. _Amanda le dijo que dejaria sobre la mesa del ¡doc na carta para Lord Mortimer con los billetes de banco que le habia dado, y que conservaria el retrato y el ani- llo. En cuanto á los vestidos que habia pedido á. la, dad vecina, dejaria el dinero necesario para pagarlo Y que quedarian para la muger.que le habia Eon se- uirla á Inglaterra, como una indemnizacion. Ella no ia lleyarse 4 Escocia sino alguna ropa blanca y sus vestidos de luto: el resto de sus efectos, como tambien s su música y sus libros, se le enviarian en seguida. Amanda debia á la comunidad por su pension de cerca. de tres meses, diez guineas. De doscientas libras ester- linas ajos Mortimer Je habia dado al dejar Ci as Hi ciento veinte, de manera que a : pr los deb PA £ A A A 28 led » mo disputó, habiendo y: 4 BA , dd ge portaria sobre esto. La su ¡exiora tomó el té con A , PU e => ella, y despues la dejó sola, neria calmarse y com- pc 1erse antes de la llegada: ] Mortimer. A Con la ayuda de estas precauciones se halló en estado e entregar su carta á Lord Cherbury á la hora convenida. e corazon latia al acercarse este momento. Temia ser pes vez sorprendida en las ruinas por Mortimer, ó ser se- ouida por algunas religiosas. Al fin el de avisó. se levantó temblando, y. abrió su puerta; escuchó y observó si habia alguna persona en las : cercanías, Los momentos eran preciosos; ella se escurrió por lo largo de la galería, y por fortuna encontró la. E entrar abierta, y con esto se apresuró. Lord Cherbury esperaba, Amanda ze presentó la carta sin hablarle, y él la recibió del mismo odo; peró cuando vió que >, volvia á tomar el camino del * E caia. él le agarró con fuerza. una mano, y con una voz, que. manifestaba toda su agil on, gri tó: Decidme, Miss Y, Bstzalan, decidme, ¿vuestra respuesta € favorable? SA respondió ella con una voz trémula. - ¡Qhue el cielo os colme de bendiciones! esclamó y de rodillas y abrazando las suyas con transporte. Ella se incomodó de verle en esta postura, y atemorizada de ser detenida: dejadme, Milord, dijo, por piedad, por mí, y por s mismo. Dejadme, pues si me deteneis un momento mas, podemos ser descubiertos.—¿Por qué conducto, dijo Lord Cherbury, podré saber noticias vuestras? —Por la su- - periora, respondió Amanda; ella sola sabrá el lugar dese: - retiro. ” El la agarró otra vez de la mano y se la besóleon trans- * porte. Adios, ángel del cielo, ángel consolador, gritó, y desapareció entre las ruinas. Amanda volvió apresurada á la caza, temiendo encontrar á Mortimer ó á alg persona. . Apenas acababa de llegar á su cuarto, cua la superioya: vino á “decirle que Lo: An 0 en la sala. Ella se transfirió allá ' bia dado mejores colores, de modo que pan a mejor, y su conversacion fortificó á Mort de - 4 di y”. « | Y E _samiento. Ella conivé n bastante libertad, y se es- forzó á e e Jetenia sus lágrimas, pron- tas á correr, siempre lecia algunas palabras de la e iban á gustar cuando estarian unidos, de la que se les preparaba en Thornbury, y del o que Lady Marta y Lady Araminta tendrian en recibir] ". — Amanda le suplico que no volviese mañana al dea o, sino solamente despues de comer, porque los prepara- e os de su marcha, le decia, no le permitian darle tiem- Mio. El quiso persuadirla que su presencia no le incomodaria; pero ella j ja s quiso consentir. A q Amanda pasó una noche muy cruel; ella se desayunó con todas las religiosas, las cuales le espresaron todas sú pesar de verla partir: pesar, decian ellas, endulzado con la esperanza de volverla á ver luego, habléndoles prome- "tido Lord Mort de Il varla á Carberry-Castle, luego + que hubiese h visita á sus amigos de Inglaterra. Era este un n as doloroso para Amanda. Ella le ] ultad de ocultar su eonmocio n etener sus 14% á esta mencion de una promesa que s debia realizarse. Comió un poco con mA pisco, a etiró á su aposento con el pretesto de hacer sus pa uetes. Las religiosas la siguieron, ofreciéndol á —petencia ayudarle. Ella les dió gracias con su d E y “su gracia acostumbradas, diciéndoles que no tenia necesi- y de su socorro. Con esta seguridad se retiraron, y anda, temiendo una nueva interrupcion, escribió su car: do Par á Lord Mortimer en estos Pee e q > 5 ba 0 a and. WM orlimor * e . ies Un destino, del cual ni vos ni yo somos ps ños, se opone á nuestra union: en vano habeis comb y it a! todos los obstáculos: se ha le ata do a as hubiéramos podido. prever, al vencible necesidad me obliga á ceder, y me erica dejarme ninguna E a chá pa . «ta ni dar escusa alguna que : “minable ingratitud y traicion orr rrible de que os parece- ““ré culpable. Digo que os pa : ceré, pues á la verdad mi “corazon de nada me remuerde, y por el contrario sufre “mil muertes por el sacrificio que está obligado á hacer. “Pero, Milord, yo no quiero afligir el vuestro deteniéndo- “me en mis propios tormentos; os he dado ya d demasiado “pesar; pero no seré mas enemiga de vuestra paz, ni tur- “baré mas vuestra dicha. Alejada de vos, el nombre que £yo amaba oir no herirá mas mis oidos, y el fantasma en- “gañoso de una prometida felicidad no se burlará mas de “mí. p «Si mis deseos se hubiesen llenado, puede ser que una “felicidad tan grande y tan inesperada hubiera corrompi- “do mi corazon, y desviado demasiado mis pensamientos “del cielo hácia la tierra. Sí, he evitado este peligro: “bendita sea la mano que ha retirado de mí la copa de la “felicidad en el momento en q iba á á gustar, sus deli- “cias: “Yo no puedo exijir de vos vuestra compasion, aunque “sé que la merezco, ni puedo pediros que no me conde- “neis; aunque sé que soy inocente. “Os devuelvo los billetes que he recibido de vos; pero “me detengo el retrato y el anillo, restos solos de una fe- “licidad que no existe. Adios, Milord, caro é inestima- fble amigo; adios para siempre. Puedan la paz y la fez “licidad que tanto mereceis, ser vuestro patrimonio, y no “sean mas turbados como lo han sido demasiado á menu- “do por la desgraciada la ni aun paliar. la abo- “AMANDA FITZALAN.” -. Esta carta, mojada con lágrimas, la encerró en una caji- ta hasta en la noche, y en seguida se ocupó en ju ar el equipaje que queria llevarse con ella en una na- leta. La superiora vino á decirle que habia vi e- ño del barco, y que lo habia convenido todo co él; que él habia promo: o.el secreto, y se habia obligado á partir á a An las cuatro de la rre , acompañarla él mismo hasta la casa Ade: Mistriss MacpHton: y venirla á tomar al conven- to á las tres de la mañana. Arregladas así las cosas, Amanda dijo á la superiora que | para evitar dar sospecha alguna, ella dejaria sobre la mesa el dinero que habia resuelto dar á la muger que de- bia conducirla á Inglaterra, con un billete que indicaria su destino. Habiéndose retirado la superiora, Amanda aprovechó este momento para poner en el mismo papel - diez guineas para el convento, y las cinco guineas para la camarera. Ella hubiera deseado hacer mas; pero te- mia dejarse llevar de la generosidad, cuando á ella le po- dian faltar medios para proveerse en sus mas urgentes ne- cesidades. Al mismo tiempo escribio la siguiente carta. “A Mistriss Dermont. “Mi querida señ ora: si mi situacion hubiese sido mejor “de lo que es, no OS: ofreceria una suma tan módica como “la que encon rareis en este papel, y que es tan poco pro- ““porcionada á la deuda que he contraido con vos. Sien- “to amargamente no poder reconocer mejor todas vues- “tras bondades y las de vuestras obsequiosas compañeras; “ellas no saldrán de mi memoria, y solo aquel que ha pro- «¿netido mirar con bondad á los benefactores del huérfa- “no toca recompensaros He dejado cinco guineas para “la mujer que debia acompañarme á Inglaterra. = “Adios, mi querida Mistriss Dermont. Adios, queridas “y amables habitantes de Santa Catalina. No me olvi- “deis en vuestras oraciones, y creed que seré toda mi vi- “da vuestra reconocida y afecta servidora “AmANDa FITzZALAN.” La avisaron para comer. Su espíritu estaba en grande abatimiento, al pensar que dejaba las amables mujeres e que tan buenas habian sido para ella, y sobre todo por la ' idea de la triste noche que iba á pasar con Mortimer. - Este llegó temprano, y al ver el aire Anti ode Aman- , se renovaron sus temores sobre sú lla contes- y A * id — 118, có tó á sus , preguntas diciéndole. que. estaba cansada. -¡Pue- de ser, le dijo él, que quisiérais diferir un dia vuestra ,par- tida, y descansar aún mañana.—No, no, dijo Amanda, no se retardará. Mañana, dijo con una sonrisa forzada, par- tiré. Lord Mortimer le dió gracias por esta resolucion, que él atribuia al deseo que tenia de agradarle; pero manifes- tándole al mismo tiempo sus inquietudes de que ella no estuviese bastante buena para partir. Amanda conoció que si no hacia algunos esferzos, ten- dria mucha dificultad para evadirse “de las preguntas de Mortimer; y para desviar la atencion del Lord, propuso convidar á todas las religiosas á tomar el té con ella, por- que era la última tarde que pasaba en el convento. Lord Mortimer consintió en ello; el convite se hizo, y fué acep- tado. La conversacion fué triste, como se puede bien A diviler Amanda eta tan amada de todas las religiosas, que la idea de perderla les daba una pena, que no pudo comba- tir la esperanza de verla luego en Carberry-Castle. Hácia las nueve de la noche ellas se retiraron á sus oraciones de noche, y se habrian despedido de Mortimer, si este no les hubiera dicho que para no fatigar á Miss Fitzalan no se pondrian en marcha mañana hasta las diez de ella, y que tendrian el gusto de volverlas á ver. Antes de retirarse, procuró alegrar y reanimar á Aman- da, diciéndole que él consentia en retirarse temprano á fin de que pudiese descansar mas tiempo para prepararse á tiga del dia siguiente. Con este fin se levantó para marchar. Este momento fué terrible para Amanda: oir y ver por última vez al hombre que tan ti. rnamente ama- ba, pensar que al dia siguiente á la misma hora ella es- taria lejos, y muy lejos de él, para no volverle á ver ni ojr jamas; que iba á mirarla como una ingrata y falsa criatu- ra, á despreciarla, y puede ser á detestarla, comio un ma- nantial envenenado de inquietudes, disgustos y dolores para él. El corazon de Amanda se despedazaba. Y mien- tras que él 1 retaba contra su seno, ella involuntarid- — 1 pS mente hizo lo mismo con él, y en su conmocion ds es», capar lágrimas en abundancia. Alarmado y sorprendí Lord Mortimer, y sosteniéndose apenas, la hizo sentar, arrojándose. á sus piés le dijo: mi querida Amand , s tierna amiga, ¿qué teneis? ¡Tiene vuestro corazon alg deseo que no esté satisfecho? Si esto es, no os conduz á ocultarlo una falsa delicadeza. Mi dicha toda en se funda en vos. Decidme, os aplico. ¿qué es lo que pue- do hacer para volveros la tranquilidad y serenidad? A ¡On! 10, dijo Amanda, todo lo que un mortal podia ha- cer por mí, vos lo habeis hecho ya: yo no tengo espresion que pueda pintar mi reconocimiento, y el profundo senti- miento que guardo de las obligaciones que os debo. ¡Pue- da el cielo recompensar vuestra bondad con sus mas pre- ciosos beneficios! Vuestro deseo, le dijo Lord Mortimer con una media sonrisa, está ya lHenado, dándoos á mí. Pero decidme, ¿qué es lo que os abate de un modo tan estraño? En esto hay seguramente otra cosa que la fatiga. Amanda le aseguró que se engañaba, y temiendo ulteriores preguntas, ella. le dijo que solo esperaba que partiese para acostarse, y que el reposo la restableceria. Lord Mortimer se levan- tó al momento.—Adios, pues, mi querida Amanda, le dijo; estad buena y alegre para mañana. Ella le tomó la ma- no, sobre la que apoyó sus mejillas húmedas de lágrimas. —Adios, le dijo; cuando nos volvamos á ver, estaré mejor y mas alegre; pues (acabó de decir para sí) no nos volve- remos á ver hasta el cielo. Amanda permaneció sin movimiento, clavada en del tio en que la dejó Mortimer, hasta que hubo oido que bian cerrado la puerta. A este momento no pudo conte- nerse mas, y dejándose llevar de sus lágrimas y suspiros, se arrojó sobre la silla que acababa de dejar Mortimer, La buena superiora, que velaba sus movimientos, corrió, y le hizo respirar una agua espirituosa; y mezcló sus lígrimas con las de su jóven y desgraciada amiga. Ke ; - Ella la calmó poco á poco, y. Amanda le , dijo que' ] _prue- he mas acerba habia pasado ya.—Y yo >? dijo la su- . - 7 periora, creo que vuestro valor en sostenerla tendrá su re- ensa en esta misma vida. "ué convenido que Amanda se vestiria para el viaje. MN . y y z 116 La superiora le prometió irla á buscar á su aposento lue- go que se hubiesen retirado las religiosas. Amanda se fué á su cuarto á ponerse el vestido de viaje. La superio- ra le trajo pan, vino, y un pollo frito. Amanda le suplicó le diese parte al momento de las noticias que pudiese ad- quirir de Oscar, y le escribiese algunos detalles tan pron- to como le fuese posible. - Ella dejó sobre la mesa sus dos cartas, una para Lord Mortimer y la otra para la superiora, y esperó con impa- ciencia que el patron del barco que debia venirla á buscar golpease á la puerta de su ventana á la hora convenida. Ella se levantó, abrazó á la superiora, la cual solo pudo decirle estas palabras: Dios os bendiga, hija mia, y os ha- ga tan feliz como mereceis. , A Amanda sacudió la cabeza, haciendo semblante de de- cirle que ya no habia felicidad para ella; y siguiendo el corredor, abrió la puerta, y entró el hombre que la espera- ba. Ella le enseñó con el dedo la pequeña maleta que debia llevarse; el hombre la tomó, y partieron. Jamas humana criatura se halló mas abandonada que Amanda en este cruel momento. Todo cuanto habia su- frido cuando habia sido despedida de casa de la marquesa, era nada en comparacion de su estado actual. En aque- lla desgracia tenia una proteccion, un asilo, un apoyo en un padre tierno. Ahora no tenia nadie para endulzar y aliviar sus penas. Los objetos que se presentaban á su vista hacian mas vivos sus dolores. Al ver los viejos ár- boles que daban sombra á- la tumba de su padre, agitados —121— por el viento de la mañana, sintió no estar al lado de Fit- zalan, descansando con él bajo un mismo abrigo. .s Ella apartó de allí sus ojos con un suspiro penetrante, que hizo impresion en el hombre que marchaba delante. El volvió la cabeza, y viéndola pálida y trémula, le ofre- ció su brazo, el cual ella aceptó, hallándose incapaz de sos- tenerse. Un pequeño barco que les esperaba cerca de media milla de Carberry-Castle, les condujo al navío, cu- yo dueño dijo que iba á hacerse á la vela al momento. Amanda estuvo muy contenta de encontrar allí la mujer del patron en el aposento, en donde habian preparado un desayuno para ella, servido con propiedad, y de él tomó un poco de pan y de té, oprimida como estaba de fatiga. Su compañera, atribuyendo su abatimiento al temor de pasar el mar, le aseguró que el pasage seria corto, y le di- jo que observase que se veian las montañas de Escocia alumbradas con los rayos del sol que nacia; pero este es- pectáculo no fijaba los ojos de Amanda tan fuertemente como Carberry-Castle, que le interesaba mas. Ella pre- guntó á la muger del patron si creia que de la parte opues- ta se podia ver Carberry-Castle. Le respondieron que no. —_Lo siento mucho, dijo tristemente Amanda. Esta permaneció en la ventana del camarote mientras pudo distinguir el castillo, y hasta que el mareo la obligó á ponerse en cama. La muger del patron la cuidó; y á las cuatro de la tarde llegaron á Port-Patrick. Amanda dijo al patron, que como no queria detenerse en posada alguna, le suplicaba le alquilase una silla que la condujese directamente á casa de Mistriss Macpherson. Todo esto fué ejecutado, y Amanda al desembarcarse montó en la si- lla acompañada de la dueña del barco que conocia muy bien la morada de Mistriss Macpherson. Bata vivia á unas cinco millas de Port-Patrick, cerca de la costa. Ellas lle-' garon luego á una pequeña casa apartada, situada en me- dio de un campo casi todo cubierto de cardos, separada del camino por una pequeña pared que caia arruinada á poca distancia del mar, cuya costa en este sitio estaba lle- na de rocas, y el territorio de la circunferencia inculto y desierto. El compañero de Amanda entró primero solo para pre- lea á Mistriss Macpherson, y volvió prontamente á de- cir á Amanda que era bien venida. Un paso estrecho con- ducia á una sala oscura, cuyo pavimento era de tierra pi- soneada. Mistriss Macpherson estaba sentada en una gran- de y vieja silla de brazos; su cara estrecha y flaca, su es- tatura pequeña y como la de la vieja Beldame de Otway, doblada por la edad: su vestido era de un paño gris, y demasiado corto á pesar de la pequeñez de su talle; su de- lantal de tafetan negro era tambien corto, y sobre su pe- queño gorro tenia un pañuelo atado al cuello. Ella solo hizo una señal con la cabeza á Amanda, y poniendo sobre su nariz ún par de grandes anteojos, la miró sin hablarla. Amanda presentó la carta de la superiora, y se sentó cer- ca de la ventana hasta que hubo leido toda la carta. Du- rante este tiempo llevaron su maleta. Al fix la vieja rom- pió el silencio con una voz tan flaca como su cara. Hija mia, dijo ella quitándose sus anteojos para hablar con mas comodidad, yo habia pedido á mi prima una jó- ven que pudiese ayudarme, pero no tan jóven como vos pareceis. Bueno, dijo el hombre que conducia á Amanda, si este es un defecto, es de la naturaleza de aquellos que se cor- rigen todos los dias. Si, dijo la vieja; pero ella no se corregirá tan pronto pa 4 ra mí. Sin embargo, hija mia, como estais tan bien re- comendada, yo os esperimentaré. Mi prima me dice que sois bien nacida, y que habeis tenido comodidades; pero Os prevengo que no es menester pensar en lo que fuísteis, sino en lo que sois ahora. Yo espero de vos que sereis arreglada, dulce, atenta, que no sereis remilgada, anda- riega ni parlera, sino sentada, sabia y modesta. A fé mia, dijo el hombre, ¿qué teneis sino mirarla, y lee- reis en su cara que tiene todo lo que pedís? Sí, dijo la vieja, vos podeis creerlo asi; pero sentiria . juzgar de las personas por el semblante, pues muchas ve- ces nos engaña. Así, decidme, hija mia, en conciencia, sl creeis poder llenar mis intenciones. Sí señora, respondió Amanda, sufriendo mucho por su penosa y desagradable situacion. Estamos, pues, de acuer- do, pues que sabeis el salario que doy. El dueño del bar- cos se despidió sin que Mistriss Macpherson le ofreciese el menor refresco. Ps El corazon de Amanda se angustió en el momento en que se vió precisada á vivir con un sér tan poco sociable, y en un sitio tan salvaje y tan abandonado. Una choza en la vecindad de Santa Catalina le habria parecido un palacio en comparacion de su actual habitacion; pues allí habria tenido la sociedad consoladora de las buenas reli- giosas. - La presencia del dueño del barco que manifesta- ba compasion é interes por ella, la habia sostenido hasta entonces; pero luego que salió del aposento, se deshizo en lágrimas acompañándole, como si solo entonces hubiese comenzado el abandono en que habia caido. Ella salió con él, y le dijo gimiendo y tomándole la mano: presen- tad mi amistad, mi tierna amistad á Mistriss Dermont, y e ero - decidle, os ruego, c “gun consuelo. - Vos podeis est y ES ja sea un poco seca, se : El cielo os bendiga, y os haga tan feliz como mereceis. Amanda, triste y pensativa, volvió á entrar en la y desde la ventana siguió aún con la vista el carruaje que la habia conducido á esta triste mansion. A AT, ute, $e Se das me qe: EA pe: E pa A ar E 5 MESITA A , É sl e y 8 AR € A £ . pa Ea E Re $e , sala, DEL TOMO CUARTO. + Ú , 3 3 AA » se, 4 NAS bee E p é 0] ': Dl al al $ p% y 4 % Ñ y " ñ : > E: hor a z sl OSCAR y AMANDA, - Ó LOS DESCENDIENTES p 5 AR IRAN ESTADO a OS Ses e > Y AMANDA, Ó LOS DESCENDIENTES p LA ABADIA, OBRA ESGRITA EN INGLES hd MISS REGINA MARIA ROCHE. ps PUESTA EN CASTELLANO POR D. CARLOS JOSE MELCIOR. - ADORNADA CON SEIS ESTAMPAS LITOGRAFICAS, Y PUBLICADA POR SIMON BLANQUEL. A A nor, > ¿e SS om MEXICO. —1854. nde en la tierna del editor, calle del Teatro ¿e Eriigipal número 1. a e ba >» | | $ . ss : | mé e e de oe ; 2 | ER e E ns | | A «e AR, ea : Ea Cape cae e md pS 5. * e . % e AE A ¿ 5d e EA s :$ ni dd He «US k “ SES o rn? >»? x . E E pe + ' OSCAR Y AMANDA, Ó LOS DESCENDIENTES CAPITULO a h x p o bien, hija mia, dijo: Mistriss Macpherson, ¿quereis to- mar alguna cosa! —Con mucho gusto, señora, dijo Aman-- da, un poc o de té té.—¡Ah! para el té, acabo yo de tomar el mio, y án lavadas y puestas en su lugar; pero si q an con una poca de agua y. rom, s€ le: contestó que no. striss Macpherson, E 0 e y toda la vecindad de Santa Catalina. Amanda le dijo en pocas palabras que su padre habia sido militar; que dife- rentes desgracias le habian arruinado, y que al tiempo de su muerte, que habia sucedido en la vecindad de Santa Catalina, las religiosas la -.abian recogido por compasion, hasta que pudiese encontrar nna colocacion. Y bien, yo os aseguro que habeis encontrado una bue- na. Si no estais bien aquí, será culpa vuestra. Quiero, añadió, enseñaros la casa y sus dependencias. En verdad que era comoda, pues consistia toda entera en una sala y dos gabinetes contiguos, y la cocina al último del pasadizo. Las dependencias eran un pequeño jardin plantado de co- les, y el resto del terreno cubierto de cardos.—Buen esta- blecimientillo, decia la vieja apoyándose sobre su baston eon pomo de marfil, echando la vista por todo el rededor, y meneando la cabeza con un aire de satisfaccion. Ella hacia admirar al mismo tiempo á Amanda la hermosa vis- ta que tenian delante de la puerta, y llamando á una cria- da de pelo rojo con las piernas desnudas, le dijo que cor- tase algunos cardos, y los pusiese al fuego para apresurar á que hirviese la marmita. Vueltas á la sala, la vieja abrió su armario, y sacó un par de sábanas, á fin de po- nerlas al aire para que se acabasen de secar; ella se acos- taba en uno de los gabinetes, y la cama de Amanda esta- ba en el otro, sin cortinas y con un corbetor roto. El ga- binete solo tenia una pequeña ventana que daba al jardin, y por muebles una silla medio rota, y un pedazo de espe- jo emplastrado con yeso á la pared. Mu :* La cena al fin se sirvió; consistia en algunas coles, pan de avena, un poco de agua y una redomita medio llena de una especie de aguardiente, del que Amanda no quiso probar, de lo que Mistriss Macpherson se alegró mucho: estaban alumbradas por una pequeña vela, que la vieja cortó en dos pedazos para dar la mitad á Amanda, cuando se separaron para acostarse. ; es 38 Amanda encontró algun alivio en hallarse sola, y púa entonces llorar sin restriccion, y abandonarse á sus rd A. reflexiones, que la conducian á creer que ella no gusta e e M7 Me | 4 £: 6. AS 4 jamas de ninguna satisfaccion viviendo con una persona tan desagradable y de un carácter tan grosero; pero por penosa que fuese su situacion, se resignaba á ella con la idea de que allí tendria mas ocasiones de tener noticias de Santa Catalina que en ningun otro paraje, y saber por es- te conducto alguna cosa de Lord Mortimer: los detalles mas indiferentes en apariencia eran para ella un manan- tial de placeres melancólicos, los solos que podia gustar separada de él para siempre. Esta esperanza endulzaba y al mismo tiempo daba pá- bulo á su melancolía. Disminuyéndosele la violencia de su dolor, llevaba á su alma una dulce tristeza, la mas agradablc de las delicias que le quedaban, despues de ha- ber perdido aquellas que hubiera esperimentado si sus votos se hubiesen verificado. Ella gustaba con una especie de placer de este dolor virtuoso, cuya amargura le templaba el testimonio de una conciencia pura. Fatigada por todas las conmociones de este dia, como por las reliquias del mareo que habia sufrido, Amanda se acostó sobre su cama de borra, y se durmió profundamen- te hasta la mañana, en que la agria voz de Mistris Mac- pherson vino á sus oidos. “Vamos, vamos, Francisca, ya se Amanda sobresaltada, desde luego no se nombre que habia tomado, ni del lugar en que estaba; pero un nuevo aviso la volvió en sí. Ella se levantó y se vistió en poco tiempo. La vieja estaba ya tomando el té, y en lugar de volverle los buenos dias que Amanda le deseaba, le dijo que por motivo de la fatiga del dia anterior le escusaba el haberse levantado tan tarde, que eran las ocho, y que en lo sucesivo era preciso que se levantase á las seis en verano y á las siete en invierno, añadiendo que no teniendo campanilla, tocaría á la puer- ta todas las mañanas. Amanda le aseguró que gustaba de levantarse tempra- no, que ya estaba acostumbrada á ello. Derramaron el 5 en los vasos, el cual era de la peor calidad. Solo habia oguch o, pan deavena, y nada de manteca. No estan- ed + y : - QA ha : ri * Y 17 E. A do Amanda acostumbrada á un desayuno tan malo, des- pues de haber tragado algunos bocados con dificultad, di- jo con alguna cortedad que ella preferiria una poca de le- che. Mistriss Macpherson se puso de muy mal humor á esta proposicion, y despues de haber guardado un mo- mento de silencio, le contestó que ella habia hecho té pa- ra dos personas, y que no era amiga de hacer desperdicios; que su casa estaba arreglada, y que no podia alterar este ¿rden por nadie. En fin, añadió que ella no se alimenta- ba de vaca, ni tomaba leche todos los dias, sino la que era necesaria para su té y para su viejo gato. Amanda contestó que pasaria con ello, sobre lo que la vieja murmuró entre dientes algunas palabras sobre las gentes que querian darse un tono que no les convenia. An- tes de las nueve se abrió la escuela: se componia de cer- ca de treinta muchachillas de las. casas de labradores de las cercanías. Habiendo Mistriss Macpherson introduci- do á Amanda en la sala, le dijo que empezase la instruc- cion delante de ella; á fin de que pudiese ] Juzgar de su mé- todo; tarea muy desagradable para una jóven, cuyo espíri- tu y cuerpo sufria tanto, el uno la inquietud, y el otro la fatiga. Sin embargo, como lo. habia emprendido, resolvió desempeñarlo lo mejor que pudo, y fué su desempeño. á satisfaccion de Macpherson, que solo le encontró el defec- to de demasiada dulzura, con la que le dijo JS. niñas no la temerian. Laescuela se acabó á las dos, y Amanda, tan feliz como las niñas de recobrar su libertad, corria al jardin para ver si el aire la aliviaria de. un violento dolor de cabeza, cuando la llamaron para que pusiese en órden los bancos y demas muebles de la escuela. Ella.se puso colorada y permaneció algun tiempo sin moverse, pero re- flexionando luego que si rehusaba obedecer en esto á Mis- triss Macpherson, se seguiria. de aquí una querella que tendria consecuencias pesadas para sí, vistas las circuns- tancias en que se hallaba, se puso á ejecutar la órden que acababan de darle. Sirrieran la comida. Esta fué tan Írugal como la de un bracman. Cuando fué acabada, Mi triss Macpherson se recostó en su gran silla de brazos pa- DD pario, PA ra tomar allí el sueño, sin hacer de ello 4 Amanda espe- cie alguna de apología. "Libre Amanda habria ido á pasearse al jardin, pero llo- via y tenia alrededor de sí todo cl horror de la tristeza y desconsuelo. Desde la ventana veia el mar que estaba agitado, y oia el sordo y melancólico ruido de las olas que venian á deshacerse contra las rocas. La criada que limpiaba los platos, cantaba una cancion escocesa muy triste, de modo que todo conspiraba á su- mergir á Amanda en un abatimiento mayor que nunca. Toda esperanza estaba muerta para ella. Los lazos que la unian con la sociedad estaban rotos, y parecia que no se le habian de volver á unir; ya no tenia padre, amigo, ni amante que pudiese endulzar sus penas. Como un árbol nuevo trasplantado del suelo que lo ha visto nacer, estaba espuesta al viento de la adversidad; sus lágrimas corrian sobre sus descoloridas mejillas, y sus- piraba pensando en su padre. ¡Oh el mas querido y el mejor de los hombres! esclamaba; si vos viviéseis aún, no seria yo tan desgraciada; me quedaria vuestro consuelo y vuestra piedad. Una gruta bajo las rocas que veo, habria sido un asilo soportable si lo hubiese partido con vos; pe- ro yo soy demasiado personal en mis sentimientos, pues habeis dejado esta mansion de penas por la de una paz eterna, en donde estais reunido con vuestra querida Mal- vina: 4 Ella pensaba tambien que Lord Mortimer estaba ocu- pado de ella en este momento; pero no podia detenerse en esta idea, convencida como estaba de que despues de las apariencias no pudia menos de creerla culpable. Sa- caba el retrato de su seno, lo miraba con ternura y lo apre- taba contra sus lábios. En su ocupacion fué interrumpi- da por haberse despertado Mistriss Macpherson. Ella en- jugó prontamente sus lágrimas, y ocultó el retrato. La nohce se pasá con igual desagrado: Mistriss Macpherson .«fatigó con conversaciones fastidiosas y preguntas indis- as, de modo qn tan pesado escucharla como res- erle. Amanda vió felizmente acercarse la hora de acostarse, y sustraerse así de esta fatigosa esclavitud, q CAPITULO Il | Así pasó Amanda su primer dia en su nueva habitacion, y del mismo modo se pasó una semana entera, á escepcion del Domingo en que no habia escuela, y en el que Aman- da fué á la iglesia con Mistriss Macpherson. Al fin de la semana se encontró de tal modo cansada de la fatiga y de la vida sedentaria que estaba obligada á llevar (no permi- tiéndole Mistriss Macpherson salir, porque decia que estas correrías no cran buenas para nada,) que ella le declaró que la dejaria, á menos que se le diese la libertad de ha- cer todas las tardes un poco de ejercicio necesario á su sa- lud. Mistriss Macpherson se perturbó un poco, y murmu- ró entre dientes; pero como Amanda le habia hablado con un modo firme, se espantó con la amenaza, y al fin le di- jo que despues de comer podia hacer tanto ejercicio como quisiese. Amanda se aprovechó de este permiso. Ella visitó to- dos los sitios de las cercanías; pero sobre todo frecuenta- ba los caminos que conducian al mar. Gustaba de pa- searse á lo largo de la ribera; cuando se hallaba fatigada, descansaba sobre una roca, y contemplaba la costa opues- ta. En vano procuraba descubrir los objetos que conocia. No podia distinguirse Carberry-Castle; pero sabia su si- tuacion, y hallaba gusto en fijar sus miradas á este lado. En estos solitarios paseos podia ella dejar correr libre- mente sus lágrimas, y fijar sus ojos sobre el retrato de Lord Mortimer, pues no temia ser observada. Las rocas de la costa formaban, por decirlo así, una muralla á su alrede- dor, y en el camino que conducia al pegas raras veces en- contraba persona humana. > Quince dias sé pasaron así, y ya empez > á estar sor- prendida é inquieta de no tener noticia seltunt de os Dermont. Ella estaba resuelta á escribirle, no pudiendo Po EE PA sufrir mas el tormento que le causaba la ignorancia en que estaba del efecto que habia podido producir sobre Lord Mortimer su fuga. En la mañana del dia que habia resuelto escribir, vió venir á un marinero háeia la easa, é imaginando que le traeria alguna carta, olvidó toda reser- va y salió del aposento con precipitacion. Ella detuvo al marinero á algunos pasos de la casa, y conociéndole por ser del bastimento que la habia conducido, le dijo: me fi- guro que traeis alguna carta para mí. El hombre le hizo señal que sí, y registrando su seno sacó de él un grande pliego, que Amanda cogió vivamente; y sabiendo que no podia hacerle dar en la casa refresco alguno, le dió un du- ro para que fuese á beber á otra parte. Entonces se vol- vió á la sala, é iba á retirarse á su pequeño cuarto, cuan- do Mistriss Macpherson la detuvo.—¿Qué hay, pues? pre- guntó ella, ¡qué significa ese movimiento? Se puede creer que habeis recibido alguna carta de amor; tanta es vues- tra prisa en leerla. Sin embargo, le dijo Amanda, puedo aseguraros que no es nada.—¡Y de quién es? insistió Mistriss Macpherson. Juzgando Amanda que si ella decia que era de Mistriss Dermont, la enfadaria con cien preguntas impertinentes, respondió que era de una íntima amiga. ¡De una amiga íntima! repitió Mistriss Macpherson: su- ponieudo que no se trata de la vida ó de la muerte de na- die, podeis diferir la lectura de la carta hasta despues de haber comido y dado leccion á las niñas. Este momento fué penoso para Amanda. Titubeó un momento si obe- deceria; pero considerando despues que si empezaba esta lectura seria interrumpida, determinó diferirlo hasta des- pues de comer. Al fin llegó el momento del sueño de Mis- triss Macpherson, y Amanda se apresuró á irse á uno de sus retretes ordinarios entre las rocas. Allí se sentó y rompió la nema. El pliego encerraba dos cartas; la primera sobre que puso los ojos era de Lord Cherbury, y contenia lo que si- gue: EN h lo dió len A Miss Fitzalan. “En vano, señora, os resistís á recibir socorro alguno “pecuniario de mí. No sois vos quien contraeria por e'lo “una obligacion; soy yo quien os deberia un eterno reco- “nocimiento, si cedeis á mis instancias. Acabo de llegar “4 Lóndres, y he encargado á mi procurauor que os dirijie- “se un contrato de trescientas libras esterlinas cada año, y “yo le enviaré sin falta á la superiora, como he hecho con “esta carta. Estoy bien persuadido que no puedo jamas “pagar el generoso sacrificio que habeis hecho por mí, el “cual me escita unos sentimientos que no puedo describir, “pues son mas allá de toda espresion; pero vos podeis “concebir con qué ojos miraré al sér que me ha salvado “del deshonor y de la destruccion. Sé que Lord Mortimer “ha dejado la Irlanda, y lo espero aquí de un dia á otro. “Tengo entre tanto la esperanza qae cederá á mis deseos. “Vos misma imagino que quedareis satisfecha de saber “que el sacrificio que habeis hecho no ha sido en vano, y “que ha tenido las felices consecuencias que yo esperaba. “Yo podré gustar alguna dicha cuando esté seguro de que “vos sois feliz; ¡y quién tiene mas derecho á serlo que “vos, cuya virtud es tan pura, cuya alma es tan noble, y “cuya generosidad es tan heróica, que sois:sobre todas las “mugeres que haya jamas conocido! “¡Pueda este mundo y el otro daros: vuestra recompen- “sa! Este es el voto ardiente y sincero de aquel que tie- “ne el honor de titularse vuestro muy reconocido y atento “servidor : “CHERBURY.” ¡Hombre insensible, esclamó Amanda, cuán poco siente en su corazon todo cuanto me describe! ¡(Qué poco cono- ce el precio del sacrificio que he hecho! ¡Con qué cruel- dad me presenta sus esperanzas realizadas con la destruc- cion de todas las mias! No, antes pediré de puerta en | e ar q E puerta el pan:de la limosna, que deber cosa alguna á la os- tentacion de su reconocimiento, á aquel cuya vil pasion ha destruido toda mi felicidad. Volvió á cerrar la carta, la puso en la bolsa, y tomó la otra, cuyo «sobrescrito era de la mano de Mistriss Dermont. ¡A Miss Donald. “¡Ay mi querida hija! ¡Por qué :1e habeis exijido la “promesa de escribiros en detall todo lo que sucediese “consecuente á vuestra partida? En efecto, no puedo es- “cusarme á llenar una promesa dada tan solemnemente; “pero es con la mayor pena, persuadida de que lo que ten- “go que deciros no hará mas que agravar vuestros dolores. “Con todo, me parece que os oigo decir: Ciertamente, mi “¿querida Mistris Dermont, me conoceis bastante para creer que recibiré lo que me direis con valor y resignacion. “Pues bien, mi querida, emplead «uno y otro, y empiezo “sin mas preparativos. “Os podeis acordar que me dejásteis como á las tres de “la mañana. Yo me metí en cama: pero no pude hallar “reposo alguno en ella, y me levanté tan fatigada como “lo estaba al acostarme. Despues me trasladé á la sala, “en donde la atencion sostenida de Sor María lo habia “preparado todo para vuestro desayuno y el de Lord Mor- “timer. Yo envié á decir á las hermanas que no viniesen “hasta que se les llamase. Lord Mortimer llegó pronta- “mente alegre, su cara risueña y sus ojos animados. Ja- “mas he visto á la felicidad manifestarse de un modo mas “señalado que en su fisonomía. Tenia el aire de amor “que va á recibir el premio de su constancia. El me pre- ““guntó sios habia visto ya. A lo que contesté que no. “Luego man'festó su impaciencia. Dijo que érais una “muchacha perezosa, y que temia que no fuéseis una ma- “la viajadora. El llamó, y suplicó 4 la criada que fuese “á deciros que os esperaban. ¡Uh mi querida hija! en es- ápete momento mi corazon estuvo á pique de desfallecerse. Yo volví la cubeza hácia el jardin para ocultar mi tur- a! Ie ” Ñ , —1ii— “bacion. La criada volvió un momento despues, y dijo “que vos no estábais arriba.—Ella está seguramente, dijo “Lord Mortimer, en algun otro aposento: os suplico que “la busqueis, y le supliqueis que baje. Algunos minutos “despues entró Sor María pálida, deshecha y respirando “apenas, y precipitándose en el aposento, gritó: ¡Oh cie- “los! no se encuentra á miss Fitzalan; pero aquí hay dos ““curtas que he encontrado sobre su mesa, una para vos, “señora, y otra parte Lord Mortimer. Yo no sé qué impre- “sion se dejó ver entonces en el semblante de Lord Mor- “timer, pues mi conciencia me quitó el valor de levantar “los ojos hácia él. Tomé mi carta en silencio, la abrí, “pero no tuve fuerzas para leerla. Sor María estaba á “mi lado, torciéndose las manos y llorando.—;¿Qhué es esto? “¿qué os dice? Yo no podia ni responderle ni hacer mo- “vimiento alguno, cuando un profundo suspiro, ó mas bien “un gemido úoloroso de Lord Mortimer me sacó de este “estado. Yo me levanté, y le ví pálido é inmóvil, tenien- “do en sus manos la carta, sobre la cual tenia sus ojos fi- “os. Abrí la puerta del jardin para que recibiese el aire, “y con esto volvió un poco en sí.—KReponeos, Milord, le “dije. El sacudió la cabeza tristemente, y haciéndome se- “al con la mano de que no le siguiese, pasó al jardin. “Buen Dios! me dijo Sor María, qué os dice pues? Yo “le respondí dándole vuestra carta, y rogándola que la le- “vese alto; pues las lágrimas que derramaba al aspecto “de la cruel situacion de Lord Mortimer, habian oscureci- “do del todo mi vista. La alarma que teniamos sobre vos “se hizo luego geueral. Todas las religiosas corrieron, y “el dolor y la consternacion estaban pintados en sus sem- “blantes. Cerca de media hora despues, ví á Lord Mor- “timer volver á entrar á la sala; yo despedí á las herma- “nas. Habia él hecho sus esfuerzos para componerse, “pero no lo habia conseguido. Estaba trémulo, pálido “como un muerto, y su voz casi estinguida. Me dió á leer “vuestra carta, y yo le entregué la que era dirigida para “mí.—Y bien, Milord, le dije despues de haber leido, de- “bemos tener mas lástima de ella, que coi«denarla. — “:Ah! dijo Milord, tengo lástima de ella de todo mi co- “razon. Tengo lástima de una criatura tal zomo Aman- “da Fitzalan, hecha esclava y víctima del vicio. Pero ha “sido cruel; ella me ha engañado, inhumanamente enga- “ñado, y ha destruido mi felicidad para siempre. “¡Ah Milord! le dije yo, aunque las apariencias sean “contra ella, yo no la creeré jamas culpada. La que ha “llenado todos los deberes de una hija, como lo ha hecho “Amanda; la que he visto resignada á una vida pobre y “laboriosa, no puede ser esclava del vicio. “No me hableis mas de ella, me dijo. Su nombre pro- “ferido es una puñalada para mi corazon. Las sospechas “¿que tenia algunos dias hace, y que me desesperaba de “haber concebido, están confirmadas. Ellas se habian “levantado en mi imaginacion por haber visto á Belgra- “ye errante por estos alrededores, y haberla encontrado á “ella en estas ruinas al anochecer. ¡O cielos! despues de “haber visto su turbacion, ¡con qué facilidad mi corazon “prevenido en su favor hasta la ceguedad ha procurado “escusarla! ¡Desafortunada muchacha! vuestro destino es “en efecto bien triste y bien digno de lástima! Puede ser “¿que un pronto arrepentimiento la arranque de las manos “del malvado que gn el dia triunfa de su ruina; pero aún “entonces despues de haber sido separados así, jamas po- ““drémos reunirnos. Estoy persuadido, añadió, que su pa- “sion por Belgrave ha sido la causa de su huida, y yo no “me tomaré la pena de indagar en qué ha parado. Yo “quise decir algo en vuestro favor, pero me impuso silen- “cio. Le insté á que se desayunaso, pero no pudo tomar “nada. Me dijo que iba á volverse al momento á Car- “berry-Castle, pero que volveria á verme * durante el dia. “Yo le seguí hasta la puerta. Al aspecto de vuestras ma- “letas que habian quedado en el vestíbulo, se estremeció ER la impresion que hace la vista de un objeto que re- rda el amigo que se ha perdido. Ocultó su conmo- on llevando su pañuelo á la cara, y subió 4 su coche ue estaba á la puerta. “Os confieso que estuve tentada muchas veces en el dis- “aj q te “curso de la conversacion de decirle todo lo que sabia de “vos; pero la promesa que os habia hecho se presentaba “4 mi imaginacion, y sentia no poderla violar. Con todo, “mi querida hija, es cruel para mí oir levantar contra vos “tales imputaciones, sin poderos defender. Ni vos ni yo “podemos vituperar á Lord Mortimer unas sospechas inju- “riosas, á las cuales tan naturalmente ha dado lugar vues- “tra conducta. Ciertamente, hija mia, aunque no podais “aclararme enteramente el misterio que os ha separado “de él, no podeis perder el derecho de justificaros: es de- “masiado el sacrificar á un mismo tiempo vuestra dicha y “vuestro honor. Pensad bien lo que os digo, y autorizad- “me, si es posible, á decir á Lord Mortimer que sé el lu- “car de vuestro retiro; que no habeis ido á buscar un “amante vi amigos, sino la indigencia y oscuridad, lleva- “da de una fatal necesidad, de la cual vos no podeis ma- “nifestar los lazos, que es la circunstancia mas cruel de “vuestra situacion. El dará alguna confianza á mis pala- “bras, y él se penetrará de lástima en lugar de condena- “ros. Cuanto mas reflexiono sobre esta inesplicable sepa- “racion, mas me pierdo en mis conjeturas, mas convenci- “da estoy de la fragilidad de la humana dicha, que pasa “con la rapidez de una nube despugs de haber brillado “un momento. Cerca de dos horas habia que Lord Morti- “mer habia dejado el convento, cuando llegaron sus cria- “dos para despedir la silla de posta y los postillones. Yo “fuí á hablarles y á preguntarles noticias de su señor,— “Está muy malo, señora, me dijo uno de ellos, y hemos “pasado una mañana muy triste. Jamas, mi querida Mies “Fitzalan, jamas yo ni mis hermanas hemos pasado un “dia tan cruel. Hácia las cinco de la tarde Lord Morti- “mer volvió: yo estaba sola en la sala cuando entró con “4 aire de la mas profunda tristeza. Llevaba un brazo “en cabestrillo. Yo me espanté, temiendo que Eb “batido con Belgrave. El adivinómi pensamiento, y me “dijo que hallándose incomodado al volverá su Casa, se “habia hecho sangrar. Me dijo que iba á partir á Du- “blin, donde contaba embarcarse para Inglaterra; pero a EL “añadió, yo no he querido dejaros, mi querida y buena se- “ñora, sin despedirme y sin aseguraros que todas las pro- “mesas que la desgraciada muchacha ha hecho en mi nom “bre, me serán sagradas. Yo vi que queria hablar de las “cincuenta libras esterlinas que él os encargó que me no- “ticiáseis de su parte, como debiendo ser pagadas á nues- “tra casa anualmente. Yo le dije que habiamos sido re- “compensadas mas allá de los cuidados que habiamos he- “cho por Miss Fitzalan; pero no pude alterar su generosa “resulucion. Yo debo deciros en esta ocasion, que la suma “que me dejásteis sin yo saberlo, es demasiado considera- “ble, y que nosotras no podemos mirar sino como un prés- “tamo. Pero volviendo á un asunto mas importante, Lord “Mortimer parecia débil y fatigado. Le propuse tomar el “té, lo que aceptó: yo salí un momento para dar algunas “órdenes, y cuando volví á entrar, le encontré á la venta- “na que da sobre el jardin, de tal modo absorto en sus pen- ““samientos, que no conoció que volvia á entrar, y oí que “decia: ¡Cruel Amanda, así pagais todo cuanto he sufrido “por os! Yo me retiré por temor que no conocicse que “lo habia oido, y no volví sino con la muchacha, que traja “con que hacer el té. “Cuando se levantó para partir, me pareció agitado, in- “cierto, y como vacilando á decir alguna cosa que no te- “nia valor de proferir. Al fin, con una voz conmovida, “con una palidez mortal, la que dió lugar á un encarnado “muy vivo, me dijo: Yo os he dejado la carta de Miss Fit- “Zalan. . “Ay hija mia! jamas hombre alguno ha amado á una “mujer como él os ha amado, y os ama aún. Saqué la “carta de mi bolsa, y se la dí, y él se la metió en el seno “con una estrema conmocion. Yocreí encontrar una oca “sion favorable para decir una palabra en vuestro favor: “Je gupliqué pusiese los ojos sobre vuestra vida pasada, y «suatrcdifos ella si podriais ser culpable. Ll me atajó “sin decir mas; y me suplicó que dejase un asunto « que le. cl “cra demasiado penoso de tratar, y añadió que si él hubie “se sido menos crédulo, hubiera sido mas feliz. Ys enton- TOM Y, 2 r A “ces apretándome la mano, me dijo adios, con un tono y “una mirada que me hizo saltar las lágrimas de los ojos. —¡Ah! mi querida señora, me dijo, cuando comenzó el “dia, poco preveia yo el modo con que habia de terminar. “Yo le acompañé hasta su coche, y se vió obligado á “apoyarse sobre el brazo de su criado para subir á él, y “me dejó con el aire de ser profundamente desgraciado. “Yo he enviado muchas veces á Car berry-Castle para sa- “(ber algunas noticias suyas: me han respondido que no “las tendria hasta que llegase el nuevo procurador de “Lord Cherbury, que seria antes de tres meses. “Supe que habia hecho mucho bien en la vecindad. Ver- “daderamente tiene una alma benéfica y bienhechora. Ha “sido para nuestra comunidad un benefactor gene1oso, y ““así rogamos todos los dias por él. Entre sus buenas ac- “ciones sabemos que hace cerca de tres meses habia man- “dado hacer:á Dublin un monumento de mármol en me- *“moria del capitan Fitzalan, el que ha sido colocado des- “pues de vuestra partida en la iglesia de la parroquia don- ““de está enterrado. Yo envié allá á Sor María y otra re- “ligiosa para verle, y me han hecho la descripcion de él. “¿Es una urna adornada con un ramo de laurel, en mármol “blanco, puesta sobre un pedestal de mármol gris, donde “se halla escrito el nombre del difunto, y sobre el cual se “leen tambien estas palabras: AQUEL CUYA MEMORIA SE CON- ““SERVA AQUÍ, HA CUMPLIDO LOS DEBERES DE MILITAR Y DE “CRISTIANO CON UN: CELO QUE NOS HACE ESPERAR QUE ESTA ““EN ELLO RECOMPENSADO. “Yo creo que esta señal del respeto de Mortimer por la “memoria de vuestro padresos hará una viva impresion; “pero he creido deber instruiros de ello, pues aunque os “afecte fuertemente, os dará gusto. Lo que ha pasado “aquí nos ha sumerjido á todas en el mayor abatimiento. “Sor María está mas ocupada en orar que nunca. Bien “puedo yo decirle que sojo es buena para esto, ella con- testa: que este mundo es demasiado malvado o para que “uno no esté mas á su gusto, comunicando con él lo me- '*nos que pueda. 1 Y “Espero con impaciencia noticias vuestras. Decidme “cómo habeis hallado á Mistriss Macpherson, pues desde “su juventud no la he visto. Los años mudan el carácter “y el semblante. Vuestra actual situacion es demasiado “oscura y desagradable para que permanezcais mucho “tiempo. Cuando esté vuestra salud un poco restableci- “da, y vuestra alma un poco calmada, buscaremos dónde “Gcolocaros mejor. Espero que me escribireis á menudo; “pero Os prevengo que en cuanto á mí no podré responde- “ros con grande esactitud, pues he perdido la costumbre “de escribir, y mi vista está muy debilitada; esta carta ha “sido obra de muchos dias. Por otra parte, no tendré en “adelante cosas interesantes que comunicaros; sitengo al- “cunas, no perderé un momento en noticiároslas. “La mujer que habiamos detenido para vuestro viaje á “Inglaterra, os da gracias por las cineo guineas; Lord Mor- “timer añadió otras cinco, de suerte que ella se encuentra “muy generosamente recompensada y pagada de su tra- “bajo. Cuando tengais necesidad de alguna parte de vues- “tro equipaje, no teneis mas que escribir; pues sabeis que “el capitan del barco lo tenemos siempre á nuestras órde- “nes. El habla de vos con cl mayor interes: y dice que “es gran lástima ver á una persona tan jóven y tan bella, “sumergida en una tal melancolía. Quiera el cielo endul- “zarla, ya que no quiera destruirla. “Yo tambien desearia que me permitiéseis escribir á “Lord Mortimer para alejar de su imaginacion las injurio- “sas sospechas que ha concebido. Estoy segura que me “creerá, y puedo desengañarle sin escribir el lugar de vues- “tro retiro. Adios, mi querida hija. Os encomiendo á “la proteccion del cielo, y os ruego que creais que sois “y sereis siempre amada de ee “ELIsaBeEeTH DermoNT.” La pobre Amanda regó con lágrimas esta carta. He destruido la felicidad de Mortimer, esclamaba, y ahora me detesta. ¡Oh Lord Cherbury cómo sufro cruelmente por 2 EA vuestros vicios! Algunas veces pensaba que habia hecho un sacrificio demasiado grande y heróico á la virtud; pero esta era una idea pasajera; y acordándose de las disposi- ciones en que habia visto á Lord Cherbury, estaba con- vencida que la publicidad de su secreto le hubiera infali- blemente conducido á darse la muerte; y por grande que fuese su desgracia presente, ella la miraba como lisera comparándola con la de haber concurrido á un suicidio. Ella á la verdad bebia hasta su fondo la copa de la des- gracia, pero el testimonio de su conciencia mitigaba su amargura. Por este motivo resolvió exijir de Mistriss Dermont que en adelante no hiciese mencion alguna de ella á Lord Mortimer; estaba convencida que nada cree- ria de cuanto la superiora pudiese decir á su favor, y aun cuando fuese justificada en el concepto de Mortimer, ¿de qué serviria? ¡Su union estaba impedida por un obstáculo insuperable; y si él descubria su retiro, seria para ella un manantial de nuevos disgustos, y puede ser de alguna ter- rible catástrofe. Estamos separados para siempre de es- te mundo, esclamaba juntando las manos, y no nos pode- mos reunir sino en el cielo. Absorta en las reflexiones y el dolor que le habia ori- ginado esta carta, permanecia en el sitio en que se habia sentado, cuando la criada vino á decirle que Mistriss Mac- pherson habia hecho el té y se admiraba de EAS vi- niese Amanda se levantó, y volvióse á casa, en donde encon- tróá la buena vieja de muy mal humor, murmurando mu- cho de haber estado Amanda tanto tiempo fuera, y obser- vando que tenia los ojos hinchados y encarnados, dijo: creo en efecto que tenia razon de decir que era una carta de amor la que habeis recibido. Amanda nada respondió, y la noche se pasó en mal humor por una parte, y en pá cio por otra. La circunstancia que hasta entonces habia hecho sopor- table á Amanda su situacion, habia acabado; habiéndole. : Mistriss Dermont noticiado que no le escribiria sino raras veces, y no teniendo nada en efecto de interesante que es- z És E A 2 cribirle despues de la partida de Mortimer, ella habria de- jado al momento á Mistriss Macpherson; pero no sabia dónde ir. Resolvió, pues, antes que entrase el invierno, suplicar á Mistriss Dermont le buscase otra Toons pues como la superiora tenia conocimiento en Escocia, po- dia colocarla como aya, ó para trabajar labores de mujer en casa de alguna señorita ó en alguna otra casa. Al dia siguiente se levantó mas temprano de lo ordina- ye escribió sus intenciones á la superiora, y envió la car- á la estafeta de la ciudad vecina, por un hombre pobre á AS pago generosamente su trabajo. CAPITULO Hi. Entre las educandas de Mistriss Macpherson, se hallaban dos hermosas niñas, á las cuales Amanda se habia aficio- nado; su padre, de quien traian aún luto, habia muerto en el mar, y su madre padecia y era desgraciada desde este fatal momento. Las niñas estaban reconocidas á la dul- zura con que las trataba Amanda, y que las penetraba tan- to mas, cuanto era el contraste que hacia con la aspereza y austeridad de Mistriss Macpherson. Una mañana dije- ron al oido de Amanda que su madre vendria aquel dia á ver á la buena Francisca Donald. La madre vino en efecto; esta era una jóven de agrada- ble figura. Su luto y su abatimiento la hacian mas inte- resante. Ella se sentó al lado de Amanda, y aprovechó un momento en que Mistriss Macpherson estaba ocupada con algunas niñas, para decirle que le tenia grandes obli- R ens por los cuidados y bondad que manifestaba á sus pequeñas hijas. (Que ella misma se habia ocupado en su ds instruccion hasta el momento en que el decaimiento de salud y el abatimiento de su espíritu no le habian de- : —jado fuerzas para llenar este deber. Amanda le aseguró Z 6 - Que era un placer instruir á niñas tan amables y tan dó- AO ciles. Mistriss Duncan la suplicó, como igualmente á Mis- triss Macpherson, que viniese á tomar el té por la tarde en su casa: esta proposicion fué aceptada vivamente por Mistriss Macpherson, que amaba mucho la sociedad en cualquier otra parte que no fuese su casa. La de Mistriss Duncan no estaba lejos, y era muy propia y cómoda. Ha- bia tambien convidado á una vieja de la vecindad para entretener á Mistriss Macpherson, mientras que-ella con- versase mas libremente con Amanda. Notando la deli- cadeza de las facciones de Amanda, le dijo que no la creia en estado de poder soportar las fatigas del empleo que ocupaba en casa de Mistriss Macpherson. Ella la confe- só que llevaba tambien una vida muy solitaria y muy tris- te: que seria'feliz en tener una compañera, y le manifes- tó el vivo placer que tendria de disfrutar á menudo de su sociedad. Amanda le dijo que seria difícil, porque dis- gustaria á Mistris Macpherson, en lo que tambien convi- no Mistriss Duncan. Esta preguntó en seguida á Aman- da, si ella se paseaba, y en qué paraje. Amanda contes- tó que sí, y que casi siempre iba por-las orillas del mar. Mistriss Duncan suspiró, sus ojos se llenaron de lágri- mas y dijo: tambien en la orilla del mar es donde me pa- seo, y entonces ella le contó la historia de su pérdida. Mr. Duncan, decia, era el mejor y el mas dulce de los mari- dos. Nuestros bienes habian estado algo enredados en los primeros años de nuestro matrimonio; pero se habian bastante aumentado cuando pereció mi marido en el mar en un dia de placer con otros amigos suyos. Habiendo sido arrojado su cuerpo por las olas á la orilla, tuve el triste consuelo de hacerle las últimas exequias, y vengo á menudo al sitio que me recuerda mi pérdida. Una mútua simpatía unia á la jóven viuda y 4 Amanda, y se aficionaron una á otra. Despues de este momen'o, se daban la cita casi todas las tardes á la orilla del mar, para conversar y llorar su pasada felicidad, que no podia volver ya. Mistriss Duncan era demasiado discreta para querer saber de Amanda cuál habia sido su primera situa cion; pero veia que habia sido diferente de lo que era en E gos la actualidad. Amanda le contó lo mismo que habia di- cho á Mistriss Macpherson. Mistriss Duncan compade- cia sus infortanios, bendiciendo el feliz acaso que la ha- bia conducido á sus inmediaciones, y le habia porretaado ¿a dicha de conocerla. De esta manera habia pasado un mes, cuando Mistriss Dincan dijo un dia á Amanda, que iba á dejar el país pron- tamente. Amanda se puso pálida y sobresaltada á esta triste noticia; ella no habia recibido respuesta aleuna de Mistriss Dermont á su última carta, y temia hallarse obli- sada á pasar el invierno donde estaba, lo que le seria del todo insoportable cuando habria e la sociedad de Mistriss Duncan. » Querida amiga, le dijo Mistriss Duncan paseándóge con ella en las orillas del mar, una tia que ha sido siempre muy buena para mi, y que me ha socorrido en el tiempo del disturbio de mis bienes, me propone ir á vivir con ella. Habita cerca de diez millas de aquí, en un lugar que se lla- ma la abadía de Dunreath, y tiene el encargo de la admi- nistracion de todas sus tierras. ¡Habeis oido hablar de este sitio? La agitacion de Amanda fué grande al oir nombrar la casa donde habia nacido su deseraciada ma- dre; ella se turbó, mudó de color, y contestó. sin saber lo que se decia; en fin, vuelta en sí, dijo que en efecto habia oido hablar de ella. Pues bien, querida, continuó Mistriss Duncan, mi tia, como os he dicho ya, vive allí con grandes conveniencias; ella dispone de todo, pues nadie de la familia habita allí desde la muerte del conde de Dunreath. Mi tia se fasti- dia de la vida solitaria que lleva, y en una carta que he recibido esta mañana me propone ir á vivir con ella, pro- metiéndome que si acepto su proposicion dejará á mi y á mis hijas todo cuanto posee, que no es poco; pues se trata - muy bien, y debe haber hecho grandes ahorros. Este ofre- - cimiento tienta mucho, y os confieso que no vacilo sino - porel temor de privar á mis hijas de las ventajas de la - educacion que pueden tener aquí. A ¿Por qué? dijo Amanda, ellas pueden aprender en todas partes todo lo que les enseñara Mistriss Macpherson. ” Yo quiero hablar, dijo Mistriss Duncan, de su educacion en uno ó dos años, para cuyo fin me propongo ir á estable- cerme con ellas en alguna ciudad vecira; pero es preciso, que abandone esta idea si acepto el ofrecimiento de mi tia, pues jamas las enviaré á pension, no teniendo ánimo de soportar esta separacion. Loque desearia seria encontrar una persona que fuese para mí de una sociedad agradable, y que llenase con ellas las funciones de una buena aya; con esto: la sociedad de la Abadía de Dunreath, lejos de espantarme, me seria agradable. Hablando así, fijaba sus ojos sobre Amanda con grande atencion; en una palabra, querida amiga, continuó ella, para esplicarme claramente, vos sois precisamente la per- sona que necesito: vuestra sociedad mitigará mis disgus- tos, y dareis á mis hijas la instruccion que deseo que po- sean. Amanda le respondió que ella estaba no solo lisongea- da de la ventajosa opinion que debia á Mistriss Duncan, sino tambien se hallaba feliz por ella, y que de consiguien- te jria con mucho gusto á vivir en su compañía. Yo estoy contentísima, continuó Mistriss Duncan, de que las dos nos convengamos; pero debo deciros que mi tia tiene gran repugnancia en recibir estrangeras en su ca- sa. En cuanto á la razon de esta conducta, yo no puedo imaginar otra que las órdenes espresas de sus amos, y ella me dice en su carta que si acepto su ofrecimiento no debo decirá nadie dónde voy. Yo, pues, no me atrevo á lleva- ros conmigo sin su permiso; pero le escribiré al momento para pedirselo, y tendré respuesta dentro de dos dias. Mientras esperamos, no digais nada a Mistriss Macpher- son de vuestro proyecto, por temor de que no ponga obs- táculo. Amanda le prometió el secreto, y se separaron. Vuelta Amanda en sí, esperimentó una grande agita- cion al pensar que iba á volver á ver la casa de sus ante- pasados. Esta esperanza la lisonjeaba, y temia que no e le frustrase. La nueva situacion que se le ofrecia seria e EN $ / =P5-— infinitamente mejor que todas las que habia esperado un momento antes. Al segundo dia de esta conversacion, al llegar á las orillas del mar á su ordinario paseo, vió á Mis- triss Duncan que venia con una carta abierta en la mano y la sonrisa de la satisfaccion en el semblante. Tenia el permiso de llevarse 4 Amanda con ella á la abadía, con la condicion de que no diria á nadie el lugar donde iba. Mistriss Duncan le dijo que tenia algunas cosas que arre- glar antes de partir, lo que la ocuparia algunos dias, y que entonces tendria un carruaje que le enviaria su tia; que Amanda instruiria á Mistriss Macpherson de su cer- cana partida para ir á vivir con Mistriss Duncan que deja- ba el país, y á ser aya de sus dos hijas. Entonces Mistriss Duncan habló á Amanda del trata- miento pecuniario que podia hacerle. Amanda contestó que esta consideracion no tenia importancia alguna para con ella; pero la jóven viuda le dijo que aun entre amigos era preciso que estas cosas se arreglasen con esactitud. Convenidas así, se separaron. Al dia siguiente, acabada la escuela, Amanda notició á Mistriss Macpherson su cer- cana partida. Herida la vieja como de un rayo. permane- ció mucho tiempo sin decirle cosa alguna. Al fin recobró la palabra para manifestar su indignacion contra Amanda, contra Mistriss Duncan y contra la superiora. La prime- ra la dejaba, ja segunda le quitaba un útil socorro, y la tercera le habia enviado una persona capaz de un tan mal proceder. Cuando se hubo disminuido su cólera, Amanda emprendió justificar á todas las acusaciones, diciéndole que ella habia ya resuelto dejarla antes de que Mistriss Duncan le hiciese proposicion alguna, pues que su ocupa- cion era demasiado penosa para ella: que Mistriss Mac- pherson no sufriria ningun inconveniente por su partida, y tendria lugar de proporcionarse otra en su lugar. Pero la verdad salió entonces de la boca de Mistriss Macpherson en el acceso de su cólera, pues dijo que no encontraria ja- mas una persona que le conviniese tanto; y comenzó á echarle en cara amargamente el que la dejase. .. Amanda no se ofendió, y conservando toda su sangre cd á A fria, procuró apaciguarla, y tomó para esto el medio mas eficaz, declarándole que no pretendia recibir salario algu- no por el tiempo que habia pasado con ella, y que si le daba su permiso, escribiria al momento á Mistriss Dermont por una mujer que habia visto en Santa Catalina, y que le parecia convenir á Mistriss Macpherson. Era esta la mujer que la debia seguir á Inglaterra. Al fin Mistriss Macpherson le encargó que escribiese así, y su cólera se apaciguó poco á poco luego que Amanda le hubo manifes- tado que no queria salario. En efecto, Amanda escribió é instruyó á la superiora de la mudanza feliz de su situacion, del descontento de Mistriss Macpherson, y del deseo que tenia de tener otra persona que la reemplazase. Ella se proponia que enviase la mujer de que acabamos de hablar; pero exijia que si esta mujer consentia en venir, no la en- viasen hasta que ella hubiese dejado la casa de Mistriss Macpherson, para que permaneciese siempre incógnito el lugar donde se retiraba. Ya no pensó mas en los penosos dias que acababa de pasar, pues la diligencia que Mistriss Duncan ponia en preparar su partida, le hacia esperar una vida mas agradable. Ella recibió contestacion de Ir- landa mucho antes de lo que esperaba. Mistriss Dermont la felicitaba de haber encontrado tan buena amiga como Mistriss Duncan. La mujer que debia reemplazar á Amanda aceptaba los ofrecimientos de Mistriss Macpher- son, y solo partiria despues de haber salido Amanda. La superiora acababa la carta diciendo que no tenia noticias de Lord Mortimer. Mistriss Macpherson estuvo muy sa- tisfecha de ver que Amanda seria reemplazada luego. Dos dias despues de haber recibido esta carta, Mistriss Duncan dijo á Amanda que su partida estaba aplazada pa- ra el dia siguiente, y le rogó que aquella misma noche “fuese á dormir con ella. Amanda consintió. Despues de comer se despidió de Mistriss Macpherson, que le dió su adios entre dientes, dándole á entender que ella podria muy bien arrepentirse de haberla dejado; pues estaba tan enfadada la vieja, por no haber podido saber adónde Mis- triss Duncan iba con Amanda, que le volvió todo el e he > . NS humor. Amanda dejó esta triste mansion con un placer que tuvo mucha dificultad de disimular, y acompañada de un hombre que llevaba su maleta, se trasladó con! a ma- yor prontitud á casa de Mistriss Duna en donde fué re- cibida con las mayores muestras de alegría y amistad. La velada la pasaron muy agradablemente. Se levanta ron temprano, y al acabar el desayuno llegó el carruaje que enviaban de la abadía de Dunreath. El equipaje de Mis- triss Duncan habia salido el dia antes, de manera que rma-' da las detenia. Mistriss Duncan hizo subir á Amanda y á sus hijas en el carruaje antes que ella; y detenida por una dolorosa conmocion, permaneció algun tiempo despues de ellos en el umbral de la puerta, no pudiendo despedirse de una habitacion en que habia vivido tan feliz con un hombre á quien “amaba, sin derramar un torrente de lagrimas que manifestaban el profundo dolor de su corazon. Ammunda conocia demasiado los sentimientos de esta especie para querer combatirlos; pero las niñas, impacientes de ponerse en camino, llamaban á su madre con grandes gritos. Es- ta cedió á sus deseos; y cuando ellas manifestaron su dis- gusto de ver sus mejillas mojadas de lágrimas, las abrazó tiernamente, procuró recobrar su serenidad, y en poco ra- to estuvo en estado de conversar con Amanda. El tiem- po era bueno, y viajaban lentamente, pues los caballos no eran nuevos, y así les dejaban tiempo de disfrutar de las escenas deliciosas y pintorescas que el camino presenta- ba por ambos lados. La mudanza de objetos, el pensa- miento de que se alejaba de un sitio desagradab!e, el del paraje á que se trasladaba, todo contribuia á reanimar el espíritu de Amanda: y se halló mas tranquila de lo que ha- bia estado despues de su separacion de Lord Mortimer. CAPITULO IV. Mi querida Fany, dijo Mistriss Duncan, llamando á Amanda con el supuesto nombre que habia tomado, si te- neis inclinacion á la supersticion, os aviso que vais á ha- bitar un sitio capaz de despertarla en vos. La abadía de Dunreath es un edificio gótico y sombrío que recuerda to- das las historias que se han heeho de casas infestadas de espectros y apariciones. El abandono en que la han de- jado los dueños ha acelerado su destruccion, no habiéndo- se reparado sino la parte del castillo que habitaban los criados. Con todo, esta destruccion del edificio es nada en comparacion de la revolucion acaecida en la fortuna de la que tenia la esperanza de ser algun dia su dueño. La hija mayor del primer matrimonio del conde de Dunreath (así lo he oido contar) era célebre por su belleza, y tan buena como hermosa; pero una mala madrastra se conjuró contra su dicha, y la obligó á buscar un asilo en los brazos de un hombre dotado de todas las cualidades y dones, es- cepto los de la fortuna, sin los cuales no podia gustar á Lord Dunreath. Despues de haber sufrido la pobreza con él durante mu- chos años, habia encontrado medio para introducirse en el corazon de su padre; pero la vil madrastra impidió el efec- to de este retorno feliz de sentimientos paternales. Sin embargo, ha corrido el rumor de que ha sido contra la úl- tima voluntad del conde de Dunreath. y por un detesta- ble artificio de Lady Dunreath, el que su hija Malvina y los hijos de esta hayan sido despojados de todos los bie- nes á que Jes daba derecho su nacimiento Este rumor se disipó insensiblemente como otros muchos. Puede ser que no haya llegado á oidos de Malvina y su marido, los solos que tenian interes en hacer investigaciones sobre es te asunto. Pero si es verdad que hayan urdido una tra... IN ma, tan pérfida, desgraciado del que sea culpable de tan grande crímen; pues la riqueza de que se ha apoderado en perjuicio del legítimo dueño, no puede apaciguar los remordimientos de su conciencia. Yo preferiria cien ve- ces mas, añadió poniendo sus manos sobre la cabeza de sus hijas. que mis hijas mendigasen el pan de puerta en puerta, que verlas vivir en abundancia con la herencia que su nacimiento aseguraba al huérfano. Si es cierto que Lady Dunreath haya cometido el cerí- men de que se le acusa, ha sido bien castigada. Despues de la muerte del conde, manifestó una grande pasion por un hombre de clase muy inferior á la suya y sin bienes, pasion que se decia haber tenido orígen durante la vida de su marido. Elia se habria casado con él, si la mar- quesa de Rosline su hija no se hubiese opuesto á este ca- samiento por medios tan violentos como estraordinarios. Llena de orgullo, de ambicion y avaricia, con la ayuda del marques, cuyas pasiones y miras convenian con las su- yas, se apoderaron de la desgraciada madre, y haciéndola pasar á Francia la encerraron en un convento. Yo no sé si vive aún, y creo que nadie lo sabe, ni se toma la pena de quererlo saber, pues era aburrecida por su altiva inso- lencia. Yo he hecho algunas preguntas á mi tia sobre este asunto; pero ella jamas ha querido satisfacer mi er- riosidad. Ha sido educada con la familia de Dunreath, y se cree con obligacion de guardar su secreto.. Ella vive en la abadía en la comodidad y abundancia, y dueña absoluta de la casa y de los pocos criados que la habitan; pero os prevengo que os tengais cuenta con estas gentes, que si las escuchais llenarán vuestra cabeza de historias espantosas, cuyos cuentos, á pesar de la razon, son capaces de hacer impresion sobre imaginaciones dis- puestas á temores supersticiosos. Ellos pretenden que la primera mujer del conde Dunreath frecuenta la abadía dando gemidos espantosos, que atribuyen á su dolor por el infeliz destino de su lija y sus nietos, despojados de su herencia por su injusta madrastra. , ca todo, os confesaré con franqueza que hallándome — 30 — a en la abadía algunos años ha, que duraba aún el desarre- glo de los bienes de mi marido, una tarde al anochecer paseíndome por una galería, oí un ruido muy estraño. Yo se lo dije á mi tia, y se enfadó mucho conmigo por los terrores involuntarios que yo le manifesté, y me aseguró que lo que habia oido no era otra cosa que el ruido del viento en los corredores contiguos. Pero, mi querida Fan- ny, dijo continuando hablándole al oido á Amanda por motivo de sus hijas, que todo esto quede entre nosotras; pues mi tia no me perdonaria jamas el haber hablado de mis temores, y mucho menos de los de sus criados á nin- gun viviente. Amanda escuchó en silencio el discurso de Mistriss Dun- . can, con el temor de que si hablaba no la vendiese su con- _mocion. Ellas al fin entraron en la garganta de las montañas entre las cuales está situada la abadía. El aspecto es im- ponente y triste. El valle está cerrado por todas partes, escepto una abertura entre dos montañas que deja ver el mar. Algunas de estas montañas están matizadas y es- carpadas; otras rodeadas en su base de un ribete de árbo- les, están revestidas de un hermoso verdor, y coronada de ginestas con flores blancas y amarillas. Unas están cu- biertas de árboles, escepto alguna parte que están claros, y otras, en fin, de arbustos con sus flores de púrpura. Mu chos riachuelos corren por la montaña; unos como hilos de plata dan la frescura y la vida á los terrenos que riegan: otros caen como cascadas de roca en roca con un agra- dable murmullo, para ir á formar al último del valle un vasto estanque sombreado por árboles tan antiguos como el edificio. Al pié de estas montañas se conocen restos de los in- mensos jardines, que parecian haber sido huertas que abas- tecian de todas las producciones vejetales que se consu- mian en la abadía; pero los edificios que habitaban los que las consumian estaban en decadencia, y los terrenos que se empleaban para ello estaban cubiertos de zarzas y espinas por el descuido de los actuales posesores. "ae. po 0 y CR La misma abadía era uno de los edificios mas respeta- bles por su antigúedad, que Amanda habia visto jamas; pero no presentaba mas que tristes restos de su pasada grandeza; los dias de su gloria ya no existian. Unas ma- sas medio destruidas anunciaban la próxima caida de lo restante; y para emplear el hermoso lenguaje de Hutchin- son: “su orgullo estaba abatido, su magnificencia sepulta- da en el polvo: la desolacion habia tomado el lugar de la hospitalidad, la risa estrepitosa del alegre huésped á la vista de la copa del espirituoso licor estaba reemplazada por el silencio y la soledad, y por los gritos melancólicos de la ave nocturna que habitaba las ruinas de las torres antiguas.” El corazon de Amanda estaba en este momento lleno de un tierno recuerdo de sus antepasados. ¡Cuán propio es, se decia á sí misma, el espectáculo de la vicisitud de las cosas humanas, para curar el corazon del hombre de la vanidad que saca de un nombre ilustre, y de la anti- gúedad de su linaje! Los orgullosos poseedores de esta grande habitacion, en el seno de la abundancia y de las diversiones, no pensa- ban que fuese posible que una de sus hijas llegase un dia á esta mansion de sus antepasados, no solo sin la pompa y el fausto que les era propio, sino humilde y abatida has- ta una especie de servidumbre; no para ser acogida en ella con la sonrisa del amor ó de la amistad, y abrazar sus tiernos parientes, sino incógnita, afligida, y satisfecha de encontrar un asilo y el pan de la dependencia. Por fortuna, Mistriss Duncan no reparó en la conmocion de Amanda á la vista de la abadía, pues estaba ocupada en responder á las preguntas de sus hijas. Llegado el carruaje á la puerta de la abadía, encontra- ron en ella á Mistriss Bruce para recibirlas. Esta era una viejecita llena de vivacidad, y manifestó el mayor gusto de ver á su sobrina y á sus hijas. Cuando la presentaron á Amanda, despues de haberla mirado por algun tiempo bano: ¡he aquí una cosa bien estraña! aunque veo por primera vez á esta jóven, no me es nueva su cara. BOE El vestíbulo en que entraron, era grande y sombrío, y enlosado de mármol negro. La bóveda estaba sostenida por columnas de lo mismo, y se veian en él muchas puer- tas que conducian á diferentes aposentos. Los instrumen- tos de la caza y de la guerra del uso de los antiguos ea- ledonios, estaban colgados y colocados á lo largo de las paredes. En seguida - Mistriss Bruce las condujo á un gran recibidor, y de allí á una grande y hermosa sala, que les dijo que en otro tiempo servia de comedor. Los muebles, aunque viejos, manifestaban aún su antigua magnificencia, y las ventanas góticas, habiéndose engrandecido conside- rablemente mas allá de sus primitivas dimensiones, daban una vista estendida y agradable á las posesiones y here- dades. se ¿Sabeis, dijo Mistriss Duncan, que este aposento, aun- que uno de los mas agradables y or la vista, me inspira cons- tantemente ideas melancólicas? En el momento que en- tro en él, pienso en las fiestas y diversiones que se han dado aquí en otro tiempo, y viéndole ahora desierto y si- lencioso, me acuerdo que aquellos que entonces eran par- ticipes de estos placeres, en el dia están sepultados todos en el-polvo. Su tia se puso á reir de la reflexion, y dijo que su sobrina era verdaderamente romanesca. El estilo antiguo y solemne del sitio que habitaba Aman- da, era muy propio á exaltar la disposicion de ánimo que ella habia llevado. No se oia otro ruido que el de las sólidas puertas gruñendo sobre sus goznes, 8 cerrándose cuando los criados pasaban de un aposento á otro para servir. Mistriss Duncan fué llevada por su tia á un rin- con del aposento, donde se entretenian en voz baja en sus asuntos domésticos, mientras que las niñas corrian por la. sala haciendo preguntas sobre todo lo que veian. | (Luedándose sola Amanda, cayó en una especie de lan= sguidez dulce, ocasionada por la fatiga y est enuacion. «El ruido de las aguas que caian de la montaña, el susurro de los insectos alados que se agitaban con los rayos del sol, suspendian, por decirlo así, á su alma, y la entretenian en una especie de calma pensativa: ¿k ES de E ¿Estoy realmente, se decia á sí misma, en la casa que han habitado mis antepasados, donde ha nacido mi ma- dre, y donde dió la mano á mi padre? ¡Quiera el cielo á lo menos que yo encu:ntre en ella un asilo contra el erí- men y los peligros que me persiguen! Pueda yo. ¿almar mai alma; y si no puedo sofocar sus afectos, consiga á lo menos reprimir sus clamores por la pérdida de los OLIgiOs ¡que me eran tan queridos. Sus reflexiones se suspendieron á á la hora de comer. Durante la comida procuró superar su abatimiento, y en ella fué la conversacion, si no alegre, á lo menos anima- da. Despues de la comida Mistriss Duncan, que conocia el gusto de Amanda por edificios antiguos, pidió permiso á su tía para enseñarle la abadía. Mistriss Bruce dijo que ella misma queria acompañarla. Se veian aun en muchas de sus estancias rasgos de la manificencia con que habian sido amuebladas. Yo no entiendo, dijo Mistriss Ducan, có- mo una habitacion tan magnifica está abandonada de sus dueños. El castillo de Rosline, dijo Mistriss Bruce, está cons- truido por un estilo mas moderno, y por esta razon lo pre- fieren á este. ¡Luego este, replicó Mistriss Duncan, no es mas que un monumento de familia, que solo subsiste para transmitir á la posteridad el nombre de la marquesa? ¿Cuánto dista, preguntó Amanda, esta casa de la del marques de Rosline? Cerca de doce millas, contestó Mis- triss Bruce, que parecia no gustar de la conversacion de la sobrina. En seguida las condujo á una larga: galería adornada con los retratos de la familia. Amanda tenia ya idea de ella por la descripcion que le habia hecho su pa- dre, contándole que allí se habia deten do á contemplar el retrato de Malvina, y tenia grande impaciencia de verlo. Mistriss Bruce les nombró todas las personas que esta- ban retratadas. Aquella, dijo, es la marquesa de Rosline, - cuando no era mas que Lady Augusta Dunreath. Aman- da reconoció el carácter soberbio “de la marquesa, y obser- - vó que el cuadro del retrato inmediato estaba vacio. El retrato de Lady Malvina Dunreath estaba allí, dijo A TOM. V. 3 E —34— Mistriss Bruce; pero despues de su desgraciado casamien- to lo quitaron. ¿Y lo destruyeron? preguntó Amanda. No, contestó Mistriss Bruce; lo han arrinconado con los mue-- bles viejos en la antADa capilla, que hace muchos años que está cerrada. ¿Se podria ver? preguntó Amanda. Eso . es imposible, respondió Mistriss Bruce. La capilla y to- da la parte del Este de la Abadia se halla en tal estado de ruina, que ha sido necesario cerrar todas las entradas por temor de que sucediesen desgracias. AMÍ es, dijo Mistriss Duncan al oido de Amanda, la ga- leria donde oí el ruido estraordinario; pero chiton. Amanda apenas pudo ocultar sr sentimiento de no po- der ver el retrato de Malvina. Ella habria pedido que le abriesen la capilla, si no hubiese temido despertar algu- nas sospechas. : Volvieron de la galería á la sala, y en el discurso de la conversacion supo Amanda diferentes anécdotas de la his- toria de sus antepasados que Mistriss Bruce sabia. Esta tambien habló de Malvina con unos elogios que hicieron casi olvidar á Amanda que acababan de llamar trasto viejo al retrato de su madre. Ella se retiró á su aposento con- solada y animada por lo que acababa de oir de sus virtu- des; y la invocó, como igualmente á su padre, suplicándo- les bendijesen á su hija, sostuviesen su valor en los sen- deros difíciles de la vida, y velasen sobre ella hasta pus la Providencia los juntase. CAPITULO Y. La situacion de Amanda llego á ser aun mejor de lo que habia esperado; Mistriss Duncan era la amiga mas atenta que podia encontrar; Mistriss Bruce obsequiosa y política, y las niñas dóciles y reconocidas. Si ella hubie- se podido olvidar lo pasado, hubiera sido feliz; pero sus memorias estaban demasiado profundamente grabadas, 3) — para borrarse con tanta facilidad. Ellas se mezclaban con los sueños de la noche, en las ocnpaciones del dia, en sus meditaciones solitarias, y le arrancaban incesantemen- te suspiros de sentimiento y ternura. Las mañanas las empleaba en sus educandas. Despues « de comer, unas ve- ces se paseaba con Mistriss Duncan, otras leia alto delan- te de la tia y sobrina, cuando estas estaban ocupadas en labores de muger; pero luego que se ponian á hablar de sus negocios, ó á jugar á los cientos, que era lo mas ordi- nario (pues Mistriss Bruce no gustaba de trabajar ni _pa- sear), ella aprovechaba este momento para retirarse á su aposento, 6 recorrer las oscuras revueltas de la abadia y los paseos de las cercanías. Hlla suspiraba siempre que pasaba por delante de la capilla en que se hallaba el re- trato de su madre. Esa parte del edificio estaba en muy mal estado, y oculto la mayor parte por la yedra y el box que entapizaban las paredes, y manifestaban su decaden- cia. Las ventanas estaban rotas en muchas partes, pero á demasiada altura para poder entrar por ellas, y la puer- ta estaba cerrada por dentro con grandes barras de hierro, Todas las de la parte oriental de la casa estaban tam- bien barreadas. Quince dias se pasaron así en la Abadia, sin que nada turbase la tranquilidad que en ella reinaba. Nadie se acercaba allí sino algunos pobres, y todos cuantos la habi- taban parecian estar contentos de llevar esta vida retira- da. Amanda conformándose con los deseos de Mistriss Duncan, habia pedido á Mistriss Dermont que le dirigie- se sus cartas á la vecina poblacion que distaba de la aba- dia cerca de cinco millas. Un hombre iba y venia todos los dias, y nunca llevaba carta para Amanda. ¿Por qué, se decia á si misma, esta inquietud por una carta y este disgusto de no recibirla, cuando no tengo na- da de interesante ni de agradable que saber? Mistriss Dermont me ha dicho que ya no tenia medio alguno para tener noticias de Lord Mortimer, y aun cuando pudiese dármelas, ¿por qué deseo tenerlas, separada como estoy de él para siempre? e SÍ ¿A de E ». TB ia Al fin de la tercera semana un incidente turbó el repo- so de Amanda. Mistriss Bruce entró una mañana preci- pitadamente en el aposento en que estaba con Mistrisg Duncan y sus hijas, y las rogó que no saliesen hasta que el conserge del castillo de Rosline, que estaba abajo, se hubiese marchado; porque, les dijo, si él supiera que voso- tras residíais en la abadia, no dejaria de decirlo al mar- ques, lo que me espondria á un digusto. Ellas le asegu- raron que no saldrian del aposento, y se retiró, dejándolas muy sorprendidas de la grande agitacion que manifes- taba. Dos horas despues volvió á libertarlas de su encierro. El agente de negocios del marques se habia vuelto, el cual Te trajo una “noticia que no esperaba. El marques y su familia llegaban 4 Rosline-Castle; la estacion estaba demasiado adelantada para que yo imaginase, les dijo ella, que viniesen antes del verano próximo, y pues me he en- ganado, en esto no hay otro partido que tomar sino envia- ros á la cercana poblac on á pasar el tiempo que la fami- lia permanezca en la vecindad; pues durante su mausion seguramente vendria alguno de la casa, y si sabian que viviais aquí, tendria ese descubrimiento consecuencias fu- nestas para mi. Mistriss Duncan suplicó á su tia que no se espusiese por su amor á ningun inconveniente, y le propuso dejar la abadia aquel mismo dia. Mistriss Bruce le dijo que no era necesario, y que podia permanecer aun algunos dias; pues, añadió ella, la familia no llega hasta el fin de la se- mana próxima á Rosline-Castle para celebrar las budas de la hija del marques, Lady Eufrasia Sutherland. ¡Las bodas de Lady Eufrasia! esclamó Amanda con una voz turbada y olvidando su situacion: ¿y con quién se ca- sa? Con Lord Mortimer, respondió Mistriss Bruce, hijo único de Lord Cherbury, y joven muy agradable; tiempo hace que se hablaba de este casamiento; pero...... Aquí fué interrumpida por un profundo suspiro, ó mas bien por un gemido involuntario de Amanda, la cual conmovida en estremo, y temiendo hacerse traicion, tuvo bastante fuer- o za y presencia de espíritu para pretestar un aturdimiento y retirarse á su cuarto. Ella tenia razon de temer que no se le escapase el secreto; pues Mistriss Duncan sospe- chaba de mucho tiempo ha que Amanda habia esperimen- tado los disgustos del amor, y las niñas habian dicho á su madre que ellas habian visto llorar 4 Amanda mirando un retrato. Pero como Mistriss Duncan tenia toda la delica- deza que da la verdadera sensibilidad, no dejaba descubrir sus "conjeturas, bien persuadida, por otra parte, que los disgustosno dimanaban de defecto alguno en su conducta. Vuelta Amanda á su aposento dejó correr sus lágrimas, y aun llorando se las reprendia. ¿No sabia ya, se decia á sí misma, que el sacrificio que hacia á Lord Cherbury tendria las consecuenciás de un suceso que me espanta? Es verdad que ella lo habia previsto; pero todas las oca- siones que esta idea se presentaba á su imaginacion, siempre la habia apartado cuidadosamente, de manera que cuando volvia era con la misma fuerza que la prime- ra vez. En este instante le parecia que su desgracia ha- bria sido menor, si Lord Mortimer se hubiera casado con cualquiera otra que Lady Eufrasia. ¡On Mortimer! decia ella, yo que os amo con tanta tárkrira; si os uniéseis con una muger que conociese lo que valeis y fuese digna de vos, se templarian mis trabajos con la certeza de que érais feliz; ¡pero qué union la de dos seres tan diferentes y tan poco hechos el uno para el otro! ¡Ah! no es bastante mi desgracia; es preciso que me la aumente la vuestra. Pero puede ser, añadió ella, que los males que temo no sucedan; puede ser que el cielo temple el corazon de Eu- frasia, y dándole á Mortimer le hará conocer el precio de tan grande beaeficio. Puede ser que la haga capaz no so- lo de inspirar, sino de sentir el amor. -¡Ah, quiera Dios que elia sea para con él lo que habria sido Aranda, una amiga, una fiel y tierna compañera! ¡Ojalá que ella sea feliz si contribuye á que lo sea Mortimer! ¡ojalá que la fe- licidad de él sea tan grande como sus virtudes y benefi- cencia! y Gaal ojalá que el conocimiento que ten- ga de ello mitigue las penas de mi corazon! 188 - Este movimiento de generosidad reanimó su espíritu abatido; pero esto fué solamente por poco tiempo, pues el color encendido que se habia difundido en sus mejillas, cedió su lugar á las lágrimas que corrieron de nuevo. ¡Ah! decia, dentro de pocos dias seré criminal en pensar en Lord Mortimer, como he hecho hasta ahora, y me avergonzaré de mirar este retrato cuando el original sea esposo de La- dy Eufrasia. La campana de aviso para comer, y un golpe á la puer- ta, la encontraron aún absorta en sus reflexiones. Ella pensó que si se dejaba llevar de su abatimiento, como ha- bia hecho hasta entonces, despertaria las sospechas de las mugeres que vivian con ella. Este pensamiento le hizo viva impresion: enjugó sus lágrimas, y abrió la puerta á Mistriss Duncan que venia á buscarla para comer. Ella consiguió calmarse, y permaneció en sosiego hasta despues del té; y cuando trajeron los naipes salió para irse á pa- sear, y se fué al lado de la capilla vieja, y sentándose con- tra la pared apoyó su cabeza en la tapicería de la yedra y arbustos que la cubrian. Pocos minutos habia estado en esta situacion, cuando oyó detras de sí que caian al- gunas piedras; y aun habria caido ella tambien si no hu- biese sido sostenida por las ramas que entapizaban la pa- red. Ella se levantó, y vió que acababa de hacer una abertura bastante capaz para poder entrar en la capilla, y observó que la brecha estaba encubierta por los arbus- tos. Este descubrimiento le dió grande placer, pues con- cibió la esperanza de ver el retrato de su madre, que Mis- triss Bruce le habia dicho que estaba retirado en este si- tio. Ella separó la yedra y las matas con tiento para no maltratarlas mucho, y despues de haber saltado algunos escombros que cubrian el suelo, se encontró en medio de la capilla. El dia declinaba, pero se podian aún distin- guir los objetos. Se oian ya los gritos lúgubres de los mochuelos que habitaban en las arruinadas paredes, y los graznidos de los cuervos que iban á recogerse á los árbo- les inmediatos para pasar allí la noche Las banderas de los antiguos señores cubiertas de polvo, estaban colga- das en las paredes. Se veian tambien palos de lanzas, corazas y cascos tomados del orin, sobre los cuales pasaba Amanda con paso tímido. Ella solo buscaba el retrato de su madre, y en efecto vió uno apoyado contra la pared cerca del altar. Le qui- tó el polvo, y reconoció aún aquella misma de quien su pa- «dre le habia hecho tantas veces la descripcion. El dia estaba demasiado oscurecido para que pudiesen distin- —guirse sus facciones; pero resolvió volver al dia siguiente mas temprano despues de comer. Al verle, se apoderó de ella un respeto religioso: se acordó del modo patético con que su padre le habia pintado su conmocion á la vista de esta imágen querida, y sus lágrimas corrian por el desgra- ciado destino de sus padres y el suyo. Sentada sobre las - gradas del altar donde Fitzalan y Malvina se habian uni- do con los votos solemnes, una mano apoyada sobre la ba- -laustrada y los ojos fijos sobre el retrato, parecia creer que au madre veia sus penas y tenia lástima de ellas. Enton- ces oyó la campana de la abadía, que le advertia que era tiempo de entrar. Antes de volver hácia la abertura por la cual habia entrado, habia divisado una pequeña puerta abierta al lado opuesto. Como sabia por Mistriss Bruce que el aposento de Lady Malvina estaba en esta parte del castillo, resolvió procurar verle al dia siguiente antes de - dejar la abadía con Mistriss Duncan, con el temor de que «durante su ausencia no descubriesen la brecha y la repa- “rasen. Volvió, pues, á entrar en la sala antes que las se- ñoras hubiesen acabado el juego, y al dia siguiente des- pues de comer las dejó jugando, y volvió á la capilla. Un momento antes de entrar, se detuvo para asegurarse que nadie la observaba, y entró como el dia anterior. El dia estaba bastante claro para examinar de nuevo el retrato; y aunque estaba un poco echado á perder por la humedad, halló en él las gracias y la belleza del original, que habia oido describir á su padre con tanta sensibilidad. Jilla lo contempló come ia anterior, con los sentimientos de re- verencia, amo pasion; su conmocion le escitó aún sus lágrimas, y le parecian menos amargas derramadas — 140 delante de la imágen de su madre. Pronunciaba los nom bres de sus padres y se llamaba á sí misma: Huérfana desgraciade, estraña en la casa de sus antepasados. Arti-- culó el nombre de Mortimer con el acento apasionado de la ternura y del dolor. Mientras se abandonaba así á las lágrimas y quejas, oyó un ligero ruido como de pasos de una persona á poca distancia de ella. Entonces se levan- tó de la posicion en que estaba, pues se hallaba de rodi- llas delante del retrato de su madre, por temor de que se hubiese descubierto que habia penetrado á la capilla, lo que daria mucho disgusto á Mistriss Bruce, aunque Aman- dano imaginaba el por qué. Ella escuchó temblando al-- gunos minutos, y estando todo tranquilo, creyó haberse en- gañado, y volvió en compañía de las damas, determinada á volver al dia siguiente y visitar el aposento que habia ocupado su madre, á pesar del miedo que acababa de tener. CAPITULO Vi, Al dia siguiente despues de comer, considerando que le quedaba poco tiempo antes de su partida para satisfacer su curiosidad, dijo que tenia deseos de dar un paseo mas largo de lo acostumbrado. Mistriss Bruce le advirtió que tuviese cuidado de no resfriarse, y Mistriss Duncan la re- prendió por gustar demasiado de la soledad. Ella, pues, tomó su camino hácia la capilla, y se fué derecho á la pe- queña puerta que habia observado en su última visita. Despues de abierta, se encontró con un vestíbulo elevado al pié de una grande escalera, á quien daba luz por arri- ba una ventana gótica. Subió las gradas, amedrentándo- se ella misma del ruido de sus pisadas, las cuales, repeti- das por los ecos en este grande espacio, añadian temor á la impresion que produce la soledad. Al último de la es- calera encontró dos puertas de dos hojas, ambas cerradas. E sas Abrió la de la izquierda, y divisó una larga galería que imaginaba, despues de lo que habia oido decir á su padre, que conducia al aposento que buscaba. El dia iba declinando, y su resolucion titubeó un poco; pero avergonzada de ceder á un temor supersticioso, y de retroceder sin satisfacer su curiosidad despues de haber adelantado tanto, prosiguió su camino por la galería. La puerta que ella abandonó, se cerró por sí misma con tanto ruido, que hizo temblar todo lo del rededor. La galería tenia á un lado una porcion de puertas cimbradas, y al otro lado otras tantas ventanas, pero pequeñas y colocadas tan altas, que solo daban una luz sombría. Latia fuerte- mente el corazon de Amanda, y encontraba la galería de una interminable longitud. En fin, llegó á una puerta que hacia frente á la otra por la cual habia entrado. Es- taba ésta entreabierta, é impeliéndola poco á poco, se en- contró en un grande aposento, que segun todas las conje- turas habia sido el de su madre. Yendo adelante, vió á la otra estremidad alguna cosa blanca, cuya forma no podia distinguir bien; pero su terror llegó á lo sumo cuando co- noció que era una mujer. Ella creyó ver un espectro, y dando un terrible grito, de un brinco se puso fuera del aposento hasta la galería. Corria con tanta violencia, que llegando á la puerta por donde habia entrado y que se ha- bia cerrado, dió un violento golpe, y cayó. Ella estuvo algun tiempo sin poderse levantar; pero mientras se ha- llaba en este estado, oyó que alguno se le acercaba. El terror la reanimó un momento, y procuró abrir la puerta; pero sus esfuerzos fueron vanos.—;¡Dios mio! dijo, prote- jedme; y en este momento sintió una mano fria sobre la suya, y una voz dolorosa que le decia: no huyais de mí, alejad de vos terrores supersticiosos: no creais ver en mí un sér fantástico que habita el otro mundo. Soy una mu- jer desgraciada, culpable y arrepentida. A estas palabras, se disminuyó el terror de Amanda; pe- ro su sorpresa fué tan grande como lo habia sido su temor. Ella pudo entonces mirar á á la persona que le hablaba, de la que no apartaba los ojos, y escucharla en silencio. — — LD iia Si mi vista, dijo la mujer blanca, y lo que he oido de vuestra misma boca no me engaña, sois descendiente de la familia Dunreath. Yo os oí ayer tarde llamaros una desgraciada huérfana, hija de Lady Malvina ES Yo soy en efecto su hija, contestó Amanda. Decidme, pues, continuó la mujer, ¿cómo os hallais aquí, como vos misma decís, estraña y dependiente en la casa de vuestros antepasados? Yo soy uno y otro, dijo Amanda. Aquí no me conocen bajo mi verdadero nombre, pues circunstancias particula- res me han obligado á ocultarlo, y he sido conducida á la abadía como aya z de dos niñas, parientes de la persona que gobierna la casa. En fin, esclamó la mujer blanca levantando al cielo sus ojos hundidos y sus secas manos, en fin, mis oraciones han llegado hasta el trono de Dios de las misericordias, y ya no puedo dudar de que ha aceptado mi arrepentimiento, pues que me da el medio de reparar la injusticia de que me he hecho culpable. ¡Oh vos, continuó, cuya presencia me recuerda la juven- tud y belleza de Lady Malvina, que yo he marchitado an- tes de tiempo! si vuestra alma es semejante á la de vues- tra desgraciada madre, como vuestras facciones se pare- cen á las suyas, por piedad y por mis largos sufrimientos no me echeis en cara mi crímen. Vos veis en mí la cul- pable y arrepentida viuda del conde de Dunreath. - ¡Oh Dios! esclamó Amanda, ¡es posible?—¿No os han enseñado desde pequeña á pronunciar mi nombre sino con horror? preguntó la infeliz mujer.—¡Oh! no, respondió Amanda.—¿No? repitió Lady Dunreath con admiracion. ¡Ah! es porque vuestra madre era un ángel. Pero ¿no ha dejado un hijo?—Sí, dijo Amanda.—;Y vive aún?—¡Ah! no lo sé, respondió Amanda. La desgracia nos ha sepa- rado, y él ignora mi destino como yo el suyo. Yo soy, esclamó Lady Dunreath, yo soy, pobre y dulce Malvina, quien ha sido la causa de las desgracias de vues- tros hijos; pero bendita sea la mano de la Providencia, que por medios solo de ella conocidos me pone en estado de TA reparar los males causados por mi crueldad y mi injusti- cia. Veo, continuó ella, que el acaso os ha conducido aquí, y temo deteneros mas tiempo por temor de que seais descubierta. Si supiesen que me habíais visto, no podria ejecutar mis intenciones. (ruardad el mas profundo se- creto, os ruego, no tanto por vos como por mí, y que Mis- triss Bruce no pueda tener el menor indicio de lo que ha pasado entre nosotras. Volved mañana en la tarde, y re- cibireis de mí un depósito sagrado, con el cual entrareis en posesion de los bienes de vuestros antepasados, y re- cobrareis á lo menos toda la felicidad que puede dar la riqueza. Os suplico que pongais en un papel una rela- cion abreviada de vuestra vida, y de las aventuras que os han conducido á la abadía, para llenar de un modo tan estraordinario las miras de la Providencia. Amanda le prometió ejecutar todo cuanto deseaba, y la infeliz señora se retiró por la galería, mientras que Aman- da bajó la escalera, y salió por la brecha llena de admira- cion, de compasion y de esperanzas. Entró en la sala, donde Mistriss Bruce y Mistriss Duncan acababan de de- jar el juego. La palidez de Amanda y la turbacion que manifestaba aPn cn sus ojos, hicieron viva impresion á las dos señoras. Acordándose Amanda de lo peligroso que le era ser el objeto de una sospecha, les dijo que ha- bia hecho un paseo demasiado largo, que estaba cansada, y pedia permiso para retirarse á su aposento. Mistriss Duncan la acompañó, y se habria quedado con ella hasta que se hubiese puesto en cama, si Amanda no se hubiera opuesto á ello. Pero no era la intencion de Amanda acos- tarse tan pronto. El descubrimiento que acababa de ha- cer tan estraño y tan interesante, la agitaba tan fuerte- mente, que tuvo mucha dificultad en calmarse lo suficien- te para poner por escrito la relacion que le habia pedido Lady Dunreath. Ella la hizo en bosquejo, pero de un modo bastante fuerte para interesar á toda alma sensible. No habló en ella de su amor, sino solo de los infortunios de su padre y de los suyos, y de los acaecimientos que la habian conducido á la abadía. Despues de algunas horas Lo de descanso, continuó por la mañana la relacion que ape- nas habia comenzado: cuando la hubo acabado, Mistriss Duncan la llamó para hacer sus paquetes para el viaje. La tarde estaba ya adelantada cuando pudo ir á la capilla, donde encontró á Lady Dunreath en la actitud de una pro- funda melancolía, apoyada contra la barandilla del altar. Su palidez, su fisonomía abatida por la desgracia, su falta de carnes, su situacion abandonada, todo inspiraba á Amanda una tierna lástima. Ella mojó con sus lágri- mas la descarnada mano que la señora le presentó al acer- carse.—Yo no merezco, dijo Lady Dunreath, las lágrimas de vuestra compasion. No obstante, es un grande con- suelo para mí encontrar un ser que siente mis penas; pe- ro los momentos son preciosos. Entonces condujo á Aman- da al altar, y le suplicó que le ayudase á levantar una pequeña losa de mármol semejante á las del pavimento del pié del altar. Levantada la piedra con alguna dificultad, vió Amanda un pequeño cofre de hierro que ayudó tam- bien á Lady Dunreath á levantarlo. Entonces esta sacó una llave de su seno, abrió el cofre, y sacó de él un per- gamino sellado.—Recibid, dijo 4 Amanda, el testamento de vuestro abuelo, depósito sagrado que os confio para en- tregar á vuestro hermano, legítimo heredero del conde de Dunreath. ¡Quiera el cielo que la restitucion que os ha- go de él, junto con mi arrepentimiento sincero, expie el crímen que he cometido deteniéndolo y ocultándolo tanto tiempo! ¡Pueda la fortuna, que se os vuelve á los dos, traeros la felicidad! Amanda, trémula, recibió el pergamino. ¡Gran Dios' dijo ella, ¿es posible, es verdad que tengo en las manos el tes- tamento de mi abuelo, y con él los bienes de fortuna res- tituidos á mi hermano? ¡Oh Providencia! qué ocultos y misteriosos son tus caminos! ¡Oh Oscar, querido hermano (pues ella en este momento se olvidaba de sí misma,) si tu hermana hubiera podido creer que los disgustos que ha sufrido la habian de conducir á tal descubrimiento, no ha: brian tenido para ella la mitad de su amargura! Sí, pa- dre mio, á lo menos uno de tus hijos podrá ser feliz, y el ib espectáculo de su dicha mitigará y endulzará la miseria del otro. Mientras hablaba así, sus lágrimas corrian en abundancia, y aliviaban su corazon agitado por tan fuer- tes conmociones. ni ¡Oh, no me hableis, dijo Lady Dunreath con un profun- do gemido, no me hableis de vuestras desgracias, si no quereis arrojarme á la última desesperacion, pues yo sola debo acusarme de haber causado todos los infortunios de Lady Malvina y de sus hijos! -— Escusadme, esclamó Amanda enjugándose sus lágrimas; escusadme estos dolorosos recuerdos; yo seria ingrata con el cielo y con vos misma si me detuviese mas sobre mis pa- sadas desgracias; pero permitidme no dejar escapar esta ocasion para preguntaros si puedo serviros en alguna co- sa; si teneis algun amigo á quien pueda dirigirme en vues- tro nombre, para haceros libre de la cruel é injusta pri- sion á que os veo reducida, No, dijo Lady Dunreath; yo no tengo amigo alguno; no me los he grangeado cuando rne hallaba en estado de ad- quirirlos, y si alguno en el mundo se acuerda de mi, solo es con desprecio y con horror. Las leyes de mi pais me darian pronto la libertad, ya lo sé; pero si las cosas giran como yo espero, ninguna necesidad tendré de invocar las leyes; y una gestion de esta naturaleza podria tener para mí y mis opresores consecuencias que quiero evitar. Vues- tra felicidad y mi seguridad exigen aún durante algun tiempo un profundo secreto. En este papel encontrareis las razones que tengo para pediroslo; y al mismo tiempo le entregó un2papel que sacó de su seno, en cambio del enal Amanda le dió la relacion que le habia prometido. En seguida volvieron á colocar el cofrecillo de hierro y el mármol en su respectivo puesto, y se sentaron sobre las gradas del altar. Amanda notició á Lady Dunreath que ella partia al dia siguiente, y el por qué. Lady Dunreath manifestó la mayor impaciencia de que todo se pusiese en obra p:ontamente para hacer reconocer la autenticidad del testamento. Que yo vea, decia ella, al heredero legitimo en posesion de la abadía, mi alma recobrará alguna cal- 1605 ma hasta que abandone su cuerpo mortal, momento que yo espero no estará lejos. Lágrimas de compasion caye- ron de nuevo de los ojos de Amanda, y se horrorizó pen- sando que la desgraciada podia morir abandonada y pri- vada de todo consuelo y socorro. Ella la volvió á instar que le indicase algun medio para procurarle al instante su libertad, y Lady Dunreath le repitió que esto era imposi- ble antes que Amanda hubiese hecho del testamento el uso que debia. Llevadas por la dulce y melancólica simpatía que une á los desgraciados, una y otra olvidaban el peligro de ser descubiertas, cuando la campana del castillo les advirtió la hora que era.—Idos, grito Lady Dunreath con el mayor espanto; si no, somos ambas perdidas. Amanda le apretó la mano en silencio, y salio de la capilla. Ella se detuvo afuera para escuchar, pues siendo ya de noche, el oido so- lo podia advertirle el peligro de ser sorprendida. Solo se oia el ruido de los vientos en las cimas de los árboles del valle, y el murmullo de las aguas que caian de la montaña. Ella buscaba á tientas por el largo de las paredes de la capilla un sendero que conducia á la puerta de la abadía, cuando oyó la voz de Mistriss Duncan que la llamaba, y que le dijo que ya comenzaba á estar inquieta de no ver- la volver, y que iba en su busca con un eriado. Este incidente hizo temer á Amanda que la hubiesen descubierto, y esta idea la turbó cruelmente; pero pronta- mente se convenció por el tono y modo de Mistriss Dun- can que habia escapado de este peligro. Ella tenia muchas ganas de retirarse á su aposento y no cenar; mas temiendo hacerse sospechosa, se quedó en la sala, tan ocupaua su imaginacion del acaecimiento de la tarde, que no sabia lo que decia ni lo que hacia, Al fin la sacó de esta meditacion un nombre querido de su cora- zon, qué tenia el poder de alejarle toda otra idea. Mistriss Bruce hablaba de las próximas bodas de Lord Mortimer Amanda la miraba tristemente, y á su pesar dejaba esca- par algunas lágrimas. Ella se ponia alternativamente ya colorada, ya pálida.—¡Ah! decia, ¡qué me importan la sir- A A e quezás mientras he perdido la felicidad! Con todo, en se= guida desechaba este pensamiento, y se preguntaba: ¿Qué, es despreciable la independencia y el poder de hacer bien? ¿Qué, no merecen estas ventajas el mas vivo y tierno re- conocimiento de los que las poseen hácia la Providencia que las ha concedido? Sin duda, se decia á sí misma, y en este momento pagó en silencio este tributo al Autor y dispensador de todos los bienes. - Era ya tarde cuando las damas se separaron, y Aman- da, habiendo cerrado su aposento por dentro, sacó del se- no los papeles que tenia allí ocultos, y se puso á leer la relacion de Lady Dunreath. CAPITULO VII, “Adorando el poder que me ha dado los medios de re- parar la injusticia que he cometido, voy á haceros paten- te, hija amable de la desgraciada Malvina, un corazon que la memoria de sus faltas y sus dolores pasados y actuales atormentan desde mucho tiempo ha. Yo estoy convenci- da, de que dotada de la bondad de vuestra madre como os le pareceis en la belleza, condenando al culpable tendreis piedad del penitente, y obtendreis del cielo mi perdon, pues las plegarias de la inocencia son muy poderosas pa- ra con él. Mi prision dura hace algunos años, y mi espe-: ranza de reparar mi injusticia con Lady Malvina comen- zaba á disminuirse, aunque el deseo que de ello tenia no me dejaba desesperar enteramente de conseguirlo. “¡Ah, buena Malvina! la suerte me habia condenado á no oir mas mi perdon pronunciado por vuestra boca; pero esperaba obtenerlo algun dia de vuestros hijos, y si desde la alta mansion dichosa en que disfrutais de la felicidad prometida á los buenos, es permitido á las almas saber lo que pasa en la tierra, esto y segura que mirareis con ojos benignos y compasivos á la desgraciada, que ella misma . me sta AN ea se cubre de oprobio y vergúenza, confesando sú crímeu, para expiar aquel de que se ha hecho culpable con vos. “Pero yo debo detener las efusiones de mi corazon pa ra no perder el tiempo que tengo para haceros lo que llamo mi confesion, é instruiros de algunas circunstancias que debeis saber. “Mi crueldad y mi insolencia con Lady Malvina no os deben ser desconocidas. Yo habia olvidado los beneficios que habia recibido de vuestra madre, cuya proteccion y amistad habian echado los cimientos de mi fortuna. Me alegraba mucho de su casamiento con el capitan Fitzalan, como de un paso que le atraeria el perder la gracia de su padre, y que reduciéndola á la pobreza, eclipsaria sus atractivos que yo detestaba, porque oscurecian los de mi . e - hija. El resentimiento del conde al principio fué mask Y to, pero ví con sorpresa y disgusto que se, mitigaba poco á poco. Las consecuencias irreparables de un testamen- to en que su hija quedaba desheredada, la consideracion de que no tenia necesidad de un marido que tuviese bie- nes de fortuna, la nobleza de Fitzalan, las gracias y vir- tudes de que estaba dotado, y que le hacian digno de los mejores y mas ricos partidos, volvian á menudo á la con- sideracion del conde, y abogaban fuertemente en favor de su hija. Con el temor de que mis proyectos contra ella no se frustrasen enteramente, me ocupé como el espíritu maligno, en atizar el resentimiento de su padre. Perso- nas ganadas por mi le representaban sin cesar el atrevido desprecio que Lady Malvina habia hecho de la amistad de su padre, y que perdonándola tan fácilmente, habria que temer en su hija una conducta semejante, y algun ca- samiento con una persona mas pobre, si era posible, y te- niendo aún menos mérito que Fitzalan. Esta última con- sideracion tuvo todo el efecto que habia esperado, y La- dy Malvina fué declarada enteramente estraña de su fa- milia. “Entonces esperó - que las miras ambiciosas que tenia por mi hija, se realizarian. Mucho tiempo hace que desea- ba casarla con el mgaaués de Rosline; pero hubia sido al- á ; l his a gunos años antes el adorador de Malvina, y estaba tan fuertemente apasionado de ella, que á la nueva de su ca- samiento se habia ido á viajar. Entonces probé todos los medios de inducir ál conde á hacer un testamento en fa- vor de Lady Augusta; pero no pude conseguirlo; y vivia en una cruel aprension de que si moria intestado, entrase - Malvina en la posesion de la parte de los bienes de su pa- dre, de los cuales yo la habia querido despojar. Querien- do procurar á todo precio un grande establecimiento para mi hija, hacia correr por todas partes, que no se dudaba que Augusta seria la única heredera del conde. Tres años despues volvió el marques á su patria. Su pasion desgra- ciada por Malvina estaba estinguida. La opinion que habia hecho esparcir de la disposicion que el conde haria de sus bienes, le fué insinuada, y él tomó parte. Llevado de la avaricia pidió la mano de mi hija, que le fué conce- dida. El conde le dió en dote una grande suma de dine- ro de contado; pero á pesar de mis esfuerzos, no quiso dar- le tierra alguna viviendo él. Yo siempre esperaba, como igualmente el marques, que muriendo le dejaria todos los bienes. El casamiento de mi hija acrecentó mi altanería natural, y se hizo mas vivo en mí el amor á los placeres, proporcionándome en casa del marques las ocasiones de entregarme á ellos. La vida disipada que llevaba me hi- zo olvidar del conde, cuyas enfermedades le confinaban á la abadía, y fué abandonado á la soledad y á los cuidados de sus criados. Vos, sin duda os admirareis de un des- cuido impolítico con un marido con quien tenia tanto in- teres en contemporizar; pero la Providencia ha dispuesto sabiamente que el vicio sea enemigo de sí mismo. Si yo hubiese continuado en manifestar al 'conde la misma ter- nura, y teniendo por él los mismos cuidados, no puedo du- dar que le habria determinado al fin á hacer lo que de- seaba; pero embriagada con el placer y la vanidad, mi prudencia (si no es prostituir esta palabra sirviéndome de ella) me abandonó. En un cuerpo víctima de las enfer- medades y de la edad, conservaba toda la fuerza de su es- píritus El conocio muy bien mi negligencia, y se resintió TOM, V. Lo —50— vivamente de ella. Esta le fué tanto mas sensible, to mas contrastaba con las tiernas y respetuosas ater e nes que habia tenido por él la infeliz Malvina que habia desterrado de su presencia, y el resentimiento que habia atizado cuidadosamente se apaciguó de nuevo; de Manera que estaba muy favorablemente dispuesto á oir á la ino- cencia del niño abogar por la causa de la madre. Mi ter- ror y mi sorpresa fueron estremos cuando encontré al pe- queño Oscar en las rodillas de su abuelo. Las lágrimas que el viejo derramaba sobre las mejillas del amable ni- ño, manifestaban el afecto que conservaba á la madre, y el pesar de haberla tratado con tanto rigor. Yo distin- guí aun en las miradas que arrojaba sobre el niño, un sen- timiento de satisfaccion y de alegría, y creí ver que se de- cia á sí mismo: este niño será aún el apoyo, el adorno y engrandecimiento de mi antigua casa; y diferentes cir- cunstancias que se siguieron, me dieron pruebas que ha- hia interpretado bien sus miradas. Yo retiré al niño de su presencia con un movimiento de rabia. El conde se conmovió mucho. Conocia la violencia de mi carácter; y débil para sostener una querella conmigo, juntó todo lo que le quedaba de fuerza y cabeza para arreglar sus ne- gocios, y pareció ceder callando á mi voluntad, pero sin mudar de resolucion. Vos, seguramente, estareis instruida del modo con que impedí á vuestro jóven hermano que se presentase de nuevo á su abuelo, y cómo despedí á vuestra madre, cuando vino á presentarse ella misma pa- ra hacer el último esfuerzo. ¡Justo Dios! Los remordi- mientos me despedazan aún despues de tantos años, cuan» do me acuerdo de la noche en que la: arrojé de la casa paternal, de esta mansion en que si: benéfica madre me habia acogido en mis primeros años, poniéndome á cu- bierto de la tormenta de la adversidad. ¡Oh negra y baja ingratitud! ¡cruel correspondencia á los beneficios que ha- bia recibido! Pero apenas fué cometido el crímen, cuan- do ella fué vengada. Ninguna lengua puede espresar los tormentos que me hicieron sufrir mis remordimientos en el momento mismo en que acababa ue cometer esta bar- 5d «“ SE 11191 añ" : AR ' Vias Te involuntarios se apoderaron de mí, y los mas ligeros ruidos me espantaban. Cada ráfava de viento en E noche de horrorosa tempestad me hacia estre- me y parecia anunciarme el divino castigo que venia á herir á mi culpable cabeza. Temblaba al pensar en mi bno crímen, que la justicia de los hombres no, podia al- zar. Yo sabia que el conde esperaba volver á verá estra madre, ó recibir de ella alguna nueva solicitud. ignoraba el modo con que yo la habia recibido y trata- do, y tomé todas las precauciones posibles para mantener- le en esta ignorancia. Luego que estuve asegurada de que Lady Malvina habia dejado las inmediaciones de la aba- día, hice escribir en nombre del capitan Fitzalan una carta al conde, donde le hacia las mas insolentes y amargas re- convenciones por su conducta hácia su hija. Yo espera- ba que esta carta irritaria á mi marido, y le volveria á conducir á las disposiciones en que queria verlo; pero se engañó mi esperanza. Sea el que él conociese que la car- ta era supuesta, sea que estuviese determinado á no cas- tigar á los hijos por la falta del padre, envió á buscar un abogado muy hábil á la vecina poblacion, que le aconse- jaba sus negocios. Este hombre acababa de morir; pero su hijo, educado en la misma profesion, vino á la abadía en lugar de su padre. Yo habia temido su llegada; pero al verle esperimenté una conmocion muy diferente. Una ardiente pasion se apoderó de mi corazon al ver á este jó- ven en la flor de la edad, dotado de todas las gracias y talentos. Yo misma, Caguia. jóven, habiendo oido decir siempre que era hermosa, y creyéndome tal, estaba segu- ra de que haria sobre su corazon la misma impresion que él habia hecho sobre el mio. Si yo lo conseguia, podria fá- cilmente con su ayuda impedir los efectos de las favora- bles disposiciones que el conde volvia á tomar cada dia por Malvina, y creí que el amor le llevaria á hacerme to- dos los sacrificios que exijiese de él. Habia á la verdad un testamento hecho; pero despues del nuevo proyecto, ya no me: daba cuidado. Melross continuaba viniendo á la abadía mas frecuentemente que Jo pedian los negocios, y e, A EA sus ausencias eran cortas. Las dependencias yas unta del conde eran el pretesto de sus largas y frecuentes visi- tas; pero prontamente me declaró su verdadero motivo, animado con la inclinacion que le manifestaba. Yo no me detendré sobre esta parte de mi historia. En fin, pe mé mi crimen violando la (é conyugal, y prometiéndonos mutuamente, Melross y yo, unirnos luego que estuviese libre por la muerte de mi marido, que no podia tardar mu- cho tiempo, visto el estado de enfermedad en que se ha- llaba. A consecuencia de esta promesa, Melross consintió en poner en mis manos el testamento del conde que le ha- bia sido confiado. Este era en favor de Lady Malvina y sus hijos. Los testigos que lo habian firmado eran amigos de Melross, y estaba seguro de poder comprar su silencio. Vos os admirareis de que teniendo el testamento en mis manos, no lo quemase en seguida; pero esto no quise ha- cerlo jamas, pues tenia mis motivos para ello. Conserván- dole, me daba un poder sobre mi hija que no pude obte- ner ni de su afecto. Yo no dudaba que violenta, impe- riosa y altanera como era, así como el marques, que en esto se parecian, se opondrian con todas sus fuerzas á mi casamiento con Melross, que ofendia al mismo tiempo su orgullo y sus intereses; pero que si sabian que estaba en mi poder el castigarles severamente su oposicion, obten- dria fácilmente su consentimiento, y los que mi orgullo y tranquilidad pedian por Melross. El conde habia encar- gado á Melross supiese el paradero de Malvina, y este habia prometido hacer las indagaciones; pero no es nece- sario decir que no llenó jamas su promesa. Mi marido murió cerca de un año despues del principio de mi pasion por Melross, y la marquesa heredó sus bienes en virtud de otro testamento que Melross habia fabricado, ignorando ella rnisma que este era supuesto, aunque por su conduc- ta posterior tengo motivos de creer que no habria hecho escrúpulo alguno de aprovecharse de un tal fraude. Des- pues de la muerte del conde, yo dejé la abadía para irme á establecer en una hacienda que el conde me habia de- jado cerca de quince millas de aquí, y allí, mucho antes === de lo que la decencia prescribia, confesé al marques y á la marquesa : de Rosline mi proyecto de casarme con Mel- TOSS. Las consecuencias de esta confesion fueron tales como yo me las habia figurado. El descontento del mar- ques s e manifestó mas en su aire que en sus palabras; pe- ro la a marquesa espresó toda su repugnancia de verme ani con un hombre tan inferior á mí por el nacimiento y la fortuna. Esto era un insulto, decia, á la memoria de: su padre, y una degradacion á su ilustre casa: que mi casamiento confirmaria tambien los rumores escandalosos que se habian esparcido sobre mi trato con Melross antes de la muerte de mi marido. Sus palabras irritaron toda mi violencia. Yo le eché en cara su ingratitud con una madre que por enriquecerla habia sofocado la voz de su conciencia. Mis reconvenciones alarmaron á mi hija y su marido, y me pidieron la esplicacion de ello. Yo no vacilé á dársela, declarándoles al mismo tiempo, que no pretendia sujetar mas tiempo mis sentimientos para com- placerlos, y que como no veia en ellos ninguna deferen- cia por mí, declararia que Lady Malvina Fitzalan era la sola heredera legítima del conde de Dunreath. El mar- ques y la marquesa mudaron de color. Ví que temblaban que no pusiese en ejecucion mi amenaza, aunque hiciesen semblante de no creer la existencia del instrumento con que les amenazaba; artificio que ellos emplearon con mu» cha habilidad para hacerme esplicar aun mas. “Tened cuidado, les dije levantándome de mi asiento para dejar el aposento, que no os dé una prueba demasia- do convincente de su realidad. Si yo no esperimento de vuestra parte la complacencia y las atenciones que tengo derecho á esperar, no continuaré resistiendo los remordi- mientos de mi conciencia, teniendo oculto el verdadero testamento de mi marido. Dueña de mis acciones, ¿qué otro motivo que el amor de mi hija ha podido conducirme á daros parte de mis intenciones? Vuestra resistencia y vuestra desaprobacion no pueden tener otro objeto que vuestro interes personal. Melross, ni porsu estado ni por su mérito puede hacer deshonor á una casa ilustre. Yo me retiré á mi aposento, ici de que rotas tamos do de su oposicion, y satisfecha de esta idea, pues creí-ver claramente que mi hija y mi yerno estaban persuadidos. de que podia privarles de los bienes que acababan de ad». quirir por la muerte del conde, y que para conservarlos-no. vacilarian en sacrificar su orgullo á mis deseos. Yome, prometia celebrar mi casamiento con toda la pompa de. que siempre habia gustado; y estando satisfechas mi pa- sion y mi vanidad, me embriagaba en mi felicidac Algu- nas horas despues de esta escena, la marquesa. me envió. á suplicar le concediese una conferencia, Yo la ví entrar en mi aposento con un aire respetuoso que no le era oxdi-- nario, y en seguida me dio humildes escusas por su con- ducta. Convimo conmigo en que tenia razon de e ofendida; pero la vefexion la habia convencido de su. Sale ta, y ella me daba las gracias, como igualmente su mari do, de haberles consultado sobre el paso que queria. dar. Me prometieron tener todos los respetos que podia ex por un hombre que habia honrado con mi eleccion, Ye no creí que mi hija fuese sincera en todo cuanto yo exi- gia. Yo la acompañé al cuarto del marques, y se. hizo en-. tre nosotros una reconciliacion; les presenté á. Melross, que. acogieron como yo deseaba. “Algunos dias despues, la marquesa vino una mañana á mi aposento, y me dijo que tenia una proposicion, que ha- cerme, que esperaba me seria agradable. Este era un proyecto de hacer un viage al continente, y que ella y su marido habian pensado que si Melross y yo queriamos: darles el gusto de ser del viage, podia diferir mi casamien- to hasta que estuviésemos en Paris, donde contaban ir.en- derechura; que les parecia que esto les era conveniente aun para mí misma, pues celebrado el matrimonio en Es- cocia tan pronto despues de la muerte de mi marido, po- dia chocar mucho á los amigos del conde de que estába- mos cercados; en lugar de que una vez hecha la ceremo- nia en país estrangero, presentarian á Melross á toda su familia y conocidos como un hombre digno por todos reg pectos de ser admitido en su sociedad, lio co do tan cerca del la muerte de mi marido, atraeria sobre mí la censura del público que yo evitaba viajando, quedando desde entonces oculta ¿incierta la é poca de nuestra union. Melross consintió en todo. Fué, pues, convenido que él. marcharia primero á Paris. Yoledí todo el dinero nece- sario para comparecer con grandes conveniencias, y partió muy alegre de ver abrirse delante de él una carrera bri- lante. y “Contaba Melross con impaciencia los dias, esperando que : me juntase con él; y como lo habiamos arreglado, par- timos quince dias despues. Estábamos en mitad del in- vierno, y despues de algunas horas la noche era pro-. fund Lo Cuando nos detuvimos, estaba cansada, fatigada. y muerta de frio; y creyendo que tomábamos posada en un EA seguí al marques en un largo pasadizo alum- a encontrándome en un aposento que creí conocer; y manifesté mi sorpresa al marques. Vuestros ojos, seño- ra, no os engañan, me dijo con un cruel énfasis; pues ox hallais en la abadía de Dunreath. “¡En la abadía de Dunreath! esclamé. ¡Oh cielos! ¿y por qué me conducís aquí? Para ocultar á todo el mundo, me respondió, vuestra locura, vuestra imprudencia y vuestras: traiciones; para impediros ejecutar el proyecto indigno de un corazon depravado, y de una imaginacion desarregla- da, contrayendo un casamiento vil y criminal; y para. ol» vidar á aquellos cuya alianza con vos os da toda la impor- tancia que teneis, los disgustos que vuestra locura les: atraeria. “Yo no puedo pintar los efectos que me causó este dis. curso. Mi furor fué tal, que no hubo violencia á la no me hubiera dejado conducir, si no hubiese estado des- 6 — tituida de todos los medios de venganza; raisil Milk .mulos no pudieron en mucho tiempo espresar mi rabia, “¡Qué! dije al fin, ¿en una tierra de libertad os atreveis á atentar contra la mia? Sí, contestó con una frialdad in- sultante, porque está visto que no os hallais capaz de usar razonablemente de ella; vos deberíais darme gracias por la indulgencia que me hace atribuir vuestra conducta al desórden de vuestra imaginacion mas bien que á la depra- vacion; y es menester que en efecto seais muy asegurar que existe un testamento del conde de en favor de Lady Malvina Fitzalan. Estas palabras me descubrieron el motivo de su conducta conmigo, y me pro- baron al mismo tiempo que no hay fé entre los malvados. El marques estaba convencido, despues del conocimiento que tenia de mi carácter, de que no dejaria de quererle dominar, caso que tuviese en mis manos el testamento. Temia tambien que la pasion ó el capricho no me lievasen algun dia á vender este importante secreto, y á despojarle de su posesion ilegítima: así el orgullo y la avaricia le de- terminaron á desembarazarse de sus temores, apoderán- dose de mi persona, teniéndome en encierro privado. “¡Ah! esclamé yo, ¿por qué no he reparado ya mi injus- ticia? Así no habria caido en los lazos de aquellos Hue ge han aprovechado de sus despojos. “Presentad, pues, ese testamento, dijo él, y disfrutarcis de las ventajas que os prometeis de esta bella accion. Yo le respondí con la rabia y menosprecio en el corazon y en los ojos: No, no; está en manos seguras, y será pre- sentado en el momento que vosotros menos lo espereis, para expiar y reparar mi injusticia, y manifestar la vues- tra públicamente, haciendo entrar en sus derechos al legí- timo propietario. Yo pedí mi libertad, amenacé, supli- qué; pero en vano. El marques me aseguró que haria me- jor en calmarme, pues mi suerte estaba decidida. “Vos sabeis, me dijo con una mirada maligna, que no teneis amigo alguno que se informe de vos, ó que quiera tomar por su cuenta vuestros intereses; y aun cuando los tuviéseis, cuando les aseguraré lo que yo mismo creo, que e ÑÁ estais loca, nadie pedirá que os saquen de la prision. Yo pedí ver á mi hija.—Vos no la vereis jamas, me dijo; ella no quiere ser mas testigo de la criminal pasion quo la ha- ce avergonzarse de vos. “¡Ah! dije; esto mas bien es que ella no se adide á en- cararse con una madre ultrajada. Pero que no espere es- ceapar de un justo castigo la desgraciada, que ha roto así los ] zos de la naturaleza! Sí, mis sufrimientos amontona- rá re su cabeza un peso enorme, y en el momento que menos lo esperará, su corazon será víctima de insoporta- bles agonías, y le alcanzará la pena de su crímen. “Convencida de que estaba enteramente en poder del marques, y que no tenia nada que esperar ni de él ni de mi hija, sus injustos y crueles tratamientos llevaron mi rabia é indignacion hasta un verdadero frenesí, que se ter- minó por fuertes convulsiones. Al volver en mí, me en- * «contré en un aposento que conocí ser el que habia ocupa-: «do la difunta Lady Dunreath, á quien habia reemplazado tan indignamente. Mistriss Bruce, que era la conserge “aun antes de casarme, estaba sentada al lado de mi cama. Yo vacilé algun tiempo si me dirigiria á ella como supli- cante ó como señora; y siendo esto último mas conforme á mi carácter, le dije con altanería que me ayudase á le- vantarme, y me procurase un carruage para salir sin tar- «danza de la abadía. Así como daba estas órdenes, el mar- ques entró en mi cuarto. Vuestro destino, me dijo, os lo repito, está fijado. Esta abadía será en adelante vuestra “residencia, y no saldreis de ella. Bendecid á aquellos que os han procurado este asilo en vuestra locura. Tanto la marquesa como yo, no podemos dispensarnos de separar del mundo á una muger que difundiria contra nosotros imputaciones calumniosas, que podrian creerlas aquellos que no nos conocen. Yo me levanté de la cama furiosa y con solos los vestidos que me habian dejado al acostar- me. Corrí á la puerta pidiendo mi libertad; pero él me «cerró el paso; y escuchando mi demanda con un desprecio insultante, un momento despues salió. Yo quise seguir- le; pero él me impelió brutalmente y cerró la puerta. Las convulsiones me-repitieron, y en su'consecuencia me atacó una violenta calentura con delirio: En esta situacion; el es y la marquesa me abandonaron no dudando que mi enfermedad me arrojaria luego en una prision paisa: gura aún de la que ellos me habian puesto. Muchas se manas estuve en peligro, y al recobrar mis sentidos ctef despertar de un pesado sueño, durante el cual habia sido atormentada de espantosas ideas. El primer objeto que distinguí fué Mistriss Bruce á la cabeza de mi cama, mi- rándome con inquietud y pareciendo desear mi restavient- miento sin esperarlo. “Decidme, le pregunté, ¡estoy yo realmente en la: abadía” de Dunreath aprisionada por órden de mi hija? Mistriss' Bruce suspiró. No os atormenteis vos misma, me dijo, con preguntas inútiles, ni empleeis la razon que mi de "recobrar felizmente, en vanas quejas: Na “¡En vanas quejas? repetí dando un suspiro de dusipes racion. Despues de haber guardado silencio por largo" tiempo, supliqué que me diesen un poco de claridad abrién- do las cortinas de mi cama. Ella consintió en ello, y los: rayos del sol brillante, penetrando en mi aposento, me ma- nifestaron un objeto que no pude ver sin estremecerme: Este era el retrato de Lady Dunreath, mi benefactora, eo- locado esactamente enfrente de mí. Mi carácter se habia domado con la enfermedad, y mi alma se habia hecho" sensible. Yo creí ver á esta respetuosa muger delante' de mí, escitando los remordimientos en mi conciencia, y el arrepentimiento en mi corazon. El aire bondadoso' y benéfico que hacia el carácter principal de su fisonomía, estaba perfectamente imitado en el retrato, y me recordó con:mucha fuerza el momento en que esta escelente per- sona me habia recibido en sus brazos y me habia dado su "casa por asilo contra los vaivenes de la vida. Mi corazon se despedazaba pensando cómo habia pagado sus benefi- cios, causando la ruina y la desgracia de sus hijos. ¡Oh qué suplicio tan cruel fueron para mí estos recuerdos! Con todo, luego dejé de quejarme de mis sufrimientos. Yo los miraba como una expiacion de mi crímen, y la re- —59— signacion ocupó en: mi alma el lugar de la: desesperacion. mo-sitio en que he desplegado mi injusticia y mi crueldad y urdido una horrible traicion, recibala pena debida á mi, “La mudanza en las disposiciones de mi espíritu produ- jo:otra de la misma naturaleza en mi carácter. Mistriss Bruce me encontró menos dificil de guardar, de lo que al: principio habia imaginado. En vano procuré seducirla para obtener mi libertad; fué inflexible é inalterable en- su.fidelidad con los que la empleaban. Procurando reco- brar mi libertad, no tenia intencion alguna de volver á pa- recer en el mundo; habria ocultado mi vergúenza en un retiro oscuro; pero tenia un deseo ardiente de reparar el mal que habia hecho á los hijos de Lady Dunreaht, y este: deseo no me ha abandonado un solo momento. Jamas - ha amanecido, ni jamas la noche ha tendido su manto, que no haya suplicado al cielo que me diese los medios de volver su herencia 4 los huérfanos á quienes despojé de ella. Mistriss Bruce, aunque firme, no ha sido cruel conmigo. Ellame ha manifestado las mayores atencio- nes hasta que estuvo restablecida mi salud. Ha cesado de verme en el discurso del dia, y solo me ha visitado por la noche; pero no ha dejado faltarme cosa alguna. Ella me ha proveido de libros de religion y de moral, co- mo igualmente de papel, pluma y lacre, de lo que me he servido para compilar los pensamientos que la lectura me sugeria. A estos libros y á estos pequeños trabajos debo: el haber soportado con alguna calma mi largo y triste cau- tiverio. Ellos han elevado mi alma; y engrandeciendo mis ideas del Ser Supremo, me han penetrado de sumi- sion y respeto á su voluntad: ellos me han hecho conocer la grandeza de mis faltas sin arrojarme á la desesperacion, pues que haciéndome sentir el horror del crímen, me han instruido tambien de la eficacia del arrepentimiento. Sin embargo, privada como me hallaba de los goces comunes: de la vida, del aire, del ejercicio y de la sociedad, por mas que me dijese á mí misma que mi castigo era menos que — mis crímenes, la nuturaleza se quejaba y sufria, y mi 8a: lud se menoscababa. Mistriss Bruce me dijo en fin, que ella me permitiria pasearme en toda la parte del edi- ficio contigua al aposento único en que hasta entonces habia sido confinada, y en donde tendria ventanas que daban al jardin, si yo le prometia no hacer tentati- va alguna para recobrar mi libertad; tentativa que ella me aseguró no podia tener éxito, pues no habia ni en la abadía ni en sus cercanías sino gentes adictas al marques, que me entregarian inmediatamente en sus manos, y que si me sorprendian queriendo huir, tenia ya tomada la re- solucion de enviarme á Francia para hacerme encerrar como loca en alguna galera. “Convencida de que el marques era capaz de toda suer- te de violencias conmigo, penetrada de la suavizacion que Mistriss Bruce me procuraba en mi cautiverio, y solícita en facilitarme algun desahogo, le dí las seguridades mas solemnes de no intentar escaparme. En consecuencia, me ha abierto muchos aposentos que comnuicaban con el mio, y ha quitado las barras de hierro que tenian cerrados mis postigos. ¡Con qué mezcla de placer y de pena he visto el espectáculo que la naturaleza ofrece á mi vista. Viéndome aún privada de disfrutarlo con entera libertad, me he admirado de haberla podido contemplar con ojos indiferentes. Algunas veces me desesperaba de pensar que este bien, comun á todos los hombres, yo solo lo dis- frutaba á hurtadillas. No obstante, me decia á mí misma, ¡¿á quién debo quejarme con justicia de esta privacion, si- no á mí misma? Estos bellos presentes del cielo eran mios; yo he perdido por mi culpa el libre uso de ellos. ¡Desgraciada! He cedido á la tentacion que me ha asal- tado, me he separado del camino de la justicia, y he sido castigada con la pérdida de todos los bienes. Estas esce- nas de la naturaleza que. hasta entonces habia mirado con indiferencia, las veia con gusto y con una especie de en- tusiasmo, como si mis sentidos las hubiesen visto por la primera vez. La mudanza de estaciones llevaba una grande diferencia en mi situacion con respecto á esto, pues —61— PP diaite: y le todas las ventanas estaban cerradas en invierno, escepto E A tt y pe las del aposento que yo ocupaba, que daban sobre un tor- TE ee 8] A ae A des nequeño y sombrío. Era un gran bien para mí la vuel- ta de la primavera, que me volvia la libertad de las ven- tanas, desde donde tendia la vista á la campiña. ¡Qué yoce tan delicioso para mí, el verdor, las primeras hojas, 1s primeras flores, el murmullo de las aguas que caian de la montaña, y el canto de las aves! ¡Qué frescura en el aire de la primavera! ¡Qué dulzura en el olor de las flo- res, que un céfiro benéfico me traia para endulzar mi cau- tiverio! La oscuridad de las noches me daba tambien sus placeres; y cuando miraba esta bóveda azul sembrada de estrellas, este escaso y ligero velo que nos separa de los habitantes de la mansion celeste, un agradable y dulce sentimiento de piedad me hacia olvidar mis desgracias. Pero haciéndoos la historia de mis sentimientos, me sepa- ro del objeto que me he propuesto, y olvido que la perso- na á quien he hecho tanto mal no puede tomar grande in- teres en semejantes detalles. “Yo entregaré esta tarde el testamento en vuestras ma- nos. Os aconsejo, si no descubrís á vuestro hermano lue- go, que lo confieis 4 una persona hábil, y con cuya probi- dad podais contar; pues hasta que hayais encontrado un hombre de esta especie, guardaos que se sepa que estais en posesion de él, por temor de que el marqnes, á quien creo capaz de todo, no os quite mi persona, testimonio principal de la validez del auto, cuyo testimonio os es tan necesario, y se os dará con tanto gusto: guardad, repito, el mas profundo secreto, hasta que todo esté dispuesto pa- ra hacer constar vuestros derechos. ¡Pucda su restable- cimiento ser para vos y para vuestro hermano un manan- tial de felicidad! ¡Pueda la riqueza ser en vuestras manos el socorro y consuelo de los desgraciados, y que vuestros corazones gusten, derramándola así, la satisfaccion pura y duradera que no” da cuando se emplea en gastos de un vano lujo y de una miserable vanidad! Yo deseo tanto como sea posible salvar el honor de mi hija; ella no me- rece de mí este deseo; pero ¡ah! yo misma soy en parte =P enlpable de su mala conducta. - La Providencia la habi confiado á á mis cuidados: he olvidado este sagrado deber; jamas he combatido sus nacientes pasiones, ni he cimen- tado en ella los fundamentos de una sola virtud. ¡Ah! puedan las oraciones de su desgraciada madre obtene perdon para ella! ¡Pueda un sincero arrepentimiento, aun- que tardío, entrar en su corazon, y hacerle llorar y expiar sus faltas! Si ella.no se hubiese unido á un hombre tan depravado, ereo que jamas se habria apartado tan lejos del camino que le trazaban la naturaleza y su deber; pero la criminal personalidad del marques la ha corrompido, y no le ha dejado ver ni seguir mas que al vil interes. “Poco tiempo despues de mi detencion, Mistriss Bruee me notició que el marques habia escrito 4 Melross dicién- dole que habia mudado de pensamiento, y que ya no pen- saba mas en él, y añadió que creia que se le habia procura- do un buen establecimento en Francia, pues no habia oj- do hablar mas de él. Ella hizo diferentes tentativas pa- ra sacar de mí á quién habia entregado el testamento, pues yo le habia persuadido que estaba en manos seguras, y he llegado á ocultarlo tan bien, que le ha sido imposible descubrirlo. He aquí todo cuanto tengo que deciros. Es- pero con una inquieta impaciencia la visita vuestra de es- ta tarde. Espero este cd en que podré reparar mi injusticia con vuestra madre, este momento en que reci- biré la historia de vuestra vida, que vuestras lágrimas, vuestras palabras y vuestro abatimiento me ES que será la de vuestras desgracias; pero espero que son unas desgracias que no os ha traido ninguna falta, cuya memo- ria se borra con el tiempo, y que endulzan la amistad y el testimonio de una conciencia pura. die ei “Yo no puedo menos de deciros los sentimientos que es- perimenté al oir vuestra voz; esta voz tan semejante á la que yo conocia tan bien, y que mis crueldades han redu- cido mucho tiempo ha al silencio del sepulcro, me penetré de temor. Yo estaba á lo alto de la escalera, y bajaba á la capilla como era mi costumbre, á la caida de la tarde. Trémula de espanto permanecí algunos minutos sin poder pero cuando yo.me aventuré á acercarme á os ví de rodillas delante - de la imágen de habia perseguido; cuando oí apmbrarás la des- ) unda y ala Una Ape, voz parecia gri- mis oidos: He aquí llegado el tiempo de la restitu- ; he aquí la criatura que la mano de la Providencia ha conducido aquí para recibirla reparacion de la injus- ticia que has cometido contra su madre. Adora la mano poderosa que te da un medio de expiar tu crímen. Obe- decí: levanté al cielo mis ojos húmedos de lágrimas y mis manos trémulas, y bendecí al Ser poderoso y bueno que habia acogido mi humilde oracion. Elcamino por el cual os ví salir de la capilla, mc dió pruebas de que se ignora- ba. que viniéseis á ella. Yo os esperé al dia siguiente con . “na impaciencia que fué un verdadero suplicio: cuando me creí engañada en mi esperanza, volví á mi aposento, donde entrásteis poco tiempo despues, y donde esperi- mentásteis tan grande terror; pero el miono fué menor, pues á la ayuda del dia débil de que el aposento estaba alumbrado, creí ver á la misma Malvina, tanto os le pa- receis por el talle, el porte y las facciones. ¡Ah! ¡que sea vuestro destino muy diferente al suyo! Prontamente se os volverá vuestro hermano: si se estremece cuando pro- nunciáreis mi nombre, obtened de él el perdon 4% VOS me concedereis.. _“Deseend ¡entes y legítimos herederos de una. lustre casa, inde os por una constante felicidad de tE des- j ' ahora habeis esperimentado. ¡Ojalá se racias, ó no permanezcan en vuestra me- 'nseñaros la moderacion en la prosperi- a, , CON apasion por los males de vuestros semejan- tes!. ¡Ojalá se aumenten las virtudes en vosotros al res- plandor célebre de vuestros antepasados, y os aseguren en la otra vida una eterna felicidad! ¡Pueda vuestro linaje perpetuarse, y con él la felicidad en su seno! ¡Sean lle- vados vuestros nombres á la posteridad por la voz del re- conocimiento, y esciten en otros una noble emulacion de imitaros! —64— ¡ARI ¿por qué no puedo. Pra deseos. se mi desgraciada hij Ey los haria e ano. Las inclinaciones se han borrado de su alm los place da la virtud son nada para ella, pues no busca. : que da el fausto y la vanidad. A -“Amables hijos de Malvina: si vosotros pudiéscis ima 3 ginar y sentir las agonías de que. mi hija ha sido la causa para mí, os encontraríais mas vengados que todo cuanto os he hecho sufrir. “¡Oh Dios! antes que mi ¡alma deje mi cuerpo. sora), haced que yo sepa el arrepentimiento de mi hija. de “¡Oh vosotros, jóven é interesante pareja, que vais á en- nl en la posesion peligrosa de una grande riqueza! aprended con mi ejemplo, que su mal uso y el olvido de los deberes que la Providencia impone á aquellos que la concede, encuentran aún en este mundo su justo castigo. ..* “Determinada á reparar mi injusticia con todo mi po- : der y por todos los medios que se me proporcionen, estoy pronta, luego que sea requerida para ello, á atestiguar con mi testimonio la legitimidad de mi testamento que os en- trego. ¡Quiera el cielo que podais disfrutar luego. delas - ventajas que os debe llevar! Este es el deso ardiente y sincero de la que firma este escrito. .e “ARABELLA Donreama? » CAPITULO Vil. Las conmociones que sintió Amanda á á es ron muy vivas, pero se apaciguaron pocc ron lugar á una grande TAE Or ce pensó en los medios de hacer valer el testam nto que tenia en sus manos, y sobre todo de encontrar, segun el consejo de Lady Dunreath, un amigo inteligente y se- guro, á quien pudiese confiar este importante Peaje z Pero ¿dónde podia encontrar un tal amigo en el esta e o 4 65 argo tiempo, se presentó á “su imaginacion la rook:; pues aunque le e casi del todo des- ¿l no miraria como indiscreta una demanda que nenaje tributado á su probidad, en la cual tenia r duda una grande confianza. : Revelándole un se- esta naturaleza, lo creia no solamente capaz de r vivamente una injusticia, sino tambien propio pa- ra dar sabios consejos y tomar la defensa del oprimido. El se le presentó en su imaginacion como su amigo, su abogado y consejero, y esperaba que tambien le ayudaria á encontrar á Oscar. Tambien se le presentaba el deli- cioso momento en que despues de haber descubierto á su hermano, lo pondria en posesion de una grande fortuna; ú aquel en que estrecharia aún contra su corazon otro cora- zon interesado en verla á ella feliz. Despues de haber - caminado solitaria y-triste en los senderos difíciles de la vida, y haberse visto obligada á quedar soía en la tem- pestad de la adversidad, cuán dulce le seria volver á en- contrar unos ojos llenos de ternura fijos sobre los suyos, un oido atento á los acentos de su voz, y un ser sensible endulzando sus penas, siendo partícipe de ellas. Soloá aquellos que han conocido todas las dulzuras de la vida social, y que han llorado como ella su pérdida con todas las agonías del dolor, es d able formarse, si es posible, la idea de todos los sentimientos que agitaban su corazon.— ermano mio! esclamaba, mojadas su Ji , ¡qué momento tan delicioso aquel ulce me es desde ahora pensar queno su- enas de la pobreza; y gustareis las dulzu- neia da á todos los que la ejercen! En- se manifestarán con todo su brillo stras virtude ; cuando hareis honor á los antepasados e ad E de que descendeis, sirviendo dignamente á vuestra pata, y difundiendo la felicidad al rededor vuestro. : La mañana sorprendió á á Amanda en estas reflexiones. a abrió los postigos y vió al sol brillante con toda su ds que disipaba la niebla. que cubria el valle, desple- TOM. V. i — 66— gando poco á poco los tapices del hermoso verdor qu trastaba. con la sombra fuerte que trazaban las montañas. Un viento fresco. agitaba las. cOpas de les, pobladas de un número infinito de aves que « ban con sus conciertos la vuelta del dia, y parecian gracias al grande Autor de la luz y de la vida. | La espresion de estos mismos sentimientos se. escapaba involuntariamente de los labios de Amanda, y ella esperi- mentaba la calma y el dulce placer que gusta una alma religiosa y sensible al aspecto de las bellezas de-la:natu- raleza campestre. Entonces probó tomar algun descanso, pero sin desnudarse. En efecto, tuvo un sueño bastante dulce, y despertó un poco refrigerada y descansada á la hora del desayuno. Mistriss Bruce les manifestó el mas grande pesar de se- pararse de ellas. Esperaba, les dijo, que su ausencia no seria larga, pues estaba segura de que el marques dejaria la Escocia inmediatamente despues de las bodas de Lady Eufrasia. Pormas que Amanda procuró sostener esta mencion del casamiento de Eufrasia, su corazon se despe- dazaba á esta idea. El ánimo que se daba pensando en la necesidad que tenia de todas sus fuerzas para el importan- te negocio que iba á entablar, la abandonaba. Ellas no dejaron la abadía hasta despues de haber co- mido y tomado el té. La idea de que pronto veria á su hermano dueño de esta habitacion, dió 4 Amanda un mo- mento de placer; pero este placer pasaba luego que pen- saba que antes de esta época Lord Mortimer seri de Eufrasia. Entonces caia en una prof 1d e e su situacion, no pensaba que esta] ni notaba objeto alguno. La confusion las: ditaciones, y se avergonzó al pensar gie suma debia dar muchas sospechas á Mistriss Duncan, e radas le manifestaban que en efecto habia adivinado : más de la mitad de los sentimientos que ocupaban á sú jóven compañera. Entonces buscó, aunque con algun embarazo, cómo entrar en conversacion, y Mistriss Duncan se prestó á pila con la mayor fepiniecccmia: y María: El A mi eya $ _ ¿e » — 67 ná: la estremidad del valle, y Amanda sacó eza á la portezuela para arrojar la última mirada abadía. El sol estaba ya á su ocaso, pero aun in- nba con sus rayos, que iluminando la parte superior dificio, hacian contraste con la oscuridad difundida fondo del valle“por las estendidas sombras de las montañas. Estos objetos y las cercanías de la noche con- dujeron á' nuestros viajantes á la meditacion, yá ideas análogas á la escena melancólica que tenian á la vista: lo restante del viaje lo hicieron en silencio. Su posada esta- ba á la entrada de la poblacion, en donde Mistriss Bruce habia tenido cuidado de hacer encontrar todo cuanto pu- diesen necesitar. La dueña de la posada les habia tenido dispuesta una buena cena que se les sirvióá su llegada. Despues de la cena Mistriss Duncan, asistida de Amanda, acostó á sus hijas, las que acostumbradas á una y otra, no habrian querido recibir los servicios de la criada. Aman- da y Mistriss Duncan no teniendo ganas de dormir, se fueron á pasear sobre un terrado contiguo á su aposento. La luna estaba clara. El terrado dominaba un valle que se estendia á lo largo del mar, y la cadena de rocas que le servia de límites estaba coronada de las ruinas de un antiguo castillo, cuyas almenas estaban alumbradas por la claridad de la luna. Desde allí veian las olas esparcidas, formando una especie de mantel de plata, y las oian es- trellarse contra las rocas. Amanda y Mistriss Duncan unas veces disfrutaban: e n silencio de esta apacible escena, y otras alababan sus as se paseaban por este terrado, oyeron “caja de guerra que tocaba la retreta; y Mis- uncan, que conocia el país, dijo á Amanda que es- «enia de una fortaleza inmediata á la poblacion. paris momentos despues oyeron una música militar to- cando una marcha compuesta por Fitzalan y add de los profesores lada - Una multitud de memorias vinieron á asaltar á Aman- da. Ella se acordó del tiempo en que ella. tocaba esta marcha para su padre, mientras q él sentado ásu lado —68= 80 Ll la miraba con unos ojos que respiraban ternura y placer. Lloraba por estos tristes recuerdos, y lloraba oyendo estos mismos sones que tan á menudo habian escitado en ella - sentimientos de alegría y placer. ge Al fin cuando estuvieron convencidas de que la música se habia acabado por toda la noche, se retiraron. Habiendo Amanda formado su plan relativo al testa- mento, estaba determinada á ponerlo en ejecucion sin tardanza. Ella habia hablado muchas veces á Mistriss Duncan de sus inquietudes por su hermano, que, decia, era la causa de toda su melancolía, y resolvió decirle que este mismo motivo la llevaba á hacer un viage á Lundres, á donde buscaria medios de saber dónde se hallaba. A la mañana siguiente instruyó de su proyecto á Mistriss Dun- can, la cual no solamente se sorprendió, sino que se afli- gió y se esforzó á apartarla de él, representándole del mo- do mas fuerte los peligros de un viage tan largo para una jóven sin esperiencia y sin proteccion. Amanda convino en todo; pero le dijo que el temor de los peligros y de los inconvenientes de un tal viage, era menos penoso para ella que los tormentos que le causaba la incertidumbre sobre su hermano. Mistriss Duncan, que en su interior no podia vituperar la resolucion de Amaia, la instó á que no hiciese en Lóndres mas larga mansion de lo que le fuese necesario, y le manifestó todo el pesar que tendria de perderla. Amanda le dio gracias por estas señales de amistad, y le dijo que esperaba poder pasar con ella aún algunos dias felices. Ella se proponia viajar en silla de al- quiler hasta la frontera de Inglaterra, y desde allí tomar la diligencia. La dueña de la posada fué á alquilar una para el dia siguiente por la mañana, y Mistriss Duncan pasó el resto del dia en llorar la pérdida que temia, y en suplicar á Amanda que volviese lo mas pronto posible. Hasta este momento no habian conocido estas dos muge- res la fuerza de su mútua inclinacion. Mistriss Duncan le ofreció su bolsillo con las instancias mas eficaces, supli- cándole usase de él como haria con una hermana, tomase —69— - todo cuanto podia serle necesario para un viage tan largo, y para una ausencia cuya duracion era incierta. caos: que no era amiga de contraer obligaciones de “esta naturaleza siempre que podia evitarlas, no quiso eptar este ofrecimiento, pero le r.anifestó todo su reco- miento por ello, asegurándola por otra parte, como era verdad, que tenia suficiente dinero para hacer su ca- mino, y que todo cuanto podia aceptar era lo que Mistriss “Duncan le habia ofrecido del salario en que habian con- venido. Mistriss Duncan le suplicó que tomase una carta para una familia cuya casa estaba inmediata al lugar que de- -bia terminar la primera jornada de su viage. Eran, le di- jo, parientes de su difunto rnarido, que constantemente habian usado muchas bondades con él, y aun con ella, y habia tenido una correspondeucia seguida con ellos hasta el momento en que se habia trasladado á la abadía de - Dunreath, desde donde habia cesado de escribirles por te- mor de descubrir el lugar de su retiro; pero que ella no podia despreciar una ocasion que se le habia proporciona- do por una persona segura que podia satisfacer á todas sus preguntas; y añadió que era la casa mas agradable y de mas hospitalidad del mundo; que ellos seguramente no sufririan que Amanda se acostase en la posada, y que sin duda querrian tenerla algunos dias, y acompañarla una - gran parte de su camino. “E pd Amanda, á quien el estado de su alma le producia indi- ferencia por una sociedad no conocida, dijo que ella se en- cargaba de la carta, pero que no prometia entregarla por sí misma gracias á Mistriss Duncan por sus tiernos cuidados, y añadió que por una noche era pequeño incon- conveniente para ella acostarse en una posada; y que en cuanto á retardar su viage por una mansion en casa de las personas á quienes Mistriss Duncan le dirigía, que no po- dia consentir en ello. Mistriss Duncan la riñó por el gus- to que tenia á la soledad; pero no la instó mas sobre este punto, y escribió su carta. 4 es Como la silla debia venir muy temprano, se ¡o — Hi ron y separaron muy tarde. -Al estrechar Mistriss Duncan en sus brazos á Amanda, le rogó de nuevo que vor prontamente, declarándole que ni ella ni sus hijas felices hasta su vuelta. SE IIA ez Amanda partió muy de mañana, y antes de subir al carruage no pudo menos de arrojar una mirada á un pun- to de vista lejos, donde le habian enseñado un grande bos- que de abetos, en medio del cual estaba situado el castillo de Rosline. Su corazon estaba oprimido al pensar en el suceso que habia habido ó habria en este castillo. Estaba atemorizada con la idea de un largo y penoso viage, y con las dificultades que emprendia vencer. Viendo álos ha- bitantes del campo volver alegremente á sus labores dia- rias, comparando su situacion con la suya, se encontraba solitaria y abandonada. ¡Qué dulces me serian, se decia á sí misma, sus ocupaciones mas penosas, si pudiera en- tregarme á ellas en medio de una familia y de los consue- los de la vida doméstica! Nuevos temores se levantaban en su imaginacion. Rusbrook podia estar auseute de Lón- dres ó no llenar sus esperanzas; pero luego se reprendia su inquieta prevision, que le hacia nacer así fantasmas de inciertas desgracias, mientras que esperimentaba ya de-- masiado reales. Ella ¡:vocuró distraerse de estos pensa- mientos con la vista de los objetos que se le presentaban, y en parte lo consiguió. Eran cerca de las cinco de la tar- de cuando el conductor de la silla se detuvo en la posada donde debia pasar la noche; pues la cortedad de los dias en otoño no le habria permitido hacer mas larga jornada, aun cuando sus caballos la hubiesen podido conducir mas lejos. Ellos se detuvieron en la posada que Mistriss Dun- can le habia dicho que bajase. Esta era una casa pequeña pero cómoda y propia, y en una situacion verdaderamen- te pintoresca, al pié de una ladera plantada de viejos abetos, á lo alto de la cual se veian restos de un antiguo edificio religioso. Un riachuelo descendia de lo alto, cu- yo murmullo se dejaba oir sin que se viese, pues estaba oculto por el bosque bajo del cual corria, hasta que, des- pues de haber rodeado la casa, iba serpenteando á regar e an TUE fuerza. Los libros, este remedio de la alma afligida, le faltaban; ella ninguno se habia llevado consigo, ni los que se encontraban en una mesita de su aposento parecia que le pudiesen fijar su atencion y disipar su melancolía. Aun- que el tiempo era malo, prefirió dar un paseo á quedar so- la entregada á sus tristes pensamientos; y despues de ha- ber ordenado que le tuviesen dispuesto el té para cuando volviese, y convidado á la huéspeda á tomarlo con ella, se hizo acompañar al jardin de la posada, desde donde subió la ladera por unos senderos y revueltas dificiles, pues es- taban embarazadas de malas yerbas y zarzas. El viento era frio, y la oscuridad de la tarde se aumentaba con las nubes negras y espesas. Sabia que en las montañas que se veian á lo lejos estaba el castillo de Rosline, y de lo alto de la colina en donde se hallaba los miraba con los mismos ojos que el amigo amante, solitarios despues de la pérdida del objeto queri- do de su corazon, miran el sepulero que encierra sus tris- tes respetos. Olvidando que en su paseo habia tenido por objeto distraerse, se sentó sobre una piedra entregándose á su melancolía de tal manera, que no oyó los pasos de al- gunas personas que se acercaban, ni observó que la bus- caban, sino la voz de su huésped que llegó á sus oidos. sue Ella se levantó y reconoció al dueño de la posada acompa- ñado de dos señoras que le dijo eran Mistriss y Miss Mac- queen. Ellas saludaron á Amanda, y despues de los cum- plimientos de estilo, Mistriss Macqueen la tomó de la ma- no, y con una mirada llena de bondad y cordialidad la convidó á pasar la noche en su casa, asegurándola que el placer que habia tenido de recibir una carta de Mistriss Duncan se habia aumentado con el de hacer conocimiento con una persona que Mistriss le decia que era su amiga. Miss Macqueen se juntó con su madre para instar 4 Aman- da, y le dijo que luego de leida la carta habian salido pa- ra empeñarla á venir con ellas á su casa. ¡Qué! dijo el huesped riendo, ¿es así, señoras, como me robais los parroquianos? será menester que me desaloje y aleje de vosotras si no quiero ser arruinado. Amanda es- taba convencida de que en el abatimiento en que se halla- ba, no estaria en estado de disfrutar los placeres de la conversacion y de la sociedad, y así se escusó algun tiem- po, alegando su resolucion de ponerse en camino al dia siguiente al amanecer. Mistriss Macqueen le dijo que seria dueña de partir al dia siguiente á la hora que quisiese, y tanto ella como su hija renovaron sus instaneias con tanto calor, que Aman- da no pudo resistir mas. Ellas la acompañaron á la po- sada, en donde Amanda solo se detuvo el tiempo necesa- rio para pagar al huesped, y dar órden al postillon de que viniese á tomarla al dia siguiente, luego que se hubiera levantado alguno de la casa. Entonces volvió con ellas á su casa, que se podia llamar el templo de la hospitalidad. La familia Macqueen consistia en cuatro hijos y seis hijas, que todos tenian casi la edad de la infancia, y estaban “unidos con los lazos de la amistad, tanto como con los del parentesco. Mr. y Madama Macqueen despues de haber pasado muchos años en Edimbourg parainstruirá sus hijos habian vuelto á su tierra, donde empleaban sus grandes bienes en disfru- tar de los halagos de la sociedad, y hacer bien á todos los que los cercaban. Mistriss Macqueen informó á Amanda E. de que tenian al presente junta toda su familia, pues sus hijos que tenian empleos y profesiones en diferentes par- tes del reino, se habian hecho una ley de visitarles todos los otoños. Cuando llegaron á casa era ya la noche cerra- da, y el viento era frio y penetrante, de modo que Amanda se halló feliz de encontrarse en un salon bien iluminado y caliente; buenas cortinas, espesos tapices y un buen fue- go desafiaban al viento que soplaba de la montaña con violencia por afuera, y hacian el goce del interior mas dulce por el contraste. En el salon se juntaron Mr. Mac- queen, dos de sus hijas, cinco Ó seis hombres y mugeres, á quienes Amanda fué presentada. Ella encontró en Mr. Macqueen este aire benéfico y bueno que habia hallado en su esposa. Ambos eran iguales en edad; pero la de- clinacion era mas perceptible en él. De algun tiempo á esta parte habia caido tan enfermo, que no podia caminar sin la ayuda de alguno; pero su gusto por la sociedad era siempre el mismo, y en su silla de brazos y sus piernas envueltas con flanela tenia come siempre alegre toda la casa, y veia con el mismo placer las danzas de los hijos á las que él no se podia mezclar. Mistriss Macqueen pare- cia ser la hermana mayor de todas sus nijas, las cuales tenian todas un mismo y admirable aire de familia. Eran grandes y bien hechas, aunque eran poco fuertes; mas hermosas por una fisonomía animada y vivos colores, que por sus regulares facciones, y sobre todo, adornadas de eran cantidad de cabeMos castaños abandonados á sí mis- mos, cayendo en largos anillos sobre sus espaldas, y riza- dos sobre una blanca y pulida frente con una elegante simplicidad. ¡Y bien! dijo ines Macqueen dirigiéndose á una de sus hijas, los jóvenes y vuestras hermanas no han venido aun: yo temo que se hayan aventurado 4 ir demasiado le- jos para el tiempo que hace. Apenas habia acabado de hablar, cuando se oyó bajo las ventanas una numerosa com- —pañía riendo y conversando, y subiendo luego con Una ale- gría tumultuosa, abriendo la puerta del salon, y se vió entrar á una muger con un aire noble é imponente, y de e Y —14— a una cierta edad, seguida de muchas jóvenes y muc hombres. "EN e ¿Pero qué fué de Amanda, qué sentimientos esperimen- tó, cuando en esta concurrencia distinguió á Lord Morti- mer y á su hermana Araminta Dormer? Esto es lo que yo no me lisonjeo poder describir. Turbada y confundida llevó sobre ellos una mirada incierta, como si con ella hu- biera podido descubrir que lo que veia era solo una ilu- sion, y se volvió como para no ser vista, aunque ella no pudo persuadirse que pudiese escapar á su observacion. Jamas se habia hallado en situacion tan terrible. Volver á. ver á- Lord Mortimer cuando sabia que habia perdido toda su estimacion; volverle á ver cuando iba á unirse con otra muger, era un momento terrible, una verdadera agonía. Inútilmente pensaba que no habia merecido la pérdida de su estimacion; este testimonio de su concien- cia no era suficiente para reanimar su valor. ¡Su corazon parecia quererse despedazar; su seno estaba agitado; todo su cuerpo temblaba, y ella se ponia alternativamente, ya encarnada de vergiienza, y ya helada de espanto, pre- viendo que iba á sufrir las reconvenciones mudas y espre- sivas de los ojos de Mortimer, por los agravios de que él falsamente la creia culpable, y todo el desprecio de su tia (que era la muger que habia entrado la primera en el sa- lon), y de su hermana. $0 CAPITULO IX. Amanda sintió amargamente haberse dejado sacar de su posada, y hubiera perdonado de muy buena gana al destino la mirada de sus infortunios, por poder escapar del salon sin ser vista. La compañía que acababa de en- trar, ocupada al principio en hablar á las primeras perso- nas que se presentaban á sus ojos en el salon, riendo y haciendo la relacion de su paseo, y de los pequeños acci- dentes que les sucedieron, estuvo algun tiempo sin obser- e var á Amanda; | pero pronto y demasiado pronto para ella, Mistriss Macqueen se acercó para. presentarle aquellos hi= jos que: acal baban de entrar. aanda vió. que el momento fatal habia llegado, y no | que su misma confusion la hiciese parecer culpable á los ojos de aquellos que la podian creer tal. Ella pro- animarse á sí misma, y se acercó á dos de las mas jó- venes, ocultándose detras de ellas de las miradas que te- mia mas encontrar. De consiguiente nada respondió á sus cumplimientos sino con una sonrisa; é iba á volverse á sentar, cuando Mistriss. Macqueen, tomándola por la ma- no, la presentó á Lady Marta y á Lady Araminta Dormer. El lector se podrá bien acordar que la primera jamas ha- bia visto 4 Amanda. Ella acogió con una sonrisa obse- quiosa á la pretendida Miss Donald, á quien solo habria manifestado un frio desden, si hubiera creido que aquella era Miss Fitzalan. En efecto, era dificil ver una figura mas interesante. Su vestido de luto hacia resaltar toda la alegría de su figura, la belleza de su color y la delica- deza de sus rasgos, mientras que la tristeza grabada en todas sus facciones, indicaba un dolor profundo oculto en el fondo de su corazon. Sus grandes ojos azules estaban medio cerrados por sus largos párpados; pero las miradas que se le escapaban estaban llenas de dulzura y sensibili- dad. Sus hermosos cabellos desordenados por el movi- miento del carruage, y por el viento que habia sufrido en el paseo, caian en bucles naturales acompañando á su ca- ra y su cuello, y resaltaban los encantos de su figura por una amable negligencia. La mirada que recibió de Lady Araminta fué muy diferente de la de Lady Marta. Los ojos de aquella jóven espresaron la cólera, la sorpresa y el desprecio. Sus miradas animadas y penetrantes tras- pasaban el corazon de Amanda, la cual la oyó repetir con desden el nombre de Miss Donald. Con este nombre pres- tado le era horrible darse á entender, pues que justificaba. las. sospechas de que era el objeto. ¡Ah! ¡por qué, se cia á sí misma, me he dejado llevar de este disimulo? "nr qué no he guardado mi nombre á pesar de los peligr e — que me hacia correr, antes que tomar uno fingido, que me acusa de engaño á los ojos de aquellos que me conc - bajo el verdadero? Por fortuna de Amanda, el kilo que reinaba en la compañía y la ocupacion particular de cada uno, impedian que se notasen las miradas y las pa- labras que se le escapaban á Lady Araminta. Amanda retiró sus manos de las de Mistriss Macqueen para volverse á sentar; pero esta señora con una política obsequiosa en su intencion, y molesta para la pobre Aman- da, la detuvo interpelando á Lord Mortimer y nombrán- dola Miss Donald. Amanda levantó la cabeza pero no los ojos, y no vió ni oyó á Lord Mortimer. El momento que ella habia temido habia ya pasado, y esta idea le trajo al- gun alivio; pero la mirada desdeñosa de Lady Araminta le quedaba aún en el corazon. Despues que estuvo un poco calmada, ella la buscó con la vista, y vio á ) Mistrris Macqueen sentada entre ella y Lady Marta hablando en voz baja. El aire y el semblante de estas damas, y sus miradas dirigidas algunas veces sobre ella, le hicieron creer que era el obj eto de la conversacion, y que contaban á Mistriss Macqueen su verdadera historia. pS Ella desvió sus 0Jos de este espectáculo para entrete- nerse con uno delos jóvenes Macqueen, quien estando sen- tado á su lado empezó una conversacion llena del espíritu y vivacidad que caracterizaban á esta familia; pero Aman- da estaba demasiado ocupada en sus disgustos para en- tregarse á ideas estrañas y alegres. Ella apenas sabia lo que decia, y solo respondia por monosílabos. Al fin una pregunta mas precisa la sacó de su distraccion. Ella se avergonzó, y viendo que el jóven la miraba con una espe- cie de admiracion, le vino á la memoria por la primera vez la figura tan estraña que iba á hacer en esta sociedad, si no tomaba alguna seguridad y alguna firmeza de espí- ritu. La familia con que babia sido introducida, merecia por su hospitalidad toda especie de atenciones y : “Te a de su parte. Despues de haberse escusado no TAazon, por un gran dolor de cabeza, resolvió tomar al 2 impe- rio sobre sí misma. | a de Ñ PS — 11 — El jóven Macqueen « con un celo obsequioso dijo que iba á avisar á su madre ó ó á alguna de sus hermanas de $ su in- disposicion, y le ofreció procurarle algun socorro que la aliviase; pero ella le suplicó encarecidamente que no hi- ciese cosa alguna, que esta indisposicion no era nada, y que se disiparia por sí misma. Entonces se esforzó á sos- tener la conversacion, y lo conseguia, escepto cuando la voz dulce é insinuante de Mortimer, esplicándose con su gracia éingenio acostumbrados, venia á sus oidos, y la detenia en medio de su frase; pero su conversacion con el joven Macqueen fué prontamente interrumpida por el pa- dre, el cual manifestó á su hijoque no queria verle mas tiempo apoderarse solo de Mistriss Donald, y él desearia que tuviese la bondad de acercársele. El j jóven Macqueen obedeció, y tomando 4 Amanda por ¿la mano, la condujo á su padre, y la hizo sentar á su lado. Al otro lado estaba Lady Marta Dormer. Eljóven Mac- queen dijo con gracia que esta era la primera vez que ha- biaobedecido á su padre con repugnancia, y que esperaba «que su pronta sumision seria recompensada con el permi- so de renovar prontamente su conversacion con Miss Do- nald. Amanda hasta entonces habia privado á sus mira- das de recorrer el salon, y aunque no pudo impedirles que viesen la persona de Lord Mortimer, ella no habia visto aún su cara ni sus ojos, y continuaba en evitar uno y otro. Macqueen hizo muchas preguntas á Amanda relativas á Mistriss Duncan, y Amada contestó bastante bien, porque estaba preparada para ello; pero dejando del todo esta materia, preguntó á Amanda de qué rama delos Donalds descendia. A esta inesperada pregunta quedó turbada y confusa. Ella nada respondió, hasta que Mr. Macqueen se lo hubo > repetido. Entonces con una voz trémula y débil, poniéndose cc orada | hasta los ojos, y bajando la cabeza +. hasta el pecho, co ontestó que no sabia nada. = Macqueen la. miró , algunos momentos con alguna admi- raci on, y mudando de discurso le dijo: Yo he conocido muchas hermosas; pero jamas he visto alguna que tenien- dm do ojos tan hermosos, tomase taniío cuidado como vos en —78— . Es preciso que “sepais el mal que pueden ha- Ed a sen por pecada á los hombres el que no los ma- as ES nao se puso aun mas colorada, viendo que se 50 ba el cuidado que tenia de conservar los ojos bajos: ella los levantó y puso sobre Mr. Macqueen, el cual, habiendo “respondido á una pregunta de Lady Marta, continuó así: ¿Yos no sabeis de qué rama de los Donalds descendeis? Puede ser que esto solamente sea olvido de vuestra par- te; pero permitidme preguntaros el renombre de vuestro padre, y con qué mujer del condado se casó, pues los Do- _nalds se casan generalmente entre sí. Entonces conoció Amanda cruel y vivamente tuán pe- noso y embarazoso es sostener todo engaño, sea cual fue- re el motivo que nos lo haga usar, aunque su alma pura no tuviese necesidad de una nueva prueba de esta verdad. Ella apartó los ojos de Mr. Macqueen, y se encontró con los de Lord Mortimer, que sentado en frente de ella, la miraba con la mayor atencion, como si hubiese que: observar cómo saldria del embarazo en que la habi to este nombre supuesto. Mistriss Macqueen atribuyó su embarazo, al radio que le causaban las preguntas de Mr. Macqueen, de quien sabia que su parte flaca era ocuparse mucho de investigar genealogías. Para sacar á Amanda de esta situacion, pro- puso una partida de whist, de que Mr. Macqueen gustaba, y para el cual estaban ya dispuestas la mesa y cartas de- lante de él. Al tomar los naipes, dijo ella al oido de Aman- da que fuese á la mesa del té. HE *empoerl no se hizo de rogar, Y dando gracias en su co- Elan ya frititado todos pe ellos era tan grato que] Miss. D Pee á que la ayudasen á á servir. Ella h izo lug Amanda á su lado, y buscando esta. sign spain que pudiese ayudarla á ocultar su embarazo y á evitar e radas que temia encontrar, recióS á servir el café. Es- a en esta funcion, Miss Macqueen le dijo al todas cuantas nos s aquí esta- ,ord Mortimer? Es un jóven qt 2) y SUs tan amables como su figura. El no tiene ni cion ni la «vanidad tan comun á los jóvenes que de las ventajas que él tiene: solo el: conocimien- tenemos de sus empeños nos impide arrancarnos s unas á otras por él. Vos seguramente habreis oi- ablar de Lady Eufrasia Sutherland, hija del marques vosline, con quien ya á casarse. Ella y el marques su le estuvieron aquí hace algunos dias: la hija no puede compararse en manera alguna á Lord Mortimer; pero tie- ne grandes bienes, que es lo que puede hacer pasar por hermosa á cualquiera. Solo se detuvieron aquí para desa- de er y esperábamos el resto de la sociedad que ha lle- gado ' esta mañana, y han consentido quedarse hasta ma- ñana para dejar descansar á Lady Marta, fatigada del via- Yo me alegro de que os háyais encontrado aquí con - Las dos mujeres son amables, y Lady Araminta es | oradable como su hermano; pero aquí viene, añadió “apretando la mano de Amanda, nuestro vencedor. Lord Mortimer se hizo con algun trabajo un poco de lugar en la mesa. Fué menester que Miss Macqueen se acercase á Amanda para hacer tomar un asiento á su lado á Morti- mer. - Entonces Amanda se volvió al otro lado, donde ha- 7 una. hermosa muchacha, con la cual entró en conver- 1 pero Miss Macqueen la quitó este recurso, supli- sirviese café á Lord Mortimer. Amanda obe- e levantó para recibir la.taza, que ella le pre- 1 MANO Dt oh aunque no le miró la cara, o Bus hermanas de servir ''en el aposento vecino A e A y nad pb ES HE: .. o dió, fué tan a. : 'sobresaltado. Miss ber ES nn . cando una contradanza inglesa. La música pus De nto á todo el mundo, y los -scogieron $ pe Elj jóven Macqueen, hi ele tributado ta asi duos cuidados á Amanda, : carla, y la proa “la sala del baile, como si el ba 1l e una accion comun de la vida, de la que no puede spensarse. Con to- do, ella se escusó, y le declaró q no bailaria. El se que- dó algun tiempo incierto de si la instaria, y al fin Je su- plicó que no lo mortificase con tal negativa. Mistriss Mac- queen juntó sus instancias á las de su hijo; pero Amanda - se escusó con su dolor de cabeza. > ME Mi querida Miss, le dijo Mistriss Macqueen, probad una sola contradanza: mis hijas pretenden que es el remedio de todos los males. Era penoso para Amanda negarse; pero no pudiendo apenas tenerse en pié, no estaba en. es- tado de bailar: aun cuando hubiese tenido fuerzas para ello, no podia soportar el pensamiento de que bail: acercaria á Lord Mortimer, cuyas miradas no podia encon- trar sin una violenta conmocion. Como ella se resistiese 2. siempre, una de las Miss Macqueen vino corriendo o- sento.—¡¿Qué haceis ahí, hermano mio? gritó; venid, pues, y se marchó. h ' Ya No os detengais mas tiempo, dijo Amanda al jóven Mac- queen. Este, encontrándola inflexible, fué á buscar otra pareja. Mistriss Macqueen propuso entonces á Amanda ir á la sala del baile, donde se divertiria con el espectácu- lo sin fatigarse. ornicala hubiera querido aora sarse, pe- ro se creyó obligada á ceder. Lord Mortimer a a de — bailar una contradanza,. y estaba en pié cerca a uerta en actitud reflecsiva: En el momento en que y me entrar 4 Amanda, se acercó á su bailad ora, y continuó.co Em 12 conversacion muy animada. entó al lad Mistriss Macqueen, cuya ¡ 1tó 1 mente sus tristes pensa tos. M | da > el placer que una alma sensibl rimenta 5 lo de la felicidad doméstica, tal como isfruta ppeel eo diciéndole: Tengo que dar mu | acias al ci felicidad de que os hablo. Vos OS a en la mayor satisfaccion, porque mis hijos están en ¿mento de : : nuestra compañía; pero jamas estamos tristes. El verano lelicioso para nosotros; pero ni aun en invierno cono- -.cemos el tedio. Gustamos de la diversion, pero no de la disipacion. Por la mañana nos entregamos á ocupaciones útiles, y por la tarde á nuestros placeres. Todo el mane- jo y conducta de la casa está en manos de mis hijas, y ellas se trabajan todas sus modas. Uon la ayuda de nuestros “corteses vecinos, con quienes nos reunimos, nos hallamos « enestado de variar mucho nuestras diversiones. El baile, el concierto y la comedia se suceden unos á otros. Dos años hace que mis hijos representaron el Winters tale: su po- bre padre no estaba entonces en el estado de enfermedad en que le veis: aquí ella suspiró, y se detuvo un momento, “y en seguida prosiguió: la edad lleva consigo las enferme- - dades; pero debo un grande reconocimiento á la Providen- cia, que de los males á que está sujeta la naturaleza hu- - mana, solo me ha hecho sentir aquellos que el tiempo trae consigo. Mr. Macqueen tenia entonces toda su vivacidad. Representaba el papel de Amanda y yo el de Paulina, y mezclándose así en las diversiones de nuestros hijos, he- mos añadido á su amor y respeto por nosotros, la confianza y la estimacion. Ellos no encuentran completos sus placeres, si nosotros no somos participes de ellos. Ahora están ocupados en preparar ¿he Gentle Shepherd (el ama- ble pastor). En estas ocasiones, mi hijo mayor es el direc- comparsa, otro hace las decoraciones, y el que do para bailar es el apuntador. Esta conversa- e interesaba á Amanda, fué interrumpida: vinieron istriss Macqueen que >l último robber se habia ue se necesitaban cartas. mas presto que pueda, dijo Mistriss Mac- el apose nto. Si Amaenda no hubiera temi- y Marta, tanto como las de Lord raminta, habria seguido á Mistriss Ella, pues, permaneció donde estaba, po sin que se percibiese que estaba iss Macqueen sele acercó, y le dijo: Vos estais so- TOM. V. —— e e la y. trist ste: probad el bailar una contradanza: la Din: ra tocan $ muy hermosa. manda rehusó estas nuevas instancias, y lona Miss Macqueen á á ocupar su puesto, la dejó otra vez sola. Con. todo, venia de cuando en cuando, todas las ocasiones que podia dejar el baile, á decir una palabra á Amanda. Al fin, Lord Mortimer la siguió. Amanda baj los ojos cuan- do se acercó. Mortimer dijo á Miss Macqueen: Vos nos de- jais sin cesar, ¿y creeis que pueda perdonaros vuestras fre- cuentes deserciones? ¡Obh, dijo Miss Macqueen, está tan abandonada Miss Donald! Ved, replicó él vivamente, que vuestra hermana os hace señal de volver; permitidme que os acompañe. Amanda los miró cuando se alejaban de ella, y conoció que Mortimer volvió la cara; pero al instante que vió que ella lo observaba, cesó de mirarla. Cuando se hubo aca- bado la contradanza, Miss Macqueen volvióal lado de Amanda con algunos de sus hermanos y hermanas. Se sirvieron con profusion vinos, pastas y limonada caliente, y el violin fué reemplazado con una gaita de las monta- nas de Escocia, tocada por un criado antiguo de la casa, vestido á lo montanes. El ejecutaba una sonata de baile escocés, con gran satisfaccion suya. y de sus compatriotas. La gaita hizo entrar en danza á dos Miss Macqueen y dos jóvenes de la sociedad, que la continuaron hasta que la politica les obligó á hacer tocar otra tocata, en cuyo baile pudiese mezclarse el resto de la sociedad E continuó así por largo tiempo, y eu los intervalos los venes Macqueen manifestaron á Amanda toda suert y atenciones; y sobre la admiracion que mostraba por la música escocesa, le preguntaron qué tocatas ¿ley guste mas, y las hicieron tocar; pero ni todas estas . comuplacen» cias, ni el baile ni la música, ni la vivacidad de 1 la | sacion pudieron levantaria de su abeto ni las penas de su corazon. tá La vuelta de Mistriss Macqueen, hizo cesar Es bail quiso que los jóvenes descansasen un poco antes de ir á cenar. Ella se escusó con Amanda de no haber vuelto, di- —83— ciéndole que Lady Marta Dormer la habia empeñado en una doo que no habia pudido interrura pir. Al fin, avisar ra la cena. Mr. Macqueen fué conducido á4 la mesa en su misma silla; Lady Marta colocada á du de. y Amanda se encontró entre Lord Mor- timer y el jóven Macqueen, que le habia hecho la corte mas continuamente, y al otro lado de Mortimer, Miss Mac- 'en. Amanda conversaba con el hermano de esta, pa- ra evitar así entretenerse con Lord Mortimer, el cual por su parte se ocupó con Miss Macqueen por un motivo del todo semejante. La caza de la montaña habia proveido la mesa de sus resultados. La abundancia y el buen gus- to se mostraban en servirla, la alegria reinaba en todos, y apenas habia un convidado á quien no se le escapase al- guna agudeza. En el discurso de la cena, Lord Mortimer se vió obligado por su turno á ejemplo de todos, á beber á la salud de Amanda. Obligada á volver los dial hácia él, su corazon se oprimió, cuando cogió una espresiva mi- rada, en el momento que pronunció “el nombre de Miss Donald. Incierta de si habia contestado segun costumbre á su cumplimiento, se volvió al jóven Macqueen, y le hizo algunas preguntas, que apenas él pudo entender. Al fin, . llegaron á las cancioues y á los brindis; Mr. Macqueen el padre « dió ejemplo con una cancion escocesa, y convidó á su mas próximo vecino á hacer otro tanto despues de él. Entre las canciones llegaron los brindis; y al fin llegó el turno de Lord Mortimer. Amanda cesó de entretenerse con el j jóven Macqueen, y vió el vaso de Mortimer todo yy al mismo tiempo le oyó pronunciar el nombre de Eufrasia Sutherland. El sentimiento del orgullo lo -se apoderó de Amanda, y aunque se puso colora- baj: 5.198 ojos ni la cabeza, como habia hecho antes tas veces; ella conoció que las miradas de Lady Marta y Lady Araminta 1 estahan fijas sobre ella con una grande ate ncion. Puede ser que ellas quieran, se decia á. si mis- 1a, ver en mis ojos la humillacion y el dolor de una Les pel 12: a engañada, pero ellas no disfrutaran de este triun- fo, si en efecto son capaces de disfrutarlo. ARAS * —84— , qe vo _ Cuando llegó su turno le rogaron que cantase. Ella escusó. n tiempo; pero Mr. Macqueen dijo, que á me- nos que no asegurase que no sabia cantar, no se podia. ad- mitir su escusa, seguridad que ella no podia dar sin agra- viar á la verdad. Ella no queria ser ingrata con unos huéspedes tan obsequiosos, ni manifestarse insociable en medio de la general alegría, rehusando hacer una cosa que le decian debia ser agradable á toda la sociedad. Un se- creto sentimiento de vanidad, la conducia tambien á mos- trar alguna serenidad delante de unas personas que la ob- servaban atentamente. Así, despues de haher vacilado un poco, comenzó una aria simple y patética de que su padre gustaba mucho, y que muchas veces habia cantado á Lord Mortimer. Esta aria convenia particularmente á su voz, cuyos caracteres eran la dulzura y sensibilidad. Ella estaba solo á media copla, cuando su voz se debilitó y volvió trémula. La compañía redobló su atencion, pe- ro fué sin fruto; pues la voz de la cantora se estinguió del todo. Mistriss Macqueen, con su delicada atencion, te- miendo aumentar la turbacion de Amanda, observándola demasiado, hizo señal á la compañía para obtener un pro- fundo silencio. Amanda bajo los ojos; una mano mal ase- gurada le presentó un vaso de agua, y era la de Lord Mor- timer misma. Ella hizo señal de que no lo necesitaba: el jóven Macqueen, hablándole al oido, la instó á que acaba- se su cancion. Ella creyó que tendria algo de afectacion si esperaba á que la solicitasen de nuevo; y sonriéndose ella misma de su embarazo, continuó su aria, y cantó con tanto gusto y acentos tan penetrantes, que su voz. parecia llevar al oido atento una impresion semejante á la que ha- ce al olfato, el aire vloroso que ha ¡asado sobre un campo de violetas. | Los aplausos que recibió, dieron sus Mejillas un “color de rosa pálida. A ella tocaba requerir á otro convidado á que cantase, y por el turno era Lord Mortimer. Tres ve- ces le dijeron que instase á Lord Mortimer antes que se determinase á ello; al fin, ella lo avisó levantando sus ojos hácia él, y vió en su semblante el mismo embarazo que Sad, pad ella acababa. de sufrir. Poniéndose pálido, y luego encar- : nado, parecia. buscar y llamar su voz sin poder encon'rar el tono. Sus labios se movian sin poder articular palabra; y pareciendo suponer que se habia admitido su escusa, se puso á conversar con su vecina Miss Macqueen. - Vamos, Milord. dijo Mr. Macqueen, no os podemos dis- pensar de pagar el tributo. Lord Mortimer probó al princi- lo á escusarsechanceándose; pero instado fuertemente por el viejo señor, temó de repente un aire muy serio, y de- claró que verdaderamente le era imposible cantar en este momento. Desde entonces cesaron de instarle. En el dis- curso de los brindis no se olvidó de hacer dar el suyo á Amanda. Como ella habia escuchado con grande atencion el nombre dado por Mortimer, este á su turno esperaba con inquietud el que ella propondria. Ella titubeó un momen- to, y nombró á Sir Cárlos Bingley. Despues de los bríndis, Miss Macqueen, dirigiéndose á Amanda: ¡Sir Cárlos Bin- gley? ¡Oh! me acuerdo muy bien de él. Su regimiento es- taba de cuartel en la vecindad, habrá cosa de dos años, y me acuerdo que en una partida de caza con algunos de sus camaradas, vino aquí á pasar la noche: bailamos toda la velada, y lo hallamos todas muy amable. ¿Le conoceis mucho? Si, y no, respondió Amanda. ¡Ah! esclamó Miss Macqueen, creo que vos suis muy astuta. Os suplico me digais, Milord, ¿su rubor no la vende? No es menester juzgar siempre por la fisonomía, res- pondió Mortimer arrojando sobre Amanda una ojeada pe- netrante que desvió en seguida. La esperiencia prueba que este medio no es siempre seguro. Amanda se puso á hablar con el jóven Macqueen, para dar á entender que no habia oido las palabras de Mortimer, que eran dirigidas únicamente contra ella, y que no era sino una escepcion de lo que él le habia dicho muchas veces, que se leian en las facciones de la cara del hombre, los movimientos de Sus pasiones. Ed Miss Macqueen pretendió que la regla era infalible, y el medio seguro, y que ella se decidió siempre sobre el carácter de las gentes á la primera ojeada. » La sociedad se separó poco tiempo despues de habex cenade s que por costumbre, en consideracion á los que viajaban. Habiendo salido del salon todus los forasteros, comparecieron algunas criadas para acompañar á las da» mas á sus aposentos. Mistriss Macqueen detuvo á Aman- da para procurar empeñarla á que pasase dos ó tres dias con ella, y sus hijas se lo instaron tambien; pero Amanda, dándoles gracias con la mayor sensibilidad de su cortes ofrecimiento, les dijo que era verdaderamente imposi- ble ceder á sus instancias. ¡Y bien! dijo Macqueen el padre tomando la mano, si vos no quereis quedaros con nosotros mañana, á vuestra vuelta álo menos nos indem- nizareis, sin lo cual os haré detener á vuestro paso. Pero mientras lo espero, no quiero perder el privilegio que la ed ad concede á un casado viejo; y hablándola de este mo- do, la atrajo á sí poco á poco, y la besó en una mejilla; ella se sonrióde esta inocente libertad, y procuró retirar su ma- no. Ahora con toda la gota, soy un objeto de envidia pa- ra todos estos jóvenes. Sus hijos añadieron muchas chan- zas á las de su padre. Lord Mortimer solo guardó silencio apoyada la cabeza sobre su mano, y el codo sobre una me- sita de la chimenea. Sus desordenados cabellos hacian mas notable su palidez y abatimiento. Uno de los jóvenes Macqueen, le dirigió una vez la palabra inútilmente, pues no respondió, y á la repeticion de la pregunta salió sobre- saltado de su meditacion, y dió algunas escusas de su dis- traccion. Milord, le dijo Macqueen el padre riendo, nosotros adi- vinamos todos los paises donde se transporta vuestra ima- ginacion, ¿No es mas allá de estas montañas? Sabemos dónde está vuestro tesoro, y de consiguiente dónde está vuestro corazon. Vos lo sabeis, dijo Lord Mortimer con un profundo suspiro, un aire y un tono que podian hacer creer que no sabia lo que se decia. Al fin,se repuso un poco, y él mismo se chanceó para salvarse de los chistes que le dirigian. La escena era penosa para Amanda; al fin retiró su mano de las de Mr. Macqueen, y deseando á todos una buena noche, siguió á la criada que la esperaba, en el corredor, y la condujo ásu aposento. Ala Mi pi criada, y ei ira ic 08 la d ] pe n do que era una de las Miss MCG dBAcTe lso sus ajos y se fué á abrir. En lugar de la que habia creido, encontró á á una camarera, que hablándole con un modo muy respetuoso, le dijo que su señora Lady Marta Dor- _mer deseaba verlaun momento. ¡Verme' dijo Amanda con estrema sorpresa. ¡Es posible? PoR luego detuvo sus es- presiones de admiracion, y dijo que iba á trasladarse al cuarto de Milady. Siguió á la camarera, asaltada por una multitud de ideas estrañas. Hiciéronla entrar en un apo- sento, en donde encontró á Lord Mortimer que caminaba con largos pa-0s, pareciendo agitado fuertemente. Estaba este de espaldas á la puerta, y cuando entró se volvió, la miró un momento, y llevando la mano á su frente, fué á ¡sentarse en un rincon del aposento. Lady Marta estaba sentada en otra parte del aposento, y se contentó con saludar 4 Amanda con la cabeza, y la convidó á sentarse. Amanda obedeció gustosa, pa - a nas podia tenerse en pié. - Despues de un pequeño rato de silencio, Lady Marta le dijo con mucha gravedad: Señorita, yo no me habria to- mado la libertad de suplicaros que viniéseis á mi aposen- to á estas horas, si no hubiera creido que este momento me ofrecia una ocasion favorable que me seria difícil volver á encontrar, para hablaros de un asunto que me interesa vivamente. ca - El verano pasado, continuó Lady Marta despues de una pausa, habeis recibido de Lord Mortimer algunos presen- _tes. Los acaecimientos sucedidos despues de esta época, dan motivo á creer que no son de estima ni valor, y aque- llos para quienes se disponen, los harán útiles. Ella: calló, ay" Amanda no respondió cosa alguna. E Vos, sin duda no ignorais, añadió Lady Marta con un tono. mas severo, como ofendida del silencio de Amanda, que quiero hablar del anillo y retrato que habeis tenido de — ss Lord Mortimer. Siendo el anillo una joya que he destina- do en todo tiempo á la esposa de Mortimer, os la pido en mi nombre. En cuanto al retrato, estoy autorizada tam- bien por Mortimer para recobrarlo; el cual, para conven- ceros de que esta es su intencion, ha tomado el partido de hallarse á nuestra conversacion, por si su presencia era en efecto necesaria para persuadiros. No señora; este medio de ningun modo era necesario, dijo Amanda, y yo habria... . No pudo ella acabar la frase, asaltada por una multitud de sentimientos estraordi- narios. Si vos no podeis volvérmelo ahora, dijo Lady Marta, os daré un conducto por donde podais dirigirlo 4 Lóndres, puesto que vais allá, segun me ha dicho Mistriss Mae- queen. Nada se opone á que os lo vuelva aquí al momento, contesto Amanda, que habia recobrado alguna sereni- dad, animada con el testimonio de una conciencia pura, y con el sentimiento de su ofendida vanidad. Vey á mi apo- sento, dijo ella adelantándose hácia la puerta, y os lo traeré. El retrato lo tenia pendiente de su cuello y oculto en gu seno, y el anillo estaba en su bolsa dentro de un estuche. El modo con que le habian pedido uno y otro, causándole crueles agonias, le hacia encontrar algun placer en poder- lo devolver al instante. Con to!o, llegada á su aposento, cuando desprendió el retrato de su cuello para ponerlo en su caja, el dolortuvo ascendiente sobre todos los otros sen- timientos, y corrió de sus ojos un torrente de lágrimas. ¡Oh Mortimer! decia, ¡querido Mortimer! ¡yo debo, pues, separarme aún de vuestra imágen! no puedé conservar vestigio alguno de los felices momentos que hemos pasa- do juntos. ¡Pero, ¡por qué esta pasion á un retrato, cuando la realidad no está mas en posesion mia, y cuando si vuel- vo jamas á ver á Lord Mortimer, solo le veré esposo de Eufrasia? Ella, sin embargo, pensó que el tiempo se ¿di enju- gó sus lágrimas y procuró calmar su agitacion. Llamó á TJ su orgullo en su socorro, que le dió en efecto algun 'án1- mo, y volvió á Lady Marta, determinada á no dejar ver, si era posible, flaqueza alguna. , y Puede ser que jamas hubiera parecido mas interesante ue en el momento en que volvió á entrar en el aposento de Lady Marta. Sus mejillas estaban coloradas, y los ves- tigios de las lágrimas que acababan de mojarlas, se mos- traban como gotas de rocío sobre las hojas de la rosa, an- tes que el sol las haya secado. Sus ojos húmedos tenian un brillo mas dulce, sus cabellos abandonados á sí mis- mos (pues se habia quitado el sombrero al entrar en su aposento), y esparciéndose con toda abundancia á su alre- dedor, realzaban la belleza de su fisonomía y la alegría de su aire. Aquí está, Milady, dijo al entrar, el anillo, y no pude añadir el retrato, aunque lo presentó al mismo tiempo; pues la voz le faltó, y saltó una lágrima de sus ojos. De- terminada á ocultar, si le era posible, los sentimientos de que estaba agitada, se apresuraka á alejar de sí esta pren- da tan querida, y Lady Marta estendia la mano para re- cibirla, cuando levantándose de repente Lord Mortimer de donde estaba sentado, lo quitó de la mano trémula de Amanda, lo sacó del cajoncito, y arrojándolo en tierra lo holló con sus piés esclamando: ¡Oh desgraciada muchacha! y añadió tomándole la mano con afecto y retirándola en seguida; vos misma os habeis perdido para mí! Al mismo tiempo se salió del aposeuto. Espantada Amanda de este movimiento y de las palabras que lo habian acompañado, so'o tuvo tiempo de dejarse caer sobre una silla, pues no podia sostenerse. Lady Marta, herida como de un rayo, permaneció inmóbil, cuando le llamaron la atencion los ge- midos convulsivos de Amanda. Ella sele acercó, le frotó las sienes con agua de alucema, y le dió un vaso de agua. Estas atenciones reaninvaron á Amanda, y sus lágrimas contri- buyeron tambien á aliviarla. Ella quiso volverse á levan- tar del asiento en que estaba, pero no se halló aún en es- tado de tenerse en pié. CA os e mA . ¡Pobre muchacha! dijo Lady Marta, vos me inspirais la mayor compasion. ¡Ah! si vuestra alma se hubiese pareci- do á vuestra figura. ¡qué criatura tan perfecta seriais, y cuán feliz hubiera sido mi pobre Mortimer con vos! Este era el momento de lamas dura prueba para la virtud de Amanda, desesperada con el pen-amiento de que iba á quedar perdida su opinion en el concepto de unas personas que amaba con tanta pasion, y estimaba tan pro- fundamente. Sabia que podia en un momento y en muy pocas palabras esplicar en su favor las apariencias que le habian hecho perder su estimacion, y ganar otra vez ple- namente el afecto de Mortimer, y la proteccion y amistad de su respetable tia y de su amable hermana. Tenia la cabeza apoyada en la mano, y habiéndose disminuido su opresion, esclamó: Yo puedo dar tales pruebas de mi ino= cencia.... Aquí se detuvo sin decir otra palabra mas; sus labios se cerraron, y su semblante se cubrió de una pali- dez mortal. La idea de un suicidio se le presentó con to- do su horror. Ella creyó de nuevo la terrible y solemne amenaza que le habia hecho Lord Cherbury, de no sobre- vivir á la vergúenza de ver descubierto su secreto, y la * promesa que le habia hecho de guardárselo inviolable. Ella se veia en el borde de un abismo donde estaba dis- puesta á caer arrastrando en su caida á una criatura hu- mana, cuya muerte habria apresurado, y cuyo crímen po- dia serle reconvenido en el tribunal de Dios. En nn, se preguntaba á sí misma: ¿Es por una violacion de mi pro- mesa por la que pretendo volver á ganar la estimacion de Lord Mortimer y de sus parientes? ¡Ah! es una falsa mira. Y suponiendo que por una falta semejante á la promesa pudiese restablecerme en su concepto, ¿qué es su estima- cion, si pierdo la de mi propio corazon? ¡Oh! no, se decia á sí misma levantando los ojos al cielo; no, jamas añadiré los remordimientos de mi conciencia á los demas sufri- mientos mios. Lo he prometido al cielo, jamas mereceré mis desgracias por una accion vituperable y voluntaria. Perdonad, mi Dios, á vuestra débil criatura asaltada por tan fuerte tentacion, el haber balanceado un momento en permanecer en el camino de la justicia y de la fidelidad á Bus , el solo que puede conducir á la mansion donde la paz y la felicidad eterna serán la ope sa, de la virtud. Amanda, en medio de estas grandes conmociones, olvi- daba que era observada, y solo pensaba que estaba á los el Ser Todopoderoso, á quien ella pedia perdon de su debilidad, y al mismo tiempo la fuerza de seguir la voz de la Al Lady Marta habia observado en silencio todos sus movimientos; pero prevenida como estaba con- tra Amanda, solo creyó ver la espresion de sus remordi- mientos por su conducta pasada, renacidos por las priva- ciones y sacrificios que acababan de ecsigir de ella. Cuando vió á Amanda en estado de oirla, le dijo: estoy muy afligida por vuestras penas; yo no os repetiré que veo con satisfaccion que son el objeto de vuestro arrepenti- miento por vuestras pasadas faltas: un tal arrepentimien- to las expia, y seria menester tener un corazon muy duro para no estar penetrado de compasion y dispuesto á la in-- dulgencia á la vista de los remordimientos que manifes- tais. A estas palabras, Amanda fijó la vista en Lady Mar- ta, y sus mejillas malogerón $ á tomar sus colores anima- OS. Puede ser, dijo Lady Marta notando el color de Aman- da é imputándolo á resentimiento, que os haya hablado con demasiada franqueza; pero yo no sé disimular. Yo habia sabido con gusto que os habíais colocado con Mis- triss Duncan; pero esta satisfaccion ha sido destruida, cuan- do me han dicho que íbais á Lóndres para descubrir el paradero de vuestro hermano. Si este es en efecto el mo- tivo de vuestro viaje, teníais medios de hacer esta averi- guacion sin dar un paso tan imprudente. ¡Imprudente! repitió Amanda. Sí, dijo Lady Marta, un viaje tal tiene muchos peligros, de que una jóven con de-. licadeza, y debo añadir hermosa, debe amedrentarse. Si realmente vais á buscar á vuestro hermano, y este tiene: por vos todos los respetos de amistad que os debe, segu- ramente preferirá que lo olvideis, á veros espuesta,- cor- Bi riendo tras él, 4 toda especie de insultos. No hay cir- eunstancia alguna en la vida que deba hacernos violar las leyes de la decencia y de la prudencia. Es una impiedad pretender producir el bien haciendo mal; y es una locu- ra buscar el placer por la imprudencia: estas son ac- ciones que algunas veces prometen sucesos lisonjeros, pe- ro que siempre tienen desgraciados y funestos resulta- dos. Si quereis huir en adelante de la censura de que ya ha- beis sido el objeto, volveos con Mistriss Duncan, y vos sin duda no vacilareis, cuando yo os noticio, si es que vos lo ienorais, que el coronel Belgrave ha pasado por aquí cosa de un mes hace, volviendo "de Escocia á Lóndres, donde ahora se halla. Yo no puedo impedir, dijo Amanda, que se dén malas interpretaciones á mis acciones las mas inocentes; pero yo me consuelo con el testimonio de mi conciencia. En efecto, tengo motivos de estar ofendida por las sospechas de que soy el objeto por un miserable que . he aborrecido de toda mi alma, desde el momento en que conocí su ca» rácter y sus principios. Si vuestro viaje, dijo Lady Marta, no tiene realmente por motivo la necesidad de ver á vuestro he mano, aña- dis á vuestras faltas una doblez muy despreciable. Vos sois muy severa, señora, esclamó Amanda con el ergullo de la inocencia injustamente condenada. Si pongo el dedo en la llaga, dijo Lady Marta, es solo para curarla. Yono tengo otro deseo que desviaros de cometer otras faltas y salvar de su ruina á una persona que ha sido tan querida de Lord Mortimer, en cuyo nom- bre os hablo, y á quien yo amo con la mayor ternura. Volved con Mistriss Duncan; probadnos á lo menos en es- ta circunstancia, que no mereceis las sospechas de que sois el objeto. lla es vuestra amiga, y en una situacion como la vuestra, una verdadera amiga os es demasiado ne- eesaria y muy preciosa para que podais aventurar el per- derla. Como ella vive retirada, correis menos peligro de que vuestra historia y vuestro verdadero nombre sean eo- A nocidos en el lugar que habitareis con ella. Cualquiera - que sea el motivo que os ha hecho tomar un nombre su- puesto, es mas sensible para vos que hayais usado de este artificio, pues un engaño hace sospechar otros. Volved, os repito, con Mistriss Duncan; y si necesitais que se ha- gan indagaciones para descubrir á vuestro hermano, de- que quereis que hagamos; yo misma me tomaré el do de la ejecucion, y os haré saber el éxito de mis pasos. Si Amanda no hubiese tenido otro aia rO para hacer su viaje á Lóndres, que el deseo de encontrar y ver á su hermano, habria aceptado los ofrecimientos y seguido los consejos de Lady Marta con diligencia, feliz en alejar de ella las imputaciones de correr tras de Belgrave, del peli- gro de encontrarlo en Lóndres, y los riesgos de tan grande viaje; pero el asunto del testamento ecsigia celeridad y su presencia. Ella no podia confiarlo á otra persona. que á aquella que debia seguirlo ante los tribunales, y este se- creto era aun mas necesario con Lady Marta, de la cual podia bien temerse alguna ¡prevencion en favor de la fa- milia de Rosline, con la cual iba á unir su sobrino, á quien el testamento despojaba. Esperaba Amanda que en una ciudad tan grande como Lóndres, y bajo un nombre supuesto, que se determinaba á conservar para su mayor seguridad, escaparia de Bel- grave. En cuanto á encontrarlo por el camino, ella no tenia temor alguno, pues creia que no habria hecho un tan largo viaje; como del interior de la Escocia á Lóndres, pa- ra hacer tan corta mansion en la capital. El tiempo pro- bará, pensaba, la falsedad de las consecuencias que se sa- caban contra ella de su perseverancia en la resolucion de ir á Lóndres. Ella, pues, contestó á Lady Marta que le daba gracias por sus obsequiosos ofrecimientos; que la conducta que ella misma se habia trazado, y que creia inocente, se justificaria algun dia, y que esta se los hacia inútiles. —Siento mucho, dijo Lady Marta, vuestra deter- minacion; pero aunque no puedo menos de vituperarla, no os puedo dejar partir sin deciros que en cualquier tiempo cs ió. en que tengais necesidad de algunos servicios que no que- rais pedir á los estranjeros, Ó que no os podais lisonjear de obtener, podeis noticiármele, y contad conmigo. - Yo os manifiesto aquí no solo mis intenciones sino tambien las de Lord Mortimer, y en su nombre tanto como en el mio, os hablo asi. Aunque lo que ha pasado entre vosotros y la nueva situacion en que va á entrar no le permite inter- venir mas en lo que respecta á vos, él no podria sostener el prescindir de que la hija del capitan Fitzalan estuviese en un estado penoso sin hacer todos los esfuerzos para sa- carla de él. ¡Oh señora! eseclamó Amanda, conozco los nobles señti- Sientes de Lord Mortimer, y he sido colmada de sus be- neficios. Lady Marta se conmovió de la espresion que Amanda habia dado á estas pocas palabras. Su voz tomó mas dulzura. Las faltas, le dijo, mi querida hija, serian mas reprensibles en vos que en cualquiera otra, pues que no podeis escusaros como otras desgraciadas, con que están abandonadas de todo el mundo. El arrepentimieuto de vuestras faltas pasadas, cualesquiera que ellas hayan po- dido ser, es suficiente para aseguraros mis socorros y mis cuidados en todas las circunstancias en que tengais nece- sidad de ellos, y despues de mi delegaré á otro este cuida- do que lo desempeñará en mi Jugar, y en esto no haré mas que satisfacer á las intenciones y sentimientos de Lord Mortimer. Ñ Yo os agradezco, Milady, dijo Amanda ando y llamando a su valor, el interes que me manifestais. Tiem- po vendrá, puede ser, en que probaré que jamas he sido indigna de él, y que los buenos oficios que me haceis por compasion á mi situacion, quisiérais hacermelos tambien por mi estimacion: entonces la compasion de Lady Marta no me humillará, y yo aún me honraré con ella, porque será el sentimiento generoso de una alma virtuosa que participa de los dolores de la inocencia desgraciada. Y adelantandose hácia la puerta, oyó que Lady Marta decia: ¡(hue triste es ver tanto talento echado á e por el Ire Íecto de su conducta! ID ¡Ah Milady! esclamó Amanda deteniéndose y volvién= den tristemente. hácia ella, yo os hallo inflecsible. Lady Marta hizo un movimiento de cabeza, y así como Aman- da abria la puerta, Lady Marta le dijo: Vos tambien teneis cartas de. Mortimer. Amanda hizo señal que sí.—Yo creo que es mejor, dijo Lady Marta, que elias se devuelvan re- ciprocamente. Enviad las suyas en un paquete cerrado á casa de Lord Cherbury en Londres, y yo me encargo ha. ceros remitir las vuestras.—Sereis obedecida, dijo Aman- da con una voz baja. Lady Marta le dijo que no qn détenerla mas tiempo, y se separaron. Cuando Amanda estuvo sola, sus sentimientos, que ba: bia contenido tanto :iempo, estallaron con violencia. Su grandeza de ánimo, que la habia sostenido en algunos mo- mentos, le llegó á ser de un debil socorro, pues que acor- dándose de todas las circunstancias en que se habia en- contrado, no podia menos de conocer que habia habido mas de una que podia autorizar las sospechas de que era el objeto. Ella se veia obligada á perdonar la severidad de Lady Marta; pero las lágrimas que derramaba no eran por ella sola. Lloraba el destino de Mortimer, á quien creia tan desgraciado como ella misma. Habia conocido en los acentos y en las miradas del Lord, que su pasion hácia ella era aún toda entera, y tau fuerte y verdadera como siem- pre. Veia tambien que Lady Eufrasia no era suficiente para disipar su tristeza, y borrar de aquel corazon una imágen que escluiria de él para siempre la paz y la dicha. Agitada por todos los acaecimientos de la noche. no creia poder tomar reposo alguno; pero la naturaleza fatigada lo pedia, y cayó en un profundo sueño. Ella despertó tarde. Como no habia hecho mas que ti- rarse sobre su cama vestida, habia tenido frio, y no habia del todo descansado: compuso su vestido y peinado delante de su espejo, y se sorprendió de su palidez. Ella deseaba mucho evitar la sociedad antes de partir, y miraba con inquietud por la ventana si su silla habia llegado; pero co- noció despues que el apartamento que ocupaba caia á la parte de atras, y no podia verla. No oia ruido alguno, y e sacó por consecuencia que no se habrian aún levantado los de casa. La ventana de su aposento daba á u» jardin espa- cioso do ninado por alturas pintorescas que abrigaban de los vientos frios á los nuevos y hermosos plantios que circuian el jardin; pero ni estas alturas, cubiertas aún de niebla, ni los varios colores que el otoño esparce sobre las campiñas, ni el buen gusto y propiedad del jardin pudieron distraer á Amanda. Su presencia al fin se cansó, y abrió la puerta para ver si oiria algun movimiento en la casa, y en efecto oyó voces y pasos en el patio: con esto bajó y encontró al jóven Macqueen, que despues de haberle dado un político y afectuoso buen dia, la condujo á una sala, donde halló. no solamente la familia y todos los forasteros que habian pasado la noche en la casa, sino tambien otros caballeros de la vecindad. El doctor Johnson ha celebrado los desa- yunos escoceses: aquel en que presidia Mistriss Macqueen y sus hermosas hijas no era menos notable que los que él habia visto. A mas del chocolate, del té, del café y demas anexo, las tortas, las confituras y pastas de toda especie cubrian la mesa, el jamon y los pollos. Los manteles es- taban sembrados de yerbas odoriferas y de flores campes- tres cogidas al pié de las montañas, y cada convidado te- nia un ramillete de flores con pequeños lemas franceses de amor y amistad que se abrian y se leian con grande alegría de toda la sociedad. e Cuando Amanda llegó, Mistriss Macqueen la dijo que en aquel mismo punto iba á enviar una de sus hijas para hacerla bajar; lo que ya habria hecho antes, si no hubiese temido no dejarla tiempo suficiente para descansar de las fatigas del dia anterior. Amanda le dijo que ya hacia rato que se habia levanta- do esperando el carruage que debia conducirla: yo tuve cuidado ayer de hacer venir vuestro carruage, dijo Mistris Macqueen; pero no he querido que nos dejáseis antes de haberos desayunado con nosotros. Amanda se halló entre el joven Macqueen, que la habia obsequiado el dia ante- rior, y su hermana mayor: ella procuró conversando con el primero, hurtarse de los ojos de Mortimer; pero estaba conmovida AD, fuertemente ol su vOZ Como por sus mi- radas. pil Os sup dy Marta, dijo una de 0% Miss Macqueen, que salgais garante de la promesa que acabo de conseguir de I ord ortimer. Querida mia, respondió Lady Marta, es pre siso que primero sepa cuál es esa promesa. Milady puede bien dudar de ello, 'respondió la jóven «Has: son unos guantes y los pequeños regalos de boda, “que me ha prometido, y os juro que contra toda su volun- tad. Amanda se vió obligada á dejar sobre la mesa la ta- za que llevaba á sus labios, y arrojó involuntariamente una % ¿mirada á Lord Mortimer. que apartó luego que se encon- yl con sus ojos. Y protesto, continuó Miss Macqueen, «que los recibiré con mucho gusto y reconocimiento. A mí solo toca, dijo Lord Mortimer afectando alegría, lisonjearme de ofrecéroslo. Vos podeis estar seguro, Mi- lord, dijo una de las jóvenes Macqueen, que por el favor que le hareis, ella no descuidará de haceros otro igual. En esto, dijo uno de los convidados, ella se parece á to- das las muchachas. ¿Qué : pensais de esto? dijo 4 Amanda el jóven Macqueen que estaba á su lado. Amanda muy turbada ocultaba muy mal su agitacion y tartamudeó al- gunas palabras. Las muchachas respondieron á la pregun- ta alegremente, y aliviaron á Amanda. Acabado el desayuno, Amanda estaba i impaci ente por partir, y sin embargo, no tenia valor para levantarse la primera; ella parecia atada por un encanto al lugár en que veia á Lord Mortimer por la última vez, 6 á lo menos lo veia por última vez antes que fuese esposo de otra. ' Su temor de hallarse tarde en el camino, pues tenia que. hacer mucho antes de llegar donde debia pernoctar, triun- fó al fin de su repugnancia al levantarse, y dijo al jóven Macqueen que era tiempo de que ella partiese. Alr ismo tiempo Lord Mortimer se levantó y propuso á los hijos Macqueen ir á ver con ellos los nuevos plantíos que le bian hecho detras de la la casa, sobre los cuales que padre saber su opinion. : tintos par, E Y e M. V. y TO % — Todos los hombres ess) el jóven Macqueen a, ñaron á Lord Mortimer, y antes pi salir GA ur viaje á Amanda. la e tana, y la aplico dé nuevo Ub pudas aún al; con ellos. Amanda se escusó. como habia h heeh ) hasta ea- tonces, manifestán ándol: ] gida que habi ¡areollido Metas Macquesl le dijo que esperaba teniscióia fortuna cuando Amanda volveria á Escocia. Algunos de sus hijos la habrian acompañado a gunas «millas, si antes de su llegada no hubiesen Promo do acompañar á Lord Mortimer, hasta la posada donde iba á detenerse para comer, y tambien ellos querian co- mer con él. Ella se iba á escribir aquel mismo dia á Mr. Duncan, para darle gracias de haberle hecho conocer una persona tan amable: conocimiento que era una verdadera adquisicion para su familia. 1 abiend > Amanda recibido un tierno adios de esta amable mu 1 y de hizo su reverencia, é igualmente o Araminta, las cuales se la der volviero Ella se apresuró á bajar al ve estíbulo s y ] las Miss Macqueen; pero tuvo jas ena viendo á á Lord Mortimer detenido á la puerta con. n el jóven queen: que habia ido á ver si estaba dispuesta 1 a silla de posta, y con otro de sus hermanos. Ella se habria metido prontamen- te en el tarruaje, si no la hubiesen detenido los obsequios de los jóvenes. Milord, preguntaron las Miss Macqueen á Lord Morti- e y ¿qué habeis hecho de todos los hombres que os han Ñ ps lo? Preguntadlo, respondió Mortimer, á vuestro ) que los ha encerrado en el invernadero. Esta ra de los jóvenes Macqueen, que se com pl ian en ji gar estas chanzas. Las dos Miss, para dis _ tar del embarazo de los Í loneros, partieron cor manos suplicandoá. ¿manda que r s hu bies en vuelto. Sus súp cas no habr al , | : M larta y Lady sr e onia necesidad de salir de la penosa situa- | aba, y ella habria montado en la silla, ubiese estado tan lejos ó hubiese podi- ces oyó una voz que tenia gran poder clama: : ¡Amanda! y Mortimer á su lado, que sus MANOS con espresion repetia: ¡Amanda! ¡en nacion os veo! ¡qué escena tan dolorosa la que su- eis ayer! Yo estoy ahora ála des jeracion, pues á sar de todo lo que ha pasado no puedo quereros mal al- guno. Yo siento todas vuestras penas: os perdono de todo mi corazon la queme habeis causado, y la desgracia á ue me habeis precipitado. Yo derramo sobre. vos, lá- grmas de indulgencia y de compasion. Conmovida Amanda mas allá de toda espresion, cubria su cara para ocultar las lágrimas que lainundaban.—Dad- me el consuelo de oir, continuó Mortimer, que vos me. dé perdonais la pena que os ha causado la escena de ayer noche.—¡(Qlue yo os perdono! repitió Amanda. ¡Ah Mi- lord! y su voz a guió en sus labios.—¡Ah! ¡quiera el cielo, añadió Lord Mortimer, quiera el aja que seais fe- lig! —¡Feliz! replicó Amanda. ¡Oh! jamas, jamas en este mundo; y lev tó al cielo sus ojos inundados de lágrimas. En este momento las Macqueen, volvieron con los pri- sioneros que habian librado. Amanda hubiera querido par- tir luego, para esconderse d e sus miradas; pero el posti- llon estaba lejos, y su voz era muy débil para hacerse oir de él. Lord Mortimer, teniendo lástima desu situacion, abrió la puerta, y tomando con una mano mal asegurada. la trémula de Amanda, la condujo hasta el carruage. Allí, habiendo abierto la puerta, apretó la mano de Amanda entre las suyas, la ayudó á subir, llamó al postillla mitiva.. ¡Qué contraste entre la Juventud alegre, | de salud y regocijo, y en la mas feliz situacion, — 100 — en la grande agitacion en que se Rgliabas hizo señal al lee tillon de que partiese, y partió. Así dejó Amanda la morada de A donde raras veces antes de ella habia entrado el dolor, sin encontrar alsun alivio; donde el estrangero, el pasagero y el pobre estaban seguros de la acogida, benevolencia y hospitali- dad; y cuyos dueños ofrecian el espectáculo de la felici- dad tal como se puede hallar sobre la tierra. Amanda, a salir, vió los suntuosos equipages de Lord Mortimer y La- dy Marta; pero apartó luego los ojos, al pensar que iba á contribuir á la pompa del casamiento de Lady Eufrasia. Ella prosiguió su viage, sin que le sucediese cosa notable. Llegó á Lóndres por la tarde, y se fué áapear en casa de : Mistriss Connel en Bond-Street. CAPITULO a En dosó detenido el carruage. á la puerta, Amanda bajó de él, y entró en la botica, donde conine inesp' licable sa- tisfaccion, el primer objeto que se le presentó á la vista, fué Miss Rusbrock sentada á un tablero en actitud pensá- tiva. Esta se acordó al momento de Amanda, y levantán- dose con diligencia, y tomándola. por la mano, esclamó: ¡Ah, mi querida señora, qué agradable sorpresa! ¡cuánto he deseado volveros 4 encontrar para manifestaros todo mi reconocimiento! Esta obsequiosa acogida, y el ines- perado encuentro de Miss Rusbrock prometian á Amanda que sus proyectos sobre Rusbrock no encontrarian obs- táculos, que él mismo haria conseguir el negocio de que se proponia encargarle. Ella volvió á Miss Rusbrock los tes- timonios de afecto que recibia, y le preguntó noticias de su padre. Sus preguntas parecieron dar alguna pena á Emilia, que manifestó en su respuesta una turbacion ,ta, que Amanda no se atrevió á repetirlas. Mistrisg Connel no estaba allí, y Amanda pidió permiso para ' verla si es- taba cn casa. Miss Rusbrock fué al momento. á buscarla á una sala detras de la botica y vino con ella. Era esta nna A DA 4 ds A E — 10% irlandesa pequeñía, pero con muchas carnes, que no era muy jóven, pero gustaba de todos los regocijos de la vida. Mi querida señora, dijo 4 Amanda saludándola, que seais bien venida. Yo estoy muy contenta de volveros á. ver despues de haber tenido antes una sola vez este gusto; pero desde entonces he oido alabaros sin cesar por la bo- ca de esta jóven; Amanda le dió gracias, pero estaba de- masiado ocupada en el objeto de su visita, para hablar de ninguna otra cosa. Ella diju 4 Mr. Connel, que venia de un condado lejano, donde habia dejado sus amigos, y que. no queriendo ir á vivir en casa de gentes que le fuesen absolutamente estrañas, habia desmontado en su casa con la esperanza de encontrar en ella posada. Mi querida señora, dijo Mistriss Connel, yo seria feliz en recibiros; pero mi casa está toda llena. La pena que causó á Amanda una Jenegacion tal, la volvió muda por algunos momentos, éiba á pedir á Mistriss Connel que le indicase alguna casa en donde pudiese ir á alojar reco- mendada por ella, cuando Miss Rusbrock, habiendo dicho una palabra al oido de Mistriss Connel, aprobando esta con una señal con la cabeza lo que acababa de oir, aña- dió: Puesto que vos temeis tanto ir á alojaros en casa de gentes que no os CONOZCAN, lo que prueba vuestra pru- dencia á todos los que saben cuán malvados son los hom- bres, Miss Emilia dice, que si os dignais aceptar la mi- - tad de su pequeña cama hasta que os podais procurar un alojamiento mas dómodo, os recibirá en ella con el mayor placer, y yo haré porvos cuanto dependa de mí _ para haceros agradable la casa. ¡Oh sí! yo acepto este ofrecimiento con mucha alegría y reconocimiento, esclamó Amanda. Un pequeño rincon en una casa tan agradable será para mí un asilo mas có- modo que un palacio, donde solo encontraria personas que me serian estrañas. En seguida retiraron su maleta del eanes: Veo, señora, dijo Mistriss Connel, leyendo « en el sobre el nombre supuesto de Miss Donald, que vos sois “ocesa, aunque no tengais el acento de tal; ¡AR! dijo Emi- ja, hasta ahora yo habia ignorado vuestro nombre. - — 102— Amanda estaba muy contenta delo que oia, resuelta - como estaba á no darse á conocer bajo su verdadero nom- bre, hasta que estuviese asegurada de que Rusbrock qui- siese encargarse de sus negocios. La hicieron pasar á una sala amueblada con propiedad, y que comunicaba con la botica por una puerta con cristales; Mistriss Connel atizó el fuego, y preguntó á Amanda lo que queria para comer. Si hubiéseis llegado, la dijo ella, dos horas antes, os ha- bria dado un escelente pedazo de ternera. Amanda pro- testó que no tomaria nada, hasta la hora del té. Muy bien, dijo Mistriss Connel, vos tendreis luego una buena taza de té, y una torta bien caliente. Yo tambien gusto mucho del té, aunque el pobre de Mr. Connel, que Dios tenga en el cielo, me repetia sin cesar que, vaporosa como era, no debias jamas tomarlo; pero, añadia riéndose el pobre hombre, mi querida Brigitte, vos y todo vuestro sexo os pareceis á vuestra madre Eva, que no podeis re- sistir á la tentacion de comer del fruto vedado. Emilia se retiró, y un momento despues volvió con su sombrero y mantilla, diciendo 4 Amanda que debia salir para ir á ver á su padre y madre, y sola una razon seme- jante podia determinarla á privarse del gusto de estar con ella. Amanda la dió gracias, y la dijo que no gustaba de incomodarla en nada. Despues que hubo salido, Mistriss Connel dijo á Aman- da: Yo os aseguro que esta muchacha os ama tiernamen- te. Yo estoy muy contenta de ello, respondió Amanda, pues la encuentro muy amable. Lo es en efecto, dijo Mistriss Connel; su solo defecto es ser demasiado séria para su edad. Es verdad que uno no debe admirarse de ello, atendida la situacion de su padre. Yo espero, contestó Amanda, que no es tan mala como es- taba. ¡No tan mala! repitió Mistriss Connel, ella no puede ser peor. El pobre capitan está preso mas de un año ha. Yo lo siento mucho, dijo Amanda. ¡Se ha hecho algun paso en su favor con Lady Greystock, desde que está pre- so? Con Lady Greystock! ¡Buen Dios! exclamó Mistriss Connel. Uno podria dirijirso con tanta esperanza de éxi- — 103 — to á alguna de estas feroces bestias que se guardan en la torre. ¡Pobre señor! si no hubiese tenido otro socorro que el de ella, tiempo ha que no seria de carga á nadie. Ha- ce cerca de catoree años que le ví por la primera vez. Mi pobre marido difunto y yo teniamos una botica en Dublin, donde se hallaba su regimiento de guarnicion, Else ha- bia alojado en nuestra casa, en la que Mistriss Rusbrock parió. Durante su mansion se trabó amistad entre noso- tros; y despues nos dejaron para ir á América. Poco tiem- po despues, un pariente de mi marido propietario de esta casa y tienda, habiendo: perdido su muger, reducido á sí mismo y sin hijos, nos propuso venir á vivir con él, pro» metiéndonos, si aceptábamos su proposicion, de asociarnos en su comercio, y dejarnos sus bienes despues de su muer- te. No se presentan todos los dias ofrecimientos seme» jantes, de manera que nosotros le tomamos la palabra. Po» co tiempo despues de que estábamos juntos el pobre hom- bre murió, y luego le siguió mi marido; al principio estuve muy triste y desconsolada; pero pensando que la religion nos prohibe dejarnos abatir demasiado del dolor, tomé áni- mo y procuré vivir. En fin, para abreviar, os diré que ha cosa de seis años que Mistriss Rusbrock y Miss Emilia vi- nieron a comprar alguna cosa en mi tieuúda, no pensando encontrar en ella una antigua amiga. Este encuentro fué mezclado de alegría y de penas. Nos contamos mútuas- mente nuestros infortunios. Encontré los asuntos del po- bre capitan en un triste estado. Yo tengo mucho cuida- do de él y su famila: cuando le prendieron tomé á Emilia en mi casa para ayudarme en mi comercio. El dinero que gana sirve para mantener la vida á sus padres, y yo me he convenido en vestirla de balde. Pero no siendo suficiente este socorro para una familia nUMerosa, he pro- curado buscar trabajo á Mistriss Rusbrook y á sus hijas. Emilia es muy buena muchacha. Ahora ha salido para ir á verá su padre. Pero mientras yo charlo me olvido de que el agua hierve. Acabado su discurso se levanto, y amando á la criada sacó del armario las tazas y todos los ensilios para servir el té. Hecho esto, preparadas las ads A tortas y servidas calientes, Mistriss Connel hizo com toda conveniencia una pequeña comida. Os aseguro, señora, dijo. á Amanda, que Miss o e sido muy feliz en colocarse conmigo. No lo dudo, contes- tó Amanda. Sabreis, pues, continuó Mistriss Connel, que vino á alojarse en mi casa cosa de un mes ha, un caballe- ro que pronto conocí que obsequiaba á Emilia. Sobre es- to le hablé un dia. Mr. Sipthorpe, le dije, veo que mirais con buenos ojos á una de mis muchachas; pero debo de- ciros que esta es una jóven honesta y bien nacida, de ma- nera que si no teneis miras muy honradas sobre ella, solo teneis que elejir sobre estos dos partidos, ó tomar las de Villadiego, ó no hablarle mas. Sobre esto él me hizo un hermoso discurso, tan largo como el de un miembro del par- lamento sobre un nuevo proyecto. Dios mio, Mr. Sipthor- pe, le dije, entre nosotros no se necesitan tantas palabras: Solo una sirve, vamos al hecho. Instado así, me res- pondió que él habia hecho ánimo de. comportarse honra- damente siempre con Miss Emilia. Al mismo tiempo me dijo el estado de su fortuna que era considerable, y yo su- ponia lo mismo visto su modo de est a El me aseguró que se proponia no solo casarse con ilia, sino sacar á su padre de la prision, y hacer a á EN su fa- milia. Ahora voy á la parte mas sensible de la historia. Un jóven ministro que ha ayudado con algunos SOCOITOS Á Eusbrook y á su familia al principio de sus apuros, se ha enamorado de Emilia y ella tambien le tiene pasion. Sus padres habian consentido en su union, lo que era una lo- cura vista la imposibilidad del jóven de servirles. Con todo, les prometió mucho, y mas de lo que puede un po- bre ministro, y sobre todo cuando una vez ha cargado con una muger y sus propios hijos. Despues de esto, yo pen- sé que Rusbrook y su muger estarian muy contentos de haberse desembarazado del ministro y de dar su hija á Mr. Sipthorpe. Nada de esto; cuando les pro] use este partido, uno me habló del honor y el otro del reconoci- miento, y en cuanto á Emilia se desviaba de él. Yo me determiné á servirles á pesar suyo, y conociendo el modo — 105— de pensar. un poco romancesco del jóven, le escribí para representarle cuán cruel seria para Emilia si por motivo de la promesa que le habia hecho, la hacia perder así un establecimiento que debia salvar y hacer feliz á toda su familia; en fin, supe tomarle tan bien por los buenos senti- mientos, que ha escrito, como yo lo esperaba, una carta declarando á Emilia que renuncia su mano. Esta carta ha desconsolado á Emilia; pero el capitan y su muger creo que han estado muy contentos en el fondo de su corazon, de modo que todo está arreglado con Mr. Sipthorpe, el cual ha hecho ya á su futura esposa muy hermosos regalos. Ellos deben casarse dentro de pocos dias. Mr. Sipthorpe solo espera. algun dinero de sus arrendatarios para sacar al capitan de la prision. El mal es que Miss Emilia, en Es lugar de estar alegre y contenta, está triste y melancólica, como si fuese á casarse con un hombre viejo y feo. ¡Ah! dijo Amanda, acorda: os de lo que me habeis dicho, que su corazon está prendado.—¡Bueno! una muchacha jóven debe ; pamor como de gorro. y y cp que Emilia no z de tal ligereza. 12 Señor Enel con una mirada, en la que arecia « sperar de Ama nda la misma confianza que la uéspeda. acaba ba e hacerle: ppápuodo preguntaros de qué parage venis? qe Es - De una parte de no muy lejos de aquí, respondió Amanda. —¡Ay Dios, y- qué viaje! Dicen que es muy mal país, donde no se ven ni árboles ni matas.—0Os aseguro, dijo Amanda, que no faltan ni verduras ni sombra.— ¡Realmente? esclamó Mistriss Connel. .Ved qué mentiras se esparcen. ¿Y de qué país sois? —Del país de Gales, respondió Amanda.—Vos debeis haber trepado mas de una vez, dijo Mistriss Connel, las montañas para correr tras de las cabras, que dicen hay. muchas en aquella parte del mundo.—No ciertamente, contestó Amanda.—¡Perma- Necereis mucho tiempo en Lóndres, señora? —Yo no lo sé Lún.— ¡Habeis venido para algunos negocios!-—-Sí —No se- rán pde mucha consecuencia, pues una pe Jersona tan jóven prenderia dirigirlos.. , de — 106— Amanda se sonrió sin replicarle, y al fin se desembara- zó de las pesadas preguntas de Mistriss Connel, cuando esta llamó á las muchachas de la tienda para el té. Des- pues de esto ella lavó las tazas, las puso en el armario, y fué á ocuparse en disponer la cena. Quedándose Amanda sola, consideró en el estado en que se hallaban los asuntos de Rusbrook, cuando estaba ocupado en el establecimiento de su hija, no podia sin in- discrecion dirigirse á él para encargarle sus propios nego- cios. Ella se determinó, pues, á esperar que la agitacion que podia causar un tal suceso se calmase un poco, para dar parte á Rusbrook de sus proyectos, deseando por otra parte con todo su corazon que el nuevo establecimiento de Emilia hiciese la feliridad de toda su familia. Mis- triss Connel no estuvo mucho tiempo ausente, y casi al mismo tiempo que ella entró mis Emilia.—Miss, dijo Mis- triss Connel sin darle tiempo de decir cosa alguna á Amanda, he dicho á vuestra buena amiga todo lo que era menester decirle de vuestro asunto. dE y ¿Vos se lo habeis dicho todo? repuso En sonrisa forzada y una voz apagada. Ama con atencion, y veia en su mirar una profunda tx Juzgaba por su propio corazon los sentimientos dolorosos que debia sufrir Emilia, obligada á renunciar al objeto de su pasion, y á mas sentia por ella una tierna compasion. La charla de Mistriss Connel fatigaba mucho á las dos j Jó- venes. Por fortuna se terminó luego con el aviso de ir á cenar. Amanda alegó su cansancio para acostarse tempra- no, y se retiró con Emilia. El aposento era pequeño; pero aseado y alegre, con un buen fuego, delante del cual se sentaron para desnudarse. Emilia aprovechó este primer momento en que se encontraba sola con su benafactora, para manifestarle todo su reconocimiento. Amanda se esforzó en hacerla mudar de conversacion.—Tiempo ha, señora, le dijo Emilia, que nos habeis hecho bien con tan- ta delicadeza, y mis padres han tenido una tarde feliz cuando les he dicho que podia espresaros mi reconocimien- to y el suyo. — 107 — Haciendo Amanda un nuevo esfuerzo para hacer mudar de discurso á Emilia, le dijo: Vos habeis podido creer, por lo que os ha dicho Mistriss Connel, que yo le he pregunta- do detalles sobre vuestra situacion y vuestros asuntos; pe- ro no me creais capaz de esta indiscrecion á pesar de todo el interes que me habeis inspirado. ¡Oh señora! replicó Emilia, yo no he tenido tal pensa- miento, y por otra parte, vuestra curiosidad sobre este asunto no podia menos de serme agradable, porque ella os conducirá, puede ser, á oir la relacion de mis penas, y á obtener de vos los consuelos de la piedad que me fal- tan mucho tiempo ha, y estoy segura que no me rehusa- reis. | Yo me contaré por feliz, si puedo aliviar efectivamente vuestras penas, le dijo afectuosamente Amanda. ¡Oh señora! continuó Emilia, vuestra sola compasion las aliviará, y derramaxí el bálsamo sobre las llagas de mi corazon. Vos me fortificareis en la observancia de mis deberes; vos me enseñareis la resignacion. Solo temo me- recer la reconvencion de personalidad, ocupándoos así de mis asuntos... No, no, le dijo Amanda tomándole la mano, vos haréis una cosa que me será estremadamente agradable. ( Pues bien, señora, mientras os desnudais os contaré mi triste y corta historia; y principió así. CAPITULO XI. El mas dulce consuelo que puede recibir un corazon afligido, es descubrirse á otro compasivo, tal como estoy segura que lo es el vuestro. En el tiempo en que yo tuve la dicha de veros por la primera vez, el crédito de mi padre agotado, y siendo conocida su insolvencia, fué arres- tado una noche y sacado de la cama del lado de mi madre casi moribunda. No quiero destrozar vuestro sensible co- razon pintándoos los horrores de este momento; la deses- — 108 peracion de un padre y de un esposo arrancado del seno de su familia á la cual dejaba sin socorro; él mismo enfer- E mo y débil, cubierto de unos vestidos insuficientes contra el rigor de la estacion. Arrojando una mirada de despedi- da á mi madre, á quien no esperaba ver mas, se conmo- vió tan vivamente que se vió obligado á apoyarse en el brazo de uno de los sargentos que lo conducian. Mi ma- dre se hallaba mala en el momento en que mi padre salia del aposento, y la fuerza me faltó durante algunos minu- tos para acercarme á ella; pero volviendo en míno tenia socorro alguno que darle; mi hermano mayor habia segui- do á mi padre, y los mas jóvenes espantados de la escena que acababan de ver, lloraban y estaban agazapados « en un rincon del aposento. Al fin me acordé de una señora que vivia en la vecindad y de quien esperaba tener algun ali- vio; solo una necesidad la: mas urgente podia resolverme á tal tentativa, pues la ben eficencia que nos habia mostra= do al principio, viniendo algunas veces á nuestra casa, ha bia cesado desde la muerte de Mr. Heathfiel duelo de la casa. Mi orgullo cedió á la necesidad y corrí á. su casa. El criado me introdujo á una sala baj; 1, donde la encontré tomando el té con sus hijas y un; jóve en ministro á quien jamas habia visto. Yo no podia determinarme á á esponer nuestra situacion en presencia. de un estrangero, y pedí á a la señora que quisiese oirme á solas; pero ella contestó con dureza, que podia hablar delante de las personas que esta- ban presentes. Yo le conté á media voz, y ésta interrum- pida muchas veces por mis suspiros y lágrimas, la desgra- cia que acababa de sucedernos, y la situacion de mi ma- dre, y le pedí algun cordial para ella. Mi admiracion fué estrema cuando declaró altamente lo que acababa de decir- le con algun misterio, y que dijo á su hija que me diese una media botella de vino, añadiendo: yo he dicho siem- pre que las cosas acabarian así, y que era una locura de Mr. Heathfield teneros en su casa, y haceros gastar tanto. Yo no insistí, y me retiré llevándome el vino, pero mi co- razon traspasado. ad — 109— Apenas habra vuelto, y estaba de rodillas al lado de la cama de mi madre, que comenzaba á dar señales de vida, aa oí golpear á la puerta. Yo creí que era mi her- mano que volvia, y dije á uno de los niños que fuese á abrir. ¡Cuál fué mi sorpresa cuando ví entrar al jóven * ministro que acababa de encontrar en casa de aquella se- ñora! Yo me levanté apresurada y mis miradas le mani- festaron mi admiracion. El se acercó, y con el tono de la beneficencia se escusó de haberse introducido tan pre- CEE Nil por el deseo y esperanza que tenia de ser- nos útil. ¡Oh qué colador fueron estas palabras! ¡Qué lo es á los oidos de la desgracia la voz de la sensibilidad, que participa de sus penas! Mis lágrimas, que la altivez éindignacion habian detenido, empezaron á correr. Pero yo no quiero deteneros er e mos sobre el cuadro de lo que : a ds con Sus. agora y los mios se lo s sentidos. de mi madre. Sus us modales, su ministerio, todo 4 animarla. Ella bendijo á la ue 1 abia enviado un tan buen amigo. Mi hermano. vi de la prision únicamente para saber el estado en que estábamos, y se volvió con su padre. El estrangero pidió que lo acompañasen allá, y esta demanda nos dió mucho gusto, pues esperábamos que su visita lle- varia al corazon de mi pobre padre los mismos consuelos que nosotros habiamos recibido de él. Apenas habia mar- chado, cuando vimos llegar un canasto lleno de botellas de vino y toda especie de provisiones. Seria abusar de vues- tra paciencia citaros todos los rasgos de bondad de este escelente jóven: en fin, á beneficio de sus cuidados mi madre estuvo en estado de trasladarse á la prision de mi padre. Mistriss Connel, que á la primera noticia de nues- tra desgracia vino á vernos, me tomó en su casa, y me dió un salario que se paga á mis padres, y sirve para mante- nerlos con el resto de su familia. Nuestro amigo nos y FE e A | a 08 110— | e o y en el camino 1 dejar la ciudad, que él 2 y an la licencia que le habia dado el cura iba Habia cerca de un mes que le conocia, y sus ¿ os sostenidas habian sido para nosotros un mananti de consuelos. Mi corazon se heló á esta noticia, y desde es- te momento me parecieron mis penas mas crueles. Al en- + trar en los jardines me senté sobre un peque rro, pues mis piernas estaban trémulas, y él se sí lado. Ja- mas habia sentido tal opresion, y mis lágrimas —corrian á pesar de los esfuerzos que hacia para detenerlas. Yo pre- curé hacerle entender que eran causadas por “recuerdo de los momentos en que habia disfrutado con mis es + del espectáculo de este hermoso sitio. ¡Quiera el cie clamó él, que yo pueda volverles el poder disfrutarlo aún! ¡Ah! le dije yo, ellos os tienen ya. obligaciones que no podrán jamas reconocer bastante, y perdiéndoos, añadí ¡ in-. voluntariamente, van á perder su único apoyo. Si es verdad, como me lisonjeais ( de ello, que yo pueda: serles de algun socorro, permitidme que. nga á este so-. corro un derecho constante y adquirido. ¡ ¡Oh Emilia! que vuestros padres fuesen los mios como son atada: enton- ces su escrupulosa delicadeza no les: detendria mas, y re- cibirian de mí como pago de una deuda, lo lo q como un beneficio de mi parte. Yo sentí que le me salian á la cara. Mi fortuna, continuó él, es módi- ca; si hubiese sido mas considerable, Good hubiera propuesto partirla conmigo; si consemi ts en esta particion, hareis la felicidad de mi vida. El se detuvo es- perando mi respuesta; pero yo no estaba en estado de dár- sela. y e LE ¡Ah! señora, ella no le era necesaria; mis m Ss y e, facian traicion á mi reserva. 2 ms nstó d nuevo, y en fin, le confesé que no vacilaria un momento en unir mi destino con el suyo, si no fuese necesaria á mis padres en la triste situacion en que se hallan. ¡Ah! no penseis, me dijo él, que yo queira haceros descuidar un deber tan sagrado; aunque al presente no esté en estado - o, ego de » ri - . —111— de hacer recobrar la libertad á vuestro padre, puedo ase- ¿guraros que si consentís en nuestra union, nuestra econo- mía nos proporcionará los medios de conseguírsela que no tengo. ahora. ticion y ofrecimientos fueron comunicados á mis : pas, los cuales los recibieron y aprobaron con una es- trema satisfaccion, menos por la ventaja que encontraban para sí, que por ternura hácia mí, y por el placer de estar en adelante tranquilos sobre mi suerte, viéndome así colo- cada. Nosotros debiamos tomar una de mis hermanas con nosotros. Yo podia emplear el tiempo en hacer obras de moda que Mistriss Connel venderia para dar el producto á mis padres, y yo podria venir á visitarlos de tiempo en tiempo, hasta que estuviese en estado de recibirlos en nuestro humilde retrete. Tales eran los proyectos éinten- ciones del jóven ministro. El se vió precisado á partir; pero se dispuso que volveria pronto, y que á su vuelta se acabaria de arreglar todo. Cerca de una semana despues de su marcha, una maña- na, viniendo de hacer una comision á una dama de parte de Mistriss Connel, se me acercó en la calle un hombre bien puesto, el cual con una libertad algo grosera, quiso en- trar en conversacion conmigo. Yo hice cuanto pude para desembarazarme de él, sin poder conseguirlo, y así apresu- ré el paso para volverme á casa, donde ví que me seguia. Ya no pensaba mas en este encuentro, cuando dos dias despues le ví entrar en la tienda, y pedir á Mistriss Con- nel un cuarto en su casa que le alquilara: al momento se lo dió con gran disgusto mio, y luego tomó posesion de él. Yo no pude menos de sospechar que tenia algunas miras sobre mí, y así resolví, si este era en efecto el motivo, de desconcertar su proyecto, evitando con cuidado encontrar- me al paso con él; pero por mas que hice, su vigilancia era tan sostenida, que no podia subir ni bajar la escale- ra sin encontrarlo. Al fin, instruí á Mistriss Connel de la conducta de su inquilino, y la supliqué que correspondie- se á la confianza que le habian manifestado mis padres confiándome á su cuidado, haciéndome cesar los insultos -e —112— MEE de Mr. Sipthorpe. ¡Ay! si yo hubiese podido prever las eonsecuencias de este paso, habria preferido soportar sus insultos en silencio: estas consecuencias os las ha conta ya Mistriss Connel. ¡Oh señora! á la llegada de esta car- ta, que rompia una promesa contraida con todo el celo y ternura, todas mis esperanzas se desvanecieron. Yo resis“ tí mucho tiempo á las instancias que me hacian de casar- me con Sipthorpe; pero cuando mi madre me dijo que es- taba desconsolada de ver que mis sentimientos fuesen me- nos nobles y menos delicados que los del hombre que yo sentia, y que habia tan generosamente renunciado mi ma- no para salvar á mi padre del estado horrible en que ge- ¿ % A y mia, esta reconvencion me despedazó el corazon: yo me - admiré, y me indigné contra mí misma de haber podido titu- bear tanto tiempo en tomar un partido que abria á mi pa- dre las puertas de la prision, y me determiné á sacrificar- me, pues ¡oh Miss Donald! el sacrificio es para mí el mas penoso y elmas horrible. Sipthorpe es un hombre á quien no podré amar jamas, aun cuando mi corazon no hubie- se contraido ningun otro empeño. A Amanda se penetró de una verdadera lástima por los disgustos de su jóven amiga, que habia acabado su rela- cion con lágrimas; pero ella no hizo como la mayor parte de las jóvenes de corazon sensible Y de razon débil, que hacen aun mas vivos los dolores que se les confían, aban- donándose ellas tambien á la sensibilidad sin medida. Dió á Emilia pruebas de una amistad mas real y de una com- pasion mas grande, procurando reconciliarla con su desti- no, qne parecia fijado para en adelante. Ella le habló de los derechos de un padre sobre sus hijos, y de la dulce sa- tisfaccion que sentiria en llenar tan sagrados deberes. Le pintó la alegría que seguia al triunfo de la razon y de la humanidad sobre el egoismo y la pasion, y la aprobacion consoladora de la conciencia, tan superior á todos los otros placeres y ventajas esteriores. py Ella hablaba así conforme á la conviccion de sus pro- pios sentimientos: se acordaba del momento en que á la voz de su padre ella habia renunciado al hombre que ama- he. > e 21 ba, y de, quien era. amada, y era de. parecer que coloca, la emba si ¡buacion ( de Emilia, haria sia vacilar el sacrilicio 4 le exi rtaba á á su Jj ven compañera. Ella practicaba las ceciones que daba, bien diferente en esto de aquellos mal humorudos moralistas, que pretenden. llevarnos al cielo por caminos dificiles y espinosos, y siembran de flores los que toman para.sí. La persuasion que corria de sus labios; daba ásu lenguage una energía y elocuencia poco coman, pero miéntras que ella procuraba auimar á su j ven ami- ga, s pei y la situacion penosa de su propi» co- h os vivamente las penas de Emilia, zas y acercarse el momento de union Amanda no podia dejar de llorar sobre. ua Mead tan triste, que ella casi miraba tan cruel como el suyo; pero la reflexion la volvia á mirarse como mas miserable, pues que ella no tenia ninguno de los ali. vios que Emilia encontraba en sus penas, y que podian ayu larla á soportarlas. Amanda no tenia el consuelo co- mo lmilia de pensar que sus dolores contribuian á llevar algun alivio á. log males de las personas que le eran tan queridas. A Vuestras pal: E a querida señora, 'e dijo Emilia, han calmado mi alma. Estoy resuelta á desterrar en ade- lante inútiles e os suplico me perdoneis la indis- ereccion que me ha conducido á entreteneros tanto tiem- po en mis asuntos, y al fin de una jornada que debe habe- Tos. fatigado mucho. Amanda en efecto parecia cansada, de apresuró á meterse en cama. Un sueño interrampi- muchas. veces la dió poco descanso; sus disgustos pesa- ban en su corazon como en la víspera. Lord Mortimer. entraba en. sus sueños, e a fué su primer pensamiento al despertarse. Ella « E su almohada inojada de lá- erimas. Emilia est: aba ya | aliada; pero habiendo A4man- da abierto sus A , dejó. el libro que leia, y corrio há- cia la cama. La encor tró. uy débil, y achacanlo esta de- bilidad á la fatiga o la exhortó á desayunarso y darse en la cama; pero. Amanda, que sabia bien qu e u indisposicion era efecto de causas diferentes, á las cuales TOM. V. 3 PE el reposo no podia aprovechar nada se levantó y se puso al tocador. Estando en esta ocupacion, Emilia gritó: Si quereis ver á Sipthorpe, os lo voy á enseñar, pues ahora sale de casa. Amanda se fué á la ventana, que Emilia le abrió poco á poco; pero ¡quién representará su admiracion cuando en este Sipthorpe conoce al artificioso é infame Belerave! La sangre se le heló en las venas, y retirándo- se uleunos pasos, cayó media desmayada en una silla. Emilia espantada iba á llamar para socorrer 4 Amanda: cuando esta le hize señal con la cabeza que no lo hicic- se.—Esto no será nada, dijo ella; voy á ponerme encima die la cama un momento, y os suplico que os vayais á de sayunar sin mí. Emilia lo rehusaba, y queria hacer llevar el desayuno de las dos al aposento. Amanda dijo que no tomaria nada en este momento, y que solo necesitaba re- poso. Emilia al fin la dejó con el mayor disgusto. Habiéndose quedado Amanda sola, procuró calmar su agitacion, á fin de poder formar un plan que la sacase de la situacion en que se encontraba. El libertinage de Bel- grave no permitia á Amanda pensar que el nuevo objeto que tenia á la mira le desviase- de perseguirla tambien cuando la encontraria arrojada á su camino de un modo tan inesperado, y falta de toda proteccion. Elia no podia decir que conocia á Belgrave ni toda su maldad, pues de- bia temer mucho que salvando á Emilia no se perdiese á sí misma. Una declaracion semejante la venderia, y aun- que ella pudiese hacerlo despedir de la casa de Mistriss Connel, sin amigos, sin parientes, no pudiendo excontrar proteccion en Rusbrock, temblaba al pensar en los peli- gros que corria si se descubria á Belgrave, cuya desyer- AusRea, y profundas traiciones la enredarian en los lazos, de donde le seria, puede ser, imposible librarse. En con- secuencia, creyó que la medida mas sabia que ¡:odia tomar era dejar la casa el mismo dia, pero sin decir que no se pr oponia volver. Ella se acordó de un parage, donde cre- yó que podria encontrar un alojamiento, que. le seria al mismo tiempo un retiro seguro y oculto, y resol ió instruir al capitan Rusbroek, con una carta anónima, del peligro 116 que corria su hija, remitiendo al capitan para asezurarso de la verdad al testimonio de Sir Cárlos Bingley. Forma- do así su plan, se tranquilizó y cuando Emilia volvió, clla le preguntó con el semblante de que le hacia una prezun- ta inlliferente, á qué hora comunmente volvia á casa Mr. Sipthorpe. «Esto es incierto, respondió Emilia.—Yo necesito salir hoy, continuó Amanda, para un asunto que me corre prisa, y al momento quiero vestirme para todo el dia. En segui- da pidió papel, pluma y lacre, y Emilia se lo trajo. Cuan- do esta salió, escribió la carta que se verá, abrió su maleti- ta, y sacó alguna ropa blanca, el testamento de Lord, Dun- reath y el escrito de Lady Dunreath: he aquí su carta al capitan Rusbrock. “Una persona que estima al capitan Rusbrock y á la “amab!e sencillez de su hija, avisa al padre que guarde “la inocencia de Emilia, de un gran peligro que la amena- “za de la parte de un miserable, que bajo la apari-neia de “hombría de bien se propone penetrar unos corazones afli- “sidos con un golpe. mas agudo que aquel con que la ad- “versidad les ha herido. El corazon de Sipthorpe es tan abre. 1l pretendido Sipthorpe es el co- “ronel Belgrave, cuyo carácter se ha señalado desde mu- “chos años con otros hechos de engaño y traicion no ménos “horribles que el que prepara para perder á la amab!e “muchacha que se ocupa en perseguir. La persona que “¿da este aviso al capitan Rosbrock lo remite para asegu- “rarse de la verdad de los hechos á Sir Cárlos Bingley, a “cial del regimiento 15, donde tendrá la direccion en la es- “tafeta de.... y el cual dará seguramente todas las noti- “cias y todos los pasos necesarios para salvar á la virtud “y á la inocencia del peligro de una próxima destruccion * Araanda tan inquieta por su propia situacion como por la de Emilia, resolvió llevar ella misma la carta á la pri- sion de Rusbrock, por miedo de algun accidente si la ha- cia entregar por cualquier otra mano. Tenia muchas ga- nas de dejar la casa en seguida; pero creyó que valia mas esperar hasta la tarde, en que corria menos riesgo de ser a 6 cnecntrada y reconocida por Belgrave, quien en dicha oca: sion se hallaria verosímilmente en algun parage donde pasaria el resto del dia. Emilia vino despues de una ho- ra de estar ausente, y cneontrando libre Amanda, le pidió el permiso de estar con ella. Amanda en la situacion de su alma hubiera deseado mas quedarse sola; pero no podia rehusar la compañía de esta muchacha que la amaba, y que conversando con ella procuraba disipar la triteza que le daba su próxima union con Sipthorpe. Amanda escu- chaba con atencion inquieta si Belgrave entraba; pero no oyó cosa que pudiese hacerle creer que habia vuelto.- A fin les avisaron para comer; pero Amanda no creyó deber ir por temor de ser vista de él; para evitar este riesgo y no ser tratada de singularidad por su denegacion, se deter- min” á salir, y habiendo hecho saber su intencion á Emilia, esta le instó fuertemente á quedarse á comer; pero ella lo rehusá, y salió de casa con inquictud sin haber respondido á las preguntas de Emilia, que queria saber si volveria prouto. Así amenazada de nuevos peligros, estaba coro una ave espantada, que busca un abrigo contra la tempes- tad. Ella caminó con mucha presteza hasta Oxford—Street, donde tom? un coche. El cochero se vió casi obligado á meterla dentro, tonta era su debilid.d. Ella se fué á la prision, donde hizo llamar á un criado del carcelero, y le entregó la carta destinada á Rusbrock, quien se encargó de darla en sus manos. De allí se hizo conducir á Pall Mall, donde pueden acordarse que habia estado alojada con Lady Greistock. Esta era la sola casa de tul natura- leza que conocia en Lóndres: es verdad que alojándose en ella, no contaba encontrar seguridad, pues la posadera era vna muger de un carácter muy desagradable. Ella habia sido rica en otro tiempo, y esta memoria agriaba su hu- wor, y la hacia incapaz de disfrutar de la comodidad que habia recobrado, ó á lo menos convenirse con ella. Les- cargaba su mal humor sobre todo lo que tuviese depen- dencia suya. Nu gran pasion era una insaciable curiosi- dad, y eu mayor placer era volver á contar todo lo que ha bia sabido de bien ó de mal. Sabiendo Amanda en la puer- 117 ta, que la dueña de la casa estaba en ella, despachó el co- che, y fué introducida por una criada en una sala, donde encontró 4 Mistriss Hansard, la cual al verla, sin e se de la silla ni volverle el saludo, le preguntó con una sonrisa altanera desde cuándo estaba en Lóndres, y lo que venía á hacer la ciudad. Por este modo impertinente de recibirla, Amanda co- noció que era preciso que Mistriss Hansard estuviese ins- truida de la situacion en que se hallaba, pues esta muger otras veces habia sido humilde con ella hasta tocar en ba- jeza. Ella suspiró viéndese obligada á tener. alguna rela- cion con una criatura que tenia la vileza de tr atarla mal por este abandono. Temblaba pensando en su triste posi- cion: enferma, débil, cansada, cayó mas bien que no se sentá sobre una silla, que ni le habian propuesto tomar. - Y bien, Miss, repitió 2 Mistriss Hansard con un tono aun mas impertinente, ¿qué negocio os conduce á la ciudad? Mis negocios, señora, respondió Amanda, no pueden in- teresar á las personas que no tienen conexion alguna con- migo + Mi negocio con vos, es únicamente saber si podeis darme posada en.vu esto ¡Realmente! le dijo Holido darme el gusto Edo Pego Tea ec mo me va. No podeis imaginar cuánto me habria lisonjeado una atencion semejante de parte de una tan amable jóven. Estas palabras pronunciad as con el tono de la ironía, despertaron el orgullo de Amanda y la reanimaron.—Yo estaria may contenta; señora, dijo ella con un tono mas calmado y mas asegurado, de saber si podiais ó si queríals darme alojamiento en vuestra casa. ¡Dios mio! querida, no os atormenteis tanto, tomad una Pis de té conmigo, y en seguida hablaremos de vuestro asunto. Estas palabras parecian llevar un consentimien- to á la cosa que Amanda deseaba, y por mas desagradable que fuese el asilo que encontraba, se creia feliz en tener- lo. El té se hizo pronto, y Amanda, que no habia comi- do desde el desayuno, lo habria tomado con gusto, si no hubiese sido perseguida por las preguntas de Mistriss Han- — 118 — sard, que le tendió veinte lazos diferente: para hacerle decir.el fin de su viage á Lóndres. Amanda, aunque ieno- raba todo artificio, una triste esperiencia le habia adlverti- do de tenerse cuenta contra el de otros, y no descubrió el secreto. Mistriss Hansard, que pla A de loque ella lla- maba conversacion del té, prolongó su duracion sin medi- da. Amanda al fin mortificada por algunas espresiones que se escaparon á esta muger, le suplicó la hiciese con- ducir á un aposento. ¿Vuestra demanda es séria? le preguntó Mistriss Han- sard. Habia en las palabras y facciones de la huéspeda tal espresion de desprecio, que Amanda, herida á lo vivo, no estuvo en estado de responder al momento, y conti- nuando Mistriss Hansard, añadió: si pretendeis sóriamen- te alojaros en mi casa, es preciso, querida, que tengais un erado de seguridad que no creo en vos, aunque s* que es- tais abundantemente provista de ella. ¡Pensais que yo quiero perder la reputacion de mi casa reclbiéndoos, yo que no alojo sino personas decentes y de reputacion? ¿Os parece que no sabemos que Lady (Greistock, despues de haberos concedido su proteccion por caridad, os la ha qui- tado por vuestra mala conducta? ¡Pobre señora! He subi- do toda vuestra historia de su propia boca. Jlla estaba muy embarazada con vos. Yo veia bien lo que era; y no obstante vuestra reserva hipócrita, deseubria á maravilla que os comportábais muy mal. Os aseguro que si os re- cibiera en mi casa, vos no estaríais bien en ella, pues mis aposentos no tienen gabinete, donde una jóven de vuestro porte puede ocultar á un jóven avispado. Si habeis teni- do alguna querella con alguno de vuestros amigos que os obligue á buscar un nuevo alojamiento, os aconsejo que os reconcilicis con él, aunque á decir verdad si no os recon- ciliais con él, en una ciudad como Lóndres encontra- reis facilmente otro. Por lo demas, puede ser que esteis en camino de arrepentiros de vuestra conducta pasada; pero esto no es un motivo para que os reciba en mi casa, persnadida como estoy, de que mi complacencia dañaria á mi bolsillo tanto como á mi reputacion. «—119— El terror y las inquietas miradas de Amanda al oir este discurso, habrian cerrado la boca á cualquiera persona que hubiese tenido en el corazon una chispa de humanidad, aun suponiéndolas dirigidas contra uno verdaderamente culpable. Pero esta muger, incapaz de ningun sentimien- to humano y generoso, triunfaba en su malicia, y se ale- graba de penetrar el corazon palpitante de la inocente vietima con los tiros del insulto y de la o in- justa. Entre las pruebas á que Amanda habia estado su- jeta en una vida corta, pero fecunda en tristes acaeci- mientos; esta era una de las mas duras. Pasmada del » discurso de Mistriss Hansard, estuvo algun tiempo sin po- der proferir ni una palabra: al fin ella esclamó: ¡Justo Dios -á quien me dirijo y que sois mi solo refugio, á qué prue- + ba me someteis! ¿Hasta cuándo seré perseguida, insulta- da y iitrajadas ¡Ah! ¡Qué dulce seria para mí un asilo en el cielo, en oe la malicia y da traicion delos hom- bres no podrian alcanzarme. Yo soy afortunada, conti- nuS ella levantándose y arrojando una mirada noble y fie- á Mistriss Hansard, de que no me hayais recibido en vuestra casa, pues estoy convencida por las disposiciones que veo en vos, de que no habria encontrado en vuestra casa la seguridad que busco. Al mismo tiempo salió del aposento; pero cuando estuvo en el vestíbulo todo su va- or la abandonó, por la idea terrible de que saliendo de es- ta casa, no tenia donde poder encontrar un refugio. Hor- rorizada de este pensamiento, se habia dejado caer-sobre ama silla, cuando una criada, que probablemente habria oido la conversacion que se acababa de tener, y que no te- mia ser oida de su amaypues Mistriss Hansard habia cer- rado la puerta de la sala donde se habia quedado, le dijo: Miss, ¿por qué os afligís. tanto? ¡Ay buen- Dios! ¿Qué os importa lo que os ha dicho esta malvada vieja? Yo os ase- euro, que si nosotras hiciéramos el menor caso, tendria- mos los ojos encarnados toda la semana. Pero decidme, Miss, si puedo haceros algun servicio. 5 . Amanda le dió gracias con una voz débil, y se puso á considerar que el busear un alojamiento á esta hora, era 0 E —120 - esponerse á los peligros que habia querido evitar. La ca- sa de Mistriss Connel vino á su imaginacion, por causa de la imposibilidad de encontrar otra en aquel momento. Ve- rosimilmente seria ya Belerave despedido de la casa cuan- do volvieron allá, pues la carta tenia ya tiempo dle haber producido su efecto. Si él estuviese aún, podia tener la fortuna de no ser descubierta, y si la descubria, Mistriss Connel : ri al abrigo de los insultos manifiestos, mientras se lisonjeaba que sus precauciones, junto con la ayuda del cielo, la salvarian de los ccultos lazos. Ella se e AÑ ; . > . determinó, pues, as bien fué forzada por la necesidad á volver á cas Y uplicó á la buena criada que fueseá. buscar un coche, y la pagó de su trabajo. Al volver á ca- sa de Mistriss Connel, se esforzó en calmar su agitacion y alegar sus temores. Cuando el coche se hubo detenido á la puerta y que habiabajado, estuvo fuertemente tentada á preguntar á la muchacha que le abrió si habia algun es- traño en la casa. Sin embargo, pensando que esta pre- gunta podia escitar sospechas, y que estas sospechas po- dian dar lugar á investigaciones, contuvo su curiosidad, y volvió á entrar, temblando aún, en una casa de la que ha bia huido pocas horas antes con tan grande terror. -. He FIN DEL TOMO y y Mistris Connel. En consecuencia de es- y E de Ta : Ó LOS DESCENDIENTES DE LA ABADIA. FOMO VI. LA -= col » p á / y ¿ 4 ; 0 Tomo - 6 OSCAR Y AMANDA, Ó LOS DESCENDIENTES DE LA ABADIA, OBRA ESCRITA EN INGLES POR MISS REGINA MARIA ROCHE. A. PUESTA EN CASTELLANO e POR D. CARLOS JOSE MELCIOR. ADORNADA CON SEIS ESTAMPAS LÍTOGRAFICAS, Y PUBLICADA POR SIMON BLANQUEL. Eo s + de - MEXICO.—1854. E Se vende en la librera del editor, calle del Teatro Principal número 1. .¿mprenta de ANDRES BOIX Bajos de S. Agustin n? 6. OSCAR Y ANEANDA, Ó LOS DESCENDIENTES DE LA ABADIA. CAPITULO L. E ¿nO Amanda estaba en la tienda, cuando se abrió la puerta de la sala y se le presentó delante Mistriss Connell. ¡Oh, Miss! le dijo esta, ¿ya estais de vuelta? ya principiaba á creer que nos habiais dejado para siempre. Dijo estas palabras con un tono tan brutal y grosero, que confundió 4 Amanda, y dióla que pensar que su huéspeda no estaba toda en sí. Entrad, Miss, entrad, continuó Mis- triss Connel; yo estaba en la mayor impaciencia por veros volver. Los temores de Amanda se aumentaron; siguió en silencio á Mistriss Connel, y encontró en la sala una muger de alguna edad de bastante buen parecer, que pa- recia muy agitada. No conjeturaba ella que tuviese que tener diferencias con esta muger, y sin embargo la temia: sentóse temblando toda ella, y esperando con impaciencia una esplicacion. e E —6 Despues de un silencio general de pocos minutos, mi- rando la estrangera á Amanda, le dijo: Hija mia. esta se- ñora me ha informado de todo cuanto habeis hecho por nosotros, yo me encuentro por felicidad en estado de pa- gar mi deuda. Por estas palabras conoció Amanda á Mis- triss Rusbrock; pero le sorprendió mucho su tono y sus maneras, cuya frialdad y política afectada espresaban mas bien el descontento y la aversion que la gratitud y el re- conocimiento. Mistriss Rusbrock se levantó al mismo tiem- po y presentó á Amanda un billete de banco. La admira- cion le quitó la palabra, y no la dejó la fuerza de rehusar ni aceptar el billete y este quedó sobre la mesa. Permitidme, dijo entónces Mistriss Rusbrock, que se ha- bia vuelto á sentar, que os pregunte si vuestro verdadero nombre es Donald. El presentimiento de Amanda de que se levantaba alguna tempestad sobre su cabeza se verificó desde entonces. Era claro que esto era obra de Belgrave, quien demasiado bien habia salido con sus proyectos. Amanda pareció estar entonces en la crísis de su desti- no. En los diferentes sufrimientos que hasta entonces ha- bia esperimentado, siempre le habia quedado alguna es- peranza, algun apoyo en su debilidad, algun lenitivo en sus dolores. Cuando habia.sucumbido al execrable com- plot de Belgrave, que habia denigrado su honor en la opi- nion de las personas cuya estimacion apreciaba infinito, habia podido sacar algun consuelo pensando que tendria un asilo y un refugio en los brazos de un padre que la ado- raba. Cuando se vió privada de su padre habia encontra- do amigos tiernos que habian mezclado sus lágrimas con las suyas, y habian derramado sobre su corazon herido el bálsamo de la compasion. Cuando arrancado del objeto de su mas tierna pasion la ecsistencia le habia llegado á ser pesada, la voz de la amistad habia penetrado aun en su retiro y en su alma; y sin poder curar gus males los ha- bia á lo menos aliviado. En el dia sola, abandonada, sin socorro de ningun ser viviente, veia una tempestad espan- tosa dispuesta á descargar sobre su cabeza, sin abrigo al- guno que pudiese defenderla de ella, sin esperanza algu- e ce na á que poderse agarrar. Cercada de estrangeros preve- nidos contra ella, no podia esperar que la esposicion sen- cilla que les haria de su conducta encontrase crédito en ellos, y pudiese empeñarles en protegerla contra el mise- rable, cuyas maquinaciones la habian perdido en su esti- macion El horror de su situacion presentándose á ella le turbó de tal modo el espíritu, que cayó en una especie de estupidez; apoyó con las manos su cabeza, y salió de su agonizante corazon un profundo gemido. Veis, dijo Mistriss Connel despues de un largo silencio, que ella nada tiene que responder. A estas palabras Amanda levantó la cabeza y recobró alsun tanto sus sen- tidos. El Sér Todopoderoso y toda bondad, en quien tengo confianza, y á quien jamas he ofendido voluntariamente, vendrá sin duda á mi socorro como lo ha hecho ya. Esto se decia á sí misma por no tener fuerza para hablar; pe- ro la pregunta de Mistriss Rusbrock resonaba todavía én sus oidos. Permitidme, señora, que os pregunte, le dijo al fin, ¿qué razon teneis para querer saber si mi verdado- ro nombre es Donald? Válgame Dios, querida, dijo Mistriss Connel, no es ne- cesario atormentaros mas en hacerle preguntas, pues la que ella os hace es respuesta suficiente á la vuestra. Soy de vuestro parecer, dijo Mistriss Rusbrock, toda averigua- cion seria por demas. Convengo, dijo Amanda con voz asegurada por el testi- monio de su conciencia, que mi nombre no es Donald. De- bo tambien hacerme la justicia de declarar, á peligro de no ser creida, que no he ocultado mi verdadero nombre por ningun motivo de que tenga que avergonzarme ni pue- da merecer vituperio. Mi situacion es muy angustiada, y mi solo consuelo es poderme decir á sí misma, que no me la he atraido por imprudencia alguna. No tengo necesidad, señora, dijo Mistriss Rusbrock, de saber vuestra situacion. Habeis sido franca en una cosa y espero que lo sereis igualmente en otra pregunta. Es- ta carta, le dijo ella, presentándole la escrita de Rusbrock ¡es de vuestra mano? Si señora, respondió Amanda, cuyo O orgullo se esforzaba para rechazar el desprecio que le mo*- traban, es de mimano. Os suplico me digais, continuó Mistriss Rusbrock mirándola y tomando un tono mas se- vero, ¿qué motivo habeis tenido para escribir una carta se- mejante? Creo, señora, respondio Amanda, que el motivo está bastante claramente esplicado en la carta misma. Bonita esplicacion, esclamó Mistriss Connel: ¿y es de es- te modo como creeis poder difamar el carácter de un hom- bre de bien? Pero Miss, nosotros hemos recibido tambien otra esplicacion diferente de la vuestra, y que vos no ha- beis previsto que nos darian. Os hemos descubierto no obstante vuestra destreza en hacer cartas anónimas como se hallan en las novelas. Mr. Sipthorpe ha conocido al momento vuestra letra. ¡Pobre caballero! Dice queno os falta talento, pero teneis muy malas intenciones, y es lás- tima: él os conoce muy bien á costa suya. Sí, dijo Amanda, sabe que yo soy una criatura cuya fe- licidad ha destruido, pero sin haber triunfado de mi ino- cencia. Sabe que semejante á un mal genio, ha acumula- do sobre mi cabeza desgracias sobre desgracias y sobre mi coraizon dolores sobre dolores; pero sabe tambien que no he sucumbido á sus infames complots, y que de mí.solo ha conseguido el desprecio y el horror que merece, y que han sido mi sola respuesta á sus ofrecimientos. ¡Ah señora! exclamó Mistriss Connel mirando á Mistriss Rusbrock; no lo dudeis, ella ha representado en algun tea- tra. Si señora, contestó Amanda, cuya voz apagada mani- festaba la agonia de su corazon, y en escenas bien tristes y crueles. Vamos, vamos, exclamó Mistriss Connel, confe- sad todo lo que ha habido entre vos y Mr. Sipthorpe, y. to- do se olvidará. En efecto, dijo Amanda, debo esplicarme enteramente; mi honor lo exije é igualmente el deseo que tengo de sal- var á vuestra hija y á vos de la desgraciada que os ame- naza, Entonces las contó todo cuanto sabia de Belgrave, pero tuvo la mortificacion de ver que su narracion tan sen- cilla como era, se recibia con todas los señales de la mas «entera incredulidad. Desconnhad, señora, dijo á Mistriss —9Y— Rusbrock, detan ciega prevencion; temed sus consecuen= cias; os suplico no obligueis á vuestra inocente hija á dar un paso, al que ella se resiste, y que la conduciria á su perdi- cion; no os prepareis los terribles remordimientos que se- rá: consecuencia si la obligais á un tal sacrificio. ¿Por que no se presenta vuestro Mr. Sipthorpe á sostener sus alegatos en mi presencia? + ee Yo le he suplicado que asistiese á vuestra esplicacion, «dijo Mistriss Rusbrok; pero es sensible, y no ha querido ser testigo de vuestra confusion y apuro, por mas que lo merezcais. | No señora, dijo Amanda; se ha negado á hallarse pre- sente, porque sabia bien que no podria sostener la vista de la inocencia que ha ultrajado, porque sabe que su semblan- te haria traicion de su alma culpable. Os lo repito, no es quien os ha dicho que era. En testimonio de la verdad he invocado el de Sir Cárlos Bingley. Tengo un tierno inte- res en vos, aunque vos no lo tengais por mí. Sé que cre- yendo á la calumnia me mirareis como una pobre criatu- ra estraviada en los caminos del vicio; pero aun cuando fuese culpable, el estado angustiado en que me veis debe- ria escitar vuestra compasion. Perdonad, señora, si os di- go que vuestra conducta conmigo ha sido cruel. Las vir- tudes dulces son seguramente las que sientan mejor en el corazon de una mujer. La que muestra alguna indulgen- -cia por su semejante abatida, cumple con el precepto divi- no. Las lágrimas que derrama sobre las faltas de los otros «son preciosas á los ojos de Dios, y su compasion atrae sus bendiciones sobre ella misma. ¡Oh señora! en algun tiem- po esperaba una acojida bien diferente de la que me ha- beis hecho. Me habia lisonjeado de hallar algun apoyo y consuelo con la amistad de Mr. y Mistriss Rusbrock; pero esta esperanza como otras muchas se ha desvanecido pa- ra mí. A estas últimas palabras la voz faltó á Amanda, y sus lágrimas inundaron de nuevo sus mejillas. Mistris Rusbrock se puso colorada cuando Amanda le reconvino de -su crueldad; bajó los ojos sintiendo en su interior que lo habia merecido, y permaneció mucho tiempo sin poder TOM, VI. ES ponerlos sobre la pobre criatura que acababa de maltratar. Al fin dijo: puede que haya manifestado demasiada dureza, - pero es menester convenir en que he sido provocada. La amistad y el reconocimiento que debo á Mr. Sipthorpe me han hecho resentir vivamente las imputaciones de que le habeis cargado. a ee Admírome mucho, gritó Mistriss Connel, de la dulzura con que le hablais. En lo sucecivo me tendré mas cuenta con la gente que reciba en micasa. Confieso que me ha parecido estar tan alarmada con la idea de ir á hospedar- se entre personas que no conocia, que para contentar!a le habria ofrecido mi cama, si Emilia no me hubiese preve- nido; pero veo que el temor que tenia no era sino un pre- testo para introducirse en la casa donde se hospedaba Mr. Sipthorpe, y atraerle de nuevo á sí. No, he determinado que no pase otra noche en casa. Si, Miss, podeis buscar posada donde gusteis, pero principiad por salir de aquí al momento. No sois tan estraña en Lóndres como preten- deis ser. Acabando de decir estas palabras se levantó Mistriss Connel y se acercó á Amanda con ánimo al parecer de rea- lizar la ejecucion de su amenaza; Amanda ya tenia inten- cion de dejar la casa al dia siguiente por la mañana; pero ponerle en la calle á semejante hora y tener que ir errante por las calles, era idea que la llenaba de terror. Levantó- se, pues, y retirándose algunos pasos atrás, miró á Mistriss Connel con ojos despavoridos y tristes. Repito que salgais al momento de mi casa, volvió á decir esta mujer. La des- graciada Amanda sintió que su cabeza se debilitaba, que sus ojos se oscurecian, y que sus piernas le faltaban, y habria caido si Mistriss Rusbrock que conoció su situacion no la hubiese sostenido á tiempo. Hízola sentar y le echó agua á la cara. Reponeos, le dijo Mistriss Rusbrock con una voz mas dulce, que anunciaba la vuelta de la compasion; no se 08 obligará á dejar la casa por esta noche; os lo prometo en nombre de Mistriss Connel, que es buena y que no querrá acrecentar vuestras angustias. E E - ¡Ah! dijo Mistris Connel, sabe Dios que la bondad es mi flaco, así Miss, podeis pasar aquí la no he como os lo ha di- cho Mistriss Rusbrock. Amanda abrió sus ojos lánguidos, y levantando la cabeza que tenia apoyada sobre Mistriss Rus- e z ¿LO ej pad a brock, dijo con baja y trémula voz: Señora, mañana saldré de,vuestra casa. ¡Oh! ojalá, añadió anegada en lágrimas, que me hallase en estado de salir antes. pa - Vamos, dijo Mistriss Connel, basta de lloros, podeis, Miss, tomar una luz de la mesa y retiraros á vuestro cuarto. Amanda no se lo hizo repetir, y subió á su cuarto me- dio arrastrándose. En él no encontró fuego que pudiese reanimarla, ni á Emilia cuya sensible benevolencia le ha- bria tributado consuelos cuidadosos. Débil, abandonada, hija verdadera de la miseria, sentose al pié de la cama, y se entregó toda á su dolor. leal | - Sí, se decia ella, es verdad que tuve amigos que me amaban como á sí mismos, y á quienes mi existencia y fe- licidad eran necesarias. En el estado de abandono en que me hallo, esta memoria de lo pasado no hace mas que agravar mi miseria, y tal vez es un bien para mí ignorar el porvenir que me espera. ¡Oh padre mio! si hubiéseis po- dido leer en el libro de los destinos las tristes páginas en que se hallaba escrito el de vuestra Amanda, habria hecho vuestra existencia miserable, y habria acelerado el térmi- no de vuestros dias. ] a ba, ¡Oh Oscar! de otra mano, y no de la mia, recibireis el ac- to que debe volveros la independencia. Mis infortunios me llevan al sepulcro, al cual hubiera deseado bajar mu- cho tiempo ha, á no tener la esperanza de volveros á ver. Mientras estaba sumergida en estas reflexiones tristes, abrieron la puerta del cuarto, y en lugar de Emilia que esperaba ver volver, vió entrar á la criada de Mistriss Con- nel. ¡Oh mi querida señora! la dijo esta muchacha, cuán- to me aflige vuestra situacion; la de la pobre Emilia no es mejor; pero tarde ó temprano serán castigadas estas dos viejas que os han tratado con tanta crueldad. Madama Kus- brock lo pagará caro, cuando despues de haber dado su hija á Mr. Sipthorpe conocerá qué hombre es. Amanda se es- a 1 2 o, .- A A tremeció al pensar en la suerte que amenazaba á Emilia. Os decia, pues, continuó la criada, que la pobre Miss e bien desgraciada. Ellas la han encerrado en el cuarto de mi ama, del cual no se atreve á salir; pero ha hallado me- dio de verme y entregarme este billete. | - “Espero que mi querida Miss Donald no dudará de mi “sinceridad, cuando le diga que todas mis penas se han “agravado al saber que las suyas son efecto del interes “que se ha dignado mostrarme. He sabido el indigno “tratamiento que ha sufrido en la casa, y su intencion de “salir de ella mañana por la mañana. Como conozco su ““aversion á ir á hospedarse en casa de gentes desconoci- í das, he hablado á la criada sobre este asunto, y tengo el ““ousto de saber que por su medio, podrá encontrar mi que- “rida Miss Donald una casa segura, en donde será dueña “de permanecer algunos dias, ó los que basten hasta es- “perar para buscar una casa que le convenga. La mucha- “cha que le entregará este billete, y sobre cuya fidelidad “puede contar, le dirá lo demas. Siento en este momen- “to el placer que soy capaz de sentir, de poder ser de al- “guna utilidad á mi querida Miss Donald. Espero que “me mirará siempre como una afecta y sincera amiga. ca lios AY MAS ¿Y dónde está ese paraje donde puedo ir á hospedarme? preguntó vivamente Amanda. Señora, le dijo la criada, tengo una hermana que es conserje de una casa grande sobre el camino de Richemont; toda la familia ha ido á Brighton y mi hermana ha quedado sola. Ella os recibirá con mucho gusto, y podreis estar allí hasta encontrar una casa que os guste. Mi hermana esprudernte y discreta, y ha- rá cuanto esté de su parte para obligaros: estareis allá tan tranquila y segura, como podreis estarlo en vuestra propia casa. .La pobre Miss Emilia no estará tranquila hasta que sepa que estais en casa de mi hermana, y podais encontrar una casa de gentes conocidas, y estareis verdaderamente == E beros podido servir de este modo. AO iria á buscarla. Señora, vendré luego que podamos espe- rar encontrar carruage, é iremos á buscarlo juntas. Pero teneis muy mal semblante, permitidme que os ayude á desnudaros, necesitais bastante el descanso: y diga lo que quiera mi ama, os traeré un poco de vino. Amanda no quiso tomar nada; pero aceptó la ayuda de la criada para meterse en cama, fatigada de todo el dia como estaba. Amanda le encargó que fuese esacta, y al mismo tiem- po que manifestase todo su reconocimiento á Miss Rus- brock por la compasion que le habia manifestado. Su sue- ño, lo mismo que el de la noche precedente, fué interrum- pido y agitado con sueños siniestros. - Levantóse pálida, y temblando sin haber recibido de la noche alivio alguno. Amanda descendió temblando, te- miendo que no se le presentase Belgrave antes que hubie- se dejado la casa, y no la siguiese al lugar de su nueva re- sidencia. No habiendo encontrado á nadie, y hallado pron- tamente un carruage, montó y partió. Durante el camino, Amanda suplicó á la criada, que le parecia conocer muy bien á Belgrave, que dijese á Miss Rusbrock, que no dudase de las intenciones criminales de Belgrave, si queria salvarse de una pérdida segura. La muchacha le aseguró que no dejaria de hacerlo, y añadió que habia sospechado siempre que este Mr. Sipthorpe no era lo que queria parecer. Amandallegó pronto al fin de su viaje. La casa era grande y hermosa, llegábase á ella por una corta calle de castaños. La hermana de la criada era una muger de alguna edad, teniendo al parecer los mo- dales sencillos. Recibió á Amanda con muchas señales de respeto, y la condujo á una hermosa sala donde encon- tró un desayuno servido con mucha propiedad. He teni- do cuidado, dijo la criada, de prevenir desde ayer á mi A hermana del honor que tendria de recibiros esta mañana, y estoy segura de que hará cuanto pueda para obligaros. -+0s doy las gracias á las dos, dijo Amanda con su gracia y dulzura acostumbradas; pero hablándoles corrian las lá- grimas sobre sus mejillas, pensando en la situacion en que se encontraba, abandonada á la humanidad de personas estrañas, y que estaban en la dependencia que trae consi- go la pobreza. Yo espero, continuó, no seros molesta por mucho tiempo, teniendo intencion de tomar un pequeño alojamiento en alguna casa de paisanos de la vecindad, hasta que pueda determinar algunos negocios y volverme á mi casa; pero quiero reconocer vuestros cuidados, y pa- gar el gusto que haga. Almismo tiempo obligó á estas dos mugeres á recibir una gratificacion que rehusaron mucho tiempo. Mistriss Deborah le dijo tambien, que era inútil que dejase la casa tan prontamente, pues que sus amos no debian volver hasta pasadas seis semanas; pero Amanda no vaciló en su resolucion, pues no podia vencer la repugnancia que le causaba habitar una casa sin saberlo sus dueños. La criada partió, y del desayuno dis- puesto, Amanda solo tomó un poco de té. Tenia un vio- lento dolor de cabeza, y toda su máquina estaba vacilan- te y desordenada. Mistriss Deborah, para divertirla,*le propuso enseñarle la casa y el jardin que eran muy agra- dables: pero Amanda se escusó diciendo que el descanso le haria mas provecho. | | Mistriss Deborah la acompañó á un hermoso aposento, donde la dejó diciéndole que iba ocuparse en hacerle pre- parar alguna cosa buena que pudiese tentarla á comer. - Luego que Amanda se quedó sola, se esforzó á calmar sus inquietudes y su agitacion, pensando que se hallaba en un lugar seguro y al abrigo de las maquinaciones de Belgrave, y sin embargo, el sueño que concilió rendida de fatiga, no la tranquilizó. El menor ruido la sobresaltaba y le causaba terrores inesplicables. Mistriss Deborah su- bió dos ó tres veces para saber cómo se hallaba, y al fin le trajo la comida. Púsole una mesita al lado de la cama y la instó á comer. Habia en su modo un aire de cordiali- vir 2 Y ado que este Reial a habria sido tan le seria en adelante cerrado por razon de la vecin- rd de Tudor-Hall, de donde la desterraban la decencia y suternura. Estas memorias la afectaron de tal modo, queno pudo comer, dió gracias á Mistriss. Deborah por sus atenciones, y le suplicó que la dejase sola; pero la :so- _ledad le fué pronto insoportable, y su inquietud tan gran- de, que imaginó que un paseo por el jardin podria calmar- la. Así como bajaba la escalera, oyó en la sala de abajo, cuya puerta estaba cerrada, una voz de hombre; bajó li- geramente, y acercándose mas, conoció la voz de un cria- do de Belgrave á quien habia visto en Demonshire: escu- chó, pues, con aquella especie de horror que penetra á un criminal que espera la sentencia de un mes que va á con- denarle. Sí, os lo aseguro, decia el hombre, eto de de despedi- dos de la casa de Mistriss Connel; pero la caza que bus- camos vale mucho mas que la que hemos perdido, de mo- do que esta noche podeis contar conque el coronel estará aquí con un coche tirado por cuatro reci ne llevar- nos á vuestra hermosa prisionera. - Me alegro mucho, dijo Mistriss dB oralk! pues creo que sida no vivirá mucho tiempo. ¡Bueno! dijo él, de qué que- reis que muera, á menos que... Aquí habló bajo, y lo que dijo provoco grandes carcajadas. Amanda les oyó dispo- -nerse para salirde la sala, y volvió á subir apresurada- mente la escalera, y se paró á la puerta de su aposento, hasta que oyó despedirse a: hombre. Amanda volvió á en- trar en su aposento, cerró la puerta, y sabiendo que una conciencia culpable es desconfiada y se alarma fácilmente, se arrojó sobre la cama, por temor de que Mistriss Debo- rah la encontrase levantada y concibiese sospechas mas fácilmente. Su situacion desesperada le dió entonces al- guna fuerza y valor, y esperó poder salir del peligro con alguna presencia de espíritu, y resolvió si podia salir de la casa irs» derecho á Lóndres. Aunque la idea de volver allí sin saber dónde ir, atemorizaba su imajinacion, sin 3 Pa ae AS : E ES o embargo, creia encontrar un asilo mas seguro que en el. pueblo en que estaba, en el cual podian descubrirla mas fácilmente. Mistriss Deborah vino en efecto, como Aman- da esperaba. Al verla se estremeció; pero pensando que- su seguridad dependia absolutamente de ocultar sus temo- res, se determinó á entrar en conversacion con la pérfida criatura. Al fin se levantó diciendo que bastante perezo- sa habia estado, y despues de haber paseado un poco por el aposento, púsose á la ventana y alabó la grandeza del jardin. Hay mucha fruta, ¿no es así? dijo á Mistriss De- borah. Si no temiese abusar"de vuestra complacencia, 0s pediria dos ó tres albérchigos. Muy bien, señora, le di-- jo Mistriss Deborah, ya os los habria ofrecido si no hubie- se creido que preferirías dar una vuelta por el jardín y co- jerlos vos misma. En este momento no tengo ganas, dijo Amanda. Mis- triss Deborah salió, y Amanda se mantuvo en la ventana hasta que la vió al estremo del jardin. Entonces tomó su gorro, se lo ató á la cabeza con un pañuelo para ocultarse mejor, bajó la escalera precipitadamente y cerró la puerta del jardin de la parte de la casa, á fin de que Mistriss De- borah no la persiguiese demasiado prontamente. Corrió toda la avenida y no tomó el paso ordinario sino cuando estuvo en la carretera real, tanto por no ser notada, como porque su debilidad no le permitia ir mas aprisa: al ruido de cada carruaje se estremecia, y volvia la cara para no ser vista de los que iban dentro. En fin, llegó á Lóndres sin encuentro alguno. Haciase tarde, y conocia la necesi- dad de proporcionarse en seguida un alojamiento. Al ver algunas pobres mujeres que se retiraban á su casa con el resto de los frutos no vendidos, derramó lágrimas. Algun tiempo ha, decia ella, estas mujeres eran el objeto de mi- compasion, y en el dia soy mas de compadecer que no ellas; veia que á la hora que era no podia hacerse recibir sino en alguna miserable y pobre casa, y buscaba una donde presentarse. Al fin vió una tienda donde se ven- dia manteca y queso, donde una mujer anciana sentada so- bre el mostrador hacia calceta. Amanda se presentó; la >» - * e y mujer se levantó con semblante sorprendido y respetuoso: Apoyada Amanda en la puerta estuvo un momento inca= paz de esplicarse. Al fin con una voz interrumpida y el color del embarazo, saliéndole en sus mejillas la palidez, le dijo: Señora, ¡teneis algun cuarto para alquilar! A es- ta pregunta la vieja volvió á sentarse y mirando á Aman- da le dijo: Pocas personas de bién ge ven reducidas á bus- car casa á estas horas. 18 Teneis razon, señora, respondió Amanda; pero circuns” tancias particulares me han puesto en esta necesidad, y si podeis recibirme, puedo aseguraros que no tendreis mo- tivo de arrepentiros. ¡Oh! dijo la mujer, no sé qué venta- a em sacar de ello. Es natural que cada uno hable por Sin. embargo, si os doy un cuarto que es el único que veo: quiero que se me pague anticipado. Se os pagará, dijo Amanda. Pues bien, respondió la mujer, voy á enseñaros el cuar- to. Llamó entonces una muchachilla para tener cuenta de la tienda, y tomando una luz condujo á Amanda por una escalera estrecha á un cuarto cuya suciedad y miseria le causó horror. Sin embargo, se esforzó por superar á la re- pugnancia que sentia, considerando la necesidad que tenia de un asilo para escapar del peligro que le amenazaba aún, pensando ademas que podria dejarle al dia siguiente. Bien, señora, dijo la mujer; el precio de este cuarto es una guinea cada semana ni mas ni menos; si no 0s acomo- da, idos. No disputaré por el precio, dijo Amanda. Su- pongo que en vuestra casa solo hay jente de bien. Me ala- bo de ello, respondió la mujer, no hay en toda la parroquia casa alguna que tenga mejor fama. Me alegro, dijo Aman- da, y creo que no os habrá ofendido mi pregunta. Entón-- ces se puso la mano en la faltriquera para pagar, pero no encontró el bolsillo; pasó á la otra, y las vació todas sin el mejor écsito. ¡Oh! ahora, esclamó juntando las manos y presa de un indecible dolor, ahora soy perdida. He perdi- do mi bolsillo, reo puedo pagaros la guinea | que : pedís. 27. EIA — ¡Ah! ¡ah! dijo la mujer, ya me lo creia yo; mis sospe- chas no me han engañado: vaya que la señora se alegraba que mi casa tuviese buena reputacion. ¡Ya! ¡ya! yo me guardaré de hacérsela perder admitiendo en ella una Ya- mera de portal como vos. lA á Os suplico encarecidamente, díjola Amanda loiínilbla de la mano, que me dejeis pasar aqui la noche; nada per- dereis en ello; tengo cosas de «algun precio y una maleta que he dejado en la ciudad en un paraje del que voy á da- ros las señas y podreis enviar por ella. Así teneis maleta como bolsillo, respondió la mujer en tono burlesco. ¡Boni- ta historia me contais! poro yo sé, hija mia, demasiado para dejarme epa así. ira al momento de mi casa. AAA + Amanda renovó sus instancias; pero la mujer la inter- rumpió declarándole que si no salia al instante se arrepen- tiria. Amanda calló y bajó la escalera. Su debilidad la hi- zo detenerse un momento en la tienda á pesar suyo, pero viéndola la mujer, la tomó bruscamente por el brazo, y em- pujándola eon violencia, cerró la puerta tras ella. Aman- da se halló entonces incapaz de considerar lo que debia hacer, y de toda reflecsion, Todas las facultades de su espíritu estaban oprimidas por las agonías de su alma. Caminó algun tiempo á lo largo de las casas, sin saber. lo que hacia ni donde iba, hasta que la debilidad la hizo caer contra una puerta, sobre el poyo de la cual apo qa cabe- za. Una especie de letargo se habia apoderado de ella, y habria permanecido algun tiempo en este estado, si mo la hubiesen sacado de él dos hombres parados delante de ella. El temor de ser alcanzada por Belgrave, llenaba su alma toda entera, ella no dudó que fucse el mismo y su criado: con esto se levantó, arrojó un grito llamando al cielo á su socorro y procuraba escaparse. ¡Gran Dios! mm. el que la detenia, ¡esta voz me es conocida! | m > Li A Sir Cárlos Bingley, esclamó Amanda; y la. sorpresa, la alegría y la confusion del estado en que se encontraba la asaltaron á la vez. Era demasiado para su decaida má- quina; y dejó caer > DA sobre el seno. de Sir Cárlos. — gua, El sentimiento de alegría que esperimentaba de una protec» cion tan inesperada, era eombatido por la vergúenza de haber sido encontrada en una situacion que debia dar ideas muy poco favorables, que no eg vpo sc fuer- tes eran contra ella las apariencias. ¡Qué! esclamó Sir Cárlos con el tono dell adobitaóoa y del abatimiento, ¡es esta Miss Fitzalan? ¡Oh espectáculo: horrible! Un profundo y convulsivo gemido fué la sola res- puesta de Amanda, y quedó sin sentido en los brazos de Bingley, que la estrechaba contra su corazon palpitante, sufriendo él mismo un intenso dolor á vista del estado de Amanda. Su amigo permaneció algun tiempo total o mudo de esta escena. Al principio quiso chancearse, viendo á una: hermosa muchacha arrojarse á los brazos de Bingley, al parecer voluntariamente; pero la esclamacion dolorosa de su compañero le detuvo. Al mismo tiempo distinguió á la luz del farol que habia en la puerta los rasgos de la her- mosa cara de Amanda y sobre la de Sir Cárlos la espre- sion del dolor y del espanto. Miss Fitzalan, dijo Sir Cárlos, parece que os hallais ma- la, permitidme que os acompañe á vuestra casa. ¡A mi casa! repitió Amanda con un acento ahogado de desespera- cion, y levantando sus ojos lánguidos: ¡ah! no tengo casa. Desde entonces se le confirmaron todas las conjeturas: que se habian presentado á su imaginacion á vista de la situacion de Amanda. -Gimió, se estremeció y apenas en estado de sostenerse á sí mismo, al mismo tiempo que la preciosa carga que tenia en sus brazos, se vió obligado á apoyarse contra la pared: suplicó á su amigo fuese á bus- car un coche para llevar 4 Amanda á alguna casa en que pudiesen recibirla. Conmovido su amigo del estado en. que la veia, se apresuró á darle gusto. AOS El silencio de Amanda parecia á Sir Cárlos que era efecto de la debilidad del cuerpo, y al mismo tiempo de su confusion y vergúenza. Su amigo volvió pronto con un coche, y Sir Cárlos conoció entonces que se habia engaña- do en esta esplicacion, pues Amanda estaba del todo des- e. —20— mayada: lleváronla al coche, y sostúvola de nuevo o en mus brazos. Detenido el coche la entregó á á los cuidados de su amigo, y entró en la casa á la que habia querido llevarla. Llegó con la criada que le ayudó á subirla á la habitacion. Su admiracion fué estrema cuando al entrar en el cuarto oyó una voz esclamando: ¡Oh Dios! es Miss Donald. Mis- triss Rusbrock era la que esclamaba así, y era en la mis- ma casa de Mistris Connel, y para confiarla á los cuidados de Rusbrock, que Bingley acababa de hacer salir de la eárcel, habia llevado allí 4 Amanda. Bingley habia dicho solamente que acababa de encontrar una jóven en una tris- te situacion y que la enconmendaba á su cuidado, no sos- pechando de ningun modo que fuese la persona llamada Miss Donald á quien Rusbrock habia contado que debia tan grandes obligaciones. Yo soy, esclamaba Mistriss Rusbrock echando sobre Amanda una mirada de arepentimiento y de dolor, yo soy quien la ha reducido á este estado, y ¡jamas me lo perdona- ré. ¡Oh amiga mia, mi benefactora, mi libertadora! decia Emilia derramando un torrente de lágrimas, ¿así os en- cuentra vuestra Emilia? Habian tendido á Amanda sobre un canapé; veiase en su cara la palidez de la muerte, y en sus facciones altera- das las señales de la desesperacion; alteracion, que mani- festaba mejor que ningun lenguage los sufrimientos de su alma. Algunos supiros indicaron que volvia en sí; pero sus ojos permanecieron cerrados, y no podian aún sostener su cabeza: Mistriss Rusbrock y su hija estaban penetradas de un indecible dolor. El de Cárlos Bingley, que la ama- ba con tanta ternura, era aun mas vivo si es posible: mien- tras inclinado sobre ella, y que sus lágrimas caian sobre la cara pálida que contemplaba: ¿Es esta? se preguntaba, ¿es esta Amanda? ¿Es esta muger, cuyos movimientos tenian tal gracia que no tenia igual en belleza, que mi corazon adoraba como la mas perfecta de las mugeres, y con quien deseaba unir mi destino seguro de enconírar en esta union la suprema felicidad? ¡Oh qué mudanza! ¡oh Amanda! si el miserable que os ha COrOmpido os viese en este estado, E Mir el E vila sí o y los remordimientos se apoderarian de sE á e de 1s consecuencias de su atentado. " Lé iene, preguntó Rusbrock que se habia acer- ad y rrojaba sobre Amanda una mirada de compasion, Ber, en y desgraciada criatura, padres ni amigos que pu sen salvarla? No, respondio Sir Cárlos, ha perdido padre y madre. Felices los padres, dijo Rusbrock, sepultados en la no- che del sepulero para no ser testigos de los infortunios de sus hijos, y sobre todo de las faltas de una hija como esta. Os suplico, señor, me digais, preguntó Mistriss Connel á Sir Cárlos mientras aquella frotaba las sienes de Aman- da con aguardiente, cuando vuelva en sí, ¿qué haremos? Es asunto mio, dijo Sir Cárlos, le procuraré un asilo: sí, Amanda, continuó él arrojando sobre ella una mirada tris- te y tierna á la vez, el que no cesará de llorar sobre tu destino, hará cuanto pueda para endulzarlo. ¡Pero no se- rá menester llamar un médico? Creo que no, dijo Mistriss Connel, pues la falta de ali- a: y de dormir la han puesto en el estado en que es- Falta de alimento y de dormir! repitió Sir Cárlos, au- Me el dolor. ¿Es posible que Amanda se vea reducida á á errar por las calles sin pan y sin saber dónde acostarse? ¡Oh cosa horrible! Amigos mios, dijo miran- do en déHedor con ojos de tierna compasion; sed buenos, cuidad á esta pobre criatura! Pero no tengo necesidad de suplicároslo: si, sé que encontrareis gusto en curar las lagas de un corazon despedazado, y en secar las lágri- mas | del desgraciado. ¡Ah! poco tiempo ha, parecia reu- nir todo cuanto el corazon de un hombre podia desear, y todo cuanto una imuger podia ambicionar ser. Ahora ha caido, y con su caida se ha perdido para sí misma, y para el mundo todo. No, dijo Emilia con una generosidad animosa, y levan- tándose del lado del canapé donde estaba de rodillas; es- toy segura de que Miss Fitzalan jamas ha sido culpable. Y yo, dijo Mistriss Rusbrock, estoy muy dispuesta á ser del ] parecer de Emilia; creo que el malvado que habia —22— - tendido los lazos á mi hija, ha calumniado tambien á Miss Donald, para hacerla perder la proteccion de los que po- dian trastornar sus infames proyectos. ne + ¡Pluguiese al cielo, esclamoó Sir Cárlos, que vuestra con- jetura se vea algun dia verificada! Acercóse despues á Amanda, que permanecia en la misma actitud; tenia los ojos abiertos, tomó su helada mano y con voz dulce le di- jo: Sosegaos, nada teneis que temer: pero ella parecia no oir nada y tener solo un soplo de vida. Ella se muere, esclamó Sir Cárlos, ella se muere. ¡Oh amable Amanda! los lazos que tienen tu alma afligida en tu cuerpo mortal van á romperse prontamente. E, Yo espero todavía, dijo el capitan Rusbrock; creo que estaria mejor en la cama. Su muger é hija, incapaces de proferir una palabra, se emplearon en acostarla. Lleván- dola al cuarto inmediato, Sir Cárlos esperó en la sala has- ta la puerta de Mistriss Rusbrock, la cual le dijo que Miss Donald permanecia en el mismo estado. Pidió que fue- sen á buscar un médico, y partió con un estremo abati- miento. CAPITULO ll. Ahora debemos dar á conocer á nuestros lectores los su- cesos anterivres á los contados en el capitulo precedente. La carta de Amanda á los Rusbrocks les habia llenado de sorpresa y de consternacion. Mistriss Rusbrock corrió á casa de Mistriss Connel, la cual no titubeó un momento en decir que era una estratagema inventada por la male- volencia para arruinar á Sipthorpe en su concepto, ó por la envidia para hacer perder á su hija el establecimiento ventajoso que se le presentaba. Mistriss Rusbrock se ha- llaba dispuesta á adoptar la misma opinion, pues los so- corros que habia dado á su familia la habian conmovido, y cediendo al reconocimiento, se dejó guiar por Mistriss Connel, quien la aconsejó que comunicase la carta á Mr. Sipthorpe, pues era la mejor medida que podian tomar. A Si era inocente, la confianza que le habrian mostrado le conmoveria, y si era culpado su confusion le venderia. Pe- ro Belgrave estaba bien sobre sí. Su criada habia visto á Amanda cuando habia desmontado á su llegada en casa de Mistriss Connel. Habia sabido por la criada que ve- nia á alojarse en la casa, y estaba con el nombre de Miss ald. Contó todas estas cireunstancias á su amo, el cual se llegró infinito sabiendo que tomaba un nombre su- cn donde dedujo, no solo que se hallaba en una situacion infeliz, sino que estaba lejos de sus protectores y amigos; y con esto resolvió no perder esta ocasion tan fa- vorable de tenerla en su poder. Al momento se determinó á abandonar sus miras sobre Emilia, cuya amable sen- cillez y pobreza le habian persuadido que conseguiria fá- cilmente hacerla presa suya, y resolvió volvertodos sus pensamientos sobre Amanda, que habia sido siempre el objeto mas seductor de su corazon. Su orgullo tanto como su pasion, se empeñaban en hacerla caer en sus lazos, pues le habia mortificado mucho el resultado de sus pri- meros artificios. No sabia cómo habia escapado de su ca- sa. Rabioso por su fuga, la habia perseguido hasta Irlan- da, y habia estado oculto en las cercanías ue Santa Cata- lina, hasta que la aparicion de Lord Mortimer le persua- dió que su perseguimieuto seria en adelante inútil. Mien- tras estaba ocupado en formar su plan, fué llamado de par- te de Mistriss Connel, y se le dió á leer la carta. Pronto conoció su autor. Armado de todo el descaro del vicio, dijo á estas mugeres, que la pretendida Miss Donald era una de sus amigas que habia abandonado, y que por celos queria impedir su union con su querida Emilia. Las hizo saber que su nombre era supuesto, y las aconsejó que pri- mero la echasen en cara esta falsedad, y juzgasen por su confusion si era culpable, y por este engaño sacarian la consecuencia del que habia empleado contra él. El tono asegurado persuadió á sus crédulas oyentes, prevenidas ya en su favor, y salió de esta conf.rencia perfectamente justificado. ES De. 4 —24— - No le inquietaba mucho que Amanda le hubiese > y ó no, bien convencido de que cuanto diria no seria cre Al acercarse la noche del dia anterior, no viendo que Amanda volvia, temió haber perdido otra vez sus tram: Su vuelta le tranquilizó. La conversacion de las dos mu- geres con Amanda la supo por su criado. El proyecto de dejar la casa, que Amanda manifestó, le hizo imaginar el plan cuya ejecucion hemos dicho ya, el cual fué ayudado por la pretendida carta de Emilia forjada por Belgrave. Es imposible pintar la rabia que tuvo cuando yendo por Amanda con un coche con cuatro caballos, no la encontró. Furioso, blasfemando y dando de patadas en el suelo acu- só á Mistriss Deborah y á su criado de haber favorecido la evasion de Amanda. En vano le esplicó Mistriss Deborah el artificio con que habia sido engañada, y cómo se habia visto obligada á subir por la ventana para entrar en casa: él insistió en sus reconvenciones, las cuales irritaron al fin á su criado (que no las merecia) de tal manera, que respondió á á su amo con insolencia. Belgrave, ya fuera de sí, se dejó llevar de tal modo de su cólera, que le pegó en la cabeza con tal violencia, que del golpe cayó. Apenas habia cedido á su ira, que se arrepintió viendo que la cosa podia traer consigo funestas consecuencias, pues el criado no daba señales de vida: El interes de su seguridad fué mas poderoso que los sentimientos de humanidad, y así se largó antes que Mistriss Deborah tuviese tiempo de lla- mar á los demas criados de la casa y hacerle arrestar. Corrió hácia Lóndres, y se fué á desmontar en una posada de Pall-Mall, determinado á marchar al momento á Dou- vres y pasar al continente. Así como subia la escalera, encontró á uno de los hombres que en un momento tal te- mia mas encontrar, Cárlos Bingley. Aquel quiso evitarle, pero no tuvo tiempo. Esperaba que Sir Cárlos no habria sabido todavía sus últimas infamias; pero se desengañó pronto, oyendo que Sir Cárlos le decia con frialdad y des- precio que tenia que hablarle. Pero antes de dar cuenta de su conversacion, es necesario saber lo que h Ll de en casa de los Rusbrock. dd : —2b— El capitan Rusbrock, teniendo mas conocimiento de los hombres que su muger, era menos erédulo. La carta anó. ima le dió sospechas de Sipthorpe, y resolvió romper to- omunicacion entre su hija y él hasta haber aclarado duda Envió, pues, á su hijo á casa del procurador Sir Cárlos, y supo que estaba en la ciudad y alojado en una posada en Pal-Mall. Al momento le escribió suplicán- dole fuese á verle, persuadido, le dijo, de que su humani- dad perdonaria la libertad que se tomaba, cuando sabria el motivo que le hacia llamarlo. Por fortuna, Sir Cárlos se hallaba en casa, y se fué á la cárcel acompañado del jóven Rusbrock. La carta le habia sorprendido; pero la sorpresa dió lugar á otros sentimientos en el momento que entró en el miserable aposento que ocupaba Rusbrock. La lástima se apoderó de él. Jamas habia visto un espectáculo que le conmoviese mas, ni podia formarse idea de él. Vióá un militar, pues su vestido le daba á conocer por tal, sentado delante de un fuego casi apagado, cercado de hijos, cuyo aspecto triste anunciaba la miseria, y 4 la compañera de sus desgracias arrojando á sus hijos miradas de ternura y de dolor. Rusbrock estuvo algunos momentos sin poder hablar; en fin, dió gracias á su benefactor por su complacencia en venir á visitarle; le informó en pocas palabras del motivo por el cual habia deseado verle, y acabó por entregarle la carta de Amanda. | | Sir Cárlos la leyó con admiracion y horror. ¡Gran Dios! esclamó, ¡qué monstruo es este hombre! No conozco la per- sona que os ha dirigido á mí, pero puedo certificar de la verdad de cuanto dice de Belgrave. | | A esta declaracion, viniendo á Mistriss Rusbrock la idea á la imaginacion con toda la fuerza, que habia esta- do á punto de perder á su hija dandolo á Belgrave, deses- perando ya de poder sacar á su marido de la cárcel, y des- pedazada de los remordimientos por el modo con que ha- via tratado á la persona que le habia dado un aviso tan able, cayó en el suelo, no pudiendo resistir tantas es. Sir Cárlos la levantó, pues, la trémula mano TOM. VI. 3 — 26— de Rusbrock se rehusaba á este oficio. ¡Desgraciada hard ger! esclamaba Rusbrock; el trastorno de todas sus esp ranzas es un golpe demasiado acerbo para ella. A le agua en la cara, único secorro que pudo encontrarse en el aposento. Al recobrar su conocimiento, el primer obje- to que se presentó á sus ojos fué Emilia, pálida y deshe- cha en lágrimas, á la cual su padre habia mandado lla- mar.—¡Oh hija mia! esclamaba ella estrechándola contra su seno; ata á tu madre, que ha estado tan cerca de sacrificarte á una pérdida cierta? ¡Oh hijos mios! decia á los otros, por amor vuestro iba á sacrificar á mi querida y amable hija. Me avergúenzo, me estremezco cuando pien- so en la conducta que he tenido con aquella desgraciada jóven, que como un ánjel tutelar ha salvado á mi Emilia del abismo, en que estaba prócsima á caer. Pero estas tristes paredes, continuó ella anegada en lágrimas, de don- de mi marido no tiene esperanzas de salir, ocultarán en adelante mi vergúenza y mi dolor. No os abandoneis á la desesperacion, mi querida seño- ra, le dijo Sir Cárlos con el acento de la bondad; y vos, continuo, dirijiéndose á Mr. Rusbrock, perdonad si os pre- gunto algunos detalles sobre vuestra desgraciada situacion, y los sucesos que os han redueido á ella. Tenian tanta dulzura y afabilidad su tono y sus modales, que Rusbrock, á quien la voz de la benevolencia le era desconocida des- de mucho tiempo, le hizo en pocas palabras la relacion histórica de sus desgracias. Bingley le escuchó con pro- funda atencion, y al separarse de él le tomó la mano, y le saludó con una sonrisa semejante á la que se puede supo- ner sobre la cara del ánjel consolador enviado del cielo pa- ra derramar el bálsamo de la compasion sobre las llagas de un corazon despedazado. Al dia siguiente volvió. Su cara estaba animada, y su fisonomía espresaba el sentimiento de la felicidad. ¡Oh vo- sotros todos, hijos de la locura, del lujo y de la disipacion! jamas esperimentareis un placer comparable al que sintió Sir Cárlos entrando en el aposento de Rusbrock para noti- ciarle que ya estaba libre; cuando con una voz alterada > por la sensibilidad trajo esta feliz noticia, y oyó á los pe- queños hij s repetir estas palabras con asombro, y vió al padre y á la madre mirarse uno á otro, mudos de sorpresa y de contento. oe PAS. 11 _Al fin Rusbrock quiso manifestar su reconocimiento. Sir Cárlos le detuvo.—Tengo, dijo, bienes considerables que me llegan mas allá de mis necesidades. ¿En qué uso pue- do emplear mejor mi supérfluo, que en dar la libertad á un mbre que ha servido útilmente á su país, que tiene fa- milia, á la cual puede enseñar á imitarle? ¡Ojalá que la libertad que recobrais, pueda llevar consigo alguna felici- dad para vos! sois libre, y espero que nuestra amistad, que ha principiado en esta triste mansion, durará tanto como nosotros. - AA +) | Toda la familia fué llevada á casa de Mistriss Connel, donde Sir Cárlos habia ido la noche antes para participar su libertad y hacer los preparativos necesarios para acojer- la. Entonces se informó de Sipthorpe, ó mas bien de Bel- grave, á quien se proponia echar en cara sus infames pro- yectos contra Miss Rusbrock; pero Belgrave habia dejado la casa luego que hubo formado su plan contra Amanda. La alegría de los Rusbrocks se turbó mucho cuando supie- ron que Amanda no estaba eu casa de Mistriss Connel. De todo cuanto Belgrave habia dicho contra ella, en nada habia sido creido sino en la apariencia del misterio de que ella se encubria. El importante servicio que les habia he- cho merecia todo su reconocimiento, y querian manifestár- selo, aunque las apariencias estuviesen contra Amanda, en el momento que Mistriss Rusbrock hubo declarado que creia que Belgrave habia calumniado á Amanda para eje- cutar contra ella sus horrorosos designos. Sir Cárlos, á quien esta idea habia hecho sensacion, resolvió buscar ú Belgrave, y saber de él si habia alguna verdad en cuanto e 7 dicho de Amanda. Una feliz casualidad le habia hecho encontrarse en la posada donde vivian uno y otro. El no pudo disimular ni aun por un momento el desprecio que habia concebido por Belgrave, y apenas llegó á la sa- Ale “echó en cara sus indignos proyectos sobre Miss A — DO dins Rusbrock; proyectos los mas its pues que sabia bien que llevaba al corazon de un padre un golpe, del cual ne podia defenderse ni vengarse á causa de su desgraciada si tuacion.—No solamente sois el perseguidor, le dijo Sir Cárlos, sino el difamador de una inocente y virtuosa mu- chacha, y estoy bien convencido, segun lo que sé que ha pasado y lo que acabo de ver, de que vuestras imputacio- nes contra Miss Fitzalan son:otras tantas infames calum- mas. ii asc ¡Ah! vos podeis dudarlo, respondió Belgrave, si así lo quereis; pero os aconsejo no hagais saber á todo viviente que sois su campeon.—¡Oh Belgrave! esclamó Sir Cárlos, ¿podeis pensar sin remordimiento que habeis arrancado no solamente el honor, sino hasta la vida á esta amable cria- tura? —;¡La vida? repitió Belgrave horrorizado, ¿qué quereis decir? —Quiere decir que Amanda Fitzalan, á quien habeis precipitado en un abismo de desgracias, no pudiendo so- portarlas, está ahora sobre la cama moribunda. —Belgrave mudó de color, se quedó temblando, y suplicó á Sir Cárlos que se esplicase mas claro. AA Sir Cárlos observó que estaba fuertemente conmovido; y esperando que esta conmocion podria conducirle á hacer alguna confesion, le dió todos los detalles que Belgrave le pedia, y le pintó la situacion de Amanda del modo mas pa- tético. Amanda era la sola mujer qne habia llegado al corazon de Belgrave. Apoderada su alma de un senti- miento de horror, y debilitada por el temor, perseguido del crímen de la muerte que acababa de cometer, no pudo resistir al aumento de dolor que le causó el cuadro del es- tado de Amanda, del que se conociu el autor.—¿Ella se muere, decís? repetia, ¡Amanda Fitzalan se muere? ¡Di- chosa! ella va á ser feliz. La dicha le espera en el cielo: los ánjeles no son mas puros que ella.—Luego vos sois un monstruo execrable, gritó Sir Cárlos poniendo al mismo tiempo la mano en la guarnicion de la espada. Tirad, dijo Belgrave con semblaute despavorido, la muette me librará del horror que me tengo á mí mismo: la muerte de vuestra mano es preferible al fin ignominio- ; is ui SAN9r 4 ? ci Be o le. se me espera, pues habeis de saber que ayer noche na muerte. | 3 > ray ' ¿ e A es Pen do ra «0 Járlos le miró asombrado.—Sí, dijo él, soy reo de en vos. Fei . Estremecido Sir Cárlos á este estraño discurso, yc on- movido al mismo tiempo, pidió la esplicacion de todo; y uesto Belgrave, por detirlo así, á la cuestion por su pro- pia conciencia, sintiendo algun alivio en descansarla, con- fiándose á un hombre tal, le contó sus artificios y complots contra Emilia y contra Amanda, y le descubrió un tejido de horrores.—No, dijo Sir Cárlos despues de haberle es- cuchado, seria una crueldad y una cobardía tirar á aquel sobre quien el brazo de la justicia. se halla levantado: ¡Ojalá que el arrepentimiento aparte de vos el castigo! La alegría de Sir Cárlos al ver á Amanda justificada, no puede describirse. Un padre tierno que ha hallado un hi- jo querido que creia perdido, no puede sentir un placer mas esquisito. Al dia siguiente por la mañana, luego que fué posible entrar en la casa de Mistriss Connel, se fué allá, y tuvo la satisfaccion de saber que Amanda dormia aún con un sueño muy tranquilo, del cual se esperaban los mejores efectos. Contó á Rusbrock y 4las mujeres todo cuanto habia pasado la noche anterior entre él y Belgrave, y les comunicó su alegría, de la cual participaron, y de lo que estuvieron contentísimos no tanto por él, como por Amanda. Mistriss Rusbrock y Emilia habian pasado al lado de su cama toda la noche anterior, que habia sido muy mala; pero hácia la mañana Amanda habia cojido un sueño profundo. Era mas de medio dia cuando despertó: de Y ES A . ., . e PE Y A e A al principio solo sintió una languidez agradable, sin tener una idea distinta de su situacion. Pocoá poco le vino la memoria, y la inquietud de saber dónde estaba. Solo se acordaba del momento en que habia encontrado á Sir Cár- los, y nada mas. Abrió poco á poco la cortina, y con un Y 0 Pi indecible placer vió á Emilia sentada á los piés de la caz ma, la cual se levantó al instante, y besándole con traspor- te, le preguntó cómo se hallaba. ¡Oh qué dulce y deliciosa fué esta voz para Amanda! La música mas agradable no le habria dado tanto gusto. Su corazon estaba lleno, y sus ojos se saciaban de la benevolencia que difundian las aten- ciones de Emilia. Al fin, con una voz todavía débil, dijo: No puedo dudar que estoy á salvo, pues que Emilia está conmigo. nata ¿ne Mistriss Rusbrock, que habia ido con su marido, entró al mismo tiempo. Su satisfaccion, al ver restablecida á Amanda, era tan grande como la de su hija; pero la me- moria de su conducta pasada la hacia estar un poco apar- tada. Al fin, acercándose, le dijo: Me avergúenzo, y sen- tiré toda mi vida haber podido dudar de vos; pero el ha- berse reconocido vuestra inocencia, á nadie puede dar tan- to gusto como á xmí. A ri ¡Mi inocencia conocida! dijo Amanda levantando la ca- beza. ¡Oh justos cielos! ¡y cómo? ¡por qué medios? De- eídmelo, os lo suplico. Mistriss Rusbrock se apresuró á complacerla, y le contó todo lo que le habia oido decir á Sir Cárlos. Esta relacion reanimó del todo 4 Amanda; pe- ro sus lágrimas al escucharla corrian, y esperimentaba una grande emocion. Mistriss Rusbrock se alarmó, y la exhor- tó á que se calmase. Es ani No os dén pena estas lágrimas, le dijo Amanda; no me hacen mal alguno. Hace mucho tiempo, muchísimo, que no he llorado de alegría; y levantando los ojos al cielo, pidió á Dios las mas selectas bendiciones y la mas cum- plida recompensa para la generosidad de Sir Cárlos y su beneficencia para los Rusbrocks. Tranquila sobre su pro- pia suerte, volviose á ocupar con mas inquietud sobre la de Oscar, y no obstante las representaciones de Mistriss Rusbrock, que temia no hiciera mas de lo que sus propias fuerzas le permitian, se levantó despues de comer para ir á la sala, determinada á hacer saber á Rusbrock y á Sir Cárlos, cuya conducta generosa con ella merecia toda su IN confianza, os verdaderos motivos de su viage á Lóndres, ig1alments lodos los hechos que era necesario supie- sen, y suplicarles hiciesen todas las pesquisas Posibles pa- ra averiguar el paradero de su hermano. Emilia le ayudó á vestir, y le dió el -brazo para ir á la >< fir Cárlos habia permanecido en la casa todo el dia, núo ella entró, salió á recibirla, y recogió una mirada tierna y compasiva. Su debilidad y su palidez daban tes- timonio ds los estragos que en ella hicieron los dolores del alma y la enfermedad. Las miradas de Sir Cárlos espre- saban sus santimientos mas que sus discursos, aunque se espresase co1 el acento de la ternura, y que su mano tem- blase al estrechar contra su pecho la de Amanda. - Sir Cárlos, le dijo ella, mi reconocimiento á vos es so- bre toda espresion, y solo cesará con mi vida. Sir Cárlos le suplicó que no hablase de reconocimiento. He trabaja- do para mí mismo, decia, en todo cuanto he hecho por vos, pues yo no puedo ser feliz no siéndolo vos. - Rusbrock se acercó á darle gracias; pero desvió, lo mis- mo que Sir Cárlos, el asunto de la conversacion. La idea de que en lo sucesivo estaria en seguridad, y las atencio- nes de que era el objeto, le daban una tranquilidad, de la que no habia gustado desde mucho tiempo. (rozaba me- jor de su seguridad presente al acordarse de los pasados peligros: viendo la felicidad de Rusbrock, le costaba mu- cha dificultad en detenerse á dar los justos elogios á aquel que era el autor de ella; pero juzgaba del corazon de Sir Cáilos por el suyo, y se privaba de alabarle, persuadida de que preferiria. la silenciosa estimacion del corazon á todos los ¿plausos que los oidos pudiesen « oir.. Despues del té, habiéndose quedado bn en la sala Sir Cárles, Mr. y. Madama Rusbrock y Emilia, Amanda les hizo h confidencia que habia resuelto. Todos la oyeron con grande atencion y mucha admiracion y compasion: cuando hubo acabado, Sir Cárlos y Rusbrock le declararon la resolucion que tenian de servirla. El último, que habia manifestado una grande emocion durante su narracion, me A "OERÓARO no tardaria en dar biesasgrtemoiciós q. hermano. de ¡Ob cielos! esclamó- Amanda, pre sabido en pill alguna cosa de él? Calmaos, mi querida señora, le dijo él: tomándola las manos con el aire mas pe o y afeótuos: so. Bi, he sabido alguna cosa, pero...-¡Pero qué! dijo Amanda aumentándose su conmocion. ¡Abr le dijo pe tambien ha tenido sus penas en la carrera de la yida, pe- ro pensad que estas penas han pasado, y el coníarlas hi os cause nuevos sufrimientos. ¡Oh! decidme, os lo replicó Amanda, ¡dónde está? ¿le veré? Sí, cortestó Bal brock, le vereis; y para no teneros mas tiempo suspensa, - está de algunos meses á esta parte en una horrible prision, * de la que acaba de sacarme la: generosidad: sio Sir Cárlos, ¡Oh hermano mio! dijo llorando. Solo ayer por la noche supe que era vuestro hermano, porque igrioraba vuestro verdadero nombre. Se lo he dicho á Sir Cárlos, ele ha ido esta mañana á verle, y creo que os lo traerá aquí: - pero os debeis esperar encontrarlo muy mudado. Con $ su libertad y su fortuna recobrará prontamente. su salud. Es- cuchemos, oigo alguno en la escalera. són Amanda probó á levantarse y volvió á caer en la silla. Abrese la puerta y entra Sir Cárlos seguido de Oscar. Aun-- - que preparada á verle mudado, le hizo sensacion la alte- racion que vió en él. Pálido, flaco, sus hermosos cabellos en desórden, venia envuelto mas bien que vestido con yn capote viejo de soldado. Al acercarse, Amanda se po ¡Amanda, mi querida hermana! esclamó. Esta se ale-- lantó hácia él con paso seguro, y. dejándose caer en 8us- brazos dió libre curso á las lágrimas de alegría. . Oscas. la... estrechaba contra su corazom; la miraba. estático; per» su eás se disminuyó cuando observaba la alteracion de su a e sensible á él por ella, como á ella por él: pues h facciones de Amanda, pálida y abatida por las cias, y sus vestidos de luto, anunciaban sus sufri y la irreparable pérdida que ambos habian tenido desde su última entrevista. | Bos BRA. STR pi ¿Es e y — — lre mio! decia Oscar gimiendo, la última vez que 'iermana estábais con nosotros: diciendo estas pa- labras, estrechaba á á Amanda mas fuertemente contra su corazon, como que le era mas querida por la Lap cuya memoria recordaba. cad. to > podemos menos de lorarle dijo Asrtrantda Sin exm- bargo, si hubiese vivido, ¡qué tormentos no hubiera sufri- de las es de sus HajOS sin poderlas ali- aid bss - Vamos, dijorel capitan Rasbrock; cuyos ojos dina como los de: todos los presentes, manifestaban cuánto les. afectaba esta escena; ño emponzoñemos nuestra dicha ac- con memorias dolorosas de las desgracias pasadas. Luego que Oscar y Amanda comenzaron á.estar mas calmados, los dejaron solos, y Oscar satisfizo los vivos de- seos de : su hermana, contándole cuanto le habia sucedido $ que se hubieron separado en Dublin. Principió por la aficion q que tomó á Adela, y los acaecimientos que se a hicieron perder; pero nuestros lectores saben ya esta parto de historia, y así, solo pondremos aquí su querella con Belgrave del modo que la contó á su hermana... E E ” ys " r 0 1 7” . E E Y es 8 7 E Hrs e es v% E ( be ds A ly $ UT ARIS ed o GAPÍTULO MO - HOMO AA ED A AA AA TIA DI +: da 4 Rara ma y NO dd AS Partí de Bnniskilling, 'dijo' oe: con va Neo descon suelo, porque me iba con la idea de que no volveria á ve mas á Adela. Sin embargo, con este sentimiento, me ale E gré que ella no siguiese á su marido, pu rabria sido aun mas horrible para mí verla como muger de Belgrave. Sib el desastre sucedido á mi amor hubiese sido efecto de su indiferencia, mi orgullo me habria ayudado á sostener este golpe; pero saber que Adela habia tenido por mí los: sen timientos que yo tenia por ella, esta idea alimentaba y — HS agravaba mi dolor. El pensamiento de la felicidad que hubiera podido alcanzar, me hacia insensible á toda la que podia todavía encontrar. Llenaba los deberes de mi obli- gacion maquinalmente y singusto: evitaba la sociedad tan- $0 como podia, por hallarme incapaz de sostener las chan- zas de mis camaradas sobre mi melancolía. ce En el verano en que venísteis á Irlanda, enviaron á mi regimiento á Bray: una situacion pintoresca me proporcio- naba muchos paseos agradables y solitarios: teniamos allí un recluta cuyos modales y carácter eran para nosotros un objeto de admiracion y de conversacion. Parecia ser de una esfera superior á la comun: jamas he visto mas bella figura. Los oficiales hicieron inútiles esfuerzos para saber quién era ó lo que habia sido. Lo que le hacia aun mas in- teresante era una jóven y hermosa muger que, como él, parecia ser de un estado superior; pero que, lo mismo que. su marido, se acomodaba á su situacion, si no con alegría, á lo menos con resignacion. | María trabajaba para casi todos los oficiales: Enrique era esacto en sus deberes, y ambos amados y aun respeta- dos. En mis paseos solitarios, sorprendia muchas veces á esta desgraciada pareja, que como yo, buscaba la soledad, para abandonarse á su dolor y llorar juntos, á lo que pare- cia, la memoria de un tiempo mas feliz: Muchas veces los veia, fijos los ojos con ternura mezclada de dolor sobre el niño que María criaba, como afligiéndose del destino que le esperaba. - bass a bes je OS O Era María demasiado hermosa para no atraerse las mi- radas de Belgrave. Segun la situacion en que aquella se hallaba, creia este que seria una conquista fácil; pero se engañó, pues desechó sus proposiciones con indignacion y aun con horror. Queria ella que su marido no lo supiese; pero bien pronto se lo dijeron sus compañeros y camara- das, que habian visto muchas veces que el coronel perse- guia á María. Entonces fué cuando sintió amargamente lo desgraciado de su situacion. Estaba bien seguro de su muger: habia dádole pruebas nada equívocas de su tierna aficion, pero temia los insultos del coronel; mas la vigilan- o y otro: la puso á cubierto. Irritado de ver frus- as proyectos, concertó al fin uno de los planes ninables que la depravacion del corazon humano nventar. -Habian mandado un destacamento dd soda que de- bian pasar á las costas para impedir el contrabando: En- rique fué nombrado para este destacamento; pero cuando fué - preciso marchar, Enrique no se halló: el criado de Bel- grave contaba aprovecharse de su ausencia para ir á visi- tar á María. El marido, temblando por su mujer, resolvió esponerse á todo antes que abandonarla á semejante peli- gro. Ocultóse, pues, hasta que el destacamento hubo parti- do. Las consecuencias de esta contravencion á la discipli- na militar fuéron su arresto y una sentencia que le condena- ron á sufrir baquetas dos dias despues. Los oficiales que le sentenciaron estaban ellos mismos con el mayor descon- suelo; pero la severidad de la disciplina no les permitia sentenciar de otro modo. - No intentaré describiros la situacion de estos jóvenes y desgraciados esposos; cada uno sufria mas por el otro que por sí mismo; pero la fiereza de Enrique aumentaba aun mas sus agonías. Al entrar en mi casa María, pálida, inundada de lágri- mas, y el aire despavorido, arrojóse á mis piés, y levan- tando sus manos hácia mí, conjuróme que intercediese: por su marido. Yo levanté á esta pobre criatura, y la ase- guré que iba á hacer cuanto fuese de mi parte para sal- varle, aunque tuviese poca esperanza del éxito. Me apre- suré, pues, á ir á casa del coronel, para pedirle una gracia, que habria desdeñado solicitar para sí mismo; pero por servir á estos desgraciados dp me ta postrado á sus piés. | 4 El coronel estaba en la parada, y como si lb pene- trado mi intencion, procuraba evitarme. No me desalenté y le seguí con obstinacion pidiéndole una audiencia de algunos minutos: Decid vuestro asunto en dos palabras, me dijo con mas altanería de lo que acostumbraba. Lo haré, le dije conteniendo con dificultad mi indignacion, y espero ZA Pt pt que será con éxito. ¿De qué se trata! me preguntó. Ver | á implorar vuestra humanidad, y no para. mí. Entonces hablé en favor del soldado y de María; la rabia y la ma cia se presentaron á su cara satisfecha. — La . - Jamas, me dijo, jamas haré gracia á ese bribon, y me admiro de que vos os atrevais á pedírmela. Vuestra admi- racion, le contesté, no puede ser tan grande como la que me da vuestra barbarie, aunque segun lo que sé de vos, no debia admirarme de nada. Su rabia llegó á su colmo. Pre- guntóme si sabia con quién hablaba. Demasiado lo sé, le dije, que hablo á uno de los mas viles y detestables > bres del mundo. A esas palabras me levantó el baston « que llevaba en la mano. Yo no fuí dueño de mí mismo; arrojéme á el, agar- réle su baston se lo rompí, y le tiré los trozos á la cabeza. Ahora, le dije, estoy pronto á daros satisfacion de cuanto os he dicho, y cuya verdad estoy dispuesto á sostener con peligro de mi vida. No, dijo él con una fria y reflexiva ruindad; la satisfaccion que necesito es de otra naturaleza. Algunos oficiales, que se acercaron á nosotros, quisieron intervenir; pero les impuso silencio con altanería, As me hizo arrestar al momento. Desde entonces ví mi suerte decidida, y me determiné á sufrirla con valor, y á no dar á Belgrave ventaja alguna sobre mi carácter: quedé, pues, arrestado en mi casa : En- rique sufrió al dia siguiente el castigo militar á que habia sido condenado. No despedazaré, mi querida hermana, vuestra alma sensible, describiéndoos, segun me lo conto uno de mis camaradas, la separacion de marido y muger, la desesperacion de la madre, los gritos del hijo.El orgu- llo, la indignacion, la ternura, la lástima asaltaron á la: vez el alma de Enrique, y se manifestaron sobre toda su per- sona. Esforzóse á superarse á sí mismo; pero llegado al lugar del suplicio, no pudo dominar sus sentimientos. Su noble corazon no pudo sostener la idea del borron de s su deshonor. Una palidez mortal se apoderó de él, cayó en los pr de un soldado, y espiró con el nombre de María ex en ábios. Y ' E despues de este suceso, fuí j de en E jo. o de de a y destituido á rejin un oficial supe- é olitario, en las in- a le E con el má en una situación que A sin fortuna ys sin amigos. «MU, sb ALA E e SS E pe ¿E = dd jóven con quien habia tenido una íntima an istad , Vino á verme en mi retiro. El dolor que me ma- nifestó d del _ estado en que me veia, me sacó del desaliento de que me habia dejado llevar. La voz de la amistad pe- netró hi hasta mi corazon SU alivió provisionalmente. mis dis- gus OS. - Preguntóme « si habia hecho algun plan relativo á aí; dijele: que no, porque no habia nin guno que hacer; E o no se tenian amigos ni socorros para ponerlo en ecucion. . Tomóme. por la mano, y me dijo que tendria E y otro: que iba á escribir á Lóndres á un amigo Suyo, que teni , grandes posesiones en América, y que me envia- ria al allá, si e este partido me convenia. . Díjele que era pre- cisamente lo que yo pedia, y. le «manifesté mi reconoci- miento. e A - El mismo dia en la tarde recibí un mensaje de parte de la desgraciada. María; esta me rogaba fuese á verla, y el so! dado que vino de su parte me. dijo, que estaba mori- pd. en cama, y. que, la « cuidaba la mujer de un soldado. :ol al ponerse daba en un aposento y sobre su cama, E cercaba como una especie de aureola. La enferme- id h bia | marchitado su belleza, causa de sus desgracias; e ro con todo, era aún muy interesante. Sus sollozos y sus erinas lo le impidieron por mucho tiempo articular pala- na; al fin con una voz débil me dijo: Os he en- bes ás buscar, señor, porque conozco vuestra humanidad, la que me escusará. con vos, y sé que no me rehusareis ina buena accion que me dani di pool :en estos mm s últimos. momentos... AD Entonces me dijo el pio. que tenia Jana, enviarme á buscar. Suplicóme que entregase á su padre, horkbré muy rico que vivia en Dublin, el hijo que habia tenido del des- graciado Enrique, y que la hiciese enterrar al lado de su marido. Enrique era hijo de un rico comerciante: su u fa- milia y la de María estaban muy unidas, y su rautua añ- cion habia principiado desde la infancia. El padre de Enrique habia esperimentado un reves de fortuna. Los padres de María le habian declarado que no debia ya pen- sar en unirse con su jóven amigo. Sin embargo, casáron- se secretamente, y ambos se desgraciaron con sus respec- tivos padres. Los de Enrique, echándole en cara el ha- ber cometido la vileza de entrar en una familia que los desdeñaba, y los de María acusándola de haber desprecia- do la autoridad paternal. Por esta razon se habian visto obligados por la necesidad á un jénero de vida para el cual no habian nacido. Pero me lisonjeo, añadió, de que el resentimiento de mi padre no me seguirá hasta el se- pulcro, y que protejerá á este huerfanito. BR Prometíle ejecutar relijiosamente cuanto me pedia, y es- piró algunas horas despues que me despedí de ella. Asis- tí á su entierro y llevé el niño á Dublin. Sorprendido el pa- dre y desconsolado, sintiendo demasiado tarde haber mos- trado tanto rigor, recibió al niño en sus brazos, y derramó sobre él lágrimas de arrepentimiento. Me proveí de cartas de recomendacion, y partí para Inglaterra, despues de haber escrito una despedida á mi padre, y otra á Mistriss Marlowe, en la cual les. qe0ia que iba á dejar el reino. Luego que me hube procurado un pequeño cuarto en la ciudad, fuí á casa del hombre á quien iba recomendado; pero juzgad cuál seria mi consternacion cuando supe que habia salido ya para las Indias occidentales. Entré en un café con designio de hacer saber á mi amigo el j jóven ofi- cial este incidente. Mientras esperaba papel y tintero, to- mé un diario que me puse á leer, pero ¡oh mi querida Amanda! y ¡qué rayo calló sobre mí al leer en él la muerte de mi padre! Mi sentimiento por él, y mis inquietudes por vos, asaltaron á un mismo tiempo mi corazon y mi cabeza, no pude sostener este choque, y caí sin conocimiento. Me —Mar llevaron á mi casa, pusieronme en la cama, en la cual me tuvo quince dias la calentura. Durante mi enfermedad, me ví obligado á gastar el poco dinero que me quedaba, y me hallé alcanzado de deudas con la jente de la casa. Cuan- do me hallé un poco restablecido, y que me hubieron pre- sentado sus cuentas, les declaré francamente que me ha- llaba imposibilitado de pagarlas. En consecuencia, fuí ar- restado, no dejándome llevar de cuanto tenia, mas que un vestido y dos camisas. Imajinad mi desesperacion cuando me ví amenazado de un eterno cautiverio, y reflecsioné so- bre vuestra situacion. Mil veces he estado á punto de es- cribiros; pero me he detenido por temor de aumentar vuestras penas haciéndoos saber las mias, y de seros una carga en lugar de llevaros socorros. La compañía del ca- pitan Rusbrock habia mitigado mi cautiverio. Veia que tenia con su salida una pérdida irreparable; pero con todo, no me alegré menos de verle recobrar la libertad. Yo me figuro que la suya ha contribuido á la mia. Esta maña- na ha venido acompañado de Sir Cárlos, y ambos me han preparado poco á poco para darme las buenas noticias que me traian. Puedo decir con toda verdad que el anuncio que me ha hecho de una grande fortuna no me ha dado tanto gusto como la seguridad de que iba á volveros á ver. ¡Y mi pobre Adela! nada he sabido de ella desde que fuí preso: me estremezco al peusar lo que habrá sufrido en poder de Belgrave, pues el bueno del viejo ¡jeneral murió poco despues de mi salida de Enniskilling. Tengo motivos para juzgarlo así, segun lo que me ha escrito Mistriss Mar- lowe. Mi querido Oscar, me dice, no tengais demasiado sentimiento por vuestro buen amigo el viejo jeneral; mas bien alegraos de saber, que ha muerto antes que sus últimos dias fuesen atormentados eon el espectáculo de su queri- da hija. | [idad AS: ¡Oh mi querida hermana! continuó Oscar arrojando un profundo suspiro, mientras que sns lágrimas se mezclaban con las de Amanda; es preciso, pues, que en este mundo jamas tengamos un gozo entero y una dicha perfecta, y que siempre tengamos alguna cosa que desear ú sentir. —40— Al acabar Oscar su narracion, dejó ver á Amanda en to- do su semblante la espresion de una melancolía tan pro- funda, que se persuadió ella que su pasion hácia Adela era. incurable; y que ni la ausencia ni el tiempo habian lle- vado minoracion alguna, y que la libertad y la fortuna que acababa de recobrar no podian tener para con él la mitad de su precio, mientras permanecia en su corazon el sentimiento de la pérdida de Adela. Cuando volvieron á entrar sus amigos en la sala, y le felicitaron de nuevo sobre el cambio feliz de su situacion, su abatimiento apenas le dejó responder. Cuando M. y Madama Rusbrock le hablaron de la felicidad de que iba á gozar, los escuchó con pena, desmintiendo su corazon lo que le decian. Sin embargo, sus ideas religiosas le Jleva- ron á sentimientos mas razonables de reconocimiento há- cia la Providencia, que derramaba sobre él tan inespera- dos beneficios. Parecióle qne sus murmuraciones y sus quejas, despues de tan feliz cambio de situacion, serian una ingratitud. La esperiencia debia haberle enseñado que no hay dicha perfecta en este mundo, y seria una es- traña presuncion quererse libertar de la suerte comun de la humanidad. Adquirir de repente la independencia que da la fortuna; tener medios de reconocer lo que debia á Sir Cárlos; hallarse en estado de dar consuelo y comodidades á una hi a adorada que habia sufrido tanto; en fin, socor- rer y aliviar á los desgraciados, eran los goces que se le es- peraban en lo sucesivo; y estos nuevos bienes exigian que de su parte tributase un vivo reconocimiento hácia aquel que los dispensa. Estas consideraciones le conmovieron y calmaron su alma, y así á una dulce y tierna melancolia su- cedió una profunda tristeza. Pensaba siempre en Adela, pero no con las agonías que por tanto tiempo habia sufrido: era una especie de sentimiento tierno de una alma sensible despues de la muerte de un amigo, y para él, Adela era per- como si hubiese descendido al sepulcro. Sí, mi queri- da amiga, le decia como si habitase ya en las mansiones celestes, nos reuniremos en esa habitacion de felicidad que —41= puede daros la recompensa de Pega bondad, éin- aizaros de todo cuanto habeis sufrido. sy e] cs se halló en estado de entretenerse con sus ami- as medidas que habia de tomar para hacer va- Es rc La opinion del capitan Rusbrock y de de árlos fué, que bastaba dar conocimiento del £ tame n- “marques de Rosline, porque la validacion de esta e eritura no podria disputarla, apoyada como se hallaba. va testimonio de Lady Dunreath, que vivia aún; que si se sputaba, estaria coo á tie 1po Li recurrir pOr vias “urídicas. o ss Sir Cárlos conocia personalmente al marques; ten igualmente muchos amigos y conocidos en las inmediaci nes de Rosline. Ofreció á Oscar hallarse en Escocia al mismo tiempo que él. Oscar le dió infinitas gracias por ello, persuadido de que el apoyo de un hombre tan cono- cido, y tan generalmente estimado, o seria o a uti- lidad en sus asuntos. y Sir Cárlos le dijo que tenia que a en su repita que se hallaba en Irlanda, pero que no estaria allí sino pocos dias, y que como se hallaba de guarnicion en Do- naghdeesolo tendria un corto trecho que hacer de allí á Port Patrick, desde Ia en popa: pasaria á Rosli- nesGastleseo 00:44 op de Despues de haber señalado el dia de su partida para Irlanda, pep á Pena el venir con 'éla y este lo acepto «gustoso. a ma da "e PE LIS «El corazon de poeemte palito de pue ánla, idea de hacer un viage á Irlanda. Era probable que pasasen por el país de Gales, y deseaba ardientemente acompañar á su hermano hasta allá, á fin de que la dejasen en casa de su nodriza Edwin, desde donde podria aúnirá ver Tudor- Hall, y visitar los sitios que habia recorrido con Mo : darles el último adios, resuelta como se hallaba á. a! : se de él para siempre, luego que hubiese sabido la vuelta de Mortimer á Inglaterra. E En esta despedida crei a er r algun consuelo. Hallaba por inútil acompa ñar su e á Escocia, y estaba resuelta á evitar esto TOM, VI. A 80 lo ” la JU HA ps A 3H Es. Fl 49 1 á menos Me le dijesen que era absolutamente necesa- rio. Era demasiada prueba para ella encontrarse en un lugar donde tendria casi á los ojos las fiestas del casa- miento de Lord Mortimer, ó estaria espuesta á oir todos sus detalles. Sobre todo, no quiso dejar penetrar á su her- mano el secreto de su amor, persuadida de que seria muy desgraciado viéndola entregada á los sufrimientos que lle- va consigo un amor sin esperanza, y puede ser, sin poder- se prestar á todos los proyectos que hacia por la Ar ed de su hermana. En fin, á estos motivos se juntaba la repugnancia que tenia de acercarse á un lugar en que podria ser testigo de la pena que Lord Mortimer sentiria al ver á la familia con quien iba á unirse amenazada de un golpe cruel. Se estremecia su corazon pensando que antes que Oscar lle- llegase á Escocia, el interes del marques de Rosline y el de Lord Mortimer estarian unidos, y los pasos de Oscar se di- rigirian igualmente contra uno y otro. Oscar no contarió la repugnancia que tenia su hermana de hacer el viage de Escocia, y convinieron dispensarla de él supuesto que su e era inútil. Sir Cárlos Bingley. del mismo parecer, aunque fuese, la dijo en voz baja, ra sus propios intereses. Desde entouces habria dado á conocer sus deseos de, ddr al país de Gales, si no hubiese temido dejar penetrar. su verdadero ateo Mientras balanceaba sobre este pro- yecto, Sir Cárlos dijo al capitan Rusbrock que habia obte- nido de un amigo suyo que tenia un empleo, otro para él con un sueldo regular; que era preciso que fuese cuanto antes á su destino, que estaba á treinta millas de Lóndres. Manifestó su deseo de que él y Madama Rushrock hiciesen sus preparativos para partir al dia siguiente: | e Ad Su alegría y reconocimiento á este rasgo de bondad de Sir Cárlos, era superior á toda espresion; pues les “ponia en adelante en estado de existir por sí mismos, y el plan de la independencia aun ganado con dificultad, en cuyo caso no se hallaban, es siempre mas sabroso. Al oir que los Rusbrocks iban á dejar á Lóndres, Oscar miró á su hermana con inquietud, y su mirada parecia de- cir: ¿A los cuidados de quién la dejaré, alejándome yo tambien de ella? Mistriss Rusbrock entendió esta mira- da, y suplicó á Miss Fitzalan que viniese con ella á su nuevo establecimiento, para que nada faltase á su dicha. Era este el momento de esplicarse Amanda; tomó ánimo, -y declaró el deseo que tenia de visitar á su fiel nodriza, y que no queria perder la ocasion favorable que se le pre- sentaba de hacer este viaje, acompañando á su hermano hasta allá. Emilia habló en favor del plan de su madre; pero Amanda, manifestando toda su ternura y reconoci- miento para endulzar la denegación, permaneció en su idea. Oscar estuvo muy contento de la resolucion de su hermana, sobre todo con la esperanza de que el aire nati- vo y los cuidados de su nodriza acabarian de restablecer su salud. Sir Cárlos se alegró infinito de poder gozar de la sociedad de Amanda durante una tan grande parte de su viaje. Arreglado todo de este modo, pusiéronse á la mesa, en la cual Sir Cárlos por la dulzura de sus modales y la vi- vacidad de su talento divirtió á todos. Ketiróse tempra- no; al dia siguiente, habiendo bajado Amanda para el de- sayuno, halló ya á su hermano, al capitan Rusbrock y á Sir Cárlos Bingley. Despues del desayuno, Bingley lla- mó á Oscar aparte, y en los términos de la mayor delica- deza le ofreció ser su banquero. Oscar lo aceptó con el mayor reconocimiento, y despues de haber tomado la su- ma necesaria, entregó á su hermana algunos billetes de “banco para comprar alguna cosa antes de partir, y para esto salió con la madre é hija Rusbrock, que se ocuparon tambien de los preparativos de su viaje. A la vuelta, ha- biendo Sir Cárlos encontrado 4 Amanda, tomó esta oca- sion de volverla á ofrecer su mano. $ od La sincera amistad que le tenia, la determinó á hablar- le en estos términos: Si yo aceptase, Sir Cárlos, vuestros “generosos ofrecimientos, cesaria de merecer vuestra esti- macion, de la que hago alarde, y perderia el derecho y el A gusto de reconocerla, porque con mi estimacion no podría entregarme á vos. Debo á vuestra amistad, añadió con un modesto agrado, declararos que antes de conoceros, mi corazon estaba ya dado. did - Sir Cárlos se puso pálido, tomó la mano de Amanda, y estrechándola en silencio contra su pecho, esclamó: ¡Miss Fitzalan! despues de haberme dado estas señales de vues- tra generosa confianza, ya no sufrireis ninguna importuni- dad mia. CAPITULO IV. Al dia siguiente, Oscar, Amanda y Sir Cárlos se pusie- ron en marcha. Los Rusbrocks, que miraban á Amanda como el orígen de su actual felicidad, se despidieron tier- na y afectuosamente de ella, lo que les afectó profunda- mente. Su viaje al país de (rales fué agradable y pronto, pues el tiempo fué muy bueno. En la tarde del tercer dia, al ponerse el sol llegaron al pueblo de los Edwin, Despues de haber tomado algun refresco, Amanda salió de allí acompañada de su hermano, y no quiso que la si- guiese su equipage hasta mas tarde. No quiso que Sir Cárlos la acompañase: se habia arrepentido de haber via- jado con él, pues la pasion de Bingley parecia haberse au- mentado. ¡(lué caro pagaré, le dijo él dándole la mano en la escalera, las cortas horas de gusto que he pasado y gustado á vuestro lado, con la memoria y los disgustos que me dejarán! Pr Amanda se despidió de él y se alejó. Oscar no pasó de la entrada de la avenida que conducia á la casa. No hu- biera tenido tiempo de responder á las preguntas que los" Edwin hubieran creido poderles hacer, y no queria que su nueva situacion fuese sabida de nadie, sino de aquellos que estaban ya instruidos de ella. Amanda se proponia decir á sus huéspedes al llegar, que se habia aprovecha- do de la compañia de dos amigos que iban á. Irlanda para venirles á ver y pasar algun tiempo con ellos. Oscar le 4522 prometió. escribir dende Irlanda, y JoLpias desde Escocia, luego que hubiera visto al marques. La exhortó á que cuidase de su salud, y se despidió de ella tiernamente. Al ver su abatimiento, se alegró Amanda de no haberle dadAlálgonocer sus propios disgustos. Lisonjeóse de en- ar los de su hermano con sus atenciones delicadas, pues juzgando del corazon de Oscar por el suyo, no creia poder arrancar de él la herida profunda que tenia, pero es- peraba hacerla menos sensible. Despues de separada de su hermano, Amanda retardó su marcha, pues se hallaba en una tierra que le recorda- ba mil tiernas memorias. Desde allí habia echado por, la última vez sus miradas á Tudor-Hall; allá habia su pa- dre fijado los ojos sobre el campanario de la iglesia, á cu- ya inmediacion se hallaba enterrada su tierna esposa; acu- llá tenia costumbre Lord Mortimer de venir á su encuen- tro. A tan tristes memorias, su corazon sucumbia, y sus suspiros salian multiplicados de su oprimido pecho. Ape- nas podia detener sus lágrimas. A su alrededor todo era agradable y sereno, pero ella de nada disfrutaba. El ba- lido de los ganados errantes sobre las vecinas costas no * hacia sino «gumentar su melancolía, el aspecto que el otoño ya adelantado daba á la campiña, le recordaba los felices tiempos en que la habia visto con toda su belleza. El sol próximo á su ocaso alumbraba todavía las ventanas de Tudor-Hall. Detúvose involuntariamente a contem- plar este objeto, y habria permanecido por largo tiempo en esta situacion, si no hubiese temido ser observada, y con este temor apresuró su paso hácia la casa. La puerta estaba abierta. Entró y halló á su nodriza sola y ocupada en hacer calceta. Su admiracion fué es- trema cuando Amanda se le presentó; estremecióse, levan-' tóse, gritó y la miró un momento con el aire de no creer á sus propios ojos. En fin, corriendo hácia ella, la estre- chó entre sus brazos y la apretó contra su pecho. Buen Dios! dijo ella, ¡quién podia esperar una cosa tal! (Que seais bien venida como las flores de Mayo. Hemos esta- do con muelío” cuidado por vos, y cien veces me ha dicho e mi “marido, que si supiese dónde estábais, habria ido á ve TOS. Amanda volvió á su nodriza todas sus caricias, y se sentaron. Temo mucho, le dijo la nodriza mirándola tiernamente, que hayais sufrido estremadamente desde que no os he visto. ¡El pobre capitan! cuando se despidió de nosotros, no creí que lo viese por la última vez. Amanda no pudo detener sus lágrimas, y sus profundos suspiros manifesta- ron bastante la amargura de sus sentimientos. ¡Ah! dijo la nodriza enjugándose sus ojos con el estre- mo del delantal, grandes y pequeños, tarde Ó temprano debemos todos pasar por ello; y así, mi querida hija, no os dejeis abatir demasiado. Yo habia oido decir antes de es- te suceso que íbais á casaros ricamente: pero es demasia- da verdad que los hombres como las veletas mudan segun el viento. Sin embargo, al verá Mortimer despues de vuestra partida, nadie habria podido creer que jamas hu- biese podido cesar de amaros, pues tenia tal dolor que nos causaba lástima. Ciertamente que si hubiese sabido dón- de estábais, se lo habria dicho. Esperaba con todo que os descubriria, cuando supe que en lugar de buscaros iba á casarse con una gran señora que tiene un nombre muy lar- go y muy dificil de pronunciar, una rica heredera escoce- sa; pero en el dia el dinero lo hace todo. Todo el mal que le deseo es que le haga rabiar toda su vida. Esta con- versacion era demasiado penosa para Amanda, y por con- siguiente trató de desviarla preguntando noticias de la fa- milia. La buena muger contestó en dos palabras, que to- dos estaban buenos, y continuó diciendo: tenemos aquí al ministro Howell, á quien todo el mundo hubiera creido tan firme como las peñas de Penmeenmown; pero nada de eso: ha mudado tambien, pues no viene ni la mitad tan á menudo como venia á saber noticias vuestras. e Amanda no pudo menos de sonreirse de la cólera: ¿ela buena muger contra el ministro, y le preguntó de nuevo noticias de su familia. La nodriza dijo que todos estaban buenos, que habian ido á un pequeño baile al molino del Valle; que Elena se habia casado con su fiel Chip, que te- — — AP ca aia buena casa, y una niña á la cual criaba su madre; que habiera querido por amor de su señorita _ ponerle el nom- bre de Amanda; pero que ella habia temido pasar por una impertinente dando á su hija tan hermoso nombre; que sentis. siempre no hallarse ya con su buena señorita, de lo cual | no podia consolarle el mismo Chip. Amanda tribu- tó algunas lágrimas á la tierna aficion que la pobre Elena la conservaba, y felicitó á su nodriza de la felicidad que gozaba. La nodriza á su vez consiguió que Amanda le diese algunos detalles de cuanto le habia sucedido desde su separacion, y llor5 por los disgustos de su querida hija. Preguntó por Oscar, y Amanda se contentó con decirla que estaba bueno. Los hijos volvieron temprano del baile, y su sorpresa fué igual á su alegría á la vista de Amanda. Uno de los muchachos fué á buscar á Elena. el cual vol- vió pocos minutos despues con ella, su marido y su pe- queña hija. Elena estaba colmada de alegría, estrechaba en sus brazos á Amanda como si no hubiese querido sepa- rarse de ella, y lloraba á moco tendido. Ahora, esclama- ba, ahora es cuando soy feliz; pero ¿por qué, mi amada se- orita, no os habeis venido á vivir con ral Sabeis que habriamos hecho cuanto hubiéramos podido para di- vertiros. Temiendo despues Elena haberse tomado dema- siada libertad, se retiró modestamente á alguna distancia, tomó á su hija y la presentó á Amanda, que la acarició, y habló á Chip con una bondad de la que Elena estuvo in- finitamente satisfecha. - Silos disgustos de Amanda hubiesen sido menos dolo- rosos, las atenciones de estas buenas gentes los habrian disminuido; pero en este momento nada podia levantarla de su abatimiento. Su equipage llegó. En él habia trai- do algunos pequeños regalos para toda la familia, yl los distribuyó. (Quiso entretenerse con ellos sobre sus asun- tos; pero no se halló en estado de sostener este esfuerzo, y pidió irse á su cuarto. La nodriza no quiso dejarla ir sin haber probado su queso reciente y su cerveza. Cuando estuvo cerrada y sola, halló en su cuarto sejE%. tos que le recordaron á Lord Mortimer y aumentaron su ec AS tristeza. Tenia á la vista la cajita de libros que le habia enviado; abrióla, y en el primer tomo que le vino á la man» observó pasajes escogidos rayados por mano de Mortimer, como espresando mas particularmente sus disposiciones y sentimientos. ¡Cómo le recordaron estos libres los felices momentos que Habia pasado en este sitio! La noche se avanzaba, y aun no podia resolverse á cerrar la ¿ajita; y cuando se hubo acostado, su sueño fué corto y agitado. Al dia siguiente, mientras se desayunaba rodeada de la nodriza y de sus dos hijas (pues Elena habia venido tem- prano á saber de ella) entró Howell. Lo que la nodriza la habia dicho de la mudanza sucedida en los sentimientos del ministro, hacia su visita mas agradable á Amanda. El placer de Howell al volverla á ver fué grande; pero en lu- gar de los trasportes de un enamorado, era la alegría dul- ce de un amigo. Despues que se hubo despedido, Aman- da acompañó á Elena á su casa, y se alegró mucho de la limpieza y situacion de ell“. Estaba en medio de un pendiente desde donde tenia muy buena vista hácia Tudor- Hall. Todo recordaba á Amanda á Lord Mortimer, hasta el aire que respiraba, y que tantas veces habia llevado á sus oidos los dulces acentos de una voz que le LegABR cil hasta el corazon. Desde el segundo dia de su llegada no pudo menos de permitirse el triste placer de recorrer el parque y los soli- tarios paseos de Tudor-Hall; allí, pues, dirigió sus pasos. Los sitios mas espesos y mas sombríos, su soledad y su silencio convenian mejor á sus sentimientos y á sus tristes pensamientos. Allí, sin distraccion y sin testigos, podia abandonarse á su melancolía, que se aumentaba con la memoria de las dulces horas que habia pasado bajo estas mismas sombras; arrojaba en derredor de sí lánguidas mi- radas, redoblándose su dolor al aspecto de los objetos y lu- gares que le traian á la memoria su felicidad pasada. Ar ticulaba con voz trémula el nombre de Mortimer; pero se avergonzaba al mismo tiempo, pensando que nombraba al esposo de Lady Eufrasia. Levantábase y suspiraba pro- fundamente diciéndose á sí misma: me esforzaré á ser ra- AS zonable; procuraré no alimentar memorias que la decencia no me permite conservar: con todo, se detenia aún en el bosque, en el cual la oscuridad que se aumentaba parecia añadir mas atractivos, mientras el viento producia un zu- zurro sordo y triste en las cimas de los árboles, y llevaba á. sus oidos la música grosera de una arpa del pueblo, que se hallaba en una casita inmediata. Acercóse á él Amanda. Pensaba en la inquietud que su ausencia podia dará los Edwins, y marchó de prisa. En la avenida encontró á Edwin, á quien habia enviado su muger en busca suya. La buena muger le manifestó sus temores de que no dañasen á su salud sus largos pa- seos estando la noche adelantada, y sentia infmito, el ver á una jóven abandonarse de este modo á tan tristes fanta- sías. : «No solo no limitó Amanda sus pasos á Tudor-Hall, sino que recorrió todos los sitios en que habia ido con Mortimer. Pasó igualmente á ver el sepulero de su madre, á cuya vis- ta se le aumentó el dolor mucho mas que la primera vez que lo habia visto. Acordóse de todas las desgracias que habia sufrido desde aquella época, los disgustos de su pa- dre y su triste fin. Privada en adelanto, se decia, de los objetos que podian darme apego á la vida, engañada en todas mis esperanzas, ¡cuán feliz hubiera sido si la mis- ma tierra hubiese recibido en su seno á la madre y á la hi- ja! Sin embargo, ¡oh mi Dios! añadió despues de algunas reflexiones: ¿Quién soy yo para atreverme á murmurar y levantarme contra vuestros decretos? Perdonad este movi- miento involuntario de un corazon despedazado por tantos dolores, pero penetrado del mas vivo reconocimiento por vuestra proteccion, que me ha sacado de tantos peligros. Debo resignarme, si es menester, á la suerte de la humani- dad, á la de aquella que descansa aquí. que en la flor de la juventud y de la belleza ha caido víctima de sus disgustos bajo la guadaña de la muerte. ¡Cuán desgraciados han si- do vuestros destinos, amados autores de mis dias! Ni aun han permitido que vuestras cenizas se uniesen; pero sin duda se hallarán reunidas vuestras almas en un mundo 50— mas feliz. Vuestra hija hará todos sus esfuerzos para imi- tar vuestro ejemplo. Resignada como vosotros á las volun- tades del cielo, soportará la vida, no con la esperanza de ser Noli, sino con la humilde confianza de que podrá espar- cir á su alrededor alguna felicidad. Tales eran los sentimientos que espresó ada sobre la tamba de su madre, de donde volvió pálida y abatida, semejante á una flor de lirio á quien una lluvia abundante ha hecho encorvar. Al fin de la semana recibió carta de Oscar, en la cual le decia que dentro de pocos dias pasaria á Escocia. Habia- se llevado con ella todo lo necesario para dibujar, pues de- sesba apasionadamente pintar diferentes vistas de Tudor- Hall, que tendria mucho gusto en conservar cuando se ha- llase para siempre separada de este sitio tan grato á su me- moria. o No podia satisfacer sus deseos sin el ausilio de su no- driza, pues queria tomar estas vistas desde el salon de música; lo que no podia ejecutar sin el permiso de Mistriss Abergwiliy. : Comunicó, pues, su desicaniá á la nodriza, la cual sacudió la cabeza sospechando que Amanda tenia otro motivo pa- ra hacer esta demanda que el que le insinuaba; pero co- mo era tan diligente en dar gusto á su hija, no podia re- husarle nada. Al momento fué á verse con Mistris Aber- ewilly para pedirle el permiso que Amanda deseaba, la cual contestó que Miss Fitzalan podia venir á Tudor-Hall tanto como quisiese, sinmiedo de serincomodada. Amanda no difirió usar del permiso; pero despues de haber entrado, le fué preciso mucho tiempo antes de po- derse ocupar del dibujo. En vano desplegaba la naturale- za todas sus bellezas; al pensar que aquel que se las ha- bia hecho observar, y en cuya compañía las disfrutaba era perdido para siempre para ella, sus ojos se llenaban de lágrimas, y no veia cosa alguna. Poco á poco se calmaron estos sentimientos, é iba asiduamente todas las mañanas al salon para gibyas, cuya ocupacion le aliviaba sus dis- gustos. Tres semanas s se pasaron así, alfin de las cuales recibió una carta de Oscar: rota la nema, y -viendo que la carta venia de Escocia, se halló en una grande agitacion, da cual sucedió la mas viva alegría y sorpresa. “En ella le de- cia Oscar que sus asuntos estaban terminados, sin haberse presentado dificultad alguna: que la validacion del testa- mento habia sido reconocida, y que podia mirarse como posesor de los bienes dejados á Malvina por su abuelo el conde Dunreath, y que toda la vecindad le habia ya cum- plimentado por ello. Decíala, que no tenia tiempo de de- tallarle las circunstancias que habian facilitado el suceso, y se lisonjeaba de que las felices noticias que le comuni- caba en su carta, le harian perdonar su laconismo. Aña- dia que se preparaba á partir para Lóndres con Cárlos Bingley, que le habia dado pruebas de la mas tierna amis- tad: que iba á tomar algunas medidas relativas á sus nue- vas pasiones, y particularmente para hacer revivir en él el título de conde Dunreath, no para satisfacer un vano orgullo, sino por respeto y reconocimiento á su abuelo, que habia espresado en su testamento el deseo de ver sos- tener el título por su heredero: que cuando hubiera termi- nado todos sus negocios, volveria á su lado para encontrar en su sociedad algun alivio á las penas de su corazon, pe- ro que todos las favores de la fortuna le podian mitigar. Decíale tambien, que esperaba encontrarla alegre como la primavera, y dispuesta á acompañarle para establecerse en la casa respetable de sus antepasados. Aunque alegre por estas agradables noticias que recibia, Amanda no tenia valor aún de comunicarlas á la familia de Edwin. El placer que sentia era turbado por la idea de lo que Lord Mortimer pensaria sabiendo un acaecimien- to que naturalmente debia deshonrar á la familia con la cual iba á unirse. Apresurábase á acabar sus paisages previniendo que le quedaba poco tiempo que permanecer en el país de Gales. A cada visita que hacia á Tudor-Hall, pensaba tristemente que seria la última. Una mañana despues del desayuno, mientras se prepa- raba para ir 4_la biblioteca, la nodriza, que habia salido o) Le GRITE as á “antes de haberse levantado Amanda de la. cama, entró cor un aire apresurado, que mostraba que tenia alguna cosa - import ante y estraordinaria que anunciarle, y respirando. apenas: Dios nos ayude, dijo luego que pudo recobrar la palabra; ¡suceden cosas tan estrañas en el mundo! La vie- ja Abergwilly me ha enviado á buscar esta mañana. Me he admirado mucho; pero ¿qué es esta admiracion en com- paracion de la que he tenido al saber el motivo porque me habia enviado á buscar? La curiosidad E la impaciencia atormentaron á Amanda. ¡Y bien! ¿qué os ha dicho? le preguntó. ¡Ah! bien sabia yo, dijo la nodriza, la turbacion que os causarian semejantes noticias; pero por mas que penseis, de aquí á mañana no adivinaríais lo que es. No, no, dijo Amanda, no lo adivinaria; decidme prontamente en dos palabras lo que es. Sabreis, pues, contestó la Edwin; pe- ro, ii querida hija, temo que no os hayais desayunado muy bien, estais pálida, y yo tambien me he desayunado muy mal, pues las noticias de Misstriss Abergwilly me han trastornado de tal modo, que, aunque me ha hecho un buen té verde, y una escelente torta, casi no he probado. “nada. En fin, ¿qué os ha dicho? dijo Amanda, cuya impaciencia: iba en aumento. Bien, mi querida hija, me ha dicho que ayer por la no- che habia llegado un espreso de Lóndres, que le habia traido la noticia de la muerte de Lord Cherbury, y que Lord Mortimer habia venido á Tudor-Hall; que el procu- rador tenia órden de pagar y despedir á todos los criados, y hacer preparar la casa para recibir al nuevo propietario. ¡Ay buen Dios! he visto llorar á estas gentes, ¡pobres cria- turas! que se han envejecido en la casa y contaban acabar . en ella sus dias. No es porque teman que les falte cosa alguna, pues el jóven Lord ha tenido cuidado de asegurar- les con qué vivir; pero están desconsoladas por tener que dejar á tan buen amo. La pobre Mistriss Abergwilly no se consolará jamas, no tiene hijo ni hija; pero me ha dicho que amaba hasta las sillas y mesas de la casa que ha fre- gado tanto tiempo por su mano; ella hubiera venido á hos- y Es > — 3 —= pedarse á á. i casa si pudiera darle un aposento desde el cual no iese > verse Tudor-Hall, porque no podria. sopo tar,la ae de la casa cuando tendria nuevo dueño: he aqt qu rida hija, en suma todo lo que sé. . — Admirada estuvo Amanda, é igualmente afectada de lo do acababa de oir. Descaba saber si la nodriza. habia sa- o alguna cosa del prócsimo casamiento de Lord Mor- timer; pero no pudo resolverse á hacer esta pregunta; á mas de que pensó que si la cosa hubiese sido herha, ha- bria llegado la noticia al mismo tiempo que la de la muer- te de Lord Cherbury. Ella perdia toda la esperanza de justificarse con su hijo. Pero ¿por qué lo he de desear, aña- dió, si nos hallamos separados para siempre? Tal vez. es mejor que haya cesado de estimarme, pues sus sentimien- tos serán menores. No comprendia ella, por qué Lord Mortimer vendia á Tudor-Hall; á menos que fuese para cederá los deseos de Eulrasia, que no ignoraba que allí habia principiado la aficion de Lord Mortimer por su rival. Ah! decia ella; Eufrasia no hubiera conocido sus bellezas, y en cuanto á Lord Mortimer, Tudor-Hall no habria hecho mas Q| e alimentar unos disgustos que su nueva situacion no le permitia entretener. Apresuróse á ir á Tudor—Hall, donde estuvo mucho tiempo antes de poder tomar el es piz, tan agitada se hallaba. ll paisage que acababa, presentaba el pequeño valle que se veia desde las ventanas del salon de música, y en la estremidad de la colina las romancescas ruinas de un antiguo castillo. El dibujo estaba perfectamente hecho, y solo faltaba la figura de Lord Mortimer, con el cual habia recorrido muchas veces estos agradables sitios. Su corazon guiaba su mano, y por consiguiente habia trazado pronta- mente las facciones y personal de Mortimer, el hombre que amaba. Miraba su obra con un tierno interes y grande pla- cer, cuando viniéndola al pensamiento que Lord Mortimer ya era de otra muger, se echó en cara como un crímen lo que acababa de hacer: apresuróse, pues, á borrar con ma- no trémula la figura que acababa de trazar, y la ardiente lágrim que dejá caer sobre el dibujo la ayudó á á la ejecu- ol bre el papel rasgos que están p: mi corazon! Mientras | acababa de az oyó un o y profundo suspiro. Marita de la Món de haber s Ao oida, y haber dado á conocer los sentimientos de su co- razon, se levantó con precipitacion de su asiento, y llevó en derredor, sus ojos con inquietud; pero ¡cómo describir las emociones de su alma cuando se le presentó á su vista el original de esta figura que habia trazado la ternura, y la decencia habia borrado! Atónita, incapaz de hablar y de mover+e, y casi sin poder respirar, permaneció inmóbil, «omo no dando crédito á lo que veia. En efecto, podia bien dudar si era Lord Mortimer el que tenia delante de sí, pues que su semblante estaba tan alterado, que apenas conser- vaba cosa alguna que indicase fuese el mismo, escepto el aire de bondad que se mostraba, aún por todos sus rasgos como carácter dominante de su fisonomía. Su color mar- chito, el desórden de sus cabellos, sus vestidos lúgubres, todo contribuia á espresar la tristeza, todo parecia decir que estaba para siempre separado de la dicha. Los violen- tos sentimientos de Amanda la habian abatido al princi pio; pero habiendo recobrado sus facultades, tomó apresu- iada el dibujo, y con paso mal asegurado se dirigia á la puerta. Ya estaba cerca de ella, cuando Mortimer detuvo su marcha diciéndola con voz dulce y timida: ¿Os vais, Miss Fitzalan, sin despediros? ¿Os vais para no volve me -á ver? El acento penetrante y patético con que pronu nció palabras, conmovió el corazon de Amanda: de úvo- 1es, y se volvió involunta1iamente como para recibir ar este triste adios que le echaban en cara que evita- ba. Lord Mortimer se acercó, quiso hablarla, pero sus pala- bras espiraron en sus labios. Lágrimas amargas brotaron de sus ojos; cubrióse la cara con un pañuelo, y se fué á la ventana. $ Afectada US mas allá de toda espres diéndose sostener, se dejó caer sobre una 5) be fo su corazon de las conmociones de Mortimer, ler 1e Meson que Lord teparale nes de algunos minutos, calmado un poco M E ercó. He deseado mucho tiempo ha, le dio tela ocasion de volveros á ver; pero no he tenido valor para «pediros una audiencia. Al venir aquí esta mañana para dar el último triste adios á esta hebitacion, qu encantos tenia para mí, estaba muy lejos de imagú os encontraria en ella. Doy gracias al destino, que en esta ocasion se me ha mostrado favorable. Espresaros mi do- A lor, mis remordimientos, no solo por el error en que me ha hecho caer una combinacion de sucesos que han podido engañarme, sino tambien por la conducta que este error me ha hecho adoptar y seguir, seria aliviar un poco mi co- razon; recibir de vos el perdon, seria un triste, pero dulce consuelo. Con todo, continuó despues de un momento de lo, ¿cómo podria ser un consuelo? ¡Ah! la dulzura manifestaríais, no haria mas que aumentar mi des- a con la idea de nuestra eterna separacion. Amanda da contestaba: las palabras de Mortimer parecian darle á entender que sabia la desgracia en que la habia precipi- año Lord Cherbury, y esperaba se inquietud. una espli- cacion. La A y nobleza de stro ler, m —Quél dijo rales con una viveza que : ner, ¿Lord Cherbury me ha justificado? od : Sy dijo Lord 1 Mortimer; él nos ha conv sois la mas escelente de las mugeres, y al : tierno coraz ha ercido* que érais. Pero uo Pa mi corazon, , que esa confesion ln ra mi dicha! y A 7 e ei Ze 36 Ma ¿e pues de haber desten o de m on un erz a E II , a Es: e - mejante, habia esperado que, mi vid AURA ni AR pararia una injusticia. | pero ¡a : Amanda lloraba, lrentabá los ojos alaie O, y los wa 4 Cn quien la ternura era superior á su arrogancia, 1 ada puedo reparar, nada rar. 37 á fijar en la tierra.—;¿Llorais, esclamó Mortimer apode- rándose de su mano, que miraba estático y con ojos en que brillaba un fuego estraordinario, Morais, mi querida Aman- da? ¿qué significan estas lágrimas? ¿qué, no habeis muda- do con 'especto á mi? Amanda temió que su enternecimiento hubiese conven- cido á Mortimer de que le amaba todavía. Reprobóse su imprudencia, que era la sola que podia haber impelido á Lord Mortimer á hablar como acababa de hacerlo.—Mi- lord, le dijo ella, no entiendo el sentido de vuestra pre gunta; pero debo deciros que en efeeto habria mudado mucho si pudiera permanecer un momento mas con una persona que parece olvidar á la vez su situacion y la mia, ¡Ah señora! esclamó Mortimer con el acento del descon- tento; perdonad si os he detenido, si he turbado vuestra soledad; y si os he importunado con mis dolores, Ama da estaba entonces cerca de la puerta: sufria por la idea de separarse de este modo de Lord Mortimer; pero la pru- dencia le hacia sentir la necesidad de alejarse: caminaba no obstante lentamente hácia la puerta, y Lord Montimer, estaba desesperado po or verla partir descontenta lcanzó prontamente, y tomándola la mano, la dijo: ¡ 1 ida Amanda! no añadais á la tristeza de estos crueles e a cólera contra mí, y puesto que nos de- Tr, sea como unos amigos que se conservan la ncia ¿4ñno por otro. Aun no me habeis concedido erdo 1 (si es posible obtenerlo) de las persecuciones que os he atr peo: aun no me habeis perdonado la dureza, la crueidad, á las que un error fatal me ha egalucido., ¡Ch Mord! respondió Amanda, cediendo de n bondi le su u alma, y dejando escapar a ¿qué perdon « os he de conceder, cuando no me Pia LS X: ro $y” > kl He ES indi > 5 0 * beis esforzado á allanarme el camino de la vida? | *ficios son estos que no pueden olvidarse, y que exigen de mí el tributo de un tierno reconocimiento, qe no | sado de pagaros y que... Presentósele á los labi presion de un abátiuidntd muy vivo; pero de ose piró: despues de un momento de silencio, prosiguió: 5 Milord, todos mis votos los mas ardientes, los de todos los dias que dirigiré al cielo, serán por vuestra felicidad, y ojalá. sea esta igual á vuestras virtudes; es la mayor di- cha que puedo desearos. Lord Mortimer arrojó un gemido que daba indicios de los tormentos de su alma.—¡Ch Amanda! esclamó, ¡oh mi queridísima Amanda! ¿cómo podr eustar felicidad alguna ues de haberos perdido? No, jamas. ¡Ah! vos haceis plicas por mí; pero estos votos y siena son inú- s. ¿Estos sitios, continuó, no os recuerdan tiempos mas 252 ¡Oh! ¡qué dulces horas hemos pasado bajo estas sombras que no volveré á ver nacer en la Primavera! Estas últimas palabras, haciendo referencia á la pérdi- . «¿li 0 de 4 A S hacia Lord Mortimer de es cion, — fuerza para desasirse de ellos: pero ¡ pintar la impresion que esperimento, cuando 1 yada la cabeza sobre el seno de Mortimer, sintil su corazon, que parecia quererse salir de su ni se á unir con el suyo: despues de haber recobrado zas, conoció que la decencia no io Paco IÓ - supuesto que e e olvideis del qUe leunas veces en mí, y de E dad, tan ineficaces como serán, me ¿obs cla en el hoc tierro solitario á que voy á condenarme. ¡Oh Milord! contestó Amanda, ¿qué decís? Luego que- reis renunciar á llenar los deberes que vuestra situacion, vues' to nacimiento y la sociedad os imponen. ¿Gluereis que los que os conocen pierdan la idea que tienen de vuestras virtudes y de vuestro valor? En fin, ¿quereis abandonar una muger con quien acabais de uniros con vo- tos solemnes, y á quien debeis aficion y vuestra proteccion? ¡Oh Milord! ¿qué dirán vuestros amigos? ¿(Qué dirá la misma Lady Eufrasia de una conducta tan cruel y tan im- posible de justificar? ¡Lady Eufrasia! repitió Montimer retrocediendo alennós pasos con el acento del horror y admiracion. ¡Gran Dios! ¿es posible que ignoreis lo que ha sucedido ati al Sí, vuestras palabras, vuestras miradas, me ha estos acaecimientos no han legado á á vuestro con to. Amanda le preguntó á su vez de qué acaecimiento queria hablar —Decidme primero, replicó Lord Mortimer, sila mudanza en que os veo por mí, viene de que habeis arido de Lady Eufrasia.—¡DPe que he nda admirando la pregunta Lord supuesto, epitid Mortimer; ues qué, no lo sois? —No, respondió Mor y ¿tenido la desgracia de contraer una obligacio1 1i corazo; o habria ratificado. Lady Bufrasia Hit cho otra elecci Era vuestra enemiga; pero sé que vuestro corazon generoso llorara su triste destino. Mortimer cesó de hablar, porque Amanda no podia oir- le ya: ella se dejó caer de sorpresa y alegría en los brazos de su querido Mortimer. Solo á los que, como ella, del bor- de del abismo de la desesperacion han sido guiados inopi- nadamente al camiuo de la esperanza y 1 felicidad, á ellos solos E idea de lo que sintió en el mo- e e ES —_p > tase de nuevo si es Y ereido en su p » persuasion lo habia tratado tan seve St ro, repitiendo la pregunta, se creia feliz al pensar que de respuesta seria tal como la deseaba. ¡Ah Mortimer! ¿qué quereis que signifiquen mi mas y mi conmocion? esclamó Amanda. ¿No os dicen q mi corazon jamas os ha olvidado, y que su ternura háci vos será siempre la misma? Sí, dijo ella levantando al cielo sus ojos mojados de lágrimas de gusto; ahora me ha- llo indemnizada de todos mis sufrimientos. Lord Mortimer se la llevó otra vez á la biblioteca, para contarle los suce- sos que habian causado tan grande acaecimiento en su si- tuacion; pero fué preciso mucho tiempo antes que pudiese calmarse para principiar su narracion. Sucesivamente se dejaba caer sobre las rodillas de Amanda, la estrechaba -cho, se preguntaba á sí mismo si su felicidad ; Cien veces la preguntaba si en efecto era re la misma para él. Imploraba su perdon come si hubiese dudado todavía de su amor. La misma Aman- da necesitaba calmarse para poder tranquilizarle. Al fin lo consiguió, y Mortimer contó lo que sigue. a a E por la po perfidia de Amanda, no encontránde e Santa AS habia vuelto á á DEA mA 4 ilinen jamas de este so SUCeso. No o pod ia o ma i abatimiento. Todos los planes de idad se ado, y la destruccion de todas sus espe- x % 7 » A ó : nifestóle el sentimiento que le causaba ver á un hijo que debia hacer la gloria de su casa. y el consuelo de sus dias, consumiéndose en el dolor pur la ingratitud de una muger indigna de su afecto, perdido para su familia y para el muado, engañando todas las esperanzas que habia dado en su juventud para el discurso de su vida. : Lord Mortimer se penetró de las representaciones de su padre. El conde observó su conmocion, y sacó un feliz presagio. Su vanidad y su sensibilidad, decia, estaban igualniente ajadas por ver á su hijo esclavo de una pasion tan mal reconocida. No permitais, añadió, que el mundo malo triunfe de vuestra debilidad: libertaos de un yugo deshonroso antes que el dedo del ridículo os señale como el ludibrio de los artificios de una muger. La natural grandeza de ánimo de Lord Morti: bia representado muchas veces como una debilid; to que conservaba á Amanda; y cuando el conde irritaba su orgullo, estaba en disposicion de hacer todos los sacrificios que pudiesen probar que habia triunfado de su desgracia- do amor. Pero cuando su padre le proponia como un sa- crificio de esta especie su union con Lady Eufrasia, dese- chaba con horror este plan, y no se sentia capaz de hacer un esfuerzo tal. Declaró, pues, á su ¡adre toda su repug- nancia por este casamiento, diciéndole que los esfuerzos de su razon le podrian curar algun dia; pero esta cura no podria ser sino obra del tiempo. No se desanimó por eso Lord Cherbury, sino que em- pleó toda su elocuencia; rogó, suplicó á su hijo que no en- ganase sus esperanzas: hizo mérito para con él de la com- placencia que habia tenido en dar su consentimiento para su casamiento con Miss Fitzalan. de Estrechado tan fuertemente Lord Mortimer, declaró al fin que si se le propusiese por esposa cualquiera otra que ; 4 le A pres- a a tal vez, y se | dre; pero que no pudiendo esti- e uniria con ella; que ha= ido tan crue Miss Fitzalan, que sentia hácia ella una avers able: CATE - El conde habia pre ta respuesta de su hijo, y tu- vo la barbaridad de decirle, que bastaba reflexionar s la conducta de Amanda, para conocer que no podia darse crédito alguno á la declaracion que habia hecho de que Belgrave habia entrado en su casa sin que ella lo hubiese sabido. | $ Lord Mortimer vaciló un momento, y convino en que la conducta de Amanda le habria dado alguna sospecha sin el testimonio de los criados que habian entrado en el complot para perderla. Pero el conde tuvo tambien con qué contestar y debilitar esta circunstancia. Dijo á su hi- jo que los criados habian sido examinados en su presencia, y que habian confesado, que viendo el deseo grande que tenia Lord Mortimer de restablecer la reputacion de Miss Fitzalan, y las recompensas qué les prometia si querian decir alguna cosa para justificarla, habian cedido al finá* sus instancias y declarado todo cuanto habia querido. - Lord Mortimer suspiró profundamente. —Luego yo he sido el juguete por todos lados, dijo; pero una sola perso- na ha podido herir mi alma al engañarme. Mortimer es- tuvo siempre inaccesible á todo cuanto pudo decírsele en favor de Lady Eufrasia. E 03 A El conde llamó á Lady Marta en su ayuda, y esta estre- chó tambien muy vivamente á su sobrino. Representóle que continuando e: entregarse así á su dolor, iba á perder su salud, abreviar sus dias, y ser una carga pesada para sí mismo, que mientras permaneciera aislado no podria» ha- cer esfuerzo alguno vigoroso para superar su melancolía, y que una vez ligado por los vínculos del matrimonio, la razon y los sentimientos de sus deberes le llevarian á eombatirla pa:a poder llenar sus nuevas obligaciones. Dí- jole tambien que hasta entonces habia sido la gloria y las delicias de su familia, y el consuelo y alma de su vida, y que todos estos bienes estaban en adelante perdidos para ellos si no cedia á sus vivos deseos. En fin, á todas las razones del conde y las suyas, juntó las lágrimas y las es- presiones de la mayor ternura. La alma sensible de Mortimer no habia podido y á tan ejecutivas solicitaciones, y habia dado su promesa considerando que aun casándose con Lady Eufrasia, no podia ser mas desgraciado de lo que era. Pero apenas ha- bia dado la palabra, cuando su dolor se acrecentó sobre- manera. Formar una nueva reunion, reuunciar á alimen- tar su melancoliía, someter su corazon y su persona á una cruel esclavitud, eran ideas que llenaban su alma de ago- nías mortales. Mil veces estuvo á pique de retractarse de sus promesas si no le hubiese detenido su honor. En tan penosa situacion, reuniendo todas sus fuerzas, procuró recobrar su calma entregándose á toda la disipa- cion de la sociedad, y ocultarse de sí mismo, para borrar, si era posible, los recuerdos que envenenaban su alma. Siguiendo este plan, se halló en casa de Macqueen. Pero ¿quién podrá pintar lo que sufrió al encontrar en ella á Amanda? Los esfuerzos que hasta entonces habia hecho habian llevado aleun alivio á sus penas; pero estas redo- blaron su violencia con este inesperado encuentro, y per- dió toda esperanza de su tranquilidad. Sintió con la ago- nía mas dolorosa que Amanda era para él tan querida co- mo siempre, y su union próxima con Lady Eufrasia se le hizo estremamente odiosa. Esforzóse en vano á desper- tar sus resentimientos acordándose de la conducta de Amanda; pero creia ver en su palidez y abatimiento el dis- gusto y el arrepentimiento. ¡Cuán dulce le habria sido mi- tisar su disgusto y fortificar su arrepentimiento, si hubie- se osado emprenderlo en la situacion en que se hallaba. Lady Marta tuvo mucha dificultad en conseguir que es- tuviese presente cuando pediria Amanda el retrato de él. Mas arriba se ha descrito esta escena, é igualmente su se- paracion; pero no puede darse idea justa de los tormentos de que fué víctima desde entonces. No veia á Lady Ku- frasia sino con horror, y su débil voz se rehusaba á em- a plear con ella las fórmulas ordinarias de política. Huia de la sociedad del castillo, y sin inquietarse de lo que di- .rian de él, despreciando « el: frio y el mal tiempo, esponien- do hasta su salud, iba err ent e muchas horas seguidas por | 5 partes menos frecuen ls de los alrededores de Ros. > -Castle, entregado 4 su 1 desgracia y á su cl] cion. El dia, aquel dia terrible que debia poner el sello á infortunio, llesó en fin. Todos estaban ya reunidos en A «grande sala del castillo, desde donde debian pasar á la ca- pilla, y solo esperaban á la noyia. Admirado el marques de que se hiciese aguardar atnto tiempo, envió á uno para decirle que se despachase. El mensagero volvió algunos minutos despues trayendo una carta que el O VE “abrió con precipitacion, y era de Eufrasia. En ella decia que habia dado un paso que la indulzen- cia de sus padres le perdonaria, paso al cual se habia de- - terminado convencida como se hallaba de que no seria fe- liz uniéndose con Mortimer. La indiferencia constante que este le habia mostrado, le persuadia que en sus miras ó en las de Lord Cherbury habian sido guiados por el inte- res: el marques y la marquesa se convencerian fácilmente de ello, y escusarian á su hija por no haber querido ser sa.- crificada. Haciendo eleccion de Mr. Free -Love, Múbia preferido un hombre que solo tenia motivos honestos, y hubiera declarado mas pronto y abiertamente sus miras, si en la situacion en que estaban las cosas no hubiesen te- mido encontrar oposicion. Consintiendo ella en un casa- miento clandestino, habia querido evitar un acto de des- obediencia formal y positiva á sus padres. En cuanto á Lord Mortimer y á Lord Cherbury, no ereia tener necesi- dad de justificarse con ellos, pues que no podian disimular, -á lo menos Lord Cherbury, que su conducta con ella no ha- bia sido ni honrosa ni desinteresada, € Los trasportes violentos del. am arques no pueden pin- tarse, y los de la marquesa no fueron menores. Conocie- ron al momento los motivos, y l: todos los semblantes.. . — 64— secreta de Mortimer? La de un criminal condenado á-muer- te que recibe la gracia al pié del cadalso, no es mas viva. En cuanto á Lord Cherbury, era el trastorno de todas sus. esperanzas. Lo que Lady Eufrasia decia en su carta, indi- caba claramente que tenia.algun conocimiento del mal es-. tado en que se hallaban los asuntos del conde. Free—Love: iba á pedirle al momento sus bienes; veia estrellar su des- honor luego que la impotencia de satisfacer esta demanda seria conocida. El mas agudo dolor que penetraba hasta los pliegues de su corazon, era un suplicio el mas cruel. con que pudiera ser castigado. Pálido, mudo,.con semblan te trastornado, fué asaltado de los mas horribles pensa- mientos, y no los rechazó: cualquiera destino le parecia - preferible á la vergúenza que le esperaba. La lectura de esta carta indignó á Lord Mortimer po: lo que decia de su padre, lo que imputó únicamente á ma. licia de Lady Eufrasia. Pareciale inútil rechazar una acu sacicn tal, la cual desmentia el carácter conocido de Lord Cherbury. Pero ¡qué golpe fué para su alma sensible. cuando pocos momentos despues le trajeron una carta de Free-Love, que probaba bastante la verdad delas 1econven-- ciones hechas á Lord Cherbury! Free-Love á su modo le manifestaba su esperanza de que el acaecimiento que habia motivado el que le escribiese, no alteraria su amis- tad... Que la hermosa señora que le habia honrado con su eleccion habia cedido á una inclinacion del todo inven. cible....En amor como en guerra, cada uno se aprovecha de las ventajas... .Le suplicaba diese espresiones á Lord Cherbury, y le pidiera tuviese á bien tener dispuestas pa- ra cuando volviese las cuentas de su tutela. No dudaba que la cosa le fuese fácil, y era necesario que las hiciese prontamente,-porque queria que su esposa hiciese su entra da en el mundo con brillantez .Qhue en cuanto á los rumo- res que corrian de que Lord Cherbury habia perdido en el juego todos los bienes de su pupilo. no habia dado eré- dito alguno, etc. Esta última parte de la carta de Free-Love mortificó hasta el último punto á Lord Mortimer. Veia en ella las 0 E razones por las cuales su padre habia deseado tan viva- mente la alianza del marques de Rosline, de cuyo deseo se habia admirado muchas veces. Echó nna mirada á su padre, y se sorprendió viendo en su fisonomía una profun- da desesperacion. Avergonzóse por él, condenóle, y le tu- vo lástima. Resolvió, pues, declararle á la primera oca- sion, que se hallaba instruido del fatal secreto que le opri- mia, y determinado á hacer todos los sacrificios que pudie- sen volverle la tranquilidad, ó á lo menos disminuirle sus inquietudes. Lord Cherbury iba á toda prisa á dejar la casa de Ros- line antes que se divulgase la aventura. Declaró que que- ria partir al momento, y ayudado de su hijo resistió á las instancias del marques, que queria detenerle. Todo es- taba ya dispuesto para la partida, cuando Lord Cherbury, por resultado de la terrible agitacion que acababa de es- petimentar, cay%en un desmayo que tenia los caractéres mas alarmantes. Pusiéronle en la cama, fueron á buscar á un médico, quien le encontr» tan débil, que declarí que podia temerse un nuevo y mas violento acceso, si no se le tenia en una perfecta quietud. Lord Mortimer, á quien su ternura volvia impaciente por aligerar el peso que gravitaba sobre el corazon de su padre, alej% á todo el mundo luego que'su padre se halló en estado de oirle, y con las atenciones mas delicadas le dijo que estaba instruido de la situacion de sus negocios, y que estaba resuelto á remediarlos por todos los medios que estuvieran á su alcance. A estas palabras, Lord. Cherbury se estremeció, sufrió una agonía mortal, y declaró que no sobreviviria á este horroroso descubrimiento y á la pérdida de su honor. Lord Mortimer se propuso calmarle, pero estuvo mucho tiempo sin poderse hacer escuchar tranquilamente. No es una+ cosa estraordinaria dejarse llevar en el dis- curso de la vida de alguna accion que la ra-on y la virtud condenan. Todos somos frágiles, y conocida la fragilidad, debe reprimirse nuestra severidad en condenar. Noes menester que la memoria de una falta, de la que nos ar- w” e Ñ HE so “BE repentimos, nos sumerja en la desesperacion, sobre todo, cuando nos quedan medios de repararla. Con semejantes discursos se esforzaba Lord Mortimerá calmar la agitacion de su padre, mientras que este conti- nuaba airándose contra sí mismo, y condenándose. La ven- ta de Tudor-Hall, dijo Mortimer á su padre, y un présta- mo hipotecado sobre vuestras tierras, pueden pagar vues- tra deuda á Free-Love. Sin duda que vuestra teraura por mi os ha hecho no consentir en este sacrificio, pero no es preciso que una consideracion de esta naturaleza os impi- da satisfacer lo que exigen de vos el honor y la justicia. Nada me interesa tanto como vuestra felicidad, y prefiero vuestra tranquilidad á la mas brillante fortuna, que no creo, dijo arrojando un profundo suspiro, que por sí sola pueda acarrear la dicha. Hace algun tiempo que miro con indiferencia el lujo y las pompas de la vida. Engañado en mismas queridas esperanyas, la riquea hace algun tiempo que no tiene el mismo valor á mis ojos. Tal vez perdiéndola seré mas feliz; esta pérdida me oblisará á en. tregarme á una ocupacion, y esta echará de mi corazon la tristeza qne me consume hace algun tiempo y enerva to- das mis facultades. Tengo abierta delante de mí la car- rera militar, ála cual he tenido siempre mucha inelina- cion; puesto en el peligro, tal vez tendré propo cion de ha cer o, servicio á mi país. Asi, padre mio, lo que he- mos creido el mayor de los males, será tal vez para mí un manantial de felicidad. Haremos, pues, lo mas pronto po- sible todos los arreglos necesarios para satisfacer la deuda de Free—Love, y espero que podremos desconcertar sus malignas intenciones. Mi tia y hermana ienoran todavía vuestra situacion, y por mí nada sabrán. Nos quedarán á mi hermana y ¿ Gm bastantes bienes para nuestras necesidades, aunque no po- damos tener para superfluo ni esquisito. En cuanto á mí, las privaciones á que estaré reducido, nada me costarán. En fin, creo que la ejecucion de mi plan me hará feliz, pues que solo el proyecto me da mas satisfaccion de la que he gustado hace mucho tiempo. _—61— Conmovido viva y profundamente Lord Cherbury de la ternura de su hijo, y de su sacrificio tan generosamente ofrecido, estuvo largo tiempo incapaz de espresar lo que sentia. Al fin corriendo de sus ojos lágrimas de amor, re- conocimiento y arrepentimiento, hasta regar la mano de su hijo que estrechaba entre las suyas, esclambó: ¡Oh vir- tud! no puedo decir como Bruto, que solo eres una sombra, un nombre vano. Sí, verse personificada en mi hijo, en este hijo que tan cruelmente he engañado y con tanta du- reza despojado. ¡Gran Dios! este carácter heríico y celes- tial que hoy le conduce á resignar su propia fortuna por amor de mí, le habria llevado á hacerme tambien el sa- erificio mas dificil de su Amanda: si le hubiese confiado mi triste situacion, ¡cuántas bajezas me habria ahorrado y cuántos tormentos á mi hijo! Pero para ocultar mi ver- gúenza he derramado la desgracia sobre su cabeza y el do- lor en su corazon, haciéndole creer que el objeto de toda su ternura, que la merecia bien, era indigno de ella. ¡Oh Mortimer! gritaba con tono desesperado, cómo me atreveré á levantar los ojos hácia vos, despues de haberos confesado la injusticia que he cometido contra una de las mas virtuosas y amables criaturas que el cielo haya for- mado jamas! Decid, padre mio, esclamó Mortimer tem- blando y respirando con dificultad, decidme si en efecto ella es tal como me la habia figurado. Por Dios, no me di- lateis este conocimiento. Entonces Lord Cherbury con la lentitud que le causaba su debilidad, pero con toda la buena voluntad que le da- ban su arrepentimiento y el deseo de reparar una injusti- cia, contó á su hijo todo cuanto habia pasado en Santa Ca- talina entre él y Amanda. ¡Pobre Fitzalan! esclamó aca- bada su relacion, desgraciado amigo; si despues de haber dejado este mundo has podido saber lo que pasa en él, ¡cuánto me habrá echado en cara tu buena y sensible al- ma la barbárie que he usado con tu huérfana hija, á quien he arrancado el solo bien que has podido dejarle, á saber, una reputacion pura y sin tacha! —68—. _Lord Mortimer arrojaba profundos gemidos. Veníanle á la memoria todos los reproches que habia hecho 4 Aman- da, y eran para él otras tantas puñaladas. Su padre habia sido el opresor de esta amable criatura. Esta idea al mis- mo tiempo que agravaba su pena, impedia que exhalase en reconvenciones, pues era el autor un padre arrepentido tendido en la cama moribundo. Era preciso, pues, p.rdo- narle. Miraba á su alrededor como si en este momento hubie- se creido verla y poder arrojarse á sus piés, abrirle su co- razon despedazado, implorar su perdon, y oir pronunciar- le por su dulce voz. ¡Oh amable afligida, se decia con los ojos húmedos, cuando mis reproches os perseguian, os in- sultaban tan injustamente, vuestro corazon era víctima de las mas crueles agonías, y yo agravaba aun vuestros ma- les! ¡Con qué dulzura y paciencia sin ejemplo habeis sufri- do mis durezas! Ni aun se ha dejado ver la indignacion del insulto hecho á vuestra inocencia y á vuestra virtud en vuestras miradas; vuestros ojos llenos de lágrimas solo han manifestado la dulzura y resignacion. Y ahora ¿qué esperanza me queda de expiar mi error? ¿Qué posibilidad de reparar mi injusticia? ¿Qué lenitivo para mitigar mis acerbos remordimientos? ¿Despues que la suerte me ha separado de vos en un tiempo que la fortu- na me era próspera, en el dia alcanzado por la adversidad, soldado de fortuna, cómo buscaré la union de mi destino con el vuestro, para haceros partícipe de las necesidades y peligros de mi situacion? ¡No puedo pensar ni resolvert- me á ello! ¡Oh Amanda! ¡ojalá que la calma y seguridad sean un patrimonio vuestro asegurado! Vuestro Mortimer, siempre fiel, siempre vuestro adorador apasionado no turba- rá mas vuestra tranquilidad. Grande desgracia es perderos, pero mayor seria asociaros á mis infortunios y á mis peli- gros. Voy á arrojarme en una nueva carrera, no teniendo por sosten sino vuestra querida imágen, cuya memoria no se apartará de mí sino con la vida; y para mí será un con- suelo pensar que puedo quererla, adorarla sin podérseme atribuir á debilidad! dni O sica Tales eran sus sentimientos, que sin embargo no podia espresar por hallarse ocupado en aliviar á su padre; pero sus atenciones no eran bastan'es para mitigar los tormen- tos del alma de Lord Cherbury. Los remordimientos del conde, la pérdida que hacia de la estimacion de su hijo, el sentimiento por el descalabro que habia causado'á su for- tuna, todas estas consideraciones despedazaban su alma; le daban una violenta agitacion, y le renovaban los sínto- mas que al principio habian alarmado por su vida. - Las cosas permanecieron en este estado algunos dias, durante los cuales no se habia recibido noticia alguna de Eufrasia, cuando una mañana hallándose Mortimer con el marques y la marquesa entró un criado, quien dijo á su amo, que una persona acababa de Jlegar al castillo y pre- guntaba si podia verle. El marques y la marquesa creye- ron que era alguno que venia de parte de Lady Eufrasia para interponer en su favor. Hiciéronle entrar con el de- sienio de mandar á decir á su hija, que si podian perdo- narle jamas su falta de desobediencia y falta de respeto hácia ellos, solo seria con el tiempo. Lord Mortimer queria retirarse, pero detuviéronle y se quedó por curiosidad de saber qué especie de apología LS dia presentar Lady Eufrasia. Entró un hombre muy de- cente y fué recibido con una política muy fria. Parecia em- barazado y dolorosamente afectado: quiso. hablar, pero las palabras se le quedaron en los labios. La marquesa, en fin, cediendo á su impacencia, le suplicó le dijese « qué motivo le daba el gusto de recibir su visita. e ÓN Es por una circunstancia bien cruel, dijo. con una voz trómula. He venido con el objeto de prepararos poco í á po- co 4 una noticla triste, pero el encargo es superior á mis fuerzas. Creo, dijo la marquesa, que el suceso de que te- neis que lindos es sabido del marques y de mí. ¡Ah! señora, replicó el estrangero, mirando tristemente á la marquesa, yo creo que no lo sabeis; pues si así fuese, los sentimientos maternales no os permitirian estar en la cal- ma en que os veo. Detúvose á estas palabras, po se pá- lido, tembló, y sus emociones se hicieron contagiosas. De- —0— cidnos, os suplico, sin tardar lo .e teneis que anunciar- nos, dijo el marques. El estrangero vampoco pudo dsp lae Por lo demas, no era necesario que hablase para conocer que tenia alguna cosa siniestra que contar. Podria decirse de él como del viejo Northumberland; la palidez de sus megillas es mas propia para decir la naturaleza del mensage que llevaba, que no la lengua. de Aleuna desgracia ha sucedido á mi hija, dijo la marque- sa turbada, y olvidando en este momento su descontento. ¡Ah señora, dijo el estrangero mostrando su sensibilidad por algunas lágrimas, vuestros temores son muy fundados! Seria una barbarie atormentaros por mas tiempo tenién- doos suspensa. En efecto, ha sucedido una desgracia. La- dy Erfrasia no puede en este momento sentir vuestras bondades. Mi hija es muerta, dijo la marquesa dando un agudo grito, y perdió el conocimiento: el marques se hubiera cai- do de la silla si Lord Mortimer temblando y horrorizado no lo hubiese socorrido á tiempo. Tiraron de la campana, corrieron los criados, y llevaron á la marquesa á su aposen- to. Vuelto en sí el marques quiso que le contasen las cir- cunstancias de este triste suceso, y apenas el estrangero habia principiado la relacion, cuando con la inconsecuen- cia que da el dolor, dijo que no podia oir mas estos terri- bles detalles. Seria imposible describir la afliccion de es- tos desgraciados padres viendo desvanecer en un momen- to sus deseos, sus proyectos y sus esperanzas. Triste ejem- plo de la instabilidad de la humana felicidad, y de la in- suficiencia de las riquezas para asegurarse de su posesion, y muy propio para abajar los humos del orgullo y de la vanidad, y encaminar á la reflecsion nuestros estraviados- pensamientos por una loca disipacion. Al ver abismados de este modo el orgullo, las riquezas y la grandeza, y su- cumbiendo á las calamidades, nos dirigimos naturalmente á reconocer la fragilidad de los bienes de esta vida, yá ocuparnos en conseguir una dicha que no pueda escapár- senos. El corazon humano necesita para su guia ejemplos e grandes que conmuevan, y los que pueda proporcionar una situacion oscura no hacen tanta impresion como los que. presentan las elevadas condiciones de la vida. Vemos con indiferencia cómo se huella con los piés la humilde flor, pero la orgullosa encina que la tempestad ha echado por el suelo se contempla con pasmo. La desgracia del mar- ques y de la marquesa se habia acrecentado tambien por las aldabadas que les daba su conciencia, que parecian de- cirles, que este acaecimiento era un castigo del Ser Supre- mo y justo, cuyas sagradas leyes habian violado despojan- do á la viuda y al huérfano, y ¡qué aumento de miseria no es á la miseria misma pensar que se ha merecido! Todo el alecto del marques y de la marquesa se habia concentra- do en su hija; ella sola les habia hecho conocer los senti- mientos de ternura que pertenecen á la humanidad; ella era á un mismo tiempo el objeto de su amor y el idolo de su orgullo Veian en ella la heredera de sus títulos. Su mas cercano pariente se habia vuelto su irreconciliable enemigo, y Eufrasia les era jreciosa por la razon de que les daba el medio de satisfacer su venganza, separando á este heredero. Su último proceder les habia disgustado, pero iban á á apaciguarse pronto; estaban ya determinados á perdonárselo y á ennoblecer á Free-Lovz. En cuanto á Lady Eufrasia, no tenia ella ternura ales na hácia sus padres, y parecia que no amada á nadie. Sus restantes pasiones eran més vivas. En el paso que acaba- ba de dar, entraba en el cálculo el deseo de vengarse. Free- Love, como pupilo de Lord Cherbury, y por respetos de es- te, habia sido convidado á la Loda, y él habia aceptado. Debia hallarse en Rosline Castle; antes de su partida se habia encontrado en tertulia con iP: misma persona con la cual Lord Cherbury habia perdido en el juego, y que ins- “truida del próyecto de casamiento de Lord Mortimer con Eufrasia habia prometido el secreto á Lord Cherbury; pe- ro las promesas de los bribones no son de fiar. Este habia o vivamente mortificado de algunas palabras que se ha- an escapado á Lord Cherbury en en el momento de sus ales inquietudes, por las cuales parecia sospechar la De mala fé del jugador su antagonista. Estos reproches, pre- cisamente porque eran justos, habian irritado á este hom- bre y le habian inspirado un gran deseo de vengarse. Al encontrar á Vree-Love halló una ocasion de hacerlo, y la aprovechó. Contóle todo lo sucedido, el cual al principio se admir+ mucho, pero luego:estuvo muy contento del des- cubrimiento. Fué para él una idea muy deliciosa poder hamáldar 4 á Lord Cherbury y á su hijo. Aborrecia á ambos; pero sobre todo al último, por la superioridad que tenia sobre él en todo. Ageno de toda noble emulacion no procuraba estu- diar é imitar todo cuanto veia de estimable; solo se ocupa- ba en despreciarlo, y cuando no podia conseguirlo, redoblá- base su envidia y malienidad. Mortificar de medio á me- dio á Mortimer hiriendo el orgullo de su padre, cubrirle de confusion deshonrando á Lord “Cherbury era para él un pla- cer esquisito que habria comprado á costa de una parte de sus bienes; tan lisonjero es para el envidioso el triunfo imaginario que consigue sobre una alma noble, cuya supe- rioridad detesta porygue no puede llegar á ella. Por otra parte, Free-Love no tenia que hacer sacrificio alguno para 4 contentar su pasion: los bienes de Lord Cherbury eran su- ficientes para responder á Pree-Love de los suyos. Prome- tíase tambien la satisfaccion de verá sus rivales ricos y disfrutando de consideracion caer en la oscuridad, si, im- pidiendo el casamiento, podia quitar á Lord MostigiBk el medio de hacer frente á los inconvenientes que debian re- sultar naturalmente de la mala conducta de su padre. Des- pues de esto, si no podia conseguirlo, solo le quedaha po- co tiempo que esperar para pedir á Lord Cherbury la cuen- ta de su tutela. En esta situacion se apresuró Prec-Love. á irá casa del marques, cuya visita habia diferido hast entonces, para prepararse á parecer en la boda con may brillo; aprovechó el primer momento que se le prese: para dar parte á Lady Eufrasia de todo cuanto habia saf do relativo á la conducta de Lord-Cherbury, y el mal es do en que tenia sus cosas. e dla Lady Eufrusia estuvo furioga. Vió claramente el vo,porque Lord Cherbury se proponia casarla con su hijo, «y quedó convencida de que no la buscaba sino para repa- rar.las ruinas de una fortuna descalabrada. En este. su- sado su mano, si no hubiese temido que, libre, se hubiese casado con Amanda. En el momento mismo en qué vió que su fortuna era necesaria á Mortimer, se desvaneció es- te temor, y dió lugar al placer que encontraria de vengar- se de él por las penas que su indiferencia le habia causado. ¿Al principio quiso comunicar á su padre lo que habia sabido; pero la reflexion le hizo abandonar esta idea. El marques habia mostrado siempre la mayor indiferencia por Lord Cherbury, y temió de que no insistiese en.el ca- samiento á pesar de las nuevas circunstancias. Pronto hu- bo imaginado un medio de apartar de sí este peligro, y eligió á Free-Love por instrumento de su venganza. No titubeó en decirle que jamas habia amado á Lord Morti- mer, y que solo habia un hombre con quien ella podia ser «feliz. Palabras que se le escapaban, miradas bien. repre- sentadas, persuadieron á Free-Love de que era el objeto «preferido. No pudo este ocultar la alegría que le causa- ba este descubrimiento. A las obligantes espresiones de «Lady Eufrasia contestó con las mas exageradas lisonjas, ¿las mas ardientes protestas, y las promesas mas asegura- as de un amor que duraria tanto como su vida. Eufra- ia consiguió lo que queria; se resolvieron á una evasion. s criados y equipage de Free-Love estaban en el casti- o, y por. consiguiente fué fácil combinar la espedicion. Jos ojos de Eufrasia no tenia:otro mérito Freo-Luove ser instrumento de su venganza, pues por otra parte TOM. VI. 6 _le miraba con desprecio; pero sus bienes le darian impor- tancia en el mundo, y encontraria en él un marido com- placiente, tal como lo necesitaba una muger á la moda. En una palabra, persuadida de que seria dueña absoluta - de sus acciones no dudaba que encontraria un objeto tan digno de su admiracion como Lord Mortimer, y mas agra- decido que este.. TO A Embriagada de estas esperanzas dejó la casa paterna, esta casa que no debia volver á ver, y en el momento en que ella se entregaba á su alegría y á todas sus esperan- zas, el inevitable tiro, el tiro mortal que debia alcanzarla estaba ya en la cuerda del arco. Terminada la ceremonia del casamiento quisieron acer- carse al castillo para evitar desde allí una carta apologé- tica. La noche era oscura, el tiempo horroroso, el cami- no malo y peligroso. Los postillones representaron que era mejor esperar el dia; pero Lady Eufrasia se opuso á ello. Solo quedaban que hacer algunas millas para llegar al término del viage, y los postillones obedecieron. Poco camino habrian hecho, cuando de repente se asustaron los caballos de una luz que atravesaba el camino á una cier- ta distancia, y se pusieron á retroceder del modo mas alarmante. A un lado del camino habia un precipicio, y los caballos 4 pesar de los esfuerzos del postillon no dete- nian ya el coche. En este momento Free-Love solo pen- só en sí; abrió la portezuela y se echó fuera. Eufrasia no pudo seguirle, pues á la vista del peligro se habia desma- yado. Los postillones tambien se desmontaron, y á pesar de los esfuerzos de los criados se precipitó el coche. Los criados habian oido abrir la portezuela y creyeron que su amo y Lady Eufrasia habian bajado, pues la noche era tan oscura que no podian distinguirse los objetos; pero un horroroso grito que oyeron del fondo del precipicio les de- - sengañó pronto. Corrieron á la casa de donde habia sali- do esta luz fatal que habia causado la catástrofe, y pidie- - ron en ella socorro. Bajaron al fondo del precipicio por senderos estrechos y tortuosos. Los caballos estaban muer- . Los, el coche hecho pedazos, y bajo sus astillas encontra- e AULAS a Ano de EN casa se estremeció ve Horror $ á Pa es- - pec culo, é hizo llevar el cuerpo á su casa, en donde vien- -do estos restos desfigurados, no pudo menos de pensar que E Pobre criatura habia sido feliz en morir del golpe, con- denada como habria estado á los mas crueles tormentos y dolores si hubiese sobrevivido. -——Buscaron á Free-Love, y lo encontraron en el camino —desmayado. Vuelto en sí, la primera palabra fué pregun- tar si era muerto ó vivo, y con la seguridad que tuvo pron- tamente de que se hallaba sano y salvo, se felicitó á sí mismo de su dicha con tanto calor, que convenció á cuan- tos le rodeaban de que solo se ocupaba de sí mismo. No fueron menester muchos preparativos para hacerle saber el destino de Lady Eufrasia. A esta relacion sacudió la cabeza diciendo que habia previsto ya la desgracia cuan- do habia visto retroceder los caballos en este abominable camino; repitió muchas veces que era una desgracia, y pareció inquieto de lo que diria el marques, y que no le echasen en cara que habia sido la causa de ella. - Mr. Murry, el caballero en cuya casa habia sido reci- bido, se habia ofrecido á ir á noticiar á la familia de La- dy Eufrasia este triste suceso, y Free-Love habia acep- tado este ofrecimiento, declarando que él no estaba en es- tado de llenar tan desagradable comision. Despues de haber oido á Mr. Murry, pasóse algun tiem- po antes que el marques pudiese decirle que deseaba que el cuerpo de Lady Eufrasia fuese llevado al castillo, donde se le harian los honores fúnebres debidos á su ran- _go y nacimiento. La casa adornada para la solemnidad _de una boda, fué tapizada de negro y llena de todos los _atavíos que distinguen á los símbolos de la muerte. El marques y la marquesa ocultaron su dolor en lo i in- > ed de sus aposentos mas retirados, mientras que los riados llenos de admiracion y de vips secibian el cuer- ) de su desgraciada ama. A A h $ e “momentos en:que L pttios A ri su E los consagraba “aL marques. - La dy E bia. «sido para él un objeto indifere y aun re a pero su género de muerte habia hecho suceder á estos sen- -timientos el de la lástima, y ARES: dl sin- ceras con las del marques. Lady Marta y Lady Araminta tuvieron las mismas. io? ciones y cuidados por la marquesa. Todo el tiempo: que no pasaban al lado de Lord Cherbury, lo dedicaban á ella: no combatian con ineficaces argumentos un dolor que la naturaleza reclamaba como un tributo; pero le mean participando de él. Lord Chebury no recuperaba la razon sino por interva los cortísimos, los cuales aprovechaba su hijo para calmarle, él por su parte empleaba en dar gracias á Mortimer de e cuidados que le tributaba, y á felicitarse por ver acexr- cárselo su fin. Mortimer estaba cruelmente afectado de este desalien- to de su padre, el que tenia motivos de ereerlo fundado. Las campanas, que dejaban oir ya sus sonidos lúgubres pa- ra la ceremonia fúnebre de Eufrasia, parecian anunciar- le este triste suceso. Las cosas estaban en esta situacion en el castillo, cuan- do. legó á él Oscar, acompañado de Sir Cárlos Bingley, y sin darse á conocer, hicieron pasar recado al marques de si podian hablarle para un asunto de importancia. | Reci- biéronles con la persuasion de que venian de la pa rte de “Free-Love, á quien el marques y la marquesa por amor á “la memoria de su hija, resolvieron hacerle buena acogida. '"El'marques conocia á Sir Cárlos, y este conocia tambien al marques. Sorprendióse de verle; pero su sorpresa fué mayor cuando Sir Cárlos tomando á Oscar por la mano, se “lo “presentó como hijo de Lady Malvina Fitzalan y here- dero legítimo del conde de Dunreath. El marques estuvo -tan' confundido y turbado, que: su confusion y: turbacion “habrian bastado :de por sí para acusarle y convencerle, si “una prueba semejante hubiese sido necesaria. Al fin eon voz, trémula pidió las pruebas de loque decia Sir Cárlos. PA 7 e uso. NES pocas. pa EAS las Ne. N Fooidufedd é á dll el testamento hasta lle-. manos de Oscar, á lo cual añadió ó que. la. nobleza, rosidad de los sentimientos de su amigo, le hacian. ar salvar el honor de las personas con las que le ¡Unian. vínculos de la sangre, y que solo rehusando el marques. reconocer. los justos derechos que el testamento le daba,, podia detener su resolucion de emplear todos los. aya mientos posibles á á su ejecucion. La agitacion del marques llegó á ser estrema. La muer-. te de su hija acababa de hacerle perder su felicidad, y. ademas se veia á punto de perder el honor: una hora. am. tes. creia que su miseria no podia recibir aumento, : y en- tonces se convenció de que la pérdida de su reputacion la, aumentaba aun, y ella sola podia hacerla completa, La. pública estimacion, el pensamiento de que no miren, co-. mo merecidas las desgracias que nos oprimen, es un bál. samo- derramado. sobre. las llagas del alma, víctima de: los, acerbos disgustos. El marques tenia. desu. patrimonio una, fortuna mas que suficiente para todos sus gastos: estos iban, á reducirse. de todo cuanto añadia á ellos el fausto. y. disi- pacion de Lady Eufrasia, y de cuanto habria añadido to» dawía. En esta situacion era de sentir que le era tan, inás. tib; como era injusto retener lo que no. era suyo; pero. te=, mia, que sometiéndose tímidamente y al instante Iaismo, á loque le pedian tan precipitada é é inopinadamente, da- ba ál entender que reconocia su improbidad anterior. Sus, remordimientos le decian que reparaso la injusticia; pero, un. 11so honor se oponia á esta. reparacion, “Incierto sobre el partido que tomaria, guardó por algun, tiempo silencio; pero al fin, pensando que su misma incer- tidumbre le venderia de lo que tenia mas ganas. de. ocul- tar (á. saber, que hubiese tenido conocimiento alguno del testamento), dijo con alguna firmeza, que hasta que hubie-, sesexaminado este asunto | que acababan de presentarle 14 1 rimera vez, no podia tomar ningun partido decisi: (3 y que este exámen pedia algun tiempo, sobre. todo, en las Le —18= tristes circunstancias er en que se hallaba. Si este señor, añadió dirigiéndose á á Sir Cárlos, hubiese tenido la genero- sidad que le atribuis, no hubiera venido á entablar un asunto de esta especie en las E iido o desgraciadas en que me hallo. Los privilegios del dolor son sagrados para un hombre delicado y sensible, y estos han sido des- conocidos y violados en mi persona cuando vienen á pre- sentar tamaña reclamacion antes de haber tributado los últimos deberes á una hija que lloro. Sir Cárlos y Oscar se conmovieron vivamente de este reproche: ambos ignoraban el suceso tan reciente de la muerte de Eufrasia. Luego que Oscar volvió en sí de la sorpresa que le habia causado lo que habia dicho el mar- ques, sintióse su noble corazon herido por la reconvencion de haber faltado á la delicadeza, y con tono enérgico y animado le declh6 que, si hubiese sabido la desgracia del marques, nada de este mundo le hubiera detenido á pre- sentársele en tal momento; que compadecia y respetaba su dolor, y le suplicaba que creyese que esta declaracion era sincera; y mientras hablaba, algunas lágrimas que se le escaparon atestiguaron la sinceridad de sus protestas. El marques se conmovió á vista de estas lágrimas. Echóse en cara su dureza, y esta prueba sencilla de la sen- sibilidad de Oscar, habló mas en su favor en el espíritu del marques, que el mas elocuente discurso.—8i este jó- ven, se decia, hubiese tenido los sentimientos menos ele- vados, cuando yo le eché en cara el haber faltado á la sen- sibilidad, me podia haber replicado con ventaja, recordán- dome la injusticia y la inhumanidad de que soy culpable con él, y de las cuales tiene las pruebas en la mano; pero no, me ve víctima del dolor, y no ha querido romper la caña que el cielo ha marchitado y debilitado. Pensando en esto se enterneció, y alargando la mano á Oscar, le dijo: Veo que os he hecho un injusto reproche; pero yo repararé mi error. Suplicoos os contenteis por es- te momento eon la seguridad que os doy de que se hará todo cuanto sea justo, y que de cualquiera modo que se gi- ren los sucesos, deseo me conteis en el número de vuestros —I= scar le manifestó de nuevo el sentimiento que : hab erse presentado en semejante. circunstancia, - y le suplicó que dejase el asunto para otro dia. El mar- ques por « su parte siempre mas contento del modo y proce- dimientos de Oscar, le aseguró que no le haria esperar. mucho tiempo su resolucion. : Habiéndose quedado el marques reflexionando, se calmó poco á poco, y se halló en estado de pensar con mayor madurez en lo que debia hacer. El resultado de estas re- flexiones fué que no podia dejar de hacer una restitucion que su conciencia le prescribia, y las falsas ideas de honor le desviaban de ello. Todo cuanto podia esperar era eje- cutar esta resolucion salvando su honor, y para esto era preciso encontrar un medio. Al fin imaginó un plan, que se lisonjeó que la generosidad de Oscar adoptaria. Con-. sistia en declarar que el conde de Dunreath en su testa- mento habia hecho á Mr. Fitzalan heredero de sus bienes en caso que muriese Lady Eufrasia, y que en consecuencia iba á tomar posesion de ellos; que Lady Dunreath, cuya residenencia en la abadía no podia ocultarse, estaria de vuelta de un convento de Francia, donde habia pasado muchos años. El marques se proponia tambien decir á Os- car que la cautividad de Lady Dunreath no habia tenido. otro motivo que la mala conducta de esta muger, y el de- seo de impedir el ignominioso casamiento que queria hacer, y que él habia mirado como una quimera el testa- mento con el cual les habia amenazado á á fin de causarles miedo. Hecho este plan, su corazon quedó muy aliviado. Fue. se á ver á la marquesa, y despues de haberla preparado poco á poco, le dió parte de todo el caso. Añadió, que con- vencidos como debian estarlo de la fragilidad de las cosas . humanas, era ya tiempo de que hiciesen la paz con el cie- lo. La desgracia habia dispuesto el corazon de la mar- quesa á escuchar verdades, aprobó el plan,y pensó como su marido, que para sacar ventajas de él era menester eje- cutarlo pronto. En esta consecuencia el marques escribió á Oscar para darle parte de su resolucion, y al mismo BO tiérmpo"de”sus desoos “porel modo de” ejecutarla: Oscar: no“ensañó la confianza que el marqt a puesto en su” geñierós ad: “lejossu “alma elevada de-querer triunfar de un énémigo abatido, adoptó con alegría un medio de'sal= var el honor del marques. Pasó, pues, al momento al cas. tillo como él se lo suplicaba, E AA que todo se haria segun los'deseos del marques. APA “Puede que en éste momento el a cifadio: públicas hu= biese humillado tanto'al marqúes tomo una generosidad tal de parte de'un hombre á quien habia hecho una tan larga y cruel injuria. Esté contraste entre Oscar y él le despedazaba el alma, y le degradaba á sus propios ojos.” - Dijo á Oscar que luego que se hubiesen:hecho los últimos: deberes á su hija, lo arreglaria todo con él, y-podria pre= señtalse á la marquesa. Suplicóle que tomase cuarto en su” castillo, y asistiesé á los funerales: de Eufrasia como: uno de'sus” mas cercanos parientes. Rehusó Oscar la pri=- mera de estas proposiciones, y.con voz turbada ofreció has llárse en la triste ceremonia. Retiróse despues, y el mar- Eon que se habia: sostenido contra'su propio“dolor, por la * pacion” que le habia dado el querer: salvar:su honor; * sintió de*nuévo todo'el peso de «su desgracia. Deseaba: qúe Oscar no hiciesé” ya misterio de su: “calidad de here- deró del conde Dunreath; y él mismo dijo que amunciaria está nueva en la' casa: Por este conducto'lo supo “Lord Mortimer. Este'se” alegró infinito de saber que Amanda y su hermano” iban al: me á gozar de la peces aid verian dias mas felices. Pocas” horas despues: Lord Cherbury: isnemdibió: á sús disgustos y á su enfermedad: Sus últimas palabras fues ron bendiciones á sus hijos, las cuales recibió Mortimer” enternecido, bien diferente en esto de esos jóvenes endu= recidos «desnaturalizados por la disipacion, que parece que esperan con impaciencia los últimos momentos de un” padre; cuya muerte les dejará mas “abundantes medios pas ra satisfacer sus pasiones: El dolor de Mortimer se mitis: gaba por el testimonio de que nada habia descuidado de cúárito podia dar á su padre alguna tranquilidad, y por la* que Lord Cherbury jamas: hubiera sido felim: LC 2 q - 57 4 ida:=su conducta. - Resignóse,-pues, la "su co ¡ á esta pérdida> entimiento piadoso que Dios aceptaria el arrepen=" o del culpable, y:le admitiria enel seno y morada" + d: : > : En PY de la felicida 5 A LN" : o AA ¿Pocos dias despues dejó el castillo y sus desconsolados* dueños, y acompañó á Lady Marta y su hermana Aramin*" ta:á Tornbury, donde estaba el sepulero de su: familia:: Permaneció allí hasta la llegada del cuerpo desu padre, y > despues de los funerales salió para Lóndres para ejecutar: el plan que habia hecho para el pago delas deudas desu" padre.: No podia ocultar este paso á su tia; pero resolvió no' hacerle saber los préstamos que pedia sobre sus restan- tes"bienes, por temor de que no: concibiese sospechas des» ventajosas á la. memoria de su padre. * En medio de estos” cuidados, la idea de Amanda jamas* le abandonaba; ni los negocios ni-sus disgustos podian des= terrarla de su memoria. Sus esperanzas lisongeras y tier-= nas principiaban á revivir, cuando un inesperado golpe: las- tiastornó; y sumergió en una: situacion mas desgraciada aumsi hubiese sido posible, de-cuantas habia sufrido hasta entonces: Dijéronle en confianza que la hermana del cons" de de Dunreath (pues-Oscar habia conseguido-el título de: - suvabuelo) se casaba con Sir Cárlos Bingley. La amistad que'sabia: que habia: entre el conde y Sir Cárlos hacia la" cósa muy probable. Mas si le hubiese quedado alguna du- da; un suceso que supo al mismo tiempo acabó de persna-- dirle dela realidad de una desgracia que temia. Sir Cár- los mismo se dirigió á él para comprar Tudor—Hall, y" Mortimer no dudó que esto era para contentar los deseos de/Amanda. Incapaz de:contener sus sentimientos, diriw gió á Sir Cárlos á su” procurador. Acusó á Amanda de cruel, de ingrata: y de insensible 4 todo cuanto habia su- frido por ella. ¡Merecia'él ser desterralo tan prontamen*' te, y ser sustituido en su corazon por un hombre que jas mías habia podido darle tantas y tan fuertes pruebas de conistancia y de amor? Ella, pues; es perdida para: mí, perdida para siempre. Y ¡de qué me sirve que su amor — EN sea vengado, si mi desgracia es aun mayor? ¡Oh padre mio, qué bien me . habeis hecho perder! Mas no quiero turbar vuestras cenizas; perdonad la involuntaria - _espresion de un corazon despedazado. Amanda, continuó, será dueña de Tudor-—Hall, y no dará un suspiro á la memoria de aquel que fué su propietario. Ella se paseará bajo estas sombras, donde tantas veces ha recibido mis votos, los de un amor inalterable; votos ¡ay de mí! que mi corazon ha guardado con demasiada esactitud, y ella escuchará otros semejantes del nuevo poseedor. ¡Ah! este es el último golpe y el mas cruel que la suerte podia reservarme. Lord Mortimer, ó mas bien Lord Cherbury, que es el nombre que le daremos en lo sucesivo, se habia en efecto persuadido que el afecto que Amanda le tenia era como el suyo, constante éinalterable. Habia alimentado la idea de que buscándola de nuevo podria hacer su dicha y la de - Amanda uniéndose con ella. Es verdad que ahora ella poseia una fortuna mucho mayor que aquella sobre la cual podia él contar; pero despues las pruebas que le habia da- do de un amor desinteresado, ni ella ni la opinion del. mundo le sospecharia de tener motivo alguno de interes renovando sus proposiciones. Por lo que habia sabido, sus esperanzas se hallaban trastornadas y sus proyectos des- concertados. Determinábase, luego que hubiese conclui- do sus mas urgentes negocios, á pasar al continente, pues despues de la muerte de su padre ya no tenia necesidad - de abrazar la profesion de las armas. Su abatido espíritu y sus debilitadas fuerzas le impedian entrar en esta car- rera. Teminada la compra de Tudor—Hall por Sir Cárlos,'e era necesario que Lord Cherbury viese al procurador que allí tenia. Prefirió ir él mismo que hacerle venir á Lóndres, impelido por otra parte por el deseo de volver á ver por la última vez un sitio querido á su corazon por tan dulces recuerdos. A su llegada se alojó en casa de su procura- dor, encargándole que ocultase cuidadosamente su llegada. Despues de un paseo, en el cual habia recorrido todos los lugares que en otro tiempo habia visto con Amanda, en- Ma o on de música, € en el rrEni encontrado, EA tró en els sal norando absolutamente que estuviese en. el país. icilmente puede pintarse la sorpresa y la emocion sE erimentó á esta inesperada vista. Bastará decir que eseo que mostró Amanda de alejarse de él, lo habia ri Mido á su nueva pasion por Sir Cárlos. Cuando es- tuvo desengañado sobre este punto, y viéndose todavía amado, su alegría llegó al colmo, y declaró, lo mismo que Amanda, que estaba demasiado pagado de cuanto habia sufrido. ' A: e TA LALA oso Us red ss ys - odo . o ' t Pr FAS . to CAPITULO VI e Ad E Pero; mi. duerida: Amanda, dijo Lord Cherbury mientras esta se enjugaba las lágrimas que le habia hecho derra- mar la narracion de la triste suerte de Eufarsia, ¿pensais que vuestro hermano aprobará nuestra union, y consentirá en mi dicha? El que puede llevar sus miras tan altas pa= ra una hermana que en el dia reune la riqueza á la belle= za, ¡querrá darla á un hombre que no tiene que ofrecerle . sino un vano título? ¡Ah! dijo Amanda, una duda seme-" jante seria injuriosa á la noble y generosa alma de Oscar. Sí, con el mayor orgullo, con placer y alegría dará su her- mana al hombre que ella estima, que ella ama, y á quien hollando vanas preocupaciones é intereses viles, la habia buscado en la oscuridad, abandonada, sin amigos ni pro- tectores para poner á sus piés toda su fortuna. Mas si estas ideas difiriesen de las suyas; si intentase obligarme á hacer otra eleccion, mi corazon resistiria á sus esfuerzos, y le confesaria mi resolucion que nada puede hacerme mudar; pero Oscar es incapaz de semejante con- ducta; todos los sentimientos generosos están en su alma; en fin, su bi há se Ll al e eos no , puedo pega E 6 4 la estrechí 15 con mas querida. y la mas amable de. 0) ce a cu cdi sois. slk oa tan. torta qá RitURCIBR: creo soñar, citas e, pero. ¡gran Dios!. ¡que este sueño no se disipg jamas! da Amanda se acordó entonces, de que si permanecia As; tiempo ausente de la casa de los Edwin, estarian inquie- tos y vendrian á buscarla. Hizo esta abservacion as Cherbury y se levantó para partir, a) el quiso aco! mpa- ñarla, en lo que ella consintió. 4 A su vuelta encontraron á la nodriza y á . Det La sorpresa de la madre á la vista de' Lord Cherbury as es- trema. Mezclábase en ella algun poco de indignacion al pensar en la infidelidad del Lord á su querida hija Aman- «da; pero cuando: la: desengañaron, su alegría: llegó hasta los trasportes. Dios*sea:loado; dijo ella: Ahora volveré á ver á mi que- cid: hijalevantar la cabeza y mostrarse tan hermosa cos. mo siempre: ¡Oh! jamas he podido: creer'que Milord fuer. sevuno de estos hombres falsos y engañosos: de que mi vie= ja abuela me hablaba siempre. Buena nodriza, le:dijo: Lord: Cherbury: sonriéndose; ¿quereis darme á vuestra querida: hija, y dármela: de:todo:corazon? Sí, Milord, os la: daria ahora mismo si pudiese: - aa dear —Mi'querida, dijo Amanda,: Milord ahora se. contentará «cón que le deis de-comer. ¿Al mismo tiempo pidió que pu- sieran: la: mesa bajo elemparrado que: hemos descrito al: principio de esta: ubra, y se fué allá con Lord: Cherbury. Este proyecto de comer puso á la nodriza y á su hija en un'grande embarazo. ¡Qué desgraciada soy! dijo la: mas. dré; de no" tener nada caliente ni nada: bueno que rd Milord! - ¿Cómo comerá carnero frio y ensalada? Esto culpa de Miss Amanda que no quiere dejarme hacer ¡ fantasía. Costó mucha dificultad el persuadirle quo Mi .. lord se contentaria con cualquiera cosa. Añadióse to eo adiciones y : iones comunes lada idas se: pá: ue > s fá ilmente la felicidad. A AA rd Ch Tbury. se sentia mas resignado: por la diminu- m de su fortuna,-que sin embargo le dejaba suficiente «para. las. comodidades de la vida. El lujo, al que debia renunciar en lo sucesivo, no tenia aprecio en su concepto: “En este mismo. momento. -esperimentaba cuán inútil era «para ] la felicidad; y sobre todo. veia que Amanda no lo sen- tia mas que « él. ¡Qué.es el mundo, sus pompas y sus pla- DA para «dos: seres que halla el uno en el otro todo: lo “que, le la imaginacion puede. pintar de bellezas, y todo cuan-- to el corazon puede desear de delicias? rra: ¿Toda la naturaleza parecia sonreirse á su alrededor. »spiraba el olor agradable delas: primeras flores. A tra= ves. le. 1 la sombra-que le. cubria, entreveia el brillante ce= | este de los cie los, y sentia la benigna influencia del astro lia cuyos poderosos rayos aclaraban todo el paisage, y aban á las bellezas de.la naturaleza todo su brillo. > Ma- »staba estas «sensaciones á Amanda, á la cual oia decir e que eran igualmente los suyas; y aun esta con el dulce en- tusiasmo de- un. espíritu. delicado y animado alababa á su : o la eaeope cantadora que tenia á la vista. ¡Oh qué a iernas- se Je despertaban: ¡qué plan deli- -cioso de : edad tra e IS Soda. Mita ¿dr EA ido Si Dll separacion; y si su:amor y sn Dc ella hubiesen podido recibir pet lan aumentad 0;por su relacion: js éeiiv, 5 ; eron del jardin hasta la noche. pr! co ió Aranda «ponerse el-sol,.cuyos rayos al nacer“por tana habiam encontrado sus ojos -oscurecidos de lá- _£grimas!. Vuelta á á casa notó que e la. nodriza se habia ata- ,viado con los mejores . vestidos, y habia enviado á buscar al tocador. del harpa, que se sentó fuera de la casa. Elins- | _frumento atrajo luego muchos vecinos á cuyo son les vino tentaciones de ponerse á bailar. La nodriza. quiso impe- -dirlo diciéndoles, que sus huéspedes tenian necesidad de descanso; pero Lord Cherbury quiso que se les contenta- se, y les hizo dar refrescos, como igualmente una gratifi- cacion al tocador del harpa. No quiso separarse de Amanda hasta haber conseguido su permiso de volver por la mañana luego que estuviera visible. La primera voz que oyó al despertarse fué la de Lord Mortimer conversando con la nodriza. Puede uno figurarse que no emplearia mucho tiempo en el tocador. La grande sencillez de sus vestidos y de su peinado exigia muy poco. Bajó luego, y. fueron á pasearse hasta que el . desayuno estuviese dispuesto, hollando juntos al rocío de la mañana y cogiendo en su primera frescura la flor que se abria. Esperando Amanda de dia en dia á su hermano, quiso poner en noticia de sus huéspedes la mudanza sobreveni- da en la fortnna de Oscar. Tomó una ocasion en la cual ayudada de Lord Cherbury pudo noticiar este acaecimien- -to á la nodriza, pues si hubiese estado sola la habria abru- mado con preguntas. La alegría y la admiracion tras- portaron á la buena muger, y su impaciencia por comuni- car á la restante familia lo que acababa de saber dispensó á Amanda de repetir lo que le habrian preguntado cente- nares de veces. lO _Lord Cherbury comió con Amanda como el dia anterior. La esperanza de la próxima llegada de Oscar no fué enga- ñada. Mientras estaban sentados en el jardin despues de la comida corrió á ellos la nodriza sin aliento deciéndoles que veia venir por el camino un hermoso coche tirado por cuatro caballos, que seguramente seria Lord Dunreath. Lord Cherbury se conmovió. Amanda no quiso que se viese con Oscar antes que ella le hubiese dicho todo cuan- o era necesario que supiese relativo á á Lord Cherbury. —8l— ' xjó al jardin por un sendero ocu o, mientras Aman- da orrió á casa para recibir á su hermano. Su primer re- -cibimiento fué tierno y sentimental. Los Edwin se acer- “caron á Oscar espresando su contento, y manifestando en stilo sencillo y natural sus enhorabuenas por su feliz ortuna, y sus deseos de que la disfrutase por mucho tiem- po. Dióles gracias Oscar con la mas tierna sensibilidad; aseguróles que los cuidados que habian prodigado á su “hermana, á su desgraciado padre y á él mismo en su in- fancia les daban derecho á su eterno reconocimiento. Lue- go que él y Amanda pudieron desembarazarse de estas buenas gentes sin mortificar su sensibilidad, se retiraron al aposonto de Amanda, en donde Oscar principió por con- tarle todo cuanto habia pasado entre él y el marques de Rosline.- Inmediatamente despues de los funerales de Lady Eu- frasia, el marques segun su promesa lo habia arreglado todo con Oscar, y le habia puesto en posesion de la ababía de Dunreath. Segun los deseos que el marques habia mani- festado, el mismo Oscar habia ido á noticiar á Lady Dun- reath su libertad, suplicándola no desmintiese los rumores -que querian esparcir de que ella volvia del continente des- pues de haber pasado allí muchos años. Confiésoos, añadió - Oscar, que su crueldad con mi madre, y el desórden de su conducta me habian dado fuertes prevenciones contra ella. En cuanto á la justicia tardía que nos hacia, la atribuí á su resentimiento contra el marques. Pero al entrar en su -aposento, estas prevenciones hicieron lugar á otros senti- mientos mas dulces. Dióme verdaderamente lástima vien- do su sincero arrepentimiento. Aunque preparado á ver su figura muy alterada por el dolor y encarcelamiento, de nin- gun modo esperaba ver una tal destruccion. Era un verda- -dero espectro, un esqueleto. Como yo entre despues de ha- berla hecho prevenir por Mistriss Bruce, y entré solo, ella me saludó con la cabeza, única señal que daba de que vi- - via. Pornada de este mundo habria roto tan terrible silen- cio. En fin, con una voz que me llegó hasta el alma im- —ploró mi perdon por el mal que me habia echo. Aseguré- —88— Ja:diferontes.weces que selo. concedia de todo mi corazon; «pero: mis. seguridades. no sirvieron .mas: que. para aumentar usuagitacion. Sus lágrimas y. sollozos. me hicieron. conocer :das agonías que padecia. He. vivido, me dij 0, para. justificar “Jas miras de la: Providencia entre los hombres, y.para pro- «bar que por mas. calamidades -que sufra el hombre virtuo- 50, jamas le “abandona. - Ella recompensa las virtudes de Estena y su esposa en sus descendientes: He vivido para ver cumplidos mis deseos, y para ver cómo mi arrepenti- «miento conduce este momento feliz: en adelante dejaré la «vida mortal sin sentimiento. —Manifestóme sus ardientes «deseos de ver 4 su hija. Las lágrimas de compasion de ¿una madre, me dijo, podrán ser un bálsamo sobre las lla- gas de mi corazon. ¡Ah! en mi desesperacion le he profeti- zado muchas veces el castigo que la esperaba, y otras tan- tas rogaba al cielo que no lo uescargase sobre su cabeza. Dí parte al marques de los deseos de su madre política: «la: marquesa lo rehusó al principio por temor de tener á la «vista la de una madre ultrajada, pero al fin consintió, y me rogaron que fuese por Lady Dunreath y la acompañase á .casa de la marquesa. No puedo describiros la escena que presencié. La ternura maternal por un lado, el arrepen- timiento y horror de la marquesa señalados en el semblan- -.te.de esta, siempre-que miraba á su desgraciada madre no pueden borrarse de mi imaginacion. Propuse á á Lady Dun- reath si queria continuar en la abadía, pero decidieron al ¡2afin.que se quedaria al lado de la. marquesa. Sus últimos «momentos tal vez los endulzará la presencia de su hija; «pero hasta «ahora creo que su desgracia se ha: aumentado con la del marques y de la marquesa. Estos se hallan en esta terrible situacion á la cual ningun alivio puede dar- se, enque el dolor del alma no tiene remedro, y en:que, «segun la hermosa espresion de uno de nuestros. modernos escritores, las puertas de la e. e están pre la "desgracia y la esperanza. ; “Entonces Amanda, despues de h habe «vacilado. Jullcoo, «¿dió cuenta á Oscar de su verdadera: «situacion con relacion -'4 Lord Cherbury, y suplicóle creyese que jamas se le ha- . -p —80— bria ocultado sino hubiese temido darle disgusto. Cuan- do hubo acabado, Oscar la abrazí tierna sente, y le mani- festó cuánto se alegraba de que hubiese encontrado un ob- jeto digno de ella y tan capaz de hacerla feliz. Mas ¿dón- de está este querido amigo? le dijo alegremente. Debo bus- “carlo como un silfio preferido en vuestro ramillete, ó mas ¿uo estará en algun parage del jardin? es - Vamos, vuestras miradas me dicen que no os daa rá esta pesquisa; entremos al jardin. Lord Mortimer los - tenian necesidad y vió acercarse. Amanda le hizo señas; adelantóse él, y Amanda le presentó á Lord Dunreath. La acogida de recibió fué una de las mas lisongeras pruebas que pudo tener de su cariño, pues en este primer recibimiento, Lord Dunreath le dirigió las espresiones mas animadas de bene- volencia y amistad. Losescesos de alegría y de dolor son dificiles de pintarse, y así no intentaré describir esta esce- na. Lord Dunreath habia enviado su equipage y criados á la posada de la poblacion donde pensaba alojarse; pero “Lord Cherbury lo apartó de este intento, diciéndole que podia alojarse mas chmodamente en casa de su procurador. Allí, despues de haberse retirado al anochecer, Lord Cher- bury espresó sus deseos de unirse sin mas tardar con Amanda, y habiendo convenido en los preliminares dispu- sieron que se casarian estando Amanda todavía en casa de Edwin, desde donde los recien casados pasarian á casa de Lady Marta. Para esto era precisa una licencia eclesiós- tica, y acordaron ir ambos á buscarla al dia siguiente. En el desayuno dieron cuenta á Amanda de su plan, y aunque esta manifestí 1 modesto rmado en su cara, no hizo el melindre de pre entar objeción alguna. Los viageros se despacharon con la mayor prontitud, y ála vuelta, dugu de allí á dos dias, á su peticion de que el casamiento se verificase al dia siguiente, Amanda sin afectar una modestia que en realidad tenia, consintió en ella. | : Enviaron á bus á 4 Howell, y puÉnOn la hora. en que din puinisterio. Sus mer llenas de TOM. VI. ts Y — Y) — una dulce alesría manifestaron á Amanda el gusto que te- nia de verla feliz. | ! | . A la mañana siguiente Lord Dunreath y su nuevo ami- go, se fueron á casa de lidwin, y algunos momentos des- ues se unió con ellos Amanda, modelo perfecto de la ino- cencia y belleza. Presentése esta del mismo modo que se pintaria la dulce sencillez adornada con los elegantes ' atavíos de una aldeana, sin otros adornos que los que no pasan de la modestia y dulzura. . Los sentimientos de Lord Cherbury no pueden deseri- birse. Leíase en sus ojos la alegría de un triunfador por la posesion de una muger tal; pero en los de Lord Dunreath solo se veia pintada una dulce melancolía al ver la felicidad de Lord Cherbury, pensando en la que habria podido gozar si no hubiese sido víctima de la mas negra perfidia. : Cuando Lord Cherbury «se apoderó de la mano trémula de Amanda, al salir de la casa de Edwin para conducirla al altar, suspiró ella al dejar esta habitacion en la cual habia principiado su actual dicha. Eos esposos camina-- ron hácia la Iglesia seguidos de la nodriza y toda su fami- lia. Una mano amiga habia esparcido flores recientes so- bre la sepultura.de Malvina, y cuando Amanda pasó por su inmediacion se detuvo un momento invocando la ben- dicion de sus padres para su union. $ 3 Howell estaba ya en la iglesia, y la ceremonia se veri- ficó al momento. ¡Cong ccion tan dulce dió Lord Dunreath su amable her ord Cherbury, y con qué trasportes de la mas p legría Cherbury como el prese so que el cielo po- dia hacerle! A UN | S Cuando despues de la ceremonia reli bury estrechó contra su pecho á Am anda, ¡uger suya, esta derramó un torrente de lágrimas de a a al ver lle- nada una union con tanta ansia deseada, y de cuya reali- zacion habia desesperado tanto tiempo. 1 Cherb enjugó sus- lágrimas, y cuando hubo recibido lolas y - r "< Mo A » — gi felicitaciones de su hermano, este la presentó al corto nú- mero de asistentes. W E Dios sea loado, dijo la nodriza; mis deseos se han llena-. do ya. No he cesado de rogar todos los dias por mañana y tarde para poder ver á la hija del querido capitan Fitza- lan bien casada. La pobre Elena llorando de alegría, de- cia: Ahora soy feliz, que lo es mi querida señorita. Con- movida vivamente Amanda de las sencillas pruebas de afecto que recibia, y no podia agradecer á estas buenas gentes sus demostraciones, sino por una sonrisa. l Observando Lord Cherbury su agitacion y su imposibili- dad de hablar, tomó la mano á Edwin y á la nodriza di- ciéndoles: Lady Cherbury no olvidará jamas los cuidados y buenos oficios que ha recibido de Miss Fitzalan. Habian ya hecho el regalo de boda á Edwin y á su familia. Lord Cherbury hizo uno muy hermoso á Howell como una señal de su sincera amistad, y distribuyeron igualmente dinero á los pobres del pueblo. p Lord Cherbury dió la mano 4 Amanda para subir al coche que debia llevarles 4 Tornbury con Lorá Dunreath. Des- pues de huber hecho un cuarto de milla se encontraron cerca de Tudor-Hall. Mientras iban á dar la vuelta al bosque, Oscar dijo: Permitidme, Milord, que me detenga un momento, pues quisiera dar una ojeada á esta casa; ba- __jemos. Lord Cherbury experimentó algun embarazo, y - sentia una fuerte repugnancia en volver á ver una casa que ya no era suya. Sin embargo, no quiso contrariar al conde. - cid — de dE Amanda « seado que su: ro no oponiénd avenida. Era u bosque y alinez céspedes es les formaban eE marido, y hubiera de- ano.no hubiera he 1o esta demanda;pe- ¡adie, bajaron al entrar en la grande larga y hermosa, calle cortada en el la casa; por una y otra parte habia altados de flores; los frondosos árbo- cabezas una sombra.espesa. La en sus troncos, y Una gran va- ,s arbustos llenaban el aire de olorosos 2 pe PM La mañana no estaba muy adelantada; las gotas del ro- -cío brillaban aún sobre el césped, y el verdor estaba en toda su frescura: las claridades del bosque dejaban ver un hermoso riachuelo de agua cristalina, á las orillas del cual terminaba en dulce loan: una verde pradería poblada -de ganado, ostentando toda su riqueza al sol. Los pajari- tos animaban toda esta escena; la calma, en fin, y los en- cantos del sitio arrancaron un suspiro al dueño que acaba- ba de verle salir de sus manos. ¡Ah, se decia á sí mismo, cuán feliz habria sido cuidando todavía estos viejos árbo- les á la sombra de los.cuales he pasado tan dulces horas! - Entraron en el vestíbulo, cuyas puertas estaban abier- tas. Era una grande pieza construida al estilo gótico, á la cual daba luz una hilera de ventanas en cuyas aberturas se hallaban mirtos y rosales, que esparcian dulce perfume, daban á la casa un aire de fiesta y alegría. El vestibulo comunicaba á una grande sala, hácia la “cual se adelantó Oscar seguido del resto de la compañía. Pero ¡cuál fué la sorpresa y gusto de Lord y Lady Cher- bury cuando abiertas las puertas se les presentaron Lady María y Lady Araminta Dormer! Lord Cherbury pareció pn momento vuelto en estátua. Las caricias de su tia y hermana, que dividian entre él y su esposa, le reanimaron; pero al volvérselas, puso los ojos en Oscar pidiéndole una “esplicacion de lo que veia. ¡Una esplicacion, Milord, dijo Oscar! No os la daré hasta que nos hayais dicho que so- mos bien llegados en vuestra casa. ¡En mi casa! dijo Lord Cherbury mirando á Oscar con la mayor admiracion. En- tónces Lord Dunreath se a J : - dotan amable; la benevolencia este 1 | fisonomía, y su semblante el de un ángel enviado del cielo para hacer bh ¡ombres Perdonadme, queri dado un momento de pesadumbr ro he querido proporcionaros ul Escocia vúestra pasion hácia mi he + tock me lo dijo, como igualmente que no os aa dar uno á otro. Viendo en los PeDoiE públicos que 'Tudor- .s bo. «DES . Hall se vendia, suplique á á Sir Cárlos Bingley que la com- prase por mí en su nombre, por el presentimiento que te-- nia del suceso que hoy nos reune, y para hacer un regalo de boda á mi hermana que pudiese gustarle. Permitidme, . puesañadió, tomando á ambos la mano y uniéndolas á la suya, permitidme en presencia de las personas que amais, que os entregue esta respetable morada, que va á ser tes- tigo de vuestra felicidad doméstica, y el asilo donde los desgraciados continuarán encontrando consuelos y socorros. Lord Cherbury estaba demasiado conmovido para poder contestar, y no pudo espresar esta impotencia sino con pa- labras cortadas. No me hableis, dijo Oscar, de reconoci- miento, si no quereis afligirme. Olvidad y para siempre el que hayais cesado de ser propietario de Tudor—Hall, ó si os acordais, sea solo para pensar que recobrándolo habeis to- mado sobre vos una carga bien pesada, que debe modera ros el sentimiento demasiado vivo de la obligacion que creeis tenerme. Lord Cherbury se sonrió mirando la ama- ble carga que decian que en adelante pesaria sobre él. Y yo, esclamó Amanda arrojándose á los brazos de Os- car, ¿qué diré 4 mi hermano para darle gracias de su ama- ble beneficio? Nada, contestó Oscar: Calmaos solamente, y ocupaos de recibirnos bien en vuestra casa. En seguida presentó su hermana á Lady Marta y Lady Araminta, las cuales la abrazaron, y la felicitaron de nue- vo como AA de la casa. paja despues á la cabe- > “nada habia visto de ¿q El amable encarnado ves de sus farkol párpados bri- El semblante > Ar dead habian ds á AIDA todo su brillo. Preguntaron á Oscar, ¿cómo lo habia hecho para prepa- rarles una sorpresa tan agradable á Mortimer y á su her- IAS mana? Dijo que habia escrito á las: der Tornbury co- municándoles su plan, y les habia suplicado se traslada- sen á Tudor-Hall, donde habian llegado el dia anterior po la noche. Lord Dunreath dijo tambien á Lord Cherbury que seguro de hacer una cosa agradable para. él, habia en- cargado á á su procurador que restableciese á todos los cria- dos en sus antiguas funciones, y convidase á todos los ar- rendatarios á una comida de boda. Lord Cherbury le aseguró que efectivamente era todo cuanto habria hecho él mismo. Despues del desayuno pro- pusieron un paseo por el jardin y los bosques. Los arren- datarios y criados estaban reunidos ya en el vestibulo y en la avenida del castillo. Lord: Cherbury se fué en me- dio de ellos, y la alegría que le mostraron de tenerle to- davía por amo, le afectó sensiblemente. Dióles gracias por su afecto, y recibió las enhorabuenas con la bondad y afa- bilidad que le caracterizaban. El paseo fué delicioso, há- cia el medio dia, buscaron la sombra y se retiraron bajo los toldos que formaban las madreselvas y lilas, en don- de encontraron refrescos traidos allí como por encanto. Hasta la hora de comer no volvieron á casa, y tuvieron el gusto de ver á las familias de sus arrendatarios puestos en largas Inesas, preparadas en el bosque con una alegría sen- cilla y sin reserva por la profusion que allí reinaba. Lord Cherbury hizo observar de paso á Amanda el aire de importancia que su nodriza se daba, sentada en la ca- becera de una de las mesas. La vanidad de la buena mu- ger se habia aumentado desde que ha ecibido en su casa á los nobles huéspe des. Cuando e vidó para que se ML á la fiesta, s su al Í límites. Tuvo cuidado de reunir, para irse a castillo, á to- das las mugeres de los mas ricos arrendat ios; contólas todo lo que : habia pasado en las cere pias. del casamien- to, cómo el conde se habia enamo de su cer cuan- do esta vivia en su casa, y las E por donde habia pasado su constancia. Dios les ayude! decia á las que le escuchaban con ansia: si os contara todos los peligros que han corrido, y las tribulaciones que han sufrido, os haria 4 95— estremecer. Ahora, añadió, ha llegado la vez de que mi querida hija camine con la cabeza alta entre las mas gran- des damas del país, y puedo decir sin lisonjearme, que mi querida Lady hará alguna cosa por mi, y no me dejará donde estoy, pues gracias á Dios puedo hacer algo mejor. Cuando llexó cerca de la condesa, se apresuró á recojer de ella la primera mirada afectuosa; pero esto, no fué todo. Siempre habia estado celosa de la importancia de Mistriss Abergwilly, que gobernaba tan cto de casa, y queria con el favor que le dispensaba Lady Cherbury, mezclarse en algo, para aumentar su importancia entre sus vecinos. Na- da queria ella tanto como el trabajo, y la escena presente era hecha para su genio, pues dentro y fuera reinaba una alegría tumultuosa y una agradable satisfaccion. Al prin- cipio ya mostró su intencion de meterse en alguna cosa ayudando a distribuir los refrescos á la comitiva, y cuan-- do pasaron al comedor, dando su parecer y sus consejos para el arreglo de la mesa. Mistriss Aberewilly, como to- das las personas consentidas por el hábito del poder abso- luto, no podia someterse á las órdenes de la nueva sobe- rana; sin embargo, ahogó su resentimiento, y dijo política- mente á Mistriss Edwin que no tenia necesidad de la ayu- da de nadie; que gracias á Dios, no habia llegado á su edad sin saber disponer el servicio 'dle una mesa. Ciertamente, replicó Mistriss Edwin, Mistriss Abergwilly lo. entiende perfectamente bien; pero hay to que pueden enten- «derlo tanto como ella. 7 A . BA Hacia mucho calor; Mistriss Pa se arremangó el ves- tido, que era na hermosa ropa de seda que abia sido de Lady Malvina, y púsose é á mudar los platos de sitio, 3 ciendo que ella conocia mejor que nadie el gusto de querida A revisaria las piezas de la casa y diria á Mistriss Ab Gn el modo de disponerdas. y colocar los muebles mejor. ee La camarera, en q hervia la sangre de una galesa, no pudo sufrir mas, y principió á maltratar á Mistriss Ed- win con algunas palabras medio articuladas, á las cuales contestó la nodriza con usura. Edwin entró en medio de » A —96— la querella. ¡Por amor de Dios! dijo, ¿no podeis tomar otro tiempo y otro dia para reñir, injuriaros y pegaros como dos brujas de Gales? ¡Qué dirán Lord y Lady Cherbú ¡Dios mio! ¡verguenza me dá una tal conducta! a reconvencion produjo un buen efecto, y las dos mu- geres estuvieron confusas; su cólera se apacignó y volvie- ron á ser amigas. Mistriss Edwin dejó la direccion de la mesa de los amos á Mistriss Abergwilly, contentándese con presidir en la de los arrendatarios y criados. La comitiva, al entrar, encontró 4 Howell en el comedor y su sociedad les aumentó el placer. Despues de la comi- da, los paisanos principiaron á| r en la avenida al son de la arpa, y proporcionaron á- “sus benéficos huéspedes el espectáculo agradable de su inocente alegría. Despues del tó, los hombres se mezclaron entre el bai- le. Lord Cherbury volvió prontamente á su Amanda. ¡Con qué éstasis escuchaba su dulce voz, cuando ella le decia con el acento del corazon que ahora era enteramente su- ya!. La memoria de los obstáculos que habia superado y de las penas que habia sufrido, hacia su dicha presente mas viva. En el discurso de la semana, todas las familias de la ve- cindad vinieron á Tudor-Hall á hacer sus visitas de boda. Recibiéronse y enviáronse invitaciones, y la casa volvió á ser la mansion del placer y de la hospitalidad. Mas la fe- licidad de que gozaba Amanda no la hacia olvidar los de- beres del reconocimiento. No era de aquellos seres per- sonales que, despues de haber arreglado, como dicen, su vida, se retiran á sí mismos en la esfera. sus propios goces. Su corazon era tan accesible como ja- mail calor de la amistad y á los movimientos de la com- pasion. Escribió á todos sus amigos de quienes habia recibido favores, en los términos del mas vivo reconoci- miento, y algunas de sus cartas iban acompañadas de re- zalos. Convidó. 4 Emilia Rusbrock á pasar á su casa; lo que fué aceptado al momento. Entonces hizo un descu- brimiento que le causó tanto gusto como sorpresa, sabien- do que Howell era el jóven ministro á quien ella queria E tan tiernamente y que le habian hecho abandonar por Pe ve. Howell habia ido á Lóndres á ver un hombre sdito que le protegía; habíase hallado en casa de la. e á quien hemos visto mas arriba que Emilia se ha- bia dirigido para conseguir algun socorro para su madre enferma. La bondad, la sencillez y la desgracia de esta jóven, habian interesado á Howell, y habia ido á verla y á Mlevarle algun alivio, pues la señora habia recibido muy mal á Emilia. Consolar, socorrer del modo que podia á los desgraciados, era para aquel jóven un placer tanto co- mo un deber, y le fuéa mas dulce dar algun pequeño so- corro y cónsuelo á los Rusbrockx, que á estos el recíbirle. Mas la compasion no fué por mucho tiempo el solo moti- vo del interes que tomó eu su situacion. Los modales amables y la conversacion agradable de Emilia acabaron de domar su desgraciada pasion hácia Amanda, y sustitu- yeron insensiblemente en su corazon la i imágen de Miss Rusbrock á la de Miss Fitzalan. El hacia-:4 Emilia la des- eripcion romancesea de la pequeña casa de campo á que la convidaba á participar. Hacíale esperar un.tiempo en que podria ser el asilo de sus padres, y donde, como un segundo padre, podria ayudarles en la educacion de sus hi- jos. Sus proyectos y sus esperanzas se desvanecieron al: * recibir la carta de Mistriss Connel, de que hemos hecho _Mmencion mas arriba. No quiso sacfificar el interes de la “familia de Rusbrock á su propia felicidad, y con una ge- * nerosidad que no le impidió el conocer todo el lleno de la pérdida, renunció. á su Emilia, para dejarla pasar á manos de un rival mas. rico y mas feliz. Cuando volvió á encon- trar á Emilia libre y siempre tierma para él, su alegría fué estrema, pintóla de nuevo el asilo campestre que le habia ofrecido, y bendijo con ella la mano benefactora « que habia dado á su padre la libertad. Lord y Lady Cherbu- ry se alegraron infinito al pensar que podian contribuir á á la félicidad de estas dos amables personas. Lady Cher- bury escribió al momento al capitan Rusbrock y á su.mu- ger sobre el asunto. Contestaron ellos que dando su hija á Howell llenarian el mas querido de sus deseos. Con- — 98 vidáronles á pasar á Tudor-Hall, y en el mismo altar en que un mes antes se habian formado los mudos de Lord Cherbury y de Amanda, recibieron la bendicion nupcial Howell y Emilia. Esta recibió con este motivo de Lord Cherbury un regalo de boda considerable y suficiente pa- ra asegurarle los modestos goces que su sencillez le deja- ba desear. Sus padres, despues de haber pasado algunos dias con los recien casados, se volvieron á su residencia satisfechos de la felicidad de su hija "ó llenos de reconoci- miento hácia sus bienhechores. El afecto de Oscar y Amanda Lord Dunreath les señaló una re los cortos bienes de Elena. 4 ¿El plan de felicidad doméstica formado por Amanda, se encontraba ya lleno en todas sus partes; pero esta felici- dad no era completa en tanto que no participase de ella su hermano. Oscar perdia de dia en dia la frescura de la juventud. Sus ojos lánguidos, su palidez, sus distraccio- nes en medio de la sociedad, manifestaban lo que su cora- zon sufria. Las lágrimas que tanto tiempo habia derra- mado Amanda por sus propias desgracias, las derramaba ahora por las de su hermano. Este habia escrito á Mis- triss Marlowe para instruirle de todo lo que le habia su- cedido despues de su separacion. Ella le habia contesta- do al momento dándole la-enhorabuena en los términos mas espresivos por el cambio de situacion: habíale dicho igualmente que Adela se hallaba actualmente en Ingla- terra en una de las tierras de Belgrave. Su carta era tris- te, y acababa con estas palabras: “Mi querido Oscar, la amistad se halla desterrada del rincon de mi hogar. Yo vivo triste y solitaria en mi pequeña casa, hasta que sien- to que mi corazon sucumbe á la memoria de las escenas que han pasado en ella; y cuando salgo de ella, los obje- tos que veo aumentan la amargura de estas memorias. Las ventanas cerradas, los senderos cubiertos de yerba, los criados de Wood Lawn tristes, todo me recuerda el tiem- po en que esta casa era el templo de la hospitalidad y la mansion del placer. Voy á menudo errante al rededor de divido á los de Rda. ' anual, y aumentaron — 99 —. la tumba del general, que riego con mis lágrimas, y apre- suro con mis deseos el momento en que estaré á su lado; pero mis últimas horas no serán tan dulces como las su- yas. No tendré una tierna hija que se incline á mi lecho de muerte para recoger mi último suspiro, y endulzar mis últimos dolores. En vano esperaré que las piadosas lá- ] grimas de la naturaleza ó de la amistad caigan sobre mis ojos medio cerrados. Moriré sin amigos que me cerquen, echándome en cara que por mi culpa los he perdido; to- davía me llorará algu o. Vos y mi Adela, tanto tiempo objeto de mis tiernos cuidados, vosotros sentireis á aquella cuyo afecto y dulce * tía durarán tanto somo la vida.” A CAPITULO VII, - Despues de la muerte de su padre, Adela habia sido lle- vada á Inglaterra por Belgrave, que se habia hecho un placer de mortificar su sensibilidad, separándola.de Mis- triss Marlowe, con quien sabia que estaba íntimamente unida. Los conocimientos de Belgrave la forzaron á fre- cuentar la sociedad, que de por sí jamas habria buscado, pues habia perdido toda su alegría, y solo era feliz en la soledad, en donde podia entretenerse con sus pasadas memorias. Cuando los terrores de Belgrave, por el asesi- nato que habia cometido, le hicieron salir del reino, envió su muger á Wood-House, donde puede acordarse el lec- tor que él mismo habia llevado 4 Amanda, de donde ha- bia sido echada por aquella imperiosa criatura; pero que- daba otra muger afecta á Belgrave y no menos insolente á cuyos ciudados fué confiada la desgraciada Adela, con érden de no dejarla recibir visita alguna ni comunicar con nadie. Acostumbrada desde su tierna juventud á ser tra- tada con dulzura y terneza, esta severidad la sumergi/ en una desesperacion, y la vida le pesaba ya. Su melancolía ó mas bien su paciencia y dulzura, mitigaro mel r)- gor de su carcelera, y le permitió esta esten — 100 — fuera del jardin, á cuyo recinto estaba hasta entonces con- finada. Mas ella no usó de este permiso, sino para visitar el cementerio del pueblo, sombreado por viejos tejos que habia notado desde sus ventanas. Ella gustaba de irá sentarse bajo su lúgubre sombra á la caida del dia: allí, oculta á toda observacion, lloraba al padre que habia per- dido, y á la amiga de la cual se hallaba tan cruelmente separada. Una tarde, permanecií en el cementerio mas tarde de lo que acostumbraba. La dulce luz de la luna hacia ser me- nos oscura la noche, y los triste! de una flauta que venia del pueblo eran el solo rul le oia. Sumergida en la tristeza, apoyada la cabeza en sus manos, olvidaba el tiempo, cuando de repente ve levantarse de una tumba inmediata una figura. Sobresaltose, gritó, pero no tuvo fuerzas para moverse. Sin embarco, distinguió luego un anciano, pero aproximándose le dijo: No tengais miedo. Su voz tranquilizó á Adela. —Creia, la dijo él, que este si- tio solo era frecuentado por mí y por la desgracia. —Ñl es- tá consagrado á la desgracia, contestó Adela, tengo dere- cho á entrar. Estas palabras que se le escaparon, pare- cieron afectar mas profundamente al: estrangero. — Cómo! ¿tan joven y ya la desoracia os conduce á este sitio! Mas los disgustos de la ¡juventud son mas soportables que los de una edad avanzada, en que se sobrevive á los objetos que nos aficionan á la vida.—¡Ah! esclamí Adela, tambien yo estoy separada de lo que EOÍA. El estrangero estu- vo pensativo algunos minutos apoyado eontra un árbol. Al fin dijo: es tarde, permitidme que os acompañe á vues- tra casa, y decidme si puedo esperar volveros á ver ma- ñana en este mismo sitio. Vuestra juventud, vuestro por- te, vuestro abatimiento, todo me interesa. Lai imagina- cion aumenta á veces los disgustos de la juventud. Me direis los que mas osinquietan; pero es una debilidad aban- do ellos, y esta debilidad puede ser combatida con : ¿ser razonable, haciéndole conocer los males Pu pelo seros tambien útil contándoos los mios, si quereis hallaros me3ana por la tarde en este triste y SsO- A gar san ata — 101 — litario sitio, que habia visitado á la. misma hora sin eñ- contrar en él ningun ser viviente. La figura respetable, el tono patético y dulce del estran- gero; afectaron fuertemente á Adela. Mirábale con ojos e go semejantes á los con que miraba la benéfica fiso- nomía de su padre. Os volveré á ver mañana, le dijo á ella; pero creed que mis disgustos no son imaginarios. No quiso que la acompañase, y “halló en este encuentro algu- na cosa penetrante y romancesca, que ocupándola fuerte- mente le atrajo alguna y mitigacion á su acostumbrada tris- teza. Al dia signiente taba ya antes de el táronse en la inmediacion de la tumba de donde le a visto levantar el dia anterior, la cual se distinguia de las otras por algunos arbustos flo- ridos que le cercaban, y principió su historia. No estaba todavía muy adelante en ella, cuando Adela -principió á escucharle con la mayor emocion. Tembló, y su agitacion se aumentaba por grados á medida que él hablaba. En fin, tomando la rmano del anciano, esclamó: Ella vive, la muger que llorais vive todavía, vive solitaria, y vos sois el objeto de sus tiernos sentimientos: no, jamas os ha sido ta á la cita. El estrangero es- XL infiel. ¡Oh mi querida é inestimable Mistriss 2 Marlowe, qué dieha para la hija de vuestros cuidados, pensar que os volverá el esposo que tan tiernamente habeis llorado, y que encontrareis su corazon abierto para recibiros! Los sollozos casi convulsivos del estrangero hirieron los oidos de Adela. Estuvo él mucho tiempo sin poder hablar: al fin, levantando los ojos al cielo, esclamo: ¡Oh Providen- cia! gracias te sean dadas: aun estrecharé contra mi cora- zon al objeto de mi ternura. ¡Oh mi querida Fanny! ¡qué injustamente te he tratado! Aprended con mi lo, continuó dirigiéndose á Adela, á no dejaros llevar de la precipitacion. Si me hubiese tomado tiempo para exami- nar cuidadosamente la conducta de mi muger, y fúfñose resistido á lawiolencia de mi pasion que me im ella, ene años de desg da nt e (de E de ko YTre E briamos aho, — 102— traré mi antigua y desgraciada compañera? Adela satis- fizo á su pregunta, y al mismo tiempo le dió á conocer su propia situacion.—¡La muger de Belorave! esclamó des- pues de haberla oido. ¡Ah! ya no me admiro de veros des- eraciada. Ya es tiempo de decir que este estrangero era el viejo Howel, el desgraciado padre de Juliana y el marido de Mistriss Marlowe. Este dijo á Adela que el objeto de sus sentimientos encerrado en la tumba, cerca de la cual le veia sentado, habia sido precipitado en ella antes de tiem- po por el crímen ¡de Belga Adela le dijo que no le 1llaria medio para violar la prohibicion, y que ella le ta carta que podria lle- var á Mistriss Marlowe para prepararla á verla. Adela no pudo poner en ejecucion esta promesa, por un suceso tan importante como inesperado. Al dia siguiente le despertó un gran ruido en la casa, como de gentes que iban y venian con la mayor turbacion. Vistióse de prisa para ir á ver lo que era, cuando una criada entrando en su aposento con precipitacion, le dijo bruscamente que el coronel Belgrave habia muerto. Hor- rorizada y atónita Adela, se quedó petrificada. La mu- chacha repetia lo que acababa de decir, y añadió que ha- bia muerto en país estrangero, y que traian su cuerpo á Wood-House acompañado de un frances que parecia ser sacerdote. Las diferentes conmociones que esperimentó Adela en este momento eran demasiado fuertes: así se en- contró mala, y pasíse mucho tiempe antes que volviese en sí, y que pudiese dar algunas órdenes á los criados, que desde este momento principiaron á mirarla con otros ojos que lo.habian hecho hasta entonces. Encargó que se tu- viese toda especie de atencion y respeto al sacerdote fran- ces, y que se hicieran á los restos de su marido todos los honores fúnebres. Ella no podia sentir la muerte de Bel- sap ero estaba penetrada de un sentimiento de horror im e la muerte prematura que le habia, alcanza- su país, de sus parientes y de sus amigos. > —103— Los últimos momentos de Belgrave habian sido en efec- to mas horribles de lo que ella podia imaginar. Habíase ausentado de Lóndres aterrorizado por el asesinato que creyó haber cometido, y aolorido por el destino de Aman- da, que Bingley le habia pintado tan enérgicamente. Es- forzóse á á ahogar sus remordimientos con el vino; pero sus escesos juntos con la turbacion de su alma, le dieron una calentura que se acrecentó de tal modo en su paso de Dou=" vres á Calais, que cuando desembarcó en Francia, si le hu- biesen escuchado con atencion, hubieran cónócidó' en su delirio los crímenes de que se sentia culpado. Antes de morir recobró un poco la razon, pero fué solo para esperi- mentar las mas crueles agonias y el mas grande horror de sí mismo. Porlas miradas de los que le servian, conocia que se le acereaba su fino memoria de sus malas accio- nes le hacia temer este terrible momento. “Estais venga- do, decia, desgraciado Howell, de todo lo que os he hecho frir.” Cree ver al lado de su cama la figura pálida de Juliana salida de su último asilo para aparecérsele y r0- procharle su barbárie. Sus traiciones se le presentan á la vista; un profundo terror se apodera. de él á vista de los espectros que su conciencia culpable reune á su alrede- dor. La esperanza de una muerte cercana habria alivia- do sus tormentos, si hubiese podido mirarla como el fin de tola existencia; pero:éste otro mundo, que habia sido,cons- tantemente el objeto de su mofa, se abrió delante de él ba- jo un aspecto espantoso y horrible, Veiase ya en presen- cia del Juez Supremo acusado por los desgraciados que ha- bia hecho. Hubiera deseado un ministro de la Iglesia an- glicana; pero le presentaron uno romano, y como ministro de Dios, creyó Belgrave encontrar algun consuelo con ¿jo El Eicerdote antes de consolarlo quiso convertirlo; pero apenas habia principiado su controversia, cuando el des- graciado Belgrave fué asaltado de una convulsion que se lo llevó. El criado inglés quese habia llevado de pusla terra instruyó á las gentes de la posada del rango. ye na el O LES. sacerdote se ofreció á. a —104— le hizo pagar generosamente su trabajo, y dos dias des- pues de su llegada á Wood—-House el cuerpo fué enterrado en su iglesia de la parroquia. Desde un rincon del cemen- terio el anciano Howell siguió con la vista el entierro. Aca- bada la ceremonia y retirado todo el mundo, se acercó á la tumba de su hija.—Ya no existe, esclamó, ya no existe tu raptor ¡oh Juliana! él responde ya en el tribunal de Dios de su crimen para contigo. ¡Ojalá alcance el perdon que yo le concedo en este momento, pues mi enemistad no le seguirá mas allá del sepulcro. Llenados estos deberes, Adela envió á ¿ buscar á Howel, y apaciguada su primera E le dijo que iba á vol- verse en seguida de Irlanda. El se habia abstenido de e par- tir ya con la esperanza de acompañar á Adela. Pusiéron- se en camino al dia siguiente, y en menos de una semana llegaron al fin del suspirado viage. Convinieron de ante- mano el modo de preparar á Mistriss Marlowe. Adela llegó sola á su casilla. Encontróla solitaria y triste, como se lo decia en su carta á Oscar; pero esta tristeza se disit -pó prontamente. Mistriss Marlowe estrechó contra su pe- cho á Adela con toda la ternura de una madre, y en los primeros trasportes “de su sorpresa y alegría no echó de ver que Adela iba de luto. Luego que supo la causa, se apoderó de ella una grande conmocion. Adela no estaba menos agitada, y estuvo por muchapjempo” sin poder con- tar lo que le habia sucedido. Al fin, acordándose de la si- tuacion en que habia dejado á Howell, hizo esfuerzos para calmarse y entablar su relacion. Mistriss Marlowe la es- cuchó derramando muchas lágrimas, á las cuales sucedió la sorpresa cuando Adela llegó al incógnito que habia en- «contrado en e: cementerio. Cuando ella pintó la conmo- cion que habia esperimentado ála relacion del estrangero, Mistriss Marlowe se estremeció, y se puso pálida. Vos esperimentareis, le dijo Adela, los mismos senti- mientos que yo. Entonces, continuó, mi emocion se acre- centó, tomé su mano esclamando: Ella vive aún, esta es- posa querida y sentida, todavía vive. ¡Gran Dios! gritó Mistriss Marlowe, ¿qué quereis decir? ¡Oh! ahora dejadme e —105— repetir la misma espresion, dijo Adela: Vive este esposo querido y sentido, todavía vive. ¡Este incógnito es vues- tro Marlowe! ¡Ah, esclamó Mistriss Marlowe respirando con dificultad, que le vea mientras me queda suficiente fuerza para gozar todavía de esta dicha! Adela salió del aposento. Howell, ó mas bien Marlowe, estaba poco dis- _tante de la puerta. Acercóse, entró sosteniéndose apenas sobre sus piernas, y en un momento estuvo á los piés y . en los hrazos de su muger, que inmóbil sobre su silla solo pudo recibirle en ella. En una mezcla de pena y de pla- cer, de lágrimas y de trasportes, bendijeron el poder,_be- néfico que les reunia para consolarse en su vejez. ¡Mas mis hijos! esclamó de repente Mistriss Marloyagcrándo veré á mis hijos? ¿Por qué no han venido con vos? ¿Des- deñarán la bendicion ernal? Marlowe, que en lo suce- sivo llamaremos Howell, pues no habia tomado el nombre de Marlowe sino cuando tuvo esperanzas de heredar á su tio, gimió y se puso pálido. Mistriss Howell, interpretando su conmocion, le dijo: Os comprendo; soy todavía esposa, pero madre. Howell recobrando ánimo le dijo: Sí, todavia sois madre de un amable hijo que nos queda. Mas el cielo, añadió despues de un momento de silencio, se nos ha lle- vado á nuestra hija. No me pregunteis cómo, os suplico. Bien pronto os llevaré á su tumba, os contaré sus desgra- cias, y la lloraremos juntos. Entonces las lágrimas precio- sas de una madre regarán por la primera vez sus cenizas. Mistriss Howell lloró: pero cedió á los deseos de su marido. Preguntó algunos detalles sobre su hijo, y lo que de él su- po le trajo algun consuelo. , Adela consintió en pasar la noche en casa de Mistriss Howell; pero el dia siguiente se fué 4 Wood Lawn. :n sar que iba á volver á ver este sitio y los senderos que ha- bia recorrido con el que amaba, era para ella un senti- miento agradable, aunque melancólico. Desde la mañana se encaminó con su amiga, y los sitios que le representa- ban tantos recuerdos la afectaban vivamente. El placer y la hospitalidad se habian ausentado desde la muerte del pobre general. Standard, su caballo favorito, paci en la TOM. VI. 8 7 ido A > pradería, y 4 su lado el perro fiel que la acompañaba en todos sus paseos. El pobre animal conoció al ¡nstante á Adela, corrió y conoció y lamió su mano manifestándole la mayor alegría. Ella le hizo fiestas dejando caer algunas lágrimas á la memoria de su amo. Los transportes delos criados antiguos, y sobre todo del viejo Somelier, al verla, hicieron redoblar su llanto. Pero cuando entró en la sala Ade j Es E : “en que ordinariamente estaba su padre, no pudo sostener la impresion que le causó, y haciendo señas de que no la siguiesen, entró en el parque. Al último de él habia una salita en una situacion pintoresca, en la cual ella y Oscar.. habian pasado muchas veces horas enteras juntos. Fuése allá, y la memoria de Oscar, que este sitio le recordaba, acrecentó su tristeza y su abatimiento en lugar de dismi- -nuirlo. Mientras estaba sentada entregándose á sus tris- e tes pensamientos, divisó por la primera vez unos versos es- cris en los vidrios de las ventanas. Levantóse apresu- rada, conoció la letra de Oscar, y leyó lo que sigue: ¡Oh del amor mas puro Caro apacible objeto! Cruel suerta nos separa; Las ansias compadece de mi pecho. Mi último adios recibe: Por tí mi patria dejo: Te pierdo por amarte, Honor es quien me impone este precepto. pa Si bienes de fortuna Me bubiera dado el cielo, ¡Con cuánta conplacencia, Ante tus plantas los hubiera puesto! Mas solo presentarte Puedo mi pecho tierno, Por tí, dulce bien mio, En vivas llamas del amor ardiende Pierdo mi paz, mi dicha, Aun la esperanza pierdo $01 De poder recobrarlas, Pues ellas para siempre de mí huyeron. _Solo mi amor me queda, - Que conservar prometo, Aun no correspondido, Hasta que exhale mi postrer aliento. Bl ; Oscar, al salir para Inglaterra con el proyecto de pasar á las islas inglesas de América, habia estado secretamente en Wood Lawn para despedirse de todos los lugares que habia querido, y habia escrito estos versos inspirados por una tierna melancolía. | de - Luego su amor era desgraciado como el mio, dijo entre sí Adela. ¡Qué triste semejanza en nuestros destinos! Volvióse á casa. M. y Mistriss Howell habian consen. tido en pasar en ella algunos dias con ella. Los ver- sos de Oscar le venian sin cesar á la memoria, y despues de comer volvió á la casa del bosque para volverlos á leer. Hacia algun tiempo que estaba ausente, cuando Mis- triss Howell fué á reunirse con ella y la sorprendió leyen- do los versos escritos en la ventana. Ella se avergonzó, Hace mucho tiempo, le dijo Mistriss Howell, que no he- mos paseado juntas por este hermoso jardin; demos una vuelta, y hablemos del tiempo pasado. ¡Del tiempo pa- sado! dijo Adela con media sonrisa, no ofrece siempre ob- jeto de conversaeion agradable.—Hay algunos de vuestros amigos, ó uno á lo menos, de quien no me habeis pregun- tado todavía noticias. El corazon de Adela palpitó, pues sospechaba del amigo que querian hablarle. Oscar Fitza- lan, dijo Mistriss Howell, merece que os acordeis de él y que deseeis saber en qué ha parado. Tengo buenas noti- cias que daros, sin reñiros por vuestra negligencia en pre- guntármelas. Contóla en seguida el cambio que habia te= nido en su situacion; Adela le escuchó con grande aten» cion. Pues que la fortuna, dijo ella, le ha sido al fin fa- vorable, no será por mucho tiempo desgraciado en su amor. En efecto, contestó Mistriss Howell mirando á Adela con una tierna complacencia, ya es tiempo que un amor tan de E, y, puro y tan constante halle su recompensa. ¡Oh Adela, continuó tomándola la mano, amable objeto de mis mas tiernos cuidados, qué feliz soy en este momento le poder anunciaros la dicha que os espera! dijo Adela con voz débil. Sí, replicó Mistriss Howell, la dicha que vais á encontrar en vuestra union con un hombre digno de posceros, con un hombre que desde el primer momento en que os vió jamas ha cesado de adoraros; en una palabra, con el mis- mo Oscar Fitzalan. ¿Qué decís? replicó Adela conmovida. ¡Ah memoria hu- millante y triste! ¡Oscar Fitzalan no me desechó cuando mi bueno y generoso padre quiso que yo fuese suya? Mi querida Adela, contestó Mistriss Howell! me veo forzada en este momento á turbar las cenizas de los muertos para apartar la desgracia que amenaza á la inocencia. ¡Oh Ade- la! habeis sido cruelmente engañada: y el IS en que fuísteis de Belgrave hizo á Oscar el mas desgraciado de los hombres. Mi corazon ha sido el depositario de todos mis dolores; y ¿qué lágrimas he derramado por su suerte! Calmaos, continuó viendo la agitacion de Adela, y os diré las circunstancias de este cruel suceso. Condújola enton- ces á la casa del bosque, y le esplicó del modo mas deta- llado la traicion de Belgrave. Adela reventó en sollozos á esta relacion, é inundó las manos de su amiga Con sus lágrimas, dándola gracias de haberle aligerado con esta esplicacion de un peso que oprimia su corazon. ¡Pobre Oscar, decia, cuánto sus penas habrian agravado las mias! El se ha mostrado generoso ocultándooslas, dijo Mistriss Howell, y su generosidad debe tener su recompensa. En- tonces dijo á á Adela: espero en breve una visita suya, y ha- blando así tenia en sus miradas y en su modo alguna cosa que escitó de repente las sospechas de Adela, la cual colo- rándose, estremeciéndose, y temblando esclamó: ¡Ah mi querida amiga! ¿no está ya aquí? Mistriss Howell se son- rió. Sí, le dijo, ha llegado; y con qué impaciencia no es- pera el momento de volver á ver á su Adela! Puede creerse que esta impaciencia no tardó á satisfa- cerse. Entrando Adela en casa, encontró á Oscar en el sa- — 109 — lon en habia dejado á M. Howell. A esta vista, inca- paz des ienorás: se dejó caer en los brazos de Oscar y estrechar contra este corazon fiel, que tanto habia sufrido al perderla. Algun tiempo pasó antes que ella pudiese oir la dulce voz de Oscar. ¡Oh, quién podrá pintar los trans- portes de este jóven, A así de todos sus sufrimientos! Pero en mitad de su dicha, la idea del pobre general que tan generosamente se la habia preparado vino á afec= tar dolorosamente su corazon. ¡Oh, Adela mia! dijo estre- chándola en sus brazos. Oscar puede, pues, tomar á vues- tros ojos su alma toda entera, para mostraros toda su ter- nura, permitirse miraros como á él, y lisonjearse de la es- peranza deliciosa de haceros feliz. ¡Sí, el mas generoso de los amigos, esclamó levantando los ojos hácia el retrato del general, os probaré mi reconocimiento con mi ternura y mi adhesion ilimitada á vuestra querida hija! Mientras hablaba así, sus ojos se mojaban de lágrimas. ¡Oh, y cuán- to penetraron el sensible corazon de Adela dias lágritrás derramadas en memoria de su padre! Adela unió las suyas, y sintió que este ser querido que las hacia correr faltaba * solo á su felicidad. Despues que hubo recobrado alguna tranquilidad, preguntó: ¿cómo Oscar se habia hallado tan prontamente y en tan buena ocasion en Wood-Lawn? Os- car le contó, cómo una carta muy triste de Mistriss Howell le habia determinado á venirla á ver, con la esperanza de divertirla en su soledad, y tambien para afligirse con ella y gozar de los consuelos que su amistad podia darle. En la casa de Howell lo habian dirigido 4 Wood-Lawn, don- de habia sabido no solo que Mistriss Howell habia encon- trado á su marido, sino tambien el acaecimiento que ha- ciendo á Adela libre, parecia abrirle á él la senda de la fe- " licidad. Esta mencion que Oscar hacia de sus esperanzas no ofendió á Adela, preparada como estaba por la conversa- cion de Mistriss Howell; pero jamas se habia separado de las leyes de la decencia, y determinó no dar la mano á Os- car hasta que hubiese espirado el tiempo del luto, dándo- le á cntender al mismo tiempo, que durante este intervalo == PH recibiria sus obsequios; pero para esto era preciso que ella se proporcionase una sociedad que la pusiese en estado de verla con decencia. No podia lisonjearse de detener por mas tiempo á M.y Mistriss Howell, y sobre todo la últi- ma, por la i impaciencia que tenia de ver á su hijo. Oscar pidió á Adela el permiso de escribir en su nombre á Lord y Lady Cherbury para empeñarles en venir á pasar algun tiempo en Wood-Lawn, prometiéndoles acompañarles en seguida 4 Carberry—Castle, y de allí á plonols ió el convite fué aceptado, Pocos dias despues, Oscar vió reunidos á su vista y vi- viendo bajo un mismo techo los dos seres que tenia en el mundo mas queridos, y derramando lágrimas de placer al contemplar á á Adela en los brazos de Amanda, que le daba gracias por haber dado la felicidad á su querido Oscar. Lord Cherbury conocia ya á Adela, y despues de Amanda la miraba como la mas amable de las mugeres. Lady Mar- ta, Lady Araminta, que vinieron tambien á Wood-Lawn, fueron de la misma opinion. Pocos dias despues de su lle- gada, Mistriss Howell se preparó para marchar. Adela, que la miraba como una segunda madre, no pudo ver estos pre- parativos sin derramarmuchas lágrimas. —Mi querida Ade- la, le dijo esta respetable amiga, vuestras lágrimas rL.e li- sonjean, pero me afligen. Estoy penetrada de vuestro afec- to; pero siento que mi partida os afecte tan dolorosamente. Los obsequios de los amigos que os rodean habrán borrado prontamente de vuestra alma todas las penosas memorias; pero la naturaleza me llama lejos de vos. Quiero estar cerca del hijo que el cielo me ha dejado, y ver la tierra, añadió con los ojos húmedos, que ha recibido los restos de la que he perdido. Tres semanas despues de su partida, toda la reunion se encaminó á Carberry-Castle. Amanda no pudo entrar en él sin esperimentar conmociones muy penosas. Acordóse del momento crucl en que, oprimida de disgusto y de la enfermedad, habia llegado á él despues de la salida de su padre, y lo habia seguido á la pobre habitacion de Brynes para tributarle los últimos cuidados que habia recibido de «dd ella. Lloraba al pensar que su padre no era testigo de su felicidad. Lord Cherbury adivinó la causa de su conmo- cion, y se esforzó en calma:la con demostraciones de ter- nura. Este era el solo bálsamo que podia curar una he- rida tal, y Lord Cherbury consiguis convertir este disgus- to tan vivo en una dulce melancolía. Ella no difirió ir al convento. Las buenas hermanas corrieron amontonándo- se á su alrededor: esclamando, alegrándose, y hablando á un tiempo, le deseaban toda suerte de prosperidades. Sor María sobre todo estaba transportada. El placer de la su periora era mas calmado, pero mas patético. El castillo" llegó á ser la morada de la alegría y de la felicidad; pero en medio de estas distracciones, los dueños de él no olvi- daban los deberes que imponen la riqueza y la propiedad; tomaron conocimiento de la situacion de sus pobres arren- datarios, aliviaron sus necesidades, escucharon sus quejas, y remediaron sus agravios: en fin, los colmaron de alegría cuando les dijeron que pasarian en el castillo muchos me- ses de cada año. Despues de haber permanecido allí seis semanas, se embarcaron para Port-Patrick, desde donde se trasladaron á Dunreath-Abbey, que acababa de ser re- parada y amueblada á la moderna con elegancia. Dispu- sieron permanecer allí hasta el casamiento de Lord Dun- reath. Mientras llegaba el tiempo, lo llenaron con diver- siones agradables y variadas, con correrías á sus vecinos y escursiones en el país. Mas los habitantes de la abadía, unidos por los mas tiernos afectos, no tenian horas mas deliciosas que las que pasaban juntos, libres de tuda «tra sociedad. Lord Dunreath poco tiempo despues de su lle- gada al castillo habia ido, á propuesta de su hermana, á casa del marques de Rosline, á decirle que Lady Cherbury se proponia hacerle una visita á la marquesa si esta lo tenia á bien; pero el marques desvió la la proposicion, y al mismo tiempo murió la madre de la marquesa. Mis- triss Bruce se retiró á otra parte de Escocia, corrida de habitar un país en que su conducta era conocida. Esta conducta habia afligido mucho á Mistriss Duncan su so- brina, á quien Amanda fuí á visitar despues de su llegada —112— y. encontró establecida en una hermosa casa cerca del pue- blo. en que se habian retirado al salir de la abadía: volvié- ronse á ver con el mayor placer, y la madre y las hijas fueron á pasar algun tiempo á Dunreath-/ Llegó en fin el feliz dia que debia colmar la dic! a de Oscar. En la capilla de Dunreath, donde Fitzalan y he vina se habian jurado una fé mútua, recibió Oscar de 1 no de Lord Cherbury el objeto amable de su naa Ba. to tiempo deseado. La ceremonia solo tuvo por testigos un pequeño número de amigos; pero fueron convidadas á comer todas las familias de la vecindad, mientras que los arrendatarios fueron obsequiados en el gran vestíbulo del castillo, en donde los bailes se sucedieron á la comida, y duraron toda la noche. ho ASA Aquí termina nuestra historla. Solo nos falta dar á co- nocer á nuestros lectores la suerte de algunos personages que han hecho papel en ella. Hablaremos primero de La- dy Greystock, uno de los mas notables. Despues de la. muerte de Lady Eufrasia, no halló ya el mismo gusto en la sociedad del marques, y se retiró a Bath. Allíen poco tiempo hizo conorimiento con una especie de mugeres pu- ritanas, que obraron una grande mudanza, por no decir una gran reforma, en sns sentimientos: para dar una se- ñalada. prueba de su conversion, se casó con un jóven pre- dicador de la secta. El nuevo dueño le A te una virtud de la que tenia necesidad, que era el pentimiento, pues bien luego y bien amargamente se. ar- repintió de haberse puesto en su poder. Vejada, arruina- da y oprimida por él, cayó en una enfermedad de langui- dez, que en breve legó á á ser incurable. Cuando se vió moribunda, envió á buscar á Rusbrock, á quien co plenamente su traicion y su injusticia para con él. Hj: le entrar en pose sion de todos los bienes de su tio, y ha- 116 en la tarde de la vida una indemnizacion de todo cuan- to habia sufrido. Al morir tuvo la satisfaccion de ha- ber arrancado á su marido una buena parte de sus bienes, por los cuales se habia casado con ella. , > 4 se Fa +: Me —HiBiós | Mistriss Howell, despues de haber estado á ver á su hi- jo, se retiró á la casita de su marido, en donde pasan sus dias con dulzura. El hijo Howell y su Emilia disfrutan de toda la felicidad posible en este mundo. y Sir Cárlos Bingley, despues de haber evitado cuidado- sar Eo durante dos años todas las ocasiones de ver á Lady Cherbury, se encontró por casualidad con ella y su marido, y conoció á la vista de Amanda que su conmocion no era tan grande como temia. Lord Cherbury le convi- dó de un modo tan amable y con tantas instancias á que le viniese á ver, que cedió á sus súplicas. Testigo de la felicidad doméstica de los dos esposos, se ha disgustado de la vida errante que hasta entonces habia llevado. Veia todos los dias á Lady AramintaDormer, y estinguida su pasion por Amanda, ha encontrado en esta jóven todos los - encantos y todas las virtudes de que estaba “lotada. Dió á conocer su admiracion y sus sentimientos, y su declara- cion fué recibida favorablemente. Obtuvo la mano de Ara-=. .minta, y al mismo tiempo una dicha igual á la de Lord Cherbury. dl Aa Pa - El marques y la marquesa de Rosline pasan su vida re- tirados, echando.menos lo pasado y sin esperanza para lo venidero. Free-Love pasea su fatuidad en todos los pa- sages públicos, alabándose.de haber robado una heredera escocesa, y persuadido que despues de esto no podia resis- tirle muger alguna. E Volviendo otra vez á los amables descendientes de la familia de Dunreath, hijos de la abadía, conservan la bon- dad : cuela de la desgracia, compadecen á los desgraciados, y e cr ocimiento que sufren. Es el ¡premo, que ha ve- re que les ha salvado de ¿tan s peligros, que les ha bendecido con tantas prosperi- _dades, difundiéndolas en rededor suyo. Los deseos de La- dy Dunreath se han cumplido. La memoria de sus desgra- Y . cias Solo, es para el de los otros. Í tacion de sus antepasa y la felicidad de su? tado como. un dor OIS-URBANA 0D)