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M. A. BUCHANAN

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PRESENTED TO

THE LIBRARY

BY

PROFESSOR MILTON A. BUCHANAN

OF THE

DEPARTMENT OF ITALIAN AND SPANISH

1906-1946

I-

EEVISTA DE ESPAM.

REVISTA

DE ESPAÑA

PRIMER AÑO.

TO]VlO 111.

MADRID,

REDACCIÓN ! ADMINISTRACIÓN, I TIPOGRAFÍA DE GREGORIO ESTRADA,

Paseo del Prado , 22 | Hiedra , 5 y 7.

1868.

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LA PRISE DE DOULLENS

PAR LES ESPAGN0L8 EN 1595.

PIECES CONTEMPORAINES,

PÜBLIÉES ET ANNOTÉES

PAR ARCHUR DEMARSY.

PARÍS 1867.

Con este título se ha publicado en la capital del vecino imperio un folleto relativo á la entrada del Conde de Fuentes en Picardía, al sitio por él puesto á la villa de Doullens, que los nuestros lla- maban Dorlans, á la rota del ejército francés enviada en su defensa, y por último al asalto de dicha plaza y triunfo de nuestras armas: sucesos todos de que han tratado largamente cuantos escritores, así nacionales como extranjeros , se han ocupado de las célebres guerras de la Liga. El volumen pues recientemente dado á luz por M. Demarsy nada nuevo nos ofrece sobre aquel acontecimiento, limitándose su autor á reproducir dos relaciones originales de la época, impresas la una en Douay , la otra en París, precedidas de un prólogo y acompañadas de notas. Una de estas relaciones, la impresa en Douay de Flandes , comprende el diario del sitio , y es conocidamente obra de algún partidario de la casa de Austria ; la otra se refiere tan solo á la batalla , está en forma de carta escrita por Henry de la Tour, Duque de Bouillon , al Príncipe de Conté, y se imprimió, según dejamos dicho, en París.

6 LA PRISE DE DOULLENS

Aparte de leves divergencias, que rara vez dejan de notarse en documentos de esta clase , escritos , impresos y circulados bajo la impresión del momento , y en que casi siempre es reparable la pasión de vencedores y vencidos , disminuyendo estos su pérdida, encareciendo aquellos su triunfo , preciso es confesar que las dos relaciones , flamenca y parisiense , convienen en lo sustancial del hecho, y se apartan poco de lo que el mismo Conde de Fuentes sobre el campo de batalla escribía á los del Consejo Sapremo de Bruselas anunciándoles su victoria. Así que nada hubiéramos tenido que advertir en dicha publicación, á no haber su autor reproducido en las notas uno de esos errores manifiestos que desde el sig-lo XVII acá se vienen repitiendo en historias autorizadas y corrientes , y que por lo tanto conviene disipar y corregir. Aludi- mos á la especie de insistencia con que escritores de nota, así nacionales como extranjeros, han dicho y siguen diciendo que el Conde de Fuentes, vencedor en Dorlans, y el Conde Pablo Ber- nardo de Fontaine, vencido en Rocroi, eran un mismo individuo, sin reparar en que entre una y otra batalla trascurrieron nada menos que cuarenta y ocho años ; que aquel era castellano y de una de las más nobles familias del reino , mientras que el Maese de campo General que en 1643 mandaba nuestra infantería, era lorenés, aunque al servicio de España.

«D. Pedro Henriquez d'Acevedo, Conde de Fuentes (dice M. de Marsy en una de sus notas, pág. 25), natural de Valladolid (1), donde nació el 18 de Setiembre de 1560, fué uno de los más fa- mosos generales españoles , y sirvió con distinción á Felipe III y Felipe IV. Sucumbió cubierto de heridas en la batalla de Rocroi, en la que á pesar de su edad avanzada quiso mandar personal- mente. Al oir la muerte de tan valiente guerrero el príncipe de Conde, exclamó: «A no haber yo salido vencedor, hubiera deseado morir como él.»

A intento hemos traducido el anterior pasaje lo más literal- mente que nos ha sido posible , porque á él habremos de referirnos con frecuencia en las siguientes observaciones, encaminadas á probar la distinta individualidad de uno y otro personaje , así como

(1) Ignoramos dónde ha hallado M. Demarsy que el Conde, cuyo segundo apellido no era Acevedo sino Guzman, nació en Valladolid y en 1560 : ninguno de los autores que hemos consultado lo dice. Babia en su Pontifical, Parte IV, cap. LXIII, le llama D. Pedro Enriquez de Toledo.

PAR LES ESPAGNOLS EN 1595. 7

á ilustrar con documentos fehacientes un periodo de nuestra his- toria nacional, por desgracia poco conocido. Porque por más extraña que á alg-unos parezca nuestra aserción , hemos sostenido y continuamos sosteniendo que la historia de España en el si- glo XVII está aún por escribir. Con Felipe II parece haber termi- nado la escuela de los antiguos cronistas ; ni Morales , ni Garibay, Mariana ni Herrera, Sandoval ni Cabrera de Córdoba tuvieron quien los imitase; porque ni la descarnada narración de Gil Gon- zález Dávila, ni las ampulosas razones del novelista Céspedes, ni los breves sumarios de Medrano , Noydens , Comargo y otros continuadores de la historia del P. Mariana , ni los ligeros apun- tes ingeridos por Babia, Guadalajara y Velasco en su Pontifical^ ni las encomiásticas disertaciones del retórico y pohtico Malvezzi bastan para ilustrar los reinados de Felipe III y IV y el desorde- nado gobierno de sus respectivos favoritos Lerma y Olivares. No digamos nada de su sucesor Carlos II , de quien ni una sola pluma, que sepamos, se ocupó en referir los «dichos y hechos,» como si la historia se negase á recordar tanto desastre en las armas , tanto error lamentable en la política y en la administra- ción, tanta decadencia en las fuerzas vitales de la monarquía, tanta y tal degeneración del antiguo carácter nacional !

Para que la historia de España pueda escribirse , según nosotros la entendemos crítica y filosófica , preciso es sacar de nuestros archivos multitud de documentos que yacen aún ignorados, y expuestos quizá á desaparecer , y darlos á la estampa convenien- temente ilustrados y comparados con los que de igual época y sobre el mismo asunto se conservan en países extranjeros : que solo así puede llegarse en materias de historia á la verdad abso- luta. Preciso es también que haya alguna más latitud en cuanto á los permisos para examinar papeles históricos de determinadas épocas, y que no se oculten, como hasta aquí se ha hecho, las correspondencias en cifra , bajo el pretexto de que contienen se- cretos de Estado ; la historia de los pasados siglos no debe tenerlos; más tarde ó más temprano la verdad triunfa , y es cosa pueril hoy día ocultar , ya que no puedan disculparse , las faltas y desaciertos de nuestros mayores. Mientras no se publiquen y den á luz en España las correspondencias de nuestros Embajadores en las prin- cipales cortes de Europa, como lo hacen hoy día en Londres M. Bergenvothe, en Bruselas M Gachard, después de haber pa-

8 LA PRISE DE DOULLENS

sado uno y otro en Simancas años enteros ; mientras no se descu- bran y den á la estampa Memorias , cartas y documentos privados de personajes ilustres en las armas y en la política , asi como en las ciencias y en las letras , excusados y estériles serán los trabajos de los aficionado? á estudios históricos , y no se podrán apreciar cumplidamente ni los sucesos políticos, ni el movimiento intelec- tual , ni la paralización visible de la energía nacional en ciertas y determinadas ocasiones, ni otras muchas causas de nuestra pos- tración y decadencia en el siglo XVII. Pero hagamos tregua á esta digresión para ocuparnos del punto principal de este artículo «el Conde de Fuentes y los historiadores franceses.»

D. Pedro Henriquez de Guzman (1) fué hijo de D. Diego Hen- riquez, tercer Conde de Alba de Liste, que casó dos veces, la primera con Doña Leonor de Toledo , hija del Duque de Alba Don Fadrique, y la segunda con Doña Catalina de Toledo Pimentel, hija de D. García, que murió desgraciadamente en la jornada de los Gelves año de 1515. Del primer matrimonio fueron hijos el prior de la Orden de San Juan, D. Antonio de Toledo; Doña María Henriquez, que casó con el gran Duque de Alba, D. Fernando, y Doña Juana de Toledo , mujer de D. Sancho Dávila, Marqués de Velada. Nacieron del segundo D. Fadrique Henriquez de Guz- man, mayordomo mayor del Príncipe D. Carlos, y D, Pedro Hen- riquez , objeto de este artículo. El año de su nacimiento se ignora; pero si hemos de dar fe á una relación original y auténtica que le hace morir en 1610, á la edad avanzada de 85 años, debió nacer por los de 1525.

Estuvo D. Pedro casado con Doña Juana de Acevedo y Fónseca, hija de D. Diego , y Condesa propietaria de Fuentes de Val de Opero, en Castilla. El padre de esta señora, D. Diego de Acevedo, fué uno de los caballeros más ilustres de la corte de Carlos V: hijo del célebre D. Alonso de Fonseca , Arzobispo de Toledo , siguió al Emperador en diversas jornadas; hallóse en el socorro de Viena asediada por el turco, y acompañó al Príncipe D. Felipe en sus viajes á Flandes é Inglaterra, obteniendo después los cargos de Tesorero general de la Corona de Aragón , Embajador en Roma y Virey del Perú , si bien este último no le llegó á ejercer, habiendo fallecido en Valladolid en 1559, y cuando se disponía á marchar á su destino. (1) Véase á Haro, Nobiliario Geneológico, tomo I, pág. 338.

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Casó su hija Doña Juana de Acevedo y Fonseca con su primo D. Francisco de Fonseca , señor de Coca y Alaejos , pero á los tres años de vida maridable hubo de retirarse á un convento con Doña Elvira de Acevedo, su madre, y poner demanda á D. Francisco, acusándole de inhábil para el matrimonio. Disuelto este, Doña Juana fué depositada en la Concepción Gerónima de esta corte, hasta que salió para casarse, según hemos dicho, con D. Pedro Hen- riquez , quien tomó desde entonces el titulo de Conde de Fuentes.

La primera vez que hallamos citado su nombre en nuestras historias es por el año de 1585. Celebrábanse en Zaragoza los desposorios de Carlos Manuel Filiberto , Duque de Saboya , con la Infanta Doña Catalina de Austria, hija segunda de Felipe II, quien asistía en dicha ciudad desde el 21 de Febrero , y preparaba los festejos que á tan ilustre huésped y futuro yerno habian de hacerse. Iba nuestro Conde de Fuentes en la comitiva del Rey, y no faltan escritores aragoneses que digan fué uno de los caballeros que más se distinguieron en la cuadrilla del Almirante de Castilla, su pariente, tomando parte en las justas y torneos que entonces á la antigua usanza se hicieron ; si bien esta última circunstancia nos parece inverosímil, atendida su más que madura edad en aquella ocasión. Como quiera que esto sea, concluidos aquellos festejos, el Rey le llevó consigo á las Cortes de Monzón, convo- cadas para catalanes , aragoneses y valencianos , siendo uno de los dos caballeros castellanos que Felipe II nombró para tratar en su ausencia ciertos negocios de su corona, y componer y ajustar las diferencias que entre los mismos diputados aragoneses existían. Tres años después le daba el Rey el mando de la caballería de Milán , encargándole visitase al paso al de Saboya y á la Infanta en su corte de Turin , y tratase con ellos del auxilio que por aque- lla parte habia de darse á los jefes de la Liga católica en Francia, desempeñando su comisión tan á gusto de aquellos Principes , y ganándose de tal suerte su voluntad y afecto , que en una carta de la Duquesa á su padre el Rey , le califica del « más cumplido caba- llero, sagaz político y prudente capitán que en los reinos de España he conocido.»

En 1588 el Conde volvió de Italia , después de haber militado á las órdenes de D. Sancho de Guevara y Padilla, gobernador del Estado de Milán. Aprestábase á la sazón en los puertos de la Pe- nínsula la formidable armada que debía invadir las costas de In-

10 . LA PRÍSE DE DOULLENS

glaterra , humillar su ya naciente orgullo , y sacar á los católicos de la opresión en que gemian, y Felipe II, que para escoger ser- vidores tenia especial tacto , dio al de Fuentes el encargo de ins- peccionar las levas y activar los armamentos. Sabido es el resul- tado que dieron tan gigantescos preparativos ; falta de pericia en los que mandaban aquella poderosa escuadra , mucho tiempo .per- dido en deliberaciones que á nada conduelan , y furiosas tempes- tades en aquellos estrechos mares fueron causa de que anegados los más y dispersos los restantes , los navios de la Invencible fue- sen en su mayor parte presa del enemigo y de las olas.

Por Febrero de 1589 el Conde de Fuentes fué nombrado Capitán General del reino de Portugal. Disponíanse los ingleses, orgullosos con la pasada victoria , á invadir la costa occidental de la Penín- sula , y restablecer si posible fuese en Portugal las pretensiones del Prior de Ocrato D. Antonio. Para conseguirlo y de acuerdo con el de Bearne , holandeses y otros enemigos de España hablan jun- tado una poderosa armada , desembarcando tropas en la Coruña y asediando aunque sin resultado aquella plaza que defendió animo- samente D. Juan Pacheco, Marqués de Cerralbo. Venian los ingleses mandados por sir John Drake y el coronel John Norris, célebre corsario el uno, valiente y experimentado caudillo el otro, los cuales obedeciendo las instrucciones recibidas de su Eeina , y deses- perados de causar efecto alguno en las costas de Galicia , se diri- gieron á Lisboa , objeto principal de la expedición , donde al decir del Prior D. Antonio hablan de hallar playa indefensa para verifi- car su desembarco , y golpe de gentes dispuesta á sacudir el yugo castellano Llegó la armada inglesa, fuerte de 120 navios y 15.000 hombres de guerra , á Peniche , lugar pequeño y abierto en la cos- ta , el cual ganó sin dificultad , y marchando después los ingleses á Torres Yedras y á San Sebastian , dieron vista á Lisboa , acam- pando en el sitio llamado Buenavista , á corta distancia de aquella capital. AUi esperó Norris algunos dias á que las promesas de Don Antonio se cumplieran ; mas el Cardenal Alberto que estaba den- tro , y el Conde de Fuentes que gobernaba las armas , mostraron tal cuidado y vigilancia , que fueron poquísimos los portugueses que osaron descubrirse , y esos pagaron con la vida su atrevimiento. Al propio tiempo que la caballería de Fuentes cortaba los víveres y hacia continuos rebatos en el campo enemigo, D. 'Alfonso de Pazan con 18 galeras en el rio de Lisboa y amparado del castillo

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de San Gian , tenia las proas vueltas contra la armada inglesa , y cuando la marea se lo permitía se acercaba á la ciudad , ya procu- rando ofender al ejército invasor con su artillería, ya haciéndole pensar meditaba por aquella parte un desembarco. Juan Norris, perdida toda la esperanza de hacer algún fruto , levantó el campo y fuese retirando en buen orden , tomando de paso á Cascaes , que le entregó por pactos el capitán Villafaña su gobernador. El 18 de Junio apareció en la boca del rio el adelantado de Castilla con una escuadra de galeras , lo cual unido á graves disensiones ocurridas entre Draque, á cuyo parecer se arrimaba D. Antonio, y el coronel Norris que mandaba las fuerzas de tierra, fué causa de que dejando por priesa muchos caballos sin embarcar, se hiciese á la vela la armada enemiga.

Todos nuestros historiadores convienen , y el diligente Antonio de Herrera lo testifica , en que sin la actividad , celo y vigilancia que el de Fuentes desplegó en tan apretado lance , los enemigos de España hubieran aprovechado aquella coyuntura para suscitar en Portugal y dentro del mismo Lisboa nuevas dificultades y pe- ligros á la corona de Castilla, Aún quedaban en aquel reino bas- tantes partidarios de D. Antonio para causar recelo, y era por lo tanto inminente un alzamiento si los ingleses lograban entrar en la capital. Felipe II apreció como se merecían tan distinguidos ser- vicios, y en 1592 dispuso que el Conde pasase á Flandes, donde el estado de los negocios y la guerra alli pendiente exigían pronto y eficaz remedio.

Gobernaba aquellos Estados desde 1578 el célebre Alejandro Farnesio, Duque de Parma, el cual habia poderosamente contri- buido á robustecer en Francia la liga católica y el partido de los Guisas , si bien la falta de unión de los caudillos franceses afiliados en aquella bandera y los talentos militares del Príncipe La Bearn que subió después al trono con el título de Enrique IV, impidieron su triunfo completo y definitivo. Herido de un mosquetazo en el sitio de Caudebec , que fué sin embargo tomada en Abril de 1592, el de Parma se volvió á Flandes , pidiendo desde allí licencia á Fe- lipe II para retirarse á sus estados patrimoniales mediante á ha- llarse por sus achaques incapaz para el mando , y haberle los mé- dicos pronosticado moriría dentro del año. El Rey despachó sin tardanza al Marqués de Cerralbo para que de su parte le conso- lara y alentase á continuar en el mando del ejército ; pero el Mar-

12 LA PRISE DE DOULLENS

qués murió antes de embarcarse en Palamós , y las cosas fueron empeorando visiblemente así en Flandes como en Francia , habién- dose el Príncipe de Orange Mauricio apoderado de varias plazas en la frontera, y perdido los Guisas mucha de su preponderancia. El mal pedia pronto remedio , y Felipe 11 puso los ojos en el Conde de Fuentes , despachándole con instrucciones secretas y orden de no abrirlas hasta su llegada á Flandes. Entró el Conde en Bruse- las el 4 de Diciembre , mas cuando trataba de avistarse con el Du- que á la sazón enfermo en Arras , recibió aviso de su muerte y de haber designado para sucederle interinamente en el mando al Conde Pedro Ernesto de Mansfeld , uno de los señores flamencos de más autoridad y crédito en la política y en las armas. Negóse al pronto el Consejo de Flandes á reconocer y sancionar semejante nombramiento , pretendiendo que el Duque al hacerlo había ex- cedido los límites de su prerogativa ; mas habiendo el de Ponentes presentado sus credenciales y declarado cuál era la voluntad real en este punto, el Consejo desistió de su competencia, quedando desde luego Mansfeld , aunque viejo y valetudinario , en el -mando político de los Estados , y encargándose el de Fuentes de todo lo relativo á las armas hasta la llegada del Archiduque Ernesto , que hizo su entrada pública en Bruselas á principios del año 94.

Lo primero que el Conde hizo fué fijar su atención en la Hacienda pública , casi del todo exhausta por los despilfarres de la pasada administración , y los grandes gastos ocasionados por las guerras de la Liga. Mientras llegaban de España los socorros de gente y dinero que Felipe II le había prometido, el de Fuentes dispuso fuesen visitados oficiales y contadores, castigados los delincuentes, y regularizado el pago de la gente de guerra. Para mayor alivio de los naturales , y para dar más ánimo á los soldados , persuadió á Mandsteld quitase la costumbre que había de poderse rescatar los prisioneros trocándose unos por otros, ó mediante la paga de un mes. También prohibió por público edicto se echasen contribuciones á los labradores y gente indefensa , y aunque la costumbre por arraigada no pudo quitarse de pronto , logróse sin embargo algún remedio.

Mientras tanto Mauricio de Orange , coligado con los franceses, aprestaba en Dordrecht un poderoso ejército con el fin aparente de acometer á Gruninguen , Dunquerque y otras plazas importantes de Flandes. Para guarnecer estas fué necesario sacar gente de la frontera de Brabante , de manera que el astuto holandés consiguió

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SU objeto que era distraer nuestras fuerzas j caer de improviso so- bre Santa Gertrudis ó San Gertrudemberg-, plaza importante en los confines de aquella provincia y Holanda , que sabia estar mal pro- vista de municiones y vitualla. Era el Conde de Mandsfeld por su mucba edad inhábil para llevar el peso de tan grandes cuidados, y asi es que aunque el Gobernador de la plaza Mr. de Masiei's le avisó tener falta de municiones , no le socorrió cuando debia ha- cerlo, y la plaza capituló el 21 de Junio, rindiéndose al siguiente año la no menos importante de Gruninghen.

Acerca de este suceso y del estado de las cosas en Flandes , es- cribía á Felipe II el Conde de Fuentes una larga carta en cifra, de la cual copiaremos algunos párrafos.

«Del estado de las cosas que es para dar harto cuidado tras lo de San «Gertrudemberg , j lo demás que se entiende por las copias de los que os »avisa tístevan de Ibarra , y me enviasteis con el postrer despacho , quedo "enterado. Diéramelo aun muy mayor, á no haberos yo enviado la orden «precisa que sabéis para poner el remedio , con acudir vos en persona al «gobierno de las armas , y hacer con ellas lo que tanto conviene y de vos «confio. Y pues cuanto más peligroso era el término en que quedaban las «cosas , mayor es la necesidad de aplicarle ese remedio , espero muy presto «aviso de como lo habéis cumplido , y que de ninguna manera habréis dado «lugar á otra cosa , pues vos mismo veis y encarecéis el daño que podria «seg-uirse á mi servicio de no remediar la confusión con que lo de las ar- «mas se trataba , y por ser ese el punto más principal para todo , he que- «rido comenzar por el y mandároslo expresamente de nuevo como lo hago.

«Mucho habrá convenido tras el ruin suceso pasado, poner cobro y «bueno en los presidios, y vituallas y municiones en las plazas, á que se «entendia que el enemigo tenia ojo , y con eso y con lo que arriba queda «dicho , será posible no solo reprimir esos insultos , pero darle alguna mano «si la confianza de lo pasado la hace meterse en público , y en lugar que «os alguna buena ocasión. Y pues Dunquerque cae tan cerca para po- sderla asistir, y Groninguen importa lo que se sabe, y ha tanto que pa- »dece , y son las dos amenazadas , haced que se les acuda con todo lo «necesario , y lo mismo á Belduque , pues dicen quedaba arriscada. Y asi- «mismo á todas las otras plazas , aunque ellas dan harta causa á su daño «con no querer guarniciones, corriéndole tan grande que es bastante señal «de los increíbles desórdenes que debe hacer la gente que anda en mi ser- «vicio , pues se aventuran las villas á perderse antes que á sufrir la inso- «lencia de los que las habían de defender , lo cual es de tanto inconve- »niente , y daño tan digno de remedio , que ponerle ha de ser el primer «paso que habéis de dar en encai'gándoos de las armas.

14 LA PRISE DE DOÜLLENS

»Fué bien considerado de vuestra parte el comunicar con ese Consejo »de Estado la venida de mi sobrino al g-obierno de todos esos , j hacer que »por cartas su jas lo entendiesen las provincias , para que cesase la descon- wfianza y confusión que pudieran dañar las otras cosas. Y lueg-o que hu- »biere sido tan bien recibida esta resolución como siempre lo esperaba, lo «que importa es dar prisa á que venga y facilitarle los medios para ello, »y en cuanto al daño ja habréis visto lo que he ordenado , j creo que lo "habréis hecho proveer con que j su buena gana de descansarme j servirme «pienso que no podrá tardar en llegar.

» Y porque en esto de Francia, si se hace declaración ó elección á mi "gusto que no es enderezado á otro fin que al servicio de Dios j beneficio »de aquel reino , será menester acudir con calor de fuerzas á apojarlo , j ))si se desbarata , j sucede al revés de lo que se querria , se habrá de sus- »tentar de fuerzas allí alguna parcialidad que dificulte los intentos á los «enemigos de la Iglesia de Dios, j haga menor el daño , estaréis aperci- j>bido para en el un caso , ó en el otro acudir á dar calor á ello , conforme ))á lo que entendiéredes por lo que os escribirá el Duque de Feria y los «que le asisten.

«Para poder acudir á esto j á lo demás que conviene , voj dando orden «en que las provisiones de dinero sean puntuales de aquí en adelante, j en «que lo de allá se refuerce de la infantería española que sea menester

«Estos son los puntos principales á que agora habéis de atender con las «veras j cuidados que confio de vos , j habéis también de entenderos muj «bien con el Conde de Mansfeld j sobrellevar lo que fuere menester de su »edad y condición, pues haj la entera satisfacción que sus largos servi- «cios merecen , j así os encargo también esto muj particularmente , etc. «San Lorenzo á 31 de Julio de 1593. Yo el Rej.«

Con la llegada á Flandes del Archiduque Ernesto , á quien , se- gún hemos visto , confió Felipe II el gobierno de aquellos Estados, las cosas de la guerra mejoraron algún tanto. Mientras el coronel Mondragon hacia frente al de Orange, entraba el Conde Carlos de Mansfeld por Picardía , y Francisco Verdugo limpiaba la Frisia de enemigos. El de Fuentes, con los tercios españoles é italianos, des- pués de haber recuperado la importante plaza de Huys , que ios holandeses ganaron por traición al Arzobispo de Cambray, se dis- ponía á tomar la ofensiva, cuando la inesperada muerte del Archi- duque, ocurrida al año de haber tomado posesión del gobierno el 21 de Febrero de 1595, vino á desconcertar sus planes de campaña, obligándole á desistir de su intento.

Mientras en España se proveía nuevo Gobernador, quedó el Conde encargado del mando de Flandes ; pero era tan aflictivo el estado de

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la cosa pública , que bien necesitó aquel de toda su prudencia y energía para salir del apuro en que se hallaba. Habíanse amotinado por falta de pagas los italianos j valones , que dueños de varias - plazas importantes , se resistían á entregarlas mientras no fuesen satisfechas sus justas reclamaciones. Los tudescos entraron tumul- tuosamente en Bruxelas, prendieron á su coronel Pernisteyn (1), y amenazaron dar saco á la ciudad si no se les pagaban prontamente sus atrasos. Por otra parte, el Duque de Bouillon y el Conde Felipe de Nassau corrían el Luxemburgo; el Condestable Velasco, que desde Milán había pasado al Delfinado , se hallaba bastante com- prometido en Borgoña, y Enrique IV", ya absuelto por el Papa, y constituido Rey de Francia , declaraba solemnemente la guerra á Felipe II, y se preparaba á entrar por la frontera de Artois.

En tan críticas circunstancias se hubo de encargar el Conde del gobierno de Flandes. Su prudencia y ánimo varonil le sacaron, sin embargo , de la situación angustiosa en que se hallaba. Repartiendo algún dinero entre los amotinados, y prometiéndoles pagar cuanto antes todos sus atrasos , redujo los más á la obediencia , logrando de esta manera reunir un cuerpo de ejército respetable. El Coronel Verdugo, reforzado con tropas y bastimentos, echó del Luxemburgo á Bouillon y á Nassau; el Marqués de Varambon, flamenco, se opuso con ventaja á los designios del Duque de Longuevílle, que desde Dorlans, donde estaba acampado, amenazaba las fronteras del Hai- nault y del Artois. A Cambray, cuyo Gobernador M, de Baligny había súbitamente abandonado el partido de la Liga para pasarse al de Bearn , envió al Príncipe de Chímay con orden de castigar su deserción y apoderarse de la plaza. El mismo con el tercio es- pañol de D. Agustín Mexía, más tarde Marqués de Leganés y ge- neral en Italia; el de D. Alonso de Mendoza, los alemanes y valonea y la caballería mandada por D. Rodrigo de Mendoza, Duque de Pastrana, en todo 7.000 infantes y 1.500 caballos, se metió en la Picardía. El 15 de Junio tomó á Chatelet , fortaleza importante á dos leguas de Cambray ; desde allí fué á Clery, castillo próximo á Perona, que también tomó, dejando en él fuerte presidio que tuviese en freno á los de dicha ciudad. Por último, conociendo que sin apo- derarse antes de Dorlans era inútil toda tentativa contra Cambray, resolvióse á atacarla.

(l) Por otros llamado Beristayn.

16 LA PRISE DE D0ULLEN3

Era la plaza fuerte en demasía ; estaba bien presidiada y baste- cida , y además el Duque de Bouillon , que andaba por aquellas cercanías, habla tenido tiempo suficiente para echar dentro 400 ca- ballos-corazas y 800 infantes escogidos. Al siguiente día de haber acampado nuestro ejército, como el general de la artillería Valentín de Pardieu , señor de la Motte, armado de fuerte celada y rodela, con que se cubría pecho y cabeza, reconocía las fortificaciones y el foso, fué muerto de un mosquetazo, entrándole la bala por el ojo derecho. Tan impensado accidente en nada retardó las operaciones del sitio ; abriéronse las trincheras, colocóse la artillería, y comen- zaron los nuestros á batir con furia la plaza y castillo. Acudió al socorro el Duque de Bouillon con todas las fuerzas que tenia dis- ponibles , y un grueso destacamento de infantería recientemente llegado de Champaña y Normandía; acompañábanle el señor de Villars, Almirante de Francia, el Conde de Saint Pol, M. de Ses- seval , los gobernadores de los presidios comarcanos y casi toda la nobleza de aquellas provincias.

El 23 de Julio , como el Conde de Fuentes recorría el campo á caballo y dirigía las operaciones del sitio , tuvo aviso cierto de la llegada del enemigo. Al punto mandó tocar al arma y preparóse para recibirle. Dejando sus trincheras bien guarnecidas y al cargo de Hernán Tello Portocarrero , dispuso que el Teniente del Maese de Campo general, Gaspar Sapena, con 1.000 infantes españoles guardase la plaza de armas , á la cual habla hecho previamente retirar todo el bagaje y parte de la artillería, mientras él con el resto de la fuerza hacia frente al enemigo.

Engañados los franceses por esta maniobra , y creyendo podrían fácilmente meter socorro en Dorlans , su principal intento , sin aguardar al Duque de Nevers, que habla de ser su General , resol- vieron atacar nuestro campo. Traía la vanguardia el Almirante Villars con 500 caballos y hombres de armas; seguíale de cerca M. de Sesseval coa 300 plcardos montados. El resto de la caballe- ría, corazas, dragones y arcabuceros montados , venia á cargo del Duque de Bouillon y del Conde de Saint Pol. Sobre la mano de- recha de estos marchaban 1.200 infantes de los regimientos de Champaña y Picardía , escoltando veinte carros de municiones de guerra y boca destinados al socorro de la plaza. Era claro que el enemigo , al abrigo de su caballería , muy superior á la nuestra, intentaba socorrer á Dorlans, mientras que el grueso de su ejército

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atacaba nuestro campo ; mas el Conde, como General experimenta- do, en lugar de aguardar al enemigo en las posiciones que ocupaba, salió á recibirle. Dispuso que los hombres de armas alemanes, al mando del Conde de Bosne, en apiñados escuadrones avanzasen por la derecha, y la caballeria lijera por la izquierda, mientras él mismo con el guión, la compañía de caballos de D. Sandio de Luna, y un escuadrón volante, compuesto exclusivamente de oficiales en- tretenidos y capitanes reformados, ocupó el centro. Los dos escua- drones ligeros que primero llegaron al puesto , á cargo de Alonso de Mondragon y Ambrosio de Landriano , volvieron grupa al en- cuentro de la caballería francesa mandada por el Almirante ; pero D. Carlos Coloma, que hacia entonces sus primeras armas, y trazó después con elocuente pluma la historia de esta y otras guerras, D. Juan Gamarra y D. Francisco de Padilla con sus correspon- dientes compañías de caballos, observando que la gente de Sesseval se apartaba hacia la derecha y en dirección de la plaza, con el marcado propósito de atacar nuestro campo por un costado, sin esperar las órdenes de su general , arremetieron con tal resolución y brio, que más de cien ginetes franceses perdieron silla al empuje de sus lanzas, y los demás huyeron en varias direcciones. Mientras tanto D. Sancho de Luna y Ambrosio Landriano lograban recoger sus caballos ligeros, y atacaban con denuedo al Almirante, quien, viendo avanzar nuestra infantería , mandó tocar retirada. Bouillon y Saint Pol, viendo el peligro en que aquel se hallaba, le enviaron 150 corazas con el Conde de Belin , y aunque con tan oportuno auxilio el Almirante logró rehacerse algún tanto y aun rechazar á los nuestros , sobreviniendo el de Fuentes con los hombres de armas por un lado, y por el otro D. Carlos Coloma con su compañía, cerraron con la caballería francesa, que fué casi toda degollada, salvándose muy pocos. Otro tanto sucedió á la infantería; queriendo arrimarse á un bosque para guarecerse en él, fué alcanzada por los hombres de armas de Bossa, y pasada á cuchillo.

Tan insigne victoria , alcanzada el 24 de Julio , víspera de San- tiago, acabó de confirmar la reputación militar del Conde de Fuen- tes. Con fuerzas muy inferiores habia derrotado un ejército com- puesto de tropas aguerridas, y mandado por Generales de gran reputación militar. Entre los muertos, que pasaron de 2.000, se contaba el Almirante de Francia, M. de Sesseval, el Mariscal de Campo Sesenay. el Conde de Belin , antig-uo Gobernador de París,

TOMO III. 2

18 LA PRISE DE DOULLENS

y otros Cabos de cuenta ; los prisioneros fueron muchos , y en su número la principal nobleza de Picardía.

El dia después de la batalla llegó el Duque de Nevers con algu- nas fuerzas de caballería é infantería ; mas habiendo reconocido el campo , y desesperando de socorrer á Dorlans , se retiró precipita- damente y la plaza fué tomada por asalto el 31 de Julio. El Conde entonces , movido de las repetidas instancias de las provincias de Artois, Hainault y Journeri para que acometiese la empresa de Cambray , ofreciéndole para ello vitualla , gente y dinero por lo mucho que los molestaba la guarnición francesa, no quiso retardar por más tiempo el sitio de aquella plaza , y el 8 de Agosto se puso á la vista con 7.000 infantes y 1.500 caballos escasos. Era gober- nador de Cambray aquel M. de Baligny , que abandonando el par- tido de la Liga católica en 1591 , se habla pasado al de Enrique IV: hombre de conocido valor y grande experiencia en las guerras, y empeñado cual ninguno en la defensa de la plaza cometida á su cuidado por lo mismo que habla sido pública y notoria su traición. Habla dentro una guarnición numerosa , abundancia de bastimen- tos y municiones de guerra : la ciudad era fortlslma por naturaleza y por arte , una de las mayores y más populosas del País-Bajo, sus habitantes poco aficionados á España : cuentan que Baligny , sa- biendo la poca gente que para tamaña empresa traía el Conde . y confiado en sus propios recursos y en las defensas casi inexpugna- bles de la plaza , envió á suplicar á su Rey que no desamparase las cosas de Borgoña para venir en socorro suyo , asegurándole tenia sobradas fuerzas para obligar á los nuestros á que levantasen el si- tio. Defendíanlo en efecto 7.000 ciudadanos franceses de corazón, y en su mayor parte calvinistas ó luteranos, sin contar unos 2.000 infantes entre franceses y valones , 500 suizos y más de 300 caba- llos. La cindadela guarnecían 500 franceses escogidos. Además, el Duque de Nevers , que se hallaba aún en San Quintin , habla in- tentado socorrerla , y aunque no lo pudo conseguir , su hijo el Prín- cipe de Rethelois , mancebo de quince años , habla logrado intro- ducirse en la plaza , acompañado de unos pocos , dando así calor á la defensa. Más tarde, y comenzado ya el sitio , Mr. de Vic, Go- bernador de Saint Denis y uno de los más experimentados oficia- les de aquel tiempo , logró meter dentro 500 dragones de socorro. Dos meses enteros duró el sitio de Cambray, durante los cuales el Conde de Fuentes acabó de acreditarse de prudente Capitán y

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político consumado. El 8 de Octubre , después de abierta la brecha, j cuando ya los nuestros se preparaban para el asalto , los ciuda- danos de Cambray , desconfiados de poder prolongar la defensa , y cansados de las tiranías y exacciones del Gobernador Mr. de Ba- ligny , entraron en tratos con los nuestros y les abrieron las puer- tas de la ciudad. Dos dias después Baligny , que se habia re- fugiado en la cindadela , pedia permiso al de Fuentes para des- pachar un mensajero al Duque de Nevers, en San Quintín, y á su Rey , si por ventura hubiese llegado , avisándoles no serle ya po- sible mantenerse por más tiempo. Seis dias de tregua solicitaba con dicho objeto. «Si me aseguráis, le contestó el de Fuentes, que En- rique acudirá en vuestro socorro , no digo yo seis dias , mucho más os concederé gustoso para darle lugar á que venga y nos veamos con él aquí.»

Con la toma de Cambray terminó la campaña de aquel año. Pa- góse y despidióse la gente ; los hombres de armas de la tierra se fueron , como tenían de costumbre , á sus casas , con orden de estar listos para la primavera siguiente ; los demás se retiraron á cuar- teles de invierno. A mediados de Noviembre el Conde tuvo aviso de que Felipe II había nombrado á su sobrino el Cardenal Archi- duque Alberto para el gobierno de aquellos Estados. Así se lo es- cribía de su propia mano el Rey , manifestándole lo muy satisfecho que estaba de sus servicios y el deseo que tenia de remunerarle con nuevas mercedes. Mandábale al propio tiempo que, entregado que hubiere el gobierno al Archiduque , se volviese á España , como lo verificó, llegando á la corte en los primeros meses del año 1596.

Algo tardías fueron las mercedes que en repetidos despachos, antes y después de la toma de Dorlans , le prometió Felipe II, pues exceptuando la Encomienda de los Santos en la Orden de Santiag*o, y una plaza en el Consejo de Guerra , con que parece haberle agra- ciado en el último año de su largo reinado , no consta le hiciese aquel Monarca otra distinción. Felipe III fué el que en 1599 le mandó cubrir y le nombró del Consejo de Estado. Poco tiempo des- pués, y habiendo vuelto á España el Condestable D. Juan Fernan- dez de Velasco, que desde 1593 gobernaba el Estado de Milán, se trató de nombrarle en reemplazo suyo ; si bien Cabrera añade fue- ron tantas sus exigencias y tales las condiciones que puso , que se cansaron de él y se desistió por entonces de la idea (1). Sabia bien

(1) elaciones, pág. 33.

20 LA PRISE DE DOÜLLENS

el de Fuentes el estado de las cosas en aquel ducado, lo alterados que estaban aún los ánimos con las ruidosas competencias eclesiás- ticas promovidas por el Cardenal Federico Borromeo , Arzobispo de aquella iglesia, las inquietudes de Venecia, y sobre todo la desme- dida ambición del saboyano , que no perdonaba medio alguno para ensanchar los limites de su pequeño Estado , y sin duda repugnaba admitir gobierno de tanta responsabilidad mientras no se le diesen los medios de salir airoso de su empeño. Por último , nombrado en Agosto de 1599, partió para Milán el 12 de Junio de 1600, llevando consigo á la Condesa su mujer y por castellano de su castillo á Don Diego de Pimentel su deudo.

La situación en que el Conde de Fuentes halló las cosas de aquel Estado se podrá fácilmente comprender por una sentida carta, cuya minuta original tenemos á la vista , escrita al Confesor de S. M.' fray Gaspar de Córdoba. Gozaba este de gran favor con el Monarca y ocupaba además una plaza en el Consejo de Estado. Pasaban por sus manos muchas consultas , y como es de presumir , constituía una pieza importante de aquella maquinaria gubernamental. An- tiguo amigo del de Fuentes, le servia en sus pretensiones , ya acti- vando en el Consejo el despacho de las consultas de Italia, ya dando al Rey y al de Lerma recados verbales de su parte. Por Noviembre del año 1600, y á los pocos meses de haber tomado posesión del gobierno , el de Fuentes le escribió desde Milán :

«La poca salud con que V. S. R. ha estado me ha llegado al alma. Ben- dito sea Nuestro Señor que ya pudo V. S. R. confesar á Sus Majestades, y en esto me alegra la buena nueva de la convalecencia y la buena ley del penitente, cuyos pies beso con la mayor humildad y respeto que puedo, aunque todo será menos de lo que á tan santo y agradecido Rey se debe, por haber leido y holgado aquellos renglones mios que los remedios y am- paros que este Estado menester , obligó á que aquellas verdades envuel- tas en dolor se saliesen de la boca , causándolo la lástima del corazón y de a intención y zelo á su Real servicio, al cual cumple que se averigüe todo y sepan los Ministros que se encarg'an de los oficios que ha de haber pena para el mal servicio como recompensa para el bueno; mas este no se ha de sacar del cargo sino de lo bien servido en él , y con verdad certifico que es vergüenza lo que aquí ha pasado. De todas maneras V. S. R. lo verá, si viene visita, y se averiguarán cosas notables y vergonzosas, que si el Duque de Saboya no estuviera cierto de que el Marqués de la Hino- josa le habia de ayudar, no hubiera acometido el Estado de Monferrato. Cuando tomó los primeros lugares de el dijo á Ervias el Marques de la Hi-

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nojosa que ojalá que los hubiera tomado todos , porque siempre fué su fin que el Duque de Saboja le había de dar un Estado , j los del Duque de Saboja lo confiesan y el Duque de Mantua lo verifica j 1 sabe , j él mis- mo me lo ha dicho á mi, j estotro Embajador del Duque de Saboya que está aquí me lo confirma. La duda no está en lo que podrá probar el que viniere , sino en la lástima j vergüenza de Espai5a que tal ha ja pasado por ella en daño y quiebra de un Rey santo que nos hincha de bienes. No ser- virle bien es traición duplicada , j es bueno que V. S. R. me escriba que le diga JO cómo ha de usar de mis avisos j de mis cartas , siendo como es amparo j guia de todas mis cosas. Pero todas las de esta vida que ja JO puedo desear j querer de setenta años j con poca salud j remediados mis hijos como lo están , gran mal sería que no se redijesen al servicio de Dios en primer lugar, j al de mi amo. Como esto se consiga, no quiero otra cosa. Ni á mis cartas ni á mis particulares guarde V. S. R. más se- secreto ni más respeto del que se encaminase á este fin.»

El Marqués de la Hinojosa, á quien el Conde acusa en esta carta de favorecer en detrimento de España las ambiciosas pretensiones del de Saboya, se llamaba D. Juan de Mendoza; era hijo del Conde de Castro, y sobrino de D. Juan Fernandez de Velasco, Duque de Frias, que precedió al de Fuentes en el gobierno de Milán. Llevóle en su compañía el Condestable, hizole sucamarada, según la usanza de aquel tiempo, y dióle además el mando de su guardia personal. Hechura del de Lerma, de quien era pariente, fué creado Marqués de San Germán y de la Hinojosa, gobernador de Galicia, General de la caballería de Milán y gentil-hombre de la cámara de Fe- lipe III. En 1609 tuvo á su cargo la embarcación por Cádiz, Gi- braltar y Tarifa de los moriscos valencianos, y la toma de pose- sión de Alarache en la costa de África que se entregó el 20 de No- viembre de 1610. En 1612 fué nombrado gobernador de Milán, Embajador á Inglaterra, y por último Virey de Navarra, en cuyo empleo murió el 24 de Febrero de 1628. Contra él se hicieron en la corte aquellas célebres coplas que empiezan:

Vuestra Majestad despache Al Marqués de San Germán, Que si nos vendió á Milán, También nos ganó á Larache.

No tuvo, según parece, la mejor mano en arreglar los asuntos de aquel Estado y oponerse á los designios del de Saboya, que aco- metió primeramente el marquesado de Saluzo, y quiso más tarde apoderarse del Monferrato, que decia pertenecerle. No es , pues, de

22 LA PRISE DE DOÜLLENS

extrañar que el satírico Villamediaiía en una composición dirigida al P. Predicador y principales Ministros de Felipe III dijese ha- blando de él:

San Germán

No tenia un pan

Cuando fué á Milán;

Si allí lo hurtó

No lo yo.

Al poco tiempo de su llegada á Milán el Conde de Fuentes pro- puso la construcción de cuatro cindadelas para la seguridad de aquel Estado. Una de ellas, que aún conserva su nombre, debia asegurar el paso á Flandes de la gente de guerra del Estado por medio de los cantones de la Suiza católica, con los cuales habia llevado á cabo una importante negociación. «Vuestra excelencia esté cierto (le decia el de Lerma en carta particular del 30 de No- viembre de 1604) que por más que lo deseen Saboya y Mantua, no nos llevarán á Cencho, Sabionedo ni el Final. V. E. lo ha hecho como quien es, y como tan buen criado de su amo, en no aprobar- les sus intentos , y acá no solo no se les concederá lo que preten- den, sino que se les dará á entender lo mal que esto ha parecido. Bueno está lo obrado con esguizaros ; veamos ahora lo que se puede hacer con grisones.»

No pasó mucho tiempo sin que la negociación comenzada con los cantones grisones , algo más difícil y espinosa que la de los es- guizaros por ser en su mayor parte luteranos ó calvinistas, se lle- vase á feliz término por el Conde , causando gran satisfacción al Rey y al de Lerma el talento y habilidad desplegados en dicha ocasión. Así se lo manifestaba D. Pedro Franqueza, Conde de Vi- llalonga , en carta reservada que tenemos á la vista, asegurándole entre otras cosas que la seguridad de los Estados de Flandes depen- día en gran manera de la negociación que acababa de hacer.»

A principios del año 1607 el Conde de Villalonga, D. Lorenzo Ramírez de Prado, y otros Ministros de Felipe III, caían en desgra- cia del Monarca , y encerrados en una prisión mientras se hacia el inventario de sus bienes , el privado escribía al Conde de Fuen- tes una carta de su puño con el siguiente párrafo:

«He parado (le dice) en tener gota, y el impedimento de los píes dame mucho trabajo; pero bien los he menester, pues se han sa- bido cosas de los Ministros que están presos que han obligado á hacer tan grande demostración con ellos. Yo los tuve por útiles y

PAR LES ESPAGNOLS EN 1595, 23

trabajadores , y con esta satisfacción los ayudé ; pero en sabiendo lo que pasaba, el servicio de nuestro amo lo ha de preferir todo; y quiero decir á V. E. que todos me lo callaban y que Dios me hizo merced de encaminar maravillosamente la luz que tuvimos.»

A D. Pedro P>anqueza sucedió en el cargo el Secretario x\ndrés de Prada, con quien el Conde mantuvo larga correspondencia in- formándole muy por menor del estado de los negocios en Italia, y ofreciendo ayudar al Papa en su lucha con venecianos , «pues para ello tenia disposición y buena voluntad.» Asi continuó dirigiendo con buen éxito la política de España en Italia, y promoviendo los intereses materiales del Estado de Milán hasta su muerte , que fué muy llorada allí como en España. Según una relación manus- crita (1) que se conserva en la Real Academia de la Historia, el Conde de Fuentes murió el 22 de Julio de 1610. Cabrera (2) dice que la noticia se supo en Madrid el 4 de Agosto, y que por el pronto se dio orden para que D, Pedro de Ley va, Principe de Asculi, fuese á encargarse interinamente de aquel Gobierno, para el cual se nom- bró más tarde al Condestable de Castilla, D. Juan Fernandez de Velasco (3). Añade la relación que «murió muy sin tiempo, aunque tenia harto, pues contaba sobre 85 años.» La Condesa, su esposa, falleció en esta corte cuatro dias después. No dejaron sucesión, heredando el titulo y condado de Fuentes D. Manuel de Acevedo y Zúñiga , sexto Conde de Monterey, que casó con hermana de Don Gaspar de Guzman, Conde-Duque de Olivares, y fué Virey de Ña- póles desde 1631 á 1637.

Queda pues desvanecido el notable error que con tanta insis- tencia se viene repitiendo por los historiadores franceses unánimes en confundir al ilustre vencedor de Dorlans en 1595 con el Gene- ral aventurero yencido en Rocroi. La equivocación, por más ab- surda que sea, se explica hasta cierto punto en los antiguos escri- tores de aquella nación. Comes Fontanus le llamaban los que de las cosas de Flandes escribieron en latin; y entre ellos el jesuíta Antonio del Rio, que ocultando su nombre bajo el seudónimo de Rolandus Mirteus ornatinus, publicó en esta corte en 1610, 4.°, unos Comentarios de lo ocurrido en Flandes durante su Gobierno. Fon-

(1) Publicóse íntegra entre los preliminares al tomo XVII del Memorial Histórico.

(2) Relaciones, T^kg- A\A.

(3) Por segunda vez, pues ya lo fué desde 1593 á 1.599,

24 LA PRlSE DE DOULLENS

tana le llaman asimismo los más de los italianos ; á lo que podre- mos añadir que siempre que los nuestros mencionan al Maese de Campo Fontaine ó Des Fontaines , creado Conde por Felipe IV-, le llaman Conde de Fontana. El error pues , por más que en él per- sistan el ilustre Víctor Cousin y otros que de nuestras cosas se han ocupado en estos últimos tiempos , es perdonable en escritores ex- tranjeros; no se concibe, ni lo es, en historiadores, como D. Mo- desto Lafuente , que aun para tratar de nuestras cosas se valen de relaciones extranjeras y beben en fuentes impuras. Verdad es que los que de historia española se ocupan, tienen que hacer por mismos las investigaciones más trabajosas para averiguar tal cual hecho, á veces de escasa importancia, ó acudir á obras extranjeras de compilación y consulta, especie de vademécum histórico en que no siempre hallan lo que buscan, y donde suelen frecuentemente estar equivocadas las fechas y trastornados visiblemente los hechos. No se conoce entre nosotros un Diccionario biográfico español, en que los hombres célebres en las armas^y en las letras, en ciencias y artes, en religión y doctrina, tengan su lugar correspondiente, y así es que la Biografía Universelle que en París se publica ha de ser forzosamente, á pesar de sus muchos errores en todo aquello que á nuestras cosas hace referencia, compañera inseparable del aficionado á los estudios históricos. Del Conde de Fuentes poco ó nada se sabría, á no haber nuestro amigo D. Antonio Cánovas del Castillo hecho prolijas investigaciones acerca de este período, de las cuáles es señalada muestra su reciente artículo Del principio y fin que tuvo la supremacia militar de los españoles en Europa. Terminaremos nuestra tarea con una décima poco conocida y nunca impresa del célebre poeta satírico Villamediana, ya antes ci- tado, en que hace una critica sangrienta de los Ministros de aquel tiempo, y el siguiente elogio del de Fuentes:

Del saber de Dios las minas Brotan candidas acciones, Pues que premian Cicerones

Y castigan Catilinas. En cosas tan peregrinas

Y en varones tan prudentes, Señales son evidentes

De que en espadas y plumas Regirán á España Ñumas

Y á Italia Condes de Fuentes.

Pascual de Gayangos.

ESTUDIOS

SOBRE EL GOBIERNO PARLAMENTARIO

U U TEORÍl Y EN li PSiCTIGl.

IL

JMonarqLixia constltixcloiial.— Ooblemo representativo.

La teoría francesa ha consagrado el uso de estas dos expresiones, como las más adecuadas para significar con su acepción natural la idea fundamental del sistema de gobierno inglés. Este uso se lia extendido á toda Europa , y aun en Inglaterra mismo se ha gene- ralizado también, por más que alli no haya obtenido todavía aque- lla significación el valor técnico , circunscrito , y en cierto modo ofi- cial, que nosotros y los franceses le damos. Con esta significación técnica ninguna de esas denominaciones es de origen inglés. El Dic- cionario clásico de Johnson no las autorizaba en el uso vulgar y cor- riente de la lengua inglesa: y no creemos que , antes de la revolu- ción francesa , las hubiese empleado escritor alguno en Inglaterra, siquiera accidentalmente, como designación especifica de su sistema de gobierno. Estas denominaciones son, pues, de invención origi- nal y exclusiva de la escuela liberal francesa que la aplicó al sis- tema de gobierno inglés á manera de expresión sintética de sus condiciones esenciales.

¿Es exacta esta aplicación? ¿Expresan bien aquellas denomina- ciones esa idea concreta que con ellas se quiere significar?

Que en ellas hay algo que es verdad , no puede negarse. El go-

26 ESTUDIOS

bierno inglés , considerado como monárquico , porque tiene á su cabeza un Rey hereditario, es sin duda alguna constitucional, puesto que se rige por leyes constitutivas y fundamentales. Es tam- bién gobierno representativo, en cuanto la representación entra por mucho en la organización y ejercicio de algunas de las funcio- nes más importantes del poder público. Pero estas circunstancias no abarcan toda la cuestión que aqui proponemos. Esta cuestión está en saber si las expresiones Monarquía constitucional y Gobierno representativo d'^slindan y determinan exactamente la idea que se pretende significar , especiicándose con ellas la índole esencial del sistema de gobierno tomado del pueblo inglés. En este sentido nos parece que la adopción de aquellas denominaciones ha sido , no so" lamente errónea, sino desgraciada por su vaguedad y por su anfi- bología , según la experiencia lo ha demostrado ya , bien á costa por cierto de la idea liberal , lo mismo aquí que en Francia.

Los partidos reaccionarios , sacando fuerzas de ñaqueza , han sa- lido á la palestra de la discusión política revindicando para solos el dictado de verdaderos constitucionales, é invocando para ello una especie de mito llamado Constitución no escrita , á manera de doctrina esotérica, que solo á los iniciados toca descifrar en su- puestas tradiciones secularmente grabadas en la historia, los há- bitos y los sentimientos de las naciones. Es verdad que estos par- tidos tienen buen cuidado de no precisar los períodos de aquella larga historia , á que habrían de pedir en su caso los artículos de su Constitución no escrita ; los cuales podrían muy bien irse á bus- car hasta en los autos de fe que durante más de siglo y medio pre- sidian solemnemente nuestros Reyes en los venturosos tiempos de la Casa de Austria. Mas, prescindiendo de esto, fuerza es confesar que bajo las Monarquías del antiguo régimen el Estado tenia tam- bién sus leyes constitutivas, y que en este concepto, de no dar á la palabra constitucional una significación nueva , meramente conven- cional y arbitraria , los absolutistas tienen tanto derecho como los liberales para apropiarse el dictado en su acepción natural, y apli- carlo á aquel antiguo régimen cuya restauración invocan.

Por el lado opuesto la denominación de gobierno representativo tampoco sirve mejor á su propósito. Esta expresión , en el sentido propio y genuino que le corresponde , adoptada para significar téc- nicamente la base fundamental y el principio esencial de una or- ganización política , conduce lógica y necesariamente al gobierno

SOBRE EL GOBIERNO PARLAMENTARIO. 27

republicano y democrático en la única forma en que este sistema puede adaptarse á las grandes naciones modernas. En rigor cien- tífico, el nombre de gobierno representativo solamente cuadra á un sistema republicano, como el de los Estados- Unidos de América » donde todas las funciones del poder , desde las legislativas y judi- ciales hasta las administrativas del orden más subalterno , son de hecho y de derecho ejercidas por personas salidas directa ó indi- rectamente de la elección popular : y por ampliación puede también aplicarse al cesarismo que Augusto levantó sobre las ruinas de la república romana, asumiéndose con el beneplácito del pueblo la autoridad efectiva de todas las magistraturas antes electivas , sin destruir por eso las formas externas y aparentes de su elección y ejercicio : sistema híbrido é indefinible que ha resucitado en nues- tros dias la dinastía napoleónica.

Resulta, pues, que los partidos liberales, tanto aqui como en Francia, si alzan la bandera de la monarquía constitucional, tie- nen que disputarla á los reaccionarios y absolutistas ; si la del go- bierno representativo , tienen que rendirla acaso ante la lógica su- perior de los adeptos de la república ó del cesarismo.

No vemos que esto suceda ni haya sucedido nunca en Inglaterra: y no será ciertamente porque alli se tenga en poco el valor de la ley escrita : precisamente en lo contrario se cifra acaso el carácter más distintivo del pueblo inglés , que en este punto llega, como es sabido , á una exageración que nosotros pretendemos muchas ve- ces ridiculizar. De todos los pueblos, cuya vida nos presenta la historia , asi en la antigüedad como en los tiempos modernos , no hay acaso uno solo que , como el pueblo inglés , se atenga en todo y para todo á la regla escrita, la considere más necesaria y la guarde y venere con mayor respeto. Cuando los grandes barones feudales luchaban con los Reyes Plantagenets para arrancarles el reconocimiento de sus privilegios y de los fueros populares , no se creian asegurados en su triunfo hasta que obligaban al Principe á firmar la fórmula escrita de sus pretensiones : desde el momento en que hablan obtenido la firma , deponían las armas y fiaban tran- quilos en la imprescriptibilidad del derecho adquirido , por más que no ignorasen la firme resolución del Rey de destruir su propia obra cuando tuviese fuerza y ocasión para ello.

Los inglesss han hablado en todo tiempo con frecuencia, y ahora escriben mucho , y con grande y legítimo entusiasmo , de su Co^s-'

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titucion , sin llamar pnr eso á la forma de su g-obierno constitu- cional; epíteto que solo aplican á sus actos cuando lo son, como les aplican el de inconstitucional en el caso contrario. Tampoco han llamado nunca á su gobierno representativo, por más que re- conozcan y sepan encarecer, como es justo, la parte muy conside- rable que en el ejercicio del poder supremo toca al elemento repre- sentante del pueblo en la Cámara de los Comunes. Contra esta idea protestaba ya enérgicamente Burke en sus violentas y apasionadas Reflexiones sobre la revolución en Francia, indignado por las tentativas con que algunos sectarios, más religiosos que políticos, pretendían hacer eco en Inglaterra mismo á las doctrinas procla- madas desde la tribuna francesa por los más ardientes y exagera- dos revolucionarios.

En Inglaterra , ni la Corona ni la Cámara de los Lores , partes integrantes y necesarias del poder público tal como está organizado por su Constitución, tienen representación alguna directa ni indi- recta con relación al pueblo. El par de Inglaterra, aun individual- mente , no representa en el Parlamento á nadie , ni siquiera á su propia clase : funciona como miembro de la Cámara en el ejercicio de un derecho propio y personal , que se trasmite hereditariamente de generación en generación , hasta que se extingue la familia ó descendencia legítima del que primero lo adquirió. lia excepción única que este principio fundamental tiene en la representación electiva de los pares de Escocia , y vitalicia de los de Irlanda , es una circunstancia puramente accidental , y acaso transitoria , que no afecta en nada á la índole y condiciones esenciales de la Cons- titución inglesa. Cuando uno de aquellos Pares obtiene otro titulo de Lord del Reino Unido , aunque solo sea de simple Barón siendo ya Conde ó Duque, entra de pleno derecho en la condición general y ordinaria de los miembros hereditarios de la Cámara : y son ya muchos los antiguos Pares de Escocia y de Irlanda que se hallan en este caso.

Se ha publicado recientemente en Inglaterra una obra especial y exclusivamente consagrada á exponer la teoría del gobierno re- presentativo (1). Su autor John Stuart Mili, escritor sin duda eminente y notable por su talento y ciencia, profesa opiniones muy radicales asi en política como en economía , aunque rechaza todo contacto, aun en algunos de los principios más fundamentales,

(1) Considerations on Mepresentative Government, by J. S. Mili. 1865.

SOfiRE EL GOBIERNO PARLAMENTARIO. 29

con las escuelas (democráticas francesas ; y en esta obra reconoce expresamente que el gobierno ing-lés por su constitución no es verdaderamente representativo por más que lo considera equi- valente por sus resultados prácticos.

La verdad es , que á los ingleses no les habia ocurrido nun(;a la idea de designar y distinguir su sistema de gobierno con una de- nominación especifica en la ciencia política , basta que la escuela liberal francesa propagó estas dos , que , aunque poco exactas , son ya de uso generalmente admitido. Lo mismo Lord Brougham hoy, que Blackstone hace un siglo, y todos los demás escritores, que en este tiempo se han consagrado al estudio de la Constitución de la Gran Bretaña , se contentan para definirla , con decir que es un sistema mixto , dentro del cual se hallan felizmente armonizados los mejores elementos de cada una de las tres formas simples de los gobiernos monárquico , aristocrático y popular. Mas los franceses, que generalmente se pagan de los nombres antes que de las cosas, al tratar de adoptar aquel sistema como una novedad sin prece- dentes ni vínculos históricos en su patria , necesitaban determinar de algún modo su esencia por medio de una denominación que hi- ciera desde luego visible á los ojos de todos la ventajosa diferen- cia entre lo nuevo que se introducía y lo viejo que se desechaba. El nombre que más natural y espontáneamente se ofrecía para este objeto era el de gobierno parlamentario : pero esta expresión no podia sonar bien á los oidos de la Francia liberal de 1789. El recuerdo de los Parlamentos de los dos últimos siglos de la monar- quía francesa, obstáculo perenne é insuperable para todo gobierno débil , aunque fuera bien intencionado , é instrumento dócil de la tiranía en manos de todo déspota fuerte y resuelto , hacia imposible entonces aquel nombre en Francia. Fuera de este recuerdo , la pa- labra Parlamento no tenia al parecer, en si misma , ni histórica ni científicamente , significación alguna propia que pudiera expresar por sola , y recomendar por consiguiente las excelencias del nuevo sistema. Fué preciso, pues, buscar otro nombre ; y los pri- meros liberales franceses fijaron su preferencia en las dos expre- siones de Monarquía constitucional ^ Gohierno representativo, no como arbitrarias y de significación técnica meramente convencio- nal, sino como las que más y mejor se prestaban á indicar con su acepción natural y ordinaria la esencia y condiciones fundamen- tales del nuevo sistema político. La escuela ha experimentado

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pronto y bien á su costa las consecuencias del error que en esto cometió : y ahora pretende repararlo y rehabilitar la idea liberal adoptando el nombre antes desdeñado de sistema parlamentario. Pero los hechos no han pasado en vano : y los extravios originados de las falsas ideas que surgieron de las primeras denominaciones, han dado armas al enemigo para hacer del parlamentarismo, como de invención nueva y puramente revolucionaria , un objeto de es- carnio en la polémica , y un fantasma aterrador para las clases y los intereses que se dejan asustar con el ruido de la libertad. La perturbación en las cosas y en las ideas ha llegado en este punto á tal extremo , que en Francia se ha dado por hombres de muy alta posición política y social el singular espectáculo de ir á bus- car, y pretender hallar nada menos que en las mismas instituciones de Inglaterra, armas y argumentos de autoridad para combatir al parlamentarismo !

Claro es que al fin y al cabo todas estas aberraciones no tendrán en la historia política de Europa otro resultado que asegurar más y más el triunfo definitivo del principio liberal por tales medios impugnado. Aun en Inglatera mismo, ese parlamentarismo ha sa- bido vencer dificultades mucho mayores para llegar á su actual florecimiento. La idea liberal avanza siempre ; y si alguna vez acá ó allá parece como que se detiene en su camino , rendida por el desaliento ó la fatiga de la lucha que es condición ordinaria de todo progreso humano , tanto peor para los que , fiando en falaces apa- riencias, pretenden convertir en cosa estable el efimero goce de un respiro pasajero. Si, para demostrar esto, fueran menester prue- bas históricas , no habria que buscarlas en lo pasado : el espectá- culo que hoy mismo nos está dando el vetusto imperio austríaco bastará para disipar la ofuscación del más iluso, Pero estas pertur- baciones anti-liberales en el movimiento progresivo de la sociedad, por más que solo sean accidentes pasajeros en la vida de los pue- blos , ejercen perniciosa influencia sobre las generaciones que las sufren ; y los que viven bajo el peso de esta influencia , como el enfermo bajo el yugo del mal, tienen el deber moral de combatirla sin tregua , revindicando altamente los fueros de la dignidad hu- mana en todas las esferas de acción abiertas á la inteligencia y á la actividad del hombre.

Dada la necesidad , ó la conveniencia siquiera , de fijar, con una denominación sintética, la expresión de la índole y condiciones

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esenciales del sistema de g-obierno inglés , el camino que más na- turalmente se ofrece de suyo para buscarla , y debe de ser el más seguro para encontrar el nombre propio y verdadero, es aquel por donde la ciencia política fué guiada , hace ya más de dos mil años, para denominar y clasificar todas las otras formas de gobierno conocidas y practicadas desde los principios de la historia hu- mana , fijando los tres tipos de la monarquia , la aristocacia y la democracia.

M. Guizot ha censurado en nuestros dias esta clasificación secu- lar , y la expulsa perentoriamente de la ciencia como empírica y superficial , por suponerla fundada en hechos meramente acciden- tales y formas externas y transitorias que no entrañan la esencia y el principio fundamental del Gobierno en la sociedad. En su lu- gar, aquel insigne escritor, tomando por base su teoría especial sobre la soberanía, propone otra clasificación, según la cual no puede haber más que dos especies de gobierno : la primera , que en todas sus formas tiene por principio fundamental y necesario el despotismo , comprende todos los sistemas que atribuyen la sobera- nía de derecho á alguien , sea uno , ó muchos , ó todos los ciudada- nos ; á la segunda pertenecen los sistemas que reconocen por prin- cipio fundamental del Gobierno el axioma de que la soberanía de derecho no reside sobre la tierra en nadie , porque es como un quid divinum, al que la humanidad debe aspirar, mas no puede llegar; y en esto hacen consistir M. Guizot y su escuela el carácter del Gobierno representativo.

No cabe en nuestro actual propósito dilucidar esta abstrusa doc- trina , que nos parece fundada en el capital error de confundir dos cosas tan distintas como son, ó deben de ser, en nuestro concepto, el criterio puramente político y jurídico á que hay que ajustar la clasificación en cuestión , y el otro criterio moral y filosófico , que debe darnos luz para apreciar la bondad de un Gobierno con rela- ción al estado social del pueblo y al fin supremo de la humanidad. De todas suertes, para los fines prácticos de la ciencia política, la nueva clasificación no vale seguramente la pena de renunciar á la antigua, y la crítica de M. Guizot sobre esta no nos parece de modo alguno sostenible.

Aristóteles , al determinar científicamente esta clasificación, aplicando los grandes recursos de su inmenso talento al estudio y conocimiento práctico de más de doscientas constituciones de di-

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versos pueblos de la antigüedad, no dio ciertamente el fruto de un trabajo empírico, ni era genial de la inteligencia superior de aquel hombre extraordinario pararse en la superficie de las cosas , y no juzgarlas más que por sus apariencias externas y contingentes. Para convencerse de que buscó realmente la base fundamental para esta clasificación en los principios esenciales del Gobierno, basta considerar la larga serie de formas ó constituciones políticas diversas , que el mismo filósofo enumera y analiza , como sub-cla" ses digámoslo así , ó especies de organización social práctica , den- tro de cada uno de los tres tipos clásicos , los cuales , por consi- guiente, vienen á ser, como son efectivamente en su doctrina, los moldes ideales de aquellas formas variables.

Pero, ¿cuál es ese principio fundamental que, como atributo común y necesario de todo Gobierno social , cualquiera que pueda ser su organización , debe darnos el criterio regulador para distin- guir y agrupar, bajo tipos científicamente clasificados, los dife- rentes sistemas políticos que nos ofrece la historia? El mismo Gui- zot reconoce expresamente , en otra parte de su obra citada , que ese principio esencial , « idea general é íntima , que sirve para ca- racterizar y distinguir los Gobiernos , está en la manera como en ellos se entiende , determina y atribuye el derecho de dar y hacer ejecutar la ley en la sociedad.» Aristóteles lo comprendió así tam- bién ; y tomando este punto de partida para sus deducciones, halló justamente que aquel derecho supremo, atributo necesario de todo Gobierno , haciendo completa abstracción de las formas accidenta- les , pertenece sin duda alguna al monarca en la monarquía , á la casta ó clase gobernante en la aristocracia , y en la democracia á la totalidad del pueblo , cuya voluntad soberana se manifiesta y formula en la decisión de la mayoría numérica de los ciudadanos. Y esta soberanía no tiene esencialmente para la ciencia (como su- pone Guizot) el carácter de un hecho meramente material, sino que una vez constituida, es y no puede dejar de ser, en la teoría como en la práctica, la autoridad suprema de derecho, reconocida y acatada como tal por la sociedad , dentro y fuera del territorio na- cional , por más que la filosofía y la moral puedan considerar ra- cionalmente la organización política de esta soberanía de impuro origen , ó mal ajustada al estado social del pueblo á ella sometido.

Pero Aristóteles no se limitó en su aimirable tratado De Política á determinar los diferentes tipos del Gobierno ú organización del

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Estado, fundando así su clasificación, no en las formas accidenta- les ó transitorias , sino en la manifestación permanente y esencial con que en cada uno de ellos se mostraba el atributo común de la soberanía ó el derecho del poder supremo. Al mismo tiempo , juz- gando de los tres sistemas políticos para apreciar su mérito en ab- soluto por el criterio superior de la filosofía moral , después de des- cartar varias utopias corrientes en su tiempo j resucitadas en el nuestro , trata de averiguar cuál de aquellos sería el mejor y más ajustado á los altos fines del hombre como ser natural y esencial- mente social : y los condena todos dando su preferencia á un sis- tema de gobierno mixto , que participará en la proporción conve- niente de la naturaleza y condiciones esenciales de todos y cada uno de los tres tipos simples.

Es ciertamente notable la coincidencia en este juicio de tres pen- sadores de la antigüedad tan eminentes como Aristóteles , Polybio y Cicerón. El primero escribía ante el espectáculo de la total ruina de las innumerables repúblicas griegas y de los imperios asiáticos, que desde el pináculo de la prosperidad y la grandeza habían caido en la sima de la última degradación demagógica ó servil : y solo en las instituciones de Esparta , á pesar de los graves defectos que en ellas reconocía , creía ver algún trasunto de su ideal. Cien años después escribía el segundo á impulsos de la admiración que le cau- saba el ya inmenso poderío de Roma en el apogeo entonces de sus virtudes republicanas , y de la sólida robustez de sus instituciones: y en ellas por lo mismo se figuró encontrar algo que realizaba el sistema de gobierno mixto , fin extremo para el de la civilización humana. Otros cien años más tarde Cicerón veia tristemente cómo esta ilusión se sepultaba bajo el polvo de aquellas instituciones bar- ridas por la tiranía demagógica , y no acertaba á encontrar una forma precisa para el gobierno ideal de su preferencia ; ideal que Tácito después no titubeó en calificar de visionario.

No es extraao : estas creaciones no son de los hombres sino de los pueblos , y estaba reservado á la civilización moderna y al pue- blo inglés solo realizar, á través de aparenten y superficiales ano- malías, aquel gobierno ideal que los sabios más grandes de los tiempo 5 antiguos no pudieron hacer más que presentir como el cuarto término de su c"'asificacion y la más perfecta de las organi- zaciones políticas posibles.

Si este sis'emí de gjb'erno mixto hubie j2 sido re.iliz :á"> y prác-

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ticamente conocido por los antiguos, el genio de la lengua griega no habria dejado de darle el nombre adecuado en armonía con su índole esencial y en correlación con los de los otros tres tipos sim- ples. Para encontrar hoy el que le cuadra , no hay más que bus- carlos , como hemos dicho ya , por el mismo método que produjo aquellos ; es decir , determinando científicamente en quién ó dónde reside de hecho y de derecho la soberanía , y cuáles son sus con- diciones esenciales en este régimen político. Una vez conocido y bien determinado así el verdadero soberano , su nombre podrá ser- vir para formar el del sistema , de igual manera que formaron los griegos los de los otros tres.

Hemos visto ya que las denominaciones hoy corrientes de Ma- narquia constitucional y Gobierno representativo , no determi- nan bien la idea precisa ; porque pueden aplicarse y se aplican de hecho con exactitud, y en algún caso con más propiedad en la acepción natural de las palabras , á otros sistemas de organización política , que ni son realmente mixtos como los ingleses han con- siderado siempre y consideran con razón el suyo , ni tienen con este en sus condiciones esenciales nada de común. Pero además , apli- cando á estas dos expresiones el criterio que , según acabamos de ver, ha servido para fijar la clasificación usual de los gobiernos, parece que debería inferirse que en este régimen político la sobe- ranía debe residir, como monarquía constitucional, en el Monarca con arreglo á la Constitución, y como gobierno representativo , en el pueblo legítimamente representado en todas las funciones de] poder público. Las dos ideas son notoriamente inconciliables, y de consiguiente no parece que puedan adaptarse en buena lógica las dos denominaciones á un mismo sistema.

Mas , aun prescindiendo de esta contradicción , que ya es grave reparo á la nomenclatura establecida, ¿es así, con uno ú otro de los dos sentidos, como el principio de la soberanía, con relación á este sistema de gobierno , se entiende y aplica por las teorías de la es- cuela liberal francesa , que nosotros hemos adoptado, y por las ins- tituciones fimdamentales de la Constitución de Inglaterra ?

La cuestión requiere especial examen.

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IIÍ.

LA SOBERANÍA.

Es esta una de las cuestiones que más se han agitado y agitan aun en las teorías políticas francesas ; y al cabo de ochenta años de una polémica tan incesante como estéril, se halla hoy en el mismo estado que el primer dia. Las opiniones y doctrinas no esca- sean seguramente : y aun las aplicaciones tampoco : pero la solu- ción definitiva , no ya común para todos los partidos liberales, sino dentro de la sola escuela parlamentaria , aguarda todavía la última palabra.

Los liberales de 1789 formularon su manera de entender la so- beranía en el siguiente aforismo , con que hicieron el art. 3.° de la célebre Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, decretada por la Asamblea Constituyente á modo de preámbulo de la Constitución de 1791 : aiKl principio de la soberanía reside e.?(?w- cm^we^/^ en la Nación.» Esta fórmula abstracta, vaga, y desti- tuida de toda significación práctica , nada definía ni resolvía. Pero la lógica revolucionaria se encargó de concretar y precisar su sen- tido, dando por base á la nueva Constitución de 1793 el principio menos ambiguo de la soberanía del pueblo , y declarando á mayor abundamiento que el pueblo francés era la universalidad de los ciu- dadanos franceses. Este es hoy el principio fundamental de la Cons- titución republicana de los Estados-Unidos de América y del im- perio napoleónico.

Los funestos resultados que tuvo para la libertad la aplicación práctica de este principio en la revolución francesa, produjeron la reacción consiguiente en la escuela liberal, que ya desde 1814 trató de buscar soluciones menos peligrosas al problema. En esta empresa se distinguió principalmente el pequeño grupo de hom- bres políticos, á quienes se dio entonces el nombre de Doctrinarios, escuela ó bando , que ejerció una influencia preponderante en las vicisitudes de la política francesa , así durante la Restauración como después hasta la catástrofe de 1848 , y que extendió esta in- fluencia á nuestra patria, dando el modelo de especial imitación, no tanto de conducta como de doctrina y principios, á nuestro partido moderado.

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Aquella doctrina (con respecto á la cuestio.i de la soberanía) , tal como la exponía Royer-Collard en la tribuna , y la explanaba en la cátedra Guízot , sistemáticamente enlazada con el conjunto de las demás teorías políticas de su escuela , se halla resumida por este en la sexta lección de su Curso sobre los orígenes del Go- bierno representativo en Europa , en los términos sig-uientes :

«Toda potestad política es un poder de hecho , que para serlo de derecho debe de obrar conforme á la razón, la justicia, la verdad, única fuente del derecho. »

«No es dado á los hombres, individual ni colectivamente, cono- cer y practicar plenamente la razón, la justicia, la verdad; pero tenemos la facultad de lleg-ar á percibirlas , é ir progresivamente ajustando á ellas nuestra conducta. »

«Los resortes de la máquina política deben por consiguiente combinarse de manera que tiendan , por un lado , á tomar de la sociedad todas las ideas y sentimientos de razón, de justicia, de verdad , de que está naturalmente dotada , para aplicarlos á su go- bierno; y por otro lado, á fomentar y estimular el progreso de la sociedad en la razón, la justicia, la verdad, y trasmitir constan- temente este progreso de la sociedad á su gobierno. »

«Sobre esta sárie de ideas fundamentales descansa el Gobierno representativo,» cuya condición esencial es, por lo tanto, no re- conocer la soberanía de derecho en nadie más que en el principio sobrehumano de razón ^ juüicia, verdad.

Ya hemos dicho como de estas premisas deduce M. Guizot su nueva clasificación de los gobiernos. Y esta doctrina, que M. de Barante refuerza en sus Qmstions constitutionnelles con el ana- tema del absurdo, que lanza sobre todos sus contradictores, ha sido desde entonces la base de los principios políticos de esta escuela parlamentaria en Francia.

Sin tratar ahora de discutir estas teorías , séanos permitido aven- turar nuestra creencia, de que solo la alta y por otros títulos muy merecida reputación de sus distinguirlos mantenedores en Francia, ha podido prestar cierta especie de encantamiento y fascinación para muchos , á una doctrina que así convierte al sistema parla- mentario en una nueva alquimia, condenándolo á afanarse perpe- tuamente en busca de otra piedra filosofal; doctrina que, si no estamos equivocados , coloca á la sociedad en la alternativa inelu- dible de optar entre el absolutismo del derecho divino, que puede

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ostentar títulos á poseer por don directo de Dios, el principio tam- bién divino de la razón, la justicia, la verdad, como única fuente de toda lef^ítima autoridad, ola anarquía, si el intérprete y ór- gano humano de aquel principio ha de ser la misma razón del Hombre.

Al lado de esta especie de misticismo político, otras fracciones de la escuela liberal francesa, sin renunciar del todo á la teoría primitiva de la soberanía del pueblo, pretenden, sin embargo, eludir sus inevitables y ya probadas consecuencias en daiio de sus opiniones sobre el gobierno representativo, suponiendo una dele- gación del pueblo soberano en favor de los poderes constituciona- les; cuya delegación envuelve para unos enajenación completa del poder soberano por parte del pueblo delegante , mientras que para otros se reduce á una mera procuración ó mandato , sin des- prendimiento de la misma soberanía que se reserva el mandante. Hacia los principios políticos de estas fracciones se inclinan las tendencias de nuestro partido progresista.

¿Qué es lo que sobre todas estas teorías piensan y dicen los es- critores ingleses, ó resuelven sus instituciones? Aquí se presenta un singular contraste. Rica y copioea como es hoy , con gran su- perioridad sobre la de otro alguno , la literatura política de aquel pueblo , difícil será encontrar en ella alguna página consagrada ex pro fes so á dilucidar esta cuestión. No parece sino que los hom- bres políticos de Inglaterra en general ignoran que tal cuestión se agita en el mundo ; pero lo cierto es que no se preocupan de ella mucho ni poco.

El mismo Stuart Mili en su bella obra sobre el gobierno repre- sentativo que hemos citado ya, la más teórica acaso de cuantas de alguna nota se han publicado modernamente en Inglaterra so- bre la materia, se refiere casi incidental mente á la soberanía no como á un punto de controversia ó cuestión, sino como á supuesto que está fuera de discusión en la ciencia política. Después de ha- ber consagrado dos largos , y acaso los mejores capítulos de esta obra , á inquirir cuál es el criterio moral y filosófico para apreciar la bondad de un gobierno , deduciendo por un bien trabado razo- namiento , que el sistema representativo en tesis general es el ideal del mejor régimen político posible , asienta desde luego y sin ulte- rior demostración, el principio (fundamental en su teoría) de que « la esencia de este sistema está en que todo el pueblo ó una gran

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parte de él ejerce , por medio de diputados periódicamente elegi- dos al efecto , la soberanía , que en toda consUíucion politica ha de residir necesariamente en alguien. »

Y á este propósito merece notarse la coincidencia de doctrinas entre un escritor inglés radical y democrático á su modo , y nues- tro distinguido pensador Balmes, sobre la manera de considerar y exponer el criterio supremo , que debe guiar en la valoración de las diversas formas de gobierno con relación á los fines del hombre y la sociedad. «El punto capital (dice Stuart Mili) á que hay que mirar para juzgar del valor y mérito de las instituciones políticas, es la proporción y medida en que estas tienden á fomentar en la sociedad las calidades morales, intelectuales y activas del hombre, en cuyo desenvolvimiento progresivo está cifrado el bienestar so- cial, único objeto y fin del Gobierno, y el grado de perfección con que las mismas instituciones se adaptan á organizar la coopera- ción más eficaz de la virtud, la inteligencia y la actividad de los

asociados en la gestión de los negocios públicos » <.< Moralidad,

inteligencia , fuerza (decia Balmes en sus Estudios políticos hace veinte y cinco auos): aqui los verdaderos poderes sociales; las instituciones políticas deben reunirlos y organizarlos , haciéndolos más fuertes con la unión , haciéndolos más provechosos con la convergencia hacia un mismo punto : la felicidad pública. » Tri- nidad algo parecida á la de los doctrinarios franceses, aunque colocada en un cielo, á nuestro juicio, más racional y menos mís- tico. Lo notable de esta coincidencia en una doctrina, que no es ciertamente nueva sino muy antigua , es ver cómo estos dos filóso- fos políticos , amboá sin duda eminentes , tomando así en la teoría un punto de partida común y realmente idéntico , van á parar en las aplicaciones prácticas á conclusiones abiertamente contrarias é inconciliables.

Distamos en verdad no poco de las de Balmes. Mas no por eso estamos enteramente conformes con las de Stuart Mili , cuyas teo- rías en cuanto al gobierno de su patria son puramente personales, y no tienen seguramente raíces ni apoyo en los sentimientos y opi- niones dominantes del pueblo inglés. Esas teorías hoy solo pueden tener alguna, aunque no general , aplicación al sistema de Go- bierno, ó mejor dicho á la Constitución escrita de los Esta- dos-Unidos de América , donde precisamente ahora mismo algunas de las ideas predilectas de este escritor se están viendo desmentí-

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das por los resultados prácticos , de una manera que acaso debe de hacerle vacilar en la confianza que sobre ellas ostenta.

Lord Jolin, hoy Conde Russell , órgano, como es sabido, el más autorizado de los principios liberales del antig-uo partido wigli, en su Ensayo Jdstór ico-critico sobre el Gobierno y la Consti- tución de Inglaterra, parte resueltamente, y sin demostración alguna, del supuesto fundamental de que la soberanía alli está y ha estado siempre, de hecho como de derecho (aun bajo la dura ti- ranía de los Tudores) en el Parlamento, lo mismo que la conside- raba Blanckstone un siglo antes : y esta es la noción genuinamente inglesa del poder soberano, común á todos los escritores y hombres públicos como á todos los partidos políticos , y arraigada en el sen- timiento general del pueblo.

Dos circunstancias importantes y decisivas , porque son técnicas digámoslo así en la política inglesa , contribuyen á poner esto en evidencia.

Es la primera el nombre de Imperial Parliament , que se da enfáticamente al Parlamento en Inglaterra , como para significar con más energía que su autoridad suprema está por encima de todos los otros poderes é instituciones , porque en él solamente re- side el antiguo Imperium, en que durante la República simboliza- ban los romanos la soberanía y majestad de Roma. La segunda de dichas circunstancias es la fórmula imperativa con que empiezan todos los estatutos ó leyes inglesas, concebida en estos términos (1): «Por cuanto es conveniente (aquí se indica ligeramente el objeto

de la ley) Por tanto, por S. M. la Reina el Rey), por, y con

el consejo y consentimiento de los Lores espirituales y temporales y los Comunes , reunidos en el actual Parlamento, y por la auto- ridad del mismo, se estatuye lo que sigue:....»

La inteligencia vulgar y común del pueblo, la inteligencia cien- tífica y la inteligencia oficial concurren, pues, en Inglaterra, para atribuir al Parlamento solo la integridad de la soberanía na- cional. Contra esto tienen, es verdad, los teóricos franceses dos re- paros, que á primera vista parecen concluyen tes , y que, sin em- bargo, son realmente ilusorios.

(1) La fónnula original es así: " Whereas it is espedient Be it therefore

enacted hy the Queen's Most Excellent Majesty, hy and with theadvice andcon- sent of the Lords spiritual and tempoial, and Commo7is, in this present Par- liament assembled, and hy ihe authority of the Same, asfoUows "

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Supone, por un lado, la escuela doctrinaría de M. Guizot, que esa süberauíri práctica del Parlamento inglés no es más que la so- bcrania de hecho, por encima de la cual está todavía la de derecho, que, con arreg-lo á sus doctrinas, no puede residir en ning-un po- der, ni en institución alguna humana. Prescindiendo de lo que ya hemos indicado sobre esta teoría en general , es preciso que nos entendamos , y sepamos á qué atenernos sobre la significación de las palabras: ¿Quí quiere decir soberanía de hecho'í Esta locución evidentemente paralogística , ó no expresa nada, ó significa pura y simplemente la fuerza material y coactiva : y en cualquiera de los dos casos la expresión está de más en la ciencia política, para la cuestión del momento. Claro es que la fuerza lo avasalla todo, cuando prevalece, sea con razón moral ó sin ella: pero suponer que para el nuevo orden social , que asi pueda establecerse , no hay prescripción posible, y que las instituciones nacidas originaria- mente de un acto de fuerza no pueden, por este solo motivo, llegar jamás á constituir derecho, es neg-ar hasta la posibibidad de todo poder y autoridad legítima sobre la tierra. El vicio radical de esta manera de discurrir en política, vicio común á muchas teorías francesas que por desgracia propendemos demasiado á tomar in verba magistri por última palabra de la ciencia, consiste, á nues- tro juicio, en el vano afán de ir á buscar en ideas absolutas el prin- cipio fundamental y la sanción positiva de las instituciones huma- nas, haciendo depender exclusiva y necesariamente de aquellas la legítima autoridad de estas. La soberanía absoluta es pura y sim- plemente un atributo de Dios , y por consiguiente está fuera de los límites de la ciencia política.

Más especiosa es la argumentación con que por otro lado la es- cuela ultra-liberal ataca también el principio de la soberanía parla- mentaria. El Parlamento no podría (se dice, y es cierto) conculcar por un acto de su poder supremo las libertades constitucionales del pueblo, ó mejor dicho, del ciudadano inglés; ni podría tam- poco, destruyendo la Constitución misma, abdicar voluntariamente aquel poder entregándolo á discreción de un déspota , como lo hizo la Dieta en Dinamarca en 1660. Es, pues, indispensable buscar en alguna otra parte el sólido asiento de la soberanía nacional, como recurso extremo contra las contingencias de tales atentados parlamentarios, cuya posibilidad en absoluto no puede segura- mente negarse. Tal vez podría bastar, para descartarnos de este

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reparo responder, con respecto al primer punto, recordando las fre- cuentes ocasionen e i que, aun en nuestros dias, se ha suspendido por un acto del Parlamento la más preciosa salvaguardia de las liber- tades inglesas conocida con el nombre célebre del Habeas corpus : y por lo que toca al segundo extremo, demostrando que la soberanía extra-parlamentaria no salvaría la difícultad, porque también los pueblos soberanos, en la más democrática acepción de la palabra, saben y aun suelen abdicar voluntariamente en manos de un dés- pota , como, entre mil ejemplos de la antigüedad , nos lo ha ense- ñado con otros más recientes y más decisivos esa misma Francia tan prolifica de teorías y de principios fundamentales de soberanía. Mas no tratamos de rehuir con esta, que parecería evasiva , la cues- tión propuesta : porque ya hemos dicho que para nosotros , es de- cir, para el principio político que creemos genuinamente inglés, la soberanía del Parlamento es de pleno derecho, y de consiguiente claro es que admitimos como cierto el supuesto de que no puede atacar ni las libertades constitucionales del pueblo, ni mucho me- nos la existencia de la Constitución misma.

Pero sacar de esto argumento contra el principio es lo mismo que sería negar la omnipotencia de Dios , porque en ella no cabe tampoco la posibilidad de destruir su propia esencia inmortal , ó de querer el triunfo del pecado y del mal. La abdicación del Par- lamento, aun cuando fuese voluntaria y lo más pacífica del mundo, no dejaría por eso de ser una revolución ; que no es esencial de las revoluciones políticas y sociales que hayan de ser siempre violen- tas. El resultado podría ser por de pronto un caso de fuerza, y si no la muerte voluntaria ó violenta de sus actuales instituciones. La soberanía del Parlamento es el alma y la vida de la actual Cons- titución inglesa : si suponemos destruida esta , no hay para qué tratar de aquella.

Aun prescidiendo del caso de suicidio , la soberanía del Parla- mento , como la de todas las otras clases de gobierno , como toda cosa nacida y humana, está sujeta á condiciones de relación y limite: relativamente absoluta, si se quiere, como poder supremo dentro de su esfera de acción , está sin embargo encerrada dentro de los límites más ó menos marcados que le impone esta misma esfera de acción. Ya hemos visto que en las otras clases de go- bierno estos límites, aun cuando puedan acaso estar prescritos por leyes , dependen siempre en último lugar, como la ley misma , de

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la voluntad del Soberano, porque en ellos la esfera de acción de la autoridad suprema , dentro de la legalidad constituida , abarca y comprende todas las relaciones, y todos los intereses civiles, po- líticos y sociales del individuo y del Estado dentro del pueblo so- metido á la misma autoridad , sea esta de un monarca , de un cuerpu aristocrático, ó de todo el pueblo. Si sobre esto pudiera caber al- guna duda con respecto al gobierno democrático , la experiencia de lo que en estos últimos años hemos visto y estamos viendo en la república de los Estados-Unidos de América, el mejor modelo de la clase , donde la voluntad de una mayoría accidental se sobre- pone á todos los derechos y á todas las leyes inclusa la Constitución misma, bastarla nos parece, para disiparla por completo,

¿ Sucede lo mismo en el sistema de gobierno inglés ? Y si no su- cede, ¿cuáles son en él los limites, y por conrjiguiente las condi- ciones esenciales de la soberanía del Parlamento?

No nos detendremos en la primera cuestión. La respuesta está á la mano. Donde quiera que la autoridad del poder supremo no tenga de hecho y de derecho más limites á su soberanía que su propia voluntad ó la fuerza , cualquiera que pueda ser la organiza- ción política en las formas del gobierno , puede asegurarse desde luego sin vacilar, que el sistema parlamentario inglés no está allí. En esto precisamente puede decirse que estriba , bajo un punto de vista negativo, la especialidad característica que distingue aquel sistema de todos los demás conocidos.

En cuanto á la segunda cuestión , no hay que buscar su solución directa y razonada en los expositores y comentaristas ingleses de su Constitución. A estos, que en general se preocupan poco ó nada de explicar sus instituciones á los extranjeros, y escriben solo para su patria , parécenos que les pasa con esta cuestión lo que á un profesor de ciencias matemáticas, por ejemplo, que no se para en hacer objeto de una lección la explicación del valor numeral de los guarismos. No es para ellos un problema de la ciencia política: es un dato, que todo inglés, instruido ó no, conoce y siente sin ne- cesidad de que nadie se lo explique. El admirable sentido político del pueblo inglés , solo comparable al de los antiguos romanos, le ha dado una palabra de uso vulgar , que por sola resuelve de plano la cuestión: palabra, que en nuestra lengua ni en la francesa no tiene equivalente , ni medio siquiera de ser fielmente traducida por locución alguna,

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La palabra self-governement es la expresión de una idea simple en si misma, y que entraña sin embargo tres conceptos relativos diferentes: significa gobierno de si mismo ^ por si mismo -^ para si misino. Esta palabra figura mucho ahora en todos los escritos, que fuera de Inglaterra se publican sobre las instituciones ingle- sas ; aunque en ellos suele limitarse su significación técnica al go- bierno y administración local de los pueblos ó corporaciones mu- nicipales, porque esa es realmente su mas usual aplicación. Pero no es la única , ni tan limitado el valor propio de esa expresión esencialmente política del idioma inglés. En esta palabra, para nosotros intraducibie, vemos la fórmula felicísima del límite mar- cado á la soberanía del Parlamento por la Constitución de Ingla- terra : porque ella sola expresa todas las condiciones esenciales de esta soberanía ; hasta dónde alcanza su poder , y de dónde no puede pasar su legítima acción.

La clave del edificio social y político en Inglaterra es el indivi- duo. La ley lo considera revestido naturalmente de ciertos derechos absolutos é inviolables , que no se originan ni dependen de nin- guna autoridad humana , y son superiores á la ley misma : los cuales tienen el nombre técnico especial de libertades flibertiesj, para distinguirlos de los demás derechos personales (riglits), que nacen de las relaciones sociales , y con ellas pueden sucesivamente ser modificados ó extinguidos. El Gobierno , es decir , la organiza- ción política del poder social , así en la autoridad suprema del Par- lamento como en las atribuciones privativas de la Corona y de las Cámaras , de los tribunales y de la administración , todo lo que en una palabra constituye el Estado , no tiene otro carácter que el de una de las garantías destinadas á asegurar y proteger el libérrimo ejercicio de aquellos derechos individuales contra toda agresión aun de parte de la sociedad misma. El ejercicio de estas libertades sagradas es, pues, la primera esfera de acción del seU-government, donde el individuo es dueño y absoluto señor y legislador de mismo, por mismo y para mismo.

El subdito ó ciudadano inglés , sin distinción de sexos , desde el momento en que llega á la mayor edad (que es la de veintiún años), si no es demente , queda legalmente emancipado de toda sujeción personal en lo humano: «la autoridad popular del padre (dice Blakstone ) cede entonces al imperio de la razón ; » y entra en e^ acto de pleno derecho en la posesión completa de su persona con

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todas SUS facultades físicas, intelectuales y morales. El desenvol- vimiento progresivo de estas facultades es el fin social del hombre; y para que pueda cumplirlo por mismo , la ley fundamental del Estado le garantiza la seguridad , el pleno dominio y el libre goce de su persona y de su propiedad en su domicilio y en su industria, en el pensamiento y la conciencia , y en el uso de la palabra oral y escrita, que son las libertades naturales que el individuo no sa- crifica á la sociedad. En el uso de estas libertades no está el ciuda- dano inglés sujeto á ninguna dirección ni guia extraña á su propio albedrio , ni tiene otro limite que el que naturalmente le impone el respeto que debe á los mismos dere:;hos en los demás. Libertad é independencia absolutas, con la responsabilidad consiguiente, son asi los elementos esenciales del self-government individual.

Estas libertades personales están por consiguiente fuera de la esfera de acción de la soberanía parlamentaria, que es el poder so- cial. Por lo mismo que el individuo tiene el pleno y absoluto do- minio de mismo, no tiene ni puede tener poder alguno sobre el de los demás; y lo que no puede uno tampoco lo pueden muchos ni todos sobre el self-government de cada cual. Cualquiera ley del Parlamento que coartase el derecho fundamental de estas liberta- des sería un acto de fuerza y envolvería una agresión con las más graves consecuencias contra la Constitución inglesa.

A primera vista podrá parecer que los casos repetidos en que el Parlamento ha suspendido la garantía del Babeas corpus contra- dicen esta doctrina ; pero este es un error que nace de la falsa apre- ciación de aquellos actos parlamentarios, por los cuales es muy común en el extranjero creer que se concede al Gobierno un poder discrecional por el estilo del que entre nosotros lleva siempre con- sigo el estado de sitio ó de guerra. Lejos de ofrecer contradicción alguna á los principios fundamentales que acabamos de exponer aquellos actos parlamentarios en la significación real y efectiva que tienen de hecho y de derecho, son su más explícita confir- mación.

El Wfit of Raleas Corpus (en lo que aquí hace al caso, pues hay varias especies particulares que no conducen á la libertad del preso) es un recurso judicial con que el individuo arrestado ó de- tenido de una manera que él cree ilegal , puede acudir á los tribu- nales superiores de Westminster , ó á la Chancillería , ó á cual- quiera de sus jueces pidiendo su protección contra la arbitrariedad:

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el tribunal ó juez ref^uerido oye el recurso y expide en el acto un mandato para que inmediatamente se le presente la persona dete- nida con justificación de los motivos de su detención ; orden que es obedecida so pena de la más estrecha responsabilidad , cualquiera que sea la autoridad civil ó militar que hubiere dispuesto el arresto: y examinado sumariamente el caso , se dicta la providencia defini- tiva, bien desestimando el recurso, si la prisión resulta justificada, ó bien de lo contrario poniendo desde lueg-o en libertad al preso (alg-unas veces bajo fianza de comparecer enjuicio) , y reservándole la acción para reclamar la indemnización consiguiente si el arresto fué arbitrario ó ilegal. Cuando el Parlamento, á propuesta del Go- bierno en circunstancias y por motivos muy excepcionales, acuerda la suspensión del Haheas corpus , el resultado práctico y legal no es , pues , autorizar la prisión discrecional , y mucho menos la tras- lación de domicilio de los ciudadanos bajo ningún pretexto ; sino meramente suspender el uso de aquel recurso judicial, durante el plazo siempre limitado de esta suspensión ; pasado el cual , las Cá- maras exigen y reciben del Gobierno cuenta muy detallada y jus- tificada de todos sus actos , y oye las quejas de las personas per- judicadas con grave y efectiva responsabilidad , no solo para el Gobierno mismo , sino para todos sus agentes aun los mas subal- ternos, si en esta especie de juicio de residencia parlamentaria pa- reciese comprobada alguna arbitrariedad contra las libertades in- dividuales. En último resultado, lo que hace el Parlamento en estos casos excepcionales no es más que avocar, en uso de su soberanía, la jurisdicción que ordinariamente compete á los tribunales para conocer y decidir sobre la legalidad de la prisión ó arresto de un ciudadano, aplazando este juicio para después del término siempre breve de la suspensión.

Si tan estrecho es el limite extremo que el Parlamento no se aventura á traspasar con su poder soberano respecto á las liberta- des individuales , aun en los casos extraordinarios de grave peligro para la paz pública y el interés social , fácil es inferir cuánta es la fuerza y cuan efectiva es la inviolabilidad constitucional que allí tienen los derechos personales reservados al self-govcrnmoit del individuo, como terreno vedado á la misma soberanía nacional.

Aparte de la individualidad personal reconoce otra la ley inglesa, en cierto modo artificial y ficticia, que no es ciertamente una es- pecialidad exclusiva de su legislación, porque ha existido y exis-

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tira siempre en todos los pueblos y en todos los países que hayan dado siquiera los primeros pasos en el camino de la civilización más rudimental , como que tiene su raiz en uno de los atributos esen- ciales de la naturaleza humana , cual es la sociabilidad ; pero que en Inglaterra se presenta con caracteres y condiciones peculiares. El nombre genérico con que en el derecho común de Inglaterra se distinguen estas individualidades colectivas , es el de Corporacio- nes (corporaCions ) , análogo al de universüates , que tenían tam- bién técnicamente en el antiguo derecho romano. De estas corpo- raciones , que son de varias especies en el derecho civil , las más importantes para la ciencia política son las municipales, por más que, en cuanto á las condiciones legales de su* existencia y perso- nalidad jurídica, y aun política también en algunos casos, no se diferencien esencialmente de otras instituciones colectivas consa- gradas á objetos de enseSanza ó de beneficencia y hasta de indus- tria ó comercio.

La Corporación municipal , ó hablando con más propiedad en el sentido de las instituciones inglesas, el pueblo legalmente incorpo- rado (pues nosotros damos á la primera locución una acepción di- ferente) es la personificación social de todos los habitantes domici- liados en su territorio ; y en este concepto tiene ante la ley el carácter real y efectivo de un verdadero individuo personal con los derechos y libertades consiguientes, que constituyen la esfera de acción dentro de la cual el mismo pueblo impera , y ejerce su propia soberanía con cierta independencia de la del Estado , es decir, el self-government local. Estas libertades municipales na- cen , ó de la prescripción fundada en una posesión inmemorial , ó de una concesión originaria , caramente comprada en muchos ca- sos , á manera de nuestros antiguos fueros ó cartas pueblas , espe- cie de contrato bilateral entre el Estado y la asociación particular; paro en uno y otro caso son inviolables, y una vez legalmente ad- quiridas, solo al pueblo mismo compete alterarlas ó modificarlas en su goce y ejercicio por medio de sus propias ordenanzas y acuer- dos (bye-lams) en todo lo que se refiere y contrae á los intereses comunales , sin trascendencia á las libertades personales del indi- viduo , ó á los intereses generales de la sociedad ó del Estado.

La constitución fundamental de estas libertades municipales es un antiguo estatuto , conocido con el nombre de JDe tallagio non concedendo, que se dio en 1304 bajo el reinado de Eduardo I, para

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garantizar á los pueblos la inviolabilidad de sus derechos ya reco- nocidos por la Magna Charta , y los revistió del carácter de ver- daderos cuerpos políticos sancionando su representación entonces naciente en el Parlamento. El desorden y confusión, que en el trascurso de cinco siglos , y á través de las variadas vicisitudes políticas que se sucedieron en tan largo tiempo . con las ocasiones consiguientes á usurpaciones y abusos , se hablan introducido en el régimen municipal , hicieron indispensable una ley, que deter- minase bien los límites y condiciones del self-government local , y sus rela-ciones con el del Estado ; y esto es lo que se hizo en 1836 por medio de un nuevo estatuto (Municipal Corpo/ations Reform Act), que con algunas modificaciones de detalle posteriores, com- prende y resume la legislación general que hoy rige sobre la ma- teria en Inglaterra , salvos algunos privilegios ó fueros particula- res de ciertas corporaciones , como en Londres y otras partes.

Claro es que la inviolabilidad de estas libertades municipales no es ni puede ser de un carácter tan absoluto como lo es en las liber- tades puramente personales ; porque realmente no tienen aquellas, como tienen estas , su origen y primer fundamento en el derecho natural del hombre, sino que nacen directa ó indirectamente de las disposiciones de la ley positiva , puesto que en ellas, de un modo ó de otro , tienen la raíz de su existencia misma las corporaciones. Pero así y todo , dentro de los límites que la ley les ha marcado, se consideran aquellas libertades como un patrimonio de los pue- blos de índole esencialmente constitucional , y más ó menos fuera de la autoridad soberana del Parlamento; y es bien seguro que este , mientras subsista en Inglaterra su actual sistema de gobier- no , no intentará nunca traspasar aquellos límites , y respetará siempre en el self-government local , el libre ejercicio de la propia iniciativa , que tan poderosamente ha contribuido á conquistar primero , y á consolidar después el régimen liberal , base y ci- miento de la prosperidad moral y material de aquella gran na- ción , y objeto de admiración y justificada envidia para todas las demás.

No faltará quien diga ó crea que esta exposición de los derechos y libertades constitucionales del pueblo inglés solamente puede aplicarse á la Inglaterra de nuestros dias , y que está muy lejos de presentar un cuadro fiel de lo que su Constitución era tiempo atrás, acaso no hace más que medio siglo. Es cierto que en esto^ últimos

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aüos se han hecho allí reformas políticas de tal g-ravedad y tras- cendencia , que á primera vista bien pudieran pasar por innovacio- nes profundas y aun radicales en sus más fundamentales institu- ciones y origen de nuevas libertades antes no reconocidas ó nega- das. Pero bien considerado todo , esas reformas , grandes como son sin duda , recaen solamente sobre el mecanismo de aquellas insti- tuciones que , obedeciendo á la ley de la perfectibilidad humana, no son ni pueden ser inmutables , sino que van desenvolviéndose sucesivamente en armonía con las nuevas exigencias que nacen de los progresos de la civilización ; mas no afectan de modo alguno á los principios esenciales del sistema , que no son hoy más ni menos que eran hace quinientos años. Y se engañan grandemente los que, fascinados por el bello espectáculo de la lentitud y madurez con que allí se producen y consuman esas reformas, sin tropezar en los escollos que en otras partes las hacen zozobrar con los sacudimien- tos alternados de insurrecciones y golpes de estado , creen hallar en Inglaterra argumento de autoridad para las doctrinas de la es cuela histórica , que pretende someter los progresos políticos de la sociedad á leyes naturales , que suprimen el libre albedrío , asimi- lándolos á la generación y crecimiento de las plantas.

Cuando á principios del siglo XIII los grandes Barones alzados contra la tiranía del Rey Juan, y apoyados por el pueblo de Londres, le intimaron las condiciones con que se someterían á su autoridad, aquel Monarca respondió indignado á los parlamentarios: «¿Por qué no piden también mi corona? No concederé jamás unas liber- tades que me harían á esclavo. » La necesidad le impuso luego lo que la voluntad negaba , y la Magna Charta , aceptada al fin y jurada mal de su grado , consagró en 1215 esas mismas libertades cuya magnitud y trascendencia revelaban bien aquellas palabras. La doblez característica de aquel Rey presuntuoso y de su hijo Enrique III, obligaron á larga y encarnizada lucha para defender el terreno así conquistado , porque esos Príncipes incapaces y des- leales , mientras que en Inglaterra cedían al imperio de la necesi- dad jurando guardar las leyes convenidas, negociaban en Roma las bulas en que el Papa los desligaba de estos juramentos, y con que después pretendían destruir las mismas leyes juradas cuando se creían con fuerza y medios para ello. Esta lucha terminó al fin con las victorias de Eduardo I; pero este Rey, uno de los más no- tables en la historia inglesa, lejos de engreírse con el triunfo al-

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canzado en el terreno de la fuerza , otorgó espontáneamente en 1297 el célebre estatuto titulado Confirmatio Chartarum , por el cual , al mismo tiempo que se confirmaban , como indica su nombre , todos los derechos y libertades que habia reconocido la Magna CJiarta, se declaró que serian radicalmente nulos en todo tiempo los juicios que pudieran darse contra aquellos fueros , y se fulminaron las más severas conminaciones de excomunión y anate- ma sobre cuantos en lo sucesivo intentaran infringirlos de cual- quier modo por obra, palabra ó consejo. Alli se consumó definiti- vamente la conquista de la libertad : desde entonces la Constitu- ción inglesa no ha hecho más que desenvolverse en sus naturales consecuencias.

Las reiteradas y sangrientas usurpaciones por que pasó el trono de Inglaterra en el siglo XV durante las famosas guerras de las Dos Rosas entre los descendientes de Eduardo III contribuyeron mucho á consolidar más y más el poder y la autoridad soberana del Parlamento ; porque los usurpadores buscaban á porfía en la sanción parlamentaria el medio de suplir lo que á sus títulos para reinar faltaba bajo el punto de vista de la legitimidad hereditaria: y desde Enrique VII , el último , y el más afortunado y sagaz de aquellos usurpadores, precisamente cuando en todas las demás naciones de Europa empezaban á hundirse sus instituciones más ó menos liberales bajo el despotismo Real , las de Inglaterra se pre- sentaban ya vigorosamente fortalecidas por la triple garantía de la soberanía no disputada del Parlamento , las libertades inviola- bles del individuo , y la autonomía del municipio : garantías todas tres expresamente consignadas en las Charlas , que tan solemne- mente habia confirmado Eduardo I. Los intereses y las pasiones de la contienda que poco después surgió de la reforma religiosa en el siglo XVI , dieron más de una vez ocasión á que el Parlamento se hiciera cómplice de invasiones transitorias del poder contra las li- bertades constitucionales : pero el principio fundamental , y el de- recho imprescriptible de estas libertades , era siempre reconocido, y quedaba á salvo aun en medio de aquellas usurpaciones ; y las tentativas posteriores de los Estuardos para destruirlo , no hicieron más que darle ocasión para robustecerse con la consagración de nueva y doble victoria. Los trofeos de esa victoria fueron Petición de Derechos en 1628; el Bill de Derechos de 1689, y el pacto di- nástico (Act of Settlement) de 1701: leyes todas, que no crearon

TOMO III. 4

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derecho ninguno nuevo, sino que dieron la última corroboración á los principios fundamentales de las antiguas Chartas del siglo XIII, cortando de una vez y por la raiz hasta la posibilidad de que vuelva á necesitarse nunca otra alguna para el mismo objeto.

No fué una sola , sino que fueron tres las revoluciones por que hubo de pasar el pueblo inglés para conquistar y afirmar su actual Constitución: dos de ellas manchadas también con extravíos y cri- minales violencias como las que en otros pueblos de Europa des- doran aún la civilización en nuestros dias: la tercera definitiva. Después de esto, ¿qué puede tener de extraño el espectáculo que tanto admiramos hoy en Inglaterra , al ver 'como allí se agitan en todas direcciones los movimientos de la opinión , y á impulsos de esta agitación se resisten un día y se consuman otro las más gran- des y trascendentales reformas , sin que ni la resistencia ni la lucha comprometan jamás la paz y el. orden público , ni el respeto de la autoridad? Cuando para explicar el contraste de este para nosotros raro fenómeno con el estéril vaivén de nuestras conmociones polí- ticas , pretendemos buscarle causas recónditas en supuestas condi- ciones idiosincrásicas de la raza inglesa, haciendo de esto una cuestión de temperamento , lo que realmente buscamos no es más que una excusa á nuestra pusilanimidad y apatía. No: el pueblo inglés no debe la actual solidez de sus instituciones y libertades á condición alguna peculiar y privativa de su carácter, sentimientos y costumbres inconciliables con el temperamento de otros pueblos, ó con las exigencias insuperables de otros climas. Lo contrario pre- cisamente es la verdad que la historia demuestra. A sus institucio- nes es á lo que dabe aquel pueblo hoy privilegiado por ellas, la so- lidez de su carácter y costumbres, nacidas y fortalecidas en los enérgios y perseverantes esfuerzos de la lucha de siglos, con que conquistó el firme terreno donde ahora le es tan fácil marchar con paso seguro y pausado, sin desconfianzas ni sacudimientos pe- ligrosos.

No son, pues, de nuestros dias, sino tan antiguas como la Cons- titución misma las libertades todas , que esta Constitución garan- tiza del modo que acabamos de exponerlas , y sobre las cuales reina y gohienia sin peligros ni dificultades la soberanía del Parlamento, limitada ciertamente por aquellas libertades reservadas al self-go- vernment individual y local , pero ilimitada y absoluta en todo lo que concierne al Estado , y á los intereses colectivos que nacen di-

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rectamente de las relaciones sociales. Conocido y determinado así el verdadero soberano de la Constitución inglesa , no es ya difícil dar el nombre propio y adecuado á este sistema de gobierno , como clase especial de organización política entre las demás antes co- nocidas.

Los antiguos griegos habrían dado acaso á este sistema el nom- bre de Parlamentarquia , homogéneo de Monarquía , si fuese suya la palabra parlamento, cuyo origen etimológico en su acepción po- lítica es todavía un problema para los eruditos. El gusto moderno ha preferido la terminación también griega en ismo , para locucio- nes de significación análoga , y de aquí la expresión hoy general- mente admitida de parlamentarismo. Pero esta palabra no se debe limitar como usualmente se limita, á expresar ideas relativas á cuestiones de conducta, ó de prácticas más ó menos depen- dientes de las opiniones ó los intereses de los partidos políticos: porque es ó debe ser la denominación esencial y necesaria del siste- ma mismo , de suerte , que hoy puede y debe decirse científicamente que son cuatro las clases de gobierno conocidas ; la monarquía , la aristocracia, la democracia y el parlamentarismo. Dentro de todos y cada uno de los cuatro tipos caben variedades ó especies particu- lares , á las cuales puedan aplicarse los calificativos de constitucio- nal y de representativo ; porque estas calificaciones se refieren á formas externas y contingentes que en todas las clases ó tipos genéricos pueden encontrarse en una ú otra proporción. Mas el parlamentarismo ó gobierno parlamentario, con la soberanía del Parlamento por condición esencial , es radical y específicamente distinto de los otros tres.

No es esta una vana cuestión de palabras. Muchas acaso de las dificultades que la esuela liberal francesa encuentra para fijar só- lidamente los principios fundamentales de la ciencia política con relación al sistema parlamentario, se habrían evitado, si no se hu- biesen adoptado las denominaciones impropias de Monarquía cons- titucional , y Gobierno representativo , que tan difícil hacen la defensa teórica , y aun práctica de aquel sistema contra los demó- cratas de un lado, y los que podríamos llamar regalistas del otro.

Prescindiendo de lo que á estos últimos se refiere, porque hay cosas que no podemos analizar aquí, es un error á nuestro juicio peligroso, admitir y dar por supuesto , como se da con frecuencia en nuestras teorías francesas , y aun por algunos escritores radi-

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cales ingleses , que el Gobierno parlamentario no es más que un sistema transitorio, y como provisional , que solo sirve para edu- car á los pueblos antes monárquicos, y conducirlos insensiblemente á un régimen puramente democrático como organización definitiva de la sociedad. Desde un pimto de vista histórico todos los sistemas de organización política pueden considerarse transitorios, puesto que la sociedad en todos tiempos y lugares ha pasado sucesiva, y aun alternativamente de unos á otros sin orden preciso de grada- ción determinada. Si alg-una excepción cabe contra la generalidad de esta ley histórica , es precisamente en favor del Gobierno parla- mentario, al cual hasta ahora no ha sucedido" otro ninguno donde quiera que se ha establecido con sus propias y esenciales condi- ciones; p:íro ciertamente es demasiado corta aún la vida de cuatro ó cinco siglos, que lleva este sistema en un solo pueblo, para que sea dado admitir la excepción como un hecho probado. En todo caso, para la ciencia no hallamos razón alguna que pueda inducir á considerar ninguno de los cuatro sistemas de Gobierno , con rela- ción á los demás, como definitivo, y el único ajustado al fin su- premo y á las condiciones esenciales de la humanidad en absolu- to, no vemos más razón para que la nación inglesa llegue á ser con el tiempo una república democrática, que para que los Esta- dos-Unidos de América se constituyan en más ó menos lejano porvenir en una ó muchas monarquías parlamentarias.

Si esta somera exposición de los principios fundamentales de las libertades y la Constitución de Inglaterra es trasunto fiel de la rea- lidad práctica , y del valor que en la ciencia debe darse en aquellas admirables instituciones , de suyo salta á los ojos el largo trecho que hay de ellas á las teorías, que, como esenciales de este siste- ma político, nos enseñan, y hemos aprendido con más fe que dis- creción de la escuela liberal francesa. Juzgado por las doctrinas de M. Guizot, el Gobierno inglés tendría «por base esencial y nece- saria el despotismo,» puesto que, reconociendo de hecho y de dere- cho la soberanía nacional en el Parlaiüento, entra en la primera ca- tegoría de su clasificación general de todos los Gobiernos , y cae por ello bajo el implacable anatema de M. de Barante. Según las otras teorías extrañas aldoctrinarismo puro, tampoco sería liberal este Go- bierno, puesto que no puede considerarse real y efectivamente ba- sado en la soberanía del pueblo, ni aun con la atenuación de una delegación más ó menos lata en sus legítimos representantes. Hay,

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pues , inconciliable repugnancia sobre este punto fundamental en- tre la Constitución parlamentaria de Inglaterra , y la teoria del sistema tal como la han hecho los franceses.

Aquí hemos considerado la soberania del Parlamento en abs- tracto como un atributo esencial , y un principio constitucional del sistema parlamentario. Mas el Parlamento soberano es una entidad colectiva; y los elementos personales, que lo componen, el Rey, la Cámara de los Lores y la de los Comunes, son política y social- mente distintos entre sí. ¿Cómo se reparte y pondera entre estos elementos el poder soberano? Esta es una cuestión, que se roza con otra de las doctrinas fundamentales de la escuela liberal francesa, cual es el principio de la División de los poderes: y la materia me- rece estudio especial.

Justo Pelato Cuesta.

EL DRAM UNIVERSAL. '"

¡ Oh vida ! mezcla de inquietud y calma , Alternativa infiel de paz ó guerra , Rebelión de la carne contra el alma , Lucha eterna del cielo y de la tierra!

Venciendo á Soledad el desaliento , Después de su amoroso deseng-año , Entró como novicia en un convento Y novicia salió muriendo al año.

Alli , tranquila , ni el rencor sentia Ni menos del amor la ardiente llama ; Deseaba morir , porque creia Que Dios lleva consigo á aquellos que ama.

Y conforme cambiando iba su mente En santas oraciones sus delirios , Su cutis fué tomando lentamente El color de la cera de los cirios.

¿ Os contaré su vida en el convento ? Sin pesares alli , sin alegrías , Sucediendo un momento á otro momento , Los dias sucedieron á los dias.

(1) Tenemos el gusto de insertar uno de los cantos del poema que con este título va á publicar muy pronto nuestro amigo el Sr. Campoamor.

En la imposibilidad de dar por ahora una idea sucinta del poema, para la inteligencia de este canto solo diremos que Honorio es un personaje que por medio de trasmigraciones sucesivas sigue todas las evoluciones de la natura- leza física, relacionándose siempre su vida con la historia ó marcha moral del poema. En este canto, que es el cuarto de la obra, Honorio, después de la muerte de Soledad , pidió á Jesús el Mago (un discípulo de Cristo de quien re- cibió cierto don prodigioso ) que le concediera la gracia de trasmigrar al már- mol de la tumba de su amada, trasmigración que recomendamos á la atención y al buen gusto literario de los lectores de nuestra Eevista.

EL DRAMA UNIVERSAL. 55

Y solo al fin, en su semblante puro Las huellas se miraron de sus penas, Cuando ya en una red de azul oscuro Se dibujaron en su sien las venas.

¿Y su amante? ¿Qué importa? Aunque él , acaso , La dejó por amor de otros amores, Solo le pide á Dios que abra á su paso En honor á sus pies sendas de flores.

Pues ella triste , sin pasión , sin celos , Al odio y al amor indiferente , Como una dest-errada de los cielos Solo se acuerda de la patria ausente.

No perdonando ni horas ni minutos El rezo llegó á ser su afán diario , Entre sus dedos por la fiebre enjutos Deslizando las cuentas de un rosario.

¡ Ay ! un dia en su blanco dormitorio Teniendo en derredor á cuantos quiere , Una mano de sombra echa hacia Honorio Le dice ¡ adiós! y sonriendo muere.

Con sed de sacrificios sobrehumanos Después Honorio , en lágrimas deshecho , Su sepulcro oprimiendo con las manos Lo estrechó con furor contra su pecho.

Cual ráfaga hacia alli Jesús avanza ; Mientras Honorio con los ojos presos De Soledad en el sepulcro lanza Miradas voluptuosas como besos.

Y dice asi : «Ya os lo conté ; por ella Más que en Dios en Pitagoras creia , Yo, que por ser lo que su planta huella El cielo con delicia dejaría.

>->¥ he de pedir cuando al dolor sucumba. Que me convierta por favor divino En el ciprés ó el marmol de su tumba, Compañero inmortal de su destino.

56 EL DRAMA UNIVERSAL.

»Que en posesión de sus cenizas, pueda Con ellas ver mi corazón cubierto ; Que el hado la ventura me conceda De hablarla de mi amor después de muerto.

»Que me deje sufrir el cielo amigo Junto á esta tumba mi dolor eterno, Aunque con ella aqui sufra el castigo De todos los suplicios del infierno ! »

Dijo Honorio ; y en tanto que aguardaba Lo que el mago Jesús le respondía , En las sienes su sangre martilleaba ,

Y hasta latir su corazón oia.

Y contestó Jesús : « ¿ Piensas que el Cielo Te dará ni en la misma sepultura Un período de tregua y de consuelo, Un oasis de paz y de ventura?

Trasmigra , pues : mas que eludir se intente La pena de una culpa es un delirio ; Si trasmigras , Honorio , eternamente Solo harás infinito tu martirio.

»No encontrarás la dicha en parte alguna ; Mudarás de dolor, mas no de duelo ; Hasta en la tumba es loca la fortuna ,

Y no hay eterno amor sino en el Cielo.» Dijo Jesús , y al éter, fugitivo,

Le vio Honorio volar á su presencia , Después que sus flaquezas compasivo Con el manto cubrió de su indulgencia.

Vuelvo á tu lado , Soledad querida , Honorio prorumpió ; y el Cielo quiera Que después de llenar toda mi vida , Llenes también mi muerte toda entera. »

Con voluntad tan firme y tan constante Quiere morir, que muere porque quiere; Vivia con la vida de su amante,

Y fiel á su pasión con ella muere. Activo, enamorado, violento,

Náufrago ya sin brújula ni estrella , Con el vivo puñal del pensamiento

EL DRAMA UNIVERSAL. 57

Se asesinó para morir con ella.

Y el mármol del sepulcro contemplando Con alma y vida, de alegría loco,

La densidad del mármol penetrando Sintióse en él filtrar muy poco á poco.

El mármol con la carne confundiendo. Parece que uno en otro se fundia ; La carne se iba en mármol convirtiendo,

Y algo de carne el mármol se volvía. Su espíritu en los poros derramado

En lento filtro se sumió primero ; Mas luego se recoge y concentrado En el mármol por fin se vierte entero.

Y un sordo ruido de absorción se siente Como el que hace, al sorber, seca la tierra; No hiere el corazón tan tristemente

Del ataúd la tapa que le cierra.

Después que hubo al sarcófago querido Trasmigrado de Honorio el pensamiento, Solo se oyó en el mármol un quejido,

Y un sollozo en la ráfaga del viento. Así dio fin tan triste y tan oscura

Esta historia de amor y de ansias llena , Encerrando una misma sepultura El criminal, el crimen y la pena.

Solo un guarda infeliz , de espanto yerto, Se encontró al despuntar del otro dia Un muerto , tan inmóvil como un muerto, Sobre un mármol que vivo parecía

Campo AMOR.

SUSTITUCIONES

DE CRÉDITO HIPOTECARIO

EN ALEMANIA.

Desde los tiempos más remotos se ha considerado á la agricul- tura, como la primera y la más necesaria de las industrias; el pri- mer destello de ilustración que brillaba en la mente de un pueblo se aplicaba á mejorar y extender el cultivo de la tierra, de tal modo, que hoy dia, para juzg-ar del grado de civilización á que han llegado los pueblos de la antigüedad", consideramos como dato muy importante , si no el principal , el conocimiento del estado en que se encontraba su agricultura. Si se analiza detenidamente la his- toria del engrandecimiento y decadencia de los pueblos que por su ilustración superior han regido los destinos del mundo , lo mismo del asirlo y egipcio, que del griego y romano , se ve, que mientras estos pueblos han conservado la pureza de costumbres que engen- dra la vida del campo y han robustecido sus fuerzas así físicas como intelectuales , con el trabajo y la constancia que exige el cultivo de la tierra, su progreso é influencia han sido crecientes; por el contrario , cuando ebrios de poder han entregado la agri- cultura á manos mercenarias ó de razas y pueblos vencidos, dedi candóse exclusivamente á la alta especulación ó á las artes de refi- namiento y deleite , ha empezado visiblemente su decadencia y hau

SUSTITUCIONES DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMAMIA. 59

acabado por ser sojuzgados, por aquellos mismos á quienes consi- deraban y tal vez con fundamento , como de raza inferior.

Preocupados vivamente del progreso de la agricultura , los pue- blos que en la historia del mundo han impreso el sello de su supe- rior ilustración , la protegieron por medio de estímulos de carácter fugaz y perecedero , bien concediendo honores y preeminencias ó exenciones de cargas, á la clase entera que se dedicaba á esta in- dustria ó á las que de ella se derivaban , ó premiando especial- mente á los individuos que más se distinguían, perfeccionándola é introduciendo mejoras en su explotación : estos medios tenían el carácter de auxilios directos ; pero como eran privilegios que esta- blecían desigualdad de derechos respecto á las demás clases , su duración era efímera , y por tanto producían escasos resultados.

Posteriormente, y aun en nuestros dias, se ha creído estimular el progreso de la agricultura y de la industria en general, por me- dio del sistema conocido con el nombre de protector, que consistía en conservar á los productos de un pueblo el mercado propio , ex- cluyendo de él , los productos similares de los demás pueblos. Este sistema, que estaba en vigor á principios de este siglo, ha perdido su crédito, y es de creer desaparezca definitivamente antes que aquel termine.

La Inglaterra , con el instinto superior que caracteriza á sus ha- bitantes y que rara vez les ha engañado , comprendió la primera, que el mayor y más eficaz auxilio que puede prestarse á la agri- cultura es la abundancia de capitales; y como por la extraordi- naria energía y aptitud industrial de que están dotados los indivi- duos de esa raza , los forma con rapidez asombrosa , ha podido der- ramar sobre su suelo inmensos tesoros, que han elevado su produc- ción agrícola al mayor grado de perfección conocido en tiempo alguno , á pesar de la excesiva acumulación de la propiedad en aquel pueblo , que tanto perjudica el desarrollo de su cultura.

La Alemania, el pueblo de las grandes concepciones, porque disfruta desde hace mucho tiempo de la libertad del pensamiento; científico, porque posee trece universidades libres donde se enseñan todas las ciencias , desde las de la especulación más sublime hasta las de carácter más práctico; reñexivo, porque la reflexión nace de la, ciencia , comprendió también , que los elementos fundamentales de la agricultura , como los de toda industria , son la instrucción y el capital ; la primera la poseía en abundancia , pero no el segundo.

60 SUSTITUCIONES

Inaccesible por su zona marítima durante el invierno , y por pocos puertos durante el verano en razón á lo bajo j arenoso de sus costas ; dotada de un suelo de pésima calidad en el norte , de me- diana en el centro y buena en el sur ; desprovisto del carácter emprendedor y audaz de los ingleses y teniendo que emplear la mayor parte de sus economías, en el sustento de una población cons- tantemente creciente, no podía poseer grandes capitales; amiga, por otra parte, de los organismos, tenía que inventarlos, á fin de que todas las economías , por pequeñas que fuesen , se empleasen en auxiliar y fomentar la industria, y principalmente la agrícola, que es la principal. A estos organismos , denominados Asociaciones de propietarios , debe la industria agrícola alemana el grado de esplendor á que ha llegado. ¿Son perfectos? ¿Es la última palabra de la humanidad en materia de crédito territorial? Difícil es de- cirlo , y milagroso sería que este pueblo hubiese encontrado en el primer ensayo, una fórmula definitiva. Lo cierto es, que la inven- ción prusiana ha hecho pensar á toda Europa en la cuestión del crédito territorial. La analizaremos ligeramente y la comparare- mos con las modernas instituciones de crédito territorial, deBavie- ra. Bélgica, Francia, Austria, Suiza y Portugal.

L

Los descubrimientos que tienen por objeto curar al cuerpo social de las enfermedades que le aquejan , y evitar que en lo sucesivo se reproduzcan con igual ó mayor intensidad , dando mayor robustez y elasticidad á todos sus miembros y facilitándole su prosperidad y su progreso, tienen lugar generalmente en aquel pueblo ó parte del cuerpo social, en que la enfermedad produce mayores estragos y es más intensamente sentida. Pero si este pueblo carece de ilus- tración por ser de raza inferior ó porque la ha perdido durante largos tiempos de servidumbre, y por efecto de preocupaciones inveteradas, ha adquirido la costumbre de atribuir un origen divino, á sucesos que proceden de causas puramente humanas , en vez de luchar con la enfermedad y de buscar el remedio oportuno , se resignará fa- talmente á sufrirla, se abandonará á su acción corrosiva, y des- pués de un período de decadencia más ó menos largo , acabará por aniquilarse. Por el contrario, si ha sido dotado por la Providencia

1)K CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMANIA. 61

de calidades superiores ; si las robustece y perfecciona con el aire puro de la libertad ; si discurre despreocupadamente y con plena conciencia de sus fuerzas , y distinguiendo lo divino de lo humano, no confunde los grandes sucesos por medio de los cuales se desen- vuelve la historia de la humanidad y que son definitivos , con los que, nacidos de las pasiones humanas, son contingentes y tienen remedio también humano , aplicará sus facultades todas á encon- trarle , y si no lo consigue en el primer ensayo , luchará con cons- tancia y con energía, y es seguro que obtendrá la victoria por premio de sus esfuerzos ; con ello no solo curará su propio mal y evitará ó atenuará sus efectos en lo sucesivo , sino que extenderá á toda la humanidad los beneficios de su invento.

Se nos ocurren estas reflexiones con motivo de la creación de las instituciones prusianas de crédito hipotecario , que se extendie- ron después á toda la Alemania y á otros pueblos de la Europa central y que deben su origen al estado lastimoso á que se vieron reducidos los propietarios de la Silesia, á causa de las devastaciones de la guerra de los siete ailos , al terminar la cual, se incorporó este territorio á la Prusia.

Para hacer el estudio de las instituciones de crédito hipotecario de Alemania , debemos empezar por la primera , que fué la de Si- lesia , y para explicar su origen, trascribiremos varios trozos de un manuscrito del Consejero privado , sabio profesor y director de es- tadística de Berlin, Dieterici. Dice este, refiriéndose á opiniones de M. de Strüensée , Ministro de Federico II , acerca de las causas del estado deplorable de la propiedad y del crédito de esta en Si- lesia, después de la paz de 1763:

1.* «Muchas propiedades estaban completamente devastadas, particularmente aquellas en que hablan acampado los ejércitos durante largo tiempo. El suelo existia ciertamente; pero habla desaparecido por completo todo lo que es necesario para cultivar- lo ; las casas de labranza quemadas ; el ganado disperso habla pe- recido de hambre ; los útiles de labor inservibles , y los campos in- cultos y mal preparados. En estas circunstancias el valor de las propiedades disminuyó de 50 á 60 por 100; y cuando un propieta- rio debia de 50 á 60 por 100 del precio anterior á este desastre, se encontraba en la imposibilidad de pagar los intereses de su deuda, y mucho menos de reembolsarla al vencimiento. De este estado de cosas resultaron numerosas quiebras , y los secuestros consiguien-

62 SUSTITUCIONES

tes aumentaron más aún la depreciación de las propiedades y su descrédito ante los capitalistas. Estos, perdida ya la confianza en la garantía que les ofrecían las inscripciones legales , reclamaron repentinamente el reembolso de todas las sumas que hablan pres- tado á los propietarios , y llevaron con esto á su colmo el desorden y la perturbación general.

2.* » Durante la guerra, los propietarios hablan obtenido pre- cios enormes de sus productos , y hablan pagado en tercios sajo- nes (1) , no solo los impuestos , sino también los intereses de las cantidades que habian tomado prestadas en esta moneda inferior. Estas circunstancias habian bastado para compensar á los pequeños propietarios del perjuicio que les causaban las requisiciones , del ocasionado por la caballería que forrajeaba en sus tierras , y de las pérdidas de las cosechas que nunca eran completas. Pero después de la paz todo cambió súbitamente ; el precio de los granos bajó; fué preciso pagar los impuestos y los intereses de las deudas en moneda de buena ley , y el precio de los jornales no disminuyó aunque aumentó el valor intrínseco de esta. Por otra parte , el elevado precio de Ioí productos durante la guerra, había estimula- do á los propietarios á aumentar sus gastos , y como los continua- ban á pesar del cambio de circunstancias, su ruina era inevitable.

3.*^ »E1 precio elevado de los granos y la moneda de baja ley habian aumentado mucho el valor precio de las propiedades; pero este aumento era puramente nominal y ficticio ; después de la paz ex- perimentaron una depreciación proporcional. La fortuna de los propietarios no resistió á esta reacción imprevista.

4.* »Los interereses de las deudas fueron mal servidos después de la paz ; los acreedores recibieron algo á cuenta, y el crédito de los propietarios se perdió completamente. Mientras que la moneda mala tuvo curso , y que la presencia de los ejércitos la hizo circu- lar activamente, hubo abundancia de dinero y los que le poseían, procuraban su colocación aun á interés moderado. No se tenia empeño en conservar una moneda, cuyo valor era de convención; de suerte que durante la guerra, los propietarios se la procuraban fácilmente , pagaban los intereses con regularidad , y su falsa si- tuación estaba en cierto modo disfrazada.

5.* »Pero cuando hecha la paz, las tropas abandonaron la Sile-

(1) Moneda de baja ley equivalente próximamente al tercio de la buena.

DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMANIA. 63

Áa,, sus sueldos no se gastaban ya allí , j la moneda usual sufrió una reducción de dos tercios , los capitalistas necesitaron su di- nero, el ciudadano tuvo que reedificar su casa, el comerciante que extender su comercio , y el padre que establecer á su hijo ó dar una dote á su hija ; el dinero faltó para todas estas necesidades , y los propietarios , que estaban en situación critica , no encontraron ya de quién tomar prestado.

6.* » Disfrutaba crédito en Silesia la opinión, de que, una obli- gación garantida judicialmente ofrecía toda seguridad, y que en las circunstancias más desastrosas no se corria riesgo alguno de perder el capital. Para conservar su crédito los propietarios, difí- cilmente concedían una inscripción hipotecaria sobre sus bienes; preferían suscribir obligaciones libres ; y cuando los acreedores in- sistían por obtener una inscripción judicial , enseñaban la situa- ción hipotecaría de sus bienes, que hacia aparecer su posición como muy ventajosa ; pero comenzaron las persecuciones judicia- les, se despertó la atención de los acreedores, y se reconoció que los propietarios estaban completamente agobiados.»

Debemos hacer mención de un hecho de suma importancia que omite en su relación el profesor Dietericí , y que acabó de retraer al capital del auxilio de la propiedad , y es , que queriendo el Rey evitar la expropiación por falta de pago con que amenazaban á los propietarios comprometidos, sus acreedores , expidió un edicío de iíididgencia fmoraíoriumj, en virtud del cual, se prorogaba por tres años la devolución de los capitales prestados á la propiedad; este acto de tiranía , que anulaba el perfecto derecho de los acree- dores á reembolsarse el capital prestado , si es cierto que favoreció á los que estaban más agobiados, perjudicó á los propietarios en general, hasta el punto, de que los más desahogados tenían que pagar un 10 ó 12 por 100 de interés y 3 por 100 de comisión, por los préstamos sobre hipoteca.

« Se hallaban las cosas en este estado , cuando los grandes pro- pietarios , cuya posición aún era buena , se asociaron para tomar á préstamo. Rogaron al Rey les concediese ciertos derechos especia- les de ejecución, que les permitieran perseguir sumariamente á los deudores retardatarios, y apoderarse de las rentas de sus bienes cuando no pagasen regularmente los intereses. Pidieron también una autorización, para hacer tasar los bienes, con arreglo á bases fijas determinadas por ellos. »

64 SUSTITUCIONES

Este proyecto, presentado al Rey en Octubre de 1769, fué auto- rizado en Julio de 1770.

Esta asociación constituida por la iniciativa de Kaufmann Bür- hing, comerciante de Berlin, se estableció bajo las bases siguien- tes. Formaban parte de ella forzosamente, todos los propietarios de bienes nobles (ritters-cliaft) (1) de la Silesia y del condado de Glatz. Emitia obligaciones Mpoiecarias al i^ortaáor fpfand-briefj, que de- vengaban interés , y este se cobraba semestralmente por la presen- tación de la obligación. La asociación prestaba á los propietarios asociados, en obligaciones hipotecarias, que estos negociaban, hasta el 50 ó 55 por 100 del valor de su propiedad ; debian abonar á la asociación , además del interés semestral de las obligaciones que habian recibido, una cantidad anual de 1, 1/2 ó 1/4 por 100 del préstamo recibido , según que este fuese pequeño ó grande , para subvenir á los gastos de administración y constituir un fondo de reserva ; los propietarios deudores podian amortizar parte ó toda su deuda, entregando cantidades en efectivo ó en obligaciones compradas en la Bolsa. La asociación era responsable y debia ser- vir semestralmente á los tenedores de las obligaciones sus respec- tivos intereses , y además debia procurarse el numerario necesario, para la amortización á la par de las obligaciones que se denuncia- sen, con seis meses de anticipación : si el fondo de reserva, consti- tituido con la diferencia de intereses servidos por los deudores y pagados á los tenedores de obligaciones , no era suficiente á satis- facer la demanda de amortización , debia proveerse á ella por me- dio de derramas entre los deudores, proporcionales á sus débitos respectivos. La dirección reside en Breslau y se compone de un director general , tres delegados generales de la provincia, reelegi- dos cada tres años , de un síndico , de un contador y de un comisa- rio regio , que tiene el encargo de velar por el cumplimiento de los estatutos , y que generalmente suele ser, el representante del poder central en el departamento. Es el centro de nueve adminis- traciones con un personal análogo, al cual se agregan notables del país y diputados provinciales.

(1) En su origen la denominación de bienes nobles se aplicaba á los que poseía la clase privilegiada : conservaron su nombre aun cuando pasaron al dominio de la plebeya , y hoy se designa con este calificativo toda propiedad territorial que excede de cierto valor; varia este en los diversos Estados ó pro- vincias de la Alemania, entre 1.000 y 5.000 thalers. Un thaler equivale k 3 francos y 75 céntimos.

DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMANIA. 65

Antes de referir la historia de esta asociación y de indicar las que se crearon posteriormente y á imitación suya , creemos con- veniente detenernos un momento á examinar, siquiera sea ligera- mente , el plan general de este monumento y la calidad y exten- sión de su cimiento , para comprobar el análisis que de él hagamos, con las vicisitudes de su historia.

II

En primer lugar, la idea fundamental de la institución es la idea de asociación ; para comprender su necesidad , conviene re- cordar, que el crédito con garantía de prenda es y ha sido siempre preferido al crédito personal , y que puede admitirse como axioma económico el plus est cautionis in re q%am in persona, que cita Wo- lowsky ; la prenda moviliaria , de suyo perecedera y contingente, es inferior sin duda á la prenda inmoviliaria , y más aun á la propie- dad territorial : en efecto , la tierra, es el origen , es la fuente de donde emanan todos los productos , desde los que satisfacen las ne- cesidades más perentorias é imprescindibles de la humanidad , co- mo son el sustento , el vestido y la habitación , hasta las del lujo más refiaado y superfino; de suerte que mientras exista el hombre, la tierra será para él, el objeto de valor más preciado de los que le rodeen ; por manera , que cuando la propiedad territorial encuen- tre dificultad para adquirir capital mueble con la garantía de su propio valor, habremos de deducir, que , ó este es sumamente es- caso y se emplea en satisfacer necesidades urgentes con grandes beneficios , ó que circunstancias extraordinarias, perturban honda- mente la ley natural de las relaciones entre el capital mueble y el inmueble. De la reseña de los sucesos que precedieron y determi- naron la creación de la asociación , se desprende : que el valor de la propiedad atravesaba una crisis espantosa, durante la cual, no solo perdió el precio exagerado y de convención adquirido en los últi- mos años de la guerra, sino que, solicitado este, por la pendiente sobre que resbalaba y por el pánico que siempre se desarrolla du- rante las tempestades económicas, habia llegado á unpunto, infe- rior de mucho al verdadero y natural, que determinábalos rendi- mientos de aquella. La primera necesidad que la institución debia satisfacer, era, la de restablecer la confianza en el valor de la pro-

TOMO III. 5

66 SUSTITUCIONES

piedad, y para conseguirlo, ningún medio mejor que el de la aso- ciación que se empleó; en efecto, al englobar en un todo compacto, en una gran unidad , propiedades en condiciones diversas , grava- das de grandes deudas unas , de menores otras , y otras completa- mente libres , el valor superabundante de estas servia de compen- sador al de las primeras, sin perder gran parte del suyo propio. Se producía con esta combinación un efecto análogo, al que se obtiene de reunir en una misma manzana, multitud de casas aisladas y que se encuentran en condiciones de resistencia diferente; las más sóli- das sirven de contrafuerte y apoyo á las más débiles , y el mutuo enlace de ellas comunica tal fuerza al conjunto, que le permite resis- tir á vicisitudes y tiempo, que las habrían destruido en detall. Además , la responsabilidad individual de propietarios , algunos de los cuales no habían demostrado gran acierto en la explotación de sus propiedades , era reemplazada por la colectiva de toda una clase , de la clase que por su nivel social , por su influencia en el Estado y por su ilustración y cultura , ofrecía mayor garantía mo- ral. La asociación constituida como queda dicho era una verdadera sociedad de responsabilidad mutua a favor de los acreedores.

De la sustitución de la buena moneda en vez de la antigua, cuyo valor era el tercio del de aquella , resultó disminución real del ca- pital circulante , que aumentada con la ficticia , debida al retrai- miento producido por el pánico , redujo aquel á proporciones exiguas é insuficientes para las necesidades del comercio. La concen- tración de este capital en las manos de los banqueros y comercian- tes , y la necesidad para la propiedad de obtener sumas de alguna consideración, permitía á estos, ejercer el monopolio del préstamo sobre hipoteca , y naturalmente lo explotaban con grandes benefi- cios-, imponiendo á los propietarios condiciones durísimas, que hacian su situación cada dia más angustiosa. Para librarse de esta opresión y conseguir que los comerciantes moderasen sus preten- siones , pensó la asociaxion en atraer al préstamo sobre hipoteca nuevos capitales , los capitales pequeños , resultado de las econo- mías déla clase proletaria, que aunque exiguos por si mismos, formaban sumas considerables habido en cuenta su número: á este fin emitió varias series de obligaciones hipotecarias de un valor nominal, que variaba entre 25 y 1.000 escudos de Prusia (Ij.

(1) Un escudo de Prusia vale 3,75 fr.

DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMANIA. 67

Pero no estaba exenta de lunares esta sublime concepción , y si no eran de tal mag-nitud que la desvirtuaran por completo , eran de bastante consideración para empañar su brillo y para crearle di- ficultades en su aplicación. Es el primero, el carácter de obligatoria que tenia para todos los propietarios de bienes inmuebles: para com- prender este monstruoso abuso de poder, á virtud del cual, se afec- taba una propiedad de dominio particular á las eventualidades y responsabilidad de una sociedad mercantil, contra la voluntad de su dueño , hay que recordar que esto pasaba en Prusia en tiempo del Gran Federico : se daria por excusa de esta violencia que , de- jando en libertad á los propietarios , los más desahogados no ha- brían concurrido con la buena garantía de su propiedad á dar cré- dito á la naciente asociación ; pero como todos ó casi todos , por buena que fuese su situación , tenian necesidad de capital mueble para poner en producción sus tierras, es probable hubieran acu- dido voluntariamente á ella, como el único medio de obtenerlo en buenas condiciones.

El segundo, si no tan importante mirado desde el punto de vista del derecho , lo era mucho más, económicamente considerado, por- que podia afectar profundamente la marcha y el desarrollo de la aso- ciación y hasta destruirla por completo ; consistía, en la facultad concedida á los poseedores de obligaciones hipotecarias, de exigir su amortización álos seis meses de anunciada; esta cláusula dejaba entregada la asociación á la merced de los acreedores: en efecto, podia ocurrir una crisis y en su consecuencia, presentarse á la amortización tantas obligaciones , que se viera la asociación en la dura necesidad de expropiar á aquellos de sus deudores que no pu- diesen pagar los dividendos correspondientes á una amortización considerable , y de ejecutar por su misma mano, á aquellos en be- neficio de los cuales, más principalmente se habia creado.

En los primeros meses de vida de la asociación, se colocaban di- fícilmente las obligaciones á precio corriente y la dirección procuró aunque inútilmente hacer una emisión en Holanda ó Suiza , donde en aquel tiempo , como ahora , habia grandes capitales : entonces solicitó y obtuvo del Eey un préstamo de 300.000 (1) escudos al 2 por 100: con este auxilio invertido en préstamos ó en la compra de obligaciones , sostuvo su precio y consiguió que se cotizaran á

(1) 200.000 según otros.

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tipo más alto que los demás valores incluso los del Estado; las buenas cosechas de 1670 , 71 y 72 contribuyeron poderosamente á este resultado , y el favor de que disfrutaban las obligaciones era tal , que su interés, que en los primeros tiempos era de 5 por 100 , se redujo en 1776 á 4 V2 y en 1778 á 4 por 100.

El éxito de la asociación y los cuantiosos auxilios que dispensó á la ag-ricultura y á la propiedad en general , determinaron al Rey á impulsar la creación de otras semejantes en las demás provincias de la Monarquía. Por su indicación, y á pesar de la resistencia que manifestaron varios propietarios , se creó en 1781 la de Pome- rania, en 1782 la de Hamburg-o, la de la Prusia Occidental en 1787, y en 1788 la de la Prusia Oriental. Estas asociaciones obedecían en sus estatutos, á los principios fundamentales que hablan servido de base á la de Silesia, aunque diferian de esta en circunstancias de detalle: en unas, ]a.asociacion era forzosa para todos los propietarios; en otras era voluntaria, y la responsabilidad mutua de los propieta- rios tenia lugar mientras eran deudores, y cesaba en el momento en que dejaban de serlo: en unas las obligaciones llevaban cupones que se separaban , y la presentación y entrega de estos, bastaba para el pago de los intereses ; en otras , los cupones estaban adhe- ridos á la obligación^ y para cobrar los intereses, era necesaria la presentación de esta ; las asociaciones extendían de dia en dias sus operaciones , prestaban cantidades considerables á la agricultura, y merced á este auxilio , esta prosperaba y mejoraba sus condicio- nes productivas. Como á pesar de haber reducido el interés de las obligaciones á 4 por 100, estas obtenían prima en los mercados, no se presentaban á la amortización , y confiada la asociación en la prosperidad del presente , no se cuidaba del porvenir ; los propie- tarios , como por medio de las obligaciones podían obtener dinero á un interés mínimo y no se les exigía dividendo alguno para su amortización , miraban á la sociedad como una mina inagotable de valores, que no debían descender nunca por debajo del cambio de par, y no se preocupaban de la eventualidad de su reembolso. Así es , que satisfechas las necesidades de la agricultura , contraían más deudas, bien para dedicar su importe á la especulación, ó para comprar propiedades á precios exorbitantes, ó lo que es peor, para aumentar el confort y lujo de su existencia. Pero ocurrieron las guerras con el Imperio francés , vino luego la ocupación , y tras de estos desastres la crisis mercantil y la baja de todos los valores.

DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMANIA. 69

y entre ellos las obligaciones , que llegaron á cotizarse á menos de la par. Como seg'un los estatutos, tenían los tenedores de obliga- ciones derecho permanente, á reclamar su amortización á la par, mediante seis meses de antelación en el aviso , todos se apresuraron á usar de este derecho , y las asociaciones que no hablan previsto una demanda de amortización tan extraordinaria , ni ocurrido á su remedio aumentando el fondo de reserva , se vieron en la alterna- tiva, ó de ejecutar á la mayor parte de sus asociados deudores, que no podian pagar los grandes dividendos que les correspondían, ó de rehusar la amortización , dejándose ejecutar por los obliga- cionistas acreedores; pero comprendiendo que ambas cosas eran ruinosas para ellas y para los propietarios que las formaban, ob- tuvieron del Rey un segundo edicto de indulgencia de 9 de Marzo de 1807, por el que se suspendía indefinidamente el derecho de los tenedores de obligaciones á reclamar su amortización, y las asociaciones quedaban obligadas únicamente á servir los intereses de ellas (1). Entonces las obligaciones llegaron á cotizarse á 50 ó 60 por 100; pero estos precios tan bajos duraron poco, y pronto se repusieron y llegaron á cerca de la par.

IIL

Hemos visto, que el vicio fundamental de que adolecían las aso- ciaciones prusianas, consistía, en la facultad conferida á los tenedo- res de obligaciones, de elegir el semestre de su amortización. Esta instabilidad en la duración, es absolutamente incompatible con el carácter propio y peculiar de los préstamos hipotecarios.

La agricultura necesita capitales por dos conceptos y para dos aplicaciones completamente diversas ; el capital que se emplea para explotar la industria agrícola ya creada, y que se invierte en la adquisición de simientes , abonos , pago de salarios y en los demás gastos que exigen las cosechas usuales de aquella, y el destinado á saneamientos y desecación , irrigación y cambio de cultivo , y á todos aquellos trabajos que tienen por objeto , el fomento de las condiciones productivas de la tierra. El primero , que puede lla- marse móvil, produce por lo general intereses muy varios y se

(1) Esta situación se prorogó hasta 1818 en las Marcas, Pomerania y Sile- sia, y hasta 1832 en la Prusia oriental y occidental.

70 SUSTITUCIONES

reforma ó reconstituye después de la campaña agrícola , que suele durar de dos á diez meses; aunque las instituciones hipotecarias puedan proveer de él á los agricultores , como estos las más de las veces, no son dueños de la propiedad que explotan , y carecen por consiguiente de aptitud para hacer uso del crédito hipotecario , se procuran los cajiitales que necesitan, por medio del crédito personal ó por las instituciones agrícolas que empiezan á establecerse. El segundo se inmoviliza en la tierra ó propiedad á que se aplica , se funde en ella y pierde definitivamente sn carácter de capital móvil, para adquirir el de inmueble por el aumento de valor que da á aquella. Si se ha empleado con inteligencia y ha mejorado las condiciones productivas de la tierra , esta dará más productos ó de mayor valor , y en ambos casos aumentará su renta ó beneficio anual ; pero como este aumento de renta es lento , por más que sea creciente, y hay que separar de esta anualmente, la parte corres- pondiente al servicio de los intereses del capital tomado á présta- mo y la que exigen las necesidades ordinarias del propietario , el residuo de aquella, destinado á la reconstrucción del capital, será pequeño y no podrá conseguir su objeto, sino en un gran número de años; se abreviaría este plazo, si estos residuos anuales pudiesen invertirse fructuosamente y produjesen intereses que se acumula- sen por la ley del interés compuesto. Pero como es difícil que los propietarios encuentren por mismos, colocación segura y benefi- ciosa para estas pequeñas sumas , de que pueden disponer anual- mente para la reconstrucción del capital que deben , de aquí la segunda é importantísima misión que en beneficio de la propiedad, corresponde desempeñar á las instituciones de crédito hipotecario. Deben percibir del propietario deudor, anual ó semestralmente, una cantidad fija, que , empleada en las mismas obligaciones que ha emitido, produzca la amortización de la deuda en un plazo tanto más breve, cuanto mayor es el importe de aquella cantidad.

Esta idea sirvió de base, á la institución de crédito hipotecario establecida en Zelle para el Lunemburgo, bajo la protección del Rey Jorge III de Hannóver (1). Esta sociedad, destinada á hacer préstamos á los bienes nobles que exceden de 5.000 thalers, ad- quiere su capital por medio de negociaciones directas con comer- ciantes, á un interés que generalmente es de 3 por 100; lo presta

( 1 ) Esta idea se importó de Inglaterra donde ya reinaba un príncipe de la casa de Hannóver.

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á los propietarios que satisfacen las condiciones establecidas en sus estatutos al 5 por 100 durante los primeros cinco años, 5 por 100 ó 4 1/8 desde el quinto al decimosexto año, y 5 ó 4 por 100 hasta la amortización definitiva : el tiempo de duración de esta, está cal- culado de manera, que la sociedad se reintegre de su capital, inte- reses que por él paga á los capitalistas y gastos de administración. Posteriormente se han establecido otras tres instituciones de crédito territorial en Hannóver, con estatutos análogos á los de la anterior, unas destinadas á auxiliar á la propiedad en general , y otras para redimirla de cargas especiales , dirigidas unas por el Gobierno y todas auxiliadas por él. Algunas de estas instituciones emiten bo- nos á treinta dias vista con un interés minimo.

En el gran ducado de Posen se fundó en 1822, una asociación que reúne las mejores condiciones y que ha servido de modelo para la reorganización de iodi?is>\'áB asociaciones prusianas en 1835, y para las que se han fundado después en el reino de Polonia, en Gallitzia y en Bohemia. Las bases principales de sus estatutos son las si- guientes: forman parte de ella voluntariamente los propietarios de bienes nobles ó de paisanos libres cuya propiedad libre ascienda por lo menos á 5.000 thalers (1). La asociación les presta en obli- gaciones al portador con interés de 4 por 100 hasta el 55 por 100 del valor de su propiedad, debiendo abonarle, además del interés semestral de las obligaciones , 1 por 100 anual de amortización y 1/4 por 100 para gastos de administración ; de esta suerte la deuda se amortiza en 41 años. La asociación después de servir pun- tualmente los intereses de las obligaciones , empleará el excedente de sus fondos en la compra de ellas siempre que esta, pueda ve- rificarse á menos de la par; si obtuviesen prima, entonces se amor- tizan por sorteo , abonando la prima de que disfruten en el mer- cado hasta el máximum de 4 por 100 (2) : todo propietario deudor, puede acelerar la amortización de su deuda, por medio déla entrega de obligaciones ó de cantidades en efectivo.

Increíble parece, que la idea de la amortización de la deuda, por la entrega de una cantidad fija anual, establecida en el Lunem- burgo desde el año 1790, no se haya introducido inmediatamente

(1) Los que poseen propiedades de menos valor pueden asociarse hasta reunir esta cantidad.

(2) Esta disposición es absurda é incompatible con el principio de amorti- zación á anualidad fija; no se cumple ya.

72 SUSTITUCIONES

en las demás instituciones de crédito existentes en Prusia , pues es el único medio, de que los propietarios deudores, se liberen del peso de una deuda que no pueden reconstruir en totalidad ni en canti- dades considerables. Aplicada al gran ducado de Posen, se intro- dujo en las asociaciones prusianas al reformarlas en los años 1835 y 1839, y en todas las demás instituciones que con posterioridad se han creado en Polonia, Rusia y Austria. En las de Prusia, des- pués de la reforma, el interés de las obligaciones es de 3 1/2 por 100 para las mayores, y 3 1/3 por '100 para las pequeñas; el tanto de amortización es de 1 por 100, y además se abona 1/4 por 100 para gastos de administración; con estas condiciones las deu- das se amortizan en 41 años (1). En Polonia el interés de las obli- gaciones es de 4 por 100 y el tanto de amortización de 2 por 100; esta se verifica en 28 años. En todas ellas los asociados son volun- tarios y la amortización de las deudas puede acelerarse, por au- mento de la anualidad fija, por entregas de obligaciones ó de can- tidades en efectivo.

En el año 1835 se estableció en la Silesia otra asociación de pro- pietarios, cuyas obligaciones llevan la letra B, para distinguirlas de las de la primitiva; esta presta á sus asociados hasta el 75 por 100 del valor de la propiedad suscrita. Son, pues, siete In,^ institucio- nes de crédito hipotecario existentes en Prusia.

Sobre bases análogas á las de las anteriores , aunque más direc- tamente protegidas por los Gobiernos , en razón á que la pequenez del territorio á que extienden su acción, no les permite sufragar los gastos de administración, se han creado, la de Esthonia y Livonia en 1803, la de Schleswig y Holstein en 1811, la de Mecklem- burgo en 1818, la de Groninga en 1823, la de la Frisia oriental en 1828, la Caja provincial de Westfalia en 1831, la Caja de amorti- zación de Paderborn , la deEsfeldyla Caja de crédito de Dinamarca, que presta á la agricultura al 2 por 100, y en el fondo es más bien una institución de crédito agrícola, dotada por el Rey con 750.000 thalers.

En Wurtemberg se creó en 1827 una verdadera Agencia de prés- tamos hipotecarios, del género de las del reino de Hannóver, que hemos examinado. Adquiría su capital por medio de o¿^¿^¿zao;>ieí que negociaba con los capitalistas á un interés inferior general-

(l) A los dueños de propiedades pequeñas las asociaciones les prestan hasta el 25 por 100 de su valor, y á los de las grandes hasta los 2/3.

DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMANIA. 73

mente, ó lo más, de 3 por 100, y prestaba este capital en efectivo á 3 1/2, más un tanto de amortización, calculado de suerte, que esta se verificase en 50 años á lo . mas ; al hacer el préstamo descon- taba el 4 por 100 de su importe y terminada la amortización, per- cibía los intereses durante dos años ; en cambio repartía entre sus deudores, una parte de las utilidades, proporcionalmente al importe de la deuda y á su duración : los deudores pueden liberarse de su deuda, anticipando cantidades en efectivo. Las obligaciones por me- dio de las que esta Agencia ó sociedad, adquiere sus capitales y que ganan 3 por 100 de interés, suelen disfrutar de una prima de 10 ó 10 1/2 por 100, lo que prueba que en Wurtemberg hay gran oferta de dinero sobre hipoteca de fincas. Esta sociedad presta su capital á toda clase de propietarios nobles ó plebeyos , y sobre propiedades de cualqier valor, ya de pertenencia individual ó colectiva.

Trató esta sociedad de extender sus operaciones al gran ducado de Badén y al reino de Baviera , y al efecto estableció sucursales en Carlsruhe y Munich ; pero por lo imperfecto del régimen hipo- tecario de estos paises , por la extremada división de la propiedad en el primero, y por la creación en el segundo de un Banco hipo- tecario privilegiado, experimentó pérdidas, que le obligaron á cir- cunscribir su acción al Wurtemberg.

Del Banco de Baviera nos ocuparemos cuando estudiemos las ins- tituciones de crédito de Bélgica, Francia, Suiza, Austria y Portu- gal, con las que tiene mucha semejanza.

74

SUSTITUCIONES

IV.

ESTADO del precio á que se han cotizado las obligaciones hipote- carias del reino de Prusia en diversas épocas, y de la suma á que asciende el valor de las que estalan en circulación en el año 1850 en Prusia y en otros Estados Alemanes.

OBLIGACIONES 3¿ POR 100.

1838.

1841. 1845.

1848.

1850

Silesia

lou loo

981 101 99

))

1021

lou loo

102 i

lou

»

104 i

102 1

lou

103 102 i

93 83 96 97 93 69

98

95 101 102

99

86 i

Prusia occidental

oriental

Gran Ducado de Posen

Pomerania

Deuda prusiana 3' [2 por 1 00. .

Prusia (7 asociaciones) 396 . 748 . 000 francos .

Hannóver (4 ídem) 34. 964. 000

Sajonia (2 Ídem) 4. 124. 000

Mecklemburgo 15.320.000

Wurtemberg j Badén 31 . 564 . 000

Hesse-Cassel 37.464.000

Nassau 6.526.000

El Estado que precede, muestra con la claridad y energía de expresión de los números , los asombrosos resultados que la Prusia ba obtenido de sus instituciones de crédito hipotecario. Si tenemos en cuenta que cerca de la mitad del valor de las Migaciones en circulación, corresponden á las pequeñas, que producen SYspor 100 de interés anual, y la prima con que se cotizan, deduciremos, que la propiedad territorial de aquel reino tiene empleados en su me- jora, en su bonificación, en el fomento de sus condiciones produc- tivas, la extraordinaria suma de 400 millones de francos, y paga por réditos de esta suma 13 millones escasos; calculando en vein- ticinco años el plazo medio de renovación de esta deuda, resulta, que la propiedad territorial se asimila cada siglo 1.600 millones de

DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMANIA. 75

francos. Si recordamos que los habitantes de este pais son los más instruidos de Europa, comprenderemos fácilmente, como la produc- ción por hectárea de un terreno de mediana calidad , en general, llegue casi á igualar á la producción de la Francia, que posee uno . de los territorios más fértiles de Europa , y que no reconozca su- perior más que á la de Inglaterra.

Pero si es fácil explicar los resultados de la adquisición de tanto capital á corto interés , no lo es tanto el darse cuenta de cómo un pueblo pobre en sus principios , con un suelo naturalmente poco fértil , y sin facilidad para el comercio , haya podido allegar tantos recursos con que mejorar su condición. Desde luego observaremos, que puesto que las condiciones materiales del pais no son favora- bles á la formación de la riqueza , hay que buscar el origen de ella, en las calidades morales del pueblo.

El alemán, cuando abre su corazón á los encantos de su bella y expresiva poesía y de su delicada y profunda melodía, ó deja vagar su imaginación por el espacio infinito , recordando las leyendas de su tradición nacional y los mil cuentos fantásticos de que está llena su literatura . es capaz de tanto vigor de sentimiento y de tanto ensueño de fantasía, como el tipo más acabado de la raza neolatina. Cuando frente á frente del universo , y armado únicamente de su razón se pone á discurrir , estad seguros que no habrá pasiones ni preocupaciones, que le desvien un momento del camino que su ra- zón le marque, y que ella, y sola ella, será la autora de sUs jui- cios, por muy atrevidos que estos sean y por mucho que contradigan las opiniones admitidas. Si en el Parlamento tiene que sostener una tesis, veréis cómo discute política con el mismo rigorismo y rigidez de juicio, con que sostenía una proposición filosófica ó matemática. Pero haced que nuestro alemán descienda á la vida práctica, al terreno de los hechos, y veréis qué timidez en su persona, qué dudar en su juicio, qué pavor de la brutalidad de los hecJios, qué espíritu conservador, en fin ; el alemán es eminentemente conser- vador, y por lo tanto económico. El prusiano, además del instinto económico que posee por su raza , tiene el espíritu de economía que le ha inculcado su dinastía, cuyos príncipes, todos han coincidido en esta virtud por más que se diferenciasen en otras calidades; sabe que la Reina Marta pasaba hilando todo el tiempo que le de- jaban libre los negocios del Estado, y que el Rey Federico Gui- llermo sacudía con su bastón, á todos los ciudadanos de Berlín que

76 SUSTITUCIONES

encontraba perdiendo el tiempo á las puertas de sus casas ; y si es ilustrado en la historia de su pais, sabe también, que los fundado- res de la monarquía la compraron con el oro que hablan ahorrado, y que el Gran Federico, pudo sostener las campañas con que la en- grandeció, por el mucho que tenia en sus arcas.

El alemán además es muy sensato , muy poco amigo de aven- turas, así mercantiles como políticas (1); no gusta de arriesgar su fortuna, y mucho menos sus economías, en negocios azarosos; prueba de ello las pocas grandes fortunas que hay en Prusia; pre- fiere una colocación segura de sus fondos , aunque sea poco pro- ductiva, y como sabe que no hay mejor g-arantía que la buena propiedad, toma las obligaciones hipotecarias como su caja de ahorros, yasi se explica la facilidad con que se colocan las obli- gaciones, en particular las pequeñas.

Por último, el alemán posee en alto grado el sentimiento de la nacionalidad, es gran patriota , pero en el sentido más positivo de la palabra; comprende que para que la nacionalidad sea grande, sea poderosa , tenga influencia en el mundo , la primera condición á que debe satisfacer, es, á la de ser numerosa, y para que se multiplique, se le ocurre naturalmente que el único medio que hay que emplear, es el de procurarle medios de subsistencia ; y como la tierra es la encargada de proveer á esta necesidad, es preciso aumentar sus fuerzas productivas. Tiene grabada en su corazón y en su mente la imagen de Turgot , que compara la tierra al pul- món de la humanidad, que convierte en productos frescos y de más condiciones nutritivas, á los antiguos y algo gastados que se de- positan y asimilan con ella.

Si del análisis de las calidades que constituyen el carácter indi- vidual del pueblo germánico, nos elevamos á la consideración de los rasgos culminantes que caracterizan á la colectividad ó al Estado que la representa , y nos fijamos en la Prusia , que es de todos los pueblos alemanes el que por su población y la importancia que ha adquirido en estos últimos años, parece destinado, si no á absorber- los , á representarlos ante los demás pueblos de Europa ; admirare-

(1) Todo el mundo recuerda los cinco años de crisis constitucional que ha atravesado la Prusia sin que el partido liberal recurriese á la revolución y lo antipática que era en toda Alemania, y hasta en la misma Prusia, la guerra que terminó con la batalla de Sadowa,

DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALEMANIA. 77

mos la extremada sencillez y economía de su administración , que le permiten desarrollar su prosperidad material y adquirir una ilustra- ción superior, con un presupuesto de gastos, menor relativamente, que el que necesitan los demás pueblos de Europa ; observaremos también el tacto exquisito con que se conduce en todas las vicisi- tudes políticas , y la extremada prudencia y la paciencia envidia- ble que emplea en la preparación de sus medios, para realizar la misión histórica que cree le está encomendada , y la moderación de que usa en sus éxitos para calmar susceptibilidades. Condicio- nes todas que le han permitido realizar grandes fines y conquistar el alto puesto que ocupa entre los pueblos del mundo , sin contraer grandes deudas y sin ejercer una concurrencia perniciosa, sobre los capitales que deben destinarse al fomento de la agricultura y de las demás industrias.

Así se explica las numerosas cantidades. que el pueblo alemán presta á interés módico á la propiedad y la fe ciega que tiene en el porvenir de ella , y que en los momentos de más angustia de la ocupación francesa, no bajaran las obligaciones del 50 por 100, con lo que salia el interés del dinero al 6 por 100, tipo inferior al que paga la propiedad francesa en tiempos normales ; y que en medio de los apuros financieros que produjo la campaña de 1813, se mantuviesen las obligaciones á 72 por 100 y subieron á la par en 1815.

Por último , otra de las causas, y muy poderosa, que determinan el movimiento del capital mueble en dirección de la propiedad territorial , y que explica y justifica la baratura del interés que percibe por su auxilio, es la completa, la absoluta seguridad, de que la finca hipotecada á un préstamo , siempre que el contrato conste en los registros oficiales , queda afecta á este con preferecia á cualquier otro compromiso del propietario. Este derecho perfecto que concede á los créditos sobre la propiedad, la legislación hipote- caria de los pueblos germánicos y que en algunos llega hasta el punto, de concederles la intervención en la administración de aque- lla, cuando se pruebe que la del propietario es desacertada y pro- duce su demérito, es indudablemente, el fundamento de la facilidad con que la propiedad atrae y se asimilia los capitales que necesita para aumentar sus condiciones productivas. Una prueba conclu- yente de este aserto es , que las asociaciones alemanas que tantos beneficios han derramado sobre la propiedad en casi todo el país,

78 SUSTITUCIONES DE CRÉDITO HIPOTECARIO EN ALTIMANIA.

no han podido extender su acción á los territorios renhanos, donde está en vigor la ley hipotecaria francesa.

En resumen, deduciremos: que el carácter eminentemente con- servador del puehlo germánico le permite formar capitales muebles y destinar gran parte de ellos al préstamo hipotecario. Que la per- fecta efectividad de la garantía, sancionada por la ley hipotecaria, á la vez que esfuerza la atracción de aquellos hacia la propiedad, disminuye su interés , pues es un axioma económico que á igual- dad de oferta y demanda de capitales , el interés del préstamo será menor, cuanto mejor sea la garantía de su devolución. Las asocia- ciones de propietarios por la emisión de obligaciones hipotecarias principalmente por las pequeñas , ofrecen el préstamo hipotecario á la concurrencia de todos los capitales muebles , y completan y facilitan la consecución de los resultados anteriores ; y con la amor- tización á plazos largos permiten la liberación de la propiedad y facilitan su trasmisión , trasmisión destinada á hacer desaparecer el rentista de la tierra y á convertir el cultivador en propietario.

En otro artículo estudiaremos los Bancos hipotecarios de Baviera, Francia y otros países, y los compararemos con los prusianos.

Joaquín Carbonell.

NOTICIAS BIOGRÁFICAS

DEL INSIGNE POETA SEVILLANO

D. JUAN DE ARGUIJO.

«Es indudable (dice el distinguido crítico D. Juan Colon y Co- lon) que Fernando de Herrera fijó el leng-uaje poético, y que á su imitación le siguieron , aventajándole , ya en esta , ya en otra cualidad", el sublime y melancólico Rioja, el atrevido Arguijo

y el lozano Jáuregui Pero entre ellos, el que logró llevar la

frase poética de Herrera á su mayor perfección y belleza fué Don Juan de Arguijo. Dotado de una imaginación elevada , enri- quecido con una instrucción vasta y amena , empapado en la dic- ción del Divino , pero siguiéndole con gusto y acierto; conociendo á fondo la Índole de la lengua y siendo perfecto versificador , creó con tan raras propiedades ese estilo y ese lenguaje , modelo ines- timable para cuantos apetezcan saborearse y estudiar en el legiti- mo tono de la poesia española »

Puede fijarse aproximadamente la época del nacimiento de Don Juan de Arguijo hacia fines del segundo tercio del siglo XVI . Fueron sus padres D. Gaspar de Arguijo, Veinticuatro de Sevilla, y Doña Petronila Manuel , ambos de cuna ilustre y de una de las familias más antiguas de aquella ciudad , en la cual vio nuestro poeta la primera luz según afirma Rodrigo Caro , y comprueban otros datos contemporáneos. Recibió sin duda una brillante educa-

NOTICIAS BIOGRÁFICAS 80

cion literaria, adecuada á sus felices disposiciones y correspon- diente á la calidad y riqueza de sus padres que contaban con más de 18.000 ducados de anual renta, y se dedicó preferentemente á los estudios humanísticos, distinguiéndose como insigne poeta desde su más temprana edad.

Por cédula y provisión de S. M. expedida en Marzo de 1590, y viviendo aun su padre (que falleció con posterioridad al 12 de Mayo de 1593) , ocupó la plaza de regidor Veinticuatro de Sevilla que liabia renunciado Lope Zapata, jurando en sábado 7 de Abril del expresado año. Convocadas por Felipe III las Cortes del Reino á fines de 1598, fué elegido Arguijo Procurador por Sevilla, en compañía del jurado Juan de Lugo , según consta de acta de aquel Ayuntamiento, fechada en 9 de Diciembre. Contra esta elección protestaron repetidamente los regidores D. Luis de Monsalve y D, Gonzalo Saavedra, y aun cuando Arguijo recibió sus poderes, los renunció por último en D. Juan Ortiz de Zúñiga y Avellaneda, bisabuelo paterno del escritor analista de Sevilla, ocupando el ofi- cio, que el Zúñiga desempeñaba, de administrador de los almoja- rifazgos.

Tomada y saqueada por los ingleses la ciudad. de Cádiz en fines de Junio y principios de Julio de 1596 , fué por ellos destruido el colegio de la Compañía de Jesús, fundado en 1564. Restablecié- ronle á su costa D. Juan de Arguijo, su madre ya viuda Doña Petronila Manuel, y Doña Sebastiana Pérez de Guzman, vecina también de la ciudad de Sevilla. Asi lo acreditan , no solamente la inscripción que en dicho templo al pié de la escalinata del pres- biterio, dice: Esta bóveda y enterramiento es de losSres. D. Juan y>de Arguijo, Doña Petronila Manuel, y Doña Sebastiana Pérez y>de Guzman , Jundadores de este Colegio;» sino el libro de la ha- cienda de la fundación del mismo Colegio y cuenta de su adminis- tración , año de 1 658 , que se halla en el archivo de las propieda- des del Estado , en el cual se lee esta noticia : « Los señores Doña » Petronila Manuel, viuda del Sr. Gaspar de Arguijo, Veinti- »cuatro de Sevilla, y D. Juan de Arguijo su hijo, y Doña Sebas- »tiana Pérez de Guzman , vecina de dicha ciudad de Sevilla, »fundaron este Colegio de Santiago , de la Compañía de Jesús , de »la ciudad de Cádiz, y le dieron 199.655 maravedises, que valen »52.550 ducados, en esta forma: los 10.409 maravedises de ellos, »que la Sra. Doña Petronila dio y adjudicó en las casas y tiendas

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»de Sevilla y cortijos de Utrera y Lebrija, y los 99.246 maravedi- »ses restantes adjudicaron los Sres. D. Juan de Arguijo y Doña Se- »bastiana, y los 99.000 maravedises en el principal de un piso «almojarifazgo mayor de Sevilla, y los 246 maravedises restantes »en contado, reservando por sus vidas el usufructo. El P, Fran- »cisco de Quesada, provisor de esta provincia, admitió dicha funda- »cion , y á dichos señores por fundadores de dicho Colegio , y obligó »á la Compañía á tener y conservar dichos bienes, y que se les »daria la capilla mayor de dicho Colegio para su entierro , aunque »esto no tuvo efecto por haberse enterrado en la casa profesa de » Sevilla, y para la fábrica de dicha capilla mayor señalaron di- »chos señores fundadores los 12 réditos de esta hacienda , y piden »se ponga en ella sus armas en los lugares acostumbrados y en la »losa de su entierro que ha de estar en medio de la capilla mayor, »en el cual no se ha de poder enterrar más que los religiosos de la »Compañía y no otra persona , y señalaron para diá de la funda- »cion y posesión el de la Inmaculada Concepción de Ntra. Señora, »y este dia piden se les diga la misa cantada con sermón y con la «solemnidad que la Compañia acostumbra en semejantes dias, y »los sacerdotes la misa, y los hermanos el rosario. »

Campea en efecto el escudo de armas de la familia de Arguijo al pié de la cúpula de dicha iglesia.

Estas noticias documentales ha publicado el Sr. D. Adolfo de Castro , entre sus ilustraciones de la Historia del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596, escrita por Fray Pedro de Ahreu, fran- ciscano , impresa ea aquella ciudad por acuerdo de su Ayunta- miento , el pasado año de 1866. El erudito ilustrador, al exponer- las, llama esposa de D. Juan de Arguijo á la Doña Sebastiana Pérez de Guzman : yo juzgo que si ya lo hubiese sido en aquella fecha , así la denominarla el documento , y no meramente vecina de Sevilla. Tal vez era solo entonces su prometida , con quien des- pués acaso contraería matrimonio.

Dueño ya por aquel tiempo de la cuantiosa hacienda paterna, su próspera situación y su carácter franco, generoso y desprendido le llevaron á tal extremo de prodigalidad , que en menos de quince años consumió toda su hacienda. A este exceso contribuyó muy principalmente su pasión á las letras y á las bellas artes : protegió dadivoso á los ingenios ; hizo en su morada academias de poetas, músicos y decidores ; colectó pinturas y esculturas traídas de Italia,

TOMO III. 6

82 NOTICIAS BIOGRÁFICAS

y acaso por él mismo (1) ; y por último á visitar á Sevilla, en 1599 la Marquesa de Denia , esposa del Duque de Lerma , gastó en ob- sequiarla sumas de gran consideración. Reducido al fin á las ren- tas dótales de su esposa ( cuyo nombre y circunstancias habian ig- norado hasta el dia los biógrafos , aunque asegurando que le dio sucesión), rentas que consistían en 4.000 ducados anuales", vino al extremo de la indigencia , debiendo en sus postreros dias la ma- nutención y el asilo á una comunidad religiosa. En 10 de Octubre de 1 622 , por renuncia que habia hecbo de la plaza de Veinticua- tro, ocupó su puesto D. Antonio Manrique.

No han hallado hasta el dia los biógrafos noticia de la fecha de su fallecimiento; pero existe un dato que la circunscribe á deter- minado periodo. Hubo de ocurrir indudablemente la muerte de Don Juan de Arguijo en el que trascurrió desde 8 de Julio de 1622 hasta igual época de 1623. Asi lo evidencia el siguiente pasaje de la introducción que Juan Antonio de Ibarra puso al Encomio de los Ingenios Sevillanos en la fiesta de los ¡Santos Inacio de Loyola y Francisco Xavier (Sevilla, 1623); relación del certamen poé- tico celebrado en aquellos festejos , que no fué impresa hasta el otoño de 1623, pues que su aprobación es de 15 de Agosto del mismo año. Dice asi: «La esperanza de la luz deste certamen ha sido incendio, cuidado y horror de algunos , poco apreciadores de las causas que pueden haberle dado mal nombre : la enfermedad del Sr. D. Juan de Arguijo, de cuyo ebo inmortal nos aseguran

(1) Para conjeturar que Arguijo estuvo en Italia, nos fundamos en el si- guiente soneto que Lope le dirigió publicándole entre sus Rimas.

i D. JUAN DE ARGUIJO, VIENDO ÜN ADONIS, VÉNÜS Y CUPIDO DE MÁRMOL.

"Quien dice que fué Adonis convertido En flor de lirio, y Venus en estrella, No vio, Señor Don Juan, la imagen bella Que á España aveis de Genova traido.

Trasformacion, que no escultura ha sido, Y porque no quedó beldad sin ella Ni amor sin él , á las espaldas della También en piedra se mudó Cupido.

Los mismos son , que no pudiera el arte Vencer al cielo en perfección tan rara; Testigos son las piedras de Anaxarte:

Y si todas así Jas transformara, Yo os diera un marmol tan divino en parte Que el olvidado amor resucitara."

DE D. JUAN DE ARGÜÍ JO. 83

las prendas admirables con que enriqueció la fama y el argu- mento de las plumas. Tenia en su elección resignada gran parte deste juicio, y guardándole los términos de la cortesía, se espera- ron los de su salud, hasta que la fué a tener en los cielos eterna- mente , con aplauso de sus cortesanos , funestas celebridades de sus amigos y eterno sentimiento de su patria, gloriosa con tal hijo.» Fué enterrado en el panteón de su familia, casa profesa de los je- suítas , hoy iglesia de la Universidad literaria , al lado de la epís- tola del altar de la Concepción.

Aficionado extremadamente á la música , dedicó á ella todos los ratos ociosos de su vida y en un discante (dice Rodrigo Caro) era el primer Jmmhre de toda España. Pruébalo así también aquella canción suya que empieza:

En vano os apercibo, Dulce instrumento mió!

El diligente erudito sevillano Sr. D. Antonio Gómez Aceves nos ha dado en varios de sus artículos literarios insertos en la Revista de Ciencias , Literatura y Artes de aquella ciudad , conocimiento de varias partidas sacramentales por él halladas en las parroquias de misma : documentos que á la vez comprueban los acendrados sentimientos de caridad de nuestro insigne Arguijo, y su estancia en aquella capital en ciertas y determinadas fechas. Tales son la partida bautismal de Agustín, hijo de Francisco González y de Fe- lipa de Santiago su mujer; bautismo que recibió en la parroquia de Santa Marina , día 1.° de Junio de 1592, siendo padrino D. Juan de Arguijo; la de María, hija de Alonso de Salas y de su esposa Catalina de Caravajal , en 14 de Setiembre de 1593 y en la misma parroquia, siendo asimismo padrino el insigne poeta; la de Cata- lina, hija de Gonzalo Pérez de Ábrego y de Doña Leonor de Ayala de la Cerda: bautizóse en Santa Cruz de Sevilla el 20 de Marzo de 1600, teniéndola en la pila nuestro D. Juan; y las de casa- miento de Juan de Mesa, natural de Antequera (1), con Añade Guz- man, vecina de Sevilla, en la parroquia de San Pedro, el 3 de Agosto de 1620, siendo D. Juan de Arguijo uno de los testigos ; y de Juan

(1) Probablemente el poeta antequerano Juan Bautista de Mesa, de quien hay composiciones en las Flores de poetas ilustres. Tradujo el Libro de la Cons- tancia, de Justo Lipsio, y publicó esta elegante versión en Sevilla, año de 1616.

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84 NOTICIAS BIOGRÁFICAS

Sánchez con Dominga González en la antedicha ig-lesia , dia 5 de Mayo de 1622, sirviendo igualmente de testigo nuestro poeta en unión con Miguel de Pineda y otros.

Fué D. Juan de Árguijo amigo muy querido y Mecenas del Fé- nix de los Ingenios , Lope de Vega Carpió , á quien trató intima- mente en Sevilla desde el año de 1600, en que Lope se trasladó á dicha ciudad, con su amiga la desconocida serrana Lucinda, hasta principios de 1604 en que regresó á. Toledo y Madrid. Dedicóle el grande ingenio La Hermosura de Angélica, la segunda edición de La Dragontea y la primera parte de las Rimas , que juntas pu- blicó en Madrid año de 1602 , y después la edición suelta de la primera y segunda parte de las mismas, que dio á luz juntas, im- presas en Toledo año de 1605, Las tres portadas del primero de estos libros ostentan el escudo de armas de Arguijo, con el siguien- te lema puesto por el dedicante: Virtud y nobleza. Arte y natura- leza. Años después, en 1621 , le dedicó una bella epístola impresa en su Filomena , y la comedia titulada La Buena Guarda , inclui- da en la Décimaquinta parte de sus obras dramáticas. La sobredi- cha epístola , que forma parte del libro intitulado La Filomena, versa sobre puntos bastante inconexos , porque asi lo permite su género ; mas parece que el principal intento de Lope al escribirla fué compararse , por su estado de fortuna y su retiro , con el ilus- tre ingenio á quien la dirigía. Concluye en estos términos:

Vos sois la imagen más valiente y bella Para ejemplo del mundo : á vuestro asilo En víctima me ofrezco, viendo en ella Mi historia propia por mejor estilo.

Son muy notables asimismo los siguientes párrafos de la dedica- toria con que Lope dirigió á nuestro insigne sevillano su citada comedia La Buena Guarda: (Principia refiriéndose á la comedia

que ofrece, y continúa:) «Las virtudes de vm. me obligaron á

»dedicársela , cosa á que tenia tan hecha la mano , que luego me »llevó tras la imaginación la pluma. A sombra de su valor tuvo »vida mi Angélica, resucitó mi Dragontea y se leyeron mis Ri- »mas ; y si vm. por modestia no me hubiera mandado que no pasara »adelante en esta resolución tan justa , mi Jerusalen tuviera el mis-

»mo dueño » Le alaba después de varonil, ingenioso y humilde,

» cualidades (dice) que Platón creyó muy difíciles de hallarse re- unidas. »

DE D. JUAN DE ARGUIJO. 85

Por SU parte D. Juan de Arg-uijo escribió , en alabanza de Lope y de su novela El Peregrino en su patria , un soneto que va al frente de esta obra , cuya primera edición se imprimió en Sevilla, año de 1604.

Refiérese en un manuscrito de letra de principios del sig-lo XVII, titulado Miscelánea, y que D. B, J. Gallardo menciona existente en el archivo catedral de Sevilla , que habiendo enviado Lope su dicho libro El Peregrino á la amistosa censura de Arg-uijo , como este le aprobase y elogiase extremadamente en su citado soneto, un cierto versificador sevillano , mozo de muy lucido ingenio , pero inquieto y atrevido , llamado Alonso Alvarez , hijo de otro Alonso Alvarez , jurado de aquella ciudad , hizo la copla siguiente :

Envió Lope de Ve- Que estando, como está, ma-

Al señor don Juan Argui- Dice es otro Garcila-

El libro del Peregri- En su traza y compostu- ;

A que diga si está bue-: Mas luego entre sí, ¿quién du-

Y es tan noble y tan discre- No diga que está bella-?

Añade el manuscrito que esta fué la primera copla de pié que- brado que se oyó en Sevilla (1).

Los elogios y dedicatorias que Arguijo recibió de otros muchos de sus contemporáneos fueron en número considerable. El prin- cipe de los Ingenios españoles le alabó en su Viaje del Parnaso^ capitulo III, en los siguientes versos:

Apolo luego, con alegre gesto. Abrazó á los soldados, que esperaba Para la alta ocasión que se ha propuesto.

Entre ellos abrazó á don Juan de Arguijo, Que no en qué, ó cómo, ó cuándo, hizo Tan áspero viaje y tan prolijo.

Con él á su deseo satisfizo Apolo y confirmó su pensamiento; Mandó, vedó, quitó, hizo y deshizo.

Don Francisco de Medrano , su insigne compatricio , le dirigió varias de sus bellísimas composiciones poéticas , distinguiéndole con el nombre arcádico de Argio. Luis de Belmonte Bermudez , el in- genioso y fecundo dramático ( también su paisano ) , le dedicó su poema inédito La Hispálica , existente en la Biblioteca Colombina.

(1) El infeliz Alonso Alvarez murió ajusticiado en Sevilla, siendo Asistente el Conde de Castrillo.

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D. Diego Félix Quijada y Riquelme, malogrado poeta, de la mis- ma patria , sometió su colección inédita de ochenta sonetos , deno- minada Soliadas: propiedades del Sol aplicadas á airo iSol más hermoso , á la aprobación amistosa de nuestro Arguijo, quien se la dio en una elegante carta que va puesta al frente de la obra, cuya fecha es de Sevilla, año de 1619. Tengo á la vista el manuscrito de estas Soliadas, colección de ochenta sonetos en que se describen y elogian las prendas físicas y morales de Finelda ( la dama del joven poeta) ; manuscrito que no es original , sino un traslado he- cho por aquel tiempo. De él trascribo á continuación la curiosa carta aprobatoria de nuestro insigne D. Juan, como muestra de su castiza y elegante prosa.

"Don Juan de Arguijo, Veintiquatro de Sevilla, á D. Diego Félix Quijada y Riquelme."

«Vuelvo á dar mil gracias á Vmd. por la que me ha hecho de- »xándome gozar sus sonetos de espacio. Helos leido muchas veces, no solo «obligado de la atención con que Vmd. me mandó que los viese, sino tam- )>bien del gusto que de nuevo iba hallando siempre. Si me dexara lisonjear »de la honra que Vmd. me hace estimando mi aprobación, mucho le dixera »en esta parte; mas escúsolo, porque ni la obra tiene necesidad de defensa »ni para que Vmd, conozca lo que justamente merece, sin riesgo de enga- «ñarse con el amor propio , ha menester que se lo digan otros. El argu- »mento es muy nuevo ; que no he oido hasta agora que le haya tratado «alguno: va enriquecido de afectos y erudición, sin que el autor disimule, «cuando se le ofrece ocasión, que no está ignorante de las Artes y Theo- >dogia que ha profesado y con tantas ventajas conseguido. Los modos son »muy poéticos y desviados de la frasi vulgar, y la aplicación de las pro- «piedades de el Sol bien acomodada al intento que Vmd. pretende: y cierto »que para acreditar la diligencia con que he obedecido á Vmd. y la ver- »dad con que le hablo, deseé hallar algo en que pudiese asir mi calumnia, «que sin duda no se lo encubriera. A la par estimara haber podido hacer «algunos versos en testimonio desto, pero hallóme tan remoto de la facul- «tad , con el olvido largo destos diez años , que no me basta haberlo pro- «curado. Guarde Dios á Vmd. como puede y yo deseo. D. Juan de ^^Ar guijo. ^^

Pintó con singular perfección su retrato D. Juan de Fonseca y Figueroa, canónigo maestrescuela de la catedral de Sevilla, in- signe erudito y favorecedor de los ingenios. Asi consta de la si- guiente composición poética que escrita en un papel suelto de letra

DE D. JUAN DE ARGCIJO. 87

de D. Francisco de Rioja, y sin duda alguna debida á su numen, existe en el códice M.-82 de la Biblioteca Nacional:

"Dos palmas, dos laureles Para Orfeo y Apeles Preven, ó que notas admirado De Arguijo el fiel traslado

Y de Fonseca el dibujar valiente: Dos famas voladoras,

Que desde el rojo Oriente

A donde muere el Sol canten su gloria

Y den eterna vida á su memoria."

Consérvase en el mismo códice y constituye su folio 316 una esquela autógrafa de nuestro Arguijo, que probablemente hubo de ser dirigida al expresado Fonseca ó bien al insigne Rioja, puesto que el tomo se compone, en su mayor parte , de papeles que perte- necieron á estos dos eminentes sevillanos. La esquela dice asi:

«t^ deseamos ver algo del libro nuevo en el Colejio donde oy é sido huésped. Suplico á Vmd. nos lo franquee de aquí á las tres, que entonces se bolverá puntualmente, g. d. á Vmd. Don Juan de Arguijo.»

Dejadas aparte las composiciones del ilustre Arguijo , publicadas en alabanza y al frente de varios libros de su tiempo , las primeras poesías suyas que vieron la pública luz fueron seis sonetos que el insigne antequerano Pedro de Espinosa incluyó en las Flores de Poetas ilustres (Valladolid 1605). Tres de estos reimprimió el P, Baltasar Gracián en su Agudeza y Arte de Ingenio (Madrid 1642), obra que publicó bajo el nombre (como todas las suyas) de Lorenzo Gracian su hermano. Francisco Pacheco insertó del mismo poeta otra composición en el Arte de la Pintura (Sevilla 1649). Los modernos colectores López de Ledano y el supuesto D. Ramón Fernandez (D. Pedro Estala) sacaron áluz, el primero una canción y el segundo 29 sonetos y otras cuatro flores poéticas del ilustre Arcicio. En 1841 publicó el malogrado sevillano D. Juan Colon y Colon (ilustrándolos con un articulo critico-biográfico del cual hemos tomado varios datos para el presente ) 60 sonetos del mismo poeta , 32 de ellos inéditos , con anotaciones del humanista Fran- cisco de Medina , colección cuyo manuscrito antiguo original con- serva mi amigo el distinguido erudito , profesor de la universidad de Sevilla, D. José Maria de Álava y Urbina. En el tomo XXXII

88 NOTICIAS BIOGRÁFICAS

de la Biblioteca de Autores Españoles del señor Rivadeneira , pri- mero de Poetas Líricos de los siglos XVI y X Vil , colectado por D. Adolfo de Castro (Madrid 1854), han visto de nuevo la luz pública las poesías de Arguijo conocidas hasta esa fecha. El co- lector prefiere unas veces el texto de Colon , otras el de Estala, pero anotando al pié las variantes respectivas , asi como las que ofrecen los de Espinosa y Gracián. No copia sino algunos de los apuntamientos de Medina. Compendia la biografía escrita por Colon y Colon , estampando el nombre de este al apuntar las suso- dichas variantes. En el laureado Ensayo de una Biblioteca Espa- ñola de libros raros y curiosos formado con las papeletas biblio- gráficas del insigne erudito D. Bartolomé José Gallardo , ordena- das y aumentadas por los señores D. Manuel Remon Zarco del Valle y D. José Sancho Rayón , tomo I , se han incluido cuatro nuevas composiciones de nuestro Arguijo: una canción, una silva y dos sonetos. Una elegante y briosa traducción suya de la oda 3.** del primer libro de Horacio , fué publicada en la Revista de cien- cias , literatura y artes de Sevilla , tomo I , número del 1 de Febrero de 1856 , sacada de un manuscrito de la Biblioteca Co- lombina.

Ignoramos de qué originales trasladó Estala las poesías de nuestro autor que en su colección insertó además de las que ya existian impresas. Refiriéndose á todas las que allí daba á la es- tampa, dijo vagamente en el prólogo que se habían sacado de varios códices comunicados al editor.

De la canción de Arguijo que incluyó López de Sedaño en su Parnaso Español, dice este colector que existía entre las muchas preciosidades literarias pertenecientes á poetas andaluces que con- servaba en Sevilla el Conde del Águila.

Entre los apuntes bibliográficos de D. Bartolomé José Gallardo se ha encontrado papeleta descriptiva de un códice compaginado al parecer por el diligente bibliógrafo sevillano D. Ambrosio de la Cuesta Saavedra , cuya portada y contenido eran como sigue: Cisnes del Bétis. Lo que contiene este cartapacio, es lo siguiente: Versos de D. Juan de Arguijo. Versos de Francisco de Rioja. Versos de Fer. de Herrera que no han sido impresos. Trajedia de Lupercio Leonardo d' Argensola. En 4.°, con las signaturas: Est. 15 lit. D. Constaba de 281 fojas, mas la tabla, y al fin sendos índices de letra, al parecer, de Cuesta Saavedra. Las poesías

NOTICIAS BIOGRÁFICAS DE D. JUAN DE ARGUIJO. 89

de Arguijo llegaban á su folio 35. No expresa Gallardo dónde existia este precioso códice.

De otro antiguo manuscrito de los versos de Arguijo nos da noticia en sus apuntes el mismo bibliógrafo ; pero sin expresar tampoco la biblioteca en que se guardaba ; su título : Versos de D. Juan de Arguijo, Año de mil y seiscientos y doce. Manuscrito en cuarto de 35 fojas , con una portada grabada y la firma del artista : F. Heylan mefecit Granatce. El fondo está en blanco para poner el título de mano, que no llegó á ponerse.

El erudito D. Juan Nepomuceno González de León, sevillano, que escribió á fines del siglo pasado , en una de sus notas al ma- nuscrito de los Claros varones en Letras, naturales de Sevilla, obra de Rodrigo de Caro, dice asi: «D. Juan de Arg-uijo escribió: y>Relacion de las fiestas de toros y juegos de cañas con libreas, y>que en la ciudad de Sevilla hizo D. Melchor Alcázar en servicio »de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, martes \^ de ^Diciembre de 1617.» (Imprimióse el año de 1617.)» Este papel debe de ser en extremo raro , puesto que á la fecha presente aún no ha podido ser habido ni aun por el laureado y diligentísimo colector de esta clase de relaciones Sr. D. Genaro Alenda Mira de Percebal.

En la Biblioteca Nacional de Madrid existe ( Sala de manuscri- tos: M-298) un códice en cuarto, sin foliación, con el siguiente epígrafe: Cuentos muy mal escritos que notó i?." /í¿.° de Ar- guijo. Comprende, sin más portada, y de varias y muy malas letras, todas del siglo XVII , una colección de 527 cuentos , numerados, y después uno añadido, de diversa mano. La mayor parte de estos Cuentos (en los cuales no entiendo que nuestro Arguijo tuviese otra que la de mero compilador ) son saladísimos : y aunque muchos de ellos ya conocidos , y aun vulgares , bien merecían ver así re- unidos la pública luz.

Cayetano Alberto de la Barrera t Leirado.

EL MÉTODO RACIONAL

Y

EL MÉTODO empírico

EN LAS CIENCIAS FÍSICAS.

(Continuación.)

VI.

Vimos en el articulo anterior que la física moderna habia conse- guido encerrar en unas cuantas hipótesis, el éter, la ley newto- niana de la gravitación, las libraciones moleculares, etc., la mayor parte de los fenómenos físicos y químicos del universo. De estas hipótesis parte la ciencia como de otros tantos postulados, y por medio del análisis matemático desentraña la infinita riqueza de verdades que en si contienen. Pero hemos hablado, no de una hipótesis , sino de muchas ; pues aquí otro nuevo trabajo que ha de cumplir el eterno Hércules de la ciencia: el espíritu.

Se condensaron los hechos 'en leyes empíricas; se han reducido estas á un corto número de hipótesis, que son en rigor grandes síntesis ; pero falta completar la obra , reducir todas las hipótesis á una , y si es posible hacer que esta ley única pierda su carácter empírico , se racionalice por completo , y busque en la filosofía su verdadero origen y su natural deducción.

Esta aspiración noble y levantada no se ha realizado todavía: este divino ideal de la ciencia fulgura allá entre nieblas en los úl-

Y EL EMPÍRICO EN LAS CIENCIAS FÍSICAS. 91

timos límites del horizonte: ¿podrá llegarse á él? ¡Qué importa! Por alcanzarlo se trabaja.

Todas las teorías de la física, antes distintas, apartadas, á ve- ces opuestas , hoy se estrechan j se funden : son rayos de luz que convergen á un foco. No hay progreso parcial que no refluya á los más lejanos extremos de la ciencia : todo descubrimiento en una teoría salva sus naturales límites y pasa á las demás: de este modo la concepción de Mayer sobre el calor ha trascendido hasta la misma química , y aún pugna por llegar á las altas regiones de la metafísica ; así la hipótesis del éter condensa dentro de una misma unidad y reduce á un solo problema de mecánica, el calor, la luz, el magnetismo y todos los fenómenos eléctricos.

Pero este extraordinario movimiento en que han tomado parte activa todas las naciones europeas , menos España por desgracia nuestra, desgracia que no es maravilla , sino antes bien conse- cuencia, más que lógica, fatal, de nuestra historia; porque sin matemáticas la física no existe , y nuestra patria desde los árabes acá no ha tenido ni un matemático de primer orden , es decir, á la altura de Newton, Descartes, Pascal, Leibnitz, Bernouilli, La- grange , Cauchy, etc. este magnífico y extraordinario movi- miento, repetimos, ni ha terminado, ni terminará hasta que se elabore por completo la gran síntesis de la época moderna , que ha de ser glorík de nuestra edad y asombro de las futuras.

Sin embargo , dos tendencias , entre otras varias menos inpor- tantes , se marcan ya ; frente á frente se hallan , y aspiran al do- minio exclusivo de la ciencia: séanos permitido, para terminar nuestro trabajo , dar una sucinta idea de cada una de ellas.

Y son :

La teoria atomisticay la teoHa de las fuerzas abstractas (1).

Ambas convienen en un punto , á saber : en explicar el mundo material por este solo principio :

«Todos los fenómenos físicos no son más que apariencias distin- »tas y múltiples , riquísima variedad , combinaciones infinitas de y>mi fenómeno único: el movimiento de la materia. yy

Movimiento del éter es la luz ; movimiento etéreo es la electri- cidad ; vibración de las moléculas , es decir , movimiento molecu- lar , es el calor ; y el sonido es movimiento del aire ; y los fenóme-

(1) De Vunitá delleforze fisiche.—V . Secchi.^ The elementsof molecular me hcanics. Bayma.

92 EL MÉTODO RACIONAL

nos celestes son movimientos de la materia cósmica ; y aun las acciones y reacciones de la química son movimientos internos y atómicos de las sustancias.

aquí la gran afirmación, la magnífica síntesis de ambas teorías.

Afirmación, no caprichosa ó fantástica , sino fundada en hechos; síntesis de cuanto la ciencia sabe hasta hoy.

Y nótese esta tendencia de ambos sistemas , aunque en el pri- mero mucho más marcada que en el segundo , á destruir de una vez, á negar rotundamente esta gran categoría, la cualidad, re- duciéndola ¡ á ella que había pasado durante siglos por primitiva é irreducible! á otra eminentemente matemática: la cantidad. Po- drá no ser absoluta esta negación como supone la teoría atómica; pero hay en ella un fondo de verdad.

En efecto, el color era antes una cualidad; ser azul, verde, amarillo , era ser algo por ; los colores procedían de los senti- dos, y eran irreemplazables por categorías del espíritu. Mas hoy la cualidad color, como cosa irreducible (y prescindiendo del pro- blema fisiológico) queda anulada: su esencia íntima es el movi- miento ; todos los colores son vibraciones del éter , como las notas de la música son vibraciones del aire. ¿Y en qué difieren unos de otros? Sólo en el número de estas vibraciones.

¿Palpita la molécula etérea 685.000.000.000.000 de veces en un segundo? Pues aquí el color azul.

¿Va y viene 477.000.000.000.000 de veces en un segundo? Pues la vista no cuenta estas vibraciones al por menor , pero las cuenta en globo y según su especial sistema ; ó dicho con más verdad, las siente; y á este movimiento extraordinario le da un nombre y lo convierte en cualidad, y le llama color rojo.

De esta manera , repetimos , la óptica ha destruido una cualidad empírica convirtiéndola en categoría racional , y en adelante la razón podrá pensar los colores, y medirlos, y calcularlos, porque caen dentro de la cantidad y de sus leyes.

Otra cualidad , ó más bien otra sustancia , era en la física anti- gua el calor ; mas la ciencia moderna ha destruido esta falsa idea convirtiendo el clásico fluido calórico en lo que realmente es : en movimiento de las moléculas; y aquí, como en la óptica, aparece la cantidad , el número , la ley matemática.

Aun las acciones químicas entran , según las hipótesis modernas,

Y EL EMPÍRICO EN LAS CIENCIAS FÍSICAS. 93

en el mismo gran principio á que están sujetos los fenómenos tísi- cos; y no es imposible, según dichas hipótesis , que partiendo de un cortísimo número de datos , se deduzcan a priori las propiedades íntimas de los cuerpos, se prevean los resultados de las reacciones, se llegue á la unidad de sustancia , y que , en una palabra , á esa ciencia eminentemente experimental, que nunca brotó de un silogis- mo sino del fondo de las retortas , y que se burla triunfante desde su laboratorio de la elucubración abstracta del filósofo , se le apli- que un dia el método matemático de la cantidad.

Ya el inglés Bayma intenta definir la forma geométrica del oxí- geno, del ázoe, del carbono, etc. ; procura explicar por leyes ma- temáticas las reacciones; nos dice de cuántas maneras pueden agru- parse los átomos, y cómo de aquí se deduce la teoría de los equi- valentes; escribe en fórmulas la palpitación interna de la materia; cuenta el número de moléculas que hay en un milímetro cúbico; mide la distancia de uno^ centros á otros ; y tales cosas hace y ta- les empresas acomete , que si como es osado á emprenderlas, fuera potente á terminarlas, bieu pudiera colocársele entre los más pre- claros ingenios que han visto los siglos pasados , que ven los nues- tros, y que admirarán los venideros.

Mas prescindiendo de estos esfuerzos, quizá prematuros, pero dignos de consideración , es la verdad que no parece cosa tan dis- paratada é imposible una trasformacion de la química.

En efecto , todos los problemas de esta ciencia pueden en buena ley reducirse á este hecho único : « combinando dos ó más cuerpos A, £,.... dotados de ciertas propiedades físicas: a, a'... el primero, b, b'.. . el segundo , etc. , resultan otros nuevos cuerpos M,N,.. .pose- yendo cualidades físicas diversas de las anteriores , de suerte que M posee las propiedades m, m', ....; N las n, n',.... P las p, p\...\ etc.:» aquí toda la química , según las teorías modernas. Luego la propiedad química no es otra cosa que P0TENCiAjt?(2;rú^ tras- formar unas cualidades físicas en otras; pero si todas las propieda- des físicas no son más que apariencias del movimiento y por él se explican , y en él se resuelven , trasformar propiedades físicas es trasformar movimientos ; y en el movimiento mismo , y en sus varias combinaciones, reside sin género alguno de duda esta admi- rable facultad.

Tiempo y espacio nos faltan para juzgar la doctrina que precede, y debemos contentarnos con hacer constar la tendencia marcadísima

94 EL MÉTODO RACIONAL

de estas escuelas á negar las cualidades, y á reducirlas todas, como á categoría única, á la cantidad, haciendo que cuantos fenómenos físicos se desarrollan en el seno del espacio caigan bajo el dominio de la mecánica y bajo la ley del número , según la antiquísima y admirable concepción pitagórica.

Indudablemente este es un gran paso , si es firme y seguro, ha- cia la ciencia absoluta : las cualidades de las sustancias no están a priori en la razón ; el pensamiento determina por su propia fuerza el modo de ser y las leyes de la cantidad , y como cantidades par- ticulares las leyes del espacio y el tiempo ; pero no descubre , por más que discurra, el oxígeno, el amoniaco ó la potasa, ni la intensidad déla pesantez , ni el color de la atmósfera ; pero si en el orden físico no existe la cualidad , si todas las maravillas de los mundos mate- riales no son más que manifestaciones del movimiento de la sus- tancia única , claro es que la sola ciencia tísica es la mecánica, y que las fórmulas algebraicas, leyes racionales de la cantidad, lo explicarán todo , desde el astro que voltea en lo infinito al átomo etéreo que vibra y engendra la luz.

VIL

Hasta aquí la tendencia común de ambas teorías (la atomística y la de las fuerzas abstractas) ; pero media entre ellas en lo demás un abismo insondable.

La primera no solo niega la cualidad como categoría, sino que niega otro elemento importantísimo del mundo físico , á saber : la fuerza.

En la nueva teoría atómica la fuerza no existe como entidad propia, ni aun como cualidad de la materia. La atracción planeta- ria , la pesantez terrestre , las fuerzas eléctricas y magnéticas , la capilaridad , la cohesión , la afinidad , todas las potencias risicas y químicas , no son otra cosa que puras apariencias; no hechos pri- mitivos, sino fenómenos complejos; no elementos irreducibles, sino resultantes de otros elementos ; y para decirlo de una vez , combi- naciones dinámicas , y nada más que combinaciones, de los movi- mientos de los átomos.

La materia en esta teoría es un conjunto de partecillas archi- microscópicas ; pero sólidas, macizas, formadas por la sustancia

Y EL EMPÍRICO EN LAS CIENCIAS FÍSICAS. 95

Única de la naturaleza, que viene á ser el célebre substractum de la filosofía : sustancia inerte , incapaz de acción , y cuya sola pro- piedad es la de ser impenetrable. Estas partecillas ó átomos se mueven cuando otros chocan con ellos , y siguen caminando basta que tropiezan contra un obstáculo ; y este vagar infinito , sujeto tan solo á las condiciones iniciales y á las leyes de la mecánica , es el fondo real de la naturaleza.

¿Se agrupan los átomos en un sistema de tal modo que dos ma- sas se aproximen de hecho? Pues el físico, que ve únicamente la parte externa de los fenómenos , dice que ambas se atraen; pero semejante atracción no existe: se mueven como si atrajeran, mas no porque se atraigan : es el torbellino material que las envuelve el que empuja una hacia otra ; que por lo demás la materia es inerte y no puede influir sobre la materia de otro modo que por contacto directo.

La acción á distancia entre dos masas ; algo que vaya de una á otra sin intermedio físico , sustancial y sólido ; potencias abstrac- tas , ideales , sin dimensiones geométricas , que traben el polvo disperso de los átomos y lo organicen; fuerzas que, mantenidas en su idealidad, marchen por el vacio, son cosas que la teoría atómica declara incomprensibles y absurdas.

La materia , la impenetrabilidad y el movimiento son toda la física, y todo lo explican, ó todo intentan explicarlo. Las diversas hipótesis, en que se sintetiza la ciencia como en grandes unidades, quedan condensadas en otro principio único : el movimiento de la materia , pero no como efecto de fuerzas actuales , sino como puro movimiento trasmitido de unas á otras moléculas.

Toda la parte experimental, según esta escuela, se reduce al átomo; lo demás se compone de categorías eminentemente racio- nales: el espacio, el tiempo, el movimiento, es decir, la mecá- nica. De tal suerte , que si en un instante dado pudieran conocerse las posiciones , las masas y las velocidades de todos los átomos que constituyen el universo , las fórmulas de D'Alambert serian la his- toria inerrable de la materia, el libro profético de su porvenir. Ellas nos dirían lo que fué de cada molécula, y lo que será por los siglos de los siglos: ellas escribirían, con la sublime elocuencia del álgebra, la Odysea de cada átomo: su vagar en la nebulosa, su pe- regrinación en los mundos constituidos , cuándo describió inmen- sos círculos en las sombrías entrañas de un globo, cuándo brilló

96 EL MÉTODO RACIONAL

en el rojizo penacho de un volcan, cuándo se vio anegado en los Océanos, en qué instante cruzó entre vapores la atmósfera, en cuál otro bajo forma de gota descompuso la luz del sol y pintó el iris en el cielo , en qué sublime momento, en fin, rodó como lágrima por una mejilla humana sintiendo quizá estremecida su pequenez al aliento divino del espíritu.

Asi, pues, toda la parte práctica y empírica de la teoría atomís- tica moderna sólo tiene por objeto suplir este dato único , estado dinámico del universo en un momento fijo ; lo demás son leyes ra- cionales y principios a priori. Decir que contra esta teoría se al- zan tremendas objeciones es punto menos que inútil.

La física , la química , la metafísica le dirigen preguntas terri- bles, á las que ni contesta ni puede contestar hoy.

¿Cómo se explica la conservación de la fuerza vivaí Imposible parece explicar este gran principio de la mecánica en la teoría atómica : en todo choque de cuerpos no elásticos hay pérdida de fuerza viva ; luego el universo tiende al reposo absoluto ; muere el movimiento por instantes ; el impulso inicial se agota ; el cosmos es algo que agoniza , un inmenso péndulo que se para , una ho- guera que se extingue.

¿Cómo se explica la elasticidad? La elasticidad no existe en la teoría atómica : es una pura apariencia.

¿Cómo se explica el átomo? No se explica tampoco: al querer comprenderlo se desvanece ; al analizarlo se deshace ; es polvo que se desmenuza en polvo más y más pequeño sin otro límite que la nada. Porque, en efecto, si tiene dimensiones y es macizo, es divi- sible en partes; y puesto que no existe en la naturaleza fuerza al- guna de cohesión , nada une y traba estas partes entre ; luego el átomo no puede ser un elemento primitivo , debe dividirse lógi- camente , y prácticamente debe estar dividido en otros más peque- ños; pero de cada uno de estos puede decirse lo que del anterior, y así la lógica nos fuerza á triturarlos y á desmenuzarlos más y más , sin otro límite que su aniquilamiento absoluto.

El átomo de la teoría atomística encierra en su propia ne- gación.

Afirmarlo y definirlo es negarlo al propio tiempo.

T EL EMPÍRICO EN LAS CIENCIAS FÍSICAS. 97

VIL

¿Puede la teoría atómica eludir en algún modo estas gravísi- mas dificultades?

Todavía no lo ha intentado, pero hay un camino por donde es- capar al peligro , y un medio de parar los recios golpes de las es- cuelas rivales, y en particular de la metafísica.

Este medio estratégico de salvación consiste en romper de una vez con el materialismo , en ir más allá de la continuidad sólida, y dicho en una palabra, en idealizar el átomo.

La materia y el movimiento eran sus principios fundamentales y se resolvían en estos tres términos : la sustancia única , el tiempo y el espacio.

Había sacrificado, en gracia á la unidad, las cualidades; habia sacrificado aun las fuerzas abstractas ; pues bien, un paso más, arroje al inmenso y vacío océano de la nada el último fardo de su cargamento físico, la materia; quédese con el espacio y el tiempo, y el sistema más positivo y material habráse convertido en el más abstracto.

Es cosa curiosísima observar estas trasformaciones de las escue- las al llegar á los últimos límites , y es fenómeno extraño las mis- teriosas relaciones que de improviso aparecen entre sistemas físicos y sistemas filosóficos los más distantes.

Y en efecto , este último paso de la teoría atomística hacia la unidad está ya dado, no ciertamente subiendo de la física á la filosofía, pero descendiendo de la metafísica á la naturaleza.

Trabajo inmenso de un filósofo tan combatido como ensalzado: semi-dios , según sus discípulos y adeptos , monstruo de la para- doja en concepto de sus adversarios: nos referimos á Hegel.

Séanos permitido detenernos aquí breves momentos.

En el gran proceso hegeliano, cuando agotada la esfera lógica, LA IDEA, cual germen que se desarrolla, pugna por abandonar. el estado abstracto, por tomar en la realidad carne y sangre, por cu- brir el esqueleto ideal de todas sus determinaciones precedentes { el ser y el no ser , la cualidad y la cantidad , la esencia y la exis- tencia , lo uno y lo múltiple , el efecto y la causa , etc. , etc. ) , con la materia y la vida ; é impulsada de esta suerte por la potencia interna que la solicita, y á que la escuela llama fuerza didáctica, TOMO in. 7

98 EL MÉTODO RACIONAL

lanza fuera de si, y dispersa en infinita oposición, toda la riqueza abstracta que encerraba , obligándola á pasar del estado lógico á otro estado más real ; sus primeras determinaciones son el espacio y el tiempo ; momentos iniciales de la idea en la naturaleza , mo- mentos en que todavía se ve algo de la esfera lógica de donde vienen, y que, si se nos permite esta imagen, trascienden á abs- tracción.

Hay en el espacio y el tiempo algo de abstracto y de ideal : ni uno ni otro son materia, pero en su seno han de encerrar, y por él han de ir, todos los fenómenos del mundo físico.

Dejan adivinar , según Hegel , algo más abstracto antes , algo más concreto después : la idea lógica como precedente , la natura- leza como término inmediato de la serie. Por lo que son , indican á la vez de dónde vienen y adonde van : así tienen la vaporosa vaguedad de aquella evolución lógica en cuyas entrañas se engen- draron , y á la vez la dispersión , la divisibilidad , la solidez (aunque vacía), la tendencia á ocupar y á pasar del mundo físico. Considerados el espacio y el tiempo como primeros momentos de la idea al llegar á la naturaleza , basta dejarles seguir el im- pulso que su propia fuerza didáctica les comunica , para que engen- dren el movimiento y la materia.

No podemos detenernos á desarrollar esta deducción ; pero conste que la sustancia material , y por lo tanto el átomo , á ser cierta la hipótesis hegeliana , se deducen del espacio y el tiempo ; de suerte que aquellos tres términos de la escuela atómica aún se reducen á dos, idealizándose para ello el más grosero y tosco.

Y esta concepción que parecerá absurda, ó cuando menos fantás- tica, al que no haya meditado en estas sutiles cuestiones, sin afir- mar que sea cierta , comprende en un gran problema , y es por todo extremo digna de estudio.

Hegel hace notar que la potencia que en encierra una masa en movimiento depende de dos Jactores : de la masa por una parte, pero además de la velocidad; y la velocidad es término complejo, que se divide en espacio y en tiempo.

Observa aún que la bala, que atraviesa el corazón de un hombre y le arranca la vida , no mata únicamente por el plomo que con- tiene , sino por la velocidad con que choca : matan tanto ó más que la masa metálica, dos abstracciones, el espacio y el tiempo. Y aquí cómo la idea por sola, sin materializarse de antemano.

Y EL EMPÍRICO EN LAS CIENCIAS FÍSICAS. 99

produce efectos mecánicos , y nos prueba prácticamente que en si tiene potencia bastante para pasar de la región ideal al mundo físico.

En g-eneral , una masa pequeñísima m, dotada de una gran velo- cidad V, produce efectos materiales equivalentes á los de otra enorme masa M, animada de una mínima velocidad •y; de suerte que la velocidad V-v suple y equivale á la masa M-m; pero cosas que dan origen á idénticos efectos, indican identidad de esencia, puesto que en el efecto se identifican; luego la materia, dice Hegel, no es más que cierta unidad , cierta síntesis , ó si se quiere cierta expansión didáctica del movimiento; como el movimiento es el re- sultado de unir en un mismo fenómeno dos elementos abstractos, el tiempo y el espacio.

En lenguaje vulgar, que no es ciertamente la manera y el estilo de la escuela, hemos procurado exponer esta serie de razonamientos que , acéptense ó se rechacen , son profundos , nuevos y dignos de meditación.

La verdad es que en este mismo orden de ideas , ó en uno muy parecido , se funda la física para reducir el calor , la luz , el mag- netismo , el fluido eléctrico , y cien otros fenómenos , á esta senci- llísima unidad: materia y movimiento. Porque el trabajo y la fuerza viva se equivalen y trasforman mutuamente ; porque el calor se convierte en trabajo mecánico, y este á su vez engendra aquel, de suerte que desaparecen calorías y aparecen kilográmetros ó caballos de vapor; porque la electricidad da origen á un desarrollo de caló- rico, y este en las pilas termo-eléctricas se trueca en corriente; por esas trasformaciones , y esas equivalencias, y esas mutuas sustituciones, se dice que calor, y luz, y electricidad, y fuerza viva , son una misma cosa , y que esta cosa única, este fondo común de dichos fenómenos, esta gran unidad, es el movimiento déla materia.

Pues marchando , al menos al parecer , por la misma senda ; ca- minando en idéntica dirección ; discurriendo en el mismo orden de ideas , puede decirse que si la velocidad suple á la masa , y esta á aquella , y se identifican ambas en los efectos, algo hay adelantado, como Hegel supone y sostiene , para deducir , aun desde el punto de vista práctico , igualdad de esencia entre la materia por una parte , el espacio y el tiempo por otra ; y no es maravilla que el gran filósofo alemán, que en más arduas empresas estaba aguerrí-

100 EL MÉTODO RACIONAL

do , redujese con su desenfado propio y su acreditada presteza los tres términos precedentes á dos, y después á uno solo.

No creemos que el problema esté vencido : tan solo está enun- ciado : mas lleva tal sello de grandeza intelectual , es tanta su va- lentia , y revela una tan inmensa profundidad , que aun rodeado de sombras atrae, y empeña á la razón en su seguimiento.

En resumen, la teoría atómica moderna es un gran esfuerzo, pero llevada al límite cae en profundas contradicciones , y no puede en modo alguno considerarse como la última palabra de la ciencia.

VIIT.

A la doctrina de los átomos se opone otra: la de las fuerzas abs- tractas. Niega la primera la fuerza, y solo acepta el elemento ma- terial: rechaza la segunda con desden toda concepción de sustancia física, y proclama la fuerza como única entidad real.

Pero no la fuerza como propiedad de la materia , no como algo apegado á un mlstractum , sino como verdadera fuerza ideal : y así los átomos no son pequeños sólidos continuos y rellenos , son verdaderos centros matemáticos de fuerzas, sin dimensiones, sin formas geométricas , sin más que un cruzamiento en ellos de po- tencias abstractas.

Estos centros son los que se atraen, los que se rechazan, los que se mueven ; y donde se acumulan muchos aparece la solidez y la impenetrabilidad.

La sustancia de la escuela materialista desaparece de esta teoría; es tosca apariencia, á la que, por decirlo así, los sentidos dan nom- bre, pero que la razón con su potente fuego purifica y sublima, consumiendo en él toda escoria material.

Espacio nos falta para desarrollar esta nueva teoría, que cuenta en el extranjero con ilustres mantenedores , y preciso es que ter- minemos este larguísimo y árido artículo.

Solo diremos que bajo el punto de vista práctico la concepción de la fuerza ideal salva terribles dificultades ; pero que cuanto más se separa de los grandes abismos en que la teoría atómica cae, tanto más se aleja del término de todas sus aspiraciones, la unidad.

¿Qué diferencia hay entre tener muchas sustancias y tener mu- chas fuerzas ? Mientras no se determine su esencia común y no se

T EL EMPÍRICO DE LAS CIENCIAS FÍSICAS. 101

llegue á su última j definitiva unidad , el problema queda en pié y sin resolver.

Entre los dos límites extremos (la teoría atómica y la teoría de las fuerzas abstractas) existe la escuela ordinaria que acepta el áto- mo como sustancia y la fuerza como cualidad del átomo.

De esta , por conocida , es inútil que nos ocupemos ; y por otra parte, tiempo es ya de concluir.

La razón , adquiriendo su natural y legítimo predominio sobre el método empírico , pero sin prescindir de él , sin negarle la gran importancia que en realidad tiene; y este, perdiendo relativamente en categoría y convertido en mero instrumento , pero llegando á un admirable grado de perfección , tales son los primeros caracte- res de la ciencia moderna.

La unidad , las hipótesis , la reducción de casi todos los fenóme- nos físicos al movimiento son sus rasgos dominantes.

Condensar todas las síntesis parciales en una gran síntesis gene- ral , la unánime aspiración de cuantos físicos pasan el nivel común .

Bien comprendemos que esta tendencia filosófica de la física en- contrará adversarios ; pero es esfuerzo vano el de querer ahogar en el espíritu del hombre una de sus más nobles aspiraciones : buscar en todo lo absoluto.

Si lo encuentra , bien hizo en buscarlo : si no lo encuentra , pero se aproxima á él, bien hizo en acercarse : y en todo caso su noble empeño no será estéril , porque la esperanza es el aliento de la vida.

La ciencia cae á veces, á veces se extravía; hay en ella retroce- sos parciales, errores y delirios ; pero en grandes períodos históricos su marcha es siempre progresiva y ascendente.

Pasa de la India al Egipto, del Egipto á Grecia, enriqueciéndose más y más ; y si en la edad media decae , se alza en cambio con nuevo brío en el renacimiento y hoy llega á prodigiosa altura. A sus eclipses suceden más brillantes destellos, y sus grandes evolu- ciones son como olas de esa marea creciente que se llama progreso-, que así como en el océano levanta la atracción solar las aguas, así también en el gran océano de las sociedades levanta la atracción de Dios los espíritus hacia sí.

José Echegaray.

;i ()■:)

CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

CUENTO PRIMERO.

MAESE CORNELIO TÁCITO.

ORIGEN DEL APELLIDO DE LOS PALOMINO DE PAN-CORVO.

I.

Este era un Sastre.

Y dijo el Sastre á su mujer (que era su cruz): «ya se ensució en el faldón de la levita nueva del Licenciado Piñones.»

Y replicó la Maestra (que así la llamo aunque ni era sastra) : «tal y tan nueva que aún la tienes por concluir... pero á solo suceden esas cosas; porque yo ya le hubiera repasado las plumas.» Y así di- ciendo, se daba los aires de pelar pollos.

De resultas del caso , se produjo en el matrimonio un diálog-o desagradable, que terminó sin escándalo; gracias á que las sensi- bilidades estaban trocadas entre los cónyuges.

El Sastre, para desviarla de sus conatos , regaló á la sastresa un tierno palomino, que le supo á ella muy bien en pepitoria.

Durante la mesa, fué la Sastresa tan generosa contra su costum- bre, tan expresiva contra su carácter, que hizo un obsequio al Sastre.

Dióle con mimo todo el pico del palomino; y además , las dos patas enteras.

MÁESE CORNELIO TÁCITO. 103

Quiero decir en lo de las patas, que le dio desde los corvejones exclusive hasta las uñas inclusive.

El Sastre se limpió las uñas con las uñas del ave, y los dientes con el pico; pero la Sastresa, que habia tomado algo de la lengua latina en la propia lengua del Licenciado Piñones, hirió con punta de mofa á su marido, diciéndole: « Aliquicl c7mpatur.y>

A eso ya no pudo resistir el pacientisimo esposo, y se tragó de enfado los extremos de aquel pájaro adolescente, cuyo cuerpo y sangre habia consumido por entero su mujer.

Pero nada dijo, ni se notó cosa que sea de contar; como no sea cosa contable lo que tengo por chisme de lugar; y es , que desde entonces dio en piar cuando sentia el hambre, y en comer al- garroba.

Entró en el acto el Licenciado Piñones, que vestia de luto añejo. Habia dejado de crecer desde los veinte años, se arropaba con la de entonces, y hacia otros tantos que él y su traje marchaban jun- tos cuando el cuervo se ensució en el faldón de la levita nueva; pero en sus primeras décadas habia el Licenciado crecido mucho. Estaba más alto que un palomar.

Entró, y dijo: « que me chupen brujas, si no adivino lo que anda. » Y arrulló de buche profundo, como palomo ladino, á la Sastresa «No está la Madalena para tafetanes,» le respondió ella; y diz que pió el Sastre de pura necesidad.

Dios quiso que aquello no pasara adelante, porque el Licenciado queria probarse la levita; Maese no habia hecho más que chuparle la mancha de primera intención, y la Sastresa refunfuñaba en se- creto, movida de dos voluntades en un solo provecho.

Entonces, fué cuando el Licenciado Piñones dijo aquello que está escrito en piedra: «Sicut palominus dividiturita jungitur in'iino.y> Y no hubo más.

IL

Ello es , que no constando su nombre, le llamaban Tácito por lo sufrido; pero el Sastre en puridad se llamaba Cornelio desde la pila ; y apellido no le tenia de herencia generativa , aunque le su- cedía lo que pasa á otros , que lo heredan del dia del Santo en que nacieron. Y la fe de bautismo reza que se llamaba Cornelio del Es- píritu Santo.

104 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

Era la Sastresa hija del ama del cura , que la casó con Cornelio Tácito: y el Licenciado pasaba por natural de Balsain; pero nadie sabia de fijo si habia nacido ó no en aquel lug-arejo, sino que á él se le encontraron pequeñito como g-rano de pina desprendido, y le llamaron Fiñon.

Después creciendo se llamó Piñones , porque es fama que los cas- caba juntos á maravilla.

El Licenciado quiso y no pudo matrimoniar con la Sastresa an- tes que tal fuera.

Cuentan que por no perder un beneficio simple, que le vino de la Granja; pero bien la tenia conocida visperas que casara con Cor- nelio Tácito; y este que no gozaba beneficio, casó con ella, sin co- nocerla, porque le pusieran tienda.

Esto se sabia de público; y no hubo más.

m.

Habian trascurrido unos días , desde que la Sastresa se comió en pepitoria las noventa y nueve centésimas del palomino, cuando en- tré en la tienda, para que Maese Cornelio Tácito me diese una opi- nión facultativa.

Tenia yo unos pantalones que me venian chicos , porque fueron heredados de mi tio el enano, señor de poca menos talla que un chivo, y yo mido cinco pies y seis pulg-adas.

Iba, pues , á preguntarle , cómo podria sacar de ellos una mon- tera completa para mi , sin aventurar la empresa á un quién pen- sara.

Éntreme de rondón en la tienda como solia, y topé con el Sastre,

Dios y ayuda necesité para que le conociese ; porque estaba bobo de penas que por largo espacio habian dormido en su corazón, y ahora se le despertaban todas juntas.

Traia los ojos emponzoñados de lágrimas que le cegaban; volá- banle las canas esparcidas ; y hacia aspavientos con los brazos en alto, crispadas las manos en que mostraba unas tijeras sangrientas.

Aunque siempre le tuve por blandisimo de corazón y sobrado de bondades, lo que son los buenos y pacientes cuando rompen; que rompen tarde y exceden el rigor.

Movióme á susto el verle y á compasión dejarlo solo, tanto, que cerré la puerta y le dije : j Maese! ¿Qué gran pena es esa?

MAESE CORNELIO TÁCITO. 105

Y al mirarme nada dijo ; pero se le desató el nudo de los sollozos en torrente de lágrimas, y me abrazó.

Yo creí que hubiese dado muerte á su mujer; y en verdad que toda la vecindad hubiera declarado lo contrario , aunque asi fuese. Mas no era , porque en el punto mismo la vi en la trastienda, altercando con el Licenciado Piñones ; y al cabo de otras inmodes- tias, entendí que le dijo: «Pues que me apliquen aquel cantar que se canta :

Como me entró el antojo Me dio la gana ; A unas les entra flojo A otras que rabia.

Y soy de aquellas Que no niegan al cuerpo Lo que le peta.

Y lo entonó por lo recio , tal y como digo ; cuando aún sollozaba el Sastre por lo bajo , tal y como iba diciendo.

« ¡ Oh sastres ! » exclamó Maese , apenas concluida la seguidilla por la Sastresa : « ¡ Aquí me tenéis , oh sastres , que clavé mis tije- ras en mis propias entrañas ! . . . »

Entonces creí que á la manera desesperada de Catón se hubiese infligido la muerte con sus armas.

Para semejante acto le bastaba no ser estoico: y compadecido de su flaqueza , le registré todo el cuerpo hasta que vide no tenía roto en que no hubiese remiendo.

En esto comenzaba á anochecer.

Perplejo me tenía el espectáculo , y entraron en la tienda el Li- cenciado Piñones y la Sastresa... que por cierto se me había olvi- dado decir su nombre ; pero que la llamaban la Sotanera ; y en su vida cosió una.

La Sotanera traía con ambas manos una cazuela humeante á borbotones, y el Licenciado un candil vivo pendiente del dedo ín- dice. Ella entraba muy cernida y él muy tieso , al paso que estaba el Sastre todito encorvado en un rincón;- y yo no tuve tiempo de mirarme á mismo, porque me faltaban ojos para ver lo ajeno.

Plantificáronle á Maese Cornelio Tácito un veladorcillo de pino á toca-ropa , y encima de este velador puso la sastresa la cazuela á quema-ropa.

A todo esto diciendo: «Está diciendo comedme.»

Sin que el esposo mostrase más ganas que las de llorar.

106 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

Donde hay candil no falta garabato ; y al resplandor dudoso y vacilante de un candil recien colgado , sentáronse á la redonda con el Sastre, que ya lo estaba, la Sastresa y el Licenciado.

Creí que si no me saludaban fuese por no convidarme , y quéde- me de bolo , sirviendo de percha á los pantalones de mi tio el ena- no , y parado tan en firme como estatua de sastre Si los sastres

no colgasen ropas más que en las Venus , en ios Apolos ó en los Mercurios de yeso con que adornan sus talleres , andarian más ho- nestos. Pero yo he visto en ciudad , en la ropería de la Buena- Muerte , dos levitas , dos casacas , dos chupas y dos chaquetas, que todas juntas colgaban de los solos brazos de un Santo Cristo de la Buena-Muerte , cuyo divino Señor más parecía por esto el hortera

voceador de las excelencias de la tienda, que su Santo Patrón

Y quédese lo dicho por paréntesis, que no por digresión imperti- nente , aunque lo sea.

«Está que dice comedme,» repitió la Sotanera, y destapó.

Si no lo hubiese yo visto tan grande , creído hubiera que fuese perdiz.

En mi ánima que no vi en mi vida pájaro tan rollizo y sazonado.

Estaba boca arriba mostrando lo mejor , y estaba solo porque lo llenaba todo , salvo que le murmuraban aplausos las espumas por bajo y los costados.

Era un buen bocado para cuatro que se dieran mano á ello. Y digo que era un buen bocado para cuatro, entiéndase que la frase un hiien bocado me la encuentro ; y es prueba que estaba he- cha aun antes que el guisado.

Bien advertí que el Sastre no piaba, y me di cuenta ; mas no así me expliqué , cómo no se relamia el Licenciado con ser chupón de lo ajeno y nada sobrado de lo suyo.

Pero en mitad de este silencio é inmovilidad especiante , solo la Sotanera comió todo , hasta mondar los huesos , y se sorbía los de- dos por añadidura.

«¡Rara avis in térra/» exclamó el Licenciado á las pechugas, hecho todo ojos, mientras que el sastre apretaba los suyos, tanto que más que ojos me parecieron ojales sin botón.

Y proseguía el Licenciado diciendo á los bocados: «Sicpani corvo jwigitur Palominus.y>

Y añadió , por último , cuando hubo visto que no veía nada en la cazuela: << Consummatiim est.»

MAESE CORNELIO TÁCITO. 107

Habló el Sastre y dijo: «¡Fiat voluntas tua!y> Mas no fué á ella la muy tragona ; que bien noté cómo el pobrecito despertaba para poner la expresión de su voluntad en la más alta voluntad de Dios.

Es el primero y el último latin que escuché en boca del Sastre; latin que por ser sencillamente tomado del Padre Nuestro , sentá- bale muy bien con ser tan lego.

No así el Licenciado Piñones , que todavía dio más en hablar culto ; y poniéndose en pié que media tres varas , abrió otras tres los brazos , extendió las manos , que las tenia como dos infolios, sobre la cerviz de los esposos, y habló y dijo: «Amen dico volis quod sic pañi corvo palominus additur. »

y echó la casa afuera , para ir donde tuviese su manida.

La Sotanera le despidió con un bostezo , y luego diciendo : « en la cama me las den todas,» se fué á ella.

Quedámonos : el Sastre , que era de palo , y yo que me iba: pero como sintiese el desdichado esposo que le abrazaba en muda des- pedida, volvió al dolor, y me retuvo quedo para hablarme estas palabras, que le respondí como van unas y otras.

El Sastre. ¡Tengo miedo!

Fo. Maese, ¿De qué tenéis vos miedo en vuestra propia casa?

El Sastre. ¡ De la soledad !

Fo. La soledad es nada : ¿tenéis vos miedo de la nada?

El Sastre. La soledad es todo lo que somos nosotros dentro de nosotros mismos, ¡y tengo miedo!...

Fo. Será, pues, de vos mismo.

El Sastre. ¡Ah! ¡El que nunca lastimó á otro, mal pudiera te- merse contra ! . . . acompañadme os pido , vecino mío , donde este- mos los dos y la soledad , pero que no sea esta: llevadme á aquella soledad sencilla en que duermen sin asechanza las aves libres... ¡Ay de mí! Nace en el hombre un temor con riesgo y sin peligre, que no es miedo de la muerte.... hay temor que es el miedo déla vida... »

¡Oh, cuan dulcemente sentí que donde se lamenta un desgraciado surge el poeta y llora la poesía !

Como cada nota musical tiene tres tonos , multiplicados luego por el arte , y así resulta que no son siete sino veintiuna , elevadas por la inspiración al infinito, las notas del alfabeto mágico con que expresa la música ; con que la armonía evoca los espíritus afines, vagabundos ; y penetrando la expresión del canto en nuestra vida hace que se compenetren los corazones y lq,s almas.

108 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

Así, así también el timbre de su voz era todo su ser, todo su ser mistificado por sti dolor ; y encerraba conceptos más íntimos , de- mostrativos y elocuentes que la significación de sus palabras.

¡Cuan conmovido lo apreté á mi pecho!

Si en aquel momento me preguntan: «¿sabes de qué te con- dueles?» hubiera respondido: « ¡Sí, que siento la compenetración del alma de ese hombre con el alma mia!» Y si me hubieran man- dado explicar este fenómeno del sentimiento por la eufonía, hubiera llorado por toda respuesta, y los buenos me hubiesen comprendido.

Maese Tácito casi se sonrió de gratitud ; conoció por impresión que hallaba un amigo en el punto y lugar mismo en que acababa de perder otro; uno hasta entonces en su amargada vida.

Parecía haber restaurado por entero su vigor.

Se levantó , ante todo , para recoger con esmerada solicitud , y guardar en su pañuelo , los huesos mondos y lirondos que por allí estaban esparcidos, y después anduvimos.

Las noches se parecen á la mar, ambas son insondables... muy anchas , muy largas y muy profundas ; y muy mansas y muy so- berbias, pero siempre augustas.

Esta noche estaba serena : sobre su fondo se dibujaban los con- tornos de los cerros y de los árboles , y los dintornos morían apa- gados en la sombra, macizando la arquitectura ingente de la na- turaleza.

Pudiera tal vez decirse, que entre el mar y la noche tomaron ge- neración confusa y manifestación exigua los monumentos druídicos.

Dejábame yo guiar del sastre , ya que iba con él , por él y para él ; pero mi pobre amigo nada me habló , ni miraba más que á la senda, hasta que hubimos llegado á la margen del rio.

Allí hay en un ángulo saliente un pequeño promontorio á cuyo pié remansa el agua ; y en la cumbre hay un sauce cuyas ramas

descienden voluntarias á jugar con la corriente parece una

mujer hermosa , melancólica ; con amor y sin amante , que distra- yendo en el fondo de aquel fugaz espejo su mirada, deja que floten libres sus cabellos.

Este sauce lo había plantado el Sastre ; lo vio crecer pagando su cuidado ; y después á su sombra se sentaba á coser sin sobresalto, á deplorar sin testigos ; y acaso á contemplar sin verla , pero sintiendo la relación conjunta , ecuable y majestuosa ; la armonía infinita con que la creación se ostenta , habla y camina.

MAESE CORNELIO TÁCITO. 109

Ya puestos junto al árbol me dijo: «Dejadme ahora hacer un hoyo con mis propias manos y os contaré después ; » y diciendo y haciendo , escarbó la tierra y puso en el hueco los huesos aquellos que en su casa y tienda habia recogido.

¡ Restos inútiles á la voracidad de su mujer ! Los tapó con el polvo removido, y pareció consolarse á la manera de aquellos hombres primitivos, que se desceuian de su dolor des- pués que enterraban á su muerto.

Yo le contemplaba no sin extraueza, cuando me dijo: «Sentaos

y me sentaré, para que hablemos y sepáis He cumplido con

mi corazón y Dios me lo perdone; ahora cumpliré con vuestra amistad, y perdonadme vos.»

Le oprimí la mano , él me^entendió, y puse toda mi atención re- suelto á no interrumpirle. Habló asi:

«Esos huesos recien enterrados por , son los huesos de un cuervo ; yo he dado la muerte á ese cuervo que era mi único com- pañero , mi amigo , mi amor y mi familia toda. Durante quince años partí con él un alimento que hubiera sido parco para

solo ¡ Oh ! en la constante necesidad de nuestra común pobreza,

¡ cuántas veces vino á mi compañero provisto de sustento ; re- cordándome aquel cuervo providencial con que Dios socorría al Ermitaño ! . . . . ¡ Oh , y cuántas veces su generosa acción fué casti- gada ! . . . . Mi mujer le llamaba ladrón ; ¡ y era mi hermano en el amor de la caridad !... . Comprendereis que no se llamaba ladrón; se llamaba Pan.

»Pan concurrió conmigo á plantar este sauce que sombreará su sepultura.

»Seamos buenos con todos y con todo , para que los árboles nos paguen con su sombra y las aves con su gratitud; nos su luz el sol , su tibia claridad la luna , la piedra nos preste su resistencia, su elasticidad el aire , la fuente su frescura , el fuego su calor , la yerba su molicie, las fieras su mansedumbre, y venzamos al hombre. »Pan concurrió conmigo á plantar este sauce, y dije á Pan: ayúdame con tu pico á ahondar un hoyo para plantar un árbol ; y

labramos juntos una cuna en que yo puse un árbol niño ahora,

bien lo veis , he abierto yo solo una sepultura para enterrar los restos de un amigo al pié de un árbol ya lozano.

»Estareis pensando por qué maté á mi amigo. Lo maté por no

lio CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

matar á mi enemigo; culpadme vos, en tanto que yo no me disculpe. »En quince años enteros no hizo Pan mas acción indigna que la de ensuciarse en la levita nueva del Licenciado Piñones ; y eso yo no se lo vi hacer.

»Cuando Pan no tenia nombre propio , ni hogar mancomunado con el hombre , ni sello de esclavitud en sus tendidas alas ; y era libre , feliz como lo son todas las aves del cielo, entonces lo derribó de un tiro el Licenciado Piñones.

»E1 pobre pájaro habia caido manco ; pero como un cuervo he- rido vale más que un cuervo muerto , lo trajo vivo el Licenciado y probó venderlo.

»Tres dias lo tuvo expuesto al público , sin curarlo ni darle de comer.

»Los muchachos, en vez de juntar cuartos para la redención del cautivo, juntaban piedras en su daño: yo sentia lástima, y movi- do de ella hablé con el cazador , y le dije : « Mirad que si quitas- teis la libertad á un ser viviente , y no le disteis por cálculo la muerte, la razón os dicta que le deis de comer á ese pobre animal, que hallaba carne en la mesa de la Providencia dadle siquie- ra pan.»

Rióse el Licenciado, y me respondió. «A vos que nada os debe dadle de lo vuestro, que á mi todavia me debe el tiro.»

Esta fria crueldad, tan puramente humana, confieso que me sacó de quicio , y le argüí diciendo : «¿ Pues por qué g-astásteis ese tiro en quien no lo esperaba , ni os lo hubiera tirado á vos , porque ni él era hombre ni vos su necesidad?»

Tal reprensión dio mucho más que reir al Licenciado , y bur- lándose de mi compasión me reprendió á su vez de que quisiera yo dar limosna con lo ajeno, guardando lo mió.

Le pedi, pues, que me vendiese el cuervo, no por dineros, que no tenia, y si á cuenta de puntadas.

A esto se avino pronto por falta de otro postor ; y dióme una ropilla muy rota para que de mi cuenta y con mi aguja le llenara los huecos.

Cerramos trato y me llevé mi cuervo.

Aqui , que solo Dios nos oye, os confio todo, mi buen amigo.

Mi mujer no puede ver á los pájaros vivos: nunca dio de comer á uno , ni arrojó jamás sobras á perro , ni en su vida mantuvo gato , ni tampoco la asustan los ratones.

MAESE CORNELIO TÁCITO. 111

Con esto ya conocéis á mi mujer ; dice de los ratones , que aun- que son muy tunantes , se la suelen pagar ; de los gatos dice , que le sobra con los de la vecindad ; asegura que el mejor perro es el de San Roque , porque no come ni ladra , y afirma que los pájaros son pura cosa de comer.

Por no criar nada, ni cria gallinas; y solo sabe capar pollos, que mantiene en su corral el Licenciado , y luego nos los comemos los * tres juntos.

Cuando entré en mi casa , y la maestra me vio sacar el huésped que traia, lo tomó á peso y me llamó zopenco.

Yo no me atrevía á preguntar el motivo ; pero añadió en el acto arrojando el cuervo , que ya que compraba grajos, cuidase en ade- lante de comprarlos pelados.

Como comprendéis , aqui topé con otro contratiempo , y vi claro que el mártir habia pasado tan solamente de la de Anas á la de Caifas.

Mirad , vecino , hay satisfacciones que cada hombre las saca á su manera del capital de su desgracia.

Lo que voy á deciros será una simplicidad sin fundamento; pero es una simplicidad que me consuela , que me alienta en el caiiiino de la piedad.

Yo creo que los sentimientos de amor constante y profundo ha- cia todos los seres , sean ya seres racionales , irracionales , anima- dos ó inanimados, los penetran.

Creo que el amor es penetrativo hasta en el duro hierro; y que, por ejemplo, mis tijeras me sirven más y mejor porque bien las quiero , y que este árbol se goza cuando lo cuido , me aguarda cuando le dejo ; y que me dice algo que percibe mi alma cuando lo

acompaño asi me parece á mi; reios vos si lo merece, que yo

digo esto á propósito de que aquel pobre pájaro, de naturaleza bravia, que mi mujer condenaba á la muerte, arrojándolo con despreciativa violencia , y que yo antes habia abrigado al calor de mi pecho , me miró en su desconsuelo con la expresión de un niño

desamparado Repito que Dios está presente y él sabe cuánto

me animaron aquella mirada intensa , junto con aquella actitud desvalida de un cautivo salvaje , caido á traición en las garras del hombre desde los abiertos espacios ! Y dije á mi mujer : « Mira, mu- . jer, ¿tú no has comprendido aún que yo he contado antes con tu bondad? Este pobre animal > tan flaco y tan maltratado , no es

112 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

cosa que se come ; esto es cuervo ; bien ves qué malo está , y yo lo traigo »

Mi mujer, que como ella dice con razón de si misma , es muy lista , me interrumpió diciendo : « Cornelio , yo no entiendo en más bondades que las que reza el refrán , «Pájaro que vuela á la ca- zuela. » No , mujer, la repliqué con cierta entereza ; te advierto que lo traigo para sanarle las heridas , domesticarlo bien y que me acompañe después.

Me miró al rostro la Sastresa, y se impuso pronto de que yo, por la primera vez de mi vida, estaba resuelto á una defensa.

La miraba yo á ella , y vi que relampagueaba ; pero no rom- pió en truenos, sino en lluvia de lágrimas Vecino, ¡me man- tuve firme! ¿Podréis creerlo? Me mantuve más firme cuanto más arreciaba el llanto de mi mujer ; y cuando ella se persuadió que aquello era llover en seco , tornó en sereno como si tal cosa : me volvió de súbito la espalda dando tornillazo ; y fué y se sentó á la puerta de la calle, y alli, á cuantas gentes pasaban, decia: «mi marido ha traido un pan.»

Pan te has de llamar en adelante , lleno j'^o de la vanidad de mi triunfo, dije al desdichado pájaro, que casi espiraba, y lo recogí del suelo , repitiendo : « Pan has de llamarte con el bautizo de tus enemigos, para que tu nombre sea recuerdo de nuestra alianza.»

Esta segunda vez noté hasta la evidencia que Pan , á la manera peculiar que sienten y comprenden los irracionales , habia pene- trado mi buen corazón.

Mi pobre compañero , mi reciente amigo , dio con toda la ex- presión de sus sentidos , un graznido que era entonces todo su idio- ma. Pronunció aquel graznido manso con que habia saludado en las selvas el nacimiento del dia , la proximidad á su compañera, la llegada al nido de sus hijos , y luego que se dejó coger sin ama- gar defensa , escondía su cabeza en los pliegues de mi seno , pal- pitando de gozo.

En tal estado me lo llevé á un corralejo en que tiempos atrás tuve también una borrica , que por cierto mi mujer cambió por un guarda-piés ; recuerdo , me dijo , que lo habia hecho porque la burra tenia mala voz ; pero no era sino muy sonora , y ella no lo hizo por aquel motivo, sino porque el zagalejo tenia lente- juelas.

Como iba diciendo, alojé mi huésped, acomodé su cama, parti

MAESE CORNELIO TÁCITO. 113

con él mi comida sin cercenar la ajena , y curábale diariamente las heridas.

Al paso que Pan se sentia mejorado , salia más adelante á reci- birme brincando de gozo. Yo le prodigaba caricias , yo le habla- ba ; él atendía , él entendia ; pero nada me dijo hasta los seis meses.

Pensando estaréis vos , mi buen vecino , lo que me dijo el cuer- vo al cabo de medio año de amistad pues habéis de saber que,

estando yo despiojándole la cabeza , y él dejándosela despiojar, muy esponjado del gusto que recibía en ello, me llamó ¡PicJwn! en el mismo tono , con la misma voz , ni más ni menos, que si lo pronunciara mi mujer.

Como yo no tengo nada de pichón , y como la maestra es de con- dición estéril y de palabra seca , nunca de sus labios habia llegado á mis oidos semejante expresión de cariño , y admirábame de oiría en el pico de Pan, sin habérsela enseñado.

Seguia el cuervo llamándome pichón , á tiempo que entraron mi muger y el Licenciado Piñones.

«Oid , les dije , cómo comienza á explicarse mi pupilo;» el cuervo T&^iiió picJion.

El Licenciado palideció de asombro ; mas la Sastresa soltó una carcajada y pegó al aprendiz de idioma un puntapié que hubo de saberle bastante mal.

Desde este suceso el cuervo no volvió á proferir aquella palabra en presencia de persona extraña ; pero cuando estábamos solos él y yo , siempre que lo acaricié me llamaba pichón.

¡Pobrecito! llegó á hacer tales progresos en el arte de la palabra, que oido y no visto parecía loro ; con esta misma frase me lo afirmó un indiano , que me daba por él catorce pesos , y gracias á Dios pasó de largo, así que le vio la pluma.

Por cierto que se iba el tal indiano diciendo , « buena pata tiene el loro,» como si las patas de loro, que son patas por concluir, fuesen cosa buena ó en algo mejores que las patas del cuervo, que parecen pié y pierna de Señor de Justicia.

¡ Pobrecito ! nunca picó por alto más que las moscas ; y todo lo que hallaba por los suelos , incluso el dedal y las sabandijas , me lo traia.

¡Oh pobrecito! como vivia por , vivía siempre conmigo y para : pisaba en mis pisadas , se reposaba en el palo de mi silla , comia

TOMO III. 8

114 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

de mi comida , tomaba de mi razón , dormia peg-ado á mi estrecha cama, soliamos estar juntamente tristes; me anunciaba la aurora y sacudia de su pluma el ^rato peso de las sombras , cuando yo sacudia la bondadosa pereza de la nocbe , para reanudar el nece- sario trabajo de cada un dia.

En este continuado trato, en este cambio de favores, no tan solo se identificaron nuestros gustos, nuestros instintos y se asimilaron nuestras almas , sino que también alcanzaron á parecerse nuestras facciones.

Bien veis , vecino , lo que difiere un hombre blanco que anda paso tras paso de un negro cuervo que vuela ; pues yo , yo he oido á los muchachos disputar muchas veces sobre si yo era el que me parecia á mi cuervo , ó si era mi cuervo el que se me parecia.

Alguna vez pensé en esto , que mide más tela de la que puede cortar un sastre.

Que yo me estampara en mi cuervo , ó que mi cuervo se estam- para en mi, esto ni cosa semejante se dijo nunca respecto á mi mujer; siendo asi que de más antiguo nos tratamos; y que más nace parecida una mujer á un hombre, que un hombre blanco y cristiano á un pájaro negro. Hoy mi semejante ha desaparecido en el estómago de mi mujer, y ya no disputarán por aquello los mu- chachos.

¡Oh Pan! ¡mi asesinado Pan! ¡el amigo en mi desgracia! ¡la vic- tima dos veces confiada y sorprendida!

¡Oh mansa victima de mi cruel virtud! ¡ya no me oyes! ¡ya no me acompañas! ¡ni me ves, ni te veo, ni padecemos juntos! ¡Oh latido de mi corazón... ya no me despertará otra voz que la del remordimiento! . . .

Dejadme llorar, vecino, y bien veo que no conviene que os aflija con mayor relato , por vos y por mi ; pues hay dolores que hieren hasta de reflejo , sin aliviar por eso al desdichado , y que lejos de enaltecerlo lo abaten más : porque hay dolores que siempre son in- mensos , y que solo son generosos cuando los consagra la santidad del silencio.

Lo que nos conviene es que yo acabe pronto y que vayáis vos á dormir.

Asi os digo, que llevo ya veinte años de casado y mi mujer anuncia tener el primer hijo.

En su embarazo le han ocurrido ya dos antojos ; el uno eran cas-

MAESE CORNELIO TÁCITO. 115

tañuelas , que por cierto se las compró el Licenciado , y repican juntos; el otro ha sido comerse á mi compañero, al pobre Pan^ que nunca le debió una migaja.

Bien se comprende en sana moral que yo no podia negar á mi esposa en cinta un sacrificio posible, sin que me atribuyese el mundo una maldad inaudita , dado el caso , también posible , de que tras la negativa naciera un niño negro.

Ya os he dicho mucho, vos habéis visto algo de lo demás.

Sabed ahora , que aguardando la voluntad de Dios deseo morir- me.... No tengo ningún amigo antiguo, y no se tornan tan de pronto los hombres en amigos, como mi mujer se trasforma de blancos en negros los cabellos ; antes al contrario vanse formando las amistades despacio , como á se me han cuajado las canas, poco á poco... ¡ Ay del que tiene canas recientes, sin contar amis- tades añejas , porque ese estará solo en su alma hasta la muerte y su alma será su soledad en toda la vida!

Nada más que una cosa me falta confiaros, mi buen vecino.

Tenia Pan , entre sus excelencias , la de la probidad más acen- drada , y la de la economía doméstica por norte de sus acciones.

Jamás tocó moneda que no pasara de mi mano á su pico ; y por este medio ahorró en quince años sigilosa é insensiblemente una suma que yo no de fijo á cuánto alcanza , pero que está inte- gra ¡ Bien yo que está integra ! . . . .

Mañana, cuando nii mujer entre en la Iglesia, entrad vos en mi casa.

Os guiaré al corralejo , y alli donde veáis un sombrajo poco lim- pio y desmadejado , como queda siempre la cama de un cadáver, allí debajito del sombrajo hay un agujero que da á una cañería seca : meted la mano, y hallareis dinero ; sacadlo todo y emplead- lo empleadlo en lo que emplearse pueda el peculio de un cuervo

muerto yo no lo sé.

Con aquella frase interrumpida puso fin á su relato Maese Cor- nelio Tácito; y como el pobrecito aguardase respuesta, se la di afirmativa , hecho ya en mi conciencia testamentario de un pájaro difunto , ni más ni menos que si las últimas palabras del Sastre fuesen la disposición ultra-tumba del malogrado cuervo.

Mañanita del día siguiente , que era un domingo , me puse de acecho , y cuando la Sotanera entró en la casa de Dios , éntreme yo en la suya donde me esperaba Maese.

116 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

«Recogedlo todo» me dijo señalando el paso al corralejo, y an- duve y vi el sombrajo incurioso, desvencijado, y como si cediera al peso de la soledad y el abandono.

Lo miré con impresión ; lo reflexioné con pena , y me recordó en efecto el mortuorio y beatifico lecho de mi padre , que cuando le arrancaron el cadáver, se quedó vencido y envejeció de pronto.

Apartando las pajas hallé el agujero y tuve que ensanchar para que me cupiese la mano : éntrela en la alcancía del cuervo hasta palpar los ahorros; registré el fondo, y rebané sin dejar nada.

Estaba todo en cuartos y en ochavos segovianos; y, como vi des- pués, juntaban doscientos reales.

Salíame ya cargado como cobrador de banca , á tiempo que se me vino encima el Sastre muy azorado , empujándome y diciendo que corriera sin ser visto , porque habia columbrado á la Sastresa. Fuime hurtado . llegué salvo , puse la suma á recaudo luego de bien contada, y me eché á pensar piadosamente en qué podria em- plearse el peculio de un pájaro muerto abintestato, que por ser pájaro no era racional, que por ser irracional no era cristiano , y que por esto , por aquello y por lo otro, no se le sabia la voluntad, ni tenia parientes conocidos.

Era el caso singular como no hay ejemplo , y anduve perplejo por largo espacio de tiempo sin dar en el hito , viéndome tan em- barazado con mi cometido , que hasta pensé consultar el punto de conciencia con un cura, y lo hubiera hecho; pero el honrado Sastre me habia confiado para solo el secreto , los dineros y el des- empeño.

Entonces fué cuando creí ver luz y me dije : si el Sastre era en el cuervo ó el cuervo era en el Sastre, lo han dudado el misijio Sastre y todos los muchachos de Balsain. Ahora ha quedado el Sas- tre todo en mismo , y no digo uno solo en si mismo , puesto que por cosas que le tengo oidas está encuervado : luego si yo aplico al Sastre lo que en vida del cuervo era del cuervo, cumplo cierta- mente con la voluntad humanizada de la naturaleza afine del cuervo ensastrado... pero me temo al propio tiempo que tal vez no cumpla en todas sus partes con la firme voluntad del sastre encuervado... Declaro que con esta última cavilosidad se me apagó la luz del entendimiento y volví á quedar á tientas, en tanto que me pesa- ban los doscientos reales segovianos más que cuando los tenía encima.

MAESE CORNELIO TÁCITO. 117

Así anduve á tientas hasta la noche, mal hallado con el depósito de confianza y peor avenido con mi oficio de testamentario, cuando ya muy tarde cog-ióme el sueño y á ojos cerrados vi que volando hacia llegaba un cuervo. Yo le apunté con la escopeta del Li- cenciado Piñones , y cuando iba á descerrajarle el tiro, seguro de partirle en dos pedazos, porque le tenía muy cerca, me dijo el ani- mal: «No seas bruto.» Perdone V., le respondí, que yo creia que era V. un pájaro (1).

En esto se me cayó el arma de las manos , y cata que con la mayor franqueza se me paró el cuervo en la barriga , de manera que él derecho y yo acostado , nos veíamos las caras , y estábamos pico á boca.

Tomó seguidamente la palabra , y aquí lo que hablamos :

El cuervo. ¿Te peso mucho?

Yo. Ni una pizca, señor; ni siquiera lo que pesa una pluma.

El cuervo. ¿Luego qué piensas que soy?

Yo. Es vuestra merced cosa negra, cosa que parece clérigo de viento y humo, ó togado vacío, ó con perdón de vuestra merced, sombra de cuervo.

El cuervo. vas viendo claro.

Yo. No señor , que no veo sino oscuro , y por eso y por lo que no pesa vuestra merced digo que me parece más sombra de cuervo.

El cuervo. Pues por lo mismo que ves oscuro ves claro ; que yo ni soy funda de clérigo de viento , ni envoltura de togado hueco, sino la propia sombra del mismísimo cuervo muerto por la So- tanera.

Yo. Reconozco ahora á vuestra merced; pero vuestra mer- ced lo suyo á cada uno , señor mió , que á vuestra merced lo mató el Sastre y no ella.

El cuervo. Si las sombras llorasen, harían estanque de tu om- bligo mis ojos con sus lágrimas. Á mi me mató la Sotanera ; mi buen Padre Cornelio fué el verdugo , y no hay ajusticiado que antes no perdone y después no compadezca al miserable que lo ejecutó. El marido humilde de la mujer desenvuelta es como hijo de eje- cutor, que sin su culpa hereda deshonras y practica tormentos; pero

(1) La frase subrayada la aprendí del Sr. D. Manuel Mendoza oyéndole referir un ingenioso cuento de cierto lugareño que se encontró un loro.

118 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

Cornelio era mi padre entre los hombres, y será redimido de la es- clavitud y de la pobreza. Allá lo veredes, y mientras...

Juega el 30 en luna llena Sin extracto, añade el 10, Copa al temo en cuarentena, Y en noche de Noche Buena Repicará el almirez.

Juro por mi ánima que desperté admirado para recoger un aviso de la Providencia , sin más parar mientes en el cuervo : pre- sumo que se apagó , porque no lo vi volar, ni me le hallé en el vientre al levantarme.

Apunté mi terno ; faltaban cuatro meses para la Noche-Buena, y para entonces aplacé la jugada; sin olvidarme de seguir los pasos á la luna para llenar en todo y por todo los preceptos de la cabala.

En cuanto al sastre , solo le dije que me esperara cuatro meses y un dia; y como la conformidad era su índole, se encogió de hom- bros y dejó correr.

Mañanita fria del 17 de Diciembre á las seis de ella, dia por filo y con punta del mártir San Lázaro , abogado del Sastre , cami- nando iba yo para Segovia con mis doscientos del pico no del

pico de mayor suma , que no lo habia ; sino con mis doscientos del pico del cuervo , que más de dos mil viajes le costaron.

Entraba la luna nueva en Géminis á las siete y treinta y cinco minutos ; y á esta hora en punto entraba yo á toda luna en la lote- ría de Primo-Dígito (que así le llamaban, porque solo contaba por los dedos), y le espeté á D. Primo mi terno seco con todos los cuartos en montón , que le dieron bastante en qué entender.

Volvía yo , hecho mi encargo , asaz aliviado , con solo la cédula encima , cuando ya , junto á las tapias de Quita-Pesares , me enca- ré de súbito con el Sastre que andaba jornada en busca de misas; y para aliviarme por entero le detuve y le dije todo : dile además la jugada , descargándome de lleno ; y él se puso de rodillas , y besando la tierra rezaba al de la lepra.

Después siguió con prisa camino de ida , y yo camino de vuelta muy despacio, y reposé.

Todo ello pasó como lo cuento , y no hubo más , salvo , y se me olvidaba, que también vi á la Sotanera frente á su tienda. Más media cincha que cinta : cabía en su vientre , y podia dudarse si

MAESE CORNELlO TÁCITO. 119

era ella la madre del feto ó si estaba el feto preñado de la Sastresa. Así andaba y desandaba treinta pasos contados hasta sumar qui- nientos que le tenia recetados el barbero.

La saludé diciendo: «Buenos dias, » j como era fisgona, no me respondió á esto, j me dio aviso de que me habían llevado carta á casa, mientras que yo me iba á picos pardos.

En verdad , en verdad , que á despecho de su sabor á chisme, el anuncio me puso espuela por lo extraño.

Yo entonces no me comunicaba con nadie más allá de la viva voz , y estaba pobre.

Subí pues apresurado á mi cuarto , y hallé en efecto un anchu- roso pliego sellado , resellado y puesto á mi nombre con cada letra como un geme; rompí la nema, miré la firma, y era, ¡oh placer! mi tío el Gigante , que hacía muchos años nos había abandona- do á y á mi tío el Enano.

aquí la carta.

Sobrino : Por un fraile de paso supe que también se murió mi hermano Mínimo Corpúsculo.

Como aquel tu tullo era de suyo tan escaso , hombre faldero por lo menudo, y sujeto en fin de poca raspa y de menos tercios, siem- pre pensé que no llevaría gran vida á la grupa , fundado en que no le cabria toda la natural ; y fué tan exacto mi juicio, que se le apeó el alma del cuerpezuelo escurrida por las ancas , y se le vio

morir hecho una nada, según me dijo el fraile ¡téngalo Dios,

si lo encontró, que creo!

El buen Corpúsculo, que cabia de balde en la tartana del Cuco; el buen Corpúsculo , que no abultó en este mundo lo que un glo- ria patri de mi rosario , holgado andará en la gloria entera. Tén- galo Dios , como lo tuvo el Cuco , y aguárdenme ; que si vale el vivir por el tamaño, la cosa va de largo.

Sobrino bien escribí al difunto que te midiera , y que me man- dase lo que alcanzas ; pero como se me pasó advertirle que te pal- meara estando en la cama, presumo que no pudo complacerme, porque no te llegó de cabo á rabo.

Sobrinillo : yo no si sabes que me fui de Europa , porque ahí todas las mujeres me venían cortas. Y porque me ha pasado por acá lo mismo con las hembras patagonas , y porque estoy de non , despareado en el mundo ; y por cuanto cuento con muchos pares de pesos y sobrados pares de años , te mando que vengas , y

120 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

te mediré con este dedo de punta á punta. Lo demás de mi cuenta.

Desde las Pampas etc. Tu tio , Máximo Espanta-Leones.

La leia y releia estupefacto mas para ser breve digo que co- bré aliento hasta salir por agua de este mundo viejo y sentar pies en el Nuevo-Mundo.

De como no me despedí de nadie en Balsain , lo extrañaría solo el Sastre ; y de cómo di con mi tio en las Pampas , digo que lo pri- mero vi la sombra y anduve por ella á Pampa oscura hasta dar con el bulto.

Mi tio estaba á la sazón sentado , y al verme se levantó para abrazarme ; pero como no me llegaba con las manos , tendióse boca arriba y yo le corrí á lo largo hasta caer en sus brazos.

La escena fué tiernísima , y vivimos juntos diez años , al cabo de los cuales reventó.

Era mi tio Máximo mayor que una fragata; y por el estruendo que hizo calculo que reventó de puro fuerte , ó que se le voló la Santabárbara por incendio en la bodega.

El caso horrendo aconteció de noche , y el estallido fué tal , que estremeció la tierra, y caímos todos , incluso los que estaban acos- tados.

Los que dormían en posición supina despertaron boca abajo, chocando en rudo y simultáneo contraste con los que dormían boca abajo, que despertaron boca arriba sin atinar la causa.

La sorpresa era natural ; mas la escena resultó lastimosa en sumo grado , y las consecuencias se lamentan todavía allá en las Pampas.

A sus resultas todos los niños salvajes quedaron con alferecía, las doncellítas se quedaron pochas, las matronas en estado intere- sante abortaron de golpe, y á los varones les cayó el barbote. Ya con lo dicho, y calcular mi pena, se verá cuan deplorables fueron los resultados de la súbita muerte de mi tío.

« ¡ Guay , que se despanzurró Espanta-leones ! gritaban todos )cada uno en su lengua ) , y ya repuestos del susto le enterramos entero en dos barrancos porque no cabía en uno.

Mas para ser breve , digo que con los dineros de mi tio me volví á Balsain.

Entraba yo en la aldea saboreando el ambiente de la patria, am- biente siempre sazonado con los recuerdos de la infancia; y al propio tiempo me sentía benévolamente curioso respecto al incierto

MAESE CORNELIO TÁCITO. 121

porvenir de Maese Cornelio Tácito , porvenir tanto más incierto, cuanto que lo habia dejado pendiente de un lote.

Con este deseo pasé por la casa del honrado Sastre antes de buscarme albergue, j hallé que la tienda, la habitación y el cor- ralejo hablan cedido su lugar á otro ostentoso edificio ; era tal, que para ser egreg-io le sobraba el ser nuevo, ó mejor dicho, era tal, que para ser del todo egregio , le faltaba ser viejo.

Quedábame la ignorancia de quién fuese el dueño y la sospecha de si podria serlo el Sastre.

Reconociendo detenidamente la fachada , paré la vista en un es- cudo de armas que por su tamaño bastarla á decorrar un palacio de augustas dimensiones; y luego examinando los cuarteles, noté que solo contenia dos.

Era el primero un palomino atontado en campo simple y orlado el campo con un lema que decia : /Sicut palus-minus divisum est\ ita jungituT in uno, y era el segundo en campo de gules un pan partido con unas tijeras , y sobre el pan un cuervo con un mote en el pico que decia : Sic pañi corvus additnr.

Coronaba el escudo un yelmo con cimera plumífera , y pendia de todo una gran medalla de oro en cuyo exergo leí este emblema: Con 30, 10 y 40 nació, vive y se acrecienta.

\ aquí mi sastre ! ¡ aqui la realización de mi sueño ! dije , y me colé de rondón.

Pasado el portal , allí en aquel mismo sitio en que estuvo la tien- da , estaba sentado un venerable anciano , tranquilo , limpio , sere- no como los justos; me arrojé á su cuello y lloró de placer al co- nocerme; ni siquiera nos dimos nuestros nombres.

Pregunté á Maese Cornelio por su mujer, y me respondió que había muerto la noche de Noche-Buena de aquel año , que yo me sabia, después de haber dado áluz un niño.

Naturalmente le pregunté por el niño , y solo me dijo que lo quería mucho.

Le pregunté entonces por el Licenciado Piñones , y contestó á esto que el Licenciado habia sido el arquitecto de aquella casa; pero que habiendo salido cierto día á cazar gangas , le voló una y la tiró ; pero que habiéndole salido el tiro por la culata , cayó muerto en redondo.

Dísgresó desde su última respuesta con marcada ternura , sin dejar más ocasión á mis preguntas, y siguió así: «Ayudado de

122 CUENTOS ESTRAMBÓTICOS.

VOS , mi buen vecino , soy feliz , á Dios gracias ; soy todo lo feliz que puede serlo un viejo. Tengo, como tenemos los ancianos, la felicidad del cansacio por la necesidad del reposo.

Quedaos ahora á vivir conmigo , os lo suplico , y ya juntos para siempre : cuanto me lia pasado en toda la vida y lo que os haya acontecido en diez años de ausencia nos lo contaremos tranquilos,

sin ambición ni pobreza; sentados á la sombra de aquel sauce

ya lo veréis , ¡ qué garrido , qué lozano , qué pomposo está ! Parece

un templo No, no; parece un altar erigido á la Esperanza en

el templo de la naturaleza.

Junto á este altar en que las aves aplauden á Dios , veréis tam- bién una lápida ; labrada está con la punta de mis tijeras, ¡y es la losa que cubre las cenizas de mi primer amigo ! . . . .

Asi vos , mi segundo y último amigo , cubráis con idéntico amor mis restos mortales y visitéis muchos años mi sepultura sin sombra de dolor en la memoria.

Antonio Ros de Olano.

EL CANTO DEL CISNE,

EPISODIO PRIERO DE LAS MEMORIAS DE ÜN CORONEL RETIRADO.

XVII.

EL ESPIONAJE.— PRIMER ENCUENTRO.— PRECAUCIONES DE UN

CURIAL EN SUS AVENTURAS.— CONCURSO DE ACREEDORES.— LA REO VERDUGO.

Continuación.

Madrid 9 de Octubre. Al pasar yo por delante de la iglesia del convento de monjas de D. Juan de Alarcon, sus campanas, tocando á maitines , anunciáronme que la fatídica hora de la media noche se acercaba rápidamente.

El alumbrado de las calles de Madrid (1) parece no tener otro objeto que el de hacer visible, y por tanto sensible, el horror de las tinieblas que en ellas imperan siempre que, en ausencia del sol, no se digna la luna iluminarlas. Sobre escasos en núinero y en luz pobrísimos , los faroles que pretenden alumbrarnos , ó pagan á sus administradores y sirvientes un tributo en aceite , ó reciben de ellos ración insuficiente en cantidad y en calidad pésima. Sea por lo que quiera , de hecho, casi siempre á las once de la noche se en- cuentran ya en nuestras calles , tres faroles apagados y uno mori- bundo, por cada cinco que se encienden lo más tarde que se puede;

(1) Este párrafo paréceme intercalado con mucha posterioridad á la fecha en que figura. Las observaciones sobre policía urbana que contiene, parecen más propias de los discretos artículos del Curioso parlante, que del Diario de un hombre en la situación en que entonces se encontraba Lescura. N. del Editor.

124 MEMORIAS

pero que á las doce muy en punto se apagan , cuando ellos mismos al farolero no se le han ya anticipado. La noche, además, era de las nubladas y más que frescas de los últimos dias del otoño ; por ma- nera que , al llegar yo á una de las esquinas de la calle en que la pérfida beldad habita, encontróme en oscuridad tan absoluta, y soledad tan completa , como el ladrón prudente y el amante dis- creto á par que favorecido, la desean.

Faltaban, en mi reloj, algunos minutos todavía para la media noche.

Visitar casa alg'una á tal hora , no tratándose de baile ó g-ran tertulia, no era cosa que cupiera ni aun en entonces alterado juicio: mas aparte esa consideración , el aviso anónimo bastara para determinarme á ponerme en acecho y observar calle y casa , du- rante algún tiempo,, antes de tomar resolución definitiva.

Solo quien sepa cuan soberanamente antipático me es todo lo que, de cerca ó de lejos, tiene la menor semejanza con el espionaje y la policía, instituciones cuya necesidad no disputo, cómo tampoco la de las cloacas , que sin embargo me sublevan el estómago si tengo la desdicha de acercarme á ellas; solo quien sepa, repito, cuánto detesto el espionaje , ó quien como yo lo abomine , añado ahora, podrá darse cuenta del humillante remordimiento que agravaba en mi alma las celosas angustias , mientras con planta cautelosa, re- primiendo el aliento, y en las paredes procurando incrustarme casi, inspeccioné aquella maldita calle, sin encontrar en mi primera ronda cosa alguna que confirmase ó disipara mis sospechas.

Puertas y ventanas estaban cerradas á piedra y lodo, como suele decirse , en la casa de Laura lo mismo que en todas las restantes . Nadie , absolutamente nadie , ni parado, ni transitando, ni por el arroyo, ni en las aceras , ni ocultándose en los umbrales de las casas, ó en las rinconadas de la calle. «¡Juliana ha mentido! (Me decía yo) «¡ Laura me es fiel!» Y alentado por esas consoladoras ideas, separábame de las paredes á que había ido como pegado durante mi primer paseo, y ya, como quien nada recela, emprendía á cuerpo descubierto la segunda ronda.

Al terminarla , en la esquina del extremo opuesto á aquel donde la comencé , vi empero, á la vuelta de la calle , en otra á ella casi perpendicular, un carruaje parado. Era una berlina de color oscuro, tirada por dos soberbias muías , y cuyo cochero envuelto en un gran Carrick verde, sin galón de librea en él ni en el sombrero, estábase

DE UN CORONEL RETIRADO. 125

inmóvil y silencioso, fumando un cigarrillo de papel, en lo alto de un pescante de los llamados de tumba. «¿Qué hacia allí, en aquel sitio, nada aristocrático por cierto, y á aquellas horas, una berlina, indudablemente particular, y de particular rico, á juzgar por la calidad de las muías y el traje del auriga?

y un hombre , que detrás del coche , como á cosa de cuarenta ó cincuenta pasos , se dejaba ver apenas , y parecía embozado hasta los ojos en una gran capa. ¿Era, por ventura, el lacayo; un agente de policía; ó un quídam que, por su cuenta, espiaba al dueño de la berlina?

Eso me preguntaba yo, cuando sonaron las doce de la noche en un reloj de torre no muy distante.

Cada vibración del bronce por el martillo de la máquina herido, fué como un golpe en mi corazón asestado por la mano airada de los celos. Sin saber por qué , parecíame que sonaba para la hora fatal ; y solo acierto á explicar mi congoja, comparándola con la del sentenciado á muerte , á quien se notifica que el mo- mento de ir al patíbulo ha llegado.

Simultáneamente , al son de las campanadas , el cochero hizo un movimiento de hombros , como quien se apercibe á entrar en ac- ción , ó más bien como el soldado á la voz de Firmes , recogiendo al mismo tiempo las riendas que , como abandonadas , antes tenia; y el hombre embozado retiróse apresuradamente algunos pasos, yendo á ocultarse ó perderse, en la sombra de una casa vecina, de la alineación general , como otras muchas , discordante.

Yo , á mi vez , contramarché de nuevo en dirección á la casa de Laura ; y, en la acera opuesta, plánteme como centinela de vista.

Según después he calculado, hube de estar así en acecho, y como magnetizado , de seis á ocho minutos , espacio que me pare- ció entonces el de un siglo.

Al cabo de ese tiempo oí, y aun me estremezco al escribirlo pero el escaso sonido que una buena llave produce al dar vuelta

en la cerradura para que se hizo lo oí; y era en la puerta

de la casa de la infiel ; y no si el sonido de la trompeta del jui- cio final hará saltar mis huesos en la tumba como entonces , estoy por decir, que crugieron , al compás mismo que mis desdichados nervios se crispaban. ¡Estúpidos somos los hombres, cuando de va- nidad acusamos á las mujeres ! ¡ Cómo no han de envanecerse, sa- biendo que tal y tan gran poder ejercen en nuestros flacos misera-

126 MEMORIAS

bles corazones , precisamente cuando ellas , por sus villanías , se hacen del universal desprecio más dignas !

En fin , yo me estremecí horripilado al crugir del hierro de la llave en la cerradura ; mis cabellos se erizaron; mi mano asió con- vulsiva el puño de mi espada ; y sin embargo , me fué tan imposi- ble moverme , como si raíces hubieran mis plantas echado en el suelo sobre que insistían.

En tanto abrióse la puerta, y salió por ella, embozado como puede suponerse, un hombre en quien, sin embargo, más bien adivinaron mis celos que reconocieron mis ojos á la incierta luz de la bujía con que la doncella de Laura le alumbraba, al Marqués del Marmolejo.

¡ La primera parte del aviso anónimo habíase , pues , infelicísi- mamente realizado ; y yo permanecía como petrificado en mi puesto !

El Marqués , volviéndose á la criada , y como alargándola algo, que ella tomó sin hacerse de rogar, díjole, en voz tan baja que no pude oírlas , algunas palabras , á que una sola , pero muy expre- siva inclinación afirmativa de cabeza , sirvió de respuesta.

Entonces Marmolejo echóse á la calle ; la doncella dio un por- tazo al cerrar ; y yo , saliendo al fin de mi estupor, atraveséme en el camino de aquel , á mi parecer, mortal venturoso , díciéndole en ronco iracundo acento :

« ¡ Alto , Sr. Marqués! ¡Tenemos los dos que ajustar una cuen- ))ta , aquí , y ahora mismo! »

El instinto de la propia conservación , ó la sorpresa , hicieron á á mi hombre dar precipitadamente dos ó tres pasos á su espalda, en el momento en que aparecí súbito á su vista; mas, recobrándose instantáneamente , replicóme con socarrona flema :

¡ Ah! ¿Es V. , amigo Lescura? ¡Ya me lo figuraba!

¡Tanto mejor! (repuse). Así ahorraremos palabras inútiles. ¿Trae V. armas?

No las traigo (me contestó, siempre en el mismo tono), ni me hacen falta. Lo que necesitamos los dos , y V. según veo más que yo, es un poco de cachaza, y mucho silencio ahora. Véngase V. conmigo.»

Absorto , como se comprende , al verme recibido con tal sangre fría , y tratado con tanto desahogo en tan crítico lance , hubo un momento en que estuve por creer que soñaba , y no supe qué de-

DE UN CORONEL RETIRADO. 127

cirle á mi serenísimo rival ; pero él , aprovechando discreto mi ir- resolución , y acercándose con todo el aplomo de quien se reconoce á mismo en serenidad superior al hombre con quien habla , tra- bóme del brazo , y andando ya , me dijo :

Usted está armado, y o inerme, y, por consiguiente, que no corro con V. peligro alguno. Si más tarde se empeña V. en reñir, que no lo creo , prometo complacerle. Yo también he servido, y yo también tengo honra ; pero se me figura que la cosa no vale la pena de que dos hombres decentes arriesguen su vida. Un desafío por esa mujer nos pondría á los dos en ridículo, y á sobre todo.

Créame V. , amigo : lo que hemos de hacer es Pero ya tenemos

aquí mi berlina Hágame el favor de honrarla »

En efecto , andando yo maquinalmente , y hablando él como si del negocio más indiferente para uno y otro se tratara , habíamos llegado donde estaba la berlina , y el Marqués , abriendo la porte- zuela, invitábame no menos con el gesto que con la palabra, á que á ella subiera.

Yo entonces , recobrándome un poco , neguéme diciéndole :

Puesto que está V. sin armas, habremos de esperar á mañana. Sírvase V. señalar

Tiempo habrá para hacerlo, si es necesario. Ahora, siquiera V. cerciorarse de que no somos solos los dos, los acreedores á este concurso conwcados , favorézcame subiendo á la berlina.»

¡Marqués, Marqués! Yo no tengo la dichosa indiferencia que V. demuestra; y para saber si es verdad tanta infamia en esa mu- jer, quiero quedarme en la calle.

Que será el medio infalible de que nada sepa V. , absolutamente nada. ¿Cómo quiere V. que nuestro tercero en discordia, que no es hombre de armas tomar ni mucho menos, se ponga en campaña mientras haya moros en la costa? Aun cuando él se arriesgara, que no se arriesgará, ella, que sabe muy bien la aguja de marear, tomaría sus precauciones de manera que perdiese V. el tiempo. Quizá esta detención nos eche ya á perder el negocio. Suba V. , y yo le respondo, bajo mi palabra de honor, de que si lo que necesita es cerciorarse de que somos tres, por lo menos, los bienaventura- dos, pronto quedará más que satisfecho.

Persuadido á medias por tales razones , subí no obstante al car- ruaje , que, apenas cerramos la portezuela se puso en marcha al trote largo de su excelente tiro , sin que el Marqués le dijera á su

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cochero ni una sola sílaba. A la cuenta el fiel é inteligente auriga tenia de antemano recibidas sus instrucciones.

Hace tiempo (dijo Marmolejo, tomando la palabra inmediata- mente) que yo sospechaba, Sr. de Lescura, las. relaciones de Laura con V.; pero, de algunas semanas á esta parte solamente, las con certidumbre. Ignoraría, sin embargo, su llegada de V. hoy y su más que probable paseo nocturno por estas calles, si el corresponsal anó- nimo que, en cuanto á lo primero, me puso en camino, no me hu- biera esta noche misma avisado lo segundo, y algo más que vere- mos. Apostaría cabeza á que V., en lugar, hubiera corrido á

buscar á la infiel y pedirle cuenta de su infame conducta, y

¡qué yo! Hace algunos años hubiera yo hecho otro tanto; hoy que, en tal caso, solo habría logrado ponerla sobre aviso y hacerme engañar de nuevo, infaliblemente. ¡Nada, amigo mío, nada de eso! La franqueza en estas materias, con las mujeres galantes, es una san- dez de que ellas, sin el menor escrúpulo, se prevalen. Yole he hecho á Laura mi acostumbrada visita esta noche, como la creyera más leal que Penélope, y la dejo tan satisfecha de que me la pega, como la Rosína de El Barbero de Sevilla cuando en las barbas de Don Bartolo se casa con Almaviva.

A V. le supone todavía en Pamplona : por consiguiente nada recela por esa parte, y va, sin remedio, á caer en el lazo. ¡Ya verá V. qué lance tan divertido !

Al proferir el Marqués la última palabra de su cínica peroración y sin darme tiempo á replicarle, hizo alto la berlina; saltó al suelo Marmolejo, y seguíle yo en la situación de espíritu que cualquiera puede imaginarse.

Dando en poco tiempo una gran vuelta, habíanos el carruaje lle- vado al extremo de la calle de Laura opuesto al que fué nuestro punto de partida; pero conviene advertir que no llegamos en coche á la calle misma, sino que dejamos el tal vehículo en una de las adyacentes; y á pié, y en profundo silencio, nos dirigimos á la mo- rada de la pérfida belleza.

Precisamente al doblar nosotros la esquina, un embozado y un Sereno, á quienes vimos merced á la luz del farol del último, lle- gaban á la puerta de la mansión de aquella Venus erótica.

Esta gente de curia (murmuró el Marqués á mi oído con bur- lón acento ) , esta gente de curia es siempre muy precavida y sabe guardar el bulto. Viendo á ese mozo con el Sereno, chuzo en ristre

DE UN CORONEL RETIRADO. ,129

y farol encendido á su bdo, ¿quién diablos se figurará que se trata de una cita? Cualquiera diria que es un Comadrón á toda prisa lla- mado.

Mientras asi decia aquel hombre , cuya calma envidio sin com- prenderla todavía , reteníame cabe muy mal de mi grado , por- que mi deseo era arrojarme sobre el tercer galán y darles á él y á su alumbrante una lección contundente en el acto. Pero no hubo medio de lograrlo : mientras yo pugnaba por desasirme del Mar- qués , el embozado entraba en la casa ; y el Sereno , cerrando la puerta con gran sosiego, íbase cantando en voz estentórea: « ¡ Las doce y media y nubladooo ! »

Ahora (exclamó el Marqués, frotándose las manos con la mis- ma satisfacción que si le hubiera tocado un premio á la lotería ó cosa semejante), ¡cinco minutos de paciencia, amigo Lescura! ¡ cinco minutos no más ! y nos veremos las caras mi estimable y fidelísima señora Doña Laura , por antítesis, sin duda, llamada de Piedrafirme.

Hay hombres feroces consigo mismos en ciertas materias, á quie- nes no les basta saber con evidencia que los engañan. ¡Quieren verlo por sus propios ojos! ¡No están satisfechos, si en su propia ignominia no se bañan !

Tal me parecía el propósito de Marmolejo , y sin embargo tuve la debilidad de asociarme á él. Sí: tuve la debilidad de permanecer en aquella calle los cinco minutos exigidos, sin perdonárseme un solo segundo. Al cabo de ellos, entreabrióse un postigo de uno de los balcones de la casa , y detrás de la cortina de la vidriera apa- recióse, como figura fantasmagórica, una mujer con una luz en la mano: cerróse de nuevo el postigo, y al instante me dijo el Marqués:

Lorenza, la doncella de Laura, me avisa de que ya es tiempo. Sígame V.

Entonces llegamos á la puerta; abrióla Marmolejo con una llave que sacó del bolsillo; entramos; subimos á tientas la escalera, como malhechores que en el silencio libran el éxito de sus iniquidades; y encontrando en el piso principal el paso franco, llegamos sin tro- piezo á los umbrales del boudoir de la infame hermosura.

Ambos , como de común acuerdo aunque nada nos habíamos di- cho , paramónos allí , respirando apenas , y mirándonos uno á otro á la cara con asombro y vergüenza.

¡Un celoso que sorprende y mata, si á mano viene, él solo, por

TOMO III. 9

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SU desesperada pasión movido , á su esposa ó á su amada en el mo- mento en que aquella su infidelidad consuma, ya se concibe y se ex- plica, y aun á veces se justifica:...! Pero \dos celosos á un tiempo! ¡ Dos hombres simultáneamente favorecidos, y simultáneamente por la misma mujer engañados, y simultáneamente también acechán- dola de consuno y, de cuenta y mitad, disponiéndose á castigarla!

Hay en esa complicidad , de que soy reo , cierta especie de co- bardía , algo de impudor , que no acierto á perdonarme ; y que con- sidero, quizás, como la mayor de las desdichas que debo á la maldad de Laura.

¡ Y qué hermosa , qué seductora estaba la pérfida !

Su houdoir (que gabinete no expresa bien lo que es aquella ha- bitación) su boudoir , de seda azul y rosa entapizado , y cuyas cor- tinas son todas de muselina blanca de la India bordada de oro; estaba entonces iluminado solamente por una lámpara de alabastro, pendiente de tres cadenas de bronce que la unian al techo primo- rosamente pintado al fresco.

Ella , recostada muelle y voluptuosamente en una otomana, suelto su magnifico y negro cabello , y vestida una bata de finísima ba- tista, con guarniciones de flamencos encajes, tenia un pié, taa breve como primorosamente calzado , sobre un taburete de tapicería , y el otro en el suelo. Su mano izquierda teníala asida.... ¡La pluma parece que me abrasa la mano al querer escribirlo ! Pero , en fin, es verdad: Fausto, el sobrino del Procurador; Fausto, el imbécil as- pirante á curial; Fausto, con su perpetuo alfiler de brillantes y su belleza de mozo de cuerda , y su ingénita vulgaridad , estaba allí, en la misma otomana, al lado de Laura , devorándola con ojos de irracional sensualismo , asiendo una de sus manos , y con el brazo libre enlazando su cuello.

«No seas aprensivo decíale ella cuando llegamos. ¡El Mar- qués ha salido solo !

«Te digo que le he visto subir con otro á su berlina» re- plicó él.

«Algún conocido que se habrá por casualidad encontrado; si es que no has visto visiones , como supongo.

i No he visto visiones , bien de mi vida !

¿Y qué importa , Fausto mió? Gáname el pleito ; recohre yo lo que tengo en poder de ese hombre ; y verás como , rompiendo un yugo que yo no puedo soportar

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«¿Serás enteramente mia? ¿Te casarás conmigo, Laura ado- rada ? » preguntó con brutal entusiasmo el muy belitre ; pero Laura no pudo responderle , porque el Marqués , diciéndome con imper- turbable serenidad :

«Me parece, Lescura, que ya bemos visto y oido bastante;» á lo cual repliqué rebosando en ira:

¡ Y de sobra, Marqués ! ; levantó el picaporte , abrió la puerta, y, juntamente conmigo , penetró en el budoir.

¿Quién de los cuatro actores en aquella, no si diga ridicula, infame ó tristísima escena , era y fué desde el primer momento el más perplejo y avergonzado ? Lo único que decir es que no fué ciertamente Laura la confundida.

El Marqués bizo su aparición con la amarga sonrisa de la ironia en los labios ; y sin quitarse el sombrero ni desembozarse , sentóse como quien, á titulo ^q pagano, estaba en su casa.

Yo de pié , bajo el umbral de la puerta , cruzados los brazos so- bre el pecho , y á medio cerrar los ojos, como para excusarme la ig- nominia de ver alli claramente , estoy seguro de que parecía más un autómata que un ser viviente.

El curial , perdida la color , trémulo de pies á cabeza , separán- dose apresuradamente de su dama, y mirándonos como si dos ver- dugos tuviera delante , estábase, á medio sentar y á medio levantar contra la otomana reclinado.

En cuanto á Laura, después de un primer grito involuntario, no si de vergüenza ó de terror, pero, en todo, caso fugaz síntoma solo de transitoria debilidad, recobró muy pronto su aplomo, y por lo que á mi hace , diómelo á conocer por vez primera.

Un solo instante bastó para trocar la hada seductora en una im- púdica Bacante. Aquella voluptuosa figura que , suelto el cabello, apenas vestida, y por el deseo abrasada, pudiera compararse, cuando entramos , á la soberbia Diana , dejando al mundo en tinieblas para arrojarse en los brazos diQ\ pastor dormido , trasformóse á nuestra vista , con increíble presteza , no si diga en la de una Norma respirando venganzas , ó en la de una Pitonisa por los Númenes in- fernales inspirada.

Sus ojos por el deseo velados ; sus mórbidas formas, al contacto del garzón querido palpitantes ; toda ella , en fin , trocóse en una Furia , respirando iras y amenazando ruinas.

Su actitud que debiera ser , cuando más pretenciosa , la de Fedra

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en brazos de Hipólito sorprendida , era en realidad la de Medea pronta á maldecir al infiel Jason.

Sin moverse , pues , de la otomana , antes bien reclinándose y como hundiéndose en ella ; echando atrás el cabello , y despejando la frente con la una mano, mientras con la otra en el brazo del mue- ble se apoyaba; y alargando el cuello como la víbora, cuando á mor- der se apresta; y devorándonos con los ojos, como un tigre ham- briento, interrumpió al cabo de algunos instantes el silencio que todos guardábamos , diciendo en voz por la cólera , el orgullo y el despecho á un tiempo inspirada:

«¡Gran victoria! ¡Gloriosa hazaña! Espiar en la sombra las »vidas ajenas; abrir puertas con llaves maestras; corromper, tal »vez, criados; llegar, por sopresa, a] gabinete de una mujer, cuando

»se sabe que está con ella un curial, y los que llegan, juntos

»por si acaso , son dos hombres de espada. . . . ! Supongo que al Mar- »qués , por obra y gracia de una vieja , le valdrá este triunfo el ti- »tulo de Duque, ó el Toisón. ¡ En cuanto al Sr. Oficial de la Guardia, »lo menos que le corresponde , es la cruz laureada de San Fernando. »Ya están VV. aqui; ya saben y han visto lo que querian. ¡Y bien, »y qué? Soy libre, he tenido un capricho por ese cuitado que está »temblando de miedo , lo siento ahora que que es cobarde ; pero »ya está hecho. ¡Fuera de aquí, aprendiz de Procurador! El hom- »bre que no sabe defenderme, aunque yo hacerlo sola, no es »digno de que yo le mire ! »

El acento , la actitud , el gesto de aquella mujer, eran tales y tan irresistiblemente imperiosos en aquel momento , que no yo si cualquiera de nosotros no hubiera hecho lo que el cuitado de Fausto, que fué salir, en efecto, del gabinete, con las orejas gachas y murmurando entre dientes. « ¡Nos veremos caballeros ! ¡Qué mu- »jer , Dios mió ! ¡ Qué mujer

Ella , dejándole irse , y sustituyendo en su rostro la expresión del más venenoso sarcasmo que imaginarse puede , á la del des- precio con que á Fausto habia tan sumariamente despedido , enca- róse entonces con el Marqués, y díjole:

Serafin, y yo nos conocemos demasiado á fondo para poder engañarnos el uno al otro. Hace tiempo que te estoy viendo el juego. Soy para desde que eres rico una carga pesada; y si no me temieras

¡Temerte! Exclamó aquí Marmolejo.

DE UN CORONEL RETIRADO. 133

—¡Y mucho, Serafín, mucho! Sabes que guardo todas tus cartas ; no has olvidado lo que, en los tiempos de tít> calentura, me escribias sobre la Juventud de tu mujer, mi señora la Marquesa, y sobre tus racionales esperanzas de que sus aíios , sus idas á los bailes, que promovías, en el rigor del invierno, llevándola descotada

¡Laura! ¿Serias capaz de suponer; de decir ? Interrumpió

ya casi desarzonado, Marmolejo.

Nada que no conste repetidamente en tus cartas ; nada sobre ese punto, ni sobre los fondos que tan previsoramente has ido co- locando en Inglaterra

¡A tu nombre, ingrata! ¡Para asegurar tu suerte! Dijo sen- timentalmente el acusado,

^— ¡ A mi nombre ! (Prosiguió ella sin turbarse.) ; el veinticinco por ciento á mi nombre; el resto al tuyo. Sabes que por el procu- rador Acequia

¡Pobre Acequia! No pudo menos de exclamar socarronamente el Marqués.

¡Por su sobrino, si quieres! Replicó la cínica criatura, sin inmutarse siquiera. ¡Por algo le he hecho caso!

Lo cierto es que yo de memoria tus fechorías, que tengo pruebas de ellas, escritas de tu puño y letra; y que puedo, el dia que se me antoje, abrirle los ojos á tu estantigua de Marquesa. Un codicilo que se hace en cinco minutos , anula en menos renglones, no uno sino veinte testamentos.

¿Serias capaz, Laura mía? Preguntó, ya tierno como un Amadís, el codicioso advenedizo.

De todo, si me provocas; de todo, si esta tu infamia, que acaso podré perdonarte mediante equitativas condiciones , llega á transpirar al público. No soy santa, nadie mejor que lo sabe; nadie acaso después de No importa quien sea: pero nadie des- pués de aquel Demonio del infierno , ha contribuido más que á perderme. Si no quieres que me vengue , como puedo hacerlo, has de contribuir con tu silencio al menos

¡Por mi parte, te lo prometo eterno ! Si eso te basta

No me basta : pero tiempo nos queda para capitular en forma. Ahora déjame pedirle perdón al único que aquí, con derecho, puede de quejarse; y cuya generosidad conozco lo bastante para no creer necesario ni pedirle misericordia. ¿Tú no querrás

134 MEMORIAS

perderme? (Esto levantándose y acercándoseme en ademan casi contrito. ¡Qué hermosa! ¡Qué hechicera estaba!) ¿No es verdad que no querrás perderme , Arturo mio'í

¡Despreciarte, basta! Contesté en voz apenas inteligible, y haciendo un esfuerzo increíble para apartar los ojos de aquella fascinadora belleza.

¡Si! replicó ella con tristeza. ¡Si! Ahora me desprecias, me abominas, y con razón al parecer.

¡Cómo! al parecer'^ Repuse, brotando fuego por los ojos.

¡Eres tan niño, amas tan de buena fe, la tienes tan grande en la virtud y en la lealtad; que no me comprenderías....! ¡Dichoso que crees y que sientes! ¡Dichoso mil veces, aun en este momento , en que pierdes la más suave , la más profunda de tus amantes ilusiones ! ¡ Si supieras lo que es haber perdido la facultad de sentir ! ¡ Si supieras lo que es no tener fe en nada ni en nadie; y vivir del engaño y con el engaño exclusivamente! Mi única pena esta noche es perder en el último lazo que con el mundo del sentimiento y de la fe me unía! ¡Vete x\rturo; vete, y olví- dame ! ¡ Yo no te olvidaré nunca , nunca ! ¡ Las lágrimas que ahora vierto son verdad ; pero también las últimas ! No te pido ni quiero queme perdones. que nunca me harás daño. ¡Adiós para siem- pre! I te llevas el último resto de bondad que en mi habia....! ¡ Adiós , mi pobre Arturo , adiós! !

Diciendo así , abrazóme y besóme , bañándome el rostro con sus

ardientes lágrimas; y yo ¡Yo miserable mortal que soy! Yo

también la estreché frenético contra mi corazón ; yo también sellé sus labios con los ardientes mios ; yo también mezclé con el suyo mi abundantísimo llanto.

¡Ah! Si esa mujer hubiera cometido un crimen de los que las leyes á pena capital condenan; por infame que su delito fuera, siento que asi , así es como yo de ella me hubiera al pié del ca- dalso despedido.

No la he vuelto á ver ; no volveré jamás á su trato ; mi concien- cia la condena ; mi honra la desprecia : pero mi corazón , mi débil corazón la llora , y la llorará mientras en mi pecho lata!

DE ÜN COBONEL RETIRADO. 135

xvm.

CONSECUENCIAS DE LA NOCHE DEL 23.— ENFERMEDAD GRAVE.— CON- VALECENCIA.—reminiscencias.— la BERLINA MISTERIOSA.— DESENCANTO.

(Madrid 10 de Octubre.)

Cuando salí de casa de Laura , apenas podían ser las dos de la madrugada ; y sin embargo , parece que no llegué á habitación hasta el amanecer. Yo nada recuerdo , pero es probable que corrí desatentado las calles de Madrid, hasta que el frío y los primeros albores del día me hicieron recobrar la razón lo bastante para re- tirarme á casa. Santiago dice, que al abrirme la puerta, creyó ver un difunto. ¡ No es extraño ! Vivía mi cuerpo , pero el alma de muerte estaba herida. Llegué (sigue diciendo mi buen asistente), y no sin trabajo al gabinete: pero una vez allí, desplomándome, felizmente sobre el sofá, hube de perder por completo el sentido, pues ya nada recuerdo desde aquel instante hasta ocho días hace.

Santiago, auxiliado por Mari-Cruz, desnudóme como pudo, metióme en la cama y corrió en busca de un facultativo.

Vino el médico , declaró que yo padecía un gravísimo ataque al cerebro; y recetándome, por de pronto, una sangría y no que drogas, retiróse ofreciendo volver dentro de poco á visitarme de nuevo.

En tal conflicto, Mari-Cruz y Santiago, celebrando consejo de familia, resolvieron avisar al Brigadier y á mis amigos más íntimos.

Como lo habían resuelto, lo ejecutaron: mi entrañable Jefe dejó su lecho para venir á la cabecera del mío ; Patricio , Luis y Simón se constituyeron en mis constantes y solícitos enfermeros ; hubo consulta de médicos ; escribióse á Pamplona á los albaceas de mi abuelo; y en suma, nada se omitió de cuanto procedía en tan grave enfermedad como yo padecía.

La misericordia de Dios, la ciencia de los facultativos, mi juven- tud y los cuidados de mis amigos y criados, me salvaron la vida.

Al terminarse el primer setenario, comenzaron á remitir los síntomas graves, y antes de acabarse el segundo me declaró el médico de cabecera fuera de todo peligro.

136 MEMORIAS

Cuatro dias liace que me lie levantado por vez primera , débil de cuerpo , quebrantado el espíritu , sin ilusiones , sin esperanzas, sin objeto en la vida.

Y sin embarg-o, vivo; y sin embarg-o, voy recobrando fuerzas y volviendo á mi natural prístino estado físico.

Ayer y anteayer me ocupé en escribir la historia del más desdi- chado de los dias de mi existencia : hoy quiero atar cabos sueltos, como suele decirse, y explicar lo que en «mi primer relato puede aparecer confuso.

Las noticias que sig-uen se las debo en parte á Santiago, y en parte á Luis, que, como amante hoy de Angustias, la sobrina de Laura, sabe cuanto en su casa ocurre.

Juliana ha venido diariamente á informarse de mi estado, durante el peligro; y departiendo, según su aneja costumbre, con mi asis- tente, que es de suyo tan curioso como locuaz, le ha hecho saber: primeramente, que siempre me ha querido mucho de veras; en segundo lugar, que entre todas mis infidelidades^ la que más la ha cargado (sic) es la que le hice con la viuda \ y por último, que eso de sufrir que aquella bribona me la pegase , era superior á sus fuerzas.

Así , pues , y enterada por su prima Lorenza , la doncella de labor de Laura, tanto de las relaciones permanentes de esta con el Marqués , como de su aventura con Fausto , que no era única en su género , al decir de la maldiciente bordadora , resolvió mi anti- gua quei'ida abrirme los ojos, rompiendo al efecto el fuego de sus baterías, con el diluvio de anónimos que de su mano recibí en Pamplona.

por Luis, que el Marqués , para quien Laura, es mucho tiempo ha, más una costumbre y una cadena, que un placer y un afecto, hubo de reparar en los últimos tiempos que Lorenza es buena moza, más joven que su ama, y quizá no menos que ella á la galantería, sui generis se entiende, aficionada. Sea como quiera, Marmolejo dio en perseguir á la camarera de su querida, y la camarera en dejarse alcanzar; echólo Laura de ver muy pronto, y sin decirle nada al infiel , amenazó á áu criada, maltratándola gravemente de palabra y acaso de obra , de enviarla á la Galera si daba á los requiebros del Marqués oído.

Laura , y no es la sola mujer en su género , da ejemplo en los salones de culta amabilidad y amenísimo trato ; pero , en lo inte-

DE UN CORONEL RETIRADO. 137

rior de su casa es una especie de tirano con faldas , j suele explÍ7 carse (según me dicen), con tanta ó más pintoresca energia en su lenguaje, que cualquier cabo de escuadra con los reclutas que ins- truye.

Pero no es eso lo que me asombra; lo que si admiro y me aturde, es que , siendo Lorenza sabedora y aun cómplice de todas las fe- chorías galantes de Laura , osara esta maltratarla , desconociendo ó provocando el riesgo de ser por ella vendida , como aconteció en efecto.

«Apenas báy mujer (me dice Luis), á quien no suceda otro »tanto. Cuando montan en cólera, y cualquier bagatela basta para »ello, son capaces todas, por desahogar su pasión, no solamente »de echar la casa por la ventana, sino de hacerse á sabiendas ^traición á si mismas.»

Asi debe ser sin duda , ó al menos asi fué en la ocasión que lo ha sido de mi desdicha,

Lorenza , en venganza del mal trato recibido , y de acuerdo con su prima Juliana , de quien es grande amiga , y compañera , ade- más , de aventuras , denunció á Marmolejo las infidelidades de su dama , disponiendo muy hábilmente las cosas para producir la ca- tástrofe que el lector conoce.

Según á Luis se lo ha contado Angustias , y él á mi me lo ha referido , Laura y Marmolejo , que después de mi retirada de la es- cena, parece que acabaron de decirse todas las del barquero, no se han vuelto á ver, como antes al menos , desde la funesta noche del 23. Mi amigo cree, sin embargo y con buenos datos, que debe haber mediado entre la viuda y el Marqués un convenio formal y eficazmente garantido , en cuya virtud Laura asegura su indepen- dencia pecuniaria, y Marmolejo su tranquilidad doméstica, en cuanto al testamento de su mujer sobre todo.

Lorenza no ha sido despedida, hecho que me pareciera absurdo, si Angustias no se lo hubiera claramente explicado á Luis , en es- tos términos :

«Mi tia (dijo) procede como mujer de mundo y de talento, en no despedir ahora á esa tunanta. Ponerla en la calle hoy, equival- dría á darle un cuarto al pregonero ; porque , de seguro , ella iria por calles y plazas declarando á gritos por qué y cómo salia de casa de la viuda del General Piedra-firme. Confiarnos á las cria- das es una temeraria necedad , que casi todas nosotras comete-

138 MEMORIAS

mos ; pero una vez hecha , no hay más remedio que tratar de ate- nuarla en lo posible, á fuerza de maña y de paciencia. Mi tia gana en ag-uantar ahora á Lorenza, primero que disminuyan las proba- bilidades de que su desagradable aventura corra hasta por los mer- cados y tiendas de aceite y vinagre ; y además , no tener necesidad de enterar á otra de lo que ya Lorenza sabe.»

¿Y no seria mejor (me ha dicho Luis que replicó) no hacer cosa que con sus criadas la comprometiera?

¡Bah! (parece que respondió Angustias, que es dignísima sobrina de su tia) ; ¡sois famosos los hombres! Venís á buscarnos y nos hacéis la corte, quizá solo porque nos sabéis galantes; y apenas os hacemos caso , os admiráis de no encontrarnos poco menos que santas ! ! ! »

¿Qué contestar á tan contundente como único argumento?

Pero continuar Lorenza al servicio de la señora á quien tan gra- vemente ha comprometido , no es cosa que valga la pena de men- cionarse siquiera , en comparación de otra noticia que Luis ha te- nido que repetirme dos ó tres veces, afirmándome, bajo su palabra de honor, que su verdad le consta , para que yo comience á resol- verme á no mirarla como la más absurda de las extravagantes in- venciones de algún destornillado cerebro.

Fausto, ese escriba fabulosamente imbécil ; Fausto , después de lo que sabe, de lo que ha oido, de lo que ha visto; Fausto, no solo pide perdón de haberse dejado sorprender y humillar y escarnecer; no solo ronda la calle y asedia las puertas de Laura , sino que pre- tende la honra de enlazar su persona, su fortuna y su nombre á la virtuosísima viuda.

Su tío , el Procurador Acequia , ha ido, en traje de ceremonia y coche de alquiler, á solicitar para su dignísimo sobrino la casta mano de la viuda de Piedra-firme ; y ella ¡ asombra tanta auda- cia!— pero ella se ha tomado tiempo para reflexionarlo, porque, según dice, Fausto es demasiado joven, y todavía no bastante asentado, para que una mujer como ella le confie su felicidad, que tan fácil seria comprometer al menor síntoma de inconstancia del enamorado pretendiente. Luis cree que lo que Laura no quiere es renunciar á su libertad ; pero Angustias asegura que su tia , des- pués de hacerse de rogar lo bastante para que aparezca que cede á pesar suyo , acabará por casarse, sin renunciar por ello ni á la más mínima parte de su libertad en todos géneros. «Fausto (añade la

DE UN CORONEL RETIRADO. 139

»dama de mi amigo) está cortado para marido de una mujer como »Laura , en su último período hábil. Cuando él abra los ojos , si es »que los tiene, ya ella no estará más que para las cuarenta horas.» ¡Imposible me parece que tal sea, y yo lo sepa, la mujer que hace tan pocos dias era para el tipo ideal de la perfección feme- nina , y de cuyo recuerdo aun hoy no acierto á desprenderme del todo.

Mañana me ha dicho el Médico que ya puedo salir á dar una vuelta, pero en carruaje, porque mis fuerzas aun no consienten el ejercicio á pié.

«¡Santiago! Es preciso que vayas á alquilarme un coche para mañana.

' »No es menester, mi Alférez, responde el soldado son- riéndose.

»Pues, ¿no sabes que el Médico ?

Sí, señor; y á la una en punto tendrá V. el coche á la puerta.

¡Vamos! ¿Es decir que ya lo habías encargado? ¡Gracias por la previsión!

No las merezco, mi Alférez... Por que...

¿Acabarás de explicarte?

Es que me han encargado el secreto ...

¿El alquilador de coches hace un misterio de su comercio?

¡Buen alquilador nos Dios!

Mira, Santiago, si no te explicas pronto vas á impacientarme.

No señor, mi Alférez, no se impaciente V., que yo me expli- caré. La cosa no tiene nada de particular, y no á qué viene el secreto... Porque al cabo y al fin , como dijo el otro, á rey muerto rey puesto, y la mancha de la mora con otra verde se quita.

¡Por Cristo , Santiago ! . . .

¡Allá voy, señor! ¡Allá voy! Pues ha de saber V., mi Alférez, y ya lo habrá visto por sus tarjetas , que, mientras ha estado en- fermo, le visitaron muchos señorones y señoronas, es decir, las seño- ronas enviaron recado, que ellos casi todos en persona han venido.. .

Todo eso lo , y lo agradezco muy de veras : pero no en- tiendo...

Pues á eso voy. Todas ó casi todas las señoras, con el recado mandaron tarj etas ...

140 MEMORIAS

Ya las he visto. ¡Adelante!

Una sola. . . ¡ Y una real moza , por cierto , con perdón de V. , mi Alférez! Pues, como digo, ella lo que es muchacha, que llama- mos, no lo es : pero buena moza, y de buen trapío...

¡Mira, Santiag-o , que me tienes en brasas, y!...

Pues á eso voy...

¿A freirme vivo. Belitre?

No señor, mi Alférez, pero es V. tan súpito que me aturde, y ya no donde voy de mi cuento.

En que una señora buena moza , aunque no joven...

Eso es , ha venido ella misma , lo menos cinco veces , á infor- marse de cómo estaba V. ; á preguntar si algo le hacia falta , á ofrecerme...

¿A ofrecerte á ti?

Si señor, á mi : pero para V. Vamos, me ofreció su bolsillo.

Supongo que no habrás aceptado.

Ni por pienso, mi Alférez. Ya le dije que, gracias á Dios, nada nos hace falta, porque acabamos de heredar al abuelo..,

Bien hecho. ¿Sabes quién es esa señora?

Nueva, mi Alférez.

¿Cómo nuevaí

Porque no la conozco , no la he visto en mi vida -, y i las an- ticuas, es decir, á las que solian veair. . .

¿Es hermosa, dices?

Lo que es eso, lo supongo...

Pues , ¿no la has visto?

No señor: nunca se ha levantado el velo. Pero el cuerpo y el traje »

Al llegar aqui nuestro diálogo, cruzó por mi mente una idea, ó más bien brotó en mi corazón , no si diga un recelo ó una espe- ranza , que me hizo estremecerme y avergonzarme.

¿Seria Laura la desconocida de quien mi asistente me hablaba? ¿Osarla esa mujer pisar mis umbrales, siendo su iniquidad la que á á los de la tumba casi me ha llevado? ¿Tan baja idea era la que de tenia, que se atreviera á suponerme capaz de aceptar sus servicios en caso alguno?

Santiago , que es listo , aunque grosero é ignorante , debió de adivinar lo que por pasaba, puesto que espontáneamente dijo:

Lo que es la hribona de la calle de... no es, mi i^lférez. A esa

DE UN CORONEL RETIRADO. 141

la conozco demasiado, y , aunque se vistiera de obispo , no se me despintaría. No señor , no ; no es ella.

Si hubiera tenido la desvergüenza de venir. . . lo que es las esca- leras, de cabeza las habria bajado.

Le digo á V. que no es ella.

Sea quien quiera (repuse yo entonces más tranquilo) yo no ni por qué hemos hablado ahora de ella.

Mi Alférez , porque me ha mandado V. que le alquile un co- che , y yo le he contestado que no es menester.

Cierto.

Pues esa señora , que no viene desde que V. se levanta ya de la cama, envia puntualmente todos los dias á informarse de su salud de V. á un señor muy bien vestido de negro y con su corbata blanca, que ya!... Buena persona, muy llano, y que, vamos, no le disgusta una copa. . .

Algún portero de estrados . . .

No señor, mi Alférez. El dice que es ayudante...

¿De cocina?

De cámara, dice.

Ayuda de cámara. ¿Y qué?

Pues ese, ha venido, como siempre, hoy á medio dia; y yo le he dicho lo que el Médico ha dicho ; y él me ha dicho , pues bien, señor Santiago, ¿sabe V. qué le digo? Que mañana á la una tendrá su amo de V. á la puerta una buena berlina.

Pues yo te digo, Santiago, que le digas al que eso te ha dicho, que yo digo que le agradezco el obsequio, pero que no acepto nin- guno de personas desconocidas, y mucho menos habiendo mujer de por medio. Con que , hazme el favor de irte á casa del alquila-^ dor, ahora mismo: ¿lo entiendes? Ahora mismo; y no hablemos más del asunto.»

Por más que mi asistente aseguraba y juraba que la descono- cida no era Laura , yo no acertaba á dejar de temer lo contrario. Yo no tenia relaciones entonces con mujer ninguna , que, por amor ó reminiscencia, estuviese en el caso de favorecerme de aquella manera. Precisamente mis desdichados amores con la viuda de Piedra-firme, me hablan hecho apartarme de la sociedad entera, y hasta cierto punto indisponerme con todas mis amigas antiguas y modernas. Laura pues, Laura sola estaba en el caso, por remor- dimiento siquiera , de cuidarme con tal solicitud ; y que Santiago

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no la hubiera conocido, solo probaba la infernal habilidad de aquella mujer en todo género de engaños. ¿Y no era también po- sible que se hubiera valido de tercera persona para informarse de mi estado....? ¡Ella es! ¡Ella es sin duda! Pero mal me conoce, si espera que no rechace cuanto de su mano proceda !

(11 de Octubre.)

El paseo en coche me ha sentado maravillosamente ; he comido bien en compañía de Simón , que lo hizo á las mil maravillas ; he dormido después una corta pero aprovechada siesta , y me siento ahora más vigoroso de cuerpo y con el entendimiento más despe- jado que hace muchos dias lo tuve.

Ya que estoy solo, voy á ordenar los recuerdos del dia, obra que no ha de fatigarme , porque no son muchos ni de grande impor- tancia.

Confiésome, en primer lugar y con vergüenza , de no haber po- dido apartar de mi en toda la noche de ayer y parte de su mañana de hoy , el importuno recuerdo de la infiel Laura. ¡ Para abomi- narla , para maldecirla , para jurar que no he de perdonarla nunca, para indignarme de que se atreva á recordar mi nombre siquie- ra.... 1 Todo eso, si; pero, al fin y al cabo, todo eso es acordarme de la traidora y pensar en ella , que es precisamente lo contrario de lo que hacer debiera y deseo.

Parecíame esta mañana que no llegaba nunca la hora de que, viniendo á mis puertas el carruaje por ella enviado , y haciéndole yo despedir secamente , recibiese la pérfida la primera de las du- rísimas lecciones que la reservo, si en perseguirme se obstina

Pero llegó al cabo el momento suspirado. Cinco minutos antes de señalar el reló la una de la tarde , entró Santiago en el gabinete aunciándome el coche.

—¿Qué coche? le pregunté, inmutándome no por qué.

¿El coche el coche de no quién, mi Alférez ¡Pre- cioso carruaje ! ¡ Lindos caballos !

¡Cómo caballos! ¿De cuando acá se permiten los simones ese lujo, raro en Madrid hoy todavía entre los particulares?

•^— No , mi Alférez ; pero caballos son y de punta.

¡Imposible I Exclamé, sabiendo que Laura no tenia coche, y que para enviarme uno era preciso que lo hubiera alquilado.

DE UN CORONEL RETIRADO. 143

Pero mi asistente que solo al hecho atendia , no pudo menos de insistir diciéndome:

Hag-a V. el favor de asomarse al balcón , mi Alférez , y verá si miento ó si estoy soñando.

Asómeme en efecto, más que por complacer á Santiago, por salir de mi propia curiosidad que era grande , y vi con asombro una berlina inglesa de excelente y elegante construcción , aunque oscuros colores y modesta apariencia , tirada por dos caballos an- daluces de buena casta y airosas formas , aunque no de grande al- zada ni mucho hueso; y con inteligente esmero evidentemente cui- dados. El cochero, con su levitón color de castaña y su sombrero guarnecido solo de galón dorado , sin escarapela ni otro adminiculo de librea , tenia sin embargo todas las apariencias de un criado de casa más que decente. Aquel carruaje era, sin duda, de propiedad particular , y salia de caballeriza muy bien ordenada.

¿Lo confesaré? ¿Por qué no, si precisamente para decirme á mi propio la verdad desnuda llevo y escribo estas notas?

Al convencerme de que aquella berlina no era de alquiler, y por tanto de que no podia ser Laura quien la enviaba , senti en el corazón un desconsuelo tan indefinible, como para mi amor propio poco lisonjero. ' .

¡ No era ella , ! ¡La infiel , ni remordimientos tenia ! ¡ Ni su corazón ni su conciencia la impulsaban, como pudo imaginarlo mi necia vanidad , á ocuparse en saber de mi , á procurar la repa- ración posible al mal que me habia hecho !

¡ Y yo menguado. . . . ! ¿Yo. . . . ?

Eetiréme del balcón, avergonzado de mismo, y para distraer- me , mandé á Santiago que bajara á despedir la berlina ; pero in- sinuándole, al propio tiempo, que no me pesarla que averiguase, sonsacando al cochero, á quien pertenecían tan lindos caballos.

Obedecióme el asistente , pero dando á entender con su aspecto mojigato , que no esperaba gran fruto de sus pesquisas , sin duda ya antes inútilmente comenzadas.

En efecto , á los cinco minutos el rodar del misterioso carruaje apartándose de casa , y pocos instantes después se me presentó San- tiago mohíno y cabizbajo.

¿Qué hay? le pregunté.

¡ Que ese hombre es un poste !

¿No te ha contestado?

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señor , mi Alférez ; pero en gringo. —¿Cómo?

ii¡Ay Don Testan! h ¡Mi Alférez, eso me ha dicho más de cien veces, como si yo conociera á ningún Don Testan! ¿Le conoce V.?

Yo no , Santiago.

Pues ese debe ser el nombre del amo del coche, porque el tu- nante del cochero, á todas mis preguntas, no ha respondido otra cosa. Y tanto me lo ha repetido, que ya le dije: « ¡Respóndeme en «cristiano , francés ! ¡ Yo que tal dije ! El muy bribón , como si le »hubiera llamado perro judío, me miró como un basilisco, y aun «sospecho que levantó la fusta como para pegarme, diciendo al »mismo tiempo : ¡ Francés , no ! ¡Mi inglis main !

Vamos, el hombre es inglés, y lo que te ha dicho es que no te entendía.

No señor, mi Alférez; lo que me ha dicho es: <í,Ay Don Tes- tan! >^

Pues eso (I dont understand) quiere decir: «No entiendo.» En suma, el auriga enviado por mi favorecedora misteriosa, es

un inglés que todavía no sabe, y es posible que nunca sepa el espa- ñol ; circunstancia que , sin duda , contribuyó grandemente á que á mi puerta se le enviara.

¿Quién le ha enviado, supuesto que ya de Laura no puedo , sin absurdo, suponerlo?

¡ TJiat is tlie question! «Esa es la cuestión,» como dice el gran poeta del país del cochero de Don Testan.

A la una y cuarto vino mi coche de alquiler : subí en él con Si- món , que hoy me ha consagrado la mayor parte del dia : y char- lando amistosamente con él , he pasado bien el par de horas que las muías tardaron en llevarnos y dar la vuelta á casa, por el paseo de Las Delicias al embarcadero del canal , en cuyo arco de ingreso leerán los numismáticos futuros, para honra y gloria de la poesía oficial de nuestra época , este . elocuente , cadencioso y eufónico dístico :

"Navegación y arbolado

"Son obras dignas del Gran Femando. ti

Verdad es que, por el susodicho canal, apenas navegan (hasta Vacia-Madrid) tres ó cuatro barcas por semana, vacías á la ida y cargadas de yeso á la vuelta ; que el arbolado se reduce á unas

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cuantas docenas de álamos blancos ó negros, que apenas dan som- bra , y que, en cambio de tantas ventajas , abastecen aquellas ori- llas de tercianarios al hospital de Madrid : pero no por eso deja de ser el canal de Manzanares el titulo más incontestable de gloria, en punto á obras públicas, de que puede envanecerse este reinado.

Simón me ha dejado á las cuatro ; yo he dormido hasta poco más de las cinco ; y ahora , que son apenas las siete de la noche , me encuentro con que, en acabando estas lineas, me voy á hallar en tete á tete conmigo mismo , ocioso y sin sueno.

Leeremos cualquier novela , pero no francesa , que todas tratan de amores, y no estoy yo para eso. Walter Scott sea conmigo, que es el más filósofo , el más histórico y el menos erótico de los nove- listas que conozco.

.¡Por cuanto no he ido á tomar el tomo de los baños de San Ro: man (St-Ronan's Well) , y abrirlo precisamente por el capitulo que titula «.El encuentroy> (The Meeting), y encabeza con estos versos-

" We meet as shadows in the land of dreams, " Wich speak net hut in signs. "

Que, parafraseados en castellano, vienen á decir:

"Así, en la tierra del ensueño vagan, "Raudas, fugaces, las aéreas sombras: . "Se encuentran, pasan, y, callando siempre, "Se entienden, mudas, con las señas solas."

La desgarradora entrevista entre clara Mowbray y Fráncis

Tyrrel, no es cuadro á propósito ahora para mis nervios Lejos

de mi el inoportuno libro.

Pero, ¿qué hacer? Sueño no tengo; para estudiar no estoy; salir no puedo....!

Simón no volverá ; Patricio está de guardia ; Luis de servicio á la persona de Angustias ¡Larga y fastidiosa velada me espera!

Casi me dormia en el sofá , á pesar de estar desvelado como he dicho ; que suele á veces suplir al sueño el fastidio, cuando sonar la campanilla de la puerta.

¡Gracias á Dios! Exclamé. Alguien viene.

Pero nó: Santiago entra con una carta en la mano, diciéndome:

Esperan respuesta.

Bien está. Respondo abriendo la tal carta, que dice asi:

«Amigo Lescura: Por mi marido, en cuyo despacho y presencia

TOMO III. 10

146 MEMORIAS DE UN CORONEL RETIRADO.

»escribo, acabo de saber, con la satisfacción que debe V. suponer, »sino es injusto sobre ingrato, que ya está V. completamente res- »tablecido de la peligrosa enfermedad por que ha pasado. Dios haga »que también haya V. recobrado el juicio, y con él la memoria de »sus buenos, de sus verdaderos, de sus desinteresados amigos. »Suponiéndolo asi , quizá solo porque muy sinceramente lo deseo, »pido á V. que me consagre el dia de mañana. Antonio tiene un »convite diplomático, á que le acompaña el Abate Rioso; me dejan, »pues , sola , y yo, atendida la debilidad propia de la convalecencia, »me arriesgo al tete á tete con V.; y lo que es más, hago cómplice »á mi esposo y señor de tanta temeridad. Broma á parte: vén- »gase V. primero á dar una vuelta en coche conmigo, á cuyo efecto »le mandaré la misma berlina que hoy ha desairado, no sin escán- »dalo de mi nuevo cochero inglés ; después á comer en mi compa- »ñia. El cocinero está advertido, y le menú será higiénico. Cuento »con V. ; y me repito, por más que sus infidelidades no lo merez- »can, su amiga de corazón, Carmen. P. D. (de otra letra). De muy »buen grado, consiente el marido en esta cita; y lo que es más, »ruega al galán que no falte á ella. De V. amigo afectísimo. »C. el Duque de Calanda (1).»

¡Buena, excelente, incomparable amiga! ¡No faltaré á un con- vite con tanta cordialidad hecho! No hay Principe en el mundo con quien ella hiciera lo que hace con este pobre Alférez. En cuanto al Duque, ha encontrado el secreto, con su discreta toleran- cia , de tener una mujer fiel , y al mismo tiempo por todo el mundo incensada.

¡ y yo que creia ver un misterio de amor y remordimientos en la dichosa berlina!

Decididamente soy tonto, con mis puntas y collar de fatuo, que es lo peor del cuento!

(l) Como es sabido, nuestros Grandes tienen la galantería de anteponer á sus títulos, en la firma, la inicial del nombre de su respectiva esposa.

(Se continuará.)

Patricio de la Escosura.

REVISTA POLÍTICA.

INTERIOR.

Circunstancias , de que no nos incumbe informar al público , obligan hoj al que suscribe á llenar, por extraordinario j afortunadamente una sola vez , esta parte de nuestro periódico. Mal va á salir de su compromi- so, porque disgustado, tiempo há, de lo qae llaman política, casi no sabe lo que pasa en nuestra España. No es, pues, posible que informe bien á los otros de lo que él mismo ignora. Solo tiene algunas ideas vagas j harto someras de lo que ocurre por lo que oye decir acá y acullá , y que recoge al paso sin prestar grande atención y enterándose apenas. Desde que un sujeto muy ducho en estas cosas le acusó y censuró porque no gastaba pleguerías , esto es , porque no sabia negar hoy con maravilloso desen- fado y envidiable frescura lo que una semana antes afirmaba y sostenía con todos sus brios, enmudeció el que suscribe en todo lo tocante á poli- tica , por temor de que , al hablar de este difícil arte , le aconteciese algo parecido á lo que aconteció al Patriarca Noé , cuando gustó por vez pri- mera el zumo fermentado de las uvas. Lo que es hoy, por dicha, no ha- bía de faltar un Sem ó un Jafet piadoso que le echase encima una capa colorada antes de que saliese de su tienda ó tabernáculo y se presentase coram populo. Esperamos que dicho Sem ó Jafet no tenga ocasión ni pretexto para ejercer ahora menester tan caritativo. Vamos á salir con todas las pleguerías, que, á pesar del calor que hace, nos sea dado sufrir sin ahogarnos.

Pero todavía queda en pié la mayor dificultad. ¿Qué es lo que vamos á decir? Nos estaría bien repetir hablillas y rumores absurdos? Nada menos que eso. Pues de lo que realmente pasa, ¿quién nos ha de enterar con certidumbre para que enteremos á nuestra vez álos lectores? Está visto; lo mejor, lo más seguro , es decir que no pasa nada. Verdad es que se ha hablado de nuevas modificaciones en el Ministerio: pero todo parece infun- dado. Lo único cierto es que el Ministerio se afirma, que vence todas las dificultades , y que dirige la nave del Estado con próspero viento por un mar bonancible, sin escollos ni bajíos. Hasta los asuntos rentísticos de-

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ben de haberse hecho fáciles j sencillos , de arduos j complicados que eran , cuando el Sr. Marqués de Orovio puede solazarse yendo á su lugar, donde habrán de haberle recibido alborozados los riojanos al verle al fin con titulo.

En suma, todo está tranquilo ; nada sucede;

Todos duermen en Zamora,

como dice el antiguo romanee. En nuestro sentir, solo haj un caso me- morable en estos últimos dias , y sobre él vamos á hablar, j aun á disertar si es licito. Se trata del discurso leido por el Sr. Catalina, Ministro de Fo- mento , al instalar solemnemente la Junta superior central de Instrucción primaria, üon este motivo tendremos que hablar mucho del Sr. Catalina, darle á conocer según nuestro concepto , j aim encomiarle francamente j sin el menor viso ni asomo de ironía.

Nuestros principios (y ¿cómo lo hemos de negar?) son otros que los suyos; pero aquí no vamos á discutir principios. Esto no conduciría á nada. Así pues , discurriremos partiendo de una hipótesis. Supondremos que nuestros principios son los mismos que los del Sr. Ministro de Fo- mento. Y una vez hecha esta suposición, en la cual no es tampoco todo arbitrario , porque en algo sustancial convenimos de veras , trataremos de la aplicación de estos principios á la práctica ; de los medios de que ha sabido valerse el Sr. Catalina para que triunfen. Al tratar de esto , lloverán nuestras alabanzas sobre la cabeza del cristiano repúblico. Nadie ha sa- bido mostrarse más diestro y prudente para conseguir su ñn. Al terminar su discurso exclama: «Si viese realizado mi deseo, no ambicionaría ya mayor gloria sobre la tierra; daría gracias al Cielo repitiendo aquellas hermosas palabras de Simeón: Nunc dimittis servum tuum, Domine. Esta oración eucarística , que condicíonalmente piensa en dirigir al Señor, nos- otros le aconsejaríamos que la dirigiese desde luego, si todos los decretos, reglamentos y medidas gubernamentales no fueran tan instables en nues- tro país. El edificio que ha levantado el S. Catalina es hermoso, sólido, bien proporcionado , á propósito para su objeto, pero tal vez dure poco; tal vez esté fundado sobre arena movediza. No es culpa suya, sino de nuestro carácter. Dentro de seis , de ocho , de quince meses , dentro de un año ó de dos, vendrá otro Ministerio, y le derribará para fundar otro muy diferente. Pero si no fuera por esto, bien podría el Sr. Catalina de- cir, no solo las hermosas palabras de Simeón, sino también con el Sal- mista: Circumdedisti me laetitia, ut cantet Ubi gloria mea, por haber re- primido como conviene á los que corrupti sunt et abominabiles facti sunt in studiis suis.

La serie de trabajos del Sr. Catalina empezó bajo el Ministerio del hoy Marqués de Orovio. La obra está ya terminada. Solo le faltan algunos per-

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files que se le pondrán sin duda. Hecha la obra, y si nadie la derribase, el propósito del Sr. Catalina se cumpliria indefectiblemente al cabo de algu- nos años. Lo malo es, como ya hemos dicho, que en España no es de es- perar que duren algunos años estas cosas. Pero imaginemos por un ins- tante que duran. ¿Cuál sería el resultado? El resultado sería, y en esto resplandece el talento del Sr. Catalina , que la instrucción laical acabaría del todo ó casi del todo ; que las escuelas de primera enseñanza estarían en manos del clero ; que no habría institutos , sino seminarios ; y que las universidades , despojadas del carácter que hoy tienen , vendrían á ser me- ras escuelas especíales para formar médicos y abogados , sin influjo algu- no en la vida y, en el movimiento intelectual de la nación.

Dios nos libre de discutir aquí si esto sería un mal ó un bien. Diluci- darlo sería asunto de un libro profundo , no de un artículo de periódico es- crito á la ligera. Aquí solo afirmamos que esto sería.

•En un Real decreto , dado en Zarauz en 1866 , estriba principalmente esta esperanza. Dicho Real decreto es la piedra angular de todo el edifi- cio. Fundado en sabias consideraciones, apoyándose en razones de equi- dad , sosteniendo que la confianza que se deposita en fundadores de cole- gios privados no puede negarse á los Rdos. Obispos, el Real decreto de- termina «que los estudios que se hagan en los seminarios conciliares ha- biliten para ingresar en las carreras civiles.» Ahora bien: ni esos empre- sarios privados que fundan colegios , ni el Gobierno , que es también un empresario , podrán dar la instrucción tan barata , ni difundirla por todas partes como hace y hará el clero. Una vez establecida la competencia, no podrán luchar ni los colegios ni los institutos , y al fin tendrán que cer- rarse porque se quedarán vacíos. El mismo Real decreto indica ya una de las causas por que se quedarán vacíos, á saber: porque es crecido el nú- mero de poblaciones en que hay seminario conciliar y no hay instituto , y porque no es de creer que los habitantes de estas poblaciones se separen de sus hijos para enviarlos á los institutos , cuando pueden hacer que es- tudien en los seminarios , guardándolos en casa. Los padres que no ha- biten en población donde haya seminario, no enviarán sus hijos al institu- to , sino al seminario también , donde podrán estar de internos por muy poco , y les saldrá su educación más barata.

Temibles competidores ha suscitado el mencionado Real decreto á los catedráticos de [instituto. De temer es que se queden pronto sin discí- pulos. ¿Qué actividad no desplegará en esto el clero, en la patria de San Ignacio de Loyola y de San José de Calasanz? ¿Cómo han de fallar entre nuestros sacerdotes hombres que sigan las huellas y que tengan el temple de alma de aquel infatigable aragonés y de aquel glorioso vizcaíno? Los catedráticos seglares apenas tendrán para mantener á sus familias con los 7 ú 8.000 rs. que les el Gobierno. Los catedráticos de seminario po-

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drán vivir en el seminario mismo , punto menos que por nada, j, exentos de los cuidados j desvelos que la familia inspira , consagrarse con ardor eficaz j exclusivo al magisterio , j cumplir la alta misión j el divino pre- cepto de ite et (lócete omnes gentes. Y, no hay que dudarlo, en pocos años de este régimen , acabarán por enseñar á todas las gentes , j el Gobierno podrá hacer un considerable ahorro suprimiendo los institutos por inútiles. Entonces , según ja pronostica el Real decreto , cuín exultatione et sim- plicitate coráis, no solo los más grandes teólogos, sino los juristas más afamados , los poetas más insignes y los sabios que honran los fastos de la ciencia, y por consiguiente los Ministros, los Senadores, los Diputados, j hasta los Ingenieros de canales j caminos , saldrán de los seminarios conciliares. Imilatores mei estote.

En todos ó en casi todos los demás establecimientos de educación , el Sr. Catalina ha ido descubriendo que se esconde el genio de la impiedad y de la rebeldía. Ya en la circular de 20 de Julio de 1866 indicaba que las universidades é institutos ofrecían motivos de amargura , aunque no tantos como las escuelas de primeras letras. En estas escuelas principalmente es donde se enseñaba á los niños á aborrecer y á rebelarse en vez de ense~ ñarles á obedecer y á amar. Más tarde, en el mes de Octubre del mismo año, descubre el Sr. Catalina que las escuelas normales están emponzo- ñadas , que han tenido la desgracia de inspirar en España serias inquie- tudes: y estas inquietudes le han preocupado de tal suerte, que desde luego pensó en suprimir las escuelas, como un semillero de pestilencia y unas sinagogas de. Satanás: pero, en la imposibilidad de adoptar por lo pronto otros medios de formar maestros, admitió por entonces su conservación, si bien reformándolas y extirpando los abusos.

En el mismo mes y año reformó también y organizó el Sr. Catalina la segunda enseñanza. Teniendo en cuenta aquello de non plus sapere quam oportet sapere, sed sapere ad sobrietatem, suprimió no pocas cosas de las que habia antes que aprender , á fin de no acostumbrar á los niños á la trivialidad de ideas generales mal comprendidas , y llevó á tal extremo su interpretación del ad sobrietatem del Apóstol, que dedicó cuatro años al estudio del latin ; pero nada más que del latin , durante los tres primeros , con un poco de retórica y poética en el tercer año , y bastante de Catecismo , enseñado durante los seis años sucesivos por el párroco ó por un sacerdote. Como es de suponer que los niños, en la escuela ó en el seno de su familia , deben saber ya la doctrina cristiana al entrar en la segunda enseñanza , de suponer es también que con los seis años más de Catecismo y de Historia Sagrada , y con un año de religión , casi deben salir de la segunda enseñanza hechos unos razonables teólogos, si no son muy menguados de entendimiento. En cuanto al latin no hay que temer tampoco que dejen de aprenderle por falta de tiempo. En cuanto ál griego.

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el Sr. Catalina le ha suprimido porque ja era demasiada la sobriedad con que se enseñaba, ó por aquello de que para poca salud más vale ninguna. Lo que no acertamos á comprender es lo que dice de que «cuando se for- men muchos j verdaderos helenistas , entonces podrá pensarse en dar co- nocimientos de aquel interesantísimo idioma á los alumnos de segunda enseñanza. » ¿Cómo se han de formar muchos helenistas cuando se supri- men las cátedras en que pudieran formarse? Si hasta ahora, existiendo las cátedras, solo se han formado falsos, como se deduce del deseo del señor Catalina de que los ha ja verdaderos , ¿'qué sucederá , dichas cátedras su- primidas?

El Sr. Catalina, en el afán de reformarlo todo, en todo ha puesto mano; pero no se puede negar , que obedeciendo siempre á la misma idea , con unidad de miras , conspirando siempre al mismo propósito de que no ha ja attendentes spiritibus erroris et doctrinis dcemoniorum. No nos es posible elaminar cómo ha reformado las escuelas especiales j las facultades de Filosofía j Letras , de Derecho , de Farmacia j de Medicina. Solo tocare- mos de paso algunos puntos que nos parecen dignos de atención.

Lo es, en primer lugar, que se prohiba «el estudio simultáneo de la facultad de Filosofía j Letras con las de toda otra facultad.» Ser en Es- paña filósofo ó literato , con título ó sin título, vale para poco ó para nada. ¿Quién, pues, habrá de dedicarse exclusivamente á serlo? Este artículo, por lo tanto, hace inútiles ó poco menos que inútiles las cátedras de Filo- sofía j Letras. Estarán desiertas, ó poco menos que desiertas, si no se consiente al que sigue una carrera para ganarse honradamente la vida, como médico , como abogado ó como farmacéutico , que estudie al mismo tiempo , para adornar su espíritu j calmar su sed de saber , las letras j la filosofía. Resultará además que ni el médico ni el abogado podrán ser, oficialmente al menos, ni literatos ni filósofos. No es de creer que vuelvan á ser estudiantes , después de ser ja médicos j abogados , aban- donando los negocios ó los enfermos. El mismo Sr. Catalina conoció , por lo visto, la malquerencia contra la filosofía j las letras profanas, que implicaba la mencionada disposición, j la modificó en una Real orden.

Sobre la organización dada por el Sr. Catalina á la facultad de Ciencias, salvo los errores en que puede haber incurrido en los pormenores , porque al fin no es omniscio , j estas son materias extrañas á sus estudios , debe- mos darle j le damos grandes alabanzas , aunque nos hagamos impopula- res con algunos ingenieros, harto poseídos del espíritu de corporación. Las escuelas especiales son verdaderamente de aplicación , j como el comple- mento de lo que se aprenda en la facultad de Ciencias , donde deben darse los conocimientos teóricos.

Lo que no aplaudimos es el artículo 8." de este decreto, que dice: «Queda prohibida la simultaneidad de la facultad de Ciencias con toda otra j de

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SUS secciones entre sí. » Comprendemos el horror que inspira al^Sr. Cata- lina lo que vulgarmente llaman un Petrús m cunctis ; pero no basta esto para disculparle. ¿Quién ha de querer ser en España meramente sabiol Como no sea un Principe ó un gran señor, nos parece que nadie. Por otra parte , no nos negará el Sr. Catalina que puede haber un abogado ó un médico que sea buen naturalista ó buen matemático , y que estas cosas, j aun otras mas disparatadas , pueden aprenderse j saberse á la vez , como V. gr. lengua hebrea j náutica.

Sean severos los exámenes; no se apruebe á los que no ha jan estu- diado ó no tengan capacidad bastante para que el estudio les aproveche; y quede en libertad de aprender á la vez cuanto se le antoje el que se sienta con fuerzas para ello.

Debemos notar aquí , que si bien en todos los Institutos se debe apren- der mucho latin , y en las Universidades donde ha ja facultad de Filosofía j Letras, griego, árabe j hebreo, las lenguas vivas de Europa han sido muj desdeñadas por el Sr. Catalina, j no se nos dice que habrá cátedras de ellas, aunque las haj en Universidades é Institutos, ni se exige su estudio para ninguna carrera. Nosotros convenimos con el Sr. Catalina en que es una picardía que nos señalen con tinta negra en un mapa que se vende por ahí sobre la ilustración , j donde la Islandia está fulgurante de luces , aunque no hubiéramos tomado en cuenta dicho mapa al escribir un documento oficial : nosotros convenimos en que España tiene , pásenos el neologismo el Sr. Catalina, una grande autonomía literaria; pero en suma , bueno será convenir también en que haj pueblos en Europa que igualmente la tienen, que están mucho más adelantados que el nuestro, j cujas lenguas deben enseñarse en España para gozar bien de los tesoros de ciencia j de poesía con que han sido enriquecidas é ilustradas. Las cá- tedras de francés, alemán, inglés é italiano, acaso son tan útiles ó más que las de latin, árabe, griego j hebreo.

Otras muchas disposiciones relativas á Instrucción pública se han dado también en estos últimos tiempos , casi todas , en nuestro sentir , debidas á la poderosa iniciativa del Sr. Catalina , aunque durante un poco de tiempo dejó éste el negocio de los estudios j se engolfó ,

Por mares nunca de antes navegados,

siendo Ministro de Marina.

Algunas de estas disposiciones merecen el aplauso de toda persona im- parcial , como por ejemplo , la fundación de Museos arqueológicos.

Al Sr. Marqués de Orovio , á pesar de lo que hemos dicho j creemos sobre la iniciativa del Sr. Catalina , le cabe la gloria de aparecer como el reformador de la enseñanza en España : él ha firmado casi todas las Rea-

INTEBIOR. 153

les órdenes j los decretos. Bien merece la gran cruz de la Orden Piaña que dicen acaba de obtener.

La fuerza de la reforma realizada y hasta la fuerza de las mismas cir- cunstancias concurren á que se verifique lo que ya decíamos al empezar este articulo, es á saber: que las Universidades dejen en realidad de serlo. El Gobierno mismo lo declara en otro decreto de Julio de 1867 : muchas Universidades , pobremente asistidas, limitadas á tres ó á dos facultades, quizás á una sola, no merecerán el nombre de Universidad. «La clásica antigüedad daba solo nombre de Universidad á aquellos insignes estable- cimientos donde para todas las ciencias habia cátedras, y fácil entrada para todos los deseosos de saber.» A pesar, pues, de la clásica antig'üedad, seguirán llamándose Universidades diez escuelas superiores de España; pero cada dia se suprimen cátedras y aun facultades enteras en muchas de ellas. En Oviedo , Santiag-o y Zaragoza, no habrá en adelante facultad de Teología. En las otras Universidades se irán suprimiendo también. En Sa- lamanca no se podrá pasar de bachiller en Filosofía. La facultad de Filo- sofía y Letras se suprime en muchas Universidades, y solo en la Universi- dad central se seguirá dando el grado de doctor.

El Sr. Catalina ha terminado su obra, ya de Ministro de Fomento y rubricando él mismo la ley y los reglamentos sobre instrucción primaria, en la cual tendrá el clero la mayor influencia , no solo porque los párrocos presidirán todas las juntas locales inspectoras , sino porque , suprimidas las escuelas normales, todos los maestros estudiarán en los colegios de se- gunda enseñanza; casi de seguro en los seminarios : de esta suerte, donde no hubiere maestro seglar , será un clérigo el maestro , y donde hubiere maestro seglar, este por lo general estará educado en un Seminario. Sinite párvulos venire ad me. No es posible dar mayor influencia y parte al clero en \m negocio de que depende tanto el porvenir de la patria. Esperemos, si es que duran las disposiciones del Sr. Catalina , que esta influencia sea para bien y que por ella cunda la instrucción en los pueblos , mejorando mucho también su religiosidad y su moralidad, á fin de que no se diga en lo futuro: populi meditati sunt inania.

A este punto habíamos llegado de nuestro artículo , el cual empezó afir- mando que no habia novedades de que hablar , cuando supimos , por la voz pública y por los periódicos diarios, ima novedad extraña y grave, cuyas causas no sabemos. El Capitán General Duque de la Torre; los Te- nientes Generales D. Fernando Fernandez de Córdoba, D. Antonio Eos de Olano, D. Juan Zavala, D. Domingo Dulce, D. Félix María Messina, Don Rafael Echagüe, D. José María Marchesi y D. Francisco Serrano Bedoya; los Mariscales de Campo D. Tomás García Cervino, D. Francisco Uzta- riz y D. Antonio Caballero de Rodas; y los Brigadieres D. Manuel Bu- ceta, D. Antonio López Letona, D. Juan Alaminos y D. José Sánchez

154 REVISTA POLÍTICA.

Bregua; j tal vez algunos otros que no han llegado á nuestra noticia, han sido, presos unos j otros no, pero todos ellos mandados de cuartel á diversos puntos de la Península, de las islas Baleares y de las Canarias.

También, á lo que parece, se ha dispuesto que salgan de España los Infantes Duques de Montpensier.

Sobre esto, j sobre lo que ocurra en los dias que quedan hasta la pu- blicación de la Revista, no extrañarán nuestros habituales lectores que nos abstengamos de dar opinión alguna, aunque El Español j La España se hayan creido ja en el caso de darla de un modo que La Epoca califica de altamente inconveniente.

Juan Valer a.

9 de Jnlio.

EXTERIOR.

El examen de los presupuestos del vecino imperio ha sido causa de una interesante discusión, en que han mediado los más famosos oradores del Cuerpo legislativo , j es digno de notarse que la mayoría , la oposición y aun el Ministro del ramo han convenido en que no es satisfactorio el estado de la Hacienda, pues no podía menos de confesarlo hasta el mismo Go- bierno que pide autorización para tomar prestados 440 millones de francos á fin de saldar déficits de presupuestos anteriores y de ocurrir á ciertos gastos que no bastan á satisfacer los ingresos ordinarios del Tesoro. Afor- tunadamente para nuestros vecinos, la situación de su Hacienda, aunque embarazosa , según la oportuna frase de un diputado de la oposición, y digna por tanto de la atención y vigilancia de los hombres que la dirigen, no es señal ni consecuencia del mal estado económico del país. Es verdad que la riqueza pública no ha seguido en estos últimos años la progresión rapidísima que hacían esperar los anteriores, pero las fuentes de la produc- ción fluyen con abundancia, y si sus corrientes se estancan, es por causas accidentales que necesariamente habrán de desaparecer. La industria fran- cesa , que ha llegado á un grado de perfección extraordinario , hace todos ios dias nuevos adelantos, y la cantidad de riqueza que produce es tan grande, que , como lo prueban los depósitos del Banco de Francia, después de satisfacer el consumo general del país , ya directamente , ya por medio del cambio de las mercancías nacionales con las extranjeras , deja un ex- cedente que se eleva sin duda á algunos cientos de millones de francos, Jos cuales servirán de riego fecundante á la misma industria cuando la se-

EXTERIOR. 155

guridad de la paz y el orden interior den garantías á los capitales, que como ha dicho M. Thiers, recordando una frase del Barón Louis, tienen más espíritu político que todos los hombres de Estado.

Nos ha parecido conveniente exponer las consideraciones anteriores, para que no se crea al hablar de los embarazos de la Hacienda de Francia que son análogos á los de otras naciones, j sobre todo para que no haya tal vez quien diga que ipio debe alarmarnos una situación que es poco más ó me- nos igual á la de otros países. La§ diferencias son tan grandes y tan desfa- vorables para nosotros, que bastará una sola indicación para que se com- prenda: enFrancia es menester, como hemos dicho, recurrir á un empréstito para saldar los déficits de presupuestos anteriores y el que ocasionarán en el del próximo año ciertos gastos. Pues bien: ese empréstito se cubrirá con capitales franceses, de manera que la nación se presta á misma. Además, en el país vecino el déficit proviene de que no solo se está renovando y aumentando en una proporción gigantesca el material de guerra terrestre y marítimo , sino que al mismo tiempo se lleva adelante la construcción de ferro-carriles , que enlazan y ponen en comunicación hasta poblaciones de poca importancia ; se aumentan en grande escala los caminos vecinales; se multiplican los canales; se establecen líneas de vapores que llevan la ban- dera y los productos de Francia á todos los mares y á los más remotos países ; se construye de nuevo á París y otras ciudades , y en una pala- bra , se da á las obras públicas de toda especie un desarrollo tan gigantesco que no puede compararse ni aun con lo que se hacia en los antiguos tiem- pos , cuando la esclavitud proporcionaba á los Gobiernos el trabajo gra- tuito, haciendo de ese modo cosas que aún producen la admiración de los que las contemplan.

A pesar de estas consideraciones , y reconociendo todos los que han tomado parte en la discusión de que vamos á dar noticia, cuan grandes han llegado á ser las fuerzas productoras de Francia , convienen sin embargo en que la progresión de los gastos públicos es más rápida que la de la ri- queza, y sobre todo mucho más que la del producto de los impuestos. M. Magnin , que inauguró estos debates en la sesión del 29 de Junio pro- nunciando un extenso discurso , entró sobre esta materia en consideracio- nes importantísimas y fundadas en datos incontrovertibles. En primer lugar, hizo presente que dejándose llevar de halagüeñas ilusiones, á que son muy propensos así los que manejan la Hacienda pública como los hombres todos que siempre confian en el porvenir más de lo que la prudencia acon- seja, se había establecido el sistema de contar con el aumento de los in- gresos para satisfacer los gastos que iban en proporción creciente. Estos cálculos se habían realizado en cierta medida algunos años ; pero ya en el último se ha visto que el producto de los impuestos indirectos, lejos de au- mentar ha disminuido , sin que deba atribuirse este fenómeno , en opinión

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de M. Magnin , únicamente á la crisis económica que de resultas del temor de que la paz se turbe , está atravesando la nación vecina , sino que reco- noce una causa más permanente , á saber : que la cuota de todos los im- puestos grava sobre la producción general del país en tales proporciones, que ya es un obstáculo para su desarrollo, j que la agotaría si aquella se aumentase. A 18.000 millones de francos asciende la riqueza producida en un año en Francia , según un cálculo que supone exagerado M. Magnin, el cual supone que no llega más que á 12.000 millones, j como las contri- buciones producen 2.000 millones, resulta que el Tesoro consume, según el primer supuesto, más del 16 por lOO de la masa total de la producción j el 25 por loo según el segundo , proporción que sin duda es excesiva. Pero como ha tenido que confesar el Gobierno, ni aun con la suma de 2.000 millones de francos basta para levantar las cargas públicas, saldán- dose por consiguiente en déficit los presupuestos j teniendo que acudir al crédito en todas sus formas para satisfacer la diferencia entre ingresos y gastos.

No hay para qué decir cuan peligroso es el sistema de apelar al crédito para satisfacer las obligaciones del Estado , aun en los países en que sin salir de su propio territorio se encuentran con gran facilidad capitales para cubrir los empréstitos que necesitan ; con lo cual se cae en la tentación de apelar con frecuencia á este recurso , que según los oradores de la opo- sición se emplea con tal regularidad, que en su opinión constituye ja un sistema , supuesto que en los últimos quince años se han tomado á prestado 3.000 millones de francos, sin contar con los 440 que ahora nue- vamente se piden. M. Louvet, Diputado de la mayoría, que contestó á M. Magnin, empezó declarando que no combatiría el discurso pronunciado por este , j en el suyo manifestó , que si bien la situación no era tan peli- grosa como algunos suponían , era sin embargo bastante grave , siendo menester examinarla con atención j ponerle pronto remedio.

En la sesión de 30 de Junio M. Garnier-Pagés , cuya competencia en estas materias es de todo el mundo reconocida , insistió en los hechos que ya se habían expuesto y que nadie niega, por más que sea distinta la importancia que cada partido les atribuya. Examinando las causas que producen el desnivel de los presupuestos , dijo que consistían en que el Go- bierno pretende un imposible , sosteniendo al propio tiempo todos los glas- tos que ocasionan los armamentos y los que producen las obras públicas en gran escala , siendo á su parecer el remedio de la situación en pri- mer lugar las modificaciones que son necesarias en la Constitución para que se establezca la responsabilidad ministerial, única manera de que sea eficaz la intervención de los representantes del país en la gestión de la Ha- cienda, y en segundo el desarme hasta poner á la nación en pié de paz, cosa que cree tanto más natural y conveniente, cuanto que el país no

EXTERIOR. 157

desea la guerra ni haj peligro alguno próximo que la haga temer, porque ninguna nación se halla en estado de atacar con las armas á Francia , que en todo caso sabría defenderse , como en otras ocasiones, sacando á salvo de todo peligro su dignidad y su independencia.

M. de Saint-Paul , que siguió á M. Garnier-Pagés en el uso de la pala- bra , habló por su propia cuenta , aunque pertenece á la mayoría , y reco- nociendo el desnivel de los presupuestos , dijo que sin embargo era impo- sible disminuir los gastos y que en su opinión no habia más medio para cubrirlos que hacer producir más á los impuestos, estableciendo otro nuevo sobre el te, el café y el cacao ; con lo cual , y con un secreto que no quiso revelar y que produciría 20 millones, se remediaría la situación. La Cámara pidió á M. Saint-Paul que revelase su secreto, pero este contestó, que por lo mismo que lo era no habia de ir á decírselo á 200 personas. M. Talhouet, que habló luego en nombre de la comisión, no creía que los remedios indi- cados por el preopinante fuesen suficientes, pues el impuesto sobre el te, el café y el cacao solo produciría 30 millones, y aun sumando á esta cantidad los 20 del secreto , solo se obtendrían 50 millones , cuando pasa el déficit de loo según los cálculos mas moderados. M. Thalhouet indicó que el camino que había que seguir era el que había emprendido la comisión, introduciendo en los gastos ciertas economías que se podían hacer exten- sivas á varios servicios, y explicó luego los déficits por los gastos extra- ordinarios que habían ocurrido en años anteriores y por los que tenían que satisfacerse también dentro del ejercicio del presupuesto de 69 que se estaba discutiendo.

No es posible que sigamos el orden cronológico en esta reseña, so pena de darle una extensión que no permite su índole, y por lo tanto referiremos en resumen los discursos pronunciados por M. Thiers en las sesio- nes de 1.* y del 3 de Julio. En ellos trató el famoso orador la cues- tión de presupuestos con muchos detalles y con la inteligencia propia de quien se reconoce en estas materias discípulo del barón Louis. Debe en efecto advertirse que el historiador del consulado y del imperio , que llegó á ser Presidente del Consejo de Ministros y que dirigió bajo la Monarquía de Julio las relaciones internacionales de Francia , empezó su carrera admi- nistrativa siendo Subsecretario del gran hacendista que hemos nombrado antes, y aplicando M. Thiers las grandes dotes de su entendimiento á esta clase de asuntos, los dominó muy pronto, tomando una parte importantí- sima y para él gloriosa en los debates financieros de aquella época. En- tonces, previendo el desarrollo de los gastos públicos y el de la riqueza del país , contestó á los que se alarmaban porque los primeros habían lle- gado á la suma de 1.000.000.000 de francos con estas frases, que se han hecho célebres: despedios de ese millón de millones porque no le volvereis á ver. La experiencia ha demostrado hasta qué punto eran exactas las pre-

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visiones de M. Thiers , pues como se sabe los gastos públicos han dupli cado desde entonces, esto es, en un periodo de treinta j cinco años. Es de creer que no continúe esta prog-resion , porque en caso contrario se lle- garía en un siglo , que es un momento para la vida de las naciones , á re- sultados que por su misma magnitud serian imposibles.

Varios puntos principales trató en su discurso M. Thiers. Consistió uno de ellos en una cuestión de método, pero de grande importancia, á saber: la división de los presupuestos generales en otros particulares, con lo cual se introduce una confusión que no deja ver con claridad su resultado. Mon- sieur Thiers cree , j á nosotros nos parece que con razón , que no hay mo- tivo racional para que exista un presupuesto ordinario , otro extraordina- rio , otro para la amortización de la Deuda , sin contar con el presupuesto rectificado y sin el que llama especial que comprende los de los departa- mentos y municipios. Sumando el resultado de todos ellos, encuentra Mon- sieur Thiers que la situación financiera del país es gravísima porque existe con realidad un déficit de 300.000.000 de francos en el presupuesto que ahora se examina , siendo de la misma importancia el que han tenido los de otros años anteriores.

No podemos seguir á este orador en el análisis de todos sus cálculos, de los que deduce, entre otras cosas , que los gastos denominados extraordi- narios no lo son porque los adelantos de la ciencia harán que sea menester que se renueven continuamente los armamentos , j, las obras públicas de- berán seguir su actual desarrollo, so pena de que la progresión de la riqueza nacional se paralice j aun decrezca. Por otra parte, M. Thiers piensa que no es posible introducir economías en los gastos públicos sin desorganizar los servicios, ni dar de mano en los armamentos sin exponer á Francia á graves peligros ; de suerte que para el ilustre orador la situación es irre- mediable j proviene de la poHtica desacertada que así en el interior como en el exterior sigue hace años el Gobierno : en el interior, no dando á las libertades públicas la extensión que es menester para que el país inter- venga eficazmente en sus propios negocios ; y en el exterior, favoreciendo la formación de grandes naciones que han comprometido la paz amen- guando la influencia de Francia.

El Ministro de Hacienda M. Magne defendió su obra modificada por la comisión , rectificando algunos errores de detalle que M. Thiers había co- metido , especialmente al calcular el importe de la Deuda flotante; explicó los déficits de años anteriores por las guerras, pestes, inundaciones y otros estragos que habían sobrevenido bajo el reinado del Emperador, y se em- peñó , á nuestro parecer con poco fundamento , en sostener como buena la división de los presupuestos tal como hoy existe. Verdad es que de este modo es muy fácil la defensa de la gestión financiera, pues se supo- nen en equilibrio el presupuesto ordinario , el de la amortización , el de las

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localidades, j se cargan todas las faltas al extraordinario, que viene á s^r le boncemissaire de todos los pecados financieros que puedan cometerse por los gobernantes.

Puede decirse que con estos discursos terminó el interés, por decirlo asi técnico, de la discusión; pero no el político, que ja despertó en alto grado M. Ollivier en la sesión del 2 , j que llevó á su colmo M. Julio Favre en la del 4, el primero, fundándose en los resultados de la gestión financiera j haciendo ver que el sistema de recurrir á empréstitos para satisfacer los gastos públicos siempre crecientes, encuentra el remedio de los males gravísimos que esto origina en un cambio de política que debe consistir en extender las libertades públicas. Más explícito Mr. J. Favre, mani- festó en su discurso que la paz no podía asentarse sobre bases sólidas mien- tras la guerra dependiese de la voluntad soberana de un solo hombre , y con este motivo atacó fuertemente la esencia del sistema imperial , pro- porcionando á M. Rohuer ocasión para que pronunciase una de esas arengas que despiertan el entusiasmo de la majoría, que parece muj propicia á dejarse arrebatar por esos arranques oratorios, y que en la oca- sión presente se mostró tan apasionada é intolerante, que no consintió que se contestara al Ministro orador, pidiendo con insistencia j algazara que se cerrara la discusión á pesar de las enérgicas j razonables protestas de M. Ollivier: así han terminado estos debates, cuja gravedad no se ocul- tará ciertamente á nuestros lectores.

También en Italia son , como se sabe , objeto de atención preferente las cuestiones financieras ; pero no debe extrañarse que ese país que ha sos- tenido dos guerras considerables para conquistar bu independencia j llegar á su unidad , manteniendo entre ambas grandes ejércitos , haja tenido que hacer enormes sacrificios que ahora son obstáculos para normalizar la si- tuación de su Hacienda. Por otra parte , la Administración pública en casi todos los Estados que ahora constitujen el reino de Italia, espe- cialmente en Ñapóles, estaba antes en un abandono casi inconcebible, j claro es que no se han de obi*ar sin inconveniente las reformas necesa- rias, porque es sabido que nada repugnan los pueblos tanto como cualquiera innovación en el sistema tributario. El Gabinete Menabrea ha sido hasta ahora más afortunado que sus predecesores en esta materia, ha- biendo logrado que las dos Cámaras aprueben el projecto de lej en que se crea el impuesto sobre la molienda , que solo puede admitirse por una necesidad inexcusable, porque grava sobre el pan, base de la alimentación de las clases pobres. Así es que para justificarlo en la misma lej j por uno de sus artículos se establece también el impuesto sobre las rentas públicas contra el cual pueden aducirse tantas razones de justicia j de conveniencia; de justicia , porque el impuesto disminuje el interés que prometió el Go- bierno á los que le prestaban sus capitales ; de conveniencia , porque con

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esto se lastima el crédito nacional y no podrá apelarse á él cuando sea ne- cesario ó será menester imponerse mayores sacrificios para obtener algún resultado de este medio de allegar fondos. En la actualidad se discute en las Cámaras de este país otro proyecto de ley que tiene por objeto arren- dar el estanco del tabaco. No hay para qué recordar todos los inconve- nientes financieros y políticos que tiene el arrendamiento de las rentas pú- blicas ; pero en este como en otros asuntos de índole análoga, el Gobierno obedece á la dura ley de la necesidad , apelando á esta clase de expedientes para salir de sus ahogos. El arriendo del tabaco producirá desde luego su- mas de gran consideración para el Tesoro , y se cree además que la expío - tacion de este ramo mejorará en manos de la industria privada, cosa tanto más necesaria , cuanto que , según se dice , este servicio se hace actual- mente en malas condiciones, siendo pésima la calidad de sus productos. A pesar de estas consideraciones el Ministerio corre peligro en esta discusión, pues es contraria á su proyecto una gran parte de la mayoría , á la cual se unirá la oposición , como suele suceder en casos análogos.

No deduzcan de todo lo que va dicho consecuencias contrarias á la ac- tual situación del reino de Italia sus sistemáticos enemigos; sin ser buena bajo el aspecto económico, es incomparablemente mejor que la que antes tenían los Estados diversos en que se dividía la península , ya estuvieran sometidos directamente al yugo extranjero, ya gimieran bajo el férreo ab- solutismo de Príncipes que en realidad eran agentes de la dominación aus- tríaca. Recuérdese por otra parte cuál era la situación de España durante la guerra civil y algunos años después de terminada , y se verá que sin ser mayores los resultados políticos que con ella hemos alcanzado, fueron mucho más graves y funestas las consecuencias económicas que ocasionó la lucha contra los representantes y partidarios del antiguo régimen.

Los sucesos ocurridos últimamente en Servia han confirmado casi todo ' lo que decíamos en nuestra anterior Revista. La Skuptchina ha proclamado heredero del Trono al Príncipe Milano, y se ha constituido una Regencia compuesta de los Ministros y altos funcionarios que servían á las órdenes del Príncipe Miguel; pero no contenta con esto la Asamblea, que ha es- tado muy pocos dias reunida , ha tomado otras determinaciones de gran importancia, tales como la obligación impuesta al Gobierno, de que du- rante la menor edad del Príncipe reinante sea convocada á lo menos una vez al año , la del establecimiento del jurado para toda clase de delitos; la concesión de la libertad de imprenta , y, en una palabra , cuanto cons- tituye la esencia de los gobiernos constitucionales que , como se ve , ex- tienden por todas partes su benéfico influjo ; esperando los pueblos de su ejercicio el remedio de los males que los aquejan , con tanta más razón cuanto que la experiencia demuestra que la propiedad y grandeza de las naciones modernas están en proporción de las libertades políticas de que

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g-ozan. Además de estas medidas de orden interior, la Skuptehina ha re- suelto levantar una estatua al Príncipe Miguel en el parque de Topchidéré que fué teatro de su muerte , y que se conserven las relaciones internacio- nales , tal como últimamente las liabia establecido este Principe. Esta re- solución, que será muj bien recibida en Austria y en Turquía , no se verá con el mismo gusto en San Petersburgo , y el Gobierno moscovita , apo- yando las pretensiones del partido gran-servio , podrá con facilidad agi- tar el país durante la minoría del Príncipe Milano , á pesar de la una- nimidad y de las muestras de entusiasmo con que ha sido proclamado, por- que así empiezan todos los poderes nuevos , y después el descontento que los errores humanos producen siempre engrosa las filas de los enemigos que al principio estuvieron retraídos y silenciosos. Ahora en Servia tienen grandes motivos para estarlo los de la situación dominante, porque de re- sultas de la protesta publicada por el Príncipe Karageorgiewitch , en que manifiesta que ninguna parte había tenido él ni su familia en el ase- sinato del Príncipe Miguel , los ejecutores y cómplices de este atentado han hecho revelaciones importantísimas, de las que se deduce con claridad que el asesinato era consecuencia de un verdadero complot político en que estaban comprometidos todos los partidarios de la familia Karageorgie- witch , y por lo tanto muchos miembros del partido gran-servio que se habían declarado en oposición al Príncipe Miguel desde que éste habia cambiado de política estrechando sus relaciones amistosas con Austria y abandonando los proyectos de desmembrar de Turquía alguna parte de su territorio.

Por de pronto se han alejado los temores de que los sucesos de Servia reprodujeran la cuestión de Oriente , que es uno de los peligros que cons- tantemente amenazan turbar la paz de Europa, y que no se desvanecerán mientras que la organización de aquellos países no deje de ser una viola- ción flagrante de la justicia y de la razón. Deseamos , aunque sin grandes esperanzas , que las iniquidades de que vienen siendo víctimas hace siglos los pueblos cristianos de Oriente vayan desapareciendo con el progreso de la civilización y mediante la intervención moral y amistosa de los Estados de Occidente: solo cuando esto se haya conseguido se quitarán pretextos á ciertas ambiciones , y no será la cuestión de Oriente una amenaza contra el sosiego de Europa.

Después de varias sesiones en que han tomado parte los oradores más notables de la Cámara de los Lores , el bilí sobre la reforma de la Iglesia establecida en Irlanda ha tenido contra su segunda lectura una mayoría de l92 votos, presentándose solo 97 favorables á ella. Según se ve, la alta Cámara se muestra contraria á esta reforma como lo ha sido siempre á todas las que ha inspirado el espíritu liberal de los tiempos modernos; pero esto, lejos de maravillarnos, nos parece natural» porque es consecuen- TOMO III. 11

162 REVISTA política exter or.

cia del carácter conservador j resistente de la alta Cámara; sin embargo, no será obstáculo para que triunfe, como triunfaron la ley electoral , la de emancipación de los católicos j la de cereales, á pesar de que lastima- ba los intereses de los grandes propietarios territoriales que en dicha Cámara tienen asiento y voto.

Si como es de creer las próximas elecciones dan mayoría á los partida- rios de la reforma propuesta por Gladstone en la Cámara de los Comu- nes , que es la que en realidad gobierna y administra en la Gran Bretaña, esa medida se llevará á cabo sin que sea siquiera preciso apelar á una gran hornada de Lores, porque la Cámara alta con su gran espíritu polí- tico y práctico sabe hasta qué punto puede y debe llevar su resistencia á las reformas , y jamás se opone desacordadamente á la manifestación ex- plícita y constante de la opinión pública. Ya lo hemos dicho , el sistema constitucional saldrá victorioso de esta prueba como de las anteriores : la prosperidad de Inglaterra continuará su majestuoso curso para servir de ejemplo á los pueblos que aún no poseen las instituciones que allí han pro- ducido tanto bienestar y tanta grandeza.

A. M. Fabié.

boletín bibliográfico.

Elementos de filosofía especulativa, acomodados para servir de texto en los institutos y universidades , por D. Bartolomé Beato, Catedrático y Decano de la Facultad Filosofía y Letras de Santiago.— Santiago. Establecimiento ti- pográfico de José María Paredes, 1866. (XIII, 423 páginas en 4.°)

De esta obra , cuyo título es idéntico al de la escrita en italiano por el pres- bítero Pi'isco y recientemente traducida á nuestro idioma por el Sr. Tejado, solo ha salido á luz el primer tomo, que, además de una Introducción general, donde el autor define la filosofía y explica su origen , sus relaciones con las demás ciencias , su importancia y utilidad , partes de que consta , métodos se- guidos en su estudio y plan del presente tratado, comprende la Psicología em- pírica y la Lógica, con un Apéndice acerca de la naturaleza, origen y reali- dad objetiva de las ideas como introito á la Ontologia. Sobre esta, la Teodi- cea, la Psicología racional, la AntrojMlogia y la Ética, versará el segundo vo- lumen, todavía inédito.

Si hemos de ser francos , hallamos enteramente aceptable el plan adop- tado por el Sr. Beato. Convenimos con él en que la Psicología debe preceder á la Lógica ; pero creemos que otro tanto puede decirse de la Ontologia, su- puesto que la Lógica no se reduce á la simple aplicación de las verdades y le- yes psicológicas, sino que aplica igualmente las verdades y leyes ontológicas, los conceptos trascendentales por medio de los cuales pensamos y conocemos, y sin los que el entendimiento humano sería una potencia muerta é infecunda. Tampoco juzgamos plausible la separación que establece entre la Psicología empírica y la racional, y entre una y otra y la Antropología ; división mani- fiestamente inexacta , puesto que siendo la Psicología la ciencia del alma hu- mana, y formando esta alma parte esencial é integrante del hombre, objeto de la Antropología, claro se que los dos primeros miembros están conteni- dos en el segundo, ó á lo menos deben estarlo, dada la unidad del hombre, si no queremos presentarlo lastimosamente mutilado.

Notamos estos defectos con tanto mayor disgusto, cuanto que por lo demás, nos parece el Sr. Beato uno de nuestros mejores filósofos modernos, ya se atienda á la solidez y trabazón dialéctica con que de ordinario discurre , ya á la claridad, precisión y limpieza con que expresa sus conceptos y desarrolla sus teorías, poniéndolas al alcance de cualquiera entendimiento medianamente despejado; mérito en que pocos le igualan y nadie le excede. Su punto de par- tida y su método son los de la escuela escocesa; pero en el orden de materias, rigurosamente sistemático, dentro de cada tratado, y en no pocos puntos de sus

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doctrinas presenta notable originalidad, conociéndose que no es mero compi- lador, sino que tiene pensamiento propio, y que sin desechar los materiales que otros pudieran suministrarle, sabe asimilárselos y construir por mismo, digámoslo así, su filosofía, la cual participa á la vez del psicologismo y del es- colasticismo, y es en sus conclusiones francamente ortodoxa.

Divide la Psicología emjyírica en cuatro secciones armónicamente combina- das, dedicando la primera al estudio de los sentimientos y de la sensibilidad, la segunda al del conocimiento y la inteligencia , la tercera al de los actos , la actividad y la voluntad, y la cuarta al de las relaciones de los pensamientos, con cuyo motivo explica la filosofía del lenguaje que comunmente se incluye en la lógica. De esta hace tres secciones que versan respectivamente acerca de la verdad y el error y sus relaciones con la inteligencia, sobre las leyes de las fa- cultades anímicas en sits relaciones con la verdad, y sobre los medios auxilia- res de la -inteligencia, que son el asunto especial de la dialéctica.

Emplea con sobriedad la erudición ; pero al ventilar los puntos cardinales, casi siempre indica y rebate ó corrige las opiniones profesadas acerca de ellos por los más famosos filósofos, señaladamente las de Platón, Aristóteles, los es- colásticos y los modernos alemanes. De estos últimos, Kant y Krause son los que más frecuentemente impugna. En la teoría de las ideas se aparta de ellos igualmente que de los tradicionalistas, acercándose más á los escolásticos, si bien rechaza el entendimiento agente y el posible que tanto papel hacen en las filosofías peripatéticas, y sostiene que la razón percibe lo universal directa- mente y no en los fantasmas, sino en los objetos mismos. Los argumentos que en apoyo de esta opinión aduce son á nuestro ver de bastante peso. Lo que no comprendemos tan fácilmente es cómo esa percepción, esa generalización sú- bita de los individuos pueda efectuarse una vez despojada el alma, como la despoja el Sr. Beato, de las ideas innatas ó concepciones primeras, impresión y trasunto de los ejemplares divinos. ¿Qué son los objetos individuales y sus propiedades sino retratos en miniatura, por decirlo así, de las razones univer- sales y eternas? ¿Y cómo nos elevaríamos de aquellos á estas, percibiendo su conformidad, si de estas no tuviésemos prenoción alguna? "En el orden inte- "lectual, dice el P. Yañez del Castillo en sus Controversias críticas con los racio- >'nalistas (1), hay que suponer un punto fijo como en el orden material. ¿Qué son nsino las ideas innatasl jDe dónde le vino al hombre la idea de la justicia?.... "Debiendo tener las acciones un tipo según el cual son justas ó injustas , no "siéndolo las ideas innatas , no queda otro que las mismas acciones, lo cual es "una contradicción que ellas sean uno y otro , la acción y el tipo de ella , lo "justo y la norma de lo justo.» Esto que el P. Yañez del Castillo dice de la dea de justicia es aplicable igualmente á todas las ideas generales, que como observa en su Estlética el Sr. Nuñez Arenas "siempre contienen más que los i.hechos particulares. " No son pues actos del espíritu que conoce,» cual pretende el Sr. Beato ; "son los atributos de la inteligencia por los que se conoce á "misma y conoce todo lo demás," según afirma y demuestra el Sr. Martin Ma- teos en El Espiritvxílismo.

(1) Citamos de intento esta obra que consta de diez tomos en 4." y es muy poco co- Bocida, á fin de recordarla á nuestros lectores. Se publicó en VaUadolid en 1854,

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Por lo demás , aunque en esta cuestión y alguna otra disentimos del pare- cer del Sr. Beato , repetimos que su obra merece la atención de los doctos y puede ser de no escaso provecho como libro de texto , sobre todo si se procura que los alumnos la confronten con otras, de suerte que adquieran el hábito de pensar por mismos y no segiiir servilmente las opiniones del autor ni las del catedrático, supuesto que la Filosofía es antes que nada ciencia de razón ilus- trada y reflexiva.

Apuntes para una historia de la sátira en algunos pueblos de la antigüedad y de la Edad Media. Discursos leídos en el Ateneo Catalán por D. Joaquín Rubio y Ors. Barcelona, 1868. Un tomo en 8." 250 páginas.

El autor de esta obra, catedrático que ha sido de literatura en la Univer- sidad de Valladolíd, y actualmente de historia en la de Barcelona, se ha dado ya á conocer, no solo como poeta catalán con el famoso pseudónimo de Gayter del Llobregat, sino también por varios trabajos referentes á las dos materias cuya enseñanza ha desempeñado. Entre otros publicó no mucho dos estudios sobre Tácito y Salustio y otro sobre el sentimiento de la natu- raleza en los pueblos modernos. El que ahora anunciamos requería en su autor para el perfecto desempeño , además de tacto delicado y de prudencia exquisita , sólidos conocimientos históricos y literarios. Obra de investigación científica, como son poco comunes entre nosotros, no se reduce ni á una árida enumeración de hechos , ni á vagas consideraciones sin base histórica. Es no menos que un ensayo general de la historia de la sátira, y que como tal se diferencia de los demás trabajos concernientes á la materia que se han publicado, monografías que se limitan á tal ó cual país ó á tal ó cual período de tiempo. A la riqueza de hechos reúne la abundancia y trascendencia de consideraciones teóricas, y á la índole científica el atractivo déla exposición, que como de obra destinada á la lectura pública, es algún tanto oratoria. El autor ha acudido de continuo á las fuentes, conforme demuestra á menudo con la rectificación de algunos datos ya conocidos, pero que habían sido expuestos de un modo inexacto ó exagerado: servicio grande hecho á la ciencia, á la cual no tanto interesa la suma de los hechos, como su recta apreciación. Con tanta lucidez como profundidad y amplitud, al mismo tiempo que con suma fijeza de principios y de convicciones, discútelos varios problemas históricos, literarios y morales que le van saliendo al paso. Aunque decidido y franco adversario del espíritu satírico, da muestras de que ha estu- diado su asunto con perseverante amor, y en ninguna parte de su libro se nota la huella del cansancio ó del desaliento. Observaremos, finalmente, que ha logrado reproducir con suma corrección los textos latinos y latino-bárbaros, pro vénzales y franceses, de que ha hecho uso oportuno y sobrio. ' Después de algunas indicaciones de la sátira entre los egipcios , habla con más detención de la de los griegos. Dedica luego un discurso entero á la sátira romana. El tercero trata de los tiempos más oscuros de la Edad Media y de aquella poesía latina ínfima que se designa con el nombre de popular, dando curiosas noticias de los llamados Goliardos. El capítulo siguiente habla de varias costumbres paródicas y burlescas de la Edad Media, y volviendo á la historia de la sátira escrita, de aquella que, como uno de los géneros predi-

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lectos de su poesía lírica, cultivaron los provenzales. El capítulo quinto está únicamente destinado á la poesía satírica en la Francia del Norte en la Edad Media, campo vastísimo y difícil de recorrer por la multiplicidad y aglome- ración de los materiales. El sexto y último habla de la sátira y caricatura en la escultura arquitectónica religiosa de los períodos bizantino y gótico. Como páginas de singular excelencia notaremos (puesto que nos es posible mencio- nar todo lo notable) aquellos en que, descrita la armónica y serena majestad del Partenon, lo finge invadido de repente por el genio de la caricatura, y aquellas tan sentidas en que manifiesta el verdadero carácter y significación de la catedral cristiana de los tiempos medios.

Fhüosophia elementaría ad usum academicce ac pr(JEse7'tin ecclesiasticce Ju-

ventutis opera et studio R. P. Fr. Zex)liyrini González, Ordinis Prcedicatoruvi,

Volumem primum Logicam, Psychologiam et Idealogiam complectens. >S'tt-

periorumpermissu.—Msitúü: Apud Polycarpum López. MDCCCLXVIII.—

(567 páginas en 4.°)

La composición de obras en latin, cosa todavía frecuente en Inglaterra, Alemania é Italia, ha venido á hacerse rarísima entre nosotros en lo que va de siglo, sobre todo desde que el antiguo régimen fué expulsado definitiva- mente de la escena política, pasando á la región de los recuerdos. Tal vez no lleguen á doce los libros escritos en el idioma del Lacio , que se han dado á luz en España durante el reinado de Isabel 11. De ellos solo tenemos presentes en este momento el Tratado de Teología de los PP. dominicos Puig y Xarrié, el de Derecho canónico del Dr. de la Fuente, y los Cursos elementales de Filo- sofía de Balmes, el P. Cuevas y el Dr. Costa, á los que se agrega ahora el del P. González , autor ya ventajosamente conocido por sus profundos Estvdios sobre la filosofía de Santo Tomás.

El latin, de oratorio que era en la antigüedad, se hizo filosófico en la Edad Media , ganando en precisión y lógica cuanto perdió de pompa y ritmo. En este latin escolástico , malamente ridiculizado por algunos que desconocen que los idiomas no pueden menos de acomodarse á las sucesivas evoluciones del entendimiento humano, si ha de haber la debida congruencia entre la palabra y la idea , está escrita la Philosophia elementaría con propiedad y pureza y la posible armonía. Se padece un grave error al suponer que el latin es una len" gua muerta, y por consiguiente ya fijada definitivamente. Es lengua viva, puesto que se usa todavía para la trasmisión del pensamiento, y como tal, obedece y debe obedecer en su desarrollo á las mismas leyes que las demás lenguas vivas. En este concepto, censuraríamos al P. González , si por atem- perarse á las exigencias de los humanistas que opinan lo contrario, hubiese intentado vaciar, á favor de continuos y enervantes circunloquios, las ideas de Santo Tomás en la frase de Marco Tulio y Tito Livio , pues , dado que lo consiguiese, de fijo sería oscuro é insufriblemente afectado sii estilo, con el inconveniente además de romper la cadena de la tradición escolástica , y cer- rar, por ende, á sus lectores las puertas de la filosofía cristiana de la Edad Media, cuya renovación es cabalmente el objeto que se propone, dócil á una tendencia muy poderosa hoy en el mundo sabio.

El P. González ya lo hemos dicho es escolástico-tomista; pero no por eso

boletín bibliográfico, 167

niega que desde Santo Tomás hasta el dia se hayan hecho adelantos positivos en puntos secundarios de las ciencias filosóficas. Con ellos procura ampliar é ilustrar oportunamente las teorías del Doctor Angélico , siguiendo á Leibnitz, que decia: la filosofía de los antiguos es sólida, y las nuevas elucubraciones no deben encamÍ7iarse á destruirla, sino á comjüetarla y exclarecerla. Tampoco le vemos entregarse á las sutilezas y cuestiones inútiles que tanto descrédito atrajeron sobre el escolasticismo en los siglos anteriores. Limítase á desenvol- ver metódicamente lo sustancial y perenne de las doctrinas á que rinde culto, y de paso expone y refuta las contrarias, citando á los más afamados filósofos que las han profesado. Así en la Psicología dedica un largo pasaje á resumir é impugnar las principales opinionesacerca del entendimiento, pasando revista, con este motivo, á Platón, Aristóteles, Plotino y los Neo-platónicos, Spinosa, Leibnitz, Malebranche, Cousin, Gratry, Ubaghs, Kant, Hegel, Jacobi y Linchtenfels, Gioberti y Rosmini, sin olvidarse de los modernos frenólogos, cuyo sistema da á conocer, discutiendo al propio tiempo la posibilidad y con- diciones de una verdadera Frenología. Así también en la Ideología, que es sin disputa el centro y riñon de las especulaciones filosóficas, trata extensa- mente de los más importantes sistemas sobre el origen de las ideas, clasificán- dolos en tres grandes grupos que designa con los nombres de escuela emjñrica, escuela ontológica y escuela psicológica. A la primera refiere las teorías de Loc- ke , Condillac y demás sensualistas ; á la segunda las de los propugnadores de las idea^ innatas (Platón, Leibnitz, Rosmini), y de la intuición divina (Male- branche, Gioberti, Schelling;; y á la tercera, la de Fichte y la de la repre- sentación sensible, abrazada, entre otros, por Balmes, Liberatore y Cuevas. Las de Kant y Cousin participan, en sentir del P. González, ya del empirismo y el ontologismo , ya de este y el psicologismo. Más comprensiva la que él explica y defiende, puede considerarse como la síntesis de dichas tres escuelas, puesto que asienta con los empíricos que "no se da en el hombre conocimiento alguno sin que preceda la percepción sensible de algún objeto;" con los ontó- logos que "preexisten en nosotros las primeras concepciones del entendimiento" y que este "no es más que una cierta impresión de la Verdad Primera, una "semejanza participada de la Luz increada, en la cual se contienen las razones "eternas;" y por último, con los jjsicólogos , que " las ideas son producidas por "el entendimiento," lo cual se verifica "mediante la cópula de las percepciones "de los sentidos con las primeras concepciones de la razón;" teoría que no dis- crepa tanto como pudiera creerse de la expuesta por el Sr. Martin Mateos en JSl Espiritualismo , dado que lo que este llama ideas no son más que las con- cepciones primeras de que halDla el P. González, y ambos convienen en supo- nerlas innatas y correlativas con las razones eternas, y ambos exigen la concur rencia de la actividad intelectual y de la percepción sensible para la existen, cia del conocimiento. Acaso la discordancia está más en los términos que en las cosas.

Más divergentes hallamos á los dos expresados filósofos en la manera de determinar el principio inmanente de las operaciones vitales del hombre. El P. González lo pone en el alma racional, á quien hace sujeto de los fenómenos puramente fisiológicos, lo mismo que de los noológicos y prasológicos; el señor

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Mateos, por el contrario, le reputa de todo punto diverso de aquella, le esta- blece en cierta actividad propia de nuestro organismo. Esta opinión nos parece más aceptable. El P. González se propone .y refuta dos de los argumentos opuestos al animismo que profesa; pero omite y deja en pié otro que juzgamos irrefragable y del cual extrañamos no se haya heclio cargo, habiéndole ex- puesto tan vigorosamente un escritor que no debe serle desconocido, el Conde de Maistre , en su Ensayo sobre los sacrificios. " La carne tiene deseos contra- "rios á los del espíritu, " nos enseñan acordes la Sagrada Escritura y la expe- riencia. Amamos á un mismo tiempo el bien y el mal, amamos y aborrecemos el mismo objeto, queremos y no queremos, tenemos valor y juntamente tem- blamos de miedo. ¿Cómo un sujeto simple, cual lo es el alma, puede ser prin- cipio de esos movimientos simultáneos tan radicalmente antitéticos 1 i Cómo el cuerpo que es inerte de suyo, sin más actividad que la que recibe del alma, no obedece siempre á los mandatos superiores de esta y á menudo se le rebela?

Desearíamos saber qué solución da á esta dificultad el docto dominico. Tam- bién quisiéramos que nos dijese cómo concilla su doctrina con aquella sen- tencia de San Pablo: " la palabra de Dios es espada viva que penetra hasta la "división del alma y del espíritu;'^ donde se nos figura ver claramente procla- mada la diferencia que el vitalismo pone entre el principio fisiológico y el principio racional en el hombre.

Sea de esto lo que fuere, y opínese como se quiera en punto á esa y otras cuestiones , no se ha de negar que el P. González ha compuesto un libro de mérito, útil no solo en cuanto facilita el estudio de los monumentos filosóficos de la Edad Media , sino también por la erudición que contiene y porque con- tribuirá á mantener vivo en España el amor á las especulaciones profundas y trascendentales.

tUrector y Editor, José L. Albuieda.

TlPOGhAFÍA DE GREGORIO ESTRADA, Hiedra, 5y 7 Madrid.

ROMA Y ESPAÑA Á MEDIADOS DEL SIGLO XVL

ARTICULO TERCERO.

De la guerra y paces entre Felipe II y el Papa con la conclufáon del Pontificado de Paulo IV, los principios del de Pió IV, y las últimas conse- cuencias de todos los sucesos referidos.

I.

Expuestas en otros artículos las negociaciones varias y las con- trapuestas ideas que dieron origen ó calor á la contienda en- tre el Pontífice Paulo y España , cúmpleme relatar en el presente los hechos y consecuencias materiales que de allí, más ó menos directamente , se derivaron. ¡ Triste á la verdad , y en mucha parte repugnante tarea ! Porque no es ya principalmente el estudio de las intenciones lo que ha de ocuparme , ni el análisis en los do- cumentos de los conceptos ó palabras, por donde ellas habían por fuerza de ponerse en claro. Todo aquello puede decirse que era combustible hacinado: y lo que ha de llamar la atención ya hoy, es el chisporroteo , el resplandor , la llama viva que al fin produ- ce ; los míseros y largos estragos que fué causando , aún después que parecía envuelto en cenizas el fuego. Comienza la acción en suma : los papeles se convierten en armas, y de ellas brotan copio- sas fuentes de sangre y lágrimas. Lo que queda por ver es mucho más triste que el contraste doctrinal del absolutismo monárquico con la Iglesia ; que el despecho de los doctores regalístas ó de los ministros eclesiásticos ; que los despachos insidiosos de los Mínis-

TOMO III. 12

no ROMA Y ESPAÑA

ti'os, Ó las conversaciones de los Diplomáticos propios y extraños; que las exclamaciones del reciproco j opuesto patriotismo que encendía á Paulo IV y al Duque de Alba ; que las míseras quere- llas del Cardenal Carrafa, ó las imprudencias de Sarria y Garcilaso; que cuanto, en resumen, ha sido hasta aqui objeto de mis in- vestigaciones. Y es que las ideas , sean cuales sean , siempre apa- recen más nobles , más puras , menos groseras que su realización en la vida. Pero hay que recorrer las páginas, en gran parte lú- gubres , que me quedan por escribir todavía, para conocer comple- tamente este asunto, y conservar idea exacta del genio y condicio- nes de todos los principales personajes que desempeñaron papel en los sucesos. Por eso me atrevo á pedir á mis lectores, en esta última pero triste y larga parte de mi trabajo, atención y paciencia.

No vendría á propósito que relatase aquí yo al pormenor cuanto ocurrió con ocasión de la guerra , al fin sobrevenida , entre ponti- ficios y españoles, dado que lo que desde el principio me pro- puse fué más bien exclarecer sus causas , é inquirir sus efectos. Si alguna cosa se representa idéntica en todos los siglos, por otra parte, es la guerra. La confusión que ella siempre introduce en los prin- cipios más obvios de la religión , la moral y el derecho , no hay que maravillarse de que también se notara en la contienda de que ahora hablo , por masque tuviese lugar entre el Padre espiritual de los fieles y el más devoto de sus hijos, y entre los ejércitos más católicos de la tierra. De una como de otra parte se acudió á todo , sin escrúpulos , con tal de acrecentar sus fuerzas ó dismi- nuir las contrarias. Habíase ya visto el Cardenal Carrafa , aun antes de llegar á las manos, sacar provecho, sin reparo, del ilegítimo influjo que sobre Enrique II ejercía la famosa Diana de Poitiers, Duquesa de Valentinois, sirviéndose de ella para atraer á este á sus intentos: lo cual demuestran sobradamente las varias cartas que la escribió, y constan en el manuscrito de la Biblioteca Nacional (X 34), que he tenido presente. Aquel extraño pié de igualdad, en que se prestó á vivir la Reina Catalina de Médicis con la dama de su esposo durante la vida de este, fué cuidadosamente respe- tado por el primer Ministro de la Santa Sede , que nunca escribió á la una recomendándola sus cosas, sin escribir al propio tiempo á la otra , llegando hasta servirse á las veces de una sola redac- ción para entrambas ; y aun los Obispos , como Monseñor de Man- ne, que lo fué de Frejus, enviados á París de parte de Roma iban

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recomendados á la par entonces á la dama y á la Reina: católicas celosísimas las dos , aunque de iguales y poco plausibles costum- bres. No debió sorprenderle tanto, por lo mismo, al anotador de Ñores, Scipion Volpicella, ni referir en son de tanta censura, que uno de los principales medios de que se valiesen á la sazón los españoles para conservar el señorío de Ñapóles , fuera satisfacer la liviandad de una mujer y el vano orgullo de otra. Fúndase para decir esto Volpicella en los hechos siguientes. Sábese por un bió- grafo que entre la vireina Doña María Henriquez , hija del Conde de Alba de Liste y Doña María de Aragón , Marquesa del Vasto ó del Guasto , una de las más hermosas dames galantes de que hace mérito el Sr. de Branthome en la vida que escribió de las de su tiempo (1), y que era, sin duda, la principal mujer de aquel reino, nació cierta competencia enconada y ruidosa, á causa de no querer tratar de Excelencia sino de Señoria aquella á esta. Recelábase , de resultas , que la Marquesa emplease su fortuna y las poderosas amistades que tenia en deservicio de España , cuan- do el Duque de Alba, no menos prudente que severo, terció en la contienda , llevando á su esposa en casa de la del Vasto á que la diese el tratamiento que pretendía; cosa tan agradecida por ella , que inmediatamente se puso del lado del Duque con su di- nero y todo su influjo , reunió en su propia casa los principales del reinó, y no paró hasta persuadirles á hacer un donativo cuan- tioso , con que se remedió en bastante parte la escasez de recursos que allí había para formar y abastecer el ejército. No poco de lo que faltaba se cubrió también luego con un préstamo de 600.000 escudos que el Duque de Alba obtuvo de la Reina madre de Polo- nia, Bona Sforcia ú Sforza , residente á la sazón en su estado de Bari ; valiéndose del influjo de Juan Lorenzo Pappacoda , gentil- hombre napolitano , muy servidor de España , por quien había ella dejado hijos y reino, siguiéndole á Italia enamorada y sumisa. Ni aun la segunda de estas trazas merece la mitad de la censura que un crítico severo podría hacer de la singular correspondencia sostenida entre Diana de Poitiers y el Cardenal Carrafa; y en cuanto á la primera es digna por todos estilos de aplauso. Más difíciles son de explicar satisfactoriamente , atenta la piedad intransigente del Duque , ciertas disposiciones rigorosísimas que tomó para hacerse de recursos , á costa de las personas y cosas eclesiásticas del reino. (1) Viet de» dames galantes. París, 1848.

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Refiere detalladamante Pietro Giannone (1), que ordenó el de Alba descolgar las campanas de todas las iglesias y monasterios de Be- nevento para fundirlas y proveerse de artillería, bien que ofre- ciendo pagarlas, después de acabada la guerra. Dispuso igualmente, según el mismo autor, que por mano de notarios públicos se hiciese inventario de cuanto oro ó plata poseyesen las iglesias y monaste- rios del reino , y que, recibiéndolo luego á peso ciertos comisarios al efecto nombrados, lo condujesen todo al arzobispado de Ñapóles, donde habia de quedar á disposición del Rey, exceptuándose sólo , y no sin que antes de publicada la excepción se hubiesen ya recogido muchos ó muchas, las patenas y cálices de los templos. Causó, como era natural , no corto escándalo en el reino el transporte de tan sagrados objetos á Ñapóles; y el Duque modificó su determinación al fin , previniendo en adelante que quedasen secuestrados en ma- nos de personas eclesiásticas , hasta que tuviese él que echar mano de ellos. Acordó , por último, en esta materia el Virey, que contri- buyese todo el clero al donativo que hizo el reino á S. M. para las necesidades de la guerra ; y que, no prestándose, graciosamente á ello , se lo sacasen los Gobernadores de las provincias á viva fuerza, con arreglo á ciertas notas que , por si tal sucedía , con harta pre- caución se les acompañaban. Por otra parte , en tanto, lamentábase, y no sin razón Paulo IV, á 3 de Julio de 1556 , de que las tropas alemanas que enviaba el Emperador en auxilio del Rey de España, atravesando el territorio Véneto , se compusieran en bastante parte de luteranos ; y no debió de padecer menos el religioso ánimo del Pontífice , al saber los desórdenes de muchos de sus mercenarios sol- dados que también lo eran, de lo cual dieron hartas señas mientras duraron las hostilidades en el territorio eclesiástico , viviendo como tales , y haciendo además público escarnio de los más respetables dogmas y prácticas del culto católico. Llegó á tal punto , sobre todo, el desenfreno de unos 350 alemanes de la guarnición de Montalcino, en Toscana , tomados por el Papa á sueldo después de rendida aque- lla plaza á nuestro aliado Cosme deMédicis, que Andrea Navajero manifestó en su Relación no poca extrañeza de que un Papa tan celoso se hubiera resignado á tolerarlo. Tocáronse aún masías con- secuencias de esto en Francia , donde al romper la tregua hubo que levantar nuevos regimientos de alemanes , que siendo asimismo lu-

(l) Di'ir J storia civile del Regno di Napoli, Libro 33, cap. 1."

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teranos , por lo general , en gran parte promovieron las discordias religiosas de aquel reino.

Mas ¿qué mucho, si la perturbación de las ideas y el peligro de las conciencias, llegó en el hervor de la guerra hasta la misma Pe- ninsula española? «Lleváronse allá tan adelante,» dice con esta ocasión el P. Sforza Pallavicino, «so pretexto de evitar el envío de »dinero á Roma, los agravios de la jurisdicción eclesiástica, que »solo después de muchos años y no sin trabajo inmenso, á pesar de »ser cónjidentisimo, ú amigo intimo de los españoles el sucesor de />Paulo IV, se logró repararlos; lo cual enseña cuanto sean funestas »las diferencias entre Papas y Principes católicos, por religiosos que »sean : que aunque manda la religión que se reconozca á Cristo en »su Vicario, mal suelen el espíritu sumergido en la materia , y »los humanos sentidos, distinguir la persona representante de la «representada , sometiéndose debidamente á launa, cuando hay »que combatir con la otra (1).» Tales palabras del historiador del Concilio , verdaderas siempre que se disputan puntos políticos en- tre los Sumos Pontífices y los Jefes de las naciones , por no haber separación completa entre la Iglesia y el Estado, eran como nunca aplicables á la España del siglo XVI , donde el Estado y la Iglesia vivían de tal suerte en uno, y tan confundidos , que era imposible distinguir muchas veces en los casos prácticos sus respectivos he- chos ó atribuciones. De aquí el singular conflicto en que se halla- ron entonces los piadosos y leales españoles. Prohibió el Papa, por ejemplo, que saliesen de Roma los subditos del Rey Felipe, como aquel les ordenó, según ya he dicho: y ¿qué hacer, sobre todo los sacerdotes, en tal trance? (2) Preciso es decir, en verdad, que no so- lamente el mayor número de los seglares , sino aun la generalidad de los prelados y sacerdotes de estos reinos , viéndose obligados á optar entre el Papa y el Rey sin remedio , se inclinaron entonces del lado del último , contra lo que se observa en semejantes casos en nuestros días. Ya se ha visto que la razón del dinero, á que Pa- llavicino alude , fué tenida por buena por aquel insigne Melchor Cano, de quien dijo un historiador jesuíta al censurar los denues- tos que escribió contra la Compañía, «que era hombre, con todo eso,

(1) Istoria del Concilio de Trento, libro XIV, cap. 1.°, pág. 95. Edición de Roma.

(2) Mambrin Roseo de Fabríano. Dell Compendio DelV Istoria Del Regno di Napoli. Venecia 1591. Seconda parte. Libro VI.

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»en cuyo sublime entendimiento las ciencias, las artes y las musas, »tenian su más culto gabinete;» y que, dado cierto supuesto, la aceptó y aprobó también el maestro Fray Pascual Mancio, catedrá- tico de prima de Santo Tomás en Alcalá , del cual escribe el autor antecitado, que era «claro ornamento de la familia de Santo »Doming'o, el primer hombre de aquel liceo, y uno de los mayores »de su siglo.» Pues no hay que dejar de la mano á aquel his- toriador para hallar ejemplo más interesante y respetable toda- vía, de la perplejidad dolorosa en que puso los ánimos de los es- pañoles esto de tener al Pontífice por temporal enemigo. Cuenta el Cardenal Cienfuegos, que es á quien me estoy refiriendo, que el de- votísimo jesuíta San Francisco de Borja supo un día, «por bien se- »creto, y bien seguro aviso, que la Cabeza de la Iglesia, enfure- »cida contra el Monarca español , y los Ministros de toda su justi- »cia , se había resuelto á declarar excomulgados y cismáticos , al »Príncipe D. Felipe, y á todos sus tribunales , obligándole á él con »censuras, por Letras Apostólicas, á que fuese infeliz instrumento, »que tomase en la mano azote tan sensible, y que castiga más al »mismo verdugo.» Al llegar aquí el Santo, en boca del cual pone la antecedente relación Cienfuegos , exclamaba según el mismo de esta suerte. «Batallan,» decía, «dentro de mi pecho, las dos estre- »chas obligaciones de subdito y de vasallo, y me es preciso ó ser »reo de la Majestad ó del Supremo Pastor. ¿En qué extremo ha- »llaré el acierto? Solo se me representa que, si no obedezco, parece »que me hago delincuente, y transgresor del voto, y me expongo á »todo el fuego del rayo; y me rindo al presente , veo arder por »España el escándalo, y que el silbo del Pastor ha de pasar á ser »trueno.» ¡Terrible duda, en verdad, para un Santo! Probablemente el amorá la libertad de los ciudadanos, no ha puesto aún, en tamaño conflicto en nuestros días á ninguna alma religiosa , como puso á la de San Francisco de Borja, entonces, su profundo amor á la au- toridad de los Príncipes. Al contemplar las angustias de aquel rico- hombre y ministro, recien trocado en apóstol , y haciendo ya obras de santo , cuando se creyó obligado á optar precisamente entre su profundísima fe religiosa , y las extremadas opiniones monárquicas que profesaba en política, no puedo menos de volver también con pena los ojos hacia el conflicto idéntico, en que por muchos se quiere colocar hoy en día á los que , sin abjurar de su religiosa, profesan ciertas políticas opiniones que no por ser otras que las d e

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bienaventurado Duque de Gandía, dejan de ser abrigadas con sin- ceridad, ni de seguro merecen menor respeto. Acrecentó más aún entonces la confusión de espíritu de San Francisco, como acrecienta la de otros ahora, la sospecha de que «los particulares intereses se »introdujesen á ser celo en muchos corazones,» con ocasión de tales diferencias, como textualmente refiere Cienfuegos (1). Y lo cierto fu3, al cabo, que ni el santo jesuíta, ni otro ningún prelado ó sa- cerdote, se resolvió á fijar en las puertas délas catedrales de España, según se hizo en menores casos, la bula In Ccsna Domini, adicio- nada, que se leyó en Roma el dia de Jueves Santo de 1557, donde, cual ya he dicho, se contenia la excomunión del Emperador y del Rey Felipe; y que no fué menester hacer uso ninguno de las Reales provisiones de 12 de Mayo del mismo año, por las cuales se manda- ron recoger, como también se ha visto en otro artículo, cuantos des- pachos viniesen de Roma con igual propósito: porque, en suma, nin- gún español ni extranjero se atrevió á poner á prueba sus rigores. Por lo que toca, entre tanto, á los puros hechos de armas, poco me propongo decir: que ellos fueron en realidad insignificantes para los que solían ejecutar en aquel tiempo los soldados de Es- paña, y sobrado fáciles para acrecentar su gloria, ni la del caudi- llo que los mandaba. No esperó para obrar siquiera el Duque á que volviese de Roma Pirro Loffredo (2) á quien encargó que presen - tase su conocido ultimátum al Papa; y como este no lo despachase con la respuesta incontinenti, vino á suceder que todavía no estaba terminada la comisión de aquel, y ya el ejército español habia roto por la campaña de Roma adelante desde San Germán; toman- do al paso á Pontecorvo, Frusolone y otros lugares de la Iglesia, sobre todo hacia la parte en que se hallaban los Estados de la CasaColonna, casi por entero recobrados bien pronto, sin otra nota- ble excepción que la fortaleza de Pallano. Esto le costó al mensa- jero napolitano ser encerrado por el iracundo Papa en Sant-Angelo; pero, en cambio, tomaron ya y pusieron á sacólos nuestros la ciudad de Anagni. Hallábase aún á las puertas de aquella plaza el de Alba, cuando recibió una carta del Cardenal de Bellay, Decano del Sacro Colegio, protestando en nombre de este contra una disposición suya, que en cierto modo tendía á separar la causa del Pontífice

(1) Vida del grande San Francisco de Borja^ libro TV, cap. 13.

(2) Llámanle otros Pirrho L'Ofredo: pero yo sigo á los historiadores it^i- lianos.

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de la de sus Cardenales. «Podría acusársenos,» decía el Cardenal á este propósito «no menos que de impíos , y casi de cismáticos , si »tolerásemos que los capitanes y soldados del ejército español con- »tinuaran obligando á prestar juramento de fidelidad al Sacro Co- »legio, á los habitantes de los lug-ares que van conquistando, cuan- »do está vivo, sano y gallardo su señor temporal, que es el Jefe ))de la Iglesia (1),» Excusóse con decir el Duque que, «para que »los Estados de su Rey no fuesen invadidos, ni ofendidos, durante la »vida de Su Santidad, era necesario mantener debajo déla protec- »cion de S. M. las tierras ocupadas, y que se ocuparen, con deter- »minacion firme y duradera de restituirlas á la Santa Sede , siem- »pre que fuera conveniente; y que, como si Su Santidad faltase, «tocarla al Sacro Colegio g-obernar la Iglesia, por eso Labia pen- »sado que, desde entonces para luego, se le diese á este último la »obediencia : » concluyendo con muchas palabras corteses y respe- tuosas hacia los Cardenales , y encargándoles de nuevo que incli- nasen el ánimo del Pontífice á la paz. Mas en el ínterin, la noticia de la toma de Anagni espantaba á Roma , donde á toda prisa co- menzaron á levantarse fortificaciones, trabajando en ellas sacerdotes, nobles y pueblo, derribándose lugares sagrados, y acudiéndose, en fin, á todos aquellos recursos propíos de las circunstancias extremas. Llegó el Duque en efecto muy pronto á Frascati , Grottafcrrata y Marino; y desde lo alto de aquellas dulces colinas Albanas, pudo ya contemplar la cúpula de San Pedro, y el desierto y verde Agro romano. Nettuno en la costa marítima del Lacio, se dio de por luego á los españoles, y Ostia, plaza bastante fuerte para aquel tiem- po, en la boca misma del Tiber, fué después de alguna resistencia conquistada ; advirtiéndose hoy todavía en el perfil purísimo de sus muros del Renacimiento, las señales de la brecha que allí abrió entonces la artillería española. Ocupada al propio tiempo la Isla Sacra, situada en medio del Tiber, y dominada toda la Campañfi de Roma por la caballería de España, que estuvo á punto de apoderarse de la importante persona del Cardenal Carrafa, junto á la misma puerta Salara , víóse este obligado , después de ha- ber rehuido una conferencia con el Duque en Grottaferrata , á aceptar por fin una suspensión de armas. Gobernaba el ejército de la Iglesia el florentino Pedro Stroz/i , uno de los mejores gene- rales de su tiempo ; pero como los franceses no se habían declarado (1) Documento 21 del Apéndice á la historia de Ñores.

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aún , ni enviado más que cortos refuerzos , la lucha era hasta alli desigual, y hallaban corta resistencia por donde quiera los nues- tros. Fué, pues, el intento del Pontífice, como el de su sobrino, ganar tiempo para que entrasen en campaña del lado de Flándes los franceses , y enviasen nuevos refuerzos á Italia : lo cual no habian hecho antes ellos, parte por disponer mejor sus armas, y parte porque el pretesto que se proponían alegar para romper la reciente tregua de Vaucelles, era el que los españoles hubiesen ocupado tierras y castillos del Papa , aliado de Francia , y en tal concepto comprendido en aquel pacto. Relata á este propósito Andrés Navajero, que manifestándose él alegre un dia delante del Papa, por aquella suspensión de armas, y dándola por principio de paz , le dijo este todo alterado : «¿Cómo paz? No se hará nada, »no se hará. Os protestamos, magnífico Embajador, que no se hará »nada.» Y siendo esto notorio desde entonces , podría culparse á primera vista al General español por haber asentido á la tregua, teniendo tan mal parado ya al enemigo. Consta en descarg-o suyo, no obstante, que aquella campaña de Otoño en las insalubres marismas del Lacio, que fuerzan de ordinario á abandonar sus casas á los habitantes mismos, y las de Ostia especialmente, había enfla- quecido sobremanera nuestro ejército, careciéndose además por com- pleto de forraje y provisiones de boca, á causa de impedir las continuas tormentas que llegaran de Gaeta los convoyes oportunamente dis- puestos. A 19 de Noviembre de 1556 se estableció por medio del Cardenal de Santa Flor la tregua, de solos diez días en un princi- pio, entre el Cardenal Carrafa y el Duque de Alba; y dos más tarde celebraron una conferencia estos últimos personajes, dentro de la isla formada por el delta del Tiber, y en presencia de los dos ejér- citos que ocupaban las opuestas orillas: la de Ostia el español, y la de Fiumicino el eclesiástico. Allí fué donde se prolongó por otros cuarenta días la tregua, socolor de intentar en el transcurso el ajuste definitivo de la paz: la cual supone erradamente Ñores, que de ve- ras deseaba ya la Santa Sede. Aparte de la cita de Navajero , po- seemos las Instrucciones dadas por el Cardenal Carrafa á Monse- ñor Fantuccio, enviado á Bruselas, según se convino, para tratar de la paz ; y ellas no permiten dudar de la mala con que se procedió en este punto. «Irá V. S. , le decía el Cardenal, á la »córte de Inglaterra» (que era como solían apellidar en Roma á la del Rey Felipe), «y procurará entender de S, M., qué satisfacciones

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»piensa dará nuestro Señor, á fin de que él pueda decidirse á perdo- »nar las graves ofensas que ha recibido ; cuál prueba de humildad y »sumision esté dispuesto á ofrecer S. M. en este caso; cuáles repa- »raciones harán aquellos de sus Ministros que con cartas muy libre- »mente escritas, y con armas, tienen inferidos tan ásperos agravios, »y hecho tan atroces injurias á Su Beatitud , superior de todos los »Principes cristianos , y Señor directo lo mismo que del reino de »Nápoles, del de Inglaterra: todo ello en el supuesto de que, «habiendo sido la falta pública al mundo , tendrá que ser la satis- »faccion igual, y darse de la propia manera.» Todavía tras esto se exigían indemnizaciones por los daños causados , y negábase de antemano toda satisfacción ó reparación por las ofensas que pudie- ran alegar España ó sus aliados; entregándosele al Embajador una copia de la carta famosa, que por ultimátum remitió al Santo Pa- dre el Duque de Alba, para que llamara especialísimamente sobre ella la atención del Rey de España (1). ¿Y cómo era posible que se- riamente se pensara en Roma obtener con tales condiciones la paz? Parece cierto que el partido de que era jefe en la corte D. Rui Gó- mez de Silva, Principe de Eboli, se inclinaba áajustarlaá cualquier precio, en odio al de x\lba, que regia la parcialidad contraria, y á quien se querían así quitar de las manos ocasiones de gloria, que acrecentasen su importancia militar y política; pero es probable con todo eso, que el comisionado del Duque , D. Francisco Pacheco, hermano del Marqués de Cerralvo, y que llegó luego á Cardenal, tuviese que trabajar bien poco en Bruselas , para que las insultan- tes propuestas de Monseñor Fantuccio fuesen cual aquel deseaba, desechadas. Lo único , por lo mismo, en que se empleó esta breve tregua de ambos lados, fué en ganar tiempo, para renovar con más brio la lucha empeñada.

Por la parte del Papa, desde luego, como dice, con tal ocasión. Andrea en su libro De la guerra de campaña de Roma y del reino de Ñapóles (2) , ''<aunque él quería mostrar de tener toda la con- »fianza en Dios, no se dejaban de hacer todos los aparatos po- »sibles. » Así fué que se apresuraron mucho en Roma las nego-

(1) Son estas instrucciones el documento 26, del Apéndice de Ñores, en la edición de Florencia.

(2) Be la guerra, etc. Tres libros de Alejandro Andrea, napolitano," diri- gidos al Cathólico Eei D. Felippe N. S., II de este nombre: Madrid 15.39. libro I , pág. 49,

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ciaciones con el Duque de Ferrara, hasta lograr que entrase en la liga contra España. Encargóse además al Obispo de Terracina, Nuncio á la sazón en Suiza, que levantase alli hasta 3.000 hom- bres , y se apretó de tal suerte al Rey de Francia , que la víspera de la Epifanía de 1557, es decir, el 5 de Enero, hizo aquel ya rom- per violentamente á sus soldados la tregua de Vaucelles , asaltando de improviso á Douai , que no pudieron tomar , y á Lenz , que en- traron á saco cruelmente. Por tal manera se obtuvo, que cuando en 8 de Enero espiró la suspensión de armas ajustada entre el Car- denal Carrafa y el de Alba , ya los franceses hubiesen comenzado de nuevo la guerra en Flandes , al propio tiempo que pasaba rápi- damente los Alpes el Duque de Guise , el más hábil y famoso de los Generales franceses de la época , para socorrer al Papa con ejér- cito de 12.000 infantes y 1.200 caballos. Reunido este en Reggio con el del Duque de Ferrara, que contaba 7.000 infantes y 800 ca- ballos, al mando en los principios del Duque en persona, fué á pa- sarles muestra el Cardenal Carrafa , y á acordar con los caudillos el plan de campaña. Pero ni el Rey D. Felipe en Bruselas, de quien escribió Monseñor Fantuccio á Roma, que habia jurado, al saber la toma y saco de Lenz , no dejar las armas hasta tomar plena ven- ganza de los franceses , ni el Duque de Alba en Ñapóles , descui- daron tampoco, entre tanto, sus propios preparativos. Tuvo la buena suerte España , conforme refiere Andrea , que Monseñor de la Vigne , enviado por el Rey de Francia al Gran Turco Solimán para estimularle á mover pronto sus infieles armadas contra Ñapó- les, irritase antes de tiempo con sus patentes mentiras á aquel bár- baro Principe , debiéndose á esta torpeza del Prelado, que por aquel año se negase el Sultán á mandar sus naves contra los cristianos; con lo cual tuvo que atender únicamente el de Alba en Ñapóles á la frontera terrestre. Acometiéronla al fin los franceses por la parte de los Abruzos , que confina con la Marca de Ancona ; y el Virey, que habia recibido ya considerable refuerzo de alemanes y españoles , y reorganizado sus regimientos de italianos , salió de Ñapóles, el 11 de Abril del referido año de 1557 á recha- zarlos. Detuvo al General francés por muchos dias, sin fruto al- guno, la importante plaza de Civitella, esforzadamente guar- dada por el Conde de Santa Flor , hermano del Cardenal de su apellido , que mandaba á los nuestros ; y levantó después precipi- tadamente el asedio, por haberse aproximado á socorrerla el Duque

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de Alba con cerca de 26.000 infantes y 2.400 caballos, donde no habia sino poco más de 3.000 españoles. Surgieron con ocasión de aquel desgraciado sitio muchas diferencias entre el Duque de Guise y los sobrinos del Papa , Antonio y Juan Carrafa , queján- dose amargamente el primero de que no se le diesen por parte de sus aliados los auxilios indispensables y ofrecidos para la guerra. Desalentó, aparte de esto, al de Guise el ver que, lejos de hallar en los Abruzzos las grandes connivencias que el Cardenal Carrafa habia anunciado á su Rey, mostrábanse fidelisimos á los españoles los habitantes , militando en las filas contrarias muchos señores im- portantes del reino , y hasta tres de la familia Carrafa, es á saber: el Conde de Pópoli , General de nuestra caballería ligera , el Du- que de Nocera, Gobernador de Pescara, y el Conde de Matalone, que regia en el ejército del de Alba una compañía de hombres de armas. Con esto, y el mal éxito de Civitella , abandonó sin pe- lear antes de mucho el General francés la frontera de Ñapóles , y fué retirándose hasta Tívoli , adonde le llamaba también apresura- damente el Papa; cuyo ejército, compuesto de italianos y suizos , fué completamente derrotado en campal batalla, no lejos de Segni, por los españoles y alemanes que mandaba en jefe Marco Antonio Colonna. Peleó este allí, al decir de Pallavicino, como quien, «ya »que manejase entonces la espada con más bravura que gloria, la »afilaba, sin saberlo, por providencia divina, para ejercitarla »en mayor teatro y con más honra de Dios ; » aludiendo á sus in- dudables hazañas en la naval de Lepanto (1). Siguió á tal triunfo el de la toma de Segni por asalto, en el cual se señalaron los españoles, como solían, siendo los primeros que entraron; mas no sin disputárse- las luego á los tudescos, tocante á la crueldad del saco. «Robáronse» dice Alejandro Andrea, «las cosas sagradas y profanas; matáronse )i>los armados y desarmados; todas las mujeres fueron deshonradas. »y aun algunas monjas.» «Ni iglesias, ni altares, ni santas reli- »quias» añade por su parte Ñores, «quedaron á salvo, no habién-

(1) Marco Antonio Colonna fué , como es sabido, General del Papa en la batalla de Lepanto, donde peleó con gi-andísima serenidad y firmeza, al lado derecho de la Real de D. Juan de Austria; siendo recibido después en Roma en triunfo, á la manera de los antiguos Cónsules vencedores. En la misma batalla desempeñaron importantes funciones é hicieron señaladas proezas Ascanio de la Gomia y el Conde de Santa Flor, que sirvieron en el ejército del Duque de Alba contra Paulo IV, á causa de lo cual fueron declarados re beldes por éste y excluidos del tratado de Cavi.

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»dose oido ni visto desde muchos siglos atrás en Italia , tamaño es- »trago.» Entre tanto, el Duque de Alba marchó de nuevo sobre la Campaña de Roma con sus hombres de armas, que guiaba el propio historiador Alejandro Andrea, repetidas veces citado; todo el resto de su caballería, y mucha parte de sus infantes , sin molestar al Duque de Guise en su retirada, ni menos forzarle á una batalla: por ser su costumbre excusarlas, siempre que de cualquiera otra suerte podia lograr sus fines en la guerra. Llegaba ya á Valmontone, cuando se le presentó un mensajero del Cardenal de Santa Flor, el cual le dio detenida cuenta de la gran victoria de San Quintín, y de que, con la toma de esta plaza, nada parecía que pudiese ya detener en su camino al triunfante ejército de España. Tras esto le propuso de parte de aquel una nueva suspensión de armas con el Papa; manifestándole que estaba ya Su Beatitud persuadida, de que era imposible continuar en Italia la guerra, después de lo ocurrido por la parte de Flándes. Calculó inmediatamente el Duque que de Francia llamarían con efecto á toda prisa al de Guise y á sus tro- pas, y que solo y vencido, como ya se confesaba el propio Papa, era llegada la hora de que usase él sin jactancia el tono de vence- dor; y despidió, por lo mismo, con aspereza al enviado diciéndole, que al proponerle una simple suspensión de armas, no parecía »sino que estuviese el Papa con su ejército tan cerca de Ñapóles »cuanto él de Roma.» Lo que el General español pensaba para sí, en tanto , era aproximarse mucho más á esta todavía á fin de «capitular con más reputación;» según Andrea afirma, que se halló presente. No están claras, sin embargo, las razones que tuvo para llevar tan lejos aquella resolución, y abandonarla luego, en el punto mismo de ser puesta por obra. Lo seguro es, que en la noche del 28 de Agosto de 1557, dos horas después de oscurecer, salió el de Alba de la Colonna , solar antiguo de la ilustre familia de este apellido, con todo su ejército, llevando los soldados camisas encima de las armas , como en las empresas nocturnas se solia; y descen- diendo silenciosamente de los Montes Latinos, caminó sin hacer alto, hasta cosa de media milla de la puerta de San Juan de Letrán en Roma. Habla dado por seña al ejército aquella noche la palabra Libertad, mandando publicarla á los capitanes cuando entrasen en una ciudad , cuyo nombre no reveló , por lo que Andrea dice, sino á tal cual persona. Dirigió el Duque por si el movimiento, llegando poco más de una hora antes de amanecer, con la vanguar-

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(lia , al sitio indicado ; cuando la retaguardia apareció , casi anja- necia; y era ya de dia claro, y la artillería, encargada al Barón de Feltz , quedaba aún distante , bien que el Duque le enviara á decir que se diese prisa : sin duda por el mal estado en que , según Mambrin Roseo, puso los caminos la lluvia, que sorprendió al ejército en su marcha (1). Bastan estos hechos, ó expuestos ó con- fírmados por Alejandro Andrea , testigo , como se sabe , de vista para sospechar, que si hubo el propósito de sorprender de no- che á Roma , no se llegó á tiempo de realizarlo , puesto que la van- guardia, que fué la única que estuvo alli antes de amanecer, se componía sólo de caballería ligera , y ni de la infantería , ni mu- cho menos de la artillería, se pudo disponer hasta que fué de dia claro. No era propio ciertamente de la cautelosa estrategia del Duque , ni asaltar una ciudad apercibida , y bien presidiada como estaba á la sazón Roma, á escala vista, y de improviso, ni empren- der un sitio en regla antes de reunir los bastimentos , municiones y artillería indispensables. De otra parte , el muro antiguo que ciñe á Roma, por la orilla izquierda del Tiber, aunque flaco en al- guno que otro punto , ofrece generalmente , á causa de su notable altura, grandísima dificultad para ser escalado, á poco que de adentro se estorbe. No hay que buscar, á mi juicio, otros motivos que estos, á la inopinada retirada que emprendió el Duque aquella mañana misma, al lugar de la Colonna de donde habla salido. Verdaderamente el de Alba iba ya un tanto inquieto sobre Roma. « Yo por cosa cierta,» dice el tantas veces citado Andrea, «que án- »tes de partir, estando encamisándose el Duque , dijo á D. Fernando »de Toledo , su hijo , estas palabras : temo que hemos de saquear á »Roma, y no querría. » Mas de aquí por necesidad se deduce que no era su intento quedarse á media milla de Roma, puesto que, desde tal distancia, no habla por qué temer el saco. Sin duda que la memo- ria odiosa que quedó en el mundo del que el ejército de Borbon llevó á cabo, el recuerdo de los recientes horrores de Segni, no solo saquea- da , sino aun asaltada antes de tiempo y contra la voluntad de su General , por ansia de gozarse en el estrago , y la larga experiencia que tenia de la índole de los soldados de aquel tiempo , trabajaron mucho aquella noche el ánimo del Capitán español , y le hicieron

(1) Mambrin Roseo. Obra citada, libro VI. Este autor es contemporáneo; y aunque no de gran crédito, en otras cosas, no hay por qué negárselo en esta parte.

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temer de veras, que pasase su nombre con el de Alaricoá la historia Cuéntase á este propósito, y no es sino harto probable, que habiendo prometido el Duque á los jefes de los tudescos dos pagas, con tal que renunciasen al saco en Roma , no halló buena acogida entre ellos su propuesta , trasluciéndoseles en semblantes y palabras, que una vez dentro, tomarían por sus manos mayor premio. Ni era prudente contar con mayor moderación por parte de los infantes españoles, que hablan á la verdad ejecutado en aquella guerra increíbles ha- zañas individuales, como de ordinario; pero que lo que es en falta de respeto á las cosas de los vencidos , bien sagradas , bien profanas, no les iban en zaga á los de otra nación ninguna, luterana ócatólica, Temia, pues, con razón sobrada el Duque saquear á Roma; y lo que él pretendió , en mi concepto , fué ocupar, sin resistencia ni ruido, alguna ó algunas puertas de la ciudad , poner y mantener allí en buena ordenanza sus escuadrones, y obligar á recibir la ley al Papa, antes de tener que soltar por las calles y plazas de la Ciudad Eterna la muchedumbre acalorada y sangrienta de sus terribles soldados. Tal vez contaba para la ejecución de esto, como se dijo ya entonces, con que los numerosos partidarios de la casa Colonna le abriesen al- guna puerta ; que si era la de San Juan de Letrán , muy bien ha- bría podido establecer gran parte de su ejército en los grandes despoblados y ruinas de aquella parte , y lograr quizá sus dos evidentes, bien que entre poco conciliables propósitos, á un tiem- po: el de entrar en Roma, y el de no entregarla á nuevo es- trago. Andrea vio que se llevaban escalas hacia el muro : Mam- brin Roseo afirma que llegaron á intentar valerse de ellas unos 300 infantes , encargados de la sorpresa , y que fueron sentidos y maltratados: todo, pues, me inclina á creer en esta debatida cues- tión que acierto en mi sospecha , y que fué el doble objeto que digo lo que se propuso y no pudo ejecutar el de Alba. Tal remate tuvo de todas suertes la última operación de aquel General, y con ella puede decirse que terminaron también las hostilidades. Porque, bien que continuase por algunos dias aún el sitio de la fortaleza de Paliano, comenzado tiempo habla por Marco Antonio Colonna, ni hubo facción importante, ni se logró allí efecto alguno, quedando en poder de los pontificios y en el señorío del Conde de Montorio, al ajustarse por fin la paz.

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II.

No estaba indudablemente el Duque de Alba , cuando la paz se hizo, muy deseoso de dejar las armas todavía. La dura respuesta que él dio , y he referido , á las primeras insinuaciones del Carde- nal de Santa Flor, obligó al Papa á solicitar los buenos oficios de la República de Venecia , que se apresuró á emplearlos ; mas no sin gran trabajo lograron aplacar su ánimo el agente con tal fin enviado por el Gran Consejo Véneto, y otro de Cosme de Médicis, que , temeroso del demasiado engrandecimiento de la potencia es- pañola en Italia, unió á las de la República sus propias instancias. Quizá meditaba el Duque algún nuevo amago sobre Roma : quizá deseaba, y no sin razón por cierto, rendir antes de negociar aque- lla fortaleza de Paliano , que habia sido tan principal motivo de la guerra , y que podia dar, como dio ocasión realmente , á dificul- tades no escasas todavía. Pero hostigado por la República y por el Duque de Florencia , su deudo , así como por los Cardenales del partido imperial y español, que cada dia le importunaban más para que concluyese la guerra, prestóse al fin á recibir al Cardenal Carrafa en su campo , entrando con él en nuevos tratos. Ocupaba el ejército español todos los lugares asentados en las risueñas coli- nas que dominan el llano de Roma por la parte de Ñapóles ; y en Cavi tenia su cuartel general el Duque de Alba. El 8 de Setiem- bre salió de Roma , y fué allá Carrafa acompañado de los Cardena- les de Santa Flor y Vitelli ; conferencióse largamente, y, no sin difíciles deliberaciones, quedaron á la postre establecidos dos tra- tados , público el uno y el otro secreto , del tenor siguiente :

Las cláusulas del público eran :

1.' Que el Duque de Alba, de parte deS. M. Católica, como devoto y obediente hijo que era de la Santa Sede , daría los pasos convenientes para que Su Santidad lo perdonara y admitiese en su gracia, sin perjuicio de que después mandase el Rey persona especialmente encargada de aquel oficio.

2.* Que el Santo Padre recibiría al Rey por bueno y obediente hijo suyo y de la Sede Apostólica , admitiéndole en su gracia al igual de los otros Principes cristianos.

3.* Que Su Santidad abandonaría la liga que tenia pactada con el Rey

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Cristianísimo , prometiendo que en adelante sería Padre común de los fie- les, j se conservaría entre ellos neutral.

4." Que el Rey restituiría desmantelados cuantos lugares j castillos de la Sede Apostólica habían conquistado sus armas.

5." Que se devolverían por ambas partes los cañones de que en cual- quiera forma se hubieren reciprocamente despojado.

6." Que se alzarían inmediatamente todas las penas temporales ó espi- rituales impuestas , ora á seglares , ora á eclesiásticos , á causa de la guerra , con restitución á cada cual de sus bienes , honores j privilegios; declarándose, no obstante, no comprendidos en esto ni á Marco Antonio Colonna, ni á Ascanío de la Comía, ni al Marqués de Bagno, ni á ningún otro rebelde al Papa ; todos los cuales habían de permanecer en la misma desgracia de antes, y sujetos á la voluntad del Padre Santo.

7.* Que la fortaleza de Palíano, tal como se hallaba, se entregase á Bernardíno Carbone , hombre de la confianza de ambas partes , y que á las dos debería jurar fidelidad, el cual la guardaría con 800 infantes paga- dos de por mitad por los contratantes , y daría cumplimiento á los pactos respecto de este particular establecidos entre el Cardenal y el Duque para el mejor servicio de sus Principes.

Los artículos del tratado secreto eran :

1.° Que la fortaleza de Palíano quedaría en manos de una persona de la confianza de ambas partes , como se había convenido , ó se desmantela- ría, si esto le pareciese mejor al Rey Católico.

2.' Que prefiriendo el Rey desmantelarla, no se podrían alzar de nue- vo sus muros por quien la poseyese, sin que S. M. hubiera dado compensación á su gusto al Conde de Montorio.

3.* Que si tocante á la compensación no hubiese acuerdo , se remitiría la decisión á la República de Venecía , á cuyo arbitraje quedaban en esto obligadas á someterse sin apelación ambas partes.

4.° Que aceptada la compensación y desmantelada , cedería el de Mon- torio , Duque á la sazón de Palíano , esta plaza, á quien el Rey Católico le designase , con tal que no fuera persona enemiga del Santo Padre ó de la Sede Apostólica, ni estuviese declarada rebelde.

5.° Que el Rey daría tal compensación en el término fatal de seis meses, y que pasado este plazo sin darla, el Gobernador común de Palíano procedería á desmantelar por la fortaleza, entregando el lugar al Conde de Montorio.

6.° Que para mayor seguridad de estas cosas, y persuadir enteramente al Bey Católico de su adhesión , dentro de cuarenta días se presentaria á S. M. en Bruselas el Cardenal Carrafa.

No consintió el Duque de Alba en firmar el primero de estos

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tratados sin que el Cardenal pusiese antes la rúbrica en el segun- do ; y del uno como del otro tuvo cabal conocimiento el Pontífice, según resulta claramente de los documentos , y Ñores y el Carde- nal Sforza Pallavicino asientan. Propúsose, no obstante, Su San- tidad, fundándose en la condición de secreto que uno de ellos tenia, aparentar tenazmente que no sabía de él cosa alguna. De aquí na- cieron confusiones y daños , de que lie de hablar luego amplia- mente , cuando por menor examine , con ocasión del proceso que se le formó , la conducta del Cardenal Carrafa en este y otros casos. Baste por ahora decir, que, desconocida del publicóla grave cláusula mediante la cual el Cardenal , primer Ministro del Papa, debia presentarse en plazo brevísimo á hacer una verdadera sumi- sión al Rey Católico, y no reparando en las condiciones especiales á que el tratado público aludía respecto de Paliano , basadas por cierto en el principio de que aquel lugar quedaría á merced del Rey Católico , para dársele á quien tuviera por conveniente , sor- prendió la paz á los más piadosos, por lo sobradamente ventajosa que parecía para la Santa Sede , así como escandalizó á los poco afectos al Pontífice , teniéndola por vergonzosa y por todo extremo indigna de un Rey de España. Lo que con más razón debieron de criticar todos entonces , fué el abandono en que, al parecer, quedaba el valeroso Marco Antonio Colonna, que, muerto su padre, era ya señor legítimo de Paliano (1) ; pero respecto de este particular, ha de verse más adelante lo que hubo de aparente ó de cierto. Entre tanto, es indudable que el Duque de Alba no obtuvo de Roma cuanto en circunstancias iguales habría alcanzado de otra po- tencia cualquiera. Mas ha de tenerse en cuenta que, dado el carác- ter singularmente soberbio de Paulo IV, no era poco lo que de él se obtenía, obligándole á abandonar á los franceses maltratados, después de haberlos comprometido en la guerra; forzándole á de- clarar con sobrada franqueza que sería en adelante Padre común de los fieles , y guardaría neutralidad estricta entre los Príncipes crís-

(1) Murió Ascanio Colonna preso en Ñapóles en la fortaleza de Castelnovo por ciertas relaciones que se le descubrieron con el Príncipe de Salerno , uno de los napolitanos emigrados que seguían el partido francés. Por eso el Rey Felipe y sus Ministros reconocieron la usurpación que hizo Marco Antonio, español de corazón , de los Estados de su padre. Por error material se di- jo en el primero de estos artículos, que al principio délas desavenencias fué obligado á prestar fianzas en Roma Ascanio Colonna , debiéndose allí haber escrito Ascanio de la Cornia ó la Corguia.

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tianos; trayéndolo, además, á consentir en que el Cardenal, su sobrino , fuese por Legado á Bruselas , con el humilde objeto ya referido, y en que Paliano pudiera quedar á disposición del Rey Felipe, por más que estuviese él resuelto á no permitir nunca que parase en manos de los Colonnas sus inquietisimos subditos. Esto de una parte: que de otra, ¿quién no ve y comprende las sumas di- ficultades que se le ofrecían á España para llevar á los últimos tér- minos, y contra la propia persona de Paulo IV, su venganza? Si este, como declaró cien veces , y era hombre de hacerlo , se hubiera re- signado , antes que ^consentir en condiciones más depresivas de su autoridad, á dejar que el de Alba ocupase y saquease á Roma, encerrándose él mismo en Sant- Angelo, para quedar allí preso como Clemente VII, por algún tiempo; ¿cuáles no habrían sido los embarazos entonces de la política española? Pensar como se pensó al principio en declararle ilegitimo , deponerle , ó negarle la obediencia, después de vencido, y dejado completamente á salvo el reino de Ñapóles , cuando no se habia osado ponerlo por obra al cabo durante las necesidades y peligros de la guerra, hubiera rayado , á mi juicio , en manifiesta locura ; mucho más teniendo, como tenia ya Paulo IV, no menos que ochenta y un años cumplidos al firmarse la paz. ¿Y era posible, por otro lado, hacer todo eso, y con- tinuar desempeñando en el mundo el papel del primer campeón del catolicismo , que Felipe II habia escogido con convicción como su padre sin duda alguna, pero- cuya representación estaba enlazada ya, por el curso natural de las cosas, á todos los intereses terri- toriales y temporales de su política? Ya entonces, como escribió con melancólico estilo Gonzalo de Illescas ( I ) , no se prendían ó quemaban sólo en España herejes «tudescos , flamencos ó ingleses» de los que venían á estos reinos emponzoñados de la mala secta que allá en sus tierras se predicaba : ya no sallan sólo á los ca- dalsos , y tenían sambenitos en las iglesias «gentes viles y de ruin »casta:» en estos años postreros (es decir, en los que precedieron inmediatamente al grande auto de fe de 1559 en Valladolid, que tuvo lugar no mas que dos después de la paz de Cavi) , «habernos »visto,» decía aquel historiador, «las cárceles y los cadalsos , y aun »las hogueras, pobladas de gente de lustre, y lo que es más

(1) Segunda parte de la iT^síormpowíi^caZ.-— Salamanca 1577, libro VI párrafo ó capítulo 4.°

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»de llorar, de ilustres, y de personas que al parecer del mundo, «en letras y en vida hacian ventaja muy grande á otros.» Fueron, según el mismo historiador refiere, estas alteraciones y noveda- des en el negocio de la religión , «las que hicieron al Rey D. Fe- »lipe venir en las capitulaciones de la paz , » que antes de mucho ajustó también con Francia ; añadiendo, que « por esta misma causa «quiso S. M. apresurar su venida en estos reinos, porque de su »ausencia no naciese algún mal irremediable.» No hay que dudar- lo : sentiase ya estrechado y perseguido el Monarca español por el protestantismo en todas partes, en Alemania, en Inglaterra, en Flándes, donde rugia sordamente: y hasta el mismo corazón de sus dominios , Castilla, parecía ya herida muy gravemente. ¿Cómo llevar más adelante, en momentos tan críticos, la contradicción es- candalosa y palmaria que estaba ya resultando á los ojos de todos, de negar el Rey Felipe los grandes respetos debidos á la autoridad del Papa, que era la que esencialmente se habia debatido en los princi- pios de la rebelión luterana, y en cuyo reconocimiento ó menospre- cio se cifraba todavía la más clara y tangible de las diferencias exis- tentes, entre las dos grandes corrientes religiosas de la época? ¡Ah! no : las burlas del fingido Soave , ó sea Fra Paolo Sarpi , sobre la paz de Cavi , no son justas , como con razón dice su contradictor Pallavicino: ni Gregorio Leti en lo antiguo , ni Prescott en nues- tros dias , han juzg-ado con imparcialidad la conducta de Felipe II en aquel caso. Difícil es que Carlos V hubiese llegado ala sazón á más , bien que no quedase en Yuste satisfecho de los tratados : que ni aun el más experto político ve con igual exactitud las cosas den- tro y fuera del poder. La dignidad del Papa no quedó bien parada, dígase lo que se quiera , en ellos ; y las contradicciones que entre ambos se advierten, y los delicadísimos cabos que dejaron suel- tos , causaron harto mayores duelos después , que no al Rey ó al Duque de Alba , al Papa Paulo , y sobre todo al Cardenal Car- rafa.

Pero ello es, en el ínterin, que la paz de Cavi fué aprobada por el Papa, y con increíble alegría á lo que se dijo. El 14 de Setiembre quedó la negociación terminada: el 17 envió Su Beatitud un men- sajero al de Alba, invitándole á pasar á Roma; y el 19 se presentó allá con efecto el Duque, no sin haberlo excusado antes cuanto pudo, pretendiendo que hiciese sus veces D. Fadrique, su hijo, hasta que el Cardenal Ca'-rafa tuvo que ir á rogarle que asistiese

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en persona (1). Recibióle el Papa , saliendo de su pieza, como dice Andrea , y en presencia de veinte Cardenales : llegóse á besarle el pié el Duque con humildad y reverencia suma , y le pidió perdón en su nombre y el de su amo por los delitos cometidos durante la pasada guerra contra la Sede Apostólica ó la persona de Su San- tidad ; ofreciéndosele para en adelante por obediente hijo , no sólo de su parte, si no de la de su Rey. Dióle tiernamente, en cambio, su bendición el Padre Santo , llamándole siempre hijo de allí ade- lante; y, después de ser abrazado por todos los Cardenales presen- tes, se retiró á las habitaciones que en el mismo Vaticano le estaban dispuestas. Fueron, por de contado, puestos en libertad á la par no sólo Garcilaso , Taxis , el Abate Briceño y los demás subditos del Rey Católico detenidos , si no también Julio Cesarini , Camilo Colonna y su hermano el Arzobispo, presos, como se dijo, algo antes de estallar la guerra. El Papa convidó á almorzar al Duque con todo el Sacro Coleg-io , colocándole enfrente del Cardenal De- cano; y, durante la misa que se celebró aquella mañana misma en la capilla pontificia, se le dio lugar inmediato á los Cardenales , pre- cediendo á los sobrinos seglares del Papa. No contento aún con estas honras inusitadas, mandó el Papa que Andrés Acquaviva, Proto-Notario apostólico, pasara á Ñapóles, con título de Nuncio, y pusiera en manos de la Vireina Doña María Henriquez y Toledo la bien conocida Mosa de oro. Dejó, pues, á Roma el Duque de Alba con honores y satisfacciones de Príncipe soberano ; y él escribió en cambio á su esposa , según cuentan , que con haberse hallado en tantos y tales trances de guerra , nunca habia notado que le fla- queasen el ánimo y la voz , si no al ver delante de la mages- tad del Papa. Por haber este advertido sin duda tal respeto y devoción, dejóse llevar, como siempre, de su extremoso carác- ter, y no solamente lo acarició y honró mucho, durante su resi- dencia en Roma, si no que según escribió á su corte el Secretario de la Legación de Florencia , tomó luego la palabra en el Consis- torio de 1.° de Octubre, «y predicó magníficas alabanzas, lo mismo »que del Rey Felipe del Duque de Alba:» firmante el uno del 3Ie- morial, y el otro de la carta famosa que conocemos. «Tal fin tuvo» exclama al llegar á este punto las cosas, Pedro Ñores, «el genero- »so y poco afortunado pensamiento de Paulo IV, de libertar á Italia

(1) Correspondencia del Residente toscano en Roma , existente en el ar- chivo Mediceo. Docximento citado en las notas á la historia de Ñores.

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»del yugo extranjero.» Y por tan dulce manera acabaron, aña- diré yo aquí ahora, las desavenencias terribles que liubo, á media- dos del sig-lo XVI, entre las cortes de Roma y de España.

III.

Lo que queda por relatar ha de servir ya únicamente, para ex- clarecer mejor lo sucedido , y poner más de relieve todavía, los caracteres é intenciones de las diversas personas que hicieron prin- cipal papel, en estos singulares acontecimientos. Procuraré ser muy breve , porque importan menos que otros , en la narración de los que precedieron al final desenlace de todo. En los últimos días de Octubre partió el Cardenal , para Bruselas cuidando de no faltar al plazo prefijado , y fué allí recibido con cortesía por el Rey , que no bien hubo aquel comenzado á murmurar algunas disculpas, le interrum- pió el discurso diciendo : « que no guardaba de lo pasado memoria »alguna, y que para verle con gusto bastaba con ser él Legado del »Papa.» No fué por cierto tan comedido el bufón del Rey llamado Pe- reson, porque viendo que Garcilaso, que ya estaba allí, se adelanta- ba á besar la mano al Legado, dijo en altas voces: «Monseñor, ¿cono- »ceis á este caballero? Este es Garcilaso de la Vega;» aludiendo al mal trato que en Roma se le había dado. Pero, pasados estos pri- meros embarazos, forzosamente nacidos de la falsa posición en que se hallaba, bien pronto encontró amigos entre los Ministros espa- ñoles y comenzó á tratar sin estorbo de los negocios que le impor- taban. El que principalmente le había encargado el Papa era el ajuste de la paz entre España y Francia, como quien ya comprendía el mal lugar en que quedara, habiendo abandonado á sus aliados en la mala fortuna. Poseo yo dos copias distintas délas instrucciones que se dieron sobre este punto al Cardenal (1), y son á la verdad curiosas. Abundan en ellas las palabras más lisonjeras para el Rey Felipe, procurándose de cierto modo, en cambio, echar sobre el Emperador, su padre, las culpas de todo lo pasado. Por rebajar á este, hasta pretendía Su Santidad que era ya mayor la gloria mi- litar del tímido hijo de Carlos V , que la de su esforzado y glorioso padre, diciendo : «que si bien las armas de Carlos habían preso á »un Rey francés, no debía aquello atribuirse á su valor, si no á m

(1) Colección de papeles vai-ios de mi propiedad.

Á MEDIADOS DEL SIGLO XVI. 191

»fortuna , pues que no se habia hallado por su persona en tal he- »ctio; cuando el Rey Felipe, al contrario, habia por si dirigido, sin »consejo de nadie ni ayuda extranjera, la g-loriosa campaña de San »Quintin , en la cual habia roto á un ejército enemigo, no «apartado de su pais, como el vencido en Pavia, si no dentro »de sus propias fronteras, no con mucha pérdida como alli se triun- »fó , si no con poca , no limitándose luego á salvar una ciudad »propia , si no conquistando una agena que le abria camino á en- »sanchar por allá el confín de sus Estados.» Entre estas injustas apreciaciones, que sólo cito por nueva prueba del particular odio que profesó el Papa Paulo hasta el fin de su vida á Carlos V, descubría claramente aquel los verdaderos motivos de su presente solicitud por la paz. «La ruptura de la tregua,» decia, «principal ofensa al »parecer recibida por el rey Felipe, no debe considerarse tal, por- »que dieron ocasión á ella los que pusieron en tan duros trabajos á »la Santa Sede, la defensa de la cual era natural y justo que to- »mase á su cargo el Rey Cristianísimo , cuando estaba de todos »abandonada; y el haber obrado el Rey Enrique tan en pro del » Vicario de Cristo, antes debe ser suprema razón de aplauso , que »no de censura para tan católico Principe como el Rey de España.» No yo hasta qué punto estas notables razones pudieran inclinar á pacíficos pensamientos el ánimo de Felipe II. Lo cierto es, que la victoria de Gravelingues, sumada á la de San Quintín, dieron á España una superioridad militar incontestable, de que usó además entonces con moderación bastante su Soberano; por la cual no tardó con efecto mucho en ajustarse la paz con Francia.

Pero, en lo tocante á sus propios negocios, alcanzó entre tanto el Cardenal en Bruselas harto mejores palabras que obras , así del Rey Felipe como de los Ministros españoles. Ni aun las primeras fueron tales que dejara de tener á las veces con los últimos muy acerbas contestaciones ; y no pudo obtener, entre otras cosas , que el principado de Rosano y el ducado de Barí , que la Reina de Po- lonia Bona Sforza dejó á la sazón en su testamento al Rey de Es- paña , y que pretendió el Papa al instante para sus sobrinos , se le otorgase liberalmente ; ofreciéndose sólo á Rosano como compen- sación de Paliano al Conde de Montorio , y en descargo de lo que sobre este particular dispuso el tratado de Caví. Agravó las difi- cultades que el Cardenal ya hallaba, el arribo á Bruselas del Duque de Alba, llamado ex-profeso por el Rey, para oír su parecer en los

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pendientes tratos. No era hombre el Duque falto de memoria, en los agravios ; y era sobrado leal , por otra parte , para no defender los intereses de su teniente Marco Antonio Colonna, á todo trance. Lleg-aron así á punto el Cardenal j el de Alba de faltarse al res- peto delante del Rey. Bastó , en verdad, esta conducta del de Alba para que sig-uiera con ardor la contraria su competidor D. Ruy Gó- mez de Silva; pero, á pesar de la eficaz ayuda de éste, estuvo á punto de salir muy burlado el Cardenal , y muy furioso de Bruselas. Solo acertó á desarrugarle el ceño el Rey, y eso en la última audiencia que con él tuvo : ganóle desde luego el ánimo con corteses palabras; gratificóle con 12.000 ducados de pensión sobre la mitra de To- ledo , y otros 8.000 á titulo de naturalizado en España ; rogóle, por último , al decir de Ñores , que disimulase las inconveniencias de algunos de sus Ministros, ya que él mismo tenia con frecuencia que tolerarlas , á causa de ser la mayor parte de ellos servidores viejos de su padre, los cuales no podia remover por respeto á éste, y porque estaban de tal manera ejercitados en los vastos negocios de la monarquía , que tampoco podia pasarse sin ellos ; prefiriendo sufrir y callar no pocas veces , y aun sacrificar su propio parecer, cuando no la autoridad de su persona. Con estas explicaciones y halagos quedó contento el Cardenal de todo punto , y se ofi-eció in- dudablemente á servir, en cambio, al Rey en las cosas en que S. M. tenia sumo interés : lo cual procuró cumplir, tal y como se verá más adelante.

No bien tornó, sin embargo, á Roma, poco antes de comenzar el mes de Mayo de 1558 , comenzaron á llover sobre él sucesivamente los reveses y las desdichas. Parecía como si el astro de su fortu- na se hubiera eclipsado , dejándole sin luz por todo el tiempo que le quedaba de vida. No halló de buen rostro ya al Papa , profun- damente descontento de los resultados que había tenido una guerra tan solicitada por el Cardenal , y de que nada obtuviera él lue- go en su misión, que hiciese menos pesada á la Santa Sede la paz de Caví; y receloso, además, de que, por el contrarío, hu- biere prometido al Rey nuevas concesiones , algunas de las cuales estaba resuelto á no otorgar en ningún caso. Bastante debían de haber ya inñuido también en sus orejas las insinuaciones intencio- nadas de los enemigos numerosos que al Cardenal le habrían oca- sionado , de una parte el ejercicio del poder, que los proporciona siempre, y la conocida violencia de su carácter, de otro: habiendo

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podido aprovecharse largamente los tales , así del mal éxito de su política que , buena ó mala , se juzgaría no más que por los efec- tos , como suele acaecer en todo tiempo , cuanto de su propia ausencia, para desprestigiarle á su sabor y perderle. Al llegar Car- rafa á Roma iba , según todos los indicios , resuelto á ponerse allí á la cabeza del partido español, y comenzó por eso á apartarse de sus antiguos amigos los del partido francés , que , como era natu- ral, no tardaron en mostrársele adversarios; pero como por su parte, los Cardenales , Prelados y Ministros diversos , que constituían el primero, no le perdonaban, en tanto, los pasados agravios, traba- jando con más ardor que nunca en su daño, acertó así á verse á un tiempo desamparado de todos. El último triunfo de aquel infortunado Político, fué que se designase por Nuncio en España al Obispo de Terracina, parcial suyo, y á D. Francisco de Vargas Megía, con quien había contraído estrechas relaciones , por Embajador del Rey en Roma ; después que Paulo IV se negó á recibir como tal á Don Juan de Figueroa, Castellano y Gobernador interino de Milán, que fué el primeramente designado , so pretexto de estar excomulgado, á causa de cierto desacato cometido en su gobierno contra un cur- sor de letras apostólicas. Vargas ayudó luego cuanto pudo al Carde- nal con efecto; pero en la corte de Bruselas, donde no se hacían cargo de las dificultades de su posición, le quitaban cada día á éste presti- gio y fuerza, negándose á satisfacer los menores deseos del Papa, é insistiendo, por el contrario, con creciente empeño en recobrar áPa- liano, á cambio del principado de Rosano , y en que se perdonase á Marco Antonio para de volvérselo . Este último asunto , tocante al cual llegó á imaginar el Papa que el Cardenal defendía más bien la parte del Rey que la suya y la del propio hermano , fué el que consumó al fin la ruina del Ministro , según el propio Cardenal escribió de su puño en un papel que poseyó César Campana , y citó este en su importante Historia de Felipe II {!). De pensar á obrar solía ha- ber como se sabe, en Paulo IV escasa distancia. Un día , pues, que se presentó el Cardenal , cual todos, en la antecámara pontificia, después de aguardar cuatro horas en vano, recibió la orden de re- tirarse y no comparecer más en presencia del Papa. En seguida se les comunicó á él y á su hermano el de Montorio la orden de des- ocupar las habitaciones que tenían en el Vaticano mismo ; y pocos

(1) La vita del Catholico et invitissimo Don Filippq secondo D'Amtria fte delle Spagne, etc, Lib. 12, pág. 86. Venecia, 1608.

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dias después, á 27 de Enero de 1559, convocó ya el Santo Padre un Consistorio, con asistencia del Gobernador de Roma y del fiscal de la Cámara Apostólica, en el cual, conlág-rimas en los ojos, pronun- ció un largo discurso contra la vida y costumbres de sus sobrinos, mandando extender allí mismo un decreto en que dispuso : que en el término de doce dias saliesen de Roma el Cardenal Carlos Carrafa, el Conde de Montorio, Duque de Paliano, y el Marqués de Monte- bello; yendo á residir, el primero, en el lugar de Civita-Lavi- nia , el segundo en el de Gállese , y el tercero en las tierras de su marquesado; que cesase el Cardenal en cuantos cargos de gobierno desempeñaba , prohibiéndosele intervenir en adelante en negocios políticos ; que el Duque de Paliano soltase también el empleo de Capitán General de la Iglesia y Almirante de sus galeras , que de- sempeñaba; que el Marqués de Montebello, en fin, fuera sustituido por otro en el mando de la pontificia guardia, que ejercía. Leído este decreto á los presentes , prohibió luego el Papa , bajo severí- simas penas, que ningún Cardenal fuese osado á interceder por aquellos reos , ni á pedir que en ningún tiempo se les concediese la más mínima remisión ó gracia. Ni falta quien diga que la cólera de Paulo IV contra sus sobrinos era ya á la sazón tan extrema, que habiendo ido á interceder por ellos su madre Doña Catalina Cantelmo, la echó de su presencia con estas terribles palabras: <<maldito sea tw vientre que 7ut producido tales malvados (1). La violencia que en esta ocasión mostró aquel Pontífice, tan propia de su vehemente carácter , dio lugar á que se murmurase al punto de la expulsión de sus sobrinos, poco menos que se hubiese censurado hasta allí su engrandecimiento. «Viendo,» decía por ejemplo, el Embajador francés en Venecia M. de Acqs , «que no puede ya salir »contento de este mundo, quiere dejar en él algún contento de su »persona.» De estas malignidades externas, y de interna soledad y recelo, fueron acompañados ya solamente los pocos días que vivió aún Paulo IV. Desencantado , vencido , triste , no conservó más afecto humano hasta la última hora en su pecho , que el que pro- fesaba al hijo del Marqués de Montebello , Alfonso Carrafa, á quien había hecho Cardenal y Arzobispo de Ñapóles , no obstante sus cortísimos años; poniéndole además á la cabeza del nuevo género de Gobierno que instituyó, en que reservaba más para sí, y daba

(1) Hállafíe consignada esta anécdota tíii el manuscrito del P. Caracciolo' ya citado.

Á MEDIADOS DEL SIGLO XIX. 195

mayor participación de la que solian tener á los otros Cardenales. Tres meses después de estos sucesos , cayó , por último , enfermo, y al cabo de otros tantos de enfermedad , rindió al Criador su vida el dia 18 de Agosto de 1559. Sus postreras palabras fueron para recomendar á los Cardenales el tribunal de la Inquisición , único apoyo ala sazón, según les dijo, de la cristiandad, que sin él ame- nazaba ruina. Y al alba del dia 19 se supo ya por toda Roma , con extraordinaria y bárbara alegría , que habia cesado de ocupar la Silla San Pedro el virtuoso, aunque ardiente y duro, Paulo IV. Bien pronto, no obstante , reemplazó á la alegría la confusión, no ya sólo en aquella ciudad , sino en todo el Estado eclesiástico. Repartido el vulgo en cuadrillas , rompió las puertas de las cárce- les, y señaladamente las de la Inquisición , poniendo en libertad á todos los presos; y en poco estuvo que no quemase la iglesia de la Minerva por ser de los frailes de Santo Domingo y residir allí el Santo Oficio , en demostración del aborrecimiento que á aquel tri- bunal se profesaba. Quisieron las turbas desencadenadas derribar la casa que habitaba cuando era Cardenal el Papa difunto; destru- yeron sus retratos; y asaltando el Capitolio, donde tres meses antes se le habia levantado una estatua en mármol para perpetuar la me- moria del destierro de sus sobrinos, separaron á golpes del tronco la cabeza de aquel simulacro , la arrastraron , la pisotearon , y no sin dejarla por entretenimiento de muchachos largas horas, la arro- jaron al Tiber. Adelantáronse á publicar los caudillos de aquella asonada un bando, disponiendo que se arrancaran de todas las igle- sias , casas y lugares públicos en que estuviesen , las armas de la familia Carrafa, y hasta que se borrasen cuantas inscripciones con- tuviesen aquel apellido. Fué tal la rabia del pueblo de Roma contra aquel sagrado y celoso campeón de la independencia de Italia, que hubo que guardar su cadáver, de cuerpo presente, con buen golpe de soldados, porque no experimentase algún insulto. A todos estos pormenores, que constan en un diario contemporáneo ya impreso (I), añade el Cardenal Sforza Palla vi ciño en su Istoria del Concilio otros igualmente dignos de censura. Habia mandado el Papa Paulo que la raza hebraica llevase por distintivo en Roma cierto birrete amarillo ; y uno de los haraposos habitantes del Ghetto prestó aquel dia por afrenta el suyo , á la cabeza de la escarnecida estatua del Pontífice. Ni aun los vendedores de agiia pudieron llevar durante (1) Documento 41 del Apéndice al Ñores.

196 ROMA Y ESPAÑA

aquellos dias una carafa ó garrafa de agua por las calles , sin ex- ponerse á desaguisados sangrientos. Dirigían tales excesos los mis- mos Magistrados municipales de Roma , los cuales osaron ir con insolentes mensajes al Sacro Colegio , solicitando su concurso para apoderarse de las fortalezas de los Carrafas. «¿A qué están aquí los soldados?» exclamó al fin indignado el Cardenal español D. Barto- lomé de la Cueva , animando con su actitud colérica al Sacro Co- legio para que se pusiese coto , como á la postre se puso , al desor- den. Pero en el entre tanto, Marco Antonio Colonna fué sobre Paliano , la tomó , y sin permiso de nadie se puso en posesión de sus antiguos Estados. Urgia nombrar Papa para poner á tanta con- fusión algún remedio ; y sin embargo , habiéndose cerrado el Cón- clave á 5 de Setiembre , duró este hasta el dia primero de Pascua de Natividad, en que fué elevado á aquella dignidad altísima el Car- denal Juan Ángel de Médici, patricio de Milán. Hubo de particular en este Cónclave, y no es para omitido, que todavía estuvieran en él á punto de ser Papas dos españoles , es á saber : los Cardenales Pacheco y de la Cueva ; el primero de los cuales llegó á reunir es- pontáneamente hasta 27 votos , uno solo menos de los que la elec- ción canónica requería (1). La lucida votación de D. Pedro Pa- checo y la elección de Médici , subdito también del Rey de España, y de los más comprometidos en el partido español , harto patente- mente demuestran, de parte de quién estuvo el influjo en aquel Cón- clave. Pero lo que no pudo sospecharse años antes fué que más que nadie contribuyese á sacar allí triunfantes los candidatos de Felipe II el Cardenal Carrafa. Abandonando por completo los intereses de la Francia, desde que se entendió con el Rey Felipe en Bruselas, míen- tras su hermano el de Montorio se inclinaba masque antes á ella , por lo de Paliano, empleó aquel Cardenal la influencia que le había dado en el Sacro Colegio, su omnímodo poder de otro tiempo , en fortificar al partido ó facción española , como se decía entonces ; haciendo caer siempre de parte de esta la balanza, en los distintos escrutinios

(1) Según refiere Pallavicino, dependió de una rarísima casualidad el que no fuese elegido por su parte el Cardenal de la Cueva ; porque un cierto Leo- nardo de Torres que le servia, fué suplicando de uno en uno á todos los Car- denales que le diesen un solo voto siquiera, á fin de que saliese con cierto ho- nor del Cónclave. Treinta y dos Cardenales nada menos, cuando bastaban 28 para ser Papa, se lo ofrecieron así, de tal suerte, que en el instante en que por azar se descubrió el engaño, habían ya votado por él 17, y tenían los demás, hasta el número dicho, las papeletas con su nombre en las manos.

i MEDIADOS DEL SIGLO XVI. 19*7

á que dio lugar sólo la falta de acuerdo respecto de la persona ( 1 ). ¿Qué esperaba de esta conducta el impresionable, y por lo mismo poco previsor Ministro de Paulo IV ? ¿ Qué respuesta dio á las es- peranzas que lo lisonjeaban entonces lo por venir? Esto se ha de ver en los párrafos sucesivos.

IV.

Fué ,' como de ordinario , la mudanza de Papa señal de grandes cambios de personas , y de importante alteración en el Gobierno de la Santa Sede. A los sobrinos Carrafas sucedieron los Bórre- meos; entrando á desempeñar el puesto de Cardenal Nepote el jo- ven Carlos , elevado inmediatamente á aquella dig-nidad , y que ocupa hoy lug*ar entre los Santos. Bien pronto fué reconocido por leg"itimo Emperador de Alemania el hermano de Carlos V , que lo habia pretendido del Papa Paulo IV tan en vano. Marco Antonio Colonna fué , no solamente indultado de las penas espirituales que sobre él pesaban , sino admitido en la gracia del nuevo Papa , de- jándosele disfrutar tranquilamente de la pronta justicia que se habia hecho por sus manos, y recobrando al cabo cuanto le pertenecía en el territorio eclesiástico. Lo que tardó algo más fué la total per- dición de los sobrinos de Paulo IV, Halagólos y rechazólos alterna- tivamente el nuevo Papa, en los principios, como si vacilase en sus resoluciones. Aparte del impedimento moral que le ofrecía para ensañarse con ellos, el notorio apoyo que el Cardenal Carlos le habia dado en el Cónclave, como candidato del Rey Felipe, ignoró á punto fijo por algún tiempo cuáles fuesen los fines de éste , res- pecto de sus enemigos antiguos. Estaba ya allí, como he di- cho, por Embajador de España, D. Francisco de Vargas Mejía, designado al Rey Católico por el referido Cardenal , que le conoció en Venecia, y á quien el Rey, que no ignoraba sus firmes doctri ñas regalistas, debió juzgar muy apto para tal empleo; y como se sintiese por extremo agradecido el diplomático doctor á los bue- nos servicios del Cardenal , no oyó el nuevo Papa de aquel sino palabras al último favorables. Fué preciso, pues, que llegara á Ro- ma, como Orador de obediencia á Pió IV, D. Luis Hurtado de Men-

(1) César Campana^ D. Filippo Secondo , libro XII, ya citado. Gregorio Leti, Vita del Católico Re Filijjpo secondo, parte 19, libro 14. Pedro Ñores, Gueira degli spag7iuoli contra Papa Paulo I V, Libro IV.

Í98 ROMA Y ESPAÑA

doza, Marqués de Mondéjar y Conde de Tendilla, que era ya del Consejo de Estado , y fué lueg-o Presidente de los de Castilla y de Indias , para que Su Santidad comprendiese los verdaderos deseos del Rey de España. No habiendo visto hasta ahora las instruccio- nes que acerca de este punto se dieron al Marqués de Mondéjar, debo limitarme á exponer, lo que dicen de su misión los historia- dores más acreditados. Traia consigo , según Ñores cuenta, el Mar- •qués á un hijo del Duque de Alba, que se mostraba como su padre, muy contrario á la familia Carrafa; y aquel historiador añade, que no bien habló con ellos Pió IV , se persuadió de que el Rey Felipe veria con gusto la ruina del Cardenal Carrafa, y de su casa. Este aserto de Ñores da valor á la versión de Gregorio Leti, (1) que ofrece bastantes pormenores acerca de la intervención del de Mondéjar, en la persecución de los Carrafas, señalando por prueba de la desconfianza , que como Ñores también dice , inspi- raba en el asunto D. Francisco de Vargas, el hecho de haber rehusado su hospedaje el Orador de obediencia, albergándose en el mismo palacio del Papa. Gregorio Leti , por otro lado , es un historiador á quien no hay que dar siempre crédito seguramente, pero que tuvo mucha noticia de aquel tiempo. Aparte de la amistad que al cierto habia entre el Cardenal Carrafa y Vargas, parece también probable que este último tuviese compromisos espe- ciales con él , como insinúa Juan Bautista Adriani (2) , por pro- mesas que le debió de hacer durante el Cónclave, para moverle más y más á favorecer los candidatos españoles. Adriani es historiador de bastante más autoridad que Leti, contemporáneo, y que tuvo á su disposición en Florencia los papeles de Cosme de Médicis, á quien supone también Ñores instigador principal de la persecución de los Carrafas; y que estuvo , sea como quiera , muy al cabo de todo. El caso es, en suma, que después de la llegada del de Mon- déjar á Roma, y de una breve y fastuosa estancia alli del Duque Cosme, fué cuando Pío IV se resolvió á obrar. Mandó prender al salir de un Consistorio al Cardenal Carlos Carrafa y á su sobrino don Alfonso , llamado el Cardenal de Ñapóles , aquel que habia sido hasta la hora de la muerte la persona amada de Paulo IV , sepa- rando al propio tiempo de la Nunciatura de España al Obispo de

(1) Vita del Católico Re Filippo II, parte prima, pág. 355. Colonia, 1679.

(2) Istoria de suoi tempí de Giovan Batista Adriano, Gentilhuomo fio- rentino. Libro XVI, pág. 1154. Año 1587.

i MEDIADOS DEL SIGLO XVI. 199

Terracina , parcial , como se sabe , de los Carrafas , y enviando en su lug-ar á Monseñor de Santa Cruz , al cual encargó por cierto en sus Instrucciones, hacer presente al Rey Felipe que los motivos de su resolución eran : « la mala conducta , la infamia , los da- »ñosque procuraban á S. M. y el fueg-o y ruina en que hablan pues- »to á casi toda la cristiandad los sobrinos del Papa difunto;» (1) añadiendo á reglón seguido, «que tal hecho se hubiera llevado án- »tes á cabo, á haber habido Ministro de S. M. en Roma de quien po- »der fiar, cuanto se habia fiado al fin del Conde de Tendilla.» ¿Se necesita más para demostrar la intervención del último en la persecución de los Carrafas? Cuando menos es evidente que prestó su consentimiento ó aprobación ; y es muy digno de considerarse que en el Ínterin continuase como si tal cosa ostentando Vargas Mejia su amistad á los Carrafas, é intercediendo por ellos, á nombre de su Soberano: hasta el punto de que, según se lee en un Diario del tiempo, el dia en que se vio su causa, se presentó aún á reclamar su absolución en el Vaticano , y aunque reci- bió orden del Papa para no mezclarse más en el asunto , todavia insistió con igual ardor en su empeño al dia siguiente. Difícil es de suponer ciertamente que D. Francisco de Vargas Mejia, cria- tura suya, y el hombre de mayor confianza que antes y después tuvo Felipe II en los asuntos de Roma, contrariase por tal manera sus deseos é instrucciones, ó que obrara contra aquellas y estas el Conde de Tendilla, por su parte. Más probable parece seguramente, que estando comprometido Vargas con Carrafa , por los indudables servicios de este en el Cónclave, como Ádriani indica, fuera quien interpretara sus Íntimos y verdaderos sentimientos , cerca de Pió IV el Orador de obediencia. Nihabriaque maravillarse de que cada uno de los dos Embajadores ignorase las instrucciones del otro, tocán- dole á cada cual papel distinto en el asunto. Porque era axioma del tiempo, que los Reyes hábiles, para disfrazar mejor sus intenciones, debian engañar á las veces á sus propios Embajadores (2); y en esto

(1) Párrafo copiado de ellas por Pedro Ñores, é inserto en el cuerpo de su obra.

(2) Contentaréme con citar aquí á este propósito las palabras de D. Cris- tóbal Benavente y Benavides en su famoso libro intitulado Advertencias para Reyes, Príncipes y Embajadores. Madrid, 1643. Dice así: "el Príncipe que npor mano de su Embajador quiere engañará otro, lo primero de todo engaña iiá su Embajador, porque así él con mayor resolución ejecuta el negocio que iise le cometiere, pensando no es fingido lo que trata de parte de su Príncipe, h

200 ROMA Y ESPAÑA

de hábil nadie ha alcanzado reputación mayor que Felipe II. Lleg*a- ba además hasta alli el eco de los partidos palaciegos que agitaron la corte de aquel Monarca ; pues que el Conde de Tendilla fué ele- gido para tal comisión , según parece , contra la voluntad del que capitaneaba D. Rui Gómez de Silva , al cual estaban ya como afi- liados, el Cardenal Carrafa, y el Nuncio Monseñor de Terracina, y que era en todo opuesto al que reconocía por jefe al Duque de Alba. De lo dicho deduzco yo, con todos los historiadores contem- poráneos ó próximos á aquellos sucesos , bien que careciendo de documentos acerca de este punto , que no le faltó alguna razón en su último instante al Cardenal Carrafa, para imputar justamente su triste fin al Rey Felipe y al augusto sucesor de Paulo IV.

Abierto en resolución el proceso, ejerció en él las funciones de Fiscal el mismo Alejandro Pallentieri, que tan gallardamente acusó en Consistorio á Carlos V y Felipe II, llegando á pedir contra ellos hasta la pena capital ú otra, al arbitrio de la Santa Sede. Acrecentó, en el caso presente, la malignidad y osadía de aquel terrible hombre de ley la encarnizada enemistad que con el Car- denal tenia , desde mucho antes que cayera este del poder. Hablan llegado las cosas á punto de mandar el Cardenal prenderlo y encer- rarlo en el castillo de Sant-Angelo , de donde no salió libre hasta los primeros dias del Pontificado de Pió IV. Y es claro que con tal hombre y tal pasión , el proceso no podia menos de ofrecer singu- laridades, como las ofreció, quizá aún mayores que se esperaban.

No si parecerá á algunos ocioso , que consagre tanta parte del presente estudio á exponer detalladamente lo que dieron de los autos. Mi opinión es que aquel proceso ensena más por sólo , acerca de la materia que trato , que cuantos discursos pu- diera ya añadir en adelante. Por esto prefiero exponerlo, á con- cluir con extensos comentarios y reflexiones. Veráse ahora en él hasta dónde llevó la pasión contra España, no solamente al Car- denal Carrafa , sino al austero Pontífice Paulo IV : veránse en él retratados más al vivo que en parte alguna , así el carácter del Cardenal , como el de su hermano el de Montorio , que fué Capitán General de la Iglesia, y el del Fiscal Pallentieri , los tres princi- pales campeones , cada cual por su estilo , que empleó entonces el Pontificado contra España : veránse como nunca patentes los prin- cipios, los sentimientos, las costumbres de aquel siglo, que con tan loca ó maligna injusticia, presentan por ideal, y claro ejemplo

Á MEDIADOS DEL SIGLO XVl. 201

muchos, al siglo presente. La más severa imparcialidad ha de presidir á mi análisis, y de ello dará testimonio, el que ha de apa- recer menos aborrecible á las veces en estas páginas, que nuestros propios parciales, aquel mismo desatentado y fiero Carlos Carrafa, tan acérrimo enemigo de España por mucho tiempo , y tan odiado entonces por nuestra nación toda entera. Y esto digo, porque la única imparcialidad que cuesta sacrificios honrosos al alma es la que obliga á contradecir los sentimientos justos ó injustos de la propia patria.

Conviene advertir, antes de entrar aqui en materia, que falta el Proceso original , quemado en la ocasión que se dirá más lejos. No se carece, por dicha, no obstante, de loque basta para formar entero juicio. En el tomo manuscrito de la Biblioteca Nacional (X 34) hay unáocnmento mútiúado Fxtractus processus Cardinalis Carrafae, que es, en suma, una refutación de los cargos que se le hicieron: mas no sin exponerlos antes, uno por uno. Otros varios papeles existen de igual naturaleza, y con diversos títulos, asi en las biblio- tecas de Roma como en las demás de Italia ; y aunque yo no haya podido cotejarlos, paréceme que el que aqui poseemos en la Biblio- teca Nacional, debe ser el mismo que que se conserva en la Va- ticana, y que lleva el nombre y la firma del defensor del Cardenal J. Félix Scalaleone, abogado napolitano. Formóse este escrito sin conocimiento entero de los autos , que el abogado con harta razón pedia que originales se le comunicasen, á fin de aprovechar cuanto conviniese á la defensa de su parte ; pero bien que tal súplica conste al pié del documento (1) á que me refiero, se sabe á la par que no fué tomada en consideración por el fiscal Pallentieri , ni por el Pa- dre Santo. Hubo, pues , de atenerse el abogado, sin duda, á los car- gos hechos al Cardenal en los diversos interrogatorios á que se le sujetó; y no es de extrañar, por lo mismo, que no colocase en su propio orden y lugar cada uno de los capitulos del proceso. Donde este se halla más por extenso es , aparte del Extracto que tengo ahora delante , en un Sumario que hay en la Academia Etrusca de Cortona; del cual detenida noticia Luciano Scarabelli, en su prefacio á la historia de Pedro Ñores , insertando además Íntegros dos de los capitulos por apéndice. Comparado el extracto del de- fensor con el sumario de Cortona, resulta que , aunque expuestos

(1) Este documento fué impreso por Hoffmann. (Crist Godofr). Nova scriptorem ac Monumentorum partim rariss. partim inpd'

TOMO III. 14

20*2 ROMA Y ESPAÑA

los cargos con orden diverso, y en distinto número, son, á no du- darlo, unos mismos. Voy á examinarlos, pues , sirviéndome alter- nativamente del Sumario de Cortona, ó del Extracto de la Biblio- teca Nacional , según convenga á la claridad de los hechos.

V.

Los cargos acumulados contra el Cardenal , según la numera- ción del Extracto, fueron los siguientes:

Primero: Que 18 años antes, y mediante suma de dinero, se prestó Car- los Carrafa (Cardenal luego), á vengar la muerte de im cierto Silvio, her- mano de Gerónimo Contubernio, asesinando psrsonalmente en efecto al matador de aquel , que era un tal Pennachio de Benevento , en el distrito de Cerinola del reino de Ñapóles.

Segundo: Que por Octubre ó Noviembre de 1558, es decir, acabada ya la guerra, envió el Cardenal á Ñapóles dos asesinos pagados, que se llamaban Pedro Gascón y Antonio Camilo de Urbino, á fin de que quitasen la vida á Domingo de Máximis, que desempeñaba á la sazón el empleo de Regente de Ñapóles.

Tercero: Que estando al servicio del Rey de Francia, y durante la guerra de este con el Emperador, hizo dar muerte á algunos soldados es- pañoles , de los que guarnecian la isla de Córcega.

Cuarto: Que en tiempo del Pontificado anterior, derribó por su persona en tierra á un tal Bernardino Banderario , causándole con el golpe que re- cibió la muerte.

Quinto: Que en los dias del propio Pontificado hizo encarcelar á ciertos familiares ó domésticos, de la familia Lante (al parecer), enviando uno de ellos á galeras.

Sexto: Que durante el Pontificado referido fueron presos é injustamente castigados, con el último suplicio, César Spina, calabrés, y un cierto abate Nanni, imputándoles el intento de envenenar al Pontifice Paulo, y al propio Cardenal Carrafa , por comisión y órdenes de los Ministros de Fe- lipe II; siendo todo ello mera intriga del Cardenal susodicho, para irritar al Papa, y moverlo más fácilmente á romper con España.

Séptimo: Que el propio Cardenal Carrafa estimuló á su hermano el Conde de Montorio, y Duque á la sazón de Paliano, para que hiciese matar á su esposa, por medio del Conde de Aliffi , que era hermano de ella, y de cuñado también y amigo D. Leonardo de Cardines.

Octavo: Que el mismo Carlos Carrafa indujo, con dolo y fraude, á Paulo IV, á ajustar una liga ofensiva y defensiva con el Rey de Francia,

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en contra del Emperador Carlos V y de su hijo D. Felipe, para mover guerra á estos j á sus Estados, sin respetar la tregua, poco antes jurada, j pretendiendo también la ayuda del Gran Turco, enemigo común; de la cual guerra habían procedido, por culpa del Cardenal, que la promovió, homicidios, incendios, rapiñas, invasiones y discordias entre Príncipes Cristianos.

Noveno: Que al ajustar, después de esta guerra, jSrmes paces con el Duque de Alba, suscribió sin instrucciones ni conocimiento del Papa una convención secreta, referente al Estado de Palíano.

Décimo: Que en el punto ya de su desgracia, y cuando fueron desterra- dos de Roma por su tio Paulo IV, así el Cardenal como eldeMontorio, envió el primero á España un comisionado, por nombre Pablo Filonardo, para que suplicase en su nombre al Rey Felipe que lo recibiera bajo su pro- tección, con toda la familia Carrafa, é intercediera por ella, con el Pontí- fice ; ofreciendo observar en cambio todas sus órdenes , y poner á su dis- posición el Estado de Paliano, que no quería ceder Su Santidad de modo alguno.

Undécimo: Que era el Cardenal sospechoso de herejía, por haberse ha- llado, aparte de otras cosas, entre sus papeles , el ejemplar de una conven- ción ó tratado de alianza, que Alberto, Marqués de Brandemburgo (una de las principales y más famosas cabezas del protestantismo alemán, como es sabido), propuso al Papa y á la Santa Iglesia Romana, en contra de la monarquía española.

Duodécimo: Que había defraudado á la Cámara Apostólica en grandes sumas, no dando sus debidas pagas ó auxilios á los soldados alistados para la guerra.

El Sumario de Cortona omite el cap. 6.° del Extracto^ que consta indudablemente como uno de los más graves que se formaron con- tra el Cardenal, trocándolo con otro acerca de los manejos emplea- dos por aquel en las promociones al Sacro Colegio, y acerca de haberse él mismo ocupado en la elección de futuro Pontífice, vivien- do Paulo IV todavía. Trata, además, en capítulo aparte, de la alianza turca con este título: « Quod armatam Turcarum solli- citamrit contra imperiales; » dando con razón otra importancia al asunto que le concedía el abogado defensor en su Extracto. En el resto de los capítulos, por más que suelan ser muy diferentes los epígrafes, es siempre idéntico el fondo.

No es, en verdad, posible, pasar la vista por estos cargos y fun- damentos del proceso, sin sospechar de golpe que la voz del odio, y no la de la justicia, pudo dictar los más de ellos. Perseguir á un Cardenal de la Santa Iglesia Romana, al Ministro universal de un

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Pontífice por algunos años, al que había ostentado en París y Bru- selas la altísima representación de Legado del Santo Padre , reci- biéndole como tal los dos más poderosos Reyes de la tierra , por el delito vil que se suponía cometido 18 años antes en Cerinola, parece cosa por demás extraña. Después de aquel tiempo babia servido á su Soberano el Rey de España , como buen soldado , sin que tal delito se le imputase enjuicio; había tomado órdenes, de- pendiendo de su voluntad sola al recibir la que le faltaba ; había sido elevado á dignidad en que hubiera podido salir de un Cón- clave Papa; había intervenido en los más grandes negocios de su tiempo : y aunque, á decir verdad, ni las costumbres generales de la época , ni las peculiares de aquel irascible y poco escrupuloso prelado, hagan inverosímil que participase de joven en el homi- cidio pagado de Cerinola, y que con razón mereciese por ello en- tonces el nombre de asesino que le dio luego el Rey Felipe en su Memorial á los teólogos y juristas, ni aquel hecho concreto se probó bastantemente en el proceso, á lo que parece, ni en todo caso podía menos de tenerse ya por indultado, ó por prescrita al me- nos la acción jurídica que se ejercitaba. Tocante al asunto del ho- micidio de Domingo de Máximis , declaró este mismo , según el Extracto, que no lo creía fraguado por el Cardenal , sino por otros enemigos suyos , que se ampararan con su nombre para hallar cóm- plices más fácilmente. Y por lo que hace á la condenación á ga- leras de cierto criado ó familiar, que refiere el proceso, apenas me- rece mención alguna, habiendo en ello intervenido sentencia de jueces, que no es probable que fuesen movidos con fuerza mayor á dictarla, por una parte; y siendo, por otra, ordinaria práctica de aquel siglo, la de imponer, sin forma de juicio, estos castigos me- nores á cualquier hombre del pueblo: de la cual usaban frecuen- tísimamente los primeros Ministros de todas las naciones del con- tinente , y aun los inferiores , sin dar ocasión á procedimiento cri- minal ó á grande escándalo siquiera. No más fundado era el cargo de haber hecho matar á varios soldados españoles en Córcega, obrando como enemigo , y en tiempo de guerra ; y ni aun se con- cibe que debiera esto ser objeto de juicio en Roma, donde faltaba el pretexto que habría podido alegarse en España ó Ñapóles , tra- tándose de persona nacida subdita del Rey católico , bien que es- tuviese ya desnaturalizado. he de dar crédito, por añadi- dura, á los hechos que asienta como firmes el abogado defensor

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ninguna prueba directa resultaba tampoco contra el Cardenal , en aquellos lejanos delitos que se le imputaban. Lo que aparece pro- bado es , que viviendo su tio , se ocupó ya mucho en quién habia de sucederle, lleg-ando hasta ajustar con el Embajador de Francia un pacto para oponerse á los deseos del Rey Felipe en el futuro Cón- clave; pero no menos cierto es igualmente, que habia costumbre de tratar en Roma de la elección de nuevo Papa antes deque llegasen á morir los que ocupaban la Santa Silla, cosa que seria facilisimo demostrar con más de un documento que poseo : por lo tanto no parece que en esto debiera fundarse cargo muy grave contra Car- rafa. Ni tales tratos podian decirse criminales , cuando no se aten- tara en ellos contra el poder ó la autoridad del Papa reinante; ni juzgarse en extremo inoportunos , hallándose con Pontífice de más de 80 años, que necesariamente habia de vivir muy poco, y en tiempos tan revueltos, por todos estilos, para la Igle- sia (1). Acusar en el entretanto al Cardenal á un propio tiempo, de haber alimentado la discordia con el Rey de España, tan prin- cipalmente acalorada, como es sabido, por la confiscación del Es- tado de Paliano , y de haber intentado cederle en este al mismo Monarca, los derechos que mediante aquella habia adquirido su fa- milia, así como el calificar tal intento de alienatione terrarum Ecclesia, cosa es también no poco digna de ser notada, en el

(1) Sirva de ejemplo, entre otros, el que da á conocer la siguiente carta expedida por Felipe III desde Burgos, á 10 de Agosto de 1601, cuatro años antes que muriese el Pontífice á que se refiere:

"Duque de Escalona, primo : han parecido tan mal las pláticas en que Aldobran- dino y otros andan en esa corte sobre la elección de futuro Pontífice, viviendo el que lo es, que holgaría viniese á noticia de Su Santidad, para que viese desde luego y entendiese lo que tiene en cada uno; y assi os encargo, y mando, que con gran recato se lo echéis en los oidos, por medio de algún religioso capu- chino, ó otro confidente suyo, sin que por ningún camino se pueda entender que naze de vos , y si no se pudiese encaminar sin entenderse, será menos in- conveniente dejarlo de hacer." Manuscrito de mi propiedad. No he dudado en dar aquí á luz, por su brevedad, este texto, que basta á demostrar lo que digo. La oportunidad de citar esta carta consiste, además, en que el Aldobran- dini, que trataba como se de la persona que debia elegir el futuro Cónclave, viviendo todavía el Papa, era el Cardenal Nepote de Clemente VIII, Cincio Aldobrandini, intitulado Cardenal de San Jorge, que ocupaba en 1601 en Eoma, exactamente la misma posición del Cardenal Carlos Carrafa, depen- diendo todo de él, en lo político, y aun en lo eclesiástico. Gincio Aldobran- dini, era sobrino de Hipólito Aldobrandini, que fué un gran Papa con el ya referido nombre de Clemente VIII.

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proceso de que hablo. Y respecto de la defraudación de sueldos de militares, de que también se le acusaba, baste decir, en prueba de la injusticia con que tal delito se le imputara , que no se sabe que se le hallasen á su muerte bienes algunos , y que entre los Carde- nales que asistieron al Cónclave , que eligió Papa á Pió IV, ninguno pasaba ya por más pobre que él , á lo que resulta de testimonios contemporáneos : circunstancia muy digna de tenerse en cuenta; que la mejor justificación que ofrecen los hombres públicos de su integridad en el manejo de la fortuna general que se les confia, es la escasez ó falta de la suya propia cuando caen del poder, ó la re- ciben sus herederos á la puerta de su sepulcro. Esto, á la verdad, si notorias prodigalidades , que tocante al Cardenal no constan de modo alguno, no dan razón del mal fin, de lo mal adquirido. Di- rigió, además, el Cardenal á su tio un memorial fechado á 19 de Enero de 1559 (1) , solicitando con mucha instancia, que, á pesar de haber rendido ya todas sus cuentas , y de estar aprobadas por la Cámara Apostólica, nombrase persona ó tribunal que de nuevo las examinase, después de su desgracia y destierro; ofreciéndose á permanecer en la cárcel hasta haber satisfecho cualquier reparo ó descubierto que resultase. En el propio memorial suplicó al Santo Padre que mandara publicar un bando, por todo el territorio ecle- siástico, para que quien quiera que pretextase agravio de su Go- bierno, presentara, dentro de un plazo determinado, querella contra él , ante el Tribunal ó jueces que pareciesen más competentes para el caso; pero ni la revisión de cuentas se ejecutó, ni se publicó el bando, á pesar de la desatada cólera que á la sazón mostraba en su contra Paulo IV. De una parte los incontestables argumentos de su abogado, que me es imposible dar aquí por extenso, y de otra las consecuencias que naturalmente se deducen de los hechos por mi propio estudiados y expuestos , me incitan á tener por insubsis- tentes y apasionados los capítulos hasta aqui citados del Proceso. De más gravedad que el del Cardenal tendrían quizá que ser estos capítulos, en el futuro proceso de su fiscal Pallentieri.

(1) Apéndice á la historia de Pedro Noras, documento 40.

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VI.

De otra importancia y fundamento son los demás cargos, j más relacionados con el asunto principal de este estudio , por lo cual habré de examinarlos con distinta detención. ¿ Fué ó no el Cardenal instigador malicioso de la guerra con Felipe II , y prin- cipal , verdadero ó solo autor de la ruptura de la tregua jurada en Vaucelles, que tanta sangre y tesoros obligó á desperdiciar luego á las mayores naciones católicas? ¿Trató aquél algo con España opues- to á las instrucciones del Papa , y sin su consentimiento respecto del estado de Paliano? ¿Pretendió también de veras, y por solo, que se coligase la Santa Sede con el Marqués de Brandemburgo, Maestre rebelde de la religión teutónica, y el mayor enemigo quizá que tuviese ya el catolicismo en aquel tiempo , para mover guerra ál piadoso solitario de Yuste , y al devoto fundador del Es- corial , los dos más sinceros y poderosos defensores del catolicismo en su época? ¿Aceptó por si solo, y con el propio intento, el nefan- do auxilio y alianza del gran turco , incitándole á que asolase las provincias cristianas de España y Ñapóles, mientras atendían á pelear sus naturales defensores con los ejércitos del Pontífice y del Rey de Francia? ¿Hubo legítimas causas para condenar á muerte á Nanni y á Spina? ¿Es cierto , por último , aunque no sea esen- cial para nuestro objeto , que aconsejara ú ordenara á su hermano el Conde de Montorio la muerte q\ie,propria auctorit ai e, hizo este dar á su esposa? Tales son los más graves puntos del proceso, y los que me propongo analizar sucesivamente.

Poco hay que inquirir, tocante al primero, á pesar de su notoria importancia política. No negó el abogado del Cardenal que hubiese él aconsejado á su tío la alianza con los franceses y el rompimiento con la casa de Austria , ni era posible negarlo. Sin contar con las muchas pruebas parciales, acumuladas ya al paso en este estudio, la ofrecen plena otros documentos. A 22 de Enero de 1556 (1) había escrito el Cardenal mismo al Rey de Francia una carta , en que se leen estas palabras : « Sire , io sonó stato quello chi ho promesso »tutto questo affare.» Y en la instrucción dada con igual fecha al

(1) Biblioteca Nacional. (X. 34.)

208 ROMA Y ESPAÑA

Duque de Somma (1) , que iba de ageate á Francia, decia el Car- denal textualmente , « que desde que el Papa le encargó de la di- »reccion de los negocios políticos , se propuso atraerlo á la amistad »del Rey de Francia , lo cual habia hecho superando molte difjí- y^coltate, que suponía bien sabidas por la persona á quien se dirigía;» volviendo á declarar después, sin ambajes, que él habia sido el promotor de todo lo hecho. Igualmente confesó en otras instruc- ciones , entregadas á César Brancaccio , que , « para lograr aquel »in tentó, habia procurado despertar en la memoria de Su Santi- »dad cuantas ofensas tenia recibidas del Emperador, y los suyos, »en todos tiempos , y mayormente en el Cónclave último , al paso »que iba introduciendo en su gracia á los Ministros franceses que >^residian en Roma.» Pero nunca dejó de protextar el Cardenal, que el motivo que á ello le inducía, no era otro sino la creencia en que estaba, de que la alianza francesa seria tan conveniente al Pontificado, cuanto parecía ya indispensable á su autoridad dismi- nuir el poder de la casa de Austria en Europa, y en especial en Italia. Y aunque no fuesen estos los solos móviles que en su ánimo obra- sen , y aunque su despecho personal influyera harto en sus accio- nes ministeriales , ¿ con arreglo á qué ley ó principio de derecho oonstituido podía esto declararse delito imputable y penable por la ley positiva? De este género de delitos se han visto castigados al- gunos por las turbas populares ó los tribunales revolucionarios: pero no en los Estados normalmente constituidos: ni en nuestro siglo, felizmente iluminado por principios más verdaderos y justos que los que reglan las conciencias durante el siglo XVI, ni en aquel siglo mismo donde tan mal parada solia andar la justicia. Lo pro- pio Lerma que Olivares guiaron no mucho después á los Monarcas españoles por bastante mal camino , dejándose llevar con suma frecuencia de sus personales afectos; y sin embargo, nadie osó perseguirlos por sólo eso. Bastárale al Cardenal en este punto, con la reprobación segura de la historia, la cual infama justamente

(1) Llamábase este Duque de Somma Giamberardino Sanseverino, de ilus- tre famiha de Ñapóles: su padre habia abrazado el partido francés, por lo cual fué desposeído de sus estados, y el hijo, que sirvió al principio al Emperador, se pasó también al fin á sus enemigos, viendo que ni por eso se los devolvian, siendo ya siempre en lo sucesivo grandísimo enemigo de España. Véase la Apología de tre seggi illustri di Napoli, di M. Antonio Terminio: Venecia, 1851; de donde he tomado muchas de las noticias que doy al paso, de los naturales de Ñapóles que figuraron eu estos sucesos.

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álos que dirijen por móviles personales sus acciones públicas : que en cuanto á la justicia ordinaria nada habria tenido que entender en eso , á no haber sido impulsada por la mano implacable de las pasiones políticas.

Por lo que toca á si tuvo ó no conocimiento Paulo IV de cuanto ofreció ó admitió el Cardenal, en sus negociaciones con el Duque de Alba y el Rey de España-, acerca del Estado de Paliano , pué- dense abrigar, con fundamento, mayores dudas. Por su gusto es claro que el Cardenal no hubiera pactado otra cosa en el tratado de Cavi , sino que el Estado de Paliano quedase á perpetuidad en .su casa y hermano. Ningún interés propio se halla en la larga correspondencia que medió , y que he podido examinar en distin- tas colecciones manuscritas, capaz de contraponerse al que su her- mano y su casa debian inspirarle. Si alguno tuvo, debió ser poste- rior á su caida de la gracia del Papa , y consistiría únicamente en granjearse la protección del Rey de España; pero cuando firmó la Convención secreta de Cavi , y cuando tornó de Bruselas , des- pués de su última conferencia con el Rey, ni consta que abrigase, ni puede con verosimilitud atribuírsele otro propósito , que el de ajustar, cuanto antes, ó confirmar la paz. Lo que hubo fué, que en aquel hombre extremoso é impresionable faltó, como siem- pre, justo medio. Pedro Ñores concluye su libro resumiendo con acierto, á mi juicio , la vida pública del Cardenal en estas breves é intencionadas palabras: «un solo error cometió,» dice, «indig- »no de perdón ó excusa eu la política , que fué fiarse por demás >;de sus amigos al principio , y demasiadamente al fin de sus contra- »rios.» Aquel valiente soldado de Antonio de Leiva , que por ven- gar injurias personales pasó á ser adalid encarnizado de la nación francesa , tan pronto como desde el poder vio luego vencida su cau- sa, y se halló forzado á reconciliarse con sus nuevos enemigos, pasó de un solo salto de la reconciliación á la amistad , y de esta á la confianza más íntima , echándose en brazos del Rey Felipe, con igual ardor é imprevisión que se puso antes en manos de su rival Enrique II. Cual quiso la guerra, quiso la paz: de repente, á toda costa. Y lo mismo que se lisonjeó un día, con razón, de llevar el ánimo de su tio lentamente á abrazar la causa de Francia, sin éxito se lisonjeó, más tarde, de traerle á punto de satisfacer aquel cons- tante y vivísimo deseo del Monarca español , de restituir el Estado de Paliano á sus históricos y actuales aliados los Cplonnas ó Colpne-

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ses. Sábese por una carta impresa del mismo Conde de Montorio, que el Duque de Alba le llamó siempre á secas en su correspon- dencia oficial Duque Juan Garrafa ; como si aun después de la paz, ni interinamente le reconociese el titulo de Paliano. Sábese por otros documentos que el mismo Alba y otros Ministros españo- les propalaron inmediatamente en Roma los artículos de la con- vención secreta , ni más ni menos que si no lo fuese : sábese , en fin , con igual certeza, que en las conferencias de Bruselas no cesó el Rey Felipe de pretender la restitución de Paliano á sus aliados. El art. 4.° del tratado ó la convención secreta, firmada á ins- tancias del de Alba, antes que la pública, y que á este particular se referia , determinó lo siguiente : que, después de darse compen- sación bastante á Montorio , pudiera el Rey Felipe entregar á quien quisiera el Estado de Paliano , « con tal que no fuese persona ene- »miga del Papa , ni de la Santa Sede , ni que sobre tuviera la »nota de rebelde.» Todo lo que le faltaba por conseguir, pues, á España, era que perdonase el Papa á Marco Antonio Colonna: que con esto quedaba ya solamente á su cargo el devolverle á Paliano. Y todo lo que de secreto ofreció el Cardenal, en mi concepto , en Cavi , y á última hora en Bruselas , fué ir conven- ciendo mañosamente á su tío para que concediese aquel perdón á la larga. Por fiar ya en esto , fué por lo que probablemente ajustó el Duque de Alba una paz , que de otro modo no dejaba bien puesta la lealtad de España , supuesto que después de comprometerle, ha- bría así abandonado á un aliado que, aparte otros títulos, acababa de prestar servicios señaladísimos en aquella propia guerra. No desconfiando, en tanto, de persuadir la conveniencia de esto á su an- ciano tio , bien pudo tomar el Cardenal ya entonces algún compro- miso acerca del particular, y ratificarlo en Bruselas. Mas de un lado la ordinaria altivez del Papa presentó , como ha de verse, es- pontáneas dificultades al buen propósito del Cardenal: de otro su hermano el de Montorio (cual publica á las claras su correspon- dencia , que en parte está inserta por apéndice á la historia de No- res, y en parte comprendida en una colección intitulada, <f.Ma- nuscriptos de differ entes materias,» que yo poseo), prefiriendo á lo futuro lo que tenia en la mano, prestábase mal á ayudarle. Y lo peor de todo fué que el Duque de Alba , como queda dicho , ó por hacer valer más las ventajas que había sabido obtener en la paz, ó ^caso por consolar á Marco Antonio y á sus muchos partidarios en

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el territorio eclesiástico , que con el texto público de la paz debie- ron quedar desesperados , divulgase antes de tiempo la clave de la convención secreta y de todo el tratado de Cavi: que era, sin duda alguna , el perdón de Colonna , ofrecido por el Cardenal para más adelante , cuando lo obtuviese del Papa su buena maña. Hacer pú- blica esta intención secreta, era impedir que se realizase; porque una vez advertido el Papa , no podia haber maña alguna que lo redujera á ceder. ¿No se percibe ya con evidencia el compromiso horrible del Cardenal y el origen de aquella conducta, para tantos inexplicable, que le hizo quedar mal con todo el mundo á un tiempo? Por burla de la suerte lo que trajo á tal situación al desventurado Ministro, fué el más inocente y plausible propósito de su vida entera: como que se encaminaba á dejar satisfechos al Papa , al Rey y á los Co- lonnas, no sin alguna mengua ala par del prestigio de su propia casa, fuese cual fuese la compensación que recibiera.

Harto dan á entender todo esto á los que tienen experiencia de negocios los documentos á que ya he aludido , y de que importa extractar algunas frases. «Aproveche V. S. , » le decia al Carde- nal su hermano en 5 de Noviembre de 1557, escribiéndole á Bru- selas de parte del Papa , « cualquiera ocasión que se le ofrezca »para manifestar al Duque de Alba, que no se cuente con el per- »don del Sr. Marco Antonio, en manera alguna , atento que Su »Santidad está resuelto á no perdonarle ; y en cuanto al Rey y sus »demás Ministros, apresúrese también á exponerles libremente, »que á Su Santidad no le pasa por la imaginación siquiera la idea »de indultar á ese perturbador de sus Estados , que lo es tanto por »su propio genio, como por los malos hábitos de rebeldía que hay »ya arraigados en su casa y familia: lo cual no deberá parecer duro »á nadie , pero menos todavía á un Príncipe que de cierto no sufri- »ría semejantes subditos en sus Estados ; y por eso mismo nues- »tro Señor considera su propósito de imponérselos á la Santa Sede, »como indicio patente de no ser buen hijo suyo , ni tenerle el de- »bido afecto.» Como este despacho hay varios en la corresponden- cia oficial del de Montorio con el Cardenal , mientras duró la mi- sión de este en Bruselas. Pues véase ahora lo que , al volver de allá, escribía el Cardenal á la Corte de España, dando cuenta reservada y directa de sus consabidas y secretas gestiones. Hay en la colección ya citada de Manuscriptos de differ entes materias, que yo tengo, un papel intitulado : Instructione alSig. D. Pietrq

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quando ando alia Corte Catholica sopra le cose di P allano, del cual ha impreso la segunda parte solamente el editor de la histo- ria de Ñores , sin dar noticia alguna de la primera , ni de la per- sona á quien fuese todo él dirigido. Era el D. Pedro, según alli se dice, sobrino del Papa, y deudo del Cardenal consiguiente; y, por lo que este último indicaba , habia deseado mucho desde sus pri- meros años servir al Rey católico, su Principe ó Señor natural. Para que á la sazón pusiese su deseo por obra , era para lo que en apariencia se le mandaba no más á España , en compañia del Obispo de Cousa ó Chiusi ; pero su verdadera misión parece que no era otra sino servir de agente secreto al Cardenal cercadel Rey, y de sus Ministros amigos. Dióle aquel por tanto recomendaciones ex- presas para el confesor del Rey, para el Sr. Rui Gómez de Silva, para D. Francisco de Vargas, que aún no estaba nombrado Emba- jador, y el Sr. D. Gonzalo Pérez, señalándoselos todos por hom- bres de su especial confianza, y más que ninguno, aquel mismo Vargas que tan duramente habia tratado en su respuesta al Memo- rial del Rey, á cuantos intervenían por entonces en el gobierno de la Iglesia. Encargó el Cardenal á su sobrino', con todo eso, que principalmente se entendiese con este último , al cual tenia ya mostrado Su Santidad, según decia, «sumo afecto en Roma,» y con quien él ostentaba tener « familiaridad muy estrecha.» Y lo que aquel Ministró ordenó hacer en Madrid á su nuevo agente fué en resumen lo que sigue (1): «que excusase la tardanza de su salida »para la corte de España, manifestándole á S. M. que á la vuelta »del Cardenal á Roma halló tan afligido al Papa , que habia te- >^mido proponerle súbitamente la negociación referente á Paliano, »come di cosa nonpiú udila, es decir, cual de cosa no antes oida, y hde todo punto agena á su pensamiento ; que por eso se habia de- »dicado á tranquilizar su ánimo antes de solicitar diestramente la >.gracia y perdón del Sr. Marco Antonio ; que no le habia ya cos- »tado poco trabajo destruir la mala semilla sembrada por el Duque »de Alba , el cual habia procurado que por otros caminos que el »suyo , y natural de Cardenal Nepote , llegase á oidos del Santo »Padre , quello cke s'era íenuto célalo á Sua Beatitudine per buon »rispetto, es á saber, lo que por buenas razones hasta alli se le te- »nia oculto , á fin de irritar contra su persona al Papa , sin atender

[\), Esto es lo único publicado en el apéndice de Ñores con el siguiente título; Imtrnctione sopra le cose di Paliaiw.

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»al deservicio que en ello habia de seguírsele á S. M. Católica; que »por las palabras que de labios de Su Santidad oyera él mis- »mo, podia asegurarle al Rey , que hablan estado para meterle en »nuevas complicaciones sus propios Ministros; que después de »vencer ya tantos embarazos, y de tomar todas las precauciones »conveniente3 , habia expuesto al fin á la consideración del Santo »Padre el tenor de la capitulación , la calidad de la recompensa »que por Paliano se ofrecía , y la forma misma de la oferta , así »como cuanto se habia escrito sobre el particular en Bruselas ó »en Roma , acerca de aquella cuestión y de las demás pendientes; »que Su Santidad , después de haberle oido, y pesado todo , se ne- »gaba resueltemente á recibir en su gracia al Sr. Marco Antonio »Colonna y aun á tratar siquiera de la compensación de Paliano, »cuyo Estado debía , á su juicio, dejar en manos de un Carrafa el »Rey de España , no sin maravillarse de que este último instase »tanto en lo contrario , sabiendo que el castigo de los Colonnas no »habia sido causado por la amistad que con él los ligase , sino por »otros justos y particulares motivos de que sólo debia juzgar la »Santa Sede , y protestando de nuevo, que estaba resuelto á perder »la vida antes que tolerar indignidad alguna , ó que se rebajase en »lo más mínimo la autoridad de su persona; que, bien mirado, al »mismo Rey católico no le convenia dar compensación alguna para »recobrar á Paliano , porque si aprendían este camino los futuros «sobrinos de Papas , tendría que estarles dando siempre compen- »saciones, sopeña de que despojasen á los Colonnas en cada nuevo »Pontificado; que por consiguiente, lo único que quería ya ofrecer »el Papa al Rey católico era que sirviesen y dependiesen en ade- »lante los de su familia de España en todo, viviendo continuamente »bajo su protección , y sumisos á sus mandatos. » Puesto ya en este caso el Cardenal , en quien es posible que no ya solo influyera en Roma la resolución del Papa , sino también la poca voluntad que su propio hermano tenía de soltar á Paliano , recomendaba á su agente, que encareciese mucho al Rey la circunstancia, de que habiendo ya empleado sin éxito todos los medios posibles para ar- reglar por otro estilo el asunto , y estando persuadido por el cono- cimiento que tenía del carácter de su tío, de que aquella sentencia sería irrevocable , lo que le convenia era recibir por aliado en vez de los Colonnas á su hermano el Conde de Montorío, y reconocerle como tal Üuque de Paliano: ofreciendo que este renunciaría el

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collar de San Miguel que le había dado el Rey de Francia, luego que se le concediese el del Toisón de Oro , y que el otro hermano suyo se entregaría también á la voluntad de España , de acuerdo con su peculiar deseo, que no era otro sino que quedasen tutti quanti, en lo sucesivo, bajo la protección de esta Corona.

A la verdad, la objeción que había de hacer á todo esto el Rey Felipe , no podía ignorarla el Cardenal , puesto que debió haberla escuchado en más de una ocasión de su boca. Exigía sin duda alguna la lealtad de España , que hecha la paz se restituyesen á sus aliados los Estados de que habían sido desposeídos al comen- zar la guerra; pero á esto respondía el Papa, en primer lugar «que »no era digno de S. M. dar á entender que habia aceptado la exclu- »sion de Colonna, como rebelde, en el tratado de Cavi con intención «de burlarlo en esta parte»; y en segundo lugar, con una observa- ción en aquel altivo Pontífice notable: «Su Santidad, dice,» le es- cribía el Cardenal en las instrucciones que extracto , á su deudo; «que para la reputación ó autoridad que el Rey de España desea »adquirír, basta ya con no haberle mandado Embajador, que le »diese las satisfacciones asi ofrecidas en Caví , y que á su carácter »de Príncipe cristiano correspondían , esperando , por el contrario, »á que de Roma se le mandase un Legado primeramente , cual se »ha hecho.» Desprendiéndose de todo esto, con total evidencia, á mi juicio, que el Papa no desconoció, si no antes después, el tenor del tratado de Cavi, en la parte que se refería á Paliano; pero que tomó al pié de la letra su texto expreso , no presumiendo , al ser excluidos terminantemente de las estipulaciones todos los que es- taban declarados por rebeldes á la Santa Sede , que se tratase de sacarle mañosamente luego el perdón de Colonna, para poder de- volverle sus Estados. Por otra parte no aparece ni en esto , ni en lo general de los sucesos , disimulado ó falso el Cardenal por cierto: antes , por el contrarío , lo que se echa en él de menos suele ser círcunspecciony templanza; y así es que la idea de que hubiese ofre- cido á los españoles obtener el perdón de Colonna , por engañarlos, me parece poco digna de examen. Todo demuestra, además, paten- temente que solicitó tan de veras la protección de España , después de la paz , como antes habia deseado la de la Francia. Vencida esta, lo que le convenia, hubiera podido obtenerla ya sincera, era la amistad del Rey Felipe ; y tal como cumplió con él en el Cónclave, más tarde, habría cumplido en lo de Paliano, á no estorbárselo las

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circunstancias. Y esto supuesto, ¿cómo hallar aqui cuerpo ó ma- teria de delito? ¿De conformidad con qué principios de justicia se pudo considerar tal, en tiempo de un Papa amigo de España, el que tarde ó temprano hubiera querido servirla el Cardenal, ven- ciendo de cualquier modo la oposición de su tio? O si se admite por un momento que Carrafa no ofreció de veras servir á España en lo de Paliano, ¿dónde estaba su delito para los que habian de juzgarle en Roma? Difícil parece contestar satisfactoriamente á una ó otra de estas preguntas concretas.

Tampoco se ofreció en el proceso prueba alguna, de que pro- pendiese al luteranismo el Cardenal Nepote de Paulo IV. Verda- deramente en el Memorial del Rey Felipe á sus teólogos y juris- tas, que no parece á las veces sino el primer borrador de la acusa- ción fiscal que me ocupa al presente , se hablaba ya de que en Venecia hibia dado higas al Santísimo Sacramento, y dicJio pú- blicamente que no creia en él; pero sin citar los orígenes de tan grave noticia. Lo cierto es que D. Francisco de Vargas, que le conoció alli , donde combatió elocuente y victoriosamente sus pre- tensiones, llegó á tener con él muy grande familiaridad, cual queda dicho , siendo uno de sus mayores amigos y confidentes ; y eso que Vargas, aunque más partidario del Rey que del Pontífice, era , como se ha visto , apasionadísimo del Santo Oficio , y enemigo acérrimo de los herejes de profesión. Consta, en verdad, por el capitulo integro del proceso, que se halla en el manuscrito de Cortona , que el Arzobispo de Cousa , Nuncio apostólico en la corte de Bruselas al tiempo de la ruptura, dirigió al Nepote y Ministro del Papa Pió IV , que fué luego San Carlos Borromeo , una especie de relación de las profanaciones y herejías atribuidas á su antecesor en aquel puesto. Incluido este documento en los autos , léense en él contra el Cardenal las mismas acusaciones del Memorial del Rey; lo cual no debe extrañarse sabiendo, que el antiguo Nuncio se refiere, en mucho de lo que alli cuenta, á informes que le ha- bian dado el Obispo de Arras, Granvelle, tan enojado entonces contra Roma como es sabido, y D. Bernardino de Mendoza, que, desde el Gobierno de Ñapóles, habia también tomado parte muy activa en las primeras diferencias que ocurrieron. ¿Pero es creíble que, yendo ya ordenado de diácono , y no menos que de Legado Pontificio á Venecia, se burlase Carrafa alli públicamente del Santísimo Sacramento, como se dijo ya en el Memorial, y el

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Arzobispo de Cousa repitiera? ¿Qué pensar entonces de D. Francisco de Vargas Mejia , tan amig-o sujo más tarde , si fuera cierto , como escribió el propio Arzobispo al futuro Santo , que durante la em- bajada en Venecia, habia tenido Carrafa públicos banquetes con Principes y Ministros luteranos, haciendo gala de comer carne con ellos en los dias de abstinencia, escarneciendo la misa, y obrando, en fin, como el hereje más declarado? Y por otra parte, ¿tan poca estima habia de tener de su propia posición, una vez alcanzada , ó tan poca cuenta con la severidad de su tio que tal hiciese? Porque nadie ha puesto siquiera en duda que fuese escru- pulosísimo en lo tocante á la religión Paulo IV ; hasta el punto de que, cuando más necesitaba de la alianza francesa, se negó á nombrar Cardenales, por creerlos poco piadosos á algunos favoritos de Enri- que II y su esposa , oblig-ando á confesar á su sobrino, en cierta instrucción secreta al Duque de Somma, que «in quello clie apparte- nevaalla religione non si lasciava volgere da lui ne da alfri.»Y con un Papa tal, y cuyo enojo tanto mostraba temer en cada una de sus cartas, ¿habia aquel de atreverse á hacer públicos alardes de herético? ¿Ni qué fruto habria podido prometerse de sus gestio- nes diplomáticas en un pueblo católico con semejante conducta? Fuesen las que fuesen las opiniones religiosas del Cardenal , y la mayor ó menor virtud que hubiera en su conciencia , no á la ver- dad muy estrecha, paréceme que por lo que toca á los actos públi- cos de que se le acusó, puede hoy absolvérsele sin reparo. Algo más importante que lo de Venecia es , á no dudarlo , lo que diré ahora. Halláronse, al prenderle, entre sus papeles, un proyecto de tratado y varias cartas , que mediaron entre él y aquel grande he- reje, Alberto de Brandemburgo , con ocasión de la guerra: hecho que consta por extenso en el Sumario de Cortona , y puede ser expuesto originalmente. Interrogado Carlos Carrafa acerca de este punto, comenzó por decir, que no recordaba haber tenido carta alguna de luteranos, y que, á recibirlas, no las habria leído por no mantener trato alguno con ellos: haciendo así sospe- char de su veracidad ciertamente , por causa del rubor que , aun siendo cual era, debia ocasionarle la memoria de aquel absurdo trato. Porque el Fiscal supo estrecharle con los documentos á punto, que hubo de hacer al fin confesión detallada de cuanto habia pa- sado. Resulta, pues, indudablemente por la confesión y los docu- mentos, lo que sigue: que al principio del Pontificado de Pau-

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lo IV, fué á Roma un cierto Federico Spet con una carta, que decía serdeldiclio Brandemburgo, pretendiendo hablar con el Santo Padre; que el Spet se negó á tratar cosa alguna con el Cardenal, alegando que sus instrucciones le prevenían entenderse no más con el Papa ; que tras de muchas vacilaciones , haberle querido echar de Roma primero , y vuelto á mandar luego que se quedase de orden del Papa , prestóse este á verle , siendo conducido á su pre- sencia por Silvestre Aldobrandíni , aquel mismo que leyó en Con- sistorio , como Abogado fiscal , la terrible acusación de infidelidad á la Santa Sede contra Carlos V y Felipe II , de que se hizo ya mérito; que el Papa le oyó con efecto, según declaró el Carde- nal Augustense, el cual puso en conocimiento del Padre Santo, no bien llegó á saberlo, que el tal Federico Spet era luterano y reo ade- más de muchos delitos infames, contestándosele por Su Santidad únicamente, <í.che non dovevano essere tante cose,» y que hablase de ello con su sobrino ; que hubo en realidad un proyecto de liga (textualmente inserto en el Sumario de Cortona) , en el cual par- tiendo el enviado del Marqués de Brandemburgo deque «no podia »ser ya domeñada en materia de religión la Alemania,» propuso abiertamente á la Santa Sede que se entendiese con «los Prínci- »pes luteranos , entrando en confederación con ellos , para defen- »der mejor la libertad y privilegios de aquel país y de Italia , y oponerse á la tiranía de los españoles f 1) ; que de todo esto tuvie- ron conocimiento, no ya sólo el citado Cardenal de Augsbourg ó Au- gustense, sino también el Cardenal Farnese; que nada, en resumen, se concluyó, sin embargo , entre las dos partes, suponiendo el Car- denal Carrafa en sus confesiones , que él siguió la negociación por mero entretenimiento , y que el Papa prestó á ella oídos , con el objeto único de conocer los verdaderos propósitos de Spet, tenién- dole cierto respeto solamente , por la credencial y firma del Mar- qués de Brandemburgo que traía. Juzgúese como quiera este asunto, dos cosas parecen incontestables : la primera , que tal negociación no siguió adelante sin conocimiento del Pontífice mismo : la segun- da , que de ella no se desprende poco ni mucho , que participase el Cardenal Nepote de las opiniones luteranas. La intervención demos- trada del Papa , quita sin duda á semejante cargo toda probabi- lidad y eficacia.

(1) Apéndice á la Storia de Ñores. Edición del Archivio italiano. Pági- nas 471 y 472.

TOMO III. 15

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Bastante más importante en todo que el pasado es el cargo que se le hizo al Cardenal, por haber contado con la alianza del Gran Turco contra el Rey de España, siendo Ministro de la Sede Apostólica. Ni los documentos, ni su propia confesión, permiten declararle ino- cente en este punto. En la instrucción secreta por él dirigida al Duque de Somma, en 5 de Marzo de 1556 , y antes de ahora citada, después de quejarse de que la tregua de Vaucelles pudiera perpe- tuar en la Casa de Austria , y quizá en cabeza del Rey Felipe « la vida del Imperio, cuyo Un tantos y tantos años Jiabia, se estaba es- y>perando,>-> lamentábase de que, «siendo ya viejo el Sultán de los xturcos , y no gozando de salud colmada , » pudiera este , durante los cinco años que se suponía duradera aquella tregua , pigliar altro indirizzo, es á saber, «tomar otra dirección, » ó emprender alguna empresa militar ó política , por otro lado , que le impidiese venir á infestar con las bárbaras tripulaciones de sus innumerables naves las costas católicas de Italia ó España , sujetas á aquella co- rona, sin la cual nohabria habido siquiera batalla naval de Lepan- to. Echando cuentas galanas, en aquel despacho mismo, acerca de la guerra, y calculando que España no se podría valer contra tantos enemigos, cuando se quebrantase la tregua, fijábase el Cardenal tam- bién, con cierto amor, en la idea de que por aquel año se sabia ya en Francia que podían contar con la Armada de Levante, es decir la de los turcos, según aviso del Rey mismo. Ni es maravilla que así luego pensase, puesto que desde antes de ser Cardenal, y tan pronto como se separó del servicio de España , consta positivamente que cuantas intrigas y conspiraciones urdió Carlos Carrafa en el rei- no de Ñapóles , partían del supuesto de que la Armada turca había de presentarse hostilmente en aquellas costas (1), Mas como existe íntegramente el capítulo que de esto trata en el manuscrito de Cor- tona, bien puede quedar exclarecído de todo punto. Estrechado en el interrogatorio por las cartas y documentos incontestables que se le presentaron, acabó por declarar plenamente el Cardenal cuanto sigue: «que era verdad que habia procurado y solicitado la »venída á Italia del turco , por comisión del Papa , y para castigar »á los que se le mostraban enemigos en aquel tiempo ; que el Mar- »qués de Brandemburgo se lo aconsejó al Papa, y que Su Santidad »luego le dijo que era justo servirse de aquellas armas para vencer

(1) /Síoria c?e iVoré-s, página 311. Edición de Florencia. Nota de Scipiou Volpicella.

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»las de sus adversarios , no habiendo él hecho otra cosa que asentir »á tan respetable opinión y á la de Francia, por quien aquello » mismo habia sido en muchas ocasiones propuesto ; que el Santo »Padre dispuso que se encargase él de arreglar este particular con »el Rey Enrique para dejar á salvo el decoro y reputación de la »Santa Sede, y que por eso Aníbal Rucelay manifestó de su parte »en París los deseos que el Papa su señor tenia , de que viniese la » Armada turca; que no hubo aquí resolución espontánea del Papa, »sino promovida por las ofertas del Rey Cristianísimo , y por ha- »berle hecho tocar con las manos el de Brandeinburgo , que la Ar- omada turca bastaba para dejarle en breve espacio triunfante; que »estando él en Francia habia recibido cartas del Duque de Paliano, »y de otros que llevaban la correspondencia de parte de Su San- >^tidad , ordenándole que negociase acerca de la venida de la Ar- >>mada de Levante ó turca , y los corsarios argelinos, en socorro de >da Iglesia; que nada de esto se llegó á poner en ejecución , porque »no lo requirió la necesidad , pero que si la paz no se hubiese ajus- »tado tan pronto , Su Santidad se habria visto obligado , á no du- »darlo , á traer la Armada pagana en su ayuda , para concluir la »guerra, expeliendo al enemigo de sus Estados.» De otras muchas cartas cuyo texto no conozco por extenso , pero que aparecen ex- tractadas en el proceso , resulta que el Rey Enrique envió realmente á Constantinopla un Prelado, que tenia por nombre Monseñor deLa- vigne, para solicitar la pronta salida de la Armada turca ; que el Santo Padre no desaprobaba la venida de esta Armada, pero que no quería que cundiese que tal fuera su intención, porque algunos Car- denales no estaban con ella conformes , siendo , en suma , el deseo de Su Santidad , que tomase sobre toda la dirección del asunto el Rey de Francia , y que no se pudiera sospechar ^su participación en esto , con lo cual la Armada turca , unida á la francesa , podría obrar aún más libremente, y conforme exigieran las circunstan- cias (1). Negaba el fiscal de la causa, contradiciendo las declara- ciones de Carrafa , que ni de esto hubiera tenido conocimiento el Papa , ni tampoco del inútil trato que se siguió con los lutera- nos , fundándose en la severidad religiosa de aquél , que fué , sin duda, muy grande y muy sincera. No es posible, no obstante, ad- mitir por sólo un momento, que tal negociación como la de la

(1) Apéndice á la historia de Ñores. Páginas 483 á 506 de la edición de

Florencia.

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alianza con los turcos y argelinos , directamente seguida por el Rey de Francia y sus Ministros , y que tanto habia de dar que hablar en cuanto sus efectos se tocasen , pudiera iniciarla el Cardenal sin conocimiento de su augusto tio. Lo que bien pudo ser, es que en sus declaraciones pusiera demasiadamente cu relieve el sobrino la iniciativa del Pontífice en el asunto, para disculpar la vehemencia con que él probablemente lo tomarla, cual todos, por su cuenta. Pero no hay que negar tras eso que el ánimo de Paulo IV, por de- más también apasionado y violento , pudiera hacerle incurrir en tales y tan monstruosas contradicciones. Justo es advertir primera- mente que las ideas de aquel siglo, aunque muy cristiano, no eran todo lo contrarias que las del actual serian, á la singular alianza del Papa y el Gran Turco en contra del Rey por excelencia católico. Precedente habia dejado ya de ello otro Pontífice contra Carlos V, y no hay más que ver la defensa del abogado del Cardenal en este punto (1) para comprender cuan escasa importancia era posible dar ala sazón á este cargo. Jactábase aquel, de demostrar injure, «quia pro defensione status licet ficleli principi habere iii servitio injide- lies;» y al propio Papa Paulo atribuye en el proceso un testigo la frase de que «él sabria castigar á unos enemigos con otros,» equi- parando con poca razón, sin duda. Jos españoles de entonces, y los bárbaros turcos. Todo esto sojuzgarla hoy ciertamente de otro modo en el mundo ; pero ni entonces , ni ahora debió considerarse como delito digno de ser tratado en juicio, lo que hizo un Ministro, bien ó mal, con conocimiento de su Soberano, y mas siendo este tan dig- no de respeto, como debe serlo un Pontífice, á los ojos de su sucesor y de todos los católicos.

No carecieron tampoco de gravedad los cargos dirigidos al Cardenal por el castigo impuesto al xibate Nanni y á César Spina, que se juzgó injusto. Formáronse contra estas personas , en tiempo de Paulo IV, dos procesos , intitulado el primero Romana veneni et aliorum excessmom, y el segundo Coram S, D. N. pro Fisco C. Apostólica contra PMlippum Regem Hispaniarum et cómplices. El fiscal, de uno de ellos, por lo menos, fué el propio Pa- llentieri, que lo era en el que se seguia ahora contra el Cardenal, interviniendo en la sustanciacion y sentencia diversos jueces, entre los cuales se contaron Silvestre Aldobrandini y César Brancaccio, encargado del gobierno ó prefectura de Roma, ninguno de los cuales (1) Extrnctuíi processHs Cardinaliíi Carrafa. Biblioteca Nacional. (X. 34.)

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se vio luego que fuese instrumento ciego del Cardenal Nepote; que al fallarse el proceso de Nanni no estaba, por otra parte, en Roma, sino en Francia. De tal circunstancia y otras hace intencionada mención Pedro Ñores , tenido antes por enemigo que por amigo de la memoria de los Carrafas , no habiendo razón , por tanto , para negarle crédito ; y basta con que ellas sean ciertas , y con pesarlas sin prevención, para dudar que fuese obra sólo de las calumnias y violencias del Cardenal la muerte de Nanni ó la de Spina. Que si hubiera de darse también crédito á todos los detalles que ofrece Ñores de la causa especial que se formó á estos últimos, y á alguno que cuenta, respecto de la indefensión en que se dejó al Cardenal acerca de este punto , tendría que ser mi juicio muy diverso, y de- clarar fundadas ciertas acusaciones gravísimas, por aquel fulmina- das en sus despachos contra los Ministros españoles. Pero me excita de un lado á dejar esto en duda, el no conocer los procesos de Nanni y Spina, y de otro, el que de las confesiones que luego hizo el Conde de Montorio á Pió IV resultó , que él y su hermano el Cardenal -hablan falsificado alguna que otra vez procesos, y alte- rado importantes documentos. No es inverosímil, pues, que hu- biese dolo en las causas de Spina y Nanni , aunque los indicios inclinen más bien á pensar lo contrario. La relación de Ñores, cierta ó no, es la siguiente. Nanni, dice, que era espía doble de pontificios y españoles , y que mientras los engañaba á unos ú otros , propuso cierto dia á D. García de Haro , uno de los conti- nuos del Marqués de Sarria, D. Fernando Ruiz de Castro (1), á entrar en relaciones con el cocinero del Cardenal, para disponer que este fuese envenenado , ya que no se había podido hacer con el Santo Padre otro tanto. A creer á Ñores , aceptó nuestro Don García el plan ; pero el cocinero descubrió á su amo la propuesta de Nanni , y preso este , no tan solo se encontró ya en su casa pre- parado el veneno, sino que, puesto á tormento, confesó de plano el crimen : habiendo tenido que echar de Roma á D. García el Em- bajador, por la notoriedad de su culpa. Muy semejante, al decir de Ñores , fué también el caso de Spina. De este supone que aceptó el Lug'arteniente D. Bernardino de Mendoza, en Ñapóles, la oferta horrible de asesinar al Cardenal Carrafa , enviándole con tal pro-

(1) Llamósele por error material D. Pedro en el artículo antecedente, así como por igual razón se acentuó en la última letra su título de Marqués de Sarria, en Galicia, cual si lo fuese de Sarria, en Cataluña.

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pósito á Roma, bien provisto de recomendaciones y de dinero. Delató á Spina un cierto Franchino á quien él fió su secreto ; con- fesó , según Ñores , su delito , y lo expió , como Nanni , en un pa- tíbulo. Harto diferentes son, como es natural, las versiones espa- ñolas que hay manuscritas del suceso. Pero lo cierto es que á la postre el cocinero del Cardenal , 'que se supuso tentado por Don García de Haro para envenenarle , y Franchino , el que delató á César Spina , fueron llamados á declarar, en el alto proceso que aquí examino; y uno y otro sostuvieron entonces, que habían sido instigados y pagados por el Cardenal, para hacer las declaraciones jurídicas que costaron la vida á Nanni y á Spina. Para los espa- ñoles de aquel tiempo fué esta vez cuando dijeron la verdad , y no la anterior aquellos, de todas suertes, falsos testigos; para Ñores, por el contrario , fué en esta última ocasión cuando obraron gana- dos por el fiscal Pallentieri y por el mismo D. García de Haro , á fin de que , retractándose de sus anteriores declaraciones , pudiera ser el Cardenal también culpado de haber urdido tamaña intriga, con el fin de irritar más y más el ánimo de Paulo IV y empujarle contra los españoles. No es pueril amor de patria lo que me ira- pide dar fe completa en este punto á la respetabilísima opinión de Ñores : que demás que en aquel siglo , ni los Príncipes , ni los Ministros cristianos, pensaban mancharla conciencia, usando con- tra sus adversarios políticos del puñal ó del veneno de asesinos pa- gados. Es que hallo el caso oscuro ; ig'uorando, como ignoro, ciertos datos que pudo tener Ñores presentes para formar su juicio. Y lo que más me obliga á suspender el mío , es que tratando de las acusaciones de esta especie , que solia dirigir el Cardenal Carrafa á los españoles, puso ya en duda Pallavicino, que fuesen ciertas, ^ como en el artículo precedente se dijo: que lo que aquel historia- dor pontificio no creyó, no ha de creerlo un español solamente por- que lo afirme Ñores. ¡Triste tiempo, sin embargo, aquel en que pro- cesos como los de Nanni y Spina, ó el del Cardenal, podían así adul- terarse por los propios Ministros de la justicia ! ¡Época triste aquella en que Roma, fuente de eterna justicia, podía ofrecer, ó una vez ú otra, semejantes ejemplos al mundo ! Y aun lo más absurdo es que el audaz Pallentieri acusase con unos mismos testigos á Nanni y al Cardenal de tan contrarios hechos, por haber sido Fiscal en ambas ocasiones , sin que ó su inteligencia ó su buena fe se pusieran , por Pío IV, ni por su sobrino y Ministro Carlos Borromeo, como pare-

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cia natural , en duda. Verdad es que una deposición sola era te- nida en la jurisprudencia bárbara de la época por bastante indicio para que el acusado debiera purgarlo en el tormento , lo mismo en España que en Roma; y que el tormento sabia arrancar confesiones falsas, que en los labios de Spina y Nanni pudieron legitimar los fallos. Mas ¿no es siempre repugnante que aquel Pallentieri , que tenía sobre su conciencia tamaño error, según aparentaba, osase aún prestar fe en juicio y ofrecer por fundamento á otro fallo, las de- posiciones contradictorias de notorios falsarios, como eran por su primera ó su segunda declaración, los que acusaron al Cardenal de haber forjado, en odio al Rey de España y sus Ministros, los procesos de Nanni y de Spina?

Queda por examinar el último capítulo de cargo contra el Car- denal ; donde hallaré ocasión , al paso, para compendiar el proceso que se siguió y terminó, á la par, contra su hermano el Conde de Montorio. Tócame referir aquí, por necesidad, una novelesca y tris- tísima historia , muy al pormenor contenida entre otros particula- res, en cierto manuscrito que poseo, y del cual me he de servir ya bastante en todo, con este título: Pontificato di Paolo IV Ca- raffa, con piü tutto cid che é seguito dopo la di lui morte , nel Pontificato di Pió IV, Medid, con piú la morte fatt a daré ásuoi Nepoti , ed estirpazione di questa Famiglia, Tenia Juan Carrafa por gentil-hombre á uno de sus deudos llamado Marcello Capece, á quien amaba sobremanera, bien que hubiese ya dado un grande escándalo á principios de 1559, asaltando con gente armada la casa del Secretario de su amo, para sacar de allí una cortesana famosa, llamada Martuccia ; con quien cenaban á la sazón alegre- mente , así el secretario mencionado, como el Cardenal del Monte, joven de cortísimos años. Por lo que Ñores dice, puso el buen Car- denal mano á la espada, que con trage segdar llevaba al cinto , en defensa de la Martuccia, logrando hacer abandonar el campo á Marcello Capece y sus secuaces : hecho que indignó sobremanera al austero Paulo IV, que casi fuera de gritaba luego á los Car- denales en Consistorio , reforma , reforma : á lo cual repuso osada- mente el Cardenal español Pacheco, «que bueno sería comenzarla »cada cual por su casa,» como dándole á entender, que de la mala conducta privada de sus sobrinos dependía , en suma , la que obser- vaban todos sus servidores y paniaguados, y que por ellos debia co- njenzarse el remedio. Hicieron tales palabras, no poca impresión,

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en el mal preparado ánimo del Papa; y algo contribuyó asi ya Mar- cello Capece á la primera desdicha de su amo, y de toda la familia Carrafa. Bien pronto pasó, sin pensarlo, á terminuar su obra en Gállese. Residia en tal lug-ar la esposa del Conde, Doña Violante Diaz Garlom, señora muy noble de Ñapóles, y nieta de uno de los principales caballeros arag-oneses que allí siguieron á D. Alfon- so V. La hermosura de la Duquesa, la soledad, el desorden en que vivia su marido, bien conocido del Capece y de la Duquesa misma, puesto que habia llegado á punto de introducir aquel sus amantes en el propio tálamo conyugal, dieron ánimo al gentil- hombre para convertir su respetuoso servicio en insinuaciones de amor , al propio tiempo que se lo quitaban á la Duquesa, para defender su corazón largamente. No fué tanta su condescenden- cia, sin embargo, que no rechazase la primera vez las preten- siones de Capece ; pero tampoco fue tan contrario el efecto que en ella hicieron las palabras del atrevido servidor, como acaso pensó en el momento ella misma, ó él se quedó quizás imaginando. Lejos de eso, la Duquesa dio en reinar en las palabras de Marcello, y no paró hasta desahogar su inquietud en cierta doncella nobilí- sima, que también la servia, por nombre Diana Brancaccio, ala cual solía otorgar mayor confianza y cariño que á otra alguna. Oyóla con pla(íer sumo la Brancaccio, como que justamente andaba ena- morada ella de un tal Fornari , familiar del Marqués de Montebe- 11o, hermano de Montorío, con quien deseaba casarse y no podía, á causa de la diferencia de cuna entre ambos, por lo cual -se opo- nían á semejante proyecto sus deudos; y al punto se propuso sacar partido de la pasión de Capece en favor de la suya. Posible es que la Brancaccio supiese ya que en las consultas y confidencias de esta naturaleza, suele antes buscarse la aprobación del propio de- seo, que no consejo adverso: posible es también que, sin haber observado tanto, la guiase su solo instinto por seguro camino. Lo cierto es , que estimuló á su señora para que no desperdiciase tal ocasión de vengarse de su esposo ; y soplando reciamente en aque- lla chispa, que de suyo estaba á punto de alzar llamas, bien pronto obtuvo licencia para abrir por su propia mano á Capece la puerta del aposento ducal. Pero mientras este al fin realizaba su atrevido pensamiento, no desatendía, en verdad, la Brancaccio su propio amor. Fácilmente logró de su señora que protegiese sus relaciones con el Fornari , so color de matrimonio , y más aún de Capece, que

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lo mandara venir al lugar en que estaban , y le hiciese capa para que todas las noches entrara también en su estancia. Corrieron alegremente asi las cosas por alg-un tiempo, hasta que ad virtiendo Doña Violante que la Brancaccio no observaba de su parte cau- tela alguna, y temerosa de ser descubierta por culpa agena, fin- gió de acuerdo con Capece poner punto á sus relaciones; y mandó salir á Fornari de Gállese, no sin ofrecerle á la Brancaccio mediar con sus deudos, para que se apresurase, como ya era razón, el ma- trimonió. Desde entonces procuraron verse Doña Violante y Capece sin conocimiento de nadie. Poco tardó, no obstante, la enamorada sirviente en hacerse cargo de que era ella sola la burlada, y como su señora pareciese haber puesto lo del matrimonio en olvido, y el mismo Fornari, cansado de ella, hubiera dejado hasta el servicio de los de Montebello por irse más lejos, se encendió en tal rabia su ánimo, que todo se le hizo bueno para lograr venganza. Residia por mala ventura en la casa ó palacio de Gállese , la madrastra del de Paliano y Montorio, Gerónima Spinello, mujer entrada en años, yque aborrecía tanto á la hermosa Condesa óDuquesa, cuanto se suele entre damas obligadas á vivir juntas, no por voluntad propia si no por obligación social ; y más si de la una á la otra han pasa- do por sucesión, el nombre, la fortuna, y el puesto preeminente de la familia. Cierta noche que Capece pasó al cuarto de Doña Vio- lante, la Brancaccio, que andaba en acecho, y que conocía los senti- mientos de la madrastra , la despertó súbitamente y puso en su noticia lo que sucedía. Oir esto , saltar alegje del lecho , desper- tar á toda su servidumbre , prevenirla de antorchas y espadas , y al frente en suma , de todos los habitantes de la casa , dirigirse al aposento de la hasta allí dichosa Doña Violante , fué para la Spi- nello todo un punto. ¿Qué le importaba á aquella mujer hacer tan pública una ofensa que solo heria á su hijastro, y á su rival abor- recida? No se detuvo en nada: en vano pretendió Doña Violante cerrar el paso , imponer respeto con la ultrajada autoridad de su persona: el aposento fué registrado, y preso en él Capece, deba- jo del lecho mismo de su ama. Y la Spinello triunfante, severa, hizo poner luego en segura custodia á Capece , y dio de todo parte al de Montorio.

Hallábase este á la sazón afligidísimo como todos sus hermanos, porque acababan de incurrir entonces en la desgracia de su tio; y aquel golpe acabó de desconcertar su ánimo. Fué su primer propó-

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sito, alo que parece, disimular prudentemente él suceso, achacando á otros motivos la prisión de Capece, y el rigoroso castig-o que pen- saba imponerle de todos modos ; pero la Spinello publicaba de pro- positó lo sucedido, por donde quiera, los testigos babian sido mu- chos , j bien pronto se supo en Roma y en todas partes. Viendo esto Juan Carrafa, y estimulado por las exajeradas ideas del siglo en la materia, determinó poner lueg-ó mano en la triste obra de su ven- ganza. Con tal intento mandó llamar al Conde d'Aliffi, D. Fernando Diaz Garlom, hermano de Doña Violante, y á Juan Anso Toraldo, á quien llama también mi manuscrito su cuñado; y con ellos se en- caminó á Gállese; constituyéndose los tres juntos en una especie de tribunal de familia. Interrogado inmediatamente Marcello Capece, negó el hecho, y estuvo firme, aunque el Conde y sus cuñados le colgaron de una cuerda, haciendo, por lo que se vé, de verdugos, y le dieron tormento al uso de la época. Tuvo valor para insistir en su negativa delante de la Spinello, de la Brancaccio, y de todas las mujeres y servidores de la casa, traídos para confundirle alli mismo; pero no pudo soportar al cabo, que con desfachatez increíble , se pusiese á afearle la Brancaccio su falta. Poseído de una súbita y ciega cólera , declaró espontáneamente entonces cuanto aquella mujer hiciera, confesando al paso, naturalmente, los amores de que ella habia sido tercera. Dejóle concluir su confesión el de Mon- torio; y en el punto mismo de callar se le avalanzó á la cara, y le arrancó un pedazo de carne con sus propios dientes : en seguida le puso una pluma en la mano, y le mandó que mojándola en la san- gre que le llovia del rostro , trascribiese á un papel la confesión verbal que habia hecho. A nada se negó ya el triste Marcello; y, no bien acabó de escribir, sacó su puñal el Conde y lo mató de tres golpes, sin querer otorgarle la confesión que aquel pedia á voces, para hacerle perder, según le dijo, no ya solo la vida presente, sino también la futura. Vuelto luego ala Brancaccio, más muerta que viva, y harto arrepentida probablemente de su delación, la tomó por los cabellos, y le segó con un cuchillo la garganta. Terminó aquella escena horrible, que presenciaban impávidos los dos cuñados, man- dando recojer el Conde los dos cadáveres, y arrojarlos en una cloaca vecina. Cuenta Ñores que al referir esto á Paulo IV su sobrino Al- fonso, Cardenal de Ñapóles, preguntó luego «¿y qué se ha hecho »con la Duquesa?» Y todas las versiones convienen, en que un cier- to Silvio Giozzi, familiar del Cardenal Carrafa , escribió luego al de

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Montorio, diciéndole, que su Señor estaba muy enojado por no ha- ber ya castig-ado comoáCapece á su esposa, y añadiendo, que si no lavaba pronto con sangre de esta la supuesta mancha, no contase con su protección en cosa alguna , porque no le tendria más por hermano. Dicese además, que por aquellos mismos dias se descu- brieron ciertas inteligencias de Dona Violante con el natural ene- migo de su marido Marco Antonio Colonna, para que este acudiera á libertarla de su prisión por fuerza, ofreciéndose ella en cambio á entregarle después al Conde, vivo ó muerto. Sea lo que quiera de esto último, bastaban las palabras del Papa y del Cardenal , lige- ramente interpretadas las primeras, siniestras y de todo punto claras las segundas , para decidir 'el ánimo á la verdad vacilante de Montorio, por lo tocante á su esposa. En una carta dirigida á Pío IV, desde la cárcel de Torre de Nona á 17 de Enero de 1561, declaró aquel durante el proceso que , habiendo consultado la carta que de parte de su hermano le escribió Silvio Giozzi con el grande amigo de su familia D. Leonardo de Cardines, que era también su cuñado según mi manuscrito , convinieron ambos en que no que- daba más remedio que dar muerte á Doña Violante; bien que el Conde protestó siempre que él quería que no se ejecutara tal, hasta después de haber dejado de estar, como estaba, la infeliz señora en cinta. Parece por aquella carta del Conde , ya impresa, y por otros in- formes , que el más impaciente porque muriese Doña Violante, era su propio hermano D. Fernando Diaz Garlom, Conde d'Aliffi, á quien habia enviado también mensaje el Cardenal Carrafa con el propio objeto que á Montorio, según se dijo. La bárbara prisa del hermano, las instigaciones salidas de la casa del Cardenal Carrafa, y el deseo de dar fin al hecho , para mayor seguridad , durante la confusión de la Sede vacante , atento que en aquellos mismos dias murió justamente Paulo IV, ahogaron en el corazón del Conde de Montorio los últimos escrúpulos de humanidad que le quedaban, y dio al fin por escrito la orden de matar á su esposa. Presentáronse con aquella horrible credencial en Gallesse D. Fernando Diaz y D. Leonardo de Cardines, acompañados de dos padres capuchinos encargados de confesarla , habiendo sido precedidos dos dias antes por el Capitán Vico de Nobili , á cuyo valor se confió la guarda y seguridad del palacio, mientras tenia cumplimiento aquella ilegal y bárbara sentencia. Notificada esta por su propio hermano y Car- dines á Doña Violante , resignóse ella sin inútiles lamentos , á su

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suerte; pero no bien se enteraron los capuchinos de su estado, se negaron á confesarla, por no facilitar de aquel modo la perpetra- ción de un doble homicidio. Terribles debieron ser aquellos instantes de lucha, durante los cuales persistían el hermano y el cuñado en matarla, con confesión ó sin ella, mientras que protestaban los pa- dres capuchinos contra tan inhumano propósito, y suplicaba á estos la desdichada Doña Violante, que ya que habia de ser, no la de- jaran morir sin reconciliarse con Dios, y obtener la absolución de sus pecados. Sus lágrimas, y la feroz resolución de los asesinos, rindieron por fin á los padres. Doña Violante se confesó; D. Leonar- do de Cardines se acercó á ella luego y la sujetó las manos, con que la infeliz apretaba un devoto crucifijo ; el hermano, ministro cruel, de ideas falsas, le echó entre tanto una cuerda al cuello, y la estranguló; y no bien muerta aún se pusieron á extraer los asesinos el feto, que resultó muerto. Con prisa he escrito, porque deseaba concluirlo, este espantoso relato. Ello es que aun siendo cuales eran los tiempos , causó en Roma general horror , aumen- tando el odio que los hermanos Carrafa inspiraban; y más si cabe, el del Cardenal, á quien se juzgaba principal instigador del he- cho. Negó este último luego, en el proceso, y en presencia del mismo Silvio Giozzi , haberle mandado escribir á su hermano aque- lla carta terrible , con que le decidió á hacer matar á su esposa-. Pero ya he dicho en otro articulo que la pasión dominante en toda esta familia Carrafa era la cólera ; y ya se sabe también que los há- bitos de soldado del Cardenal le hacian mirar con indiferencia el derramamiento de sangre humana. Como no es verosímil, por otra parte, que inventase de por el Giozzi cosa en que nada le iba, y tan grave , puédese tener por culpado en esto al Cardenal , sin nin- gún escrúpulo.

Pero , como era natural , este cargo último alcanzó en primer término al Conde de Montorio, y á sus co-reos el Conde de D'Aliffi y D. Leonardo de Cardines. Por eso , y haber confesado en nueva carta escrita al Santo Padre, en 6 de Febrero de 1561, que habia ayudado á su hermano el Cardenal á enredar el asunto de las ga- leras del Prior de Lombardía, dando orden primero para dejarlas ir de Civitta-Vecchia , y recogiéndola y trocándola por otra cpn- traria luego; así como por haber declarado también allí mismo, que, de concierto con el propio Cardenal, habia urdido ciertos pro- cesos falsos reinando ya Pío IV, con el fin de hacer creer dolosamente

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que Marco Antonio Colonna intentaba envenenarlo ó matarlo so- bre seg-uro , siguió , como va á verse , Juan Carrafa la suerte del ya infeliz Ministro de Paulo IV. Verdad es que la carta antedicha no se obtuvo del Conde de Montorio , sino después de atarle á la cuerda del tormento; pero tal solia ser la costumbre, ya que no siem- pre la ley de aquel tiempo, y en poco estuvo que al propio Cardenal Carrafa no se le pusiese en el potro, para obligarle á decir por su boca los delitos de que se le acusaba. Lo que es el Fiscal Pailentieri bien lo pidió ; y si no se hizo, fué porque el Sacro Colegio todo entero protestó en contra de aquella última profanación de la santa púr- pura, con que estaba aquel aún revestido. Así se ahorran los lec- tores de este estudio una al menos de las dudas horribles, que deja tras si siempre en la conciencia de los hombres de este siglo, cada cual de los antiguos triunfos jurídicos del tormento.

VI.

Preciso es decir ya ahora el fin que tuvo todo este proceso, y sus sangrientas consecuencias. El dia 3 de Marzo de 1561 convocó el Pontífice Pío IV un Consistorio , al cual asistieron los Cardenales diputados para entender en los autos, que eran los siguientes: D. Bartolomé de la Cueva, del título de San Mateo; Juan Bautista Cicada, genovés, del título de San Clemente; Federico Cecis, Obispo de Todi , del título de San Pancracio ; Miguel Gislerio ó Ghisilieri , del título de Santa María supra Minerva ( San Pío V ) ; Juan Bertrand, francés, del título de Santa Prisca; Luis Cornaro, veneciano , del título de San Teodoro ; y Julio de la Rovere , de la casa de ürbino, que llevaba el título de San Pedro in mncuUs. Ocho horas seguidas duró en aquella sesión solemnísima la lec- tura del proceso, y en seguida el Papa mismo pronunció la senten- cia , prout in schedula. Por el tenor de ella , quedó desde aquel punto relajado, y mandado entregar al brazo secular el Cardenal Carlos Carrafa , condenándole además , lo propio que á su hermano D. Juan, Conde de Montorio y Duque de Paliano, á D. Fernando Díaz Garlom, Conde d'Aliffi, y D. Leonardo di Cardines, ejecutores del homicidio de Doña Violante, á la pena de muerte : la cual se habia de cumplir , respecto del Cardenal , dentro del castillo de Sant-Angelo, y tocante á los otros en las cárceles de Torre di Nona.

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por medio de la decapitación en los últimos, y de la estrangulación en el primero. Declaróse alli también incapaz á la familia Carrafa de obtener en lo sucesivo dignidades ú honores. No he hallado bas- tante explicada en parte alguna , esta forma de juicio : la hoja de papel fschedula), en que se comprendió tal sentencia, la dio perso- nalmente el Papa para que se ejecutase ; y no se sabe que hubiera ninguna votación en aquel especial Consistorio , ni que hablaran si- quiera acerca de su contenido los Cardenales presentes, que , al pa- recer, hacian allí también de jueces. Todo lo que dice el Manuscrito últimamente citado, y donde mayores pormenores he hallado de estos sucesos postreros (1), es, que aunque «la sentencia se promulgó en »presencia de siete Príncipes purpurados , á ninguno se le permitió »decir una palabra, cuanto más su entero parecer acerca de lo «actuado.» Me es imposible, por lo mismo, dar sobre las razones'de la sentencia pormenor alguno.

A la tarde del siguiente dia se notificó, sea como quiera, al Conde de Montorio, á D. Leonardo de Cardines, y al Conde d'Aliffi, en las cárceles de Torre de Nona , donde con efecto , prepararon breve- mente el cadalso. Escribió D. Juan Carrafa al punto de saber ^u inmediato fin, una carta tiernísima á su hijo D. Diómedes, reco- mendándole mucho el servicio y obediencia del señor natural que Dios le había dado, que era el Rey de España, y entre otras cosas, que no ofendiese jamás en las mujeres á los vasallos de su casa (2); encargó luego á algunos de sus parientes que solicitasen del Papa el perdón de ciertos pecados secretos que apuntó en un pliego cer- rado ; y en presencia, por último, de la mayor parte de la nobleza romana, que acudió á enterarse de aquel caso trágico, animosa- mente rindió al hacha la vida. Con igual serenidad recibieron tras él la muerte D. Leonardo di Cardines y aquel cruelísimo hermano de Doña Violante, que reclamó y obtuvo el derecho de ser su verdu- go, por obediencia exagerada á la antigua ley de honor , que con tantos dolores acrecentaba, los que causa naturalmente , y de todos modos, el curso perenne de las pasiones humanas. Los cadáveres de los tres caballeros fueron expuestos sobre el puente de Sant-Angelo, con mucho número de antorchas encendidas, y sobre negros paños

(1) Manuscrito de mi propiedad, cuyo título se insertó poco antes en el texto.

(2) Está esta carta publicada en el Apéndice á la historia de Ñores, y en otras muchas partes , pasando en Italia por un modelo literario en su género.

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funerales, sirviendo de curioso espectáculo al vulgo por largas ho- ras. (1) Pero fué aun más digna de memoria, ya que no de lástima, la escena semejante que, instantes después comenzó á representarse en una de las estancias de la Mole-Adriana , ó castillo de Sant- Angelo. No bien acabado su triste encargo en Torre de Nona, pre- sentáronse dos alguaciles y un verdugo al Castellano de aquella fortaleza, el cual, vistas las órdenes Pontificias que traian , trasladó á sus manos las llaves del aposento que el Cardenal Carlos Carrafa ocupaba. Dormian ya todos los servidores de este , y solo él velaba con sus pensamientos melancólicos, todavia muy lejanos , sin em- bargo, de los que estaban ya para ocuparle. De repente oye el preso ruido de luces , ábrese la puerta de su propia alcoba, y un alguacil llamado Gasperini , no sin saludarle respetuosamente , le dirige este breve discurso (2) . « Mucho me pesa , ¡ oh Monseñor ! traeros la in- »fausta nueva : Su Santidad ha ordenado que V. Emma. muera. »¡ Morir yo!... exclamó el Cardenal asombrado. Si, Monseñor, »repuso el alg'uacil tranquilamente: para eso precisamente hemos »venido; fuerza será que se arme V. Emma. de paciencia, y que »se encomiende bien á Dios, en el poco espacio que le queda.» Oran- de molestia, es en suma, la separación del alma del cuerpo, dice al llegar aqui candidamente el autor del manuscrito que voy siguien- do; y el Cardenal no pudo menos, por eso mismo , de dar alguna rienda á su pesar antes de prestarse sosegadamente , como al fin se prestó á la muerte. «¡Oh Papa Pió! ¡Oh Rey Felipe! no espera- »ba esto de vosotros» exclamó repetidamente (3). Vistióse entre tanto, y pidió el birrete cardenalicio; pero Gasperino vedó que se lo dieran, ad virtiendo, que no tenia tal dignidad , porque ya Su Beati- tud le habia despojado de ella. «¡Paciencia!» contestó no más á esto el Cardenal, calándose el sombrero de un criado.

Luego que estuvo vestido pusiéronle los alguaciles esposas en las manos; y el Cardenal suplicó con gran cortesía á un soldado que llamase al Castellano de la fortaleza. Llegado este , echóse á sus pies Carrafa, pidiéndole perdón de cualquier disgusto que le hu- biese ocasionado , y alzado del suelo prestamente por aquel caballero

(1) Gregorio Leti, Vita di Felippo II, parte prima, libro 16, pag. 376.

(2) Todos estos pormenores y otros muchos se hallan en el Manuscrito de mi propiedad, que últimamente voy citando.

(3) O Pío impio, 6 Re Filippo traditore , dice Leti ; Pero Pedro Ñores no apunta más que las palabras que traduzco en el texto.

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condolido y confuso, departió con él en puridad algún tiempo, concluyendo por pedirle, según se dijo, que después de muerto hiciese saber al Padre Santo, «que por más que en ello pensaba, no »se le venia á las mientes que nunca le hubiera ofendido en lo »más mínimo ; antes bien , estaba cierto de haberle servido en todo »tiempo y ocasión , con cariiio. » Y como acabó de hablar con el Castellano, se volvió á los alguaciles y les dijo: «vamos, her- »manos mios, ya estoy pronto. » Entonces Gasperini le hizo saber que no tenian que ir á ninguna otra parte , puesto que hablan de quitarle en aquel mismo aposento la vida ; no faltando más ya para poner mano en esto, sino que él se confesara con un sacerdote que traian consigo : en fe de lo cual mandó entrar incontinenti al confesor en el aposento. Oyó con espanto el Cardenal que habla de morir alli mismo, y no sin pena, que se le negase su propio confe- sor , enviándole un desconocido ; pero todo lo llevó con resignación al cabo, y quedándose á solas con aquel padre' de almas, comenzó su confesión general. Interrumpióle, pasada una hora el Gasperini, diciéndole que se despachase pronto, pues no tenia tiempo que perder á lo que repuso el Cardenal humildemente: «¿no me dejareis »acabar esto siquiera?» Tornó un cuarto de hora después Gasperini á insistir en que la confesión hiciese punto, y entonces el Cardenal terminó, recitó devotamente algunos salmos, hizo sus oraciones, se sentó en una silla , y allí recibió en el cuello el lazo que le echó el verdugo. Tuvo todavía el Cardenal la mala suerte de que, medio desvanecido ya, se rompiera la cuerda, cayendo él de golpe al suelo; por lo cual puede decirse, que no una sino dos veces sufrió la muerte : á fin de que nada faltase á la postre á la desdicha de un hombre , que habia sido antes arbitro del gobierno de la Santa Sede, Legado apostólico en las cortes de Francia y España, y Legado general de la Santa Iglesia en Italia , durante la guerra ; que pudo contender con Carlos V y con Felipe II , osando hasta procesarlos: que supo negar siempre á Fernando de Austria , el título y los ho- nores debidos á la dignidad imperial. Habia ordenado el Papa Pío IV al Castellano de Sant- Angelo , que en el instante mismo que el Cardenal espirase, encendiera una antorcha en la Mole- Adriana , con el fin de que la nueva llegase pronto á su conoci- miento. Grande fué la maravilla de sus prelados domésticos y ser- vidumbre al verle pasear en horas harto avanzadas ya de la noche, por su estancia, y mirar á cada instante hacia el Tiber, por las

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ventanas; ignorando cual ignoraban todos, lo que en aquellos ins- tantes mismos acontecia en la torre de Sant-Angelo. Al cabo apa- reció en lo alto la luz siniestra que esperaba , y Pió IV pidió la cena tranquilamente, diciendo en alta voz estas palabras: laquens contritus est, et Nos liherafi sumus -. concepto más artificioso que la ocasión requería , y extraño en un Papa que , como no sin razón Ñores dice , «habiendo sido ayudado por el Cardenal á conseguir »dignidad tamaña, pudo acrecentar mejor su gloria con actos de »generosa gratitud , que no con obras de sobrado estrecha justicia.» No es en esto mi juicio diferente en la sustancia, del de aquel discreto discípulo , y constante adepto de los jesuítas , celosísi- mo católico , y hombre de confianza de los más eminentes Cardenales de su tiempo. Seguramente Carlos Carrafa habia cometido graví- simas faltas políticas , y hasta delitos comunes podían con razón imputársele; pero no es menos cierto que se le persiguió también por hechos que él mismo, y todo el mundo debían considerar indultados; por otros que nunca han sido objeto de juicios criminales: y por al- gunos, en fin, que dada la mayor pureza de principios de nuestro si- glo, serían penados, sin duda alguna, en todas partes ; pero que eran ordinarios , corrientes , y parecían como naturales durante la época de fanatismo religioso y de absolutismo monárquico que estoy tra- tando. La injusticia relativa fué, en verdad, mayor que la absoluta, en la sentencia que costó la vida al Cardenal Carrafa. Ninguna de las naciones cultamente regidas, habría tenido á tal hombre por Ministro al presente ; y en cualquier país moderno de los muchos que disfrutan de orden moral, Carlos Carrafa y su hermano, habrían quizá caído antes aún en manos de la justicia. Pero no era nada de esto lo que es ahora, en el siglo XVI ni el siguiente. Por eso sin duda, y por los notorios absurdos del proceso , que he ido señalan-* do al extractarlo , todavía ofrecieron estos sucesos al mundo, pocos años después , un nuevo é inaudito espectáculo. Elevado á la Apos- tólica Silla Pío V, anuló y casó luego, como se dice ahora, la sen- tencia pontificia , mediante la cual fué estrangulado el Cardenal Carrafa, declarándola sin valor, y en lo sucesivo sin efecto algu- no ; y devolviendo por lo mismo á la familia de Paulo IV la capa- cidad para adquirir honores , y el buen nombre y fama de que se la habia privado. Ni se contentó con esto el nuevo Papa, sino que los restos del infeliz Cardenal , humildemente sepultados en Santa María de la Traspontína. fueron ostentosamente colocados por orden

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suya , y en sepulcro proporcionado á su dignidad, en Santa María sopra Minerva, ad perpetwam reimemoriam. Quizá no duela tanto como otras cosas á los lectores saber, que el fiscal Alejandro Pallen- tieri , que lo mismo que el de Carlos V y Felipe II , habia formado el proceso de su atrevido adversario Carlos Carrafa, fué por su conducta en el último condenado entonces, cual público ladrón, á morir en una horca , donde terminó su larga y poco ejemplar carrera. Y conviene muclio notarlo: todo esto lo dispuso y llevó á cabo uno de los jueces mudos, que entendieron en la causa, y asistieron á su vista y sentencia , aunque ninguna parte tomasen como se ha dicho en esta: es á saber , el Cardenal Frai Mig'uel Gis- lerio del Bosco , Papa entonces , y reverenciado al presente en los altares con el nombre de San Pió V.

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Tenia razón, pues, no hay ya que dudarlo, en casi todos los he- chos desnudos que alegara , el autor del Memorial que á nombre del Rey D. Felipe II se dio á sus juristas y teólogos; aunque aquellos estuviesen alli expuestos, «no sin pasión ni cólera, » como dije en mi primer artículo. Verdad resulta, por los documentos pontificios y el testimonio de los historiadores romanos, que desde antes de ocupar el Pontificado Paulo IV miraba ya con malos ojos á la nación española ; verdad que hizo siempre cuanto pudo para que perdiése- mos el reino de Ñapóles ; verdad que prefería los napolitanos emi- grados y descontentos á los fieles ó sumisos á España ; verdad que aborrecía á los Colonnas , amigos antiguos de España , queriendo privarlos para siempre de sus Estados ; verdad que maltrató á mu~ chos parciales y aun Ministros del Rey católico ; verdad que indujo á Francia, por medio del Cardenal su sobrino, á hacer con él liga, y á romper la tregua jurada; verdad que solicitó también la ayuda de Venecia y otros potentados con igual objeto ; verdad que dijo, y se creyó en Roma entonces, que justamente podia desde allí dirigirse la armada del Gran Turco, contra las costas españolas. Habia exageración en el Memorial al dar á entender, que las naves turcas que por aquel tiempo fueron sobre Oran , procedían ya soli- citadas por el Papa , porque Monseñor de la Vigne no pudo obte- ner de Solimán , como se ha dicho , promesa alg'una ; la habia en

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suponer que el Cardenal Ministro de Paulo IV fuese herético , y en que , siendo tal ó , llegara á tener nunca á su disposición el go- bierno espiritual de la Ig-lesia. Pero en cambio es indudable, como el MernoTial asimismo decia , « que habia tratado el Papa de las »personas de SS. MM. Imperial y Real con palabras indignas , » y que su fiscal puso «en Consistorio acusación contra S. M. Imperial »y Real, pidiendo se procediese á privación de imperio y reinos.» Respecto de la falsificación de pruebas y procesos, de que también el Me.morial hablaba, es de lo que debe quedar el juicio en suspenso. ¿Mas quien negará, que con lo que está de seguro demostrado, liabia motivos justos para que se diesen Carlos V y su hijo por muy agra- viados de Paulo IV y su primer Ministro? Para juzgar, no obstan- te , con equidad la conducta de todos en estos sucesos , es preciso tener ante todo presentes las dos importantes conclusiones que he deducido ya de lo expuesto en los precedentes artículos : es indu- dable que la mala voluntad de Paulo IV á los españoles nació sólo de su patriotismo exaltado y del deseo de mantener el prestigio de su autoridad temporal : es no menos cierto que el Rey Felipe II y los Ministros españoles, de aquella época, llegaron en sus propósitos y aun en su hostilidad contra Roma , hasta donde no se ha llegado después aquí en ningún tiempo; ni siquiera en aquellos dominados por la inevitable corriente de las revoluciones modernas. Respecto de estas concretas afirmaciones , cuanto hoy podria ya decir , está dicho: no quiero añadir una palabra más por mi parte.

Pero , aunque muy brevemente , preciso será examinar todavía, á la luz de la crítica , la importancia y moralidad de cada uno de los hechos así afirmados. Todos los agravios del Papa á España se resumen en dos , dado que los demás fueron accesorios y contin- gentes : la g-uerra preparada para desposeernos del territorio recien conquistado de Ñapóles el uno : el otro la ocupación de las fortale- zas y lugares de la familia Colonna. No intentó Paulo IV interve- nir en el gobierno civil , ni alterar los confines de las Coronas de Aragón y Castilla , ni siquiera se metió con los extraños Estados de Flándes; ni agravió con deliberado propósito á otro dependiente de España que á su propio subdito Marco Antonio Colonna : esto es, evidente. La política de España, por su parte, tampoco tendía esencialmente á más, que á guardar por todos los medios , piadosos ó no, á Ñapóles; y á mantener en el señorío eclesiástico la influen- cia y poder, conveniente ó no al Soberano temporal, de los Colon-

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ñas , sus parciales : lo demás , dicho estaba que se arreglaría de suyo , no bien aquellas dos fundamentales cuestiones quedasen zan- jadas. Pues, comenzando por esto último , es claro, que tocante á que el Rey de España tuviese derecho á defender con sus armas las conquistas, más ó menos leales y justamente emprendidas, que le hablan reconocido al fin los tratados, no cabe duda alguna. La di- ficultad consiste en esto otro: ¿debia el Rey D. Felipe por un inte- rés de dominación y conquista que , como tal , era secundario al cabo para la sociedad en general , y más aún para sus naturales sub- ditos, poner á discusión nada menos que un Cisma en tiempo y lu- gar donde apenas era ya permitido discutir ningún otro género de cuestiones ? Si semejante intento mereciese disculpa , ó si la me- recieran los hechos concretos y las positivas intrusiones de juris- dicción, de que no sin razón se quejaba después Pallavicino, por- que respecto de la posesión de una conquista extranjera, se ha- llase discorde á la sazón con el Papa el Rey de España , ¡ cuánto más blandamente no deberían juzgarse , que juzgan muchos, las palabras ú obras con que hoy pretenden los gobiernos defender á las veces, no intereses extraños, sino propios, no lejanos derechos, sino derechos inmediatos , no bienes ó dominios temporales , sino ideas, instituciones y altísimas necesidades sociales. Por la misma razón que parecieron á la cristiandad toda tan deplorables las dife- rencias entre aquel Rey y aquel Papa, lo son también al presente, sin duda, muchas de las que suelen sobrevenir, entre las naciones cultas y la Iglesia Católica. Los excesos de los poderes temporales, sea cualquiera su origen y forma , lleg-ados estos conñictos de inte- reses, son poco menos que irremediables, por lo que perennemente enseña la experiencia. Mas es justo reconocer que en el propósito de Felipe II , y de sus antecesores , de conservar y aun estimular por su propio provecho y para tener en jaque al Papa , el constante estado de rebelión de los Colonnas , no solamente habia ya exceso, sino uno de los mayores que han podido hasta aquí cometerse con- tra su potestad temporal. Declarada la guerra, y hecha de con- cierto con aquella familia, habría sido desleal, sin duda, abandonar- le en la paz ; pero ¿ cómo querían hacer compatible un Carlos V , y un Felipe II , la autoridad soberana del Papa , con la existencia de subditos cuales los Colonnas de entonces, en sus Estados? Y, sin em- bargo , no puede menos de ser deplorable, por otra parte, lo que á las veces se , y aconteció durante el siglo XVI con motivo de

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estos sucesos relatados , es á saber , que lleg-aran también á em- plearse, por patte de la Sede Apostólica, la fuerza y eficacia de las armas espirituales, en fines ajenos á su santo objeto. He explicado, y hasta excusado ya, el noble y levantado pensamiento de Paulo IV de hacer independientes á los pueblos italianos : como ciudadano de Ñapóles , y como Príncipe temporal , tenía derecho indubitable aquel Papa para desear lo que deseaba , y aun para hacer cuanto hizo en su esencia; pero ¿quien juzgará ahora que no fué injusta, cuando nadie lo negó en España en el siglo XVI , la excomunión ' lanzada entonces por la Santa Sede contra los Monarcas españoles, tan solo porque defendían las provincias , de que estaban en pose- sión , con las armas , ó contenían dentro de su propio territorio á los que se disponían á invadirlas ? ¡ Ah ! Permítaseme que vuelva á repetir aquí, sin tocar en más pormenores, que son funestas, fu- nestísimas discordias estas de la religión y la política, y que no harán nunca demasiado para evitarlas, ni la Iglesia, ni las socie- dades civiles !

Frutos notorios de las que tuvieron lugar, en el siglo XVT, en- tre el Pontificado y el primer Gobierno católico de entonces, y sobre todo , de la última, y más larga que acabo de referir, entre Paulo IV y Felipe II, fueron la consolidación del protestantismo en Ale- mania , su desarrollo súbito en Francia y las provincias de Ho- landa , su amenazadora aparición en España misma; que solo pudo impedirse , impidiendo á la par la circulación de la vida intelec- tual en el cuerpo de esta nación desdichada , y condenándola por siglos á estériles acciones, ó á reposada y verg'onzosa flaqueza. Hasta faltó poco , como se ha visto , para que aquellas diferen- cias mismas, abrieran los puertos de Italia, y entregaran el dominio del Occidente á las hordas osmánlicas, que habían 3^a destruido al Imperio oriental. En las aguas de Lepan to, á haber de todas suer- tes batalla, pudieron bien luchar el hermano de Felipe II, y Marco Antonio Colonna, no al frente de la Liga, sino contra los estan- dartes pontificios y turcos reunidos ; si , como declaró Carlos Car- rafa , « no se hubiera hecho pronto la paz , » y hubiera prolon- gado más sus días Paulo IV. Pero ya que la casual victoria de San Quintín evitara tamaño escándalo , y que los turcos no se aprove- chasen de los sucesos que digo, para entrar más adelante en el corazón de la Europa cristiana , no desperdició sin duda el tiempo, para fortificar entonces su posición humilde la casa de Brandem-

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burg-o , que á tan grandes y tan poco católicos destinos parece lla- mada en la edad presente. De todas partes que se mira, pues, apa- rece lo mismo : la lucha por intereses temporales, y de índole esencialmente civil entre la Santa Sede y la casa de Austria, como proclama Ranke, y muchos otros protestantes, modestamente con- fiesan, dio más triunfos á la herejía de aquel tiempo, que sus teó- logos , sus Principes y sus ejércitos ; y estuvieron á punto de poner en tal trance, unos y otros, á la religión verdadera, que habria desaparecido de entre los hombres sin duda alguna , á no estor- barlo por medio de circunstancias , en la apariencia fortuitas , la Providencia Divina. Por lo que toca á los hombres , no hay duda que pusieron cuanto estaba en su mano para lograrlo , señalada- mente aquellos á quienes más de cerca correspondiera el ^deber de conservar íntegra la grande herencia religiosa que habían dejado otros siglos. Pues otro tanto que en aquella época sucederá siem- pre que se contraponga lo sobrenatural, eternamente indispensa- ble , á lo temporal y contingente , es decir, á los principios , á las instituciones , á los poderes, que en cada uno de los períodos de la historia necesita establecer el género humano, para concertar con el estado de su conciencia, las condiciones de su vida práctica y externa. El siglo XVI estaba fatalmente llamado á organizar las sociedades humanas, sobre la base exclusiva de las Monarquías absítlutas; y, esto dado, el Monarca era de por entonces una insti- tución esencial , predominante , irresistible , invasora , usurpadora á las veces ; pero con la cual era, por lo mismo, peligrosísimo para la potestad espiritual, ó empeñar, ó mantener contiendas, sin mucha razón, prudencia y justicia. En un régimen como aquel, donde nada estaba en los particulares, y todo en los Príncipes que poseían por entero la fuerza , cualquier señorío de hecho era legítimo ; la conquista era un verdadero derecho político ; la voz de la indepen- dencia de los pueblos tan sediciosa , como pudiera parecer hoy la protesta de los individuos contra las leyes. Por lo mismo, al hostili- zar Paulo IV á Felipe para quitarle el reino de Ñapóles, atacaba todo el derecho político vigente, la institución política fundamental de la época , los principios , en suma , y los hechos consumados de su siglo. ¿Quién duda que ideas eran también ó principios, los que pusieron de parte del Rey contra el Papa entonces, á un letrado que paró en monge, como D, Francisco de Vargas, y á la más terri- ble espada del catolicismo , en aquel tiempo , que era la del Duque

k MEDIADOS DEL SIGLO XVt. 239

de Alba, haciendo vacilar, y hasta inclinarse también del lado del Rey mismo, á un santo como San Francisco de Borja? El Ponti- ficado en su previsión, se hizo cargo de todo esto al cabo : y tran- sigió bastante con la Monarquía absoluta , que es decir, con el espiritu del siglo XVI , y los siguientes , unas veces expresamente en los .Concordatos , tácitamente otras, tolerando las intrusiones indudables del re golismo en su propia esfera. Lo que de este ejem- plo y precedentes tales pueda deducirse que aproveche á nuestra edad ó las futuras , no es ya de mi incumbencia , ni entró por cierto en mi propósito al escribir estos articules : que sobrado largos han sido, y sobre todo este último, para dilatarlos, y extender por nue- vos horizontes su asunto.

Permitaseme , pues, que ponga ya punto con una confesión , no si importante , pero que nadie, después de leer estas páginas, debe tener por extravagante ó por poco sincera. Del estudio que termino en este instante, asi por lo que toca á los grandes y esenciales he- chos , como á los menores y accesorios ; asi en cuanto se refiere á las causas como á los efectos ; asi en lo respectivo á las ideas como á la forma de ser realizadas , se deriva para mi mucho mayor ad- miración y amor que ya tenia á todo eso , que, en son de desprecio impotente , llaman algunos libertad , progreso y civilización mo- derna. No me es posible , después de bien analizado en si y en sus obras preferir, ¿qué digo preferir? vacilar siquiera, en la preferencia que dentro de mi alma doy, sobre el espiritu del siglo XVI, al es- piritu de mi tiempo. ¿Quién cambiarla , á no estar loco , los poderes, en este estudio retratados por los poderes de ahora , los hombres de entonces por los hombres actuales, ni aquella por esta justicia, ni aquellas por estas preocupaciones , ni nada, en fin , de lo que las páginas que he escrito contienen, por lo que hoy acontece ó puede acontecer en el mundo culto? No : las naciones modernas en nin- guna esfera , ni en la religiosa , ni en la moral , ni en la política, dejan de ser inmensamente superiores á las del siglo XVI: que si hay alguna que todavia se contente con llamar á aquel su Siglo de oro, y echar de menos á cada paso lo que en él era , harta des- dicha la suya es , y mal y enfermedad peculiar, en que no tienen seguramente la menor culpa la savia fecunda , ó la sombra apa- cible de la civilización moderna.

A. Cánovas del Castillo. '>í'

EL PESCADOR.

ROMANCE.

(1)

Reina la noche : mis ojos Desde una estrecha ventana Contemphm inmensidades Que apenas la mente abarca.

La g'ran bóveda del cielo , De estrellas mil recamada , Matiza su azul oscuro Con leves nubes de nácar.

La Osa brilla ante mi vista , Y á mi derecha levanta Con lentitud majestuosa La Luna su frente pálida.

A sus tibios resplandores, Que argentan del mar^^las aguas , Miro elevarse al castillo, De la ciudad noble guarda :

(1) Lo escribió la autora hallándose tomando baños en San Sebastian, donde habitaba una casita cerca del mar.

EL PESCADOR. 241

De la ciudad que dormida Diviso allá en lontananza , Do se dibujan sus torres Como inmóviles fantasmas.

Se encumbra inmensa á mi izquierda La cadena de montañas Que de este hermoso país Son g-igantes atalayas,

Y en cuyas cumbres aun brillan De nieve lucientes franjas ; Mientras cubren los castaños De densa sombra sus faldas.

¡ Todo es silencio en la tierra ! i Todo es en el cielo calma ,

Y frescura en el ambiente ,

Y soledad por las playas ! . . .

A quebrantarse en su arena , Que ciñen de orlas de plata, Con monótono ruido Lleg-an las olas sin pausa ;

Que solo ellas de la vida Parece que impulsos guardan . Cuando en reposo profundo Naturaleza descansa.

Por todo el líquido llano Solo distingo una barca , Que recogidas las velas Allá se mece á distancia.

Y á los Cándidos albores

Que entre las brumas la alcanzan .

Parece cisne viajero

Que pliega al dormir sus alas,

242 EL PESCADOR.

¡ Oh , nada más ! Ni un ser miro Que mi vig-ilia comparta, Para admirar de esta noche La paz, cual solemne, grata.

Pero no : que brillar veo , Aunque pequeña y lejana , Desde el blanco caserío Que entre peñas se destaca ,

Una luz.... sí.... ya se aviva,

Y revela á mis miradas Que el pescador laborioso Velando su red prepara.

¡ Compañero de mi insomnio , Yo te saludo! ¡Que plazca Al Señor darte una pesca Cual no sueña tu esperanza !

¡ Escucha ! A la voz del mar Su voz junta la campana , Que anuncia que está la noche Ya á la mitad de su marcha.

¡ Al remo pronto ! No pierdas Las horas que vuelan rápidas , Mientras de la brisa al soplo Se encrespan las olas mansas.

j Ah ! me obedece : sus velas Ya la barquilla desata ,

Y con suspiro armonioso Acude el viento á llenarlas.

Ya escucho el golpe del remo , Ya surca la proa el agua ,

Y hermoso rastro de espuma La linea borda que traza.

EL PIíSCADOK. 243

De pronto al rumor distante , Que va difundiendo el aura , Se asocian tonos sencillos , Mas de una dulzura extraña :

Son agrestes armonías Del hijo del mar, que canta , A la vez que el bote vuela Por la llanura salada ,

Buscando el sitio en que el cielo %

Le tiene dispuesta carga , Con que á una pobre familia Sustento en la aurora traiga.

¡Rema, rema, pescador, Mi bendición te acompaña , La mar su imperio te entrega , La luna tu senda aclara !

Dormido el mundo , ni un eco De sus pasiones infaustas Mi pensamiento conturba, Ni tu trabajo embaraza ;

Y vela al par que nosotros El Señor de cuerpos y almas , Que ve le sirven tus miembros Mientras mi mente lo ensalza.

Á UNA JOVEN MADRE

EN

LA PÉRDIDA DE SU HIJO.

¿Por qué lloras ¡oh Emilia! con dolor tanto?

¡ Ay! he perdido el ángel que era mi encanto.

Ni aun leves huellas Dejaron en el mundo sus plantas bellas.

Te engañas , joven madre ; templa tu duelo . Que ese ángel aunque libre remonta el vuelo -

Te sigue amante Do quiera que dirijas tu paso errante.

¿No admiras, cuando baña la tibia esfera Del alba sonrosada la luz primera ,

Con qué armonía Cielo y tierra saludan al nuevo dia?

Pues sabe , joven madre , que cada aurora Por las manos de un ángel su faz colora,

y aquel concento Se lo enseña á natura su dulce acento.

Cuando del sol el rayo postrero espira , ¿No escuchas un suspiro que en torno gira*?

Y un soplo leve ¿No acaricia tu rostro, tus rizos mueve?...

Á UNA JOVEN MADRE EN LA PÉRDIDA DE SU HIJO. 245

Pues dicen , joven madre , que en cada tarde Hay un áng-el que el rayo postrero guarde ;

Y es su' sonrisa

La que te llega en alas de fresca brisa.

En el silencio grave de la alta noche, Cuando la luna oculta su lento coche,

¿Ves blanca estrella Que trémula en tu frente su luz destella"?

Pues oye , joven madre , las almas puras Viajan por esos astros de las alturas ;

Y es su mirada

La que á halagarte llega dulce y callada.

Aun ahora que me escuchas, ¿pierde tu oido Cierto eco misterioso , que á mi eco unido

Vierte en tu alma Bálsamo delicioso que su afán calma?...

Pues mira , joven madre , dolor tan grave Solo un ángel celeste consolar sabe,

Y el tuyo dice :

« ¡ No llores más , no llores. . . que soy felice ! »

G. G. DE Avellaneda.

RECUERDOS DE GRECIA.'

Partida de Marsella. Mesina. Cabo de Matapar. Hydia. Noche estrella- da.— El Pirec— Salida del Pireo. Avara vegetación del Ática. Llegada á Atenas. Aspecto de la ciudad. Digresión retrospectiva.

Fair Checce! sad relie of departedwortd! Inmortal thouph no more, thouph fallen, preat! Bybon.

Nombrado por Real decreto Cónsul general de España en Atenas, tomé posesión de mi destino el 3 de Julio de 1862, Prescindiendo del testimonio unánime de mis predecesores, constábame por la opinión general que la residencia en la metrópoli Helénica dista mucho de ser envidiable. No obstante esto, era tal el prestigio que para mi tenia el nombre de Atenas , que bastaba pronunciarlo para levantar una polvareda luminosa en mi imaginación ^ y evocar mi memoria siglos de genio , gloria y belleza.

Una fascinación análoga experimenté al ir á la república Argen- tina. Durante luengos años habia incubado , con febril anhelo , el

(1) En este , como en los demás artículos del mismo género, ha creido con Veniente el autor abstenerse de repetidas llamadas en el texto, correspondien- tes á otras tantas notas justificativas en el margen ; notas que el lector rara vez consulta, que jamás verifica, y cuyo solo resultado es molestar su atención y fraccionar su lectura. Igualmente ha creido decoroso el autor, si bien versado en la lengua griega, prescindir de citas en este idioma, juzgando pedantesco erizar sus páginas con caracteres generalmente desconocidos.

RECUERDOS DE GRECIA. 247

deseo de ver la bella constelación austral , conocida con el nombre de la Cruz del Sur, y, al cerciorarme que no tardarla en contem- plar este Lábaro fulgoroso, invisible en nuestro hemisferio, no pude menos de exclamar como Keplero : Compos vocis.

Estas niñerías , pues tal nombre efectivamente merecen, prueban que no sólo á la edad tierna y al estado salvaje incumbe el triste privilegio de dejarse deslumhrar por abalorios y plumas rojas , y que á todos nos cuadra, en mayor ó menor grado, el apostrofe del sacerdote egipcio al ateniense Solón : «¡Oh griegos! siempre seréis niños.»

Semejante entusiasmo parecerá tal vez excesivo y con asomos de ridiculo, tratándose de un hombre que habia pasado en aquel entonces la edad juvenil que engalanan flores, destinadas tal vez á trocarse en frutos ; pero media una circunstancia que atenúa esta flaqueza. Educado en un colegio extranjero , habia cultivado el idioma griego, cuyo estudio se hallaba menos generalizado que hoy en España en la época á que me refiero; y, á pesar del tiempo trascurrido, poblada se hallaba aún mi memoria de gloriosos re- cuerdos y humeante mi imaginación. Los años hablan tal vez acri- solado mi entusiasmo juvenil , que habia ganado en profundidad lo que perdiera en superficie.

Por otra parte ; como la naturaleza , como el amor, como todo lo que lleva el sello del infinito, la Grecia es inagotable. A la ma- nera del sol, del mar, de los dioses del Olimpo, Atenas será eterna- mente joven. Teatro de la gloria, de la ciencia, de la ilustración, de la libertad , de nobles catástrofes , la ciudad de Minerva , como la hija de Céres, brota siempre á la luz entre áureas espigas, ofreciendo amplia cosecha de ideas poéticas aun á los menos elo- cuentes viajeros.

En otro tiempo una expedición á Grecia era empresa tan grave como excepcional. Generalmente las personas que se aventuraban á hacerla procedían de la activa y tétrica Inglaterra, ó de la docta y pedantesca Alemania. Los alemanes, tan ingenuos como entu- siastas, hubieran gustosos helenizado su nombre por la adición de la sílaba os, como los suecos de antaño latinizaban el suyo , con la terminación en «í , y sin sentir ni por asomo la ironía con que á mismo se juzgaba el anticuario de Walter Scott , se ponian en ca- mino con tanto fervor como los islamistas al emprender la peregri- nación al sepulcro del Profeta; no sin formular antes de abandonar

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SUS hog-ares , sus últimas disposiciones , y si eran católicos recibir los postreros sacramentos.

En el dia , gracias á la fuerza omnipotente del vapor, que, como tantas veces se ha repetido, ha anulado el tiempo y el espacio, un viaje á Atenas es una partida de recreo, y cinco dias bastan á un vapor francés para efectuar la travesía del Mediterráneo.

Cuando zarpó la Newa del puerto de Marsella , el sol se inclinaba al horizonte, y plácidas se mostraban las ag-uas, salvo alg-unos copos de candida y rizada espuma , producidos por la estela del buque , que un poeta de otros tiempos hubiera comparado á los re- baños de Proteo. Algunas marsoplas nadaban en torno del barco, triscando juguetonas , resollando ruidosas , y produciendo la ilu- sión de los tritones y delfines mitológicos. Pronto vimos las costas de Córcega bajo la forma de una nube lejana, y dos dias después fondeábamos en frente de Mesina, linda población, cuya fisonomía exterior es tan bella , tan simétrica , tan imponente , que no es po- sible olvidarla ni confundirla con la de otro puerto marítimo. Du- rante dos horas tuve la libertad para callejear por aquella antigua colonia griega, fundada por los míseros mesinos que emigraron del suelo patrio para evitar la dura esclavitud con que los amenazaba la rencorosa Esparta; si bien conviene advertir en excusa de esta, que la misma suerte hubieran tenido sus hijos si la fortuna hubiera coronado el tesón de los compañeros de Aristómenes. Harto se co- lige esto de las porfiadas contiendas de ambos Estados, heroicos aunque microscópicos : la historia enseña que el encono fratricida está en razón inversa de la distancia y de la magnitud del territo- rio ocupado por los combatientes. Nada excede, según los natura- listas, á la saña y ferocidad con que luchan entre dos hormi- gueros vecinos.

Por último, no tardamos en ver las costas de la Grecia, cuyo perfil indeciso en el horizonte , adquirió en pocas horas delinea- mientos fijos. A lo lejos se empinaba el famoso Taigete, cantado en las Geórgicas de Virgilio , que es seguramente el punto más alto del territorio helénico. Pronto doblamos el cabo de Matapan, nombre bárbaro, que reemplazan los griegos por la antig-ua deno- minación de Tenaro. Sea como fuere , ello es cierto que este cabo forma la parte más meridional del continente europeo, y termina la Península de la Morea, cuyos habitantes le han restituido su antiguo nombre de Peloponeso. Y no obstante, la horrible leyenda

DE GRECIA. 249

que evoca este último nombre, contrasta con la idílica y risueña denominación de la Morea , llamada así á causa de la semejanza que encontraron los venecianos entre la hoja del moral y la Penín- sula griega.

El cabo de Matapan avanza entre dos golfos profundos , forma- dos por la proyección de la punta ó espolón que entra en el mar. Estos dos golfos llevan los nombres de Conon y de Kolotika , y en ambos el azul de la onda contrasta con la desolación sepulcral de las rocas hendidas , calvas y calcinadas que cimentan las costas de una región, cuya aridez tan solo cede á la del Pico de Tenerife. En la costa se ven pocas playas , aún menos ensenadas , y por do- quier empinadas tapias, acau tilladas y cortadas al sesgo, que re- cuerdan el salto de Leucades : la materia que las forma no es el granito como en \B,s/alaise^ de Bretaña y Normandía , sino la al- magra , la greda y otras sustancias do se engarzan pedruscos de diferentes dimensiones.

Mas nada cede en desolación á las islas del Archipiélago. En mis tiernos años embalsamaban mi memoria los nombres de Samos, Paros, Délos, Naxos, Lesbos, etc. Mi imaginación juvenil veía desfilar estas islas como los nevados cisnes del Caistro, consagra- dos á Apolo; ó mecerse en la onda como cestos de flores fragantes. A cada momento repetía estos versos populares del poeta cuya me- moria conservan como un culto los griegos modernos:

The isles of Greece! the isles of Greece! Whereburring Sappo loved and sung, Where gren the arts of warand peace, Where Délos rose, and Phoebns sprung!

Mas ¡ay! ¡cuan implacable es la realidad! ¡qué aborto continuo el de la esperanza! Las islas del Archipiélago no pasan de ser yer- mos diseminados, y algunos guardan tal vez más de una semejanza con los paisajes de la luna, si es cierto que el agua, la vegetación y la vida son desconocidas en nuestro satélite. Me acuerdo de ha- ber examinado de cerca la isla de Hydia , cuyo nombre contrasta con la aridez que ofrece. Este nombre parece una antítesis irónica, como la de llamar Euménides á las Furias, y Filadelfo á un Rey de Egipto fratricida.

Tal vez podía objetar un fileleno apasionado que, juntamente con la gloria, naufragó el campo de esta; que, después de tan ful- guroso alumbramiento, quedó agotado el suelo de la Grecia, como

TOMO III. 17

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Castalia é Hipocrene en el concepto de los románticos ; que lo que actualmente divisamos es el esqueleto de un cuerpo bello, que anida un alma aun más bella ; que deshojada se encuentra la encina helé- nica, y dispersadas por el aquilón sus hojas; que el despotismo se- cular otomano, á la manera del caballo de Atila , no deja retoñar la yerba bajo sus pasos , etc. , etc.

Todas estas razones son de no poco efecto, y sobre todo se hallan impregnadas de un sentimentalismo que incita á quien las profiere á lamerse los labios; mas desgraciadamente pecan por la base. Aunque menos desolada que en nuestros dias , la Grecia antigua era seca, mustia, pulverulenta y cálida. Su vejetacion era avara y raquítica, su cielo implacable de serenidad. Platón, Pausanias^;* Estrabon convienen unánimes en la aridez del Ática. Las alusiones de otros autores corroboran este aserto. Los paisajes de Teócrito en nada obstan á la opinión general. Teócrito describe los campos de la Sicilia , cuya pingüe feracidad era proverbial entre los griegos y los romanos. Por otra parte, es sabido que los poetas describen un mundo ideal, no solo diferente, sino opuesto al que les rodea. Así los españoles ponderan la sombra, los ingleses las praderas bañadas por el sol (simny meaderos), los árabes sueñan con ei mur- mullo del agua cristalina.

Más allá de Hydia se ve descollar un islote informe , cuyo perfil sombrío se destaca en el puro azul del cielo. No me acuerdo cómo se llama, mas, ¿qué importa un nombre más ó menos sonoro, pro- cedente de una lengua marmórea y cristalina , aplicado á un es- collo inhabitado é inhabitable , salvo por algunas legiones de ga- viotas y otras aves marinas , destinadas tal vez á tapizar de guano este solitario peñasco? ¿Acaso no llevan los poéticos nombres de Juno, Palas, Céres, esas rocas planetarias, de origen volcánico, fragmentos procedentes de la ruptura de un astro situado entre Marte y Júpiter, masas informes que giran mudas y cadavéricas en el espacio? Un agua de color de añil , jabonosa y espumante, hervía en torno de aquel islote , cuyas pendientes mostrábanse fa- jadas de zonas blancas y amarillas, como la piel de la cebra.

Poco después, en pos de un crepúsculo efímero, y desprovisto de la gala que caracterizan las puestas del sol en París , sobrevino una noche sin luna , oscura á la vez y trasparente , mostrando en toda su integridad, y sin el menor celaje, la bóveda cristalina, esmaltada de astros sin fin. Las estrellas brillaban con un tinte

DE GRECIA. 251'

áureo, y, más allá de las que ordinariamente divisamos notábanse, gracias á la oscuridad profunda y á la ausencia de vapores , nue- vas capas concéntricas de astros apiñados, polvo de mundos leja- nos. La via Láctea brillaba como una faja fúlgida , de tal modo, que el abismo parecía hervir de luz , y la vista quedaba como ofus- cada. Hay pocas personas á quienes no magnetice, en mayor ó menor grado , el mirar á las estrellas ; mas cuando , en vez de ver á medias el cielo, que generalmente nos velan las nubes , las tapias, los árboles, ó la luz de la luna, contemplamos extendida sobre nuestras cabezas, y en toda su plenitud, la bóveda estrellada, en- tonces el infinito por la luz nos sublima á la vez y nos anonada , y comprendemos la frase de Epicteto que asegura que el hombre ha sido criado para contemplar los astros.

Al dia siguiente anclábamos enfrente del Pireo , asediados por una turba vocinglera, compuesta de mocetones medrados, que tre- paron ág'ilmente sobre cubierta, ofreciéndonos á porfía sus servicios y cantando en coro los loores de sus respectivas fondas ó posadas. Todos se distinguían por un porte marcial , una cintura cenceña que hacía resaltar un trage pintoresco , un color atezado j espesos bigotes negros. Su animada fisonomía , su despejo natural , el fue- go de sus miradas , su nariz aguileña , revelaban una raza inteli- gente, pero al mismo tiempo rapaz y sin hidalguía.

Al desembarcar en el Pireo se pisa el territorio de Atenas, ó el Ática propiamente dicha, de que formó parte el citado puerto, siendo este para la metrópoli lo que el Havre para París. Contiene su muelle varios fondeaderos ó ensenadas , cuyas principales son Cantaros, Cea y Afrodision. Esta situación favorable fué causa de que durante su administración diese Temístocles la preferencia al Tireo sobre Falera , embarcadero y puerto de Atenas hasta enton- ces. De Falera habia salido Teseo en dirección á Creta para llevar al rey Minos el tributo exigido en satisfacción de la muerte de su hijo Andogeo : y en el mismo puerto embarcóse más adelante el rey Menesteo al frente de su flota para ir al sitio de Troya.

Así el nombre de Temístocles es inseparable del nombre del Pi- reo. No contento con dotar á su patria de un puerto y arrabal preciosos, el vencedor de Salamina intentó unirlo con la misma Atenas. Su catástrofe política le impidió realizar este designio colosal. Aún dicen que existe en el Pireo el sepulcro del héroe, ó por mejor decir un cenotafio que le otorgaron sus compatriotas

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arrepentidos. Este monumento, que nunca he conseg'uido ver, se halla á menudo cubierto por las aguas , y la saña de Neptuno pa- rece haber secundado el rencor de los atenienses. Mas, ¿qué im- porta una frágil inscripción ? ¿ Acaso no es Salamina una memoria perenne en favor del héroe, cuyo valor y prudencia rechazaron el armamento más formidable que vieron los siglos? Y tratábase nada menos que de una lucha decisiva entre el pasado y el porvenir, entre la civilización y la barbarie, entre la libertad y el despotis- mo. Asi Salamina es el sepulcro de Temistocles, y aún masque Salamina la historia, que embalsama pia la memoria del ateniense. La tumba de los héroes, dice Tucidides, es el universo entero.

De lugarejo insignificante, adquirió el Pireo proporciones gran- diosas. El comercio lo enriqueció en pocos anos. A la sombra de una marina militar, rival de las de Tiro y Cartago, y superior á la de cualquier estado griego , cruzaban los mares los buques mer- cantes de Atenas ó campeaban en el puerto del Pireo juntamente con las galeras de Corinto, Rodas, Tiro, Cartago y Siracusa. En trueque del aceite , higos , vinos, aceitunas , bellas cortesanas y ar- tefactos artisticos, recibía la ciudad de Minerva la lana de Damasco, el estaño de Bretaña, los cedros del Líbano , los abetos de Senir , la púrpura de Tiro , las velas de Egipto , las perlas de Ofir , el oro de España , los aromas de Sabá , etc.

El principal comercio lo efectuaban los ricachos de Tii'o y Car- tago, ciudades opulentas, cuyos habitantes, desprovistos de senti- miento artístico , se distinguían por su carácter industrial y mer- cantil , estaban dotados del genio de los negocios y de una codicia insaciable. Esta raza seca, sórdida , torpemente sensual, rapaz en sumo grado , aventurera sin heroísmo , en una palabra , antítesis viviente de la radiante estirpe helénica , proveía á los puertos grie- gos de artículos de lujo debidos á miserables trueques , arrancados tal vez por violencia ó por astucia en las tres partes del mundo conocido, y vendidos á precio exorbitante á los crédulos habitantes de Atenas y Corinto. Cartago no solo abastecía á estas dos me- trópolis de maderas de construcción , si no que recibía encomien- das para construir en sus arsenales galeras iguales ó superiores en ligereza y solidez á las de Rodas y Siracusa.

Tucidides habla del gran bazar ó mercado de Hípodamo , vasto depósito de mercancías en el puerto , y también del Digma , equi- valente á la Lonja de nuestros negociantes modernos.

DE GRECIA. *253

Aunque principalmente mercantil , el Pireo era también indus- trial. Sus manufacturas consistían en áncoras elaboradas en vastas fraguas y en productos artísticos , objeto de exportación extranjera. Este puerto poseía , por otra parte , obras de arte ventajosamente citadas. Pausanias menciona como existentes en su tiempo una Minerva de bronce y un Júpiter del mismo metal, debidos al cincel de Leocares; como igualmente un cuadro de Arcesilao represen- tando á Laostenes y su familia.

Las fiestas de Diana atraían al Píreo á la juventud ateniense. A ella alude Platón en su Politeia, que los romanos tradujeron por el nombre vago de República. Sócrates, quien para asistir al culto había venido al Pireo , fué hospedado por Polemano , cuyo padre Céfalo , Néstor por los años , es representado como práctico en el curso de la vida. Los diálogos de Platón muestran que el filósofo acudía á menudo al Píreo en busca de sus amigos, ¡ Qué enjambre de pensamientos debían asaltar á aquella inteligencia sobrehuma- na, al divisar aquel bosque de mástiles, y oír zumbar aquella col- mena afanosa !

En el día , el Pireo es un puerto infecto y de mediana impor- tancia comercial. Sus aguas contienen , amen de los buques mer- cantes griegos y extranjeros, algunas embarcaciones de guerra con bandera de las primeras potencias de Europa, La población del puerto , prescindiendo de algunos cónsules y negociantes , se com- pone casi exclusivamente de almaceneros , taberneros y marineros. La variedad de trages, los gritos de los mercaderes ambulantes , los grupos animados en que resuena el más bello idioma que han ha- blado los hombres , causan una impresión vivísima , que cooperando la reacción que sigue á un viaje marítimo , puede degenerar en embriaguez.

IL

La distancia del Pireo á Atenas es algo más de legua y media. La ruta al comenzar no ofrece delineamientos fijos, sino se con- funde con eriales polvorosos que suelen trocar las lluvias en vas- tos pantanos. La calzada empieza luego y ofrece hasta la me- trópoli una regularidad perfecta. El calor habia ajado la escasa vegetación de los llanos limítrofes. No obstante esto, algunos

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álamos, simétricamente dispuestos , me recordaron las alamedas de Andalucía. A cierta distancia notábanse algunos tilos, arrastrá- banse algunas vides , j empinábanse algunas higueras que pare- cían torcer su tronco, y cuyas anchas hojas, tapizadas de polvo, aguardaban un serio aguacero para verdear risueñas. A lo lejos destacábanse , en un cielo polvoroso , espesuras formadas por oli- vares sombríos , y , en torno , extendíanse yermos abrasados, cuyo uniforme color de yesca contrastaba con el azul del horizonte. En vano la vista deslumbrada por la luz , y ofuscada por el polvo, bus- caba afanosa esas alfombras de mullido césped , que considera el Profeta de la Meca como condición indispensable de felicidad hu- mana, tanto en este mundo, como en el postumo.

No si aún quedan vestigios de los muros que en la ruta del Pireo hizo construir Conon , pues por lo tocante á los que erigió Temístocles después de la retirada de los persas, sabido es que fueron destruidos por los treinta tiranos. Pausanias menciona los sepulcros de Menandro, de Eurípides, de la amazona Antíope y de otros personajes ilustres, cuyos cenotafios guarnecieron la ruta del Pireo , como igualmente una estatua ecuestre atribuida á Praxiteles. Las olas humanas , más implacables que las del tiempo, han borrado todos estos monumentos, cuya existencia ignora la mayor parte de los atenienses modernos.

Nótase en el camino el cauce exhausto de un riachuelo, que se humedece algún tanto en invierno. Tal es el Cefiso, á cuyo lado nuestro Manzanares es un Marañon. Eurípides nos dice grave- mente que Venus , después de haberse sentado en sus orillas , dotó al Ática de céfiros suavísimos, arrullados por Amores, ornadas las sienes con guirnaldas de fragantes rosas, procedentes de los jardi- nes de Pafos. El señor Eurípides, en esto de ponderar, podía mojar la oreja al más pintado de todos los andaluces.

No tardé en divisar la Acrópolis é imponentes ruinas que la co- ronan , cuya elevación domina todo el llano. A medida que me acercaba, distinguía, si bien confusamente, los capiteles de las Propileas y las columnas del Partenon.

Por último , después de tres cuartos de hora llegamos á la ciudad de Minerva, viendo desfilar, en una nube de polvo, el templo de Te- seo y las columnas colosales de Júpiter Olímpico.

Es preciso reconocer que el aspecto de la ciudad dista mucho de corresponder á la esperanza incubada en los ánimos entusiastas.

DE GRECIA. 255

Al atravesar aquel conjunto de callejuelas y encrucijadas, nadie creerla pisar la ciudad cuya belleza no se saciaban de ponderar los antiguos. «Quien no ha visto á Atenas, dice Lisipo, nada ha visto; quien la ve sin caer postrado de admiración , es un zote ; quien la deja sin dolor, un insensato.»

No solamente los griegos, sino los romanos, los persas, y, si he- mos de creer la leyenda del escita Anacársis , los bárbaros hiper- bóreos visitaban piadosamente la ciudad de Pericles , como los mu- sulmanes la Meca. Los loores tributados á la antigua Atenas eran cuando menos, hiperbólicos, y las letanías de la metrópoli helé- nica se desgranaban como las perlas de un collar. Así Apolo la llama el palacio de la Grecia , Píndaro el baluarte de la libertad . Arístides el refugio de los perseguidos , Ateneo la ciudad fulgo- rosa, otros la bella coronada de violetas, la sonrisa del Olimpo, el pedestal de Minerva, la diosa que escoltan, á manera de ninfas, las islas del Archipiélago.

Los pueblos de Grecia la tributaban un culto , que participaba á la vez de veneración, ternura y reconocimiento. Aun en la época de su decadencia , era Atenas objeto de obsequios repetidos de parte de sus vencedores, y el acento ateniense daba derecho de impunidad. La soldadesca vencedora se abstenía allí de todo exceso, y los jefes se hubieran considerado sacrilegos si hubieran desmoronado una pie- dra, ó vertido una gota de sangre en la ciudad de Minerva. El ma- cedón Filipo la encomia; Alejandro la agasaja, el tosco Poliopercon la respeta ; Demetrio de Falerio la engalana ; Demetrio Poliocertes la trata como á niña mimada. Solo el terrible Sila dio á entender á los atenienses que á todo hay un límite en este mundo. Los sarcas- mos de la plebe desenfrenada hallaron eco en el romano renco- roso, y la sangre corrió husta el Cerámico.

A excepción de Corinto, era Atenas la ciudad más extensa, más bella y más rica de Grecia, advirtiendo que ninguna metrópoli griega igualaba en población á esos vastos colmenares de Jonia y Sicilia , tales como Mileto , Efeso , Agrigento y Siracusa , en que resonaba igualmente el bello idioma helénico. Mas si Atenas cedía á Corinto en magnitud y opulencia, no admitía rival en lo tocante á monumentos , obras artísticas , ínclitos varones , preponderancia política é irradiación luminosa. Plínio nos dice que, en su tiempo, contaba nada menos de tres mil estatuas, á pesar de su decadencia secular, aserto que corrobora el testimonio de San Juan Crisóstomo.

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Empresa prolija seria enumerar los magnificos edificios que con- tenia la antig-ua ciudad de Pericles, y reconstruir, mediante los informes de la antigüedad , la suntuosa ciudad de Minerva antes de los estragos acarreados por la barbarie romana , la saña del tiempo , la estupidez otomana y el cañón de Morosini. Aristides nos dice que una jornada entera exigia su circuito , si bien es pro- bable que aludiera al ámbito formado por los descomunales muros, que, juntamente con la metrópoli, incluian al Pireo, Falerio y Munichia.

Cicerón , que visitó á Atenas después del saqueo operado por las tropas de Sila, no se sacia de ponderar la belleza de la ciudad, bajo cuyos pórticos , que habian anidado tantos y tan célebres fi- lósofos , se paseaba embebido en una meditación profunda , ó ad- mirando las pinturas de Zeuxis.

Estos pórticos , confinantes con el templo de Ceres , y un vasto edificio destinado al culto de las Panateneas , conduelan al Cerá- mico, barrio que contenia los jardines de la Academia, objeto de predilección del orador romano, imbuido de la miel de Platón. Igualmente contenia el citado barrio el pórtico regio en que resi- dían los Arcontes , se reunia el Areopago y admirábanse las esta- tuas de Teseo, Conon, Timoteo, Evágorasy Píndaro. La de este úl- timo tenia una lira en la mano y una diadema en las sienes. Tebas, su patria , lo habia condenado á una multa por cantar los loores de Atenas, cuyos hijos le erigieron este monumento, movidos, me- nos por entusiasmo poético , que por odio á los tebanos.

Otros dos pórticos merecen particular mención : el de Hermes» adyacente á la calle del mismo nombre , lleno de informes estatuas de Mercurio , resto del origen egipcio de la ciudad de Cecrops ; y el del Pecite, atestado de trofeos y recuerdos gloriosos, como igualmente de páginas monumentales , debidos al pincel de Políg- noto , Micon y Pereno. En él veíase á Milcíades exhortando á los soldados á la pelea. Tal fué el único premio que recibió de su pa- tria el héroe de Maratón.

Sería prolijo describir todos los edificios que encerraba el recinto de la antigua Atenas , tales como el Odeon , teatro lírico , cons- truido por Pericles, con columnas marmóreas, y cuyo techo lo formaban el maderamen de las embarcaciones persas apresadas por los atenienses ; el teatro de Croco , obra de Tilon , de que aún quedan vestigios ; el templo de Venus , engalanado con las pintu-

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ras de Zeuxis y Parrasio ; el templo de Júpiter Olímpico , cuyas descomunales columnas admira la- generación actual , al paso que deplora la pérdida de la estatua del dios, obra del inmortal Fidias, incluida entre las maravillas del mundo; el templo de Teseo, erigido por Cimon, hijo de Milcíades, pocos años después de la batalla de Platea , tipo del orden dórico , y el solo edificio que ex- teriormente se ba conservado intacto hasta nuestros dias ; el Opis- todomo, ó tesoro público, rodeado de un muro doble ; el Pritaneo, en que la república hospedaba y pensionaba á algunos ciudada- nos beneméritos ; el templo de Castor y Polux ; la capilla de xigraula , hija de Cecrops , y tantos otros monumentos que divi- saba el viajero al recorrer, desde la cumbre del Areópago , ó del Himeto , el vasto panorama que se extendía á su vista.

Merece particular mención la Cindadela ó Anópolis , que domi- naba lá ciudad entera , y cuyo recinto compendiaba todas las ma- ravillas de la metrópoli. Allí notábanse las Pro pilcas, ó vestíbulo de la cindadela , edificio dórico , obra del arquitecto Mnesicles. Cinco años duró su construcción , inaugurada bajo el arcontado de Eu- tídemes , y costó mil y doce talentos , suma que excede á cuarenta millones de reales de nuestra moneda.

El botin procedente de los persas, y la munificencia de los Ge- nerales atenienses , anhelosos de popularidad , acumularon repeti- das obras de arte en tan estrecho recinto. Asi no es de extrañar que , á pesar de la ingratitud proverbial de Atenas para con sus Generales , campeasen las estatuas de Cimon , Pericles , Ificrates y Timoteo al lado de las imágenes de los dioses del Olimpo.

El templo de la Victoria Áptera era igualmente objeto de la ad- miración de los viajeros , menos por su belleza arquitectónica, que por las pinturas que lo decoraban.

Numerosas inscripciones atestiguaban el profundo respeto á la posteridad que distinguía á la estirpe helénica, y su firme propósito de arrancar del olvido á algunos ciudadanos, coronándolos de glo- ria , ó mancillándolos con el baldón de la infamia. Contiguo al al- tar del Pudor y al de la Amistad , veíase una columna de bronce, con una inscripción cubriendo de oprobio y condenando al horror de la posteridad á un ciudadano ateniense , juntamente con su fa- milia , por haber aceptado el oro persa.

Más allá notábase una Minerva de bronce atribuida á Fidias, obra gigantesca y de ejecución prodigiosa , si bien inferior á la

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famosa estatua de la misma diosa erigida junto al Partenon, y obra igualmente de Fidias. La que actualmente nos ocupa fué con- sagrada á la Patrona de Atenas por la piedad y gratitud de los atenienses, por el triunfo de Maratón.

A poca distancia alzábanse dos capillas dedicadas á Neptuno- Erecteo, y á Minerva-Poliada. Ambas divinidades hablan disputado entre el honor de dar su nombre á la ciudad de Cecrops. Inútil es reproducir la fábula mitológica harto sabida del caballo y del olivo. Baste recordar que, más adelante, Neptuno hizo brotar las aguas del mar en vez del corcel fogoso, emblema de la guerra. Este mito trasparente nos revela la tendencia al comercio marítimo, en un pueblo primitivamente agrícola. Así los atenienses conven- cidos de la verdad más adelante propalada por Sully, dividieron su culto entre ambas deidades bienhechoras, consagrándoles un altar común , conocido bajo el nombre del Olvido , armonizando así el olivo y las aguas del mar , esto es , la agricultura y la nave- g-acion.

Pausanias nos dice que veíase ante la estatua de la diosa una lámpara de oró bajo una palma del mismo metal , doble produc- ción del escultor Calimaco, cuyo solo defecto era un esmero exce- sivo en sus obras. La lámpara ardía noche y día, si bien no reci- bía aceite más que una vez en el año. Su torcida era de amianto, y por tanto inconsumible. Igualmente conservaba la capilla de Mi- nerva, á guisa de trofeos opimos, la coraza de Masistio, la cimi- tarra de Mardonio en la batalla de Platea , y el trono sobre el cual contempló Jerges la batalla de Salamina.

Mas la maravilla culminante de la Acrópolis, de Atenas, de Grecia, del mundo entero, era el Partenon ó templo de Minerva, cuyas ruinas aún existentes atestiguan que no iba errada la anti- güedad al señalar este edificio como el primer monumento erigido por humanas manos. Veintidós siglos nos separan de su construc- ción, y nada puede comparársele ni en el tiempo ni en el espacio. Contigua al Partenon admirábase la colosal Minerva crisoelefantina, esto es , esculpida en oro y marfil , obra del inmortal Fidias , de treinta y siete pies de alto. Salvo el Júpiter Olímpico, debido al cincel del mismo escultor, la minerva del Partenon no reconocía rival en materia de arte ; y, por una coincidencia feliz, admirábase simultáneamente en el mismo recinto, la obra maestra arquitectó- nica, y la obra maestra escultural.

DK GRECIA. 259

Al bajar de la Acrópolis por la parte del Mediodía , se dÍTÍsaba en dirección al Poniente, una calle diagonal, ancha y espa- ciosa, conocida bajo el nombre de calle del Pireo, y habitada prin- cipalmente por negociantes y proveedores de buques. La marina militar ateniense era formidable , superior, individual y colectiva- mente, á todas las demás marinas de Grecia ; y, bajo sus alas, habia adquirido incremento un comercio marítimo que no reconocía , en todo el Orbe á la sazón conocido, más rival que el de Cartago. La calle del Pireo era el tránsito de los marineros y mujeres de mala vida, y escena de continuo bullicio y contiendas nocturnas. A mano derecha descollaba la colina del Áreópago , y á izquierda la del Museo. El plan de Temístocles era unir entre el Píreo y la metrópoli , y los oradores populares que seguían las huellas del venceder de Salamina, no escaseaban medio alguno conducente al aumento de la navegación , aconsejando al pueblo que todo lo sa- crificase á la preponderancia marítima, y comentando apasionada- mente el oráculo emitido por la Pitia , de que los muros de Atenas debían ser de madera. Por esta razón la tribuna de las arengas se hallaba en frente del Pireo, y la vista de los demago- gos abrazaba sinópticamente este puerto , que se desplegaba en forma de abanico ó anfiteatro. Así no es de extrañar que todos los discursos acabasen por furibundos apostrofes. La plebe, por otra parte, no podía olvidar las gloriosas jornadas de Salamina y Mi- cala, debidas á la excelente organización de la marina ateniense. Los aristócratas, pues á pesar de las leyes ultra-democráticas de Solón, contaba la república no pocos partidarios de la oligarquía espartana , favorecían la agricultura y el ejército de tierra , que- jándose abiertamente de que Temístocles y sus secuaces hubiesen aumentado el número de marineros, y consiguientemente el des- enfreno de la plebe. Así , después de que á consecuencia de la der- rota de Egos-Pótamos cayó Atenas en poder de Lísandro, volvióse la tribuna en dirección á los campos , y el orador tenia que dar la espalda al Pireo. Tal lo dispusieron los treinta tíranos, reclutados entre los mismos atenienses , y entre los cuales figuraba Criptias, discípulo de Sócrates. Esta disposición fué uno de aquellos agra- vios que no perdonan las masas en una república tan democrática como turbulenta, y uno de los principales argumentos de que se valió Trasíbulo para conmover ásus conciudadanos, emigrados enTebas,

Al salir de la metrópoli notábase el monte Himeto, fragante de

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tomillo y romero, cuya miel pasaba y aun pasa por la más aromá- tica del mundo. El Iliso, en cuyas aguas confunde las suyas el Ce- fiso, serpenteaba en torno de la ciudad. En sus márgenes sembra- das de violetas , se complacia en discurrir de filosof ia moral el sa- bio Sócrates, si hemos de creer á su discípulo Platón. Más allá veíanse los gimnasios del Cinogargo y del Liceo, como igualmente los jardines de la Academia , contenidos en el barrio de Cerámico; y, á mano izquierda, un montículo llamado Colona, célebre por el nacimiento del poeta Sófocles , quien en él ya estableció la escena de su Edipo. Allí cantaba el ruiseñor, susurraban movedizos los olivos , respirábase el olor de la cera procedente de afanosos col- menares , y verdeaban lozanas esas fecundas higueras , cuyo fruto tan apetecido por los persas, era objeto de tráfico clandestino.

¿Cómo pudo eclipsarse tanta gloria? ¿Cómo pudo la brillante ciudad de Feríeles degenerar en la Atenas de nuestros días? Pre- gúntese á la rosa marchita y deshojada por qué no conserva pe- rennemente su frescura y lozanía , sus mág-icos pimpollos , el ver- dor de sus hojas, su suave fragancia, sus delicados matices, sus pétalos chispeantes der ocio.

nessun maggior dolore

Che ricordarsi del tempo felice Nella miseria

«Los tordos, dice Aristófanes, se ceban de preferencia en el pin güe racimo de maduras uvas, que pronto reducen á escobajo.);' Los tordos son los caudillos invasores, que estragan, saquean ó mutilan , desde el sanguinario Sila, hasta el mezquino Lord El- gin. «¿Qué queda á la ciudad de Pandion, decia ya en su tiempo Ovidio, sino el nombre irónico de Atenas?» De los informes de Spon, Wheter y otros anticuarios que la visitaron hace siglos, se colige que no diferia de las demás poblaciones turcas , sino por sus restos monumentales.

in.

Inútil juzgamos describir la metrópoli helénica tal como actual- mente existe , tal como hemos podido examinarla durante dos años de residencia. Baste decir que , á pesar de la irregularidad que pre- sentan ciertos barrios , á pesar de ese conjunto informe de casu- cas y callejuelas tortuosas, Atenas pasa tal vez por la más linda

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ciudad del Oriente , gracias á las innovaciones acarreadas por estos últimos años. Desgraciadamente es asi, pues la palabra linda la empleamos en sentido irónico. En efecto, gracias á las innovacio- nes modernas, gracias á la trivial monotonía que implica lo que llaman Tiaiismanismo los franceses modernos, la cuna de tantos héroes, filósofos y artistas acabará por perder todo carácter, y uni- formarse con esas poblaciones francesas , inglesas y alemanas , muy bonitas , muy aseadas , muy regulares , pero insulsas , monótonas, prosaicas, desprovistas de sal y pimienta, como dicen los andaluces.

El gas ya alumbra sus calles , los coches y agentes de policía circu- lan por ellas libremente , los ferro-carriles la unirán pronto con las poblaciones del Peloponeso, los terrenos sagrados se adjudican almas pujante postor, y pronto no quedará vestigio de la ciudad de Miner- va. El industrialismo que caracteriza nuestro siglo, es más desalma- do que los vándalos, más sórdido que los turcos. El Kislar-Agá, ó jefe de los eunucos negros, á quien Mahomet II otorgó Atenas en patrimonio, respetó religiosamente una ciudad cuyo pasado vis- lumbraba confusamente. El sultán mismo decía á sus genízaros al entrar en Constantinopla: «os dejo las riquezas y las mujeres, pero respetad las piedras.» El feroz Sila se cebó únicamente en los ciu- dadanos, y los godos no descantillaron el menor edificio. Mas no obraron asi los venecianos de Morosini, los escoceses de Lord El- gin , los alemanes del Rey Otón , los mismos descendientes de Fe- ríeles y Milciades , cuyas habitaciones modernas se elevan sobre una tierra santa.

¡Cuánto más hubiera valido establecer la capital en el Pireo, en Nauplia, en Sira, en cualquier punto marítimo, que al paso que hubiera asegurado á la metrópoli el tránsito de las ondas, y la pros- peridad mercantil , hubiera dejado á la ciudad de Minerva, en con- fitada , por decirlo así , como esas frutas que conserva el azúcar cristalino ¿A qué debe Pompeya sino á sus ruinas el prestigio de que goza? Las cenizas del Vesubio fueron más piadosas que el pro- saísmo de nuestros días.

Los antiguos atenienses conservaban con religioso esmero la na- ve en que había regresado á su patria Teseo , después de haber ven- cido al monstruo de Creta. Mas la vida de una nave es corta, como la del hombre : asi cada parte que cedía á la acción del tiempo, la reemplazaban los atenienses con otra de igual tamaño , forma v color, en términos que en tiempo de Feríeles mostrábase la nave

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de Teseo tal como cuando tantos sig-los atrás la montó el héroe, aunque cada una de sus partes hubiese sido repetidas veces re- puesta.

¿Qué faltaba á esa Niobe augusta, petrificada de dolor por la pérdida de sus hijos, sino verse arrancada de su pedestal y pulve- rizada por los industriales modernos?

Las olas del tiempo arrastran todo lo humano, y Saturno devora á sus propios hijos. ¿Qué nos quedan de esos siglos de gloria y Ijelleza , de esa civilización fulgente, rítmica , armónica y crista- lina? Las estatuas griegas se han fundido como la nieve; la feal- dad es la reina del mundo ; las generaciones modernas han olvi- dado el camino de Paros. Exhausto se halla el Iliso ; mudas las encinas de Dodona , desanimados los bosques , agotadas ó cenago- sas las fuentes , la yerba crece sobre el marmóreo Pentélico , mina de Dioses y más preciosa que las de Golconda y Visiapur. Ya no destila la ciencia melodiosa la luz y el amor en el cabo de Sunio, ni , como la abeja del Himeto , elabora , de las flores por doquier esparcidas, la miel de la sabiduría.

Colonia de Sais, hija del tétrico Egipto. Atenas supo desatar poco á poco los listones de momia que la envolvían , bañarse en el mar cerúleo, y sonreír al verse bella en el espejo de las ondas.

Mas la juventud y la gloria son ráfagas de verdura , tan fu- gaces en la vida como la flor en los árboles, ó la cristalización en los minerales. El pueblo griego simboliza la parte juvenil de la humanidad. Nuestro planeta protesta contra todo asomo de felici- dad , como el clima de Inglaterra contra una serie de días despeja- dos, y, aun entre la misma Grecia coronada de mirtos y de rosas, el mito de Nemesis era harto significativo.

La raza helénica, como la música de Rossini, no conocía la tristeza. El himno de la vida, la gala de la luz, la magia de la belleza , la fuerza de los atletas en el estadio olímpico , la lucha de la libertad con el destino , el perpetuo himeneo del cielo y de la tierra , eran los temas favoritos de los cantos , en las fiestas de Eleusis y de los Panateneas. En ese pueblo venturoso , el dolor mismo era armónico , el terror bello , las matemáticas razón su- prema de la Divinidad, la poesía y la filosofía inseparables, la sabiduría hablaba por símbolos floridos , la verdad se bebia en la copa de la belleza , las cuchillas ultrices de Harmodio y Aristogiton kSc ocultaban bajo flores, los templos conservaban á las cortesa-

I)E GRECIA. 263

ñas esculpidas en oro , la belleza era derecho de impunidad ; los escultores , sacerdotes de la belleza , en cuya presencia mostraban piadosamente las madres á sus hijas desnudas; las constelaciones, formadas de héroes en otro tiempo terrestres y bienhechores de la humanidad , vertían rayos fraternales , y guiaban , como tropel de candidos cisnes, á los navegantes. Los dioses que reg'ian á esta prole privilegiada , eran efluvios de fuerza y virilidad , leyes in- mutables , principios vivientes , personificaciones de las altas con- cepciones de la inteligencia. Humanamente apenas diferian de los mortales , con quienes los ligaban vincules de grandeza y debili- dad. Amigos indulgentes, y no dueños severos , nada adustos ni ceñudos , tratando á los mortales con familiaridad fraternal , reci- bían en su Olimpo á los héroes humanos , ó bajaban entre los hom- bres para defenderlos de sus enemigos.

Mas ya estos tiempos están lejos de nosotros, y una religión austera , descubriéndonos la fragilidad de todo lo que usurpa el nombre de ser y la vanidad de todo lo que no es eterno , nos mues- tra que el placer es estéril , el dolor fecundo, y que nuestro planeta nos hospeda momentáneamente como una tienda plantada en la arena durante tan solo las horas de la noche.

Jacobo Bermudez de Castro.

H *

INSTITUCIONES -

DE CRÉDITO HIPOTECARIO

EN EL SUR Y OCCIDENTE DE EUROPA.

La Revolución francesa, que á la vez que destruía de raíz el car- comido árbol de la civilización antigua , inauguraba la era del mo- vimiento liberal y democrático del mundo moderno, y con el terror espantaba el mundo : el Imperio, que con sus aspiraciones de do- minación universal, llevaba la guerra á todos los pueblos y les obli- gaba á atender á la más perentoria de las necesidades , que es la conservación de su autonomía, explican suficiente si no satisfacto- riamente, que el movimiento económico en favor de la propiedad, iniciado en la Alemania del Norte , no fuese continuado por la del Sur y por las naciones del Mediodía de Europa, en el primer cuarto del presente siglo. Las luchas políticas que siguieron en Francia ala caída del primer imperio , y que al parecer aún no han terminado de un modo definitivo ; la revolución que empezó en España en los últimos años de la guerra de la Independencia , la guerra de suce- sión y la constante instabilidad de nuestras situaciones políticas; el estado de sujeción y de fraccionamiento en que ha vivido Italia; por último , el sistema de hipotecas tácitas que consiente la legislación de estos tres pueblos y el gobierno absoluto que ha regido el imperio de Austria, disculpan, ya que no justifiquen, el poco interés con

(1) En el número anterior se cometió el error de imprenta de poner Susti- tuciones por Instituciones y de decir en el estado de cotización , Obligaciones, al 3j por 100 en vez de al 3| por 100.

tNSTlTÜCI0NE3 DE CRÉDITO HIPOTECARIO. 265

que han mirado la cuestión del crédito territorial en el segundo cuarto del siglo , j que se hayan dejado adelantar en el estudio y aplicación de ella, por Baviera y Bélgica. Y es que cuando los pueblos tienen que luchar en defensa de la independencia y de la integridad de su territorio contra los ataques de enemigos exte- riores , ó se ven perturbados en el goce y pacifico disfrute de sus derechos y libertades, por la acción de enemigos interiores, engen- drados en su propio seno por la ambición y las malas pasiones, atentos exclusivamente al cuidado y protección de estos tan im- portantes y supremos intereses , descuidan todo lo que se refiere á la mejora de su^vida material, y escasamente, si solicitados por las necesidades imprescindibles y apremiantes que exige su conserva- ción, atienden á procurarse el indispensable sustento. Por eso los pueblos privados de libertad, ó que luchan por conseguirla, se pre- sentan en un estado de adelanto moral y material , inferior é in- comparable siempre, con el de aquellos que en perfecta posesión de este que podemos llamar el quid divinum de la civilización y del progreso , pueden desarrollarlo pacificamente, con el concurso de todas sus fuerzas y en todas las esferas de la actividad humana.

I.

Restablecida la paz entre las naciones de Europa , Baviera , do- tada de un Gobierno paternal y tolerante , y Bélgica , regida cons- titucionalmente , emprendieron á la par la benéfica obra de dotar á su propiedad de Instituciones de Crédito Hipotecario.

Parecía natural que Baviera, poblada por la raza germánica, rodeada de Estados alemanes y unida á ellos por tantos intereses comunes en lo presente y por su historia en lo pasado , siguiera en la creación de Instituciones Hipotecarias el sistema con tanto éxito planteado en aquellos países , de que nos hemos ocupado en el ar- tículo anterior ( 1 ) , y que habia sido practicado en su propio terri- torio por la Asociación de Wurtemberg. Sin embargo, en vez de seguir el anchuroso camino abierto por la Alemania del Norte y del Occidente, tomó otro completamente distinto y hasta contrario. A la Asociación de Propietarios sustituyó la Asociación de Capitalis-

(1) Revista de España^ núm. 9." del 15 de Julio.

TOliO III. 18

266 INSTITUCIONES

tas ; á los préstamos en obligaciones, los préstamos en efectivo , y al organismo para un fin único, el organismo para un fin múltiple. Fenómeno extraño y que aparece á primera vista con el carácter de una aberración , pero que , como todos los fenómenos sociales, tiene su explicación y fundamento racional , que procuraremos ex- poner cuando comparemos los diversos sistemas de Instituciones de Crédito Hipotecario.

En 400 millones de florines ( 1 ) se calculaba la deuda que sopor- taba la propiedad territorial del reino, en 1825. La mayor parte de esta deuda , contraida en circunstancias angustiosas , devengaba intereses tan crecidos , que era imposible su liberación , y á veces, hasta el pago puntual de aquellos ; de esta situación se originaban multitud de demandas de secuestro y el peligro inminente para mucbos propietarios, de verse expropiados de sus bienes. Las con- diciones usurarias de los préstamos y las preocupaciones que en- tonces se tenian sobre la usura, eran tales , que los tribunales, con la mira de atenuar la apurada situación de los propietarios y de castigar indirectamente, lo que entonces se creia un abuso de los ca- pitalistas, prescindían en sus fallos de la estricta justicia |en daño de estos y beneficio de aquellos. Esta infracción de las leyes, que pri- vaba de validez á los contratos hipotecarios , retrajo más el capital y agravó la situación de los propietarios. Y como siempre sucede que del exceso del mal resulta el remedio , se pensó en el Crédito Hipotecario. Después de muchos estudios se adoptó la proposición presentada por el Barón de Eichtal , y en su virtud se estableció en 1835 el Banco Bávaro Hipotecario 3' de Descuento.

El capital del Banco se fijó al principio en 10.000.000 de flori- nes, dividido en 20.000 acciones de 500 florines una , con facultad de aumentarlo hasta 20 millones ; podia el Banco emitir billetes al portador hasta el máximum de 2/5 del capital total. Se le facultó para admitir depósitos y para ejecutar todas las operaciones de un Banco de Circulación y Descuento; además se le permitió establecer una Caja de Ahorros , un Montepío y una Sociedad de Segaros so- bre la vida y sobre incendios, á prima fija; podia establecer sucur- sales. Por último , se le concedió privilegio por noventa y nueve años para todas estas atribuciones. El Banco se obligaba á su vez á prestar á la propiedad , mediante hipoteca, y hasta el 50 por 100 de su valor , los 3/5 de su capital al interés de 4 por 100 por in- (1) Un florín equivale á 2 francos, 195 miléaimas.

DE CRÉDITO HIPOTECARIO. 267

«

tereses y comisión , más el tanto anual por amortización , que va- riaba de 1/2 por 100 en adelante, según la duración de aquella, teniendo facultad el propietario deudor, de variar á su voluntad el tanto de amortización , y de consiguiente el plazo de liberación de su deuda. El mínimum de los préstamos era de 500 florines. Los 2/5 restantes del capital se invierten en operaciones de Banca y en préstamos hipotecarios á propietarios extranjeros, debiendo con- servar en metálico el 1/4 de la emisión en billetes. El capital total del Banco se compone; del valor de las acciones emitidas, más los 2/5 de esta suma en billetes al portador, y de las cantidades que recibe por primas de seguros , como Caja de Ahorros, y por de- pósitos.

Las utilidades del Banco que se reparten á los accionistas , pro- vienen: 1.°, del 3 por 100 de los préstamos hipotecarios; 2.°, de las utilidades que resultan de la emisión de billetes; 3.°, de las comi- siones, tanto de los préstamos hipotecarios , como de los seguros, Caja de Ahorros, Montepio y de las operaciones de Banca; el 10 por 100 de las utilidades 2.'' y 3.* sirven para constituir un fondo de reserva hasta el 10 por 100 del capital.

La suma total de préstamos verificados por este Banco, varía en- tre 14 y 18 millones de florines , y como el reembolso anual es ge- neralmente del 1/12 al 1/10 del préstamo total, en un siglo puede prestar á la propiedad, de 150 á 180 millones de florines. El Go- bierno , que posee cierto número de acciones , y que en sus muchas relaciones con el Banco se sujeta á la ley general, ejerce en las operaciones de este su vigilancia y tutela, por medio de un Comi- sario.

En el año 1850 se reformaron los estatutos, en la parte que se refiere á la administración del Banco. Componen esta, un Comité general formado por los 60 mayores accionistas. La Administración la componen siete accionistas residentes en Munich , elegidos por el Comité , y estos á su vez nombran un Director y un Subdirector; además existe un Comité de censura elegido por el general , des- tinado á ilustrar á la Administración sobre el valor de las firmas.

Muchos lunares pueden señalarse en esta institución ; es el pri- mero, el de que prestando este Banco su propio capital y siendo este fijo , no conserva siempre la relación conveniente con las ne- cesidades de la propiedad , y cuando estas sean grandes y no pueda servirlas todas, los propietarios que no obtengan su auxilio, tendrán

556B INSTITUCIONES

que sufrirlas duras condiciones de la usura, tanto más sensible, cuanto más en pequeño se ejerza , y aumentada por el privilegio de que disfruta el Banco : el segundo nace, de la obligación im- puesta al Banco de prestar á un interés constante; nada hay, en efecto, más contrario á la naturaleza de las cosas; el interés del di- nero es un elemento esencialmente variable con la abundancia ó escasez de capitales, y si se comprende que un capitalista, preste una cantidad pequeña á interés fijo durante un plazo largo , como se mantendría constante por medio de estufas la temperatura de una habitación , seria locura imaginar el mismo resultado, para un campo extenso abierto á los vientos y al sol y á todos los agentes que influyen en la temperatura. Por último , es tan vario y tan vasto el campo de las operaciones del Banco , algunas de ellas son de índoles tan diversas entre si, que difícilmente se pueden armo- nizar.

Sin embargo de los vicios económicos de que adolece esta insti- tución , ha prestado grandes beneficios á la propiedad , no solo de Baviera ," sino también de Austria , adonde ha extendido su acción por las buenas condiciones del régimen hipotecario, prestando grandes cantidades, á intereses, que aumentados con la anualidad de la amortización, variaban entre 4 1/2, 5, 5 1/2, ó lo más 6 por 100 al año, produciendo la liberación de la deuda en 61 1/2 años, en 42, en 34 1/2 y en 29.

Por otra parte , los accionistas han obtenido grandes beneficios; de suerte que las acciones se han cotizado siempre con prima, va- riando esta entre 40 y 100 por 100, á pesar de haber atravesado épocas de grandes crisis económicas y políticas . como la del año 1848, que se llamó la preuve dufeu.

Sin embargo del buen éxito que este sistema de Crédito Hipote- cario ha tenido en Baviera , debemos desconfiar de la conveniencia de su aplicación á otros países. ¿Cómo era posible que resistiese á las violentas sacudidas que experimenta el interés del dinero en In- glaterra y en otros pueblos de grande iniciativa y actividad mer- cantil? En Baviera, por ser país esencialmente agrícola, con una in- dustria bastante limitada , de escaso movimiento comercial por la posición central que ocupa en Europa, y poblado por una raza la- boriosa y sobria , pero prudente con extremo, y gracias también á la vigilancia constante é ilustrada del Gobierno , ha podido sub- sistir, á pesar de los vicios orgánicos que lleva en su seno.

DE CRÉDITO HIPOTECARIO. 269

Bélgica , país eminentemente industrial y mercantil , hasta el punto de que la suma de valores de este orden, alcance á igualar sino supera, al valor de la propiedad rural , debia obedecer en la creación de las Instituciones Hipotecarias, al carácter y tendencias dominantes en sus habitantes ; así sucedió en efecto , y las dos que se establecieron en Bruselas en el año 1835 , denominada Caja de Propietarios la una , y Caja Hipotecaria la otra , más que institu- ciones destinadas á facilitar á la propiedad empeñada , al menor interés posible , los capitales que necesitase para su liberación y fomento, eran Asociaciones de Capitalistas, reunidos con el objeto evidente, de monopolizar y beneficiar en su exclusivo provecho, los préstamos á la propiedad.

La Caja de Propietarios se fundé con un capital de 3.000.000 de francos, dividido en acciones de 500 francos ; prestaba su capital al 4 por 100 sobre hipoteca de fincas, y emitía además otro tanto en obligaciones con 4 por 100 de interés, para aumentar su capital disponible, que de este modo podía doblarse. Percibía de los propie- tarios deudores, además del interés fijo de 4 por 100 , 1 por 100 de comisión y el tanto de amortización, que variaba según el plazo de esta , desde cinco hasta cincuenta años , y que podía anticiparse por entregas en efectivo. Las ohligaciones se amortizaban por sor- teo, con primas de lotería, que variaban desde 6 hasta 100 por 100 del valor de aquellas; el fondo para estas primas, se formaba con el 25 por 100 de las utilidades de la sociedad y el 75 por 100 restante, se distribuía entre los accionistas. El tanto por ciento anual que obtenían de su dinero los obligacionistas, era por término medio 8 por 100; 4 del interés fijo de aquellas y otro 4 por 100 importe medio de las primas ; el beneficio de los accionistas y administra- dores era muy superior y resultaba, que la anualidad que pagaban los propietarios deudores de Bélgica, era más de 1 por 100 mayor que la que pagaban los de Wurtemberg , á igualdad de duración del préstamo. La Caja de Propietarios prestaba hasta el 66 por 100 del valor de las fincas hipotecadas , y el privilegio de su existencia era de noventa y nueve años.

La Caja Hipotecaría, cuyo título de concesión le asignaba una existencia de sesenta años, era como la anterior una sociedad de capitalistas, fundada con un capital de 12.000.000 de francos, di- vidido en acciones de 1.000 francos. Podía también emitir obliga- ciones al 4 por 100 de interés, que amortizaba á la par sin sorteo

270 INSTITUCIONES

m prima, pero las admitía en pa^o de anualidades; el importe de aquellas no podia exceder del de los préstamos en numerario. Perci- bía 1 por 100 de comisión y disfrutaba el beneficio de dos privile- gios, de que carecía la Caja de Propietarios; consistía el primero, en la creación de una Caja de seguros sobre la vida; y el segundo, en lo que se llamaba el préstamo compuesto , según el cual , los pro- pietarios deudores que pagaban anualidades dobles de las que les correspondían por sus préstamos , percibían al año de amortizados estos, un capital igual á su valor.

Estas instituciones, como operaban con capital limitado é insufi- ciente á satisfacer las necesidades de la propiedad, gravada según cálculos que merecen crédito, con una deuda de 700.000.000 de francos , dispensaban á esta escasos beneficios ; como por otra parte tenían interés en repartir grandes dividendos á sus accionistas, prestaban á un tanto por ciento superior al corriente , y de estos préstamos con carácter usurario , se originaban litigios sin cuento con los deudores morosos , y por último expropiaciones forzosas. Como además la legislación hipotecaria belga, no era tan favorable al préstamo hipotecario como la germánica , la acción de estas socie- dades se redujo más de día en día , hasta el punto de que su exis- tencia, no produjera resultado alguno en beneficio de la propiedad.

En el año 1850 presentó á las Cámaras el Ministro de Hacienda Mr. Frére Ordan, un proyecto de ley de reforma de la legislación hipotecaria y otro para el establecimiento de una Asociación de Propietarios , sobre el modelo de la de Gallícía. Esta Asociación no llegó á formarse, y en el año 1861 se fundó en Bruselas una socie- dad anónima con 6.000.000 de francos de capital, denominada Caisse Mpotecaire Belge , para ejercer el préstamo hipotecario por medio de obligaciones hipotecarias.

Esta sociedad ha prestado á la propiedad grandes sumas, á inte- rés módico , en los pocos años que lleva de ejercicio, pero como sus eístatutos son casi iguales á los del Crédit Foncier de France, y de creación posterior, no hablaremos de ella.

II.

Vamos á considerar ahora el que podemos llamar, tercer periodo del Crédito Hipotecario, inaugurado en Francia en el año 1854 con

DE CRéülTO HIPOTECARIO. 2>f\

la institución denominada Crédit Foncier , y que ha servido de modelo literalmente , ó con ligeras variantes , para la creación de instituciones análogas en Portugal, Suiza y Austria.

La propiedad francesa se encontraba gravada en el año 1852 con una deuda que, según opinión de ilustres estadistas, ascendía á 8 ó 10.000.000.000 de francos, de los que 3.000 afectaban exclusiva- mente á la propiedad rústica ; esta deuda se contraía y se adminis- traba por el intermedio de los notarios , los plazos de los contratos eran cortos , el reembolso se verificaba en totalidad , y el interés medio que servia, se calculaba en más de 7 1/2 por 100; condi- ciones sumamente desfavorables á los propietarios, que los tenian en perpetuo temor respecto á su porvenir como tales , y que pro- ducían la expropiación para muchos. Además , los gastos de ins- cripción de la hipoteca y de formalizacion del contrato eran tales, que aumentaban en 10 por 100 el interés de un préstamo de 300 francos durante un año ; y como según el Marqués d'Audiffret se verifican anualmente más de 250.000 préstamos de cantidades me- nores de 300 francos , resulta que la pequeña propiedad de Francia, pagaba por sus deudas á plazo corto, de 15 á 20 por 100 al año.

Preocupado el Gobierno francés con la penosa situación en que se encontraba la propiedad, é ilustrado con los estudios que del crédito hipotecario en Alemania, hablan hecho por su encargo Mr. Royery Mr. Josseau, expidió un decreto en Febrero de 1852, autorizando el establecimiento de sociedades de Crédito Hipotecario, formadas por propietarios ó por capitalistas , limitadas á circuns- cripciones determinadas , y que prestasen á la propiedad por me- dio de obligaciones Mpotecarias , en condiciones semejantes á las de las asociaciones alemanas. Para facilitar la acción de estas so- ciedades , el decreto indicado creó en su favor una ley civil espe- cial, y un procedimiento sumario de secuestro y expropiación, pa- recido al que se emplea en los asuntos mercantiles.

A la sombra de este decreto se crearon varias sociedades forma- das por capitalistas ; en París se fundó la Banque Fonciére y otras dos , la una en Nevers y la otra en Marsella ; pero la falta de regu- laridad en los títulos de propiedad y la concurrencia que les hacían los notarios, dificultaron en extremo la acción de estas sociedades, particularmente las de las provincias , que faltas de capitales que se invirtiesen en sus obligaciones, tuvieron que recurrir á contraer

272 INSTITUCIONES

empréstitos con la Banque Fonciére de Paris\ hasta que por últi- mo se fundieron en ella y constituyeron la sociedad conocida con el nombre de Crédit Foncier de France , con privilegio exclusivo por noventa y nueve años , para prestar á la propiedad de toda la Francia , en obligaciones hipotecarias , y disfrutando de una sub- vención de 10,000.000 de francos, que debia percibir proporcio- nalmente al importe de los préstamos que otorgase.

El Crédit Foncier de France se constituyó definitivamente con un capital de 60.000.000 de francos, dividido en acciones de 500 y con facultad para aumentarlo , á fin de que el importe de su capi- tal realizado fuese siempre el 5 por 100 de los préstamos otorgados. La Administración de la sociedad se compone de un Gobernador y dos Subgobernadores nombrados por el Gobierno; de un Consejo de Administración y de un Comité de Censura elegidos por la Asamblea general de acionistas , y compuesto el primero de veinte, y de tres accionistas el segundo , renovable el primero por quintas partes, y el segundo por terceras. Los corresponsales de la sociedad en las provincias suelen ser notarios ó los receveurs des finances , y los nombra el Gobernador: la Asamblea general de accionistas la com- ponen los doscientos que representan mayor número de acciones.

La sociedad tiene por objeto:

Artículo 1." Prestar, sobre hipoteca , á los propietarios de inmuebles, sumas reembolsables , á plazo largo por anualidades, á plazo corto con amortización ó sin ella. Crear y negociar obligaciones hipotecarias por un valor que no puede exceder al de las sumas que le deben los propietarios deudores. Puede aplicar, con la autorización del Gobierno, cualquier otro sistema que tenga por objeto facilitar los préstamos sobre inmueble , la mejora del suelo, los progresos de la agricultura y la extinción de la deuda de la propiedad. La sociedad puede tratar con compañías de seguros fran- cesas ó extranjeras para favorecer la liberación del deudor.

Art. 2.' La sociedad está autorizada para recibir, con interés ó sin él, capitales en depósito. Estos capitales podrán ser empleados , hasta la con- currencia de la mitad de su valor, y por un plazo que no excederá de 90 dias , ya según condiciones deliberadas en Consejo de Administración, en adelantos sobre las obligaciones emitidas por la sociedad , ó sobre cuales- quiera otros valores que sean recibidos en el Banco de Francia como ga- rantías de préstamos, bien en compras de bonos del Tesoro. El excedente ingresará íntegramente en el Tesoro, en cuenta corriente, al tanto de inte- rés que fije el Ministro de Hacienda. Las sumas que la sociedad puede recibir en depósito, no podrán exceder de la cifra determinada por el Ministro-

DE CRÉDITO HTPOTECARIO. 273

Art, 3.* La duración de la sociedad es de noventay nueve años , á' con-' tar del 30 de Julio de 1852. Su asiento j su domicilio están establecidos en París.

Trascribimos á continuación la parte más importante de los es- tatutos , y que explica con suficiente claridad el mecanismo de la sociedad.

Art. 5l, La sociedad hace préstamos iiipotecarios de dos clases: los unos son reembolsables á plazo largo , por anualidades calculadas de ma- nera que se amortice la deuda en un trascurso de diez años á lo menos , ó de sesenta años á lo más . Los otros son reembolsables á plazo corto , con amortización ó sin ella. Estos préstamos pueden hacerse , bien en numera- rio, ó en obligaciones hipotecarias (1).

Art. 52. La sociedad no presta á los propietarios de inmuebles más que sobre primera hipoteca.

Art. 54. No se admiten al beneficio de los préstamos hechos por la sociedad : los teatros , las minas y canteras , los inmuebles pro indiviso , si la hipoteca no se establece sobre la totalidad de ellos , con el consenti- miento de todos los copropietarios ; aquellos cuyo usufructo y la propie- dad desnuda no están reunidos , á menos del consentimiento de todos los derecho-habientes al establecimiento de la hipoteca.

Art. 56. El total del préstamo no puede exceder de la mitad del valor del inmueble hipotecado. Es á lo más del tercio del valor para las viñas, los bosques y otras propiedades cuya renta proviene de plantaciones. Los edificios de talleres y fábricas no se estiman más que en razón del valor independiente de su aplicación industrial

Art. 57. En ning-un caso, la anualidad al servicio de la cual el deudor se obliga, puede ser superior á la renta total de la propiedad.

Art. 59. La anualidad es pagadera en numerario. Comprende: el inte- rés , la amortización determinada por el tanto de interés y la duración del préstamo , una alocacion anual por derechos de comisión y gastos de ad- ministración , que no puede exceder de 60 céntimos por lOO francos , sino en virtud de un decreto imperial expedido por el Consejo de Estado y á demanda del Consejo de Administración.

Art. 60. Las anualidades son pagaderas por semestre , en las épocas determinadas por el Consejo de Administración. En el momento de efec- tuar un préstamo , la sociedad retiene del capital el interés y la alocacion aplicables al tiempo que debe trascurrir hasta el primer vencimiento se- mestral.

Art. 61. Todo semestre no pagado al vencimiento, devenga interés de

(1) El Crédit Foncier no realiza actualmente sus préstamos á plazo largo más que &n obligaciones hipotecarias.

274 INSTITUCIONES

pleno derecho j sin aviso en beneficio de la sociedad , al respecto del 5 por loo al año. Lo mismo sucede con los gastos de ejecución liquidados ó ta- sados, hechos por la sociedad para alcanzar el cobro de sus créditos j desde el dia en que fueron adelantados.

Art. 62. Además, la falta de pago de un semestre hace exigible la to- talidad de la deuda un mes después del aviso.

Art. 63. Los deudores tienen derecho á liberarse por anticipación en todo ó en parte. Los reembolsos anticipados se efectúan, á elección de los deudores , en numerario, ó en obligaciones hipotecarias pertenecientes á la emisión indicada por el contrato del préstamo. Estas obligaciones serán ''ecibidas á la par, cualquiera que sea su precio corriente. Los reembolsos anticipados dan lugar, en beneficio de la sociedad, á una indemnización de 1|2 por lOO del capital reembolsable por anticipación. Los fondos que provengan de los reembolsos anticipados , efectuados en numerario , se emplearán , ja en amortizar ó rescatar obligaciones hipotecarias , ó en efectuar nuevos préstamos.

Art. 70. La estimación de los bienes ofrecidos en garantía tiene lugar en vista de los títulos , contratos de arrendamiento j otras noticias dadas por el propietario que desea contratar el 'préstamo. La sociedad tiene de- recho además de hacer proceder á un avalúo por peritos. En todos los ca- sos el avalúo se hace por la doble base del valor en venta j de la renta.

Art. 74. Las obligaciones hipotecarias creadas por la Sociedad son nominativas ó al portador.

Art. 76. Las obligaciones hipotecarias no pueden exceder en valor al de los compromisos de los deudores.

Art. 78. Los tenedores de obligaciones hipotecarias, no tienen otra acción para el cobro del capital é intereses exigibles, que la que pueden ejercer directamente contra la sociedad.

Art. 82. Las obligaciones hipotecarias se crean sin época fija de exi- gibilidad del capital. Son llamadas al reembolso por medio del sorteo. Cada reembolso comprende el número de obligaciones necesario para ve- rificar una amortización tal , que las obligaciones que queden en circula- ción, no excedan nunca á los capitales que son debidos por razón de los préstamos hipotecarios.

Art. 83. Con la autorización del Gobierno pueden asignarse á las obli- gaciones, lotes y primas pagaderos en el momento del reembolso.

Art. 89. Los beneficios líquidos realizados se distribuyen anualmente del modo siguiente: El 5 por lOO del capital realizado del valor de las acciones para ser repartido á todos los accionistas. 2.° Una suma , que no puede exceder del 20 por lOO del remanente , afectada al fondo de reserva, en la proporción determinada por el Consejo de Administración. Lo que queda , completa el dividendo á repartir entre todas las acciones emitidas .

DE CRÉDITO HIPOTECARIO. S7S

Arfe. 91. El fondo de reserva se compone, de la acumulación de las su- mas producidas por la distribución anual de los beneficios, en ejecución del articulo 89, hasta constituir la mitad del fondo social.

Aunque en su origen el Crédii Foncier tenía por única y ex- clusiva misión la de prestar á la propiedad por medio de obliga-^ ciones y mediante hipoteca , con el tiempo ha ido ensanchando su esfera de acción y ha extendido el círculo de sus atribuciones. En virtud de una ley de 17 de Julio de 1856 el Estado estaba autori- zado para emplear una suma de 100 millones de francos en présta- mos para trabajos de drainaje ; por un decreto del 28 de Mayo de 1858 el Orédit Foncier se ha encargado de realizar estos présta- mos , por medio de emisiones de ohligaciones de drainage reembol- sables á la par, sustituyendo al Estado en la responsailidad de los ya efectuados.

Por decreto de 11 de Enero de 1859 el Orédit Foncier ha extendido á la Argelia el privilegio y las atribuciones de que dis- frutaba en Francia , pero limitando la suma de los préstamos que verificase en aquel territorio, al 5 por 100 como Tiiáximum, de los otorgados en este. Los préstamos en la Argelia deben hacerse en numerario; son reembolsables por anualidades que comprenden: 1.° El interés, que no debe exceder de 8 por 100: 2.° La suma ne- cesaria para amortizar la deuda en un plazo de treinta años á lo más: y 3.° Los gastos de administración, que no pueden exceder de 1 franco 20 céntimos por 100.

En virtud de una ley de 19 de Mayo de 1860 el Crédit Foncier ha reemplazado al Gomptoir d'Escompte para todas las operaciones del Sous-Comptoir des entrepreneurs de bdtiments , hasta la con- currencia de 2.500.000 francos. El Crédit Foncier, después de recibir como depósito de garantía el 75 por 100 del capital social del Sous-Comptoir , abre créditos con garantía de prenda sobre valores y mercancías, y facilita el desorrollo de las construcciones.

La ley de 6 de Julio de 1860 ha autorizado al Crédit Foncier para hacer préstamos , por medio de obligaciones llamadas comu- nales , á los departamentos , municipios y asociaciones sindicales, siempre que el presupuesto de la corporación pueda servir des ahogadamente las anualidades del préstamo.

Por último, bajo la protección y como secuela del Crédit Fon- cier, el Gobernador y el Consejo de Administración de este, funda- ron en 1861 una sociedad anónima denominada Orédit Agricole,

276 INSTITUCIONES

con 20 millones de francos de capital , dividido en acciones de 500 francos. Su objeto, según los estatutos , es :

Art. 2.* La sociedad tiene por objeto procurar capitales ó créditos á la agricultura y á las. industrias que se enlazan con ella , haciendo ó facili- tando por su g-arantía el descuento ó la negociación de efectos exigibles á 90 dias lo más. Abrir créditos ó prestar á plazo más largo , pero sin que exceda de tres años, sobre prenda ó garantía especial. Recibir depósito con interés ó sin él , sin que puedan exceder de dos veces el capital reali- zado ó representado por títulos depositados en la caja de la sociedad, con_ forme al art. 9.' Abrir cuentas corrientes. Verificar cobros, j Hacer, con la autorización del Gobierno, todas las demás operaciones que tengan por objeto favorecer el descuaje ó la mejora del suelo , el aumento j la conser- vación de sus productos j el desarrollo de la industria agrícola. Puede, según las necesidades de sus operaciones , crear y negociar títulos ó vaio- res cuya época de exhibilidad no podrá exceder de cinco años , pero sola- mente en representación y dentro de los límites de los créditos ó préstamos verificados.

Dos causas muy importantes impidieron que el Crédit Foncier, diese en un principio gran desarrollo á sus operaciones. Fué la primera, lo imperfecto de la titulación de la propiedad francesa, que aún no se habia adaptado á la reforma reciente del régimen hipotecario, aumentada por su extremada división, que según cálculos que merecen crédito , la constituye en poder de ocho mi- llones de propietarios. La segunda es debida, á los sacrificios extraordinarios que el Gobierno del Imperio ha exigido de los con- tribuyentes, para atender á las costosas guerras á que le han con- ducido su política de preponderancia y de aventuras , y al gran desarrollo de las obras públicas ; y además , al espíritu de empresa y á la fiebre de especulación, que hasta un extremo exagerado y funesto , han fomentado las grandes compañías mercantiles de mo- derna creación , y á cuyo estimulo la Francia ha empleado sumas inmensas en negocios ruinosos ó de un porvenir muy remoto en el Mediodia de Europa. Calmado ya ese elán característico , y á ve- ces irreflexivo del pueblo francés, que si en ocasiones es de gran- des resultados , no puede constituir un sistema de conducta perma- nente y normal , ha dirigido sus economías hacia los valores sóli- dos , como las obligaciones hipotecarias , y ha elevado su precio desde 400 francos que tenian en su origen, hasta 496 á que se co- tizan las de 500 francos al 3 por 100, y paga á 99 frs. 50 cénti-

DE CRÉDITO HIPOTECARIO. ^■fl

moslas fracciones de aquellas de 100 frs. Precio al que nunca han llegado las obligaciones prusianas , y que permitiendo á la propie- dad francesa obtener préstamos á interés módico , ba aumentado en grande escala las operaciones del Crédit Foncier.

Algunas censuras se han dirigido al Consejo de Administración; pero todas se refieren á cuestiones de detalle , que tienen fácil re- medio , si son pertinentes. Se ha dicho que prestaba poco á la pro- piedad rústica , y menos todavía á la pequeña propiedad. El Go- bernador contestó , y no fué desmentido , que la preocupación del Consejo de Administración era, la de encontrar deudores para la gran colocación que habia siempre de obligaciones. De todos mo- dos , el sistema de instituciones que representa el Crédit Foncier, cuenta pocos años de práctica , y aún no ha salido del período de ensayo ; creemos que es susceptible de mejoras y de perfeccionarse en el sentido de que dispense á la propiedad , asi á la grande como á la pequeña, inmensos beneficios.

Del Compte rendu presentado en 27 de Abril de 1868 á la Asam- blea general de accionistas , tomamos los siguientes datos de las operaciones de la sociedad hasta el fin de 1867.

Su importe. Francos.

Préstamos hipotecarios á largo plazo, 14.036. . . . 845.203.554 De estos corresponden á toda Francia, excepto el

departamento del Sena, 5.686. , 235.971.314

Y á la propiedad rural, 3.053 , . . . . 159.578.030

Préstamos á los ayuntamientos, departamentos y

sindicatos 599.298.505

Argelia.

<•

Préstamos hipotecarios á largo plazo, 319. 4.266.900

ídem á los ayuntamientos, 26 9.434.100

Sous Comptoir des entrepreneurs .

Créditos aprobados por el Crédit Foncier, 309. . . 64.576.828

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Crédit Agricole.

Préstamos sobre hipoteca 18.103.163

ídem id. g-arantia de prenda 42.638.956

Portugal , esa nación pequeña , pero ilustrada , situada al bor- de del Océano como centinela avanzado del continente europeo, para recoger y trasmitir á su hermano del Brasil todos los ade- lantos y mejoras que el espiritu moderno realiza para el progreso de la humanidad, también posee una institución de crédito hipote- cario denominada CompanJda geralde Crédito Predial Portuguez.

Esta Compañía , fundada con el capital de 9.000,000.000 de Iréis (50 millones de francos), dividido en 100.000 acciones de 90.000 reis (500 francos), obtuvo del Gobierno portugués en 25 de Octu- bre de 1864, el privilegio exclusivo durante 25 años, para verificar préstamos á la propiedad con garantía de hipoteca, ó á los muni- cipios, por medio de obligaciones Jdpotecao'ias . Los estatutos de esta Sociedad son casi los mismos que los del Crédit Foncier ; se dife- rencian de aquellos , en que esta tiene una existencia más inde- pendiente respecto al Gobierno que la francesa. En esta el nom- bramiento del Gobernador, Subgobernador , individuos del Consejo de Administración y del Comité fiscal ó de Censura , corresponde á la Asamblea general, que es el poder supremo de la Compañía, y de la que forman parte todos los socios que posean diez acciones al me- nos; el Gobierno puede únicamente aprobar ó reprobar el nom- bramiento del Gobernador. El capital de la sociedad, del cual dispone esta en totalidad , en aquella está afecto en la mitad , al servicio del Gobierno. El tanto por 100 de los préstamos que per- cibe esta sociedad por razón de comisión y administración es de 1 por 100; en la francesa es de 0,60 cts. por 100: esta diferencia se explica porque esta sociedad , extendiendo su acción á un terri- torio de corta extensión, tendrá menos ocasión de lucro. Descon- fiando la sociedad de poder colocar á buen precio en Portugal , las primeras emisiones de obligaciones hipotecarias , estableció una sucursal en París para verificarlas allí ; pero según datos que con- sideramos como auténticos , el capital portugués ha rescatado ya, más de la mitad de las obligaciones emitidas en París.

Copiamos del balance del año 1867 el adjunto estado que de- muestra el desarrollo de operaciones de esta sociedad:

DE CRÉDITO HIPOTECARIO. 279

PRÉSTAMOS A PLAZO LARGO.

Municipales al 6 por 100 12.205.997 reis (1)

Prediales » » 2.961.287.628

Prediales al 5 por 100 135.430.108

3.108.923.723

OBLIGACIONES EN CIRCULACIÓN.

Municipales de 6 por 100 12.096.000

Prediales » » 2.960.244.000

Prediales de 5 por 100 134.658.000

3.106.998.000

Para completar el sistemado instituciones, destinadas á fomentar las condiciones productivas del suelo y á mejorar su explotación, las Cámaras han votado una ley, autorizando la creación de Bancos agrícolas , que reciben depósitos con interés á corto y á larg-o plazo, y emiten obligaciones, á vencimientos que varian, desde 36 meses á 5 años. El Gobierno los subvenciona con bienes de manos muer- tas, que representan un valor de 50 millones de francos.

A los que dudan de la capacidad de nuestro pueblo para adqui- rir los elementos de civilización y de progreso que poseen otras naciones de Europa, puede presentárseles el ejemplo de Portugal que poblado por la misma raza y habiendo pasado en su historia por las mismas vicisitudes que el nuestro , ha sabido mantenerse á la altura de los pueblos más ilustrados , merced á los treinta años de paz y de libertad que ha disfrutado.

En Austria se ha establecido recientemente el Crédit Foncier AutTichien sobre las mismas bases y con estatutos iguales á los del francés , sin otra diferencia, que la de permitir á la sociedad mayor libertad de acción y más suma de atribuciones en la inver- sión de su capital de garantía. En los pocos años que lleva de

(1) 9.000 reis equivalen á, 50 francos. ^'' -=J!p í5;:u:j jj't:j i - ; ^

280 INSTITUCIONES

ejercicio ha otorgado bastantes préstamos, siendo el principal, el que lia heclio al Estado con la hipoteca de sus dominios.

Últimamente en Suiza , donde existen desde hace mucho tiempo dos Asociaciones de Propietarios como las prusianas, en Berna una y en Basilea la otra , se ha establecido el Crédit Foncier jSuisse, con estatutos análogos al de Portugal ; con la circunstancia nota- ble , de que para evitar que los altos empleados exploten á la so- ciedad en su provecho , se les prohibe solicitar préstamos sobre sus fincas , cláusula significativa que determina claramente la misión de estas instituciones j las condiciones á que deben obedecer para satisfacerlas.

III.

Analizados ya , aunque ligeramente , y sin descender á detalles los tres sistemas de instituciones de Crédito Hipotecario que hasta ahora se han empleado, vamos á hacer su comparación. Como las Asociaciones de Capitalistas que prestan el capital propio á interés fijo , por razón de la limitación de sus recursos no pueden atender á las grandes y variables demandas de la propiedad, y por la fijeza del tanto de interés, producen una perturbación funesta en el ré- gimen mercantil del país , las consideramos como impotentes para la consecución del fin que las dio origen , y no nos ocuparemos de ellas. Vamos á comparar únicamente, las Asociaciones de Propieta- rios , responsables individual y colectivamente , con las modernas sociedades comanditarias , que sirven de agentes responsables entre la propiedad y el capital ; y para hacerlo con método , debemos empezar por analizar las condiciones á que deben satisfacer en su organización fundamental las Instituciones de Crédito Hipotecario, y á fin de que este análisis sea claro , expondremos brevemente algunos principios generales.

Si tuviéramos que examinar ó formar un juicio comparativo, entre varias máquinas ú organismos destinados, á trasmitir fuerzas materiales y á realizar por su medio determinados fines mecáni- cos , deberíamos tener presentes los principios de la mecánica que más luz podrían darnos, para formar aquel juicio y para hacer aquel examen. Análogamente para hacer la critica comparativa de los dos sistemas de Instituciones ó Bancos de Crédito Hipotecario, que no son otra cosa que organismos económicos, destinados á poner

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en contacto, á facilitar el mutuo auxilio que deben respectiva- mente prestarse , la riqueza ó capital mueble y el inmueble , ha- bremos de traer á nuestra memoria algunos principios de la cien- cia económica , que estudia á la sociedad humana en su modo de ser activo , para que sirvan de base á nuestro examen y sean el fundamento de nuestro criterio.

La economía política, casi ignorada á mediados del siglo pasado, ha adelantado tanto desde entonces , se ha enriquecido con tantos y tan fundamentales principios, que si hoy dia , aún no se la puede calificar con el dictado de ciencia, en la acepción rigorosa y que tie- ne esta palabra en filosofía, puede decirse repitiendo la frase de un hombre ilustre por su saber , que sólo espera la mano de un hábil arquitecto que la constituya como á tal , sobre sólida base y en conjunto ordenado y armónico. Uno de los principios más impor- tantes que ha adquirido, es el de la división del trabajo', fúndase este en la consideración simultánea de la variadísima y compleja multiplicidad de necesidades que siente el género humano , y que aumentan en número y en intensidad á medida que su espíritu se desenvuelve y perfecciona , y en la extraordinaria perfectibilidad de facultades de la raza humana y diversidad de gustos, inclina- ciones, y aptitudes de los seres que la forman. Admitida la verdad de esta observación , se desprende de ella naturalmente , que si para satisfacer una necesidad social, se dedican al trabajo que ella exige, los hombres dotados de aptitudes más idóneas , y á quienes la inclinación y el gusto hacen aquel menos repulsivo y violento, y hasta agradable , el efecto del trabajo será más productivo en cantidad y calidad , que lo seria, si por la fuerza se obligase á eje- cutarlo á los que reúnan aquellas condiciones. Y como no se conoce otro clasificador de las inclinaciones y tendencias de los individuos, más que el instinto y sentimiento propios, ni otro ava- luador de la potencia de sus fuerzas , que el juicio de la propia conciencia y la experiencia que de ellas se ha hecho, cuando pue- den formarse y manifestarse espontánea y libremente se deduce lógicamente , que , para que las varias y múltiples fuerzas de que dispone la humanidad, se dediquen á satisfacer las necesidades para cuya realización son más aptas , y para que pueda verificarse la más conveniente división del trabajo , debe existir la libertad del trabajo. Admirable armonía de principios que no pueden tener realidad práctica, sin la completa coexistencia de todos ellos. Si

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tendemos la vista por Europa veremos sancionada por la experien- cia la verdad de esta teoría; Inglaterra y los Países Bajos, los pue- blos del continente en que primero ha existido la libertad del trabajo, son los más adelantados, los más ricos, son los que marcban á la cabeza y dirigen el movimiento industrial de los tiempos mo- dernos ; y es porque á la benéfica sombra de esa libertad, ha po- dido verificarse natural y espontáneamente la división del trabajó en el límite y forma más convenientes.

Aplicando estos principios á la cuestión que discutimos, podemos establecer, que todo organismo económico, destinado á realizar un fin determinado y distinto de los demás fines sociales , debe consti- tuirse con elementos humanos, que libremente y por su propia y espontánea iniciativa y con perfecto conocimiento de la responsa- bilidad que contraen, concurran á desenvolverlo.

Analizando el problema del Crédito Hipotecario, observaremos, que los propietarios para mejorar las fuerzas productivas de sus fincas, necesitan capitales con determinadas condiciones de devo- lución del préstamo y de baratura de interés, y para obtenerle dan en garantía su propiedad. Por otra parte, los que por resultado del trabajo y de la economía han logrado formar capitales, desean co- locarlos de un modo seg-uro y fructuoso. Tenemos pues aquí, dos colectividades dedicadas á trabajos especiales, á cuidar y fomentar la propiedad la una , y á la formación y conservación de capitales la otra , que experimentan necesidades que se corresponden recí- procamente , pero cuya satisfacción mutua exige un trabajo espe- cial, que ninguna de las dos está llamada exclusivamente á ejecu- tar. Hé aquí justificada la existencia de una tercera colectividad, que tenga por misión única satisfacer aquella doble necesidad, sir- viendo de agente de préstamos para el propietario y de hipotecario responsable para el capitalista.

Pero se dirá que este agente no ofrece al capitalista una garantía tan sólida como la Asociación mutua de Propietarios , en la que las propiedades de todos los mutuarios garantizaban la falta de pago de cualquiera de ellos y el demérito de su propiedad , pues la hipoteca que suscribe cada propietario en favor del agente está afecta úni- camente á la responsabilidad de su propia deuda. Para que el agente ofrezca al capitalista toda la garantía necesaria, es preciso, pues, que posea un capital propio, que pueda compensar el demé- rito de las fincas cuyos dueños dejen de pagar sus anualidades.

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La estadística permite calcular fácilmente el máximum de que- brantos posibles por la causa indicada , y que debe servir de ga- rantía efectiva de la agencia.

Este sistema tiene para los capitalistas la ventaja de evitarles las molestias consiguientes á la expropiación y venta en pública subasta de los bienes que garantizan sus créditos ; y para los pro- pietarios , la de permitirles dedicarse al cuidado y explotación de su propiedad , sin las preocupaciones consiguientes á la adminis- tración de una asociación de que forman parte. Para estos últimos, tiene además oti'a ventaja de más importancia que la anterior y de un carácter más positivo. Se funda en otro principio de economía social que corresponde'á una tendencia general de la humanidad; consiste esta en la aspiración que tiene el común de los hombres á separar de su existencia y de su porvenir todo lo que siendo even- tual y variable les impide establecer de un modo seguro el que podríamos llamar presupuesto de sus obligaciones; á virtud de esta tendencia , el trabajo por prestación personal se ha convertido en el salario para las obligaciones del presente , y las cajas de ahorros , las de socorros mutuos y los seguros solre la vida se han creado para ocurrir á las contingencias del porvenir. En las aso- ciaciones alemanas , el propietario vive siempre bajo la amenaza de un dividendo de valor variable , por causa del demérito en las fincas de deudores quebrados ó por errores en su avaluó ; preferirá pagar á la Agencia un dividendo fijo equivalente al término medio de aquel, con tal que esta le sustituya en aquella responsabilidad. Prueba de esto es , que las sociedades de seguros mutuos á prima ó dividendo variable, se han convertido en sociedades de seguros á prima fija.

Si se autoriza á la Sociedad-agencia para que especule con el capital de garantía , el dividendo fijo ó prima que exigía por aque- lla responsabilidad , será tanto menor cuanto más lucrativas sean las operaciones para que se la faculte ; la prudencia aconseja que estas operaciones sean de índole segura, y que se obligue á la agencia á reponer anualmente el capital que hubiese perdido.

Por último , si entre los propietarios y capitalistas hay algunos, cuya perfección de facultades y variedad de aptitudes é inclinacio- nes, les permite é impulsa á dedicarse á trabajos distintos de los que constituyen su especialidad , y que sirvan de pasto á su acti- vidad exuberante , pueden voluntaria y libremente ing-resar en la

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Agencia como socios comanditarios ; de suerte que este sistema, estableciendo marcadamente la diferencia de fines que deben reali- zar tres colatividades diferentes , no opone obstáculos , aunque no obliga , á que los individuos de cualquiera de ellas puedan contri- buir espontáneamente á realizar los fines de las otras. En el siste- ma de asociación de propietarios deudores, por el contrario, al conceder un préstamo á un propietario , se obliga forzosamente á este nuevo deudor, no solo á la responsabilidad inherente á los préstamos que la Asociación otorgue á partir del momento de su ingreso en ella , sino á la correspondiente á los verificados ante- riormente , y cuando él no tenia intervención alguna en la admi- nistración de la Asociación. Creemos por estas consideraciones más perfectas y más en armonía con los principios de la ciencia, las so- ciedades comanditarias que las Asociaciones de Propietarios.

Si del estudio de la cuestión en el terreno de la ciencia , descen- demos á su examen en la práctica y en el terreno de los hechos, encontraremos motivos fundados para deducir la misma conclu- sión. Según hemos dicho al ocuparnos del Crédito Hipotecario en Francia, en el año de 1852 se expidió un decreto, autorizando el establecimiento de Asociaciones de Crédito Hipotecario regionales, formadas á voluntad de los interesados, por la asociación de capita- listas ó de propietarios ; se constituyeron tres : la de Paris , la de Nevers y la de Marsella : otras muchas llegaron á solicitar la au- torización especial que necesitaban para constituirse Pues todas estaban formadas poí la asociación de capitalistas, ninguna por propietarios ; y es que no hay punto alguno de contacto entre las costumbres, la clase de trabajo y el modo de ser en general del agricultor , y las atenciones , cuidados y hasta conocimientos que se necesitan para formar parte con inteligencia y provecho de una sociedad mercantil ; en Francia , donde la propiedad está muy di- vidida , y donde la mayor parte de los propietarios pepueños son á la vez agricultores , y viven en su propiedad separados de las ciu- dades donde tendrían asiento las asociaciones , les sería muy one- rosa la asistencia á las juntas , y serian asociados para las pérdi- das , pero no para la intervención y previsión en evitarlas. A los capitalistas que por sus costumbres , aficiones , inteligencia y me- dios , reúnen las condiciones necesarias al desempeño de las funcio- nes que esas asociaciones exigen , es á quienes corresponde for- marlas.

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lY.

La segunda cuestión en importancia, que debemos discutir al ocuparnos del Crédito Hipotecario , es la de si conviene que estas instituciones extiendan su acción á un gran territorio , á toda una nación , ó si es preferible por el contrario , que la circunscriban á un territorio pequeño que forme una parte de aquella. Desde tres puntos, de vista debemos mirarla , para tener en cuenta los tres grandes intereses que se rozan con ella y que aunque solidarios en definitiva , aparecen en ocasiones divergentes ; son estos el de los propietarios, el de los capitalistas que poseen obligaciones hipotecarias, y el de la Agencia.

¿Cuál es el interés de los propietarios? El interés de los propie- tarios consiste, en obtener buen precio de las obligaciones que reci- ben de la Agencia en todas las circunstancias , asi en las buenas como en las malas , y con preferencia en estas. Veamos cuál de los dos sistemas, el de circunscripciones pequeñas ó el.de las grandes, satisface mejor esta necesidad. Si el territorio es pequeño , domi- narán en él generalmente las mismas condiciones climatológicas y meteorológicas ; de suerte , que las buenas ó malas cosechas serán también generales ; cuando sean buenas , los propietarios harán poco uso del crédito, y se emitirán pocas obligaciones, y como por efecto de la amortización periódica de las que están en circulación y del natural aumento del capital en tiempos de abundancia , cre- cerá la demanda de ellas , y el precio de las que se emitan será muy alto ; este aumento de valor de las obligaciones abaratará el interés de los préstamos é impulsará á los propietarios, á con traer- los con exceso para mejoras poco pensadas, ilusorias á veces, ó para invertirlos en obras de lujo y recreo. Pero supongamos, y esta hipótesis se realiza con harta frecuencia por desgracia, que se suceden dos ó más años de malas cosechas ; la demanda de présta- mos , no para bonificar y para aumentar las condiciones producto- ras de la tierra con trabajos de utilidad á larga fecha , sino para las necesidades ordinarias del cultivo , será extraordinaria , y ex- traordinaria también la emisión correspondiente de obligaciones; como en tiempos de escasas ó malas cosechas, el alto precio de las subsistencias y la falta de trabajo , consumen gran parte de las economías y del capital circulante , parte del cual estaba invertido

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en obligaciones , estas saldrán á la venta y aumentarán la oferta, y de consig-uiente disminuirá su valor, y si crisis se prolonga, llegará á encontrarse el mercado, abarrotado de obligaciones, como se dice mercantilmente, y no podrán colocarse á ningún precio; en esta situación los propietarios más agobiados dejarán de pagar sus anualidades , serán expropiados , y sus fincas vendidas en pú- blica subasta , y si son muchos , y lo serán en una circunscripción castigada toda por la misma calamidad, la oferta simultánea de muchas propiedades disminuirá su valor, encarecerá más el precio del dinero , con lo que se producirá una quiebra general para los propietarios y un peligro para la Agencia , que tendrá que acudir á su fondo de garantía para servir los intereses y amortización de las obligaciones , porque no encontrará comprador para las propie- dades hipotecadas que están en completa depreciación (1).

Por el contrario, en una gran extensión territorial, en una na- ción, rara vez acontece que las buenas ó malas cosechas sean gene- rales ; las diferencias de clima y los distintos efectos meteorológicos de las regiones que lo componen , establecen cierta compensación . de la que resulta que son rarísimas las cosechas muy buenas y también las malas. De esta situación casi normal en que constan- temente se encuentra la propiedad , se desprende, que la demanda de préstamos y la emisión de obligaciones, seguirán cierta ley pe- riódica de tiempo y de cantidad que no perturbará el mercado , y dará lugar , á lo más , á pequeñas alteraciones de precio general- mente ascendente. Si una provincia ó región limitada sufre una ííCquía ó una calamidad de cualquier género , y para acudir á su remedio tiene que usar del crédito con exceso, encontrará en un mercado vasto , donde hay abundancia de dinero , comprador de sus obligaciones á un "precio que puede llamarse corriente, y sin grande quebranto podrá eludir los efectos de la calamidad.

Consideremos la cuestión con relación á los capitales que se in- vierten en obligaciones , y para proceder en su estudio con completo conocimiento , tratemos de indagar y de determinar en lo posible, el carácter propio de estos capitales y las condiciones que exigen en su empleo ó colocación.

(1) ;,En qué situación se encontraría en el presente año un Banco Hipote- cario, destinado» exclusivamente al servicio de las provincias de Castilla ó de la Mancha?

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El capital mueble de que dispone la Sociedad , ya provenga del trabajo de las generaciones anteriores ó del suyo propio, puede di- vidirse , en cuanto á su aplicación ó fines á qué se destina , en dos grandes grupos ó categorías; componen el primero los capitales activos que crean nuevas industrias ó sirven de motores á las an- tiguas , y que pueden compararse con la sangre que , circulando por las infinitas arterias del organismo industrial de la Sociedad, le dan vida y movimiento y le permiten satisfacer las múltiples y variadas necesidades que esta siente. Estos capitales, más ávidos de ganancia que de seguridad de su propia conservación , á los que no arredra ninguna aventura industrial, por peligrosa que parezca, miran el interés elevado como la condición principal que determina su empleo; vienen á ser, respecto á la masa total de capitales so- ciales, el elemento batallador que guerrea constantemente para adquirir nuevos territorios industriales, ó para conservar por lo menos la flexibilidad y el vigor de los antiguos , que ya poseia la Sociedad, Estos capitales suelen estar acumulados en pocas manos, y de esta suerte su acción es más eficaz.

El segundo grupo ó categoría lo forman los capitales que , ya provengan del trabajo y de la economía de las clases más numero- sas de la Sociedad, ya de la situación de retiro definitivo ó tempo- ral á que forzosa y naturalmente tienden los de la primera cate- goría, buscan en su empleo, no tanto el alto interés ó beneficio, cuanto la completa seguridad y puntualidad en la percepción de su renta ó interés , aunque sea pequeño , y principalmente las mejores garantías de conservación de su perfecta integridad ; en una pala- bra, solicitan en su empleo una que podríamos llamar consolida- ción temporal , durante la cual , tranquilamente y sin pérdida, des- cansen de su acción y se preparen para nuevas empresas , ó se acu- mulen lenta, pero con seguridad, basta consolidarse definitivamente por su inversión en la propiedad , que les sirve como de fundente. De este grupo de capitales, que es el mayor en toda Sociedad bien organizada económicamente, provienen los que se destinan á la adquisición de obligaciones hipotecarias , y será mayor la tenden- cia de aquellos á invertirse en esta clase de valores, cuanto más verifiquen y satisfagan estos á las condiciones que convienen á aquellos y que son: 1.*^ La puntualidad y seguridad en el cobro del interés : 2.'^ La fijeza ó pequenez de oscilaciones que su valor ex- perimente: y 3.* La facilidad de su compra y venta, para que en

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todo momento puedan realizarse y destinar los capitales invertidos en ellos á otras aplicaciones diferentes.

La primera condición se satisface siempre que la Agencia ó Banco cuente con una garantía suficiente. La segunda es más difícil, ó mejor dicho , no se puede conseguir cuando la circulación de las ohligaciones tiene lugar en una circunscripción pequeña , pues en esta las oscilaciones del precio son mayores por las razones que hemos expuesto al tratar la cuestión , mirándola en interés de los propietarios ; y como la limitación del mercado supone disminución de compradores y de vendedores , será imposible encontrar en cual- quier momento quien quiera comprar ó vender ; y de consiguiente se dificultará la fácil realización , que era la tercera. En un mer- cado extenso y que cuenta diversos centros de contratación , el sobrante de obligaciones de los unos se compensará con la escasez de los otros , y de esta compensación resultará cierta consolidación de los precios , que á la vez que mantendrá la integridad del capi- tal empleado en estos valores , facilitará su realización por la mul- tiplicidad de las operaciones , originada del continuo movimiento de obligaciones que pasan de los centros abundantes á los escasos de ellos.

Finalmente , el interés de la agencia consiste, en que se verifique el mayor número posible de préstamos ; y que su capital de garan- tía sea pequeño con relación al territorio á que extiende su acción. Para conseguir el primer resultado , es preciso que la baratura del interés estimule á los propietarios á mejorar sus fincas , y de con- siguiente que el mercado sea grande, para que por lo que hemos dicho, atraiga la mayor suma de capitales á la adquisición de obli- gaciones y eleve su precio; la depreciación general de la propiedad en un territorio pequeño pudiendo ser mayor que la que tenga lugar en todo un gran territorio, de aquí que en las circunscripciones pequeñas , el fondo de garantía debe ser mayor relativamente que en las grandes , y mayor también de consiguiente la prima del in- terés de este que deben pagar los propietarios y que aumentará el interés definitivo del préstamo.

Es pues evidente, que, tanto en interés de los propietarios como de los capitalistas y de la Agencia ó Banco intermedio entre las ne- cesidades de aquellos , es preferible que esta , por medio de sucur- sales ó representantes en los centros comerciales de una nación , ó bien constituido por agrupación de sociedades provinciales, ex-

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tienda á todo el territorio el benefício del Crédito Hipotecario por la emisión de una sola clase de valores. ¿Quién duda que las obli- gaciones al 3 1/2 por 100 de las asociaciones prusianas, ganarían en precio medio y circularían más fácilmente, si correspondiesen á un tipo único? ¿Pues no es una verdad demostrada por la experien- cia , que la unificación de las deudas de los Estados, eleva su precio? No queremos terminar el estudio de esta cuestión, sin presentar un simil que representa con perfecta exactitud, la situación res- pectiva de los grandes y pequeños Bancos y facilita su compa- ración. Supongamos un lago alimentado por diferentes rios y en el que el agua mantiene su nivel entre ciertos limites por la evapo- ración atmosférica; si el lago es pequeño, tendrá pocos afluentes. y estos tomando sus aguas de la misma región hidrográfica, crece- rán ó menguarán simultáneamente y producirán notables variacio- nes de nivel , que no podrán compensar la evaporación que es lenta y varia poco; si por el contrario el lago es grande y le surten de aguas muchos rios que proceden de regiones hidrográficas distin- tas , casi nunca acontecerá que todos los rios crezcan ó mengüen simultáneamente; será lo probable, que crezcan ó mengüen en épocas distintas y de consiguiente que se verifique cierta compen- sación en el caudal de aguas que lleven al lago, y que el nivel de estas, aunque varíe, lo haga entre limites más próximos. El lago es el mercado ó territorio á que extiende su acción el Banco; los rios son las emisiones de obligaciones que proveen el mercado; la evaporación es la amortización.

V.

Demostrada á nuestro juicio de un modo evidente , la superio- ridad de la organización del crédito territorial , por medio de so- ciedades en comandita , que sirvan de agentes intermedios entre el capital y la propiedad , respecto á la de las Asociaciones de Propie- tarios ; réstanos ahora explicar las causas , en virtud de las cuales el espíritu humano ha pasado de un sistema á otro, deteniéndose en el del Banco de Capitalistas que prestaban capital propio, como en Baviera y Bélgica ; es decir, la ley que ha presidido al desen- volvimiento filosófico de la idea del crédito territorial.

Así como en el mundo material los adelantos de las ciencias físico- matemáticas, van tendiendo á establecer como Ihipótesás fundamen-

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tal, que la materia y todas sus determinaciones y manifestaciones, no son otra cosa, que efectos de acciones y reacciones de fuerzas que pugnan y obran unas respecto á otras ; podríamos admitir como hipótesis, que las opiniones é ideas que cruzan por la mente de la humanidad, son también manifestaciones y efectos de las acciones y reacciones de los grandes intereses que la agitan, creados para satisfacer las necesidades sociales y que constituyen las fuerzas del mundo moral. Esta hipótesis, que puede fundarse en la unidad de concepción que debió presidir á la creación de las leyes que rigen tanto al mundo material como al inmaterial ó del espíritu , está has- ta cierto punto probada, por la serie de oscilaciones que el espíritu humano ejecuta á un lado y otro de la verdad antes de alcanzarla, y por esa especie de flujo y reflujo de opiniones y de juicios, que alternativa y sucesivamente, asaltan y dominan la inteligencia hu- mana, cuando estudia y procura buscar la exjílicacion de un fe- nómeno ó el medio de subvenir á una dificultad ; rara vez se veri- fica que á una apreciación de un fenómeno , mirado bajo cierto aspecto ó considerado desde cierto punto de vista , suceda otra to- mada desde el mismo punto, ó que lo mira bajo el mismo aspecto; lo natural, lo práctico es, que á una opinión que satisfaciendo cierto orden de intereses , olvida otros tan importantes como aque- llos , pero distintos y hasta opuestos á veces , corresponde otra opi- nión en cierto modo y apariencia antitética , que viene á neutrali- zar y á corregir por su acción la exclusiva y absorbente de aquella. De esta serie de apreciaciones que , partiendo de diferentes puntos de vista van aproximándose sin embargo, de esas oscilaciones cada vez menores del juicio humano, á un lado y otro de la verdad que busca, que corresponden á intereses distintos enlazados con ella , nace su conocimiento más completo y las instituciones desti- nadas á darle realidad práctica.

La idea del Crédito Hipotecario , que tuvo su origen en un mo- mento de crisis para la propiedad, se realizó prácticamente por medio de las Asociaciones de Propietarios en beneficio y provecho propios , con una administración compuesta exclusivamente de pro- pietarios , y en la que no se concedía intervención alguna , ó si se concedía era insignificante , á los representantes del capital , ele- mento tan impoitante como el de la propiedad en el desarrollo práctico del crédito territorial.

Este vicio fundamental de la organización del crédito se puso de

DE CRÉDITO HIPOTECARIO. 291

manifiesto, cuando , después de las.guerras del primer Imperio fran- cés, se expidió el edicto de indulgencia que eximia á los propietarios de la obligación de devolver los capitales y hasta de pagar los inte reses , anulando el perfecto derecho á reclamarlos que asistía á los capitalistas, Esta forma absorbente y exclusiva de la dirección y administración del Crédito Hipotecario en perjuicio de los intereses y de la representación que les correspondía en ella á los capitalis- tas , produjo la reacción natural de que hemos hablado en el pár- rafo anterior, y fué, á nuestro juicio, el origen filosófico de las asociaciones de prestamistas que se establecieron en Bélgica y en Baviera. En la creación de esta debió inñuir además otra causa de carácter más práctico , que apuntamos al tratar del Banco Bávaro- Hipotecario y de Descuento, y fué, la injusticia con que los tribu- nales fallaban los litigios entre capitalistas y propietarios en be- neficio de estos y daño de aquellos. En Bélgica , donde el espiritu mercantil es tan general, se explica más fácilmente.

Pero arrastradas estas asociaciones por el instinto de monopolio y de exclusiva, que generalmente caracteriza á las colectividades que representan un determinado orden de intereses, prescindieron en su organismo de la emisión de obligaciones , ó les dieron un carácter especial y comanditario á las que crearon ; privaron á las instituciones de crédito territorial de la obligación JdpotecOyHa al portador , que es un instrumento necesario , sin el que no podrían aquellas proporcionar beneficios de importancia al capital y á la propiedad , y por cuya invención es acreedor el genio prusiano á la admiración de la humanidad. Por otra parte , el afán de lucro y de ganancia , que debe únicamente animar y presidir á toda socie- dad formada exclusivamente de capitalistas , y la limitación del capital de que disponían , explican las condiciones onerosas de los préstamos, y las hacian ineficaces para el fin que debian realizar.

De la doble oscilación que experimentó la idea del Crédito Hipo- tecario al pasar, en su aplicación práctica , de las Asociaciones de Propietarios á las de Capitalistas, se deduce lógicamente, que es- taba fuera de su natural y verdadero asiento en ambas institucio- nes , y demuestra que para realizar el fin práctico en ella conteni- do , necesita un organismo independiente en su esencia fundamen- tal , de los grandes intereses que debe poner en contacto. Para que esta independencia le permita desarrollarse en beneficio de ambos y sin perjuicio de ninguno, es preciso que su interés y su benefi-

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cío nazcan de su propio instituto , y no del beneficio ó interés ex- clusivo que pueda obtener ning-uno de ellos. En una palabra, es preciso que no sea capitalista que preste á la propiedad , para no tener intereses contrarios á los de esta, y que no sea propietario que necesite capitales para tenerlos opuestos á los capitalistas. Debe ser un intermedio responsable, activo y económico, cuyo único interés consista en que las relaciones entre el capital y la propie- dad sean lo más frecuentes y más fáciles posible.

Si recordamos que la idea del Crédito Hipotecario ha recorrido los tres periodos de su evolución en el espacio de ochenta años , y pensamos en los inmensos beneficios que de su aplicación debe es- perar la humanidad , habremos de admirar la elevación de juicio que en nuestros tiempos ha adquirido el espíritu humano y la ener- gía y el vigfor con que los grandes intereses sociales, reclaman la parte que les es propia y la misión que les corresponde, en el des- arrollo práctico de las instituciones sociales.

Joaquín Carbonell.

EL CANTO DEL CISNE,

EPISODIO PRIMERO DE LAS MEMORIAS DE UN CORONE RETIRADO.

XíX.

LA GRAN SEÑORA PIADOSA Y NO MOGIGATA.— COMIENZA LA

fflSTORIA DE LAS DOS TRINIDADES.— GERVASIO PÉREZ.— CECILIA RECLUSA.- - CONSPIRACIÓN VENDIDA.

(Madrid 12 de Octubre.; Continuación.

No por qué, pasa en autoridad de cosa juzgada que, entre personas de sexo diferente, no cabe amistad sin amor, cuando la vejez no media; pero el hecho es que, de cien individuos , noventa y nueve asi lo creen, ó por lo menos lo afirman. La razón , sin em- bargo, contradice apriori ese antisocial apotegma; y, en cuanto á mi puedo asegurar, por experiencia propia , que es además ab- surdo.

Y si á mi, tan joven aún, me fué dado encontrar una sincera amiga, ¿por qué á los demás mortales ha de negarles el cielo igual bendición?

¡Bendición, si, bendición inefable!

Bien intencionados son, y á consolarme se encaminan el estoi- cismo de cuerpo de guardia de Simón, la cortesana filosofía de Luis, y los burlones consejos de Patricio; ¡ pero cuan distantes de la tierna solicitud, discreta sagacidad, y tacto exquisito, con que de hecho logró suavizar mi dolor, la incomparable amiga, con quien ayer pasé el dia!

294 MEMORIAS

Por muchos que el Cielo me conceda'de vida, no olvidaré cierta- mente esa jornada.

A la hora anunciada, vino á buscarme la berlina, vistiendo ya el cochero y lacayo de don Testan la librea de sus amos.

Lleváronme al palacio de Calanda, hasta el pié de su escalera: y, puntual como un acreedor ala cita que para cobrar le dieron, casi en el instante aparecióse la Duquesa , tan sencilla y elegante- mente vestida como lo acostumbra ; pero no sola , sino apoyándose en el brazo del Duque su marido. Ambos me acogieron casi pater- nalmente , felicitándome por mi restablecimiento; ambos parecían tan satisfechos de verme en su casa y en su coche, como si de pudieran prometerse alg-un beneficio; y ambos, en fin , se conduje- ron de suerte, que apenas si pude manifestarles mi gratitud, más que con mal formados acentos, y las lágrimas que á los ojos se me asomaron.

No me conozco otros títulos atan desinteresada benevolencia, más que mi juventud, mi orfandad, y mi propia insignificancia en el mundo; como no sea, y es acaso lo cierto, la circunstancia de ser hoy víctima de la inicua traición con que mi estúpido sincerísimo amor ha pagado Laura.

Sea como quiera , el Duque , después de felicitarme por el resta- blecimiento de mi salud, sin aludir ni remotamente á la causa que de ella me habia privado, estrechóme la mano, besó galante la de su mujer, y despidióse de los dos, diciendo festivo: «Juicio, niños.»

La Duquesa entonces dijo á su cochero:

«¡Al convento de Atocha!» Y las bóvedas del aristocrático zaguán resonaron heridas por el estruendo de caballos y ruedas sobre su marmóreo pavimento.

« Ahora (dijo la dama , mirándome con más atención que an- tes, al todavía pálido y demacrado rostro). Ahora, señor mió, vamos á hacer juntos una visita, que debió V. haber hecha primero que otra ninguna. Dichosamente la Señora á quien era y es debida, no mira el tiempo, sino la sinceridad con que á sus pies se acude. ¿Qué dice V., Duquesa? -Pregunté yo, sin comprenderla bien todavía.

Digo que Dios le ha hecho á V. la gracia de redimirle de un igniominioso cautiverio, en que hasta su honra pudiera peligrar; val mismo tiempo la de salvarle casi milagrosamente la vida. Tales

DE UN CORONEL RETIRADO. 295

beneficioá, amigo Lescura, bien valen la pena de darle siquiera las gracias al que todo lo puede ; y, como en cumplir con ese deber ha tardado V. un poco más de lo conveniente, vamos ahora á im- plorar la intercesión «de la Madre de los pecadores , Reina de los »ángeles. ¿Por qué me mira V. con ese asombro?.... Yo no soy mo- »gigata, á Dios gracias ; no soy beata , ni siquiera devota , en el »sentido vulgar de la palabra. Soy una mujer del mundo en que »vivo, ni más ni menos; pero creyente, sinceramente creyente, por »educacion , por gratitud y por sentimiento. Desde que mis labios »fueron capaces de modular palabras , al comenzar y acabarse cada »dia, mi excelente madre, oraba conmigo, y á orar me enseñaba. »Faltóme ella, y mi niñez corrió en las Salesas , de cuyas leccio- »nes, la de la oración es acaso la que más recuerdo; y positiva- »mente la que más útil me ha sido. Donde V, me ve, tan serena, tan »señora de mi misma, tan bienaventurada, que mi honrado marido »puede, sin temor al ridiculo ni á la maledicencia, dejarme correr »las calles y paseos de la Corte, en esta berlina y mano á mano »con un Alférez de la Guardia, calavera, poeta, y. que es peor. »ya casi célebre por sus aventuras galantes, ni soy de piedra. »ni tengo pretensiones de pasar por una excepción en mi sexo, ni »tampoco me eximí de las luchas , de los riesg'os , de las tentacio- y>nes, para decirlo como el Catecismo, que á todas las hijas de Eva »nos dejó en herencia nuestra pecadora madre.

¡Usted. Duquesa! '¡Usted!!

Yo, señorito; yo en persona. A mi manera también tengo, y sobre todo he tenido en mis primeros años de mundo, mis aspira- ciones poéticas , mis platónicas ilusiones. Y mi pobre Antonio, di^ todo tiene menos de pastor de la Arcadia , ó de héroe de novela sen- timental. Me casaron antes de cumplir diez y siete años: no era en- tonces fea, ni lo fui más tarde

Ni lo es V. ahora, Duquesa.

- -Muchas gracias : mi fe de bautismo y mi espejo me dicen á qué debo atenerme en ese punto. Pero, en fin , bonita ó fea, dis- creta , ó no más que racional criatura , bastóme ser mujer, y mu- jer con marido, para que no me faltasen g-alanes; y si á los tres ó cuatro primeros , ó á los veinte segundos , pude oir como quien oye llover

¿Sería posible? Exclamé imprudente.

No lo fué , á Dios gracias , lo que V. sin duda presume, mali-

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cioso personaje (me respondió la Duquesa , sin alterarse) ; pero si lo bastante para ponerme á prueba. Un hombre habia, y hay en el mundo, que , como él decia, tuvo la desdicha de conocerme tarde. Ese hombre, que se enamoró de mi perdidamente, poseia cuantas prendas pueden cautivar á una mujer de corazón y entendimiento; y con medios de seducción, y costumbre , tal vez , de emplearlos victoriosamente, me respetó, sin embargo, siempre. Por eso sólo, creo que me amaba de veras. ¿Llegué yo también á?../. No lo sé, Lescura: temo que si, temo que llegué... ¿Por qué regatearlas pala- bras? Temo que llegué también yo á enamorarme , y temo además, que el estado de mi entonces desdichado corazón, no era un miste- rio para el que le habia conquistado. ¿Sabe V. lo que me salvó de aquel peligro inminente? ¿Nó? Pues voy á decírselo. De tejas abajo, el tacto admirable con que mi marido, sin perderme de vista, sin abandonarme al riesg'o, pero también sin darse por entendido de lo que sospechaba, ni mucho menos acosarme con la violencia de sus ce- los, ú oprimirme con la fuerza de su autoridad, supo, dejándome libre al parecer, excusarme ocasiones que son siempre ocasionadas. Eso me salvó, repito, de tejas abajo: pero eso de poquísimo prove- cho fuera á no haber dentro de un principio de moralidad pro- funda, que, constante, vigoroso, incontrastable, oponía una inven- cible barrera al poder la pasión ciega. La costumbre de examinar mi conciencia cada noche, de rodillas ante la imagen de aquella que es «vida y dulzura, esperanza nuestra;» el hábito de invocarla en todas mis tribulaciones ; la persuasión de que no me es posible ocultar á su maternal vigilancia, ni el más íntimo de mis pensa- mientos ; y el temor, en fin , de no osar ponerme ante sus castos ojos , si mi propia pureza á manchar llegaba; mis creencias , mis sentimientos religiosos , en una palabra, son , amigo Lescura, los que del precipicio, á cuyo borde y ya sobre él inclinada, llegué á verme. Negar que el sacrificio fué doloroso, sería mentir; pero ha- bría muy negra ingratitud á la misericordia divina en no decir también, que me ha pagado las angustias de algunos meses, con la dicha de muchos años. ¿Comprende V. ahora, por qué le llevo al convento de Atocha?

lo comprendo. Duquesa; y, cuando también á la fe no me llevara al pié de los altares, iría por seguir á una mujer tan virtuosa como lo es V.

¡No exageremos, por Dios! ¡No exageremos! Vuelvo á decir

De un coronel retirado. 297

á V. que yo no soy más que una mujer del mundo en que vivo; y que , contenta con ser creyente , sentiría infinito que se me tuviera por lo que suele llamarse una devota.

Tras media hora de estancia y oración en el santuario, empren- dimos luego nuestro paseo en derredor de las humildes tapias de esta imperial y coronada villa.

La Duquesa, que es una mujer de instrucción y sin pretensiones, de ingenio y sin acre mordacidad, aunque con cierta tendencia á la sátira, hizo casi exclusivamente el g*asto de nuestro diálogo. Yo la escuchaba con delicia, limitándose mi papel á lo que, en el teatro, llaman los franceses donner la replique, y nosotros dar el pié al qtte la palabra lleva.

Ni una vez sola se aludió directa ó indirectamente á mi reciente mala ventura. Visible y muy discretamente, aquella señora deseaba distraerme en realidad, no, como la mayor parte de los que toman ó aceptan el papel de consoladores , hacer gala de sus filosóficas teorías á costa de irritar la llaga que cicatrizar dicen que pre- tenden.

Ya cerca de las cuatro de la tarde , regresamos al palacio de Calanda; su castellana, dejándome en un cómodo y lindo gabi- nete , que llama el de los tapices , porque le adornan unos magní- ficos de los Gobelinos, y provisto de libros de entretenimiento, re- tiróse á su cuarto á mudar de traje para la comida.

Aquí, volviendo á mi cuento, tengo que confesar una debilidad en que incurrí, ó por mejor decir, una consecuencia de la debili- dad en que mis padecimientos me han dejado. Viéndome solo, tomé un álbum cuyos grabados representan las más notables vistas del Rhin y sus orillas , en la parte del curso de aquel célebre rio que los viajeros elegantes visitan de preferencia: pero con él en la mano , rendido al cansancio del largo paseo en coche , dormime en el sofá en que estaba sentado ; y dormime tan profundamente, que el libro se me escapó de las manos, y mi persona ¡Dios me lo perdone! mi persona se tendió en el cómodo mueble.

Cuando volví en mi acuerdo, era ya de noche;, y la Duquesa leía tranquilamente á la luz de una bella lámpara de porcelana de Sevres, no qué historia ó novela. Figúrese el lector mi ver- güenza al considerar la involuntaria desatención que, con tan her- mosa dama y benévola amiga, había cometido mi indiscreto sueño.

Pero Carmen anticipóse á la disculpa , diciéndome :

TOMO III. 2U

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El cansancio y la convalecencia, amigo Lescu?a, son poderosos que la galantería. Está V. absuelto de culpa y pena.s Celebro, sin embargo, que se haya V, dispertado antes, de que vengan los demás convidados. Yo creia , Duquesa , que comeríamos solos. Con fundamento, pues que así se lo escribí á V.; pero luego lo he pensado mejor. El téU á tete , cuando se prologa con exceso, acaba en fastidio, aun entre amantes. ¿Puede V. creer?....

No sólo puedo creer, sino que, en efecto, creo y por expe- riencia , que la soledad pone á prueba el amor mismo , y hace bos- tezar á los mejores amigos del mundo. Pero no es esa la conside- ración que principalmente me ha determinado.

¿Y á quién tenemos. Duquesa, si la pregunta no es indiscreta? Otra pareja de amigos, •de sexo diferente. ¡Partie carree, Ttwn cher sous-lieutenanti Siempre está V. de buen humor.

•^^Con mis amigos; y los que espero son, broma aparte, los que- más quiero.

¿Los que más ^ Duquesa? ¿Y yo?

Usted me hará el favor de contentarse con el tercer lugar , si le place. Los otros son más antiguos.

¡Mal título, según dicen, con las damas! Vulgaridad de amantes pesados: pero, además, aquí estamos en el firme terreno y pura atmósfera de la amistad. El tiempo la sazona y consolida. ¿Como al vino?

¡Como al vino de buena cepa, generoso y puro! No hay mal en la comparación , aunque sea un poco prosaica,

¿Por qué, una mujer tan buena y tan entrañable como V., se obstina siempre en huir de la poesía , y aparentar , al menos, que todo mira en prosa?

¿Recuerda V. la respuesta de García del Castañar al Rey, cuando, disfrazado, le aconseja que abandone sus montes y vaya á la corte? En este momento nó. Duquesa. Pues yo sí:

"Vívese aquí más despacio, n "Es más segura esta tierra, n

DE ÜN CORONEL RETIRADO. 299

Quizá en prosa se goza menos ; pero, en la vida poética, se arries- ga más positivamente.

Aqui llegábamos con nuestra conversación , cuando el portero de estrados , levantando el tapiz de la puerta del gabinete , anun- ció clara, pero respetuosamente:

«S. E. la señora Condesa de Roca-Umbria.»

«El Sr. Brigadier D. Manuel de Castel-Leon.»

Y en efecto, juntos y del brazo, entraron la bella Nióbe, tan pálida-, tan fatídica (si asi puede decirse) como de costumbre; y mi jefe, tan militarmente aristócrata, tan rudamente cordial, cual siempre le he visto.

Confieso que, al aparecérseme aquellos dos inesperados hués- pedes, y sobre todo Cecilia Pimentel de Aguilar, sorprendime fuera de razón , y déjelo ver mucho más de lo que á mi reputación de muchacho de mundo conviniera. Felizmente la Duquesa, ade- lantándose á recibir con gran cariño y en sus brazos , á la amiga de su infancia , y saludando al mismo tiempo con cierta marciali- dad cómica al Brigadier , me dio tiempo á reponerme lo bastante para entrar á mi vez en escena con el conveniente desembarazo.

Un apretón de mano bastó entre D, Manuel y yo ; en cuanto á Cecilia , preludié con una profunda y ceremoniosa reverencia , al trivial cumplimiento de ordenanza que iba á hacerla ; pero ella, anticipándose , me dijo:

¡Mucho me alegro de verle á V. ya enteramente bueno, Les- cura ! ¡ Veng*a esa mano ! (Y, en efecto , alargóme la suya que tomé y besé respetuoso). Su padre de V. fué mi amigo en la niñez casi; y es menester que V. lo sea también, ahora que ya voy para vieja. Precisamente eso me trae aqui

¿Cómo, señora? Exclamé yo, absorto al oir tales palabras.

Que vengo hoy aqui á que nuestra amistad se cimente en la estimación reciproca.

Basta ahora de conversación sobre ese punto. Interrumpió la Duquesa, entre burlas y veras.— Lo que importa es comer; que el pobre convaleciente debe estarse muriendo de debilidad.

Cinco minutos después , llevando mi Brigadier del brazo á Ce- cilia , y llevándome á Carmen , á pretexto de que no podia tenerme en pié, pasamos á otro saloncito inmediato, de orden de la Duquesa trasformado en comedor intimo, por decirlo así, para aquel solo dia. Un solo criado nos sirvió ala mesa, sin darnos

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lugar ni al deseo ; no se oyó sonar un plato ; no Imbo un solo mo- mento en que cada cosa no estuviese á punto y en su sitio. Los .manjares no fueron muchos, pero, en cambio, si delicados; los vinos , á excepción de una botella de Chambertin , para mi Briga- dier, que dice que el Burdeos es un chacolí francés, y el chacolí una vinagrada , fueron los que á dos señoras y un convaleciente convenían: Sauterne para el pescado, Rhin para el cuerpo de la comida, una copa de Champag*ne helado para el asado.

Muy dadas las seis, nos sentamos á la mesa; á las siete, ya ha- bíamos tomado café y estábamos otra vez los cuatro en el gabinete de los tapices. La Duquesa, no sin admiración mía, dijo á su criado al despedirle: «No estoy en casa para nadie.»

Casi estuve por exclamar , mentalmente se entiende : íí\ Encer- rona tenemos!» Como, sin duda, lo dijera amigo Simón en su metafórico lenguaje de jugador incorregible. Pero la curiosidad suspendió en mí, no menos el pensamiento que la palabra.

Mi Brigadier , usando de su exclusivo y personalísimo privilegio en aquella casa , fumaba silenciosamente su cigarro en un cómodo sillón á la VoUaire ; la Duquesa , sentada cerca de un velador de mosaico , hojeaba con distracción un álbum inglés ; Cecilia , sola en un confidente frontero al que yo ocupaba, parecía entonces más estatua que nunca ; y yo , como he dicho , cómodamente reclinado en mi confidente, aguardaba, con cierta inquietud, que alguno de los presentes se dignara iniciarme en el misterio de aquella entre- vista.

Hube , sin embargo , de esperar desesperándome , unos ocho ó diez minutos que tardó la Condesa en decidirse á entablar la con- versación, interpelándome bruscamente y con imperioso acento, en esta forma:

«¿Qué sabe V,, ó qué cree saber de historia, señor de Lescura?»

Carmen , dejando el álbum , volvióse hacia nosotros; ,D. Manuel miróme un instante, y siguió fumando; yo quédeme perplejo, oyendo bien las palabras, pero sin comprender su sentido. Res- pondí pues, turbado:

¡Yo, Condesa!.... ¿De su historia de V?.... (1).

(1) Para evitar la repetición de los nombres y atormentadas frases, escribo lo que sigue en forma dramática: C, significa Cecilia; D, la Duquesa; B, mi Brigadier; L, Lescura. í Xofa <lel fUn-nnel retirado.)

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G . ¿O de la que me haya forjado la mujer que V. sabe y nombrar no quiero?

L. Aseguro áV., señora, que basta proceder de tal origen, para que yo nada crea

C, Eso no es responderme , sino esquivar la cuestión ; y de- be V. comprender que he venido aqui, y rogado á Carmen que esta entrevista me proporcionara , con la firme resolución de poner las cosas en claro: si su padre de V. ó su pobre madre vivieran, tendrían derecho, como unos de mis mejores amigos, á pedirme, y yo necesidad moral de darles explicaciones sobre mi conducta.

Pues yo trasfiero á V, ese derecho. No quiero que el hijo de Isabel y de Fernando tenga la menor duda sobre la acrisolada honra de la hija y heredera del Conde de Roca-Umbría...

L. ¡Protesto á V., señora, que no la tengo!

C. ¡Eso no es verdad! ¡Eso no puede serlo!

D. Complazca V. á Cecilia , Lescura. Tiene derecho á exigirlo.

B. ¡No se haga V. de rogar, compañero!

Por mucho que me repugnara tener que decirle á una dama y cara á cara, cosas en verdad desagradables , compréndese que no me fué posible resistirme más tiempo; y, en consecuencia, referí lo más concisa y benévolamente que me fué posible compendiarlo, lo que, por la carta de Laura, sabia respecto á los amores y secreto enlace de D. Carlos de Guzman con la hija de Roca-Umbría.

Ella, durante mi relato , mirábame de hito en hito, como un juez pesquisidor al testigo importante que examina ; y de su impacien- cia é indignación sólo daba muestras en la violenta contracción de los músculos de su bello rostro , y en el incesante acompasado ba- tir el suelo con la planta del pié derecho.

Por lo que hace á la Duquesa y á mi Brigadier , mirábanse de cuando en cuando con la sonrisa del desprecio en los labios en unos pasajes, con la expresión de la ira en los ojos, en otros ; y yo ha- blaba más que como quien refiere lo que le han contado , con el mismo ruboroso embarazo que si fuese autor de aquella historia ó de aquella calumnia.

Terminado que hube, mis tres apasionados oyentes exclamaron» casi á un tiempo :

C . \ Con qué infernal habilidad me calumnia!

D. ¡Esa mujer es una hiena!

B. ¡Esa mujer es una... , hija de su madre!!

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¡Oh Laura, Laura!! ¿Quién me dijera, pocas semanas há, que en mi presencia se te maldeciria de ese modo , y que yo habia de oirlo y tolerarlo, sin protestar siquiera con un solo acento en tu de- fensa?

¿Pero qué podia yo decir ni alegar?

Pasado aquel primer momento de colérica emoción , Cecilia, ha- ciendo y con fruto , un visible esfuerzo para dominarse , tomó la palabra de nuevo, diciendo :

Lo peor de todo es que esa mujer, tomando de la verdad el fondo de su novela infamatoria, ha sabido hacerla hasta cierto punto verosímil.

L. Condesa: esta conversación afecta á V. penosamente, y también á que deploro haberla, bien á pesar mió, promovido. Excúsela V, si quiere, que yo, bajo mi palabra de honor pro- testo

C . No me basta eso: he venido á decirle á V. la verdad toda, y á decírsela en presencia de testigos de tal calidad, que su aquies- cencia sola baste para no dejar á V. la menor duda.

L. Pero si digo. Condesa, que no la tengo

C. ¡No importa! j Óigame V. , lo exijo!

Es verdad que , apenas salí del convento , conocí á Carlos en casa de Carmen , mi intima amiga , como lo era también de en- trambas nuestra compañera Isabel de Erice, su madre de V. Ella, en nuestra trinidad,, como nuestras condiscípulas nos llamaban, QY?i\Q.Mansedii,ml)re\ Carmen la Travesura ; yo, decían, q%e la Vo- luntad y la Fuerza. Ninguna de las tres teníamos madre; y al salir al mundo el mismo día, nos encontramos bajo la tutela de nuestros respectivos padres , todos hombres de honor y moralidad ; pero to- dos incapaces , como los más suelen serlo , de dirigir conveniente- mente á muchachas en nuestras circunstancias.

El padre de Carmen, gran señor palaciego, devoto y achacoso; el de Isabel , docto Consejero de Castilla, por sus continuas aunque sedentarias ocupaciones absorbido ; y el mío , que por la inflexible violencia de su carácter , siempre estaba en lucha encarnizada con- tra algo ó contra alguien ; los tres , repito^, hubieron de confiarnos respectivamente á la custodia y dirección , cual de una tía vieja y egoísta , y cual de un aya , ignorante ó fatua , y siempre desauto- rizada.

La Mansedumbre , sin embargo, acomodándose á su situación

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fácilmente, no tardó en hacerse á las mañas de su vieja tia; la Tra- vesura supo sacar partido discretamente de su Dueña , y yo sola , yo con mi Voluntad tan de hierro como la de mi padre, era la rebelde á todo yugo , y por tanto la más atormentada.

D. Di también que el tuyo era el más insoportable ; y añade, que solo respirabas cuando, por gracia especial , te autorizaban á pasar el dia Qn casa, con Isabel y conmigo.

C. \ Dias venturosos, por cierto, aquellos ! ¡ Con qué efusión nos referíamos nuestras domésticas contrariedades ! ¡ Con qué saaa de- clamaba yo contra mi aya ! ¡ Con qué gracia ponias en ridiculo á la tuya ! ¡ Y con qué angelical indulgencia disculpaba Isabel las impertinencias de su tia !

D. Y todo ello terminaba siempre en quiméricos proyectos de sublevación, al estrépito de alegres carcajadas proclamados, y pocas veces , que yo recuerde , puestos por obra ; hasta que apareció en escena, para soliviantarnos, otra Trinidad ^ pero masculina, de la cual tenemos aqui presente una persona importante , en la del señor Brigadier D. Manuel de Castel-Leon, mi amigo y dueño.

B. Y, años há, constante y resignada victima de la Travesura de Carmen cita.

D. Entendámonos : de mi Travesura á ratos; pero en el fondo, de los encantos de la Mansedumbre.

B. \ Por Cristo , no toquemos la cuerda sensible ! Ya este mozo sabe que su santa madre me dio calabazas ; con que hablemos de otra cosa.

C. Si; entonces conocimos aquellos tres amigos, llamados, en su tiempo, los inseparables) jóvenes como nosotras

B. ¡ Hum ! ¡ Hum ! Con algunos años de ventaja ó de contra, por nuestra parte. Yo, sobre todo, que soy el mayor de los tres, era ya Alférez , y más antiguo que Fernando una ó dos promocio- nes ; y eso que él no repitió nunca ningún curso , y yo si , más de uno. En cuanto á Carlos, bien sabe V. que no era todavía más que Distinguido en la Brigada Real de Carabineros.

C. Sea como quiera , jóvenes éramos entonces los seis ; muy jóvenes, casi niños ; y por mi comenzaron nuestras relaciones. Car- los me vio, no si en paseo ó en la iglesia, y prendándose de mí, desde luego se puso á seguirme á todas partes y á rondar mi calle dia y noche ; pero nunca ó pocas veces solo, V. lo sabe, Manuel.

B- Como que nunca nos separábamos; como que todo entre

304 mi:morias

nosotros era común ; y lo que á uno interesaba , era para los otros dos como cosa propia.

B. Yo decia entonces que, como otros roban, W. galantea- ban en cuadrilla.

C. , entonces como ahora , te burlabas de lo mismo que ha- ces y sientes, Carmen de mi vida. Pero, volviendo á mi historia, Lescura, casi inútil es decir á V, que, desde que vi á Carlos, le amé con pasión invencible ; que asi le he amado siempre y le amaré mientras viva; y, si Dios me lo permite, en el mundo de la eterni- dad le amaré ig-ualmente.

B. Y él á V. se lo pagó y se lo paga con toda su alma.

C. ¡No sé!

D. ¡Eres injusta, Cecilia!

C. No , Carmen , no ; pero no creo que los hombres pueden nunca amar como nosotras lo hacemos, cuando de veras amamos. Tienen profesión , tienen negocios , toman , por inclinación ó por necesidad , una parte demasiado activa en la vida social , para que puedan como nosotras, á quienes la aguja «ola reclama, y aun esa no en nuestra clase, consagrarse exclusivamente á un afecto. Car- los estaba, ha estado , y aunque en nuestra edad parezca ridiculo, está todavía enamorado de mí, yo te lo confieso, porque lo creo; y sin embargo , ese amor no es el exclusivo objeto de la existencia de Carlos , como el suyo lo es de la mia.

B. Muchas filosofías son esas para , Cecilia. Lo cierto es que Carlos no ha pensado nunca en mujer ninguna más que en V.

C. Con una sola y deplorable excepción, amigo Castel-Leon.

B. Aprensiones de V. , Sra. Doña Cecilia.

C. No hay aprensión que valga cuando media la certidumbre, y esa la tengo por confesión del culpado mismo. Pero eso vendrá en su tiempo y lugar: ahora lo que necesito decir á Lescura es que , simultáneamente , se entablaron mis amores con Carlos y los de Isabel con Fernando, siendo de entrambas parejas confidentes y cómplices, puede decirse, Carmen y Manolo, como entonces llamá- bamos al hoy respetable Brigadier aquí presente. Durante algunos meses bogamos viento en popa y mar en bonanza. Aya, Tia y Pa- dres fueron engañados y burlados , merced á los ingeniosos artifi- cios y discretas invenciones de nuestra Travesura. De dia nos veía- mos de lejos, ya en el Prado, ya en misa ; de noche, alguna vez en el teatro...

DE UN CORONEL RETIRADO. 3C^

D. Las más á la reja para pelar la pava, mientras yo cuidaba, dentro de casa, de que nadie os sorprendiera; y Castel-Leon, en la calle , velaba para apartar de ella á todo importuno , administrán- dole, sin hacerse de rogar, una buena cuchillada al que, por su mal se obstinaba en no mudar de camino.

B. Era mi obligación.

D. Diga V., Manuel: ¿Por qué no nos enamoramos nosotros también?

B. ' \ Pregunta V. unas cosas , señora! ....

D. Si la pregunta le parece á V. extraña , veamos si la res- puesta le contenta. No dimos en enamorarnos, señor mió, porque, desde el primer instante de nuestras relaciones, nos tratamos y con- sideramos como dos camaradas , ambos confidentes de amores aje- nos y ambos igualmente extraños al sentimentalismo. Supongo- que no le pareci á V. fea...

B. Ni mucho menos.

D. Y yo confieso que V. era un buen mozo de veras; pero, en suma , nos vimos siempre en prosa y no al través- de ese mágico prisma que todo lo idealiza.

B. Me parece, Carmen, que estamos interrumpiendo á Cecilia. D. Tiene V. razón. Perdona, y prosigue, amiga mia.

C. Todo iba bien, como decia, en nuestros amores, aunque en el horizonte de los mios con Carlos, las esperanzas de un feliz des- enlace mostrábanse más que remotas. Por mi desgracia, era yo la sucesora de mi padre en mayorazgo , titulo y grandeza ; y Carlos, aunque de tan buena familia como la mia , y no sin medios propios de subsistencia , no era realmente boda para una muchacha de mi posición social. Teníamos, pues , y tuvimos que encomendar nues- tro destino á la Providencia , esperando que ella nos allanase el ca- mino á los altares ; y entre tanto , no sin envidiar su dicha , asisti- mos todos al enlace de Isabel y Fernando , casi niños ambos , pero cuyas familias, las dos importantes en Navarra, y en el caudal como en la nobleza equilibradas, se hablan fácilmente entendido para unirlos.

B. El viejo D. Pedro, ya retirado, benefició una compañía de infantería para Fernando , que se cruzó de Alcántara al salir del cuerpo.

I). ¡ Bien bailé en la tal boda ! ¡ Todavía me acuerdo !

C- Sus padres de V. , Lescura, apenas casados, partieron para

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Pamplona donde estaba de guarnición el regimiento de Fernando Esto era en los primeros dias del ano de siete.

B. En cuyo penúltimo mes nació este mozo.

G. Y comenzaron también mis desventuras. Mi presentación en Palacio hizome ser conocida por el Favorito ; y su antojadiza con- dición á él, poner en mi los atrevidos ojos. Por más que su Laura de V. diga, es mentira, mil veces mentira, que yo diese ni remo- tamente , no digo lugar, pero ni pretexto siquiera , á que aquel hombre con sus infames deseos me insultara. Ni siquiera los eché de ver, hasta que me los insinuó mi Aya (no mi doncella , como se ha dicho), corrompida por las dádivas del seductor, y aconsejada por un malvado que, en mi casa y vida, desempeña desde entonces el papel de Satanás mismo.

D. No digo que no sea diablo, Cecilia; pero ha de serlo de baja ralea.

B. De la de los lacayos de los diablos más viles, indudable- mente.

L. Deben VV. aludir, sin duda, al hombre infame á quien co- nocí con motivo de su frustrado duelo con D. Carlos, y de quien sospecho que, ya dos veces, me ha denunciado calumniosamente á la Policía.

C. Al mismo, Lescura , al mismo villano nos referimos.

L. Pues confieso á V. , Condesa, que estoy más que curioso de saber de ese canalla algo más de lo poquísimo que hoy conozco.

G . Gervasio Pérez es hijo, legalmente, de un bodegonero de Zamora , cuya mujer se dice que le parecía bien á un tío de mi padre , que fué , siendo Mariscal de Campo, Gobernador militar de aquella plaza , allá por los años de ochenta y tantos del siglo pa- sado. Que el buen señor, á pesar de sus sesenta del pico , gustaba de la hermosa figonera , no admite duda ; que ella , que era muy alegre de cascos , le daba cuerda al viejo , se lo he oído decir mu- chas veces á mi padre ; y que , en fin , mi respetable tío sacó de pila (con escándalo de toda Castilla la Vieja) al susodicho Gerva- sio , consta oficialmente de su partida de Bautismo.

B. Si no la ha forjado él ; porque, de veras, me parece imposi- ble que ese malandrín esté bautizado.

G. A la muerte del tío , mi padre , su heredero universal , re- cogiendo al Gervasio de la casa de sus padres , que sin dificultad se lo entregaron , púsole en uno de los colegios de los Escolapios en

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Madrid, donde le tuvo educándose hasta cumplirlos diez y seis años. No fueron rápidos ni grandes sus progresos : pero tampoco pudo de- cirse que fuera rudo ó desaplicado. Su inteligencia no pasaba del nivel más bajo de la medianía ; su instrucción, cuando mi padre se lo trajo á casa en calidad de paje, bastárale para ordenarse tal vez, pero no anunciaba un sabio ni un filósofo. En cuanto á su carácter y moralidad ya entonces , he visto entre los papeles de mi pa- dre , una curiosísima nota del director de los estudios de la Escue- la Pia , que termina con estas palabras , que de memoria: «Gervasio es más sagaz que inteligente ; menos valeroso que agre- »sivo ; poco ascético , aunque á la superstición inclinado. Incapaz »de afectos tiernos , pero sensual hasta el delirio ; codicia riquezas, »y no ambiciona honores , más que por envidia de los que los al- »canzan. Temo que él nunca será nada, pero que hará á los de- »más mucho daño.»

Sin duda el padre Escolapio que tal escribió, estaba, al hacerlo, por el don de profecía iluminado. Cuando yo salí del convento, Gervasio tenia ya de veinticuatro á veinticinco años , y era el se- cretario particular, el confidente , el ojo derecho de mi pobre pa- dre. Conmigo, aquel mal eng'cndro comenzó por mostrarse servil- mente humilde y empalagosamente cortesano. Recibíle, tengo que confesarlo , con el soberano desden que instintivamente me inspi- ran los parásitos todos ; pero él , sin desanimarse por ende , antes bien cada día con mayor rendimiento, dio en aparentar que se creía mi amigo y tratarme en consecuencia. De su no deseada in- timidad fué la primera muestra revelarme, el muy villano, que se creía hijo de mi tio , ó lo que es lo mismo , revelarme , sin necesi- dad ni vergüenza, la fragilidad supuesta de su madre, y envane- cerse de ella.

L. ¡Monstruo! ¿Así escarnecía á su propia madre?

O . Precisamente en hacerlo estribaba su mejor título al favor del Conde de Rocaumbría que , á juicio , creyó siempre que el hijo de la Bodegonera zamorana lo era , en efecto , del General Pimen- tel , quien , á su vez , murió en la persuasión , un poco aventurada á sus años, de dejar en Gervasio un espurio vastago.

D. Yo creo , Cecilia , que ese tunante se enamoró de desde luego,

G. Pues te engañas, Carmen. Eso vino más tarde; cuando Gervasio llegó á descubrir mis amores con Carlos. Y, al decir que

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eso vino más tarde , me expreso mal : Grervasio no se enamoró , ni puede enamorarse ; Gervasio me deseó asi que supo que mi corazón tenia dueño; y, al desearme, comprendió que casarse conmig-o seria hacer su fortuna y elevarse á una altura para él fabulosa.

B. Yo tenia entendido que , por entonces , ese menguado no se atrevió á declarar á V. su temerario deseo.

G. Y asi es la verdad. Lejos de declararse mi amante, pareció aspirar solo á ser mi confidente.

L. ¿Tuvo V. la debilidad de revelarle sus amores?

C. Él los sabia, y yo ni pude ni quise negárselos; pero cometí el error de confesarle de plano la verdad toda ; y el más grave de confiar en la promesa que , bajo juramento , me hizo , no sólo de ocultar aquel secreto á mi padre , sino de ayudarme en cuanto pu- diera.

B. De resultas de lo cual , Carlos consintió en ponerse de acuer- do con el infame de Gervasio , y yo descendi hasta estrechar su mano en la mia , y considerarle mi amigo ! j No me lo perdonaré nunca, por muchos anos que viva !

G. Por datos posteriores , á no poderlo dudar, el plan dia- bólico que el perverso Gervasio formó entonces. Convencido, en pri- mer lugar, de que yo amaba de veras á Carlos; y, en segundo, de que mi padre , dadas las circunstancias del momento , jamás con- sentirla, aunque yo lo quisiera , en el enlace de su hija con el pu- tativo vastago de un bodegonero , propúsose , para facilitar el lo- gro de sus deseos codiciosos , reducirnos á la hija y al padre á con- diciones tales de infamia, que tuviésemos que aceptarle á él un dia, no solo con gratitud, sino como nuestro redentor único. Figúrense VV., por un momento, que Cecilia Pimentel hubiera consentido en ser la dama del Favorito , y comprenderán que Gervasio calculaba bien á su manera, suponiendo que, para encubrir hasta cierto punto mi deshonra, mi padre y yo tendriamos que consentir, agradecidos, en que con su mano y nombre me honrase el bastardo de la bode- gonera. A su vez el omnipotente Valido, ¿cómo no habia de en- cumbrar y enriquecer al complaciente encubridor de sus torpes apetitos? Gervasio Pérez, pues, iba á conseguir, favoreciéndolos designios del Favorito, separarme de Carlos; vencer los escrúpu- los de mi padre ; hacerme suya ; y elevarse él adonde nunca so- ñarlo pudo.

L. ¡Asombran tanta infamia y maquiavelismo tan inmundo!

t)E UN Coronel retirado. 309

D. Bien dijiste , Cecilia, que el Escolapio fué profeta al juzgar á Gervasio.

B. Ni Judas mismo está en los profundos infiernos con más motivo, que ir allá merece ese malvado.

G ¡ Dios le ha permitido , como al infernal espiritu que le ins- pira le permitió respecto á Job , perseguirme sin tregua ni miseri- cordia durante largos años, reduciéndome á veces al extremo de la infelicidad moral ! ¡ Pero, bendita sea su misericordia ! Nunca hasta ahora y nunca hacerme olvidar de quien soy, ni de lo que debo á la ley divina y á la honra de mi nombre.

D. \ Pobre Cecilia !

O. y Castel-Leon recordáis, sin duda, pero Lescura ignora ciertos pormenores importantes de lo ocurrido, cuando mi honrado y colérico padre lleg-ó á saber que el Favorito me solicitaba , y ha- bla ya sobornado á mi aya y á mi criado de librea, para que aque- lla me corrompiera , y el último trajera y llevara recados y bille- tes. ¿Quién le reveló al Conde aquel infame comercio? Mucho tiempo he creido que Gervasio ; pero, entre los papeles de mi padre que á su muerte vinieron á mi poder, hallé las pruebas de lo con- trario. Un anónimo de letra femenina, en efecto, contiene la de- nuncia de la trama por el Favorito urdida , la revelación de mis amores con Carlos, y una alusión masque transparente al Secreta- rio, suponiéndole hasta cierto punto encubridor, si no cómplice, en uno y en otro asunto. Por el estilo , por los pormenores palacie- gos que en aquel escrito abundan , y por otras muchas circunstan- cias, creo firmemente que es ajeno á él mi perseguidor, á cuyos fi- nes , por otra parte , no convenia por el momento que tan pronto estallara el rayo sobre mi cabeza. Como quiera que sea, mi padre, apenas recibido el aviso , sorprendiendo infraganti al aya y lacayo infieles , hizo de ellos sumaria y severa justicia , y conmigo dio de la noche á la mañana en las Salesas por segunda vez ; pero enton- ces , no ya como colegiala , sino como reclusa , y muy especial- mente recomendada á la vigilancia de las religiosas.

Con Gervasio tuvo también una escena violentisima , llegando, según mis noticias , hasta á castigarle corporalmente con el bastón.

B. Lo que el Conde debió hacer entonces, fué matarle á palos. . .

C. Es indudable que algunos recibió de su mano, Gervasio, en- tonces, í >'J'i h:.

310 ESTUDIOS

L. ¿Aceptándolos, sin duda, con grandeza de alma?

C. Aceptándolos por cobardía ; pero con firme propósito de to- mar de ellos traidora, larga y cruel venganza. Por el momento su villana humildad , sus hipócritas lágrimas y sus falsos juramentos, lograron convencer á mi padre , cuya penetración no era excesiva, de que su secretario estaba inocente en todo ; y lo que es más , de que debia devolverle, como lo hizo , y para siempre , y absoluta- mente , toda su confianza.

D. Es singular, y sin embargo constante, que los más de los hombres se fien precisamente de aquellos que , por su bajeza misma, son con evidencia los mas indignos de toda confianza.

C. Como saben VV., á muy poco de habérseme encerrado en el convento , salió mi padre, dejándome en él , para un destierro.

B. Y Carlos, desesperado y delirante, cada dia formaba un nuevo proyecto más extravagante , más imposible que los ante- riores, para rescatar á V. de su cautiverio, casarse de secreto y huir adonde Dios quisiera. La ausencia de Fernando, cuyo buen juicio nos hubiera sido entonces útilísimo, dejónos solos, para hacer frente á dificultades insuperables, á Carlos loco de amor, y á mi loco y violento, sin necesidad de motivo alguno : pero aún así y todo , quizá hiciéramos algo de provecho , á no ocurrírsenos en hora menguada, la estúpida idea de confiar nuestros pla- nes

L. ¿Al Gervasio?

B. ¡Usted lo ha dicho, niño! Al Gervasio, que, dejado en Ma- drid por su amo , más para espiarnos que para cuidar de su casa y papeles , vino á buscarnos , á vendérsenos por amigo y á ofrecernos su ayuda y valimiento. ¿Qué habíamos de hacer? El convento era una fortaleza para nosotros inexpugnable. Bien guardado siempre, lo estaba mucho más entonces , tanto por las recomendaciones del Conde respecto á su hija , cuanto por el espontáneo celo en ese punto de las relig-iosas ; y siendo la base de cualquier cosa que intentáramos, ponernos de acuerdo con Cecilia, ¿cómo podía ocur- rírsenos rehusar la cooperación del bribón del bodegonero bas- tardo, que nos ofrecía hacer llegar á manos de la reclusa un billete de Carlos, y traernos también la respuesta? Aceptamos, pues; escribió Carlos; tomó el traidor la misiva, diciéndonosque la haría pasar por carta del Conde á su hija ; y á los tres días nos trajo, en efecto, la prometida respuesta.

DE UN CORONEL RETIRADO. 811

C, Lo singular es , ó más bien parece ser, que realmente el billete de Carlos llegó á mis manos por conducto de la religiosa lega especialmente encargada de mi custodia, y por el mismo pasó mi respuesta. La buena de la monja creia que se trataba realmente de una correspondencia entre padre é hija.

B. El muy canalla, lo que queria era cog-ernos á todos en la misma trampa; y, sobre todo, comprometer á V. y á Cecilia con el público ; y para ello era preciso que las cartas fueran y vinieran como él lo dispuso. Nuestro plan era tan sencillo como atrevido.

D. Y añada V. : como ingenioso , que también la Travesura reclama en él su parte.

La conversación prosiguió sin interrumpirse , pero mi cabeza y mi mano, ya fatigadas, me obligan á dejar para otro dia su con- tinuación en este Diario.

XX.

CATÁSTROFE DE LA CONJURACIÓN.— MOTÍN DE ARANJUEZ.

NUEVA PERSECUCIÓN DE ROCA-UMBRIA Y NUEVAS MALDADES DE SU SECRETARIO.— ALZA- MIENTO DE ESPAÑA.— EL CONDE AFRANCESADO.— GERVASIO TRAIDOR Y POLIZONTE.

(Madrid 13 de Octubre.)

En efecto , Carmen ( replicó mi Brigadier á la Duquesa ) , con V. , nuestro muy querido camarada, consultamos siempre Carlos y yo todos nuestros planes; y á V. debimos cuanto pudo haber en ellos de ingenioso! Pero ha de confesar V. que cayó también, como nosotros, en las redes del tunante de Gervasio.

D. Por confesado, mal que me pese; y prosiga el cuento.

B. Pues, como todo Madrid abominaba entonces al Favorito, y los ánimos estaban exaltadísimos, especialmente entre los Guardias de Corps, fanáticos partidarios del Principe de Asturias , en quien España entera libraba sus esperanzas de mejor Gobierno , el des- tierro del Conde de Roca-Umbria , y la reclusión de Cecilia que se atribuyó , aunque sin razón , al Valido mismo , fueron aconteci- mientos, en primer lugar muy ruidosos y murmurados en la Corte y en la Villa ; y en segundo , que hicieron del padre y de la hija dos víctimas "al público muy simpáticas. A Carlos le ha dado siempre por lo político , y sobre todo por lo liberal desde que tiene

312 Memorias

uso de razón, y aunque muy joven en la época a que nos referí-mos, estaba ya en relaciones bastante íntimas con una pandilla de poetas de que era cabeza, bandera y profeta D. Manuel José Quintana, el polo opuesto , no bien por qué ni tampoco rae importa , del Abate Moratin , cuyas comedias me gustan más que su conducta antes y después del levantamiento del Dos de Mayo. También su padre de V, , Lescura, era de aquellos copleros, y todavía recuer- do que él y Carlos volvieron con fiebre de la pradera que se llama hoy del Canal , cierto día que allá los llevó Quintana, con otros de su estofa misma, á oir la lectura que les hizo de su Oda a Padi- lla (1). Digo todo eso para que Lescura comprenda cómo la perse- cución del Conde y el encierro de Cecilia tomaron cierto carácter político, y el sentimiento público se puso de parte nuestra, al me- nos en cuanto á maldecir y abominar á los que entonces lo podian todo. Contábamos, en consecuencia, con el general asentimiento; y creímos en nuestra buena fe de jóvenes, que, llegado el caso, sus simpatías habían de convertirse en declarada protección. Lo que nos proponíamos era muy sencillo. Gervasio nos dijo, y era verdad, que á Cecilia solo se le permitía pasear para que la falta de ejercicio no perjudicara á su salud, una ó dos horas al anochecer, en la huerta del convento ; cuyas tapias, enormes de altura, dan al soli- tario paseo de Recoletos.

O . Las Religiosas no querían, y con razón, que sus educandas se enterasen de que había en el monasterio una muchacha reclusa por motivos de galantería. Teníanme , en consecuencia , absoluta- mente incomunicada con mis antiguas condiscípulas ; y, hasta que ellas se recogían por la tarde, no me dejaban salir á la huerta, es- coltada por la lega, mi carcelera, á dar el paseo consabido.

B, Partiendo de ahí , formamos nuestra composición de lugar para sacar á Cecilia del convento y llevarla

D. A la quinta de su propiedad hoy, y entonces de la de mi padre , llamada del Consuelo-rústico ; á la cual yo , á pretexto de no recuerdo ya qué enfermedad que requería los aires del cam- po , según el complacientísímo médico de casa , me hice enviar con mi aya.

(1) En efecto, Quintana leyó, un dia del año de 1807, á sus amigos, entre lüs cuales D. J. N. Gallego y el padre del Editor de estas Memorias , la mag- nífica Oda que aquí se cita, en la pradera del Manzanares , no atreviéndose á leér'sela en su propia casa. (Nota del Editor.)

DE UN CORONEL RETIRADO. 213

C . Si ; allí liabias de acogerme y ocultarme ; allí, uu clérigo más interesado que escrupuloso, debia uiiirnos en lazo indisoluble á Carlos y á ; y de allí estaba dispuesto que emprendiésemos la fuga á Portugal ó á Francia, con el poco dinero que entre todos, es decir: entre el mismo Carlos, Manuel y tú, pudisteis reunir al efecto.

B. No olvide V., Cecilia , que Fernando, aunque ausente, con- tribuyó al fondo común, enviándome una letra de cien doblones, en respuesta á la carta que le escribí enterándole de lo que pasaba.

D. Poco más de mil pesos reunimos, y se nos figuraba poseer un inagotable tesoro.

C . Teníamos el de la fe en la amistad y el amor, que vale más que ninguno,

B. Sf, cuando lo necesario para vivir bien no falta. Pero va- mos á nuestro cuento. Lo primero que naturalmente se nos ocur- rió fué escalar las tapias de la huerta del convento, de enorme altura como ya lo he dicho: pero que, con más ó menos riesgo, Carlos y yo hubiéramos podido salvar al cabo. Ofrecíase también Cecilia á trepar valerosa por la escala (que no podía menos de ser de cuerda): mas con tal evidencia eran, la ascensión primero y luego el descenso peligrosos, aun para un volatín de oficio, que, en consejo constituidos, Carmen, Guzman y yo, acordamos por unanimidad que sería cruel, sobre absurdo , pensar siquiera en tal cosa. Yo entonces, propuse que con el zapapico ó la pólvora (tales eran, en aquella época, mis ideas de prudentes y realizables ) , abrié- semos brecha en la maldecida tapia ; y, no sin dificultad, se me hizo comprender que tanto valiera asaltar de dia el monasterio, como si fuera castillo de moros. En tal perplejidad estábamos, cuando el Demonio en persona vino á sacarnos, al parecer, del apuro.

L. ¿Gervasio, mi Brigadier?

B. \ Cabal ! Gervasio , al cabo de seis ú ocho días que nos dejo el gran bribón para devanarnos los sesos buscando en vano el me- dio de penetrar en el convento , preséntesenos á decirnos que había ganado, á fuerza de oro, á un mozo del hortelano de las monjas, y obtenido de él, que la noche por nosotros designada, nos abriría puerta falsa de la huerta, destinada exclusivamente á la entrada y salida de los que la cultivaban. Poco nos faltó á todos para abra- zar y besar al traidor , cuya infernal astucia no podíamos ni si- quiera creer posible. En fin, señalamos dia, ó más bien noche

TOMO £11 ¿1

314 MEMORIAS

y hora; escribimos á Cecilia , que, como pudiera, retardase la salida á su ordinario paseo , y luego prolongara este lo bastante para en- contrarse todavia en la huerta á las siete de la noche.

D. (A Lescura.) Advierta V. que estábamos á mediados de Noviembre , época en que el sol se pone á las cinco menos cuarto de la tarde, y el cielo está de ordinario nublado.

G. Contábamos también con lo solitario y no muy seguro en- tonces, ni aun ahora (1830), asi que el sol se oculta, de los alre- dedores de la Puerta de Recoletos.

B. Y sobre todo, con que la oscuridad absoluta de aquel pa- raje y lo desabrido ya de la estación, no daban lugar á temer que paseantes de ningún género nos importunasen. En el páramo que de la puerta afuera se tiende , tan árido , tan desprovisto de vegeta- ción como los desiertos del África, teníamos, en uno de los pocos teja- res que entonces constituían la triste y única población del campo que toma su nombre de la Fuente Castellana ; teníamos , digo , en- ganchada y pronta á partir una especie de silla de posta, que de la quinta en que Carmen nos esperaba trajimos. Dos guardias de Corps, amigos míos, y que, sin preguntar de qué ni de quién se trataba, se prestaron con entusiasmo y hasta con gratitud, á auxiliarme así que les dije que iban á servir á dos amantes y jugarle una mala partida al aborrecido Favorito, escoltaban la silla á caballo, bien armados y en traje de contrabandistas. Carlos vestía uno de va- quero , de los que traen á encerrar los toros á la plaza de Madrid, y yo el de un Manolo de la época, con mi enorme sombrero de tres picos y mi gran capa de color oscuro. A la hora convenida, todo el mundo estaba en su puesto , comenzando por el infame Bodego- nero , cuya turbación, ó por mejor decir: cuyo miedo atribuimos Carlos y yo , no á su verdadera causa, sino á lo grave y realmente arriesgado de nuestra empresa : porque, en efecto, requeríanse toda la pasión de Carlos y toda la falta de juicio de los que le auxiliá- bamos, para cometer la triple temeridad de asaltar un monasterio, arrebatar de él una edudanda ó reclusa, y llevarse la hija y heredera de un Grande de España, sin más ceremonia que tomarla de la mano; y todo eso realizado por cuatro militares casi imberbes ; y todo eso hecho en los dominios de un Rey absoluto, en su corte, y en las barbas mismas de los señores del Consejo Supremo del Santo Oficio.

D. Entonces, sin embargo, la cosa nos parecía lo más natu- ral, lo más lógico y lo más justificado del mundo.

DE ÜN CORONEL RETIRADO. 315

B. Eu fin , Gervasio estaba visiblemente atribulado y teme- roso, pero en su puesto, es decir: á nuestro lado, y provisto (nos dijo) de la llave de la puerta falsa de la huerta, al dar los tres cuartos para las siete. Carlos, sin proferir palabra, paseábase frente á las tapias , por el lado á ellas opuesto , y en el sitio donde después se ha establecido la Veterinaria. Gervasio, á la sombra y apoyándose en el tronco de uno de los álamos del paseo , tendia la oreja como el escucha en campaña ; y yo piafaba, yendo de uno á otro , fumando cigarro tras cigarro y contando los instantes por los latidos de mi corazón, con impaciencia febril. Trascurrieron uno á uno, los quince minutos que faltaban para las siete con esa impasible regularidad con que el tiempo nos mide placeres y dolo- res; y no qué reló de torre dejó oir, al fin, la primera campanada de la suspirada hora. Carlos y yo, movidos por un mismo espíritu, acercámonos al Gervasio, que permanecía inmóvil bajo el álamo, como si fuera sordo ó no le importara tanto como á nosotros la hora.

¡Hola, camarada! le dije: ¿vamos?

9 Adonde? Me preguntó, volviendo en si con un sobresalto que no comprendí, y ahora me parece muy natural. ¿Cómo adonde? Repliqué mohino.

i La llave, Gervasio, y vamos á la huerta! nos interrumpió Carlos, perdiendo ya su habitual paciencia.

¡ Ah , si ! exclamó el Galalon hipócrita ; \ la llave , y á la huerta !

Y, diciendo y haciendo, echó á andar apresurado delante de nos- otros , más con la prisa del que huye , que con la resolución del que al peligro va con ánimo entero.

Creo , no obstante , que el deseo de hacer mal , y la próxima y de sobra fundada esperanza de conseguirlo , inspiraron al per- versó, si no valor precisamente, porque no quiero concederle á un canalla de su especie esa prenda del hombre honrado , al menos la audacia que en los malos la suple. Abrió, pues, con más sereni- dad que hasta entonces mostrara, la puerta á que llegamos; abrió- nosla de par en par; y, con acento de irónica deferencia, nos dijo, cediéndonos el paso : «¡ Adelante, caballeros! »

Carlos, que esperaba conquistar allí la mano de su amada, no se hizo decir dos veces que pasara ; y yo , que no tenía más fin que ayudar á Carlos , seguíle ciegamente.

La huerta , cuando los dos la pisamos , estaba oscura y al pare-

316 MEMORlAti

cer solitaria; mas no por eso nos detuvimos. Suponiendo que Ceci- lia , por no alarmar á su carcelera antes de tiempo , se estaria pa- seando á la parte opuesta , lanzámonos , el uno en pos del otro y sin volver atrás la cabeza , por la primera calle de las de aquella plantación que á mano hallamos. Yo , sin embargo, á retaguar- dia un ruido sordo á que no di por el momento importancia , y que procedía nada menos que de haber Gervasio cerrado con llave la puerta por donde habíamos entrado.

Z. ¿No entró él con VV.?

B. Guardóse de ello, como querrá en vano, guardarse de en- trar por las puertas del infierno , adonde sin duda le han de lle- var sus maldades.

Z. Perdone V. que le haya interrumpido ; y por Dios prosiga, que estoy con el alma en un hilo.

B. En brasas la tenía yo mientras caminamos (que no fué mucho tiempo) por la huerta adelante, sin ver á nadie, sin oir una voz , sin hallar rastro ni remoto de Cecilia , ni de su lega , y sin dirigirnos tampoco la palabra el uno al otro. Así anduvimos como doscientos pasos por las calles de la huerta, hasta dar en su noria, situada en un artificial altozano , y rodeada de unos cuantos árbo- les frondosos como todos los que el agua tienen tan próxima. Allí, haciendo alto, mirámonos el uno al otro, como preguntándonos re- ciprocamente : « qué significa esto ? ¿qué hacemos? Pero, antes de que pudieran nuestros labios formular respuesta alguna, hallámo- nos cercados, envueltos , sujetos-, y presos en fin, por una cohorte de fantasmas , al parecer por la tierra abortados , y que, silenciosos como la muerte , pero robustos como atletas y hábiles como verdu- gos , instantáneamente nos tuvieron amordazados y esposados , ó lo que es lo mismo, en la imposibilidad de servirnos de las armas, de nuestros brazos y pies , y hasta de lamentarnos de nuestra des- dicha.

Z. Pero ¿y Cecilia?

C. Cecilia estaba entonces, bajo llave, en su solitaria celda, mesándose el cabello , llorando más de ira que de pena , temblando por el que amaba, y maldiciendo su propia suerte. Aquella misma tarde, la superiora del monasterio, avisada sin duda por el traidor Gervasio de cuanto para mi evasión estaba dispuesto, fué á mi celda, y después de reconvenirme como puede V. figurarse, inti- móme que desde aquel momento quedaba incomunicada, y no

DE UN CORONEL RETIRADO. 317

áialdria (le la celda hasta que S. M. (no mi padre) resolviera lo que habia de hacerse con tan rebelde y temeraria criatura. Y, en efecto , Lescura , más de siete meses consecutivos pasé encerrada, sin más trato que el de la superiora , el de la lega que me asistía, y el del confesor á cuyos pies y en hora extraordinaria, me lleva- ban una vez cada quince dias. ¡ Siete meses estuve presa é incomu- nicada! Y sabe Dios cuánto tiempo lo hubiera estado, á no ocurrir los sucesos del Dos de Mayo y la revolución en que mi padre tomó, por desdicha, el partido del Rey intruso.

B. Pues mientras V. se estaba presa en su celda , á Carlos y á nos sacaban los esbirros en hombros, como dos fardos de azúcar, de la bienaventurada huerta , y por la puerta misma por donde en mal hora entramos en ella. Metiéronnos en un coche délos de tumba y sopandas, tirado por muías tan negras como la caja y las rue- das de aquella fúnebre máquina , entrando con nosotros cuatro de los aprehensores , armados y recelosos como si condujeran dos ti- gres recien cazados . Púsose , no sin dificultad , el vehículo en mo- vimiento, y comenzamos á caminar, sintiendo apenas las pisadas del tiro , y menos el choque de las ruedas contra el pavimento de las calles, si es que por las calles fuimos, que, en realidad, aun hoy no puedo con certeza afirmarlo ni negarlo. Lo que es que estu- vimos caminando más de una hora, sin que nuestros conductores profiriesen una sílaba, ni su exquisita vigilancia se relajase un solo instante. En cuanto á nosotros, las cuerdas en los pies, las espo- sas en las manos, y las mordazas en los labios, nos reducían al pa- pel de autómatas en lo externo , si bien de autómatas para su ma- yor desdicha de sentimiento dotados. Llegamos, en fin , á nuestro destino. Entró el coche en un vasto zaguán, cuyas puertas se cer- raron detrás de nosotros ; sacáronnos del carruaje , como en él nos habían metido, á guisa de fardos; y, subidas algunas escaleras, crugieron cerrojos y llaves , abrióse una maciza puerta de planchas de hierro revestida , y entramos en una especie de salón, lúgubre- mente iluminado por una lámpara de aceite colg-ada del techo , y dos velas de sebo que ardían perezosas sobre una mesa con tapete verde, que al fondo de la habitación se divisaba, A ella estaban sentados dos hombres de fisonomía vulgar y dura, hojeando unos libros en pergamino, que debían ser los registros de aquella cárcel; y que apenas se dignaron volver las cabezas para mirarnos. A ellos, sin embargo, mientras el portero de golpe cerraba de nuevo

318 MEMORIAS

la puerta por donde habíamos entrado , se dirigió el que parecia ser jefe de nuestros aprehensores , probablemente para decirles quiénes éramos los presos, j por qué lo estábamos. Los de la mesa escribieron algo , cada cual en su libro ; luego el que alli nos con- dujo dióles á leer un papel qife sacó del bolsillo; y en seguida se procedió á registrarnos los bolsillos j personas, con una habilidad minuciosa que demostraba la práctica de aquellos hombres en tan villano oficio. Dichosamente hablamos tenido la precaución de no llevar con nosotros papel alguno , y el dinero teníalo Carmen en su poder. Quitándonos, pues, solamente alguna docena de duros que entre los dos llevábamos por junto; y, terminado el registro, desli- gándonos las piernas para que caminar pudiésemos, condujéron- nos sendas parejas de esbirros , cada cual á su calabozo distinto, en lo interior de aquel vasto y tenebroso recinto. Z. ¿Estaban VV. en la Inquisición?

B. Lo ha adivinado V. : en las cárceles de la Suprema , en la calle del mismo nombre (1).

C. ¡ Qué horror !

B. En cuanto á las consecuencias posibles . y aun probables, de nuestra fechoría, en aquel terrible tribunal, razón tiene V. de sobra: pero por lo que respecta á la prisión, tranquilícese V., que no la tuvimos peor ciertamente que en cualquiera otra cárcel se- glar la tuviéramos entonces. Nuestros calabozos no eran precisamen- te gabinetes como este, pero tampoco mazmorras tenebrosas, ni som- bríos lugares por la humedad corrompidos. Lo que á otros les pasaría, no lo sé: pero que, á Carlos y ámí, nos trataron en la In- quisición acaso mejor que lo hubieran hecho en la cárcel de Corte.

I). No estaban VV. allí por causas de fe: todo ello se reducía á una gran calaverada, que solo caía bajo la jurisdicción del Santo Oficio porque en el recinto de un convento de monjas era donde el rapto de una pobre reclusa se había intentado. A mayor abun- damiento, cierto agente del Favorito, que, acaso sin saberlo aquel, había sido cómplice de Gervasio en todo el negocio, apenas fueron VV. capturados, puso el hecho en conocimiento de su patrón, y aquel hombre que nunca fué cruel , preciso es hacerle esa justicia, he sabido yo que intervino eficaz y útilmente para que no se les maltratara á VV. , y lo que importó más , también para que , evi-

(1) Hoy de Isabel la Católica.

DE ÜN CORONEL RETIRADO. 319

tando el escándalo , todo ello acabase como no necesito decírselo h quien tan bien lo sabe.

B. En efecto , al cabo de treinta dias de rigorosa incomunica- ción , eso sí, pero de soportable trato, salvos la frecuencia con que nos hacían comer de vigilia , el mutismo del calabocero , la abso- luta falta de noticias de cuanto j cuantos podían interesarnos , y el tedio de no consentírsenos otros libros que un Devocionario y la vida del Santo del dia , lecturas muy provechosas , mas para únicas poco entretenidas ; al cabo , digo , de un mes de incomunicación allí, "sin que nadie nos dijera ni preguntara cosa alguna, llegó una noche en que nos sacaron de nuestros respectivos calabozos, y previa una severa y docta amonestación de uno de los Consejeros déla Suprema, nos remitieron á la Capitanía general de Madrid. Allí, con otra peluca para cada cual, en estilo menos teológico, pero más acentuado si cabe , despacháronnos en el acto , á Carlos para Zaragoza y á para la Coruña, sin escolta, mediante la palabra de honor que dimos, y excuso decir que religiosamente cumplimos , de salir en el acto de la Corte , sin comunicar con na- die; de trasladarnos , via recta, á nuestro destino ; y de no revelar dónde ni por qué habíamos estado presos.

L. Mi Brigadier , ¿quiere V. decirme qué fué de los dos Guar- dias de Corps, amigos de V. , que escoltaban la silla de posta?

B. Aquellos honrados jóvenes esperaron firmes, aunque impa- cientes , hasta la media noche ; y viendo á esta hora que nadie de nosotros parecía , retiráronse , ordenando muy cuerdamente al co- chero que se volviera con su carruaje á Consuelo-rústico,

fjSe continuar á.J

Patricio de la Escosura .

REVISTA política.

INTERIOR.

No sabemos hasta que punto se han estrechado hoy los límites en que la prensa política ha podido desenvolverse durante el largo período de si- lencio por que el país viene atravesando, j casi no alcanzamos a distinguir ja, entre las ideas que cruzan por nuestra mente, las que sea lícito pu- blicar de aquellas que tienen vedado el sol y el aire.

El deseo de cumplir el compromiso contraído con los habituales lecto res de la Revista y la confianza que no puede menos de inspirar en nos- otros la firme resolución de contar los sucesos políticos y sociales que pasan á nuestra vista , con la imparcialidad de que hemos dado recientes é inequívocas pruebas , ponen la pluma en nuestras manos y nos deciden á consignar en las páginas de esta publicación , más que nuestras propias inspiraciones , el juicio que de los sucesos recientes han formado así las personas como las publicaciones más importantes de las diferentes parcia- lidades políticas que hoj tienen representación viva en la sociedad es- pañola.

Creemos , por otra parte , que nos será lícito volver los ojos con ánimo desapasionado hacia los trascendentales sucesos que han tenido lugar úl- timamente , porque estando el país en un estado de tranquilidad completa y siéndoles permitido á los periódicos amigos del Gobierno en artículos y correspondencias calificar con los más rudos epítetos á personas que ocu- pan una alta posición social, las nociones más vulgares de la justicia y del derecho nos inducen á presumir que no habrá autoridad que estime en tan poco la dignidad humana como seria necesario para impedir, no ya la defensa de persona alguna, que intentarla siquiera seria tanto como reconocer culpa, sino el que vean la luz pública reflexiones modestas sin otro carácter que el de imparcial relato,

REVISTA POLÍTICA INTERIOR. 321

Un Gobierno que se jacta de representar en toda su pureza el principio antirevolucionario, un Gobierno de franca resistencia, el cual ha declarado que no sólo combate la revolución armada sino la doctrinal, que considera como el foco de todas las calamidades sociales, es natural entienda como su principal misión el sostenimiento del orden público; pero injusto seria en ver- dad quien crejese que por orden público entendian los actuales Consejeros de la Corona el orden externo, cuya perturbación se nota en la plaza pública, y que está á cargo de la policía y de las patrullas, «el orden material que se apresuran á restablecer los más vulgares facciosos , y que deseara y pro- tegiera-el más oscuro de los Catilinas al dia siguiente de su triunfo.»

No somos nosotros los que hemos de juzgar de este modo á un Go- bierno que , sea cualquiera la política que defienda y practique , alcanza hoy el honor de estar al frente de la nación española; para hombres que estén á la altura de su misión, por orden público no puede menos de entenderse, además del orden material, sin el cual toda sociedad es imposible, el or- den moral en que se desarrollan las ideas, los sentimientos, aspiraciones ó intereses de un gran pueblo , el orden fundado por las leyes y las grandes influencias sociales , el orden que nace de « esos eternos principios que tienen por base el respeto profundo del derecho , el culto de la inteligencia, la veneración de la ley moral y el afianzamiento de las tradiciones públicas y privadas , siempre conciliables con los adelantos positivos. »

Tampoco pertenecemos nosotros , aunque en alguna ocasión por agra- dar á elevados personajes con tal distintivo se nos haya calificado, á esos políticos llamados angélicos, faltos de ánimo viril para arrostrar justas responsabilidades que pasan su seráfica existencia en purísima contemplación de las más sanas teorías, sin correr jamás los riesgos y la responsabilida- des propias de los hombres que se creen con títulos suficientes para influir en los destinos de su patria.

No es pues con ánimo apocado , ni sobrecogido por pueril temor, como hemos de juzgar á un Gobierno que tiene la energía necesaria para hacer variar de domicilio á un Capitán General de ejército , á varios Tenientes Generales, Mariscales de Campo y Brigadieres. El Ministerio ha creído sin duda que, obrando como lo ha hecho, cumplía su providencial misión; y la prontitud y energía ha seguido de una manera eficaz á la concepción del pensamiento.

Si el Príncipe de Metternich estuviese hoy de representante de su país en España, como en cierta época crítica lo estaba en Francia, no tendría que repetir aquella célebre frase: «Yo estaría más tranquilo, si el Presidente del Consejo lo estuviese menos.»

Ansiosos de buscar explicación á los sucesos que hemos presenciado y no encontrándola en ningún manifiesto de carácter oficial, hemos leído con avidez las declaraQiones de la publicación ijiás batalladora de cuantas^

322 REVISTA POLÍTICA

están en relación directa con el Gabinete, la cual dice lo que sigue al dar cuenta á sus Ictores del acontencimiento á que nos venimos refiriendo:

"El Grobierno, cumpliendo con el más esencial de sus deberes, acaba de tomar una actitud enérgica y decidida, que de corazón han de agradecerle todos los hombres de orden , la mayoría inmensa del país.

Para nadie es un misterio, después de las reiteradas y significativas declaraciones de estos días, que las huestes revolucionarias, deponiendo antiguos enojos y aun ra- dicales diferencias, habían pronunciado la última palabra de conciliación, siqviiera mo- mentánea, para el horrible propósito de destruir y aniquilar lo existente.

En pos de la última palabra está la jirimera obra: y el Gobierno no podía consentir que el período de las obras llegase. Sabia que de largo tiempo los enemigos del orden y de las instituciones se agitaban en busca de medios con que llevar á cabo sus intentos; proponían y estipulaban alianzas, aceptando y desechando nombres para símbolo y enseña de sus planes. El Gobierno seguía con perseverante vigilancia antes y después de la muerte del ilustre Duque ríe Valencia el curso de esas negociaciones, en las cuales tenía motivos para creer envueltas á personas que también el instinto público indicaba como centro directivo, ó muy eficaz cuando menos, de los proyectos revolu- cionarios. El Gobierno se había limitado á observar atentamente la marcha y progreso de esas infelices coaliciones engendradas por el odio y nacidas para menguados fines de ambición, y abstúvose de tomar acuerdo alguno que pudiera producir alarma pre- matura en los ánimos, ó la perturbación más leve en respetables intereses del Estado. Seguro en la rectitud de sus propósitos y en el inquebrantable valor cívico de que lo revisten la conciencia de su deber y su profundo amor al Trono de D.* Isabel II y á las instituciones por que España serige, aguardaba' que nuevos hechos y noticias más concretas completaran su convicción moral, demostrándole que el reposo público y los altos objetos cuya defensa es antes que todo, exigían ya la aijlicacíon de medidas efi- caces en bien de la sociedad, en bien quizá de las i)ersonas mismas á quienes aquellas puedan referirse.

Esta convicción moral ha debido completarse en el ánimo del Gobierno cuando cree llegado el momento de apartar de Madrid y diseminar en varios puntos de los domi- nios españoles á algunos jefes militares señalados por la opinión piiblica como adver- sarios del actual orden de cosas, n

En purísima fe j altísimo entusiasmo debe arder el pecho de los que con tal brío escriben j lanzan al público acusaciones calificadas de impru- dentes por un periódico que ha alcanzado el honor de que el Sr. Ministro de Estado le cite en la Cámara Alta como modelo de juicio, y que se ha colocado más de una vez resueltamente al lado del actual Gobierno.

No existiendo ninguna declaración oficial, como antes hemos dicho, que explique al país conmovido las razones porqué el Ministerio ha adoptado tan trascendentales medidas, es natural que el público haya buscado su explicación en las palabras de aquellas publicaciones más li- gadas por sus antecedentes y doctrinas con los hombres que dirigen hoy la gobernación del Estado.

Teniendo esto en cuenta y estudiando con ánimo desapasionado los actos anteriores á aquel suceso, se comprende que el motivo que ha deci- dido al Gobierno para obrar como lo ha hecho, ha sido el acuerdo entre el partido progresista, y la unión liberal, inserto en los periódicos más re-

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putados de estas parcialidades políticas. En este acuerdo, que nosotros aprobamos, contra el cual no habia aparecido protesta alguna, j que La Época y otros periódicos conservadores calificaron patrióticamente de fausto suceso, debia creerse entraban las personas más respetables de uno j otro bando. Pues bien: ni los antecedentes, ni la historia, ni los servicios recientes de esforzados patricios en el orden militar y civil, han sido garantía suficiente para que los entusiastas ministeriales hajan deja- do de calificar á ambos partidos, por una transacion en que figuraban tan respetables ciudadanos, de ^huestes revolucionarias, que deponiendo an- »tiguos. enojos y radicales diferencias, habían pronunciado la última pa- «labra de conciliación , si quiera momentánea , para el horrible propósilo v(le destruir y aniquilar lo existente. ^^

Sin duda alguna el país absorto y la Europa, aunque ja muj acos- tumbrada á contemplar nuestros extravíos, esperarán con gran interés la prueba de estas aseveraciones. Deseosa está la Nación, por otra parte , de que llegue un día en que abiertos los Cuerpos Colegisladores se discuta la importante cuestión política que semejante conducta encierra, para ver si el Gobierno afirma ó niega las imprudentes palabras de sus entusiastas parciales.

El acto público, repetimos, anterior á la determinación tomada por el Ministerio de obligar á los Generales á residir en puntos extremos de la Península é islas adyacentes, es la publicación en los periódicos progresis- tas y de unión liberal de varios artículos que ponían de manifiesto la nece- sidad de cooperar á restablecer el sistema constitucional, tal como lo com- prenden los partidos liberales. Los periódicos del Gobierno han dicho en sou de profecía: en pos de la última palabra está la primera obra. ¿Pero cuál era esta? Los periódicos ministeriales no podían decir cuál era sin aducir pruebas , y las pruebas no se han presentado . Desde que subió al poder el Gabinete presidido por el Sr. Duque de Valencia , cantaron al unísono sus glorias y triunfos diarios que hasta aquel día habían repre- sentado bien opuestas tendencias y doctrinas. ¿En virtud de qué principio moral se condena el acuerdo de Iqs periódicos liberales j se aplaude la flamante armonía de las publicaciones ministeriales con los representantes de la Mo- narquía pura? ¿Jamás han pensado estos últimos por ventura en destruir lo existente? Nada más natural que á esa reconstrucción de fuerzas ultra- conservadoras siguiese otra reconstrucción de fuerzas liberales, ¿ pero estaba probado que este nuevo movimiento de los partidos políticos espa- ñoles no pudiese dar por resultado el desenvolvimiento legal de sus más legítimas aspiraciones? ¿Se ha intentado al menos depurar en amplio de- bate la intención de su propósito? ¿Cuántas veces han pedido los órganos del poder la reconstrucción de los antiguos partidos? ¿No era por otra parte este previo acuerdo, cujas condiciones descoíiocemos, el primer paso en tan

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patriótico camino ? Así al menos lo declararon por entonces publicaciones independientes; j habia motivos para pensar que el Gobierno lo consideraba de este modo al ver la libertad con que empezó á discutirse el problema, libertad que no podia explicarse de otra manera sin incurrir en la no aceptable presunción de que el uso, una de la más legítimas facultades del hombre civilizado, sirviese de celada en los tiempos presentes para su- poner responsabilidades en que nadie habia incurrido.

No es posible presumir siquiera semejante propósito , y por eso es más difícil encontrar la explicación , averiguar el móvil , comprender el pensa- miento que el Gobierno se ha propuesto realizar con las medidas adopta- das durante los pasados acontecimientos. Cosa parece fuera de toda duda que la separación de una parte importante del Estado raajor del ejército de su natural domicilio, no puede menos de ser motivada por causas me- ramente políticas , pues si entrare como explicación la sospecha del que- brantamiento de deberes militares , al más incompetente en la materia se le ocurrirá que era necesario haber entablado otro orden de procedimientos.

Considerada desde otro punto de vista la cuestión , nos explicamos más difícilmente la conducta del Gobierno , porque no es posible suponer que los actuales Consejeros de la Corona desconociesen la impresión que ha- bia de causar en Europa la noticia de sucesos que han venido á confirmar la idea ja harta esparcida de que el sistema representativo tropieza entre nosotros con graves dificultades , y como este sistema es la única forma de gobierno que inspira confianza á las naciones y da crédito á los Es- tados , cosas ambas en verdad de que harto necesita la Hacienda española y los intereses más respetables del país si hemos de atravesar la situa- ción poco desahogada que se presenta á nuestros ojos, de ahí que propios y extraños vituperen y critiquen cuanto tiende á menoscabar dicho siste- ma. Ya el Sr. Barzanallana manifestó con noble franqueza en la Cámara Alta los obstáculos que se interpusieron en su camino con motivo de me- didas análogas adoptadas en los primeros meses del Ministerio Narvaez, Y, ó mucho nos equivocamos , ó pronto encontrará el Gabinete contrarie- dades semejantes en las diferentes negociaciones á que la gestión de la Hacienda pueda dar lugar.

Ufanos están los órg-anos ministeriales por la aprobación que en su sen- tir han merecido del público las medidas recientemente adoptadas por el Gobierno , y nosotros no deseamos amenguar tan patriótico orgullo. Sin duda por temor de que siguiendo con perseverancia la política hoj en boga recobre pronto la nación española el rango que tuvo en otro tiempo y la influencia que ejerció en los destinos de la Europa y del mundo, nos combaten publicaciones respetables de todos los países constitucionales. La altivez de los escritores del Ministerio se regocija sin duda al encontrar- se en H envidiable posición de trabar rudo combate con los periodistas de

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más nota de Francia , Ing-laterra , Bélgica é Italia, j de hacerles confe- sar sus errores, enalteciendo j ensalzando la presente civilización española. Es verdad que apenas pasa un dia sin que se lea en los periódicos de la capital el anuncio de que tal <5 cual respetable persona ó familia va á ins- talar su casa en algún punto del extranjero , pero esto sólo prueba que hay gentes de mal gusto que no quieren disfrutar de la dulce paz con que el suelo natal les brinda. Con esto, con sostener el sistema protec- cionista en toda su pureza, con la real orden desestimando la pretensión de los comerciantes é industriales pidiendo se derogue el decreto que ha declarado zona fiscal los terrenos comprendidos en las lineas férreas y con la reforma de la instrucción pública llevada gloriosamente á cabo por los Sres. Oro vio j Catalina, España llegará en breve plazo á contestar con su cultura, grandeza j poderío á las injustas críticas de sus actuales detrac- tores.

Nada hemos dicho del involuntario viaje á Portugal de los Sres. Infan- tes de Montpensier, porque altas consideraciones nos obligan á guardar un silencio que fácilmente comprenderán nuestros lectores.

J. L. AXBAREDA.

EXTERIOR.

A pesar del horror que causan las prácticas parlamentarias á algunos defensores de la política imperial , las últimas modificaciones introducidas en la Constitución francesa por la prudente iniciativa del Emperador, han dado origen á que renazcan aquellas, aimque no con toda la extensión y consecuencias que tenían cuando el poder era ejercido de hecho por las Asambleas deliberantes; y como la iniciativa de los Diputados no ha al- canzado todavía el grado de libertad que es menester que tenga para dis- cutir oportunamente los actos del Gobierno , el examen de los presupues- tos da ocasión á que se discuta y critique en todos sus detalles la política que allí no se puede decir que sea del Gabinete , pues el Jefe del Estado reina y gobierna al propio tiempo y responde ante el país de la gestión de los negocios públicos ; á diferencia de lo que sucede en los pueblos regi- dos por un sistema verdaderamente constitucional y representativo en los cuales el poder se ejerce por los Ministros en nombre del Monarca, de ma- nera que éste en realidad no gobierna y por lo tanto es irresponsable se- gún el precepto consignado en la ley fundamental.

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Nadie desconoce los inconvenientes de aplazar para el examen de los presupuestos la discusión de todas las cuestiones políticas , por eso en In- glaterra , donde una larga j fecundísima experiencia ha enseñado á los hombres públicos á usar con oportunidad y con fruto de sus derechos constitucionales, rara vez ocasiona esa discusión grandes debates políti- cos, pues estos se suscitan cuando pueden ser provechosos; esto es, en el momento en que surgen las cuestiones internacionales ó cuando se hacen sentir necesidades interiores que reveladas por los diversos órganos de la opinión pública, sólo al poder legislativo toca remediar y satisfacer. Por casualidad ha podido sin embargo tratarse oportunamente con ocasión del examen del presupuesto del Ministerio de Justicia y Cultos una cuestión importantísima que es la que se refiere á la convocatoria del Concilio ecu- ménico hecha por Su Santidad para el próximo año de 1869.

La importancia que tiene la reunión en un Concilio general de toda la Iglesia docente , es cosa que nadie desconoce; y el haber trascurrido más de trescientos años desde que se celebró el último , aumenta el interés y la curiosidad. Este suceso es para España más grave que para ninguna otra nación de Europa, por ser la única que en realidad merece el dictado de ca- tólica, no habiendo ya ningún país en que sea exclusiva esta religión. Las resoluciones del Concilio han de tener más influencia en nuestra patria que en parte alguna , aunque no lleguen á regir en ella las disposiciones disci- plínales que en esa Asamblea se adopten , ya por que sean contrarias á la disciplina particular de la Iglesia española , ya porque el poder público no las acepte en uso de su derecho indisputable y fundándose en motivos de conveniencia general.

Por estas razones , y aunque la cuestión de Concilio presente para Es- paña caracteres distintos de los que tiene para otros pueblos , nos parece conveniente que se sepa lo que con este motivo dicen y piensan los hom- bres políticos de Francia , donde ya que no exclusivo es dominante el catolicismo, existiendo entre la Iglesia y el Estado vínculos muy estre- chos que , lejos de haberse roto , han sido eficaces para producir desde 1848 dos intervenciones armadas á fin de protejer la soberanía temporal del Papa , establecida por cierto en el siglo VIII por el primer Monarca de la dinastía carlovingia ungido y consagrado por Esteban II. M. Olli- Vier manifestó que,á diferencia de lo que habia acontecido siempre, la con- vocatoria actual se ha hecho sin la anuencia y aun sin el conocimiento de los Monarcas, y esta novedad es importantísima, porque después de los Concilios llamados apostólicos, por haberse celebrado en vida de los discí- pulos inmediatos de Jesucristo , los ocho primeros que tuvieron el nombre de ecuménicos fueron convocados por los Emperadores , y los demás lo han sido con la intervención y acuerdo de los que con más ó menos razón se creían sucesores de aquellos, de lo cual han deducido algunos la erró-

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nea doctrina de que residía en los príncipes la facultad de reunir j convo- car los Concilios, que es propia sin duda del Pontífice, el cual tiene y ejerce en la Iglesia el primado de honor j de jurisdicción , pero que hasta ahora habia procedido siempre en acto tan grave y de tan trascendentales conse- cuencias no solo religiosas sino también políticas y sociales, de acuerdo con loa príncipes cristianos, para facilitar la reunión de los Concilios y la efica- cia de sus deliberaciones. Es por lo tanto una novedad importante la de proceder el Papa por solo á la convocación de un Concilio ecuménico.

Como consecuencia de esta innovación , hay en la convocatoria actual otras particularidades que modifican fundamentalmente las disposiciones de la disciplina hasta ahora vigente. Todos los canonistas al tratar de los Concilios y de su celebración, dicen, y no podían menos de decirlo porque en esta materia solo tenían que recordar hechos, que según disciplina an- tigua, eran convocados los Obispos asistiendo además para ilustrar las cuestiones cierto número de personas versadas en las ciencias eclesiásticas que se denominaban consultores, y el Emperador y sus oradores, los cua- les presentaban las propuestas que creían convenientes, teniendo aquél el carácter de protector del Concilio. La disciplina nueva no introdujo en esta parte más variación que la de extender el derecho de asistencia á ciertas gerarquías desconocidas antes en la Iglesia , tales como los Pre- lados inferiores con jurisdicción veré nulliiis, llamados abades benditos, los Cardenales de la Santa Romana Iglesia y los Generales de las órdenes regulares, habiéndose determinado, con arreglo ala misión y carácter de cada una de estas clases de personas, sus derechos y prerogativas en el Con- cilio. Los Obispos eran en él los jueces, como no pueden menos de serlo en virtud de su calidad de maestros y depositarios de la doctrina , pero los oradores regios tenían el derecho de proponer, como se ha dicho, lo que creyeran necesario y conveni«nte, mientras que los teólogos consultores sólo podían hablar cuando eran interrogados.

Pues bien: por lo que resulta hasta ahora , los Príncipes y sus legados ú oradores no son convocados al Concilio ni tendrán por consiguiente en él voto deliberativo, y en esto consiste la modificación más profunda y tras- cendental que introduce la reciente convocatoria. Sobre ella llamó la aten- ción del Gobierno francés M. OUivier , no para que se hiciesen las repre- sentaciones necesarias á fin de que prevalezcan los derechos que una jurisprudencia no interrumpida concede á los Príncipes cristianos como representantes del poder público para intervenir en los Concilios, sino para manifestar que, ensu opinión, con el acto de la actual convocatoria* el Pon- tífice declaraba la completa división y mutua independencia del Estado y de la Iglesia. M. Ollívíer , lejos de considerar esto como un mal , lo cree beneficioso y conveniente , le parece que la independencia de ambas potes- tades es tm verdadero progreso que se ha realizado por la fuerza misma de

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las cosas j quizá contra la voluntad de los que ahora la proclaman. Para demostrar que no es posible valerse en la ocasión presente de los privile- gios j tradiciones de la Iglesia galicana, afirmó el orador que esos privile- gios j esa jurisprudencia eran completamente inútiles , y que la influencia del poder político en la Iglesia habia desaparecido á pesar del Concordato y de sus famosos artículos orgánicos, como se habia visto claramente con motivo de la publicación de la Encíclica Cuanta cura que produjo todos sus efectos á pesar de haberse perseguido por abuso á algún Obispo, per- secución que ni dio entonces ni daría en adelante ningún resultado efi- caz, porque aun cuando no se ha jan derogado las antiguas leyes canó- nicas que aseguraban las prerogativas y privilegios de la Iglesia galicana, el espíritu del clero que la constituye actualmente ha variado por com- pleto.

Explicando M. Olliviereste cambio, exclamaba: ¡Cuánto ha variado todol Antiguamente la Iglesia de Francia tenia por base treinta mil sacerdotes inamovibles, y solo dos mil amovibles sometidos á Obispos respetuosos hacia el Papa, pero defensores tenaces de los derechos que, en su opinión, les habían sido trasmitidos directamente por la consagración, le reco- nocían como superior, pero su autoridad estaba contenida por las cos- tumbres, por las asambleas y por las leyes. Hoy todo esto no es más que un recuerdo , una tradición histórica ; las antiguas máximas se han abandonado y la situación de la Iglesia es del todo diferente; su base está constituida también por treinta mil sacerdotes , pero amovibles , habiendo solo tres mil inamovibles: los primeros están despojados de todas las ga- rantías canónicas, y en la situación que el Cardenal de Bonnechose caracte- rizaba con un lenguaje enérgico y lleno de verdad , cuando decía : « Cada uno de nosotros tiene un regimiento que mandar, y marcha. Sobre el cle- ro están los Obispos, que aún retienen como un derecho propio_ la potes- tad de orden, pero en cuanto ala de jurisdicción y ala de enseñanza, están sometidos alas congregaciones romanas, casi sin autoridad propia y re- ducidos á prefectos ó á agentes de Roma.» Esta organización tiene por fundamento, según la opinión de M. Ollivíer, la doctrina de la infalibilidad del Papa. Por este medio continuó diciendo el orador , los prelados y el clero francés han abandonado . las máximas de Bossuet aceptando las de Bellarmino , y yendo aún más adelante que este canonista en cuanto á las prerogativas y facultades del Pontífice.

Estas aseveraciones están fundadas en hechos notorios , y seguramente üo se encontrará ya en la prelacia francesa quien apele, como en otro tiempo para ante el Concilio, de las resoluciones del Pontífice , y ni en esa nación ni en otra ninguna habrá , cuando llegue aquel á reunirse y á adietar sus definiciones dogmáticas ó disciplínales, ningún Obispo católico que diga como el famoso D. Pedro Guerrero, Arzobispo de Granada, al suscribir las

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fictas, aquellas memorables palabras confirmationem non peto, con lo cual aseveraba que la plenitud del poder espiritual estaba en el Concilio , no siendo menester para la validez de sus resoluciones la confirmación del Pontífice.

En tal situación, esto es destruido el espíritu de las Iglesias particulares, opina M. Ollivier que no será posible que los Obispos franceses se unan al poder político para defender sus prerogativas , ni para influir en el fu- turo Concilio á favor de sus aspiraciones j propósitos , y por lo tanto ni será hacedero ni práctico que se celebren reuniones de Obispos antes de la reunión del futuro Concilio , como las que se verificaron antes del de Trento, ni habrá para qué enviar como entonces Embajadores que re- presenten en la Asamblea al Gobierno francés , y que sirvan para dirigir á los prelados de esta nación, dándoles unidad y fuerza, á fin de que hagan prevalecer los deseos de su Soberano. El Concilio futuro será, pues, una Asamblea meramente eclesiástica, y esta innovación es, en sentir de M. Ollivier, la más grave y trascendental que ha ocurrido en Europa desde 1789.

Las consecuencias que de ella se derivan serán , pues , notabilísimas , y según el orador se resumen en la fórmula tan conocida de la Iglesia libre en el Estado libre: pai*a llegar á ese fin, dijo que era menester modificar la legislación existente , aunque no suprimir, como algunos proponen , el presupuesto del clero, que constituye una obligación sagrada para la nación; pero M. Ollivier prevee que llegará el momento en que la Iglesia misma renuncie al sueldo que le da el Estado , con lo cual se consumará la separación de ambas potestades , « y desde el día en que la espada tempo- «ral se separe del báculo pastoral , se verificará no una confusión , sino un "acuerdo lleno de promesas entre el ideal religioso y la razón humana. >- Así terminó el orador su discurso, que fué muy aplaudido, según consigna El Monitor, y que le valió las felicitaciones de sus colegas , los cuales se agolparon alrededor de su asiento , teniéndose que suspender la sesión por algunos minutos.

A este discurso contestó M. Baroche, Guarda-sellos y Ministro de la Justicia y Cultos, pero desde sus primeras palabras manifestó que su posi- ción le obligaba á guardar una gran reserva respecto á las graves cues- tiones que había suscitado M. Ollivier, quien, hablando en su propio nom- bre , gozaba de una libertad que no podía tener el que contestaba á nombre del Gobierno. Después de esta declaración es evidente que no podia hallarse mucha luz en las palabras del Ministro, para descubrir las intenciones y propósitos del Emperador en el asunto que se discutía. Así es que M. Baroche, procediendo con habilidad indudable, se ocupó en primer lugar de los ataques que otros oradores habían dirigido á la influencia del clero en materia de enseñanza , y á la que ejercían por medio de los perió- xoMü m. 22

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dicos , y contestó satisfactoriamente á sus razonamientos , haciendo ver que esa influencia era hija de la libertad garantida por la Constitución j por las leyes , lo mismo á los individuos del clero que á los demás ciuda- danos, pero que cuando aquellos infringian las leves, eran reprimidos con arreglo á sus disposiciones , como sucedió con algunos prelados con oca- sión de la Encíclica y del Silabus. No contento con esto el Emperador, aprovechó la primera ocasión que se le ofreeia de hablar en público , j en el discurso de apertura de 1865 dijo, entre otras cosas, á propósito de este asunto: «La religión j la instrucción pública son objeto de mis asiduos «cuidados. Todos los cultos gozan de igual libertad ; el clero católico tiene »aun aparte de su ministerio, una legítima influencia, concurre á la ins- "truccion de la juventud, por la lej electoral puede entrar en las Asam- ))bleas , y por la Constitución en el Senado ; mas por lo mismo que le mos- »tramos consideración j deferencia , esperamos que respetará las leyes "fundamentales del Estado. Es mi deber conservar intactos los derechos >-del poder civil que desde San Luis no ha abandonado ningún Soberano »de Francia.»

Tal es hoy todavía, y continuará siendo, el programado la política im- perial, según M. Baroche, en esta importante materia.

Ocupándose luego de las opiniones del clero francés , afirmó que no era exacto que fuese en su gran mayoría ultramontano , y que respetaba y acataba las instituciones del país aunque reconoció que existe una minoría turbulenta que hace mucho ruido por lo mismo que es poco numerosa. El episcopado está unánime , según M. Baroche, en su afecto al país y á las tradiciones y doctrinas de la iglesia galicana , y lo probó en Roma el año pasado cuando se reunieron los Obispos en las fiestas del Centenar de San Pedro.

Al ocuparse de lo relativo al Concilio , M. Baroche confirmó expresa- mente lo dicho por M. Ollivier, manifestando que , á diferencia de lo que habia ocurrido en otras ocasiones , el Gobierno no habia sido notificado ni el Soberano invitado á asistir por ó por medio de sus representantes al futuro Concilio ; que tanto el Ministro que hablaba, como el de Relaciones Internacionales, estaban reuniendo antecedentes y documentos relativos al asunto , y que sobre él se habían empezado negociaciones , por lo cual se abstenía de manifestar los propósitos del Gobierno, afirmando que nada haría que fuese contrario á los derechos y á la dignidad del país. Por Jo que toca á la separación del Estado y de la Iglesia , afirmó que su rea- lización ocasionaría muchas dificultades y peligros , por lo cual pedia que se aplazasen esas cuestiones para que obre el tiempo , que tal vez resuelva esta como ha resuelto otras importantísimas , sino tan graves ni de tanta trascendencia.

Basta con lo dicho para que se comprenda la importancia que así el

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Gobierno como los que lo combaten dan en Francia á los asuntos religio- sos , los cuales lian de influir de un modo decisivo en la solución de todos los grandes problemas políticos que están planteados en las naciones modernas. Por eso nos liemos detenido más que en otros en el incidente promovido por M. Ollivier con ocasión del examen del presupuesto del Ministerio de la Justicia y Cultos. También ofrece interés otro que pro- movió, al discutirse el del Ministerio de Instrucción pública, M. Simón para condenar la conducta arbitraria del Gobierno al conceder ó negar su permiso para las conferencias ó explicaciones públicas.

Nuestros lectores no ignorarán sin duda que en el vecino Imperio se ha introducido la plausible costumbre de que los hombres más notables por su saber ó por sus dotes oratorias, ya individualmente, ya asociándose varios , den lecciones públicas sobre diferentes materias científicas y lite- rarias ; por lo común la asistencia á estas lecciones no es gratuita , y su producto, que suele subir á cantidades de importancia, cede en beneficio de los que explican ó de algún objeto piadoso. Antes que en Francia esta costumbre existia en Inglaterra y en los Estados-Unidos , dándose con propiedad á las conferencias el nombre de lecturas , porque los que á esto se dedican leen sus disertaciones ó discursos. Recientemente el gran no- velista Dickens ha hecho un viaje á la América del Norte , con el objetó de dar lecturas, de las que ha obtenido gran provecho y mayor gloria, habiéndole despedido con tales honores y con tan grandes manifestaciones de entusiasmo como las que suelen hacerse enlos países monárquicos á los Príncipes más populares y gloriosos. Pues bien, entre las omnímodas fa- cultades discrecionales que se habia reservado el Gobierno francés desde la reacción de 1852 , se cuenta la de otorgar ó negar el permiso que se ha declarado obligatorio para dar esas lecciones ó conferencias públicas; y M. Simón opina, á nuestro parecer con grandísimo fundamento, que esa facultad arbitraria no puede ni debe conservarse después de publicada la ley de reuniones , porque á pesar de las cortapisas que se ponen en ella al derecho de reunión, puede sin previo permiso ejercerse, y por lo tanto es absurdo que cuando dos ó más personas tienen la facultad de hablar en presencia de otras muchas sobre diferentes materias , se niegue á una sola el hacerlo como no sea con la autorización ó permiso previo del Gobierno. Después de notar esta anomalía, M. Simón manifestó que las prohibi- ciones dictadas por M. Duruy eran arbitrarias y habían recaído sobre personas respetables de diversas opiniones, sin entrar él en cuenta, á pesar de haber sido uno de los que no habían alcanzado licencia para hablar en público sobre las materias filosóficas que son objeto de sus especiales estudios; pero tampoco la han obtenido Prevost-Paradol, Gueroult, Cochin y el Príncipe Broglie ; de suerte que la prohibición se extiende á hom- bres importantes de casi todos los partidos.

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No podemos explicarnos este sistema , en un país en que la libertad cien' tífica es tan grande que pueden sostenerse en los libros las doctrinas más atrevidas , y sobre todo cuando recaen las prohibiciones en personas qup siendo Diputados tienen á su disposición la tribuna para decir en ella con más holgura que pueden hacerlo en una cátedra , cuanto crean conveniente sobre la política del Gobierno, que es lo que á éste puede importarle más. Por esto nos pareció ridicula la contestación de M. Duruy, fundando ó pretendiendo fundar la negativa del permiso á M. Simón, en que éste pronuncia en el Cuerpo legislativo muchas conferencias excelentes desde el punto de vista que le es propio; ¿pues si esto es así, qué inconveniente puede haber para que las pronuncie también en otra parte? Si la falta de per- miso redujese á M. Simón al silencio, si la lengua y la pluma del orador j del publicista estuvieran en manos del Ministro, comprenderíamos, aun- que no lo justificaríamos , que se impidiera que una j otra se ejercitasen: ¿pero qué gana el Gobierno con que dejen de oír doscientas ó trescientas personas á M. Simón, cuando pueden leer y leen millares de ellas, no sólo los discursos que pronuncia y que reproducen El Monitor y los demás periódicos , sino las obras de este escritor que adquieren más importancia y popularidad con las medidas de precaución del Gobierno , por lo mismo que le presentan al público como un mártir ó como un hombre peligrosoí Todavía es más incomprensible otra razón dada por M. Duruy para ex- plicar la negativa dada á M. Gueroult , y decimos que es más incompren- sible, porque consiste en una vulgaridad indigna del talento y del saber del actual Ministro de Instrucción pública, el cual, á falta de buenos argu- mentos para defender su causa , que es deplorable , se permitió decir que no había dejado hablar en público á M. Gueroult á fin de que no se fo- mentase la afición á la política , que cree funestísima para las letras , aña- diendo que así como antes la aspiración de todos los jóvenes era componer una tragedia en cinco actos, ahora su afán es escribir artículos de fondo. No sabemos qué debe admirarse más en este razonamiento, su incon- gruencia ó las inexactitudes en que está fundado. Pues parece evidente que porque hable ó deje de hablar M. Gueroult en público, no se ha de aumentar ó disminuir la afición de los jóvenes á la política , y de seguro poco agradecerán las musas esta manera de protegerlas.

En efecto, M. Duruy sabe mejor que nadie que en Grecia, cuya historia ha escrito, no impidieron las agitaciones políticas el desarrollo y admira- ble ñorecimiento de la literatura y de las ciencias : un soldado de Maratón es el primer poeta trágico de ese gran pueblo, y entonces el soldado no era un mercenario, sino un ciudadano que discutía en el agora los negocios públicos lo mismo que esgrimía en el campo de batalla sus armas en de- fensa de la patria. La poHtica era la musa de Aristófanes , de tal manera que cada una de sus comedias es un folleto, una defensa apasionada de ios

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hombres de su partido y de los principios que defendia , ó una inventiva sangrienta contra sus adversarios. Por último. ¿ Tendría Atenas la gloria de contar entre sus hijos ilustres á Demóstenes, si las luchas j las vicisitudes de Grecia no hubiesen dado motivo á sus admirables arengas? Sin la acu- sación de Esquines ¿hubiera pronunciado su discurso pro coronal ¿La hu- biera merecido si no hubiese consagrado su actividad j su fortuna á la defensa de su patria?

Luego que decajó el espíritu público en Grecia , cuando quedó desam- parada la tribuna j desierto el agora , también acabaron los grandes poe- tas y los grandes filósofos : no hay para qué decir que no volvieron á verse grandes oradores, y que no hubo ya más que versificadores y sofistas. No ha sido sólo en Grecia donde se ha notadoeste fenómeno, que tiene su funda- mento en la misma naturaleza del espíritu humano , el cual nada pro- duce sino le exalta un gran sentimiento, y solo hay dos que le muevan con fuerza irresistible, el espíritu religioso y el amor de la patria. Bajo las tiranías no se ha producido nunca más que la abyección y la deca- dencia. En la misma Roma los escritores y poetas que brillaron en el siglo de Augusto participaban del espíritu de los últimos tiempos de la república , no es grande la distancia que separa á Cicerón de Virgilio y de Horacio , y cuando la dominación corruptora de los Césares se estable- ció definitivamente en Roma, al par que el espíritu público decayeron las letras latinas. Lo mismo ha sucedido entre nosotros: la virilidad , la grandeza de espíritu que al principio del siglo XVI eran los caracteres propios de los españoles, su maravillosa aptitud para las letras y las ar- tes en aquella época , todo esto provenia de los tiempos de libertad tu- multuosa, pero fecunda, á que puso fin la dinastía austríaca, la cual brilló en su principio aprovechándose de las fuerzas que se habían desarrollado bajo otro régimen , pero que con el suyo produjo la decadencia que sin parar fué creciendo hasta la miseria y ruina á que vinimos bajo el cetro de su último Monarca.

Estas cosas y otras muchas que demuestran el error de M. Duruy, de- ben tenerse muy presentes entre nosotros donde ciertas escuelas políticas han propagado esas perniciosas doctrinas y donde se tiene por señal de honradez y casi de virtud heroica el no mezclarse en los asuntos públicos, cuando en realidad debiera esto considerarse por lo menos como indicio de egoísmo ó de indiferencia y apalía punibles.

Antonio María Fabié.

NOTICIAS LITERARIAS.

La Feance Nouvelle , par J/r. Prevost-Paradol, de V Academie franí^aise. Faris, Michel Levy f reres , editeurs.

Se acaba de publicar en París tin nuevo libro de M. Prevost-Paradol, titu- lado La France Nouvelle, libro que trata, según las palabras del autor, úni- camente de filosofía política y de historia^ y que (añadimos nosotros) encierra un severo y justísimo examen del estado político y administrativo de Francia, señala con acierto y laudable imparcialidad sus principales causas , propone un sistema completo de Gobierno, opuesto por de contado al que allí rige hoy; muestra con exactitud y penosa sinceridad los síntomas de abatimiento que se notan en aquella nación ; se afana por reanimar su decaída influencia en los negocios políticos de Europa , y expone los medios que, en el sentir de M. Prevost-Paradol, pueden evitar su ruina, la que temerosamente prevee al consignar en las primeras páginas del Prefacio esta aciaga profecía : sit ut est, et non erit.

Todo el libro está escrito por el estilo sobrio, castizo, vigoroso y elegante de que da repetidas muestras el acreditado redactor del Joiirnal des Debats, y por el que, siendo aún muy joven, se le abrieron hace pocos años las puertas de la Academia francesa ; observaciones juiciosas, pensamientos elevados, grande amor á la verdad y acendrado patriotismo habrán de notar en sus pá- ginas los que menos conformes estén con las ideas que en ellas se emiten; ideas que todas aparecen subordinadas al noble propósito de combatir lo mismo que á los cortesanos de la fuerza y del poder, á los que adulan las pa- siones aviesas de la muchedumbre, y de contrarestar la indiferencia política á que se abandonan el pueblo francés y algunos otros, sin parar mientes en que esta indiferencia es tan impotente para evitar los trastornos y las rebeliones populares, como eficacísima para fomentar la tiranía de los Gobiernos.

De esta obra , por la importancia de su asunto y por su valor literario, se pudiera hacer un análisis detenido, y aun tomándola como punto de partida habría ocasión de discurrir larga y fecundamente sobre las cuestiones de que en ella se trata, con aplicación á España, pues que , por desgracia nuestra, así todas aquellas cuestiones esperan una resolución definitiva , ha muchos años, lo mismo aquí que en el otro lado del Pirineo.

Un trabajo, tal como el que indicamos, emprenderíamos nosotros gustosí- simos ; pero si M. Prevost-Paradol descubre recelos en el prólogo de su libro de que pudiera estorbar su publicación algún agente subalterno del poder, codicioso de dar pruebas de su celo , ó turbado por el susto de no comprender un escrito en el que no hallase nada reprensible, ¿qué no recelaríamos nos-

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otros a escribir hoy de la democracia y de s?í gobierno^ de cQmo llega á ha- cerse democrática una sociedad, de la suerte de la libertad y de la igualdad bajo el despotismo democrático, de te relaciones de la Iglesia y el Estado , del derecho de sufragio, de las Cámaras, de la responsabilidad ministerial, del Jefe supremo del poder ejecutivo en la monarquía y en la república , de los pe- riódicos, del ejército (1) etc., etc.1 ¿Qué no recelaríamos nosotros cuando, al coger la pluma, quizá tendríamos que disculpar de antemano el miedo y la suspicacia de los agentes subalternos del poder, porque sabemos que en los tiempos que corren el tratar libremente de aquellas cosas pone en peligro al español más cristiano de caer en poco menos que pecado mortal] Si el Sr. Mi- nistro-de Fomento (adalid de la confrarevolucion doctrinal) que tan proba- das tiene su diligencia y su arte para esto de hacer reglamentos, nos diese uno á cuyos preceptos hubiésemos de amoldar nuestro juicio siempre que se nos ocurriese pensar en asuntos políticos y sociales, acaso podríamos decir algo sobre lo que arriba apuntamos ; pero como todavía carecemos de esta es- pecie de itinerario oficial de la razón humana, habremos de examinar some- ramente el libro de M. Prevost-Paradol, y marchando con ojo avizor, corta la rienda y recogido el aliento , como quien cabalga en un potro brioso y ar- diente por sendas angostas y resbaladizas.

Estos apuntes son una crítica, aunque hecha á la ligera, y no un panegírico de la obra de que tratan : algo , pues , hemos de censurar en ella , y comenza- remos por decir que el propósito del autor, revelado por el título del libro , es superior á las fuerzas de una sola inteligencia, por poderosa que esta sea, y quizás á las de todas las inteligencias de una generación entera de estadistas. Nada menos que hacer una Francia nueva (entiéndase que se habla en el sen- tido político y administrativo), intenta M. Prevost-Paradol; intento que, por lo vasto, nos parece imposible de realizar, y ocasionado á que tal vez sea ta- chado aquel publicista de visionario y soñador, cuando por el contrario en to- dos sus escritos políticos muestra tanta rectitud de juicio y tan buen sentido, que más parecen fruto de la experiencia que de la reflexión y el estudio.

En descargo de M. Prevost-Paradol debe decirse que esta pretensión de va- riar de golpe y totalmente el modo de ser político y administrativo de una nación, es achaque propio y general de los escritores políticos de aquellas que padecen continuas y violentas transiciones políticas, nacidas del influjo más ó menos eñcaz, franco ó encubierto, que en la esfera del Gobierno ejercen los antiguos y nuevos elementos que resisten en vano al establecimiento de las li- bertades públicas. Y no hay que acusar de esta funesta comezón de enmendar de plano la organización política de un país linicamente á los liberales, á quie- nes, entre ciertas gentes, se ha hecho moda acusarnos de todo y por todo, no: cuanto trastornan , destruyen y pretenden fundar los Gobiernos represivos y reaccionarios, es sabido de todo el mundo; y si apartando nuestra atención de la práctica de los negocios la llevamos á los discursos parlamentarios, libros y artículos de periódico que sirven como de programa político á los partidos anti-liberales , veremos que á pesar de sus chistosos alardes de mantenedores de lo pasado , son tan nuevos y tan peregrinos los sistemas de gobierno que

(1) Materias de que trata M. Prevost-Paradol en su libro,

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nos ofrecen , que , ya que no por lo ingenioso del invento ni por lo filantrópico déla intención, al menos por lo fantásticos é irrealizables pueden rivalizar con la Utopia de Tomás Morus.

No afirmaremos nosotros, como han hecho otras personas que se han ocu- pado en hablar del libro de M. Prevost-Paradol, que su objeto al escribirlo no ha sido otro que dar un ataque más al Gobierno imperial, que tantos ha reci- bido ya de su vigoroso talento : verdad es que en toda la obra combate el au- tor aquella política qi;e juzga funesta para su patria, ya lo haga disimulada- mente, como cuando con tanta energía como cultura nos hace el retrato de lo que á su ver es el despotismo democrático , y nos lo pinta afanándose en vano por constituir su poder en hereditario, creando una sombra de nobleza, pro- curando satisfacer todas las esperanzas y los deseos que hierven en la imagi- nación popular, y esforzándose por representar á la libertad y á la igualdad que mueren á sus manos ; ya la combata franca y abiertamente como cuando en el capítulo que titula lo porvenir, acusa al Imperio de haber consentido en la desmembración de Dinamarca, y nos lo presenta perdiendo gradualmente su influencia en Europa, á consecuencia de aquella primera culpa, hasta verlo hoy fatalmente empeñado en una guerra más ó menos cercana con Prusia, guerra que Prevost-Paradol considera funesta para su patria, aun en el caso de que alcance la victoria, porque piensa que ni así podrá sofocarse el movi- miento unitario de Alemania, que habrá de ser á Francia costosísimo.

Verdad es, repetimos, que de estos y otros muchos modos condena el autor del libro el sistema de gobierno que rige en la nación vecina ; pero esta cen- sura no es el propósito de su obra, sino que forma parte integrante de él, que consiste en jjrocurar, fundándose en el conocimiento de los males de hoy y los pasados extravíos, constituir política y administrativamente la Francia, de manera que asegure el bienestar y la dignidad personal de sus hijos , ha- ciendo de ella una nación libre.

Para lograr este objeto piensa M. Prevost-Paradol que es necesario 'estable- cer en Francia un Gobierno verdaderamente democrático, lo que en su opi- nión es á lo que piincipalmente aspira una sociedad cuando se ha hecho democrática : situación á que con razonamientos lógicamente encadenados demuestra él que ha llegado la sociedad francesa. Salvar al Gobierno y al Estado democrático de su mayor peligro , que es el de caer en la anarquía, es su principal conato al sentar las bases usobre que imagina fundar aquel Go- bierno tal como M. Prevost-Paradol lo entiende.

Con más ingenio y buen deseo que exactitud, á nuestro ver, se empeña en probar que para constituir esencialmente este nuevo Gobierno democrático- importa poco que se le la forma republicana ó la monárquica, aunque de- clarando alguna vez, y dejando traslucir siempre, que por afecto y pbr con- vicción prefiere la Monarquía, Llevado por el afán de- hacer evidente la rea- lización de este pensamiento, se da á trazar toda una organización política y administrativa, modificando ó construyendo de nuevo desde el ayuntamiento de la aldea hasta las Cámaras y el Ministerio que haya de ejercer el poder eje- cutivo con el Eey ó Presidente de la República. Impertinente sería que ana- lizásemos todos los planes de reforma que comprende esta segunda parte de

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la obra que examinamos ; mucho hay en sus capítulos digno de ser estudiado y atendido, según nuestro juicio ; algo que demuestra ser más fácil concertar sobre el papel de una obra filosófica que en la práctica de los negocios los diversos elementos que se agitan en la esfera de la política, y no poco que por ocupar la atención del lector con pormenores inútiles, la separa del pen- samiento principal del libro y debilita su eficacia. Esto xiltimo es otro de los malos efectos que produce el compendiar en los estudios de política-prác- tica , esa iiniversalidad de asuntos y de miras que antes censuramos.

M. Prevost-Paradol muestra de continuo que no es de los políticos que, por decirlo así , se contentan con vivir al dia : sin que lo deslumhren aparente.-< grandezas ni lo seduzcan las recientes conquistas de la idea liberal de Francia (las que acaso juzga inseguras por la naturaleza de su origen), observa las señales de decadencia que ofrece aquella sociedad, y trabaja por su engran- decimiento en lo futuro, no solamente censurando al poder, si no contrares- tando también el mortal extravío de la opinión pública que induce á un pueblo á poner todos sus derechos y deberes en manos de un Gobierno omni- potente y personal.

Filosófica, razonada y brillantemente echa una ojeada histórica sobre la caida de los varios Gobiernos que desde 1789 han regido al pueblo francés. Allí están, aunque rápida, acertadamente apuntadas las causas de sus fre- cuentes sacudimientos revolucionarios , y puestas á la luz de la verdad histó- rica con respetuosa consideración, pero con severa justicia, las faltas que co- metieron aquellos gobiernos y la explicación de su ruina.

El futuro engrandecimiento de la población y el territorio de Alemania, iniciado ya por las ambiciosas empresas políticas y guerreras de la Prusia, son en sentir de M. Prevost-Paradol, amenaza de muerte para la importancia po- lítica y material de la unión francesa, y el aumento de población y territorio de esta, es el medio que considera más eficaz para conjurar aquel peligro. La extensión de las conquistas francesas en Argelia con intención de llevarlas hasta Marruecos , procurando asimilarse Francia la población de aquellas co- marcas, ó poblarlas de franceses; la formación, en una palabra, del Imperio del Mediterráneo es lo que se le ocurre para realizar el aumento de territorio y de población que juzga necesario, y para alcanzar tan grande empeño con- cluye exhortando elocuentemente á sus compatriotas , á que en vista de los riesgos que amenazan á su madre común , den tregua á las miserables querellas que los separan entre y se unan para asegurar la perpetuidad y la honra del nombre francés.

Nosotros concluimos también este trabajo, dando por el suyo nuestro modes- to parabién á M. Prevost-Paradol, con quien nos unen á más de la conformidad de pareceres en algunas cuestiones, la simpatía que es natural exista entre hom- bres que por los años que cuentan pertenecen á una misma generación política: y al concluir advertiremos á nuestros lectores, que si los medios que se ocur- ren al publicista francés para aumentar el territorio y la población de su pa- tria, son ya ó pueden ser mañana algo más que una mera elucubración filosó- fico-política, importa mucho á cuantos se interesen por la suerte y el honor nacional de España que paren cuidadosamente su atención en este asunto,

boletín bibliogeáfico.

Sebastian de Horozco. Noticias y obras inéditas de este autor dramático des- conocido, por D. José María Asensio y Toledo. -Sevilla. Imprenta de Geo- frin, 1868.

Así como hay en Madrid una Sociedad de Biblióñlos, de que ya hemos ha- blado en la Revista, en Sevilla se ha fundado también otra asociación por el mismo orden , que se llama Sociedad de Biblióñlos andaluces. Generalmente al menos tal es nuestra opinión , la bella literatura no debe esperar aumento notable de riqueza de estas asociaciones. La fortuna, desde la invención de la imprenta, no suele ser á la larga injusta con los libros: así es que los que con el tiempo llegan á ser raros y desconocidos, es porque no son muy buenos por lo común. Con todo , en nuestra España falla y puede fallar esta regla más que en otros países, á causa de la gran decadencia y hundimiento que hubo á fines del siglo XVII, y del posterior renacimiento en el siglo XVIII ; renacimiento en que entraron tantos elementos venidos de tierras extrañas, que y)erjudica- ron mucho á lo propio y castizo , haciendo que se olvidase ó desdeñase.

Por otra parte, aunque los bibliófilos rara vez, ni en España, desentierren y saquen del olvido obras de un gran valor literario , pueden y suelen dar k luz libros que, considerados como documentos históricos, tienen mucho mé- rito y son de grande importancia y utilidad.

Por todas estas razones , y precaviéndose contra la alucinación de los biblió- filos que á menudo , por buen gusto que tengan , confunden la rareza de un libro con su bondad , es muy de aplaudir que , tanto en Madrid como en Se- villa, se hayan fundado las mencionadas sociedades. Los libros que han pu- blicado son todos curiosos é interesantes. En este número entra el que nos sirve de epígrafe con su título , y que contiene algunas obrillas inéditas de Sebastian de Horozco, célebre jurisconsulto de Toledo, autor de varias rela- ciones históricas, de un libro de cueíitos y de una ó dos colecciones de re- franes.

El Sr. Asensio nos da ahora dos poesías líricas y tres composiciones dramá- ticas de dicho avitor. Dos de estas composiciones son sobre asuntos sacados de los Evangelios, y la tercera es un entremés, menos que medianamente gra- cioso , donde figura un fraile que va pidiendo para su convento , y que come buñuelos, y se emborracha con otros picaros, los cuales le mantean porque no quiere pagar el gasto.

No cabe duda en que el trabajo que se ha tomado el Sr. Asensio en dar á luz estas obrillas, es muy útil y conducente para ilustrarlos orígenes de núes

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tro gran teatro. Horozco, y otros como él, con sus farsas rudas y faltas de ar- tificio, echaron la semilla que había de producir más tarde un Lope, un Tirso, un Calderón y un Moreto.

Psicología^ por D. Juan Manuel Ortí y Lara, Catedrático del Instituto del Noviciado de esta corte. Tercera edición. Madrid, 1867. (Un tomo de VIII-' 242 páginas en 4.")

El Racionalismo y la Humildad^ el Ensayo sobre el Catolicismo en sus re- laciones con la alteza y dignidad del hombre^ las Lecciones sobre la Filosofía de Kratise, La Sofística democrática, y otros varios libros y opúsculos, de- bidos á su fecunda pluma, han dado al Sr. Ortí y Lara bastante fama entre las personas que en España se dedican á estudios religiosos y filosóficos. Los hombres de El Pensamiento Español y de La Constancia ven en él un digno sucesor de Balmes y Donoso Cortés. Seríalo tal vez si, haciendo la conve- niente distinción entre los dogmas de fe y las opiniones de escuela, acertara á desprenderse del nimio respeto que ciertos doctores le inspiran, y procurase volar con sus propias alas. Pertenece al número de aquellos para quienes son expresiones equivalentes las de Filosofía escoládica y Filosofía cristiana. Los Santos Padres que, ó bien reprobaron toda Filosofía no derivada inme- diatamente de la Biblia, ó bien filosofaron eclécticamente, no eran, por lo visto, filósofos cristianos, ni sabían el método qiie debe emplearse en la ex- posición y defensa de la verdad revelada. A esta cuenta, tampoco han debido de serlo Bossuet y Fenelon, Gerdíl y de Maistre, Fei}oo„y Hervas y Panduro, y otros mil que de las sendas peripatéticas se desviaron. Así es que , fervoroso católico, el Sr. Ortí y Lara se desvive por volver á encarrilarnos en las vías del escolasticismo, únicas que, en su sentir, van derechamente al Reino de los Cíelos. No se crea, por eso, que sus obras están sembradas de citas de los antiguos escolásticos españoles. En esta parte parece dar la razón á los libera- les que tanto ponderan el marasmo filosófico de la España inquisitorial y ab- solutista, cuando, ni aun para restaurar el peripato, ha encontrado en ella materiales á propósito. Sus guias únicos son los modernos italianos Libera- tore y Sanseverino, y sobre todo La Civiltá Cattolica, En estas fuentes ha bebido, según ingenuamente declara, toda la doctrina de su Psicología , si bien procurando acomodarla á las condiciones del vigente Plan de estudios de segunda enseñanza.

Dando á la Psicología mayor latitud de la que han solido darle los sectarios de la escuela de Edimburgo, hasta ahora omnipotentes en nuestros Institu- tos, no la circunscribe al simple estudio de las facultades ó potencias del alma ( Dinamilogía), sino que comprende en ella también el de las ideas, por medio de las cuales tiene lugar el conocimiento (Ideología), y el de la naturaleza del alma y de sus relaciones con el cuerpo (A ntropologíaj. Salvo el opinar que este último tratado estaría mejor á la cabeza de los otros dos, puesto que, así como el conocimiento de las ideas presupone el de las faml tades anímicas correspondientes, el de estas exige, cual condición previa, el de la esencia en que radican ; por lo demás convenimos con el Sr. Ortí y Lara en que la Psicología debe abarcar esas tres partes , si ha de ser com-

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pleta y elevarse sobre la limitada esfera del empirismo escocés. Menos plau- sible nos parece la aplicación que, siguiendo á Sanseverino, hace de las de- nominaciones de Dinamüogia y Antropología. Dinamüogía, según su valor etimológico, significa tratado acerca de las fuerzas, sin particular determina- ción á la de Dios, ni á las del mundo físico, ni á las del espíritu humano ni á las de los ángeles, ni'á las de los animales. Tiene, pues, una significa- ción mucho más general que la que le atribuye el Sr. Ortí y Lara. No es, por tanto, término exacto en la acepción en que él lo emplea. Lo propio á^- ñmoB de Antropología. Esta palabra, no sólo atendiendo á su origen, sino también por razón del uso, significa tratado del hombre, del hombre íntegro, del hombre físico lo mismo que del espiritual; por donde se ve que, lejos de ser la Antropología una parte de la Psicología, sucede todo lo contrario, la Psicología QB una parte de lo, Antropología. Cambiar esta relación, contra- riando las ideas recibidas, como lo hace el Sr. Ortí y Lara, sólo puede servir para aumentar la algarabía y confusión , ya no pequeñas , que reinan en el campo de las ciencias filosóficas, con tanta diversidad de sistemas y nomen- claturas, i Cómo llegar á entendernos si cada cual toma en diverso sentido las expresiones?

Hemos indicado que nuestro autor acata como autoridad suprema en ma- terias filosóficas á La Civiltá Cattolica. Véase ahora un ejemplo de su humilde adhesión á los dictámenes de la célebre Revista romana , aun en las cosas de menos momento. Sanseverino, y su discípulo y colaborador Prisco, bautizaron con el nombre de Psicologismo racional la doctrina por ellos profesada acerca del origen de las ideas ; pero vino La Civiltá censurando esa denominación y prefiriendo la de sistema escolástico , y aquí que , sin otra razón ni funda- mento, el Sr. Ortí y Lara prefiere y adopta esta última. Con perdón de La Civiltá y del docto profesor español , nosotros creemos mucho más aceptable la primera de dichas denonimaciones, puesto que responde adecuadamente á los caracteres intrínsecos del objeto desigTiado, mientras que la segunda solo expresa , inexactamente por cierto , las relaciones históricas del mismo. Inexac- tamente , decimos , porque en orden al punto mencionado no hay uno , sino VARIOS sistemas escolásticos. No recordaremos, en prueba de ello, las contro- versias que sostuvieron en la Edad Media , y aun en tiempos posteriores sobre el origen y naturaleza de las ideas, los nomincdistas, conceptualistas y realistas, los tomistas, e-^cotiMas y otras sectas escolAsticas ; bastará hacer notar que uno de los sistemas ideológicos impugnados por el P. Zeferino González, escolástico acérrimo, es el de la re2)resentacion sensible, segaido y defendido á su vez por los PP. Cuevas y Liberatore , cuyo escolaticismo nadie pondrá en duda, y me- nos el Sr. Ortí y Lara que por escolásticos los alaba con tan sincero entusias- mo. Escolástico inflexible es también el mismo Sr. Ortí y Lara. Pues, sin em- bargo , en su teoría ideológica falta por completo un elemento, que hace muy principal papel en la de Santo Tomás, el príncipe de los escolásticos; elemento de importancia suma y que pone radicales diferencias, por más que se procure disimularlo , entre los que le admiten y los que le excluyen , el elemento onto- lógico, derivado de San Agustín, el Doctor Angélico, para quien preexisten innatos en nuestro entendimiento, como impresión de las razones eternas y

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semejanza ele la verdad increada, los conceptos primordiales, iwima intelligi- bilia, semillas de las ciencias, por los cuales juzgamos de todas las cosas. iCon qué razón , pues , se denomina escolástico á un sistema dado , cuando tan divididos andan los escolásticos respecto á la materia sobre que versa?

Los defectos que dejamos notados atañen solamente al método y tecnicismo de la obra. No es del caso juzgar las doctrinas en ella contenidas, ni hay para <iué, puesto que nada encierran de original y de nuevo. Únicamente adverti- remos que están elegidas con sobriedad y buen gusto. El estilo y lenguaje son asimismo dignos de alabanza. El Sr. Ortí y Lara, aunque escolástico, cuida con singular esmero su forma de expresión , que por lo elegante y cas- tiza , y hasta por el número y dulzura de los períodos , nos trae á la memoria frecuentemente los más bellos y galanos pasajes de nuestros insignes místicos, en cuya lectura se conoce que está muy empapado. Su ejemplo demuestra ir- recusablemente que la lengua castellana, sabiendo manejarla, tan dócil y flexible se presta á las abstracciones.de lamas sutil metafísica, como á los briosos arranques de líi oratoria y á los encumbrados vuelos de la poesía. ¡ Que no tuviera en esta parte muchos imitadores el Sr. Ortí y Lara !

Rovia á la vista. Con este título acaba de publicar en Valencia el presbí- tero D. Antonio Gil y Santa Cruz, ex-regente-cura de la Real y parroquial Iglesia de aquella ciudad, una obrita, la cual nos parece digna de llamar la atención del público , pues además de insertar en ella la cronología de los acontecimientos más importantes de la historia de Roma, la de sus Empera- dores y Pontífices, y las de los pintores, escultores y arquitectos más célebres del mundo, y de dar una noticia de su anterior y actual topografía, describe minuciosa y metódicamente cuantos edificios y monumentos antiguos y mo- dernos encierra esa metrópoli del catolicismo, sin excluir sus principales fun- ciones religiosas y sagradas reliquias que en ella se conservan, sus obeliscos, sus columnas, sus castillos, puentes, termas, acueductos, fuentes, jardines, paseos, museos, galerías, esculturas, y cuantas cosas son dignas de especial mención, colocando en sus respectivos lugares las notas convenientes para la inteligencia del lector.

Son curiosos los datos que suministra para hacer un viaje á aquella ciudad, rápido, cómodo y económico á la vez, puesto que incluye una escala de iti- nerarios con el coste de los ferro-carriles, vapores, fondas, cafés, nombres de las comidas italianas, tal como debe pronunciarlas el español que ignore dicho idioma; palabras que, tanto en francés como en italiano , puede dirigir á los cocheros ó conductores para que le lleven al punto que se designe ; valor de la moneda francesa é italiana comparada con la nuestra, utilidad de su cam- bio en billetes ó papel moneda, modo de conocer los legítimos y los falsos; pesas y medidas, y en suma, todo cuanto pueda serle necesario á una persona en un país extranjero cuyo idioma ignora.

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LIBROS EXTRANJEROS.

Introduction d la philosoj^lde et pre'paration á la metaphisique. Etude analytique sur les ohjets fondamentaux de la science.— Critique du ¡wsitivisme, par G. Tiverghien, Docteur en Philosophe, Professeur á TUniversité libre de Bruxelles. Bruxelles, librairie d'Aug. Decq. 1868.

El objeto de la última publicación del discípulo tal vez más ilustre de Krauss, y el contenido de ella, se exponen,en la Dedicatoria á sus alumnos que Va al frente del libro, y que dice así: nEste libro es vuestro, porque lo he com- puesto con vuestro auxilio; aceptad, pues, mi Dedicatoria. Desde que empecé hace veinte años á enseñar la Filosofía, establecí en mis cursos conferencias en que todos tomábamos á nuestra vez la palabra ; vosotros para manif estax'me vuestras dudas , yo para tratar de disiparlas. Estas conferencias tienen la doble ventaja de fortalecer vuestras convicciones y de indicarme los puntos oscuros ó defectuosos de mi enseñanza. Este libro es la exposición metódica de los problemas que discutimos. Si parece que se dirige á sabios más bien que á estudiantes, puedo atestiguar con mi experiencia que los objetos de que trata son precisamente los que más os preocupan é interesan. Os hablo libre y sinceramente de Dios, de la inmortalidad del alma, del ideal de la humani- dad, de la dignidad de la razón, de los progresos de la civilización, de la inde- pendencia de los pueblos, de los derechos y de los deberes del hombre, y noto con satisfacción que estas grandes cosas que hacen sonreír á .los que despre- cian la ciencia, inflaman siempre el entendimiento y conmueven el corazón de la juventud. "

Sirve de introducción á la obra un examen de la situación actual de la filo- sofía en Europa, que consiste principalmente en el análisis crítico de las doc- trinas de la moderna escuela positivista, expuestas por su fundador y maestro Augusto Comte en sus dos obras fundamentales, tituladas. Sistema de filosofía positiva y Sistema de política positiva. El cuerpo principal de esta introducción es el discurso de apertura de la Universidad libre de Bruselas, pronunciado por el autor el 7 de Octubre de 1867, en el cual demuestra cumplidamente que el positivismo no es más que una forma hipócrita y tímida del materialismo y del ateísmo. Este discurso fué origen de una polémica de que Tiverghien da cuenta en la tercera parte de la introducción, donde se ratifica en sus pri- tneras observaciones, aduciendo para confirmarlas las aseveraciones ya fran- camente materialistas de Moleschot de Buchener de Vogt y de los redactores del periódico titulado el Pensamiento nuevo ^ todos los cuales, aunque separa-

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dos en diversos puntos del positivismo de Comte, son hijos de su doctrina y de sus tendencias. Después de este trabajo crítico, que era indispensable para afirmar la posibilidad y la legitimidad de la filosofía, entra el autor en mate- ria, exponiendo la noción de la ciencia, y trata en los dos capítulos siguientes de sus condiciones y de su división , dedicando los tres últimos de la obra al estudio de la noción de la filosofía, y así mismo de sus condiciones y de su división; todas estas materias están expuestas de un modo, por decirlo así, extemo y por un procedimiento analítico para que sirvan de prolegómenos á la metafísica, que es el estudio sintético de la ciencia , ó lo que es lo mismo, la exposición sistemática de los principios y de sus deducciones ó consecuencias necesarias. Como no podríamos examinar á fondo en esta breve noticia las doctrinas del autor, nos contentaremos con lo que se deja dicho, reservando nuestro juicio para cuando nos dediquemos con más espacio á exponer el es- tado actual de la filosofía en las naciones de Europa.

L' Imagination ses hienfaits et ses égarements sur tout , dans le domaine du Tnerveilleux , par J. Tissot, Professeur de Philosophie, Doyen de la Facilité de Lettres de Dijon. París, Didieret C'^ 1868. Prix: 7 fr. 50 es.

La obra, de que vamos á dar una breve noticia, no es sólo el estudio psi- cológico de una de las facultades más importantes del alma humana, sino que tiene un interés, por decirlo así, histórico, como se verá por lo que luego di- remos. El primer libro, de los cuatro en que la obra se divide, trata de la imaginación considerada en misma y en su objeto, para lo cual el autor examina primero su naturaleza y el papel que esta facultad desempeña en la formación del pensamiento y en las determinaciones de la vida, ocupándose después de la parte que toma en la expresión del pensamiento mismo ; y por último, de la que se le debe asignar, considerándola como elemento del pro- greso y de la civilización. En todo este libro se examinan las funciones nor- males de la imaginación, y por lo tanto se manifiestan sus beneficios. En el segundo, que trata de la imaginación en las pasiones, se exponen los extra- víos á que conduce , y sus funestos resultados , para lo cual el autor estudia la pasión en general, y examina sus relaciones con la locura, después de lo cual analiza la manera con que la imaginación influye en las pasiones, cómo obra en la locura, cómo llega hasta á producir el suicidio, poniendo fin á este libro con un paralelo entre la pasión , la inmoralidad y la locura. Los fenó- menos de la imaginación en el sueño y en estados análogos, forman la ma- teria del libro tercero, que empieza por un estudio del sueño y de la vigilia, dedicándose después un largo capítulo al examen del sonambulismo y de sus diferentes especies ; en los dos últimos capítulos de este libro tercero se estu- dia cómo obra la imaginación en la interpretación de los fenómenos cósmicos, y cómo se produce el realismo en las ciencias, y especialmente en la Me- tafísica.

Aunque son de grandísimo interés todos los asuntos que se tratan en los li- bros anteriores , lo tiene sin duda muy superior el que es materiaj del cuarto, que ocupa las dos terceras partes del Volumen, que tiene por objeto lo maravi-

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lioso , considerado como obra de la imaginación , y donde después de explicar én qué consiste la propensión del hombre á lo suprasensible, se exponen todas las formas de este, y se sigue el curso de sus diversas manifestaciones, desde los primeros tiempos de la Historia hasta el espiritismo, que es la forma con que se presenta en nuestros tiempos. Basta con lo dicho , para que se com- prenda el interés que tienen los capítulos , en que se estudian filosóficamente los presentimientos, las visiones, los oráculos, los presagios y las adivinado nes, así como el misticismo en todas sus épocas, la magia, y principalmente la brujería, que tanto dio qué hablar y qué hacer en los tres siglos anteriores al nuestro. M. Tissot no se ocupa más que de las brujas y de los brujos ale- manes, franceses é italianos, sin duda porque desconoce la historia de los españoles; no obstante la gran fama del aquelarre de Zugarramendi, y la (lue dio al lUtimo auto de fe en que fueron condenados en Logroño varias personas por volar y otros excesos, nuestro Moratin con sus saladísimas notas.

Dírtctor y Editen-, José Tj. Albakeda.

Tiror.KAKu DE f.REilORiO LSTKADA, Hiedra, &y 7. Maiind

EL día i de setiembre

DE 1855

EN EL SITIO DE SEBASTOPOL.

Han pasado doce años desde que la plaza de Sebastopol, defendida por el ejército ruso, fué tomada por los soldados de Francia, Ingla- terra y Turquía , apoyados en los últimos dias del sitio por un cuerpo de piamonteses. A pesar del tiempo trascurrido , creemos que los lectores de la Revista de España han de leer con interés estas modestas páginas , dedicadas á recordar algunos de los he- chos gloriosos acaecidos en aquella campaña titánica, verda- dera epopeya militar del siglo presente y cuyas descripciones tendrán siempre el privilegio de levantar el ánimo y exaltar la fantasía de cuantos amen y admiren los resultados de las ciencias, de la industria y de todos los adelantos humanos aplicados al arte de la guerra. Tenemos también la fundada esperanza de que no carezca de interés de actualidad este escrito aun para los que no se dedican exclusivamente á estudios militares , toda vez que la com- plicada cuestión de Oriente está de continuo sobre el tapete de los Gobiernos europeos, pues la cuestión panslavita, la defensa siempre simpática de los cristianos de Oriente , el equilibrio continental y los graves temores de la Europa culta , son otras tantas causas de luchas, dificultades y contradicciones para resolver el problema amenazador que entraña la cuestión de Oriente.

Convencidos del interés que en nuestros lectores deben desper- tar los recuerdos de la célebre toma de Sebastopol , que resume el acto más conmovedor del drama que durante once meses de trin- chera abierta se representó en la campaña de Crimea al frente de aquella plaza , nos proponemos narrar con brevedad suma la per- severancia , los sufrimientos y los heroicos esfuerzos de valor que tuvieron glorioso desenlace el dia 8 de Setiembre de 1855 , cuya TOMO m. 23

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jornada imperecerlera será el objeto especial de nuestro trabajo j al que nos dedicamos con la confianza de interesar á los lectores de la Revista , sino con la belleza del estilo , con la verdad al menos de testigos presenciales de todos los hechos que alli acaecieron, pues tuvimos la envidiable fortuna de asistir á la campaña comi- sionados para hacer su estudio por el Gobierno español, en unión de los Coroneles de Artillería é Ingenieros Sres. Marqués de la Con- cordia (1) y D. Tomás O'Rian (2) y el entonces teniente del último cuerpo D. Vicente Villalon (3).

(1) Escribiamos estas páginas cuando llegó á nuestra noticia la muerte del ilustre Marqués de la Concordia, acaecida en Sevilla el dia 19 de Mayo de 1868, y no podemos menos de dedicarle un recuerdo de cariño afectuoso y de justicia, rindiendo culto á las relevantes cualidades que adornaban á tan dis- tinguido militar como excelente caballero. Era D. Manuel Pereyra y Abascal uno de los jefes de Artillería que gozaban mejor concepto cuando fué nom- brado para estudiar el sitio de Sebastopol , y con él vivimos durante catorce meses bajo la misma tienda de campaña, como cariñosos hermanos, apren- diendo mucho de sus dotes militares, de su práctica y conocimientos en la guerra, adquiridos en la nuestra de los siete años, donde se habia distin- guido notablemente. En la campaña de Crimea se captó el aprecio y la consideración de los Generales aliados y de cuantos tuvieron el gusto de co- nocerle y- tratarle. Después de la toma de Sebastopol y terminación de aquella campaña, tuvo el Marqixés de la Concordia la honra de batirse en la que nuestra patria sostuvo con el Imperio marroquí, con la distinción que le era habitual, y una vez ajustada la paz de Vald-Rasd, continuó al frente del regimiento de artillería que mandó en África hasta que, á solicitud suya, fué destinado á la isla de Cuba, donde formó parte del cuerpo de ejército allí or- ganizado para operar en Méjico, á cuya expedición asistió hasta su reem- barco. Ascendido á Brigadier, se le encargó el mando de una columna en la campaña de Santo Domingo , y allí, como siempre, logró distinguirse. Vuelto á la Península , fué nombrado Director del Colegio de Infantería , y en situa- ción de cuartel, hace pocos dias murió en Sevilla rodeado de su familia y com- pañeros que perdieron en él tan excelente jefe como fraternal amigo.

(2) El Coronel O'Rian merece también de nuestra parte un recuerdo de consideración y afecto consignando que terminada la campaña de Crimea, tuvo, como el Marqués de la Concordia y todos los que formamos parte de la comisión en Crimea, la suerte de batirse en África por la honra de la nación, recibiendo una grave herida y el merecido ascenso á Brigadier. Antes fué nombrado por el Gobierno para estudiar la campaña de Italia en la lucha sos- tenida por Francia é Italia contra el Imperio austríaco, á la que tuvimos tam- bién la fortuna de asistir con la misma comisión. El Brigadier O'Rian, des- pués de la campaña de África , ha ocupado siempre puestos de confianza y de difícil desempeño, como el mando de las plazas de Melilla, del Ferrol y Ali- cante, la Secretaría de la Dirección de Infantería, y actualmente la de la Junta consultiva de Guerra, merecida recompensa de su laboriosidad y talen- tos distinguidos.

(3) El hoy Comandante de Ingenieros en la isla de Cuba D. Vicente Villa- Ion, que formó parte de la comisión para estudiar el sitio de Sebastopol, asis

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Dividiremos nuestro escrito en dos partes: la primera compren- derá en un ligero resumen las operaciones de los aliados desde su desembarco en Crimea y los trabajos del sitio de Sebastopol hasta los primeros dias de 1855 ; y la segunda parte, el plan de ataque general y su ejecución, con los sucesos más interesantes del dia me- morable de la toma de Sebastopol , objeto principal de nuestro trabajo.

PRIMERA PARTE. I.

En la peninsula Taurida ó Crimea, y en su extremo meridional se encuentra , bañado por el Mar Negro, el cabo Kersoneso, nombre tomado de la antigua ciudad de Kersoneso , que existió en el lugar que hoy ocupa Sebastopol : este cabo forma una meseta elevada, de perímetro irregular, en uno de cuyos lados puede considerarse la orilla Sur de la gran rada ó puerto de Sebastopol que se extiende de E. á O. y en cuyo extremo ó fondo de la bahia desemboca el rio Tschernaía, cuya corriente se abre paso por una serie de alturas que constituyen en sus márgenes fuertes posiciones naturales y llega á desembocar por un valle ancho y en tierras menos acci- dentadas. Otro lado del perímetro de la meseta puede considerarse formado por la cresta del terreno que , extendiéndose desde la des- embocadura de aquel rio hasta el fondo de la bahía de Balaklaba, domina la llanura y puerto de este nombre. Desde el puerto de Balaklaba á la entrada de la gran rada de Sebastopol forma la costa los dos lados del cabo avanzado en el Mar Negro , cuyas ondas se han abierto en uno de ellos varios fondeaderos ó bahías, de las cuales las de Kamiesch y de la Cuarentena son las más im- portantes. La meseta de Kersoneso, que ocupó el ejército aliado durante el sitio de la plaza, tiene una extensión aproximada de 71 kilómetros cuadrados.

Antes de pasai* adelante historiemos, aunque de una manera

tío también á la campaña de África con distinción, y destinado posterior- mente al ejército de la isla de Cuba, tuvo la suerte de distinguirse en la guerra de Santo Domingo, en la que ascendió á Teniente Coronel , y recibió como justa recompensa además el grado de Coronel. Hoy continúa de Comandante de Ingenieros en Santiago de Cuba.

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brevísima, conforme con la índole de un artículo de revista, esta parte, la mas importante, por los hechos en ella ocurridos y por su posición estratégica, de la península Taurida.

En el siglo V antes de Jesucristo fundaron la ciudad de Kerso- neso colonos venidos de la de Herácleo, que la hicieron florecer con su comercio y la fortificaron contra los escitas. Kersoneso es- tuvo situada en una de las orillas de la gran rada de Sebastopol; más tarde Diofonte, capitán de Mitrídates, construyó al Este de aquella ciudad una fortaleza, á la que dio su nombre. Por los años de 65 antes de Cristo sufrió Kersoneso la dominación romana, y des- pués la del Imperio bizantino. Durante todo este tiempo sus ha- bitantes supieron mantener su independencia contra los ataques de pueblos bárbaros vecinos, rechazando sucesivamente á los hu- nos, turcos, etc. El primer sitio notable que sufrió Kersoneso fué en el año 968 de la Era cristiana: entonces los rusos, al mando del Gran Duque Uladimirol, intentaron castigar de este modo la mala fe de los Emperadores bizantinos. Ocupó el Gran Duque la rada (1) con las embarcaciones que conducían sus tropas y rodeó la ciu- dad con un ejército numeroso. Sus defensores la sostuvieron va- lientemente , y sólo se rindieron cuando les faltó el agua por la destrucción del acueducto que del rio Tshernaia surtía á la plaza. Uladimiro entró triunfante en Kersoneso , abrazó la religión cris- tiana y restituyó la ciudad al Imperio de Bizancio.

Recordamos este hecho acaecido ha tantos siglos en el mismo lu- gar que ocupa hoy Sebastopol , y en el cual los rusos, ahora si- tiados, desempeñaron entonces el papel de sitiadores.

En el siglo XIII Kersoneso , en gran decadencia , formó parte de los Estados de la República de Genova. Las invasiones de los tur- cos y tártaros destruyeron por completo la antigua ciudad. Poste- riormente los tártaros levantaron otra población en las cercanías de la antigua Kersoneso, á la que llamaron villa de Akhtiar y que por algún tiempo dio nombre á la bahía , cuya importancia mili- tar y marítima fué desconocida por los turcos y abandonada á los tártaros, hasta que el creciente poder de los rusos en el Mar Negro fijó su atención en todo el partido que de aquella importan- te posición de la península Taurida podían sacar especialmente para

(1) Otra hubiera sido la suerte délos aliados si, como Uladimiro, hubiesen ocupado con sus escuadras la rada de Sebastopol , única manera de aislar la ciudad y completar el cerco de la plaza.

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SUS escuadras, y en 1778 los ejércitos de Catalina II se apoderaron de ella, mandando en 1784 establecer un puerto militar en la gran bahía y fundar la ciudad de Sebastopol , que quiere decir : Ciu- dad céledre en el lugar que hoy ocupa.

Los rusos , desde que tomaron posesión del cabo Kersoneso , fue- ron sucesivamente mejorando el gran puerto de la nueva ciudad, fortificando sus entradas , construyendo arsenales , diques y fon- deaderos abrigados para sus escuadras, fabricando y abasteciendo grandes almacenes , levantando cuarteles etc. , y parecia como que iban acumulando recursos inmensos que tuvieran por objeto empresas superiores al papel que por si solo jugara aquel ex- tremo de la Península como parte integrante, del Imperio, y es que el pensamiento de Pedro el Grande seguía elaborándose en to- das las generaciones sucesivas , y Catalina II , con su genio supe- rior, hizo comprender á sus subditos la importancia estratégica de aquel inmenso puerto para realizar la soñada dominación de la Cruz griega sobre la cúpula de Santa Sofía , y una vez dueños los rusos del estrecho de los Dardanelos , completar su atrevido pen- samiento , haciendo algún día desembocar sus formidables y nu- merosas escuadras del Báltico y del Mar Negro para recorrer vic- toriosas los mares de la Europa occidental hasta las columnas de Hércules.

n.

Sebastopol , ciudad militar y marítima principalmente , está si- tuada en una colina cuyo descenso al NO. y en forma de anfi- teatro sobre la rada ó gran puerto , está ocupado por la población, de aspecto pintoresco , y en la que sobresalen algunos edificios pú- blicos de importancia. Sus habitantes llegaban, en los días de que hablamos, al número de 42.000 , de los cuales 35.000 perte- necían al ejército y la marina.

La gran rada que forma su magnífico puerto , comparable sólo á los de Mahon y Malta , comprende una extensión de 7 kilóme- tros de E. á O. desde la entrada que tiene 800 metros de ancho hasta el fondo de la rada donde desemboca el rio Tschernaia ; la anchura en el interior llega en algunos parajes hasta 1.500 me- tros, su profundidad varía entre 6^ ,50 y 18 metros, suficiente para recibir los buques de mayor calado que pueden dar bordadas en la

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bahía y acercarse á tierra en casi todas las orillas cuanto necesitan para las faenas de carga, descarga etc. En la orilla Sur, desde la entrada hasta la desembocadura del Tschernaia , se encuentran las bahías de la Cuarentena , de la Artillería , del Sur ó puesto militar y de la carena : la del Sur, que puede contener escuadras , divide á Sebastopol en dos partes , la ciudad al E. y el arrabal Karabe- luaia al O. En el último se encuentran el arsenal, gradas de cons- trucción , carena , grandes cuarteles y otros edificios militares. La orilla Norte presenta también algunas calas ó pequeños fondeade- ros , y cerca de sus embarcaderos existen algunos almacenes, fuertes , y una insignificante población de marineros y trabaja- dores.

La plaza y puerto de Sebastopol estaban defendidos , al desem- barcar los aliados en Crimea, con las siguientes obras permanen- tes y de campaña. Formando la extrema derecha de los rusos con- tra el ataque por el Sur de los aliados y sobre la bahía de la Cuarentena , se encontraba el fuerte llamado de este nombre con ]ma batería acasamatada que defendía la costa, entrada de la rada y bahía de la Cuarentena , cerrando el fuerte por la parte de tierra un rediente y cortinas con perfiles de campaña. En la orilla Sur de la rada, el fuerte acasamatado Alejandro, cuyas baterías cruzaban en la bahía sus fuegos con la del Norte , y hacia la parte de tierra se cerraba con un muro aspillerado y un cuartel blindado, rodeado de un glásis. A la extrema derecha del recinto ó línea defensiva de la ciudad, el fuerte llamado de la Artilleria, con fuegos á la bahía y batiendo de revés los fuertes de la Cuarentena y Alejan- dro y el terreno de sus cercanías con baterías permanentes y de campaña. Seguían los baluartes de la Cuarentena , Central y del Mástil, que terminaban la defensa de la ciudad hasta el barranco del puerto militar ó bahía del Sur : estos llamados baluartes , que antes de la declaración de g-uerra á Turquía carecían de impor- tancia defensiva por la parte de tierra , fueron reforzados apresu- radamente, y aprovechando un muro aspillerado que unía á los dos primeros fuertes se le adozaron algunas baterías de tierra y mam- postería , construyendo otras delante del cuartel que existia en el Central y á sus inmediaciones , ligándolas al baluarte del Mástil con una trinchera, en la que situaron algunas piezas de artillería; (d baluarte del Mástil, cuyo foso estaba abierto en la roca, se componía de grandes baterías de tierra , y desde estas al fondo del

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barranco se establecieron en los puntos por dónde el terreno pre- sentaba más fácil acceso para el enemigo , barricadas ó parapetos imperfectos con poca artillería : en el fondo de la bahía del Sur , y para su defensa por la avenida y carretera del barranco , se hablan construido cuatro baterías de escasa importancia. El arrabal Kara- baluaia estaba defendido por el Gran-rediente , Fuerte MalaKqff, Pequeño-rediente y Obras ó baterías de la punta , que constituían la extrema izquierda rusa en su línea Sur y sobre la bahía de la Carena. El Gran-^rediente lo formaban una fuerte batería con foso abierto en el terreno , cuyas caras estaban flanqueadas por otras pequeñas baterías establecidas á retaguardia, todas de campaña. El Fuerte MalahoJf^Q reducía á una torre semicircular de mam- postería con dos pisos aspillerados para infantería y una batería á barbeta, rodeándola un foso abierto en el terreno, con glásis natu- ral. Las obras denominadas Pequeño-rediente y Negras ó de la punta , se reducían en aquella época á dos baterías de tierra de re- vestimientos de campaña que ocupábanlos puntos más importantes y cerraban la especie de campo atrincherado que envolvía al arra- bal Karabaluaía , el cual , por la poca defensa que tenia , á causa del desarrollo de la línea de fuertes avanzados que dejamos descrita, y que estaba ligeramente construida y debidamente artillada , se rodeó con una trinchera y barricadas que fueron una segunda de- fensa con los cuarteles, arsenal y edificios de dicho arrabal. La rada quedaba defendida , á su entrada en las orillas Sur y Norte, con los fuertes Alejandro y Constantino, continuando la orilla Sur, desde el fuerte Alejandro, con los de la Artillería, Nicolás y Pa- blo , este último en la entrada de la bahía ó puerto militar; todos cruzaban sus fuegos en la bahía con los fuertes de Severuaia, Miguel y Constantino, situados en la orilla Norte, y limitando en la costa la línea fortificada de aquella parte de la defensa por tier- ra : todos los fuertes que defendían la rada eran acasamatados de mampostería con dos y tres órdenes de baterías. La parte Norte por tierra estaba protejida con un fuerte octogonal permanente y algunas pequeñas obras de campaña que formaban una especie de campo atrincherado para garantir de un ataque por aquella direc- ción á los establecimientos y repuestos allí acumulados.

Descritas ligeramente las principales defensas y puntos fortifica- dos de la plaza y puerto de Sebastopol al desembarcar en Eupatoria los ejércitos aliados , resumiremos este somero relato consignando

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que la rada y puntos próximos de la costa estaban perfectamente fortificados y defendidos contra todo ataque por mar, presentando una serie de fuertes de mamposteria acasamatados y baterías, que montaban un total de 610 piezas de todos calibres, además de la poderosa escuadra anclada en la bahia y puertos interiores, com- puesta de 14 navios, 7 fragatas, 11 vapores y un gran número de pequeños buques de guerra y trasportes con 2.000 piezas de arti- llería. La parte Sur de la plaza por tierra dejaba mucho que de- sear en su defensa , para la que presentaba al enemigo los fuegos de 145 piezas de todos calibres , en una extensión de siete kilóme- tros y medio. El arrabal Karabaluaia era la parte más débil, pues la importante altura de Malakoff sólo estaba defendida por la bate- ría á barbeta de su torre con 5 piezas de artillería y fuegos de mosquetería. La línea del Norte por tierra estaba artillada con 47 piezas, aprovecbándose también de su defensa el fuego de otras 23 piezas de los fuertes de la rada que batían el terreno próximo á las costas.

El ejército ruso que ocupaba toda la Península se componía de unos cincuenta y tantos mil hombres , de cuyo número el Príncipe Mentschikoff, General en Jefe, solo podía reunir unos 30.000 con 88 piezas de artillería para la defensa de Sebastopol en el mo- mento de ser invadido el terreno de su mando. La flota contaba para su servicio 18.000 hombres próximamente entre Jefes, Ofi- ciales, tropa y marinería. La guarnición de Sebastopol constaba de unos 4.000 hombres de todas armas, y en la plaza existían suficientes recursos para aumentar su defensa y prolongar un ase- dio, ayudándose como podían hacerlo con la artillería , pertrechos y material de la marina.

Nos hemos detenido en la descripción de los medios de combate con que contaba Sebastopol á la llegada de los aliados , algo más de lo que este trabajo exige, con objeto de hacer comprender á nuestros lectores las consideraciones que expondremos más ade- lante sobre la naturaleza y especialidad de aquel memorable sitio.

Veamos ahora la fuerza y composición del ejército anglo-turco- frances al tomar puesto al frente de Sebastopol.

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III.

El ejército aliado que salió de Varna , en la costa turca del mar Negro, dirigiéndose á Eupatoria, costa oriental de Crimea, se com- ponia de 85.000 hombres de mar y tierra: de estos desembarcaron 30.000 franceses, 21.500 ingleses y 7.000 turcos, al mando de los Generales Saint- Arnaud , Raglán y Achmet-Bajá. Las escuadras reunían un total de 34 navios , 50 buques de vapor y 300 traspor- tes , mandados por los Almirantes Hamelin y Dundas. El ejército francés llevaba 68 piezas de campaña y 65 de sitio , y el inglés 50 de campaña y un pequeño parque de sitio.

Después del desembarco en Olf-Fort al Sur de Eupatoria , el dia 14 de Setiembre de 1854, del ejército aliado, y de haber vencido al ruso el 20 en las alturas que ocupó para oponerse al paso del rio Alma que se encontraba en el camino que por la costa debía seguir el ejército invasor para dirigirse sobre Sebastopol, sin per- der el apoyo de las escuadras por su flanco derecho , camino que les conducía al Norte de la plaza , hubieron de abandonar el proyecto de ataque por aquel extremo, creyéndolo, como lo era en efecto, menos importante ó suponiéndolo más defendido que la parte Sur, donde encontrándose los arsenales, gradas de construcción, gran- des cuarteles, almacenes y la ciudad con el importante puerto militar, que ocupaban una grande extensión de terreno , su defensa debía ser más difícil al ejército ruso vencido en Alma , pudiendo quizá proporcionar á los aliados la ocasión de apoderarse de la pla- za por un ataque brusco , proyecto atribuido siempre al entonces General en Jefe de la fuerza francesa Mariscal Saint- Arnaud. Al continuar, pues, su marcha el ejército invasor, abandonó la costa, pasó el rio Tschernaía que ya digimos desembocaba en el fondo de la rada de Sebastopol , y reconocidos los fondeaderos de Kamiesch y Balaklaba, acamparon las tropas en la meseta de Kersoneso, á la vista de la plaza y en. comunicación con las escuadras , que ha- biendo doblado el cabo, fondearon en los nombrados puerto de Ba- laklaba y bahía de Kamiesch , constituyendo ¡la base de abasteci- mientos del ejército que no podía encontrar recursos en el país, escaso de ellos y mucho más cuando las divisiones de Mentschikoff habrían de ocupar la margen derecha del Tschernaía, cortándole

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toda comunicación con el Norte de la plaza y oponiéndose á los reconocimientos que hacia el interior pudieran intentarse.

El ejército moscovita, vencido en Alma, retrocedió á Sebastopol, y dadas por el Príncipe Mentschikoff órdenes para sumergir varios buques de guerra á la entrada de la rada que interceptasen su paso, desembarcar fuerza de artillería é infantería de marina para ayu- dar á la defensa terrestre de la plaza , aumentar la guarnición y encomendar la dirección de la defensa al Teniente General Moller, y al Vice- Almirante Korniloff con una guarnición total de 16.500 combatientes , soldados y marineros , dirigióse con el resto de su ejército á las alturas próximas, para observar los movimientos de las tropas invasoras. Creyeron los defensores de Sebastopol que el enemigo intentaría su ataque por el Norte, en cuya dirección marchaba, y allí concentraron todos sus cuidados, reuniendo el mayor número de fuerzas disponibles para resistir la acción de sus contrarios : pero entre tanto estos , como dejamos dicho , cambiaban su orden de marcha , y á la vista de las divisiones rusas que ope- raban fuera de la plaza, con cuya retaguardia empeñaron algunas escaramuzas, cogiéndoles cierto número de furgones y equipajes al efectuar el paso del Tschernaía , tomaron posesión de la meseta de Kersoneso, donde fijaron sus campamentos al Sur de Sebastopol.

Cuando acampó en la meseta de Kersoneso el ejército vencedor en Alma, en cuya batalla habían tomado parte 55.000 aliados con 1 12 piezas de artillería, y 33.600 rusos con 96 piezas, había tomado el mando del ejército francés el entonces General de división Can- robert, por enfermedad, que después causó la muerte del Mariscal Saint- Arnaud, y efectuado un reconocimiento general de la plaza de Sebastopol, decidióse en consejo de Generales conservar un sitio más ó menos formal contra las obras defensivas de los rusos , que debían ser cañoneadas antes de intentar un ataque contra ellas, renunciando á la idea de tomarlas por un atrevido golpe de mano.

Dejemos ya frente á frente los ejércitos enemigos, el ruso ocu- pando sus posiciones y el aliado preparándose para abrir las trin- choras y empezar los trabajos de sitio.

¿Debió el ejército invasor atacar las posiciones de Sebastopol intentando apoderarse de ellas antes de empezar el sitio? No vaci- lamos en contestar afirmativamente, robusteciendo nuestra opinión con la serie de trabajos, pérdidas y contrariedades del sitio, cuyo término fué un ataque general á formidables posiciones que no te-

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nian las condiciones de una plaza cercada, con los fuegos de su arti- lleria apagados, brecha abierta y una guarnición diezmada , fati- gada y falta de recursos : además sabemos por las relaciones he- chas por los rusos, que las obras defensivas del Sur de Sebastopol á la llegada de los aliados, dejaban mucho que desear para resistir un ataque de 40 á 50.000 hombres que se hubieran lanzado con la fuerza moral de unas tropas victoriosas en Alma, y que abrirían la campaña con tan favorables auspicios, mientras que la guarnición rusa recibirla el ataque impresionada con la pérdida de la reciente batalla, (1) y hasta cierto punto abandonada del grueso del ejército ruso, que bajo las órdenes de Mentschikoff ejecutaba una marcha alejándose de la plaza. No dudamos del éxito de la jornada por parte de los invasores , y dueños los aliados de la plaza, demolidos sus fuertes y arsenales, y destruida la escuadra enemiga, hubieran podido reembarcarse para llevar la guerra á otro punto del Impe- rio ruso. Ahora bien, esta atrevida operación ¿hubiera tenido á la larga mayores ventajas para los aliados que la detención en aquel extremo de la península Taurida? Dudamos en afirmarlo, pues fi- jándonos en las enormes distancias que para llegar á Sebastopol era preciso recorrer desde los centros militares rusos por terrenos difíciles y faltos de buenas vías de comunicación , sin poder hacer uso de sus escuadras encerradas en la bahía y durante un terrible invierno, es para nosotros claro y evidente que la concentración de los aliados en la meseta de Kersoneso había de atraer todos los esfuerzos de los rusos á defender el punto amenazado , luchando con tantas y tan grandes dificultades , que la pérdida de Sebasto- pol les obligaría á la paz , mientras que una prolongada campaña sostenida en el Danubio , en los Balkanes , el Dniéper ó en Asia hubiera podido ser desventajosa á los ejércitos aliados , cuyos re- fuerzos , material y provisiones de boca y guerra , salían de puer- tos tan distantes de sus bases de operaciones , y teniendo que buscar á un enemigo poderoso en su propio terreno. Por estas razones,

(1) En la obra notable é imparcial publicada por el General ruso Todleben, titulada Defensa de Sebastopol , al relatar el efecto producido en la guarniaion de Sebastopol por el resiütado del combate de Balaklaba, en que los aliados, particularmente la caballería inglesa, tuvieron grandes pérdidas, dice: "La catástrofe de Alma se olvidó, etc.," prueba del indudable abatimiento que en aquellos soldados habia producido la noticia de la derrota, y que su fuerza moral necesitó para repararse un combate al parecer feliz, que tuvo lugar el 25 de Octubre; es decir, un mes después de la batalla de Alma.

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aunque juzgáramos más fácil la posesión de Sebastopol por un ataque brusco , es posible que al decidirse por el sitio los aliados acertaran en su final resultado.

IV.

Conocidas las posiciones de los ejércitos enemig-os , abrióse la trinchera contra las defensas rusas en la noche del 9 al 10 de Oc- tubre , dando principio á un sitio que se hizo lento , laborioso, san- griento y difícil , y en cuyos interesantes detalles no nos permite entrar la índole especial de este escrito. Durante los once meses de trinchera abierta, hasta el asalto general contra obras colosales que se aumentaban y crecían á medida que los sitiadores intentaban estrechar sus trabajos de aproche , el sitio de Sebastopol no se pa- reció á sitio alguno de plaza ; fué verdaderamente el ataque de un grande ejército contra otro provisto de medios inagotables para fortificarse y defenderse, con sus comunicaciones al interior del país expeditas , su línea defensiva guarnecida con tropas que po- dían relevarse , con la retirada asegurada y un ejército de opera- ciones que amenazaba continuamente al sitiador : este, por el con- trarío, inferior en artillería, teniendo grandes dificultades para adquirir provisiones , en tierra enemiga , sin más abrigo que las tiendas de campana , encontrábase á no dudarlo en notable desven- taja respecto del sitiado. Para formarse una idea siquiera aproxi- mada de los sufrimientos, perseverancia y valor de los aliados , con- sidérese que el invierno los sorprendió con sus grandes fríos, lluvias, nieves, hielos y tempestades (1), cuando apenas se habían cambiado dos fuertes cañoneos con los sitiados en los días 17 de Octubre y 1.° de Noviembre, desde la 1.*, 'i."" y 3." paralelas, sin resultado satisfactorio aparente , mientras los rusos reforzaban sus guarni- ciones del Sur, acumulaban baterías, abrían fosos y trincheras, blindaban sólidamente sus atrincheramientos, ligaban sus obras

(1) La temperatura media en los meses de invierno, varió según las obser- vaciones hechas por la sección topográfica del Estado mayor francés entre -+-5° y centígrados ordinariamente, llegando en algunos dias que fueron muy pocos en los dos inviernos y por fortuna los vientos que causaban tan enormes descensos solían durar corto número de horas, á 17° centígrados. Los cambios de temperatura solían ser muy bruscos, y se veía bajar y subir la columna termométrica en ocasiones de 13 á 14° bajo O, á 3 ó 4 sobre 0.

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principales , distinguiéndose ya en aquellos multiplicados y bien entendidos trabajos , el genio del entonces Teniente Coronel Tod- leben , encargado como Comandante general de Ingenieros , de la dirección de la defensa en cuanto á su ramo especial competia.

Antes de terminar el año de 1854, los rusos atacaron dos veces al ejército aliado, dando lugar al combate llamado de Balaklaba y á la batalla de Inkerman, El primero se verificó el dia 25 de Oc- tubre atacando un cuerpo de ejército ruso de 20.000 hombres con 64 piezas de artillería , á las órdenes del General Liprandi , cuyas tropas hablan llegado de~ refuerzo al ejército de observación de Sebastopol, el campamento y reductos avanzados qae defendían las avenidas del valle del TscbernaTa hacia el puerto de Balaklaba: los fuertes avanzados en el valle , defendidos por la división turca, cayeron en poder de los rusos al empezar la acción á las cinco de la mañana y se apoderaron de los pocos cañones que en ellos habia: continuaron las columnas rusas su movimiento de avance hacia el campamento inglés , y allí fueron recibidos por el nutrido fuego de la infantería inglesa , siendo rechazados por una carga de su caballería ligera ; formado en linea el ejército ruso , esperó en el valle observando los movimientos de la fuerza aliada , apoyando su izquierda en los reductos tomados á la división turca , y su de- recha en las alturas inmediatas á la margen izquierda del Tscher- naía : por el centro de sus líneas , y siguiendo el valle , fueron tan valerosa como imprudentemente cargados por el grueso de la ca- ballería inglesa, cuyos ginetes después de atravesar las líneas rusas por las que fueron recibidos con un nutrido y aprovechado fuego de artillería y mosquetería, se pronunciaron en retirada, pagando su heroico arrojo con pérdidas de consideración y siendo protegidos al rehacerse sobre su infantería, por algunos escuadrones delacaballe- ría francesa que volvieron á sus posiciones sin empeñar formal pelea con las fuerzas superiores rusas. Así terminó el combate de aquel dia , quedando los reductos que por la mañana ocupaban los turcos, abandonados, y volviendo los ejércitos enemigos á sus posiciones respectivas, aunque reforzando los ingleses el campamento de las cercanías y alturas de Balaklaba.

La batalla de Inkerman fué el segundo esfuerzo hecho por el ejército de operaciones ruso, contra la línea de circunvalación de los aliados. Redújose á un ataque combinado de dos cuerpos de ejército contra el flanco derecho del ejército sitiador que cubrían

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las tropas inglesas en las alturas de Inkerman , al mismo tiempo que otro cuerpo ruso amagaba por el valle las posiciones de Bala- klaba para distraer al enemigo en aquella dirección , extrema de- recha de la linea de circunvalación, y una fuerte salida de las obras sitiadas entretenia á los franceses por su extrema izquierda. Con esta combinación de movimientos, la situación del ejército aliado estaba comprometida, pues siendo inferior en número al ruso y dudoso del objeto que este se proponia en su acción combinada, no podian acumular el grueso de sus fuerzas contra el ataque prin- cipal de Inkerman. En efecto, al romper el dia del 5 de Noviembre, los rusos lanzaron sus primeras columnas contra la línea inglesa, que sufrió la embestida de dos cuerpos de ejército fuertes de 18.300 hombres con 38 piezas de artillería, y 15.800 con 96 piezas, que desembocaron , el primero por el barranco de la bahía de la Carena, al Sur de la plaza , y el segundo atravesando el Tschernaía por el puente de Inkerman : el ataque fué rudo, y los ingleses resistieron con alg'unas baterías de posición establecidas en su campo , y con la serenidad y sangre fria de su infantería , que fué sorprendida á causa de la niebla. Trabóse la pelea con ardor por ambas partes, oponiendo los ingleses al ataque un total de 11.500 hombres, muy inferior al de las fuerzas rusas, pero sosteniendo sus posiciones desde las cuatro hasta las ocho de la mañana , que fueron reforza- dos con una brigada de la Guardia Real inglesa; y por último, después de defender el terreno palmo á palmo , perdiendo y recu- perando más de una vez alguna de las baterías de posición que les disputaban los rusos , fueron auxiliados por su flanco derecho por dos batallones franceses y 12 piezas de artillería , enviados por el General Bosquet , de la línea de circunvalación , que se arrojaron impetuosamente sobre el flanco izquierdo ruso, siendo á su vez car- gados por los batallones enemigos, superiores en número. A las diez de la mañana los franceses pudieron lanzar los refuerzos lle- gados de los puntos que no habían sido sino amenazados por el enemigo, cargando de una vez juntamente con sus aliados los in- gleses , que habían recobrado nuevos bríos , logrando que el ejér- cito ruso se pronunciara en retirada protegido por sus baterías, que á las dos de la tarde abandonaban las últimas posiciones del lado acá del rio , y fuera de la línea defensiva de la plaza , perseguidos por algunos destacamentos anglo-franceses , y por los disparos de la artillería. Esta victoria costó cara á los aliados, pero fué de gran

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efecto moral sobre los rusos, cuyo ejército en aquella fecha cons- taba ya de 100.000 hombres, y el anglo-turco-frances de 70.800, para continuar el sitio y defender la extensa linea de circunvala- ción en toda la meseta de Kersoneso.

Durante este primer invierno de la campaña , llegaron los sitia- dores , por falta de medios , inferioridad de su número respecto á los sitiados, enfermedades que diezmaban sus filas (1), las lluvias y los g-raudes frios, á reducir sus trabajos á una mera defensa de la linea de sitio contra los principales baluartes rusos, con- virtiéndose de sitiadores en sitiados , pues los trabajos del enemi- go, gracias á los inmensos recursos de que disponía, se aumen- taban de dia en dia , desarrollando sus obras defensivas , una vez perfeccionada la primera linea , que como digimos anteriormente comprendía desde el fuerte de la Cuarentena á las Obras negras ó de ¡apunta sobre la bahía de la Carena, ligando los fuertes ó ba- luartes de la Artillería, Cuarentena, Central, del Mástil, Gran- rediente, Malakoff, Pequeño-redientey Bateriasde la punta, obras todas guarnecidas de gruesa y numerosa artillería en baterías de enormes perfiles con colosales revestimientos, abrigos blindados para las tropas defensoras, y fosos inmensos y enfilados , constitu- yendo un formidable recinto. Sobrados de fuerzas y superiores á los sitiadores, se salieron de esta primera línea, estableciendo avan- zadas y pequeños abrigos para tiradores que continuamente moles- taban con sus certeros disparos á las guardias de trinchera en los aproches enemigos : estos abrigos de los tiradores , á los que se dio el nombre de emboscadas, se reducían á cavidades abiertas en el ter- reno, formando con la erra extraída de ellas una especie de parapeto imperfecto que los mismos soldados completaban valiéndose de cuan- tos medios encontraban, piedras, ramajey maderos; introducidos dos ó más tiradores en aquellos hoyos ó cavidades , resguardados por el

(1) En aquellos meses de invierno se desarrollaron en el ejército aliado tres epidemias, cólera, tifus y escorbuto, además de las calenturas perniciosas que atacaban á los heridos y enfermos en los hospitales : agregúese á los estra- gos de estas enfermedades las bajas causadas por el fuego enemigo y los gran- des frios en los, por fortuna, pocos días que la temperatura descendió á 14, 16 y 17° bajo O, y se formará una idea de los sufrimientos del ejército y de susenor- mes pérdidas, que apenas se cubrían con los continuos refuerzos que Uegaban de Francia é Inglaterra. Los rusos sufrían también las epidemias, los frios, bajas de fuego, etc.; pero naturalmente se encontraban en mejores condicio- nes de abrigo y alimentación.

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parapeto en el que apoyaban sus armas de precisión , causaban nu- merosas bajas en las trincheras y baterías enemigas. También los aliados se valieron de este sistema de emboscada para avanzar al- gunos tiradores de las lineas de ap roche (1), Como quiera que los rusos hubieran cuidado de fijar las dichas emboscadas en los sa- lientes que el terreno presentaba á vanguardia de los puntos más importantes de su recinto principal y en los barrancos intermedios, cuando tuvieron su primera línea perfeccionada empezaron á ligar las emboscadas con una trinchera, y aprovechando la excelente posición de aquellas, construían algunas baterías que fueron base de una segunda línea de reductos avanzados, levantados contra los sitiadores á la vista de ellos, y sin que les fuera posible impedirlo, pareciendo como si el sitiador estuviera á su vez sitiado, pasmando verdaderamente el ver cómo apenas construida una batería en cual-

(1) Organizóse para el servicio de tiradores en las emboscadas y puntos avanzados de los aproches , una compañía de soldados voluntarios dedicados exclusivamente á tan peligroso objeto. Formaban parte del ejército francés dos regimientos de la llamada legión extranjera, compuestos de soldados vete- ranos procedentes de todas las naciones de Europa ; de estos habia cerca de 500 españoles que se distinguían por su valor y excelentes condiciones de sol- dados decididos para toda clase de trabajos peligrosos, no faltando algunos que se prestaban á formar parte de los tiradores voluntarios. Habiéndose dis- tinguido notablemente uno de aquéllos, fué llamado por el General en Jefe Canrobert que le elogió, dirigiéndole frases y gracias por su valor y su deci- sión en el servicio que prestaba, ofreciéndole por último una moneda de oro de valor de 20 francos , que fué altiva y noblemente rechazada por el soldado español , respondiendo que en su país no se pagaba con dinero la clase de ser- vicio que él prestaba; á lo que, sorprendido el General, y conocedor del ca- rácter de los españoles, por haber mandado en África la legión extranjera, tendióle la mano, que el soldado estrechó con gratitud, marchándose más satisfecho de aquella muestra de afecto de su General que del oro antes ofrecido. Entre los 500 españoles de la legión se distinguió notablemente el Comandante D. Antonio Martínez, que ascendió en Crimea á Teniente Co- ronel, y recibió la cruz de Oficial de la Legión de Honor, llegando á Coronel después de la campaña de Italia, en la que mandó su regimiento por muerte en Magenta del Coronel. A este excelente Jefe, que procedía de las filas del pretendiente D. Carlos , debimos una sincera amistad y todo género de consi- deraciones. También servían entre los españoles de la legión dos oficiales, el Capitán D. Paulino Bombiño, y el Subteniente D. Francisco Llopis: ambos fueron heridos y se distinguieron en la campaña, como los 10 sargentos, 3 ca- bos y los restantes soldados hasta muy cerca de 600, de los que 55 murieron en acción de guerra, 70 fueron heridos, 33 contusos y 36 muertos de enfer- medades.

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quiera de las últimas paralelas del sitio, con objeto de batir alguna cara de un baluarte ruso, al amanecer del dia siguiente aparecían como por encanto dos ó más baterías enemigas , que á la vez batian las del sitiador. En estos términos crecia y aumentaba la defensa de los rusos , quedando envuelto su primer recinto por otro exte- rior de obras avanzadas que fueron , delante del recinto de la ciu- dad los contra-aproches llamados de la Cuarentena y Cementerio, á vanguardia de 3íalakoff, como á 500 metros de su foso, el reducto llamado Mamelon-verde , dejando el terreno una ondulación ó bar- ranco suave entre este fuerte y MalaKoff^ y por último; pasando el barranco de la bahía de la Carena en una eminencia próxima, las llamadas Obras llancas : todos estos fuertes de la segunda línea, ó primera para el sitio, estaban armados con artillería y bien guar- necidos de tropas. Redujese, pues, el ejército sitiador á perfeccio- nar, ensanchar y fortificar sus trincheras y paralelas , construyendo algunas nuevas baterías, cuyos trabajos quedaban tan acabados y perfectos , particularmente los franceses , que parecían ejecutados como para servir de modelo en un peligro; aunque las trincheras inglesas dejaban mucho que desear, no sucedía lo mismo con sus baterías, que eran también verdaderos y acabados modelos de cons- trucción. Auxiliáronse los aliados con cañones de grueso calibre de sus escuadras para armar algunas baterías del sitio, baterías que también fueron servidas por marinería desembarcada de los buques respectivos con dicho objeto. Pasáronse de esta manera los meses más crudos del invierno , menudeando las salidas de los rusos que daban lug*ar á combates nocturnos tan sangrientos como verdade- ras batallas, llegando á tomar parte en algunos de ellos hasta veintidós batallones de una y otra parte. Las tropas de los cuerpos que guarnecían la línea de circunvalación hacían también un rudo servicio de observación y descubierta , corta de ramaje y lena, cons- trucción de caminos , escoltas y abastecimientos , sufriendo todos los rigores del invierno, faltos de fuego, hasta para hacerse la comida, no sobrados de alimento, abrigados por débiles tiendas, y poniendo á prueba la abnegación de aquellos valientes y sufridos soldados. El ejército ruso luchaba igualmente con las penalidades de tan ruda campaña, habiéndose encontrado frente á trente pueblos y ejércitos dignos los unos de los otros , militarmente considerados. Én todo esto: que hemos llamado primer período del sitio, hasta el principio de la primavera, en que ambos ejércitos combatientes

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se encontraron aptos para organizar y vigorizar sus operaciones, el moscovita se habia aumentado considerablemente , y además de la numerosa guarnición de Sebastopol , operaba exteriormente y comunicándose con aquella un cuerpo de tropas fuerte de 45 á 50.000 hombres. El aliado por su parte habia recibido grandes re- fuerzos de Francia é Inglaterra, y aun alg'unos de Turquía, au- mentando asi sus medios de ataque contra la plaza, y se preparaba, para cuando el tiempo mejorase y lo permitiera, á poner en movi- miento su ejército de observación, pues en el ánimo del General Canrobert dominaba el plan de buscar y batir al ejército ruso fuera de Sebastopol, cortando las comunicaciones de la plaza por el Norte, vista la lentitud y lo poco que se adelantaba en un sitio contra po- siciones que no estaban envueltas por el sitiador (1). Este plan del General en jefe francés coincidía con el trazado por el Emperador Napoleón, cuando pensó tomar el mando del ejército de Crimea, plan que fué sometido á sus Generales después de abandonar la idea de su viaje á la Península Taurida.

En el mes de Marzo de 1855 murió el Emperador Nicolás I de Rusia , siendo reemplazado en el trono por su hijo Alejandro II. Dimitido el mando del ejército de Crimea por el Príncipe Menschi- koff, fué nombrado para sucederle el Príncipe Gortschakof II, á cu- yas órdenes quedó el ejército ruso llamado del Sur, que compren- día el de ocupación de Crimea en Sebastopol y el acampado á las orillas del Dniéper , mandado por el General Lüders. En Diciem- bre de 1854 había sido encargado del mando de la guarnición de Sebastopol el Ayudante de Campo General Osten-Saken, que relevó al General MoUer , y la escuadra estaba ya á las órdenes del Vicealmirante Nakicnoff por muerte del Almirante Korniloff.

No podemos menos de consignar en breves renglones algunas de las altas cualidades que adornaban al General de marina Korniloff, uno de los jefes que más se distinguieron en la defensa de Sebas-

(1) El General Canrobert se encontraba tan contrariado con la prosecución del sitio, opinión constante de Lord Raglán, que no lo podia ocultar; y como prueba de ello referiremos que en ocasión de haber sido convidados á almor- zar con el General en jefe francés, terminado el almuerzo, se nos acercó dicho General con la bondad que le era propia, y aparte de los demás convidados, próximos á la ventana de la barraca que servia de comedor en el gran cuartel general, poniéndonos la mano sobre el hombro, "votis étes jeune," nos dijo, "mon cJiér Commandant ; vous aimez laguerre, ¡eh hien! ne faites jamáis un siége comme celui-lá pá.. y señalaba en dirección al de la plaza de SebastopoL

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topol , y cuyo genio militar, junto con el del General de Ingenieros Todleben , se destacan y sobresalen en el cuadro de los generales rusos.

Mandaba el Almirante Korniloff la escuadra del Mar Negro, surta en la rada de Sebastopol, cuando se supo el desembarco de los alia- dos y la derrota de Alma , que causó profanda impresión en la guarnición de aquella plaza. Reunidos en consejo los Generales para tomar medidas y acordar la manera de defenderse en el caso probable de ser atacados por el enemigo invasor ; el bravo marino propuso salir con toda su escuadra en busca de la aliada, muy su- perior á la de su mando , y como quiera que la inferioridad no le permitiera batirse con ventaja, daria orden á sus buques de poner la proa á igual número de barcos enemigos , abordarles á toda má- quina ó vela , y en el momento de la embestida , volar sus repues- tos de pólvora para destruir de esta manera un gran número de buques aliados , y aunque pereciendo dignamente la escuadra rusa, quedarla la enemiga imposibilitada para reembarcar y abastecer á su ejército de tierra, que atacado por el ruso, tendría que su- cumbir falto de recursos. Este atrevido plan tuvo muy pocos vo- tos en el Consejo , y sometido más tarde al Principe Menschicoff fué á su vez desechado por el General en Jefe , porque en realidad aquel pensamiento era en extremo temerario y de una dificilísima ó casi imposible ejecución ; no pudiendo elogiarse , sino como ex- presión y rasgo que pinta por si solo una de las condiciones de grande abnegación que adornaban el carácter del intrépido marino.

Comenzado el sitio de la plaza , y reducida la artillería y tropas de marina á la defensa de las fortificaciones , el Almirante Korni- loff pasaba los dias en las baterías en construcción y en cuantos trabajos peligrosos se emprendían ; visitaba los hospitales alentando siempre con su noble ejemplo á soldados y marinos , sobre los cua- les adquirió un gran dominio , inspirándoles ciega confianza : fre- cuentemente les dirigía la palabra entusiasmándoles con sus opor- tunas y elocuentes frases. Citaremos las que un dia dirigió al re- gimiento de Moscovia : «Soldados del regimiento de Mosco w, les de- cía , 03 encontráis aqui en los últimos confines de la Rusia, de- fendiendo un rincón del territorio por demás querido al imperio. El Czar y la nación entera tienen sus ojos fijos en vosotros : si no llenáis cumplidamente vuestros deberes, cuando volváis á Moscow, aquella ciudad querida no os recibirá como á hijos dignos de llevar

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SU nombre.» Durante el fuerte cañoneo que los aliados sostuvieron el dia 17 de Octubre de 1854 contra todas las baterías rusas, el valiente Kornlloff se mantuvo en los pantos más combatidos por el enemigo, dirigiéndose por último á caballo hacia la torre de Ma- lakoff sobre la cual continuaba el fuego del sitiador con insistencia: los jefes y oficiales de su estado mayor le rogaron que no se expu- siera tanto á los disparos enemigos , protestando de que ellos le in- formarían de cuanto ocurriera en Malakoff. «Estoy convencido, res- pondióles, de que cada uno de VV. llenarla su cometido como lo exi- gen las circunstancias y su propio honor ; juro en este dia solemne ver á nuestros héroes en el lugar de sus hazañas , es un imperioso deber de mi alma.» ¡Nobles y levantadas palabras pronunciadas jno- mentos antes de recibir la mortal herida de bala de cañón que ha- bla de terminar su gloriosa carrera! «Señores, os recomiendo la defensa de Sebastopol , ¡ no lo entreguéis ! » exclamó al sentirse mortalmente herido, y perdiendo poco después el conocimiento y trasportado al hospital de la marina, espiró á las dos horas, te- niendo todavía un instante de lucidez para pronunciar estas últi- mas y dignas palabras : «Decid á todos cuan dulce es morir con la conciencia pura. ¡Dios mió, bendecid á la Rusia y al Emperador! ¡ Salvad á Sebastopol y á la flota ! » Así terminaron los días de aquel valeroso é ilustre soldado, ejemplo digno de estímulo y de imitación para cuantos sientan en su alma el fuego sagrado del amor patrio y la honrosa ambición de la gloria militar.

La pérdida de Kornlloff fué en extremo sentida por el ejército, y desde el dia de su muerte que , como dejamos dicho, fué causada por la herida recibida en Malakoff, se dio su nombre á dicho fuerte, que desde entonces se le llamó por los rusos reducto Kornüoff.

V.

En el mes de Mayo , y por disentimiento respecto al plan de ope- raciones que los aliados se proponían para la primavera , el Gene- ral Canrobert dimitió su elevado mando y fué reemplazado por el entonces General del primer cuerpo de ejército, Pellssier. Habiendo muerto en las trincheras el Comandante General de Ingenieros francés Blzot, sucedióle en la- dirección de los trabajos del sitio el ayudante del Emperador, General de Ingenieros Niel.

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El ejército francés se componía en aquella fecha de un efectivo de 100.000 hombres de todas armas é institutos, de cuyo total, de- duciendo bajas naturales y las fuerzas empleadas en los servicios de sanidad, administración, etc. , reducíase el número de comba- tientes á unos 80.000. Los ingleses contaban con un contingente de 40.000, que podrían calcularse en 25 ó 30.000 combatientes. Habíase aumentado el ejército aliado con 15.000 soldados piamon- teses, desembarcados en Crimea á las órdenes del General La-Már- mora , unidos en reciente alianza con Francia , Inglaterra y Tur- quía; y por último, el ejército turco de Omer-Bajá se había distri- buido entre Eupatoria y la meseta de Kersoneso , donde estableció su cuartel general el Generalísimo turco con unos 26.000 hombres. Componían pues los ejércitos aliados un total aproximado de 150.000 hombres de todas armas con 348 piezas de artillería de posición y .de campaña para operar en Crimea , continuando el sitio de Sebas- topol y defendiendo el campo atrincherado establecido en las cer- canías de Eupatoria para su defensa , que había sido atacado por los rusos, sin éxito, el 17 de Febrero, y que distraía una fuerza de 12 á 15.000 hombres'.

Los rusos tenían por entonces distribuida en toda la península una fuerza próximamente igual á la de los aliados , con 494 pie- zas de artillería: de estas tropas 35.000 hombres guarnecían to- das las defensas en el Sur y Norte de Sebastopol; 50.000 próxima mente observaban la línea exterior de los aliados , que se extendía ya por la margen izquierda del rio Tschernaia hasta el valle de Baldar , y el resto de las fuerzas rusas operaba á la vista del campo de Eupatoria y en la pequeña península de Kertch , que dominaba al estrecho de Jeni-Kalé , entrada del Mar de Azoff y en el istmo de Perekoff, que une la península de Crimea con el continente ruso.

Constituidos de la manera que dejamos expuesta, los ejércitos enemigos , y decidida por los aliados la prosecución del sitio con toda actividad, siguiéronse aumentando, en este que llamaremos segundo período del ataque , los trabajos de aproche , cerrándose sobre las obras avanzadas rusas , empleando toda clase de medios, marchando contra los salientes sitiados con galerías de minas , que eran combatidas á su vez por los minadores rusos , y por último se dio principio á una serie de ataques á las obras avanzadas de la defensa rusa, que dejaron por fin en poder de los anglo-franceses

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los contra-aproches construidos á vanguardia de los baluartes de la Cuarentena y Central, del 1.° al 2 de Mayo, y los reductos lla- mados Mamelon-verde y Obras Mancas el 7 de Junio : la toma de estas obras costó grandes pérdidas á rusos y aliados , convirtién- dose aquellos ataques en verdaderas batallas : en el del Mamelon- verde y Obras blancas tomaron parte 25.000 franceses, y no hay exageración en asegurar que en aquel encuentro pelearon hasta 40.000 hombres de una y otra parte, haciendo estragos la formi- dable artillería de sitiadores y sitiados en masas de combatientes, que recibían la metralla á pecho descubierto , recorriendo los gran- des espacios del terreno que mediaba entre los últimos aproches y las obras atacadas , fuego y mortandad que sufrían los rusos en las salidas de sus gruesas columnas para resistir el ataque , cargando repetidas veces á los batallones que asaltaban. Con la toma de todas las obras avanzadas del primer recinto ruso , que se ligaron á las lineas de aproche, formando nuevas paralelas y reductos artillados (1), la defensa quedó reducida á la cintura de fuertes, baterías y trincheras que envolvía á la ciudad y arrabal Karaba- luaía desde la Cuarentena á la bahía de la Carena. Alentados los aliados con el éxito de los últimos ataques, intentaron el 18 de Junio otro fuerte y rudo contra Malakqff, que dominando la ciu- dad y el arrabal constituía la verdadera llave de Sebastopol y con- tra toda la línea defensiva del arrabal Karabaluaía. Lanzáronse al asalto á las dos y media de la madrugada del día 18 las prime- ras columnas de tres divisiones francesas contra las Obras de la punta, Pequeño-rediente y Fuerte Malakojf, teniendo de reserva una división de la Guardia Imperial , que formaban un total de 26.000 hombres, y contra el Gran-rediente una división inglesa formada de tres columnas , teniendo de reserva otra división y dos brigadas , la escocesa y la de la Guardia Real , que no entraron en fuego, haciéndolo únicamente unos 14.000 hombres. Los rusos defendieron la línea de fortificaciones con su artillería y 37 bata- llones de infantería , estando aquella parte de la defensa mandada

(1) Los reductos denominados hasta entonces Mamelon-verde y Obras hlan- cas , fueron llamados desde el día 7 de Junio por los aliados, reductos Bran- cion y Lavarande para honrar la memoria del valiente Coronel de Brancion del 50 de línea, que murió gloriosamente sobre los parapetos del primero, y del no menos bizarro General Lavarande, muerto de una bala de cañón en el servicio de guarnición del segundo, en la mañana del dia siguiente á su toma.

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por el General Kruleff. La refrieg-a duró cinco horas con alterna- tivas de ser arrollados y volver al ataque por ambas partes , lle- gando algunos batallones franceses á posesionarse de las primeras casas del arrabal y de los fosos de Malakoff, donde no se pudieron sostener, particularmente cuando rechazados los ingleses del Gran- rediente, pudo la artillería de este fuerte dirigirse sobre la izquierda de los franceses, y á pesar de los heroicos esfuerzos de aquellas va- lientes tropas , no les fué posible resistir por más tiempo el fuego de metralla y el nutrido de las cerradas filas de la infantería rusa que coronaba todos los parapetos de su extensa línea , ordenándose por el General Pelissier la retirada á las siete y media de la maña- na, que se verificó en orden, dejando los fosos de las obras rusas y el terreno comprendido entre las trincheras y la linea de ataque, cubiertos de cadáveres, que fueron recogidos y enterrados al si- guiente dia , mediante un armisticio solicitado por los Generales aliados (1). En este ataque, como en los anteriores al Mamelón- verde y Obras blancas , algunos vapores de guerra rusos desde la bahía, donde ejecutaban movimientos al efecto, ayudaban á la defensa haciendo uso de su artillería sobre las alturas que domi- naban la rada y bahía de la Carena, sacando gran partido de sus disparos , que eran muy aprovechados contra las columnas fran- cesas. Con el mal éxito de la jornada del 18 de Junio, renunciaron los

(1) En los armisticios para enterrar muertos y recoger heridos hacíase notable la verdadera fraternidad que reinaba entre los oficiales aliados y sus enemigos, particularmente por parte de los franceses y los rusos, que mez- clándose en la zona que se señalaba neutral para la triste operación de recoger cada cual sus muertos y heridos, se conversaba familiar y amablemente, cambiándose bromas y hasta tarjetas para si la fortuna les deparaba volver á encontrarse algún dia en París ó San Petersburgo, reconocerse como buenos amigos, lo cual no impedia que una vez abatidas las banderas blancas de una y otra parte, tronara de nuevo el cañón llevando quizá la muerte á algunos délos que, tan alegres momentos antes, hacían cálculos lisonjeros para el porvenir. Los muertos eran cambiados recíprocamente y recogidos los heri- dos con especial cuidado. Los primeros se enterraban vestidos con todas sus ropas, despojándoles únicamente de las fornituras y armamentos, haciendo una excepción los soldados aliados con las botas de los muertos rusos , que siendo fuertes y excelentes para aquellos terrenos, sobre todo en los tiempos lluviosos en que se formaba un barro sumamente molesto para marchar, se permitían descalzarles al enterrarlos, usando las botas recogidas ó vendién- dolas á los oficiales que las pagaban bien, especialmente los ingleses.

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aliados á nuevos ataques sin adelantar los trabajos de aproche, en términos que tuvieran las columnas de asalto cortos espacios de terreno que recorrer bajo la metralla enemiga , y dedicáronse con g-ran perseverancia á los trabajos de sitio, avanzando sus trinche- ras j paralelas sobre Malahoff^ su linea de Karabeluaía y armando nuevas baterias: los rusos, por su parte, reparaban los desper- fectos sufridos por los grandes bombardeos que precedían siempre á los ataques y asaltos , al mismo tiempo que terminaban un gran puente de balsas para atravesar la rada desde el fuerte Nicolás, en la orilla Sur , al fuerte Miguel , en la Norte ; pues sufriendo mucho los buques de la escuadra que hacian los trasportes de una á otra orilla por el fuego del sitio , preparaban aquel medio más seguro , tanto para reforzar la guarnición y defensa , como para asegurar una retirada al ejército defensor en el caso de ser tomada la ciudad ; mucho más teniendo los rusos el proyecto de incendiar algunos buques y echar á pique el resto de su flota.

A fines de Junio murió Lord Raglán de un ataque de cólera, recayendo el mando del ejército inglés en el General Simpson, que más tarde fué nombrado en propiedad para dicho mando.

A fines de Julio fué llamado á Constantinopla Omer-Bajá , de- jando su ejército en Crimea á las órdenes de Osman-Bajá.

A principios de Agosto , fué á su vez llamado á Paris por el Emperador Napoleón, el General Canrobert.

El 20 de Junio recibió una herida grave el General de Ingenie- ros ruso Todleben , que le obligó á resignar la dirección áe los trabajos defensivos de Sebastopol. Este distinguido ingeniero ad- quirió una fama envidiable y más tarde un nombre europeo por la dirección de aquellas colosales fortificaciones. Se habia hecho cargo de organizar los trabajos para defender la plaza á la llegada de los aliados, siendo Teniente Coronel, y terminó la campaña de General; á su poderosa iniciativa, á su alta inteligencia, á su actividad é incansable energía, se debieron aquellos portentosos trabajos y la designación acertadísima de los puntos en los cuales se fijaron las obras principales de defensa, así como el bien enten- dido sistema de fuertes avanzados delante del primer recinto , que tanto dificultó la concentración de los trabajos del sitio, y por tantos meses prolongó la notabilísima defensa de Sebastopol. Ale- jado de la plaza por causa de su herida, no le fué posible agotar todos los recursos de su ingenio en los últimos dias de la defensa.

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Su afortunada estrella no quiso que aquel soldado valeroso tuviera la honda pena de presenciar la pérdida de su querida ciudad , ya que el Dios de la guerra habia de favorecer con la victoria los esfuerzos heroicos del sitiador. El genio superior de Todleben quedará grabado con caracteres indelebles en la historia militar de Ru^ia.

En todo el tiempo que trascurrió desde el frustrado ataque del 18 de Junio hasta el 8 de Setiembre en que terminó este segundo y último periodo del sitio , solo ocurrió de notable , aparte del im- pulso dado por los sitiadores que avanzaban sobre los salientes del recinto ruso con grandes dificultades y sangrientas pérdidas de una y otra parte por la proximidad de los trabajos del ataque y la defensa, la batalla general dada por el ejército de operaciones ruso al mando del Principe Gortschakoff contra toda la linea del Tschernaía , último esfuerzo de las tropas moscovitas en cam- paña rasa.

La batalla de Tschernaía ó del puente de Traktir , como también se la llamó , que tenía por objeto cortar la linea defensiva de los aliados sobre el rio, atacando á Balaklaba para dividir sus ejérci- tos , y cuyo éxito por los rusos hubiera colocado en apurada situa- ción á los aliados, fué mejor combinada que ejecutada. Al amane- cer del dia 16 de Agosto dos cuerpos rusos de á 20.000 hombres con 118 piezas de artillería y numerosa caballería, teniendo en reserva otros dos cuerpos de á 13.000 y 20.000 hombres con 62 piezas, atacaron en una extensión de 4.500 metros las posiciones france- sas , las sardas y parte de las turcas , que tenían en reserva ó segun- da línea el resto de las tropas turcas , la caballería inglesa y algu- nas divisiones francesas, componiendo un total de 35.000 combatien- tes próximamente, pero en fuertes posiciones, con algunas baterías en las trincheras de sus campamentos, dominando las avenidas del valle en que corría el rio. Las columnas rusas , favorecidas por una densa niebla , pasaron el rio y acueducto paralelo á él con la ayuda de puentes portátiles y por el de Traktir, cuya guardia fué arrollada y tomada la cabeza del puente que lo defendía , y ataca- ron vigorosamente las posiciones francesas y sardas , trabándose la pelea en los mismos campamentos aliados, que casi fueron sorpren- didos con aquel impetuoso ataque : hízose general la refriega , y reforzada la primera línea aliada por las divisiones de la segunda con numerosa artillería para contrarestar el fuego del gran nú-

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mero de piezas rusas que desde las alturas del otro lado del rio sembraban la muerte eii los campamentos atacados , dióse un ata- que g-eneralá la bayoneta, que los rusos no pudieron resistir, y á la una del dia , después de un largo y encarnizado combate en el que jugaron con provecho las tres armas, pronunciáronse los rusos en retirada , repasando el rio perseguidos por los aliados , volviendo estos á sus antiguas posiciones , donde presenciaron la retirada de todo el ejército ruso que protegido por algunos disparos de su ar- tillería se encaminaba á los campamentos respectivos , escarmen- tado de su atrevido intento y reduciéndose á la inacción hasta el dia 8 de Setiembre.

En todo aquel intervalo de tiempo , las operaciones de ambas fuerzas enemigas se limitaron á la prosecución sangrienta y difí- cil del sitio y la defensa , haciendo la plaza continuas salidas que daban lugar á encuentros y combates casi diarios, bajo el fuego de una potente y numerosa artillería, que disparaba á cortísimas dis- tancias; mas, el penoso trabajo subterráneo de minas y contrami- nas con las voladuras y desperfectos consiguientes (1) en los tan cercanos aproches y contra-aproches. Llegóse de este modo á los primeros dias de Setiembre , y en ellos se decidió por los Generales aliados hacer el último esfuerzo con un as9,lto general á Sebasto- pol y todas sus defensas.

Entremos pues en la reseña de la situación de ambos ejércitos y de los medios con que contaban al verificarse el último y san- griento encuentro que había de dar fin á la inmensa y prolongada batalla, que tal puede llamarse, empeñada al avistar los aliados la plaza, y que duraba ya once meses de continuos trabajos, fatigas, combates , batallas , sufrimientos y heroísmo por parte de unos y de otros combatientes.

(1) En la noche del 28 al 29 de Agosto una bomba rusa incendió el gran repuesto blindado de pólvora y municiones del Mamelon-verde que surtía á todas las baterías de aquel lado del ataque, y cuya explosión de 7.000 kilogra- mos de pólvora causó 40 muertos y unos 140 heridos, además de grandes des- perfectos en el reducto, inutilizando dos baterías. El dia 31 del mismo mes hubo otra explosión análoga en la extrema derecha del ataque sobre la bahía de la Carena.

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VI.

Presentaba Sebastopol para defender su población y arrabal Karabeluaia , un primer recinto completo , desarrollándose , como dejamos dicho , desde la bahia de la Cuarentena hasta la de la Ca- rena, en una formidable linea de obras colaterales de campaña que por sus perfiles , revestimentos , fosos , abrigos j por la g-ruesa y numerosa artillería que coronaba sus baterías , así como por los notables trabajos de mina que rodeaban los salientes en algunos importantes baluartes , y por las fuerzas que guarnecían aquellas extensas lineas de fuertes y trincheras , no se puede considerar el sitio y el asalto de Sebastopol en las condiciones naturales del ata- que de una plaza fortificada con arreglo á los conocimientos mo- dernos, y cercada y sitiada siguiendo las reglas ordinarias. Estas consideraciones se desprenden de cuanto dejamos expuesto ante- riormente , y lo recordamos porque conviene á nuestro propósito para hacer comprender á los lectores la razón del acuerdo de los Generales aliados al resolverse por un último esfuerzo y ataque general.

Los trabajos de sitio envolvían ya, tanto cuanto era posible, la línea rusa sobre los salientes de sus obras más importantes ; se ha- bía avanzado en términos de ser casi imposible continuar las trin- cheras, que costaban inmensas pérdidas de una y otra parte; los fo- sos de aquellos fuertes y baluartes por ser de campaña y no tener sus escarpas revestidas con mampostería , no necesitaban para efec- tuar sus pasos el coronamiento de caminos cubiertos, construcción de baterías de brecha, hacer estas practicables, y en una palabra, todos los últimos , necesarios y sangrientos trabajos de un sitio exi- gidos por una plaza fortificada permanentemente ; habia llegado, pues, el momento del asalto general, y si este daba por resultado la ocupación de los atrincheramientos rusos, sobre todo de la im- portante-posición de Malakoff, desde cuya altura, por dominar al puerto y á la ciudad, se podrían destruir el puente que ponía en comunicación las dos orillas de la rada y los buques de la escuadra , rusa para aislar la plaza, necesariamente habría de sucumbir esta.

Veamos el estado de las principales obras que debían ser asalta- das , y examinemos la situación y término de los trabajos del sitio sobre cada una de ellas,

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Para evitar la confusión consiguiente al nombrar el ala del ata- que y de la defensa desde cada uno de los campos enemigos , con- sideraremos ambas lineas partiendo de la situación ocupada por los aliados y llamaremos derecba é izquierda rusas las mismas del ataque.

Los sitiadores dividían sus trabajos en ataque de la izquierda ó contra la ciudad, y de la derecba ó contra Karabeluaia, separados ambos ataques por dos barrancos que, á partir del fondo de la babia del Sur , se ensancbaban hacia los campamentos aliados , y se de- nominaban dichos barrancos, el de la izquierda de los Ingleses, y el de la derecba Woronzoff. La bahia del Sur dividía á su vez la defensa rusa en dos grandes secciones. El ataque de la ciudad com- prendía desde el barranco de los Ingleses hasta la costa, y el del arrabal abarcaba desde aquel barranco hasta el fondo de la gran rada.

El primer cuerpo del ejército francés tenia á su cargo el sitio de la ciudad avanzando sus trabajos sobre el recinto formado por los fuertes de la Cuarentena, Alejandro y de la Artilleria, y baluar- tes de la Cuarentena, Central y del Mástil; envolvía este recinto el terreno sobre que se elevaba la ciudad de Sebastopol, ocupando los baluartes del Mástil y Central dos alturas separadas por un barranco llamado de la Ciudad , que descendían por la derecha del Mástil hacia el barranco de los Ingleses y por la izquierda del Central hacia otro barranco llamado de la Cuarentena; este último barranco terminaba en el fondo de la bahia de su nombre : ma- nera que formaban salientes en el recinto los dos baluartes sobre los cuales adelantaban los trabajos del primer cuerpo del ejército francés. Consideremos pues la defensa de la ciudad dividida en tres frentes, los dos formados por los baluartes del Mástil y Central con sus alas hasta los barrancos ya nombrados , y el tercero que comprendía el baluarte de la Cuarentena y fuertes hasta la costa.

El frente del Mástil y sus alas adyacentes hasta el fondo de la bahia del Sur á la derecha , y el del barranco de la ciudad á la izquierda, presentaba en la altura el baluarte con fuertes baterías, fosos enfilados , grandes traveses en su interior con abrig-os blin- dados para una guarnición numerosa, repuestos y baterías de mor- teros ; la gola se cerraba con una linea de tenaza que formaba un segundo recinto batiendo de revés las caras de la obra, y comuni- cándose por trincheras con las calles de la ciudad que estaban cor-

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tadas con barricadas y artillería en cuantos puntos dominaban al- gún trabajo del sitio. Las alas que prolongaban el recinto hasta el fondo de los barrancos inmediatos estaban construidas con una fuerte trinchera y baterías que cruzaban sus fuegos en todo el frente. Un sistema de galerías de contra-mina envolvía el baluarte, y al final del glásis se habían establecido varias líneas de pozos de lobo. Estaba defendido el frente del Mástil en sus dos recintos por el fuego de 169 piezas de todos calibres.

Contra este formidable baluarte y sus atrincheramientos habían marchado los sitiadores desde la apertura de su primera trinchera, abriendo hasta lai cuarta paralela á 50 metros de la obra atacada y construyendo 21 baterías de cañones , morteros y obuses de todos calibres , con un total de 137 piezas , más los trabajos de mina que se encontraban continuamente con las contra-minas rusas.

El baluarte Central, cuyo frente se unía al del Mástil en el fondo del barranco de la Ciudad y al baluarte de la Cuarentena con un antiguo muro de mampostería aspillerado , estaba cons- truido á semejanza del Mástil y ocupando también el punto más alto del terreno con baterías , fosos , traveses , repuestos , abrigos y blindajes fuertísimos ; desde cada uno de sus lados continuaba el recinto formando dos lunetas ó reductos que se denominaron, el de la derecha reducto ScJiwartz y el de la izquierda luneta Belkina, ambos con artillería. La gola del baluarte estaba cerrada con un antiguo cuartel de mampostería blindado y aspillerado , y toda la cresta de la meseta , base de la obra , estaba coronada por trinche- ras y baterías que determinaban el segundo recinto de aquel frente batiéndolo de revés. Este segundo recinto se ligaba por una trin- chera con otro reducto artillado , construido á retaguardia del muro aspillerado en la mitad de la distancia entre los baluartes Central y de la Cuarentena, donde había existido una poterna, á vanguardia de la cual se había levantado un atrincheramiento con artillería que barría con sus fuegos todo el frente del muro. Desde el saliente del baluarte Central hasta el del reducto Schwartz avanzaba sobre los sitiadores un sistema completo de contra-minas. El total de las baterías que defendían el frente del baluarte Cen- tral, los reductos anejos y su segundo recinto, presentaban el fuego de 175 piezas contra el sitiador.

Los trabajos de ataque habían llegado á la cuarta paralela , 70 metros distante délos salientes del baluarte y del reducto xS'c^Wííyí;^,

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sobre los cuales marchaban los minadores franceses. Habíanse construido 20 baterías con 134 piezas para batir todo aquel frente.

El baluarte de la Cuarentena, contra el cual se defendía la iz- quierda del ataque sin adelantar gran cosa sobre su saliente , sino más bien asegurando su flanco y respondiendo á las baterías ene- mi o'as , tenia fuertemente artilladas sus caras y lados , cerrando la gola, como en el Central, un antiguo cuartel. Desde el saliente y en dirección de la bahía de la Cuarentena hasta el punto del ter- reno más dominante , se había construido una línea de trincheras y baterías que cortaba por aquella parte el paso al sitiador. A par- tir de la gola del baluarte , continuaba el muro de mampostería aspíllerado y una trinchera , que terminaban el recinto en el fuerte de la Artillería sobre la rada. Este frente , con todas las baterías y las de los fuertes de la Cuarentena , Alejandro y de la Artille- ría, que se aprovechaban contra el ataque, reunía el fuego de 92 piezas de artillería.

El sitiador estableció en sus paralelas y trincheras 14 baterías con 83 piezas para batir aquel frente.

Resumiendo la reseña de los trabajos de ataque y defensa contra la ciudad, tenemos que el sitiado presentaba 468 piezas próxima- mente de todas clases y calibres en batería en su doble recinto y en las calles de la población , con sus fortificaciones en estado de re- sistir mucho tiempo, sus trabajos de contra-minaadelantando,y una guarnición de que después nos ocuparemos. El sitiador atacaba con el fuego de 356 piezas de artillería, con sus aproches á 50 y 70 metros de las obras sitiadas, guerreando subterráneamente y te- niendo abiertos 37 kilómetros de trinchera en terreno que en al- gunos puntos era preciso atacar con barrenos.

El ataque de la derecha , dirigido contra las defensas del arra- bal Karabeluaia, que comprendían el Qra7i-Rediente, Fuerte Ma- laKoff, Pequeño-Rediente y Obras de la Punta desde la bahía del Sur á la de la Carena, fué ejecutado por un cuerpo del ejército in- glés que sitiaba el Oran-Rediente y otro del francés que adelantó sus trabajos sobre las restantes obras.

El Gran-Rediente se había construido aprovechando la meseta del terreno elevado que se encontraba delante de los edificios mili- tares del arrabal próximos á la bahía del Sur, cuya eminencia descendía por la izquierda á la bahía y por la derecha al barranco llamado de Karabeluaia, que le separaba de la altura en que se

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elevaba Malakoff. La obra principal que formaba el centro de esta linea, limitada por los dos barrancos, era el Rediente con grandes fosos, fuertes baterías, traveses de desenfilada en su interior, abri- gos y repuestos, todo construido bajo el mismo sistema que los baluartes de la ciudad. La gola del Rediente se cerraba con un través enorme , y desde este través se habia construido una segun- da linea ó recinto artillado que envolvía los edificios del arrabal por aquella parte , y cuyos fuegos batian de revés la cara del Re- diente y las alas del primer recinto estas alas , que partían del Rediente , terminaban en el fondo de la bahia del Sur, defendida con una gran batería , y en el del barranco Karabeluaia, adaptán- dose á las sinuosidades del terreno con una fuerte trinchera y gran número de baterías. Todo este frente defensivo, con sus dos recin- tos , baterías á vanguardia de los cuarteles y barricadas del arra- bal, dirigían el fuego de 160 piezas de artillería contra los ingleses.

Los trabajos de sitio habían sido dirigidos por el ejército inglés marchando en dos secciones, que separaba el barranco Worouzoff\ es decir, que la izquierda del Gran-Rediente fué atacada con rama- les, paralelas y baterías que adelantaban por la meseta elevada entre los dos barrancos Worouzoff y de los ingleses que partían del fondo de la bahía del Sur, separándose hacia el campamento aliado, y la derecha por los trabajos que avanzaban sobre el saliente entre los barrancos Worouzoffy Karabeluaia. En ambas secciones tenían construidas hasta cinco paralelas con 32 baterías y 179 piezas de artillería , encontrándose á 200 metros del saliente de la obra ata- cada y adelantando el trabajo de zapa con dificultad suma á causa de la roca viva, que formaba aquel terreno. Las trincheras ingle- sas tenían de desarrollo 13 kilómetros.

El frente de Malakoff con el Pequeño- Rediente y Oirás de la punta , comprendido entre el barranco Worouzoff y bahía de la Carena , estaba formado en su primer recinto por una fuerte trin- chera y parapeto con baterías que se prolongaban por la cresta del terreno que defendían con fuegos cruzados en todo él. En la meseta más alta, y dominándolo todo , se encontraba la importante obra de Malakoff^ cuyo recinto, de perímetro irregular, se extendía por la cresta de la meseta presentando como saliente hacia el ata- que un parapeto de tres lados que envolvía la antigua torre , re- ducida ya á su primer piso aspillerado para infantería : el inte- rior de la obra , al que se llegaba por una abertura la gola.

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estaba sembrado de fuertes traveses, blindajes para la g-uarnicion, almacenes y repuestos de pólvora y municiones: desde la g-ola des- cendía el terreno en una extensa rampa hacia el arrabal : las ba- terías que coronaban los parapetos del fuerte batían las avenidas á la altura en todas direcciones , y de revés las alas del primer re- cinto, á derecha é izquierda de la obra. A partir de los extremos de la g-ola , una segunda línea de trinchera con artillería, ó seg-undo recinto lig-aba el gran reducto con las defensas últimas del arrabal y con la gola del Peqimio-redieiite. Entre este reducto y Malakoff se extendía una cortina recta artillada , que era parte del primer recinto ; y entre la obra principal y el barranco Worowzoff^ á media pendiente , existía una especie de reducto artillado que se denominó haterías Scherwe. La obra llamada Peqnem-Rediente tenia la for- ma pentagonal, y su construcción era semejante á la de todos los reductos rusos, con baterías, traveses etc. Desde el Peqiieño- Rediente á las Obras ó baterías de la punta seguía el recinto for- mando otra cortina con una trinchera á vanguardia, y las obras que constituían la extrema izquierda de la defensa sobre la bahía de la Carena , se componían de varias baterías y un cuartel cuya planta tenia la forma de cruz, aspillerado y blindado. El cuartel se comunicaba con los edificios del arrabal por trincheras que eran segundo recinto en este extremo de la línea. En el glásis de la cortina que unía á MalaJwff zou el Peqtieño-Rediente, habia varias líneas de pozos de lobo, y las contra-minas rusas envolvían el sa- liente de la otra principal , cuyos trabajos no estaban muy ade- lantados.

El cuerpo francés encargado de esta parte del sitio habia llegado delante de Malakoff á 25 metros del foso y á 40 del Peqtteño-Re- diente con 7 paralelas , en las cuales , y sobre las alturas dominan- tes de los trabajos defensivos, habían construido 39 baterías con 281 piezas de todas clases y calibres. Sus trincheras desarrolladas, daban un total de 30 kilómetros y los ramales de mina se encon- traban con las contra-minas de Malakoff.

En total , la defensa de Sebastopol presentaba contra el sitio un doble recinto de fuertes , baluartes, reductos y trincheras, con ga- lerías de contra-mina en los principales salientes, y todo género de obstáculos para oponerse á la marcha del sitiador, ocupando un terreno accidentado y extensísimo, favorable á la defensa , guar- neciendo sus atrincheramientos numerosas tropas que podían ser

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reforzadas y relevadas, y por consig-uiente con su retirada segura. Ayudaba á sus defensores el fuego que desde la rada aprovechaban algunos buques de vapor contra las columnas de asalto, y reunía por último, la defensa sobre el sitiador los disparos de más de mil piezas de artilleria de todos calibres. Los trabajos de contra-mina rusos se desarrollaban en 5.360 metros de galería delante de los baluartes Central y del Mástil , y solo unos 500 metros á vanguar- dia de Malakoff.

Los sitiadores á su vez envolvían aquel inmenso campo atrinche- rado con trabajos de trinchera, paralelas, y galerías de mina, te- niendo construidas 125 baterías armadas con 814 piezas de artille- ría de todos calibres (1), siendo el desarrollo total de las trincheras abiertas en terreno extremadamente duro por algunos parajes, de 80 kilómetros ó veinte leguas francesas, y en cuyos trabajos y ba- terías se habían empleado 80.000 gabiones ó cestones, sin contar los cogidos en las trincheras rusas que se iban tomando, y que se aprovechaban contra el sitiado, 60.000 faginas y más de un mi- llón de sacos de tierra. El desarrollo de los trabajos de mina era de 1.251 metros de fosos, galerías y ramales, en los que se consu- mieron 65.795 kilogramos de pólvora, con una pérdida de 176 minadores, y 67 auxiliares de infantería.

En las condiciones que dejamos expuestas se encontraban los'- ejércitos enemigos al empezar el mes de Setiembre de 1855.

(1) La artillería usada en el sitio, comprendía cañones, obuses y morte- ros, de los siguientes calibres: Cañones de 68 rusos, de 50 y 32 ingleses, de 30, 24, 11 y 12 franceses é ingleses, obuses de 80, 28, 22, 16 cents., y algunos turcos, y morteros de .3.3, 32, 22, 17, 1.5, 14 y 13 cents, turcos, franceses é in- gleses.

J. López Domínguez.

LA SEGUNDA PARTE EN EL SIGUIENTE NUMERO.

TOMO III 25

DE LOS PRIMEROS MISIONEROS EN NUEVA-ESPAÑA,

CARTA DE FRAY PEDRO DE GANTE,

DEUDO DEL EMPERADOR CARLOS V.

La historia de España, tan fecunda en grandes sucesos, tiene un periodo brillante, cuya fama, por los distinguidos hechos que acon- tecieron, lleva el sello de la popularidad y de la ventura. Ese pe- ríodo fausto, de imperecedera memoria, es el del reinado de Doña Isabel de Castilla y de D. Fernando de Aragón , el de los Reyes Católicos. Rodeados de hombres de consejo, de hábiles capitanes, de esforzados guerreros, de intrépidos aventureros y magnates es- plendorosos, se asocian intimamente á todo lo grande de su época, y con los nobles esfuerzos de Gonzalo de Córdoba , la destreza del Cardenal Jiménez de Cisneros y el ánimo invencible de Cristóbal Colon fortalecen el poder real , ensanchan los dominios de su tro- no , humillan en Granada la media luna tremolando el estandarte de Castilla sobre los torreones de la Alhambra, y añaden un nuevo mundo á su corona. La empresa del Genovés, desdeñada de los ex- traños y laureada con el más feliz éxito , es el asombro de las na- ciones y la admiración de todos , y el más alto y legítimo orgullo de los españoles y de su reina. Consiguió Colon las albricias del descubrimiento inmortalizando su nombre, que poco importa se le alzara Américo Vespucio con su honra y la envidia le engendrara contradicciones, continuas sombras que siguen á las ajenas prospe- ridades; que su ilustre memoria vivirá eternamente, no solo por el presente de las nuevas tierras llenas de riquezas , sino por el dila- tado campo que dejaba abierto para llevar fructuosamente la cul-

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tura y las creencias de la metrópoli. Es indudable que las primi- cias evangélicas que allí se lograron se deben á Isabel I, y que sus proyectos benéficos no pudo realizarlos su corazón magnánimo : el sepulcro cerró sus dias, y quedó reservado á su nieto D. Carlos la grande obra de la civilización de las Indias Occidentales.

Apenas se habia publicado el nuevo mar y las noticias de países tan remotos y desconocidos, cuando acudieron varones de vida apos- tólica ofreciéndose sin premio ni recompensa alguna á la enseñanza de los indios y darles á conocer el verdadero camino del Cielo. Eu muy pocos aíios concurrieron en la Isla Española, Cuba y Jamaica no pocos sujetos de varias órdenes religiosas, dando principio á la predicación, que fuera más provechosa si no lo impidieran en tiem- pos de tanta licencia y turbación las continuas guerras y frecuen- tes competencias que por alli se suscitaban.

No bien llegó á España el Emperador Carlos V y comenzado á reinar, mostró su ardiente solicitud en favorecer la propagación de la fe; y llevara á buen término su propósito , si dieran pronto des- pacho á varias consultas teológicas y jurídicas los doctos maestros que hablan de informar sobre la adquisición y retención en la co- rona real de las tierras descubiertas y conquistadas, y de los medios que hablan de adoptarse para la conversión de los indios: muy poco se adelantó en aquella sazón fiando el Emperador la resolución á sus gobernantes, pues que atenciones muy urgentes le obligaron á dar la vuelta á Alemania.

Entre los muchos que más ardientemente solicitaron por enton- ces pasar á los nuevos descubrimientos arriesgándose á tan largo y trabajoso peregrinaje, que no pudieron realizar su intento por cau- sas extrañas á su voluntad, merecen un lugar preferente Fray Juan Clapion, natural de Flándes y confesor que habia sido del mismo Carlos V, y Fray Francisco de los Angeles, hermano del Conde de Luna, que por sus buenas dotes, asi de nobleza como de instrucción y observancia, era uno de los principales frailes de la Orden de San Francisco; y tanto, que muy pronto fué elegido Ministro Ge- neral, y después Cardenal del titulo de Santa Cruz. No era dudoso consiguieran la venia imperial y el permiso para ir á Roma , en donde tampoco les faltó licencia de su prelado superior, acu- diendo al punto á Su Santidad para recibir su bendición y supli- carle se sirviese conceder á los religiosos franciscanos que fuesen á la conversión de los indios las mismas facultades y privilegios que

380 DE LOS PRIMEROS MISIONEROS

SUS predecesores les habían otorg-ado cuando iban á predicar á tierras de infieles. En efecto , el Papa León X expidió en Roma á 25 de Abril de 1521 una bula tan colmada de gracias, que no sola- mente les concedió la administración general de casi todos los sa- cramentos, sino que en las provincias donde no hubiese Obispo pu- diesen conferir órdenes menores, y confirmar, conmutar votos, dis- pensar ciertos grados de parentesco , reconciliar iglesias, absolver de los casos reservados á los diocesanos, y sentenciar causas matri- moniales. Y finalmente, entre otras mercedes, que pudiesen hacer todo aquello que creyesen más conveniente para la dilatación de la fe, sin que nadie, cualquiera que fuese sa dignidad, se atreviera á impedirlo bajo la pena de excomunión mayor. Con tan importante documento volvieron á España para poner en ejecución sus santos deseos y escoger entre sus compañeros los más idóneos y de voca- ción más decidida; pero apenas hablan llegado á Castilla, aconte- ció la muerte de León X en el mismo año de 152L Sucedióle en el pontificado Adriano VI, Obispo de Tortosa y maestro que habia sido del Emperador: este se hallaba ausente, y como no pudiese despa- char tan presto la provisión de los ministros eclesiásticos, forzosa- mente tuvieron que suspender su jornada.

Estaba en Gante Carlos V cuando recibió la carta relación de Hernán-Cortés en que le daba cuenta de sus prósperos sucesos en Méjico y del extraordinario servicio , cual nunca vasallo hizo á su señor , y es su mayor elogio , de haberle conquistado un imperio tan grandioso , que contaba extendidos reinos y muchedumbre de provincias: al mismo tiempo le rogaba encarecidamente enviase al- gunos misioneros que pudiesen doctrinar á los naturales, pues que su capacidad era mayor que la de todos los demás que se hablan descubierto en aquel Nuevo Mundo. Admitió gustoso el Emperador tan gratas nuevas y dio calor á la empresa, no tanto por engran- decer sus dominios , cuanto que creciendo la influencia de Lutero en gran parte de sus Estados de Alemania, perdiendo la fe que de muchos años hacia venian profesando, abria con mayores ganan- cias una nueva puerta al Evangelio en las naciones que nunca le habían óido ni tenido noticia de él. Y para no descuidar negocio tan importante escribió al nuevo Pontífice con el despacho que Cor- tés le habia enviado, suplicándole concediera su plenaria autoridad á los religiosos de las órdenes mendicantes que hubiesen de pasar á América , quien accediendo á sus ruegos expidió la famosa bula

BN NUEVA-ESPAÑA. 381

llamada la Omnimoda á 9 de Mayo de 1522, no sólo confirmando, sino ampliando la de su antecesor León X.

Estas letras apostólicas llenaron de contento á Fray Juan Cla- pion y Fray Francisco de los Angeles, y aunque nada se oponia á su viaje, convinieron en suspenderlo para asistir al capítulo de su Orden que en el siguiente año de 1523 se habia de celebrar en Bur- gos con el doble objeto de proporcionarse algunos principales reli- giosos que se les asociasen y consultar varios asuntos referentes á su misión; pero habiendo sido elegido Ministro General Fray Fran- cisco de los iíngeles, y pasado á mejor vida poco tiempo después el P. Clapion, ni uno ni otro pudieron realizar sus deseos.

En este mismo año hubo tres frailes también de la Orden de San Francisco, del convento de Gante, que movidos de celo y piedad y contando con la benevolencia del Emperador, se propusieron pasar ala Nueva España como los primeros apóstoles de la divina pala- bra entre tantos que con más ó menos fortuna lo habian intentado. Y al decir los primeros apóstoles no se trata de sostener una cues- tión de prioridad ; que harto sabido es que Fray Bartolomé de Ol- medo, mercenario, acompañó á Hernán-Cortés en sus conquistas, y ofició la primera misa en aquella tierra el clérigo Juan Diaz : de aquel se dice que catequizó á la Malintzin y éste la bautizó por la disposición que hallaron para esto , por ser india tan ladina y en- tendida , que lo pudieron hacer en nuestra lengua , y que con el nombre de Marina es bien conocida en la historia. También apare- cen los clérigos Juan Ruiz de Guevara y Juan de León, que llevó en su compañía Panfilo de Narvaez , y el P. Melgarejo , que dejó en la Villarica y después fué con Cortés á la jornada que hizo en favor de sus amigos los Chalcas; pero ni de estos ni de otro alguno se tiene noticia que aprendiesen la lengua mejicana, y por lo tanto no pudieron doctrinar á los indios , sin quitarles el mérito de que fuesen los que primeramente enarbolaran el estandarte de la Cruz. Los que verdaderamente fueron como tales misioneros con licencia del Emperador y de su provincial, y se ejercitaron en ese ministerio sin que se sepa de ninguno anterior, son Fray Juan de Tecto, Fray Juan de Aora y Fray Pedro de Gante.

Fray Juan de Tecto , natural de Flándes , de la Orden de San Francisco , era guardián del convento de Gante y confesor del Em- perador Carlos V , quien resistió dejarle partir para las misiones por el grande afecto que le tenia y lo mucho que fiaba en sus con-

382 DE LOS PRIMEROS MISIONEROS

sejos y virtudes : ilustró la universidad de París enseñando teología por espacio de catorce años , y fué varón tan docto , que según afir- man los padres Oroz, Mendieta y Torquemada, no pasó á las Indias otro que en ciencia se le igualase. En 1523, llegó á la Nueva- España con sus dos compañeros mencionados y eligió por residen- cia la ciudad de Tezcuco , sin dejar de acudir con frecuencia á la de Méjico. Lleno de caridad y consolado de esperanzas, no dudó un momento de los copiosos frutos que tendría la fe, y ardiendo en deseos de la conversión de aquellos infieles , comprendió al punto que para sazonar la entrada del Evangelio no bastaba ganarles el corazón con cariños , sino que era preciso convencerlos con razo- nes; para esto no descansó hasta aprender la lengua mejicana de- dicándose con el mayor celo á enseñar la doctrina cristiana á los niños de la clase noble para que fuese más rápida su propagación, y adquiriese mayor autoridad. No tardó mucho en llegar á Méjico la misión del venerable Fray Martin de Valencia , compuesta de doce religiosos de la misma Orden , y como viese este que todavía se conservaban los templos de los Ídolos , y que los indios continua- ban en su falsa religión, interrogó á Fray Juan ¿Qué ha hecho- padre , vuestra caridad y sus compañeros? A lo que respondió : «he, mos estado aprendiendo la teología que ignoró San Agustín , y sin esa que es la lengua de estas gentes , ningún fruto podemos sacar. » En 1525 acompañó á Hernán-Cortés á la conquista de las Hibue- ras , y como faltasen los víveres por el alzamiento de Cristóbal de Olid , fué uno de los muchos que perecieron de hambre cerca de Honduras, siendo la última jornada de sus trabajos y la primera de la recompensa eterna.

Escribió : Primeros rudimentos de la doctrina cristiana en len- gua mejicana , de los que se sirvió para formar su catecismo Fray Pedro de Gante, y la Apología del bautismo administrado d los jentiles mejicanos , con solo el agua y la forma sacramental. »

Fray Juan de Aora , era también flamenco de nación , sacerdote franciscano , y de edad muy avanzada : residió en Tezcuco y aun cuando se dedicó á convertir á los indios , se hacia entender con suma dificultad y no llegó á aprender la lengua mejicana, pues á los pocos meses de su llegada recibió el premio de sus apostólicos deseos. Fué el primer misionero que murió en Nueva-España , y su cuerpo quedó depositado en una capilla que se habla labrado en la casa del cacique que lo habla acogido , de donde se trasladó al

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convento que se edificó después bajo la advocación de San Antonio de Pádua, siendo g-uardian el venerable Fray Toribio de Motolinia.

En la villa de Igüen, en la provincia Budardo de Flándes, nació Fray Pedro de Gante ; era de noble linaje y recibió una educación esmerada , aunque misteriosa , haciendo sus estudios en la univer- sidad de Lo vaina , en donde excedió á muchos de sus compañeros, y se igualó con los más aventajados. Siendo mozo tomó el hábito de San Francisco , comenzando desde su florida edad á ejercitarse en la humildad como fundamento de la perfección cristiana, y aunque por sus letras y merecimientos pudiera ser corista y orde- narse de sacerdote , siempre permaneció en el estado de lego sin aspirar á títulos y prelacias , que raras veces dejan de tropezar en descuidos y omisiones.

Era morador en el convento de Gante , cuando la fama con su lijero vuelo corrió en poco tiempo la Europa publicando los descu- brimientos de las nuevas tierras y sus grandezas , conmoviendo la curiosidad á muchos y la codicia á todos ; más la caridad única- mente encendió á Fray Pedro en vehementes deseos de procurar con su talento y capacidad la reducción de los infieles al conoci- miento de la verdadera religión.

A los pocos meses de llegar á la Nueva-España habia aprendido con tanta prontitud como perfección la lengua mejicana : fué el primero que fundó escuelas en Tezcuco , Méjico y Tlaxcala , ense- ñando á los niños y principales á leer , escribir , contar , la doctrina cristiana , y á tocar instrumentos músicos y á cantar ; y á los adul- tos les instruía además en la pintura , escultura , arquitectura y oficios mecánicos. Instituyó en Méjico un colegio de niñas nobles, y con el fin de que recibieran la mejor educación, suplicó á la Em- peratriz que mandase , como lo verificó , seis matronas que las en- señasen todas las labores propias de su sexo : hizo fabricar hasta cien iglesias en aquel reino , y muy particularmente la suntuosa capilla de San José , inmediata á la primera y pequeña iglesia de San Francisco , donde acudían los indios á oir la predicación y ce- lebrar las festividades religiosas : hizo edificar la escuela de niños (hoy San Juan de Letran) donde se doctrinaban los hijos de los señores del imperio mejicano , y junto á ella espaciosos aposentos para enseñar á los indios á pintar , y alli se hicieron las primeras imágenes y retablos para los templos de toda la república : también procuraba con la mayor perseverancia , que según sus aficiones se

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industriasen los naturales en todos los oficios mecánicos , utilizando los conocimientos de algunos menestrales que en busca de riquezas solían llegar á Méjico Hizose arquitecto y albañil , poniendo el barro y levantando el adobe , y sin más paga que servir á todos, ni más jornal que engrandecer la religión. Ajustaba sus obras con sus obligaciones , y en cuanto trabajaba, que era mucho , no aten- día á su comodidad ni buscaba su interés , sino el del bien común.

Todos sus contemporáneos convienen en que era tartamudo , y al mismo tiempo nos aseguran de la gracia , facilidad y elocuencia con que predicaba sus sermones , siendo la opinión de su pulpito con aprobación general, porque edificaba con su modestia, instruía con sus palabras, y resplandecía con su vida ejemplar , aun cuando estudiaba en disimular sus virtudes. Poseía las lenguas latina, francesa, castellana y mejicana, y en esta última compuso y pu- blicó una doctrina cristiana , que en su tiempo fué de las más co- piosas y aplaudidas.

En carta escrita por el mismo Fray Pedro al provincial de Flán- des, que se imprimió en Bruselas el año de 1528, entre otras cosas, dice : « hemos bautizado más de doscientos mil indios : cada provin- cia , país y parroquia tiene ahora su iglesia , su altar , su cruz y su pendón , y muestran gran devoción. Vamos trabajando según nuestra posibilidad y su capacidad en convertirlos á Dios. Yo en- seño y predico continuamente, y de Dios enseño la doctrina. El país es muy grande y poblado : nosotros, aunque tan pocos, hemos juntado en nuestras casas hijos de señores y principales para ins- truirles, y ellos después instruyen á sus padres y parientes. Estos mismos saben leer escribir, cantar, predicar, hacer el culto Di- vino ni más ni menos que los sacerdotes. De estos niños tengo á mi cargo en esta ciudad hasta quinientos : á cincuenta escogidos en- seño en la semana lo que han de predicar el domingo siguiente , y van á predicar también los domingos fuera de la ciudad hasta treinta leguas á la redonda , disponiendo con la doctrina al bau- tismo. También nosotros discurrimos con ellos por el país demo- liendo los ídolos , y bendiciendo en su lugar iglesias del verdadero Dios. Así pasamos el tiempo con increíble trabajo para traer el pueblo infiel á la fe de Cristo.»

Los Prelados de las órdenes tenían muy recomendado á sus reli- giosos que diesen cuenta del fruto de sus misiones , y expresamente lo tenia mandado el Consejo de Indias , á fin de tener conocimiento

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no sólo de los adelantos de la cristiandad , sino del estado, costum- bres, población y riquezas de tierras tan dilatadas, y ciertamente en estas relaciones es donde se hallan noticias las más curiosas y peregrinas de la historia y sucesos más notables de aquellos países.

El P. Fray Juan de Zumarraga, primer Obispo de Méjico, va- ron de santa vida , y cuya memoria es respetada de todos , escribió una epístola que se leyó y repartió en el Capitulo general de la Orden de San Francisco, celebrado en Tolosa de Francia el año de 1532, en la que después de referir algunos acaecimientos dig- nos de atención , y enumerar los trabajos y penalidades de sus her- manos los de la regular observancia, dice lo siguiente... (1) «En- tre los frailes que están bien enseñados en la lengua indica , es uno que se llama Fray Pedro de Gante , y es lego , el cual habla aque- lla lengua facundísima y copiosamente , y tiene solícito y diligen- tísimo cuidado de seiscientos mozos ó más, el cual fraile es el prin- cipal casamentero, porque en los días de fiesta con muy gran solemnidad casa aquestos mozos con otras mozas cristianas que están muy bien enseñadas.» Y el Maestro Gil González Dávila (2) añade que Fray Pedro fué el mayor ministro que en aquella edad y tiempo tuvo la Nueva-España.

Tres veces le enviaron licencias de Europa, sin solicitarlas, para que recibiese los Ordenes sagrados : la primera del Papa Paulo III; la segunda del Capítulo celebrado en Roma , siendo General de la Orden Fray Vicente Lunel , y la tercera de un Nuncio apostólico en estos reinos, pero siempre prefirió permanecer en su humilde y primera vocación y acudir á la enseñanza como pobre lego.

Trataba á todos con amoi y dulzura , granjeándose las volunta- des , y haciéndose dueño de los corazones que le correspondían con respeto y veneración, y así solia decir con donaire el Sr. Montu- far: «Yo no soy Arzobispo de Méjico, sino Fray Pedro de Gante,» y es indudable que hubiera obtenido esta mitra si quisiera acep- tarla , pues en la vacante del Sr . Zumarraga se la ofreció el Em-

(1) Hállase esta carta traducida del latín al castellano, que es de donde se ha copiado, en el libro intitulado: Thesoro de virñides, copilado por un reli- gioso portugués , llamado fray Alonso de la Isla , de la orden del seráfico pa- dre san Francisco... Fué impresa... en la villa de Medina del Campo por Pe- dro de Castro... año de 154.3. 4." gótico.

(2) Gil González Dávila incluye esta misma carta, aunque con muchas va- riantes, en la iglesia de Méjico de su Teatro eclesiástico de las Indias Occi- dentales.

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perador Carlos V, y para que no se dude de un hecho que se ha tenido por vulgar, citaré unas palabras de Fray Diego Valades, Procurador general en Roma, que lo trató y conoció mucho (1): Cujus rei certissimus testis esse possum , ut pote qui multas res- ponsionis ejus nomine (de Fray Pedro) conscripserim , et epístolas Caesaris plenas henevolentice et propensionis viderim. Este fué el origelí y fundamento para que algunos sospecharan que habia es- trecho lazo de parentesco entre el Emperador y el lego , si bien otros lo atribulan á ser paisanos y haberse conocido en su juven- tud. Pero cuando acaeció la muerte de este se hallaba de Provin- cial de la Nueva-España el célebre P. Fray Alonso de Escalona , y en el mismo año , en carta dirigida al Rey Felipe II , le decia : «He- mos perdido uno de los mejores obreros en Fray Pedro de Gante. Dios se lo llevó á si para darle el premio , según lo sabe dar á sus servidores, que fuera harto pesado y molesto si diera cuenta á V. M. de lo mucho que hizo y obró por acá , pues que la tierra está hen- chida de su fama ; fué pastor infatigable, trabajando en su ganado cincuenta años , y muriendo en medio de sus ovejas , muy distinto de aquel Obispo Cassaus que las abandonó, y murió muy lejos de- llas : mucho agradecimiento le deben estos indios , y nosotros los religiosos , pues que le daba brios el ser deudo tan allegado del cristianísimo padre de V. M., que por su medio nos era gran favo- rescedor y nos otorgaba muchas de las mercedes que todos habla- mos menester. » En prueba de lo que afirma el Padre Escalona, bastará copiar lo que el mismo P. Gante escribía al Emperador en ocasión que clamaba contra el servicio personal de los indios, y solicitaba alguna ayuda para la conservación de la escuela que habia fundado contigua á la capilla de San José : «Justa cosa es que se me conceda atento á lo mucho que he trabajado con ellos, y que tengo intención de acabar mi vida en su doctrina , y dame atrevimiento ser tan allegado de V. M. , y ser de su tierra y en una breve relación de varios sucesos, es mucho más explícito, «pues que V. M. é yo sabemos lo cercanos é propíneos que somos, é tanto que nos corre la mesma sangre , le diré verdad en todo para descargo de mi conciencia, y que V. M. pueda descargar la snya.»

(1) Rhetorica christiana ad concionandi et orandi usum accommodata... auctore P. F. Didaco Valades... Perusiae, apud Petrum lacobum Petru- tium, 1579. 4.* pag. 222. La parte 4.* adornada de láminas, se refiere á las antigüedades mejicanas é introducción del Evangelio en la Nueva-España.

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Hasta aquí nuestras investig-aciones , que no hemos escaseado . sin poder rastrear cuál fuese el grado de parentesco que debió de ser muy próximo , según se deduce de tantas afirmaciones.

A pesar de sus virtudes no faltaron á Fray Pedro algunas tribu- laciones en su vida. Por efecto de una calumnia, su Prelado le en- vió de Méjico á morar á Tlaxcala, en donde prosiguió en sus mi- nisterios, hasta que justificada su inocencia, se probó de una manera evidente que entre millares de indias, algunas más fáciles que honestas, gozó de mayor victoria en la resistencia. Volvió ^ Méjico , saliendo á recibirle el pueblo á la gran laguna de Tez- cuco con una flota de canoas , haciéndole una fiesta á manera de combate naval , y llevándole en triunfo hasta su convento entre escuadrones de danzas y diversidad de regocijos.

Vivió como ángel y murió como santo en Méjico el 29 de Junio de 1572, en que fué á gozar el premio de sus merecimientos.

Las crónicas de su Orden encarecen sus servicios, y aqui se abrevian sus méritos. Escribió :

Epístola ad Provincialem Flandria de rehus ad Jidem chris- tianam in Novo Orbe pertinentibus . Antuerpise, 1528. En 8."

Doctrina cristiana en lengua mexicana. Empieza asi : « Nicam

ompehua in doctrina cristiana México Tlatolli tiquitohua » y

concluye : « A honrra y gloria de nuestro Señor Jesucristo y de su bendita madre aqui se acaba la presente doctrina cristiana en len- gua Mexicana. La qual fue recopilada por el R. P. Fray Pedro de Gante de la orden de Sant Francisco. Fue impressa en casa de luán Pablos impresor de libros. Año. de. 1553. 8." letra gótica. Libro de la mayor rareza.

La carta que insertamos á continuación creemos será leida con especial agrado , y nos lisonjeamos de que en ella encontrarán no- ticias curiosas los amantes de la historia y de la literatura. Dice literalmente asi (1) :

S. C. C. M. '■-M ->u-^

Después que á mi noticia vino como Nuestro Señor habia sido servido que por los grandes trabajos y enfermedades de que el Emperador nuestro Señor, padre de V. M. se sentia cargado, y

(1) Para mayor facilidad en la lectura hemos adoptado la ortografía mo- derna, conservando el texto conforme con su original. '

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para que como cristianísimo con más quietud y desembarazo de negocios tan arduos, y trabajos para su edad no poco difíciles, y ansí mesmo necesarios para la existencia y perpetuidad de nuestro augmentamiento en la fe católica y cristianismo , se habia recogi- do y traspasado en vida á V. M. , como á hijo heredero suyo, el Estado, y con él estos reinos de la Nueva-España, tuve determi- nado como uno de los más particulares servidores de V. M. , pues dende muy mozo siempre me he ocupado en cosas tocante al ser- vicio de la Corona Real antes de mi conversión , y después acá muy mucho mejor. Para mayor evidencia de lo dicho daré á V. M. relación (aunque no tan larga como pudiera si fuera della necesa- rio, la cual dejo por evitar prolijidad), del suceso desta tierra co- mo hombre experimentado por experiencia muy larga de muchos años, como es menester á todo leal servidor, y para que V. M. tuviese alguna previa noticia para cuando alguna vez se ofreciere, que siempre se ofrecen cosas necesarias que suplicar á V. M. para el descargo de su Real conciencia, de las cuales como V. M. está tan lejos y apartado y no las puede ver ni su Real presencia puede ser habida , tenemos necesidad los religiosos como leales servido- res , desapasionados y libres de lo temporal y deseosos de que lo espiritual permanezca , de le dar cuenta y relación é información para que como siempre el Emperador Nuestro Señor lo ha hecho con aquel celo cristianísimo de las ánimas, V. M. como tal, é hijo de tal padre. Rey é Señor Nuestro , pues que Dios Nuestro Señor nos le dio por tal , provea lo que más y mejor le pareciere conve- nir según Dios al bien de los pobres y existencia de la tierra. Y es el caso , que yo vine con S. M. el Emperador Nuestro Señor cuan- do vino á España y desembarcó en Santander , con otros dos reli- giosos en compañía de Clapion, su Confesor, el uno se llamaba Fray Juan de Tecto , Guardian de Gante , y el segundo se llamaba Fray Juan, también, los cuales son muertos, y á me llaman Fray Pedro de Gante, servidor muy leal de V. M., en donde tuvi- mos nueva que Hernando Cortés habia descubierto estas tierras y populosos reinos á los cuales, deseando mejor y más cumplida- mente servir á Dios y á la Corona Real, procuramos de venir, y en llegando incansablemente trabajar en la viña del Señor , conforme al talento poco ó mucho de cada uno , y conforme á las fuerzas de cada uno y las que el Señor nos habia dado aprendiendo la lengua, cosa cierto en aquel tiempo muy difícil , pues era gente sin escrip-

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tura, sin letras, ni caracteres y sin lumbre de cosa alguna, ni de donde nos poder favorecer si no solo de la gracia de Dios , con la cual fué servido en breve tiempo la supiésemos , y con ella procu- ramos de recoger los hijos de los principales y señores y enseñalles la ley de Dios para que ellos consiguientemente la enseñasen á sus padres y madres y á todos los demás , y esto por instrucción del Capitán , que entonces era Hernando Cortés , cierto de buena me- moria , el cual luego fué gran parte y el todo para que el Evan- gelio de Dios fuese tenido y reverenciado , honrando á los minis- tros del y teniéndolos en mucho , por lo cual fué digno y lo son todas sus cosas en este mundo de honra y en el cielo de gloria, como creo que la tiene , porque luego mandó á toda la tierra que de veinte y cuarenta leguas alrededor de donde estábamos que todos los hijos de los señores y principales viniesen á Méjico á San Francisco á aprender la ley de Dios y á la enseñar y la doctrina cristiana , y ansi se hizo , que se juntaron luego poco más ó menos mil mochachos, los cuales teníamos encerrados en nuestra casa de dia y de noche, no les permitiendo ninguna conversación con sus padres y menos con sus madres, salvo solamente con los que los servían y los traian de comer , y esto para que se olvidasen de sus sangrientas idolatrías y excesivos sacrificios , donde el demonio se aprovechaba de innumerable cantidad de ánimas , por cierto cosa increíble que hubiese sacrificio de 50.000 ánimas. Doy esta rela- ción á V. M. para que conozca qué trabajos pasarían los pobres religiosos en semejantes casos y en cosas tan nuevas, y lo que hoy dia pasarán para conservar lo que con tanto trabajo han adquirido y la necesidad que tendrán del favor de V. M. para lo sustentar, porque como no sea menos trabajo buscar lo adquirido que conser- var las cosas ganadas , es necesario no falte el ayuda de vuestra Invictísima Magestad, y ansí suplicando á V. M., me atrevo no mire á mis palabras ni á mis trabajos pobres en que yo he gastado mi vida sirviendo á V, M. (los cuales me dan atrevimiento á que en esta vea el deseo que tengo con toda mi vejez de ayudar á estos pobrecitos) si no á la muy Real sangre y obligación que V. M. tiene de augmentar la cristiana y conservarlos.

Es bien que V. M. sepa la orden que con ellos se ha tenido para qu3 vea en cuanto abatimiento y á cuantos trabajos se sujetaban los religiosos , los cuales no son nada en comparación de otros que al presente no hacen al caso. Es que de mañana hacían los religio-

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SOS se ayuntasen , y rezasen y cantasen el oficio menos de Nuestra Señora, dende prima hasta nona , y luego oian misa , y luego en- traban á enseñarse á leer y á escrebir , y otros á enseñarse á cantar el Oficio divino para lo oficiar : los más hábiles aprendían la doctri- na para la predicar á los pueblos y aldeas, y después de haber leido, cantaban nona de Nuestra Señora: después de comer daban gracias al Señor , cantaban Oficios de finados , rezaban los salmos y canti- cum gradum de tal arte , que nunca estaban ociosos : leian hasta vísperas, las cuales acabadas, tenian otro rato de ejercicio en en- señar la doctrina y letras , que en aquel tiempo , como V. M. verá, no era poco difícil enseñarla : tenía yo después de completas una hora ó casi de tiempo en que les predicaba y tomaba cuenta á los que predicaban á las ciudades populosas y aldeas de cómo lo ha- cían , y todos así juntos como los tenía , se iban á dormir hasta maitines , á los cuales se levantaban grandes y chicos haciendo tres veces en la semana disciplina para que el Señor los convirtiese. Todas las semanas , los más hábiles y alumbrados en las cosas de Dios, estudiaban lo que habían de predicar y enseñar á los pueblos los domingos y fiestas de guardar , y los sábados los enviaba de dos en dos (que no había otro sino yo con otros religiosos , que no éra- mos más de cuatro para un mundo) á cada pueblo alrededor de Méjico cinco y seis leguas , y á los de diez , y de quince y de veinte leguas, de veinte en veinte días, y á otros más ó menos, salvo cuando era fiesta ó dedicación de los demonios , que enviaba los más hábiles para las estorbar ; y cuando algún señor hacia fiesta alguna en su casa secretamente , los mesmos que yo enviaba á ver me venían á avisar , y luego los enviaba llamar á Méjico y venían á capítulo , y les reñía y predicaba lo que sentía y según Dios me lo inspiraba; otras veces los atemorizaba con la justicia, dicién- doles que los habían de castigar si otra vez lo hacían , y desta ma- nera , unas veces por bien y otras por mal , poco á poco se destru- yeron y quitaron muchas idolatrías , á lo menos los señores y prin- cipales iban alumbrándose algún poco , y conociendo al Señor , y procuraba siempre de aficionallos al yugo suave del Señor y á la Corona real por buenas palabras y halagos, y otras veces por te- mores , aconsejándoles y declarándoles la diferencia, sin compara- ción , que habia de servir á Dios y á la Corona real , á servir al demonio y á estar tiranizados. Empero la gente, como estaba como animales sin razón , indomables , que no los podíamos traer al gre-

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mió y congregación de la iglesia , ni á la doctrina, ni á sermón, sino que huian como salvajes de los frailes y mucho más de los es- pañoles , mas por la gracia de Dios empezelos á conocer y entender sus condiciones y quilates , y como me debia haber con ellos , y es que toda su adoración dellos á sus Dioses era cantar y bailar de- lante dellos , porque cuando habían de sacrificar algunos por al- guna cosa , asi como por alcanzar Vitoria de sus enemigos , ó por temporales necesidades, antes que los matasen habian de danzar de- lante del Ídolo , y como yo oi esto y que todos sus cantares eran de- dicados á sus Dioses, compuse metros muy solemnes sobre la ley de Dios y la fe , y como Dios se hizo hombre por salvar el linaje hu- mano, y como nació de la Virgen María, quedando ella pura é sin mácula , y esto dos meses poco más ó menos antes de la Nati- vidad de Jesucristo, y también díles libreas para pintar en sus mantas , para bailar con ellas , porque así se usaba entre ellos con- forme á los bailes y á los cantares que ellos cantaban , así se ves- tían de alegría , ó de luto , ó de vitoria , y luego cuando se acer- caba la pascua hice llamar á todos los convidados de toda la tierra de diez leguas alrededor de Méjico para que viniesen á la fiesta de la Natividad de Cristo nuestro Redentor , y ansí vinieron tantos que uo cabían en el patio , aunque es harto grande , y cada provincia tenía hecha su xacala (1) adonde se recogían los principales, y unos venían de siete y ocho leguas en hamacas , enfermos , y otros de seis y diez por agua , los cuales oían cantar la mesma noche de la Natividad los ángeles en el cíelo , que decían en tal noche nació el Redentor del mundo , y otras palabras semejantes. De esta ma- nera vinieron á los principios por bien, y algunas veces por mal, á la obediencia de la santa iglesia y de V. M. Desde entonces se hinchen las iglesias y patios de gentes , y muchas cerimonias que ellos tenían dedicadas á los demonios han ido desapareciendo, y el cortarse los cabellos por los cuales conocían la dignidad de cada uno , lo han quitado de tal manera , que en poco tiempo no había memoria dello. Considere V, M. qué trabajos se pasarían hasta venir á estos términos , y ansí estando ellos aquella noche de Na- vidad en el patío de San Francisco de Méjico con deseo y hervor de aprovechar en la ley de Cristo nuestro Redentor , alzaron una cruz de doscientos pies en alto , la cual está hoy en día en el mis- mo patío : por tanto, ya que V. M. no quiera mirar á mis trabajos (1) Tienda.

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que han sido , como el Señor del mundo lo sabe , muy mortales y de gran peso , y muy diversos , mire á la obligación que tiene de que estos pobrecitos se salven , ya porque no quede por falta de quien aviso á V. M. , yo, como padre que he sido de sus ante- pasados y de los presentes , querria suplicar á V. M. , que porque yo estoy muy viejo y caneado , y casi ya en lo último de mi vida, que V. M. me conceda este galardón por última merced de misser- "V icios y para el bien universal de todos los fieles, que V. M. alcan- ce indulgencia plenaria á todos los que se enterrasen en el dicho patio de Méjico de San Francisco para que quedase perpetua me- moria de V. M. y de la conversión de todos, y la capilla es la ca- beza de todos y la más antigua , y por eso se llama San Joseph de Betlem, pues que en ella nació Cristo y ansi solia ser de paja como un portal pobre , empero agora es muy buena y muy vistosa , y ca- ben en ella 10.000 hombres , y en el patio caben más de 70.000, en donde se enseña la doctrina que más de treinta y cuatro años la tengo en mi poder , y ansi por ser cosa tan notable vino á verla el Virey é Oidores y Perlados , y me mandaron hiciese de mi parte lo que pudiese que de V. M. era hacer lo principal que era ayu- dallos y conservarlos : enséñanse diversidades de letras , y á cantar, y á tañer diversos géneros de músicas y aprender á leer y escrebir muy muchos indios y son coadjutores de los religiosos y los ayudan á administrar la lengua y sacramentos, de donde salen jueces de los pueblos , alcaldes y regidores , y ellos son los que enseñan á otros la doctrina y predicación , y á me ayudan en lo que con- viene , porque , como dicho tengo , no puedo ni tengo fuerzas más de andar entre ellos con mi poca posibilidad , por lo cual querria suplicar á V. M. , que atento á que el Emperador nuestro Señor y el Consejo de las Indias , habida información del provecho que al servicio de Dios y á V, M. resulta desta capilla, para los mocha- chos della se hizo una limosna , la cual mandaron fuese de penas de la Cámara , y estas son tan pocas , que se ha pasado un año que no les han dado nada , y pasa ya el año en que estamos que no ten- drán que comer , por tanto V. M. mande que la limosna que se les ha de hacer sea de la caja , para que estos pobres y todos sus des- cendientes se conserven y no se pierdan , permanesciendo en esta santa obra , asi los que enseñan la doctrina , como los que espiri- tualmente ayudan á los indios en todos los pueblos , los cuales son casados con mujer é hijos ; y si esta merced V. M. no les hace, no

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se pueden sustentar ni vivir de sus trabajos por estar siempre , co- mo digo , ocupados en ei escuela , Oficio divino , y ayudando á to- dos los pueblos, que no es posible escusallos del trabajo en que se ocupan, en ser tan necesario; y esto pido y suplico á V. M. se cum- pla con estos , pues tan bien y tan fielmente me han ayudado y ellos ayudan á otros y ayudarán viéndose favorecidos de V. M. Ha- blo aqui solamente de solos los de Méjico, que están y siempre han estado á mi cargo , que los demás como ya hay algunos religiosos aunque no nada para en comparación de los muchos que habia de haber para tanta miese como hay. Ellos tienen por allá cargo de sus escuelas , aunque no es tanta cantidad de gente como la desta ciudad de Méjico , ni tanta la necesidad. Y porque confio en Nues- tro Señor, V. M. nos hará á todos sus siervos merced , no más de que quedo á Nuestro Señor suplicando nos deje gozar de V. M. por muy largos tiempos en paz y sosiego. De San Francisco de Méjico de Junio 23 de 1558 años.=Beso los pies de V. M. su siervo y con- tinuo orador, Fray Pedro de Gante.

Después de haber escrito, se me ofrecieron unos avisos que avisar á V. M. tocantes al repartir de los pueblos destas tierras á los españoles destas partes los grandes inconvinientes que hay, antes permita V. M. en dalles sus rentas ó unos juros que no repartir la tierra , los daños son estos : lo primero que los españo- les con los repartimientos de indios, á lo que se tiene entendido, están perpetuamente ellos y sus descendientes en peligro de salva- ción , porque hacer cura de ánimas á hombres casados y con mu- jeres é hijos con honras del mundo y sus cumplimientos no parece poder guardar ni hacer lo que conviene á los unos ni á los otros , y con las rentas que V. M. les diere estarán sus conciencias quietas y sin cargo de conciencia , y cultivarán la tierra y no tendrán que ver con indios y no tienen ocasión , temiendo esto de tener com- petencias con los ministros de la dotrina , como cadia acontece , y teniendo lo suficiente para pasar no habrá temor de que se alzen contra la Corona real , porque como no tengan todos mas que un Dios y un Rey no habrá tantas disensiones y se mantendrán y sustentarán mas en paz y justicia. El Padre que la presente lleva, que se dice Fray Pedro de Bejar, es uno de los que han trabajado apostólicamente en esta tierra, y sabe dos lenguas, mejicana y otomí; mándele V. M. volver con brevedad y cantidad de religio- sos, que tanta necesidad de ellos se tiene, y es persona de crédito,

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porque dias también que está acá , y por la larga experiencia que tiene de la tierra como el dará parte á V. M. y larga relación no digo mas.=Beso los pies de V. M. su siervo y continuo orador.::^ Fray Pedro de Gante.

Según se ha visto , el documento que precede es una expresiva relación dirigida al Monarca Felipe II , dándole cuenta de los pro- gresos de la cristiandad en la Nueva España . y muy particular- mente del método adoptado para la enseñanza de los indios , pre- parando por estos medios las voluntades para asegurar la con- quista y hacer más suave la dominación española. Admirable es el valor heroico de Hernán-Cortés , sorprendentes las empresas de nuestros capitanes y la bravura de los soldados que los acompaña- ban , y muy cierto que si á veces faltaba á alguno la templanza, sobrábales á todos la bizarria, el arrojo y la temeridad.

Cuando se registran las historias y los anales de aquellos paises, una de las cosas que más llama la atención y causa maravilla, son los trabajos sin cuento , las continuas fatigas y asombrosas pena- lidades de los primeros misioneros de toda la América , que sola- mente pueden compararse con los Apóstoles de Jesucristo. Sin más armas que la peroración cristiana, esclarecieron el nuevo orbe difundiendo la luz y apoderándose de la tierra , sin descaecer su ardor , ni rendirles la opulencia , ni más deseos que dilatar la fe con un Breviario debajo del brazo y un tosco hábito que los amor- tajaba. Estos religiosos humildes, pobres, casi desnudos, corrían de unas en otras provincias derramando la semilla del cielo , des- pertando á los que estaban sepultados en las tinieblas, extirpando las idolatrias y supersticiones, y con atrevido valor expuestos á perder las vidas quebraban los ídolos y derribaban sus templos. Andaban de pueblo en pueblo declarando las verdades evangélicas y de casa en casa dando ejemplo con sus virtudes, despreciando el oro, asqueando la plata y huyendo de las comodidades, pues que sólo pretendían la salvación de las almas. Caminaban á pié por montes y collados, reduciendo á la vida común aquella multitud que bárbaramente vivia desparramada en las breñas y en las sier- ras, oponiendo su ardiente solicitud á la dureza de los indios; y revestidos de celestial espíritu , predicaron en todas partes la pala- bra de Dios , que llegó á extenderse hasta los fines de la tierra. Fueron edificando templos y conventos , testigos á la posteridad de la magnificencia de aquellos reinos, erigieron hospitales, fun-

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fiaron escuelas en donde ensenaron los primeros rudimentos , las artes liberales y oficios mecánicos , haciendo á los indios más so- ciables y menos suspicaces; juntaban innumerables niños, canta- ban con ellos la doctrina cristiana y los bautizaban ; catequizaban á sus padres , y si algunos idolatraban después , volvíanlos á re- ducir , dando por bien empleadas sus fatigas y cobrando mayores alientos sus deseos. Hacian llevar árboles frutales de España , flo- res, verduras, ganados y todo aquello de que carecía la tierra, enseñándolos á sembrar el trigo y á cultivar con más facilidad y en mejor tiempo el maíz de que se sustentaban. Eran estos varones ángeles de paz y jueces que amigablemente componían los agra- vios entre los indios , reprendiéndolos con mansedumbre , sin irri- tar á nadie , y si llegaban á castigarlos , hacíanlo como los padres á sus hijos, después de emplear las caricias y negociar conlas ame- nazas; no pedían ofrendas, y repartían con los pobres lo que á ellos daban de limosna, acudían á los enfermos y socorrían en cuanto podían las necesidades ; en una palabra , eran maestros de toda virtud , de inculpable vida , austeros , compasivos y sobrema- nera penitentes. La mayor contrariedad que en los principios tuvo la conversión , fué la variedad de lenguas que asi se multiplicaban los idiomas según las provincias, ya que cada una usaba la suya particular, y los pueblos distinguíanse por vocablos particulares. Inútil es ponderar los inconvenientes de reducir á reglas lenguas tan difíciles y desconocidas, y sin embargo puede asegurarse que apenas quedó una sola que no tuviese su arte y vocabulario , y de algunas pueden citarse muchos: no bastaría un gran libro para formar un catálogo de las doctrinas , catecismos , cartillas , confe- sionales , sermonarios , tratados ascéticos y morales , y aun versio- nes de la Sagrada Escritura , sin contar la mayor parte de estas obras que se han extraviado y que no nos quedan más que sus memorias para que su pérdida sea más lamentable. Todos los pri- meros misioneros unieron á la santidad el saber y la ilustración , y muy raros los que dejaron de aprender los idiomas en donde tenían que ejercitar su ministerio, y en tanto que lo conseguían no por eso estaban ociosos, pues que suplían la tardanza con su ingenio: así se ve que Fray Jacobo de Testera , recien llegado á la Nueva- España en 1529, hizo pintar en lienzos los misterios de nuestra Fe, que declaraba á los naturales, valiéndose de un indio lengua- raz que llevaba consigo ; y este método de enseñar por medio de

396 DE LOS PRIMEROS MISIONEROS EN NUEVA-ESPAÑA.

estampas que á principios de este siglo se ha celebrado como de peregrina invención, era ya conocido y practicado por nuestros misioneros en los primeros años de la conquista de América, y entre otras obras que pudieran señalarse, lo haremos de una sola, que por ser rarísima, merece singular mención, como es la doctrina cristiana en lengua huasteca, por Fray Juan de la Cruz (1), en la que están representados en numerosos grabados los preceptos y principales misterios de nuestra religión correspondientes al texto castellano y huasteco , á fin de que los indios pudieran compren- derlos con menos trabajo y retenerlos en la memoria con más faci- lidad. Por otra parte la carta de Fray Pedro de Gante nos revela por completo el método adoptado con grande éxito de la enseñanza mutua , que hace poco más de medio siglo dio á conocer en Ingla- terra Andrés Bell que lo habia visto practicar en la India , y que Lancaster se lo apropió pretendiendo los honores de la invención. El daño mayor que la predicación tenia, y las más grandes amarg'uras que los religiosos padecian, procedía de los mismos es- pañoles, que muchos vivian á ojos de los indios peor que idólatras encenagados en la sensualidad, arrebatando las mujeres, usur- pando las haciendas , promoviendo continuos disturbios y provo- cando sediciones sin más ocasión que mala voluntad , ni más mo- tivo que la codicia. Si se quisiera enaltecer la paciencia y los sufrimientos de unos pobres frailes , dignos de tanta veneración y que tanta gloria nos legaron, seria posible desmayaran los que pretenden imitarlos , y muy fácil que enmudecieran los que igno- rando ú olvidando tan santas lecciones se apartan de la senda más perfecta y segura , y si á alguno pareciere fáciles los imposibles que aquellos acometieron, tenga en cuenta que no juzga cuerda- mente lo que costó la victoria el que se entró en ciudad ganada sino se halló en los asaltos cuando se defendía.

(1) Doctrina christiana en lengua guasteca con la lengua castellana, la guasteca correspondiente á cada palabra : de guasteco : según que se pudo to- lerar en la frasis : de la lengua guasteca : compuesta por industria de un frailé de la orden del glorioso sanct Augustin: Obispo y doctor de la Sancta Iglesia. En México, en casa de Pedro Ocharte. 1571. 4.° gótico.

Francisco González Vera.

ÜN INVULNERABLE.

BOCETO DE UNA NOVELA.

Al dar las nueve y media de la noche en el reló de Palacio , se paraba en el vestíbulo del Teatro Real un cupé azul , cuyas formas mostraban bien á las claras , aun al más mediano conocedor , que habia salido recientemente de casa de Winder. LTn caballo inglés, que á duras penas refrenaba un cochero, cuyo pelo rubio y g-rave continente manifestaban que era compatriota del noble bruto, piafaba y corveteaba entre las varas del coche , cual si estuviese atado á los pilares de un antig-uo picadero español.

Go amay and dont return. Retírate y no vuelvas , dijo una de las dos personas que bajaban de la berlina, dirigiéndose al hijo de la aristocrática Albion , más en alto colocado por su posición social que por ser descendiente del mismo Guillermo el Conquis- tador.

Me iré en tu coche; añadió al bajar el, sin duda, dueño del cupé.

Bueno : contestó la segunda persona que salia de la berlina.

Eduardo de*** Marqués de Tilli se presentaba en el Teatro Real después de haber estado algún tiempo ausente de España, de donde habia salido á los 22 años para hacer un viaje al extranjero y su entrada en los circuios del gran mundo.

Era una noche en que el teatro estaba de bote en bote: la buena sociedad de la corte se habia dado cita en el Regio coliseo. Eduardo ocupaba el palco de su familia , después de algunos años de ausen- cia: el aspecto de la sala era muy diverso, en verdad, del que pre- sentaba la última vez que él la habia Visto. Las mujeres que

398 UN INVULNERABLK.

dejara en la flor de la juventud , radiantes de belleza , como si dijéramos en la plenitud de su imperio , en el sol de su hermosura, hablan entrado en el crepúsculo de la tarde de la vida , y los pro- digaos que el arte ha alcanzado en los dias que corren , eran insu- ficiente defensa contra los crueles estragos del tiempo. Las peli- negras se hablan vuelto rojas; los cabellos, cubiertos con polvos de diferentes matices , ocultaban algunas hebras blancas mil veces más crueles que los desengaños y las perdidas ilusiones ; los antes turgentes senos comenzaban á marchitarse , las antiguas Reinas hablan perdido sus cortes, y la fria mano de la muerte señalaba aún, con el vacio, sitios célebres que no hablan alcanzado á llenar las nuevas generaciones.

Eduardo cogió los gemelos que un momento antes colocara un elegante groom sobre el antepecho del palco , y recorrió con ellos las diferentes localidades del teatro.

¡Qué triste es!.... dijo, (dirigiéndose á su compañero que ocu- paba el asiento de enfrente), la impresión primera que produce una sociedad de la que se ha estado ausente largo tiempo. Me parece que estoy entre ruinas. ¡Cómo contemplar sin amargura los enve- jecidos seres que antes causaban nuestro embeleso! Mira, sin ir más lejos (y los dos amigos dirigieron sus ojos á un mismo punto); ¿qué resta de aquella celestial mujer que era la admiración de todos cuando éramos niños?

¡ Qué trasformacion tan horrible, continuó Eduardo , y cuánto no debe sufrir la desdichada criatura , que conservando tal vez un alma joven, deseos de vida, de triunfo, de placeres, ya que no ilu- siones , arrastra la terrible cadena de un cuerpo flaco , seco y en- clenque , ó la pesada carga del monumental volumen con que suele regalar la naturaleza á la excelsa matrona que ha cumplido la prin- cipal , sino la única misión de la mujer.

Según Napoleón I, le interrumpió sonriendo su acompañante.

No si Napoleón lo ha dicho antes que otro , pero de seg-uro no es el primero que lo ha pensado.

Mucha compasión te inspiran los que sufren las consecuencias de tener un alma joven encerrada en un cuerpo viejo , pero ¿qué me dices del caso contrario? ¿Cómo se soporta un alma vieja en un cuerpo joven? Una sonrisa de seca ironía acompañó á esta pre- gunta.

Ese es el supremo bien de la vida , chico , contestó Eduardo

ÜN INVULNERABLE. 399

eso es salir de la lag-una Estigia sin tener el talón vulnerable , eso es poder levantar la voluntad humana á una altura digna del hombre, eso es ser dueño de si mismo, libre y racional en fin.

¿y estás seguro de la existencia de esos invulnerables sin talón?

Ya lo creo , dijo Eduardo, con el acento de la convicción más profunda.

El Marqués de Tilli debia pensar asi. Su naturaleza , su juven- tud , su vida en el gran mundo , sus triunfos , sus placeres , su ri- queza , todo debia contribuir á darle tal convicción , y eso que el Marqués de Tilli era un hombre meridional , que habia recibido una educación española , que habia pasado los primeros años de su existencia en el seno de la familia , siendo el objeto preferente de las caricias de una madre joven y apasionada. No habia tenido ayo ni preceptor; no habia respirado la atmósfera fria de una niñez reglamentada, en la que se ve á los seres que inspiran más tierno amor como de cumplido y en horas de aburrimiento ó de des- canso.

Eduardo habia salido de los brazos de su madre para ir al cole- gio, donde empiezan á desarrollarse los primeros afectos del corazón humano, con el trato de seres que tienen una misma edad, incli- naciones parecidas, aspiraciones análogas, juegos semejantes; seres que se divierten á la misma hora , que trabajan al mismo tiempo, que alimentan idénticas ilusiones , que rien , que lloran juntos; pero Eduardo habia pasado ocho años en Paris y su espíritu se habia desarrollado entre los placeres de aquella nueva Babilo- nia; alli solo, libre, rico, elegante, dotado de una figura inteli- gente y simpática , habia devorado la existencia en los salones de los clubs , en las salas de armas , sobre el tapete verde en el turf de los hipódromos , en las coulisses de los teatros y en los boudoirs de las cortesanas.

Poco tiempo habia necesitado el joven Marqués para grangearse una posición distinguida en aquel mundo de viejos verdes, de ju- gadores aristocráticos , de capitalistas improvisados , de títulos de origen desconocidos, de americanos debaucJiés , de liones de todos los países , y cocottes de todas las naciones.

Las mujeres del demi-monde, especie de porteras de la buena sociedad de Paris , se encargaron las primeras de dar á conocer al joven español; bastaron unas cuantas cenas en el café anglais^ en

400 UN INVULNERABLE.

la maison doré, algunas joyas repartidas con discreción, y algunos billetes de Banco dados á tiempo , para entrar con notoria reputa- ción en los bailes de Trois f reres y en los altos circuios de la vieja guardia. Pronto mereció el Marqués de Tilli los honoríficos dicta- dos de leaii brun, gentil espagnol j fort joU garcon; pronto fué el preferido de alguna retirada que habia consolidado los despojos de sus amantes , y cuya celebridad atraia sobre el novel galán las miradas de todas las novicias del templo de Guido y las envidias de los imberbes Don Juanes y Lovelaces.

Lleg'ó en fin á ser, usando el argot del gran mundo, un cocodet en regla. Presentado por sus nuevos amigos en los circuios de se- gundo orden , su natural distinción , su habitual buen tono , su ge- nerosa indiferencia en el juego, le abriéronlas puertas del Petit cercle y del Jocliey club. Colocado á la altura de su nueva posición social , sus trenes llamaban la atención en el Bosque ; sus caballos en Vicennes, en la Marche y en Long-champs. Se habia batido más de una vez por una frase equivocadamente interpretada , por una mirada altiva , en la defensa de una mujer que despreciaba en el fondo de su alma , y habia pasado el Estrecho no pocas ocasiones para asistir á alguna partida de caza ó para acompañar, á la que- rida que reinaba en aquellos dias , á las carreras del Derby.

Tilli habia pasado en pocos meses de niño á hombre , saltando por una de las fases más importantes de la vida. Los placeres de París hablan sofocado, al nacer, los verdaderos instintos, las incli- naciones naturales de su alma. El amor, primera aspiración que absorbe por completo , durante cierta edad en la mayor parte de las org-anizaciones , las facultades del espíritu , y que nace , crece y se desarrolla entre contrariedades y obstáculos , habia sido para él rosa sin espinas, flor arrojada por mano pródiga en su camino, manantial de variados goces , abundosa fuente de placeres , cuyas cristalinas aguas enturbiaron , sin embargo , pronto el cansancio y el hastío.

En la sociedad de que se habia rodeado Eduardo en París cier- tas almas viven mal y suelen huir espantadas del bullicio que las rodea , unas veces para dejar de existir , otras para guardar en el silencio profundo de una muerte aparente sus naturales y verda- deras condiciones. La criatura humana es una estatua que es pre- ciso ver por dentro , y la historia secreta de los hombres del gran mundo está salpicada de puerilidades y pequeneces que causarían

UN INVULNERABLE. 401

rubor al escolar más inocente. Nunca está el hombre tan cerca de ser pequeño como cuando empieza á creerse g-rande. En este ri- godón perpetuo de la humanidad, á cada uno le toca á su vez hacer la figura ; entonces los demás bailarines toman puestos y comienza la critica sin comprender que ayer bailaron ellos , y que tal vez volverán á bailar mañana.

El Marqués de Tilli habia llegado á los 30 anos sin haber sido juguete de las despiadadas veleidades del niño alado, habiendo ad- quirido tal convencimiento de la fortaleza y temple de su alma, que nada le inspiraba en el mundo tan soberano desden como el hombre que cedia á exigencias de amor. Se esforzaba sin embargo por pre- sentar, á los ojos del mundo, un tipo bien contrario de como real- mente se creia , no dejando descubrir lo que consideraba como sus verdaderas cualidades, sino en una irónica sonrisa dibujada alguna vez en su rostro, semejante á aquella con que habia dicho á su amigo que créia en la existencia de seres invulnerables.

Pertenecia el Marqués de Tilli á una familia demasiado conoci- da en los buenos circuios sociales para que no fuese pronto notada su aparición : además la buena sociedad de la corte es bastante re- ducida para que no llame la atención un joven elegante que se presenta en un palco de hombres solos en el Teatro Real.

Más de unos gemelos se dirigieron pronto en la misma línea, aunque en dirección contraria de los de Tilli , y las sacramentales preguntas de «¿Quién es? ¿Le conoces? Es elegante , tiene buena figura», se repitieron al mismo tiempo en varios palcos á la vez.

El Marqués de Tilli dirigió un cariñoso saludo á una platea, di- ciendo al mismo tiempo á su acompañante.

Allí está la tia Carlota.

¿La Condesa? contestó su amigo. Se conserva guapa; ¡y qué bonita se va poniendo Elenilla! ¿Quién es aquella elegante dama que viene con ellas? añadió en tono zumbón el Marqués.

Victorina : ahi tienes una invulnerable.

Las aguas de la célebre laguna no tienen virtud para las mu- jeres. La mitología no habla de ninguna Aquiles.

Pues yo creo , replicó su amigo , que á las mujeres se las lla- ma sexo débil por antífrasis. ¿Qué hay más fuerte que ellas? En el acero mejor templado se hace mella al fin , ¿pero cómo se edi- fica con arena? ¿Quién evita que el aire se lleve las cenizas?

Es posible, añadió con indiferencia el Marqués de Tilli,

402 UN INVULNERABLE.

Enfrente de este diálog-o tenía lugar otro semejante en la platea de la tia de Eduardo .

—Vamos , Victorina , ¿qué tal mi sobrino? dijo Carlota.

—Bien , contestó Victorina con natural indiferencia ; y mirando al palco en que estaba el Marqués , añadió después de un momen- to,—Me parece un poquillo pag-ado de guapo.

¿No lo es?, replicó Cariota, herida en su orgullo de familia.

—Si, pero me ha hablado esta tanto de él, que ¡hija! dijo

Victorina dirigiéndose á Elena : « No es tan bravo el león como la gente lo pinta.»

Victorina era andaluza, estaba en lo que se podria llamarla edad perfecta de la vida : era una flor que ayer habia sido capullo , y que mañana empezarla á marchitarse : tenía 26 años, se habia ca sado á los 18 con un hombre que podia ser su padre , y á los pocos

meses habia tenido la fortuna íbamos á decir, la desgracia de

quedarse viuda, libre y heredera de la pingüe fortuna de un esposo que no habia sido invulnerable , como se ve por la irrecusable prue- ba de dejar cuanto poseía á una belleza descendiente en línea recta de aquellas

«Cuya generación guardarán solas »Las árabes provincias españolas.»

II.

Al concluir el segundo acto del Barbero, ópera que se cantaba aquella noche, Eduardo fué á saludar á su tia interrumpiendo su entrada en el palco de Carlota el diálog-o anterior.

Carlota, Condesa de tenia poco más de cuarenta años, edad

que solo podia adivinarse reparando en algún que otro cabello que atestiguaba con su blanco color que el tiempo no pasa en vano, y dando asimismo á conocer el carácter natural y franco de la Con- desa: Carlota habia aceptado con verdadero valor, desde que su hija habia salido al mundo el papel de madre sin disputar á Elena los triunfos de la hermosura , sino antes al contrario , org-ullosa de ser el fondo del cuadro en que se destacaban los delicados contor- nos de aquella preciosa criatura, la nota grave que servia de acom- pañamiento al melodioso eco de su dulce voz, el verde follaje del

UN INVULNERABLE. 403

jardín en cuyo centro se destacaba Elena como la flor más de- licada.

De las tres mujeres que estaban en el palco en que entró Eduardo, podía decirse que representaban el porvenir, el presente y e'l pasado de la belleza, Elena, Victorina y Carlota.

Vestida de blanco , rodeando su talle una ancha cinta azul ce- leste , estaba Elena sentada en el centro de la platea : un hilo de cuentas del mismo color del cinturon hacía resaltar el blanco mate de su cuello y espalda, y un pequeño lazo clavado en las rizadas on- das de sus cabellos era el único adorno de &u cabeza. La delicada belleza casi infantil , el aire naturalmente tímido , la pura inocen- cia de su expresión verdaderamente angelical, contrastaban con la provocante hermosura de Victorina.

Atribuirles á las mujeres del Mediodía , como condición especía- lísima de raza, un alma ardiente, una imaginación de fuego, un organismo privilegiado , es achaque de hombre poco observador y nada práctico. El amor y la ternura no son flores de clima ni país determinado. Dios arrojó sus semillas sobre la superficie del globo y sus productos más bellos , lo mismo nacen bajo el sol ra- diante de los trópicos que bajo los hielos polares : la planta puede tener diferentes colores, variadas formas, pero el germen es único, la priruera materia de la estatua es siempre la misma, la variación está en el ropaje y los contornos. Pero en cuanto la diferencia es posible, en lo que puede considerarse como peculiar á cada país, á cada raza, Victorina era un tipo. Negros cabellos como el ala de la g-olondrina; ojos rasgados, lánguidos y hermosos; dientes blancos; labios rojos y frescos como hojas de rosas; las líneas mo- vibles de su boca estaban dotadas de un atractivo irresistible , la expresión de su fisonomía era tal , que sus más leves movimientos tenían verdadera elocuencia, sus miradas, sus sonrisas , el pliegue más indiferente de su rostro anunciaban antes de que hablase la idea que cruzaba por su mente , el sentimiento que se agitaba en su alma.

^Bien venido, señor sobrino, dijo sonriendo Carlota.

^- Adiós , tia , contestó Eduardo sentándose á su lado ; ¿y cómo estás, Elena? añadió Tilli dirigiéndose á su prima. ¡Esta chica cada dia es más bonita ! ya se ve , de tal árbol , etc .

.siempre el mismo ; la galantería en los labios i

Y ahora en el corazón, dijo Eduardo con prontitud.

404 UN INVULNERABLE.

—En cuanto á eso pero se me olvidaba y estoy cometiendo

una grosería y una indiscreción.

Victorina, mi primo el Marqués de Tilli ; Eduardo, mi más ín- tima amiga Victorina de

Victorina saludó amable, pero distraída, demasiado distraída tal vez, para una mujer acostumbrada á vivir en los círculos del buen tono, que debía saber guardar las conveniencias sociales. Eduardo hizo una profunda reverencia, no sin tener al mismo tiempo sus ojos fijos en el precioso rostro de Victorina. La conversación que se en- tabló en seguida entre tía y sobrino fué bastante animada. Car- lota hizo mil preguntas sobre cosas de París , lo cual dio ocasión á Eduardo para lucir su ingenio. Tilli era lo que los franceses lla- man un causeur; música, teatros, artistas, mujeres del gran mundo, literatos ala sazón en boga, trajes, caballos, cuanto de curioso y notable encerraba en aquellos dias la capital del Im- perio vecino, pasó como un tumulto en aquella especie de revista de feerie , á que daba lugar el diálogo cortado y chispeante que sostenían la tía y el sobrino , y que completaban las encantadoras sonrisas de Elena , y alguna que otra ligera observación de Vic- torina.

Como debían saludarse en la Edad Medía dos adalides al bajar

la arena del torneo, como se estudian observándose artistas del mismo género al encontrarse en el mundo, así se contemplaban frente á frente Eduardo y Victorina,

Eduardo destilaba gracia , ingenio y magnetismo por todos los poros de su alma y de su cuerpo , disfrazando con una naturalidad aparente sus dotes sociales ; pocas veces se había presentado más completo y perfecto el tipo del hombre de mundo , gracia en la narración , cultura en el epigrama , delicadeza en la sátira , acom- pañando cada frase de un movimiento elegante y simpático : Tilli aparecía á los ojos de aquellas tres mujeres en uno de esos mo- mentos lúcidos que tienen las organizaciones privilegiadas.

Carlota le oía con verdadero agrado; Elena con admiración; la altivez de Victorina se revelaba contra aquel hombre en quien á pesar suyo reconocía cierta superioridad.

El instinto natural de la mujer es dominar; no parece sino que su aparente debilidad engendra en ellas este sentimiento, sin com- prender que de él nace el verdadero peligro : como el choque de los cuerpos físicos produce el fuego, en cumplimiento sin duda

UN INVULNERABLE. 405

de la misma ley de la naturaleza, del choque de los espíritus nace el amor, que es el fueg-o del mundo moral.

A medida que Carlota y Elena escuchaban con más atención á Eduardo, Victorina parecía más distraída : un práctico en galan- teos, bien pronto hubiera conocido toda la intención de aquella in- diferencia. Durante el animado diálogo de Carlota y Eduardo, Vic- torina miró con los gemelos á diferentes partes del teatro, se quitó uno de los guantes que ocultaban sus cuidadas manos y se alisó negligentemente el cabello , arrancó una hoja de la camelia-rosa que llevaba en el centro de un ramo que habia colocado con el abanico y el pañuelo en la tablilla del palco, y se la llevó á la boca, ¿quién sabe si inocentemente y por distracción , quién sabe si para que alguien notase que el color de sus labios era más bello que el de la misma flor?

Antes que acabase el primer acto , Eduardo volvió á su palco donde su amigo le esperaba.

¿Qué te ha parecido la viuda?

Es guapa, dijo maquinalmente el Marqués.

Al mismo tiempo Carlota le preguntaba á Victorina :

Vamos , ¿ que te parece mi sobrino?

Es un hombre agradable , contestó Victorina , que seguia dis- traída; un lijero carmín coloreó las mejillas de Elena.

III.

El Sr. Marqués de Tilli dijo un lacayo, abriendo la puerta que daba entrada al salón en que tenia sus reuniones de confianza la tia de Eduardo.

Carlota se quedaba en casa los miércoles ; su pequeño circulo estaba aquella noche más animado que de costumbre.

Elena hacia sonar las teclas del piano bajo las lijeras pulsaciones de sus dedos suaves como bellones de algodón finísimo, ligeramente sonrosados, movibles cual si cediesen á un influjo magnético, escla- vos sumisos de una voluntad más hija del corazón que del pensa- miento. No ejecutaba Elena las armonías que una mano hábil habia escrito sujetando su inspiración á las leyes del contrapunto; aquellos sonidos se producían como filtrándose por su alma; su or- ganización delicada y nerviosa encontraba en las ondulaciones de

406 UN INVULNERABLE.

la melodía un lenguaje apasionado , que sabia respetar la pureza de su espíritu.

Al entrar Tilli en el salón , se alzaron instintivamente de las teclas las manos de Elena. Una mirada sobrehumana que penetrase el fondo de los corazones hubiera visto que no eran las cuerdas del piano las que únicamente vibraban en aquel momento; un hombre observador y de buena memoria habría notado en el lindo rostro de Elena el mismo lijero carmin que coloreó sus mejillas la primera noche que el Marqués de Tilli se presentó en el palco de su madre.

Victorina que, recostada en una butaca cerca de la chimenea, estaba rodeada de galanteadores, puso enjuego en aquel momento todos los hechizos de que la naturaleza la habia dotado, centuplicó los atractivos de una amabilidad tanto más encantadora , cuanto más era deseada , y sus ojos se fijaron con aparente ternura en los ojos del que tenia más cerca.

La defensa propia es un derecho legitimo. Victorina obraba en defensa propia , y seria injusto en demasía el que le pidiese cuenta de aquel leve delito de coquetería. Si al huir heria, si al defenderse mataba, culpa era del destino, y no de su voluntad: para aparecer indiferente ante Eduardo , Victorina , encarnación perfecta de las condiciones de su sexo, se creia en la necesidad de fingir una ama- bilidad que estaba muy lejos de sentir. En este jwjar al esconder de las almas enamoradas, la que más se oculta suele ser la que se descubre primero.

La exajerada animación de Victorina, y las recientes distraccio- nes de Elena no hablan pasado inadvertidas para Carlota.

La Condesa observaba dia y noche á su hija, asustada y temerosa de descubrir en el puro y trasparente cielo de su existencia la más lijera nube de la tormenta que empezaba á sospechar se iba for- mando en su alma.

El Marqués de Tilli saludó afectuosamente á cuantas personas conocía en el salón , y se colocó delante de la chimenea , trabando al punto conversación con Carlota. Elena se levantó del piano , y acercándose á una mesa se puso á hojear un Álbum de retratos. Victorina, cada vez¡ más animada y alegre, charlaba y reiaenmedio de la cohorte de adoradores que la rodeaba.

•—Victorina, dijo en voz alta Carlota; es preciso formar una liga contra Eduardo : me pongo desde hoy á la cabeza de la insurrec- ción.

UN INVULNERABLE. 407

¿Por qué? preg-iintó Victorina con desden. Dice que Madrid le aburre. No es eso tia, replicó Tilli.

Es natural, añadió Victorina irónicamente; Madrid es escena demasiado estrecha para el Marqués.

No recuerdo haberle hecho á V. nunca daño, asi, que no me explico tan inesperada agresión, como no tenga V. por costumbre burlarse de aquellos que más la admiran.

¿Burlarme yo? dijo Victorina plegando su rostro tan graciosa sonrisa, que Eduardo no pudo menos de sentarse junto á ella ex- clamando :

Es V. realmente encantadora. Elena levantó la vista de los retratos , y miró un momento á Eduardo y Victorina.

Si por arte del diablo tomaran cuerpo y forma esas corrientes aéreas , impalpables , misteriosas; esos hilos telegráficos invisibles, que cruzan el espacio de un salón, que van de corazón á corazón, de voluntad á voluntad, de pensamiento á pensamiento, la socie- dad seria imposible; pero por fortuna no sucede asi, y solo las feas, las solteronas, y las viejas que tienen pacto con el demonio, suelen comprender esta enigmática clave que hará la desesperación eterna de las naturalezas apasionadas, y de las almas celosas.

IV.

Era una mañana del mes de Abril ; el sol iluminaba con sus ra- yos los altos capiteles del Real Palacio; las nevadas cumbres de Gua- darrama y Somosierra se destacaban como prismas de plata en el azul purisimo, diáfano y trasparente que presenta el cielo de Madrid en un sereno dia de primavera! Un stage-coach tirado por cuatro caballos á guide , atravesaba por delante de la Puerta de Hierro en dirección á la Casa de Campo , donde debian tener lugar aquel dia carreras de caballos.

Cinco ó seis jóvenes elegantes, entre los cuales sobresalía el Marqués de Tilli , ocupaban los asientos exteriores del coche ; los lacayos iban dentro custodiando las cestas del launch y las cajas de botellas. La más franca y cordial alegría reinaba arriba y abajo, amos y criados conversaban y reian , interrumpiendo alguna vez aquella doble sociedad, el arranque de los caballos que se alegra-

408 UN INVULNERABLE.

ban más de lo necesario con los gritos y voces de los señores del piso alto.

Ya en la Casa de Campo el carruaje tomó puesto cerca de la cuerda en frente de las galerías: al bajar Tilli del pescante dijo á uno de los lacayos :

Desengancha el par de cortas y ocupa bastante sitio para que pueda colocarse luego el otro carruaje. Un momento después el Marqués de Tilli y sus amigos se hablan diseminado por el hipó- dromo , las cuadras y el pesage.

Ames de que partiesen los caballos que debian disputar el premio más importante del dia, una elegante carretela, aprovechándose del espacio que le hablan reservado los sirvientes del Marqués se colocaba delante del Stage.

Juan, dijo la más joven de las tres damas que venian en el car- ruaje recien llegado, dirigiéndose al cochero del Stage. ¿Disputa este premio algún caballo del Marqués?

Si, señorita, contestó el interpelado, la yegua Topsy. Cha- queta azul y mangas grises, tiene el número uno, y lleva la cuerda. Mamá, ahora va á correr un caballo de Eduardo, exclamó con vivo interés Elena.

Victorina se puso de pié sobre el asiento de la carretela. Sonó la campana y partieron los caballos ; un momento después el groom de la chaqueta azul y las mangas grises, pasaba el primero ganando una interesante lucha por delante del coche. Topsy era vencedora. Las tres señoras del carruaje saludaron con sus pañuelos al Mar- qués de Tilli , que atravesaba el hipódromo para acariciar su yegua favorita.

Los accidentes al parecer más insignificantes de la vida , suelen ser manantial de grandes placeres y de terribles dolores : si se fue- sen á buscar en el campo de la historia de la humanidad, los gran- des acontecimientos producidos por causas levísimas, desde el llanto primero del niño que alejan del regazo de la madre, hasta las con- vulsiones y caldas de los más grandes imperios, se formarla, de seguro , la más extraña y curiosa de las estadísticas , el más in- creíble relato, la más entretenida crónica. Apenas pasa un dia en este valle de lágrimas en que se mueve, ajita y revuélvela huma- nidad doliente , sin que la Providencia manifieste su poderlo y grandeza por el trascendental influjo y graves consecuencias de las causas pequeñas.

ÜN INVULNERABLE. 409

Al tomar puesto el cochero de Carlota en el centro del hipódromo echaha 4 la suerte la alegría y el llanto de dos corazones, de- biendo g-anar y perder en la jugada uno de ellos, según el car- ruaje entrase en linea de un lado ó de otro.

Carlota venia en el testero de la carretela , trayendo á su dere- cha, como era natural , á Victorina. Elena estaba sentada enfrente de su madre: tal como el coche se habia colocado, Carlota y Elena quedaban cerca de la cuerda. Era , pues , lo más natural , y así sucedió, que al venir á hablarles el Marqués se acercase á la carretela por aquel lado. Tilli saludaba á su tía , á su prima y á su amiga , en cumplimiento de un deber de atención , por familiar afecto. Les petites avances de Victorina no herían en lo más míni- mo el ánimo de un hombre acostumbrado á los triunfos del mundo; las inocentes y angelicales deferencias de Elena estaban expresa- das en un lenguaje desconocido para Eduardo.

Aquellos dos corazones se incendiaban, sin que el fuego en que ardían tuviese nada de contagioso. El Marqués de Tilli era real- mente invulnerable.

Eduardo, al acercarse, apoyó sus brazos en la portezuela de- carruaje ; sus manos tocaban casi las faldas de Elena. Jamás habia estado el Marqués más alegre, más distinguido, más inspirado; cada palabra era un galanteo , una flor ; su aliento rozaba dulce- mente en ocasiones el rostro de su prima. Quien haya amado de veras podrá únicamente comprender lo que pasa en un alma ena- morada al sentir por primera vez el más leve contacto de la per- sona querida. Un mundo de sensaciones desconocidas se presentaba ante Elena ; era la estatua animada por el fuego de Pigmaleon; Una felicidad eléctrica inundaba todo su ser; en sus ojos brillaba la alegría de los inspirados; jamás el sol habia sido para ella tan her- moso , el aire tan puro , la naturaleza tan risueña ; hay instantes fugaces en la vida que valen mil existencias. ¡ Desdichados los que no han sentido jamás estas inefables delicias !

Por una compensación, que constituye una de las más tristes ar- monías del mundo moral , los dolores y las penas suelen tener idén- tico origen ; pocas veces he visto risas que no lleven lágrimas en pos de ; en el ángulo que forman las corrientes del sentimiento, la ventura tiene casi siempre á la desdicha por eco.

La felicidad que rebosaba del infantil corazón de Elena inun- daba de amargura el alma experimentada de Victorina ; la paloma

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revoloteaba libre en el puro ambiente del amor : el águila estaba aprisionada en el tirano lazo de los celos.

Por fortuna de Victorina j por desdicha de Elena , las carreras se acabaron pronto ; Tilli subió al pescante del Stage ; los dos car- ruajes partieron uno detras de otro ; hay horas implacables para el bien y para el mal. Elena, colocada al vidrio en la carretela, que- daba naturalmente colocada frente á frente de Eduardo, que guiaba el Stage; el idioma de los ojos, el más elocuente, sin duda del amor, seguia colmando de [dicha el alma de Elena y emponzoñando el corazón de Victorina.

Eduardo era , sin embargo , completamente ajeno al bien y al mal que causaba: el amor era para él, hacia mucho tiempo, como un juego de niños que se recuerda con placer en la edad madura, pero que consideraba como la mayor de las humanas puerilidades.

Fumando en el pescante , distraído , guiaba el Marqués de Tilli sus caballos , por los que tenia una afición decidida , conversaba y reia con sus camaradas, y miraba de cuando en cuando á Elena como podria fijar su vista en un árbol , en un ave, en una flor, y eso que Eduardo quería bien á su prima , pero la queria como se quiere á un camarada ó á un chico entretenido, á cualquier ser que inspira simpatía. Nada le hubiera sorprendido tanto como encon- trar en su alma más elevado sentimiento: alas mujeres, decia él en momentos de espansion , las ha colocado Dios entre los caballos y los perros; entretienen más que los segundos y algo menos que los primeros. Esto, no obstante, tenia el buen tono de alabarlas en público, de guardarles las mayores consideraciones y respetos so- ciales.

El Marqués de Tilli no era, sin embargo , un hombre superficial ni ligero ; tenia bastante talento y estaba dotado de condiciones enérg-icas y varoniles: separado de la sociedad en que habia naci- do y en que vivia, en su rica naturaleza hubieran pronto apare- cido los elementos de un hombre que superaba en mucho ala gene- ralidad de sus amigos del gran mundo.

Al llegar al puente de Seg'ovia tuvieron que detenerse los cai'- ruajes, tal era la multitud que alli se habia aglomerado; el Mar- qués refrenaba á duras penas sus cuatro caballos, cuando uno de sus compañeros de carruaje , tocándole en el brazo , le dijo:

¡ Eduardo , mira qué mujer tan bonita va en ese coche I

Recostada en el fondo de un lando amarillo, tirado por dos caba-

UN INVULNERABLE. 411

líos tordos, se presentó á les ojos de Eduardo una mujer descono- cida, envuelta en un ligero plaide, que al ceñir su torneado cuerpo dibujaba con sus plicg-ues los contornos más perfectos que imagi- nar pudiera el genio de Fidias ó de Praxiteles. Un velo azul de fi- nísima gasa de seda velaba dulcemente su rostro pálido y melan- cólico, í abia en el aire, en la fisonomía de aquella mujer algo de vago, de misterioso, que inspiraba repulsión y simpatía á un mis- mo tiempo. Inmóvil como una estatua arrancada de su asiento, permanecía indiferente en el fondo del coche á cuanto pasaba cerca de ella. En vano Eduardo sonó la fusta que llevaba en la mano; en vano se encabritaron al oír su chasquido los caballos del Stage; en vano llegaron casi á chocar las ruedas de los dos carrua- jes; ni se animó el rostro de la desconocida, ni cambió de dirección su mirada, ni hizo el más leve movimiento su cabeza. No parecía sino que, presa de un dulce arrobamiento , su alma estaba fuera del mundo que la rodeaba.

¿Quién es esa mujer? dijo con un interés, en él extraño, el Marqués de Tilli.

¿Qué yo? contestó uno de sus compañeros de carruaje.

Un ángel bajado del cielo, replicó otro.

Ó un demonio.

¡Nueva en esta plaza! dijo con aire calaveresco un polh que venia en la banqueta de detras.

¿Será su padre el viejo que la acompaña?

O su marido. Las románticas, por regla general, suelen tener parentesco con los Coburgos.

—Ó su

¡Calla! , es demasiado bonita, añadió Eduardo con cierto respeto bien ajeno á su carácter, para considerarla como objeto de comercio.

jBah!....

Al lado de aquella criatura interesante, de aquel personaje ver- daderamente novelesco, venía un hombre como de 60 años de edad, cuyos cabellos completamente blancos daban cierto aire respetuoso á su distinguida fisonomía, el cual, durante el tiempo que estuvie- ron parados los carruajes, miraba con atención los caballos del co- che del Marqués.

El laudó siguió su camino en dirección opuesta á la que llevaba el Stage, en el que se hicieron mil comentarios sobre la inesperada aparición de la dama desconocida.

412 TIN INVULNERABLE.

VI.

Como se refleja en las aguas de un lago el color del cielo; como varían las figuras que forman sus ondas á impulso del aire que las mueve; como se dibujan en su superficie las sombras de las nubes que sobre él pasan , asi se reflejan en el alma humana las varias impresiones que producen en los sentidos los seres que nos rodean; así, impulsadas por fuerza desconocida, varían en el espíritu del hombre las ideas; así, por causas extrañas á la voluntad, se dibu- jan en el corazón humano los más extraños sentimientos.

Sea que el Marqués de Tilli empezase á echar de menos los pla- ceres de la bulliciosa vida de París, sea que la existencia tranquila que forzosamente llevaba en Madrid influyese en su ánimo, sea que empezasen á reaparecer las verdaderas condiciones de su alma, sea que causase una verdadera trasformacion en su organismo los mal- ditos treinta años , es lo cierto que Eduardo se aburría, que pasa- ba largos ratos sentado en una butaca, distraído, contemplando cómo se perdían en el espacio las ondulaciones del humo de su ci- garro; que le gustaba el silencio; que empezaba á encontrar en la soledad atractivos para él hasta entonces desconocidos; que le cos- taba trabajo ir al mundo) que empezaban á aburrirle los caballos y los carruajes; que le causaban hastío el lujo y los triunfos de vida social.

¿Qué había ocasionado aquella repentina trasformacion? ahí una cosa que él mismo no se explicaba: ahí un misterio cuya clave no quería descubrir, avergonzado tal vez de su propia debili- dad, de lo que llamaba, hablando consigo mismo y riéndose de propio, \n. primavera de la vejez. Pero era lo cierto que Eduardo sa- lía casi todas las tardes á caballo, y maquinalmente , forjándose la ilusión de que no sabía lo que hacía, de que le era indiferente ir á un punto ó á otro, un extraño instinto lo llevaba á la Casa de Cam- po, lo hacia discurrir por los sitios en que solía encontrar á la que llamaba en son de burla su romántico amor.

Aquella organización bulliciosa , ajena hasta entonces á ciertos sentimientos, gozaba ahora en los paseos solitarios ; la naturaleza se presentaba á sus ojos revelándole misterios antes ignorados de su espíritu, goces de que no tenía conocimiento, melancolías dulces , aspiraciones á nuevos placeres bien diferentes de los que

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siempre habían sido alimento de su alma. Más de una vez habia pasado cerca del Marqués de Tilli el carruaje que encontró al vol- ver de las carreras 'de caballos, y más de una vez habia sentido al verle una sensación vaga , incomprensible , que participaba de la naturaleza del dolor, de la naturaleza de la alegría, de la natura- leza de la esperanza.

En una de estas tardes, al atravesar una de las calles de árboles de la Casa de Campo , sintió en su corazón un latido extraño , un movimiento en su pecho semejante al que habia sentido alguna vez al llegar al terreno de un duelo, al exponer una fuerte canti- dad á los azares de la suerte. El lando amarillo de los caballos tor- dos se acercaba en dirección opuesta al camino por donde venia Eduardo , que al llegar á la altura del coche buscaba instintiva- mente con la vista á la persona que solia venir dentro. Eduardo refrenó maquinalmente su yegua, y al mismo tiempo , por fortuna ó por desgracia, los caballos del coche marchaban despacio tam- bién; el encuentro duró naturalmente algunos instantes , los sufi- cientes sin duda para que una mirada que penetre en el fondo del alma, pueda descifrar aquellos sentimientos extraños, dulces, me- lancólicos, que no acierta á explicar el lenguaje humano.

Habia en la mirada de la mujer que venia en el lando , una va- guedad incomprensible ; parecia que su vista abarcaba el horizonte todo que ante ella se extendia ; aquellos ojos al fijarse en un hom- bre desconocido no se parecian , sin embargo , á los ojos de una coqueta , al contrario , era imposible dejar de descubrir en ellos, una pureza , un sentimiento, que estaba á mil leguas de la coque- tería. Sintió el Marqués de Tilli al verse solo en las alamedas de la Casa de Campo una necesidad vaga , un deseo de volver á encon- trar á la mujer que producía en su ánimo impresión tan nueva como desconocida, y poniendo maquinalmente al galope la yegua que montaba, entró por las encrucijadas y caminos que iban en la dirección que habia seguido el coche.

El varón tuerte corria de un lado para otro como pudiera hacerlo el más novel galán. Cupido, desde aquel momento, debia contar una flecha menos en su sangrienta aljaba.

Al llegar á la puerta de la Casa de Campo , después de haberla cruzado por diferentes sendas inútilmente, puso Eduardo su yegua al paso, tiró las riendas sobre su cuello y entró en cuentas consigo mismo. ¿Qué locura era aquella? ¿En qué inaudita ridiculez habia

414 UN INVULNERABLE.

incurrido? ¿Qué candido sentimiento asi le trasformaba y le enton- tecía? Después de un momento de reflexión , acabó por reirse de si mismo. ¡Bah! exclamó encendiendo un cigarro tranquilamente. . y las mujeres de Paris , y sus fáciles y pasadas conquistas , y el recuerdo de los placeres del gran mundo, cruzaron alegremente y en torbellino por su memoria.

El carruaje amarillo , que volvia hacia Madrid , pasó en aquel momento al lado del Marqués que , dueño ya de si mismo , pudo contemplarle con la mirada del hombre corrido, con la natural al- tivez de su verdadero carácter, quizá con burla , tal vez con sar- casmo , como contempla el guerrero vencedor en cien batallas la sombra que le causó temor pueril, como se ríe el niño atrevido del fantasma con que han querido asustarle. La hasta entonces justifi- cada fatuidad de Eduardo , debia esperar una nueva mirada ; pero la mujer, que iba en el coche recostada negligentemente y dis- traída, no reparó aquella vez en el altivo galán. Ni la elegancia del ginete, ni la pura raza de la yegua, ni las gallardas corvetas que hizo al sentir el ruido del carruaje, la sacaron de su arro- bamiento ; el coche siguió de largo, el Marqués pasó sin ser visto. ¿Qué sucedía entonces en el alma de aquel hombre ? El aire dulce de la tarde , al mecer las hojas de los árboles , debe producir en ocasiones un ruido semejante á las irónicas risas de la Diosa del Amor.

VII.

Pronto se convenció el Marqués de Tilli de -que sus paseos soli- tarios á la Casa de Campo y á la Moncloa degeneraban en ridícu- los, de que los sentimientos que habia sorprendido en su alma po- dían sólo compararse con los temores que suelen asaltarnos durante la silenciosa oscuridad de la noche en nuestro propio aposento, aun- que estemos rodeados de personas que velen por nuestra seguri- dad, temores inexplicables, reminiscencias sin duda de sustos de la niñez levantados en el alma del más bravo por una sombra, por el ruido más natural, hijos tal vez de la preocupación más desca- bellada y estrambótica.

Decidió Eduardo volverse á París terminado el arreglo de los negocios de su casa, objeto único de su viaje á España, conven- cido de que las nuevas aspiraciones de su espíritu serian enferme-

UN INVULNERABLE. 415

dad pasajera de que no debia ocuparse más. Alegre y jovial como en los primeros dias de su juventud, queria volver á buscar la compañía de sus amigos , dispuesto á atolondrarse si necesario fuese con los placeres de un mundo de que no podia ni queria apartarse. La imagen de la jolie veuve , nombre que en su fuero interno daba siempre á Victorina , cruzó por su memoria, con- vencido de que en ella encontraría las condiciones que en la oca- sión presente podían serle más útiles y agradables.

Recordó entonces que aquella noche se abriaelCircode caballos, y comprendiendo que Victorina estaría allí , se decidió á buscar una distracción propia de sus aburrimientos en la amistad in- tima de aquella mujer.

Entró Eduardo en el Circo un poco tarde, y, como habla pen- sado, Victorina estaba allí. La primavera engalana á las mujeres, como á las plantas , á los árboles , á los prados y los valles.

Las telas ligeras y trasparentes , los colores vivos , las flores na- turales , son sin duda alg-una el marco hecho por Dios para embe- llecer el cuadro que presenta la compañera del hombre.

Victorina estaba aquella noche radiante de hermosura ; la des- aparición de Eduardo de la buena sociedad no había entibiado el interés que , á pesar de ella misma , le inspirara, y que se anidaba bajo su risueño y alegre rostro ; orgullosa de tener á sus pies al apuesto y noble Marqués, desenvolvía como nunca los mágicos hechizos de su radiante hermosura.

La pública ostentación de los galanteos del Marqués , la venga- ban de más de una picante broma de adoradores burlados, que al mirar á su palco no podían dejar de notar la alegre indiferencia con que ella le escuchaba.

Poca curiosidad se necesitaba tener en verdad para oir desde el palco de junto , el diálogo entablado por ambos personajes.

¿Hace mucho tiempo que no ve V. á Elena? decía Victorina, no sin intención.

Mucho , contestó Tilli con negligencia.

¿Se ha hecho V. hermano de San Vicente de Paul! replicó Victorina irónicamente.

No seria difícil, si V. insiste en tratarme tan cruelmente

Como no se le ve á V. en ninguna parte, se me habia ocurri- do aquello de «El demonio harto

De desdenes, dijo Eduardo interrumpiéndola.

416 UN INVULNERABLE.

Esa es fruta para V. desconocida, añadió Victorina mirando con los gemelos á los palcos de enfrente á aquel en que estaba co- locada.

Y por eso sin duda quiere V. regalármela en abundancia...

No pico yo tan alto.

Ni yo más bajo, dijo el Marqués.

Pura galantería.

Seria necesario escalar el cielo para subir más.

Corren rumores en el mundo, exclamó Victorina dándole otro giro á la conversación , de que una pasión inocente y pura

¿De veras?

Asi se dice al menos.

¿Lícita?

Ya lo creo, y de ello hay que darle gracias á Dios, pues de lo contrario me temo que íbamos á ver la segunda edición del Mar- qués de Lombay.

¿De San Francisco de Borja? preguntó el Marqués.

No, de San Eduardo de Tilli, contestó cariñosamente Victorina,

¿Cosa de que aparezca pronto en el Calendario ?^

¡Quién sabe!

¿Seria V. tan cruel?

Allí entran Elena y Carlota, dijo Victorina interrumpiendo al Marqués y señalando á un palco en que tomaban asiento la tía y la prima de Eduardo.

El Marqués saludó afectuosamente con la mano á Carlota y á Elena. Carlota le devolvió el saludo más fríamente que tenia de costumbre ; Elena con la alegría del niño que encuentra un ha- llazgo inesperado.

¡ Qué bonita está Elena ! dijo Victorina.

Muy bonita : y al pronunciar estas palabras miró Eduardo con los gemelos á su prima. Los dientes alabastrinos de Victorina se clavaron dulcemente en sus labios de rosa.

vm.

Los amigos íntimos de Eduardo , que habían empezado á notar lo que llamaban la variación de su carácter , volvieron á encontrar en la sociedad del Marqués de Tilli los atractivos de siempre ; la tertulia se formó como antes á la hora de almorzar , volvió á

UN INVULNERABLE. 417

discutirse saboreando una olorosa taza de ó una copa de Fine Champagne la supremacía del Bourgogne sobre el Bonrdeaux, la inferioridad del caballo árabe comparado con el inglés de pura san-^ gre, se murmuró un poco del sentimentalismo, de los amores joowr le bon motif, se recordaron aventuras de juego , lances de amantes burlados, historias de maridos dóciles. Allí, gracias á Dios, como decia uno de los más asiduos concurrentes , se volvía á respirar el aire de la vida.

Se proyectaban cacerías , giras de campo , paseos á caballo , di- versiones, en fin, de todas clases, propias de la edad y condiciones de los asociados.

Una de estas mañanas se despidieron los comensales , quedando convenidos en reunirse por la tarde en casa de Victorina , que era por entonces la mujer á la moda en Madrid , y á la que todos tri- butaban más ó menos sinceramente rendido homenaje.

A la hora señalada la comitiva aguardaba á caballo á la puerta de Victorina, que no se hizo esperar mucho tiempo. Victorina, co- mo la mayor parte de las mujeres de su país, había adquirido bien pronto las formas de la sociedad en que vivía. Estaba dotada su naturaleza de esa flexibilidad que sólo poseen por lo regular los seres colocados en los extremos sociales. Lo que más se parece á una dama á la moda , exteriormente considerada por supuesto, es una cortesana del gran mundo , lo cual no quiere decir que no exista un verdadero abismo entre ellas desde el punto de vista del espíritu.

Victorina vestía una amazona azul , corta y ceñida, cuyos plie- gues dejaban descubrir los contornos de un cuerpo que recordaba las formas clásicas de una estatua griega. Sujetaba sus cabellos un sombrero negro de copa alta , graciosamente colocado , del que pendía un ligero velo del mismo color del vestido. Una yegua tor- da que tenia por la brida un distinguido jefe de cuadra, la espera- ba en el portal volviendo de cuando en cuando su cabeza pequeña y ligera como la de una corza para buscar un terrón de azúcar con que su ama tenía costumbre de obsequiarla las tardes que estaba de servicio. Colocó Victorina la mano izquierda , que resguardaba del aire un guante ancho, en la horqueta de la silla, y apoyando su diminuto pié en la mano de Eduardo que la servia de estribo, saltó ligera como una pluma sobre la yegua. La comitiva se puso á seguida en movimiento,

418 UN INVULNERABLE.

Si me preguntasen cuál es el pedestal que más embellece á una mujer, contestaría sin titubear que el caballo. Es muy posible que esto sea una extravag-aneia de mi imaginación , un capricho de mi fantasía ; pero en ninguno de los cuadros y retratos que he visto en vida , en ninguna de las descripciones que en prosa y verso he leído , en cuantos tipos he idealizado en horas en que mi alma sido áemñaia.do vU'lner adíe , he encontrado, ni en el mundo ni en el pensamiento á la mujer en una forma más bella que cuando rige y domina con valor , soltura y desembarazo la fogosa agilidad del noble bruto: además de la belleza que encuentro en el caballo, hay para algo de seductor en sus graciosos movimientos, algo de fascinador en su carrera. Me ha parecido siempre qne una mujer á caballo levantaba en corazón un sentimiento más ideal que en ningún otro momento de la vida. El Marqués de Tillí no participaba , sin duda, de esta extravagancia mía , pues estuvo toda la tarde alegre , tranquilo y contento ; pero con completa íti- difereneía al lado de aquella mujer á quien admiraban todos.

Ocultaba el sol su disco de fuego iluminando sus últimos rayos los caprichosos celajes del horizonte, cuando dama y caballeros volvían para la corte : caminaba Víctorína delante , suelta la rienda sobre el flexible cuello de su yegua, que jugueteaba con el caballo de Eduardo; la Amazona charlaba risueña con el Marqués, recorriendo su imaginación, como mariposa que pica de ñor en flor, todas las pasiones, intereses y deseos que se agitan en la vida social. Eduardo la escuchaba agradablemente, no sin quedarse dis- traído alguna que otra vez como si su alma se trasladase á pesar suyo á otro mundo, que estaba fuera del mundo en que vivia Vic- torina. Estas distracciones , interpretadas en su favor , eran un ma- nantial de esperanzas , de ilusiones para el alma de aquella mujer que disfrutaba en aquel momento un bienestar extraño, de que ha- cía mucho tiempo no había gozado.

Interrumpiendo este diálogo se acercó uno de los galanes que la acompañaban, y colocándose al lado de Víctorína dijo:

¡Eduardo! ¿no ves quién viene en ese coche? El lando amari- llo, que por una fatalidad del destino perseguía al Marqués de Tillí, cruzaba entonces el camino: Víctorína fijó los ojos en el coche sobre que llamaban la atención de Eduardo.

Es bonita esa mujer, dijo sorprendida: ¡la conoce el Marqués? preguntó después con interés. Eduardo que miraba con más

UN INVULNERABLE, 416

atención al coche de lo que Victorina podia desear, hizo un gesto negativo, levantando los hombros con indiferencia. La tercera per- sona que se habia acercado á ellos exclamó al mismo tiempo. La ha visto por lo menos una vez volviendo de las carreras de ca- ballos.

Con el sagaz instinto de toda alma enamorada , Victorina sintió nacer en su pecho una profunda aversión hacia aquella mujer á la que zahirió durante el resto del paseo con mil punzantes epigra- mas. Los caballos se juntaron en pelotón y la conversación se hizo g-eneral. Eduardo siguió toda la tarde distraído; por primera vez de su vida , su ingenio no brillaba en una lucha de discreteos so- ciales. La dama del lando amarillo habia pasado sin reparar en la Amazona ni en su brillante cortejo.

IX.

Algunos dias después de este paseo, subia el Marqués de Tilli la

escalera déla habitación de su tia la Condesa de Era la noche

del 17 aniversario del nacimiento de Elena. La casa estaba hecha un ascua de oro ; macetas de madera labrada , de búcaro y de por- celana , cuajadas de olorosas flores , y adornadas de verdes hojas, engalanaban la escalera y recibimiento ; tallos de palmeras y de plátanos, floridas magnolias y matizadas alteas entrelazadas por enredaderas de blancos jazmines y de madre-selvas de diferentes colores , formaban una especie de jardin que daba entrada á los salones del baile. Era una fiesta de verano , en la que se respiraba la atmósfera voluptuosa de las últimas noches del mes de Junio. Las mujeres más bellas de la corte cruzaban por aquellas habita- ciones , centro de la elegancia y del buen gusto. He tenido siempre la pretensión de creer , y de seguro no soy solo quien asi piensa, que las habitaciones de una mujer, las flores de su agrado, los adornos y trajes que ordinariamente usa, son casi siempre indicios de sus cualidades. No es esto decir que los datos sean infalibles, pero no son de seguro los que menos hay que compulsar , como diria un jurisconsulto, para formarse idea siquiera aproximada de ese logogrifo viviente que se llama mujer. En aquellos salones se retrataba el alma de la Condesa Carlota Eduardo entraba aquella no^he en los salones, como el General

420 UN IVVULNERA.BLE.

cubierto de laureles , vuelve después de algunos dias de armisticio al campo de batalla. En su esmerado traje, en su noble talante, en sus distinguidas maneras se descubría al antiguo galanteador, al hombre de mundo , que venia á recobrar el puesto que siempre habia ocupado en los altos circuios sociales.

La presencia del Marqués de Tilli en los salones de la Condesa, de los que faltaba algún tiempo hacia, fué bien pronto notada ; la ju- ventud elegante le rodeó al momento , porque el Marqués , como todos los seres privilegiados , inspiraba grandes simpatías , y era el modelo que se proponían imitar los recien salidos del cas- caron. Tutear al Marqués de Tilli era para la j»o/^gn'« imberbe ad- quirir diploma de hombre , y merecer una galantería de sus labios motivo de orgullo aun para las que figuraban en el ejército de re- serva que en la sociedad forman las mamas.

Los cuchicheos pasaban de boca en boca como la electricidad corre por los hilos del telégrafo. Para las viejas que adornan los ángulos de los salones , no hablan pasado sin comentarios las me- lancolías de Elena ni las fingidas alegrías de Victo riña. Los fis- cales se pusieron al acecho.

Según antiguo convenio de familia , Elena debía casarse con un marino, primo suyo, que venia de dar la vuelta al mundo, pero aún no estaba decidida la boda , no faltando quien asegurase que secretas inclinaciones de Elena destruirían este proyecto. Carlota, que sólo pensaba en la felicidad de su hija , no contrariaba en lo más mínimo sus inclinaciones : lo cierto era que Elena y el ma- rino guardaban las conveniencias sociales de un modo tal, que daban lugar con su extremada reserva á que adquiriese crédito este rumor. Los celos de Víctorína y la vista maternal de Carlota habían adivinado hacia tiempo lo que en el mundo empezaba á sospecharse.

Carlota recibió al Marqués de Tilli con la amabilidad de siempre, redoblando , desde que notó su presencia en el baile , el vigilante interés que tenia por su hija.

La figura de Elena había variado mucho en pocos meses. Hay dos momentos en la vida de la mujer en los cuales las trasformacíones son tan súbitas como inexplicables: uno al sentir las primeras amar- guras del amor, otro al nacer en su corazón el afecto de madre. En estos momentos adquiere completo desarrollo su naturaleza moral y física. Elena era una mujer muy distinta de la que, cua-

UN INVULNERABLE. 421

tro Ó cinco meses antes, vio Eduardo en el Teatro Real. Nada habia perdido de su hermosura: al contrario, tal vez habia aumentado; pero su actual belleza era de otro orden. Un traje color de lila claro, un cinturon ancho del mismo color y unos broches de esmeralda fijos en sus rizados cabellos, daban á Elena un aspecto de seriedad muy diverso de su antigua, inocente y jovial alegría; parecía una flor que , arrancada de su tallo, conserva la riqueza de sus colores, la suavidad de sus hojas , su propia fragancia ; pero que ha per- dido la lozanía de la planta. Elena, como sensitiva que dobla sus hojas al contacto del ser humano, habia doblado su alma á la pér- dida de sus primeras ilusiones.

Pronto Eduardo se encontró frente á frente de su prima ; pero ahora las mejillas de Elena no se tineron con el indiscreto carmín de otras veces; sólo en un movimiento de su seno, más agitado que de costumbre, podía descubrir un ojo perspicaz que algo pasaba en el corazón de aquella mujer.

La dignidad que se alberga en todo espíritu puro habia salvado á Elena. Habló un rato con natural indiferencia con su primo. Carlota, que los estudiaba desde lejos, dijo para si observando á su hija:

El marino está en alza.

Ya muy entrada la noche , apareció en el baile Victorína.

Una nube de encajes recogidos con broches de brillantes so- bre fondo color de rosa rodeaba su esbelto talle. Espigas de las mismas piedras, montadas al aire y movibles como las niñas de sus ojos, adornaban su negra cabellera. Cuando la naturaleza hizo la mujer morena, fabricó sin duda el color de rosa para engalanarla. Victorína habia sabido escoger las armas con que entraba en aque- lla suprema lucha. Los involuntarios desdenes de Eduardo habían exaltado el ánimo de aquella belleza no vencida hasta entonces, que disputaba palmo á palmo el terreno del combate , y como antigua Guardia Imperial , estaba dispuesta á morir antes de ren- dirse. Atravesó los salones con verdadero aire de triunfo del brazo de uno de esos afortunados servidores de las damas del gran mundo, especie de bastones animados , naturalezas medias que no inspiran jamás verdadero amor á las mujeres ni odio á los hombres , criatu- ras destinadas á conllevar las histéricas furias de las celosas, á en- jugar las lágrimas de las abandonadas , á distraer á las madres im- pertinentes, á ser inocentes correos de palabras que envuelven

422 UN INVULNERABLE.

un mundo de esperanzas ó un deseng-año horrible, y á veces discre- tos testigos de bárbaras infidelidades.

Victorina, como toda mujer d la moda, tenia su estado mayor, y entre los edecanes de servicio habia escogido por acompañante al más inofensivo, si porta-abanicos , lo cual probaba que los celos era arma que aquella noche no entraba en batalla.

Pronto sentó Victorina sus reales cerca de una gran jardinera colocada en un saloucito pequeño tapizado de blanco : alli , recos- tada en un sofá de seda de India, al que llamaba su mueble favo- rito f se vio al momento rodeada de admiradores.

El Marqués de Tilli , sin embargo, no formaba en el círculo. Eduardo, como plaza sitiada , no entraba en combate, era preciso tomar la ofensiva, Victorina dijo, al oir las primeras notas de un rigodón, muy en boga entonces. «Esta quadrille me encanta.» Cuantos formaban el' pequeño comité se mostraron dispuestos á bailar.

¿Vamos? dijo Victorina tocando el hombro del más joven, y luego añadió dirigiéndose á los demás, no es preferencia, él habló primero. Al levantarse , como quien da consuelos y esperanzas, repartió entre sus admiradores , el bouquet , el pañuelo y el pomo de sales.

Colocada Victorina delante de la pareja que le hacia vis-á-vis descubrió á Eduardo, y fácilmente se comprende desde aquel mo- mento todas las coqueterías y seducciones que puso en juego.

¿Qué hacia entre tanto el Marqués? Vagaba distraído sin darse apenas cuenta de lo que pasaba á su alrededor, ya deteniéndose á hablar con los hombres políticos , ya escuchando las bromas de la gente joven , ya contemplando solo y pensativo los cuadros , las estatuas y demás objetos de arte que adornaban los salones.

Al terminar el rigodón , Victorina pasó muy cerca de Tilli que de espalda á ella seguía distraído: ni el eco de su suave voz, más penetrante en aquella ocasión que de continuo , ni el resba* lar de la crujiente seda de su vestido sacaron de su distracción á Eduardo; era pues preciso dar la señal de combate; pero sin duda por una casualidad venturosa se le escapó á Victorina el abanico, cayendo tan cerca de los pies del Marqués de Tilli que este al co- gerlo y entregárselo á su dueño como le obligaba la más vulgar cortesía j se encontró fíente á frente de Victorina.

'-*-¿Acaba V. de entrar? le preguntó ella con indiferencia.

ÜN INVULNERABLE. 42'A

No: hace tiempo que he venido, dijo el Marqués.

No le he visto á V, hasta ahora, añadió volviendo la cara para mirar á una elegante dama q ue pasaba cerca ^ movimiento que presentaba á Victorina, á los ojos del Marqués, delineando su cuerpo el más bello escorzo.

No me negará V, que esa mujer , siguió diciendo Victorina. es algo más bonita que su desconocida de la otra tarde.

Eso va en gustos, replicó Tilli, y sobre gustos ya sabe V. lo que el refrán dice.

¡Cómo!.... le interrumpió Victorina.

Y eso que ahora yo desmiento el refrán.

—¿Por qué? y la viuda fijó sus ojos en los ojos del Marqués.

Porque la encuentro á V. divina, y piensan como yo cuantos conozco.

Mala prueba de ello es en verdad no haberme visto en el baile hasta ahora.

Sin duda será, porque el sol, cuanto más fuerte sale, más ciega á los que han estado en la oscuridad algún tiempo.

Está V. esta noche irresistible.

Empiezo á acostumbrarme á los rayos del sol.

Sonaron las primeras notas de un wals ; un wals es para toda mujer de las condiciones de Victorina , el supremo recurso.

¿No baila V., Marqués? dijo sonriéndose Victorina.

Hace tiempo que por iniitil abandoné el oficio, contestó Eduardo.

—¿De veras? dijo Victorina.

¿Me ha visto V. bailar?....

Alguna prohibición misteriosa, alguna palabra empeñada. Tengo curiosidad de saber si es V. capaz de cumplir una palabra.

i Señora ! dijo el Marqués asombrado.

A las mujeres , se entiende , añadió Victorina interrumpién- dole afablemente.

—¡Y V. lo duda!

Voy á creerlo al ver á V. figurar entre los hombres graves... Haya ó no palabra empeñada, dijo Victorina haciendo un signo afirmativo, el amor únicamente le impide á V. bailar.

No por cierto el baile es la guerra de los salones y yo

estoy herido , formo ya entre los inválidos ^

¿Y nadie tendrá la virtud de curarle?

424 UN INVULNERABLE.

Usted tan solo , replicó el Marqués , cediendo á su inveterada costumbre de decir g-alanterias.

Victo riña no necesitaba más.

A verlo, dijo la viuda centuplicando sus naturales atractivos.

El Marqués caia en las redes y Victorina empezaba á triunfar.

Recostada dulcemente en el brazo del Marqués, colocando en el hombro de este la mano izquierda , en la cual apoyaba en oca- siones su rostro , recogía con la derecha la falda del vestido lo su- ficiente para descubrir el pié más bello que pisó jamás parquet al- guno. Su cuerpo esbelto, flexible y cimbreante, se doblaba en los alternados giros del wals , como si una fuerza magnética le comu- nicase un doble movimiento ; no parecía sino que el talle giraba sobre si mismo, dentro de los brazos de Eduardo, siguiendo el acelerado compás de una música que los arrastraba en torbellino.

Latia el corazón de Victorina , y los movimientos de su pecho no eran imperceptibles para Eduardo ; más de una vez sus rizados cabellos tocaron la cara del Marqués , quizás al atravesar por entre aquella multitud de parejas se juntaron sus rostros, tal vez Victo- rina llegó á soñar recordando el verso del Dante

amor ch'a nuil' amato amar perdona^

que ardía ya en el espíritu de Eduardo el fuego en que su alma se consumía.

Elena , desde un extremo de la sala , contemplaba pálida como una estatua á aquella pareja, que era, sin duda, el más bello or-^ nato de la fiesta , y Carlota , sin que nadie lo notase , observaba á su hija. Antes que el wals terminara , se sentaron Eduardo y Vic- torina. La atmósfera de la sala, la excitación de su espíritu, habían encendido el sonrosado color de sus mejillas ; sus ojos despedían rayos de fuego ; algunos cabellos cortos , que el movimiento del baile había separado de los demás , formaban ligeros rizos sobre su frente ; al menor movimiento de su cuello exhalaban chispas de lu2 las espigas de brillantes de la corona que ceñía sus sienes ; entre- abierta su boca por la agitada respiración que el cansancio la pro- ducía , y por una vaga sonrisa , descubría las blancas y nacaradas puntas de sus preciosos dientes ; su seno se agitaba en rápido mo- vimiento , y su espalda , más inclinada hacia adelante que de ordi- nario, mostraba la perfecta redondez de sus torneados hombros.

Las sillas que habia en el salón estaban casualmente muy jun-

UN INVULNERABLE. 425

tas : sin darse cuenta de ello , Victorina había cubierto con la falda de su vestido al Marqués , que quedó sepultado bajo una nube de encaje y seda. Era imposible no admirar en aquel momento la her- mosura , la gracia , el incentivo que rodeaba á aquella mujer cuya atmósfera respiraba , cuyas pulsaciones sentia , cuyo aliento venia á herir su rostro , y , sin embargo , preguntándose Eduardo á mismo lo que le pasaba , sintió su corazón muerto , su alma nie- lada , su pensamiento lejos de allí. El Invulnerable , como el amian- to, resiste al fuego , era insensible á tanto hechizo. Victorina había quemado en balde el último cartucho.

Los espíritus fuertes desdeñan los bailes como diversión fútil é indigna del hombre ; y, sin embargo , ¡ cuántas dichas y cuántas desgracias respetables habrán tenido origen en un wals, en un ri- godón, ó en una polka

Elena, concluida la fiesta de la noche de su cumpleaños, entró en el cuarto de su madre , la dio , como tenía de costumbre , un beso en la frente, y le anunció que estaba decidida á casarse con su primo el marino. Victorina, á quien había llevado al coche uno de sus más constantes y rendidos adoradores, exclamó tirando de- sesperada el abanico y el pañuelo en el rincón de la berlina :

¡Pasar la vida rodeada de esta turba de necios!

Eduardo , que bajaba la escalera bostezando , decía para sus adentros :

Decididamente me aburren estas mujeres.

VIII.

En vano buscaba el Marqués de Tillí en sus antiguas y habi- tuales distracciones la perdida jovialidad de su carácter; la tras- formacíon que poco á poco había ido verificándose en su alma era mayor de lo que él mismo imaginaba; existía constantemente en su corazón un secreto fondo de melancolía ; en medio de los placeres del mundo , cruzaban por su mente ideas tristes, extrañas; sentia, rodeado de sus amigos , un aburrimiento inexplicable que lo lle- varon más de una vez á aquellos paseos solitarios de que en dife- rentes ocasiones se había burlado.

Volviendo de una quinta de recreo, que poseía en los alrede- TOMo in. 28

426 UN ÍNVÜLNEÍIABLE.

dores de Madrid, una de las muchas tardes en que le daba el ataque. burlesca calificación con que el Marqués de Tilli se mofaba de sus melancolías, un secreto presentimiento le hizo volver las riendas de la yeg-ua que montaba , y poniéndola al galope , se dirigió á la Casa de Campo.

Por una de esas volubilidades de espíritu , tan naturales en la vida de las personas mimadas por la suerte , que viven en el seno de los placeres , el mismo hombre , que tantas veces se habia reído de sus paseos solitarios, sentía en aquel momento vehementes deseos de visitar los sitios en que encontrara á la única mujer que, á pesar suyo, habia hecho mella en su alma. Ignoro las almas enamoradas poseen la doble vista magnética , que en vano trata de explicar el sonambulismo en boga ; pero , sea de esto lo que fuere, Eduardo decubrió bien pronto á lo lejos el carruaje amarillo, que pausadamente volvía de paseo.

Cediendo al verle á un impulso secreto de su espíritu , clavó las espuelas en el vientre de la yegua, que partió como un rayo. El groom le seguía á larg-a distancia. Antes de llegar al coche se puso el Marqués al paso, y fijó su vista en las personas que en él iban. La mujer á quien sin duda buscaba , volvió dulcemente su rostro encontrándose sus hermosos ojos con los del Marqués. La mirada que en otras ocasiones habia desesperado el alma de Eduardo entre dudas indescifrables, le hacia sentir en aquel momento el purísimo goce de una felicidad para él desconocida. Cuanta dulzura puede crear el idealismo, estaba pintada en la tranquila fisonomía de aquella criatura celestial. Reñejábase en toda ella un tinte subli- me de amargura, de resignación, de dolor. Eduardo, entregado á las más halagüeñas esperanzas, recordó en aquel instante las sáti- ras de Victorina y de sus amigos, creyendo descubrir en la triste expresión de aquellos ojos, tal es el lenguaje mudo de las ilusio- nes , una secreta queja , y pensó tan sólo en tributarle patente prueba de su arrepentimiento. Los caballos del carruaje se pusie- ron al trote; el Marqués, que no lo perdía de vista, cogió una flor que la jardinera de su quinta le había dado al salir, y que él ha- bia puesto maquinalmente en el ojal de la levita, y acelerando el paso se colocó delante del lando al entrar por las calles de Madrid. Triunfando el Marqués de un sentimiento de respeto que le detenia, dejó caer la ñor al pasar en la falda de la mujer que iba en el cocho. Llamó en seguida al groom ^ y precipitadamente le dijo:

ÜN INVULNERABLE. 427

'i apéate del caballo , sigue ese lando , entérate dónde entra , y procura que no te vean.»

El obediente groom , acostumbrado sin duda á encargos de este género , entregó al Marqués las riendas de su caballo y obedeció á su amo.

Era un espectáculo curioso el que presentaba el aristocrático y elegante Marqués de Tilli , volviendo á su casa , trayendo del dies- tro la cabalgadura de su mismo criado. El amor, más que todas las filosofías humanitarias, nivela las categorías sociales.

IX.

Paseábase el Marqués de Tilli á la caida de la tarde, sólo y á pié; por una de las alamedas de la Moncloa , donde babia solido encon- trar alguna que otra vez á aquella mujer que llevaba dia y noche retratada en su pensamiento. Las luchas pasadas habian cesado por completo; el sentimiento del amor, con su vaga y dulce esperanza, con sus infantiles sobresaltos , hasta con sus inexplicables y extra- vagantes celos , se habia apoderado del corazón de Eduardo. Por lo mismo que apenas conocia á aquella mujer, por lo mismo que no habia oido el eco de su voz , por lo mismo que ignoraba las cua- lidades de su alma , Eduardo , preso una vez en las redes de sus propias ilusiones , idealizaba el ser amado. Como el artista reúne en la estatua que crea, los contornos y perfiles más bellos que sepa- radamente le presentó la naturaleza , combinándolos con su prodi- giosa fantasía, asi Eduardo encontraba en el color, en la forma, en la mirada , en los movimientos , en los accidentes más insigni- ficantes de su desconocida , seg'uro indicio de todas las perfecciones que habia creido descubrir en mil mujeres distintas. Tesoros de poesia, libres de toda rima, ajenos á toda medida, más grandes que las palabras, tan grandes como la imaginación en que brotan, inundaban su alma.

En uno de estos momentos, abstraído de cuanto pasaba á su al- rededor, fuera del mundo en que vivía, siguiendo el vuelo de su pensamiento , sintió cerca de un ruido suave semejante al que hace el aire al mecer las hojas de las ñores Bra ella Li- gera como el aire, tímida como una gacela, asustada como un cervatillo, apareció ante Eduardo entre el verde follaje del jardín.

428 UN invulnerable!.

En aquel momento de sorpresa, de asombro. Eduardo no sabia lo que pasaba en su espíritu , creyéndose juguete de una visión , al sentir apoyarse dulcemente en su brazo el brazo de aquella mujer á la que Dios babia concedido una belleza superior á la de las otras. Sus ojos se encontraban con sus ojos; habia en la mirada, en la fisonomía de aquel ser humano , una nube de tristeza in- comprensible , de dolor inexplicable , no parecía sino que una fuerza extraña la impulsaba más que su voluntad propia.

Eduardo sintió al mismo tiempo dolor y alegría , simpatía y re- pulsión, cruzó por sus venas el fuego del amor y un no se qué parecido á la frialdad de la muerte. Aquella mujer se sonreía, y sus ojos casi derramaban lágrimas ; brillaba luego la alegría en su mirada, y sus labios se plegaban con dolorosa ironía. Las líneas de su rostro movibles como las de la de la Haydée de Lord Byron cuando Lambro quiere arrancar la vida á su amante D. Juan, sufría súbitas trasformaciones , expresando por instantes los más encontrados sentimientos.

Mary. dijo en inglés con acento algo americano una voz desconocida para Eduardo. La venerable y distinguida fisonomía del hombre que el Marqués de Tilli habia encontrado constante- mente en el lando amarillo se ofreció á su vista. Las miradas de aquellas tres personas se encontraron, sin que ninguno de ellos pro- nunciase una sola frase ; mil pensamientos diversos cruzaron por la mente del Marqués.

¿Quién era este hombre? ¿Qué clase de autoridad ejercía sobre aquella mujer? ¿Cuál era el vínculo que ligaba estos dos seres?

La mujer, verdadera esfinje para Eduardo, soltó maquinal- raente su brazo al oir la voz que habia pronunciado su nombre. Más parecía un autómata que obedecía á un resorte , que una cria- tura humana dueña de sus propias acciones. ¿Era una víctima obe- diente á una voluntad superior que la esclavizaba , ó una alma que cedía cariñosamente al influjo de un ser amado? Imposible hubiera sido adivinarlo , ambos sentimientos podían expresar las líneas de su rostro , el movimiento de su fisonomía.

El caballero , sobre cuyo brazo se apoyó la desconocida con la misma naturalidad con que un momento antes se habia apoyado en el brazo de Eduardo, saludó respetuosamente al Marqués, y des- apareció con ella por una de las alamedas. Eduardo, inmóvil, ab- sorto, no podía darse cuenta de lo que en su corazón pasaba. ¿Eran

UN INVULNERABLE. 429

celos, era respeto, era amor, el sentimiento que rebosaba del pe- cho del Marqués de Tilli? Aquel hombre podia ser el amigo, el amante, el marido, el padre de aquella mujer. La ternura, el cariño , el respeto con que habia pronunciado su nombre , podian ser cualidades propias de todos esos vínculos, siempre que el senti- miento que de cualquiera de ellos naciese fuese elevado y grande. Era imposible seguir asi : habia llegado el momento de aclarar tantas dudas, el Marqués de Tilli se decidió al fin á penetrar á todo trance aquel misterio. En el saludo cortés, casi afable, del hombre que acababa de desaparecer , no se descubría el menor in- dicio de los celos. No puede ser, dijo Tilli, rompiendo el silencio interno de su alma, ni su amante, ni su marido; ¿pero si es su padre, cómo no le ha causado estrañeza encontrar á su hija del brazo con una persona que le es enteramente desconocida? En realidad no era cosa fácil dar con la clave de aquel enigma.

X.

En vano habia recorrido el Marqués de Tilli varias tardes segui- das los paseos y caminos en donde solia encontrar el lando ama- rillo. Dice un canto popular :

Ausencia es aire

Que apaga el fuego chico

Y enciende el grande.

y pocas veces, en honor de la verdad, se habría realizado como en la ocasión presente el fenómeno que este canto encierra. Tilli deseaba más que nunca volver á ver el objeto desu amorosa curiosidad, pasaba los dias con la esperanza de encontrarla , de adivinar en su fisonomía el arcano de la última entrevista : salía todas las tardes con la mis- ma esperanza, y volvía con la misma desesperación. Paseaba algunas noches por delante de la casa en que su groom le dijo vio entrar el coche. Era divertido ver al mismo cuya juventud habia corrido desdeñando á las mujeres y riéndose de los sacrifi- cios que los hombres hacían por ellas , acechar hoy como un es- tudiante en sus primeros devaneos la fortaleza que encerraba la dama de sus pensamientos. En una de estas noches iluminando la luna con su pálida luz una de las ventanas de la casa ante la

430 UN INVULNERABLE.

cual se paseaba, descubrió Eduardo en ella los leves y voluptuo- sos contornos de una mujer vestida de blanco, recostada graciosa- mente su cabeza sobre una de sus manos , contemplando el astro de la noche. Cuantos tipos de amor ideal conocía el Marqués de Tilli asaltaron su memoria : el hombre práctico, el esprit fort que habia entrado de lleno en las locuras del amor, creia encontrar en aquella mujer la viva imagen de todos los tipos ideales que han pintado los poetas, y la verdad es que habia en ella algo de la pura delicadeza de la Clarissa de Lovelace , algo de la Lucia de Edgardo, algo de la OpJielia de Hamlet.

El verdadero amor presenta por lo común idénticos síntomas; las almas enamoradas rara vez dejan de tener cualidades semejantes; el mismo deseo, la ansiedad suma con que Eduardo habia esperado una ocasión oportuna para acercarse á la mujer que amaba, le dete- nia en aquel momento : deseaba andar y no podia dar un paso. La intrepidez social , el toupé del hombre de mundo hablan desapare- cido por completo. Eduardo se habia vuelto tímido, porque amaba» y el amor, lo he dicho antes, no renuncia, sea cualquiera el alma en que se albergue, á sus propias y naturales condiciones : haciendo un esfuerzo supremo, dio Eduardo algunos pasos hacia adelante, los suficientes para poder llamar la atención de aquella mujer que seguía, sin embargo, distraída, que para nadase ocupaba, al pa- recer al menos, del Marqués de Tilli,

La figura venerable del hombre que con su presencia le habia hecho soltar el brazo de Eduardo en el singular encuentro de la Moncloa, apareció en el hueco de la ventana, y dándole un beso en la frente, desaparecieron los dos de la vista de Eduardo, cuyo co- razón latía con violencia, preso de un sentimiento en que luchaban los celos con el dolor de haber perdido la ocasión primera que le proporcionaba el destino en que poder enterar á aquella mujer de lo que pasaba por su alma.

XL

Sentado en una butaca, al lado de una mesa pequeña sobre la que habia varios libros , periódicos y revistas , y en la que humeaba una taza de , descansaba el Marqués de Tilli , presente en su ima- ginación, de las mil maneras que en diferentes ocasiones la habia visto, la imagen del ser que llegara á posesionarse por com-

UN INVULNERABL-E. 431

pleto de su rebelde y altivo espíritu. Vino á sacarle de aquel ar- robamiento , de aquel especie de éxtasis en que estaba sumergido, una carta que sobre una bandeja cincelada de plata le presentó su ayuda de cámara.

¿Quién ha traido esto? preguntó Eduardo tomando el papel.

Ün criado que no conozco , y que parece inglés, contestó res- petuosamente el ayuda de cámara.

¿Espera contestación? añadió el Marqués.

Se ha ido sin decir una palabra.

Eduardo abrió la carta , no sin notar que las armas del sello y la letra del sobre le eran completamente desconocidas : un vago presentimiento le daba á entender que aquella carta encerraba algo que debia interesarle, y la abrió con avidez.

"En cumplimiento de un deber, y por consideraciones que V. merece sin duda, le suplico venga á verme esta noche á las once y media."

WlLLIAM BeRKELEY.

Al pié de este extraño papel estaban las señas de la casa en cuya ventana Eduardo habia visto al objeto de su amor.

El tono altivo, seco y raro de aquella misiva, heria la aristocrá- tica susceptibilidad del Marqués de Tilli.

Estos ingleses, vengan de donde vengan, son siempre lo mis- mo, dijo para sus adentros, y hubiera cruzado por su mente el propósito de dar una lección de cortesía á quien se dirigía á él de este modo , si otro ínteres más grande no le preocupase en aquel momento ; las canas del hombre que sin duda le escribía aquella carta no se presentasen á los ojos de su imaginación santifica- das por la aureola de respeto que rodeaba á cuanto estaba en re- lación con la mujer cuya presencia había trasformado por completo su naturaleza, abriendo á su alma nuevos y desconocidos hori- zontes.

Es más fácil comprender que descríbrir las ideas, los pensamien- tos, los temores, las esperanzas que se forjó Eduardo durante las horas que trascurrieron desde la lectura de esta carta hasta subir al cupé que debía conducirle al lugar de la cita. Cuantos lances, historias y aventuras extravagantes habia oído contar, habia leído desde niño , cruzaron en tropel por su mente. Mil veces se preguntó quién era el hombre que le escribía aquella

432 UN INVULNERABLE.

carta, ¿Será su padre?— repetía. Y aquella idea dulcificaba su espíritu, rudamente combatido por mil extraños y tristes presen- timientos.

Llegó la hora, y Eduardo subió al cupé, ansioso de aclarar tan terribles dudas.

Un momento después, atravesaba la berlina del Marqués la reja que rodeaba la casa á que Eduardo se dirigía, la que abrió el por- tero con la solicitud del que espera una visita anunciada.

Eduardo bajó de la berlina y atravesó el dintel. Un lacayo con librea le señaló silenciosamente la escalera por donde debia subir. Otro lacayo le esperaba arriba. El aspecto interior de la casa no pudo menos de llamar la atención del Marqués de Tilli, aumen- tando la angustiosa curiosidad de que estaba poseída su alma. Un débil resplandor iluminaba con lámparas que ardian á media luz la escalera y los corredores , en que se respiraba la atmósfera de dul- ce y triste tranquilidad de un claustro. Dejó el Marqués al lacayo el ligero abrigo que cubria sus hombros , y entró en un pequeño salón, en el cual le esperaba en pié delante de la chimenea, sobre la que ardian varias bujías colocadas en dos magníficos candela- bros, á uno y otro lado de un reló , Sir William Berkeley, pues ya conocen los lectores el nombre del que hacía venir al Marqués á aquel sitio.

Vestido de negro, con la elegancia peculiar de los hombres que pertenecen á la alta banca de su nación, Sir William Berkeley sa- ludó respetuosa y afablemente al Marqués de Tilli.

El Marqués de Tilli inclinó su cabeza con altiva dignidad ante el hombre que debia descubrirle el enigma de aquella cita.

Comprendo, dijo Mr. Berkeley, toda la extrañeza que le habrá causado mi carta ; pero el instinto , que rara vez engaña á un pa- dre Eduardo, al escuchar esta frase, sintió que le quitaban de

su corazón un peso enorme ; las sospechas que por espacio de algún tiempo habían acibarado su existencia desaparecieron por com- pleto, naciendo en su corazón un sentimiento de afectuoso respeto hacía el hombre á quien más de una vez había mirado con verda- dero odio. Consideraciones de otro orden, continuó Mr. Berkeley, han decidido ánimo á dar este paso , del que no creo tener que arrepentirme , dirigiéndome á una persona como V.

El Marqués, cuya curiosidad rayaba en el último extremo, hizo un gesto de asentimiento, y una corriente magnética de recíproca

ÜN INVULNERABLE. 433

confianza se entabló entre las almas de aquellos dos hombres uni- dos por el lazo de un doble afecto que el Marqués había temido fuesen incompatibles.

Llevo vertidas demasiadas lágrimas para que me sean indi- ferentes las que pueda derramar otra persona por la mispia causa que yo

Dieron las doce en el reló, que estaba sobre la chimenea.

Apenas sonó la última campanada cuando se oyó en la habita- ción inmediata un grito horrible, desgarrador...

Eduardo estaba atónito ; en cuanto pasaba á su alrededor se re- velaba un misterio que temblaba descubrir, y creyéndose preso de un sueño , dudaba de la realidad de lo que veia. Mr. Berkeley, en cuyo rostro se delineaba el dolor más sincero y respetable , le agarró silenciosamente de la mano , y lo llevó hacia la puerta del cuarto, del que sallan ayes lastimeros, y adonde Eduardo se de- jaba conducir maquinalmente : levantó luego el anciano las cor- tinas de Persia que cubrían la entrada del aposento, y

j Qué espectáculo se presentó á la vista del Marqués !

Inmóvil , blanca como el mármol , sobre un lit de repos , ten- dida de espalda , cual si estuviese muerta , vio la mujer cuj'^a her- mosura habia tantas veces admirado ; sus rubios cabellos sueltos y esparcidos cubrían sus hombros , tenia entreabierta su boca , y si una risa sardónica no se dibujase en ella, se creerla que acababa de espirar. Contrájose su cuerpo de pronto por un movimiento nervioso, y rechinaron sus dientes de una manera que crispábalos nervios.

La señora , que de ordinario iba con ella , le sujetaba dulce- mente los brazos, que retorcía sobre el pecho, cual si quisiera des- garrárselo con sus propias manos. Como se levanta erguida sobre la cola y se arrastra la serpiente que pisa el caminante , así se le- vantaba y caía el cuerpo de aquella infeliz criatura. Un momento después , como herida por el rayo , como á impulso de una chis- pa eléctrica se hubiesen desatado sus acerados miembros, como muere la culebra cuyas vértebras rompe , al sacudirla , fuerte brazo , cayó inerte , derramando sus ojos del color del cielo un mar de lágrimas.

Eduardo permanecía exánime, sin respirar apenas, temiendo que el aliento de su pecho turbase su descanso.

•-— Hg, pasado la crisis, dijo Mr. Berkeley, y mi hija me necesita;

434 UN INVULNERABLE.

en ese papel encontrará V. la explicación de cuanto ha visto, Mr. Berkeley entregó al Marqués de Tilli una carta abierta y un periódico. La carta decia asi :

"He creído cumplir un deber de humanidad haciendo que vea V. por sus propios ojos el estado de mi hija."

En el margen del periódico estaban señaladas las siguientes lineas :

«Hace pocos dias, á las doce de la noche, unos cuantos negros que se habían insurreccionado en la quinta de Mr. Berkelej, antes de incorpo- rarse al ejército del Norte, han robado á su dueño, asesinando bárbara- mente á Lady Berkeley que rezaba á aquella hora con su hija. No es la muerte de la virtuosa Lady la única desgracia lamentable en hecho tan feroz. Miss Mary, que vio morir á su madre , y cuya sangre manchó sus vestidos , cayó presa de un horrible delirio y aún no ha recobrado el juicio.

»Hace algunos dias que han salido para Europa el honorable Berkeley y su hija, con la esperanza de que las impresiones del viaje alivien sus de- lirantes padecimientos. »

Si, como lia dicho Madama Stael, son perlas las lágrimas de los hombres , el Marqués de Tilli depositó en aquel papel un tesoro superior al de todos los potentados de la tierra.

El hombre que habia vivido indiferente entre las mil cortesanas de París, el que habia desdeñado la ardiente pasión de la seductora Victorina , aquel para quien habían pasado sin ser vistos los idea- les y puros sentimientos de Elena, se encontraba al fin preso en las redes del amor.

El invulnerable estaba herido de muerte. ¿Por quién? Por una loca.

J. L. Albabedá.

DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES.

NUEVOS Y PRECIOSOS DATOS PARA VIDA.

I.

De la muerte de Carlos II á la muerte de Carlos III pasaron po- cos dias más de ochenta y ocho años , durante los cuales habíase operado una trasformacion completa en nuestra patria. No era ya la nación decadente bajo la fatal influencia del despotismo inqui- sitorial , y amenazada de ser dividida en pedazos por voluntad y á beneficio de los soberanos más poderosos de Europa , sino la nación restaurada á fuerza de labor fecunda, y reg'ida por un Monarca, á quien Austria , Dinamarca, Francia, Inglaterra, Prusia, Rusia, Suecia y Turquía tributaban reverente homenaje, apelando á su buen sentido , rectitud proverbial y larga experiencia , para diri- mir sus discordias sobra la ya antigua y nunca zanjada cuestión de Oriente , y proponer los medios más propios de llegar á una pa- cificación absoluta y generalmente deseada.

Como la nueva luz nos vino de Francia con la dinastía de los Borbones , y como allí vino después del siglo de Luis XFV el siglo de la Enciclopedia y de la Revolución magna , que abrió una edad novísima en la historia , á menudo acontece que se atribuyan sen- timientos de incredulidad á los personajes españoles de más viso por entonces; sin reparar que D. Melchor Rafael de Macanaz y Fray Benito Jerónimo Feijóo aparecieron como los dos grandes he- raldos de todo género de reformas , antes de que Yoltaire y Rqus^

436 DON FRANCISCO DE GOYA T LUCIENTES.

seau empezaran á sonar en el mundo ; ni que los escritos lumino- sos de estos varones eminentes sirvieran de guia á los gobernantes posteriores , para marchar por las anchas vias de la civilización á la española. Tres Condes llegaron bajo el cetro paternal y rege- nerador de Carlos III á celebridad legítima y suma , de resultas de la parte activa que tomaron durante largo tiempo en los negocios del Estado ; y esta simple indicación es suficiente para dar á en- tender que se alude á los Condes de Aranda , de Floridablanca y de Campomanes. Muy ancianos murieron todos, y después de es- tar alejados mucho tiempo de todo cargo público y de vivir á solas con el recuerdo de sus actos. Á los tres alcanzó la nota de impíos en proporción más ó menos lata : del primero se ha asegurado que murió impenitente , y de los otros dos que á última hora firmaron sus retractaciones.

Desde luego salta á los ojos que el ilustrado y piadosísimo Car- los III no hubiera honrado años y años con su plena confianza á personas descreídas , y que sólo hipócritamente aparentaran senti- mientos religiosos. Enemigos tenían de sobra que les acusaran de irregularidades : vigilante andaba la Inquisición todavía , aunque ya el humo de sus hogueras no ennegreciese nuestros horizontes: sin duda se pusieron ardides é intrigas de todas especies en juego para procurar su caída ; y es la verdad que á la muerte de Car- los III continuara Aranda de Embajador en Francia, sino insis- tiera en su renuncia para venir á hacer vida con su segunda es- posa , cuya salud se resentía por demás en aquel clima ; así como quedaron en ocasión de tanto duelo , Floridablanca al frente de la primera Secretaría del Despacho de Estado, y Campomanes de Gobernador del Real Consejo de Castilla. Mucho dice ya á todas luces en su abono la circunstancia de merecer sin ninguna inter- rupción la gracia de tal Soberano ; pero además existen datos par- ticulares y auténticos de haber atendido los tres á la salvación de su alma, sin remordimientos de conciencia por ninguno de sus ac- tos públicos y sin aguardar á la última hora para hacer vida de cristianos.

Entre enciclopedistas y revolucionarios se hallaba en París el Conde de Aranda, cuando á fines de 1785 supo del Conde de Flori- dablanca que varios pueblos y algunos prelados se aplicaban á com- batir las preocupaciones vulgares sobre la construcción de cemen- terios , y que el Monarca erigía á su costa el del Real Sitio de San

Don francisco de gota y lucientes. 43'7

Ildefonso; y le dijo en respuesta : «Alabo dos cosas ; una el que ya se establezcan, otra el modo de introducirlos, pues, hecho el ejem- plar en una de las residencias Reales, es un tapabocas para el sin- número de ignorantes que gritarían, creyendo no ir al cielo sin sepultura á cubierto, y olvidando que antes de morir es cuando se ha ganado , y que después ni el bajo del altar mayor sirve de nada.» Testimonio irrefragable es este de la creencia de Aranda en la otra vida, pues conviene advertir que á Floridablanca escribía siempre sobre toda clase de materias sin reserva alguna y con el mayor abandono. Por el mes de Octubre de 1787 dejó la embajada: á principios de Marzo de 1792 sucedió á Floridablanca en el Minis- terio, no desempeñándolo más que hasta mediados de Noviembre, y ocupando su puesto el joven Duque de la Alcudia. Contra este personaje sostuvo á principios de 1794 ante el Consejo de Estado, presidido por el Monarca, la injusticia y la impolítica de la guerra ya declarada y hecha durante una campana á la República fran- cesa. Ardoroso de carácter, hubo de pronunciar frases que disgus- taron al Soberano; y de aqui provino su destierro á la Alhambra, desde donde se le permitió al poco tiempo trasladarse á su país nativo. Aún vivió en Epila más de tres años , señalándose por las obras de caridad y misericordia, y en paz inalterable con su esposa , cuya gran piedad reconoce el mismo que tacha de impe- nitente al Conde , según tradición infundadísima de los capuchinos de Jarque. Por su partida de defunción consta que murió con to- dos los Sacramentos de la Santa Madre Iglesia el dia 9 de Enero de 1798, á la edad de 79 años. Ante todo en el testamento enco- mendó á Dios su alma , para que , ya que la habia redimido con su preciosa sangre, se dignara colocarla con sus Santos en la glo- ria ; luego dispuso que su cuerpo se enterrara en el monasterio de San Juan de la Peña, y sepulcro de sus mayores; y finalmente, dejó á cargo de su señora viuda los sufragios que se hubieren de hacer por su alma. A los cinco dias se le dedicaron solemnes honras por el Abad y Cabildo de monjes de San Juan de la Peña, y en el acta de la entrega del cadáver y demás ceremonias, está consignado que á la sazón se leyeron dos cartas , una escrita desde París el 4 de Setiembre de 1786 por el Conde, y otra del Cabildo en respuesta y de 15 de Octubre; ambas relativas á concertar su enterramiento en aquel célebre santuario. Así es que el Sr. Duque de Híjar com- pendió verazmente en 1855 la historia de tan digno personaje,

43H DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES.

mandando grabar con previa autorización del Señor Obispo de la diócesis el siguiente epitafio : « Aqui reposan los restos mortales del Excmo, iSr. D. Pedro Pablo Abarca de Bolea , Conde de Ar an- da, Grande de España, Capitán general de sus ejércitos y Presi- dente del Supremo Consejo de Castilla; ilustrado Promotor de to- das las reformas útiles, liábil político , fiel Consejero de la Corona y su digno representante en Lisboa, Paris y Varsovia, se mos- tró digno de la conñanza de Carlos III, contribuyendo poderosa- mente al esplendor de su feliz reinado. Con la tranquilidad y la del cristiano y la resignación del sabio falleció en Epila el 9 de Enero de 1798. La posteridad honra su memoria. La patria le llora y le bendice agradecida.»

Por la misma pluma española se han echado á volar no hace mucho las dos especies de la impenitencia de Aranda y de la re- tractación de Floridablanca , no sin decir con referencia á este y de autoridad propia que los impíos le ponen en las nubes. Lo de la impenitencia ya se ha visto de una manera notoria que no tiene fundamento alguno; y lo de la retractación se halla en igual caso. ¿De qué se habia de retractar D. José Moñino , conde de Florida- blanca? ¿Sobre cuál de sus actos, como PMscal del Consejo de Cas- lia, ó como Embajador en Roma, ó como Secretario del Despacho de Estado, se habia de fundar la retractación supuesta? Después de la muerte de su gran protector Carlos III no le faltaron desven- turas , pues fué blanco de los tiros de libelistas infames y del pu- ñal de un extranjero alevoso ; y el 28 de Febrero de 1792 se le des- terró de la corte ; y hacia el mes de Julio del mismo año se le con- dujo preso desde Hellin á la cindadela de Pamplona , donde estuvo sometido á dos injustísimas causas. Apenas libre del encierro for- zoso, cada vez más desengañado de las venturas terrenales, condenó á encierro voluntario en una celda del convento de San Francisco de Murcia. Alli estuvo constantemente dedicado á obras de caridad y á ejercicios piadosos , y meditando y aun escribiendo sobre los goces inefables de la eterna bienaventuranza, ¿cómo no habia de recordar una y muchas veces los sucesos varios de su vida , para poner la enmienda posible en lo que exigiera arrepen- timiento profundo ? Nada tuvo que borrar por cierto de la verídica relación de sus servicios en el Memorial presentado á Carlos III por Octubre de 1788 para que le relevara del Ministerio de Estado, ni en la exposición remitida por Diciembre de 1792 desde la ciuda-

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déla de Pamplona , para responder á los cargos que se le hicieron sobre los canales de Aragón y de Tauste. Allí dijo con admirable superioridad de espíritu que , en caso de duda mediana y racional- mente fundada, desde luego pedia que se adjudicase al Rey cuanto era de su pertenencia , pues quedaría contentísimo de salir hasta de los más mínimos escrúpulos , y se ceñiría á la dotación que le fuese consignada , no debiendo esperar que se le abandonase en el ultimo tercio de su vida ; bien que , aspirando sólo á no malograr los auxilios, que Dios le habia querido otorgar en sus desgracias, se conformaría gustoso con no tener nada y vivir á merced de los que le quisieran asistir con socorros. No es menos edificante lo que dejó escrito Floridablanca bajo este epígrafe de su puño y letra: Puntos que pueden servir para que hagan rejlexiones á favor de mi conducta mis pobres herederos , sobrinos , parientes y amigos, d quienes no dejo otras riquezas que las del buen nombre. En este documento notable resaltan el desinterés y la pureza del Conde de Floridablanca, su constante anhelo por el bien público, su lealtad á toda prueba , y su moderación cristiana hasta respecto de sus ma- yores enemigos. Así pensaba ya retraído por completo del mundo, sin el más remoto deseo de volver á hacer figura , cuando el le- vantamiento de las provincias españolas cundió vigoroso á su ciu- dad nativa , y por aclamación vióse al frente de la Junta de Mur- cia. No se habia de fundar la retractación supuesta en los actos de contribuir eficazmente á la formación de la Junta Central de Es- paña é Indias , ni en ser su Presidente , ni en no desesperar nunca de la salvación de la patria, según lo dijo con oportunidad grande el Sr. D. Alberto Lista en su Elogio. Tan sólo merecer una repu- tación universal fué el pío del Conde de Floridablanca , y se lo concedió benigno la Providencia. Desde fines de 1808 duerme el sueño de la eternidad en el panteón Real de Sevilla , y su epitafio dice de este modo con versión castellana : « A José Moñino , Conde de Floridablanca, varón eminente en todas las ciencias , asi como en la administración de los negocios públicos, que fué elevado por sus virtudes hasta la cumbre de los Iwnores y de las dignidades; al que , protector espléndido de los literatos y de las letras en la época de su prosperidad, después de haber llenado de admiración y merecido los favores , no sólo de sus Reyes, sino también de las naciones extranjeras , fué arrojado luego de su puesto por la envi- dia de un infame cortesano; al anciano sapientísimo, reservado por

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singular Promdencia de Dios para que librara a España de su ruina en el momento del peligro, y que, repuesto por último en su an- tigua dignidad por sufragio unánime de sus conciudadanos , fué elegido Presidente de la Junta Central Suprema de España é In- dias, reunida principalmente por sw diligencia en circunstancias sumamente azarosas para el Estado ; de aquella Junta Central en que fué colocada toda esperanza de salvación para la patria y de devolver la libertad á Fernando Vil-, á su llorado Presidente, ar- rebatado ¡ay! por el inexorable liado el 30 de Diciembre de 1808, año de la salvación para la patria, á la edad de 81 años y 2 meses. Los Diputados de la misma Junta Central. » Aquí no hay más er- ror que el de poner un año más á Floridablanca , pues su naci- miento fué en 1728 á 28 del mes de Octubre. Desde el 19 de No- viembre de 1849 perpetúa la ínclita fama de este personaje, digno de todo encomio por las virtudes cívicas y cristianas , á despecho de injustos detractores, su estatua erig-ida solemnemente en un pa- seo de la ciudad de Murcia.

Algo significó uno de los Diputados serviles de las Cortes gene- rales de Cádiz sobre la retractación del Conde de Campomanes; pero otro Diputado liberal le salió al encuentro de plano. Siempre será gloria de la magistratura ; no menos de treinta años vistió la toga , promoviendo el bien público de continuo y la instrucción de la muchedumbre , como base de todo progreso en las naciones. Cuando por el mes de Abril de 1791 fué jubilado, se le oyó decir lleno de gozo: ¡ Gracias á Dios que se me cojicede un intervalo en- tre los negocios y la muerte ! Lo primero de todo hizo su disposi- ción testamentaria. Aún vivió once años con la regularidad severa de siempre, teniendo cerca de 79 cuando en 2 de Febrero de 1802 bajó al sepulcro. Por la partida de defunción consta que, á tenor de su voluntad, se le amortajó con hábito de San Francisco , de cuya Orden tercera fué hermano , y que se le enterró de secreto en la bóveda de los Plateros, de la parroquia de San Salvador de esta corte. Asimismo dejó dispuesto que, además de la misa conventual, con asistencia del clero de su parroquia, se le dijeran cien misas rezadas con la limosna de 20 rs. cada una, mediante á que por su alma y la de su mujer había mandado ya celebrar otras varias en nda. Naturalmente , los ultramontanos hallaron lunares en los sen- timientos religiosos de Campomanes , como que representó el pa- pel principal entre los regalistas de su tiempo. Desde la cátedra

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del Espíritu Santo , y bajo las bóvedas de la Real iglesia de San Isidro impuso rígido silencio el ilustrado y virtuoso D. Joaquín Fraggia á los divulgadores de tan malignas especies, pronunciando la oración fúnebre de Campomanes , en las honras que , como Di- rector, le hizo la Academia de la Historia , á los tres meses caba- les de su fallecimiento cristiano. Después de explicar magistral- mente la esencia del regalismo, en armonía inalterable con los dogmas de la religión católica apostólica romana , se manifestó ad- mirado de que se pudiese poner en duda la rectitud de sentimien- tos de este gran patricio , cuando probaba la pureza de su fe con la regularidad de sus obras, y cuando la concupiscencia de la carne, la codicia del oro y la ambición de honores , tres objetos que sue- len cegar el corazón de los hombres de superior entendimiento, no pudieron conmover su alma , prevenida de la gracia y dirigida por la sabiduría. Su autorizadísimo testimonio hizo constar que Cam- pomanes se prosternaba ante el tribunal de la Penitencia y asistía á la sagrada mesa de la Eucaristía en las principales fiestas del año, y que frecuentemente leía las Sagradas Escrituras , las obras ascé- ticas de nuestros mejores autores y el compendio de la doctrina de Jesucristo, en especialidad por Cuaresma. Texto de su panegírico fué este: El deseo de la sabiduría conduce al reino perpetuo. Opor- tunamente dijo en el cuerpo del discurso con el salmista : Dichoso el que entiende en promover los intereses del pobre y necesitado. Y dirigiéndose al ilustre difunto , le presagió lo imperecedero de su fama en este concepto sublime: « ¡ Eternamente ceñirá tus sie- nes la pura oliva, símbolo de la felicidad que deseaste a hs hom- bres y de la luz y ciencia con que ilustrastes sus almas !>-> No desmentía la posteridad por cierto el augurio de tan preclaro sa- cerdote.

Imposible ha sido omitir las reflexiones antecedentes, después de leer en un libro de M. Carlos Iriarte , del que se hablará más en lugar oportuno , que el movimiento de ideas correspondiente al de la Revolución francesa está representado en España por tres hom- bres : un escritor , Jovellanos ; un canonista , Olavide , y un pintor, Francisco Goya. Eso no es más que sintetizar á capricho y discur- rir con vaguedad inaceptable , sobre todo , en cuanto pueda hacer íeferencia á las ideas religiosas , puesto que entre el movimiento de la Revolución de Francia es muy de notar que sus giros varios condujeron á rendir culto á la diosa Razón y al Ser Supremo, tras de

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echar por tierra los altares cristianos. Jamás el célebre autor del In- forme sobre la ley Agraria emitió pensamiento relacionado con tal extravio, ni aun politicamente se le debe juzgar como representante del movimiento de la revolución de 1789 entre nosotros; y lo demues- tra de una manera irrebatible la circunstancia de no prevalecer sus doctrinas en la convocatoria de las Cortes generales y extraordi- narias , ni en los debates y las votaciones de aquella célebre Asam- blea. Con decir que el Sr. D. Cándido Nocedal ha dedicado su plu- ma á referir la vida y á avalorar la significación de D. Gaspar Melchor de Jovellanos, al frente de la colección de sus obras , harto se concibe la inexactitud radical del juicio de M. Carlos Iriarte so- bre español tan eminente. Tampoco D. Pablo Olavide ocupa como economista el lugar señalado por mero antojo, ni hizo más que atender con superior inteligencia á la fundación y fomento de las colonias de Sierra-Morena y del desierto de la Parrilla. Mucho an- tes de que publicara El Evangelio en triunfo , ya habia tenido oca- sión bien solemne de expresar con todo carácter de verdad sus creen- cias. Llamado á principios de 1776 á la corte, socolor de tratar de palabra acerca de asuntos relativos á las colonias, muy luego llegó á recelar que le habia delatado á la Inquisición el capuchino Fray Romualdo de Friburgo ; y por ver de parar el golpe , se determinó á escribir á D. Manuel de Roda, Secretario del Despacho de Gracia y Justicia , una sentidísima carta en que se leen estos pasajes: «Car- gado de muchos desórdenes de mi juventud , de que pido á Dios perdón, no me hallo ninguno contra la religión. Nacido y criado en un pais , donde no se conoce otra que la que profesamos , no me ha dejado hasta ahora Dios de su mano para haber faltado nunca á ella ; he hecho g'uia de la que , por gracia del Señor , tengo , y derramarla por ella hasta la última gota de mi sangre Es ver- dad que yo he hablado muchas veces , y con el mismo Fray Ro- mualdo , sobre materias escolásticas y teológicas , y que disputába- mos sobre ellas; pero todas católicas, todas conformes á nuestra santa religión El Padre Friburgo es, á mi juicio, muy supers- ticioso , como lo han probado sus hechos y manifiestan sus discur- sos; y me parece que en todos casos tomaba yo el partido de la verdadera y sana religión , que él degradaba con sus ideas. Yo no soy teólogo , ni en estas materias alcanzo más que lo que mis pa- dres y maestros me enseñaron conforme á la doctrina de la Iglesia. Por otra parte , nuestras disputas no se versaban sobre puntos fun-

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damentales sino sobre cosas probables y lícitamente disputadas, en que solo la malignidad puede hallar , con falsas y torcidas inter- pretaciones, motivo á la censura ¿No hay una manera de cor- tar esto? Yo no me sustraeré al castigo , si lo merezco; pero quiero ser oido, y si puedo, como creo, convencer en una sesión, tanto mi inocencia como la malicia de mi delator , quiero que se corte y

aniquile una causa, que ella sola me deshonra para siempre »

Sin fruto resultó la instancia ardorosa; pero el corazón de Olavide se ve aquí al desnudo.

Y ahora ¿qué pruebas hay de que D. Francisco de Goya figurará como un excéptico rematado y un filósofo á la francesa? MM. Lo- renzo Matheson y Carlos Triarte preséntanlo además como un pen- denciero vitando, siempre fugitivo de la Inquisición ó de la justi- cia , sin casa ni hogar lo más del tiempo , ó escalando balcones , ó admitiendo á damas tapadas en su estudio , ó dando asaltos al aire libre , á pesar de su casaca bordada ; todo lo cual da , sin duda, un tinte por demás novelesco á la vida azarosa del grande artista , pero ageno de la verdad á todas luces. A si es muy de elogiar el opúsculo estimable de las Noticias lio gráficas de Goya, que D. Fran- cisco Zapater 3^ Gómez acaba de publicar en Zaragoza , por consi- derar un deber de patriotismo la vindicación de tan esclarecido nombre , é igualmente un obsequio hecho á la historia de las be- llas artes en España.

n.

Tres períodos abarcan las noticias del Sr. Zapater y Gómez sobre Goya : durante el primero , lucha ya casi desalentado hasta afian- zar su renombre : en el segundo ya se le ve gozar de los frutos de su trabajo ; y todo el tercero nos le presenta en el apogeo de su for- tuna. Sacadas están las tales noticias de una preciosa colección de 132 cartas originales y dirigidas por el mismo Goya desde el año de 1775 al de 1801 á su íntimo amigo D. Martin Zapater y Cla- vería. Goya nació el 30 de Marzo de 1746 en el lugar de Fuende- todos, y hasta los 14 años estuvo allí con sus padres , que eran la- bradores. No se pueden referir á esta época de ningún modo las supuestas aventuras de su mocedad agitada. Zapater y Gómez han consultado allí á los más ancianos , según cuyos informes , Goya era inquieto y travieso de chico : desde la más tierna edad borro-

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neaba figuras ; primero pintó en la capilla de las Reliquias unos cortinajes al fresco ; después la venida de la Virgen del Pilar, al óleo, en las puertas del retablo : todos recuerdan que en el lugar estuvo durante el segundo sitio de Zaragoza ; que era sordo y su criado le hablaba por señas , que remedan todavia ; y aún mencio- nan que , al ver la pintura del retablo , les encargó no decir que era obra suya ; pero ninguno hace memoria de acontecimiento rui- doso de esos que dejan huella tradicional en los lugares , enlazado con la primera salida de Goya de la casa paterna ; y todos afirman contestes que , no pudiendo ya aprender nada como pintor en Fuen- detodos, se partió á Zaragoza.

Bajo la dirección del pintor D. José Luzan y Martínez , perma- neció allí Goya seis años. Tampoco el Sr. Zapater y Gómez se in- clina á creer que Goya marchara en traza de fuga á la corte, donde pronto se enviara una requisitoria , sino más bien alentado por el ejemplo de paisanos suyos, que encontraban medras á favor de otros, constituidos en altos puestos. No sabe la fecha en que Goya fué á Roma; pero si que en Madrid estaba el año de 1775 de re- torno. Aquí es donde empieza su correspondencia interesante con Zapater y Claveria. Muy luego aparece casado con una hermana de D. Francisco Bayeu, y padre el 22 de Enero de 1777 de un guapo mucliaclio : en Abril del mismo año se halla, gracias a Dios<, ya bueno de su enfermedad grave : gracias a Dios tiene lo sufi- ciente para no cansar á nadie y esperanzas de adquirir campicos. Al año siguiente grabó un juego de obras de Velazquez y remitiólo á Zaragoza con un borrón antig-uo , que representa un baile en la Ronda, no sin añadir que Sabatini se habia echado sobre otros guapos borrones. Este pasaje es de carta escrita en 1779 á 9 de Enero. «Si estuviera más despacio, te contaria lo que me honró el Rey, y el Príncipe y la Princesa que por la gracia de Dios me proporcionó el enseñarles cuatro cuadros , y les besé la mano , que aún no habia tenido tanta dicha jamás ; y te digo que no podia de- sear más en cuanto á gustarles mis obras , según el gusto que tu- vieron de verlas y las satisfacciones que logré con el Rey y mucho más con SS. AA. Y después con toda la grandeza, gracias á Dios, que yo no merecía ni mis obras lo que logré. Pero, chiquio, cam- picos y buena vida , nadie me sacará de esta opinión , y más ahora que empiezo á tener enemigos mayores y con mayor encono. »

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Su pincel ganaba en popularidad con varios retratos y diversos cuadros de costumbres; asi por Mayo de 1790 le abrió sus puertas la Academia de San Fernando. Este mismo año fué desig-nado con Bayeu para pintar varios frescos del templo de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza. Con este motivo escribía á su amigo Zapater que le buscase casa, necesitando para si una estampa de la Virgen del Pilar, una mesa, cinco sillas, una sartén, una bota, y un tipie y asador, y candil por único menaje. Después de tenérsela buscada, le decia por encargo de su mujer que el paraje le parecía triste en razón de ser como sepultura de las mujeres la casa; más le auto- rizaba de lleno para proceder á su gusto. En 23 de Agosto le anun- ciaba su próximo viaje convCstas frases: «Ya ba parido la Pepa, gracias á Dios, un muchacho muy guapo. Con que nos veremos más pronto de lo que pensaba. » = A Zaragoza fué por el mes de Octubre, y allí residió hasta el año siguiente por Junio. Durante este espacio de tiempo experimentó graves desazones. No gustaron á la junta de obras sus bocetos, según le dijo el Canónigo D. Ma- tías Allué en carta de 11 de Marzo de 1781, obligándole á que los sujetara al examen de D. Francisco Bayeu , su cuñado. Goya re- sistiólo con su gran tesón de costumbre, no juzgando competente á un pintor de iguales títulos y categoría , y sometiéndose tan sólo al juicio de la Academia de San Fernando. Personas influyentes de la ciudad y además el Cabildo , procuraron allanar el asunto, y Goya propuso como el mejor medio de dar gusto al Sr. Allué y á la junta de obras, que le indicaran los defectos notados en los bo- cetos de las pechinas , no obstante estar TiecJios según arte. Fray Félix Salcedo, religioso condecorado de la Cartuja de Aula Dei, y amigo y admirador de Goya, le escribió el 30 de Marzo una carta notable , en que después de puntualizar fervoroso las excelencias de la humildad cristiana, se expresó de este modo: «Ya no resta si no que V. me diga que está pronto á exponer su obra á la crí- tica de la Academia de Madrid , pero no á la de su cuñado ; si piensa V. así, es tentación clara del enemigo , que solicita el indisponerlo á V. para siempre con su hermano, fomentar en ambos un aborre- cimiento irreconciliable , causar un escándalo público con infinitos pecados , con otras desventuras : esto y mucho más se seguirla de semejante resolución. Por lo mismo que se ha cruzado entre los dos lo que sé, debe V. con todo generosidad y caridad cristiana sujetar sus bocetos al dictamen de Bayeu , para hacer á Dios este

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obsequio de humildad , al público de edificación , á sus amibos de gusto ; y aún á María Santísima le adelantará la gloria de que desde luego quede pintada su casa. ¿Qué ha de decir su cuñado á vista de un proceder de V. tan cristiano y prudente? Tengo por cierto que su censura será para llenarlo á V. de honor; me per- suado de ello firmemente. Cuando él quisiera vengarse con des- acreditarlo á V. (que no creo) todo el mundo sabría entonces la diferencia de corazones de Bayeu y de Goya, y haría justicia; y principalmente Dios, que ve todos nuestros interiores, daría á cada uno lo que se merece. Y entonces vendría bien el apelar de su cen- sura á la Real Academia, que el Señor lo favorecería á V. ; pero de lo contrario no espere V. buen éxito. Mi dictamen, como de su mayor apasionado , es que V. se someta á lo que pide la junta; que haga llevar sus bocetos á casa de su hermano , y le diga con el mejor modo : Esto pide el Cabildo ; aquí los .tienes , regístralos á tu satisfacción , y pondrás por escrito tu dictamen para presentarlo, portándote en ello según Dios y tu conciencia te lo dicte, etc. Y esperar la resulta. Reflexíónelo V. despacio; pídale á la Virgen del Pilar le luces para el acierto, y ejecute lo que le parezca ha de serle más grato á S. M. y á su Divino Hijo.» De cómo in- fluyeron las sentidas razones del venerable Cartujo sobre el ánimo del tenaz Goya , nos entera de plano esta carta suya , dirigida al canónigo Allué á los siete días. «Muy Sr. mío: Enterado de lo que se sirve V. prevenirme en su carta de 26 del pasado, y deseoso de que por se verifiquen los anhelos que tengo de servir y com- placer á los señores de la junta y á V. , haré nuevos bocetos para las pechinas, de acuerdo con mi cuñado D. Francisco Bayeu; y precedida la aprobación de éste, en los términos que los señores de la junta determinen, pasaré á ejecutarlos en la media naranja, haciendo igualmente en esta lo que pareciese á dicho mi cuñado. Suplico á V. se sirva dar noticia á los señores de la junta de esta prueba de mi justa consideración á sus preceptos, y de la sumisión con que venero sus resoluciones, dispensándome V. los que fuesen de su agrado. »== Apenas concluidos los frescos, se volvió á la Corte bajo la impresión bien marcada en estas palabras de varias cartas suyas á Zapater y Clavería. «No me acuerdes esos sujetos que

tantos disgustos me han causado El cuadro lo haré, basta que

me lo pides, y lo haré lo antes que pueda para que quedes bien con tu palabra ; pero creo que sólo tu amistad me lo haría hacer,

DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES. 447

porque, en acordarme de Zaragoza y pintura, me quemo vivo

He estado muy apretado; Dios ha querido aliviarme.»

Otra perspectiva muy diferente vieron sus ojos á la vuelta del viaje; y asi escribía con fecha de 25 de Julio: «Amig-o, llegó el tiempo del mayor empeño en la pintura que se ha ofrecido en Ma- drid; y es que á competencia ha determinado S. M. que se hagan los cuadros para la Iglesia de San Francisco el Grande de esta corte, y se ha dignado nombrarme á mí, cuya carta-órden el Ministro se la envia hoy á Goicochea para que la enseñe á esos viles , que tanto han desconfiado de mi mérito ; y la llevarás adonde co- nozcas que has de hacer fuego, que hay motivo para ello, pues Bayeu el grande hace también su cuadro , Maella también hace el suyo, y los demás pintores de Cámara también hacen : en fin, esto es una competencia formal, pues parece que Dios se ha acordado de mi , y tengo esperanzas de que sea todo en felices resultas des- pués de hechas las obras. El tamaño del cuadro es nueve varas castellanas de alto y la mitad de ancho ; es tamaño natural . Como tan interesado en mi bien, sabrás el uso que debes hacer de esta noticia, y los porrazos que debes dar.» Sobre el mismo asun- to escribía en cartas de 3 y de 29 de Agosto , de 6 y de 20 de Octubre y de 13 de Noviembre del propio año. = «A los demás no les ha bajado la orden del cuadro tan amplia como la mia ; he visto

dos más Trabajo en el borrón de San Francisco Quedo en

avisarte las novedades del cuadro , sin reservarte nada , aunque sea contra mi, pues una vez que y yo somos uno, nos callaremos lo

que haya que callar Viene el tiempo de las tordas, que, si no

fuera por el cuadro de San Francisco , no habia de reparar dichos

ni michos Ahora vendrá la corte, y veremos cómo parecen los

borrones de los cuadros de San Francisco.» Preocupado se halla- ba Goya con negocio tan vital para su carrera , cuando recibió la noticia de estar gravemente enfermo su padre , y de haber muerto una hermana de su íntimo amigo , con quien desahogó así su pe- sadumbre:— «Martin mío: Mucho sentimiento me ha causado la noticia de la hermana , y la he encomendado á Dios ; pero me ha consolado el juicio que tengo hecho de que era muy buena , y se habrá hallado un buen pedazo de gloria ; lo que nosotros, que he- mos sido tan tunantes , necesitamos enmendar en el tiempo que nos queda. Á no te faltan reñexiones, ni yo soy capaz con mi pluma, pues me considero muy debajo de tu superior talento.

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También estoy aguardando la funesta noticia de que mi pa- dre fallezca el mejor dia , pues me escriben da muy pocas espe- ranzas, y el médico, que es Ortiz, también me lo ba escrito: sólo tengo el sentimiento de no poder estar abí para tener ese con- suelo.»

Ya entrado el año de 1784 se acabó la obra de San Francisco el Grande , y alli se colocaron tapados los cuadros de todos los pin- tores hasta la fiesta del Seráfico Patriarca : el del Jubileo de la Porciúncula era de D. Francisco Bayeu ; el de San Antonio de Pa~ dua, de D. Andrés Calleja; el de San Francisco y Santo Domingo en el acto de abrazarse , de D. José del Castillo ; el de La Concep- ción, de D. Mariano Maella; el de San José, de D. Gregorio Fer- ro; el de San Buenaventura, de D. Antonio Velazquez; el de San Bernardino de Sena predicando al Rey D. Alfonso de Aragón, de D, Francisco de Goya. Este escribía en espera de ocasión tan solem- ne. «Hasta entonces nada corre mi caballo.» Sin embargo, cartas de anterior fecha revelan como su reputación iba en auge, pues el año de 1783 dijo á su amigo zaragozano en 22 de Enero, 26 de Abril y 20 de Setiembre. «Aunque me ha encargado el Conde de Floridablanca que no diga nada, lo sabe mi mujer y quiero que lo sepas sólo ; y es que le he de hacer su retrato , cosa que me puede valer mucho : á este Señor le debo tanto, que esta tarde me he estado con Su Señoría dos horas después que ha comido , que ha

venido á comer á Madrid En esta jornada he hecho la cabeza

para el retrato del Sr. Moñino , en su presencia , y me ha salido muy parecido y está muy contento ; ya te escribiré lo que resul- te Acabo de llegar de Arenas y muy cansado. Su Alteza me

ha hecho mil honores : he hecho su retrato , el de su Señora y niño y niña , con un aplauso inesperado , por haber ido ya otros pinto- res y no haber acertado á esto. He salido dos veces á caza con Su Alteza y tira muy bien, y la última tarde me dijo sobre tirar á un conejo: «Este pintamonas aún es más aficionado que yo.» He estado un mes continuamente con estos Señores y son unos ángeles; me han regalado mil duros, y una bata para mi mujer, toda de plata y oro que vale treinta mil reales, según me dijeron allí los guarda-ropas. Y han sentido tanto que me haya ido , que no se podian despedir del sentimiento , y con las condiciones que habia de volver lo menos todos los años. Si te pudiera yo decir por me- nor las circunstancias y lo que allí ha ocurrido , se que te daria

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mucho gozo, pero no puedo: estoy reventado del coche, que por orden de Su Alteza me han traído muy de prisa.»

Estas distinciones del Infante D. Luis y del Conde de Florida- blanca acrecentaron las enemistades contra Goya , que se lleg-ó á aburrir de la pintura , no hablando ya en su correspondencia epis- tolar más que de caza, á cuyo ejercicio se entregaba de cotidia- no. A su casa habia traido á su madre ya viuda , y para su her- mano Camilo habia alcanzado del Infante en el condado de Chin- chón, una capellania. Del agraciado es la carta de 18 de Octubre de 1783 para D. Martin Zapater y Claveria con este pasaje: «El no haberle á V. escrito luego que llegué acá, fué por no poderle dar las noticias que deseaba de Francho , pues éste , aunque Dios le ha dado fortuna y habilidad , está esta perseguida con tanto es- fuerzo , que , ya que no son capaces de oscurecerla ( pues no es Zaragoza este pueblo ) , le quitan la paciencia si ha dicho , si no ha dicho , y revolviendo con sus mentiras todo Í3) que pueden, pues en la hora en que escribo tengo el corazón muy sobresaltado, siendo así que no dice lo que podria decir ; lo peor es que logran de este modo que aborrezca la pintura, y no pudiendo quitarle la habilidad , logran el que no continúe , ó al menos está ex- puesto á ello ; porque no pueden sufrir que logre tanto obsequio ni alcance tanto honor de todos los demás. Bien puede V. perdo- nar, que no puedo escribir ni lo que me escribo; pensaba escribir al Sr. D. Juan Martin, pero le escribiré: está en esta misma hora riñendo á favor de Bayeu y contra Francho el mismo cuñado , y levanta la voz porque me han dado la capellanía, y estoy que saltaría por el Rey de Francia.» Con fecha de 7 de Enero, de 3 de Marzo y de 2 de Julio de 1784 escribía Goya: «Amigo, nada hay de nuevo, y aún hay más silencio en mis asuntos con el Sr. Moñi- no que antes de haberle hecho el retrato ; lo más que me ha dicho, después de haberle gustado : Goya , ya nos veremos más despa- cio Todos se pasman de no haber habido resulta ninguna del

Ministro de Estado , después de haberle dado tanto gusto; con que SI en esto no hay nada , no hay que esperar más ; y por esperar con tanto mérito, desconfio más Estoy flaco y no trabajo mu- cho ; aún no he acabado el retrato á caballo de la Señora del In- fante; pero le falta poco. Para San Francisco se van á descubrir los cuadros de su iglesia : habrá mucha bulla , porque ya empieza desde ahora; allá se verá cómo salimos.»

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x-ilentado siempre por esta esperanza , Go/a acabó el retrato á caballo de la Señora Doña Teresa Vallabriga , y para el Infante D. Luis hizo otro: ambos le valieron 30.000 reales. Por encargo del Consejo de las Ordenes pintó cuatro cuadros el mismo año para el Colegio de Calatrava de Salamanca , representando la Concep- ción, San Bernardo, San Benito y San Raimundo, del tamaño natural todos. Por oficio de D. Gaspar Melchor de Jovellanos supo que el Consejo de las Ordenes habia acordado que se le librasen 400 doblones por recompensa de su habilidad y trabajo , y que estaba singularmente satisfecho del esmero y la diligencia en concluir aquellas pinturas y del mérito sobresaliente que habia en ellas. Desde fines de Octubre hasta principios de Diciembre de 1784 es- cribió Goya tres cartas á su amigo en este lenguaje satisfactorio: «El Rey acaba de mandar se concluya la iglesia de San Francis- co, pues parece que va y quiere celebrar alli la función de los Hábitos. Yo estoy ¿dndo los últimos retoques á mi cuadro, del que ya oirás hablar como de todos los demás , pues es función muy es- perada entre los profesores y los deleitantes de las artes. Los otros pintores hacen lo mismo, menos mi cuñado, que ha respondido que á últimos de este vendrá de Tolfedo , y que su cuadro no tiene qu^

tocar Ya se han descubierto todos , y yo no te quiero decir más

sino que se empieza á hablar ya bastante , y que será mucho me- jor que empecéis á saber por otros la justicia que se hace, pues hasta que el Rey vaya y se aseguren bien las voces que corren, no te escribiré con individualidad lo que hay en el asunto , pues me acuerdo mucho de tu jaco cuando veníamos de Cogullada, que hacias que otros dijesen lo que habías de decir Ahora esta- mos en la bulla de los cuadros de San Francisco , y siempre , gra- cias á Dios , van siguiendo las voces como empezaron : el miércoles va el Rey; ya te diré lo que haya Es cierto que he tenido for- tuna para el concepto de intelig'entes y para todo el público con el cuadro de San Francisco , pues todos están por mi sin ninguna disputa ; pero hasta de ahora nada de lo que debia resultar por arriba : veremos en volver el Rey de la jornadilla ; ya te lo parti- ciparé todo por menor; adiós, tuyoy retuyo.»

Todas empezaron ya á ser felicidades para D. Francisco de Go- ya: en Mayo de 1785 era nombrado Teniente Director de la Aca- demia de San Fernando, por muerte de D. Andrés Calleja, y pin- tor del Rey al año siguiente para pintar los ejemplares de tapices,

DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES. 451

y lo que al óleo ó al fresco ocurriese en Palacio. Esta gracia le cogió tan de sorpresa, que el 1." de Agosto escribia á su amigo: '< Me habia yo establecido un modo de vida envidiable : ya no hacia antesala ninguna : el que queria algo mió , me buscaba : yo me hacia desear más; y si no era personaje muy elevado, ó con em- peño de algún amigo , no trabajaba nada para nadie ; y por lo mismo que yo me hacia tan preciso , no me dejaban ( ni aún me dejan), que no cómo he de cumplir, estando asi tan impensado como puedes estar de lo más remoto. Sabia yo que habia preten- dientes por el ramo de tapices, y no me interesaba más que ale- grarme de que algunos profesores de los de más mérito tuviesen su acomodo Con lo que yo tenia, compongo más de 28.000 rea- les, que no quiero más, gracias á Dios; lo que te ofrezco con las veras que sabes.» En la misma carta le hablaba de estar cojo desde el dia de Santiago , por haber querido un napolitano dar la vuelta, á estilo de su tierra, con un magnífico birlocho que Goya tenia ajustado en 90 doblones, y dentro del cual iba para probar sus condiciones y las del caballo, y venir á parar la vuelta en darla caballo y birlocho, y caer nuestro pintor y el napolitano susodicho. Por Abril del aiio siguiente expresábase en esta forma : «Ya no quiero birlocho de dos ruedas : el otro dia volqué , y cuasi maté á un hombre que andaba por la calle, y yo no me hice mucho pro- vecho: me sangré, etc. ; por lo que escribo á mi hermano Tomás

que me compre un par de muías En cnanto á la chacota que

gastas de que tengo los doblones ñorecidos, todos los que tengo están á tu disposición y cuanto tengo ; pero no hago más con los que tengo q ue pasarlo anchamente , sobrándome cuasi siempre 100 ó 200 , sin 300 ó 400 que me deben ; y en fin , si trabajo para el público, bien puedo mantener la berlina para conservarme. Yo todo te lo ofrezco con la voluntad que puede ofrecer un hombre á otro.»

Por consiguiente , bajo el reinado de Carlos III ya tenia Goya consolidada su gran fama , y estaba en situación de vivir con hol- gura. Cada vez andaba más atareado , en términos de no lográr- sele jamás el deseo de complacer á su amigo, á quien decia en 1787 por el mes de Junio : «¡Qué Virgen del Carmen te he de pin- tar tan hermosa ! » Pero al mismo tiempo le anunciaba que para el dia de Santa Ana hablan de estar colocados en su sitio, por volun- tad del Rey, tres cuadros , uno del Tránsito de San José , y los

452 DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES.

otros de San Bernardo y Santa Lutgarda , no teniendo aún nada empezado para tal obra. Igualmente acosado le escribía en 1788, á fines de Mayo, pues no faltaba un mes para que la familia Real viniera de Aranjuez á la corte , y por entonces debia presentar ya concluidos los diseños para el dormitorio de las Infantas , siendo el tiempo corto y tan difíciles los asuntos , como la pradera de San Isidro con todo el bullicio del dia de su fiesta. Sobre lo mismo se expresaba así el 2 de Julio : «Y en cuanto á no haber cumplido yo con tu encargo , lo siento muchísimo por ser cosa tuya ; pero lo mismo le ha sucedido al Arzobispo de Toledo , que me tenía en- cargado un cuadro para su iglesia , y ni aún el borrón he podido hacer (sin duda aludía al de la Traición de Judas que compuso al cabo). Ya ves que yo no lo puedo remediar, pues quisiera complacer á todos , basta que se acuerden de ; pero estoy deseando que no se acuerden , para vivir con más tranquilidad y desempeñar aque- llas obras de mi obligación ; y el tiempo sobrante emplearlo en cosas de mi gusto, que es de lo que carezco.»

Ya aquí se ven como en germen los memorables Ca,pricJios de Goya , sus Proverbios , sus Suertes de corridas de toros y otras colecciones que bastarían para su fama. En tiempo de Carlos IV hizo algunas ; y el viento de la prosperidad le sopló aún más de popa. A pintor de Cámara ascendió en Abril de 1789 sin aumento de sueldo. Del 20 de Febrero de 1790 son estos pasajes de carta suya : « Hoy he entregado un cuadro al Rey, que me había man- dado hacer él mismo para su hermano el Rey de Ñapóles , y he te- nido la felicidad de haberle dado mucho gusto ; de modo que , no sólo con las expresiones de su boca me ha elogiado , sino con las manos por mis hombros , medio abrazándonos , y hablándome mal

de los aragoneses y de Zaragoza situación es muy diferente

de lo que piensan muchos, porque gasto mucho, porque ya me he metido en ello, y porque quiero. También hay la circunstancia de ser yo un hombre tan conocido , que , de los Reyes abajo , todo el mundo me conoce , y no puedo reducir tan fácil ini genio como tal vez lo harían otros; ahora tenía el ánimo de pretender más sueldo, y por ser tan mala situación , y aguardar mejor ocasión, no lo ha- go.» Al fin del 31 de Octubre de 1799 fué nombrado primer pin- tor de Cámara con el sueldo de 50.000 reales. Don Manuel Godoy le distinguía mucho , según revelan estos pasajes de cartas poco posteriores á su ultimo ascenso, «Más te valia venir á ayudar á

DON FRANCISCO DE GOtA Y LUCIENTES. 453

pintar á la de Alba, que se me metió en el estudio á que la pintase la cara , y se salió con ello ; por cierto que me gusta más que pintar en lienzo , que también la he de retratar de cuerpo entero, y vendrá apenas acabe yo un borrón que estoy haciendo del Duque de la Alcudia á caballo , que me envió á decir me avi- sarla y dispondría mi alojamiento en el Sitio, pues me estarla más tiempo del que yo pensaba: te aseguro que es un asunto de lo

más difícil que se puede ofrecer á un pintor Antes de ayer

llegué de Aranjuez , y por eso no te he respondido. El Ministro se ha excedido en obsequiarme , llevándome consigo á paseo en su coche; haciéndome las mayores expresiones de amistad que se pueden hacer, me consentía comer con capote, porque hacia mucho frió; aprendió á hablar por la mano , y dejaba de comer para ha- blarme (de algunos años atrás era sordo Goya) : queria que me es- tuviese hasta la Pascua , y que hiciese el retrato de Saavedra , que es su amigo, y yo me hubiera alegrado de hacerlo; pero no tenia lienzo ni camisa que mudarme, y le dejé descontento y me vine. Ahí tienes una carta suya que lo acredita ; no si podrás leer su letra , que es peor que la mia : no la enseñes ni digas aada , y vuél- mela á enviar.» Del año de 1801 es la última carta de Goya, de que el Sr. Zapater y Gómez da cuenta, y por ella consta que á Carlos IV debia iguales obsequios, y que sin saber por qué le que- rían los más de la servidumbre, quienes desvanecían lealmente las especies echadas á volar por hombres viles sobre que no queria ser- vir al Monarca.

IIÍ.

A vueltas de la pugna por subir adonde le impulsaba el mérito propio , nunca dejó Goya de ser hombre de familia y de casa: ade- más de tener con pensión á su madre en Zaragoza, pues no se acos- tumbró á vivir en la corte; de continuo enviaba regalos á sus hermanos Tomás y Rita, después de poner á Camilo en carrera: cualquier indisposición de su mujer le llenaba de sobresalto , y todo lo abandonó por acompañarla á Valencia á tomar aires , según prescripción de los facultativos: no habla mejor padre. Respecto de uno de sus hijos decia en 1784 á 4 de Diciembre : «El dia 2 de este dio á luz mi mujer un niño muy guapo y robusto ; se bautizó ayer con los nombres de Francisco Pedro ; la parida va por los tér-

454 DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES.

minos regulares. Dios quiera evste se pueda log-rar. » Y en 1789 á 23 de Mayo : « Tengo un niño de cuatro años , que es lo que se mira en Madrid de hermoso ; y lo he tenido malo , que no he vivido en todo este tiempo. Ya, gracias á Dios, lo tengo mejor.» A conti- nuación anadia cuidadoso , por muestra de pensar en mañana , á pesar de vivir con anchura: «Dime tú, que tienes talento y tanto tino en las cosas , en donde estarán mejor cien mil reales , en el Banco , ó en Vales Reales , ó en los Gremios , y que me traiga más utilidad. » Aunque Goya era mal sufrido , y á las veces tenia vio- lentas genialidades , más exacerbadas por la sordera , su buen co- razón granjeábale pronto el afecto de cuantos le conocían de trato. Lejos de rendir parias á la envidia, se deleitaba en reconocer y divulgar el mérito ageno. Ya se ha visto cuan de nuevas le cogió el Real nombramiento para pintar los ejemplares de tapices y lo que ocurriese en Palacio, no deseando sino que sobre algunos pro- fesores de los de más valer entre los pretendientes recayese la gracia. En carta de 23 de Abril de 1794, celebraba la excelente ejecución de un retrato de D. Ramón Pignatelli en miniatura por D, Rafael Maria Este ve, artista á la sazón principiante; y decia con toda la efusión de su noble alma : « Y espero que te gustará como á mi , que yo he sido la causa de que pintase de esa clase, porque se lo he leido en el cuerpo , que él no lo sabia que tenia tal habilidad. ¡ Vaya que, si estuviera el tuyo aquí, baria que me hi- ciese uno para llevarte en una caja ! » Al óleo se lo habia pintado cuatro años antes, y de modo que puso al pié del cuadro: «Mi amigo Martin Zapater , con el mayor trabajo te ha hecho el re- trato. Goya^ 1790.» Sobre Esteve habla en varias cartas suyas. No hay una sola en que no trazara la señal de la cruz al principio, y las hay que rebosan de sentimientos cristianos; en contestación á la triste noticia de la muerte del padre de su amigo de Zaragoza le dirigía estas palabras: «Con el sentimiento que te puedes pensar, tomo la pluma para responderte ; y en este asunto , amigo , ya sabes he pasado por el mismo lance, y como el viaje lo vamos haciendo unos después de otros, creo que el que va mejor dispuesto (como es regular que tu padre como el mió en su edad lo habrán estado), va mejor y es la mayor dicha. Con que así, querido mío, alegrarse y ofrecerlo al servicio del Señor, que yo cumpliré con tu encargo.» Nada falta á la vindicación patriótica y oportuna que D. Fran-- cisco Zapater y Gómez hace del célebre pintoí D. Francisco de

DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES. 45b

Goya. Sus caprichos y demás dibujos satíricos no tienen la signifi- cación que les atribuye M. Carlos Triarte. Hombre político no fué nunca ; y como artista limitóse á condenar los vicios sociales , y á propender á que la luz y la verdad ahuyentaran las tinieblas de la ignorancia fanática y supersticiosa. Por más que las nuevas doc- trinas bailaran adictos en nuestras principales ciudades, aqui el amor á las reformas , siempre mostróse acompañado del respeto á la religión católica y al trono , sin que se hostilizaran estas dos vene- randas instituciones en ninguna de las providencias administrati- vas, ni- en las obras económicas ó literarias. Como ciudadano pudo sin duda participar Goya del anhelo por mejoras en todos los ramos; más no hay razón fundada para atribuirle representación tan pú- blica y directa en un movimiento , no desarrollado tampoco aquí al modo que en Francia. Si Goya no hubiera tenido sesenta y dos años , al levantarse el pueblo de Madrid contra los franceses , de juro empuñara también las armas, á juzgar por el ardiente patrio- tismo que revelan sus lúgubres Episodios del Dos de Mayo , y sus Desastres de la guerra , publicados no mucho en álbum pre- cioso por la Academia de San Fernando. Una prueba luminosa hay de que siempre Goya hizo vida de artista , y es que entre sus re- tratos figuran los de José Bonaparte , del Duque de Wellington y de Fernando VII ya restablecido en el trono , sin que ni remota- mente le alcanzaran las persecuciones que á los afrancesados.

Tal aparece Goya en retrato fiel y como hecho por mano propia, según el texto de cartas intimas y escritas con el mayor abandono, desde sus veintinueve hasta sus cincuenta y cinco años , sin la más lejana sospecha de que se habían de publicar nunca. Genio más ó menos aventurero , más ó menos adicto de inteligencia y de corazón á novedades , constantemente se le ve unido á la familia , y á la sociedad de igual modo , aun cuando satirice sus vicios , y jamás se le ve divorciado de la religión de sus padres , que invoca en to- das ocasiones. Con fundado motivo califica el Sr. Zapater y Gómez de patriótico su trabajo , pues destruye el falso renombre con que amancillan la gloria verdadera de una celebridad honrosísima para España y Europa , aquellos que no conciben grandes artistas sin defectos grandes como hombres. Indudablemente el autor del opúsculo titulado Noticias hiográúcas acaba de hacer un servicio señaladísimo á la memoria de D. Francisco de Goya y Lucientes y á la historia de las bellas artes , como sobrino del íntimo amigo del

456 DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES.

pintor ilustre y como corresponsal de la Academia de San Fer- nando.

Y es lo singular que M. Carlos Triarte cita á D, Francisco Zapa- ter y Gómez entre los que le auxiliaron con sus luces y documen- tos, para escribir el libro titulado: Qoya; su vida y su obra. Cier- tamente no daria á la preciosa colección de sus cartas más que un pasavolante : de otro modo con fidelidad mayor nos le presentara cual hombre. Otras lijerezas de su texto saltan á los ojos. Por ejemplo , á Bayeu tiene por suegro de Goya , siendo cuñado ; á Jo- vellanos supone traductor del Contrato social de Rousseau y con- sejero de José Bonaparte : de este Monarca intruso dice que estuvo en España hasta la batalla de Tolosa ; asi como retrasa la vuelta del Rey legitimo Fernando; y se le figura que representa un baile á orillas del Manzanares el cuadro de el juego del cucharon de Goya. Todo cuanto sobre su excepticismo aventura M. Carlos Triarte lo destruye al avalorar el mérito del Santísimo Cristo , que hoy se ve de frente al subir la escalera del Ministerio de Fomento y de la Comunión de San José Calasanz en el templo de los Padres Escolapios de San Antonio Abad de esta corte , siendo de advertir que trascurrieron cuarenta años de la ejecución del uno á la del otro, pues compuso hacia T780 el primero y en 1820 el segundo. Del Santísimo Cristo dice el escritor francés que es notable y que lleva el sello de una fe profunda y de un fervor elevado , en térmi- nos de que se podría firmar por los maestros más insignes. Acerca de la Comunión de San José Calasanz , expone que desde su pin- tura del Santísimo Cristo , jamás Goya habia expresado tan feliz- mente el fervor y la gracia ; y añade que , viendo un aguador ya terminado el cuadro y todavía sobre el caballete , poseido de ad- miración se puso de rodillas con espíritu devoto. ¿Por qué privile- gio especial habia de comunicar Goya hasta al ínfimo vulgo ningún sentimiento que no germinara y se nutriera dentro de su alma? Ociosísima parece ya la insistencia sobre este punto.

Pero no se vaya á creer de ningún modo que el libro de M. Car- los Triarte muestre sombra de semejanza con las obras de otros Compatriotas suyos , que sólo mencionan á los españoles para de- primirlos con la palabra ó con la pluma. Artista y literato á la par, ha estudiado á Goya, y le coloca á la altura adonde le elevaron su inspiración soberana y su fecundidad prodigiosa, bajo el doble con- cepto de gran dibujante y de superior colorista. No sólo traza su

DON FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES. 457

biografía con apreciables pormenores, sino que forma juicios bas- tante atinados y presenta muestras numerosas de sus frescos , de sus retratos, de sus pinturas religiosas y de género y de ejempla- res de tapices, así como de sus aguas-fuertes. Al final ensaya un catálogo general de sus obras : no se hallan citadas algunas de las que mencionó el mismo Goya en las cartas á su amigo zaragozano: entre varias que se echan de menos, desde luego ocurren el retrato ecuestre de D. José Palafox y Melci , primer duque de Zaragoza; una Junta de los cinco Gremios mayores, que fué de D. Ángel Ter- radillos, y Una Feria, que perteneció á D. Pió Crespo y hoy po- see D. Juan Pérez Calvo. Sin embargo, hasta hoy no poseíamos un catálogo tan completo; y de todas maneras, la dedicatoria del libro está bien hecha á la Real Academia de Nobles Artes de San Fer- nando.

Goya tuvo por fin campicos, según sus deseos. Aún se ve deco- rada por su pincel una quinta, á la entrada del camino de árboles que lleva á la ermita de San Isidro por la orilla derecha del Man- zanares. Ya viudo y sin más hijo que Francisco Pedro, allí moró bastantes años, hasta que en 1822 se fué á Francia, y después de estar en París se vino á establecer en Burdeos. Otra vez ocupó á fi- nes de 1826 y principios de 1827 su quinta : entonces fué cuando pintó D. Vicente López su retrato, que está en el Museo de Pintu- ras. Por motivos de salud volvió á Francia. Nunca se le cayó el pincel de las manos, y alcanzóle el tiempo aún para aprovechar la invención de la litogratía en cuatro láminas de corridas de novi- llos, que tituló Diversión de España , y hoy escasean mucho , y entre los aficionados se designan con el nombre de Las Litografías de Burdeos. Allí fueron discípulos suyos la Eosario Weis y Bru- gada. Conocido era por todos los burdeleses, chicos y grandes, á quienes parecía una figura leyendaria con su levitón gris y su som- brero á lo Bolívar y su amplía corbata blanca, según testimonio de M. Carlos Iriarte. Aún tenía fibra para sobrellevar sus muchos años; le aceleró la muerte una caída de la escalera de su casa. En- tonces anuncióle su hijo Francisco Pedro desde Madrid que le iría á ver pronto , y el célebre pintor cogió la pluma por vez postrera para trazar las siguientes frases: «Mi querido Javier: No te puedo decir más sino que tan grande alegría me ha hecho daño y que es- toy en la cama. ¡Quiera Dios que vengas á buscar á tus hijos, y en- tonces mí alegría será completa!» Y la Providencia le consintió

TOMO III, 30

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este goce, pues su amado hijo llegó á tiempo de cerrarle piadosa- mente los ojos el 16 de Abril de 1828, y por consiguiente á muy pocos dias de cumplir 82 años. Con toda pompa se le celebraron las honras, y al panteón de la familia de Goicochea se condujeron sus restos mortales.

No hace mucho que la Sociedad Económica Aragonesa pidió per- miso para trasladarlos á Zaragoza ; sobre cuya instancia opinó la Academia de la Historia que no debia ser atendida , mientras no estuviese habilitada la nueva sepultura. Justo es calificar este dic- tamen de muy juicioso. Cuando el inolvidable D. Ventura de la Vega compuso La Critica del Si de las niñas , le animó el noble propósito de hacer atmósfera con objeto de que los restos mortales de D. Leandro Fernandez Moratin se trajeran á España; y una y cien veces se arrepintió después de que sus deseos llegaran á lo- gro, pues del concurrido cementerio del P. La Chaise de Paris se trasladaron á la nunca visitada bóveda de la Real Iglesia de San Isidro de esta corte, donde desde el año de 1853 yacen arrincona- dos. También D. Juan Melendez Valdes tenia en Mompeller desde 1817 una modesta, pero pública sepultura, costeada por el Duque de Frias, y á la cual D. Juan Nicasio Gallego puso el epitafio: dos años van ya trascurridos desde que, á instancias de un sobrino del ilustre Batilo , se removieron de allí sus cenizas para que reposa- ran entre nosotros, y arrumbadas están en la misma bóveda que las del célebre Inarco Celenio. Ante estos lamentabilísimos ejempla- res, bien es que prosiga enterrado en Burdeos el preclaro D. Fran- cisco de Goya hasta que , estando más en proporción de honrar á nuestros difuntos esclarecidos, le erijamos un sepulcro y aun una estatua.

Antonio Ferrer del Rio.

LA

(1)

Cuando no puede esperar si es perdida la defiende la vida. Cancionero.

I.

Adiós , el Rey á pelear me envía Al África abrasada, Si tu amor se opusiera , rompería En tu reja mi espada.

á lidiar, pero lleva en el combate, Como escudo sagrado Del corazón leal que por late, La cruz que yo he bordado.

Por ella de los árabes infieles. Como nupciales arras, Yo te traeré marlotas y alquiceles

Y rotas cimitarras.

Adiós, dijo la dama en triste queja,

Y adiós el caballero;

Y bañando en sus lágrimas la reja. Partir le vio ligero.

II.

Cuatro veces Abril de gayas flores Cubrió la madre tierra,

(1) Esta poesía forma parte de un libro que, con el título de Cuentos de la Villa, dará muy pronto al público el Sr. Víedma.

460 LA FE.

Des que el noble doncel , soñando amores, Partió para la guerra.

Cuatro años que en el altar del templo, Donde adora Castilla A su invicto patrón , de héroes ejemplo, Una lámpara brilla.

Cuatro años que en vano su ventana, Dama de ilustre cuna, Cierra al primer albor de la mañana

Y abre al lucir la luna.

No mene , dice ya la corte ociosa,

Y el corazón deshecho,

/ Vendrá! , con ciega dice la hermosa , Llevó una cruz al pecho.

III.

Mas de nuevo tornó á buscar su nido La golondrina errante, Y espirar vio la dama el mes florido Sin ver tornar su amante.

Detrás de la entornada celosía Llorando, en triste queja , «¡Ojalá hubiera roto, se decia. Su espada en esta reja!»

Cuando una noche al trasponer los cerros La luna enamorada. Sintió en su reja destallar los hierros Al choque de una espada.

«¡Él és!» dijo al abrir, y en grito ardiente Oyó decir «¡£s ella!» A tiempo que asomaba en el Oriente Blanquísima una estrella.

Juan A. de Viezma.

EL CANTO DEL CISNE,

EPISODIO PRIMERO DE LAS MENORÍAS DE DN CORONEL RETIRADO.

XX.

CATÁSTROFE DE LA CONJURACIÓN.— MOTÍN DE ARANJUEZ.

NUEVA PERSECUCIÓN DE ROCA-UMBRIA Y NUEVAS MALDADES DE SU SECRETARIO— ALZA- MIENTO DE ESPAÑA.— EL CONDE AFRANCESADO.— GERVASIO TRAIDOR Y POLIZONTE.

( Madrid 13 de Octubre. )

(Continuación.)

D. Figúrese V. cuál seria mi ansiedad durante las cinco ó seis horas que estuve esperando, siempre de un momento á otro, la llegada de mi pobre amiga ; cuáles mis palpitaciones al entrar, al galope, la berlina en el patio de la casa de campo ; y cuáles, en fin, mi angustia , mi terror , mi mortal incertidumbre , al verla llegar vacia y decirme el cochero que ignoraba por qué así era. Al dia siguiente, regresando á Madrid con mi aya, fuíme en persona á las Salesas, donde se me recibió con gran frialdad, y se me dijo que <iá Dios gracias , nada se sabia de Cecilia y sus locuras. » De Carlos ni de Manuel, nadie me daba razón tampoco. Escribí le á Isabel, por si acaso Fernando su marido , tenía algún conocimiento del paradero de sus amigos ; y la respuesta fué negativa , como no podia menos de serlo.

L. ¿No se le ocurrió á V., Duquesa, preguntarle al infame Gervasio ?

D. se me ocurrió, y fué lo primero que traté de hacer: pero en vano. Gervasio, según me dijeron en casa de su amo el Conde

462 MEMORIAS

de Roca-Umbría , había salido para Valladolid , (donde estaba el padre de Cecilia desterrado) , tres dias antes de la noche en que el rapto de Cecilia debió verificarse. ¿Mintieron los criados del Conde, ó, en efecto, el traidor, para poder probar, en su casóla coartada, dejó la casa de aquel, suponiendo que á Valladolid se iba? No lo supe entonces , ni lo ahora positivamente , pero á la última su- posición me inclino. En todo caso, amigo Leseara, la verdad es que no volví , á pesar de mis continuas y exquisitas diligencias , á saber cosa alguna de mis pobres amigos , hasta que Guzman desde Zaragoza , y desde la Coruna Castel-Leon , me escribieron dicién- dome pura y sencillamente : «Aquí estamos , Carmen ; y somos los »de siempre.»

B. Nuestra palabra empeñada, no nos permitía decir más tampoco. A su vez V. , lo mismo á Carlos que á mí, según él me ha dicho, no nos dijo en respuesta, ni podía decirnos más que su absoluta y angustiosa ignorancia, respecto á la suerte de Cecilia. Supongo que mi desdichado amigo estaría con fiebre continua; porque yo, que nunca fui como él exaltado y poeta , y á quien el amor como á él no abrasaba, puedo asegurar á VV, que estuve para volverme loco á fuerza de cavilar inútilmente,

L. ¡Desdichadísima situación la de todos VV.!

C . ¡ Desesperada , en verdad ; pero en cuanto á al menos, la suerte me preparaba otras todavía más horribles!

D. ¡Pobre Cecilia mía!

B. ¡Y pobre Carlos!

G. ¡Dios se apiadará de nosotros algún día, si no en éste, al menos en el otro mundo! Pero ahora lo que importa es proseguir con el cuento de mi lastimosa historia. A consecuencia del motín de Aranjuez, regresó á Madrid mi padre: y en seguida se indis- puso con la nueva Corte , resultando de ello que otra vez se le des- terrara, nada menos que á las Baleares , y en calidad de presunto reo de Estado.

L. El Abate Rioso me ha dicho que entonces le llevó á sus cár- celes la Inquisición.

C. Y así es la verdad. L. ¿Por qué y cómo?

C. Mi padre era, en realidad, uno de los muchos hombres de su época , que , conservando y manteniendo celosamente todas sus preocupaciones políticas , y todos los privilegios sociales de que en

DE UN CORONEL RETIRADO. 463

posesión se encontraban, dejábanse ir, no obstante, en materia de creencias religiosas , á las sugestiones del filosofismo de los enci- clopedistas franceses. De ahí que fuese , ya que no me atrevo á de- cir un filósofo, si un escéptico, quizá más por manía que por razonada convicción; y que de serlo hiciese gala, con su impru- dencia característica , siempre que se le ofrecía la oportunidad de hacerlo; y muchas veces, además, inoportunamente. Añada V. á eso, que en su biblioteca se contaba un gran número de volúme- nes de los libros entonces más severamente prohibidos , y compren- derá bien con cuánta facilidad pudo su delator al Santo Oficio, dar colorido y fundamento á su infame denuncia.

L. Lo que no entiendo. Condesa, es quién pudo ser el delator, y qué fin , para él útil, se propuso al cometer tal villanía.

B. En la misma duda hemos estado todos, hasta diez años hace, es decir: hasta el de veinte, que entre los papeles arrebata- dos del Archivo de la Suprema, por los liberales que la asaltaron y saquearon , se halló y se publicó no se en qué periódico de los infinitos de aquella época, un documento del cual consta que el in- fame Gervasio Pérez fué el que delató á su bienhechor y amo.

Z. La infamia de ese hombre no me sorprende ; pero su fin se escapa á mi inteligencia.

C . Primeramente la venganza, pasión en su pecho, si no única entre las malas, al menos dominante.

Q. Pero ¿qué agravio le había hecho el Conde?

C . Uno que jamás le ha perdonado aquel monstruo de iniqui- dad. El de negarle mi mano.

L. ¿Osó pedírsela el miserable?

C. Precisamente pedírsela , en el sentido literal de la frase, no, amigo Lescura. A tanto no se atrevió por entonces todavía Gerva- sio; pero indirecta y muy encarecidamente, lo hizo. Para ello, la tentativa de rapto de mi persona, en que yo había consentido, y en la cual Gervasio cuidó de ocultar al Conde su complicidad aun que traidora, ofrecíale á su parecer ocasión propicia. ¿Qué hombre que se respetara, siendo de mídase y caudal , había de aceptar mi mano, después de una aventura como aquella, y de que, más tarde ó más temprano, había de llegar el público á tener conocimiento? ¿Sería él (Gervasio), por ventura, el primer bastardo de un gran señor, en una ú otra forma, legitimado ó cuando menos habilitado, para llegar á los honores paternos y figurar, de unaú otra manera,

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entre los Proceres cortesanos? Cierto que , amen de la legitimidad, le faltaba la riqueza; pero, vencida la primer barrera, la segunda podia salvarse fácilmente , alcanzando un puesto lucrativo en In- dias ( poseiamos aún entrambas Américas), que en pocos años le permitiría regresar á España con caudal suficiente á sostener el decoro y ostentación propios de nuestra categoría. En suma : yo era una muchacha incasable: él tenia la abnegación de ofre- cerse á cargar conmigo; y mi padre debia darse con un canto en los pechos , si , á costa de transformar al espurio de la Bodegonera en confesado bastardo de Procer, y de hacerle nombrar Intendente del Perú ó de Méjico, lograba rehabilitar, casándola con el señor Gervasio Pérez, á su infamada hija. Toda esa receta de envenena- dor alquimista , fué el villano administrándosela , allá en Vallado- lid, en tenues y sucesivas dosis, á mi irascible y muy aristócrata y muy linajudo padre y señor, sin que este, al principio, pudiera ni imaginar siquiera, el ambicioso blanco á que los tiros de su traidor secretario se dirigían. Animado el último por el silencio con que su dueño le oia, atribuyó al consentimiento, lo que sólo de la igno- rancia procedía; y, poco á poco, fué explicándose con claridad tal, que, al cabo y al fin, entreviendo mi padre de qué se trataba, es- talló violento el volcan de su siempre terrible, y entonces justifi- cadísima cólera. Recogió velas, como de razón y justicia, Gerva- sio; renegó de sus palabras; quiso darles sentido contrario al que tenian ; oyó paciente los más insultantes denuestos ; quizá soportó resignado la corrección manual á que su dueño, filósofo y todo, era de sobra propenso; y logró, en fin, si no justificarse del todo, ser por insensato perdonado. Yo creo que mi padre, pasado el primer arrebato de la ira , no hubiera sido nunca capaz de apartar de si á Gervasio, aunque este le clavara un puñal en la espalda. Sea como fuere, el Conde y su secretario se reconciliaron; aquel, olvidando según su costumbre; el último, conforme á su inicua índole, ate- sorando el rencor en su cobarde corazón, hasta que la fortuna le deparase ocasión, para vengarse á mansalva, oportuna. Solo así puedo explicarme que, creyendo á mi padre definitivamente per- dido, por su ruptura con la nueva Corte , y no pareciéndole bas- tante desdicha la de su destierro y confinamiento al castillo de Bellver, quisiera Gervasio rematarle con su denuncia, que condujo, en efecto, al Conde á las cárceles secretas de la Suprema. Bien sa- ben VV que aquel tribunal no revelaba nunca, ni al acusado ni

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á nadie á sus misterios profano, los nombres de los acusadoi'es, delatores, ó testigos en sus procesos. Gervasio, pues, heria á su bienhechor á mansalva; y tanto, que al salir aquel de la Inquisi- ción, cuando los franceses la suprimieron, pudo su inicuo secreta- rio ser la primera persona que se le presentara, y volver tranquila y naturalmente al ejercicio de sus funciones y al goce de su funesta privanza. El primer uso que de ella hizo, fué precipitar á mi pa- dre , enconando en su pecho el recuerdo de los recientes agravios y dura persecución padecidos, en el sendero de la deslealtad á la causa de su patria.

Gervasio , indudablemente, fué quien decidió al Conde de Roca- Umbria á aceptar un alto puesto en la servidumbre oficial del Rey intruso.

L. Probable parece.

G. Yo lo con evidencia , porque entonces mi padre , sacán- dome de mi encierro en el convento , me llevó á su casa , impo- niéndome la obligación , dura por cierto para mi , de hacer los ho- nores de nuestro hogar doméstico á los j.efes del ejército invasor y á los españoles afrancesados , únicos que la frecuentaban. Excuso encarecer lo acerbo de aquel suplicio moral. Mi corazón era natu- ralmente patriota; amaba, además, á un hombre al servicio de la causa nacional consagrado; y sin embargo, la autoridad paterna, única contra la cual no tuve nunca valor para rebelarme cara á cara , me obligaba á vivir precisamente entre los franceses enemi- gos y los españoles que traidoramente , á mi juicio, les servían. Duro me es confesarlo; pero, desde aquel tiempo, el Conde mismo no fué, á mis ojos, más que un tirano doméstico, cuya conducta política ni disculparlo siquiera podia , por más que sinceramente deseaba.

D. \ Muy desdichada has sido siempre , mi pobre Cecilia !

C. \ En todo y por todo ! ¡ Y quiera Dios , quiera Dios que no me esperen todavía más crueles desventuras que llorar amarga- mente!— Gervasio obtuvo un destino en la policía

B. ¡ Esa es su vocación !

G. En la policía del Intruso , se entiende : en una policía ex- clusivamente destinada á perseguir á los buenos españoles , entre- gándolos á las comisiones militares francesas ó á los tribunales por el Usurpador establecidos, y naturalmente de afrancesados exclu- sivamente compuestos. Sin embargo , el Bastardo aceptó aquella

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posición infame y sus pingües emolumentos , si bien disfrazando la primera con el nombre de no qué cargo, al parecer bonorifico, en la Prefectura , y cohonestando los segundos con la denominación de sueldo de su ostensible empleo. Diéronle también una cruz por José Napoleón creada, y que, por irrisión y aludiendo al color de la cinta de que pendia , llamó el público de la Berengena ; y el mise- rable , que á mi ver, ni para dormir la dejaba , llegó á creerse per- sona decente , y ya en vias de subir por su mérito á los más altos puestos del Gobierno. Aunque yo ignoraba entonces todavía sus traiciones, sobrábame lo del afrancesamiento para despreciarle; pero, como él seguia afectando el papel de mi muy humilde confi- dente , y simulando que me compadecía y en mi amor por Carlos se interesaba; y pretendiendo que, solo por gratitud y obediencia al Conde , servia al Intruso , tengo que confesar que , si no como amigo ni sin repugnancia, sufríale como instrumento indispensa- ble, y tolerábale más que debiera.

Desde el primer dia del glorioso alzamiento de España contra las huestes invasoras , interrumpiéronse las comunicaciones ordi- narias entre Madrid y las provincias. Mi antigua aya , despedida al enviarme á las Salesas , fué reemplazada por una mujer adusta por naturaleza, y facultada además para vigilarme muy de cerca; y mi padre y yo vivíamos como marido y mujer de hecho divor- ciados , pero que por respetos humanos comen á una misma mesa y bajo el mismo techo duermen. Así no me quedaba más arbitrio, más esperanza para saber de Carlos , que valerme de Gervasio, única persona de quien mi padre no desconfiaba.

D. Es de advertir que al anochecer del Dos de Mayo salí de Madrid con toda mi familia, á pié y disfrazada de foncarralera. Re- fugiámonos primero en Consuelo rústico ; y, á pocos días , salimos para Sevilla : por manera que, por entonces, no volvimos á saber, ni era posible que supiéramos, la una de la otra.

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XXL

DON CARLOS EN ZARAGOZA.— GERVASIO FALSIFICADOR.— LA ESTAN- QUERA GENERALA— ESPAÑA EiN 1810.— VIAJE Á FRANCIA.

Madrid 14 de Octubre.

Interrumpióse la conversación algunos minutos, mientras el nos servian; y asi que nos dejaron los criados, prosiguió la Con- desa de Roca-Umbria , con su taza en la mano , diciendo :

«No sin vencer, á duras penas, la instintiva repugnancia que á tratar con Gervasio sentia , resolvime al cabo á confiarle una carta para Carlos , en la cual , después de darle cuenta de mi suerte , le aseguraba y protestaba con toda sinceridad que él solo era dueño de mi corazón ; que estaba resuelta , como antes , á unir mi suerte con la suya; y, en fin, que si él hallaba medio para sacarme de casa de mi padre, pronta y más que pronta me encontrarla á se- guirle hasta el fin del mundo. Ofrecióme el traidor hacer que, por medio de los agentes secretos de la policía del Intruso en Zaragoza, llegarla mi carta á su destino y á mi su respuesta ; y, en efecto, tres semanas después trájome un billete cuya lectura hubo de costarme el juicio. La letra y la firma eran, ó parecían ser, de Carlos ; el contenido , aun saltándome á los ojos , nunca pude aca- bar de convencerme de que fuese obra del hombre á quien, más por su incomparable belleza moral que por la física, idolatraba.

L. ¿Qué decía pues ese funesto billete ?

O. Ese funesto billete , como V. muy propiamente lo llama, decía , ó más bien dice , porque lo conservo y traigo conmigo , lo que, leyéndolo, verá V, mismo.

La Condesa puso, en efecto, en mis manos un papel que sacó de su cartera, y en el cual leí las palabras siguientes:

«Cecilia : La hija de un traidor afrancesado no puede ser nunca »la esposa de un español , militar y caballero, que lealmente sirve »á su patria. Esa razón , sin otras que sabes mejor que nadie, y »que por excusar tu vergüenza no escribo , bastarla para separar- »nos. Quedan pues rotas nuestras relaciones : te devuelvo tu liber- »tad y recobro la mía. Dios te perdone, como, olvidándote, te perdona Carlos de Ouzman^^

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¡Fulminante é incomprensible carta! (exclamé al terminar su lectura). .

B. Quince dias antes habia Carlos recibido en Zaragoza, por ma- no desconocida, una carta de puño y letra de Cecilia, declarándole que, en virtud de haberse él unido con los rebeldes a su legitimo Rey José Napoleón^ y de otras causas que se reservaba, ponia término desde entonces á sus relaciones amorosas con él, la bija del Conde , devolviéndole su libertad y recobrando ella la suya.

L. \ Infamia inconcebible ! ¿ Sin duda Gervasio ?. . . .

D. Que á sus demás virtudes juntaba la gracia de ser un fal- sificador de letras de habilidad suma , sustituyó á las apasionadas cartas que los dos infelices amantes se escribian realmente , otras por él y para sus inicuos fines forjadas.

B. Carlos se hubiera dejado cortar la mano mil veces antes que estampar una sola de las frases del infernal billete que acaba V. de leer ; y Cecilia era todavía más incapaz que él de romper volun- tariamente los lazos que á mi pobre amigo la unian.

C. Sin embargo, estábamos materialmente separados por bar- reras invencibles ; y Gervasio era, por tanto, el arbitro supremo de suestra suerte. En cuanto á mi, logró sin duda hacerme muy des- dichada; pero nunca, ni siquiera momentáneamente, entibiar poco ni mucho la pasión que conmigo bajará al sepulcro. De Carlos quisiera y no puedo decir otro tanto.

B. ¿Volvemos al tema, Cecilia?

G . \ Harto me pesa ; pero con razón de sobra ! ¡ Bien lo sabe V. ; bien lo sabe Carmen !

D. Lo que yo sé, Cecilia mia, es un hecho innegable por Car- los confesado, y que, con razón, te desagrada soberanamente; pero que en rigor nada prueba

G . ¿ Eso dices , Carmen ?

D. Eso digo y repito; nada, absolutamente nada prueba con- tra el amor que Carlos te ha tenido , te tiene y te ha de tener mientras viva. Tu poética exaltación se niega obstinada á conce- derle á la flaqueza humana lo que es racionalmente imposible ne- garle. Los hombres no están organizados ni educados como noso- tras , para quienes no hay medio entre amar con fe ciega y fideli- dad inquebrantable, ó no amar en realidad de ningún modo. Nuestras infidelidades , Cecilia , y ya entiendes que hablo exclusi- vamente de las mujeres que , por desdicha suya más que de nadie,

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pecan por pasión , no de las que son frágiles de oficio ; nuestras infidelidades , digo , suponen forzosamente la del corazón al mismo tiempo que la de los sentidos. Pero en los hombres no es asi. Esa diferencia , por más que en abstracto parezca absurda , existe ; se repite todos los dias; y lo que es más, nosotras, ¿qué digo nos- otras? Tú misma, Cecilia, misma, al lamentarte de ella, la re- conoces y sancionas. ¿Te estorbó, por ventura, saber con eviden- cia que Carlos habia sido algún tiempo amante ó galán de Laura, para casarte con él de secreto , arriesgando en ello la felicidad de tu vida, desobedeciendo á tu padre y atropellando todo género de peligros, todo linaje de respetos humanos? Y no me digas que te cegó la pasión ; porque te responderé que, en un alma tan noble y elevada como la tuya, no ha cabido nunca pasión por hombre á quien creyeras deshonrado

C. ¡Oh! i, Deshonrado por eso?

B. ¿Ves cómo convienes, mal que te pese, conmigo? ¿Ves có- mo admites una diferencia , y tan grande como la que separa la fragilidad humana pura y simple, de la culpa que deshonra? El hombre que nos es infiel , peca sin duda , pero no se hace despre- ciable á nuestros ojos, como la mujer que falta á sus deberes lo es á los del mundo entero.

G. raciocinas , Carmen; yo siento ; pero dejemos la discu- sión para proseguir con el relato. Carlos (y aquí no hago más que repetir su dicho), Carlos, creyéndose por olvidado, sino vendi- do, trató de consolarse, como los hombres suelen

D. Y no es menester que se lo expliques á Lescura, porque él lo sabe muy bien por experiencia propia.

C. Entonces quiso nuestra picara suerte que Carlos conociese á la famosa Laura , precisamente pocos dias antes de que ella se casara

B. Con Piedrafirme, un capitán de mi cuerpo, hombre á la sazón de unos cuarenta años, morigerado y juicioso como pocos, de una buena fe á prueba de las bombas de la evidencia, y que, no habiendo de cometer más que una locura en su vida , la hizo de tal calibre, que valió por ciento. En cierta villa, cercana á Zarago- za , residía , no si de tercenista ó estanquero , un sargento reti- rado á dispersos, cuya mujer, que era buena moza y lista, habia servido de doncella de labor algunos años en cierta casa grande de la Corte.

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De aquel enlace nació, sietemesina, pero tan cabal y robusta como VV. la conocen todavía, la famosa Laura, de quien fué pa- drino un Guardia de Corps , hermano de la señora á quien su ma- dre servia. A la edad de siete años , la hija , piadosamente ha- blando , del estanquero ó tercenista , fué enviada , á expensas de su generoso padrino , á un convento de Zaragoza , donde hasta los diez y seis estuvo recibiendo una educación muy superior á su clase y racionales esperanzas ; pero de la cual sólo se aprovechó en cuanto á las maneras y á cierta instrucción , pero no en lo esen- cial, que fuera en la moralidad cristiana. Murió el padrino, de- jando á su ahijada en testamento un legado harto módico , tanto porque el testador, segundón de casa grande, tenia hijos legí- timos , como porque su caudal era en realidad muy reducido. Ha- llóse pues Laura , de suyo ambiciosa , y por su educación ya de la esfera de sus padres alejada , á la edad de diez y seis años cumpli- dos , en un pueblo de Aragón , cuyo corregimiento era de los de entrada, y reducida á vivir y ostentarse exclusivamente tras el mostrador del estanco , donde sus blancas manos así manejaban el sucio tabaco Brasil como el plebeyo Virginia , y cuando no median la sal para el puchero de los pobres , pesaban el rapé para el consu- mo de ancianos, viejas y beneficiados. El estanco, sin embargo, era más quizá que ahora lo es , antes de la guerra de la Independencia, el sitio privilegiado de reunión para los desocupados , y por consi- guiente para la juventud petimetre ó lechugina del país ; como la botica para la gente grave y machucha, en sus ratos de ocio. Así Laura , á los ocho días de su regreso al hogar paterno , era ya famosa en toda la comarca, y el consumo de tabaco en el paterno estanco crecía al compás mismo que la fama de la doncella. Poco tardó en susurrarse por el pueblo que el Corregidor mismo iba, en persona, diariamente á proveerse de tabaco de hoja para fumar él , y de rapé para el consumo cuotidiano de las enormes y absorbentes narices de una tía , con honores de abuela , que le go- bernaba la casa. El hijo del alcalde, robusto mostrenco, contra- tado con la heredera de un propietario rico de cierto pueblecillo inmediato , diferia su casamiento , al decir de los escandalizados murmuradores de la botica , solo porque de la linda estanquera es- taba locamente prendado; y, en suma, todos los hombres, mozos y casados , jóvenes ó provectos , se hacían lenguas de Laura , y todas las mujeres, sin excepción casi, la detestaban en el pueblo.

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L. ¡Muy enterado está V., mi Brigadier, de esa historia! B. Como que una parte del mayorazgo de mi casa está encla- vada en la jurisdicción del pueblo en que ella fué estanquera; lo mismo que una buena porción de ;los bienes de Piedrafirme, mi paisano y muy conocido. A poco de salir yo del colegio, hacia el año 1805, fui con Real licencia á dar una vuelta por mis fincas; y en la consabida villa me encontré con Piedrafirme , que con el mismo fin que yo lo visitaba. La estanquerita tenia ya diez y ocho años , y preciso es confesar que era una perla de picante hermosu- ra, de gracia provocativa y de precoz artificio.

D. ¿Saldremos ahora con que el Sr. Brigadier fué, acaso, el Ataúlfo de la dinastía que no si habrá terminado en su digno Alférez?

B. No, Duquesa, no; pero debo confesar también que no tengo yo la culpa. La muchacha me gustó desde que la vi ; me gustó tanto, que llegué á resignarme hasta á fumar el insoporta- ble y sucio tabaco Brasil , solo por comprárselo á ella , ó más bien por ir al estanco , y verla y requebrarla , y lo que es peor, dejar- me capotear como un recluta.

D. En suma, mi pobre amigo, ¿Laura le dio á V. calabazas?

B. ¡ A la cuenta es mi sino ! Pero lo que es á ella se las agra- dezco con toda mi alma.

C . \ Cómo ! ¿ Cree V. que, si le hiciera caso. . . .

B. Por si ó por no, más vale que no me lo hiciera. El pobre Piedrafirme no comenzó á galantearla con más serias intenciones que yo ciertamente ; pero ella , que ha nacido con toda la astucia de la serpiente misma del Paraíso, desde los primeros lances echó de ver el fondo inagotable de candorosa ternura y de honrada credulidad que el corazón de su nuevo adorador atesoraba, y de- bió decir para su capote: «Este es el hombre que me conviene: »aqui tengo un marido como lo he soñado; y cuésteme lo que me » cueste, yo seré su esposa.» Terminó mi licencia, y vineme á Madrid, donde estaba destinado, y donde también tardé poco en olvidarme de la Estanquera aragonesa. Al año siguiente , comenzó á decirse y murmurarse entre nosotros que Piedrafirme se queria casar con aquella mala pécora ; poco más tarde , que habia pedido para ello Real licencia, y que, por influjo de su propia familia, en el Estado Mayor general del arma , echaron su solicitud bajo la mesa. x\si las cosas, mi administrador en el pueblo de que era ter-

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cenista el padre de Laura , escribióme que esta , con escándalo uni- versal , habia desaparecido del mostrador, de su casa y de la villa; y que de público se decia que el Capitán Piedrafirme se la habia llevado á Francia , consintiéndolo ella , y la tenia depositada en un convento de la frontera. Lo sing-ular del caso, supuesto el rapto, fué que los padres de la robada Elena, no solamente no dieron paso alguno para recobrarla y perseguir al presunto raptor, sino que , por el contrario, habiendo el Corregidor tratado de proceder de oficio, como era de su obligación, removieron los tercenistas cielo y tierra, hasta lograr, á ruego de buenos , que la Justicia hiciera, como vulgarmente se dice, la vista gorda en aquel negocio.

L. Es claro que esperaban ver á su hija casada como nunca ellos pudieron soñarlo.

B. Tal es mi opinión, y tal debió ser el propósito de los ambi- ciosos estanqueros: mas dudo mucho que, á no mediar la Revolu- ción, lo hubieran logrado. La familia de Piedrafirme, importante en Aragón y muy bien relacionada en Madrid , estaba resuelta á impedir á todo trance tan desigual y desatinado enlace; y es proba- ble que lo consiguiera , si todo en España no se trastornara, como se trastornó entonces.

Piedrafirme, que fué uno de los oficiales que más poderosamente contribuyeron al glorioso primer alzamiento de Zaragoza contra el Intruso , y á quien la Junta allí formada hizo de un golpe Coro- nel, logró fácilmente de ella que, en nombre del Rey cautivo, le concediera la licencia que para casarse necesitaba ; y apenas obte- nida, casóse en efecto en la ciudad misma, donde ya Laura estaba en expectación de su enlace.

(7. Yo creo, y Dios me perdone la malicia , que aquella mujer, en el vicio tristemente precoz , llevó al pié de los altares, al unirse con Piedrafirme, el corazón cuando menos, ya por el adulterio gangrenado. Carlos era entonces , como Laura con verdad se lo ha dicho á V., Lescura, en su calumniosa epístola, un hombre real- mente seductor en todos conceptos ; uno de esos hombres como los novelistas de talento los pintan, las mujeres poéticas los sueñan, y las apasionadas se los fingen cuando no los encuentran. Piedra- firme, en cambio, nada tenia de romancesco: vivia y amaba en prosa lisa y llana; era un excelente y honrado caballero, «cortado, »como de intento, para marido; pero tan incapaz de inspirar una ^violenta pasión , como de satisfacer las ardientes aspiraciones de

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»una mujer joven, de exaltada fantasía y corazón vehementisimo,» como al suyo le convino llamar á la romántica Estanquera, de una de cuyas cartas á Guzman he tomado el retrato de su esposo que V. acaba de oírme. No cómo Carlos y ella se conocieron; lo que me consta es que fué durante el breve plazo que medió entre la lle- gada á Zaragoza de Laura, inmediatamente después del alzamiento de la ciudad heroica , y la celebración de su matrimonio. Carlos, que tenia poco más de veinte años, y quería consolarse de mi supuesta ingratitud , hallándose con que una mujer realmente hechicera, se prestaba , ó más bien se brindaba á enjugar sus lá- grimas, dejóse querer fácilmente ; y la culpable y culpada esposa de Piedrafirme, á los quince días de serlo, ya tenía un amante fa- vorecido.

B. Esa es una de las muchas verdades inverosímiles con que en la vida tropezamos, y que en los libros nos parecen, sin em- bargo, absurdas. No trato de santificar á Carlos; sólo diré que po- cos, en su caso, hubieran resistido á la tentación; y si no, dígalo este mozo, á quien esa bruja, con sus cuarenta años y todo, ha he- cho casi perder el juicio.

D. ¡Oh, el juicio de Lescura es tan poco seguro, como su cora- zón fácilmente inflamable!

L. ¡Y V. , Duquesa, siempre conmigo sin misericordia! Pero, poniéndome á un lado á mí, voy á permitirme una observación respecto al Sr. D. Carlos, cuyo proceder en aquel lance, con sujefeya7HÍgo, casi con sn protector, siento decirlo, pero no me parece muy

B. ¡Alto, niño! ¡alto! Piedrafirme no evájefe, mamigo, nipro- tector, ni apenas conocido de Carlos de Guzman, cuando la ex- Estan- quera le prendió en sus redes. Durante el sitio, al frente del enemigo, y en presencia de la muerte, por decirlo así, fué cuando se conocie- ron y trataron aquellos dos hombres , entre quienes puso el Diablo mismo al más temible de sus ministros , en la artificiosa Laura per- sonificado. Sí Piedrafirme tenia el valor tranquilo del jefe que, al estruendo del cañón, ha de juzgar sereno y resolver oportuno; Carlos era el paladín aventurero, amante del peligro, y que al eje- cutar con puntualidad la orden recibida, encontraba siempre oca- sión de señalar su heroico ardimiento. Distinguirse por valiente en Zaragoza, es siempre difícil , y era entonces casi imposible; por- que, donde hay mujeres que sustituyen al lado y en servicio del canon, al esposo ante sus ojos muerto, ó al hijo á sus pies mori-

TOMO III. 31

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bundo, ¿qué diablos ha de hacer un hombre para señalarse^ Car- los, sin embargo, en aquel memorable sitio hizose inmensamente popular por su valor caballeresco, por su simpático carácter, por su generosidad con el enemigo, una vez puesto fuera de combate, y por su ternura con las ajenas desdichas. Sucedió, pues , muy na- turalmente que Piedrafirme , á cuyas órdenes hubo Guzman de combatir repetidas veces, comenzando por distinguirle y ascen- derle como oficial de relevante mérito, acabara por estimarle y quererle entrañablemente. Añada V. á eso la influencia de Laura, á su manera, pero realmente de Carlos apasionada; y comprenderá cómo el marido, apenas en justa recompensa de sus servicios á General promovido por la Junta, nombró su Edecán al amante de su mujer, y este no pudo excusarse de aceptar el cargo, por más que le repugnara.

C. En honor de la verdad, debo decir que Carlos me ha ase- gurado que su conciencia se rebeló desde luego contra la más que falsa posición en que llegó á encontrarse ; añadiendo que, desde el momento mismo en que entró, por decirlo asi, á ser . parte de la casa de su General , sus relaciones con Laura degene- raron en una cosa parecida á las del galeote con su cadena, que continuamente maldice , y de que , sin embargo, no halla manera de desprenderse. Sin embargo, cuando yo fui en 1810 á Francia, duraban todavia aquellas relaciones , si bien malas lenguas pre- tendían que la protección del Mariscal Lannes primero, y más tarde la de algún otro personaje de la corte napoleónica, no fueron para Laura beneficios simples, ni mucho menos.

Y ahora volvamos á mi, que en Madrid, creyéndome vendida, y sabiéndome reemplazada

L. ¿Cómo pudo V. saberlo, Condesa?

O. Por Gervasio. Los franceses tenian sus espias en Zara- goza, comprados á peso de oro, y el secretario de mi padre, que era el director civil de aquellos miserables , estaba al tanto de todo lo que en la ciudad ocurría, no solo de militar y político, sino de la crónica escandalosa misma, al menos en lo relativo á Carlos. Durante el sitio, Gervasio hizo más de un viaje oficial al campa- mento francés, y á su regreso no dejaba nunca de enterarme, con cruel minuciosidad, de lo enamorado que Guzman estaba, y de lo bien que Laura le correspondía. Yo creo que , en ese punto, mi pa- dre y él estaban de acuerdo; porque ya entonces entraba en las;

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miras del ponde casarme, en su dia, con alguno de los advenedi- zos, por Napoleón á las más altas dignidades oficiales elevados. En todo caso, y respecto á Carlos , la verdad estaba, por desdicha mia, de parte del Conde y su secretario. Hablarme, sin embargo, no diré de amores, pero ni de matrimonio por razón de estado, era completamente inútil entonces; y si hien, por miedo, no osaba re- plicarle nunca á mi padre , manteníame resuelta á no ser en nin- gún caso más que de aquel á quien mi corazón habia entregado al S9.1ir de la infancia, y que, infiel ó leal, en él sin rivales imperaba. Callaba pues , importándome poco que mi silencio se interpretara como tácito consentimiento; y, á no provocar con inútiles réplicas domésticas tempestades , ayudábanme los sanos consejos y pruden- tes reflexiones de Mme. de Saint-Sernin , señora de quien Laura habla también en su carta á Lescura. El Caballero de Saint-Sernin era hijo tercero de un Marqués del mismo nombre, y estaba toda- vía educándose eu un colegio al estallar en Francia la Revolución. Emigró su padre, con la prisa de quien trata de salvar la vida, y hallóse el pobre muchacho á los quince ó diez y seis años de su edad , sin familia ni fortuna , y con el estigma en la frente de una raza entonces proscrita , solo en medio de la Francia por la fiebre revolucionaria devorada. Las ideas de la época habían, sin em- bargo, invadido la conciencia del joven aristócrata; y, como eran harto débiles los vínculos que le unian á su familia, con la cual apenas habia vivido más tiempo que el breve que medió desde sa- lir de los brazos de la nodriza á ser entregado á la férula del Di- rector ( eclesiástico por de contado) de un colegio, negóse resuelta- mente á emigrar como se lo propuso no qué pariente lejano. De Saint-Sernin , no obstante, nada tenia de terrorista, antes abo- minaba la guillotina y á sus proveedores; y como, por otra parte, carecía absolutamente de recursos para subsistir, comprende- rán VV. bien que sentara plaza, como lo hizo, en un batallón de voluntarios, de los muchos que se enviaron á las fronteras de Francia , por todo el resto de Europa amenazada , ó efectivamente invadida. Cuando el joven General Bonaparte tomó el mando del ejército de Italia, de Saint-Sernin era Teniente de infantería; al firmarse el tratado de Campo Formío, Comandante de batallón; la exaltación al Solio Imperial del nuevo César hízole pasar de Co- ronel á General de Brigada y á España vino ya General de Divi- sión, mandando una de las del ejército invasor.

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L. \ Rápida fué su carrera !

B. V. el consumo de Generales y tropa que hacían los ca- ñones del mundo entero , haciendo continuamente fuego , á todo tirar, y comprenderá que, con solo no tener asco á las balas y la fortuna de no hallarse en la trayectoria de ninguna de ellas , no era muy difícil ascender en aquella época.

Q . La esposa de Saint-Sernin procedía también de una de las fa- milias aristocráticas por la revolución arruinadas. Habíanse casado por amor pura y simplemente , cosa en Francia no muy común en las altas clases , ni aun en las meramente acomodadas ; pero , sea como quiera, amábanse tan de veras como sin afectación, aquellos dos esposos , y vivían en íntima y plácida unión , sin más pena doméstica que la de no haberles concedido sucesión el Cielo. De esa privación , empero , consolábales la idea de que ella les con- sentía no separarse casi nunca , ó al menos que la mujer no estu- viese jamás muy distante del punto en que su marido al frente de su División operaba. La casualidad quiso que, en un momento en que en Madrid se aglomeraron fuerzas francesas tan considerables, que hubo necesidad de alojarlas en las casas de todos los vecinos, sin excepción de ning'un género, nos destinasen á nosotros á Saint Sernin y á su mujer que le acompañaba. Mi padre , á pesar de su afrancesamiento , no. acogió sin repugnancia tales huéspedes, y yo, que era patriota, dejo á la consideración de VV. con qué placer los vería entrársenos por las puertas, con todo su tren de ayudantes, or- denanzas, acémilas y caballos. Cedímosles el piso bajo entero, con su cocina y todo, y el primer día permanecimos en perfecta incomu- nicación con ellos; pero al segundo, el General y la Generala envia- ron á preguntar cuándo podrían tener el honor de presentarnos sus respetos, y no hubo más arbitrio que bajar padre é hija á visitarlos. Puestos así en contacto , la antipatía desapareció inmediatamente, y al tercer día la estimación recíproca la había reemplazado.

Saint-Sernin tnvo que salir á poco al frente de su División, con destino que no le permitía llevar ásu mujer consigo. Preguntónos si no habría algún Mtel (fonda) en la Corte, donde la Generala pu- diese alojarse convenientemente , y echámonos á reír; porque las fondas de Madrid eran entonces infinitamente menos en número y mucho más vitandas que las pocas y no buenas que en la actuali- dad (1830) tiene.

Poner casa , aunque sea militarmente , no es cosa tampoco que

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se hace de la noche 4 la mañana; y, por tanto el General francés consintió con gratitud en que su mujer se quedase con nosotros, como se lo propusimos muy sincera y cordialmente.

Así nació una amistad que la muerte sola ha disuelto.

Carolina (que asi se llamaba Mme. de Saint-Sernin) era, cuando yo la conocí, una mujer de treinta años, bien educada, de juicio recto, mediano entendimiento, poca fantasía, y más piadosa que devota. Como los espacios imaginarios para ella no existían , la vida práctica con todo su prosaísmo era su elemento natural; y así comprendía que á las conveniencias sociales se faltara en pro de románticas aspiraciones, como que, sin proceder del Nuncio de To- ledo, emprendiese nadie un viaje á la luna.

D. Vamos , era , como yo , una pobre mujer en prosa.

G . En tal caso, hay entre la tuya y la de la francesa lo que va de la magnífica de Cervantes á la más que modesta del Diario de Avisos.

D. Muchas gracias por el cumplimiento, y prosigue.

C. Carolina , sin embargo de su falta de poesía , era buena y compasiva, y, sobre todo, muy celosa defensora de los fueros é in- munidades de nuestro débil sexo; prendas que, unidas al gran cariño que me tenia y demostraba con la efusión un tanto dramá- tica á su país peculiar, tardaron poco en hacerla dueño de todos mis secretos. Constituyóse, por ende, más en mi enfermera que en mi confidente, no contradiciéndome nunca, y evitándome con fre- cuencia ya acometer, ya realizar proyectos quiméricos unos , te- merarios otros, y aventurados todos. Su lenguaje conmigo no era el del filósofo que moraliza , sino el del práctico que señala los es- collos que la ciencia no sabe adivinar, bajo la pérfidamente tran- quila superficie de las aguas. Sus procederes para calmarme , más los empíricos que la experiencia aconseja á la hermana de la Cari- dad , que los teóricos que el estudio sugiere al médico especula- tivo. En suma: Carolina me trataba como una nodriza discreta y hábil, á la criatura indócil é impetuosa; que contrariar de frente no es posible sin exponerla, tal vez, á graves accidentes. A ella le debí el primer rayo de esperanza que iluminó las tinieblas de mi dolor después de la infidelidad de Carlos; su voz fué la primera que hizo resonar en mis oídos las dulces palabras de perdón y re- conciliación'^ y su prudencia, también, la que me sugirió la idea de poner siempre en duda cuanto del infame Gervasio procediera.

478 MEMORIAS

Así las cosas, en cuanto á particularmente , y en gravísima perturbación las públicas en España , ya vencida la primera mitad del décimo año de este siglo ocurriósele á mi padre , y voy á ex- plicar por qué , la idea de enviarme á Francia en compañía de Ca- rolina de Saint-Sernin, á quien su marido creyó también prudente alejar del teatro de la guerra.

Napoleón y su hermano José estaban á la sazón en discordia, porque aquel se obstinaba en atribuir al Rey de su hecbura la culpa de la tenaz resistencia que los españoles oponían á sus armas en todos los demás países victoriosas; y, ásu vez, el improvisado Monarca decía que la insaciable codicia , la crueldad despiadada y la prepotencia insolente de los Mariscales del Emperador, eran otros tantos estímulos al orgullo ofendido de nuestra patria , para que prefiriese una guerra de exterminio á soportar ni un solo ins- tante el aborrecido yugo extranjero. En parte los dos hermanos tenían razón : en el fondo entrambos desconocían, ó afectaban des- conocer, que tan poco hubiera aprovechado la blandura como el rigor, para que el pueblo que siete siglos de continuo supo luchar contra los árabes hasta obligarles á volver á sus desiertos , acep- tase nunca la dominación extranjera. Dios ha hecho de España una nación independiente, y contra los decretos del Altísimo, no prevalecerán nunca las ambiciones de los hombres por poderosos que sean.

D. ¡Bien dicho y mejor sentido, Cecilia mía!

C . La preocupación misma del deseo, que á su conveniencia suele pintárselo todo á los ambiciosos , tuvo que comenzar á ren- dirse, ya antes de mediado el año de 1810, á la evidencia de los hechos. Trescientos mil hombres de las mejores tropas del mundo, mandados por los más hábiles Lugar-tenientes del primer Capitán que acaso recuerda en sus páginas la historia , y que en batalla campal casi siempre vencían á nuestras bisoñas huestes; no podían, sin embargo, someter á su dominación más espacio que el que ma- terialmente ocupaban , y en el cual mismo , ni un instante de re- poso les dejaban nuestras activas y numerosas Guerrillas. Donde un español caía muerto por bala francesa, surgían otros ciento al mar- tirio indiferentes y á la lucha sin cuartel apercibidos. Si las tropas nacionales vencían en una escaramuza cualquiera, la victoria, por insignificante que fuese, tomaba las proporciones, para el pueblo y su entusiasmo, de un triunfo definitivo. Y silos patriotas eran vencidos,

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un estoico ¡No importa! repetido de boca en boca, y que unísonos reproducían simultáneamente, asi los ecos del Pirineo como los de Calpe y Avila , era la voz de apellido para que á los restos de los derrotados se unieran nuevos campeones de la independencia, más ganosos que antes de guerra y batalla. Los afrancesados eran á cara descubierta escarnecidos , aun allí donde las bayonetas fran- cesas los protegían ; los patriotas encontraban asilo seguro y pro- tección simpática, en los tribunales mismos del Rey intruso: y, en desacuerdo aquel, como he dicho, con su terrible hermano el Emperador, el éxito de aquella guerra que , en ley de cálculo, de- biera presumirse al usurpador favorable, presentíalo , por el con- trario , para él adverso el sentimiento público , no menos entre los buenos que entre los malos españoles, y aun entre los franceses mismos. Por eso el General de Saint-Ser nin se decidió enviar á Francia á su esposa, y dispuso mi padre que yo con ella marchara.

Fuimos, en efecto, á establecernos, por razones de economía y de decoro , no á París , sino á un pueblecillo distante de aquella capital dos leguas muy cortas al Norte , y poco más de media del de Montmorency, donde á la sazón residían el General Piedrafirme, su mujer y Carlos.

D. ¿No se llamaba y se llama Pierrefite, el pueblo en que os establecisteis?

C. Ese es su nombre. Poseía en él una modesta, pero cómoda y pintoresca quinta de las que en aquel país se llaman Chateaux, el General Saint-Sernin ; y ya sabes , Cecilia , que al fallecimiento de Carolina , que sobrevivió pocos meses á su marido , muerto en Watterlóo, compré yo á sus herederos aquella finca, que tiene para imperecederos recuerdos.

Patrício de la Escosura.

(iSe continuará.)

REVISTA POLÍTICA.

INTERIOR.

Los dias se suceden á los dias, los meses á los meses. No puede decirse que el Sr. Marqués de Orovio se entregue á un dolce far nieilte incom- prensible , pues sus amigos consideran con razón , como relevante prueba de su inteligente celo, la Real orden sosteniendo el registro interior y la que prohibe la venta al pormenor de toda clase de tabaco, en dependencias que no sean del Estado. Más de cualquier modo, es lo cierto que aún no ha aparecido ninguna de las trascedentales medidas que anunciaron los órganos oficiosos del Ministerio, al terminarse las tareas parlamentarias.

Si la consecuencia es un mérito, j una garantía de acierto la entereza en la ejecución, pocos Gobiernos habrán existido en la historia tan dignos de laureles como el que dirije hoy los negocios públicos. Inspirados los actua- les Consejeros de la Corona, desde su exaltación al poder, en el espíritu de la constitución interna del país, las medidas adoptadas en administración, como en política, como en instrucción pública , como en hacienda , tienden de la manera más armónica imaginable , á resucitar por completo la flo- reciente naturaleza de la nación española , decaída y marchita sin duda, por las inconvenientes alteraciones , que en su manera de ser, han hecho las reformas llevadas á cabo por el maléfico influjo de las ideas modernas.

Enemigo el Gobierno de la revolución doctrinal , si bien conoce que los males presentes tienen su origen en las ideas modernas venidas del extranjei'o , defiende y practica , según declaración del más autorizado de sus órganos , el sistema representativo , pero en los límites de lo posible y no en el terreno de lo ideal é impracticable. Un sistema representativo, como si dijéramos á la española, tal vez llamado á probar con su excelen- cia que nos ha cabido la gloria de enmendar la plana á todos los filósofos, publicistas y hombres de Estado de las naciones cultas.

Teniendo en cuenta estas consideraciones , hemos leído con avidez un artículo publicado en uno de los periódicos más importantes de provin- cias , artículo que lleva la firma de una persona ilustrada y que toca , en

EEVISTA POLÍTICA INTERIOB. 481

nuestro sentir, el corazón de la gran cuestión política , que bajo una apa- rente calma se agita de nuevo en el seno de la sociedad española.

Dice el artículo á que nos referimos, discurriendo su autor sobre el pro- greso en España :

« Supongamos por un momento , que no han existido las causas que re- "tardaron , impidieron ó repelieron el progreso en nuestro país. Heclia «mentalmente esta abstracción , trasladémonos á la época en que terminó ))la guerra civil dinástica, y contemplemos el cuadro, siquiera sea de fan- ))tasia , que indudablemente se hubiera ido dibujando , j hoy seria asunto »real j tangible para la generación presente.

"Supongamos que las masas de soldados que, en uno j otro bando, «emplearon su juventud y energía en destruir, truecan el fusil por la es- »teva y se ocupan en producir, crean nuevas familias y se convierten en «elementos de paz, de orden y de riqueza.

Y luego añade el articulista : « supongamos que los partidos , entrando ))de buena en la vida constitucional, después de luchar en las urnas con »todas sus fuerzas, pero legalmente , hubiesen sabido resignarse á la der- «rota, y esperar sin ira ni desaliento el triunfo futuro de sus ideas, ¡cuan "diverso seria entonces el estado de la nación española! »

Aumenta la importancia de estas consideraciones , su coincidencia con frases entusiastas de otro periódico, verdadera Pitonisa del Gabinete, en cujas autorizadas declaraciones hay que buscar, como en termómetro seguro , los grados de calor que se respiran en la atmósfera ministerial. Cree también este órgano oficioso del Gobierno que debe buscarse la causa generatriz de cuanto en esta nación pasa, en la inexplicable y poco patriótica conducta de los partidos liberales , que han obligado á los Go- biernos desde 1835 hasta nuestros dias, á sostener enérgicas luchas en defensa del orden público , próximo siempre á perturbarse por la acción apasionada y poco patriótica de aquellas fuerzas políticas. Si el sistema representativo no ha dado en España los buenos resultados que en otros países, responsa- bilidad es de los partidos militantes. No vamos á escribir la defensa de ninguna parcialidad pohtica , ni es esa la misión de una Revista , ni este seria el momento más oportuno para hacerlo , ni para ello tenemos auto- rización ni títulos; pero celosos defensores, así del sistema parlamentario, como de las condiciones de carácter del pueblo español , un sentimiento de patriotismo nos mueve á volver los ojos á la historia para ver si encontramos en ella la negativa ó la confirmación de tan desgarradoras aseveraciones.

Dice M. Prevots -Paradol en su último libro: «El mecanismo del Go- » bierno parlamentario es , sin duda , el más sencillo y el más eficaz para » dirigir los negocios de un pueblo libre ; pero cuanto más sencilla es una » máquina , más fácil es destruirla si se desconocen los elementos esencia-

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»les de su mecanismo. ¿Qué haj más sencillo, añade el escritor francés, «que un carro de dos ruedas? Pues atad una de sus ruedas al eje del car- ))ro. ¿Andará, por ventura?»

La comparación , en nuestro juicio, no puede ser más exacta. En los paí- ses constitucionales el poder ejecutivo j el Parlamento , son , siguiendo el símil , las dos ruedas del carro gubernamental. Suprimid , debilitad , entor- peced siquiera una de las ruedas , j por grandes j sólidas cualidades que tenga la otra, el movimiento será punto menos que imposible.

¿Pero, es sólo en España donde la falta de armonía entre ambos poderes ha producido los males que , en nuestro sentir , sin razón achacan ciertos escritores á la índole misma de las instituciones? Siempre que se habla de Gobierno representativo se vuelve instintivamente la vista á Inglaterra : la historia del pueblo inglés es la historia de las libertades modernas. ¿Por cuántas vicisitudes j combates no ha atravesado la Gran-Bretaña, mientras el poíer ejecutivo j legislativo no vivieron en armonía? ¿Qué in- teligencia medianamente versada en historia desconoce las luchas que sos- tuvo el Largo parlamento, en cujas agitadas convulsiones se confirman la mayor parte de las garantías de que hoj disfruta el pueblo inglés? Era otra , por ventura , de la que es ho j , la raza que habitaba las islas britá- nicas en los siglos XVI j XVII? Allí existían de muj antiguo las dos rue- das del Gobierno representativo ; ja en la carta magna j en la petición de derechos se establece el sistema parlamentario. Los tres principios funda- mentales de que el poder ejecutivo no puede establecer ninguna lej sin el consentimiento del Parlamento ; ni imponer sin la aprobación del mismo Cuerpo contribución alguna; ni ejecutar ningún acto de gobierno sin suje- ción á las le jes, son axiomas constitucionales, que han vivido en Inglater- ra á través de los siglos, j cujo origen, asegura Maculaj, se pierde en la noche délos tiempos. Esto, no obstante, ¿ha pasado pueblo alguno del continente, si se exceptúan los meses del terror de la Revolución francesa, por vicisitudes más peligrosas que el pueblo inglés ? La Gran-Bretaña ha sido teatro de revoluciones que han tenido un fin sangriento; por el suelo de Inglaterra ha pasado el despotismo, la anarquía, la república, la dictadura, el militarismo en su forma más grosera. SiMonk no hubiese convocado las Górtes Constitujentes, que trajeron la Restauración, LambertDesborough, Harrison y los demás jefes del ejército hubiesen adelantado en el mundo el repugnante espectáculo que han dado luego las Repúblicas de América. Allí se han destrozado los Caballeros j los Cabezas- redondas apelando á todos los medios imaginables para exterminarse ; alh se ha aplicado el derecho penal en su más bárbara rudeza; allí han existido la Cámara Estrellada, la Alta comisión j el Consejo de York, instituciones de memoria tristísima ¿Quién ha leído sin asombro el novelesco relato de las sublevaciones j asesinatos de Escocia? ¿Dónde ha sido más brutal el fanatismo religioso?

INTERIOR. 483

Ni los sucesos de la Saint- Barthelemy pueden compararse con los asesi- natos jurídicos de Inglaterra; en Francia eran partidos que, más ó menos protegidos por las circunstancias, se degollaban; en Inglaterra morían los inocentes católicos victimas de infames delaciones á manos de un tribunal irrisorio y vendido á las pasiones más inmundas. ¿Qué país presenta en su' historia un personaje como Titus Oates, ni un populacho tan depravado como el que daba crédito j tributaba aplausos á sus calumnias? ¿Está exenta la historia de Inglaterra de tumultos y motines promovidos por aspirantes al trono? ¿La conspiración Whig, á cuyo frente estaba Mon- month , no costó la vida á Essex, á Russell y á Sidney , considerando los ingleses desde entonces á estos dos últimos como mártires de la libertad?

¿No han tenido lugar en Inglaterra, á pesar de su antigua organización aristocrática militar y civil , destituciones en masa de nobles funcionarios que figuraban al frente de la Administración y del ejército? ¿A qué con- flictos no dio lugar el intento de abolir los privilegios de las Universida- des? ¿Han olvidado, por ventura, los habitantes de la capital del Reino unido la noche irlandesa? No ha encontrado en la culta Albion menos obs- táculos queen los demás pueblos de Europa la libertad del pensamiento: la Iglesia oficial ha perseguido con rigor esta libertad en raalerias religiosas, y el Estado la ha reprimido con mano fuerte en materias políticas , consi- derando la Autoridad por mucho tiempo la libre discusión como contraria á su derecho soberano. La Reina Isabel otorgó el privilegio de imprimir tan sólo á Londres, Oxford y Cambridg-e; el primer periódico inglés apa- rece bajo el reinado de Jacobo I, época bien poco afortunada para la pren- sa. La censura, la Cámara estrellada, la Torre, la picota, la mutilación, la marca, imponían silencio á la discusión política, y la prensa encadenada y envilecida se refugiaba , como siempre sucede , en las groseras licencias de la clandestinidad : Scroggf y Jeffreys dejaron una memoria tan poco envidiable como eterna : se castigaba rudamente á los eclesiásticos que pu- blicaban sus ideas, álos periodistas, y se dio hasta el caso de que un es- critor muriese apaleado. Cuanto más era la prensa representante de los partidos , más expuesta estaba á sus venganzas Si alguna libertad apa- recía después de tan bárbara esclavitud, no tenia límites el desenfreno: en uno de estos cortos intervalos vio la luz pública el North Briton , diri- gido por el célebre Wilkes , que no sólo atacaba con rudeza á los hom- bres de Estado y á la Magistratura, sino que hacía trasparentes alusiones á objetos más altos.

¿Desde cuándo comenzó en Inglaterra el desarrollo de su actual grande- za y poderío? ¿Desde qué día pudo considerarse allí establecida sobre ba- ses sólidas la paz pública ? Desde que empezó á reinar el más completo acuerdo entre el poder ejecutivo y el poder parlamentario , terminando aquella lucha de cuatro siglos , en que habían tenido lugar tantas catas-

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trofes. ¡Cuántos Gobiernos estuvieron apunto de perecer, j cuántas veces peligró la libertad, á pesar de que en Inglaterra las instituciones parlamen- tarias no habian dejado de existir por completo desde el siglo XIII ! Los Wigs j los Thoris reconocian á la vez como principios fundamentales del Reino que ninguna lej pudiese estar en vigor, que ninguna contribución pu- diese ser impuesta , que ningún ejército pudiese existir sin previa autori- zación del Parlamento, que ningún ciudadano fuese preso un sólo dia, sino por su Juez natural, porque no habia pretexto para justificar la violación de ningún derecho, aunque recayese el mal en el último de los ingleses, y sin embargo la Inglaterra estuvo humillada sin figurar entre las naciones de primer rango de Europa , hasta que se estableció la armonía más com- pleta entre el poder ejecutivo j el parlamentario, teniendo este último la iniciativa más absoluta en la dirección de los negocios públicos.

¿Qué ha sucedido en España? No hablemos de las Cortes sobera- nas del año ] O ; la plenitud del poder que ejercian , las hace absoluta- mente responsables de sus actos. En aquella época, no hay que buscar ejemplo de armonía entre los poderes del Estado, pues la potestad existia sólo en la Cámara. Sea cual fuese el juicio que por sus reformas polí- ticas merezcan , nadie negará á aquellos legisladores , ni las grandes vir- tudes de que estuvieron dotados, ni el mérito de las notables mejoras eco- nómicas y administrativas que llevaron á cabo.

Nada queremos tampoco decir de las Cortes de 1820 , aunque fueron una constante lucha entre el poder ejecutivo y el parlamentario ; ni quere- mos recordar siquiera, las secretas peripecias y extraordinarios acciden- tes de aquellas tenebrosas combinaciones que daban por resultado la división de los que más interés tenían en permanecer unidos, aniquilando sus esfuerzos y haciendo impotentes sus sacrificios. Basta recordar el nom- bre del célebre Regato para formarse idea de la armonía que existia entre los poderes públicos en aquella época , pero sin desconocer )a importancia de estos acontecimientos , en sucesos posteriores hay que buscar la ex- plicación verdadera de los males que todos lamentamos.

Con gran júbilo escuchó la nación española de los augustos labios de S. M. la Reina Madre , las generosas promesas que encerraba el discurso Regio de 1834.

Decía la Reina Cristina dirigiéndose á los representantes del pueblo : «el noble objeto que me he propuesto, y del que no cabe testimonio más «público y solemne que el veros congregados en este recinto, es unir es- "trechamente el trono de mi excelsa hija con los derechos de la nación,» y concluía aquel notable documento afirmando que, la intención y deseos de la Regente, eran plantear en la actualidad las reformas posibles, y prepa- rar con su ilustración, otras mejoras para lo porvenir. Cualesquiera que sean los obstáculos que encuentre en tan difícil senda, anadia luego, espero su-

INTERIOB. 485

perarlos con el favor del Cielo , ayudada de vuestros esfuerzos j contando

con el apoyo de la Nación La g-uerra civil que nació á la raíz , como

ahora se dice de aquellas esperanzas, los esfuerzos del partido carlista que lleg-ó á presentar sus aguerridas huestes en las puertas de la Corte, fue- ron un obstáculo indudable para que el sistema constitucional diese, desde su planteamiento, los resultados quehabia derecho á esperar, teniendo en cuenta las anteriores enseñanzas j los patrióticos sentimientos de que el partido liberal estaba dotado.

Sin embargo , los españoles sensatos y amantes de su país, tributa- rán siempre justos elogios á las Cortes Constituyentes de 1837, época sin duda en la que con mayor pureza se ha practicado en España el sistema parlamentario. Basta tener presente el juicio que mereció la Constitución hecha por aquella Cámara , de los hombres conservadores que estaban en la oposición , y las reformas que llevaron á cabo entonces los represen- tantes del país , entre los que se contaban las personas más ilustradas y de más valía de los partidos políticos , para que la Nación les conserve agradecimiento. Con sus reformas económicas y políticas, salvaron el Trono de la Reina y las libertades públicas. Basta para enaltecerlas , te- ner en cuenta que atajaron con sabias medidas la revolución social de que España estuvo en peligro de ser víctima.

Empieza en la tercera época constitucioual el antagonismo entre el po- der ejecutivo y el parlamentario , al figurar en primer término en la es- cena política el Sr. Arrazola , que tuvo el singular placer de inaugurar la marcha , harto seguida después , de disolver las Cortes al poco tiempo de su convocación. Dos Congresos , formado el uno por una mayoría mode- rada , y el otro por una mayoría progresista , murieron á sus manos , y pocos documentos registra la historia tan curiosos como el dictamen en que el Sr. Arrazola se fundó para sostener la segunda disolución de las Cortes, cuando el general Alaix, cumpliendo con los deberes de un hom- bre sinceramente constitucional, presentaba su dimisión al Trono para que se formase un Ministerio que mereciese el apoyo de la mayoría de la Cámara popular. El Sr. Arrazola fué el primero que se atrevió á afirmar que el Convenio de Vergara cambiaba esencialmente la situación política del país.

Desde este peligroso ensayo , apenas ha habido un Parlamento de du- ración suficiente para ver planteados los principios que ha discutido , ni que haya podido tocar los efectos de las leyes que ha hecho. Hombres importantes que todo lo deben al sistema constitucional , se han levantado en diferentes ocasiones , en defensa de las atribuciones y prerogativas del poder ejecutivo, sin tener para nada en cuenta las garantías parlamen- tarias.

Es injusto, pues, considerar como origen de los males presentes

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los actos de las distintas parcialidades políticas que se agitan en el país, si se tienen en cuenta los antecedentes históricos de cada una de ellas.

Basta para creerlo así , comparar cómo se practica en Inglaterra el Go- bierno constitucional con lo que hasta hoj ha sucedido entre nosotros. Bien conocidos son los discursos de lord Chatan impulsando á la Cámara de los Lores para que se dirigiese á la Corona pidiendo la disolución del Parla- mento , que habia declarado la incapacidad de Wilckes. Mr. Ersckirns Maj cita varias veces, en sn Historia constitucional de Inglaterra, la expo- sición que la Cámara de los Comunes dirigió al Rej, después de la caida del Ministerio de coalición, á fin de que no disolviese el Parlamento.

No Diputados de la Nación , sino simples ciudadanos , han dirigido en diversos casos peticiones á la Corona, demandando, ja. la continuación, ya la disolución de diferentes Parlamentos; y cuando se ha puesto en duda el carácter constitucional de aquellas peticiones , la Cámara de los Comu- nes ha declarado «que el pueblo de Inglaterra tenía el derecho indiscutible de pedir al Rey la convocación, la reunión ó la disolución del Parlamento,» y lo mismo los Tliorys que los Whigs, han reconocido y ejercitado este derecho.

Los partidos han tenido constantemente el convencimiento fundado en la perfectibilidad de las instituciones inglesas , de que sus doctrinas podían realizarse dentro de la Constitución del Estado , y si bien es cierto que muchas veces existen en el seno de estas grandes parcialidades políticas, la envidia , el odio y otras malas pasiones , si bien es cierto que esclare- cidos ciudadanos luchan entre á veces cual si fuesen hijos de naciones diversas , si en ocasiones han juzgado con animosidad á hombres de Es- tado eminentes , excitando en el país sentimientos de injustificada cólera, no es menos cierto que el Gobierno de un pueblo en que los partidos no existen , llegará por la fuerza misma de las cosas á ser absoluto , y que Ministros sin oposición no pueden dejar de ser déspotas. ¿Quién negará que en el seno de los partidos palpita el alma de la libertad?

Tiene razón M. Prevost-Paradol , cuando se atan una de las dos ruedas al carro, el movimiento es imposible.

Busquen , pues , los enemigos del sistema constitucional las causas de su ineficacia entre nosotros, no en la índole del sistema, sino en el menoscabo de las condiciones esenciales de su mecanismo.

J. L. Albareda.

EXTERIOR.

A pesar de haber terminado las sesiones de las Asambleas legislativas en casi todas las naciones de Europa , pues sólo continúan sus tareas por motivos especiales las de Portugal j las de Italia , no falta materia para esta sección de nuestra Revista ; por el contrario , son tantas las cuestiones pendientes y tantas las cosas que cada dia pasan , que la dificultad con que tropezamos consiste en elegir las que ofrezcan mayor interés j en or- denarlas de modo que tengan cierta unidad , para que su relato j las con- sideraciones que sobre ellas se nos ocurran , puedan leerse sin fatigar la imaginación j sin embrollar la inteligencia. En el momento actual , más que en otros , existe un sentimiento , una preocupación universal que do- mina casi todos los sucesos políticos , y que dirige la conducta de los Go- biernos de todas las naciones ; ese sentimiento es el temor de la guerra, y esa preocupación consiste en el propósito de evitarla. Los sucesos que en cualquier parte ocurren se relacionan , ya por voluntad de los que en ellos intervienen, ya por el temor de los que los presencian, con el terrible fan- tasma de la guerra , que desde hace tiempo persigue y acosa todas las ima- ginaciones. Esto ha sucedido, por ejemplo, con la interpelación del Gene- ral La Mármora , que tanto ha dado que decir en todas partes.

Nuestros lectores saben , porque lo hemos anunciado en nuestro Boletín Bibliográfico, que se está publicando en Prusia, y traduciéndose á casi todas las naciones de Europa, la Historia de la guerra de 1866, redactada por el Estado Mayor prusiano y dirigida por el Conde de Mollke, en quien todo el mundo ve representado el genio guerrero de la Confederación de la Alemania del Norte , y á quien se suponen , no sabemos si con razón, de- seos vehementísimos de medir el alcance de sus cualidades militares con el vecino Imperio , único rival digno hoy de su patria engrandecida. Pues bien , al ocuparse en esa historia de la parte que tomó en la guerra de quince dias el ejército italiano , se dicen cosas que , en concepto del Gene- ral La Mármora , Presidente en aquella ocasión del Ministerio Italiano y Jefe del Estado Mayor del ejército , mandado en persona por el Rey, ofen-

488 REVISTA POLÍTICA

den la honra militar de su Nación, j ceden en menoscabo de su crédito personal ; para salvar aquella y para justificarse , creyó el General que no liabia medio más apropiado que tratar la cuestión en el Parlamento, y des- de que anunció su propósito de hacerlo así , se comprendió la importancia del futuro suceso; calculó asi el Gobierno de Prusia, como el de Italia, to- dos los inconvenientes que podia tener una discusión de esta especie , y se hicieron los mayores esfuerzos para evitarla, empezando por demostrar que el pasaje que habia ofendido á La Mármora estaba mal interpretado en la traducción italiana; pero de todos modos, de él resulta que el Jefe del Estado Mayor italiano ni aceptó ni ayudó por su parte á realizar el plan de campaña imag^inado por los Generales prusianos. Por esta causa no ha sido solo el General La Mármora quien ha creído que debia dar ex- plicaciones sobre este punto , sino que también el General Cialdini ha in- tervenido en el debate publicando un folleto que , aunque no está firmado por él , tiene por objeto explicar su conducta en aquella guerra , poco feliz para las armas de Italia. No se hacen sin embargo en este escrito revela- ciones importantes, porque no podia hacerlas quien , á pesar de su impor- tancia militar, sólo tuvo que cumplir las órdenes que se le comunicaban, y por esto lo que ha causado gran sensación , y casi pudiera decirse terri- ble escándalo , ha sido el discurso de La Mármora , ó mejor dicho , la nota del Representante de Prusia, M. Usedom, leida ante la Cámara por el an- tiguo Presidente del Gabinete Italiano.

En ese documento se expone, en resumen, el plan de la guerra imagi- nado por Prusia , el cual consistia en que convergieran rápidamente , y por distintos caminos , los ejércitos de Italia y Prusia en Viena para apode rarse de esta capital, hiriendo así de muerte al Imperio Austríaco . De este documento se infiere, por tanto, que la tendencia y el deseo del Gobierno Prusiano no eran debilitar á su rival engrandeciéndose á su costa, sino des- truirlo enteramente, realizando así de una vez el pensamiento de la unidad alemana bajo la soberanía de la casa de Brandemburgo. Como hay tantos motivos para creer que sigue abrigando Prusia este propósito, aunque haya tenido que aplazar su realización de resultas de la paz que precipitadamente siguió á la batalla de Sodowa , claro es que al verlo formulado de un tnodo tan franco y desembozado en la nota de M. Usedom, se habrán aumen- tado los resentimientos y los temores de Austria , que nunca podrá en - tenderse, ni mucho menos tener amistad íntima, con quien desea su com- pleta ruina.

Por esta causa han atribuido muchos la conducta de La Mármora á la influencia de Francia, con cuyo Gobierno parece que tiene relaciones íntimas el General italiano , tal vez porque cree que la alianza con esta Nación es la que puede ser más fecunda para su patria, y la única que fa- vorecerá al cabo las aspiraciones , allí tan generales y vehementes , de

EXTERIOR. 489

completar la unidad , para la que es ahora obstáculo insuperable la presen- cia de las armas francesas en Roma. El fin que el Gobierno del Emperador puede haberse propuesto al influir, y tal vez determinar el paso dado por La Mármora, es no sólo claro, sino sin duda alguna útilísimo para el caso siempre inminente de una guerra con Prusia , la cual se veria privada de la alianza de Italia por las ofensas reales ó supuestas contenidas en una obra que tiene , por más que se diga , carácter oficial , j que se dirigen á punta tan delicado como lo es siempre el honor militar de los pueblos ; y mucho menos podria contar con el apoyo de Austria, que verá siempre en su rival el propósito de destruirla.

La oportunidad de esta especie de maquinación diplomática es tanto más evidente, cuanto que siempre será para Francia convenientísimo que se re- lajen, ya que no se rompan los vínculos que unieron á Italia con Prusia en 1866 , vínculos que se contrajeron con la anuencia y aprobación del Go- bierno Imperial cuando éste ereia que la guerra, lejos de terminar como terminó, habia de dar motivo para que se ensanchase la preponderan- cia del Imperio en Europa. Por otra parte, nunca habría mejor ocasión de evitar los proyectos de reconciliación con Prusia, que se atribuyen á M. Beust, para lo que se habían ya dado algunos pasos preliminares, aunque sin carácter oficial , según aseguran los que se creen bien informa dos de estos misterios.

La conducta de La Mármora ha sido, como era natural, muy censurada por los periódicos prusianos , y nos parece que no es fácil su disculpa, por- que los documentos diplomáticos son del dominio de los Gobiernos que sólo bajo su responsabilidad, y con la mayor discreción , pueden hacer uso de ellos y darles publicidad , no debiendo ser nunca lícito á ningún hombre de Estado revelar los secretos que por su posición hayan venido á su co- nocimiento.

Otra cuestión que también se relaciona con el equilibrio europeo , y por tanto con la paz , es la que se refiere á la alianza mercantil que se ha su- puesto que trataba de ajustarse entre Francia, Bélgica y Holanda. Con este motivo las alarmas y los temores se han manifestado principalmente en Inglaterra , dando motivo á la interpelación que, en una de las últimas sesiones del Parlamento , dirigió M. Otawy á Lord Stanley. Aunque este incidente no tuvo por de pronto importancia, se la han dado los periódicos déla Gran Bretaña, que han examinado en extensos artículos lo que sería vma alianza de esa especie, afirmando muchos que con ella la influencia de Francia se haria predominante y exclusiva en esos países, los cuales serian absorbidos en realidad por el Imperio, conservando apenas una vana som- bra de independencia. Sin duda que el temor abulta los peligros que se atribuyen á esa ó cualquier otra forma de alianza que pudiera establecerse entre Francia , Bélgica y Holanda ; pero tales recelos indican que nunca TOMO III. 32

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consentirá Ing-laterra pacífica j quietamente que el Imperio vecino extien- da su poder hasta las bocas del Scalda , que son las puertas por donde únicamente puede penetrar la influencia política, j en su caso la fuerza material de Inglaterra en las regiones centrales de Europa. Sobre este punto no pueden dejar duda la historia y las tradiciones de Inglaterra , donde siempre se ha considerado funesta la preponderancia de Francia en esas re- giones , no habiendo contribuido poco á la caida de Jacobo II su proceder en esta materia , y habiendo favorecido el encumbramiento del Príncipe de Orange , su calidad de Jefe de los protestantes alemanes, que se oponían con todas sus fuerzas á las tendencias ambiciosas de Luis XIV, quien as- piraba á extender por aquel lado sus conquistas.

No es posible saber si el deseo de paz que abriga el Gobierno francés, según repiten en todas ocasiones las personas y los periódicos que hablan en su nombre, será tan vehemente que haga abandonar este proyecto j cualquiera otro que pudiese disgustar á Inglaterra, con quien tiene hoy el Gobierno Imperial muy estrechas y cordiales relaciones. Así debe infe- rirse de las recientes entrevistas que han celebrado M. Moustier y Lord Stanley, el cual acompaña á la Reina Victoria en el viaje que esta Sobe- rana ha emprendido para restablecer su salud, y sin duda para buscar dis- tracciones, ya que no pueda hallar consuelos que alivien la profunda pena que traspasó su corazón al perder para siempre al ilustre Príncipe que supo inspirarle un amor que ha triunfado de la muerte, que vence al tiem- po, y que contribuirá, tanto como las mayores glorias de su reinado , á hacer inmortal y venerado el nombre de la casta y fiel esposa que enno- blece el trono, ostentando en él tan altas virtudes y tan puros y respeta- bles sentimientos. El dolor de la Reina Victoria; no es menos poético que el de Artemisa, y el Príncipe Alberto, que tan intenso amor supo inspi- rarle, será tan célebre como Mausolo.

El estado de la salud de la Reina Victoria debe ser tan poco satisfacto- rio, que no le fue posible devolver la visita que la Emperatriz vino ha- cerle, á París, tributando ese homenaje de consideración y de respeto á la ilustre viuda; pero su hijo el Duque de Edimburgo, acompañado de Lord Stanley y de Lord Lyons , fueron á Fontainebleau en representación de la Reina. El mismo dia celebró, como ya hemos indicado , Lord Stanley una larga entrevista con M. Moustier en el Ministerio de Negocios Extranje- ros, y según dicen los diarios semioficiales del Imperio, ambos mani- festaron sus respectivas opiniones sobre los asuntos diplomáticos que están pendientes en Europa, siendo sus pareceres absolutamente conformes á las tendencias pacíficas de ambos Gobiernos ; de suerte que , seg^n esos mis- mos periódicos , la entrevista puede considerarse como una garantía del acuerdo que existe entre los Gabinetes de París y de Londres en favor de la paz, ¿Se habrá mantenido este acuerdo abandonando el Gobierno fraa-

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ees su proyectada alianza comercial con Holanda y Bélgica, ó renunciando Lord Stanley á oponerse á ella? Difícil es adivinarlo, y por otra parte no se puede dar gran importancia á la de3laracion de La Patrie, aunque se la suponga de origen oficial, pues es sabido que esas declaraciones se re- piten con mayor insistencia, cuando más en peligro está la paz, por lo que el público suele escucharlas con desconfianza, produciendo un efecto ente- ramente contrario al que se busca. No por esto creemos que esté próxima la guerra, pero la verdad es que no se concibe cómo Francia podrá llevar su amor á la paz hasta el extremo de resignarse á vivir en un círculo de hierro, sin que le sea lícito extender su influencia política antes predomi- nante en Europa, más allá de sus actuales ñ'onteras. La dignidad y la glo- ria del Gobierno francés, no le permitirá avenirse por mucho tiempo con esta situación, aunque desee no alarmar á los grandes industriales y capi- talistas , que por otra parte tampoco están tranquilos ni confiados , sin duda porque un vago presentimiento les anuncia peligros que no se expli- can claramente, y porque comprenden que el estado actual es insostenible. Signo evidente de esta desconfianza , es la enorme suma de metálico depositada en los sótanos del Banco de Francia, que se ha aumentado considerablemente en la antsrior semana, á pesar del empréstito que ac- tualmente so está llevando á cabo. No quiere esto decir que la suscricion pública abierta para cubrirle, dejará de tener éxito, á pesar del tipo seña- lado por el Ministro de Hacienda , notablemente superior al de los cinco anteriores empréstitos, pues el de 18 de Enero de 1864 se emitió á 66 frs. 30 ^cénts. y el actual se emitirá á 69 y 25. No obstante estas cir- cunstancias, repetimos que el empréstito se cubrirá con grandísimo exce- so, así por la comodidad que ofrece á los suscritores el gran número de plazos para entregar el capital suscrito, que terminan el 21 de Febrero de 1870, como porque en Francia es el Estado el deudor de más crédito, considerándose que el dinero no puede tener una colocación más segura que la renta pública; no cabiendo allí en la cabeza de nadie que pueda venir el momento en que se deje de abonar el interés estipulado , ni que por medio de arreglos ó de cualquier otro modo se llegue al punto di una bancarota más ó menos disimulada. Los Diputados de la oposición que han combatido el empréstito, censurando como era justo el sistema peligro- sísimo de saldar por este rasdio los déficits de los presupuestos en años normales, no han anunciado ese peligro, y en que no lo haya consiste que se mantenga el crédito de la nación, aun en medio de tantas vicisitudes y de los temores más ó menos fundados que por todas partes se revelan.

De este modo se explica que se aumente el depósito de metales precio- sos en el Banco de Francia, aun sin contar con que según se dice acudirán capitales extranjeros , especialmente ingleses , que no encuentran otra colo- cación ventajosa, porque los temores se extienden á todas partes y son po-

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eos los que se atreven á aventurarse en empresas y especulaciones que sufrirían grandísimo quebranto sólo con que se aumentasen las probabili- dades de guerra. El efecto que ha producido esta situación en el mercado de la Gran Bretaña , ha sido estudiado con notable exactitud j perspicacia por Mr. Goschen , Ministro que fué en el último Gabinete presidido por Lord Russell, y autor de un libro en que manifiesta todas las profundas cualidades de su entendimiento , el cual fué traducido al francés por M. Say bajo el titulo de Teoría de los cambios internocioiíales. Mr. Goschen que por su ciencia , por su posición y por su gran fortuna , está sin duda lla- mado á desempeñar un papel muy importante en Inglaterra, es uno de los grandes hacendistas que sólo vemos en esa fehz nación , y será mny probable que tenga ocasiones en que se muestre digno heredero de Pitt, de Peel y de Gladstone , manejando la Hacienda floreciente de ese país en que tan fecunda ha sido para todas las esferas de la vida social el ejercicio de las libertades políticas. Por no abusar de los guarismos no pondremos aquí el estado comparativo del movimiento mercantil de Inglaterra en los dos años anteriores , limitándonos á decir que así en la importación como en la exportación, haj una baja considerable en el último, que consiste principalmente en la falta de salida de los tejidos de algodón, y en ha- ber disminuido la importación de esta primera materia. Semejante fenó- meno es accidental y pasajero, y no indica de manera alguna que ame- nace \\n período de decadencia á la industria del Reino-Unido ; la causa á que únicamente puede y debe atribuirse , es la que hemos señalado , á sa- ber, la desconfianza universal que inspira el estado presente de Europa, debiendo notarse que el inmenso desarrollo que han adquirido los hechos económicos hace que el movimiento mercantil se haja convertido en el barómetro de la vida social , siendo tan sensible y tan perfecto , que la di- rección, la rapidez y todas las demás circunstancias de la circulación de la riqueza entre las naciones , revelan con exactitud matemática los acci- dentes que ocurren en el seno de las sociedades modernas , unidas por la solidaridad más estrecha.

Por desgracia las solemnidades y festejos que suelen celebrar las nacio- nes , revelan con frecuencia el espíritu belicoso que las anima , y que por una contradicción inexplicable se asocia al deseo de paz que por todas par- tes se manifiesta; sin duda siguiendo al pié de la letra el sabido consejo si vis pace para bellum , todo el mundo se afana por aumentar los medios de destrucción y por adiestrarse en su uso : con este último propósito se ha verificado en Viena el tercer concurso del tiro nacional alemán, que ha durado doce días y al que han sido convocados todos los pueblos en que se habla la lengua que empezó á fijar literariamente Lutero y que ja han ilustrado tantos literatos, poetas j filósofos. Es de suponer que hayan lucido en esa fiesta su habilidad en el manejo de las armas portátiles de fuego los

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traidores de los diversos estados de Alemania; pero no ha sido esto lo que ha llamado la atención y dado que hablar en toda Europa , sino los discur- sos y manifestaciones que ha motivado esta fiesta desde que llegó el pri- mer cuerpo de tiradores hasta que se puso fin al concurso en un banquete á que asistió el ja famoso Canciller del Imperio. Como siempre sucede en los pueblos que conquistan sus libertades políticas, ó que las recobran después de haberlas perdido por mucho tiempo , los alemanes no perdo- nan ocasión de manifestar en publico, por medio de la palabra, sus ideas y aspiraciones , y sobre todo la que consiste en afirmar la existencia de la nacionalidad alemana, por más deque sean diferentes las opiniones que en ese pais reinan acerca de la manera de constituirla y organizaría. La glo- ria militar de Prusia y la más sólida que le resulta de haber iniciado el movimiento intelectual en Alemania , habiendo sido el centro á que han ido á parar casi todos los sabios que han producido los diversos estados en que antes estaba dividida para fundar escuela y propagar sus ideas y sus sistemas , no ha impuesto silencio á todos ni destruido las aspiraciones de independencia local que echaron hondas raíces bajo la antigua organiza- ción federal. Viena era sin duda el lugar más propio para que se explaya- sen las quejas , y los descontentos que ha pro-lucido el engrandecimiento de Prusia ; y por esta causa, desd; antes de principiar el concurso, se empe zaron á manifestar con poco disimulo estos sentimientos. Los que venían en nombre de la antigua é imperial ciudad de Francfort fueron los que con más vehemencia se expresaron , cosa natural si se considera todo lo que habrá perdido la antigua metrópoli de la Confederación Germánica, que formaba un Estado independiente y neutral por lo mismo que en ella cele- braba habitualmente sus reuniones la Dieta, que entendía en los negocios comunes de la Alemania: reducida hoy á ciudad prusiana en virtud del derecho de conquista , no puede menos de sentir hondamente Francfort la pérdida de sus pasadas glorias y de las inmunidades y privilegios que tanto favorecían la importancia mercantil de aquella república de banqueros ale- manes. Naturalmente debía esperarse que todas estas quejas encontraran ca- lorosas simpatías en unaciudad como Viena, victimas también de laPrusia. y en los hombres de Estado de Austria , que no podrán ver sin amargura que su nación haya perdido la iníluencía preponderante y el puesto hono- rífico que ocupaba entre los demás estados de la Confederación; pero el pueblo y las autoridades municipales no tenían deb eres que le impidieran manifestar sus sentimientos en esta ocasión solemne, el Gobierno no podía desconocerlos ni olvidarlos sin peligro ; por eso Mr. Beust, con una habi- lidad digna de elogio , pronunció un discurso que arrancó los aplausos de ios que le escuchaban, sin herir la susceptibilidad de Prusia y sin dar protesto alguno para que renazcan dificultades, que aun sin ocasionar la guerra , habían de ser funestísimas para un Estado que necesita muchos

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años de paz para remediar los estragos de la pasada lucha, Mr. de Beust ha afirmado que el Gobierno se propone no mezclarse en los asuntos inte- riores de Alemania j que los subditos austriacos qne pertenecen á estaraza no deben separarse de las demás que coustitujen el Imperio, dando todas iguales pruebas de fidelidad, de bizarría y de abneg-acion. La unión j la concordia de todos los pueblos que viven bajo el cetro de Francisco José es g-arantía indispensable para la misión civilizadora del Imperio , tan pro- vechosa para Alemania como para Austria. Mr. de Beust espera con razón que el desarrollo de las libertades políticas no sólo ha de remediar los males interiores que produjo el absolutismo en el país que hoj g'obierna , sino que despertará las simpatías de toda la Alemania , donde no son mayores los deseos de unidad y de independencia que las aspiraciones á gozar de las conquistas políticas de la civilización moderna, logrando que los pue- blos participen de U dirección de los negocios públicos, destruyendo los obstáculos que la antigua organización feudal opone al triunfo de la igual- dad política, y entrando de lleno y con sinceridad en las vias propias de los gobierups representativos y constitucionales.

Antonio M. Fabié,

NOTICIAS LITERARIAS.

FELTt'fi II Y LA L'GA DE 1571 CONTEA EL TURCO, poT T>. Miguel Sauchet, presbítero.^ Madrid , 1 868.

A pesar de su titulo, la última obra del P. Sánchez no tiene por objeto especial y directo tratar de la famosa liga de 1571 contra el turco, ni de la memorable batalla de Lepanto , timbre que sin duda es el más glorioso del reinado de Felipe II: el autor se propone meramente, como en su pró- logo declara , refutar un libro publicado en Florencia el año de 1852 y escrito en Roma por el P. Alberto Guillelmotti, teólogo casanatense j Provincial de la Orden de Predicadores , con el titulo de Marcanloiúo Co- lorína alia balaglia di Lepan lo.

No hemos podido haber á las manos , á pesar de las diligencias que he- mos hecho , la obra del P. Guillelmotti ; pero de lo que dice el P. Sánchez y aun de su mismo título , se infiere que el Provincial de la Orden de Predicadores es un panegirista entusiasta de Marco Antonio Colonna , y para engrandecer á su héroe tiene el mal gusto de vilipendiar á los espa- ñoles de aquellos tiempos, y de negar y desconocer la gloria de D. Juan de Austria, el cual por declaración de propios y extraños es la figura más noble y bella de Europa en el siglo XVI: además el teólogo casana- tense no se entusiasma con la política española de Felipe II , llama mi- serable y tenebroso circulo del Escorial á la corte de este Monarca , y eso es lo que no puede sufrir el P. Sánchez, quien, como todos los que profe- san opiniones absolutistas, tiene por ideal de los gobiernos y de las socie- dades humanas al gobierno de Felipe II y á la sociedad española de su tiempo. El temperamento del P. Sánchez es como se sabe arrebatado y vehemente , y por lo tanto fácil será comprender hasta dónde le han de exaltar y enfurecer los juicios del P. Guillelmotti, por lo mismo que no puede con fundamento suponerse que sea un volteriano ó un hereje , dadas sus calidades de teólogo casanatense y de Provincial de la Orden fundada por Santo Domingo de Guzman. El libro del P. Sánchez no es por lo tanto un estudio imparcial y sereno de las cuestiones históricas que se en-

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lazan con la liga contra el turco , sino una polémica acerva y desteniplada que trae á la memoria la que hace años sostuvieron desde sus respectivos diarios, absolutistas el mismo P. Sánchez j el Sr. D. Pedro de la Hoz , ya difunto.

Es á la verdad lastimoso que se entregue á estos arrebatos el P. Sán- chez en una obra de esta especie, que tan diversa debe ser del periodismo militante j batallador , porque se conoce que ha estudiado con algún de- tenimiento la materia, j en su libro se echa de ver erudición no escasa, si bien consiste sólo en conocer parte de lo ja publicado j sabido, sin que áus investigaciones nos revelen nada nuevo , de lo mucho que puede sacarse de entre el polvo de nuestros archivos para ilustrar este y otros puntos de la historia patria. Gran servicio prestará sin duda el Sr. Rossell, que tan magistralmente ha historiado ja la batalla de Lepanto , cuando publique la biografía de D. Juan de Austria, para la cual nos consta que tiene reunidos numerosísimos j no menos curiosos documentos , j sin duda no quitará su interés ni su valor al trabajo de nuestro académico, el que sobre el mismo ilustre personaje tiene ja muj adelantado el señor Stirling que á pesar de sus relaciones con los eruditos españoles j de los medios que le da su inmensa fortuna , no es probable que ha ja podido jimtar la copia de datos que aqui existen sobre la vida j hechos

De aquel ramo de César invencible.

como en su inmortal canción le llamó Herrera.

Siendo el libro del P. Sánchez obra de pasión j de cólera, claro es que no haj que buscar en ella imparcialidad ni recto juicio , j hasta el estilo se resiente de los afectos que dominan el espíritu del autor , careciendo de la magestad ó de la sencillez que son propias de los escritos históricos: sin tener tampoco el desenfado j la pureza del que empleó en sus cartas el filósofo rancio , recuerda alguna vez al dominico sevillano por la bajeza deciertas expresiones que caracterizaban lo que ha solido no sin propiedad llamarse lenguaje frailuno : buena prueba es de lo que decimos el pasaje en que se afirma que el P. Guillelmotti no ni lo que tiene sobre las na- rices. En cuanto á la intención igualmente frailuna que respira toda la obra , sólo diremos que las insinuaciones contra la ortodoxia del teólogo romano son tales , que en los buenos tiempos que echa tan de menos el P. Sánchez , bastarían para dar con su antagonista en la Inquisición como sospechoso de estar contaminado por la herética pravedad. Sin duda que habría producido este efecto el siguiente párrafo que copiamos, por no ser el que más graves acusaciones envuelve contra el Provincial de la Orden de Predicadores. « El Sr. Guillelmotti no imita á Minguet , ni á Gachard, )>á Cañete ni á Cánovas; pero en cambio su obra parece vaciada en la

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» turquesa de los protestantes , que en la segunda mitad del siglo XVI se «empeñaron en pintar á Felipe II como el demonio del Mediodia: » este pasaje , fortificado j agravado por la nota que lo ilustra j que dejamos de copiar para ser breves , tal vez demuestre el celo que tiene el P. Sánchez por la fe; pero no es testimonio de su caridad y amor al prógimo.

Parece indudable que el P. Guillelmotti profesa á los españoles un odio quizá tan grande como el que les tuvo Pablo IV, que llamaba á nuestros antepasados raza de judíos y de moros , y este desafecto le lleva á ser in- justo en su juicio hasta el extremo de escatimar la gloria que se debe á España por « la más alta ocasión que vieron los siglos pasados , los pre- »sentes, ni esperan ver los venideros, » como llamó á la jornada deLepanto el Príncipe de nuestros ingenios, herido g-loriosamente en ella; y, descono- ciendo las altas prendas de nuestros capitanes y políticos niega las que adornaban al joven de Austria, del cual , comparándole con Marte , decia el divino Herrera :

Vendrá un tiempo en que tenga Tu memoria el olvido y la termine , Y la tierra sostenga Un valor tan insigne, Que ante él desmaye el tuyo , y se le incline.

Mas por lo mismo era esta ocasión de mostrar major calma é imparcia- lidad para destruir los errores de nuestro detractor , haciendo resaltar su injusticia. El P. Sánchez no ha querido obrar de este modo, y siguiendo el mismo camino que Gruillelmotti, opone al panegírico el vejamen j el ve- jamen al panegírico. Dice este que Colonnafué el héroe de Lepante j el primer hombre de su tiempo: el P, Sánchez afirma que todo lo hechó á [jerder; antes y después de la batalla le pinta con los más negros colores y le presenta con los caracteres más repugnantes , acusándole de calumnia- dor, de ambicioso, de deádeal y de miserable, olvidando sin duda que Fe- lipe II, á quien el P. Sánchez tiene por infalible, le protegió y le tuvo siem- pre á su servicio empleándole en cosas de mucho momento.

No tenemos nosotros la obligación ni el propósito de defender á Mareo Antonio , pero nuestro amor á la imparcialidad nos obliga á decir que el P. Sánchez , empeñado en contradecir las aseveraciones de Guillelmotti, y en denigrar á Colonna por lo mismo que aquél le ensalza , incurre en idén- ticas ó más graves culpas , examinando con notable inexactitud los hechos y los historiadores que los relatan. Así es, que atribuye la guerra entre Paulo IV y Felipe II á los excesos de Colonna , á pesar de que el verda- dero motivo de ella fué el odio que por antiguos agravios que suponía ha- ber recibido , tenía el Pontífice al Emperador Carlos V , á su hijo y á los españoles todos. Sobre este punto no deja ninguna duda el historiador

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Cabrera , quien á pesar de su sincero catolicismo , señala como causa de la guerra la que hemos indicado , según puede verse en los libros segundo y siguientes de su historia de Felipe II, y en especial en el capítulo que lleva este significativo epígrafe: El Pontíjice persigue los amigos del Rey Cató- lico, y enojado prende al Cardenal de Santa Flor. Colonna fué en aquella ocasión un vasallo fidelísimo del Raj de España, por lo cual lo hizo el Duque de Alba, al rompar la guerra, General de los hombres da armas de nuestro ejército ; j por nuestros soldados y á las órdenes de aquel gran guerrero , Virey á la sazón de Ñapóles , se cometieron los excesos de que acusa á Colonna el P. Sánchez , siendo nuestros católicos predecesores los que, según su patética exclamación, no dejaron «ni los mismos con- » ventos de monjas libres de ultrajes y profanaciones.» Ciego por la pasión, el P. Sánchez no ve que los cargos que dirige á Colonna abarcan y com- prenden á los españoles , sin excluir al Duque de Alba , jefe supremo en aquella guerra , y sobre quien recae la responsabilidad de lo que pasó en ella.

Tampoco recuerda el P. Sánchez que en el mismo Consistorio en que fué excomulgado Colonna, ó en otro inmediato , lo fueron también Carlos V y Felipe II, contra los que el Fiscal Pontificio pidió nada menos que la pena de muerte en el proceso que mandó formarles el iracundo Papa. Sobre toda esta cuestión nada tenemos que decir después de los luminosos artículos en que con tanta abundancia de datos , en gran parte antes no conocidos , y con tan profunda y elevada crítica ha esclarecido esta materia el Sr. Cá- novas del Castillo , artículos que conocen nuestros lectores por haberse pu- blicado en nuestra Revista. En ellos se demuestra también la falta de fun- damento con que atribuye el P. Sánchez á Marco Antonio la muerte del Cardenal Carrafa, el cual fué condenado por Pío IV, no sin la intervención de los representantes de Felipe II, pues aunque el Embajador Vargas in- tercedía por el desdichado Cardenal, no le ayudaban en sus ruegos los Enviados extraordinarios del Monarca, que obró en esta ocasión con la doblez propia de su carácter, y con la que entonces se usaba de ordinario en las negociaciones diplomáticas.

En todo cuanto dice el P. Sánchez acerca de la buena fe y hasta del en- tusiasmo con que entró España en la liga contra el Turco , nos parece que tiene razón : al lado de los grandes errores de la política de Felipe 11 y de las funestísimas empresas en que comprometió primero, y destruyó al fin, todos los recursos y todas las fuerzas de la nación, la historia elogiará siempre la hostilidad constante que sostuvo contra los turcos. En esta parte Felipe era continuador de los proyectos de sus antecesores , fiel intérprete de los sentimientos de la nación , y antemural de la civilización de Euro- pa, puesta tantas veces en peligro por los sectarios de Mahoma. No debe tampoco culparse á los españoles ni á su Rey de que no se sacaran mayo-

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res ventajas de la gloriosa campaña de 1572 , y sólo disculpa ; pero nunca gloria merecerá Venecia por haber roto la liga , pues si así logró por de pronto la paz con el Turco , no preservó para el porvenir su grandeza , y perdió el renombre que hubiese alcanzado , ayudando á arrojar de Europa á los sectarios de Mahoma, donde todavía se conservan, con mengua de las naciones de Occidente , oprimiendo pueblos j razas con quienes las li- gan tantos vínculos. Debe añadirse para ser justos, que las guerras da Flándes y de Alemania, y otras causas no menos funestas para España, causando nuestra ruina, nos impidieron seguir en las cosas de Levante las gloriosas tradiciones de la política Castellana y Aragonesa, que hubiera sido tan fecunda como fué estéril la que por intereses puramente dinásti- cos y personales emprendieron los Monarcas de la casa de Austria.

Claro es que un libro como el que nos ocupa, escrito por persona de las opiniones y tendencias del P. Sánchez , no ha de carecer de un panegírico de Felipe II. Toda la obra está sembrada de elogios al hijo del César ; pero hay un capítulo , que es el XII , especialmente consagrado á cantar por centésima vez las glorias del fundador del Escorial. Con gran sinrazón se queja el P. Sánchez de que este Monarca haya tenido muchos detractores, pues no ha sido menor el número de sus panegiristas desd« Cabrera hasta el mismo P. Sánchez, y hoy sobre todo está en España de moda, y parece empresa digna y provechosa, la de salir á la defensa de D. Felipe el Prudente. Nada diriamos sobre estos ejercicios retóricos si no fuese por- que tienden á acreditar un error evidentísimo , el cual consiste en soste- ner que la política de aquel Monarca produjo la grandeza y la felicidad de España, y lo contrario es, sin duda, lo cierto. Todavía era poderosa y temida nuestra nación al subir al trono Felipe II , y antes de bajar al sepulcro ya tocó los resultados de sus errores, habiendo presenciado la toma de Cádiz por los ingleses, de donde no pudieron ser rechazados en muchos días por falta de hombres de armas y de dinero , y otros' desas- tres que continuaron sin interrupción nuestra decadencia y ruina, hasta llegar al miserable estado en que se vio este gran pueblo al concluir el si- glo XVII. Si la política de la casa de Austria , y en particular la de Fe- lipe II , hubiese sido tan acertada y tan digna de aplauso como sus en- comiadores pretenden , no hubiese tenido los resultados funestísimos que han de reconocer aun los que con más favorable prevención examinen el período de nuestra historia, á que nos referimos, debiendo advertirse que, más que otras cosas , el Gobierno de las naciones ha de juzgarse , y se juz- ga siempre, por sus efectos.

No debe extrañar el P. Sánchez, ni nadie, qi;e los protestantes de toda Europa digan que Felipe II fué el demojiio del Mediodía , pues no era da- ble que juzgaran con benevolencia á su cruel é implacable enemigo , al que según la pintorescíi expresíp» de Porriiíp, «no sólo les defendióla entrada

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» en sus reinos , pero en los extraños , proveyendo de valientes mastines j "lebreles que en sus mismas cuevas los acabasen, gastando en esto su am- » piísimo patrimonio , empleando su vida y usando todos los medios que alcanzó , j supo j pudo un Rey tan sabio , tan poderoso y tan raagnáni- »mo.» Ya se sabe que estos medios no consistieron precisamente en la predicación ni en la lenidad evangélica , sino que para exterminar á los que tuvieron la desdicha de apartarse del gremio de la Iglesia, se valió del hierro y del fuego, dándose con esto lugar á escenas como los autos de fe de Valladolid y de Sevilla , y como la jornada de San Bartolomé , en que tanta parte tuvo el Monarca, y por la cual se apresuró á felicitar al Rey de Francia. Aunque al P. Sánchez le parezcan convenientes, saludables y hasta humanos tales procederes, no debe exigir que, losque de ellos fueron víctimas, los juzgue de la misma manera, siendo natural que para los sectarios de Lutero y de Calvino sea todavía Felipe II lo que ha sido y es para los cristianos de todos los tiempos Nerón y los demás Emperadores que dieron á la fe tantos mártires.

La crítica imparcial y severa juzga á Felipe II como á todos los Monar- cas y hombres de Estado , esto es , sin odio y sin amor , porque no es su fin hacer panegíricos ni diatribas ; averigua los hechos con diligencia , se hace cargo de todos sin espíritu de partido político ni religioso, y pronuncia su fallo sobre las personas y sobre las cosas, fundándolos sólo en los eter- nos principios de la moral y de la justicia. Apoyándose en ellos , 'y por más que otra cosa diga el P. Sánchez, ni Mignet, ni Prescott ni Gachard, ni Cánovas , absuelven al héroe de los absolutistas teocráticos ; lo que tiene es , que como no declaman , según lo hacen los que de uno y otro lado le juzgan con opuestas pasiones, la condenación de su conducta y de su ca- rácter, por más que sea explícita, no hace en el vulgo la impresión que la vocería j aspavientos de los panegiristas y detractores.

No es posible , en un escrito de la índole del presente , examinar los problemas históricos , que resueltos ya con imparcialidad por grandes es- critores, dan idea del carácter y prendas de Felipe II ; pero lo que no se concibe , es que el P. Sánchez afirme que el resultado de la crítica mo- derna es favorable á su héroe. Sin duda que Antonio Pérez fué un Minis- tro como rara vez los hay en estos tiempos, que tan amargamente juzgan los defensores del antiguo régimen , pero sus faltas y sus crímenes eran vulgares en aquella edad, y por lo que toca al asesinato de Escobedo , si el Secretario no puede ser absuelto en el tribunal severo de la historia, tampoco puede serlo el Monarca , que indudablemente , y diga lo que quiera el P. Sánchez , le mandó matar. Igualmente pereció por su orden el compañero del Conde Egmont , dentro del calabozo de Simancas , con tan impía crueldad, que no podrá nunca considerar sin indignación aquel suceso, quien abrigue en su pecho sentimientos de humanidad y de jus-

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ticia. Es verdad que el Príncipe Carlos, pintado por Schiller como un már- tir y como un santo , era una desdichada criatura , falta de seso y dotada (le malísimas pasiones , pero no habrá padre alguno que aplauda lo que con él hizo Felipe II, dejándole morir, ja que no matándole, por no poner remedio como pudo j debió , á sus extravíos j desarreglos. Por más que hagan los antiguos j modernos defensores y panegiristas de este Monar- ca, no le podrán hacer que pase por un gran Rey, ni mucho menos lograr que se mire con amor á quien rara vez descubrió en su proceder un mo- vimiento de ternura.

Examinado de cerca, se ve que como hombre tenia Felipe II graves de- fectos y vicios repugnantes y torpes, pues como dice Bodoaro citado á otro propósito por el P. Sánchez. «Et quanto a gli effetti della temperanza,

«ella eccede nel mangiare qualitá di cibi Et nelli piaceri dalle donne é

"incontinente. » Si después se corrigió de estas faltas que heredó de su padre, más que á la virtud debe atribuirse á la gota. Elogíasele por la serenidad con que sufría los tormentos de esta dolencia , pero descubría entonces que era supersticioso, porque como cuenta el citado Porreño, «cuando se "Sentía apretado de los dolores de su gota en Madrid ó en el Escorial, «mandaba á alguno de los Ministros de su Cámara, que lo más ordinario »era Juan Ruiz de Velasco , que avisase al hermano Fraj Francisco del "Niño Jesús, religioso carmelita descalzo para que fuese á verle, y cuando "llegaba se consolaba mucho con él, y hacía que le pusiese las manos «sobre las partes condolidas , con lo cual le parecía que recibía refrige- »rio.)> Esta escena candidamente escrita, revela más que cuanto pudiéra- mos nosotros decir, y tal vez de ella pueda inferirse el motivo ó uno de los motivos de que estén hoy en boga los elogios á un Monarca que tan fu- nesto ha sido para la Nación, no sólo porque consumió estérilmente sus tesoros y sus fuerzas, sino porque levantó obstáculos, que todavía duran, y que impiden que España entre en el camino de la civilización moderna,

F.

boletín bibliográfico.

Ensayos ceíticos sobke filosofía, literatura é instrucción publica ESPAÑOLAS, por el licenciado D. Gumersindo Laverde, catedrático en el Ins- tituto de Lugo, individuo correspondiente de las Reales Academias Española y de la Historia, etc. Lugo, imprenta de Soto Freiré, editor, 1868. Pre- cio, 30 reales.

Los lectores de la Revista de España que, por deber ó por afición , sean dados á la lectura de los escritos filosóficos, habrán tenido ya ocasión de apre- ciar la inteligencia y los conocimientos del Sr. Laverde , por el artículo Del Tradicionalismo, que publicó en uno de los primeros números de la Revista, é incluye hoy en el libro que acaba de dar á la estampa. No creemos nosotros que será aquel opúsculo, ni los que ahora dignamente le acompañan, conocidos tan solo de las personas versadas en las ciencias filosóficas, porque una de las prendas intelectuales del Sr. Laverde , es la estimabilísima de tratar de los asuntos más abstractos y elevados, con tanta claridad y sencillez, que facilita por todo extremo su comprensión aun á los entendimientos más oscuros y pe- rezosos , y seduce la voluntad de los menos afectos á esta clase de estudios, por la elegancia de la forma en que están expresadas sus ideas. El ilustrado catedrático de Lugo, confirma con el ejemplo lo que ha mucho tiempo pen- saba callada y modestamente quien esto escribe, á saber, que la nebulosidad. de la frase supone más bien sutil artificio ó vanidad de pensamientos, que grandeza de estos ; y que el descuido del estilo al escribir, aunque sea de ma- terias puramente científicas, es cuando menos insigne torpeza, por la que se convierte en árido y antipático lo que se debe procurar hacer de todos modos interesante.

Tan por igual siente el alma del Sr. Laverde el amor á la filosofía y el amor á España, que aparecen como un solo amor en muchos de los artículos comprendidos en este volumen. Por todo él se descubre el laudable propósito que tiene el autor de restaurar la ilustre memoria de los antiguos filósofos españoles y el estudio de sus obras, de muchos ignoradas hoy, y de no pocos mal conocidas. Su deseo en este punto le mueve á solicitar, que á semejanza de las que existen de la Lengua, de la Historia, de Ciencias, etc., etc., se funde una academia nacional de Filosofía; el bien escrito y razonado artículo en que desenvuelve esta idea, así como lo que dice en otro, respecto á la creación de un seminario superior y general de Teología, son cosas que merecen que parasen en ellas la atención las personas que oficial ó extraoficialmente estén llamadas á influir en el arreglo de la instniccion pública. Sobre esta última ma-

BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO. 503

teria, es mucho lo que en su libro escribe el Sr. La verde, todo ello muy digno de ser atendido y examinado aun por quien no esté conforme con todas sus miras; como nosotros, por ejemplo, que quisiéramos que la enseñanza pública y otras cosas, se emancipasen de la tutela del Estado, más de lo que al pare- cer juzga oportuno el autor de los ensayos.

Es el Sr. Laverde filósofo español, juzga que existe, quizás no bien clasifi- cada, pero que puede clasificarse bien, una escuela de filosofía española, y discurriendo por esta tesis, tan seguro es su paso, tan recto el método con que expone la propia y las ajenas doctrinas, y tanto el acierto con que usa de los conocimientos quede esta y otras ciencias posee, que muy á las claras deja ver que se ha hecho dueño por su inteligencia y por un estudio vasto y dete- nido, de todas las materias de que habla. Católico nos declara que es, como filósofo y como hombre , y sin que él lo declarase nos lo revelarían sus escri- tos ; pero entiéndase (advertencia por desgracia muy necesaria^ que no lo es á la, manera que está hoy en boga ; el Sr. Laverde discute, no brama como una fiera rabiosa ; humilla su razón á los preceptos de nuestro dogma religioso ; pero no los manosea con irreverencia, sacándolos á cuento en todo y por todo, ni los confunde sacrilegamente con opiniones é intereses mundanos, no ; los opúsculos del Sr. Laverde, prueban que su piedad y sus creencias son since" ras, que nada tiene que ver este escritor con los plagiarios del iracundo pu- blicista francés Luis Veuillot, cuyos afectados y estrambóticos alardes de fa- natismo religioso, con los que envenenan todas las cuestiones políticas y literarias, pueden traducirse por el afán de aparecer cada cual más celoso que su vecino en esto de trabajar porque cuanto antes se nos prive del agua y del fiiego á los picaros liberales.

Hay en el libro de que hablamos algunos estudios de crítica literaria, en ^08 que acredita el Sr. Laverde tener buen gusto, ciencia y rectitud de juicio. Mucho ganaríamos con que hombres como el Sr. Laverde se dedicasen á esta clase de trabajos; ellos servirían de guia al público y á los autores, desper- tando en el primero el amor á las letras y llamando á los segundos al buen camino. Algunas de sus críticas literarias nos han traído por su valor á la memoria el nombre siempre digno de amor y de respeto de Lista ; con quien, sea dicho de paso, es injusto el Sr. Laverde al afirmar que figuraría como poeta al lado de aquel y de Reinoso, D. Pedro Montengon , si como ellos hu- biera sido dueño de la lengua en que escribía. A nuestro ver esto no es exac- to : á Montengon le faltaba algo más que la frase para escribir poesías ; gran- de era su talento y mucho su saber , pero no había nacido poeta ; Lista y Rei- noso lo eran ambos.

El libro del Sr. Laverde está precedido de un discreto y elegante prólogo de D. Juan Valera.

Breve noticia, sobre la Historia de la Rumania. Discurso Imlo en la Universidad central, por D. A. Vizanti, al recibir la investidura de Licen- ciado en Filosofía y Letras. Madvid, Imprenta de Rivadeneyra.

Esta obrita ofrece mayor interés del que es común en las de su clase ( por bien pensadas y escritas que estén ) no sólo por el que inspira la circunstan-

504 boletín bibliográfico.

cia de haberla escrito un extranjero, educado en nuestras aulas, y que se ex- presa en nuestra lengiia con singular acierto y gallardía, sino porque el asunto de que trata , no es hoy tan conocido de los españoles como debiera serlo , y el trabajo que examinamos pone en camino, á los que lo leyeren, de adquirir más extensos conocimientos de una materia que toca muy de cerca á cuantos formamos parte de la raza latina : á, saber, cuál es el estado presente y cuál pueda ser el porvenir de los pueblos de esta raza , que situados en la parte Oriental de Europa, sirven como de vanguardia al Occidente, contra los am- biciosos propósitos de la slava.

La historia de las naciones rumanas, las que formaban la antigua Dacia, conquistada por un hijo de España , el Emperador Trajano , á la manera que los ingleses conquistaron á los pueblos del Norte de América, esto es, aniqui- lando á los indígenas, ó expulsándolos del territorio, está compendiada desde su origen hasta nuestros dias, por el Sr. Vizanti con suma lucidez y excelente método ; ardiente amor á su patria y á su raza, clarísimo juicio y no vulgares estudios, demuestra el nuevo Licenciado en esta obra, cuyo buen éxito debe estimularle á proseguir en la carrera que comienza tan lisonjeramente.

Como cosa propia podremos considerar, hasta cierto punto , los adelantos del Sr. Vizanti, por ser hijo literario de nuestra Universidad, adonde según tenemos entendido vino á estudiar, enviado por el Gobierno de su patria ; esto es de agradecer, por la estimación que de la nuestra supone ; y todos debemos olvidar las pueriles dificultades que, según es fama, estorbaron algunos dias la investidura del joven rumano, pues que esas dificultades, como otras cosas, nacieron y nacen exclusivamente del empeño que, al parecer, tienen ciertas personas en hacernos, con sus afectados alardes de intolerancia, antipáticos á todas las naciones cultas.

Director y Editor, JosK L. Alba iíkua.

TIP06RAFÍA DE GREGORIO ESTRADA, Hiedra, 5 y 7. Madrid.

LA PROPIEDAD TERRITORIAL

EN

LA ESPAÑA ÁRABE

Fragmento de un Ensayo inédito sobre la Historia de la propiedad en España durante la Edad Media. )

I.

La reorganización de la sociedad y del Estado, muy adelantada bajo la Monarquía visigoda, quedó profundamente trastornada, si bien no destruida del todo , con la invasión y conquista de los sar- racenos. Desapareció el régimen político , modificáronse las rela- ciones del subdito con el Soberano y las que mediaban entre las clases sociales , se alteró un tanto de hecho el estado de las perso- nas, y sufrió por consiguiente graves mudanzas el de la propiedad territorial. Veamos cuáles fueron éstas, y cómo á pesar de ellas no dejó de ser en España el dominio y posesión de la tierra un vinculo social importante y un elemento necesario de la nueva civilización.

Es un hecho averiguado , y ya hoy por todos los historiadores reconocido , que los árabes no entraron en España asolando pueblos indefensos, exterminando habitantes inermes y pacíficos, y apode- rándose de todas sus riquezas como de cosa propia, según dan á entender los antiguos cronistas, sin advertir que tan exagerados conceptos estaban en contradicción con muchos hechos que ellos mismos narraban , rindiendo á la verdad tributo. Abiertas de par

TOMO III. 33

506 LA PROPIEDAD TERRITORIAL

en par las puertas de la patria con la traición y derrota de Guada- lete , no apercibidos á la defensa los más de los pueblos, quizá por no atribuir á aquella irrupción el carácter de una verdadera con- quista , y faltos de dirección y de disciplina los que hubieran po- dido aún detenerla ó dificultarla, los mahometanos ocuparon la mayor parte de la Península con muy escasa resistencia , y la co- menzaron á poseer sin temor de que los que no habian sabido de- fenderla fuesen capaces de recobrarla. Asi es, que para consumar su atrevida empresa , no necesitaron emplear la devastación y el exterminio como otros conquistadores , y para asegurar su domi- nación no creyeron tampoco necesario reducir á la servidumbre á los vencidos, despojarles de sus propiedades como' habian hecho los bárbaros, y ni aun privarles siquiera de sus leyes civiles, de su gobierno interior, de su culto é instituciones religiosas.

Esta política era además conforme con la ley mahometana que prohibía matar á las mujeres , á los niños , á los ancianos y á los monges, á menos que se defendieran por armas , y mandaba guar- dar el seguro concedido al enemigo y los convenios con él estipu- lados. (1) La misma tolerancia habian procurado inspirar los pri- meros Kalifas de Oriente á sus huestes fanáticas en las anteriores conquistas del Islamismo. Cuando Abubeker, inmediato sucesor de Mahoma, entregó á Yezid el mando de su ejército y le envió á conquistar la Syria , dirigió una arenga á los soldados , diciéndoles entre otras cosas : « No abuséis de la victoria. No manchéis vues- tras espadas con la sangre de los vencidos, ni de los niños, ni de las mujeres, ni de los ancianos. Cuando os halléis en territorio enemigo , no taléis sus árboles , ni destruyáis sus palmeras , ó sus frutos, ni saqueéis sus campos, ni sus casas. Tomad de sus bienes y de sus ganados lo que os haga falta , pero no destruyáis cosa alguna sin necesidad. Ocupad las ciudades y fortalezas , y derribad aquellas que puedan servir de refugio al enemigo. Tratad con com- pasión á los que se rindan y se humillen, y Dios os tratará á vosotros con misericordia. Oprimid á los rebeldes y á los soberbios , y á los, que falten á los tratados. Que no haya falsedad ni ambigüedad en vuestros convenios con el enemigo. Sed fieles y leales con todo el mundo , y mantened siempre vuestra fe y vuestras promesas. No

(1) Suma de los principales mandamientos y de vedamientos de la Ley (^unna, cap. 35. Publicada por la Academia de la Historia en el Memorial histórico español^ Tomo V, pág. 247.

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turbéis el reposo de los mong-es ni de los solitarios , ni derribéis sus moradas, pero herid de muerte al enemig-o que os resista.» Estos nobles y sabios preceptos, tan conformes con el espíritu del Koran, como adecuados para facilitar la dominación de sus propa- gadores, encontraron en España tanto más fácil cumplimiento, cuanto que la inmensa mayoría de sus habitantes se sometió pron- tamente al conquistador, obedeció á los Emires y Kalifas más constante y sumisamente que los subditos musulmanes , y hasta les ayudó á consolidar y mantener su gobierno.

No quiere esto decir que la conquista se verificase sin derramar sangre alguna, ni que fuese siempre suave para los cristianos el yugo sarraceno. Hubo desastres en la invasión, hubo persecuciones, hubo mártires, pero fueron mayores las calamidades ocasionadas por las guerras civiles entre las diversas tribus asiáticas y africanas que se disputaron el mando , que las causadas por la tiranía de los ven- cedores con los vencidos. Mucho sufrieron los cristianos bajo el im- perio fugaz de algunos Emires opresores y de no pocos Walides ó Gobernadores codiciosos , pero no más tal vez que los musulmanes sujetos á su poderlo. En los períodos de guerra civil y anarquía que atravesó España, ya bajo la dominación de turbulentos caudillos, ya cuando se disputaban el Califato independiente los Almorávides ó los Almohades , todos padecieron casi igualmente sin distinción de fe ni de origen. Alguna vez fueron perseguidos los cristianos , porque el fervor de su celo religioso les arrastraba á demostraciones ofensi- vas en concepto de los mahometanos ; pero tales persecuciones fue- ron de corta duración y nunca generales en toda la Península. Su condición de hecho no era en todo igual á la de los musulmanes; pero tan favorable como podia serlo entonces la de un pueblo conquistado que no se había fundido ni podia fundirse con sus con- quistadores.

Al apoderarse los árabes de nuestro territorio huyeron de sus casas y se refugiaron en las montañas de Asturias , Navarra y Ca- taluña muchos naturales , la mayor parte ricos y de la nobleza his- pano-goda , eludiendo así el yugo enemigo ; pero la masa de la población , la mayoría de los propietarios nobles y plebeyos , los curiales y privados , los buccelarios , los colonos , los libertos y los siervos no abandonaron sus hogares , y resignados con la triste suerte de la patria , trataron de vivir en paz con los vencedores. Los emigrados debieron ser en escaso número, comparados con los

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sometidos , puesto que de otro modo no habrían podido albergarse ni vivir en los estrechos valles ni en las escarpadas sierras que les dieron asilo. Esta población numerosa, que permanecía en el país conquistado j que constituía la casi totalidad de sus habitantes, dado que no podia compararse con ella la que invadió el territorio y se esparció después por las provincias, no perdió su estado civil, ni todos sus derechos políticos. Los hombres libres, los siervos, los libertos, los patronos, los clientes, los colonos y los privados, conocidos todos después con la denominación común de mozárabes, mantuvieron su respectiva condición como en tiempo de la Mo- narquía visigoda , puesto que continuaron rigiéndose por sus le- yes. Hasta los nobles conservaron algunas de sus prerogativas en cuanto eran conciliables con el nuevo régimen político. Los mozá- rabes tuvieron sus Condes y Jueces especiales que les administra- ban justicia, según sus leyes, y estos cargos honoríficos debieron de recaer en los más distinguidos de entre ellos. Los Santos mártires de Zaragoza , Voto y Félix , vivían rodeados de clientes y de siervos enmedio de la opulencia ; ejercían la noble profesión de las armas y se entregaban al recreo de la caza , propio tan sólo de los caballeros, según las costumbres de la Edad Media (1).

Conforme las leyes y costumbres árabes , los vencidos que abra- zaban la religión del Profeta quedaban en un todo igualados á los musulmanes ; los que persistían en su fe tenían derecho á la pro- tección de los vencedores y á ser tratados del mismo modo , me- diante el pago de un tributo de capitación establecido sobre todos los no musulmanes (2). Este tributo era como el rescate de la no- ble condición de ciudadano. Llamábase ^«Vy^, que significa igtia- lacion , porque en efecto igualaba á los musulmanes con los que no lo eran en cuanto á la protección de sus personas y sus propie- dades. Por eso el Kalífa Aly decía de sus subditos cristianos y ju- díos: «no están ciertamente sujetos al tributo, sino para poner al mismo nivel su sangre con nuestra sangre , sus bienes con nues- tros bienes» (3j.

Esta fué también la norma de los Kalifas que dominaron en España. Así es que los mozárabes , ó sea casi la totalidad de los

( (1) Acta Tíiartir. Votiet Félix in España Sagr., tomo XXX, páginas

401 y 402.

(2) Conde, Historia de la dominación de los árabes. Parte I, cap. XVI.

(3) Viardot, Historia des árabes, etc. Segunda parte, Map. 1, pág. 47.

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godos romanos , no solo conservaron su estado civil con sus propias leyes en todo lo concerniente á sus relaciones privadas , sino tam- bién sus Jueces propios, Condes y oficiales visigodos con jurisdic- ción civil y criminal tan extensa , como que sólo para aplicar la pena de muerte necesitaban impartir el auxilio del Walid ó Gober- nador de la provincia (1). Conservaron además el ejercicio casi libre de su culto , gran parte de sus templos , su gerarquia y cir- cunscripciones eclesiásticas , sus monasterios , sus prelados y sus ministros , sin más restricción que la de no celebrar en las calles sus ceremonias religiosas (2). Fueron admitidos al desempeño de los cargos públicos, juntamente con los musulmanes, sobre todo á los de la milicia y los del palacio de los Emires y Kalifas (3). Por último , retuvieron los más de ellos la posesión de sus bienes con la libre facultad de enagenarlos , que muchos no tenian antes , sin otras limitaciones que las que la ley general imponía á los propie- tarios musulmanes, reducidas al pago del impuesto (4).

II.

No fué siempre igual , sin embargo , la condición de los cristia- nos , que si á veces protegían los Emires sus personas y propieda- des, á veces menospreciaban sus derechos con notoria injusticia. Abd-al Rhaman I dio un señalado testimonio de respeto á la pro- piedad cristiana absteniéndose de convertir en mezquita la mitad de la catedral de Córdoba , dedicada todavia en su tiempo al culto católico , hasta que los mozárabes principales de la ciudad convi-

(1) Isidoro de Beja, hablando del Emir Okban dice : "Neminem nisi per justitiam proprise legis damnet.i. Pacensis Chron. Núm. 61. Florez., Esp. sa- grada, t. VIII, apénd. 2." Alvaro de Córdoba hace mención no sólo de los Condes sino de otros Jueces cristianos. (Carta 9."^ en Florez. Esp. mgr., t. XI. pág. 151. Véase también el Memoriale Sanctorum de S. Eidogio, Lib. III, cap. 16.) "Legibus nos propriisuti non prohibemur...ii [Vita B. Joannis Ahh. Gorciensis, cap. XIII, par. 122. Acta Sanctorum 27. Febraurü citado por Herculano Hist. de Portugal t. III, pág. 177.)

(2) Pacensis Chron., núm. 19. Esp. sagr, t. III, pág. 262.

(3) Eulogii Memoriale Sanctorum, lib. II, cap. XVI y lib. III, cap. I.— Aymonius. De translatione martirum, Hb. ,11, cap. X. Esp. sagr, t. X, pá- ginas 519 y 521.

(4) Dozy, Histoire des MvMÜmians d Espagne , t. II, pág. 41.

510 LA PROPIEDAD TERRITORIAL.

nieron en vendérsela por la enorme suma de cien mil dineros (1) y el permiso de reedificar las ig-lesias destruidas desde la conquista; mas á esto liabia precedido que estando asegurado á los cristianos por los tratados la posesión de todo aquel templo, cuando se aumentó la población con la venida de los árabes de Siria habia dedicado el Gobierno á mezquita la otra mitad del edificio, siguiendo el ejemplo de lo que se habia becho en Damasco , en Hemera y en otras ciu- dades conquistadas por los musulmanes, donde con igual objeto se habia privado á los cristianos de la mitad de sus catedrales (2). La mayor parte de las ventajas que disfrutaban los mozárabes les estaban aseguradas por los tratados que para la rendición de ciudades principales celebraron con los vencedores. Toledo capituló en 712 estipulando que aquellos de sus habitantes que no quisieran permanecer en la ciudad . saldrían de ella libremente , aunque perdiendo sus bienes : que todos los demás conservarían sus casas, tierras y propiedades de cualquiera especie : que mediante el pago del tributo (ta'dyl) podrían estos también practicar su culto y poseer las iglesias existentes, aunque sin edificar otras nuevas, ni hacer procesiones públicas sin autorización del Gobierno ; y que se regirían por sus leyes civiles y religiosas y serian juzgados por sus jueces, contal de que ninguno fuere castigado por conver- tirse á la musulmana (3). Iguales condiciones obtuvo la opu- lenta Mérida , á pesar de su obstinada resistencia al ejército de Muza , sin más gravamen por razón de esta circunstancia que la confiscación de los bienes de las iglesias y de los que hablan muerto con las armas en la mano durante el sitio (4). El Conde Teodo- miro , después de defenderse largo tiempo en la provincia de Mur- cia , logró aún de Abd-al-Azys una capitulación más ventajosa, pues conservó para y sus habitantes la posesión y gobierno de la que los árabes llamaron Tierra de Tadmir , con siete ciudades, mediante la obligación de pagar al Kalifa cierto tributo (5) Zara-

(1) Cerca de cuatro millones de reales, que atendido el valor de la moneda en aquel tiempo , equivaldrían hoy á cerca de 44 millones.

(2) Dozy, Histoire des Musulmans, t. II, pág. 49.

(3) Viardot, Hist. des Árabes, etc. Part. l.'^ cap. II, pág 77.

(4) Id., id., pág 80. Dozy, Hist. des Musulmans, t. II, pág. 40.

(5) Según el texto de esta capitulación, que han conservado los historia- dores árabes y aprobó el Kalifa Walyd, cada «nobre godo debia pagar al año un diñar de oro, cuatro medidas de trigo y otras tantas de cebada, vino, vina- gre, aceite y miel, y cada siervo la mitad del tributo." Id., id., pág. 82, nota 1.*

EN LA ESPAÑA ÁRABE. 511

goza fué peor tratada á causa del impuesto considerable , que ade- más de los ordinarios , le exigió Tharyk con el nombre de rescate de sangre {!). Pero con capitulaciones ó sin ellas, en casi todas partes quedaron á salvo la libertad personal , la propiedad inmue- ble de los individuos sometidos y el ejercicio del culto , variando tan solo la cuantía del tributo según los accidentes de la guerra y las circunstancias de los jefes que ejecutaban la conquista.

III.

Los hombres de las diferentes naciones y tribus que componían el ejército invasor no se creian tal vez perjudicados por estas ca- pitulaciones , ni aunque las violasen muchas veces tenían derecho alguno para resistirlas. Según las leyes musulmanas, los alistados en un ejército, además de la paga de campaña, tenían derecho á las cuatro quintas partes del botín , después de sacar la restante para el Kalifa, haciéndose el reparto por igual entre todos, aunque con doble porción á los de á caballo que á los infantes (2).

Contábase en el botín todo lo que se tomaba al enemigo por fuerza de armas, inclusos los prisioneros y todo lo que el enemigo daba para obtener la paz ; pero no las tierras, sin duda porque estas no tenían valor entre tribus nómadas y errantes, más dadas al pastoreo que al cultivo, como lo eran los árabes cuando recibieron la ley de Mahoma. De ello ofrecen buena prueba el texto mismo del Cunna que manda «partir en el lugar ó villa del campo todo el despojo (3),» esto es, en el mismo sitio de la batalla. Esto mis- mo se infiere de un decreto de Al-Haken II , declarando las obli- gaciones y derechos de los guerreros en campaña. «Todos los des- pojos, dice, sacado el quinto que nos pertenece, se repartirán en el mismo campo ó lugar de la lid. El caballero tendrá dos partes y el de á pié una : de las cosas de comer tomad cuanto necesi- téis (4).» Si pues todos los despojos habían de repartirse en el

(1) Viardot, Hist. des Árabes, etc. Parte 1.* cap. II, pág. 83.

(2) Suma de la Ley Qunna, cap. 35, Memorial histor., pág. 333. Decreto del Kalifa Al-Haken II, en Conde, Historia de los Árabes, parte 2.% cap. 4, edición de Barcelona, 1844.

(3) Suma de la Ley (^unna, cap, 35, id.

(4) Conde , id. id.

512 LA PEOPIEDAD TERRITORIAL

mismo campo ó lugar de la lid , y si los soldados no tenian dere- cho sino á lo que les tocase en tal reparto , claro es que en él no podrían comprenderse las tierras y heredades del pais , que no era posible conocer ni menos dividir hasta después de abandonar el campo de batalla y ocupar y medir el territorio.

Pero aunque como botin no pudieron reclamar los invasores una participación en la propiedad territorial , era indispensable que la tuviesen por conveniencia ó por g-racia, una vez decididos á guar- dar su conquista y á fijar su residencia en Kspaña. Hizose , por lo tanto, entre ellos un reparto de tierras, tomándolas principalmente de las abandonadas por los patricios emigrados , de las confiscadas á la Iglesia y de las conquistadas por fuerza de armas. Mas esta primera distribución de tierras no hubo de hacerse adjudicando á cada individuo un lote determinado , sino dando á cada tribu la posesión colectiva de una cierta porción de terreno á fin de que en común la cultivasen y poseyesen. Esto se infiere de un pasaje del Cronicón de Isidoro de Beja en que se dice, que «Al-Samah ó Zama, según el cronista, dividió por suerte entre los socios ó participes los predios y cosas muebles, que desde antiguo y como presa conser- vaban indivisos los árabes de todas clases, dejando una parte á dividir entre los militares y aplicando otra al fisco (1). La expresión gens omnis Arahica que emplea el cronista , alude sin duda á las diferentes tribus y castas que vinieron con Tharj^k y Muza , cuya rivalidad empezó á manifestarse inmediatamente después de la vic- toria y dio luego origen á tantos desastres. Las palabras o^mj!?r«- dabiliter indivisum retemptabat dan clarailiente á entender que aquella gente árabe se habia apoderado desde mucho antes como despojos, y conservaba sin partir, muchas heredades y aun cosas muebles. Infiérese también de este texto que el primer reparto de tierras no hubo de hacerse por autoridad pública, ó conforme á reglas emanadas de ella, sino por ocupación arbitraria y sin tener en cuenta el interés público , puesto que el Emir tuvo que destinar una parte al fisco, sin duda por no haberla tenido, ó haberhi te- nido escasa en la división primitiva. Los militares entre quienes ha-

(T) "Praedia et manuafia vel quidquid illud est quod oHm praedabifiter indivisum retemptabat in Hispaniagens omnis Arábica, sortesociis dividenpo (partem reliquit militibusdividendam) partem ex omni re mobiU et inmobifi fisco associat." Isid. Pacensis Ghron. n.° 48, in Esjj. Sagr., t, 8, pág. 305.

EN LA ESPAÑA ÁRABE. «513

bia de repartirse la separada del acervo común, eran probablemente los que á la sazón servían en la guardia del Emir, único ejército permanente que tenian los árabes para acompañar y defender la persona del Kalifa y mantener el orden interior, pues en tiempo de guerra eran soldados todos los musulmanes capaces de llevar las armas. Los siervos que á la sazón cultivaban las tierras ocupadas por los conquistadores se mantuvieron en ellas. Siendo los indíge- nas los que mejor conocían entonces los procedimientos de la agri- cultura, era natural que se les impusiese la oblig-acion de seguir prestando después de la conquista el mismo servicio que antes pres- taban á sus antiguos señores. Su suerte, sin embargo, fué muy diferente seg'un que las tierras á que estaban adscriptos pasaban al dominio particular ó continuaban en el del Estado, Los siervos de las tierras repartidas pagaban á los propietarios musulmanes las cuatro quintas partes de sus frutos : los de las tierras del Estado contribuían solamente al Erario con el tercio de los productos (1). Al-Samah fué , pues, quien al parecer constituyó entre los ára- bes de España la propiedad territorial verdadera , la individual, que no conocían ni necesitaban tal vez las tribus nómadas de Asia y África , y fué , como es sabido , el principal elemento de la civi- lización europea. La necesidad de ella hubo de irse sintiendo más cada dia, seg*un fueron menguando las ganancias de la guerra, fijando su residencia los errantes invasores , y creciendo la pobla- ción y el consumo. Asi es que á aquellos primeros repartos de tier- gas sucedieron otros muchos que tales circunstancias hacían índís- díspensables. El Emir Azubisah, sucesor de Al-Samah, por nombra- miento del Kalifa , distribuyó nuevas tierras entre los musulmanes más pobres , unas incultas y baldías , y otras abandonadas por mu- chos judíos que , sin cuidarse de ellas , marcharon á Palestina para seguir al impostor Zonarías , anunciado á la sazón como el Mesías. Los cronistas árabes hacen mención de otro reparto que en 743 ve- rificó el emir Husan , más conocido por Abul-Khatar, después de haber sujetado con los Berberes ó moros que trajo consigo de allende el estrecho , á los árabes rebeldes que , negando obediencia al Wa- líd de África , se habían declarado independientes de toda sobera- nía, y apoderádose del gobierno de varias ciudades. Husan dis- tribuyó tierras á las tribus de Siria y Arabia , que eran las más

(1) Dozy, Hist. des Mumlmans, tomo 2.°, pág. 39, íjjqiihy «jbÍ ob

514 LA PROPIEDAD TERRITORIAL

poderosas , y competían entre por apoderarse de la comarca de Córdoba , dándolas á cada una en regiones por su clima y produc- tos semejantes á las de su origen respectivo y con mayor exten- sión. Entraron en este reparto tanto las tribus ya establecidas en España , como las que vinieron después, procedentes de Beledy en Arabia , de Hemera , de Palestina , de Alordania en las orillas del Jordán, de Damasco, de Kimvin, Wacita, Irak y Kairwan. Los árabes beledys ya establecidos, conservaron todo lo que poseian, dándose las nuevas propiedades en Ocsonoba y Beja, Sevilla, Nie- bla , Sidonia y Algeciras , Málaga , Granada , Jaén , Cabra , y en otras provincias más lejanas. El débil reino ó señorío de Teodomiro no pudo ya entonces mantener su autonomía , y hubo de desapa- recer con Atanagildo, que á la sazón lo gobernaba, puesto que las tierras de Murcia fueron también de las distribuidas entre los árabes.

Con todo esto, sin embargo, no tenían para proveer desde luego á su sustento los que por llegar los últimos no disfrutaban ya otras heredades productivas , y necesitaban algún tiempo para romper y hacer fructificar las nuevamente ganadas. Entonces los Emires adoptaron una costumbre muy seguida después por todos los Reyes de España , que fué consignar á aquellos á quienes no se daban tierras , pensiones alimenticias sobre las rentas que de heredades propias cultivadas por colonos cristianos poseía el Erario. Tales eran aquellas cuyo dominio directo se reservó el Estado, dejándo- las en poder de los siervos que las trabajaban , mediante la condi-i cion de contribuir al Tesoro con el tercio de todos sus productos. Este tercio fué el que sirvió luego para constituir rentas á manera de feudos con que remunerar los servicios de los últimos conquis- tadores. Así no perdieron nada los colonos del fisco, pues para ellos era indiferente pagar sus tributos al Estado ó al propietario particular á quien el Kalífa hubiere trasferido su derecho.

IV.

Mas no solía acudirse á este recurso cuando las revueltas interio- res ó los azares de la guerra daban ocasión ó pretexto para apode- rarse de las tierras dejadas á los cristianos , aunque fuese violan- do las estipulaciones concluidas. Asi sucedió cuando fué destinada

EN LA ESPAÑA ÁRABE. 515

á mezquita la primera mitad de la catedral de Córdoba , y el mismo Abd-al-Rhaman I , que no osó apoderarse de la otra mitad sino des- pués de comprarla por un precio subido, no tuvo reparo en confis- car las tierras de Ardabasto, uno de los descendientes de Witiza, fundándose en que eran demasiada propiedad para un cristiano (1). Por otra violación flagrante de los tratados desapareció el pequeño Estado constituido en Murcia por Teodomiro.

No eran solamente los Emires y los Kalifas los autores de tales desmanes ; pues los solian cometer aun más graves los Gobernado- res subalternos de las provincias. Ni eran tampoco solamente los cristianos los únicos despojados, que los musulmanes no sufrían tal vez menos de la rapacidad de sus caudillos. Al-Haorr, Emir de Córdoba por los años de 715 á 718, mandó entregar al Erario los bienes arrancados á los cristianos durante la paz , so color de tri- butos , y con tormentos crueles hizo restituir los tesoros que ocul- taban los Alcaides y Walides (2) ; aunque , si ha de creerse á los historiadores árabes , Al-Haorr fué un Gobernador rapaz y tirano, que satisfaciendo en los berberes ó moros sus odios de raza , em- pleó principalmente aquellas crueldades con los que no se presta- ban á saciar su codicia. Yahia en los tres años que desempeñó el Emirato, por los de 725, atormentó igualmente á muchos sarrace- nos para obligarles á devolver los bienes robados en tiempo de paz, algunos de los cuales restituyó á los cristianos (3). El Emir Al- Haitan , que gobernaba en 729 y oprimió duramente á los musul- manes, despojó á muchos de ellos de sus bienes bajo el pretexto de iguales restituciones (4). Abd-Al Rhaman I devolvió á los mozára- bes algunas iglesias de que estaban privados con infracción de las capitulaciones, aunque ordenando al mismo tiempo destruir las que con igual infracción se hablan edificado después de la conquis- ta (5). ¡De cuántas otras violencias no serian victimas los cristia- nos en los continuos trastornos y las sangrientas guerras civiles que después ocurrieron bajo la fugaz dominación de Gobernadores codiciosos , sin más norma ni ley que su arbitrio , y sin otra res- ponsabilidad efectiva que la que les solian exigir sus propios súb-

(1) Dozy, Uist. des Mmulmans, tom. II, pág. 49.

(2) Pacencis Ghron., núm. 44.

(3) Pacencis ídem, núm. 54.

(4) Conde, Hist. de los árabes, etc., part. 1.% c. 23,

(5) Conde, ídem, id., part, L% c. 24,

516 LA PROPIEDAD TERRITORIAL

ditos con la rebelión y la fuerza de las armas ! El Emir Okbah, para remediar las iniquidades cometidas bajo el imperio de sus antece- sores , destituyó á todos los Walides que por su crueldad y avari- cia se hablan hecho tan odiosos á los musulmanes como á los cris- tianos ; castig-ó severamente las concusiones de los recaudadores, y llenó las cárceles con malversadores de los caudales públicos (1). Apoderado Thueba , por traición , del Emirato de Córdoba , y Sa- mail del de Zarag-oza , los Walides de las provincias , siguiendo su ejemplo, miraban como rebaños propios, seg-un la expresión de los cronistas árabes , así á los cristianos como á los musulmanes pací- ficos. Vag'aban por los pueblos despojándolos con extorsiones ar- bitrarias, exigiéndoles desusados tributos y apoderándose de cuanto producían las tierras. Los de Andalucía pretendían ser obe- decidos por los de Toledo y Mérida : estos no reconocían superiori- dad en los de Córdoba ni en los de Zaragoza; todos procuraban acrecentar su partido ofreciendo por estímulo la licencia y la im- punidad , y así los propietarios y colonos no tenían más recurso que el de la propia fuerza para defender y conservar sus pastos, sus rebaños y sus propiedades (2) . Los Emires y principales caudi- llos toleraban estos abusos para ganar popularidad ; y si los mu- sulmanes no se eximían de tan crueles persecuciones , juzgúese la suerte que correrían los indígenas en períodos de tanta confusión y desorden.

A veces los accidentes de la guerra con los asturianos ó los ara- goneses daban ocasión á semejantes despojos. Los habitantes de los territorios que unos ú otros contendientes recorrían en sus alga- radas veían á cada paso arrasados sus campos y destruidas sus propiedades. Si algunos de ellos transigían con el enemigo para no ser tan maltratados , ó le seguían en su retirada , los demás su- frían en su persona y bienes la venganza que no podía tomarse en los fugitivos. Alfonso I de Aragón invadió la Andalucía, llegando con su ejército hasta Córdoba en 1 124 ; y como le siguiesen en su retirada hasta cerca de 10.000 mozárabes, á los cuales dio en su tierra heredades y nobleza , muchos de los que quedaron en las provincias del Kalifa fueron despojados de sus bienes, ó azotados y presos , ó desterrados á África , ó tal vez muertos en suplicios crue-

(1) Conde, Hist. de los árabes, part. 1.% c. 27.

(2) Conde, Idem^ part. 1.% c. 36,

EN LA. ESPAÑA ÁRABE. 517

les como represalia de la victoria obtenida por el ejército arago- nés (1).

La historia no refiere sin duda todos los despojos y violencias de que fueron victimas los cristianos en la sangrienta y prolongada lucha de razas asiáticas y africanas, librada en la Peninsula durante su esclavitud ; mas para formar idea de ellos , basta observar que á los pocos anos de la conquista , toda la población mozárabe habia desaparecido de los campos, refugiándose en las villas y en las ciudades , único lugar donde las crónicas hacen mención de ella. Las tribus africanas , por el contrario , aun cambiando su vida er- rante por la sedentaria, preferian residir en el campo donde podian mejor que en los pueblos conservar hasta cierto punto sus hábitos primitivos. Los jefes con algunos pocos de sus hombres más fieles, ocupaban las ciudades , en las cuales contaban por otra parte con la adhesión de los judios ; pero la mayoría de los que formaban los ejércitos, permanecían en los campos vecinos al cuidado de las tierras que se les adjudicaban en ellos. Puestos en contacto , aun- que sin confundirse nunca los propietarios rurales y colonos cris- tianos con los soldados groseros y semi salvajes que componían el grueso de los ejércitos musulmanes , ¿cómo era posible que se res- petasen mutuamente y que no acabaran los más débiles por ceder su lugar á los más fuertes? El único refugio de aquellos desgra- ciados habitantes eran las ciudades donde podian protegerse unos á otros, donde residían sus Condes y Jueces dispuestos á amparar- los y donde se hallaba la autoridad musulmana que podia hacerles justicia contra sus opresores. Pero los acogidos á las grandes po- blaciones no salvaron su hacienda y su vida sino á costa de aban- donar ó por lo menos de no disponer tan libremente como debieran de sus heredades , siempre expuestas á las depredaciones de los propietarios vecinos. aqui como á pesar de la protección que las leyes , los tratados y algunos Emires y Kalifas dispensaron á la propiedad de los españoles sometidos, hubieron estos de sufrir gra- ves extorsiones y violentos despojos.

(1) Garibay, Historia de España^ lib. 3, c. 8, Orderici Vitalis Hist.. , li- bro 13, núm. 6, in Esp. Sagr., t. 10, apéndice último.

518 LA PROPIEDAD TERRITORIAL

Después de la inseguridad era el tributo la condición más one- rosa del dominio. Los propietarios muslimes pag-aban en tal con- cepto el Kharadj al Zagah 6 Azaque, que consistia en la décima ó la vigésima parte del producto de la tierra , deducida la semilla sembrada, de los ganados j de otros efectos. Cuando la cosecha no llegaba á cinco cahices de grano , no se pagaba diezmo de ella. Las tierras de secano contribuían con la décima , j con la vigési- ma las de regadío. Los que vendían y compraban muebles ó alha- jas, pagaban también diezmo. Los que hallaban tesoros ó cosas abandonadas , ó tomaban despojos en la guerra , debian pagar el quinto. Esta misma cuantía adeudaban los ganados. Además cada muslim debía contribuir en la Pascua del Ramadan con una me- dida de grano llamada el azaque del alfitra. Por último , de la plata y del oro extraído de las minas se pag-aba un cuarto de diez- mo. El producto de este tributo debía invertirse en el palacio del Kalifa, en el salario de sus Oficiales, Alcaides, Justicias y Alfa- quíes , en las mezquitas y fuentes públicas , en escuelas y maes- tros , redención de cautivos mahometanos y limosnas á pobres que rezaran las cinco oraciones ó azotas (1).

Los tributos de los mozárabes pasaron por vicisitudes diferentes seo"un los tiempos y las circunstancias de los pueblos. Al principio hubieron de pagar unos el quinto y otros el décimo de los frutos, puesto que el Emir Al-Samah , al repartir tierras á los musulma- nes , hizo un empadronamiento ó censo de los habitantes , y re- gularizó los impuestos disponiendo que fuesen iguales en todos los pueblos (2)

Su sucesor Ambisah . no estimando tal vez justificada esta no- vedad , ordenó que los pueblos que se hubieran rendido volunta-

(1) Suma de los principales mandamientos y devedamientos de la ley Cunna, capítulos 25, 26, 27 y 28. Memorial histórico espaiiol , t. 5.°, p. 247.

(2) Así lo asegura Eouen de Saint Hilaire en su Histoire dEspagne, t. 2, oh. 3, edic. de 1837, aunque no dice la fuente de donde toma la noticia.

EN LA ESPAÑA ÁRABE. 519

riamente , pagarán el diezmo de los frutos , y que satisfaciesen el quinto los conquistados por fuerza de armas (1).

Por eso Isidoro de Beja le atribula haber duplicado el tributo de los cristianos (2).

Así es que habiéndose sublevado la villa de Tarazona, según cuentan los historiadores árabes , entró Al-Samah en ella por fuer- za , arrasó sus murallas , castigó á los jefes de la sedición j du- plicó el impuesto que pagaban sus habitantes (3). Concuerda con estas noticias la que se lee en la escritura que en 734 otorgó á fa- vor de los cristianos de su territorio el walid de Coimbra , Alboa- cen-Iben-Mohamad-Al Hamar, en cuyo documento se mandaba que pagaran aquellos doble impuesto que los moros, 2b pesantes de plata por cada iglesia, 50 por cada monasterio , y 100 por cada catedral (4). Mas al poco tiempo el Emir Okbah , hacia el año 736, hizo un nuevo empadronamiento , y volviendo al sistema de Al- Samah , igualó los tributos en todos los pueblos , sin distinciones odiosas por razón de origen ú otras causas en que se fundaba su desigualdad (5). En algunas partes, sin embargo, el impuesto de los cristianos debió ser de cuota fija , y así se lee en una escritura de 760 que un Conde de los mozárabes de Coimbra, llamado Then- dio donó al monasterio de Lorban dos heredades, declarando que

(1) Izit autem missit prsefectum in Hispanias Adham filixim Melic , et prse- cepit ei Tit civitates , oppida et castella , quas primum Árabes expugnaverant, s\ibjueret sub tributo, videlicetut quintam partem omnium proventuum fisco solverent ammatium, quse autem se sponte reddiderant, decimam taiitum solverent pro tributo, et hi et illi in suis possesionibus liberi remanerent: D. Roderici, Hist. Arabum, c.\ll. El nombre ^c?Acrw, que se lee en el texto es equivocado, pues quien gobernaba en España en la época k que se refiere el Arzobispo, y quien fué enviado por el Kalifa Yezyd ó Izit, como dice el texto, era Ambisah. Concuerdan con esta noticia los historiadores árabes que ex- tractó Conde en su Historia de los Árabes etc. , parte 1.% c. 22.

(2) Pacencis Chron. n.° 52.

(3) Conde, ídem, P. l.^ , c, 22.

(4) Flores, Esp. Sagr. T. X, pág. 273. Esta escrituraba sido calificada de apócrifa por algunos historiadores , si bien no resulta suficientemente demos- trada su falsedad. Pero aunque en realidad no la hubiera suscrito Alboacen, es de fecha muy remota, refiere hechos confirmados por otros documentos ir- recusables, y fué escrita, sin duda, por quien conociendo bien las costumbres de aquel tiempo, no es probable que las desfigurase á costa de la verosimili- tud de su obra.

(5) Conde, ídem, P. 1.», c. 27.

520 LA PROPIEDAD TERRITORIAL

se pagaban por ellas á los árabes , señores de la tierra , ocho pesan- tes de plata (1).

Además de la contribución territorial pagaban los cristianos y losjudiosla personal ó de capitulación antes indicada, (ta'dylj cuya cuantía hubo también de sufrir algunas vicisitudes. Ya he dicho que este tributo era el que igualaba de derecho á los no mu- sulmanes con los que lo eran. Los cristianos de cada pueblo paga- ban por tal concepto una suma fija que debia repartirse entre ellos con arreglo á padrones nominales que de los mismos se formaban. Los recaudadores del Kalifa exig'ian al parecer aquella suma del Conde ó exceptar mozárabe, siendo cargo de este reclamar la cuota de cada contribuyente. La de los ricos era 48 dirhems , 24 la de los hombres de la clase media y 12 la de los que vivian del trabajo de sus manos. Estas monedas equivalían respectiva y aproximada- mente á 107-54 y 27 rs., y á once veces estas sumas si se tiene en cuenta la diferencia entre el valor del numerario en aquella época y en la presente. Pero las mujeres, los niiíos, los enfermos, los ciegos , los monges, los mendigos y los esclavos estaban exentos del tributo (2).

Esta igualdad , sin embargo, tenía más de aparente que de efec- tiva. Para mantenerla habría sido necesario que la cuota señalada á cada ciudad , villa ó distrito creciese ó menguase periódicamente con el aumento ó disminución de sus habitantes cristianos , y lejos de hacerse esto, como que los padrones no solían rectificarse en mu- cho tiempo á pesar de las frecuentes vicisitudes de la población en períodos turbulentos, la cuota tributaria permanecía invariable. Por eso Isidoro de Beja notaba como un acto de grande y poco fre- cuente justicia del Emir Yusuf , la formación de un nuevo censo de contribuyentes, borrando de él á los cristianos difuntos (3). Ni fueron tampoco siempre las cuotas individuales señaladas las que autorizó la ley. El Kalifa Mohamad, al arreglar la hacienda pú- blica por los años de 852, hizo economías en los gastos, rebajando el sueldo de los militares y otros funcionarios , y agravó el tributo de los cristianos , auxiliando á su repartimiento el Obispo de Má- laga y otros mozárabes con grave escándalo de San Eulogio que

(1) Huerta, Anales de Galicia^ t. II. Apéndice 11.

(2) Dozy, Hist. des Musulmam. t. II, pág. 40.

(3) Pacensis Chron., núm. 75.

EN LA ESPAÑA ÁRABE. 521

ha conservado la memoria de aquel hecho (1). Últimamente llegó á aumentarse á razón de 40 doblas de oro y 40 adarmes" de plata por cada varón mayor de edad (2).

También habia mozárabes exentos del impuesto ; tales eran al parecer los que ejercían funciones en el Real Palacio , ó servían en la milicia. San Eulogio , escritor contemporáneo , censuró dura- mente al Kalifa Mohamad por haber privado á los cristianos de los cargos que desempeñaban en su Palacio , y de sus estipendios á los militares, sujetándoles á tributos que antes no pagaban (3). Otros muchos solian eludir el pagó del tributo sin estar exentos de él. El presbítero Leowigildo , escritor de la época, claramente á en- tender , que algunos cristianos lograban de hecho esta exención permaneciendo encerrados en sus casas , ó no saliendo de ellas sino con la oscuridad de la noche ( 4 ) , Y se concibe que esto sucediese cuando los padrones de contribuyentes no se renovaban con fre- cuencia , y la acción del Gobierno era tan poco eficaz , como lo es siempre en toda administración desordenada é imperfecta. Es de creer, por lo tanto , que sólo pagarían tributo aquellos á quienes fuese imposible eludirlo. El mismo San Eulogio lo reconocía asi en la obra antes citada, confesando que las rentas del Kalifa estaban muy menguadas, porque los contribuyentes no le acudían con los impuestos. Así es que Al-Mondhir, sucesor de Mohamad , conside- rando sin duda la dificultad de exigir á sus pueblos los diezmos atrasados , se vio en la necesidad de perdonárselos ( 5 ) . Y como los cristianos más celosos profesaban la máxima de no ayudar al Go- bierno en la recaudación de sus rentas , no es de creer le prestasen para ello eficaz auxilio los Condes y Oficiales mozárabes.

VI.

Un Obispo de Málaga fué calificado poco menos qíie de apóstata por haber formado el padrón de los cristianos de su diócesis y en- viádolo al Kalifa. Igual nota recayó sobre un Conde llamado Ser-

(1) San Eulogio, Memorialis Sanctorum. Lib. III, cap. 5, P. P. Toletani, totn. II.

(2) Suma del (JJunna, c. 27, id.

(3) S. Eulogii, Memorialis Sanctorum. Lib. 3, c. 1.

(4) Leovigildi, De habitu clei'icorum.

(5) D. Roderici, Historia Arabiim, c. 29.

TOMO líl. 34

522 LA PROPIEDAD TERRITORIAL

vando, por que con orden del Soberano exig-ió un tributo de 100.000 escudos á los mozárabes de Córdoba (1).

Así , pues , en las provincias conquistadas , la propiedad territo- rial quedó dividida entre los musulmanes y los cristianos. Los an- tiguos propietarios que permanecieron en el país , conservaron por reg'la general la que poseían, y la disfrutaron con sujeción á sus leyes visigodas. Los musulmanes poseyeron las que les fueron re- partidas con arreglo á su ley. Unos y otros estaban sujetos á gra- vosos tributos, más pesados para los primeros, sobre todo para los nobles godos que en la antigua Monarquía se hallaban exentos de ellos. Unos y otros también padecieron despojos y extorsiones, ga- belas extraordinarias y depredaciones violentas, aunque tal vez más frecuentes los cristianos , puesto que musulmanes eran siempre los opresores. Con tributos variables, al arbitrio de los Emires y Kalifas, y cuya exacción estaba encomendada á Walides malver- sadores y rapaces , ningún propietario tenia seguridad de recoger el fruto de su dominio. Con las algaradas de los enemigos, ora cristianos, ora infieles; con guerras civiles casi permanentes entre razas rivales , ningún propietario estaba seguro de su derecho. La propiedad concedida á los sarracenos sirvió para fijarlos en el ter- ritorio , para modificar su condición de tribus errantes , para ha- cerles entrar en los senderos de la civilización ; pero como las in- migraciones se sucedían unas á otras con harta frecuencia , siendo siempre las últimas de razas y pueblos más bárbaros que las ante- riores , y como las luchas entre estos mismos pueblos , y las guer- ras de la reconquista no permitieron el establecimiento de un ré- gimen de gobierno regular y permanente, á cuya sombra se desenvolvieran las instituciones conservadoras del Estado , la pro- piedad de la tierra no llegó á ser un vínculo social tan poderoso como lo era á la sazón en las naciones cristianas de Europa. Su instabilidad ,. su inseguridad, sus tramisiones frecuentísimas, su independencia de todo interés colectivo , excepto el del Estado en la exacción del tributo , no eran conciliables con ninguna organi- zación en que fuese ella la base de las instituciones sociales más importantes. Mucho menos pudo serlo la propiedad de los mozára- bes , sujeta á los mismos ó aún más graves accidentes. Nada se fundó ni era posible fundar sobre la una ni sobre la otra , ni sobre

(1) Flores, Esp. Sagr., t. X, pág. 275.

EN LA ESPAÑA ÁRABE. 523

ambas á la vez : no sobre alguna de ellas exclusivamente, porque liabria sido ineficaz , no participando de su influjo los poseedores de la otra , y no sobre ambas , porque perteneciendo á pueblos di- ferentes , y que formaban , por decirlo así , dos sociedades diversas, constituian elementos heterogéneos incapaces de sujetarse á una regla común. ¿Qué eficacia habrían tenido las instituciones que se fundaran exclusivamente en la propiedad de los musulmanes, que- dando exentos de su influjo los cristianos que formaban la mayoría de la población? ¿Ni qué efecto habrían producido las que se apo- yaran en la propiedad de estos, dejando á un lado á los muslimes, que eran los señores de la tierra, y también los mayores propieta- rios? Pues para edificar sólidamente sobre ambas propiedades, ha- bría sido necesario reducirlas á una condición común , lo cual no era posible sin establecer igual comunidad entre los propietarios, y esto exigía á su vez una fusión de razas que nunca habrían de identificarse. En vano los musulmanes comunicaron á los mozára- bes su idioma, sus trajes, sus ciencias, su literatura y sus costum- bres fastuosas y caballerescas, la religión abría entre ellos un abismo insondable. Hubo cristianos que se mezclaron en matrimo- nio con los infieles , algunos hasta se circuncidaron , pero semejan- tes aberraciones, contrarías á la ley de la Iglesia, ni fueron muy frecuentes, ni dejaron nunca de ser aborrecidas y condenadas. Siendo imposible la fusión de las razas, no era posible la unidad de legislación, ni hacedera por lo tanto una organización de la pro- piedad que la erigiese en base sólida de relaciones permanentes entre los individuos , las clases y el Estado.

VIL

En la sociedad visigoda estaba el germen de las instituciones que después se desarrollaron en la Monarquía de León y de Castilla. La propiedad no era en ella todavía el elemento conservador del Estado , como entidad política , ni como conjunto de clases y de in- dividuos relacionados entre por los vínculos de un interés común; pero encerraba en su organización los gérmenes de otra capaz de restablecer y conservar una sociedad casi disuelta por la irrupción de los bárbaros, la guerra y la conquista. Algo había entre los vi- sigodos que inclinaba á hacer de la propiedad un vínculo de suje- ción y de dependencia entre las clases y los individuos, un medio

524 LA PROPIEDAD TERRITORIAL

de defensa material del Estado y un auxiliar poderoso de la auto- ridad pública. Bajo la dominación musulmana desaparecieron es- tas tendencias. La propiedad de los mozárabes se rigió por las le- yes visigodas , pero solamente aquellas que afectaban á las relacio- nes interiores de familia , ya que no podian permanecer en vigor las que constituían el derecho público del Estado. En su conse- cuencia, ni la jurisdicción, ni el servicio militar, ni el estado po- lítico de las personas tuvieron relación ninguna con el dominio de la tierra , el cual no se rigió por otras leyes que las que autoriza- ban su libre ejercicio, su adquisición y su trasmisión, sin más cor- tapisa que la reserva de la legítima de los hijos y de los derechos familiares consignados en el Fuero Juzgo.

La propiedad de los muslimes se gobernó por la ley mahome- tana y la Cunna , que siendo la expresión de una sociedad errante y semi bárbara , poco familiarizada con el dominio individual y perpetuo de la tierra , no le habia atribuido ninguna función im- portante en el régimen de la cosa pública , y que siendo además inmutable de suyo , no se acomodaba á las necesidades de los tiem- pos, ni seguía los progresos de la civilización. Según estas leyes. Dios es el verdadero señor de la vida y de la hacienda de los cre- yentes, y ejerce su derecho por medio de los Kalifas, Soberanos absolutos y sus representantes en el mundo. Pero este dominio universal no impedia que los subditos disfrutaran libremente la tierra, sin más gravamen que el pago del diezmo. Ningún otro vínculo tenía la propiedad con el régimen del Estado : era única- mente el patrimonio de la familia , fuera de la cual no originaba obligaciones ni derechos.

Los modos de adquirir, trasmitir y utilizar el dominio eran, por lo tanto , los que correspondían al carácter exclusivamente privado de la propiedad. Las tierras baldías, nunca apropiadas y distantes de poblado , se adquirían por la mera ocupación , regándolas ó edi- ficando en ellas , mas no podian reclamarse después de abandona- das mucho tiempo, si entre tanto venia otro á ocuparlas (1). La propiedad se trasmitía por venta , donación ó herencia, y podía así comunicarse bien el dominio pleno , ó bien el uso y aprovecha- miento más ó menos restringido.

(1) Leyes de moros, tít. 229, publicadas por la Academia de la Historia en el Memorial histórico. Tomo V, pág. 187.

EN LA ESPAÑA ÁRABE. 525

La facultad de enajenar era ilimitada. Cualquiera podia vender toda su hacienda , y verificándolo con los requisitos que la ley exi- gía para la prueba del acto y con fiadores de saneamiento , nadie tenía derecho á oponerse á la enajenación (1). También era casi ilimitada la facultad de donar en vida , pero con circunstancias que restringían bastante el derecho de los donatarios. Sólo cuando la Hacienda era cuantiosa , no podia comprometerse toda en una do- nación. Era este acto irrevocable de suyo ; pero si el donante moría antes de entreg'ar la cosa, de nada perdia el donatario su derecho á reclamarla : si el acto pasaba entre padre é hijo soltero , podia aquel revocarla; y si demandado el donante por la entrega de la cosa, juraba no haberla dado , quedaba también libre de su em- peño (2) .

, El derecho de la familia en las herencias era el único limite de la facultad de disponer de los bienes por última voluntad. Mahoma habia ordenado en sus leyes que se dejasen los bienes por testa- mento á los padres y parientes con generosidad; que se diese á los hijos doble porción que á las hijas; que no dejando el difunto más que una sola de éstas, tomase la mitad , y si dos , las dos terceras partes de la herencia: que el padre y la madre recibieran cada uno la sexta parte de la herencia si concurrían con un hijo , y que no habiéndolo, aunque hubiese hermanos, se adjudicara á la madre una tercera parte; y que en todo caso heredara el cónyuge super- viviente, con la diferencia de que habiendo hijos correspondería á la viuda una octava parte y una cuarta al viudo , y no habiéndo- los, deberla tomar aquella esta porción y una mitad el viudo (3). La Cunna, desenvolviendo y completando después estos preceptos, declaró que el testador enfermo no podia disponer libremente sino del tercio de sus bienes, siendo los dos tercios restantes legítima de los hijos , padres , abuelos y parientes , con exclusión expresa de algunos de estos por proceder de línea femenina ó por otras cir- cunstancias que incapacitaban para heredar, como la de no profe- sar la religión mahometana. También fijó la Cunna el orden de su- ceder estos herederos, disponiendo que cuando concurrieran padre, hijo y marido, no se excluyesen reciprocamente y tomase cada uno

(1) Leyes de moros, tít. 237, Mem. Hist. citado.

(2) Leyes de moros , títulos 244, 251, 253 y 254 id.

(3) Koran, c. 2.°, vers. 176, c. 4, vers. 8 y sig. 13 y 14.

526 LA PROPIEDAD TERRITORIAL

la porción señalada , dando muchas preferencias á los varones de linea masculina sobre las mujeres (1).

Este orden de sucesión consultaba por lo tanto mucho más el afecto de familia que el establecido por Justiniano con tal propó- sito. En este se guardaron algunos respetos á la tradición, no ad- mitiendo la concurrencia sino entre parientes de igual grado, fuera del caso único de la representación, excluyendo al cónyuge, fijando un limite al parentesco que habilitaba para heredar , y señalando porción legitima tan sólo á los hijos y á los padres: en la sucesión musulmana tuvieron cabida á la vez el padre , los hijos y el cón- yuge; no quedó excluido ningún pariente por razón de su grado, y todos tuvieron derecho á una cuantiosa legitima. Lo único en que se nota un tanto el influjo de la tradición y de la costumbre es en la preferencia concedida á los varones sobre las mujeres; pero aun asi quedó muy mejorada la condición de éstas, pues para apreciarla debidamente es menester comparar la que era en Ara- bia antes de la reforma de Mahoma con la que fué después. El Pro- feta halló á la mujer esclava y reducida al estado de cosa en el sentido propio de la palabra ; transigiendo hasta cierto punto con este hecho, la declaró inferior al hombre y con menos derechos; pero al mismo tiempo le otorgó muchos de que carecía, y la elevó á la categoria de persona.

He dicho que en el orden de suceder entre los muslimes predo- minaba el afecto y no el interés de familia, porque sus llamamien- tos tienden más á favorecer á los parientes de mayor cariño que á conservar la unidad y el esplendor de las razas. Dividiéndose fre- cuentemente entre muchos los dos tercios del patrimonio de todos los que morian con testamento ó sin él, y limitada siempre á un tercio la libre disposición del difunto, necesariamente hablan de desmem- brarse y deshacerse en poco tiempo todas las fortunas, faltando con ellas una prenda eficaz de la duración de las familias. Sin embargo, este era el sistema de sucesiones que correspondía á una sociedad democrática como lo fué la musulmana después que vinieron á for- mar parte de ellas las tribus de África, en que no habia clases ni jerarquías aristocráticas, en que todos eran iguales ante 'el poder arbitrario del Kalifa, y enque no debia haber más autoridad que la del Soberano, ni más influencia que la de sus Seides y Caudillos.

(1) Suma de la Ley (^unna, caps. 43 y 44.

EN LA ESPAÑA ÁRABE. 527

VIII.

Los propietarios árabes utilizaban sus tierras, ó cultivándolas por medio de esclavos, ó dándolas en tenencia ó arrendamiento. Los esclavos árabes no hubieron de ser nunca siervos adscriptos á la gleva : su condición era la más inferior de cuántas entonces se conocían : trabajaban en la tierra ó en cualquier otro menester al arbitrio de sus señores. Lo que los musulmanes de España llama- ban tenencia era una especie de contrato de usufructo , por el cual se destinaba una heredad ó un conjunto de bienes temporal ó per- petuamente al provecho de una persona ó al cumplimiento de un fin piadoso. El que daba en tenencia una cosa, no volvia á reco- brarla como no lo estipulase asi expresamente. Cuando el contrato tenia por objeto alguna obra de piedad, tomaba el nombre de acadaca , pasando en todo caso la posesión de la heredad , ó sola- mente la parte necesaria de sus productos, á la persona ó corpora- ción favorecida, con la condición de no enajenar, ó sin ella, según los términos de la escritura. Para favorecer á un menor , incapaz de adquirir , dábanse á su padre bienes con este titulo y la condi- ción de invertirlos en provecho del hijo.

Era muy frecuente la tenencia vitalicia, en cuyo caso, como en el usufructo, volvían los bienes por muerte del que los tenia á poder del que los dio á sus herederos. Nótanse en este contrato va- rias singularidades, algunas de las cuales revelan tal vez un ori- gen puramente oriental. Tales eran , por ejemplo , que cuando se daban cosas en tenencia podia el otorgante continuar morando en alguna de ellas : que si este contraía su obligación estando sano, y moria antes de entregar la cosa ofrecida, quedaba aquella estipu- lación sin efecto ; y que si constituía la tenencia estando enfermo ó por última voluntad , no podia comprender más del tercio del caudal, porque el resto correspondía á los parientes (1).

Pero el contrato que debía de usarse con más frecuencia, era sin duda el arrendamiento. Asi se infiere de las muchas leyes dictadas

(1) Leyes de Moros, tits. 238, 239, 240, 250 y 251. Mein. Hist. citado.

528 LA PROPIEDAD TERRITORIAL EN LA ESPAÑA ÁRABE.

para su régimen , y del acierto con que se resuelven en ellas todas las dudas y dificultades á que suelen dar lug-ar. La conformidad de estas resoluciones con las adoptadas para casos semejantes en las leyes españolas de la época , hacen presumir también que las de Moros fueron tomadas en esta parte de los Códigos y compilacio- nes castellanas. Otras coincidencias se notan también entre ambas legislaciones que revelan tal vez el mismo origen, y dan á enten- der que la compilación musulmana se completó mucho después de la conquista, quizá bajo el imperio de la Monarquia cristiana y por los moros que vivían sujetos á ella.

Francisco de Cárdenas.

EL día 8 DE

DE 1855

EN EL SITIO DE SEBASTOPOL.

SEGUNDA PARTE. I.

El dia 3 de Setiembre reunió el General Pelissier un Consejo de Generales y en él se resolvió el asalto de Sebastopol , después de una concienzuda deliberación en la que se expusieron todas las ra- zones en pro y en contra del grave acuerdo quedebia tomarse. En efecto, la continuación de los trabajos de aproche causaban pérdi- das inmensas, y el consumo de pólvora , municiones y materiales iba haciéndose tan excesivo en aquel extraordinario número de ba- terías y trincheras , que se renunció á esperar los 400 morteros pe- didos á Francia con objeto de acumular sobre las obras rusas un fuego imposible de resistir. Las 800 piezas de artillería de los alia- dos con sus disparos reconcentrados sobre la plaza y sus defensas, se aprovechaban, causando innumerables bajas á la fortlsima guar- nición que se mantenía siempre pronta para rechazar un asalto espe- rado por momentos , y el cual podia emprenderse sobre cualquier punto de aquella extensa línea de fuertes y trincheras accesibles á tropas decididas que no hablan de encontrar fosos imposibles de sal- var, ni obstáculos insuperables que las detuvieran, como no fuera el fuego y las bayonetas de los enemigos. Aunque los rusos tuvieran mayor número de piezas en batería para defender sus recintos, como quiera que sus fuegos se extendían sobre todos los ataques, no po- dían aprovecharse como los del sitiador , el cual mantenía las tro-

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pas de reserva fuera del alcance de los proyectiles enemigos que sólo podian herir á las guardias de trincheras , sirvientes de la ar- tilleria y las tropas empleadas en los trabajos de aproche. Cierta- mente que si el recinto defensivo de Sebastopol hubiera sido una fortificación permanente con obras de mamposteria , escarpas re- vestidas y fosos de dificilísimo paso , el asalto en las condiciones en que se encontraban los aliados , hubiera sido imposible , pues ape- nas si delante de Malakoff, que era la obra sobre que más se ha- bía avanzado , podía pensarse en coronar la contra-escarpa de su foso ; pero, como hemos consignado varías veces, no se pudo consi- derar el ataque de Sebastopol como un sitio ordinario , y á no du- darlo había llegado el momento de arriesgar el asalto general ; ya que hasta el enemigo parecía que se preparaba al abandono de la pla- za ó al menos tomaba precauciones para el caso , que sin duda no creía imposible , de un asalto afortunado para los sitiadores , como lo demostraba la construcción apresurada del gran puente sobre la rada, deque hicimos mención. Por las razones expuestas y otras que se discutirían entre los entendidos Generales reunidos en con- sejo, resolvióse, por unanimidad, dar el asalto inmediatamente, para lo cual debia comenzarse un fuego general de todas las baterías de sitio al amanecer del 5 , como se verificó en efecto, guardándose absoluto secreto sobre el día señalado para el asalto. En vista del efecto que causaba en las obras defensivas de la ciudad y hasta en los buques de la escuadra rusa aquel terrible fuego á todo tirar de unas 800 piezas de artillería , determinaron los Generales en Jefe aliados que el día 8 á la hora del mediodía se lanzarían las colum- nas sitiadoras al asalto.

Vamos á detallar los preparativos y disposiciones que se tomaron para el día 8 , consignando antes que el fuego á todo tirar de los sitiadores en los días 5 , 6 y 7 , fuego terrible , que llamó infernal el Príncipe Gortschakoff en sus partes , causó grandes desperfectos en el recinto ruso, y que las bajas de su guarnición llegaron á 51 oficiales y 3.917 soldados, sin contar los artilleros; habiendo per- dido desde el 16 de Agosto hasta el 7 de Setiembre inclusive, 18.000 hombres, mientras que en igual período, los franceses tu- vieron sólo 3.815 bajas; diferencia tan notable en las cifras de tiem- po se explica por las causas que antes expusimos. En las noches de los tres días de bombardeo , se presenció desde los campamentos aliados el incendio en la rada de Sebastopol de algunos buques

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rusos, incendio que iluminaba los trabajos del enemigo , exponién- doles á más certeros disparos de los sitiadores : se ignora si aque- llos buques fueron incendiados por los mismos rusos ó por el fuego de los aliados. También ocurrieron varias voladuras de repuestos en las obras enemigas , y aun el incendio de algún edificio en la ciudad y en el arrabal. Los sitiadores aumentaban á menudo el fuego sobre la ciudad como para hacer creer á los rusos que se in- tentaba el asalto por aquella parte , y á veces hacian cesar el fuego de sus baterías con objeto de que, pensando los sitiados que habia llegado el momento del ataque general , formasen las reservas y reforzasen las guardias , acumulando fuerzas , sobre las que cau- saba mayores pérdidas el fuego que de nuevo se rompia sobre toda la defensa. Este proceder explica también las enormes pérdidas de los rusos.

Señalado el dia 8 para el asalto , ocupáronse los ingenieros en los dias anteriores de ensanchar cuanto era posible las trincheras para contener á cubierto las tropas que se dispusieran para el ata- que ; abriéronse pasos para facilitar la reunión de las columnas sin tener que marchar por aquel intrincado laberinto de ramales y trincheras , y sólo en las últimas paralelas estas aberturas se de- jaron señaladas haciendo desaparecer los revestimentos interiores, para que en el momento preciso bastara sólo á los trabajadores en- cargados de la operación separar la tierra, para dejar franco el paso á las tropas. El dia 7 cada Jefe de División y brigada recorrió en las trincheras , con sus Jefes de Estado Mayor y Comandantes de artillería é ingenieros , los sitios que sus tropas respectivas debian ocupar, enterándose de la marcha que hablan de seguir y operacio- nes que ejecutarían. A estos reconocimientos asistían los Genera- les de Ingenieros Dalesme y Frossard , encargados , el primero de los trabajos de la izquierda y de los de la derecha el segundo, y los Generales de Artillería Lebauf y Beuret que respectivamente dirigían la artillería de los mismos ataques. Por su parte los ingle- ses tomaban análogas precauciones. Preparáronse las escalas- puentes para el paso de los fosos , en cuyo uso se habían ensaya- do de antemano las tropas de ingenieros y las auxiliares de infan- tería necesarias.

Dióse orden á las tropas que acampaban en la línea del Tscher- naia, bajo el mando del General Herbillon, de tomar las armas en la mañana del 8 , enganchando su artillería , y de estar prontas h

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rechazar cualquier movimiento que emprendiera el ejército ruso de observación : la misma orden recibieron las tropas sardas que ocu- paban la derecha de las francesas en aquella linea , y la caballería que acampaba en el valle de Baidar, así como la reserva ó segunda línea , compuesta del resto de la caballería , divisiones turcas y los ingleses que g-uardaban las alturas de Balaklava. Componían to- das las fuerzas del Tschernaía y sus reservas un total de 50.000 hombres para oponerse á cualquiera operación que los rusos inten- tasen por el rio.

Cupo la gloria de ser designado para el asalto del frente Mala- koff, hasta la bahía de la Carena , al segundo cuerpo del ejército francés , bajo las órdenes del General Bosquet , con una brigada del de reserva , que se hizo venir de la línea del Tschernaía, y la Guardia Imperial. Dividióse con aquel objeto toda la fuerza en tres columnas; de estas debía atacar el Pequeño- Rediente, la de la derecha , compuesta de la división Dulac (1) con una brigada y un batallón de tiradores de la Guardia de reserva ; dicha columna se apoderaría del Pequeño- Rediente, Ta2iVQh2iJídiO después por su iz- quierda sobre el segundo recinto, y por su derecha á la gola de las Obras de ^¿^j^í^/^íí?, posesionándose del cuartel que en ellas exis- tia : la del centro , debía marchar sobre la gran cortina que unía á MalaKoff con el Pequeño-Rediente ; esta columna se componía de la división La-Motterouge , teniendo de reserva una división de la Guardia Imperial, mandada por el General Mellíent, compuesta de dos regimientos de granaderos y otros dos de cazadores; dichas tropas tenían el encargo de apoderarse de la primera cortina y marchar sobre la del segundo recinto , manteniéndose en él : la de la izquierda , asaltaría el Fuerte Malahoff^ formando esta última columna la división Mac-Mahon con una brigada y dos batallones de zuavos de la Guardia como reserva ; su General recibiría orden de tomar el Fuerte Malakoft, sosteniéndose en él á toda costa. El General D'Aurelles con la primera brigada de su división, ocuparía las alturas de la derecha del barranco de la Carena para oponerse á cualquier ataque que los rusos intentaran por aquella parte, y

(1) Las divisiones francesas se componían de dos brigadas con dos regi- mientos de infantería cada una, teniendo además la primera brigada mi ba- tallón de cazadores. Puede considerarse que la fuerza de dichas divisiones en la época del asalto, variaba de 6 á 8.000 hombres.

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comunicándose con la izquierda del cuerpo de reserva que se ex- tendía por la orilla izquierda del Tschernaia.

Las tres columnas de ataque debian llevar entre sus dos prime- ros batallones , destacamentos de ingenieros con útiles y los auxi- liares con las escalas-puentes para franquear los fosos , más cierto número de artilleros que manejasen las piezas que debian tomarse ó las clavaran, según el resultado que fuera teniendo el ataque.

Treinta y seis piezas de artillería de campana , de ellas doce de la Guardia Imperial, se situarían en la primera paralela, con objeto de emplearlas en caso de necesidad.

Pueden calcularse en 33.000 hombres las tropas encargadas del ataque del frente Mala'koff\\.'A!&i^ la extrema derecha rusa.

El Oran-Rediente sería asaltado por dos divisiones inglesas Cod- rington y Markliam (1), formando la cabeza de ambas columnas una fuerza de 1.000 hombres, tomados de las dos divisiones, con los que marcharían los zapadores , auxiliares y artilleros encarga- dos de las escalas-puentes para el paso de fosos, manejo de la ar- tillería y demás operaciones de sus institutos respectivos. Forma- ban la reserva otras dos divisiones , la escocesa á las órdenes del General Colin-Campbell , y la del General Eyre. El total de in- gleses dispuestos para este asalto sería de 12.000 hombres. Su mi- sión era ocupar el Gran-Rediente y sus obras anexas , una vez hecha la señal de estar tomada Malakoff.

Para el ataque del recinto defensivo de la ciudad se designó al General de Salles con el primer cuerpo francés , la brigada Cial- dini del ejército piamontés (2) y una brigada francesa reciente- mente llegada de Constan tinopla. El asalto de este recinto debía verificarse por el saliente del baluarte Central y las dos lunetas adyacentes, contra los cuales se lanzaría la división Levaillant, teniendo á su derecha la brigada sarda, que una vez ocupado el Central, se arrojaría sobre el baluarte del Mástil. Entre la divi- sión Levaillant y la brigada Cíaldíni se colocaría la división D'Au-

(1) Las divisiones de infantería inglesas se componían de dos brigadas, reuniendo cada división el total de siete, ocho, nueve ó diez regimientos. Cada regimiento inglés constaba de un solo batallón , con diez compañías á 80 hombres, excepto los de la Guardia Keal, que constaban de seis compañías á 90 hombres.

(2) La brigada piamontesa se componía de cuatro batallones de infantería y uno de cazadores, aumentada con 100 zapadores para el asalto.

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temarre , que debia seguir á la primera para correrse hacia la gola del baluarte del Mástil. Formaría en las trincheras como reserva la división Bonat , y en el barranco de la Cuarentena la división Paté; por último, la extrema izquierda seria ocupada por la bri- gada que se agregó al primer cuerpo , y que debería impedir, en una salida de los rusos , el acceso de estos hacia la línea de Ka- míesch (1).

Una batería de campaíía atalajada se situaría convenientemente para hacer uso de ella en caso de necesidad.

Las divisiones que se dispondrían para el asalto de la ciudad de- berían llevar, como las del ataque del arrabal , sus destacamentos de zapadores , artilleros y auxiliares para el paso de fosos y otros servicios.

El total de tropas destinadas al ataque de la izquierda era de unos 26.000 hombres.

Conocidas las fuerzas que se preparaban para el asalto de Se- bastopol, veamos la distribución de las tropas defensoras.

La derecha rusa, ó sea el arrabal Karabaluaia (téngase presente que en estas descripciones nos consideramos siempre situados en el campo aliado para no confundirnos, y que la derecha é izquierda rusa son las mismas de los sitiadores), tenía su guarnición dividida en tres secciones, mandadas cada una por un General y todas bajo las órdenes del General Khruleff: una sección comprendía las Obras de la Punta y Pequeño-Rediente , otra újuerte Malakoff^ sus cortinas , y la tercera el Qran-Rediente : formaban la reserva en el arrabal tres brigadas de cazadores ó seis regimientos, re- uniendo el General Khruleff un total de cien batallones que compo- nían unos 50.000 hombres, sin contar los artilleros y zapadores que servían las baterías , y ejecutaban trabajos en las fortificacio- nes , más cuatro vapores de guerra encargados de dirigir sus fue- gos desde el fondo de la rada sobre las columnas francesas que atacaran el recinto por la bahía de la Carena. La defensa de la izquierda rusa , ó sea el recinto de la ciudad , estaba encomendada al General Senija Kin con 48 batallones ó 24.000 hombres próxi-

(l) A vanguardia del puerto de este nombre se habia construido una línea de reductos de campaña, que formaba un campo atrincherado para proteger contra cualquier ataque la población comercial, almacenes de víveres, hospi- tales y desembarcaderos allí establecidos.

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mámente, sin contar la artillería é ingenieros. El baluarte del Mástil y sus alas adyacentes estaban ocupadas por una división de infantería. El Central y las lunetas próximas por otra división, ó sean cuatro regimientos de infantería. En la ciudad se acuartelaba una división de reserva , y el resto, hasta completar los 48 batallo- nes, repartíase entre los demás fuertes, reductos y trincheras.

Componían la guarnición total de la plaza , incluyendo en ella la artillería , ingenieros y algunas fuerzas de milicias voluntarias, unos 80.000 hombres, todos bajo las órdenes del General Osten- Sacken. Contra aquellos 80.000 hombres se disponían á mar- char 70,000 próximamente.

El Príncipe Gortschakoff , con el ejército de observación, ocu- paba las alturas del otro lado del Tschernaía , teniendo el mando supremo de todas las fuerzas , y observando desde allí cuantos mo- vimientos pudieran ejecutar los aliados.

El plan acordado por los Generales en Jefe del sitio, para el día 8 fué lanzar en punto de las doce las primeras columnas francesas con- tra el frente Malakoff; una vez ocupada esta posición , el General Pelissier, que se situaría en el Mamelon-verde , haria señal al Ge- neral Simpson para que ordenase á sus tropas asaltar el Gran- Rediente, siendo la toma del recinto del arrabal el objeto más espe- cial é importante del ataque. El General de Salles debía esperar órdenes , por señales , de su General en Jefe para lanzar las co- lumnas al asalto del baluarte Central, con objeto de amenazar la retirada del ejército ruso , y que este no distrajese fuerzas de la ciudad para reforzar la guarnición de Karabaluaia.

El día 7 se comunicaron todas las órdenes, enterándose minu- ciosamente los Generales de su respectivo cometido. El bom- bardeo continuó sin interrupción, observándose que la plaza no respondía con el vigor acostumbrado , y que no atendían sus de- fensores á la reparación de los grandes desperfectos que causaba el fuego del sitiador en sus obras defensivas. Durante la noche, aunque disminuyó algo el cañoneo , fué sólo para aumentarlo al amanecer del sig-uiente día. ¡ Con cuánta ansiedad era esperada la luz del sol que debía alumbrar la gran batalla , término de tan larg-o como memorable sitio !

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II.

Amaneció el dia 8 de Setiembre de 1855 con un fuerte viento NE. y temporal que impidió á la escuadra aliada ayudar al asalto con sus fuegos y maniobras delante de la rada de Sebastopol .

A las seis de la mañana el General Jefe de Estado Mayor del se- gundo cuerpo francés situó los seis batallones que debían forma,r las cabezas de las tres columnas francesas del ataque del frente Malalioff , en los puntos avanzados de los trabajos de aproche, en- terándoles detalladamente de la marcha que debian seguir , y re- levando con ellos la guardia de trinchera que habia hecho el ser- vicio en la noche anterior. Se reunieron los útiles y materiales para el asalto en los sitios que ocuparían los respectivos destaca- mentos de zapadores , artilleros y auxiliares para el manejo de las escalas-puentes. A las ocho de la mañana, como se temiera alguna voladura en los trabajos de contra-mina rusos que se oian desde los aproches, hicieron los franceses volar tres globos de compresión cargados con 1.500 kilogramos de pólvora delante de sus últimas paralelas. Estas explosiones dieron confianza á las tropas que se disponían al asalto , é hicieron apresurar á los sitiados la carga de sus hornillos de contra-mina , que no llegaron á incendiar. Tam- bién se volaban en aquella hora por los aliados algunas fogatas delante del baluarte del Mástil, y se lanzaban al Central^o^ barri- les de á 100 kilogramos de pólvora, que estallaron dentro de la obra, y en los aproches de estos ataques se habían situado las tropas que debian formar las cabezas de las columnas asaltantes.

A la misma hora de las ocho de la mañana se leía á las tropas formadas ya para ocupar sus puestos en las trincheras del ataque sobre Malakoff, la siguiente orden del dia del General Bosquet, que entusiasmó á aquellos confiados y valientes soldados.

«Soldados del segundo cuerpo y del de reserva :

«El 7 de Junio tuvisteis la honra de dirigir los primeros golpes »al corazón del ejército ruso: el 16 de Agosto imprimíais á sus »tropas de socorro la más vergonzosa humillación: hoy os toca »darles el golpe de gracia, haciendo sentir la firmeza de vuestras »armas , tan conocida del enemigo , al tomarle sus lineas defensi- »vas de Malakoff, mientras que nuestros camaradas del ejército

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»ínglés y del primer cuerpo marcharán al asalto del Gran-Rediente »y del baluarte Central.

»Coii un asalto general de ejército á ejército se trata de coro- »nar de inmensa y memorable victoria las jóvenes águilas de Fran- »cia. ¡Adelante, pues, hijos mios! ¡Malakoff y Sebastopol por »nosotros, y viva el Emperador!»

Leida esta entusiasta orden , que fué contestada con vivas acla- maciones, marcharon las columnas á ocupar sus puestos por los barrancos de la Carena y Karabaluaia , dirigidas por los Oficiales de Estado Mayor y por el infatigable General 'de Ingenieros Tros- sard , siendo inspeccionadas después por el mismo General Bosquet, que se colocó , concluida su revista , en el promedio de la sexta pa- ralela con su cuartel general , desde donde se proponía dirigir el ataque.

Causaba verdadero entusiasmo la vista de aquellas trincheras interceptadas por una masa compacta de soldados decididos , ale - gres y risueños en los momentos en que se disponían á mar- char á una muerte probable : animábanles con sus conversaciones los Jefes y Oficiales que en el lenguaje peculiar de la tropa daban consejos y hacian prevenciones para el asalto : observábase en los soldados veteranos la fria indiferencia con que se cuidaban de ajus- tar bien las bayonetas á los cañones de los fusiles , revisando las cápsulas y ciñendo sus fornituras para encontrarse ágiles y preve- nidos , mientras que los más jóvenes manifestaban en sus semblan- tes impaciencia y deseo de igualar , sino superar , á los que tan buen ejemplo hablan de darles : descollaba entre todos el General Bosquet , que inspiraba ciega confianza á sus subordinados , man- teniéndose frió y sereno , dando órdenes y dirigiendo la palabra con el afecto de un padre á los soldados que tenia más próximos, pre- viniéndoles á menudo que tuvieran las armas bajas para no mos- trarse al enemigo.

El movimiento de las divisiiDnes al marchar á las trincheras fué notado por el Principe Gortschakoff que dio aviso á la plaza , no dudando los rusos de que se intentaba algún ataque ; pero habiendo observado también concentración de fuerzas en las paralelas del frente de la ciudad y la llegada de la brigada sarda , vacilaban so- bre cuál seria el punto elegido por los aliados para su asalto prin- cipal , inclinándose á creer que fueran los baluartes déla ciudad, por ser sobre ellos más intenso el fuego de la artillería del sitio , y á

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causa también del refuerzo observado de tropas piamontesas , por lo que el General Osten-Sacken no se alejó de la ciudad y aumentó con algunos batallones su guarnición.

A las diez de la mañana montaron á caballo el General en Jefe y cuantos componian el gran cuartel general francés , al cual teníamos la honra de estar agregados , y á las once y media se situaba el General Pelissier en el Mamelon-verde , donde se le habia preparado un espacio blindado, para él y su Jefe de Estado Mayor, General Martimprey, y desde cuyo reducto se hablan de hacer las señales para los ataques sucesivos , que empezarían á las doce en punto por el del frente Malakoff. Los Generales que man- daban las columnas de asalto hablan arreglado sus relojes con el del General en Jefe francés.

El fuego á todo tirar de artilleria se sostenía con viva intensi- dad toda la mañana , y difícilmente podrán nuestros lectores for- marse idea del ruido atronador de cerca de 2.000 piezas de todos calibres que vomitaban fuego y desolación de una y otra parte, surcando el terreno una lluvia de proyectiles y cegando la vista el humo y la tierra levantada por las balas con el polvo del fuerte y molesto viento que por fortuna en algunos momentos solia desva- necer las nubes de humo y polvo para dejarnos presenciar el gran- dioso, espectáculo que ante nuestros ojos se desarrollaba como pa- norama fantástico. Ciento cincuenta mil corazones latian de entu- siasmo y esperaban impacientes el instante solemne de dar principio á la jornada final de un dia , cuyo recuerdo debía estar grabado en los ejércitos ruso y francés , que involuntariamente pronuncia- ban los nombres de Beressina y la Moskowa (1), nombres que fue- ron grito de guerra para aquellos valerosos soldados dignos de en- contrarse frente á frente.

En el Mamelón verde se situaron los Comandantes generales de artillería é ingenieros Thívy y Niel y todos los Jefes y Oficiales que formaban el gran cuartel general francés; únicamente el Ge- neral en Jefe y su Jefe de Estado Mayor general ocupaban el pe- queño espacio resguardado del fuego enemigo con un fuerte blindaje

(1) El dia 8 de Setiembre era aniversario de la batalla llamada de la Mos- kowa por los franceses y del Beressina por los rusos', celebrada como victoria por ambos ejércitos, y que fué reñida entre el grande de Napoleón I y el mos- covita en las márgenes del rio Beressina.

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de que dejamos hecha mención. Apenas instalado el general Pelis- sier en su puesto de observación , recibió parte del general Bosquet de estar todo preparado para el asalto, y se le contestó que ag*uar- dara la hora señalada para lanzar sus columnas.

Momentos antes de las doce el fuego que se dirigía sobre las obras que debian ser asaltadas, cesó de pronto, continuando la ar- tillería jugando contra las segundas defensas.

Por fin llegó el instante deseado ; la manecilla del reloj del Ge- neral en Jefe marcó las doce en punto , é instantáneamente las co- lumnas francesas se lanzaron á la carrera contvael frente Malakoff á los entusiastas sones de todas las bandas de música, cuyos ecos guerreros se confundían con los gritos unánimes de « ¡viva el Empera- dor! » y con el estruendo de la artillería : ¡ momentos sublimes que jamás olvidaremos y que no intentamos describir ! Todavía siente nuestra alma y late nuestro corazón al recuerdo de aquel instante supremo en que todos, con los relojes en las manos, mirábamos con ansia indecible á los valientes soldados que recorrían, confiados y seguros del triunfo, las distancias que los separaban del recinto ruso, conducidos noble y bizarramente por sus Generales, Jefes y Ofi- ciales, bajo una lluvia de proyectiles que diezmaba sus filas. ¡Diez minutos! habían pasado cuando se vio flotar sobre el parapeto del saliente de Malakoffl^ bandera francesa, cuya águila dominaba el espacio, siendo saludada por los vivas entusiastas de todo el ejército. La cabeza de la columna de la división Mac-Mahon , con su ilus- tre General , tuvo que recorrer sólo 25 metros de distancia para llegar al foso de Malakoff; los primeros soldados que llegaron á la cresta de la contraescarpa se lanzaron en el foso sin esperar las escalas-puentes ; treparon por la escarpa del saliente , desenfilado del fuego enemigo, y una vez reunidos en lo alto del talud en bastante número , asaltaron los parapetos entrando por las troneras y plantando la bandera del primer regimiento de zuavos en el re- ducto para animar con ella á los compañeros que, valiéndose ya de los puentes volantes colocados sobre el foso en dirección de la capi- tal del fuerte , y allanados los caminos por los zapadores con tierra y fagina , acrecentaban el número de los invasores de Malahoff, que se trabaron en singular pelea con la g-uarnicion del fuerte. Esta había sido sorprendida en términos que los primeros asal- tantes sólo encontraron resistencia en los artilleros, que se hacían matar defendiendo sus piezas con útiles y escobillones , y los cen-

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tíñelas reforzados con las compañías de infantería de guardia en la obra , que tomaron las armas y corrieron apresurados á su defensa. La lucha se hizo sangrienta de través en través , sosteniéndose la guardia del piso bajo de la torre , único que se liabia conservado, j desde el cual se hacia un mortífero fuego por sus aspilleras sobre los que peleaban dentro del fuerte , dando lugar á que se reforza- ran los suyos y vinieran en su ayuda : pero los invasores , exaltados con el éxito de su primer encuentro , se corrieron por los parape- tos exteriores de la obra , descendiendo al interior próximos á la gola, en la cual resistían los rusos denodadamente. Mientras se peleaba de través en través y de cortadura en cortadura , había entrado en aquel intrincado laberinto de fortificaciones toda la pri- mera brigada de la división Mac-Mahon, que se batía á fuego ^ arma blanca , con útiles y hasta con piedras , contra los rusos que retrocedían hacia la gola, vendiendo caras sus vidas y esperando los refuerzos que se disponían á ayudarles. Los defensores de la torre, que serian unos 130 hombres, se sostenían valientemente sin disminuir su fuego á pesar de las intimaciones y amenazas de quemarles en- cerrados sí no se rendían , para lo cual se arrimaron algunos haces de faginas prendiéndoles fuego , que muy luego se intentó apagar por el temor de que comunicado el incendio á algún almacén de pólvora , y estando minando, como se suponía, el reducto , volasen todos pereciendo en sus ruinas : para apagar las encendidas fagi- nas , escavaron los zapadores en el terreno próximo , y les echaron tierra encima, teniendo la fortuna de cortar con sus azadones y palas los hilos metálicos conductores , que con la ayuda de una pila eléctrica debían prender la pólvora de los repuestos y minas para volar la obra con sus invasores : más tarde se trató de forzar la puerta de la torre con los disparos de un pequeño mortero tras- ladado á mano, operación en la que murió el capitán que la diri- gía, y sólo se rindieron los bravos defensores de la torre después de batirse durante tres horas.

Al mismo tiempo que la división Mac-Mahon , se habían lanzado contra el Pequeño- Rediente y la Cortina las mandadas por los Gene- rales Dulac y La-Motterouge. La primera brigada de la división Dulac se apoderó instantáneamente del Pequefío-Rediente, arrollan- do su guarnición , clavó algunas piezas , y sin esperar refuerzos , se arrojó á la segunda línea ó recinto , persiguiendo á los rusos fugi- tivos con exceso de temeridad, que le fué en extremo adversa,

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pues siendo oargada , al intentar envolver el segundo recinto , por una columna enemiga , perdió su General y se vio obligada á reti- rarse en desorden al Rediente, en donde desorganizó la segunda bri- gada que llegaba en aquel momento con algún retardo por baber marchado al asalto desde el barranco de la Carena á causa de no haber tenido espacio para colocarse en las trincheras próximas al ataque; quizás esta circunstancia influyó en el mal éxito de la ope- ración sobre el Pequeño-Rediente. Mezcladas las tropas de ambas brigadas, retrocedieron, una parte de ellas hasta el foso de la Obra y de la Cortina, volviendo las restantes á sus paralelas, persegui- das por las bayonetas rusas , diezmadas por el fuego de artillería de las Obras de la punta , de los vapores de la rada y del gran nú- mero de piezas de campaña , conducidas por el enemigo á puntos convenientes para batir de revés el interior del rediente y de todo el primer recinto.

El General La-Motterouge , que tuvo que recorrer con sus co- lumnas unos 150 metros para llegar desde la sexta paralela á la gran Cortina, atravesando por entre lineas de pozos de lobo, logró apoderarse de ella con la primera brigada , trabando un corto com- bate con las tropas que la giiarnecian , las que reunidas se retira- ron al segundo recinto , donde se hicieron fuertes. Rehecha la pri- mera brigada y ocupada la Cortina por la segunda , marchó con aquella el General de la División para tomar el segundo recinto defendido por los rusos , no siéndole posible terminar el ataque con éxito por encontrarse con su flanco derecho descubierto al ser re- chazada del Pequeño-Rediente la división Dulac y recibir un cer- tero fuego de artillería que le forzó á la retirada , volviendo á reunirse con su segunda brigada y estableciéndose con toda la di- visión en la berma de la primera Cortina para cubrirse con su pa- rapeto del nutrido fuego que recibía desde el segundo recinto.

Estos encuentros hablan tenido lugar en la primera media hora del asalto. El fuego á todo tirar de metralla rusa se hacia sentir sobre las tropas aliadas , así como el nutrido de mosquetería, con el aumento que iban recibiendo de las reservas del arrabal. En aquellos momentos , sin la ocupación de Malahoff, se hubiera po- dido creer malogrado el primer ataque ; pero viendo el General Pelissier ocupado el fuerte de Malahoff "^ov el General Mac-Mahon, que habia contestado á la pregunta dirigida por su General en Jefe sobre la posibilidad de sostenerse en la obra , con las palabras

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J'y suis, escritas con lápiz en un papel de cigarro; laconismo que demostraba el temple de alma y la extraordinaria confianza de aquel distinguido General; juzgó llegado el momento de hacer la señal para el asalto del Gran-Rediente j del recinto de la ciudad . Enarbolóse con este objeto, según estaba previamente acordado, el pabellón tricolor francés sobre los parapetos del Mamelon-verde, señal que no siendo notada por el General De Salles , del pri- mer cuerpo , á causa sin duda del mucho humo , retardó el asalto de la ciudad todo el tiempo que emplearon los Oficiales de Estado Mayor en comunicar la orden verbalmente. Al aparecer la bandera francesa sobre el Mamelon-verde , la artillería rusa dirigió multi- plicados y certeros disparos sobre este reducto , suponiéndole ocu- pado por el gran cuartel general francés , cuyo General en Jefe usaba por distintivo dicho pabellón. Aquel fueg-o de artillería nos causó la voladura de un repuesto á retaguardia del Mamelón , y algunas sensibles bajas en el cuartel general, entre otras lo fué mucho la del bravo y joven Teniente Coronel de Estado Mayor Cassaignes , primer Ayudante de Campo de Pelissier , muy querido de este , y una esperanza , por sus relevantes cualidades , para el ejército y para su cuerpo. Observábamos con dicho Jefe el ataque desde uno de los parapetos del Mamelon-verde , cuando fuimos ambos derribados por una bala de metralla, que recibió en el cue- llo el valiente Cassaignes , cayendo exánime sin pronunciar una sola palabra , y causándonos el hondo pesar de verle exhalar el último suspiro al levantarle del suelo. Aún en la exaltación de aquellos instantes de entusiasmo , no pudimos menos de recordar que al dirigirnos del campamento al Mamelon-verde con el cuar- tel general, caminábamos al lado del Teniente Coronel Cassaignes, que era uno de nuestros mejores amigos , y observando su rostro entristecido , hubimos de preguntarle la causa de su silencio en aquella mañana que tanto prometía para la gloria de su nación, contestándonos que habia pasado la noche preocupado con re- cuerdos de su familia, habiéndose levantado con tan tristes presen- timientos, que antes de dejar la tienda habia encomendado á un com- pañero querido algunos recuerdos para su familia , que no espe- raba volver á ver. Como suelen ser frecuentes en la guerra las casuales coincidencias de ciertos presentimientos con su realización, involuntariamente recordamos los de aquel valiente Jefe, expresa- dos momentos antes de cumplirse su fatal pronóstico. La muerte

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de este Oficial se ocultó al General Pelissier , pues sabían todos los que componían el cuartel general el vivo pesar que había de cau- sarle tan triste noticia. Al día siguiente pronunciaba algunas pa- labras á la vista del cadáver del que fué su Ayudante , honrando su memoria en el momento de la inhumación , vertiendo lágrimas como pudiera hacerlo un padre sobre la tumba de su hijo. ¡Aquel corazón frío, sereno, y hasta calificado de duro en la pelea, era sensible á los tiernos afectos del alma , una vez desnudo de la co- raza del guerrero y apartado del puesto de General en Jefe !

Ai desplegarse el pabellón francés sobre el Mamelon-verde , el General en Jefe inglés Simpson hizo á su=^ columnas la señal de marchar al asalto bajo el inmediato mando del General Codrington, que lanzó sus primeras fuerzas sobre el saliente del Gran-Rediente. Estas recorrieron en buena formación, como de costumbre en sus ataques , los 200 metros que las separaban de la obra , llegando á su foso bajo el fuego de la metralla enemiga, y verificando el paso de este con la ayuda de las escalas-puentes , arrojándose algunos soldados que trepaban por las escarpas del rediente donde se intro- dujeron y arrollaron á las tropas que le guarnecían. Los rusos, vencidos, se refugiaron en los traveses de la gola, quedando ocu- pado el saliente por los ingleses invasores. Reunidos estos en bas- tante número, aunque sufriendo muchas bajas por el fuego de revés que recibían , se lanzaron al ataque de la gola , que no pudieron tomar á causa de los refuerzos que llegaron á las tropas defensoras, tratando entonces de fortificarse en el saliente cubriéndose del fuego enemigo. En este intervalo de tiempo, las otras columnas de ataque se dirigían por derecha é izquierda del rediente con el in- tento de envolverle , en vez de reforzar el saliente ya tomado, siendo recibidas por una lluvia de metralla y fuego de infantería que destrozaba sus filas en toda la extensión del terreno que recor- rían, obligándolas, por último, á volver sobre el saliente á algunos y retrocediendo otros á sus trincheras. A pesar de los refuerzos que llegaban al interior, ocupado por los invasores, les fné imposible sostenerse , y después de dos horas de sangriento pelear pronun- ciáronse en retirada al ser atacados por la reserva que llegó en ayuda de los rusos , siendo perseguidos fuera del rediente y hasta las trincheras con un aprovechado fuego de artillería. Las parale- las inglesas habían sido ya ocupadas por las divisiones de reserva que se preparaban á secundar el ataque de las primeras, cuyas

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tropas derrotadas se confundieron con aquellas, interceptando el paso, ya difícil por la aglomeración de los heridos, en términos que el Ge- neral Simpson no creyó posible organizar de nuevo sus columnas. Los rusos pudieron entonces dirigir la artillería del flanco derecho del Gran-Rediente contraía izquierda de los franceses que sebatian en Malakoff.

Hasta las dos de la tarde no recibió el General de Salles la orden de emprender el ataque de la ciudad , y en el momento lanzó de los aproches las dos brigadas de la división Lavaillant , una sobre la cara izquierda del baluarte central y otra sobre la luneta de la derecha ó Schwartz, á cuyos fosos llegaron los que asaltaban bajo un fuego general de metralla y fusilería , avisadas como estaban ya las guarniciones de la defensa por el ataque sobre el arrabal : el paso de los fosos fue reñido y sangriento : algunas escalas resulta- ron cortas ; pero al fin fué ocupado el saliente del baluarte , donde se clavaron 15 piezas de la cara izquierda, y la luneta : los inva- sores del primero no pudieron mantenerse en él por el fuego de las baterías interiores que vomitaban metralla sobre ellos, más el de las piezas de campaña que el enemigo situó en algunos traveses del segundo recinto , retirándose al fin ante el destructor efecto de al- gunas fogatas voladas por los defensores en el glásis y la carga á la bayoneta que recibieron de las fuerzas parapetadas en la gola. La confusión fué grande en la retirada al repasar el profundo foso enfilado por la artillería y bajo un fuego nutrido , dirigido por las cerradas filas rusas que coronaron los parapetos del recinto. En la luneta se sostenían valerosamente los franceses á pesar del fuego que recibían y aun del efecto de las voladuras; pero una vez recha- zado el ataque del saliente del baluarte , la cara derecha de este dirigió la metralla de sus cañones sobre el interior de la luneta, cargando inmediatamente á la bayoneta los refuerzos llegados del baluarte de la Cuarentena y de la ciudad , con cuya carga desalo- jaron el reducto, volviendo los vencidos á sus trincheras, no sin dejar los fosos y glásis, como todo el terreno, cubiertos de cadá- veres, y quedando los dos Generales que mandaban las brigadas he- ridos, y muerto el de la división Paté. Entre tanto el general De Salles hacía avanzar la división D'Autemarre para renovar el ata- que, á pesar del terrible fuego de aquel formidable recinto y la imponente fuerza que coronaba sus parapetos , contra la cual hizo dirigir los disparos de las baterías del ataque, que la obligaron ácu-

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brirse en sus atrincheramientos. Cuando se disponia á la renova- ción del asalto recibió orden del General Pelissier de suspender toda operación y continuar sólo el fuego de artillería sobre toda la línea de la ciudad. La brig-ada piamontesa no recibió orden de atacar, y se mantuvo en los aproches del baluarte del Mástil donde sufrió el fuego de su artillería , que puso á cinco oficiales y unos cin- cuenta hombres fuera de combate.

Cuando se empezaba el ataque de la ciudad , el General Gorts- chakoff , persuadido ya del objeto principal del asalto , se dirigió, enviando fuertes reservas , hacia el arrabal Karabaluaía , donde la lucha continuaba tenaz y sangrienta.

Trasladémonos de nuevo al ataque de la derecha. Dejamos el Pequem-Rediente recuperado por los rusos, y las dos brigadas de la división Dulac rechazadas con grandes pérdidas, pero posesionadas en parte del foso de la obra que no estaba enfilado por la artillería, y desde donde cambiaban un mortal tiroteo con los enemigos. Des- de el principio del ataque la artillería rusa del segundo recinto, con los vapores desde la rada y la artillería de campaña situada convenientemente, dirigían un mortífero fuego de bala y metralla contra las columnas de ataque y las últimas paralelas francesas llenas de tropas y de heridos , batiendo también de revés la gran cortina ocupada por la división La-Motterouge, que se sostenía en la berma cubriéndose con el parapeto. La brigada de Marolles, reserva de la división Dulac, avanzó para reforzar á sus compañe- ros en los fosos del Pequem-Rediente ^ donde murió su General sin lograr penetrar en la obra, á pesar de la ayuda prestada por un batallón de tiradores de la Guardia que llegó de refí'esco , á tiempo de detener la carga que los rusos intentaron dar sobre los valientes que se sostenían en el foso.

Reforzado en el centro el General La-Motteróuge con los regi- mientos de la Guardia Imperial á las órdenes del General Mellinet, se arrojó de nuevo sobre la segunda cortina , en la que fué reci- bido por un fuego de metralla irresistible y por la masa de infan- tería que guarnecía ya aquel segundo recinto , más el fuego que por el flanco derecho le dirigían los defensores del Pequeño- Redien- te, auxiliados con piezas de campaña , viéndose obligado á reti- rarse á su antigua posición en la primera cortina y cubriéndose con ella.

Para contrarestar el fuego de artillería que el enemigo dirigía

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sobre el flanco derecho del ataque, se hicieron avanzar las dos ba- terias de campaña que se tenian enganchadas de reserva, las cua- les atravesaron al trote y ordenadamente, aquel terreno surcado por una lluvia de proyectiles, colocándose en batería frente á la corti- na, á 300 metros del P equeño- Rediente , y rompiendo las doce piezas el fuego contra las tropas en él abrigadas. Poco tiempo después, herido de gravedad el Comandante Souty, muertos dos Oficiales, un Capitán, un Ayudante, y otros dos Subalternos he- ridos, con 95 hombres y 131 caballos fuera de combate, de un efec- tivo de 150 hombres y 150 caballos, mas un armón volado, tuvie- ron que retirarse, dejando cuatro piezas, cabeza de columna, sobre el terreno, que no pudieron arrastrarse hasta la noche. Notables fueron la sangre fria y el arrojo de aquellas dos baterías, que eje- cutaron la orden recibida bajo una lluvia de proyectiles de artille- ría y una granizada del fuego de mosquetería, colocando sus pie- zas y rompiendo el fuego con el orden y precisión que si lo hicie- ran en un campo de maniobra, retirándose sólo cuando recibieron orden de hacerlo, á pesar de las bajas numerosas que tenian, y sin suspender el fuego de sus piezas.

A las dos y media de la tarde el General Bosquet recibió una grave contusión de casco de bomba , que le obligó á entregar el mando de su cuerpo de ejército al General Dulac, siendo traspor- tado al próximo hospital de sangre ; pero teniendo el consuelo de ver dominar sobre Malakoff ei águila francesa.

Durante todo este tiempo el General Mac-Mahon con los refuer- zos de su reserva habla logrado ocupar todo el Fuerte 3íalakoff, y tomaba medidas para su defensa , observando las grandes masas rusas que se preparaban para atacarle por la gola de la obra. En el principio de la dudosa lucha cuerpo á cuerpo que se sostuvo en el interior del fuerte, los artilleros franceses que iban con la cabeza de la primera columna de asalto, clavaron 61 piezas, que después no pudieron utilizar contra el enemigo. Posesionados de toda la obra, cerraron los zapadores la entrada de la gola con tierra, fa- ginas y cestones arrancados de los revestimientos interiores, y la guarnición francesa de Malalwff se preparó para recibir los ata- ques sucesivos que esperaban de las fuertes reservas rusas. A las tres de la tarde voló un gran repuesto de pólvora y municiones de la primera cortina entre Malakoffy el Pequeño- Rediente, ocupada por las tropas de la división La-Motterouge , que perdió unos 200

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hombres en la explosión y la bandera, del 51 regimiento de linea, que se enterró, no siendo posible retirarla hasta el dia siguiente. x4.quella voladura, funesta para los franceses, y la herida de casco de granada recibida por el General de la División, fueron causa de algunos momentos de pánico en las tropas que ocupaban la corti- na, las cuales se retiraron en desorden, mientras los rusos con gri- tos de alegria intentaban salir de la segunda cortina para ocupar la que abandonaban los franceses; pero afortunadamente un regi- miento de la Guardia Imperial marchaba paralelo á la cortina en auxilio de los asaltantes del Pequeño -Rediente, y observando su se- reno Coronel el efecto de la explosión y el abandono del recinto que los rusos iban á ocupar, tuvo una feliz inspiración, mandando con gran aplomo á su regimiento dai- frente al flanco izquierdo y ocu- par á la carrera la hoya de la voladura y la cortina, cuyo extremo derecho no perdieron ya los franceses. No encontramos palabras para alabar el mérito extraordinario de la marcha sobre su flanco izquierdo, ejecutada por aquel regimiento de soldados veteranos, que no vacilaron en dirigirse sobre un recinto, en el cual acababa de verificarse una horrible explosión , y que era abandonado por sus camaradas, temerosos de nuevas voladuras, impidiendo de aquel modo al enemigo recuperar un terreno cuya posesión habia costado tan cara.

Por la izquierda de Malakoff se hablan apoderado algunos bata- llones franceses del reducto denominado Baterías ScJierwue, en la pendiente del barranco Karabaluaía, en cuyas baterías sostuvieron un rudo combate con los defensoros , corriéndose algunos soldados franceses hasta las primeras casas del arrabal ; pero cargados por los refuerzos rusos, se retiraron, teniendo que abandonar aquel ala del recinto cuando el fueg-o del Gran-Rediente &e. dirigió contra ellos.

Desde las cuatro de la tarde , los ataques á derecha é izquierda de Malahoff se redujeron á un fuego continuo entre las últimas paralelas francesas, la parte de la primera cortina ocupada á la de- recha de Malahoff, y el foso desenfilado del Pequeño- Rediente, con- tra las tropas rusas que ocupaban los parapetos, cuyos asaltos ha- blan sido rechazados, y el fuego de artillería, que no cesaba de una y otra parte.

Dijimos que el General Mac-Mahon tomaba sus precauciones para rechazar el ataque de las reservas rusas , cuando ocurrió la

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explosión en la cortina, casi al mismo tiempo que se cortaban los hilos eléctricos al escavar cerca de los cimientos de la antigua torre, coincidencia que alarmó en extremo á las tropas que ocu- paban el fuerte tomado , por el temor de que aquella explosión fuera el principio de las que se reproducirían en todo el recinto. Ante esta posibilidad , el General Mac-Mahon mandó inmediata- mente que una brigada compuesta de los regimientos que más ha- blan sufrido en el asalto, saliera de Malakoff^ ocupara la sétima paralela y los últimos aproches , dando á su General la orden de lanzarse con aquellas fuerzas sobre lo que quedara del fuerte , si él volaba con sus defensores por la explosión de las minas , para no perder la altura y que los rusos no pudieran recuperar aquellas preciosas ruinas que siempre serian la llave de la posición. ¡Orden prudente y acertada , digna de la reputación de aquel hábil y bi- zarro General que se distinguió notabilísimamente en la jornada gloriosa del 8 de Setiembre! La pequeña cuanto valiente guarni- ción de la torre se rindió y fué hecha prisionera.

Reanimadas las tropas de Mac-Mahon con la sangre fria y la confianza que á todos inspiraba su General, cerraron sus filas contra los parapetos que ahora les tocaba defender de los rudos ataques de los rusos , que no hablan sabido guardarlos. Colocáronse algunos pequeños morteros que hicieron sus disparos contra las reservas rusas que se formaban en el arrabal y contra las baterías de campaña establecidas en el segundo recinto , logrando por fin los artilleros franceses utilizar una pieza de 24 rusa de Malakoff contra el segundo recinto.

Entre tanto el General Khruleff dispuso fuertes columnas , á la cabeza de las cuales se colocó , marchando sobre la gola de Mala- hoffen buen orden, con arrojo y decisión; pero fueron recibidos con tan mortífero y aprovechado fuego por los nuevos defensores del fuerte , que se vieron precisados á retirarse siendo herido el General, que entregó el mando á su segundo. Este, con una bri- gada ligera de refresco organizó de nuevo su columna y marchó denodadamente sobre la gola, en cuyo ataque murió, retroce- diendo los suyos al arrabal. Intentábase otro asalto por el General á quien correspondió el mando que recibía refuerzos del Principe Gortschakoff , cuando este se presentó , y haciéndose cargo de la posición de los franceses , de la imposibilidad de llegar á la obra teniendo que subir sus columnas una empinada rampa barrida por el

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fueg-o enemigo, y juzgando que sus tropas habían llenado cum- plidamente su deber , hizo suspender el ataque que se intentaba, y desde entonces , cerca ya del anochecer , empezó á tomar medi- das para la evacuación de la parte Sur de Sebastopol , once meses disputada por los aliados ; evacuación que estos no esperaban tan pronto ; pues al mismo tiempo el General Pelissier hacia ocupar las últimas paralelas por las tropas menos cansadas, daba orden para trasladar una batería de campaña á Malakoff y enviaba una brigada de zapadores para que perfeccionase su defensa, dispo- niendo todo para impulsar al dia siguiente los trabajos de ataque desde la fuerte posición que ya ocupaba.

Hablase observado por el General Jefe de Estado Mayor Mar- timprey , movimiento de tropas que pasaba el gran puente de la rada hacia el Norte , que se confirmó por los partes que daban poco después los Jefes de las escuadras , los cuales vieron desde la embocadura de la rada el mismo paso de tropas por el puen- te: esta novedad, indicio seguro de retirada, se participó á las tropas para reanimarlas. Al anochecer la artillería rusa dis- minuyó sus disparos y el fuego de mosquetería iba cesando en todas sus líneas , con lo que , y dadas todas las órdenes para la noche por el General en Jefe , trasladábase el gran cuartel gene- ral á su campamento , cuando empezaron á sentirse fuertes deto- naciones de voladuras , y después se notaron incendios en algunos edificios : las detonaciones y los incendios aumentaron durante toda la noche y viéronse volar sucesivamente las baterías de la punta y el cuartel de su gola, el Pequeño-Rediente , Gran-Rediente , ba- luartes del Mástil, Central y de la Cuarentena , estando á las dos de la madrugada ardiendo la ciudad y el arrabal.

Así terminó aquel dia memorable después de una lucha cuerpo á cuerpo , de un combate de artillería á todo tirar , de una serie de asaltos, choques y encuentros entre 150.000 hombres próxima- mente, con 2.000 piezas en batería y en un espacio de terreno reducido, donde se peleó durante siete horas con un valor y un encarnizamiento, por ambas partes , que excede á toda exagera- ción , y que nuestra pluma intentaría en vano pintar con sus vivos colores para representar el cuadro interesante , conmovedor y va- riado de tan célebre batalla.

Las pérdidas sufridas por los ejércitos aliados y ruso en la bata- lla del dia 8 son un dato elocuente de lo rudo de la pelea. En

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Malakoff, la división Mac-Mahon atacó cori un efectivo de 199 oficiales y 4.520 soldados y tuvo 292 muertos, de ellos 29 oficiales, y 1.818 heridos, con 85 oficiales, en total 2.090 hombres fuera de combate. Los zuavos de la Guardia atacaron con 627 hombres y tuvieron 311 bajas. La brigada de reserva, fuerte de 2.100 hombres, perdió 637. Estas fueron las bajas sufridas en el ataque del fuerte Malakoff &6\MReTii%. En total, los aliados tuvieron fuera de combate unos 10.000 hombres: 5 Generales franceses muer- tos, 2 heridos y otros 5 contusos, y 2 Generales ingleses heridos. Los rusos por su parte confiesan una pérdida de 12.000 hombres fuera de combate ; 3 Generales muertos, 3 heridos y uno contuso.

La plaza y sus defensas tenian de 1.200 á 1.500 piezas de todas clases y calibres en batería, y á pesar del inmenso material inuti- lizado durante los once meses de trinchera abierta, todavía se encontraron en el Sur de Sebastopol 3.839 piezas de artillería. 500.000 proyectiles y 262.000 kilogramos de pólvora que se pu- dieron salvar del incendio. Se calcula que los rusos harían unos 3.000.000 de disparos contra los ataques, quemando de seis á siete millones de kilogramos de pólvora.

Los sitiadores tuvieron en batería algo más de 800 piezas de todos calibres, haciendo sobre Sebastopol 1.500.000 disparos próxima- mente y un gasto de más de cuatro millones de kilogramos de pól- vora. La infantería francesa consumió veintiocho millones de cartuchos de todas clases.

La noche del 8 estuvieron sobre las armas los guardias de trin- chera y de Malakoff "^^vd. prevenir cualquier golpe desesperado que los rusos pudieran intentar, no habiendo causado bajas en los aliados las voladuras de las diversas obras que se fueron verifi- cando durante la noche, si se exceptúan algunos muertos en el foso del Pequeño- Rediente , que no quisieron abandonar los franceses, principalmente por ocuparse en recoger y favorecer á los heridos.

IX.

Al amanecer del día 9 pudo observarse por el ejército aliado que había esperado impaciente la luz del nuevo día oyendo durante la noche pasada hasta 35 explosiones de otros tantos' almacenes de pólvora , más las voladuras de los baluartes y obras fortificadas, el final de la retirada del enemigo que abandonó bastantes heri-

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dos , replegando sobre la orilla Norte el puente de balsas que le sirviera para la evacuación de la guarnición de la ciudad , habien- do hecho la del arrabal con la ayuda de los vapores. Gran nú- mero de buques de la escuadra fué echado á pique en la bahía, viéndose sólo parte de los mástiles fuera del agua para atestiguar la desaparición de una flota reducida á la inacción , como ejército de mar, durante la campaña de Crimea. Después de amanecer , y continuando el incendio , volaron los fuertes de la Cuarentena y Pablo, así como algunos repuestos al ser invadidos por las lla- mas. Habían quedado en Sebastopol voluntarios rusos con objeto, se suponía, de avivar el incendio, que fueron víctimas de su fana- tismo , tanto por las explosiones como por el furor de los soldados alia- dos que , á pesar de las órdenes que se lo prohibían , se introdujeron á merodear entre aquellas ruinas , y encontrando á los supuestos incendiarios, vengaban en ellos las desgracias que por su impru- dencia les causaban las explosiones continuas del incendio , que se comunicaba á los repuestos y almacenes.

El General Pelissier hizo establecer una extensa línea de centi- nelas para impedir la entrada en las obras defensivas y ciudad conquistadas, permitiendo el paso sólo á los destacamentos de ar- tilleros y zapadores que se ocuparon en cortar hilos eléctricos y el fuego , registrando los puntos en que pudiera haber pólvora y mu- niciones para salvarlas del incendio; y á los destacamentos de sani- dad para recoger heridos : parte de las divisiones de Mac-Mahon y Dulac se ocuparon en abrir entradas y caminos al recinto tomado, haciendo rampas para el paso de carruajes y material necesarios á los trabajos que debían emprenderse. Celebróse un armisticio para recoger heridos y enterrar los muertos.

Leyóse á todos los cuerpos la siguiente orden general dada por el General Pelissier desde el fuerte Malakoff á su ejército :

«Reducto Malakoff 9 de Setiembre de 1855.

» I Soldados ! Cayó Sebastopol. La toma de Malakoff h.'a. decidido ))su caída. El enemigo por su propia mano ha hecho las formida- »bles defensas de la posición , incendiando la ciudad , los almace- ))nes, y echando á pique el resto de los buques en el puerto. Ha «desaparecido el baluarte de la Rusia en el Mar-Negro (1).

(1) En efecto, la toma de la ciudad y el arrabal, cyue; formaban la parte Sur déla rada con los diques, astilleros, arsenales, cuarteles, etc., terminaba la im-

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»Estos resultados se deben, no sólo á vuestro ardiente valor, »sino también á vuestra indomable energ-ia y á vuestra perseve- »rancia durante un sitio de once meses. Jamás hablan tenido que »triunfar de obstáculos semejantes las tropas de artillería de mar y *tierra, las de ingenieros , ni las de infantería. Jamás desplegaron ^tampoco estas tres armas tanto valor , tanta ciencia , tanta reso- »lucion. La toma de Sebastopol os honrará eternamente.

»Este triunfo inmenso engrandece y desembaraza nuestra posi- »cion en Crimea. Al mismo tiempo permitirá restituir á sus hoga- »res , á sus familias , los cumplidos que permanecían en nuestras »filas. Gracias les doy en nombre del Emperador por la abnega- »cion de que no han cesado de dar pruebas , y yo procuraré que »puedan pisar pronto el suelo de la patria.

»¡ Soldados! La jornada del 8 de Setiembre en que han flotado »reunidas las banderas de los ejércitos inglés, piamontés y francés, »será para siempre memorable. Vosotros habéis engrandecido el »brillo de nuestras águilas con una gloria nueva é imperecedera. »¡ Soldados, habéis merecido bien de la Francia y del Empera- »dor ! El General en Jefe del ejército de Oriente, Pelissier.»

A las nueve de la mañana de aquel día entramos en Sebastopol, acompañados de un Capitán de Estado Mayor francés, con objeto de visitar minuciosamente todas las defensas tales como habían quedado , visita que duró hasta las seis de la tarde , detenién- donos muy poco en cada obra importante. ¡Cuánta fué nues- tra admiración al fijarnos en aquella inmensidad de tierras removidas , aquel número de baluartes , reductos , fuertes y atrincheramientos de todas clases , construidos durante el sitio, con abrigos para alojar un ejército entero; aquella enorme acu- mulación de materiales y recursos de todo género ; blindajes for-

portancia militar y marítima de la península Taurida, y por consiguiente el po- derío ruso en el Mar Negro. Repetimos esta idea para desvanecer de una vez el error tan generalizado de que los aliados, después de tantos y tan supremos esfuerzos , sólo se habían amparado de una parte de Sebastopol , habiendo quien agrega que de la menos importante. Ya lo hemos dicho; en la parte Norte sólo existían algunos edificios habilitados para cuarteles, hospitales y almace- nes, una pequeña población de marineros y trabajadores, y los fuertes que de- fendían la rada en aquella villa, y todo dentro del recinto de un campo atrin- cherado, cuya toma hubiera sido fácil á los aliados vencedores del Sur si hubieran tenido necesidad de su posesión para continuar una campaña en la península, cuyo objeto no se explicaría.

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mados con árboles colosales empalmado los unos con los otros; cestones de dimensiones incomprensibles ; revestimientos propor- cionados al desarrollo de perfiles desconocidos hasta entonces; piezas de máquinas de vapor rellenas de tierra empleadas en re- vestir las cañoneras en algunas baterías ; g-alerías de contra-mina desahogadas y sin fin ; en una palabra , todo alli era colosal , todo pasmaba , y asombrados ante aquella fortaleza increíble , nos pre- guntábamos: ¡ si realmente se habia tomado á viva fuerza aquel intrincado laberinto de trincheras y baterías artilladas de una manera formidable! A esta involuntaria pregunta nos respondía el aspecto general del terreno que recorríamos , cubierto de cadá- veres y de heridos, de proyectiles y de cañones, de una enorme cantidad de hierro en pedazos , de carros y cureñas destrozadas, de ruinas sin fin , efecto todo del fuego concentrado de tantos dias y tantos meses, que no habia respetado casas ni edificios, cuarteles ni hospitales ; á todas partes llegaron los proyectiles del sitiador, i Qué espectáculo tan desolador ! Un gran número de soldados merodeadores, introducidos á pesar de la línea de centinelas que lo prohibía, entraba desordenadamente en las casas ó restos de ellas no incendiados todavía , rompiendo los muebles ; extraían las ropas ; recogían cuanto encontraban , destrozándolo todo , y con infernal algazara recorrían aquellas ruinas entre el incendio y las voladuras , alegres y bulliciosos , celebrando el tan deseado triunfo , disfrazándose con las ropas encontradas , y tan pronto se veía un barbudo zuavo vestido con enaguas y sombrero de mujer, como un cazador de la Guardia Imperial con delantal y sombrilla que nos ofrecían una botella de exquisito vino , según su dicho, encontrado en las bodegas del pueblo , y cuyos vapores sin duda les causaba tal entusiasmo , mientras otros grupos cogidos del bra- zo , cantaban y reían , hasta que la algazara y la bulla se inter- rumpían por las voces siniestras de sawve quipeuf, al avisarse por los encargados de buscar repuestos de pólvora , la proximidad del incendio de alguno de aquellos; voces que esparcían el pánico poniendo en fuga á los alegres grupos , no sin que algunos de sus individuos quedaran sepultados entre las ruinas de las voladuras. Presenciábase también la muerte de algunos de aquellos volunta- ríos rusos, llamados incendiarios, si no tenían la suerte de ser encontrados por Jefes ú Oficíales que les hacían prisioneros. Tanta alegría . tal algazara , tamaña devastación contrastaban grande-

TOMO III. 36

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mente con los cuidados asiduos y fraternales de los destacamentos en- cargados de recoger heridos y de enterrar los muertos ; eran los pri- meros tratados y socorridos con una caridad ejemplar y que llenaba el alma de grandísimo consuelo : veíanse soldados correr de uno en otro lado, allí donde oían un lastimoso suspiro, con cantimplo- ras llenas de agua para apagar la devoradora sed de heridos que llevaban veinticuatro horas de luchar con la muerte y la desespe- ración ; algunos no se saciaban nunca , y otros espiraban apenas satisfecha la sed que les mataba. Aquellos caritativos soldados no hacia distinción , al prestar socorros y auxilios , entre enemigos y compañeros : el dia 9 se habia olvidado el furor y el encarni- zamiento de la víspera ; ante la desgracia y la muerte sólo se en- contraba la caridad y la fraternidad. Recorríamos conmovidos aquella serie de episodios diversos, contemplando en la orilla Norte, y bajo la bandera moscovita, un espectáculo semejante; también en aquel campamento , entonces silencioso , se cumplían los sagrados deberes de sepultar los muertos y trasladar heridos á sus hospitales y ambulancias. Habíamos visitado la mayor parte del doble recinto de fortificaciones y baterías , cuando llegamos al arrabal Karabaluaía y subíamos al Oran-Rediente para descender y seguir el recinto hasta Malakoff. ¡Todavía nos quedaban horro- res que visitar ! La pluma se resiste pintar el aspecto de todo el terreno que rodeaba el fuerte Malakoff, y en particular la gran rampa que descendía desde su gola hasta los edificios del arrabal: esta rampa, de pendiente bastante inclinada , habia sido el camino seguido por las fuertes columnas de las reservas rusas al intentar recuperar en tres ataques sucesivos , y siempre frustrados , aquella obra importante , llave de Sebastopol , defendida ya por las tropas francesas á las órdenes de Mac-Mahon, Todo el terreno estaba li- teralmente cubierto por montones de cadáveres acumulados los unos sobre los otros, no quedando un espacio siquiera suficiente para atravesar aquellos sitios sin pisar la espesa alfombra de muertos que le cubría, entre los que se notaban convulsivos movimientos de algunos heridos que exhalaban sus últimos ayes y para los que la ciencia no tenía ya remedios , recibiendo sólo los consuelos de al- gún sacerdote ó las gotas de agua que en sus moribundos labios derramaban las manos caritativas de algunos soldados , sus enemi- gos del día anterior. Hicimos la observación de que en el terreno más próximo á la gola de la obra final de la rampa , las primeras filas

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de cadáveres eran todas de Jefes y Oficiales , que atestiguaban los esfuerzos heroicos que hablan hecho para conducir sus soldados á Malahoff, j recuperar el fuerte que no lograron defender, hacién- dose matar al pié de los parapetos que intentaban asaltar.

Terminamos nuestra visita saliendo por el puente que , echado sobre el foso del reducto, sirviera para el primer asalto, y todavía allí presenciamos la operación de llenar los fosos de aquella parte del recinto con los muertos recogidos , cubriéndolos con tierra por ser imposible hacer zanjas para tan crecido número de cadáveres y de restos de hombres , recogidos delante de las baterías rusas donde la metralla, recibida á cortas distancias, despedazaban á los desgraciados que fueron victimas de su heroico deber.

Silenciosos y entristecidos nos retiramos de aquel sangriento campo de batalla, cuyo recuerdo no se aparta de nuestra mente, haciéndonos pensar en la diversidad de emociones causadas por los hechos de los dias 8 y 9 : en el primero todo fué ruido, entusiasmo, animación y vida ; el ardor de la lucha enardecía la sangre , sin reparar en la desolación y la muerte que nos cercaban ; todos los sentimientos eran dominados por los reflejos brillantes de la gloria , y el estruendo de la artillería ; los sones diversos de las bandas militares , el incesante clamoreo de los que peleaban, la variación continua de episodios todos admirables retenían hasta el latir de nuestro corazón para no perder el detalle más mí- nimo , absorbiéndonos la esperanza del triunfo, que debía ser el premio de tantos afanes, de tantos sacrificios, cegándonos y en- sordeciéndonos aquel épico conjunto para no ver lo repugnante ni lo triste, ni oír los ayes y los clamores de las víctimas. El día 9 lo grandioso y lo bello había desaparecido ; el contraste era horrible ; á los vivas , al estruendo del combate , á la anima- ción de los toques guerreros , á las esperanzas de gloria , al enar- decimiento de la sangre , al entusiasmo , sucedieron el silencio y la desolación, la tristeza y el sentimiento, los ayes del herido , los últimos suspiros del moribundo , el aspecto repugnante de la san- gre y la muerte. Dominados por estas diversas emociones nos reti- ramos de las ruinas conquistadas para felicitar de nuevo al Gene- ral en Jefe que, con su elevado carácter, su energía superior y con su perseverancia singular, dio cima á una empresa tan colosal como de éxito dudoso para la ciencia y el arte de la guerra ; plá- cemes y felicitaciones que dirigimos á todos los amigos del gran

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cuartel g'eneral que habían tomado parte en la empresa á que nos habíamos asociado durante tantos meses , participando de sus tra- bajos y de sus sufrimientos , de sus satisfacciones y de sus glorías, como verdaderos compañeros de armas. El recuerdo de Sebastopol vive entre los que más pueden halagarnos ; fué su memorable sitio la primera escuela práctica de nuestra carrera militar ; alli recibi- mos nuestro bautismo de fueg*o ; allí aprendimos á despreciar la muerte cuando el deber y la patria lo exigen; y los lazos de amis- tad que nos ligaron á tanto soldado valeroso , siquiera sean hijos de otras naciones , los lazos de hermanos de armas que formados ante el peligro y estrechados bajo el fuego incesante de once me- ses de sitio , no pueden desligarse á pesar del tiempo y las vicisi- tudes de la vida ; ¡ sean estos renglones recuerdos cariñosos envía- dos á los que fueron tan buenos amigos como valientes guerreros!

X.

El día 10 una brigada francesa tomó posesión de la ciudad de Sebastopol , atravesando sus ruinas á tambor batiente , y estable- ciendo sus grandes guardias á la vista de la rada. El General Ba- zaine fué nombrado Gobernador de la plaza. Los ingleses se pose- sionaron del arrabal , y muy pronto los rusos empezaron á dirigir el fuego de sus baterías del Norte sobre los trabajos que los alia- dos emprendían. Estos establecieron algunas baterías contra las rusas, y se dedicaron á extraer el material que podían aprovechar de la plaza conquistada; minando al mismo tiempo para volar, como lo verificaron , las gradas de construcción de la marina , los cuarteles y el fuerte Nicolás , único que no había volado el ene- migo, sin duda por falta de tiempo. Todo el ejército aliado visitaba con curiosidad las ruinas de la ciudad , las fortificaciones tanto tiempo combatidas , comentando y discutiendo sobre cada uno de tantos episodios como habían tenido lugar en los distintos baluar- tes y atrincheramientos.

Hasta que se formaron los preliminares de la paz, el ejército aliado hizo varios reconocimientos por los valles próximos al Tschernaía , teniendo algunos pequeños encuentros ó escaramuzas con los puestos avanzados rusos, dando así ocupación á las tropas.

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y moviéndolas Mcia puntos más sanos. En la rada se cruzaban los disparos de artillería entre las orillas Norte y Sur.

El 29 de Febrero llegaron órdenes de celebrar un armisticio con los rusos , que no empezó hasta el 14 de Marzo , siendo linea divi- soria el rio Tschernaia. El 30 del mismo mes se firmó la paz, y los ejércitos , antes enemigos , fraternizaron hasta el reembarco de los aliados , teniendo lugar convites recíprocos , torneos y carreras de caballos.

Así terminó aquella célebre campana sintetizada en el ataque y toma de Sebastopol , cuya pérdida obligó al Imperio de los Czares moscovistas á firmar la paz , renunciando por entonces á los pro- yectos tradicionales en la dinastía de Pedro el Grande.

XI.

Hemos cumplido nuestro propósito , y aunque en él no estuviera comprendido el hacer un estudio del objeto y resultado político de la campaña , cuyo más importante episodio acabamos de relatar, no podemos prescindir de dejar consignada nuestra opinión sobre los frutos recogidos por los Gobiernos europeos que hicieron esfuer- zos gigantescos para la resolución de la cuestión de Oriente, y que en nuestro concepto quedó sólo suspensa , con aquella paz tan ca- ramente comprada.

La ambición moscovita , los intereses cristianos en Oriente , los temores de la Europa occidental, la debilidad del Imperio Turco y todas las complejas cuestiones que de la unión , choque y contra- dicción de tan diversos intereses amenazan como fantasma pavo- roso el equilibrio y la paz del mundo , quedaron por resolver des- pués de una campaña que costó á la humanidad un millón de hombres y millones sin cuento á los tesoros de los pueblos que lu- charon. Las naciones católicas y cristianas que marchan al frente de la civilización moderna , vienen dando el espectáculo singular y anómalo de sacrificar al falso equilibrio europeo y á los serios te- mores del poder ruso , los sagrados intereses de los cristianos de Oriente , defendiendo y apuntalando el carcomido Imperio Musul- mán, ludibrio y escándalo de los tiempos que felizmente alcanza- mos. Tuvimos ocasión de visitar parte del país búlgaro , poblado

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en la mayoría de cristianos griegos , bajo el dominio del Imperio Turco , y sentíamos vergüenza y humillación , como cristianos , al ver aquella noble raza de hermanos nuestros dominada, vejada y atropellada por los sectarios de la Media Luna. ¡Imposible parece que en el siglo presente dos grandes naciones cristianas y católicas se aliaran á otro gran pueblo liberal y cristiano , para defender el territorio turco , sin dar solución al presente y al porvenir de los subditos cristianos del Sultán ! En buen hora que se ataje y com- bata la ambición exagerada y peligrosa del César Moscovita que, coloso formidable se presenta en continuo soñar á los políticos europeos asomando por los estrechos del Sund y de los Darda- nelos: pero ¿cómo abandonarlos intereses cristianos y civiliza- dores en Oriente? ¿Acaso las armas victoriosas de Francia, Ingla- terra y Cerdeña no pudieron exigir del Sultán, salvado de las garras del oso del Norte, libertad é igualdad para los subditos cristianos? Hoy mismo, la heroicidad de los hijos de Creta ¿no me- recía algo más que frías simpatías de los Monarcas y de los Go- biernos que dirigen la política del mundo europeo? Tenemos la convicción firmísima de que si estos Gobiernos no se deciden á dar pronto una solución cristiana y civilizadora á la cuestión de Oriente, el Imperio Ruso, que ensancha su influencia entre los pue- blos cristianos griegos que profesan su misma religión , y que per- severante y dominado por un sólo pensamiento , no abandona su propaganda, ya bajo la idea panslavita ó como auxiliar de sus in- tereses religiosos, captándose las simpatías y la gratitud de los pueblos que gimen bajo el yugo insoportable del Sultán , llegará á realizar su sueño constante , reemplazando con la Cruz Griega la Media Luna que se enseñorea en la cúpula de Santa Sofía y en los altos minaretes de la ciudad de Constantino: pero el Lábaro cristiano flotará cobijando un poderoso Imperio, temido de la Europa liberal, que podrá desembocar del Báltico y del mar de Mármara para dominar en el Atlántico y el Mediterráneo, reunién- dose en el estrecho de Gibraltar.

Repetimos , pues , que la guerra de Oriente debió ser más fecunda en resultados; cierto es que, domeñando el desmedido orgullo de los ejércitos moscovitas , detuvo por alg-un tiempo la realización de sus planes , pero, si el enfermo estaba grave , según la frase feliz del autócrata Nicolás I, los esfuerzos de la alianza europea, contra el Imperio Ruso, no debieron satisfacerse con administrar dosis para

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dar vida por algunos años al paciente, cuyo crónico mal no tiene cura. Vencido el Czar fué ocasión propicia de renovar en el enfermo una vida que acababa , con la sabia de la civilización moderna , ó arrojarle del territorio europeo, reemplazándole con otra rama lo- zana y fructifera para la libertad , el progreso y el cristianismo. ¡ Ojalá nuestros temores no se realicen, y sin derramarse una gota de sangre , llegue para los cristianos de Oriente la era de libertad é independencia porque suspiran y á que son tan acreedores !

J. López Domínguez. Madrid y Mayo de 1868.

Á QUINTANA.

Julio de 1851.

Cuando al rayar el dia , Allá de mi lejana adolescencia ,

El dios de la armonía , Que es el dios de la humana inteligencia ,

Su inspiración ardiente Vertió en mi corazón , vertió en mi frente;

Sonó, sonó en mi oido De patria y libertad un eco santo

De insólito sonido; La voz del vate , del profeta el canto ,

Que al ruido de tus olas ¡ Patrio Guadalquivir ! canté á mis solas.

No era , no , ya la Musa Que triscando por riscos y por faldas

Tonos femíneos usa , Y del dios del placer entre guirnaldas

P'rívola adoradora, Dios, hombre, mundo, humanidad ignora.

Era la gran Poesía ; La que del mundo en las remotas partes ,

Como en la Grecia un dia , Fué madre de las ciencias y las artes ,

Voz del cielo en la tierra, El himno de la paz y de la guerra.

k QUINTANA. 561

Era la voz de un siglo Que al nacer y al morir luchó iracundo

Con el feroz vestiglo De la que fué superstición del mundo,

Y en generosa saña « España j España ! » le gritaba á España.

Era tu grande acento , ¡ Quintana ! era tu voz que , en la sombría

Cárcel del pensamiento Sonando y resonando , removia

Con versos como espadas De España las entrañas ulceradas.

Pelayo , ardiente rayo Contra el Islam y el oriental Califa ,

El Cid , nuevo Pelayo , Guzman , Bruto de España allá en Tarifa ,

Padilla en sangre tinto , A tu gloria fatal , ¡ oh Carlos Quinto !

Las del panteón hispano Del austríaco Escorial turbadas sombras

Que á España dan en vano Las banderas del mundo por alfombras ,

Si tu ígnea fantasía En ellas sólo ve la tiranía ;

Aquellas sombras tristes Del grande Emperador, del Rey prudente ,

Que al tribunal trajistes De una infeliz generación que aun siente

Rodar por el vacío La España , su esplendor, su poderío ;

El infecundo nieto De ellos en pos que la corona ingente ,

No Rey, sino esqueleto , Deja caer de la caduca frente ,

562 A QUINTANA.

Y á los Borbones fia , Esqueleto como él , su Monarquía ;

El pensamiento humano Que arrebatado de ambición inmensa ,

Arcano tras arcano A los cielos robándoles , condensa

La palabra del hombre El monumento que á la edad asombre ;

España, en fin, España Sacudiendo dos siglos de desmayo ,

Y con la antigua saña Blandiendo en las Termopilas de Mayo

La espada de Pavía Que la herrumbre del ocio carcomía;

Tal fué tu gran poema

¡ Himno de las batallas ! ¡ Armonía

De muerte y de anatema Que de Bailen á Waterloo seguía

Con eco sobrehumano De la Europa vengada al gran tirano !

i Himno de las batallas ! De aquellas ¡ ay ! donde la fuerza blande Sus bronces y sus mallas ,

Y de aquellas también do en lid mas grande

Despliega su violencia El guerrero sin paz, la inteligencia.

En la memoria mía , Nunca olvidados , no , mas confundidos

En la honda lejanía De los años en pos desvanecidos ,

Tus cantos hoy se elevan ,

Y el entusiasmo juvenil renuevan.

Mas ¡ay ! ¿qué dejo amargo

^ k QUINTANA. 563

Posa en mis labios el licor ardiente?

¿Por qué de su letargo Quiere en vano salir mi torva mente ,

Y enluta el alma mia Nube de funeral melancolía?

Triunfó la independencia, y la Europa triunfó ; pero á la España

Se le arrancó la herencia De la que fué su inmarcesible hazaña ,

Y envuelta en sus pendones La postrera quedó de las naciones.

Triunfó también un dia La libertad ; pero la Europa entera ,

Cual vasta alcahicería , Como inmenso taller do el oro impera,

Fabrica ciudadanos Que están pidiendo y que tendrán tiranos.

¡ Oh ! si la musa heroica Que cantó con trasportes sacrosantos

La libertad estoica De Grecia j Roma en inmortales cantos

Volviese á la armonía , Con su lira de bronce ¿qué diria?

¿Acaso contemplados A la tétrica luz de lo presente ,

Los siglos ya pasados , Aquella España en cuya altiva frente

Tu rayo se blandía , La misma maldición te arrancarla?

El fanatismo odiaste. ¡ Pluguiese á Dios que aun fanatismo hubiera !

El himno que entonaste Un fanatismo fué que en su carrera

Abrió cielos y abismos,

564 Á QUINTANA.

¿Qué es ¡ay ! la humanidad sin fanatismos?

Ninguno ya , ninguno Existe ya ; ni el que ensalzó al Monarca,

Ni el que inflamó al tribuno : Un Dios brutal el universo abarca

Desde el altar deshecho, El Dios de la materia , el Dios del hecho :

Y en vez de aquella santa Familia de los pueblos soberanos

Que libre la garganta De los yugos de todos los tiranos

Imaginó el deseo , El Bajo Imperio de la Europa veo.

Asi en la acobardada Roma Horacio cantó mientras la lengua

De Cicerón clavada En los rostros guardados á tal mengua .

Tu última arenga hacia ¡ Romana libertad ! en tu agonia.

¡ Oh ilusión venturosa De una generación que se derrumba !

Nosotros , su ingloriosa Posteridad , junto á su ilustre tumba

Pasamos sonriendo, Su generoso error escarneciendo.

Nosotros, los espúreos Hijos del desengaño que trocamos

Por mantos epicúreos La toga consular que despreciamos ,

Y á toda patria ajenos Sabemos más pero valemos menos.

Y qué , ¿será mentira Cuanto el hombre esperó? ¿será delirio

k QUINTANA. 565

El genio que le inspira , La virtud y el valor vano martirio,

Y el Dios que al hombre cria El Dios de una perpetua tiranía?

¡ Oh ! no : vendrá la historia, Y al legar á los siglos sus anales,

Dirá al fin tu victoria ¡ Oh raza de tribunos inmortales !

Pueblos , guardad su herencia : La fe en la humanidad fué su creencia.

Y que el vate fuiste

De esa tribu inmortal ¡ noble poeta !

Y que enmudeciste , Vencido no , mas desdeñoso atleta ,

Y en sombra refulgente

Velas hoy con rubor tu anciana frente ;

Si aún vive aquella musa Que alentaste al despuntar su dia ,

Cuando con voz confusa , Vagando en el pensil de Andalucía ,

Cantaba la infelice Trajedia de Pausanias y Cleonice ;

No temas que abandone Las santas cumbres donde á ver se alcanza

El sol que no se pone ; Sol de la humanidad y la esperanza;

El sol que el hombre implora , El sol del porvenir que está en su aurora.

Gabriel G. Tassara.

PAN Y TOROS.

Si la mayor preocupación de un buen padre es el estudio de carácter y naturales disposiciones del hijo amado, de la misma manera debe de serlo para los Gobiernos y hombres públicos la concienzuda investig-acion de la Índole de los pueblos que están llamados á regir ó sobre los que la superioridad de su inteligencia ó posición ha de ejercer notorio influjo. Que esta es, no una pre- ocupación, como hemos dicho, sino un deber indeclinable, no hay para qué detenernos á demostrarlo. Los pueblos como las indivi- dualidades necesitan conocerse y saber á qué pueden consagrar sus facultades , tomando en cuenta no sólo sus recursos patrimoniales, sino su especial actitud para fecundarlos. Tan imperiosa obligación no pudo jamás ser desatendida, y los hombres más eminentes la consagraron sus vigilias, habiendo sin embargo un folleto , de indisputable mérito , pero ligero , festivo y satírico , alcanzado la palma, que sin disgusto unánimemente le adjudicaron los mismos ofendidos, viniendo á ser sentencia ejecutoria definidora del ca- rácter nacional el célebre Pan y Toros.

Pan y Toros: aqui en nuestro sentir un funesto error que, infamando el carácter, lo envilece y esteriliza para todo género de progreso. ¿Qué significa Pan y Torosí Rudeza, holgazanería y miseria satisfechas ó entretenidas con brutales emociones , espan- toso ruido, soez clamoreo y escasa y pobre alimentación. ¿Fa de buscarse el tipo del español en los tendidos de la plaza , feliz con sus harapos y su bota henchida más de rejalgar que de vino? El retrato era idéntico cuando se hizo , conservando aún por desgra- cia mucho parecido , y sin embargo nos atrevemos á llamarlo ca-

PAN Y TOROS. 567

lumnioso , como , aunque leve , lo prueba la modificación misma que ha sufrido.

Acaso no haya habido pueblo ni suelo más constantemente adu- lados que el español , ni más pomposamente enaltecidas sus exce- lencias , y únicamente á lo que nadie se ha atrevido es á defender al primero de la nota de holgazán y desidioso , habiéndose sin re- serva aplaudido la fecundidad y hermosura del segundo, cual otra nueva y más feraz tierra de promisión. ¿Será una extravagante singularidad apartarnos de tan común opinión? No podemos ser jueces en causa propia ; pero en defensa de nuestro sentir aducire- mos las razones que lo abonan , y si no alcanzan á convencer, sír- vanos de excusa el patriotismo y buena fe con que procuramos in- quirir la verdad en materia que tanto importa para evitar los males que nos afligen , y alcanzar los beneficios que otras naciones más dichosas disfrutan.

Abrigamos el íntimo convencimiento de que bajo el mismo ré- gimen , con la misma educación é iguales desgracias como las que han afligido á nuestra desventurada patria durante el dilatado período de tres siglos, cualquier otro pueblo sería igualmente hol- gazán , todos habrían perdido su primitivo carácter y hasta su na- cionalidad, y ninguno como el español conservaría los nobles rasgos de los que en las grandes crisis siempre ha dado tan seña- ladas pruebas. Pero por ahora contraigámonos al examen de la pe- reza que se nos imputa , y que con escasa vergüenza confesamos como característica , cuando sólo es efecto de un cúmulo de extra- ñas circunstancias.

Si antes de juzgarnos como al presente somos ó parecemos, el ánimo se remonta al estudio de nuestra noble ascendencia , y con espíritu observador analiza el glorioso período de la reconquista, las hazañas de los descubridores del Nuevo Mundo , y las proezas de los tercios castellanos , menos aún admira su heroico valor que su perseverancia y trabajos. ¡ Perseverancia y trabajos ! ¿Y quién se atrevería á negarlos? Pues estas virtudes son inseparables ene- migas del ocio , y noble origen de la aplicación. Así es verdad, se nos contesta , pero también que todas esas maravillas se realiza- ron , no por amor al trabajo , sino por amor á las aventuras y á la gloria , del que también nuestros padres , á pesar de su ya indis- putable holgazanería , dieron mucho más tarde , en la guerra de la Independencia, iguales pruebas.

568 PAN Y TOROS.

Si de nuestras gloriosas proezas y conquistas por tierra pasamos á contemplar las , si cupiera aún mayores , alcanzadas en los ma- res , causa verdadera admiración el afanoso y constante trabajo de nuestros marinos , pues aparte de la g-loria , no hay profesión al- guna tan dura y disciplinada. Las tempestades y los combates son relativamente raros accidentes de la guerra y de la mar, y la vida normal del marino es el más improbo y constante trabajo. Si, se contestará otra vez ; en la mar como en la tierra la misma pasión produjo iguales resultados.

Esto bastarla á nuestro propósito , pues desde el momento que se confiesa que la indolencia del carácter no es inaccesible á los estí- mulos de las pasiones , sino que por el contrario lo mueven y ex- citan con incomparable energía , todo queda reducido á averiguar si otra pasión tan natural , tan ingénita en el hombre como el de- seo de aumentar sus goces, de mejorar su condición, no le estimu- laría lo mismo, ¿Pero ha podido sentirla un pueblo que tan solíci- tamente se ha cuidado no comprendiera otra manera de ser y de vivir, que como era y vivía en los tiempos más rudos, cerrándole los oídos al público pregón de los adelantamientos modernos ? Na- die ama lo que no conoce ; dádselo á conocer, y es bueno y útil, lo amará con vehemencia y que el progreso de las naciones es útil lo prueban las ventajas que proporciona, y que es bueno lo ha de- clarado el episcopado francés en las últimas discusiones del Senado sobre la ley de instrucción pública al confesar que el estado de moralidad del ilustrado vecino Imperio nunca había sido tan satis- factorio. Ni de otro modo seríamos sus partidarios , porque fuera del orden moral todo nos parece malo y aborrecible , pero en nues- tro sentir el verdadero progreso implica siempre la idea de mora- lidad.

Por otra parte , negar que la pasión ó vehemente deseo de me- jorar es el mayor estímulo del trabajo , es negar la naturaleza hu- mana. Pues si este sentimiento es tan natural, se nos dirá: ¿cómo su influjo no ha prevalecido? Porque las pasiones se amortiguan y extinguen como se excitan y exaltan , y tampoco esto puede con- tradecirse sin incurrir en una negación impía. Pero todavía se in- siste suponiendo que las pacíficas conquistas del trabajo , tan úti- les y sólidas como las alcanzadas por las armas á precio de mucha sangre y hazañas, no afectan la ardiente y meridional imaginación del pueblo al que sólo le mueven la gloria y las aventuras, y so-

PAN T TOROS. ' 569

bre todo, la religión y el Rey. Ya, con mucha satisfacción nues- tra , aparecen otros santos y nobles sentimientos que hacen del es- pañol el tipo más sublime del valor , de la constancia y del tra- bajo. Aunque desde luego podríamos sacar las consecuencias que de esto se deducen, nos reservamos para lugar más oportuno , si- guiendo por ahora el método con que hemos principiado.

Digna ha sido en su relativa esfera nuestra marina mercante de la de guerra , á la que sin el estímulo de la g*loria tampoco nin- guna aventajó, y estamos seguros que todos pagan un tributo de admiración á los hombres de mar en toda la extensión de nuestras costas, que constituye una parte importantísima de la Monarquía. ¿Será que los peligros de tan bravo elemento seduciendo su con- dición temeraria sobre valientes los hace también laboriosos ?

Los innumerables españoles que pueblan las Américas prueban, los más con el sacrificio hasta de la vida ; los menos , aunque mu- chos , con su opulenta fortuna , hasta dónde raya su actividad é inteligencia, aun en aquellas abrasadas regiones en las que un sol tropical enerva las fuerzas del cuerpo y del espíritu. Verdade- ramente admira tanto valor , y muy pocos hombres de guerra po- drán acreditar en sus hojas de servicio más trabajos , riesgos y vi- cisitudes como las que estos bizarros aventureros de la riqueza su- fren por adquirir una fortuna que proporcione sosiego y bienestar á su vejez, rango y comodidad á sus familias, y no escasas venta- jas á su tierra natal , á la que siempre su entusiasta amor consagra parte de su caudal con aplicación á fundaciones piadosas ó benéfi- cas ú obras de utilidad pública. En este ejemplo creemos que no habrá ya nadie que se atreva á suponer que por espíritu de aven- turas ni amor á la gloria ni al Rey , ni siquiera por el mejor ser- vicio de la Iglesia, nuestros emigrantes abandonan sus humildes aldeas y familias , de las que seguramente no se separarían si aun con mayor trabajo pudieran esperar menor fortuna.

Todavía podemos ofrecer otro elocuentísimo ejemplo de nuestra aplicación , que sin más estímulo que el de la natural recompensa prueba que el español no excusa el trabajo cuando cree obtenerla. ¿Pero dónde buscar semejante ejemplo? ¿Dónde? En la agricul- tura , precisamente en la agricultura , que por ser la más notada de desidiosa , holgazana é ignorante , sirve mejor á nuestro pro- pósito , que tiene un objeto útil y práctico , y no el de vindicar al carácter patrio de tan degradante calificación , pues ni á tanto pre-

TOMO III. 37

570 PAN Y TOROS.

sumimos alcanzarán nuestras fuerzas, ni en último resultado, á fuer de castizos españoles , nos agobia el sanbenito , al que , sin duda como muy aclimatado en nuestro país , estamos acostumbrados.

¿ Pero dónde encontrar bien cultivados nuestros miseros campos? En todas aquellas comarcas , digan lo que quieran los que con su- perficialidad hablan, donde las condiciones climatológicas ó la ex- celencia de los frutos ofrecen esperanza , ó donde la imperiosa ne- cesidad obliga al trabajo. Galicia, x\stúrias, las Provincias Vas- congadas , la huerta de Murcia , la de Valencia y cuantas vegas de regadio , por desgracia harto escasas , cuenta nuestro territorio, todas , todas atestiguan el perseverante trabajo de nuestros culti- vadores y algunas su aventajada inteligencia.

Es verdad que de las provincias del Norte siempre se ha hecho honrosa y favorable excepción ; pero á las de Levante y Sur se las ha juzgado como herederas de la molicie de sus antiguos domina- dores , los árabes , á punto que parecerá temerario empeño defen- derlas de una opinión tan funesta como unánimemente aceptada. A pesar de esto las de Murcia y Valencia , cuyos naturales en su fisonomia , traje y costumbres tanto parecido conservan con los an- tiguos pobladores de sus preciosas huertas, las cultivan con tanto trabajo , esmero y arte, que rivalizan con lo más escogido del ex- tranjero, elevando los productos de la tierra á un extremo increi- ble con su infatigable constancia , pues si bien es cierto que el suelo de la huerta de Murcia es excelente , el de la de Valencia es de lo más ligero y endeble de la Península ; pero de todo triunfa la per- severante codicia de sus hijos , que en el duro y enfermizo cultivo de los arroces sacrifican la salud y hasta la vida, pues hay co- marcas en que rara es la persona que llega á la edad madura, vi- viendo sus moradores castigados siempre de constantes intermi- tentes. ¿Pero qué vale cuanto podamos decir, comparado con lo que revelan nuestras antiguas leyes que llegaron hasta imponer la pena capital por el delito de cultivar el arroz , y sin embargo, el interés las venció después de mucho tiempo de lucha y angustiosas tribulaciones?

Donde se evidencia aún más que es vulgar aprensión atribuir en España la pereza de sus naturales á su especial organización ó al clima es en la provincia de Murcia. De igual raza son y en igual clima viven los de la huerta y del secano , y mientras los primeros gozan merecida fama de laboriosos é inteligentes , tienen sus cam-

PAN Y TOROS. 57Í

pos como jardines , y sacan á la tierra un enorme producto , no emi- grando ninguno, á pesar de que apenas caben en tan reducida ex- tensión , los del secano , por el contrario, aparecen rudos y holga- zanes, y sobrándoles terreno emigran á bandadas, á punto de for- mar una colonia en Argel. La diferencia, pues, no consiste en los hombres sino en los medios con que cuentan .

Excepto el cultivo por los negros de la caña dulce en América, acaso no haya trabajo tan duro como el de la siega en nuestros abrasados campos de Castilla , y los infelices que á él se dedican por alcanzar un modestisimo ahorro que en el invierno socorra su pobreza , no ignoran el riesgo á que además se exponen ; pues, infinitos de los que con este objeto inmigran en la región central no regresan á sus hogares, quedando como lastimoso despojo en los cementerios y hospitales. En tan mortifera faena rivalizan galle- gos, murcianos y valencianos , y en la Mancha ambos sexos.

Si las numerosas excepciones que hemos citado son justamente reputadas como laboriosas, si á su cabeza, ó al menos á su lado con muy legítimos títulos colocamos á Cataluña, no sólo conside- rada bajo el aspecto industrial sino también como agricultora, re- sultará que un considerable número de españoles son muy aplica- dos. ¿Y el resto?

Recorred , recorred y observad con imparcialidad todas nuestras provincias , y aún en las más tildadas de haraganes encontrareis algún rincón en él que por la excelencia de sus frutos ó por cual- quier otra circunstancia hay estímulo , y como consecuencia, apli- cación. Andalucía misma acredita esta verdad. ¿Puede mejorarse el cultivo de las viñas ni el beneficio de los vinos de Jerez? ¿Puede cultivarse mejor ni presentarse con más arte y gracia producto al- guno que la esquisita pasa de Málaga? ¿ Qué aplicados , qué inte- ligentes, qué industriosos? ¿No son por ventura andaluces como los demás? Si lo son, ¿en qué consiste, pues, tan marcada dife- rencia? Sus más inmediatos vecinos continúan labrando sus tier- ras como los árabes , mientras ellos, en comunicación con todo el mundo, explotan los mercados extranjeros adivinando los gustos y hasta la moda, porque también el paladar la sigue, de París, Lon- dres, Norte- América y San Petersburgo. Estas diferencias á nues- tro juicio prueban que con iguales condiciones todos seríamos sino iguales, al menos muy parecidos , y que para conseguirlo única- mente falta que la política y la administración con sus inmensos

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recursos suplan las desventajas de los menos favorecidos, que aban- donados y sin estimulo ni esperanza, parecen lo que no son ó no serian.

La política, que se refiere más al orden moral, ha debido desper- tar el espíritu de los pueblos educándolos de una manera y bajo un sistema conveniente , levantando su ánimo é inspirando amor al trabajo no sólo por el sentimiento de la propia conveniencia , sino también por patriotismo. La administración, que se refiere más al orden material, ha debido á su vez remover las dificultades con que lucha la producción en nuestro pais por la pobreza de su ponderado suelo y por otra porción de circunstancias hijas del sistema mismo que se ha seg-uido, que en vez de ayudar dificulta y entorpece. Asi, y sólo asi se conseguiría que todos fuéramos iguales á los que por la ventaja de una vejetacion más pródiga tienen mayor estímulo, ó á los que costaneros ó fronterizos han vivido en contacto con otros pueblos , salvando de uno ú otro modo la resistencia que la acción misma del poder les oponía , y que los demás no pudieron vencer por la desventaja de su posición , como lo prueba la indis- putable anomalía de que la región central sea la más atrasada en todos sentidos.

Porque nuestra industria sea tan escasa tampoco puede deducirse que carezcamos de aptitud y aplicación para ella , toda vez que constantemente hemos observado, sin excepción de provincia alguna, que allí donde se ha planteado una fábrica , al principio ha sido necesario traer maestros y operarios del extranjero, al muy poco tiempo han sido sin desventaja sustituidos por los naturales.

Por lo demás la frase « amor al trabajo» es viciosa y falsa. La humanidad no siente la concupiscencia de semejante amor y sólo llega á serle grato por la costumbre hija de la educación , de la necesidad ó del anhelo de mayores goces. La holgazanería que es natural y no se vence sino por los prodigios de la educación ó por la violencia de la necesidad , y como al pueblo español no se le ha educado, ni por desconocerlos ha sentido la necesidad de ma- yores goces , ni tampoco el hambre lo ha aguijoneado, de aquí que ni es ni ha podido ser laborioso.

La política y la administración en funesto consorcio y con per- severante y prodigiosa habilidad enervaron sus facultades , redu- ciéndolo al más absoluto aislamiento. Bajo tan maléfica influencia, el espaSk)l no ha vivido, ha vejetado en el mundo, extraño al

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mundo , á su movimiento y progresos , y con tales elementos no fuera justo pedirle cuenta de lo que es.

Sólo un sentimiento, el religioso, se procuró mantener vivo, y siempre heroicamente ha respondido. En la guerra de la Indepen- dencia nuestro pueblo batalló muy en primer término por la reli- gión , muy en seg-undo por la patria. Los más en el francés no vie- ron un invasor sino un judio; asi es que trocándose en 1823 su apariencia , llamóseles con este objeto hijos de San Luis, y como á buenos cristianos , que venian á combatir á españoles ya sospecho- sos de no serlo tanto, fueron recibidos con los brazos abiertos. Si como , gracias á Dios , se ha nutrido este sentimiento se hubieran excitado los demás en vez de comprimirlos y ahogarlos , del mismo modo y con la misma eficacia meridional con que , por fortuna, conserva nuestra patria la fe religiosa, ostentarla las virtudes cívi- cas, entre las que la laboriosidad individual ocupa un lugar muy preferente como base , no sólo del bienestar y moralidad de los ciudadanos, sino también de la prosperidad pública.

Involuntariamente volvemos al símil con que principiamos. Si á un padre le cuesta tantos trabajos, tantos cuidados, sacrificios y desvelos despertar en su hijo el amor al trabajo como única espe- ranza de su porvenir y felicidad , si esta es acaso la mayor preocu- pación de la familia, si aun así tantas veces se malogran estos afanes, ¿qué puede exigirse á un pueblo cuya paternidad la han ejercido por tanto tiempo poderes que, lejos de dirigirlo y apo- yarlo, cual si fuera su hijo , moral y materialmente procuraron apagar sus nobles instintos? Despiadado fuera pedir estrecha cuenta al infeliz huérfano abandonado sin educación y recursos, y, sin embargo, aun su mala suerte sería menos desdichada que la del que gimió bajo el duro yugo de feroz padrastro, vejado, humillado, degradado y envilecido para que por indignidad y rebajamiento no se atreviera á pedirle cuenta en su dia del haber materno. Mucho pudiéramos decir en este sentido ; pero ni debemos ni queremos volver la vista atrás, considerándonos felices con poder relegarlo al olvido.

No creemos haber adulado á nuestro país: le amamos demasiado para convertirnos en sus cortesanos : muy por el contrario, su de- fensa implica otra censura acaso más grave, pero en nuestro sen- tir más justa, cual es la imposibilidad de compararlo con otros pueblos que están educados. Piedra preciosa , la única faceta que

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han pulido despide brillantes rayos de luz, y presumimos que toda seria igual si por completo la hubieran labrado. Entre tanto, atri- buimos la diferencia, que deploramos , de otras naciones que go- zan fama de activas y laboriosas á las circunstancias en que las respectivas nacionalidades han desenvuelto su moderna civiliza- ción, entiéndase bien , su moderna civilización , que no han sido iguales ni siquiera parecidas, sin que por esto dejemos de recono- cer que los pueblos, como los individuos, tienen una Índole propia y distinta que los hace más aptos para la guerra ó para las artes, para el comercio, la agricultura ó la industria; pero también nos parece indudable que su condición, si no siempre ni en todo, mu- chas veces y en gran parte se modifica por el influjo del poder y de las circunstancias. De otra manera, las naciones serían siempre perfectamente iguales, y esto lo contradice la historia, pues aun bajo el mismo sistema , los accidentes de la fortuna, que tam- bién á los pueblos alcanzan , las han modificado de una manera muy sensible en períodos entre bien inmediatos.

Y en muy superior escala , aunque en mucho mayor trascurso de tiempo, ¿no vemos cómO los diferentes grados de civilidad en el individuo, de civilización en los pueblos , los han cambiado por completo? Sobre el mismo suelo , bajo el mismo sol y con iguales alimentos, ¿en qué se parecen los antiguos civis romanos á los con- temporáneos, ni menos el culto cartaginés al semisalvaje africano? ¿Puede, pues, prescindirse de una condición, que sin ser intrínse- ca, tanto se sobrepone á la natural índole de las naciones? De esta que pudiéramos prescindir, y sin embarg-o no lo hacemos, reco- nociendo que en el fondo siempre hay algo de característico, y que en el español lo ha sido el espíritu belicoso; pero también que esta virtud, al lado de otras faltas, ha sobresalido, porque las circuns- tancias han influido poderosamente para que tan buena disposición se desarrollara, mientras de la aplicación la han comprimido.

Sin remontarnos más allá, de la invasión de los árabes, la guerra fué una necesidad; los dos sentimientos más vehementes en el co- razón humano, la religión y la nacionalidad, nos obligaron á ha- cerla sin tregua, la materia era dispuesta, y cumplió heroicamente con su deber, y el ejercicio de las armas, la costumbre de la guer- ra, convirtiendo por siglos el patrio suelo en permanente campo de batalla, de generaciones en generaciones llegó el hábito á formar una segunda naturaleza, á punto que bien pudo definirse por mu-

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cho tiempo al español con sólo apellidarlo monje ó soldado. Des- pués de la reconquista, mil causas generales, y alguna tan casual como la belicosa condición del descendiente de los Reyes Católicos, Rey, Emperador y soldado, fueron causa de que continuara la in- terminable serie de nuestras gloriosas campañas , á lo que acaso contribuyó más tarde el material interés, pues nuestra pobreza in- terior era entonces mucho mayor que al presente , y el déficit del Tesoro público sólo penosamente se saldaba con los subsidios de Europa y las ricas flotas de América.

Acaso esta aseveración parezca absurda á los infinitos que con buena fe, pero con lastimoso y perjudicial error, creen que somos riquísimos, á punto de sobrarnos todo por la prodigiosa fecundidad de nuestro suelo. Fácil es , por desgracia , refutar tan lamentable equivocación ; pero su misma gravedad exigirla un trabajo más detenido. Así, únicamente nos limitaremos á preguntar: si los re- cursos propios bastaban á cubrir nuestras necesidades, del sobrante que de fuera recibíamos, ¿qué se hizo? ¿qué lo representa? ¿en qué obras públicas ó monumentos se empleó ? Muéstresenos , siquiera sea en ruinas, la herencia que nuestros antepasados nos han legado.

También creemos , sin rebajar por esto su inmarcesible gloria, que el espíritu guerrero no era un atributo especial de nuestro ca- rácter, sino de la época, pues las demás naciones no dejaban de ser bravamente reñidoras , lo que no las ha impedido progresar en las artes de la paz , siendo hoy más fuertes para la guerra por su riqueza y buena administración, que por el , también innegable, valor de sus naturales. ¿Y tendremos nosotros algún vicio orgá- nico que nos haga incapaces para el progreso que otras han alcan- zado? No, mil veces no; nuestra pereza y negligencia son única- mente efecto de la mala higiene ; cambiada esta, el espíritu y las fuerzas adquirirán vigor y actividad , y por esto nada nos parece menos filosófico que deducir en el orden moral , siguiendo una ló- gica al parecer recta , pero en el fondo errónea , por el efecto , la causa. No trabaja, luego no es trabajador. El problema es dema- siado complejo para resolverlo con tanta facilidad. ¿Quién siendo siempre el mismo, no se ha sentido alternativamente aplicado ú holgazán por la influencia de circunstancias extrañas á su modo de ser?

Juzgar de la índole de los pueblos en abstracto , únicamente por los resultados prescindiendo de las circunstancias y del régimen

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que los ha gobernado , equivaldría á renunciar á la crítica en la historia , á preferir la apariencia á la verdad y con mengua suya hacerlos de peor condición que á los reos , en cuyo interés y por los fueros de la justicia examínanse concienzudamente las circunstan- cias atenuantes y agravantes , porque los hechos aislados muchas veces, poco ó nada, ó lo contrario de lo que parecen significan.

Desde 1787 hasta 1815, y desde 1848 hasta el presente , ó sea casi en el período de medio siglo, la Franqia, en uno ú otro sentido, ha vivido bajo la dictadura revolucionaria unas veces , imperialista otras , pero dictadura al fin siempre , y nada sin embargo sería más aventurado como deducir de un hecho tan evidente que este fuera el espíritu del vecino Imperio , á pesar de haberla aceptado una y otra vez con gran entusiasmo , y de que aún en el día, contradi- ciendo el elevado juicio del que la ejerce, quieran prolongar su dominio hombres de probado patriotismo.

Acaso se nos dirá que la comparación no es exacta , que las dis- tintas formas de gobierno son simples accidentes de suyo mudables por la influencia de los tiempos , mientras la natural índole de los pueblos siempre en el fondo es la misma, y por consecuencia in- mutable. Este argumento que parece contrariar nuestro propósito, de preferencia lo escogemos para defenderlo; pero antes séanos permitido anticipar un ejemplo.

Hay en la Rioja un pueblo, Cervera del Rio Alhama, cuya pre- ciosa pero reducida vega , no bastaba ni podía alcanzar al mante- nimiento de sus vecinos , que en su inmensa mayoría se dedicaban al contrabando en tan gran escala y con temeridad tan grande, que con frecuencia se batían no sólo con las fuerzas del resguardo sino con las del ejército. Sus desenvueltas costumbres correspondían al reprobado tráfico del que osadamente hacían pública profesión, y á tal extremo hubieron de llegar, que muy seriamente se pre- ocupó de ellos el Gobierno de Carlos IV , nombrando para reprimir- las un oficial de superior graduación. Por fortuna fué elegido el Sr. Trajía , Marqués del Palacio , cuya memoria tradicionalmente conservan aquellos vecinos con agradecida y reverente veneración. Ineficaces fueron al principio las medidas de rigor que empleara el celoso Comisario Regio, de lo que muy pronto se convenció, de- cidiéndose por consejo y con acuerdo de algunas , muy pocas , de las principales familias que deploraban la aventurera vida de sus convecinos, á proponer al Gobierno que utilizase otros medios in-

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directos que fueron aprobados y surtieron un efecto maravilloso.

Eran estos la apertura de caminos , la roturación de varios ter- renos , la plantación de muchos frutales , y sobre todo el desarrollo de unas fabriquillas de tejidos , con virtiéndolas en buenas fábricas de lonas que , á la par que protegiesen la agricultura consumiendo los cáñamos de aquellas feracísimas comarcas , diesen utilidad y honrada ocupación á los fieros cerveranos. Con efecto el contra- bando desapareció , floreció la agricultura , y las fábricas tomaron tal vuelo que , habiendo surtido toda la marina de guerra dui'ante ocho ó diez años , hoy constituyen la riqueza de varias familias que asociadas las explotan. Sus productos son tan superiores que constantemente han obtenido los primeros premios en las exposi- ciones nacionales y extranjeras , habiendo triunfado también en un concurso que hace algunos años se verificó en nuestros tres ar- senales marítimos , y en la actualidad proveen con gran estima- ción á la marina mercante y aunque poco á la de guerra, y aquel pueblo tan bravo , es el de menos criminalidad , no sólo de su pro- vincia , sino de toda España , si se exceptúan las Vascongadas.

Para dar, en fin , una idea de sus blandas costumbres y cultura, sólo diremos que fué acaso el único pueblo de España donde el Gobierno de Fernando VII no pudo conseguir se alistara un solo voluntario realista. Esto aisladamente sólo probaria que la opinión no era favorable á aquel sistema , y así es la verdad ; pero prueba mucho el que á continuación, durante la guerra civil, cuando por desgracia tan frecuentes fueron los confinamientos, todos los nota- dos de carlistas en las provincias limítrofes solicitaran se les desti- nara á Cervera. Infinitos lo consiguieron y conservan un gratísimo recuerdo de la agasajadora hospitalidad que allí , donde todos eran sus adversarios, les dispensaron; gozando , en medio de nuestras sangrientas revueltas, la más completa seguridad bajo la garantía de aquel honrado pueblo.

Aun cuando el ejemplo parezca exiguo, es, á nuesto juicio, muy elocuente y expresivo el cambio , no de una persona ni de una fa- milia, sino de una población, que al fin cuenta de 4 á 5.000 almas, y lo es mucho más por lo radical de la mudanza.

Nada había más aventurero y refractario á la paz y al constante trabajo y á la sumisión á las leyes , y sin embargo , hoy este mis- mo pueblo es un modelo de laboriosidad , de sumisión y de buenas costumbres, y ciertamente por esto no ha meneado su reconocido

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valor, del que dio señaladísimo testimonio , siendo el último que en 1823 depusiera las armas que habia empuñado en defensa de la Constitución , riñendo un sangriento combate con las tropas rea- listas cuando ya el Rey habia salido de Cádiz y aquellas se ense- ñoreaban de toda la Nación. Maravilloso esfuerzo y constancia en tan desesperado trance.

Emprendido el buen camino y moralizado aquel pueblo , su re- cinto era demasiado estrecho para su afanosa actividad , y los an- tiguos contrabandistas , hoy honradísimos industriales , después de haber dado g-ran desarrollo á sus fábricas , han montado otras de diferentes clases de hilados y tejidos en Zaragoza , Torrellas y Va- lladolid. ¿Qué es lo que varió la raza ó las circunstancias y la educación de los cerveranos? ¿Cuál es el verdadero carácter? ¿El de los antiguos contrabandistas ó el de los actuales industriales?

Difícilmente pudiera presentarse una prueba más cabal de la influencia del poder sobre la natural índole de los pueblos. Toda- vía el prudente espíritu de Trajía domina en Cervera , que adqui- rió y conserva una fisonomía especial y tan distinta de los demás pueblos de su contorno , que mientras estos dieron muchos hom- bres á las facciones carlistas , de él no se fué ni uno sólo , pues los hermanos Cuevillas, aunque de allí naturales, habían salido de muy niños , circunstancia que con sumo cuidado hacen notar sus paisanos. Si para tan prodigioso cambio bastó el patriótico celo de una autoridad prudente y discreta, ¿qué no puede esperarse del influjo y eficacia de las instituciones?

Siendo un principio unánimemente reconocido que deben adap- tarse á la índole de los pueblos , lógicamente se deduce que si esta fuera invariable , también deberían serlo aquellas que tan íntima- mente le están subordinadas. Presumimos que nadie se atrevería á sostener en absoluto una proposición tan falsa como la premisa de que deriva. Es verdad , , que las instituciones deben adap- tarse al carácter de los pueblos para que su iniciación sea menos violenta, pero no que este sea inquebrantable cuando en último resultado aquellas lo modelan triunfando de la influencia de la raza, del clima y de los alimentos. Y así observamos que á una civilización análoga , siempre han correspondido análogo pro- greso ó decadencia en épocas y pueblos entre distantes y aun opuestos.

Que en el fondo hay siempre un matiz característico ya lo he-

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mes dicho , y como no defendemos exageraciones , Volvemos á re- petirlo; pero esto no impide que la educación asimilando, triunfe, ó al menos modifique las naturales disposiciones , mejorando las buenas , atenuando las malas , y por ello no seria cuerdo ni justo juzgar aisladamente por los resultados á distintos pueblos , cuya historia, instituciones y circunstancias han sido tan diversas. ¿Po- dría deducirse de la rudeza de un campesino el alcance de su inte- ligencia en comparación con la de otra persona que hubiera reci- bido el beneficio de una ilustrada educación? Y lo que decimos de la inteligencia, por su mismo influjo, ¿no puede aplicarse también á los hábitos y amor al trabajo , si como creemos su progreso á la par que ilustra estimula?

Tenemos , por último , que confesar que no es perfectamente exacto el simil de que nos hemos valido, comparando la influencia de la educación en el individuo , con la que ejerce sobre la colec- tividad. En el primer caso su triunfo no siempre es seguro, en el segundo nunca deja de serlo.

Para probarlo, tenemos necesidad de otro ejemplo: La educa- ción es al espíritu lo que los vestidos al cuerpo , á todos conviene que estén bien hechos , pues asi aumentan sus gracias ó disimulan sus defectos; pero á los que más importa es á la generalidad que, no distinguiéndose en ningún concepto , es más modificable por los accidentes exteriores, pues á las excepciones, ó no les hace tanta falta , porque sin extrañas galas siempre brilla la hermosura perfecta , ó en sentido inverso tampoco alcanza su influencia, por- que, como dice el refrán, «aunque la mona se vista de seda, mona se queda.» Del mismo modo en el orden moral la educación ejerce omnipotente influjo sobre las naturalezas medias que constituyen la inmensa mayoría, pero se estrella ante algunas, muy pocas, organizaciones tan enérgicamente vigorosas , que nada alcanza á modificarlas. Asi la historia de los Santos nos muestra algunos que por predestinación, gracia ó virtud no sólo se sustrajeron al maléfico influjo de una educación perniciosa , sino al del ejemplo y violencia de sus padres , cuyo pagano culto abandonaron por el del verdadero Dios , muriendo heroicamente por su g-loria. Y por el contrario , desgraciadamente vemos , aunque por fortuna pocos, algunos hijos de honradísimas familias que , inaccesibles á la vir- tud de la doctrina y del ejemplo, esclavos de su perversa índole, se deshonran y envilecen. Pero, lo repetimos, esto no pasa en uno

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ú otro sentido de muy raras excepciones , las bastantes . sin em- bargo, para no poder asegurar el triunfo de la educación en el caso concreto de un individuo que puede ser excepcional , pero por esto mismo puede asegurarse siempre sobre la colectividad que nunca es ni puede ser excepción. Suma de la inmensa muchedumbre su carácter distintivo, es la mediania, de su fondo, y apartándose, se destacan los santos y los genios , los criminales y los estúpidos; pero la mayoría siempre es vulgo , es decir, no una cosa despre- ciable como malamente suele entenderse , sino lo que dentro del orden común y ordinario dócilmente corresponde , cuando la ver- dadera superioridad la dirige y gobierna.

Por esto las instituciones que forman la educación de los pue- blos , se arraigan , encarnándose en ellos á punto de alterar, ó por lo menos oscurecer su carácter, que nunca representa otra cosa sino el sistema que los rige. Por esto las revoluciones y las reac- ciones siempre son en su origen la tiranía de los más sobre los menos , y nunca se realizan sino con violencia , porque los pueblos aman y se identifican con lo que poseen , y así destituidos de ca- rácter decisivo concluyen por amar lo mismo que aborrecían, per- sonificando la idea que más odiaban , y muriendo los descendientes en defensa de los mismos principios contra los que también á costa de su sangre lucharon sus antecesores.

Esto es precisamente lo que en largos períodos proporciona so- siego á la sociedad y garantías á las instituciones casi unánime- mente defendidas por todos los ciudadanos , cuando ya han regido bastante tiempo. Y así sólo se explica cómo España, habiendo re- sistido la Monarquía pura , la amó después al extremo de defen- derla contra el sistema representativo , y hoy ama este y lo defen- dería contra aquella. ¿Dónde está, pues, esa fijeza de carácter, esa peculiar é inflexible índole que al fin ha concluido por adap- tarse á todos los sistemas? Y lo que decimos de nuestra patria es igualmente aplicable á todo el mundo ; no es la historia de un pueblo sino la de la humanidad, y un hecho tan universal y du- radero tiene sin duda una gran razón de ser.

La costumbre es el verdadero y decisivo carácter de los pueblos que , sobreponiéndose á su natural , lo avasalla y oscurece , y la costumbre es hija de la educación , y esta es de las instituciones, cuyo ejercicio , moralizándolos ó pervirtiéndolos , los modela , ins- pirándoles las virtudes cívicas , despertando su entusiasmo ó ener-

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van do sus facultades , excitando su aplicación ó sumiéndolos en brutal é indolente holgazanería.

Esto es en verdad lo que hasta aquí ha venido sucediendo , y lo que la moderna civilización ha enmendado en parte y tiende á en- mendar por completo , procurando que la mayoría conveniente- mente educada se sustraiga á la tiranía extraña y á su propia ser- vil costumbre , influyendo eficazmente en la gestión de los nego- cios públicos , según la aconsejan sus ya ilustradas convicciones, en pro de sus intereses y haciendo prevalecer su verdadera índole.

LoB Gobiernos absolutos , arbitros del ejercicio de las institucio- nes , y por consiguiente de la educación de los pueblos , vinieron á serlo también de sus costumbres, carácter, porvenir y desarrollo. Y asi únicamente se explica su larga duración y omnipotente do- minio , basado en la ignorancia y en la ciega obediencia , perver- sos principios que malamente M. Guizot ha pretendido imputar al catolicismo, suponiendo que su resistencia habia detenido los progresos de la civilización. Por fortuna , y para gloria de Es- paña , el inmortal Balmes le salió al camino probando con la auto- ridad de los Santos Padres que la Iglesia , lejos de profesarlas , las condena , siendo en este particular la doctrina del angélico Doctor más radicalmente liberal que la de la mayor parte de los publicis- tas de nuestros dias.

No; aquellos funestos principios eran únicamente una impía arma de escuela ó de partido , una farisaica superchería que , si por tanto tiempo dio vida al sistema absoluto , entrañaba sin em- bargo el germen de su muerte , porque nada al fin prevalece sino lo que verdaderamente emana de la moral y de la religión, que en vano se invoca falsamente, poniéndolas al servicio de la fuerza y de la violencia , cuando su noble y augusto distintivo es, dentro de la inmutabilidad del dogma, la blandura , la caridad y la persuasión.

Hecha la revolución en la esfera de las ideas, por ejemplo, á im- pulso extraño , ó por inspiración ó estudio propio , circunscrita en su origen á muy pocas y determinadas inteligencias , y generali- zada poco á poco después , desplomóse el antiguo edificio sobre tan deleznable cimiento construido , y sin anularse por esto la legítima influencia de los Gobiernos , limitóse en proporción á la que han adquirido los gobernados , cuyo porvenir ya les pertenece , ó por lo menos sobre él pueden ejercer una acción tan eficaz como débil ha sido hasta el presente.

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La responsabilidad ha de exigirse siempre al poder en cualquier parte donde radique , y suya era exclusivamente cuando imperaba el absoluto , y á él sólo deben atribuirse las virtudes ó defectos que se achacaban á los pueblos , principiando para estos la responsabi- lidad donde principia la participación en su propia dirección y go- bierno , porque la responsabilidad entraña siempre la idea de li- bertad, y donde esta no existe, ni moral ni legalmente aquella puede exigirse.

Si se nos acusara de exagerar la influencia de las instituciones sobre la índole de los pueblos , únicamente contestaríamos que , á nuestro juicio, la política sublima ó envilece el carácter de las na- ciones. Que la libertad, abriendo nuevos horizontes, ensancha los vuelos de la imaginación, enaltece al ciudadano, lo hace más cul- to, más patriota, más virtuoso y más trabajador. Que el despotis- mo lo degrada , porque siendo su base la abdicación de la propia inteligencia é iniciativa , ó permanece inerte , ó sólo se mueve á impulso del que lo avasalla. Porque la diferencia entre ambos sis- temas consiste en que el representativo gobierna y el absoluto do- mina; y si lo primero supone la razón y el derecho, lo segundo im- plica la ignorancia y la fuerza, y como consecuencia la postración y holgazanería.

Asi al menos sinceramente lo creemos; pero careciendo de auto- ridad, y no queriendo ni pudiendo imponer nuestras opiniones, en su apoyo buscamos la inapelable sanción de los hechos , compro- bados irrecusablemente por la historia contemporánea. Según ella, ¿qué pueblos son , sin excepción , los más prósperos , en cuáles se han perfeccionado más la industria , la agricultura y el comercio, dónde se han hecho los más portentosos descubrimientos de nues- tro siglo, dónde se han llevado á buen término las empresas más atrevidas, difíciles y costosas? Pues no los busquéis en las cartas geográficas, ni en estas ó las otras latitudes, ni entre las grandes ó pequeñas naciones, ni preguntéis sus nombres: indagad sólo sus instituciones, y allí las encontrareis, donde rijan las representati- vas, sin diferencia de climas ni pequeñas ó grandes agrupaciones, distinguiéndose en todas ellas la inteligente y fecunda aplicación y laboriosidad de sus naturales , lo mismo en Norte- América que en Bélgica, en Inglaterra que en Suiza; y con esta regla, seguros de no incurrir en error, podemos juzgar á todas las naciones, sin más excepción que aquellas que por un cúmulo de circunstancias espe-

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cíales no han alcanzado todavía organizarse bajo ningún sistema. Así pues , sin negar nuestro peculiar carácter , pero sin conce- derle tampoco , por las razones que hemos indicado , más que una relativa y muy subordinada influencia , concluimos , confiados en que al amparo del blando régimen del sistema representativo ha de estimularse y educarse el buen natural de nuestro pueblo, y que entonces se le podrá juzgar con acierto, y no con una severidad que hasta aquí ha sido notorio agravio. Entonces se verá si su ín- dole se ha falseado; pero entre tanto, por las numerosas excepcio- nes que hemos citado, y por las justas excusas con que hemos de- fendido á la mayoría, creemos que los españoles son tan suscepti- bles de amar al trabajo como cualquier otro pueblo. Y lo dicho es- peramos bastará también para probar que el célebre folleto, cuyo título sirve de epígrafe áeste artículo, no retrataba fielmente nues- tra verdadera fisonomía, alterada por el negro y tupido velo de ig- norancia y servidumbre que la cubría. Por fortuna, ya de puro viejo sus agujeros permiten ver alguna de nuestras facciones , y cuando acabe de caer á impulso del pacífico ejercicio de las mo- dernas instituciones y de una discreta administración , aparecerá radiante la noble faz del pueblo, aunque ruborizada de que nunca se la hubiera podido retratar con los humillantes colores de Pan y Toros.

Madrid 22 Julio de 1868.

F. GoiCOEBBOTEÁ.

EL ORIGEN DE LAS LENGUAS

SEGÚN

LOS ESCRITORES ESPAÍTOLES.

ARTÍCULO PRIMERO. I.

Entre las varias especialidades del saber humano que confundi- das antes con otras materias en diversos tratados han venido á formar en los tiempos modernos ciencias particulares, que cada di a se enriquecen con nuevos datos y realizan admirables y fecundos progresos, es digna de llamar la atención de cuantos cultivan el estudio la que tiene por objeto la palabra. Siempre fué, sin embar- go, tan notable y maravilloso fenómeno objeto de las meditaciones de los sabios, de tal manera que en ningún pueblo ni en ninguna literatura dejarán de encontrarse indicaciones de lo que en ellos se pensaba respecto á esa peculiaridad nobilisima que , como decia Antonio de Lebrija en la Dedicatoria de su Gramática á la Reina Católica : « nos aparta de los otros animales : e es propia del hom- )>bre: e en orden la primera después de la contemplación, que es ofi- »cio propio del entendimiento.» (1) Pero desde las nociones alguna

(1) Tratado de gramática que nuevamente hizo el maestro Antonio de Le- brija sobre la lengua castellana, en el año del Salvador de 1492, impreso en la muy noble ciudad de Salamanca,

V.t. ORIGEN DE LAS LENGUAS SE6ÜN ETC. 585

vez profundas y con frecuencia vagas é indeterminadas que tenian los antiguos poetas y filósofos de la palabra y del lenguaje, á la rica y variada colección de noticias que hoy se poseen sobre estas ma- terias ordenadas sistemáticamente, aunque , obedeciendo á diversos principios según la escuela á que cada autor pertenece , hay la misma diferencia que la que existe entre la semilla que arrastra el viento y el árbol que , procediendo de ella , extiende á gran pro- fundidad sus raices y cubre con sus ramas gran espacio de tierra. La ciencia á que nos referimos ha debido , como otras muchas, sus notables progresos al método experimental , esto es, al estudio comparativo de las lenguas y al análisis detallado y profundo de cada una ; se la conoce con diversos nombres , y aunque den idea bastante clara de su naturaleza y objeto, el ^o, filólo gia y el de lin- güistica nos parece más apropiado, y menos expuesto á controver- sia el de ciencia del lenguaje con que la designa Max-Müller , gran propagador de ella y que ha contribuido notablemente á su progreso, sobre todo con sus trabajos sobre las lenguas turanienses.

España, por desdicha suya, marcha á gran distancia de las demás naciones en este asi como en otros ramos del conocimiento, y por tanto son de agradecer y de aplaudir las noticias que se con- tienen acerca de esta materia en el libro del Sr. Canalejas y Casas, cuyo titulo es : Cítrso de literatura general. Parte primera., la poesia y la palabra. A esta se refieren los capítulos 2.°, 3.°, 4.° y 5.°, que constituyen la mayor parte de la obra, y de ellos nos ocuparemos con detenimiento en el curso del presente articulo. Pero si hoy no auxilian los españoles con sus trabajos el desarrollo de la ciencia del lenguaje, ha habido muchos que se han ocupado en el estudio de materias que tienen con ella grandísima relación^ y alguno que ha contribuido con sus obras de un modo eficacísimo á la nueva faz que presenta este ramo del saber ; de tal manera que no es posible prescindir de su nombre al referir el de los que tanto han hecho para constituirla en su actual estado : nos referimos al Abate Hervas y Panduro y á su famoso Catalogo de las lenguas.

Es verdaderamente notable, y sólo se explica por nuestra presente decadencia , que no haya ñorecido en España antes y con más vigor que en otros países la ciencia del lenguaje , por que nos hallamos para su estudio en circunstancias tan felices que quizá no las tiene ninguna otra nación de k tierra. Como es sabido, se habla en la mayor parte de las próviíicias la lengua castellana, hija de la latina Tomo iir. 38

586 EL OBÍGEN DE LAS LENGUAS

vulgar, como desde luego se conoce y como han demostrado Ne- brija, Sánchez de las Brozas, el autor del Dialogo délas Un guasi^) publicado por Mayans , y de un modo más extenso y científico el Canónigo Addrete(2); pero, además de que en varias provincias se usan diversos dialectos románicos, se conserva en las vascongadas como curiosidad filológica digna del más profundo estudio, la lengua éuscara ó vascuence, que ninguna analogía tiene con las románicas y ni aun está comprendida en la gran familia indo-europea á que más propiamente debiera llamarse familia aryana y que es hoy quizá la mejor conocida y determinada de todas, merced á los trabajos de Bopp de Grim sobre el ramo teutónico , y de Dietz sobre el románico. Es asimismo digno de notarse que en el castellano, ade- más de los elementos latino, griego y germánico, que son los principales de todas las lenguas de este grupo, entra también uno semítico , pues no son pocas las palabras arábigas que conserva nuestra lengua , aunque ni por su gramática ni por sus demás con- diciones tenga nada de semítica, como aseveró con notable error el Sr. Catalina en su discurso de recepción en la Academia española, movido á ello, sin duda, porque habiendo sido profesor de hebreo, tal vez conserve todavía ciertas creencias ya abandonadas sobre la antigüedad é importancia de esta lengua. Por otra parte, habiendo sido nosotros los descubridores de América y dueños por mucho tiem- po de sus regiones más extensas, era natural que nos hubiese lla- mado la atención el gran número de lenguas que se hablaban en aquel continente, tanto más cuanto que el celo evangélico de nues- tros misioneros hizo que se dedicaran á su estudio, habiendo pu- blicado muchos de ellos gramáticas y diccionarios de esos idiomas que tanto habían de contribuir luego á la resolución de los proble- mas que ofrece la ciencia del lenguaje.

A parte de las circunstancias especialísimas en que se encuentra nuestra patria, y que por bastan á explicar el lamentable fenó- meno de nuestro atraso en el orden científico, hay alguna especial que contribuye eficazmente á que sean ahora más difíciles en ella los

(1) Nos parece indudable que el Valdés que figura como uno de los inter- locutores en este diálogo es su propio autor y el mismo que es conocido y fa- moso por las obras en que expone y defiende las ideas del protestantismo.

(2) Del origen y principio de la lengua Castellana ó romance que hoy se usa en España, por el doctor Bernardo Aldrete, Canónigo de Santa Iglesia de Córdova. Dirigido al Rey Católico de España D. Felipe III nuestro señor. Impreso en Roína por C. WUietto en 1606.

SEGÚN LOS ESCRITORES ESPAÑOLES. 587

progresos de la ciencia del lenguaje que los de otros ramos del saber: como se dirá luego , el descubrimiento del sánscrito y el afán con que desde fines del siglo pasado se dedican los sabios al estudio de la lengua y de la literatura sagrada de los brhammanes, ha dado grandisima luz y abierto horizontes nuevos y extensísimos en ge- neral á esta ciencia, y más especialmente al conocimiento de la fa- milia de las lenguas indo-europeas por más que no sea el tronco común de que todas ellas se derivan. Pues bien , ni según el plan de estudios vigente, ni por ninguno de los anteriores, se dispone la enseñanza de este idioma , no habiendo quizá español a'lguno que lo conozca con la profundidad y extensión que seria menester para penetrar intimamente en la estructura intima del habla castellana y de los demás idiomas aryanos , para establecer las relaciones que los unen y las diferencias que los separan.

Por lo que respecta á la familia de las lenguas simiticas , pa- rece que debiera España haberse adelantado en su estudio á las demás naciones, pues los judíos, después de la ruina de su nación en tiempo de Vespasiano, (1) inmigraron á esta península antes y en mayor número que á otras regiones ; y con la conquista de los árabes otro pueblo de la misma raza y que tenía un idioma de aquella familia , vivió casi ocho siglos en nuestro suelo ocupando en la primera época de la invasión la mayor parte de él y llegando al punto de desarrollo científico que revelan los escritos de ara* bes y judíos, que aún se conservan y son objeto de la atención y estudio de algunos sabios de nuestros días. Además , ni el hebreo ni el árabe han dejado nunca de estudiarse en España, y, si no muchos , existen hoy algunos notables profesores de estas lenguas, siendo de lamentar que por un error inexplicable de nuestro sis- tema de enseñanza , no se á su estudio la importancia que en realidad tiene , y que recientes disposiciones sobre esta materia ha- yan hecho que el número de los que antes se dedicaban á la facul- tad de Filosofía y Letras , en las que eran indispensables esas asig- naturas, haya disminuido de tal modo, que casi será en lo sucesivo inútil el gasto de su enseñanza.

El conocimiento de las demás lenguas está entre nosotros com-»

(1) Sabido es que algunos historiadores afirman, que en tiempo de Salomoü habia ya judíos en España y que la región meridional déla Península, era el Ofir adonde venían las naves del sabio Rey j pero ambas cosas parecen desti- tuidas de fundamento.

588 EL ORIGEN DE LAS LENGUAS

pletamente abandonado , y ciertamente que no debiera ser asi, aunque no fuese más que para conservar nuestras gloriosas tradi- ciones en esta materia. Como ya hemos dicho , el número de gra- máticas, diccionarios y otras obras relativas á las lenguas ameri- canas que se escribieron desde la primera época del descubrimiento y conquista de aquel continente es grandísimo , y por lo tanto hay un interés de honra nacional en que se conserven esos trabajos para sacar de ellos todos los elementos y noticias que pueden ser útiles á la ciencia del lenguaje (1). Mucho se tiene adelantado para esto con el Catalogo de las lenguas del Abate Hervas; pero es pre- ciso ampliar las noticias que en esa obra se contienen , y ordenar- las con arreglo á los adelantos modernos y á los que puedan ha- cerse , precisamente en virtud del estudio de las obras que sobre las lenguas americanas han escrito los españoles.

Para la genealogía de los idiomas y para comprender, en cuanto esto sea hoy posible, la manera de haberse ido desarrollando la pa- labra hasta constituir las ricas y frondosísimas leng-uas de flexión, ya clásicas ó sintéticas, ya vulgares modernas ó analíticas, ha sido de gran provecho el estudio del idioma chino, que por su carácter monosilábico y por su falta de gramática propiamente dicha es no- table ejemplo de las lenguas primitivas. Usamos adrede de este plural , porque todo lo que hasta ahora se sabe acerca de esta ma- teria nos induce á creer que no fué uno solo el primer idioma, sino que cuando en las diferentes regiones del globo y en cada una á su tiempo llegó el desenvolvimiento del espíritu humano al punto en que habla de producirse la palabra, esto es, cuando el hombre tuvo conciencia de si ; en ese momento , decimos , cada individuo prorumpió en un monosílabo ó en una serie particular de monosí- labos. Pero dejando para su lugar este asunto, tan interesante co- mo oscuro y difícil, sólo diremos ahora que habiendo sido los espa- ñoles (2) de los primeros , si no los primeros, que tuvieron y comu- nicaron al mundo noticias exactas de la civilización china y de su

(1) El Sr. García Icazbalceta imprimió en Méjico en 1866 sesenta ejem- J)lares de una obrita titulada Apuntes para un catálogo de escritores en len- guas indígenas de América, en la cual se contienen sólo de las de Méjico 175 íirtículos, niuchos de ellos relativos á gramáticas y vocabularios.

(2) Bajo la denominación de españoles deben comprenderse aquí á los portugueses, que por sus descubrimientos y conquistas en todo Oriente fueron también la primera nación occidental que conoció la civilización india, y por tíinto sus lenguas y su literatura.

SEGÚN LOS ESCRITORES ESPAÑOLES. 589

curiosísima lengua , debieran haber continuado esas fecundas in- vestigaciones. El propósito que nos mueve á recordar estas cosas, es encender los deseos de la juventud española para que , enlazando el presente con el pasado glorioso de nuestra patria , se dedique, entre otros estudios , al de la ciencia del lenguaje , aprovechando las felices circunstancias que para ello tenemos , y fecundando los elementos relativos á tan importante materia que nos legaron nues' tros predecesores.

Esta ciencia ha abierto nuevos amplísimos horizontes á la histo- ria de la humanidad y ha suministrado elementos de gran tras- cendencia para la psicología , siendo además un auxiliar útilísimo para el conocimiento de las razas. Siguiendo hasta donde hoy nos es posible el estudio ascendente de los idiomas, y contemplando los restos de las primitivas civilizaciones que han existido en el mundo , se llega por una parte á descubrir los vestigios de la len- gua ariana , perdida ya y sin existencia independiente , pero que es el origen indudable del sánscrito , de las lenguas célticas, de las pelásgicas y de las teutónicas ; y examinando los restos de las eda- des de bronce, de la piedra tallada y de la piedra pulimen- tada , el pensamiento se abisma en la contemplación de las remo- tísimas edades á que esos testimonios de la presencia del hombre en la tierra se refieren, y se siente el deseo vivísimo de profundizar en los misteriosos orígenes de nuestra especie , completando la his- toria de la humanidad , de que sólo se conoce hasta ahora el últi- mo y más breve período , por más que sea sin duda el más glo- rioso y digno de conservarse en la memoria de las presentes y fu- turas generaciones. Meros aficionados á esta clase de estudios, el objeto del presente escrito se reduce sólo á dar una sucinta idea de los progresos de esta especialidad científica, haciendo notar más especialmente la parte que en esta clase de estudios han tomado los españoles en las distintas épocas; indicando de paso cuál es, en nuestro sentir, el valor científico del libro en que el Sr. Ca- nalejas resume, como queda dicho, los últimos adelantos hechos en algunos ramos de la ciencia del lenguaje.

590 EL ORÍQEN DE LAS LENGUAS

n.

A dos pueblos , á dos civilizaciones distintas tenemos que acudir siempre que al ocuparnos de cualquiera cosa relativa á la huma- nidad queremos saber su historia , ó á lo menos lo que de su his- toria ha llegado hasta nosotros ; esos dos pueblos son el judio y el griego (1), siendo la Biblia y los escritos de los antiguos filósofos helénicos las fuentes de casi todos los ramos del saber. Felizmente, en lo que se refiere al punto que nos ocupa , no hay diverg-encias fundamentales entre una y otros , y los que se empeñan en bus- car al lenguaje un origen sobrenatural, dándole por principio una revelación inmediata y directa, no solo no pueden apoyarse en los textos sagrados , si no que han de contradecirlos y negarlos. Según el Génesis, que como es sabido contiene la cosmología, y la historia primitiva de nuestra especie , la palabra , ó lo que es lo mismo el lenguaje , es de origen humano. Véase si no el verso 19 del capítulo II del Génesis, que dice expresamente : «Luego, pues, »que el Señor Dios hubo formado de la tierra todos los anima- »les terrestres y todas las aves del cielo , llevólas á Adán para »que viese como las había de llamar : porque todo lo que Adán llamó ánima viviente, ese es su nombre.» De donde resulta que no fué Dios el que impuso los nombres á los animales, si no el mismo Adán , el cual tenia la facultad y poder de hacerlo , y lo hizo acertada y propiamente, porque según dice el versículo 20.*" «llamó Adán por sus nombres k todos los animales y á todas »las aves del cielo, y á todas las bestias de la tierra.» En. estas claras aseveraciones se fundaba San Gregorio Niceno para afir- mar, como lo hacemos nosotros, que el lenguaje es de origen hu- mano , y los que aún se empeñan en explicarlo por una revelación inmediata y directa, tropiezan con infinitas imposibilidades é incur- re en evidentes absurdos, de tal manera , que ni siquiera ven que con su doctrina no hacen más que alejar la dificultad sin resolverla , pues si Dios enseñó directa y personalmente á hablar á los hombres, el

(1) Prescindimos aquí de los indios, á pesar de que la literatura sánscrita da ya mucha materia para el conocimiento de los orígenes de la civilización humana, porque hasta ahora ha sido poco explotado ese tesoro que van lenta- mente descubriendo y dando á conocer los que se dedican al estudio del sáns- crito.

SEGÚN LOS ESCRITORES ESPAÑOLES. 591

lenguaje preexistia y habría que explicar cómo se formó. Además, siendo Dios puro espíritu y la palabra una facultad mista , no se concibe cómo puede valerse de un medio de expresión para que son necesarios órganos indignos de su naturaleza, y que revelan la limitación del hombre, por más de que sea la palabra indicio de su parte inmaterial , y por tanto facultad privativa y carácter que le distingue de todo lo creado.

Otras cosas se infieren además de los pasajes del Génesis que hemos citado, á saber: que el lenguaje humano es espontáneo y propio , y bajo este aspecto es admirable la conformidad que existe entre el texto sagrado y lo que sobre el mismo asunto se contiene en el diálogo de Platón , denominado Cratüo , en el cual el gran filósofo griego combate la doctrina de los que ya en su tiempo sostenían que los nombres eran resultado de un común acuerdo, y afirma, por el contrario, que cada uno se deriva de la esencia de la cosa nombrada, pudiendo ser los nombres, asi como los discursos, verdaderos ó falsos. En esa obra además se define la palabra de un modo profundo y admirable al decir que los nombres son la pintura ó imagen de la esencia misma de las cosas. Es de notar, por cierto , que en virtud de una intuición propia de aquel gran genio, á vuelta de las varias etimologías infundadas y tal vez ridi- culas en que apoya sus opiniones, expone en este diálogo una teoría que es en su esencia la que sirve hoy de base para explicar la formación de las palabras en las lenguas polisilábicas, compues- tas de elementos primitivos (raíces) que pueden modificarse por cambio , aumento ó disminución de letras , y que se unen repre- sentando cada uno en las derivaciones un rasgo ó carácter de la esencia del objeto ó cosa que se nombra. No nos detendremos más, aunque bien lo merece, en el análisis del Cratüo, recomendando sin embargo su atento estudio á los que deseen profundizar los misterios de la palabra para explicar su origen y naturaleza.

Aristóteles trata, aunque incidentalmente , la cuestión del len- guaje en los cuatro primeros capítulos de la Hermeneia, y como en otras, es en esta materia contrario á las opiniones del gran discípulo de Sócrates; basta para convencerse leer la definición del nombre con que empieza el capítulo II de este tratado , que dice asi : «Nom- »bre es una palabra que por convención significa alguna cosa sin »determinar tiempo, y cuyas partes separadas no tienen significa- »cion alguna.» Como se esta definición común en su primera

592 EL ORIGEN DE LAS LENGUAS

parte á toda especie de palabras es la antítesis completa de la doc- trina platónica. El tiempo y los adelantos de la ciencia han refu- tado la del Stag-irita; pero tiene importancia grandísima porque las teorías que brevemente hemos indicado son los dos polos sobre que giran desde entonces todas cuantas se han formado acerca del origen y de la naturaleza del leng'uaje. En efecto, prescindiendo del tradicionalismo sensualista que se empeña contra las razones más evidentes y aun contra el texto de los libros sagrados en sos- tener que el lenguaje procede de una revelación inmediata y di- recta, doctrina que sostuvo como parte de su sistema M. de Bonald y que todavía se defiende con nuevas apariencias, aunque con ar- gumentos análogos en un libro anónimo recien publicado en Francia bajo el título de La palabra . su origen, su naturaleza y su misión en el cual como una atenuación de la teoría místico- sensualista se dice , que la palabra es una institución divina espe- cial en la creación terrestre , fórmula á la verdad poco inteligible y tan vaga en sus términos que recuerda las que se han empleado para defender el derecho divino de los Monarcas y todas las demás doctrinas de la escuela que atribuye directamente- á Dios el origen inmediato de cuanto existe en la naturaleza y de cuanto á la hu- manidad se refiere ; prescindiendo , repetimos , de estas explicacio- nes místicas que en realidad no lo son , quedan los dos puntos de vista opuestos que formularon en los términos que quedan indica- dos Platón y Aristóteles ; la teoría de éste era en el fondo idéntica á la de Demócrito, y claro es que habían de adoptarla y desenvol- verla al tratar de esta materia todos los partidarios de su sistema. Ya en el Cratilo alude Platón á los que en su tiempo la defendían, y en los posteriores Lucrecio la expone con notable habilidad en su poema de Rerum natura. A pesar de su carácter sensualista, y quizá por esto los padres de la Iglesia que como San Gregorio Ni- ceno admiten el origen humano del lenguaje , aceptan con leves modificaciones el parecer de Aristóteles y de Lucrecio, debiendo ser clasificados por lo que respecta á este asunto entre los defensores de la escuela epicureista.

Prescindiendo de otros mantenedores de esta opinión, porque no es posible comprenderlos todos en un escrito de esta especie , y vi- niendo á época más cercana á la nuestra , diremos que la reac- ción iniciada contra la escolástica desde principios del siglo XVI, y que en el siguiente halló en Bacon un representante tan ilustre

SEGFÜN LOS ESCRITORES ESPAÑOLES ^593

y tan inteligente , intuyó mnelio «n la manera de comprender y de explicar este arduo problema. Á-unque la tendencia experi- mentalista de la nueva escuela , y el método inductivo empleado por ella, hablan de producir profunda revolución en la metatisica, llegando hasta á borrarla del catálogo de las ciencias , algunas ó mejor dicho muchas obras de Aristóteles, gran maestro de los esco- lásticos, aquellas sobre todo que se fundaban en la observación, como las ípsieológichsf tratado del alma y parva natnralia), los libros so- bre los animales y las plantas, etc. , habian de sobrevivir á la pre- tendida ruina de la metafísica , sirviendo de punto de apoyo á las nuevas tendencias filosóficas. Esto sucedió con lo relativo á la na- turaleza y origen del lenguaje. Loke en Inglaterra, Condillac, Rousseau, Condorcet y otrosenFrancia, al tratar directa ó indirec- tamente esta materia, se mostraron partidarios de la doctrina , ma- terialista y convencionalista de Aristóteles , como no podia menos de ser, apoyándose en el puro sensualismo para resolver esta y las demás cuestiones que en sus obras examinaron. El error de esta teoría es tan evidente, que ni aun la moderna escuela positivista, heredera del sensualismo, enemiga de toda metafísica y que solo emplea como instrumento dialéctico la inducción, se atreve á sos- tenerla. Renán, que sin dudapertenece á ella, defiende la esponta- neidad del lenguaje, yendo tan allá en este punto, que según su parecer, las lenguas de flexión y sentéticas aparecieron desde lue- go y de un modo insólito en los primeros grupos de hombres que poblaban el mundo ostentando desde el primer instante de su formación polisilábica , su riqueza de desinencias gramaticales , y todos los caracteres que son propios de lenguas poéticas y literarias, como el sánscrito de los Vedas y el griego de Homero. El último escritor notable sobre materias filo-lógicas que ha sostenido la doc- trina sensualista, suponiendo que las lenguas son colecciones de signos artificiales aceptados por el con sentimiento de los hombres, es Adelung en el prólogo de su Mitr ¿dates.

Ya Herder , que tan admirables puntos de vista descubrió en la historia de la humanidad , entrevio , aunque de manera poco cien- tífica, el carácter espontáneo del lenguaje, y su opinión, desenvuelta y confirmada por el estudio comparativo de las lenguas , es la que hoy domina sin rival en la ciencia, de tal manera que ninguno de los que se dedican á esta clase de estudios sostiene hoy que el len- guaje sea hijo del acuerdo de los hombres , y las palabras meros

594 EL ORIGEN DE LAS LENGUAS

signos de las cosas ó de las ideas. No por esto se suponga que reina absoluta igualdad de opiniones resspecto de esta materia , pues aunque los modernos filólogos convengan en que el lenguaje no es de origen divino , ni producto de la convención arbitraria de los hombres, sino resultado de su espontaneidad y consecuencia -nece- saria de su naturaleza mista, existen notables diferencias en el modo de concebir y explicar la manera de producirse espontáneamente la palabra , y de constituirse los idiomas primitivos y sobre las leyes según las cuales se derivan de estos los que pueden llamarse secun- darios. Mientras que Renán en su obra Sobre el origen del lenguaje, publicada por primera vez en 1848 , no solo afirma la espontanei- dad del lenguaje , sino que al parecer opina que es innato en el hombre , de tal manera que desde el primer momento aparece con todos sus caracteres y perfecciones, sin que la libertad humana obre en su formación como no sea para corromperlo y destruirlo, pues, al revés de lo que acontece en las demás cosas humanas, las lenguas no son progresivas , no caminan á su perfección sino á su destrucción, ó al menos á un estado que cada vez se va apartando más de su primitiva belleza; Grim , en la Memoria que sobre este asunto presentó á la academia de Berlin , después de refutar victo- riosamente las opiniones de los que dan un origen inmediatamente divino al lenguaje , y las de aquellos que afirman que es una colec- ción de signos convencionales, se detiene de propósito á demostrar que el lenguaje no es innato , y entre otras cosas, en el siguiente párrafo que puede considerarse como resumen de sus opiniones, dice asi: «Creo haber alcanzado el fin que me habia propuesto, demostran- »doqueel lenguaje humano no es innato ni inmediatamente revela- »do; un idioma innato hubiera hecho descender al hombre al rango »de los animales , un lenguaje revelado lo elevarla á la altura de »la Divinidad. Solo una hipótesis puede sostenerse : el lenguaje es »humano y debe á nuestra plena libertad su origen y progresos, »es nuestra historia y nuestra herencia.» Como se ve, interviniendo en la formación de las lenguas la libertad humana, como esta es el instrumento del progreso , los idiomas no pueden menos de ser progresivos, asi lo que cree y sostiene Grim en la Memoria que examinamos , y esta doctrina está implícita en su gran obra sobre los idiomas germánicos , donde asevera que el inglés que es el idio- ma que mas se aparta de su primitivo origen, es al mismo tiempo el más perfecto de todos , y atribuye en cierta manera la grandeza

SEGÚN LOS ESCRITORES ESPAÑOLES. 595

de los dramas de Shakespeare al admirable instrumento que para la creación artistica tuvo á su disposición este genio poético.

No difiere mucho de la expuesta la opinión de Max-Müller, si bien es más comprensiva, porque explica especial y determinada- mente la manera de producirse y de desenvolverse las lenguas. En primer lugar, este insigne filólogo afirma que el espíritu, ó más concretamente la razón humana, es la verdadera causa del len- guaje, siendo por eso peculiar de nuestra especie, aunque otros animales tengan , como en realidad tienen , una organización ana- tómica apropiada para producir articulaciones, y añade que asi como todos los objetos de la naturaleza producen sonidos , « el hom- »bre también los produce , y en su estado primitivo y perfecto no »estaba solo dotado de la facultad de manifestar sus percepciones por »onomatopeyas, ni de expresar sus sensaciones por gritos como lo »hacen las bestias, sino que poseia además la facultad de dar una »expresion articulada á los conceptos de su razón.» De suerte que la palabra es el sonido articulado que produce el hombre de resultas de la impresión de la de los objetos exteriores ó de sus propios pen- samientos. En su origen estos sonidos articulados fueron simples constituyendo solo silabas aisladas que, como demuestra la compa- ración de las lenguas pertenecientes á un mismo tipo, aunque fue- ran al principio infinitas pronto se fijaron reduciéndose á corto número. El primitivo idioma de todos los grupos humanos debió ser por tanto monosilábico como lo es hoy el chino; combinándose después las raices , se formaron por aglutinación nuevas palabras, como sucede en los idiomas turanienses , y por último , fundién- dose en cada palabra las raices de modo que su separación no se puede verificar sino en virtud de un procedimiento delicado y mi- nucioso, se llega á las lenguas de flexión, analiticas y sintéticas, á que pertenecen todos los idiomas de la familia aryana y de la fa- milia semítica , que son los dos grupos que abrazan y en si com- prenden los pueblos que desde el origen de la historia hoy conocida han elaborado los diversos y principales elementos que constituyen la civilización moderna. Otros muchos autores se han ocupado en Alemania , en Inglaterra y Francia de este arduo pro- blema , pudiéndo citarse entre ellos á Steinthal , Heysse y Farrar , pero no permite la índole de este escrito que expongamos sus doctrinas.

Atrevido parecerá que emitamos opinión propia sobre cuestión

596 EL ORl'fíKN DE LAS LENGUAS

tan ardua mayormente cuando el principal oT)jeto que nos prí)pone'- mos en este escrito consiste en manifestar las ajenas ; indicaremos , sin embargo, que la palabra es un fenómeno antropológico que puede comprenderse y explicarse de modo diverso ; según la idea que de la naturaleza humana se tenga ; por eso como, en nuestro sentir, el hombre es espíritu que se determina en la naturaleza por medio del organismo , y su esencia consiste en tener conciencia de sí, creemos que la palabra es la; determinación concreta del pensamiento, es decir, del espíritu que piensa y es pensado , que es á la par sujeto y objeto en el acto de pensar. Por eso no pudiendo negarse á las demás cosas creadas la unidad que es todo su ser y á los animales una esencia que se relaciona con cuanto le rodea , siendo modifi- cada, y modificando á su vez lo que les es exterior, como esa esencia no llega atener noticia de sí, como los animales no son capaces de re- flexión, tampoco pueden serlo de palabra. Las dificultades del pro- blema que tiene por objeto averiguar el origen del lenguaje na- cen de que considerando al hombre dividido en dos partes , no solo distintas, sino opuestas, cuerpo y espíritu, creyéndose que este á su vez se diversifica en varias facultades independientes , es imposible explicar un fenómeno que con tales datos aparece, no solo compli- cadísimo, sino contradictorio; pero el hombre es uno y el fenómeno de la palabra simple , consistiendo esta en la manifestación con- creta, en la realización ú objetivación del espíritu.

III.

El método analítico y experimental aplicado al estudio del len- guaje , aunque en nuestra opinión ha ayudado poco á resolver el problema de su origen , ha servido eficazmente para darnos á co- nocer de una manera minuciosa y completísima los medios exter- nos , los aparatos orgánicos de la palabra ; á esta materia consagra un capítulo interesante de su obra el Sr, Canalejas, y en él resume hábilmente los trabajos de los anatómicos y fisiólogos mo- dernos sobre esta materia. El elemento físico de la palabra es la voz que por su naturaleza es sonido , y ya se sabe que las sensa- ciones que aprecia el oido , se dividen en ruido y sonido , proce- diendo el primero de las vibraciones irregulares que comunican al aire los cuerpos , y el segundo de las regulares ó isócronas. Para

SEGÚN LOS ESCBITORES ESPAÑOLES. 597

conocer la voz humana , es menester estudiarla con arreglo á las leyes de la acústica, y solo un profundo anatómico y fisiólogo puede manifestar la naturaleza y funciones de los órganos que la producen, habiendo ayudado mucho para todo esto el descubri- miento de un aparato perfeccionado por M. Czermak , llamado la- rinjoscopio , porque aplicando en él hábilmente el principio de la reflexión de la luz , y por medio de unos espejos metálicos pueden verse en el hombre vivo los órganos que están detrás de las dos cámaras ó compartimientos de su boca. Por otra parte, M. d'Hel- mhotz , ilustre físico de Heidelberg , ha estudiado profundamente la voz humana , y todos los demás sonidos, construyendo de nuevo la acústica con admirable precisión científica , y dando una clari- dad, de que antes carecía, á este ramo de la física moderna. La obra en que se consignan sus descubrimientos y que se titula : Fs- tudios de las impresiones sonoras como fundamento de la teoría de la música , ha sido expuesta en resumen con notable claridad por M. Laugel en un libro que denomina: La voz, el oído y la música. publicado en París el año pasado.

Claro es que ni la naturaleza de este escrito, ni su objeto, con- sienten que nos detengamos mucho en estas materias ; diremos sin embargo que la voz humana es un sonido análogo á los que pro- ducen los instrumentos de lengüeta ; los bordes de la glotis más ó menos extendidos por las cuerdas ó ligamentos vocales , son la lá- mina vibrante de este instrumento ; la laringe es el tubo en que está colocada , y los pulmones , toda la cavidad torácica y la boca, forman aparatos de resonancia ó cajas armónicas que aumentan la potencia y modifican las condiciones del sonido.

La boca especialmente , y los órganos que la forman , por medio de sus movimientos , determinan las articulaciones de la voz , con- tribuyendo así eficaz y directamente á la formación de la palabra, aunque no lo parezca , toda esta materia es del mayor interés , y constituye un tratado especial que debe formar el primer capítulo de toda Gramática racionalmente escrita, habiéndose dado con mucha propiedad el nombre de fonología ó tratado de los sonidos á esta parte de la ciencia del lenguaje , sobre la que diremos algo al exponer algunas breves consideraciones sobre la naturaleza de las letras y de los alfabetos.

No menos admirable que el aparato que tiene el hombre para producir el sonido y las articulaciones que dan origen á la palabra

598 EL ORIGEN DE LAS LENGUAS

y al canto , es el que posee para percibirlos Conociase antes de un modo , por decirlo asi , imperfecto y g-rosero el aparato auditivo, y la generalidad de los fisiólogos, anatómicos y físicos se contentaban para explicar el fenómeno de la audición , con decir que las ondas sonoras , penetrando por el pabellón de la oreja hasta la membrana, del tímpano, ponian en movimiento el liquido contenido un su ! caja y la cadena de huesecillos llamados estribo, yunque y marti- llo , para modificar, agitándolo, el nervio auditivo que comuni- caba su impresisn al cerebro. Difícil era comprender con esta ex- plicación la delicadeza de este sentido que percibe los más ligeros accidentes de la sonoridad , descubriendo los sonidos accesorios que acompañan al principal en la producción de una sola nota, apre- ciando la sensación mista que causa la simultaneidad de varias, y distinguiendo los timbres diversos de uno solo ó] de varios cuer- pos ó de instrumentos sonoros. Al mismo Helmotz se debe también la resolución satisfactoria de este complicadísimo problema. Según este sabio tísico , la onda sonora , después de atravesar el oído ex- terno y el medio, penetra en el interno constituido por lo que los anatómicos llaman el laberinto, y el caracol, que en él se aloja Aquí sxiste un verdadero piano nervioso compuesto de cerca de tres mil cuerdas , que se llaman filamentos de Corti por baber sido este el primero que las observó. El sonido descompuesto , como la luz por el prisma , por los medios que atraviesa en las dos prime- ras partes del oido , mueve las fibras nerviosas que son análogas á los elementos que constituyen aquel , de la misma manera que al producirse una nota cerca de un instrumento de cuerdas, de un piano, por ejemplo, vemos que entran en vibración las que son análogas ó acordes del sonido que primitivamente se produjo. Sien- do tan grande el número de filamentos nerviosos que existen en el oido humano, desde luego se comprende cómo puede apreciar todas las circunstancias del sonido y de sus múltiples combina- ciones ; y claro es que con tan admirable y bien dispuesto apa- rato la educación y el hábito pueden producir los prodigios de percepción musical que nos refieren y que tal vez hemos visto.

La organización admirable y complicada de los órganos de la voz que pueden modificar de infinitas maneras su sonido aumen- tando y disminuyendo la extensión y la flexibilidad de los bordes de la glotis , la de la laringe , la de las cavidades del tórax y de la boca , así como la perfecta disposición del oido, que le da la facul-

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tad de percibir todas esas modificaciones, explican la prodigiosa ri- queza de efectos que produce la palabra , y cuan á propósito es para manifestarlas infinitas modificaciones del espíritu. El mágico poder de la palabra, cuyos triunfos han sido tantos y tan extraordinarios, explica la importancia que se le dio en algunos sistemas filosóficos, sobre todo en la escuela de Alejandría , donde el verho es, por decirlo así , el principio universal de todas las cosas ; doctrina que tendría grandísima profundidad si á la expresión se sustituye lo expresado , si la palabra se considera como idea , la cual es la sín- tesis del universo.

IV.

Como ya hemos dicho, el carácter más notable que, en cuanto á su resultado, presenta la voz del hombre, es el de producir sonidos articulados, que son los que llamamos letras. La manera de consi- derar estos elementos de la voz , y por lo tanto de la parte física de la palabra , ha sido sumamente varia , y desde antiguo muy di- versas las clasificaciones de las letras que para facilitar su estudio han hecho los que han tratado de esta materia ; sin embargo, aun que variando en otras cosas , todos convienen en dividirlas en vo- cales y consonantes. Al llegar á este punto , nos encontramos ya en el terreno de la gramática propiamente dicha, pues, como su nom- bre lo indica , esta ciencia se ocupa de las letras ó elementos fijos del lenguaje , por lo que en un principio se llamó entre los latinos literatura, voz que después ha adquirido una acepción dis-- tinta , aunque relacionada con la primera. De las letras han tra- tado con más ó menos extensión, desde los tiempos de Grecia y de Roma, cuantos han estudiado el lenguaje, y ya habla de ellas Platón en su Cratih. Por razón de la prosodia y de la métrica se ocuparon más especialmente de ellas los latinos , porque la versifi- cación y acentuación de su poesía clásica, como obra de imitación, debia ofi-ecer un carácter más reflexivo que la griega , cuya es- pontaneidad en la forma se derivaba inmediatamente del genio propio de la lengua que le servia de instrumento. En ambos idio- mas se consideraba ya de un modo especial y distinto en las voca- les su sonido y su cantidad, y de ambas tratan más ó menos deteni- damente todos los autores de gramática y de retórica , siendo las fuentes á que han acudido todos los gramáticos posteriores las

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obras de Varron y de Quintiliano ; en ellas se apoyó Antonio de Nebrija, al par que en observaciones propias al escribir el primer libro de su Gramática catellana , en donde trata de lo relativo á este asunto, aunque confundiendo el sonido con la figura de las letras escritas, sobre cuyo descubrimiento y origen dice lo que la antigüedad clásica nos legó y ba sido en parte confirmado por los trabajos de los filólogos modernos. Asi es que implicitamente in- dica en sus dos primeros capítulos que el alfabeto europeo es de origen semítico, puesto que se tomó de los fenicios. En lo que no está acertado Nebrija es en asegurar que el primer alfabeto que usaron los españoles fué el que aprendieron de los romanos. Las razones en que se apoya para esto son negativas y consisten en decir que no se hablan encontrado piedras ni monedas (nomos) antiguas con caracteres distin tos de los romanos. Sabido es que se han hallado sino piedras monedas que con más ó menos razón se distinguen generalmente con el nombre de celtibéricas , en las cuales hay leyendas escritas en caracteres desconocidos, sobre cuyo valor y trascripción no se han puesto aún de acuerdo ni nuestros anticuarios y numismáticos, ni los extranjeros que las conocen, aunque se cree con fundamento que posee la clave de este alfabe- to , y por tanto que lee y trascribe con exactitud esas monedas el Sr. D. Antonio Delgado, Académico de la Historia, muy conocedor de las medallas españolas de todas las épocas. Gran servicio baria por cierto á nuestra historia, y quizá á la filología comparada, el Sr. Delgado, publicando sus estudios sobre las monedas celtibéricas (1). Pero dejando esta digresión , diremos que la opinión de Ne- brija es tanto menos fundada, cuanto que auque los primitivos habitantes de España no tuvieran alfabeto propio antes de la ve- nida de los fenicios , cartagineses y griegos , era natural que estos pueblos que ya lo poseían y usaban se lo comunicasen.

Para proceder con la debida claridad, prescindiremos por ahora del alfabeto escrito, y ya que de Nebrija hemos dicho algo que contradice sus teorías y revela falta de noticias muy disculpable en su época, nos creemos en el deber de recordar el capítulo VII del primer libro de su Gramática que se titula : « Del parentesco y

(1) Tenemos motivos para afirmar que la interpretación dada por el señor Delgado á las monedas celtibóricas, es mucho mks racional y exacta que cuan- tas se han dado hasta el dia, habiendo reputado este sabio académico las in- terpretaciones de Erro y de Mr. Johanneau y las más modernas de Loriche.

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vecindad que las letras tienen entre si. » En él se indica la ley de permutación de las letras, que llama corrupción, mostrándola en las derivaciones del latin al romance. Esta ley, estudiada en la compa- ración de las principales lenguas germánicas por el gran filólogo Jacobo Grim , se designa con el nombre de este en todos los libros que tratan de esta materia, y es de tal importancia que sin ella seria imposible seguir la marcha ascendente de las derivaciones en esos idiomas para llegar con precisión á las raices del sánscrito védico , centro ordinario de la comparación de todas, las lenguas ariaiías. Esta ley tiene aplicación sólo á las consonantes, pero antes de hablar más especialmente de ellas conviene recordar los carac- teres distintivos de las vocales.

En nuestro deseo de dar, aunque brevemente, la más clara noticia de estas materias , tropezamos con la dificultad que resulta del gran número de obras que en pocos años se han escrito sobre ellas: Grim , en su Historia de las lenguas germánicas ; Bopp , en la Gramática comparada de las lenguas indo-europeas . Dietz, en las obras que ha dedicado al estudio de las que se derivan del latin, se ocupan con gran detenimiento de cuanto á las letras se refiere: existen además tratados especiales sobre la pronunciación y cantidad de las letras, habiéndose publicado hace poco por F. Bau- dry la primera parte de la Gramática comparada de las lenguas clásicas, exclusivamente dedicada á tratar esta materia y denomi- nada por lo tanto fonética. Este libro muy útil porque resume cuanto sobre los sonidos articulados de la voz humana en el sáns- crito y en las lenguas clásicas se ha adelantado en 'esta última época , dedica á las vocales su primer capítulo , y después de dar noticia de los catorce signos vocales del idioma védico , de los cuales muchos son verdaderas abreviaturas de sílabas , expone lo relativo á estos sonidos en las lenguas indo-europeas. En resumen, la doctrina de todos los autores consiste en afirmar que hay tres voca- les primitivas la a, la ¿ y la u, las cuales forman un triángulo vocal que, como oportunamente recuerda el Sr. Canalejas, usaba ya para la explicación de la fonología semítica el ilustre profesor de hebreo de esta Universidad, Sr. García Blanco. Entre esas vocales primi- tivas existen en los diversos idiomas varias intermedias, siendo las más constantes , sobre todo en los indo-europeos la e entre la a y la ¿ ; la o entre la ¿ y la w , esto sin contar los diptongos , que para serlo verdaderamente han de consistir en la emisión de dos

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vocalesjen una sola herida de voz, como dice Nebrija al definir la silaba.

La propiedad mas notable de las vocales es lo que Bopp llama su peso j quizá podria llamarse con mas propiedad su permanen- cia la a es la vocal que tiene mayor peso ó es mas invariable , y la i la que mas fácilmente se pierde en las modificaciones que su- fren las raices y las palabras en un mismo idioma ó al pasar por derivación de unos ú otros. Las modificaciones que sufren algunas letras llamadas guna y vriddhi por los gramáticos indios no tienen grande importancia en el estudio de las lenguas clásicas, ni en el de las modernas que de ellas se derivan.

La influencia del clima en la pronunciación de las vocales es tan evidente que basta para conocerla comparar las lenguas que, pro- cediendo de un tronco común , se hablan hoy en Europa. En los países meridionales, y sobre todo en las dos penínsulas que caen hacia esta parte , ias vocales puras y de sonido abierto son exclu- sivas; ya en Francia existen dos modificaciones de la letra é que oscurecen su sonido , la é cerrada y el diptongo eu : en Inglaterra abundan los sonidos sordos de las vocales , y la aglomeración de consonantes es carácter propio de las palabras de todas las lenguas teutónicas. La causa de esto se atribuye con razón á que un ins- tinto poderoso obliga á los habitantes de climas frios á emitir la voz al formar las palabras, de modo que el aire exterior no penetre directamente en los órganos internos para evitar las perturbacio- nes fisiológicas que esto ocasionarla.

Mucho más complicado y difícil que el estudio de las vocales es el de las consonantes, y el sonido de estas es toda vi as más vario, no sólo comparando los diferentes idiomas , sino aun en cada uno según la localidad en que se habla. Lo que acontece en España, donde tan gran variedad se nota en la pronunciación de las conso- nantes, no sólo de provincia á provincia, sino de pueblo á pueblo, sucede también en las demás naciones que actualmente existen y habrá acontecido en las diversas agrupaciones de hombres que se hayan formado desde que la humanidad goza del uso de la palabra. Estas variaciones contribuyen muy especialmente al desarrollo del lenguaje, pues si bien en las lenguas monosilábicas no es posible cambiar el valor ni el sonido de una sola letra sin destruir ó variar el significado de las palabras , no sucede lo mismo en las lenguas de flexión , en las cuales ha llegado á olvidarse completamente el

SEGÚN LOS ESCRITORES ESPAÑOLES. 603

valor de los elementos ó raíces , y por lo tanto las variaciones foné- ticas no influyen en la sig-nificacion , pero llegan á ser tan consi- derables que unida esta causa al empleo de las voces según sus acepciones diversas , es decir, pasando de su valor propio á los in- finitos que metafóricamente pueden dársele , se producen las varia- ciones del lenguaje que, según la exacta comparación de Müller, marcha como la corriente de las aguas cuando no lo fija una lite- ratura, produciendo la gran variedad de lenguas y de dialectos que proceden de uno primitivo y quizá ya desconocido. De lo dicho claramente se puede inferir que las clasificaciones de las consonan- tes son muy diversas; el Sr. Canalejas resume en un cuadro si- nóptico la de las consonantes de lenguas arianas según el método de Heyse. Sin negar el mérito de esta ingeniosa clasificación, nos parece preferible por su sencillez, aunque sea menos com*- presiva, la que trae M. Caix de Saint- Aymour, en la obra que ha publicado este año bajo el titulo de La lengua latina estudiada en su unidad indo-europea. Según este autor las consonantes de los idiomas de este grupo se pueden considerar divididas en tres gru- pos, á saber: labiales, dentales j paladiales , y cada una de estas clases se subdivide en explosivas, aspiradas y nasales. De la cla- sificación de las consonantes que se funda en sus propiedades , se deriva la ley de permutación descubierta por Grim , que se ha des- envuelto en forma de tablas sinópticas de equivalencias , las cuales son de gran utilidad práctica para la comparación de las lenguas y para el estudio de las etimologías.

La combinación de los elementos de la voz , esto es, de las letras, produce las sílabas que son, por decirlo así, las moléculas integran- tes del lenguaje, á las que se aplica con entero rigor la definieioa de Nebrija que hemos recordado al hablar de los diptongos : decia el ilustre gramático en el cap. 1.° de su segundo libro en que trata de Is, prosodia é silaba, que esta es un ayuntamiento de letras que se pueden coger en una herida de la mz ó debajo de un acento. Se- gún la opinión hoy generalmente recibida, las raíces de todas las lenguas son monosilábicas, pues hasta las trilíteres de la fa- milia semítica se suponen derivadas de monosílabos; de aquí se infiere la importancia del estudio silábico bajo el aspecto lexi- cológico; pero como esta materia constituye ya el estudio directo de cada idioma, el de las relaciones que entre tienen , y más es- pecialmente el de los orígenes, de los que son secundarios ó deri-

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vados, no trataremos de ella en estos apuntes, que son como unos proleg'ómenos de la ciencia del lenguaje , limitándonos por ahora á decir algo de dos propiedades que se atribuyen generalmente á las silabas, que son la cantidad y el acento, las cuales dan materia, como al paso se lia visto en Nebrija, para una de las partes en que se dividen las gramáticas, asi las empíricas, como las científicas y comparativas.

La cantidad es propiamente un carácter exclusivo de las vocales, y, como es sabido, por cantidad se entiende el tiempo relativo que se emplea en la pronunciación de la sílaba, por lo que estas se divi- den en breves si se emiten en una unidad de tiempo , y en largas si en dos ó más unidades. La cantidad no es apreciable en las len- guas modernas de Europa , y en las antiguas nacía de la esen- cia ó de la posición de las vocales. De la cantidad dependía la mé- trica, y bajo de este aspecto la prosodia clásica era, por decirlo así, el proemio de la poesía. Los gramáticos y los retóricos an- tiguos españoles, guiados por su deseo de que nuestra lengua imitase en todo á la latina y griega, trataron de reducir nues- tros metros á las condicionesy reglas de los latinos (I); pero su em- peño fué vano, porque, como ya se ha dicho, en la evolución del lenguaje , y al llegar á los que ahora se hablan en Europa, la can- tidad ha dejado de ser apreciable, y lo que hoy domina en cada pa- labra es el acento tónico, en virtud del cual las sílabas son gra- ves ó agudas, y aunque cada una de estas equivale á dos de aquellas en el final de los versos castellanos, basta fijar la atención para que se vea que la cantidad no se confunde con el acento, pues no se emplea más tiempo en pronunciar las sílabas agudas que las breves.

La prosodia moderna se apoya , pues , en un fundamento distinto del que tenía la de las lenguas clásicas; en estas se consideraba prin- cipalmente el ritmo, en aquellas lo que domina es el tono ó la en- tonación, elemento más espiritual y por lo tanto más expresivo. Por cierto que no nos parecen fundadas las lamentaciones de los que echan de menos las bellezas melódicas de los antiguos idiomas, pues aunque su forma musical fuera más perfecta , lo que nos pa- rece muy discutible , eran instrumentos menos apropiados para su

(1) Véase el cap. 8." del libro 2.° de la Gramática de Nebrija, que trata nDe los géneros de versos que están en el uso de la lengua castellana: e primero de los versos yámbicos, m y el 9.° de los versos adónicos.

SEGÚN LOS ESCRITORES ESPAÑOLES. 605

objeto, el cual consiste esencialmente en manifestar el espíritu hu- mano en todas sus maneras de ser. El acento señala el elemento esencial de cada palabra en las lenguas de flexión que no siempre es la raiz, pues suele serlo la modificación de tiempo, de lugar, ó cualquiera otra que se le añade, y de esta manera, aunque el len- guaje halague menos á la imaginación y al oido, y sea por lo tanto menos artístico, adquiere gran precisión, dando á conocer las ope- raciones del entendimiento, y revelando el movimiento discursivo de la razón con claridad notabilísima.

[ La combinacÍ9n de las silabas , ó lo que es lo mismo , de las raí- ces y de lo que las modifica , constituye las palabras ó partes del discurso qye , según la opinión de los modernos filólogos , pue- den reducirse á tres categorías primitivas y esenciales, á saber: 1." La interjección (eco de las afecciones del alma). 2." El pro- nombre (indicación del ser), 3." y el verbo, expresión del acto que el ser realiza. La interjección forma en la serie de manifestaciones del espíritu un grado intermedio entre las que son propias de todos los animales , y las que corresponden privativamente á la humani- dad , por eso no son propiamente palabras sino articulaciones varias en su forma y sonido que en cada persona y en cada circunstancia aparecen distintas, aunque el lenguaje escrito por las necesidades de su naturaleza las fije de un modo arbitrario. En virtud de su esencia las interjecciones no pueden modificarse por la desinencias, ni servir en realidad de base ni de prefijo para formar nuevas pa- labras.

Los pronombres, que ya indican el ser , son de varias clases , su estudio ofrece gran interés y son susceptibles de todo género de mo- dificaciones , siendo más especialmente modificadores de las raíces verbales para dar origen á los nombres y para determinar ciertos accidentes del verbo.

La palabra por excelencia porque representa la actividad del es- píritu ó de lo que le es exterior y con él se relaciona es el verbo, que puede definirse diciendo que expresa la acción concebida en su causa y observada en sus efectos.

Tales como se presentan en los idiomas indo-europeos y semíticos, las palabras se forman : primero por composición, uniéndose va- rias raíces, de las que una es , por decirlo así , la base que expresa el sentido general y abstracto que las otras determinan. Según su colocación , las raíces modificantes se dominan subfijos y prefijos,

606 EL ORÍGEN DE LAS LENGUAS

aplicándose especialmente el nombre de desinencias á las raices, que habiendo perdido en las lenguas de flexión y sintéticas su valor in- dependiente , producen en las palabras típicas á que con propiedad se da el nombre de temas, modificaciones que en general pueden reducirse á tiempo, lugar y relación.

El sistema de las desinencias de los temas verbales es lo que cons- tituye la conjugación, y el de los nominales la declinación: la pri- mera es el conjunto de modificaciones, que por medio de raices que en la mayor parte de las lenguas europeas han perdido su signifi- cación independiente , indican las circunstancias de tiempo , modo y relación personal que puede revestir cada tema verbal: en las len- guas turanienses el valor de la raíz modificativa es visible , y su significación independiente no se ha destruido , ocurriendo esto mis- mo en algunas desinencias verbales de los idiomas indo-europeos modernos, cojno por ejemplo, en el futuro de indicativo de las len" guas románicas, así amarla he, amar lie, amaré, yaimerai,j'aime- rai, demuestran claramente que este tiempo es la combinación de dos temas verbales. La declinación es el conjunto de modificaciones de que son susceptibles los temas nominales para expresar conceptos de lugar y de relación. En las lenguas analíticas las desinencias se separan del tema , y adquiriendo en el discurso una existencia in- dependiente, expresan la idea abstracta que lo modifica, siendo evidente que estas palabras , que no sin propiedad se denominan partículas, son las últimas que han aparecido en las lenguas , por- que se refieren á las operaciones más complicadas y difíciles del espíritu.

No siendo nuestro objeto escribir una Gramática comparada , ni de todas las lenguas , que sería por cierto una tarea complicada y dificilísima , ni siquiera de una de las familias de idiomas mejor conocidas y determinadas , esto es , de la ariana ó de la semítica, porque carecemos de los conocimientos que para ello son indispen- sables, no nos detendremos á exponer más detalladamente las teo- rías de la declinación y de la conjugación. Basta para nuestro actual propósito con lo que llevamos dicho. De ello se deducirá fá- cilmente que los resultados obtenidos por la ciencia filológ-ica en estos últimos años se deben en gran parte al estudio comparativo de las lenguas; pero también ha contribuido al mismo fin el aná- lisis de cada uno de los idiomas, considerado en mismo ó solo con relación á aquel de quien inmediatamente procede,

SEGÚN LOS ESCRITORES ESPAÑOLES. 607

porque la historia y caracteres de su derivación son clarísimos y muy conocidos. Los estudios comparativos de las lenguas', aunque hechos, sin un método rigoroso y científico y el filosófico de cada una de ellas, aunque sin elevarse á principios bien determinados, empezó, como ya hemos dicho , en Grecia y en Roma. Esta manera de comprender y de estudiar las lenguas , se ha comparado con al- guna exactitud á la que se empleaba durante la misma época para el conocimiento de los animales, de las plantas y de otros objetos de la naturaleza, ó al método que sig'uieron los primeros observadores de los-astros. Max Müller designa con el nombre de Gramática empírica á este modo de concebir y de exponer la filología , y aunque por contraposición se quiera aplicar el de Gramática científica al pro- cedimiento que modernamente se emplea , debe advertirse que hasta ahora la ciencia del lenguaje no puede darse por constituida ; ha descubierto series de hechos interesantísimos , ha determinado al- gunas leyes que rigen ciertos órdenes de fenómenos; pero la parte más elevada del lenguaje, lo que se refiere á su origen y á la manera de desarrollarse, está todavía en el período hipotético. El método experimental, que ha allegado tantos materiales , prestará todavía grandes servicios antes de que llegue el instante en que se establez- can principios ó categorías, y una síntesis superior que determine el carácter definitivo y científico de este ramo del saber , que corres- ponde á una de las más altas manifestaciones del espíritu.

La marcha de los estudios gramaticales , especialmente en nues- tra patria, será materia de otro trabajo, que seguirá á la expo- sición de las doctrinas filológicas modernas , en lo que se refiere á lexicología, ó sea al conocimiento de las raíces y de sus derivacio- nes , y por lo tanto á la clasificación de las lenguas , según su or- den geneológico.

Antonio María Fabié.

DON JULIÁN ROMEA Y SU ÉPOCA EN EL TEATRO.

«Perdona á mis versos flojos, si despiertan tus enojos; son de mi vida resabios; que más que risas mis labios tuvieron llanto mis ojos.

»Que, hasta en las horas amadas de las glorías alcanzadas del arte en las altas zonas, las flores de mis coronas van con lágrimas regadas. »

Más de cien cafés hay en Madrid sin duda : solamente la Puerta del Sol cuenta seis, á cual más lujosos, y llenos, de noche : muchos atraen concurrencia , aun fuera de los puntos centrales , con mú- sica y canto , ó representaciones dramáticas y baile ; y es de ad- vertir que este género de establecimientos data de poco más de un siglo, en nuestra patria. De lo que fueron las antiguas botillerías, todavía se puede formar idea por el aspecto del café de la Red de San Luis, más inmediato á la calle del Caballero de Gracia: no lle- gaba á tanto la célebre botillería de Canosa , especie de sotanillo situado hacia donde está hoy el portal de la casa chica de Rivas, con dos piezas alumbradas por candilones , sin que por eso dejara de ser de gran tono en la época de Carlos IV ir á saborear allí he- lados exquisitos de todas clases. Bastante bien ha conservado la tradición de losj cafés primitivos., el de Pombo, en la calle de Car- retas , hasta que pocos años atrás tomó algún ensanche y propor- cionó mayor comodidad á los parroquianos, que iban y van siempre, con el aliciente del buen servicio , y jamás de tertulia. Ya desde los principios hubo cafés de cierta fama , debida á la de algunos

DON JULIÁN ROMEA Y SU ÉPOCA EN EL TEATRO. 609

que los frecuentaban de cotidiano. Ahora tiene entrada por la pla- zuela del Ángel y la calle de Atocha el café de San Sebastian, mucho más reducido cuando Moratin el padre , Cadalso , López de Ayala , Gómez Ortega , Napoli Signorelli , Conti, y otros varios in- genios, se reunían alli de noche para hablar únicamente de teatros, de toros, de amores y de versos, no perdonándose manera de ins- trucción ni de estimulo para merecer y alcanzar lauro ; leyéndose composiciones de autores nacionales , franceses é italianos , y con- sultando las suyas propias cuantos formaban aquella tertulia tan amena como instructiva. Muy semejante sostuviéronla años después Moratin el hijo , y sus adeptos, en la Fontana de Oro , á la esquina de la calle de la Victoria , mientras D. Manuel José Quintana con- seguía que su casa fuera centro de otra tertulia del mismo carác- ter que las del siglo anterior en las casas de D. Blas Nasarre , y de D. Agustín de Montiano y Luyando.

No tuvieron vida especial los cafés de Madrid durante la ocupa- ción francesa , ni bajo el régimen inaugurado al tiempo de la res- tauración de Fernando VII en el trono; mas restablecida en 1820 la Constitución Gaditana , de pronto adquirieron extraordinaria importancia política el café de la Cruz de Malta , el de Lorencini y la Fontana de Oro , donde se erigieron tribunas y se pronunciaron peroratas candentes , y se urdieron frecuentísimas asonadas , y se crearon graves conflictos á Ministerios formados de hombres since- ramente liberales y combatidos sin cesar por las armas de los fac- ciosos y las intrigas de los cortesanos. Bien cara pagaron los due- ños de aquellos establecimientos su próspera y efímera fortuna. De uno de ellos puede hablar el que escribe estos apuntes con datos propios , y enlazados á las memorias de la infancia. Don Carlos Lo- rencini era un italiano , ya viejo por entonces , casado con mujer española , jefe de numerosa familia y modelo de hombres honrados y laboriosos. Su cafe lo tenia donde ha estado el de las Columnas, y la excelencia del local, y el esmero en servir á los parroquianos, le proporcionaban lo bastante para vivir con modesto decoro y educar á su prole. Si el sistema constitucional se hubiera arraigado en España, ciertamente fig-urara como hombre de caudal á los pocos años, y tuviera una vejez descansada. No la alcanzó sino muy triste y lastimosa, desde que el dia 23 de Mayo de 1823 invadieron las turbas su establecimiento y todo lo hicieron pedazos. Algo le valieron los frailes mínimos de San Francisco de Paula en aquellos

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tiempos de lamentable memoria para que siguiera con su café abierto ; pero los concurrentes habituales se hallaban emigrados ó perseguidos , y no acudieron otros capaces de renovar la antigua parroquia. Algunos años más tiró el buen Lorencini con grandes estrecheces , sin dejar de pagar ningún domingo ni fiesta ia misa, que rezaba Fray Antonio Recas en la capilla de la Virgen del Car- men del convento de la Victoria , y á la cual asistía con su mujer y sus hijos á las nueve de la mañana; cuando bajó al sepulcro, ya casi no se veian dentro de su café más que indefinidos y retirados, que iban allí á matar las horas y quizá á entretener ó divertir el hambre.

Si el café de Lorencini venia como á simbolizar asi lo pasado, otro café alimentaba el germen del porvenir , cual en elaboración oculta. Contiguo al teatro del Principe se ve todavía, ya muy tras- formado, y sin gente, el café de igual nombre, cuya misma oscuri- dad le prestaba condiciones adecuadas para servir de asilo á jóve- nes entusiastas, mal hallados con el giro de los sucesos, tras de concebir esperanzas brillantes en el albor de su edad ñorida. Allí se refugiaban D. Manuel Bretón de los Herreros, ya militar á fines de la guerra de la Independencia, D. Ventura de la Veg*a , después de estar recluso en el convento de la Trinidad por sus ideas libera- les, D. Antonio Gil de Zarate á la vuelta de la Isla Gaditana, donde estuvo de miliciano : como veteranos de la literatura veíanse allí el no bastante apreciado D. Dionisio Solís y el hábil periodista Don José María Carnerero. Más animación hubo desde que sonaron los ecos del acento del gran Quintana jíot la desgracia y la vejez cau- sados , para celebrar la boda de Fernando VII y la Reina Cristina. Antes de mucho pudieron volver allí de emigración temprana Don José Espronceda , D. Patricio de la Escosura y D. José García Vi- llalta. Con los respectivos pseudónimos de £11 Pobrecito Hablado^' y de El Curioso Parlante , aumentaron aquella reunión ya se- lecta, D. José Mariano de Larra y D. Ramón Mesonero Romanos.

Sobre política hablábase allí recatadamente; con libertad, de li- teratura, y en particular de teatros. Cada producción , original ó traducida, cada salida de actriz ó de actor á las tablas, daba mar- gen á conversaciones, y aun á disputas de empeño á las veces. Entonces no habia teatros por Cuaresma, y la temporada empezaba el domingo de Pascua. En la del año de 1833 aconteció la novedad de hacer su estreno como galán joven el primer alumno del Con-

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servatorio de Música y Declamación de Maña Cristina. Escasas noticias teníanse á la sazón de su persona: algunos daban fe de ha- ber ya lucido su habilidad en teatros caseros : otros decian que en el teatro de Palacio, y á presencia de Fernando Vil y la Real fa- milia, acababa de representar con brillantez el Hacerse amar con peluca, entre muy diversas producciones: todos fiaban de ante- mano en el voto de D. Joaquín Caprara, D. Rafael Pérez y D. Car- los Latorre, maestros insignes que no hablan de exponer á un des- aire al discípulo predilecto en ocasión tan decisiva como la del fallo del público respecto de sus dotes para el dificilísimo arte, cuya pro- fesión les hizo famosos. Después de representado El Testamento con grandes aplausos, no sonó en el café del Principe más que una voz de alabanza dedicada á D. Julián Romea, y por el tono de pre- sagiarle muchos y señalados triunfos.

Una curiosidad naturalísima excitó á los aficionados á averiguar las circunstancias del actor nuevo , y todas eran propias á valerle desde entonces las simpatías generales. INo había aún cumplido los veinte años, pues su nacimiento fué el 16 de Febrero de 1814 en la ciudad de Murcia. Sus padres, D. Mariano Romea y Doña Ig-na- cia Yanguas, se vinieron á establecer el año de 1816 en Alcalá de Henares, y bajo la dirección del presbítero D. Vicente Vals adqui- rió allí Julián hasta 1823 la instrucción primaria. Por entonces comenzaron las desgracias de su familia, que se hubo de volver á Murcia sin el jefe, emigrado en Portugal de resultas de haber sido Comisario de Guerra durante la época constitucional en el ejército que salió, tras de bizarra defensa y por capitulación muy honrosa, de la plaza de Cartagena. Desde 1823 hasta 1827 estudió allí latin y humanidades el adolescente despejado , que ya mostraba afición pronunciada é instintiva al arte en que había de ganar tanto lus- tre. Allí se hacían comedias en una casa llamada de los Descabe- zados, donde era director y primer galán un zapatero. A todas las funciones asistía Julián con verdadero entusiasmo , y nada apre- ciaba tanto como que le prestasen comedias, para irlas á leer muy reñexivamente en la soledad apacible de las márgenes del rio Se- gura. Sólo dos años duró la emigración de su padre, que en 1827 se trasladó á Madrid con toda su familia. A Julián destinaba para la carrera de abogado. Falto de recursos, no podía ya satisfacer tal deseo, y verosímil es que no se le lograra tampoco, aun cuando volviera á tener holgura, porque la inclinación de Julián era cada

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vez más irresistible al teatro: por eso aplicábase espontáneamente á estudios de literatura, y en los dramáticos se embebecía con par- ticularísimo anhelo : su mortificación era cotidiana por la falta de libros á las horas en que la Biblioteca estaba cerrada : si por ven- tura hallaba quien le prestara alguno , lleno de gozo lo iba á leer á la fuente del Pajarito por la tarde. Bien cabe decir sin exagera- ción que vio el cielo abierto cuando fué un hecho público la crea- ción del Conservatorio de Música y Declamación de Ma,ria Cristina. Con su hermano Florencio matriculóse entre los primeros alumnos. Sus disposiciones eran las más felices. Bien cultivada llevaba la mente, gracias á su continuo estudio. En aplicación liabia de aven- tajar á todos, por llevar muy tomado el gusto á la carrera que em- prendía de propia voluntad , y con el doble estímulo de la necesi- dad de ser apoyo de su familia, y de la sed de gloria: al golpe echa- ron de ver los maestros sus dotes privilegiadas, y á tenor de todos estos antecedentes propicios fueron rápidos sus progresos, de forma de salir á volar á los dos años con propias alas.

Desde aquí ya sería fácil para todos reseñar cuánto concierne á D. Julián Romea, pues en sus poesías nos dejó escrita su vida de hombre, y la de actor está consignada en todas las críticas teatra- les, y extendida por las mil lenguas del periodismo, elemento muy principal de la civilización moderna , cuya atmósfera sana y con- fortativa respiramos dichosamente desde que, á la muerte del Rey Fernando, se desarrollaron á la par en nuestro país la revolución política y la revolución literaria. ¿Cómo no citar aquí el café del Príncipe de nuevo , si de aquel centro único salieron el Casino del mismo nombre, el Ateneo de Madrid y el Liceo Artístico y Litera- rio? Ya concurría allí D. Julián Romea y entroncaba relaciones íntimas con todos los que estaban en vísperas de ganar fama y de merecer altas posiciones. Muchos faltan ya de los que en aquel an- gosto local competían maravillosamente en las galas del donaire ó en las excelencias del juicio profundo, y llevaban las primicias de sus producciones , y á las veces componían y recitaban de pronto cuentos ó leyendas que duraban una ó dos horas. Larra, García Vi- llalta, Cayetano Cortés , Gil de Zarate , Espronceda , Vega , Enri- que Gil , Pastor Díaz , Carlos Doncel y Luis Valladares , Esquivel, Villamil, Elbo y otros y otros conquistaron legítimo renombre an- tes de bajar á la tumba. Sebastian López de Cristóbal y Juan Bau- tista Delgado murieron en la edad más florida, sin tiempo bastante

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para acreditar su profundidad el primero, y su lozanía el segundo. Al café del Principe venian los jóvenes forasteros por entonces, como para adquirir carta de ciudadanía en la república literaria: por ejemplo , hoy son Conde de San Luis y Duque de Santa Lucía los que allí entraron desconocidos con sus nombres propios de Don Luis José Sartorius y D, Salvador Bermudez de Castro. Después de movimientos políticos tales como los de 1835 y del año siguien- te, no era extraño que del café del Principe desaparecieran algu- nos concurrentes , hasta que fuera de Madrid se decidía la victo- ria, porque la vida política y la vida literaria tenían allí activísi- mo é igual desarrollo.

Consecuencia inmediata de la revolución literaria fué el predo- minio del romanticismo , altamente beneficioso en España , donde puso término al estéril afán de imitar á los clásicos franceses , y donde nuestro gran teatro nacional adquirió nueva y espléndida boga, tras de mirarlo con poco aprecio y de tenerlo arrumbado nuestros más esclarecidos autores del último sig-lo. En nuestro an- tiguo y riquísimo teatro se inspiraron el Duque de Rivas, D, An- tonio García Gutiérrez, D. Juan Eugenio Hartzenbusch y D. Anto- nio Gil de Zarate , para producir dramas como D. Alvaro ó la Fuerza del sitio ^ El Trovador, Los Amantes de Teruel^ Carlos II el Hechizado. Sólo bebiendo en las mismas fuentes pudo Bretón de los Herreros dar á su traducción de Los Hijos de Eduardo la más bella forma y hacer ostentación de su vena fecunda en la serie de comedias populares, que da principio con la Marcela, y aún sigue con El Aloyado de pobres y Los Sentidos corporales, producciones de su edad ya septuagenaria. Con estos dramas alternaron los de Alejandro Dumas y Víctor Hugo, Angela y Margarita de Borgo- %a, Lucrecia de B orgia y El Tirano de Pádua. Bajo la inteligen- tísima dirección de D. Juan de Grimaldi estaban los teatros de la Corte , donde brillaban Concepción Rodríguez y Bárbara Lama- drid, Matilde Diez y Jerónima Llórente, Carlos Latorre y José Gar- cía Luna, Antonio Guzman y Pedro Cubas, Julián Romea y su her- mano Florencio, José Valero y Pedro Mate, Luis Fabiani y Anto- nio Campos. ¡Cuándo volverá á ofrecer cuadro semejante la escena española! Para los que asistieron á la representación de tales obras, por tales actores, este simple recuerdo será exactamente como el de un bien perdido y de muy difícil retorno: á la par que la des- cripción más acabada resultaría descolorida para los que no goza-

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ron de aquellos espectáculos deleitables, ó por ausentes, ó por ni- ños, ó por no venidos al mundo. Asi , los que entonces éramos jó- venes y hoy somos viejos, no sabemos de Isidoro Maiquez y de Rita Luna, de Garrido y de Oros , antecesores de Guzman y de Cubas, sino lo que oimos á nuestros padres , y vimos representar al an- ciano Caprara , porque en el invierno de 1835, y ya retirado del teatro, se prestó á coadyuvar al buen éxito de los beneficios de Concepción Rodríguez y de Garcia Luna, desempeñando los pape- les de Fenelon y de Gran Maestre de los Templarios.

Dos años atrás aún representaba Julián Romea , cuya reputación artistica estaba muy consolidada al tiempo de caer el romanti- cismo, aunque no para dejar otra vez á la escuela antigua como dominadora. Y del mérito del actor eminente nada podemos decir que le caracterice al vivo, sino recurriendo á su opúsculo sobre Los héroes en el teatro, compuesto á la raiz de estrenarse La Muerte de César de Ventura de la Vega. Alli se expresa de este modo:

« Ahora bien , como digo al principio de estas reflexiones , desde muchacho mi instinto me apartaba de esta rutina (la de la ento- nación trágica) , y buscaba con ansia otra cosa , que ni formular sabia entonces, pero cuya necesidad sentia. Por aquel tiempo aún se representaban aqui tragedias, y yo tomé parte en el desempeño de la Camila de Solis , en el de la Mérope de Bretón , en el de la Baña Blanca de Gil y Zarate, y en el de otras traducidas como la Dido, etc. Animado á seguir en el camino de la verdad , en el que según parece acerté á entrar, por la indulgente aprobación y los consejos respetables de los que á la sazón ejercían la crítica en la Revista Española , El Eco del Comercio y otros periódicos , y por los de D. Juan de Grimaldi, cuya competencia en el asunto nadie desconoce, me dediqué á estudiar con toda la fe y el ardor de quien como yo idolatra su arte. Fruto de este estudio son mis actuales convicciones de que el arte es la verdad, y tan hondamente arrai- gadas están en que no sólo las practico, sino que las difundo y las enseño. Si me equivoco, merezco la pena por completo, pues no sólo soy creyente , sino que me confieso dog-matizante .

»La escuela romántica invadió nuestra escena, arrojando de ella al clasicismo; pero, pasados sus primeros delirios, nos trajo la tra- gedia posible en nuestros dias en Los Hijos de Eduardo, Marino Faliero, Quzman el Bueno, etc.; y no se califique de inmodestia la franca y leal satisfacción del artista al recordar que , aplicando

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á la representación de esas obras su sistema de verdad , obtuvo del público y de la crítica la sanción más completa y más lisonjera. Nuestro teatro antiguo estaba completamente muerto para la es- cena en el tiempo de que voy hablando : yo me impuse el deber de resucitarle, y estudiando con esmero y poniendo en escena con decoro Vengarse enfiiego y en agua , La Dama duende , Casa con dos puertas , Amar por señas ^ El Astrólogo fingido ^ Si no vieran las mujeres , La Esclava de su galán , Lo cierto por lo dudoso, Amantes y celosos, La Niña hola, Desde Toledo a Madrid, Marta la piadosa, Lorenza la de Estercuel, Oarcia del Castañar, Entre bobos anda el juego. El desden con el desden, El Rico-hombre de Alcalá y otras muchas, cuya enumeración seria larga, procuré ha- cer gustar al público el inmenso tesoro de bellezas que en nuestra propia casa teníamos en todos los géneros , desde el alto y verda- deramente trágico hasta el más ingenioso y desenfadado cómico.

»Por ese tiempo se hallaba también la comedia moderna en tal estado de postración que , con rarísimas excepciones , bastaba que anunciasen una los carteles para que el teatro estuviese desierto. Yo dediqué mis esfuerzos á sacarla de aquel extremo ; y noble- mente ayudado por las distinguidas actrices Doña Matilde Diez, Doña Bárbara y Doña Teodora Lamadrid, Doña Josefa Palma, Doña Jerónima Llórente, Doña Plácida Tablares y otras, y por los seño- res D. Carlos Latorre, D. José García Luna, D. Antonio de Guz- man, D. Luis Fabiani, D. Antonio Campos, D. Pedro Sobrado, D. Mariano Fernandez, mi hermano D. Florencio y algunos otros, conseguimos que la comedia se levantase, recobrando sus fueros, y llegando después con sus propias fuerzas á empuñar, como lo ha hecho, el cetro de la escena.

»Yo contío en que los hombres de buena fe y desapasionados que me lean, no verán en esos recuerdos de mis propios hechos la satis- facción de una vanidad pueril. Esos recuerdos forman, aunque muy condensada, la historia de nuestro arte escénico en los últimos veinticinco años, y forzoso era citarlos para venir al fin que me propongo.

»Guiado por la fe de mis convicciones , he recorrido en mi larga carrera todos los géneros, viendo si habia alguno que lógica y ra- zonablemente no admitiese el sistema de la naturalidad ; y muchas, repetidas , muy trascendentales experiencias han venido siempre á confirmar mi pensamiento de que el arte es la verdad. Con estas

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creencias , no apoyadas inmodestamente en mi solo criterio , sino en la historia de los hechos, en los consejos y el ejemplo de los grandes maestros , en la observación continua y meditada , en la lógica de la razón y en la del sentimiento , que tiene su lógica es- pecial, he seguido mi camino, no siendo el menor de mis apoyos la mucha bondad con que el público ha sancionado mis doctrinas.)^

Cada cual pensará á su modo sobre el sistema de la naturalidad llevada al extremo en todas ocasiones, y para representar á cua- lesquiera personajes ; ya se hizo cargo en su opúsculo el Sr, Romea de que los preceptistas exigen otra cosa , y de que al lado de los preceptistas continúa el vulgo, incapaz de remontarse á las altas regiones artísticas , y asido á lo que tiene por respetable tradición y no es más que miserable rutina ; pero no á todos los que piensan de esta manera cuadra la calificación por demás dura de media- nías ó nulidades. Sin embargo no admite duda que Romea, desde los primeros pasos en la senda espinosa del arte escénico, halló ro- busto apoyo en los aplausos del público y en los elogios de la prensa de todos los matices , para proseguir adelante en la práctica de su doctrina con plena fe y cabal entusiasmo ; y que , no vacilando nunca, se elevó á la esfera de grande fama, que disfrutó en vida y que le asegura por siempre uno de los lugares privilegiados á nivel del que ocupan tradicionalmente los que dieron mayor brillo á la escena española.

Omisión censurable fuera aludir á la prensa , y no hacer mención de un periódico de grande importancia. Su título era El Español^ y su fundador y propietario se llamaba D. Andrés Borrego. Du- rante su emigración habia hecho sobre la prensa extranjera muy fructuosos estudios, para ser útil á su patria. Desde la publicación del prospecto y de la instrucción á los corresponsales, vióse á las claras que El Español baria fortuna, dilucidando inteligentemente las cuestiones más intrincadas y dando amenidad al conjunto , sin perdonar dispendios. Vida tuvo corta , á pesar de su buena base, por consecuencia de la revolución de la Granja ; pero unos cuan- tos meses bastaron á su Director, práctico y entendido en superior grado, para abrir dilatados horizontes al periodismo, y aun formar escuela de publicistas eminentes. Su conato propendió siempre á imprimir un sello profundamente liberal en las doctrinas del par- tido que se llamaba ya moderado. Cordial acogida halló la juven- tud anhelosa dentro de aquella redacción magníficamente montada

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en la calle de las Rejas , donde la Reina Cristina tuvo con mucha posterioridad su palacio. A la sección taquigráfica de El Español hay que dedicar aqui un entrañable recuerdo por razones muy especiales y alguna de oportunidad positiva. Jefe de tal sección era D. Ángel Ramón Martí, hijo de D. Francisco de Paula, feliz inventor de la taquigrafía española , en cuya cátedra no ha tenido hasta ahora más sucesores que su yerno D. Sebastian Eugenio Vela, y el vivaz y festivo D. Francisco de Paula Madrazo, cuya reciente muerte lloran sus numerosos amigos. Bajo la dirección de Martí figuraron como taquígrafos de El Español, entre los aún vivos, Don Eugenio Moreno López, D. Antonio María Segovia, D. Francisco de Paula Mellado , nombres todos bien conocidos desde entonces; entre los difuntos, el inolvidable D. Juan Bautista Delgado, el sen- tencioso D. Luis Segovia, y el fecundo proyectista D. José Fernan- dez de la Vega. Este último concibió el pensamiento de reunir en su casa una vez por semana á varios amigos para cultivar las le- tras y las artes ; como la época era de expansión y entusiasmo , al golpe halló séquito bastante, y apenas tuvo que poner en juego su inquebrantable perseverancia. No otro fué el principio del Liceo Artístico y Literario.

¡Cómo no recordar aquellas deleitables sesiones de todos los jueves así que el Liceo se estableció en la calle de Atocha! Allí concurría la sociedad más selecta de la Corte: allí, entre los artis- tas, pintaban Proceres como los Duques de Gor y de Rivas, y can- taban D. Lázaro Puig y Doña Manuela de Lema; y se hicieron aplaudir por tan escogido auditorio D. José Zorrilla con sus le- yendas; D. Tomás Rodríguez Rubí con sus poesías andaluzas; Don Ramón de Campoamor con sus dolerás; D. José de Espronceda con su introducción de El Diablo mundo; D. Enrique Gil con La Gota de rodo y El Canto á Polonia; D. Manuel Bretón de los Herreros con sus letrillas; D. Antonio de los Rios y Rosas con, sus Baños de Galiana; D. Salvador Bermudez de Castro con La Muerte del Maestre Don Fadriqíie; D. Ventura de la Vega con su oda Al entusiasmo. También D. Julián Romea leía allí algunas de sus composiciones, é indudablemente El Cántico de Moisés fué la primera: muy conmovido empezó y terminó la lectura, y al bajar de aquella tribuna literaria, se le oyó decir : que toda su costumbre de salir al teatro no le había servido para dominar su turbación ante aquel auditorio. Por el mes de Febrero de 1838 honró con su TOMO ui. 40

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presencia la Reina Cristina al Liceo, á las dos de la tarde, y hubo allí una sesión muy solemne , y además Exposición de pinturas, de que participó el público en varios dias posteriores.

Bastante del carácter primitivo perdió el Liceo Artístico y Lite- rario desde su traslación á la casa del Duque de Villahermosa, pues lo esencial vino á ser el teatro. Así y todo, aún prolongó con cierta brillantez su existencia. Una función dióse allí á beneficio de D. Antonio María Esquivel el ano de 1840 por Marzo, á causa de vivir ciego y ya sin recursos el pintor insigne en Sevilla , su patria. Ventura de la Vega interpretó á maravilla el primer papel de una comedia nueva de Bretón de los Herreros, leyendo Cam- poamor su poesía titulada Mi harem , y Zorrilla la que llamó en- tonces El Pabellón de sangre . y después Horizontes. Con espe- cialidad se trae aquella noche á la memoria, por datar de ella la amistad íntima de D. Tomás Rodríguez Rubí y de D. Julián Ro- mea, con exclusiva intervención de D. Luis González Brabo, que fué el presentante del uno al otro. Al poco tiempo aclamaba el público á un nuevo autor dramático después de representada con éxito satisfactorio la comedia Del mal el menos , á la cual siguió de cerca Toros y cañas. Por entonces empezó á figurar D. Julián Romea como empresario de teatros. No había hecho aún más sa- lida de Madrid que á Granada, mereciendo grandes aplausos bajo el doble concepto de actor eminente y de venerador profundo de las glorias del arte , pues erigió en memoria de Isidoro Maiquez un monumento con tanta sencillez como buen g-usto.

Muy beneficioso fué el pronunciamiento de 1.° de Setiembre de 1840 para el nuevo empresario, como que la Junta de Madrid no dejó ningún empleado de viso á vida, y D. Manuel Bretón de los Herreros, D. Antonio Gil de Zarate y D. Ventura de la Vega figuraron al golpe entre los cesantes, y al teatro hubieron de recur- rir de lleno para sostener sus obligaciones. Bretón de los Herreros compuso entonces muchas de sus deliciosas comedias; Gil de Zarate sus mejores dramas; Vega tradujo ó arregló piezas chicas y grandes, como á destajo , si bien con el hábil tino de costumbre. Sus arreglos ó traducciones se anunciaban siempre en los carteles como de un distinguido literato -. para la crítica imparcial llegó á picar este calificativo constante en historia ; y con más ó menos benévolo tono dijo que no merecía tal dictado sin ensayar las fuerzas pro- pias y coger laureles en los caminos, donde otros ingenios los cose-

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chaban abundantes. Mal podía el buen talento de Veg-a desconocer que la crítica no iba descaminada ; y para dar elocuente respuesta se puso á la obra, y de dio primero el arreglo excelente de Los Partidos , y á poco la gran comedia titulada £1 Hombre de mundo, y en seguida el estimable drama Don Fernando el de Antequera, y la crítica imparcial hubo de reconocer por voto unánime que Don Ventura de la Vega era efectivamente un distinguido literato á todas luces. Durante este período , y mucho tiempo después hubo reuniones amenísimas todas las noches en el cuarto de D. Julián Romea, adonde asistían desde el ya anciano D. Juan Nicasio Gallego, hasta el casi infantil D. Narciso Serra, ya muy agudo y repentista privilegiado. Grandes pruebas diéronse allí de ingenio en paronomasias , charadas representadas, quincenas consistentes en acertar cosas ó fórmulas dificilísimas á las quince preguntas, y en sonetos de pié forzado. Aún conservará probablemente Don Juan Prim la carta que le escribieron los tertulianos de Romea con motivo de sus triunfos el año de 1843 en Cataluña, cuando la coalición de progresistas y moderados no estaba aún rota. Asi- mismo fueron por entonces , y con diferencia de un año menos un día , la traslación al cementerio de San Nicolás de los restos mor- tales de D. Pedro Calderón de la Barca y de D. José de Espronceda; de aquél por haberse derribado la parroquia del Salvador en donde tenía el sepulcro ; de éste por su fallecimiento sentidísimo á la edad de treinta y dos años. Ambas solemnidades fúnebres inspiraron patéticas frases á Romea en un romance improvisado al pasar por delante del teatro del Príncipe las cenizas de Calderón de la Barca, y en este soneto dedicado á su tumba el día después de la muerte de Espronceda.

« Perdona , Calderón , si lleva inciertas

Mis voces hasta la pena mía,

Que traigo á saludar tu tumba fría

Hondas heridas en el alma abiertas: »La avara sepultura abrió sus puertas ,

Y el noble amigo , que mi amor tenia,

Que yo abrazaba cuando Dios quería,

Ya no me tiende, no, sus manos yertas. »Acoge tierno en la morada santa

Al sol caído en sa lozana aurora:

Di le que sólo, en desventura tanta.

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»Lágrimas tengo que ofrecerle ahora: Que si al recuerdo del dolor se canta, Ante la causa del dolor se llora.»

Desde los sucesos de 1843, D. Tomás Rodríguez Rubí fué quien más principalmente coadyuvó á los triunfos escénicos de Romea con su fecundidad asombrosa y con su habitual acierto , pues de todas las pruebas salió triunfante , no bajando quizá de setenta sus pro- ducciones. Sucesivamente se los proporcionaron también D. Ma- nuel Juan Diana, D. Narciso Serra, D. Ángel María Dacarrete y otros jóvenes y aventajados autores: siempre Bretón de los Herre- ros mantuvo su trato feliz con las musas , á pesar de sus ocupacio- nes de Bibliotecario : D. Antonio Gil de Zarate no podía ya atender más que á sus continuos trabajos y solícitos afanes por mejorar y difundir la instrucción pública en España: D. Ventura de la Vega también se vio elevado á empleos de monta : casi exclusivamente escribió Zorrilla para D, Carlos Latorre: su reputación principal ganó D. Luis Eguilaz interpretando esmeradamente D. José Va- lero sus protagonistas , aunque muy posteriormente debiera igual ventaja á D. Julián Romea en La Cruz del matrimonio y en Los Soldados de plomo: D. Isidoro Gil y Baus y D. Luis Mariano de Larra tuviéronle por intérprete superior en el Súllivan y La Oración de la tarde. Aquí no es posible enumerar los autores que llegaron á ganar laureles con auxilio del actor afamado , y menos las obras que éste supo abrillantar en las tablas. Cualquiera omisión puede ser bien suplida por los varios lectores , pues se trata de frescas memorias. Romea trabajó diversas temporadas en Barcelona, Zara- goza , Sevilla y otras capitales ; y público atrajo en la Corte así al teatro del Príncipe como al del Circo , y al de Variedades como al de los Basilios, á que puso el nombre de Lope de Vega.

Ocupando entre los poetas contemporáneos un lugar distinguido, naturalmente D. Julián Romea había de formar parte de todas las reuniones literarias. Por el orden cronológico se debe citar la que tuvo en los años de 1845 y 1846 D. Patricio de la Escosura. A su casa de la calle del Amor de Dios acudíamos todos los miércoles muy gozosos. Allí leyeron el Duque de Frías su epístola de El Proscripto : D. Nicomedes Pastor Díaz su novela De VillaJiermosa d la China '■ D. Patricio de la Escosura su Patriarca del Valle' D. Tomás Rodríguez Rubí La Corte de Carlos 11^ drama que no

y su ÉPOCA EN EL TEATRO. 621

se lleg-ó á poner en escena : D. Julián Romea varias de sus Can- ciones á Elvira , sus Recuerdos , las preciosas seguidillas A su hijo dormido ; composiciones que resumen toda su vida de hombre , sin más que agregarlas el romance que puso en el álbum de la. señora Doña Tomasa Andrés de Bretón de los Herreros. Con el titulo de Bala Roja leyóse por el mes de Octubre de 1843 una sátira en ter- cetos , y anónima por entonces , que era contestación á otra pu- blicada en El Espectador pocos dias antes bajo el epígrafe del Cuadro de pandilla, con la firma de D. Juan Martinez Villergas. Todo provino de que á D. Antonio María Esquivel le ocurrió pin- tar el cuadro , que hoy posee el Ministerio de Fomento , y ya está reproducido por la fotografía : allí se figura el estudio del pintor y una lectura hecha por Zorrilla, á la cual asisten muchos autores, quizá todos los que á la sazón cultivaban las bellas letras y resi- dían en la Corte de España. Sin duda Villergas tenia mérito de sobra por su ingenio agudo para ocupar un puesto en el cuadro; pero no había posibilidad alguna de que Esquivel le diera allí ca- bida , cuando su sátira personal tronaba á diestro y siniestro contra todos los escritores , sin más razón que la de no desaprovechar cualquiera chuscada que tuviera visos de donaire ; y á la verdad no carecía de chiste algún pasaje del Cuadro de pandilla , bien que girara sobre especies mal fundadas y de refutación obvia. Traducida al estilo llano la sátira de Villergas , se puede muy bien compendiar en estas sencillas palabras : Jo merezco estar aM me- jor que otros muchos. Nunca se han publicado los tercetos de Bala Roja , y aquí se va á poner uno sólo , por ser en esta forma :

« ¡ Romea entre escritores ! ¡ Disparate ! Comedias representa, y ser no pudo El autor de MacMet cómico y vate.»

Más de una vez lució asimismo D. Julián Romea su numen poético en las tertulias literarias del Sr. Marqués de Molins y del Sr. Duque de Rivas , que posteriormente se inauguraron y repro- dujeron los años posteriores durante varías temporadas , con frui- ción de todos los amantes de la literatura. A impulsos de acendrado patriotismo , no desaprovechó ocasión de celebrar las glorias na- cionales. Por eso dijo inspiradamente la primera vez que pisó el recinto de nuestra Numancia moderna :

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« ¡ que , sin otras armas Que el pecho de tus hijos por escudo , Volaste á la victoria , Escalando las cumhres de la gloria , Zaragoza inmortal , yo te saludo !

Y al contemplar mis ojos Esas deshechas torres,

Y su frágil muralla derribada

En propia sangre y del francés bañada , Sus hechos memorables Mi mente acalorada Vivos se representa ,

Y al corazón acude arrebatada

La sangre aragonesa que me alienta.

Y santo y noble orgullo el pecho inunda Al recordar que entre su noble ruina, Padrón glorioso de española audacia ,

No envidian El Portillo y Santa Engracia Palmas de Maratón y Salamina ! »

Asi por Octubre de 1848 componía un sentido romance para la corona fúnebre de D. Alberto Lista, maestro sabio y paternal de la juventud española durante no menos de sesenta años ; y por No- viembre improvisaba para la función del Liceo de Madrid , en me- moria de Lope de Vega , unas ingeniosas quintillas , cuyo último verso contiene el titulo de una de las comedias del Fénix de nues- tra dramática literatura. Así también dedicó posteriormente un sentido soneto al ya difunto D. Carlos Latorre; y el dia 25 de Marzo de 1855 exclamaba á propósito de la coronación del gran Quintana , después de recordar que desde niño tenia costumbre de ver enlazados los cantos del poeta ilustre á las glorias españolas , y de venerar y admirar su nombre , ora se inspirase en las victoriosas cruces de Pelayo , ora en la gloriosa rota de Trafalgar, ora en los brios de nuestra gente bisoña , segando los lauros de Marengo y de Jena :

«Ea , vates de España , abridle paso Al noble afán que reprimido suena ,

Y las arpas herid de Garcilaso, De León , de Rioja y de Balbuena !

Y SU ÉPOCA EN EL TEATRO. 623

»Y vea el mundo, de respeto lleno, Que aquí se elevan á la par brillantes , Junto á la lanza de Guzman el Bueno Los frondosos laureles de Cervantes.

»Yo callaré cuando los aires rompa El canto audaz al remontarse al Cielo,

Y entre el estruendo de la augusta pompa En mi humildad me quedará un consuelo :

»Que ante esa gloria poderosa y alta , . Que hoy nuevos brios y esplendores cobra , Si digna voz para cantar me falta , Para admirarla corazón me sobra.»

No habia de permanecer silencioso cuando en 1860 excitó la Academia Española á cantar la grande prez conquistada en África por nuestros soldados, de los cuales dijo Romea en su oda bien en- tonada y que obtuvo mención honorífica á la par de otras.

« ¡ Atribuladas gentes De Tetuan , borrad de la memoria Vuestros males presentes ; Esos que veis llegar con tanta gloria, Son generosos porque son valientes !

»¿Los veis, los veis humanos, Tras el fragor de la batalla impía , Tenderos hoy las manos? Es que la Cruz del Redentor los guia. Es que españoles son, y son cristianos.

»Vedlos vuestros prolijos Males , con santa caridad preciada , Trocar en reg-ocijos ,

Y con el pan de su ración tasada

El hambre hartar de vuestros propios hijos.

»Nietos son de los grandes Soldados de Pavía y Cerinola , De Clavijo y de Flándes , Que la enseña llevaron española Desde la mar ibérica á los Andes.»

Como hombre de familia y de sociedad se distinguió D. Julián

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Romea, á la par que como actor célebre y poeta de nota. Su amor filial hállase patéticamente expresado en estas bellas estrofas de sus Recuerdos :

« ¡Madre del alma, cuyo amante beso Dulce , inefable , me halagara un dia ! Ya nunca á verte volverán mis ojos...

¡ Ay, madre mia ! »Ya de mirarte, venerable anciano, Nunca á mis ojos volverá el consuelo: Noble tu alma entre las almas justas

Vive en el Cielo. ))Fué , padre mió, tu tranquila muerte Fin de una vida de virtudes llena , De un dia claro, despejado, limpio.

Noche serena. »Nunca mis labios besarán filiales , ¡ Triste certeza que mi llag-a encona ! La que cenias de cabellos blancos

Santa corona. » ¡ Nunca ! ¿ Quién sabe ? Mi sufrir me cansa ; Tal vez muy pronto á su rigor sucumba , Tal vez muy pronto de la tuya al lado

Se alce otra tumba.»

De amor paternal rebosan las tiernas seguidillas dedicadas á su Hijo dormido , con el matiz melancólico de todas sus composicio- nes , hasta de la escrita para el álbum de una señora , de donde es- tán sacados los versos con que se encabezan estos apuntes, pues dan á conocer el estado habitual de su alma dolorida , aun cuando los públicos aplausos impulsaban al actor esclarecido hacia las cum- bres de la gloria. Don Julián Romea, enseñando teórica y prác- ticamente que el arte de la declamación consiste en la verdad, é identificándose naturalmente con los personajes á quienes repre- sentaba sobre las tablas , no habia de fingir en sus poesías los sen- timientos que más ennoblecen al hombre de familia. ¿Acaso ignora nadie que dedicó principalmente la honra y el provecho de su mé- rito artístico á ser báculo de la vejez de sus padres, á la par que

Y SU ÉPOCA EN EL TEATRO. 62»

padre amoroso de todos sus hermanos? Carácter de fraternidad tu- vieron algunas de sus amistades , como la que le unió á Espronce- da, tan llorado por su corazón y tan vivo siempre en su memoria; y á D. Miguel de los Santos Alvarez , retenido cariñosamente bajo su techo cuando volvió del Brasil y de Buenos- Aires . y á D. Ven- tura de la Veg-a, á quien estimulaba en 1861 desde Sevilla , por medio de una epístola muy afectuosa , para que fuera allí á con- valecer de sus males , no sin el incentivo de que le saldría á reci- bir á Córdoba en unión de su hermano Florencio y de Sobrado, y de que luego le cuidarían todos.

Igual expansión acreditaba de maestro en el Conservatorio, don- de fué alumno. Su Manual de declamación está dispuesto en pre- guntas y respuestas , de forma de facilitar la enseñanza y de poner á los discípulos , sin esfuerzo , en la via de penetrar los varios gé- neros de la poesía dramática y de la metrificación más comun- mente usada en ellos ; de adquirir noticias sobre la historia del teatro , y con particularidad respecto de España , y de comprender las dotes , la instrucción y demás circunstancias que deben reunir los actores : todo trazado con admirable sencillez y buen gusto , y con el deseo nobilísimo de prodigar y difundir los frutos de su asi- duo trabajo y de su experiencia ilustrada.

Siempre D. Julián Romea fué hombre piadoso , y lo revelan sus composiciones á la Muerte de Jesús j k La Fe c/«í^««;2.« , premiada esta última con la medalla de oro en un certamen del Liceo. Tres años atrás estuvo ya enfermo de peligro : á beneficio de las aguas de Alhama y de los aires del Escorial convaleció, en términos de salir nuevamente á la escena en Madrid y aun de hacer una ex- cursión á Barcelona. Digno sucesor fué de D. Ventura de la Vega en la dirección del Conservatorio : antes había tenido la del teatro particular de Palacio. Con dificultad salía ya de su casa, y todavía cultivaba el arte , y sentía alivio á sus dolores, ensayando MnjeT. gazmoña y Marido infiel y La Niña hola , para que la represen^-f tasen las hijas y algunos tertulianos de su cuñado el Presidente del Consejo de Ministros. Sus poesías postreras son espontánea ex- presión de sus afectos de familia y de sus sentimientos religiosos, pues compuso cantos en ocasión de las bodas de dos sobrinas, y sin duda por última vez cogió la pluma para trazar estas cuartetas notables , principio de una composición no acabada , y parecida por consiguiente al Canto del Cisne,

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« Hay momentos de penar Tan rudo y tan obstinado, Que más de una vez he estado A punto de blasfemar.»

»Pero al fin no ha sido así, Que , en medio de mi agonía, Mi santa Virgen María Tiene compasión de mí.

» Y envía á mi corazón, Que con el dolor delira, En vez de la hirviente ira, La santa resignación.

¡ Lástima que haya quedado por concluir una poesía tan cris- tiana ! Jamás abandonó á D, Julián Romea su espíritu elevado. Lleno de confianza en mejorar su salud, fué á Loeches el 11 de Agosto, y pocas horas después bajaba al sepulcro; ¡triste suceso divulgado instantáneamente en la Corte y en las provincias , lle- vando la aflicción á sus amigos y admiradores ! Nada más expre- sivo que el breve discurso pronunciado por el insigne Ernesto Rossi en un teatro de Barcelona , al llegar allí la noticia infausta. De luto está escena española por la pérdida irreparable. ¡Qué es- pectácuxo el del entierro de tan célebre artista ! Sin invitación pú- blica ni privada, allí se veían los que aún viven y tienen la resi^ dencia en esta Corte de cuantos asistieron á sus primeros triunfos, y los propalaron desde el café del Príncipe á todas partes , y de cuantos frecuentaron el Liceo y las tertulias literarias en su com- pañía , y celebraron banquetes patrióticos y expusieron su vida por la santa libertad en horas de empeño con el uniforme de milicia- nos. Allí se agrupaban detrás de un féretro con las lágrimas en los ojos, los que tiempos atrás militaron bajo una bandera con el más caloroso entusiasmo. Todos somos ya viejos; no todos pueden hoy blasonar de perseverantes. ¿Dónde están los jóvenes de ahora? No es de temer que los postre el desmayo , ni que se pierdan las con- quistas hechas á costa de grandes esfuerzos y sacrificios : tantas aspiraciones generosas , tantas esperanzas acariciadas , no han de

Y ÉPOCA EN EL TEATRO. 627

parar en inacabables tormentos y en estériles desengaños. Todos somos ya viejos; pero muchos nos hallamos aptos para decir á la juventud española , como el gran cancionero Beranger á la de su patria. «Sentada algún dia sobre la playa, y bendiciendo un cielo puro y dulce , ten lástima de los marinos , á quienes la tem- pestad fatigó con su furia ; pues derecho tienen á alguna estima- ción los que, ya cansados de esfuerzo tan largo y próximos á hundirse en el abismo, aún con su mano te señalaban el puerto.»

Antonio Ferber del Rio.

EL CANTO DEL CISNE,

EPISODIO PRIMERO DE LAS MEMORIAS DE DN CORONEL RETIRADO.

XXII.

EN FRANCIA.— ROMPIMIENTO CON LAURA.— DESAPARICIÓN

DE GUZMAN. NACIfflENTO DE CARLOS DE PIERREFITTE— EL PRÍNCIPE ADOLFO DE FALKOPING.— UN ACCIDENTE CATALÉPTICO. (D

(Madrid 15 de Octubre.)

(Continuación.)

La Condesa prosig-uió diciendo :

Encontrámonos , en efecto , y cuando menos lo esperábamos, Carlos y yo en Montmorency, ó más bien, á orillas del delicioso lago de Enghien : pero un poco menos novelescamente , ó para hablar con más exactitud , no tan acuáticamente como á la romántica Laura le plugo pintárselo á V., amigo Lescura. En el momento de desembarcar, puse, aturdida, el pié sobre la borda del barqui- chuelo ; vaciló aquel , y Guzman , acudiendo oportuno á darme la mano, evitónos á mi el baño que la galante viuda supone , y á él mismo la necesidad de hacer el buzo para pescarme, á manera de perla, en aquel mar en miniatura.

Excuso decir que, á primera vista, Laura y yo nos adivinamos,

(1) En el Diario de Lescura prosigue, en este párrafo ó capítulo, la narra- ción comenzada en el XIX, continuada en los que siguen y que no acaba en el presente. Difícil, sino imposible, me parece que tan largo cuento , se refiriese en sola una noche; y probable que diera asunto á dos ó más conversaciones: pero así lo encuentro en el manuscrito original, y así es de mi deber áe^ax- \o.(N.delE.)

MEMORIAS DE ÜN CORONEL RETIRADO. ^9

ya que no pueda decir que nos reconocimos , puesto que nunca nos habiamos antes conocido : pero he de confesar que de parte de ella estuvieron la prudencia ó la perfidia, desde el primer momento, y de la mia la temeridad provocativa, más bien que la franqueza. ¿Por qué negarlo? Mis celos eran y me parecían legítimos; consi- derábame robada; y no pudiendo dejar de querer á Carlos, abor- recía con toda mi alma á la seductora mujer que, en sus brazos, me le tenia aprisionado. Prodigios de femenil diplomacia tuvo que hacer la pobre Mme. Saint-Sernin para contenerme en los limites de la buena educación siquiera; y prodigios que fueran inútiles, si Laura misma no contribuyera muy eficazmente á evitar, ó al menos á dilatar la catástrofe.

L. ¿Y D. Carlos, Condesa, qué hizo, viéndose en tal conflicto?

G. Olvidar, apenas me vio, cuanto contra mi habia la calum- nia inventado ; arrepentirse amargamente de su infidelidad ; tener el valor de abrirle su corazón á Laura; y volar á mis pies á confe- sar sus culpas , declararse incrédulo de las que á se me suponían, y obtener su perdón, ó mas bien: oír de mis labios que nunca habia dejado de amarle.

B. ¡Buena se pondría la Estanquerita aragonesa!

C . Se engaña V., amigo Manuel , cree que Laura manifestó ni sorpresa ni enojo, al oír la explícita y, para ella, poco lisonjera confesión de Carlos. Cualquiera otra mujer de su especie hubiera, en tal caso, acudido al sentimentalismo ó á la furia: Laura, con me- nor acuerdo y más arte , tomó la actitud de una resignada Magda- lena.— «Su amor, decia, era culpable : nada más natural que reci- »bírel castigo por mano del mismo á quien sus deberes inmolaba. »Una vez la inocencia de Cecilia reconocida, prosiguió diciendo, »¿cómo no le has de devolver, Carlos, tu corazón? Desgarras el »mío, es verdad : pero ese es el justo castigo de mi culpa. Vuelve^ » vuelve pues á los brazos de rival dichosa ; olvídame en ellos, si »quieres; pero no me odies, ni me maldigas. Yo, por mi parte, en »medio de mis padecimientos , que espero no duren mucho , haré »votos por tu dicha. Un solo favor te pido, ¡ oh Carlos! á quien »ya no me atrevo á llamarme; y es que, al separarte de y »abandonarme, no me deshonres á los ojos del público, ni compro- »metas la tranquilidad del pobre Piedrafirme , que tanta fe tie- »ne en su mujer, y tan entrañablemente quiere á su Ayudante. ^Norabuena que dejemos de ser amantes ; norabuena que lo seas, y

630 MEMORIAS

»yo lo sepa, de la venturosa Cecilia ; pero no hagamos alteración »alguna en nuestro aparente modo de vivir , al menos por ahora. »La mortificación de ser conmigo atento y galante , como hasta »aqui te ha visto el mundo , por grande que sea , no me pare- »ce castigo de sobra cruel , para el mal que á mi corazón le has »hecho.»

D. Preciso es confesar que esa mujer es, en su clase, un Genio. ¿Cómo habia Guzman de negarse á pretensión, al parecer, tan racional y modesta? ¿Cómo habias misma de rehusar tu con- sentimiento á que él, en ese punto, complaciera á Laura?

C . Pues, sin embargo , te confieso que mi primer impulso fué negarme rotundamente á toda transacción en la materia , y poner á Carlos en la forzosa alternativa de salir de casa de Piedrafirme en el acto y renunciar para siempre al trato de Laura, ó de rom- per conmigo, también en el acto y también para siempre.

B. i Ojalá lo hubiera V. hecho asi, Cecilia!

D. Ahora y conocidos los resultados, tiene V. razón, amigo mió : pero entonces todas las reglas de la prudencia y hasta de la caridad, exigian imperiosas que Cecila siguiera, como siguió, los cuerdos consejos de Mme. de Saint-Sernin.

C . De hecho , no cabe negar que lo que yo deseaba hubiera abierto inmediatamente los ojos al honrado y crédulo General , que tan obstinadamente los cerraba para no ver las fragilidades de su esposa.

L. ¡Fragilidades, Condesa! ¡Parécemeque solamente de sus relaciones con D. Carlos podia entonces acusársela !

D. i Bravo , mi Alférez ! ¡ Bravo ! ¡ Asi me gustan los hom- bres ; defendiendo á la dama , buena ó mala , cuyos favores una vez lograron , hasta contra la evidencia misma de sus culpas. Pero, amigo mió, aquí tenemos que atenernos á la verdad lisa y llana. Ya Cecilia le ha indicado á V. que la protección dispensada á Pie- drafirme por el Mariscal Lannes no fué absolutamente gratuita; y yo añadiré, sabiéndolo de muy buena tinta, que esa protección, legada por el Duque de Monte bello á cierto amigo suyo , funcio- nario de muy alta categoria en el Imperio, y que, á la cuenta, aceptó aquella herencia á beneficio de inventario , exigia uno ó dos viajes de Laura á Paris todos los meses. Unas veces tenia que ir á com- pras; otras la llamaban negocios urgentes, ó giros que hacer efec- tivos; y, como ni el General ni su Ayudante podian salir del punto

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de su residencia , ni menos poner la planta en la Capital , era for- zoso que la Señora se tomara la molestia de hacer el viaje, muy de mala gana , y de permanecer allá , también contra su voluntad, cuándo tres dias, cuándo una semana entera; volviéndose, casi siempre, con alguna joya ó algún traje , comprados, por supuesto, con el fruto de sus admirables economías durante el mes anterior. Ni en cierto Ministerio , cuyo Secretario general en aquella época he conocido y tratado mucho yo luego en París , ni tampoco en la Prefectura de Policía, se ignoraba á qué iba Laura periódicamente á París , ni por qué se toleraba la residencia de Piedrafirme en Montmorency , ni tampoco qué personaje daba lecciones tan útiles de economía doméstica á la belle prisonniére : pero ni el marido ni su Ayudante, in utroque, (1) tenían relaciones con los Ministros franceses ni con el Prefecto de policía tampoco.

C. Como quiera que sea , yo cedí á las súplicas de Carlos y á los consejos de Carolina, primero venciendo á duras penas mi ins- tintiva repugnancia ; después, y no muy tarde , ya con gusto, se- ducida por el irresistible atractivo de que Dios ha dotado á Laura, como á ciertas serpientes que , según cuentan los naturalistas, fas- cinan y atraen á las que han de ser sus víctimas. Pasamos , pues, algunos meses pacíficamente, ó por lo menos páselos yo tranquila; porque á Carlos tardó poco la pérfida belleza en hacerle compren- der sus maquiavélicos proyectos , si no del todo , lo bastante para tenerle en brasas. ¿Amábale Laura real y verdaderamente? No me atrevo á negarlo, y mucho menos á afirmarlo. Las mismas Mesa- linas suelen sentir preferencias que parecen amores , sin perjuicio de su habitual infame comercio ; y es posible que aquella mujer en el fondo de su corazón , si corazón tiene , sintiera por Guzman una pasión sincera. En todo caso, por amor ó por vanidad, por sen- timiento ó por despecho , nunca abandonó la idea de robarme á Carlos; y, si bien fiel en la apariencia á lo pactado, sometíase á tolerar las relaciones de aquel conmigo, no desperdiciaba ocasión, en secreto, de provocarle á reincidir en la pasada culpa. Guzman, reducido al más santo que airoso papel de José con la esposa de Putifar, vivía, como he dicho, en brasas: pero, á fuer de caballero,

(1) Este latín de la Duquesa me parece sospechoso , como no se suponga, que habiéndolo leído en las Onzas de Oro, alguien le explicara su sentido. f Nota del Editor.)

632 MHMüRIAS

ocultábame lo que pasaba, y yo, en consecuencia, estaba tranquila. Asilas cosas, ya comenzado el verano de 1810, hálleme con una carta de mi padre , suceso no frecuente en nuestras muy poco cordiales relaciones, y cuyo contenido tuvo en el resto de mi vida tristisimas y constantes consecuencias.

«Avisanme de' París (decia el Conde), que frecuenta la casa de »campo en que vives, el desalmado joven que trató de robarte de »las Salesas, y que hoy, prisionero de guerra en Francia, debe á la ^clemencia del Emperador, de quien él es tan oscuro como impla- »cable enemigo, la libertad de que abusa. Como has nacido para mi »perpétuo tormento , no dudo que ahí serás, como lo fuiste en Ma- »drid , su cómplice ; y estoy resuelto á poner término, de una vez »para siempre, á sus audaces tentativas y á tu criminal conducta. »Sin embargo, más por respeto al nombre que llevas que por con- »sideraciones al cariño de que te has hecho indigna, quiero, Ceci- »liá, concederte un último é improrogable plazo para la enmien- »da. A los ¿res días de recibida esta, has de haber roto para siem- »pre con ese Brigante; y, á vuelta de correo, he de recibir yo tu so- »lemne y jurada promesa de obedecer ciegamente, en todo y por »todo, como debes hacerlo, á tu padre. Reflexiónalo bien, Cecilia: >ytres dias para romper con él; un correo para someterte sin con- adiciones á mi voluntad; 6 para tu amante un calabozo, j para ti »un claustro y la maldición de tu padre.»

L. ¿Quién pudo denunciar al Conde sus renovados amores de usted conGuzman?

B. ¿Quién habia de ^er sino la maldecida Estanquera?

C . Asi me lo figuré desde luego, y más tarde lo he sabido con evidencia. Antes de recibir la tal carta, ya Carlos y yo teníamos resuelto casarnos de secreto. Mme. Saint-Sernin nos lo habia estor- bado hasta entonces, haciéndonos ver que era inconveniente dar tan aventurado paso , mientras las circunstancias no lo exigieran pe- rentoriamente ; pero la buena señora , en vista de las tiránicas in- timaciones del Conde, encontróse con los labios sellados. La alter- nativa era indeclinable : ó bien separarnos para siempre , ó bien para siempre unirnos en lazo indisoluble, oponiendo, con el Sacra- mento, un obstáculo á nuestro parecer invencible á todo poder hu- mano. Graves dificultades se oponían á la realización de nuestro proyecto. En Francia era ya entonces, como lo es ahora , un acto puramente civil el matrimonio , y nosotros, como extranjeros ám-

DE UN CORONEL RETIRADO. 633

bos, Guzman como prisionero de guerra muy especialmente, no podíamos, sin evidencia de que nuestros poderosos enemigos nos sa- lieran victoriosamente al encuentro, intentar de modo alguno el tal matrimonio civil, que, por otra parte, á mi me parecía insuficiente.

Pero, si casarnos de secreto, ó lo que es lo mismo, extralegal- mente , era arriesgado , ni podíamos pasar por otro punto , ni me- nos renunciar á un enlace en el cual entrambos librábamos la di- cha y la existencia misma. Carlos buscó, pues, y encontró un sacerdote católico que nos uniera , como nos unió en efecto, una noche del mes de Junio , ya después de las doce , en la capilla de la quinta ó castillo de Pierrefíite, en presencia de Mme. de Saint- Sernin, de su Mayordomo y de un criado antiguo de mi casa, que en aquel viaje me habla, juntamente con una doncella española, acom- paüado. Extendióse y firmóse, por el celebrante, la partida de mi ca- samiento , y con el sacerdote mismo la firmamos todos, para mayor solemnidad ; con lo cual creime desde aquel momento legítima y para siempre esposa del que amaba y amo.

L. (Involuntariamente.) ¡Y sin embargo. Condesa!....

C. Antes de juzgarme , oiga V. , Lescura, todo el proceso de mis desdichas.

D. La petición es más que justa , amigo mió. Tan justa como poco caritativa ha sido la observación de V.

L. ¡Mil perdones, señora, mil perdones!

C. Las apariencias me condenan , y tanto y con tal fuerza, que mi conciencia misma , no quiero ocultarlo, más de una vez me hace en la materia severísimos cargos.

B. ¿Es posible que asi la aflija á V. una irreflexión de este botarate?

C. No, Manuel , no : lo que me aflige no es lo que Lescura ha dicho , sino lo que mi conciencia me dice. Pero prosigamos mi deplorable historia.

Pocas semanas después de ya casados , tuvo lugar en Montmo- rency, y en casa de Laura, si no precisamente la escena de su in- vención que ella en su carta refiere, una, en sus consecuencias, á la supuesta muy análoga. Comimos , en efecto , aquel dia en casa de Piedrafirme, y durante la comida hube yo de advertir que Laura, desesperada con los desdenes de Carlos , y atropellando por todo, solicitábale , casi á cara descubierta, á mis ojos mismos y en pre- sencia de su propio marido. Al levantarnos de la mesa para ir al TOMO ui. 41

634 MEMORIAS

saloncito en que tomábamos el café , Carlos que nos veía , á su Ge- neral hondamente preocupado , y á á punto de estallar celosa apresuróse á ofrecer su brazo á Mme. de Saint-Sernin, personaje neu- tral con quien podía ó creía poder mostrarse impunemente cortés; pero Laura estaba en uno de esos paroxismos de pasión, en que, como en la embriag-uez, los más hábilmente disimulados revelan su pensamiento al mundo entero. Paréceme aún estar viéndola en todo el explendor de su clásica belleza de Bacante por la llama del sensual afecto devorada , teñida en púrpura la mejilla , entre- abiertos los rojos labios, como por la sed abrasados , húmeda pero no lánguida la mirada , y prescindiendo de todo y de todos , para no ver más que á Carlos solo en el mundo. Paréceme oírla todavía exclamar, con cínico voluptuoso acento , en el instante en que el objeto de su pasión ofrecía el brazo á Carolina. «¡No, Guzman! No cedo mis derechos de Generala. ¡Déme V. el brazo!»

Simultáneamente Piedrafirme y yo pusímonos lívidos de sorpresa y rabia; y Guzman quedóse como petrificado. Solamente Mme. de Saint-Sernin, acertando á sobreponerse á su propio asombro, pudo por el momento al menos, dilatar , ya que no evitar, el de la catástrofe. Aparentando, en efecto, que tomaba á broma la escandalosa exigen- cía de Laura , apartóse de Carlos , cuyo brazo estaba á punto de to- mar, y llegándose á Piedrafirme, díjole con serenidad pasmosa: «General, vengúeme V. de su mujer que me quita mi galán.» El pobre marido , sin acertar , ó tal vez sin atreverse á mover los labios , temiendo que , de hacerlo , rebosara en ellos la angustia que su corazón devoraba , limitóse á tender el brazo á Carolina , y echando á andar con ella, salió del comedor, á mi juicio, sin darse bien cuenta todavía de lo que por él estaba pasando. En tanto Laura , que se había del brazo de Carlos apoderado, cual si por de- recho de conquista le perteneciera , apoyándose en él como solas las mujeres de su especie saben hacerlo, siguió á su marido, lanzán- dome al pasar por delante de , que estaba como la mujer de Lot en estatua , no de sal ó de fuego convertida , una mirada de hiena envuelta en una sonrisa de esfinge.

D. Ni los novelistas ni los autores dramáticos alcanzan nunca á inventar, ni pueden, si las inventan, reproducir con probabilidades de feliz éxito respecto al público , situaciones en la forma tan pura- mente urbanas, y en el fondo tan esencialmente trágicas, como la que tú, Cecilia mía, acabas de pintarnos con tanta poesía como verdad.

DE UN CORONEL RETIRADO, 635

L. Es que la verdad, Duquesa, es siempre superior en efecto á la ficción, con tal de que quien la pinta sepa encontrar y repro- ducir su faz poética.

B. Todo eso está muy bien; pero lo que importa es dejar á la Condesa que prosiga refiriéndonos lo sucedido.

G . Dejónos Fiedrafirrae en el saloncito, pretextando su habi- tual estado valetudinario ; y Laura , que realmente aquella tarde estaba ebria de... amor diré para explicarme con decencia, sentóse junto á Carlos, como si alli estuviera sola con él, absolutamente sola, amigos mios. Yo, amante, celosa, mujer legitima y por na- turaleza violenta , apenas hubo el General desaparecido de la es- cena y vi á su criminal consorte casi sobre mi marido reclinada, y positivamente con los ojos devorándole , perdi á mi vez los estribos; y, á voces y con frenética violencia, prorumpi en gritos de furia y en sangrientas reconvenciones. Mi rival, entonces, afrontóme impu- dente; Carlos estaba mudo de espanto; Mme. de Saint-Sernin oponia en vano su razón serena al desencadenado torrente de nuestras pa- siones ; y, por fin , el General Piedrafirme se nos apareció en el din- tel de la puerta, como la sombra de Banqiio á su coronado asesino, en el festin tan magistraimente por Shakespeare descrito. En el fondo , la razón estaba de mi parte ; pero, en la forma y manera de sustentarla , ahora confieso , y entonces , al aparecérsenos Piedra- firme, senti que habia de mi derecho imprudentemente abusado. Si , amigos mios , si ; confieso que siento y sentiré mientras viva , un amargo remordimiento de conciencia por haber, con la explosión' de mis celos, herido de muerte el noble , generoso y amante cora- zón del marido de Laura.

B. ¡Diga V. que le hizo el servicio de abrirle los ojos.

C . ¡No diga V. tal, Manuel, no diga V. tal! En esas materias, el desengaño , que nada remedia , redunda sólo en tormento del ofendido mismo.

D. Cecilia dice bien, generalmente hablando; pero hace mal en culparse por lo que evitar no pudo. Delatar al marido la infame conducta de su mujer , aun por celos tan justificados como los su- yos , fuera una infamia ; estallar , tan cínicamente provocada como ella lo fué, cualesquiera que las consecuencias hayan sido, no puede imponerle responsabilidad ninguna.

C. Quisiera creerlo asi, Carmen de mi vida; y en todo caso, si mal hubo entonces , no está ya en mi mano remediarlo. Volviendo

636 MEMORIAS

á los hechos, en el acto salimos de casa de Piedrafirme para no vol- ver nunca á pisarla, Mme. de Saint-Sernin, Carlos j yo. Nosotras dos nos retiramos á la quinta de Pierreffite ; mi marido fué á alo- jarse en una fonda del pueblo del mismo nombre , con ánimo de acudir por escrito al Comandante General de la División militar, pidiéndole su permiso , bajo cualquier especioso pretexto, para va- riar asi de domicilio.

Tres dias pasamos viéndonos casi continuamente; al cuarto, Carlos no pareció por la quinta ; al siguiente mandamos á pregun- tar por él á su fonda, y, con doloroso asombro, supimos que, ha- biendo salido la mañana anterior á su hora acostumbrada , aún no habia vuelto, ni de su persona se tenia la menor noticia. Pintar á ustedes mi inquietud primero, mi dolor después, mi mortal angus- tia al cabo de las primeras semanas , sería, amigos mios, tan prolijo como inútil: baste decirles que, hasta pasados cinco anos no volví á tener de mi marido y amante noticia alguna verdadera , y que eran veinte los trascurridos cuando han vuelto á verle mis siempre enamorados ojos.

La buena de Carolina , quizá no menos afligida que yo , hizo in- creíbles diligencias para averiguar el paradero de Carlos. Todas fueron inútiles. Las autoridades locales , las del Departamento , el Prefecto como el General, todos ignoraban ó todos religiosamente callaban aquel desdichado secreto. Fuimos á París, puso Mme. de Saint-Sernin en juego todas sus relaciones, que eran muchas y bue- nas; y vimos al Prefecto, y al Ministro de Policía, y al de la Guerra, y al Embajador del intruso Rey José en la Corte Imperial; ¡y solici- tamos , y preguntamos , y lloramos ! ¡ Todo en vano ! Nadie sabia de Carlos, ó nadie quería decirnos su paradero.

i Ah ! Nunca en Venecia fué tan bien y tan sigilosamente ser- vido el sanguinariamente tenebroso Consejo de los Diez, en sus se- cretas ejecuciones, como el Gobierno de Napoleón el Grande lo era en sus medidas de policía, allá en la época á que me refiero.

Á pesar de todo , mi amor cada vez más ardiente , y mi carácter perseverante hasta la obstinación, lleváronme en mis pesquisas al extremo de la importunidad misma. Con verdad puedo decir que nada , racional ó extravagante , me quedó por hacer ; y sin meta - fora , que miné el mundo entero , como vulgarmente se dice ; más también, para no mentir, tengo que declarar que perdí el tiempo completa y lastimosamente.

DE UN CORONEL RETIRADO. . 637

Y no fueron sólo dias y dias , ni semanas tras semanas, sino mu- chos meses los empleados con febril, pero tenacísima, actividad en aquella tarea, á modo de mitológico suplicio. Corrimos la mitad de Francia; escribimos, exponiéndonos á pasar por espías, á Ingla- terra , á Alemania , á España misma ; y todo fué inútil , constante- mente inútil. ¡Ni rastro siquiera pudimos hallar nunca de mi in- feliz esposo !

Ya desesperada , resolvíme á pasar hasta por la última de las humillaciones , á mi juicio , yendo á pedirle á Laura, de rodillas á sus pies, si era preciso, que pusiera término á-la horrible angus- tia en que yo vivia. Siempre creí , y creí bien , que aquella mujer sabia el paradero de Carlos; y en vano Mme. de Saint-Sernin me decía que , aun siendo asi , de nada me aprovecharía la bajeza que cometer intentaba. «Laura callará (repetíame mi buena amiga): »y V. se le habrá humillado inútilmente.» ¿Quién sabe? (repli- caba yo). «Al cabo Laura es mujer , y ama , ó ha amado á su modo, »á Carlos. ¡ Que me diga que vive; que sepa yo, por ella, dónde se »encuentra; que mis ojos vuelvan á verle una vez sola, y á true- »que de ese favor, soy capaz de ponérsele yo misma en los brazos »á esa desventurada.»

D. \ Amor de mujer ! ¡ Amor sublime y desinteresado ! ¡ Sin- tiendo así, Cecilia mía, sólo en el Cielo cabe la bienaventuranza!

C. En fin , Carolina , cediendo á mi importunidad , consintió un día en que fuéramos á Montmorency en demanda de Laura.

L. ¿Y, enefecto. Condesa, tu voV. la abnegación de suplicarla?...

C. ¿Y qué había de hacer, amigo mío: qué había de hacer en la espantosa situación en que me encontraba? Porque, en verdad, aunque la desaparición de marido sobrara para desesperarme, la suerte , siempre conmigo pródiga en desdichas , supo convertir en tal un acontecimiento que es ordinariamente el más fausto en la vida de la mujer honrada. A poco de perder á Carlos tuve., en efecto, certidumbre de que iba á ser madre.

D. ¡ Desventurada Cecilia !

O. , Carmen , : desventuradísima , en virtud de la bendi- ción misma del Cielo, que es, en suma, la máxima desdicha que en la tierra para los humanos cabe. Iba á ser madre; iba á serlo honrada y legítimamente; sentía en mis entrañas las primeras palpitaciones de la vida de un ser en que el mío y el de Carlos se confundían; y, como si la fragilidad me hubiera hecho fecunda,

638 MEMORIAS

tenía que ocultar con vergüenza mi estado, tenia que resig-narme á que el fruto de una unión por la Iglesia consagrada , viniese al mundo en las mismas condiciones que los hijos del crimen ó de^ pecado. ¿Cómo, pues, no habia de olvidar agravios, hollar vanida- des y atropellar conveniencias , en demanda del hombre único que podia defenderme y justificarme, con titulo legitimo, ante el uni- verso? Fui, pues, á Montmorency, hecho ya el sacrificio moral de mis derechos de esposa, de mi decoro mismo, si VV. quieren: pero mi mala suerte no quiso que de nada me sirviera abnegación tan grande. Piedrafirme y su mujer hablan dejado aquel pueblo á poco de nuestro rompimiento. Agravada la enfermedad del General con los padecimientos morales, habíase rápida y temerosamente graduado á tal punto , que , provocado un reconocimiento de oficio, tres facultativos militares, de acuerdo con el médico de cabecera» declararon unánimes que la sola manera de prolongar y no mu- cho tiempo , la vida del paciente , era trasladar su residencia á clima más benigno. En consecuencia obtuvo Laura la autorización necesaria para transportar á su marido áNiza; y, en efecto, en aquel delicioso puerto del Mediterráneo residía el matrimonio que yo en Montmorency buscaba en vano.

B. ¿No murió en Niza Piedrafirme?

D. Si tal : pero ya á mediados del año doce.

C . A su tiempo hablaremos de eso : ahora, si VV. no se cansan de oirme, seguiremos ocupándonos en mi calamitosa historia. Mi padre , más y mejor enterado que yo de la desaparición y suerte de Carlos , y por tanto , creyéndose , en cuanto á él , al abrigo de todo riesgo, dejóme tranquila algunos meses. Sabia, sin embargo, el Conde , que yo estaba de secreto casada

L. ¿Cómo, señora?

G. Porque su Laura de V. se lo habia escrito, y no anónima- mente, sino bajo su firma. Conservo la carta, que he hallado entre los papeles de mi padre , unida al borrador de su respuesta , dando gracias á tan virtuosa señora , por su caritativo aviso ; prome- tiendo el más inviolable secreto , como se le pedia ; y terminando por declarar que el Conde consideraba nulo mi clandestino matri- monio , si matrimonio realmente habia habido , y no alguna su- persticiosa superchería, como de la inmoralidad hipócrita de un Brigante podia más que racionalmente suponerse. Asi sabía y así consideraba mi padre mi casamiento: mas, por entonces, bien

DE UN CORONEL RETIRADO. 639

aconsejado por Gervasio, siempre su intimo confidente, juzg-ó oportuno no darse aún por entendido, en lo cual confieso que me hizo un importantísimo servicio , si tal puede llamarse , el que nos conserva una vida

« De infortunios sin término acosada , »•

como dice un gran poeta contemporáneo (1), de quien nuestro amigo Lescura es admirador entusiasta, Gracias, en efecto, á la ausencia y momentánea tolerancia de mi padre, y al previsor inmenso cariño de mi nunca bastantemente llorada Carolina , fué- me posible salir de Paris cuando ya mi estado no consentía que , sin revelarse él mismo, me viera nadie; y juntamente con mi amiga, ambas bajo supuestos nombres, nos trasladásemos primero al lug*ar llamado Alduides , en los montes del mismo nombre que parten sus cimas entre España y Francia , y luego á la villa de Valcárlos, en Navarra; porque me empeñé en que el hijo que iba á dar á luz fuera tan español como su padre. Dadas las circuns- tancias, fué aquello una temeridad inaudita; porque ardia con furia sangrienta la guerra de la Independencia en Navarra : pero Dios tuvo en eso misericordia de , y yo se lo agradezco entrañable- mente. Mi alumbramiento tuvo lugar el 15 de Abril de 1811 en Valcárlos.

L. ¿El joven Carlos de Pierrefite es , entonces ?. . , .

C. Mi hijo y el de Carlos de Guzman, nacido y bautizado, como he dicho, en Valcárlos el 15 de Abril de 1811. Al Párroco de aquella villa , venerable sacerdote y patriota decidido , confíele sin recelo toda la verdad del caso; y así mi hijo consta en el re- gistro parroquial como legítimo de leg'ítimo matrimonio , y con sus verdaderos apellidos: Guzman y Pimentel. Fuéme, sin em- bargo , forzoso resignarme por entonces , y lo que es peor , resig- narme también luego , y todavía hoy , á que mi Carlos apareciese como hijo de padres desconocidos, llevando el supuesto apellido de Pierrefite , y pasando, en concepto de las gentes, por francés, y por fruto de ilícitos amores. Basta , por ahora , con lo dicho sobre esa mi desventura; y, dejando á mi pobre hijo en poder de una nodriza de toda confianza en Baigorri , 'vuelvo á anudar el hilo de mi in- terrumpida historia. Quince dias después de mi alumbramiento,

(1) Quintana-PeJayo.

640 MEMORIAS

ya estábamos de regreso en París , por no excitar sospechas pro- longando más de lo absolutamente indispensable nuestra ausencia. Y bien hicimos, como comprenderán VV. por lo que voy decirles. Al mediar aquel año, triunfando la incontrastable tenacidad inglesa en las lineas de Torresvedras , de la ardiente pero efímera

« Furia Tráncese, »

como dicen los italianos, Massena, el hijo predilecto de la vic- toria, tenia qne abandonar á Portugal, y retirarse ante el impávido Welligton, cuya perseverancia opuso siempre á la impetuosidad de sus enemigos la inercia del yunque al furibundo golpear de^ martillo.

En consecuencia el nunca, en aquella época, domado patrio- tismo español, recobrando fuerzas, amenazaba por doquiera y siempre á los invasores ; y José , viendo por una parte , con irrecu- sable evidencia , que su trono carecía en España de cimientos ; y por otra , que los Mariscales franceses le consideraban y trataban sólo como á coronado maniquí , trasladóse súbito y sin aviso previo? á París, con ánimo resuelto de devolverle á su prepotente hermano el ilusorio cetro que de sus manos habia, por obediencia, recibido.

Mi padre acompañó á su intruso Monarca en aquel viaje; y, en consecuencia, volvimos « vernos en París ; y digo que volvimos á vernos, no á reunimos, porque yo seguí viviendo siempre en compañía de Carolina ; y viendo á mi padre raras veces , y todas ellas en presencia de mi amiga , como á cualquiera otra persona que me visitara Quince dias , poco más ó menos , después de su llegada, escribió el Conde á Mme. de Saint-Sernin , no á mí, un billete, rogándola me significara de su parte, que el Rey (José), se habia dignado convidarnos á entrambos á su mesa, para el jue- ves inmediato (la fecha de la carta era del lunes); que me dispu- siera, pues, á presentarme con la decencia y riqueza en trage y to- cado , propias de la hija y heredera de un Grande de España ; y que, si para ello se requería algún gasto extraordinario , acudiese á su banquero, á quien daba al efecto las instrucciones conve- nientes. Nada al parecer más natural , sencillo , y en el orden de las cosas, que la tal invitación y las instrucciones de mi padre. ¿Por qué, sin embargo, sentí oprimírseme el corazón en el pecho? ¿Por qué fué precisa toda la sensata elocuencia de Carolina, para que yo no rehusara aquel importuno convite? ¿Y por qué, en fin,

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joven, hermosa, según decían, y en ocasión de lucir ostentosas galas y ricas joyas, no hubo medio de que eu tal cosa me ocupara, y vióse mi pobre amiga precisada á tomarlo todo á su cargo? ¡Pre- sentimientos que, por desdicha, los sucesos acreditaron pronto!

José Napoleón era , como particular, un excelente hombre, instruido, amable, y de carácter domésticamente afectuoso. Aban- donado á si mismo , hubiera vivido en decente laboriosa medianía, y probablemente dichoso : su excepcional hermano , obstinándose en hacer de él un Monarca, y contra la voluntad del pueblo á que trataba de imponérsele, trocó sus destinos, y no en bien, por cierto, del interesado. Inútil decir que no era ni tuerto ni borra- cho, como el odio popular en España se obstinaba en afirmarlo contra la evidencia ; antes, por el contrario, José tenia la figura agradable, y era más bien sobrio que otra cosa, en sus hábitos y cos- tumbres. Yo, no obstante, aborrecíale á fuer de patriota, y confieso que acudí á su mesa, como pudiera á la de Atila, esperando ver un caudillo salvaje , y temiendo que el festín acabara como el de los Centauros y Lapitas. Excuso decir cuánto me engañaba. Recibióme el Intruso con paternal galantería y caballeroso respeto, sentándo- me en la mesa á su derecha , y dispensándome durante toda la co- mida las atenciones propias de un hombre ya maduro, pero bien criado y deferente, con una dama joven y de alta clase.

Fuimos pocos los convidados : padre , el General Ayudante de campo de servicio , el Secretario particular del Rey y su mujer; y por último , un personaje que me fué presentado bajo el título de Príncipe de Falkoping.

«Vous vennez, Mademoiselle , embellir mon dinner de famille. »I1 faudra bien vous contenter de la fortune du Pot;» (1) me dijo el Rey al sentarme , como he dicho , á su derecha , y darle orden al Príncipe de ocupar la mía.

Falkoping , de quien es preciso que hable por más que lo sienta, era cuando me fué presentado un hombre de cuarenta á cuarenta y cinco años , colosal en la estatura y proporciones , de fisonomía dura, voz estentórea, y maneras vulgares. Sueco de nacimiento, y procedente de cierta rama colateral de una gran familia , tomó parte , siendo ya Capitán aunque joven , en la romántica cons- piración que puso término á la vida de Gustavo III. En Marzo

(1) Viene V., señorita, á embellecer mi comida de familia: tendrá V. que contentarse con el puchero.

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de 1792. Perseg-uido en consecuencia, emigró como pudo, y re- fugióse en Francia , sin fortuna , sin amigos , sin capacidad para nada que morir ó matar no fuese. Mas, por dicha para él, la nueva República que, amenazada por el mundo entero , y con él á luchar resuelta, necesitaba soldados, soldados y más soldados, no era escrupulo.sa en alistar bajo sus banderas al que á ellas voluntaria- mente acudia ; y de voluntario sentó , en efecto , plaza Falkoping, sin que nadie le preguntase dónde habia nacido. Dotado de no menos valor que fuerza física, y de un instinto militar maravilloso, en pocos meses el voluntario sueco salvó la inmensa distancia que separa al soldado raso del oficial ; y en no muchos anduvo el no corto camino que media de la charretera del subalterno , á las de canelones que distinguen á los Jefes en Francia. Quiso además su fortuna ponerle á las órdenes de Bonaparte , primero en Italia y luego en Egipto ; y como siempre el aventurero estaba donde más menudeaban las balas ; y como no habia sable que al suyo se anti- cipase en las cargas de caballería; y como^ en fin, el General , el Primer Cónsul y el Emperador, encontraron constantemente un instrumento á su voluntad dócil , á sus propósitos ciego , y para sus enemigos contundente en aquel soldado de fortuna , el sueco Falkoping fué Coronel , y General , y Mariscal de Francia , y su apellido (si realmente lo era) se convirtió en un titulo de Príncipe del Imperio.

La munificencia con que Napoleón dotaba á sus Generales es sa- bida : pero, á mayor abundamiento, ellos, como antes lo hablan hecho también los de la República , solian en sus campañas no ol- vidar del todo sus intereses particulares.

Z. Los descuidaban tan poco, y estaba tan en las ideas y las costumbres de la época el que se enriquecieran los Generales, que Bourrienne , condiscípulo y secretario después de Napoleón , para encarecer y demostrar la excepcional probidad de aquel grande hombre , cita en sus Memorias el hecho de que , al regresar á París después de la guerra de Italia , no pasaban los ahorros del Gran Capitán de la insig-nificante suma de 100.000 francos, si la memo- ria no me engaña. Dejo á la consideración de VV. si en diez y ocho meses de campaña , hay medio de economizar, en sueldo y raciones, los 20.000 pesos, mal contados, que el bueno de Bourrienne consi- dera como una suma despreciable.

C, Falkoping- , pues , poseía una regular fortuna cuando , por

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mi desdicha y la suya tal ve2 , tloá conocimos : pero no satisfechas con ella su ambición ó su codicia, j obedeciendo, además, á la voluntad imperiosa de su amo y señor, de acuerdo en esa parte con la del Rey José , y lo que fué peor para mi , con la del Conde de Roca-Umbria igualmente, propúsose, ó le hicieron proponerse ca- sarse conmigo, y ser por ende propietario y Grande en España.

L. ¡Imposible parece! ¿No sabia el Conde que estaba V. ya casada?

C. Perfectamente , como ya he dicho : pero recuerden VV. que, desde el primer momento , de buena ó de mala fe , declaró el Conde que consideraba nulo mi matrimonio. Y á la verdad, amigos mios, que bajo el aspecto puramente legal considerado el negocio , no le faltaba del todo la razón á mi padre. Noten VV. que digo dajo el aspecto legal exclusivamente, porque moral y religiosamente siem- pre he considerado , considero , y consideraré mientras viva , más que legitimo mi primer matrimonio. Para el Conde, la clandestini- dad sola de aquel enlace sobraba: pero era además verdad, que ninguno de nuestros párrocos propios habia intervenido en la ad- ministración del Sacramento ; que á este no precedieron los trámi- tes por la ley canónica exigidos ; que , según el Código francés, no habia medio de que se nos considerase como casados; y, por úl- timo, y en ello estribaba fundamentalmente la esperanza de mi pa- dre,— por último, que aun en la hipótesis de la validez de mi pri- mer matrimonio, en el Imperio estaba vigente la ley del divorcio absoluto, tan vigentejque, en su virtud, pudo Napoleón , apartán- dose de Josefina, durante muchos años su legítima esposa, unirse muy legítimamente también con la Archiduquesa María Luisa de Austria. Podia, pues, haber inmoralidad en los proyectos del Conde, mas no cabe graduarlos de criminosos respecto á las leyes por él aceptadas , ni mucho menos de quiméricos en cuanto á su realización.

José , forzado por su hermano á conservar en las sienes la corona más que de espinas que á su pesar las cenia , y sabiendo que Fal- koping debia reemplazar en España á no qué otro Mariscal del Imperio , fué quien inició , mirándolo como negocio político é ig- norando completamente mi situación y circunstancias privadas, el proyecto de enlazarme con aquel advenedizo Príncipe. Mi fortuna y mi nombre convenían al aventurero ; ligarle á este á España , y por consiguiente á su instable trrmo, acomodábale á José; y Ñapo-

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león, sancionando aquel proyecto, procedía conforme á su constante sistema de fortificar socialmente la aristocracia militar por él crea- da , enlazándola con la tradicional é histórica , cuya importancia nunca desconoció aquel grande hombre. En cuanto á mi padre, que se sentia identificado con el Rey intruso , y que anhelaba al mismo tiempo imponer un yug-o inquebrantable á mi rebelde cue- llo y condición , á su juicio indomable , comprenderán VV. fácil- mente que, sin vacilar, aceptase el pensamiento, y con su terquedad y violencia ingénitas procurase realizarlo.

En suma : el convite regio no tuvo más objeto que presentarme al Principe Adolfo de Falkoping, é insinuarme José, galante y dis- cretamente , pero con claridad bastante , que veria con particular satisfacción nuestro enlace.

Cómo pude contenerme lo bastante para no declararle en el acto y terminantemente , al aborrecido intruso , mi firme voluntad en- tonces de no prestarme jamás á sus designios , yo misma no puedo decirlo. Lo que es que , pretestando, al levantarnos de la mesa, una súbita indisposición , obligué al Conde , mal que le pesara , á sacarme de alli y llevarme á casa de Mme. de Saint-Sernin. En su presencia y acto continuo , tuvimos padre é hija una violentísima explicación , de cuyos pormenores me dispensarán VV. que no les entere. Sobre ser ellos dolorosamente inconvenientes, con facilidad se adivinan, conocidos los antecedentes del caso. Separámonos, por el momento , resueltos el uno y el otro á llevar las cosas á su extremo : padre amenazándome con un encierro perpetuo y su maldición; yo jurándole que me dejarla hacer pedazos, antes que faltar á mis juramentos , y apelando de sus abusos de autoridad, para ante el Juez infalible.

Hubo, sin embargo, á pocos dias una especie de tregua entre nosotros; que, por desdicha, solo tregua puedo llamarla. Quiso la suerte que por entonces fuera , con una corta licencia temporal á París, el General marido de Carolina; y ella enterándole, con anuencia , de cuanto ocurría en mis desdichados negocios , obtuvo fócílmente que interpusiera su mediación para pacificarnos por el momento , ya que para reconciliarnos definitivamente no cupiera en lo posible. Difícil le fué á Mr. de Saint-Sernin lograrlo: mas logrólo al cabo, amenazando al Conde con poner en conocimiento del Em- perador cuanto pasaba, y haciéndome entender á que solamente Ja sumisión parcial y aparente podía salvarme de las consecuen-

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cias con que la autoridad indisputable de mi padre me amenazaba Estipulóse , pues , que se me concedía el plazo de un año para de- cidirme á la obediencia, permitiéndoseme, entre tanto, proseguir viviendo en compañía de Carolina ; pero á condición de que reci- biese la visita del Principe , siempre que , en términos hábiles , él procurase verme; y que me abstuviera, tanto de enterarle de mi his- toria y supuesto casamiento , como de desahuciarle á él en sus pre- tensiones. ¿Hice bien ó mal en aceptar aquella capitulación? ¿Podia yo dejar de someterme á las condiciones que se me impusieron?— Sea como quiera, sometime, y cumplí religiosamente lo pactado,

Z. Pero: ¿y de D, Carlos, Condesa, cómo no se hizo mención en esos tratos?

C.^ Porque mi padre se creia, y de hecho lo estaba , perfecta- mente al abrigo de todo percance, por esa parte. Si mi marido hu- biese muerto, es probable que, al menos, habria yo llegado á des- cubrir el rincón de la tierra, por oscuro y remoto que fuese, en que sus huesos descansaban ; pero ni el tristísimo consuelo de ir á llo- rar sobre su losa sepulcral me era entonces dado.

D. Ni podia dársete, puesto que en realidad Guzman vivia.

C. Pero yo lo ignoraba ; y todo debia hacerme suponer lo con- trario. ¿Cómo (solia yo decirme) , cómo, si viviera, no habia Car- los de encontrar medio para hacérmelo saber de una ó de otra manera? Suponer en él inconstancia ú olvido, no cabia en ; la muerte sola podia explicarme su silencio; y por eso la maquiavé- lica intriga que para siempre me hizo desdichada, encontróme de sobra dispuesta á caer en el lazo infame que, con pérfida habili- dad, me tendieron mis implacables enemigos.

Poco más de un mes medió entre el convite del Rey José , y su regreso á España, á mediados de Julio del año de 1811. Durante ese plazo, visitóme el Príncipe de Falkoping casi diariamente, abrumándome con sus galanterías , no precisamente groseras , por- que , como ya he dicho , su cuna era aristocrática y su educación conocíase que fué esmerada , si no impertinentes , en cuanto deja- ban traslucir la perfecta seguridad de ser irresistibles , y por aña- didura, en el fondo más licenciosas que apasionadas. Aquel hombre no veia en más que dos cosas: una, la principal á sus ojos sin duda ,■ la grandeza de España , con sus ricas posesiones ; otra , el cuerpo con sus atractivos exclusivamente terrenales. Ni quería, ni podia disimular que , si se casaba , era por cálculo; que si me de-

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seaba, era por hermosa, y exclusivamente por hermosa. Yo no sé, \o que á otras mujeres les sucede en tales casos ; pero de de- cir, que nada hay que me ofenda y humille tanto, como suponer que se me admira, y codicia , y pretende mi posesión , sólo por lo que á los sentidos lisonjeo.

D. Por el rollo y la estampa^ como diria nuestro amigo el Bri- gadier, tratándose de un caballo. Y sin embargo, Cecilia mia, asi nos hacen el honor de considerarnos la mayor parte de los hom- bres que se dignan decir que nos aman.

G. ¡Reniego de ellos y de su amor, como de Falkoping y de sus sensuales galanterías he renegado siempre! Venturosamente, por entonces , mi mala suerte me concedió el respiro de algunos meses.

José, mi padre, y el Príncipe dejaron á París, al mediar Julio, como ya lo he dicho; y hasta Mayo del año siguiente viví pacífica, si no dichosamente.

Pero llegó Mayo, y con él uno de los más acerbos dolores por que mi pobre corazón ha pasado en la amarguísima vida que en suerte me cupo. Raras veces y muy lacónicamente, solia escribirme mi padre ; pero más conciso que nunca lo hizo en la triste ocasión á que aludo. Oigan VV. su carta que traigo conmigo. «Cecilia: »con gusto que tu salud es buena, y te escribo sólo para que sepas »tambien que yo disfruto de igual beneficio. Haz presentes mis res- wpetos á Mme. de Saint-Sernin ; y cree que te ama, acaso más de »lo que tu conducta merece Tu padre. Posdata. Adjunta la hQaceta de Madrid de hoy, para que te enteres, si gustas, de las »hazañafS de los Brigantes , que en vano combaten contra las siem- »pre victoriosas armas francesas.»

¿Y saben VV. qué noticias, ó mejor dicho qué noticia contenia la Gaceta del Intruso, que mi amoroso padre tenia la ferocidad de enviarme?

¿No? Pues voy yo á decírsela.

Era el parte del General francés Pannetier, relativo á la sorpresa de Mina, por él vanamente intentada, en cuanto á su principal ob- jeto, en el pueblecillo de Robres , de la provincia de Huesca, en 23 de Abril de 1812.— Nuestro inmortal Guerrillero, después de ha- berse apoderado por sorpresa de un gran convoy del enemigo en el puerto de Arlaban, j destrozado su escolta, de 2.000 hombres nada menos, habíase replegado al reino de Aragón; y, exclusivamente para corregir los desmanes de uno de loa muchos bandidas , que

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bajo la máscara del patriotismo, y confundidos con los verdaderos soldados de la independencia, asolaban entonces el suelo español, habia ido á Robres con escasa compañia. Tris ó el Malcarado, que así se llamaba el bandolero en cuestión, no osando hacer declarada resistencia al g-lorioso Mina , ni pudiendo resignarse á renunciar á sus malos hábitos , decidióse á encomendar su seguridad personal y su venganza, á la más infame de las traiciones. Dio, en conse- cuencia , aviso de la llegada de Mina á Robres , al jefe de la guar- nición francesa de Huesca , y aquel , apresurándose á aprove- char'la ocasión de deshacerse del más temible de los enemigos de las armas imperiales , dispuso inmediatamente que 800 infantes y 150 caballos de la división Pannetier, guiados por un infame emi- sario del más que infame Tris , cayeran inopinadamente sobre Robres. Cómo, sorprendido en efecto Mina, armándose como Hér- cules de una improvisada clava , salvó milagrosamente su vida en aquella ocasión, rompiendo con furia irresistible las apiñadas filas de sus contrarios, no es para aquí ni de este momento el referirlo. Algún dia lo consignará nuestra historia en sus más gloriosas pá- ginas, para ejemplo y orgullo de nuestros descendientes; para ver- güenza también del Gobierno que tiene hoy (1830) al héroe pros- crito, y de la menguada generación que lo consiente.

B. Me parece, Cecilia, que Carlos le ha inoculado á V. su es- píritu revolucionario.

C. Ese espíritu, mi querido Manuel, no revolucionario, sino

patriótico, es en ingénito, y hace años que V. lo sabe. Pero va-' mos á mi cuento.

Mina, con la mayor parte de los suyos, logró milagrosamente salvarse ; pero algunos de los oficiales que le acompañaban , decia el parte oficial en la Gaceta del Intruso inserto, pagaron con su vida ó con su libertad, el leal arrojo con que, en defensa de su Jefe, como era de su deber acudieron. Hasta aquí el parte de oficio; pero á continuación de él venia, en el periódico mismo, una carta de no recuerdo qué mal español de Huesca, ampliando los detalles del suceso, en sentido francés por de contado; y en la cual leí, con horrible angustia, estas terribles frases:

«Entre los rebeldes secuaces del Brigante Mina , de que las ba- »las del ejército Imperial han hecho justicia en Robres , cuéntase »un ex-oficial español , que prisionero en Francia bajo su palabra, »ha cometido la villanía de fugarse , viniendo á unirse con los han-

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»doleros que, mintiendo patriotismo, desgarran las entrañas de su »patria , y son abominados por la inmensa mayoría del pueblo es- »pañol , cuya sensatez aprecia y agradece los desinteresados esfuer- »zos que, para asegurar su dicha, hacen asi nuestro legitimo Mo- »narca el Sr. D. José I, como su glorioso hermano el gran Empe- »rador de los franceses. Llamábase el criminal á que aludimos , y »cuya muerte en el campo de batalla le ha redimido del afrentoso »suplicio que sus delitos merecían, D. Carlos de Cruzman, como »lo acreditan los papeles que sobre su cadáver se han encontrado.»

D. \ Mentira infame , de que sus autores responderán algún día, muy á su costa, ante aquel á quien engañar no cabe!

C. , Carmen ; pero mentira con tales visos de verosimilitud entonces , y por tal conducto á mi noticia llegada , que , á menos de haber merecido á Dios una especial revelación de lo cierto, no me era dado dejar de creer, como la creí en efecto. Apenas leídas las fulminantes frases , perdí el sentido; pero no á poder de un transi- torio desmayo, si no víctima de un horrible accidente cataléptico, que ocho dias consecutivos me tuvo en ese tremebundo estado en que el paciente, cadáver para los demás, vive, sin embargo, para padecer, y padece tanto más horriblemente, cuanto menos le es dado desahogar su dolor con externas manifestaciones. ¡Ocho dias, sí, ocho dias estuve para todos muerta , menos para mi angelical Ca- rolina , cuya ternura adivinaba , al través de mi cadavérico aspecto, el indescriptible suplicio que estaba mi pobre corazón padeciendo. Yo reía , yo oía ; pero no hallaba medio de dar á entender mi an- gustia. ¡El cuerpo realmente estaba muerto, mas el espíritu no ha- llaba resquicio por donde abandonarlo!.... Ya se trataba de enter- rarme, y en mi presencia, y á pesar de la obstinada oposición de Carolina; ya ella misma me lloraba como difunta; ya, en fin, el ataúd estaba en mi alcoba, cuando, á su vista y con la horrible perspectiva de un ser en vida sepultada , obróse en una violen- tísima y salvadora reacción, de que un débil quejido fué el primer síntoma. La ciencia entonces recobró sus derechos; y. al cabo de un mes, pude abandonar el lecho, que un momento crei mortuorio; pero desde entonces , amigos míos , desde entonces soy la estatua de mármol que VV. tienen ahora delante. Lívido es mi color como el de un cadáver; tan lívido (y en verdad poco me importa) como lo será el día que definitivamente al sepulcro baje.

(Se continuará,) Patricio de la Escosura

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No hace mucho tiempo se expresaba de este modo un miembro de la Academia francesa: «Los que hayan viajado en carruajes del país «por algunos puntos de la Italia meridional j visiten luego el Norte de "Europa en sus grandes líneas férreas , no podrán menos de haber sen- wtido el más extraño contraste; por un lado un calesín inseguro, de mar- »cha desigual, con su horrible é incesante traqueteo, condenado á dar mil ))vueltas, ya por los precipicios del camino, ya por la presencia de ban- »doleros que están al acecho ; por otro lado un convoy inmenso que se «resbala á todo vapor sobre una hnea sólida y brillante , de la cual la ley »y las costumbres han quitado hasta el menor obstáculo conduciendo un »pueblo inviolable de viajeros que incesantemente se renueva. Contraste » análogo debe presentarse á toda inteligencia cultivada que compare la «prensa de nuestro país con la de nuestros vecinos. » Y luego añadía el publicista francés : « La verdad es que el desarrollo de la prensa, como el «perfeccionamiento de las vías de comunicación , son signos seguros de la «relativa civilización de los pueblos. »

Escribimos estas palabras con la esperanza de que en ellas encuentren los habituales lectores de la Revista de España la única explicación que pode- mos dar á las imcompronsibles y raras sinuosidades que habrán encontra- do en nuestras recientes crónicas políticas, que más parecen escritas bajo la acción inmediata del atolondrador movimiento de un coche de colleras, que en el silencio apacible que debe reinar en el gabinete del último mortal que tiene la, ahora, triste misión de escribir para el público.

Hoy, gracias al Cielo, tomamos la pluma, con la ilusión poco duradera de que el contenido de nuestras humildes cuartillas llegará á conocimiento de todos tal y como salga de nuestras manos, porque si no tuviésemos en

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la ocasión presente el espíritu g'ozoso j dispuesto á la alabanza , seria- mos en verdad apasionados j descontentadizos. Las publicaciones minis- teriales nos tranquilizan por completo , j estamos seguros de que cuantos españoles lean sus atinadas lucubraciones y felices pronósticos, saltarán de gozo , convencidos de que comienza para España nueva era de tran quilidad , progreso j fortuna , que ba de enjugar por completo las lágri- mas pasadas. Se ban importado trigos del extranjero por valor de cuatro- cientos millones de reales j se ba extendido la franquicia por el término de un año , con lo cual, y con conceder á algunas Diputaciones provinciales autorización para contratar los empréstitos necesarios, las clases jorna- leras tendrán barato j nutritivo alimento en el próximo invierno , que será además animado j feliz, pues cuantas personas de posición es- tán en el extranjero vuelven presurosas, según afirman los órganos ofi- ciosos del Gobierno , á disfrutar la tranquila calma j apacible reposo con que la madre patria les convida. « También el tiempo corrije , ilustra j «desengaña. Hoj el bien público j las mejoras sociales no las buscan los "hombres probos y sensatos , ni en la fuerza del sable rebelde , ni en el »fusil del emigrado. Sólo en la resignación de la desgracia, en la tem- «planza de la fortuna , en la cristiana caridad de la riqueza , sólo en la paz »y en el trabajo honesto se encuentran al fin las pasajeras felicidades que "hallarse pueden en el mundo.» Asi al menos lo asegura en sentimental y culto documento el Excmo. Sr. Conde de Cheste.

Confiado en su propia fuerza y tranquilo el Gobierno por el éxito de su política , puede consagrarse á la dulce tarea de llevar á término feliz aquellas mejoras que, sin ser de un carácter perentorio, son, sin embargo, de utilidad reconocida. Están para terminarse las obras de los Ministerios de la Gobernación y de Hacienda, por las cuales han de quedar en aquel departamento habitaciones espaciosas y elegantes para recibir visitas de amigos y parciales, y en el de Hacienda una cómoda casa para el Sr. Mar- qués de Oro vio, que, viviendo en la secretaría, no tendrá que perder un tiempo precioso en estériles viajes é incómodas idas y venidas. Time is money, como dicen los ingleses.

Vencidas en el interior las dificultades políticas y económicas de que otras administraciones se han visto rodeadas, y próxima la Nación á reco- brar su antiguo explendor y poderío, han vuelto á renacer en Europa los celos que en otros siglos inspirara nuestra grandeza, y basta leer las car- tas que publican los distintos corresponsales que tienen en el extranjero los órganos del Ministerio, para convencerse de esta verdad.

«Existe en París en la rué des Prétres Saint Germain l'Auxerrois, nú- »mero 170, una casa vieja y desvencijada, de apariencia triste y sombría, •que linda con la iglesia de Saint-Germain de l'Auxerrois y el magnífico

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"palacio del Louvre que le hace frente, j con la suntuosa manzana de casas «nuevas que tiene por su lado derecho. Una escalera oscura tapizada de ^telarañas y cubierta de polvo da acceso aun número de piezas desnudas de «adorno, cuyo pavimento de ladrillo, que ya no está en uso, da tristeza y «frió al que penetra en ellas. Las ventanas, en armonía con el resto del edi- wficio, distribujen la poca luz que entra en las habitaciones por cristales de "tamaño pequeño: modelo que se remonta al siglo pasado. La primera im- «presion que se recibe al abrir la tosca puerta de la calle, pintada de verde, »con pintura sin cola, j comparando esta casa siniestra con toda la mag- «nificencia que la rodea, es que la gente que allí reside ha de pertenecer á «otra civilización distinta á la nuestra ó á de ser áspera, atrabiliaria y total- emente reñida con todo lo que es suave y apacible.

»En las habitaciones interiores de este edificio, cuyos muebles j adór- anos corresponden á todo lo demás, está establecida, hace muchos años, la «redacción j administración del... ¡Diario de los Debates!»

Preciso es confesar que el Vizconde Ponsson du Terrail habrá leido con envidia este párrafo en que describe por elocuente y tétrica manera el corresponsal anónimo de los amigos del Gobierno el tenebroso recinto desde donde los redactores del Diario de los Debates se dieron maña bas- tante para lanzar del Trono de Francia al Rey más liberal que ha tenido Europa , descubrimiento que se le ha olvidado consignar á M. Guizot en sus Memorias y que tendrán que agradecerle de hoy más cuantos se de- diquen á escribir la historia de aquella época.

En semejante caverna se reúnen formando maquiavélica logia, para fo- mentar en España la guerra civil, para imponer á nuestro país un Gobier- no á su capricho, Jhon Lemoine, Prevots-Paradol, Saint-Marc Girardin, Weis, Young , David, Laboulaye, Horace de Lagardie, Jules Janin , Remussat y otros desdichados ingenios , á quienes hay que exterminar como á verdaderos Hugonotes del siglo XIX. ¿Qué indignación no ha de excitar en todo buen español la noticia de que existe un complot formado con el objeto de sitiarnos por hambre, propalando en los cen- tros bursátiles de Europa las más absurdas noticias contra nuestro cré- dito? Estos conspiradores, según parece y atestiguan los corresponsales antes citados, tienen en Francia por foco de sus aviesas maquinaciones la redacción de los Debates , comunicándose desde allí con sus corifeos de Londres, que tienen compradas de seguro las columnas del Times. Tan po- derosa trama cuenta con adictos servidores en la Independencia Belga j en otros periódicos de Francia, Italia é Inglaterra.

Pero no son estas las solas noticias importantes con que últimamente nos han sorprendido las publicaciones que ensalzan y defienden al Ministe-^ rio. Sírvanos de consuelo, contra tanta iniquidad, el saber que al mismo tiempo que nos hacen sin motivo j por envidia tan cruda guerra esas

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naturalezas atrabiliarias, las Cancillerías del mundo culto se disputan palmo á palmo nuestra amistad y alianza. Prusia y Francia, preparando bajo una simulada amistad elementos de fuerza para el dia de las grandes liquidaciones, buscan su principal apoyo en nosotros; y mientras el astuto Conde de Bismark quiere entenderse con los espíritus revolucionarios, el César francés reanuda las afectuosas relaciones que existen entre los Gobiernos de dos pueblos que , intereses religiosos y de raza, hacen her- manos.

¡ Cuántas veces contemplando el Sr. Marqués de Orovio con justo orgu- llo y patriótica satisfacción el próspero período en que va entrando la Hacienda nacional por su vigorosa iniciativa , recordará los dias en que asediado el Gobierno español por las sugestiones de Inglaterra y Fran- cia , otro Marqués , también riojano , supo mantener la neutralidad más digna á pesar de Keene y de Duras , hábiles Embajadores de uno y otro pueblo I

Por todas estas razones no puede considerarse el actual Ministerio como representante de una exigua fracción política; su importancia es mucho más grande ; nosotros somos los primeros en declarar que merece todo el apoyo que le dan los ultra-monárquicos, y que es natural cifren en él sus esperanzas los partidarios de una escuela política, de que somos francos y naturales adversarios, pero que tiene en el país hondas raíces; así vemos que el Gobierno, apoyado por la mayoría de ciertos elementos sociales, dotando á la Nación de instituciones políticas en armonía con la gestión económica y con la tendencia intelectual dominante, ha llegado á imprimir su sello hasta en lo que pudiéramos llamar la literatura oficial de la si- tuación.

Como en las proclamas del primer Cónsul elevado luego á la más alta dignidad social , en sus Boletines , siendo ya Emperador , y en el tes- tamento de Santa Elena, hay que buscar la forma de lo que pudiéramos lla- mar la literatura oficial del primer Imperio ; como las cartas del Jefe del Estado á los Ministros , los discursos de contestación á los Prefectos y las alocuciones al ejército de Crimea y de Italia, tienen el sello especial que imprime á todas sus obras Napoleón III ; como donde más se di- buja el carácter del reinado del Sr. D. Fernando VII es en los documentos auténticos de aquel Soberano , así la fisonomía del actual régimen poHtico se retrata en los pintorescos y enérgicos despachos que dirigía á las auto- ridades militares y civiles el Sr. Duque de Valencia; en las cultas, sentidas y académicas alocuciones, proclamas y bandos del Sr. Conde de Cheste; en las notables correspondencias que escriben del extranjero los escritores 'ministeriales, y en el atildado y clásico estilo de los Jefes civiles, aca- bando por cierto de adquirir una envidiable popularidad , entre otros , el Sr. Gobernador de Jaén.

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Por lo demás, no puede menos de regocijarse el ánimo al ver «como »los pronósticos que ciertos hombres y ciertos periódicos hacían en la pri- »mavera , van saliendo fallidos : aquellos calores de que nos hablaban en «sentido figurado , han pasado en el sentido recto y han dejado mal á los «aficionados á la metáfora : aquellas emigraciones que decian serían ne- "cesarias á consecuencia de los calores, están á punto de terminar, j «pronto volverán los emigrantes veraniegos á gozar de las dulzuras de ^^Madrid en una benigna temperatura: los habitantes de la Corte volve- «rán con la animación que les habrá prestado la vida del campo , que es de «sujo regeneradora , « j todo hace creer que se nos presenta un brillante invierno , á pesar de que personas de elevada posición , en cujas habi- taciones soba reunirse la buena sociedad de la Corte , proporcionando con sus fiestas trabajo j utilidad á las clases comerciales, residan hoj en pun- tos extremos de la Península, en sus islas adjacentes ó en el extranjero.

Tienen en nuestro sentir razón los que opinan que con la política inte- rior de nuestro país sucede hoj una cosa muj parecida á lo que acon- tece en la exterior de Europa.

"En esta, la paz está en las palabras, j la guerra en las obras: no haj «guerra j los armamentos de todas las naciones son peores que la guerra «misma, mantienen la intranquilidad j la desconfianza, paralizan el comer- «cio, los negocios, las transacciones j la prosperidad pública. En España «la guerra está en las palabras sin poder realmente estar en las obras ; j «los efectos en esta situación son, sin embargo, tan malos ó peores que «en aquella. « ¿Pero quién tiene la responsabilidad de semejante estado político ?

Es cierto que solo la intervención de las fuerzas morales del país puede poner término á la dolorosa j fatal situación que atravesamos. ¿Más cómo ha de intervenir un pueblo en sus propios negocios ; de qué modo puede ser eficaz esta intervención? ¿Esperan los partidarios del cambio político anunciado por periódicos j correspondencias que queden en el acto expe- ditas las vias legales por donde la opinión pública se manifiesta j ejerce sn imperio? ¡Ah! si fuese esto posible, ¡quién titubearía!

Líbrenos el cielo de un Gobierno que tenga por misión debilitar el espí- ritu nacional con las apariencias de rendir culto á las ideas liberales des- trujéndolas en su esencia. No demos una vez mas á la Europa el espec- táculo de instituciones facticias que usen un idioma contrario á sus ver- daderos principios; no volvamos á oir hablar de libertad, sino cuando ha ja de existir real j sólida ; no pase la nación por el aturdimiento de agitar- se en contradicciones perpetuas que conclujen siempre por perturbar el sentido público , apo jando el pueblo lo que tal vez tiene interés en com-

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batir j apartando á los partidos de las vias de lo recto j de lo verda- dero, únicas en que el progreso ordenado es posible. Cuando esto llega á suceder, el poder absoluto no es un accidente pasajero, sino una necesi- dad social; por eso preferimos mil veces la franqueza del actual Ministe- rio á una situación que, conservando la esencia de las cosas, variase sólo en el lenguaje.

J, L. Albareda.

EXTERIOR.

Como suele suceder todos los años, por este tiempo, los asuntos que dan major pábulo á las reflexiones y vaticinios de los escritores políticos, y aun de los que sin serlo se ocupan en esta materia , son los viajes j las entrevistas de los Soberanos. No siempre tienen estos sucesos la impor- tancia que de ordinario se les dá, y aún tendrían menos si en todas las naciones de Europa estuviese en vigor y obrara sus naturales consecuen- cias el sistema constitucional y representativo , porque en los países que tienen la fortuna de ser gobernados parlamentariamente, no es posible que ni el Monarca ni los Ministros dispongan arbitrariamente de la san- gre y de los tesoros de sus subditos para acometer empresas quizá teme- rarias , opuestas á la justicia ó á los intereses del pueblo que personifican y representan. Buen ejemplo es de esta verdad el viaje que en la actuali- dad está haciendo por Suiza y Alemania la Reina Victoria ; nadie piensa que durante él se puedan verificar entrevistas con los Monarcas de los diversos países que atraviese , en las cuales se ajusten pactos y se con- traigan alianzas , de las que dependa , en un porvenir más próximo ó más lejano , la paz ó la guerra ; la suerte , en fin , de los pueblos que viven bajo su cetro , ó de aquellos en que influye con su inmenso poder la Gran Bretaña. Limitado en esta nación el poder monárquico á sus funciones propias , no ejerce una influencia decisiva en los negocios públicos , siendo verdaderamente el órgano de la opinión , cuyas corrientes sigue , sin em- peñarse nunca en contrariarlas. El desarrollo de las libertades públicas Ha hecho que, después de luchas sostenidas con una persistencia que debe servir de ejemplo á las naciones que deseen llegar á tan nobles y conve- nientes resultados, el poder se ejerza en realidad por la Cámara de los Comunes , representación legítima y verdadera del país ; y desde que se ha alcanzado esta conquista , «las relaciones exteriores de Inglaterra han sen-

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»tido la influencia de su libertad interior. Cuando los Reyes y los nobles «gobernaban , sus simpatías eran para las testas coronadas. Desde que el «pueblo ha tomado parte en el Gobierno, Inglaterra ha favorecido la li- »bertad constitucional en los demás Estados , y se ha convertido en ídolo »de todas las naciones que sienten la misma aspiración hacia la libertad. » Este juicio de Erskine-Maj sobre la política exterior déla Gran Bretaña, no sólo es exacto , sino que explica en cierto modo por qué el poder Real no puede influir de un modo decisivo en los asuntos internacionales , es- pecialmente para llevar á cabo empresas contrarias la opinión pública, favorable siempre en la Gran Bretaña á la libertad de los demás pueblos, y contraria á los planes de dominación y de conquista.

Pero todavía existen en Europa muchos países en que las libertades pohticas recien conquistadas no han producido en la práctica todas sus saludables consecuencias , y alguno en que es el Monarca arbitro y señor absoluto de las vidas y haciendas de sus subditos. En el primer caso se encuentra Prusia , donde el resultado de la última guerra ha aumentado considerablemente el poder y la influencia del Rey , cuya gloria militar es el mayor enemigo que tiene al presente la influencia del Parlamento. El Czar puede disponer á su antojo de los millones de subditos que pueblan sus Estados , donde apenas penetrando la luz de la civilización moderna. Por esto , sin duda , tiene grande importancia la entrevista que han cele- brado ambos Soberanos en Kinsingen , sin que haya podido quitársela lo que sobre el particular han dicho los periódicos semi-oficiales del vecino Imperio , que á pesar suyo demuestran la profunda impresión que les ha causado este suceso.

Las relaciones íntimas que de muy antiguo existían entre las Cortes de Berlín y de San Petersburgo , parecían menos estrechas en estos últimos tiempos , segtin podía inferirse de las frecuentes y agrias censuras que los periódicos rusos dirigían al Gobierno de Prusia , pero muchos creen que ese proceder era un ardid estratégico para distraer la atención de las demás naciones, afirmando los que se suponen bien enterados, que el deseo de celebrar la conferencia que nos ocupa ha partido del Emperador Ale- andro , quien manifestó en una carta al Rey Guillermo su deseo de avis- tarse con él , y que teniendo que ir á Schwalbach para reunirse con su hija la Gran Duquesa María, le era fácil llegar á Ems, donde el Rey estaba. Según una carta publicada por La Correspondencia del Nordeste , la en- trevista ha tenido un objeto esencialmente político , aunque no han asistido á ella los Ministros de Negocios extranjeros de ambas naciones. Se dice que el Czar se expresó en términos que prueban que Rusia quiere á toda costa conservar y aun estrechar su alianza con Prusia , mostrándose in- quieto sobre el estado actual de Europa , é insistiendo en que en las actua- les circunstancias sólo puede asegurar la paz la íntima unión entre ambas

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potencias. Para log^rarla llegó á proponer un tratado de alianza formal y definida, pues aunque hace mucho tiempo que sin ella han pfocedido de acuerdo en muchos casos los dos Gobiernos , juzga el Emperador conve" niente que haja un contrato que obligue á ambas partes , dando por último á entender que está dispuesto á emplear su influencia en los Estados del Sur de Alemania para facilitar la obra de unificación emprendida por Prusia.

Es de creer que las cosas no hayan ido tan adelante como supone el corresponsal del periódico que hemos citado ; pero dadas las aspiraciones y demás circunstancias de Rusia y de Prusia , no es de suponer que esta entrevista haja sido , como afirma el periódico La France , una visita de mera cortesía. Si la alianza entre estas potencias llegara á realizarse , el suceso tendría una importancia inmensa para el caso que sigue creyéndose probable de una guerra , la cual muy pronto llegaría á ser general , aun- que empezase sólo entre Francia y Prusia , porque el apoyo que el Czar prestara al Gobierno de Berlin no habia de ser gratuito , y tendria por compensación el auxilio moral ó material dado por esta última potencia á Rusia para llevar á cabo sus constantes aspiraciones relativas á Turquía. Con ese apoyo podría lograr cuando méuos que sacudiesen muchas provin- cias de este Imperio el yugo que las oprime, constituyendo Estados cris- tianos como Servia y Roumania, ligados con Rusia por los vínculos de la religión y de la raza , mientras llegaba el momento de trasladar á la antigua Bizancio la capital del Imperio Slavo, á que tan alta misión asig- nan los partidarios y defensores del panslavismo. Por otra parte , el nuevo reino de Italia aprovecharía la ocasión de cualquier conflicto internacional para la conquista de su unidad , que sólo podrá conseguir como premio de su alianza con alguna de las naciones que fien á la suerle de las armas la realización de sus proyectos de preponderancia y engrandecimiento.

En corroboración de los temores y de las esperanzas que ha engendrado la entrevista del Czar y del Rey Guillermo , se ha hablado mucho de los viajes que han de empiender los Embajadores de Francia acreditados en las cortes más importantes de Europa, para celebrar con su Soberano una ^especie de conferencia que tendrá lu^-ar á principios del próximo mes en Biarritz, y en la que, según muchos aseguran , van á adoptar- se resolucioQes gravísimas. Pero como la naturaleza del hombre es tal, que mientras no se realizan los sucesos está siempre suspenso entre la esperanza y el temor, buscando en los menores y más oscuros indicios motivos en qué fundar una y otro , los que desean la paz , que están sin duda en mayor número , no tienen menos razones que sus adversarios para creer que no ha de turbarse por ahora.

En confirmación de estas pacíficas disposiciones se ha escrito un largo artículo en el Diario de los Debates del 19 del actual, firmado por el Secre-

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tario de la redacción , que ha sido objeto de muchos comentarios ; en este escrito , tomando pié de la residencia del Emperador en Plombiers, donde ha ido á curarse del padecimiento reumático que le ha aquejado el invierno anterior , se recuerda que en ese mismo lugar se dispuso la campaña de Italia por acuerdo adoptado entre el Emperador j M. de Cavour ; se dice que, aun cuando las conferencias fueron muj reservadas j secretas y no se formó protocolo de lo que en ellas pasó , se escribieron relaciones que al- gún dia se publicarán , poniéndose entonces en claro muchos puntos rela- tivos á la historia de aquellos sucesos, que no llegaron hasta donde se habia previsto , por motivos diversos que también se conocerán algún dia con todos sus pormenores. El articulista asegura que la estancia en Plombiers no tendrá esta vez los resultados que entonces tuvo ; que durante ella no se ha trazado ni resuelto ningún plan de campaña , y que por su parte Prusia está animada de los mayores y más vivos deseos de conservar la paz ; entre otras causas porque no está preparada para la guerra ni puede estarlo en un breve plazo ; no existiendo en Alemania los grandes recursos que proporcionan á Francia j á Inglaterra el desarrollo de la riqueza pú- blica. En comprobación de esta circunstancia, se hace notar en el artículo á que nos referimos que para modificar su armamento , dando á la infan- tería los famosos fusiles de aguja que tanto contribuyeron al éxito de la campaña de 1866 , empleó Prusia, según ha confesado Mr. de Moltke , más de veinte años , mientras que Francia ha tardado menos de dos en fabricar los necesarios para su ejército, con arreglo á nuevos adelantos que los hacen muy superiores á los que todavía tienen y tendrán por mucho tiempo los batallones prusianos. Fundándose en estas y otras consideraciones re- lativas á los demás Estados de Europa , y especialmente á Austria , In- glaterra y Rusia , el autor del artículo que examinamos asegura que los deseos de paz que en todas partes existen son sinceros , y la imposibilidad de hacer la guerra , poco menos que insuperable.

Otro indicio de esta situación pacífica es el silencio que ha guardado Nopoleon III en la fiesta del 15 de Agosto , para cuyo dia muchos es- peraban alguna manifestación ó discurso de carácter belicoso. Verdad es que en la revista que pasó el Emperador ha habido una ostentación ex- traordinaria de fuerzas, concurriendo el ejército y la guai-dia nacio- nal; pero en la carta dirigida por Napoleón al General Mellinet, Co- mandante en Jefe de este último cuerpo , organizado por una ley reciente á la manera de la landawer prusiana , sólo dice que « está satisfecho de su marcialidad y que contará siempre con su patriotismo.» Por último , el resultado del empréstito es para muchos señal evidente de la confianza que generalmente se tiene en la conservación de la paz. Nos parece este síntoma muy equívoco por la razones que ya expusimos en nuestra an- terior Revista. Digimos en ella , que á pesar de la situación económica en

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que de resultas de los temores que por todas parles se siente se encuen- tra Francia , el empréstito se cubriría con gran exceso; pero hemos de confesar que en esta parte , el resultado ha ido aun más allá de nuestros cálculos, ascendiendo como se sabe el capital suscrito á la enorme suma de quince mil millones de francos, cuando sólo se pedian cua- trocientos veintinueve. No debe disputarse á M. Magne la gloria que le pertenece por la manera hábil que ha tenido de organizar este negocio; pero tampoco haj que desconocer que por lo mismo que la industria j el comercio no ofrecen colocación segura á los inmensos capitales acumulados que existen en Francia y en Inglaterra , acuden á ganar el interés que el Estado les ofrece , coq la seguridad completa de que aunque ocurriesen las majores catástrofes nunca se llegarla á perder ni la más mínima parte de las cantidades prestadas al Gobierno. Además, como se había anunciado, han concurrido para este negocio, con los de Francia, capitales ingleses, lo cual se explica porque el tipo del descuento señalado en el Banco de Inglaterra es muj inferior al interés que produce el dinero que se emplea en el empréstito. Por otra parte, con la seguridad de que las cantidades ofrecidas habían de exceder con mucho á la que se pedia, y sabiéndose por tanto que se habían de hacer rebajas enormes en las suscriciones su- periores á cinco francos de renta , es de suponer que muchos, por el afán de ostentar gran fortuna y por otros motivos de vanidad , hayan suscrito lo que tal vez no hubieran podido satisfacer se les hubiera exigido , no ya al contado , más ni aún en los numerosos y largos plazos que como digímos se han señalado para facilitar el desembolso.

El empréstito , pues , significa en resumen la seguridad absoluta que se tiene en la solvencia presente y futura del Estado , ó lo que es lo mismo, indica la confianza fundadísima que tiene Francia en sus fuerzas produc- toras y en el porvenir de su riqueza nacional ; pero no es síntoma ni de la seguridad de la paz, ni de la popularidad del Gobierno. Respecto á este último punto ha habido recientemente una señal elocuentísima de los deseos cada vez más vehementes de recuperar las libertades pohticas tan mermadas por el golpe de Estado del 2 de Diciembre ; deseos que no han satisfecho las prudentes y hábiles concesiones hechas á la opinión pública en estos últimos años. El suceso á que nos referimos son las elecciones del Jura , en las que el candidato de la oposición ha reunido más de veinti- dós mil votos, derrotando al que patrocinaba el Gobierno por una in- mensa mayoría. Las circunstancias que precedieron á esta elección le han dado una gran significación principalmente porque los periódicos del Go- bierno , con una ceguedad inexplicable , calificaron á M. Grevy de anti- dinástico con el objeto de retraer á los que deseando un cambio más 6 me- nos profundo en el régimen político vigente , no llegan hasta el extremo de consentir en una perturbación tan grande como lo es siempre en cual-

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quier país el cambio de dinastía. A pesar de este inhábil recurso, M. Grevj ha salido triunfante j ahora tienen necesariamente que convenir los perió- dicos del Gobierno en que, por confesión propia, existen en un distrito electoral nada menos que veintidós mil anti-dinásticos ; esto es , las tres cuartas partes de sus habitantes. De esperar es que esta lección abrirá los ojos de amigos imprudentes que suelen ser más perjudiciales que los ene- migos declarados , y que , aun en el vecino Imperio distinguirán , no obs- tante la calidad personal de su Gobierno , entre el régimen político j la dinastía, porque si esta se redujese al papel de jefe de un partido, teniendo á todos los demás por contrario , habría de sufrir las vicisitudes tan fre- cuentes hoy en la vida política de los pueblos. Las dinastías sólo pueden salvarse si la persona que ocupa el Trono sabe ejercer sus funciones y prerogativas de tal manera , que no se haga incompatible con los intereses y aspiraciones legítimas de los partidos, los cuales representan las fuerzas vivas de la sociedad , y sin ellos es imposible el ejercicio de las liberta- des públicas.

Así sucede en Inglaterra,, con notables ventajas del país, dando al Trono j á la Dinastía que lo ocupa una estabilidad incontrastable. En esa nación, que debe tenerse como modelo siempre que se habla de países constitucio- nales, la Corona está por cima de todas las luchas políticas, y es supe- rior aun á las diferencias religiosas que tan profundamente agitan y con- mueven á los pueblos. Ya hace tiempo que digimos que en la cuestión relativa á la Iglesia establecida en Irlanda, que está ja siendo la bandera de las próximas elecciones , no seria obstáculo el Trono para cualquiera resolución que hubiera de adoptarse á pesar del juramento, prestado por el Monarca en la ceremonia de su coronación, de mantener las exenciones y privilegios de la Iglesia anglicana. Este deber no puede menos de ser con- dicional y cederá ante la omnipotencia parlamentaria, como sucedió á pesar de los escrúpulos del Monarca en la cuestión de los católicos ; lo- grándose al fin , merced á la persistencia de los hombres públicos, que triunfara la justicia, concediendo la plenitud de sus derechos civiles y po- líticos á todas las sectas y comuniones cristianas , sin excluir á los fieles de la Iglesia católica , no obstante la prevención que contra ellos había de resultas de antiguas luchas y especialmente desde que por el insensato proceder de Jacobo II , se consideraron por muchos como idénticos la ti- ranía y al papismo.

Recuerdos de aquellas épocas se invocan todavía por los defensores de la Iglesia establecida en Irlanda , y no sin cierta admiración hemos visto que en el meeting ó gran reunión que ha tenido lugar en el Palacio de Cristal para tratar de este asunto , se ha dicho por todos los oradores que la grandeza, el porvenir y hasta la independencia del Estado, estriban en su unión íntima y permanente con la Iglesia anglicana. Lord Fitzwalter, que

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presidió la reunión, dio ya. en su discurso el tono de violencia que adop- taron después los demás oradores, y el fervor protestante de los concurren- tes era tan grande, que la primera vez que se pronunció el nombre de Mr, Gladstone, fué saludado por una explosión de silbidos. Esto no debe extrañarse en un país en que se respetan hasta los excesos de la libertad para no poner trabas á su leg'ítimo ejercicio , y por otra parte , al meeting ó demostración que ha preparado el comité de la Union protestante, res- ponderán sin'duda los liberales de todos los matices con otros mucho más concurridos, en que se recibirá con entusiastas y repetidos aplausos al Ex- Canciller del Echiquier y futuro primer Ministro, jefe reconocido de los de- fensores de los progresos de la justicia y del derecho en las instituciones civiles y políticas de Inglaterra.

En prueba de que en esta nación, hasta los más decididos reaccionarios, hasta los que todavía conservan las tradiciones de los antiguos caballeros de- fensores de la regia prerogativa y enemigos del Parlamento, convienen en que solo éste puede resolver todas las cuestiones de una manera definitiva é inapelable; citaremos aquí una frase del discurso de Lord Fitzwalter, quien después de rogar á sus oyentes que defendiesen á la Reina y la apo- yasen en su resistencia al papismo , cualquiera que fuese la forma con que se presentase , preguntaba : « ¿Cuál es nuestro deber más evidente? Conver- tir la próxima elección general en una elección protestante. » Estas pala- bras fueron acogidas con una tempestad de aplausos , porque allí nadie tiene fe sino en el Parlamento para lograr el triunfo de sus ideas , y en la ocasión presente , ni siquiera se piensa en convertir en ardid de guerra los escrúpulos religiosos que debieran obrar con más fuerza en el ánimo del actual Monarca , que en el de sus predecesores por razón de su sexo . Por fortuna desde que la Reina Victoria ocupa el Trono , el Parlamento ha adquirido tal fuerza, que los vencerá, llegado el caso, probablemente sin resistencia y sin lucha; si las próximas elecciones dan, como es probable, el triunfo á los que apoyaron con su voto el bilí presentado por Gladstone proponiendo la extinción de la Iglesia establecida en Irlanda,

La próxima campaña electoral ha de ser reñidísima en el Reino-Unido, y su resultado tanto más importante, cuanto que es el primer ensayo que se hace de la ley de sufragio profundamente reformada ; habiéndose am- pliado este derecho , es de creer que se aumente la proporción en que los liberales estaban respecto á los conservadores en las poblaciones y en los condados , y la distribución de las circunscripciones ó distritos ha de ser también favorable á estos.

Con motivo de la formación de las listas, ha surgido la cuestión, ini- ciada sin éxito en el Parlamento por el famoso publicista Stuart-Mill, re- lativa al derecho electoral de las mujeres. Mr. Mili trató de resolverla in- directamente, sustituyendo la palabra persona á la que empleaba la ley

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para designar á los electores ; pero la Cámara rechazó esta enmienda , j por lo tanto , se manifestó virtualmente contraria á conceder el derecho electoral á las mujeres.

A pesar de esto , los funcionarios encargados de formar las listas , fun- dándose en el espíritu rigorista con que allí se interpretan las lejes , han incluido algunas mujeres que , no estando bajo la patria potestad ni bajo la autoridad de un marido , son por lo tanto cabezas de familia j reúnen las demás condiciones que para gozar del derecho de sufragio exige la nueva lej. Es de creer que en última y definitiva revisión serán exclui- das las mujeres , pero no deja de ser un triunfo para los partidarios de esta reforma la inserción, aunque sea pasajera, de algunas electricesen las listas de los distritos.

Al tratar esta cuestión , recordamos un suceso á que no sin motivo se ha atribuido una importancia superior á la que en apariencia tiene ; nos referimos al baile dado en Constantinopla por el Virej de Egipto, y al cual, con escándalo de los musulmanes extrictos, han concurrido las mujeres del Virey y las de los altos dignatarios turcos , presentándose sin velo á los ojos de los hombres, conversando y mezclándose con ellos, contra la expresa prohibición del Corám, que no consiente esas libertades al bello sexo. Muchos ven en esto un signo de los progresos de la sociedad musulmana , pero como tales adelantos están en abierta contradicción con sus leyes civiles y religiosas , es imposible que sin una profunda revolución se operen los cambios que son menester para que los pueblos que aún viven bajo la religión de Mahoma , entren por el camino de la civilización mo- derna. La falta de fe en las prescripciones alcoránicas, sólo es síntoma de la decadencia de la civilización á que sirvieron de base , hallándose Tur- quía y Egipto en la misma situación en que se hallaba Roma cuando se reían de mismo los augures al encontrarse frente á frente revestidos con las insignias de su ministerio sacerdotal ; pero, como se sabe, las clases elevadas eran las únicas que participaban de ese espíritu. En Roma , lo mismo que en Turquía y en otras parles , la ignorancia ha sido y es compañera inseparable del fanatismo.

A. M. Fabié.

NOTICIAS LITEEARIAS.

La libertad de pensae y el catolicismo, por D. José Lorenzo Figueroa. Obra recomendada por la Real A cademia de Ciencias Morales y Políticas. Madrid de 1868.

Aún no se habia publicado este libro, y ja era objeto de las con- versaciones de los hombres de letras j de los políticos , por ciertos su- cesos á que habia dado lugar en el seno de la Academia de Ciencias Morales j Políticas , á cu jo competente fallo habia sido sometida la obra por el Gobierno de S. M. , en virtud de Eeal orden de 9 de Octubre de 1867. Esta corporación respetable evacuó su informe , que suscriben los Sres. Arrazola j Gómez de la Sema, en los términos más favo- rables j laudatorios para el Sr. Figueroa , j parece que no estando con- forme con ellos el Académico de Número Sr. D. Cándido Nocedal, llevó su alto desagrado del informe , de los Académicos j de la Academia, en cu JO nombre se daba , hasta el punto de renunciar pública j solemne- mente su cargo , cosa tanto más notable, cuanto que jamás se habia visto otra semejante, j tan poco motivada j extraordinaria, cuanto que apenas habrá una cuestión literaria, científica ó meramente de conducta de las que se pueden suscitar en el seno de las Academias , sobre la cual estén enteramente de acuerdo todos sus individuos , que no por eso aban- donan el puesto, á que se suele llegar por grandiosísimos merecimientos, después de muchos años de estudio , j dónde se pueden prestar servi- cios de la major importancia á la Nación, contribujendo á su progreso en el orden intelectual, que es base j estímulo de todos los demás ade- lantos.

Era por tanto de creer, que el libro del Sr. Figueroa contuviese errores

NOTICIAS LITERARIAS. 663

perniciosos y máximas contrarias á las que predica en la tribuna y en la prensa el Sr. Nocedal, supuesto que el insigne Académico se habia visto obligado á separarse de sus compañeros para no tener ni aun asomo de responsabilidad con motivo de la aprobación dada á esta obra por la Academia, de que basta entonces habia sido miembro. Aimque todos los demás, y principalmente el Sr. Arrazola, [su Presidente, tienen dadas pruebas repetidísimas de su ortodoxia católica, llegó á suponerse que, arrastrado el Sr. Figueroa por el espíritu de escuela, y dados sus antece- dentes liberales , habria dicho algo que no se ajustase completamente á los principios y á las reglas de la Iglesia, cosa muj fácil tratándose de asunto tan arduo y resbaladizo como la libertad de pensar , sus límites y condiciones. Grande ha sido, por tanto, nuestra sorpresa y la del públi- co, cuando aun sin pasat de la primera página del libro , y por lo tanto sin conocer todavía sus piadosas y católicas doctrinas, leímos el si_ guíente dictamen del Censor Eclesiástico: «He examinado la obra que V. S, »se ha servido remitirme para su censura , titulada Jm libertad de pensar »y el catolicismo, escrita por el Sr. D. José Lorenzo Figueroa, y lejos de «encontrar en ella cosa alguna contraria al dogma católico y sana moral, )>la juzgo digna de que V. S. le conceda la licencia para su publicación. «Dios guarde á V. S. muchos años. Madrid 18 de Majo de 1868. Anto- »nío Zarandona , Presbítero. »

Muchos de nuestros lectores no ignorarán que el P. Zarandona ha «ido ó es Prepósito de la Compañía de Jesús en esta Corte , y no ha tenido ó tiene este cargo, porque no exista actualmente, cosa que ignoramos, la organización conventual de esta Orden en Madrid , es quizá el individuo de mayor autoridad que tiene aquí la Compañía, y el que la representa en sus relaciones con el Gobierno. Pues bien; el P. Zarandona, que por tantos motivos ofrece las mayores garantías de saber y de pureza de doctrinas, no sólo aprueba, sino que aplaude la obra del Sr. Figueroa, pues la juzga digna de que la autoridad eclesiástica conceda licencia para su publicación. ¿Cómo puede explicarse que el Sr. Nocedal desapruebe, en los términos estrepitosos que lo ha hecho, lo que aprueba y aplaude el venerable Teólogo de la Compañía de Jesús? Misterio es este que no acertamos á penetrar, y que tal vez explique algún día el elocuente orador de la secta neocatólica , revelándolos tesoros, hasta ahora ocultos, de su sa- ber teológico , filosófico y aun histórico ; tesoros que no serán , cierta- mente , como los que ostentó en una ocasión notable , en la que , discu- tiendo con el Sr. Cánovas del Castillo sobre lo que pasó en las Cortes de la Coruña de 1520 con los Procuradores de Toledo, confundió á éstos con los Embajadores de dicha ciudad, y se olvidó ó no supo que D. Pedro Lasso y D. Alonso Suarez eran los verdaderos Procuradores elegidos por Toledo , los cuales no llegaron á tomar asiento en las Cortes , porque

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el mal aconsejado Carlos V no lo consintió , á causa de la limitación de sus poderes (1).

Pasando de estas consideraciones á las que más especialmente se refie- ren al libro del Sr. Figueroa , diremos que éste declara desde el principio de su obra que , admitiendo un orden sobrenatural , no discute con los que lo niegan , y más adelante afirma , que siendo la revelación que consti- tuye la base de la doctrina católica , la expresión inconcusa de ese orden sobrenatural , sirven de punto de partida y de limite á todas sus teorías ^los dogmas de la Iglesia fundada por Jesucristo , con la organización y circunstancias que actualmente tiene. Apoyado en tales bases y prin cipios , impugna el Sr. Figueroa á los que sostienen la libertad absoluta del pensamiento, y principalmente á M. Emile Girardin contra quien escribe varios capítulos , haciendo especial mencñon de sus ideas , y con- tradiciéndolas en diferentes pasajes de los demás ; de tal manera , que el libro que rápidamente examinamos , parece inspirado por el deseo de refu- tar y combatir el que hace pocos años publicó el escritor francés con el título de Los derechos del pensamiento.

El problema científico , que consiste en determinar la esfera de acción del pensamiento es tan difícil , como que para resolverle se necesitan tener previamente resueltos todos los que abarca la metafísica y la psicología. En este terreno disentimos completamente del autor , cuyas doctrinas filo- sóficas , en cuanto pueden inferirse del espíritu general de la obra y áan de la declaración explícita que hace en las páginas 30 y 31 , se acercan á las profesadas por la escuela escocesa , y principalmente por su último y más ilustre representante, Dugald-Stecwart; sistema filosófico que sólo tiene ya valor histórico, y que, juzgado definitivamente por la ciencia, no cuenta , que sepamos , ni aun en el Reino-Unido , ningún defensor nota- ble. El método experimental é inductivo, que preconizado por Bacon ha sido origen de esta y de otras escuelas filosóficas que han tenido su prin- cipal asiento en Inglaterra, ha engendrado consecuencias que se apartan mucho de los principios y doctrinas de la escuela escocesa , y ni Mili , ni Buckle tienen hoy en sus concepciones filosóficas casi nada de común con el autor del Bosquejo de la filosofía moral y de los Ensayos filosóficos.

El error fundamental que se descubre en la base psicológica del libro del Sr. Figueroa, así como en toda la filosofía escocesa, consiste en olvidar que el espíritu humano es uno y entero, y que por consiguiente no se puede suponer contradicción irreductible entre sus manifestaciones. El pensar es la esencia del espíritu , y suponer que es independiente del pensamiento la conciencia , es tan absurdo como admitir que la noción de la cantidad y

(i) Sandoval, Historia del Emperador Carlos V, edición de Pamplona de 1634. Libro 5.°, par. XI y siguientes.

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la del bien tienen distinto origen , cuando es evidente que ambas son producto del pensamiento, j por tanto, la moral y las matemáticas, aunque diversas, son bijas de un solo y mismo espíritu, que concibe y desenvuelve ideas diferentes , ó por mejor decir , manifestaciones distintas de la idea. De aquí se deduce que el pensamiento no se limita por la idea del bien , como no se limita por la de cantidad ni por ninguna otra , por- que todas ellas forman su contenido j caben ampliamente en la esfera de su jurisdicción propia.

Otro punto que nos parece inaceptable , porque además de ser inexacto, introduce una confusión grandísima en esta materia, es la manera de con- cebir la libertad que tiene el Sr. Figueroa. La libertad es ley del es- píritu como la fatalidad lo es de la materia, y justamente porque el espíritu es libre , el pecado , el delito y el error son posibles. Si el bien y la verdad fuesen límites del pensamiento , el hombre no tendría libertad, supuesto que había de obedecer fatal y necesariamente á uno y otra. Como no sucede así , el hombre puede huir el bien y desconocer la ver- dad, incurriendo entonces en el error y en el pecado. Cuando huje del bien , nace la responsabilidad , que es la garantía de sus acciones , pero la responsabilidad no es limitación , sino consecuencia del ejercicio de la li- bertad humana.

Al entrar el hombre en la esfera de la vida exterior para realizar sus fines individuales y colectivos , aparece la noción del derecho y con ella la institución social encargada de hacer efectiva la responsabilidad, que es consecuencia del libre albedrío. A este propósito, el Estado, que es esa institución , tiene y no puede menos de tener facultades coercitivas cuja legitimidad está fundada en su misma esencia , en su noción funda- mental. Aunque la regla á que debe obedecer el poder público en el uso de esas facultades es fácil de sentar teóricamente y consiste en que sólo lo que es exterior, y por lo tanto apreciable, cae bajo su jurisdicción propia; en el terreno práctico es muj difícil y tiene que ser muy varia la manera de aplicar este principio. El Sr. Figueroa condena, como todos los defensores de la escuela liberal, la previa censura, que es simplemente la negación absoluta del ejercicio de la libertad en la emisión del pensa- miento , y que equivaldría á la prisión perpetua de todo el género humano para evitar las consecuencias del abuso posible de la libertad en el terreno de las acciones materiales; mas por una inconsecuencia inexplicable y como por vía de ecepcion , acepta la previa recogida , que no es posible humanamente que se verifique sino examinando y censurando el pensa- miento escrito antes de que se comunique y propale.

Por lo demás , nosotros creemos que el pensamiento , aunque esencial- mente libre , no es impecable , y en nuestra opinión , las doctrinas inge- niosas y paradójicas de M. de Girardin no merecían una refutación tan

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extensa y prolija como la que hace de ellas el Sr. Figueroa ; pero la difi- cultad práctica de esta cuestión consiste en determinar la índole de los delitos á que puede dar origen la libertad del pensamiento , la manera de probarlos y las penas que deben aplicárseles. Por de pronto hay que establecer como principio fundamental , que el error no es ni puede nunca ser delito , y que éste sólo tiene lugar cuando deliberada é intencionalmente se difunde y propala lo que es contrario á la moral y al derecho. Como el que se dirije al público para manifestar y extender sus ideas lo hace de ordinario movido por un convencimiento profundo y sincero , de aquí que se haya establecido por algunos tratadistas, como regla práctica, que en los delitos de imprenta hay que probar la intención criminal que en los demás delitos se da siempre por supuesta y establecida , y que sólo cede ante la prueba en contrario.

Esta consideración , por cierto con gran sorpresa , hemos visto que no detiene al Sr. Figueroa en la concepción y desarrollo de su sistema , en el cual se confunde de un modo peligroso el error con el delito , estable- ciendo para el primero la misma responsabilidad y la misma sanción que para el segundo. En esta materia va tan lejos y por tan mal camino el au- tor , que deja entender que es digna de represión y de castigo la doctrina que sobre la organización de la familia expone Platón en su admirable li- bro de República , sin tener presente que los errores que en esta y otras materias comete el ilustre discípulo de Sócrates no son ni pueden cons- tituir delitos , porque procedían de la intención más pura , y hubiera sido un espectáculo que hubiese indignado á todos los espíritus rectos , ver en nuestros dias al hijo de Aristón arrastrando la cadena del presidiario por haber defendido, con error sin duda, la comunidad de las mujeres en la cla- se de los guerreros de su república ideal , sin que le sirviera de escusa su inocencia ni el mérito de haber revelado las ideas y doctrinas más profun- das y sanas en materia de moral y de derecho : de este modo se hubiera declarado merecedora de castigo la obra que ha logrado alcanzar gloria universal é inextinguible. Por fortuna los atenienses no consideraron estas cosas como el Sr. Figueroa , y no se dio con el discípulo el caso lamenta- ble que tuvo lugar con su maestro, acusado y condenado por el crimen de introducir nuevos dioses , esto es , por haber llegado con su razón á en- trever la verdad fundamental de toda ciencia y de toda religión , el mo- noteísmo. Considere el Sr. Figueroa cuan peligroso y cuan profundamente inmoral es que se tengan por delincuentes los que luego la huma- nidad reconoce como reveladores y mártires de las verdades más altas y más profundas, como héroes de la gran epopeya que ha de abarcar toda la serie de los siglos.

Los fundamentos de todas las doctrinas que defiende en materia de li- bertad de pensar el Señor Figueroa son las ideas que tiene , erróneas en

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nuestra opinión , acerca de la naturaleza de la ciencia, de su lej progre- siva , de su extensión y de sus medios. El Sr. Figueroa cree que en la metafísica no haj progreso , que el error de ajer es la verdad de lio j , j la verdad de hoy el error de mañana , y esto nos maravilla , tanto más , cuanto que mostrándose en alguna parte del libro admirador y partidario de las ideas de M. Coussin , debia recordar que, según este autor, en la evolución de los sistemas filosóficos, como en la evolución de la historia , hay verdadero adelanto , y que asi como Vico se engañó cuando afirma- ba que la humanidad, lo mismo que el hombre, atraviesa los períodos de la infancia, de la adolescencia, de la virilidad y de la decrepitud, volviendo después á recorrer la misma serie de términos ; así también se equivocan los que piensan que la filosofía en su acepción más lata y elevada no hace más que girar eternamente en el círculo que forman el sensualismo, el espiritualismo y el excepticismo , porque, en cada nueva evolución, los sistemas se presentan más desenvueltos y comprensivos; el punto de vista parcial que les sirve de base está mejor estudiado y com- prendido , y aún se modifica de tal manera , que ya no puede designarse sin inexactitud con los mismos nombres. ¿Qué diferencia no hay, por ejemplo, entre el sensualismo de Epicuro y el de Locke? ¿y á cuánta dis- tancia no ha quedado el autor del Ensayo sobre el entendimiento humano de los modernos positivistas? En el camino laborioso de la ciencia, y la ciencia presupone la metafísica , hay progreso más evidente que en ninguna otra esfera de la vida social ; mejor dicho , todos los adelantos que observamos en la historia, y que no negará el ánimo más apasionado, se fundan en los progresos de las ciencias, no ya de las que tienen por ob- jeto el conocimiento del mundo finito , sino de las que tratan del espíritu. Justamente son en estas los progresos más notorios y trascendentales, como lo prueba el desarrollo del derecho en todos sus ramos y particularmente en cuanto se refiere á las relaciones internacionales , á la organización política de los estados, y á la definición y castigo de los delitos, especiali- dades de la ciencia jurídica cuyos adelantos no creemos que haya quien pueda poner en duda. Por estas y otras causas, nosotros no exclamamos como el Sr. Figueroa: «¡La ciencia! ¿Qué es en realidad tratándose de «los misterios, secretos insondables y enigmas de la vida? Quimera , ilu- »sion, sombras, dudas, fantasmas, delirios, nada.»

Esta conclusión ecéptica nos aterraría ó nos llevaría al misticismo ab- soluto, no menos peligroso que la doctrina de Pyrrho,y al que vemos que propende el Sr. Figueroa , si bien todavía concede alguna virtud y eficacia á la razón individual, sólo para las cosas que caen bajo la jurisdicción de la experiencia, en cuya estrechísima esfera admite que puede alguna vez acertar, no llegando á la desconsoladora doctrina de Donoso, que combate en el cap. XII de su obra.

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Expuestos brevemente y con sinceridad algunos de los varios puntos en que disentimos del parecer del Sr. Figueroa , nos cumple decir que el libro está escrito con facilidad, aunque no con gran corrección y pureza de estilo, revelando cierta erudición que hace agradable su lectura porque da á co- nocer para combatirlas ó para apojarse en ellas las doctrinas de muchos de los que modernamente han escrito sobre la libertad de pensar , aunque omite las de otros autores que tienen hoy gran reputación como publicis- tas : citaremos por via de ejemplo á M. de Beaussire y su obra titulada La libertad en el orden intelectual y moral, y especialmente La libertad, de Jhon S. Mili, que es la exposición más vigorosa y clara de las doctrinas individualistas. Por lo demás , y en cuanto se refiere á la filosofía propia- mente dicha , el Sr. Figueroa parece extraño al gran movimiento que ha habido en esta ciencia desde Kant hasta nuestros dias , y esto es de la- mentar, pues aunque se rechace y se combata cuanto en ese magnífico período se ha pensado y escrito, no es posible tratar hoy con fruto ciertas cuestiones sin conocerlo profundamente.

boletín bibliográfico.

ÍMPEESSiONS OF Spain in 1866, hy Lady Herhert. London, 1867.

La autora de este curioso é interesante libro es una bella y muy principal señora de Inglaterra, celebrada en la alta sociedad británica por su aristocrática hermosura y por su claro ingenio. Convertida, pocos años h.á, al catolicismo, y llena del más puro favor religioso, ha venido á visitar nuestro país, como quien hace una romería á lugares santos, y ha escrito y piiblicado después el Hbro de que vamos á dar una idea ; libro elocuente y poético, donde se hace el más brülante panegírico de cuanto hay aun en España de tradicional y de antiguo , y donde se condenan y deploran con sentidas palabras todas las in- novaciones. El espíritu de todo el libro está resumido en estas frases con que termina. "Dejamos á España con el mayor pesar y con la más viva esperanza de volver á visitarla antes que la llamada marcha de la civilización haya com- pletamente destruido todo lo que hay de hermoso , de sencillo y de caracterís- tico en este noble pueblo. ,i

Algunas cosas tocantes á la civilización material bien quisiera la noble Lady que se cambiaran en España; y casi sin querer, á pesar de su fervor ascético y del encomio que varias veces hace de la mortificación de la carne , deplora que las fondas y posadas estén tan mal entre nosotros que no haya en ellas con- , fort, ni casi nada comible, ni potable. También, cuando se olvida de su mis- ticismo y de su amor á la vida contemplativa , se lamenta de que nosotros imi- temos más á María que á Marta, y de que todo sea tan malo, tan primitivo y tan rudo.

Fuera de estas quejas, que disuenan verdaderamente en boca de Lady Her- bert, en lo demás nos pone por las nubes. Se diria que habla áei pueblo es- cogido, de la nación de Dios, de algo semejante, en las edades modernas, á lo que fueron los judíos en las antiguas. Solo critica aquello que conspira á destruir este modo de ser nuestro, á civilizamos, á darnos cierta semejanza con las demás naciones. Contra todo esto se indigna y truena la hermosa se- ñora. Su ídolo, su autoridad, su guia para hablar en España, es Fernán- Caballero. La llama la Lady Georgiana Fullerton de España, admirable por su gusto refinado y por sus sentimientos católicos. Hablando de ella dice: "Cuando se desea excitarla para que hable, no hay más que tocar la cuestión de la y del mal llamado progreso de su país. Entonces toda su sangre anda luza hierve, y la señora declama horas enteras, en términos nada mesurados, contra la expoliación de los conventos, aquellos centros de educación y de ver- dadera civilización en las aldeas y distritos rurales; contra la introducción de escuelas sin religión y colegios sin fé: y contra la propagación de opiniones impías por medio de la literatura moderna, m

Otro grande objeto de admiración y de veneración para Lady Herbert es Monseñor Claret , Arzobispo de Cviba y Confesor de S. M. la Eeina. Supone que es continuamente blanco de injustas acusaciones ; pero nos parece que Milady exajera ó está mal informada. La generalidad de los españoles, aun los más liberalescos, no han puesto jamás en duda la buena fé, la piedad pro- funda y la fervorosa caridad cristiana del citado famoso personaje. "A veces, dice nuestra autora, predica cinco sermones en un dia: su vida es un perpé-

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tuo ayuno; y cuando por su posición se obligado á comer en Palacio , no come más que unos garbanzos." Todo esto lo creemos y lo celebramos infinito. En lo único en que discrepamos un poco de la opinión de Lady Herbert es en evaluar los méritos literarios de Monseñor Claret. Lady Herbert halla que su obra titulada Camino recto y seguro para llegar al Cielo, compite con la Imitación de Cristo, y nosotros no nos atrevemos á creer que raye tan alto. Por lo demás no hay más que decir sino muchísimas alabanzas.

Lady Herbert estuvo en Madrid recomendada al Nuncio de su Santidad, Monseñor Barilli, de quien habla también con grande entusiasmo. Es de lamentar que no conociese á los Sres. Catalina, Nocedal y Tejado. ¡Cómo los elogiarla si los hubiese conocido ! i Estos si que quieren conservar nuestra sencillez primitiva, de que Milady es tan apasionada! En cambio, y lo deci- mos aquí porque entre los devotos no caben celos ni envidias, Milady elogia en extremo á D. León Carbonero y Sol , y. encarece el inmenso bien que ha he- cho su Revista titulada La Cruz.

Dejando ahora á un lado todo espíritu de partido, no podemos menos de complacernos en ciertos elogios que Lady Herbert hace del pueblo español , por calidades que están en su ser, aunque ella cree qup van inseparablemente uni- das á otras , que son contrarias á la civilización moderna. Elogia á los españo- les , hasta á los de la ínfima plebe, de corteses, de afectuosos, de hospitalarios de desinteresados y hasta de limpios. La hermosura de nuestras mujeres la ex- tasía. Acusa á su nación de que en ella se cometen numerosos y frecuentes in- fanticidios , y afirma que en España , como es la verdad , no se cometen ó son sumamente raros. Dice que en las relaciones y en el trato gente baja en Inglaterra es grosera y brutal, mientras que en España es pulida, benévola y suave. En suma, se diria que Lady Herbert quiere vindicarnos de las muchas ofensas que en libros y periódicos se prodigan de continuo á España por. los ingleses.

Las descripciones que hace de nuestros monumentos no pueden ser más en- tusiastas. Nuestros pintores, Murillo sobre todo, le parecen los primeros del mundo. Lady Herbert describe las curiosidades , museos , monumentos y an- tiguallas de las ciudades de Sevilla, Córdoba, Granada, Madrid, Valladolid, Salamanca, Burgos, Zaragoza, Zamora, Toledo, Guadalajara y Segovia, por donde ha peregrinado.

Milady, que es muy devota de Santa Teresa, ha visitado, con permiso de los Arzobispos y Obispos, á quienes desde Roma venia recomendada, todos los conventos de monjas carmelitas. Ha visitado también todos los estableci- mientos de caridad , de los cuales hace los más encarecidos elogios, asi como de la caridad singular de algunas damas españolas. Entre estas á quien mere- cidamente celebra más, viendo en ella con razón á una santa, á un dechado de todas las excelencias , y de todas las virtudes , y de todas las dulces y nobles

Í)rendas que son el adorno y la gloria del corazón de la mujer, es á la Exce- entísima Sra. D.^ T. Gr. de H, de Málaga, cuyo nombre apenas si nos atreve- mos á indicar aquí por las iniciales, temerosos de ofender la modestia y la evangélica humildad de quien la lleva.

En suma, el elegante y precioso libro de que hablamos, magníficamente im- preso y adornado con hermosas estampas, no puede ser más lisonjero para nosotros. Hasta para las corridas de toros halla disculpa la autora con tal que se modifiquen , y no mueran los caballos.

No hay que decir que convenimos en todo con quien tanto nos elogia. Sólo no convenimos en esa especie de incompatibilidad que cree ver entre lo bueno que hay y hubo en España y lo bueno que una mayor cultura y el ponernos en la corriente de la moderna civilización puede traer consigo.

Director y Editor, José L. Albakeda.

th>ooii*fIa Di. GREGORIO ESTRADA, calle de la Hiedra, K Y 7, Madrid.

ÍNDICE DE LOS ARTÍCULOS DEL TOMO IIL

]Vúm. 9."

Páginas.

L a Prise de DouUens par les Espagnols en 1595. Piéees contempo- raines publiées et annotées par Archur Demarsj : por D. Pascual

Gajangos 5

Estudios sobre el Gobierno Parlamentario en la teoría y en la prác- tica.— 11. Monarquía constitucional. Gobierno representativo,

por D. Justo Pela JO y Cuesta 25

El Drama Universal. Poesía por I). R. Campoamor 54

Instituciones de Crédito Hipotecario en Alemania, por D. Joaquín

Carbonell 58

Noticias biográficas del insigne poeta sevillano D. Juan de Arguijo,

por D. Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado 79

El método racional y el método empírico en las ciencias físicas (con- tinuación) por D. José Echegaray 90

Cuentos estrambóticos. Cuento 1.° Maese Cornelio Tácito, por don

Antonio Ros de Glano 102

Memorias de un coronel retirado, por D. Patricio de la Escosura. . . 123

Revista política interior, por D. Juan Valera 147

ídem id. exterior, por D. Antonio María Fabié 154

Boletín bibliográfico, 163

IVixna.. lO.

Roma y España á mediados del siglo XVI. —Artículo tercero, por don Antonio Cánovas del Castillo 169

El Pescador. A una joven madre en la pérdida de su hijo. Poesías, por Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda 240

Recuerdos de Grecia , por D. Jacobo Bermudez de Castro 246

Instituciones de crédito hipotecario en el Sur y Occidente de Europa, por D. Joaquín Carbonell é 264

Piginas .

Memorias de un coronel retirado, por D. Patricio de la Escosura. . . 293

Revista política interior, por D. J. L. Albareda 320

ídem id. exterior, por D. Antonio María Fabié , 325

Noticias literarias. France Nouvelle. Prevots-Paradol 334

Boletín bibliog-ráfico 338

IVúin. 11.

El dia 8 de Setiembre de 1855 en el sitio de Sebastopol. Primera

parte , por D. J. López Domínguez 345

De los primeros misioneros en nueva España y carta de Fraj Pedro de Gante, deudo del Emperador Carlos V, por D. Francisco Gon- zález Vera 378

Un invulnerable. Boceto de una novela, por D. J. L. Albareda. . . 397

Don Francisco de Goja y Lucientes , por D. Antonio Ferrer del Rio . 435

La Fé. Poesía, por D. Juan Antonio de Viedma 459

Memorias de un coronel retirado, por D. Patricio de la Escosura. . . 461

Revista política interior, por D. J. L. Albareda 480

ídem id. exterior, por D. Antonio María Fabié 487

Noticias literarias. Felipe II y la liga de 1571 contra el Turco, del

P. Sánchez , por F 495

Boletin bibliográfico .* 502

IVúin. 13.

La propiedad territorial en la España árabe , por D. Francisco de

Cárdenas 505

El dia 8 de Setiembre de 1855 en el sitio de Sebastopol. Segunda

parte , por D. J. López Domínguez 529

A Quintana. Poesía, por D, Gabriel G. Tassara 560

Pan y toros , por D. F. Goicoerrotea 566

El origen de las lenguas según los escritores españoles . —Artículo

primero, por D. Antonio María Fabié 584

Don Julián Romea y su época en el teatro, por D. Antonio Ferrer

del Rio 608

Memorias de un coronel retirado, por D. Patricio de la Escosura. . . 628

Revista política interior, por D. J. L. Albareda 649

ídem id. exterior, por D. Antonio María Fabie 654

Noticias literarias. Figueroa. La libertad de pensar y el catoli- cismo 662

Boletin biblioo-ráfieo 669

AP Revista de España

60

t.3

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