(■ \ UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA MUSEO ( FACULTAD DE CIENCIAS NATURALES) REVISTA DEL MUSEO DE L.A PLATA DIRECTOR SAMUEL A. LAFONE QUEVEDO, M. A. ( Cantal). ) Doctor honorís cansa en la Facultad «lo filosofía y letras (Universidad de llnenos Aires) etc., etc. TOMO XXIV (SEGUNDA SERIE, TOMO XII) (PRIMERA PARTE) O- • . . . • , ' \ I APR i ' . ó /A 5 1-1' ¡Ir: 1 vi 1 LA PLATA TAI I E R DE IMPRESIONES O TIO ALES 10 tí) PUBLICACION! S DLL AAUSi O UL LA PLATA SEGUNDA SERIE l a segunda serie ríe las publicaciones del Musco ríe 1.a Plata, comprende los siguientes grupos: ANAl es En entregas en 4° mayor, y en las cuales se publican las memorias originales del personal científico del Museo, que a causa de las planchas de gran formato que las acompañan, no pueden incluirse en la Revista. REVISTA Volúmenes en 8° mayor de 25 pliegos por lo menos, y en los cuales se publi- can, también, las memorias originales del persona! cienlilico del Museo y las de los colaboradores tanto del país como del extranjero. BIBLIOTECA Volúmenes en 8° inenoi ríe 25 pliegos por lo menos, que contienen traduc- ciones de oblas y estudios publicarlos en el extranjero, relacionarlos con asuntos cpie sean tema ríe investigaciones en el Museo; lo mismo que series ríe artículos de vulgarización científica. CATÁLOGOS I n volúmenes en 8" menor, en los que se incluyen los inventarios razonarlos o simplemente enumerativos de las diversas colecciones riel establecimiento. UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA REVISTA DEL MUSEO DE LA PLATA ,V . . '"Til v Tienta y****^'" MUSEO DE LA PLATA CONSEJO ACADÉMICO Presidente: doctor Samuel A. Lafone Qtievedo, M. A. (Canlab. ). Consejero titular: doctor Enrique Herrero Ducloux. — doctor Santiago Rotli. — doctor Guillermo F. Schaefer. — doctor Juan Carlos Delfino. — doctor Luis M. Torres. — doctor Miguel Fernández. Consejero suplente: señor Carlos Bruch. — doctor Enrique J. Poussart. Secretario: doctor Carlos E. Heredia. ACADÉMICOS HONORARIOS Y CORRESPONDIENTES NACIONALES ESCUELAS DE CIENCIAS NATURALES ACADÉMICOS HONORARIOS Doctor Angel Gallardo (Buenos Aires), 1907. Doctor Carlos Spegazzini (La Plata), 1912. ACADÉMICOS CORRESPONDIENTES Doctor Juan B. Ambrosetti (Buenos Aires), 1907. Doctor Francisco Latzina (Buenos Aires), 1907. Señor Miguel Lillo (Tucuinán ), 1907. Ingeniero Francisco Seguí (Buenos Aires), 1907. ESCUELA DE CIENCIAS QUÍMICAS ACADÉMICO HONORARIO Doctor Juan J. J. Kyle (Buenos Aires), 1907. MUSEO DE LA PLATA ACADÉMICOS HONORARIOS Y CORRESPONDIENTES EXTRANJEROS ESCUELAS DE CIENCIAS NATURALES ACADÉMICOS HONORARIOS S. A. S. Albert I de Monaco, 1910. Doctor Eugen Biilow Warming (Dinamarca), 1907. Doctor Albert Gaudry (Francia), 1907 f. Doctor Ernest Haeckel (Alemania), 1907. Doctor Tliéodore Jnles Ernest Hamy (Francia), 1907 f. Doctor Enrico Hillyer Giglioli (Italia), 1909 f. Profesor William H. Molmes (Estados Unidos), 1907. Doctor Otto Nordenskjóld (Suecia), 1907. Doctor Santiago Ramón y Cajal (España), 1907. Doctor Joliannes Ranke (Alemania), 1910. Profesor Ednard Sness (Anstria-Hnngría), 1907 f. Profesor Frederic Ward Putnam (Estados Unidos), 1909 f. ACADÉMICOS CORRESPONDIENTES Doctor Henry Fairfield Osborn (Estados Unidos), 1907. Doctor Hermann von Ihering (Brasil), 1907. Doctor Yosliikiyo Koganey (Japón), 1907. Doctor Albert Angnste de Lapparent (Francia), 1907 t- Doctor Abraliam Lissaner (Alemania), 1907 f. Doctor Richard Lydekker (Inglaterra), 1907. Doctor Rndolf Martin (Suiza), 1910. Doctor Stanilas Mcnnier (Francia), 1910. Doctor Ginseppe Sergi (Italia), 1907. Doctor Gustav Steinmann (Alemania), 1907. Doctor Paul Vidal de la Blache (Francia), 1907. Profesor J. Wardlaw Redvvay (Estados Unidos), 1907. ESCUELA DE CIENCIAS QUÍMICAS ACADÉMICO HONORARIO Profesor Wilhelm Ostvvald (Alemania), 1907. ACADÉMICOS CORRESPONDIENTES Profesor Armand Gantier (Francia), 1907. Profesor José Rodrígiiez Carracido (España), 1908. Profesor Harvey W. Wiley (Estados Unidos), 1907. MUSEO DE LA PLATA PERSONAL DIRECTIVO Y CIENTÍFICO DOCTOR SAMUEL A. LAFONE QUEVEDO, M. A. (Cailtab.) Director DOCTOR ENRIQUE HERRERO DUCLOUX Vicedirector DOCTOR CARLOS E. HEREDIA Secretario y bibliotecario ESCUELAS DE CIENCIAS NATURALES DOCTOR SANTIAGO ROTH Jefe de sección y profesor de Paleontología DOCTOR GUALTERIO SCHILLER Jefe de sección y profesor de Geología SEÑOR AUGUSTO C. SCALA Jefe de sección y profesor de Botánica SEÑOR CARLOS BRUCH Jefe de sección y profesor de Zoología DOCTOR MIGUEL FERNÁNDEZ Profesor de Anatomía comparada SEÑOR HORACIO ARD1TI Profesor suplente de Zoología DOCTOR SAMUEL A. LAFONE QUEVEDO DOCTOR ROBERTO LEHMANN-NITSCI IE Jefe de sección y profesor de Antropología DOCTOR LUIS MARÍA TORRES Jefe de sección y profesor de Etnografía INGENIERO N. BF.SIO MORENO Profesor de Cartografía INGENIERO VICENTE ANÓN SUÁREZ Profesor suplente de Cartografía DOCTOR SALVADOR DEBENEDETT1 Profesor adjunto de Arqueología Profesor de Lingüistica DOCTOR PABLO MERIAN Profesor de Geografía Física INGENIERO MOISÉS KANTOR Jefe Je sección y profesor de Mineralogía DOCTOR EDUARDO CARETTE Profesor adjunto de Paleontología ESCUELA DE CIENCIAS QUIMICAS DOCTOR ENRIQUE HERRERO DUCLOUX Director y profesor de Química analítica DOCTOR FEDERICO LANDOLPH Profesor de Química orgánica DOCTOR ENRIQUE J. POUSSART Profesor de Química general SEÑOR LEOPOLDO HERRERO DUCLOUX Profesor de Farmacología SEÑOR EDELMIRO CALVO Profesor de Química orgánica farmacéutica INGENIERO ALEJANDRO BOTTO Profesor de Química analítica cualitativa DOCTOR ALEJANDRO OYUELA Profesor de Terapéutica DOCTOR JUAN C. DELFINO Profesor de Higiene DOCTOR MANUEL V. CARBONELL Profesor suplente de Higiene DOCTOR GUILLERMO F. SCHAEFER Profesor de Química analítica especial DOCTOR PEDRO T. V1GNAU Profesor de Análisis Mineral DOCTOR ALEJANDRO COGLIAT1 Profesor de Farmacia práctica DOCTOR P. ABEL SÁNCHEZ DÍAZ Profesor suplente de Química general DOCTOR ATILIO BADO Profesor de Química especial DOCTOR SEGUNDO J. T1EGIII Profesor suplente de Química orgánica DOCTOR CARLOS E. HEREDIA Profesor de Medicamentos sintéticos SEÑOR JUAN E. MACHADO Profesor suplente de Farmacia práctica DR. MARTINIANO LEGUIZAMÓN PONDA!. Profesor suplente de Química General ESCUELA ANEXA DE DIBUJO SEÑOR E. COUTARET Profesor de Dibujo geométrico y de perspectiva SEÑOR A. BOUCHONVII.LE Profesor de Dibujo cartográfico y de relieve SEÑOR JOSÉ FONROUGE Profesor de Dibujo natural SEÑOR ANTONIO ALICE Profesor de Dibujo de arte y pintura SEÑOR R. BERGI IMANS Profesor de Caligrafía DOCTOR ROBERTO LEIIM ANN-NITSCHE Profesor de Anatomía artística SEÑOR ANTONIO PAGNEUX Profesor suplente de Dibujo de arte y pintura UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA MUSEO (FACULTAD DE CIENCIAS NATURALES) REVISTA DEL MUSEO DE LA PLATA DIRECTOR SAMUEL A. LAFONE QUEVEDO, M. A. (Cantab.) Doctor honoris musa en la Facultad de filosofía y letras (Universidad de Buenos Aires) etc., etc. TOMO XXIV (SEGUNDA SERIE, TOMO XII) (PRIMERA PARTE) LA PLATA TALLER DE IMPRESIONES OFICIALES 1910 DOS PñLnBRflS Publica el Instituto del Museo de La Plata, como primera parte del volumen vigésimo cuarto de su Revista, un trabajo de verdadero mérito reali- zado por el doctor Lutz Witte, geólogo al servicio de la Dirección de Minas y Geología de la Provincia de Buenos Aires. Y el hecho de no pertenecer este distinguido hombre de ciencia al personal técnico del Instituto y las circunstancias especiales de esta publicación, nos obligan a explicar como hemos podido incorporar a la serie de la Revista del Museo tan interesante contribución al estudio de la geología argentina. Podría muy bien decirse que se trata de una de las tantas manifesta- ciones de decidido apoyo prestado por el Gobierno de la Provincia a la Universidad desde 1906, primer año de su nacionalización, queriendo, sin duda, significar con tal actitud que comprende la importancia de la Institución dentro y fuera del pais y la unión íntima que debe existir siempre entre las repar- ticiones técnicas nacionales y provinciales consagradas a los mismos estudios. En efecto, cuando el Director de Minas y Geología de la Provincia, Profesor doctor Santiago Roth, — que es también Jefe ad honorem de la Escuela de Ciencias Geológicas en el Museo — propuso al señor Ministro de Obras Públicas, doctor Eduardo Arana, que se autorizase al citado Instituto para reproducir iu extenso el estudio presentado por el doctor Lutz Witte, la iniciativa ftié acogida con verdadero entusiasmo y se impartieron sin de- mora las órdenes necesarias a los Talleres de Impresiones Oficiales, para que todo se hiciese con arreglo a nuestros deseos, obligando así nuestro agra- decimiento. La obra del doctor Witte es el resultado de largas y pacientes inves- tigaciones, poseyendo el doble mérito de aclarar problemas múltiples poco estudiados hasta hoy y plantear cuestiones que proporcionarán tarea a otros especialistas, en el inmenso campo de nuestra costa atlántica, ora busquen la forma de mejor explotación de nuestras riquezas naturales, ora investiguen los movimientos del océano a través de los siglos, ora estudien los estratos descubiertos por la acción destructora de las olas y de las corrientes sobre el borde continental. Al presentar esta nueva contribución al conocimiento de nuestra geo- logía, formulamos votos fervientes porque continúe esta colaboración de la Dirección de Minas y Geología de la Provincia con el Museo de La Plata en una obra que tan directamente interesa a la pntria y a la ciencia. L.a Dirección del Aíuseo. ESTUDIOS GEOLOGICOS DE LA REGION DE SAN BLAS ( PARTIDO DE PATAGONES) CON ESPECIAL ATENCIÓN A LOS DEPÓSITOS DE PEDREGULLO, QUE SE HALLAN EN LA COSTA Por LUTZ WITTE Geólogo. Estudio practicado por la Dirección de Geología y Minas por orden del Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Bs. As. con 2 planos, 5 láminas de perfiles y 23 de fotografías INTRODUCCIÓN Mirando un mapa de la provincia de Buenos Aires se ob- serva en la parte sur, entre las bocas del Río Negro y Río Co- lorado, una punta sobresaliente en forma de cabo, llamada Pun- ta Rubia. Desde esa punta, en dirección a la boca del Río Negro, la costa forma una curva convexa hacia el mar, encon- trándose en algunos parajes barrancas casi a pique, de poca altura. En dirección al Río Colorado presenta una curvatura ligeramente cóncava, formando en la parte sur la Bahía San Blas, en cuyo frente existen varias islas. La costa en esta parte es playa; en baja mar quedan en des- cubierto grandes extensiones de la ribera, y en las grandes mareas penetra el mar muy adentro de la tierra firme por an- gostos canales, llenando grandes lagunas, de las que algu- nas quedan cortadas del mar en tiempo de reflujo. Esta parte tiene mucha analogía con la costa de Alemania en el Ma~ del Norte, señalada con el nombre «Wattenküste». La analogía no se manifiesta solamente por la circunstancia de que la agrupación de islas, que existen enfrente, son de for- mación marina muy moderna, sino también por una serie de otros fenómenos típicos de esta clase de costas. Pero estudiándola en sus detalles, resulta, sin embargo, que hay entre ambas costas una diferencia de alguna importancia. Mientras que en Alemania los depósitos marinos modernos se componen únicamente de arenas y de limo fangoso, llamado «Schlick», en la costa, de la que tratamos, se encuentran enor- mes capas aluviales de rodados, análogos a los que cubren las mesetas patagónicas, y cascajos de una arenisca que aflora en algunas partes de la costa, y que forma bancos submarinos. De suma importancia económica es que la isla, o mejor dicho la península de San Blas, designada también con el nombre de «Isla del Jabalí», está constituida casi exclusivamente de los mencio- nados pedregullos. Por su facilidad de explotación ha llamado la atención del Gobierno, y esto es lo que ha motivado la investigación cien- tífica que he efectuado en esta región y cuyo resultado expon- dré a continuación. Desde los primeros días del mes de Abril hasta fines de Ju- lio del año 1912, acompañé a la Comisión encargada del estu- dio de las tierras fiscales del partido de Patagones, con el fin de hacer un levantamiento geológico de esta región. Comencé las investigaciones en la costa del Río Negro in- ferior, cuyo resultado forma parte del presente informe. Durante este trabajo tuve la oportunidad de visitar algunas veces San Blas. Los datos que tomé en esas ocasiones, los en- tregué con fecha 10 de Julio de 1912 al señor Director del Ma- pa Topográfico y Geológico de la provincia de Buenos Aires, en un informe preliminar sobre los depósitos de pedregullo que allí existen. Más tarde, el señor ingeniero Armin Reinmann confeccionó un plano topográfico detallado, en una escala de 1: 10.000, de la faja costanera de la península. Este mapa, que fué aumen- tado en la Oficina a una escala de 1:5.000, me ha servido de base para los estudios geológicos que he efectuado desde Ene- ro hasta principios de Junio del año 1913. Para el plano geológico de los alrededores de San Blas, me he servido de ¡os planos topográficos levantados por las Co- misiones del Mapa Topográfico y Geológico en los años 1906 y 1907. Por fin tuve la suerte de practicar algunas observaciones complementarias importantes, en ocasión de un viaje que efectué durante el mes de Mayo para informar sobre algunos yacimien- tos de ipedregullo en las cercanías de Carmen de Patagones. Es- pecialmente conseguí estudiar la ribera del Río Negro más arriba de Carmen de Patagones. De este viaje proceden la mayor parte de las fotografías que acompañan el presente trabajo. — 9 DATOS GEOGRÁFICOS DE SAN BLAS La Isla de San Blas, denominada erróneamente así, pues en realidad es una península, se extiende en forma de lengua de norte a sur. Por su formación, origen y situación respecto al continente, es muy parecida a formaciones existentes en ei Mar del Norte y Mar Báltico, conocidas con el nombre de «Neh- rung». Así se llaman las penínsulas muy extendidas a lo largo, que sin sobresalir de la dirección general de la costa del conti- nente, separan del mar abierto las desembocaduras de ríos o la- gunas. Estas penínsulas deben su origen a la acción de las ma- reas, lo que parece ser el caso también de la península de San Blas. Tiene una extensión en su eje longitudinal de tres leguas y media, siendo su ancho en la parte más estrecha de unos 370 metros, alcanzando hasta una legua y media en la parte donde la península está en conexión con la tierra firme. La dirección general de la península es 'la misma que lleva la costa continental, separando así del mar un sistema de la- gunas y canales, señalados estos últimos como arroyos en el mapa adjunto. Esta denominación errónea seguramente es debida a la fuerte corriente producida por las mareas. Las lagunas están en conexión con el mar abierto por un estrecho canal situado en la parte noroeste de San Blas. En la parte sudeste existe otra comunicación; pero aquí entra el agua del mar solamente cuando hay mareas muy altas acom- pañadas de fuertes vientos del sur. Entonces este paraje forma una verdadera isla. La parte que constituye en tiempo nor- mal la conexión de la península con la tierra firme se llama Paso Seco. El aspecto general de San Blas es el de una planicie ondu- lada. Las ondulaciones son producidas por cordones de pe- dregullo que corren paralelos, separados a veces por anchos bajos, llamados «matorrales». Las costas hacia el mar abierto son bordeadas de médanos, en parte fijos y en parte móviles. El paraje es desolado por la escasez de la vegetación, faltando casi absolutamente los montes, que dan a las mesetas del in- terior un aspecto menos monótono. La superficie de San Blas es aproximadamente de seis mil hectáreas. Su situación exacta, según una determinación de la 10 Subprefectura del Resguardo, es de 40" 41’ 45” latitud sur y 60° 13’ 39” oeste de Greenwich. La península la ocupa casi en su totalidad la familia de Mul- hall, que fraccionó en lotes una parte para formar un pueblo, exis- tiendo en la actualidad unas quince casas con una población de se- tenta a ochenta habitantes. También existe una sociedad anónima inglesa que posee un terreno de veinte hectáreas más o menos, con edificaciones e instalaciones para la explotación de la Salina de Piedras, que se halla a una distancia de ocho leguas al sudoeste de San Blas. La fábrica se encuentra actualmente paralizada por liquida- ción de la citada sociedad. Afuera del pueblo, en la costa, existen los terrenos de la Aduana, de la Subprefectura y del Correo, así como también una propiedad de dos hectáreas pertenecientes al señor En- rique G. Rhode, quien tiene allá una casa de negocio. Estando formada la isla en casi su totalidad por médanos, bancos de pedregullo y algunos «matorrales» salitrosos, no es apta para la agricultura; pero algo distante de la costa existe una lonja utilizable (2ÜÜÜ hectáreas más o menos), habiéndose sembrado en el año pasado unas mil quinientas hectáreas de trigo y avena, con un resultado poco favorable. Las comunicaciones de San Blas con las demás poblacio- nes del partido se efectúan en malas condiciones, por no exis- tir un puente que facilite el paso en el riacho del Jabalí. Este se puede atravesar solamente en dos pasos, por el de Los Caños y por el Paso Lucero, que son intransitables en tiem- po de marea alta. Otro camino, que pasa por el citado Paso Seco, ofrece más dificultades a causa de los numerosos mé- danos y arenas movedizas, y además, para ir a Carmen de Patagones, hay que dar una vuelta de tres leguas. En cambio, la comunicación por vía marítima se presenta muy favorable, puesto que San Blas tiene un puerto natural muy bueno, amparado por la Isla de Gama, que se halla en- frente. Según juicios competentes debe ser uno de los mejo- res de la costa atlántica de la América del Sur. Lo cierto es que buques de gran calado pueden anclar en las inmediacio- nes de la costa. No quiero entrar en detalles sobre el clima, pero doy más abajo una tabla de las lluvias caídas en San Blas durante los años 1908 hasta 1913, por las relaciones que tienen con unos 31 fenómenos hidrogeológicos de San Blas, que trataré en uno de los 'capítulos siguientes. He compuesto la tabla según las anotaciones meteo-ológicas de la Subprefectura. TABLA DE LAS LLUVIAS CAÍDAS LN SAN III.AS DURANTE LOS AÑOS 1908-1913 MESES 1908,09 1909.10 1910 11 ' 191112 1912/13 PROME- DIO Mayo 42.6 0.5 2.0 24.6 40.9 22.2 Junio 1.0 — 11.0 11.8 34.8 1 1.7 Julio 0.5 4 0 64.5 30.4 10.0 21.9 Agosto... ........ 26.7 — 11.0 3.0 6.4 9.4 Septiembre ... 40.65 — 6.0 58.5 42.0 29.4 Octubre 54.7 5.5 27.0 3.0 6.9 19.4 Noviembre 15.25 10.5 17.5 35.0 6.5 169 Diciembre 4.3 34.5 5.5 55.4 10.5 22.0 Enero 14.7 28.0 20.5 78,1 22.5 32.9 Febrero 15.1 26.0 72.5 25.0 9.0 29.5 Marzo 8.2 61.0 28.5 5.0 3.3 21.2 Abril 69.0 63.0 22.0 46.7 90.0 58.1 Suma anual 292.70 233.0 288.0 377.3 282. SO 294.76 PARTE I Descripción geológica de la región del Río Negro inferior (*) Literatura. — Los trabajos geológicos, que tratan de la re- gión del Río Negro inferior a base de estudios en el terreno misino, son los siguientes (**) : 1. D’Orbigny A. D. - Voy age dans VAmérique Mcridionale, volume 111, part 111, Paris et Strasbourg, 1842. 2. Darwin Ch. — Geological notes made during a survey of the south and i vest coasts of South America in the years 1S32-35. «Proc. Geol. Soc.», London, 111, 1842. Traducción castellana: — Geología de la América Meridional . traducida por Alfredo Escuti Dorrego^ Santiago de Chile, 1906. 3. Doering A. — Informe oficial de la Comisión Científica agregada al Estado Mayor GenerqJ. de la expedición al Río Ne- gro. Entrega 111. Geología. Buenos Aires, 1882. 4. Siemiradzki I. V. • — Apuntes sobre la región subandina del alto Limay. «Rev. Mus. La Plata». Tomo 111, La Plata, 1892. Forschungsreise in Patagonien. «Petermanns Mitteilungen», 1893. 5. Zapai.owicz H. — Das Río Negro Gebict in Patagonien. Denkschrift der k. k. Akademie der Wissenschaften. Math. Na- turwissenschaftliche Klasse». Wien, 1893. 6. Roth S. — Apuntes sobre la geología y la paleontología de los territorios del Río Negro y Neuquen. «Rev. Mus. La Plata». Tomo IX, 1898. 7. Roth S. — Bcitrag zur Gliederug der Sedimentablagerun- gen in Patagonien und der Pampasformation. «Neues Jahrbuch für Mineralogie», etc. Beilage Band XXVI, 1908. (*) Esta parte es un estudio preliminar sobre la geología de esta región, así que me ocuparé, acá solamente, con los resultados de mis investigaciones, sin entrar en detalles y discutir la literatura en general sino la especial que trata de estos territorios. (’:*) Para no repetir inútilmente las fuentes bibliográficas, cada vez que las mencione, las obras llevarán solamente el número entre paréntesis, al lado del nombre del autor respectivo. ¡4 * La literatura geológica sobre la Patagoaia es muy abundante. El señor Wilckens (*) ha hecho un resumen crítico sobre ella hasta el año 1905, tratando especialmente cuestiones cronoló- gicas. En este trabajo, Wilckens trataba de demostrar especialmente la interpretación errónea de las relaciones estratigráficas en el territorio de la Patagonia hecha por el señor Florentino Ame- ghino, pero tuvo que apoyarse exclusivamente en trabajos de otros, por no haber visitado este territorio y por haber estudiado solamente las colecciones de fósiles marinos de estas formacio- nes. Roth en su réplica (7), que trata el mismo problema, se basa en observaciones propias, entrando en mayores detalles sobre la geología del terreno que nos ocupa, y Wilckens pasó casi por alto un trabajo publicado por el autor mencionado en el año 1898 (6). Wilckens parte del principio, que toda la formación pampeana es realmente de edad cuaternaria, mientras que Roth, en todos sus trabajos, ha sostenido que hay horizontes pampeanos que co- rresponden a la terciaria. Respecto a esta cuestión, ¡as divergencias entre Ameghino, quien se ha ocupado varias veces de los terrenos del Río Negro inferior, y Roth consisten en que el primero considera toda la formación pampeana como terciaria, mientras que el segundo da a los horizontes superiores una edad cuaternaria. En el capítulo correspondiente trataré más detenidamente la cuestión de las edades. Generalidades. — La región entre Bahía Blanca y el Río Ne- gro, de la cual San Blas forma parte geográficamente, es cono- cida como zona de transición entre la llanura pampeana y las me- setas patagónicas. Esta transición se manifiesta tanto en el cam- bio paulatino de la composición geológica del suelo como por el cambio que se nota en la vegetación. En esta comarca tenemos la clave de algunos problemas no re- sueltos o al menos hasta ahora no suficientemente aclarados. Encontramos en esta región no solamente una explicación del (*) Wilckkns O. Die M eeresa blagerungen iler Kreidc- and Tertiacrformation in Patagonien. Nenes Jalirbuch fiir Mineralogie , etc. Iíeilage- Baiid XXI. 1905. ¡5 origen de los depósitos de rodados patagónicos, como lo sospe- chaba ya Nordenskjóld (*), sino también una prueba más de que la formación pampeana, es en parte terciaria y no de edad dilu- viana, como lo sostienen todavía casi todos ¡os geólogos euro- peos, apoyados en la opinión del señor Steinmann. Aquí podríamos establecer si la formación marina terciaria de Patagonia se ha depositado contra los depósitos terrestres de la formación pampeana de la provincia de Buenos Aires, que for- maba parte de un antiguo continente central sudamericano, o si dichas capas pasan debajo de esta formación. En este último caso los rodados patagónicos poco potentes en la región inferior del Río Negro y Río Colorado, y los que representan la época glacial, deberían corresponder a los enormes depósitos del loess pampeano, que en Bahía Blanca tienen un espesor de doscientos cincuenta metros, como lo prueban las perforaciones ejecutadas en esta región por nuestra repartición. La región entre el Río Colorado y el Río Negro forma una pla- nicie ondulada con los típicos arbustos y pastos fuertes de la ve- getación patagónica. Término medio esta llanura, en la parte que corresponde a la Provincia, tiene una altura de treinta a cincuen- ta metros sobre el nivel del mar, y se encuentra interrumpida frecuentemente por depresiones más o menos grandes, cuyo fondo se compone generalmente de tierras salíferas. Por esta razón son conocidas vulgarmente con el nombre de «salitrales», sin que la tierra contenga salitre. Las depresiones se presentan en dos formas: en forma de hoyas, sin desagüe o en forma de cañado- nes longitudinales. Ya D’Orbigny llamó la atención sobre su di- rección predominante de oeste a este o de noroeste a sudeste. La superficie de las mesetas es compuesta de arenas y de ro- dados. Pero a menudo se observa que aflorece una arenisca poco consistente, de color predominantemente gris. En las paredes de las depresiones, como en las barrancas del valle del Río Negro y de la costa del mar, esta arenisca está más descubierta. Así que en la región del Río Negro podemos distinguir dos formaciones: una de areniscas, que forman el yacente, y otra de sedimentos suel- tos, que las cubren. (*) Nordenskjold Otto. Ucbcr die posttertiaeren Ablagerungen der Magel- lanstaendrr, etc. Svenska expeditionen titl M apella nslacndern a. Vol. I, número 2 p. 15. 1898. 16 LOS DEPÓSITOS DI AUl ÑISCA Esta formación se compone de dos horizontes bien distingui- bles: uno inferior de origen marino, y otro superior, continental, depositado en la tierra firme, como se verá más adelante. La formación marina , que aflorece en la parte más baja de las barrancas, se compone de una arenisca de grano grueso de es- tratificación horizontal, formando bancos hasta de medio metro de espesor. Los granos son cementados por carbonato de calcio y por subs- tancias ferruginosas. La consistencia es variable; a veces es bas- tante friable y otras veces tan dura, que es utilizable para edifi- caciones. Esta arenisca, de grano grueso, es bastante homogénea, y proviene de la descomposición de las rocas eruptivas de la cor- dillera. Los granos de arena que la componen son idénticos a los que actualmente se depositan en las playas de la costa de este territorio. A veces la arenisca es bastante arcillosa. En el límite entre el horizonte inferior y el superior se encuentra casi siem- pre uno o dos bancos de una arcilla rojiza o gris de espesor va- riable, y que en partes desaparece. Por los fragmentos de ro- cas de distinto tamaño que se hallan en los aluviones modernos en la costa del mar, y que probablemente provienen de barrancas submarinas, se puede deducir que a mayor profundidad las are- niscas alternan con bancos de conglomerados y areniscas calcáreas. En esta formación se encuentran los bancos de ostras descrip- tos primeramente por D’Orbigny. En los estratos superiores de la formación marina se observan frecuentemente las características ondulaciones que produce el oleaje del mar en las costas. Tanto esta circunstancia como la presencia de ostras y otros moluscos del mar ribereño y la es- tructura de las areniscas, prueban que estos bancos han sido de- positados en un mar muy playo. Este horizonte forma el yacente de las areniscas; su límite su- perior se halla más o menos al mismo nivel del mar en tiempo de marea mediana. En el interior es visible únicamente en las depre- siones más bajas y en muy pocas partes. Mejor se puede estu- diarlo en las barrancas de Río Negro, en donde aparece en tiempo de agua baja. Más visibles son los bancos marinos en las barran- cas del mar; desgraciadamente la barranca más grande no se halla en territorio de la provincia de Buenos Aires, sino al sur del Río 17 — Negro, cerca del faro, al sur de la desembocadura del río, y como yo tenía que practicar investigaciones únicamente en la Provincia, me faltaba el tiempo para un estudio detenido de estos lugares tan importantes. Es justamente allá donde se hallan mejor desarrolla- dos los bancos de ostras y otros moluscos; pero durante los pocos días disponibles para visitar este punto, no pude hacer grandes colecciones. Las fotografías (lámina II, figura 1 y láminas III y IV) representan esta barranca. En las tres vistas se ve claramente en la base de la pared el mencionado banco de arcilla, que se distingue muy bien de las areniscas por su color mucho más claro. En la sobrelámina de la lámina III está indicada la rela- ción entre el horizonte de las areniscas marinas y los horizontes superiores terrestres. También se ve muy claramente en aquella fotografía el banco de ostras, que he mencionado más arriba. En la costa del mar, al norte de la desembocadura del Río Ne- gro, es decir, en territorio de la provincia de Buenos Aires, exis- ten dos barrancas en donde aflorece la formación marina. Una de éstas está representada por la fotografía lámina II, figura 2; pero los 'bancos están tapados en casi toda su extensión por arena. Tampoco se encuentran fósiles marinos en tanta abundancia como en la Barranca del Sur. No he podido sacar fotografías de la llamada Segunda Ba- rranca, que se halla cerca de la estancia de Buckland. En el plano geológico de los alrededores de San Blas, que adjunto, aparece a la derecha una parte de aquella barranca. En varias de las vistas de la barranca del Río Negro que acom- pañan este trabajo, se distingue claramente el horizonte de las areniscas marinas, las que se conocen fácilmente por los bancos horizontales y sobresalientes, que se conservan debido a su mayor resistencia contra la acción erosiva del agua. En ellos no pude encontrar restos de ostras, a pesar de un estudio muy prolijo y minucioso. Sin embargo, el doctor Roth me afirmó ha- ber encontrado una ostra igual a las de la Barranca del Sur, a una distancia de unos trescientos metros de la Subprefectura de Carmen de Patagones, en dirección río arriba, cuando había un nivel del río sumamente bajo. Yo encontré allá solamente unos pequeños brachiópodos en los bancos, que aparecen en tiempo de marea baja; pero se hallaban en un estado tan alterado, que era imposible su determinación. La formación terrestre, que se halla encima de las capas mari- nas, se compone de una arenisca de color gris claro, de estratifi- 18 cación muy irregular, llamada estratificación falsa o transversal («Kreuzschichtung»). Es ésta el «gres azuré» descri.pto por D’Or- bigny y la arenisca del Río Negro de Rotli. En el límite entre ésta y los depósitos inferiores se encuentran en muchas partes los mencionados bancos de arcilla, formando lentes de una extensión considerable entre las dos formaciones Lentes de arcilla aparecen también de vez en cuando en los es- tratos superiores de la arenisca de Río Negro. La estratificación transversal es muy singular en esta arenisca; la he podido observar en todas partes donde está en descubierto, tanto en la Barranca del Sur como en las depresiones o cañado- nes de las mesetas hasta Tres Bonetes, que es el paraje más al norte que he estudiado. La arenisca es de poca resistencia, friable y de estratificación muy delgada. Los granos son muy pequeños y variables en ta- maño. Muchas veces puede notarse que los granos presentan una descomposición que han sufrido, según parece, antes de ser ce- mentados. A veces la arenisca tiene cierta semejanza con un loess muy arenoso. El color predominante es, como he dicho, gris claro, que varía entre azul y pardo. También he observado las calizas dendríticas que menciona D’Orbigny, las cuales están diseminadas como pequeños estratos de unos centímetros de espesor, tanto en el horizonte superior como en el inferior. Esta caliza es de considerable dureza y muy rica en carbonato de calcio; según un análisis efectuado en nues- tra oficina química contiene noventa y dos por ciento y más de esta substancia. Esta circunstancia hace suponer que se trata de una materia secundaria segregada de las aguas de filtración igual a las toscas de luess, con la que tiene muchas analogías. Lo que hace más probable este origen es el hecho de que los pequeños bancos de cal se hallan con preferencia depositados sobre los es- tratos arcillosos, de los cuales trataré después. Por fin tengo que mencionar todavía que esta caliza es, del punto de vista estra- tigráfico, según mi concepto, completamente diferente de aque- lla que se halla encima de las areniscas y directamente debajo de los rodados patagónicos o mezclada con éstos. Según toda probabilidad, de esta última proviene el carbonato de calcio di- suelto en las aguas de filtración, de las que se formaron luego por segregación los mencionados pequeños bancos diseminados en la arenisca. 19 — En la formación de la arenisca del Río Negro, — para mantener el nombre dado por Roth a estos depósitos, — no he podido en- contrar fósiles, a pesar de haber prestado mucha atención. Pero me dice el doctor Santiago Roth, que él ha encontrado, aproxi- madamente una legua arriba del pueblo de Carmen de Patago- nes, un banco que contenía pequeños moluscos de agua dulce. D’Orbigny (1) menciona también haber encontrado fósiles de agua dulce (Unió y Chilina) así como huesos de mamíferos (Me- gamys) en las areniscas de las barrancas, y según sus perfiles pertenecen los estratos en que los ha encontrado al horizonte su- perior. Pero dice que existe en la Barranca Sur, en medio de su llamado «gres azuré» un banco marino con ostras patagónicas. Yo no lo he visto, a pesar de haber seguido la barranca una legua hacia el sur del faro y de haber prestado atención especial a esta cuestión. Estas afirmaciones tampoco han sido constatadas por otros viajeros que han practicado estudios en esta región. El carácter típico de la arenisca del Río Negro es la estratifi- cación transversal o falsa. Se puede decir que no existe una ex- tensión de dos o tres metros donde no se observe este fenómeno, y es por esa circunstancia que me he convencido que se trata de una formación continental de médanos. La estratificación transversal es considerada como depositada por aguas con corrientes muy variables o como depósitos de médanos. Contra la primera hipótésis de que las areniscas sean una for- mación puramente fluvial o de delta, habla la enorme extensión que ocupan. En contra de la suposición que hayan sido deposi- tadas por las corrientes producidas de las mareas de un mar ri- bereño, habla el hecho de que no se encuentran fósiles marinos en las areniscas y sólo raras veces fósiles terrestres o de agua dulce. Por estas razones no encontré al principio una explicación sa- tisfactoria respecto a su origen, hasta que en San Blas tuve oca- sión de ver en los médanos móviles la misma estratificación transversal, y comparándola con las mencionadas areniscas me convencí que se trata de un fenómeno análogo. Esta analogía se ve claramente en las respectivas fotografías. Las areniscas del Río Negro están representadas en las láminas II, III, IV, IX, figu- ra 1, y láminas X y XI, figura 2. Esta última la he puesto en la misma lámina que las vistas que representan la estratificación falsa de los médanos (lámina XI, figuras 3, 4, 5 y 6), para poder confrontarlas bien. En las dunas se puede ver únicamente en ciertas ocasiones su estructura, porque su superficie está cu- 20 bierta generalmente por arena suelta. Pero lu importante es que yo haya podido comprobar que también en los médanos como en las areniscas del Río Negro esa estratificación transversal es de carácter general. Por esas razones estoy convencido del origen terrestre de es- tas areniscas, que considero como médanos fosilizados. Por la extensión tan considerable que ocupan en esta región, se podría suponer que se trata de un desierto de los tiempos geológicos, si no existiesen los mencionados fósiles de agua dulce. Esta cir- cunstancia demuestra que en aquella época ya existía en esa re- gión un sistema de ríos ramificado en numerosos brazos que cambiaban continuamente su lecho, a causa de que las arenas móviles les cerraban el curso. En las lagunas de agua dulce, que se formaban como consecuencia de este fenómeno, se depo- sitaban los estratos de arcilla mencionados más arriba, que se hallan diseminados en las areniscas en forma lenticular, como lo demuestran muy bien las fotografías láminas VIII y IX. Este antiguo río tenía más o menos la misma dirección que el Río Negro actual, y así se explica que todos los cañadones y de- presiones que atraviesan las mesetas, tienen una dirección de oeste a este o de noroeste a sudeste. Hechos análogos se conocen actualmente del interior de la República, y mejor todavía de la Centralasia, en donde la cono- cida cuenca del Tarim representa, según mi juicio, un fenómeno igual a aquel que la arenisca del Río Negro tiene como origen. EDAD Y DESARROLLO DE LAS ARENISCAS Respecto a la edad de las areniscas nunca han existido dudas por parte de los géologos que las han estudiado, de que aquélla sea terciaria, pero sí han surgido divergencias sobre la época del período terciario a que pertenecen. La edad relativa de estos terrenos y su desarrollo es el si- guiente: la arenisca marina inferior debe su origen a una trans- gresión marina, que tuvo lugar en tiempo terciario, según los fó- siles encontrados en sus estratos. Habiéndose retirado el mar se formaron sobre estos depósitos las areniscas del Río Negro de estratificación transversal y de origen terrestre. Así, pues, esta formación representa una época de regresión en nuestra región. El aspecto que ofreció el paisaje en esa época, lo he expuesto más arriba, y se puede decir que 21 el relieve de la comarca que nos ocupa ha sido formado en sus grandes rasgos ya en ese tiempo remoto. El continente se extendía en esa época más hacia el este que actualmente; lo prueban las altas barrancas expuestas a la ac- ción destructora del mar de hoy. Prefiero no dar todavía mi opinión definitiva sobre la edad geológica de las areniscas, limitándome solamente a discutir las últimas publicaciones sobre estos territorios y sus relaciones con las demás partes de la Patagonia. Santiago Roth, quien en sus trabajos del año 1898 (6) todavía no habla de la edad de estos terrenos, en su trabajo que trata de las relaciones estratigráficas de los depósitos cretáceos y terciarios de Patagonia (7), considera los depósitos marinos del Río Negro contemporáneos a la formación marina entrerriana, colocándolos al fin del mioceno y paralelizándolos con el piso de Santa Rosa. Los depósitos de estratificación transversal, cuyo origen con- tinental ya afirma en su trabajo anterior, los pone en el plioceno, dándoles el nombre de «Piso Ríonegrense». El señor Otto Wilckens, en su estudio crítico sobre los traba- jos científicos de la geología de la Patagonia (*) , insiste, apoyán- dose en el trabajo del señor A. Borchert (**), que la formación marina terciaria de Paraná pertenezca al plioceno, y que consti- tuye la última época terciaria en la Patagonia, originada por una transgresión marina. En este piso coloca también las areniscas del Río Negro. El trabajo del señor Borchert sobre la edad pliocénica de los depósitos terciarios de Paraná fué refutado por varios autores sudamericanos. Sin embargo queda probado que las areniscas terciarias de las barrancas del Río Negro se dividen en dos horizontes distintos, de los cuales el inferior, el «Piso Entrerriano», proviene de una transgresión, mientras que el superior, o «Piso Ríonegrense», se ha depositado en tierra firme durante una época correspondiente a una regresión marina. Florentino Ameghino hace mención en varios de sus trabajos de las areniscas del valle inferior del Río Negro, pero como ha modificado muchas veces sus teorías, sólo me ocuparé de su úl- (!) Wilckens Otto. Die Mccresablagenmgen, etc. <• Nenes Jalirb. f. Min. Qeol. etc.» Beil. Bd. XXI 1905. ( ■ ' ) Borchf.rt A. Die Moluskenfanna and das Alfer der Parandstufe. «N. Jahrb. f. Min. etc.» Beil. Bd. XIV. 1901. — 22 timo trabajo sobre los depósitos cretáceos y terciarios de la Pa- tagonia (*). En esta obra dicho autor coloca la arenisca mari- na en el «Piso Paranense» de su formación entrerriana, en la cual figura como horizonte más reciente el «Piso Mesopotámico», considerándolo correspondiente al oligoceno superior. En el perfil que acompaña su trabajo, y también en el texto, dice que el «gres bleu» del Río Negro (esto es: la arenisca de eo- tratificación transversal o falsa), descansa en discordancia sobre la arenisca marina, faltando el «Piso Mesopotámico». A pesar de un muy detenido estudio no he podido observar ningún fenómeno que justifique que entre las dos formaciones falte un piso, como pretende Ameghino. Todo lo contrario: la re- lación estratigráfica entre los dos horizontes demuestra que a me- dida que se retiró el mar durante la regresión, se depositaron en seguida y consecutivamente las arenas móviles que hoy forman la arenisca de estratificación transversal. En ninguna parte he visto efectos de una erosión, que deberían notarse en caso que hubiese existido una época intermediaria. A las areniscas azules del Río Negro las coloca en su «Forma- ción Araucana» de edad miocena inferior. Respecto a su origen, dioe que son un depósito fluvial. Las teorías del señor Florentino Ameghino sobre estos depósi- tos, así como también sobre los rodados patagónicos de los cua- les nos ocuparemos en los capítulos siguientes, carecen de todo fundamento, y se puede decir que hasta ahora ningún geólogo que se haya ocupado de esta materia, ha participado de las ideas de dicho sabio. Mi opinión respecto a la edad de estas areniscas diverge muy poco de la de S. Roth, como se ve en el cuadro de los depósitos del Río Negro inferior, que adjunto (véase página 48). Sola- mente no puedo afirmar, que la arenisca marina inferior pertenez- ca al mioceno superior, como sostiene Roth, o si es pliccena, como lo afirma Wilckens. Pero si tuviera razón Wilckens, habría que suponer que en el mismo plioceno hubiese habido una transgre- sión y una regresión, teniendo en cuenta que éstas se extienden sobre una región muy considerable y, como se atribuye a tales fenómenos generalmente grandes lapsos de tiempo, me inclino más bien hacia la teoría de S. Roth. (*) Ameghino F. Les J'onmitions séditnentaires du trelacó supórtale ct du tertiaire de Palagonie, etc. ( Anales del Museo de Buenos Aires , tomo XV (serie 3a tomo Vlll), 1006. 23 LOS DEPÓSITOS DE SEDIMENTOS SUELTOS Bajo esta denominación reúno todas las capas posterciarias. Como se verá más adelante, es imposible hacer una subdivi- sión por las diferencias que presentan estas capas, sino por sus caracteres morfológicos, es decir, geográficos. Creo conveniente tratar esos depósitos primeramente según su composición litológica y su procedencia. Por estos caracteres los distribuyo en las tres categorías siguientes: Ia Cantos rodados. 2a Tierras arenosas. 3a Tierras arcillosas y salíferas, salinas. LOS CANTOS RODADOS Todos los geólogos que han viajado por la Patagonia, ¡hablan de una capa de rodados de bastante espesor, que cubre casi toda la Patagonia desde el pie de la Cordillera hasta la costa del mar. Esta capa disminuye de espesor en dirección hacia el Río Colo- rado, perdiéndose por completo antes de llegar a Bahía Blanca. También se nota un aumento paulatino bien claro del tamaño de los rodados desde la costa hacia la Cordillera. Cerca del Río Colo- rado su tamaño mediano es el de una avellana; cerca del Río Ne- gro es ya el de una nuez, y alcanza hacia el interior gradualmente el de un puño y hasta el de un huevo de avestruz. La composición de los cantos es en todas partes la misma. El material grueso está mezclado con sedimentos finos transporta- bles por los vientos. En los rodados predominan los de origen volcánico: andesitas, basaltos, traquitas, pórfidos cuarcíticos, que varían entre rocas macro-cristalinas y cripto-cristalinas, como también rocas, que presentan solamente una masa hyalofelsítica, pareciendo en este estado a petrosílex o jaspe. Como elementos accesorios encon- tramos granitos modernos, rocas calcedónicas, lava vesiculosa y piedra pómez. La mayor parte de la Cordillera de la Patagonia está for- mada de estas rocas neo-eruptivas, y también fuera de la Cordi- llera, en la región tabular, existen centros volcánicos de la misma clase de rocas; de manera que no hay duda que los rodados pro- ceden de estas regiones. Respecto a la edad de estos depósitos de rodados, la opinión de 24 los geólogos estaba dividida: hoy se consideran pertenecientes a la época glacial. Sin embargo existen todavía divergencias entre los autores respecto al origen, o mejor dicho, sobre la forma del transporte de esta gran masa de rodados esparcidos de una manera tan uni- forme en todo el territorio de la Patagonia. Mientras que Darwin, Ameghino y Hatcher los consideran de origen marino, Doering, F. P. Moreno, Hauthal, Roth, Steinmann y Nordenskjóld sostienen que son depósitos fluvioglaciales. Personalmente he tenido ocasión de estudiarlos solamente en el territorio del Río Negro inferior y en la región entre este río y el Río Colorado, en la parte situada en la provincia de Bue- nos Aires. En esta región los cantos presentan condiciones estratigráfi- cas bastante variadas. En las mesetas los rodados forman una capa de poca potencia frecuentemente interrumpida (véase las fotografías láminas IV, VI, figura 2, y láminas XII, XIII y XV, fi- gura 1), en la costa del mar forman bancos de conchilla. Por el contrario, en la costa del mar se transforman en bancos de considerable espesor (véase fotografías láminas XIX y XX), los que se hallan situados en mayor altura del actual nivel del mar, mientras que en la playa forman aluviones recientes (véase las fotografías lámina VIII, figuras 1 y 2), y por fin existen en el valle del Río Negro escalones así como bancos depositados en su mismo cauce. Primeramente haré una corta descripción de las condiciones que presentan las capas de rodados en las diversas localidades y luego trataré de los demás sedimentos. a), los rodados que cubren las mesetas Estos forman un manto de poco espesor colocado directamente sobre las areniscas del Río Negro. Los cantos por su parte están generalmente cubiertos por una capa de arenas eólicas, que des- cribiré después. Muy a menudo el manto de rodados está interrum- pido, y entonces la capa eólica descansa directamente sobre la arenisca. A veces desaparecen, y la arenisca se presenta en la superficie. Los rodados están frecuentemente mezclados con una caliza blanca en forma de polvo, que a veces se convierte en una liga, produciendo así una especie de conglomerado. Generalmente los estratos inferiores son más ricos en cal que los superiores. Cerca 25 de Carmen de Patagones se explotan estas capas para el arreglo de las calles del pueblo. Las fotografías (láminas XII y XIII) re- presentan la cantera municipal. Esa caliza se halla también algunas veces en estado puro, for- mando pequeños bancos bajo las capas de los rodados. Por lo ge- neral los bancos son de poca potencia; excepcionalmente tienen un desarrollo mayor y un espesor de medio metro y más y con- teniendo un porcentaje de carbonato de calcio bastante elevado, se ha podido explotarlo con éxito para quemar cal. En la cantera del señor Napoleón Papini, situada al fondo de la quinta del doc- tor Marouiller, donde anteriormente se ha explotado esta caliza, pude comprobar que el banco llega a alcanzar hasta un metro de espesor. Esto no es lo regular; y además, generalmente los ro- dados están mezclados con arena. Los depósitos de cantos de tamaño mediano, que, como ya he dicho, es el de una nuez y llega hasta el de un huevo de gallina, se encuentran tanto en las depresiones como en los puntos más elevados de la región. Su mayor desarrollo lo he encontrado en las lomas de la barranca de Río Negro en una altura de treinta hasta treinta y cinco metros sobre el nivel del mar. Lo que llamó especialmente mi atención, fué la circunstan- cia de que la capa de los rodados se encuentra generalmente mucho más desarrollada en las lomas que en los terrenos bajos de las mesetas. En ciertos lugares de la barranca, en donde la capa de rodados se halla generalmente cubierta por médanos, he encontrado en- tre los cantos recientemente destapados de la arena de las dunas fragmentos de conchillas marinas de especies que actualmente viven en el mar vecino, entre las cuales abunda una voluta. Uno de estos puntos muestra la fotografía lámina VI, figura 2. Este hecho demuestra que los rodados fueron depositados en los lu- gares mencionados, por el mar, cuando tenía un nivel más elevado que el actual. Entre el material que forma estos depósitos, he encontrado fragmentos de la caliza dendrítica que se halla en la arenisca del Río Negro, como también cascajos de la arenisca misma y frag- mentos de grandes ostras petrificadas ( ostra patagónica), que abunda en los bancos marinos terciarios de la Barranca del Sur. Todo eso confirma mi opinión de que esos rodados, en la región donde yo los he estudiado, son depósitos marinos. En el capítulo correspondiente trataré más ampliamente esta cuestión. 20 Debo hacer presente, empero, que en las mesetas de la misma altura, que se encuentran más al interior y lejos de la barranca del Río Negro no he podido descubrir restos de conchillas mari- nas de ninguna clase, a pesar de haber prestado atención es- pecial. Cerca de la costa atlántica la capa de los rodados aumenta en ciertos sitios sensiblemente de potencia, y allí se encuentran con- chillas marinas en abundancia, mezcladas con los cantos, en pun- tos que se hallan a una altura de quince metros o menos sobre ■el nivel del mar, sin que se pueda precisar un límite fijo entre los depósitos con o sin fósiles. Tanto unos como otros están su- perpuestos directamente a las areniscas terciarias. Il) . IOS RODADOS 1) E LA CUSIA l)L MAK En la costa del Atlántico y en sus inmediaciones se encuen- tran capas de rodados que corresponden a la misma clase de los que cubren las mesetas. Aquí forman a veces terrazas con líneas bien visibles de la antigua costa. Estas pasan paulatinamente a los rodados que forman los aluviones marinos modernos depo- sitados por el mar actual. Los yacimientos de pedregullo de San Blas forman parte de es- tos rodados costaneros, y por esta razón los trataré más detalla- damente en la geología especial de San Blas. En lugares donde existe una barranca submarina de las are- niscas terciarias, los pedregullos contienen grandes fragmentos planos de esta roca en un estado poco gastado por el roce origi- nado en su transporte y el movimiento de los rodados. Esos se encuentran tanto en los aluviones modernos como en los bancos más antiguos caracterizados por las líneas de antiguas costas. A veces estos fragmentos prevalecen de una manera tal, que los depósitos presentan el aspecto de verdaderas brechas, como ocu- rre, ipor ejemplo, en el campo de Buckland. Hago notar que estos depósitos se hallan generalmente sobre- puestos a las areniscas terciarias. El mar ha destruido las anti- guas barrancas, y de su material ha formado de nuevo las men- cionadas brechas, colocadas en discordancia bien visible sobre las antiguas formaciones. c). LOS RODADOS EN EL VALLE Y EN EL LECHO DEL RÍO NEGRO He estudiado el valle del Río Negro sólo desde su desemboca- dura hasta unas seis leguas arriba de Patagones. — 27 En el valle del citado río se pueden distinguir dos regiones: la del actual lecho del río que, como veremos más adelante, ha su- frido varias modificaciones, y la del valle antiguo delineada por las altas barrancas del norte y del sur, y que más bien se asemeja a un antiguo estuario. Los depósitos de este último están compuestos en parte de bancos de rodados, cubiertos generalmente de una capa de tierra arenosa o de limo salífero. Además se encuentran bancos de rodados en el mismo cauce ac- tual del río, tanto en las orillas, donde forman terrazas fluvia- les, como en su mismo lecho. Uno de estos bancos se halla en- frente de Carmen de Patagones, hallándose en tiempo de baja marea fuera del agua. Todos los depósitos de estos rodados se componen de ¡a misma clase de rocas que forman las mesetas, faltando, empero, los fó- siles marinos. En cuanto al tamaño, encontré en el mencionado banco enfrente de Carmen de Patagones, muchos que son más grandes que un puño. Los rodados, en las terrazas fluviales de la orilla del río, son más pequeños y mezclados con arena y tierra vegetal en una proporción considerable. l.OS DEPÓSITOS ARENOSOS La arena, que forma una parte integrante de los sedimentos sueltos que cubren esta región, se compone de los mismos ma- teriales que los rodados recién descriptos, distinguiéndose de és- tos por su tamaño más pequeño. Generalmente se observan tres clases de depósitos de arena: fluviales, marinos y cólicos. Los primeros tienen poca importancia en la región estudiada por mí. Los depósitos de arena de origen marino, que se encuentran en la costa del mar o en las lagunas, que antes estaban en conexión con éste, casi nunca se encuentran en estado puro; generalmente se hallan mezclados con otros sedimentos de los aluviones marinos. La arena que arroja la marea con la resaca a la playa, una vez seca, es transportada en gran parte por los vientos hacia el inte- rior, quedando en la orilla del mar los materiales más pesados. De la arena arrastrada por los vientos se forman las dunas costaneras, mientras que el material pulverulento liviano es ele- 28 vado a alturas considerables y llevado a grandes distancias de la costa. En la región entre el Río Negro y la península de San Blas, los médanos movedizos ocupan en algunos parajes una faja de la costa de una a dos leguas de ancho. La arena de los médanos es generalmente de grano más fino que la de los aluviones de la costa y contiene mucho hierro en forma de magnetita y pe- queños fragmentos de conchillas. En las inmediaciones de la costa predominan los médanos movedizos transformándose en médanos fijos, cuando están cubiertos de vegetación, que es lo que se produce más hacia el interior. En los parajes donde las areniscas terciarias o los rodados no están a descubierto, existe en las mesetas una capa de tierra are- nosa, que también es de origen eólico. Esta capa tiene en unas partes solamente pocos centímetros de espesor y en otras alcanza hasta tres metros y medio; se puede calcular que tiene por tér- mino medio dos metros. Generalmente está depositada sobre los rodados, y solamente donde éstos faltan queda colocada directa- mente encima de la arenisca terciaria. La arena que forma la capa eólica de las mesetas proviene, se- gún mi opinión, en su mayor parte de los aluviones marinos, lle- vados por los vientos a estos lugares; pero en parte proviene tam- bién del efecto erosivo que producen los vientos en los rodados, y de la descomposición de las areniscas terciarias. Una pequeña parte de esta arena ha sido traída por los vien- tos desde la Cordillera, procediendo el material de erupciones de volcanes y de la descomposición de las rocas. El grano fino pulverulento, que caracteriza a esta capa eólica, la que a veces tiene el aspecto del locss, es debido a la circuns- tancia de que el viento, transportador del material, desempeña también una acción erosiva muy intensa por la frotación continua que se produce en los sedimentos, pulverizándose los materiales movidos por el viento. Otro agente importante para la formación de la capa eólica es la vegetación. De la misma manera que transforma las dunas móviles en fijas, retiene los sedimentos cólicos consolidándolos y al mismo tiempo activa muy eficazmente la descomposición de las rocas. Donde falta en las mesetas la vegetación, encontramos los rodados o la arenisca al descubierto. Esa transformación de la arena en tierra lucssosa se nota con más frecuencia en los terrenos altos que son al mismo tiempo 29 los más antiguos, y donde por consecuencia la influencia de la ac- ción erosiva del viento ha sido mayor. Lo que me llamó la atención en toda la región tabular es la es- casez de tierra humosa vegetal. I AS TURRAS ARCILLOSAS V SALÍFERAS ( SALINAS ) . Estos sedimentos, a primera vista tan heterogéneos, los trato en conjunto, porque deben su origen a los mismos factores, y por- que casi siempre se encuentran juntos. Ocupan sin excepción las depresiones, donde forman los conocidos salitrales de la región. En casi todos ellos se encuentra una tierra arcillosa salífera for- mando un piso llano como un plato. Los más modernos están por lo genera] sin vegetación y los más antiguos tienen una flora es- pecial halófila, cuyas plantas facilitan a su alrededor la acumu- lación de arenas, que con el tiempo dan lugar a que crezca una vegetación igual a la de las mesetas. La tierra salitrosa es una especie de arcilla muy poco plás- tica, probablemente a causa de las sales que contiene. La canti- dad de éstas es muy variable. A veces es tan abundante, que pro- duce eflorescencias que cubren la superficie de las depresiones en una forma tal que parecen cubiertas de nieve. Las sales que impregnan la arcilla de los salitrales no tienen nada que ver con el salitre, como lo indicaría su nombre. Son, fuera del cloruro de sodio (sal común), sulfatos alcalinos; abunda en ellas, además, el yeso. La proporción de sal que contiene la arcilla de los salitrales, varía mucho. A veces es tan reducida que admite una escasa ve- getación, mientras que en otra parte las salinas están desprovis- tas de ella. Son éstas los depósitos de sal común o sal gema casi pura, que se hallan en los centros más bajos de algunas depresiones, en medio de los llamados salitrales. La sal que se halla sobre la arci- lla salífera es de color blanco o rosado. En cuanto al origen de estos depósitos de arcilla salífera y de las salinas, no titubeo en designarlos como depósitos marinos. Es sabido que en grandes depresiones continentales sin des- agüe se forman depósitos salíferos, y que muchos de los yaci- mientos de sal que se conocen, son de origen terrestre. De este hecho se podría deducir que también estas sales que contienen los depósitos en cuestión y que se hallan sin excepción en depre- 30 siones, sean de procedencia continental. Pero un golpe de vista sobre un mapa de esta región enseña que todas estas depresio- nes sin desagüe en que se encuentran los depósitos salíferos son de una extensión relativamente pequeña. Comparando la exten- sión de recepción de cualquiera de estas cuencas, por ejemplo, la de la Salina de Piedras, y la cantidad de sales acumuladas en su fondo, se ve claramente que no es posible admitir que esta masa de sales puede haber sido extraída por las aguas de las lluvias de los terrenos situados dentro de la cuenca de recepción. En cambio existen muchos hechos que ponen en evidencia el origen marino de estos depósitos salíferos. En varios salitrales y salinas, como por ejemplo, en el Sali- tral Grande, en la Salina del Inglés, etc., encontré conchillas ma- rinas y en otros hallé debajo de la arcilla salífera arena gruesa, completamente idéntica a la arena que arroja el mar aún actual- mente a la costa, que es diferente de la que cubre las mesetas. Pero lo que más evidentemente demuestra el origen marino es el hecho que estos lugares se hallan en las inmediaciones del mar, donde hoy todavía podemos presenciar el proceso por el cual, en tiempos pasados, se formaron las salinas y los salitrales. Más adelante tendré ocasión de demostrar que toda esta costa del Atlántico se encuentra actualmente en un período de regre- sión. A medida que el mar se retiraba, su fondo quedaba en seco, y en consecuencia, las depresiones submarinas se transfor- maban en salitrales. Cuando éstas quedaron cortadas del mar por completo, el agua represada en ellas, en parte se infiltraba hacia el subsuelo y en parte se evaporaba, precipitándose las sales. Al principio las depresiones quedaron en comunicación con el mar, formando lagunas, pudiéndose distinguir dos tipos: lagu- nas en comunicación continua con el mar por medio de canales y lagunas a las que el mar tiene acceso solamente en tiempo de mareas muy altas. En las primeras se forman con el tiempo los salitrales, y en las segundas las salinas. Los alrededores de San Blas presentan en la actualidad las condiciones en que se puede estudiar este fenómeno en todos sus detalles. En el sistema de lagunas, delante de las que se halla situada la mencionada península en forma de una barra, siendo aquel el resultado del último movimiento regresivo del mar, están representados todos los tipos de que hablé más arriba. En él se repite ahora y visiblemente el proceso de la formación de sali- 31 trales y salinas del mismo modo que se desarrollaban anterior- mente los que se encuentran más en el interior en un estado de formación completa. iEl proceso es el siguiente: En las ensenadas, donde la corriente de la marea no es sufi- cientemente fuerte para arrastrar materiales gruesos, es decir, rodados y arena, se deposita la materia más fina que el agua lleva en suspensión, y que consiste en un limo fangoso, conocido con el nombre alemán «Schlick». Este es completamente idén- tico a las tierras arcillosas que se encuentran en las depresiones del interior. Favorece la deposición, o más 'bien dicho la preci- pitación de esa materia, la circunstancia que el agua de las la- gunas es siempre algo más salada que el agua del mar afuera. Pero mientras que el «Schlick» en otras costas, en donde la cantidad de lluvia es mayor que en nuestra región, forma una tierra muy fértil, v. g., en el Mar del Norte, cuyas tierras se co- nocen con el nombre de «Marschen», el limo fangoso de las cos- tas sur de la República Argentina es casi estéril, debido a la^. sales que contiene, lo que es motivado por las siguientes circuns- tancias que paso a explicar. Todo depósito arrojado por el mar a la costa, en terreno si- tuado entre el nivel de la marea alta y el de la baja, queda mez- clado con agua marina. Ahora bien; si los depósitos son permea- bles, como lo son la arena y los rodados, el agua circula por ellos casi con la misma prontitud, con que se retira la marea, mientras en los depósitos poco permeables o impermeables, como son las materias arcillosas, el agua del mar queda retenida como en una esponja hasta que vuelve otra vez la marea alta. En costas muy playas, como en el presente caso lo son espe- cialmente los alrededores de San Blas, grandes extensiones de terreno quedan en seco durante el intervalo entre la marea alta y la baja. En países de clima húmedo y de lluvias copiosas, como lo son las regiones septentrionales de Europa, esos terrenos vuel- ven a desalarse con mucha prontitud, mientras que en regiones como las nuestras sucede lo contrario. En este territorio la inso- lación y, como consecuencia de ésta, la evaporización, es muy fuer- te, mientras que las lluvias son muy escasas. Resulta de esto, que durante la marea baja se produce un enriquecimiento de mate- ria salina en los limos fangosos que durante la marea alta están cubiertos por el agua del mar, y en vez de disminuir la concen- tración de sales se aumenta cada vez que aquélla penetra en las — 32 — depresiones. Por otra parte, el agua de mar que entra en las la- gunas, se pone también siempre más salobre, como ya he de- mostrado más arriba, y esto produce un aumento de la precipita- ción de las materias arcillosas que lleva en suspensión. Este proceso se repite diariamente en las lagunas situadas de- trás de la península de San Blas, las que en el mapa son desig- nadas como arroyos, nombre que les han dado erróneamente los vecinos de la región, probablemente por su forma estrecha y pol- la fuerte corriente causada por el cambio de las mareas. Durante cada marea baja quedan en seco por algunas horas vastas áreas de su fondo y se produce el efecto arriba descripto. En las partes donde llegan solamente mareas muy altas, y que quedan a descubierto por mayor tiempo, la concentración pro- gresiva de sales en el terreno es aún más intensa. La formación de las salinas es muy análoga. La diferencia con- siste, como he dicho, en que éstas se pueden formar única- mente en lagunas sin desagüe a las que el mar tiene acceso sola- mente durante mareas muy altas o sicigias, y en las que el agua estancada se evapora paulatinamente. Se pueden distinguir dos casos diferentes. El primero es el siguiente: el agua se evapo- ra por completo en el tiempo entre una y otra marea sicigia, y entonces sobre la capa de sal formada en consecuencia de la evaporación, se deposita primerante la arena y la materia ar- cillosa acarreada en la nueva marea sicigia. Este es un proceso que se repite continuamente. Después de cada marea alta se de- positan en primer término los sedimentos, y luego se forma una costra de sal al evaporarse el agua. El resultado de este proceso es la formación de capas alternantes de sal, de arcilla y de arena. En el otro caso la cantidad de agua que entra en las depresio- nes durante las mareas sic'gias, es tan grande, que no puede eva- porarse por completo hasta la marea siguiente. Entonces las ma- terias que el agua lleva en suspensión, se precipitan, pero la sal queda en solución, produciéndose así una concentración cada vez mayor. Cuando a consecuencia de la regresión del mar, el agua, ni en mareas altísimas, tiene más acceso a las depresiones, entonces se evapora por completo, formándose así las grandes salinas, como ocurrió, por ejemplo, en la Salina de Piedras, del Inglés, etc. Constaté el caso primeramente descripto en el salitral, cerca de La Colonia, en la parte extrema noroeste de la región marcada en el plano adjunto. Allí encontré baju la capa super- ficial de limo arcilloso capas de sal que alternan con estratos de — 33 arena marina verduzca, la que contiene restos de moluscos ma- rinos. Los dos casos se hallan combinados a veces. Así, por ejemplo, en la Salina de Espuma, situada a unas cinco leguas arriba de Carmen de Patagones, encontré debajo del limo arcilloso estratos de sal, que alternan con arcilla y arena, al parecer de origen marino. He tenido oportunidad de estudiar detenidamente la Salina de Espuma. En medio de la depresión se halla un depósito de sal gema de color algo rosado, de la cual no se ha hecho análi- sis, pero seguramente es más o menos la misma que la de la Sa- lina del Inglés. Esta última, como la de la Salina de Piedras, es cloruro de sodio casi puro, con un contenido muy pequeño de cloruro de potasio. El análisis que se ha hecho de la sal de la Sa- lina del Inglés en la Sección Química de esta repartición, ha dado el siguiente resultado: Cloruro de sodio 99.655 Cloruro de potasio 0.354 % Anhídrido sulfúrico Vestigios En esta salina se pueden distinguir distintas zonas. En el cen- tro se encuentran las sales, que quedaron en solución hasta el fin de la evaporación del agua, y que se hallan encima de la arcilla salífera en forma de una cubeta. En su alrededor se observa una zona compuesta de arcilla salífera, que contiene, además de cloruro de sodio y de potasio otras sales, que se cristalizaron an- tes que aquéllas. Después sigue una zona exterior caracterizada por las grandes cantidades de yeso que contiene. Los cristales de yeso en forma de flechas casi transparentes e incoloros, se hallan diseminados en un limo negro algo bituminoso de olor de fango podrido (sapropelo). Estas tres zonas son, según mi concepto, la parte de la depre- sión, donde se ha producido el proceso final de la evaporación del agua de mar. Sería sumamente interesante pn estudio químico-geológico más detenido de estas salinas. En el laboratorio químico de esta repartición se ha hecho un análisis de una legía de la Salina de Piedras, pero no de una que resulta de la evaporación directa del agua de mar, sino de una solución secundaria producida por las aguas de lluvia, fenó- meno que se repite en cada invierno en casi todas las salinas y 3 34 salitrales, donde se forman en esa época lagunas de mayor o me- nor extensión. La Salina de Piedras la conozco solamente de paso; pero no tengo duda que ésta se halla en las mismas condi- ciones de las demás. El resultado del análisis es el siguiente: EN CIEN MIL CENTÍMETROS CÚIIICOS DE LA LEOÍA ESTÁN CONTENIDOS Gramos Cloro 17 001,8 Anhídrido sulfúrico 430,8 Acido carbónico de bicarbonatos 17,6 Acido carbónico total 17,6 Anhídrido silíceo 36,0 Hierro y aluminio en óxido 16,0 Amoníaco 14,2 Sodio en óxido 14 744,8 Potasio en óxido por dif 532,7 Calcio en óxido 188,0 Magnesio en óxido 450,8 Residuo fijo a 105° 31 368,0 Pérdida al rojo 1 880,0 Estos datos expresados en combinaciones posibles, dan el re- sultado siguiente: r (iranios en 100.000 ccin. Porcentaje de estas sales contenidas en el residuo. Bicarbonato de hierro 35,6 0,12 % Cloruro de sodio. 27.939,6 92,66 » Cloruro de potasio . 532,7 1 ,77 » Cloruro de amonio 44,9 0,15 » Cloruro de magnesio 895,3 2,97 » Sulfato ile hierro 22,0 0,07 » Sulfato de calcio 456,3 1,51 »> Sulfato de magnesio 226,2 0,75 » Es claro que las sales contenidas en esta solución no se hallan en la misma proporción como lo eran en la legía primitiva proce- dente de la evaporación del agua marina, pero comparándolas con un análisis cualquiera del residuo de agua marina, llama la atención, de que su composición cualitativa es casi la misma, lo que es otra prueba del origen marino de estas salinas. En la Salina del Inglés, cuya parte más al norte entra to- davía en el plano de los alrededores de San Blas, abundan los 35 restos de moluscos marinos, y como la Salina de Piedras, la del Algarrobo y la Salina de Espuma no difieren de la Salina del Inglés, no cabe duda, que tienen el mismo origen, si bien en ellas no he observado restos de organismos marinos. En el salitral del Arroyo Barrancoso y en el Salitral Grande, que figuran también en el plano antedicho, y en los que se encuentran lejos de la costa del mar, se hallan fósiles marinos en abundancia, lo que com- prueba su origen marino. En algunos salitrales que se hallan en el interior del territorio, y en cuyas capas superiores no se observan fósiles marinos, el origen marino está demostrado por la natura- leza de los sedimentos. En los salitrales que están en formación, el material que el mar deposita actualmente es completamente idéntico a la arcilla limosa que se encuentra en salitrales donde el mar no llega más. Su procedencia sería difícil de explicar en otra forma; no es admisible suponer que esta arcilla limosa salí- fera fuese de origen eólico o arrastrada a las depresiones por las aguas de lluvia. Entre las fotografías que acompañan el presente trabajo se hallan algunas que representan salinas y salitrales. En la lámina XIV, figuras 1, 2 y 3, se ve la Salina del Inglés. En el primer término se destaca muy bien el ribazo compuesto de una brecha de conchillas, y entre éste y el centro de sal pura y conocible por su color más claro, se halla el terreno compuesto de la arcilla limosa salífera. La lámina XV, figuras 1 y 2 representa, una vista panorámica del Salitral Grande. La lámina XVI 1 1 es la vista de un salitral en su estado de for- mación. Es el paraje del extremo noroeste de la península de San Blas. Las sobreláminas dan las explicaciones necesarias. SUBDIVISIÓN DE LOS DEPÓSITOS SUELTOS En los capítulos anteriores hemos tratado según su composi- ción las diferentes clases de sedimentos sueltos que se hallan co- locados sobre la formación de las areniscas terciarias. Ahora me ocuparé de la edad y de la posición estratigráfica que ellos pre- sentan con relación a las areniscas y entre sí mismos. No cabe duda que los depósitos sueltos en conjunto son de edad posterciaria, es decir, cuaternaria, y en esta opinión coinci- den casi todos los autores. El señor Florentino Ameghino es el único que sostiene que parte de los rodados patagónicos o tehuel- 30 ches son del tiempo mioceno inferior, lo que desde todo punto de vista geológico no es posible. La parte más antigua de los depósitos sueltos forma los ro- dados que se encuentran colocados directamente sobre las are- niscas de estratificación transversal, y que son los verdaderos «rodados tehuelches». Sobre su difusión y sobre las diferentes opiniones respecto a su origen marino o fluvioglacial ya he ha- blado. He manifestado que, según mi opinión, son de origen marino, basado en el hallazgo de unos fósiles marinos en altura de unos treinta metros sobre el nivel del mar actual, y lo comprueba, ade- más, lo demostrado anteriormente respecto al origen marino de las salinas y salitrales. He 'prestado especial atención a este pro- blema e hice perforaciones alrededor de varias de las depresio- nes con el fin de estudiar si éstas han estado en conexión con el mar por medio de canales, y luego han sido rellenadas; en este caso no sería de necesidad suponer un nivel del mar mucho más elevado que el actual. Si en cambio estas depresiones, que están rodeadas por completo de barrancas compuestas de la are- nisca del Río Negro, hubiesen existido antes, forzosamente ha- bría que admitir que el mar después del período terciario hu- biese alcanzado una altura tal que hubiera podido pasar por en- cima de las barrancas más elevadas. Mis observaciones confirman esta última suposición. Alrede- dor de la Salina de Piedras, por ejemplo, la barranca no baja en ningún punto de veinticinco metros, y la parte más baja está situada en dirección hacia la costa, es decir, donde la depresión estuvo probablemente el mayor tiempo en conexión con el mar. Tanto en este punto como en todos los alrededores de la salina pude constatar, por medio de perforaciones, que la arenisca del Río Negro, de estratificación transversal, se halla en una pro- fundidad no mayor de dos metros bajo la superficie. Igualmente he podido comprobar que las barrancas al alrededor de las de- presiones, y aun de las que se hallan más cerca del mar, están formadas de esta arenisca. En el capítulo correspondiente he probado que la arenisca del Río Negro es una formación conti- nental y que el continente en aquella época se extendía aún más hacia el este que actualmente, cosa que está probada por las ba- rrancas del mar excavadas en esta arenisca. Por consiguiente, te- nemos que admitir que después de esta época terciaria continen- tal ha habido otra transgresión marina en la cuaternaria. 37 El caso de la Salina de Piedras prueba que esta transgresión alcanzó una altura de más o menos veinticinco metros sobre el nivel actual del mar. El hallazgo de restos de moluscos marinos entre los rodados en la barranca del Río Negro de que hago mención anteriormente, indica aún un nivel más alto (treinta y cinco metros). La barranca alrededor de la Salina de Alga- rrobo no baja en ningún punto de treinta y cinco metros (*). No tuve ocasión de practicar perforaciones, pero no existe nin- gún indicio que deje suponer que las condiciones sean distintas de las que presenta la Salina de Piedras. En las cercanías de la Salina del Algarrobo las barrancas al- canzan ya una altura de sesenta a sesenta y cinco metros, y tam- bién aquí encontramos estos rodados. Las explicaciones que he dado hasta ahora demuestran únicamente que la transgresión postpliocena ha alcanzado una altura de treinta y cinco metros más o menos sobre el actual nivel del mar, que es aquella en que se hallan restos de moluscos y de fragmentos de la arenisca mez- clados con los rodados. Como éstos que se encuentran en una elevación de sesenta a sesenta y cinco metros, se hallan en las mismas condiciones como los depósitos de origen indudable- mente marino, tengo la convicción de que también estos últimos han sido traídos por el mar a los puntos que ahora ocupan. Además hay otras consideraciones que hablan en favor del origen marino y no fluvioglacial de los rodados. He observado que las mayores acumulaciones de estos depósitos no se encuen- tran en los valles, es decir, en los puntos más bajos de la re- gión, sino en los más elevados. Teniendo en cuenta esta circuns- tancia, se podría explicar un origen fluvial de los rodados sola- mente en el concepto de que la región hubiese formado antes un paisaje completamente llano, cubierto uniformemente de ellos durante una época de sedimentación fluvial, y que después hu- biese entrado un período de erosión también fluvial que le ha dado el aspecto actual. Todo indica, empero, que las mesetas no deben su origen a la acción fluvial sino a otros fenómenos que datan de la época ter- ciaria, como se verá más adelante. El paraje ya anteo de deposi- tarse los rodados, presentaba a grandes rasgos el mismo aspecto que ahora. (*) Las costas de las barrancas de la Salina de Piedras y de la del Algarrobo fueron tomadas del plano original del partido de Patagones, que se encuentra- en el archivo de la Dirección Geología y Minas. 38 A mi parecer no es imposible explicar la presencia de los roda- dos en los puntos más altos de la región por medio de la acción fluvial. Pero si nos figuramos que la región haya sido cubierta por un mar playo, la presencia de los rodados en los puntos más altos se explica fácilmente, como lo demostraré cuando me ocupe de la geología especial de San Blas. Por fin tengo que mencionar que muy a menudo se hallan es- tratos de yeso intercalados entre los rodados y la arenisca, los que igualmente como la caliza, de la que hablé anteriormente (véase página 15), no se pueden explicar sino como procedentes de una transgresión marina. Todo lo antedicho no excluye que después de la transgresión marina los rodados hayan sido removidos y redepositados en pe- queña escala por corrientes fluviales; pero esta acción fluvial está limitada solamente a las cercanías del río y a algunas de- presiones, donde se han formado pequeños valles laterales. No puedo discutir sobre la extensión que alcanzó la trans- gresión hacia el interior, por no conocer más que la región de la costa. Basado en las observaciones que he hecho, me limito por el momento a fijar la altura que ha alcanzado el mar, de cincuenta hasta sesenta metros sobre el nivel actual. Aceptada esta altura como mínimum, hay que admitir también que los rodados patagónicos que se encuentran en el partido de Pa- tagones sean todos de origen marino. Sería de gran valor cien- tífico hacer una investigación sobre la extensión que tuvo esta transgresión hacia el interior y fijar el límite donde empiezan los depósitos fluvioglaciales; este estudio aclararía mucho las cuestiones hidrogeológicas de la Patagonia. Si se hiciese una comparación entre los fenómenos glaciales que en el hemisferio norte se han estudiado muy detallada- mente, y los fenómenos de transgresión y regresión en nuestra región, sería quizá posible establecer alguna relación entre am- bos. En cierto modo la transgresión y las diferentes fases de regre- sión son comparables al avance y retroceso de las grandes gla- ciaciones. En los detenidos estudios que he practicado en la región de Patagones, he podido constatar en un espacio de terreno re- lativamente pequeño cinco distintos estadios de regresión, que son los siguientes, principiando con el más antiguo: — 39 I. Estadio: Rodados sobre las mesetas en una altura de más de 15 metros sobre el nivel actual del mar. Fósiles marinos y muy raros fragmentos de rocas provenientes de las barrancas terciarias. II. Estadio: Rodados cerca de la costa en una altura en- tre 8 y 15 metros sobre el nivel actual del mar. Fósiles marinos y abundantes fragmentos de are- niscas de las barrancas terciarias. Antiguas costas destruidas por la erosión. III. Estadio: Depósitos y bancos de rodados o brechas en capas compactas cerca de la costa. Fósiles y fragmentos de arenisca en abundancia. Estratos depositados en discordancia sóbrelas areniscas in- feriores. Altura 8 metros sobre el nivel del mar actual. IV. Estadio: Depósitos de arena, pedregullo y brechas ile arenisca terciaria, formadas de fragmentos en acumulación muy suelta, situados en la costa y co- rrespondientes a un nivel de mar 2 metros mayor que ahora. Antiguas costas bien distinguibles. V. Estadio: Aluviones actuales del mar. La subdivisión de los sedimentos sueltos cuaternarios puede hacerse únicamente según las relaciones estratigráficas que presentan entre sí, por pertenecer los fósiles marinos que se encuentran en los depósitos a especies de moluscos que viven en la actualidad. Coloco en la época aluvial o al holoccno, el IV" y el Vo de estos cinco estadios, y los tres restantes en la época diluvial, por las razones que expondré en la parte de este estudio que trata de la geología especial de la Península de San Blas. Observaciones sobre vestigios de antiguas costas se han he- cho ya hace mucho tiempo en las costas de la parte sur deí continente sudamericano. Darwin (2) fué el primero que encontró fósiles marinos idén- ticos a los actuales en una altura de cuatrocientos diez pies (ciento cuarenta metros más o menos) sobre el nivel del mar, a una distancia bastante grande del mismo, y dedujo de estos hechos, que había observado en varios puntos, un levantamien- to continental muy reciente de la Patagonia. También D’Orbigny (1) ha visto antiguas líneas de costas en San Blas. De sus observaciones nos ocuparemos más ade- lante. 40 Agassiz (*) y luego Hatcher (**) creen que las lagunas salí- feras sean relictos marinos. Los últimos autores que se han ocupado de este fenómeno, O. Nordenskjóld (***) y Thore G. Halle (****), han llegado a otras conclusiones, pero los dos han hecho sus observaciones en regiones más al sur. Nordenskjóld ha constatado en una altura de cincuenta y cinco metros sobre el nivel del mar líneas bien visibles de una antigua costa, y admite un cambio de nivel de sesenta metros como máximum. Combate la opinión de Darwin y de Agassiz, los que dedujeron, basados en sus hallazgos de conchillas ma- rinas en una altura de cuatrocientos diez pies, un cambio de nivel del mar, y cree que los fósiles marinos encontrados por Darwin hayan sido llevados a estos lugares por los vientos o por las aves. En cuanto al hecho de haber encontrado Agassiz moluscos marinos vivos en una laguna salobre situada de cien a ciento cincuenta metros sobre el nivel del mar, opina Nor- denskjóld, que éstos hayan sido llevados probablemente a ella por los indios. Su opinión es que los cambios de nivel no hayan alcanzado más que una altura aproximada de sesenta metros, los que se deben a un alzamiento continental postglacial, y que aún en la actualidad se puede constatar un ligero levanta- miento del continente. Yo, por mi parte, creo que la opinión de Darwin se debe to- mar seriamente en cuenta, pues he podido comprobar siempre que este célebre sabio inglés ha procedido en todas sus con- clusiones con una escrupulosidad extraordinaria y poco común. Estoy seguro de que Darwin se ha basado en observaciones evi- dentes, de que los fósiles hayan sido traídos por el mar y no por los vientos o las aves, es decir, que proceden de una trans- gresión marina más extensa de la que admite Nordenskjóld, pues aquel sabio manifiesta terminantemente que no es verosímil (*) « Nature » VI. ( 1872). (**) «Am. Jouni. of Science» Sept. 1897. número 21. (***) Nordenskjóld Orro. Über die posttertiarcn Ablagerungen der Magel- lansldnder nebst einer kurzcn Übersicht ihrer tertiaren Gcbilde. Svenska Exp. til) Magellanslánderna tom. I. N° 2. Stockholm 1898. (****) Oh quaternciry deposits and changos of lev el in Pata ironía and Tierra del Fuego, by Thore G. Halle en «Bull. üeol. Inst. Univ. Upsala», tom. IX. pág. 93-117. 1908-1909. Upsala 1910. 41 que las conohillas encontradas por él hayan sido transportadas a estos lugares por otros medios que por el mar. El señor Thore G. Halle, quien hizo sus investigaciones prin- cipalmente en los territorios de Magallanes, ha observado, en muchísimos puntos, líneas de antiguas costas que indican una elevación del nivel del mar de cincuenta metros como má- ximum. Confrontando mis observaciones con las de Nordenskjóld y Halle, es posible 'que los depósitos del estadio In de mi subdi- visión correspondan a las líneas de antiguas costas constata- das por ellos más al sur; al menos la diferencia que dichos au- tores han observado entre el nivel del mar actual y las anti- guas líneas de costa, coincide más o menos con la altura de la transgresión marina durante el estadio I", que provisoriamente acepto como máximum. Pero también podría aducirse que los niveles que ellos men- cionan, correspondan al estadio IIIo de mi subdivisión, el que está caracterizado igualmente por líneas de antiguas costas bien distinguibles. Esta hipótesis es aún más admisible, toman- do en cuenta que en las regiones más al sur la acción de la erosión debe ser mayor que en la región seca del norte, es de- cir, que en el mismo espacio de tiempo líneas antiguas de una costa deberían haber sido destruidas más rápidamente en el sur que en el norte, y no al revés. En este caso, los depósitos que coloco en el Io y IIo estadio de mi subdivisión, corresponderían a los depósitos marinos de las mesetas que han observado Darwin y Agassiz. Todos estos autores deducen de sus observaciones una ele- vación del continente posterciaria, y con esta hipótesis queda perfectamente explicada la diferencia de la altura de las an- tiguas costas en las regiones donde las han hecho y las mismas que he estudiado en la península de San Blas. Por razones cuya explicación me llevaría demasiado lejos, me inclino, sin embargo, más a la opinión de que el fenómeno de la transgresión y regresión no sea debido a un movimiento de la tierra firme, sino a un cambio del nivel del mar. La ma- yor amplitud de la transgresión hacia el sur en un mismo pe- ríodo, es decir, el fenómeno de que en un mismo estadio el mar alcanzaba una altura mayor en el sur de la Patagonia que en el norte, se puede atribuir tal vez a mayores acumulacio- nes de agua hacia los polos durante la época glacial. 'Esta hi- *12 pótesis ha sido establecida primeramente por Penck (*) ; pero luego fué impugnada por Drygalsky (**) y Hergesell (***) ; mas bien puede ser que el hecho de que las mareas aumentan mucho a medida que avanzamos hacia el sur hasta alcanzar una diferencia de más de doce metros en Río Gallegos, esté rela- cionado con este fenómeno. Volviendo a nuestra subdivisión de los depósitos sueltos, se ve de las condiciones estratigráficas que presentan, que durante el primer estadio toda esta región estuvo cubierta por el mar y que se depositaron en ese tiempo los rodados más antiguos que se encuentran en las mesetas. Durante el período de regresión, cuando se retiró el mar al nivel que ocupó en el estadio II", se formaron los salitrales y las salinas del interior, los que en esa época representaban probablemente el mismo aspecto como actualmente las lagunas detrás de la península de San Blas. Durante el estadio IIo, la tierra firme avanzaba más hacia la costa de este tiempo. Se depositaron los rodados, los que difieren de los anteriormente tratados, por la gran cantidad de conchillas marinas que contienen, y asimismo de los del estadio IIIo, por la falta de antiguas líneas de costa. Las sali- nas y los salitrales, que se formaron durante el estadio pri- mero, quedaron cortados completamente del mar, por haberse éste retirado al nivel del estadio IIo. Una de aquéllas, por ejem- plo, es la Salina de Piedras. Más cerca de la actual costa empezaron a formarse nuevas salinas, como la del Inglés, etc. El valle del Río Negro, en su curso inferior, donde actualmente está situado el pueblo de Vied- ma, formó un estuario. Los dos estadios siguientes se caracterizan por sus líneas de antiguas costas bien conservadas, las que constaté por primera vez en las cercanías de San Blas, habiéndolas observado ya D’Orbigny. En mi último viaje a Patagones pude constatar terrazas fluviales correspondientes a estas antiguas costas, (*) Penck A. Schwankungen des Aleeresspiegels, en « Jalirbuch der Geogra- pliiscíien Gesellscliaft zu Muenclien , íom. VII. 1882 y tiraje aparte. (**) Drygalsky Erich von. Die Geoiddef'onnationen der Eiszeit. En «Zeit- sclirift der Gesellscliaft fiir Erdkunde zu Berlín», tom. XXII. 3 ft 4 y tiraje aparte. 1887. (■***) I li RiíESi i i II. Úber die Aendcnmg der (.ileicligcwicldsjiiiehen der i.rde- durch die üildung polarer Eismassen and die dtidureh vemrsaehten Schwiinkun gen des Meeresniveaux. Inaugural Dissertation. Stuttgart 1887. 43 y me pareció que mirando de lejos se destacaban en la barranca del río líneas horizontales, las que corresponderían al nivel más alto del estuario durante los estadios anteriores. Pero sobre esta cuestión hay que hacer observaciones más exactas. Las terrazas de los estadios IIIo y IVo se destacan claramente y no dejan duda de su origen, siendo muy bien desarrolladas en una distancia de tres leguas más o menos de Carmen de Patagones río arriba. En las fotografías lámina V, figuras 2 y 3 y lámina VI, figura 1, se las distingue con bastante nitidez, viéndoselas mejor en la lámina V, figura 2, en cuya sobrelá- mina están señaladas. El escalón más abajo pertenece al es- tadio actual o Vo, y muestra la línea máxima que alcanza la erosión de las crecientes actuales. El escalón del estadio IV, que sigue, tiene una altura aproximada de un metro y cincuenta centímetros sobre el nivel del río y corresponde a los terre- nos marinos mencionados en el cuadro de los diferentes es- tadios. El de más arriba, perteneciente al estadio IIIo, también se destaca claramente y está situado en una altura de ocho hasta diez metros sobre el nivel mediano del río, correspondiendo evidentemente a los depósitos costaneros caracterizados por las líneas de antiguas costas bien definidas. Otro cordón saliente, que se nota a mitad de la barranca, designado en la sobrelámina con una (?), tal vez corresponda al estadio IIo. Durante el estadio IIo el valle inferior del Río Negro for- maba, como ya he mencionado, un gran estuario, que existía todavía en el estadio IIIo, pero de menor extensión. La zona de agua salobre se encontraba entonces más cerca de la costa actual, como lo demuestran los depósitos de la terraza co- rrespondiente a este estadio. En las vistas lámina VI, figura 1 y lámina V, figura 3, las terrazas no son tan bien visibles como en la fotografía lámina V, figura 2; pero siguiendo las lincas en las sobreláminas, los dos escalones se pueden reconocer fá- cilmente. Aquellas vistas son tomadas cerca del punto que repre- senta la fotografía lámina V, figura 2, pero un poco más hacia el pueblo de Carmen de Patagones. En esta parte la barranca es muy interesante, porque la naturaleza de los sedimentos depositados en los dos escalones de los estadios IIIo y IVo de- muestra claramente su origen fluvial; quiere decir, que durante el estadio IIIo, en esta parte del estuario la acción acumula- dora del río prevalecía ya sobre la del mar. 44 Tanto los depósitos del escalón del estadio IIIo, como los del IVo, se componen de una arena humosa mezclada con roda- dos aislados de pequeño tamaño. En los estratos del escalón del estadio IVo se encuentran, además, válvulas de Unió en gran cantidad. Durante el estadio IVo, la parte inferior del Río Negro ya no formaba más un estuario, sino un delta con va- rios brazos, que corrieron en el lecho del antiguo estuario; las lagunas que existen en el lado sur, son los últimos vesti- gios de ese tiempo. Réstame decir unas palabras respecto a los depósitos de ro- dados que se encuentran en el lecho del Río Negro y en el valle, los que ya he mencionado anteriormente al tratar de los estra- tos de la región según su composición petrográfica. Se podría suponer que éstos fuesen de origen fluvial, por la situación en que se hallan; pero lo que acabo de exponer de las condi- ciones que presentaba el valle inferior durante los estadios pa- sados, hablan más bien en favor de un origen marino. Es muy posible que los bancos que se hallan dentro del cauce del río sean marinos y que fueron descubiertos por sus corrientes. Mi opinión se funda principalmente en los datos sobre la velo- cidad de la corriente del Río Negro, publicados por el ingeniero Carlos Wauters (*), que son los únicos que conozco basados en observaciones exactas. Estas se practicaron en un punto del Río Negro llamado Primera Angostura, situado a una distancia más o menos de quince kilómetros de Pringles, río arriba. Allí todas las aguas del río corren en un solo brazo. Las observaciones se hicie- ron con toda precaución en un mismo perfil durante varios días correspondientes a diferentes alturas del río. La velocidad mayor de la corriente se ha observado el día 14 de Mayo de 1906, cuando ya había empezado la creciente de otoño, y era: 1,727 m/seg. en medio del rio a 0,10 metros bajo la superficie, y de 1,026 m/seg. a 0,20 metros sobre el fondo. Cuando la crecida aumentó, no se continuaron las medidas, así que no conocemos en este paraje el máximum de su velocidad. De los datos mencionados nos interesan solamente los que se refieren a la velocidad cerca del fondo del río. Según Heiin (*) Wauters Carlos. Aprovechamiento délas aguas del Río Negro en el Par- tido de Patagones. La Plata, 190S. 45 la fuerza motriz del agua corriente sobre rodados, es la si- guiente: Rodados de 0,8 ctms. de diámetro » » 1 ,0 ctms. » » » » 1,5 ctms. » » » » 2,7 ctms. » » » » 0,0 ctms. » » » » 8,0 ctms. » » se mueven » » » » » » » » » » a » » una velocidad de 0,748 m s » » » 0,897 m s » » » 0,923 m/s » » 1,123 m/s » » 1,589 m s » » » 1,S00 m/s Comparando los resultados publicados por Heim con la ma- yor velocidad medida en el fondo del Río Negro, se ve que esta corriente no puede mover rodados de mayor tamaño de dos centímetros de diámetro. Es verdad que durante crecidas ex- traordinarias la corriente puede alcanzar mayor velocidad. Pero hay que tomar en cuenta que la cota 1,026 m/seg. medida du- rante el día 14 de Mayo de 1906, es la máxima que se ha obser- vado en todo el perfil y en una parte de su extensión muy li- mitada, siendo el promedio de la velocidad en el fondo del río mucho menor. Por otra parte, tenemos que considerar que la mensura se ha hecho en un paraje donde el río corre con mayor rapidez debido a la angostura de su lecho. Además hay que tener en cuenta que los bancos en cuestión en frente de Carmen de Patagones, en los cuales se encuentran rodados hasta de un diámetro de ocho a diez centímetros, se hallan en un punto donde el río tiene mucha mayor anchura y, por lo tanto, la corriente menor velocidad. Por todas estas razones considero que estos bancos de ro- dados no han sido acarreados por el río en su estado actual, sino que fueron depositados por el mar, cuando esta región era aún un estuario. Mi afirmación de que el río no tiene suficiente fuerza para arrastrar los rodados de mayor tamaño hasta su desemboca- dura, se basa solamente en observaciones hidrográficas hechas durante un tiempo muy corto, las que deberían ser ampliadas mucho más para resolver en definitiva este problema. Con estas explicaciones creo haber demostrado que una gran parte de los rodados patagónicos no son de origen fluviogla- cial, como opinan los geólogos en general, sino marino, debido a una transgresión, que empezó después de la época continen- tal en el último tiempo terciario, y a la regresión que siguió a este avance del mar. 46 — Pero fuera de estos depósitos de origen marino, formados por los rodados, las salinas y los salitrales, existe en la región que nos ocupa una capa superficial de arena de origen cólico. Esta capa cólica se formó durante todo el tiempo de la regre- sión y continúa formándose aún en la actualidad a medida que el mar retrocede. Las capas más antiguas de las mesetas se distinguen de las más recientes, que se hallan cerca de la costa, por una descomposición de mayor intensidad, y por esto tienen un aspecto parecido al loess. Las arenas modernas son por lo general de grano grueso. Las formaciones más recientes de origen eclico son los médanos de la costa, que corresponden al estadio actual o Vo. Para terminar con esta parte de mi informe doy un breve resumen del desarrollo geológico de la región, el que está re- presentado en una forma concisa y sinóptica en el cuadro de la relación estratigráfica de los distintos horizontes en la pá- gina 48. RESUMEN A la transgresión entrerriana, como la denomina Roth, al mioceno o posiblemente al plioceno inferior, en la que nues- tra región se hallaba cubierta por un mar de poca profundidad, siguió en el plioceno una regresión general. Los territorios del Río Negro inferior formaron entonces un paisaje ondulado de médanos y en él un sistema de ríos precursor al del Río Negro. Ese río corrió en varios brazos, que muchas veces cambiaron sus cursos, lo que se ve por la dirección que llevan las depre- siones en esta región, las que corresponden a antiguos cauces del río de aquella época. El continente tenía al fin del plio- ceno mayor extensión hacia el oriente que en los tiempos pre- sentes. No puedo afirmar si esta regresión abarcaba toda la Patagonia o si se extendía solamente sobre la parte norte del territorio patagónico. En este caso, estratos superiores de la formación de los Fairweatherbeds forman tal vez el equiva- lente marino de las areniscas de estratificación transversal del Río Negro. A la regresión pliocénica siguió nuevamente una transgre- sión marina en la época cuaternaria. Ignoro hasta dónde llegó este avance marino hacia el interior. Por varias razones, que aquí no puedo exponer, me inclinaría a creer que éste llegaba 47 — hasta la Cordillera; pero geólogos que han estudiado los ro- dados tehuelches de la Patagonia interior afirman categórica- mente que son de origen fluvioglacial (*). Por ahora tengo que limitarme a afirmar que esta trans- gresión ha alcanzado -en nuestra región por lo menos una ex- tensión tal, que cubrió todo el territorio hasta una altura de cincuenta o sesenta metros sobre el actual nivel del mar. A fines de la época glacial tenemos una nueva regresión del mar. En las depresiones del tiempo terciario quedaron como «relictos» o se formaron los salitrales y salinas. En las mesetas y en la región de la costa quedaron los rodados. En las prime- ras forman una capa uniforme, y en la costa bancos de consi- derable espesor. Estos últimos presentan las líneas de anti- guas costas -e indican así los diferentes estadios de la regresión. En parte están colocados en discordancia sobre las areniscas terciarias. Durante toda la regresión se depositaron, a medida que re- trocedió el mar, estratos eólicos, que forman actualmente las capas superiores de la región del partido de Patagones. Por las condiciones que presentan las capas, que se depositaron durante el retroceso del mar, se puede ver que éste se efec- tuaba a veces gradualmente y otras repentinamente. La regre- sión continúa aún en la actualidad, y por lo tanto se puede decir que el continente crece lentamente en esta región. (*) El Dr. Santiago Rotii, en su publicación: La construcción de un canal de Bahía Blanca a las provincias andinas, etc., en la página 176 de la «Revista del Museo de La Plata», tomo XVI. (2-1 serie, tomo III) trata detenidamente de este problema. RELACIÓN ESTR ATI GRÁFICA DE LA REGIÓN DEL RÍO NEGRO INFERIOR DEPÓSITOS MARINOS ALUVIAL Est. V. reciente Depósitos modernos de la playa; rodados, arena; en los riachos y lagunas limo fangoso. | Estad. IV. aluv. antig. Depósitos marinos sueltos de la costa, correspondiente a un nivel del mar 1 .50 ni. más alto que el ac- tual. Salitrales y salinas cerca del mar. Islas enfrente de la costa. ! Bancos marinos de la costa, co- rrespondiente a un nivel del mar ca. 10 m. más alto que el actual. 2 (Piso Querandino de F. Ameglii- vO no). Bancos de pedregullo de San c n ÍU Blas en estratos compactos; bre- « | O chas, colocadas en discordancia de O erosión sobre la arenisca terciaria K w marina. Salinas y salitrales. Se- >> ! gumía terraza del valle del Río 2 Negro, que formaba un estuaiio. ■O Fósiles marinos muy abundantes. Rodados sobre las mesetas cerca ¿ 1 de la costa; el mar 15 hasta 20 me- < O =1 tros más alto que actualmente. Fó- Cí ! o siles marinos correspondientes a .S los actuales en abundancia. Salinas | tu y salitrales del interior. Estuario del Río Negro más extenso. ¡ Rodados tehuelches o patagóni- i eos ile la región costanera con p— p escasos fósiles marinos; corres- "O pondeu a un nivel del mar 50 a if) 00 metros más alto que hoy. Ex- lU tensión todavía desconocida de los 1 depósitos marinos en el interior. 1 DEPÓSITOS 1 EKKESTRLS Médanos móviles y fijos. Terrenos del delta del Rio Negro. Es- calón inferior de las terrazas latera- les del valle del río. Segunda terraza del valle del Río Negro tres leguas aguas arriba de Carmen de Patago- nes. (Desemboca- dura del río en el estuario de este es- tadio)?. m _ g 1 5 " Q fc£ o < o Cí w PLIOCENO REGRESIÓN Piso Ríonegrense Areniscas gris -azules de estratificación transversal o falsa de origen cólico, formando las pendientes de las barrancas. Interca- laciones fluviales con fósi- les de agua dulce. ¡y¿so Entrerriano O fe Areniscas marinas, ferruginosas y 2 'O con carbonato de cal, formando LU z — n o el yacente de las areniscas. Ban- e í O 2 5 eos de conglomerados de ostras. 2 «e o 55 o Fauna idéntica a la del terciario Cí H E del Paraná. PARTE II Geología especial de la península de San Blas CAPÍTULO I CORRELACIÓN ESTRATIGRÁFICA DE LOS DEPÓSITOS DE SAN BLAS CON LAS FORMACIONES DE LAS COMARCAS VECINAS El único geólogo que anteriormente ha practicado estudios en el terreno mismo de San Blas, fué D’Orbigny, quien durante su gran viaje de exploración a la América del Sur permaneció por algún tiempo en este lugar. En su obra, que contiene el resultado de este viaje (1), dedica algunas páginas a la geo- logía de esta costa. Después de hablar sobre el origen de las islas Larga, de Gama y del Hambre, que considera formadas por aluviones modernos marinos, se ocupa de los depósitos de San Blas y sus alrededores, paralelizando los rodados que allí se en- cuentran, con los que cubren todo el suelo de la Patagonia. El ya se daba cuenta de la existencia de antiguas costas. En un punto que llama el Riacho del Inglés, y el que posiblemente es el Arroyo de Wálker, había encontrado un banco con moluscos marinos sobre las areniscas terciarias, a una distancia de una legua del mar y en un paraje de medio metro arriba de su nivel, que alcanzan las mareas equinocciales. Este banco, que se compone de especies idénticas a las actuales, se halla en su posición natural, lo que llamó especialmente su atención. De la presencia de estos fósiles, deduce que el continente ha sufrido una elevación al menos de diez metros sobre el nivel actual del mar después de haber apa- recido la fauna actual (*). En los alrededores de este lugar hasta una estancia, llamada de los Jabalís, encontró muchísimos frag- mentos de conchillas, y ha podido distinguir una antigua costa situada cinco a seis metros más alta que el banco mencionado. Todos estos depósitos los atribuye a la época actual, parale- (*) D’Orbigny fué uno de los autores que han sostenido siempre la teoría de los grandes cataclismos. 4 50 lizán dolos con los terrenos de Bahía Blanca, en los cuales Darwin encontró fósiles idénticos a los actuales, y con los bancos de conchillas de Montevideo y San Pedro. Es deplorable que los parajes en que D’Orbigny hizo sus observaciones no puedan ser identificados. Hoy no se conoce ninguna estancia de nombre de los Jabalís, ni un Riacho del Inglés. Las indicaciones de las alturas tampoco corresponden a las actuales. Por ejemplo: habla de una diferencia de ocho metros entre las mareas más altas y más bajas, cuando actualmente esa diferencia no pasa de cuatro y medio metros como máximum. Desde que D’Orbigny practicó estudios en esta región, han trans- currido unos ochenta años; y como la costa se encuentra en es- tado de regresión, sería de gran importancia si se pudiera esta- blecer con exactitud, cuánto ha crecido el continente en el trans- curso de este tiempo y qué modificaciones se han producido en la costa. De la descripción de D’Orbigny, por ejemplo, casi se podría deducir, que el mar haya llegado en aquel tiempo hasta el mismo pie de la Barranca del Norte, situada a unas tres le- guas al norte de la desembocadura del Río Negro. Hoy esta ba- rranca se encuentra de doscientos a trescientos metros distante de la orilla del mar y está cubierta parcialmente de médanos movedizos; pero los datos que suministra D’Orbigny, son algo vagos, y nada concreto se puede decir al respecto. En adelante no sucederá lo mismo; hemos dejado señales bien determinadas, que servirán de puntos de partida para los estudios futuros; ade- más se podrán establecer los cambios que se producen en la costa, por las numerosas fotografías tomadas en esta región. Por las razones mencionadas puede decirse solamente que D’Orbigny ya reconoció que en la región de San Blas se des- arrollaron fenómenos que causaron cambios en las relacio- nes entre el nivel del mar y la tierra firme en épocas poster- ciarias, los que él atribuye a un levantamiento del continente. Doering menciona también los depósitos de la península de San Blas (3), pero sin haberlos visto. El divide la época posterciaria en los pisos siguientes: V. Piso pampeano lacustre (preglacial). VI. Piso tehuelche (glacial), cantos rodados y conglome- rados de la meseta patagónica. Vil. Piso querandino (diluvial). VIII. Piso platense (diluvial superior). 51 Los depósitos marinos de San Blas los pone junto con los de San Nicolás, Belgrano, Mar Chiquita, etc., en el piso querandino. Hay que tener presente, que los conocimientos que poseemos hoy de los grandes fenómenos de la época glacial, los debemos en su gran parte a investigaciones científicas posteriores al trabajo del señor Doering. Sin embargo, es importante que este geólogo ya ha reconocido, que a un período continental de terciario superior siguió una transgresión pleistocena (véase página 440 de la citada obra) y que — como dice el autor en la misma página — -en la época actual presenciamos un retro- ceso oceánico, es decir, un avance gradual e insensible de la tierra firme hacia la región atlántica. Florentino Ameghino y muchos otros como Stelzner, Bur- meister, Heusser y Claraz, etc., se ocupan de los depósitos ma- rinos cuaternarios en la costa atlántica de la provincia de Bue- nos Aires. El primero pone también todos estos bancos en el piso querandino, pero los considera sincrónicos con los depó- sitos del piso píntense, dándoles una edad cuaternaria. (Ame- ghino en sus subdivisiones separa los aluviones del cuaterna- rio designándolos recientes). Stelzner y Burmeister, quienes consideran la formación pampeana de edad diluvial, afirman que los depósitos marinos de la costa atlántica deben su origen a un levantamiento continental. Pero como estos autores no se ocupan mayormente de San Blas, creo que no es necesario tra- tar más detalladamente en este informe los trabajos respec- tivos. En la primera parte de mi informe he dado una descripción general de las condiciones geológicas del terreno litoral en la región del Río Negro inferior, del que San Blas forma parte. Para formarse un juicio exacto en todos sus detalles de las for- maciones que existen en esta península, hay que establecer la correlación estratigráfica entre éstas y las de los terrenos ve- cinos. Por eso me pareció necesario levantar, además del plano geológico detallado de la faja litoral de la península de San Blas, el mapa correspondiente de sus alrededores. Comparando estos dos planos entre sí y los perfiles transversales que he trazado, las relaciones entre los terrenos de San Blas y los de la región inferior del Río Negro, son bien visibles. Para la me- jor comprensión de los planos, sirven las siguientes explica- ciones: 52 En los dos planos los colores para terrenos geológicos de la misma edad o procedencia son iguales. Para la representación cartográfica de los diferentes terrenos en el mapa, procedí de la manera siguiente: El color de fondo indica una cierta época geológica; así el amarillo anaranjado significa el mioceno su- perior o plioceno inferior; el amarillo fuerte, el plioceno supe- rior; el cuaternario inferior o el diluvio, está indicado por un color siena muy claro; el cuaternario superior o el aluvio por un gris azulado igualmente muy claro. Las subdivisiones de estas épocas geológicas, sea según la edad o sea según las fases, se conocen por un rayado o sombreado en diferentes colores o direcciones. Como en el mioceno superior o plioceno inferior, al que co- rresponde el piso entrerriano, y en el plioceno superior, al que equivale el piso ríonegrense, no existen subdivisiones, sus res- pectivos colores no necesitan sobreimpresión. Los depósitos diluvianos, en cuanto se encuentran en nuestra región, están subdivididos en tres estadios, pero de éstos solamente el úl- timo se encuentra en la faja litoral representada en el plano especial de San Blas. Como no tuve tiempo suficiente para un levantamiento detallado de los alrededores de la península, los tres estadios de los depósitos diluvianos no están marcados se- paradamente en el respectivo plano. Los diferentes rayados sig- nifican en este caso las dos diferentes fases; uno representa los depósitos marinos de los estadios I", II" y III", y el otro la capa eólica superior. En cambio las subdivisiones de los alu- viones, es decir, los estadios IV" y V", están marcados separa- damente. Además creí conveniente representar también, por un rayado especial, los depósitos eólicos de esta época, que son las dunas móviles y fijas. Por fin existen en los planos otras sobreimpresiones de sig- nos convencionales. Estos no tienen, por lo general, nada que ver con la condición geológica del terreno propiamente dicho. Representan únicamente las diferencias de la composición del suelo independientemente de sus relaciones estratigráficas, salvo en casos especiales. Sucede a menudo, que una formación geológica indicada en el plano con el color respectivo, se halla cubierta parcialmente por otra formación más nueva de ex- tensiones tan pequeñas, que la escala del plano no permite re- presentarlas con su color correspondiente. Por ejemplo, las ba- rrancas de arenisca del piso ríonegrense, indicadas en el plano — 53 con color amarillo, están cubiertas parcialmente de rodados sueltos, los cuales son de edad diluviana. Estos están indicados sobre el fondo amarillo del piso ríonegrense con sus signos y el color que corresponde a depósitos diluvianos. Otro caso es el siguiente: los estratos del estadio IVo, en la parte este de San Blas, son formados por rodados mezclados con arena de origen marino. Por consiguiente, se representan en el plano por sus signos convencionales de color azul. Muchas veces estos es- tratos se hallan cubiertos por grandes médanos; entonces des- aparecen el rayado y los signos azules, y se substituyen por el rayado y los signos verdes, pertinentes a los médanos. Pero a veces los estratos marinos del estadio IVo quedan cubiertos solamente por pequeñas acumulaciones aisladas de arena de dunas; en este caso los terrenos del estadio IVo no llevan úni- camente los signos azules convencionales, sino también pun- tos de color verde, que indican las acumulaciones cólicas. El suelo de una gran parte de San Blas está formado por bancos de rodados pertenecientes al estadio IIIo y representados en el plano con sus colores y signos correspondientes. Pero en la superficie, la arena mezclada con los rodados se transformó en parte en tierra vegetal, proceso que se ha verificado en tiempo más moderno. Por eso el signo (H), que representa el humus, lleva color verde, mientras que los signos que repre- sentan la arena y los rodados, llevan color marrón, que les co- rresponde como depósito perteneciente al estadio IIIo. Hablando de los signos convencionales tengo que mencionar, por fin, que indican también la proporción en que se hallan los diferentes componentes de un depósito, lo que se puede ver, por ejemplo, comparando los depósitos de pedregullo del esta- dio IIIo, en los cuales prevalecen los cantos, con los del esta- dio IVo, que llevan mayor cantidad de arena que los del IIIo. En el distrito representado por el plano de los alrededores de San Blas, las areniscas inferiores terciarias pertenecientes al piso entrerriano, afloran solamente en pocos lugares, como por ejemplo, al sur de Punta Rubia Falsa, en el Salitral Gran- de, y en la costa de la península de San Blas al oeste de la es- tancia de Mulhall. Las areniscas de estratificación transversal del piso ríone- grense forman las barrancas de casi todas las depresiones, como, por ejemplo, las del Salitral Grande (las que se ven tam- bién en la fotografía lámina XV, figura 2) del Arroyo Barran- 54 coso, etc., etc. Estas areniscas forman en las mesetas la base de los estratos marinos diluvianos de los estadios I" y IIo, que la cubren por completo. Los depósitos marinos del estadio 111° están colocados directamente sobre las areniscas inferiores con una discordancia bien visible (véanse los perfiles). La capa eólica de las mesetas correspondiente a los estadios 1° has- ta el IVo, es la que cubre la mayor parte de la superficie de la región, mientras los depósitos eólicos modernos de los méda- nos quedan limitados a la región litoral. El plano especial que representa la faja costanera de la pe- nínsula de San Blas, demuestra que allá se encuentran sola- mente formaciones de los estadios III" hasta el V". Lo mismo se puede decir de toda la península, salvo un solo punto, como ya lo he mencionado, en donde existe un pequeño afloramiento de las areniscas del piso paranense. Al otro lado del Arroyo del Jabalí, empero, se hallan roda- dos del estadio 11°, colocados directamente sobre las areniscas del piso ríonegrense, que en estos lugares tiene poca poten- cia a causa de la acción erosiva del mar antes que éste depositó los rodados. Más hacia el interior la arenisca aumenta de es- pesor paulatinamente, y los rodados del estadio II" son reem- plazados por los del estadio I" sin transición notable. En el mismo sentido crece también el espesor de la capa cólica. CAPÍTULO 11 ESTRATIGRAFÍA DE LA PENÍNSULA DE SAN ULAS Los sedimentos que forman la península de San Blas y que se componen únicamente de depósitos de los estadios ÍII", IV" y Vo, se hallan directamente sobrepuestos en discordancia a la arenisca del piso paranense, como lo demuestra el perfil nu- mero 3. En la descripción anterior he tratado primeramente los terrenos más antiguos para terminar con los más modernos. En esta parte procederé, por diversas razones, en sentido inver- so; es decir, empezaré con los depósitos más modernos para terminar con los del estadio IIIo. EL ESTADIO Y‘> O LOS ALUVIONES MODERNOS Estos se dividen en depósitos eólicos y marinos. Me ocuparé primeramente de los últimos. 55 Estos son formados del material que acarrea el mar en su cambio cotidiano del flujo y reflujo y durante las mareas equi- nocciales. La diferencia entre las mareas bajas y más altas es, según las observaciones hechas por la Subprefectura del puer- to, como también por el señor ingeniero A. Reinmann y por las mías, tres metros y sesenta centímetros aproximadamente. El señor ingeniero Reinmann ha tomado como cota 0 de su plano el nivel de la marea baja (*), así que el nivel de las mareas más altas correspondería a la curva ideal de tres metros y se- senta centímetros. Esta coincide con el límite hacia tierra aden- tro de los aluviones más modernos, los que rodean toda la pe- nínsula en forma de una faja, que varía en su ancho, según el lugar y la configuración de la costa. fi t Moioftonitftfl sanaaaa HOI>=i T23 30 AD61U13HA oais ) Pilos ftjTTpyiA a q gjnw OHftl!ñS3PTH3 o¿is . a O H 9Í3 <3 O M 23M0IVUJA (.YO 10 AT23 ) L J Revista del Museo de La Plata Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina IV. Vista parcial de la barranca del Sur . — Lámina V. ~i HUELCHEs con caliza del (estadio 1} DE YESO ' ' Su de Patagones, río arriba ;vV< 1 Museo de La Estudios i ¡eclógico . — Lámina V. ARENISCA OEl PíSO TdNUELCWEi, CON CALIZA DEL (ESTADIO l) DE YESO ' Fig. 2. — Terrazas de la barranca del Río Ni de Carmen de Patagones, Fig 3. Barranca del Rio Negro a dos leguas de Carmen de Patagones, río arriba ARENA eo'lica J Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. ■ — Lámina V. — Terrazas de la barranca del Río Negro, a dos leguas y inedia de Carmen de Patagones, rio arriba Fig. 3. — Barranca del Río Negro a dos leguas de Carmen de Patagones, río arriba Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte, Estudios Geológicos. — Lámina VI. - Vista parcial de la barranca, representada por la fotografía lámina V, fig. 3 ~1 - Fig. 2. Meseta cerca del río, vista tomada a dos leguas y media de Carmen de Patagones, río abajo 1 TERRAJA DEL (ESTADIO Itt TERRAZA DEL (ESTADU) IV.) CON UNIO SP. EN ABUMDANCIR ALUVIONES DEL (ESTftDIOY.) _l °o N> MEDANOS MEDIOS o. 'V .X o- FIJOS -1 r MUoiOfiTSa) J3Q A3TA«fl3T AiDnwQMoaA t*3 5iz omu moj (.^1 CiaAraa) jaa asahh3T (\v oio ATsaJ j 30 eanotvujA 1_ 2om eoiaa m sohaobm >AL A<> V S*° ^ >*' L Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina VI Fig. 1. — Vista parcial de la barranca, representada por la fotografía lámina V, fig. 3 Fig. 2. — Meseta cerca del río, vista tomada a dos leguas y media de Carmen de Patagones, río abajo Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina VIL Barranca del Río Negro, a dos leguas de Carmen de Patagones, río abajo Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geología Lámina VIII. Barranca del Río Negro a dos leguas y media de Carmen de Patagones, río abajo r j r i Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina VIII. Barranca del Río Negro a dos leguas y media de Carmen de Patagones, río abajo Revista Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina IX. PISO ENTRURRIA ARCI LLA ARENISCO OE ESTRO ITHCACION TRONVERSAL SONCO De ARO RODA ENTRE U) DOS PISOS ARENISCA .JE ESTROTi FICO CIO A •RAINSVERSAL ARENISCA RE ESTPATí FICACJON TRANSVERSAL BANCO OE ARCILLA iANCíi VE ARCILLA ROJO ARENISCO OE ESTRO ITFICOCION HORIZONTAL . ista pardal de la lámina anterior ALUVION E S fVI O D S R N O S 5 O H 91 5 Cl O rv*i a a woivuja Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina IX. Vista parcial de la lámina anterior Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina X. Corte del camino que conduce de la Subprefectura al pueblo de Carmen de Patagones Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XI. Fig. 4. — Estratificación transversal en un médano reciente Fig. 5. — Estratificación transversal en un médano reciente Fig. 6. — Estratificación transversal en un médano reciente Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XII. Cantera de pedregullo de la Municipalidad de Carmen de Patagones Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XIII. Cantera de la Municipalidad de Carinen de Patagones. (Vista parcial de la anterior) Revista del Muse ilógicos. Lámina XIV. “I U 1 i ' R Lutz Witte. Estudios C nos. — Lámina X l\ Revista de ?HMCA Je ^REHISCft QUE ROPCfl LA DEPRESION BRECHA CONCWILLRS fig. 1. — Vista pa BARRANCA DE ARENISCA ^ U c RODIFA LA DEPRESION CAPA DE SAL PURA ZONft DE LA RBClll» (UHO F«N60SO) SAU1FE^A_ BRECHA DCT CNCH ILLAS Vista pa Ingle aRr^RNCA AffENISCA_scn j U fc RopEfl LA DEPRESION CAPA |3 E SAL PURA DE L* ARCILL» (LIMO FANGOSO) SAUPEBA BRECHA D E C O H C M I L. I- A S BRECHA CE GNCHILLA5 J BARRANCA PE ARENISCA. QUE RODEA LA D g F> R g s I Ó N ARCILLA S A L I PER .A CAI- A O E SAL PURA ZONA CE LA ARCILLA PPM GüSO ) SO 3 5ALIf£RS BRECHA DE CONCHILLfl! I Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XIV. Fig. 3. — Vista panorámica de la Salina del Inglés Ci La Plata. Revista del Mi Lutz Witte. £5 SARBAhCA DE ARENISCA TERCIARIA M O SAL' FERO FAMGOSO í ARCILLA ) V ARENA DEL ESTADIO HI. i A D O- S esta p I ARENISCA OI ESTRATIFICACION TRANSVERSAL. (^PlSO RIOn E'SPENSE j DERQ S ITOS LIMO FANGOSO ( ARCILLA ) SALIFERO V ARENA D EL E ST A O I O nr. Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XV. Vista panorámica del Salitral Grande Vista panorámica del Salitral Grande Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XVI. Vista del valle del Río Negro, a cinco leguas arriba de Carmen de Patagones. Estancia El Carbone Revista del Mu Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XVII. itc San Bla: I „ ARROYO JA6AU ENTRADA AL ARROYO JABALI DEPRESIONES EN EL BANCO PRIMO PAL F ANCO DE REDRETGULCO DEL (^ESTADIO 332TJ Revista del Museo de La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XVII. Parte extrema noroeste de San Blas La Plata. Lutz Witte. Estudios Geológicos. — Lámina XVIII. Revista del sep. p. 151-175- — 7 longada adelante, el rostro corto y no linear, la impresión clipeo-frontal poco notable. Las antenas con sus artículos 3 al ii° comprimidos, del 3 al 10o angulosos en el ápice; en cuatro especies, cuadrangulares y dentellados en su borde externo. El labio apenas lobulado. El protórax es más corto que en el grupo anterior, anguloso en los costados y con gibosidades sobre el dorso, distintas según las especies. Los élitros son mucho más cortos que el abdomen, sumamente estrechados hacia el ápice, aquí más espesos, redondeados en forma de espátula (solamente en //. sublineatus menos estrechados y provistos de espina apical). El proceso prosternal es corto, muy delgado y oculto entre las ancas. El mesosternal es bastante estrecho, de costados paralelos y escotado en el ápice, de anchura distinta, según las especies, pero delgado, subtriangular en H. subli- neatus Subgen. holopteridius nobis. Este subgénero comprende por ahora todas la sespecies argentinas. Doy a continuación la bibliografía principal de todas las especies del género y la descripción de las representadas en nuestro país. Tribu: Holopterini Lacordaire, Gen. Col., vm, 1869, p. 393. Gen. HOLOPTERUS Blandí. Blanchard, Gay Hist. Chile, v, 1851, p. 475. — Thoms. Syst. Ceramb., 1864, p. 413. — Lacord., Gen. Col., vm, 1869, p. 394. — Germain, An. Univ. Chile, 1898, p. 773, sep. 161. Subgen. holopterus s. str. H. annulicornis F. Pliil. An. Univ. Chile, xvi, 1859, P- 674. — Germain, 1. c., 1898, p. 780, sep. 158. araneipcs Fairm. et Germ. Ann. Soc. Ent. Fr., 1859, P- 500, — 8 — Germain cita para esta especie un área de dispersión muy extensa, señalando ejemplares de Chiloé, Valdivia, valle del Renaicó, Talcahuano, Valparaíso y Ouillota. Un individuo q de mi colección fué capturado por mi malogrado amigo, Ing. Luis Alvarez, en el borde oriental del Lago Argentino (Santa Cruz). Corresponde perfectamente a la amplia descripción de Ger- main. Mide 33 milímetros de largo por 6 mm. de ancho. Su forma y otros detalles muestran las figuras L pág- 15, y 1 a-b. El color del tegu- mento es un testáceo aleonado, más o me- nos obscuro (castaño rojizo) en la cabeza, el protórax, el escu- dete, los fémures, en ambas extremidades de las tibias y en los tarsos y las ancas; la extremidad del esca- po, todo el 2.0 artículo y el ápice de los ar- tículos 3 al io.° de las antenas son igual- mente obscuros. Toda la superficie está cubierta por una pubescencia amari- llenta, densa y recos- tada, más fina y más rala sobre las antenas y patas, pero más lar- ga y tupida sobre el pecho y algo arremolineada sobre el protórax y la cabeza. Esta última presenta un surco mediano, que arranca de la impresión clípeo frontal ocupando también el vértice. Las antenas alcanzan la punta de los élitros, tienen los ar- tículos 3, 4 y 5 cilindricos. El 5.0 artículo presenta en el borde externo en su tercio apical, una escotadura o excavación, que se repite en toda la extensión de los artículos siguientes, pero Hig. I. — Holopterus (//.) annulicornis F. Pliil (3 veces aumentado) 9 — está interrumpida por un estrecho puente transversal mediano. Los artículos 6 al io.° son angulosos en el ápice. El protórax está dotado de cuatro tubérculos cónicos, muy destacados, los laterales algo más grandes. Los élitros son (en el q) m^s largos que el abdomen, poco dehiscentes, pero terminan en ángulo declive, muy agudo y convexo con una espina negra; encima son aplanados, la pun- tuación es muy fina, tapada por la pubescencia apretada y re- gular; las cuatro costillas son muy obsoletas. El proceso prosternal es algo dilatado en el ápice; el del mesosterno rectangular, estrecho (la mitad del ancho que en //. chilensis ) con una incisión en el ápice. El abdomen tiene el segmento anal anchamente escotado y de la válvula asoman dos fuertes espinas. Los fémures y las tibias posteriores juntos tienen exacta- mente él largo de los élitros, de manera, que los primeros no sobresalen de éstos. H. chilensis Blanch. en Gay, Hist. Chile, V, 1851, p. 476, t. 28, fig. 6. — Germain, A11. Univ. Chile, 1898, p. 791, sep. 169. Esta especie, fácil de reconocer por la puntuación acentuada de sus élitros, parece propia de la región austral de Chile; por lo expuesto ya antes, tenemos que excluirla de la lista de nuestros representantes. H. compressicornis Fairm. et Germ., Aun. Soc. Ent. Fr., 1859, p. 501. Parte austral de Chile. — Germain no describió tan exten- samente a este I lolopterus, como lo hizo con los otros, pero considera la especie como válida y no sinónima de la siguiente. H. laevigatus F. Pili!., An. Univ. Chile, 1859, p. 675. — Germain, An. Univ. Chile, 1898, p. 785, sep. 163, t. 2, f. 18. — Conocido de los mismos lugares (Valdivia) que los precedentes. HOLOPTERIDIUS 11. Sllbgeil. Habitus ab ¿lio IIOl.Ol’TiiRl sen. str. satis distinctus. Capul pa- rum rostrato-protractum. Antennarum comprcssarum articuli, a tertio ad decimum usque, angulati, saepe ápice quadrangularcs et multidenticulati.Protliorax variabilis sed tilo Hoi.OPTKRI brevior. Elytra abdomine conspiciu i ' r C/Píi// 1 1' . fin H. SUBün HATO s pínula annata}. Processus proster- ■nalis brevis, tennis. H. sublineatus Fairm. Aun. vSoc. lint. Fr., 1864, p. 273. — Cuyanus Burm. Stett. íint. Zeit., 1865, p. 174. — Stenophantes longipes Burm. Reise La Plata Staat., 1861, p. 134 ( lió- me n nudum). En el suplemento I, p. 558, de mi catálogo he rec- tificado la sinonimia de esta especie típica de la re- gión cordillerana de Men- doza. De allí proceden todos los ejemplares que me son conocidos: los descritos por Fairm ai re y Burmeister, otro de laex-colección Berg, y tres muy hermosos de la mía, recogidos en Potreri- 1 los, que debo a la señorita Carolina Spegazzini. Es esta la mayor de las especies argentinas y fácil de distinguir de las demás, por su color uniforme de un amarillo testáceo, cubierto densamente de pelos sedosos dorados. Basta- ría la somera descripción de Burmeister para reconocerla, pero, ni este autor, ni Fairmaire han mencionado ciertos caracteres, — Ilolopterus (// ) sublineatus Fairm. veces aumentado) aun más manifiestos en las especies siguientes, que justifican, a mi modo de ver, la subdivisión genérica propuesta. El ejemplar típico mide solamente 28 milímetros; los míos son más largos y todos de 36 rnm. La pubescencia es abun- dante, recostada, arremolineada sobre el protórax y algo sobre la cabeza, más larga sobre el metatórax, corta y escasa sobre las patas, el escapo y 2.0 artículo antenar; las antenas son opa- cas, microscópicamente granuladas. La cabeza es poco proyectada hacia adelante, provista de un surco mediano que corre hasta el vértice. Los ojos son glo- bulares, grandes, casi contiguos en la parte inferior, separados solamente por una estrecha línea. El submentón lleva algunas arrugas transversales. El labio es en el ápice redondeado. El artículo terminal de los palpos es oblougo-ovalar, redondeado en el ápice y 110 netamente truncado; los otros artículos son subtriangulares. Las antenas son más largas que el cuerpo, el escapo es corto y grueso, tan largo como el tercer artículo, que mide casi la mitad del /j.° y este es una cuarta parte más corto que el 5.°; los subsiguientes aumentan de largo. Desde el 3.0 artículo son las antenas comprimidas, subopacas y finamente granuladas; los artículos 4 al io.° son angulosos en el ápice externo. El pronoto es estrechado adelante, formando de cada lado una salida angulosa o tubérculo cónico, algo comprimido. Su borde anterior es levantado, apenas escotado en el medio; so- bre el dorso se distinguen una línea impresa entre algunas rugosidades, dos pequeños tubérculos y detrás de ellos, dos leves protuberancias casi ocultas por la pubescencia arremo- lineada. Los élitros son largos, pero más cortos que el abdomen, alcanzando apenas la mitad de su cuarto segmento. En la base son más anchos que el pronoto, estrechados notablemente hacia atrás; su margen interno o sutural es recto, redondeado el borde apical que termina en una pequeña espina. Cada élitro pre- senta dos costillas obtusas, de las cuales la interna es abreviada; los espacios entre estas costillas y el mismo borde sutural re- sultan algo hendidos en la región basal. La pubescencia es apretada y regular, igual como en el abdomen. En esta especie, el mesosterno es parecido al prosterno (véase pág. 15, fig. 2 b.), el proceso corto, terminando en punta aguda, intercalada entre las ancas. 12 Las patas medianas y posteriores son largas, mucho más largas que en las especies del subgen. / lolopterus s. str. Los fémures son comprimidos, hacia la extremidad algo engrosados los posteriores sobresalen muy poco de los élitros; el fémur junto on la tibia miden 34,5 milímetros. H. patagonicus n. sp. I.ong. 25-3° miu . Spccies H. SUBL1NEATO Fairm. si-milis, sai magis par- va, nigricans, pubesccntia rufo- ci/ierascente mimes densa ads- persa, et elytris brcvioribus, magis obtusis, ápice non spi- nigeris recedit. Caput, scapi, thorax, fému- res tibiaeque //igra ; abdomen nigricans ápice infuse at um. Antennae rubro-testaceae ely- tra magis cinerascentes. Antennae q el + cor por is longitudine breviores. Elytra vix ultra sccundum segmen- tum abdominis producía, cos- tal is duabus obsolctis nota lis. Esta especie tiene todo el aspecto de la precedente, pero se distingue por su menor tamaño, por su color general negro, la pubescencia más grisácea, menos abundante, y, entre otras, por la forma de sus élitros, que son todavía más cortos, obtusos y sin espina apical. La cabeza, los escupos, el tórax, los femares y las tibias son negros; los tarsos y las mismas tibias son a veces más rojizos. Las antenas son testáceas, parduscas en la base y allí i . 3. — Holopterus (//.) patagonicus Bruch (* veces aumentado) — 13 — algo lustrosas, en el resto subopacas y finamente granuladas. Los élitros tienen el color de las antenas con un tinte más grisáceo. La pubescencia está distribuida del mismo modo que en II sublineatus, pero es más corta y menos abundante, de un color más grisáceo. La cabeza lleva el surco entre los ojos; éstos son más se- parados en la parte inferior que en aquella especie y el sub- mentón es groseramente punteado. Las antenas en ¿ y + son más cortas que el cuerpo, sus artículos 3 y 4.0 son algo más cortos que el 5.0. El pronoto es apenas más largo que ancho, sus ángulos o tubérculos laterales son poco salientes y las gibosidades apenas pronunciadas; está provisto de la línea mediana impresa des- igual y glabra con gruesos puntos a los lados. Los élitros son cortos, sobresalen muy poco del segundo segmento del abdomen; hacia atrás son notablemente enan- gostados, luego otra vez dilatados y engrosados, obtusos e inermes en el ápice. Las costillas son muy obsoletas, los es- pacios entre ellas subplanos. El pro y mesosterno semejantes a los de la fig. 2 b, pág. 15. Los fémures posteriores sobresalen de los élitros como por un tercio de su largo; las patas son en relación más cortas que en H. sublineatus ; el fémur junto con la tibia miden 23 milímetros en el q y 20 milímetros en la +• Debo a la amabilidad del profesor don Martín Doello Ju- rado, seis ejemplares de esta especie, que recogió en Comodoro Rivadavia (Chubut), en donde serían bastante abundantes. Antes de esto yo lo había encontrado en la Colonia 16 de Octubre a fines del verano de 1902. El señor Richter tiene otro ejemplar procedente del Chubut. H. antarcticus Auriv. Aurivillius, Arkiv fór Zoologi, VII, 3, 1910, p. 6. No conozco de vista este Iloloptcrus, que fué recogido en Tierra del Euego por Otto Nordenskjóld. Mide 19 milímetros de largo y según el autor, es vecino (4 de II. sublineatus Fairm., pero más pequeño, de color más cla- ro; la pubescencia de la superficie es más esparcida. Sobre todo es distinto, por la forma de sus élitros, mucho más es- trechados atrás, recortados en el margen sutural poco después del escudete, y por tener los artículos de las antenas dente- llados, semejante, pero más finamente que el género Sco~ lecobrotus. Transcribo también las características de la diagno- sis original, que puede servirnos de comparación con las espe- cies siguientes, con antenas también dentelladas. o De un color ferrugíneo pálido; los costados, meso y me- tasterno, ápice de las tibias, los élitros, excepto su base y las antenas (escapo excepto) son más o menos parduscos; la pu- bescencia es fina, blanquecina, sedosa. Iva cabeza es obsoleta- mente punteada, surcada entre los ojos. El protórax es algo más corto que ancho en la base, adelante muy estrechado, tu- berculado de cada lado y encima, cerca del medio bicalloso. El escudete es triangular, redondeado. Los élitros son en la base algo más anchos que el pronoto entre los tubérculos y por dentro, después de la base son poco a poco estrechados, dehiscentes, atrás lineares y en el ápice obtusos; encima llevan dos costillas obsoletas, de las cuales la interna abreviada. Las antenas son algo más cortas que el cuerpo, comprimidas, los artículos 5 y n.° del lado externo finamente dentellados y en el ápice angulosos, dentados en serrucho; el escapo es lige- ramente encorvado, alcanza al pronoto. H. ochraceus n. sp. I.ong. 19 inm. H. ANTARCTICO Auriv., secundum diagnosin, peraffinis, sed colore uniformi ochraceo ( flavescenti -lestaceo ) nec non prono ti fabrica diversa recedit. Antennae corpas parum superantes, post articula»! tertium carenatae, post juartum denticulatae. Elytra conspicuo latiora quam pronoti pars ínter tubérculos laterales, ápice crassa atque obtusa ; a atice subimperspicue tn- costata, postice valde angustata, costilla única inagis nianifesta el confine nt ¿a anteriorum constituía nótala. Processum prostérnate breve ct tenue, niesosternale autem obco- nicum, ápice obtusatum. — 15 ~ He vacilado en describir a este Holopterus, algo incompleto temiendo que pudiera referirse a la especie precedente; sin em- bargo, por las características apuntadas se observa, que éstas no coinciden del todo con la diagnosis de Aurivillius. Mi ejemplar procede de la precordillera del Chubut; conser- va solamente una antena hasta su octavo artículo. l ig. 4. — ifolt'frícnts (//.) oc /i raer us Brucli (* ve- ces aumentado) Cabezas y otros detalles; la y ib de //. an- uulicornis. 2a y 2b de //. sublineatus . 3a de 11. fialagontcus. 4a de //. Reedi . 5a y 5b de H . Richteri . H. ochraceus es de un color uniforme flavotestáceo y poco lustroso; cubierto de pubescencia tenue, poco densa, algo más larga en los costados del pronoto y en las metapleuras, más corta sobre los élitros Los escapos, la frente y el vértice son fina y dispersamente punteados; los puntos son más gruesos en los lados del cuello, groseros y mezclados con arrugas en la garganta. La cabeza es longitudinalmente surcada. Las antenas (los ocho artículos exis- tentes) son desde el 3.0 artículo en ambas superficies carena- das y opacas, desde el 4.0 artículo irregularmente dentelladas, el sexto artículo y subsiguientes son angulosos en el ápice. El pronoto es tan ancho como largo, fuertemente estrechado en su tercio anterior, provisto de los tubérculos laterales carac- i6 — terísticos; su disco es subplano, distinguiéndose dos protube- rancias anteriores, detrás otras, apenas notables, entre ellas una leve elevación mediana. Los élitros llegan hasta la mitad del cuarto segmento ab- dominal; son fuertemente enangostados después de su primer tercio, luego lineares y en el ápice algo dilatados, obtusos y espesados. Dos o tres líneas apenas perceptibles y confluyentes, forman una costilla bien marcada en la parte angostada, todo el margen y borde sutural están ribeteados o carenados. El escudete es triangular. El proceso prosternal es como en sublineatus, el mesoster- nal más ancho, triangular y redondeado en el ápice, como el mesosteAo bastante fuertemente punteado. Los fémures posteriores llegan hasta la punta del abdomen; miden con sus correspondientes tibias 15,5 milímetros. H. Reedí 11. sp. I.Ollg. 16-17 nuil. Spccics fusco-castanea. Antennis, pronoto, saitello, elytris (basi excepta), pedibus et tarsis nigricantibus ; capitis parte antera palli- díore ferniginea. Pubescentia brevissima, relaxata, ad metasternum tan tilín parum longior ac magís conferta. H. patagónico gracilior. Antennae quam corpas sat longiores, quorum articulo, tertius ad deci mumpri mum usquc, co/npressi, viargiuibus, supero et infero, carinati, interno antevi irregulariter dcnticulati et quinfas ad dc- cimuni ángulo dentiformi terminati. Elyt ra costilla única basi dilatata percursa ápice obtusa, parían infra basin marginis suturalis emarginata. S pedes antennis denticulatis facillime recognoscenda. De color castaño; las antenas, el prouoto, escudete, los éli- tros (la base excepta), las patas incluso los tarsos, más o menos negruzcos; la parte anterior de la cabeza, frente y tubérculos anteníferos son más claros, ferrugíneos. La pubescencia es muy corta y esparcida, en el metasterno más larga y más abun- dante. El insecto es algo más esbelto que el II. patagónicas, y por sus antenas dentelladas nunca confundible. La cabeza está surcada desde la base del clípeo hasta el cuello. La puntuación es semi rugosa sobre la frente, que es plana y limitada en los lados por una impresión paralela al surco me- diano. Los ojos son bastante separados en la cara inferior, allí el espacio interocular irregular y transversalmente arrugado. Las antenas son bastante más largas que el cuerpo; los ar- tículos 3 al ii.°, comprimidos, fuertemente carenados tanto encima como por debajo; del lado externo son notablemen- te dentellados, pero los dien- tes irregulares, escasos en el tercer artículo; los artículos 5 al io.° terminan en ángulo dentiformeagudo. Los escapos son cortos, sobrepasan apenas del borde anterior del prono- to; son algo lustrosos puntea- dos y pubescentes como el 2° artículo; en el resto las ante- nas son opacas, cubiertas por una pilosidad microscópica. Fd protórax es tan largo como ancho en la base, de forma más cilindrica que en las especies precedentes; los tubérculos laterales y las gibosidades son bien pronunciadas: las antero- laterales tuberculiformes y dos callosidades detrás de éstas, alargadas y algo oblicuas; el espacio discoidal es arrugado, con una pequeña foseta en el centro. Los élitros alcanzan apenas al cuarto segmento del abdo- men; son parecidos a los de II patagonicus, pero en el borde sutural y poco después de la base se estrechan más brusca- mente, casi como en antarcticus, del cual difieren por tener so- lamente una costilla, ensanchada y borrada hacia la base. Allí presentan los élitros una ancha depresión cerca de sus ángulos humerales; toda la superficie es subrugosa, la pubescencia corta y escasa; todo el margen interno y externo es anchamen- te ribeteado, sobre todo en su mitad apical, muy fina y trans- versalmente arrugado. El prosterno como en las otras especies, pero el proceso mesosternal es más ancho, obcónico y en el ápice escotadoi íS - igual al de la especie siguiente, pág. 15, fig. 5 b. El nietas, terno es anchamente surcado en sus dos tercios posteriores. Los fémures posteriores sobrepasan a los élitros como ‘/s de su largo total; fémur y tibia juntos miden 15 milímetros. Los tarsos presentan una ancha línea glabra, más angosta en las especies precedentes, y solamente una estrecha hilera de pelos a los costados de ésta. Dos ejemplares típicos, al parecer q y + , fueron recogidos por mi hermana, a la luz de la lámpara, el verano pasado, en Villavicencio, cerca de Mendoza. Me es grato dedicar esta especie a mi distinguido amigo el Profesor Carlos Reed, a quien debo también muchos insectos interesantes de la misma provincia. Por sus antenas dentelladas y forma de sus élitros se ase meja, como la especie siguiente a H. antárcticas, pero éste tiene los artículos 3 y 4 no dentellados, los élitros con dos costillas obtusas; además el protórax, coloración y pubescencia muy diferentes. Aurivillius no menciona en nada las carenas antenales, diciendo solamente que son comprimidas. H. Ricliteri n. sp. Long. 14 ruin. Specics H. ANTARCTICO Auriv. peraffinis, articulis antenna- rum, a tertio ad deciniumprimum usque, denticulatis donata. Color generalis rubescenti-castaneus ; elytrarum bases, femares ct tibiac vi x niagis flavescentes ; antennarnm arhcah, tribus in - fimis exceptis, tibiarum ápices nec non tarsi plus minusve in- fascati. Superficies tota ( articulis tribus basalis antennaruvi exceptis ) nitens ; pabescentia totius corporis brevissima relaxata, vix perspicua. Antennae quani corpas ¿ongiores, marginibus, supero et infe- ro, carinatis ; earumdem articuli, a quinto ad decimum usque, acate angulati. Fabrica pronoti ab illa ceterarum spccierum omnino aliena ( Pdg ■ i.5> f¡g- 5 d)- Elytra semipellucida, subglabra, a tertio basah ab rapte an- gustata, costilla única obsoleta nótala, ápice crassa atque obtusa. - i9 - Un solo ejemplar, con procedencia del Chubut, me fue ama- blemente cedido por el señor Juan Ricliter, a quien tengo el gusto de dedicar esta nueva especie. Se distingue fácilmente de las otras con antenas dentelladas, por la conformación de su protórax y su pequeño tamaño, pues mide solamente 14 milímetros. De color castaño rojizo; la base de los élitros, fémures y tibias (excepto el ápice de éstas) son apenas más amari- llentos; las antenas desde el 3.° artículo, la mitad posterior de los élitros, el abdo- men, ápice de las tibias y los tarsos son más o menos pardo obscuros. Toda la superfiie, excepto las antenas desde el 3.0 artículo, es lustrosa ; la pubescen- cia es sumamente corta y esparcida, apenas notable. La cabeza es como en la especie pre- cedente: el mismo surco e igual frente, pero la puntuación más acentuada; los ojos son debajo bien separados y el es- pacio entre ellos es punteado entre las arrugas transversales. Las antenas son más largas que el cuerpo, comprimidas, tanto por encima como por debajo fuertemente carenadas; los artículos 3 al ii.° todos dentellados, y desde el 5.0 al 10. 0 en el ápice agudo angulosos. Los artículos 3 al 5.0 van aumen- tando en largo, el 6.° es igual al precedente, los subsiguientes son más cortos, subiguales y como el 4.0 artículo. Del lado externo de la carena muestran una superficie granulada, del lado interno una pubescencia microscópica. El pronoto es algo más corto que ancho en la base, cónico, hacia adelante estrechado, sus ángulos laterales salientes, ob- tusos. S11 borde anterior no es alzado, en cambio el posterior, sobre el disco presenta dos gibosidades, anchas y transversales y en medio una débil impresión. La puntuación es irregularmente distribuida, subrugosa y desigual. El escudete es suborbicular, punteado, y en el medio lige- ramente excavado. Los élitros llegan hasta la mitad del 3.0 segmento del ab- domen; son semitransparentes, lustrosos y desde el tercio an- terior muy bruscamente enangostados. Se distingue sólo una 20 costilla muy obsoleta en la base; en todo su margen, interno y externo, son ribeteados, más anchamente hacia el ápice donde están fina y transversal mente estriados. El prosterno tiene el proceso muy corto, oculto entre las ancas. El proceso mesosternal, (pág. 15, fig. 5 b) es mucho más ancho, obcónico, en el ápice truncado y escotado. El metasterno, como en todas las especies congéneres, presenta una línea me- diana impresa, la puntuación es bastante gruesa y dispersa; la pubescencia fina y rala. Los fémures son bastante comprimidos; los posteriores so- bresalen de los élitros casi por la mitad de su largo y junto con las tibias miden 10,5 milímetros. La pubescencia debajo de los tarsos es abundante la línea glabra mediana, angosta. B. Otros cerambícidos braquípteros Methia argentina n. sp. I.ong. 7 111111 M. ARIZONICAK Schaeffer próxima. Fusca; elylris pallidc flavotestaceis ápice fumosis ; scapis et J ron te rubescentibus, an- tennis basi obscuris, apicem versus pallide flavescentibus ; trocan- teribus flavescentibus. Pubescentia elytrarum tennis atque brevis, illa capicis prouotoque nonnihil magix laxa, illa partís inferae corporis, abdomiuis ncc non pedían sal confertior, tibiarían pos/c- riorum pars interna dense pilosa. Antennae duplo quam totum corpus longiores , artículo secun- do bene perspicuo ; articulo tertio quinqué seque ntibus breviore, ómnibus supra tenuissime pubesccntibus, infra pilos lilis. Oculi profunde sinuati, lobulis superis aproximatis, injerís remotis. Punctuatio capitis grossa. Pronotum longitudine latitudinem aequante donatum , subey- lindricurn , ad latera rotundatum, impressionibus prebasalibus levibus , punctuat/one rugulosa ac minuta, disco tenuiter orbicu- lariterque reticulato praeditum. Elytra abdomiuis segmentum secundum attingentia, basi lata, dehiscentia, ápice singulatim rotundata. Segmentum quintum abdominale late profundeque emargi- natum. Patria: La Rioja, prima generis Methiae Argentina s pedes. 21 Creo que esta especie corresponde al género Methia Ne\vm.} conocido hasta ahora solamente de Centro y Norte América. El ejemplar típico me fué amablemente cedido por el doctor Stuart M. Penning- ton, quien lo recibió a su vez del doctor Giacomelli, de La Rioja (Ih Exceptuando la confor- mación de los élitros, su se- mejanza con ciertas espe- cies del grupo de los Oe- inini, me ayudó a llegar al de los Methiini, precisa- mente mal ubicado en los Genera de Lacordaire, cuya obra me servía de guía; quizás ni habría razón en separar estos últimos de los Oemini, como lo hizo presente el autor del Co- Icopterorum Catalogáis , 1912, p. 38, nota. La nueva especie es muy próxima de Methia ar izo nica Schaeffer. De un pardo negruzco, los élitros flavo-testáceos, en el ápice ahumados. La frente y los escapos son rojizos; las an- tenas obscuras en la base y hacia el ápice amarillentas; los trocánteres son flavos. Todo el coleóptero está cubierto de una pubescencia pá. lida, muy tenue y corta sobre los élitros, algo más rala sobre la cabeza y el pronoto, más abundante en la parte inferior y las patas; las tibias posteriores son del lado interno densa- mente pilosas. La cabeza es fuertemente punteada, los puntos son gruesos so- bre la frente y tubérculos antenales, algo más pequeños y más se- parados sobre el vértice y cuello ; la garganta es lisa, no punteada. (!) I'or las dudas que abrigaba sobre la procedencia exacta de este longicornio escribí al doctor Giacotnellii quien me informó que éste es con seguridad de la provin- cia de La Rioja. Fig. 7. — Methia argentina lirucli (7 veces aumentada) Las antenas tienen dos veces el largo del cuerpo ; el ar- tículo 2.0 es bien visible; el escapo es como una cuarta parte más corto que el 3.° artículo, y éste algo más corto que los cinco artículos subsiguientes, pero tan largo como los tres terminales. Los ojos son profundamente escotados, sus lóbulos unidos solamente por unas cuantas fosetas; los superiores muy aproxima- dos, los inferiores separados, más o menos como su diámetro ver- tical. U11 surco longitudinal corre desde la frente hasta el cuello. Las mandíbulas son robustas, triangulares; las maxilas y el la- bio, como sus correspondientes palpos, muy pequeños, casi ocultos. El protórax es subcilíndrico, tan ancho como largo, en los lados poco redondeado, notándose una leve impresión delante i Palpo maxilar; la labio y palpo; ib mandíbula de .)/. argentina. — 2 Palpo maxilar de Oeme ech i no sea p u s Goun. del escudete y de cada lado otra más débil; toda la superficie es fina y rugosamente punteada, sobre el dorso se observan mallas redondas, poco destacadas. Los élitros llegan hasta el 2.0 segmento del abdomen, son anchos en la base, moderadamente estrechados hacia el ápice y allí separadamente redondeados; sus bordes, el marginal e interno, son ligeramente ribeteados y sobre el disco hay trazos de cuatro costillas abreviadas. El quinto segmento del abdomen es ancha y profundamen- te escotado, como el pigidio densamente pubescente. La pilosidad del lado interno de las tibias es abundante, amarillo aleonada. El primer artículo de los tarsos posteriores es tan largo como el cuarto, pero más largo que los dos ar- tículos intermedios reunidos. — 23 — Parepimelitta n. gen. Gcu us Ei’IMKUTTar Bates ncc non Phygopodae Tilomas affi.no ; ab ut roque o culis ut ñusque sexus eximio separatis, anten- narum fabrica , callositat/bns prothoracis, elytris metathoracein non suferantibus, fono ribas fe dúo medianorum posteriora mijar Ion ge pedan cu hit is atqne abdomine femores posteriores nonn ¿hit superante rece d en s. Vecino de los géneros Epimelitta Bates (= Chatis Newm.) y Phvgopoda Thoms. Difiere de éstos por los ojos bien separados, el protórax con callosidades y por los élitros que son muy cortos, no más largos que el metatórax; los fémures de las patas medianas y posteriores no sobresalen el abdomen. La cabeza es corta detrás de los ojos, hacia adelante poco prolongada; la frente ancha, plana e inclinada. Las antenas sobresalen a la mitad del abdomen, son engro- sadas hacia el ápice donde sus artículos son cilindricos, nin- guno de ellos dentado; los artículos son desiguales en largura, el 3-c es apenas más largo que el 6.°. Los ojos son separados, bastante escotados; su lóbulo ante- rior es amplio y subtriangular. El protórax es subeilíndrieo, más largo que ancho, algo más angosto adelante que atrás, lleno de callosidades. Escudete semicircular. Los élitros son muy cortos, dehiscentes, estrechados en su mitad posterior y no sobresalen al metatórax. El metatórax es amplio, surcado en el medio. El proceso prosternal es dilatado en el ápice; el mesosternal ancho, de costados paralelos, impreso en la base y termina en dos lóbulos destacados. Los fémures medianos, sobre todo los posteriores, son lar- gamente pedunculados, paulatinamente engrosados en forma de maza; estos últimos alcanzan solamente la extremidad del 4.0 seg- mento abdominal. Las tibias tienen el largo de sus correspondien- tes fémures, son ligeramente hinchados hacia el ápice. El primer artículo de los tarsos es tan largo como los demás juntos; los tar- sos tienen solamente el 3.0 artículo por debajo esponjoso-piloso. El abdomen es poco estrechado adelante y hacia atrás no- tablemente atenuado. — 24 P. Gounellei n. sp. I.ong. 15 mili. Subopaca, mgra; abdomine, vietapleuris, ante ¡mis ( scapo excepto) ct pedibus plus miuusve rubescentibus, pedunculis femorum me dia- no ruin posterioruvique ac parte tibiarum intermedia rubris; vitta pallida flavescente apicem octavi ar ti culi, totum articulum nonum et basin sequentis obtegente; vitta altera duostertios apicales articula pnmi atque articulum secundum totum tarsorum posteriorum ves- tiente donata Ejusdem superficies grosse irregulariterque punctala, pubescen- tía tenui canescente dispersa praedicta ; scutellum etiam flavo- pubescens ; macula pilosa flavens ad apicem niela pleurarum nec non ad abdominis latera observatur. Longicornio subopaco, negro, con el abdomen, las meta- pleuras, antenas (escapo excepto) y las patas con los tarsos más o menos rojizas; el pedúnculo de los fémures intermedios y posteriores lo mismo que las tibias en el medio rubros. Las antenas ostentan una faja amarilla pálida que ocupa todo el 9.0 artículo, el ápice del precedente y la base del io.°; en los tarsos posteriores, los dos tercios apicales del i.° artículo y todo el segundo son también amarillos. Toda la superficie (abdomen excepto) es grosera e irregu- larmente punteada, cubierta dispersamente de pelos finos y blan- quecinas. Sobre la punta de las metapleuras hay una mancha de pelos amarillos, que forman también una estrecha banda sobre los costados anteriores del abdomen y cubren todo el escudete. La cabeza es fuertemente punteada; los puntos son disper- sos y faltan en el medio de la frente; en el vértice son apre- tados, gruesos y entreverados con arrugas en las mejillas y la garganta. Entre las antenas se distingue una línea fina y una impresión entre los mismos tubérculos antenales. El labio es bilobado. Los palpos labiales y maxilares tienen el artículo terminal obcónico, truncado en el ápice. Las antenas tienen el escapo corto y grueso, bastante ar- queado y dispersamente punteado; los artículos básales son p¡- lígeros, los apicales finamente pubescentes. El protórax presenta callosidades, de las cuales una me- — 25 — diana alargada más prominente y otras laterales entre gruesos puntos y arrugas irregulares. Los élitros llevan grandes puntos impresos que son más apretados en la base y faltan casi en las impresiones oblicuas !:ip. — /yarr/>intcli//a Cionnellri Hruch (4 veces aumentado) al lado, cabeza, labio, inaxila y pedio y sobre el ribete que circunda su borde marginal y sutural. K1 pro y mesosterno, lo mismo la pleuras son fuertemente punteados. El metasterno tiene gruesos puntos en los costados V adelante, otros más diseminados mezclados con muy finos que cubren toda la superficie. Las alas son obscuras, parduscas. El abdomen es muy finamente reticulado y pubescente; tiene puntos pilígeros aislados, algo más gruesos en el primer segmento. Los fémures llevan finos pelos destacados y otros muy te- — 26 — núes apretados; la pubescencia de las tibias es corta y oblicua. Conservo aún tres ejemplares de los que recogí en Puerto Blest y Lago Lacar en 1898. Por las bandas amarillas de las antenas y de los tarsos posteriores recuerda este longicornio a las dos especies de Platynoeera (= Stenorho palas) que encontré también en los mismos lugares. Lo dedico a la memoria de mi malogrado colega y amigo O O y o Kmile Gounelle. Pasiphyle auricollis n. sp. í.ung. 9 mili. Nigra; bas/s tarsorum postor ¿orum vitta rubra nótala; pu- bescen tía ad pronotum long/uscitla confería, ad caput atque ad ely- tras brevior et n/inus densa, tola au reo-flava ; pubescentia autcin partís corporís inferae densa et alineante; puuctualio eapi/is, pro- no// nec non elytrarum grossa et crebra. Abrigo cierta duda en cuanto la posi- ción sistemática de esta especie, colocán- dola provisoriamente entre el género Pasi- phyle Thoms., no obstante de haberme aconsejado Gounelle la formación de un Esta pequeña especie es negra, sola- mente los tarsos posteriores son en la base rojos. El pronoto está cubierto por una pubescencia tupida, arremolineada, de un lindo amarillo de oro, la cual es corta y esparcida sobre la cabeza y los élitros, blan- quecina y apretada en la parte inferior; la pubescencia sobre las antenas y patas es ne- gruzca. La cabeza, pronoto y élitros llevan una puntuación bastante gruesa y densa. La cabeza tiene los puntos más gran- des sobre el vértice y cuello; está bastante alargada hacia atrás, termina en rostro no muy largo, entre las antenas y los ojos está ligeramente impresa. Los ojos son profundamente escota- dos, no muy aproximados. Las antenas llegan hasta la mitad del abdomen, son algo engrosados hacia el ápice, cilindricos y no dentados; el 3.0 artículo es el más largo; el escapo es punteado y alcanz apenas el pronoto. El pronoto es subcilíndrico, poco más largo que ancho, ape- nas estrechado adelante, con un ligero dilatamiento lateral ante- basal y está desprovisto de callosidades. El escudete es semicircular, transversal. Los élitros son muy cortos, cuneiformes; no sobresalen por el metatórax; su borde sutural es largamente recortado desde la base, sus ángulos apicales externos son redondeados. Los humeros son bien destacados, formando un corto margen pleu- ral; a su lado interno se nota una breve impresión basal. Por la pubescencia tenue y dispersa, adquieren los élitros un tinte verdoso. El prosterno y la garganta son groseramente punteados y arrugados. El abdomen y metatórax son densamente pun- teados v rugosos, los puntos más gruesos sobre los costados de este último. Til proceso prosterna! es bastante ancho, algo di- latado en el ápice; el proceso mesosternal es amplio, transver- sal, en la base dos veces más ancho que largo. Las alas son negruzcas. Las patas anteriores y medianas son proporcionales al cuerpo del insecto, los fémures medianos largamente pedunculados. Las patas posteriores son muy largas. Los fémures sobresalen por el abdomen, son largamente pedunculados terminando en maza muy gruesa; las tibias son algo arqueadas en la base e hincha- das hacia el ápice. Los tarsos nosteriores son también muy desarrollados, su primer artículo es más largo que los demás reunidos. Fémures y tibias tienen la superficie subreticulada, transversalmente arrugada. Las patas llevan una pilosidad obli- cua, más notable en la extremidad de las tibias y en los tarsos- estos últimos tienen solamente el 3.0 artículo por debajo espon- joso-piloso. Los dos ejemplares de esta especie proceden de Metán, pro- vincia de Salta, y fueron coleccionados por el señor Luis Di- nelli; uno de ellos quedó en la colección de Gounelle. MITOLOGÍA S U D A M E I< I C AN A. I EL DILUVIO SEGÚN LOS ARAUCANOS DE LA PAMPA POR R. Leu m an n - Nitsche ./ Car /os J. Sil /as, amistosa mr uto , rl autor. i nt ROnrceiÓN El alto interés que las tradiciones autóctonas, respecto al origen del mundo y respecto a las épocas míticas, han des- pertado y despertarán entre los intelectuales que se dedican al estudio del alma primitiva, justifica lo suficiente la publi- cación especial de un breve texto que hemos conseguido, gra- cias a una de las tantas sorpresas agradables que a veces suelen interrumpir la labor monótona que representa el arre- glo de un material sistemáticamente recolectado. Era en una de las sesiones de la Junta de Historia y Numismática Ame- ricana, de Rueños Aires, que mi distinguido amigo, el conoci- do historiador y bibliógrafo doctor Carlos J. Salas, me obse- quiara con una «tradición ranquelina», apuntada en Chimpay (Gobernación del Río Negro), el 15 de enero de 1917, por el señor Dardo Romero, permitiéndome al mismo tiempo su pu- blicación si la creyera interesante. Dábame yo cuenta, inme- diatamente, del valor extraordinario que el relato del indio ranquelche ofrece no solamente para la mitología de las otras tribus araucanas, sino para la mitología sudamericana en ge- neral, y en vez de guardar el texto entre manuscritos inéditos, resolví entregarlo cuanto antes a la imprenta. — 29 — Respecto al grupo de los Araucanos que han conservado la leyenda, motivo de este trabajo, observo que se trata de los descendientes de los Ranquelche, popularizados por la célebre «Excursión a los indios Ranqueles» del general Lucio V. Man- silla, obra que goza de lama bien merecida y de la cual hay varias ediciones. Preferimos, sin embargo, la designación Ran- quclchc que mejor corresponde a los componentes araucanos: ranciil, carrizo, totora y che, gente; ranquelino, substantivo o adjetivo, es derivación moderna muy usada actualmente en el lenguaje poptdar castellano que se habla en la Pampa y la Patagonia setentrional. Chimpay, como oficialmente se escribe el nombre del paraje donde fué apuntado nuestro texto, sig- nifica, según la interpretación corriente: «Salida»’ e. d. la sali- da de una travesía a la derecha del Río Negro no muy lejos de Choclc-Choel (') y tal explicación corresponde a t hipan, «salir en general, partir de algún lugar» (1 2); Thipai o Chipai— salió, es pues, la forma correcta de aquel nombre geográfico que en boca española, fué cargado con una in para facilitar la pronunciación de la !h = ch. La designación : «Araucanos de la Pampa» que va en el título, necesita al fin una breve justificación. El paraje Chim- pay, por cierto, pertenece tanto a la Patagonia setentrional como a la Pampa, pero debo recordar que los Ranqueles, re- lacionados siempre con el centro araucano de Chile, se exten- dían principalmente en dirección hacia el Noreste e. d. la Pampa, y no hacia la Patagonia propiamente dicho. Muy poco, al fin, importa la aplicación de una u otra designación geo- gráfica, tratándose de comarcas, limítrofes entre las dos regio- nes indicadas. Transcribimos a continuación el texto que luego se analizará en el comentario: EL TEXTO DE CHIMPAY Antes la tierra era toda agua y los pobres indios tuvieron que re- fugiarse en las montañas para no morir de hambre. Llovía siempre con fuerza y era de noche. Y también en las montañas se refugiaron los avestruces, los (1) MlLANESIO, Etimología araucana, p. 17. Huenos Aires, 190. (2) I''fbrés, Calepino chileno-hispano , Lima 1765. Reimpresión de Juan M. Larsen, p. 244-245. Buenos Aires, 1882. peludos y los guanacos y así tuvo el indio de que alimentarse. Y como los indios tenían que pasar de un cerro a otro para buscar leña y el aire era negro, pidieron al sol que les alumbrara el camino durante la noche para no ahogarse en las lagunas que habían forma- do las lluvias [y que impidiera que los espíritus de los muertos malos entraran en el corral de los muertos], Y el sol mandó a su mujer la luna, que se fuera a los cielos y des- de allí alumbrara a los indios de la tierra, e impidiera que los espíri- tus de los muertos malos entraran en el coi ral de los muertos. Y como la luna se puso en camino durante la lluvia llevando e! fuego en sus manos, éste se enfrió en el camino y por eso la luna alumbra con luz fría y que no tiene calor. Y así los espíritus malos no pudieron entrar nunca en el corral de los muertos y quedaron errando en el aire. Y cuando las aguas bajaron, los indios se fueron a vivir en los campos donde hay pastizales y donde viven los avestruces 3' los gua- nacos. COMENTARIO COMPARATIVO RESPECTO A CIIII.E Empieza el mito a narrar un gran diluvio, producido a causa de lluvias continuadas, y sigue ocupándose de los dos astros tan importantes para la mitología, el sol y la luna. Como entre las leyendas araucanas ya hay antecedentes respecto a estos dos motivos, trataremos en seguida el primero, o sea: r. 1, diluvio En la famosa obra del padre Diego de Rosales, escrita al fin del siglo XVII y publicada en 1877 por benjamín Vicuña Mackenna, hallamos la narración más antigua y, al mismo tiempo, más completa sobre la creencia de los aborígenes de Chile res- pecto al diluvio. Parece que la edición del viejo códice no llegó a difundirse lo suficiente en el mundo científico, pues ninguno de los mitólogos que han dedicado al célebre motivo de la inundación, monografías especiales ( 1 ), conocen el libro de aquel historiador; sólo en los trabajos de los modernos autores chilenos, está mencionado o extractado con relativa frecuencia. (1) Andree, Die blutsngen. Jith uograph isch betrachtet. Braunschweig, 1891. Winternitz, Die Flutsagen des Altertums utid der Naturvolker . Afifteilutigen der An- th ropo logisch e n Gcse/lsr/iafi in lTien, XXI, p 30S 333- 1901. -- 3 1 Para nuestros fines, es imprescindible reproducir el texto tal cual lo relata Rosales: (J) Tienen muy creído que cuando salió el mar y anegó la tierra an- tiguamente sin saber cuándo (porque no tienen serie de tiempos ni cómputo de años), se escaparon algunos indios en las cimas de unos montes altos que se llaman Tenten, que los tienen por cosa sagrada. Y en todas las provincias hay algún Tenten o cerro de grande venera- ción, por tener creído que en él se salvaron sus antepasados de el dilu- vio general, 3' están a la mira para si hubiere otro diluvio, acogerse a él para escapar de el peligro, persuadidos deque en él tienen su sagra- do para la ocasión... Añaden a esto, que antes que sucediese el dilu- vio o salida de el mar que ellos imaginan, les avisó un hombre pobre y humilde, 3' que por serlo no hicieron caso de él... En la cumbre de cada uno de estos montes altos llamados Tenten, dicen que habita una culebra de el mismo nombre. . . 3’ que antes que saliese el mar, les dijo lo que había de suceder, 3r que se acogiesen al sagrado de aquel mon- te, que en él se librarían 3' él los ampararía. Mas que los indios no lo creyeron y trataron entre sí que si acaso sucediese la inundación que decía Tenten (-), unos se convertirían en ballenas, otros en peje espa- da, otros en lisas, otros en róbalos, otros en atunes 3' otros pescados ; que el Tenten les favorecería para eso: para que si saliesen derrepen- te las aguas y no pudiesen llegar a la cumbre de el monte, se quedasen nadando sobre ella transformados en peces... Fingen también que había otra culebra en la tierra y en los luga- res bajos llamada Caicai-Vilu, 3T otros dicen que en esos mismos cerros, y que ésta era enemiga de la otra culebra Tenten (1 * 3 4) y asimismo ene- miga de los hombres, y para acabarlos hizo salir el mar, y con su inundación quiso cubrir y anegar el cerro Tenten 3^ a la culebra de su nombre, y asimismo a los hombres que se acogiesen a su amparo 3- trepasen a su cumbre. Y compitiendo las dos culebras Tenten y Caicai, ésta hacía subir el mar y aquélla hacía levantar el cerro de la tierra 3- sobrepujar al mar tanto cuanto se levantaban sus aguas (*). Y que lo que sucedió a los indios cuando el mar comenzó a salir y inundar la tierra, filé que todos a gran prisa se acogieron al Tenten, subiendo a porfía a lo alto y llevando cada uno consigo sus hijos 3' mujeres, 3’ la co- (1) Rosales, Historia general de el reyno de Chile, edición Benjamín Vicuña Mackenna, I, p. 4-6. Valparaíso, 1677. I.a parte que nos interesa, también está reproducida, aunque con omisiones (com- párese página 3 r , primera linca) en: Medina, /.os aborígenes de Chile, pág. ?9-3t. Santia go, 18S1. — Según este libro, la leyenda del diluvio, abreviada y arreglada, fué insertada por Alberto del Solar en su Huincahual, narración araucana , pág. 64-67. París. 1888. No sabemos en qué se basa el novelista cuando atribuye la causa de aquel diluvio a una lluvia copiosísima que cayó sobre la tierra en torrentes y no cesó durante lunas enteras. (a) Tenten se llamó entonces aquel hombre «pobre y humilde»; la narración espa- ñola, en muchos detalles de su estilo reproduce el original araucano — Nota de R. I.. N. (3) Resulta, pues, que aquel hombre «pobre y humilde», de nombre Tenten, era una culebra así llamada que se había trocado en hombre al presentarse a los indios.— Nota de R. I,. N. (4) Motivo del «cerro creciente». — Nota de R. I,. N. mida que con la prisa y la turbación podían cargar. Y a unos les alcanzaba el agua a la raíz de el monte y a otros al medio, siendo muy pocos los que llegaron a salvarse a la cumbre. Y a los que alcanzó el agua, les sucedió como lo habían trazado, que se convirtieron en peces y se con- servaron nadando en las aguas, unos transformados en ballenas, otros en lisas, otros en róbalos, otros en atunes y otros en diferentes peces. Y de estas transformaciones, fingieron algunas en peñas, diciendo: que porque no los llevasen las corrientes de las aguas, se habían muchos convertido en peñas por su voluntad y con ayuda deelTenten. Y en confirmación de esto muestran en Chiloé una peña (pie tiene figura de mujer con sus hijos a cuestas y otros a los lados, (pie el autor de la naturaleza la crió de aquella forma que parece mujer con sus hijos. Y tienen muy creído que aquella mujer en el diluvio, no pudiendo llegar a la cumbre de el Tenten, le pidió transformarse en piedra con sus hijos porque no la llevasen las corrientes, y que hasta ahora se quedó allí convertida en piedra. Y de los que se transformaron en peces, dicen (pie pasada la inundación o diluvio, salían de el mar a comunicar con las mujeres que iban a pescar o coger mariscos, y particularmente acari- ciaban a las doncellas, engendrando hijos en ellas ; y que de ahí pro- ceden los linajes que hay entre ellos de indios que tienen nombres de peces, porque muchos linajes llevan nombres de ballenas, lobos mari- nos, lisas y otros peces ('). Y ayúdalos a creer (pie sus antepasados se transformaron en peces, el haber visto en estas costas de el mar de Chile, en muchas ocasiones, sirenas que han salido a las playas con rostro y pechos de mujer y algunas con hijos en los brazos. » Asentadas estas fingidas transformaciones y soñado diluvio, queda la dificultad de cómo se conservaron los hombres y los animales ; a lo cual dicen : que los animales tuvieron más instinto que los hombres, y que conociendo mejor los tiempos y las mudanzas, y (pie conociendo la inun- dación general, se subieron con presteza al Tenten y se escaparon délas aguas en su cumbre, llegando a ella más presto que los hombres (pie por incrédulos fueron pocos los que se salvaron en la cumbre de el Tenten. Y que de éstos murieron, los más, abrasados de el sol. Por- que como fingen que las dos culebras, Cacai y Tenten, eran enemigas, y que Cacai hizo salir las aguas de el mar para que, sobrepujando a los montes, anegasen a los hombres y al monte Tenten y a su culebra (pie los favorecía, y que Tenten, para mostrar su poder y que ni el mar le podía inundar ni sobrepujar con sus aguas, se iba suspendiendo y levantando sobre ellas. Y que en esta competencia la una culebra que era el Demonio, diciendo caí caí hacía crecer más y más las aguas, y de allí tomó el nombre de Caicai. Y la otra culebra, que era como cosa divina, que amparaba a los hombres y a los animales en lo alto de su monte, diciendo ten ten (-), hacía que el monte se suspendiese (1) Rasgos característicos del totemismo.— Nota de K I,. X. ( 2 ) Caí caí, respectivamente ten ten, son entonces, según la fonética araucana, las transcripciones del grito característico de cada víbora. I.os zoólogos modernos no están de acuerdo respecto a los sonidos producidos o no por los ofidios ; en la creencia popu- lar, seguramente hay mucha exageración, por otrapaite.es error considerar les ofidios como mudos. — Nota de K. I,. N. — 33 — sobre las aguas (*), y en esta porfia subió tanto que llegó hasta el sol. Los hombres que estaban en el Tenten, se abrasaban con sus ardores, aunque se cubrían con callanas y tiestos, la fuerza de el sol, por estar tan cercanos a él, les quitó a muchos la vida y peló a otros, y de ahí dicen que proceden los calvos. Y que íntimamente el hambre los apretó de suerte que se comían unos a otros. Y solamente atendieron a conservar algunos animales de cada especie para que multiplicasen» 3r algunas semillas para sembrar. En el número de los hombres que se conservaron en el diluvio, hay entre los indios de Chile grande vaiiedad, que no puede faltar en- tre tantos desvarios. Porque unos dicen que se conservaron en el Tenten dos hombres y dos mujeres con sus hijos. Otros, que un hom- bre solo 3' una mujer a quienes llaman Llituche, que quiere decir en su lengua principio de la generación de los hombres (2 3), sean dos, o cuatro con sus hijos. A éstos les dijo el Tenten que para aplacar su enojo (-1) y el de Caicai, señor del mar, que sacrificasen uno de sus hijos, y descuartizándole en cuatro (4) partes, las echasen al mar para que las comiesen los re3Tes de los peces y las sirenas, y se serenase el mar. Y que haciéndolo así, se fueron disminuyendo las aguas 3r vol- viendo a bajar el mar. Y al paso que las aguas iban bajando, a ese paso iba también bajando el monte Tenten hasta que se asentó en su propio lugar (5 6), Y diciendo entonces la culebra: ten ten, quedaron ella y el monte con ese nombre de Tenten, célebre 3' de grande religión entre los indios. Extractos de la misma leyenda se hallan en las obras de otros antiguos cronistas que escribieron sobre la historia de Chile, y también en los trabajos lingüísticos de aquella época, va intercalada una que otra breve noticia al respecto. Para completar nuestro estudio, reproducimos todos esos párrafos, más o menos en orden cronológico, pues por más cortos que sean, comprueban por lo menos el interés que la leyenda di- luvial de los Araucanos despertara en el mundo intelectual de aquel entonces. Escribe el padre Pedro deCórdoba y Figueroalo siguiente (1) No está bien claro si se trata del motivo del «cerro creciente» o del «cerro flo- tante», ver más adelante — Nota de R. I ,. N. (2) Ehrri-'S (obra citada, p. 141) escribe: « llifn, el principio y comienzo de cualquier cosa; l/i/nn, principiar (activo y neutro).» -- Nota de K. I„ N. (3) La leyenda no explica el enojo de Tenten que lia de ser el «señor de la monta- ña», enemigo de Caicai, señor del mar.— Nota de R. N. (4) «Cuatro es el número sagrado de los mapuches lo mismo (pie de muchas otra tribus americanas» — Nota de R. Lenz al ocuparse del texto de Rosales ( Tradiciones , etc., p. 17, ver más adelante). (5) Esta frase se refiere al motivo del « cerro flotante », ver las notas 4, página 31 y 1, página 33 — Notas de R. L. N. (6) Córdoba v Eiouf.ro A, Historia de Chile [c. 1740-1745). Colección de historiadores de Chile v documentos relativos a la historia nacional, II, p. 26-27. Santiago de Chile, 1862. — 34 — «Tenían noticia del universal diluvio, bien que adulterada con ridiculas circunstancias, como el que ciertos montes a quienes llaman Thcgtheg (‘), que el día de hoy aun los mencionan, crecían excediendo siempre a las aguas, y que en ellos se libraron algunos, de los cuales se había multiplicarlo el linaje humano». El padre Miguel de Olivares es más explícito cuando dice : «lis particular superstición y muy circunstanciada la que tienen en tiempo de temblores grandes: luego que ha pasado la mayor violencia del movimiento, se aperciben hombres y mujeres de cosas de comer y de platos grandes en la cabeza, y cargando con sus hijuelos y su pobre ajuar se encaminan al monte más cercano de los que llaman Tenten, que son los que tienen tres puntas que van en declinación hasta lo más bajo de la llanura, y sólo puestos en su cima se dan por seguros. Dan la razón de este hecho, diciendo : que en semejantes terremotos como sale el mar algunas cuadras fuera, así es de temer que inunde toda la tierra, según tienen por tradición que sucedió en tiempos de mucha antigüedad. Que este Tenten, tiene la buena cualidad de sobre- nadar las aguas, y que puestas sobre él con sus alimentos se manten- drán el tiempo que durare la inundación. Más preguntando por los platos, dicen con grande aseveración que pueden subir tanto las aguas y el Tenten sobre ellas que lleguen hasta el mismo globo del sol, en cuyo caso aquel plato que llevan en la cabeza, los defenderá para no abrasarse. Lo más admirable de su simplicidad es que aquellos platos no son de barro ni de metal, sino de madera, y con todo eso los juz- gan exentos de los incendios de aquel astro fogoso!» ( j U) A pronunciarse Jheug iheng, e. d. con n nasal como en la palabra francesa bátan , etc. Este sonido, en los antiguos documentos iué impreso con la letra j,', generalmente de un tipo distinto. Más adelante, al reproducir los antiguos textos, hemos reemplazado la¿' respectiva con los consonantes^. Esa palabra araucana adquirió carta de ciudadanía en el idioma de los Patagones y también en el lenguaje popular castellano que se habla en 1‘atagonia , pero no redupli- cada sino simplificada en chenque con lo cual se designa una tumba indígena situada en la cumbre délos cerros altos y construida de piedras amontonadas en círculo.- Nota de K. E. N. (2) OLIVARES, Historia militar, civil y sagrada de Chile [mitad del siglo XVIIJ]. Colec- ción de historiadores de Chile y documentos > día i ¿vos a la historia nacional , VI, p. 53. San- tiago, 1804. (i) El origen de esta leyenda se refiere, pues, a ia época en la cual el sol filé con- siderado persona como en el texto de Chimpay; los platos llevados a la cabeza, 110 tenían, pues, otro objeto que transportar los víveres. Como en lodos los textos chilenos, el sol ya no es más antropomorfizado sino considerado como loque es realmente o sea foco del calor, la mente de los aborígenes buscó relacionar esta modernización de ideas primitivas, con uno que otro detalle de la tradición, en el presente caso, ese de los platos, sin tomar en consideración que eran de material inflamable, pues los platos y utensilios de cocina fueron fabricados y lo están hoy en día todavía, por los Arauca- nos, casi únicamente de madera. I,os textos modernos han adaptado, sin embargo, aquella clase de vianda a los rayos solares, reemplazando aquellos platos de made- ra por ollas de greda (ver nota 3, página 41); ver también nota 2, página 36. — Nora DE K L. N. — 35 — Los conocidos gramáticos padres Bernardo Havestadt y An- tonio Pebres, intercalan en sus obras, fragmentos de la leyen- da diluvial en la siguiente forma: «Algunos miles de años lia, diz que los ríos tuvieron una grande avenida, los mares también vinieron a salir para tierra adentro, con esto fué subiendo el agua sobre la tierra, sobre los árboles grandes, sobre los cerros, y de esta suerte se ahogó toda la gente en todo el mundo, ocho sólo se libraron, cuatro hombres y cuatro mujeres, en un cerro llamado Thengtheng; éstos engendraron todos los otros hom- bres...» (’) iChengcheng o Thengtheng , unos cerros donde dicen se escaparon del Diluvio aquellos de quienes descienden». « Thengtheng o Chengcheng, unos cerros, en donde dicen se escaparon del Diluvio SUS antepasados; hiñe non tierno montes Armenias interpreta- tns est.t (1 2 3) «Montes in quibus Majores suos, aiunt, diluvium evasisse, teng- teng .» (■’) Más amplio es el texto que el abate Juan Ignacio Molina publicó ya al fin del siglo XVIII en su Saggio sobre la histo- ria de Chile, obra que alcanzó bastante circulación en Europa; por consiguiente, la leyenda araucana del diluvio cuando es tratada por autores europeos, p. ej. por Andree y Winternitz (cuyos trabajos ya fueron citados), está extractada del libro de (1) FEBRÉS, Arte de la lengua general del reyno de Chile..., No. 268. Lima, 1765. — Reimpresión dejuan M. I.arsen, Buenos Aires, 1884. El texto continúa como sigue: «Ast fué; se fué esparciendo Ingente por toda la tierra, y llegó a esta tierra, asf se volvió a llenar de gente. Después que pasaron muchísimos años, estando bien poblado Chile, diz que apareció un hombre blanco, llamado Thomé, que tenía su porte, su cara y sus cabellos parecidos a estos españoles que ahora están; diz que dijo, muchas bue- nas noticia?; os traigo, es a saber, cosas del cielo: hay un grande señor que todo lo sabe, todo poderoso, señor del cielo y señor de la tierra, que todo lo gobierna, el cual crió el sol, la luna y las estrellas, y a nosotros nos crió también en la tierra, todas estas noticias vino a dar, y otras grandes cosas anduvo contando por esta tierra ; llegó, dicen también, a tierra de tico, hacia la ciudad de Mendoza, para dar a toda esa gente las noticias que traía ; pero éstos no hicieron caso, no quisieron, dicen, dar oído a es- tas cosas; por esta causa vengan acá las zorras, hubo de decir ese hombre que vino, o sea español; ya que no quieren oir los hombres, vengan a oir las zorras, los leones, los guanacos, los otros animales; entonces (¡qué grande maravilla vió esa gente!) vi- nieron a estar oyendo las zorras, los leones, los lagartos y otros animales, vinieron a estar sobre una grande piedra, y en ella dejaron sus huellas, y ese español dejó pues- tas sus pisadas en la piedra, y todavía se ven ahora». Hemos reproducido el largo párrafo pues su principio recuerda bastante la tradición peruana de Viracocha. (2) FEBRÉS, Catepino chileno-hispana , etc., p. 1 7 , 741. (3) I T AVESTADT, ' h ilidnngu sive res ch ¿¡cuses . . 1 1 7 77] • Reimpresión de Julio Platzman, N'o. 492. I.ipsiae, 18S3. 36 — Molina; hace algunos años, el infatigable historiador chileno José Toribio Medina, a cuya labor tanto debe la ciencia uni- versal, ha intercalado en su Colección de historiadores de Chile, una traducción castellana de la cual copiamos los párrafos si- guientes (*): « Se conserva entre ellos la memoria de un gran diluvio, en el cual dicen que no se salvaron sino pocas personas, sobre un alto monte di- vidido en tres puntas, llamado Thengtheng , esto es, el tonante o el cente- llante, que tenía la virtud de fluctuar sobre las aguas. De aquí se infiere que este diluvio no vino sino después de alguna erupción volcánica, acompañada de grandes terremotos, y verosímilmente es muy diverso del noético. Efectivamente, siempre que la tierra se sacude con vigor, aquellos habitantes procuran refugiarse a los montes que tienen cuasi la misma figura, y por consecuencia, la misma propiedad de nadar; diciendo ser de temerse que después de un fuerte temblor salga el mar otra vez fuera e inunde toda la tierra. En estas ocasiones llevan con- sigo muchos víveres y platos de madera para preservarse la cabeza del calor, en el caso que el Tengtheng , elevado por las aguas, subiese hasta el sol. Peto cuando seles opone cpie para este objeto serían más acertados los platos de tierra que son menos sujetos a quemarse, dan una res- puesta que es también entre ellos muy común, esto es, que sus antece- sores lo hacían siempre así > Desde que los antiguos cronistas transmitieran el mito araucano respecto al diluvio, han pasado más de cien años hasta que el interés para tales cosas, renaciera en la patria de aquellos indígenas. Puede decirse que el doctor Rodolfo Lenz es el iniciador de una nueva era de investigaciones de esta índole, y aunque él mismo no logró conseguir versiones mo- dernas de la antigua tradición — hecha excepción de una breve observación que va más adelante — el empuje dado por sus Estudios araucanos, hizo notarse en estudios posteriores sobre el idioma y el folklore de los aborígenes chilenos. Respecto al diluvio, don Tomás Guevara, bien conocido por muchas obras sobre materia araucana, varias veces hace mención de la le- yenda respectiva. La primera vez, después de referirse breve- mente al texto de Rosales, escribe (:i): (1) Molina, Compendio de la historia civil del reino de Chile .. II. Colección de histo- riadores de C iiile y documentos relativos a la historia nacional , XXVI, p. 174. Santiago de Chile, 1901. (2) Ver la nota 3 de la página y nota t de la págmu.ji. Los « untecesorcs lo hacían siempre así», ¡por que no tenían otra clase de platos ! — Nota de R. L .N. (3) Guevara, Historia di la civilización de Araucania , I, p. 89. Santiago de Chi- le, 1898. - 37 - < Al presente, los indios conservan aún esta tradición y todavía creen que algunas rocas salientes de los cerros y llanos, huitralcura j1), son los cuerpos petrificados de los antiguos. Conservan también algu- nas alturas la denominación de Tenten o Tretitren , como una en Los Sauces, departamento de Angol, de 606 metros sobre el mar, y otras en las provincias de Cautín y Arauco (2).» Eu otra (le sus obras que trata especialmente de la parte psicológica de los Araucanos, el mismo autor escribe: (3) € Las leyendas del mapuche acerca la cosmogonía parecen inven- tadas para distraer a los niños. Conservan la relativa al diluvio, y hasta no hace muchos años huían en los temblores a guarecerse a la cumbre de los cerros altos, trentren. Sobre la creación del hombre no conseivan leyenda alguna; sólo daban antes el nombre de i>eñi epatun a los prime- ros habitantes de la tierra ai ancana, sin saber quienes eran ni de donde vinieron. < Los animales salieron del interior de los cerros del Este, los Andes. « El temblor era un toro colosal que sacudía las espaldas debajo de la tierra. « Todas las antiguas ideas cosmogónicas han sido reemplazadas hoy por la acción de Ngiíncchen , espíritu director del mundo araucano : las múltiples manifestaciones de la naturaleza, vientos, conmociones terres- tres, lluvias, tempestades, se deben a su voluntad.» En el penúltimo libro de Guevara, al fin, no hay más que el dato siguiente: (4) « Los viejos no han olvidado la leyenda del diluvio, de unos cerros muy altos llamados Trentren , donde se salvaron muy pocas personas de las aguas que cubrieron el territorio... Los jóvenes no poseen noción alguna sobre estas tradiciones. » En sus Estudios sobre la lengua veliche, el dialecto más aus- tral del idioma araucano, Alejandro Cañas Pinochet (5) tam- (1) II nitral cura , de hura, piedra; huitml , probablemente de huitran , levantarse. — Nota de r i,. :í. (2) Francisco J. Cavada, dice que cerca de Castro hay un cerro de nombre Tenten, que, como su homónimo en la isla Tancolón, de grupo de las Chanques, encierra una tradición, de origen indígena, y después de citar los párrafos de Guevara, arriba re- producidos, agrega : «Al occidente d* la Isla [de ChiloéJ existe también el cerro Caicay, del vocablo cay que significa «señor del mar» y que... era el nombre de la culebra autora de la inundación de (pie habla ¡a leyenda y cuyo silbido anuncia las salidas de mar o los diluvios.» ( Cavada, Chiloé y los chitóles... Revista chilena de histeria y geografía, III, p. 446, 1912 = Revista de folklore chileno , V, p. 89, 1914.) (3) Guevara, Psicología del pueblo araucano , p. 326. Santiago de Chile, 1908. (4) Guevara, Las últimas familias y costumbres araucanas , p, 276. Santiago de Chile, 1913. (5) Cañas Pinochet, Estudios de la lengua veliche. Trabajos del cuarto Congreso científico \latino americano) ( f.o pan- americano) , celebrado en San'iago de Chile del 25 de Diciembre de 1908 al 5 de Enero de 1909 , XI ( = 3, I ), p. 755, 326. - 33 bién menciona el Cai-cai (*) ) el Tren-tren y dice respecto al «Cay», que es (según la creencia actual de los indios) el «Señor o Dios del mar. Ks el Cay Cay de Rosales y de otros cronistas que suponen una culebra autora del desbordamiento del mar que causó el diluvio, inundó las tierras bajas y ahogó a los hombres que no alcanzaron a refugiarse en los Trren Trren . » Cita en seguida nombres geográficos compuestos con la designación de aquel reptil, a saber: Cay- Cay-Vilu, lugarejo de Sauzal, en el departamento de Cauquenes; vilu = víbora. Caymacahnin, lugarejo en Rere; cay, el dios del mar; vía, por fa, este, esto, esta, aquí; cahuín, reunión, reunión bullicio- sa o simplemente bullicio; Cay-maco ; cay, ma, ver arriba; co, agua; Caypulli, en Valdivia; pulli, alma, espíritu; Caycura, en Osorno; cura, piedra; Licay; Un, según Cañas Pinochet, altura, cerro, cueva; Cay Un, isla de Chiloé, ídem. El Trren-Trren (como escribe Cañas Pinochet), también sirve a formar nombres geográficos: «Son conocidos esos em- pinados cerros con el nombre de Ten-Ten; y los hemos visto en Ñame (departamento de Cauquenes), cerca de Castro; en Puerto Montt, en Río Bueno, inmediato al pueblo de Arauco, en las islas Chauques en Chiloé y en la tercera subdelegación del departamento de Lebu, llamado Antilhue. » No obstante de que algunos autores lian asegurado que hoy en día, la leyenda de aquel diluvio es desconocida a los indí- genas, hay textos modernos relacionados con este tema. Tomás Guevara publicó uno en 190? (* 2 3 4), agregándole más tarde el original araucano (;i), a base del cual, R. Eenz (') dió en 1912 una versión castellana más literal. Según las fuentes indicadas, la narración del indio Nahuel Huinca puede reproducirse en la forma siguiente: (1; Cañas Pinochet cree cine cay tiene relación con el idioma quichua donde «significa el Ser Supremo, Dios. I{s el infinito de cani que significa ser: se compone con nombres, sustantivos, adjetivos y participios », etc. Dejamos constancia, que para los araucanos, caí caí es el grito de un ofídeo (como or cr él del cerdo, uárr uárr él del zorro, etc., según nues- tras investigaciones ) y nada tiene que ver con una forma verbal . (2) Guevara, Psicología, etc. p. 335-336 (3) Guevara, Folklore araucano.. ., p. 105-106. Santiago de Chile, *911. (4) I.KNZ, Tradiciones e ideas de los Araucanos acerca de los terremotos . Anales de la Univer- sidad de Chile, CXXX, p. 763-764 ; tiraje aparte p. 10-n. Santiago de Chile, 1912. — 39 — Naluiel Huinca era joven todavía en el tiempo del terremoto. Cuatro adivinos llamados Maripil, Paran, Ruquil y Paillal, anunciaron a los caciques un temblor que iba a durar seis días. Dijeron que de una la- guna iba a salir un caicai ( mito ) para juntarse con el llun-llun (') (animal forma de gato). Si se juntaban los dos, se acabaría el mundo. Así di- jeron los adivinos. Entonces los caciques hicieron un ngillatun (parlamento) en Pitan clio, a la orilla de la laguna fie la cual había de salir el cai caí. Mataron borregas negras, y a un mapuche llamado Antío lo mataron con lanza y le dijeron que no dejara pasar al cai cai. El cuerpo del muerto fue echado a la laguna. Al cuarto día del temblor sintieron como un remolino de viento desde la laguna donde el caí cai había de salir. Era en efecto el cai cai. Ee ti- raron el lazo y lo atajaron entre todos con lanzas y lo hicieron volver a la laguna. Entonces ya no tembló más. La tradición, sin embargo, ya empieza a desfigurarse entre los mismos indios, pues uno de ellos describió a T Guevara el cai cai, en vez de víbora, como cuadrúpedo acuá- tico: (1 2) <¡ Cai cai es un animal que tiene la forma de un caballo recién nacido. Le arrastra la melena. Vive como el Llul llul en el agua. » Otro de los textos modernos relacionados con la antigua leyenda del diluvio, se debe al capuchino bávaro Fray Félix José de Augusta quien lo publicó en original mapuche y tra- ducción castellana, como capítulo de sus importantísimas Lec- turas araucanas. Como a nosotros sólo interesa la parte mito- lógica del «cuento », lo relatamos a base de la versión española que hemos modificado y pulido para facilitar su lectura; helo aquí «la visión de una machi [curandera]»: (3) (1) según l'‘ray Félix José de Augusta ( Lecturas araucanas... p. 236. Valdivia, igio el « señor del mar » o ngucnlafqncn , es un gato merino ñullñull. « Dicen de él los indios que produce el ruido del mar, y que con cambiarse de un lugar a otro se oye este ruido en distintas direcciones. Do respetan y probablemente lo invocan para tener suerte en la pesca, y temen mucho matarlo o aprisionarlo, porque ’al que se atreve a hacerlo, le persigue el mar subiendo tras él en los riscos y se lo traga, si 110 deja su presa’. » I.a palabra Uun Ilnn o ñu/l ñull, está emparentada con lloclla , del idioma quichua, compárese el dato siguiente : «Hoy se dice en quechua Lloclla una, el diluvio; ya que Lloclla, es avenida torren- tosa, abundante; los vocabularios de Mossi y Holgufn, le dan la misma acepción...» ( Horacio A. Urteaga, en su comentario a la edición de Ckistórai. de Molina, Re- lación Re las fábulas y ritos de los Incas... Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú, I, p. 5, nota 5. Dima, 1916.) (2) Guevara, Psicología . etc., p. 324. (3) Augusta, Lecturas araucanas ( narraciones , costumbres, cuentos, canciones, etc.), p. 8-9, 268-269. Valdivia, 1910. — 40 «Así dijo la machi : Se me apareció un hombre pequeño, un extran- jero que había salido del medio del agua y subido al cielo. De allá bajó y conversó conmigo: « Yo pensaba cómo encontrarte; hoy te he encontrado y hablaré con- tigo. Ha de salir el mar; a los extranjeros mataré con agua; vosotros tendréis que sufrir inocentemente con ellos; son, pues, los extranjeros los que debo matar; los indígenas no tienen culpa; con los extranje- ros pues, acabaré. Diez y ocho días faltan para salir el mar. Kn todas partes, pues, dirás: Se ha hecho oir la serpiente Kaikai; una vez se ha hecho oir; si se hace oir otra vez, saldrá el mar.» K1 mismo indígena agregó como notas explicativas, lo si- guiente: «La serpiente Kaikai relincha cuando el mar ha de salir; ella está en la cima del cerro Trengtreng (■) y sube junto con él (-) al salir el mar. Como ella relincha y grita muy fuerte, se la oye en todas partes. «El cerro Trengtreng tiene cuatro patas y al salir el mar, sube; en- tonces queda unido con el cielo. El agua, pasados cuatro días, recala y vuelve a juntarse hasta que ya no hay agua; entonces baja otra vez el Trengtreng.» Al comparar el texto del Padre Diego de Rosales con el moderno recién reproducido, dice Fray Félix José de Augusta, que son algo diferentes, y continúa: «Mas de eso no se dedu- ce que dicha forma [la antigua] sea la primitiva y la nueva solamente la adulteración de aquella antigua, pues es muy po- sible que en la época del citado historiador, se contara el mismo mito con diversas variantes.» En su Diccionario araucano (1 2 3), nuestro autor condensa nuestra leyenda para los artículos kaikaifihi y treng treng , res- pectivamente, y termina el último con la observación, que al pie de los cerros llamados treng treng, los indígenas no sembraban. El último de los textos modernos se debe a la labor de Eulogio Robles Rodríguez, socio de la « Sociedad de folklore chileno», y dice como sigue (4) : (1) Se ve que 1a tradición ya empieza a confundirse ; en el Trengtreng^ vive la víbora de este nombre y no el ofidio acuático caicai. (2) Motivo del ccerro creciente*. — Notas deR. I,. N. (3) Augusta, Diccionario araucano-español y español araucano , 1, p. 73, 22S. Santiago de Chile, 1916. (4) Robles Rodríguez, Costumbres y creencias araucanas: C uillaiunes . Anales de la Uni- versidad de Chile¡ CXXVII, p. 166- 168 = Revista de la Sociedad de folklore chileno , I, p. 239-41. I9I'. — 41 « Hace mucho tiempo... hubo tina grande inundación. Un enor- me lagarto salió del centro de la tierra y gritó: Cai-Cai! La tie- rra se agrietó por muchas partes. Gruesos borbollones brotaron de esas grietas y llenaron de agua los campos. La gente se refugió en una altura llamada Tren- Tren. Con rapidez ascendieron también a ella toda clase de seres: leones, venados, pájaros y 'grandísima canti- dad de sabandijas’^). Cubierta la superficie de los campos, el nivel del agua se elevaba más y más. Empero no podía llegar a la cumbre del Tren-Tren que crecía en altura a medida del ascenso del agua. (’) Subía y subía el Tren-Tren y llegó tan arriba que casi tocó al sol. La temperatura se hizo insoportable. Tara refrescarse la gente se po- nía sobre sus cabezas, ollas de greda (1 2 3 4) llenas de agua. En la cumbre del Tren-Tren, espacio reducido, era peligroso moverse con tanta sa- bandija y 'tanta culebrería', según la gráfica y textual expresión de uno de nuestros informantes, y las mujeres tuvieron que amarrarse estrechamente las extremidades de sus vestidos para librar las piernas de las ofensas de esos bichos. Oyóse el grito: Tren-Tren!, y las aguas comenzaron a bajar, como a subir cuando se oyó el de: Cai-Cai! «Los indios celebraron entonces su primer guilla tun. Sacrificaron un niño huérfano para obtener la sangre que se empleó en la ceremo- nia. En pos de este sacrificio vino el de gallos y gallinas cuya sangre iban vertiendo en las aguas que se retiraban» Observa el señor Eulogio Robles Rodríguez, que solo tres indios relacionaban el mito de aquella gran inundación con el origen de los «guillatunes» o fiestas rogativas que describe en su monografía, y agrega una variante, oriunda de la costa de Arauco: «El agua no provino del seno de la tierra: filé una salida de mar. Precedió a su irrupción un animal que surgiendo de él, gritaba: hupe! hupe! Cuando se retiraron las aguas, el animal se fué mar adentro gritando: cai! cai! Era un monstruo con cuernos sin forma determina- da ('), del color de las aguas, y fué visto de costado en medio del oleaje. En la altura del Tren-Tren, los refugiados debían soportar si- lenciosos que culebras y lagartijas se pasearan libremente por su cue- llo y rostro y si proferían palabras, al momento quedaban convertidos en piedras. Al comienzo de la inundación, se vió un mapuche nave- gando en un bote a dos remos en el agua que invadía la tierra, y cuando bajó, el mismo indio se fué mar adentro perdiéndose de vista. Era el dueño de las aguas». (1) liste detille coincide con et texto de Cliimpay: «Y también en las montañas se refugiaron los avestruces, los peludos y los guanacos.» — Nota de R. t,. N. (2) Motivo del «cerro creciente.» — Nota de R I,. N. (3) Con el andar de los tiempos, los platos de madera fueron sustituidos por esas «ollas de greda», mejor adecuadas para resistir a los rayos solares; ver la nota 3, página 34 y nota 2, página 36. — Nota de R. I,. N. (4) Otm comprobante para la transformación paulatina de la leyenda. — Nota de R. L. N. — 42 — El primero de los dos textos publicados por E. Robles Ro- dríguez. va acompañado de la siguiente nota, firmada por el doctor Rodolfo Lenz : «He oído la misma leyenda a algunos indios de Ilicura (provincia de Arauco); pero cuando les pregunté de donde la sabían, me dijeron, con toda ingenuidad, que así se lo había contado un seño/ cura de Angol (!). No cabe duda de que la conservación de este mito se debe exclusiva- mente al hecho de que el Padre Rosales lo ha narrado en su Historia. Será difícil, sino imposible averiguar si existía realmente entre los mapuches» . . . Nosotros, al fin, al hacer investigaciones mitológicas entre los Araucanos de la Pampa que dieron por resultado un am- plio manuscrito de textos, inéditos todavía — hecha excepción de una que otra leyenda — , no hemos hallado rasgos de la tradición diluviana; de ella había quedado, como eco agoni- zante, el grito de una de las víboras: caí caí; así, explicóme Nahuelpi, grita la serpiente llamada filu en su idioma. La suposición del padre F. J. de Augusta respecto a la existencia de variantes clel mito diluvial, queda confirmada, me parece, por otra leyenda también transmitida por el ya citado P. Diego de Rosales, y es curioso que esta segunda, no haya llamado la atención de los especialistas chilenos; su- pongo que por el parecido que tiene con la tradición bíblica de Sodoma y Gomorra — parecido que fué exagerado por el mismo Rosales, cuyo punto de vista explica lo suficiente tal proceder — fué considerada como simple reflejo de la enseñan- za de aquellos misioneros. Veremos, sin embargo, que el mito, sacado el barniz bíblico que le fué puesto por el cronista, bien puede ser autóctono americano. Rosales, al mencionar en su descripción geográfica las lagunas llamadas lagua-Tagua G), continua como sigue : ('-) «Caen estas lagunas veinte leguas al sur de la ciudad de Santiago, cerca del pueblo de Mayoa; tienen seis leguas de circunferencia, mu- chas truchas, varios géneros de peces y muchedumbre de pajarería de varios colores que sobre las aguas forman un hermoso jardín de flores vivientes. Tiene en medio una pequeña isla que muchas veces se ve nadar por encima de la laguna y moverse con el impulso de los vien- tos... Lo singular y de grande enseñanza es que conserva una tradi- ción de tiempo inmemorial entre los indios que en aquel sitio antigua- (1 ) *Thahua-thahua% nombre de cierto pato» (Feurés, Calepino , etc., p. 234.) (2) Rosales, Historia general, etc., p. 2SS-259. - 43 — mente, antes de la venida de los españoles, había un hermoso valle muy ameno y poblado de infinita gente, y que no había laguna ni señal de ella, sino mucha amenidad y sementeras en abundancia para las deli- cias de los naturales... Era que con la abundancia y el regalo eran sus costumbres tan estragadas y tan enormes sus vicios, que, no con- tentándose con la muchedumbre de mujeres propias y ajenas, se desentre- naban (como bestias) en los torpísimos vicios de la sodomía y bestialidad. «Entraron un día en aquel valle dos hermosos mancebos en el traje y rostros nunca vistos, y en la hermosura y gravedad admirables, que en la realidad eran ángeles, y les dijeron a todos los habitantes de aquella tierra que venían enviados del Señor del cielo y la tierra, del mar y de los vientos, del sol, luna y estrellas, y que venían a reque- rirles de su parte como los requerían, que se enmendasen de tan enor- mes vicios y obscenidades con que gravísimamente ofendían al autor de la naturaleza y a su Dios y señor a quien debían todo amor y obe- diencia; y que si no se enmendaban, serían del Señor gravísimamente castigados en esta vida y más rigurosamente en la otra con eternas penas y tormentos. Y dicho esto, desaparecieron y no los vieron más. Causóles alguna novedad al principio, pero no enmienda, porque per- severaron en sus torpezas. ¡Oh gran paciencia de Dios y grande su misericordia que no se contentó con este aviso!, sino que, pasados al- gunos años, volvieron los dos ángeles en figura humana y en el traje y hermosura dando muestra de que r.o eran hombres terrenos, sino espíritus celestiales. Volviéronles a requerir a los indios, afeándoles sus vicios y dijéronles que estaba ya cercano el castigo de Dios si no se enmendaban de sus pecados. Desapareciéronse, y los indios, endureci- dos en sus malas costumbres y ciegos a tanta luz, perseveraron en sus delitos, incrédulos del castigo como los de Sodoma. Mas, después de pocos días, vino el castigó de Dios sobre ellos, porque tembló la tierra y se estremeció con tanta furia, que, abriéndose en diferentes grutas y diversas bocas, pronunció la sentencia y ejecutó el castigo, vomitando tanta cantidad de agua que inundó todo aquel valle y anegó a cuantos en él había, sus casas, sus haciendas y sementeras, sin dejar memoria de aquella tan nefanda gente, y quedando para eterna memoria y es- carmiento de los demás, aquella laguna que hoy se ve y ha permane- cido después de tantos años que ha sucedió este tan maravilloso caso digno de eterna memoria» . .. Como ya fué dicho, el revoque bíblico es tan fuerte que cubrió del todo el fondo indígena; por lo menos el doctor R. Lenz, en su ya citada monografía sobre las tradiciones de los Araucanos acerca de los terremotos, no menciona el segundo texto de Rosales, aunque en éste se dice que « tembló la tierra y se estremeció con tanta furia», etc. Ricardo E. Latcham(1) es más esplícito cuando escribe: (i) Utcham, Ethnology of the Araucanos. Journal of the Roy al Anthropological Instiiute. XXXIX, p. 349, 1909. — 44 «Here \ve llave a legend, the formation of which is based on strict geological truth, as a bricf study of the neighbourhood reveáis, but the causes deduced are undoubtedly of a much later date, and are clearly an addition to the original tale, re- calling immediately the story of Sodoni and Goniorrah. That tliis part of the legend has not been invented by ludían agency is clear from the fait that none of their deities are attributed witli any desire or interest in the goodness of niankind and also that to the Araucano sin has no particular meaning...». Creemos, sin embargo, que la leyenda bien puede ser ame- ricana; reconocemos también el parecido de su urdimbre con la historia de Sodoma y Gomorra, aunque el carácter de la ca- tástrofe final es distinto y corresponde a la leyenda de Noé, habiéndose reemplazado la erupción volcánica con lava ar- diente, etc., por un terremoto y maremoto, con la inundación consecuente; pero tal cambio puede explicarse por las expe- riencias locales de los indígenas. Queda entonces por examinar el fondo de la leyenda, bien parecido, es cierto, al texto bíblico de Sodoma. Destáranse en éste dos motivos, «la maldad de la gente» y « el anuncio de la catástrofe»; pero advertimos que ambos motivos se hallan también en el asunto Noé. Consul- tando la monografía de Winternitz (') (que sólo menciona el diluvio noético), resulta que el primer motivo se halla en no menos de 23 leyendas de 17 pueblos de todo el orbe, o sea, en casi la tercera parte de todos los mitos diluviales recogidos hasta la fecha. El anuncio de la catástrofe, en nuestro texto araucano, está hecho indirectamente por aquellos dos «ángeles» que amenazaron con un castigo sin especificarlo; anuncios in- directos no se mencionan en aquella monografía, pero sí di- rectos que corresponden a nueve leyendas y a nueve pueblos de todo el mundo menos Africa (1 2). Ambos motivos son, pues, universales, y como tienen su importancia tanto en el diluvio noético cuanto en la erupción volcánica de Sodoma, es difícil resolver con cuál de estas dos tradiciones tiene relación nuestro texto araucano. Sea como fuera, el segundo mito de Rosales representa algo de intermedio entre las dos tradiciones bíblicas( y los autores que vuelven a ocuparse de la mitología comparada, ya no deben — como lo hicieron Atidree y Winternitz — omitir la historia de Sodoma y Gomorra cuando tratan de mitos diluviales. (1) Winternitz, obra citada , p. 315. (2) Íbidemí p. 321. 45 - SOL Y LUNA En el texto de Chimpay, sol y luna aparecen antropomor- fizados y como matrimonio, correspondiendo el rol de marido al sol, el de la mujer a la luna. Es por la primera vez, que yo sepa, que en una leyenda araucana se indica esta relación con palabras sencillas e inequivocables ; las tradiciones, ya proce- dentes del siglo XVIII, ya de la época moderna, sólo hablan, de vez en cuando, de la luna como mujer del sol, pero no dicen absolutamente nada respecto a las acciones de la parte mascu- lina o sea del astro solar. Quiere decir esto, que ya en el siglo XVIII la base de la leyenda estaba olvidada y que se conservaba sólo un fragmento relacionado con la luna. Hoy, gracias a una benévola casualidad, disponemos de un texto que también al sol, atribuye cierta actitud, directa y de importancia no desapreciable: ¡manda el marido a su mujer! El texto de Chim- pay es pues muy antiguo y presenta elementos primitivos y ar- cáicos I1 2 3). Comuniquemos en seguida todo lo que los cronistas chilenos y los investigadores modernos dicen respecto a la luna en su ca- rácter de mujer del sol: « La antigüedad pagana colocó a los héroes entre los hombres y dioses, haciéndolos más que aquéllos y menos que éstos; en cuya línea tenían los indios a la Anchimalgiien que decían les noticiaba de lo ad- verso para precaverlo, o de lo próspero para celebrarlo : -reputábanla por su deidad tutelar > « La anchuma llacin ':)) , quiere decir mujer del sol, es para ellos una se ñora joven tan bella y ataviada como benigna, y es cosa rara que no teniendo algún particular respeto al sol, se lo tengan tan grande a la que piensan ser su esposa. Como sobre esto ellos no discurren ni responden cosa de provecho, mi conjetura es que como en los tiempos pasados de las guerras se apareció algunas veces en medio de las hues- tes contrarias aquella bella mujer que se viste del sol, se corona de es- trellas y se calza de la luna, defendiendo a los cristianos y sin hacer- más daño a los infieles que retirarlos con la majestad de su divino semblante, y ellos mantienen la memoria de los sucesos muy notables (1) Un eletne o primitiva es también el aire consilerado como substancial cuando se dice: «el aire era negro». Corresponde este término al concepto primitivo de la luz y de la noche como dos substancias, independientes de los astros cósmicos, concepto que puede comprobarse para otras leyendas de América, Asia y Oceanía (Ehrenriíich, Die Mythen itnd I. emenden der siidamerikanischen Urrelher und Un e Besiehungen zu denen Nordamerikas und der alten Wctt, p. 14 (nota), ;g. Berlín, 1905). (2) Córdoba Y Fiqueroa, Historia de Chile , etc., II, p. 25. (3) Debe ser error de imprenta en vez de : a n chuma ttgh in . — Nota de K. L. N — 46 - por la tradición de padre a hijo, se conserva en ellos el sér de la madre de Dios, bajamente expresado en la apelación de mujer del sol.» (') «Reconocen también otra divinidad, pero que no se sabe en qué orden la pongan, ni de qué cualidades la revistan, esto es la Antumalghen o sea la mujer del sol, a la cual conceden la divinidad que niegan a su marido, a quien no conceden ni aún que sea ente viviente.» (j « Ros ulmenes de la jerarquía celeste araucana son los genios, los cuales presiden particularmente a las cosas creadas y de acuerdo con el buen Meulen , procuran equilibrar la enorme prepotencia del Güecubu. Hay allí varones y hembras: éstas permanecen siempre vírgenes, por- que la generación no tiene lugar en el mundo intelectual. I.os varones se nombran gen , que quiere decir los señores... Las hembras, pues, las llaman anchi-malghen, esto es, las ninfas espirituales: las mismas hacen acerca de los hombres el oficio de Inri o de espíritus familiares. No hay algún araucano que no se alabe de tener una a su servicio. Nien caí ñi Anchi- malghen : yo tengo aún mi ninfa, dicen, cuando salen bien en cualquier negocio. » (;!) De los antiguos gramáticos, sólo el Padre Bernardo Iiave- stadt menciona aquella deidad lunar, pues escribe « Anttí, sol, dies, tempus. « Anchú malúen, solis amica, paella, virguncula. Hanc fingunt mederi plagis, vulneribus, morbis; quibus a magis affliguntur: et suos Machi (ita suos médicos appellant) eam secum liabere; illamque considere: alr qui dicunt illis Diabolum in figura liujus jmellae apparere.» € Af aliñen, virgo, pueda, foemina, mulier» . . . De los autores modernos, hay algunos que lian hallado la luna entre la mitología o más bien dicho, demoniología arau- cana, pues el concepto que tenían los aborígenes chilenos, de otra época, respecto a nuestro trabante, mucho ha cambiado desde entonces. Veamos lo que escribe Tomás Guevara sobre (1) Olivares, Historia militar , etc., p. si-52. K1 texto de Olivares fué utilizado por José Pérez García, cuando escribe: «I) Molina, Relación, etc., p. 12. (3) Urasseur (le Bourbourg, quien dióa conocer, cu 18Ó4, un extracto francés también de esta leyenda (ver más arriba), la relata en concordancia con Molina, pues escribe (página XXXI): «...Deux fréres se sauvérent seuls au sommet d'une montagne appelce Huaca Iftan, dans la province de Cañaribamba. Mais les flots de ce déluge grondérent vainement autour d’eux : á mesure qu'ils s’élevaient, la montagne.se soulevait au des- susdes eaux, satis pouvoir en étre atteinte, et fitiit par arriver á une liautcur considé- rable. I.orsque le danger íut passé avec l’écoulement des eaux...». Es extraño que An- dree, al servirse del relato de ISrasseur (obra citada No. 77), transforma el cerro «crecien te», en «flotante» ; esta misma transformación se halla, por consiguiente, también en la monografía de Winternitz. - 54 SOI, Y LUNA Ea relación entre sol y luna varía mucho en la mitología primitiva, presentándose ambos astros ya como dos personas de sexo distinto, ya como matrimonio, ya como hermanos (con todas las combinaciones posibles), etc., sin que hasta la fecha fuera posible comprobar zonas características para cada una de esas relaciones. El motivo «sol + luna = marido + mujer* no se presta, pues, para comparaciones de amplio alcance siem- pre que no se trata de países vecinos como lo son el Perú y Chile; además, en el presente caso, la influencia del antiguo reino de los incas sobre sus vecinos australes, cada día resulta más claro respecto a asuntos arqueológicos, etc. Estamos pues autorizados a entablar identidad mitológica entre Chile y Perú cuando en ambas regiones, sol y luna se nos presentan como marido y mujer. El motivo mitológico «sol + luna = marido + mujer», respecto a Sud América, parece estar reservado al espinazo andino (*) con una ramificación pequeña, y principia con Venezuela-Colom- bia para terminar en la Tierra del Fuego. Comprobaremos este interesante fenómeno con los respectivos datos bibliográficos: (i) Kntre los Tupi del Kío Solimóes, Iirasil, sol y luna son novio y novia que nunca se casaron, sino hubiera perecido el mundo: el sol, con su calor, hubiera quemado la tierra, y la luna, con sus lágrimas, la hubiera inundado; las lágrimas apagarían el fuego y el fuego haría evaporar el agua. Separáronse pues los novios, pero la luna lloró día y noche y sus lágrimas corrían hasta el mar. liste se enojó y creció una mi- tad del año para menguar la otra; por esto, las lágrimas de la luna no podían mez- clarse con las aguas del mar y formaron el Río Amazonas (Barbosa Rodríguez, Po- randuba mnazonense . . . Aunaos da Biblio/heca Nacional do Rio de Janeiro , XIV, fas. II., p. 21 z. 1886-1837.) Kntre los Guaraníes de las Misiones del antiguo Paraguay, hoy en día, probable- mente en las cercanías de la laguna Iberá, corre una leyenda, apuntada por Filiberto de Oliveira Cézar, pero transcrita, desgraciadamente, en f irma novelesca; según ella, el sol es un joven enamorado y la luna, una muchacha que persigue; he ahí un ex- tracto: Carai Guazú, el Gran Señor, se enamora de Ñaceindeg (la luna), hija de un pobre cazador, pero es rechazado por ella; después de mucho andar en el mundo, un anciano moribundo le da una bolsita verde, talismán para el amor, que debe llevar al cuello (consiste en un racimo de cera del árbol ñapinday , hecha por el coleóptero cu- rundú, la que debe buscarse después de vivir solitario y después de dos días de ayuno en la época que salga la luna en la mitad de la noche; la cera juntada en estas con- diciones, será retobada en cuero de mboiloro, víbora verde que ha de ser soltera). Mer- ced al efecto mágico de ese talismán, la misma niña le ofrece su amor al anciano Ca- rai Guazú y viven juntos, muchos años, hasta que ella, curioseando, descubre en el pecho del esposo durmiente la bolsita verde y se la cambia por otra, guardando la original en su cabellera. Desaparecido con esto su amor hacia Carai Guazú, se va, pero a causa del talismán amorífero, es perseguida continuamente por Cuaraég (el sol). — K1 final de la leyenda, no corresponde bien a su base astral : Carai Guazú, rabiando, per- sigue a los dos sin alcanzarlos, porque hánse transformado en luna y sol, respectiva- mente, y muere consumido por la más grande desesperación (de Oliveira César, Le- yendas de los indios Guaraníes, p. 71-8^. Buenos Aires, 1873). - 55 — En Venezuela, los Cumaiiá, «adoraban a sol y luna y te- níanlos por marido y mujer y grandes dioses; temían los re- lámpagos y truenos diciendo que el sol estaba con ellos aira- do; ayunaban los eclipses y en especial las mujeres; y las casadas se mesaban y arañaban; y las doncellas se sangraban de los brazos con espinas de peces, y pensaban que la luna estaba herida del sol por algún enojo.» (*) En Colombia , los Chibchas de Bogotá, «como entre las de- más criaturas [del dios Chiminigagua] veían la más hermosa al sol, decían que a él se debía adorar, y a la luna como a su mujer y compañera, de donde les vino que aun en los ídolos que adoran, jamás es uno sólo, sino macho y hembra.» ((i) 2) «Creían todos los indios que había un autor de la naturaleza que hizo el cielo y la tierra; mas no por eso no dejaban de adorar por Dios al sol por su hermosura, y a la luna porque la te- nían por su mujer; a ésta llamaban Chia, y al sol Zulié.» (3 4) En otro párrafo ('), se lee como después de la desaparición del héroe civilizador Bochica, «aportó después una mujer de extremada belleza que les predicaba y enseñaba cosas muy contrarias y opuestas a la doctrina de Bochica;... pero como eran malas las cosas que enseñaba, dicen los más que el Bo- chica la convirtió en lechuza; otros que la trasladó al cielo para que fuese mujer del sol y alumbrase de noche sin pare- cer de día por las maldades que había predicado y que desde entonces hay luna.» (5) Entre los habitantes del Peni, la adoración del sol era base de su religión y no necesita comprobantes literarios, pero (i) Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar Océano, TU, p. 128, 2. Madrid, 1726. ( 2 ; 'iMÓN, Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias occidentales, II, p. 279. Bogotá, ¡891. (3) b'RRN ANDE/. PiKDKAIUTA, Historia general de la conquista del nuevo rcyno de Gra- nada, p. 17. Amberes, 1676. (4) Fernandez I'iedrahita, Historia general, etc., p. 18. (?) Conviene dejar constancia que entre los indígenas de la provincia de Tunja y del gran valle de Sogamoso, habla otra ecuación de la fórmula «sol -(- luna», e. d. la ecuación «sobrino, hijo de la hermana tío materno»; dice el padre Pedro Simón (»i™ citada, II, p.3t2): «El cacique de Sotnagoso mandó al de KamiriquI que era su sobrino, se subiese al cielo y alumbrase al mundo hecho sol como lo hizo, pero viendo 110 era bastante para alumbrar la noche, subióse el mismo Sogamoso al cielo y lifzose luna, con que quedó la noche clara y los indios obligados a adorar a entrambos.» Esta creen- cia corresponde exactamente a la sucesión hereditaria en el cacicazgo que el hijo de la hermana del cacique fallecido, hereda de su tfo materno (3imón, II, p. 117); indica además a primitiva pre >ondcrancia del culto lunar sobre el culto solar, comprobada por la moderna mitología comparativa. - 50 - ellos pueden ser útiles para averiguar las creencias respecto a la luna. Estas últimas presentan tres variantes, a saber: Según la primera, el sol es un hombre y la luna una mu- jer, sin que haya parentesco o matrimonio; por lo menos se lee (*■): la adoración principal « era al sol al cual tenían que era hombre, y así particularmente le adoraban los hombres; y a la luna tenían por mujer, y la adoraban particularmente las mujeres.» Es probable que esta indicación aislada, es incom- pleta, faltándole el detalle de la luna como mujer del sol, re- latado en las dos variantes siguientes: Según la segunda, ambos astros representan un matrimonio (el sol = marido, la luna = esposa), cuyos hijos, o son las estre- llas, o el primer inca Manco Capac; escribe López de Goma- ra (* 2): «tienen por dioses principalísimos al sol y luna y tierra, creyendo ser ésta la madre de todas las cosas, y el sol, juntamente con la luna, su mujer, criador de todo» . . . Cobo (3 4) dice: «pintábanlo [el sol] en su imaginación como si fuera hombre, y consiguientemente decían que la luna era su mu- jer y las estrellas hijas de entrambos»; y en la traducción de la obra de Velasco se lee(‘): «Manco Capac... fut adoré, non comme une simple créature, mais comme le fils du Soleil et de la Lune». Según la tercera variante, sol y luna son casados y her- manos a la vez, pues la luna es «hermana y mujer del sol, y... madre de los Incas y de toda su generación; así la lla- maban Mamaquilla, que es madre luna» (5 6). Lo mismo refiere la Relación anónima ((;): «El sol dijeron que era hijo del gran Illa Tecce. . . la luna que era hermana y mujer del sol» . . . En el Chaco, para gran sorpresa de los especialistas en esta materia, existe también esta creencia entre los Tobas que mo- ran en la gobernación de Formosa, y lindan al Este «con el río (j) SantillÁn, Relación del origen, descendencia, poliltca y gobierno de los Incas [c. 1572]. Kn: Tres relaciones de antigüedades peruanas, p. 30. Madrid, 1879. (2) López de Gomara, Uispania Victrix. Primera y segunda parte déla historia general de las Indias* Biblioteca de autores españoles... XXII, p. 232. Madrid, 1858. (3) Cobo, Historia, efcc . , p. 324. (4) Velasco, Histoire du royanme de Quito [ 1 789I . lyii : II. Ternaux- Compans, Voyages, relaiions et mémoires originaux pour servir a T histoire de la dccouverte de TAmerique , X VIII p. 96 París, 1810. (5) Garcilaso DE la Vega, Historia general del Perú o comentarios reales de los Incas, } segunda edición, I, libro 3, cap. 21. Madrid, 1722. (6) Relación [anónima] de las costumbres antiguas de los naturales del Pirtt [1615-1621]. En: Tres relaciones de antigüedades per nanas, p. 138. Madrid, 1879. — 57 - Pilcomayo, al Oeste con una línea recta que bajando desde los Andes bolivianos sigue derecho hasta Fortín Belgrano, divi- diendo la provincia de Salta de la gobernación de Formosa.» Hállase la indicación recién transcripta en la página 23 de un folleto de 141 páginas, escrito por el septuagenario ex militar y ex misionero Hilario B. Carabassa ('), que dice haber pasado 37 años entre los Tobas; la redacción del opúsculo corresponde a una persona no familiarizada con tareas de esta clase; pero lo que dice respecto a la creencia de los Tobas, varias veces, tiene todo el cacliet de una narración relatada por un indí- gena. Los principios de estos indios, dice en la página 23, «comienzan y se pierden en la misma historia, que cuenta cómo el dios Sol casó con la diosa Luna. Las dos supremas divinidades a los dos primeros hijos, hombre y mujer, los ba- jaron del cielo, y los colocaron en el «jardín tierra» para que lo habitaran y lo poblaran con seres que adorasen a los dos dioses.» Al anochecer, dice nuestro autor más adelante (pági- na 37), el sol pasa al otro mundo, pero primero se sumerge a descansar entre las olas del mar bravio. En la época de la luna nueva, la luna tiene «que ir a brindar los abrazos cari- ñosos a su excelso esposo el numen llamado Sol» (ibidem). Ella «es más pálida que su marido, porque ha tenido unos malos partos, y el cirujano Marte [ha de ser el planeta, R. L. N.] (-’) tuvo que operarla muy mucho y varias veces ¡y luego quedó más mortecina! En vista de haberle salvado la vida a su predilecta, el Sol lo aceptó a Marte entre sus dioses secun- darios, admitiéndole como tercero entre ellos cuando en el tiempo de pelear, tenía que ayudar a proporcionar las armas,, a afilarlas, a envenenarlas, e infundir aliento a los guerreros Tobas» (página 47). Las indicaciones de Carabassa, son com- pletamente nuevas y precisas, mientras que los autores ante- riores que han escrito sobre las tribus chaqueñas, se limitan a vagos términos; Juan de Cominges, p. e., dice que «los indios Huanás, adoran en el Sol y en la Luna, a la Providencia» (1 2 3)! (1) CarabassA, El trópico del Capricornio argentino ó 37 años en're los indios Tobas. Buenos Aire-;, 1910. — Un otros párrafos, nuestro autor relata el culto atribuido por los Tobas al sol y a la luna. (2) Supongo que no se trata exclusivamente de Marte, sino de aquel planeta que justa- mente se hallare más próximo a la luna; compárese también la creencia araucana respecto al parlo de la luna, p. 49.— Nota (le R . I, N . (3) Di? Comingrs, Til Chaco y sus indios. Revista de la sociedad geográfica argentina, I, p. 23. (1S81) 1884. — Reproducido en: Obras escogidas, p. 306. Buenos Aires, 1892. - 58 - J. Amadeo Baldrich (x) escribe de los Matacos: «Su estado reli- gioso podría ser clasificado de espiritista, si bien reconoce la influencia del sol y de la luna sobre la marcha y los sucesos de su vida, rindiéndoles así un culto especial y medroso, al punto de pedirles modifiquen ciertos estados de la vida.» No debe olvidarse, sin embargo, que otras tribus chaqueñas (los Mocovíes), creían en la fórmula «sol -}-luna = mujer 4- hombre» (2), en la cual el rol de ambos astros está invertido, y parece, que en el Chaco hay confluencia de varias fuentes míticas. (3 4) Respecto a Chile y los territorios adyacentes, el texto de Chimpay y el mito del Anchimallen, han revelado la relación entre sol y luna en el sentido de marido y mujer, como ya fué explicado anteriormente. En la Tierra del Fuego , entre los Onas, hay varias le- yendas con el motivo «sol + luna — marido -f mujer.» En la lucha que los hombres tenían con las mujeres para con- quistar su supremacía, la hechicera Luna, gran personaje entre las mujeres, es echada al fuego (manchas lunares), y se salva tirándose al agua (l). En otro texto de la misma leyenda, es el marido Sol quien en esta oportunidad, pe- llizca y quema la cara de su mujer Runa y la persigue a través del cielo y del agua sin alcanzarla (5); según una (1) Bai.drich, las comarcas vírgenes. El Chaco central norte. p. 24T. Buenos Aires, i.'-yo. (2) Guevara, Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumdn hasta tiñes del siglo X V ' , p. sz Buenos Aires, 1882. (3) lili fí alivia , tan intimamente ligada con el Chaco y el Peni, también hay una leyenda relacionada con el motivo mitológico que nos ocupa; se trata de una aventura amorosa que Don Sol tuvo con las dos hermanas Doña I.una y Doña Venus y que fué apuntada entre los Tumupassa por Erland Nordenskjóld ( Ftrskningar och iiventyr i Sydamerika, p. 500-501. Stockholm, 1915); Sorprende sol a las dos hermanas mientras que le robaron la cosecha de sus plantaciones ; obliga a I.una a prestarse a sus instintos carnales aun- que ella le advierte que esto traería malas consecuencias paia su órgano sexual: éste crecería hasta el largo de cuatro brazos y tendría que ser llevado, en adelante, sobre la espalda y en una canasta ; aconsejaba Sol que se sirva de su hermana Venus. Pero Sol le contestó que esta era muy chica, no le hizo caso y tuvo que sufrir las consecuencias de su apetito. Otra vez, Venus, la otra hermana, vuelve sola a las plantaciones de Sol y se pone a comer délos frutos; al observarla Sol le muestra su órgano viril, pero la muchacha gritando: ¡una víbora, una víbora!, se ¡o cortó con el cuchillo preparado para partir una sandía. Murió Sol y subió al cielo. (4) Cojazzi, Contrihnti al folh-lore e all' etnografía dovnti alie missioni salesiane. Gil indu dell' arcifielago fueghino, p. 32. Torillo, 1911, De esta obra, hay una edici n castellana que en puntos importantes, por ejemplo en las páginas citadas, varfa notablemente del original italiano; le falta también todo el vocabulario alacaluf que va al fin del original Hemos utilizado, por consiguiente, la edilio princeps. El titulo de la versión española es la siguiente: Coiazzi [sic], Los indios del archipiélago fueguino . Revista chilena de historia y geografía, IX, p 28S-352; X, p. 5-51. 1914. (5) Cojazzi, Contributi, etc., p. 80-81. — El autor no se ha dado cuenta que . 271. 1911. (2) Coj a f.7.\, Contribuii, etc., p. 82 ; Dabbene, Viaje, etc. , p. 70; Los indígenas , etc.’ p. 271. (3) Dabbene, Viaje , etc ., p. 76; Los indígenas, etc., p. 271. (4) J,a combinación then-then filu no se halla en los textos — 6o — ñas (*), pero al examinar la realidad zoológica resulta — i olí gran sorpresa! — que en Chile, no hay ofidios de tamaño e im- portancia suficientes para desempeñar rol tan fundamental en una leyenda que se basa en catástrofes notables. Aunque los especialistas en esta materia, no están de acuerdo respecto a la clasificación sistemática de las serpientes chilenas y sepa- ran hasta 45 especies distintas no hay la más mínima duda que el significado de los ofidios en Chile, es casi nulo. Cabe pues, suponer que aquellas leyendas chilenas que atribuyen tanto poder a esta clase de reptiles, no son oriundas de este país y proceden de otro donde la vida de las serpientes es característica para la fauna en general. Como patria de los mitos diluviales de Chile, aparece, pues, una región tropical sudamericana, abundante en grandes ríos, devastada por inun- daciones y notable por una fauna de enormes ofidios acuáti- cos. Leyendas relacionadas con esta clase de animales se di- fundían después a regiones donde no los había, en nuestro caso hasta Chile, adquiriendo al mismo tiempo detalles locales, como ser el de erupciones volcánicas. Por otra parte, desde, el Perú, llegó otra corriente mitológica hasta Chile, caracteri- zada por el cerro mítico que sabe crecer o nadar cuando las aguas de la inundación lo rodean, y caracterizada también por las creencias primitivas respecto al sol y a la luna; así que dos corrientes distintas, confluían en territorio chileno donde se apoderaron de materiales locales para formar un ma- nantial mitológico cuyos desaguaderos hemos seguido en el pre- sente trabajo. R K SUMEN Un texto recogido entre los Araucanos argentinos, da cuenta de un gran diluvio, producido por lluvias continuadas. En este detalle, varía de las tradiciones chilenas según las cuates, la inundación se debe a una salida del mar; ésta a su vez, es originada por la víbora Caicai, señora del mar, que se lanza, con sus aguas, contra la víbora Tengteng, señora de la (1) I, a importancia esencial de las dos víboras en ¡as leyendas chilenas que hemos estudiado, es tanto más curiosa en cuanto esta ciase de reptiles, apenas tiene signifi- cado mítico entre los aborígenes de Sud América ( Hiikiínreich, obra citada , p. 2S : « Auffallend gering ist. . . die mythische lledeutung der Schlange.»)- (2) Philippi, Sobre las serpientes de Chile . Anales de la Universidad de Chile , CI\ , p- 751-725. 1S99. — 6i — montaña, pero ésta hace crecer o hasta nadar el cerro en el cual se habían refugiado hombres y animales. El motivo de «las dos víboras enemigas», falta por consi- guiente en nuestro texto, pero también en las leyendas dilu- viales del Perú; es típicamente chileno y tanto más notable en cuanto este país, no alberga ofidios de tamaño especial; el origen de este motivo, debe pues buscarse en regiones tro- picales que abundan en grandes ríos y que sufren inundacio- nes grandiosas. Eos motivos del «cerro creciente» y del «cerro flotante», variantes del mismo tema, tampoco se hallan en nuestro tex- to, y representan una característica mitológica de Chile y Perú. Durante esta lluvia inundadora, explica nuestro texto, «era de noche», «el aire era negro»; el concepto de la noche o del aire como algo substancial, es muy primitivo y merece aten- ción especial. Los indios entonces, sigue nuestro mito, pidieron al sol que les alumbrara el camino; pero éste encargó a su mujer la luna; y como llovía, el fuego que la luna llevaba en sus manos, se enfrió en el camino y quedó desde entonces, sin efecto calorífero. El motivo «sol •+- luna = marido + mujer», en cuanto a Sud América, parece estar reservado al espinazo andino con una proliferación chaqueña: principia en Venezuela (Cumaná) y Colombia (Chibcha), se desarrolla en el Perú de una manera notable, manda un ramo al Chaco (Tobas), sigue desde el Perú a Chile y su región vecina (Araucanos) y termina en la Tierra del P'uego (Onas). Entre los Araucanos, sólo los de la Pampa (nuestro texto) han conservado el motivo en su integridad; entre los de Chile, se había salvado únicamente la designación anchimallen ( = mujer del sol) para la luna, pero hoy en día, esta voz ya no tiene siquiera su acepción primitiva sino que significa un duende enano, sanguinario y grotesco, de sexo indeterminado. Entre los detalles accesorios mencionados en nuestro texto, llama la atención «el corral de los muertos», pues los indios se habían dirigido al sol, no solamente para que les alumbra- ra el camino, sino también (y esto resulta del párrafo siguien- te) para que «impidiera que los espíritus de los muertos ma- los entraran en el corral de los muertos.» No hay tal recinto Ó2 — en la mitología de los Araucanos chilenos, pero sí en la de los Puelche, de la Patagonia septentrional, que así llaman a una constelación sidérea (investigaciones nuestras). Por sus elementos arcaicos y verdaderamente americanos, el texto de Chimpay tiene una importancia especial para los estudios mitológicos sudamericanos. INDICE Página Introducción 28 El texto de Chimpay 29 Comentario comparativo respecto a Chile.. 30 El diluvio 30 Sol y luna ... 45 El corral de los muertos 50 Comentario comparativo respecto a Perú 50 El diluvio 50 Sol y luna 54 El origen de las leyendas diluviales de los Araucanos 59 Resumen 60 RASGOS PSICOLÓGICOS I) 15 INDIOS SUDAMERICANOS tor Samuel A. Lafone Quevedo PRELIMINAR Todos sabemos lo que eran los indígenas de Méjico, de Centro América, de la región andina desde Panamá hasta los límites australes de la cultura dicha del Perú: nadie se atre- vería a negar que su mentalidad podría llegar hasta donde alcanza la de las gentes del Viejo Mundo en sus finalidades. La conquista y todas sus consecuencias alteraron el curso de la evolución indígena, y cuatrocientos años de sujeción al dominio más o menos duro (*) de la raza invasora, no podía menos que atrofiar todas las facultades mentales y morales de los sometidos: así los Indios eran morales (1 2) entre sí, pero inmorales, hasta perversos, para con sus opresores, porque eran víctimas, muchas veces, de toda clase de injusticias, y veían que los llamados cristianos no se perdonaban ni siquiera los unos a los otros, cuando ellos, los Indios entre sí, se respeta- ban con todos los puntillos del más cumplido caballero caste- llano. El invasor, empero, necesitaba justificar su atropello de los derechos del Indio en su propia América, negándole a éste (1) Los más eran aventureros y muchos militares criados en las ideas de las guerras contra los Moros, de raza contra raza, de religión contra religión , y no todos fueron cas- tellanos; entraron muchos alemanes también, y en nuestro siglo sabemos como trata- ron a la inocente victima, la Bélgica. (2) Amorales si se quiete, según la norma nuestra. - 6.| - hasta su calidad de homo sapiens, con alma y cuerpo como el mejor de sus nuevos amos, hasta que la Santa Sede definió la verdad desnuda de que el Hombre Americano era como los demás hombres de su género, especie mundial, un ser inteli- gente, con cuerpo y alma como el mejor de sus opresores Ar- ya-nos 0. Así lo pensaron y así lo legislaron también los reyes de Castilla (1 2), que en muchas de sus cédulas reales y demás ins- trumentos para servir al mejor gobierno de las Indias y sus habitantes, invocaban esta razón sobre todas las demás que cupieren- — « en descargo de la real conciencia » — porque no la tenían demasiado tranquila en cuanto a la conquista de Amé- rica. Terrible es la desaparición de tanta nación y estirpe de Indios en las tres Américas, desde que empezó la despoblación de ellos en las Antillas a principios del siglo XVI hasta nues- tros días en los Chacos y Pampa: ¡naciones enteras extermi- nadas porque se defendían en pro de sus tierras y hogares, queriendo conservar su libertad y vivir a su modo! La ocupación de la Pampa por los Indios Araucanos la conservó para que la Argentina de hoy pueda tenerla por suya, pero los pocos que quedan de ellos en vano solicitan que se les reconozca como dueños de miserables rincones donde an- tes lo eran del todo. La mejor arma, los caballos y el valor intrépido del cas- tellano los vencieron; pero mucho ayudaron desde Méjico hasta el Perú las traiciones de Cortés y Pizarro, porque traición es si se abusa de un hospedaje. No es, empero, de Méjico ni del Perú, ni de su mentalidad o cultura, que ha de tratarse en estas páginas, sino de ciertos otros Indios de las Antillas y Brasil que, aunque llamados «salvajes» por los autores que de ellos han escrito, sabían ra- ciocinar como cualquier otro ser humano de los que se jactan de ser civilizados. Los indígenas que nos servirán de tema, son ciertos Ca- ra/bes y Tupinambás de principios y mediados del siglo XY1I, aquéllos, de las Antillas P'rancesas, éstos, del Norte del Brasil, en la parte más inmediata al Amazonas. (1) Así se evitan confusiones con ciertos herejes de la religión cristiana. (2) Porque de Castilla y León era la América, una de las glorias de Isabel la Ca- tólica. — 65 — Los ejemplos más resaltantes los relata el misionero fran- cés Ives d’Evreux (1613-14) en su obra Voyage dans le Nord du Bresil: un sólo ejemplar se conserva (J) en la Biblioteca Nacional de París, y fué reimpresa por M. Ferdinand Denis en 1864. Los Indios de la isla Marañan y su tierra firme in- mediata eran Tvpinambá y Tobnyara, naciones conocidas de tipo Guaraní. Para los Caraíbc — antillanos hemos acudido a lo que sobre ellos lian escrito el P. Bretón en su «Diccionario» de esa len- gua y M. de Rocliefort, en su Historia de las Antillas, a me- diados del siglo XVII. Las obras estas contienen muchos datos sobre la vida y costumbres de estas dos estirpes, haciéndonos conocer mucha información acerca de sus usos, costumbres y organización social y lo que es más, su modo de pensar y de discurrir so- bre las cosas del día y las enseñanzas de los mismos misio- neros. El P. Bretón nos ha legado dos trabajos de lingüística im- portantes, pero en ios artículos de un «diccionario» no se puede profundizar mucho, sin alargarlo demasiado; Rochefort sobre los Caraíbcs y el P. Ives sobre los Tupinambá-Tobayara son bastante detallados en sus relaciones ; desgraciadamente el original de Ives está trunco, y a veces en partes donde lo que falta prometía ser del mayor interés (1 2). Todo lo concerniente a la esclavitud entre estos Indios se describe con proligidad, razón por la cual se ha podido utili- zar para mucha parte de este estudio tan relacionado con la mentalidad de los tales Indios; pertenecían ellos a dos de las mejor conocidas y más importantes estirpes de las costas at- lánticas, aunque de una cultura muy inferior a la que es pro- pia de los Andes, de Centro América y de Méjico. vSe ha creído mejor reproducir el lenguaje de los mismos autores aun cuando no se haya hecho mayor uso de las comi- llas, porque los origínales franceses se prestan fácilmente a la versión castellana y siempre son preferibles ipsissima verba, hasta donde esto quepa en los idiotismos aun de idiomas hermanados. (1) Los otros se sacrificaron en aras del casamiento de la Infanta Ana de Austria con I,u i s XIII Rey de Francia. Kste tomo, siquiera trunco, se salvó por milagro. (2) K1 editor de la reimpresión cuenta por qué se hizo holocausto del ameno libro- razón de estado CÓMO ESTOS INDIOS TRATAN A SUS ESCLAVOS (!) Otras de estas leyes son, que los esclavos de ambos sexos no se han de casar sin la venia de los amos, y por esta razón, que tanto el varón cuanto la mujer han de vivir con aquéllos, y que los hijos que procreen éstos, han de pertenecer al patrón. Lo usual es que los salvajes Tapinambó tomen a las jóvenes esclavas por mujeres y (pie den sus propias hijas o hermanas para que lo sean de los varones esclavos, aumen- tando así el número de la familia y asegurando carne para la olla (1 2). Los franceses se manejan de otra laya; porque com- pran ellos esclavos y esclavas, los casan unos con otras, ellas para cuidar de la cocina, ellos para proveer de caza y pesca; sucede a veces que algún francés consiga y compre alguna joven esclava, se la hace ver a algún moeetón de los Tupi- nambo, muy inclinados a enamorarse de las bien parecidas, y le promete en seguida que será su yerno, como que quiere a la esclava como a su propia hija: de esta suerte el tal l'a pi- na mb ó se viene a vivir con el francés, se casa con la joven muchacha y en condiciones tales que de uno se hacen dos los esclavos; él les da el trato de hija y de yerno, y ellos le dicen he-ro-u (3), esto es: «mi padre». Las muchachas esclavas que no se casan, se buscan la vida como pueden, siempre que el amo no se lo prohíba, con tal o cual persona; porque entonces si llegasen a ser descubiertas les iría bastante mal. K1 amo, empero, no les puede prohibir en general que sirvan al prójimo, porque en tal caso le inter- pelarían lisa y llanamente así: «pues entonces tómanos per mujer, si no quieres que otros nos requieran de amor». Los esclavos han de conducir fielmente toda la caza y pesca y entregarla a los pies del amo o del ama, quienes eligirán lo que sea de su agrado, y lo que sobre les devolverán para que coman aquéllos. Nada les es lícito hacer para los de fuera sin la venia del patrón, ni tampoco regalar la ropa que éste les (1) IviiS d'Hvkeux. « l'üyage i/aus le Nord dn Hrrsil». Cap. XVI, ps., '2 y siguientes. (2) Sin duda, a veces humana, pero aquí la idea es la de caza o pesca, alimento or- dinario de los días que no son fiestas. (3) Ortografía francesa, 011= u. - 67 — haya dado, sin el previo permiso correspondiente, de lo contrario el patrón podrá recobrar lo regalado del que lo tenga, como cosas que no eran propias de los esclavos para dar. Ellos no pueden pasar a través de las barreras de las lo- gias, que no son sino de «fñ/do» o ramas de palmera, so pena de muerte; pero han de pasar por la puerta, siendo que para los Tapinambó les es indiferente que pasen por la puerta co- mún o a través de la barrera de ramas. Ellos no se han de exponer al caso de quererse fugar, por- que si así lo hacen y los alcanzan, es asunto concluido; sin remedio serán comidos; ya no son cosas del amo sino de la comunidad, y de ello resulta que cuando se trae un esclavo de estos tránsfugas, las viejas del villorrio salen de sus bohíos al encuentro del fugitivo, pidiendo a gritos a los conductores que se lo entreguen para comérselo, golpeándose la boca con sus manos y diciendo: «nos lo comeremos, nos lo comeremos, nues- tro ya lo es.» He aquí un ejemplo al caso: Erase un Principal guerrero de la Isla Marañan, Ibouyra Pouitan por nombre, — así se llama el palo del Brasil — ; volvía de una guerra y traía sus esclavos; a uno de ellos se le anto- ja fugarse, lo capturan y se lo traen, sucediendo aquí la de marras. Mucho costó poderlo salvar, aunque estaba prohibido que se comiesen esclavos; a no haber mediado serias amena- zas, el desgraciado aquél de seguro que pasara de las manos a las tragaderas de aquellas harpías. Si por algún acaso, sucede que estos esclavos lleguen a morir de cualquier enfermedad, que los privase de su lecho de honor ('), es a saber: el de ser muertos y comidos en pública asamblea, entonces, poco antes de entregar ellos el alma a su creador, los llevan arrastrando al sertón (1 2) al lugar donde les rompen la cabeza y hacen saltar la tapa de los sesos, arrojan- do los cuerpos al campo para que los devoren ciertos grandes pajarracos, parecidos a los cuervos de por acá, que se comen a los ahorcados o quebrantados en la rueda; si por casualidad los hallaren muertos en la cama, los tiran al suelo, los llevan arrastrando por los pies al sertón donde los ultrajan como se dijo ya. Todo lo cual ha dejado de hacerse en la Isla y luga- (1) Para ellos, según parece, la capilla ardiente. (2) Voz favorita de los portugueses en América para nombrar la selva virgen. — 68 — res circunvecinos, no siendo como excepción y muy oculta- mente (1). Gozan, empero, estos esclavos, de muchos privilegios y a ello se debe que tan de buen grado permanecen entre los Tu- pinambo (2 3 4), sin querer fugarse, respetando a sus amos y amas tal como a padres y madres, en razón del cariño con que és- tos los tratan, siempre que se cumpla con el deber: jamás los riñen ni los molestan de manera alguna; tan lejos están de azotarlos, que les aguantan muchas cosas siempre que no sean contra su ley; mucha lástima les tienen, y cuando ven que los franceses tratan duramente a sus esclavos, esto les hace llorar; si éstos se quejan de los malos tratos de los franceses, se lo creen a pie junto; si se les huyen a los franceses, los ocultan, les llevan de comer al sertón (:i), los van a visitar allí, las hijas de los otros Indios van a dormir con ellos, les avisan de todo lo (jue pasa, les dicen lo que han de hacer; a tal grado llega todo esto que difícilmente logran prender o recuperarles, ni con veinte hombres que les sigan la pista ('): cosa ésta que no sucede si se trata de esclavos pertenecientes a los de su propia mesnada. ]$n este punto de la relación, el P. Ives nos cuenta algo de gran interés, porque es un caso psicológico propio de la men- talidad del Indio: es una de las tantas anécdotas que embelle- cen el libro de este autor. «Un día preguntábale yo a uno de los esclavos nuestros si no se consideraba muy dichoso de hallarse conmigo, primera- mente porque yo le estaba enseñando lo que es el «temor de Dios», y después, por aquello de la seguridad de no llegar a ser comido por sus semejantes; aparte de que siendo ya cris- tiano se le daría la libertad y viviría con los Padres, tal y como si fuese propio hijo de ellos; esto fué lo que me contestó por boca de mi « truchimán » (5): Se consideraba feliz de haber caído en manos de los Padres, tanto por llegar al conocimiento de Dios, cuanto por lo de vivir con ellos, por lo demás, empe- (1) ¿Cuánto tiempo duraría todo esto luego después de las bodas de Francia con .Es- paña, dueña entonces de las colonias portuguesas, que España perdió por otra preten- dida boda que no se realizó? (2) Esta forma Tapinambó por Topinambá es interesante, poique explica la confusión que se advierte en el modo de pronunciar la o y la a en estas lenguas. (3) «Al monte», como diríamos nosotros. (4) No serían Guarpes ni Riojanos los tales rastreadores. (5) El padre Ivés se vale de la misma voz nuestra. — 6g — ro, bien poco le preocupaba la idea de llegar a ser comido, porque (al decir de él) muerto uno ya le es indiferente si es lo comen o no se lo comen, todo ello es uno para el muerto: para mí la real pena sería de haber fallecido en mi cama y no de morir como los Principales, en medio de danzas y de « Caourns » f1) vengándome antes de morir de aquellos que me hubieren de comer: siempre que me acuerdo que soy hijo de uno de los Principales de mi tierra, que mi padre era temido, que lo ro- deaban para escucharlo cuando concurría al *Carbet> (2), y me veo ahora esclavo, sin poderme embijar, sin coronas, ni braza- letes ni pulseras de plumerío como se engalanaban los hijos de nuestros Principales, quisiera más bien estar muerto, y mu- cho más me aflijo cuando sueño o recuerdo que me cautiva- ron, siendo yo niño, con mi madre en mi tierra y conducido al lugar de Comma, donde presencié que la mataron y se la co- mieron a mi madre con la cual deseando estaba yo también morir, porque ella me amaba tiernamente, y yo tengo que sentir viéndome sobrevivir:» al pronunciarse así, lloraba in- consolable a lágrima viva; de verlo no más partía el corazón; bien sabía yo, por experiencia, lo amorosos que son los «Sal- vajes» (:!) para con sus padres, como también los padres para con ellos». P. 54. Más tarde, agregaba esto: que después de muerta y comi- da la madre, los amos lo adoptaron por hijo, y él les daba a ellos el trato de «padre» y «madre»; cuando de ellos hablaba lo hacía con un cariño inefable, y eso, a raíz de que se co- mieran la propia madre de él y hasta se hubiesen puesto en el afán de intentar comérselo a él también poco antes de la llegada de los Misioneros a la Isla. Aquellos «amos» hacían el sacrificio de andarse unas 50 leguas de camino hasta la Misión, por ver al esclavo de otro tiempo. Muchos son los otros privilegios de los esclavos; hasta les es permitido galantear a las muchachas libres, ateniéndose a lo lícito, pero sin excluir a las hijas de sus mismos amos, siempre que éstas hubieran sido consentidoras, como que en rea- lidad ellas 110 se hacen mucho del rogar; lo que sí, hasta cierto (1) Oran fiesta con bebida ad libi/ttm. (2) Casi de asamblea de estos indios. í 3) Modo ile decir en lu¡»ar de «Indio». No debe uno conformarse con el apodo de «Salvaje» aplicado ast a ciertos Indios de las Américas, y por cierto que ni Cnrattis ni Tnfii-Gunranis lo merecían, no siendo por lo de « comedores de carne», y... ni por esas. — 7o — punto, se guardan las apariencias y se valen de citas en luga- res excusados, más bien para evitar las bromas entre ellas mis- mas, porque «hijas-de-algo» entre ellas se entregan a simples esclavos; la mácula esta, empero, es insignificante, pues más bien sirve para jarana que para deshonor. A los Cetonias (*) y danzas públicas, los esclavos concurren con toda libertad, engalanándose el cuerpo de mil maneras con embijamientos y plumeríos, si los lian podido haber, todo lo cual, entre ellos, prendas caras son. Con los hijos propios de la casa, entre ellos se tratan cual si fuesen hermanos. Kn una palabra: el cautiverio de ellos es una vida de plena libertad. Muy curiosa es la relación que el autor nos ha dejado del modo como se apoderaban de los prisioneros o los hacían sus esclavos, fiel reproducción de lo que pudo averiguar de los esclavos regalados por los de aquella tierra para subvenir a las necesidades de la Misión. Cuenta que cierto día, reconve- nía de haraganería a uno de tales, dado por un Tapinambo, por razón de que no correspondía el trabajo a la capacidad de sus fuerzas; esta fué la manera como respondió a la repren- sión, y eso que habíase hecho con toda suavidad, porque el Padre estaba bien enterado de cómo se había uno de manejar con gente de esta nación; para ellos las reprensiones son he- ridas y lastimaduras, y los azotes, la misma muerte, antes bien, preferían morir honorablemente, como ellos lo llaman, es decir, en plena asamblea de sus semejantes (1 2), como muy bien lo ha descrito el R. Padre Claudio. Esta fué la respues- ta del Indio aquel al P. Ives: «Tú no me has puesto la mano sobre mi espalda, estilo guerrero, así como me lo hizo quien a tí me entregó para que me hicieses tuyo» ; incontinen- ti me entró la curiosidad de averiguarle al « Truchimán » lo que todo aquello significaba, y en seguida me hice cargo de que era ceremonia guerrera usual entre aquellas naciones, a saber: que cuando un prisionero caía en manos de cualquiera, aquel que lo apresara le había de dar una palmada sobre la espalda, diciéndole a la vez «yo te hago mi esclavo», y desde ese mis- mo momento el pobre cautivo, por muy principal que haya (1) Caouins. Sin duda la voz guaraní. Cagnaí, bebendurria o borrachera. Ver Tesara, Kdjzde Monioya, f. S5. lid. rlatzman. (2) «Comedores de carne humana», se entiende. 7< sido cutre los suyos, se da por esclavo y vencido, acompaña al vencedor, le sirve con toda fidelidad, sin que su amo se preocupe de él para nada, más aun, en cuanto a la libertad de andarse por acá o por allá, lo hace a su antojo, casándose por lo general con la hija o con la hermana de su amo, has- ta el día en que debe recibir la muerte y ser comido, y en- tonces tanto él como los hijos, prole de la propia hija del amo, son asados y comidos; entendido que esto ya no se ha- cía ni en Marañan, Tapuítapera y Conima ni aun entre los Catetes sino muy rara vez», (p. 46). Así pensaba el Indio y no dejaba de tener razón: ¡cuántas cosas no sacrifica el 110-Indio y la no-India de nuestra raza y tiempo para estar a la moda, coúte que cofite, en vida y ha- cienda! Ks de buen patriota morir por la patria, y es de buen gusto morir por la moda que rige. Veamos, empero, cómo legislaba la mentalidad castellana en la época de las Leyes de Partida: 'Seyendo el Padre cercado en algunt castiello que tuviese » de señor, si fuese tan coitado de fambre, que non hobiese » al que comer, podrie comer el fijo sin malestanza ante que » diese el castiello sin mandado de su señor». De esta guisa pensaba la nación para quien se codificaba. ¿Con cuál de los dos juicios nos quedamos, del código consa- bido o del simpático esclavo Tupi de la misión francesa en la isla de Marañan ? No se debe admitir así no más que la antropofagia sea una señal de barbarie mayor. En la América, los más horrendos comedores de carne humana han sido los Indios de estirpe Tupi- Guaraní, Caraibi y .. . Mejicana; con menos horrendos de- talles los de estirpe Runa-Simi o Peruana y Chili o Araucana: entre todos ellos era ya un rito consagrado con detalles de ceremonial muy complicado. Es una víctima que se sacrifica y los circunstantes participan en común, consumiendo cada cual su parte por ínfima que ella fuere. El rito más sagrado de la religión cristiana es de un sim- bolismo eminentemente antropófago, que sin duda fuera real y positivo antes de la época de Isaac, y posteriormente, sólo pro- fóticamente simbólico hasta el último sacrificio que fijó el misterio como dogma en la forma que lo conocemos. Sea todo ello dicho con la mayor reverencia. - 72 — 1 1 I,OS INDIOS CAkAÍBK, SKGIJN DK KOCHlíl’ORT Así discurría el Rdo. P. Ives d’Evreux en su «Voyage dans le Nord du Brésil» (’) en 1613-14 acerca de la mentalidad y ciertas costumbres político-sociales de los Indios Tafiinavibó y Tobayara (1 2 3 4) en la Isla Marañan y Tierra Firme inmediata (*). Veamos lo que de sus Indios Caraibi nos cuenta el señor de Rochefort en su « ¡ lis taire des lies Antilles » más o menos el año 1658 (5). El Caraíbi se ofende si le dan el trato de «Salvaje» y no menos cuando los llaman «Calímbales», sin perjuicio de que se coman la carne de sus enemigos, pero lo hacen para dar gusto a su furia y a sus venganzas, y no porque les sepa me- jor que cualquiera de las otras carnes (pie les sirven de ali- mento; mucho les complace, empero, que los llamen « Caraibes », por sonarles como apelativo glorioso que acentúa la nota de su valor y caballerosidad; en realidad no son únicamente los Apalachitas, de cuyo medio ellos han emigrado, que con este vocablo dan a entender que se trata de un hombre guerrero, un hombre valiente, dotado de fuerza extraordinaria y diestro en el ejercicio de las armas. Eos mismos Aruacos, sus enemi- gos capitales, se valen de esta palabra en el mismo sentido, pero con el agregado « cruel» (sic), a causa de los males que los tales Caraibes les han hecho experimentar; tanto es así y tanto aman los Antillanos el apelativo aquel, que a cada rato se dicen con los europeos: «tú francés, yo Caraíbc soy». Por lo demás, son de carácter suave y benigno; tan con- trarios son a ser tratados con severidad que suelen morirse de pena al verse víctimas de algún rigor de parte de las na- ciones que los poseen en calidad de esclavos, como sucedió cuando ciertos ingleses se llevaron con alevosía algunos de ellos a muchas leguas de distancia de su país natal. Con el (1) Véase p, 69, nota (1). (2) l.os Tttpiuambá de nuestros autores; Indios de Pernambuco y bocas del Amazonas. (3) Tabayara o Tobayara o T ubayara , la iná> noble nación de estirpe .Uro o ¡ttpi, al decir del P. Vasconcel los. (4) Donde vivían indios de otras estirpes. (<) Preciosa obra de gran importancia, por la escrupulosidad con ipie distingue en- tre el hablar de los varones y el de las mujeres. — 73 — buen trato, empero, todo se consigue de ellos, a la inversa de los negros, a quienes hay que tratar con dureza, porque de lo contrario se tornan insolentes, perezosos e (infideles) inservibles. «Muy anienudo nos echan en cara lo avaro que somos y el empeño desmesurado con que amontonamos bienes para nos- otros y para nuestros hijos, siendo que la tierra es capaz de mantenernos a todos los hombres, siempre que éstos quieran tomarse el trabajo de cultivarla por poco que éste sea; y por lo que respecta a ellos, se lo pasan sin cuidado alguno en cuanto a las cosas de su vida diaria, mientras que por otro lado están más gordos y más listos para lo que se ofrezca que los europeos: en una palabra, viven sin ambiciones, sin cuitas ni preocupaciones, sin pretender ganarse distinciones ni amon- tonar fortunas; desprecian el oro y la plata, como los Lace- demonios de la antigüedad, y como los Peruanos, igualmente satisfechos tanto con ser lo que son, cuanto con lo que la tierra les proporciona para su sostén. Al decir de ellos, si sa- len a cazar o a pescar, o si se les antoja derribar árboles para formar una huerta o para levantar su bohío (1), tareas todas ellas harto inocentes, y muy propias de la naturaleza humana las hacen sin apuro, a guisa de entretenimiento y jolgorio, cual si fuesen diversión» (p. 456). «Más aún: les causa espanto cuando se aperciben que apre- ciamos en tanto el oro, ya que tenemos el vidrio y el cristal, que al parecer de ellos, son más bellos y desde luego de más valor. A propósito de todo esto, el historiador milanés Benzo- ni, en su historia del Nuevo Mundo nos cuenta lo siguiente: «los Indios, en señal de inquina contra la avaricia sin límites de los españoles (2) que los subyugaran, tomaban una moneda de oro y decían: He aquí el Dios de los Cristianos. «Por esto » se vienen de Castilla a nuestro país; por esto nos lian con- » vertido en sus esclavos, nos han expulsado de nuestras ca- » sas, y han cometido horrendos crímenes contra nosotros; por » esto se hacen ellos la guerra entre sí; por esto se matan ellos » los unos a los otros; por esto es que se lo pasan ellos siem- » pre afligidos, se pelean, se saltean, se maldicen y blasfeman: (t) Nombre indígeno que se da a los ranchos o toldos en esas regiones. (2) No fueron los españoles sólos los que con sus entradas sacrificaron a los pobres Indios; los cronistas cuentan de sendas factorías alemanas que en el primer siglo de la Conquista en América, anticiparon los horrores cometidos por los mismos en el Africa en los siglos XIX y XX. » finalmente, no hay villanía ni iniquidad alguna de la que no » se valgan». Ahora, por parte de los Caraibis nuestros, si ven ellos a los cristianos que andan tristes y preocupados, se valen de la oca- sión de chancearse amigablemente con ellos y con estas pala- bras: «Compadre (*): qué desventurado eres por tener que ex- poner la vida a viajes tan largos y tan peligrosos, y tener que amargarla con tantos cuidados y congojas. Da pasión de tener algo te obliga a soportar tanta pena y te carga con estos quehaceres abrumadores. No es menos el cuidado que te inquieta por los bienes ya adquiridos, que aquel otro, por los que aun se están por adquirir. Toda la vida te la pasas te- miendo no sea que alguien te los robe en tu país, o en viaje por esos mares, o que tus mercancías se pierdan en algún naufragio hundiéndose en el Océano. Así, pues, tú te encane- ces antes de tiempo, se vuelven blancos tus cabellos, tu frente se llena de arrugas, incomodidades mil dan cuenta de tu sa- lud, mil pesares te parten el corazón y a gran prisa te mar- chas hacia el sepulcro. ¿Qué, no te bastan los bienes que tu país te proporciona? ¿Por qué no despreciáis vosotros las ri- quezas como nosotros lo hacemos?» Sobre este punto, Vicente le Blanc reproduce algo muy dig- no de ser leído, y dicho por ciertos brasilienses, quienes a la sazón le dirigían la palabra: «¿listas riquezas que vosotros los cristianos perseguís desesperadamente, os hacen acaso entrar en mayor gracia de vuestro Dios? ¿Os evitan de tener que mo- rir? ¿Os las lleváis convusco a la sepultura?» Casi con las mis- mas palabras hablaban ellos con Jean de Ivery, como este autor lo cuenta en su historia (cap. 13). Dos Ca ralbes también con toda razón y muy enfáticamente suelen echarles en cara a los europeos como una manifiesta injusticia «el haber usurpado para sí la tierra natal nuestra » Tú me has expulsado (dice la pobre gente) de San Cristo- » bal, de Nieves, de Monserrat, de San Martín, de la Antigua, » de la Gardeloupe (1 2), de la Barbada, de San Eustaquio, etc., » que no te pertenecían, dentro de lo cual no podías alegar » derecho alguno. Y tú me amenazas todavía con quitarme lo (1) Nombre aprendido por ellos, y que usan siempre en señal de buena voluntad, como igualmente les sirve a las mujeres en sus tratos con las europeas para hacer constar su amistad. (2) Ku nuestro romance la Guadalupe. 75 » poco que me queda. ¿Qué suerte le espera al pobre Caraf.be ? » ¿Será ella que se vaya a vivir con los peces del mar? Muy » mala por cierto debe ser tu tierra cuando tú la dejas para » venirme a quitar la mía; o de no, mucha maldad será la » tuya al venir así de pura gana de hacer mal a me pérse- » guir» (p. 458). La queja esta no denuncia una modalidad tan de «Salvaje». Por cierto que no; es una nota psicológica que de siglo en siglo asoma a través de las facultades atrofiadas del Indígena Americano embrutecido con 400 años de injusticias y de ma- los tratos. Las mismas o muy parecidas palabras las oía el viajero ingeniero don Juan Pelleschi en sus conversaciones con los Indios Matacos del Chaco Boreal (*), y las oirá cual- quiera que «le gane el lado de las casas» al indígena. Oigamos a otro misionero francés de la misma región y y año 1665 — el P. Ramón Bretón, quien actuó en las Antillas francesas e Isla de Gardeloupe — : las citas son de la reimpre- sión Platzman, Leipzig 1892 (1 2 3). «Callinago, es este el verdadero nombre de nuestros *Ca- » ralbes* insulares, son esos « Caníbales » (a) y antropófagos, de » quienes tanto se quejan los españoles, como de gente que » no han podido domar y que han devorado un número pro- » digioso de sus connacionales y de sus aliados (a estar a lo » que sus libros cuentan); no es mi voluntad también hablar » mal de ellos: por lo que a mí respecta no tengo motivo al- » guno de quejarme de ellos, muy al contrario, de buena gana » podría quejarme de su exquisito trato para conmigo. (¡ Oh, » cuán dulce crueldad no fuera esa de ser molido, devorado y • despedazado en la demandad e un Dios!)... las mujeres los » llaman « Cal lipánam .» Así termina el artículo del ameno padre dominico (p. 105). Comparemos la observación esta del P. Bretón con el diá- logo anterior entre el P. Ivesy su esclavo Tupi- Tobayara, en cuanto a lo de ser comida de sus semejantes; de todo ello resulta un problema psicológico interesantísimo. Para estos Cara/bes «la Tierra es la buena Madre» (Roche- ( 1 ) Conversaciones tantas veces producidas en trato continuo con ese inteligente viajero y amigo. (f) Nunca se le podrá agradecer bastantemente a este ilustrado americanista sus fieles reproducciones de las más preciosas obras lingüísticas dejadas por los misioneros cristianos en las tres Américas. (3) Cani-ba-le o Ca-ni-ua-li «gente o nación enemiga». — 76 — fort, p. 469); si se les habla tle la «Esencia Divina >, etc., es- cuchan con atención y salen con esta: «Compadre, tú eres muy elocuente, tú eres muche manifat (hábil)». He aquí otro caso relatado por de Rochefort: uno de los « Caraibes » trabajaba en domingo y se le observó que «El Creador del Cielo y de la Tierra se enojaría con aquél hombre porque trabajaba en tal día reservado a su servicio». «Pues yo (replicó bruscamente el Indio) estoy enojado con El; porque tú me dices que Él es el amo del mundo y de las es- taciones; El es, pues, quien no ha enviado la lluvia en su tiempo y que ha hecho secar mi mandioca y mis batatas, a causa de la gran sequía; por lo mismo que me ha tratado mal se me antoja trabajar todos los domingos para contra- riarlo» (p. 470). Cita también a Lery (cap. 17), a propósito de los Tuptnam bás, quienes al decirles que Dios era el autor del trueno, de- ducía que no era bueno porque se complacía en espantarlos de esa guisa (p. 470). Hasta aquí la mentalidad del Tupinambd, y con mucha gracia, el de Rochefort termina su párrafo así: (Ibid). « Retournous aus f1) Caraibes* ; y así lo haremos nosotros, porque pasa a tratar de cosas que mucho tienen que ver con una mentalidad algo superior, he aquí la prueba textual: «lis ont un sentiment naturel de quelque Di vi ni té, ou de » quelque puissance superieure et bienfaisante, qui reside es » Cieus». III IDKAS RELIGIOSAS No hay para qué ocuparnos de aquellos indígenas de las Américas que lucían sus mitologías más o menos complicadas, rivalizando así, también más o menos, favorablemente con las del viejo mundo; limitémonos más bien a los Caraibes de Ro- (1) Aus por Aux del francés moderno. I,a etimología es sencilla: A - - a\ n ~ /; -v — es - «a los». 1, a prueba consta eu las mismas citas; e. gv: Cid-tt-s, según el análisis anterior se convierte lógicamente en Cie-l-os. Del mismo modo es resulta de sincopación de en-los aunque de un modo más complica- do; asimilación de / con n y pérdida de las dos u por simpatía. De la misma época es aiu v, «más aun», que yo correlaciono con el aínda víais del portugués: en sus sincopaciones de sonidos los dos romances se parecen. - 77 — chefort y a los lúpi-Guaram's de las varias Misiones en las cuencas que largan sus aguas hacia el Atlántico. Los Indios Guaraní tenían ese «sentiinent naturcl de quel- que Divinitc », que les atribuye de Rochefort a sus «Caraibcs » de las Antillas Francesas, y en prueba de que la tenían, y que era algo más esencialmente superior a la tradición vul- gar del hombre inconsciente, ahí está esa palabra Túpa (1), Dios, adoptada y con tanto acierto por los misioneros de la Compañía de Jesús, en sus doctrinas guaraníticas; la adopta- ron y la sostuvieron contra todas las maledicencias de sus detractores, como la Iglesia Católica adoptó el término «Dios» con preferencia al de « [chova Ji » en cualquiera de sus formas» no obstante que este vocablo y no aquél representa al nuestro que adoramos. No es fácil penetrar en todos los misterios que se encierran en las voces de « fehovah » y « Eloi » (2 3 4), ni tampoco en los primitivos que resultaron « Júpiter » y «Zeus» con todas sus modificaciones legendarias o gramaticales; pero ahí está el hecho contundente que hasta nuestros días decimos «Dios» y pensamos que es « fehovah » o « Elo-i » con todos sus atributos. Pasemos por alto ese ser misterioso Ton apa que asoma en la mitología peruana, y que en parte fué estudiado ya con alguna extensión (:!), pero sin invadir posibles analogías en regiones ni caríbicas (') ni guararíes (5). En este artículo sólo se trata de levantar un algo la opinión que se tiene de la mentalidad del Indio y de sus manifestaciones psicológicas. Cuéntanos, pues, de Rochefort, que a ese buen Dios en que creen los Caraibis, les basta el poder gozar tranquilamen- te de las amenidades de su innata felicidad, sin agraviarse porque mal se porten los hombres, y que tan amplia es su bondad que no se siente inclinado a buscar medio alguno de vengarse; de donde resulta que no le rinden ni honores ni adoración, e interpretan ese tesoro inacabable de clemencia prodigado en su favor, y esa paciente longanimidad con que (i) Ver Tesoro, K. ñu Montoya, irt voce , f. 402. Sin hacer mía la derivación, aplau- do el uso de la palabra como ideal en América. Í2) El-o-r — Kste epíteto del Ser Supremo, aparte de la i final, que, como en Kerlrtrn , dice «mí» o «mío», puede ser 11 na si neo pación de muchas evoluciones. Cuanto más viejo sea el Universo más misterios podrá encerrar ese sencillo Elo-i , o su equivalente Jc-ho-vah . (3) I.afone Queveiio, « Culto de Tonapar, Rev. del Museo de I.a Plata, t. III, pági- nas 320 y sigtes. (4) Porque Tono o Turra es «agua» en esta lengua, y To-tona-ca era una de las na- ciones más cultas de Méjico. (5) Cení' que Titpü Dios», algo puede tener ron Trt-tra «agua». 7S — los tolera, ora como impotencia de parte de Él, ora como in- diferencia por lo que atañe a la conducta de los hombres. Los Indios Caraibi, como tantos otros, en sus ideas espiri- tuales se manejan con sus «buenos y sus malos espíritus» (que sea dicho de paso, forman su corte celestial) de una manera bastante sencilla: los buenos, así se dijo ya, como buenos que son, yacen olvidados, y a los malos los repelen mediante la intervención de los hechiceros, llamados boyé , boyaicon o boyei- ri ('). K1 nombre general de los «espíritus buenos» es Akam- boüe (1 2) (dicen los varones) y Opoyem (3) (dicen las mujeres): en particular aquéllos usan el vocablo Icheiri (4) y éstas el de Chemú (5 6) con su plural Chemügnum; si es particular del in- dividuo entonces él dice Ichcirikou, (') ella, Ncchcmérakou ( ). Mapoya o Maboya (7 8 9), llaman todos, varones y mujeres, al «diablo o espíritu malo». Lo interesante en todo esto es, que Chemú sea el apelati- vo de Dios en boca de mujeres, porque es voz que tiene su historia. Por lo pronto ocurramos al Glossano Brasiliense de Martius, artículo Taino (s), lenguas de las Antillas, allí tene- mos lo siguiente: «Idolo», Zenit, Zemes, C /temes; «Spiritus» O poyen; ambas palabras estas son femeniles según de Rochefort, y desde lue- go de origen Aruacu. La forma de algunos de estos Zemes o Chentes es conocida y a lo que parece, simbólica del sexo fe- menino. Ahora si el nombre y simbolismo éstos pueden ha- cerse extensivos a otro objeto que es el enigma de la arqueo- logía antillana, resultará que el culto Aruacu de las Antillas era serpentino (a), desde luego en su simbolismo, eminente- mente sexual, y, como era de suponer, de formas femeniles. Este punto es interesante, por ser un eslabón más en la (1) Términos estos de valor para estudios posteriores. bijarse en las paites bu vel po v eiri. (2) Ata y bs vel po, elementos léxicos muy de la región, (3) Ver notas 1 y 2 que preceden. (4) Ich-eiri. Ver nota 1. (5) Chemú. listos son los Chentes o Zemes o Silentes, dioses e ídolos de las Antillas. Martius. Gloss. p. 315. (6) Ne-chcme-rukon. Ver anterior. (7) A/, ¡poya vel Maboya. lis voz de forma negativa por el prefijo Mu. I,os apoyen dicen las mujeres para significar los «espíritus buenos»; los Ala. poyo son los «no-buenos», i. e., « malos». (8) Gloss, p. 315 in sjoce iJulon. (9) Vease t. XI, Col. de Lib. para Hist. del Perú, « llilaciún por los primeros Agustinos, p. 20, donde se trata de los Gtta-chemi-nes — ',9 ~ cadena étnica que une las estirpes peruano-argentinas con las caribicos-aniacas de las Antillas y su Tierra Firme; también con el N. O. argentino donde se han hallado Chentes (’). Otro eslabón importantísimo es el de los petroglifos: son ellos otros jalones que nos han dejado las hordas migratorias en su odisea desde el Mar Caribe hasta el Río de la Plata y desde el Mar Atlántico hasta el Pacífico Las fuerzas reproductoras de la naturaleza, por todas par- tes aparecen como objetos de culto de los indígenas, y aun cuando el tiempo y las persecuciones de cultos opuestos hayan hecho todo esfuerzo por hacer desaparecer el último rastro de las religiones del vencido, la casualidad y la arqueología rei- vindicadora de la historia sacan a luz pruebas de cómo actua- ban y cómo pensaban naciones desaparecidas. Los nombres de lugar, el simbolismo de sus artefactos, su organización social, todo tiende a hermanar las naciones dispersas en la mayor parte de la América que conocemos. ¿Cómo se escribía la historia del Viejo Mundo cuando Hum- boldt viajaba por el continente nuestro de América y cómo se escribe ahora después de unos cien años? ¿Se pretenderá acaso que todo lo que se ha descubierto durante el mismo tiempo no tendrá que producir una historia de América muy distinta de la que conocemos? ¿Se han tenido en cuenta los trastor- nos telúricos en la distribución de tierra y agua, mucho más modernos que las épocas glaciales, y algunas de ellas acaso tan recientes como el principio de la era cristiana? La cultura existente en América, sea cual fuere su origen, y los aprovechamientos de ella que la mentalidad indígena pudo hacer suyos, como uno de sus resultados, nos presentan esas eras solares de mil años divididos en dos pachn-ctiti de quinientos años cada uno (1 2 3), y es curioso que después de ha- ber explicado Montesinos lo que era un « pachacuti (de tiempo), en el 2.0 § del cap. XII (p. 71, Ed. 1882) diga esto: «A mime » enseñaron cuatro paredes antiquísimas sobre un cerro, y un » criollo, gran lenguaráz y verídico, me certificó servía de reloj (1) Amuletos triangulares muy curiosos hallados en la región antillana y también en la andina al N O. de la Argentina. (2) Todo ello son manifestaciones de una mentalidad superior a la que se atribuye a un mero salvaje, si es que lo hay, no siendo por degeneración. (3) Montiísinos, itrniorias antiguas del Perú, p 69 Cada «sol» equivalía n mil años y su mitad, llamada pachacuti , a quinientos. lista cuenta de años guardaron siempre los indios de este reino basta la venida de los españoles. - 8o » este edificio a los indios antiguos.» Acababa el autor de contar cómo el rey Cápac Raymi Amauta con sus astrólo- gos « hallaron puntualmente los solsticios: era una manera » de reloj de sombras, y por ellas sabían cual día era largo » y cual corto, y cuando el sol iba y volvía a los trópicos»- De estos relojes solares, inti-huatana (*), descubrí yo uno en el valle Calchakí, lugar del Fuerte Quemado, Santa María de Yocavil, y asiento de los indios Kaliauos compañeros de los Kihncs en sus infortunios y expatriación a Buenos Aires. Sobre un cerrillo estaban las «cuatro paredes», hoy destruidas por travesura de viajeros; los datos se conservan y un modelo de todo ello se halla en el Museo de Da Plata. La cultura perua- na era la de Kalchakí, pero a cargo del Dr. Lehmann Nitsche está el probar qué conocimientos astrológicos eran y son ge- nerales en toda la América. F1 señor Clark Wissler en su The American ludían, pu- blicado en Nueva York el año 1917, trae algunas palabras que aprovechamos para cerrar estos párrafos deshilvanados, 110 tanto así su intención. «Por todos lados se oye: ¿Cómo llegó el Indio aquí? ¿Quié- nes fueron sus abuelos? ¿Cuáles sus conocimientos y costum- bres? ¿Qué produjo como resultado de sus propias iniciativas y de qué medios se valió para alcanzarlos? Digno y justo es que todo esto nos interese a los que estamos, porque no sólo he- mos reemplazado al Indio en esta (su (1 2 3 * 5) ) tierra, sino también hemos hecho nuestra ( absorbed ) gran parte de su cultura. vSu- pongamos que por un golpe de magia hubiese desaparecido de nuestra historia, geografía y literatura, todo cuanto a esta raza (la americana) le corresponde. ¿Cuál y cuán grande no sería el vacío que nos quedaría en su lugar? ¿Cuál y cuán- to no sería el daño que se nos irrogaría eliminadas que fue- sen su pintura, su escultura y sus artes decorativas? Kstas pérdidas nada serían, por grandes que sean, en comparación del abrumador vacío económico que nos resultaría si nos fal- taran maíz, cacao, mandioca, patatas y batatas (:!), calabazas (')> coca, quina (a), tabaco y todo ese cúmulo de productos que no (1) Ver Lafonk Qimíykdo, ¡'eaoro de cai ' 1 -N i !f f V^: • V • / *<3^3&P2t* I*'i g*. 14. — Dafthnin s/>t •m/n f,r . 1»irabt*-i — 9 — X 41 — Joven. del misino modo que en el dorsal. K11 el lado interno del caparazón, cerca de la parte media del borde ventral, se encuentra siempre una hilera de cerdas largas y plumuladas; todas están muy juntas y va creciendo de adelante hacia atrás La espina terminal del caparazón está a con- tinuación del borde dorsal, dirigida un poco hacia arri- ba, diagonalmente respecto al largo del animal; en los estados jóvenes es, propor- cionahnente, mucho más grande que en los adultos. La escultura es poco visi- ble, está constituida por plaquitas con formas de po- lígonos más o menos re- gulares. El labio (fig. 13) tiene sobre su borde inferior y posterior gran cantidad de pelitos, con aspecto de cabellera, que va de mayor a menor; paralelamente se observan varias series de 506 paitas semejantes a las que hay sobre el borde anterior. El primer par de antenas es corto, tiene forma de cono trun- cado; las cerdas sensitivas son 9 y sus puntas llegan a la ex- tremidad del rostro, el cono nunca. Entre el rostro y la ante- na se encuentra una cerda, que para nada he visto figurar en las descripciones de las otras especies de Daphnia ni tampoco en los dibujos respectivos; es tan larga como las cerdas sen- sitivas. (fig. 13) El segundo par de antenas 110 ofrece mayores particularida- des. La extremidad de las cerdas llega hasta el lugar donde comienza el post-abdomen ; la rama dorsal tiene cuatro artejos, la ventral tres, siendo el proximal de esta última el más des- arrollado de los siete. El post-abdomen (fig. 15) siempre mide un poco más de la tercera parte del largo total del animal, sin tomar eti cuenta la espina del caparazón. La relación entre esas dos me- didas es la 'siguiente en diez casos: = , 2s -- 3.20 & 0.72 0 0 0.65 0 v 2.34 2.16 1.46 2.41 , 2.28 —^-=3.23 —— = 3.32 — - — =3.11 —-- = 3.26 = 3-27 0.72 " o.6s 0.47 0 0.74 0.70 3.°9 2.4} 2.25 . , . . , —^- = 2.22 — ^7= — 77= -1.7.0. Las protuberancias de la parte superior son cuatro. La primera es larga y puntiaguda, posee pocos pelitos; normalmente está dirigida hacia adelante. La segunda representa la mitad del largo de la anterior, pero es más ancha en la base, está bien separada de la primera, es decir, que 110 es como en D. pulcx ; hállase dirigida hacia atrás y recubierta por gran cantidad de pelitos. La tercera, en su primer mitad, está constituida por una parte abultada, sien- do la otra muy baja, formando una especie de plataforma; el K i g 15. Daph u i a sp i- nulata. Btrabén, ^ — X¿8 — Post-abdo- men visto de lado. O + P'ig. ib. — DapJtuia spiuulata . Birabén — X I¿8 — Post-abdomen visto de frente todo está erizado de pelitos dispuestos en hileras. La cuarta protuberancia es la más pequeña, tiene aspecto de botón. El espacio que ocupan las bases de las cuatro es mayor que la mitad del largo del post-abdomen contando las garras. El borde posterior del post-abdomen, es primeramente cón- cavo, tornándose convexo poco antes de los dientes anales. Estos son regularmente g ó jo, pudiendo en pocos casos ha- ber uno más o uno menos; 110 siempre hay la misma canti- dad de los dos lados. Para demostrar esto doy a continuación los números obtenidos en 20 ejemplares: 10 y 10 - 9 y 9 - 10 y 10 - 10 y 10 - 10 y 9 - 10 y 10 - 9 y 10 - 10 y 11 - 10 y 10 - 9 y 10 - 12 y 10 - 10 10 - 10 y 10 - 10 y 10 - n y 10-9 y 10 - 11 y 11 - 9 y n - 10 y n-ny 11-ny 11. Entre los primeros dientes suelen hallarse otros de me- nor tamaño, que 110 figuran en las cifras dadas. La región ocupada por los dientes anales representa una tercera parte de la longitud del borde posterior. Las dos cerdas post-ab- — 97 dominales son cortas, miden apenas un tercio del post-abdo- men; están articuladas en el medio y son plumuladas. Las garras ofrecen caracteres interesantes. Vistas de lado amenudo aparecen como si tuvieran solamente dos peines, pero vistas de arriba nos muestran perfectamente que hay tres peines externos y dos internos (fig. 1 6) ; entre los primeros, el proximal está constituido por 10 a 15 púas derechas que au- mentan de tamaño gradualmente, hasta culminar en la del medio. El peine que le sigue es parecido, pero lleva de 25 a 35 púas. El distal en cambio difiere mucho, ocupa la última tercera parte, tanto en el lado externo como en el interno y no tiene púas como aquéllos, sino que está constituido por pelos muy reunidos. Réstanos decir algo del peine proximal del lado interno ya que el otro de ese lado no es más que la prolon- gación del distal del externo; aquel tiene mayor base y su cons- titución es muy semejante al segundo de! lado externo, aunque posee mayor número de púas. El ojo es de tamaño mediano, lo rodean más o menos 12 cristalinos. El ocelo está en el medio de la zona comprendida entre el ojo y el borde posterior de la cabeza. MACHO El macho es más pequeño que la hembra; .su largo medido en 10 ejemplares variaba del modo siguiente: 1.15 mm. - 1. 21 - 1.22 - 1.22 - 1.24 - 1.28 - 1.28 - 1.3 1 - 140 - 1.44. La cabeza en los jóvenes es como en la hembra, pero en los adultos es un poco di- ferente; en aquélla la parte más saliente está situada sobre el ojo, en el macho se halla justo enfrente o un poco más abajo; el borde ventral es casi recto no siendo la extremidad del rostro tan pronunciada. El caparazón también es parecido al de la Ffg. \T-Dafi huía spinu- lata. Hirabén ^ — X12S hembra; su borde dorsal es perfectamente rec- — primer parde antenas, to y lleva a ambos lados de la carina una hilera de púas. En el ventral además de las púas lleva muchas cerdas pinadas sobre el lado interno, seme- jantes a las que encontrábamos en aquélla, pero que comienzan en el origen del borde, donde se hallan en muy gran abun- dancia. La escultura no es tan pronunciada. El primer par de antenas (fig. 17) es grande, de ancho uni- forme y lleva un número variable de puítas, que en anillos están distribuidas sobre todo el largo. En el extremo sostiene un flagelo largo y grueso que en su parte media sufre una débil depresión; en su último tercio es abundantemente ciliado. Tam- bién en el extremo, encuéntranse 9 ó 10 cerdas sensitivas; entre éstas y la base del flagelo, hay una cerda accesoria, que 110 está situada exactamente en el extremo sino sobre un lado. El post-abdomen es muy parecido al de la hembra, lleva de 8 a 10 dientes anales y no se nota ningún espacio libre, gran- de, entre los dientes y la garra. Esta no ofrece mayores par- ticularidades; algunas veces se observan uno o dos dientes de los peines un poco más gruesos que los demás. A esta especie la encontré por primera vez en Talapampa, provincia de Salta, el 28 de marzo de 1915; se hallaba en muy gran abundancia en un charco pequeño, que medía ape- nas un metro de diámetro y unos 50 cm, de profundidad y en otro cercano mucho más grande y menos profundo, con agua muy turbia y arcillosa, a 150 metros de la Estación y a un lado del ramal a Cafayate. I)e la provincia de La Rioja, de un lugar cercano a la Capital, el Tiro Federal, el señor Ingeniero. P. M. Capdevila me proporcionó ejemplares de la misma especie; parece que se hallaban en condiciones parecidas a las de Salta. De la provincia de San Luis, en Alto Pencoso, el doctor Carlos Bruch me remitió ejemplares encontrados en enero de 1914. En Río Santiago, cerca de La Plata, en un lugar próximo a la Plstación del ferrocarril, la había. Algunos individuos eran mucho más grandes que todos los que había hallado ante- riormente, midiendo el mayor 3.70 mm. Fueron sacados de un tanque de cemento armado con apenas 15 cm. de agua muy arcillosa. Había también en el mismo lugar J)aphma pulex; llamóme la atención la gran cantidad de machos de I), spinulata en proporción con los encontrados en Salta. Las hembras eran efipiales, no así en D. pulex, donde además no se notaban machos; de las dos especies había individuos jóvenes. 99 — Esta especie es parecida a D. psittacea Baird, o por lo me- nos es a la que más se le aproxima. La hembra se diferencia principalmente por los detalles que a continuación enumero: el borde ventral del caparazón en D. psittacea, lleva púas en casi toda su extensión, según dice Richard, mientras que en D. spinulata sólo se notan desde la mitad. En la cabeza no cita la cerda accesoria que hay entre el rostro y el primer par de antenas, en mis ejemplares siem- pre la he podido observar. Las diferencias principales residen en el post-abdomen y particularmente en las garras. En 1). psittacea se hallan en el peine proximal 9 a 10 dientes y en el distal de 13 a 14; en cambio en D. spinulata en el peine proximal hay alrededor de 13 púas y en el distal de 25 a 35- En el macho la cerda accesoria del primer par de antenas no está inserta en el extremo como en D. psittacea sino que está sobre un lado de la región distal. En el post-abdomen no he visto el espacio que en esa otra especie existe alrededor del canal deferente, en la cual, además, parece que a lo sumo son 8 los dientes anales mientras que en D. spinulata encon- tré hasta 10. Debo recalcar ahora un detalle que he observado en D. spinulata y en D. pulex. Se trata de la hilera de cerdas que siempre se encuentra en la parte interna del borde ventral de cada una de les valvas del caparazón y que se continúa pri- mero por el borde ventral y luego el posterior por una hilera de púas bien separadas una de otra. Este carácter lo mismo que el de la presencia de la cerda accesoria entre el rostro y el primer par de antenas no lo vi especificado en ninguno de los trabajos consultados, excepto en el de SvEN Ekman sobre los Cladóceros de la Patagonia, en donde, al referirse a D. cavicervix Ekman no dice nada de esos detalles, pero en el dibujo a más de representar la cerda accesoria, señala una serie de púas, por su posición semejantes a las que vi; en cambio a las cerdas del borde ventral ni sicpiiera las indica, mientras que en las dos especies que tuve oportunidad de es- tudiar eran muy visibles, y comparables a las que se encuen- tran en las especies de Simocephalus, aunque un poco más cortas. 100 - SCAPHOLEBERIS SPINIFERA Nicolet. Véase Richard - 1 8gJ pi¡. 26 j Es una especie pequeña, de color pardo oscuro, caracte- rizada por llevar gran cantidad de plaquitas con aspecto de púas (fig. 18). Su largo, sin contar la prolongación del capara- zón, variaba bastante; en 20 ejemplares me- didos lie hallado los siguientes tamaños: I) 0.60 - 2)0.60 - 3) 0.61 - 4)0.70 - 5)0.70 - 6)0.72 - 7)0.79 - 8) 0.79 - 9)0.80 - 10)0.85 ' I I) 0.86 - 12)0.88 - 13) 0.90- 14)0.91 - 15)0.91 - 16)0.93 - 17)0.94 - 18) 0.97 - 19)1.02 - 20)1.20. La cabeza está ne- tamente separada del caparazón por una inerte incisión, desde donde, por un borde oblicuo, se dirige hacia la parte anterior, presentando en la región media, una concavidad; ésta, pronun- ciada en algunos ejemplares, es en otros, apenas visible. La parte frontal es perfectamente re- dondeada, mientras que la ventral, termina en el rostro * > formando debajo del ojo otra concavidad también va. riable. El rostro es muy agu- do y lleva sobre su lado pos- terior al primer par de ante- nas. Toda la cabeza, menos la región frontal, lleva pla- quitas en forma de escamas, que, sobresaliendo un poco, El caparazón no es tan variable como en Daphnía, Diapha- nosoma, Siniocephahts y Moina. Su borde dorsal varía muy poco en su convexidad y se une al posterior formando un ángulo de más o menos 110o. Este borde es perfectamente recto) lleva generalmente de 10 a 15 púas, y a veces también al- Fig. 19 — Scaphúleberis spinifera Nicolet — Q efifial - X 58 — tienen el aspecto de puítas. — 101 gunas escamas; en este caso éstas son las más cercanas al borde dorsal. He hallado ejemplares que solamente tenían escamas. El borde posterior únese con el ventral formando un muero, o sea la prolongación que se nota en la termina- ción del último borde mencionado. Ese muero es de tamaño poco constante, habiendo encontrado en los 20 ejemplares de que he dado las medidas anteriormente, las siguientes dimen- siones, que corresponden, respectivamente, a aquéllas: 1)0.13 - 2)0.15 - 3)0.12 - 4)0.13 - 5)0.14 - 6)0.13 - 7)o-i8 - 8)0.15 - 9)ai3 - 10)0.16 - 11)0.17 - 12)0.20 - 13)0.15 - 14)0.14 - 15)0.17 - 16)0.19 - 17)0.18 - 18)0.22 - 19)0.20 - 20)0.23. Su curvatura es también variable, generalmente algo arqueada hacia arriba, y, algunas pocas veces casi recta; 110 tiene púas ni cerdas. El borde inferior o ventral del caparazón es casi recto, hallándose do- blado hacia el interior de las valvas; exteriormente, frente al rostro, se encuentra una protuberancia grande a continuación de la cual se inicia una hilera de cerdas pinadas, más des- arrolladas a medida que se dirigen hacia atrás; las primeras son simples, pero desde más o menos la sexta presentan la particularidad de bifurcarse, emitiendo una rama dirigida ha- cia adelante. No he podido determinar con exactitud si las últimas cerdas son pinadas, (fig. 20) Todo el caparazón está cubierto por gran cantidad de escarní tas semejantes a las de la cabeza; como sobresalen un poco, vistas de lado tienen el aspecto de pequeñas púas, siendo esto notable sobre el borde dorsal principalmente. La escultura es fácil de distinguir; se presenta en forma de pentágonos más o menos regulares. Cuando se trata de una hembra con efipio (fig 19), solamente el lado dorsal se presenta algo distinto; generalmente después de la unión entre la cabeza y el caparazón, nótase una segun- da incisión a continuación de la cual el borde dorsal tórnase recto y oblicuamente se dirige hacia el posterior. El efipio ocupa toda la región dorsal y su parte inferior es curva; carece de escamitas. Su mitad de abajo posee una considerable can- tidad de pequeños alveolos. El primer par de antenas (fig. 24) situado en la parte pos- terior del rostro, es muy corto; casi en el extremo de su bor- de anterior encuéntrase una protuberancia en donde se articula una púa larga; en su parte distal lleva más o menos nueve cerdas sensitivas. El segundo par de antenas apenas sobrepasa la mitad de la — 102 — longitud del caparazón. Su protopodito es largo y angosto, está recubierto por numerosas puítas en hilera; cerca de su base se observan dos cerdas pinadas y en la extremidad distal otra, situada entre las dos ramas. La rama superior tiene cuatro artejos, el primero, es el más pequeño; su borde distal hállase rodeado por muchas puítas; el segundo, es un poco más corto que el tercero, lleva en su parte ventral un grupo de pelitos y en la distal puítas; el tercero, es a su vez menor que el cuarto y en su terminación tiene una cerda larga, articulada en el medio; el cuarto artejo lleva púas en su extremo, rodeando la base de tres cerdas largas y pinadas. La rama inferior tiene tres artejos; a la inversa de la superior, el primero es el más desarrollado, y el más largo de los siete; en su borde dorsal posee púas pequeñas; ventral y distalmente encuéntrase una cerda larga; el segundo artejo se le asemeja mucho, pero es un poco más corto; el tercero lleva en su extremidad también tres cerdas largas. El primer par de palas (fig. 22) es sumamente interesante, principalmente por su extremidad. La rama exterior lleva dos cerdas, una muy larga, llegándole la otra hasta la mitad; las dos son pinadas desde el primer tercio. La rama interior lleva tres bien típicas, situadas en distinto plano; la primera, que corresponde al lado de las ocho cerdas, es larga y tiene desde su primer tercio pelitos apenas perceptibles; la cerda que le sigue, es más corta y lleva en sus bordes, casi en el extremo, un mechón de pelos finos. Entre las dos, pero un poco más atrás, hállase una tercera dirigida oblicuamente y caracteriza- da por tener en su extremo una parte ensanchada que sostie- ne a un grupo de pelitos que van de mayor a menor; las cerdas laterales no presentan mayor interés. Debo nombrar todavía una muy gruesa, relativamente corta y que lleva desde la base gran cantidad de pelos largos; está situada a la altu- ra de la base de la primera cerda lateral. ion — El post-abdomcn (fig. 23) es tan largo como el borde poste- rior del caparazón. Su parte dorsal tiene una protuberancia para cerrar la cavidad incubadora; nótase luego una zona con pelos en abundancia. Las dos cerdas post-abdoniinales miden tanto como la mitad del post-abdomen; 110 parecen articuladas en su / parte media y solamente su último tercio lleva pelos. El borde posterior es al principio convexo, en el medio cóncavo y poco antes de los dientes anales nuevamente convexo. Los dientes varían mucho en número, habiendo encontrado ejemplares con cinco, seis, siete, ocho y nueve; los más cercanos a la garra terminal son los más desarrollados, excepto el último que, en la mayoría de los casos, es más pequeño. Cerca de la articu- lación con la garra hay cuatro o cinco púas de distinto ta- maño. La garra lleva a los lados una hilera de pelitos que comienza cerca de la articulación, y, diagonalmente va a ter- minar, pasada la mitad, en el lado opuesto. Sobre el borde cón- cavo, desde la segunda cuarta parte, hay cuatro o cinco púas gruesas, no terminadas en punta y algo distanciadas una de otra; a continuación se distingue un peine de pelitos finos que termina en el extremo. En el lado interno se notan púas gruesas, semejantes a las recién nombradas, pero se hallan en número de ocho a diez, seguidas también por un peine de pelitos. El ojo es grande, ocupa la mayor parte de la región frontal. El color de los ejemplares vivos es pardo obscuro. 101 - lista especie fué hallada en una fuente que se encuentra detrás del Museo de La Plata; era bastante abundante y vivía junto con Daphnia pulex. Kn el canal de entrada al Puerto, también la conseguí. Richard ha descripto de un lugar cercano a La Plata, de Adrogué, una variedad que denomina brevispina , fundándose tan sólo en el hecho de tener la prolongación posterior del caparazón más corta que la que nicoeet dibuja y describe por primera vez en la Fauna de Chile con el nombre de Scapho- Icberis spimfera. Como la breve descripción de este autor dice muy poco y su dibujo deja mucho que desear, desde el mo- mento que ni aun el segundo par de antenas está dibujado con exactitud, es muy posible que haya señalado la prolongación más larga de lo que en realidad era, o sino que fuera un caso en que estuviera muy desarrollada; debo recordar a este res- pecto que en los ejemplares por mí hallados, el largo y la cur- vatura de dichas prolongaciones variaba. Quiero también dudar de la existencia de las tres espinas entre la cabeza y el capa- razón que se ven en el dibujo de nicoi.ET por las razones ante- dichas, lo mismo que del reducido tamaño del ojo que dibuja. La forma de la cabeza parece muy poco real. El carácter fun- damental, el único que en rigor puede tomarse en considera- ción, es el que ha servido para denominar la especie: la presencia de espinitas o eseamitas, como quiera llamárseles, es bien caracte- rística. Al hecho de que nicolet diga que es blanca, no le doy tampoco importancia, porque los ejemplares que encontré vivos eran de color pardo oscuro, y conservados en forinol, torná- ronse claros. Los ejemplares que hallé en La PJata, difieren muy poco de los de riciiard. Indico a continuación alguna de esas dife- rencias. Dibuja recta la prolongación del caparazón y aunque en mis ejemplares en rigor nunca la he encontrado así, pues general- mente era un poco encorvada hacia arriba, había algunos que se aproximaban mucho a la línea recta; no es un carácter con- veniente desde el momento que es bastante variable. Al dibujar el post-abdomen, indica su borde posterior formando ángulo recto respecto al que lleva los dientes anales; yo no lo he visto en esa forma en ningún caso, y como Richard no dice nada en su descripción respecto a ese detalle, es aventurado por sólo un dibujo señalarla como diferencia importante. Sobre la cabeza in- dica la presencia de eseamitas; en los míos faltaban en la región — 105 - frontal. En la forma que yo las he visto, también han sido obser- vadas por SVEN Rkman al describir la variedad brevispina de la Patagonia. Mi descripción coincide con la de RICHARD y con su dibujo por el aspecto general, por la presencia de escamitas sobre el capara- razón, por las púas en el borde posterior del mismo, por el largo del segundo par de antenas, por el tamaño del ojo, y sobre todo por el post-abdomen, que, dejando de lado la diferencia señalada, presenta mucha similitud. Por todas las razones dadas anteriormente, consideraré la va- riedad brevispina simplemente como especie spini/era. SVEN ekman da una descripción más completa que la de Ri- chard e indica la presencia de cuatro a cinco dientes anales; yo encontré de cinco a nueve. o. o. SARS describe una especie que denomina S. echinu- lata, encontrada en Asia Central y dice que es muy semejante a la var. brevispina, pero que se diferencia por la forma de la cabeza, por la prolongación posterior del caparazón y por la forma y armadura del post-abdomen. La primera de estas diferencias queda anulada desde el momento que en mis ejemplares la forma de la cabeza no es constante hallándose a menudo, como indican sars y Richard. Por ejemplo, la hembra efipial que dibujo (fig. 19), se asemeja a la del primer autor, pareciéndose la otra (fig. 18) a la del segundo. En cuanto a la prolongación del caparazón, ya he dicho anteriormente que era variable, y en lo que se refiere al post-abdomen, es igual en forma y arma- dura al de mis ejemplares. Por todas estas razones creo que la especie de sars es también la misma de NICOLET, con algunas variaciones locales, entre las que habría que señalar la presen- cia de estrías sobre el caparazón y ausencia de púas sobre el borde posterior del mismo. daday hace figurar a esta especie de sars como sinónima de S. erinaccus, descripta anteriormente por él, en ejemplares de Hungría, y hallada nuevamente por el mismo en Gourales (Paraguay); para nada se refiere a la variedad de Richard, y como termina considerándola idéntica a S. echimdata, reuniré a estas dos especies junto con la variedad brevispina en una sola A. spinifera. — io<; - SIMOCEPHALUS VETULU3 (O. F. Müller) Schoedler. Véase LiUjeborg - igoi, pg. 166. Se diferencia en muy pocos caracteres de la especie euro- pea; señalaré esas diferencias y agregaré algunos Fig. 2\— Simocephalus vetulus (O. F. Müller) Schoedler. efipial — X 58 datos de mis observaciones. A la hembra pode- mos considerarla en dos formas, de acuer- do con la estructura de la parte posterior del caparazón. El pri- mer tipo lo constitui- rían las cpie poseen caparazón bajo y sin púas, entran en él las hembras efipiales (fi- gura 24), las parteno- genéticas jóvenes y además los machos. En el segundo tipo consideraría a las hembras partenoge- néticas muy adultas las cuales tienen el borde posterior alto y con púas hasta la pro- tuberancia (fig. 25) que en el primer tipo tampoco se distin- guía. Las medidas to- madas en 15 ejempla- res de las partenoge- néticasdel primer tipo son las siguientes, en milímetros: 1. 57-1.62- 1.62 - 1.64 - 1.66 - 1.73 - 1.75 - 1.78 - 1.80 - 1.80 - x.8o - 1.84 - 1.89 - 1.89-1.90. Con las epifiales obtuve este resultado: 1.40-1.44- 1.50 - 1.55 - 1.57 - 1.58 - 1.58 - 1.60 - 1.62 - 1.62 - 1.64 - x.66 - 1.70 - 1.73-1.80. Las hembras del segundo tipo eran las que alcan- Fig. 25 — Simocephalus vetulus (O. F. Müller) Schoedler. O partenogenética coa caparazón alio — X 5S — 107 — -/aban mayor desarrollo: 1.60- i.óo- 164- 1.69- 1.80- 1.89 - 1.89 - 1.89- 1.92- 1.94- 1.98-2.07-2.07-2.11 -2.34. Los demás caracte- res en todas las hembras son semejantes. La cabeza mide más o menos un tercio del largo total, su borde dorsal forma junto con el frontal uno regularmente curvo. K1 borde ventral es cóncavo en las inmediaciones del rostro. EL primer par de antenas (fig. 26) es corto; está situado sobre el borde posterior de la cabeza, un poco mas arriba del rostro y detrás del ocelo. En el primer tercio de su lado an- terior se encuentra una cerda de tamaño variable, articulada Fig. 26 — Sim ocepha l n s vetulus. (O. F. Miiller) Schocdler — ^ — X2S0 — Primer par de antenas. Fig. 27 — Simacephalus vetulus. (O F. Miiller) Schoedler — ^ — X 105 — Primer par de patas. en la base; generalmente mide tanto como el largo de la an- tena. En el extremo de esta última se ven casi siempre nue- ve cerdas sensitivas. E11 algunos casos he podido distinguir unas pocas hileras de pequeñas púas. La cerda prehensil del segundo par de antenas presenta en su mitad proximal dos hileras de cerdas cortas, situada una con respecto a la otra a 90o; es fácil creer que no hay más que una hilera, pues siempre queda la otra perpendicular, lo cual puede en algunos casos dificultar la observación y hacer- la pasar desapercibida. E11 su mitad distal la cerda prehensil lleva pelitos apenas perceptibles, algo más visibles en el extremo. El primer par de patas tiene su cerda terminal muy larga y sólo sobre un lado lleva desde la mitad hasta el extremo muchas cerditas secundarias; sobre el lado opuesto las hay también, pero solamente cuatro o cinco, que siempre corres- ponden a las proximales del otro borde (fig. 27). IOS El post-abdomeu (fig. 28) mide más o menos la tercera parte del largo total. Su borde posterior es en parte cóncavo, en parte convexo, hasta llegar al codo que limita la región de los dientes anales. K1 borde anterior respectivamente inferior es casi recto, lleva varias hileras de puítas. Los dientes anales se hallan en número variable entre nueve y trece; sus bordes son algo irregulares y llevan de ambos lados, en la parte media varias puítas en forma de peine (fig. 29). Los últimos dientes son los más desarrollados, notándose una desproporción bien grande entre ellos y los primeros. Cerca de la base llevan también peines. La garra terminal es grande, mide tanto como la región de los dientes anales; un poco antes de su articula- ción nótanse algunas púas; el borde cóncavo está completa- F!g. 38 — Simot e pítalas vétalas. (O. F. Müller) Schoeitler — 9 — X 5$ — l'ost-abdomen Fig. 29 — Simocephnlus vétalas. (O. F. Müller) Sclioedler — ^ X 220 — Detalle del post- abdomen. mente cubierto por púas apenas perceptibles que van de ma- yor a menor hasta el extremo. Las cerdas post-abdominales son cortas y plumuladas desde la mitad hasta el extremo. El ojo es de tamaño mediano y el ocelo afecta diferentes formas. Las hembras efipiales son en general las de menor tamaño. El efipio ocupa la mayor parte del borde dorsal del capara- zón, llegando lateralmente hasta la mitad de él; en su parte anterior es redondeado y posteriormente es oviforme. Está cubierto por gran cantidad de alveolos. Los ejemplares fueron hallados en los charcos cercanos a la playa de la isla Paulino; en el canal de entrada al Puerto de La Plata; en Punta Lara en charcos en las mismas con- diciones que los anteriores; en Tolosa, estancia «La María» también en charquitos a pocos metros del arroyo del Gato. La especie europea se diferencia por muy pocos caracteres de los ejemplares por mí hallados, lilljeborg describe a .S’. ve- tulios como teniendo solamente caparazón bajo y sin púas en la parte superior del borde posterior; SVKN EKMAN (igoo) en ejemplares de la Patagonia dibuja el borde dorsal mucho más prominente, pero no señala tampoco púas; STINGELIN, en un caso anormal de la estructura del caparazón, hace aparecer al- gunas. Los ejemplares más desarrollados que encontré, tenían púas y por su aspecto general se asemejaban en un todo a ó', vetuloides de sars. Las primeras antenas se diferencian de la dibujada por LILLJEBORG, por ser la cerda lateral más larga; debo hacer re- cordar que este carácter podía variar. En cuanto a las cerdas sensitivas, las señala como si fueran seis o siete, mientras yo encontré en la mayoría de los casos nueve. De la cerda prehensil del segundo par de antenas lillje- borg se ocupa pero sólo indica en la mitad proximal una hilera de cerditas, mientras yo encontré dos. En el primer par de patas dibuja el mismo autor la cerda terminal como si fuera plumulada hasta el extremo en ambos lados; en mis ejemplares, sólo un lado se hallaba completo; el otro apenas sostenía unas pocas cerditas. El post-abdomen es enteramente parecido al queSvKN ekman describe y dibuja, presentando las mismas diferencias que él señala con los europeos. LILLJEBORG indica de 9 a 10 dientes anales; stingelin de 8 a 10 y SVEN EKMAN hasta 13. En mis ejemplares variaba entre 9 y 13. SIMOCEPH ALUS SERRULATUS Kocli Véase Lilljeborg - 1901, pg. 1J9 El largo de las hembras de esta especie varía entre 1.30 mm. como mínimo y 2 mm. como máximo. La cabeza (fig. 30) es muy pequeña, comparada con el gran desarrollo del caparazón ; su borde dorsal se continúa por el frontal hasta llegar al ventral por una curva regular y forma con este último borde un ángulo siempre un poco menor que un recto, encontrándose en el vértice de dicho ángulo varias púas pequeñas de distinto tamaño; generalmente se ven tres o 110 cuatro, pero en realidad forma un pequeño círculo con más o menos ocho puítas. El borde ventral es recto en muchos casos, presentando en algunos una débil concavidad (fig. 30). El caparazón en su aspecto general es algo distinto de la forma típica. A continuación de la pequeña depresión que existe entre él y la cabeza, nótase su borde dorsal casi recto y leve- mente dirigido hacia arriba, hasta el lugar en que se iniciaría el borde posterior. Éste es bien característico por la protube- rancia que presenta en su parte media; está completamente recubierto por espinas grandes que gradualmente aumentan y luego disminuyen de tamaño (fig. 30). I.,a mitad inferior del borde posterior es perfectamente oblicua, lleva en la parte in- terna de las valvas cerca del borde una hilera de púas peque- ñas entre las cuales se intercalan varias de mucho menor ta- maño. El borde ventral es visiblemente curvo; al iniciarse lleva en su parte interna una serie de púas finas, después de las cuales comienza una de cerdas largas y pinadas, que recorre toda la parte interna cercana al borde; termina con cuatro o cinco más cortas, mejor articuladas en la base y que tienen corditas secundarias. El primer par de antenas es corto y algo más angosto en la segunda mitad. Eleva en su extremidad generalmente diez cerdas sensitivas, pocas veces hállase otro número. E11 el primer tercio de su borde anterior encuéntrase una cerda larga bien articu- lacla sobre una saliencia; además, nótanse tres o cuatro hileras de púas pequeñas, que se ven con dificultad; son cortas y de base ancha. El segundo par de antenas solo puede ser interesante por la cerda prehensil del cuarto artejo de la rama superior; en su parte proximal se inician dos series de cerditas afiladas, una situada a 90o con respecto a la otra; las laterales son más nu- merosas y se ven fácilmente, en cambio las otras son más di- fíciles de observar por quedar en una posición perpendicular; estas últimas son menos numerosas, mucho más largas y muy delgadas. En el lugar donde terminan estas hileras, se ve algo así como una articulación, desde la cual y hasta el extremo hay una hilera de muy pequeños pelitos, que se hacen más visibles en el extremo, terminando éste un poco encorvado. El post-abdomen (fig. 30) es casi tan grande como la mitad del largo total; su borde posterior es ligeramente cóncavo, for- mando, al llegar a la región anal, un pronunciado codo, desde donde se prolonga oblicuamente hasta la base de la garra, formando con el borde anterior un ángulo agudo de más o menos 60o. Las cerdas post-abdominales son cortas, miden algo más que la mitad del largo del post-abdomen y son plumula- das desde la mitad hasta el extremo. Los dientes de la región anal se encuentran en número variable entre diez y trece, con- tando los pequeños que están antes de los cinco o seis más desarrollados. Sobre éstos se distinguen muy fácilmente puítas secundarias, formando peines de ambos lados y en la parte media de cada diente, como se ve en S. vetulus. Los prime- ros dientes suelen hallarse en gru pitos. E11 la base de cada uno nótase una serie de puítas que muchas veces se hallan irregu- larmente dispuestas. La garra es grande, ligeramente arqueada hacia atrás y junto a su base hay seis o siete púas agudas; sobre el borde cóncavo hay dos hileras: la externa constituida por dos peines, y la interna por uno, que llega hasta el extremo. El peine proximal de la hilera externa tiene púas más cortas que las del distal y en número de 25 a 30; en el distal hay por lo menos 40 y están más separadas que en el proximal. El ojo es de tamaño mediano, rodeado por pocas lentes. El ocelo generalmente es esférico. Pista especie fué hallada en la isla Paulino, Río Santiago, lugar cercano a la ciudad de La Plata, en los charcos próximos a la playa, en tal forma, cpie durante las crecientes el agua llegaba hasta dichos lugares. En el canal de entrada al puerto de La Plata la encontré también, entre otras especies de cla- dóceros. Las descripciones de esta especie son pocas e incompletas, por eso la he hecho con cierta extensión. Debo lamentar el no haber podido encontrar machos ni formas efipiales. Las hembras que he hallado se asemejan mucho a las que RIU.JK- borg describe y dibuja como Simocephalus serrulatus, pero no están del todo de acuerdo con algunos detalles, de los que me ocupo a continuación. Al borde inferior de la cabeza en nin- gún caso lo encontré tan pronunciadamente cóncavo como ULLJ KBORG lo dibuja. El caparazón es algo diferente en su aspecto general, sobre todo por la concavidad que se encuentra en la mitad supe- rior del borde posterior, la que en mis ejemplares es mucho me- nos pronunciada, riciiard describe una variedad de Río Gran- de do Sul que estaría en cuanto a ese detalle de acuerdo con los ejemplares que encontré yo. En cuanto al post-abdomen lleva en general más dientes anales que los que señala RIUJEBORG, asemejándose por su garra terminal a la variedad de Richard. Como vemos, se trata de diferencias poco importantes, que consideraré como simples variaciones locales. MOINA MICRURA Kurz El largo de la hembra adulta varía principalmente debido al desarrollo de los embriones. En veinte ejemplares, como me- didas extremas hallé que el largo oscilaba entre 0.58 mni. y 0.85 mm. y el ancho de 0.30 mm. a 0.65 mm. Las medidas mayores siempre han correspondido a las hembras que tenían los embriones más desarrollados; generalmente estos se encuen- tran en número de 4. En sólo un caso hallé 5, siendo en la hem- bra más grande, pues no medía menos de 0.85 por 0.65 mm. E11 las hembras jóvenes, aunque la cabeza está dirigida un poco hacia abajo, su borde dorsal queda a la altura del borde supe- rior del caparazón, mientras que en las adultas este último hace prominencia. La región que varía es la comprendida desde la 113 depresión entre la cabeza y el caparazón hasta poco antes de llegar al borde posterior, de modo que la pequeña parte que los une queda en la misma posición en todos los casos; es lo que aparece como una protuberancia en la parte posterior de las hembras adultas (fig. 31) La cabeza está siempre- dirigida hacia abajo, su re- gión frontal es perfecta- mente redondeada hasta la depresión supraocular. Su borde dorsal lleva general- mente más atrás, otra con- cavidad situada a la altura de la base del segundo par de antenas. Hállase separa- da del caparazón por una profunda incisión. El aspec- to de la cabeza es bastan- te variable. La forma del caparazón en el borde ventral puede considerarse constante; se inicia con unas 15 a 20 púas de más o menos 10 luicio- nes, articuladas en la base, llegando esta hilera hasta la mitad del borde. A con- tinuación, hállanse púas mucho más pequeñas, que alternan de trecho en trecho con una algo más grande; esta hilera se prolonga por el borde poste- rior, terminando en el lugar donde se unen las dos valvas. Esta parte, (fig. 32) presenta interés en su detalle: se trata de dos bordes convexos que se unen en forma de U muy abierta, a la entrada de la cual, y de cada lado, se ve un diente fuerte terminado en punta fina, frente a la del lado opuesto, y levemente dirigida hacia atrás. Hacia el interior se notan en ambos lados una hilera en forma de serrucho, y en el de unión, dos pequeñas protuberancias, también con pelitos. !•' Ig. 31 - Afot'na mit rut a. Kurz. — X 5^ ’ " a) borde dorsal del caparazón muy desarrollado. \df Fig. 31 — Mcina mientra. Kurz O — X 250 (inmer- sión)— Detallede la unión posterior de las valvas. Kig. 33 — Moina micrura. Kit t v. ^ — XJ50 (in- mersión) — Pri- mer par de antenas En algunos casos observé antes del diente otro mucho más pequeño; algunas veces había dos hileras de pelitos. Las primeras antenas (íig. 33) son largas, fusiformes y muy movibles. Están terminadas por siete cerdas sen- sitivas cortas; llevan más o menos once o doce anillos paralelos de puítas, y en la parte media de su borde anterior, una cerda larga, articulada en la base, a 90° de la cual, obsérvase una hilera de cerdas que va de un extremo a otro; son algo más largas que el ancho máximo de la antena. El segundo par de antenas (fig. 34), contando las cerdas, sobrepasa al borde posterior del capa- razón. Su protopodito comienza con varios plie- gues, sobre uno de los cuales hay una protuberan- cia, de la que salen dos cerdas pinadas y articula das en su primer cuarta parte. Entre las dos ramas que salen de la parte distal del protopodito, encuéntrase una cerda pina- da y articulada. La rama superior tiene cuatro artejos, la in- ferior 3 ; aunque esta última es un poco más corta que aquélla, su primer artejo es el más desarrollado de los 7. La rama supe- rior tiene el prime- ro muy pequeño^ lleva algunos gru- pos de puítas; el se- gundo se caracte- riza por tener en su ángulo distal y dorsal una púa * fuerte; el tercero, p'¡g. 3; — Moina mientra Km/. ^ — X 105 — Segundo par es más o menos del muem.s. mismo largo que el anterior, pero más angosto; en su parte ventral se ven unos pelitos largos, del lado opuesto puítas y en el ángulo distal y ventral una cerda larga, pinada, articulada en su primer tercio. El último artejo es parecido a los dos ante- riores, termina por tres cerdas largas, semejantes a la recién — 115 — descripta y una púa en forma de lanza. La rama inferior tiene su artejo proximal con muchas hileras de puítas y sobre su borde dorsal, pelitos; en su ángulo distal y ventral sostiene una cerda larga y pinada. El artejo medio es seme- jante al tercero de la rama su- perior. El último es el más pe- queño de los tres, mide más o menos la mitad del primero y termina, como en la otra rama, por tres cerdas largas y una púa grande. El primer par de patas (figu- ra 35) es alargado, sobre un lado lleva seis cerdas pinadas y en el lado opuesto tres, lo mismo que en el extremo. Las que corresponden al borde de seis y las dos del extremo que le siguen, llevan pelitos largos que llegan, en doble hilera, hasta la base, mientras que en las de más cerdas sólo se ven pelitos cortos y que nunca llegan hasta abajo. F!g. 3^ — Moitta mientra, Kur, P — X 230 (inmersión) — Post- abdomen. Fig. 37 — Moi’ta mientra, Knrz. P — X — Post-abdoinen déla va- riedad de Palermo. El post-abdomen (fig. 36) sobrepasa por lo general al capa- razón. Su borde anterior respectivamente inferior, es casi recto, en cambio, el posterior, presenta al llegar a la región anal, una fuerte depresión, tornándose recto a partir de este punto nt; y hasta la base de la garra. Las dos cerdas post-abdominales son un poco más largas que el post-abdomen; están situadas sobre una pequeña protuberancia en el ángulo, y articuladas en su primer tercio, desde donde, y hasta el extremo, son pi- nadas. Los dientes de la región anal se hallan en número de 5 a 7; muchas veces no hay la misma cantidad de los dos lados. Por los números que a continuación doy, tomados en 20 ejemplares, es posible observar esa variación: 7 y 6-5 y 6- 6 y 5 - 5 y - 6 y 6 - 5 y 5 - 6 y 5 - 5 y 6 - 5 y 6 - 5 y 6-6 y 5- 6 y 6 - 7 y 6 - 5 y 5 - 6 y 5 - 5 y 6 - 6 y 6 - 6 y 5 - 6 y 6. K1 primer número corresponde al lado derecho, el segundo al izquierdo. Los dientes tienen una forma perfectamente cónica; sobre sus bordes se observan muchos pelitos de reducido tamaño. Iíl diente bí f ido que hay además de aquéllos, es mucho más lar- go; tiene aspecto de pinza, de modo que la rama más peque- ña hállase articulada en la parte media de la más grande, la cual le forma una pequeña plataforma; carece de pelitos y sólo en la base se distingue una hilera diagonal. Las garras son tan largas como todo el espacio ocupado por los dientes anales y su forma es de hoz; sobre su borde cóncavo lleva, desde su origen hasta un poco más del primer tercio, una serie de puítas más grandes que las de la hilera que sigue hasta la punta. En el origen del lado convexo hay una cresta formada por 506 púas dirigidas netamente hacia atrás. Sobre todo el post-abdomen se distinguen muchos gru- pos de pelitos que toman distintas direcciones; en el borde posterior al que lleva los dientes anales se ven muy pequeñas puítas dispuestas en cortas series. El ojo es voluminoso, con mucho pigmento y rodeado por más o menos 12 cristalinos. Ocupa más de la mitad del ancho de la cabeza. Estos ejemplares fueron hallados abundantemente en el Lago del Jardín Zoológico de La Plata. Debido a influencias externas deben variar bastante; por ejemplo, encontré en la calle Mame (Palenno), detrás del es- tadio de la Sociedad Sportiva, ejemplares que creo deben tam- bién considerarse como representantes de M. mientra. Eran más pequeños. Las medidas de 15 variaban de largo entre 0.42 y 0.68 mm. Entre las puítas del caparazón que se hallan so- bre el borde posterior, hay, de trecho en trecho una más grue- 117 sa, pero de la misma longitud que aquéllas; se asemeja ese borde al que daday dibuja al describir Al. cilíata. El post-abdomeu (fig. 37) presenta una diferencia intere- sante, pues lleva cerdas sobre el borde posterior, además de los pelitos que encontrábamos en los ejemplares de La Plata. Estas cerdas se presentan también en AI. cilíata. La única diferencia que hallaríamos entre AI. mientra y AI. cilíata, consiste en la no presencia de púas y cerditas so- bre la antena de esta última especie. E11 mis ejemplares, prin- cipalmente entre los que provenían de la calle Maure, en la totalidad de los casos parecía imposible que las tuvieran, pero con suma dificultad en muchas se percibían; dudo que todas las tengan, y es muy posible que en los ejemplares de daday fuera aún más dificultosa la observación de este detalle. Como los ejemplares de la calle Maure y los de La Plata eran muy semejantes, creo que se trata de la misma especie algo modificada por razones de ambiente; esto me induce a pensar que la especie de daday debe ser considerada como Al. mientra desde el momento que entre las dos formas por mí halladas se encontraban todos los caracteres referentes a la especie ciliata. Los ejemplares primeramente descriptos provenían del lago del Jardín Zoológico de La Plata; fueron pescados en el mes de Abril de 1914 y eran muy abundantes. E11 el lago de Pa- lermo los había también pero mucho menos numerosos. En el Jardín Zoológico de Buenos Aires, en los tres lagos, pes- cando desde la orilla en aguas bastante turbias y ricas en vegetales unicelulares, encontré Al. mientra en gran cantidad. Es interesante hacer notar que en las mismas aguas vivía Diapftanosoma brachyurum, cosa que no sucedía en el Jardín Zoológico de La Plata, que está apenas distante 100 metros del lago del Bosque, donde únicamente vive esta otra especie. En la isla Paulino, lugar cercano a La Plata, en unos charcos de 10 metros por 2, en comunicación con el Río de la Plata la hallé lo mismo que en el canal de entrada al Puerto, no- tándose también en este caso la presencia de Diaphanosoma brachyurum y otras especies. Era en el mes de Mayo de 1915;. anteriormente nunca había dado con ella en ese lugar. Del arroyo Chana, pequeño afluente del río Paraná, el doctor CAR- LOS bruch tuvo a bien remitirme ejemplares de Al. micrura. 118 — MOINA PLATENSXS Birabén <0 HEMBRA El largo de la hembra adulta llega como máximo a 1.70 mm., y como mínimo a 1,25. En treinta ejemplares medidos Fig. 38 — Aíoina platensis Birabén. — X 41 — obtuve el siguiente resultado: 1.24 - 1.25 - 1.26 - 1.28 - 1.28 - 1.29 - 1.30 - 1.32 - 1.34 - 1.35 - 1.35 - 1.40 - 1.42 - 1.48 - 1.51 - 1.52 - 1.54 - 1.58 - 1.60 - 1.60 - 1.60 - 1.62 - 1.64 - 1.65 - 1.65 - 1.66 - 1.70 - 1.71 - 1.7 1 - . El ancho varía mucho, de acuerdo con el desarrollo de los embriones. La cabeza es bien característica; vista lateralmente (fig. 38; (1) Apareció en 1917 una nota prelimar en Physis. 119 — su borde dorsal es algo curvo, hasta llegar al frontal que se presenta recto y amenudo perpendicular al ventral, uniéndose a éste por una curva. El último borde nombrado, algunas veces es recto hasta el lugar en que están insertas las prime- ras antenas, otras veces es arqueado. Vista desde la parte dorsal (fig. 39) es casi cuadrada; su bor- de anteriores ligeramen- te convexo, los demás rectos. Nótanse en el in- terior los fuertes múscu- los del segundo par de antenas, que se unen en la parte media del bor- de anterior. La cabeza está netamente separada del caparazón. El caparazón en su borde dorsal es extraor- dinariamente variable según el número y ta- Fie;, i») - Afoinn élafensh llírabén. V — X 5* — Vlstn ~ , 1 • , Sv H* ‘ mano de los embriones, de arriba. ’ no asi el ventral, que es constante. Este está armado de púas fuertes, bien articuladas en la base, que en número de veinte a veinticinco forman una larga hilera que cubre más de la mitad de este borde, iniciándose a continuación una serie de púas muy pequeñas que disminuyen gradualmente de tamaño y que termina en el lugar donde se unen las valvas. En este sitio, fórmase una escotadura cuadrada, a la entrada de la cual es fácil distinguir dos dientes y en sus bordes numerosas puítas. La escultura del caparazón (fig. 40) se presenta cerca de los bordes con formas geométricas, generalmente exágonos cuyos límites al alejarse se convierten en líneas largas que se anastomosan de trecho en trecho. La parte más cercana a las púas articula, das, hállase cubierta de pelos, notándose un poco más atrás puítas. — 120 - Las primeras antenas (fig. 41; son fusiformes, muy movibles y rodeadas a lo menos por 18 anillos de púas pequeñas; sobre el borde exterior llevan de un extre- mo al otro una hilera de cerdas lar- gas como el ancho de la antena y en el medio del borde anterior una muy larga. Kn su extremo hay general- mente nueve cerditas sensitivas. Fig. 40 — Meina p’ateisis. Birabén + — X 128 — Kstructura del caparazón. Fig. 41 — Moina plalent.il B'rabén — X 12S — Primer par de an- tenas. El segundo par de antenas no tiene particularidades nota- bles; las cerdas terminales pasan del borde posterior del capa- razón . El post-abdomen (fig. 42) es grande, mide más de un tercio del largo total y es relativamente angosto. Su borde posterior es casi recto, lleva varias hileras de cerdas cortas, a los lados de las cuales hay gran cantidad de puítas. La parte anal es perfectamente cónica, mide un tercio del largo del post-abdo- men y lleva de 12 a 15 dientes con púas secundarias; además hay un diente bífido, notándose en su base una protuberancia ciliada. El número de dientes no siempre es igual de ambos lados. La garra lleva al iniciarse el borde cóncavo un peine de púas grandes, son más o menos 10, pero pueden variar de 8 a 13 — 121 - sin contar ias más pequeñas que hay al principio; hasta la ter- minación de la garra nótase una fina ciliación. En la base del lado convexo hay una cresta formada por varios dientes largos reunidos en la base. Las dos cerdas post-abdominales son algo más largas que el post-abdomen; después de su primer tercio tienen una articulación desde la cual y hasta el extremo son pinadas. El ojo, situado en la parte frontal, es mediano; su pigmen- to está rodeado por nueve o diez cristalinos. El número de embriones varía alrededor de ocho. Alcanzan a tener un tamaño nfuy grande dentro de la hembra. Las efi- piales tienen el borde dorsal mucho menos desarrollado, siendo el efipio más ancho en la parte anterior que en la posterior. MACHO El macho (fig. 43) no es mucho más pequeño que la hem- bra; en seis ejemplares hallé las siguientes medidas: 1.00 mm. 1.04 - 1.06 - 1.09 - 1.15 - 1.21. La cabeza tiene el borde ventral recto, formando el frontal una curva que se prolonga hasta unirse con el caparazón. Lleva en la parte anterior gran cantidad de pelitos cortos y muy finos, que se observan con mucha dificultad. 122 — El caparazón en su borde dorsal es casi recto; en el poste- rior nótase una convexidad que continúa en toda la extensión del ventral. Este borde se asemeja por las púas al de la hem- bra, pero lleva lateralmente mayor cantidad de pelitos. Es se- mejante también por la escultura de las valvas. El primer par de antenas (fig\ 44) es lo más característico, miden más de un tercio del largo total, estando insertas late- ralmente y cerca del borde ventral. E11 el lugar en que se articulan se forma a los dos lados de la cabeza una concavidad de bordes salientes. Por transparencia se ven poderosos músculos estriados que salen de la mitad de la antena y se reúnen en la línea media de la cabeza con los del lado opuesto. Las antenas son ar- queadas hacia adentro, no presentan- do el codo característico de otras es- pecies; sobre el borde cóncavo, en la primera sexta parte, lleva una púa fuerte, y, hasta la mitad de su largo, muchos pelitos muy juntos. Parale- lamente a esta hilera hay grupos de puítas que se reúnen con aquéllos en la parte media, desde donde, y hasta casi el extremo, nótanse grupos de cerdas muy cortas. En el borde an- terior, a 90o de la púa nombrada, se encuentra una cerda larga, y sobre el convexo, es decir, el externo, lleva en casi toda su extensión cerdas tan largas como el ancho máximo de la antena; son más numerosas a partir de la mitad. El extremo es un poco abultado; lleva cuatro o cinco dientes quitinosos de distinto tamaño y más o menos seis cerdas sensitivas muy pequeñas. El segando par de antenas y el post-abdomen se asemejan a los de la hembra, diferenciándose tan sólo el segundo por la garra terminal. En el macho, el peine está formado por mayor número de dientes y son más pequeños proporcionalmente. Ea ciliación hasta el extremo existe también, pero es mu- cho más difícil de observar. Esta especie fué hallada en La Plata, en un charco per- Fig. 44 — M oiiui pluiensis. Dirabén p — X *28 — Primer par de an- tenas. 123 — nianente que medía de 8 a io metros de diámetro, y distante 6 metros del lago del Bosque, en donde vivía únicamente, y en muy gran abundancia Diaphanosoina brachyurum Licvin. La encontré en el mes de octubre de 1914. La especie que más se aproxima es la que describe RI- CHARD bajo la denominación de M. Wierzejskii, que es más pe- queña. En esa especie la cabeza es perfectamente redondeada; en mis ejemplares siempre era recta la parte frontal y la ven- tral, muy amenudo. El aspecto general del caparazón es un poco diferente en su borde posterior. Richard dice que no ha podido distinguir reticulación, en cambio en M. platensis no puede pasar des- apercibida. En el post-abdomen dice que hay de 9 a 10 dientes anales; yo nunca he podido hallar menos de 12. En el borde poste- rior de la parte cónica dibuja un límite bien neto pero no señala ni uno de los muchos grupos de puítas que en mis ejemplares hallé. Las garras son algo distintas. Señala aquel autor un peine y lo dibuja también, formado por 12 a 15 dientes iguales: a continuación y hasta el extremo, hállanse cilias algo más cortas que la mitad de aquéllos. En mis ejemplares el peine mayor tiene alrededor de 10 dientes grandes, siendo los del medio los más desarrollados; antes de este peine hay otro más pequeño, no situado en el borde y con sus dientes dirigidos hacia el otro; la ciliación que llega hasta la extremidad es casi imperceptible. En cuanto al macho, es también de mayor tamaño. Richard no lo diseña ni nos dice casi nada de su aspecto general. Las antenas anteriores se asemejan bastante a las de mis ejemplares, por su forma general^ pero ni en la descripción ni en el bibujo nos indica que lleven púas y cerdas. En cuanto a los dientes anales del macho, difieren de los de M. Wierzejskii del mismo modo que en la hembra. Debido o las diferencias halladas entre M. Wierzejskii y mis ejemplares, principalmente por la forma de la cabeza y del post-abdomen en la hembra y de la antena del macho conside- raré una nueva especie que denomino Moina platensis. La Plata, agosto 16 de 1916. 121 L I T ERA T u R A Birabén, Max — 1917 — Nota sobre dos Cladóceros nuevos de la República Argentina. Physis (Rev. Soc. Arg. de Ciencias Naturales), t. III, f. 262. (x) Birge, E. A. — 1892. — Notes on Cladocera III . Transact. of tlie Acad. of Scienc. Arts. and Eett. Wisconsin. V. 9. pág. 275. (x) » » — *893. — List of Crustácea Cladocera {rom Madisou Wisconsin. Transact. of the Acad. of Scienc. Aits. and I,ett. Wiconsin. V. 8. Burckhard, G. — 1900. — Faunistisclie und systeiuatische Studien über das Zooplankton der grosseren Seen der Schweiz und ihrer Grenzgebiete. — Rev. Suisse de Zoologie T. 7. ¡899. Genéve 1900. Daday, E. v. — 1902. — Beitrage zur ICenntnis der Süsswasser-Mikro. fauna von Chile. — Tertnrajz. füz. — V. 25 ; pág. 436. » » — 1902. — Mikroskopisclie Siisswassertiere aus Pata- gonien. Termrajz, füz. — V. 25 , pág. 201. » » — 1905. — Untersucliungen über die Siisswasser-Mi- krofauna Paraguays. Zoológica. Ilelft. 44. Ekman, Sven. — 1900. — Cladoceren aus Patagonien, etc. — Zcol Jalirb. Abt. f. Syst. Bd. 14; pág. 62. Gay, Ceaudio.— 1849. — Historia física i Política de Chile. — Zoolo- gía. Yol. 3; pág. 288. IIudendorff, A. — 1876 — Beitrag zur Kenntniss der Süsswasser Cladoceren Russlands. — Bull. de la Soc. Imp. des Naturalistes de Moscou. Tome 50, No. 1; pág. 26. Ihering, H. v. — 1895. — Os Crustáceos phyllopodos do Brazil. Revista do Museo Paulista. V. 1; pág. 165. (Sección Richard.) 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Suisse de Zool. 126 - WEíSM ANN, A. und Gruber, A. — 1S77. — Ueber einige neue oder unvollkommen bekannte Daphniden. Die Gattung Moina. — Berichte der naturf. Ges. zu Freiburg i. Br. Bd. VII. Helft. 1. (x) Wierzejski, A. — 1892. — Skorupiaki i wrotki (Rotatoria) stodko- wodne zebrane w Argentynie. — Rozpraw Wydz. niat. przyrod Akad. Umiéj w Krakowie. T. 24. (x) IvUbbock, J. 1895. — On the Fresh-water Kntomostraca of South- America. — Trans . Fntom. Soc. of London. N. S. V. 3; pág. 232 I,os trabajos señalados con (x) no lian sido consultados. EL USO DE TEJIDOS KN I, A FABRICACIÓN DE LA ALFARERÍA PREHISPÁNICA'1 11 EN LA PROVINCIA DE CÓRDOBA (República Argentina) roR G. A. Gardner, C.A., F.S.A.Scot. INTRODUCCIÓN Las observaciones siguientes, sobre el empleo de tejidos en la manufactura de la alfarería indígena prehispánica, de- bían formar parte de una memoria que reuniera los resultados de unas exploraciones arqueológicas emprendidas por mí en el departamento de Punilla (provincia de Córdoba), durante dos períodos en los veranos de 1917 y 1918, pero como la memo- ria dista mucho de acabarse por varias causas, he resuelto hacer una comunicación preliminar sobre esta materia, en vista de su naturaleza interesante. Debido al tiempo limitado que puedo disponer, no me ha sido posible tratar el asunto tan completamente como hubiera sido mi deseo; espero más tarde volver sobre ello y completarlo bajo todo punto de vista esencial. (1) Prefiero emplear la palabra «prehispánica» a la palabra «prehistórica» paia evit\r malas inteligencias posibles. THE USE OF TEXTILES IN THE MANUFACTURE OF PREHISPANIC'» POTTERY IN THE PROVINCE OF CÓRDOBA (Argkntine Kepublic) BY G. A. Gardner, C.A., F.S.A.Scot. INTRODUCTION Tlie following observations on the employinent of textiles in the manufacture of indigenous prehispanic pottery were to have been included in a paper embodying the results of ar- chaeological explorations carried out by me in the department of Punilla, in the province of Córdoba, during two periods in the summers of 1917 and 1918, but as the completion of the paper has been, for various reasons, delayed, I deeided to make a preliminary commuuieation on tliis particular subject in view of its specially interesting nature. Owing to the very limited time at my disposal I have been unable to treat the matter here as fully as I should have desired, but hope to return to it later. Evidence is not wanting of the use of textiles by the pre- (1) In oriler to avoiil nny possihlc cltronologicn 1 inisconceptions I pretor to use the wjrd «prehispanic* ratlier than «preliistoric*. 130 - No faltan pruebas del uso de tejidos por las tribus prehis- pánicas de la región noroeste de la República Argentina, en la manufactura de su alfarería (*), pero el procedimiento no era común. Entre las muchas tejas recogidas durante el curso de las referidas investigaciones, habían unas con impresiones de ca- nasta, y otras con las mismas combinadas con impresiones de redes. No tengo conocimiento de que algún ejemplar de alfarería con impresiones de redes se haya encontrado en la República Argentina y refiriéndome a lo moldeado en ca- nasta con funda reticular, creo que los ejemplares a describir- se son los tínicos de esta clase encontrados hasta ahora. LA PROCEDENCIA DEL MATERIAL El material de la referencia proviene de unas estaciones neolíticas ((i) * 3) situadas en aquella parte del valle de Punilla, que se encuentra entre San Jerónimo y Dolores (provincia (i) Ambrosetti, Juan 15. Algunos vasos ceremoniales de la región Calchaqui. En Anales del Museo Nacional de Buenos Aires , t. VII, 2 a serie IV, Buenos Aires, ¡902, pp 131-133, figs. 4 y 4 a; Boman, Eric. Antiqmtés de la región andine déla Républiqne Argentina el dit de'sert d'Atacama, París, ¡908, t. I, p. 113, lámina II, fig. 3; p 114; p. 241, lámina XV, íig. 30; p. 358; Outes, FÉLIX F. Los tiempos prehistóricos y pro/ohistóricos en la provincia de Córdoba . En Revista del Museo de La Plata . t. XVII, 2 a serie IV, Buenos Aires, 1910-1911, PP- 357'36í> figs. 98-101; Brucsi, Carlos. Exploraciones arqueológicas en las provincias de Tucumán y Catamarca, Buenos Aires, 1911, fig. 71, p. 75; p. 70. (a) No hago referencia a los motivos decorativos aplicados por medio de cordo- nes, un método muy difundido, y del cual 110 faltan ejemplares en este país Véanse a este respecto Torres, tlllS María, Arqueología de la 1 nenes del rio Paraná. En Revista del Museo de La Plata , t. XIV, 2.a serie I, Buenos Aires, 1907, fig. 11 p. 86; fig. 12, p. 87; fig. 24, p. 101; fig. 27, p. 102; fig. 42, p. 117, y Outes, Félix K., Nuevo jalón septentrio- nal en la dispersión de representaciones plásticas de la cuenca paranaense y su valor indica- dor En Anales de la Sociedad Científica Argentina, t. I.XXXV, Buenos Aires, 1918, fig. 2, p. 50; fig. 3, p. 58; figj. 6 y 7, p. bt y fig. 9, p. 6¿. En la estación San Raque encontré un fragmento de una de las representaciones antropomórficas de la región, donde una parte del ornato ha sido aplicado por medio de 1111 cordón. Ameghino ha figurado unos pocos fragmentos de alfarería con dibujos que sugieren la idea de ser impresiones de cordones aplicados para fines decorativos, pero sería neetsario practicar un examen de los objetos mismos, para resolver este punto. Ameghino, Florentino La antigüedad del hombre en el Plata , París-Buenos Aires, 18SJ-1881, t. I, lámina V, figs. 253 y 255; lá- mina VI, figs. 254, 236 y 257. (3) Empleo la voz «neolítica», con carácter de condicional, para expresar el estado de civilización de las tribus indígenas de este país, las cuales estaban casi to- das en el período neolítico del desarrollo humano, al llegar el momento de ¡a conquis- ta española. - 131 — liispanic tribes of the north-western región of the Argentine Republic in the manufacture of theír pottery, (J) but the pro- cess was not a common one. Among the maiiy fragments of pottery collected in the course of the investigations referred to, were a number bearing imprints of basketwork, and of network combined with basket- work. I am not aware of any examples of network inipres- sions on pottery having been found in the Argentine Re- public, (1 2 3) and, as regards the combination of network and basketwork, I believe that the specimens to be described are the only ones of this nature so far observed. THE SOURCE OF THE MATERIAL The material in question proceeds from the sites of per- manent neolithic (:!) settlements situated in that part of the Punilla valley lying between San Jerónimo and Dolores, in the province of Córdoba. These settlements are tliree in num- (1) Ambrosriti, Juan B. Algunos vasos ceremoniales de la región Calchaqui. In Anales del Museo Nacional de Buenos Aires, vol. VII, jnd Series IV, Buenos Aires, 1902, pp. 131. 133, figs. 4 & 4 a. Boman, Rkic Antiquites déla región andine de la Republique Argentine ct du desert d'Alacama . Pnris, 1908, vol. I, p. 113, Píate II, lig. 3; p. 114; p. 24!, Pinte XV^ fig. 30; p. 358. Outes, Félix F. Los tiempos prehistóricos y p¡ otohistóncos en la provincia de Córdoba. In Revista del Musca de La Plata, vol. XVII, 2nd Series IV, Buenos Aires, 1910- I9IT, pp. 857-361, figs. 98-101. BltUCM, Carlos Bxp/oracipncs arqueológicas en las provincias de Tncumán y Catamarca. Buenos Aires, 1911, fig. 71, p. 75: p. 76. (2) I do not refer to iinpressions of eords applied for ornament, of which widely- spread method there are examples in tliis eountry. I11 this connection tliere may be cousulted Torres, I.uis María At queologia de la cuenca del rio Paraná. In Revista de! Museo de L.a Plata, vol. XIV, 2nd Series I, Buenos Aires, 1907, fig. It, p. 86; fig. 12, p. 87; fig. 24, p. 10 1 ; fig. 27, p. 102; fig. 42, p. 117; and Outes, Félix F. Nuevo jalón sep- tentrional en la dispersión de representaciones plásticas de la cuenca paranaense y su valor indicados ■. In Anales de la Sociedad Científica Argentina, vol. I.XXXV, Buenos Aires, 1918, fig. 2, p. 56; fig. 3, p. 58; figs. 6 & 7, p. 61 and fig. 9, p. 62. At San Roque I found a fragment of an anthropomorpliic figure to wliich part of the ornament liad been applied by nieans of a cord. Atneghino has figured a few pottery fragments bearing designs which, it has occurred to me, may be impressions of cords app'ied for decorative purposes, but an examination of the pieces themselves would be necefsary to settle the question. Amegiiino, Florentino An antigüedad del hombre en el Plata, París- Buenos Aires, 1880-1881, vol. I, P ate V, figs. 253 & 255; Píate VI, figs. 254,2568c 257. (3) The expression «neolithic» when applied to outh America has chronologically a very different significance from that attaching to it in Kurope, andas used liere must be uuderstood as limited to describing a State of civilization, the majority of the tribes ofwhatisnow t It e Argentine Republic having been still in the neolithic stage of human development at the Spanish Conquest. de Córdoba). Ras estaciones mencionadas son tres, y a los fines de mi relato las he denominado, San Roque, El Tablón y El Balata, según los arroyos o localidades cerca de los cua- les están situadas. 66‘ 65* 6+“ \ ' \ " \ % \ \ % ' \ % ■ V,a SANT ÍjA : LfCflRID j R \ i <} '~0ÍY>r „Jf i ©BA O ü §> »- '‘""fc i •: i f i\## % X> s O ÓB OLORE.5 O 5 AH fiEfiÜ/ una_ m < iS / < i y1 1 % *: \ \\ % 1 .1. le / \ | t;V¿ j» 'id s X M \jL-X rvpoa^' SAN f V\ %) £ 7 LUÍS Lj = - ' — \ R" ^ y. % ¿W»'' rCe'-Q Mapa para mostrar la situación que ocupa la región arqueológica. SAN ROQUE El terreno de San Roque queda entre un arroyo llamado San Ignacio y su afluente de la Cruz, y consiste en una loma larga y baja con un espacio plano en su cima, y suave declive hacia el oeste. Ra mayor parte del terreno está en su primi- tivo estado, y cubierto con un espeso matorral de árboles y arbustos espinosos, entre los cuales la acción de la lluvia ha destapado tejas e instrumentos de piedra. Al extremo sudeste de al loma hay un claro cultivado, en donde, levantados por — 133 ber, and for purposes of reference I llave named them San Roque, the Tablón and tile Balata, froni the streanis or local- ities near which they are situated. Map Showitig the situation of the A rehaeolegical district. SAN ROQUE The San Roque ground lies betweeu a streani ealled the San Ignacio and its tributan', the Cruz, and consiste of a long, low hill or ridge with a fíat space 011 the top sloping slightly towards the west. The greater part of the ground is in its- natural state and thickly covered with thorny trees and bushes, among which the coursing of rainwater down the slope has ex- posed potsherds and stone implements. At the south-east end of the ridge a space has been cleared for maize, and here, turned up bv the plough, and washed out by rain, were niany -- 134 — el arado y descubiertos por la lluvia, yacían muchos fragmen- tos de alfarería con numerosas piedras de moler (>) y otros instrumentos. EL TALLÓN Frente a la estación San Roque, está El Tablón, lecho de un arroyo seco (-) con barrancas irregulares de tierra arenosa. Encima de estas barrancas hay una superficie plana de terre- no en forma de anfiteatro, limitada al norte por una loma baja y rocosa. La mayor parte de este suelo está sembrada de tejas y pequeños fragmentos de piedra trabajada, habiendo estado de tiempo en tiempo bajo de cultivo. EL BALATA A dos kilómetros escasos de El Tablón, está la estación de El Balata, situada sobre una lengua de terreno entre dos pe- queños arroyos. El terreno se levanta sobre altas barrancas muy quebradas, y está cubierto con arbustillos achaparrados y de escasa vegetación. Las barrancas se derrumban continua- mente, dejando en algunas partes grandes huecos, y en otras, andenes o bajos de poca profundidad. Esparcidos sobre estos andenes y descubiertos por las lluvias torrenciales, había un sinnúmero de fragmentos de alfarería, mezclados con instru- mentos de piedra. Casi todos los hallazgos hechos eran superficiales; los de San Roque y El Tablón sacados a luz por la acción de las lluvias en algunas partes, y por el cultivo en las otras. El terreno de El Balata permanece en su estado primitivo, no habiendo sido nunca cultivado, y con pocas excepciones los objetos hallados en este lugar han sido expuestos por la ero- sión. No existen indicios de diferentes culturas entre las tres es- taciones, las cuales eran, con toda probabilidad, contemporáneas, y a pesar de que hasta ahora la gran mayoría de los fragmen- (1) lís decir, las muelas movibles de las conanas o molinos primitivos, constituidos por dos piedras, uua fija y otra movible (2) Uno de los muchos que solo corren en tiempo de creces. « 135 - fragnients of potterv witli numerous rubbing-stones (*) and other iniplenients. THE TABLÓN Opposite the San Roque ground is the Tablón i a dry river- bed (* 2) witli broken banks of sandy soil. At the top of tbese banks isa level extent of land forming an amphitheatre, bound- ed on the north by rocky ridges. The level ground, in the greater part of its extent, was strewn witli sinall fragments of potterv and chips of worked stone. All this part has been, froni time to time, under cultivation. THE BALATA Nearly two kilometres from the Tablón lies the Balata ground, situated on a tongue of land between the beds of two small streams. The ground is raised on higli, brolcen banks, and is covered witli small, stunted shrubs and scanty grass The banks are continually breaking avvay, in some places leaving great cavernous boles, in others shallow shelves or platforms. All over these shelves, washed out by torrential rains, are innumerable fragments of pottery together witli stone impleinents. Almost all the finds made were surface ones, tliose on the San Roque and Tablón sites exposed by the action of the rains in some parts and by cultivation in others. The Balata ground is in a natural State, never havitig been cultivated, and witli few exceptions, the objects found there liad been exposed by erosión. There are no iudications of any differences of culture between the tliree settlements, wliich were most probably contemporaneous, and although by far the largest ntimber of the examples of textile-marked pottery fragments are from the Balata, — 83.33 7o as compared witli 4.17 % and 12.50 °/o from the Tablón and San Roque respectively — , I think (t) II y rubbing -ston es I mean the npper or inoveiblc stones of the canana i or mili stonesusel f or grinding' grain and other food snbstances. (2) The Tablón is one of the many streams which only iun dnring floods. — 136 - tos de alfarería con impresiones de tejidos proceden de El Balata (83.33 % en este Y comparativamente 4.17 °/0 de El Tablón y 12.50 % de San Roque), creo que el porcentaje ele- vado es debido a que las circunstancias para su descubrimien- to son más favorables en el primero que en los otros dos lu- gares. FRAGMENTOS DE ALFARERÍA CON IMPRESIONES DE TEJIDOS Los fragmentos a describirse son, como queda indicado, de dos clases, es decir, aquellos con impresiones de canasta (po- siblemente en unos pocos casos de telas), y los con impresiones de red combinado con canasta. He preparado unos moldes de todas las tejas, obteniendo así una reproducción exacta en relieve de los tejidos de cordón o mimbre que han dejado sus rastros en la arcilla. Estos han salido tan claros y nítidos que permiten reproducir la canasta y demás tejidos, y esto se ha hecho en el caso de las redes. En las ilustraciones, la figura (a) es de la teja misma, (ó) muestra el molde obtenido, y ( c ) es la reconstrucción del te- jido (!). I. IMPRESIONES DE CANASTA He elegido para describirlos catorce ejemplares (1 2) de im- presiones de canasta. Como la canasta en su relación con el (1) En la preparación de esta memoria he tenido la cooperación de mi señora, principalmente en la investigación de la manera de hacer el punto de malla, y a ella precisamente debo las reproducciones de los variado, tipos de las redecillas, como, también, las observaciones sobre la parte técnica. I,as fotografías reproducidas en las láminas débense al distinguido profesor Carlos Brucli, del Museo de I.a Plata, y al Di- rector del mismo Instituto, el doctor Samuel A. I.afone (jnevedo, un sin fin de aten- ciones. ; A un os y a otros me es sumamente grato expresarles en esta oportunidad mi reconocimiento por su cooperación y gentileza. (2) Estos llevan en mi colección los números R t, T I, II 1, B 2, B 3, 1) 4, B ó, B 7, B 9, B lo, B 16, B 17, B 1 y, B 20. llay otros fragmentos que no he tomado en cuenta, por- que las impresiones de ellos no están muy claras, y las variantes del tejido se hallan ya representadas en las muestras descriptas. - 137 — that this is due to circumstances being more favourable to their discovery at tile Balata tlian at the two other places. POTTERY FRAGMENTS WITH IMPRESSIONS OF TEXTILES The fragments to be described are, as already indicated, of two classes, namely, those with impressions of basketwork, or possibly in a few instances, of cloths, and those with im- pressions of network combined with basketwork. I llave pre- pared casts of all the pieces, so obtaining an exact reproduc- tion in reíief of the cord or wicker fabrics whicli llave left their imprints in the clay. These are so wonderfully clear as to make it possible to reproduce the basketwork and other textiles, and this has been done in the case of the network. In the illus- trations the figure marked (a) is that of the pottery fragment itself, (¿) shows the mould obtained from it and ( c ) is the re- construction of the design (l). I. IMPRESSIONS OF BASKETS OR CLOTHS I have selected for description fourteen examples (2) of basketwork impressions. As basketwork in relation to the pot- ter’s art is already well known, I have not given it the same attention as that devoted to network, contenting myself with dividing the examples into five types, rather as a means of (1) I have been greatly assisted in the preparation of this paper by my wite, par- ticularly in regard to the in vestigation of the methods of making the network, and to her I am indebted for the reproductions of the various types of eord netting and weaving, as well as for the rentarles on the technic. To Professor Carlos Bruch of the I.a Plata Museun for the photographic illustrations, and to Dr. Samuel A. X.afone Quevedo, Director of the same Instituto, for much valued assistance in many ways, my grateful thanks are due. (2) These are numbered in my eollection as R 1, T i, B 1, B 2, B 3, B 4, B 6, B 7, B 9, B 10, B 16, B 17, B 19, B 20. I have left out of account a few examples the mart- inas of which are not very distin et, their varieties of weaving being already represented among those desciibed. arte del alfarero es bien conocida, no le lie prestado la misma atención que al punto de malla, limitándome a dividir las impre- siones en cinco tipos, más bien como medio de facilitar la des- cripción y no como clasificación definitiva (Láminas 1 a IV). Tipo /. Hay ocho ejemplares del tipo i, el cual en su for- ma más sencilla consiste de vástagos o varillas, probablemente juncos o tallos de gramíneas de diversos espesores, colocados uno al lado del otro, cruzados con trama del mismo material que entra y sale con intervalos más o menos regulares. En varios casos la trama ésta parece ser de cordón o de fibra tor- cida. Figura i muestra una parte de un fondo plano (T í) que mide 26 1,11,1 x 38 in,n y de 9 111,11 a 12 mm de espesor, completa- mente cubierta con impresiones. La distribución de las pocas varillas visibles de la trama sugiere la idea de un dibujo, pero es imposible asegurarlo debido al pequeño tamaño del fragmen- to. Otras variantes del tipo se pueden apreciar en las figu- ras 2 y 3, donde dos varillas de ¡a urdimbre están ligadas, en una manera algo irregular, por tres o más de la trama. El primer fragmento (B 2) mide 34 I,,m x 37 mm con un espe- sor que varía de 6 ,u,u a 7 ,“"1 2. Las impresiones tienen la apa- riencia de un borde decorativo porque ocupan una franja de unos 12 11,111 de ancho, siendo el resto de la superficie completamen- te lisa. El otro (B 4) es parte de la pared de un vaso. Mide 17 11,111 x 2i 11,111 y apenas tiene 5 mm de espesor. La figura 4 muestra un fragmento (B 20) que mide 45 111111 x 49 111111 con un espesor que varía de 5 mm a 6 mm ; lleva una impresión, borra- da en parte, sobre el pulido exterior. Figuras 5 y 6 muestran la forma más acabada del tipo, siendo la trama mucho más regular. Una representa un pequeño fragmento (B 3), proba- blemente de la pared de un vaso, y mide 19 111,11 x 23 111111 con un es- pesor entre 5111111 y 6 ,nm. El otro ejemplar (B6) es de 26ullllx 27 111111 y y mm de espesor, y formaba parte, tal vez, del fondo de un vaso. Del pedazo se deduce el modo de tejer esta clase de canasta con toda facilidad; las varillas de la urdimbre se agrupan en pares por la trama, que pasa alternativamente por encima y por debajo de cada par, a intervalos regulares. Esta clase de tejido se la puede ver sobre des pucos, procedentes, el uno de El Bañado (*), Quilines, y el otro del Fuerte Quemado. (-) Un (1) Antiquites etc , t I, lámina II, fig. 3. (2) Exploraciones arqueológicas etc., fig. 71, p 75. — 139 — facilitating description and refcrence tlian as a strict classifica- tion (Plates I to IV). l'ypc i. There are eiglit examples of Type i, whicli in its simplest form consists of rods or strands, probably ruslies or stems of grasses, of varying thickness, laid side by side with strands of the same material woven through them at riglit angíes and appearing at more or less regular intervals. In several instances the weft seems to be of cord or twisted fibres. Figure i shows a portion of a fíat base (T i) measuring 26"'"1 x and from 9"111’ to 12"'"' in thickness, entirely covered with markings. The arrangement of the few weft strands visible suggests a pattern, but it is impossible to be certain of this 011 account of the small size of the fragment. Varieties of the type are seen in figures 2 and 3, where two elements of the warp are bound togetlier with fair regularity by tliree or more strands of the weft. The first fragment (B 2) measures 34a1"1 x 37m"’, the thickness varying from 6n,m to y™"1. The markings llave the appearance of a 11 ornamental border, as tliey occupy a strip of about i2n,,n in depth, the remainder of the surface being plain. The other (B 4) is part of the side of a vase. It measures x 2imm and is not quite 5o1"1 thick. Figure 4 shows a fragment (B 20) measuring 45mm by 49ram, the thick- ness varying from 5mm to 6'”"1, with a partly obliterated im- pression on the smoothed exterior. Figures 5 and 6 show the most finished form of the type, the weft being much more regular. The one is a small piece (B 3), probably from the side of a vase, measuring J9'.n’" x 23mm and between 5mm and 6mra jn thickness. The other (B 6) is 26nim x 27a101 and 711"11 thick, and may be part of a base. From it the method of weaving this kind of basketwork is readily apparent. The elements of the warp are cauglit up in pairs by the weft, which passes alternately over and under eacli pair at regular intervals. This kind of weaving is that seen on bowls from El Bañado (*), Quilines and Fuerte Quemado (2). A very small piece, 20,nm x 25mm and about 4mm thick, has five lines of impressions (B 17) (fig., 7). Lastly there is part of the base of a small vase showing a clear impression of three rows of basketwork, with, at the junction of the base and sides, four imprints of cords. The fragment measures 27“"' x 35"”" and is 9'mn thick (B 19) (fig. 8). (1) Antiquite$.% etc., vol. I, ríate 11, fig. 3. (2) Exploraciones arqueológicas , etc. fig. 71» P • 75- 140 - diminuto fragmento de 20 """ x 25 m"1 2 y de unos 4 mi" de es- pesor tiene cinco líneas de impresiones (B 17) (fig. 7). Final- mente hay parte del fondo de un vaso pequeño con una im- presión distinta de tres hileras de canasta, y cuatro impresio- nes de cordón en el punto de unión del fondo con las paredes. El fragmento mide 27 111111 x 35 1111,1 y tiene 9 mm de espesor (B 19) (fig. 8). Tipo 2. El tipo 2 está representado por dos ejemplares con impresiones de canasta tejida en espiral y sobre fragmentos de fondos. Figura 9 muestra un trozo (R 1) de 33 ,nm x 40 mm con seis hileras de impresiones distintas; el otro (B 1) mide 42 111111 x 54 111,11 con un espesor que varía de 7 111111 a 10 111111 y tiene diez (fig. xo). El tejido en ambos casos es comparable con aquel de dos pedazos de fondos procedentes del lago San Ro- que, Córdoba ('). Tipo 3. Figura 11 muestra parte de la pared de un vaso pe queño con imoresiones de una canasta de tejido bastante fino. Mide 2 1 ulni x 28 111111 y el espesor varía de 3 111U1 a 5 111111 (B 9). Tipo 4. Parte del borde de un vaso (B 7) lleva sobre la superficie interna las impresiones muy claras de una canasta de trama diagonal, o quizá de una tela gruesa (fig. 12). El frag- mento mide 37 111111 x 38 111111 y tiene 7 111111 de espesor, que dis- minuye a 4 n,m en el borde. Otra porción de un borde (B 16), 55 111111 x 60 111 m con un espesor que aumenta de 4 n1111 a 7 ,1,m, muestra sobre la faz interna, entre 15 "lm y 20 111111 del borde, impresiones que pudieran ser también de canasta o de tela burda (fig. 13). Piste tipo de tejido es igual al que se ve sobre un vaso encontrado en La Paya, Salta ('-). Tipo 5. Las impresiones que lleva el único ejemplar de este tipo son probablemente las de una tela (B 10) (fig. 14). El pedazo mide 31 111111 x 41 U1U1 con un espesor de 6 111111 a 7 m,n. De los catorce ejemplares de impresiones de canasta y de tela, 11 (el 78.57 %) llevan impresiones externas; sólo 3 (el 21.43 %) son internas. Se notará precisamente que estos tres ejemplares son aquellos cuyas impresiones se han juzgado como oriundas de telas. (1) Los tiempos etc., figs. 99 y 100, pp. 358 y 359 (2) Antiquités etc , t. I, lámina XV, fig. 30. 141 Type 2. Type 2 is represented by two examples of coiled basketwork on fragments of bases. Figure 9 shows one piece (R 1) 33"'"1 x 4o™"1, with six rows of distinct impressions. The other (B 1) measures 42,,im x 54m,n, with a thickness varying from 7ram to iomm, showing ten rows of coils (fig. 10). The weaving in both cases resembles that 011 two portions of bases from Lake San Roque, Córdoba (1). Type j. Figure 11 shows part of the side of a small vase with impressions of a fine, closely-woven basket. It measures 2immx 28""", with a' thickness varying from 3mm to 5'""' (B 9). Type 4. Part of the lip cf a pot (B 7) bears 011 the inner surface the very distinct marks of a diagonally woven basket or coarse cloth (fig. 12). The fragment measures 37n,m x 38"”" and is jmm thick, diminishing to 4mm at the rim. Another portion of lip (B 16), 55"1"' x 6omra, with a thickness increasing from 4mm to 7mm, shows 011 the inner side, between i5mtn and 20mm from the edge, markings such as would be caused by a basket or coarse cloth (fig. 13). Tliis type of weaving is that sliown on a vase from La Paya, Salta (2). Type 5. The impressions 011 the solé example of this type are probably caused by a cloth (B 10) (fig. 14). The piece measures 3imm x 41ra111 and is from 6mm to 7mm thick. Of the fourteen examples of basketwork and cloth im- pressious 11, or 78.57 %, bear external markings, only 3, or 21.43 % being marked internally. It will be noted that the in- ternally marked examples are the tliree on which the impress- ions are probably tliose of cloths. (]) Los tiempos , etc., figs. 99 & loo, pp. 358 & 359. (2) Antiguitcs, etc., vol. I, Píate XV, fig. 30. II. IMPRESIONES DE RED EN COMBINACIÓN CON LAS DE CANASTA I. LA RED Y EL MODO DE SU FABRICACIÓN Son diez (') los fragmentos de alfarería que llevan impre- siones de estas redes. Para empezar, liaré la descripción deta- llada de dichos ejemplares con un estudio general de las redes mismas, tomando por base los moldes obtenidos (Lámi- nas V a IX). La parte técnica es algo complicada, pero un examen pro- lijo de los moldes ha permitido, no sólo establecer ciertos tipos fijos, sino también la reproducción de todos los varios dibujos con hilos de algodón. May dos clases distintas de tejido, según el método de ma- nufactura : — 1. Red de malla; 2. Tela de telar o marco. La primera es de dos géneros, que se pueden clasificar se- gún la forma de la malla, como ser de losanje o romboide (fig. 15), y cuadrada (fig. 16) (Lámina V), y son ellos, en su aspecto, iguales a las mallas de actualidad con dos diferen- cias: i.° El nudo difiere del usado en las mallas modernas, sien- do en todos los ejemplares por mí estudiados tal como repre- sentan las figuras 15 c y 16 c. La figura A (Lámina VI) demuestra la manera de hacer el nudo y nos dará una idea más clara del procedimiento que otra cualquiera explicación verbal. 2.0 Los nudos están todos hechos en el mismo lado del tejido (figs. 15 c y 16 í) de modo que presentan un aspecto uniforme, mientras que en lo moderno, como que se le da vuelta al terminar cada hilera, la nueva comienza al revés, quedando los nudos alternativamente así también. En esta red de malla antigua, o debían principiar con un hilo nuevo para cada hilera, a lo sumo para dos, o las mallas se anudarían unas tras otras en círculo sin parar. Se ha tenido en cuenta la po- (1) Aquéllos llevan los números R 2, K 7, B 11, B 12, B 13, B 1 5 , B 18, B 21, B 22 y B 23. Se omiten unos pocos fragmentos por ser las Impresiones algo borradas. 143 II. 1MPRESS10NS OK NETWORK COMBINED WITH BASKETWORK I. TIIIÍ NETWORK AND TITA IUKT1IOD OI* ITS MANUFACTURA, The fragments oí pottery bearing network impressions are ten (J) in number. I sliall prefaee tlieir detailed description with a general study of the network itself, founded on the casts obtained froni tliem (Plates V to IX). The teclinic is somewhat complicated, but a very carefnl examination of the casts has pennitted not only the establish- ment of certain íixed types, but also the reproduction of all tlie patterns in eotton threau. 'l'here are two distinct methods of manufacture: — 1. Netting; 2. Weaviug. The uetted cordwork is of two kinds, which may be classi- fied, according to the shape of the inesh, as lozenge-shaped (fig. 15), and square (fig. 16) (Píate V). These are similar in appearance to the same kinds in modern netting, with two differences. ist. The knot is different from that in modern netting. In all the e.xamples examined by me the knot is as in figures 15 c and 16 c. It will be more clearly seen in figure A (Píate VI), which also shows how it is made, and a stndy of this figure will give a better idea of it than could any verbal explanation. 2ud. The knots are all worked 011 the same side (figs. 15 c, 16 c\ so that tliev present a uniform appearance, whereas in modern netting, which is turned at the end of each row and worked back Oii the other side, the altérnate rows show the wrong side or back of the knot. In this ancient netting eitlier a fresh tliread must llave been started for each row, or at least for each two rows, or the netting must llave been worked round and round in a circle. The possibility has been con- sidered of its liaving been worked round the basket itself, which is probably what was done with the woven cordwork to be considered next, but with actual netting, according to the (1) T ti ese bear the distinguishing mitnbe.'s R 2, R 7, B 1 1, B 12, B 13, B 15, B 18, B 21, B 22, B 23. A few indisttnctly marked fragments are omitted. 144 — sibilidad de que la malla se haya tejido alrededor de la misma canasta, lo más probable en el caso de la tela de marco de que se tratará más adelante, pero, respecto a la verdadera red de malla, a lo menos según las reglas modernas para su manu- factura, este procedimiento hubiera sido difícil, sino imposible, particularmente en el caso de la de malla cuadrada. El otro tipo de punto (figs. 19 y 24) (Láminas VII y IX) es tan semejante al de malla en cierto modo, que a primera vista parecía ser red de malla, pero resultó ser un parecido y nada más. En primer lugar, el espacio entre los cordoncillos es oblongo, mientras que en la red de malla, debido al proce- dimiento tecnológico por el cual el nudo se tira siempre al centro de la presilla, tiene que ser forzosamente equilátera. En segundo lugar, otro examen puso en evidencia que todas las líneas que corren en un mismo sentido y forman los lados cortos del oblongo, consisten en hilos dobles, mientras que aquellos que los cruzan en ángulo recto son simples, lo que prueba que estas redes de cordones no son de malla sino de telar. Hay dos variedades de este tejido de cordones. En la pri- mera, como se ve en la figura 19, la urdimbre se compone de hilos horizontales, que distan 5 mm el uno del otro, cru- zados por los hilos dobles de la trama con intervalos de 10 ,nin. De estos hilos gemelos, que tienen el mismo punto de arran- que, uno pasa en forma de presilla por atrás de uno de los hilos de la urdimbre, mientras que la punta se lleva por encima del mismo, bajándola después ensartada por la presilla, y en seguida se tira del hilo para apretarlo, for- mando así algo que parece nudo. El otro hilo sólo pasa por detrás de la urdimbre. Los dos hilos éstos entonces cambian de lugar y de destino como trama, cruzándose antes de llegar al hilo inmediato de la urdimbre, de manera que los dos se anudan alternativamente sobre los hilos, también alternados, de la urdimbre (fig. B) (Lámina VIII). En la segunda variedad ( fig. 24) la urdimbre es diagonal, estando los hilos separa- dos 2mm5, y los lulos de la trama, en pares como antes, los cruzan perpendicularmente a intervalos de 5 nim. Forma todo esto una red compacta, de aspecto muy complicado, y a pri- mera vista parecía ofrecer grandes dificultades en la reproduc- ción del esquema, pero al examinarlo con detención, éste resultó ser muy parecido a la variedad ya nombrada, y aparte de la urdimbre diagonal y la mayor contigüidad de los hilos, su única 145 modern principies oí its manufacture at least, this would be difficult, if not impossible, especially in the case of tlie square- meshed variety. The otlier type of cordwork (figs. 19 & 24) (Plates VII & IX) is so similar to the netted type in certain points, the knot itself being identical in appearance, that it vías at first taken for netting, but this idea ivas soon abandoned. In the first place, the space betveen the cords is oblong in shape, whereas in netting, owing to the fact that the knot pulís always into the centre of the loop, the mesli must of necessity be equila- teral. In the second place, further examination made it clear that all the lines running in one dircction and forming the sliort sides of the oblong, consisted of double threads, while those running at right angles to them were single, which proves that the fabric was not netted but woven. There are two varieties of this woven cordwork. In the first, as seen in figure 19, the warp consists of horizontal threads 5',,m apart, crossed by the double threads of the weft at distances of xomm. Of these two threads, botli of which start from the same point, one is passed in the form of a loop behind a thread of the warp, while the end is brought up over the warp thread and then down through the loop thus made, which is tlien pulled taut, forming an apparent knot. The otlier thread simply passes behind the warp thread. The two tlien change places, Crossing each otlier before reaching the next warp thread, and exchanging functions, so that the two threads are knotted in turn on altérnate lines of the warp (fig. K) (Píate VIII). In the second variety (fig. 24), the warp is diagonal, the threads being 2,nn,5 apart and the weft threads, in pairs as before, cross them perpendicularlv at intervals of 5™'”. It forms a cióse net of very complicated appearance, and seemed at first to offer great difficulties in working out, but on examination, the design proved to be very similar to that in the first-named variety, the only differeuce, apart from the diagonal warp and the greater closeness of the work, being that each weft thread after forming its knot 011 a warp thread, passes over instead of under the next one (fig. C) (Piale IX). It is a snggestive fact that, wlien a piece of this woven network is unfixed from the frame in which it is made, the so called knots slacken, and the whole fabric, so f irin and regular before, becomes loose and apparently utiserviceable. There seems little doubt that it must in¡ diferencia es de que cada hilo de la trama, después de formar su nudo sobre un hilo de la urdimbre, pasa por encima en vez de por debajo del hilo siguiente (fig. C) (Lámina IX). Un hecho muy sugerente es que cuando una pieza de esta malla así tejida se saca del marco en que se ha confecciona- do, todo el tejido, tan firme y ajustado como antes estaba, se afloja y queda a la simple vista inservible. Cabe poca duda que estas redes deben haber sido tejidas sobre las canastas mismas, o como procedimiento tecnológico del momento, o para utilizarlas ulteriormente en la manufactura de futura al- farería. 2. DESCRIPCIÓN DE LOS FRAGMENTOS CON IMPRESIONES DE RED Puede establecerse de las precedentes observaciones tecno- lógicas, que estas alfarerías reticuladas se dividen en dos gru- pos, según el tipo de su elaboración: grupo i.n, con red de malla (Láminas V y VI); grupo 2.u, con red de telar (Lámi- nas VII, VIII y IX), y que éstos pueden subdividirse cada uno en dos variedades. Según cada tipo y sus variantes se han clasificado los fragmentos de esta alfarería. GRUPO I.° CON RED DE MALEA Variedad (a). Esta variedad de malla romboidal está enmol- dada sobre un minúsculo fragmento (B 23) de unos 1411'111 x 14"1"1 y de casi 7 ,UIU de espesor (fig. 15). Variedad (b). En la variedad (b) la malla es cuadrada y está representada por tres ejemplares. El primero (R 7) es una parte del asa de un vaso, del cual se desprendió, llevándose consigo algo de la cara interna, 26 111111 x 47 nini, que ostenta impresiones de una red sobre las de la canasta (fig. 16). Otro ejemplar (B 12) consiste en cinco fragmentos reunidos, que pa- recen, según su curva, proceder de la pared de un vaso. Mide 47 "u" x 51 mm con unos 6 111111 de espesor, y está enteramente cu- bierto con hondas impresiones del mismo punto de malla sobre canasta (fig. 17). Un pedazo muy pequeño (B 11), 14 111111 x 22 nim, también de unos 6 111:11 de espesor, tiene impresiones de igual tipo (fig. 18). — 147 — llave been worked on the baskets, either as a part of tlieir manufacture or with a view to tlieir subsequent use in the makiug of pottery. 2. DESCRIPTION OF THE FRAGMENTS REA RING NETWORK IM PRESSIONS It will be seen from the foregoing remarks that the network may be rlivided into two groups, according to niethods of- manufacture, Group i, Netted Cordwork (Plates V &. VI)( Group 2, Woven Cordwork (Plates VII, VIII & IX), and that tliese may each be subdivided into two varieties. According to these tvpes and varieties the fragments llave been classified. GROUP I, NETTED CORDWORK Variety (a). Tliis variety is represented by a minute frag- ment (B 23) of about 14'"’" x I4mm and nearly 7,nm thick (% 15)- Variety (b). Variety (b) is represented by three examples, the first (R 7) being a portion of the handle of a pot wliich lias broken away, taking with it some of the inner surface of the vessel, 26'"m x 47""", bearing the impressions of a net over basketwork (fig. 16). Another example (B 12) consists of five reunited fragments, whicli appear from their curved form to be from the side of a vase. The piece measures 47“"' x 511"’" with a thickness of about 6""n, and is entirely covered with deep impressions of netting over basketwork (fig. 17). A verv small piece (B 11), 14"”" x 22””" and about 6”"" thick, shows exactly the same markings (fig. 18). GROUP 2, WOVEN CORDWORK Variety (a). The pieces showing tliis variety of network are five in number (B 15, B 18, B 21, B 22, R 2), all of small size, the largest being only 2imm x 26mm, with thicknesses varying from 6mm to 8mm (figs. ig, 20, 21, 22 and 23). Variety (b). Tliere is but one example of tliis variety of network, the impressions of which are deeply marked in a fragment of the side of a vase (B 13). The piece measures 24n,,n x 25mm and is a little over 5'nm in thickness (fig. 24). 148 — GRUPO 2° CoN red de telar Variedad (a). Son cinco las piezas que muestran esta varie- dad de impresión reticulada (B 15, B 1 8, B 21, B 22, R 2), todas de tamaño reducido; la mayor 110 pasa de 21 luin x 26 mm, con espesor que varía desde 6 I11UI a 8 n,m (figs. 19,20, 21,22 y 23). Variedad (b). Las impresiones de esta variedad quedan hon- damente marcadas en un fragmento de la pared de un vaso (B 13). El pedazo mide 24 111111 x 25 111111 y un poco más que 5 111,11 de espesor (fig. 24). Las impresiones de canasta aparecen muy claras debajo de la reticulación en R 7, B 12, B n y B 15 (figs. 16, 17, 18 y 19) y en cada caso parecen ser del tipo i.° tejido de canasta. Todos los diez ejemplares tienen las impresiones sobre el lado interior de la teja. PROBABLE OBJETO DEL USO DE LOS TEJIDOS Y DE LAS REDES De los conocidos ejemplares de alfarería que llevan im- presiones de canasta, se puede inferir que esta ha sido uti- lizada de dos distintos modos: en esteras o esterillas, sobre las que ponían los vasos, durante o inmediatamente después del modelado, con el objeto, sin duda, de evitar la adhesión de tierra o arena en su parte inferior; o de no, en la for- ma de canastas, dentro o sobre las cuales la pasta se mo- delaba en la forma deseada. Estas canastas probablemente desaparecieron durante la cocción, salvo en los casos en que sus formas eran tales que permitiesen sacar el vaso después que la pasta perdiera su plasticidad, con el consiguiente enco- gimiento (*). Se utilizarían telas burdas y redes, como aquéllas (i) Algunos vasos ceremoniales etc., fig. Antiquités etc., t. I, lámina II, fig. 3; Explora- ciones arq otológicas etc., fig. 71; Cusiiing, Fkank Hamilton. A Study of Pueblo l'otlery as illustrative of Zuni Culture Growth • En el Fourth Animal Refort of tlie Burean of Etimo • lo&y, 1882-83, Washington 1886, p. 501; íIoi.mi.s, Wii.uam II Ahoricjual P^ttery 0/ lite Eastern United States. En e¡ Twentiefh .1 anual Eeportof tile Barran cf American Etiino- logy , 1898-99, Washington, 1903, fig. 31; Hulmks, VVilliam II. Use of Textiles in Pottery Mailing and Embellishment . En American Antkrop ologist (New Series), t. 3, no. 3, New York, 1901, lámina VII, fig. a. - 149 — The impressions of basketwork appear very clearly under those of tile network in R 7, B 12, B ti and B 15 (figs. i6? 17, 18 and 19), and, in every case, seem to be of Type 1 of weaving. All the ten ex ampies are marked internally. THE PROBABEE APPLICATION OF THE TEXTILES From known examples of pottery bearing impressions of textiles it can be gatliered that basketwork was used in two ways, in fíat pieces or mats on which to stand the vessels during or immediately after modelling, donbtless witli the object of preventing the adhesión of eartli or sand to the wet bases, or in the form of baskets, within or over which the clav was moulded to the desired shape. These baskets were no doubt destroyed in the process of firing, except in those cases where their shape was such as to permit of the removal of the vessel after the clay liad shrunk in drying f1). Coarse cloths and nets, such as those woven from the fibre of the chaguar (2 3 *), were 110 doubt also used, botli as a protection from the ground and also for the support and handling of the completed but unfired articles. Native potters of the present day use nets (:i), cloths ('), or even dried grass (5), to prevent contact witli the eartli. The practice of placing the pottery 011 mats of clotli or wickerwork was apparently coninion, but evidences of the fashioning of the entire vessel in or over a basket are rare. (1) Algunos vasos ceremoniales , etc., fig. 4; Antiquités, etc., Vol. I, Píate II, fig. 3; Ex- ploraciones arqueológicas , etc., fig. 71; CüSHtNO, Frank TIamii.ton. A Study of Pueblo Pot- tery as illusiraiive of Zuñí Culture Growlh. In tile Fourtk Animal Report of the Burean of fil/tnology, 1882-83, Washington, 18S6, p. 501; IIor.MES, Wu.i.iam H. Aboriginal Pottery °f the Easiern United States. I11 tlic Tsventieth Animal lleport 0/ the Burean of American Ethnologv , 1898-99, Washington, 1903, fig. 31; Holmes, William II. Use of Textiles in Pottery Maktng and Embellishrnent I11 American Anthropologist New Series), vol. 3, no. 3, New York, 1901, Píate VII, fig. a. (2) One of the Bromeliaceae, from whose leaves the natives obtain a strong fibre, witli which they manufacture core! for bags, nets etc. (3) OuriiS, Félix K. La cerámica Chiriguana . In Revista del Musco de la Plata, vol. XVI, 211 1 Series III, Buenos Aires, 1909, p. 122. (.f) Antiquite's, etc. vol. II, p. 479. (s) Information com municate l to me by the Revd. Canon H. T. Morrey Jones. — 150 — hechas de las fibras del chaguar (‘), seguramente para evitar- contacto con el suelo, como también para facilitar el sostén y manipulación de los vasos en su estado de plasticidad antes de la cocción. Las alfareras indígenas de les tiempos actuales utilizan redes (1 2), telas (3) y aun hierba seca (4), con objeto de evitar el contacto con la tierra de los vasos en construcción. La costumbre de poner la alfarería sobre esterillas de tela o de mimbre era, al parecer, común, pero los indicios de la fa- bricación del vaso dentro de canasta, o encima de ella, raros son. I. LA CANASTA HORMA Cuatro de los ejemplares con impresiones de canasta son pedazos de fondos, es decir, T i, B 19, R 1 y B 1 (figs. t, 8, 9 y 10). En todos estos, las impresiones son externas, debido a que el vaso ha sido puesto sobre una esterilla pajiza, o mo- delado dentro de canasta. La base más común encontrada en las estaciones de donde provienen los fragmentos así estampa- dos, es muy cóncava exteriormente, y muchas conservan líneas paralelas, como de la estera, alrededor del borde del fondo, lo que, si se agrega a la falta de impresiones sobre las paredes, donde todavía quedan partes de ellas, parece demostrarnos que tales líneas se deben a la colocación de los vasos sobre estera de mimbre para secarse. T 1 probablemente es un ejemplar de este procedimiento; su fondo, en este caso, es plano, y por consiguiente marcado en toda la superficie. En el caso de B 19 (fig 8) se podría pensar que hubiese sido puesto sobre una esterilla circular, y levantado, mientras estaba en cieito estado de plasticidad, por medio de cordoncitos atados con este destino, pero, a juzgar por la ubicación de estas impresiones, parece mucho más probable que el vaso haya sido modelado dentro de una canasta en la fabricación de la cual se utilizaron cor- dones. Se impone por los fragmentos B 2 y B 20 (figs. 2 y 4), que se recurrió a este procedimiento, casos en que el material de la (1) Una de la familia Bromeliaceae, de cuyas hojas los indígenas obtienen una fibra fuerte, con la que fabrican cordones para bolsas, redes etc. ; j) Outes, Félix F. La cerámica Chit iguana l*n Revista cid Museo Je La Plata, t XVI, z. a serie III, Buenos Aires, iyoy, p. 122. (3) Antiquites etc., t. II, p. 479 (4) Da'o comunicado por el R. Canónigo H. T. Morrey Jones. - 151 - I. BASKETWORK Four examples are portions of bases, naniely T i, B 19, R 1, and B 1 (figs. 1, 8, 9 & 10). In all, the markings are externa!, caused by the vase liaving been set on a wicker mat or modelled inside a basket. The most usual type of base found at tlie places froni which these impressed fragments come, is very concave externally, and many show parallel lines of wickerwork impressions round the edge only, which, in con- junction with the absence of markings 011 the sides, where portions of these still remain, seems to show that the impress- ions are the result of the pots liaving been set on wickerwork mats to dry. T 1 is probably an example of this, the base being in this case fíat and therefore marked all over. B 19 (fig. 8) miglit be thought to llave been set upon a circular wicker mat and tlien lifted up 011 it while still wet by cords attached to the sides, but judging by the position of the cord imprints, it seems much more probable that the pot has been modelled inside a basket in which cords were used to bind the wicker- work together. That this method of construction was followed can be seen in B 2 and B 20 (figs. 2 & 4), where the elements of the warp are bound together by cords. As regards R 1 and B 1 the impressions are in all probability the result of the entire vessels being moulded inside baskets, the form of the woven work indicating ratlier the base of a basket tlian a simple mat. There are two fragments of the lips of vases, B 7 and B 16 (figs. 12 & 13), and in eacli case the markings are internal. I11 B 7 the impressions extend to the mouth of the vessel, while in B 16 they do not quite reach it. As regards the other pieces, I llave examined them very carefully, comparing them with the many examples of plain pottery found with them, and taking into considerado!! such indications as the curve and the appearance of the surfaces, llave come to the con- clusión that the pieces numbered B 2, B 4, B 3, B 17, B 9 and B 10 are portions of sides (figs. 2, 3, 5, 7, 11 & 14). The impressions are external in some and interna! in otliers. Those with external markings are B 2, B 4, B 3, B 17 and B 9 (figs. 2, 3, 5, 7 & n), the internally marked ones being B 7, B 16 and B 10, (figs. 12, 13 & 14). In two instances, B 20 and B 6 (figs. 4 & 6), it is difficult to decide whether the fragments are from bases or sides, although the probability is that they llave formed part of sides, i 11 which case the impressions are external. 152 - urdimbre estaba ligado por cordones. Con respecto a R i y B i, las impresiones son, con toda probabilidad, el resultado del modelaje de los vasos dentro de canastas, indicando la for- ma del fondo más bien cjue es de canasta y no de plana es- terilla. Hay dos fragmentos de los bordes de vasos, B 7 y B 16 (íigs. 12 y 13), y en cada caso las impresiones son internas. En B 7 las impresiones se extienden hasta la boca del vaso, mientras que en B 16, ellas no alcanzan a la misma. Referente a las otras piezas, las he examinado muy cuidadosamente, comparándolas con los muchos fragmentos de alfarería lisa encontrados en los mismos lugares, y tomando en considera- ción indicaciones tales como la curva y el aspecto de las su- perficies, he llegado a la conclusión de que las piezas números B 2, B 4, B 3, B 17, B 9 y B 10 han formado parte de las paredes de los vasos (figs. 2, 3, 5, 7, n y 14). Ras impresiones son externas en unas e internas en las otras. Las que están marcadas exteriormente son B 2, B 4, B 3, B 17 y B 9 (figs. 2, 3) 5) 7 Y i1)! las que ostentan impresiones en su cara in- terna son B 7, B 16 y B 10 (figs. 12, 13 y 14). E11 dos ejem- plares, B 20 y B 6 (figs. 4 y 6), es difícil determinar si los fragmentos han formado parte de los fondos o de las paredes de los vasos, aunque la probabilidad es que hayan sido parte de las paredes, con las impresiones externas en tal caso. II. LAS REDES Todos los fragmentos con impresiones reticuladas han for- mado parte de las paredes de vasos, siendo uno de ellos (B 15) una parte del borde (B 23, R 7, B 12, B 11, B 15, B iS, B 21, B 22, R 2, B 13) (figs. 15-24) (Láminas V a IX). Después de verificado un examen muy prolijo de los moldes tomados en los diez ejemplares de alfarería con impresiones así, he llegado a la conclusión de que los vasos de que formaban parte, se modelaron sobre canastas o esqueletos de mimbre, sobre los cuales se estiraron redes o tejieron una cubierta de cordones pa- recida a una red, y que el hecho de que algunos de los fragmen- tos no muestran señal alguna de la canasta debajo del tejido de cordón, se debe a la proximidad de los hilos de la urdimbre y de la trama; porque en todos los casos donde éstos se hallan más — 153 — II. NETWORK All the fragments with impressions of network, — B 23, R 7, B 12, B 11, B 15, B 18, B 21, B 22, R 2 and B 13, — are portions of the sides of vessels, B 15 being a piece of lip (figs. 15-24) (Plates V to IX). After a very careful examination of the moulds obtained from tlie ten exaniples of pottery witli network impressions, I llave come to the conclusión tliat the pots of wliicli they formed part were fashioned over baskets or frameworks of wicker, over which nets were stretched, or 011 which cords were woven to form a net-like covering, and tliat the fact tliat a few of the fragments do not show any sign of basketwork under the network is due to the closeness of the weaving, for in all cases wliere the work is more open, the basketwork is visible. The basketwork is innermost, with the network next the clay, into which it has penetrated to a considerable depth. As the impressions are internal, the network cannot llave been added with the idea of ornamentation, but either formed an integral part of the basket, being woven with it, or was stretched over it afterwards in order tliat the clay miglit adliere better. As regards the three cases in which the impressions seem to be those of clotlis, — B 7, B 16 and B 10 (figs. 12, 13 & 14), I tliink it probable that the clotli was stretched over the basketwork with the same object as the network. To sum 11 p, there are: — IMPRESSIONS (a) External (t’) Internal Total BASKETWORK . 11 3 14 NETWORK — 10 10 11 13 24 (a) 11 examples of external impressions caused by mould- ing the vessels itistde baskets. (b) 13 examples of internal impressions caused by moulding the vessels on the outsides of baskets. — 154 - apartados, las impresiones de la canasta están visibles. Como las impresiones son internas, la reticulación no puede haber sido agregada con la idea de ornamentar, sino que, o debió formar una parte integrante de la canasta, como parte de su factura, o debió estar estirada sobre la canasta misma para que la pasta pudiera adherirse mejor. Con respecto a los tres casos donde las impresiones pare- cen ser de telas (B 7, B 16 y B 10) (figs. 12, 13 y 14), creo muy probable que la tal tela se colocara sobre la canasta con el mismo objeto que la red anteriormente indicada. En resumen hay: — | IMPRESIONES (a¡ Externas (b) Internas Total DE EA CANASTA . ... 11 3 14 DE REDES - 10 10 11 13 24 (a) 11 ejemplares de impresiones externas causadas por el modelado de los vasos dentro de las canastas. (b) 13 ejemplares de impresiones internas causadas por el modelado de los vasos sobre el exterior de las ca- nastas. - 155 - C0NCLUS10NS The conclusions arrived at regarding the use oí textiles in the manufacture of prehispanic pottery in the north-west of the province of Córdoba, drawn from the study of the material dealt with in this paper, are as follows: — I. basketwork has been used, 1. Alone, as (a) Mats on which to stand the vessel during or after modelling. (b) Frames or baskets within which the vessel was shaped. 2. As a foundation over which nets and cloths were stretched, and on which cords were woven. II. NETWORK has been used in combination with a basketwork foundation, over which it was (a) Stretched, in the case of netted work (Group i). (b) Woven, in the case of woven work (Group 2). III. CLOTHS llave also been used, possibly stretched over a basketwork frame in the same manner as the netting. IV. Wlien baskets alone were used, the vessels were modelled inside tliem. V. When baskets covered with network or cloth were used, the vessels were modelled on the exterior of the frame- works. VI. These special processes of manufacture were adopted for utilitarian reasons. — 156 — CONCLUSIONES Las conclusiones a qué he llegado con respecto al uso de tejidos en la manufactura de la alfarería prehispánica del nor- oeste de la provincia ^de Córdoba, basadas sobre el estudio del material tratado en esta memoria, son las siguientes: — I. LA canasta y sus derivados han sido empleados, 1. Solos, (a) como asientos (esterillas) sobre los cuales los vasos permanecieron durante o después del modelado. (b) como hormas o canastas dentro de las cuales se modelaban los vasos. 2. Como hormas sobre las cuales se estiraban redes y se tejía tela de marco. II lo reticulado ha sido empleado en combinación con hormas de mimbre, sobre las cuales (a) estiraban la red de malla (Grupo i.°) (b) tejían la red de telar, utilizando la horma como marco (Grupo 2.°). III. TELAS se empleaban, posiblemente estiradas sobre hormas (o sea canastas) de la misma manera que las redes. IV. Cuando se emplearon canastas solas, los vasos eran mo- delados dentro de las canastas. V. Cuando se emplearon canastas cubiertas de un reticulado, o de telas, los vasos eran modelados sobre el exterior de las hormas. VI. Estos procedimientos técnicos especiales se emplearían con fines de utilidad. INDEX OF FIGURES I. BASKETWORK Original M 011 Id Reference Namber Píate Figure 1 (a) (G T 1 I » 2 («) (G B 2 » » 3 (G (G B 4 5> Type » 4 (G (G (G B 20 II 1 » 5 (G B 3 » 6 (G (G B 6 » » 7 (G (G B 17 » > 8 (G (G B 19 » » 9 (G (G R 1 III lype 2 1 > 10 (G G) B 1 Type 3 » 11 (G (G B 9 » » 12 (G (G B 7 IV Type 4 ' » 13 B 1« (G (G » Type 5 » 14 (G (G B 10 » II. NETWORK Origi- nal Repro- Refer- M 0 11 1 d duc- ence Píate Netted tion Number Variety (a) Fig. 15 («) (G (G B 23 V Group 1 . . (b) t> 16 (G (G (G R 7 » Variety * 17 (G (G — B 12 VI \V OVEN 18 (G (G — B 11 í> » 19 (G (G (G B 15 VII J> 20 (G (G — B 18 ■» Group 2 . . Variety (a) 21 (G (G — B 21 » » 22 (G (G — B 22 VIII 23 (G (G — R 2 s> Variety (b) » 24 (G (G (G B 13 IX III. FIGURES SHOWING THE DETAI L OF THE NETWORK Figure A The netting knot Píate VI » B » vvoven work, variety (a) » VIII » C » » » . (b) » IX Map showing the situatión oí the archaeological district page 133. — 158 - ÍNDICE DE FIGURAS I. I, A CANASTA Original Molde Númei 0 de Referencia Lámina Figura 1 («) (¿) T 1 I 2 («) (*) B 2 » * 3 («) (*> B 4 > Tipo 1 » 4 («) (¿) B 20 II » 5 H (*) B 3 T> 6 H (*) B 6 » » 7 («) (b) B 17 » » 8 («) (b) B 19 » Tipo 2 9 (a) (b) R 1 III » 10 («) (b) B 1 » Tipo 3 » 1 1 n (b) B 9 » Tipo 4 12 («) (b) B 7 IV 13 («i (b) B 16 » Tipo 5 » 14 («) (b) B 10 » II. EL RKTICULADO Origi- nal Repro- ducción Punto de Malla Molde de Rete- rencia Lámina í Variedad (a) Fig. 15 («) F) F) B 23 V Grupo i.° , » 16 («) F) F) R 7 » | Variedad (b) 17 («) F) - B 12 VI » 18 («) F) — B 11 > Tej.do en Marco 19 («> (b) F) B 15 Vil * 20 F) (b) — B 18 » Grupo 2.0 ... VTariedad (a) 21 F) F) — B 21 » 22 F) F> — B 22 VIII 2> 23 F) F) — R 2 » Variedad (b) » 24 F) F) F) B 13 IX III. FIGURAS PARA DEMOSTRAR EL DETALLE DE LA RETICULACIÓN Figura A El nudo del punto de malla (redes) Lámina VI > B Lo reticulado en mareo, variedad (a) » VIH » C » » » » » (b) > IX Mapa para mostrar la situación de la región arqueológica página 132. 159 APPENDIX The following are the publislied descriptions of pottery with basketwork impressions, found in the Argentine Republic, referred to on page 13 1. PROVINCE OF SALTA Fragment from Puerta de Tastil. «A Puerta de Tastil ( Que- brada del Toro), j’ai trouvé aussi un fragment de poterie avec des impressions de vannerie». Antiquités , etc., I, p. 114. «L’un des fragments de poterie portait des empreintes tex- tiles bien marquées, de la catégorie qui correspond au pre- mier groupe de la classifieation deM. Holmes. Antiquités , etc., I, p. 358- Vase from La Paya. «L’écuelle, fig. 28 e et 30, a o”1 220 de diamétre máximum; son fond plat, de om ico de diamétre, a été posé sur une claie de vannerie pendant le moulage». Antiquités , etc., I, p. 241; Píate XIV, fig. 28 e & Píate XV, %• 3o- PROVINCE OF TUCUMAN Vase from El Bañado, Quilines. «Dans la collection faite par le comte Henri de La Vaulx á El Bañado (Quilines), et donnée au Musée du Trocadéro, existe une grande écuelle... de om38 de diamétre et om20 de hauteur. A l’extérieur, elle offre les traces tres manifestes de la corbeille en vannerie qui a servi á la mouler, et la partie déprimée du fond montre tres nette- ment la forme carree de l’amorce pour la confection de cette corbeille». Antiquités , etc., I, p. 113, Píate II, fig. 3. PROVINCE OF CATAMARCA Vase from Santa María, Yocavil Valley. «Vaso con impre- siones de basquetería. Es un pequeño vaso de diez centímetros de alto por nueve de diámetro en su boca, de borde a borde, y tiene la particularidad de haber sido modelado sobre un canasto de paja en su base y parte del cuerpo. Es también el primer ejemplar que se describe y publica de la región Cal- — 160 — APÉNDICE Los datos a que se refiere en la página 130, de alfarerías moldeadas sobre canasta y encontradas en la República Ar- gentina, son los siguientes: PROVINCIA DE SALTA Fragmento procedente de Puerta de 7 astil. «A Puerta de Tastil (Quebrada del Toro), j’ai trouvé aussi un fragment de poterie avec des impressions de vannerie». Antiquités , etc., t. I, p. 114. ...«L’un des fragments de poterie portait des em- prei ntes textiles bien marquées, de la catégorie qui correspond au premier groupe déla classification de M. Piolines...» Anli- quités, etc., t. I, p. 358. Vaso procedente de La Paya. «L’écuelle, fig. 28 e et 30, a o,n2 20 de diamétre máximum; son fond plat, de oraioo de dia- métre, a été posé sur une claie de vannerie pendant le mou- lage». Antiquités, etc., t. I, p. 241; lámina XIV, fig. 281?; lá- mina XV, fig. 30. PROVINCIA DE TUCUMÁN Vaso procedente de El Bañado, Quilines. < Dans la collec- tion faite par le comte Henri de La Vaulx á El Bañado (Quil- ines), et donnée au Musée du Trocadéro, existe une grande écuelle...de om38 de diamétre et om20 de hauteur. A l’exté- rieur, elle offre les traces tres manifestes de la corbeille en vannerie qui a serví á la mouler, et la partie déprimée du fond montre tres nettement la forme carrée de l’amorce pour la confection de cette corbeille». Antiquités, etc., t. I, p. 113, lá- mina II, fig. 3. PROVINCIA DE CATA MARCA Vaso procedente de Santa María, valle de Yocavil. «Vaso con impresiones de basquetería. Es un pequeño vaso de diez centímetros de alto por nueve de diámetro en su boca, de bor- 161 chaqui presentando semejante particularidad. La segunda parte del cuerpo es lisa, dirigida hacia adentro, y de ella se eleva un gollete ancho y muy inclinado hacia afuera. . . Todo el objeto exteriormente ha sido cubierto de pintura blanca y sobre ella se ha pintado con negro. ...Pité encontrado en Santa María, valle de Yocavil, Pro- vincia de Catatnarca. . . » Algunos vasos ceremoniales , etc., pp. - x33> ÜSS- 4 & 4 a- The markings are externa!, caused by the moulding of the vessel in a tipa or shallow basket. The impressions extend all over the base, and up the sides to where these slope inwards towards the wide, low neck. Vase from Fuerte Quemado. «Puco cestiforme. — ... procede de Fuerte Quemado. ...por el mismo exterior se ve que fué modelado dentro de un cesto de trama bastante fina, que desapa- recía con la cocción. Su forma es la de un cono truncado, de paredes rectas, base cóncava, es decir, la misma que la del pequeño cesto que sirvió de molde; la pieza producida conservó todos los rastros del contacto». Exploraciones arqueológicas , etc., p. 76; fig. 71, p. 75. PROVINCE OF CORDOBA Fragments from Lake San Roque (Panilla) and Estación 1 del Observatorio, «...he hallado en los museos Politécnico (Córdoba) y de La Plata, tres ejemplares con impresiones de tejidos. Uno de los dos, procedentes del lago San Roque (de- partamento de Punilla), . . .es el fondo, casi completo, de un pequeño vaso... que ofrece una marcada convexidad interior y es cóncavo exteriormente. . . .Al exterior y sólo en la super- ficie circular o casquete esférico que constituye el fondo, se notan, con bastante claridad, las impresiones de un tejido de cauastería 110 muy fino (fig. 99 MgO SO, Fe203 5°. io 41.02 0- 59 1- 37 4.22 0.29 insol. Ib, O y pérdida 2.50 El color amarillo en parte rojo de la llamada tosca, es de- bido a la presencia de óxido de hierro (hematoconita), y óxido de hierro hidratado (sideroconita). E11 cantidad considerable se en- cuentra también junto con el ónvx-marmol y la «tosca» aragonita. El perfil del yacimiento, según Bodenbender, es el si- guiente: 1) Masas arcillosas y calcáreas con cantos rodados. 2) Mármol-ónyx. 3) Travertina o tosca con inclusión de fragmentos de cuar- zo, granito, gneis, etc. 4) Gneis. Según Gerth: 1) tierra y arena fina calcárea. 2) arena y grava cementada por cal gruesa. 3) una brecha cementada por tosca. 4) tosca arenosa. 5) mármol. (Formaciones de mármol: al principio éstos se presentan como agregados fibrosos con muchos huecos tapizados por cristales; entre estas capas fibrosas se intercalan bancos de mármol verde granuloso, que más abajo ganan en espesor, llegando a un máximum de un metro y cuarto). El perfil, como lo liemos observado nosotros (t), presenta: 1) una capa de 2 a 10 metros de espesor de una brecha formada por fragmentos de cuarzo, muscovita, biotita, feldespato, gneis y piedra pómez (?) cementada por calcita. 2) Travertiua, mármol-ónyx, aragonita, calcita poco dife- renciados. 3) Mármol-ónyx. 4) Gneis. Según comunicación verbal, el espesor medio de la capa 2, lo mismo que de la capa 3, es de medio metro más o menos. El origen termal del Ónyx-mármol, es generalmente admi- tido. Según Bodenbender las aguas termales acompañaron las erupciones andesíticas o basálticas en época terciaria o diluvial. (') Kn el año 1913. O BS ER Y AC I ON HvS Bí OLÓGICAS TEMNOCERA SPINIGERA Wied. (DIPTERA-SYRPHIDAE) Caui.os Bruch Entre los cactos que cultivo, con frecuencia tengo que la- mentar la pérdida de algún ejemplar putrefacto: la consunción de los tejidos celulares llega hasta el punto de quedar sola- mente una substancia corrompida dentro de la cutícula de la plan- ta. He notado que son, sobre todo, ciertas especies, como Cercas patagonicus y algunos Echínopsis las más expuestas, y la cau- sa de este proceso se debe, principalmente, a la humedad ex- cesiva, que la resisten poco estos vegetales de regiones xeró- f i tas. Examinando luego las plantas enfermas, encontré casi siem- pre en aquella masa descompuesta unos gusanos, los cuales a primera vista he tomado por larvas de algún díptero. Durante los días 22 al 27 de octubre de 1917, observé como algunos cactos eran visitados por grandes moscas, que se [lo- saron ya sobre las flores de un Echinocactus gibbosus var. ven- tanteóla Speg., ya sobre un Echínopsis canipylacantha E. Mey., el cual presentaba aspecto enfermizo. Diré, de paso, que tanto las flores de los primeros, como el Echínopsis , despedían un leve olor, algo fétido, parecido a emanaciones de aguas servi- das, el que atrajo probablemente a las moscas. Capturada una de ellas, pude clasificarla sin dificultad; se trataba de Temnocera spinigera Wied., perteneciente a la fami- lia de los sírfidos y cuya relación con las mencionadas larvas estaba ya fuera de duda. Recordando las costumbres parasita- rias de tales larvas, que según Lynch Arribalzaga y otros, de- bieron criarse en nidos de «mangangaes» (Xy loe opa splendi - dula), hecho que ya juzgaba inverosímil, resolví ocuparme de ellas. A raíz de mis observaciones, puedo desvirtuar ahora aque- llas apreciaciones y ofrecer algunos datos más concretos sobre la biología de la mosca en cuestión. Revisando nuevamente los cactos, noté que el mencionado Rchinopsis campylaccintha , medio vacío, contenía un líquido pu- trefacto en el cual nadaban buen número de larvas adultas. Un examen más prolijo proporcionó también otros ejemplares más pequeños y media docena de huevos, que asomaban por la pared interna, entre una grieta de la cutícula. Un magnífico Ccreus de la Patagonia, con lesiones sospe- chosas en su porción basa!, estaba también atacado por larvas de poca edad. De las adultas preparé algunas, fijándolas previamente en agua hirviendo, y coloqué las demás con los residuos de la planta en una caja para la observación. Ya al tercer dia (5. XII. 1917) abandonaron las larvas los restos de su antiguo habitáculo, arrastrándose durante horas entre el polvo, buscando luego en la tierra suelta un refugio propicio donde pasar su ninfosis. Cinco días después, hallé las primeras pupas, de las cuales nacieron las imágenes a los diez y siete días. Ku cuanto a las jóvenes larvas del Cernís, éstas alcanzaron, recién a principios de marzo, su completo desarrollo, después de haberlo resecado totalmente. Obtuve de ellas unos cuarenta dípteros, pero mucho más retardados en su evolución que los de la primera serie. Casi simultáneamente, y en un viaje que ese mismo verano había hecho a la Sierra de Córdoba, pude confirmar las cos- tumbres de nuestra Temnocera. Ksta frecuentaba allí sobre todo los grandes Cernís lamproehlorus Uem., donde encontré tam- bién sus larvas. . Mis observaciones demuestran, pues, (pie las larvas de Tem- nocera spinigera se alimentan de substancias vegetales en des- composición, como sucede seguramente con las especies con- géneres y con muchos otros representantes de los sírfidos. No me consta, que las larvas ataquen los cactos completamente sanos, pero basta que una parte lesionada esté invadida por ellas, para que se acelere el proceso de descomposición como pasó con el citado Cernís. En las siguientes líneas describiré someramente los diferen- tes estados de la Temnocera. Huevos. — Estos no ofrecen nada de particular. Son cilindri- cos, apenas encorvados y en ambas extremidades redondeados; de superficie lisa y casi incolora. Miden dos milímetros de largo por 0,7 milímetros de ancho. Larva. — La larva adulta y 'completamente extendida mide 30 milímetros de largo por siete de ancho. Su forma es subcilín- drica, adelante poco estrechada y redondeada en el ápice; atrás es bruscamente atenuada y termina en punta, la que lleva en- vainado el tubo aerífero, córneo, pardusco. Los segmentos están formados por burletes dorsales y protuberancias o mamellones. Estos últimos son más desarrollados en los segmentos ventra- les, donde aparentan pares de pseudopodios muy rudimentarios. En los costados se notan dos y aun tres de estos mamellones en cada segmento que convergen con los burletes transversa- les del dorso. Los segmentos torácicos carecen de burletes, pero llevan mamellones laterales pequeños, el protórax dos ven- trales, desarrollados. Los últimos dos segmentos del abdomen ostentan en los costados lóbulos alargados (fig. 2). Fig 1. — Contorno de la extremidad anterior de la larva con las antenulas boca y mamellones del protórax. Fig. 2. — t,obulos laterales de los segmentos posterioies. La larva es de un blanco sucio, más o menos gris amari- llento. Su tegumento lustroso, está erizado de setas semiblandas y de ganchitos, anchos en la base con punta quitinosa, obscura, listos ganchitos ocupan toda la parte antero-dorsal, los gran- des mamellones y parte de los segmentos dorsales de la larva. Esta se halla además recubierta de una secreción pegajosa, 179 — que le permite adherirse y deslizarse sobre cualquier plano vertical, aun sobre el vidrio. Por la contracción y extensión muscular, imprime a su cuerpo movimientos ondulatorios, bas- tante rápidos, medio de locomoción, para el cual utiliza tam- bién las setas y los ganchos, diseminados por todo el cuerpo. La cabeza se confunde totalmente con el protórax; de ella se destacan dos pequeñas anténulas contiguas, provistas de artejos cilindricos, el basal más grande, que lleva en la punta otros dos artículos gemelos, estrechos y parduscos. Los órga- nos de la boca son muy rudimentarios: debajo de una especie de labio carnoso y cónico, se distingue la abertura bucal, guar- necida por un par de diminutas valvas, finísimamente estria- das (fig. i). El par de estigmas anteriores que se encuentran sobre la región dorso-lateral del protórax: consisten en pequeños apén dices, apenas de 0,1 milímetro de largo, córneos, de forma tu- bular y de color pardusco; están separados uno del otro por un espacio de 3 milímetros. Los estigmas posteriores están en el ápice del tubo aerífero, que sirve de estuche a los dos ca- nalículos terminales de las tráqueas. Dicho tubo quitinoso, de color castaño, es retráctil, algo comprimido y poco más ancho en la base, en su segundo tercio estrangulado; mide dos mi- límetros de largo por 0,8 milímetros de ancho. Papa y ninfa. — La primera está formada por la piel endu- recida de la misma larva, contraída y modificada, para servir de albergue a la verdadera ninfa. Esta cutícula de la pupa está otra vez recubierta por una capa protectora, más o menos espesa de polvos y partículas de tierra, adheridos con el gluten soltado por la larva antes de su transformación ; por lo tanto su color es grisáceo o igual al ambiente o suelo donde se ha encapullado. Invertida, es decir, cabeza abajo, la pupa es piriforme, algo plana en su parte ventral, pero en la parte dorsal bien con- vexa, mide 13 milímetros de largo total, por 6,5 milímetros de ancho. De la región antero-dorsal equivalente al prónoto, se destacan dos cuernecillos pardos, los dos tubos aeríferos anteriores. Están dirigidos oblicuamente hacia adelante y algo encorvados hacia arriba, acercándose en el ápice. En cuanto al tamaño, disposición y hechura de estos tubos, difieren mu- cho de los mismos órganos primitivos de la larva. Cada cuer- necillo mide un milímetro de largo por 0,3 de ancho y el es- pacio que separa a ambos en su base es apenas de medio milímetro ; en el ápice son redondeados, y su superficie está llena de asperezas , y marcada por cinco a seis surcos trans- versales. K11 la extremidad posterior conserva la pupa el tubo aerífero primitivo de la larva. La ninfa representa la imagen con cabeza y miembros re- cogidos, con alas pequeñas, no desplegadas, todos separada- mente envueltos en una membrana tenue, por la cual traslu- cen los detalles de la futura mosca. Del prónoto salen dos tubos membranosos, en conexión con los cuernecillos externos de la pupa; sobre cada ojo tres pequeñas ampollas de la misma membrana. La cabeza está plegada hacia el vientre; entre el estuche de los órganos bucales y de las pterotecas descansan las pa- tas, cuyas tibias del tercer par están ocultas, quedando visi- bles solamente sus tarsos. Por el dorso de la ninfa no se ob- serva ninguna particularidad; por encima de las espaldas asoman apenas los fémures o codos de las patas anteriores y medianas. La ninfa mide de 9 a io milímetros de largo. Durante los primeros días, la ninfa es blanquecina; luego empiezan a obscurecerse los miembros, las venas de las alas y las espinas y setas que cubren el cuerpo; el tegumento ad- quiere un tinte impuro, pero ojos y alas son más pálidos y sobre la frente trasluce el color testáceo de las antenas. La mosca nace en estado inmaturo: sus ojos son de color pardo rojizo, el dorso, el vientre y los costados del abdomen son más claros que en la pigmentación perfecta; las alas tie- nen la membrana lacia, blanquecina y semi-opaca, careciendo aún de la mancha pardusca. A las pocas horas de reposo, la imagen recibe sus colores de insecto adulto, con ellos la viva- cidad, característica de sus congéneres y otras especies del grupo de las «volucelinas». Los restos de la envoltura ninfal han quedado en el interior de la pupa, de donde la mosca se ha libertado por una aber- tura bipartita. Los dos fragmentos desprendidos corresponden, uno de ellos, estrecho y semicircular, al protórax con los cuer- necillos aeríferos; el otro, de forma elipsoide y angulosa, a la porción inferior de los tres primeros anillos de la primitiva cutícula de la larva. Rev. Museo de La Plata, tomo xxiv, 2.a parte Fig. i. — Temnocera spinigera Wied. 9 (X 4) Fig 3. — Ninfa, vista de lateral y ventral (X 4) Fig. 2.— Larva (X 4) Fig. 4.— Pupa, vista lateral y ventral (X 4) - 181 — Imagen. — Nuestra mosca fue descrita por Wiedemann en el año 1830 como Volucella spintgera (i). Félix Lynch Arribalza- ga (2), en su monografía sobre los sírfidos argentinos, redescribe la misma especie, señalando además las citas bibliográficas y sinonímicas. He aquí las principales características: La cabeza es de color flavo-testáceo pálido con visos mar- garitáceos; atrás negra, ceniciente, excepto el triángulo testáceo, supero-mediano. Los ojos son negruzcos con reflejos cobrizos y én su margen posterior finamente ribeteados de blanco. Las antenas de color testáceo-rojizo, tienen el tercer artejo arriba escotado, angostado en el ápice. El tórax es negro sobre el dorso; su pubescencia tenue, negruzca y brillante; las pleuras son negruzcas, velludas; el escudete es pardo, su borde posterior está armado de ocho espinas dentiformes. Las alas son hialinas, están adornadas de una mancha par- da, subtriangular, que ocupa más de la mitad anterior del ala y es abreviada atrás; a veces es pálida y se extiende solamente al rededor de las nervaduras. Las patas son negras. El abdomen es negro-violáceo, muy densamente punteado y cubierto de pelos finos, negros y lustrosos. Mide unos 12 milímetros de largo. Esta especie es común en muchas partes de la República y ha sido mencionada del Uruguay y Brasil, propagándose segu- ramente también a otros países limítrofes. Su presencia me consta en las provincias: Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, San Luis, Mendoza, Salta, Tucumáa y en los territo- rios del Río Negro, Formosa y Misiones. (') Wiedetnaun. Anssereuropiitsc/ie zivei/ltigelige fnsekten. Hamtn, 1830, II, p. 195, 5. (2) Dipterologia Argentina, Syrphidae, en «Anales de la Sociedad Científica Argentina» 1893, p. 138 (188). ~ 182 - MITOLOGÍA SUDAMERICANA. II LA COSMOGONÍA SEGÚN LOS PUELCHE DE LA PATAGONIA POR R. Lehmann-Nitscii k Al el tu ajo c h i le n o S/ . Do/i Tomás Guevara . I N T RODIICCIÓN El 5 de febrero de 1916, tuve la rara suerte de descubrir una leyenda cuya importancia justifica su publicación especial Hallándome en el valle del Río Negro, Patagonia setentrio- nal, para completar mis estudios sobre la lengua puelche ini- ciados el año anterior en Valcheta, del mismo territorio na- cional, fui a visitar al anciano indígena Millaluau ( — Gua- naco de oro, en lengua araucana), llamado Bartolo Alfaro desde que se hizo cristianizar. Debo a mi amigo don Pablo Awe, pro- pietario de un establecimiento rural en la isla Sauce Blanco la oportunidad de ser presentado a dicho indígena quien me trató, por consiguiente, inmediatamente con toda franqueza y sinceridad; así que cuando le pregunté respecto a las tradicio- nes de sus antepasados, no tardó en relatarme lo que sabía, asegurándome continuamente: «Así lo contaron la gente vieja de antes». El 14 del mismo mes, le pregunté sobre detalles (pie antes no había bien entendido, y puedo asegurar «pie no he omitido nada para conseguir el presente documento en la forma más completa posible. Desistí de antemano de apun- tar el texto en idioma puelche; preferí que el anciano me lo — 183 - contara en castellano que bastante bien domina; érame, de tal modo, posible, entender la narración en el momento de serme dictada, darme cuenta de omisiones y hacer inmediatamente las preguntas aclaratorias. De todos modos, la versión española de la leyenda, sólo es disfraz, siendo su estilo y el orden de las frases verdaderamente indios. Cabe informar respecto a la personalidad del narrador: tiene como 8o a 85 años; es de padre araucano y de madre puelche; vive en Primera Angostura, sobre la costa sud del Río Negro, algo al Oeste de Carmen de Patagones, donde posee buenos campos y un lindo establecimiento rural con casas y galpones de material; habla como idioma propio, el araucano, y sabe el puelche del cual es uno de los últimos representantes; sus nu- merosos hijos, prefieren el castellano al araucano. La leyenda que me dictó, dijo haber oído cuando joven en lengua puelche, y efectivamente, no corresponde a la mitología araucana, según la cual, para citar un solo motivo característico, sol y luna son hombre y mujer y no como en el presente texto, hermanos (*). Observo, al fin, que el idioma «puelche», es idéntico con aquel de d’Orbigny y no debe confundirse con el araucano ni con el « tehuelche * o patagón del mismo viajero. Damos a continuación el texto de la leyenda cosmogónica: El. TEXTO DE PRIMERA ANGOSTURA Antes, el sol era gente, 110 era el sol que hoy está, y la luna era el hermano menor de él y también las estrellas eran gente. Y el sol perdió el hijo que le habían robado dos pájaros ne- gros (2), y mandó chasques por todos lados, pero no tenia noticia de su hijo. Entonces (3) se volvió un guanaco, gordo de grasa, 5 y se abrió para dejarse comer por esos pájaros, y eti esta opor- tunidad agarrar aquel pájaro que le había robado el hijo. Y la luna se hizo avestruz gordo, y el sol dijo a su hermano: «¡No te vas a mover si los pájaros te pican la grasa!» Entonces la luna se hizo el avestruz muerto, pero se movía cuando la picaron los 10 pájaros; entonces éstos se fueron y [la luna] no pudo agarrar ninguno. El sol también se hizo el muerto, y cuando venían los pájaros a picarle la grasa, cazó a uno, pero al pájaro que estaba más cerca (4), no pudo agarrar. Y abrió el pájaro que había ca- (') Lijiim ann • Ni tsciie, Mitología sudamericana. /. lil diluvio según los Araucanos de la Pampa. Revista del Museo de La Plata , XXIV (2), p. 45 1918. «Oe esos que nndan en el campo», explicación del narrador, cuando al repasnr el dictado, le pedia detalles sobre aquellas dos aves P) Ver más adelante la explicación sobre el hilo de la narración, pág. 185. (*) Detal le incomprensible; ver más adelante, pág. 1 95. — 184 zado, y sacó todos los huesitos del hijo perdido, pero no pudo 15 hacerle gente, porque le faltaban dos huesitos. Y ese otro pájaro que se escapó, tenía los huesitos. Y el sol juntó toda la gente (que hoy son animales) y dijo: «A. la perdiz le tomen un parecer que diga por cuánto debía ser día y noche». Y la perdiz contestó que la noche debía ser una 20 mitad de su cuerpo, la plumada, y el día la otra mitad. Entou- cer no la dejaron volar porque iba a ser todo noche, porque la perdiz tiene mucha pluma ('). Entonces llamaron a la liebre y le tomaron el parecer [que dijera por cuánto debía ser invierno y verano] y la libre dijo: «Bueno, invierno sea la mitad de mi 25 cuerpo, las uñas de atrás; y las de adelante, que sean verano» (2). Y estaba la cueva ahí cerca y la liebre se fué a su cueva, y lo único que alcanzaron a agarrar (3), era la cola. Y entonces son seis los mes de invierno y seis de verano también, poique la liebre tiene en cada pie tres uñas ('). 30 Entonces el sol dijo: «Yo me voy al cielo», y al hermano me- nor, la luna, dijo: «¡Vos también vas al cielo! Andá a tal parte y vas a pegar un solo grito, que van a salir de sus cuevas los piches (’j a patadas»; así dijo el sol a la luna; « un solo grito vas a gritar y van a salir los piches de las cuevas» ('*). Pero la luna 35 pegó ¡ los gritos y salieron demasiado piches 3' le rasguñaron la cara; y por eso tiene la luna la cara rasguñada. Y entonces dijo el sol: «Hasta ahí los voy a acompañar; van a tener los días y las noches también [y van a tener el invierno y también el verano]», y subió al cielo. Y la luna también subió 40 al cielo y las estrellas también. COMENTARIO ESTILÍSTICO Al comentar el texto que antecede, conviene analizar desde luego el hilo de la narración. Este no va en orden estricta- mente cronológico, como muchas veces lo pasa en relatos primitivos, anticipándose acciones de importancia que recién en adelante han de producirse y que recién más adelante Detalle difícil a comprender; ver más adelante pág. 201. (-') «Car eso, la liebre quedó rabona», exclamó en este momento mi compañero don Pablo Awe, quien presenciaba el dictado, y Millalnan se lo confirmó con un mo- vimiento de cabeza, repitiendo instantáneamente: «Por eso, la liebre quedó rabona» (■*) No se comprende, porque perdiz y liebre iban a ser prendidos; ver más ade- lante pág. 201. (') Millalnan, al leerle yo el dictado, explicó con mucha minuciosidad y sir- viéndose de sus propios dedos, que en tal caso, la división era exacta, pues la liebre tiene, dijo, tres uñas en cada pie, correspondiendo entonces seis al invierno y seis al verano. (’) Piche, nombre vulgar del armadillo Zacdius ciliatus Fisclier, procedente del araucano pichy. O «Los piches cazados debían servir para la comida», agregó Millalnan cuando me informé sobre este detalle. — 185 - serán contados con los detalles accesorios y consecuentes. En nuestro texto, hallamos tal caso en la línea 5; la frase: «Entonces se volvió [el sol] un guanaco, gordo de grasa, y se abrió para dejarse comer por esos pájaros, y en esta oportunidad agarrar aquel pájaro que le había robado el liijo» lia de seguir sin duda después de las frases que cuentan cómo la luna, por orden de su hermano mayor, tuvo que trans- formarse en guanaco, y como por su inhabilidad malogró Ja empresa que le fué encomendada. Recién después, el caballero Sol se digna someterse él mismo a las mismas molestias que había demandado de su hermano menor. La frase arriba re- producida, ha de estar por consiguiente, en la línea 12 y debe reunirse, en una sola, con aquella que dice: «El sol también se hizo el muerto». Un segundo caso de anticipación ya fué arreglado para no entorpecer el estudio de la presente leyenda. En el dictado del anciano Millaluan, los párrafos línea 18 a 30, fueron relatados después de la frase que concluye con la línea 37. Me parece no hay duda que el narrador, se ha equivocado respecto a la cronología de los sucesos que corresponden a estos dos capítu- los; es más natural que el héroe solar arregla sus asuntos en la tierra a la cual corresponden y donde viven los ejecuto- res de sus órdenes, la perdiz y la liebre, y no desde el cielo a donde subió, terminada su carrera terrestre. COMENTARIO MITOLÓGICO Importante ha de resultar un comentario comparativo de la curiosa tradición puelche; desgraciadamente, por el momento, es tarea poco satisfactoria que deja muchos puntos sin resol- ver. Débese esto al poco cuidado con que se ha tratado la mi- tología de ¡os aborígenes sudamericanos que recién en los últimos anos, empieza a ser investigada por personas especial- mente preparadas. Cuando Ehrenreich, en 1905 presentó un estudio sobre los mitos y leyendas de los autóctonos sudame- ricanos y sus relaciones con aquellos de Norte América y del Mundo Antiguo, tropezó con serias dificultades para estable- cer sólo el urdimbre de trabajo tan interesante, y diez años (J) Ehrenreich, Die ñíyi h rn und Legenden der sitdameri/cantsi.hetg l o^íkrr und ihre Bezie- h ungen zu denen Nordamerikas und der alíen Welt. Be. ím, 1905. - 18G — más tarde, el padre W. Selimidt apenas pudo agregar de- talle nuevo a la labor de su antecesor. De todos modos, ambas publicaciones nos lian servido mucho para entablar la cuestión comparativa, pero siempre hemos consultado la fuente original; hemos buscado, además, completar en lo posible, las indicacio- nes mitológicas en que se basan aquellos dos estudios, revisan- do la literatura correspondiente, ante todo aquella que vió la luz en los últimos años. Trataremos pues, en primer lugar, aquellos motivos mito- lógicos sobre los cuales ya existen antecedentes; e indicaremos a continuación aquellos que hasta la lecha, se hallan aisladas en nuestra cosmogonía puelche; y en un resumen final dire- mos algo sobre la posición que nuestro texto ocupa dentro de la mitología sudamericana. sor. Y LUNA El motivo mitológico «sol + luna = hermano mayor-]- her- mano menor» ('-'). se halla también en las leyendas de algunas tribus indígenas del Brasil y de Bolivia, a saber: Los Crengcz (Tayé), del Brasil (Río Mearim, Estado de Ma_ ranháo) cuentan el mito siguiente (•"): « Una vez, Luna pedía a su hermano el hígado de un capivara y fué obsequiado con un animal entero, pero se quejó que éste era tan flaco. Sol entonces se enojó, agarró un pedazo de la carne que estaba asándose, lo tiró a Luna en la cara (de ahí las manchas!) y echó a Luna mismo al agua. Cuando Luna ya estaba por ahogarse, razonó Sol que quedaría sin compañero y lo sacó del agua. » En una interesantísima leyenda cosmogónica de los Guaraní, del Brasil (Paraná) ((i) * * 4), los dos hermanos, después de muchas vueltas, llegan a la casa de su padre Tupan « que governava tudo»; éste los invita a su casa y los pregunta cuándo quie- ren caminar. Derekey, el mayor, quiere caminar de día, Dere- (i) Sciiiímr, Kulturhrei 'se itud Kullurchichten tu Siidamrrika . Zeilschrift fiir Cthnologie XL, i>. noo - 1106, 1913. (-) 15n nuestro ya citado trabajo páginas 54-59, liemos estudiado la evacuación «sol + luna = marido + mujer » que respecto al continente sudamericano, parece estar reservada al espinazo andino y a una ramificación chaqueña. (3) Unkbo, Vokabular und Sagen der Creugéz — ludiauer {Tajé). Zeilschrift für F.thne í ie, XI, VI, p. 635. 1911. (4) Borba, Actualidad r indígena , Paraná — Brasil, p. 69. Coritiba, 1908. — 187 — vuy en la oscuridad. » Pois Derekey seja o sol e Derevuy a lúa ». Los Apapocnva (Guaraní), del Brasil (Estado de Sao Paulo), cuentan de los dos hermanos varones el episodio siguiente (l): « En la noche, el menor, con intenciones homosexuales, se acercó al lecho de su hermano mayor quien no lo pudo re- conocer. P)ste último, para la noche siguiente, tenía pues, pre- parado un plato con pintura negroazul de genipapo y se la puso al visitante misterioso en la cara; vio entonces a la ma- ñana que era su hermano menor. Ñauderuvu^ú, el espíritu grande, mandó después a ambos hermanos al cielo, al mayor, Sol, como astro nocturno, al menor, Luna, como astro diur- no. Pero resultó que Luna era demasiado caliente y quemó a la tierra; por consiguiente fué reemplazado por Sol y Luna mismo designado a alumbrar la noche. Tiene vergüenza de su hermano mayor y nunca le quiere mostrar la cara entera con las manchas de genipapo. » Los Guaraníes de las misiones del antiguo Paraguay, hoy en día cuentan todavía la siguiente leyenda que aunque alte rada por un revoque moderno permite reconocer su fondo in- dígena (2): «En tiempos muy remotos... existieron dos cazadores que se criaron juntos y en la misma comarca. Cuando llegaron a la edad viril, los unía la más estrecha amistad y eran los úni- cos que se ayudaban en la caza...». En una época de escasez platicaron sobre la alimentación vegetal y artificial « cuando de pronto se presentó delante un guerrero fuerte que salía de la obscuridad envuelto en llamas de luz», enviado de Ñande- yara, el espíritu supremo. Batióse con los dos; fué vencido el más débil de los dos cazadores, Avatí, y enterrado por sus pa- rientes, quedando su nariz afuera. De ella brotó más tarde la planta del maíz. No dice nuestro texto si aquellos dos cazadores eran her- manos, y mucho menos, si eran mellizos. La creación del maíz, empero, de un pedazo del hermano menor -motivo que tam- bién existe en la mitología peruana, ver más adelante pá- (*) ÜNKEL, Die Sagen von der Erschaffnng und Vernich+ung der Welt ais Grundla- gen der Religión der Afnrpocuva — Guaraní. Zeitschrifi fiir Ethnologie , XI* VI, p. 331. 1914. (2) Dk Oliveíra Cézar, Leyenda de los indios Guaraníes , p. 147-167. Buenos Aires, 1P93. - 188 - gina 193 - parece corresponder a hermanos mellizos. De todos modos, la presente leyenda pertenece ai grupo astral heroico. Los Guarayos de Bolivia, al fin, cuentan lo siguiente: (x) Una vez creada la tierra por Mbiracucha (el Viracocha de los antiguos peruanos), dos hermanos, Zaguaguayu (— corona de plumas amarillas) y Abaangui, resolvían transformarse en hombres; no dice el mito como Zaguaguayu realizó su propó- sito; «y sólo cuentan de su hermano Abaangui, que para ha- cerse hombre, ensayó varias figuras, las que destruía conforme iba haciendo, por tan ridiculas, hasta que acertó a hacer la de hombre, pero con una nariz tan desmesuradamente gruesa y larga que de un manotazo se la derribó: hazaña que le me- reció el nombre de Abaangui, que quiere decir hombre de nariz caída. » El mito no dice expresamente cuál de los dos herma- nos es el menor; pero por analogía con las otras leyendas, es la luna, como lo han demostrado expresamente P. Ehrenreieh ('-’) y W. Schmidt. (3) El motivo « sol -J- luna = hermanos varones mellizos », tema de varias leyendas interesantes, es como se entiende, es- trechamente relacionado con el motivo «sol luna = her- mano mayor -}- hermano menor», pero no cabe dentro del marco del presente trabajo; puede ser muy bien, sin embargo, que por una comparación más amplia, resultaría la identidad de ambos motivos; por lo menos deben haber leyendas en cu- yas variantes aparezca ya el uno ya el otro de esos dos mo- tivos. Una particularidad de la ecuación «sol -}- luna = her- mano mayor -f- hermano menor», no siempre detallada en los mitos que acabamos de extractar, es la diferencia intelectual entre ambos hermanos : el mayor es vivo, despierto, empren- dedor; el menor, estúpido, poco hábil y sumiso a su hermano. Además de los comprobantes recién transcriptos, citaremos otro que corresponde a la mitología de los Bakairi del Bra- sil (‘); actúan en ella como héroes, los mellizos Keri y Kame> (*) (*) Card ÚS, Las misiones franciscanas entre los infieles de Bolivia. Descripción del estado de ellas en 1883 y 1884. p. 76. Barcelona, 1886.— lil mismo mito, según el manus- crito de José Cors, fué publicado por Francesco Pikrini, Los Guarayos de Bolivia. An- t/iropoSy V, p. 704. 1910. (3) Uiirenreich, Die Myt/ieu , etc., p. 43. (”) Schmidt, Kulturkreise% etc , p. 1103. (4) Von den Steinen, Unter den Natnrvolkern Zeniral - Brasiliens . . . , p. 369, 373» 379. 3^3- Berlín, 1894. - 189 - nacidos gracias a una intervención obstetricia (scctio cacsarea ) y que después llegan a ser sol y luna; son, pues, también her- mano mayor y hermano menor pero más estrechamente rela- cionados entre sí por el embarazo gemelar de su madre; pues bien: Keri, el mellizo mayor, siempre es el inteligente y Kame c! tonto. « Kaine », dijo el Bakaíri Antonio, « e gente bobo y todo hace al revés, Keri no, ¡oh no!» Efectivamente, cuando Keri, de la caña uba, hizo muchos hombres, Kame no hizo nada ; Keri le reprochó su haraganería, se pelearon y Kame, como el más débil, se fugó; en otra oportunidad, cuando Keri fue a cazar en compañía del zorro, tuvo trabajo para resucitar a su hermano menor que había sufrido un serio percance. En nuestra leyenda puelche, Luna, el hermano menor, también es el tonto: no consigue agarrar a los pájaros, lo que realiza después su hermano mayor; y desobedeciendo a éste, tiene que sufrir los rasguños de los armadillos. En el mito correspondiente de los Caribes de la Guayana (*)» los mellizos tal como se presentan, no son sol y luna, pero la historia de su nacimiento es la misma que en la leyenda de los Bakaíri, y el menor de los dos, también es el torpe: Maku- naima y Pia llegan al mundo gracias a la intervención del tigre quien se traga a la madre embarazada pero respeta a los dos fetos. Criados por la misma madre del tigre (una rana!), vengan la muerte de su propia y van al mundo. Tienen un encuentro con el tapir y le preparan una emboscada, pero Pia es torpe y hiere a su propio hermano, quien pierde la pierna a causa de este accidente! Están ahora en el cielo: el tapir representa la constelación de las Híadas, Makunaima las Plé- yadas, y la pierna aislada de Makunaima, es el Tahalí de Orion (las «Tres Marías» en lenguaje popular). Según los Macnsi de la Guayana, es Pia quien mata a! tigre para reconstruir luego su propia madre; Makunaima, luego, a causa de un disgusto^ se separa de su hermano y Pia queda solo con su madre (2) ; según los JVarrau , también de la Guayana, los mellizos son extraídos del útero de su madre muerta, por Nanyobo, la rana anciana que los cría pero que luego es quemada por ellos (8). (*) Roth, An tnquiry tuto ihe animism and jolh~Iore of the Guiana Indinas. Anana. Repori of ihe Burean of American Eihnology, XXX, p. 133-135. 1908-19^9. ('-) Roth, ihidem, pt 135, sección 40-41. (:l) Rom, ihidem, p. 133, sección 34. 190 - EL HIJO DEL SOL La leyenda puelche cuenta del «hijo del sol» nada positi- vo: fue robado y comido por los pájaros negros y no pudo ser resucitado por su padre solar por faltarle dos luiesitos. En nin- gún mito sudamericano, aparece figura semejante, y cuando en la mitología de este continente encontramos un hijo solar, es distinto del de la leyenda puelche. Hasta la fecha, contados son los casos en que se nos presenta. Los antiguos Anmcanos del siglo XYI y XVII, tenían en su panteón mitológico al «hijo del sol» sin que sepamos detalle alguno de él. En el sermón nono, párrafo (J) 8, el Padre Luis de Valdivia reprocha a sus fieles sus supersticiones, predi- cándoles: «No hay Maréupu Antü ni H-uecufü ni cosa alguna pare- cida quesea Pillan o Maréupu Antü ni Iluecufil. El sol no tie- ne vida; pues lo que no tiene vida, ¿cómo puede tener hijo y lo (pie no vive en sí, ¿cómo puede dar vida a otros? Tú lo que no tienes, no lo das a otro; pues ¿cómo el sol que no vive ni tiene vida, puede dar vida a los hombres enteramente? El sol no vive, ni si tuviera hijo, viviera su hijo; y si el Maréu- pu Antü no tiene vida, ¿cómo os había de dar la vida a vos- otros? Mentira es, muy grande, decir que el sol tiene hijo. Y como no hay Maréupu Antü, así es mentira decir que hay Pi- llan, pero todas esas mentiras, en otros sermones veréis que lo son ». En este sermón se citan el llueciifü, espíritu de las enfer- medades, de la mala suerte y de otras yerbas al estilo; el Pi- llan, autor del trueno y de las erupciones volcánicas, ambos bien conocidos en la moderna mitología araucana; y al fin el Maréupu Antü que ha totalmente desaparecido. Repasando con mucha atención el párrafo que hemos reproducido, resulta dudoso si el Maréupu Antü, debe o no identificarse con el «hijo del sol». Fray Félix José de Augusta quien ha salvado del olvi- do el interesante párrafo del Padre Luis de Valdivia, opina (-) sin emitir duda alguna, que ambos son los mismos, y que era (l) Valdivia, Nueve sermones en lengua de Chile.., reimpresos a plana y renglón del único ejemplar conocido y precedido de una biografía de la misma lengua por José Toribio Me- dina, p. 72. Santiago de Chile, 1897 —Para la re producción del párrafo que nos interesa hemos adoptado ortografía e interpretación moderna. (“I AUOUSTA, Lecturas araucanas , ( narraciones , costumbres , cuentos , canciones , etc.) p. 234, 237-239, 39 Valdivia, iqio. — 191 el hijo del sol el «que daba vida a los terrenales». Analiza detenidamente la palabra Mareufuante como va escrita en el texto original, y deja constancia que mar cu fu es usado a veces en lugar de mar i cfu (doce), y que antü , significa sol. Expli- ca a continuación, que hoy en día entre los indios de Valdi- via la palabra maréupu — doce a secas, significa la doble fila de los cántaros con chicha que se ponen en las rogativas de los indios, «con cuyo contenido se hacen aspersiones hacia la salida del sol, acompañadas de invocaciones dirigidas al Ng’nechen o tal vez a los espíritus. En Panguipulli llaman marehuepull ( mar ewe pulí) tanto el mudai [chicha de maíz] que hay en los cántaros, como las tortillas que se colocan en el lu- gar sagrado, y en cuya fabricación los indios entonan cánti- ticos. . . Marexvepull, empero, no puede ser otra palabra que ma- réupull. Probablemente es la // terminal residuo de llanka, apo- copado, formando ambas palabras una combinación de significado parecido al de llanka fiuke \piuke = corazón] y maiwellanka » . Nuestro autor, repentinamente, deja de continuar el hilo de su idea; tomándolo nosotros diremos que Maréupu Antü , del texto de Valdivia, no debe interpretarse simplemente como «doce soles» o «doce días», puesto que antü es singular; sino que debe leerse Maréupull Antü, algo difícil a pronunciar para un extranjero o sea que la 11 ha desaparecido del todo por reglas fonéticas que desconocemos. Ea interpretación de Maréupull Antü, o sincopado Maréupu Antü , ya no ofrece dificultad; quiere decir «sol que debe ser venerado con doce cántaros» o sea, en idioma alemán: «Zwolf-Kannen-Sonne». La palabra de la cual ll es residuo apocopado, es, según nuestro autor, la voz llanca, «unas piedras verdes que estiman mucho, con que pagan las muertes, y se toma por otras cualesquiera pagas de muerte» (Febrés) (l', y que hoy en día ya no se conocen; pero me parece que esa //más bien debe ser resto déla palabra llaghn, «partir, hacer partes, descuartizar; y de ahí, llaghn, llaghpan, brindar, o pasar parte; llaghpayu, te brindo, o a tu salud...» (Febrés). Así que el sustantivo respectivo ha significado, en primer lu- gar, la bebida misma ( como hoy en Panguipulli), y por exten- sión, el receptáculo que la contenía. Volviendo ahora al texto del padre Valdivia leemos: « El sol no vive, ni si tuviera hijo, viviera su hijo; y si el Maréufu ('). Frbhks, Calepino chileno ■ hispan*, Lima 1765- Reimpresión de Juan M. Larsen. Buenos Aires, 1882. 192 - Antii no tiene vida, ¿cómo os había de dar la vida a vos- otros?» Y repetimos que Fray Félix José refiere la palabra Ma- rcupu Antii, a «su hijo», término que inmediatamente ante- cede, opinando por consiguiente que es el hijo del sol que ha dado vida a los indios. Nosotros referimos la palabra Maréupu Antii a «sol»; la consideramos como nueva expresión, empleada de vez en cuando para variar el estilo y hacerlo más plástico para la mente de los indígenas; bien puede ser que Maréupu era un título de respeto antepuesto generalmente cuando se habló del sér solar, al estilo de la « Honorable Cámara», de «S. M. el Rey», etc. Resulta, según nuestra interpretación, que el sol mismo y no su hijo, es el creador de la gente humana, concepto mítico análogo a tantos otros que no es el lugar de citar. Tampoco corresponde al presente estudio, entrar en supo- siciones sobre el número (12) de los cántaros de chicha que se brindan al sol saliente; ¿será alusión a los 12 meses limares del año que también desempeñan su rol en nuestra tradición puelche? De todos modos, había entre los antiguos Araucanos un culto solar del cual muy poco sabemos; a esta idea, pertenece tam- bién la creencia que el sol era padre de un hijo; pero sobre la naturaleza de este hijo, nada nos dice ni el padre Valdivia en su sermón nono ni la leyenda cosmogónica de los Puelche, apuntada por nosotros. El concepto del Inca como hijo del Sol, en el antiguo Perú, nada tiene que ver con nuestra leyenda puelche. Tampoco hay relación con otro hijo solar, conocido en ciertas regiones del Perú. Por tratarse de una fuente rarísima, extractamos del grue- so volumen del padre Antonio de la Calancha, «doctor graduado en la universidad de Lima y criollo de la ciudad déla Plata», el siguiente mito, respetando en lo posible el texto original: h) «No había en el principio del mundo comidas para un hombre y una mujer que el Dios Pachacamac había criado». El hombre murió de ham- bre y quedó sola la mujer. Ella se dirigió al Sol, pidiendo sustento. «Compadecido el Sol bajó alegre, saludóla benigno y preguntó la causa de su lloro fingiéndose ignorante.. ; le dijo palabras amorosas, que depusiese el miedo. , mandóle que continuase en sacar las raíces, y ocupada en esto, le infundió sus rayos el Sol, y concibió un hijo que dentro de cuatro días con goce grande parió, segura ya de ver sobra- das las venturas y amontonadas las comidas; pero salió al coutraiio, porque el Dios Pachacamac indignado de (pie al Sol se le diese la ado- (1) De la CALANCHá, Coronica moralizada del orden de San Augusiin en el Perú, con sucesos egenplares en esta monarquía , p. 412-414 Barcelona, 1638. — 193 — ración debida a él, y naciese aquel hijo en desprecio suyo, cogió al recién nacido semidiós, y sin atender a las defensas y gritos de la ma- dre, que pedía socorros al Sol padre de aquel hijo, y también padre del Dios Pacliacamac, lo mató despedazando en menudas partes a su her- mano». Pachacamac sembró después los dientes del difunto y nació el maíz (0; sembró las costillas y huesos y nacieron las yucas y las demás frutas de esta tierra que son raíces; de la carne procedieron los pepinos, pacayes y lo restante de sus frutos y árboles, y desde entonces los hom- bres ni conocieron hambre ni lloraron necesidad. «No se aplacó la madre con estas abundancias porque en cada fruta tenía un acordador del hijo...; y así su amor y la venganza le obligaban a clamar al Sol...; bajó el Sol... y preguntándole donde tenía la vid y ombligo del hijo difunto, se lo mostró, y el Sol dándole vida, crió de él otro hijo, 3' se lo entregó a la madre...; [dicen] que su nombre es Vichama (otras informaciones dicen que Villanía); crió al niño que creció hermo- sísimo hasta ser bello y gallardo mancebo que a imitación de su padre el Sol quiso andar el mundo...; no hubo bien comenzado su ausencia, cuando el Dios Pachacamac mató a la que ya era vieja, 3r la dividió en pequeños trozos y los hizo comer a los cuervos índicos que llaman gallinazos a los... cóndores; y los cabellos y huesos guardó escon- didos en las orillas del mar; crió hombres y mujeres que pose3resen el mundo, y nombró curacas y caciques que lo gobernasen. Volvió el semidiós Vichama a su patria ..; deseoso de ver a su madre, no la halló; supo de un curaca el cruel castigo y arrojaban fue- go sus ojos de furor 3r llamas su corazón de sentimiento .. Preguntó por los huesos de su madre, supo donde estaban, fuélos componiendo como solían estar, 3' dando vida a su madre la resucitó a esta vida, y trató de la venganza... y fué disponiendo el aniquilar al Dios Pacha- camac, pero él, por no matar a estotro hermano, enojado con los hom- bres, se metió en la mar en el sitio y paraje donde ahora está su templo y hoy el pueblo y valle se llama Pachacamac . . Viendo el Vichama que se le había escapado el Pachacamac, bramando encendía los aires..., volvió el enojo contra los de Veguera 3' culpándoles de cómplices... pidió al Sol su padre los convirtiese en piedras, conversión que luego se hizo. [Arrepentidos los dos de este castigo] determinaron dar honra de divinidad a los curacas y caciques. . . y llevándolos a las costas y playas del mar, los dejó a unos para que fuesen adorados por guacas, y a otros puso dentro del mar que son los peñoles. . . Viendo el Vichama el mundo sin hombres 3' las guacas y Sol sin que los adorase, rogó a su padre el Sol criase hombres, y él le envió tres huevos, uno de oro, otro de plata y otro de cobre. Del huevo de oro salieron los curacas. . ., del de plata sé engendraron las mujeres de éstos, y del huevo de cobre, la gente plebeya que hoy llaman mitayos, y sus mujeres y familias » Según una variante conocida en las regiones del Sur, termina la leyenda en la forma siguiente: «Los hombres que se criaron después. . . los crió el Dios Pachacamac, enviando a la tierra cuatro estrellas, dos varones y dos hembras, de quien se procrearon los re3res, nobles y gene- (1) En la leyenda guaranítica, nace de la nariz, ver página 187. — 194 — rosos, y los plebej'os, pobres y serviciales. Mandando el su } remo Dios Pacliacamac que a tales estrellas que él había enviado y las volvía al cielo, y a los caciques y curacas convertidos en piedras los adorasen por guacas, ofreciéndoles su bebida y plata en hoja.» Otro párrafo de los antiguos cronistas, relacionado con un «hijo del Sol» y su estatua, trataráse más en adelante (pági- na 197, nota). LA TRANSFORMACIÓN DEL HÉROE EN CADAVER • Iva transformación del héroe en cadáver» (hediondo), es otro de los motivos que tiene analogías en la mitología suda- mericana. En la complicada leyenda cosmogónica de los Bakairi del Brasil, hay el siguiente detalle (!): El urubú rojo (ave rapiña) era propietario del sol. Encargados los dos héroes Keri y Ka- me de robárselo, Keri se esconde en un tapir que hizo de ma- dera blanda y al cual agregó pequeñas moscas para darle mal olor y para atraer al urubú rojo; Kame, trocado en pajarito cantor, iba a dar a su hermano los avisos necesarios. Consi- guió Keri su objeto: cuando el urubú quiso picar al tapir, Keri le agarró y amenazándolo con la muerte, sólo le dió la li- bertad contra la entrega del sol (que era una gran pelota he- cha de plumas del arará y del tucán). En la mitología de los Carayá (Brasil), el héroe Kinoshi- hué se troca en carroña y caza al urubú -rey que le entrega el sol contra su libertad ('-’). También en la tradición de los Apapociíva (Brasil) ((i) * 3), Nan- deryquey (el sol) se transforma en cadáver hediondo para que los urubúes, los propietarios del fuego, coman de él; así suce- de; en esta oportunidad, el sol se sacude y desparrama el fue- go. Según los Chañé , del río Parapiti (Bolivia) (4), el héroe Aguaratunpa se hace el muerto, tan muerto que una mosca le entra en el ano y sale de una de las narices; que entra en ¡a otra y sale otra vez del ano; que le pone huevos en las órbitas • pie se llenan de gusanos; y cuando viene el condor blanco y (i) von DEN Stkinen, cbra citad, 1, p 375 - ¿70, ¿57. (-) Kkausw, tu den ll't/dnicsen lirasiliens, Itcrhlit und I: » ctuu \ í c ,tc ¡ i,;¿> Ata guaya - Expedition icjoi', p 45. Leipzig, 1911. (■') ÜNKKL, üie Sa gen, etc., p 397, 331. (*) Norden.skiold, t ■tdimi’.rlebeu . El Gran C!n o ( i u i t m ‘Tibí p. 263. Leipzig! lylz. — 195 - pica a Aguaratunpa, éste le agarra y sólo le deja libre en re- compensa de toki, una pelota blanca de goma. Debemos anotar un detalle importante que se nota en la zona del motivo de «la transformación del héroe en cadáver»; mientras que en la cosmogonia puelche, es una astucia para recuperar el hijo robado, en los demás textos procedentes del Brasil y de Bolivia, el héroe se sirve de ella para robar él mismo a sus propietarios el astro solar o la cosa que lo re- presenta; pues bien: si dúo faciunt ídem, no cst ídem. El ob- jeto de la transformación es pues diametralmente opuesto en ambos casos. Llamamos la atención también sobre un parti- cular de la leyenda puelche en la cual ambos héroes (que son hermanos), se transforman ya en guanaco ya en avestruz. I.OS DOS PÁJAROS NKGROS Los pájaros negros de la leyenda puelche que al sol han robado su hijo para comérselo después (*), nada tienen que ver con las aves de la mitología araucana en la cual las almas de los difuntos se convierten en esta clase de animales. «Unos dicen», escribe el padre Fray Melitón Martínez en una rela- ción que debe datar del fin del siglo xvm (2), «que la alma cuando se separa del cuerpo, se convierte en pájaro y se vue- la a unas islas». Más explícito es el capuchino bávaro Fray Félix José de Augusta a cuyo celo tanto deben los america- nistas; según la creencia de los indios actuales de Panguipu- lli (;i), «las almas de sus antepasados que todas suponen bue- nas, han pasado a ser pájaros de las regiones celestes, los cuales a veces se bajan a alturas en que los alcanza la vista, para traer consuelo a su pariente que se encuentra con el corazón oprimido, o sea para prevenirle de algún mal inmi- nente. Lo primero lo creen conocer en que el pájaro les vuel- ve la cara o que gira a su derecha, y entonces con regocijo le saludan y le invocan para el buen éxito de su viaje o tra- bajo que están para emprender. Pero cuando les aparta la (*) Por el momento, no podemos explicarnos un detalle del texto según el cual el sol-guanaco, no pudo agarrar el pájaro que le estaba mas cerca. T.o contrario hu- biera silo lo probable. Se trata, tal vez, del fragmento de otia lejenda incorporado a la presente donde forma un cuerpo ajeno. (a) Sciiuli.fr, Sóbrelos inri i os araucanos Af>////trs tomados ile un manuscrito tur di o- Revisto de derecho , historia y letras, xviii, p. 305. Hítenos Aires, 1907. (3) Augusta, lecturas ara //canos, etc., p. 34, nota 3. cara o gira a la izquierda, lo miran por nial agüero y se ponen tristes y melancólicos. Además es de notar. . . que los pájaros que no hacen perjuicios al hombre, los creen hechos por Dios; de lo cual se deduce que a los dañinos los suponen hechos por el demonio». Según el mismo autor ( ibidem , no- ta 2), rangiñhuenu ' es la palabra araucana para designar el pájaro del otro mundo en que se ha de convertir el alma de un difunto y a quien los indígenas, a veces, suelen invocar. Y algo más adelante, en la página 239, al esbozar el sistema de la mitología araucana como hoy en día se presenta, dice Fray Félix José, entre otras cosas, que los espíritus convertidos en pájaros, llevan la denominación de pájaros del sol porque se detienen cerca del Nghiechen, el Ser Supremo, y desde allí prestan auxilio á los hombres. Los pájaros negros de la leyenda puelche, por el momento tampoco deben ser relacionados con las «aves luceras» de los Guarayos bolivianos y de los Chibchas bogotanos. Pero no está fuera de suponer que más en adelante, puede com- probarse cierta relación hoy en día imposible de acertar por falta de escalones intermediarios. En la mitología de los Guarayos, el héroe solar Zaguaguayu, al terminar su carrera terrestre, «se dirigió al naciente, desde donde, bien fuese porque no faé tan feliz como su hermano (la luna) en hallar una tierra buena donde fijar su domicilio, bien fuese porque por su genio misántropo, aborrecía toda sociedad y trato con los hombres, tiró más allá, y pasando la extremi- dad del mundo, paró en un lugar donde no hay sol ni cielo, sino ciertas avecitas que le hacen luz, donde vive solitario, re- concentrado en su propia felicidad.» (*) Los Chibchas de Bogotá, poco después de la conquista, creían que esas «aves luceras», eran negras como resulta del párrafo siguiente: (-) «Tienen noticia de la creación del mundo y la declaran diciendo que cuando era noche, esto es, según ellos interpre- tan, antes que hubiera nada de este mundo, estaba la luz (*) Cardus, Las misiones francisca ñas, etc , pág. 77. — Kl uiisun mito npiul Pikrini, Los GunrayoSy etc , p. 705. (8) Sxmón, Noticias historiales de las conquistas de Tierra firme en las Indias occidenta- les, it, p. 279. Bogotá, 1891. 197 — metida allá en una cosa (l) grande, y para significarla la lla- maban Chitninigagua de donde después salió, y que aquella cosa (!) o este Chiminigagua en que estaba metida esta luz (que según el modo que tienen de darse a entender en esto quie- ren decir que es lo mismo que lo que nosotros llamamos Dios), comenzó a amanecer y mostrar la luz que en sí tenía, y dando luego principio a crear cosas en aquella primera luz, las primeras que crió, fueron unas aves negras grandes, á las cuales mandó al punto que tuvieron ser, fuesen por todo el mundo echando aliento o aire por los picos, el cual aire to- do era lúcido y resplandeciente, con que habiendo hecho lo que les mandaron, quedó todo el mundo claro e iluminado como está ahora, sin advertir, como no tienen fundamento en lo que dicen, que es el sol el que da esta luz (2). Confesamos que hasta la fecha, no hemos encontrado en la mitología de los aborígenes sudamericanos aquella pareja de pájaros negros que algo muy querido han robado al sol. No sabemos si este motivo mitológico existe, como supone- mos, en otras partes del mundo, ante todo en Norte América, y en la zona indoeuropea, siéndonos durante la guerra mun- dial imposible conseguir la bibliografía que ha de tratar so- bre la dispersión en el universo, de las primitivas ideas (1) Ehrenreich (obra citada, p. 29 nota) quien consultó una edición antigua de ¡a obra del padre redro Simón, supone que debe leerse «casa» en vez de «cosa» como lo indica la edición de Kingsborough utilizada por él: en ella, la primera vez hay «casa» la segunda, «cosa». Efectivamente, una «casa» correspondería muy bien a las ideas del indígena, no así una «cosa», de ningún modo definida. Tara aclarar el punto, me di- rigf al Dr. Ernesto Restrepo Tirada, director del Museo Nacional de Bogotá, quien en carta fecha Junio jo de 1918, contestóme lo siguiente: «He consultado en la Biblioteca Nacional el manuscrito del P. Simón, y claramente dice que estaba metida la luz en una cosa grande. Y asf debía ser en efecto, pues los Chibchas creían que ¡a luz estaba encerrada entre una olla enorme.» (2) T.a idea de que la luz es algo especial índeoendiente del sol, se halla también en el antiguo Perú. Es cierto que el padre Joseph de Acosta ( Historia natural y moral de las Indias, Sevilla 1590, libro V cap. 28 o sea en la edición de Madrid 1894, II, pág. 116) di- ce respecto a unas estatuas del Cuzco : « I.as tres estatuas del Sol se intitulaban Apoín- ti, Churiinti e Inticuaoquí que quiere decir, el padre y señor Sol, el hijo Sol, el hermano Sol; de la misma manera nombran las tres estatuas del Chuquiílla que es el Dios que preside en la región del aire donde truena, llueve y nieva». Pero el padre Antonio de la Calanclia, «criollo de la ciudad de la Plata», al referirse al párrafo anterior, interpreta las designaciones indígenas de un modo algo diferente, pues diré (obra citada, p. 3 J3 ) : «En otros territorios tenfan tres estatuas del Sol que se intitu- lab«n Apu Inti, Churi Inti, Inti Huarque que quiere decir, el padre y señor Sol, el hijo So!, el aire o espíritu hermano Sol. Y de la misma manera nombraban las tres estatuas del Chuqiti Illa... y el demonio les persuadió que había padre Sol, hijo Sol y aire o espíritu Sol» (transcrito en ortografía moderna). Antonio de Herrera, en su conocida Historia general dr los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del Mar Océano. (Madrid, 1726), copia en el tomo V, página 92, 2' a! padre Acosta. — 198 — mitológicas. Pero casualmente (J) llegónos un estudio de K. von Spiess (1 2) en cuya primera parte se ocupa de un mo- tivo representado, con muchas variaciones, en el arte deco- rativo de Oceanía, Asia, Europa, Egipto, Norte y Sudamérica; se trata del cuerpo (o cara) de una persona vista de frente que está atacada (o acompañada), en cada lado, por un pá- jaro, o por un carnívoro, o por otro monstruo, uno en cada lado, y representados en perfil, que la figura central desea alejarse con las manos. Los ejemplos citados por el autor para comprobar la universalidad de este grupo, « apenas dan una idea de la abundancia de la materia. Sea donde fuese que uno estudia las representaciones del arte primitivo, siempre hallará el grupo recién descrito. Parece, a priori, imposible hallar siempre la misma representación, en lugares geográfi- camente separados, o cuando se trata de la misma zona de ubi- cación en épocas completamente distintas. Tiene que haber una necesidad interna, psicológica, por la cual el hombre se vió obligado representar siempre el mismo motivo. Este mo- tivo debe tener un significado bien determinado sino lo hubiesen representado, en su arte, los pueblos más hetero- géneos» (3). ¿Cual habrá sido el origen de ese motivo, primitivo y uni- versal? Sin duda un fenómeno cósmico; v. Spiess cree en las fases lunares (página 9), pero si hubiera sido tan versado en mitología como lo es en arte arqueológico y etnológico, hubie- ra dado en el blanco: no las fases lunares, sino los eclipses , ante todo lunares han originado, en la mente del hombre pri- mitivo, el concepto que el astro, primero es atacado y después abandonado por un animal o monstruo terrible; y aquel grupo «trinitario» como lo llama, no muy acertadamente, el señor v. Spiess, no es otra cosa, para nosotros, que la representación iconográfica de aquel concepto. Aquellas representaciones no demuestran entonces un solo momento de un suceso, sino, como muchas veces puede observarse en el arte primitivo, una serie de etapas del mismo suceso, cronológicamente distintas . En lo que hace a las aves rapiñas de nuestra leyenda puel- (1) Rogamos al lector no se olvide de la época presente en la cual las comunica- ciones están interrumpidas casi entre todas las partes del inundo. (2) V. Spiess, Pers'ónliche und unpers'ónliche Kunst. Korrespondenz - Blatt der Deut- schett Gesellschaft für Antkropologic , Ethuologie und Urgesc/uchte, XI„ p. 2 — 20. 1915. 1 0) v. Spiess, obra citada, p. 9. - 199 - clie, debemos tener presente que también son dos que pican ya al sol - guanaco ya a la luna -avestruz; y parécenos bien pro- bable que el motivo «sol (transformado en guanaco) -|- dos pájaros negros » o « luna ( transformada en avestruz ) -f- dos pájaros negros», puede relacionarse con aquellos grupos «tri- nitarios» del señor v. Spiess repartidos sobre todo el mundo, y que según nuestra interpretación, representan los eclipses. Los fenómenos cósmicos que se han reflejado en este motivo de nuestra leyenda puelche, son entonces eclipses solares y eclipses lunares, perfectamente separados unos de los otros lo que muchas veces no sucede en las representaciones « trini- tarias» o en las tradiciones mitológicas del orbe. Por esto, nuestra leyenda puelche está destinada a desempeñar un papel importante en la futura mitología que busca penetrar al fon- do de las causas que motivaron los pensamientos primitivos de la humanidad. Según el concepto moderno de los orígenes del mito, los fenómenos cósmicos ante todo lunares, son aquellos que impre- sionaban la mente del hombre primitivo, grabándose en ella en una forma que se manifiesta, a nosotros, como motivo mí- tico. Siendo varios aquellos sucesos cósmicos, varios serán también estos motivos. Estos primitivos motivos míticos se de- ben en buena parte al astro lunar que ofrece tantas variacio- nes respecto a su tamaño, a su forma, a su color, a su ca- mino, a su relación con el astro solar y con el día y la noche. Resulta ahora que raros son los mitos en los cuales se narra, en lenguaje mítico, un simple fenómeno cósmico; en las le- yendas, generalmente, se combinan varios motivos aislados y muchas veces observados sobre el mismo astro especialmente la luna; resulta así una verdadera ensalada mítica, cuyos componentes sueltos, no siempre se destacan en su sencillez primitiva. Saliendo de esta base opinamos que la leyenda cosmogónica puelche, en su primer capítulo, puede interpre- tarse como sigue: El héroe originariamente, es el padre del sol, así que «el hijo del sol», al principio, es el astro mismo. Más tarde, ambos son idénticos. El robo del hijo por dos pájaros negros, es un eclipse solar. El ataque de la luna-avestruz por ellos, un eclipse lunar; el ataque del sol-guanaco por los mismos, un eclipse solar; el despedazamiento del hijo por las aves, el men- guante de la luna, siendo las aves, en este caso, la parte os. cura del satélite; el número de ellas (dos), detalle del motivo del despedazamiento, se explica por existir este número en los motivos anteriormente aprovechados para la composición del mito. La imposibilidad de reconstruir al hijo por faltarle dos liuesitos (motivo final del capítulo primero), puede, probable- mente, también interpretarse según detalles del movimiento lunar, pero por falta de leyendas paralelas, no nos atrevemos a decir algo especial al respecto, siéndonos actualmente, durante la guerra mundial, imposible conseguir la moderna literatura mitológica. Volviendo a los dos pájaros negros de nuestra leyenda que liemos interpretado como explicación primitiva de un eclipse, ha de interesar que en la mitología, este fenómeno cósmico, es atribuido a la acción de animales muy distintos que atacan al astro respectivo. Entre tales animales, los feli- nos ocupan el primer lugar, pero se inculpa también, aunque con menos frecuencia, a las aves; advertimos sin embargo, que en los ejemplos que conocemos, se trata de tina sola nunca de dos aves de esta clase, pero puede que ésto sea una casualidad, dada la escasez de investigaciones correspon- dientes. He ahí los casos de la mitología sudamericana que conocemos: Los Lules del Chaco dijeron que el eclipse del sol « pro- viene de ponérsele delante un pájaro grande que extendiendo las alas embaraza sus luces» (’); según otro autor contempo- ráneo, «un pájaro grande, desplegando sus alas, cubre el globo luminoso de su cuerpo» ('-). Actualmente los Bakairí del Xingú, explican, de vez en cuando, el eclipse solar como pro- ducido por un hechicero quien transformado en un anú, un pájaro de plumaje negro-azul ( Crotophaga ), tapó con sus alas al sol durante cierto tiempo (1 2 3). OTROS MOTIVOS DE LA LEYENDA PUELCHE Por falta de los elementos literarios, como fué dicho, no podemos continuar con el análisis detenido de la leyenda eos- (1) Lozano, Descripción chorograp/iica . . . del gran ('/tuco, Gualatnba... p. i)6. Cór- doba, 1733, (2) Guevara Historia de la conquista del Paraguay, Pío de la Plata y Tucumán hasta fines del siglo XVI ... p. 52. Btlcnos Aires, 1S82,, (3) VON DEN STEJNEN, Unter den Naturvolkern , etc., p. 358. - 201 — mogón i ca de los Puelche. Los motivos estudiados separada- mente, son como se ha visto, sudamericanos, e. d. distribuidos en otras regiones de nuestro continente. A ellos pertenece también «el motivo del armadillo» que es típicamente sudame- ricano. «El armadillo, dice el padre W. Schmidt, (*) es el equi- valente típicamente sudamericano de la liebre y del conejo ¡del mundo antiguo] y del erizo típicamente australiano, y estos cuatro animales representan un motivo lunar porque escarban la tierra, y porque se entierran en ella para salir de nuevo; así que simbolizan la desaparición y la salida de la luna». Sin reproducir aquí las leyendas en las cuales el armadillo algo tiene que ver con la luna o su representante, recordamos la importancia del «piche» en la cosmogonía puelche: él es el animal cazado por la luna y a él debe el cazador las manchas en la cara. Una segunda categoría de motivos que hallamos en nues- tra leyenda, son aquellos que hasta la. fecha no pueden com- probarse para otras regiones de Sud América, y estos son: la perdiz que debe dividir el tiempo en día y noche, y la liebre que lo debe separar en verano e invierno. En ambos casos el texto de la leyenda no es muy claro o incompleto; puede ser también que se trate del resto o del fragmento de otro mito incorporado al nuestro, tal vez oriundo de otras regiones, e in- comprensible para el mismo indígena quien lo relató; yo por lo menos no comprendo por qué la perdiz es prendida una vez que ha ordenado la división en día y noche; tampoco comprendo por qué la liebre es perseguida una vez que ha arreglado la sepa- ración entre invierno y verano (2). Dejamos constancia, de todo modo, que ambos animales (perdiz y liebre) no aparecen hasta la fecha, en leyendas sudamericanas, como representantes de poder tan importante como lo significa la división del tiempo, y que este cuadro de un acto cosmogónico, tampoco fué com- probado, hasta la fecha, en un mito sudamericano; tal vez será (1) Schmidt, Kulturkrcise , etc., p. 1203. (2) K*te detalle, a todo parecer, tiene relación con el rasgo final del mito sobre el nacimiento del sol, relatado por los indios Cora de México: Juntábanse los ancia- nos en el sitio de costumbre, ayunaban cinco días, sgariaban al vatón destinado « ser el sol y lo tiraban ál fuego. Al cabo de cinco días nació el sol. Los ancianos entonces consultaban el uno al otro respecto al nombre que darle, y acunaban pero no encon- traban nada conveniente. Uno de ellos, llamado Conejo, indicó entonces el nombre verdadero del sol y se escapó inmediatamente Pero ios otrosí© perseguían, lo alcan- zaron y lo ahuyentaron a una cueva; ahí prendieron fuego y Conejo pereció quema- do. (PreüSS, Dte Nayarit » Expediiión . . . p. 143, L V. Berlin, 1912.) — 202 — de procedencia norte o extraamer ¿cana. En lo que se refiere a la liebre, es animal lunar típico para la mitología de Norte América, Japón, China, Siam, India y el Sudeste de Africa 0), pero según Khrenreicli esta interpretación idéntica de las manchas lunares (que en las regiones indicadas, son conside- radas como conejo o liebre), no se explica por una fuente co- mún de esta tradición o por un simbolismo, sino por el aspec- to mismo de la luna que siendo llena, representa la figura de una liebre en aquellas latitudes donde el eje lunar está muy in- clinado. La presencia de una liebre en nuestro mito puelche, no debe pues, por el momento, considerarse ni como elemento lunar (pues este representan los armadillos «piches») ni como elemento relacionado con el mundo mítico de Norte América o del Mundo Antiguo. Hay todavía en nuestro texto motivos que por falta de recursos literarios, quedan sin examen comparativo. Me refiero a la reconstrucción y reanimación de un ente mítico, de sus huesos, motivo muy conocido en todas partes, y la de- fectuosa o frustada reconstrucción respectivamente reanima- ción, cuando falta (o está roto) uno o más de los huesos. En el mito puelche, el hijo del sol no puede ser reconstruido por la falta de los huesos (motivo tal vez de origen lunar, ver más arriba página 200); en el mito de los Germanos del norte, el dios Tlior mata los dos cabrones que tiran su carro, para comer la carne y convidar a los paisanos que le dieron hospedaje, pero les advierte que cuiden bien de los huesos mientras co- man; no obstante uno de los paisanos rompe un hueso largo de la pierna de uno de los cabrones, y desde entonces el ani- mal respectivo, reconstruido y reanimado, por su amo divino junto con su compañero, renguea. Baste este ejemplo para indicar los interesantes puntos de vista que puede hacer re- saltar un estudio más amplio aún, de la leyenda cosmogónica de los Puelche. De todo modo, es importantísima la reco- lección y la comparación de las leyendas de los aborígenes sudamericanos: «Audi wenn wir es ablehnen, dijo nuestro com- pañero Ehrenreich en el prefacio de su estudio ya citado, diese «Wilden» hinsichtlicli ihres Kulturbesitzes ais lebende Vertre- (1) De la gran bibliografía sobre esta materia, citaré solamente las siguientes no- ticias: Volksmann, Der Mann in Monde. Am Ur-Quell , V, p. 285. 1S94. Frakel, ídem, tbidein , VI, p. 75 76. 1895. (2) Ehrenreich, üie Mythcn , etc., p. ¿9. 20o — tcr der Urzeit zu betrachten, so darf dócil ilire Weltanschauung, wie siesich objectiv in ihren Mythen kundgiebt, ais der letzte Ausláufer gelten, mit dem die Ideenwelt der Urzeit in unsere Gegenwart hineinragt*. («Aunque declinemos considerar a es- tos “salvajes”, con referencia a su cultura, como representan- tes vivientes de los tiempos primitivos, su concepto del univer- so manifestado objetivamente en sus mitos, puede considerarse como la última proliferación por medio de la cual las ideas de los tiempos primitivos, llegan basta el presente.») RESUMEN Un texto apuntado por nosotros de la boca de un Puelche en la Patagonia septentrional, es el fragmento de una leyenda cosmogónica. Aunque dictado en idioma español, el estilo y el orden de las frases corresponden perfectamente a la mentalidad de los aborígenes americanos. Analizando los motivos mitológicos, liemos encontrado para unos cuantos las analogías correspondientes: El motivo «sol -f- luna = hermano mayor -{- hermano me- nor», en cuanto a Sud América, puede comprobarse para los Crengéz (Brasil), para los Guaraní de Paraná, de Sao Paulo y de las misiones del antiguo Paraguay y para los Guarayos de Bolivia; la poca inteligencia del hermano menor corresponde al papel de la luna en otros mitos sudamericanos donde actúan dos hermanos mellizos (Bakai'rí del Brasil, Caribes, Macusi, Warrau de la Guayana). El motivo «hijo del sol» en nuestra leyenda puelche, es poco desarrollado, así que no sabemos si tiene relación o no, con el motivo análogo de la antigua mitología araucana, hoy extinguido; de ninguna manera hay conexo con el «hijo del sol de los antiguos Peruanos. «La transformación del héroe en cadáver» (hediondo), es motivo que tiene analogías en la mitología de los Bakai'rí, de los Carayá y de los Apapocuva del Brasil, y de los Chañé de Bolivia, pero los motivos de tal transformación son distin- tos: en la mitología puelche, el héroe se transforma para to. mar preso a un ladrón, mientras que en la mitología de las tribus citadas, el héroe mismo es el ladrón que se transforma para ejecutar un robo. • Los dos pájaros negros» nada tienen que ver con las aves 204 — de la mitología araucana en la cual las almas de los difuntos se convierten en esta clase de animales; tampoco deben ser relacionados con las «aves luceras» de los Guarayos bolivia- nos y de los Chibchas bogotanos; pero sí que aparecen en las representaciones «trinitarias» de los eclipses, repartidas sobre todo el orbe, y como causantes de los eclipses en los mitos de los Lules (Chaco) y Baknírí (Brasil). Nuestra leyenda puelche, en su principio, se compone en- tonces de varios motivos cósmicos: la observación de los dos grandes astros (sol y luna), se refleja en el número (dos) y en la relación mutua (hermanos) de los héroes; el robo del hijo solar por dos pájaros negros y el ataque del sol- guanaco por ellos, son eclipses solares; el ataque de la luna-avestruz por los mismos, un eclipse lunar; el despedazamiento del hijo so- lar, el menguante de la luna, etc. Otros motivos de nuestra leyenda, por el momento no se prestan a un análisis detenido, pero llamamos la atención so- bre los siguientes: El armadillo es el animal lunar típico para la mitología de Sud América y figura en nuestra leyenda puelche; la liebre, animal lunar típico para la mitología de Norte América, Ja- pón, China, Siam, India y el Sudeste de Africa, también apa- rece en nuestro mito, pero es dudoso si el motivo de la «liebre lunar» tiene un origen común; en nuestro mito puelche, em- pero, la actitud de la liebre tiene una analogía en la mitolo- gía de los Cora de México; suponemos pues que en la cosmo- gonía puelche, se han combinado elementos típicamente sud americanos (el armadillo) con elementos mexicanos (la actitud de la liebre). La reconstrucción y la reanimación de un ente mítico, de sus huesos, ya realizada, ya defectuosa, ya frustrada, es motivo que tanto aparece en la mitología puelche como en la de otras partes del mundo (antiguos Germanos); es posible que el estudio de este motivo, aclare más aún la posición de la cosmogonía puelche dentro de la mitología universal. La perdiz divisora del tiempo en día y noche y la liebre que lo separa en verano e invierno, son dos elementos únicos hasta la fecha en la mitología sudamericana; talvez pueden comprobarse para otras partes del mundo. ÍNÜICK. PÁGINA Introducción 182 El texto de Primera Angostura 183 Comentario estilístico 184 Comentario mitológico. 185 Sol y luna. 186 El hijo del sol 190 La transformación del héroe en cadáver 194 Los dos pájaros negros 195 Otros motivos de la leyenda puelche...,. 200 Resumen 203 MITOLOGIA SUDAMERICANA. III LA MAREA ALTA SEGÚM LOS PUELCHE DE LA PATAGOHIA R. Lehm ann-Nitsche Al Dr. Aureliano Oyarzun , Santiago de Chile. INTRODUCCIÓN En dos trabajos anteriores, liemos publicado dos leyendas, escogidas de nuestros manuscritos, que se refieren a temas preferidos por la mitología comparativa, a saber: la cosmogo- nía y el diluvio. La predilección de los mitólogos por esta materia, se explica, opino, por el efecto secundario e incons- ciente de la tradición bíblica que dominaba y sigue domi- nando— amicho más que generalmente se admite — al mundo in- telectual en sus conceptos sobre el universo. Era, pues, más bien una concesión a tal ambiente psíquico cuando elegimos aquellas dos leyendas para presentarlas a la publicidad en for- ma de trozos selectos; y obedece al mismo ciclo de ideas la presente monografía que completa las dos anteriores (i). Como el mito cosmogónico de los Puelche, también el pre- sente fué apuntado por mí en Primera Angostura, valle del Río Negro, Patagonia setentrional, de la boca del anciano Mi- llaluan: todos los pormenores sobre el autor de nuestro tex- (i) Lehmann Nitsciie, Mitología sudamericana . I. El diluvio según los Araucanos de la Pampa. Revista del Museo de La Plata, XXIV (2), p 28-62. 1918,— II. La cosmogonía según los Puelche de la Patagonia. Ibidem , p. 182 - 205. - 207 to, sobre los Puelche y su idioma, ya fueron comunicados en la introducción a aquella leyenda y no es menester reproducir- los de nuevo. Agrego solamente, que del presente texto, tam- bién conseguí un original en idioma puelche que se publica- rá en otra oportunidad; por el momento, ofrezco la relación castellana en la forma como me fué dictada por el indígena, el 27 de febrero de 19x6. EL TEXTO DE PRIMERA ANGOSTURA Eran dos hermanas mujeres y un hermano menor, varón. La her- mana mayor se llamaba Shoinyüntsüm (*) y el hermano varón, Ká hua (s). Ya estas dos hermanas se les habían muerto los hijos, a ca- da una el suyo, y no los querían enterrar y andaban cotilos cadáveres- Por esto, el hermano menor las insultó, y como no le hacían caso, les mezquinaba la carne v les daba la peor carne para comer. Enton- ces, las dos mujeres espiaban en la noche qué clase de carne comía su hermano, y era la vaña (1 * 3) de animales gordos, pura grasa; es que el varón tenía la virtud de encontrar siempre animales gordos cuan- do iba a cazar. El hermano menor insultó, pues, a sus dos hermanas por los hijos que andaban llevando muertos. Entonces las dos hermanas se tiraron a la mar para morirse (4); la menor se enderezó primero, con el hijo muerto en el brazo; y la hermana mayor, en loque vido (5) que su her- mana menor se iba perdiendo, también se enderezó a la mar con el ca- dáver de su hijo en el brazo. Yen loque gritó el hermano menor que estaba atrás en la tierra, la hermana mayor se dió vuelta a mirarlo; y [vió que] creció la mar enojada y llevó también al hermano va- rón. [Pero las dos hermanas fueron transformadas en animales de mar, la mayor en una sirena, la menor en... ] COMENTARIO La leyenda que antecede, apenas necesita comentario; todos los detalles son bien claros. El dolor de las dos mujeres, por (1) tsiim , es sufijo feminizante de la lengua puelche; se halla, por consiguiente, en los apelativos que se refieren al sexo femenino. (3) Nuestro amigo Millaluan, desgraciadamente, no se recordó más del nombie de la hermana menor. (*) vaña, la grasa que envuelve la panza de los rumiadores por el lado de afuera; de ahí vela de vaña , clase ordinaria de velas. I,a palabra es corriente entre la gente del campo y de los mataderos y falta en los diccionarios de la lengua espafiola o de los argentinismos. Sapongi que vaña , es la misma voz que en el castellano castizo, se escribe con b {baño, bañarse)', ha de ser un arcaísmo persistente en territorio colonial del idioma español. (b Estilística primitiva; se tiraron las dos hermanas a la mar, pero no simultánea- mente. El narrador, al principio, deja constancia del hecho en general, para deta- llarlo a continuación. P) vido , forma anticúala por vió, muy usada en el lenguaje campestre del Río de la Plata. — 208 — cierto es exagerado, romántico, clásico y en pugna con el jui- cio que el hombre blanco se lia hecho del alma de su prójimo primitivo. La figura y la actitud del varón, forma contraste con la de sus hermanas y corresponde bien a un hombre que nada quiere saber de las ocurrencias de dos mujeres histéricas. En relación con el dolor patológico de ambas, está también la actitud de la mayor que se arroja, el cadáver de su liijito en el brazo, a las olas del mar con la intención sin duda, de salvar a la menor que en su desesperación había hecho lo mismo y estaba a punto de perecer. Semejante abnegación contadas veces podrá comprobarse en la vida real; ¡no sin ra- zón aparece en un mito! La mar empero, parece estar muy conforme con la actitud de las dos mujeres; el texto nada dice respecto a la suerte de ellas, pero en la lista de animales, parte de un amplio vocabulario puelche que apunté un año antes en Valcheta, hay como equivalente de «sirena del mar», la voz shómyüntsüm; allá en Valcheta, la india Isidora, mi maestra en su idioma, no supo darme explicaciones detalladas; nunca había visto tal animal y suponía que era un ser fabuloso. Yo por mi parte creo que los nombres de las dos hermanas, son las palabras con que en la lengua puelche, se designaban dos distintas clases de cetáceos; lástima que esto no pueda compro- barse respecto al nombre de la otra mujer pues el narrador in- dígena lo había olvidado. Nuestra suposición respecto a la trans- formación de hombres en animales del agua, va apoyada por el mito de los araucanos que es análogo; ver nuestra primera monografía, página 32. La salvación de las dos hermanas, con- siste pues en su convertimiento en seres acuáticos, y el moti- vo de su salvación, es la bondad de su alma. La suerte del hermano varón, no está indicada con certeza en nuestro texto; pero admitida nuestra suposición respecto a la suerte de las dos mujeres y respecto al motivo de su sal- vación, concluimos que la mar no haya apaciguado su enojo; que por lo contrario, haya dejado que se ahogase el varón tan malo con sus propias hermanas. Puede ser que él también fué transformado en animal marino; su nombre Káhua, empe- ro, no se halla entre las palabras puelche con que se designa esta clase de animales. En lo que se refiere al origen de la presente leyenda, poco es lo que por el momento puede decirse. El motivo «dos her- manas» se basa probablemente en la observación del sol y de la luna que se presentan a la mente del hombre primiti- — 209 — vo, como dos cosas iguales y que llevan en muchos idiomas primitivos, también en el puelche, la misma designación (1). El motivo «arrojo de las dos hermanas a la mar», quizás tam- bién puede explicarse por la observación de la puesta del sol y de la luna menguante; mientras que la terotnorfización de ellas, tiene su origen en la observación de los cetáceos ma- rinos cu^a talla y cuya cara, muchas veces bastante se asemejan a las de un hombre. La catástrofe al fin, que determinó la suerte de los tres personajes del mito, o es una marea sim- ple o un maremoto; tal vez este último pues no se comprende que flujo y reflujo, fenómeno de observación diaria y de poca importancia, se hayan reflejado como catástrofe en el concepto mítico de los indígenas. El carácter de la catástrofe, al fin, relaciona la presente leyenda con las tantas diluviales que se hallan sobre todo el orbe y que últimamente fueron estudiadas por M. Winter- nitz (2). Ellas se caracterizan por las causas, por el presagio, por el carácter, por la intensidad, por la duración y por el fin de la inundación; por el número, por la salvación y por la previsión de los héroes con alimentos; y porlasuerte de los hé- roes y del género humano después de la inundación. De estos diez puntos de vista, en nuestro mito puelche, faltan o están modificados algunos muy importantes, a saber: Desde luego, la inundación es de carácter muy local; la transfiguración de las dos heroínas en cetáceos, no es una salvación en el sentido de aquellas leyendas diluviales; por consiguiente, el último motivo, tan importante, o sea la suerte de la gente salvada, después de la inundación, queda eo ipso eliminado. Como aquella leyenda araucana en la cual la gen- te será transformada en seres acuáticos, también la puelche que forma el tema de esta investigación, representa algo co- mo el primer grado de mitos, que con cierta modificación y con la incorporación de elementos nuevos, llegan a pertenecer a aquel gran ciclo que se conoce bajo la rúbrica de «leyen- das diluviales» y que tanto lian despertado el interés del mundo intelectual. (i) Pienso ocupar me de este fenómeno curiosísimo en otro trabajo ya en preparación. (-) Win i'icrn itz, Die Flit/siigm ríes AUrrtums mnl tier ¡Witurvolker. Mitteilungcn n ’rr A nih ropologisch e’t Grsellichaff in U'teii, XXXI, p. (05— 333. 1901. ERRATAS MAS IMPORTANTES PÁGINA LINEA DICE DEBE DECIR 00 w Las figuras 1 y 2 aparecen al revés. 186 3 (nota) evacuación ecuación 190 1 La leyenda puelche La leyenda puel- cuenta che no cuenta J95 9 no est ídem non est idem. This preservaron photocopy was made at RookI.ah, !nc. in conipliance with copyright law. The paper meets the reqnirements of ANSI/NISO Z39.48-1992 (Permanence of Paper) Austin 1997