UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA A* ' REVISTA DEL MUSEO DE LA PLATA DIRECTOR D' LUIS MARÍA TORRES Homenaje a la memoria del fundador del Museo D' FRANCISCO P. MORENO TOMO XXVI (TERCERA SERIE, TOMO II) I* JUL 21 1923 r¡L C ¡ c I ¿ BUENOS AIRES IMPRENTA Y CASA EDITORA «CONI» 684,- PERÚ, f>84 1922 UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA IIEVISTA DHL MUSEO DE LA PLATA UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA REVISTA DEL DE LA PLATA DIRKCTOK D *' LUIS MARÍA TORRES Homenaje a la memoria del fundador del Museo Dr FRANCISCO P. MORENO TOMO XXVI (TERCERA SERIE, TOMO II) RUENOS AIRES IMPRENTA Y CASA EDITORA « CONI » 681, I'KliÚ, 681 1922 UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA Presidente Doctor Benito A. Na zar Anciioruna Vicepresidente Ingeniero Fkuroccio A. Soi.dano Consejo Superior Instituto del Observatorio astronómico : directo]-, doctor Juan J. llartinann. Instituto del Museo: director, doctor Luis María Torres; delegado, doctor Ro- berto Lelnnann-Nitsehe. Facultad de ciencias jurídicas y sociales : decano, doctor Alfredo L. Rabudos; delegado, doctor Federico L. Walker. Facultad de agronomía : decano, ingeniero agrónomo Alejandro Botto; delega- do (vacante) . Facultad de veterinaria : decano, señor Agustín N. Oandioti; delegado (va- can te) . Facultad de humanidades y ciencias de la educación : decano, doctor Ricardo Levene; delegado, profesor llámalo D. Carbia. Facultad de ciencias fisicomatemáticas jairas y aplicadas : decano, ingeniero Ferrnccio A. Soldano; delegado, ingeniero Manuel F. Castello. Facultad de ciencias químicas : decano, profesor Augusto C. Scala : delegado, profesor Edelmiro Calvo. Secretario general y del Consejo Superior : abogado Adriano Díaz Cisneros. Delegado de los estudiantes : Antonio Ortigoza. Delegados de los diplomados : abogado V. L. Dobarro y farmacéutico .1. .1. Ma- teos. INSTITUTO Día MUSEO Personal directivo y científico Directo)' y jefe « ad honorem » del Departamento de arqueología y etnografía Doctor Luis María Tokrbs ■Ufe del Departamento de antropología y profesor : doctor Roberto Lelimann- N i t, sclie. Jefe, // D” FRANCISCO P. MORENO FUNDADOR Y PRIMER DIRECTOR DEL MUSEO NOTICIA BIO-BIBLIOGR ÁFILA Por LUIS Ma TORRES Fecunda en actos y propósitos de alta cultura y de engrandecimiento político y moral para su patria, la vida de Francisco P. Moreno se extin- guió en la ciudad de Buenos Aires el 22 do noviembre de 191!). Su laboriosa existencia no perdió jamás el ritmo acelerado que le im- primiera desde los años juveniles; cierta instabilidad aparente en sus empresas derivó de ¡a convicción en la urgente necesidad de iniciarla construcción simultánea de las múltiples bases de la sociedad moderna de la Nación Argentina, y su grande amor al país inspiró todos sus actos de hombre y de funcionario. Nació en Buenos Aires el 3 1 de mayo de 1 852. Sus ascendientes pater- nos fueron españoles, de clase acomodada, que llegaron a Buenos Aires a fines del siglo xvm ; la madre, doña Juana Thwaites, hija de uno de los oficiales ingleses que vinieron a la conquista del Río de la Plata, en 1800. De su niñez y singular adolescencia corre impresa una versión autén- tica, impregnada de candor y fuerte de armonía, sumamente atrayente por la espontaneidad de sus trazos : se titula Por un ideal. Libro incon- cluso, que redactara e imprimiera para hacer públicos los resultados de veinticinco años de tareas en la formación del Museo de La Plata : ideal I, p. 182-197. Buenos Aires, 1870. (Con W. F. Re id y E. S. Zeballos) Una excursión orillando el río de la Ma- tanza. Anales de la Sociedad Científica Argentina, I, p. 89-92. Buenos Aires, 1870. Apuntes sobre las tierras patagónicas. Anales de la Sociedad Científica Argen- tina. V, p. 189-205. Buenos Aires, 1878. El estudio del hombre sud-americano. (Artículo publicado en La Nación, núms. 2384 y 87.) 2 -f- 27 2 pp. Buenos Aires, 1878. 1 La presente enumeración de trabajos científicos del doctor Moreno ha sido pre- parada sobre hi base de las anotaciones del doctor Roberto Lchmann-Nitsolio ; indi- cándose con mi asterisco las que lia proporcionado ('1 señor profesor don Félix I1'. Cides. Nos es grato agradecer tan estimables colaboraciones. Recuerdos de las tolderías del Limay. Una leyenda araucana. (Fragmento del « Viaje a la l’atagonia Austral », actualiuente en prensa), ¡¡crista tic ('i cu- fias, Artes i/ Letras , I, p. 20-39. Rueños Aires, 1879. Viaje a la Patagonia Austral, emprendido bajo los auspicios del Gobierno Nacional 1876-1877. Tomo I | único |. vm -j- 460 -]- iv pp. Buenos Aires, 1879. Sur deux crñnes préhistoriques rapportcs du Rio Negro. [ Avec discussiou. | Bullctins de la Sacíete d’ Anihropoloyie de Varis, (3), 111, p. 490-497. Pa- rís, 1880. Voyages en Patagonie. (Avec une caríe.] Bullctin de la Sacióte de fíéuy rapiñe de V l'Jst, II, p. 534-572. Nancy, 1880. Antropología y arqueología. Importancia del estudio de estas ciencias en la Re- pública Argentina. Altales de la Sociedad Científica Argentina, XII, p. 160-173, 193-207. Buenos Aires, 1881. Patagonia. Resto de un antiguo continente hoy sumergido. Contribuciones al estudio de las colecciones del Museo Antropológico y Arqueológico de Bue- nos Aires. Anales de la Saciedad Científica A ryentina , XIV , p. 97-131. Buenos Aires, 1882. Recuerdos de viaje en Patagonia. Anales del Ateneo del Pruyuay, II, p. 24-67. Montevideo, 1882. El origen del hombre sud-americano. Razas y civilizaciones de este continente. Contribuciones al estudio de las colecciones del Museo Antropológico y Arqueológico [de Buenos Aires]. Anales de la Saciedad Científica Argen- tina, XIV, p. 182-223. Buenos Aires, 1882. Con Benjamín F. Aráoz) El Lago Vicdma de la Patagonia. 34 pp. Buenos Ai- res, 1884. Carta sobre sus exploraciones, fechada en San Juan el 20 de enero de 1884. Reme (V Ethnoyrajdiie, III, p. 178. París, 1885. * Recuerdos de viaje. En los 'Toldos de Shaihueque. El Ciaría, números 10-11- 1042. Buenos Aires, 20-21 de febrero de 1885; reproducido en /'.V Citnia. números 11.700-11.704. Buenos Aires, 25-29 de noviembre de 1919. ' Museo La Plata. Informe preliminar de los progresos del Museo La Plata, du rail te el primer semestre de 1888, presentado al señor Ministro de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, .Boletín del Museo La Cíala (Provincia de Buenos Aires), 35 -f- 1 pp. Buenos Aires, 1888. Museo La Plata. Breve reseña de los progresos del Museo La Plata, durante el segundo semestre de 1888 [presentado al señor Ministro de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires]. Boletín del Museo La Blata (V rociada tic Buenos Aires), 2 -|- 44 -(- 2 pp. Buenos Aires, 1889. El Musco de La Plata. Rápida ojeada sobre su fundación y desarrollo. /■’ crista del Museo de La Blata, I, p. 27-55. La Plata, 1890. Ee Musée de La Plata. Rapide coup d’oeil sur sa fondation et son développe ment. Traduit de l;i « Revista ilcl Musco de La Plata », tome I, 1 890. 3 1 -|- 1 pp. La Plata, J890. — Traducción del trabajo anterior. Provecto de una exposición retrospectiva argentina, ron motivo del cuarto cen- tenario del descubrimiento de América. Revista del Museo de La Plata, I, p. 152-155. La Plata, 1890. Projet d’une. exposition rétrospective argentino a Poccasion . En 4o. London, 1902. Frontera argentino-chilena. Memoria presentada al tribunal nombrado por el gobierno de Su Majestad Británica «para considerar e informar sobre las diferencias suscitadas respecto a la frontera entre las República Argentina y Chilena » a fin de justilicar la demanda argentina de »¡ ue el límite se trace en la cumbre de la Cordillera de los Andes de acuerdo con los trata- dos de 1881 y 1893. i.ii -[- 1141 -f- (1) pp. en dos tomos; 1 tomo con las láminas; 1 tomo con los mapas 1-XVI. En 4". Londres, 1902. — Edición española de : Argentine-Chilian Houndary. Report... 15 Frontera argentino-chilena, Breve réplica a la memoria chilena presentada al tribunal nombrado por el gobierno de Su Majestad Británica « para consi- derar e informar sobre las diferencias suscitadas respecto a la frontera en- tre las Repúblicas Argentina y Chilena» a fin de ampliar los fundamentos de la demanda argentina sobre que el límite se trace en la cumbre de la Cordillera de los Andes de acuerdo con los tratados de 1881 y 1893. (4) -j- 07 (1) pp. Londres, 1902. — Edición española do : Argentine-Chilian Boundary. A short reply... El porvenir de nuestro norte. Sensaciones de estadista y de patriota. Anales de la Sociedad lineal Anjcntina , XXXVIII, p. 1200-1268. Buenos Aires, 1903. * Algunos datos sobre el Mapa. Topográfico y Geológico de la Provincia de Bue- nos Aires. 15 -j- (1) pp. Buenos Aires, 1908. Centro de estudios sud-americano. Conveniencia de su fundación (Conferencia leída por el doctor ... en la Sección de ciencias geológicas, geográficas e históricas, reunida en el Museo Mitre). La Nación, número 14.045. Bue- nos Aires, 14 de julio de 1910. * Propósitos de la Comisión Didáctica del Consejo Nacional de Educación. NI Monitor de la Educación Común, XLIX, p. 153-157. Buenos Aires, 1914. Alimentación de los niños menesterosos de las escuelas primarias. El Monitor de la Educación Común, XLIX, p. 158-173. Buenos Aires, 1914. Escuela para la « Cenicienta ». El Monitor de la Educación Común, XLIX, p. 251-252. Buenos Aires, 1914. A propósito de un hecho secular de compañerismo británico-argentino. 12 pp. En 4o. Buenos Aires, 1918. Cargos públicos y títulos honoríficos ' Director del Musco de La Plata. Doctor en Ciencias físico matemáticas de la Universidad de Córdoba. Perito argentino en la cuestión de límites con Chile. Presidente honorario de la Universidad Provincial de La Plata. Director del Mapa topográfico de la provincia de Buenos Aires. Diputado por la Capital. Miembro del Consejo Escolar número 5. Vocal, vicepresidente del Consejo Nacional de Educación. Miembro corresponsal de la Zoológica! Society of London. Socio honorario del Anthropological Instituto of Grcat Britain and Ireland. Socio corresponsal de la, Gesellschaft fiir Erdkunde zu Berlín. 1 Los títulos honoríficos están ordenados en razón de las fechas de su otorga- miento. — II) — Socio honorario de la Liverpool Geographical Society. Socio corresponsal de la Sociedad Científica de Sao Paulo. Socio corresponsal de la Svenska. Sallskapct IVir Antropologi och Geografi. Socio corresponsal de la American Geographical Society ot New York. Miembro nacional de la Sociedad sismológica sudandina de San Juan de Cuyo Socio honorario del Centro de Estudiantes de Ingeniería de Córdoba. Miembro honorario del Club alpino de Francia. Miembro honorario del Club alpino de Londres. Socio corresponsal de la Academia nacional de Ciencias exactas de Córdoba. Socio honorario de la Sociedad italiana de Antropología o. Etnografía. Socio corresponsal de la Sociedad mexicana de Historia natural. Socio honorario del Círculo médico argentino. Socio honorario de la Société Neuchateloise de Géographie. Socio corresponsal de la Berliner Gescllschaft tur Antropología, Ethnologh und Urgeschichte. Socio honorario de la Sociedad de Estudiantes de ingeniería de Buenos Aires Socio honorario de la Société de Géographie de l’Est. Socio corresponsal de la Société de Géographie de París. Socio corresponsal de la Société d’Anthropologie do Lyon. Socio corresponsal del Ateneo de Montevideo. Socio corresponsal de la Société scient.ifique du Chile. Socio honorario corresponsal de la Royal Society of London. Socio honorario corresponsal de la Sociedad geográfica de Lima. Socio corresponsal de la Geological Society of London. Sociedad geográfica de París, medalla de 1881. Sociedad geográfica comercial de París, medalla Creveaux ( 1 81)9) . Real sociedad de geografía de Londres, medalla de Jorge I V (15)07). American Geographical Society, Washington, Columbas Gold-medal. Oficial de Academia, Francia. Cruz de la Estrella Polar, Suecia. Cruz de Olaf, Noruega. MITOLOGIA Sl’DAMKlUCANA IV LAS CONSTELACIONES DEL ORION Y DE LAS UFADAS V SU PKlíTKNDI DA I1HÍNT1DAI» I>K INT1CH l’K KTAC1ÓN ION LAS IOS FICHAS HUKARI ÁTICA V SUDAMKKICANA ' Poit lí. LIOI I M ANN -NITSC 1 1 K .IHV, «l«*l <1 <*| »:i i lanx nlo «Ir :i n I rojioloj'íp (IH ¡Miikpo ilo luí Plata Introducción Los fenómenos cósmicos, lian ocupado <0 espíritu humano, aun entre sus representantes más primitivos; el hombre siempre buscó y aún busca una. explicación de ellos. Que la interpretación de estos fenóme- nos sea errónea, y hasta ridicula en nuestro concepto, no quita, impor- tancia al hecho mismo. No debemos olvidar que la manera de pensar de los primitivos es distinta, de la, nuestra : el hombre primitiva» — y esto sucede todavía en buena parte con nuestro propio pueblo bajo — es diri- gido en sus pensamientos y en las acciones, resultantes de ellos, por ideas mágicas, pues para él, todo lo que le rodea, todo lo que ejerce una influencia sobre su sentido óptico, acústico, etc., es un ser como el hom- bre mismo, contra cuyas intenciones deben tomarse ciertas medidas, ante todo profilácticas. 101 pensamiento del hombre moderno es comple- tamente distinto: diré que es « realístico», pues gracias a los esfuerzos de las ciencias y ib*. la técnica resultante de ellas, él se ha formado otro concepto del mundo. V así sucede (pie objetos ideados por nuestros ante- cesores primitivos con fines mágicos, hoy tienen únicamente un fin prác- 1 Licumanx-Nitschk, Mitología sudamericana: I. El diluvio según los Araucanos de la Pampa. Perista del Musco de La Plata, XXI Y (2), p. 28-62, 1919; II. I,a cosmogonía según los Puelche de la Patagonia. Ibidem, p. 182-204, 1919; III. La marca alia según los Puelche de la Patagonia. Ibidem. p. 206-209, 1919. Iti:v. Ml’S. I.A PLATA. — T. XXVI 2 — 18 (ico: nadie. Cuera del número limitado de los etnólogos, sabrá, por ejem pío, que el carro, perfeccionado en la Corma del vagón ferroviario o del automóvil, era originariamente un objeto de culto sin los tiñes exclusiva- mente prácticos de boy en día; la escritura, tampoco servía, en otra época, para transmitir comunicaciones de una persona a otra, pues en sus comienzos debía impedir el acercamiento de malos espíritus; y asi abun- dan los ejemplos. Esta brevísima exposición sobre las bases de la etnología moderna es indispensable para dar cuenta de lo que se puede esperar de las ocu- paciones « astronómicas » del Lumbre «primitivo». Tropezamos conti- nuamente con ideas mágicas, incomprensibles para el hombre « moder- no», a no ser éste especialista en asuntos etnológicos o en psicología primitiva. Desde luego, es importante dejar constancia que en todas parles «leí mundo, los fenómenos tanto terrestres (sísmicos, volcánicos, etc.), o atmosféricos (eléctricos, meteorológicos, etc.), como cósmicos (lunares, solares, siderales, etc.), han llamado la atención del hombre y han ocu- pado su zona psíquica más o menos en el mismo grado. Client ras esto es cosa conocida páralos fenómenos de las dos primeras categorías, no pasa lo mismo respect o a los cósmicos. Y, sin embargo, es digno de recordarse* que en todas regiones y en todas edades, el hombre primitivo ha demos- trado un interés especial por el cielo nocturno, y que los astros han des- empeñado rol importante en sus funciones mentales. Realmente curioso, empero, es el hecho (pie también en todas regio ues del mundo y en todas épocas, el hombre primitivo combinaba cier- tas estrellas (aquellas que se distinguen por su l amaño y su disposición), para ver en ellas los puntos de demarcación o los hitos del Contorno de un objeto, de un animal, etc., con el cual estaba familiarizado 1 : estos puntos de demarcación, entonces, fueron reunidos, en la mente del obser vador, por medio de líneas, fenómeno análogo al que se produce en nuestro cerebro al contemplar de noche un edificio público, iluminado con mol ivo 1 v. A n mu an-Wjciuu' no, Die koanioloyisclten und homnononisclien l’omlellungen />ri miiiver l'iilker. Corresponden:- JIUitt der dcutschcn Cesellsclial'l J'iir A nliiropoloyie, Ethno- logie nnd l'rgescliichte, XXYIlI,p. 128, 181)7 : « Las primitivas ideas cosmológicas m basan en el simple traslado al cosmo, de los juicios sobre el mundo terrestre «pie resultan de la experiencia interna y externa. I.a igualdad, relativamente notable de estos traslados, reflejado todos modos cierta ley del primitivo proceso asoeiatorio de las ideas, cuyos efectos perduran, con insistencia, durante lodo el desarrollo si guíente del espíritu. » (« Die primitivo!) kosmologischen Yorstellungen bomben auf einfacher Uobertragung der aus innerer und ausserer Krfabrung entsprungenen I r teile iiber dio ¡rdisoho Wclt auf don Kosmos. Die relatis bedeutendo (íleicbformig keit diesel1 Uebertragungen belcuebtet immerbin cine ( ¡csot/.massigkeit dos primi- tiven Associationsspielos der Vorstellungcn, dossen Wirkungon sieli wabrend dei ganzen spiitern Geistesont wiok Inng hartnackig bebaupten. ») líl de una fiesta. No es, pues, más que repetición de este, proceso psicológico, e, liando en las líneas .siguientes se representen algunas constelaciones tanto sudamericanas cuanto eurasiáticas, con puntos (las respectivas es- trellas) y con líneas de comunicación. I ja- combinación de. ciertos astros en constelaciones ya. lia ocupado a los etnólogos hace tiempo: conviene recordar el párrafo con el cual uno de los primeros que han tratado esta materia, el doctor Richard Andree, inicia el capítulo (¡ estime de su libro: Paralelo s y comparaciones etnográ- ficas ' : « Ya en épocas muy remotas, grupos aislados de estrellas fueron reunidos en constelaciones, y hasta los pueblos más bárbaros se hacían constelaciones, llamadas siempre y en todas partes según personas o según animales, aunque estas constelaciones, con dificultad y violencia solamente, pueden considerarse como los contornos justamente de figu- ras humanas o de animales. A excepción «le pocas constelaciones, como la (buz Austral, el Orion, las l’léyadas, la Osa Mayor, ¡as estrellas no están dist ribuidas de tal manera que observadores, independientes unos de los otros, lleguen a reunir las mismas estrellas para la misma oonste- í ación, » Es claro, y no necesita comprobante especial, que se debe al hombre rústico, no al erudito; al campesino, al cazador, al navegante el con- cepto de las figuras siderales que llamamos constelaciones: no deja de ser, pues, un poco ridículo cuando en el artículo «constelación », la pri- mera edición de! Diccionario de la lengua castellana, compuesto por la Real Academia Española, del afio 1 739, dice que «constelación» «es un cierto número de estrellas que por consentimiento común de los profe- sores [sic /], se supone formar una figura, de persona, bruto u otra cosa material » 3. la denominación especial de las constelaciones se deriva, simplemente, 'le la distribución de las mismas estrellas «pie permite ver, en la mente del hombre primitivo, más o menos el contorno de la cosa, utensilio, animal, etc., cuyo nombre lleva. Sobre este punto, parece, no debería haber discusión alguna., y, sin embargo, hay autores de mérito indis- cutible como F. X. Kugler, el célebre investigador de ¡a astronomía babilónica, que escribe: «Sería, sin duda, un gran error si se quisiera hacer derivar el nombre babilónico de cualquier grupo sideral, de una combinación de. estrellas del todo arbitraria. Esto debe decirse especial - ' Andkbis, Ethnogntphiiuihc l'araUvlen und V ergleiche, p. 103-101, Stuttgart., 1878. - B a umgahtn kis, Zur Geschichtc und Litera tur dcr griechisclien Sternbilder. Vortrag gehallen in der Jiasler Hislorierlicn und Antiquaritchcn Gescllschaft am 1~>. Fehruar 190-1. I>. II, JBasel, 1901. 1 IjA Rkai, .Academia Kkpañoi.a, JHccionario déla lengua canlelluna, II, p, r>3(>-f>37. Madrid. 1729. 20 mente de los signos de la eclíptica en los cuales se manifiesta, con mayor o menor claridad, el carácter de las respectivas estaciones y meses *.» Contra tales conceptos erróneos, nacidos en el gabinete de trabajo y en el espíritu de personas que minea han tratado con representantes del hombre primitivo, pueden citarse las palabras de Gunkel : «A mime parece, como lo más sencillo, que filé la fantasía la que vio en el cielo los signos zodiacales como monstruos ... lo que no excluye, sin embargo, que la fantasía haya sido dirigida por un prudente razonamiento 5.» Cari Biichel hasta ha publicado una investigación especial 3 para demostrar (pie las constelaciones clásicas, es decir, primitivas, deben su designa ción a la forma de su contorno, no a un capricho de cualquier astrónomo erudito de nuestra época que con crear en el cielo cosas como el Taller Tipográfico, el Microscopio, el Roble de Carlos 11, etc., etc., procedían con arbitrariedad sin importarles un bledo la distribución de las estro lias respectivas. Pero ante todo, el popular Camilo Elam marión 1 defendía con énfasis gálica, el origen natural y simple de las constelaciones en general y de la Corona boreal especialmente: « II est mutile de chercher midi á quatorze heures. C’est In forme móme de la consteUation de Id C'ou- ronne qui a conduit les premier» obscroateurs du ciel a luí donner sonnom. Bien n’est plus simple. Rienn’est plus évident. Ríen n’est plus incontes- table. » El último proceder, al fin, la reunión de puntos relucientes por medio de líneas, fenómeno psíquico que debe considerarse como el factor princi- pal en la construcción mental de las constelaciones, también fué imitado, hace tiempo, cuando se quería dibujar sobre papel una determinada constelación. Sobre este detalle escribe Bailly: «En tracant sur le pa- pier l’arrangement des étoiles qui composoient une consteUation, on aura lié ces étoiles par des ligues tirées de Pune á Pautre. C’est ainsi que les Indiens dessinent leurs constellations. Nona avons vil sur le manuscril de M. le Gentil les figures des 28 constellations indiennes, tracées de la main méme du Brame interprete; les étoiles y sont jointes par des lig- ues. C’est encore l’usage des Chinéis. lis ont donné des noms et des figu 1 Kugi.kií, Sternkunde and Sterndienst in Babel. Assyriologische, aslronomischc >nnl astralmythologische Untersuchnngen , II, p. 88, Miinster in Westfalen, 1909-10. ■ Gunkici., Schbpfnng tu id Chaos in Urzcit and Endzeit. Cinc rcligionsgcschichllichc Cntcrsaehang iiber Gen 1 and Ap Joh 19, p. 20, nota 1, Gottingon, 1895: « Mir or scheint ... ais das Niidistliegende, (lass dic Phantasie dio Tierkreisbilder ais Ungí - beuer ¡un 1 1 i iiimcl gesohaut lint ... Dooh ist freilicli niclit ausgosclilossen, dass dic l’liantasio sioli durcli verstiindigc Uoberlegung dic Kiclitnng liat angeben lassen. » :l HOcuur., Ueber Slernnamcn. líealschulc in liilbeck zu Hambnrg. IVisscnschaftliche Ha- lago zam Bcrieht iiber (las Sehuljahr 1904-1005, Hambnrg, 1905, 15 pp. 1 Fi.amm a imon, Origine des constellations. 1. La couronne bórdale. [A Astronomía, llevar (V astronomía popaluirc el de physiqnc da globc ... III, p. 215, l'arís, 1881. 21 res aux coustellations; niais ces figures nesont point tracées sur Ies pía uisphores : on n’y voifc que des ligues qui servent a joindre les étoiles les unes aux autres » La universalidad del fenómeno psíquico : de reunir el hombre primi- tivo ciertas estrellas para ciertas constelaciones, sólo puede explicarse, me parece, por la teoría de los pensamientos elementales de August Bas- tían. Quiere decir : cuando ciertos fenómenos son iguales (como lo son, en nuestro caso, los cósmicos), y cuando se reflejan de manera idéntica en el espejo cerebral del observador, cualquiera que sea el sitio donde éste se halle, cualquiera que sea la raza a la cual pertenezca, resulta que la constitución de este « espejo cerebral », ha de ser la misma : comproba- ción psicológica de la « unidad », de la homogeneidad del género humano. Por la teoría de Bastían pueden explicarse otras analogías que tam- bién se refieren a asuntos de astronomía primitiva, a saber: Los dos grandes astros, por ejemplo, sol y luna, son para el hombre primitiva), o lo eran por lo menos en otra época, generalmente personas reales, verdaderas, cuyas relaciones mutuas varían según la respectiva zona mitológica. En la mitología alemana, por ejemplo, Sol es una digna seíiora, Luna un ser masculino; entre los indígenas de Sud América, tam- bién hallamos la antropomorfización do estos dos astros, aunque en for- ma muy variada, a saber: en una zona que se extiende desde el Ecuador hasta la Tierra del Fuego, siguiendo el espinazo andino, Sol es un hom- bre y Luna su mujer; en otra, zona, oriental, que va desde el Brasil hasta la Patagonia septentrional, ambos. astros son hombres, y Sol el hermano mayor de Luna ?. Otro comprobante para lo antedicho se refiere a nuestro satélite: el concepto del disco lunar en la époea del plenilunio, como cara humana (« prosopización »), puede comprobarse no solamente parala Europa cen- tral, sino también para varias tribus sudamericanas (Guayana, Brasil, Bolivia, Patagonia y Tierra del Fuego), asunto que pienso detallar en un futuro estudio. En los dos citados ejemplos, claro es que no se ha efectuado transmi- sión mitológica entre la Europa central y las indicadas tribus sudamerica- nas; en cada región, y seguramente varias veces e independientemente, surgió en el espíritu de la gente, observadora de la luna llena, la misma idea, la de una cara humana, con la única diferencia que, al principio, esta cara habría sido atribuida por el hombre realmente primitivo, a una persona real y verdadera, mientras que, más en adelante, ésta creencia llegó a degenerar en una especie de ecuación o comparación. ' Uaii.i.y, Histoire de V aslronomie nnciennc de pitia son origine jusqu’d Uélablisscmenl . e., combinaron una serie de 20 signos — animales, fenómenos meteorológi- cos, utensilios, etc. — con la serie de las cifras 1 a 13, resultando así 2G0 distintas combinaciones que a su vez representaban un ciclo de 200 días, llaimulo tonalamatl; de esta manera, cada uno de los 2G0 días, fue deter- minado por un signo y una cifra, Cues bien; este mismo sistema de com- binar alternativamente dos series de extensión distinta, para formar grandes ciclos cronológicos, está en uso, y en gran escala, en Asia oriental y sudorienta! (China, Siain, Java, etc.). Otra coincidencia con 1 Ginzki,, Handbuch der malhemnliscbcn und technischcn Chronologie. Dan Zcitrech- nungsicéacn der Volker, I, p. 448, Leipzig, 1906 : « Man wird wahrgonommcn habón, dass in dem geoiss selir morkwiirdigon Ivalen- der der Zcntralamerikanor einzelne Spuren nuil anchen, dio an Finriclitungen asia- lischer Zeitreohnuugsformen ennuorn. Das kann loiclit nur Znfall sein, jedenfalls wiirde es noe.h nicht bcreohtigen, an Kulturübcrtragungen i ni Zoitroclinungswesen von Asion nacii Anierika zu denken. Oh überhaupt und, bejahondeu Falles, ¡mvic- "oif Boziehungen zwischen den Kult.uron beider Kontincnte stattgefunden liaben, isli cine Drago, dio wissensehafl lioh dor Losung noeh harrt. » ' línmciiOAUioi!, Sludien zum azlckisclirn Codex Borbónicas, bcsondcrs iiltcr dessen Js- t roño mié. Anthropos, X 1 1 -X 1 1 1 , p. 507, 1917-1918: « Das Volksjahr nahni in unsereni Fehruar seitien Anfang (Satiagun) wie in Chi- na, wiihrond das Priestorjahr z. Z. der Eroberung nacli der gesiclierten I3erechnung Ski.ioks ( Gesammelte Abhandlungen zur amerikanisehen Spraeh- und Altcrtumskunde, I. ]). 162, Herlin, 1902) zu Anfang Mai begann. Ausserdeni gelit aus ilcni Codex Zoueho-Nuttall hervor (Anlliropos, X-XF, p. ' 15, 1915-16), dass die Mcxieaner die Liiuge des natiirlichen Honnenjahres zu 364,2436 Tagen bestimmt liatteu, und die ehinesischen Astronomen rechnoten nach Idici.hk (Uebcr die Zeitrcchnuny der Clúncsen, p. 11-16, llerlin, 1 839) ge.nau mil, dorselben Zahl : sie ist nur mu 2 Minuten zu groas und fiinlinal genauer ais dio des julianischen .labres. » ' Okaiciiniík, .111- und neuwelt lir.hr Kalender. ZeilsehriJ't fiir lithnologic, lili, p. 6-37, 1 92 1 . 24 siste en que una de las dos series combinables, esté representada por signos, especialmente zoológicos (Cliina-Siam por un lado, México por el otro). Los signos de esta categoría, en el tonalamatl , ofrecen bastante identidad con los de los ciclos asiáticos, ante todo malayos, y hasta en el orden en que se siguen. Se ve, al fin (como yo oreo), que la idea genética del curioso sistema cronométrico, es idéntica aquende y allende el Pacíli- co, divisor de ambos mundos : combinábase, la serie de los signos zodia- cales, con la de los días de un ciclo lunar, representando cada serie, ge- neralmente, variantes respecto a reducción o ampliación. En Sud América, el sistema cronométrico de los aborígenes, aun de los más adelantados como los antiguos Peruanos, es muy rudimenta- rio y elemental, y se reduce generalmente a las épocas del invierno o de la habitual inundación anual, aunque los antiguos Peruanos llegaron a dist inguir, dentro de su año, algunos meses caracterizados por ¡as respec- tivas faenas agrícolas, etc. Por consiguiente, repito, no pueden formu- larse conclusiones respecto aúna influencia asiática, aunque antiqnísi mu, en este punto de la civilización autóctona americana. Respecto a la- astronomía de los indígenas sudamericanos, fumada en sentido limitado, puede decirse, más o menos, lo siguiente : Jai astronomía propiamente dicha de los aborígenes sudamericanos, siempre ha sido el campo de especulaciones fantásticas. Como ya queda establecido, la ¡nlluencia de la tradición bíblica ha dejado sus huellas también en esta parte de la invest igación intelectual : persiste en la sub- conciencia de mucha gente la idea de un origen común, sea somático, sea psicológico del género humano, marcado por los libros mosaicos para cierta parte del Asia central. Pues bien : un detalle, de. este, concepto tan .generalizado, es importante para el tema de la presente investigación : se cree, en la subconciencia, poder hallar entre los aborígenes de Sud Ame- rica, las mismas constelaciones, ante todo los signos del zodiaco babiló- nico, lo que resulta ser prejuicio perjudicial para esí lidiar la mentalidad del hombre primitivo. Respecto al zodíaco clásico, recién puede comprobarse que los ('al íleos lo conocían completo (o sea la dodecuovos), unos dos milenios ante Cristo aunque una que. otra de sus constelaciones data tal vez del ter- cero, quizá también del cuarto milenio ante Cristo '. Y Al t luir Stentzcl escribe sobre el tópico 1 * * * 5 : « La historia del cielo astral tiene una edad de 1 v. Lcscjian, Zusammenhanye itnd Konvergcnz. Artículo : Ticrkreis. Miltcilungen da- Anlhropologischen Gescllschaft in IV ¡en, XI.VIII, |>. 07, 1018. * Stkntzki,, Girtab, dan Skorpiousgestirn. /un lieilray zur (¡cuchichíe der Slernbildcr. Das WeUall, illustrierte Zcilsvhrift fiir Aslronomie und rerwandle (¡cinc te, IV, ¡>. 201. Herlín, 1904. 25 5000 años : su cima se hallaba otrora en el lejano Smner, el estado palco- babilónico del bajo mesopotámieo. No a los Egipcios tan sabios por otra, parte ... sino a los Babilonios, debe la humanidad el origen de los estu- dios astronómicos », párrafo este último que sólo vale respecto a los estu- dios clásicos en astronomía. Respecto a las constelaciones en general, ya se ha dicho, al principio de estas líneas, todo lo concerniente a este tema. Kn lo que se reliere al zodíaco y a las constelaciones entre los aborí- genes sudamericanos, podemos decir lo siguiente : Desde años, hemos hecho investigaciones detalladas sobre las ideas astronómicas de los autóctonos de Sml América, ora directamente entre los mismos indios, ora consultando la literatura etnográfica y lingüística, y a base de nuestros estudios, afirmamos categóricamente : Los aborígenes de Siul América no conocen ninguna constelación bajo su nombre eurasiático: ellos combinan, además, generalmente otras estre- llas para el contorno sideral de tina cosa, etc., que les es bien cono- cida: es error funesto creer que exista entre ellos algo como el zodíaco del mundo antiguo, pues lo que caracteriza nuestro zodíaco, no son sus tantas constelaciones, sino la disposición de ellas en una faja, corrediza y circulatoria según el punto de vista geocéntrico; de esta idea no hay el más leve indicio en Snd América primitiva. Sus habitantes autóc- tonos, por cierto, saben que una u otra de las constelaciones (pie distin- guen, es visible en cierta parte del cielo nocturno y a ciertas horas de la noche 1 y en ciertas épocas del año (verano, invierno), pero esto no da derecho a pretender que conocen un zodíaco. Todo lo que se refiere a un pretendido « zodíaco» sudamericano, más bien dicho, peruano, será tema de una investigación especial, ya termi- nada, (pie se publicará como uno de los números siguientes de estas mo: nografías etnoastrognósticas. Lo que concierne a constelaciones aisladas y su supuesta identidad con eurasiáticas, será tratado en las líneas (pie representan el motivo del presente estudio. ' Lo mismo puede ilco.ir, so do los indígenas do Norte América., según Leona Cope (Calendara of lite Indiana Xorlk of México. Univcrsily of California Publicaiions in .hue- rican Arcliaeology and Elhnoloyy, XVI, p. 121, 1919) : « Although many trillos posses- sed soine astronómica! knovvledge, comparativo! y few used it as a basis for recko- ning periods longer tlian a moon. Everywhere the changing positions of t!ie snn indicated the divisions of tlic day, while the movement of t.lie prominont constella- tions, the Pleiades, Orion’s lielt, and Ursa Major, and the morning and evening stars, marked tlio night divisions. rJ’lie Eskimo jndgo the passago of the dar k season liy the positions of the eonstellations; the l’oint iíarrow soal-nettcrs, for instanee, know tliat when Areturns lias passed over to the east, dawn is at hand and seal netting nearly over. Elsewhere the eonstellations indicated only the snbdivisions of the night or (lio approaehjjf dawn, wliich may be of ceremonial importance. » — 2(> — CAPÍTULO I La constelación de! Orion y su supuesta interpretación como figura humana por parte de los aborígenes sudamericanos La constelación del Orion, según varios autores, es interpretada en sentido análogo por ciertos indígenas de ¡áud América. En caso de com- probarse tal identidad, habría una prueba asi rognóstica de gran impor- tancia para las antiguas relaciones entre el Nuevo Mundo y la zona eurasiática. Demostraremos, empero, que no hay tal cosa, y que todo lo . 253-250, Loinlon-L'alinlmrgli- Oxlord, 1890. - Gcndici,, Dentellaran! appcllalione vt rcUyionc 1, 'amana. Iícliyionsycscli ich llich c I 'cr- enche mui Yorarbeiten, heraueijcgeben van .tlbrccht Diclerich mui Richard H iin ech , III (2), p. S7 (179), Guiasen, 1907. 27 La constelación del Orion se compone, según el Astrpnomicon poeticon de Gajus Julius Hyginus, bibliotecario del emperador Augusto, de 17 estrellas que se combinan a una figura humana, fajada con un cinto y armada con una espada; indica Hyginus para cada estrella la correspon- diente parte del cuerpo, etc. Teniendo en cuenta esta descripción, he- mos dibujado, según el atlas celestial de Peck ', la imagen astral que se reproduce en la figura 1. Laobritade Hyginus se basa en el célebre poe- ma de Aralos y en un globo celestial, especialmente el de Hiparen \ Para el caso presente sólo hemos podido utilizar la edición anticuada de 1581) 3; en otra moderna de 1901) ‘ falta el capítulo referente a Orion. Por casualidad, no sucede lo mismo respecto al Almagesto de Claudios Ptolemaeus (siglo II p. O.). Para dibujar el Orion según sus indicaciones (véase la (ig. 2), creo haber consultado la literatura principal 5. Enumera el célebre astrónomo para la constelación que nos ocupa, 38 estrellas: amplía, pues, el contorno del héroe y lo varía en pequefios detalles; la diferencia principal se refiere a la maza manejada en la derecha y al cuero sujetado por la izquierda. En esta forma sobrevive Ja constelación del Orion en nuestra época y en la astronomía moderna. He aquí la descripción pintoresca hecha por el rey Alfonso en su ' Pbck, The oh/in ver’ 8 atlas of Ihc heavens, London, 1898. ' Tuif.i.k, Antike Himmelsbilder. Mil Forschungen zx llipparchos, Aralos and arinca Fortsetzern and Beitriigen zar Knnalijescliichte des Sternhimmels, p. 49-50, líerlín, 1898. IJittmann, De Hygino Ara/i interprete, l’hil. Dias.. Gottiugen, 1900, termina su tesis con la conclusión (p. 54) que «non iam do Hygino Arati interprete, sed do i lio coin- mentario agemlmn esso intellcgatur ». No lie podido consultar el estudio do Kaufk- mann, De Ilygini memoria. Breslauer philologische Abhandlungcn, III (4), 1888. 3 Astronómica vrterum acripta isagógica gracca ct latina, líoidelberg, 1589. * Cu atki.ain kt LiCGKNmttt, Ilygini Astronómica. Teste du mannscrit tironien de Mi- lán. Iübliothéquc de V Érale des liantes Eludes , seclion des Sciences historiques et philologi- ques, CLXXX, París, 1909. 5 Halma, Composition mathematique de Glande Piolé mée, traduite pour la premiére fois dn gree en frangai», sur les manuscrita originnux de la Bibliotheque impériale de Varis, 1 1 , p. 69-70, París, 1816. llitowx, Researches into ihc nrigin, etc., I, p. 91-93. Hp.iisrcitG, Clandii Ptolcmaei opera quae exstant omitía, Lipsiae 1907. Manitius, Des Claudias Vtolemdus Handbuch der Astronomie. Aus dem Griechischen iibcrsctzt und mit erkldrendcn Anmerkungcn verschcn , II, p. 55-56, 405, Leipzig, 1913. Pkikus and lvNOíiicr., Ptolc.my’s catalogue of stars. A revisión of Ihc Almagest. Car- negie lnstitution of Washington, Publication A7° 88, p. 44, Washington, 1915. La descripción del Orion según el Almagesto de Ptolemeo, debe completarse con un párrafo de Hipare» ; éste dice expresamente que el gigante tiene en la mano izquierda un cuero (Hipparehi in Arati et Eudoxi Phaenomena commrntariorum libri tres. Ad codicum fidem recensuit germánica intcrprelationc et conimentariis instrnxit Caiío- iujs Manitius, p. 278-279 (— 1 i 1* . III, cap. 5, $ 21), Lipsiae, 1894. 28 Astronomía ', que, en la parte que se refiere a las estrellas fijas, sebosa - en autores árabes, especialmente Al-Suíi, y también en el Almagesto de Pfolemeo : «Esa figura de urion es muy inarauillosa. Ca es fecha cuerno formado orne que está- en pie uestido . pero descalco las piernas . et los pies . el tien una espada cinta . non mu- cho apretada á la cintura . mas cuerno colgada y á quanto. Et en el braco sinistro tien una manga colgada [«/<;] quel cubre toda, la mano . el desciende y a quanto mas del ynoío . et en la otra manió diestra tien un palo cuerno tuerto en el cabo . et la manga sinistra cuerno si quis- siese escudarse con ella . et el palo cuerno si quissiese ferir con él. Et ell un pié tiene fincado delantre et ell otro tendudo . (memo si quissiese cosrer . ó sal- tar . ó esperar e librea da mi entre alguna cosa con que ouiesse a lidiar. Et porque está assi cuc- @ mo orne fuerte et arreciado . unos I' ¡íí- 1. — Iíl Orion, sc^ún las indiciic ioiu-Hiic ii.vgiuiis le llaman poderoso . et otros tulliente . et esso mcsmo quier dezir urion |$tcj. Onde en esta figura qui bien escodrinnar su fecho . fa- llará grandes huebras. Et fuertes et marauillosas. » La constelación del Orion, entre los (Romanos (para terminal' con el tema), llevaba también el nombre :jugula, singular, o : jugular, plural, lo que corresponde a: yugo. Gundel, el último de los autores que han tra- tado este asunto, opina 1 * 3 que las estrellas t-i- c representan la lanza : o-v-X la sección izquierda y o-[s ¡ la derecha de ese yugo celestial destina do a una yunta de bueyes; la combinación do las estrellas a- a respec- tivamente ¡3-/., representan las sogas de cuero con las cuales el carro o 1 Alfonso X dk Castilla, Libros del saber de astronomía ... (¡opilados, ¡motados ,v comentados por Manuel liico y íiinobas, I, p. 92, Madrid, 18(12. 1 Wkgknkh, Uie astronomisvlicn If'crLc .1 //'mis .V. Hibüolhrca Matbematiea, (!>), VI, p. 1IM15, Leipzig, 1905. :l Giinhhl, Do stellarum appcllationc, ote., p. 82 (175) — 87 (179). 1 Croo < j 1 1 o el brazo derecho del Yayo puede completarse con la estrella l'íridani. intercalada entre ¿ y p Orionis. arado estaba atado con el yugo. Mucho más interesante es el hecho que esta constelación del «yugo», sea verdaderamente itálica, oriunda (lela vida pastoril de la península; yo supongo que fue substituida, poco a poco, por la designación Orion, cuando el respectivo mito, por inter- medio de los Griegos, llegó a Italia *. Un detalle del famoso y muy renombrado Orion, ya en la anti- / Fi*í. 2. — TC1 Orion, gogún bis imlicarioncs «le Ptolemacus giiedad clásica ha llamado y sigue llamando, en nuestros días, la aten- ción especial : es el cíngulo o cinturón o « tahalí », como es designado, con preferencia, en los tratados más o menos populares de astrono- mía, escritos en lengua castellana. Veremos en seguida que las tres estrellas magníficas que lo componen (o, s, '( Orioms), ya antiguamente ' Esta- constelación del Yugo no debe confundirse con otra del mismo nombre (en la forma griega de *sOy //«), mencionada por Vettins Valeos, autor io lucí, Ein Heitrag tur Kenntnis der Trutzwaffen der Indonesio-, Siidseevolker und Indiancr. Jlaessler Archiv, Beihoft Vil, p. 33-31, Berlín, 1913. 5 LküUizamón, Etnografía del Plata. El origen de las boleadoras y el lazo. Revisto de la Universidad de Jluenos Aires, XLI, j> . 212, 1919. La edición especial representa el número XIX de las Publicaciones de la Sección Antropológica déla Facultad de filoso- fía y letras; en esta edición se halla el párrafo transcrito en la página 9. Leguiza- món, que emplea varias veces el término gauchesco « Las Tres Marías» como desig- nación de las boleadoras, cree que «. el gancho adoptó del indio la hola de dos piedras y la hizo más terrible, agregándole un nuevo ramal y una nueva hola y tuvo así sus Tres Marías» (p. 251 resp. 18). Se ve que, en el fondo, Leguizamón estado acuerdo con Friederici : el último considera el arma arrojadiza como propiedad cultural do los aborígenes americanos; (d primero opina lo mismo, a excepción de las boleadoras a tres que considera como ampliación del tipo indio, inventada por los gauchos. Lhguizamún, Calandria. Costumbres campestres, p. 133, Buenos Aires, 1898: « ¡ No tengás cuidáo, vieja ! En Montiel y en el moro Pico Blanco ... ¡ Bah ! a esc churabón no le van a fajar las Tres Marías tan fúsilmente. » 2 José IIhiínÁnmíZ, en su ya citado Martín Fierro (111. 52) : Dios le perdone al salvaje Las ganas que me tenía... Desaté las Tres Marías Y lo engatusé a cabriolas... Pucha... si no traigo bolas Me achura el indio esc día. Lugonic.s, El payador, I. Hijo de la pampa, p. 83-81, 95, Buenos Aires, 191 ti. «uno... Apenas en la denominación del «Avestruz», asignada al largo saco de carbón (pie divide la Vía. Lactea del cielo austral, o en la de las « Ti •es Marías» dada a las bolas, puede notarse alguna analogía con la interpretación indígena ». Y en la nota o, de la página 95, leemos que en « lais Tres Marías », veía la mitología araucana las boleadoras de los caciques legendarios. Este último dato, no es exacto: pero puede ser, (>), y que de ellos, los descendientes del con- quistador español la adoptaron. Muy bien puede haber pasado que la ecuación astronómica: Las Tres Marías = boleadoras, conocida entre los indios, haya inlluenciado para crear la ecuación lingüística : boleadoras — Las Tres Marías, usada en el lenguaje campestre del Bío de la Plata. Agregaré (pie el término « Las Tres Marías», como nombre délas tres estrellas 5, e, 'C Orionis, también es usado en la lengua portuguesa; lo puedo comprobar parala patria lusitana 1 y también para el Brasil !. En el Brasil existe también la acepción metafórica paralas boleadoras, pero solamente en Bío Grande del Sur :1, donde hay mucho contacto con la zona del habla castellana. En Chile, las tres estrellas 2, s,£ Orionis también se llaman «Las Tres Marías» '. Debo explicar, al fin, (pie los datos que anteceden, pueden servir como material modesto para la historia de las constelaciones; pero he presen- tado en estas páginas únicamente los párrafos relacionados con la cons- telación del «Orion » en general y con « Las Tres Marías » especialmen- te, pues este último término es el único popular en el Bío de la Plata. No ■corresponde al objeto de la presente investigación, ocuparse de los tan- tos otros términos referentes a determinadas estrellas de nuestro Orion en general y a su «Tahalí» especialmente, como ser : Los Tres Beyes, Los Tres Magos, etc., términos (pie aquí no se usan. Quise aprovechar la ' Aiickinc, Slera-aad IVetterkaade den portagiesischcn Pólices. /.e ilsehrifl den Vereins /¡ir Vollcskande, XIV, p. 22X, Berlín, 1904. * M aca i. n aics, Vocabulario da l-i ligua don Boróros-Coroados do Hulado de Mato-G rosso. Revista do Instílalo Histórico c, Geographieo Brasilciro, LXXXIII, j». 44, 1918. :l Romaguera Couiíica, Vocabulario sal rio-grandense, p. 207, Pelotes-Porto Alegre, 1 898 : « Tres-Murías, subs. f. piar. : o niesino que bolas ou boleadeiras. » Tiosciiauici!, Porandaba rio-gr ándense. Investí gaznes sobre o idioma fallado vo Brasil c particularmente no Rio Grande do Sal. Impressílo em separado das paginas 241-272 do Aintaario do Estado do Rio Grande, do Sal pera o anuo de 1DOI, p. 12, Porto Ale- gre, 1903 : « Tres-Marlas s. I'. : as liólas ou boleadeiras ». ' Lavai,, Contribución al folklore de Carahue (('hile). Primera parle, p. 107, Madrid, 191(5. — Kl término: « Las Tres Chepas », indicado eu el mismo párrafo, ha de ser error, por lo menos es inexplicable y único. KHV. Ml’S. I.A ri.ATA. — t. xxvi a oportunidad para enterar al lector de un detalle de la astrognosía popu- lar ríoplatense, que es interesante, de todos modos, aunque no directa- mente ligado con el tema indicado en el título de esta monografía. LA CONSTELACIÓN DEL ÜIUÚN EN LA ESLEI.’ A SUDAAIE1Í ICAN A En Sud América, la constelación del Orion, ora en parte, ora con sus estrellas principales, ora combinada con otras vecinas, es interpretada de manera muy distinta, como se ve por la lista siguiente que sólo con- tiene los términos ya traducidos o que lie podido traducir. Según lo antedicho, puede hacerse la clasificación siguiente: El Tahalí, sin oirás estrellas, representa una constelación «La manada de llamas» (orcorara), entre los A i maraes del antiguo Perú : las tres estrellas del Tahalí « Pájaros que se encuentran », entre los Chañé de llolivia : « el Orion con el puñal» *, más bien (R. L. N.), las tres estrellas del cinto sola- mente. « Mutuamente tiran uno de otro » (hnclú huitrúu), éntrelos Arauca- nos, tanto de la sección chilena 3 como de las secciones argentinas (de- partamento «le Bariloche, Valle del Río Negro, Colonia Frías, oeste y sud de Buenos Aires) 1 II : las tres estrellas del Tahalí. El término ¡ndígonaT algo corrompido (kelukitra), ya fué apuntado, para las mismas tres estre- llas, por Alcides d’Orbigny en Carmen de Patagones . tíe compone del prefijo verbal : huela, mutuamente6, y de : Imitran, «pie significa, entre I PaciiacUTI Yamqui Salcama yiiua, Relación de antiíjiicdades denle retino del Vira (c. 1613), cu: Jiméxiíz dk i.a Escada, Tres relaciones tle antigüedades peruanas, p. 257, nota, Madrid, 1879 (explica que «tres estrellas todas iguales», estallan repre- sentadas en la eunilire del altar mayor del templo del sol en el Cuzco y (pie fueron llamadas: orcorara). üiciitonio, Vocabulario de la lengua aginará, I, p. 379, Lima, 1612. l’ulilieado de nuevo por. Julio Plutzmanu, Leipzig, 18117 (explica: «arcorara, manada grande, tracalada de liombres o animales machos. Uñara hitara urcorara, junta de muchas estrellas »). Del ahilará, pasó la voz al idioma quichua. El tema será ampliamente tratado en nuestra monografía, mitológica sobre la astronomía de los antiguos Peruanos. - NouimcNSKIoi.d, I ndianrrlclicn . El (Irán Chaco (Siiduiiicrika), p. 291, Leipzig, 1912. :l Augusta, Diccionario araucano-español g español-araucano, I!, p. 82 (la indicación I. p. 2ó L es errónea), Santiago de Chile, 1916. ‘ Lkiimann-Nitsciiu in inanuscriplis, 1916, 1917, 1920. '■ d’Ouihgny, Vogatjc dans V Amérique mcritlionalc, II, p. 266, París, 1829-1818. II AUGUSTA, Diccionario, etc., 1, p. 2-19, 250. — 35 otro: tirar a alguno de las orejas, del pelo, del vestido .Después de re- petidas consultas entre, varios indígenas, lie podido dar con el verdadero sen! ido de la, curiosa designación estelar: las dos estrellas 'C y o están a ntropomor fizadas y tomadas como dos personas en actitud de lucha deportiva, liándose, la mano derecha y tirando hasta que uno consiga, sacar al adversario de su sitio; la estrella mediana (i), representa enton- ces las dos manos derechas, estrechamente unidas. El respectivo juego gimnástico, sin duda es una parte del mütratun, «la lucha romana», ejercicio social en que el indio «ponía en juego.., toda su astucia y su táctica en busca de la victoria» s. « Enderezados uno en frente de otro» (huclu rito , huelu ritho), es designación antigua y hoy extinta de los- Araucanos chilenos para las tres estrellas del Tahalí. Los citados términos se hallan en los dicciona- rios de los misioneros jesuítas del siglo xvm ; huelu rito, citado por B. Ilavestadt con la traducción de : sidus, o huelu ritho , huclu rito , nombre de las « Tros Marías » según A. Febrés debe decir : « las estrellas que se enderezan enfrente», pues el adverbio huelu significa : mutuamente'. ¡lito, es : s idus ", ritho , «alguna constelación de estrellas» y Valdivia, traduce rito, sin duda erróneamente, con : el crucero de las estrellas", pero esta indicación no merece fe alguna: en primer lugar, existe ya otro término para «estrella» que no ha variado desde la época de Valdivia : huangelen ; por otra parte, Augusta, en su vocabulario moderno, no menciona, la palabra ritho. Nosotros opinamos que ritho, es el adverbio: derecho, en derecho, en frente, y que se halla también en los verbos ritho leu, estar derecho, enfrente; ritliomn , enderezar Desde el fin del siglo xvm, empero, esta palabra, por transposición de consonantes, lia variado en itró ; así se explica que Augusta, solo cita esta última forma Resulta pues que huelu rito, es variante del término anterior, pero me- ! 1 bulan, I, p. 266. 2 Maxqitii.kk, Comentarios del pueblo araucano, II. La gimnasia nacional (juegos, ejer- cidos ¡i bailes). Anales de la. Uniros ¡dad de Chile, C XXXIV, p. 801, 1914 = lívvhla de Folklore, chileno, IV, p. 137-138, 1914. 3 IIavhstaut, Chilidnngn sive res chilcnsc® . . . p. 771, Monasterii Westphaliae, 1777. Ediüoucm noviim immututam curivvifc Dr. Juliu.s Platzmaiui, Leipzig, 1883. * Fehkés, Arle, etc., p. 509, 579, 623 ; quelu, en la p. 579, es error en vez de : huclu. r' Augusta, Diccionario, etc., I, p. 249. 11 II AYUSTA ÚT, Chilidnngn, ele., p. 197. 1 Fkbhks, Arte, etc., p. 579. s Vai.divia, Arle, vocabulario y confesionario de la lengua de Chile., art.. : rito, Lima, 1606. Publicados de nuevo por Julio Platzniann, Leipzig, 1887. Pcbiíks, Arle, etc., p. 623. Augusta, Diccionario, etc., I, p. 70. nos especificadu, pues significa, dos individuos, enderezados uno en frente . 570. d’Oriikjnv, l'oyaije, etc., II, p. 94. boules (tapolec), qu’il jctait a cet oiseau (ilhni) dont les pieds sont la r.roix «Tu Sud, (¡indis (pie les taches ilústrales qui accompagnent la voie laetéc, ne sont, a leurs yeux, que des amas de plumos, formes par lo cliasseur. » En este relato hay, respecto a nuestro Tahalí, dos equivocaciones, a saber: Para cazar el avestruz, los indios debí Pampa y de la Patagonia se sirven de las boleadoras a dos bolas, llamadas por consiguiente, en el lenguaje popular ríoplatense « las boleadoras o, más a menudo, las bolas avestru ceras » o, sustantivadas, << las avestrueeras». Las de tres bolas son empicadas en la caza del guanaco o en la persecución del caballo, y se llaman : «las boleadoras guanaqueras», «las bolas guanaqueras», o «las guanaqueras»; respectivamente: «las boleadoras potreadoras », «las bolas potreadoras»1, o «las potreadoras» (véase también otros antecedentes ya tratados en la página 32). Pues bien : los Tehuelche de d’Orbigny no pueden haberle indicado como las celestiales «bolas aves- trueeras », las tres estrellas del Tahalí; éstas son, sin duda, las dos espléndidas estrellas y y ¡3 Centanri (investigaciones nuestras, in manus- eriptis), así llamadas por los indígenas délas citadas regiones. La segunda duda se refiere a la voz tapolec , dada por el naturalista fran- cés como designación de las boleadoras avestrueeras. Consultando la lista comparativa de palabras tehuelche publicadas por mí en otra oportuni- dad5, resulta «pie las boleadoras dea dos ludas (avestrueeras), se llaman : ahorna , sitóme, shume, chame, chume, same, las de a tres bolas (guanaque- ras) : achico, gatschiko, yactshico, y al seo i ; la voz f a polco, en la variante : 1 apalee , sólo está indicada en el vocabulario de d’Orbigny (que recién se publicó en 1904), con la interpretación de : boules de combat 3. Se ve (pie en el texto de d’Orbigny, tapolec significa : boleadoras avestrueeras, pero en su vocabulario son «bolas de combate», contraste bastante nota- ble en asuntos de armas. Pero resulta que Alejandro Malaspina, en 1789, apuntó para «guanaco» : tapulk , curiejeno ', lo que ha de ser una frase; ' 151 término «bolas potreadoras», ya puede comprobarse para el año 1770 : «151 número do indios que estos caciques llevaban, se componía do 201 : los 122 de lanza, y el resto de bolas potriadoras y sueltas, que llaman los indios sacay. » (Diario que rl (' apilan I). Juan Antonio Hernández ha hecho, de la expedición contra los indios Te;/ aci- ches, en el gobierno del Señor 1). Juan José de Vertiz, Gobernador y Capitán General de estas Provincias del Rio de la Plata, en Io de Octubre de 1770. Colección Angelis, 2a edi- ción, IV, ]). 548, buenos Aires, 1010.) Los indios de rpie se trata eran Araucanos; las bolas « sueltas », sacay, son mejor conocidas bajo el nombre de «bolas perdidas » ; consisten en una sola piedra, atada a una lonja corta de cuero crudo, que se tira contra el enemigo o el animal de caza, pero no recogida en caso do errar el blanco. 5 Lkiimann-Nitsciih, El grupo lingüístico Tslion de los territorios magullan icos. Re- vista del Al usen de La Plata, XXII, p. 250, artículo boleadoras, 1914. 11 1 bidón, ' ¡bidón, p. 262, artículo guanaco. 38 si i ] )v¡ ii i i ( 1¡i hi cuinii. ¡Hiede analizarse, creo, como sigue: tapulk-eu-riej-eno : tapulk significa entonces : las boleadoras guanaqueras (de a tres bolas): cu es nombre anticuado para decir: guanaco 1 ; riej probablemente parte de un verbo, el', yicshco, yo digo - (sltco es una partícula afirmativa 1 * 3); eno lia de ser error del copista por : mo, sufijo inte- rrogativo b Yo traduzco, pues, la frase de Malas- pina. recién analizada con : «boleadoras (tapulk) para guanacos (cu), ¿ digo yo? (¿quiere (píelo diga ?) ». Tapulk- (1 7S9), t apalee, t apalee (1829), son, pues, palabras anticuadas, no mencionadas después de esta época: son sinónimas de aehlc-o, etc. (ver arriba) y significan las boleadoras a tres bolas o guanaqueras. Como éstas también se usan, opor- tunamente, en el combate hombre contra hombre, con más preferencia (pie las livianas bolas aves- tmeeras (no tirándolas, sino asiéndolas, con la derecha, en los tientos), queda justificada la de- signación: boules de comba t-, que puso d’Orbigny en su vocabulario del idioma tebuelche. La aplicación del término indígena a la cons- telación triastral de las «¡Tres Marías », por cierto es acertadísima; no hay duda que las tres res- pectivas estrellas deben representar las tres bolas del terrible arma utensilio. Yo, por mi parte, su- pongo que la figura sideral Tapalck debe comple- tarse con la estrella Rigel, representando en- tonces las tres combinaciones Kigel-$, Rigel-c, Rigel 7, los tres ramales de los tientos, reunidos en un nudo (Rigel), y terminando cada ramal en una bola (las estrellas o, z, Z Orionis). Hasta puede tomarse la combinación Rigel-s (la intermedia) como el ramal que termina con la bola manija (aquella que es la más chica y (pie se toma en la 1 ibidem. p. 262. artículo guanaco. - Sen mi o, Tico linguistic treatisc on the Patagonian or tina; ' del lam. nat. Tchiiclohc tangaagc. Editcd with an introduction by Ro- borl Lebniann-Nitsclie, p. 13, Buenos Aires, 1910. — Esta Importante obra representa también el Apéndice a las «Actas» del XVIIo Congreso internacional dolos Americanistas, Buenos Aires, 1910. 3 Ibidem , p. 36. 1 Ibidem, n. 36. muido sil hacer uso del objeto), puesto que el respectivo ramal siempre es algo más corto (pie los otros dos; y en realidad, las combinaciones Ií-igel-o y Rigel-u son exactamente del mismo largo, mientras ¡pie la combinación intermedia, Eigel-c, es un poco más corta (ver el dibujo de boleadoras a tres ramales, figura página 38). La constelación feliuelche Tapolck no puede, pues, como lo hizo d’Or- bigny, relacionarse con la imagen astral del avestruz ( ilhui , como escri- bí1, palabra confirmada por otros autores '). Debe referirse a un guanaco sideral, y éste es (según nuestras investigaciones, inéditas), para los autóctonos de la Pampa y de la .Patagón ia, una constelación que corres- ponde a seis estrellas del Centauro, a saber: s, la cabeza; i-Z, el cuello; '¿-■j., el dorso; g-v, la cola; 'C-rn la extremidad anterior ; g-0, la extremidad posterior. Volviendo ahora al texto de d’Orbigny, plataforma para, todas estas explicaciones, resulta que debe modificarse y completarse en la forma siguiente: La partió du eiel (pii leur est connue, fut transformée en un seul tablean, représentant la cliasse de l’Indiem Ainsi, la voie lactée fut pour eux le cliamp des vieux indiens (c’est á-dire, des indiens morts), chassant rautruche. Les deux étoiles a et ¡3 Gentauri furent les boules (alióme) jettées a eet oiscau (¡¡huí) dont le pied est la Croix du Sud. tandis que les taches australes qui accompagnent la voie lactée, ne sont, a leurs yeux, que des amas de plumos, formés par les ehasseurs. Les Trois Jtois furent les boules (ta poleo) jettées au guanaco (jro), dont le contours est représente par six étoiles du Centaure. El Orion, sin otras estrellas , representa una constelación « La roya en llamas » (hatedaoto) , entre los Karaya de la corriente in- termedia. del río Araguaya, Brasil : el Orion 2. « La cerca para coger peces» ( úpitsi ), entre los Siusí, del río lyana, afluente del río Negro, Brasil : partes del Orion \ La misma idea se halla también en otra parte: « La cerca para coger peces araráes» (ararapary) , entre los Tupí del Amazonas: « As cercas dos curraos de peixe, par y, tem as varas dis- postas em triangulo» '. La voz indígena también está escrita: ererapari ' Lkhman'n-Nitsciiu, El (¡ñipo lingüístico Tshon, etc., p. 264, artículo avestruz. - JCiiKicxiii'MCU, Hcitrage zar Volkcrknnde, Brasiliens. Veroffent lich un gen ans dem kiinig- lielien Mnseiim fiir Volkcrknnde, 1!, 1/2, j>. 4:"), l’.ei lín, 18111. ' Koci[-(¡ui)xni':ii(!, .1 ruuk-Sprachen Nordirestbrasilicns nial (lev angrenzenden (¡cíñele. Villcilnngen der .Inthropologisclicn Gcscllschaft in ¡fien, XI, I, j>. 59, 1911. 1 Paimiosa Iíodkiguks, Vocabulario indígena rom a orthographia correcta (Complc- — 40 (Tupí de Pañí, Brasil) Arará, no es el papagayo de este nombre, sino un pez también llamado pira rara, Ehractocephalns liomilioptcrus Agas- síz % La respectiva constelación es indicada, por ambos autores, como: el Orion. « Jai tortuga (lluvial) pernilarga » (mátxe-urarei/he :|, batchorarégue '), entre los Pororó de Matto Urosso : seguro el Tahalí con las cuatro estre- llas que corresponden a los dos hombros y a los dos pies del Orion, no solamente las tres estrellas del Tahalí como dicen los dos autores cita- dos. lín otro vocabulario, rarísimo y desconocido leemos: «bacheo-rarc- gue, eonstellacao do cravo», interpretación equivocada La designación indígena se compone de mátxe, pernilongo •• la segunda componente no se halla en los dos vocabularios citados, pero en el de K. von den Stei nen (pie da derogo, como una de las dos designaciones para la tortuga lluvial". Su indicación: que el Orion, entre los Pororó, representa la tor- tuga conocida bajo el nombre de ¡abatí ", está pues, plenamente con- firmada. Por el momento, queda por detallarse todavía otra indicación del mismo viajero, según la cual, la parte del Orion situada hacia el Si rio, es llamada, por los misinos Pororó, «caimán» <« El coleóptero » (kandirtt) , éntrelos Ipurina del Alto Puru, Brasil : el Orion ". El Orion, con otras estrellas, representa ana constelación «La rastra» (rusta, lastá), entre los Araucanos argentinos (Pariloche, oeste y sud de Buenos Aires) l2. « Rastra », palabra castellana, significa mentó (la Poranduba ama zona use). A nnaes da liibliotlicca Xaeional do llio de Janeiro. XVI (2), p. 60, 1894. ' v. MaiíTIIJS, Jlcit elige zar Elltuograpltie mal Sprachenkunde ‘ Urasiliens. 1 1 . /nr Spra- vlienLnndc. < llos/atria lingnarnin brasiliensinm, j> . 10, Krlangen, 1803. 5 Ibidem, p. 491. :l Maoauuks, rocabn/ario da lingna dos lloróros-Coroados, etc., p. 14. * MlSSÁO SaliíSIANA, Elementos de ¡jramativa e diccionario da liiujua dos lloróros- Coroados de Malto-d rosso, ]>. 54, Guiaba, 1908. r' Cai.uas, Vocabulario da lingna indígena dos lloróros-Coroados, j > . 20, Cuyabá, 1899. c No sé, a cuál (1(¡ nuestras constelaciones más o menos populares, puede referirse el término portugués «cravo»; probablemente al Cáncer. 7 MaGaliiahs, Vocabulario, ete., p. 44. “ von iikn SrniNi:.\, Linter den Xaturvollcern /cutral- lirasiliens. Ileiseseliilderung nnd Ergebnisse der zweiten Se h ing ó - Exped ition I SS7 - 1 SSS, p. 547, llerlin, 1894. 9 Ibidem, p. 513. ,u Ibidem, p. 513. " lOmucNinacii, lleitriige, etc., p. 72. Luiimann-Nitscuic in manuscriptis, 1917, 1918, 1920. 41 <*ii el lenguaje del Ilío de la Plata, no solamente el instrumento de agri- cultura, llamado en España rastro, rastrillo, sino también el broclie o la hebilla (generalmente de plata) con «pie se cierra adelante el «tirador» (cinturón, que es hecho de cuero, si posible del carpincho). El trabajo de esta «rastra» es bastante tosco y primitivo, representando motivos sen- cillos a base geométrica, llores, etc. Los Araucanos, con tomar de los gau- chos su característico traje con « tirador» y « rastra » (el traje gauchesco ya fué estudiado por nosotros en otra publicación '), ajustaron la pala- bra castellana «rastra» a su propio idioma, transformándola en vastó, lauta. Pues bien: la rastra «leí tirador se compone de una pieza central (ge- neralmente una placa, estrella a seis puntas, figura tosca de un caballo, etc.); de ella salen, a ca- da lado, tres cadenitas, del lar- go de unos 10 centímetros cada una, que terminan, cada una en un botón, hecho del mismo me- ta! que la pieza, central, o mu- chas veces de una gran moneda de plata. La pieza central co- rresponde pues a las tres estre- llas £-c-$; las tres cadenitas del lado derecho, están representadas por las combinaciones s-¡3 y $-3 Mr i dan i : las tres del otro lado, por L(-a, z-\ y 5-y (véase la figura 4). El padre Augusta cita como nombre de una constelación araucana (Chile), no precisada, la palabra kalolasta, sin analizarla s. Puede que se compone de : halo y / asta. ; halo es derivado del verbo español « calar » 3, Insta , recién interpretada, también es voz usada por los indios chilenos '. He trataría entonces de una variedad de la rastra común, o como casi to- llas las rastras están hechas por medio de la técnica de « calar», por lo menos en la Argentina, más bien de un pleonasmo. Debe notarse que en la Argentina, el término « rastra calada » no es usado. Como la « rastra. » recién tratada es designación del Orion, puede ser que también el término algo ampliado de «rastra, calada», se refiere a estas estrellas; téngase Fifí- 4. — linstrn «le? |iln ia , hmíuIii por ln gente In rnmpuíiii ni'gentinii : e. '/, que parece cosa segura, pero el asunto es muy complicado y ni siquiera puede ser esbozado en el presente trabajo. Tal cual es el relato del viajero norteamericano, de ninguna manera puede servir para comprobar la identidad de interpretación dada a las estrellas de nuestro Orion por los antiguos Eurasiáticos y los aborígenes sudamericanos. Astrográficamente, entonces, son insuficientes los datos de Farabee respecto a Baukur, y fallan del todo respecto a Tuminkar, su enemigo. Foro mitográficamente, las indicaciones del viajero pueden ampliarse por vía comparativa y, utilizadas de esta manera, vienen a abrirnos nue- vos horizontes para el conocimiento de los conceptos psicológicos de los aborígenes sudamericanos. La llave para revelar los citados secretos, es la lingüística comparativa, como se demostrará en las líneas que siguen : liaukm nombre, del héroe vencido por Tuminkar y representado por «Orion» (ignoramos en qué manera), no puede explicarse satisfactoria- mente por el vocabulario wapisiana, intercalado por Farabee en su esta 1 Detalles mitológicos «le esta leyenda liálhuisc on otras páginas de la publicación dclinitiva de Farabee, pero la. parte astronómica, «pie aquí nos interesa, no es acla- rada en mayor grado. Kn la página 1 03 llegamos a saber «pie «Tauros», seguramen- te sólo la cabeza sin los cuernos (si va Ufadas), os la constelación ktulniawei, « t.lie jaw of thc tapir kiilod and caten by Orion, Baukur », y que las estrellas de Géminis, (Jáneer y León, forman la constelación wapisiana llamada: wakarasab, « thc egret, 1 1 y i ii g after Baukur witli wings ontspread ». Y cu la página 101-102 : « The begin- ning of thc long dry season is announccd by thc first appareance of wakarasab ... 'filis is tlio time of higlit wiuds, liglitning and tliunder. The uoise of thó winds is like that inado by thc wings of thc egret. The ruina are past, and thc mornings are róscate. » El cadáver del hijo de Tuminkar también es motivo de una leyenda espe- cial (p. 107-108); el hermano menor de Tuminkar so llama Duid (p. 108); las varian- tes deben leerse en el original, respecto a. los Tarumas, página 140 ; respecto a los Mapidian, página 159; y respecto a los Atarois, página 182. 44 dio; en éste, el citado autor se limita a repetir que « Baukur» significa « Orion » Pero resulta que variantes de la palabra india, con la misma, traducción, es decir, « Orion » (tampoco hay detalles), se hallan en los apuntes de Spix, publicados por Martius ! y procedentes de otras t ribus del gran grupo arnaco; así que «Orion» es Beküru entre los Marauha Pitia r y entre los Araicii 1 ; Mattel' y entre los Manaes Ahora, bien : an- ticipando los detalles respecto a una constelación indígena (pie Humare- mos «el Sgambato oriónico» (ver p. ñl), debemos advertir, desde ahora, que el nombre del héroe mitológico, en los respectivos distintos idiomas indígenas, siempre contiene la palabra que dice: pierna, muslo, es decir, aquella parte del cuerpo (pie el héroe llegara a perder por acontecimien- tos muy variados, para tomar después su residencia definitiva en el cielo nocturno, liste héroe, mutilado en una pierna (el sgambato), es llamado, pues, en los idiomas de los indios que conocen el respectivo mito, con el nombre de: Sin-Pierna, Mitad de Pierna. Aunque, por el insufi- ciente grado de nuestros conocimientos de los idiomas nativos de Amé- rica, las respectivas designaciones indígenas para el « Sin-Pierna », etc., no. siempre pueden ser analizadas en su tot alidad, casi siempre es posi- ble hallar la palabra que corresponde al componente principal, es decir, a : muslo, pierna. Esto pasa respecto a los casos por nosotros recién cita- dos, a saber : Beküru, « Orion » en lengua Marauha, contiene la voz bckii, «temar» en el mismo idioma “; Pukitry, «Orion » entre los Araicú, la voz pückü, « fémur» : ; y Muucly, « Orión » en la lengua de los Manaos, la palabra nuóky — fémur N, siendo probable que nu es el posesivo de la primera persona, tan característico para el grupo Aruak (por consiguien- te*, el lia de Baukur, el />” de Beküru, el /” de Puküry, han de ser pro- nombres demostrativos, reemplazantes del respectivo pronombre pose- sivo). Es muy probable también que el término para «Pléyadas» en otra lengua . a ruaca (el Baniva), bokarámali ", debe traducirse con: « La gente (niámari, y amar i "') de Bolear», o : « Los indios ( niámari , niámali ") de ' Fauahku, TIic central Jrawaks, ote., p. 239. - v. M ai: m:s, 1 Icitriitje, etc., paaxim. Jbidcm, ]». 224. 1 Ib ídem, p. 234. “ I bulan, ]». 222. Ibidcm, ji. 223. I Jbidern, p. 233. K I bidón, p. 221. II Kocii-Uaüximntí, .Inmk-Sprtichcn, ele., p. 38. I.:i misma palulira, pero con acen- to en la penúltima, está indicada (ibidcm para Venus matutina. IU Ibidcm, p. 82. " Ibidcm, i». 91. 45 Bolear », pues las Pléyadas, a veces, están consideradas como varones, por ejemplo, entre los Cora, de la Sierra del Nayarit '. A las citadas va- riantes del grupo Baukur, agrégase todavía Mabulcnli, e. d. Ma-bukul-i, héroe de una leyenda analizada más adelante (p. 48 y 50). El nombre mismo del «Orion» en otra lengua aruaca, el Baniva (tal vez usado por hordas distintas de las (pie dicen a las Pléyadas : La gente o los indios de Bokar y por consiguiente, Balar al «Orion»), es ozono-, olssoné1, que también contiene la palabra para, muslo: oso (noso, [mij muslo '), odzo ( nthlzo , [mij muslo r'). Lo mismo pasa con la designación para « Orion » usual en otra lengua aruaca (el Baré) : ghasoihijaty \ cuyo primer componente significa: muslo o pierna (huasói ') (el lina es proba- blemente (4 pronombre posesivo de la primera en plural K; la a ha triun- fado, parece, al juntarse con la. o de oso, muslo (ver arriba), quedando, pues, a en vez de ao ; el gh de ghasoi... tal vez no es otra cosa fine fuerte aspiración). Los Cauixana, al fin, también tribu aruaca, dicen para « Orion », Ijohoary es muy probable que en esta palabra, difícil de pro- nunciar como lo comprueba su curiosa « ortografía », se halla disfrazada la palabra para «mi fémur», no-hlos , no-nlaua Se ve, pues, que en buena parte de los tantos dialectos del gran grupo arnaco, la designa- ción para «Orion» (faltan desgraciadamente los detalles astrográfieosl), significa, como todavía se comprobará en detalle, «el Sin-Pierna», desig- nación que substituiremos con otra usada ya al fin del siglo xviii, «el Sgambato » (véase p. •!!>). Pero como en la mitología de ciertos aboríge- nes americanos, hay otro «Sgambato», también visto en los astros y que será estudiado en otra monografía, llamaremos al recién tratado, astralizado en ciertas (no determinadas) estrellas de nuestro Orion y en otras vecinas (ver más adelante), «el Sgambaio oriónico». Tuminlar , nombre del dios de la tormenta entre los Wapisiana (pues 1 Pkkuss, Die Xayarit-ExpedUion. Textauf uahmen nuil lleobach tangen untar mexilca- nisehen Intlianern ... 1, p. i.xxii, 276, Leipzig, 1912. 5 Cit kvahx, rocabiila.hr- de la languc lia ni va. Bibliol liei[uc Unguistiqne, amcricaine, \ III, p. 254, París. 1882. Mki.gakk.io, Resumen de las Arlas de la Academia Venezolana, Caracas, 1886; ex: me t,a Gkasskkik, Esquíese, (Vane, grammairc et tV un vocabulairc de la lantjuc Baniva. Cumple,- Renda de la VIIIa session du Congrcs des americanistas tenue d París en 1S9(), p. 634, París, 1892. 1 Ibidem, p. 629. Kocu-Gkükiikkg, Arualc-Spraehen , etc., p. 32. r' v. Maktius, BeUratje, etc., p. 231. '■ Kocii-Gküniskkg, Amale- Bpraclien, etc., p. 32. “ Ibidem, p. 111. " v. Maktius, Beiiriigc , etc., p. 258. Ibidem, p. 257. luchaba con relámpago y trueno contra Baukuij, también debe tener un origen cósmico. iMe baso, entre otros motivos, en el hecho que los Macu- sí, tribu caribe del Río .Negro (Brasil), indicaron a Natteror como nom- bre do Seplentrio, la- idéntica palabra 'l'amUngán La importancia do esta comprobación queda, desgraciadamente, paralizada por otros voca- bularios caribes, según los cuales, Tamukang -, entre los Macusí de la Guaya na, y Tamekan J, entre los Macuchy de Río Blanco (Brasil), Tn- mong , entre los Akawai ‘, significa el grupo de las Pléyadas. Entre los Caribes déla Guayana (Galibi), Tamil cu (en ortografía española) filé con- siderado como «Dios» entre los Caribes de las Antillas, Támucu (en ortografía castellana) como «grand pero» ", « pero grand». Tamekáng , al fin, es mencionado en uno de los textos más importantes de los Tu u I i - pang (tribu caribe de la Guayana) que filé apuntado porTh. Koeh-Griin- berg1 * * * * * 7; este texto refiere con mucha claridad como un hombre Zilizouibu es engañado por su mujer que ama al cuñado y (pie, para librarse del marido, le corta con un hacha la pierna derecha; el mutilado va al cielo donde representa al ¡ágambato oriónico (ver p. f>2). Pues bien : el texto empieza : « Tamekáng es un hombre con una- sola pierna; la otra le fu ó cortada en la tierra. Había una vez un hombre llamado Zilizouibu ; éste tenía una mujer», etc. Después, al trasladarse al cielo, el mutilado ma- nifiesta: «Voy al cielo; quiero ser Tamekáng, cuerpo con una sola pior- na », etc. Yo creo que el respectivo texto, sin dar detalle alguno, hace alusión a un tal personaje Tamekáng , que era caracterizado por la falta de una pierna; pero esto es todo lo «pie llegamos a saber de este Tame- káng. Ese Zilizouibu, entonces, a nuestro entender, manifiesta el deseo de ser él también un «Tamekáng», o de transformarse en otro «Tame- káng », es decir, en una constelación como lo es aquel cuyo ejemplo desea seguir. Así que el texto de los Taulipang, se refiere a cierto personaje, 1 v. Maiítius, Beilriiyc, etc., p. 22(5. - PicNAitn & 1'iCNA iu>, De menschetende aanbiddcm der zmmatlany, II, p. 58, l’araina- ribo, 1908. ■> Ha.hbosa Rodiuguiís, Porandnba- ainazoncnse. Annaes de Bibliotlieea Xaeioual do liio de Janeiro, XIV (2), p. 221, 223, 188(5-1887. * RoTii, An inquiry hito the anhnismm and follc-lore oj' tlie (I nimia Inditinis. Animal Bi- ¡)o)-t of the Burean of American ICthnology, XXX, p. 2l¡2, n" 209, Washington, 1908- 1909. '• v. Maiitics, Beitrdije, etc., p. 339. üiiic'i'ox, Dictionaire cara ibe-J’ranf ais, p. 450, Auxerre, 1(5(55. Rdimprimé par .lulos l'lat/.mann, Leipzig, 1892. ISuicton, Dictionaire franfuie-caraibe, p. 28(5, Anxerrc, 16(55. Reimprime par Jiiles l'lat/.mann, Leipzig, 1892. ’ Kocii-Gltüxui-ato, l'oin Boroima znm Orinoco. Krgebnisse einer Brise in Xordbrasi- Hcn nial lenezuela in den Jahrcn Wí 1-WU, 11, p. 55-60, lam. III, Berlín, 191(5. 47 mítico y bien conocido, que fue llamado Tamekáng, cuando principia que Tamekáng «es un hombre con una sola pierna; la otra le fue cor- lada en la tierra ». A continuación, nuestro texto emplea la palabra india en sentido metafórico, o como sinónimo de «amputado en una pierna», y así se aclara la aparente contradicción cuando las Pléyadas (que repre- sentan la cabeza de Zilizoaibu, en la constelación del Sgambato oriónico, ver lig. f>), son llamadas : Tamekáng (scilicct la palabra (pie en dialecto Taulipang dice: cabeza), es decir, la cabeza de Tamekáng, y las Híadas, Tamekáng sáitepc, es decir, el cuerpo de él. En estos dos casos, Tamekáng es usado como sinónimo de : amputado en una pierna, puesto que el nom- bre del respectivo desgraciado, es: Zilizoaibu. Respecto a la etimología de Tuminkar, Tamongan, Tamulcang , Tame- kan, Tamucu, Támucu, no cabe duda que pertenece al Caribe, donde fama, tamo (no es menester enumerar las variantes que pueden verse upad K. von den Steinen ') significa: abuelo 5 ; la sílaba final, tal vez es aumentativa. El problema: cuál de bis campos cósmicos lia dado origen para crear, en la mente de los indios, la figura de Tuminkar, debe quedar reservado para una investigación independiente. ¿La figura entera de un héroe mutilado, es representada por el «Orion» ? A esta categoría pertenecen tres mitos que no están bastante aclara- dos en cuanto a los detalles astronómicos, limitándose los autores res- pectivos a indicar como figura sideral del héroe, la constelación del Orion en general. Parece, además, error cometido por los respectivos autores o por los indígenas relatores de las leyendas, cuando en las dos primeras, el héroe es privado de ambas piernas; ha de tratarse de una sola pierna, pues así lo refieren todas las demás versiones. La síntesis de las tres leyendas es la siguiente : La leyenda de Jipcpim 1 * 3 Epépim era un lindo mozo: Caiuanon, su hermano, bien feo. Ambos eran sol- teros. El segundo délos dos, envidioso, (pliso matar a su hermano y le invitó a buscar la pintura unten. Cuando Epépim había subido al respectivo árbol, el otro lo traspasó con un palo, así que cayó al suelo; después le cortó las pier- nas y se. fue. El tercer hermano, que era casado, halló, en compañía de su mujer, el cadá- 1 yon okn Stkin'i.x, I)¡r llaka'iri-Sprache, etc., p. 15 ; da las variantes según los dialectos I pimiento, Caribe insular, Chacina, Cuinanag'pto, Koucouyenne, Akawai, (¿alibi, Makusi, I’almella. - llii dan. :1 15 a K iíosa UomiicuníS, Vovanduba amazonensc, etc., p. 230. 48 ver mutilado y tiró las piernas al río donde se trocaron en peces surahíen. Pero el alma del muerto filé al cielo y se trasformó en el Orion (h'prpini ) ; el her- mano feo, en el planeta Venus (Caliianon) y el hermano casado, en la estrella Sirio ( Uenlní). Leyenda de los Makuchy, tribu caribe de Río Illanco, Brasil. La leyenda de. Mabukuli 1 Mabukuli, burlado por mujer y suegra porque siempre volvía de la caza sin botín, y cansado de este tratamiento, se cortó un pedazo de carne de cada uno de sus muslos ", ligó las heridas con akalali y dió los pedazos a las dos muje- res, diciéndoles que era muestra de la carne de un tapir que. había cazado. Las mujeres asaron la carne en una parrilla y la comieron. A la mañana siguiente, Mabukuli mandó a las mujeres que le siguiesen y le ayudasen a traer el tapir que había cazado, pero cuando éstas llegaron al paraje respectivo, no encontraron más «pie di akalali con que se había vendado las heridas; Mabukuli mismo había ido al cielo donde su « espíritu » puede verse (constelación del Orion), pero también su «cuerpo» (constelación I, amú- lala = mandíbula del tapir, seguramente las Híadas, no la Cruz Austral como lo afirman los autores; por vía comparativa se ve también que las Híadas repre- sentan sólo la mandíbula del tapir que filé cazado por Mabukuli, no al «cuer- po» de éste). En otra parte (I, p. 105) los dos autores holandeses se rectifican cuando explican : kamatala, « sterrebeeld van den Bull'elkaak; de vorm i» die eener V » (Icamatala, constelación de la mandíbula del búfalo (i. e. tapir, ver p. 110) ; la forma es la de una V). Leyenda de los Aruak de Surinam. La leyenda de, Epetembo :l Epetembo, víctima de una broma pesada de su mujer, es atado en la hamaca por los hermanos de ella y expuesto durante tres días a la lluvia. Para vengar- se, la lleva al monte bajo el pretexto de cazar, la. tuesta viva, corta el cuerpo en pedazos, lleva éstos a casa y da a la suegra el hígado a comer. Pero ella, 1 Puna lio &. Picnaico, lie menschelende aanbidders, etc., II. ]>. (¡0. En otra parte (I, p. 105), el nombre del héroe es: Mabekele, constelación «que representa a un hom- bre con una pierna cortada ». - En la variante de esta leyenda, comunicada, por I lance (véase p. 50), el héroe se mutila en una sola de sus extremidades inferiores. •' Pknakd A Piona un, De mensehclende aanbidilcru, etc., II, p. 3ÍM3. — La última frase que se refiere a la relación entre Epetembo y el sol, es poco claro y dice en el original como signo : «Toen drocg de Gierenkoniug den Eenboonigcn Man omhoog en plaatste llem in de 12 sierren van do Orion, van waar ldj do Zon roept llij is tovens de drager der Zon. » El nombre del héroe, en otra parte (II, p. 17), es indicado como : Epelembo, Epe- lembc, L'pclcmu ; en la lista do las constelaciones kaliñas, Orion (— Epotemu) esta 49 — sospechando algo, basca y halla los restos de la desgraciada hija, y persigne, en compañía de sus hijos, al asesino. Después de muchos incidentes, lo alcanzan, le cortan una pierna a la altura de la rodilla y lo abandonan a su suerte. El mutilado suplica al rey de los bui- tres y éste lo lleva al cielo, trocándole en «el guerrero celeste con una sola pierna » (constelación Orion) (pie lleva el sol y desde donde lo llama. Leyenda de los Raima, tribu caribe de Surinam. La figura entera de un héroe mutilado, es representada por partes del Orion, por las Hiadas y por las Pléyadas La pierna sana de un héroe mutilado, es representada por las tres estrellas del Tahalí Los primeros autores que apuntaron las leyendas referentes a este grupo, agregan datos incompletos sobre las estrellas que representan la apoteosis final de una tragedia mitológica. El más antiguo de ellos es el padre Filippo Salva-dore Clilij, (pie refiere una leyenda de los Tamanako, tribu caribe del Orinoco: La leyenda de Petl i-puní ' « Audi», dicono, cert.’ Indiano a pescare colla sna moglie. Ma (pin tanque par- tid fossero di biion umore, iutervenne tra loro una rissa, staiulo ambedue soli alia rivadi un lago. La donna non solVtí Inngamente i rimbrotti del ano inarito, c dato di piglio all’ aecetta gli recite speditainente una gamba. Ma vendicossi beue il inarito : impcrciocelié, alzatosi su da térra, e sollevatosi in alto, divenne tosto ntia atelln, che dall’ ¡iccaduto da essi chiainasi lo Sgumbato.» Leyenda de los Tamanako, tribu caribe del Orinoco. Como tal « stella », Gilij indica « las Cabrillas » ((pie sólo son una parte de la constelación completa, ver más adelante), y como designa- ción indígena de la respectiva constelación, las palabras petti-puní = ■senza gamba. El mismo término, pero aplicado, según el autor, a las Tres Marías, •descrito como mui constelación « dio con nuil) voorstelt mefr ccn nfgehakt beon » (= « ipie representa a un hombro con una pierna cortada ») (J, p. 105). La. etimología de este nombro, dada, por los Penan! (II, p. 47-48), es fantástica o insostenible, pues lo traducen con « De’ witto dij’, de Man met den witton Naam aan /ijn Dij, de gekrnizigde of verbiiulende. Naam, liel AVoord » (— «El muslo blanco, el hombre con el nombro blanco- y su muslo, el Nombre crucificado y reunido, la Palabra»)! ¡Vaya uno a identificar a Epcteinbo con Cristo crucificado (II, p. 54) y la figura (leí mártir dé la cristiandad, con la figura del Orion, «que realmente con- siste cu doce estrellas visibles a ojo desnudo y que representa un embudo con una pierna más corta, que la otra. » ! (II, p. 54, nota. 8). No vale la pena- seguir a los dos autores en sus ampliaciones sobre el mismo Puna que ocupan las páginas 83 a 87 del lomo III do sus « meiisehetemle Aanbiddors der Zonneslang ». 1 (jtiu.i, Saggio di «loria americana, 11, p. 233, Roma, 1781. I1BV. Ml’S. LA PLATA. T. XXVI 4 — 50 — existe en la variante : ¡petipuin, también entre los Cumanayoto tribu caribe de Venezuela, que deben, por consiguiente, también haber cono- cido la correspondiente leyenda. Lo mismo puede decirse de los Ohayma, otra tribu caribe de Venezuela; estos llamaron 1 2 « las tres estrellas o bordones, ipetpuen, y la que sigue a estos bordones \ cañota ' ». El motivo mitológico del «hombre con una sola pierna», puede, pues, comprobarse ya para la segunda mitad del siglo xyii. Fragmento de una leyenda larga, o más bien de un ciclo mitológico bastante variado, es el siguiente texto publicado por un autor moderno: La leyenda de Mabuhuli o Ibbelipiiyhn ' Tuvo mala suerte un cazador, y para no presentarse sin botín a su madras- tra «pie lo quería, se cortó una de sus propias piernas, la envolvió en hojas y la presentó a la mujer como carne de gamo ; después subió al cielo donde repre- senta el cinto y la espada del Orion. Los Amale de la Guayana llaman estas estrellas : mabakali (— sin-pierna) ; los Akawai : ¡bbehpiighn. Leyenda de los Akawai y de los Anude de la Guayana. Como en el texto de Gilij, también en el de Dance la designación indí- gena de la respectiva constelación (mabuhuli — sin-pierna, ver p. 45), se refiere al contorno sideral de un hombre con una sola pierna; resulta, pues, que el Tahalí y la Espada de Orion, citados por Dance, represen- tan la pierna y el pie que han quedado al pobre mutilado. El nombre del héroe mutilado, en lengua caribe, es pues : Petti puní (Tamanako), Pet-pine (Uayana), I-pcti-puin (Cumanagoto), I-pet-puen (Chayota), E pete- mito, E-pete-mhe, E-pcte-mu (Kaliña), E-pepim (Makuchy), 1-bbch-pughn (Akawai); véase también Pe-ponón (Taulipangj, p. 53. La base de este apelativo, variado según los tantos dialectos del grupo 1 ltuiz til. anco, Arte y tesoro de la lenijua Cumanayoto, p. 15, Hurgo*, 1088. Publi- cado do nuevo por Julio Platzmaun, Leipzig, 1888. 5 di: Tausth, Arle y bocabulario de la lenyua de los indios Cltayma, Cumanayoto ... p. 2-1, Madrid, 1080. Publicado de nuevo por Julio Plntzmaim, Leipzig, 1888. 2 El término « bordones», en esta forma (plural), es sin duda un error; lia de ser «el bordón » (singular), sinónimo de « el báculo », y este báculo, o es el símbolo ce- leste de los peregrinos que en la edad media viajaban a Santiago de Conquístela, o « el báculo de Santiago », otra de las designaciones de las tres estrellas -, ii Orionis ; el asunto no está aclarado todavía, pero no pertenece al tema de la presente inves- tigación. 1 Esta voz canina es idéntica a c aiitanon, nombro de la Venus, según J turbosa Ro- drigues (ver p. -17, nota 8). B Dancii, Chaplees from a Guianese tog-book, p. 200, Demorara, I . 2!)) lio dudo uno sinopsis do esto palabra que considera como guía para los dialectos dol grupo caribe; Kocu-tí i¡ii.\- niíim, unís tardo, lia hecho otro tanto (Die HUinákoto-Umáaa. Anlliropos, 111, p. 25, 1908). La leyenda de Zililcairaí (Zilizoaíbu) ' Ziükíiwaí o Zilizoaíbu ' es engañado por su mujer ipie le corta la pierna de- recha Entrega la mujer infiel, con la criatura, a su hermano, y le manifiesta, «pie cuando haya desaparecido, empezaría la época de las lluvias y habría abun- dancia de peces. Suite después al cielo : las Pléyadas, son su cabeza : las Ufa- das, el cuerpo ; la estrella Bellatrix, el trasero : el Tahalí, la pierna sana ,: la Espada, el pie de Ziükawaí (Zilizoaíbu). Yo supongo (pie una línea que reúne Bellatrix con Betelgeuze, representa el muslo o muñón de la extremidad mutilada, y en este sentido lie modificado el dibujo original de Koch-tJriinberg, dado en la lámina III de su obra (ver fig. 5). Leyenda de los Taulipang, tribu caribe del Brasil septentrional. Como se ve, esta combinación de estrellas nada tiene de común con el contorno clásico del Orion : en éste, Bellatrix representa el hombro dere- cho, Betelgeuze el izquierdo, etc. Agrego, al fin, que la palabra peponón, indicada por Koch-Griinberg como nombre de « la. pierna de Ziükawaí » (id est : el Tahalí y la Espada), contiene el mismo término para «pierna» que se halla en la designación « El Sin- Pierna » usada para la citada constelación indígena ( petti-puní , Tamanako; ipetipuin, Cumanagoto; ipctpuen, Chayma; ibbchpughn , Aka- wai, etc.), como ya fue explicado detenidamente en la página 50 de este trabajo. IOste du-pítulo, respecto al Tahalí (Las Tres Marías), puede, pues, ter- minarse con la siguiente conclusión : La pierna sana de un héroe mutilado, es representada por las tres estrellas del Tahalí En el capítulo siguiente trataremos algunas otras leyendas, según las cuales la. pierna cortada fue trasladada a los astros. La pierna cortada de un héroe mutilado, es representada por las tres estrellas del Tahalí La leyenda de Nohi-abasti ' Nohi-abassi, i. e. « Mitad de pierna» % era el mayor de dos hermanos: des- pués de muchos acontecimientos ((¡no pueden leerse en el original), su cuñada, ' Koch-Gkünuf.kg, l’om Roioima zum Orinoco, etc. , II, p. 13, 55-60, lám. III, Ber- lín, 1916. Esta voz es formada con la palabra chirico, etc., estrella en lengua caribe; véase página 52, nota 3. 1 Detalle muy importante, mencionado expresamente en la página 56, nota 1 de la obra citada. * Rom, Jn inqniring, etc., p. 263-265, seet. 210: p. 260, sect. 211 A. Los Warrau hablan un idioma aislado; no he podido analizar la palabra Xohi- abassi según otros documentos, pues la última investigación sobre este idioma «pie 54 con un gran cuchillo, le corta la pierna. Ahora están en el cielo : Nolii-abassi (las l liadas), su pierna cortada (Orionis y su mujer, subiendo un árbol (las Pléyadas). Leyenda de los Warrau (idioma- aislado) de la Guayana. Al motivo del hombre delictuoso por amores prohibidos, pertenece la- siguiente leyenda de los Akawai de la Guayana, que de sus análogas, sólo se distingue por la extremidad cortada a- la víctima; en el presente caso, no es la pierna, sino el brazo : La leyenda del brazo corlado ' Un hombre mata a su hermano por la mujer de éste, y como comprobante «le la muerte realizada, le lleva el brazo, cortado a la víctima. El alma del muerto se queja dentro de un arlad, y la mujer, al fin, se da cuenta del motivo, pero el asesino, segundo marido de la mujer, encierra a ella y a su hijo en una cueva y transforma a los dos en agutíes. El alma del muerto se aparece entonces al hombre y le ruega que entierro el cadáver, menos las visceras; ella, después, quedaría tranquila y, además, habría abundancia de peces. El hombre cumple con el pedido de su víctima; las visceras vuelan al cielo y se transforman en has Pléyadas; cuando aparecen, abundan los peces. El brazo cortado también está en el cielo : es el Tahalí. Leyenda de los Akawai, tribu caribe de la Guayana. Posición completamente aislada ocupan losdos siguientes mitos, tam- bién de la Guayana, recogidos por W. G. Iiotli : La leyenda del cazador de Un anuí es - Un hombre que anda cazando tinamúes (especie «le perdices), ve, metida en un árbol, la pierna de una mujer, y le pega un tlechazo ; la pierna cae al suelo y se transforma en un tinamú; el hombre mata esta ave, se la lleva a casa y se la come, y desde entonces tiene suerte en la caza. La pierna está- ahora en el cielo : es el Tahalí. Leyenda de los Aruacos de la Guayana. La leyenda de Makunahna y Lia :1 Mukuuaima y Pía, los héroes mellizos, nacidos después do la muerte do su madre con ayuda del tigre ', hacen de las suyas, al cazar a Maipuri (el tapir). Pía, con la cuerda de su harpón «pie tira, arranca a su hermano Makunaima. conozco (Adam, ¡tequiase grammaticalc el rocabulairc de la lauque (Juaraouno. Congreso internacional de americanistas. Acias de la A 7a reunión, México 1 S 9 p. 179-489, Me xieo, 1 81)7 ), no contiene nada al respecto. ' Dan'Cií, Chaj>ter8, etc., p. 29G ; ex: Rom, An inqniring, etc., p. lí (ílí , sect. 209; p. 2GG, sect. 211 A. 1 Rom, An inqniring, etc., p. 173, sect. 98; p. 2GG, sect. 211 A. 3 Rom, An inquiring, etc., p. 134-135, sect-. 38; p. 26G, sect. 211 A. * Respecto al tigre como maestro en obstetricia, véase nuestra Mitología sudameri- cana, II, p. 189. — 55 — una pierna que ahora se ve en el cielo (el Tahalí) : Makunaima misino repre- senta las Pléyadas, el tapir Maipuri las ¡liadas. Leyenda «le los (Jaribes de la Guayaría. Con el fin de aportar la mayor suma posible de material que pueda aclarar puntos de la astronomía y mitología sudamericana, y que al mismo tiempo, como en el caso que en seguida trataremos, pueda com- probar curiosas relaciones entro los aborígenes sudamericanos y los de México, vaya un mito de, los indios Cora-, apuntado no lia mucho por K. Tli. Preuss : La leyenda de la mujer Saku y de los dos rayones ' Saku, una mujer, solía- comer niños; siempre que había aprehendido a uno, lo llevaba- a casa, lo cocía en una olla y se lo comía. Una vez que estaba ocu- pada con su olla y miraba adentro, fue empujada adentro por dos muchachos que llegaban, y apenas pudo salvarse. Los dos muchachos se fueron corriendo, llegaron a un río y lo atravesaron gracias a una garza, cuyo pico y cuello, ex- tendidos por el ave complaciente hasta la otra orilla, utilizaron como puente; después siguieron corriendo al cielo (el río es límite entre la tierra y el cielo) . La vieja-, persiguiendo a los dos muchachos traviesos, también llegó al río, pa- sólo de la misma manera, alcanzó a los dos y les pegó con un bastón, separando así, a cada uno, una pierna; las llevó a- casa , las coció y se las comió. En el cielo están ahora los dos varones (las ¡hoyadas) y la canasta que la vieja suele llevar en la espalda (podrían ser la-s Miadas, si Preuss no afirmara que la respectiva constelación está situada entre las Pléyadas y Casiopeya). Yo supongo que la pierna cortada- está representada por el Tahalí ; por consiguiente opino que el mito está algo alterado y (pie a uno solo de los muchachos fue se- parada la pierna por el terrible bastonazo de la vieja enfurecida. Leyenda de los Cora de la Sierra del Nayarit, México. La leyenda de los muchachos y de la canilla El motivo mitológico de la pierna cortada, parece se ha extendido hasta los A ¡maníes del Peni, pues leemos en el vocabulario de Bertonio 3 : « mncchn ve! vicchu, estrellas (pie llaman cabrillas ». Pues bien : mncchn significa-, segura- mente en primera acepción (Bertonio ib Ídem), «niño o niña que aún no tiene- discreción » ; como las Cabrillas (sive Pléyadas), en el antiguo Perú .llevaban designación distinta (pie se tratará en otro estudio, y como el párrafo recién citado es el único donde- las Pléyadas son llamadas : los Niños, supongo que so trata de un caso aislado (pie representa una analogía con los mitos donde unos muchachos, después de ciertas fechorías, son trocados en las citadas estrellas (por ejemplo, México, ver párrafo anterior) . El análisis del segundo término: vicchu , confirma nuestra suposición que el párrafo recién transcrito de Berto- nio, es el último girón de un solo mito, cuyos orígenes deben buscarse mucho más al norte del Perú, pues vicchu significa « la canilla de la pierna hasta el ' Piíhuss, Die Naya ril-Expcd ilion, etc., p. 274-277; p. 149, nota 2; p. i.xxn. 5 Bicirroxio, Vocabulario, ote., lí, p. 221». pie, y del codo hasta la mano» Claro qne esta designación no puede referirse a las Pléyadas (cuya ecuación : los Niños, tampoco puede ser un sinónimo de : la Canilla!), sino «jue debe referirse a otra constelación, a nuestro juicio, a las tres estrellas del Tahalí. Dado el carácter tan fragmentario del párrafo berto- niano, sólo puede concluirse (pie pertenece al mito del Sgambato oriónieo, sin «pie sea posible aclarar mayores detalles. Leyenda de los antiguos Ai maníes del Perú. CAPÍTULO II La constelación de las Híadas y su supuesta interpretación como cabeza animal por parte de los aborígenes sudamericanos El segundo capítulo relacionado con el tema de esta monografía, so refiere a la constelación de las J liadas, no tan popular como el Orion y (tomo tres de sus estrellas, pero también antiquísima. Sucede (pie según el misionero anglicano Brett, las cinco estrellas de las Híadas, son inter- pretadas exactamente en la misma manera por los indios de la (Juay ana, o con otras palabras, que también en esta parte de Sud América son consideradas como ¡a cabeza de un mamífero (no como la de un toro, pero sí como la de un tapir). El ojo furioso del «Toro» eurasiático, el espléndido A Idelmrán, en la (í uayana, según Brett, es el ojo no menos rabioso de un tapir mitológico. En el caso de comprobarse esta afirma- ción, habría otro comprobante astrognóstico para antiguas comunicacio- nes entre Asia y el Nuevo Mundo. Debe, pues, estudiarse la afirmación del misionero anglicano, y se verá que carece totalmente de funda- mento. LA CONSTELACIÓN DE LAS HÍADAS EN LA ESFE1ÍA KUlí ASI ÁTICA En el Mundo Antiguo, desde la época clásica, las estrellas llamadas por la 'astronomía científica : a, 0, y, c, e Tumi, están conocidas bajo dos designaciones distintas, a saber : Para la zona babilónica, representan, como parte do una constelación, la cabeza del Toro zodiacal (sin los cuernos), y los Árabes, detallando esta interpretación, llamaban la estrella a, AhJebarán, id cal : El ojo del Toro 1 2 (es el ojo del costado derecho), nombre que se ha conservado en la astronomía moderna y científica (ver fig. (I a). 1 Ibidem, II, p. 384. 5 Alfonso X i»h Castilla, Libros del saber de astronomía, etc., I, p. t>3 : «La ln- zicnte (pie es en ell oío miridional. et es nombrada aldcbaran. » Para los antiguos («riegos y Romanos, las cima» estrellas en cuestión (ver íi 14'. (»//), además de llevar la misma designación, fueron tomadas por una constelación especial , las I liadas, palabra que también sobrevive en nuestra época, y cuyo significado lia sido bastante discutido 1 ; para mí es lo más probable que deriva de jc (h iis), « cerdo » en griego, signifi- cando, pues, « loadas », un conjunto de estos animales. Idéntico con este término es el itálico: succulae fem. plur. (« lechones »), usado durante cierta época por los antiguos Romanos para una constelación; ésta es, pues, idéntica, tanto con el nombre cuanto con las estrellas de la cons- telación que seguimos llamando ¡liadas, cosa ya afirmada en el siglo 11 ]». C. por Lucius A m po- lios, en el capítulo tercero de su Líber memorialis : Hyades, (¡une a nobis succulae dicunlur. Nues- tra constelación, en el concepto de los antiguos Mediterráneos, representaba, pues, a nuestro entender, a los lechoncillos de una lechigada, mamando en las tetas de la madre, correspon- diendo la estrella x al lechonci- I lo más gordo, no a la madre co- mo lo opinaban varios autores s; el término mecida (singular de succulae), que a veces es usado por los autores latinos cuando hablan del respectivo grupo es- telar, se refiere, pues, a nuestro entender, a esta misma estre- lla x, el leehoncito más notable de sus hermanos; repito que para mí es decisivo el aspecto de la constelación tal cual se presenta al ojo des- nudo, e insisto en que las cinco estrellas x, 0, y, 5, s, forman un conjunto que se destaca del cielo nocturno en grado llamativo; su contorno, co- rresponde bien a las dos líneas maníales de una chancha, ocupadas por su cría. De todos modos, las Miadas, tomadas como un conjunto de Jeehones (con o sin la madre), hacen juego con sus vecinas, las Pléyadas, palabra que también es griega y se traduce con: bandada de palomas. /\ I \ / K¡s. I!. — n. I.n ca 1 H'/.n ilcl Turo, según lns iiiilinicio- iiiim do I’tolenmeus ¡ h, 1 ,11 h Ulmliis, visten ilewle el hemisferio ¡instruí. * (íuxoiii., De stcllarum appellationc, etc.,, p. 101-107 (193-190). IMumoaktnicií, Znr <¡ cuchichíe und lAteruiu'r tler griccli luchen Slcrnbildcr, etc., p. 20. — 58 — LA CONSTELACIÓN DE LAS 1IÍADAS EN LA ESFERA SUDAMERICANA En Sud América, las Ufadas no son gran cosa, para la iconología side- ral, y Ilion poco es lo (pie se puede enumerar; lie ahí una lisia : Jnts ¡liadas, sin otras estrellas , representan ana constelarían Esta constelación no está relacionada con otras «La tortuga» (sambar i), entre los Ipurina, tribu antuca del Alto Puré, lirasil '. « La cerca », « carral de apanluir ]>eixe » ( kakurtj), entre los Tupí del Amazonas; en el original está indicado el Toro zodiacal como la conste- lación respectiva, pero se trata indudablemente sólo de una parte, de la cabeza sin los cuernos (Ufadas), cuyo contorno representa exactamente el citado aparato para coger peces *. « El tostador de maíz », « el tiesto » (es decir, la olla de barro alargada, en que antiguamente se tostaba el maíz) (callana), entre la población mo- derna de habla quichua de la provincia argentina de Santiago del Este- ro \ En la provincia argentina de San Juan (donde ya no se habla ningún idioma autóctono), las Ufadas se llaman popularmente: la Campana *, pero yo creo que se trata de una corrupción del término quichua callana, aunque el contorno de nuestra constelación présenla cierta semejanza con el de una campana. Antes de continuar con esta lista sinóptica y terminarla con la desig- nación que las Ufadas llevan entre varias tribus de la Cuayana y del brasil (y probablemente entre los antiguos Peruanos del Cuzco), es indis- pensable, por lo confuso délos datos que se refieren al primer punto, tra- tarlos con la mayor detención. * Euiucnhiíicii, Jieitriige, etc., I, p. 72. . 101 pudro Gilij indica como nombre do una constelación <1<- sus Tamanako (Orino- co) : «.peje, la tartaruga di limne » (Saggio, etc., I, p. 282); puedo une se trate de los Ufadas, pues el Orion, así llamado por los Bororó (véase p. 10), es para los Ta- mnuako, el famoso Sgambato (ver p. 41) y 53); otra constelación de los Tamanako, tampoco identificada, es eiini, «la tartaruga di torra » (Gilij, ihidem). - Baiuíosa lio dk i ocios, Vocabulario indígena, etc., p. 00. :l Licii.mann-Nitscimo in manuseriptis (comunicaciones epistolares del señor Jesús Fernández, fecha julio 11 de 1011), y del señor Ramón Carrillo, fecha septiembre 30 de 11)11); ambos caballeros son excelentes conocedores do su provincia). 1 Lkiimann-Nitsciik ¡a manuseriptis (carta del señor ingeniero Virgilio Ral'linetti, fecha agosto 5 de 11)10). Esta constelación está relacionada con otras Trataremos en las líneas siguientes aquellos casos en los cuales ¡a constelación que nos ocupa, está relacionada con otras constelaciones indígenas, representando uno de los documentos, o (para hablar según nuestro concepto) uno de los dibujos astrales que ilustran un complicado suceso mitológico. Empezaremos con la Guayana, pues respecto a esta región, pasa algo curioso, a saber: Brett, al relatar la leyenda de Serikoai, que ya fue pre- sentada en sinopsis breve (ver p. 513), explica detalladamente que el gru- po sideral del Aldebarán representa al tapir Wailya, y que éste,- con su ojo iracundo (Aldebarán), mira a Serikoai que le persigue. Claro está que la fórmula : Aldebarán = < )jo del Toro = Ojo del Tapir, es bastante sos- pechosa, ya que Brett en otra oportunidad, como quedó explicado en la primera parte de este trabajo, ha demostrado ser mal observador en asun- tos mitológicos, pues está influenciado por conceptos europeos sin darse cuenta. Rotli dice al respecto 1 * * * : « Para mí es probable que la idea de que Aldebarán representa el órgano óptico del tapir — en cuyo caso el tupir correspondería al Toro del zodíaco — es el resultado de un contacto con influencias africanas o europeas. » Yo opino que estas influencias deben buscarse en la cabeza del misionero Brett, sugestionado por la idea de encontrar las ideas astronómicas, etc., del mundo antiguo, en todas partes. El problema no puede ser aclarado cuando tropezamos con la simple ecuación : Tapir = Ufadas; así pasa en la leyenda de Makunaima y Pía (p. 54), que cuenta, simplemente, que el tapir Maipuri tiene su paradero en el cielo, donde representa a las Híadas; nada más. Es menester que las indicaciones sean más precisas, y por suerte, hay otras que aclaran el asunto por completo; como se demostrará, las Híadas no representan un tapir entero, sino solamente la mandíbula de uno, cuyo contorno, visto desde arriba o desde abajo, se asemeja del todo a la discutida constela ción. Veamos estos comprobantes : Ya en 1743, Charles Marie de la Condamine, a orillas del río Coari, entró en relaciones con los indígenas, y escribe, respecto al asunto que nos ocupa, lo siguiente 5 : «Jeremarquai qu’ils connoissoient plusieurs étoiles fixes, ct qu’ils donnoient des nonis d’animaux au diverses Constcllations. Us appellent les Hyades, ou la tete du Taureau, Tupiera . Bayouba , d’un uom qui sig- 1 Jíotii, .ln inquirint/, ct.c., p. 2l¡f>. I,|! !'A Conoaminu, liria l ion abrcf/éc (Van voijaije fait (loan V inléricur de V Amcriqne móriüionalc, depuis la cale de la Mee da Snd. jitsqu'aux cates du Jlrésil et de la Gin/anc, en desccndant la ritiere des Antañones, p. 112, París, 1 77S. (JO niíie ¡uijoiml’liui en lene langue Máclioire de Eoeuf; je dis aujourd’liui, parce que depuis que l’on a transporté des buuifs d’Europe en Améri- (pie, les Erasiliens, ainsi . 117, Ta- ris, 174o ; ex: Kau.i.v, Uistoire de l’astronomiv aueieune depuis son origine juseju’d l’e liihlissemenl de l’éeole d’Alexandrie, |>. 173, Taris, 1775; y ex: Houzioau iot Lancas- t ioi4, Bibliograpbie genérale ele, ¡’aslronumie, I, ]>. 53, Bnixelles, 1887. - EiimoNiuoien, ¡He ICIIntographic Siidamerikas im lleginn des .Y .Y. Jahrhunderls linter hesonderer Jlerüvksiehligung der Xalurriilker. Arehiv fiir .1 nlliropologie, N. T. III, ]». -18. col. II, 1005. 3 v. M a irnos, lleilrUge, etc., )>. 2-17. ' lbidem, p. 218. c lbidem, p. 247. f' lbidem, p. 217. <31 ¡hihUtichi debe traducirse, pues, con : Las estrellas llamadas tapiruuma (mandíbula de tapir). Mu mi tarea, de analizar el carácter tupí (sivc guaraní) del término indígena que nos ocupa, fui ayudado por mi distinguido compañero, el doctor T. Alfredo Martínez, de Goya, Corrientes, conocedor profundo del idioma nativo de su provincia. Pues bien : el famoso mamífero Tupi- rus a mericanus (cuyas tantas designaciones, en varios idiomas indígenas, pueden verse apud Martius '), se llama en tupí-guaraní : tapyra , tupirá ; según Martínez (in litteris) taplí ; «el tupí », escribe el mismo, «que lia recogido en alguna parte una tendencia a suprimir el acento agudo final, incluye siempre en las nominaciones va, na , va, ma, que suprimen el acento ... »; así que « el va final es un simple agregado tupí ». « Tayá — tayü, es nervio o tendón, cosa fuerte, en suma, sin duda, corrupción de tayl. liuiz de Montoya dice que también significa quijada Como la t inicial es signo del nominativo concreto, vale decir, afirmativo o positivo, se transforma en r para expresar el posesivo déla otra entidad, de tayú, en composición sale tapil r-ayñ. El agregado final va o ha, es el solesivo de que abusa el tupí. » Se ve, pues, que la traducción de : quijada o man- díbula de tapir, queda perfectamente comprobada. También en la leyenda de Mabukuli que ya filé comunicada (texto de los Penard, ver p. 48), las I liadas representan Ja mandíbula del tapir que lia actuado en el drama, y así la respectiva constelación es llamada: lama tala. En otra parte de su libro (I, p. 105), los autores holandeses tampoco dejan de indicar la constelación k ama tala como: « sterrebeeld van den Buflelkaak: de vorm is die eener Y» (— «constelación de la mandíbula de búfalo; la forma es la de una Y»); en lo que hace al «bú- falo», compárense las indicaciones de Condamine (pie ya fueron tra- tadas mi la página anterior. Consultando los diccionarios de los dialectos aruacos, resulta que la palabra que dice: tapir, es ana, (jema; licma, lcema, tema 1 * 3, variantes (pie deben completarse con liamá (dialecto Ipurina ') y con Icama arriba cita- do. La palabra para decir: mandíbula, no está en los diccionarios arua- cos que he podido consultar,' pero no parece dudoso que tala sea una de las respectivas variantes. También en la ya tratada leyenda aruaca de 13 au luir y Tuminkar (ver 1 v. Maktius, Heilrüyc, etc., ]>. 1711. - Ruiz de Montoya, Arle, vocabulario, tesoro ;/ catecismo de la lenejua Guaraní, Jí. 1». 1(5"), Madrid, 1040. Publicado nuevamente sin alteración alguna por Julio Platz- niann, Leipzig, 1870. ' Kocu-Gi!Üniíi:i¡g, Arnak-Sprachen Nordircstbrasiliens, etc., p. 07. 1 Sthhks, Narrativa of a visil to Judian tribus of ihc, raras Rivcr, Brazil. lleport of thc U. S. National Muscnm 1001, p. 370, Washington, 1003. 62 1>. 12), «Taurus» (como escribe Farabec '), o más bien (lidio, solamente la Cabeza del Toro zodiacal (alias Ufadas), representan << la mandíbula del tapir, cazado y comido por líaukur (Orion) »; el nombre wapisiana de la constelación respectiva (aunque Carabee no lo dice), lia de ser pues : kuduiawei (el nombre del tapir mitológico), y esta palabra, variante de : liam atala , etc. Hay otra leyenda más en la cual la mandíbula de un tapir desempeña su papel especial; aunque no está dicho expresamente que ella fue trasla- dada al cielo, una vez terminada la historia, no cabe duda que este deta- lle, por cierto insignificante para el mito mismo, ha de ser agregado al siguiente texto de barbosa Rodrigues: La leyenda de los siete hermanos - Los siete hijos de un matrimonio molestan ¡i sus padres a causa de la comi- da, hasta (pie, al fin, la madre les tira la mandíbula de un tapir para (pie la coman; los niños, con ésto, no se contentan todavía, pero el mayor reparte la pieza entre los menores; después invita a todos a ir al cielo y trocarse en estre- llas, los toma bajo los brazos, e invocando al tío Ueré (una estrella no identi- ficada), todos suben al cielo, bailando; en vano, la madre llega y les trae la comida. Los siete hermanos, en el cielo, representan a las Pléyadas. Leyenda de los Makuchy, tribu caribe del Río B raneo. Por último, hay otro comprobante directo que se debe al padre Juan de Velasen y que ya, fue brevemente mencionado en este mismo trabajo (ver p. 00). Dice en una liarte de su obra J, que las Diadas, entre los an- tiguos Peruanos (sic !), se llamaban ahitara caqui y que fueron represen- tadas en los templos mayores sobre un cielo azul claro, y que según ellas y según las Pléyadas, fueron determinados los solsticios. Los datos del cronista son — como se verá con más detención en nuestra investigación sobre la astronomía de los antiguos Peruanos — poco fidedignos, pero en lo (pie atañe al nombre de las Diadas, tiene razón : efectivamente, según los vocabularios del idioma quichua, por ejemplo, Middendorf el tapir, en esta lengua, se llama : ahitar, ( aj , suavizado en a, es sufijo del genitivo) y mandíbula : A 'aquí. 15n la cultura quichua, empero, las Diadas lleva- ban otro nombre completamente distinto, «granero», como se demos- trará en nuestro estudio que acabamos de mencionar. Resulta, entonces, ' Fauaiucu, The central .i ratéales, etc., p. 103, 101-102. Bakhosa Roduiguks, L'orandnba amazonense, etc., p. 255. :l Vki.aSCO, i lis taire da royanme de Quito. Vaya yes, relations ct memoires oriyinuu.r ¡loar servir a l’liistoire de la ddco averie de l’ Amórique, publica poní1 ht prendere 1’oi.s en líiine.nis, par lí. Termiux-Coinpans, XV1I1, p. 130, París, 1810. ' Middundoiu’, iViirterhuch des liana Simi oder der h’esh na-Sprache, p. 22, 287, Leip- zig, 1890. que la designación de las Miadas como « mandíbula de tapir», que res- pecto a la zona quichua se halla, una sola vez apuntada (en el párrafo recién mencionado de Velasco), no corresponde a los Quichuas ni al anti- guo Perú; y (pie es una simple traducción al quichua, del respectivo tér- mino arnaco: lia mata la, etc. Comparando ahora todos estos antecedentes, resulta que la constela- ción de las Miadas representa la mandíbula de un tapir mitológico (no al animal entero), aún en los casos donde ésto no ha sido indicado expresa- mente por los respectivos autores (leyenda de Serikoai, p. 52; leyenda, de jMakunaima y Pía, p. 54). Reuniendo entonces todos los datos actual- mente disponibles, obtenemos el siguiente resumen : Nuestra constela- ción de las Miadas, es llamada « La mandíbula del tapir» entre las tribus siguientes: Aruacos de Surinnm (ver la leyenda de Mabukuli, p. 48); el nombre de la const elación es : kamaiala == mandíbula, de tapir. Aruacos de la Guayan:), tribu Wapisiana (ver la leyenda de Baukur y Tuminkar, p. 42 y 43, nota); el nombre de la constelación es : kit- duiairei. Aruacos del río Yupurá, tribu Uainumá (ver p. 00); el nombre de la constelación es : tapiruuma. ¿Aruacos'? del río Coa ri, observados por de la Condamine en 1743 (ver p. 59); el nombre de la constelacióñ es: tapiira rayaba. Caribes de la Guayana (ver la leyenda de Serikoai, p. 52); el nombre de la constelación ha de ser: icailya. Caribes de la Guayana (ver la leyenda de JMakunaima y Pía, p. 54); el nombre de la constelación ha de ser: maipuri = tapir. Caribes del Río II raneo, tribu Makucliy (ver la leyenda de los siete hermanos, p. 02); el nombre de la constelación no está, mencionado. Quichuas del Cenador; la noticia es muy dudosa, se trata más bien de una traducción del Aruak (ver p. 02); el nombre de la constelación es: ahitara caqui — mandíbula de tapir. « VA granero» (pinta), entre los antiguos Peruanos del Cuzco en la époea de la conquista; opino que esta designación indígena ha de refe- rirse a las Miadas como kollka a la constelación del Auriga (de ninguna manera a las Pléyadas), lo (pie se explicará con todos detalles en mi tra- bajo sobre la, astronomía de los antiguos Peruanos, que formará parte de la presente serie mitológica, 1 « La canasta » (tsukn), entre los Cora do la Sierra del Nayarit, México, podría, muy Idon ser representada, por las Diadas, poro l’rcuss dice, que la respectiva cons- telación está situada entre las l’léyadas y Casiopeya ; es aquella canasta que lleva la vieja Sakii en la espalda, y en la, cual pone las piernas do los dos muchachos travie- sos, que les había separado de un bastonazo; ver página, ño. Las litadas, can otras estrellas, representan ana constelación « El Sgambato oriónico » (Zilikaieaí o Zilizoaíbu), constelación «le los Taulipang, I í ilni caribe «leí Brasil septentrional, abarca también a las 11 íatlas que representan el cuerpo del héroe (ver p. 55). «El Sin Pierna» (Nohi-abassi), constelación de los Warrau de laGua- yana, se compone de las llíadas que representan el personaje mitológico (la pierna cortada, es el Tahalí, ver p. 54). ¡ni estrella principal délas litadas (el Aldebarán), sin otras estrellas representa un objeto terrestre astral izado «Una Intra o nutria» (yénine), entre los Tariána, tribu amatar del río Oaiary-Uaupes, atinente «leí río Negro, brasil; otras estudias de primera magnitud, como Procion, Sirio, liigel, cinco o seis en totalidad, también son para estos indios el mismo mamífero acuático «Una lutra o nutria» (tjauí), entre los Ilianákoto-Umáua, de la misma región; nuestro autor refiere su indicación, es cierto, sólo a «estrellas de primera magnitud, Sirio y otras», pero dado el antecedente anterior, no debe dudarse (pie entre las respectivas estrellas, también se halla el Al «lebará n La estrella principal de las llíadas (el Aldebarán) , con otras estrellas representa un objeto terrestre astralizado « La armazón para secar harina tic mandioca », constelación de los Bakai'rí, de Matto Grosso, comprende también al Aldebarán. que es «el padre», es decir, un pelotón algo más grueso de la harina caída desde la curiosa instalación indígena (Orion, Sirio, etc., ver p. 42). CAPÍTULO 111 Resumen Introducción. — Los fenómenos cósmicos son importantes para el hom- bre primitivo. Su pensar es «mágico» en general, lo que puede obser- varse también <;uando se ocupa del cielo. Keune ciertos astros con líneas imaginarias a constelaciones cuyo contorno lineal le recuerda objetos, animales o personajes, «pie le son familiares. Para las constelaciones pri- mitivas, es decir, las verdaderas, es pues decisiva su forma, caraeteriza- 1 Kocu-Giiünuuho, Jritalc-Sprachcn XordivcsIbranHwns, etc., ¡>. 59, 97. - Ivocii-GhUniuciio, l>ic lliamiíkoto-UmiíiKi, etc., |>. 25. 65 da por el contorno, y a éste debe corresponder la designación respectiva. La universalidad del fenómeno : de reunir el hombre primitivo ciertas estrellas para ciertas constelaciones, puede explicarse por la teoría de los pensamientos elementales de August Bastían, como también así se explican la antropomorfización de sol y luna, la prosopización del disco lunar, el concepto de la Vía Láctea como río o como camino. Esta teoría debe tomarse en cuenta, ante todo, al explicar analogías entre América y el Mundo Antiguo; tales analogías casi siempre, y a causa déla suges- tión ejercida por la tradición mosaica, fueron interpretadas como difun- didas desde una cuna común, desde cierta región del Asia central. Con ésto no deben negarse antiguas relaciones entre ambos Mundos; por ejemplo, respecto al calendario mexicano y centroamericano. Pero ningu- na relación hay respecto a la astronomía (de la cual el calendario repre- senta un capítulo importante) de los aborígenes sudamericanos : en Sud América no hay ni zodíaco, ni siquiera constelaciones que sean idén- ticamente interpretadas en el Mundo Antiguo. Sin embargo, hay autores que han asegurado la existencia del zodíaco eurasiático en Sud Améri- ca, y que han manifestado que las constelaciones del Orion y délas IJ Ja- das, son interpretadas de la misma manera por ciertos aborígenes sud- americanos, lo que sería, en caso afirmativo, una prueba astrognóstica, de gran importancia, para antiguas relaciones entre el Nuevo Mundo y la zona eurasiática. La presente investigación demostrará que tales afirmaciones, respecto a las dos constelaciones recién indicadas, carecen de fundamento, desti- nándose otra publicación para refutar lo que se ha dicho respecto al zodíaco. La constelación del Orion , en la esfera eurasiática , es la apoteosis side- ral de la vida aventurera de un cazador gigante. En la forma sencilla, se compone de 17 estrellas (Hyginus, ver fig. 1), en la ampliada, de 38 (Ptole- maeus, ver fig. 2); esta última es laque sobrevive en nuestra época. Otra designación, ésta verdaderamente itálica, entre los antiguos Romanos, era, jagula en singular, « el Yugo », o jugulae, en plural, « los Yugos ». Un detalle de la figura del Orion, las tres estrellas del Cinturón o Tahalí, ya antiguamente representaban otra constelación, especial e independiente del Orion : eran para los Griegos (lo que puede comprobarse para el siglo i p. C. y para más adelante), « las Tres Gracias », o simplemente « las Gracias». Los astrónomos árabes (lo que puede comprobarse para el siglo ix p. O.), modificaron esta designación en « Las Tres Vírgenes », y éstas, a su vez, fueron cristianizadas, más tarde, y llamadas « Las Tres Marías » (el comprobante más antiguo que conozco en este momento, data del siglo xvi, pero debe haber anteriores); las tres Marías son las que fueron a ver el sepulcro de Jesús. Desde entonces, la constelación de «Las Tres Marías» es popularísima en los países del habla castella- REY. MUS. LA PLATA. — T. XXVI 5 — 66 — 11a, y por ende, en el Río de la Plata. En la última región, la designación del conjunto estelar «el Orion», no es popular, mientras que el nom- bre de la citada sección (« Las Tres Marías »), hasta lia adquirido un sentido humorístico gauchesco, aplicándoselo para las boleadoras a tres ramales. El término « Las Tres Marías », para las tres estrellas o, s, £ Orio- ni», también se usa en la lengua portuguesa, pero para ¡as boleadoras (a tres bolas), sólo en Río Grande do Sul (influencia del idioma castellano). No corresponde al presente trabajo, tratar de otras designaciones («Los Tres Reyes », « Los Tres Magos », etc.) de la popular constelación. La constelación del Orion , en la esfera sudamericana , puede estudiarse bajo los siguientes puntos de vista : El Tahalí, sin otras estrellas, es llamado : La manada de llamas, entre los Aimaráes del antiguo Perú; Pájaros que se encuentran, entre los Chañé de Bolivia; . Mutuamente tiran uno de otro (en una lucha deportiva, agarrán- dose dos hombres las manos derechas), entre los Araucanos de Chile y de la Argentina ; Enderezados uno en frente de otro (dos hombres), entre los anti- guos Araucanos de Chile ; Las bolas guanaqueras, entre los Telmelche de la Patagón i a. El Orion, sin otras estrellas (claro que se trata de los componentes principales de la constelación), es llamado: La ro§a en llamas, entre los Karava del río Araguaya; La cerca para coger peces, entre los Siusí del río Icana; La cerca para coger peces araráes, entre los Tupí del Amazonas; La tortuga (lluvial) pernilarga, entre los Pororó de Matto Grosso; El coleóptero, entre los Ipurina del río Puru. El Orion, con otras estrellas, es llamado: La rastra, entre los Araucanos argentinos; El malhechor asido por dos guardianes y entregado a cuatro buitres, entre los Yungas del Perú ; La armazón para secar harina de mandioca, entre los Bakairí del río Xingú; (la extremidad de un gran palo puntal, es el Sirio; un montón de granos de mandioca caídos de la armazón, son ¡as Pléyadas; un pelotón algo más grueso es el A bicharán). El Orion y el motivo mitológico de la pierna cortada, es un asunto bastante complicado que, en armonía con el presente trabajo, sólo fue tratado astrográficamente. Earabee ha pretendido que la figura entela de un héroe (Baukur), es representada por el Orion; Barbosa Rodrigues (en la leyenda de Epépim), los renard (en la de Makukuli y en la de Epe- tembo), pero ante todo Brett (en la leyenda de Serikoai), han creído 67 (y Brett lo lia, ampliado con un dibujo especial!) que la figura entera de un héroe, mutilado en una pierna, está formada por nuestro Orion. Pero Koeh Grünberg (en la leyenda de Zilikatcaí) ha comprobado que no hay tal identidad ; que la pierna sana de un héroe mutilado es la que corresponde a las tres estrellas del Tahalí, mientras que las Mia- das son el cuerpo y las Pléyades la cabeza del desgraciado (ver fig. 5). Recién ahora comprendemos un párrafo de Dance (leyenda de MabuJculi o Ibbehpughn), y a esta categoría pertenece sin duda la leyenda de Petti- puní , comunicada por Gilij. El análisis lingüístico del nombre indígena del héroe mutilado, hecho por nosotros, coincide en un todo con los datos astrográficos, pues el nombre significa : « El sin pierna », etc. Se trata de tres idiomas distin- tos, a saber : En los dialectos del grupo aruaco, el nombre para «Orion» es : Bau- Jcur (dialecto Wapisiana), Pcltiiru (dialecto Marauha), Puküry (dialecto Araicú), Mauclcy (dialecto Manaos), Bolear (dialecto Baniva), Mabulculi (dialecto no especificado). La médula de esta palabra es la designación para «pierna», «muslo», «fémur», por ejemplo, belái, fémur en el dia- lecto Marauha, etc. En otros dialectos del gran grupo aruaco obsérvase lo mismo : Ozoné, Otssoné (dialecto Baniva, probablemente distinto del ante- rior), Ghasoihyaty (dialecto Baré), Ljohoary (dialecto Cauixana), son las respectivas designaciones para «Orion » y contienen siempre el término para «pierna», « muslo», etc.; v. gr. : oso , odzo en el dialecto Ban'va. En los dialectos del grupo caiíme, el nombre para «Orion» es: I-bbeh-pughn (dialecto Akawai), Ipetpuen (dialecto Chayma), 1-peti-puin (dialecto Cumanagoto), E-pete-mbo , E-petembc, E-petc-niu (dialecto Kali- ña), E-pepim (dialecto Makuchy), Petti-puni (dialecto Tamanako), Pet-pi- ne (dialecto Uayana). La médula de este apelativo, variado, se entiende, según los respectivos dialectos, es petti, pet, etc., que significa «muslo» (por ejemplo, pet , en el Uayana). En la lengua aislada warrau, la designación respectiva, Nolii-abassi , se traduce con : Mitad de pierna. Recordando un término del padre Gilij (sgambato) y detallándolo con la constelación principal con él relacionada (Orion), propongo llamar la constelación de los aborígenes de la Guayana, comprobada por Tli. Koch- Griinberg (y modificada por nosotros en un detalle insignificante, ver la fig. 5) : El Sgambato oriónico. Es la constelación del « Hombre con una pierna » ; la pierna sana, es la izquierda ; la mutilada, la derecha. Según variantes del motivo mitológico de «la pierna cortada», ésta fue astralizada en las tres estrellas del Tahalí (las leyendas de Nolii- ubassi, del brazo cortado, del cazador de tinamúes, de Malcunaima y Pía; probablemente también la mexicana de la mujer Salen y la peruana de los muchachos y de la canilla). La constelación de las litadas , en la esfera eurasiática, corresponde n dos subzonas distintas : para la babilónica y su ¡níluencia, es « la Cabeza (sin los cuernos) del Toro zodiacal », detallando los Árabes esta desig- nación con llamar Aldebarán , id est : « Ojo del Toro», a la estrella más notable, a Tauri. Para la subzona greco-romana, las cinco respectivas estrellas, además de llevar la misma designación, fueron tomadas por una constelación especial, y llamadas : Las Híadas. Este nombre es griego y significa : «Los Leehones », correspondiendo, como yo supon- go, la estrella a al lecfioncito más gordo. El término equivalente de ¡os 'Romanos era súcculae, refiriéndose, por consiguiente, el singular succula (a veces usado para el conjunto), a la estrella a, el 1 echón par cxeellence. La constelación de las Híadas , en la esfera sudamericana , puede clasifi- carse de la misma manera, a saber : Las Híadas, sin otras estrellas, representan una constelación; ésta no está relacionada con otras y es llamada : La tortuga, entre los Ipurina del río Puré; La cerca, entre los Tupí del Amazonas; El tostador de maíz, o : el tiesto, entre los Quichua de la pro- vincia argentina de Santiago del Estero. Las Híadas, sin otras estrellas, representan una constelación ; ésta está relacionada con otras y es llamada : La mandíbula del tapir, entre los Aruacos de Surinam, de la Gua- yana, del río Yupurá; entre los aborígenes (¿Aruacos ?) del río Ooari ; éntrelos Caribes de la Guayan a (dos comprobantes) y del Río Branco; El granero, entre los antiguos Peruanos del Cuzco. Las Híadas, con otras estrellas, representan una constelación que es llamada : El Sgambato oriónico (ver la página anterior), entre los Aruacos y Caribes de la Guayana; el Sin-Pierna de los Warrau es una variante. La estrella principal de las Híadas (el Aldebarán), sin otras estrellas, representa un objeto terrestre astralizado; esto es: Una lutra (o nutria), entre los Tariána y los Hianákoto-Umáua del Río Negro, Brasil. La estrella principal délas Híadas (el Aldebarán), con otras estrellas, representa un objeto terrestre astralizado; esto es : La armazón para secar harina de mandioca (ver un párrafo ante- rior), entre los Bakaírí del río Xingú. CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO HISTOLOGICO DE LA YERBA-MATE Y Por AUGUSTO C. SCALA Profesor de Botánica en las universidades nacionales de Buenos Aires y La Plato y de la Escuela normal de profesores PRÓLOGO A la elaboración del presente trabajo contribuyeron en forma eficaz y desinteresada, ya sea ofreciéndome ejemplares de sus herbarios, ya con indicaciones valiosísimas, numerosas personas, entre otras, los señores Enrique y Leopoldo Herrero Ducloux, Cristóbal M. Hícken, Miguel Lillo, Carlos Spegazzini, Eduardo Ladislao y Eduardo Alejandro Holmberg, Juan A. Domínguez, Antonio de Llamas, A. Bacliem y Nicolás L. Ceppi, a quienes me complazco citar en primer término, en la portada, lugar de honor, apadrinando la altura de mis propósitos, y al «abrigo por tanto de los errores a que haya podido inducirme la amplitud misma del tema tratado. El que motiva el presente trabajo ha tentado a muchos, ha asustado a otros muchos, maestros, la mayoría, en el difícil arte de la observación microscópica. Nadie lo realizó por completo, algunos lo hicieron en parte y otros lo abandonaron a poco de haberlo comenzado. ¿Mi tentativa de hoy involucra un desafío a tantos trabajadores? No. Al intentarlo sólo tuve en cuenta mi entusiasmo del momento, y éste, por gran fortuna mía, me acompañó durante su larga gestación, su- gestionado tal vez por ciertas frases de aquel gran consejero de los hom- bres estudiosos que se llamó Alfonso De Candolle cuando dice : 1 Trabajo presentado a los Congresos de medicina., reunido en septiembre de 1916, y al do Ciencias natural es, reunido en la ciudad do Tiicumií» en noviembre do 1910, donde filé aprobado con voto de aplauso. — 70 — «Un fin, certaines théories, certaines rechérches ¿i f aire methodiquement, impartialement , avec doutes et discussions, peuvent conduire d la publica- tion d’un livrc, dans le sene restreint et ¿levé du mot. 1? occasion s’en pré- sente rarement dans la Science et dans la vie d’un liomme. 11 faut savoir en profiter.» Augusto C. Scala. Febrero de 1917. PRIMERA PARTE CAPÍTULO I Introducción ' El tema que me propongo desarrollar es de rigurosa actualidad, debido al enorme movimiento de opinión que ha determinado y a los numerosos trabajos que ha provocado, ya sea desde el punto de vista comercial e industrial, ya del científico; más interesante a mi ver éste último, pues sus resultados han de influir, en día no lejano, poderosamente, por su aplicación práctica al reconocimiento de las falsificaciones y adulteracio- nes de la yerba-mate, y en este concepto estamos avocados a una cues- tión más compleja de lo que aparentemente deja presentirse. La yerba-mate fue y es adulterada y falsificada y continuará siéndolo, hasta que cultivos más racionales y metódicos, en su vastísima área de dispersión natural, origine un tipo bien definido desde el doble punto de vista técnico e industrial, y aún más, hasta que métodos seguros de in- vestigación química, micrográfiea y fisiológica, pongan en mano de las autoridades, las armas adecuadas jaira contrarrestar los constantes abu- sos de los especuladores poco escrupulosos. Es evidente que la simple extracción de la yerba en sus lugares de origen y producción, determinará su desaparición casi completa; para evitar este posible mal, debe reglamentarse la industria yerbatera y fo- mentarse la formación de nuevos yerbales, capaces de reemplazar a los abatidos, y si se me objetara que tal reglamentación existe, que así es, en efecto, contestaré, pero sólo impresa en papeles, aunque todavía poco o deficientemente aplicada en la práctica; aún más; si así no sucediera en nuestro país, lo es en los limítrofes, productores y jnoveedores pode- rosos de la mayor parte de la yerba consumida en el mercado argen- tino (¡más del 90 °/0l ). En lo tocante a nuestro país, existe un proyecto de ley de explotación 71 > Y DE LOS « 1LEX » MÁS COMUNES ( Epidermis provista de estomas. ( Epidermis desprovista de estomas. o 5(5. Epidermis provista de estomas Epidermis provista de estrías cuticulares, ya sea en toda la super- ficie epidérmica, ya sea limitada a las regiones estomáticas, de- jando por tanto, libres, porciones más o menos amplias de la epidermis. 3. { Epidermis desprovista de estrías cuticulares. 24. t Epidermis provista ya sea de pelos simples (uni-bicelulares) ya sea ) de pelos glandulosos o tectores peltados, ya sea de glándulas I secretoras internas. 4. ’ Epidermis desprovista de pelos o glándulas. 12. Epidermis con pelos simples más o menos largos, de forma cilindro- cónica o pelos simples ovoideos, cortos, o pelos glandulosos plu- ricelulares o pelos tectores peltados (circulares). 5. Epidermis con glándulas internas secretoras, subdivididas en 2 ó 4 porciones por 1 ó 2 tabiques respectivamente. Estrías cuticula- res contorneando los estomas y propagadas al limbo; cicatrices (base de inserción de pelos caídos) rodeadas por 5 a 8 células epidérmicas radiales. Guaminí (fig. 1). Pelos simples cilindro-cónicos más o menos largos, no glandulosos; o pelos ovoideos (simples o glandulosos). 0. Pelos tectores peltados (circulares) subdivididos en sectores ra- diados. 10. ^ Pelos ovoideos, glandulosos o no. 7. \ Pelos cilindro-cónicos, mucho más largos que anchos, no glandu- V losos. 8. 0 89 [ Pelos glandulosos, pluricelulares. Epidermis provista de estrías i cuticulares. Cancharana (fig. 2). 7 Pelos no glandulosos, unicelulares, muy cortos, de cuya base de / inserción irradian estrías cuticulares. Epidermis sin estrías cu- \ ticulares. Villaresia Congonha (fig. 3). Pelos unicelulares, estrías cuticulares difundidas por todo el mo- saico epidérmico. 9. Pelos al menos bicelulares, con célula basal cilindrica y célula ter- minal aguda; estrías cuticulares rodeando sólo a los estomas. Araticú (fig. 4). Pelos muy largos (más largos que 10 células de- la misma epider- mis), huecos y de membranas puntuadas. Citharexylon barbinerve (fig. 5). Pelos cortos (no más largos que G ó 7 células de la misma epider- mis), casi macizos, es decir, dejando una fístula axil tan solo. Superficie del pelo no puntuado. Guavirá-mí (fig. 6). Células epidérmicas separadas entre sí por una línea doble conte- niendo cada una un estoma, rodeados éstos por 3-4 estrías cuti- culares concéntricas. Rapanea Lorentziana (fig. 7). Células epidérmicas no separadas por líneas dobles. 11. De cada uno de los pelos tectores irradian estrías cuticulares. Rapanea guyanensis (fig. 8). Pelos tectores sin estrías cuticulares. Rapanea laetevirens (figs. 9, 10 y 11). Estrías cuticulares limitadas a los estomas que se continúan a ve- ces con las de los estomas más próximos. 13. Estrías cuticulares que se propagan a toda la superficie o mosaico epidérmico (es decir, tanto al mosaico de células como a los es- tomas). 19. / Contorno externo de las células estomáticas provisto de una estría 1 cuticular serpenteada (ondulada). Cicatrices rodeadas por célu- 13 ' las eii disposición radiada. Labatia glomerata (fig. 12). I Contorno externo de las células estomáticas no rodeado por estrías \ cuticular ondulada. 14. 14 Estrías cuticulares perpendiculares a la línea usteolar de los es- tomas. 15. Estrías cuticulares dispuestas en líneas curvas concéntricas a los estomas. 10. 15 / Las líneas cuticulares cruzan por encima de los estomas; células \ epidérmicas de tabiques puntuados (es decir, con poros de coinu- J nicación). Células anexas a los estomas en número de dos para- lelas a la línea usteolar. Pacurí (fig. 13). 90 — 1 5 1G 17 18 / Las líneas cuticulares no cruzan por encima de los estomas, nacen \ en el borde externo de las células estomáticas e irradian hacia afuera; células epidérmicas de contornos ondulados. Dos células anexas de los estomas paralelas a la línea usteolar. Symplocos uniflora (fig. 14). Células epidérmicas poligonales; con ángulos espesados (espesa- mientos triangulares). Estrías cuticulares propagadas a veces al estoma vecino. . Prunus sphaerocarpa (fig. 15). Células epidérmicas con ángulos no espesados. 17. Estrías cuticulares curvas rodeando tan solo a los estomas. Mico (fig. 1G). Estrías cuticulares rodeando a los estomas y propagadas a los es- tomas vecinos. 1 8. í Células anexas de los estomas generalmente en número de 3. \ llex affinis (fig. 17). \ Células anexas, más de 4. Rabo amarillo (tig. 18). ( Epidermis provista de hoyos suberosos de los cuales irradian W 19 ] trías cuticulares espesas y abundantes. llex dumosa (tig. 19). [ Epidermis sin hoyos suberosos. 20. Tabiques de las células epidérmicas con poros de comunicación; estrías cuticulares numerosas y linas. Picrasma Palo amargo (fig. 20). Tabiques de las células epidérmicas sin poros de comunicación. 21. I Estomas muy pequeños y numerosos (más de 50 en un campo mi- l croscópico obtenido por la combinación del ocular 5 con el objeti- \ vo 7). Estrías cuticulares finas y abundantes. Ñangapirí (fig. 21). / Estomas grandes (no pasan de 25 en un campo) con la combinación \ indicada. 22. ( Estrías cuticulares gruesas y ramificadas distribuidas en el limbo | foliar en todas direcciones, llex paraguariensis (flgs. 22 y 23). \ Estrías cuticulares finas y no ramificadas. 23. / Células epidérmicas de contornos ondulados, estomas abundantes. ^ llex paraguariensis (figs. 24, 25 y 26). Células epidérmicas de contorno poligonal irregular, estomas poco numerosos; estrías cuticulares ordenadas en líneas más o menos paralelas entre sí. llex affinis (figs. 27 y 28). I Epidermis provista ya sea de pelos simples o glandulosos, ya sea ) de glándulas, ya sea de bolsas secretoras internas, ya sea de pe- los simples y glándulas a la vez. 25. Epidermis desprovista de pelos o glándulas. 39. Epidermis provista ya sea de pelos simples o glandulosos, ya sea de glándulas o bolsas secretoras internas. 26. 20 21 0 9 23 24 Epidermis provista de pelos simples y glándulas secretoras a la vez; pelos cortos (iónicos, algo alargados; células anexas de los estomas en número de dos y paralelas a la línea usteolar; glán- dulas secretoras subdivididas en 2 cámaras por un tabique medio de membrana ondulada. (Abbevillea) Klotskiana (fig. 29). Campomanesia Klotskiana. Epidermis provista de pelos simples no secretores, exclusivamente, de forma cilindro cónica muy alargada o cortos, ya sea de pelos ovoideos cortos. 27. Epidermis provista de pelos pluricelulares glandulosos. 33. Epidermis provista de glándulas o bolsas secretoras internas. 34. Pelos simples, no secretores, más o menos largos, de forma cilin- dro-cónica. 28. Pelos simples, no secretores, de forma ovoidea o globosa, los primeros a veces comprimidos en la zona media, o bien con base do inser- ción pequeña y forma anchamente globosa del pelo mismo. 31. Pelos simples, muy largos (más largos que la longitud total de 10 o más células epidérmicas de la misma hoja). Células epidérmi- cas de contornos lobados, irregulares. Pelos con fístula central fina. Terminalia australis (fig. 30). Pelos simples, cortos (su longitud no sobrepasa en mucho la de 0 células epidérmicas de la misma hoja). 29. Células anexas de los estomas en número de 2 paralelas a la línea usteolar, pelos macizos con' fístula central ñna, e insertos sobre células epidérmicas radiales. Ocotea puberula (fig. 31). Células anexas más de 2. 30. Pelos muy abundantes, células anexas generalmente en número de 5 ó más. Styrax leprosus (fig. 32). Pelos raros; células anexas generalmente 4. Terminalia triflora (fig. 33). Pelos de forma ovoidea, polos iguales. 32. Pelos de forma globosa, membrana del pelo fina; células anexas más de 4; células epidérmicas de contornos ondulados. Trichilia elegans (fig. 34). Estomas rodeados por 2 a 4 líneas gruesas, bien marcadas, células epidérmicas poligonales irregulares, línea usteolar corta. Villaresia Gongonha var. púngeos (figs. 35 y 3G). Estomas rodeados de una sola línea gruesa, muy marcada, células epidérmicas lobuladas algo onduladas, línea usteolar de todo el largo del estoma. Villaresia megaphylla (figs. 37 y 38). 92 — 33 34 Pelos glandulosos pedunculados, con cabeza de forma esférica sub- dividida en 4 células en cruz; células epidérmicas poligonales irregulares. Balfourotlendron Riedeíianum (fig. 39 y 40). Pelos glandulosos pedunculados con cabeza ovoidea y gubdivididos en G ó más células radiantes; células epidérmicas lobuladas. Schinus Mofle (fig. 41). Células epidérmicas de contornos poligonales irregulares. 35. Células epidérmicas de contornos más o menos ondulados. 36. 35 Glándulas secretoras formadas por un grupo de células en cruz. 2 células anexas de los estomas paralelas a la línea usteolar. He fheta cuspídata (fig. 42). Glándulas secretoras formadas por rangos de células en disposición concéntrica y radiada. 4 a 5 células anexas no paralelas al es- toma. Trichiiia Catiguá (fig. 43). 3G Células anexas en número de 2 a 4, 2 de ellas paralelas a la línea usteolar, la 3a y 4a perpendiculares a esa misma línea. 37. Células anexas 4 ó más no paralelas a la línea usteolar sino ro- deando simplemente al estoma. 38. Cavidad glandular dividida en 4 sectores; células délas glándulas radiadas. Sassafras (fig. 44). Cavidad glandular no dividida; células de las glándulas concén- tricas. Eugenia uniflora (fig. 45). / Estomas rodeados por líneas onduladas dobles o triples interiores | a las células anexas. ‘ • Eugenia Guabíyú (fig. 46). «Jo \ / Estomas rodeados directamente por las células anexas,, \ Eugenia cerasifoifa (fig. 47). 39 Estomas flanqueados por 2 ó 4 células anexas paralelas a la línea usteolar. 40. Células estomáticas rodeadas por 4 ó más células anexas pero no paralelas a la línea usteolar, 40. / 2 células anexas paralelas a la línea usteolar, 1 a cada lado de la in\ correspondiente célula estomática, 41. 40 \ i 4 células anexas paralelas a la línea usteolar, 2 a cada lado de la \ correspondiente célula estomática. Siete sangrías (fig. 48). I Células estomáticas escotadas en ambos extremos, es decir, for- mando ángulo entrante hacia el usteolo, 42. Células estomáticas no escotadas en los extremos. 44. /' Células epidérmicas lobuladas, ustiolo de forma irregular. 42 PSioebe porphyria (fig. 49). \ Células epidérmicas poligonales irregulares. 43. 93 — I Las células anexas de los estomas y las epidérmicas tienen espesa- l mientos celulósicos de forma ovoidea, membranas epidérmicas 43 \ finas. Canela fedorenta (fig. 50). Células anexas y epidérmicas sin espesamientos; membranas epi- dérmicas gruesas. Laurel negro (fig. 51). Células con un espesamiento interior reniforme, células epidérmi- cas poligonales, tabiques de las células epidérmicas sin poros de comunicación. Nectandra angustifolia (fig. 52). Células estomáticas sin reborde interno. 45. Tabiques de las células epidérmicas, gruésos, con poros de comuni- cación, usteolos con reborde simple, elíptico. 45 | Ocotea acutifolia (fig. 53). / Tabiques de las células epidérmicas, finos, usteolos sin reborde. \ Sombra de toro (fig. 54). í Células epidérmicas de contornos ondulados más o menos pronun- 40 \ ciados. ' 40 a. [ Células poligonales irregulares de ángulos agudos u obtusos. 47. / Células estomáticas algo escotadas en los extremos, células fuer- \ teniente onduladas. Crysophyllum lucumifolium (fig. 55). i Células estomáticas no escotadas; células epidérmicas lobadas. \ Cordia salicifolia (fig. 5G). ¡Células estomáticas con escotadura superior e inferior angulosa o cordiforme. 48. Células estomáticas no escotadas. 50. í Escotadura angulosa; tabiques de las células epidérmicas finos y 48 | con poros de comunicación. Camboatá-puitá (fig. 57). ( Escotadura cordiforme. 49. ¡Tabiques de las células epidérmicas, finos, sin poros de comunica- ción. Siete sangrías (fig. 58). Tabiques de las células epidérmicas, gruesos, no provistos de poros de comunicación. Lithraea molleoides (fig. 59). (El conjunto de células anexas de los estomas determina alrededor de éstos un contorno hexagonal regular. 51. El conjunto de células anexas no da contorno hexagonal regular. 52. 51 Tabiques délas células epidérmicas, gruesos y con poros de comu- nicación; usteolos por reborde exterior fino. Pimenta (fig. 00). Tabiques de las células epidérmicas, sin poros de comunicación; usteolos con reborde grueso. Maytenus ilicifolia (fig. 01). 52 Tabiques de las células epidérmicas, gruesos. Tabiques de las células epidérmicas, finos. 53. 54. 94 Células anexas de los estomas generalmente en número de 4. Cica- trices con células radiadas. Pouteria suavis (fig. G2). Células anexas de los estomas generalmente 5. Cicatrices nulas. Pouteria neriifolia (fig. 03). Usteolos con reborde doble exterior. 54 } Myrocarpus frondosus (fig. 04). ( Usteolos con reborde simple. 55. Células anexas con borde externo curvado. 55 \ Diatenopteryx sorbifolia (fig. 05). I Células anexas de los estomas con borde externo anguloso. \ Patagonula americana (fig. 00). Epidermis desprovista de estomas 50 57 58 59 Epidermis provista de estrías cuticulares, más o menos abundan- tes, es decir, difundidas en todo el mosaico epidérmico o bien limitadas a las regiones pilosas o glandulosas. 57. Epidermis desprovista de estrías cuticulares. 71. Epidermis desprovista de pelos o glándulas. 58. Epidermis provista de pelos o glándulas (ambos a la vez o unos y otras). 07. Células epidérmicas de forma ondulada o al menos lobadas con án- gulos redondeados. 59. Células epidérmicas de forma poligonal irregular y de ángulos no redondeados. 02. Células epidérmicas ligeramente lobadas, de ángulos redondeados, estrías cuticulares cortas, algo bifurcadas, no propagadas a las células vecinas. Palo amargo (fig. 07). Células epidérmicas francamente onduladas. 00. I Estrías cuticulares gruesas, vermiformes y curvadas, sinuosas o en i forma de herradura, limitadas a 1 ó 2 células. 00 ' Villaresia megaphylla (fig. 08). / Estrías cuticulares finas irradiando en todas direcciones o reco- \ rriendo el limbo paralelas entre sí en una dirección. 01. / Estrías cuticulares irradiando en todas direcciones, tabiques celu- l lares, gruesos. Ilex paraguariensis (fig. 09). 01 Estrías cuticulares paralelas entre si y siguiendo sensiblemente / una misma dirección general (al menos liara enteros haces de es- \ trías); tabiques celulares, finos. Ilex brevicuspis (fig. 70). í Ángulos de las células epidérmicas con espesamientos triangulares, 02 ; estrías cuticulares, finas, paralelas entre sí y muy abundantes. ' Prunus brasiliensis (fig. 71). — 95 — l Ángulos de las células epidérmicas sin espesamientos triangu- ( lares. 63. I Estrías cuticulares ramificadas o vermiformes, irradiando en todas l direcciones. 64. 03 ^ Estrías cuticulares no ramificadas, sensiblemente paralelas entre I sí y siguiendo una misma dirección general (al menos para haces de estrías). 66. ( Estrías cuticulares cortas, vermiformes. 65. 64 ! Estrías cuticulares muy largas, no vermiformes. \ llex dumosa (figs. 72 y 73). Estrías cuticulares bifurcadas; tabiques sin poros de comunicación. llex paraguariensis (fig. 74). Estrías cuticulares no bifurcadas, tabiques con poros de comuni- cación. Villaresia Gongonha var. pungens (figs. 75 y 76). Estrías cuticulares extendidas a varias células. 66 * llex afflnis (figs. 77 y 78). ' Estrías cuticulares propias de cada célula. Rabo amarillo (fig. 79). Células epidérmicas de tabiques poligonales, de ángulos agudos u obtusos (es decir, no redondeados), glándulas secretoras subdi- vididas en dos cámaras por un tabique medio; nodulos gruesos con células dispuestas en zonas concéntricas regulares, estrías cuticulares radiantes que parten de los mismos nodulos. Cicatri- ces (bases de pelos caídos) con 4 a 6 células radiantes. Estrías cuticulares abundantes en todo el limbo foliar. Guaminí (figs. 80 y 81). Células epidérmicas lobadas, de ángulos redondeados, o bien muy \ onduladas. 68. I Membranas de las células epidérmicas abundantemente onduladas; ¡ pelos cortos, ovoideos (algo comprimidos en la región media) y i de cuya base de inserción irradian estrías cuticulares. Estrías 68 cuticulares abundantes en todas las células epidérmicas. I ■ Villaresia Congonha (fig. 82). Membranas de las células epidérmicas ligeramente lobadas, deán- \ gulos redondeados. 09. (Epidermis provista de glándulas secretoras exclusivamente. 70. Epidermis provista de glándulas secretoras y pelos. Pelos ovoideos, escasos, de cuya base de inserción irradian numerosas estrías yju cuticulares. Estrías cuticulares muy abundantes, finas o inte- I rrumpidas dentro de cada célula. Células glandulosas subdivi- f didas en 2 compartimentos por un tabique medio. \ Guavirá-mí (figs. 83 y 84). — 96 — I Epidermis provista de pelos tectores peltados (circulares) exclusi- i vamente, formados por un grupo de células en disposición ra- 09 \ diada. Estrías cuticulares irradiando de la base de los pelos tec- / tores; el mosaico epidérmico desprovisto de tales estrías. \ Rapanea Lorentziana (fig. 85 y 80). (Glándulas secretoras formadas por células en disposición radiada y concéntrica; estrías cuticulares paralelas entre sí, muy abun- dantes, que irradian de las glándulas. Estrías cuticulares no in- i w terrumpidas dentro de cada célula. Cancharana (tig. 87). Glándulas secretoras subdivididas por 1 tabique medio en 2 com- partimentos» Estrías cuticulares cortas, paralelas e interrumpi- das dentro de cada célula. Canela fedorenta (íigs. 88 y 89). Epidermis provista ya sea de pelos simples, pelos tectores peltados o nodulos esclerosos ya sea de glándulas secretoras internas. 72. Epidermis desprovista de pelos simples o tectores, de nodulos es- clerosos o glándulas secretoras. 85. Epidermis provista de pelos simples o tectores peltados, o nodulos 72 ! esclerosos. 73. A Epidermis provista de glándulas secretoras. 79. Í Pelos simples unicelulares, de forma cilindro-cónica. 74. Pelos tectores de forma peltada. 75. Nódulos esclerosos. 77. Pelos huecos, es decir, con membrana no espesada, dejando por tanto libre toda la cavidad interna del pelo. Catiguá (fig. 90). Pelos macizos, es decir, con membrana muy espesada, dejando una fístula central. Terminalia triflora (fig. 91). [' Células epidérmicas de forma lobada; membranas de las células epidérmicas finas. 70. Células epidérmicas lobadas y poligonales, grandes, tabiques celu- lares gruesos, cristales rómbicos abundantes en las células epi- dérmicas (en los trozos tratados sólo por liipoclorito sódico). Citharexylon barbinerve (fig. 92). Los pelos tectores están rodeados exteriormente por 5 a 0 células curvadas. Rapanea laetevirens (íigs. 93 y 94). Los pelos tectores están rodeados exteriormente por células loba- das comunes. Rapanea guyanensis (figs. 95 y 9(5). Nodulos que abarcan 4 a 0 células radiantes, nodulos 4 a (5 loba- dos, regulares. 78. Nódulos que abarcan más de 0 células, en disposición concéntrica ; nódulos lobados, irregulares. Eugenia Guabiyú (figs. 97 y 98). 97 Nodulos que abarcan 4 a 5 células radiantes. Pouteria suavis (fig. 99). Nodulos que abarcan 0 células, radiantes. Pouteria neriifolia (fig. 100). / Células epidérmicas de contornos poligonales irregulares con ángu 1 los agudos u obtusos, o con ángulos redondeados, glándulas se 79 crotoras divididas en 4 sectores por dos tabiques en cruz, I Canela de vea do (figs. 101 y 102) \ Células .epidérmicas de contornos lobados u ondulados. 80 80 Tabiques celulares gruesos. Poro de excreción de las glándulas se cretoras emplazado entre 5 a 6 células radiantes. Cordia saSicifolia (fig. 103) Tabiques celulares finos. 81 Células ligeramente lobadas; glándulas secretoras subdivididas en 2 compartimentos por un tabique mediano. Abbevillea Klotzkiana (fig. 104). Células realmente onduladas. 82. I Glándulas secretoras bien desarrolladas formadas por células se- 1 cretoras concéntricas; las glándulas ocupan con su perímetro el 82 contorno de 10 ó más células epidérmicas. i Eugenia uniflora (fig. 105). \ Glándulas secretoras muy simples, sin capas concéntricas. 83. 83 Glándulas de contorno más o menos poligonal, determinado por las 7 a 8 células que la forman. Tabiques de las células epidérmicas con repliegues secundarios (ondulaciones) bien marcados. Eugenia cerasifolia (figs. 106 y 107). Glándulas de contorno circular, tabiques de las células epidérmi- micas con o sin ondulaciones secundarias. 84. 84 85 Las glándulas Interesan G ó más células epidérmicas; tabiques de las células epidérmicas sin repliegues (ondulaciones de segundo orden). Araticú (fig. 108). Las glándulas interesan solamente de 4 a 6 células epidérmicas; tabiques de las células epidérmicas con finos repliegues secun- darios. Labatia g lome rata (fig. 109). Tabiques de las células epidérmicas, fuertemente ondulados. 86. Tabiques de las células epidérmicas, ya sea lobados o poligonales, con ángulos redondeados; ya sea poligonales con ángulos agudos u obtusos. ‘ 88. , Tabiques de las células epidérmicas gruesos; ondulaciones muy nu- 86 ’ suerosas y bien marcadas. Symplocos uniflora (fig. lio). ( Tabiques de las células epidérmicas, finos. 87. RBV. MUS. LA PLATA. T. XXVI 7 — 98 87 Ondulaciones de los tabiques de las células epidérmicas espaciadas y nítidas, no muy numerosas. Células epidérmicas grandes. Chrysophyllum lucumifolium (fig. lll). Ondulaciones de los tabiques de las células epidérmicas muy nu- merosas y finas. Células epidérmicas pequeñas. Ñangapirí (figs. 112 y 113). Tabiques de las células epidérmicas de forma lobada o poligonal 88 89 90 91 con ángulos redondeados. 89. 92 93 94 95 ) 90 97 Tabiques de las células epidérmicas de forma poligonal con ángu- los agudos y obtusos. 93. Tabiques de las células epidérmicas con poros de comunicación. Ocotea acutifoiia (figs. 114 y 115). Tabiques de las células epidérmicas no provistos con poros de co- municación. 90. Tabiques de las células epidérmicas, gruesos. 91. Tabiques de las células epidérmicas, finos. 92. Interior de algunas células epidérmicas ocupado por engrosamien- tos celulósicos de forma más o menos ovoidea. Sassafras (figs. 110 y 117). Interior de las células epidérmicas celulósicos (en los trozos tra- tados solo por hipoclorito se ven cristales romboédricos o rómbi- cos de (COO)sCa. Citharexylon barbinerve (figs. 118 y 92). Células epidérmicas grandes, rectangulares en parte. Terminaba australis (fig. 119). Células epidérmicas pequeñas, en general cuadradas o poligonales. Patagonula americana (fig. 120). Tabiques de las células epidérmicas provistos de poros de comu- nicación. 94. Tabiques de las células epidérmicas desprovistos de poros de co- municación. 101. Tabiques de las células epidérmicas, gruesos. 95. Tabiques de las células epidérmicas, finos. 99. Espesamientos de las células epidérmicas, de aspecto festoneado. Pimenta (fig. 121 y 122). Espesamientos de las células epidérmicas, no festoneados. 90. Poros de comunicación raros, más o menos 1 en cada tabique ce- lular. Lithraea molleoides (fig. 123). Poros de comunicación numerosos en cada tabiques (3 ó más en cada tabique). 97. Células epidérmicas más o menos isodiamétricas poligonales, penta- exagonales. 98. 99 — 98 99 Células heterod i amétricas, es decir, en general más largas que anchas. Siete sangrías (fig. 124). Células epidérmicas, grandes. Maytenus ilicifolia (lig. 125). Células epidérmicas, pequeñas. Incienso (lig. 120). Poros de comunicación abundantes y visibles también en las mem- branas horizontales de las células epidérmicas. Pacurí (fig. 127). Poros de comunicación visibles solamente en los tabiques de las células epidérmicas. 100. Células epidérmicas muy numerosas y pequeñas. Sombra de toro (figs. 128 y 129). Células epidérmicas poco numerosas y relativamente grandes. Camboatá-puitá (fig. 130). / Tabiques délas células epidérmicas finos (membranas siihples). 102. 101 ] Tabiques de las células epidérmicas relativamente gruesos (mem- ( branas dobles). 103. 102 Células epidérmicas generalmente exagonales grandes y poco nu- merosas. Siete sangrías (fig. 131). Células epidérmicas en general pentagonales, pequeñas y muy nu- merosas. María preta (fig. 132). 103 Muchas de las células epidérmicas tienen contorno cuadrado. Trichilia Catiguá (fig. 133). Células epidérmicas generalmente poligonales. 104. 104 Células poligonales aproximadamente isodiamótricas. Balfourodendron Riedelianum (figs. 134, 135 y 13G). Nectandra angustifolia (fig. 137), Laurel negro (fig. 138). Células poligonales, muchas de ellas heterodiamétricas. Styrax leprosus (fig. 139). Ocotea puberula (fig. 140). Phoebe porphyria(figs. 141 y 142). CAPITULO VI Consideraciones generales y conclusiones Del estudio crítico realizado se deduce inmediatamente que la gran mayoría de los autores está de acuerdo en admitir, que entran en las falsificaciones de las yerbas, numerosos vegetales, de variadas familias, elegidos en los lugares de producción especialmente entre los que presen- tan caracteres exteriores (morfológicos) más parecidos a los llcx, cuyas propiedades’y acción fisiológica no son realmente tóxicas, en general, pero que a menudo han dado lugar a verdaderos envenenamientos. En 100 ambos casos se trata sin embargo de agregados fraudulentos, que des- naturalizan sus condiciones propias, y por tanto, debe impedirse por to- dos los medios posibles su introducción en los productos genuinos. Estos agregados podrán ser reconocidos y especificados en adelante por el aná- lisis micrográfico de las yerbas, usando los métodos que lie desarrollado en el presente trabajo. La observación y el estudio sistemático me han permitido comprobar la presencia en las yerbas de variadísimos vegetales pertenecientes a las familias y géneros siguientes : Anacardiáceas gen. Lithraea y Schinus. Anonáceas gen. Rollinia. Apocináceas gen. Aspidosperma. Borragináceas gen. Gordia y Patogónula. Gelaslráceas gen. Maytenus. Combretdceas gen. Terminalia (Chuncoa). Eritroxiláccas gen. Erythroxilum. Estiracáceas gen. Styrax. Icacináccas gen. Villaresia. II i cáceas gen. llcx (excl. paraguariensis). Lauráceas gen. Nectandra, Ocotea, Plioebe. Leguminosas gen. Myrocarpus. Ijoganiáceas gen. Budleia. Meliáceas gen. Cabralea, Guarea, Trichilia. Mirsináceas gen. Rapanea. Mirtáceas gen. Campomanesia, Eugenia . liosáceas gen. Prunus. Rutáceas gen. Balfourodendron, Helietta. Sapindáceas gen. Diatenopteryx . Sapotáceas gen. Chrysophyllum, Labatia , Potetería. Simarubáceas gen. Picrasma. Simplocáceas gen. Symplocos. Verbenáceas gen. Githarexylon. Todas ellas ofrecen caracteres micrográftcos suficientes para ser reco- nocidas y muchas aun sin el auxilio de fuertes aumentos, entre ellas las que presentan puntuaciones transparentes (puntos pelúcidos) de forma circular u oval o elíptica, o puntos obscuros, de color que varía del cas- taño obscuro, casi negro, al castaño claro casi rojizo ( Anacardiáceas , lli- cáceas, Lauráceas, Meliáceas, Mirsináceas , Mirtáceas, Rutáceas). Por esta razón recomiendo un primer reconocimiento micrográíico de las yerbas según indiqué en la página 84, es decir, haciendo una infusión como si se tratai’a de preparar un mate y observándola, sumergida en el prepa- rado en agua glicerinada, con un aumento que no pase de 00 diámetros. Las figuras 120 a 1 42, permitirán comparar los aspectos y desde ya darán 301 indicios de falsificaciones, cuya especificación se hará siguiendo luego las indicaciones dadas en la página 88. El criterio y el sentido común del perito, unidos a su especial prepa- ración general liarán el resto; no debiendo olvidar que la prudencia y la mesura ayudadas por una absoluta imparcialidad darán mayor eficiencia y fuerza a sus investigaciones y conclusiones. Conclusiones Del conjunto de datos consignados y del total de observaciones prac- ticadas se pueden deducir las siguientes conclusiones : Ia El estudio histológico (micrográfico) de las yerbas es el primer e ineludible auxiliar para el reconocimiento seguro de sus falsificaciones y adulteraciones, conocidas, probables o simplemente posibles; 2a El manual operatorio es sencillo, requiriendo tan solo, por parte del investigador, un aprendizaje previo, rápidamente accesible; 3a El estudio histológico ha de ser solidario con el estudio químico, este último para establecer el porcentaje oficial de cafeína (mateína) puesto que una yerba micro gráficamente pura y genuina pudiera haber sido despojada de su principio activo principal; 4a Después de realizado un amplio estudio crítico de esta cuestión, bajo todas sus faces (científica, comercial, industrial y aun popular) de- berá modificarse la definición oficial de la yerba-mate , no limitándola ai llcx paraguariensis sus variedades y formas, sino también haciéndola extensiva a otras especies de. llcx y además a muchos otros vegetales inofensivos, cuyo agregado exigen ciertos consumidores como cualidad sine qua non para aceptar el producto. Bastaría para ello que las autoridades sanitarias distinguiesen cate- gorías de yerbas, cuya composición deberá declararse, y las cuales con- servarán siempre los mismos caracteres histológicos y químicos espe- cialmente. 102 SEGUNDA PAUTE Catálogo de las especies de « llex » citadas por los autores y consideradas como «Yerba-mate» o adulterantes (Orden alfabético do especies) llex acrodonta Reiss. [— llex tlieezans Mart. var. acrodonta (Reiss.) Loes.] Primos serratus Yell. (Flor. Flum., III, t. 100.) llex acrodonta Reiss. var. a angustifolia Reiss. pr. p. et var. ¡3 latifolia Reiss. in Flora liras., XT, 1, p. 51 et tal). XII, f. 3. Noiri, vulg. : (launa; Fao d’azeite. llex acrodonta Maxim. [= llex tlieezans Mart. var. acrodonta (Reiss.) Loes.] Noin. vulg. : Como la anterior, llex affinis Garda, seas, anipl. llex.affmis Gardn. in Hook. Ic. Pl. New, ser. I, tal). 4G5. Variedades y formas : a. Genuina Loes. forma a médica (Reiss.) Loes. llex médica Reiss. in Flora liras., XI, 1, p. 09 et tab. XIV, fig. 4.) Nom. vulg. : Con- gonha do campo ; Oongonha ; forma ¡3. angustifolia Reiss. (llex affinis Gard. llex affinis Gard. var. a angustifolia Reiss.); forma y. stenothyrsa Loes. form. nov. llex affinis Gard. var. angustifolia Warmg. Nom. vulg. : Congonha; forma o. brachyphylla Loes. form. nov. (llex affinis Gardn. var. latifolia Warmg.) b. rivularis (Gardn.) Loes, (llex rivularis Gardn.) e. Apollinis (Reiss.) Loes. (llex Apollinis Reiss.) d. pachypoda (Reiss.) Loes. (llex paelnjpoda Reiss.) Nom. vulg. : Congonha. e. valida Loes, var nov. Obs. — Especie polimorfa afin a llex amara (Velt.) Loes., y usa- da, según Reissek y Glaziou, en substitución de la yerba pa- raguaya. llex affinis Reiss. (in Flor, liras. , XI, l, p. 70, p. p.) Es llex Casiquia- r ensis Loes. sp. nov. llex amara (Vell.) Loes, (llex paraguariensis Mart.) Nom. vulg. : Caá-mi (según Spegazzini). Variedades y formas : a. longifolia Reiss. ; 103 — forma x. ni (jr opuncia! a (Miera.) Loes, (llcx nigropunctata Miers.) Nom. vulg. : Caima ; forma fí. Humboldtiana (Bonpl.) Loes. (Ilcx llumboldtiana Bonpl.) Noiu. vulg. : Caima; Caunina; forma y. densiserrata Loes. form. nov. b. latifolia Reiss. (llcx paragu ari ens is Mart. x. obtusi folia Mart.); forma x. ovalifolia (Bonpl.) Loes. (Ilex ovalifolia Bonpl.) Nom. vulg. : Caima; Congoroba ; forma ¡3. Corcovadcnsis Loes. form. nov. (llcx ovalifolia Warmg.) Nom. vulg. : Congonha; Mate; forma y. microphyllaBeiss. (llcx paraguariensis Reiss. var. a. latifolia Reiss. Nom. vulg. Congonha ; Congonhinha; forma 5. leucocalycoides Loes. form. nov. c. angustifolia Reiss. (llcx paraguariensis Reiss. var y. angustí- folia Reiss.) d. crepitans (Bonpl.) Loes. (Ilex crepitans Bonpl.) Nom. vulg. : Caachiriri ; Caunina. e. Muenteriana Loes. var. nova. /. Tijucencis Loes. var. nova- (Ilex ovalifolia Warmg.) Ilex amara Bonpl. Es una Simplocacea : Symplocos lanceolata D. C. (ver Loesener : Monogr. Aquifoliacearuin, p. 497). Ilex Apollinis Reiss. Es llcx affinis Gardn. var. c. Apollinis (Reiss.) Loes. Ilex Bonplandiana Miinter. Es Ilex paraguariensis St. Hil. var. a. genuina Loes. Ilex brevicuspis Reiss. in Flora Eras. XI, 1, p. 50 et tal). XIII, flg. 2. Nom. vulg. ; Orehla de mico ; Mico. Ilex brevifolia Bonpl. Es Ilex amara (Vell.) Loes. var. b. latifolia, forma x. ovalifolia (Bonpl.) Loes. Nom. vulg. : Caima; Congoroba. Ilex Caaguazuensis Loes. sp. nov. v. Mon Aquif. p. 295. Nom. vulg. : Caa-na Ilex Cassine L. y sus variedades y formas, son de la América del Norte y Central, no de América del Sur. Ilex chamaedryfolia Reiss. in Flora Bras., XI, 1, p. 73 et tab. XIV, fig. 14 et tab. XXI. Variedades : a. típica Loes. Nom. vulg. : Congonhinha ; Congonha do campo ; Congonha miuda; Congonha da folha miuda. b. Mugiensis Loes. var. nova. Nom. vulg. : Congonhinha. Ilex chamaedryfolia Warmg. Es Ilex virgata L. spec, nova. V. Symb., Fl. Bras., XXVI, p. 770, n° 10. Ilex cerasifolia Reiss. Según Villiers y Collin. Ilex cognata Reiss. In Flora Bras., XI, 1, p. 08 et tab. 14, fig. 3. 104 Ilex Congonhas Liáis Bresih Según Index Ketcensis es Ileos paraguarien- sis St. HiL Ilex Congonhinha Loes., in Biologische Centralbl XIII, 1893, p. 450. Nom. vnlg. : Congonhinha. Ilex conocarpa Reiss., in Flor . Eras. XI, I, p. (55 et tab. XIII, fig. 14. Nom. valg. i Congonha ; Gatauha do mato. Variedades : a. germina Loes. b. Senaei Loes. c. brevipetiolata Loes. d. Tripuhyensis Loes. Todas del Brasil. Ilex crepitans Bonpl. Es Ilex amara (Vell.) Loes. var. d. crepitans (Bonpl.) Loes. Nom. vnlg. : Caachiriri ; Caunina. Ilex Curitibensis Miers. Es Ilex par aguar iensis St. Ilil. var. a. genuina Loes, forma a. doméstica (Reiss.) Loes. Nom. vulg. : Congonha ; Herva da Congonha ; Herva Mate; Mate ; Yerba-mate ; Congoin; Concoinfé , Caaguazu. Ilex Cuyabensis Reiss. Reissek : in Fl. liras XI, 1, p. 71 et tab. XIV, fig. 10. Nom. vulg. : Congonha. Ilex Dahoon Walt, Es Ilex Cáseme L. No es de América del Sur, sino del Norte. Ilex diurética Marfc. Reissek ; In FL liras., 1, p. 01 et tab. XIII, fig. 13. Nono vulg. : Congonha. Ilex diurética Warmg. Es Ilex Vitis-Idaca Loes. sp. nova. Ilex doméstica Reiss. Es Ilex paraguariensis St. Ilil. var. genuina Loes, forma doméstica (Reiss.) Loes. Ilex dumosa Reiss. (Sensu ampio). Congonhinha; Congonilla ; según Do- mínguez J. A. Variedades : a. Monte oideensis Loes. Sinónim. Ilex (fumosa Reiss., in Flora liras XI, I, p. 64 et tab. XIII, íig. 19. Obs. -r- Habitat, in Brasilia, in prov. Rio Grande do Sul : Gaiuli- eliaud n° 1634; et in Uruguay iuxta Montevideo : Sellow n° 3182. b. Guaraní na Loes. var. nova. Nom. vulg. : Caa-chiri (Guaraníes, según Balansa) Congonha miadas (Brasil, según Sclienck.) Ha- bitat Paraguay (Oaaguazu-Balansa n° 1792), c. Mosenii Loes. var. nova. Habitat. Brasil (prov. Minas Ge- raes). d. Gomezii Loes. var. nova. Habitat. Brasil (prov. Minas Geraes). Ilex fer lilis Reiss. Es Ilex theezans Mart. var. i. fertilis (Reiss,) Loes. Nom. vulg. : Cauna amarga; Caima defolhas largas; Caa-na. 105 — llcx f crtilis Reiss. var. gracilior Warmg. Es llcx theczans Mart. var. gra- cilior (Warmg.) Loes. llexfertilis Warmg. Es II ex theczans Mart. var./. Riedelii Loes. L. var. nova. llex gigantea Bonpl. Es 11 ex theczans Mart. var. i.fertilis (Reiss.) Loes. Nom. vulg. : Como la correspondiente variedad, llex Glazioviana Loes. sp. nova. Ver Loesener : Mon, Aquí/'., p. 194, tab. IV, fig. 1 a y b. llex Oongonlia Mart. Es Villarcsia Congonha Miera. (Fam. Icacinaceas). llex líumboldtiana Bonpl. Es llcx amara (Vell.) Loes. var. a . longifolia Reiss. forma ¡3. líumboldtiana (Bonpl.) Loes. Ver en esta especie los nombres vulgares. llcx Rumboldtiana Waring. Es llex amara (Vell.) var. b. latifolia Reiss. forma y. microphylla Reiss. Nom. vulg. : Congonha ; Congonhinlia. llcx líumboldtiana Warmg. Es llcx diurética Mart. Nom. vulg. : Con- gonha. llex loranthoides Mart. Según Villiers y Collin figura entre las yerbas. llex Alate St. Hil. Es llex paraguariensis St. llil. var. a. genuina Loes. llex médica Reiss. Es llcx affinis Gardn. var. a. genuina Loes, Nom. vulg. : Congonha do campo ; Congonha. llex nigropunctata Miers. Es llex. amara (Vell.) Loes. var. a. longifolia forma a. nigropunctata (Miers.) Loes. Nom. vulg. : (launa; Caa mi (en Misiones, según Spegazzini). llex ovalifolia Bonpl. Es llex amara (Vell.) Loes. var. b. latifolia Reiss. forma a. ovalifolia (Bonpl.) Loes. Nom. vulg. : Cauna; Congoroba. llex ovalifolia Meyer. (llex ovalifolia G. F. W. Meyer.) Obs. — Es una especie de la Guayana (Cayena) y por tanto es muy difícil sea utilizada como adulterante de la yerba-mate, llcx ovalifolia Warmg. p. p. Es llex amara (Vell.) Loes. var. b. latifolia Reiss. forma ¡3. Corcovadensis Loes, forma nova. Nom. vulg. : Congo- nha; Mate. llex ovalifolia Warmg. p. p. Es llcx amara (Vell.) Loes. var./. Tijuccnsi Loes. var. nov. llex pacliypoda Reiss. Es llex a ffinis Gardn. var. d. pachypoda (Reiss.) Loes. Nom. vulg. : Congonha. llex paltorioides Reiss. Reissek : In Fl. Bras., XI, 1, p. C0 et tab. XIII, fig. 9. Nom. vulg. : Congonha. llex paraguariensis St. Hil. Con las siguientes variedades y formas : a. genuina. forma x. doméstica. — ¡3. sorbáis. — y. confusa. 106 — forma o. dasyprionata . — e. pubescens . 6. UleL c. vestita. d. euneura. Obs. — Yer Tii. Loesener : Mon. Aquifaliacearum pp. 302 a 310. Kom. vnlg. : Gaa; Caaguazú ; Conc-oinfé ; Congola ; Congonha gran- de; Gongonhas ; Congonha da fohla larga ; Rérva-Mate ; Rerva da Congonha ; Mate; O reída de burro ; Té del Paraguay ; Yerba-mate. [Maté (francés). The du Paraguay (francés). Paraguaytea { inglés). Pa- raguay-Thee (alemán). Malte (alemán). Pavana- Thee (alemán). Ma- tepjlanze (alemán). Té dei gesuiti (italiano)]. llex Paraguayensis Hoolcer. In Curt. Mag. (XVI, fcab. 3992) es el Elaeo- dendron ausirale Vent. (Fam. de las Gelastraceas) . siex Pseudobuxus Reiss. In FL Eras XI, 1, p. 40, tab. XI, íig. 1. La cita Ferreyra de Amara! como una de las falsificaciones de la yerba- mate. Tiene dos formas : x Eeissekii Loes. (3. pedunoularis (Reiss). Loes. (= I. peduncularis Reiss). Ifex Pseudothea Reiss. Variedades 1 a. germina Loes. b. Cipoémis Loes. llex pub iflora Reiss. Es llex Brasiliemn (Spreng.) Loes. var. a . pubijlora (Reiss.) Loes, forma a. típica Loes, y llex Brasiliensis (Spreng.) Loes, var. b. parvifolia Reiss. llex rivularis Garda. Es llex affinis Garda, var. 6. rivularis (Garda.) Loes. llex sorhüis Reiss. Es llex parag-uariensis St. Hil. var. a. genuina Loes, forma ¡3. sorbilis (Reiss.) Loes. JSTom. vulg. : Congonha ; Orehla de burro ; Yerba-mate . llex symplociformis Reiss. Reissek : In FL Eras., XI, 1, p. 05. llex theaezans Bonpl. Es llex par aguar iensis St. Hil. var. a. genuina Loes. llex theezans Griseb. Es el iSchinus latifolius Engl. (Fam. Anacardiáceas). llex theezans Mart. Variedades’y formas : a. typica. b. Angustí . c. acrodonta. Sub-variedad : ¡3. Hieronyiniana. d. glacilior . e. Warmingiana ; forma x glabra. forma [3. puberula. — 107 f. Riedelii. g. leptophylla. h. pachyphyUa. i. fertilis . Je . grandifolia. Ilex vestita Reiss, Es Ilex paraguaricnsis St. Hil. var. o. vestita (Reiss.) Loes» Nom. vulg. : Congonhas. Ilex Vitis lílaea Loes» Warmg : In Symb. Fl. Eras., XXVI, p 768 n° 9, sub-nomen Ilex diurética Warmg. Catálogo de nombres vulgares Aguaí [según Spegazzini y Giróla (135)]. Ver Aguay. Aguai-guazú [según Spegazzini y Giróla (135)]. Ver Aguay-guazú. Aguay [citado en ley de bosques y yerbales (149)]. Aguay (de Misiones). Según Lilloy Venturi (75) : Chrysophyllum sp. Fam. Sapotáceas. Aguay (Entre Ríos, Corrientes, Uruguay y Brasil) = Pouteria neriifolia (Hook. et Arn.) Radlk. Fam. Sapotáceas [v. Hicken C. M. (54) y Hieronymus (55 «.)]. Aguay (Santa Fe) — Pouteria suavis Heinsl. [v. Lillo y Venturi (75)]. Aguay (Chaco) = gen? sp.? Fam. Sapotáceas (75). Aguay amarillo (Formosa) = Labatia glomerata (Pohl.) Radlk. Fam. Sa- potáceas (75). Aguay blanco (Misiones) = Chrysophyllum lucumifolium Gr. Fam. Sapo- táceas (75). Aguay-guazú (Misiones) — Pouteria sp. Fam. Sapotáceas (75). Aguay-guazú (Misiones) — Lucuma sp. Fam. Sapotáceas (75). Aguay-guazú (Santa Fe) = Pouteria sp. Fam. Sapotáceas (75). Aguay-guazú (Chaco, Formosa) = Lucuma lauri folia ADC (75). Aguay-guazú (Corrientes) = Citliarexylon barb inerve Cham. Fam. Verbe- náceas (75). Aguay-guazú (Misiones) = Citliarexylon barbinerve Cham. (76). Fam. Ver- benáceas. Aguay-sayyú (Formosa) — Labatia glomerata (Pohl.) Radlk. Fam. Sapo- táceas (75). Anta [no citada en ley de bosques y yerbales (149)]. Anta = Villaresia megaphylla Miers. Fam. Icacináceas (135). Nota . • — Conocida también con el nombre de Mboreví-rembiú , según A. de Llamas, y por el de Yerba de anta. Aratícú [citada en ley de bosques y yerbales (149) con el nombre de Avaticú], 108 Araticú (Formosa) — Itollinia emarginata Scld. Fam. Anonáceas. Ver L¡- 11o y Yenturi (75) y Spegazzini y Giróla (S35). Aratidí (Misiones) — Cordia lepo caula Fresen, (prox.) Fam. Borragi- ncas (75). Nota. — Aunque en su obra sobre árboles el doctor Libo la indica con este nombre específico, próximo, en los ejemplares que de esta plantas me envió, la determina definitivamente como Cordia salid/ olia Chain., no siendo la anterior de la flora argentina. Araticú-guazú (Corrientes) — Cordia salid/ 'olía Chain. (75). Araticú (Misiones) — Cordia salid/olia (75). Árbol del mate — Ilex Paraguariensis St. II i 1 . (scnsu ampio). (Y. Hiero- nimus J. (55 a)]. A roe ira [no citada en ley de bosques y yerbales (149)]. Aroeira = Schinus terébintif olius Radd. Fam. Anaca rdiáceas (Brasil, Pa- raguay) (39). Aroeira — Schinus Atolle L. (íncl. S. Aroeira L.) Ver Engler y Prantl. (39). Aroeira = Artronium fraxini/olium Scliott. Ver Engler y Prantl. (39). Aroeira blanca = Lithraea molleo ides (Vell.) Engl. [Atolle de o a beber (75). Fam. Anacardiáceas (39). Corrientes^ Entre Ríos]. Aroeira branca (como la anterior). Aroeira colorada (Corrientes) — Schinus Weinm anii/o lius (Mart.) Engl. Fam. Anacardiáceas (75). Aroeira do campo = Astronium Urundcuva Engl. (39). Fam. Anacar- diáceas. Aroeira do Mucury = Astronium macrocalyx Engl. (39). Fam. Anacar- diáceas. Aroeira negra (Corrientes, Entre Ríos) — Lithraea molleo id es Vell. var. Lorentziana Hieron. Fam. Anacardiáceas. Aroeira negra (Misiones) = Lithraea Chichita Speg. (135). Fam. Anacar- diáceas. Avaticú [citada en ley de bosques y yerbales (149)]. Ver Araticú. Blanca (o Laurel Blanco?) [citada en ley de bosques y yerbales (149)]. Ver Laurel. Nota . — En la ley de bosques y yerbales, artículo 45, se nombra Blanco , pero creo debe referirse a Laurel Manco ; hay una especie de Citharexylon (C. berbinerve) en el Delta del Paraná a la que llaman Blanco grande pero es el Agtiay-guazú de Corrientes. Caá = 11 ex Paraguariensis St. Hil. Según Parodi, llantas usuales del Paraguay (106). Caá-chi — Ilex amara (Vell.) Loes. Según Parodi, Plantas usuales del Paraguay , 1886 (106). Caá-chíri — Ilex dumosa Reiss. var. Guaran ¡na Loes. Según Loesener, Monograph. Aquifol. (82). — 309 — Caá-chiri [según Giróla (40 a) es Ilcx Humboltiana Bonpl. Caá-chiriri — Ilcx amara (Ve 11.) Loes. var. crepitans (Bonpl.) Loes. Según Loesener, Monograpli . Aquif. (82). Caá-guazú = Ilcx Paraguariensis St. Hil. var. genaina Loes, forma do- méstica (Reiss.) Loes. Según Loesener : Monograph. Aquif. (82). Caá-mi = Ilcx amara (Vell.) Loes. Según Loesener (82). Caá-lili = Ilcx aviara (Yell.) Loes. var. longifolia Reiss. forma nigropunc- tata (Miers.) Loes. Caá-lili = Especie de Ilcx Paraguariensis St. Hil. Según Parodi, Plantas usuales del Paraguay, etc., 1886 (100). Caá-na — Ilcx Caaguaztiensis Loes. Según Loesener (82). Caá-ña = Ilcx thcczans Mar. var .fertilis (Reiss.) Loes. (82). Caá-ná = Ilcx tlieezans Mart. var .fertilis (Reiss.) Loes. (82); = [Ilex gi- gantea Bonpl. Según Parodi (106)]. Caá-pororó (= Pororoca y Capororo). Colección de Antonio de Llamas número 12 Ll. Según Mez, Myrsináceae (38) puede corresponder a liapanca ferruginea (Raíz et Pav.) Mez. o a Rapanea Schica- clccana Mez, aunque la primera parece corresponder más con el ejemplar de mi herbario enviado por A. de Llamas. En cuanto a sus propiedades me indica el señor de Llamas lo siguiente : Es dañosa si es abundante, con efectos génito-urinarios. Caá-verá estero [según Giróla (46 a) es Ilcx ovaiifolia Meyer]. Cabrarocca [= liapanca umbellata y R. lineata, según Giróla (46 a). Creo que este nombre ha sido confundido con Capororo. (Ver Caá- pororó). Cambará [según Giróla (46 a) es una compuesta, Vernonia sp. Camboatá (ver Camboata-puitá). Camboatá-puitá. (Colección A. de Llamas) número 6 Ll. Nota. — En el rótulo que acompaña el ejemplar dice solamente Camboatá. Según A. de Llamas, gen.? esp. ? Fam. Mcliáccas ; según Lillo, Árboles, etc. (75), Guarca trichilioides L. Fam. Meliáceas. Nota de A. de Llamas (74) : Es poco frecuente y no afecta la salud. Cancbarana [citada en ley de bosques y yerbales (149) con el nombre de Canchavana). Según Lillo (75) es Cabralea multijuga C. D. C. (prox.) Fam. Meliáceas; según Gallardo C. R. (45) es Cabralea Cangerana Saldanha ; según Spegazzini y Giróla (135) es Cabralea brachysta- chya D. C. Canchavana [citada en ley de bosques y yerbales (149) ver Cancharana]. Canela (le venado (Colección A. de Llamas, n° 9, Ll). Según A. de Lla- mas, gen.? esp.? Fam. Rutáccas ; según Lillo (75) p. 91, Hclictta cuspidata (Engler) Cliod. et Hassl. Fam. Rutáccas. no Nota de A. de Llamas (74) : Foco frecuente, se le atribuyen algu- nos abortos no comprobados. Ver también Canela do viado. Canela do brejo (Misiones). Según Spegazzini y Giróla (135) Maehaerium brasiliense Vog. Fam. Leguminosas. Canela de veado [según ley de bosques y yerbales (149)]. Ver Canela de venado y Canela do viado. Canela do viado. Según Spegazzini y Giróla (135) y Lillo (75) es Helictta cuspidata (Engl.) Ghod. et Hassl. Fam. Rutáceas ; según Loesener (79) la Canela do viado sirve de leña para tostar (sapecar) la yerba y correspondería para él a una especie del género *S 'chinas (Ana- cardiáceas), los demás autores coinciden en considerarla específi- camente como se indica más arriba. Canela fedorenta (Colección A. de Llamas, n° 5, Ll). Según A. de Llamas, gen.? esp.? Fam. Lauráceas Mez. en su monografía Lauracw ame- ricana; (89) cita una Lauracea del Brasil con el nombre de Canella foedorenta o Canella foetida (ex Riedel) que corresponde específi- camente a Nectandra myriantha Meissn. Nota de A. de Llamas : Es poco frecuente y no afecta la salud. Canela guaiká (Misiones). Según Spegazzini y Giróla (135) : Neciandra Tweedii Mez. Fam. Lauráceas. Caneleira (ex Glaziou). Fs Ocotea divaricata Mez. Fam. Lauráceas (89). Canella (ex Glaziou). Es Ocotea Schottü Mez. Fam. Lauráceas. Canella amarella (ex Martius). Es Nectandra nitídula Nees. Canella babosa (ex Regnell) o Louro bacato (ex Burchcll). Es Ocotea pu- berula Nees. Fam. Lauráceas , Canella-cedro (ex Glaziou). Es Ocotea macrocalyx Mez. Fam. Lauráceas. Canella Limao (ex Glaziou). Es Ocotea Teleiandra Mez. Fam. Lauráceas. Canella preta (ex Mosen). Es Ocotea ? Mosenii Mez. Fam. Lauráceas. Canella Sassafras (ex Peckolt). Es Ocotea Sassafras Mez. Canella Sassafras (ex Glaziou). Aniba Gardneri Mez. Canella Tapinboan (ex Glaziou). Es Ocotea glaucina Mez. Fam. Lauráceas. Canelón |citada en ley de bosques y yerbales (149)]. Según Lillo (75) y Spegazzini y Giróla (135) corresponde a, Rapanea laetevirens Mez. Fam. Mirsináceas ; según Gallardo (45) Rapanea guyanensis Aubl. (bajo el nombre de Myrsine floribunda). Canelón [según Giróla (4 0 a) es Rapanea mat ensis Mez.j Canelon-pytá [según Giróla (4G«) es Ponteria neriifolia). Caona (ver Cauna). Capororoca (ver Caá-pororó). Carne de vaca. Según Lillo (75) y Spegazzini y Giróla (135) corresponde a Styrax leprosas Hook et Arn. Fam. Estiracáceas. Catiguá (En la colección del ministerio de agricultura, sección de bosques — 111 — y yerbales, comunicado por el jefe señor Eduardo A. Holmberg); según rótulo de la colección es Trichilia elegans A. Juss. Fam. Meliáceas; según Lillo (75) y Spegazzini y Giróla (145) es Trichilia Catiguá A, Juss. JS ota. — Existe también en el Chaco el Catigtiá-oby o Catiguá verde , que según Lillo (75) es una Flacourtiácea : Cascaría syl- vestris (Sw.); Spegazzini y Giróla (135) la denominan Katigua blanca , que corresponde a la misma Flacourtiácea. Cauna (o Caona, Cahuná, Caverú). Con esta designación vulgar se cono- cen botánicamente diversas especies y variedades de llex, así como también un Frunus y un Symplocos, cual se verá en la nó- mina siguiente : Cauna = llex theezans Mart. var. acrodonta (Reiss.) Loes. Cauna = llex integerrima (Vell.) Reiss. var. ebenácea (Reiss.) Loes. Cauna — llex amara (Vell.) Loes. var. longifolia Reiss. forma nigropunc- tata (Miers.) Loes. Cauna = llex amara (Vell.) Loes. var. longifolia Reiss. forma llumbold- tiana (Bonpl.) Loes. Cauna — llex amara (Vell.) Loes. var. latifolia Reiss. forma ovalifolia (Bonpl.) Loes. Cauna amarga — llex theezans Mart. var .fertilis (Reiss.) Loes. Cauna-caverá [según Giróla (40 a) es llex nigropunctata (forma de llex amara)]. Cauna de follias larga (como la anterior). Cauna-orelha de mico. [La cita Giróla (40 a) como indeterminable. Según Loesener (82) es llex brevicuspis Reiss. y es más conocida con el nombre vulgar de Larangheira ti Orellia de mico.] Cauna (o Caona) — Symplocos uniflora (Pohl.) Bent. Fam. Simplocáccas; [ver Spegazzini C. (130). Cauna (o Caona) — Prunus brasiliensis [ver Spegazzini C. (130)]; Prunas sphaerocarpa según Lillo. Cauna. (Colección de A. de Llamas n° 13 Ll); según A. de Llamas, Sym- plocos sp. ? El ejemplar de la colección parece corresponder al Symplocos uniflora. A. de Llamas en su carta (74) agrega la siguiente nota : Muy frecuente, con acidez pronunciada de la yerba que la contiene dife- renciare. Vista la cantidad de especies citadas a las que se atribuye in- distintamente el nombre de Cauna o Caona se notará cómo pue- den caer en error los químicos al anotar los resultados de sus observaciones pues las personas (pie envían ejemplares do estu- dio son en general incapaces de especificar a cuál de ellas debe 112 — referirse para atribuirle o aplicar las reacciones o caracteres quí- micos, así se explican las polémicas de estos últimos tiempos. Se explicarán esto los aludidos porque es muy probable que la cauna, específicamente llamada Prunas brasiliensis no dé los mismos ca- racteres o reacciones que la Cauna específicamente Symplocos uniflora y así también para las demás Caimas más arriba citadas. Deducirán de aquí la necesidad de proceder, en primer término, al examen botánico del material recibido, apuntando familia, gé- nero y especie, y caso de no poder llegar a la determinación por hallarse desmenuzados los ejemplares o por carecer de suficientes caracteres para una exacta identificación, es preferible no hacer estudios ni experiencias con tal material, y de hacerlas, anotar las salvedades correspondientes o no darlas jamás a la publi- cación. Caunina = Ilex amara (Vell.) Loes. var. longifolia lteiss- forma Ilmbold- tiana (Bonpl.) Loes. [Ver Loesener (82)]. Caunina = Ilex amara (Vell.) Loes. var. crepitans (Bonpl.) Loes. [Ver Loesener (82)]. Caverú (ver Cauna). Cedro macho (ver Cancharana). Cedro-rá (ver Cancharana). Cerelha (Sinon. Ceresa o Cerella). Según colección ministerio de agricul- tura, Eugenia cerasijlora Berg. ; según Spegazzini y Giróla (135), Eugenia retusa Berg. Cerella. Colección ministerio de agricultura. (Ver Cerelha.) Ceresa (ver Cerelha ), Congoin = Ilex Paraguariensis St'. Hil. var. genuina Loes, forma domés- tica (lteiss.) Loes. [Ver Loesener (82)]. Congona (ver Congonha). Congonilia = Ilex dumosa Mart. Según el profesor don Juan A. Domín- guez, por muestras particulares obsequiadas al autor de las colec- ciones del Museo farmacológico de la Facultad de ciencias mé- dicas de Buenos Aires. Es extraño y curioso que se considere a la Ilex dumosa como adulterante de la yerba-mate , pues a este respecto dice textual- mente Loesener (82) p. 198, observación n° 2 : Folia verae herbae Mate propietatibus donata sunt. Congona. Muchas son las plantas a las cuales se aplica este nombre. Re- mito al lector, a lo dicho sobre esta cuestión, al párrafo que va al pie del término Cauna . Entre las plantas conocidas con este nombre figuran las si- guientes : Congonha = Ilex diurética Mart. 113 — Observación de Loesener(82) p. 18G : Infusión foliorum diureti- cum dicitur. Ex Marfcio (cfr. Flor, liras., XI, 1, p. 124) species eodem principio instructa vidctur atque llcx Paraguariensis St. Uil. Congcmha — llex paltorioides Reiss. [Ver Loesener (82) p. 193]. Congonha = llcx Paraguariensis St. Hil. vav. genuina Loes, forma do- méstica (Reiss.) Loes. (Nombre dado por los brasileños.) Congonha = llex Paraguariensis St. Hil. var. genuina Loes, forma sor- bilis (Reiss.) Loes. (Nombre dado por los brasileños.) Congonha — llex Cuyabensis Reiss. Observación de Loesner (82) p. 403 : Folia herbam Par agua- ricnsem suppeditare dicuntur. Congonha = llex affinis Gardn. var. genuina Loes, forma medica (Reiss.) Loes. Observación de Loesener (82) p. 444 : Infusión e foliis tribus pa- ratum a stomachicis adhibetur ; dosis inajor emesin ciet. Congonha = llex affinis Gardn. var. genuina Loes, forma stenothyrsa Loes. Congonha [según Giróla (4G a) es llex curitibensis Miers; pero esta espe- cie según Loesener (82) es una forma de' llex paraguariensis (ver el catálogo de las especies de llex) y por tanto no puede consti- tuir una falsificación. Congonha — llex affinis Gardn. var. pachypoda (Reiss.) Loes. Congonha = llex conocarpa Reiss. Observación do Loesener (82) p. 453 : Folia herbae «Mate» spe- ciem constituunt. Congonha = llex amara (Vell.) Loes. var. latifalia Reiss. forma Corco- vadensis Loes. Congonha = llex amara (Vell.) Loes. var. latifolia Reiss. forma mi ero - phylla Reiss. Congonha = Symplocos tetranda Mart. Fam. Simplocdceas. Según Brand. en Symplocaccce de Pflanzenreich, tomo IV, n° 242. Congonha = Symplocos variabilis Mart. Fam. Simplocdceas. (Como la an- terior.) Congonha — Yillaresia Congonha (D. C.) Miers. Fam. Icacindceas. Congonha = Villaresia Congonha (Ü. G.) Miers. var. pungens Miers. Congonha de folila larga = llex Paraguariensis St. Hil. var euneura Loes. Congonha da fohla miuda — llex chamaedryfolia Reiss. var. typica Loes. (Se llama también Congonlúna y Congonha miuda). Congonha do campo. (Como la anterior.) Congonha do campo = llex affinis Gardn. var. genuina Loes, forma mé- dica (Reiss.) Loes. Congonha grande — llex Paraguariensis St. Hil. var. genuina Loes, for- ma pubescens (Reiss.) Loes. JtEV. MUS. LA PLATA. T. XXV 8 — 114 — Congonha miuda = llex chamaedryfolia Keiss. var. typica Loes. Se llama también Congonhina y Congonha dafohla miuda. Congonhas = llex Paraguariensis St. Ilil. var. vestita (Keiss.) Loes. Congonlias miuda — llex dumosa lleiss. var. Guaranina (Keiss.) Loes. Congonhina = llex oh a maed ryfo l i a Keiss. var. typica Loes. Se llama tam- bién Congonha miuda y Congonha da fohla miuda. Congonhina = llex Congonhina Loes. Observación de Loesener (82) : Ex Glaziou folia herbam «Mate» suppeditant. Congonhina = llex amara (Vell.) Loes. var. latifolia lleiss. forma micro- phylla lleiss. Congoña. (Colección de A. de Llamas, 11o I, Ll.) Según A. de Llamas (74) es Villaresia acanthophylUCl En realidad es Villaresia Congonha Miers. Fam. Icacináceas. Dice A. de Llamas respecto a esta planta : Se halla con fre- cuencia. No es dañina a la salud; la he tomado sola; no es dañina ni he sentido molestia alguna. Congoña = Villaresia Congonha Miers. Fam. Icacináceas. Según Spe- gazzini y Giróla (135). Congoroba = llex amara (Vell.) Loes. var. latifolia lleiss. forma ovali- folia (Bonpl.) Loes. Según Loesener (82). Cuatambú (según colección ministerio de agricultura): ver Guatambú. Chaíero-caa [según Giróla (40 a) es llex gigantea hort.} Fumo bravo = Solanum verbascifolium L. Fam. Solanáceas. Gauna (ver Caima). Gongonha = Villaresia Congonha (I). G.) Miers. Fam. Icacináceas. Determinada impropiamente como llex Gongonha Mart. etSpix. según Loesener (82). Guabijú [según Caminlioa J. M. (10)] = Eugenia guabijú Berg. Fam. Mir- táceas. Guabijú (ver Guabiyú). Guabirá [equivale a Guabiroba según Li lio (75) | : ver Guabiroba, Citada por el ministerio de agricultura en ley de bosques y yer- bales (149). Guabiraba (ver Guabiroba). Guabiroba [propiamente dicha según Caminhoa (10) p. 1308] = Abbevillea maschalantha Berg. Fam. Mirtáceas. Guabiroba (o Guabirá). Según Spegazzini y Giróla (135) es Campomane- sia crenata Berg. Fam. Mirtáceas. Guabiroba. Caminhoa, en su Botánica general y médica (1 0) cita una serie de plantas que se conocen en el Brasil con el nombre de Guabi- roba. Para evitar confusiones antepongo un asterisco (#) a las «pie paso a enumerar. 115 * Guabiroba = Eugenia depaupérala Berg. Fain. Mirtáceas. * Guabiroba = Campomanesia obrersa Berg. ( Psidium obversum Miq.) Fam. Mirtáceas. * Guabiroba = Campomancsia transalpina Berg. ( Psidium transalpinum Yell.) Fam. Mirtáceas. * Guabiroba — Campomancsia reticulata Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba = Campomancsia corymbosa Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba = Campomanesia fusca Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba — Campomancsia virescens Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba de cachorro = Guabiroba do campo. * Guabiroba do campo = Abbevillea Gxiaviroba Berg. (Psidium Guaviro- ba D. C.) Fam. Mirtáceas. * Guabiroba do campo = Abbevillea microcarpa Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba do campo = Abbevillea Klotzschiana Berg. Fam. Mirtáceas . * Guabiroba de Minas — Abbevillea Fcnzliana Berg. (Psidium dulce Vell.) Fam. Mirtáceas. * Guabiroba dos geraes = Campomanesia multifiora Berg. Fam. Mir- táceas. * Guabiroba do sertáo = Campomanesia desertorum Berg. Fam. Mirtáceas . * Guabiroba do mato = Campomanesia xanthocarpa Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba do mato - Abbevillea chrysophylla Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba felpuda = Campomanesia discolor Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba lisa = Campomanesia obscura Berg. Fam. Mirtáceas. * Guabiroba mirim — Campomancsia aprica Berg. Fam. Mirtáceas. Guabiroba — Eugenia myrobalana Berg.? Fam. Mirtáceas. (Según Engler, PJlanzenfam., III, 7, p. 82.) Guabiroba = Myrtus mucronata var. Thea. Fam. Mirtáceas. [Según Hie- ronymus (55 a) p. 800.] Guabiroba = Campomanesia sp. Fam. Mirtáceas. [Según Lillo (75).] Guabiroba [== Guabirá según Lillo (75)] : Campomanesia ( Abbevillea ) maschalantha Berg. Fam. Mirtáceas. [Según Wittmack (147) pp. 257 a 201.] Guabirova (ver Guabiroba). [Engler (39) tomo III, 7, p. 82, escribe con v este nombre, aunque la mayoría usa la ortografía indicada.] Guabisoba [según Ferreyra do Amaral (41). Seguramente se refiere a Guabiroba , es el único trabajo en el cual be bailado esta designación. Guabiyú [bajo el nombre de Guabizú en ley de bosques y yerbales (149)]. Guabiyú = Eugenia uniflora L. Fam. Mirtáceas. [Según Gallardo O. R. (45).] Guabiyú (Corrientes) = Eugenia sp. Fam. Mirtáceas. [Según Lillo (75).] Guabiyú (Corrientes) = Eugenia Guaviyú Berg. Fam. Mirtáceas. [Según Spegazziui y Giróla (135).] 116 Guabiyú (o Guaviyú) = Eugenia pungens Berg. Fam. Mirtáceas. [Según Latzina (09).] Guabiyú (o Ibabiyú) (Chaco) = Myrcia acata Omb. Fam. Mirtáceas. [Según Spegazzini y Giróla (135).] Guabiyú blanco (Fonnosa) = Eugenia sp. Fam. Mirtáceas. [Según Lillo (75).] Guabizú [según ley de bosques y yerbales (149)] : ver Guabiyú. Guamini. (Colección de A. de Llamas, n° 10 Ll.) En el rótulo que acompaña al ejemplar dice : Guamini. Gua- rnir í. Según A. de Llamas, gén.? esp.1 Fam. Mirtáceas; según el mismo la planta se halla entremezclada a las yerbas con bastante frecuencia, da buena fragancia, pero es mezcla detestable. [Ver A. de Llamas (74).] Guamirí (ver Guamini). Guatambú [bajo el nombre de Cuatambú en ley de bosques y yerbales (149)]. Guatambú blanco (Misiones). Equivale a Guatambú morotí (ver este tér- mino). Guatambú amarillo (Misiones) — Aspidosperma olivaceum M. Arg. Fam. Apocináceas. [Según Spegazzini y Giróla (135).] Guatambú-morotí — Balfourodendron Ricdelianum (Engl.) Engl.'Fam. Rutáccas. [Según Lillo (75).] Guatambú-saiyú (Misiones) = Aspidosperma olivaceum M. Arg. [Según Spegazzini y Giróla (135).] Guavirá-mí. (Colección A. de Llamas, n° 3 Ll.) Según A. de Llamas, gén.? esp.? Fam. Mirtáceas; según Lillo (75), Campomanesia sp. Fam. Mirtáceas. Observación do Llamas : Le da a las yerbas paraguayas el aroma especial. Observación de Lillo (75) : En ciertos yerbales entreveran sus hojas con las de la yerba, para mejorar el sabor de éstas. Guaviyú (ver Guabiyú). Guayaybí (= Guayavi o Guayavil). Se conocen con este nombre simple o com puesto con otro término, dos plantas, una Borraginácea y una Combrctácea, como expongo enseguida, : Guayaybí = Patagonula americana L. Fam. Borragináccas [citada en ley de bosques y yerbales (149)]. Guayaybí blanco (Chaco) = Patagonula americana L. [ver Lillo (75)]. Guayaybí amarillo (Chaco) = Terminalia trijlora (Griseb.) Fam. Combre- táceas [ver Lillo (75)]. Guayaybi-morotí (Misiones) = Patagonula americana L. [ver Lillo (75)]. Guayaybi-rá (Formosa) = Terminalia trijlora (Griseb.) [ver Lillo (75)]. Guayaybirá (Misiones) = Patagonula americana L. [ver Lillo (75)]. 117 Guayaybi-sayyú (Chaco) = Tcrminalia triflora (Griseb.) [ver Lillo (75)]. Herva da Gongonha = 7 lex Paraguariensis St. Hil. var. genuina Loes, forma doméstica (Reiss.) Loes, [ver Loesener (82)]. Herva-Mate. Como la anterior. Ibirá-hoví [.según Giróla (40 a) es Helictta cuspidata], Imbirá [según Giróla (40 o) es Daphnosis racemosa Gris. Fam. Time- l cáceas]. Incienso [citado en ley de bosques y yerbales (149)]. Según Lillo (75) es el Myrocarpus frondosas Alleni. Fam. Leguminosas. Incienso. Según Gallardo C. 11. (45) es el Myrocarpus fastigiatus Allem. Son las únicas dos especies del género y probablemente se uti- lizan ambas como adulterantes de la yerba-mate . Kancharana (ver Cancharana). Con la primera ortografía la señalan Spe- gazzini y Giróla (135). Katiguá blanca (ver Catiguá). Katiguá-oby (ver Catiguá). Ambas ortografías son de Spegazzini y Gi- róla (135). Kongonha-Kaami — llex Paraguariensis St. Hil. Según Barbosa Rodrí- guez en Mbae-liaá-tapyiyeta enoydua. (Río de Janeiro, 1905. Im- prenta nacional). Según el mismo Barbosa Rodríguez el vocablo Kongonlui significa : o que se engole, que se faz cliá (= lo que se traga, que se hace té). Nota. — Si se observa que el nombre de Congona parece designar, para todos los autores y personas que se lian ocupado del tema, una de las falsificaciones más habituales y comunes de la yerba conviene hacer notar que a la propia yerba-mate se la desig- na con el mismo vocablo. Ver el término Gongonha en estas notas. Larangheira (o Orelha de mico o Mico). Según Copetti V. — llex sp.; según Loesener = llex brcvicuspis. Laurel (citado por el ministerio de agricultura en ley de bosques y yer- bales). Laurel = Nectandra angustí/ olia Nees. Fam. Lauráceas. [Según Hassler (50 a).] Laurel Buenos Aires) = Ocotea acutifolia (Nees.) Mez. Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75).] Laurel (Tucumán) — Phoebe porphyria (Griseb.) Mez. Fam. lauráceas. [Según Lillo (75).] Laurel amarillo (Chaco) == Ocotea lanceolata Nees. Fam. Lauráceas. [Se- gún Lillo (75).] Laurel amarillo (Misiones) = Nectandra megapotámica (Spr.) Mez. Fam. Lauráceas. | Según Spegazzini y Giróla (135).] Laurel amarillo (Corrientes, Oran) = Ocotea pubcrula Nees. Fam. Laurá- ceas. [Según Lillo (7 5). | 118 — Laurel amarillo (Formosa) = Ocoteapuhérula Nees. Fam. Lauráceas. [Se- gún Spegazzini y Giróla (135)1. Laurel amarillo (Formosa) — gén.? esp. ? Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75)]. Laurel amarillo (Santa Fe, Corrientes, Entre ltíos) = Ocoica suaveolens Bntli. Fam. Lauráceas. [Según Spegazzini y Giróla (135).] Laurel amarillo (leí bañado (Santa Fe) = gen.? esp. f Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75).] Laurel blanco (citado por el ministerio de agricultura en ley de bosques y yerbales). Laurel blanco (Corrientes) - Ocotca sp. Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75).] Laurel blanco (Corrientes) = Nectandra Tweedii Mez. Fam. Lauráceas. [Según Spegazzini y Giróla (135).] Laurel-canela [según Giróla (40 a) es Nectandra angustifolia]. Laurel crespo (Chaco) = gén. ? esp.? Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75). | Laurel crespo (Chaco, Formosa, Corrientes) = Pitoche vesciculosa Mez. Fam. Lauráceas. [Según Spegazzini y Giróla (135).] Laurel de la falda (Tucumán) = Phoehe porphyria (Griseb.) Mez. Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75).] Laurel-Í [según Giróla (40 a) es Pitoche sp. Fam. Lauráceas |. Laurel mestizo (Corrientes, Entre Ríos) = Ocotca puhérola Nees. Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75).] Laurel negro (Corrientes) [citado en ley de bosques y yerbales (140)] Pitoche sp. Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75).] Laurel negro (Corrientes) = Ocotca spectahilis (Meisn.) Mez. Fam. Laurá- ceas. [Según Spegazzini y Giróla (135)]. Laurel negro (Chaco) — gén.? esp.? Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75).] Laurel negro (Chaco, Formosa) = Phoehe porphyria (Griseb.) Mez. Fam. Lauráceas. [Según Spegazzini y Giróla (135)]. Laurel overo (Misiones) = Phoehe sp. Fam. Lauráceas. [Según Lillo (75)]. Laurel overo (Misiones) = Ocotea diospyrifolia Mez. Fam. Lauráceas. [Según Spegazzini y Giróla (135).] María branca? [citada por Antonini 14. J. (2)]. No he podido hallar el equivalente científico de este sinónimo, así como tampoco pude obtener ejemplares de la misma. Es pro- bable se trate de una Sapindácea del género Diathenopteryx o de una Leguminosa del género Zollernia , en tal caso su diferencia- ción histológica podría hacerse fácilmente, si se hallara mezclada a la yerha. María preta (Misiones) [citada en ley de bosques y yerbales (149)] = J)ia- tcnopteryx so rh ifolia Radlk. Fam. Sapindáceas. [Según Spegazzini y Giróla (135) y Julio (75).] 11!) María preta (Brasil) (o Mocitaiba) =. Zollernia Mocitaliiba Fr. All. Fam. Leguminosas. [Según Wittinack (147).] Mate — Jlex amara (Vell.) Loes. var. latifolia Reiss. forma Corcovaden- sis Loes. | Según Loesener (82).] Mate = lleca 'Paraguariensis St. HiJ. var. genuina Loes, forma doméstica (Reiss.) Loes. [Según Loesener (82).] Mate = llcx tlieezans Mart. [Según Hieronymus (55 a).] Mborebí-rembiú [según Giróla (40 a) es Contarea hexandra. Fam. Ru- bí áceas\. Mborevi-rembiú. (Colección A. de Llamas, n° 14, Ll.). Conocida también con el nombre de Anta o Yerba de anta. Es la Villaresia megaphylla Miers. Fam. Icacináceas. Según A. de Llamas (74) : Es frecuente, causa náuseas y malas digestiones , con más del 4 °/0, cólicos. Mborevi caá. [Según Giróla (40 a) es Villaresia megaphylla.] Mico = llex brevicuspis Reiss. [Según Loesener (82)]. Larangheira, Ore- Iha de mico, según Coppetti V. (19). Ñangapirí. (Colección A. de Llamas, n° 4, Ll.) Según A. de Llamas, génJ esp.1 Fam. Mirtáceas ; según Lillo (75) = Eugenia uniflora L. Fam. Mirtáceas. Observación A. de Llamas (74) : Aromático, tónico. Observación Lillo (75) p. 70 : Conocido por su fruta comestible y sabrosa y por el olor agradable de sus hojas que dan una. infusión que reemplaza muy bien al te. Orelha de burro = llcx Paraguariensis St. Hil. var. genuina Loes, forma sorbilis (Reiss.) Loes. [Según Loesener (82).] Larangheira, según Coppetti Y. (19). Pacurí (colección A. de Llamas, n° 2, Ll.) — Platonia insignis Mart. Fam. Gutiferas. [Según Lillo (75) y A. de Llamas (74)]; se- gún A. de Llamas esta planta es poco frecuente y no afecta la salud. Palo amargo (o Quina brava) = gén. ? esp. ? Fam. Simarubáceas. [Según Lillo (75).] Picrasma palo amargo Speg. Fam. Simarubáceas. [Se- gún Spegazzini y Giróla (135).] Palo amargo = Xylosma venosum N. E. Brown. Fam. Flacourtiáceas . [Según Ondarra B. S. (99 a).] Palo de anta = Villaresia megaphylla Miers. Fam. Icacináceas. [Según Spegazzini y Giróla (135).] También se conoce con los nombres siguientes : Anta, Yerba de antha y Mborevi rembiú (ver estos nombres). Palo de la yerba-mate = llcx Paraguariensis St. Hil. [Según Ilierony- mus (55 a).] Palo de yerba (Tucumán) o Roble [Lillo (73)] = llex argentina Lillo (nov. 120 — sp.) [Según Lillo (73)] = llex tucumanensis Speg, (nov. sp.) [Según Spegazzini y Giróla (135).] No tengo noticia de (jue esta especie pueda ser objeto de co- mercio, ni aun en su provincia de origen, por no existir en canti- dad suficiente; doy, sin embargo, sus caracteres mierográficos para poderla comparar con las otras especies de llex. Palo yerba = llex Paraguariensis St. Hil. |Según Spegazzini y Giróla (135).] Pao d’azeite — llex theezans Mart. var. acrodonta (Keiss.) Loes. [Según Loesener (82).] Persiguero bravo (Misiones) (no citado por ley de bosques y yerbales) = Prunus sphaerocarpa S\v. Fam. liosáceas. [Según Lillo (75).] Pesegueiro bravo = Prunas brasiliensis. [Según Spegazzini (130).] Pesigueiro bravo (Misiones) = Prunas sphaerocarpa S\v. [Según Spe- gazzini y Giróla (135).] Peslguero bravo (colección de A. do Llamas, n° 15, Ll.) — gen.? esp. ? Fam. Lauráceas (! !) [Según A. de Llamas (74)] — Prunus spliae- . rocarpa Sw. Fam. liosáceas. [Según Lillo (75) p. 80. j Observación de A. de Llamas : Fenómenos de intoxicación con más del 5 por ciento. Pimenta [no citada en ley de bosques y yerbales (1 49)] = género Pimenta. Fam. Mirtáceas. Nota. — Los ejemplares examinados, provenientes de Ipiran- ga, que me facilitó gentilmente el doctor Enrique Herrero Ducloux me indican a creer se trata de una Mirtácea ; posee glándulas vi sibles con poco aumento (55). Pimenta de gallinha = Solanum ohraceum Kich. Fam. Solanáceas. [Según Da Matta (22).] Pimenta de cachorro = Solanum ohraceum Ricli. [Según Da Matta (22).] Pimenta de rato (o Aguaraquyia) = Solanum ohraceum lticli. [Según Da Matta (23).] Pimenteira = Gapsicum brazilianum Chis. Fam. Solanáceas. [Según Da Matta (22).] Pororoca (ver Caá-pororó). Quebracbillo (o Sombra de toro). Citada por Ilieronymus (55 o) en Planta diaphor., p. 250, donde dice : sus hojas y (jajos se usan para falsi- ficar la yerba-mate. Corresponde botánicamente a Maytenus ilici- J'olia Mart. Fam. Gelastráccas. Rabo amarillo [citada en ley de bosques y yerbales (149)] = Groton sp. Fam. Euforbiáceas. (Según rótulo de la colección del ministerio de agricultura de Buenos Aires, sección bosques y yerbales.) Sangría (colección ministerio de agricultura de Buenos Aires) — Groton 121 sp. Fítin. Euforbiáceas. (Según rótulo de la colección del ministe- rio de agricultura.) Sapupema (no citada por ley de bosques y yerbales). Citada por los her- manos Enrique y Leopoldo Herrero Ducloux (52). Por los caracteres histológicos que presenta parece ser Pata- g onula americana L. que es nuestro Guayaibí ; y probablemente es un nombre local de éste, no habiéndolo podido encontrar en toda la bibliografía consultada a este respecto. Sassafras — Phoebc patens Mez. Habita el Brasil meridional. Sassafras (ex Humboldt y Bonpland) = Nectandra ? Gymbarum Nees. Nota. — Esta especie es de Venezuela (Orinoco) y del Alto Amazonas. ¿Podría ser considerada como el Sassafras usado como adulterante de la yerba, dado su radio geográfico tan apartado de los centros normales de producción1? Los ejemplares por mí estudiados parecen corresponder más bien a la Ocotca Sassafras Mez. Siete sangría (colección de A de Llamas, n° 8, Ll.) = gén.? esp.? Fam. Eritroxitáceas (Pináceas, según la carta explicativa de A. de Lla- mas de fecha 5 agosto 1910). Observación de A. de Llamas : Es frecuente y perjudicial por el tonino y una substancia algo anestésica. Siete sangrías (colección A. de Llamas, n° 7, Ll.) = génJ sp.1 Ll.) Fam. Rutáteas. [Según A. de Llamas (74).] Observación de A. de Llamas : Es dañosa, es frecuente y perju- dicial, emética, mal sapecada puede casi extinguir la voz en 10 ó 20 horas. Siete sangrías [citada en ley de bosques y yerbales (149)] — Gupheame- sostemon Koehne. Fam. Litráccas = Guphea glutinosa Chain, et Schlechtd. Fam. Litráccas. Ambas especies son llamadas Siete sangrías. [Según Hicken C. M. (54) y Koehne en Pfianzenreicli , IV, 216, pp. 117 y 125.] Nota. — No es probable se trate de estas plantas en las adul- teraciones y remito a las citadas por A. de Llamas con el mismo nombre vulgar. Sombra de toro (ver Quebrachillo). Sombra de toro (colección de A. de Llamas, n° 11, Ll). Dice A. de Llamas (74), en cuanto a la sistemática : gén.t espJ (orden ürticidae) y en la nota referente a su acción agrega : Es poco frecuente y no afecta la salud. No sería extraño se tratara del Maytenus ilicifolia, identidad que revelará el estudio histológico. Vassoura [citada por los hermanos Enrique y Leopoldo Herrero Ducloux (52)] — Budlcia brasiliensis Jacq. Fam. Loganiáccas. [Según Pe- — 122 ckolt?] == Sida carpinifolia L. Fam. Malváceas. [Según Caminhoa J. M. (16)]. Da Matfra lo cita con el nombre de Vassourinlia y Tupichá. Vassoura vermehla = Dodonaea viscosa L. Fam. S 'apindáceas. [Según Da Matta (22). J Vassourinha — Chrysopbyllum Grisebachi (Hieron.) Fam. Sapotáceas. Nota. — Aunque no se cita en ningún autor este nombre vulgar entre ios adulterantes de la yerba, lo anoto, estimando pueda serlo con la designación de Vassoura (en este término). Voadeira [citada por los hermanos Enrique y Leopoldo Herrero Ducloux (52)]. No citada en ley de bosques y yerbales. No me ha sido posible hallar la equivalencia científica de este sinónimo, no se encuentra en ningún trabajo; por sus caracteres histológicos parece ser un Ilex casi seguramente el Ilex para guariensis ; por tanto este nombre debe ser local como el anotado para Sapupema. De cualquier manera es siempre un Ilex aunque no fuera el paraguariensis ; sus caracteres micrográficos no me dejan lugar a dudas. Los ejemplares estudiados son de la colección de E. y L. Herrero Ducloux, remitidos por el cónsul argentino en Parana- guá; a ellos me refiero exclusivamente. Yapon = Villaresia Congonlia Miers. (Según A. Engler. Fam. Bras. XII, t. 12, p. 54.) Yerba = Ilex Paraguariensis St. Hil. Yerba (o Palo de anta, etc.) = Villaresia megaphylla Miers. Yerbas de palos = Villaresia Congonha (D. C.) Mierz. (Según Engler A. Pflanzenfam i lien.) Yerba de venado (según Giróla (46 a) es Symplocos uniflora). Yerba-mate = Ilex paraguariensis St. Hil. var. genuina Loes, forma do- méstica (Reiss.) Loes. [Según Loesener (82).] Yerba-mate — Ilex paraguariensis St. Hil. var. genuina Loes, forma sor- bilis (Reiss.) Loes. [Según Loesener (82).] Yerva de palos (ver Yerba de palos). Catálogo de nombres técnicos y vulgares con especificación de la familia a que pertenecen 1 Abbevillea (ver Gampomanesia) . Aniba Gardneri Mez : fam. Lauráceas , n. vulg. Candía Sassafras. ' El nombro técnico o los interrogantes puestos entro paréntesis corresponden a los dados por los herbarios consultados. El nombre técnico aceptado se hallará en las láminas correspondientes. 123 Aspidosperma olivaccum M. Arg. : fam. Apooináceas, u. vulg. Guatambú amarillo ; Guatambú sayyú (Misiones). Astronium fraxinifolium Scliofct. : fam. Anacardiáceas , n. vulg. Aroeira. Astronium macrocalyx Engl. : fam. Anacardiáceas, n. vulg. Aroeira do Mticury (Brasil). Astronium Urundcuva Engl. : fain. Anacardiáceas, n. vulg. Aroeira do campo (Brasil). Balfourodendron Riedelianum (Engl.) Engl. : fam. Rutáceas , n. vulg. Gua- tambú; Guatambú morotí. Budleia brasiliensis Jacq. : fam. Loganiáceas , n. vulg.. Vassoura. G abralea brachystachya D. O. : fam. Meliáccas , n. vulg. Cancharana. Cal) ralea oblongiflora C. D. C. : fam. Meliáceas , n. vulg. Cancharana . Gampomanesia sp. : fam. Mirtáceas , n. vulg. Guabiroba. Gampomanesia sp. : fam. Mirtáceas , n. vulg. Guarirá-mi. Gampomanesia cr enata Berg : fain.. Mirtáceas , n. vulg. Guáhirá , Gua- biroba. Gampomanesia maschalantha Berg : fam. Mirtáceas , n. vulg. Guabirá , Guabiroba.' Gasearía sylvestris S\v. : fam. Flaconrtiáceas , n. vulg. Catiguá-oby ; Cati- guá blanca; Catiguá verde. Ghrysophyllum sp. : fam. Sapotáceas, n vulg. Aguay (Misiones). Ghrysophyllum Grisebachii (Hieren.) Mez : fam. Sapotáceas , n. vulg. Vas- sourinha. Ghrysophyllum lucumifolium Gr. : fam. Sapotáceas , n. vulg. Aguay blanco (Misiones). Githarexylon barbinerve Chara. : fam. Verbenáceas , n. vulg. Aguay-guazú (Misiones, Corrientes). Gordia salicifolia Chain. : fam. Borragináceas , n. vulg. Araticú (Misiones). Groton sp. : fam. Euforbiáceas, n. vul. Rabo amarillo , Sangría. Diatenopteryx sorbifolia Racllk. : fam. Sapindáceas, n. vulg. Marta preta . Dodonaea viscosa L. : fam. Sapindáceas , n. vulg. Vassoura vermehla. Erytbroxylum sp. : fam. Eritroxiláceas, n. vulg. Siete sangrías. Eugenia cerasifolia Berg (v. E. Pretusa) : fam. Mirtáceas . Eugenia Guabiyú Berg : fam. Mirtáceas, n. vulg. Guabiyú, Guabijú (Co- rrientes). Eugenia myrobalana Berg : fam. Mirtáceas , n, vulg. Guabiroba . Eugenia pungens Berg : fam. Mirtáceas, n. vulg. Guabiyú. Eugenia retusa Berg : fam. Mirtáceas , n. vulg. Cerella, Cerelha, Geresa. Eugenia sp. : fam. Mirtáceas , n. vulg. Guabiyú blanco, (Formosa). Eugenia sp. : fam. Mirtáceas, n. vulg. Guabiyú (Corrientes). Eugenia uniflora L. : fam. Mirtáceas , n. vulg. Guabiyú, Nangapirí (Mi- siones). 121 Guarecí trichilioides L. : fam. Mirtáceas , n. vulg. Camboatá, Camboatá- puitá. Hclictta cuspiclata (Erigí.) Cliocl et Ilassl : fam. Rutáceas,\\. vulg. Canela de venado , de vea do, de viudo. Ilex. Con todas las especies, variedades y formas : ver Lista de los « Tlex », pág. 102. Lábatia glomerata (Polil.) Radl k : fam. Sapotáceas , n. vulg. Aguan ama- rilla, Aguay sayyií (Formosa).' Lithraea Chi chita Speg. : fam. Anacardiácea, n. vulg. Aroeira negra (Mi- siones). Lithraea molleoides (Vell.) Engl. var. Lorentziana ITieron. : fam. Anacar- diácea s, n. vulg. Aroeira negra (Corrientes, Entre Ríos). Lithraea molleoides : fam. Anacardiáceas , n. vulg. Aroeira branca ; Molle a o de beber (Arg.) Lucuma laurifolia A. 1). C. : fam. Sapotáceas, n. vulg. Aguay-guazú (Cha- co, Formosa). Lúcuma laurifolia : fam. Sapotáceas, n. vulg. Aguay guazú (Misiones). Machaerium brasiliense Yog. : fam. Leguminosas, n. vulg. Canelado brego (Misiones). Maytenus ilicifolia Mart. : fam. Celastráceas, n. vulg. Sombra de toro, Quebrachillo. Myrcia ovata Cmb. : fam. Mirtáceas, n. vulg. Guabiyú, lbabiyú (Chaco). Myrocarpus fastigiatus Allem. : fam. Leguminosas, n. vulg. Incienso. Myrocarpus frondosas Allem. : fam. Leguminosas, n. vulg. Incienso. Myrtus mucronata var. Thea Hieron. : Mirtáceas, n. vulg. Guabiroba. Nectandra angustí/ olia Nees : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel. Nectandra f Cymbarum Nees : fam. Lauráceas, n. vulg. Sassafras. Nectandra myriantlia Meissn. : fam. Lauráceas, n. vulg. Canela fedorenta (Misiones, Brasil). Nectandra megapotámica (Spr.) Mez : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel amarillo (Misiones). Nectandra Iwccdii Mez : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel blanco (Corrien- tes). Canela-guailcá (Misiones). Ocotca acutifolia (Ness) Mez : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel (Buenos Aires). Ocotea diospyrifolia Mez : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel overo (Mi- siones). Ocotca lanceolata Nees : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel amarillo. Ocotea pubérulu Nees : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel amarillo ( Corrien- tes, Orán, Formosa). Laurel mestizo (Corrientes, Entre Ríos). Ca- nela babosa, Louro bacato (Brasil). Ocotea Sassafras Mez : fam. Lauráceas, n. vulg. Sassafras, Canella Sas- safras. 125 — Ocotea sp. : fam. Lauráceas , 11. vulg. Laurel blanco (Corrientes). Ocotea spectabilis (Meissn.) Lez : fam. Lauráceas , n. vulg. Laurel negro (Corrientes). Ocotea suaveolens Bentli. : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel amarillo (Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos). Patagonula americana L. : fam. Borragináceas , n. vulg. Guayaybí , Gua- yaybí blanco, Guayaybí-morotí, Guayaybirá, Guayabí-l. Pkoebe pateas Mez : fam. Lauráceas, n. vulg. Sássafras. Pkoebe porphyria (Griseb.) Mez : fam. Lauráceas, n. vulg. Laurel, Laurel negro, Laurel n. vulg. Laurel crespo (Chaco, Formosa, Corrientes). Picrasma palo amargo Speg. : fam. Simarubáceas, n. vulg. Palo amargo, Quina brava. Platonia insignis Mart. : fam. Gutiferas, n. vulg. Pacurí. Pouteria neriifolia (Hook. et Arn.) Kadlk. :fam. Sapotáccas, n. vulg. Aguay (Entre Ríos, Corrientes, Uruguay, Brasil). Pouteria sp. : fam. Sapotáceas, n. vulg. Aguay (Misiones). Pouteria sp. : fam. Sapotáceas, n. vulg. Aguay guazú (Santa Fe). Pouteria suavis Heinsl. : fam. Sapotáceas, n. vulg. Aguay (Santa Fe). Prunus brasilicnsis (v. el siguiente). Prunus sphaerocarpa Sw. : fam. Rosáceas, n. vulg. Pesiguero bravo, Per- siguero bravo , Pesigueiro bravo. Rapan ea ferruginea (R. et P.) Mez : fam. Mirsináceas, n. vulg. Caá-poro- ró, Pororocá, C a por oró. Rapanca guyanensis Aubl. : fam. Mirsináceas, n. vulg. Canelón. Rapanea lactevirens Mez : fam. Mirsináceas, n. vulg. Canelón. Rapanea Lorcntziana Mez : fam. Mirsináceas, n. vulg. Canelón. Rapanca Scliicanclceana Mez : fam. Mirsináceas, n. vulg. Caá-pororó, Po- rorocá, Captor oró. Rollinia emarginata Schl. : fam. Anonáceas, n. vulg. Araticú (Formosa, Misiones). Sckinus Molla L. (incl. S. Aroeira L.) : fam. Anacardiáceas , n. vulg. Aroeira. Schinus terebinthifolius Radd. : fam. Anacardiáceas , n. vulg. Aroeira, (Bra- sil, Paraguay). Schinus Weinmannifolius (Mart.) Engl. : fam. Anacardiáceas, n. vulg. Aroeira colorada (Corrientes). Styrax leprosas Ilook. et Arn'. : fam. Estiracáceas, n. vulg. Carne de vaca. Symplocos tetranda Mart. : fam. Simplocáccas, n. vulg. Congonliá (Brasil). Symplocos uniflora (Polil.) Bentli. : fam. Simplocáccas, n. vulg. Cauna, Caona, Caverú. 126 — Symplocos variabilis Mart. : fam. Simplocáceas , n. vulg. Gongonha (Brasil). Terminal-la triflora Griaeb. : fam. Combretáceas , n. vulg. Guayahí ama- rillo, Guayabísayyú, Guayayhirá. Trichilia Catiguá A. «Juss. : fam. Meliáceas, n. vulg. Catiguá. Trichilia elegans A. Juss. : fam. Meliáceas, n. vulg. Catiguá. Vülaresia Gongonha (D. O.) Miera : fam. leacináceas , u. vulg. Gongonha , Congoña , Gongonha , Yerba de palos. Vülaresia Gongonha (D. C.) Miers. var. pwngens Miers. : fam. leacináceas , n. vnlg. Gongonha. Vülaresia megaphylla Miers : faro, leacináceas , n. vulg. Anta, Yerba de anta , Mborevi-remhhí , Palo de anta , Yerba. Xiloma venosum N. E. Brown : fam. Flacourtiáceas, n. vulg. Palo amargo. Zollernia Mocitahiba Fr. AH. : fam. Leguminosas, n. vulg. María preta (Brasil). Lista del material de estudio usado 127 0J9um& 1 ® c3 & P 1 bíD i tJD 2 s s c 035C0303030303030J03C/30303030303C&03 ©©©©©©©©©©©©©©©©©© g^gpppcppcsspppgpp ooocccooccoooooooo yo y3 03 0) x &2&2V)&?7?(ny2 S £ ® ■<< ® . S . ffi c ■ a . X ’tí ti H H Íh El! í-f . Q -n o a s ◄ P t-i £ iO « £ o P P ■E 3 ^1. p ^ 1 s « <*( rp I o < O p p p a p p cc ce P c8 c8 c a ce « 111.6 eí c* Sh M H ÍH P-< P-e O S S 3 2 3 í S -ü -í-5 4^> -4»3 73 ’s "5 "3 "3 S á o Ü o o u Ü g *E E ’E ’E ’E *E c3 • - fco k*> bfc bC b© fe£~- to bC b© . ~ © . • • A U p a p .5 co , W> ^3 P P P P P * *-H fc-H — í ‘-H «pH W— ( . 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XX, nos 1-2, enero-fe- brero 1 916. índice de figuras ' 1‘ült OltDlCN A l.l'A lUÍI'ICO DIO NOMISKIÍS VI I.ÜAliUS CE O (-> c CS O i ti s á £ I ° ~ e o 2 i Aquay 55, 1 1 1 la Aguay (Santa Fe) 62, 99 2 Aguay-guasií 63, 100 3 Ayuay-guasú (Corrientes) 5, 92, 1 18 4 Aguay-sayyú (Formosa) 12, 109 5 Amarillo 30, 119 6 Aula 37, 38, 67 7 Araticú 4, 108 8 Araticú 56, 103 ¡) Arocira 41 10 Aroeira.' . 59, 123 10 Aroeira blanca. 59, 123 11 Camboatá 57, 130 11 Camboata-puitá 57, 130 12 Cancharana . 2, 87 13 Canda de vendo 42, 101, 102 102 14 Canela fedorenta . 50, 88, 89 89 15 Canelón 8, 95, 96 96 16 Canelón 9, 10, 11, 93, 94 94 17 Canelón 7, 85, 86 8G 18 Carne de vaca . 32, 159 19 Catiguá . 34, 90 20 Catiguá 43, 133 21 Caima 11, 110 U2 Gerelha 47, 106, 107 107 22 Ccrella 47, 106, 107 107 22 Ceresa. ............... 47, 106, 107 107 23 Congonha 35, 36, 75, 76 24 Congonha 27, 28, 78 25 Congonha 17, 77 26 Congonha 3, 82 25 Congonha do campo 17, 77 27 Congonhinha . 19, 72, 73 27 Congonilla 19, 72, 73 73 26 Congo ña 3, 82 1 El número do orden colocado en la columna do la izquierda indica el nombre vulgar o técnico que lleva el mismo número; por ejemplo : 13 Canda de rvado = 13 ¡[elidía cunjndala ; *13 ¡’lalonia insignia = 43 ¡‘acuri. — i:¡7 — « í- •5 Nombre vulgar Números úo las figuras (lípíd. HUp. o i II f.) V umero de las figuras de puntos pelúcidos v obscuros 28 Guabirá 29, 104 29 Gitabiyií . . . . 46, 97, 98 98 !!0 Guaminí 1, 80, 81 81 31 Guatambú 39, 40, 134, 135, 136 136 32 Guavira-mí 6, 83, 84 84 33 Guagaibí (o Guahabí) 66, 120 34 Guayaibí-rd 33, 91 35 Incienso 64, 126 36 Laurel (Buenos Aires) 53, 114, 115 115 37 Laurel . . 49, 141, 142 38 Laurel amarillo 31, 140 37 Laurel negro 49, 141, 142 14 2 39 Laurel negro (Miu. Agrie.) 51, 138 40 Alaria prcta 65, 132 6 Mboreví-rembiú 37, 38, 68 41 Mico 16, 70 42 Ñangapirí . 21, 112, 113 113 43 P acuri 13, 127 44 Palo amargo 20, 67 45 Pesiguero bravo 15, 71 46 Pimenta 60, 121, 122 122 47 Pabo amarillo 18, 79 48 Sassafras 44, 116, 117 117 49 Siete sangrías . 48, 131 50 Siete sangrías 58, 124 51 Sombra de toro 54, 128 129 52 Sombra de toro 61, 125 53 Yerba-mate 22, 23, 74 54 Yerba-mate 24, 25, 26, 69 55 Sin nombre vulgar 45, 105 56 Sin nombre vulgar 52, 137 puntos pelúcidos y obscuros índice de figuras 1*0 H OliDICN ALFABÉTICO J)K BOMllHKS TÉCNICOS 0 f-s 1 ■S ¡Z¡ Nombre técnico Númeroti de la» ligaras (Epitl. su]), e inf.) © BÍl| J$&j ¿ « o ° 4/ 2 ns Pk 28 Abbeoillea Klotskiaua Berg. ..... 29, 104 31 Balfourodmdron liiedelian. (Engl.) Eligí 39, 40, 134, 135, 136 136 12 Cabralea oblongijlora C. D. C . . . 2, 87 32 Campomaneaia sp .............. 6, 83 84 28 Campomaneaia Klotskiaua Berg. . 29, 104 1 ChrysophyllumlucumifoUum(ÍTÍneh 55, 111 3 Citharexylon barbinerve Chain . . . 5, 92, 118 8 Cordia salieifolia Chain . ........ 56, 103 47 Croton sp .................... . 18, 79 40 Diatenopteryx sorbí folia Raillk . . . 65, 132 49 Erythroxylum sp. . . . . 48, 131 29 Eugenia Guabiyú Berg ......... o QQ 98 22 Eugenia retasa Berg. ........... 47, 106, 107 107 42 Eugenia uniflora L ............ . 21, 112, 113 113 55 Eugenia uniflora L ............ . 4 5, 105 11 Guarecí trichilioides L. ......... . 57, 105 13 Helietta cuspidata (Engl.) Cliod. et Hassl ................... 42, 101, 102 102 25 Ilex a (finia Gardo, var ......... 17, 77 24 Ilex affinia Garda, var 27, 28, 78 41 Ilex brevicuapis Reiss. .......... 16, 70 27 Ilex dumosa Reiss ............. 19, 72, 73 73 53 Ilex paraguariensis St. 1 1 i 1 . ..... 22, 23, 74 54 ilex paraguariensis St. Mil. ..... 24, 25, 26, 69 4 Ldbaiia gl orne rata (Polil.) St. Hil. 12, 109 10 Lithraea molleoides (Vell.) ...... 59, 123 52 May ten us ilici folia Mnrt ........ 61, 125 35 Myrocarpus frondosas Allem. .... 64, 126 56 Neotanüra angustí folia Noes ..... 52, 137 M Nectandra myriaulha Meissn. .... 50, 88, 89 89 3(5 Ocotal (wullfolla (Neos.) Mez .... 53, 111, 115 115 38 Oeotea pubérula Neos. .......... 31, 140 48 Ocotea Sassafras Mez ........... 44, 116, 117 117 33 Patagónula americana L ........ 66, 120 39 Choche sp. .................... 51, 138 37 Phoebe porphyria (Griseb.) Mez. . 4 9, 141, 142 142 44 Picrasma Palo amargo Spcg ..... 20, 67 43 Plutonio insignia Mart .......... 13, 127 139 O E-i © a '3 yA Nombro técnico Números do las figuras (Epid. siip o inf.) 2 Vouteria neriifolia (ITook. et Arn.) Radlfc 63, 100 la Poutcria giictvis Uemal 62, 69 45 Prunus sphaerocarpa Sw 15, 71 15 Rapanea quyanensis Aubl 8, 95, 96 16 Rapanea lactevirens Mez ........ 9, 93, 94 17 Rapanea Lorentziana Mez 7, 85, 86 7 Rollinia emarqinata Schl 4, 108 9 Sfíhinux Molle L . 41 18 Styrax leprnuu» Ilook. «t Arn ... 32, 139 21 Symplor.ofí uniflora (l’ohl.) Benfcli. 14, 110 5 Terminalia amtralu Cainb 30, 119 34 Terminalia triflora Griseb 33, 91 20 Trichilia Catiquá A. Juss 43, 133 19 Trichilia elegaua A. Jusa 34, 90 26 23 ViUarcsia Congonha (D. C.) Miera. Villaresia Congonha (D. C.) Miera, var. pungen» Miers 3, 82 35, 36, 75, 76 6 Villaresia mcgaphylla Miera ..... 37, 38, 68 ® © 96 94 86 puntos pelúcidos y obscuros 140 Fig. 1. — Gumnini. (Epid. inf.) (*) F’ig. i!. — C'anebarana : Cabralea oblongi llora C. DC. (Epid. iní.) Fig. 3. — Congonlia o Cmigoíia : Villa- Fig. 4. — Araticú : liollinia emarginata resia Congonha (DC.) Miera. (Epid. Selil. (Epid. inf.) inf.) Fig. 5. — Agnay-guazú (Corrientes) : Ci- tharexylon barbinerve Cliam. (Epid. inf.) Fig. (i. — Guavirá-ini : Campomanesia sp. (Ep. inf.) ( ) Los dibujos aipií reprndneidos son lodos originales del aulnr. 141 Fig. 7. — Canelón : ltapanea Lorcntzia- n a Mez. (Epid. inf.) La epidermis in- ferior presenta pelos tortores iguales a los de la epidermis superior (ver figu- ra 85). Fig. 0. — Canelón : ltapanea laetevirens Mez. (Epid. inf.) Fig. 11. Canelón : ltapanea laetevirens Hez. (Corto transversal, región lagunosa) Fig. 8. — Canelón : ltapanea guyanensis Aubl. (Epid. inf ) Fig. 10. — Canelón : ltapanea laetevirens Hez. (Corte transversal, región palizódica) Fig. 12. — Aguay-sayyú (Formosa) Labatia glomerata (Pohl.) Radlk. (Epid. inf.) 142 — Fig. 15. — I’esiguero bravo : Prunus sphaerocarpa Sw. (Epid. inf.) Fig. it¡. — Miro : Ilex brcoicuspis lieiss (Epid. inf.) 143 Fig. 19. — Congonliimv o Coiigonilla : Ilex dumosa Reías, var. (Epid. inf.) Fig. 20. — Palo amargo : Picrasma Palo amargo Speg. (Epid. inf.) Fig. 21. — ííangapirl : Eugenia uniflora L. (Epid. inf.) Fig. 22. — Yerba-mato : Ilex paraguariensis St. Hil. (Epid. inf.) Fig. 2:¡. — Yerba-mato (Corlo Irmiavormil do! limbo) Ejemplar del Mosco «lo En Plata Fig. 24. — Yerba-malo (Epid. inf.) 144 — Fig. 25. — Yerba-mate (corte transversal) Ejemplar del Jardín botánico de Buenos Aires Fig. 2fi. — Yerba-mate (corto transversal) Ejemplar del Jardín botánico de Buenos Aires Fm. 27. — Congonlia llex affinis Garda. (Epid. inf.) Fig. 28. — Congonlift : llcx ajfinis Garda, (corte transversal del limbo) — 145 — 146 Fig. 35. — Congoiiha : Villaresia Oongonha (DC.) Mier. var. pungen» Miera (Epid. inf.) Fig. 30. — Congouba : Villaresia Congonlia var. pungens (corte transversal) Fig. 37. — Anta o Mborevi-rembiú : Villaresia megaphylla Miera. (Epid. inf.) 147 Fig. 3!). — Guatambú : lialfourodcndron Riedelianum (Engl.) Engl. (Epid. inf.) 148 Fig. 40. — Guatambii : Baljourodendron Hiede lianum. A, corto transversal; B, polo do la nervadura ; C, pelo glanduloso Fig. 41. — Aroeirn : Scltinus Mulle L. (Epid. inf.) Fig. 4‘2. — Cunóla do vendo : Hclietta cuspidata (Engl.) Cliod. ei ilusa) (Epid. inf.) 149 — Fig. 43. — Catigmi : Trichilia Oatiguá A. Jiiss. (Bpid. inf.) Fig. 44. — Sasgafrns : Ocolea Sassafras Mez. (Epid. inf.) Fig. 45. — Eugenia uniflora L. (Epid. inf.) Fig. 46. — Guabiyú : Eugenia Guabiyú liorg. (Epid. inf.) 3 50 Fig. 49. — Laurel o Laurel negro : Pkoebe porphyria (Gris.) Mez. (Epid. iuf.) Fig. 50. — Canela fedorenta : Nectandra myriantha Meissn. (Epid. iuf.) Fig. 51. — Laurel negro : Pkoebe sp. (Epid. iuf.) Fig. 52. — Nectandra angusti/olia (Epid. inf.) Fig. 53. — Laurel (Bs. As.) : Ocotea acutifolia (Nees.) Mez (Epid. iuf.) 151 Eig. 55. — Aguay : Chrysophyllum lucumifolium Gris. (Epid. inf.) Eig. 50. — Araticú : Cordia salicifolia (Epid. inf.) Fig. 57. — Candína tií-puitíí : fíuarea Fig. 58. — Siete «ingrima. (Epid. inf.) trichilioides L. (Epid. inf.) Fig. 59. — Aroeira Manea : Lithraea molleoides (Vell.) (Epid. inf.) Fig. 00. — Pinicnta. (Epid. inf.) 152 — Fig. 01. — Sombra (lo toro : Maytenus ilicifolia Mart. (Ep. inf.) Fig. 03. — Agnay-guazú : Pouteria neriifolia (Hoolc ot Arn.) Kadlk. (Epid. inf.) Fig. 05 — María preta : Diatenopteryx sorbi/olia Kadlk. (Epid. inf.) Fig. 02. — A guay (Sta. Fe) : Pouteria, suavis Houisl. (Epid. inf.) Fig. 04. — Incienso Myrocarpus frondosus Allem. (Epid. inf.) Fig. 06. — Guayaibí : Patagonula americana I.. (E)iid. inf.) 153 Fig. 67. — Palo amargo : Picrasma Palo amargo Speg. (Epid. sup.) Fig. 08. — Villarexia megaphylla (Epid. sup.) Fig. 69. — Yerba-mato : llex Fig. 70. — Mico : llex brevicuspw paraguaricnsU. (Epid. sup.) (Epid. sup.) Fig. 71. I’cHigucro bravo (Prunos loa- híüciisíh) : Prunas sphacrocarpa . (Epid. sup.) Fig. 72. — llex llamona. (Epid. sup.) 154 — Fig. 73. — llex Humosa. (Puntos obscuros ttiim. 10 veces) Fig. 75. — Villaresia Congonha viu\ pungens. (Epid. sup., con las estrías cuticulares.) Fig. 77. — llex afinis. (Epid. sup.) Fig. 74. — Yerba-mate : llex paragua- riensis. (Epid. sup., con las células en parte cubiertas por las estrías cuticu- lares.) Fig. 70. — Villaresia Oongonha var. pun- gens. (Epid. sup. sin las estrías cuti- culares de la tig. 75.) 155 Fig. 79. — Ilabo amarillo : Croton sp. (Epid. sup.) Fig. 80. — Guamiui. (Epúl. sup.) Fig. 81. — Guamiui. (Puntos pelúcidos aum. 10 veces) Fig. 82. — Yillaresia Congonlia (Epid. sup.) Fig. 83. — Guaviríl-mi : Campomanesia sp. (Epid. sup.) Fig. 84. — Guaviril-mí : Campomane- sia sp. (Puntos pelúcidos, aumcnt. 10 veces.) 156 — Fig. 85. — Caución : Jiapanea Lorentziana. (Epid. sup.) 4CS Fig. 80. — Caución : Jiapanea Lorent- ziana. (Puntos obscuros, aumento 10 íl,in en sus Pai'tes opacas; cabeza, costados del tórax, epinoto y pecíolo, subopacos. Pilosidad muy escasa; pocas cilias psamóforas; sobre el tórax se nota algunos pelos cortos, [tero en el abdomen son más abundantes, largos. La escultura alutácea, obsoleta en toda la superficie del cuerpo y de los miembros, es más pronunciada en el dorso del tórax que en el abdomen, e imperceptible sobre la frente y región interocular, que es lustrosa; las mejillas y la parte posterior de la cabeza muestran un reti culado de finí- 191 — simas aristas, de las cuales hay algunas sobre los lóbulos frontales. Cabe- za y tórax con inultos pilígeros. La cabeza es un poco más larga que ancha, bien redondeada en sus contornos, adelante más estrechada, y el borde occipital ligeramente re- cortado. Los ojos son muy grandes, sin ser excesivamente convexos. Los escapos, cortos, llegan apenas hasta el ocelo anterior. Las mandíbu- las son débiles, poco convexas, pero bastante anchas; su diente apical es agudo, el borde anterior lleva G dentículos, de los cuales los tres anterio- res son más desarrollados. El clipeo es muy convexo, su borde anterior recto. Las aristas frontales, divergentes, menos destacadas que en la $ y 9 ; no se distingue surco frontal. Los ocelos son bastante grandes. El tórax, de igual anchura que la cabeza, es bien abovedado; el escu- dete, muy convexo y muy sobresaliente. El epinoto, con el plano basa! poco más largo que el declive, cuya transición es apenas acusada por un vértice obtuso, sin rastros de espina o protuberancia; en su porción infe- rior, sin embargo, algunas débiles aristas transversales. El pecíolo es corto, pero grueso; el nudo bajo, adelante convexo, en su cara anterior con finísimas aristas transversales. Las alas como en la 9? algo más irisadas, pero con las venas casi in- coloras, transparentes. Largo total del ala : 4,3 milímetros. Esta especie corresponde al grupo de mucronatas Em., y se acerca al Dorymyrmex ensifer Forel, pero se distingue fácilmente por la escultura peculiar y la conformación de la espina epinotal, como por su coloración y opacidad. La dedico a la memoria de mi antiguo ex jefe y amigo, el doctor Fran- cisco P. Moreno, quien ha facilitado con tanto empeño mis estudios en- tomológicos. Las tres formas de esta hormiga proceden de Ampajango, provincia de Catamarca, donde el ingeniero Weiser las recogió (12, XII, 1920), junto con algunas obreras de la estirpe laevigata Gall., en un mismo nido. Este caso de simbiosis o parabiosis en los Dorymyrmex arenícolas, ya 10 he observado también varias veces entre D. ensifer y D. exsanguis '. 1 Forkl, Mém. Soc. Ent. Belg. XX, página 39 y 42, 1912. Brucii, Rev. Museo La Plata, XXIII, página 335, 1916. 192 nr COSTUMBRES Y NIDOS DE DORMÍ GAS Acromyrmex Lundi Guér. (Nombro vulgar : « Hormiga negra ») Como funda tina hormiga negra una nuera colonia. — Aunque el ori- gen de las colonias de micetomirmicinas está plenamente comprobado por los estudios publicados por von lhering, Goeldi y Huber, en el Bra- sil, sobre la «hormiga saúba » (Alta sexdens), no recuerdo que se hayan hecho investigaciones posteriores con otras especies de hormigas poda- doras, ya que éstas pudieran servir de comparación, ya para confirmar los hechos observados por los autores citados. Con ese propósito me he ocupado de nuestra « hormiga negra», empleando parales experimentos los métodos usuales que a continuación describiré, junto con los resul- tados de mis observaciones. La cría de estas futuras colonias no ofrece mayores dificultades; solamente requiere algún cuidado. Lo esencial, es mantener a las hormi- gas en un ambiente artificial, adecuado para la progresión del micelio, y procurar molestarlas lo menos posible durante las observaciones. LTn exceso de humedad causa la degeneración del micelio o la aparición de un hongo extraño y dañino para las mismas hormigas. Como Goeldi y Huber, he usado de nidos artificiales de yeso con pa- redes de vidrio y cápsulas Petri, como también las cajitas de pastillas Valda, las cuales empleo a menudo para guardar hormigas. Para con- seguir la humedad necesaria, en los nidos de yeso les suministré gotas de agua por una delgada mecha; en los otros recipientes coloqué trozos de papel secante mojado. Para observar cómodamente a las hormigas, había cubierto los nidos artificiales con tapas y vidrios amarillos : de esta manera, y con, un sencillo dispositivo, fuérne posible tomar algunas fotografías en plena luz. Las vistas de las bongueras en formación han sido sacadas directamente, a diez aumentos, con una cámara vertical, aprisionando mientras tanto a las reinas. Para estas observaciones he dispuesto de 35 hormigas hembras fecun- dadas, recogidas ya ápteras, después de los vuelos nupciales en las ma- ñanas del 18 de octubre y 2 de noviembre de 11)18. Los ejemplares fue- ron en seguida aislados y convenientemente instalados. Del total de los individuos cautivos, diez reinas permanecieron completamente estériles y murieron poco a poco. En cambio, quince de ellas establecieron cada 193 — tilia su jardín de hongos, u bonguera, y pusieron los huevos en forma más o menos normal, como so verá más tarde. Las diez reinas restan- tes no lograron formar bonguera alguna, pero comenzaron a poner hue- vos después del tercer día ; tres de éstas se mantuvieron casi un mes con vida. De la serie principal, solamente una de las reinas ha vivido liasta el 45° día, tiempo apenas suficiente para el completo desarrollo de las primeras larvas. Sabido es que, antes de abandonar el nido materno, las hormigas hem- bras se llevan en la cavidad bucal una bolilla de substrato vegetal, que contiene las partículas del micelio, sacada de las viejas bongueras. Des- pués de la fecundación, que tiene lugar durante el vuelo nupcial, estas hembras, convertidas en reinas ápteras, penetran en el suelo, para esta- blecer en el sitio y a profundidad apropiados, la cámara inicial del futuro nido. Substituida, ahora, aquella cámara por un ambiente artificial, re- lataremos el comportamiento de nuestras reinas cautivas. El primer día de cautiverio, todas las reinas se mostraron bastante inquietas, algunas más ágiles que otras. En los recipientes se notaba a menudo pequeñas gotas de una substancia viscosa e incolora, que su- pongo arrojada por las vías bucales. A la mañana del segundo día, casi todas las reinas (las 15 de la serie principal) habían arrojado las bolillas; tres de ellas hicieron lo mismo después délas 34 horas de su aislamiento, y otras dos durante la segunda noche. Las bolillas son más o menos esféricas, miden de 0,40 hasta 0,60 mi- límetros de diámetro ; de aspecto igual a la cera de abejas, son de color amarillo pardusco. Desde el primer instante, la reina prodiga sumo cuidado a la bolilla ; no la abandona jamás, teniéndola en continuo contacto con las antenas y llevándosela entre las mandíbulas tan pronto como se siente molesta- da. La ubica a distancia conveniente del secante mojado, pegándola fre- cuentemente sobre los vidrios de los nidos de yeso, si éste se encuentra demasiado saturado de agua. A las 24 horas de haber arrojado las bolillas, aparecen en toda su periferia las hifas del hongo, formadas por lulísimos filamentos blanque- cinos que van aumentando rápidamente (lámina II, figura 1). lloras des- pués, las bolillas son despedazadas y extendidas, sin duda para facilitar el crecimiento de las hifas y ampliar el campo de cultivo. Al cuarto día, por la mañana, comienzan las reinas a poner los prime- ros huevos, siempre en número de dos, que se eleven a cuatro, a veces hasta seis durante este mismo día. Para la puesta del huevo, la hormiga toma una postura muy caracte- rística : irguiéndose sobre los cuatro miembros posteriores, levanta el REY. MUS. LA PLATA. T. XXVI 14 194 abdomen hacia adelante, mientras que inclina el antecuerpo y la cabeza para poder alcanzar el huevo, que va asomando por la abertura anal. Luego lo lleva entre las manos, por decir así, teniéndolo, pues, con los tarsos de sus miembros anteriores, apoyado a las mandíbulas, para de- positarlo junto a la bonguera. Durante toda esta maniobra las antenas desempeñan siempre un papel muy activo. El huevo, de un blanco plateado, tiene forma cilindrica, con los extre- mos bien redondeados ; la superficie es lisa y muy lustrosa; mide de 0,55 a 0,G0 milímetros de largo por 0,32 a 0,30 milímetros de anchura. Es casi imposible controlar el número de huevos de las posturas dia- rias, desde que las reinas utilizan, a éstos como alimento, dejando sola- mente una parte de ellos para el desarrollo de la futura generación. Después del duodécimo día se produce la eclosión de las larvas. La alimentación de éstas consiste también de la substancia vitelina de los huevos; pero no sabría afirmar si las reinas no le procuran igualmente micelio, del cual ellas mismas quizó participen. Abrigo tal sospecha, por el decrecimiento súbito que he observado alguna vez en las pequeñas bongueras. En las dos primeras semanas, la mayor parte de nuestras bongueras progresaron muy bien (lámina II, figuras 1-4), aumentaron notablemente de volumen, gracias al abundante abono que les proporcionan las rei- nas con sus propias defecaciones. En verdad, la atención que prodiga una reina a su bonguera, supera ■en mucho al cuidado que presta a los huevos. Cuando ella ha adquirido ya cierto desarrollo, después de la puesta y consumo de los primeros hue- vos, la reina la estercola con frecuencia, aplicándole, casi siempre di- rectamente, las pequeñas gotas parduscas de sus defecaciones. Su actitud es entonces muy semejante a la que adopta para la puesta de huevos. También lleva su cuerpo más o menos erguido, sirviéndose siempre de sus miembros anteriores, mientras que trabaja la bonguera (véase lám. III, figs. 1 a 3). Los ensayos para substituir la falta de bongueras por otro micelio, aun el obtenido de los nidos de la misma «hormiga negra», como los de Trachymynnex y Apterostigma, no dieron ningún resultado. Las rei- nas desparramaron en seguida los fragmentos suministrados por los reci- pientes. Mis experimentos terminaron finalmente con la degeneración de las bongueras o muerte de la reina, antes de haber sido posible obtener una generación de obreras. En varios casos, que supongo normales y con bongueras perfectamente desarrolladas, del total de las puestas, quedaron 10 a 15 huevos al octavo día y 10 a 20 huevos después del duodécimo. 195 En otra ocasión (lám. II, íig. 0), una bonguera, muy pobre en micelio, tenía a su lado 32 huevos al vigésimo día, de los cuales habían nacido trece larvas. La reina murió al vigésimoquinto día, infectada por hon- gos extraños, que en forma de hermosos ramilletes cubrían todas sus articulaciones y orificios respiratorios. Por último, representa la figura 7, lámina II, la mayor de las bongue- ras, obtenida a los 40 días, cuando degeneró súbitamente, tal vez por exceso de humedad. Su correspondiente reina murió a los 47 días, des- pués de haber consumido casi todos los huevos y también las jóvenes larvas, dejando solamente cuatro larvas adultas. Sumamente interesantes me parecen también algunos hechos, obser- vados con reinas que no habían logrado formar bongueras; ellos reflejan claramente reminiscencias de sus primitivos instintos. Quizá, ya por la preocupación de subsanar dicha falta, su comportamiento era muy dife- rente del de las otras. Varias veces las había observado entretenidas en desfibrar el secante, cuando, con la consiguiente sorpresa, pude presen- ciar también la fabricación de bolillas de papel, de igual tamaño y tan perfectas como aquéllas originarias del hormiguero madre, preparadas poco antes de abandonarlo. En la confección de las bolillas, las hormigas proceden como en todos sus trabajos : las fibras de papel las manejan con «las manos», apretán- dolas fuertemente con las mandíbulas, mientras que las antenas les ayu- dan para obtener la forma esférica. Otro detalle vemos en este curioso hecho, no solamente en la multipli- cación de estas bolillas de papel, sino en el empeño de las reinas de es- tercolarlas, lo cual comprueba la coloración que algunas habían tomado al absorber las defecaciones. Más tarde, las bolillas artificiales eran aban- donadas, dispersas por las cápsulas, como si las hormigas se hubiesen dado cuenta de su esterilidad. Aunque la mayor parte de las reinas tenían por costumbre de des?ni- gajar el secante, solamente tres de ellas fabricaron estas bolillas: una de ellas dos, la otra cuatro y la tercera reina, nueve bolillas (véase lám. II, fig. 8). Esta última tenía el dorso envuelto en una capa formada por las partículas del secante; cuando pereció quedaban en la cápsula las nueve bolillas y 31 huevos. Antes de terminar esta somera exposición de mis primeros experimen- tos, queda por referir todavía otro caso interesante, donde he ensayado encerrar a dos reinas juntas. Para tal objeto me he servido de un nido horizontal de yeso, de forma de cubeta, con paredes inclinadas y tapa de vidrio. Una de las reinas, que habitaba ya el nido, tenía una pequeña ñonguera de cuatro días, que la otra no había producido. 196 La presencia (leí huésped produjo en aquélla cierta molestia, pues alzó inmediatamente la Longuera, tratando de esquivar cualquier encuentro, mientras que ambas caminaban por el nido, sin manifestar hostilidad. Al siguiente día, se encontraban las dos hormigas sobre el borde in- clinado del nido, una frente a la otra, las antenas en contacto con la bon- guera única, que estaba pegada sobre el vidrio de la tapa (lám. III, fig. 4). Más o menos en esta misma actitud y, aparentemente en buena amis- tad, se mantuvieron estas dos reinas unidas durante quince días. Al prin- cipio permanecieron casi inmóviles sobre el borde de la cubeta, en cuya base se veía al quinto día nueve huevos. Luego, optaron por instalarse en el fondo del nido, donde la Longuera tomó más desarrollo, aumentando considerablemente el número de huevos. Pero, poco después, el micelio degeneró y la pequeña Longuera desapareció, probablemente por la falta de abono, pues no recuerdo haber notado las defecaciones,, indispensa- bles para su progreso. Desde entonces, las reinas vivieron más aparta- das, cada una con un montoncito de huevos, que se hallaban además desparramados por el nido. Ellas hicieron poco consumo de los huevos y perecieron, una en la tercera, la otra en la cuarta semana, sin dejar larva alguna. Hasta aquí mis primeras investigaciones, cuyos resultados muestran perfectamente la semejanza de las costumbres de nuestra « hormiga ne- gra » con la grande « saúba » del Brasil. Las fases subsiguientes de su desarrollo son naturalmente idénticas : las larvas adultas se convierten sucesivamente en ninfas y de éstas resulta la primera generación de obre- ras. Probablemente, en condiciones normales, tendríamos, después de unos sesenta días, alrededor de 15 a 20 individuos adultos. Con la apari- ción de estas obreras cambia también la reina su modo de vida y se de- dica en adelante únicamente a la postura de huevos. Las obreras se en- cargan luego de los trabajos : aumentan en seguida la pequeña Longuera con fragmentos de los vegetales que cortan y acarrean desde afuera; ellas se alimentan ahora del micelio, suministrando el mismo a la cría de lar- vas y aun a la reina en forma ya bien conocida. Las pequeñas cámaras iniciales del futuro hormiguero se encuentran generalmente a poca profundidad del suelo. Al examinar colonias jóve- nes, varias veces he hallado una segunda, hasta tercera cámaras, repletas de Longueras. En estos casos, las Longueras eran libres, no cubiertas con fragmentos de vegetales como en los viejos nidos. Recién entonces, los nidos típicos de esta hormiga constan de una Longuera única, tapada por una espesa capa de fragmentos de vegetales, que descansa en una gran cavidad vulgarmente llamada « hoya ». Las dimensiones de ésta exceden a veces medio metro de diámetro, y la profundidad en que se encuentra varía según las condiciones hidrostáticas del terreno. 197 — Otras observaciones. — Mis experimentos de cultivar el micelio de la « hormiga negra », hasta conseguir fructificaciones del hongo, no dieron resultado alguno. Empero, no he extrañado estos fracasos, desde que co- nocidos micólogos como Mollee y Spegazzini, no tuvieron mejor éxito con largas y pacientes investigaciones Las ñongueras de viejos nidos, des- provistas de hormigas y mantenidas en distintos ambientes artificiales, experimentaron siempre una rápida degeneración del micelio característi- co. Este mismo fenómeno he obser- vado también con las bolillas quita- das a las reinas, y guardadas en diferentes substratos, produciéndo- se entonces las mismas hitas aéreas (Luftmycel) , finos y largos filamen- tos, ondulados en forma de tirabu- zones (lám. II, fig. 5). Moller ha comprobado en el Bra- sil, que Afta discigera cultiva el mi- celio de un hermoso agárico, que clasificó como liozitcs gongylophora (Moller, l. c., 1893, pág. 65, lám. I y IV a). Los hongos desarrollados de Aero- myrmex Lundi corresponden a la Xylaria micrura Speg. y fueron, co- mo aquéllos, encontrados también sobre los montículos de vegetales agotados, expelidos por las hormi- gas. Personalmente los encontré en los sótanos del Museo (II, 1918), brotados de los viejos substratos y más tarde (I, 1919), debajo de una pileta de lavar, en idénticas cir- cunstancias. Una tercera vez, el se- ñor Nicolás Oeppi me obsequió con una Xylaria , que había sacado del borde de un viejo hormiguero. Con más frecuencia fueron observados estos hongos por el doctor Spegazzini, y debemos a la colaboración del sabio micólogo, el estu- dio sistemático de otras dos nuevas formas 2, que enriquecen núes- Fig. 10. — Xylaria micrura Speg. Porción apical del hongo, aumentada 7 veces * Moller Alfred, Dic Pilzgarten einiger südamerilcanischer Ameisen, 127 páginas, con 7 láminas y 4 ligaras cu el texto. Jena, 1893. - Spegazzini Carlos, Descripción de hongos mirmecófilos , en Revista del Museo de La Plata, tomo XXVI, páginas 201-209, figuras 1-5, 1921. 198 — tros conocimientos respecto íi la micetofilia de las hormigas podadoras. Estos descubrimientos demuestran, además, que cada especie de hor- miga ha de cultivar el micelio de su hongo predilecto, cuya fructificación requiere condiciones especiales, las que no encuentra en ei interior del nido. No quisiera terminar este capítulo, sin reproducir dos breves anota- ciones hechas sobre otras costumbres de nuestra « hormiga negra », su- poniéndolas de algún interés. liecorriendo una vez los sitios donde ocho días antes hubo numerosas irrupciones de individuos sexuados (vuelos nupciales), me llamó la aten- ción la cantidad de hormigas hembras aladas, vivas, pero con el pedúnculo y abdomen amputados. Muchas de ellas eran recogidas por obreras de Pheidole Bergi y arrastradas a sus nidos, mientras que otras corrían por el suelo y muros próximos. En un principio atribuí estas mutilaciones a las mismas Pheidole, hasta que pude cerciorarme que de varios nidos salían algunas hembras, sin abdomen y perseguidas por obreras. ¿A qué causa obedecía entonces este hecho'?- No recuerdo ninguna cita a ese respecto, pero me inclino a creer que se trata, tal vez, de hembras rezagadas, que las obreras obligarían a abandonar el nido, después de sufrir la amputación. Otra observación curiosa se refiere a dos individuos femeninos, alados convertidos en recolectores de vegetales. El nido de las hormigas se en- contraba debajo del piso de una habitación. Las obreras solían salir por los orificios del marco inferior de la puerta y recogían a menudo frag- mentos de alimento y el alpiste, caídos de una pajarera. A principios de octubre (1919) noté la aparición prematura de algunas hormigas sexuadas que anduvieron por la habitación. No prestó mayor importancia al hecho, hasta que observé con sorpresa, a dos hormigas hembras con alas, que caminaban a la par de las obreras, llevando tam- bién fragmentos de alpiste hacia el nido. Varias veces he observado esas pseudo-obreras, que eran formas femeninas típicas. Su porte era sin embargo distinto de las obreras, pues se notaba muy bien la dificultad en apoderarse de una presa y su falta de orientación en el camino trans- currido. El hecho me parece digno de ser señalado. Acromyrmex (Moellerius) Heyeri Forel (Nombro vulgar : « Hormiga colorada ») Esta especie es tan dañina como la « hormiga negra » (Acrom, Lundi), aunque menos conocida entre nosotros y menos temida, desde que habita regiones más alejadas de nuestros centros urbanos y agrícolas. Ella es .199 fácil de distinguir de aquélla, por su color más o menos rojo sanguíneo. La liemos encontrado con bastante frecuencia en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, en Martín García, cerca del Rosario de Santa Pe y en los alrededores de Alta Gracia (Sierra de Córdoba). Además te- nemos ejemplares de San Luis, Mendoza, Salta, Tucumán, Entre Ríos, Chaco y Formosa. Se propaga también por el Paraguay, Bolivia y Brasil. $. La obrera mayor es subopaca, tiene la cabeza y el tórax de un rojo ladrillo más o menos vivo; las antenas, los nudos del pecíolo, abdomen y patas (con el 1er artículo tarsal) parduscos, lo mismo que el ápice de las espi- nas ; los cuatro artículos de los tarsos son amari- llentos. Se diferencia de A. Lundi , por la disposi- ción de las espinas tornéa- les, que son también más robustas y todas más di- vergentes, las mesonotales anteriores dirigidas hacia atrás y muy divergentes, mientras que en A. Lundi se dirigen casi paralela- mente hacia arriba. 9. La hembra es bas- tante más robusta que la de A. Lundi ; difiere por su coloración roja; la es- Fig. 11. — Acromyrmcx (21.) Hcyeri Forel, aumentada 5 veces mayor cultura de la superficie es más grosera, subrugosa, en forma de estrías longitudinales sobre la ca- beza, menos notables en el tórax. La cabeza es mucho mayor y más ancha; las mandíbulas son más cor- tas y robustas. El occipucio es profundamente excavado; su borde, esco- tado (casi recto en A. Lundi). Las espinas epinotales son bastante más des- arrolladas y mucho más divergentes. El borde interno de las mandíbulas y el clipeo negros, lustrosos. Los funículos (ápice excepto), el área y las aristas frontales, el margen posterior del pronoto, el mesonoto, ápice de las espinas, escudo y parte del pecíolo, lo mismo que los miembros, son más o menos negruzcos. Sobre el mesonoto, un adorno que consiste en una mancha mediana basal adelante bifurcada, formando dos bandas que corren por el margen lateral del mismo. Las alas son obscuras, par- do amarillentas como en A. Lundi. — 200 C?. El macho tiene más semejanza con el de A. Lundi que las otras formas. Su cuerpo es negro, algo más robusto y más opaco, por la escul- tura de la superficie más densa y poco más fina. La cabeza es más grande y más globosa, las estrías longitudinales son más finas. Las mandíbulas son más cortas, relativamente más anchas. Las antenas tienen igual lon- gitud en las dos especies (lo mismo en las hembras). Las espinas epinota- les son más anchas en la base y también más divergentes. No he notado diferencias en los órganos copulatorios, como lo in- dica el profesor Emery ; en un estudio aparte me ocuparé de este parti- cular. Nidos. — Durante los últimos años he tenido oportunidad de examinar muchos nidos de Aeromyrmex ( M.) Ileycri. Corresponden éstos, casi siem- pre, a un tipo bien caracterizado. Constan de una sola bonguera que, cuando subterránea, se encuentra a escasa profundidad y está cubier- ta por un amplio montículo, o sea cúpula formada por fragmentos de ve- getales. Raras veces se encuentra nidos desprovistos de cúpulas o ubica- dos en el subsuelo de las habitaciones. Nunca he encontrado de estos nidos a grandes profundidades, como los menciona Berg (1890). Frecuentemente, algún retofio de tala, u otra planta, sirve de sostén a la cúpula y a la misma bonguera; a veces también ocupan las hormigas el hueco de algún tronco viejo. Los hormigueros en las cercanías de Alta Gracia (lám. IV, fig. 1) son del todo idénticos al tipo cupuliforme que construye Aeromyrmex lobi- cornis var. pencosensis en la Sierra de la Ventana, que he descrito años atrás La cúpula es subcónica, bien redondeada, en término medio de unos 0m60 de alto, con más de un metro de diámetro en la base. Por fuera está recubierta con palitos y trozos de vegetales bastante grandes, mientras que la capa inferior está formada por una masa más compacta y terrosa, que resulta también de la descomposición de los residuos ve- getales. Debajo de esta cubierta, surcada más o menos por galerías y canalículos, descansa la bonguera. Hacia el montículo convergen siempre ¡argos senderos, desprovistos de pasto : los orificios de entrada se encuentran generalmente en la base. El substrato agotado de las bongueras se compone de fragmentos de gramíneas, que las obreras expelen por otras salidas, depositándolos en una espesa capa a un lado del nido. Hongos. — Estos residuos me proporcionaron en Alta Gracia (XII, 1920 y Iir, 1921), no solamente buen número de pequefios coleópteros ' BnUCH, Costumbres y nidos de hormigas, en Anales de la Sociedad Científica Argen- tina, tomo 83, páginas 315-317, figuras 10 y 11, 1017. 201 mirmecófilos, de los cuales me ocuparé en otra oportunidad, sino tam- bién las fructificaciones del bongo que, en estado vegetativo, es cultivado por las hormigas. Encontré los primeros ejemplares de este hongo el 15 de marzo (1921) sobre los restos de varios nidos, que meses antes había destruido en busca de los mirmecófilos. La excesiva humedad de aquella estación de- bió favorecer, sin duda, el desarrollo de estos hongos que, en los días entre el 20 y 30 del mismo mes, aparecieron también sobre los demás hormigueros. Jamás los encontré en otra parte. En la superficie de los re- siduos aparecen generalmente por pequeños grupos (lám. IV, fig. 2). Su forma es muy variable. Los esclerocios bastante largos, rizomorfoideos; los estípites, muchas veces re- fundidos, de color avella- na, terminan en las cabe- citas del hongo, circulares y subplanas, con la su- perficie do un bello rojo ladrillo. Algunos ejempla- res, crecidos sobre la mis- ma cúpula del nido, pre- sentaban esclerocios mu- cho más largos, que pene- traban profundamente en ésta. La relación de este mi- cromiceta con el micelio de la bonguera, no deja lugar a dudas. De su es- tudio, confiado a mi distinguido amigo el doctor Spegazzini, se despren- de que se trata de un nuevo género y una nueva especie de hongo, des- crito con el nombre de Poroniopsis Bruclú Speg. *. En cuanto al micelio de las bongueras, que he podido examinar in situ, éste es bastante distinto de aquel que cultiva nuestra hormiga negra (Acrom. Lundi). El substrato, compuesto casi exclusivamente por diminutos fragmentos de gramíneas, está cubierto por una densa capa do hifas, de 4 a 8 ¡. > , de diámetro, enmarañadas y entrelazadas, formando Fig. 12. — Micelio de la Iionguera de A. (M.) Ueyeri For. aumentado 170 voces * Revista del Museo de La Plata, tomo XXVI, páginas 206-208, figuras 4 y 5, 6-10, 1921 . La tercera especie (lo hongo, descrita por el doctor Spegazzini, loo., cit., páginas 201-204, figuras 1, 2 y 5, 3-5, es Locellina Maszuchii Spog., lo cultiva nuestra « hor- miga isaú » (A tta Vollenweideri For.). — 202 hebillas; en sus terminaciones, se producen hinchazones que, en su má- ximo desarrollo, resultan agrupaciones tupidas de góngilos : los llama- dos « repollitos » de Mdller. Estas esterillas, mucho menos desarrolladas en A. Lundi, alcanzan un diámetro de 50 a 70 ¡a; contienen, como Jas hilas, un protoplasma linamen- te granulado, grisáceo, con vacuolos translúcidos. El número y extensión de estos vacuolos varía según la afluencia de la substancia protoplasmá- tica que es visible al microscopio. En su conjunto, la bonguera repre- senta una masa esponjosa, blanco-grisácea, ricamente abonada con dimi- nutas gotas parduscas y amarillentas, las defecaciones de las hormigas. Acromyrmex (Traehymyrmex) Itieringi Em. var. tucumana Forol Forel, Bull. Soo. Faud. So. Nat., 50, 184, página 282, g, 1904. Los ejemplares típicos de esta variedad proceden de Concepción (Tucuinán) ; ha encontré también en la Sierra de Córdoba, al oeste de Alta Gracia, donde es bastante común. Los individuos de esta última localidad son de coloración algo más fe- rrugínea; el tegumento es más liso, los tubérculos pi ligeros menos abun- dantes; la pilosidad, corta y encorvada, es más escasa y las setas negras del gáster son algo más largas que en la var. tucumana. Las espinas epi- notales y los nudos del pedúnculo parecen ser más robustos. Estas dife- rencias, aunque muy poco acentuadas, pudieran, tal vez, corresponder a una variedad local que llamaré provisoriamente var. cordovana. 9 (aún no descrita). Largo : 4,8 milímetros. Más obscura que la ¡lardo ferrugínea, el abdomen negruzco. Parecida a la <£, pero los tubér- 203 culos pilígeros do la superficie mucho más numerosos y reunidos por ru- gosidades bien manifiestas. La pilosidad es más abundante, sobre todo los pelos cortos encorvados y amarillentos, que son diseminados por to- das partes, mientras que las setas erectas son algo más cortas y más es- casas que en la <¡>. Las mandíbulas tienen la punta más larga y encorvada, el borde con 5 dentículos, de los cuales el apical bastante agudo. Los lóbulos básales del escapo son mucho menos desarrollados. Las espinas laterales superio- res del pronoto son casi tan grandes como en la las espinas epinotales son algo más robustas, pero como un tercio más cortas. El escudo tiene dos dientes apicales cortos. Las alas son bastante obscuras, pardo-amarillentas, con ligeros refle- jos irisados, y hacia la punta ahumadas; toda la superficie con una densa pubescencia microscópica. Largo del ala anterior : 5 milímetros. De esta forma he tomado dos ejeinplai'es sobre el cráter tubular en el instante de salir del nido, el 25 de marzo de 1921. Nidos. — Todos los nidos, después de fuertes lluvias, ostentaban bo- nitos cráteres, formados por la tierra expelida en diminutas bolillas. Es- tos cráteres, de 8 a 10 centímetros de diámetro y 3 a 4 centímetros de altura, en forma de valla con vértice agudo, llevan en el centro el orificio de entrada, con la torrecita tubular característica para los Trachymyr- viex. Estas torrecitas miden algo más de un centímetro de altura; están construidas con delgados palitos entrelazados con otros fragmentos de vegetales; los orificios, apenas de 4 milímetros. Las cámaras y las bongueras (lám. VI, fig. 1) son muy parecidas a las de Trachymynnex pruinosa Em. ', con la diferencia, que las primeras son menos regulares, sus cavidades pequeñas, de apenas 5 centímetros de diámetro, raras veces completamente esféricas, debido al terreno muy desigual y pedregoso. Un corto canalículo conduce a las cámaras super- puestas, generalmente a escasa profundidad, una cerca de la otra, de las cuales, por lo común, una o dos están ocupadas con bongueras. Estas últimas cuelgan de las raíces en forma de delicadas laminillas. En aquella estación (fines de marzo), las obreras acarreaban fragmentos do vegeta- les; es probable que ellas utilicen también excrementos de orugas, como suelen hacer sus congéneres. Tienen, como aquéllas, la costumbre de fin- girse muertas, tan pronto como se creen en peligro. 1 Brucii, Costumbres y nidos de hormigas, cu Anales de la Sociedad Científica Argen- tina, tomo 83, página 308-313, figuras 4-9, 1917. - 204 Apterostigma Bruchi Sauts. Santschi, Anales de Ja Sociedad Científica Argentina, tomo 87, página 49, figura 5, 8, 1919. El doctor Santschi lia descrito solamente la forma obrera de esta Attina ; los individuos sexuados obtuve más tarde de una colonia que aún tengo cautiva. Por el hecho de encontrarse la descripción original en una revista del país, fácilmente con- sultable, daré solamente las principales características de la obrera, y a continuación, las descripciones de las formas se- xuadas. Según Santschi, esta especie es vecina de Apterostigma Was- manni Forel, pero es más ro- busta. En Ai pilosnm Mayr, el cuello es más largo, la escultura más débil. A. Steigeri Sauts., señalada del Uruguay y de Buenos Ai- res, es, en cambio, más pequeña y desprovista de cuello. Fig. 14 — Apterostigma Bruchi Sauts. Q aumentada 9 veces <£. Largo: 4, 5-5, 2 milímetros. — De un pardo negruzco, más o menos rojizo ; el escapo, man- díbulas y miembros, pardo-roji- zos ; la clava antenal y los tar- sos más amarillentos. Opaco; la superficie con diminutos tubérculos pilígeros, más largos sobre el gás- ter y más o menos reunidos por débiles arrugas. Todo el cuerpo y miembros con abundante pilosidad destacada, más perfilada y menos oblicua (pie en A. Wasmanni. Funículos finamente pubescentes. 9 (aún no descrita). La hembra mide 5,5-G milímetros y es en todas sus partes más robusta que la obrera. Tiene más o menos el mismo color, con igual escultura y pilosidad. La cabeza es algo más estrecha que el tórax; el cuello es más largo que en la <¡>; los ojos son más grandes, las mandíbulas semejantes, con los nueve dientes algo más agudos, los básales menos desarrollados; el vér- tice con una protuberancia subcuadrada. 205 El contorno del tórax es elipsoidal, visto desde el dorso. El cuello del pronoto es algo más largo que en la Los bordes del inesonotó son agu- dos, replegados en su mitad posterior. El escudo es profundamente es- cotado, trilobulado en el ápice, la superficie con algunas arrugas trans- versales. El epinoto apenas más corto, en lo demás igual al de la $. Sobre el vértice prevalecen las rugosidades transversales, las que co- rren en el tórax más bien en sentido longitudinal ; esta escultura es me- llos regular sobre el abdomen, subreticulada, como en la <£. El pecíolo es muclio más grueso que en aquélla ; más alto, su pedúncu- lo algo más corto, su cara declive, visto desde arriba, es rectangular, una cuarta parte más largo que ancho. El postpecíolo es piriforme, más bien cam panul ¡forme, más grueso que en la ; el gáster es también más grueso. Las alas anteriores miden 4,5 milímetros de largo ; tienen un tinte pardo-amarillen- to, más obscuras en su porción antero-basal ; la mancha negruzca es alargada, hacia el ápice más clara y des- vanecida. (jí* (aún no descrito) Fig- 15. — Apterostigma Bruchi Sants. c? : aumentado 0 veces El macho mide 5,5 mi- límetros de largo; su cuerpo es negro, opaco: las antenas, patas y ápice del gáster son pardo-rojizos, las tibias un poco más claras; la punta de las mandíbulas y los tarsos son amarillentos. La pilosidad es mucho más escasa y más fina que en la $ y 9 ; el funículo está cubierto por una pubescencia muy corta, tenue y densa. La superficie es casi lisa, los diminutos tubérculos aislados no están reunidos por rugosidades; éstas últimas son bastante pronunciadas en los costados del tórax, en menor grado sobre la cabeza y el dorso. La cabeza es suboctagonal ; sus costados anteriores (delante de los ojos) son paralelos ; los posteriores no muy convexos ; la extensión del borde, desde los ojos hasta el cuello, es algo menor que el diámetro de los ojos ; el cuello es bastante ancho, mide la mitad del largo del borde posterior de la cabeza. El funículo es muy largo (4,4 nun.). El escapo, corto, no más largo que los primeros dos artículos del funículo reunidos. El 1er ar- tículo de éste es muy corto, subesférico; el 2o tan largo como el apical 206 y el 3o algo más largo que los demás, que son subiguales, aumentando de anchura liaeia la punta. Los lóbulos frontales, dirigidos hacia arriba, son apenas divergentes e hirsutos; entre ellos se nota una corta línea frontal; algunas arrugas convergen hacia una alta protuberancia del vértice, ocupada por los ocelos. El epistoma es muy prominente en su mitad basa!. Las mandíbulas son débiles, convexas ; su borde anterior es liso, sin dientes, la punta bastante aguda. El pronoto muestra de cada lado, próxima a la sutura pro mesonotal, una ancha callosidad. El mesonoto es amplio ; en su mitad antero-dorsal se observa dos débiles carenas. Los parápteros son muy salientes, for- mando un ancho lóbulo triangular. El escudo tiene la escotadura más profunda que en la 9? sus lóbulos apicales son algo oblicuos y las arru- gas más pronunciadas sobre la superficie. El epinoto llevados finas aris- tas paralelas, que se alargan a cada lado en un pequeño diente. El pecío- lo y postpecíolo son parecidos a los de la 9 5 e* primero es algo más grueso, pero mucho más alto, su cara declive un poco más corta; el se- gundo es algo más pequeño, sus costados menos arqueados. El gáster es algo más alargado que en la <£, su superficie lisa, solamente con tubércu- los aislados. Las alas anteriores miden 5 milímetros de largo; son un tono más obscuras que en la 9 , Lv mancha es parda, más extendida y más desva- necida ; la finísima pubescencia que cubre a las alas es mucho más den- sa que en la 9- Nidos y costumbres. — Esta especie difiere mucho, como sus congéne- res, de nuestras hormigas podadoras comunes (Acromyrmex y Afta), tanto por su aspecto como por sus costumbres. Las obreras son monomór- ficas, más esbeltas, y desprovistas de las características espinas de las podadoras; en cambio son muy hirsutas y su tegumento opaco. Su porte es distinto de las podadoras; caminan lentamente, llevando las cargas colgadas perpendiculannente. Cultivan también micelio, pero jamás cortan vegetales ; y emplean como substrato las defecaciones de in- sectos, casi siempre de pequeñas orugas que buscan por el suelo. Esta- blecen sus nidos en cavidades naturales, viviendo en colonias poco nu- merosas. En octubre de 1918, por primera vez, encontré de esta Apterostigma tres colonias, en un terreno removido a un costado del terraplén de la vía férrea, detrás del bosque de La Plata. En uno de los nidos, la bonguera ocupaba todo el hueco entre piedras y terrones, que medía unos 7 centímetros de diámetro; en los otros dos, las cavidades tenían mayores dimensiones, pero las bongueras eran más pequeñas (lámina Y, figura 1). Los tres nidos se encontraban a unos 40 centímetros de profundidad, apenas un decímetro distantes uno del — 207 otro; el terreno estaba cubierto de grandes plantas de cardo, tapando una de ellas todo el perímetro, encima de los nidos. Sobre la superficie del suelo se distinguía solamente un pequeño ori- ficio de entrada, sin cráter y pocos residuos de substrato desparramados. La tierra, semiarcillosa, tenía muchas grietas, que facilitaban el paso de las hormigas hacia la salida única. Por lo visto, no había aquí ninguna construcción artificial, fuera del alisamiento y aseo en las paredes (lelos huecos ocupados. Las bongueras cuelgan sujetas a las raíces. Están constituidas por el amontonamiento de pequeñas bolillas de excrementos de orugas, forman- do delgados tabiques y numerosos agujeros, habitados por las hormigas con sus crías. La bolsa o envoltura de las bongueras, que consistiría de un micelio diferente, y la cual Mol ler cita como característica para las Apterostigma del Brasil, no hemos encontrado en nuestros nidos; tampoco se ha pro- ducido en el ambiente artificial. De nuestros hallazgos, hemos guardado una colonia y los fragmentos de su bonguera en un nido de yeso de tipo vertical ; otra colonia pusi- mos en una cápsula ele cristal de unos 12 centímetros de diámetro y 5 de altura. Esta última colonia conservarnos aún, después de tres años, en perfecto estado. Por causas ignoradas, perecieron al octavo mes una veintena de obreras, entre ellas también la única reina cautiva. Del reducido número de larvas obtuvimos tres individuos sexuados, un macho y dos hembras, cuya aparición notamos a principios de agosto del siguiente año; se mantuvieron vivas hasta diciembre, caminando frecuentemente sobre las bongueras y en el recipiente. Algunas otras observaciones que hicimos en cuanto al comportamiento de nuestra co- lonia, referimos a continuación. Unas sesenta obreras, que el 20 de octubre de 1918 instalamos en la cápsula, comenzaron inmediatamente a reconstruir su bonguera. Al ter- cer día quedó ésta terminada, la mayor de su superficie arrimada a la pared vertical y apoyada sobre el fondo del recipiente. Los residuos de- positaban las hormigas al lado opuesto de la bonguera. No obstante ha- ber sido éstos retirados en seguida y sucesivamente, aquel sitio quedó reservado, desde entonces, para el mismo fin. Una semana más tarde, procuramos excrementos frescos de pequeñas orugas del limonero (Papi- lio toanthiades) y de otros lepidópteros, que fueron inmediatamente reco- gidos y transportados a la bonguera que, en término de un mes, había aumentado casi el doble de su volumen (lám. Y, fig. 2). Como el desago- tamiento del substrato se produce muy lentamente, las bongueras, ricas en micelio, duran generalmente varias semanas, aun meses, sin necesi- dad de otro abono que el de las defecaciones de las hormigas. En ocasión 208 que la bonguera se- encontraba ya suficientemente abonada, el substrato fresco no fue ya utilizado, sino depositado junto a los residuos. Desde un principio pudo observarse en estas hormigas cierta manse- dumbre y ninguna preocupación notable para todo lo que pudiera serles molesto, como, por ejemplo, la luz, los movimientos, o el tocarlos. Nunca se fingen muertas, como suelen hacerlo las otras especies congéneres. Al suministrarles abono, súbitamente acuden y esperan, precisamente en el mismo sitio donde acostumbramos a echarlo. Las obreras parecen incapaces de despedazar vegetales, rarísimas veces fragmentan una bolilla de excremento, en el caso que ésta excede las dimensiones requeridas. Ordinariamente no las emplean más grandes de medio milímetro de diámetro ; cuando son mayores y demasiado pesadas, las llevan mantenidas entre las patas ante- riores y las pasan a los residuos antes de des- pedazarlas. Desmigajando antesel excremen- to de grandes orugas, se consigue hacerlo apto para el uso. Las defecaciones de mánti- dos o de otros insectos creófagos, jamás fue- ron aceptadas, lo mismo aquellas de ciertas langostas como Ghromeris miles. Los ensayos con vegetales frescos, aunque fueran de las mismas plantas, habitadas por las orugas cuyas defecaciones utilizaban y, también finamente trituradas, han fracasado siempre. Pero, sometidas ciertas hojas a una cocción previa, sus partículas, semihúmedas, eran alguna vez aceptadas. Por mera ocurren- cia hicimos una vez la prueba con yerba-mate (lie x paragnariensis) tra- tada en esta forma, y obtuvimos un resultado inesperado. Dichos frag- mentos, semihúmedos, los emplea nuestra Apterostigma a la par del abo- no de las orugas, facilitando pues ese vegetal' un abundante desarrollo del micelio. La fariña y cáscara de naranjas, que según Móller fueron utilizadas por las especies del Brasil, han sido siempre rechazadas pol- la nuestra. El micelio de las bongueras de Apterostigma fíruchi es enteramente parecido al que cultivan las especies congéneres del Brasil, pero muy di- ferente del que poseen nuestras hormigas podadoras. Por la particularidad del substrato que recubre el micelio, a simple vista, una bonguera, parece formada por diminutos capullos blancos de algodón. Con algún aumento se distingue una aglomeración tupida de góngilos hifales, los «repollitos», pero aquí sin las esterillas terminales, reproducidas en la figura 12. Kig. 18. — Micelio (le la bonguera do Aptcrustii/ma liruchi Santa., aumentado 170 veces. Rkvista dkl Musno i > i: La Plata, tomo xxvi LÁMINA I 6*. Ilt'Krh, fot. Revista dei. Mi smo de I.a Plata, tomo xxvi Lámina II -1 Itruch. Jüt. Plata, tomo xxvi Lámina 111 Revista dkj. Museo de I.a Reata, tomo xxvi Lámina 1\' Revista del Meseo he I.a Plata, tomo xxvi Lámina V C. Jtnic/i. fot. Revista del Mesko hi': La I'i.ata. tomo xxvi Lámina VI 209 El examen microscópico del micelio muestra una espesa capa basal de finísimas lufas muy enmarañadas, de 3 a 5 g de grosor. Hacia la perife- ria estas hilas se ensanclian en forma de maza, con estrangulaciones más o menos acentuadas. Los góngilos pocas veces alcanzan más de 20 \j. de grosor. El protoplasma del micelio es transparente, completamente inco- loro; en las hincliazones se encuentra poquísimos granulos grisáceos y algunos vacudos, escasamente de unos 2 a 4 \j. de diámetro. Las fructifi- caciones del hongo nos son aún desconocidas. Camponotus (Myrmothrix) rufipes F. var. magnifica Foro! Nidos. — En mi artículo sobre huéspedes de hormigas de Córdoba (Physis, t. IV, pág. 4, 1918), mencioné los nidos de este gran Campono- tus, suponiéndolos construidos con fragmentos de vegetales, parecidos a estiércol seco de caballo. Más tarde pude comprobar, que precisamente las hormigas utilizan este material, desmigajándolo y aglutinándolo luego, para darle más o menos la consistencia que antes tenia. Durante varios viajes a la misma localidad (Alta Gracia), tuve ocasión de obser- var muchas nulificaciones de la variedad magnifica , desde su estado ini- cial hasta las construcciones típicas, habitadas por colonias de muchísi- mos individuos. Al fundar una nueva colonia, la reina se refugia casi siempre debajo de alguna piedra, donde hace una pequefia excavación de corte elipsoidal, dennos 2 centímetros de largo y de poca concavidad, perfectamente ali- sada. En caso de que el contacto de la piedra con el suelo no hubiese sido perfecto, la reina construye entonces una valla con partículas de tierra y fragmentos de vegetales. La fotografía lámina VI, figura 2, muestra uno de estos nidos iniciales, con su reina, 1 1 huevos, 4 larvas y 3 capullos de ninfas. Estos vil timos correspondían a obreras pequeñas ; las larvas se encontraban en diferentes estados de desarrollo. Los huevos son peque- ños, blancos, casi transparentes y de superficie lustrosa; miden 0,8 mi- límetros de largo y 0,45 milímetros de ancho. A menudo se encuentra también las reinas acompañadas de las pri- meras generaciones de obreras, ordinariamente de unos 5 a 10 indivi- duos y éstos siempre obreras pequeñas o medianas, nunca de formas mayores. Muchas veces se tropieza también con colonias más o menos numero- sas, ubicadas debajo de una piedra o de algún tronco u otro refugio, pero los nidos más característicos son los montículos levantados de ex- crementos secos de caballo. Las hormigas prefieren ¡os lugares altos, construyendo sus nidos entre los grandes Cercas o afirmándolos entre grupos debromelias que envuel- REV. MUS. LA PLATA. — T. XXVI 15 210 venen gran parte (lám.VI, fig. 3). Los montículos alcanzan a veces 50-70 centímetros — y más aún — de diámetro en la base, y 40 a 50 centímetros de altura. Su superficie forma una capa bastante resistente y ¡isa; pocos, orificios pequcfios de entrada, generalmente en la parte inferior del nido. Su interior presenta numerosas galerías laberínticas, casi de un centímetro de diámetro, las que penetran más o menos en el suelo. Las hormigas demoran durante el día en el interior del nido, salen tan pronto como se sienten molestadas, con una ligereza y agresividad extra- ordinarias. Muchas veces he observado, por la tarde, las obreras reco- rriendo las grandes piedras a orillas del arroyo, dando caza a otros in- sectos, principalmente a los tricópteros Chimarrha canosa Nav., por los cuales tienen especial predilección. EXPLICACIÓN DE LAS FIGURAS DE LAS LÁMINAS Lámina I. Fig. 1. — Reina de Eciton (A.) Strubcli Mayr, vista lateral ; dos veces y media aumentada. Fig. 2, — La misma, vista dorsal; dos veces y media aumentada. Fig. 3. — La misma, antecuerpo; cinco veces aumentado. Fig. 4. — Macho alado; obreras mínima, medianas y mayor de Eciton (A.) Strobcli; dos veces y media aumentados. Fig. 5. — Obrera mayor de la misma especie; cinco veces aumentada. Lámina II. Fig. 1. — Bolilla de substrato con liifas a las 36 horas de ser arroja- da por la reina; diez veces aumentada. Fig. 2. — La misma bolilla despedazada a los tres días, con 4 huevos; igual aumento. Fig. 3. — La misma bolilla a los ocho días, con 12 huevos ; igual aumento. Fig. 4. — La misma bolilla a los doce días, con gotas do defecaciones y 16 huevos; igual aumento. Fig. 5. — Una bolilla de substrato cultivada en gelatina íícida, a las 36 horas; igual aumento. Fig. 6. — Pequeña bonguera a los treinta días, con 32 huevos; igual aumento. Fig. 7. — Longuera máxima obtenida a los cuarenta y un días; igual aumento. Fig. 8. — Huevos y nueve bolillas fabricadas por la reina con libras de papel secante; igual aumento. Lámina III. Fig. 1. — Reina tomada en el instante de poner un huevo; cinco veces aumentada. Fig. 2. — Reina pegando un huevo sobre el vidrio del nido artificial ; igual aumento. Fig. 3. — Reina tomada en el instante do estercolar su bonguera; igual aumento. Fig. 4. — Dos reinas amigas cuidando una bolilla única, pegada sobre el vidrio del nido artificial; igual aumento. 211 Lámina IV. Fig. 1. — Corte vertical por un nido do Acromyrmcx (M.) Heyeri Forel; en la base nótase la bonguera; en primer término, a la izquierda, el substrato agotado expelido; '/» del natural. Fig. 2. — Hongos desarrollados (Poroniopsia liruchi Spcg.) sobre el subs- trato de la anterior bonguera; '/, del natural. Lámina V. Fig. 1. — Nido do Aptcrostiyma Bnichi Sants. ; cavidad natural con la bonguera caída; aproximadamente tamaño natural. Fig. 2. — La misma bonguera reconstruida en un recipiente de vidrio; alimentada con abundantes excrementos de orugas; tamaño natural. Lámina VI. Fig. 1. — Corte vertical por un nido do Acromyrmcx (T.) Iheringi var. tucumana For. ; nótase en la parte superior, encima do la bonguera, el tubo o torrecilla do entrada; s/4 dol natural. Fig. 2. — Nido inicial de Camponolus (M.) rwfipcs var. magnifica For., con la reina y 3 capullos visibles; aproximadamente tamaño natural. Fig. 3. — Nido de una colonia numerosa de la misma especie, formado con excremento seco de caballo; '/„ del tamaño natural. soiuíh la (¡Undula pelviana y formaciones similares EN DESDENTADOS RECIENTES Y FÓSILES 1 (CON NUEVE LÁMINAS) Por ki. doctor MIGUEL FERNANDEZ Profesor do zoología en la Kscucla do Ciencias nal niales del Museo de La Plata i Las glándulas pelvianas de « Dasypus villosus» Desm. GENERALIDADES Y DATOS HIOMÉTR1COS El caparazón pelviano de Dasypus villosus y de otros representantes del mismo género, existen, sobre la línea media, una serie de orificios por los (pie el animal puede emitir, cuando se halla agitado, unas gotas de un líquido aceitoso y de olor característico. Se trata, pues, de glándulas, las que por su ubicación llamaré en este trabajo «glándulas pelvianas». Organos de posición parecida existen además en uno que otro represen- tante de órdenes de mamíferos del todo diferentes, siendo mejor cono- cida la llamada glándula dorsal de Dicotyles (Brinckmann, 1908; Houy, 1910) y de Dendrohyrax (Mollison, 1905). En Dasypus el caparazón óseo forma, en su cara interna, debajo de cada orificio, una protuberancia o botón hueco (íig. 3 y -1), que encierra una cavidad colectora o cisterna déla glándula. En ella se abren, perforando el hueso de la protuberancia, numerosas glándulas, las que en su mayo- ría se hallan reunidas en un cuerpo en forma de herradura que rodea la protuberancia ósea de adelante y de los lados. Como vervmos, el cuerpo está constituido por glándulas sudoríparas modificadas; pero además se abren en la cisterna glándulas sebáceas de diverso tamaño, y en menor número que aquéllas. Me ocuparé en este trabajo, primero de la distribución de dicho aparato en las diferentes especies del género Dasypus, luego de su anatomía micros- cópica y de su embriología en D. villosus, intentando, por último, una ex- plicación morfológicade las distintas formas de glándulas que lo componen. * Trabajos del laboratorio de zoología del Museo de La l’lata. Número 20. 213 El primero en llamar la atención sobre estas formaciones fué Lahille (1895), quien describe los orificios y los botones óseos que les correspon- den de la cara interna en Das y pus sexcinctus, villosus y minutas. Existen, según él, en D. sexcinctus 4 y aún 5 aperturas; en el peludo 2 (sobre la .‘3a y 4a hilera del caparazón pelviano), y a veces una tercera sobre la quinta, mientras en D. minutas no so encontró sino una sola vez un orificio, el cual se hallaba sobre la cuarta hilera. Los bordes de los agujeros, así como un cierto número de placas de las hileras posteriores, suelen estar corroídos por la secreción glandular. Lahille, quien sólo pudo investigar caparazones secos, cree, erróneamente, que el tejido glandular se halla dentro del botón, que formaría por tanto algo así como un órgano de protección para aquél. Recién en 1913 fueron publicados por Pocock algunos nuevos deta- lles. Í31 encontró que estos órganos están, en ambos sexos, igualmente desarrollados y que en el vivo es posible exprimir de ellos unas gotas de un líquido que tiene el olor característico del animal. Da también un corte longitudinal por la región glandular de un recién nacido, del que resulta que las aperturas de las cavidades colectoras, que aquí tienen la forma de sacos ciegos, están dirigidas hacia caudal, mientras que el tejido glandular alcanza su mayor desarrollo del lado craneal. Sin embargo, también Pocock opina (pie la protuberancia ósea rodea a las glándulas por su cara ventral. Formaciones que, por su posición, deben considerarse como homologas a la glándula pelviana de D. villosus se encuentran, como resulta ya del trabajo de Lahille (1895), en el piclii (J). minutas), el quirquincho (D. vellerosus) y en D. sexcinctus, faltando en cambio en el mataco ( Tolypeu ■ tes) y en el género Tatusia. El rabo mole (Gabassus unicinctus ) tampoco parece poseerlas, a juzgar por las únicas dos pieles, ya armadas, que posee el Museo, mientras que en Priodontes existen órganos que, por lo menos fisiológicamente, les son comparables. Finalmente, entre los fósi- les, Docdicurus antiquus posee una formación de ubicación parecida a las mismas (Lydekker, 1894). Parece que en las especies de mayor tamaño también las glándulas pelvianas fueran mayores, no sólo en tamaño sino también en número. En un caparazón de Dasypus sexcinctus se hallan agujeros glandulares sobre la escama mediana del 9o al 12° anillo ', siendo las correspondien- 1 Para indicar la posición de los anillos, prefiero comenzar a contar por el primer anillo libre y no por el primero del caparazón pelviano, pues aquél puedo identifi- carse siempre con toda exactitud, por existir una separación neta entre él y la coraza escapular. En camino, no hay en realidad un limito fijo entro los anillos libres y la coraza pelviana; el primor anillo pelviano está generalmente soldado al segundo sólo en la línea media, pero queda libre hacia los costados, pudiendo ser la unión entre ambos, según los casos, mús o menos extensa. Resulta así que muchas veces puede — 214 tes protuberancias óseas del anillo 10° y 11° grandes, las del 9o y 12° más pequeñas, pero no rudimentarias. En cambio, en las especies pequeñas, como Dasypus minutus y vellero- sus, las glándulas parecen estar poco desarrolladas. Así los tres quir- quinchos (1). vellerosus Gray) embalsamados del Museo, poseen una hen- didura bien neta, pero no un hondo saco ciego como el peludo. De 18' caparazones del pichi (I), minutus Desm.) encontré en uno una pequeña hendidura en la placa mediana del anillo 11°, en otro una en la del décimo. En tres ejemplares la placa del anillo 11° (4o déla coraza pel- viana) estaba perforada en el lugar que ocupa en el peludo el oriñcio de la glándula (extremo craneal del área media) por numerosos pequeños orificios, del mismo aspecto que los agujeros glandulares que se encuen- tran siempre, también en el peludo, entre el área media y las exteriores (lig. 1). También en las placas vecinas puede haber a veces, en el extremo del área media, una mayor abundancia de orificios. Podría deducirse de esto, que las glándulas pelvianas del peludo y de J). sexcinctus se han formado por una multiplicación de las glándulas comunes de las esca- mas en la región correspondiente al extremo craneal del área media, opinión que deberá ser algo modificada por los resultados de la embrio- logía, y que ya fué emitida, aunque no con toda claridad, por Pocock (1918), quien se basaba en una observación en la glándula pelviana de D. sexcinctus. En los mencionados tres ejemplares del pichi falta, pues, la cisterna de D. villosus y sexcinctus, y en ellos, como también en los otros dos, la protuberancia ósea del lado ventral. En los 13 individuos restantes no existe siquiera un aumento del número de aperturas en las placas media- nas de los anillos correspondientes. Para D. villosus la ubicación de la glándula o, dicho con mayor precisión, de la protuberancia ósea, fué determinada en 50 corazas *, hallándola : dudarse cuál do las hileras debe considerarse como la « última libre », y cuál como la « primera do la coraza pelviana ». En el ejemplar en cuestión de D. sexcinctus el noveno anillo sería al mismo tiempo el tercero de la coraza pelviana. En I). villosus existen normalmente siete anillos libres, siendo por lo tanto la denominación « décimo anillo », en general, sinónima a « tercero » del caparazón pelviano. ' La gran mayoría de ellas corresponden a animales hembras, pues so trata de un material recogido con linos embriológicos ; cuatro ejemplares serían machos según las etiquetas, y unos pocos no llevan indicación del sexo. No lie separado los anima- les según los sexos por no poder ofrecer garantía de que las etiquetas no fueron cam- biadas por el personal al hacer las pieles. Creo, sin embargo, que con respecto a la ubicación déla glándula no existen mayores diferencias entre macho y hembra, pues un cierto número de fetos machos y otros hembras muestran, tanto unos como otros, la misma distribución de la glándula que el material « mixto », en cuanto al sexo, de la tabla. 215 — Por ciento Eu la hilera 10 y 11, on un ejemplar 2 — 10, 11 y 12, en sieto ejemplares 14 — 10, 11, 12 y 13, en (los ejemplares . . . 4 — 11, en cuatro ejemplares ........... 8 — 11 y 12, en veintitrés ejemplares.... 46 — 11, 12 y 13, on doce ejemplares 24 — 12 y 13, oa un ejemplar 2 O, lít glándula existo : En la hilera 10, en diez ejemplares. 20 — 11, en cuarenta y nueve ejemplares. . 98 — 12, en cuarenta y cinco ejemplares.. 90 — 13, en quince ejemplares 30 Como resulta de las tablas que anteceden, en D. villosus existen en general dos o tres glándulas pelvianas, las que, las más de las veces, están sobre el anillo 11 y 12. En cuanto al tamaño de la glándula o, me- jor dicho, de su protuberancia ósea, se obtuvo los resultados siguientes : Protuberancia en hileras La mía grande en hilera La más pequeña en hilera 10 y 11, un ejemplar. 10. 11. 10, 11 y 12, sieto ejempla- 11 (en todos los ejempla- 10, seis veces (todas rudi- res. res). mentarías '). 12, una vez (rudimentaria). 10, 11, 12 y 13, dos cjem- 11, una vez. 10, una vez (rudimentaria). piares. 11 y 12 de igual tamaño, una vez. 13, una vez (rudimentaria). 11 y 12, veintitrés ejem- 11, diez y ocho veces. 12, diez y ocho veces (una piares. vez rudimentaria). 12, dos veces. 11 y 12 de igual tamaño, tres veces. 11, dos veces. 11, 12 y 13, doce cjem- 12, sois veces. . 13, once veces (cinco veces piares. rudimentarias). 11, cinco veces. 11, nna vez (rudimentaria). 11 y 12 de igual tamaño, una vez. 12 y 13, un ejemplar. 12. 13 (rudimentaria). Resulta, de esta tabla, que la protuberancia mayor se halla, por lo general, sobre la hilera 11 (o sea la 4a de la coraza pelviana). Parece digno de notar, que si existen tres glándulas, no siempre la del medio es 1 « Rudimentaria », on la última columna, significa quo la protuberancia os apenas perceptible. 216 la mayor, sino que: encontrándose las glándulas sobre el anillo 10, 11 y 12, lo es la del medio, pero si se hallan sobre las hileras 11, 12 y 13 sólo en el 50 por ciento de los casos, corresponde el mayor tamaño a la de la hilera 12, mientras que en los otros 50 por ciento, la más craneal, o sea la de la hilera 11, es la más desarrollada. También de los datos de I), minutus y vellerosus resulta que la hilera 11a lleva la glándula con mayor frecuencia que cualquiera otra, y me pa- rece que la gran concordancia de las tres especies, en cuanto a la ubica- ción de las glándulas pelvianas, no carece de un cierto interés. Ya Laliille y Pococlc han hecho notar que la forma de las placas que llevan las glándulas difiere algo de las vecinas, y que la escultura de su superficie suele ser además menos neta, sobre todo en lo referente a sus áreas craneales, menos con respecto a las de los costados. El orificio glandular suele estar siempre en el extremo craneal del área media, es decir, en el lugar ocupado en las placas comunes déla misma región pol- las áreas centrales. Tratándose de una glándula bien desarrollada, el orificio (fig. 1, 2 y 4) tiene unos 2 milímetros de diámetro en cualquier dirección. Por él se llega a una cisterna (fig. 4) de unos 5 a 0 milímetros de largo e igual diámetro transversal, y unos 4 a 5 milímetros de profundidad (medida desde la superficie). Pero, existiendo debajo del orificio un «cuello» o conducto de unos 2 milímetros de alto, la profundidad real déla cisterna alcanza sólo a unos 2 milímetros. Los ya mencionados botones o protu- berancias óseas semiesféricas, de la cara ventral de la placa (fig. 3), se deben a que toda la pared de la cavidad colectora está cubierta por una gruesa capa de tejido óseo. El botón ocupa la mitad craneal de la placa, y sólo en caso de ser muy grande se extiende también algo sobre la caudal. En el caparazón de la figura 3, la protuberancia de la glándula anterior tiene í) milímetros de diámetro transversal, 8 milímetros de ántero-pos- terior y una altura de 4 milímetros. En la posterior, las medidas corres- pondientes son : 7, 0 y 3 milímetros. La protuberancia de una tercer glándula es apenas perceptible. Como resulta déla comparación de estas medidas con las de la cisterna, la pared ósea que cubre a ésta es muy gruesa (fig. 4). El hueso de la protuberancia está provisto de muchas y profundas sinuosidades y cavidades muy netas (en que están alojados lóbulos de las glándulas), resultando así una escultura irregular característica. Ha- cia craneal y lateral, rodea a la protuberancia un surco en forma de hoz, esculpido dentro del hueso del caparazón y que forma más o menos las tres cuartas partes de un círculo. El surco tiene, si está bien desarrolla- do, más de 2 milímetros de ancho y 1 de profundidad, extendiéndose no sólo sobre la placa de la glándula sino también sobre las vecinas do la misma hilera y el extremo posterior de la craneal (fig. 3). 217 La formación del surco se debe a que la masa principal de las glándu- las (el «cuerpo» glandular) rodea en forma de herradura el extremo craneal y los lados de la protuberancia ósea. A ello se debe también que la pared anterior de ésta sea vertical con respecto a la placa y que hasta exista en su base una hendidura como continuación del surco arriba mencionado, y para alojar el cuerpo glandular, mientras que la pared caudal de la protuberancia es de posición más bien incli- nada (fig. 4). Del fondo de la cisterna ósea se levanta, en todos los ejemplares, exa- minados con mayor detención, una cresta que a veces no alcanza a un milímetro de alto, pero que en otros ejemplares es tan pronunciada que llega al mismo nivel de la apertura externa. En la glándula caudal del ejemplar figurado (fig. 1 y 2) esta cresta está unida al área media de la placa glandular. Al examinar cortes por la cisterna (fig. 4), se observa que se abren en ella numerosos orificios, correspondientes a los conductos de las distin- tas glándulas. Existen orificios dedos clases : Io Donde el « cuello » se continúa en la cavidad, o algo más hacia adentro de ésta, existe una serie de orificios dispuestos en círculo, cuyo tamaño es el mismo como el de los existentes en los surcos entre las áreas de las placas óseas comunes. Su número es de 12 en la glándula anterior del caparazón aserrado en sentido longitudinal, y de 11 en la posterior del mismo. En la glán- dula mayor de otra coraza cortada en serie transversal, sólo existen 7 de ellas. Estas aperturas están bien separadas las unas de las otras, podien- do existir entre ellas rodetes óseos dorsoventrales que luego se conti- núan sobre el interior de la cavidad. Por estos orificios pasan los con- ductos de las glándulas sebáceas solitarias. 2o Las demás aperturas comienzan aproximadamente! milímetro más hacia adentro, y su número es tan considerable que todo el fondo y los lados de la cisterna parecen perforados como un colador. En la glándula caudal de la coraza aserrada (fig. 4) aparentan estar dispuestas en hile- ras longitudinales poco netas, pero una tal disposición no se observa en la craneal. La hilera superior está constituida por agujeros más peque- ños que las demás. En estas últimas puede observarse que en cada uno de los orificios mayores desembocan varios más pequeños, lo que es debido a que los canales de varias glándulas se reuuen para formar un corto canal terminal común. Todos estos orificios corresponden a glán- dulas sudoríparas modificadas, o «glándulas principales», como las lla- maré en adelante, pero las grandes aperturas pueden encerrar además pequeñas glándulas sebáceas, que, como veremos, pueden unirse a los conductos de las glándulas principales. En las pequeñas aperturas de las hileras dorsales, sin embargo, parecen no existir estas glándulas 218 sebáceas accesorias, conteniendo cada una sólo un canal de una glán- dula principal de los lados del cuerpo glandular. ANATOMÍA MICROSCÓPICA Parala investigación por medio de cortes fueron utilizadas las glán- dulas pelvianas de dos hembras, ambas muertas el 2G de junio de 1915, es decir, en un mes que no es ni la época de los celos, ni de la preñez. Al agarrarlo inmediatamente antes de ser cloroformado, uno de los animales evacuó por cada uno de sus dos orificios glandulares una gota de líquido aceitoso del olor característico. En el otro animal la glándula no entró, según parece, en acción antes de la muerte, por lo menos no fue evacua- do líquido. Las glándulas y las placas óseas a que están adheridas fueron fijadas en líquido de Zenker y luego decalcificadas durante unas dos semanas en alcohol al 80 por ciento con 3 por ciento de ácido nítrico concentrado. La mayor délas dos glándulas que habían entrado en función, fue coloreada conjuntamente con su placa en hematoxilina Delafield y luego los cortes pasados por eosina, naranja G, ácido pícrico o líquido de Yan Gieson, tratándose posteriormente algunos cortes con hematoxilina férrica y eritrosina. Algunas partes de la glándula del segundo animal fueron so- metidas directamente a este último método. En los cortes (fig. 5 a 8) obsérvase que la cisterna está completamente tapizada por la epidermis, cuyas capas superficiales están queratiniza- das, y han sido empujadas dentro del hueco al efectuarse el corte. El es- pesor de la capa de Malpigio alcanza a unos 25 a 30 ¡j. y la capa córnea tampoco es más gruesa, siendo, por lo tanto, mucho menos desarrollada «pie en las escamas de la coraza. Entre la epidermis de la cisterna y el hueso que la rodea existe la misma delgada capa de tejido conjuntivo que entre las escamas y las placas óseas y que está formada por células y una red de fibras conjuntivas ya más finas, ya más gruesas, entre las que hay mucho espacio libre. Su espesor varía entre 35 y 100 ¡j.. Como ya he mencionado, desembocan en la cisterna, tanto glándulas sebáceas como glándulas sudoríparas. 1. Glándulas sebáceas (fig. 7 y 8). — Existen glándulas sebáceas de dos tamaños : unas más grandes, las glándulas sebáceas solitarias, que, en el ejemplar en cuestión, en número de siete, se agrupan al rededor del borde interno del cuello de la cisterna (véase arriba); y otras más peque- ñas, las glándulas sebáceas accesorias, ubicadas en su fondo, donde éste se continúa en las paredes laterales. Estas últimas están dispuestas de cada lado en dos hileras poco netas, una más medial y otra más lateral, 219 — correspondiendo en el ejemplar examinado a cada hilera de la derecha cuatro glándulas, a cada una de la izquierda cinco, y existiendo, ade- más, una en posición muy oral, en el plano mediano de la cisterna y otra muy hacia dorsal del lado derecho. El número total de las peque- ñas glándulas sebáceas en este ejemplar es, pues, de 20. Ambas variedades de glándulas sebáceas están siempre situadas den- tro de cavidades de la pared ósea de la cisterna, las que suelen tener un volumen algo mayor que el de su cuerpo. Las cavidades que encierran las accesorias, son, en general, esféricas con un diámetro de 450 a 500 g, mientras que las de las solitarias poseen una extensión dorso ventral de un milímetro por término medio, alcanzando su diámetro transversal de 000 hasta 700 ¡z. A veces dos glándulas accesorias pueden ocupar una cavidad ósea común. El conducto de la glándula sebácea accesoria es, por lo general, muy corto (250 ¡z o menos) y con frecuencia suele unirse al de una glán- dula principal, de manera que ambas poseen una parte terminal común. Los conductos de las glándulas solitarias y los canales óseos en que están situados son mucho más largos (050-700 ¡z). Por lo común parten (lig. 7) del centro de la cara de la glándula dirigida hacia el cuello de la cisterna, corriendo en dirección más o menos paralela a la superficie de la placa, o, lo que es lo mismo, perpendicularmente con respecto al eje longitudinal de la glándula. En cuanto a su estructura ambas glándulas son muy parecidas. Los lóbulos glandulares, tanto de las unas como de las otras, están rodeados por un abundante tejido conjuntivo laxo-reticular, formando un cuerpo glandular compacto, el cual, probablemente, llenaba por completo su ca- vidad ósea antes de contraerse por la fijación. El tejido conjuntivo en- cierra aveces una que otra vacuola, que probablemente contenía gotas de grasa, y está en comunicación con él del cutis y subcutis, y con el de las demás cavidades óseas por medio de fascículos que corren dentro de canales óseos y en algunos de los que pudieran distinguirse fibras ner- viosas sin recurrir a métodos especiales. El cuerpo glandular de las glándulas accesorias está compuesto pol- linos pocos, el de las solitarias por 10 a 20 lóbulos, que no parecen apre- tados los unos contra los otros, como en las glándulas sebáceas de las placas comunes, sino separados por abundante tejido conjuntivo. Varios lóbulos juntos forman a su vez un lóbulo mayor, cuyo producto de se- creción es evacuado dentro de una parte basa! común, reuniéndose a su vez varias de éstas para formar el conducto de la glándula. En las glán- dulas accesorias no existen más de una o dos partes básales. Éstas cons- tituyen siempre en las glándulas solitarias, casi siempre en las acceso- rias, ensanchamientos piri formes de hasta 100 ¡j, de ancho, los que, aunque en el corte aparezcan vacíos, sin embargo, en vida llenarían Las 220 — funciones de depósitos para los productos de secreción. No sólo los con- ductos, sino también estas partes básales están tapizadas por epitelio pavimentóse, no difiriendo los lóbulos de ambas variedades de glándu- las en cuanto a su fina estructura de las glándulas sebáceas comunes. El conducto de las glándulas solitarias debe considerarse, del punto de vista morfológico, como folículo pilca!, pues en el recién nacido el pelo llega en él a igual desarrollo como en los esbozos existentes en los surcos entre las áreas de las escamas comunes. Aunque el pelo desapa- rezca por lo general completamente, en una de las glándulas las tres partes básales se abren directamente en un folículo con pelo bien des- arrollado, lo que prueba la exactitud de esta explicación. Mu cambio,, nunca pude observar pelo alguno en los conductos de las glándulas acce- sorias; pero también sus conductos deben considerarse como folículos de pelos rudimentarios, pues en el recién nacido ellas constituyen esbozos de pelos, aunque mucho menos desarrollados que los de las otras. Las escasas diferencias estructurales existentes entre las glándulas sebáceas de la glándula pelviana y las de las placas comunes, consisten, pues, en que : Io a su conducto sigue una cavidad central ensanchada que no se observa en las glándulas comunes; 2o su cuerpo está rodeado por un tejido conjuntivo mucho más abundante, el cual penetra también entre los lóbulos, que son más ramificados y de forma mas esbelta que en éstas. Hacia caudal de la apertura, de la glándula pelviana, existen en la misma placa ósea varias glándulas sebáceas más, que se abren direc- tamente en la superficie del cuerpo, las que tienen la misma forma (pie las glándulas sebáceas solitarias, aunque, por lo general, sean algo más pequeñas. 2. Glándulas sudoríparas o principales (lig. 5 a 1 1 l>). — El verdadero cuerpo de la glándula pelviana está constituido exclusivamente por glán- dulas sudoríparas, y envuelve, en forma de herradura, a la protuberancia ósea en su base, con el extremo abierto dirigido hacia caudal. Siguien- do al cuerpo glandular, la placa ósea posee en su cara ventral una hendi- dura (lig. 3), la que se continúa sobre los lados y la cara craneal de la protuberancia que así adopta casi forma de hongo (lig. 4). Existen, además, sobre la parte más prominente (e. d. más ventral) de la protuberancia muchas pequeñas masas glandulares aisladas, ubicadas cada una en una de las muchas cavidades esculpidas dentro de ella (lig. 3 y 0 a 8). Las crestas óseas existentes entre las mismas se continúan en tejido con- juntivo fibrilar, que se introduce a manera de septos entre las pequeñas masas glandulares (fig. 7 y 8). He la misma manera se fijan por un lado en las placas óseas vecinas, y por el otro a las caras laterales de la pro- tuberancia, anchas fajas de tejido conjuntivo, las (pie internándose unas — 221 <>,ii el cuerpo glandular y pasando otras por debajo de él, lo fijan en el hueso. El número de glándulas principales es muy considerable; en el ejem- plar cortado he contado 95 conductos de ellas. Mientras que las glándulas sebáceas se encuentran del todo dentro de la substancia ósea, es decir, en el dermis, las principales están ubicadas entre él y el tejido adiposo subcutáneo; tienen, pues, una posición más profunda que aquéllas. También en las placas comunes las glándulas sudoríparas se hallan debajo, es decir, a mayor profundidad que las se- báceas, aunque ambas estén alojadas en una cavidad esférica común dentro del hueso. Debido a su ubicación los conductos secretores de las glándulas principales tienen que perforar todo el ancho del hueso a fin de llegar a la cisterna y son debido a ello largos (por lo menos 800 g). lío siempre el conducto de una glándula desemboca por aislado en la cisterna, sino que es frecuente, sobre todo en el extremo craneal de ésta, que varios se reúnan paulatinamente, constituyendo una parte terminal común (fig. 6). Los conductos son siempre delgados, y su hueco alcanza apenas a 15 hasta 20 \>. de diámetro. Su diámetro total oscila al- rededor de 100 ¡i, pero hay muchos en que no llega a más de 40 ¡a, sien- do en este caso el hueco apenas perceptible. Su pared es, eu los cortes, siempre obscura y está constituida en su parte terminal por el mismo epitelio pavimentoso compuesto, incluso su estrato córneo, que también tapiza la cisterna. Mientras los conductos aún se hallan dentro del hue- so, el epitelio compuesto es substituido por otro, también pavimentoso, pero simple, y constituido por células muy pequeñas. El conducto con- serva esta estructura en todo su trayecto fuera del cuerpo glandular. So- bre este trecho el hueco del conducto, de unos 20 de diámetro interno, está rodeado en el corte transversal por unas 4 ó 5 células de cada lado. Una vez dentro del cuerpo glandular general, el conducto de cada glándu- la se ensancha repentinamente, para formar su cavidad central, de la que recién toman origen los túbulos secretores. En la misma glándula a que se refieren las medidas arriba mencionadas, la cavidad central tiene apro- ximadamente unos 150 ¡;, de diámetro; no es posible determinar esta me- dida con exactitud, por no estar delimitados netamente los túbulos se- cretores con respecto a la cavidad. El origen délos túbulos y su relación con la cavidad central pueden observarse con mayor facilidad en el re- cién nacido que en el adulto (fig. 28 a). La cavidad central está tapizada por un epitelio de células grandes. En la glándula mencionada encon- tramos inmediatamente antes de estrecharse la cavidad para dar salida al conducto, siete células de cada lado sobre un ancho de 55 ¡a. Las cé- lulas del epitelio de los túbulos secretores son aún de diámetro mayor. Los túbulos (pie toman su origen en la. cavidad central, so ramifican a su vez, podiendo tomar origen de uno cuyo diámetro interior es de 85 ¡a — 222 otros de sólo la mitad de anelio, y aúu de un ancho menor, hasta de 35 g. De ahí que sobre los cortes se encuentren tubos de muy distinta mag- nitud. Todos los túbulos de algunas glándulas aparecen más bien an- chos, los de otras más bien angostos, pero siempre su hueco es muy es. pacioso en comparación con el espesor de su pared. Los túbulos están cubiertos hacia afuera por una capa simple de células musculares lisas con núcleos largos y delgados (lo a 20 de largo), indicación de su ca- rácter de glándulas sudoríparas. Los túbulos (fig. 9 a 11) están, en general, tapizados por un epitelio pavimentoso, cuyas células poligonales tienen de 10 a 13 ¡;. de diámetro, y 5 ¡;. de alto. En algunas partes las células están más cerradas las unas contra las otras y son algo más altas. Sus núcleos, unas veces más re- dondeados, otras más ovalados con 5,5 a 7 ¡j. por 7 a 9 \j. de diámetro, to- man por la hematoxilina Delafield casi siempre un tinte violáceo gene- ral; después de tratados los cortes (por la glándula que no había entra- do en función) con la hematoxilina férrica, siempre eran netos los granos de eromatina. En los núcleos, se hallan con frecuencia vacuolas claras, de las que as más pequeñas apenas alcanzan al p, de diámetro, mientras las más grandes ocupan por completo el núcleo, el cual aparece entonces como una vesícula delimitada por un fuerte borde obscuro (fig. 9, 9a y 96). Una parte de la pared es más delgada que la otra, y en algunas partes gra- nos obscuros hacen prominencia en el hueco de la vesícula. Los granos y el borde están formados, probablemente, por la eromatina apretada por el contenido de la vacuola contra la membrana nuclear. Comparados con los núcleos normales los vesiculares pueden aumentar de volumen, legando atener 10 |¿y aún más de diámetro. Entre ellos y los núcleos con pequeñísimas vacuolas, existen todos los estadios de transición. Los núcleos degenerados no se encuentran en todas las regiones de las glán- dulas. En preparados propicios, sobre todo en las paredes de túbulos vistos de lado o cortados tangencialmente, se observa a veces áreas bastante considerables cuyos núcleos son todos vacuolosos y aproxi- madamente del mismo volumen, llegando el número de los que se ha- llan juntos, a veces a varias docenas. Pero también es frecuente encontrar núcleos muy inflados entremezclados con otros con vacuolas pequeñas y hasta sin ellas, siendo posible seguir en estos casos la transformación del núcleo paso a paso en una región muy limitada de un túbulo. Tam- bién se hallan con frecuencia núcleos, cuyo tamaño no es mayor que el de los normales y que, sin embargo, están ocupados por una sola vacuo- la, la que ha apretado toda la substancia cromática del núcleo hacia su pared. Parece probable que la vacuola del núcleo haya contenido en el vivo una gota de secreción formada dentro del mismo y que ha sido ex- traída por el tratamiento. 223 — Es probable que los núcleos, una vez que se baya formado en ellos una cantidad de secreción suficiente, caigan en el hueco de los lóbulos, de- generando las células, pues en muchas regiones se hallan dentro de esos huecos, numerosas vesículas del mismo aspecto que los núcleos de de- generación vacuolosa. Son ellas transparentes, de pared muy neta y del gada, a la que están acolados un número mayor o menor de granos de substancia cromática. El tamaño de las mayores coincide con el de los grandes núcleos vesiculares dentro de las células, pero las hay también más pequeñas, del tamaño de los núcleos comunes y aún mucho más chicas (fig. 10); lo que indica la posibilidad de que, una vez en el hueco del túbulo, pueden perder de a poco su secreción, contrayéndose en- tonces la membrana nuclear. Hallándose entre estos cuerpos vesicula- res más pequeños que los núcleos normales y los grandes con mucha frecuencia todos los estadios de transición y existiendo entre las vesí- culas medianas y grandes, libres dentro del hueco tubular por un lado y ios núcleos de degeneración vacuolosa, por el otro, la mayor semejan- za, sean ellos de volumen normal o aumentado me parece seguro, que to- das las mencionadas vesículas libres son, en efecto, núcleos degenerados. Aunque en general se encuentren estas vesículas en pequeños gru- pos, nunca existen en masas tan compactas que llenen completamen- te el hueco de los tribuios, como las esferas formadas por secreción cupuliforme; en cambio, el número de tribuios en que se hallan es más considerable que el en que se encuentran éstas. De vez en cuando existe entre las vesículas descritas, una que otra muy grande, de pa- red sumamente delgada y en parte rota y deformada; es probable que sea el resto de uno de los núcleos que fué extendido al máximo antes de evacuar su contenido. Siempre los núcleos degenerados dentro del hueco de los tríbulos están rodeados por un coágulo de estructura filoso- granular (fi g. 10) que con fre- cuencia adopta la configuración de una red de mallas irregulares. Es pro- bable que sea el producto de secreción de los núcleos rotos, mezclados a partículas protoplasmáticas de las células a que pertenecían y a restos de las mismas membranas nucleares, trozos de las que aún pueden identifi- carse por su forma. En los tríbulos de ciertas regiones pudieron observarse muy buenos ejemplos de la «secreción cupuliforine », parecidos a los figurados por Brinkmann (1909) de las glándulas axilares délos antropoideos y por Johnson (1914, fig. 8 y 9) de las laterales de los sondaos. Especialmen- te cortes de la glándula, que aparentemente no había producido secre- ción antes de la muerte del animal (355) y que fueron tratados con he- matoxilina férrica dieron al respecto imágenes muy claras. En todo el corte por el túbulo, o en gran parte de él, las células de su epitelio son cilindricas (p. e. de unos 12 ¡j. de alto por 5 ¡x de ancho) con el núcleo en — 224 la base, sobresaliendo como las dos terceras partes del cuerpo celular libremente en el hueco del tííbulo (fig. 11 y 11 a). El núcleo puede ya ser obscuro con red cromática neta, o bien estar modificado en forma alveolar, como fue descrito en el párrafo anterior. Cada célula se halla aislada, se- parada de sus vecinas por un espacio neto. Su extremo libre es con fre- cuencia abultado o forma lobopodios irregulares. En el cuerpo celular se encuentran Vacuolas, las (pie se hacen más frecuentes hacia el extremo libre (fig. 1 1 a) ocupado a menudo por una gran vacuola única, delimitada poruña capa delgadísima de protoplasma. La vacuola es, en general, más grande que el diámetro celular, y a veces parece estar adherida al cuer- po de la célula como un globo de jabón. Hasta se observa en casos ais- lados, que la vacuola, y un poco de plasma que le está adherido del ex- tremo basal, sólo quedan unidos a la célula por medio de un delgado hilo, y en caso de romperse éste, la vacuola con su resto protoplasmá- tico caería en el hueco del tábido. Esto, en efecto debe suceder normal- mente (fig. 11 ó), pues con frecuencia hállase el hueco del tillado realmen- te abarrotado por esferas huecas de unos 7 ¡;, de diámetro, a las que se halla adherido un pequeño nodulo de protoplasma y (pie son del mayor parecido con las partes ensanchadas que forman los extremos de las cé- lulas. Es casi característico que si un tábido contiene de estas vesículas, ellas se hallan siempre en grandes cantidades, llenando por completo su hueco y no en número relativamente pequeño, como sucede con los nú- cleos degenerados. Tanto la pared de la vesícula, como el nodulo que le está adherido, sólo toma el colorante plasmático, mientras ni la hemato- xilina Delaficld ni la férrica los tiñen. Resulta de estas observaciones que, además del coágulo arriba men- cionado, se hallan en el hueco de los tábidos : a) Núcleos degenerados en forma alveolar; b) Esferas protoplasmáticas huecas, producidas por «secreción cupu- 1 i forme ». Por su frecuencia, ambos productos deben ser formaciones normales en la secreción de las glándulas principales de 1). villosns, las que, aun- que glándulas sudoríparas transformadas, producen una secreción por degeneración de sus células, como es conocido para varias otras grandes glándulas cutáneas del tipo tubular. Eo disponiendo de la literatura ne- cesaria, no puedo asegurar si la elaboración de productos de secreción dentro del núcleo mismo, como parece tener lugar en />. viUosux , ya finé señalada para glándulas de esta naturaleza. Por ahora no es posible indicar si ambos fenómenos son fases distin- tas producidas por una misma célula, o si no tienen mayor relación en- tre sí, aunque se efectúen en tábidos de una misma glándula. 225 EMBRIOLOGÍA Embrión 326 (largo total, vértice-coxis, 33 inm. ; largo déla cabeza 15 mili.; fig. 12). — Solamente las cisternas de ambas glándulas pelvianas están esbozadas en este embrión y constituyen abolladuras muy poco profundas, visibles en el total sólo con iluminación muy oblicua. El diá- metro transversal de la cisterna anterior, que es la más grande y neta, es de 400 \i. De cortes transversales resulta que su epitelio dermal alcanza el doble espesor de el de los alrededores, lo que es debido a que su estrato inferior se vuelve cilindrico y que encima de éste se bailan 3 a 4 capas de células pavimentosas, en lugar de una sola. Las células del tejido conjuntivo debajo déla cisterna forman una aglomeración de unos 170 ¡i de espesor, más o menos, parecida a la que se baila debajo del lla- mado «botón» del esbozo de la escama (Fernández 1921-22). Embrión 259 y 330 (259 : largo total, vértice-coxis, 40 mm. ; largo de la cabeza 20 mm. ; 330 : largo total, vértice-coxis, 45 mm. ; largo de la cabeza 20 mm.; fig. 13). — En ambos embriones las abolladuras que constituyen los esbozos de las cisternas se lian ahondado. Aún parecen estar situa- das, como en el embrión anterior, entre dos hileras consecutivas de esca- mas, exactamente delante del «listón» de la escama mediana de la hilera caudal, siendo aquélla más corta que las vecinas, y llegando su extremo anterior hasta el límite caudal de la cisterna (véase Fernández, 1922). La pared anterior y las laterales de la cavidad parecen haberse levantado algo en forma de rodete. De cortes transversales resulta que el fondo déla cisterna se levanta imperceptiblemente hacia caudal hasta, continuarse en la superficie del cuerpo, mientras hacia craneal es siempre de mayor profundidad, levan- tándose aquí su pared en forma abrupta. En el embrión 330 la cisterna anterior, que es la mayor, se extiende en dirección cráneo-caudal sobre unos 550 \j. del largo, llegando a tener en su extremo craneal una profun- didad de 190 [j. sobre un ancho de 400 ¡a, mientras su anchura alcanza en los cortes más caudales por ella hasta G00 g. El epitelio de Ja cisterna aumenta en espesor hacia craneal, llegando en el extremo anterior del fondo a unos 50 ¡;, de alto, de los que 15 ;j. per- tenecen a la hilera basal de células cilindricas. Siguen a ella algunas capas poco netas de células irregulares y sólo la más superficial es pavi- mentosa. Hacia los lados y caudal el epitelio se continúa en el de las bandas aparentemente no pertenecientes a escamas, que aún existen entre cada dos hileras de éstas. Sólo tiene la mitad del espesor del de la cisterna. En la capa celular inferior de la cisterna, en parte también en la que REV. MUS. LA PLATA. T. XXVI 10 226 — le sigue, las niitosis son más frecuentes que en la epidermis común. Las células del cutis forman debajo y alrededor del esbozo de la cis- terna una zona de unos ICO ¡j. de espesor, en la que las células vecinas al epitelio están algo menos apretadas las unas contra las otras «pie en las más alejadas. Inmediatamente delante del extremo craneal, la zona llega a su espesor máximo. Embrión 258 (largo total, vértice-coxis, 48 min.; largo de la cabeza 22 min.; flg. 14). — Los esbozos de las cisternas se lian hecho más profun- dos y difieren además de los anteriores en que su extremo craneal comienza a formar un saco ciego, aún muy poco pronunciado, pues su hueco sólo se halla en la cisterna caudal en 2 cortes (45 ¡;.), en la craneal en 4 a 5 (90-110 ¡a, íig. 14). Faltan aún por completo los esbozos glandulares. En la figura de conjunto (véase Fernández, 1922) se observa que el extremo craneal del « listón » perteneciente a la escama detrás de la cis- terna craneal, llega hasta dentro de la parte caudal de ésta, lo que com- prueban los cortes. Embrión 344 (largo total, vértice-coxis, 63 mm.¡ largo de la cabeza 27 mm. ; fig. 15 a 18). — Ya en el estadio anterior (258) las partes de las escamas situadas hacia craneal del área media (listón) comenzaban a aparecer, y debido a ello las aperturas glandulares no aparentaban estar ya en la zona libre entre dos hileras de escamas como en los embriones anteriores, sino que no puede caber duda que se hallan dentro de una única escama, cuyo listón delimita a cada una de ellas por el lado cau- dal. Pero esta ubicación no era aún tan fácil de distinguir como en el estadio 344, más adelantado al respecto. La parte craneal de la escama es ahora perfectamente neta y bien delimitada, habiéndose formado en las zonas que antes parecían libres las áreas anteriores de las escamas de la hilera que le sigue hacia caudal. De ahí que ahora los agujeros de las glándulas pelvianas se hallen, como en el adulto, dentro de una esca- ma, y no delante de su extremo craneal, como antes parecían estar. Existen en este embrión tres esbozos de glándulas pelvianas, es decir, tres cisternas, de las que la del medio es la mayor. Ellas constituyen, como en los embriones anteriores, fosas anchas y abiertas, cuyo fondo se levanta poco a poco hacia caudal, mientras la pared craneal es casi perpendicular. La profundidad máxima es para la primera de 350 ja ; 420 {). para la segunda y sólo 250 ¡j. para la tercera. El epitelio del fondo y de los lados (fig. 16 y 18) de las cisternas es muy grueso; unos 80 ¡a para la primera y tercera, 100 ¡a para la segunda. El número de sus capas celulares lia aumentado mucho; siguen a la capa basal de células cilindricas por lo menos 8 capas irregulares, más y más chatas hacia la superficie. A partir de la segunda hilera de abajo, más o 227 — menos, los límites celulares son líneas muy netas, y en las capas más superficiales las células se vuelven pavimentosas, no siendo fácil distin- guir ni a ellas ni a sus núcleos. Hacia los lados este epitelio grueso sólo, alcanza hasta una zona lon- gitudinal, en la que brotan los esbozos de las glándulas sebáceas solita- rias, y fuera de la que el epitelio es delgado, llegando a tener sobre el borde de las cisternas un espesor menor que el que posee en la superfi- cie del cuerpo. Los esbozos de las glándulas sebáceas solitarias están situados, como acabo de mencionar, de cada lado a lo largo de una línea longitudinal, que coincide con el límite entre el epitelio grueso y el delgado. Cons- tituyen en las tres glándulas un escaso número de protuberancias délas capas profundas de la epidermis hacia el tejido conjuntivo, de disposi- ción perfectamente simétrica. El par más caudal está ubicado muy atrás, donde la cisterna es apenas perceptible, y tiene mucho parecido con los esbozos délos pelos o glándulas sebáceas de las placas comunes del mis- mo estadio, solamente que es algo más pequeño (85 ¡a de ancho en su base, sobre 50 p. de alto). Sus núcleos son, en parte, algo más coloreados y más comprimidos que los de aquéllas. Los pares más craneales son más prominentes; así el segundo de la cisterna más craneal posee en su base un ancho de 85 ¡a y un alto igual (figura 10) el tercero (siempre par- tiendo del lado caudal) tiene más o menos las mismas dimensiones; el par más craneal es más pequeño, pero sus medidas no pueden tomarse con exactitud. .En todas las cisternas los dos esbozos del medio (en la craneal el* se- gundo y el tercero fig. 16) están muy juntos, el uno inmediatamente sobre el otro, como si se hubieran formado de un esbozo común. Creo que no se cometerá error, al considerar a estos esbozos como homó- logos a los esbozos pilíficos que se hallan en las escamas comunes al re- dedor del área media en el punto de arranque de los surcos entre las áreas externas. Concuerda con esta suposición que en las tres escamas con cisterna se halla caudal a ésta, pero aun sobre la escama, otro par de esbozos pilíficos más, el más caudal de los gérmenes entre el area media y las externas. Si comparamos la posición de los esbozos con la de las glándulas se- báceas solitarias de la cisterna en el adulto, resulta que deben ser las mismas formaciones : son, pues, los gérmenes pilíficos de los que éstas to- marán su origen. Si la derivación de las glándulas sebáceas solitarias de determinados pelos puede considerarse asegurada ya por el estudio de este embrión, en cambio no es posible dilucidar, por los datos que él nos ofrece, el ori- gen do las «glándulas principales». Ellas so presentan en este estadio en la forma siguiente : el epitelio del extremo craneal de cada una de las cis- — 228 — ternas forma (fig. 15 y 17), como ya estaba indicado en el embrión anterior, pro! iterando con mayor intensidad, un saco ciego corto, dirigido Inicia craneal y obliterado por completo por células de la epidermis. Este saco es asimétrico en las tres cisternas, extendiéndose más Inicia un costado. El saco ciego de la cisterna más craneal y el de la más caudal se divi- den inmediatamente en dos esbozos situados el uno en posición dorsal con respecto al otro, continuándose ambos sobre 4 a 5 cortes más, (90- 110 ¡x ; (fig. 15). Son achatados en sentido dorso-ventral y la capa de sus células germinativas toma la liematoxilina con mayor intensidad que La del epitelio de la cisterna. Las células de su interior están muy apreta- das las unas contra las otras, sin que sus límites sean netos; sus núcleos son obscuros. Este aspecto del epitelio indica que no se que- ra tinizará como el de las cisternas, sino que permanecerá vivo. Re- sulta además de la comparación con la segunda glándula pelviana más desarrollada del mismo individuo (véase abajo) y con el estadio siguiente, que de estos esbozos achatados proliferarán las glándulas principales. Además, en los cantos más laterales de la cisterna, más o menos desde el punto de partida de los dos sacos ciegos aeliatados basta el par más craneal de las glándulas sebáceas solitarias la capa germinativa del epi- telio está constituida por células obscuras, dispuestas muy juntas las unas contra las otras, las que en algunas partes hacen prominencia ha- cia el tejido conjuntivo, como si fueran estadios muy tempranos de glán- dulas en formación. La segunda glándula pelviana es no sólo más grande, sino también más adelantada en su desarrollo que 3a primera y tercera. También ella forma en su extremo craneal un saco ciego (fig. 17) que existe sobre 8 a 9 cortes (180-200 ) y tiene en su base una anchura de 550 y una altura de sólo 150 ¡x. Su estructura es la misma que la de la cisterna. Arrancan de ésta (fig. 17 y 18), tanto hacia lateral como hacia dorsal y ventral, pero ante todo hacia craneal, evaginaciones, unas más largas, otras más cortas, que considero como esbozos de glándulas prin- cipales o quizá sólo como piezas terminales comunes de las que recién más tarde tomarán su origen varias glándulas principales a la vez. Del saco ciego salen 7 de estas evaginaciones, pero se las encuentra tam- bién más hacia caudal en la región media de la cisterna-, allí donde ésta ya es grande (fig. 18). Tienen en esta región casi siempre dirección late- ral. Las mayores alcanzan un largo de unos 200 ¡x, sobre 70 \¡. de ancho. En su base encuéntrase a menudo una pequeña protuberancia de las capas básales de la epidermis en forma de botón, la que puede ser un estadio temprano del esbozo de una glándula principal o quizá la de una glándula sebácea accesoria, o con mayor exactitud, del pelo del que ésta tomará su origen. Protuberancias de esta índole, sean ellas más peque- ñas o más grandes, se forman también directamente de la cisterna. 229 El epitelio ele todos estos esbozos se colorea fuertemente y es parecido al de los dos sacos ciegos achatados del extremo craneal de las dos otras cisternas. Su capa basal (germinativa) es más bien cúbica (8 \i de alto) y las células de las capas siguientes no constituyen masas compactas, sino más bien flojas, faltando entre ellas límites celulares marcados. Sus nú- cleos son muy obscuros. Resulta de las observaciones que anteceden, que las glándulas princi- pales brotan de la región craneal, en parte también de los lados de la cisterna, pero no del extremo caudal. Aunque los primeros estadios de las glándulas principales, mientras constituyen sólo pequeños botones epiteliales, no pueden distinguirse con seguridad de esbozos pilíficos, sin embargo, no existen ya semejan- zas entre unos y otros una vez que comienzen a crecer en longitud (como los niás adelantadas de este embrión). El estadio descrito (344) difiere del siguiente en que en las glándulas principales aún falta la diferenciación en conducto y tribuios secretores, y que los esbozos son aún sólidos, sin huecos. Tampoco forma el tejido conjuntivo alrededor del total de los esbozos de las glándulas una cáp- sula bien delimitada. Embrión 338 (largo total, vértice-coxis, 72 inm. ; largo de la cabeza 32 inm.; fig. 19 a 22). — De las dos glándulas pelvianas de este embrión la caudal es mucho más grande, y en lo que atañe el desarrollo de las glán- dulas principales también más avanzada que la craneal. Como en el embrión anterior el fondo de ambas cisternas se levanta hacia caudal poco a poco hasta la superficie, mientras su pared anterior es casi perpendicular, pero el hueco de las cisternas es muy reducido en comparación con sus gruesas paredes. Sólo la pared ventral y las latera- les hasta el punto de arranque de las glándulas sebáceas solitarias son gruesas, mientras los bordes laterales son delgados. En estos últimos el epitelio no alcanza sino a 50 y. de espesor, mientras la pared ventral llega en su parte craneal a 180 ¡a, adelgazándose paulatinamente hacia caudal a medida que la cisterna se hace menos profunda. Debido a la gran diferencia en el espesor del epitelio, la región del cuello de la cis- terna está bien diferenciada con respecto a su fondo. Dentro del cutis, inmediatamente debajo del epitelio de las cisternas y en parte también entre las células de la capa basal del mismo están de- positados escasos granulos de pigmento parecidos a los del epitelio de las escamas. En las capas medias del epitelio grueso se hallan a veces pe- queñas perlas, formadas por células «algo qneratinizadas, alrededor de las que las células se ordenan en forma concéntrica. Perlas parecidas se hallan también de vez en cuando sobre los esbozos pilíficos de las esca- mas comunes. Las capas superficiales del epitelio de la cisterna están ya 230 muy adelantadas en su queratinización. Las más externas se lian levan- tado llenando en parte el hueco de la cavidad. El epitelio está por lo tanto mucho más queratinizado que el de las escamas del mismo em- brión. (Véase Fernández, 1922). El saco ciego craneal, completamente ocupado por las células de su epitelio, está muy desarrollado en ambas cisternas y dirigido tanto en la una como en la otra en forma muy asimétrica hacia la derecha (iig. 21 ). Es posible que ello dependa de la posición de las escamas que llevan estas cavidades, las que no están situadas en la línea media, sino bastante a la izquierda. De ahí que, dirigiéndose los sacos ciegos hacia la derecha, sus extremos craneales y el cuerpo glandular lleguen a ocupar aproxi- madamente su posición normal en la línea media. Glándulas sebáceas solitarias. — De la cisterna salen de cada lado cerca del límite entre el epitelio grueso y el delgado 4 esbozos en la glándula anterior y 7 en la posterior, los que son muy parecidos a pelos en forma ción, y que por su posición deben considerarse como pelos de los que luego tomarán su origen las glándulas sebáceas solitarias. En la cister- na posterior se halla además hacia el fondo y detrás del tercer esbozo de la izquierda otro igual. En ambas cisternas los esbozos están dispues- tos (menos el recién mencionado) de manera perfectamente simétrica, en pares, abriéndose el par más craneal del lado dorsal en el saco ciego craneal (fig. 20). Hacia caudal de la cisterna se hallan aún sobre la mis- ma escama de la glándula pelviana otros tres esbozos pilílicos, primero uno sobre el lado derecho y luego otro par más. Los tres esbozos pilíficos recién mencionados son cilindricos y en el par más caudal se encuentran ya esbozadas las glándulas sebáceas a igual de lo que sucede en el último par de las escamas vecinas. Los es- bozos en el interior de la cisterna también se hallan en el mismo estadio como los de las escamas comunes, pero con frecuencia no son cilindricos sino piriformes (por ejem. uno de 120 ¡j. de largo y de 70 \j. de ancho en su extremo cerrado es en su base sólo de la mitad de ese ancho). En nin- guno de ellos está esbozada una glándula sebácea y por lo tanto son al respecto menos desarrollados' que el par más caudal déla escama. (Tam- bién en las escamas vecinas los esbozos de glándulas sebáceas faltan aún en todos los pelos). En cambio los esbozos pilíficos más caudales dentro de la cisterna están más desarrollados (pie los que se hallan fuera de ella por tener en su extremo cerrado una hendidura, es decir, una papila, pilífera en formación. Ésta falta a los esbozos más craneales de la cis- terna, los que, como en las escamas comunes en general, están menos desarrollados que los caudales. En todos los gérmenes pilíficos el pigmento se halla fuertemente aglo- merado en su extremo libre. Además de estos esbozos típicos se hallan en la cisterna craneal del — 231 lado izquierdo, cerca de la entrada, dos grandes gérmenes chatos en forma de botón, (150 ¡;. de ancho sobre sólo 80 g de alto). Por su posición podrían considerarse también ellos como pelos productores de glándulas sebáceas solitarias que, sin embargo, no habrían alcanzado el mismo grado de desarrollo de las otras. Existen muy pocos esbozos que podrían considerarse como correspon- dientes a glándulas sebáceas accesorias (o a pelos de los que éstas toma- rán su origen) : Io En el fondo de la cisterna caudal se halla un esbozo piriforme del mismo aspecto que un pelo, pero sólo de 80 \j. de largo sobre 70 ¡j. de ancho máximo ; 2o Acolada al esbozo de una glándula principal que se abre muy su- perficialmente del lado izquierdo en la cisterna caudal se. halla una pe- queña evaginación (70 de largo por 40 g de ancho), la que sin duda al- guna es un germen pilífico (fig. 21). Otros pequeños gérmenes pareci- dos, pero nunca tan netos, so notan en los puntos de partida de varias otras glándulas principales. Como en el recién nacido y en el adulto las glándulas sebáceas accesorias se encuentran con frecuencia en esta misma posición con respecto a las principales, creo que su interpretación como tales es bastante segura. Glándulas principales. — Parten de la cisterna craneal 10, de la caudal 30 tubos relativamente largos y que se ramifican aún más por brotación. No es posible indicar su número con precisión, pues no siempre los lími- tes entre la cavidad y los esbozos que toman su origen de ella son netos, siendo por lo tanto más de una vez dudoso qué parte debe considerarse como tubo glandular primario y cuáles como tubos secundarios brotados de él. También en el adulto es frecuente, que varios conductos de glán- dulas principales parten de la cisterna por una pequeña evaginación co- mún. Además existen en ambas cisternas muchas pequeñas evaginacio- nes en forma de botón, que considero como primeros indicios de glándu- las de la misma clase. Correspondiendo a su asimetría, salen del lado izquierdo de las cister- nas en este embrión sólo escasos esbozos, y se forman la mayoría de ellos en el extremo craneal, y las demás del lado derecho del saco ciego sóli- do arriba mencionado. En esbozos bien desarrollados de las glándulas principales puede dis- tinguirse en general un conducto más delgado (50 g) y una parte termi- nal ensanchada (fig. 20 y 21). Ambas partes están formadas por una capa externa y una masa laxa de células que ocupan el interior, y cuyos nú- cleos son algo más pequeños y obscuros. En el conducto hállase, pero no siempre, un hueco de unos 5 ¡j. de diá- metro (fig. 19), y en este caso, también las células de la masa interna adoptan una disposición epitelial. 232 Las partes terminales no son piriformes como las de los pelos, sino que deben su aumento de volumen a la fuerte proliferación de tú bu- los glandulares producida en ellas (fig. 19-22). Mientras estos tábidos secundarios no hayan alcanzado cierto tamaño, las partes terminales ofrecen un aspecto verrugoso irregular. Sin embargo la brotación de nue- vos tábidos no se efectúa sólo en la parte terminal, sino también en el conducto del esbozo glandular, aunque con poca frecuencia. En los tábidos secundarios, por lo general aún cortos, se distinguen las mismas capas de células que en los primarios. El pigmento es en las partes terminales de las glándulas principales muy escaso, o lo que es más frecuente, falta por completo; debido a este carácter resulta relati- vamente fácil el distinguirlas de los esbozos de pelos siempre fuerte- mente pigmentados. Habiendo el tejido conjuntivo, que rodea la mayor parte de los tubos glandulares, adoptado un color más claro y una estructura menos densa que el resto del cutis, el cuerpo glandular (íig. 19) de este estadio está ya bien delimitado. Es sobre todo grande en la glándula caudal, donde se extiende hacia craneal sobre 350 g más que la cavidad colectora. .. Recién nacido (cf, largo total, vértice- coxis, 90 mm. ; largo de la cabe- za 40 mm.pfig. 23 a 28 a). — Las cisternas del individuo estudiado (exis- ten dos de ellas) difieren de las del estadio anterior principalmente por ser su saco ciego hueco y de mayor volumen, extendiéndose en la glán- dula craneal sobre 500 g, en la caudal sobre 380. En el extremo caudal falta aún en ambas cisternas un saco ciego, siempre existente en el adul- to (fig. 4) y el fondo de la cisterna se levanta, como en los estadios hasta ahora estudiados poco a poco al nivel de la superficie del cuerpo. Lo mismo puede verse en los cortes longitudinales de Pocock (1913). En cortes transversales existe una neta región del cuello, pues el fondo de la cavidad es mucho más ancho que la entrada (fig. 28). Como hasta ahora, el epitelio del fondo es más grueso que el del cue- llo, no alcanzando éste más de 50 \¡. de alto, mientras aquél llega a 120 g y más, sin contar las capas córneas que están separándose de él; más o menos la mitad de su espesor corresponde a la capa basa! de altas y muy delgadas células cilindricas, cuyos núcleos o son ovales y están situados entonces más hacia el hueco, o son largos y delgados, hallán- dose entonces en una posición más basal. Los células cilindricas muy altas son características parala capa basal déla cisterna; en cambio en los esbozos pilíficos y en los ductos secreto- res de las glándulas principales, aquella capa está formada por células mucho más bajas con núcleos fuertemente coloreados. Tampoco las cé luías de la capa correspondiente de las escamas alcanzan una altura y delgadez comparables a las de la cavidad colectora. En la base del epi- 233 telio existe un pigmento algo más abundante que en el embrión anterior, pero nunca lie visto cantidades tan considerables de él como las dibuja- das por Pocoek. En el hueco de las cisternas hállase una capa queratinizada, formada ya por muchas lámelas que se han separado del epitelio. lío sólo ha dis- minuido el alto absoluto del epitelio, con excepción del de la parte del cuello, sino que también el número de las capas celulares que lo com- ponen es menor que en el embrión anterior. Como además el hueco de las cisternas ha aumentado mucho en volumen, comparado con el del estadio 338, sobre todo por el crecimiento del saco ciego craneal, es probable que el proceso de queratinización, ya comenzado en aquel em- brión, se haya extendido sobre más capas celulares sin formarse un nú- mero correspondiente de capas nuevas. El aumento de volumen del hueco de las cisternas y del saco ciego craneal será debido, por lo menos en gran parte, a la degeneración do las capas celulares que lo rodean. La disposición y extractara de las glándulas coincide en ambos esbozos, sólo que en el craneal, que es ehn ás grande, también su número es mayor. Daré sólo una descripción detallada de las glándulas del esbozo craneal. Glándulas principales. •— Debido al estado adelantado en que se hallan las glándulas principales y su gran número, ya existe un « cuerpo glan- dular» compacto que rodea a la cisterna en forma de herradura por su extremo craneal y por los lados (fig. 23 y 25). Las glándulas principales ludíanse en dirección craneo-caudal sobre 3,3 mm. de los que 1,5 mm. están delante de la cisterna formando la parte central del cuerpo glan- dular. Este tiene un espesor de 550 ¡¿, mientras el ancho máximo de un lado de la herradura al otro (cuerpo glandular -f- cisterna -j- cuerpo glandular) es de 2,8 mm. En total se abren en la cisterna 90 glándulas principales, de las que 30 en la parte delante de su apertura (es decir, en el saco ciego craneal). El cuerpo glandular está compuesto por todas las glándulas que desem- bocan en la cisterna del lado craneal o de los lados, mientras que las que se hallan sobre su cara ventral, quedan aisladas, no tomando parto en la formación del cuerpo. En las glándulas que forman el cuerpo sigue al ducto glandular cuyo hueco es angosto (5 a 10 ¡j.) una amplia cavidad central, que atraviesa todo el ancho del cuerpo hasta su borde externo (lig. 28 a). Una de ellas, cortada en dirección propicia, alcanza a más de 500 ¡;. de largo sobre 140 ¡j. de an- cho. Salen de la cavidad central numerosas evaginaciones de diámetro algo menor, que a su vez pueden volver a dividirse, pero cuyo hueco también es ancho en comparación con el espesor de sus paredes. Los sacos ciegos así formados son algo alargados y de forma irregular, pero no largos y delgados canales arrollados como las glándulas sudoríparas comunes. 234 Los d netos glandulares (fig. 27 y 28) están tapizados por un epitelio del mismo carácter que el de la cisterna, el que, hacia el orificio, por el cual desemboca en ésta, puede llevar capas córneas, mientras hacia la cavidad central de la glándula misma, el número decapas disminuye hasta trans- formarse casi repentinamente en su epitelio cilindrico. Las paredes de la cavidad central (íig. 28 y 28 a) y de sus prolongaciones poseen en general una estructura idéntica y están formadas por un epite- lio cilindrico de unos 15 a 20 ¡j. de alto como término medio, con núcleos esférico -oval es de 5 a G ¡x, ubicados cerca de la base. Hacia el extremo libre de la célula sigue con frecuencia al núcleo una vacuola clara, que ocupa como aquél todo el ancho de la célula, no llegando sin embargo has- ta el borde libre de ésta, donde siempre subsiste una zona de protoplasmn bien coloreada en la que pueden hallarse pequeñas vacuolas aisladas. En general, un número considerable de células de este aspecto se hallan unas al lado de las otras, siendo sus vacuolas sobre todo bien visibles en cortes tangenciales por los sacos ciegos que salen de la cavidad cen- tral de la glándula. De vez en cuando la vacuola puede llegar a ser muy grande, adoptando entonces la célula un aspecto caliciforme con núcleo comprimido. Puede finalmente quedar destruido el extremo libre de la célula, como si la vacuola hubiera aumentado de volumen más y más, hasta evacuar su contenido. Es de lamentar, que habiéndose fijado el material recién algunas horas después de la muerte, no sea posible de- terminar si las fases observadas corresponden a ciertos estadios de la secreción o si son modificaciones postmortales. Siempre en las regiones de este aspecto, pero también en otras, existe en el hueco glandular un coágulo granuloso. Los largos y delgados núcleos de las fibras musculares lisas son netas en todas partes. Las pequeñas glándulas principales (íig. 20 y 28) que se abren sobre la cara ventral de la cisterna y que no toman parte en ¡a formación del cuerpo glandular, recuerdan algo más la estructura de las glándulas sudoríparas comunes. Su conducto se divide al llegar al límite entre cutis y tejido adiposo subcutáneo, en varios cortos tábidos secretores, de hueco casi tan angosto como el suyo propio, faltando por lo tanto la amplia cavidad central. Existen hacia lateral, es decir, hacia el borde interno de los lados del cuerpo glandular, numerosas formas de transición entre ellas y las gran- des glándulas que componen aquél. Glándulas sebáceas solitarias (íig. 27). — Sobre la escama en que se. abre la cisterna de la glándula pelviana craneal, existen en total cinco pares de esbozos pilíficos muy adelantados, cuyas glándulas constituirán las glándulas sebáceas solitarias del adulto. Los cuatro pares craneales están ubicados en el cuello de la cisterna: — 235 — el primero, más craneal que la apertura de aquella, se abre en la pared dorsal del saco ciego craneal ; el segundo par ocupa una posición lateral con respecto a la apertura, mientras el cuarto se halla completamente so- bre su borde caudal, allí donde la cisterna sólo está indicada. Pero una vez que esta parte caudal comienzo a invaginarse en forma de saco ciego, como siempre sucede en el adulto, es probable que también el orificio del 4o par, al igual del 2o y 3o, desemboque en el borde interno del cuello. El 5° par se halla del todo caudal de la cisterna y es probable que las glándulas que de él tomen su origen no se abrirán en aquélla. Es posible que al igual del último pardo la placa glandular más craneal de la figu- ra 1 lleguen a ocupar el mismo borde posterior de la apertura. Todos estos esbozos se hallan en el mismo estadio que las glándulas de las placas comunes de la región (véase Fernández, 1922), no estando sus pelos propiamente dicho menos desarrollados que en éstas (fig. 27). Es, sin embargo, posible que sus glándulas sean algo mayores : los lóbu- bos del primer par están netamente separados los unos de los otros y sus dimensiones son: unos 300 g de ancho, 350 \¡. de extensión craneo- caudal y 120 \j. de diámetro dorso-ventral. Los esbozos de los otros pares son aproximadamente del mismo tamaño, y sólo los del tercero algo más chicos. Las glándulas sebáceas solitarias de la cisterna se comportan pues como las de las escamas comunes. Unas y otras son esbozos pilíficos, cuyo pelo al principio alcanza un desarrollo completo, para desaparecer luego en la vida postembrionaria. Sin embargo en ninguno de los esbo- zos — excepción hecha del de la derecha del 5o par, que, como hemos visto, se halla por completo fuera de la cavidad colectora — se observa la formación de una glándula sudorípara. También en las placas comunes existe una fuerte tendencia a la rudi- mentación de las glándulas sudoríparas de las cavidades esféricas cra- neales. Como ya he mencionado antes, las glándulas sebáceas solitarias deben considerarse como los esbozos glandulares de la parte craneal de las escamas medianas, las que, por la formación de la cisterna, han llega- do a ocupar una posición más profunda. La falta en ellas de glándulas sudoríparas cuadra, pues, perfectamente dentro de lo observado en las es- camas comunes. Glándulas sebáceas accesorias (fig. 2(3 y 28). — En la cisterna craneal existen 33 esbozos, ubicados exclusivamente en el fondo, en parte hacia sus bordes donde éstos se continúan en las paredes laterales, en parte más hacia la línea media. Están, por lo tanto, ubicadas en dos hileras, una más medial y otra más lateral, aunque ambas no sean netas. En vista de su posición, no puede caber duda que de ellas se formarán las glándulas sebáceas accesorias. Constituyen estos esbozos evaginaciones mas o menos cilindricas, ra- 236 — ras veces también piriformes, de la pared de la cisterna, y cayos extre- mos cerrados, algo más gruesos y fuertemente pigmentados, están inva- ginados. Ofrecen el aspecto de jóvenes esbozos pilíficost cpie se bailan, en lo principal, en el mismo estadio, como los correspondientes a las glán- dulas sebáceas solitarias del embrión anterior, aunque aparentemente difieran algo de ellas, debido a la evolución mayor de la epidermis. La papila pi tífica es muy estrecha en comparación con el ancho del esbozo total. Los esbozos craneales son menos desarrollados que los caudales. Mien- tras aquéllos son sólidos, se halla en el eje de éstos una hilera de cé- lulas de diferenciación especial, que constituye un estadio temprano del pelo propiamente dicho. Este es especialmente neto en el esbozo más caudal, que debido a ello y a la glándula sebácea muy grande, represen- taría un estado intermedio entre las glándulas sebáceas solitarias y las accesorias. En los gérmenes craneales aun falta un esbozo glandular, el que casi siempre está desarrollado en los más caudales, apareciendo en el vigésimo por primera vez. Resulta de la descripción que antecede, que las glándulas sebáceas accesorias se forman de esbozos pilíficos, que aparecen mucho más tarde que los de las solitarias. Es posible que el verdadero pelo no llegue nunca a un desarrollo tan avanzado como en éstas y hasta que en las más craneales no llegue ni a esbozarse. Las glándulas sebáceas accesorias de la mitad craneal de la cisterna se hallan casi siempre aisladas, y sólo rara vez están al lado de la aper- tura de una glándula principal. En cambio las más caudales se hallan con mucha frecuencia en esta posición, y a veces una glándula está tan cerca de la otra, que ambas poseen una apertura común (fig. 28). Existen en este caso, unidas la una a la otra, las tres componentes típicas de un esbozo pileal: pelo, glándula sebácea y glándula sudorípara, aunque esta última esté algo modificada, y el primero sea rudimentario. En aquellas glándulas principales, que no forman parte del cuerpo glandular y se hallan sobre el lado ventral de la cisterna, la unión con el esbozo pilífieo-sebáceo es especialmente fácil de notar. Aunque en la parte craneal de la cisterna las glándulas principales no se hallan unidas a aquellos esbozos, el comportamiento de las cauda- les permite suponer que también para ellas haya existido una unión se- mejante, la que sin embargo se ha perdido, debido al excesivo desarro- llo y la modificación de la estructura de la glándula principal, que aquí entra a formar parte del cuerpo glandular. Como resulta del embrión 344, las glándulas principales y las sebá- ceas solitarias aparecen más o menos en el mismo estadio. Existe, sin embargo, un avance en cuanto a la aparición de las primeras, si se las compara con las glándulas sudoríparas comunes; pues éstas no están — 237 esbozadas ni en el embrión 338. Por el otro lado las glándulas sebáceas accesorias que aparecen recién en estadios posteriores a 338, se hallan en retardo con respecto a las sebáceas de las placas comunes. Es permi- tido suponer que el primer fenómeno se deba al fuerte desarrollo de las glándulas sudoríparas al transformarse en principales, el segundo al es- tado rudimentario de las glándulas sebáceas accesorias, y que en ciertos antepasados del peludo el pelo, la glándula sebácea y la glándula sudo- rípara como antecesora de la principal, hayan constituido un conjunto. El número mucho mayor de las glándulas principales comparadas con el délas glándulas sebáceas accesorias, no contradice a esta suposición, pues, como he podido probar, existe en los esbozos pilíflcos, délos que se originan las glándulas sebáceas y sudoríparas de las cavidades esféricas más caudales de las placas comunes, la tendencia de aumentar el núme- ro de las glándulas sudoríparas originadas de un sólo esbozo. Así en una placa (véase Fernández 1922) se hallaron en cada uno de las cuatro ca- vidades posteriores 2 glándulas sudoríparas sobre una sebácea, y en el par delante de éstas, 3 sudoríparas sobre una sebácea. El número de glándulas sudoríparas es por lo tanto en estas cavidades de 2 a 3 veces mayor que el de las sebáceas, proporción que no difiere de la existente entre las glándulas principales y las sebáceas accesorias de la glándula pelviana del recién nacido, (90 : 33) y poco del de la placa del adulto arriba descrita. (95 : 20). Como ya he hecho notar, las glándulas sebáceas solitarias son homo- logas a las de igual clase que rodean en las escamas comunes la parte craneal del área media, subsistiendo las caudales en las placas de las glándulas pelvianas en igual forma como en las comunes. Queda, sin embargo, por aclararla cuestión, si en las escamas comunes existen pelos que puedan considerarse como homólogos a los que han dado origen a las glándulas principales y alas sebáceas accesorias déla cisterna. No he hallado formaciones que podrían llenar este fin ; pues no se es- bozan, como probaré en otro trabajo (1922), en las escamas de I). villo- sus más ¡lelos que las cerdas del extremo caudal y los arriba menciona- dos de que toman origen las glándulas entre las áreas. No queda entonces otra alternativa que suponer que las glándulas principales y las sebáceas accesorias, o mejor dicho los esbozos pilíflcos de que toman su origen, son filogenétieamento formaciones nuevas, apa- recidas más tarde que los demás pelos del animal. Sobre la forma, cómo su adquisición pudo efectuarse, es quizá posible obtener datos por el es- tudio de formas que como el quirquincho (1). vellerosus) y el piehi (I), minutus) poseen apenas indicios de glándulas pelvianas. 238 — II Cavidades glandulares en el caparazón de Priodontes, Glyptodon Hoplophorus y Doedicurus En otro trabajo ya terminado, y que se publicará en el tomo subsi- guiente de esta revista demostraré que los poros existentes en los surcos que delimitan las distintas áreas de cada una de las placas del caparazón de Dasypus villosus , se abren en cavidades esféricas dentro del hueso, las que encierran glándulas sudoríparas y sebáceas muy grandes, ha- biendo desaparecido en general los pelos que les corresponden. En unión con los datos que anteceden, este resultado puede servir de base a una interpretación bastante segura de las cavidades u orificios del caparazón de varios otros desdentados recientes y fósiles. Priodontes (fig. 30 a 32). — En el caparazón pelviano de Priodontes encontró Lahille (1895), después de sacar las escamas córneas, unos «agu- jeros pilíferos» muy grandes, no visibles en la coraza cubierta por las escamas córneas. Dice al respecto : « Dans toute la région céntrale du bouclier pelvien et jusqu’á la naissance de la queue, les trous piliféres sont én orín es et forment de profundes capules disposées vérticalement sur les ligues suturales. En alian t de la eroupe sur les cotés les trous dcviennent de moins en moins grands et reprennent leur position liabi- tuelle. Dans la portion posterieure du bouclier les échancrures des pla- ques antérieures et laterales empiétant en arriére et sur les cotés des plaques adjacentes, il en résulte que celles-ci ont une forme arrondie et dentelée sur tout leur pourtour. » He tenido ocasión de revisar el mismo caparazón que sirvió a Lahille para sus investigaciones, y cuyo largo es de G0 a 05 centímetros y ade- más otro de 70 centímetros de largo, correspondiendo ambos por tanto a animales no del todo adultos, y agregaré a la descripción de Lahille que las primeras grandes cavidades se encuentran sobre el borde caudal de las placas mediales de la última banda libre, y las más caudales in- mediatamente delante de la base de la cola. La región de las grandes ca- vidades ocupa un área ovalada de unos 30 centímetros 1 de largo por 22 centímetros de ancho máximo, alcanzando este último en la 7a hilera de placas del caparazón pelviano. Las placas que forman el área se distin- guen de las demás por una porosidad algo mayor de su hueso. Mientras en las placas craneales y laterales del área el número de las cavidades no es aún mayor que el de los agujeros setígeros en las placas comunes Midiendo su proyección sobre la horizontal sólo 25 centímetros. 239 — del caparazón (fig. 31, a la derecha) su número aumenta hacia el centro del óvalo, no hallándose entonces los agujeros sólo en los límites entre dos hileras de placas, sino también entre dos placas de una misma hi- lera (fig. 31 a la izquierda y tig. 30), llegando, a partir de la 7a hilera del caparazón pelviano, a 12 el número de cavidades alrededor de una placa, la (pie debido a ello toma el contorno dentado mencionado por Lahille. Las cavidades son caliciformes, tienen unos 5 milímetros de diámetro y una profundidad algo menor (3 a 4 mm). Solamente algunas perforan por completo el caparazón, mientras que en general están cerradas del lado ventral por una lámina ósea sumamente delgada, formada por la parto basa! de las placas. En el centro de la cavidad esta lámina está in- terrumpida por la sutura que separa las placas. Lahille ya observó que las cavidades caliciformes se achican más y más hacia los lados de las hileras, hasta transformarse en los agujeros pilíferos o setígeros existentes en el borde posterior de todas las placas comunes. No cabe ni la menor duda que aquellas son una simple modi- ficación de éstos, pues se observan todos los estadios de transición entre unos y otros (fig. 31). En el caparazón intacto de Priodontes las escamas grandes de las ban- das libres están rodeadas por los lados y por su extremo caudal por pe- quefias escandías intercaladas; las primeras son delgadas y aproxima- damente del mismo largo que las escamas grandes, las segundas son irre- gulares. En el caparazón escapular y pelviano las eseamitas del borde caudal de cada hilera separan a ésta de la que le sigue, hallándose, por lo tanto, cada escama rodeada por una serie de eseamitas. Tanto los canales pilíferos comunes como las cavidades caliciformes, contienen cerdas bastante delgadas (más delgadas que las del peludo) de color blanquecino, que salen por pequeños orificios situados en las ban- das libres entre las grandes escamas (o las delgadas y alargadas que al- ternan con ellas) y las pequeñas eseamitas que les siguen, mientras en el caparazón pelviano aparecen más bien entre estas últimas. Los orifi- cios son bien visibles en la parte inferior de la figura 30. En los dos ejemplares secos, pero intactos, que pude examinar, las cerdas son en todas partes muy cortas, como si estuvieran quebradas, siendo sin embargo, algo más largas sobre la carapaza pelviana, es decir en la región ocupada por las grandes cavidades. Pero tampoco en ella alcanzan a 1 centímetro do largo, ni son más gruesas que en otras regiones. Su longitud algo mayor en la región pel- viana, quizá sea debida a que entrarían menos en contacto con la tierra que las de las partes anteriores, cuando el animal cava. Lahille ya hizo notar, que en la carapaza intacta cubierta por sus es- camas córneas no es posible ver las grandes cavidades ; y en efecto las cerdas fijadas en ellas salen sólo por pequeñísimos orificios, que en los — 240 — ejemplares secos a mi disposición parecen quizá ser algo más grandes que los de las cerdas de otras regiones (fig. 30). En todo caso las aper- turas do las cavidades están cubiertas por la epidermis, quizá también por una delgada capa del cutis, y éstas sólo « comunican » con el exte- rior por el oriíicio por el cual pasa la cerda, es decir, por el espacio exis- tente entre ella y su folículo. En el borde posterior de las escamas del peludo existen, como es co- nocido, cerdas mucho más desarrolladas que las de Priodontes y que es- tán implantadas en largos y delgados canales. Además, posee el peludo en los surcos entre las áreas de una misma placa, pequeños orificios que conducen a grandes cavidades esféricas ubicadas dentro del hueso déla placa. Éstas contienen glándulas sudoríparas y a veces también sebá- ceas muy desarrolladas, cuyos pelos, en general, desaparecen por comple- to. Los folículos de estos pelos rudimentarios sirven de conducto secre- tor a las glándulas y desembocan por los mencionados orificios en los surcos entre las 'áreas de las placas (véase Fernández 1922). El gran diámetro de las cavidades caliciformes de Priodontes hace suponer, que deben contener otros órganos además de las cerdas, pues, para la implantación de éstas, bastarían delgados canales como los del extremo posterior de las placas de otras regiones. Al igual de lo que su- cede con las cavidades esféricas de las placas del peludo, las glándulas del pelo que encierran se habrán desarrollado mucho, resultando de ahí un aumento de volumen de la cavidad que contiene el pelo y sus ane- xos. No es posible decir', disponiendo sólo de la carapaza seca, si sólo las glándulas sudoríparas, o las sebáceas o ambas a la vez han participado en este crecimiento, tanto más si se tiene en cuenta, que en el peludo no en todas las cavidades existen ambas formas de glándulas. Aunque las cavidades esféricas del peludo se encuentren dentro déla placa, bajo los surcos entre las áreas de ésta, mientras que las cavidades caliciformes de Priodontes están en los límites entre dos escamas o pla- cas, existe entro ambas quizá una cierta homología. Porque, como trataré de probar en mi trabajo sobre la embriología de la escama del peludo (192 1 y 1922), los pelos y sus glándulas actualmente dentro de una placa, debe- rán considerarse como primitivamente situados a lo largo de su borde. Aunque por la comparación con el peludo la existencia de glándulas muy desarrolladas en las cavidades caliciformes de Priodontes parezca bastante bien fundada, sería de mucho interés estudiar el contenido de estos agujeros en material conservado en forma apropiada, ante todo, por- que partiendo de ellos, es posible llegar a conclusiones más o menos exactas con respecto a otras formaciones análogas de los gliptodontes fó- siles como veremos en las páginas siguientes. En el individuo de 70 centímetros de longitud he observado también en el caparazón escapular un área parecida al del pelviana y que se ex- 241 tiende de la segunda a la séptima hilera de placas, siendo su diámetro craneo-caudal de unos 8 centímetros, el transversal de irnos 20. Sus ca- vidades no alcanzan el gran desarrollo de las pelvianas, pues su diáme- tro nunca es mayor de 2 centímetros y su número con respecto a cada placa es apenas mayor que en las regiones no modificadas de la carapa- za; tampoco existen cavidades en las suturas entre dos placas de una misma hilera, como es frecuente en el área pelviana. Como en ésta, las cavidades son caliciformes y relativamente poco hondas en relación a su diámetro y están sobre los limites mismos de las placas de dos hileras subsiguientes, a las que afectan casi por igual. No se internan, pues, sólo en la. placa anterior como los canales pilíferos comunes. En el caparazón que sirvió a los estudios de Lahille el área glandular escapular está apenas esbozada. Sus cavidades no llegan «a ser calicifor- mes y conservan el aspecto de canales pilíferos, aunque sean bastante más voluminosas que las de las placas comunes. Dedúcese de las observaciones que anteceden, que el área glandular escapular es una formación mucho menos desarrollada que la pelviana. Como no tuve a mi disposición más que dos ejemplares, casi del mismo tamaño y no del todo adultos, no me es posible establecer si, aunque su aparición en el animal joven fuera relativamente tardía, no podrá alcan- zar en el adulto un desarrollo igual o poco menor que la pelviana. Glypiodon (fig. 33-87). — En los surcos que delimitan las áreas en las placas óseas de los gliptodontes existen en aquellas regiones en que las placas tienen forma de roseta (la dorsal y dorsolateral) con mucha fre- cuencia cavidades de mayor o menor profundidad, que Burmeister inter- pretó como canales para dar paso a nervios y vasos (1870-74, pág. 359), Ameghino como agujeros pilíferos (1889, pág. 783), pero ambos sin tra- tar de fundar sus respectivas opiniones. Lydekker (1894) creyó tener que intepretarlos como agujeros vasculares, por no poder observar sobre ellos perforaciones de la capa córnea en un ejemplar en que ésta estaba aún conservada, aunque en estado imperfecto. No me ha sido posible identificar en la colección del Museo Ja pieza en que Lydekker se basa, pero dudo que en una substancia de difícil conservación en los fósiles, como el cuerno, sea posible distinguir canales de un diámetro tan redu- cido, que ni en todas las escamas córneas del peludo es posible observar siempre con facilidad. Por lo tanto la indicación negativa de Lydekker carece de valor. ÍSn cambio, se debe deducir de la falta de una apertura más o menos consi- derable en la cara inferior de la placa ósea, que no puede tratarse de ca- nales vasculares. En (ilyptodoi), en general, estas cavidades suelen estar ubicadas en los puntos en que se unen los surcos «radiales» con el surco « circular » JIEV. MUS. LA PLATA. — T. XXVI 17 242 — (véase íig. 34), aunque a veces se encuentren también en medio de un surco radial o en cualquier parte del circular. Tienen, pues, una disposi- ción parecida a las cavidades esféricas de las placas del peludo. Su tamaño y número es muy variable: pueden ser tan pequeñas que casi pasan desapercibidas o llegar a un tamaño muy considerable como en el Glyptodon perforatus de Amegliino (1889, pl. 54, lig. 5). Ameghino indica para muchas de sus especies de Glyptodon el tamaño de los agu- jeros, y revisándolos caparazones del Museo de La Plata, se ve también que existen grandes diferencias al respecto entre las distintas corazas. En una coraza de 1,55 a 1,0 metros de largo, clasificada según su eti- queta como Glyptodon reticulatun (5a vidriera del centro), las cavidades alcanzan hasta 0 a 7 milímetros de diámetro por 8 milímetros de profun- didad en las placas de la región del dorso, mientras que hacia los lados se hacen poco a poco más pequeñas, a medida que las placas pasan de la forma hexagonal regular a la rectangular. Hacia caudal y craneal ios agujeros disminuyen de tamaño en forma más abrupta, y sólo en las úl- timas hileras, más próximas a los bordes, son pequeños. Existe por tanto una zona dorsal, sin límites netos, de la mitad a un tercio del ancho to- tal de la coraza aproximadamente, en la que los agujeros son muy gran- des. En todos los trozos de coraza lo suficiente extensos es posible dis- tinguir esta región. Entre diez trozos de corazas montadas y clasificadas como Glyptodon rcticulatus seis poseen agujeros de un tamaño igual o poco menor (pie la anterior, lo mismo una coraza muy grande clasificada como Glypto- don clavipcs (reproducida en la pl. 1 de Lydekker) en que el diámetro de los agujeros así como el área en que se extienden parecen ser algo menores que en la primera. En otro caparazón (0a vidriera; 1er ejemplar), que, aunque grande (1 ,7 5 a 1,80 metros de largo), debe pertenecer a un animal joven, pues sus pla- cas no están soldadas las unas a las otras, en la región dorsal las cavi- dades llegan sólo a unos 4 milímetros de diámetro y son bastante más pequeñas que las del primer ejemplar. En otro ejemplar muy pequeño (1,30 m. de largo, figurado en pl. 2 de Lydekker), y que es con seguridad un animal joven, por no estar unidas sus placas, existen muy pocas diferencias entre el diámetro de los agu- jeros en las placas dorsales y las laterales, no llegando aquéllos ni al ta- maño de los del caparazón anterior. Existen, sin embargo, también trozos de coraza de animales adultos, en las que los agujeros son muy pequeños. (Vidriera 7, 1er ejemplar a. la derecha). En una coraza grande 1 (1,80-1,85 m. de largo, probablemente idén- No filé posible identificar los ejemplares que Lydekker denomina con los mí- 243 — tica con el ejemplar 1, pág. G de Lydekker) los agujeros son pequeños, de 2 a 3 milímetros como máximo en las placas del dorso; pero el área central de estas placas es fuertemente cóncavo, a veces hasta calicifor- me o en forma de embudo, probablemente como lo indica AmegMno pág. 780) para Glyptodon claripes . Ignoro el significado fisiológico de (esta concavidad. Las cavidades caliciformes déla placas de Glyptodon, cuando bien for- madas, tienen el mayor parecido con las del área pelviana de Priodon- tes ; esta semejanza indica que podrían tener la misma función fisio- lógica. Como las de Priodontes, también las cavidades de Glyptodon habrán estado cerradas en el animal vivo por la epidermis, en la que quedaba sólo una pequeña apertura para dar paso a una cerda, la que no puede haber sido muy desarrollada, sino relativamente corta como en Priodontes, pues la escasa profundidad de las cavidades no sería sufi- ciente para permitir la implantación segura de una cerda muy larga. Los gliptodontes no habrán estado cubiertos por pelos o cerdas relativamen- te desarrollados, como los del peludo, pichi o quirquincho, sino que su coraza más bien habrá aparecido «desnuda», como la de Priodontes, con sólo cortas cerdas que sobresalían sobre ella. En cambio el ancho de las cavidades indica, que también en los glip- todontes éstas deben haber contenido otros órganos más voluminosos que los bulbos de las cerdas, y basándonos en el contenido de las cavi- dades esféricas del peludo y las conclusiones a que llegamos en Prio dontes debemos suponer que encerraban glándulas *. Sin embargo en algunas regiones del cuerpo, a lo menos de ciertas es- pecies o variedades de gliptodontes, las cerdas pueden haber alcanzado un tamaño mayor, aunque sin llegar a ser verdaderas púas, pues en al- gunos trozos, por ejemplo en uno que corresponde a la pelvis (como re- sulta de los restos del endoesqueleto que le están soldados), los agujeros llegan a mayor profundidad y no tienen posición vertical sino bastante oblicua (fig. 34). En el trozo mencionado los agujeros más grandes (figu- ra 33 y 34) alcanzan una profundidad máxima de 2 centímetros sobre un ancho de 7 a 8 milímetros y a veces de 1 centímetro, siendo los ejes lon- gitudinales de todos ellos oblicuos pero paralelos entre sí, ¡o que hace pensar que quizá existieran en ellos cerdas largas que se sobreponían las unas a las otras. Pero aún en este caso el gran ancho de los agujeros indica que servían ante todo como albergue de glándulas pilíferas muy desarrolladas. ¡ñeros 2 a 11, pues los caparazones del Museo no están numeradas. Todos los ejempla- res menos el 1, aquí mencionado, están rotulados como Gl. reticulatm. ' También las 2 a 3 grandes cavidades de las placas do Peltepliilus habrán ence- rrado glándulas y no manojos de pelos o cerdas como lo indica Scott. Sólo las cavi- dades que rodean las placas habrán contenido pelos. (Scott, pág. 88 y pl. 16, fig. 8.) 244 De los (los caparazones de animales jóvenes puede deducirse, aunque no con plena seguridad, que el crecimiento en volumen de las cavidades se efectuaba recién en el animal joven, y que al nacer, las glándulas eran relativamente poco desarrolladas. Queda por saber, a qué se deben las di- ferencias tan notables (pie existen en cuanto a su tamaño entre los ca- parazones adultos : si podría tratarse de diferencias entre especies o va riedades, o entre los sexos, o simplemente de variaciones individuales. Sin querer emitir un juicio sobre esta cuestión, voy a mencionar que las glándulas cutáneas parecen variar muclio de un individuo a otro en los desdentados, como resulta del tamaño y número muy variable de las glándulas pelvianas del peludo. Mientras lo expuesto se refiere a trozos de caparazones sin duda norma- les, se observa con frecuencia (fig. 3o a 37) que las cavidades son exce- sivamente grandes en regiones en que la cara externa del caparazón lia perdido la escultura característica, desapareciendo los límites de las placas y sus áreas y tomando la superficie del hueso una estructura esponjosa. La cara interna del caparazón puede conservar el aspecto normal, distinguiéndose netamente los límites délas placas desaparecidas en el lado externo, o puede también estar modificada, como en un trozo de coraza en que el lado interno se levanta en forma de una fuerte promi- nencia, llegando la placa ósea a tener doble espesor del normal. La dis- tribución de los agujeros es en las regiones así modificadas, en general, irregular, y su número menor del de las placas normales que las rodean, cuyos agujeros no pasan por lo general de ñ milímetros de diámetro. Es probable que en estas partes el caparazón córneo y parte del óseo fué destruido en vida del animal, o por alguna herida o afección cutá- nea, regenerándose luego, y el tamaño excesivo y escaso número de las cavidades será debido a que sólo las glándulas de algunas de ellas ha- bían quedado subsistentes, destruyéndose las demás y adquiriendo por lo mismo aquéllas mayor desarrollo, a fin de suplir la falta de éstas. De ahí que al regenerarse al rededor de ellas el hueso, también las cavida- des caliciformes resultaran mayores, lío estará demás observar aquí que. de los desdentados modernos con coraza, por lo menos las mulitas, pare- cen estar muy expuestas a una o varias variedades de sarna y la afec- ción ofrece en ellas con frecuencia mayor gravedad de la comúnmente observada en animales de denso pelaje. (Paralas otras formas no existen observaciones, según parece.) Wolfl’huegel (1908) ha descrito en la mulita ( Tatusia hybrida Desm.) una sarna producida por Sarco ptes scabiei, que afectaba las partes blan- das de la piel (las zonas entre los anillos y el lado ventral en general) y ha tomado en varios ejemplares del parásito medidas detalladas. Entre las muchas mulitas que he tenido en cautividad en los años de 1900 a 1908, se hallaba con frecuencia una que otra tan atacada poruña. 245 sania que el caparazón estaba densamente cubierto por costras basta des- aparecer en gran parte su escultura característica. En estos casos la afección (cuyo verdadero carácter yo entonces ignoraba) se extendía dentro de pocos días a los demás animales de la jaula. Según pude comprobar por 3a piel de un individuo muy infectado que aún se conserva en seco en el Museo (9 A 2) las costras se bailaban, no como en los casos observados por Wolfí'buegel sobre las partes blan- das sino sobre el mismo caparazón, cuya afección es tan intensa que interesa no sólo las escarnas, sino también el caparazón óseo, mien- tras las partes blandas de la piel parecen ilesas. La escultura de las placas óseas es mucho menos neta que en animales sanos y no es posible distinguir las partes correspondientes a las distintas escamas intercala- das (Belegscbuppen). La superficie clel hueso es irregular y rugosa, no lisa como en el animal sano, y los orificios de las cavidades glandulares son mucho más grandes que en éste (fig. 29 a y 29 b). En ambos carac- teres existe, pues, una cierta semejanza entre el caparazón «le la mulita con afección cutánea y las partes respectivas de las de Glyptodon. Pudieron aislarse del caparazón mencionado varios restos de acarios, el mejor conservado de los que poseía aún partes de las extremidades, teniendo su cuerpo, cuyo largo era de unos ICO g, en general, parecido con un sareóptido. No es posible afirmar si es distinto o igual a los observa- dos por Wolíihuegeh Existiendo cierta semejanza entre la superficie de! caparazón afec- tado con las regiones modificadas de las «le los gliptodontes, podría ser que estos animales también hubieran estado afectados por alguna sarna. Hoplophorus (fig. 38). — En las placas de Hoplophorus las cavidades se hallan distribuidas en la misma forma como en Glyptodon, pero debi- do a su pequenez fácilmente pasan desapercibidas. Sin embargo existen en el borde dorsal y lateral de la escotadura anterior que corresponde al cuello, unas dos o tres hileras de placas ya descritas y figuradas por Burmeister (1870, pl. 17, fig. 4, y pl. 20, fig. 6) en las que las cavidades mencionadas aumentan de tamaño, llegando a ser tanto más grandes, cuanto más cerca del borde se encuentra la placa respectiva. Como de los dibujos de Burmeister no resulta bien el carácter de estos agujeros, doy de esta región una fotografía según un ejemplar del Museo, en el cual el borde del lado derecho está casi intacto, y sólo en el ángulo dor- sal se tuvo que volver a colocar una placa que había caído. El borde iz- quierdo en cambio falta por completo. Las cavidades son relativamente tan grandes que la substancia de la placa llega a constituir entre ellos sólo delgados tabiques, apareciendo el área central de ha placa como rodeado por un círculo de celdas. Las cel- das tienen un diámetro hasta de 6 milímetros sobre una profundidad de más de 8. Eu una placa en que todas las celdas estaban muy bien desarrolladas resultaron las siguientes medidas: diámetro externo de la placa 21 i X 27 milímetros; grueso máximo (en el centro) 1 0 milímetros. Diámetro del área central : 11 X 14 milímetros. Esta está rodeada por 9 celdas de las que cada una tiene un diámetro que oscila al rededor de 4 milímetros sobre 7 milímetros dé profundidad. El eje de las celdas está dirigido en ésta y las demás placas oblicuamente hacia el centro de la placa y los tabiques que la separan son siempre delgados; por lo general oscilan al rededor de 1 milímetro, pero hay partes en que están perforados debi- do a su excesiva delgadez. Creo que tampoco en Iloplophorus puede dudarse de (pie las celdas tan anchas en comparación con su profundidad hayan contenido ante todo glándulas. Si éstas habrán substituido por completo los pelos co- rrespondientes, no puede afirmarse; pero el diámetro mínimo de las ca- vidades del caparazón en general, indica que Hoplophorus no puede haber tenido sino una escasísima cubierta pilífera. Doedicurus (fig. 39 y 40). — Lydekker (1894) ha descrito en Docdicu- rus antiquus una elevación en forma de cráter con apertura irregular si- tuada en la línea media de la parte posterior del caparazón, a corta dis- tancia detrás de la línea de fijación del ileón y opina que, como «el » agujero de la coraza pelviana del peludo, está destinado a dar salida ala secreción de una glándula. He creído interesante volver a describir con más detención las dos piezas de la colección del Museo, que tuvo a su disposición Lydekker por ser ellas hasta ahora únicas, agregando una fotografía de la parte posterior del trozo mejor conservado, después de hacer sacar la parte detrás del cráter, reconstruida en yeso, que muestra la figura de aquel autor. El borde anterior y casi todo el derecho del agujero forma parte de un gran trozo de coraza de unos 35 centímetros de largo y 50 a 05 centímetros de ancho, que se halla intacto, sin refacciones de ninguna clase; por lo tanto no hay duda que la curiosa elevación capul ¡forme en cuyo extremo se encuentra la apertura sea real (fig. 39). La parte de la coraza que forma el borde izquierdo y posterior iz- quierdo del agujero está quebrada y filé vuelta a colocar, según pare- ce en su posición natural (fig. 39 y 40); entre ella y el trozo grande falta sin embargo en el ángulo anterior izquierdo del agujero un pe- dazo de unos 1,5 a 2 centímetros de diámetro antero-posterior y unos 4 a 5 centímetros transversal (lig. 40). En el extremo caudal del borde derecho fueron colocadas dos placas caídas, como se ve en la misma figura. 247 — En general, los bordes propiamente dichos del agujero parecen estar bien conservados en casi todas sus partes. La apertura del cráter es piriforme, ancha en la parte craneal, an- gosta en la posterior y tiene un largo de unos 8,5 centímetros sobre 4,5 centímetros de ancho. Su contorno es irregular, en unas partes más, en otras menos saliente; el ángulo anterior derecho forma un pequeño seno dirigido hacia adelante y lateral y paree» qué el izquierdo haya te- nido la misma configuración, aunque ello no sea bien -neto, debido a la falta de la pequeña pieza arriba mencionada. El extremo caudal de la apertura se continúa en una estrecha cisura mediana (fig. 40), pero como esta región ha sufrido las refacciones men- cionadas, la existencia de la cisura en la coraza intacta no puede darse por establecida con seguridad ; pues, en el caso de estar mal colocados los dos trocitos del lado derecho, la apertura del cráter habría tenido forma distinta, y es posible que la cisura no hubiera existido. El borde anterior de la apertura está a unos 13 centímetros detrás del punto de inserción más medial del ileón en la coraza, y el borde del crá- ter se levanta a unos 4 centímetros sobre el plano del dorso delante de él (fig. 39). (Debido a la curvatura del caparazón esta medida es sólo aproximada.) Por debajo del cráter pasa la placa perpendicular formada por la fusión de los procesos espinosos de las vértebras que siguen a la unión entre ileón y coraza. La cresta se ensancha en su borde dorsal y sólo está conservada en un trecho de unos 11 centímetros de largo, es decir hasta el extremo caudal del cráter. El borde anterior del cráter está a unos 8,5 a 9 centímetros sobre la cresta. El espesor del hueso que rodea el cráter es considerable, sobre todo el de su pared anterior, llegando en la línea media, allí donde ajusta a los procesos espinosos, a 3,5 centímetros. Los bordes laterales y los caudales son de paredes más delgadas, pero siempre más gruesas que las placas comunes que rodean la región, y que oscilan al rededor de 1 centímetro de espesor. El interior de la pared del cráter, bastante liso, fue revisado cuidado- samente a fin de descubrir posibles cavidades secundarias dentro del hueso de la coraza que hubieran comunicado con la cavidad del cráter, pero no se hallaron otros agujeros que los comúnmente existentes eu la cara inferior de ¡as placas. Sólo del lado derecho existe en la base de la pared anterior una cavidad relativamente grande, que sin embargo parece más bien debida a una rotura. No parece haber comunicado por lo tanto la cavidad del cráter con otras accesorias, situadas dentro de la coraza. Las partes del caparazón hacia caudal del cráter faltan ; sólo del lado izquierdo se ha conservado una única placa que fué repuesta y cuyo borde medial delimita junto con las que le preceden un semicírculo abier- to hacia la línea media (marcado con * en las fig. 39 y 40). El aspecto de — 248 — estos bordes no es el de suturas entre placas, sino el de bordes libres, los que en algunos puntos están intactos, en otros un poco rotos. Son algo irregulares y más delgados que el centro de sus placas. Si, como es probable, del lado opuesto las placas hubieran formado otro semicírculo parecido, habría existido en la línea inedia un agujero de unos 4 a 5 centímetros de diámetro transversal y otro tanto antero- posterior, cuyos bordes, sin embargo, no se levantaban en forma de cráter como los del primero. El segundo trozo de coraza, mucho más pequeño que el primero, con- serva sólo una parte del borde anterior e izquierdo de una sola apertura en buen estado, faltando todo lo demás. Parece que en este ejemplar el cráter se habría levantado en forma menos abrupta que en el primer agujero del otro. No caben casi dudas que el «cráter» ha servido para evacuar la se- creción de vina glándula, como lo supuso Lydekker, y es probable que su interior encerrara una cisterna en la que, como en las glándulas pelvia- nas del peludo, desembocaran a su vez una gran cantidad de glándulas pequeñas. Si estas glándulas eran preferentemente sudoríparas o sebáceas trans- formadas, no es posible establecer, pero en vista de que el cuerpo délas glándulas pelvianas del peludo está constituido sólo por las primeras, siendo el número de las sebáceas que se abren en la cisterna muy redu- cido, es más que probable que también en I). antiquus fuera así. En el peludo la cisterna está delimitada, sin embargo, en el lado ven- tral por el hueso, lo que en Doedicurus no fué el caso. El hallazgo de otra apertura detrás de la primera es interesante, pues demuestra aún mayor analogía con la existente en el peludo, y si nos acordamos que en los Dasypodidac recientes el número de glándulas pelvianas aumenta con el tamaño del animal (D. minutus posee una sola, en general rudimenta- ria o ninguna, 1). villosus en general 3, D. sexcinetus 4 a 5), bien podría ser que Doedicurus antiquus no haya tenido sólo las dos glándulas cuyos restos aún muestra el fragmento de la coraza en cuestión, sino una serie de ellas, una tras- otra. En vista de que todos los representantes del género Dasypus poseen las glándulas pelvianas, o bien desarrolladas o por lo menos indicios de ellas, es de esperar que entre los Doedicurus no exista sólo en /). unti- quus sino también en otros, aunque hasta ahora no fuera hallado en ellos. He revisado dos trozos de caparazón de />. clavicaudatus existentes en el Museo. En uno de ellos la región de la línea media no está conservada en aquellas partes donde podrían estar las glándulas. En el otro, figura- do por Lydekker (pl. 27), el extremo caudal de la región medial existe sobre un largo de unos 45 centímetros; pero como hacia craneal le si- gnen en seguida algunas enmiendas y como toda la mitad derecha y una Lámina I R K VISTA DEL Ml'SEO DE LA PLATA. TOMO XXVI 4 Revista del Museo de La Plata, tomo xxvi Lámina i i co Revista »ki. Museo de La pi.ata. tomo xxvi Lámina III 11 a 11 b Revista del Museo de La Plata, tomo xxyi Lámina IV 20 Revista del Museo de La Plata, tomo xxvi Lámina y 25 Revista del .Museo de 1.a Plata, tomo xxvi Lámina Yl 83 Revista del Museo de La Plata, tomo xxvi Lámina VIII 36 Revista del Museo de La Plata, tomo xxvi Lámina 249 — cierta extensión de la mitad izquierda, bastante próxima a la glandular están reconstruidos en yeso, no me parece que se pueda afirmar con se- guridad que la glándula baya faltado en />. clavicaudatus, aunque este caparazón no la muestre. Según resultado la literatura, los caparazones conservados en otros museos parecen ser aún menos completos. EXPLICACIÓN DE LAS LÁMINAS Las figuras 1 a 28 se refieren a Das y pus villosus, Desm. Figura 1. Región media de un caparazón pelviano con los orificios de lastres glándulas, vista por su cara dorsal después do sacadas las escamas córneas. X -R5 Figura 2. Las dos placas glandulares más craneales del mismo caparazón con mayor aumento. X 3 En las figuras 1 y 2 nótase la protuberancia ósea que se levanta del fondo de la. cavidad colectora general o cisterna y aparece en el centro del orificio glandular : en la segunda placa está unida al « área media » de la misma. Detrás del orificio se hallan en ambos casos varios agujeros relativamente grandes (de 1/3 nnn. de diámetro aproximado) que conducen a huecos con glándulas iguales a las existentes entre las áreas de las placas comunes, pero quizá con- la estructura de las « grandes » glándulas sebáceas. Los pequeños poros que se notan en todas partes en la figura 2 sirven para dar paso a fascí- culos de tejido conjuntivo, etc. (canales de Volkmann). Figura 3. La misma región de la figura 1, vista por su cara ventral, con un aumento algo mayor. En las dos placas glandulares más craneales llaman la atención los dos botones o protuberancias óseas cuya superficie es de aspecto esponjoso. Hacia craneal y lateral la protuberancia está rodeada por un semi- canal en forma de herradura, dentro del cual se halla ubicado el « cuerpo glan- dular ». EL botón de la glándula más caudal está apenas indicado. (En la hilera más caudal y a la derecha se observa una pequeña prominencia, que corresponde a uno de los puntos de fijación de la cintura pélvica.) Figura 4. Corte longitudinal por las tres placas glandulares de otro capa- razón. La glándula más craneal es rudimentaria, al revés de lo que sucede en el caparazón de las figuras 1 a 3. En las dos cavidades glandulares bien desa- rrolladas distínguese el cuello y la cisterna más desarrollada hacia craneal que hacia caudal. En el cuello (sobre todo hacia súbase) obsérvanso unos orificios relativamente grandes que corresponden a los conductos de glándulas sebáceas solitarias, mientras el gran número de orificios más pequeños que se abren den- tro de la cavidad colectora corresponden a los conductos de glándulas princi pales con o sin glándulas sebáceas accesorias. X 2 Figura 5 a 8. Cuatro cortes transversales por la «placa glandular» con su protuberancia y el cuerpo glandular de un animal adulto. (9 358) X 10 El corte de la figura 5 pasa por el cuerpo glandular, craneal de la protube- rancia. Nótase dentro del cuerpo varias trabéculas óseas cortadas (más obscu- ras) y fascículos de tejido conjuntivo (más claros) que en parte arrancan délas 250 trabéculas óseas. A los lados vése cómo las fibras conjuntivas se unen a las placas óseas, sirviendo de sostén a la masa glandular, la que del lado ventral está, rodeada por el grueso panículo adiposo. En la figura G, el corte pasa por la pared craneal de la protuberancia ósea, a los lados de la que se observa la masa principal del cuerpo glandular. A la izquierda se nota muy bien cómo, del tejido conjuntivo que une la placa ósea de la glándula con la vecina, se separan gruesos fascículos que se dirigen ha- cia medio- ventral y se unen a las prolongaciones o crestas óseas de la protu- berancia. Entre éstas se hallan pequeñas masas glandulares separadas del cuer- po principal. Pasando este córte sólo algunos décimos de milímetro craneal de la cisterna, ya existe en el centro de la protuberancia ósea un hueco irregular lleno de tejido conjuntivo, dentro del que se hallan varios conductos (cuatro muy gruesos en el centro, cuatro medianos hacia abajo, tres más pequeños arri- ba a la derecha y un grupo de muy pequeños, arriba a la izquierda) correspon- diendo a glándulas principales de la región craneal « del cuerpo >> (lig. 5) . Los más gruesos son partes terminales comunes formadas por la unión de varios conduc- tos. El borde obscuro de los conductos está formado por epitelio queratin izado. Las figuras 7 y 8 pasan por la cisterna, cuyo fondo se levanta en forma de cresta monos alta que en las figuras 1 y 2. El corte 7 pasa por una región más craneal que el otro y en él la apertura externa de la cavidad aún no está inte- resada. El epitelio derinal tapiza la cavidad, y su parte queratinizada aparece como una gruesa línea obscura ; entre el epitelio y el hueso hay una tenue capa de tejido conjuntivo. En la figura 7 existe a ambos lados del « cuello » una glándula sebácea solita- ria. El conducto de la de la izquierda está cortado casi en toda su extensión. En la pared de la protuberancia ósea ventral de la cisterna existen tres glándulas sebáceas accesorias, correspondiendo las dos de los extremos a las hileras late- rales de cada lado, la que se halla entre ambas a la hilera medial de la derecha. En la figura 8 están cortadas dos glándulas sebáceas accesorias ; contigua a la de la derecha desemboca en la cisterna la parte terminal de una glándula principal. Además está cortado en ambos lados un conducto de una glándula principal (pie parte del cuerpo glandular, siendo el de la izquierda más ancho. En el cuello se halla, del lado derecho, la terminación de un conduelo de una glándula sebácea solitaria. Figura 9. Corte poi el cuerpo glandular del individuo que había producido varias gotas de secreción antes de morir (Q 358) (Hematoxilina Delafield, eosina). X 300 En la figura aparecen varios tóbalos, de los que la mayoría cortados tangen- cialmente. En éstos se nota un fondo semiobscuro, algo estriado, formado por la musculatura de los tóbalos, y sobre él se destacan los núcleos de las células del epitelio glandular, de las que unas son pequeñas y de aspecto uniforme, otras grandes, con el contorno muy obscuro y el interior claro. Estos son nú- cleos en los (pie se ha formado una vacuola. En las partes en que los túbulos están cortados transversalmente, sus pa- redes aparecen obscuras y no se distinguen diferenciaciones. En el tóbalo grande, del que aparece sólo una parte en el borde superior de la figura, se ve un núcleo dentro del hueco acolado a la pared. 251 Figura O a. Parte de un tallullo de uua glándula principal del individuo que no Pabia producido secreción antes de la muerte (9 355). El túbulo está cor- tado en la parte inferior más bien tangencialmente, y allí se ven cuatro gran- des núcleos modificados en forma vesicular : hacia La derecha y algo arriba de ellos otro igual, pero deformado ; en el borde izquierdo del túbulo se notan, aunque ya no enfocados, pequeños núcleos normales obscuros y debajo de los vesiculares otros alargados correspondientes a las fibras musculares lisas. He- matoxilina férrica. X 525 Figura .9 b. Corte transversal por parte do otro túbulo ele la misma glándula. En el borde inferior los núcleos están modificados en forma vesicular y han au- mentado do volumen aunque no tanto como los de la figura anterior ; en el su- perior la mayoría es de aspecto normal. Hemafcoxilina férrica. X 525 Figura 10. Corte por parte de un túbulo de una glándula principal del indi- viduo que había producido secreción antes de la muerte (9 358). La banda obscura del lado inferior es la pared del túbulo. Caídos en el hueco de éste se ven dos grupos de núcleos degenerados en forma vesicular, la mayoría de ellos de tamaño mediano, y dos muy pequeños. (En otros planos ópticos existen en el mismo lugar aún muchos núcleos más.) Hacia arriba se nota la red fibrosa- granular que existe muy a menudo en el hueco de los tríbulos. Hematoxiliua Delafield-eosina. X 700 Figura 11. Corte por un túbulo de una glándula del individuo que no había producido secreción antes de morir (9 355). La pared del tabulo muestra una capa muscular externa y un epitelio interno, cuyas células están aisladas las unas con respecto a las otras, llevando muchas de ellas una vacuola clara en su extremo líbre. Esto es especialmente neto en valias células del lado derecho. En el centro del hueco núcleos y células degeneradas mezclados a productos de secreción. Hematoxiliua férrica, eritrosina. X 300 Figura 11 a . Parte de la pared de un túbulo de una glándula principal de la 9 355. Están enfocadas dos células con grandes núcleos vesiculares y que muestran hacia el hueco cada una, una gran vesícula, y la izquierda además en la base de éstos como dos nodulos más obscuros (protoplasmáticos ?) (secreción eupuliforme) . Hematoxilina férrica, eritrosina. X 700 Figura 11 b. Corte por un túbulo de la misma glándula. El interior está lle- no de vesículas a las que está adherido una pequeña masa protoplasmática y que han sido producidas por secreción eupuliforme como la muestra la figura ante- rior. En el borde izquierdo varios núcleos en degeneración vesicular y más hacia abajo otro igual que parece estar ya dentro del hueco del túbulo. Hema- toxilina férrica, eritrosina. X 700 Figura 12. Embrión 326. Corte transversal por el esbozo de la cisterna cra- neal apenas indicada. X 30 Figura 13. Embrión 330. Corte transversal por el esbozo de la cisterna cra- neal ya bastante más honda que la del embrión anterior. X 30 Figura 14. Embrión 258. Corte transversal por el saco ciego de la cisterna craneal. X 30 Figuras 15 a 18. Cortes por los esbozos glandulares del embrión 344. Las figuras 15 y JG se refieren al esbozo más craneal, .17 y 18 al segundo. X 30 Figura 15. Corte por los dos sacos ciegos que salen hacia craneal de la cis- 252 tenia y de los que tomarán origen varias glándulas principales. La prominen- cia (pie la epidermis forma encima de los sacos ciegos es el « listón >> de la es- cama glandular. Figura l(i. Corte por ¡a cisterna de la que sale de cada lado el segundo esbozo pilííico (glándula sebácea solitaria) del lado derecho ; el tercer esbozo está in- dicado de bajo del segundo. El epitelio de la cisterna es muy grueso y comienza a queratinizar. Figura 17. Cisterna del segundo esbozo : corte por el saco ciego craneal, achatado en dirección dorso-ventral y del (pie toman origen los esbozos de va- rias glándulas principales ; el más adelantado hacia la derecha, otro hacia dor- sal y otro hacia lateral en el borde izquierdo y además algunos apenas indicados en forma de pequeñas prominencias. Como en 15 el saco ciego se halla debajo del « listón » de la escama glandular. Figuráis. Cisterna caudal j corte por su región media. Del lado izquierdo toma origen el esbozo de una glándula principal ya bastante alargada y en cuya base arranca hacia ventral una pequeña prominencia obscura (? una glán- dula sebácea accesoria). Del borde derecho hay otra glándula principal, no cortada en toda su extensión, la que por eso aparece más corta, y del lado dor- sal de ella el esbozo de una glándula sebácea solitaria en forma semiesférica y muy obscura pero cortada sólo tangencialmente. Una comparación entre las li- garas 1G y 18 muestra, cómo en este embrión la glándula caudal está más ade- lantada que la craneal. Figuras 19 a 22. Cortes por los esbozos glandulares del embrión 338. Las fi- guras 19 a 21 se refieren a la glándula caudal, la 22 a la craneal. X bO Figura 19. El corte pasa por el cuerpo glandular, hacia craneal de la cister- na. El cuerpo es, en el corte, de forma ovalada, y está formado por un teji- do conjuntivo claro dentro del cual hay varios esbozos de glándulas principa- les, algunos provistos de un hueco central muy angosto (en la figura, menos de 1 mm. de diámetro). Sus paredes son gruesas, formadas por una capa de dis- posición epitelial hacia afuera y una masa irregular de células hacia adentro. En varios esbozos se nota la proliferación de tóbalos : así, en el del borde iz- quierdo, en el dorsal y en el de la derecha. Al lado hacia adentro de este últi- mo se hallan varios tóbalos del mismo, que en el corte aparecen ya perfecta- mente separados de la parte basal. Figura 20. Corte más hacia caudal que el anterior, por el saco ciego cra- neal de la cisterna, del que toman origen hacia craneal las glándulas cortadas en la figura 19. El saco ciego carece sobre este corte de hueco : a la derecha sale de él una glándula principal, cuyo extremo comienza a dividirse en tóba- los. Hacia lateral de ella existen varios tábidos pertenecientes a otra glándula principal, y el cuerpo triangular obscuro que se halla hacia ventral y más hacia medial es el extiemo de otra glándula igual. Del lado dorsal toma origen de ha cisterna el esbozo del primer par do glándulas sebáceas solitarias, de las que el de la derecha está cortado favorablemente y a su lado aparece el extremo de la glándula del segundo par. Los esbozos de las glándulas sebáceas solita- rias son fuertemente pigmentados, lo (pie no se ve en la fotografía. Ninguno de los esbozos del lado izquierdo está cortado en toda su longitud. El corte co- rresponde a la figura 17 del embrión anterior. 253 Figura 21.. Algo más hacia caudal, por la región inedia de la cisterna. Se nota la fuerte asimetría. Las capas superficiales de la epidermis dentro de la cavidad están queratin izadas. Del lado derecho sale una glándula principal ra orificada: el esbozo superior del lado izquierdo es un pelo rudimentario del que tomará origen una glándula sebácea accesoria ; debajo de ella sale una glándula principal apenas tocada en este corte. El pequeño óvalo obscuro que se halla más a la izquierda dentro del tejido conjuntivo es un corte por una glándula principal. Figura 22. Por la cisterna craneal, menos desarrollada en este embrión que la caudal. A la izquierda sale el esbozo pilífico más caudal, del que tomará ori- gen una glándula sebácea solitaria, a la derecha una glándula principal menos adelantada que las de las figuras 19, 20 y 21. Las figuras 23 a 28 se refieren al recién nacido. Figuras 23 a 25. Vistas de conjunto. X 16 Figura 23. Por el cuerpo glandular caudal delante de su cisterna, corres- pondiendo a la figura 5 del adulto. El cuerpo se interna entre cutis y tejido adiposo subcutáneo, pero aún no se ha iniciado la osificación del primero. (En ésta y la figura siguiente existen dentro del cutis, a ambos lados, numerosos cortes por cerdas en forma de círculos obscuros.) Figura 24. Por el cuerpo glandular craneal, delante de su cisterna, aunque ya muy cerca de ella ; correspondiendo, en cuanto a su ubicación, a la figura tí del adulto (el corte está algo roto en la línea media). El cuerpo glandular ya aparece en forma de dos masas separadas, entre las que corren varios conduc- tos, pertenecientes a glándulas principales de las partes más craneales del mismo. Figura 25. Por la cisterna craneal, correspondiendo a una ubicación algo más craneal que la figura 7 del adulto. Además de las dos masas laterales del cuerpo glandular existen del lado ventral numerosas glándulas principales ais- ladas, menos transformadas (fig. 28), resultando cortados longitudinalmente dos de sus conductos y otro do una glándula de la porción izquierda del cuer- po glandular, mientras los conductos de glándulas principales situados más ha- cia craneal se hallan cortados transversalmente. (Hacia los lados y dorsal de la cavidad.) Del lado izquierdo entran en la cisterna dos conductos uno al lado del otro. El centro do la cisterna está ocupado por partes queratinizadas sepa- radas de su epitelio. Figura 26. Trozo de la pared ventral de la cisterna de la que sale el esbozo de una glándula sebácea accesoria, y a la izquierda do ésta la parte terminal riel conducto de una glándula principal de la región medio-caudal, que no for- ma parte del cuerpo glandular. Se distingue bien la estructura del epitelio de la cisterna, del cual se han separado varias capas córneas. Las dos hendidu- ras semicirculares de su superficie son el punto de partida de las glándu- las. X 80 Figura 27. Parte de un corte ubicado entre los de la figura 24 y 25. Está cortada transversal mente la más craneal de las glándulas sebáceas solitarias, en la que se distinguen 5 lóbulos y que posee además un pelo bien desarrolla- do. Debajo do ella so halla el extremo craneal de la pared de la cisterna, per- forada por varios conductos de glándulas principales (tres grandes y uno pe- 254 queño). A la derecha arecer, tampoco tipos cretácicos sino, se puede decir exclusivamente, tales que llevan el sello netamente terciario : Ostrea rioncgrensis, con valvas hasta más de 15 centímetros de largo, y Verraca stroemia var. rocana. Después de haberse depositado toda la citada serie de arcillas, mar- gas y calcáreos que encierran una fauna tan variada • — por lo menos 70 especies — debe haber tenido logar una transformación del mar de Boca en un lago continental (por Abschniirung ), y una evaporación ele sus aguas, lo que acentuó también Windhausen (1914. castellano, pág. 37; [1914] 1915, alemán, pág. 352; compárese además Botli, [1920] 1921, pág. 265-200) para las capas inferiores al Bocanense. Y, una vez termina- da la formación de las calizas porosas y yesos, el fondo se levantó para nunca más volver a ser inundado por un mar, hasta nuestros días. Resumen De las consideraciones anteriores se desprende el resultado de que, al parecer, en el norte de Roca reconocemos un lugar, como la tierra NO LOS OFRECE SINO MUY ESCASOS, a Saber : EL CRETÁCEO HA PASADO paulatinamente al terciario en FAOIES marina. La mezcla de fau- nas, sostenida por Rólim 1 2 3, existe efectivamente, sólo con la diferencia de que no kan acontecido invasiones oceánicas repetidas , sino, para repa- sarlo, que debe haber perdurado un mar desde el Senoniano hasta el Eoce- no. Hay que mencionar que ni en las capas básales, 1 a y 1 hasta la fecha se lia podido constatar rastro de Ammonites 3 o Belemnites. IV APÉNDICE : BREVE SINOPSIS DE OTROS AFLORAMIENTOS DEL PISO ROCANENSE (Víase la Minina VII, figura 3) Prescindiendo de los alrededores del pueblo de Roca, salen petrifica- ciones de formaciones marinas .coetáneas 4 aun en localidades qoe distan una de la otra considerablemente. 1 La Trigonia sp. (« Vcncricardia Ameghinorum »), enumerada del número le, cierto es, podría ser hallada tal vez aún en este nivel. 2 Véase el comienzo de esta publicación. 3 Indicaciones contrarias a! respecto son erróneas. 4 No se han tomado en cuenta aquí los «simios intercalados entre los depósitos conli- — 272 Ia La barranca, amarilla del Roca n en se, 15 kilómetros al norte de villa General Roca, se extiende, especialmente liacia el oeste y noroeste, sobre la costa oriental del río Neuquen, con interrupciones locales, hasta la parte austral de la provincia de Mendoza. Las investigaciones más recientes al respecto, de Paul Gróber, Hans Keidel, Wichmann y Wind- hausen, aún no han sido publicadas, y en parte ni terminadas. Yo mismo no conozco estos sitios por propia vista. 2a Otro hallazgo, aislado, de fósiles Rocanenses es en el Bajo de Gua- lichú, sobre la orilla sur del río Negro inferior. Compárese Wichmann (1918-1919; 1919). Yo mismo no he visitado tampoco este paraje. 8a Un tercer lugar bien interesante donde hay bivalvos del Rocanense fué descubierto por mí en febrero de 1920 *. Yendo en ferrocarril desde la ciudad de Neuquen en dirección oeste hacia Zapala, se llega poco más allá de Chali acó s (81 kilómetros desde Neuquen) a la altura de dos cerros bajos, cuyo primero, cupuliforme, queda algo más retirado, mien- tras que el déla derecha, estirado y un poco más alto, dista como 5 kiló- metros. (Entre los dos se alza, sobre la depresión- suavemente curvada — es el Portezuelo de Carrizo, al que atraviesa el camino de Challaco al cerro Lotena 3, conocido de la literatura geológica-paleontológica — la alta meseta lejana y solitaria de los Cerros Bayos, llamada también Ce- rros Colorados, en forma de una muralla larga de color rojizo). En la parte más alta de la cumbre de este último, que tendrá poco más de 000 metros sobre el nivel del mar, yacen 1 en los rollados Tehuclches supra- tereiarios, encima de capas con Dinosaurios del Cretáceo superior, bival- vos mayormente silicificados y espléndidamente conservados, sobre todo Gryphaea Burclchardti Bolim y Ostrea Ameghinoi rocana v. Iher. Pero en val de se busca, a grandes distancias, por la patria de estos fósiles que proceden sin duda alguna del piso Rocanense ; la roca matriz habrá sido víctima de la descomposición por la. intemperie. En cuanto alcanza el co- conocimiento, es este el único hallazgo de rastros del Rocanense en el areal entre los ríos Neuquen y Limay. Agrego una fotografía (lig. 3 de la lámina VII) que sólo tiene por fin facilitarla identificación del sitio; neníales (leí Cretáceo en los territorios (gobernaciones) del Nenqncn, del Chnbut, etc., <1 no muchas veces se confunden con el piso Rocanense; serán tratados únicamente aquellos que están en el límite cretáceo-terciario . 1 Como supe posteriormente, el joven señor Angel Rondanina, déla estancia « La Licia», cerca do Challaco, conocía estos moluscos. - No es el panto llamado así en el Gran Jilas Geográfico de Stieler (Gotha, 190!)) sobre el curso inferior del río Limay, sino que está situado al noroeste de él. 3 No « Lote no ». 1 ¡ Puede ser que ya esté agotado el hallazgo ! Se trata de una superficie muy re- ducida. 273 — actualmente no liay todavía mapas algo detallados de la región que interesa en este caso. 4a Un ailo justo después que yo encontró Roth 1 un nuevo yacimiento de bivalvos rocanenses, y al este del río Liinay, no lejos de un punto de la Formación Patagónica inferior : ¿Oligocenoi, de la Bahía Solano (cerro de mesa 4-5 km tierra adentro, al rededor de 12 km al sud-siuloeste del pico Salamanca) en el sudeste del terri- torio del Chubnt, y de la formación Patagónica superior : ¿ Oligoceno- Mioceno ? , 5 kilómetros al oeste de puerto Figueroa Alcorta (puerto Visser), al norte de la bahía Solano. Colección Schiller, 1920. Originales en el Musco de La Plata. Lámina IV. — Figuras 1 a-b, 2 y 3 -. ¿Trigonia t sp. (« Fenericardia [ Cordita ] Ameghino- 1 lín las figuras 1 a, 3 a, 4 a y 5 5 los contornos han sillo reproducidos algo ine- xactamente. - Del original do la figura 1 se ha desprendido un pedacito, después de hacer la fotografía 1 a, y antes de tomar la do la 1 5; de manera que la esquina izquierda de 1 b ya no es simétrica a la derecha de 1 a. Tanto en 1 b como en 3 los vértices (Wirbel) están algo retocados, porque la fotografía pura no los hizo resaltar de ningún modo. 275 — rnm» v. Iher.), */,, do las capas intermedias (1 c) Rocauenses : ¿ Senoniano- Eoce- no?, 15 kilómetros al norte de Koca. Colecciones Scliiller, 1921 ; Carotto-Roth- Schiller-Torres, 1921 ; y Schiller, 1921. Originales en el Museo de La Plata. Lámina V. — Figuras 1, 2y3 a-b. Capas de caliza porosa (¿ alijas calcáreas?), '/, resp. disimulando caparazones de Glyptodontes, do los niveles más altos (1 g) del Rocanense: ¿ Eoceno ? 8-12 kilómetros al norte do Roca. Número 4031 de la co- lección de Koth, 1895-1890. Originales en el Musco de La Plata. Lámina VI. — Niveles más altos do las capas Rocaneuses, 1 <7-1 h, sobre la orilla oriental del valle seco, más o menos 10 kilómetros al norte de Roca. Caliza porosa, yesosa, meándrica, 1 g ; encima los -yesos, 1 h. Fotografía sacada por Eduardo Carette. Lámina VII. — Figura 1 (con sobrecroquis) : Vista tomada desde el pie de la mese- ta, como 10-18 kilómetros al nor-noroeste de la nueva población de Roca hacia el sudeste y sur. Delante : la barranca amarilla del piso Rocanense, 1 c. Los arbustos del pri- mer término son casi exclusivamente diferentes especies de Jarilla (sobre todo Larrea divaricata Cav.), que tienen una predilección para suelos arcilloso-mar- gosos, contrastando así con la mayoría de las demás plantas de la « estepa de arbustos » o « Formación del Monte » do aquel paraje. En el centro del segundó término, el alto horno de cal, luciente de lejos (no se destaca en el clisó), a mitad del camino desde Roca, y el que se levanta en me- dio del hallazgo del Rocanense, conocido de la literatura. Más atrás, en el medio, la « Punta Blanca» deWindhauson (1914, castellano, pág. 29; [1914] 1915, alemán, pág. 345), que está ubicada, según mi medida y cálculo, desde el alto horno en dirección S. 54° E. (maguét.) y seguramente no mucho menos que 5 kilómetros. Ella y la loma a la derecha en la misma altura se componen de las capas de Chichínales. En el fondo la población de Roca. Más allá la altiplanicie, ya sobre la costa sur del río Negro; consisto abajo e. p. do Estratos con Dinosaurios del Cretáceo, arriba y localmente, desde su fundamento, de las capas de Chichínales. Figura 2 (con sobrecroquis) : Mirando a la falda de la meseta como 15 kilóme- tros al norte do Roca. Horizontes intermedio y superiores del Rocanonso, lc-1/. El cuadro es la continuación geológica a la izquierda do la figura 1, empero so trata de una colisa que queda retirada cerca de un kilómetro respecto a la barranca de la figura 1. Vista tomada por E. Carette. Figura 3 (con sobrecroquis) : Cerro dos kilómetros al noroesto del Portezuelo del Carrizo en la. parte central del territorio del Ncuquen ; su ubicación es 11 kilómetros al ocste-sudoesto do la estación do Challaco y en la misma distancia, al sudeste de la parada « Kilómetro 1297 » 1 2 del Ferrocarril Sud (Plaza Huineul)y tendrá como 200 metros de altura más que la línea férrea en Challaco a. Lacinia 1 Antes « Kilómetro 102 » (a contar desde la estación do Neuquen F. C. S.). Hace poco se conoce la parada, que en breve será transformada en una estación oficial, bajo el nombre « Kilómetro 1349 » ; esta cifra de kilómetros elevada ha sido croada para justificar el aumento do Hete sobrecargas, el que so impone do Neuquen hacia arriba. 2 Altura de los rieles en la estación : 394,54 m sobre el Riachuelo en la Boca (Buenos Aires). — 276 su eleva unos 100 metros al norte-noroeste del esquinero norte del lote número 26, en la V sección, « Zona Confluencia» Desde la vía del ferrocarril entre Challaco y Kilómetro 1297 se le reconoce fácilmente con ayuda de la fotografía presente. Encima, en la punta más alta de dicho cerro, se pueden recoger en los Roda- dos Telmelches supraterciarios, que alcanzan aquí 5 metros de potencia, dis- persados fósiles siliciíicados del Bocanense, que deben haber venido de yacimien- tos que, en otros tiempos, afloraban más al oeste. Base : sedimentos cretácicos con Dinosaurios. Punto fotográfico : Casas nuevas de la estancia « La Licia », del doctor Juan José Yzaurralde, como 10 kilómetros al sudoeste de la estación de Challaco F. C. S., 5-6 kilómetros al este-sudeste del cerro. PUBLICACIONES G ECLÓGICO -PALEONTOLÓGICAS MÁS IMPOUT ANTES SOHIÍE LA HKGIÓN DE VILLA GKNE1ÍAI. IlOCA 1. 1881 [1882]. Adolfo Dokiiing, Geología. Informe oíicial déla comisión científica agregada al Estado mayor general de la Expedición al Rio Negro (Patagonia) realizada en los meses de abril, mayo y junio de 1879, bajo las órdenes del ge- neral don Julio A. Roca, Buenos Aires, 1881, entrega III, 3a parte, Buenos Ai- res, 1882, páginas 295-530. Con dos figuras en el texto 2. (Referido por A[lfred] Stelzner en Nenes Jahrbuch fiir Mineralogie, Geologie und Palaeontologic. Jahrgang 1884, I. Batid, Stuttgart, páginas 209-216.) 2. 1884 [1885]. II[ugo Wilhelm] 3 Conwentz, Sobre algunos árboles fóailes del Rio Negro, en Boletín de la Academia nacional de Ciencias en Córdoba (República Ar- gentina), tomo VII, entrega 4a, Buenos Aires, 1884 [1885], páginas 435-456. (Referido por [Hermana Theodor] Geyler en Nenes Jahrbuch fiir Mineralogie, etc. Jahrgang 1886, I. Band, Stuttgart, 1886, pág. 159-160.) 3. 1889. Fi.ouicntino Amicgiuno, Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina. Obra escrita bajo los auspicios de la Academia nacio- nal de Ciencias de la República Argentina, para ser presentada a la Exposición universal de París de 1889, Buenos Aires, 1889, páginas i-xxxu, 1-1027. Con 33 figuras en el texto. Con 1 atlas: páginas i-xi y láminas 1-98. 4. 1890. [Conkad] Lakowitz, Betuloxylon Geinitzii nov. sp. und die fossilen Birkcnhdl- zer, en Schriften der N aturf orschcnden Gesellschaft in Danzig. Nene Folgo. Siebenten Bandos drilles Hcft. Danzig, 1890, páginas 25-32. Con lámina I yláin. (cuadro)1. 5. 1892. JosÉi’ii de Si km i a a dg k i , Apuntes sobre la región sub-andina del Alto Lirnag y sus afluentes con un croquis geográfico, en Revista del Museo de La Plata, tomo III, La Plata, 1892, páginas 305-312 [1-8]. Con 1 lámina. 6. 1893. Josef v. Siemikadzki, Zar Geologie von Nord- Patagónica (Nota prelimi- nar), en Nenes Jahrbuch fiir Mineralogie, Geologie und Palaeontologic, Jahrgang 1893, I. Band, Stuttgart, 1893, páginas 22-33. 1 Compárese el mapa : « Ministerio de Agricultura, Dirección general do Tierras y Colonias. Arrendamiento de tierras fiscales en el territorio del Neuquén. Buenos Ai- res, agosto 18 de 1915. » 1 : 500.000. 2 En el título se dice: «con plano». Pero este no ha sido agregado; había sido anunciado para la entrega IV, la cual no ha aparecido nunca. 3 No « llorín. ». 1 Esta última en la entrega número 4. 277 7. 1893. Joskf v. Siemiradziíi, Eine Forschnngsreise in Faiagonien, en J)r. A. Feter- manns Mitteilungen aus Justas Perl lies ’ Geographischer Anstalt, 4 0. Bañil, 1893, Gotha, 1893, III, páginas 49-62. Con lámina 5. 8. 1893. Hugo Zapalowicz, Das Rio Negro- Gébiet in Faiagonien, en Denkschriftcn der Kaiserlichen Akademie dcr JVisscnscliaflen, Mathematisch-Naturwissenschaftliche Classe, LX. Band, Wieu, 1893, páginas 531-564 [1-36]. Con 11 figuras en el texto y 2 láminas. (Referido por J[ean] Valentín en Anales de ¡a Sociedad científica ar- gentina, t. XLII, Buenos Aires, 1896, pág. 486-488.) 9. [1898] 1899. Santiago Rotii, Apuntes sobre la geología y la paleontología de los territorios del Rio Negro y Ncuquen (diciembre de 1895 a junio de 1896). Musco de La Plata. Reconocimiento de la región andina de la República Argentina, en Revista del Musco de La Fíala, tomo IX, La Plata [1898] 1999, páginas [1-57] 141-197. Con 1 figura en el texto y láminas I-VIL (En castellano con resumen alemáu.) (Referido por M[ax] Sehlosser en Nenes Jahrbuch fiir Mineralogie, etc., Jalirgnng 1902, 1. Band, pág. 303-305; por [Gustav] Steiuniann, ibid., pág. 433-434.) 10. 1899. Florentino Amegiiino, Sinopsis gcologico-paleon tologica. (En Segundo censo nacional de la República Argentina, tomo I, páginas 111 a 255 con 105 figuras, Bue- nos Aires, 1898, en folio). Suplemento (adiciones y correcciones), julio de 1899, La Plata, 1899, páginas 1-13. 11. 1900. Santiago Roth, Einige Bemerkungcn iiber Herrn Amcghino’s « Sinopsis geo- lógico y paleontológica», en Nenes Jahrbuch für Mineralogie, etc., Jahrgang 1900, I. Band, Stuttgart, 1900, páginas 224-230 '. Con 4 figuras en el texto. 12. 1900. Santiago Roth, Sonic Remarks on the latest Publication of Fl. Amcghino, en The American Journal of Science, vol. IX, april 1900, New Haven, Connecti- cnt 1900, Art. XXV, páginas 261-266. Con 4 figuras en el texto. (Casi el mismo trabajo como la edición alemana 1900.) (Referido por M[ax] Sehlosser en Nenes Jahrbuch fiir Mineralogie, etc., Jahrgang 1903, II. Band, pág. 131-132.) 13. 1900-1902. Florentino Amegiiino, L’Age des Formations sédimen taires de Faia- gonie, en Anales de la Sociedad científica argentina, Buenos Aires, tomo L, 1900, páginas 109-130, 145-165, con 2 figuras en el texto, 209-229; tomo LI, 1901, páginas 20-39, 65-91; tomo LI1, 1901, páginas 189-197, 244-250; tomo LIV, 1902, páginas 161-180, 220-249, 283-342. [Tirada aparto páginas 1-231, con 2 figuras en el texto]. Véase tomo LIV, páginas 318 y 341. (Reforido por Otto Wilckens en Nenes Jahrbuch fiir Mineralogie, etc., Jahrgang 1905, I. Band, Stutt- gart, 1905, páginas 133-135, 136-143.) 14. [1901] 1902. Cari, Burckhardt, Le Gisement supracre'taciqnc de Roca (Rio Negro), en Revista del Museo de La Plata, tomo X, [1901] 1902, páginas [1-17] 207-223. Con una figura en el texto y láminas I-IV. (Reforido por Otto Wilckens en Nenes Jahrbuch, etc., Jahrg. 1904, I. Band, pág. 432-433.) 15. 1903. Joh[annes] Büiim, (Ostreen von General Roca am Rio Negro), en Zeitschrift der J)cut8chen gcologischcn Gcscllschaft, 55. Band, 4. Heft, Monatsberichto (Ver- haudlungen), Borlin, 1903, páginas 71-72. (Referido por Otto Wilckens en Nenes Jahrbuch, etc., 1904, I, pág. 433-434.) 16. 1903. II[ermann] von Iiiering, Les Mollusques des Terrains crétaciques supérieurs de l’Argentine oriéntale, en Anales del Museo nacional de Buenos Aires, serio 3a, tomo II, Buenos Aires, 1903, páginas 193-229. Con láminas l-II. (Referido por Otto Wilckens en Nenes Jahrbuch, etc., 1904, II, pág. 286-288.) 17. 1904. 1I[ermann] von Iiiering, Nuevas observaciones sobre moluscos cretáceos y terciarios de la Fatagonia, en Revista del Museo de La Plata, tomo XI, La Plata, En la página 227 (renglón 22) hay que leer, en vez de « Rosa», « Roca». 278 1904, páginas 227-244 [1-18]. Con ilos láminas. (Referido por Otto Wilekens en Nene s Jahrbueh, etc., 1904, II, pag. 288-289.) 18. [1905] 1906. Orro Wilckens, Die Meeresablagerungcn der Kreidc-und Tertiurfor- mation in Patagónica, en Nenes Jahrbueh fiir Mineralogía, etc., XXI. Beilage-Band, Stuttgart, [1905] 1906, páginas 98-195. Con 3 ligaras en el texto y lámina V. 19. 1906. Florentino Amegiuno, Les Formations sédimentaires dn ('retacé supúrieur ct du Terliaire de Patagonie avec nn Paralléle entre leiirs Fannes mammalogiques et cetles de Vancient Continent, en Anales del Museo nacional de Buenos Airee, serie 3a, tomo VIIÍ, Buenos Aires, 1906, páginas i, 1-568. Con 358 ligaras en el texto y láminas l-III. (Referido por Otto Wilekens en Nenes Jahrbueh fiir Mineralogie, etc., Hundertster Jalirgang 1907, II. Band, Stuttgart, 1907, pág. 108-113; lo misino por M[ax] Sclilosser ibid., pág. 272-282.) 20. 1907. II[krmann] von Iueking, Les Mollusqucs fossiles du Tertiaire cl.du Crétaeé supórieur de V Argentino, en Anales del Museo nacional de Buenos Aires, serie 3a, tomo VII, Buenos Aires, 1907, páginas i-xm, 1-611. Con 16 figuras en el texto y láminas I-XVIII. 21. 1908. Santiago Rom, Beitrag zar Gliederung der Sedimentablagerungen in Pata- gónica uud der Pampasrcgion. Nenes Jahrbueh fiir Mineralogie, etc., XXVI. Beila- ge-Band, Stuttgart, 1908, páginas 92-150. Con una lámina (serie de capas) y láminas XI-XVII. 22. 1911. Feudinand Canu, Iconographie des Bryozoair es fossiles de V Argentine. Deu- xiéme partie, en Anales del Museo nacional de Buenos Aires, serie 3a, tomo XIV, Buenos Aires, 1911, páginas 215-291. Con láminas I-XII. 23. 1912. Anselmo Windiiausen, El yacimiento de « Rafaelita » de Auca Mahuida ( territorio del Neuquen). Extracto del « Boletín del Ministerio de Agricultura». Infor- mes preliminares de la Dirección general de Minas, Geología e Hidrología, número 1 , Buenos Aires, 1912, páginas 1-30. Con 15 figuras en el texto y láminas I-VI. 24. 1912-1913. G[aetano] Rovereto, ¿ Audi di Geomorfologia argentina. III. La Valle del Ilio Negro, en Bolletino della Societá geológica italiana, Roma, vol. XXXI-1912, páginas 181-237, con 41 figuras en el texto y láminas 1II-YII; vol. XXXII-1913, páginas 101-142, con 20 figuras en el texto y láminas III-V. 25. 1914. Bailay Willis, Forty-first Parallel Surveg of Argentina. Congres géologi- que internacional. Compte rendue de la A 'IIa session, Ganada, ll)¡3, Ottawa, 1914, páginas 713-731. Con lámina I y lámina (mapa). Véase página 724. 26. 1914. Hkiimann von Iueking, Catalogo de Múllaseos cretáceos e terciarios da Ar- gentina da Colecgdo do Auctor. Katalog der Mollusken aus den Kreidc-und Tertidr- Ablagcrungen, Argentiniens, enthalten in der Sammlung des Verfassers. Musen Pan- lista. Notas preliminares editadas pela redactan da Revista do Musen Paulista, vol lime I, fascículo númeroS, Sao Paulo, 1911, páginas 1-148. Con láminas 1-3. (En parte portugués, en parte alemán.) 27. 1914. Anselmo Windiiausen, Contribución al conocimiento geológico de los terri- torios del Rio Negro y Neuquén, con un estudio de la región petrolífera de la parte central del Neuquén (cerro Lotena y Comineo) RepúblicaArgentina, en Anales del Ministerio de Agricultura, Sección Geología, Mineralogía y Minería, tomo X, número 1, I. Geología, Buenos Aires, 1914, páginas 1-60. Con 7 figuras en el texto y lá- minas I-IX. 28. [1914] 1915. A[nselm] Windiiausen, Einige Ergebnisse zweier Reisen in den Terri- torial Rio Negro und Neuquén. Nenes Jahrbueh fiir Mineralogie, etc., XXX Vil 1. Beilage-Band, Stuttgart, 1915, páginas 325-362. Con 6 figuras en el texto y lá- minas VII-XV. (Casi idéntico con el trabajo anterior.) 29. 1916. Ricardo Wichmann, Las capas con Dinosaurios en la costa sur del Río Ne- 279 (jro, frente a General Iloca, en Physis, revista de la Sociedad argentina de Cien- cias naturales, tomo II, Rueños Aires, agosto 14 do 1916, número 11, Rueños Aires, 1916, páginas 258-262. Con 3 figuras en el texto. 30. 1918. A[nselm] Windhausen, The Problem of the Cretaccous-Tertiary Boundary in South America and the stratigraphic Position of the San Jorge- Formal ion in Pata- gonia, cu The American Journal of Science, Fourth Series, vol. XLIV, u°. 265, Jauuary 1918, New Haveu, Conuecticut, 1918, páginas 1-53. Con 3 figuras en el texto. 31. [1917] 1918 '. Edwakii W. Berry, Age of certain plantbcaring Formations in South America, en Bulletin of the Geological Society of America, voluino 29, Nutnber 4, Decemlier 1918. Proceodings of the Paloontologicnl Society (Washington, D. C. 1917), páginas 637-648. Con 1 figura en el texto y 1 lámina. 32. 1918. P[aul] Groeber, Edad y extensión de las estructuras de la Cordillera entre San Juan y Nahucl-Huapí, en Physis, revista de la Sociedad argentina de Cien- cias naturales, tomo IV, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1918, número 17, Buenos Aires, 1918, páginas 208-240. Con 1 figura en el texto y 1 lámina. 33. 1918-1919. R[ichahi>] Wiciimann, Sobre la constitución geológica del territorio del Río Negro y la región vecina especialmente de la parte oriental entre el río Negro y Valchcta, en Primera Reunión nacional de la Sociedad argentina de Ciencias natu- rales, Tucumán, 1910, Buenos Aires, 1918-1919, páginas 90-107. Con lámina II. 34. 1918-1919. Anselmo Windiiausen, Consideraciones generales sobre el límite entre el Cretáceo y el Terciario con referencia especial a la edad y posición estrati gráfica del Piso de San Jorge en la Argentina (resumen), ibid., Buenos Aires, 1918-1919, páginas 87-89. Con 1 figura en el texto. 35. [1918] 1919. Anselmo Windiiausen, Rasgos de la historia geológica déla planicie costanera en la Patagonia septentrional, en Boletín de. la Academia nacional de-Cien- cias en Córdoba (República Argentina), tomo XXVIII, entregas 3a y 4a, Córdoba (ltep. Arg.), [1918] 1919, páginas [1-48] 319-364. Con 3 figuras en el texto. 36. 1919. Ricardo Wiciimann, Contribución a la geología de la región comprendida entre el río Negro y arroyo Valchcta. Con una descripción ¡ideográfica de las rocas eruptivas y metamórficas por Franco Pastoro, ltopública Argentina, en Anales del Ministerio de Agricultura de la Nación, Sección Geología, Mineralogía y Mine- ría, tomo XIII, número 4 ; Dirección General de Minas, Geología e Hidrología, Contribución al conocimiento geológico de la República Argentina. IJI. Informes y comunicaciones, Buenos Aires, 1919, páginas 1-45. Con láminas I-IX. 37. 1919. A[nselm] Windiiausen (Breve informe sobre el valle del Río Negro, cerca de Roca), Memoria de la Dirección General de Minas, Geología e Hidrología, correspon- diente al año 1910. Rep. Argentina), en Anales del Ministerio de Agricultura de la Nación, Sección Geología, Mineralogía y Minería, tomo XIII, número 5, Buenos Aires, 1919, páginas 1-120. Con 32 láminas. Véase pág. 46-47. 38. 1920. Ferdinand Canu y Ray S[mith] Bassleií, Norlh American Iiarly Tr.rtiary Bryozoa, en Smithonian Institution United States National Museum, Bulletin 106, Washington, 1920, Text : páginas i-xx, 1-879. Con 279 figuras en el texto. Pin- tes : láminas 1-162. Con 162 páginas de explicaciones. Véase text : páginas 13, 14, 86, 111, 147, 156-158, 163, 227 (con íig. 61 G), 253-254, 256-257, 274, 275 (fio-. 77), 415-416. 39. [1920] 1921. Santiago Rom, Investigaciones geológicas en la llanura pampeana (con un estudio petroquímico y sobre absorción del loess pampeano por Fede- rico Bade) Universidad de La Plata, en Revista del Museo de La Plata, tomo Apareció después del trabajo de Windiiausen (1918). XXV (3a serie, t. 1), Buenos Aires, [1920] 1921, páginas 135-342. Con 21 liga- ras en el texto, 4 láminas químicas ile color y láminas VII-XVIII/XIX. 40. 1921. Otto Wilckens, Beitrüge zur Paldontologie ron Patagonien. Alit einem Bci- trag ron G[uslav] Steinmann, en Nenes Jahrbuch fiir Alineralogic, etc., Jahrgang 1921, I. Band, Stuttgart, 1921, páginas 1-14. Con láminas 1-111. 41. 1921. II[einrich] Gerth, D¡e Fortschritte dcr geologischen Forschung ¡n Argenti- nien und einigen Naclibarstaaten wiihrend des Weltkriegs, en Geologischc Rundschau, Band XII, Heft 1/2, Leipzig, 1921, páginas 73-87. Véase páginas 83-86. 42. 1917 — II[ans] Keidel, Ueber das patagoniscbe Tafelland, das patagoniscbe Gerbll und ikre Bcziehungen zu den geologischen Erscheinungen Un argcntinischen Andengc- biet und Litoral, en Zeitsvhrift des Deutschen Wissensehaftlichen Vereins zur Kultur --- und Landeskunde Argentiniens, Buenos Aires, 1917, [Band 111], Heft 5, páginas 219-245; 1917, [Band III], Heft 6, páginas 311-333, con 1 ligara en el texto y 1 lámina; 1918, [Band IV], Heft 1, páginas 33-59, con 1 figura en el texto y lá- minas I-V; 1918, [Band IV], Heft 3, páginas 139-161, con 1 figura en el texto; 1919, [Band V], Heft 1, páginas 1-27, con 1 figura en el texto. [Como tirada aparte han sido publicados sólo : 1917, Heft 5-6, pág. 1-52, con 1 lig. en el texto y 1 lám.] Véase 1917, Heft 5, páginas 227- 228 [11-12]. Durante la impresión del presente trabajo acaba de aparecer : 43. 1921. Anselmo Windhausen, Ensayo de una clasificación de los elementos de es- tructura en el subsuelo de la Patagonia y su significado para la historia geológica del Continente, en Boletín de la Academia nacional de Ciencias de Córdoba (República Argentina), tomo XXV, entrega Ia y 2a, Córdoba (Rep. Arg.) [Buenos Aires], 1921, páginas 125-139 [1-17]. Con una figura en el texto. Véase el mapa, página 139. 44. 1 En prensa: Anselmo Windhausen, Estudios geológicos en el valle superior del Rio Negro, en Boletín de la Dirección general de Alinas, Geología e Hidrología < 1 La conclusión no ha aparecido aún. Cumbres (fono t00«» sobre el r»o seco ) Sciiiixkr, Cretáceo -Terciario de Toca Lámina 1 Croquis «le los alrededores al norte do Hora (Uto Negro). 1 . 50 000 Senil. leu, Crctáceo-l'cniario de Roca Lámina II Fig. 2 : Ala izquierda del perfil precedente, aumentada Schiller, Cretáceo-Terciario de Roca Lámina III Fig. 1 a-b. — Ostrea aff. Claras v. Ilier. ’/. • Valva izquierda, do afuera y do adentro. (Valva derecha no encontrada.) Rocauense inferior Fig. 2 a-b. — Ostrea Clame v. Ilier. '/ ,. Valva izquierda, de afuera y de adentro. (Valva derecha casi igual.) Kocaneuse inferior Fig. 3a-6. — Ostrea Ameghinoi rocana v. Ilier. '/ Valva mayor, de afuera y de adentro. Kocaneuse superior. Fig. 4 a-b. — Ostrea Ameghinoi rocana v. Iher. '/ ,. Valva menor, de afuera y de aden- tro. Rocauense superior. Fig. 5 a-b. — Ostrea Ameghinoi v. Iher. ’/i- Val- va mayor, de afuera y de adentro. Formación Patagónica. Fig. 6 a-b. — Ostrea Ameghinoi v. Iher. Val- va menor, do afuera y do adentro. Formación Patagónica. Schiller, Cretáceo-Tcrciario de lioca Lámina JV Fig. 1 a-b. — ¿ Trigonia ? sp. («Venericardia [Cordita | Ameghinorum» v. Iher.). '/>• Molde, visto hacia la valva izquierda y derecha. Koeanense intermedio Fig. 2. — ¿ Trigonia ? sp. («Yencricardia Ameghinorum » v. Iher.). '/, • Molde, visto hacia la valva derecha. Koeanense inter- medio. Fig. 3. — i Trigonia ? sp. («Fcnc- ricardiá Ameghinorum » v. Iher.). '/,• Molde, visto do arriba. Roca- nense intermedio. Fig. 3 a-b. — Capa concéntrica (II) de la caliza porosa de la figura 1. '/a* Fragmento, visto desde arriba y en una fractura transversal. Kocanense superior Fig. 2. — Núcleo del estadio de comienzo (I) de la caliza porosa de la figura 1. '/.■ lioea líense superior Schillek, Cretáceo- Terciario de Roca Lámina Y Fig. 1. — Corte esquemático de las capas de caliza porosa pare idas a « Glyptodontia » (¿ algas calcáreas ?). Al rede- dor de */»• Rocanense superior. REV. MUS. LA PLATA. T. XXVI 20 ScuiLLKii, Cretáceo- Terciario de Ituca Lámina VI Perlil natural N-S del piso Rucanease superior, 10 kilómetros al norte de Roca (Río Negro). (Bancos de la caliza porosa de la lámina Y) (Fot. E. Carettc.) Sciiim.kk, Crctiico / i LÁMINA VII F¡ír. 1 iliaco (Nciiquiiu) (Fot. E. Caretto.) Sriill.f.KR, f'trhur. Lámina \* 1 1 II kilómetro* ni SW «li- (‘Imllacu (Nemiuru) Sciiii. i. Kit, Crctáceo-Tcrciario de Jioca Lámina Vil MONTE HERMOSO EN RELACIÓN CON EL ORIGEN DEL LIMO Y LOES8 PAMPEANO Por el ingeniero MOISÉS KANTOR •Jefe !¡c los departamentos de geología y mineralogía del Museo de La Plata Consideraciones generales Carlos Darwin es el primer explorador que describe la barranca de Monte Hermoso. Él distingue cuatro capas diferentes, que a simple vista aparecen horizontales, pero que en realidad resultan algo más gruesas en la dirección NO. El corte, según Danvin, es de una altura- de 100 pies aproximadamente, correspondiendo a la capa superior un espesor de unos 20 pies, la que describe como una arenisca blanda, en- trecruzada-, que contiene muchos rodados de cuarzo y pasa en la super- ficie a ser arena suelta. La segunda capa, tan sólo de un espesor de seis pulgadas, se señala como arenisca de color obscuro. La tercera capa es el limo pampeano de color claro y la cuarta es de la misma- composi- ción, pero ele color más obscuro, y contiene en su parte superior capas ho- rizontales de concreciones rojizas y no muy compactas de rocas de tosca. Danvin menciona que el fondo marino se compone de tosca y limo pampeano rojizo hasta una distancia- de varias millas de la costa y una. profundidad de 20 a 30 metros Florentino Ameghino estuvo por primera vez en Monte Hermoso en 1887, En su descripción no da un perfil completo de la barranca. Refiriéndose a los fósiles, alude a su extremada riqueza diciendo: « La barranca de Monte Hermoso, compuesta de estratos de arena y arcilla formando masas compactas y duras como piedra, coronadas por capas de areniscas y cenizas volcánicas, está atestada de fósiles. En todas partes se ven asomar puntas de huesos : aquí una mandíbula, 22, página 119. 282 allí un cráneo, más allá nmi pierna, por otro lado un caparazón mons- truo; uno camina de sorpresa en sorpresa » Unos veinte años más tarde relata en Las formaciones sedimentarias tic la región litoral , tratando de Monte Hermoso: «El aspecto de ¡a barranca no sólo es muy variable en pequeñas distancias, sino que varía también rápidamente en el transcurso del tiempo 1 * 3 * 5. » Amegiiino indica en este trabajo que la denominación de loess que se da a la roca del liermosense es falsa : « el hermosease consta principal- mente de arena lina endurecida y no comprendo cómo algunos autores pueden calificar el depósito con el nombre de loess, con el cual no tiene en realidad ningún parecido. En algunos puntos el elemento arenoso es tan predominante que puede considerarse la masa como verdadera arenisca. Según Bravard J, las capas del liermosense se elevan hasta una altura de 19 metros y están cubiertas por 17 metros de arena estra- tificada, pero a solo 200 metros de distancia, el liermosense apenas se eleva a 7 metros, cubierto por unos 2 metros de arena y guijarros es tratificados, cubiertos a su vez por arena movediza de los médanos actuales con un espesor de 24 metros. Florentino Amegiiino describe Monte Hermoso, por última vez, en el año 1910 : «Encontré las barrancas de esta localidad modificadas en una forma muy distinta de como yo las había conocido. Las capas de arenas y areniscas estratificadas que descansan encima del liermosense y constituyen el piso puelelicnse, antes visibles en un pequeño trecho de sólo unos 40 metros, ahora aparecen a lo largo de la barranca en una extensión de varios cientos de metros y en mayor espesor. En la parte superior de esta formación de arenas estratificadas descubrí una capa de unos 40 centímetros de espesor que contiene un considerable nú- mero de fragmentos de cuarcita de formas variadísimas e irregulares, todos o easi todos angulosos y cortantes, de los cuales, dada la premura del tiempo, sólo pude recoger una pequeña serie '. » Bailey Willis, en 1912, da un perfil completo de la barranca de Monte Hermoso, con la indicación detallada del espesor de las capas diferentes. El distingue: limo loéssico o arenisca loéssica, una tierra pardo rojiza de l-lm50 de espesor, tosca, localmente desarrollada en unas láminas irregulares; limo loéssico de color amarillo-pardo de 2"“50 a d 1 b página 4. - 2, página 414. 3 2, página 413. Cito según Amegiiino. lili las obras de fíravard no so encuentra esta indicación. 1 3, páginas 1-5. — 283 — metros de espesor, arena estratificada, ceniza volcánica (20-40 cm.) y arena de médanos de formación reciente '. La última descripción de Monte Hermoso, anterior a la nuestra, la encontramos en Wichmann 8 : « Las capas tienen aquí (en Monte Hermo- so), en la barranca de la costa del mar, un espesor de cerca de 10 metros sobre el nivel de la playa y constan de arcilla pampeana firme, com- pacta y sin estratificación, que en su parte inferior es de color rojo y en su parte superior amarillento. Es muy rica en cal, y, según sus compo- nentes, casi se la podría clasificar como toba \ En la mitad inferior del complejo se encuentran pequeños tubérculos y masas mayores irregu- larmente formadas de una tosca dura y blanca hasta rosada. Las caitas presentan una bóveda suave que, aproximadamente en dirección NO-SE, está cortada por el mar en más de un kilómetro de extensión. Sobre la arcilla pampeana descansa una capa de arena de unos 8 metros de espesor que en parte se ha consolidado en arena más dura, llamando la atención por la estructura entrecruzada. En el borde oriental de la localidad encontré también en arena suelta que estaba más o menos a la misma altura, pero no en la típica arenisca con la es tructura entrecruzada, algunos fragmentos de rodados de canto agudo con concoides de percusión, como lo menciona Ameghino, que lo con- sidera como eolitos. Según su edad, estas capas de arena dícese per- tenecer al puelchense, de modo que aquí faltaría el chapalmalense. Estas arenas están cubiertas por recientes formaciones de dunas. » Observaciones en el terreno He seguido un itinerario distinto de mis antecesores, debido al per- miso obtenido de las autoridades navales para viajar en el tren militar hasta Las Baterías, que quedan a mitad de camino de Monte Hermoso. El resto del camino, unas cuatro leguas, lo seguí por Ja playa. La costa del mar, desde Bahía Blanca hasta Monte Hermoso, está cubierta de médanos, en parte compuestos de arena movediza, que aumentan en altura en la dirección SE. La monotonía del paisaje entre Bahía Blanca y el faro Recalada, en una distancia de 15 leguas, es in- terrumpida tan sólo por la barranca de Monte Hermoso. Un trípode de 50 metros sobre el nivel del mar, colocado encima del médano que cubre la barranca de Monte Hermoso, permite distinguirla a distancia. Los médanos vivos (de arena movediza) forman una faja de ' 29, página 362. 5 53, página 16. 8 De acuerdo con el estudio microscópico hecho por Biicking, véase 19, página 82. 284 uno o dos kilómetros do ancho, pasando paulatinamente a médanos fijos por la vegetación; tienen un rumbo, donde los pude observar, MO-SE y son de color amarillo, amarillo gris. Es sorprendente con qué facilidad se dejan fijar por la plantación de árboles (álamos y otros). El Puerto Militar, en un terreno medanoso, está transformado en un jardín, lo mismo que el faro Recalada y algunas estancias de parti- culares. En cuanto a la composición de la arena de los médanos, su- Fig. 1. — Monte Hermoso. Bloques de limo separados por hendeduras en dirección SE-NO pongo (pie poco o nada varía de la de Mar del Plata : se distingue en la misma, a simple vista, y mejor con el lente: cuarzo, feldespatos, magnetita, y granos de diferentes colores : amarillos, rojizos, negros, que yo considero como pórfidos cuarcíferos, habiendo dado una expli- cación de su origen en un trabajo anterior Las lentas corrientes de marea con una dirección general S-N trans- portan material patagónico en forma de rodados, los que se encuentran junto con las rocas de la sierra de la Ventana arrojados en la playa; 32, píígina 10. 285 el material más fino de estos rodados se mezcla con los productos apor- tados por los ríos, con numerosas conchillas, etc., formando el se- dimento marino de la plataforma continental y, arrojado a la playa y transportado por el viento, los médanos de la costa marítima. La barranca de Monte Hermoso (se trata en realidad de dos barran- cas, como explicaré más adelante) corre en la dirección SE-NO, te- niendo una altura variable y está cubierta por médanos. La altura de los médanos sobre el nivel del mar llega basta unos 30 metros, siendo de importancia para el estudio estratigrúfico tan sólo la barranca misma, que en toda su longitud, que es de 1700 metros, no alcanza una altura mayor de 12 metros. La barranca está sometida al trabajo de la erosión marina (abrasión): dorante la marea alta las olas la alcanzan hasta una altura de 1 me- tros. El trabajo de erosión está facilitado aquí por hendiduras en direc- ción SE-NO que atraviesan el limo inferior y junturas que van para- lelamente a la estratificación. El mar se introduce por estas hendiduras, separando a veces bloques enormes, como lo ilustra la fotografía nú- mero 1. 286 Las paredes de la barranca están cubiertas hasta cierta altura por una delgada capa de sal, (pie proviene de la evaporación del agua de mar que penetra en la roca. I n proceso análogo de invasión y retrocedo del mar en bajos que después quedan separados del mismo, dió origen a la formación de las salitreras, abundantes en la región de Bahía Blanca. Es interesante observar cómo millares de insectos (coleópteros y otros) excavan sus nidos en la barranca, dejando como perforada la Fig. 3. — Monte Hermoso, con lo capa delgada de ceniza volcánica roca. También digno de mención es que en el limo inferior, (pie se ex- tiende centenares de metros bajo las aguas del mar durante la marea baja, aparecen adheridos numerosos balanus e incrustados millares de ejemplares de mytilus sp. En la barranca se distinguen con toda claridad cinco capas distintas. Ea relación de las capas es la siguiente: La roca de la capa inferior esta compuesta de un limo arcillo-arenoso. Su color pardo no es característi- co. Ya al observar las muestras algo desecadas se nota un tránsito del color pardo al color rojizo. La roca es de un grano sumamente lino y es difícil distinguir sus componentes macroscópicamente. 287 Sólo en esta capa se encuentra tosca , en forma ele concreciones nodu- lares que siguen con interrupción en toda la parte inferior de la ba- rranca, pero casi en un misino horizonte. La tosca es de color amarillo, no muy dura, casi siempre con pintas elendríticas, lo que significa la infiltración de soluciones con hidrato ferroso y manganeso. El espesor del limo inferior es variable, de pocos centímetros hasta 4 metros. Entre el limo inferior y el superior hay una marcada discor- dancia. El limo inferior continúa hasta unos 12 kilómetros en dirección SE, lo que se puede observar durante la baja marea. Encontré fósiles de vertebrados muy escasos, procedentes de esta capa. El limo superior es de color amarillo, que varía hasta amarillo grisáceo y gris. Su espesor es de pocos centímetros hasta 4 metros como máximo; aumenta el espesor en dirección SE, mientras (pie con la misma dirección disminuye el del limo inferior. En esta capa se en- cuentran restos de fósiles vertebrados en mayor abundancia (pie en la anterior. La arena aparece recién a una distancia de unos 700 metros del ex- tremo NO de la barranca, presenta una estratificación entrecruzada, es poco consistente y se compone de granos que a simple vista y con — 288 — ayuda del lente en nada se distinguen de la arena de los médanos re- cientes. Su espesor varía, pero no supera 4 metros. Interpuesta en la arena entrecruzada se observa una capa horizontal, muy delgada, de pocos milímetros hasta 20 centímetros de espesor, que llama mucho la atención. Es de color gris hasta blanco, áspera al tacto, muy liviana, lo que hace suponer que contiene como componente ceniza volcánica. Esta capa se presenta con interrupciones y en muchas partes se da a conocer por fragmentos desprendidos debido a la intemperie (véase fig. 3). Fig. 5. — Monte Hermoso. En el plano inferior canales en el limo, visibles durante la marea baja Por fin, la arena de los médanos, de grano bastante grueso, en la que se distinguen : cuarzo, feldespatos, magnetita y pórfido euarcífero, cubre la barranca en un espesor diferente, faltando por completo en el extremo NO de la misma, donde se ha formado una terraza de unos 12 metros de ancho encima del limo amarillo, que está cubierta por rodados de distintos tamaños y de forma variada que difieren, por lo menos en parte, de los que están en la orilla del mar: así, faltan por completo los rodados patagónicos que de vez en cuando se presentan en la costa, lo mismo que la tosca amarilla. La barranca que fue objeto de todos los estudios anteriores termina no lejos del trípode, donde la — 28!) - costa da una vuelta brusca, desapareciendo la barranca por completo, pero al continuar el viaje en dirección SE hacia el faro Recalada se ve en una distancia de solo 2 kilómetros, otra barranca de 1 kilómetro de largo aproximadamente. Es de menor altura, el limo inferior es de poco espesor, le siguen: el limo superior, arenisca y ceniza volcánica, pero en la base de la arena de los médanos li ay numerosos rodados, incluidos en la arena, que presentan el mismo carácter que los rodados Fig. G. — Monte Hermoso. Análogo a figura 5 arriba mencionados. Se trata, según toda evidencia, de una formación fluvial y reciente. Mucho llama la atención que una cantidad de los rodados mencionados sean quebrados, rajados, y tengan formas como si fuesen intencionalmente elaborados por el hombre. Por el cambio de temperatura diurna y nocturna se producen en las rocas tensiones que, al disolverse, ocasionan su quebrantamiento, dando origen a la formación de fragmentos muy variados, con. fracturas fres- cas, como si fuesen producidas intencionalmente. En cuanto a los fósiles encontrados en Monte Hermoso: hay que divi- dirlos, de acuerdo con nuestras observaciones, en cuatro grupos: a) Los fósiles de la capa del limo inferior; ‘290 b) Los fósiles de la capa del limo superior; c) Los fósiles que se encuentran sueltos encima de la terraza que forma la barranca ; d) Los fósiles (pie se coleccionan en los canales del limo inferior que se prolonga bajo el mar y quedan descubiertos durante la marea baja Valor realmente científico tienen únicamente las colecciones a y b; los fósiles c siempre se pueden considerar como procedentes de la ba- rranca, pero en cuanto a los fósiles d no hay ninguna seguridad si son de la barranca o proceden de algún otro sitio, siendo muy probable que procedan en parte del sur y arrastrados por las corrientes de marea en la dirección paralela a la costa se apresan en los canales formados por el limo inferior. Los huesos que aquí se encuentran son rodados y pu- lidos por el trabajo de las olas. En cuanto a la cantidad de fósiles que se presentan puede decirse que aumenta en razón inversa a su valor científico. En las capas del limo inferior y superior se encuentran sólo pequeños fragmentos; encima de la barranca algunos huesos más grandes y durante la marea baja en los canales del limo inferior huesos fósiles completos. De los fósiles por mí coleccionados tiene importancia, según el doctor Santiago lioth, el hallazgo en el limo amarillo de una mandíbula de Typotherium , que él determina como Typotherium moendrum (?) Aniegli. ]\Ie dijo al respecto : « Este hallazgo demuestra que Carlos Ameghino tiene razón en sostener que el loess amarillento, parecido al ncopam- peano que se encuentra directamente en discordancia encima del loess inferior, corresponde todavía al horizonte eopampeano o sea montcher- mosense, porque el género Typotherium ha desaparecido antes de la se dimentación del horizonte neopampeano y los géneros que se encuen- tran en el mesopampeano son de una estatura mayor. » Rocas de Monte Hermoso Io Limo rojizo compacto, bastante resistente, sin estructura porosa. En una masa isótropa se ven pequeños granos de cuarzo, plagioclasa, vidrio, biotita y magnetita. Predomina plagioclasa. Biicking 2 señala en la roca de Monte Hermoso, además de plagioclasa: cuarzo, sanidina, augita y hornblenda, pequeños rodados de andesita hasta el tamaño de tres cuartos de milímetro J y su- 1 Véase figuras 5 y 6, la parte inferior. 2 19, pagina 82. -1 Se trata, probablemente, de un error de imprenta : debería leerse :l/,„ milímetros. La microíbtografía agregada al trabajo de Biicking (19 entre pág. SI y 85), confir- ma nuestra suposición. — 291 — pone, que la roca pertenece, por su composición, a una toba andesüica. 2o Tosca, forma concreciones en el limo rojizo, de color rojizo amari liento, arcillosa, con pintas dendrítieas, de poca dureza; contiene granos de calcita y granos que componen el limo rojizo. 3" Limo amarillo pardusco, de grano fino, sin la estructura típica eólica, arenoso. Microscópicamente muestra la presencia de plagioclasa, cuarzo y vidrio. Accesoriamente : Iiornblenda, piroxeno, apatita y magnetita. Mucho material criptocristalino. En una concentración de esta roca VVriglit y Fenner 1 encontraron ¡os siguientes minerales: plagioclasa de distintas composiciones, cuarzo, piroxeno, Iiornblenda, biotita, apa- tita, zircón, magnetita, espinela (o granate) y epidota; también consi- deran posible la presencia de ólivino y monazita y de algunos otros minerales que no lian podido ser identificados. 4o Areniscas con estratificación entrecruzada, contienen numerosos granos de diferente color (blanco, gris, rojo, pardo y negro), de diámetro de 1 milímetro a 1 centímetro, son mayormente redondos. Los granos arenosos consisten en plagioclasa y cuarzo, coloreados por óxido de hierro. En menor cantidad piroxeno, magnetita, espinela. En notable cantidad vidrio volcánico. Algunos rodados tienen la compo- sición de calcedonia con su típica estructura fibrosa. Algunos granos contienen tanto óxido de hierro que aparecen opacos. 5o Ceniza volcánica, blanca, blanco-grísacea, microscópicamente casi por entero compuesta de vidrio volcánico. De este material tenemos un análisis químico hecho por Federico Bade 2. Ceniza volcánica de Monto Hermoso Substancia seca SiO 66.04 ®/0 70.07 °/o *v>, 2.18 2.31 ALO, 1.3 . 00 13.89 CaO 0.71 0.75 MgO. . 0.55 0.58 Nn,0 y K,0 6.57 6.97 m..3o, 0.17 0.19 H.,0 a 120° » Pérdida al rojo . . 4 . 91 5.23 i’or su composición, la ceniza volcánica se parece a una piedra pómez liparítica, cuyo análisis damos a continuación -1 : 1 54, página 83. 2 44, página 228. :l 42, página 273. 292 SiO 70.67 0 A1A 13.80 1AA •••• 2.42 MgO 0.40 CaO 1 . 30 Na,0 1.20) ico 5.73 i Pérdida al rojo 3 . 82 Como las cenizas de las liparitas y sus vidrios no se distinguen, por su composición, de la roca compacta, suponemos que se trata de una ceniza 1 i parí tica. Como lo demuestra la investigación química de Fe- derico Bade, este material es poco descompuesto: sólo 5,88 por ciento se disuelven en TICl y 0,71 por ciento en II ¿SO,. Esta ceniza volcánica corresponde probablemente a la ceniza a de Doring Sobre la diferencia en las distintas observaciones Darwin indica la altura de Monte Hermoso en unos 30 metros, lo que corresponde a su altura actual con los médanos que cubren la barranca, pero según el perfil que traza, las capas inferiores del limo pampeano tienen un espesor de unos 20 metros. Más tarde, Bravard da como es- pesor de las mismas 17 metros y Florentino Amcghino indica que el aspecto de la barranca varía en el transcurso del tiempo. El espesor máximo de las capas de limo pampeano que corresponden al liermo- sense no supera, según mis observaciones, unos 8 metros. Eso coincide, por lo general, con los datos de Bailey Willis y de Wielimann y po- demos afirmar que el aspecto de la barranca no lia variado notable- mente durante los últimos diez años. Los datos mencionados más arriba (de Darwin, Bravard y Ameghino) son, sin embargo, insospechables y hay que buscar una explicación a este cambio de aspecto que presentaba la barranca en los distintos períodos de observación. Consideramos que la modificación de la ba- rranca fué producida por la erosión marina. liemos señalado la impor- tancia que tiene, sobre todo debido a las grietas en dirección SE-NO que atraviesan la barranca y que facilitan su destrucción por medio de las olas. En el tiempo de Darwin el corte de Monte Hermoso se ha pre- sentado en condiciones distintas porque correspondía a rocas hoy des- truidas por la erosión. Es posible que las capas de limo desaparezcan debajo de los médanos ya a poca distancia del mar y que en tiempos no muy lejanos la barranca será destruida, por completo. Bi no coincide la 23, página 173. 293 indicación de la altura de las distintas capas de la barranca con la obser- vada actualmente, su relación recíproca, señalada por Darwin, es gene- ralmente la misma que boy. Efectivamente, las capas tercera y cuarta corresponden a nuestro limo inferior y superior; Darwin no separa la arenisca blanda, entrecruzada, de la arena de los médanos, y en realidad el tránsito de la primera a la última es paulatino. Algo en duda es- tamos respecto a la tercera capa que Darwin indica de un espesor de seis pulgadas y señala como arenisca obscura, y además, en nuestro perfil ligara una, capa delgada de ceniza volcánica, interpuesta entre la arena blanda entrecruzada de unos 20 centímetros de espesor, que no está en el perfil de Darwin. En las dos capas de limo pampeano, sobre todo en la capa inferior, Darwin encontró muchos huesos de mamíferos extinguidos, algunos en su posición relativa correspondiente, otros en pequeños fragmentos sobre un corto trayecto. Todos los huesos eran compactos y muy pesados, algunos de ellos coloreados en rojo con su- perficies pulidas, algunos huesos pequeños eran negros. La lista de los fósiles de Monte Hermoso fue aumentada por las in- vestigaciones posteriores, sobre todo de Florentino Amegbino. Damos a, continuación la nómina completa de los géneros, de acuerdo con un estudio hecho por Kovereto '. MAMMAI.IA Protypotherinm , Pachyrucos, Tremacyllus , Typotherium , Pseudotypothe- rium, Xenotlieriim, Toxodon, Xotdon, Alifoxodon n. gen., Trigodon, Epi- therium, Eoauchenia, Diplasiotherivmn. gen., Promacrauchenia, Microtra- gulus, Proatlicrura. Eocastor n. gen., Eumysops, Tribodon, JJicoeloplionts, Phtoramys , Platacmmys, Piihantomya, Viscaccia, Tetrastylus , Mcgam ya, Pa- I aeocavia , Microcavia, Dolichotis, Gaviodon, Protoltydrochoervs n. gen., Phugatherium, Argirolagus, Paradidelpliys, Hyperdidclphys , Cladodidcl- phya, Didelphya, Parahyaenodon , Acroliyaenodon, Pachynasua , Aviphi- eyon, Rathymotherium, Megatherium, Chlamydotherium, Proeuphractus, Dasypus, Enfatúa, Macroeuphractns, Scclidodon, Sclerocalyptus, Ploliopho- rua, Nopachtus, Neuryurus , Plaxhaplna , Xotocynua, Tetraprothomo s. AVES Hetcrorhea n. gen., Tinamisornis n. gen., Hermosiornis n. gen. ' 46, páginas 11 y 12. * llnllicka, y Marccllin limito (véase 15, píig. 4 32), niegan la existencia, del Trlrn- p rol homo. KEV. MUS. I,A PLATA. T. XXVI 21 294 11EPTILIA-LACERTILIA Tupinambis. Testudo. GIIEL0N1A BATRACÍIIA-ECANDATA Geratophrys. Durante los diez días de mi permanencia en Monte Hermoso en- contré muy pocos restos fósiles en las condiciones indicadas bajo a y b ; solamente pequefios fragmentos de huesos, de color negro, en condi- ciones indicadas bajo c ; fragmentos más grandes y huesos pulidos y ro- dados en condiciones indicadas bajo d. En un viaje efectuado a Monte Hermoso por el doctor Carette, de una duración todavía mayor (unos 20 días) durante el año 1018, se obtuvo un resultado análogo : los restos fósiles se encontraron en poca can- tidad y de pequeño tamaño. Este fenómeno: el empobrecimiento de los hallazgos de fósiles, no es accidental. Darwin encontró en Punta Alta, en un yacimiento de fósiles que ocupaba un espacio de tan sólo 200 metros cuadrados los restos de nueve grandes cuadrúpedos y nume- rosos huesos sueltos. Junto a esos fósiles Darwin encontró 23 especies de moluscos. Después nunca se encontraron en Punta Alta fósiles ver- tebrados. Eósiles invertebrados existen en varias partes cerca de Punta Alta, así en el Puerto Militar y en el kilómetro 7 del ferrocarril Bue- nos Aires-Bosario, donde fueron descubiertos por el ingeniero Arnim Iteinmann. Las especies que allí predominan son Trochos patagónicas, Pitar rostratum Koch, Mytilus darte inianus , Plicatula yibbosa. Pero no se encontró allí ni un solo resto fósil de vertebrado. La edad geológica de las capas de Monte Hermoso Ameghino dió el nombre de hermosense a. las capas de limo en Monte Hermoso y el de puelchense a las capas de arena estratificada, conside- rando que todas esas capas pertenecen al mioceno superior. El error más notable de esta opinión es atribuir a las arenas estratificadas de Monte Hermoso una edad terciaria, liemos indicado más arriba que. Darwin no separa estas capas de los médanos actuales. Efectivamente no hay diferencia entre ellas, y el paso de unas a otras es paulatino. En estas arenas nunca se encontraron fósiles de ningún género. Bu edad gen- 295 lógica es muy poco distante de la reciente. Amegliino da una indica- ción exacta de que a unos 20 kilómetros más al este de Monte Hermoso, en el punto designado con el nombre de « La playa del Barco», des- aparece el liermosense para ser reemplazado por la arena estratificada. También es cierto que se encuentran aquí restos de vertebrados fósiles, pero no cabe la menor duda que estos restos provienen del limo de Mon- te Hermoso, siendo transportados por las corrientes de marea y arroja- dos por las olas a la playa. •> El error cometido por Amegliino se vuelve doblemente grave cuando declara la piedra quebrada y rajada que se encuentra en estas arenas como productos de una industria humana del mioceno superior ', cuando en realidad la intervención natural de cambios de temperatura diurna y nocturna explica satisfactoriamente su formación. También Roth considera el liermosense como del mioceno superior. ¡Se basa en la analogía (pie presentan los fósiles de Monte Hermoso con los restos de mamíferos «pie están mezclados con los fósiles marinos en las capas de Entre Ríos, y llega a la conclusión de que el loess del horizonte eopampeano forma el equivalente de las facies marina y llu- vial de la transgresión entrerriense. « Si se comparan los restos mamíferos que están mezclados con los fósiles marinos en las capas de Entre Ríos, con los que se encuentran en las de Monte Hermoso y la base de las barrancas de Los Lobos, entre Mar del Plata y Miramar y Chasicó, las que forman el horizonte eopam- peano, como también con los que se hallan en las capas de areniscas de las sierras de Catamarca y en las nacientes del río Mayo, en Oliubut, resulta que todos ellos corresponden a una misma fauna que representa un período de desarrollo. No muestran más diferencia que cualquier otra fauna proveniente de distintas regiones. En conjunto presentan el mismo grado de evolución y en todas estas capas se encuentran numero- sos tipos comunes que faltan en los depósitos más antiguos y más moder- nos. El loess del horizonte eopampeano forma, por consiguiente, el equi- valente de las facies marina y fluvial de la transgresión entrerriense \ El entrerriense, sin embargo, corresponde, según Borchert y Wil- kens, al plioceno, pero Roth, basándose en el estudio de los vertebrados, considera el piso paranense, lo mismo que las capas de Monte Hermoso, del mioceno superior. Eovereto, como Amegliino y Roth, atribuye una enorme importancia a la evolución de la fauna de los vertebrados; dice : « Steinmann y Wil- kens declararon que Monte Hermoso es cuaternario, lo cual es un absurdo, pues después de la fauna de Monte Hermoso hay aún ocho 1 3, páginas 1-5. 5 44, página 281. — 296 faunas distintas» 1 ; a pesar de eso Roveveto atribuye el liermosense al plioceno. V. Iliering, el primero que se ocupó del estudio de los moluscos fósiles encontrados en capas marinas de la formación pampeana, llega a la conclusión, no muy segura, de que el pampeano inferior (en el sentido de Amcghino) pertenece al plioceno superior; «es todavía una cuestión abierta, si el pampeano inferior representa la parte superior del plioce- no, como parece serlo, según nuestros conocimientos actuales 2». V. Iliering emite la opinión que los moluscos no pueden suministrar informaciones decisivas sobre la distinción de capas del plioceno su- perior de las del pleistoceno y que debemos guiarnos sobre todo por los mamíferos y sus migraciones para reconocer las formaciones sincró- nicas de diversas partes del continente americano. El liermosense, más antiguo que el pampeano inferior en el sentido de Amegliino, lo consideraba v. Iliering como plioceno inferior. Tenemos así indicadas para la determinación de la edad geológica de las capas de Monte Hermoso todas las edades geológicas posibles entre el mioceno superior y pleistoceno (mioceno sup., Amegliino y Rotli; plioceno inf., ltovereto, v. Iliering; plioceno sup., Steinmann; pleisto- ceno, Wilkens y otros). El problema sale de los límites de la determinación de las capas de una pequeña localidad y adquiere una importancia que se extiende a toda la formación pampeana de la República Argentina, que por dis- tintos autores es considerada de diferente edad geológica. Es imposible armonizar los resultados obtenidos; las diferencias con- sisten, en último término, en la diversidad de los métodos de investiga- ción que fueron empleados. El método más adecuado es siempre el estudio de las capas con condo- lías fósiles que se encuentran intercaladas en el depósito pampeano en sus pisos superiores. En el hallazgo de Punta Alta, Darwin determinó la edad de la capa donde se encontraban los restos fósiles de los vertebrados y varias especies de conchas, basándose en la relación de las especies de moluscos encontrados con las que viven actualmente, y no en los gigan- tescos cuadrúpedos de los que Darwin sabía que eran más diferentes de los de la época actual que los más antiguos cuadrúpedos terciarios de Europa \ Amegliino y Roth trataban de determinar la edad geológica del depósito pampeano basándose en los fósiles vertebrados; Amegliino tomando en consideración la evolución que muestran las faunas com- 1 46, página 9. s 27, página 118. 5 22, página 154. Véase también Daiuyin, Origen de las especies, capítulo XI y Mattiikw W. I)., Climate and Evolulion, en Anual of Ihe New York Aoademy of Scien- ces, volumen XXIV, 1915. — 297 paradas y Eotli la proporción de las especies, géneros y familias ex- tinguí'das en relación con las vivientes. Contra este método hace una advertencia el mismo autor de la teoría evolucionista. « Debemos tener sumo cuidado, diese Darwin, al juzgar sobre la anti- güedad de una. formación de acuerdo con la diferencia, por grande que sea., con las especies vivientes de cualquier clase de animales; hasta debemos cuidarnos en admitir la fórmula general según la cual han de estar necesariamente en correlación el cambio de formas orgánicas y la duración del tiempo '. » Si los hallazgos paleontológicos, ulteriores a Dar- win, han demostrado, según detallados estudios de los hermanos Aiueghi- no, Eotli, Eovevetto y otros, la existencia, por lo menos, de tres ciclos de faunas distintas : la santacruceña, la herinosense y 3a pampeana, cu- ya evolución, desde la santacruceña hasta la pampeana, queda indiscu- tible, es siempre insuficiente el solo método paleontológico (basado en los vertebrados) para determinar el orden cronológico de las capas. El estudio del origen y dirección de las migraciones de los compo- nentes de las faunas en discusión debería, según Scott 1 * * 4 y Matthew :l, últimamente también según v. Ihering 4, aportarnos datos nuevos sobre el problema. W. P. Matthew dice al respecto : « Si, como es opinión prácticamente unánime de los autores europeos y norteamericanos, la gran mayoría de los mamíferos terciarios y modernos se originó en el norte, es evidente que la edad geológica de los estadios equiva- lentes será más reciente en Patagonia que en el mundo boreal. Si, como cree el doctor Ameghino, ¡a Patagonia fué el centro de dispersión de la mayoría de los mamíferos terciarios y modernos, lo recíproco será lo verdadero. En el primer caso la fauna patagónica será más reciente de lo que parece; en el segundo será más antigua. » Matthew llega a la conclusión de que el pampeano medio y superior se derivan con seguri- dad en gran parte, o tal vez en su totalidad, do Norte América, por una migración no más antigua que el principio de pleistoceno. El pampeano inferior (en el sentido de Eotli) puede ser quizá más antiguo. «Cualquier otra fuente que no sea Norte América para la fauna in va- sera implicaría cambios geográficos de un carácter altamente improbable. «La existencia de un puente terrestre entre África y Sud América al fin del terciario debería suponer evidentemente una comunidad de faunas, la que no existe 4. » Las enormes dificultades que presenta la estratigrafía del depósito 1 22, página 156. 4 36, página 466. :1 En Junáis of llic New York Acadcmy of Sciences, volumen XIX, número 7, parto II, 1909. 4 28, página 12. 298 pampeano y el interés que ofrece su esclarecimiento, obligan a buscar otro método, sino para resolver el problema, por lo menos acercarse a su resolución. Para ese objeto debería investigarse en primer término la roca misma del depósito pampeano, cuyo conocimiento inseguro o in- completo ya se revela en los distintos nombres con que se la bautiza : arcilla pampeana, loess o limo pampeano. Un fundamento indispen- sable para la estratigrafía, dice Andrée, es el conocimiento de las rocas de las capas discutidas; es su petrografía *. Las distintas clasificaciones que se han dado a las rocas sedimentarias demuestran hasta qué grado están distanciados del objeto propuesto en este campo. « Ocupados del contenido paloantológico de las rocas sedimentarias, se han olvidado del recipiente, cuya composición también puede suministrar datos im- portantes *. » Se puede, dice Andrée, en cierto sentido hablar de roca, de guía, como se habla de fósil de guía. Pero una investigación precisa para llegar a conceptos bien claros que podrían servirnos de punto de apoyo en el estudio estratigrálico del depósito pampeano necesita otros métodos y no una simple descripción macroscópica de la roca. Nuestro objeto será, por lo tanto, ver si el conocimiento de la petro- grafía y constitución química de la roca pampeana no podrían darnos algunos datos paleogeográficos. Limo, loess, laterita En la bibliografía existente sobre el problema discutido no encon- tramos un criterio único para la designación de la roca que forma el depósito pampeano. No solamente los autores más antiguos emplean términos diferentes (D’Orbigny habla de arcilla pampeana, Danvin de limo, Heusser y Clarz por primera vez introducen el término de loess, habiendo supuesto una semejanza entre la roca pampeana y el loess del liliin de Alemania), pero también en la actualidad continúa esta diferen- cia en la nomenclatura (Bodenbender habla de arcilla y limo, Dóring de arcilla y loess, Itoth de loess, Walter, en el Uruguay, de limo, etc.) Bodenbender escribe en 18Í14: « La investigación microscópica y quí- mica al objeto de distinguir arcilla, loess arcilloso y loess, no está con- cluida. Sin embargo, tal distinción bien caracterizada parece ser impo- sible 3. » La dificultad aumenta hoy día por la necesidad que tenemos de distinguir del limo y del loess, la laterita si queremos comprender la naturaleza de la roca pampeana. ' 6, página (51. 2 6, página (54. :l 13, página 18 «leí tiraje aparte. 29» — El limo, el loess y la laterita tienen sin duda mucho de común; con- tienen casi los mismos componentes químicos (Si02, A1203, Fea03, MgO, CaO, TiO,, K,0 y Na, O) hasta cuantitativamente pueden aparecer como formaciones semejantes, por cuanto un análisis de loess puede en poco diferir de un análisis de limo o de la laterita, pero sí queremos distinguirlos como formaciones de distinto origen, debemos encontrar una diferencia en la composición mineralógica, sobre todo demostrar que existe un distinto proceso de descomposición para estas formaciones. No es suficiente distinguir el limo del loess porque el uno está estra- tificado y el otro no lo es ', es necesario encontrar un criterio químico- mineralógico para distinguir uno del otro. Según Zirkel f Petrographie, III, pág. 707) el limo debe considerarse esencialmente como una arcilla mezclada con arena sumamente fina y con carbonato cálcico y coloreado por hidrato férrico. Loess, en cam- bio, es un acumulado de cuarzo clástico, sumamente fino, con una can- tidad de arcilla no muy elevada, con o sin Ca0O3, de un grano uniforme de un diámetro 0mm053 aproximadamente, como término medio. Las aguas con CO, decalcifican el loess, transformándolo en limo. Los elementos accesorios son, según Zirkel : hojuelas de mica, óxido de hierro, más raro granos de feldespatos. Como laterita designa Zirkel un limo férrico con los restos de las ro- cas descompuestas, y distingue lateritas autóctonas (in loco), por ejemplo, las del Brasil, de lateritas alóctonas , por ejemplo, de la isla de Ceylan. Las definiciones de Kosenbuscli son esencialmente las mismas para limo y loess; laterita, en cambio, la califica, de acuerdo con datos más nue- vos, como rocas que contienen hidrato de aluminio. En la formación de laterita desaparecen de un modo más o menos completo los álcalis y las tierras alcalinas, quedando una mezcla de arena cuarzosa con hidrar- gilita Al (OH)3 y limonita. «Mientras que el limo (producto último de la descomposición común) presenta un silicato de alúmina hidratada, la laterita es un hidrato de aluminio areno-ferruginoso 1 2. » De los estudios nuevos sobre el loess indicaremos los de W. Meigen y II. (1. Schering. Según éstos, el loess verdadero posee en todas partes donde se presenta los mismos rasgos característicos. Hasta de distritos muy distanciados el material tiene una misma o análoga composición mineralógica y química. 1 « En contraposición a la muy aceptada opinión de que la arcilla pampeana no tiene ni la más mínima señal do estratificación, me consta por experiencia que en todos los depósitos que lie estudiado en las regiones do los ríos se hallan indicios de estratificaciones aunque a veces no muy claros. » llodenhondor en 6, página 17 del tiraje aparte. 2 42, página 81. 300 — Mineralógicamente representa carbonato calcico en cantidad varia- ble, cuarzo y en pequeña cantidad silicatos, entre los que predomina el feldespato y, sobre todo, ortoclasa. lín cantidad reducida se encuentran también : muscovita, biotita, liornblenda, epidota, disteno, zirkon, rutilo, turmalina, apatita, stauro- lita, zoisita, granate, rara vez corindón, brookita y ghuicofun. Por la descomposición el loess se transforma en limo : por el proceso de des- composición se eliminan los carbonatos, alterándose los silicatos, sobre todo los feldespatos. Durante esta alteración se combinan OaO, MgO, Na.O, KsO con el Cüj de las aguas de la superficie, y los carbonatos se transportan en estado disuelto Según esta definición tenemos el derecho de atribuir al limo un grado de descomposición superior al del loess y debemos esperar encontrar en el limo, menos partículas no descompuestas que en el loess si se tratara de la misma roca, primaria o secundaria, que dió origen a ambos. Keilhack 2, en una interesante conferencia sobre el loess, admite en el estudio de esta roca todo un problema insoluble de acuerdo con las teorías actuales sobre su origen. Keilhack ve las dificul- tades del problema loessico en su distribución geográfica, en lo enorme de sus masas, en la uniformidad de su composición y en la inseguridad de su origen. Indicaremos sus ideas con cierta detención, para concluir si, de acuerdo con sus datos, se puede hablar de un loess argentino. El loess, dice Keilhack, evita la zona fría y cálida de la tierra y se limita, por lo general, a la zona de temperatura mediana. La superficie total ocupada por el loess la calcula en 2fi millones de kilómetros cuadi’ados (de éstos 5.000.000 km2 corresponden a la América del Sur). El espesor medio del loess lo indica en 30 metros para Galicia, 79 metros para Besarabia, varios centenares de metros para China y sólo 10 metros para las pampas sudamericanas. En toda la historia terrestre, dice Keilhack, conocemos un solo período de for- mación de loess, el diluvio. Por más prolijamente que estudiemos las rocas de los períodos de tiempo anteriores no encontraremos ninguna que pudiéramos designar como parecida al loess o de él derivada. En la actualidad el loess no se produce más y los datos que al respecto se mencionan resultan siempre erróneos. El loess es una roca fósil y una roca de guía del cuaternario más anti- guo del diluvio o del tiempo glacial \ La composición mecánica del loess, según Keilhack es : * 38. * 30. :1 30, página 155, subrayado por nosotros. 301 302 De 2 a 1 nnn ) De 1 a 0.5 nnn \ h 0 a 0 . 5 De 0.5 a 0.2 nnn, arena mediana. . 0 . 5 a 3 De 0.2 a 0. 1 inm ¡ arena lina Do 0,1 a 0 . 05 nnn i s a 10 Do 0.05 a 0.02 inm, polvo 50 a 05 Menor de 0.02 inm. arcilla 16 a 36 El tamaño predominante es de */,„ á */5 de milímetro. La composición mineralógica del loess, según Keilhack es: Rocas calcáreas 10 a 25 °/0 Cuarzo 60 a 70 Silicatos arcillosos. . ' 10 a 20 La mica falta por completo en el loess según el autor citado. Tam- poco están presentes los grupos de anfibol y piroxeno. Los granitos y otras rocas eruptivas, las pizarras cristalinas, las pi- zarras arcillosas y las granvacas, las areniscas de grano medio y grano grueso, son totalmente impropios, según Keilliack, como material de origen para la formación del loess. A raíz de sus observaciones e inter- pretaciones del problema loessico, este autor llega a la conclusión de que el loess debe tener un origen extraterrestre. Esta nueva teoría sobre el origen cósmico del loess es combatida por Zimmermann, quien sos- tiene la veracidad de la teoría eólica. ¡Si el loess, como lo declara Keilhack, es una roca de guía para el cuaternario, aceptando que la roca pampeana fuera loess, la edad cuater- naria de la formación pampeana sería indiscutible, pero esta roca, deno- minada por muchos como loess, no corresponde, como veremos más ade- lante, a los caracteres generales indicados para el loess por Keilhack y otros autores '. Antes de hacer una comparación de la roca pampeana con el loess de otros países, necesitamos determinar de una manera, en lo posible exac- ta, la naturaleza de la laterita. Los estudios sobre laterita, hoy ya bastante numerosos, permiten esta- blecer una definición química y petrográfica de esta roca. Esa definición, a nuestro juicio, la dió Mei gen s. La laterita se compone, según Meigen, en lo principal de hidrato de aluminio (llidrargillita), mayormente mezclado con óxido de hierro. El hierro parece encontrarse en la laterita como un óxido pobre en agua o anhidro. El proceso de formación de laterita es debido a una división de los silicatos por el agua pura, acentuada todavía en temperaturas altas. 1 30, página 157. a 37, página 200. 303 La descomposición de las rocas es distinta en los países tropicales y en los países de clima moderado, y la diferencia proviene de la interven- ción del COj en la descomposición de las rocas en los países. templados y en la acción hidrolítica sobre los silicatos del agua en estado puro en los países tropicales. Por la acción de hidrólisis, un feldespato, por ejem- plo, se descompone en hidrato de aluminio y silicato alcalino, que a su vez puede separarse en hidrato alcalino y Si O., libre. Según Bauer el feldespato se lateritiza más fácilmente que la augita y la liornblenda. Laterita es un producto de descomposición superficial, pero, en países tropicales, las capas lateríticas pueden llegar hasta una profundidad de 100 metros 1 2 (Weinsclienk). Según Arsandaux 3, la formación de laterita se produce poruña hidra- tación de los silicatos (feldespatos y otros), al principio bajo la formación de combinaciones micáceas. En la descomposición posterior, una parte del óxido de aluminio queda unida ai Si02, transformándose finalmente en caolina, mientras que la. otra forma alúmina libre. El producto final es una mezcla de caolina con hidrargillita. Por la disolución en NaOII, el óxido de aluminio se disuelve, y tene- mos así un método químico para poder juzgar hasta qué grado el proceso de lateritización ha tenido lugar en la formación de la roca pampeana. Pero el análisis químico debe también ayudarnos a reconocer la natura- leza déla parte isótropa o de débil refracción doble que la investigación microscópica no puede distinguir. Van Beinmelen demostró el primero, que los silicatos descompuestos pueden separarse en una parte soluble en IIC1 y otra insoluble en HOl, pero soluble en IJ,SQ4. La parte soluble en IIC1 contiene cantidad de Si03 variable y la rela- ción molecular de AI2G;, : Si02 es mayormente >*1:2. La parte soluble en HjSO, se considera, comúnmente como caolina, por lo menos, la rela- ción molecular en los análisis indica ALO, : SiG2 = 1:2. La relación en que están mezcladas ambas partes (una soluble en HC1 y otra soluble en ILSO,) es muy variable, pudiendo faltar la parte cao- línica. Junto con estos componentes puede encontrarse, en la parte des- compuesta, alúmina libre (p. ej. : en la laterita) e hidrato férrico. La parte soluble en 1101 es la substancia en que ocurren la mayor parte de los movimientos químicos y físicos, así la absorción del agua y sales, el intercambio de bases. La masa principal de la parte soluble en 1 1 01 se encuentra indiscutiblemente en un estado coloidal. Debido a esas indicaciones de van Beinmelen, tenemos un medio quí- 1 11. 2 52. 1 8, 9. 304 mico para conocer los diferentes componentes de la tierra pampeana y juzgar sobre el modo de su alteración. Podemos reconocer en la roca pampeana: los minerales no descom- puestos, y estos también microscópicamente cuando las dimensiones de los granos no son muy pequeñas; las substancias caolínicas que provie- nen de la solución en HjS04 y las substancias coloidales provenientes de la jíarte soluble en 1 1 01, que al principio no tienen una combinación química definida, y sólo, probablemente en muy largos períodos, se trans- forman en substancias cristalinas. Por la disolución de la tierra pampeana enNaOlí, o en la solución Punge, podemos determinar también la cantidad de SiO, y APO„ en estado libre. Buscando coordinar los datos referidos sobre limo, loess y laterita, llegamos a la siguiente consideración. La roca menos descompuesta de las tres es el loess; sus componentes mineralógicos son : cuarzo, que predomina, carbonato cálcico y, en pe- queña cantidad, substancias arcillosas. Como elementos accesorios se encuentran granos de feldespatos, predominando ortoclasa, mica y otras; aunque el contenido de carbonato cálcico no se considera obligatorio, lo señalan, sin embargo, casi todos los análisis '. En el loess típico, el car- bonato cálcico envuelve los granos de cuarzo. Químicamente el loess representa: anhídrido silícico en cantidad pre- dominante, alúmina generalmente Na, O) 1$ 8 SiO, 63.71 Al 0 iG oc 5.10 FeO — CaO 3.27 MgO 1.82 MnO K,0 2.09 Na ,0 1.92 CO TiO, Pérdida al rojo 3.42 10 A 12 A, 13 43 . 3 69.1 71.7 13.1 15.5 12.0 3.0 3.2 5.0 20.5 1.7 4 . 0 0.9 1.0 1.0 1.2 2.4 1.9 0.6 1.8 1.4 12.4 — 2.1 0.6 0.7 0.9 0.1 5 . 0 4.1 0.5 C- . 17 V 18 19 74 . 53 61.47 67.45 11.02 17.1 16.10 2 . 95 4 . 86 2 . 25 3.40 3 . 65 1.98 0.50 2.00 1.48 0.15 1 . 05 — 3.15 2 92 1.82 1,20 2.69 0.83 0.68 0.53 0.30 2.40 3.60 4.80 Tabla VI. — Limo y loeee pampeano (Na, O > K,0) L, 1 L* 2 La 3 L, 4 L3 5 l6 G T, 9 MC n A, 14 K 15 P 16 SiO, 64.38 63.91 61.76 63.51 63 . 96 62 . 3(1 62.8 57 . 5 64.0 65.5 60.3 A1,0, 17 . 81 17.11 17.79 17.08 1 7 . 94 17.13 16.7 19.9 16.1 15.6 15.9 FeA 6.02 6.51 5 . 57 5 . 44 5.49 5 . 77 5. 1 7.1 5.1 6.7 6.2 FeO 0.20 0.21 0.13 0.16 0.06 0.21 — — — — — CaO 3.73 3.87 3.86 3.00 3.80 3.47 3 . 5 5.7 2.3 2.1 2.5 MgO 1.76 1.25 2.10 0.96 1.09 0.97 2.1 2 . 2 1.4 1.4 3.1 MnO 0.02 0.02 0.02 0.02 0.02 0.01 — — — — K,0 0.95 0.88 0.85 0.79 0.91 0.85 1.3 1.0 3.1 1.6 1.5 Na, O .... 2 . 04 1.06 1.40 3 . 24 2.00 2.79 1 .9 1.2 3 . 5 3.1 3.4 LO, — - — — 0.8 3.8 — — 3.2 tío, p o .... A l'-'o 0.27 0.18 0.19 0.20 0.31 0.49 0.29 0.50 0.36 0.10 0.35 0.36 1 . 1 1.2 0.9 1.1 0.9 Pérdida al rojo 2.61 4 . 63 5.40 5.17 4.61 4 . 68 5 . 3 0.7 3.4 3.4 1.1 311 Taiu.a VII. — Limo y locaa pampeano de la coala marítima L, i Ls Lo 3 SiO, 64 . 38 63 . 9 1 61.76 A1.0, 17.84 17.11 17.79 Fo10J 6.02 6 . 54 5 . 57 FeO 0.20 0.21 0.13 CaO 3.73 3.87 3.86 MgO 1.76 1.25 2.10 MnO. ........ 0.02 0.02 0.02 K„0 0 . 95 0.88 0.85 Na,0 2.04 1.06 1.40 TiO 0.27 0.19 0.31 PA 0.18 0.20 0.49 Pérdida al rojo 2.61 4.63 5 . 40 L, Lr> L, M 4 5 6 7 63.51 63 . 96 62 . 66 62.36 17.08 17.94 17.13 18.85 5.44 5.49 5.77 5.92 0.16 0.06 0.21 3.00 3.80 3.47 3.08 0.96 1.09 0.97 1.83 0.02 0.02 0.04 0.79 0.91 0.85 4.02 3 . 24 2.00 2.79 1 0.29 0.36 0.35 0.50 0.10 0.36 5.17 4.61 4.68 3.92 Xofa. — 1 y 6, analizados por oí doctor Enriqiio Herrero Ducloux ; 7, por el doc- tor Baile. Tahi.a VII r. — Limo y loesa pampeano del río Paraná T, 9 t4 10 B 8 a5 13 K 14 P, 15 Si O, 62.8 43.3 63.71 71 . 7 64.0 65.5 Al.O, 16.7 13.1 18.52 12.0 16.1 15.6 Fc203 5.1 3.0 5.10 5.0 5.1 6.7 FeO — — CaO 3.5 20.5 3.27 4.0 2.3 2.1 MgO 2.1 0.9 1.82 1.0 1.4 1.4 MnO — K„0 1.3 1.2 2.09 1.9 3.1 1.6 Na„0 1.9 0.6 1.82 1.4 3.5 3.1 co5 0.8 12.4 2.1 — Tío, 1.1 0.95 0.9 J .1 Pérdida al rojo. 5.3 5.0 3.42 0.5 3.4 3.4 312 Taiíi.a IX. — Limo y loens de Córdoba MC n P 1C o, 17 V 18 s¡o, 57.5 60.3 74.53 61.47 A1.0, . 19.9 17.9 11.02 17.10 i'X°3 7.1 6.2 2.95 4.86 FeO — CaO 5.7 2.5 3.40 3 . 65 MgO 2.2 3.1 0.55 2.0 Mn30, — 0.15 1 . 05 K,0 1.0 1.5 3.15 2 . 92 Na,0 1.2 3.4 1 .20 2.69 tío, 1.2 0.9 P,Os — 0.68 0 . 53 co, 3.8 3.2 ¡ 2.4 0 Pérdida al rojo.. 0.7 1.1 1 3 . 6 Taisi.a X. — Limo pampeano (Partes solubles eu 1IC1) eJ H H Tala 4 Alvear 2 ¡ J Alvear C .2 c3 GG Á 0 13 01 bío c: 'cj ! Tucará J Mil-amar ¡ V W SiO, 16.1 16.5 11.2 26 . 0 11.0 6.7 13.3 14.44 11.79 Al.O, 4.3 6 . 3 4.2 16.2 3.0 3.4 5 . 5 7.34 6.91 3.2 3.1 2.3 3.6 3.2 2.4 3.8 3.25 4 . 53 MgO 0.8 0.9 1.0 1.2 0.8 0.6 1.4 ? 1.08 CaO 1.4 20.1 3.2 1.4 1.6 3.9 1.3 0 . 79 f Na, O 0.1 0.3 0.3 3.0 0.6 0.3 0.2 ? K,0 0.5 1.3 1.4 1 .2 0.4 0.6 0.4 ? f CO, 0.8 12.5 2.1 — — 3.8 3.2 Totales . . 27.2 61.0 25 . 7 52 . 6 20 . 6 21 .7 29.1 313 Tamba XI. — Limo y loes s pampeano 1 (Partea solubles en 11C1, descontando el CaC03, el MgC03 y el FeCOa) «¡O 16.1 16.5 11.2 26.0 1P.0 6.7 13.3 14.44 11.79 A 1,0., 4.3 0.3 4.2 16.2 3.0 3.4 5.5 7.34 6.91 i'Vt 3.2 3.1 2.3 3.6 3.2 2.4 2.5 3.25 4 . 53 CaO . 0 . 5 4.3 0.6 1.4 1.6 — — 0.79 ? MgO 0.8 0.9 1.0 1.2 0.8 ? 1.08 Na.,0 0.1 0.3 0.3 3.0 0.6 0.3 0.2 ? ? K,0 0.5 1 . 3 1.4 1.2 0.4 0.6 0.4 ? ? Totales. . . . 25.5 32.7 21 .0 52.6 20.6 13.4 21.9 CaCO, 1.7 28.3 4.7 7.0 2.3 MgCO, 1.3 2.9 (?) FeCO, 1.9 (Partes solubles en NaOII) SiO, 9.3 5.2 7.8 7.5 5.4 1.2 7.9 4.76* 4.97 A1A 1.9 1.8 1.9 2.7 2.0 — 2.8 0-89 0.83 Taih.a XII. — Relaciones moleculares (A1,03 = 1) el H Tala 4 Airear 2 < O U C¿ G) Rosario 1 Malagueño : Pucará | Miramar j Baradero ; «¡O, 5 . 5 4 . 5 4.6 2.7 .6.3 3.4 4.1 3.3 2.9 A1s03 1.0 1 .0 1.0 1.0 1.0 1.0 1.0 1.0 1.0 f,o3----- 0.5 0.3 0.3 0.14 0.7 0.5 0.3 0.3 0.4 CaO 0.3 1.1 0.25 0.15 1.0 — — 0.2 0.5 MgO 0.5 0.3 0.6 0.2 0.7 — 0.4 Na. O 0.01 0.08 0.1 0.3 0.3 0.15 0.06 K,Ó 0.13 0.2 0.4 0.08 0.1 0.2 0.07 Como material de comparación lignran unos datos analíticos indicados por Linde (tablas III y IV). I)e los datos referidos vemos que existe una enorme diferencia entre 1 En el limo do Malagueño y Pucará hay un exceso do CO. sobre CaO y so puedo admitir cpic también el MgO cu estas muestras so presenta como carbonato. El exceso de CO, sobro CaO y MgO lo contamos como carbonato ferroso. * Partes solubles en la solución de Lungo y Millberg (1 °/0 NaOH, 5 °/0 Na„C03). 314 el loess de otros países y el depósito pampeano. Con una sola excepción (Tala 4), la roca pampeana es pobre en Ca0O3, o totalmente libre del mismo. La cantidad de SiO., varía entre 60 y 70 por ciento en la roca pampeana y de 60 a 87 por ciento en el loess (véase tablas de Linde). El loess típico es mucho más rico en cuarzo que la roca pampeana. En cam- bio, la roca pampeana contiene casi dos y media veces más AL03 que el loess. En las tablas de Linck tenemos para el ALG3 4 a 8 por ciento, mientras que la roca pampeana contiene 10 a 18 por ciento de AL03. Este dato revela inmediatamente una diferencia notable en el mate- rial; el óxido de aluminio puede encontrarse en ambos casos, o como componente de minerales no descompuestos (p. qj., feldespatos), o como caolín, o en estado libre hidratado (como hydrargillita). La mayor cantidad de AL03 en la roca pampeana obliga a suponer una mayor complexidad en su composición mineralógica, como así es efectivamente. El contenido en MgO varía en límites más grandes en el loess que en la roca' pampeana (de 1 hasta 8 °/u en el primer caso, de 0,5 hasta 2 °/„ en el segundo). Mientras que en el loess, MgO mayormente se encuentra, en combinación con COj, representa en la roca pampeana un componen- te de silicatos y, probablemente, también, en forma de hidrato de mag- nesio, el mineral llamado Brucita. El contenido en Fes03 es generalmente inferior en el loess que en la, roca pampeana, en cambio, contiene la última menos EeO, presentando así la roca pampeana un grado de oxidación mayor que el loess. La roca pampeana es, generalmente, más rica en Na.O que el loess. En resumen, un análisis químico permite perfectamente distinguir un loess de otros países (los datos de Linck se refieren casi exclusivamente a Alemania *) de la roca pampeana. La cantidad de Si02, ALO;l, OaO, MgO, es muy distinta es ambos casos y sobre todo consideramos muy significativo la cantidad diferente, de A1.,03. Pero también, se distingue la roca pampeana por su composi- ción mecánica del loess. Se ha considerado, con mucha razón, como ras- go típico del loess, la íineza de sus granos, efecto de su origen eólico. Ahora bien : la roca pampeana se compone de granos mucho más grue- sos que el loess. Según los análisis mecánicos de Meigen y Werling, la roca pampeana contiene de 20 a 65 por ciento granos de un diámetro 0 0,05; de 27 a 54 por ciento granos de un diámetro de 0.01-0,05; y de 14 a 39 por ciento granos de un diámetro <; 0,01. Según datos de E. Ramann a, que agregamos a, los de Keilhack, el loess 1 La denominación « loess » para la roca pampeana proviene de la comparación con el loess de Alemania. 5 Ramann, Jlodcnkundc, 1907. — 315 — contiene tan sólo 2 a, 4 por ciento de un diámetro superior de 0mm05 y ÍM) jhh- ciento de un diámetro -< 0mm05 a >Om“ül. El loess, por lo tanto, se compone, de granos más pequeños y también más uniformes (pie la roca pampeana, en la que está menos separado el material relativamente más grueso del material fino. Se distinguen microscópicamente en la roea pampeana tres compo- nentes principales : feldespatos, sobre todo plagioclasa, vidrio volcánico y cuarzo, además un material isótropo o de una débil birrefringencia, cuya naturaleza es posible reconocer tan sólo mediante su solubilidad en los ácidos. Además de los minerales indicados se reconoce también, sin necesi- dad de concentrar previamente el material, biotita, muscorita, hornblen- da, magnetita. En un material concentrado encontraron Wriglit y Fen- ner una gran variedad de minerales. Así en el material concentrado de un loess verdoso, determinaron la presencia de : Io plagioclasa (andesina y labradorita); 2o cuarzo; 3o sani- dina; 4o piroxeno (diopsido, augita y augita titanífera); 5o hornblenda; 0° vidrio con n = 1,50-1,54, de color blanco y pardo; 7o magnetita; 8o bio- tita; 9" epidota; 10° zoisita; 11° zircón; 12° turmalina; 13° titanita; 14° apatita; 15° gránate; 10° espinela (probable); 17° brucita (probable); 18° a 22° cinco minerales que no lian podido ser identificados. De mucha importancia sería determinar con exactitud la presencia de fragmentos de rocas en el depósito pampeano, lo que contribuiría a reco- nocer su origen; tenemos al respecto un solo dato de Biicking, referente a Monte Hermoso; en el limo de Monte Hermoso, Biicking encontró pe- queños rodados de andesita de 3/4 milímetros de espesor. Comparada la composición mineralógica de la roca pampeana con la del loess típico, encontramos una notable diferencia, tanto cuantitativa como cualita- tiva. La presencia de vidrio volcánico en el primer caso y su falta en el segundo, el predominio de plagioclasa sobre ortoelasa en el primer caso y el predominio de ortoelasa sobre plagioclasa en el segundo, una canti- dad menor de cuarzo en la roca pampeana, la frecuencia relativa de mi- nerales, como piroxeno, hornblenda y magnetita, más raros en el loess, todos esos son datos que permiten y tal vez obligan a no confundir la roca pampeana con el loess típico. Es cierto que las diferencias señaladas proceden también de la diferencia del material que dió origen a la roca pampeana y al loess que nos sirve de punto de comparación, pero veremos más adelante que la sola diferencia del material de origen, no basta para explicar todos los fenómenos (pie se relacionan con la roca, pampeana. Junto con los minerales no descompuestos (feldespato y otros) se en- cuentran en la roca pampeana minerales descompuestos que se pueden dividir en dos grupos: a) solubles en IIOl; b) insolubles en HG1, pero solubles H,SO(. — 3 1 (i — Cuantitativamente la parte soluble en 1 101 es superior, tal vez dos ve- ces más grande en la roca pampeana que en el loess típico Eso significa que la roca pampeana es un sedimento mucho más alterado que el loess típico y hace poco probable un origen cólico para la primera. Salvo Mala- gueño con 13,4 partes solubles en HC1 y Alvear con 53,0 partes, la roca pampeana contiene de 20 a 30 por ciento de minerales solubles en II OI. Federico Bade, en un estudio reciente ‘, admite que la parte soluble en HC1 de la roca pampeana corresponde a substancias zeolíticas amol - las del tipo de thomsonita y natrolita, basándose en las relaciones mole- culares entre Al.Oj : Si02. Es sin duda de mucha importancia el reconocimiento déla naturaleza de los minerales solubles y el ensayo, desde este punto de vista, bien explicable, pero la conclusión a que llegó el doctor Bade no nos parece acertada. Como se ve en la tabla XI I, las relaciones moleculares de A1203 : : Si02 dan valores poco semejantes y coinciden con los análisis hechos por Bade (Baradero y Miramar) tan sólo en Malagueño y Alvear 0. De importancia son, naturalmente, también las relaciones moleculares de la suma de CaO, Na,0, K2C> : ACO.,, pero en los análisis de Bade fal- tan los datos referentes a la cantidad de K20 y Na,0 solubles en HC1, lo que dificulta una interpretación exacta. Contra la suposición de la presencia de substancias zeolíticas en la roca pampeana, habla el contenido de MgO y de Fe20:l en la parte solu- ble en JI01, ambos componentes que faltan por completo en las zeolitas. El peso específico de substancias zeolíticas amorfas debería ser menor aún que el peso específico de zeolitas cristalizadas (1,9, 2,5) y eso debe- ría revelarse en la densidad total de la roca pampeana, que, según Bade, contiene hasta la cuarta parte de substancias zeolíticas. Si fuesen zeolitas los minerales solubles en HC1 deberíamos conside- rarlos como productos de descomposición de silicatos, en primer término de los feldespatos, pero tal descomposición en los feldespatos es muy escasa, no podiendo bastar para una alteración de masas tan enormes (hasta '/i de toda la roca). Las zeolitas son, a su vez, substancias que fácilmente se descomponen en substancias coloidales-areillosas, con mayor facilidad que los feldespa- tos, y su presencia, al lado de feldespatos no descompuestos, se hace poco verosímil. Las zeolitas se consideran, generalmente, como formaciones típicas de acciones termales; encuéntrase su mayor distribución en las zonas exte- riores délas rocas eruptivas o como impregnaciones en tobas volcánicas o en rocas sedimentarias, en la proximidad de rocas eruptivas. Los estudios de absorción en el suelo hicieron suponer que éste con- 43, páginas 213-255. 317 tiene silicatos hidratados, y buscando entre los minerales aquellos que demuestran una capacidad análoga, encontraron que son, en primer tér- mino, zeolitas, lo que dio motivo a hablar de componentes zeolíticos del suelo. 151 estudio del fenómeno de absorción en la i'oca pampeana fue también el motivo que llevó a Bade a la afirmación de que la roca pam- peana se compone, en buena parte, de substancias zeolíticas. Sin embar- go, de las consideraciones sobre la. absorción en la roca pampeana, se puede deducir con exactitud tan sólo que proviene de la parte soluble en IlCI, pero en cuanto a la. naturaleza zeolítica de las substancias solu- bles debe ser negada por ahora. En forma cristalizada las zeolitas, como producto de descomposición, nunca fueron constatados. «Si bajo el nombre de zeolita queremos entender minerales definidos — dice Weinschenk — y substancias cristalizadas análogamente cons- tituidas, debe insist ió se (pie nunca y en ninguna parte (subi'ayado por el autor) se han visto individuos semejantes en los productos de descom- posición, por lo tanto, tampoco en el suelo laborable; en todos los casos que estos minerales fueron constatados con seguridad, se trataba del dominio de una acción volcánica.» Sin embai'go, los fenómenos de absorción estudiados por Bade obligan a aceptar que la parte de la roca pampeana está formada de substancias hidratadas , y esta suposición se confirma con la presencia de agua en la. roca pampeana, que se elimina recién a altas temperaturas y que pode- mos considerar como agua de constitución, que pertenece, en gran parte, a las substancias solubles en HOl y en escala menor a las partes arcillo- sas insolubles en 1101, pero solubles en II2S04. ¿Cuáles son las substancias hidratadas solubles en 1101 % ¿ Qué minerales representan ? ¿ Cómo se han formado de los silicatos liiv ni'ilii'/ - V .HKiilaot'jO = ’'1 . iwiilaoigíil'I = ‘I .ihV'MlllO = J) ./tlialiiO = l) Kaxtdh. MdiiIi Hermoso. Lámina 8U X Limo pampeano, Jíio I \" , Córdoba (mesopampeano) 80 X Limo pampeano. Tandil 325 — Keidel llega, sin embargo, a la conclusión de que el loess es en gran parle verdaderamente de edad terciaria. « Es casi seguro que en la formación de las cuencas del litoral lian participado, como en los Andes, movimientos modernos. La posición profunda de una parte de los grandes mantos de rocas básicas y de for- maciones del terciario superior, descansando sobre ellas, al lado del curso inferior del río Paraná en las provincias de Corrientes y de Santa Fe, y de arcillas de la primera transgresión del terciario, que se ba exten- dido basta la parte oriental de la provincia de Córdoba y basta cerca de la Pampa central, nos da una idea de la magnitud y de la extensión de los movimientos regionales que lian encorvado el subsuelo déla Pampa. «Se puede suponer que las grandes ondulaciones de rocas antiguas que salen a la luz debajo del manto de loess en las sierras déla provincia de Buenos Aires, continuarían en los alrededores más lejanos con el mismo rumbo general, escondidos en la profundidad bajo los depósitos terres- tres modernos '. » Si Keidel se inclina a reconocer una edad terciaria a la gran parte del loess argentino, al referirse al manto del loess en las sierras de la pro- vincia de Buenos Aires, atribuye al último más bien una- edad cuater- naria. « Es muy probable que el manto compuesto por el loess en las sierras de Buenos Aires representa gran parte de la época cuaternaria 2. » Sobre el loess de la provincia de Buenos Aires liace una observación importante: «aunque la distribución originaria del loess es indepen- diente, por lo menos basta cierto grado, de las condiciones de la superfi- cie, el levantamiento cartográfico y la investigación detallada de su compo- sición muestran francamente que su posición y las formas de su superficie son determinadas principalmente por la acción del agria corriente » 3. Sería de mucho interés una investigación mineralógica y química de aquellos productos fluviales en la región de los Andes, de los que Kei- del dice que «se puede llamarlos loess con la misma razón que muchos de los depósitos denominados así en el litoral », pero ya con los datos que poseemos no parece posible afirmar que no existen motivos para lla- mar loess los productos fluviales de la región de los Andes, ni los depó- sitos denominados así en el litoral. En ambos casos se tratará muy probablemente de limo arcilloso, o arcilla, o limo laterítico. Al evitar llamar loess una roca sedimentaria, cuyo origen cólico no queda demostrado, al excluir el uso de la denomi- nación «loess» para productos fluviales, se evita la dificultad de aceptar ' 34, página 17. 2 34, página 50. 3 34, página 42, subrayado por nosotros. REV. MUS. LA PLATA. T. XXVI 23 — 326 — para el loess argentino (en su mayor parte) una edad terciaria, cuando en todo el mundo el loess es cuaternario y se considera como fósil de guía del cuaternario. Aplicación industrial de la tierra pampeana para la fabricación de alumino férrico Desde abril de 1917 se prepara en las obras sanitarias de la capital un coagulante para la depuración de las aguas del río de la Plata, empleando como material la tierra pampeana y como disolvente ácido sulfúrico Se obtiene así un sulfato de aluminio y de hierro, pero se lia adoptado para el producto el nombre de ahím ino-férrico, porque el valor real del coagulante lo determina la presencia de los óxidos. La tierra pampeana, empleada en la fabricación del coagulante, se extrae de los terrenos que poseen las obras sanitarias en San Isidro y tiene la composición química (pie indicamos en la tabla XIII. Tabi.a XIII. — Limo pampeano de San Isidro ( provincia de Buenos Aires) empleado para la fabricación de al ú mi no -férrico 20 (1) 21 (2) 22 (3) 23 (0 24 <ñ) 25 (6) 26 [11 27 [2) 28 [3| SiO, 70.58 69.40 70.74 69.62 71.98 69 . 00 70.42 71 .26 71.4 4 ai,o3 17.70 16.00 16.70 17.80 17.40 16.70 15.75 16.50 15.80 7.00 .7.00 7.00 7.00 6.70 7.20 6.95 6.90 6 . 70 CaO 2.26 2.24 2.47 2.42 1.85 3.33 2.10 2.23 2.10 MgO 1.83 1.48 1 . 54 1.51 1.26 1.94 1.92 1.74 2 . 06 SO, 0.48 0.99 0 . 65 0.79 V 0.44 0.55 0.51 0.62 Álcalis (por dif.) y pérdida 0.15 2.89 0.90 0.86 0.81 1 . 39 2.31 0.86 1.28 Pérdida por calcinación. . 2.71 3.83 3.21 2.30 2 . 90 3.28 3.45 4.16 4.71 Humedad por 100 17.85 14.24 16.89 14 . 65 16.20 18.00 15.89 16.59 15.23 Nota. — Los análisis de (I) a (6) fueron hechos por A. A. Bailo, de [1] a [3] por la comisióu de la Sociedad Química argentina. Los números 20-28 son los que comple- mentan las tablas I y II. 1 Comisión nombrada por la Sociedad Química argentina. Fabricación de alúmino- férrico en el Establecimiento Recoleta. Informe. Buenos Aires, 1020 (folleto), también en Anales de la Sociedad Científica argentina, tomo XC1, entrega I-VI, enero-junio 1021. A. A. BadO y M. L. Nkghi, Fábrica de alúmino-férrico en las obras sanitarias de la Nación (folleto), Buenos Aires, 1920. 327 Comparando estos análisis con los que figuran en las tablas I y II notamos junto con una analogía general, una cantidad menor de álcalis y otra algo mayor de óxido térrico y de óxido de magnesio, mientras que la cantidad de Ai203 es casi la misma. De la acción del ácido sulfúrico de 55-50° Beaumé sobre la tierra pam- peana a temperaturas que varían entre 90 y 119°0 durante 20 horas de reacción continua y de la disolución del alumino -férrico, mediante cuatro lavajes con agua que se agita con aire comprimido, resulta un líquido de color amarillento y opalino que contiene al rededor de 15 por ciento de sulfato de aluminio y de hierro. Concentrando el líquido se obtiene alúmino-férrico sólido de color verde claro, de sabor astringente, fácilmente soluble en el agua, proporcionan- do así una solución capaz de provocar en el agua del río de la Plata un coágulo que aprisiona la arcilla y gérmenes del agua natural y producir la formación de lacas con la materia orgánica disuelta '. Tahi.a XIV. — Composición del ahímino- férrico sólido 1 2 3 4 5 6 7 Insoluble . . . 0.72 1.31 1.20 1.70 0.55 1.08 0.508 aiso3 12.34 12.24 11.06 11.28 10.66 11.10 11.540 *X03 4.62 5.80 6.44 5.78 6.04 5.76 6.420 CaO 0.29 0.28 0.30 0.25 0.30 0.21 0.082 MgO. ...... 1.46 1.54 1.11 1.41 1.30 1.51 1.203 so3 39 . 63 40.90 39.42 39.01 40.92 39 . 62 42.002 Alcalis 1.72 0.92 1.62 0.56 0.73 0.92 0.631 H,0 ....... 39.22 37.01 38.85 40.01 39.50 39.50 37.614 Nota. — Los aníílisis de 1-6 realizados por A. A. liado. El aníílisis 7 realizado por la Comisión de la Sociedad Cientílica. El ácido sulfúrico ha disuelto sólo una mínima cantidad del óxido cálcico, otra pequeña de álcalis, mucho óxido de aluminio y de hierro y una cantidad elevada de óxido de magnesio. I, Cómo se han formado los componentes del coagulante? Es sabido que las arcillas, en general, se descomponen por el ataque con ÍI,S04, y podría pensarse que son la substancias arcillosas que sufren la descomposición, pero en el caso citado no se procede con la tierra pampeana como con las arcillas típicas; no se la somete a una calcina- ción previa antes del ataque con el ácido para obtener un resultado favo- Véase liado y Negri, página 15. 328 rabie (el máximo de rendimiento) como se hace comunmente con las arcillas. No se puede admitir por lo tanto qne el óxido de aluminio y el óxido de hierro procedan, por lo menos en sn mayor parte, de las subs- tancias arcillosas pue se encuentran en el limo. Sabemos del estudio de Bade que la tierra pampeana no contiene mucha cantidad de substancias arcillosas (Miramar 5,4; Baradero, 8,14). Parece por lo tanto más adecuado admitir que el óxido de aluminio y el óxido de hierro se encuentran en la tierra pampeana en parte en estado libre. El porcentaje de A1203, muy probablemente en forma de llidrargiUi- ta, debe ser bastante elevado, lo queso puede juzgar por el rendimiento del Establecimiento de Recoleta. GO.OOü kilogramos de tierra pampeana suministran GG47,34 kilogra- mos de óxido de aluminio y de hierro lo que equivale al 11,07 por ciento ; de ellos corresponde el 7 por ciento (aproximadamente) al AlsO, y el resto al óxido férrico. Los datos referidos confirman nuestra suposición de que la tierra pampeana sea en parte limo laterítico. En cuanto al óxido de magnesio atribuimos su elevada cantidad en el coagulante a la presencia en la tierra pampeana de hidrato de magnesio en forma de Brucita (MgO . 11,0). Conclusiones La cantidad de los estudios petroquímicos sobre la tierra pampeana no es suficiente para permitir conclusiones definitivas; hemos visto que se han estudiado tan sólo muestras de tres regiones: de Córdoba, río "Paraná y de la costa marítima. En relación a la enorme extensión que tiene el limo de la República Argentina, la parte investigada científica- mente es pequeña. De mucho interés sería someter a un estudio deta- llado las muestras obtenidas en terrenos donde el limo cubre directa- mente rocas eruptivas o esquistos cristalinos. No existe, a nuestro juicio, ninguna razón para considerarlo alóctono, transportado por la acción eólica; podría muy bien resultar que se tratara de un material descom- puesto in sita debido a un proceso laterítico. No obstante haberse hecho muchas perforaciones en el terreno de la formación pampeana, el material obtenido en esas perforaciones no fué sometido a estudios científicos y la denominación de las rocas, reducida únicamente a las observaciones macroscópicas, fué en muchos casos ba- sada en la intuición. Déla sistematización délos resultados de trabajos ya realizados se — 329 — puede, sin embargo, sacar algunas conclusiones, las que, esperamos, serán confirmadas por investigaciones posteriores. Ia La tierra pampeana, por lo general, no es « loess » en el sentido en que comúnmente se emplea esta palabra en otros países; no presenta ni la composición química, ni mineralógica de un loess típico; tampoco puede considerarse loess por su composición mecánica, ni presenta un grado análogo de descomposición al del loess típico. trincamente se podría indicar la parte de la tierra pampeana, que corresponde al loess, a base de estudios microscópicos y químicos. Suponemos que esta parte no es considerable. 2a El alto grado de descomposición de la tierra pampeana sólo puede explicarse por la acción del agua, y la roca debe considerarse como sub- acuática y no como subaérea (eólica), lo que, además, está confirmado por muchas observaciones geológicas. Decir, en los casos de indudable transporte fluvial, que se trata de «loess removido», es precisamente afirmar el hecho de la acción del agua y dejar como hipotética la acción eólica. 3a La tierra pampeana contiene laterita, lo que demuestra, en primer término, la cantidad de alúmina libre que señalan los análisis. 4a La tierra pampeana no contiene productos zeolíticos, como lo afir- ma Bade. 5a La tierra pampeana no se forma debido a procesos diagenéticos; en cambio, la formación de la tosca de «tierra cocida» y de «escoria» es debida a estos procesos. 0a La tierra pampeana no es ceniza volcánica más o menos alterada, como opina Dóring, aunque el vidrio volcánico forma uno de sus compo- nentes principales y se presentan capas de ceniza volcánica de mayor o menor espesor intercaladas en la misma. 7a A la explicación del origen do la tierra pampeana no se oponen las dificultades que señala Keilhack para la explicación del origen del loess. Su composición mineralógica y química permite considerarla como pro- ducto de descomposición de rocas eruptivas, de esquistos cristalinos y de algunas rocas sedimentarias. 8a En cuanto a la edad geológica de la tierra pampeana, bien podría ser que una gran parte de la misma, sobre todo aquella que se ha recono- cido por las perforaciones, fuese de una edad terciaria, pero la roca que allí forma el terciario no es loess eólico sino, según toda verosimilitud, arcilla, limo o marga. 9a La tierra pampeana no debería llamarse por lo general loess, sino limo y, según sus componentes, limo arcilloso, limo arenoso, limo late- rítico. — 330 BIBLIOGRAFÍA 1. Am kgiiino, F., Monte Hermoso, en Boletín de la Academia Nacional de Ciencias, Buenos Aires, 1887. 2. Amkgiiino, F., Las formaciones sedimentarias déla región litoral de Mar del Blata y Chapalmalán, en Anales del Museo Nacional de Buenos Aires, tomo X, 1909. 3. 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Roykrkto, C., Los estratos araucanos y sus fósiles, en Anales er- nal, y dice que tienen que ser más lucientes que el cretáceo superior. Es una lástima que él no baya visitado el cerro Leones, que se halla en este paraje cerca de la desembocadura del lago, de donde he traído en mi primer viaje una roca muy particular que tomé por pizarra y que resultó ser, según Welirli, una roca por fí rica. Se trata de un pórfido de masa homogénea y de estructura laminosa, que presenta el aspecto de una pizarra arcillosa y no de una roca de magma volcánico. Las láminas tienen más o menos un milímetro de es- pesor; cada lámina está cubierta de una delgada corteza amarilla, y la masa interna es más obscura. El cerro Leones está separado del cerro Carmen de Villegas por un valle; se eleva aisladamente en la pampa, es mucho más bajo que este último, y es formado por varios pliegues invertidos, replegados unos encimado otros, en forma isoelinal. Los grandes pliegues presentan una estructura arrugada, formando pe- queños pliegues secundarios, como se los observa con frecuencia en las capas pizarrosas y de gneis en los Alpes. Al lado del cerro principal hay otros más bajos, formados también de rocas porfíricas, que no presentan la estructura estratificada, sino que forman una masa homogénea de co- lor chocolate con pintas de otros colores. Como este pórfido no está es- tratificado, no se notan en él tampoco plegamientos. En el pórfido lami- noso existen también capas de algunos centímetros de espesor, atrave- sadas de poros en forma de pequeños agujeros redondos. Seguramente las dos clases de pórfido tienen su origen de un mismo magma volcánico; lo curioso es que el del cerro central haya sufrido una compresión tan intensa, que se ha plegado y arrugado, lo que debe haberse, produci- do en estado plástico del magma antes de enfriarse y consolidarse del todo. Resulta, pues, que no se trata de un plegamiento posterior a su origen, como es el caso en las capas sedimentarias plegadas, que se en- cuentran a corta distancia en la misma pampa. No me ha sido posible averiguar si se trata de pórfido de edad cretácea o terciaria, porque la zona de contacto con los depósitos sedimentarios y con los del ce- rro de Carmen de Villegas se halla cubierta de rodados glaciales. En este último cerro hay rocas porfíricas, principalmente tobas y brechas de la formación de arenisca roja cretácea muy desarrollada a ambos lados del Limay superior, pero también rocas efusivas basálticas que Rapport préliminairc, etc., en Revista del Muevo de La Ríala, tomo IX, 1809. 339 — puedan ser terciarias, porque se hallan encima de las capag cretáceas. Las capas sedimentarias (pie afloran en la gran pampa del campo del general Berna! ', se componen principalmente de arenisca y estratos ar- cillosos que contienen mucho material volcánico. En estos depósitos se notan algunas capas no muy espesas, de color muy blanco, que tienen el aspecto de creta, y más al sur he encontrado en ellas pequeños caracoles y conchillas de agua dulce. * ^ Estos estratos contienen impresiones de plantas, que remití con las encontradas en otras localidades al doctor Kurtz de Córdoba para su de- 1 , terminación, y Kurtz me ha escrito asegurándome que se trata de una ilora de aspecto mioceno. Esta determinación me parece acertada. En muchas partes lie visto estas capas sedimentarias en posición primitiva horizontal, en forma discordante encima de la toba gris con mamíferos fósiles de la formación patagónica. En la pampa del campo del general Berna! se hallan en posición dis- locada; parece que forman una isoclina! parada, en que los arcos anti- clinales han desaparecido por la erosión y los arcos sinclinales no se ven por encontrarse a mayores profundidades. Estos depósitos afloran sola- mente en algunas localidades; generalmente están cubiertos de rodados glaciales. En una colina que se encuentra antes de llegar a la casa de negocio de San Garlos, he notado encima de las capas dislocadas otros depósitos lacustres en posición horizontal. Se hace muy difícil el estu- dio geológico en estos parajes a causa del material suelto y de la vege- tación. En la colina, que se extiende de San Carlos hasta el arroyo Gutiérrez y la que tiene más de 1000 metros de altura % hay también capas sedi- mentarias en posición perturbada, pero las dislocaciones presentan otro carácter que en la pampa Berna!. No se notan en ellas plcgamientos anticlinales ; las inclinaciones son muy irregulares y se ve que han sido producidas por las rocas volcáni- cas, que han atravesado los depósitos sedimentarios. Es en esta colina en la que Wehrli encuentra que el granito alterna con capas sedi- mentarias. A uno o dos kilómetros de la casa de negocio de San Carlos aflora en la orilla del lago una roca muy particular de color gris amari- llento claro. A primera vista se podría creer que se trata de piedras litográficas. Ella es muy dura y forma bancos con distinta estructura; hay capas compuestas de sedimentos muy finos y homogéneos, que al- ternan con otras que a primera vista parecen ser una arenisca de color gris. Resulta, empero, que no está formada de granos de arena, sino que 1 Esto campo so conoco hoy con ol nombro do San Ramón. 5 Este cerro figura eu los mapas actuales con el nombre de cerro Otto u Ottoshoelic. 340 — so trata de .una acumulación de materiales volcánicos; lo mismo que en los bancos que se asemejan a roca arcillosa y los que se componen de ceniza volcánica muy lina. No cabe duda que constituyen una acumula- ción de detrito volcánico como la toba, pero silicificado y por esta ra- zón la roca es tan dura. Se encuentran en estos depósitos impresiones de vegetales y de troncos de árboles petrificados, de los que algunos están carbonizados. Es la primera vez que be visto carbón silicificado. Estas capas se encuentran en posición ligeramente inclinada en forma de una monoclinal, pero no se observan en ellas flexuras. Un poco más arriba aflora granito en muchas partes. Debo hacer presente que con esta denominación señalo todas las ro- cas del grupo de grano-dioritas y con la de pórfido toda la serie de rocas porfíricas de origen efusivo, como también la toba maciza y brechas, cuando la masa que une los fragmentos, es porfírica; y cuando hablo de roca de estructura basáltica, entiendo toda la serie de roca efusiva mo- derna, como son : el basalto, andesita, traquita, etc. Las muestras de ro- cas que coleccioné, tienen que ser determinadas por un petrógrafo. Encima del granito se observa en algunas partes capas do conglome- rados, areniscas y estratos arcillosos; estos últimos contienen también plantas fósiles, pero tan mal conservadas que no se las puede determi- nar. En ellas no he hallado madera petrificada, la que abunda en los de- pósitos inferiores. Creo que se trata de sedimentos más recientes que los que se encuentran abajo. En los conglomerados faltan los rodados de roca granítica, lo que es muy significativo. En los depósitos sedimentarios del terciario superior y sobretodo en los depósitos glaciales abundan estas rocas graníticas, así como otras neovolcánicas. Este hecho indica que los sedimentos arriba mencionados son más an- tiguos que el granito que forma los macizos de la cordillera central. Por el lado del puerto Moreno he encontrado en considerable altura, antes de llegar a la cumbre, en una roca efusiva de color obscuro y de estructura porfírica, moldes de moluscos marinos. Es claro, que son mal conservados y deformados. He coleccionado algunos de los que quizá puede determinarse el género. Es la primera vez que he visto un yaci- miento marino tan retirado de la costa atlántica y no está excluido que sean moluscos del Pacífico; seguramente son terciarios 1 En marzo ilo 1922 lie visitado otro yacimiento marino, encontrado por el señor Iluber, que vivo en la Playa Bonita y quien tuvo la amabilidad de acompañarnos al señor Schiller y a mí. Esto yacimiento se halla también casi en la cumbre del ce- rro Otto, en el quo abundan los moldes de moluscos y hemos coleccionado ejempla- res (pío so pueden determinar. A juzgar por su carácter general, parece que se traía — 341 — Las faldas de estas sierras están cubiertas de materiales sueltos y de espesos montes, por cuya razón los depósitos sedimentarios y las rocas volcánicas afloran en pocas partes, y no se ve el contacto de unos con otros. Sin embargo, en la forma como alternan las dos clases de rocas, no deja lugar a duda que el granito ba atravesado las capas tobíferas (pie se hallan en la base y que se pierden debajo de las aguas del lago, de manera que el granito resulta más reciente. Así lo ha interpretado tam- bién el doctor Welirli. Desde la cumbre se divisa en dirección sur otras sierras más altas, separadas por un ancho valle, que comunica con la depresión en que co- rre el arroyo Gutiérrez, y con la pampa de Bernal. Este valle formaba antes un brazo del lago Nahuel Huapí, hoy rellenado de sedimentos. En aquellas sierras se observa de lejos un arco que parece corres- ponder a un pliegue anticlinal. Como tuve interés de practicar investi- gaciones en la península San Pedro, mandé a Carlos Habegger a buscar algunas muestras, habiéndole indicado los puntos donde debía sacarlas. Kesulta que aquellas sierras están formadas en gran parte de granitos, pero que el arco se compone de una roca gris de estructura no del todo cristalina; hay cristales bien formados en un magma homogéneo del mismo color. En la península San Pedro, al noroeste entre Puerto Moreno y el Brazo de la Tristeza llama mucho la atención un cerro cónico. Por su formase podría creer a primera vista que se tratara de un volcán re- ciente, resultando empero que ha adquirido esta forma por efecto de denudación. En la precordillera se observa con bastante frecuencia esta clase de denudaciones. El cerro Perro, antes de llegar a Junín de los Andes, parece también un volcán moderno, lo mismo que el cerro Pico Quemado. 151 cerro cónico en la península está formado de rocas de magma efu- sivo; el material detrítico, que arrojan los volcanes y que forma sus conos, falta por completo. En su base aflora el granito. La masa fundamental de las serranías en los alrededores del lago Jahuel Huapí es granito. En la península, por el lado norte, donde pe- netra el brazo Huemul, predomina también esta roca. El cerro Chileno, (pie se eleva bruscamente del lago, a gran altura, está formado do gneis- granito. En un viaje por la Patagonia en el año 1892, antes de entrar al ser- de una fauna contemporánea con la do la formación patagónica, si bien que faltan lasOstreas, que abundan en aquellos depósitos. Los moldes so encuentran en una ro- ca porfírica de colores obscuro y amarillo ; encima hay pórfido laminoso como el del cerro Leones y todo indica que éste os contemporáneo a la fauna, e$ decir, que los moluscos lian sido envueltos en el magma en estado fresco. — 342 — vicio del Museo, lie observado en las colinas al sudeste del lago Naliuel Huapí, en una gran bajada al cañadón Comallo, en medio de rocas gra- níticas, bancos de gneis bien esquistoso de poco espesor. En esta región la toba gris con restos de mamíferos característicos de la formación patagónica es muy desarrollada. En muchas partes de estos depósitos adora granito en niveles más altos que la toba, y me parecía que lian atravesado a este sedimento. En aquel tiempo empero todos los geó- logos consideraban el granito y el gneis rocas muy antiguas. Supuse entonces que estas rocas formasen parte de un sistema de sierras anti- guas, como las que hay en la provincia de Buenos Aires, muy denu- dadas, con cumbres que sobresalen de los depósitos más recientes, y que estas capas se hayan depositado en las quebradas y valles, pero no me explicaba cómo el granito viniese a quedar en algunas partes en- cima de tobas terciarias. Ahora que conozco la cordillera central y que lie visto que el magma, que dió origen al granito y a otras rocas volcánicas efusivas, de que están formadas las montañas en la cordillera, lia atravesado los depósitos sedi- mentarios del terciario inferior, me explico las interposiciones de gra- nito en la masa de toba gris en la región de Comallo, y resulta que el gneis es también una roca neógena. Referente al origen del lago Nahuel Huapí puedo asegurar que no se formó por efecto de erosión glacial, como se supone. Esta gran cuenca con sus numerosos brazos, ensenadas, penínsulas e islas, es de origen tectónico del tiempo terciario inferior, es decir, se lia forma- do en hendeduras volcánicas. Antes era de mayor extensión; en ella se han depositado las capas lacustres de edad pliocena, las que se ob- servan en las partes que han quedado en seco. En tiempos glaciales estaba helada, y el hielo transportaba el detrito afuera de la cordillera ', obstruyendo el antiguo desagüe que se encontraba más al sur. Recién después del deshielo se abrió la angosta salida del actual río Limay que desagotó parcialmente el lago. En la pampa que se extiende hasta la angostura, donde se hallaba antes el fortín Chacabuco, se observa dos altas terrazas que forman parte del antiguo fondo del lago, que se ha rellenado de estratos la- custres pliocenos y de rodados glaciales. En este último viaje me he convencido que la alta cordillera en esta región se ha formado por acciones volcánicas y no por compresiones tangenciales, las que ple- * Para el lector que no conoce el régimen de los glaciares diré : Que los glaciares no forman una masa de hielo sólido sin movimiento, sino tanto el de los ventis- queros en las montañas, como el de las llanuras y on el mar, están en continuo movimiento y corren con mayor o menor lentitud. Los ventisqueros que bajan de las sierras forman ríos de hielo con diferentes corrientes; en el centro, por lo ge- neral, se mueve con mayor velocidad que en las orillas. — 343 garon las capas sedimentarias unas encima de otras, como se admite para el origen do los Alpes. El doctor Wclirli, como el doctor Bnrckhardt, se lian equivocado al comparar la tectónica de la cordillera con la de los Alpes. Como se verá más adelante, la cordillera central, donde existen las montañas más altas, está formada de rocas de magma vol- cánico y las capas sedimentarias plegadas son muy raras. El magma que surgía del interior de la tierra y que ha dado origen a los altos macizos, lia ocasionado hundimientos en el terreno, formán- dose las grandes depresiones y los angostos brazos que cruzan la cor- dillera en todas direcciones. Es a la acción volcánica que la cuenca del lago Nahuel Huapí debe su origen y no al hielo. Admito que la acción glacial lia contribuido en su forma actual, como ha contribuido también en el modelado del relieve actual de las sierras, pero la gran cuenca, como los angostos brazos son tectónicos. Mientras que en los Alpes muchos de los grandes valles se han abierto por la erosión durante el plegamiento de las capas sedimentarias y gran parte de los lagos se for- maron recién en tiempos postglaciales, las depresiones en la cordillera son en gran parte de origen volcánico, y los lagos se formaron en ellas en tiempos terciarios; muchos de ellos se desagotaron por completo, como se verá más adelante, y otros parcialmente én tiempos postgla- ciales. El Tronador constituye el macizo central de una zona eruptiva, del que se desprenden, en forma radial, cordones y grujios de montañas más bajos. En la base de todos los cerros, tanto en los más antiguos como en los volcanes que todavía están en actividad, afloran rocas gra- níticas; en la j>arte superior predominan las rocas de estructura por- fírica y basáltica, acomj>añadas de brechas y materiales detríticos. El magma, que ha dado origen al granito y a las otras rocas efusivas no está consolidado del todo en mayores honduras y produce todavía, del lado del Pacífico, en el presente tiempo erupciones, mientras que en la parte de la República Argentina no hay ningún volcán en actividad. En el cordón noroeste, que se desprende del Tronador y se extiende hasta el lago Llanquihue, hay dos volcanes actuales : Osoruo y Cal- buco, los que en tiempos postglaciales han estado en actividad. Los lagos Todos los Santos y Llanquihue so formaron en una depresión tectónica y estaban antes unidos. Una corriente de lava que bajó del Osorno, no solamente ha interrumpido la comunicación de los dos lagos sino ha rellenado una parte de ellos, y se ve que lava muy reciente se jn'erde bajo el agua. Esta corriente de lava ha motivado que el nivel del Todos los Santos se halla cien metros más alto que él del Llanquihue y que el río Petrolme desagua directamente al seno Reloncaví. Los dos lagos no han estado nunca directamente en comunicación con el Pa- cífico, a pesar de que existen depresiones en que estrechos del mar entran 344 al interior de las serranías y uno «le ellos se junta casi con el brazo Cay uta e del Todos los Santos. Todas estas depresiones son de origen vol- cánico, relativamente reciente y no glacial, y el hielo ha modificado úni- camente los contornos,, De un proceso volcánico análogo se lia formado el lago Nuliuel Iluapí en el tiempo terciarlo (véase la lám. VIII). Saliendo «leí lago Nahuel Iluapí para Corral Foyel se atraviesa la- pampa de Bernal, que formaba untes una parte del lago, la que se lia rellenado de estratos lacustres y de rodados glaciales. Hemos tenido que pasar por varios cordones bastante altos, formados de detritos gla- ciales. Aquéllos no presentan el carácter de verdaderas morainas ter- minales; se trata de una acumulación de rodados como los depositan los grandes ríos, formados por torrentes, que salen de los ventisqueros. En estos cordones faltan los grandes cantos erráticos, en cambio se encuentra enormes bloques de granito en la falda de una colina de más de 1200 metros de altura, que existe antes de llegar al río Curnleufú La depresión en que se halla la pampa de Bernal, puede tener unos 30. kilómetros de ancho y llega hasta cerca del cerro Pico Quemado. Las serranías en su alrededor están formadas, en su mayor parte, de rocas volcánicas efusivas, de tobas y de brechas. En una distancia de menos de una legua que lie bordeado el río Nirihuau, lie observado en varias partes capas sedimentarias lacustres, que presentan un ligero declive en dirección a la depresión, pero parece que no se trata de una dislocación posterior a ¡a sedimentación sino de un fenómeno cstrati- gráfieo. Las capas han sido depositadas contra la falda de una colina, y es por esto que presentan un declive; en su parte superior hay es- tratos en posición casi horizontal. En cambio, en la colina que separa esta pampa de otra depresión, por donde corre el río’Guruleufú, las capas sedimentarias se encuentran en una posición casi vertical. A primera vista podría creerse que se tratara de un sistema isoclinal, formado de varios pliegues anticlinales normales; resulta empero que el ángulo de declive de todas las capas es ligeramente convergente al eje de los pliegues. En los isoclinales parados, formados por pliegues nor- males, el declive es convergente en la parte smelinal del eje del pliegue. No puede tratarse sino de pliegues en forma de abanico, en que los arcos superiores han desaparecido por efecto de erosión y los inferiores no añoran. La colina ha sido muy denudada, probablemente por acción glacial, y está cubierta de depósitos glaciales con cantos erráticos. Un poco más abajo de la cumbre hay unas barrancas compuestas de sedi- mentos homogéneos, que en color y estructura son semejantes al loess pampeano y que presentan efectos curiosos de erosión. * En los mapas más recientes se señala con el nombro de Pichileufú. 345 Antes de llegar al río Curuleufú liemos tenido que pasar por arriba de una alta colina, formada de una moraina. Seguimos este río, que cerca del cerro Colorado se divide en dos brazos. El principal dobla al sur y nace en altas sierras nevadas, y el otro nace en una pequeña pampa que se baila al pie del cerro Colorado y la que forma una división de las aguas continentales. So trata de una depresión tectónica, que está en comunicación con los valles de los ríos Curuleufú y Villegas. La pampa es pantanosa, con varias lagunas, en que nace un afluente del Curuleufú y varios pequeños arro- yos, que se unen con un afluente principal del Villegas. Este baja por una quebrada que separa el ceri'o Colorado de un cordón de altas mon- tañas que se extienden en el lado norte hasta el río Manso. La pampa era todavía en tiempo postglacial un pequeño lago. Donde termina la pampa, el afluente del río Villegas pasa por una estrecha garganta, y hay que faldear la sierra de la izquierda, subiendo a unos 1450 metros. La bajada es muy rápida, y se ve que la pampa forma un antiguo fondo de lago; las capas presentan la característica estratificación cruciforme de los depósitos lacustres. En menos de dos leguas el río desciende cerca de 300 metros. Según mis observaciones barométricas, la pampa se halla a una altu- ra de 1140 metros y el valle de Villegas a 800. Cerca de la bajada el río recibe otro afluente, que sale de una quebrada que desciende de las altas sierras nevadas. Desde este punto el río corre por un valle transversal ala cordillera Central y recibe varios otros afluentes de menor importancia que bajan de las sierras. El valle es de origen tectónico, a pesar de ser muy estrecho; tiene menos de 1 legua do ancho por 7 a 8 leguas de largo con dirección sud- este. Las faldas de las sierras son muy empinadas, cubiertas de espesos montes hasta casi la cumbre, lo mismo que el valle, y hemos tenido que cruzar el río catorce veces. Los montes dificultan mucho las investiga- ciones geológicas. Por lo que he podido ver al pasar, estos macizos están formados principalmente de una roca de magma gris claro, de estructura granítica, la que alterna con otras rocas semicristalinas del mismo color, en que los cristales bien formados están en una masa aparentemente amorfa, como es el caso en la roca porfírica de color amarillento. Rocas obscuras basálticas no he visto en la base de la montaña, pero encontré algunas en los rodados de transporte en el valle, provenientes de las cumbres. Tampoco observé capas sedimentarias como las que se hallan bajo el granito en las sierras del lago Nahuel Huapí. IJe visto solamente depósitos postglaciales en las faldas y en los desfiladeros. En la baso de las montañas se ven a veces capas sedimentarias depositadas con- — 346 — tra el granito en posición horizontal, que puedan ser de edad pliocena. En el curso inferior del río Villegas el valle está obstruido por coli- nas y mesetas ; el río se ha abierto una estrecha pero muy profunda garganta, de manera que no se puede seguir su curso. Después de cruzar un cordón compuesto de rodados de unos 40 me- tros de altura, el camino sube a una ancha meseta, y antes de llegar a la depresión del valle del río Manso hay que pasar varias otras mesetas más bajas. La meseta principal se halla en el centro de la depresión, la que puede tener aproximadamente la misma altura que la pampa, donde na- cen el río Villegas y el Curuleufú. En este lugar bifurcan varios valles en forma parecida a los brazos dellago Nahuel iluapí. (Jno de ellos for- ma el valle de Villegas, otro toma, la dirección a Corral Foyel y se une con el valle Nuevo, un tercero se dirige a los lagos Steffen, Martín, Mas- cardi, etc. La meseta más grande está cubierta de espesos montes, y en el llano existen varias lagunas, cuyas aguas tienen el aspecto de leche cuajada, pero en vez de ser de color blanco, es pardo. Me llamó la atención que al pasar con la tropa, el agua se cortaba como suero. Al examinarla con el lente, resulta ser una masa gelatinosa, proveniente de la descomposi- ción de vegetales y no de arcilla; si se secaran las lagunas por completo, se formarían estratos de una especie de carbón pardo reciente. En la parte superior hay capas de guijarros y de tierras aluviales finas, en la inferior predominan los estratos arcillosos y arenosos lacustres que, en los lugares donde los he visto, conservan la posición horizontal. El río Villegas ha abierto su angosto cauce a través de la meseta y desciende cerca de 400 metros en una distancia de unos 15 kilómetros. Según mis observaciones, en los dos aneroides, el valle, antes de entrar el río en la garganta, tiene una altura de 840 metros, y donde sale, 400. Nosotros entramos en el brazo de la depresión que va en dirección a Corral Foyel, siguiendo el curso de un afluente del río Manso. El camino faldea las altas sierras que se hallan al sudoeste de este curso. En la base de las faldas de estas montañas hay una arenisca tobífera de color obscuro, que no es común en la arenisca. Las capas se encuen- tran en posición perturbada, y se nota que las dislocaciones han sido producidas por el magma volcánico, que dió origen a las altas sierras vecinas. No se observa un plegamiento en forma isoclinal como es el caso en la pampa de Bernal de la región del lago Nahuel Iluapí, donde las capas corren con nimbo fijo. En dichas sierras cambian el rumbo y el declive a corta distancia, en una tienen una dirección paralela al valle y en otra casi transversal. No presentan tampoco el carácter de pliegues invertidos, puestos unos encima de otros, y no se observan arcos anticli- nales, ni sinclinales. Mientras que en la pampa de Bernal las capas sedi- mentarias parecen comprimidas lateralmente, aquí están arrastradas ha- — 347 cía arriba por el magma, si bien que no se observan flexuras. A fin de poder decir algo seguro sobre su tectónica, hay que practicar estudios más detallados en toda la región y poseer un mapa exacto y de mayor escala que el mío. Aproximadamente una legua antes de llegar al puesto de Corral Fo- yel, encontré en la orilla del río un yacimiento marino; los fósiles se ha- llan en la misma clase de arenisca t obífera obscura, que tiene el aspecto de ser metamorflzada, y las capas están dislocadas. He coleccionado mu- chos moluscos que se pueden determinar; en su carácter general la fau- na es algo semejante a la de la formación patagónica, pero me llamó mucho la atención la falta completa de las ostras grandes, que son tan abundantes en las capas marinas del litoral atlántico, tanto en el hori- zonte entrerriano como patagónico. Creo que se trate de un yacimiento fosilífero terciario inferior y no cretáceo, al menos no hay Amonitas, ni tampoco encontré la Gryphaea y la Ostrea que caracterizan la fauna de ltoca en el Río Negro, y a la que el doctor Burckhardt considera cretá- ceo superior. Es muy probable que se trate de una fauna terciaria inferior del Pa- cífico ', pues no es admisible que una transgresión del Atlántico haya llegado en tiempos terciarios hasta la cordillera Central, puesto que la toba gris patagónica en la región subandina es de origen terrestre. La presencia de fósiles marinos atlánticos en Corral Foyel se podría expli- car únicamente admitiendo que las capas se hubieran depositado en un estrecho como el de Magallanes, que atraviesa todo el continente, y en tal caso la fauna estaría mezclada de tipos atlánticos y pacíficos. Lo se- guro es que la sedimentación fué anterior a la formación de la cordille- ra, pues las capas presentan una monoclinal, levantadas por el magma volcánico. ' Estando el presente trabajo listo para la imprenta, recibo una publicación de la Dirección general de minas, geología o hidrología de la Nación. Boletín, número 28, serio 13, 1922. Apuntes geológicos sobre los hallazgos de carbón al sur del lago Nahv.cl Huapí, por el doctor Juan Rassmuss. Parece que él lia visitado el mismo yacimien- to marino que yo he descubierto en el año 1898 en Corral Foyel. Él lo considera do edad «Senoniano», diciondo que la fauua es muy parecida a la descrita por Wilc- kens, do la Patagonia austral. Si esto fuera cierto, resultaría más antigua quo la del piso rocanense, lo que seguramente no es el caso. Él habla también de granito antiguo, quo supone haber visto en varias localida- des ; esto es otro error. En el vallo del río Chubut que menciona, no asoma en nin- guna parte granito quo puedo ser do edad paleozoica. El magma, quo ha dado origen a esta roca ha dislocado en la cordillera al sur del lago Nnhnol Iluapí capas sedimentarias terciarias, y en el río Chubut superior existo un dique do granito quo atraviesa capas porfíricas, quo a lo sumo puedan sor cre- táceo superior (véaso lám. IIJ). Granito quo acompaña la gran serie do rocas porfí- ricas mesozoicas, he visto únicamente en la región tabular, al este de la cordillera. — 348 Hicimos campamento en el puesto Corral Foyel para practicar inves- tigaciones en las serranías vecinas y para intentar de llegar de este lado a las altas cumbres, donde nacen los afluentes de los ríos Manso y üliubut. El puestero me diio que en una barranca del río existía una mina de carbón, y al día siguiente fui a visitarla. Él me acompañó, y para llegar al sitio de la mina, tuvimos que escalar una alta meseta que está en me- dio de la depresión cubierta de monte, y siguiendo una senda, llegamos a una barranca muy a pique, la que desciende directamente al río muy correntoso. La supuesta mina, a la que el puestero daba tanta importan- cia y que casi no me quiso mostrar, temiendo de perder su derecho de descubridor, no es explotable. Se trata de lignita que se baila en un de- pósito limoso, situado en la mitad de altura de ¡a barranca. En la base existe una toba arcillosa de color gris que contiene moluscos marinos y seguramente pertenece al mismo yacimiento que el que está más abajo del valle, en la arenisca obscura, si bien que las capas están en posición casi horizontal. En la parte superior de la barranca predominan los estratos biliosos lacustres y de guijarros, como es el caso también en la meseta del río Villegas. Intenté subirá las cumbres délas altas sierras nevadas por la quebrada en que corre este afluente del río Manso, y resolví hacerlo a pie, acompa- ñado de dos hombres, llevando poca provisión. Cruzamos algunas mesetas y colinas cubiertas de espeso monte en que las vacas han abierto sendas, y llegamos sin mayor dificultad hasta la quebrada adentro. Faldeando el curso del río alcanzamos a subir una buena distancia hasta dar con una pared casi perpendicular, y a causa de la fuerte corriente no se pudo caminar en el mismo río. Todas las faldas de la montaña están cubiertas de tupido monte bajo, y en vista de que sin abrir picada no era posible llegar a la cumbre, resolví regresar al campamento. El mismo resultado negativo tuvo mi tentativa de llegar a las cum- bres, siguiendo el curso del río Foyel. Éste baja por otra quebrada de la misma sierra, pero al entrar a la depresión toma su curso por el lado oeste de la sierra, donde existen las mencionadas areniscas. En esta par- te de la depresión hay también numerosas altas mesetas y colinas, com- puestas de estratos lacustres. Me llamó la atención que en ellas falta el material glacial o por lo menos es escaso, pero existen depósitos postglaciales. Las grandes mo- rainas se encuentran recién donde la depresión comunica con la pampa de Maitén. En la región oeste y sudoeste del lago Nahucl Huapí se observan dos sistemas orogenéticos; uno forma las altas serranías con potentes ven- tisqueros, compuestas principalmente de agrupaciones de macizos de rocas volcánicas, y el otro se constituye de mesetas y colinas más bajas, 349 — compuestas de sedimentos en su gran parte lacustres, los que se hallan en las depresiones. Por las investigaciones que he podido practicar en tan corto tiempo, he llegado a las conclusiones siguientes: Que la cordillera central, al sudoeste del lago Nahuel Iluapí, se ha formado de magma volcánico en el tiempo terciario, que al consolidarse ha adquirido diferentes estruc- turas, y que los depósitos sedimentarios de origen marino y terrestre dis- locados que se observan en la base de las montañas, son insignificantes en comparación con las rocas volcánicas. Las erupciones que dieron origen a estas rocas, son posteriores a la sedimentación de las-capas estratificadas tobíferas dislocadas, y anterio- res a los estratos lacustres en posición horizontal. La acción, que ha dis- locado las capas sedimentarias no ha sido tangencial, sino fué produci- da por el magma, que en parte las sepultó y las arrastró arriba y en parte ¡as metamoríizó de tal manera que han tomado la estructura de las rocas volcánicas, como lo demuestran las rocas efusivas con moldes do moluscos marinos, que no se diferencian, ni en estructura, ni en color de las rocas porfíricas y basálticas. El magma, que surgió del interior de la tierra, ocasionó hundimientos, produciendo grandes depresiones y «angostos valles. En ellos se formaron numerosos lagos, que comunicaban unos con otros por estrechos, como se observa actualmente en el litoral del Pacífico. En éstos se depositaron los estratos lacustres que constitu- yen las actuales mesetas y colinas. La parte superior del curso del río Manso, donde recibe numerosos afluentes, formaba el centro de una de las grandes depresiones, y dé ella se ramificaron los estrechos que comunicaron con los lagos y que forman actualmente ¡os valles en que corren los ríos. En tiempos pliocenos uno de los estrechos se unía por Corral Foyel con la depresión del Valle Nuevo, el que a su vez se ligaba con la de- presión que existe en la pampa de Maltón. Otro estrecho comunicaba en dirección norte con los lagos Menéndez, Mascardi, Gutiérrez y Nahuel Huapí, al oeste con los de Vidal Górniaz, Hess y Fonck, y hacia el sud- oeste con los lagos Stefí'en y Martín. Todas estas cuencas y los estrechos son de origen volcánico, como los senos y estrechos del Pacífico, y se distinguen bien de ¡as quebradas de erosión, que bajan de las altas serranías. Se entiende que simultánea- mente que se formaron los macizos de rocas volcánicas hubo una gran actividad de denudación, y en los parajes, .donde descendían fuertes corrientes de las montañas, la sedimentación fué muy activa, lo que explica la presencia de mesetas formadas de estratos lacustres en las depresiones, que representan los antiguos fondos de los lagos. Las altas montañas formaron en aquel tiempo penínsulas o islas más o me- nos grandes, iguales a ¡as sierras que se elevan en los senos del Pacífico. KEV. MUSEO LA PLATA. — T. XXVI 25 350 En muchas de las penínsulas e islas ha habido lagos, algunos en un nivel más alto que los lagos principales. En el lago Nahuel Huapí exis- ten en la isla Victoria y en la península San Pedro pequeños lagos en un nivel más alto que el lago y sus brazos. Si la salida por el Limay se ahondara 400 metros, el fondo del lago presentaría en una pequeña es- cala una comarca análoga a la cordillera central, en la cuenca superior del río Manso. En las partes más hondas se conservarían lagos, y los brazos menos hondos formarían valles, en que correrían ríos y arroyos. El río Manso, que ha desagotado parcialmente los antiguos lagos que en tiempos glaciales existían en la cordillera Central, ahondó su cauce más de 400 metros, como lo demuestran las angostas gargantas por don- de corren sus afluentes. En la suposición de que el lago Nalniel Huapí se desagotara en la for- ma mencionada, habría valles en nivel más bajo que el del río Villegas, el que por su configuración longitudinal presenta un aspecto análogo al Brazo de la Tristeza. La pampa al pie del cerro Colorado representa el fondo de un pequeño lago, como los hay en la península San Pedro, que pueden vadearse, en partes, a caballo (véase la lám. VIH). Como acabo de demostrar, la cuenca superior del río Manso formaba en tiempo plioceno el centro de un enorme lago, del que se ramificaban estrechos, que llegaban hasta la precordillera Oriental. Durante el tiempo glacial toda la cordillera Central formaba un maí- do hielo continental, como es el caso actualmente en el sur del lago Bue- nos Aires, y todo indica que el movimiento del hielo ha sido en dirección oriental. Es en este lado de la cordillera que se observan las grandes morainas terminales, de las cuales los ríos transportaron los rodados fluvioglaciales a la región tabular hasta la costa atlántica. Recién en tiempos postglaciales el río Manso se abrió paso a través de la cordillera Central, y entonces comenzaron a desagotarse los grandes lagos por el lado del Pacífico, conservándose en las partes más profundas algunos, como sor : Mascardi, Guillermo, Stellén, Martín, Hess, Vidal Górmaz, etc., los que se hallan en la depresión noroeste de la cuenca central del río Manso. El gran lago que existía en la depresión del va- lle Nuevo, se ha desagotado casi por completo, quedando el lago Escon- dido y otros más pequeños, los que son más bien lagunas. Las corrientes que bajaron de las altas sierras y desaguaron antes en los lagos, se abrieron cauces en los antiguos fondos, formando las an- gostas gargantas, que son todas postglaciales, algunas de ellas muy re- cientes. Los ríos forman su Thalweg, y recién ahora principian a ensan- char lateralmente los cauces. Lo cierto es que estos lagos, en tiempo terciario, han tenido sus desagües al Atlántico. En vista de que no me fué posible cumplir las instrucciones de explo- rar del lado occidental las nacientes de los ríos Eoyel y Cliubut, trasla- •— 351 — dé nuevauiente el campamento al ])ie del cerro Colorado para ver bí hubiese posibilidad de subir en esta parte a las cumbres del grupo de macizos, donde nacen, no solamente los dos mencionados ríos, sino tam- bién afluentes del Villegas y Curuleufú. Para orientarme ascendí primeramente el cerro Colorado, desde don- de noté que la parte superior de las serranías del lado sudoeste está des- provista. de monte, pero que las cumbres son muy accidentadas, forman- do crestas aginias parecidas a dientes de serrucho, y que no existen pla- nicies como las que hay al este del lago Naliuel Iluapí. Desde la cumbre del cerro Colorado se goza do un grandioso panora- ma. Se divisa la región tabular y las altas serranías con sus ventisqueros del lado sudoeste; el macizo del Tronador domina toda la zona volcánica? y se alcanza a distinguir el volcán Osorno, el que sobresale en forma de cono a las montañas en el noroeste, y también se ve una parte del lago Nahuel Huapí. Allí arriba puede uno darse cuenta de la construcción de la cordillera; se observa bien claramente que ella no forma cadenas, que corren paralelas, como es el caso en los Alpes, sino agrupaciones de ma- cizos, separados unos de otros por depresiones tectónicas, las que son muy distintas a las quebradas de erosión. Los lagos Gutiérrez, Mascar - di, Martín, Steffen, etc., que se encuentran más aproximados al cerro Colorado que el Nahuel Huapí, no se ven porque están en hondas de- presiones de la cordillera Central. He tomado una vista fotográfica de todo el horizonte y envió a Lon- dres los clichés, adjuntando una copia con las indicaciones inherentes (véase la lám. I). Podrá así formarse por ella un juicio exacto de la construcción oroge- nétiea de la cordillera Central, y se verá que es completamente dife- rente a las montañas tabulares de la zona subandina '. El cerro Colorado que tiene, según mis observaciones barométricas, una altura de 2220 metros, presenta una forma semicónica, más o menos aislada. Por el lado este está separado del cordón de altas montañas, en que nace el río Cliubut, por la depresión en que se baílala pequeña pam- pa y el valle superior de los ríos Curuleufú y Villegas; por el costado sur y sudoeste por un valle, o mejor dicho gran quebrada, en que corre un afluente del río Villegas; solamente en la parte noroeste se une con el 1 Existiendo muchos cordones y macizos aún sin denominaciones, lio dado en el mapa a los más importantes los siguientes nombres : un cordón he dedicado al doctor Amancio Alcorta, quien, siendo ministro de Rolaciones exteriores, ha ordenado las investigaciones en la cordillera de la Patngonia ; los macizos los he dedicado a los generales César Díaz, Nicolás Palacios y coronel Policiano Torres, por haber actuado cu forma destacada en las memorables expediciones militares que lio recordado ; otros dos a los ingenieros Gunardo Pango y Ernesto Gramondo, quienes lian trabajado en la comisión de límites. La posición geográfica so puede ver bien cu la lámina. — 352 cordón de serranías, en que nace el río Niriliuau. Este cerro está menos cubierto de montes que los que se hallan a ambos lados del valle Ville- gas y los de la región de Corral Foyel ; hay árboles altos que permiten pasar a ínula, y en las partes denudadas puede estudiarse su construc- ción. La roca predominante consiste en tobas y brechas porfíricas de color rojizo o bayo, compuesta de una aglomeración de ceniza lina y de mate- riales más gruesos, triturados por la acción volcánica, los que están ci- mentados por una masa del mismo color. Se trata de una acumulación de detritos, como los que arrojan los volcanes actuales ; la diferencia con- siste en que están consolidados en una roca compacta, y que son de color más o menos rojizo, mientras que en los volcanes modernos no están consolidados y son generalmente de color obscuro. Entre la toba y brecha hay interposiciones de rocas efusivas que for- man diques y mantos de color bayo y obscuro; los últimos predomi- nan en la parte superior. Los mantos de magma homogéneo, como el ma- terial triturado, se encuentran en posición horizontal e inclinada. La cumbre está construida de paredes en forma semicircular, destrui- da parcialmente por la erosión, y aparentad aspecto de un cráter, abier- to en el lado este, que comunica con una quebrada, en la cual corre un arroyo que desemboca en el Ouruleufú. También en la falda sur bajan algunos arroyos que se unen con el afluente del río Villegas, que corre por la mencionada quebrada, y ésta separa el cerro Colorado de los macizos vecinos. La mayor parte de es- tos arroyados nacen en pequeños campos de nieve. Como las rocas efusivas son más resistentes a la acción de denuda- ción, que la toba y la brecha, forman murallas y crestas sobresalientes. Próximo a la cumbre encontré en una roca efusiva de color obscuro moldes de moluscos marinos, parecidos a los que contienen las rocas efusivas en el cerro citado del lago Nahuel Huapí. Si bienios moldes en gran parte están deformados, se ve que son géneros semejantes a los que se hallan en la formación patagónica. La estructura y el color no difie- ren en nada de la roca efusiva que predomina en la parte superior de casi todas las montañas de la cordillera ; si no se encontrase moldes de moluscos en ella, se la tomaría por una roca basáltica. En d presente caso no se trata de una metamorfosis de contacto, como se observa con frecuencia en parajes donde los mantos efusivos cubren la toba gris, sino de una diagénesis volcánica, en que los sedimentos se han fundido y el magma se ha consolidado en una masa homogénea, lo que puede ser debido a que los moluscos se encontraron en una toba de ¡a misma com- posición del magma. Este hecho nos explica que en los macizos de la cordillera Central, formados de grandes masas de granito, las interposi- ciones de capas sedimentarias son relativamente escasas, porque éstas 353 — han sido refundidas por el magma y han perdido su estructura primiti- va sedimentaria. La construcción del cerro Colorado indica que se trata de un volcán de los tiempos terciarios. Comparándolo con los volcanes modernos, que han estado en actividad en tiempos postglaciales, no se nota otra dife- rencia que la que en este cerro faltan los materiales detríticos sueltos; todas las tobas están consolidadas, y no hay capas sedimentarias mo- dernas. En el volcán Galbuco, por ejemplo, se observan acumulaciones de ce- niza y lava encima de depósitos glaciales. En algunas partes las ca- pas sedimentarias recientes alternan con rocas de magma homogé- neo, que se hallan en posición completamente horizontal y en otras partes inclinadas. He visto que una corriente de magma, que descendió de la cumbre, plegó capas sedimentarias en forma de una anticlinal simétrica. El cerro Colorado presenta análogas condiciones, pues hay tobas y rocas efusivas en posición horizontal e inclinada. Al sur de este cerro existe una colina denudada, en que se observa un pliegue en forma de abanico. Esta colina corresponde ya al cordón de de las sierras Bayas. Las capas se componen de tobas arcillosas de co- lor rojizo, análogo al pórfido del cerro Colorado (véase la lám. II). No he encontrado fósiles en ellas, y en su carácter litológico tienen semejanza a los depósitos en que se hallan los restos de dinosaurios y la madera petrificada, pero los moluscos en el cerro Colorado indican de que se trata de una formación de edad terciaria. Las faldas de las sierras del lado sur del cerro Colorado están cubier- tas de espeso monte casi hasta las cumbres. Intenté llegar a las nacien- tes de los ríos Cliubut y Foyel por la quebrada en que corre el afluente principal del río Curuleufú, suponiendo que se pudiese marchar en su lecho. El resultado fué negativo, igual a las tentativas anteriores en Co- rral Foyel, pues dimos con altas cascadas, enteramente imposibles de franquear. Practiqué unas investigaciones en una colina del lado derecho de la quebrada. En gran parto está denudada, y se ve que es formada de ca- pas tobíferas más o menos arcillosas o arenosas de color rojizo, que al- ternan con otras de color gris, parecidas a la toba de la formación pata- gónica. Ellas se encuentran en posición casi vertical; los arcos de los plegamientos no se notan, y asoman solamente los cabezales de las capas. Se trata aquí de una isoclinal parada, en que las capas corren paralelas en dirección noreste. En la falda do esta colina he observado al lado de una veta basáltica, que lleva la misma dirección que las capas arcillo- sas, estratos con carbón. En una barranca, a la izquierda del río, .hay una arenisca tobífera de color obscuro, parecida ala del yacimiento ma- — 354 — vino en Corral Foy el, que contiene impresiones de plantas no bien con- servadas. He coleccionado algunas por si acaso so pueda determinarlas, lista arenisca se encuentra también en posición perturbada, pero las ca- pas son menos inclinadas ; no llevan el mismo rumbo que las anteriores, y forman una monoclinal, levantada por una masa de magma de co- lor obscuro, de aspecto basáltico. El contacto directo de las areniscas con la roca volcánica no me fue posible divisar, pero en el pre- sente caso no hay duda de que su color obscuro es debido a la. meta- morfosis de contacto. Encontré en la roca efusiva grandes troncos de árboles petrificados, y me llamó mucho la atención que no mostraron ninguna modificación en su estructura.. Al principio creí (pie se tratara de trozos de madera petrificada, que se hallase solamente encima del basalto, pero encontré grandes troncos envueltos por el magma. Si fue- ran solamente moldes que hubiesen dejado los árboles después de que- marse, como es el caso con los moluscos hallados en la cumbre del cerro Colorado, podría explicarse el fenómeno, pero se trata de madera silicifi- eada, en que se ve la estructura. En vista de que por este lado tampoco era posible pasar ala cumbre de las sierras nevadas sin abrir picadas, operación que hubiese demora- do mucho mi viaje, resolví seguir la ruta por Maitén, tomada por la co- misión chilena, que el año pasado trató en vano llegar a las nacientes de los ríos Chubut y Foyel. Seguimos el río Curuleufú, aguas abajo, más o menos una legua, y des- pués de cruzar un cordón de morainas, llegamos a una zona de colinas (pie se extiende del lado este de la alta cordillera hasta el cerro Pico Quemado. Hicimos campamento al costado de la loma Stopoa en el arro- yo Bayo. Se trata aquí de una comarca muy interesante de una estruc- tura orogénica, como no he observado en la región de la Patagonia, ni en ninguna otra parte. He ascendido una colina de unos 800 metros de altura con el fin de tomar una vista fotográfica de todo el horizonte. En ella se ve hacia el oeste las sierras Bayas, y se alcanza a distinguir el lago Naliuel lluapí. El cerro Pico Quemado, que se halla donde termina este cordón, no se destaca en la fotografía por haber dado el sol al obje- tivo, quedando una mancha blanca. Del lado este hay otro cordón, que comienza en el cerro Carmen de Villegas y concluye también en el cerro Pico Quemado. Envié a Londres una copia con las indicaciones necesa- rias y la placa. Las colinas entre los dos cordones desierras son mucho más bajas que . las montañas en cada costado. Esta zona preséntala forma de una cuña, que en la parte más ancha puede alcanzar de fi a 7 leguas y (pie termina en el cerro Pico Quemado. Las colinas son más altas a ambos lados que en el centro de la zona y forman cordones longitudinales ; entre ellas está la loma Stopoa. Esta, así como los cordones de colinas de cada lado — 355 de las sierras, están interrumpidas por pequeños valles transversales, abiertos por arroyos que se unen con los ríos que cruzan esta zona. To- das ellas se componen do capas sedimentarias con un declive más o me- nos vertical ; en ellas predomina una toba arcillosa silicificada, parecida a la que hay en el lago Nahuel Huapí, pero en vez de ser gris, es de co- lor bayo. Ésta alterna con arenisca de grano fino del mismo color y con capas de toba gris, igual a la de la formación patagónica. No he visto capas de conglomerados de material grueso y todo pre- senta el aspecto de un complexo de capas depositadas en el centro de un lago. Los únicos fósiles que he encontrado en ellas, son impresiones de plantas y delgadas vetas de carbón. El doctor Kurtz, que determinó las plantas, dice que puede tratarse de una flora miocena. Si esta determinación fuese exacta, resultaría que la precordillera en esta región tendría que ser de origen más reciente que mioceno, pues es el magma, que constituyo las sierras, el que ha dislocado las capas sedimentarias. Todas las colinas pertenecen a un mismo sistema isoclinal parado, construido de pliegues en forma de aba- nico. Los arcos de los pliegues han desaparecido por la denudación y afloran solamente los cabezales de las capas. He visto únicamente antes de llegar al cerro Pico Quemado, donde termina el cordón de la loma Stopoa, un núcleo de un pliegue de abanico, cuyo ángulo de declive es convergente al eje. A medida que las capas se plegaron hacia arriba, los dobleces o arcos desaparecieron por efecto de denudación. Y esta particularidad es muy significativa para formarse juicio de la tectónica; si se tratare de un sistema isoclinal, formado de pliegues invertidos, se observaría en algu- nas partes los dobleces. La falta completa de pliegues invertidos demuestra que se trata de un movimiento orogénico diferente al de los Alpes, donde los pliegues están estivados unos encima de otros; aquí se encuentran en posición vertical en filas y puestos uno contra otro. Las capas presentan en las colinas un plano de erosión más o menos ondulado y encima hay capas de rodados que en el terreno bajo, en don- de corren los ríos y arroyos, son do considerable espesor. Lo singular de esta zona de plegara i ento consiste en la circunstancia de que el rumbo y el ángulo de declive de las capas son divergentes. Mirando desde el cerro Pico Quemado el rumbo de los cabezales de las capas que afloran, se observa que éstos se abren en forma de las va- rillas de un abanico en dirección al lago Nahuel Huapí; y en las partes donde se ve la inclinación de las capas casi paradas, ésta es convergente al eje de los pliegues. Otra singularidad, aún más significativa, consiste en el hecho que en un complexo de caquis plegadas de 25 a 30 kilómetros de ancho, no las hay más antiguas que terciarias. Esto nos demuestra 356 que las capas más antiguas se lian hundido, y las terciarias lian sido com- prensadas hacia arriba. Si éstas hubiesen sido plegadas por empuje en sentido horizontal unilateral, se habrían estivado unas encima de otras, y se encontraría capas más antiguas, por lo menos de edad cretácea, las que existen en la precordillera, El empuje ha tenido que producirse de los dos lados por el magma volcánico que ha formado las sierras vecinas de la zona y que comprenso las capas en forma de pliegues de abanico. El empuje mayor ha tenido que producirse en la parte superior, pues ¡as capas terciarias reventaron hacia arriba, y las más antiguas se hundie ron al magma líquido o en los huecos que éste había dejado al surgir a la superficie del terreno. Esta interpretación, por lo menos, explica que todo el complexo de pliegues forma un sistema isoclinal parado, en que falta todo vestigio de capas más antiguas que las terciarias. Esta región merece ser estudiada por un especialista en geología di- námica en todos sus detalles, porque ofrece fenómenos que están en contradicción con las teorías actuales que explican el mecanismo de la formación de altas serranías. El geólogo se convencería que el plegamiento en esta zona no se ha formado por presión tangencial, debida al enfriamiento de la parte su- perior de la tierra, sino por fuerzas volcánicas y de que el magma pro- duce no solamente dislocaciones monocl inales con fallas y flexuras loca- les, sino también sistemas de isoclinales de considerables extensiones. El hecho es que en la zona de plegamientos en esta comarca se formaron únicamente colinas bajas, y que las altas montañas que las rodean son construidas de rocas de origen volcánico. En el cerro Pico Quemado las condiciones geológicas cambian repen- tinamente. En el lado oeste esto cerro está ligado con un cordón de se- rranías, sin denominación *, en que nace el arroyo Seco, y del lado este se halla separado de las sierras de la región tabular por una quebrada en que corre el arroyo Ghacaihuarruca, que se junta con el arroyo Ohu- quiñién. Estos dos arroyos nacen en la misma sierra que se halla en la parte occidental del Pico Quemado, pero uno corre por el sur y el otro por el norte del cerro, y después de unirse atraviesan la sierra del lado este, desaguando en un cañadón que sólo tiene localmente un curso su- perficial. La mayor parte de los ríos y arroyos que nacen en la precor- dillera, pierden su curso superficial en la región de las mesetas. El cerro Pico Quemado, de unos 2000 metros de altura, es de for- ma cónica, parecida a un volcán moderno, pero en la base predominan las rocas graníticas, y la parte superior está formada de una roca, efusiva 1 En mi mapa lo lio señalado con el nombre «Cordón Guevara», dedicándolo al ingeniero Ramón Guevara, que lia hecho levantamientos topográficos en el norte de la Patagón ia. — 357 — basáltica muy obscura, y por esto lleva el nombre « Pico Quemado ». Las tobas y brechas son de menor importancia. Para ir a la pampa de Maitén hay que subir un paso de 1340 metros de altura. Hacia el sur del cerro el paisaje presenta el carácter tabular, algo semejante a las mesetas del río Collón-Curá, solamente que son menos planas a causa de la erosión. En las barrancas aflora toba gris, que en Collón-Curá contiene restos de mamíferos de ¡a formación pata- gónica; no encontró en este lugar ninguna clase de fósiles. Hay también estratos lacustres y mantos de rocas efusivas, pero la correlación estra- tigráfica es menos clara, porque todo está revuelto por el magma que los lia dislocado; sin embargo se ve que la toba gris forma el yaciente de las capas lacustres. Los conglomerados y capas de rodados sueltos que se hallan en la parte superior de las mesetas, conservan su posición primitiva. Los conglomerados presentan mucha semejanza con ciertos depósitos que en Suiza se llaman «Nagelfluli». Se observan barrancas de 300 y más metros de altura, compuestas de Nagelfluli en posición horizontal, pero hay también cordones formados de morainas terminales de consi- rable altura. Nosotros acampamos en el curso del río Ñorquinco. En dirección a Fofo-Calmel se divisan mesetas y colinas, que vist.as de lejos parecen pertenecer al mismo sistema tabular, a pesar de ser más altas. En las capas sedimentarias he visto carbón (liguita) de mayor espesor que en Corral Foyel. No está excluido de que, si se practicara un estudio geo- lógico detenido en todas estas comarcas, se encontraría carbón explota ble. Para esto se necesita tiempo, porque todo está muy revuelto, y por ahora no se podría explotarlo, puesto que el flete sobrepasaría en mucho al valor del carbón. Como se me ha recomendado especialmente de ocuparme de investi- gaciones huiro-geológicas en la cordillera, donde existen las divisio- nes de las aguas continentales, no he querido perder tiempo en estudios geológicos en la región tabular y trasladó el campamento al río Chubut. El camino a la Puerta Apichig, que constituye la entrada a la pampa de Maitén, pasa por terreno muy accidentado. Hemos tenido que cruzar varias altas colinas, algunas formadas de morainas. La Puerta se halla eu una altura mayor de 900 metros y puede tener una anchura de medio kilómetro. Se trata de una abertura preglacial a través de un dique de roca volcánica, y el zócalo está cubierto de rodados glaciales. Es muy posible que en tiempos terciarios esta abertura formase un desagüe del lago que existía eu la depresión de la pampa de Maitén. Los cerros, a ambos lados de la entrada a la pampa, tienen una altura aproximada de 1500 metros, al menos son más altos que el paso en el cerro Pico Quemado. Cerca do la Puerta Apichig baja el río Seco de la — 358 — sierra por un angosto valle. He seguido más o menos una legua su curso, y después de atravesar algunos cordones de rodados glaciales, hice cam- pamento sobre el río Okubut en un lugar donde éste ha cavado su cauce a través de una moraina. En este trayecto no alloran capas lacustres, ni de otros sedimentos terciarios. En la depresión hay solamente cordones de rodados glaciales, como los depositan los torrentes que salen de los ventisqueros, y las morainas terminales se encuentran más arriba en la quebrada «le las sierras. He subido a una colina de irnos 1100 metros de altura, que se halla entre los ríos Cliubnt y Seco, con el fin de sacar una vista fotográfica general de toda la depresión en que se encuentra la pampa de Maitén, y de las serranías en sus alrededores, y he mandado a Londres una copia con indicaciones y las placas. Esta vista es muy instructiva para formarse una idea de las grandes cuencas tectónicas en la cordillera. Supuse primeramente que toda esta alta colina formase una enorme moraina que terminare en el lugar donde establecimos el campamento, porque ella está cubierta de cantos glaciales hasta la cumbre. Entrando, empero, en las quebradas, he visto que las barrancas están formadas ele capas sedimentarias más antiguas, y que las glaciales se hallan encima de ellas. En los depósitos sedimentarios en posición muy perturbada predominan margas y areniscas de color rojizo, que aparentemente pueden corresponder a la formación de arenisca roja del cretáceo su- perior. Estas capas son acompañadas de estratos limosos y de conglomerado, los que seguramente son terciarios. Si aquéllas resultaren ser realmente de edad cretácea, serían las primeras capas de la formación «le arenisca roja que he observado desde que salimos del lago Naliuel Huapí. Restos «le Dinosaurios no encontré en ellas, en cambio hay una marga de color rojo que contiene moluscos marinos. Los fósiles son mal conser- vados y escasos; he coleccionado algunos, entre ellos, un Mytilus, que se encuentra tanto en eí cretáceo superior como en el terciario inferior, así que el yacimiento bien puede ser cretáceo. En el río Deseado hallé el año pasado un depósito parecido, que no está dislocado. En aquella localidad, la formación «le arenisca roja con restos de Di- nosaurios está muy desarrollada, y unas veinte leguas antes «le llegar al lago Buenos Aires, encontré en la parte superior, en una marga roja, moluscos marinos. En las «los localidades falta todo vestigio de Amoni- tas, como también las Grypaheas que caracterizan el yacimiento «le Roca, «le manera que la edad «le los depósitos es dudosa. Al pie de la colina he visto, en la barranca de una quebrada, estratos lacustres en posición horizontal y discordante encima «le las capas dis- locadas. En ¡as inmediaciones de la pampa de Maitén las colinas están — 359 formadas de morainas; próximo al río Oliubut existe un enorme bloque errático, que llama la atención a los viajeros porque se baila en medio de guijarros, y todos hablan de la piedra parada, como se habla en Bue- nos Aires de la piedra movediza del Tandil. Teniendo en cuenta las dificultades de marchar con toda la tropa al curso superior del río Chubnfc, resolví dejar el campamento general en la pampa do Maitén. Salí con una sola muía cai’guera con los elementos más indispensables y acompañado de dos hombres. Faldeamos la sierra del lado oeste del río hasta llegar a una angostura parecida a la Puerta Apichig. La abertura es tan angosta que la corriente del río ocupa todo el espacio, y tan torrentosa que no permite transitar en el mismo lecho. Hemos tenido que subir a gran altura en una falda muy empinada, cu- bierta de grandes fragmentos de piedras, para alcanzar el otro lado de la abertura. El río lia abierto paso a través de un dique granítico de menos de cien metros de espesor. He tomado una vista fotográfica de este punto, porque lo considero de gran interés geológico (véase la lára. III). Según las teorías de Rosenbuscli, las rocas que se han cristalizado, do magma volcánico, so dividen por su origen en tres grupos : i’ocas de profundidad (Tiefengesteine), rocas de filón (Oanggesteine) y rocas de man- tos o efusivas (Ergussgesteine). El granito, que pertenece a la primera categoría de rocas, puede cristalizarse, según esta teoría, únicamente de magma, que se halla a mayores profundidades. Para el origen de Jas rocas porfírieas se admite que se han consolidado de magma que ha penetrado en hendeduras, mientras que de magma que se derramó en la superficie del terreno, se ha formado la roca de manto de estructura basáltica y vitrea. Por la teoría de Rosenbusch resultaría que de un mismo magma pueden formarse las tres clases de rocas, y que la diferen- cia de estructura depende del lugar donde se ha consolidado. Aquí se trata de un fenómeno inverso; la masa constituyente de la montaña se compone de rocas porfírieas, y el granito forma un dique. Se observa con frecuencia en la precordillera y en la zona tabular que los diques de granito alternan con los porfíricos; diques de granito so conocen tam- bién en otras regiones. Lo singular, empero, es que en algunas locali- dades de la Patagonia norte, hay rocas graníticas cuyo magma se ha derramado encima de toba gris terciaria, rellenando las desigualdades del terreno, de manera que no se trata de un fenómeno como se presen- ta comúnmente en los lacolitos. Por todas estas razones, lie tocado li- geramente en este informe el problema del origen de las rocas volcá- nicas. El dique en el río Chubut, que se eleva en forma de una muralla me- nor de 100 metros de espesor, tiene también otra importancia, pues nos demuestra, con toda evidencia, que el granito en esta sierra es más re- — 360 — cíente que los depósitos porfirices y la toba gris terciaria, puesto que el magma los ha atravesado y perturbado. Además, en la masa granítica se notan fragmentos angulosos de otras rocas que lian sido fundidas y cris- talizadas en forma que presenta el aspecto de brecha granítica. No hay duda que el magma, que ha dado origen al granito, lia abierto una bre- cha, como sucede en los diques porfirices. Pasada la angostura, se puede marchar nuevamente en la orilla del río; un poco más arriba se llega a una gran abra, qúe parece cruzar toda la sierra del lado oeste, y en ella corre un afluente del río. En la altura de unos 1200 metros se unen los dos brazos que forman el río Cliubut, Uno baja por una quebrada de la sierra, y el otro sale de una gran depresión, que se extiende hacia el oeste. En todo este trayecto- hay varios otros afluentes de menor importancia. ' La depresión presenta el aspecto de una enorme caldera volcánica, abierta- del lado del río Olmbut y está rodeada de sierras, cuyas cumbres se elevan en forma de dientes de serrucho de 1000 a 1500 y más metros sobre el nivel de la cuenca. En los lugares donde he podido examinar las rocas, resulta que las sierras en los alrededores do esta hoya no están for- madas de acumulaciones detríticas, como arrojan los volcanes, sino de rocas de magma efusivo. En la base predomina el granito, arriba las ro- cas porfídicas y basálticas; las tobas y brechas son de menor importancia. El centro de la caldera es muy llano, elevándose el terreno en los cos- tados, y formaba antes, seguramente, un lago; ahora está cubierto de alu- viones y de espeso monte bajo intransitable (véase la lám. IV). Penetramos en ella por una picada de menos de una legua de largo, que había abierto el año pasado la Comisión chilena. Seguimos después caminando en el lecho de un arroyo que describe continuas vueltas, y al cabo de muchas horas de marcha penosa, nos encontramos otra vez a menos de una legua distante del punto, donde termina dicha picada y vi que el arroyo bajaba de una sierra del lado sur. El día siguiente en- tramos en otro arroyo, que se halla más al norte y que tiene la dirección general hacia el centro de la cuenca ; este serpentea aún más que el de! día anterior. Lo seguimos hasta que perdió su curso fijo, como es e! caso en los arroyos de los esteros. En-esta parte había menos montes, en cam- bio el terreno era tan pantanoso que dificultaba la marcha. Resulta que el centro de la depresión es formado de una especie de estero con lagu- nas y pantanos, y solamente en el invierno, cuando todo está helado, se puede cruzarlo. Volvimos a la horqueta, donde se juntan los dos afluen- tes principales del río Olmbut, sin haber llegado a las sierras, donde cruza el río Foyel, pero no tengo ya duda de que los dos ríos tienen su origen en el mismo estero, que es el resto de un lago desagotado. Todos los arroyos que bajan de las sierras en los alrededores de la depresión, desaguan en este estero. — 361 Ahora me explico, por qué la comisión chilena había desistido de le- vantar un plano detallado de la división de las aguas continentales en este grupo de sierras. Las dificultades son muy grandes, y habría que abrir varias picadas y no una sola, para poder construir un plano de esta región. A fin de no regresar sin haber obtenido algún resultado satisfactorio, subí por una quebrada, marchando en un arroyo, a la cumbre de un cerro de más de 2000 metros de altura, y tomó una vista general de la hoya con las serranías en sus alrededores, de la que envié también una copia y las placas a Londres (véase la lám. 1Y). En ella se ve, bien claramente, que todos los arroyos que nacen en las cumbres nevadas, desaguan en el estero del centro de la depresión, y a pesar de haber mucho monte, so distinguen algunas lagunas. Se obser- va en la fotografía que de ellas se apartan zanjones, los que se unen en dos corrientes do agua principales y que serpentean igual al río Fénix. • Una de estas corrientes se dirige hacia la abra que se divisa en la ex- tremidad sudoeste de la sierra. No hay duda, que por esta abra pasa uno de los afluentes del río Manso, probablemente el río Foyel. La otra co' rriente se junta con el brazo principal del río Chubut, que baja déla quebrada al noroeste de la sierra. Aparentemente la cuenca desaguaba antes por la abra que existe en el sudoeste, porque de aquel lado se al- canza a distinguir una barranca de arroyo, la que he marcado en la foto- grafía. En el lado noroeste de la cuenca no hay barrancas, y el agua corre por la roca viva. La quebrada, en el curso superior del río Chubut, parece ser de erosión postglacial, pues en ella faltan los depósitos gla- ciales; recién pasando el dique de granito, comienzan las morainas. Las cumbres de las sierras son formadas de diques de rocas efusivas, yes por esta razón que presentan una denudación tan singular. Más aba- jo, donde se juntan los dos brazos del río Chubut, aflora el granito, y se nota el contacto de las dos clases de rocas. En la masa granítica hay fragmentos angulosos de otras rocas refundidas, formando brecha. El resultado de mi excursión a las sierras Serrucho consiste en haber podido establecer que la división de las aguas continen tales no se halla en las altas cumbres, sino en la cuenca. Repito, que todas las corrientes que nacen en los ventisqueros, que hay en este lado, desaguan en el cen- tro de la cuenca, y del estero se ramifican afluentes de los ríos Manso y Chubut. Una de las más grandes divisiones de las aguas continentales forma la pampa de Maitén, que se halla en la precordillera y no en la Cordille- ra Central. Esta pampa se encuentra en una depresión formada por un hundimiento del terreno. Ningún geólogo podrá demostrar, objetivamen- te, que esta gran cuenca se haya formado por efecto de erosión. En tiem- pos terciarios existía aquí un enorme lago, que comunicaba por el lado 362 noroeste con él, que luí habido en el Valle Nuevo, y del lado sudoeste con otro gran lago que se hallaba en la Colonia 10 de Octubre. El lago ter- ciario era muy profundo y se rellenó de materiales lacustres glaciales y postglaciales. En el tiempo glacial estaba helado; las corrientes de hielo continental tenían una salida hacia el oriente y transportaban el detrito de la alta cordillera a la zona subandina. En los alrededores de las sierras existían inmensos glaciares, de los cuales, al entrar el período de deshielo, se quedaron las morainas que se observan en todas las quebradas. La mencionada piedra parada es un bloque errático transportado por una corriente de hielo continental des- de la Cordillera Central a la orilla del actual río Chubut. Todavía hoy los ríos y arroyos acarrean material de las antiguas mo- rainas, levantando paulatinamente el terreno do la pumita. Como éste tiene poco declive, y la salida del río Chubut se halla casi en el mismo nivel de la pampa, éste, én vez de cavar un cauce, corre poruña especie de terraplén. Todos los ríos y arroyos que bajan de quebradas de las sierras, forman en el terreno llano cordones de guijarros. Es por esta razón que en el centro de la pampa y en el lado este, por donde corre el río Chubut, no adoran los estratos lacustres, pero se puedo observarlos en la parte noroeste, en el punto de la unión de la pampa de Maitén con el gran Valle Nuevo. En este paraje hay una abra en las sierras llamada « Portezuelo del Oeste », que conduce a una depresión en que corre el arroyo Repollo. Toda esta comarca presenta condiciones análogas a la región de la cuenca superior del río Manso. En aquella depresión se ele- van altas mesetas y colinas, compuestas de capas lacustres. También acá los arroyos han cavado profundos cauces a través del antiguo fondo del lago, y la única diferencia consiste en que en esta localidad hay grandes morainas, las que faltan en la región de Corral Eoyel. En la sierra, donde se encuentra la abra, hallé en una roca volcánica cristali- na algunas pocas laminillas de oro, el que a primera vista puede confun- dirse con mica amarilla. A ambos lados del Portezuelo del Oeste, hay en las sierras una divi' sión délas aguas continentales, parecida a la de la vega de Maipú, al norte del lago Lacar. Los arroyos, que nacen en la falda de una misma sierra, se juntan unos con el arroyo Repollo, el que se une en el Valle Nuevo con el río Azul, y otros son alluentes del arroyo Maitén, que desagua en el río Chu- but. Resulta que aquí tampoco son las altas cumbres que dividen las aguas continentales, sino únicamente los arroyos (pie nacen en una mis- ma falda; unos se juntan con un río, (pie desagua al Pacífico, y otros con el río Chubut, que corre al Atlántico. El terreno de la pampa de Maitén, en la parte sur y sudoeste, es muy pantanoso, y existen numerosas lagunas, en (pie nacen también alluentes 363 del río Cliubufc y de ríos que corren a la Colonia 1C de Octubre, y de éstos me ocuparé en el capítulo siguiente. Al frente de la estancia Maitón, establecida en la orilla del río Chu- but, existe la colina Cagui-Huincal, que se eleva en forma de una isla transversal de la pampa. En ella nacen algunos pequeños afluentes del río Clmbut y del arroyo Epuyén, que desagua en el Valle Nuevo, de suer- te, que en medio de la pampa Maitón bay una división de aguas conti- nentales. Merced a esta colina el río Clmbut superior conserva su curso primitivo. En la parte noreste, donde practiqué algunas investigaciones, afloran rocas efusivas, que lian dislocado estratos lacustres que parecen ser areniscas de edad pliocena. Si esto fuese el caso, resultaría que ha habido en este lugar erupciones volcánicas posteriores a la formación de la cuenca. Al este del río Clmbut se extiende un angosto cordón de sierras que corren paralelas con el río. Éste comienza en la puerta Apichig, y en el sur está separado por una abra do la sierra Lelej, por donde pasa el río a la región tabular. La sierra se compone principalmente de rocas volcá- nicas ; en ellas afloran granito y otras rocas neovolcánicas. Acá se halla el pasaje principal, por donde desaguaba el lago terciario, y donde tenían su salida en tiempos glaciales las corrientes de hielo continental ; hoy da paso al río Chubut. Al oriente de la abra el paisaje presenta análo- gas condiciones geológicas, como en el sur del cerro Pico Quemado. La cumbre del cerro Lelej está cubierto de nieve, y en la base afloran rocas efusivas de diferentes estructuras, así como tobas y brechas de color amarillo y gris. Las mesetas y colinas son más altas que en el curso su- perior del arroyo Norquinco, pero se componen también de capas sedi- mentarias tobíferas muy dislocadas por los diques y mantos de rocas efusivas, y existen terraplenes compuestos de conglomerados y guijarros sueltos de considerable altura. En un depósito limoso encontré en dos colinas moluscos, al parecer de agua dulce. Se hallan muy mal conser- vados y están tan frágiles que no era posible extraerlos enteros; saqué algunos terrones que llegaron todos desechos al Museo. Existen colinas en que el magma volcánico ha revuelto todos los de- pósitos sedimentarios, y en otras las capas conservan su posición pri- maria. Las colinas, por donde cruzan los arroyos Leppa, Arileufú, Maya Leufú, Temenhoan, hasta las Tres Torres presentan iguales condiciones geológicas como las ya mencionadas. En la barranca del arroyo Leppa encontró también, en depósitos limosos, impresiones de moluscos, y aquí las capas son menos dislocadas y tienen el aspecto de estratos lacustres. Las colinas hacia las Tres Torres son menos altas, el terreno es menos quebrado y tiene más el aspecto do mesetas. Los bajos están rellenados de materiales glaciales que cubren también las mesetas. La pampa Esqnel presenta la forma de una hoya tectónica de unos 40 kilómetros de largo por 15 a 20 de ancho con varias lagunas. Ignoro, si en ella había antes también un lago, porque todo está cubierto de rodados glaciales y de aluviones modernos. El paraje de las Tres Torres formaba antes igualmente un pasaje de las corrientes de hielo continental. Todo el terreno bajo está rellenado de materiales glaciales, que cubren también las colinas y mesetas. Si uno ve estas salidas de ríos de hielo continental, se da cuenta de la procedencia de los rodados lluvio glaciales, que se extienden sobre gran parte de las mesetas hasta la costa atlántica, para los cuales el doctor Adolfo Doering ha creado el nombre « Rodados Tehuelches». De éstos habla ya Darwin, quien supuso que fuesen de origen marino, por haber encontrado en algunas localidades del litoral moluscos mari- nos en estos depósitos. flay autores que han confundido éstos con otros depósitos de roda- dos mucho más antiguos. Carlos Ameghino encontró en capas de roda- dos algo parecidas la Ostrea patagónica, y basándose en este hecho, Florentino Ameghino dedujo que el tiempo glacial comenzaba en la Pat agonía en el mioceno, lo que es un grave error. Si se quiere conservar el término «rodados tehuelches», se lo debe aplicar exclusivamente a los rodados ttuvio-glaciales, los que se caracterizan por la gran abun- dancia de cantos de rocas graníticas y otras neovolcánicas, las que fal- tan en los conglomerados y capas de guijarros sueltos más antiguos. Por lo expuesto es evidente que en la región entre el lago Naliuel Hua- pí y la pampa de Maitén no son las altas cumbres de la cordillera que constituyen la división de las aguas continentales ; he demostrado, obje- tivamente, que en muchos casos ésta se halla en las depresiones y a ve- ces en las faldas de las montañas al oriente de la cordillera central. No existe tal división de aguas en forma de un techo de casa de dos aguas, como pretendía demostrarlo Barros Arana. Es un error el imaginarse de que las corrientes que nacen en el lado oriental, corran al Atlántico y las del lado occidental al Pacífico. No hay que perder de vista que la cordillera central no forma una cadena de montañas de plegamientos, que corre de norte a sur, como se puede suponer según los mapas, sino una agrupación de macizos, separados unos de otros por depresiones tectónicas. En los lugares donde la división de las aguas continentales no se halla en las depresiones, los ríos y arroyos (pie nacen en una misma falda, frecuentemente los unos corren al Atlántico y los otros al Pacífico. La única cundiré que constituyo realmente una división (lelas aguas continentales es la del Tronador. Las corrientes que salen de los ven- tisqueros del lado noi’oeste y sur de la cumbre, desaguan en los lagos Todos los Santos y Mascardi, y el ventisquero del lado noroeste baja hasta cerca de la laguna Fría. — 365 — Esta laguna era antes un brazo del lugo Nalinel Huapí. Las barran- cas del río que une los dos lagos, se componen de estratos lacustres cubiertos de depósitos glaciales; la separación Sia sido motivada, por la circunstancia que una parte se lia rellenado de detritos, lín el cerro Colorado, que se halla al oriente de la cordillera, no es la cumbre que divide las signas ; los arroyos en este cerro desaguan en los pantanos de la pampa que se lui]la al pie del mismo, y de ellos salen afluentes de los ríos Villegas y Cu rulen fii. Es pues la pampa y no la cumbre que forma aquí la división de las aguas continentales. Hemos visto (pie los arroyos que corren en las quebradas de la falda noroeste de las sierras al sur del cerro Colorado, unos se juntan con el río Villegas y otros con el Curuleufd, y que del estero que existe en medio de las altas montañas que rodean la depresión en el alto Chubufc, salen afluentes de los ríos Chubut y Manso, y por lo tanto es el estero que forma una.de las divisiones de aguas continentales y no las cumbres. Iguales son las condiciones hidrológicas más al sur, pues no son las cumbres que dividen las corrientes continentales, sino la división se halla en el terreno más o menos llano de la pampa de Maitén, y en las faldas orientales de algunas montañas nacen afluentes del arroyo Repo* lio y del Maitén, etc. Con excepción del Tronador, en todas las otras altas serranías los arroyos y ríos que corren por quebradas, entran en las depresiones en que antes existían lagos que tenían su salida por la zona subandina al Atlántico. Estas salidas quedaron obstruidas por materiales glaciales, que depositaron las corrientes de hielo al retirarse Ios-glaciares ala cor- di 11 era central. El tiempo glacial no lia terminado aún en la Pa fagonia ; al sur del lago Buenos Aires hay todavía una extensa zona de hielo continen- tal, parecida a la que hay en las regiones australes. También más al norte existen vastos campos de nieve; el Tronador, por ejemplo, está cubierto de un mar de hielo, y hay ventisqueros que tienen su base en un nivel más bajo, que el del lago Nahue.1 Huapí; éste se halla a 755 me- tros sobre el mar, y la muralla del ventisquero en Casa Pangue está a 370 metros sobre el Pacífico. Al entrar el período del deshielo general, el agua quedó represada en las cuencas. Después, en vez de abrirse nuevamente los antiguos cauces a través de los depósitos glaciales, tomó el curso por una quebrada que el hielo había abierto en la cordillera central, y los lagos comenza- ron a desaguarse por el río Manso. Como la pendiente del lado occiden- tal es más rápida que en la parte subandina del este, el agua abrió pro- funda,s gargantas en los antiguos fondos de lagos. Hemos visto que en ¡a cuenca superior del río Manso los afluentes corren actualmente por angostos canales de 400 metros de profundidad, REY. MUSEO LA PLATA. T. XXVI 26 3(¡ü — cavados en fondos de Jagos. Esta es la causa del desvío de las aguas continentales de esta región. En la actualidad el sistema del río Manso forma el desaguadero de toda la inmensa zona andina entre el Tronador y la pampa de Maitén. 11 LA REGIÓN DE LA COLONIA 1G DE OCTUBRE Y DEL RÍO COR1NTOS La colonia 10 de Octubre se baila también en una gran depresión, como la pampa de Maitén, pero no presenta como esta última, un paraje más o menos llano, sino muy quebrado. Mientras que el lago, que en tiempos terciarios se bailaba en la depre- sión de la pampa de Maitén, lia sido rellenado y nivelado por depósitos glaciales y preglaciales, de manera que, si no se ve el antiguo fondo, se puede estudiar éste en todos sus detalles en la depresión de la colonia 1G de Octubre. El fondo del primero seguramente tampoco no lia sido plano; tenía que liaber tenido grandes honduras y terrazas. Todas estas irregularidades que presentan los fondos de todos los lagos, lian sido niveladas en tiempos postglaciales con materiales como los que acarrean todavía boy los ríos y arroyos de las morainas y de las faldas de las sierras, lo que demostré ya en el capítulo anterior. En la depresión de la colonia 1G de Octubre no es así; bay conside- rables honduras y partes elevadas que forman colinas y todas están atravesadas de ríos y arroyos, que cavaron lechos de 200 y más me- tros de profundidad, de manera que lian descubierto capas lacustres antiguas. El paraje, bajo y pantanoso, al sur del cerro Situación, por donde corre el río Fetaleufú, tiene, según Emilio Frey, sólo 300 metros de altura sobre el mar, mientras que la colina llamada Terraplén, formada de depósitos lacustres y de rodados glaciales, alcanza 590 metros. Es ésta una comarca muy instructiva para estudiar las capas lacus- tres de los tiempos terciarios y los depósitos glaciales y preglaciales basta la actualidad. El gran lago que lia existido en esta depresión no se ha secado del todo ; aún existen algunos pequeños lagos, como son, el de Rosario a G00 metros de altura y el de Staleufú 1 a 475. El gran lago terciario de la colonia 1G de Octubre estaba ligado del lado este por dos estrechos con otro lago que existía en la depresión, por donde corre el río (Jorintos. En estrecho pasaba entre el grupo de las sierras Nalmelpan y Langley, y el otro más angosto entre estas últimas y un 1 Eu los mapas figura con el nombre Fetaleufú, pero su nombre primitivo es Staleufú. — 367 — cordón más al sur, que se une con el cerro Cuche. Del lado noroeste se ligaba, con los lugos Staleufú, Rivadavia, Cliolila, etc., y por el lado sudoeste con la cuenca del río Garrenleufú. La colonia 16 de Octubre se halla más o menos en el centro de la depresión, la que seguramente es de origen tectónico, lo mismo que las estrechas hendeduras que hoy forman valles, en que corren ríos. Estos estrechos tienen el aspecto de héndeduras, que se apartan en forma radial de la gran depresión, y la erosión lia modificado únicamente sus contornos. Toda la región pre- senta el carácter de un centro volcánico, y las dos depresiones son com- parables a enormes calderas volcánicas, rodeadas de altas montanas, en las que existían calderas secundarias. Todas las sierras al rededor de las depresiones se componen principalmente de rocas volcánicas de magma; las tobas y brechas son insignificantes en comparación con las rocas efusivas, y se observan solamente capas sedimentarias cretáceas y terciarias en la parte sur y este. Los estratos lacustres que hay en las depresiones son del terciario superior y glaciales. Las montafias se elevan bruscamente a gran altura, con paredes muy perpendiculares, y no hay contrafuertes como en las sierras de plega- mientos. El cordón de la sierra Situación, por ejemplo, se compone de granito y de otras rocas neovolcánicas, y los estratos lacustres del terciario su- perior, que se hallan en posición horizontal, llegan hasta el mismo pie. La parte más baja de la cuenca 16 de Octubre está en una altura do 300 metros sobre el mar, y la cumbre llega a 2040, resultando que en una distancia de unos dos kilómetros hay una diferencia de nivel de 1700 metros. Además, hay que tener en cuenta que los lagos en la cor- dillera son muy profundos. Se han practicado sondeos en el lago Naliuel Huapí, y en una parte, a los mil metros, no se encontró fondo, lo que demuestra que éste se halla por lo menos a 260 metros más bajo que el nivel del mar. Admitiendo que el lago terciario de 16 de Octubre presentara aná- logas condiciones, tendríamos una diferencia de altura de 2300 metros en una distancia de menos de una legua. Tales diferencias de niveles en tan cortas distancias no se observan en las cadenas de montañas, formadas por plegamientos, lo que revela que no se trata de depresio- nes hechas por efecto de erosión. Es un carácter general en todas las zonas volcánicas de la cordillera de la Patagonia, donde la base de las montañas se compone de rocas graníticas, que los cerros se elevan repentinamente a grandes alturas. El actual cordón de la sierra Situación formaba en tiempos terciarios una isla con montañas de 2040 metros de altura. Otra isla mucho más grande estaba formada por el grupo existente en medio de las dos depresiones, al que pertenecen los cerros Colorado de 1070 metros de altura, Minas 308 (le 1000 y Langley de 1900. El cerro Tilomas de 1700 de elevación, formaba otra isla más pequeña, y el grupo de las sierras Nahuelpan con alturas hasta 2000 metros, formaba una península. Nosotros entramos a la depresión de la colonia 10 de Octubre por la abra de las Tres Torres, en que se encuentran tres montañas que se elevan aisladamente y cuyo pico más alto alcanza a 1050 metros. La abra está rellenada de depósitos glaciales, y las rocas en su base están pulidas y estriadas por los glaciares. Las tres montañas se hallan en el medio, entre el cordón Esquel y el grupo de los cerros Nahuelpan. Hemos tenido que subir un angosto paso de unos 800 metros de altura para entrar en una depresión, que se halla en el centro del grupo de las sierras Nahuelpan, donde existe una toldería de indios. La depresión tiene la forma de una caldera volcánica; en su contorno se alzan paredes muy perpendiculares, a gran elevación, y tiene una salida por una angostura del lado sur, por donde corre el arroyo Nahuel- pan, el que más abajo se junta con el río Corintos. Las sierras se componen de rocas graníticas y de otras rocas neovol- cánicas; no he visto allí detritos sueltos como los hay en los volcanes recientes. En la pared de una montaña, en frente de la toldería, he obser- vado un arco sinclinal en medio de una masa volcánica, la que a pri- mera vista podría tomarse por un pliegue de capas sedimentarias. No he podido llegar hasta el arco, pero de trozos de rocas que se habían desprendido de él, resultó que está formado de rocas volcánicas, pare- cidas a las del arco anticlinal que existe en el cerro de la Ventana al oeste del lago Nahuel Huapí. Se trata de una roca que se ha conso 1 idado de magma gris claro, con cristales bien formados en una masa amorfa, que se ha segregado en forma de estratos. Como en las otras sierras, en el contorno de la caldera no existen depósitos sedimentarios, me sorprendió que en medio de rocas de magma hubiera capas sedi- mentarias plegadas. Es muy sabido que el magma efusivo puede se- gregarse en forma de estratos o columnas, pero no deja de ser curioso de que se pliegue en forma de arcos anticlinales y sinelinales o en pliegues invertidos, como hemos visto, que es el caso en el cerro de Leones. Esto puede dar lugar a interpretaciones erróneas respecto a la tectónica de las sierras en que se encuentran. La hoya está rellenada de estratos lacustres y cubierta de materiales sueltos. El arroyo ha cavado en la salida de la angostura profundos cauces, y en las altas barrancas- se nota que éstas son formadas de es- tratos lacustres de limo, arenisca y conglomerado en posición primaria con un ligero declive hacia el oriente, contrario al curso actual del arroyo Nahuelpan (véase la lám. VI). Un poco más abajo, donde este arroyo se une con el río Corintos, en medio de estratos limosos, se encuentran grandes cantos erráticos, como se los observa en las mo- 369 minas terminales. En el presente caso no se trata de una moraina, sino de depósitos lacustres bien típicos. En las morainas terminales, donde abundan más los grandes bloques erráticos, la acumulación do mate- riales forma una masa confusa; en medio de detritos finos y cantos angulosos se encuentran grandes trozos de peña que se lian desprendido de las montañas. En el caso presente no es así, pues los sedimentos están separados según su tamaño, y los estratos de limo alternan con arenisca y conglomerados, como se observa en todos los depósitos la- custres. La particularidad consiste en el beclio de que en medio de los estratos hay enormes bloques erráticos. Estos han tenido que ser trans- portados a este sitio únicamente por hielo flotante, «icebergs». La pre- sencia de bloques erráticos en medio de estratos lacustres prueba con evidencia que han sido transportados a estos lugares en tiempos post- glaciales, cuando el lago ya estaba libre de hielo. En el período glacial toda esta región formaba un gran campo de hielo continental; las corrientes glaciales llevaron entonces el detrito afuera de la Cordillera, y recién cuando entró el período de deshielo general y los ventisqueros llegaron solamente hasta la orilla del lago, se desprendieron de ellos grandes masas de hielo en forma de icebergs, como se lo observa actualmente en algunos lagos en el sur de la Pata- gonia. Únicamente así puede explicarse la presencia de bloques errá- ticos en el antiguo fondo del lago de 16 de Octubre. Este hecho no deja de tener mucha importancia para determinar el tiempo en que se ha producido el desvío del desagüe de las dos cuencas, las que tenían antes su salida por el río Techa, mientras que hoy todos los arroyos y ríos que cruzan las depresiones, corren al Pacífico. Pero antes de discutir el problema del desvío del divortium aquarum, es me- nester conocer las condiciones geológicas de las dos cuencas y de las sierras en su contorno. Desde la toldería de Nahuelpan continuamos la marcha por el arroyo y seguimos más o menos una legua el río Corintos, atravesando luego unas colinas cubiertas de materiales glaciales. Establecimos el cam- pamento general próximo al molino que hay sobre el río Percey, para hacer excursiones. Primeramente ascendí a un cerro del lado este del río para tomar una vista fotográfica de la cuenca y de las serranías en su contorno. De ella se envió a Londres las indicaciones y también las placas. Este cerro corresponde al grupo de ííahuelpau y está separado de él de las sierras do Privada via por la depresión en que corre el río Percey. Esta parte de la depresión se extiende en dirección a las Tres Torres y continúa en forma de un valle entre el cordón de las sierras Esquel y Pivadavia hasta más al norte del cerro Pelado. Toda la depresión re- presenta un paisaje de colinas bajas, cubiertas de depósitos glaciales, 370 — que son atravesados por el río Percey y de numerosos afluentes, los que cavaron hondos cauces en el fondo del antiguo lago. En las barrancas afloran capas lacustres compuestas principalmente de areniscas tobífe- ras, que alternan con estratos limosos, bancos de conglomerados y de mantos o vetas de rocas efusivas. Encontré en la arenisca moldes de moluscos de agua dulce y trozos de carbón de madera de apariencia muy fresca, y si no hubiera sido hallada dentro de la arenisca, se podría creer que proviniese de quemazones recientes de montes. En algunas partes las capas presentan ligeras perturbaciones sin formar pliegues, las que seguramente se produjeron por magma, que ha dado origen a las vetas y mantos de las rocas volcánicas, lo que demuestra que la actividad vol- cánica continuaba aún después del hundimiento de la depresión. El grupo de las sierras de Rivadavia se introduce en forma de una cuna dentro de la depresión y la separa en dos ramas que corren para- lelas desde la cuenca de 10 de Octubre en dirección norte hasta comu- nicar con la depresión de la pampa de Maitén. En esta parte la depre- sión presenta el carácter de los estrechos del Pacífico, los que comuni- can con los golfos y se introducen adentro de las altas montañas. El estrecho principal se bifurca al norte de las serranías de Rivadavia en tres brazos. Uno dobla hacia oeste; en este brazo se halla encajonado, dentro de altas montañas, el lago Oholila, que recibe sus aguas de un río que corre por un angosto valle. No visité este lago, lo he visto sola- mente desde la alta cumbre de una montaña, pero me han dicho que lo alimenta un gran río que sale de las serranías del lado del Pacífico. Las otras dos ramas, que corren paralelas, están separadas por un angosto cordón de colinas las que en algunas partes alcanzan alturas de unos 1000 metros. Las he visto únicamente del lado de la pampa de Maitén, donde están formadas de tobas y de otras capas sedimentarias disloca- das en que existen yacimientos carboníferos, o mejor dicho, de lignita. En el valle, entre el cordón de estas colinas y la sierra Lelej, corre un arroyo. Un colono galense, que pasó por esta depresión, me manifestó de que es casi intransitable por los pantanos, producidos de los arroyos que descienden de las sierras, y que se pierden en lagunas, de las que una, antes de llegar al valle del río Blanco, se parece más bien a un lago. El río Blanco nace también en el lado sur de la pampa de Maitén en terrenos pantanosos y corre por la depresión, que se halla del lado oeste del mencionado cordón de colinas, y en la cual hay numerosas lagunas. Según el plano que poseo, el río Blanco, después de unirse con otro río que sale del lago Oholila, toma el nombre de río Fetaleufú y entra más abajo en el lago Rivadavia, que está rodeado de altas montañas. Des- pués de salir do este lago, recibe un fuerte afluente del lago Menéndez y luego desagua en el lago Staleufú (Fetaleufú en los mapas). 371 Todos estos lagos se hallan en el medio de altos macizos de la Cordi- llera Central; las pedas forman precipicios que descienden directamen- te a grandes profundidades.de los lagos. Como no existen playas, no es posible sin botes practicar estudios en esta comarca. Los he visto única- mente desde la cumbre de un cerro que se halla al sudeste del lago Sta- leufú. Éste tiene actualmente su salida por un río que corre, en una angosta quebrada del lado oeste do la sierra Situación formando varios rápidos. El ingeniero Emilio Frey, quien intentó bajar por este río, per- dió el bote y su tripulación, salvándose ól milagrosamente. Pasados los rápidos, el río Fetaleufú entra en una depresión de ori- gen tectónico: casi no tiene corriente y forma varios pequeños lagos. En el costado oeste recibe un afluente caudaloso, que sale de un gran grupo de montanas, en las que predomina el cerro Pirámides; y donde termina, la sierra Situación dobla dentro de la cuenca de 16 de Octubre. Esta es la parte más baja de toda la depresión ; el terreno es muy pantanoso, y so ve bien que antes formaba el fondo de un lago, el que se secó hace poco. He tomado una vista fotográfica de este paisaje pintoresco; en ella se observan los altos cerros nevados que rodean la depresión, y el río tiene el aspecto de un lago con islas y penínsulas (véase la lám. Y). El brazo sudeste del lago Staleufú está separado de la gran depresión de la Colonia 16 de Octubre por una colina llamada «Terraplén», laque se eleva a 620 metros sobre el mar, o sean 320 sobre la parte más baja de la cuenca. En la base de esta colina afloran estratos lacustres, y la parte supe- rior, donde se encuentra el lago Terraplén, está formada de rodados gla- ciales. La pendiente, hacia el lago Staleufú, está cubierta de espesos montes, y Frey abrió una picada para poder llegar a su orilla, que solamente en esta parte es playa. Este lago se halla en el centro de altas montanas con peñas casi perpendiculares, y no se le puede faldear. En las rocas graníticas, que forman la base de la sierra Situación, se ven estrías glaciales; todo parece limado por los glaciares, lo que indica que en este lado ha pasado una corriente de hielo continental, pero el cordón del Terraplén no está formado de una moraina frontal, sino es cu- bierto de cantos, como los depositan los torrentes que, salen de los ven- tisqueros. Siguiendo el pie de la sierra Situación, se notan en las barrancas de los arroyos estratos lacustres que se encuentran directamente sobre el granito; en algunas quebradas hay también pequeñas morainas, mien- tras que en el centro de la depresión se observan solamente rodados fluvio-glaeiales. La región en que se hallan los lagos Staleufú, Menéndez, liivada- via, etc., presenta el carácter típico de las zonas volcánicas de la Cordi- 372 llera Central de la Patagonia. Si se escala una de las cumbres de las altas montañas, se ve que los grupos de macizos están rodeados de de- presiones tectónicas, y que en cada grupo predomina un cerro. En las de- presiones existen lagos que comunican uno con otro, y los que, como ya dije, casi no tienen playas. Las montañas se elevan directamente del agua a grandes alturas, como es el caso en los estreelios del Pacífico. Toda la morfología demuestra claramente que el magma lia surgido de profundas hendeduras, formando diques de rocas volcánicas de 2000 y más metros de altura. Tenemos aquí otro centro volcánico, parecido al que existe en el oeste del lago Nalrnel Iluapí. En el lugar donde el río Fetaleufú forma un codo y entra en la de- presión de la colonia 10 de Octubre, existe una ancha abra que separa el cordón de la sierra Situación de otro cordón, el que se extiende en di- rección sur hasta la cuenca inferior del río Corcovado. Este cordón pre- senta el mismo carácter morfológico que el anterior. Las cumbres ter- minan en crestas, con picos sobresalientes, como, por ejemplo, el cerro Cónico de 2200 metros de elevación 1 (véase la lárn. VI). Del lado oriental de este cordón se extiende una planicie, que se levan- ta unos 300 metros sobre la parte más baja de la cuenca de 10 de Octubre. Mientras que en el centro de éste último el terreno es accidentado, la parte del lado sur es llana con un declive general de noroeste a sudoeste en dirección a la cuenca inferior del río-Corcovado; hacia las sierras el terreno se eleva gradualmente. En el centro la planicie tiene una altura de 000 metros sobre el nivel del mar y en algunas partes llega a unos 800 metros. Toda ella está cubierta de espesos montes, y en partes el terreno es muy pantanoso. Próximo al cerro Langley se ha conservado el lago Rosario, del que sale el arroyo Antefal, que se une con el río Co rintos. El río Frío corre por el centro de la planicie; en este lugar el terreno presenta el carácter de un estero. Frecuentemente no tiene el río un curso fijo; su agua se derrama en lagunas, y de éstas se desprenden zan- jones que forman nuevamente un río. En su curso inferior recibe consi- derables corrientes que bajan por quebradas del cordón de las sierras del lado sur, y antes de unirse con el río Corcovado forma varios peque- ños lagos. Por lo que he podido ver en las barrancas de los arroyos y zanjones, la parte superior de la planicie se compone de depósitos de rodados gla- 1 En el lado oeste del río Fetaleufú, se elevan varias montañas con grandes ven- tisqueros sin denominaciones. Dos de ollas figuran en mi mapa con los nombres «Macizo Stegmann » y «Macizo Iturbe ». Los he dedicado a los ingenieros Adolfo Stegmann y Atanasio Iturbe, quienes han desempeñado altos cargos en la comisión de límites con Chile (véase la lám. VI). 373 cíales y de aluviones modernos. No se trata aquí de morainas sino de materiales, como los transportan los ríos que salen de los glaciares. La parte inferior está formada de estratos lacustres que se hallan en posi- ción horizontal. La planicie, que tiene más o menos la misma altura que el terraplén, que separa la cuenca de 1G de Octubre del lago Staleufú, presenta exactamente la misma construcción, y no hay duda que ambos son antiguos fondos del lago terciario que ha existido en esta comarca. He subido a un cerró de 1720 metros de elevación, que se levanta bruscamente de una angosta depresión, la que constituye una pampa en (pie nacen un afluente del río Corintos y uno del río Frío, a fin de sacar una vista fotográfica general de las dos cuencas y de las serranías en sus alrededores. En la copia, con las indicaciones pertinentes, que se ha enviado a Londres, podrá formarse una idea de las condiciones mor- fológicas de esta región. Del lado este se distingue el cordón de la sierra Tecka, que se extiende de sur a norte hacia los cerros Tres Torres, y se puede divisar el cordón Esquel. Al noroeste de este cordón se observan las altas cumbres de las sierras liivadavia, y en el oeste de la depresión los dos cordones de la sierra Situación y de los Cerros Cónico y Los Mo- rros. En la parte sur hay otro cordón, que comienza en el curso inferior del río Frío, y que se une con el cerro de Cuche ', el que presenta un gran contraste con las otras serranías. En esta vista se nota también que el grupo de montañas, formado por los cerros Langlcy, Minas y Co- lorado, se eleva en forma de una isla entre las dos cuencas. En la parte norte se encuentra el cerro Tilomas, que está separado de los anteriores por la depresión en que corre el río Corintos, y también del grupo de las sierras Nahuelpan por otra angostura, en que el arroyo del mismo nombre ha cavado un profundo cauce. En todos estos cerros predominan las rocas volcánicas ; únicamente en el cerro Langley se observan capas sedimentarias en posición per- turbada. En este lugar las montañas, formadas de rocas volcánicas, se hallan en contacto con las colinas que se extienden hasta la cuenca inferior del río Corcovado, las que se componen en gran parte de depó- sitos sedimentarios de edad cretácea e infraterciaria. Del lado del lago Kosario afloran en la base del cerro Langley tobas y areniscas de color rojo y gris en posición perturbada ; encima hay ro- cas volcánicas de diferente estructura y color, y sobre éstas se encuen- tran otra vez capas sedimentarias muy dislocadas. La cumbre está cons- truida de un espeso manto de rocas efusivas de estructura basáltica, que en algunas partes presenta el aspecto de altas murallas de fortalezas. 1 También este cordón do sierras no tiene denominación; lo he señalado en mi mapa con el nombre « Cordón Guglielmetti », dedicado al ingeniero Guglielmetti, (¡tiieu ha practicado estudios topográficos en esta zona. — 374 — Se distingue bien, que el magma volcánico luí atravesado los depósitos cretáceos e infra terciarios. Las sierras Langley están separadas del mencionado cordón de coli- nas (cordón Guglielmetti) por una angosta depresión que unía antes los dos lagos. Actualmente forma una pampa, en parte pantanosa, en que nacen, como ya se lia dicho, un afluente del río Frío y uno del Oorintos. .Las barrancas de las colinas del lado sur se componen de capas de to- bas de color rojo y gris que alternan con bancos de arenisca, y conglo- merados •, éstos son menos dislocados que los del cerro Langley, y en algunas partes se hallan en posición primitiva. No he encontrado en ellos otros fósiles que madera petrificada, pero a mi parecer no hay duda que pertenecen a las mismas formaciones de arenisca roja cretá- cea y a la toba del terciario inferior que están muy desarrolladas en la región del lago Golhuapí. A primera vista se nota que estas colinas pertenecen a un sistema de serranías más antiguas que los macizos de la cordillera. De ellas me ocuparé en el capítulo siguiente. Las colinas que se hallan del lado oriental de la sierra Langley, que limita la cuenca de Corintos, son formadas en su base de sedimentos de edad cretácea e infraterciaria y cubiertas de depósitos glaciales. Los arroyos que bajan de las altas sierras por quebradas, lian abierto a tra- vés de las colinas profundos cauces, y en la base de las barrancas afloran en muchas partes capas de arenisca y tobas de color rojo y gris; direc- tamente encima de ellas se hallan los depósitos glaciales, faltando las capas lacustres del terciario superior. Esto demuestra que las colinas han estado expuestas un largo tiempo a la denudación, y que el origen de la cuenca es posterior a su sedimentación. En cambio afloran capas lacustres en la base de las barrancas del profundo cauce del río Corin- tos, que cruza el centro de la depresión. El afluente principal de este río nace en el cordón de colinas del lado sur, cordón Guglielmetti, donde tiene su origen también uno de los afluentes del río Huemules. El río Co- mí ios, como los arroyos que desembocan en él, han abierto cauces de 100 a 200 metros de profundidad en el antiguo fondo del lago que exis- tía antes en esta cuenca. He tomado una vista fotográfica, de esta co- marca (véase la lám. Vil, figura primera). En ella se ve claramente el antiguo fondo del lago y los profundos cauces que han cavado el río y los arroyos, como también las colinas y las serranías en su contorno. Las capas más antiguas que afloran en el fondo de los cauces, se com- ponen en gran parte de un limo estratificado, consistente, con interposi- ciones de creta blanca, en que hay caracoles y pequeños moluscos de agua dulce. Encima de ellas se halla una capa de rodados de 100 a 200 metros de espesor en forma de escalones. El primer escalón constituye — 375 — el centro de la depresión, y del lado snr liay otro más «alto. Los dos es- calones se componen exclusivamente de rodados sin interposiciones de arena y limo ; los guijarros parecen en esta parte surtidos y lavados por fuertes corrientes, mientras que en Las barrancas del curso inferior del río Coriutos se encuentran, en medio de materiales finos, grandes cautos erráticos. Revisando los rodados resulta que se trata de material pro- cedente de la Cordillera Central. En él predominan los guijarros de rocas graníticas de color gris claro; Las de basalto, que constituyen las cum- bres de las sierras vecinas, son escasas, y Las de arenisca y tobas porfíri- cas, de que están formadas las colinas más cercanas, faltan por completo. Por la dirección que llevan los esc.alones se puede deducir que el ma- terial lia sido transportado por una corriente de hi,elo continental que venía del sudoeste basta las inmediaciones del antiguo lago. Los torren- tes, que salían de la muralla glacial lian rellenado esta parte del lago con los guijarros más pesados, mientras que el material finóse depositó más al centro y más al norte. Cuando los glaciares se retiraron hacia el sur, se formó el segundo escalón. Esta separación de material por las corrientes de agua nos ex- plica que en los depósitos de guijíirros de la parte sur del antiguo lago se encuentran granos de oro. Es sabido que en todos los depósitos gla- ciales en la Patagonia hay un poco de oro, que se halla generalmente en la arena que rodea los grandes cantos glaciales. Acá los granos de oro se encuentran diseminados en toda la espesa capa de rodados, y a causa de su peso específico qued.aron en la parte sur del lago. Se intentó explotarlo y se formó la « Compañía Mina de Oro de Corintos », pero no tuvo éxito, porque a, los rodados no se puede lavar, como a la arena aurífera. Todos los arroyos que nacen en las sierras y colinas que rodean la depresión de Corintos, se unen con el río del mismo nombre, y éste des- íigua en el río Fetaleufú, de manera que la cuenca de Corintos no forma una división de las aguas continentales, como la pampa de Maitén. En esta comarca el divortium aquarum está completamente afuera de la cor- dillera en las serranías del sistema subandino. En tiempos postglaciales el lago de la cuenca de 10 de Octubre des- aguaba en el lago de Corintos, y éste tenía su salida por una gran abra que se halla entre el Teclea y Las Tres Torres. Las barrancas del ancho caña- dón de Teclea se componen de capas de areniscas y limos, parecidos a los del río Negro, que son de edad supraterciaria. Se conoce claramente de que se trata de estratos fluviales depositados por un gran río que salía de un lago, en que quedó el material más grueso. Encima de los depósitos fluviales hay una espesa capa de rodados flu- vio-glaciales. Todos los hechos, que se observan en las dos cuencas de esta comarca, 376 — indican evidentemente, man 21 00 m. Río Fetaleufü en la parte donde comunica con la depresión de la Colonia 1G de Octubre (300 ni.) Rotu, TnvestiyacWnes ycolóyicns en el norte de la Patayunia Antiguo fondo de lago en la cuenca del Río Corintos Antiguo c/tsayuc por e/ Río Teche. Lámina vil Grupo de macizo granítico en el valle inferior del río Corcovado, demostrando el fondo de un antiguo lago que desaguaba antes en el Atlántico ROTU, Investigaciones geológicas en el norte (le la Pataffpnia LÁMINA VIII Vista del lago Nahuel Huapí con los pequeños lagos en la península de San Pedro (765 ín.) 389 — pas de arenisca tobífera depositadas directamente encima del granito. En ellas encontré restos de Protypotherium , Ncsodon, placas de Propa- laeoplophorus y Peltepliilus , que son géneros que abundan en la for- mación patagónica. En los mismos estratos hallé también dientes de los géneros Toxodon y Xotodon, así como un trozo de maxilar de un Me- (/ athcrium de tamaño tan grande como el del loess de Monte Hermoso. A primera vista se podría suponer que correspondiesen a depósitos de la formación patagónica/ pero los tres últimos géneros demuestran que se trata de una fauna que forma la transición entre la del piso san- tacrucense y la del entrerriense. Más al sur, en el río Frías, encontré la misma mezcla de tipos, y sobre esta fauna F. Ameghino lia establecido un nuevo piso, llamándolo «Friasense» (Friaséen). La población Aviles se halla en una pampa de unos 15 kilómetros de largo, por más o menos dos de ancho, la que está cubierta de aluviones, pero se ve bien que so trata de un antiguo fondo de lago. La llanura parece tener un suave declive hacia el este, y está atravesada por el río Huemules, que no tiene en esta parte barrancas. Los peones que me acompañaron, decían: « Este río corre cuesta arriba». La corriente es tan suave que hemos tenido que hacer flotar un papel para poder cons- tatar su verdadera dirección. Como los arroyos describen muchas vuel- tas, parece que corriesen en distintas direcciones. Los peones sostenían, que eran dos ríos: de que uno era el Huemules, y que el otro corriese pol- la Pampa Grande al río Techa. Hemos tenido que hacer varias veces la prueba con el papel para asegurarnos de que todos estos arroyos son afluentes del río Huemules. El fenómeno se explica por la circunstancia de que en el tiempo preglacial la abra entre el cerro Nixen y el cordón del lado norte, por donde corre ahora el río, no existía. El antiguo lago de este paraje estaba unido con otro en la Pampa Grande, y los dos des- aguaban por el río Tecka. Las rocas pulidas y estriadas en la abra de- muestran que en esta parte pasaba una corriente glacial, la que ha pro- fundizado la abra de tal manera que el lago se desagotó entonces por el lado del río Corcovado. Después de haberse secado los arroyos que ba- jan de las sierras, no abrieron cauces en el antiguo fondo del lago, sino derramaron sus aguas en los pantanos, de los que salen zanjones que se unen con el afluente principal del río Huemules. Entre esta cuenca y la Pampa Grande existen varias pequeñas coli- nas, en que afloran rocas graníticas y capas detríticas cretáceas. Estas colinas están separadas unas de otras por valles de erosión, en los que hay arroyos o mejor dichos zanjones con agua ; unos entran en la Pam- pa Grande, y otros se juntan con el río Huemules. Este paraje presenta el aspecto de un estero con colinas bajas, y forma una división de las aguas continentales. En la Pampa Grande, que se extiende hasta el río Corcovado, hay — 390 varios esteros, que son los restos del gran lago que existia antes en esta comarca, y todo indica que éste no lia sido tan profundo como los que lia habido en las depresiones tectónicas de la Cordillera central. En uno de los esteros próximos del río Corcovado en las inmediacio- nes de la casa Vargas, nace un afluente del río Tecka. El estero se halla en un terraplén formado de depósitos glaciales que apenas se eleva unos 20 metros sobre el río Corcovado; no obstante, éste no ha conser- vado su antiguo curso. Este fenómeno se explica por la circunstancia que la pendiente del terreno es mucho mayor hacia la cuenca inferior que en dirección a la Pampa Grande, y por eso el río ha abierto el cauce a través de los depósitos glaciales por aquel lado. La casa Vargas se halla a 725 metros sobre el mar, y pasando la angostura en Nixen hay solamente 420 metros de altura, mientras que la Pampa Grande, donde se unen los diversos afluentes que salen del estero, con el río Tecka, tiene 710 metros de altura. Resulta pues que el actual curso del río Corcovado, en una distancia de 20 kilómetros, tiene un declive de 300 metros, siendo el declive del terreno en dirección a Tecka solamente unos 20 metros. Si se construyera un dique en la angostura entre los cerros Nixen y Herrero, el río Corcovado tomaría otra vez su antiguo curso por la Pampa Grande, y el lago General Paz desaguaría por el río Tecka. Con esta obra se obtendría una represa de agua suficiente para poder regar la planicie en Tecka y Genoa. El afluente del río Tecka que nace en los esteros de esta cuenca, cruza, antes de llegar a la Pampa Grande, el cordón de colinas que se extiende desde el cerro Nixen hasta las serranías Putraehoique. Este afluente pasa por un valle a través de las colinas, las que en esta parte se elevan apenas 50 metros sobre la Pampa; más al sur hay picos que pasan de mil metros de altura. En estas colinas afloran tobas y brechas porfirices, cruzadas por di- ques de rocas de magma, y encima se hallan en posición discordante ca- pas de toba gris, en las que encontré restos de mamíferos. Se ve que des- pués de la sedimentación de la toba porfirice cretácea ha habido un tiempo de denudación, y que luego se depositó la toba gris. En ella hallé una mandíbula de JPropachyrueus , molares de Arcliaeohyrax, un maxilar superior y un inferior mal conservado de un género del subor- den Toxodontia, un diente bilobado de un gravigrado, que puede perte- necer a una especie pequeña de Octodontotherium, una mandíbula con dientes cilindricos de un gravigado desconocido y placas de Vraeeuphrac- tus y Prodasypus, Con excepción del género Propachyrucus todos los demás tipos corresponden a la fauna pyrotheriana de Ameghino Según ‘ F. Ameghino ha establecido sobro esta fauna un nuevo piso, llamándolo Tecka- ncnsc (Tequéen), y lo coloca en la parte basal de la formación patagónica. 391 mi opinión, no liay duda, que los restos de mamíferos que encontré en la toba gris en la sierra Tepuel y los de aquí, correspondan a un mismo horizonte geológico. En el oeste de la casa de Vargas hay un grupo de colinas con alturas de mil metros, formado de depósitos correspondien- tes a la formación de la arenisca roja cretácea] Estos depósitos se com- ponen principalmente de tobas de color abigarrado, como se lo observa en la región del lago Colhuapí, donde abundan los restos de los grandes Dinosaurios. He encontrado en estas colinas únicamente madera petrificada. El color predominante es rojo, alternando con amarillo, verde, azul, blanco, etc. También en la estructura varía mucho la roca. Hay estratos que parecen ser arcilla, pero en realidad no se trata de un producto de des- composición de rocas feldespáticas, sino de ceniza volcánica muy fina, la que ha sido lavada del detrito más grueso arrojado en las erupcio- nes. Todo el complexo de capas tiene el aspecto de estar depositado por el agua en forma de bancos más o menos espesos, y hay capas que no pa- san de 5 centímetros de espesor, y otras tienen más de un metro. Aquí se observan rocas de estructura muy particular ; en medio de capas que parecen arenisca, se encuentran vetas de color amarillo claro, que a primera vista podrían tomarse por una roca de magma, pero re-, sulta que es tan dura que raya el vidrio, como la piedra chispa, y pre- senta todo el carácter de ágata. También hay capas que parecen arenis- ca, tan dura que apenas se puede romper con el martillo, y mirándola bien, se observa que no son granos de arena redondeados, sino fragmen- tos detríticos volcánicos, muy consolidados. Aquí he visto un conglo- merado muy singular. Se compone de diferentes piedras calcedónicas del tamaño de avellana, ligadas con una masa silícea, que también raya el vidrio y se asemeja a un conglomerado de ágata. Todos estos sedi- mentos parecen ser petrificados por aguas termales silíceas. En ninguna de estas colinas he visto rocas graníticas u otras neovol- cánicas, sino solamente diques de rocas porfíricas, lo que es muy signi- ficativo, pues nos prueba de que se trata de un sistema de sierras más antiguas que la cordillera. Por esta razón las capas sedimentarias están menos revueltas que en las partes donde han sido atravesadas de rocas neovolcánicas. Las capas llevan un rumbo fijo más o menos de norte a sur con un declive al oeste; aquí se nota una isoclinal bien caracteriza- da por las capas que se repiten. Todas las sierras de esta comarca han estado durante largos espacios de tiempo expuestas a la erosión; aquí faltan los depósitos de la toba gris, y en cambio se observan en su base, sobre los planos denudados, estratos lacustres pliocenos; una prueba de que aquí existía un lago en el tiempo terciario. Además las rocas porfíricas están pulidas y estriadas por las co- rrientes de hielo que tenían su salida a las mesetas de la zona subandina. 392 Por todo 3o que lie visto en el río Corcovado y en la Pampa Grande, lie llegado a la conclusión que en este paraje liay dos cuencas de dife- rente origen. La del curso inferior que se llalla entre los macizos graní- ticos, es de origen tectónico, mientras que la del curso superior y de la Pampa Grande, es de erosión. En las dos cuencas existían antes grandes lagos que tenían su desagüe por el río Teclea y el de Genoa. Cuando en el tiempo postglacial el río Carrenleufú se abrió paso al través de la cordillera central, se comenzaron a desagotarse por este lado no sola- mente los lagos que existían aquí, sino los de las depresiones en Corin- tos y 1 0 de Octubre. La particularidad, de la comarca del río Corcovado y de la Pumpa Grande consiste por una parte en el hecho de que los macizos graníti- cos de la cordillera central se traban directamente con los cordones de montañas y de colinas formadas decapas sedimentarias, plegadas en tiem- po del cretáceo y terciario inferior, faltando el sistema de la precordille- ra, que forma más al norte la transición entre los macizos de rocas vol- cánicas y la zona sedimentaria subandina. Por otra parte existían aquí lagos en depresiones tectónicas y en antiguas cuencas y valles, forma- das por la denudación. En el capítulo siguiente se verá que más al sur se hallan engrandes cuencas de erosión enormes depósitos sedimentarios lacustres y lluvia- les, que tienen mucha semejanza con la molasa en los Alpes de Suiza ( Continuará.) RK VISIÓN I) 10 LAS FORMAS EXTINGUIDAS PAMPEANAS Por EDUARDO CAKETTE El renombrado zoólogo que en vida fué Sir Richard Lydekker, colabo- rador del doctor Francisco P. 1M oreno en el estudio de nuestras faunas de mamíferos fósiles, terminó sus tareas en el Museo Británico con un catálogo razonado de los rumiantes, cuya última parte, aparecida des- pués de su fallecimiento, y dedicada casi enteramente al grupo de los Cérvidos, me lia sugerido este trabajo de revisión de nuestros ciervos fósiles que ahora someto a la benevolencia de mis colegas ; con ella me he iniciado en este grupo inmigrante en Sud América, tan interesante para nuestros estudios de zoogeografía actual como para nuestros en- sayos de correlación geo-paleontológica, apenas reveladas. Por ello mismo, creo cumplir con una sagrada deuda al reunir aquí los nombres de los dos ilustres maestros que encabezan esta memoria: el del doctor Moreno, a quien debemos los paleontólogos del Museo de La Plata el abundante material de estudio que será siempre nuestro orgullo; y el do Sir Richard Lydekker, que nunca no ha dejado de estar ligado a nuestra institución desde el día en que puso su talento al servicio de la ciencia argentina. No he de ser yo quien diga si he conseguido el objeto que modesta- mente me proponía al escribir estas páginas; deseoso, primeramente, de ofrecer tan sólo una revisión de las formas fósiles de Cérvidos hasta la fecha descritas para Sud América, cuyo material típico pertenece casi ex- clusivamente a nuestras colecciones, me he visto después llevado a con- siderar la sistemática de las formas actuales, e insensiblemente esta in- grata tarca me ha comlucido a someter a un atento examen los cuadros taxonómicos de zoólogos y paleontólogos. El resultado de mis cavilacio- nes sobre ese tópico es el proyecto de clasificación que sin otra preten- — 394 — sión ofrezco a la crítica, y la nueva distribución genérica y específica de los ciervos fósiles pampeanos con que termina mi trabajo. Puede que me haya equivocado e, involuntariamente, haya repetido lo que otros más sabios ya dijeran. Sirva en mi defensa la escasez bi- bliográfica a que he tenido que ceñirme, no obstante mis empeños en busca de tales fuentes. A este respecto debo manifestar que he sido ayudado eficazmente pol- los señores doctor Roberto Dabbene y profesor Félix F. Outes, quienes pusieron a mi alcance obras para mí, sin esta su amable intervención, inaccesibles. Me es grato expresarles aquí mi agradecimiento; lo mismo (pie al doctor Luis M. Torres, director del Museo, por el interés que ha tomado en la publicación de estas páginas, y a mi buen amigo el doctor Carlos Bruch, quien, con su bien conocida pericia, liase encargado de su ilustración gráfica. I Historia de los descubrimientos de Cérvidos fósiles americanos Los Cérvidos han dejado numerosos restos en las capas terciarias neo- génicas : en Europa, especialmente, se señala por millares los trozos de cornamentas y sus restos esqueléticos hallados en los estratos diluviales. En América, tales materiales fósiles no faltan seguramente, pero son mucho más escasos y muy incompletos, circunstancias que han dado origen a una profusa y engorrosa lista de especies nuevas, cuya enu- meración cronológica debemos considera]- previamente a toda discusión morfológica. Como para muchos otros grupos de mamíferos sudamericanos, encon- tramos la primera noticia respecto de los Cérvidos fósiles en las obras de Lund sobre la fauna de Lagoa Santa. A mediados del siglo pasado, Lund anunciaba el hallazgo de tres especies fósiles de Cervus , muy se- mejantes a formas vivientes y representadas por buen número de res- tos, que designa como Cervus ajf. simplicicorni, C. ajf. paludoso y C. ajf'. campestri '. Algunos años más tarde, el paleontólogo Bravard inicia la explora- ción geo paleontológica de nuestro territorio, y en 1857 y 1858 da a co- nocer, en sus Observaciones geológicas sobre la hoya del Plata y en una Monografía de los alrededores del Paraná , los resultados paleontológicos ' Lund, 11 lile pan llrasiliens dy rever den, ec. Denska Vid. Selsk Skr., IX, 1812, y Mcd- delelse af det udbytte de i 1844 undersogte knoglelmter have afgivet til kundskalen um llrasiliens dyreverden... Vid. Selsk. mil. ug muth AJ'h . , XII, Lagoa Santa, 1844, pági- nas 8G-89. 395 >; la especie E. truncas es conocida por un trozo de cuerno procedente del ensenadense (puerto de La Plata). Su ba- se, casi circular, soporta dos ramificaciones, una muy corta (?) y la prin cipal adornada por estrías y verrugas en sus caras interna y externa. 2. En Paraceros , igualmente género nuevo, están comprendidos los ex Cervus ensenadensis, frágil is y avius, además de la nueva especie Parace- ros vulnéralas : de modo que se puede considerarle como equivalente al grupo A, del cuadro taxonómico de 1888. Caracterizado a la vez por sus cuernos largos y cilíndrico-aplastados, y por sus ramificaciones bilatera- les e inclinadas hacia los lados y hacia atrás, Paraceros se distingue de los otros grupos, dice Amegliino, por « su mogote ocular dirigido hacia adelante y alejado de la corona». El Cervus ensenadensis Amegh. 1888 viene a ubicarse en ese género por presentar un mogote ocular horizontal (?) a 9-10 centímetros de la base, como C. fragilis Amegh. 1888 ; dife- renciándose ambos por su respectivo tamaño, por caracteres de los cuer- nos precedentemente indicados, y además por su diversa posición crono- lógica en el pampeano (lám. I, figs. 3 y 7). A C. avius , más antiguo, pues- to que procede de Monte Hermoso, Amegliino lo identifica a la vez con las tres especies que Moreno señalara del mismo lugar; esa identificación no deja de ser hipotética, puesto que el material de Moreno es incom- pletamente descrito y dos de sus formas están basadas exclusivamente en huesos de las extremidades. C. avius pertenecería al género Parace- ros por la forma cilindrico aplastada de sus cuernos, limitados a trozos tan exiguos, que por esa sola consideración podría atribuírselos al género vecino Cervus. En cuanto a la nueva especie, Paraceros vulnera- tas , su autor la funda en un cuerno incompleto de Lujan; muestra una corona casi circular, una rama principal surcada, ci 1 í ndr ico-api as tada en las bifurcaciones y una primera ramificación sencilla, achatada, de di- rección ántero-superior, que nace a unos diez centímetros de la base ; por el tamaño de esa pieza, Amegliino considera a la especie como de talla intermediaria entre Paraceros ensenadensis y Paraceros fragilis (»g. 1, n° 5). 3. El tercer género nuevo, Antifer , corresponde al grupo E, de 1S8S (Cervus ultra Amegh.). A los caracteres ya indicados como diferenciales para el grupo : cuernos muy grandes, aplastados en todo su largo, cón- cavo-convexos, acanalado-tubérculo-rugosos, muy anchos en las bifurca- 403 dones, con aspecto de reno o Megaceros, Ameghino agrega : « con las ramificaciones colocadas en un mismo lado» (lám. I, fig. 8). 4. El género Ccrvus, propiamente dicho, se diferencia de Paraceros y de Antifer por su cuernos largos, cilíndrico-aplastados, unilateralmente ra- mificados, y ante todo, por la dirección án tero-superior y la posición del mogote ocular basal, que nace inmediatamente arriba de la corona (carac- teres, sin embargo, que deben ser considerados como de valor muy re- lativo, pues las piezas típicas de las especies no los confirman) (lám I, íigs. 4, 5 y 10). Así delimitado por Ameghino, el género Ccrvus viene a corresponder al tercer grupo del cua- dro de 1888, que comprendía los C. bracliy ceros, lujanensis y palaeopla- tensis, descritos en la misma ocasión, pero cree deber agregar a ese grupo dos especies : el C. tuberculatus Gerv. & Amegh. 1880, cuya ubicación for- zosamente ha de ser dudosa por no conocérsele sino por sus dientes mo- lares superiores, y una nueva forma, C. latas (fig. 1, n° 4), conocida por la «parte inferior de un cuerno con un mogote ocular, y dos ramificaciones que nacen de la rama principal aca- nalada, la primera muy cerca de la corona y la segunda, encorvada, más arriba». Según Ameghino, la especie C. tapalquencnsis Moreno 1888, es si- nónima de Ccrvus brachyceros Gerv. & Amegh. 5. Blastóceras comprende tres for- mas fósiles : Bl. azpeitianus (Amegh. 1888), Bl. campestris foss. (lám. I, ligs. 2 y 9) y Bl. paludosas foss.; y de los otros géneros se distingue por sus cuernos cortos, poco aplastados, casi rectos, con ramificaciones a ambos lados y con mogote ocular colocado bastante arriba, más o menos a un tercio de su altura. Blastóceras azpeitianus (Cervus azpeitianus Amegli. 18SS) se asemeja al Bl. paludosas, pero difiere de él y del cam- pestris esencialmente por el aspecto de sus cuernos lisos, levemente aca- nalados y desprovistos de verrugas, por la dirección de la primera ra- mificación, horizontal (?) y por el especial achatamiento de las bifurca- ciones. G-7. Furcifer está representado por las dos especies del grupo D, los C. sulcatus y C. seleniticus (lám. 1, figs. 1 y G), además déla forma F. bi- Fig. 1. — 1, Cornamentas do Cervus brachyce- ros Gerv. y Amegh. (molde) ¡ 2 y 3, Cervus avius ; 4, Cervus lalns; 5, Cervus vulnéralas (según Amegh. 1889). — 404 — sulcus fossilis , que según Ameghino admitiría como sinónimo a la espe- cie descrita en 1883 por B raneo como G. aff. cliilensis. Inútil es insistir sobre los caracteres específicos de esas formas, enumeradas más arriba. Tampoco merecen mayor atención las especies subfósiles (Goassus ru- fus , G. rufinus, G. nemorivagus) y fósiles (G. mcsolithicus Amegli. 1880), que constituyen el género Goassus. A esta reseña sistemática de los Cérvidos fósiles sudamericanos, que lie compendiado en lo posible, Florentino Ameghino agrega considera- ciones geológicas y filogenéticas que examinaremos en otro lugar. De las mismas formas Zittel 1 lince una ligera enumeración en su céle- bre tratado de Paleontología; pero las considera como insuficientemente caracterizadas; y en modo especial los géneros Antifer y Epieuryceros. Por lo que atañe a Paraceros, en opinión de Zittel no es sino un sinó- nimo de Blastóceras. Las piezas originales de Ameghino forman parte, en su mayoría, délas colecciones de nuestro Museo; a la vez que otras descubiertas por los colaboradores del doctor Moreno, fueron las mismas que permitieron a sir Richard Lydekker de emprender la revisión de los Cérvidos que, con- juntamente con la de otros grupos de Ungulados, hizo conocer por nues- tros Anales en el año 1893 Ameghino había repartido los restos de nuestros ciervos fósiles en el mayor número posible, por decir así, de especies y géneros : Lydekker parte de un principio diametralmente opuesto y afirma ante todo que todas las especies pampeanas deben ser incluidas dentro del género ame- ricano actual Cariacus Cuy., cuyas formas más típicas, norteamericanas (G. virginianus, etc.), caracterizadas por un mogote vertical recto que nace de la cara interna de la rama principal (mogote subbasal), serían aparentemente ajenas a nuestra fauna fósil. Las siete especies que Lydekker tiene por válidas, son las siguientes: 1. Gariacus brachyceros (Gerv. & Amegh.) : el autor la considera como una especie enteramente peculiar; por sus cuernos muy desarrollados, achatados, desprovistos de ramificación basal interna, parécele alejarse de toda otra especie viviente. No obstante su gran desarrollo, la rama principal es considerada por Lydekker como rama posterior comparable a la de Gariacus ; de ella, cubierta por numerosos tubérculos, que con los años irían desapareciendo, y probablemente dicotómica en su vértice, 1 C. vox ZitteIj, Traite de Palcontologie, Palóozoologie, tomo IV, páginas 400-405, París, 1894. 5 R. Lydekker, A study of the extinct Ungiilates of Argentino (Estudios sobro los Ungulados extinguidos de la Argentina), en Paleontología Argentina, II, páginas 74- 82, planchas XXIX-XXXI. Anales del Museo de La Plata, La Plata, 1893. 405 nacen dos ramificaciones sencillas, en el ejemplar típico. La rama anterior normalmente sería dicotómica, como la posterior; pero con la edad, una y otra se muestran más ramificadas, especialmente la posterior, en cuyo es- tadio final se cuenta hasta ocho o nueve puntas o mogotes — de las cua- les la inferior por sí sola suele ser doble y hasta triple — y dos bifurca- ciones (/orlen) terminalmente ramificadas. El Cervus lujanensis de Ame- gbino no sería sino la forma joven de la misma especie; el C. palaeopla- tensis, una simple anomalía (lám. II, figs. 1 y 4). 2. Cariacus fragilis (Amegli.) es una especie, según Lydekker, bien ca- racterizada por la forma cilindrica de sus cuernos; posiblemente aliada a Cariacus campcstris, representa un tipo más evolucionado. En ella, tam- bién interpreta Lydekker la rama posterior o principal y el mogote ocu- lar que describe Amegbiuo, como dos ramificaciones nacidas a ángulo recto de la bifurcación subbasal : subdividiéndose nuevamente la rama posterior, y ramificándose dicotómicamente la respectiva hinder-tine, resultaría en conjunto, en esa especie, un cuerno de cinco mogotes (lám. II, íig. 5). 3. Cariacus ultra (Amegh.) (lám. I, fig. 8) admite en su sinonimia a Epi- eunj ceros truncas Amegh. Sería una forma fósil suficientemente caracte- rizada por sus cuernos de gran tamaño y muy achatados, aunque vecina de Cariacus paludosus. El trozo de cuerno que sirve de tipo a C. ultra no es, en opinión de Lydekker, sino la porción superior a la bifurcación principal del mismo; la rama anterior, ausente, habría sido sencilla y la posterior se habría subdividido dicotómicamente. En cambio, el trozo de asta que caracteriza a Ep. truncus resultaría ser la porción inferior a la misma bifurcación subbasal ; de ella quedarían los rastros de las dos ra- mas resultantes, y habría sido mucho más próxima a la base que en Cervus paludosus. 4. Cariacus azpeitianus (Amegh.) es especie igualmente aliada con C. paludosus ; diferénciaso de él por ser la bifurcación principal do los cuernos, más alejada de la base, y las dos ramificaciones secundarias de la rama posterior diversamente inclinadas que en la especie viviente (lám. I, fig. 9). 5. Cariacus selcniticus (Amegh.), al que parece equivaler C. sulcatus , es vecino del C. chilensis viviente ; pero de él se distingue por sus cuer- nos mayores en tamaño y diversamente configurados, especialmente en lo que se refiere a la bifurcación, formando aquí la rama anterior un án- gulo recto con la posterior (lám. I, fig. G). G. Cariacus paludosus foss. está representado por diverso material ; de él no se puede separar específicamente el Faraceros ensenadensis (sería una variedad de cuernos menos rugosos). 7. Cariacus camyestris fossilis : no difiere del ciervo actual. En 1894, al criticar toda la obra realizada por Lydekker en su breve 406 — estada en la Argentina, Atnegliino 1 dedica unas cuantas páginas al ca- pítulo de los Cérvidos. No da mayor importancia a la unificación gené- rica de todas las especies fósiles argentinas, pues su ubicación común dentro del género Cariacus « es una sencilla cuestión de apreciación de los caracteres que no merece discusión » ; pero, en cambio, se opone te- nazmente ala identificación que de sus diversas especies había hecho el célebre paleontólogo británico ; únicamente aceptaría la equivalencia de Furcifer sulcatus con F. seleniticus. Veamos los argumentos de Ame- gil i no : a) Cervus lujanensis en su opinión no puede ser forma juvenil de C. brachy ceros : de él bien se distingue por su rama ocular sencilla, por la colocación de las dos ramas anteriores más alejadas una de otra, por la diversa curvatura de la rama principal y por el aspecto verrucoso de la misma. Tampoco se puede, según Ameghino, identificar C. palaeopla- tensis con brachyceros o lujanensis , pues de ambos a la vez se separa por los cuernos, no ya vomicosos, sino adornados por leves surcos longitu- dinales ; b) Nuestro paleontólogo admite que Genius (Paraceros) ensenadensis presente mucha semejanza con Cariacus paludosas; pero sus cuernos son más robustos, más achatados, y, sobre todo, procede esa especie de un piso geológico (pampeano inferior) en que todas las formas fósiles son diferentes de las modernas, y en donde Cariacus paludosas y campcstris son justamente ausentes ; c) Fpieuryccros truncas , fundado en una pieza muy incompleta, de- muestra sin embargo ser «una forma de Cérvido muy diferente de todas las conocidas»: erróneo es considerar la pieza original como la base del cuerno de Cariacus ultra ; presenta una rama principal perfectamente recta, que, terminando por una daga o una bifurcación (?), nunca pudo tomar la forma del cuerno de Antifer , por el rápido adelgazamiento de la parte superior rota y del borde posterior. No obstante las otras concesiones que hace a la opinión de Lydekker, posteriormente, en la breve reseña sistemática que escribió para el Se- gundo Censo , Florentino Ameghino - cita, como representando en la Ar- gentina la familia de los Cérvidos, a los siguientes géneros y especies fó- siles : 1 l'1!,. Amicgiiino, Sur Ies Ongulés fossilcs de V Argentino. Examen critique de l’ouvrage de M. R. Lydekker etc., Ccrvidac, cu Revista del Jardín zoológico, tomo II, páginas 292- 94 y 296, Buenos Aires, 1894. 5 Fi.. Amkgiiino, Sinopsis geológico-paleontológica, en Segundo censo de la República Argentina (1895), tomo I (Territorio), 3a parte, páginas 167-171, Buenos Aires, 1898. Eduardo Caiikttk, Cérvidos actuales y fósiles de Suü América Lámina II Cornamentas típicas ile : 1. Morenelaphus Lydekkeri Car. (= Cariacus bracliyceros Lydekk.j; 2, Pampaeocervus platensis Car.; 3, Morenelaphus Jíotlii Car.; 4, Morenelaphus pseudoplaten- sis Car. (= Cariacus brachyceros juv. Lyilekk.) ; 5. Morenelaphus fray ilis (Amegh.). u ■■ — 407 Coassus Gray, con cuernos simples en forma de daga: rufas, mcsolitliicus, nemorivagus , todos del postpampeano. Oervus L., cuernos con un mogote ocular anterior basal. muy ramificados en brachgceros, menos en lujanensis , ambos del pampeano superior. Paraceros Amegh. : cuernos largos, poco ramificados, con mogote ocular ante- rior colocado muy arriba de la base : cnsenadensis, de gran talla ; fragüis, con cuernos delgados y muy largos; vulnéralas, avias , imperfectamente conocidos. Se extieuden desde el liermosenso hasta el pampeano superior lacustre. Ozotoccros Amegh. nom. nov. por Blastóceras : campesiris y azpeitianus, éste más grácil, del pampeano superior Lacustre. Antifer Amegh. de talla gigantesca y con cuernos excesivamente ensanchados y palmeados: ultra, propio del pampeano superior. Furcifcr Gray : salcatas y selcniticas, ambos del pampeano superior. Epieuryceros Amegh. : con cuernos simples, muy cortos, rectos, achatados y sumamente anchos, que indican una talla considerable : truncas , del pam- peano inferior. En unas breves Notas sobre mamíferos fósiles del valle de Tarija, agre- ga Ameghino en 1902 a este elenco, dos nuevas especies pampeanas y reedita la antigua forma Cervus tuberculatus Gerv. & Ameg., caracteri- zada por sus molares superiores que, cuando gastados, « presentan un aspecto más complicado que en la mayoría de los ciervos conocidos». Una de las especies nuevas es el Hippocamclus (Furcifer) incógnitas, aliado del huemul, pero de talla más pequeña y cuyas muelas inferiores, reducidas y muy comprimidas, son provistas de uno o dos tubérculos interlobulares; su tercer lóbulo es también proporcionalmente mucho más grande que en la especie viviente. La otra especie nueva la repre- senta un gran ciervo, el Cervus percultus (subgénero indefinido), de talla comparable a Blastóceras paludosas, conocido solamente por sus muelas superiores : en ellas la corona es relativamente alta, la cara externa es deprimida y con aristas poco marcadas, y el esmalte es arrugado verti- calmente : además « la punta posterior del lóbulo semilunar ántero-in- terno es dilatada en forma de estribo transversal ». Con posterioridad, el doctor Ameghino no ha vuelto a ocuparse de los Cérvidos, salvo para describir una especie dudosa de Mazama (M. sp.t nemor ivaga Cuv.), representada por un trozo de maxilar superior con molares de leche procedente de las cavernas de Yporanga (Brasil)1 2. Puede 1 Fl. Ameghino, Notas sobre algunos mamíferos fósiles nuevos o poco conocidos del valle de Tarija, en Anales del Museo nacional de Buenos Aires, serie 3a, tomo 1, página 250, lámina III, figuras 16-17, Buenos Aires, 1902. 2 Fl. Ameghino, Notas sobre una pequeña colección de huesos de mamíferos de las grutas calcáreas de Iporanga, estado de Sao Paulo, en Revista do Musca Paulista, tomo VII, página 62, 1907. 408 decirse que sus ideas taxonómicas respecto del grupo de los Cérvidos fósiles argentinos se hallan condensadas, aunque algo modificadas en cuanto a la nomenclatura genérica, en el Catálogo de los mamíferos ac- tuales y fósiles y respectivo Suplemento, publicados por Trouessart en los años 1898 y 1904 De ellos, extraigo el siguiente cuadro de las espe- cies fósiles sudamericanas : Blastóceras azpeitianus Amegli., cntrcrianus Brav., bracli ¡/ceros Gerv. & Amegh. Antifer ultra Amegh. Epicuryceros truncas Amegh. Ilippocamclus seleniticus Amegh. (= silicatos Amegh.), bisulcas Mol. Mazama mcsolithica Amegh. Odocoilcus ( Paraceros) enscnaílensis Amegh., fragilis Amegh., avias Amegh., vulnerabas Amegh. Odocoileus ( Odocoilcus) lujanensis Amegh., latas Amegh., palaeoplatcnsis Amegh., taberculatas Gerv. & Amegh. , ? dubius Gerv. & Amegh., argentinas Gerv. & Amegh. percultus Amegh., chimborassi Wolf, riobambensis Wolf. Desde la aparición de esta recopilación sistemática de Trouessart se han publicado por otros autores algunos trabajos interesantes. En el tomo XT de esta misma Revista el doctor Santiago Koth 1 2 3 descri- bió una nueva especie de ciervo, el Cerras (Coassus) entrerrianus Roth, neo Bravanl ; la representa un solo molar superior, que en cuanto a forma y tamaño se asemeja a los de Coassns nemorivagus, pero de ellos se distingue por el « menor desarrollo de los estilos labiales y de las aristas medias de los lóbulos, por la falta de púa en la fosa lobular in- terna y por la existencia de un tubérculo en la cara labial ». Roth cree que esta especie «miocena» bien pudiera pertenecer a un género desco- nocido de Cérvidos. En 1900 Winge 4 dióla descripción de números restos fósiles de cier- vos de las cavernas de Lagoa Santa (colecciones de Lund), los cuales cla- sifica como Sábulo campestres, paludosas , simplicicornis y rafas ; respecto 1 E. L. Thouessakt, Catalogas mamemaliam tam viventium quam fossiliam, tomo II, página 691, et appendix, página 1 350, Berlín, 1898-99; ídem, Supplementum quinqucn- nale mino 100-1, páginas 690-708, Berlín, 1904. 2 Corresponde al número 191, Antílope argentina, basada en la extremidad de un cuerno « perteneciente sin duda a un antílope » según los autores. 3 S. Rom, Noticia t preliminares sobre nuevos mamíferos fósiles del cretáceo superior ?/ terciario inferior de la Patagonia. (Apéndice), en Revista del Museo de La Plata, tomo XI, página 158, 1904. 4 H. Winge, Jordfundne og nulevende Hovdgr (Ungalata) fra Lagoa Santa, in E. Mu- seo Lundi, III (1), Kopenhague, 1906. 409 de la especie G. percultus Amegh. parece considerarla como distinta de G. paludo sus. Lín criterio enteramente distinto del de Ameghinoyde la mayoría de los paleontólogos lia seguido observando Lydekker 1 en su obra de 1898 sobre los ciervos actuales. Allí ubica todas las formas fósiles sudameri- canas en el género Maza m a Gray (scnsu lato), que considera como sinó- nimo de Gariacus. En las páginas que dedica a las respectivas formas extinguidas, da cuenta de cuatro especies fósiles argentinas: 1. Mazama bracliy ceros (Gerv. & Amegh.) (lám. II, fig. 1), que siempre admite como sinonímicas las formas lujancnsis y palaeoplatcnsis de Ame- ghino. Se caracteriza así : cuernos muy grandes, en los que la ramifica- ción posterior que nace de la bifurcación principal excede en mucho ala anterior, tanto en longitud como en complexidad; de ello resultaría la confusa dicotomía. En las cornamentas adultas de brachyceros, la rami- ficación anterior (inferior) es sencillamente bifurcada: en cambio la posterior se subdivide en no menos de seis mogotes, todos ellos, a excep- ción de uno, colocados en su borde anterior. En general, el cuerno es muy achatado y su bifurcación principal se produce a corta distancia de la base. Lydekker considera este tipo de cornamenta como mucho más compli- cado que el G. paludosas y como una indicación de que la forma simétri- camente dicotómica sería un carácter de no mayor importancia. 2. Mazama ultra (Amegh.) (lám. I, fig. 8), como la anterior, aliada de Mazama paludosa, es de tamaño considerablemente mayor. Sus cuernos, mucho más achatados, se subdividen dicotómicamente en el modo usual : la ramificación anterior es sencilla; en cambio la posterior da origen a otra bifurcación que termina en un hinder-tinc subdividido. Lydekker sigue creyendo, respecto del fragmento tipo de Epieuryccros truncas, que sea meramente la porción basal de un cuerno de individuo muy viejo de M. ultra ; esta especie, si así fuera, se diferenciaría de M. paludosa, por la mayor proximidad de su bifurcación principal con la base. 3. Mazama frágil is (Amegh.) (lám. II, fig. 5), posiblemente aliada de la otra especie actual, M. campestris, se separa de ella por sus cornamen- tas mucho más complexas : son cilindricas, bifurcadas en ángulo obtuso a cierta distancia de la base, y constituidas por dos ramificaciones, an- terior y posterior, aquélla al parecer sencilla, la última mucho más des- arrollada y ramificada en modo dicotómico hasta formar en total cinco mogotes. 4. Mazama sclcnitica (senelitica, sic) ( = F. sulcatus Amegh.) demuestra ser muy vecina de los representantes actuales del grupo furci ferino, pero sus astas son más grandes y se bifurcan a ángulo recto en dos ra- 1 Lydickkkr, Deer of all Lands, página 291 y siguientes, Lomlon, 1898. KEV. MUSEO LA PLATA. — T. XXVI 29 — 410 mas, encorvándose la anterior hacia arriba y hacia adelante (lám. í, íig. (¡) ; de la posterior, quebrada en la base, nada se puede decir. Vecina especie es Mazama chilensis (antisensis), que ha dejado restos fósiles en el Ecuador. En su obra postuma sobre los Ungulados (11)15), Lydekker 1 2 anota en- tre los sinónimos de Blastóceras Sund. a los géneros creados por Amc- gliino, Bar aceros, Antifer y JEpieury ceros, sin otro comentario. Careciendo de la bibliografía indispensable (las obras, ya antiguas, de Leidy, Cope y sus sucesores), no me es posible seguir páralos ciervos del continente boreal como para el austral la evolución de los descubri- mientos de las formas fósiles y dar una completa reseña de ellas. Trou- essart en sus catálogos ha compilado una lista de las especies boreales extinguidas, y a su obra remito al lector. Básteme hacer notar al res- pecto la relativa pobreza de restos de Cérvidos en el terciario superior de Norte América, que hace que la gran mayoría de las especies fósiles sean fundadas en restos esqueléticos, dientes sueltos y trozos de corna- mentas. Como síntesis se puede consultar la clásica obra de Osborn, The age of mammals % que en distintos capítulos da cuenta de restos de Odocoi- leus, o de un posible antecesor pliocénieo, y de Gervus, Alces y Cervalces pleistocénicos. Tendremos ocasión de volver sobre este argumento al considerar la aparición cronológica de nuestros propios Cérvidos. 1 R. Lydkkiíkh, Catalogue of tlie Ungulate mammals in the British Muscum (N. H.), IV, página 186, London, 1915. En su obra do 1906, Les formations sédimentaires (p. 344), sólo presenta una enumeración cronológica de góneros reducida a Paraceros, Epieuryceros , Antifer, U(locoileii8, Hippocamelus y Mazama. De ella se podría deducir, pues, que entonces Aineghino también consideraba a Cerras y Blasiocerus como sinonímicos de Odocoi- lens. No ha dado nunca ninguna noticia al respecto. Acaba de llegar a mis manos la obra de revisión sobre los mamíferos fósiles de Tanja, que han compilado los paleontólogos franceses M. Boule y A. Théveuin por cuenta de la misión científica dirigida por Créqui de Monfort et Sénéclial de la ürange. En un muy corto capítulo que aquellos autores dedican a los Cervidae («pág. 168-171), so limitan a citar como representados cu el pampeano y cavernas del Brasil los géneros actuales Coassus (Mazama), Pudo, Furcifer (Hippocamelus), Blas- tóceras y Odovoileus, mencionando como mal definidas o próximas de las vivientes, las especies que Ameghino señalara para aquella localidad \;n 1903 : Hippocamelus incóg- nitas, Cerras tuherculatus y C. percutías. Sigue un corto capítulo sobre la historia pa- leontológica de los ciervos sudamericanos a base de la obra de Matthew. En un reciente trabajo relativo a ios estratos de Miramar (1920), el doctor J. Frenguelli hace mención en el preensenadensc (chapalmalense) de una especie de Cerras (Paraceros ?), representada por un fragmento de mandíbula con un molar. 2 F. O.snoüN, The age of mammals in Europa, Asia and Xorth- America, New York, 1910. 411 En resumen, nos encontramos, en cuanto a los Cérvidos fósiles del Nuevo Mundo, con un sinnúmero de especies, en gran parte mal defini- das, que es preciso referir a sus géneros propios. En 1885, Lydekker declaraba que este problema entrañaba una dificultad considerable, especialmente cuando se trata de los Cérvidos, limitados de ordinario, cuando extinguidos, a dientes aislados y a cornamentas más o menos coiu pletas. Lydekker y Ameghino resolvieron el punto en un modo contradictorio: éste, creando una buena serie de nuevos géneros y especies; aquél, redu- ciendo las formas descritas precedentemente a un único género y a al- gunas especies afines de las actuales. Probablemente la verdad es equidistante entre ambos extremos. Para llegar a ella, necesitamos examinar la evolución de la familia; su paren- tesco con las familias afines, los diferentes criterios taxonómicos que lian guiado a los mamálogos para repartir los numerosos ciervos actua- les en irnos pocos grupos principales. Comenzaremos poruña breve revi- sión de los caracteres de los Cérvidos en general, luego los estudiaremos en su taxonomía. II Cervidae y familias afines Los Traguloideos, dentro del superorden de los Artiodactyla Sclenodon- tia aparecen como un grupo de los más homogéneos entre los Ungula- dos; las familias que lo constituyen, tanto por su probable común origen, como por su convergente evolución, son tan próximas una de otra que sus límites mutuos responden en general a la opinión personal de cada autor. Y especialmente, la delimitación de los Cérvidos con los Traguli- dac es tan imprecisa (pie ya uno, ya otro de sus grupos secundarios se suele adjudicar sistemáticamente a entrambas familias, si, para salvar la dificultad, no se recurre a elevarlos a la categoría de familias propias. En general, sin embargo, hoy en día los autores considei'an a los Tra- íl ido ¡dea como representados por tres familias típicas : Cervidae , Tragu- lidae e Hypertragulidae. La primera con abundantes especies vivientes, la segunda con un solo género actual y la tercera completamente extin- guida desde el plioceno. Antes de emprender la revisión taxonómica de los Cervidae, creo conveniente fijar sus caracteres esenciales. Los Cervidae habrían hecho su aparición quizá ya en el oligoceno, más seguramente en el mioceno inferior, de Eurasia; algo más reciente- mente en América. Desde entonces el phylum ha producido numerosísi- 412 — mas formas, buena parte desaparecidas, muchas aún vivientes. Durante esta larga evolución, sin duda los caracteres propios de la serie se han ido fundiendo con caracteres de pura adaptación, inevitablemente adqui- ridos por las migraciones intercontinentales. Este hecho, que por lo demás es común a todas las ramas de mamíferos, explica las largas diagnosis con que los mamálogos suelen caracterizar la familia en sus rasgos actuales; las abreviaremos reduciéndolas a los caracteres osteo- lógicos esenciales, o sea a los que interesan la morfología del cráneo, el sistema dentario y las extremidades. , Cráneo. — Es notable el cráneo de los Cérvidos, sobre todo en las formas más modernas, por el peculiar desarrollo de ciertos elementos óseos : lacrimal, nasal, vómer, entre otros; y principalmente por la exis- tencia de los cuernos sólidos que adornan el frontal, en el cual se in- sertan por un pedículo o processus frontal-i s. Estos cuernos, deciduos (epodiocerata) , cuyo desarrollo progresi vo se puede seguir a través de las épocas geológicas, son aún hoy sumamente sujetos a variación, no solamente en cuanto al desarrollo en el individuo (masculino siempre, salvo RangiJ'er), en el cual se van complicando con los años, sino tam- bién para cada especie. Entre los huesos de la cara, llama la atención la región del hueso lacri- mal por el desarrollo excesivo de la fossa lacrymalis en donde desemboca el canal respectivo por dos forámenes generalmente situados en el pro- pio margen del hueso. Otra particularidad de la misma región lo es la extraordinaria extensión que suele tomar la fossa o vacío suborbital (la- chrymal pit, Uth m o i d a Unclce), limitada por lacrimal, nasal y maxilar, que comunica con la cavidad nasal, y en vida está cubierta por una sencilla membrana. . Igualmente interesantes son las relaciones de las nasales con los pre- maxilares en las diversas especies pues la articulación entre ambos no es constante. Pero sobre todo lo es el grado de osificación que presenta el vómer, que en un grupo de géneros divide, en otros no, los choanae posteriores en dos cámaras distintas. Sistema dentario. — Los Cérvidos responden a la fórmula i ^ c ------ 3 3 P tt m -• Como todos los rumiantes, carecen de incisivos superiores, a ve- ces también de los mismos caninos : éstos, regularmente ausentes en los individuos femeninos, pueden adquirir en ios £ e Navicular y cu- boidoo solda- dos, cunei- forme libre. Glándula metatarsal nor- malmente presente, tar- sal siempre desarrollada; cuernos complexos con mogote subbasal y rama anterior déla bifurcación principal desarrollada a expensas de la posterior. Cuernos bifur- cados, dico- tonneos, sin mogote sub- basaí y con Glándulas I más de dos metatar- 1 mogotes en sales au- 1 total . sentes. | Cuernos sim- plementebi- furcados. Cuernos senci- llos, en for- ma de daga. 7. Odocoileus. 8. Blastocerus. 9. Uippocamelus. 10. Mazama. Glándulas metatarsales, tarsales y pedal ausentes. Cuernos dimi- nutos 43 5 'S > Navicular, cu boideo y cu nei forme sol dados . Cuernos con tres mogotes, divergentes de la sutura mediana frontal en + 40°. Glándu- 1 las faciales ausentes. Cola rudimentaria, etc. ) Cuernos con mogotes múltiples, a menudo palmea- 'j 11. Pudit. I 12. Capreolus. 13. -4/ccs. dos, divergentes de la sutura frontal en + 90°. \ Glándulas faciales presentes. Cola corta, etc. ) Cuernos existentes en el cf y en la Q. Telemetacarpi. Vómer completo. 14. Bangi/er . IV Sistemática y morfología Del breve examen histórico a que hemos sometido la taxonomía actual de los Ciervos, resulta evidentemente que los autores han respondido en general a dos principales ideas directrices : unos han seguido un criterio prevalentemente morfológico (Cray, Cameron, Lydekker) ; otros han ape- lado a fundamentos anatómicos (Garrod, Brooke y sus sucesores). Los morfólogos se basaron en caracteres externos de las cornamentas, del pelaje, del sistema glandular, del apéndice caudal, etc. Los anato- HKV. MUSEO LA PLATA. — T. XXVí 30 mistas dieron, en cambio, preferencia a los rasgos internos diferenciales que proporcionaban el cráneo y los inetapodios. Veamos cuál es el valor sistemático de unos y otros. GLÁNDULAS DE LAS EXTREMIDADES La presencia y ausencia de estos órganos cutáneos, y su variable des- arrollo, son caracteres que han sido utilizados en la taxonomía cervina antes por Gray ', y recientemente por Pocoek % quien otorga una singu- lar importancia al sistema glandular del tarso, metatarso y pie. En su última clasificación (año 11)15), Lydekker 1 * 3 ha puesto igualmente a con- tribución este carácter puramente exterior, y, como Pocock, llega así a aislar el género Pudú de todos los demás ciervos telemetacarpeos y a subdividir el grupo neártico en dos o tres series. Sin embargo este sistema glandular de las extremidades en los Cerri- dae no ofrece la constancia que sería dado exigir para que con él fuera posible establecer una clasificación natural. En no pocas especies, en efecto, esas glándulas son rudimentarias, de modo que la verificación de su presencia o ausencia depende de atentas investigaciones que habría que llevar a cabo en numerosos individuos. Y no faltan los casos de géne- ros, tan íntimamente vinculados por caracteres más salientes, y que en consideración de su sistema glandular se debería separar definitivamen- te : ejemplos lo son Pudu, Mazama, Blastocents, Odocoileus, etc. MECHONES DE PELOS TARSALES Y METATARSALES Gray que propuso este criterio distintivo de los Cervinae, lo relacio- naba con la presencia y posición de las glándulas metatarsal y tarsal ; si esta relación es exacta y constante, el valor de este carácter sería el mismo que el de las respectivas glándulas adoptado por Pocock. Si bien no se le puede, pues, reconocer el valor exagerado que le han atribuido los mamálogos morfólogos del siglo pasado, hay que tener presente, como lo hizo notar Garrod ‘, que muestra una coincidencia sugestiva con los caracteres de la osificación del vómer y otros rasgos del cráneo. Desgraciadamente, como carácter puramente externo al igual que el sistema glandular, y sin relación con el sistema óseo, carece de todo valor cuando se quiere aplicar a las formas extinguidas. Por lo mismo, no puede ser el fundamento definitivo e indiscutible de una clasificación natural. 1 (i hay, Catalogue of ruminant Aíammalia, página (!5. * R. .1. Pocock, Oh the specializeil cutaneous glauds of ruminaiits, 1010. 3 R. Lydkkkkr, Catalogue of the Ungulate mammals, tomo IV. ‘ A. H. Gaiírod, Afotes on the Visceral anatomy, etc., página 16. — 427 LONGITUD DE LA COLA Y ASPECTO DEL MECHÓN CAUDAL La cola en los ciervos es de varia longitud; igualmente es variable en ella la distribución del pelo que la reviste. Gray que ba anotado estos extremos de variación, les dió una importancia extraordinaria dividien- do los ciervos de ambos continentes en dos series 1 : a) De cola corta: Cervus, Panolia, Rucervus, Rusa, Capreolus, Elaphu- rus, Blastóceras ; b) De cola larga : Pscudaxis, Pama, Hyelaplius^ Axis, Cari acus. Lydekker, en su obra postuma, recoge de Gray este criterio diferencial; sin embargo, hay que argumentar en contra de este carácter, igualmente aplicable a las solas formas vivientes, que separa géneros muy próximos como ser Odocoileus y Blastóceras, en nuestro grupo americano. Menor valor taxonómico puede darse aún al mechón de pelos cauda- les, indudablemente. CANINOS SUPERIORES Los caninos superiores, en los individuos masculinos de los Ccrvidae, suelen adquirir un desarrollo extraordinario en aquellas formas que se consideran como más primitivas, por ejemplo las especies de Ccrvulus y Elaphodus. De allí la aparente relación que se nota entre la presencia de caninos tuslc-like — a modo de defensas — y la ausencia o escaso des- arrollo de las cornamentas. Las formas extinguidas del terciario europeo se caracterizan, justa- mente, por el desarrollo de sus caninos superiores; entre los Cérvidos americanos, Matthew 2 considera que los caninos superiores han sufrido una reducción progresiva desde su supuesto antecesor mio-pliocénico, Blastomeryx, reducción que en los respectivos géneros actuales ha lle- gado a ser total, o casi total, ya que estos caninos no aparecen sino en la dentición de leche (Mazama, Odocoileus). El extraordinario desarrollo de los caninos superiores puede caracte- rizar únicamente la subfamilia Cervulinae frente a los evolucionados Cer- vinae ; si se quiere utilizar la presencia de los caninos superiores para distinguir los géneros recientes, se obtiene resultados nada decisivos, pues no solamente los géneros vecinos se comportan muy diferente- mente, sino también las mismas especies dentro de un mismo género. Burmeister ha señalado, por ejemplo, la presencia de caninos supe- 1 Giíay, Catalogue of the rnminant Mammalia, página 65. * W. D. Máttiikw, Ostcology of Blastomeryx and phylogcny of American Cervidac, in Bull. Amer. Mus., XXIV, 1908, página 535-562. 428 — riores tardíos en Blastocerus paludosas y su ausencia en Bl. campestris. Según Lydelcker carecen de caninos superiores los géneros: a) Del hemisferio oriental : Caprcolus, Dama ; los tienen, maso menos desarrollados: Axis , Ilusa, (Jervillas, Mlaphodus , Hydropotes ; b) Del hemisferio occidental : Mazama (en adulto!), Puilu, Blastocerus, Odoeoileus, Alces ; los tienen Hippocamelus (no siempre), Bangifer (en C? y 9, como los cuernos). Basta considerar esta lista, tan incompleta, para negar todo valor sis- temático a este carácter evolutivo, por lo menos tomado aisladamente. MOLARES Riitimeyer1 2 lia estudiado especialmente el sistema dentario y la confor- mación del cráneo de los Cérvidos; desgraciadamente las investigacio- nes del célebre paleontólogo suizo han versado, para los grupos america- nos en particular, sobre un número exiguo de ejemplares : quizá esta circunstancia explique porqué Rütimeyer no ha conseguido anotar sino estadios de evolución más bien que características del sistema dentario de los ciervos considerados en sus diversos grupos : los Goassina, por ejemplo, se relacionarían, por la morfología de sus molares, con los Cer- val i na ; Odoeoileus, Blastocerus e Hippocamelus mostrarían, en loque concierne los molares, afinidades con los verdaderos ciervos holártieos (Capreolus, Dama , etc.). En cambio, Bangifer y Alces , y especialmente este último, ocuparían un lugar aislado frente a todos los Gerridae . Posteriormente a Iíütiineyer ningún mamálogo se lia ocupado del sis- tema dentario de los ciervos, salvo para fundar algunas consideraciones íilogenéticas (Schlosser, Mattliew). Los sistemáticos se han limitado a re- gistrar la presencia en ciertos géneros de una pequeña columna accesoria en los molares superiores e inferiores; la presentan Basa, Bucervus, Axis, Odoeoileus, Mazama, pero puede también faltar, quizá de acuerdo con la edad de los individuos. Es un carácter que necesitaría ser investigado con mayor detención y en series suficientemente numerosas; en la actua- lidad, nose puede otorgar gran valor sistemático a las escasas noticias que al respecto registran las descripciones. La hipselodontia y braquiodontia de los molares tampoco pueden servir de base a una clasificación, pues la braquiodontia es aún dema- siado general en todo el grupo, y la hipselodontia excepcional. 1 It. Lvdkkkiík, Catalo/jue of tlie Unguhile mammals, 1915. 2 G. RUtimicyich, NatiirUche Geschichte (lev llivsche, in Abh. der Sch veizev paliionl. Geselhchaft, Ziirich, 1880-83, tomos VII-X. — 429 VíÉUEll En 1877. Garro ti 1 Lacia expresamente remarcar que el cráneo de los Cérvidos muestra caracteres que coinciden en su diferente comporta- miento con la distribución geográfica de las especies actuales (fig. 2). En todos los ciervos del viejo mundo, dice (págs. 12 y 13) con excep- ción del reno, el hueso vomeriano no es tan osificado como para dividir las fosas nasales posteriores en dos orificios distintos, mientras en Jian- (jifer y todos los ciervos del nuevo mundo, salvo A lees y Cervus canaden- sis , tal división es completa. Es que en este último caso el vómer está Fig. 2. — Corte longitudinal del cráneo de Hippocamchis ehilensis (la línea de puntos indica el contorno del vómer en el grupo de los siervos euroashUicos) completamente osificado en su parte posterior, loque se ve perfectamen- te en todo cráneo macerado; allí las fosas nasales posteriores o clioanae son prolongadas hacia afras, en aboral de los huesos palatinos, por la osificación de la lámina vertical que, naciendo de la cara inferior del vó- mer, se prolonga suficientemente hacia abajo y hacia atras como para anquilosarse con la lámina horizontal de los palatales y formar un sep- tum nasal completo. En los ciervos de Europa y Asia esa lámina vertical del vómer nunca, en cambio, alcanza los procesos horizontales de los pa- latales, ni forma tampoco un principio de septum 2. 1 A. H. Garrod, Notes on thc Visceral anatomi/, etc., página lfi. - Hueso craneano impar, el vómer ocupa la línea mediana de la cavidad nasal desde el cuerpo del esfenoides hasta el premaxilar. Su borde inferior descansa eu la sutura mediana de los procesos palatiuos de los huesos maxilares; en aboral ocupa el fondo del intervalo de los apófisis pterigo-palatinos, continuándose allí la lámina vertical del hueso hasta la sutura pterigo-basisfeuoidea y dividiéndose en dos al( ¡e por una incisura situada más o menos al nivel del hamulus pterygoideus. — 430 Este carácter tan decisivo para la repartición de los ciervos actuales fué tenido en cuenta por Brooke, quien dividió en consideración a la osi- ficación del vómer a su grupo Telemeta car}) i en dos subgrupos. Desgra- ciadamente los autores no supieron apreciar en todo su valor la reserva de Brooke y dieron al carácter vomeriano un lugar secundario. Beapare- ce Pocock, tampoco le da con la importancia que merece. En efecto, el vómer es un hueso cuya morfología es bastante constante en el grupo de los Ungulados, y se le puede considerar como substraído a la influencia de la adaptación, salvo en aquellos grupos que, como Ma- crauchenia , presentan una conformación característica del aparato nasal. Y es verdaderamente curiosa la casi coincidencia de ese distinto modo de ser en la osificación de la lámina vertical — tanto en las formas jóve- nes como en las adultas, en las pequeñas como en las grandes — con la tele-y plesiometacarpia, y con la ubicación del mechón metatarsal. ARTICULACIÓN PREMAXILO NASAL Y OTROS CARACTERES ANATÓMICOS DEL CRÁNEO Ya dije que Eiitimeyer 1 había estudiado muy cuidadosamente la con- formación del cráneo en los Cervulina , Moschina , Cervina y Coassina, y que sus investigaciones no habían podido ser aprovechadas por la sis- temática, necesitando por lo demás ser ampliadas, especialmente en lo que concierne nuestros géneros neogeos. Hasta ahora la taxonomía lia dado una cierta importancia, entre otros, al carácter tan variable de la articulación premaxilo-nasal. Gray 2 ya acordaba sumo valor taxonómico al grado de desarrollo del proeessus nasalis de los huesos premaxilares, que, en consecuencia, se unían o no a los huesos nasales, igualmente variables en su longitud: el hecho de articular o no el premaxilar y nasal guió, en parte, a Gray para sub- dividir los ciervos en las tres familias, Alcadae , Rangiferidae y Cervidae, propiamente dichos, como lo hemos visto precedentemente. Garrod 3 generalizó las anotaciones de Gray respecto de la articulación de los procesos nasales o rami ascendentes con los huesos nasales y ob- servó que esa articulación se verifica en todos los Ciervos del viejo mun- do. pero no en las formas del continente americano, salvo alguna excep- ción de cada parte: Cervulus reevesi, Elapliodus en el grupo eurasiático; Odocoileus virginianus , Hippocamelus antisensis, Alces , Rangifer, etc., en- tre los ciervos americanos. 1 Rütimeíer, Xatiirliche Gescliichte der Hirsclie, etc. - J. E. Giíay, Catalogue of rinninant Mammalia (recova), etc. 3 A. H. Garrod, Xotc-s on tlic Visceral anatomi/. etc. Luis María Torres, Arqueología de la península San Blas Lámina \ ista do la costa nordeste de San Blas y del depósito de rodados. En la superficie los médanos y los rodados del estadio TV. según AVittc — 431 Broolce 1 utilizó este carácter para distinguir uno de los dos grupos tele- metacarpeos del plesiometacarpeo; al reducir a una sola las dos primeras series, los autores que adoptaron la clasificación de Brooke limitaron forzosamente el alcance de este carácter anatómico; asi dice Weber para los Telematacarpalia, « los premaxilares articulan o no articulan con los nasales» y para los Plesiometacarpalia : «el premaxilar articula casi siempre con el nasal ». Este carácter diferencial ha sido abandonado después por Pocock, Lydekker, Sclilosser... Como dice Lydekker, es un carácter, en efecto, bastante variable; hasta en un mismo género las especies se comportan diferentemente a ese respecto : en Capreolus, Odocoileus, Mazama, Pudu, el desarrollo del premaxilar, tan diverso, hace que la articulación se produzca o no en ciertas formas. En Rangifcr los premaxilares alcanzan apenas los nasales ; en cambio, en otros géneros aparentados a los cita- dos, la línea de sutura de ambos huesos es hasta considerable: en Blas- loceras, llippocamclus, como es el caso en los Moschidae y Tragulidae. En las formas fósiles, el mutuo comportamiento de premaxilares y nasales sería también variable : Cérvidas tiene premaxilares largos, Dre- motherium los presenta reducidos. La mayoría de los autores conside- ran el desarrollo del premaxilar en relación con el hecho de la articula- ción : Matthew % en cambio, indica como carácter de evolución en el grupo americano el variable desarrollo de los nasales que habrían ido ensan- chándose y acortándose en la serie filogenética Blastomcryx — Mazama — Odocoileus ; largos y estrechos en el primero de esos géneros, son lo más anchos y lo más cortos en el último. Pero es posible que en la efectivi- dad de la articulación premaxilo nasal intervenga algún otro carácter (anchura de la cavidad nasal en Alces , desarrollo del cráneo facial y es- pecialmente de los maxilares, etc.); de cualquier modo la variabilidad de ese carácter no permite utilizarlo por sí sólo en la división de los Cervidae. En 1877, 3 Garrod llamó igualmente la atención sobre otro carácter craneano de los Cervidae : la posición del proceso estiloideo o tympano- hyal en la cara posterior del os petrosum, delante del proceso paramas- toideo del occipital. En cuanto a ese carácter y a las relaciones del pro- ceso en cuestión con la bulla tympani (bulla ossea), los Cervidae so com- portan diferentemente: los ciervos el afinos, rusinos y aliados, etc., parecen vincularse con los Cavicornia ; en cambio, los verdaderos ciervos americanos, excepto Cervus leucotis , y Rangifer, Alces , Capreo- ' V. Brookic, Oh the classi fication of tlie Cervidae, etc. 3 W. I). Mattukw, Osteology of the Blastomeryx and phylogeny of American Cervi- dae, etc. 3 Garrod, loe. cit. — 432 lus, Dama , Cervultis, Elaphodus, se alejan del tipo bovino. [Ninguna mención se Lace en sistemática de ese carácter anatómico señalado por Garrod ; sólo alguna que otra indicación sobre el aspecto de la hulla tympani y su desarrollo, que varía en formas muy vecinas por lo que, dice Lydekker (1915), parece merecer la atención de los zoólogos; en la descripción de formas fósiles, jamás he hallado indicación al respecto. CORNAMENTAS Por su extrema variabilidad y tan diversa complexidad, los cuernos tienen para los Cérvidos actuales un valor sistemático innegable: sin exagerar, se puede afirmar que la morfología de las cornamentas es la casi única base de la taxonomía genérica y específica en esa familia, aparte de algunos rasgos accesorios, como ser la forma general del crá- neo, la coloración del pelaje, etc. Paleontológicamente, los cuernos de los ciervos tienen un valor siste- mático aún más considerable ; como dijo Polilig *, significan para las res- pectivas formas fósiles lo que los molares páralos elefantes; y serían, en su opinión, más apropiados que cualesquiera otros restos para demostrar en modo evidente el parentesco de las formas extinguidas. En verdad que muchas de ellas, la mayoría, no son conocidos sino por los restos más o menos completos de cuernos que han dejado. liemos señalado más arriba qué importancia tenía para la antigua sistemática morfológica la estructura de los cuernos ; en ese sentido qui- zá Gray muestre tendencias más naturales que sus antecesores; pero la reacción contra ese criterio unilateral se evidencia con Garrod y Brooke. Garrod 1 2 decía respecto de los cuernos y de su valor taxonómico : «en ciertas formas — Elafinos, Rangifer — su complexidad, que se traduce por una duplicación de los mogotes, se asocia posiblemente con el tama- ño de esos apéndices, antes que con cualquier otra particularidad ; por lo que se refiere a la palmation de Dama, por ejemplo, es un carácter (pie carece de mayor significación ». En opinión de Garrod, la diversidad de los cuernos en los Cérvidos se reduce, pues, a una cuestión de mayor o menor desarrollo, desarrollo que es relativo cuando se compara una y otra de sus ramas principales: rara vez iguales, generalmente una so desarrolla a expensas de la otra — de ordinario la posterior respecto de la anterior; — de allí el aspecto tan variable de los cuernos cervinos. 1 II. Poiimg, Die Cérvida i der thiiringischen Diluvial-Travertines mit Bcitriige iiber aitdere dilitviale und recente Hirschfovmen. Palaeontogmphica, XXXIX, página 215, 1892. 4 Gakkod, loe. cit. — 433 — Brooke 1 admite, sin embargo, que la forma de las cornamentas puede servir de criterio esencial para la distribución de las especies en géneros y subgéneros ; más aún, ese carácter morfológico constituiría, dice, una de las pruebas más claras del parentesco de las especies, por más que la estructura de los cuernos no representaría sino un carácter de evo- lución progresiva que, partiendo de formas muy sencillas, se desarrolla en formas más complexas, gracias a una constante variabilidad transmi- sible por herencia. Comparadas con la opinión de Garrod y la de Brooke, las exageradas ideas de Cameron 2 y de Lydekker 3, quienes toman como base de sus grupos principales la forma de la ramificación de los cuernos, significan un retroceso en la sistemática. Pocock 1 se ha encargado de demostrarlo, y al efecto ha estudiado los cuernos en su desarrollo ontogenético en cier- vos europeos y americanos : recordemos que Cameron los separaba por la presencia o ausencia de una ramificación basal anterior o brow-tine. Según Pocock, en todos los ciervos, el cuerno nace como una yema in- divisa, que con el crecimiento inicial viene a corresponder a una daga (spike). En las especies más evolucionadas, pronto esa yema inicial muestra un principio de división en dos ramas, anterior y posterior, que crecen en sentido opuesto y casi con igual rapidez : este es el estado in- cipiente del tipo bifurcado (forlced type) o biramoso. Avanzando más rá- pidamente el crecimiento de la rama posterior, se obtiene, en un momen- to dado, un cuerno que podría describirse como constituido por una rama principal sencilla, provista de mogote ocular basa!, y que conserva el aspecto bifurcado. En verdad, la casi equivalencia de ambas ramas es cada vez menos evidente; la rama posterior sigue alargándose, adquiere un desarrollo excesivo comparada con la anterior, que se detiene en su crecimiento ; así, aquélla da origen a un número variable, que aumenta con la edad del individuo, de mogotes accesorios, mientras que la última suele conservar su aspecto indiviso (cuernos elalinos, etc.) (fig. 3, n° 10). Esta evolución del cuerno deciduo en el individuo viene pues a co- rresponder a la del cuerno en los diferentes géneros actuales y extin- guidos; como dice Matthew, la historia geológica de los cuernos en la serie cervina corresponde exactamente con su historia en cada indivi- duo actual, a medida que aumenta en edad. Considerando su conformación general, se ha distribuido las corna- mentas en tres o cuatro tipos distintos : ' Brooke, loe. cit. 2 Cameron, loe. cit. 2 Lydkkicer, Decr of all Lamia. ' 11. Pocock, On anllcr-growlh of lite Cervulae, etc., i» l'roc. Zool. Soc. Loado u, 1912, páginas 773-783. - 434 — a) Sencillo (spilce, Spessgeweih), en forma de daga ; es el común en las pequeñas especies sudamericanas, y lo constituye un mogote despro- visto de toda ramificación (fig. 3, n° 1) ; b-c) Bifurcado ■ dicotómico (forked, dichotomous type ), también llamado tipo dicrocerino en su forma más sencilla, por su frecuencia en los Cer- vulinos fósiles de Burasia. En él, justamente encima de la base (hurr) o algo arriba de ella, nacen dos ramas principales a modo de horqueta : a menudo, en las especies primitivas, quedan indivisas (forhed type , tipo bifurcado propiamente dicho) ; a veces, sin embargo, estas ramas an- terior y posterior continúan subdividiéndose por bifurcaciones sucesi- vas (tipo dicotómico). La dicotomía perfecta es rara, pues la rama ante- Fig. 3. — Tipos «le cornamentas «le Cervidae actuales : 1, Sencillo «lo Coassus; 2, 3, 4 y 8, Bifur- ciulo-dicotómico «lo liippocamelus, Axis, Ilusa y Capreolus ; 5, (i, 7, i) y 10, Itumiíiniulo «le Sika, Dama, Alces, licmgifer y Oervus; 10, Estadios de desarrollo «su Uerous elaphus (según Weber). rior generalmente sufre una detención en su desarrollo, mientras que en la posterior prosiguen las bifurcaciones; se comprende que entonces la dicotomía sea bastante confusa (fig. 3, nos 2, 3, 4, 8) ; d) Ramificado (ramified type) : es el propio de las grandes especies de de Gervus, y en él se reconoce una rama principal (beam), de cuya ca- ra anterior generalmente — a veces de la posterior — nacen un núme- ro variable de ramificaciones secundarias, cuyo distinto aspecto y direc- ción se utilizan para reconocer especies y razas (fig. 8, nos 5, 9 y 10). La complexidad del tipo ramificado lia obligado a los morfólogos a adoptar una nomenclatura especial, derivada de los términos usados por los cazadores europeos. La rama anterior, por su proximidad a la frente y su dirección, se designa como mogote ocular 1 ; la rama posterior, que es generalmente la principal, se lia llamado asta (!) a. De estas ramas nacen ramificaciones secundarias; las de la anterior por su rara apari- 1 Andouiller d’ccil, broic-tine, augenspross. * Marvain, beam, atange. — 435 — ción, no reciben denominación especial; las de la rama posterior, esca- lonadas a lo largo de ella, tienen importancia en cada especie, pues mar- can la edad en años de los individuos ; eso mismo explica su nombre diverso en los idiomas de Europa central : la primera ramificación de la rama posterior (segunda del cuerno) es el andouiller defer o bez-tine ', la segunda (tercera del cuerno) es el andouiller moyen o tres-tiñe *. Estas ramificaciones tienen una situación anterior ; el tercer mogote de la rama posterior (cuarto del cuerno), en cambio, es generalmente posterior y forma a veces una palmation muy desarrollada: es la liindertine Al nivel de las ramificaciones, el cuerno suele ensancharse a modo de pal- ma : de allí el nombre de cmpaumure, con que se designa esa parte por los autores franceses ; en su porción superior o vértice, suele bifurcarse, dividirse a modo de horqueta (enfourchure), o formar una serie más numerosa de puntas (croion). Generalmente los autores, y especial- mente el doctor Amegliino, llaman «corona» la base tuberosa que se- para el cuerno propiamente dicho de su pedículo óseo ; es un error, y a falta de término castellano sería preferible usar alguno extraño: burr , meule o Bosenstock. Los susodichos tipos de cuernos no se pueden delimitar con precisión : no es raro ver cuernos sencillos, dagas, de Mazama con indicaciones de ramificación, pero especialmente es fácil confundir los tipos dicotómico y ramificado, cuando el primero es imperfecto, como sucede de ordina- rio. Basta para ello que aborte alguna de las ramificaciones secunda- rias o terciarias, hecho bien explicable si se tiene presente lo dicho por Brooke respecto de la evolución y variación de las cornamentas en los Gervidae. La imprecisión en los límites de los tipos de cuernos, tipos que repre- sentan, antes que caracteres, «estadios o etapas de evolución », lia hecho que los taxonomistas buscaran en las cornamentas un carácter de mayor fijeza. Gray y Cameron distinguen en los Ciervos dos grupos de cuernos : cuernos con rama ocular basal y cuernos con rama ocular sul>- basal, o sea cuernos con brote-tiñe, propiamente dielia, y cuernos con subbasal snag. Esta diferenciación, basada en la diversa altura de la primera ramifi- cación (rama anterior) del cuerno respecto de la base, permitió a Gray, en 1872, separar los ciervos europeos en general de los ciervos americanos: Cameron reprodujo la diferenciación de Gray en 1892 con sus dos sub- secciones en los ciervos propiamente dichos, combinándola con los tipos ramificado o bifurcado de los cuernos ; así reúne, a los ciervos americanos, * Andouiller • de fer, bez-tine, eisspross. 1 Andouiller moyen, tres-fine, mittelsproes. 3 Hindertine, hinterspross. 436 — los géneros eurasiáticos Capreolus y Elaphurus ; Lydekker adoptó la opinión de Cray y Camerún, basta en su último cuadro de clasificación de 1915. Sin embargo, desde 1878, Brooke 1 se había ocupado de esta inter- pretación y había demostrado la homología de la dicha brow-tine con el suhbasal snag . Pocock ha vuelto a considerar esta distinción de Ca- meron y la tiene por errónea en razón, del paralelismo que se nota en el desarrollo de los cuernos de los típicos grupos el afino y dorcelañno : la única diferencia entre la brow-tine del primero y el suhbasal snag del segundo, estribaría en la posición interna de éste ; pero hay que tener bien presente que la típica brow-üne también es variable en cuanto a dirección y estructura, hasta en formas muy cercanas. Pocock 2 va más lejos y considera a brow-tine y suhbasal snag, homólogos, como equiva- lentes al resto del cuerno (beam), cuyo tipo primitivo sería pues el bifurcado (forlced). Esta oposición de la rama anterior inferior a la rama posterior está en contradicción con las opiniones sustentadas por los autores, en particular por Weber, y requeriría investigaciones más com- pletas en todos los grupos de Gervidaes. META PODIOS LATERALES Y HUESOS DE EXTREMIDADES El modo de reducción de los inetapodios anteriores es el criterio esen- cial que había adoptado Brooke 1 -para fundar su clasificación. Los auto- res que posteriormente se han inspirado en ella, como liemos visto, dieron aún a ese carácter anatómico una mayor preponderancia en la sistemática, dividiendo los Ciervos todos en dos clases, Plesiometacar- pales y Telemetacar pales (fig. 4). El grado de fusión de los huesos tarsales — navicular, cnboideoy cu- neiformes — ha sido utilizado en correlación con aquel otro carácter para constituir el cuadro de clasificación que ofreció Pocock en 1910 y en el cual los Capreolinos y Cervinos, o sea ciervos plesiometa cárpales y telemetacarpales, se reparten respectivamente en dos subgrupos, según haya o no haya soldadura del hueso cuneiforme con el naviculo-cuboideo. Aparte de estos interesantes hechos anatómicos, hemos visto que en las extremidades de los Gervidae se .producen otros fenómenos de coo- sificación y reducción do elementos esqueléticos; la coosificación de los inetapodios medianos anteriores y posteriores, la coosificación de los huesos cárpales inferiores, la reducción de la alma y fíbula, y su coosi- ficación con el radio y la tibia. ' BlíOOKK, loe. cit. * Pocock, Oh antler-growth of thc Gervidae, etc. 437 — Todos estos caracteres anatómicos, de los que la sistemática ha trata- do de sacar partido, responden a un solo hecho: el digitigradismo pro- gresivo que es peculiar del entero grupo do los Ungulados, tanto para- xonios como mesaxonios. Ya Lie tenido ocasión, al considerar las familias afines a los Cernidas , de señalar cómo que iguales fenómenos de reducción y coosificación se observan en Moschidae , Tragulidae e Hypertragulidae / las diferencias que se puede anotar entre estas familias y los Cérvidas residen únicamente en el diverso grado de evolución de sus extremidades. Es que, como dice Abel la cspecialización se ha realizado entre los Paraxonia con tan distinta rapidez, que se puede reconocer hasta cinco tipos de reducción dig-itigrada represen- tados en la fauna actual por Hippopotamus , Sus , Dicotyles, Cernís, etc. Corresponden a sucesivos grados de adaptación (Anpassungsteigerungen) y re- presentan una serie adaptativa, una Stufenreihe pe- ro no una serie filática. Aparte de la desigual rapidez que se observa en la « reducción adaptativa » de los metapodios, par- ticularmente como consecuencia del progresivo di gitigradismo, hay que notar que la reducción de los radios colaterales entre los Artiodáctilos se verifica por diversos modos : o se conserva de ellos un rudi- mento próxima!, o uno distal, o a la vez uno próxi- ma! y uno distal. Ejemplos de este diverso compor- tamiento tenemos en los Cérvidas telemetacarpeos y plesiometacarpeos y en la familia de los Gelocidae , cuyas extremidades anteriores son plesio-teleraete- carpeas a la vez. Pareciera que el proceso de reduc- ción comenzara por la diálisis del metapodio, pro- siguiendo luego con rapidez desigual en dirección próximo-distal y disto-proximal, obteniéndose así los tipos Tragulino, Ge- locino, Cervulino y Moschino. Interesante es también recordar que la ra- pidez de la reducción adaptativa de los metapodios laterales es también desigual cuando se compara en un mismo grupo las extremidades ante- riores con las posteriores, pues, en general, éstas son retardadas en su evolución respecto de aquéllas. La reducción de los metapodios laterales está en íntima relación con la fusión de los respectivos huesos medianos ; es una directa consecuen- cia de ella y del aumento en tamaño del correspondiente cannon-bone re- sultante. Volviéndose a-funcionales los metapodios laterales, se desvin- ciervos teleinetccnrpeos y plesiomotncnrpoos (se- gún Brooke). ’ O. Abel, Grundzüge der Palaeobiologie der Wirbcltiere, páginas 236-245. — 438 culan enteramente del mesocarpo y mesotarso. Ha sido ésta una conse- cuencia del digitigradismo de máxima importancia para la superviven- cia de los grupos ungulados, que Kowalewsky distinguió, en razón délas relaciones consiguientes entre los huesos cárpales y tásales, como tipos adaptativo e inadaptativo. La coosificación entre los ciervos de los huesos cárpales (magnum -f- trapezoideum) y tarsáles ( cuboideum -J- navi- culare -f- cuneiforme 3 et 2) pertenece a estos fenómenos indirectos del digitigradismo. Pero, así como la reducción de los metapodios no les es peculiar, tampoco lo es esta coosificación que encontramos en todos los rumiantes en un grado más o menos avanzado : Hyeemoschus, Tragulus en este sentido coinciden con los Cervidae. La fusión de ulna y fíbula con radio y tibia respectivamente, después de reducidos aquellos elementos a procesos estiloideos, es otro fenómeno que acompaña generalmente al digitigradismo, del mismo modo que la reducción de las falanges. Curioso es, sin embargo, que la reducción de aquellos huesos epipodiales pueda producirse también con desigual ra- pidez, de tal modo que se les encuentre representados por un elemento completo o por rudimentos proximal o distal (huesos maleolares). Estos hechos anatómicos, fácilmente observables en los Cervidae ac- tuales, pero apenas mencionados para los fósiles por la escasez de huesos de las extremidades bien completos, demuestran que, tanto la reducción de los metapodios laterales como la fusión de los huesos tarsales, entre otros, no son caracteres anatómicos bien fijados y suficientemente pre- cisos como para basar (como lo pretenden los mamálogos en general) una clasificación natural délos Cervidae. Como lo hace notar Abel, justa- mente, géneros muy próximos como Capreolus y Cerras se comportan al respecto muy diferentemente; y en cuanto a la plesio-telemeta carpía no falta algún tipo cervino intermediario, como ser Alces, que viene a demostrar la imprecisión de esos caracteres adaptativos. ¿ Qué será de la clasificación de los autores que corrigieron a Brooke cuando se conoz- ca mejor los géneros y especies fósiles de Cervidae ? Y. Sistemática y zoogeografía Siempre ha llamado la atención de los zoólogos dos hechos de la dis- tribución geográfica de los Cervidae : Io La entera ausencia de esta fa- milia en el continente africano y en el australiano; 2o La casi completa diversidad de las formas americanas en cuanto a las eurasiáticas. En efecto, ningún Cérvido viviente es oriundo de Africa o tic Austra- — 439 lia. Pero lo que es más interesante aún, es que durante las pasadas épo- eas geológicas tampoco parece haber existido en esos continentes nin- guna especie de ciervo, salvo, en cuanto a África, en aquella porción boreal que estaba en relación con la Europa mediterránea. Este hecho paleozoogeográfico tiene para nosotros, sudamericanos, una gran impor- tancia, pues, de ser indudable, descartaría por completo la hipótesis de una conexión entre África y América durante el neogeno superior, y tam- bién la de un origen euroafricano para las faunas sudamericanas de la misma época. La distribución geográfica actual del grupo cervino sin duda ha in- fluenciado a los sistemáticos. Gray, por el carácter de la glándula meta- tur sal, trata de separar los ciervos del hemisferio oriental de aquellos del hemisferio occidental ; Garrod, por los caracteres de los huesos na- sales y del vómer, distínguelos ciervos del Nuevo Continente de los del Viejo Mundo: «es evidente, dice (pág. 17), que hay razones anatómicas para separar los Cérvidos del viejo de los del nuevo mundo. » Hemos visto que Cameron, considerando las cornamentas, también busca de diferenciar ambos grupos, aunque lo realiza imperfectamente. En cuanto a Brooke, sus preocupaciones zoogeográíieas son evidentes : a ellas sacrifica la unidad de su grupo Telemctacarpi que distingue en exclusivamente americanos (C ariacus, Rangifcr, etc.), y holo-neárticos (Hy dr opotes, Caprcolus, Alces). Los sucesores de Brooke no se han percatado del valor que este autor otorgaba al factor geográfico y no han trepidado en hacer abstracción de él (Flower & Lydekker, Lydekker, Pocock, Weber, etc.). Sin embargo, no deja ello de ser un error grave, pues la distribución zoogeográfica es una resultante, muchas veces, de la evolución filática y debe ser tenida en cuenta por la taxonomia. Bien lo viene a demostrarlas modernas hipóte- sis sobre la filogenia de los Ccrvidac que hacen partir los ciervos eura- siáticos y los americanos de orígenes enteramente distintos. VI Sistemática y filogenia Actualmente es admitido de ordinario por los paleontólogos que los ciervos del Viejo Continente y los del Nuevo Mundo tienen, en efecto, un origen distinto. Estas ideas filáticas descansan en las investigaciones de Schlosser por una parte, y en las de Osborn, Matthewy otros paleon- tólogos norteamericanos, por otra; estando los dos troncos respectivos representados por miembros de la subfamilia Cervulinac y de la familia Hypertragulidae. 440 — Scblosser ', para basar la evolución de los verdaderos ciervos (Cervus L.), considera como caracteres de los más importantes la forma y estruc- tura del sistema dentario. Hace notar que los ciervos del mioceno me- dio de Europa 3 (Cervulinae) a ese respecto son caracterizados por po- seer en la cara interna de la medialuna anterior de sus molares infe- riores un pliegue de esmalte, Palaeomeryxfalte . En los Cervulinos del plioceno inferior ( Cervavus) este pliegue se va reduciendo más y más desapareciendo enteramente en las especies más recientes de Cervus. Simultáneamente, en las coronas de los dientes molares se ve un au- mento continuo de la altura, basta las especies vivientes. Teniendo en cuenta estos diversos estados de desarrollo, Scblosser llega a recons- truir, por lo menos, dos series filáticas, paralelas, que conducen al género polifilético Cervus L., series que desde el mioceno medio lian dado ori- gen a los géneros Palaeomeryx, Dicrocerus , Gervavus y Cervus. En la obra de Matthew 1 * 3 sobre Blastomeryx y los Hypertragulidae pode- mos bailar la síntesis délas opiniones de los paleontólogos del norte so- bre la evolución de los ciervos americanos. Desde los Blastomeryx del mioceno inferior basta los géneros actuales, Mattbew anota los mismos becbos de reducción de la Palaeomeryx-fold en los molares inferiores, como Scblosser en los ciervos asiáticos. Este pliegue es apenas marcado en los Blastomeryx del principio del mioceno; en las especies del mioceno supe- rior ya no existe ; tampoco en los ciervos del neogeno superior y moder- nos. Otros fenómenos dentarios de la serie interesan la cara interna de los molares inferiores y las medialunas internas de los premolares que se van complicando poco a poco desde Blastomeryx basta Mazama, Odo- eoileus y Rangifer. Al propio tiempo se reduce el tamaño de los caninos superiores que, desaparecidos del todo en Blastóceras y Odoeoileus, pueden todavía reaparecer en la dentición de leclie. Otros fenómenos de evolución, según Mattbew, vienen a apoyar los que suministra el sistema dentario y a robustecerlos : son aquellos que conciernen la anatomía del cráneo y la de las extremidades, además de los que se van notando en la conformación de las cornamentas y en el tamaño del cuerpo en general. Éste aumenta progresivamente, a la vez que los cuernos se alargan y complican : las especies de Blastomeryx son pequeñas y tienen cuernos rudimentarios; las de Mazama, igualmente pequeñas, tienen cuernos generalmente sencillos ; los Odoeoileus, de ta- maño mayor, llevan cornamentas con 3-5 mogotes. 1 L. Scnr.osSKU, Die fossilen Sangeticre Chinas, in Abhan di. der k. bayr. Akad. der Wissensch. , II kl., B(l. XXII, Abt. I, Miincher, 1903; y en Ama., Grundtiige der l’a- laeubiologie der Wirbeltiere, página 630. * Dremotherium, Amphitragulus, Palaeomeryx. 3 W. D. Matthkw, Osteology of Blastomeryx and phylogeny of American Cervidae , in Bull. Amer. Mus., XXXIX, 1908. — 441 En el cráneo, los huesos nasales, de largos y estrechos que eran en Blastomeryx? se acortan y ensanchan más y más, hasta Odocoüeus. Para las extremidades, son dignos de atención todos aquellos fenómenos que caracterizan el progresivo digitigradismo : alargamiento de los metapo- dios, reducción de la ulna, reducción «le metacarpos y metatarsos latera- les, «pie, todavía completos en Blastomeryx , son reducidos a su extre- midad dista! en Mazama, Odocoüeus y Rangifer . Mattliew considera, pues, en tesis general, que los actuales Cérvidos americanos derivarían de representantes de la familia extinguida de los Hypertragulidae ( f Leptomeryx , f Blastomeryx ), representando los géneros Mazama , Farcifer , Blastóceras y Odocoüeus aproximadamente los diver- sos estadios de la evolución del grupo Aunque por lo incompleto de nuestros conocimientos respecto «le las formas extinguidas, especial- mente las pliocénicas, no se puede todavía trazar una serie genética exacta. Las ideas emitidas por Mattliew lian sido aceptadas por el paleontólo- go austríaco Abel quien hasta opina que el género Mazama debería de reunirse «a los Hypertragulidae. Respecto de los términos superiores, la sucesión filogenética no es tan clara, sobre todo en lo que concierne Rangifer. Este género, a la par de Alces , era considerado erróneamente por Cameron como representante de un tipo primitivo ; Pococlc comba- tió fácilmente esta opinión, considerando a ambos géneros como formas especializadas del grupo Dorcelafino o Cariacino, por ser sus corna- mentas claramente referibles al forlced-t-ype . Mattliew al respecto no es categórico, pero parece admitir a Rangifer entre las formas derivadas de Mazama : apoyaría esta opinión 3a igual osificación del vómer y ¡a tele- metacarpia común; en cambio Alces , por los mismos caracteres, sería for- ma aberrante. Los phyla que conducen a los Gervus y a Odocoüeus actualmente, de- ben haber sido separados desde época muy remota ; sin embargo, las innegables semejanzas en ambos han hecho pensar que los antecesores comunes debieron originarse en un común centro de dispersión exis- tente en el norte de Asia, y desde el cual las migraciones se habrían producido en dos sentidos contrarios : hacia Europa para Palaeomeryx , Dicroccros, Gervavus , que tienen representantes fósiles en China, India y Europa; hacia Norte América y, cuando lo permitió la conexión pa- nameña, hacia Sud América, para Leptomeryx , Blastomeryx y formas cari aci ñas. Así, pues, la filogenia vendría no solamente a servir de base a 3a sistemática, sino que también explicaría la peculiar distribución geográfica de los Cérvidas . 1 O. Anuí,, Die Stümme der Wirbelticve, página 805. REY. MUSEO LA PLATA. — T. XXVI 31 442 VII Ensayo de clasificación de los Cérvidos En resumen, la taxonomía de los Cervidae se puede fundar en : Io Caracteres externos o morfológicos; 2o Caracteres anatómicos; unos que pueden considerarse como influen- ciados por los fenómenos de adaptación, otros que no parecen responder a esa influencia ; 3o Motivos de distribución geográfica ; 4o Razones filogenéticas. Al primer acápite corresponden aquellos rasgos que se relacionan con las glándulas cutáneas (metatársica, tarsal, pedal, facial, etc.), mecho- nes de pelos, longitud de la cola. Salvo que influyeran en la estructura del esqueleto, carecen de valor taxonómico por ser así sólo apreciables en las especies vivientes ; además, no tienen, en general, suficiente preci- sión para permitir una clasificación irreprochable de los Cérvidos. Entre los caracteres anatómicos, son de evolución o de adaptación aquellos que se relacionan con las extremidades, los caninos superiores y molares, y las cornamentas. La plesio telemetacarpia carece de fijeza y parece llevara resultados contradictorios cuando se la aplica exclusiva- mente. Los caninos superiores, cuando bien desarrollados, indicarían la primitiveness délas especies respectivas (Cervulinae) ; pero no es sufi- ciente por sí sólo ese carácter para separar o acercar los géneros más evolucionados. Los molares no dan tampoco en ese último caso resulta- dos apreciables. En cuanto a las cornamentas, su diverso desarrollo in- dica más bien estadios de evolución en cada grupo — estadios que hay que apreciar con mucha amplitud — (pie un parentesco filogenético, como lo admitía especialmente Cameron. El grado de la articulación premaxilo nasal no tiene mayor valor que los precedentes caracteres anatómicos por su impresición y su gran va- riabilidad (valor específico, muchas veces). Los otros caracteres cranea- nos secundarios necesitarían ser estudiados con mayor atención. El único carácter de esa especie que parecería francamente aceptable es el de la completa osificación, o incompleta, del vómer que propiciara Garrod como correspondiendo casi exactamente con la distribución geo- gráfica de los Genndtie actuales y con otros rasgos morfológicos y anató- micos. En mi opinión, este carácter que podría retenerse como substraído a la influencia de los fenómenos de adaptación, pues la adaptación no puede interpretar sus variaciones constantes en todos los géneros y especies, cualesquiera sean su desarrollo y su edad, debe considerarse para los Cérvidos como primordial, y debe servir de guía para la taxo- nomía de las especies vivientes. Esperemos que futuras investigaciones en la formas fósiles demuestren su verdadero valor taxonómico. De acuerdo con la osificación del vómer (fig. 2), en correlación con los caracteres osteo-morfológieos de las extremidades, de los caninos su- periores y del premaxilo-nasal, se puede construir el cuadro sistemático siguiente : A. Gervinac propiamente dichos (Ciervos euro-asiáticos). 1. Vómer incompletamente osificado (sin lámina vertical). 2. Plesio o teleinetacarpia. 3. Mechón de pelos del metatarso, cuando existente, proximal. 4. Caninos superiores en forma de defensas, o hasta nulos. 5. Premaxilar generalmente articulado con el nasal. B. N'eocervinae (Ciervos americanos). 1. Vómer completamente osificado (con lámina vertical). 2. Telemetacarpia. 3. Mechón de pelos metatarsal, distal o inexistente. 4. Caninos superiores nunca en forma de defensas, o nulos. 5. Premaxilar generalmente no articulado con el nasal. Fig. 5. — Cornamentas del Atlas 1 II. Poiilig, Die Cerviden der tliiiringischen Diluvial — Travertiues mil Beitrcige ¡iber andaré diluviale and recente Hirecli formen, ralaecnluijraphica, XXXIX, páginas 215- 263, Taf. XX1V-XXVII, 1692. 455 de los Mamíferos fósiles) que Amegliino parece diferenciar esencialmente por la posición basal de la primera ramificación (fig. 1, 11o 4); podría refe- rirse al Cervus brachyceros o al Gervus lujanensis del mismo autor, quizá al primero antes que al segundo, pero con piezas tan incompletas como ésta, mal se' puede reconocer especies. Este último argumento es válido para Paraceros arins, tan pobremente representado por trozos de corna- mentas que dejan sólo pensar en su posible ubicación en el género Blas- tóceras (fig. 1, nos 2 y 3). Otro ejemplo de anomalía podría darse con Blastocerus azpciiianus, que solamente difiere del fíl. dichotomus actual, según Lydekker (quien lia respetado esta especie de Amegliino), por la diversa dirección de las rami- ficaciones de sus cuernos; Amegliino insistía más bien en su aspecto liso y en la forma aplastada de la bifurcación basal (lám. I, fig. 9) Difícil- mente lia de subsistir esta especie en la nomenclatura paleontológica; lo mismo sucede con Paraceros vulneratus y Paraceros cnsenadensis, evi- dentemente pertenecientes ambas al género Blastocerus, y quizá equiva- lentes al Blastocerus dichotomus Illig. viviente, no obstante sus posibles diferencias de tamaño con esa especie; los otros caracteres existentes en esos trozos de cuerno, sin la menor duda son insuficientes para fundar especies ; ni siquiera bastarían para reconocer variedades (lám. I, figs. Gy 7). Un tercer caso de anomalía paréceme representado por llippocamelus seleniticus respecto de 11. sulcatus Amegli., si es que ambas especies no deberán más adelante ser consideradas como meras sinónimas del H. chilensis actual (lám. I, figs. 1 y 6). Lydekker lia creído oportuno iden- tificar ambas especies fósiles; el mismo beclio de separar boy día H. chilensis de 11. antisensis por la diversa altura, encima de la base, de la bifurcación del cuerno queda, cuando se compara un material suficien- temente abundante, completamente desvirtuado. Ya liemos visto a qué discusiones entre Amegliino y Lydekker lia dado lugar el trozo de cuerno tipo de Epieurflceros truncas que aquél considera como un cuerno casi entero y sencillo, y éste como trozo basal del cuerno de Antifer ultra. Este problema, mientras no se disponga de una pieza más completa, será insoluble. A igual indecisión obligan las especies como ser Gervus tubcrculatus , Gervus dnbius, Cervus pereultus de Amegliino y los Gervus patachoniciis , intennedius y minor de Moreno, fundadas aquéllas en molares sumamente gastados y las últimas en tro- zos exiguos de cuernos y restos del esqueleto, pues es absolutamente imposible referirlos a ninguna de las especies válidas descritas en cor- namentas. No se puede decir otra cosa de la especie de Mazama, M. me- solithica, que Amegliino considera diversa por su talla de las actuales, pero que desgraciadamente está sólo representada hasta la fecha por una rama mandibular con tres molares. — 456 — En 1880, Gervais y Amegliino 1 describieron como Cervus brachyceros un insignificante trozo basal de cuerno (ftg. 1, n° 1) que consideraban no obstante como casi completo y formado por una ramificación anterior y una rama posterior muy corta. En 1888, Amegliino 2 identificó con esta problemática especie un cuerno con rama principal larga, aplasta- da y encorvada, provista de un mogote ocular trifurcado (lám. I, fig. 5). Esta identificación es verdaderamente errónea; igualmente la que él adoptó en 1889 en cuanto a otro trozo de cuerno con una rama princi- pal y tres ramificaciones anteriores. Sin embargo, Lydekker 3, en 1893, aceptó estas identificaciones y la de Cervus tapalqucncnsis Moreno, ad- mirablemente representado por un cuerno de 70 centímetros de longi- tud (lám. II, fig. 1). Personalmente rechazo absolutamente ambas iden- tificaciones de mis predecesores, pues la pieza típica de Gervais y Amegliino, de la cual Amegliino dejó molde de yeso en nuestras colec- ciones, lo mismo que la insuficiente descripción de aquellos autores, no lo permiten. Tampoco acepto las ideas que Lydekker emitiera respecto de la iden- tificación de G. lujanensis Amegli. con C. brachyceros Gerv. et Amegli., considerando a aquélla como forma juvenil de ésta. En paleontología, a menos de disponer de un material muy abundante que muestre los diver- sos estados de desarrollo de una determinada especie, es difícil hablar de formas juveniles, sobre todo cuando esas formas juveniles son tan fre- cuentes o más que las adultas. El argumento de Lydekker sobre desapa- rición, con la edad, de los tubérculos que caracterizan a Cervus lujanen- sis ¡ , me parece igualmente un argumento a contrario , pues en lasespecies de ciervos europeos fósiles los autores señalan en cambio el crecimiento con la edad de los procesos tubercul i formes. Por lo demás, la forma de ramificación de las cornamentas de G. lujanensis hablan en favor, por su constancia, de una especie característica. La validez de Paraceros fragilis no es discutida ; la apoya igualmente el reducido tamaño de los cuernos que le pertenecen y su siempre idén- tica ramificación (lám. I, fig. 3 y lám. II, fig. 5). En definitiva, los géneros y especies fósiles de ciervos sudamericanos serían los siguientes : 1 Gnu va is et Amugiiino, Lea mammiferea f oasilcs de V .huerique méridionale, núme- ro 185. 2 Fi,. Amugiiino, ¡lápidas diagnosis, etc. 3 li. Lydmkkkr, Ungulados, eu Paleontología argentina, A nales del Museo de La Pla- ta, 1893. 457 1. MAZAMA Rafiuesque Caernos sencillos en forma de daga, cortos, sin ramificaciones o con ramificaciones incipientes. El doctor Amegliino lia señalado como especies fósiles tres formas actuales : Mazama, americana (Erxleben) = M. rufa Illig. 3l.a zama simpUcicornis Illig. = 3[. ncmorivaga Cuv. Maza ma rufina Pudieran. Y una forma que considera extinguida, 3íazama mcsolithica Amegli. Todas estas determinaciones, y especialmente la última, se fundan en material escaso, consistente en molares o trozos más o menos completos de maxilares, y sobre todo en caracteres de relativo valor en ese caso, como pueden tenerlo las medidas absolutas de los respectivos restos. Los rasgos que el doctor Amegliino anota en el mandibular de ilf. mesolithica, sólo podrían adquirir un cierto valor, si se conociera debi- damente los caracteres osteológicos de las especies actuales, de las cuales hasta la fecha los mamálogos poco se han ocupado. En definitiva, sólo se puede otorgar a las especies citadas por el doctor Amegliino un carácter provisorio, principalmente en consideración a su edad reciente. En cambio, la especie descrita como Mazama (?) entrerriana (Roth), representada hasta hoy por un solo molar, nos ofrece otra importancia si se acepta, como lo afirma su autor ', que pertenece efectivamente a la formación paranense. Pues, do ser así, sería el más antiguo representante de los Cervidac en Sud América, y ya cabría preguntarse si su asignación a Mazama , no obstante la aparente primitivenes de este género actual, es verosímil. Interesante sería, a este respecto, comparar la muela en cuestión con los respectivos molares de los últimos Hypertragulidae (Blastomeryx) do Norte América; desgraciadamente carecemos de tal material de compa- ración. Provisoriamente se puede, para no recargar la nomenclatura con nom- bres inútiles, colocar la especie Cervus ( Coassus ) entrerrianus Roth den- tro del género Mazama ; lo mismo cabe hacer con una nueva forma de ciervo de la misma formación paranense que está representado por el ' R. Ro m, Noticias preliminares sobre nuevos mamíferos fúsiles del cretáceo superior y terciario inferior de la Patayonia (Apómüco), en liceísta del Musco de La Plata, tomo XI, 1904. KEV. MUSEO LA PLATA. — T. XXV[ 32 — 458 — momento por dos muelas y que por sus dimensiones, sin duda superiores a la anterior, describiré como Mazama Lafonequevedoi en honor del ex director del Museo, doctor Samuel A. Lafone Quevedo, de quien recibí los i'estos respectivos, procedentes de una perforación practicada en Santa Fe. El doctor Santiago liotli afirma provenir esta especie igualmente del horizonte paranense. 2. HIPPOCAMELUS Leuckart. Cuernos de desarrollo mediano, bifurcados un poco encima de la base (burr) o en la misma base, y formando dos ramas encorvadas, sencillas o provistas de ramificaciones incipientes. I)e este género se han señalado restos de la especie actual R. bisulcas (Mol.), y de tres especies extinguidas : Hippocamelus sulcatus Amegh., Hippocamelus scleniticus Aniegli., Hippocamelus incógnitas Amegh. ; las dos primeras fundadas en cornamentas y restos del cráneo incom- pletos, la tercera en muelas inferiores. Para ésta me remito a la adver- tencia que ya hice respecto del valor do los caracteres de molares en supuestas especies fósiles, que requerirían un atento estudio de compa- ración con una gran serie de formas recientes. Itespecto de las otras dos especies extinguidas del pampeano de Bue- nos Aires, creo muy aceptable su reducción a una sola que había pro- puesto Lydekker 1 desde 1893, pues el carácter de la diversa altura en que nace la bifurcación es tan variable en los ciervos, y especialmente en las formas vivientes, que por sí sólo no permite separar especies. Únicamente quedaría como carácter distintivo de la respectiva forma extinguida que habrá de denominarse Hippocamelus sulcatus (Amegh.), la morfología de las cornamentas, más esbeltas y más encorvadas que las de las es- pecies actuales. A falta de material más abundante se la puede aceptar como tal especie extinguida, si bien le correspondería quizá mejor la denominación de variedad. 3 BLASTOCERUS Snndovall Cuernos relativamente robustos, algo arqueados lateralmente (con convexidad externa), irregularmente dieotómieos, algo achatados, con rama anterior menos desarrollada que la posterior y naciendo siempre a breve distancia de la base (burr). Lydkkkiür, Ungulados, en Paleontología argentina, loe. cit. 459 Los restos do Bl. dichotomus (lllig.) = BL paludosus y de Bl. bczoarti- cu (L.) = Bl. campestris no son raros en los estratos superiores de la for- mación pampeana; las respectivas cornamentas no difieren esencial- mente de las actuales. Sobre cornamentas algo diferentes en su forma, el doctor Ameghino lia descrito dos especies extinguidas de ciervos : el Bl. azpeitianus (Amegh.) muy semejante al actual ciervo paludoso, y el Bl. ensenadensis (Amegli.) que consideraba como Paraccros, y que Lydekker lia equiparado a la misma especie, aunque sus cuernos serían algo más robustos y más lisos en la base, única porción existente. Ambas son dudosas, provisorias. Blastocerus azpeitianus (Amegli.) De él se conoce un solo cuerno cilindrico casi liso (fosilización ?), algo arqueado lateralmente. Carece de-la base (burr) ; la rama que nace a 19 centímetros continúa el pedúnculo; algo encorvada, lleva algunas leves tuberosidades en su borde anterior; no termina distalmente. La rama posterior se bifurca a diez centímetros de su origen ; algo encorvada, es cilindrica y achatada en las empaumures ; la ramificación anterior sigue casi en línea recta la dirección del beam ; la posterior, más desarrollada, tiene una dirección más o menos horizontal, formando con la congénere, aproximadamente, un ángulo recto. Ambas son incompletas distalmen- te (lám. I, íig. 9, y fig. 7, n° 2). Bl. ensenadensis (Amegh.) líepresenta a esta especie (variedad de Bl. dichotomus ?) un trozo pro- ximal de cuerno algo encorvado lateralmente, provisto de acanaladuras longitudinales en su caras posterior e interna, casi cilindrico encima de la base, achatado. Luego la primera ramificación (rama anterior) nace a unos doce centímetros de la burr, es decir, a menor distancia de ella que en la generalidad de los ciervos paludosos actuales; de ella no que- da nada, y apenas de la rama principal, quebrada unos centímetros más arriba (lám. I, fig. 7). 4. t ANTIFER Amegh. Cuernos robustos, muy anchos y achatados lateralmente, arqueados con convexidad externa, irregularmente dicotómicos, con la rama ante- rior recta y la posterior bifurcada, ambas adornadas con fuertes surcos oblicuos, longitudinales. 400 — Antifer ultra Amgli. El único resto que se conoce de esta especie es un cuerno incompleto, sumamente achatado, externamente convexo, internamente cóncavo-apla- nado; lo adornan fuertes acanaladuras longitudinales, oblicuas, bien marcadas sobre todo cerca del borde posterior, que se continúan por todo el cuerno hasta la rama superior (lám. I, fig. 8). La base es incompleta, y no se puede afirmar, como lo hace el doctor Fig. 7. — Gornaimintiis do Neoccrvinac fósilos : 1, Antifer ultra Amugli.; 2, Blastóceras azpei- tianus Amegli. ; 3, Morenelaphus psemloplatcnsis Car. ; 4, l'ainpaeocerous platensis Car. ; 5, .l/o- renelaphus Lyilekkeri Car.; 6, Morenelaphus fratjilis (Amegli.); 7, Morenelaphus Kothi Car. (todos vistos de frente). Ameghino, que la rotura ántero-inferior represente el origen de una rama anterior. Esta, fuertemente acanalada, nace a 20 centímetros de altura sobre la base proximal y, quebrada, muestra un corte tetragonal. La rama posterior se bifurca a unos 15 centímetros más arriba, en una ramificación anterior rota y una posterior de corte triangular, que es continuación del bordo posterior del cuerno, el cual alcanza un largo total, allí, de 55 centímetros. 5. t PAMPAEQCERVUS n. gen. Cuernos grandes, cilindricos, levemente arqueados en forma de S, con la rama anterior subbasal (recta o bifurcada?) y la posterior (beam) muy 461 desarrollada, dicotómica en su extremidad, provista de una ramificación de dirección antero-externa a la mitad de su altura. Tipo : P. platensis n. sp. Pampaeocervus platensis n. sp. Cuerno casi cilindrico; se ensancha algo hacia su extremidad distal. La superficie, mal conservada. La rama anterior, cercana a la base, tampoco conservada. La rama pos- terior o beam es algo encorvada y se bifurca a unos 45 centímetros de la base, dando origen a una rama anterior cilindrica, algo encorvada (incompleta) y a una rama póstero-superior que a unos 14 centímetros de su nacimiento se vuelve a dividir en dos ramas (ulteriormente dico- tómicas ?) en nuestro ejemplar. A 22 centímetros de la base del cuerno, y casi a ángulo recto, nace de la rama posterior un mogote corto, cilin- dro-cónico, de dirección ántero-superior (lám. II, fig. 2, y fig. 7, n° 4). Pampaeocervus lujanensis (Amegh.) En 1888, el doctor Ameghino 1 dió la descripción de un trozo de cuerno que designó como Cervus lujanensis ; lo caracterizaba por la posición subbasal de su rama anterior, por la morfología (tubérculos y curvatura) de la posterior, por la posición intermedia de su segunda ramificación y por la forma achatada de la bifurcación terminal, desgraciadamente que- brada en su origen (lám. I, fig. 4). La forma general de este trozo de cuerno recuerda enteramente a Ja de la especie precedente, P. platensis, lo mismo que su ramificación distal que parecería indicar una bifurcación semejante a aquélla. Estos carac- teres me llevan a ubicar provisoriamente el Cervus lujanensis Ameghino en el nuevo género Pampaeocervus. 6. t MORENELAPHUS n. geu. Cuernos bien desarrollados, cilindricos, terminados por una leve pal- mation o croicn bi o trifurcada. La rama anterior, subbasal o basal, lleva uno o dos mogotes accesorios; la posterior (beam), esbelta, es mar- cadamente arqueada en S y soporta uno o dos mogotes de dirección ántero-externa y un mogote posterior. Tipo: M. Lydelckeri nom. nov. Fj.. Amkghino, liápidas diagnosis, etc. — 4G2 Morenelaphus Lydekkeri uom. nov. = 0. brachyceros Amegli. neo Gerv. et Amegli. = C. brachyceros Lyilekker, neo Gerv. et Amegh. En 1880, Gervais y Amegliino 1 creaban una nueva especie fósil de Cervus sudamericano a base de un pequeño trozo de cuerno constituido por una porción proximal del beam y una rama anterior incompleta. De este resto el doctor Amegb i no lia cedido al Museo un molde de yeso que lie tenido a la vista, el cual en modo alguno es comparable, si se consi- dera la dirección de las respectivas ramificaciones, con los trozos de cuerno que Amegliino atribuyó en 1888 y 1889 a esa especie s. En 1898, Lydekker 3, inducido en error por esa falsa interpretación del doctor Amo- glano, creyó deber atribuir a la misma un cuerno de ciervo completo descubierto en Tapalquen y señalado ya en 1888 por el doctor Moreno, como especie propia, bajo el nombre de G. tapalquenensis (nomen nudum). Propongo para la misma el nombre de Morenelaphus Lydekkeri conside- rándolo como tipo del nuevo género cuyos caracteres ya lie dado pre- cedentemente (lám. II, fig. 1, y lig. 7, n° 5). El cuerno nace del cráneo con una burr bien pronunciada en todo su contorno. A dos o tres centímetros encima de ella, más o menos, se ori- gina la brote-tiñe o rama anterior, que forma un ángulo obtuso con la principal. Esta rama anterior, según la edad del sujeto, es sencilla, b i ramosa o lleva hasta tres mogotes cilindro-cónicos por bifurcación de la ramificación superior, la que es recta cuando sencilla, y ligeramente encorvada cuando dicotómica (véase el tipo de Amegliino); la ramificación inferior, colocada a continuación de la broio-tine, recta basta entonces, es más encorvada y forma como un principio de gancho dirigido hacia arriba. La brow tine lleva unos pocos tubérculos en su cara anterior; posteriormente es lisa y achatada; tiene 18 a 20 centímetros de largo. La rama principal (beam), vista de frente, es ligeramente encorvada en S ; de costado es casi recta. Más o menos cilindrica, encima de la base lleva surcos y tubérculos poco marcados ; superiormente se achata en las caras interna y posterior, y ensancha, especialmente en distal del naci- miento de la hinder-tine (mogote posterior), terminando en tres rami- ficaciones cónicas y rectas como lo indica claramente la fotografía ; a esa altura lleva tubérculos y surcos en la cara posterior. La primera ramificación del beam (tres-tiñe f) nace a unos 15 centíme- tros de la rama anterior, y alcanza en el cuerno típico unos 14 centíme- tros de largo ; en el ejemplar descrito por Amegino su longitud es un * Gervais et Ameguino, Les mammiféres fossiles (le l’ J manque du Sud, etc. " Fi,. Amegiiino, ¡lápidas diagnosis y Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles, loe. cit. 3 Lydekker, Ungulados, en Paleontología argentina, loo. cit. 4G3 tercio mayor. Nace del beam a ángulo recto o poco agudo, y toma una dirección francamente ántero-superior ; achatada en la base, es cilindro- cónica en su porción terminal. La segunda ramificación del beam es casi cilindrica en su base; se achata más adelante tomando la forma de una costilla. Incompleta en nuestros ejemplares, era probablemente muy larga y encorvada hacia adentro. Nace con ángulo más agudo que la primera, a 12-18 centímetros encima de ella. La tercera ramificación es posterior y aparece a 13 centímetros en- cima de la segunda. Forma un ángulo casi recto con el beam y en el animal vivo debió tomar una dirección póstero-inferior. Su base es casi cilindrica; nada se puede afirmar sobre su longitud. La ramificación an- terior de la crown se separa del beam a 17 centímetros más arriba y las posteriores a 25 y 29 centímetros respectivamente. En total, el cuerno de Morenelaphus Lydelckcri alcanza unos 70 centí- metros de longitud. Morenelaphus pseudoplatensis n. sp. En 1893, Lydekker 1 atribuyó a Cariacus brachy ceros, y considerándolo erróneamente como forma juvenil de tal especie, un cráneo con dos cornamentas incompletas que parecían tener en común con G. lujanensis Amegh., la disposición de las ramificaciones proxi males y la forma de los tubérculos (fig. 7, n° 3). Pero, aparte de diferencias en la estructura externa y la forma gene- ral de la rama principal, estos cuernos son distintos de los del verdade- ro C. lujanensis Amegh. principalmente por carecer de todo rastro de bifurcación. Este hecho me induce a creer que representaría una forma do Morenelaphus, si no se trata de un género especial; provisoria- mente propongo para esta forma la denominación de 1 Morenelaphus pseu- doplatensis. A unos pocos centímetros (2 o 3) de la base nace la rama anterior, algo achatada ; posiblemente se bifurcaba en el mismo modo que en las otras especies do Morenelaphus : lo indicaría un trozo de cornamenta que en sus demás caracteres coincide con los cuernos del cráneo considerado por Lydekker. La rama principal (beam) es casi cilindrica, más redondeada que en M. Lydelclceri, aunque algo aplanada en las empaumures ; levemente ar- queado hacia afuera, está adornado por numerosos y fuertes tubérculos en su cara y borde interno posteriores, que tienen una forma alargada transversal. La primera ramificación del beam nace a 10 ó 18 centíme- ‘ R. Lydkkkku, Ungulados, en Paleontología argentina, loe. cit. — 464 — tros arriba de la rama anterior; quebrada, presenta un corte elíptico. Superiormente, continúa el beam con tubérculos menos marcados y con dirección casi rectilínea, sin dividirse, por el espacio de 30 centímetros; es, sin embargo, incompleto. Morenelaphus fragilis (Amegh) Esta especie, de pequeña talla, está representada por dos cuernos casi completos y otros trozos más o menos importantes, en nuestras co- lecciones. Sus cornamentas alcanzan a 35-40 centímetros de largo y son gráciles, cilindricas y lisas, sin tubérculos. En la base, la burr es bien dibujada. La rama anterior nace con ángulo obtuso a 0 centímetros arri- ba de ella, es casi cilindrica, corta ; su dirección debió ser án tero-externa. La rama principal, por su curvatura externa y supero-internn, tiene una forma de lira, como lo muestra la figura; su primera ramificación nace a 1G centímetros más arriba de la rama anterior, la segunda a 12 centí- metros de la anterior y la tercera a una distancia algo mayor. La primera ramificación de la rama principal es cilindro-cónica y ligeramente encor- vada; toma desde su nacimiento, en ángulo agudo, una dirección distal y ántero-interna. La segunda nace con ángulo más agudo que la primera y es igualmente encorvada; la tercera y última ramificación, más corta, formaría con la continuación de la rama principal, una bifurcación o corona, en donde el beam se ensancha levemente (lám. II, fig. 5, y lig. 7, n° 6). Morenelaphus Rothi n. sp. Los dos ejemplares de cornamentas de esta especie que tenemos en nuestra colección, han sido descubiertas por el doctor Santiago Koth en el ensenadense de Baradero (comunicación oral del mismo). Este tipo de cornamenta recuerda al de Morenelaphus Lydelclceri, pero parece ser una forma más evolucionada : so reducen en ella las ramifi- caciones del beam en el mismo estilo que en ciertas especies de Rangifer, y en cambio toma mayor desarrollo la rama ocular anterior. La corona es igualmente diferente (lám. II, fig. 3, y fig. 7, n° 7). El beam, ligeramente encorvado, sobre todo en su porción superior, coincide, cuando visto de frente, con el de la especie nombrada. Es tam- bién de forma casi cilindrica; por la fosilización, la superficie no revela ¡a presencia de tubérculos. La rama anterior parece muy cercana a la base o burr , no bien con- servada pero pronunciada; formando un ángulo obtuso con la posterior, toma una dirección ántero-externa; a los once centímetros más o menos de su nacimiento se bifurca, dando origen a uh largo mogote cilindrico, delgado, algo encorvado, que tiene una dirección casi vertical y alcanza — 465 una longitud de 25 centímetros. La continuación de la rama anterior forma pronto una curvatura bien pronunciada y toma una dirección casi paralela a aquélla; su longitud es menor. Esta rama anterior puede ser basta trifurcada; posiblemente, de acuerdo con la edad del individuo. En este caso, los tres mogotes que salen de ella forman como un tridente nacido de su borde superior y constituido por tres puntas casi paralelas, algo encorvadas, de las cuales la mayor es la mediana (véase la figura). La primera ramificación del beam, y vínica anterior, pues hasta la corona no ha llevado otra, aparece a unos 18 centímetros de la brow- Une; es grácil, puntiaguda, cilindro-cónica y tiene unos 18 centímetros de largo. A ese nivel la rama principal comienza a achatarse; a 32 centímetros de aquella ramificación llevaba una ramificación posterior (rota), al pare- cer de dirección póstero-superior. Un poco más arriba, el beam, convexo-cóncavo y algo ensanchado, ter- mina por una bifurcación formada por una rama anterior vertical y una póstero-iuferior, ambas puntiagudas, muy achatadas y de bordes cor- tantes. El cuerno de esta especie alcanza una longitud de 80 centímetros. X Distribución geológica de los Neocervinae Burmeister 1 distribuía las especies fósiles de Cervus señaladas por Bravard entre las capas superiores de la formación pampeana : a una época antigua, pero contemporánea del hombre, correspondían Cervus magnus y Cervus pampaeus, equivalentes a los Blastocerinos actuales. En 1880, en su famosa obra sobre la Antigüedad del hombre, Ame- gliino 2 distribuye cronológicamente los ciervos fósiles entre el plioceno superior (pampeano o eolítico) y el cuaternario o meso-paleolítico. Al pampeano (superior), segunda época de la cronología de Burmeister, corresponden los restos de ocho o diez especies de ciervos ; C. pam- paeus , magnus, entrerianus de Bravard, dubius, tuberculatus , brachyceros de Gerv. & Amegli., aff. simplicicornis Lund «y otras tres especies ex- tinguidas, aún inéditas, y muy diferentes de las actuales»; al pampeano lacustre, tercera época, pertenecen los restos (huesos) del C. pampaeus 1 G. Burmeister, Fauna argentina. Mamíferos fósiles, etc., en Anales del Museo público de Filenos Aires, I, etc. 5 Fr.. Ameoiiino, La antigüedad del hombre en el l'lata, cd. La Cultura Argentina, tomos í y 11 (Lista do rumiantes), página 16G, Buenos Aires, 1918. — 466 «especie o variedad muy cercana del actual C. campestris »„ Al post- pampeano lacustre, o cuarta época, que representa una formación cua- ternaria de agua dulce, pertenecen el subfósil G. campestris , el G. diluviamis Bravard y el G. mesolithicus Amegh., «especie extinguida intermediaria entre G. campestris y paludosas». El Cervus paludosas y el C . rufas aún no están representados en esta fauna mesolítica, pero en cambio el G. campestris sería tan abundante que los innumerables res- tos, consistentes en cornamentas, dientes y huesos, representarían, según Ameghino, más de mil individuos ! En cambio, el G. mesolithicus es escaso y está representado por la mitad incompleta de una mandíbula. En este mismo cuaternario acompañan a G. diluvianas otros rumiantes, como Palaeolama mesolithica y Anchenla diluviana. En los aluviones más modernos, quinta época, van apareciendo con el C. campestris, el G. palu- dosas y G. rufas. Be modo que en aquella fecha, Ameghino atribuía el block de los Cérvidos fósiles al terciario superior. En 1888 y 1 889 *, ya los reparte en toda la serie pampeana, desde el piso hermosease hasta el querandino, y considera los primeros represen- tes del grupo como de edad miocénica : Piso Ediul Cervitlao Querandino ) ( Mazama mesolithica , etc. [ Cuaternario ■. n. . ir dátense 5 ' Jilastocerus. M azuma. I Cervus lujanensis, G. palaeoplatensis. Para- Lujanense J \ ceros vulnéralas. Jilastocerus azpeitianus. Bonaerense ) ^ loccno supeiioi \ Qervus lujanensis, C. brachyceros. Antifer ul- \ tra. Furcifer sulcatus. Belgranense Plioceno medio Paraceros frágil is. Ensenadense Plioceno inferior Paraceros ensenadensis. Epieunjceros truncas. Hermosense Mioceno superior Paraceros avius. Lydekker 5 consideraba al contrario, que todas estas diversas formas, reducidas en el modo que hemos visto a unas pocas especies, son cuater- narias. En 1898, Ameghino 1 * 3 persistió, sin embargo, en su anterior opi- nión y en 1902 cita como provenientes del pampeano inferior y superior de Tanja (ensenadense y bonaerense), además del ya conocido Cervus tuberculatus , las nuevas especies Hippocamelus incógnitas y Cervus pcr- cultus que allí habrían coexistido con Arctotherium , Palaeolama, Tupirás, 1 Fi,. Amkgiiino, Rápalas diagnosis y Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles. - R. Lydkkkisr, A sludy of extinct Ungulates of Argén Une, cu Paleontología argen- tina, II, loe. cit. 3 Fr,. Amicgiiin'O, Sinopsis gcológieo-palcontológica, en Segundo censo de la República Argentina, tomo I. — 4(57 Hydrochaerus , Smilodon, Gavia, Felis, Megatherium, Pseudolestodon , Les- todon, Glyptodon y Dasypus. En 1904, el doctor Santiago Botli 1 describía el molar de Mazama entre- rriana como procedente del paranense; y dos años más tarde, en sus For- mations sédimentaires , el doctor Amegliino 2 nos ofrecía un cuadro de distribución geológica de los géneros de Cérvidos, que es el siguiente : Piso Edad Gervidae Otras formas migrantes Reciente Platcnse J Cuaternario ( Odocoileus, Hippoca- ! mchts, Mazama. Lujanense ) 1 i Plioceno superior ' i / Paraceros, Odocoi- l leus, fíippocamelus . . Paraceros, Antifer, Bonaerense ' Odocoileus, Jlippo- \ camelas. 1 / Equidae, Tapiridae, Ensenadense Plioceno inferior j ¡ Paraceros, Epieury- ) Camclidae, Ursidae, 1 ceros. f Canidae / Smilodon- . \ tidac. Puelclicnse — \ Arctotherium , Palaeo- \ cyon, etc. Hennosense — ( Microtragulus, Cani- ) dae, Procyonidae. 1 Hippliaplus,Proarcto- Paranense — — ] therinm , Amphicyon , ( Canidae, etc. En resumen, respecto de la distribución en el tiempo de la familia de los Gervidae para Sud América, nos encontramos con dos opiniones con- tradictorias: la del doctor Amegliino que, teniéndbles por oriundos de la Argentina, los daba por representados ya (sino antes) en el plioceno inferior; y la de Lydekker, que \ siempre los lia creído exclusivamente cuaternarios o pleistocenos. La opinión de Lydekker lia sido y es compartida por autores europeos (Zittel, Sclilosser 3) y norteamericanos (Osborn 4, Scott 5, Mattbew % 1 S. Rom, Noticias preliminares sobre nuevos mamíferos fósiles, ote. 5 Fl. Ameghino, Les formations sédimentaires du crétacé snpérieur et du tertiairc de Patagonie, página 344, Buenos Aires, 1906. 3 Sciilossicu, Sdugcticre, in Zittel, Handbnch der Palaeontologie, 1911. * OsitORN, The age of Mammals, etc. 5 W. B. Scott, A Historg of land Mammals in the western Hemisphere, New York, 1913. " W. D. Mattiikw, Climatc and evolution, in Aun. of the New-Yorlc Academg of Sciences , XXIV, página 241 y siguientesj New York, 1915. — 468 — etc.). Estos últimos, a lo más, admitirían que los Cérvidos estuvieran representados desde el plioceno superior de Sud América. En los estratos terciarios europeos ningún verdadero ciervo es cono- cido con certeza antes del plioceno inferior ; durante el mioceno, inferior, medio y superior, los Cérvidos están allí representados por formas muy primitivas — Gervulinae o Palaeomerycinae — tales como Amphitragulus, Dremotherium, Palaeomeryx, Micromeryx, Lagomeryx, Dicroceros , etc. Durante el plioceno inferior, subsistentes aún Palaeomeryx y Cercanas en el continente asiático, ya hace su aparición Caprcolus; pero los Ger- vidae pertenecen sobre todo al plioceno superior y al pleistoceno du- rante el cual la rama holáctica alcanza su apogeo con Axis, Rusa , Ela- ]>hus, Polycladus, Dama, Megaceros, Alces , etc. En América del Norte ningún Cérvido es conocido todavía para el mioceno; la familia entonces está reemplazada por los Hypertraguli- dae — Leptomeryx, Dromomeryx, etc. — cuyos últimos miembros, ciertas especies de Blastomeryx que conservan caracteres primitivos, que los acercan a Amphitragulus y a Moschus, se han perpetuado hasta el plio- ceno medio y en esa época pudieran haber pasado a Sud América a tra- vés del istmo de Panamá. Los Cérvidos en Norte América no aparecen, pues, sino con el plioce- no ; los primeros restos (Rattlesnake ?) — escasos dientes de un Odocoi- leus (?) o de un antecesor — son muy dudosos en cuanto a edad y se cree que la formación que los contenía (Alaehua clays) pueda atribuirse al plioceno medio (Blanco beds), justamente cuando se verifica la cone- xión entre Sud y Norte América y arriban al continente boreal nuestros gravigrados y gliptodontes. Durante el plioceno superior y el pleistoceno inferior, cuyos estratos son relativamente escasos en Norte América, solamente se señalan du- dosos restos de Odocoileus ( ? ) procedentes de la formación de Peace Creek, en la cual se mezclan formas de diversa edad y de diverso ori- gen : Olyptotherium y Megalonyx con Tapirus, Equus, Hipparion, Ele- phas, Mastodon... Con el pleistoceno medio y el superior, representados por la célebre fauna de Megalonyx y la fauna llamada Aftoniana, van apareciendo suce- sivamente los géneros Odocoileus, Alces, Cer calces y Cercas; mezclados que están con numerosos inmigrantes australes como Megalonyx, Mylo- don, Paramylodon, Megatherium y otros elementos aborígenes más o me- nos modernos como Mastodon, Equus, Tapirus, Smilodon, Eelis , Canis, Arctotherium, Ursas, Lama, Dicotyles, etc., en la forest fauna y en los yacimientos de Port Kennedy Cave, Erankstown Cave, Ashley Eiver, Rancho La Brea, Potter Creek Cave, Washtuana Lake, etc. (Véase la obra de Osborn, The Age of Mammals, 1910.) Si se aceptan las teorías lilogenéticas de Schlosser y Matthew, se debe 469 igualmente admitir que el centro de dispersión de los Cérvidos baya sido boreal y posiblemente situado' en el continente asiático, Sebaríí lia sostenido que pudiera haber sido el continente austral la cuna de los Weocervinae el doctor Amegliino que éstos derivaran de Ungulados sudamericanos; son hipótesis que no apoya ningún otro fundamento. Lo más verosímil es que desde Asia los antecesores de los Cérvidos primitivos ( Cervn linae-Hypertragulidae) hayan emigrado respectivamente hacia Europa y hacia Norte América, originándose aquí una serie de phyla; de los cuales uno sólo sería el tronco de nuestros. Keocervinae. Algunos autores (Boulanger) sostienen que durante el mioceno medio, a la vez que con -S iberia, Norte América estaba en comunicación con Centro y Sud América; podría, pues, en caso de ser este hecho cierto, haber migrado a nuestro continente algún Hypertragúlido ( Lagomeryx, Blastomeryx) , pero nunca un Cérvido. La primera migración no parece, sin embargo, haber sido anterior al plioceno medio ; y los más antiguos mamíferos boreales de nuestra fauna corresponden posiblemente a los escasos Gañid ae, Ursidae , Ocr- vidae y liquidas, que en nuestro territorio se han citado para la forma- ción de Paraná ( Ampfoicyon , Proarctotlierium, Mazama?, Hipphaplus) y para los estratos de Monte-Hermoso (Microtragulus, Palaeocyon , Arcto - therium , etc.). Durante el pleistoceno, los intercambios de mamíferos entre Sud y Norte América se sucedieron sin interrupción, como lo demuestran los respectivos cuadros cronológicos que nos ofrecen Osborn y Amegliino. Para nosotros, el « ensenadense » significa una franca modernización de la fauna por los abundantes elementos progresivos que se instalan en el continente ; elementos que hallamos citados para el pleistoceno inferior de Norte América ( Tapirus , Maslodon , Ganis, Gamelops). Si se tiene en cuenta que la migración de esta fauna boreal no puede haber sido re- pentina, sino que ha requerido un espacio de tiempo más o menos largo, seguramente no se adjudicará a la fauna ensenadense una edad anterior al pleistoceno inferior, quizá hasta medio, al contrario del doctor Ameg- hino que 3a consideró como típica del plioceno inferior. A la emigración ensenadense han seguido otras más abundantes, y especialmente la que corresponde al pampeano medio y superior de Ame- ghino o belgranense-bonaerense: a esta edad corresponden los Lama , LJquus , Tapirus , Mastodon , Smilodon , Arctotherium , Felis, Ganis , etc., que justamente caracterizan las faunas del pleistoceno medio y superior de Norte América y al mismo tiempo corresponden allí a la Blütezeit del grupo de los Cérvidas ( Odocoileus , Alces , Cervalces , Bangifer ) y al mayor desarrollo de la fauna de procedencia austral ( Megatherium , Megalonyx, Mylodon , Paramylodon , etc.). De modo que por ese respecto tampoco debe haber dificultad en ubicar en las correspondientes épocas pleistocéni- 470 — cas nuestros estratos pampeanos superiores que Ameghino, en 18Sí), con- sideraba como esencialmente pliocénicos. En ese sentido, los Gervidae sudamericanos, tan bien desarrollados du- rante el neopampeano, coinciden entonces por la abundancia de sus es- pecies, con sus congéneres de Europa y Norte América, aunque quizá superando a éstos en exuberancia de formas — probablemente por con- secuencia de la migración a un nuevo ambiente — y vienen a confirmar las hipótesis cronológicas que anteriormente nos habían sugerido sus compañeros de viaje, los Mastodontes *. BIBLIOGRAFÍA 1. Abicl, O., Grundziige der Palaeobiologie der TVirbeltiere, Stuttgart, 1912. 2. A huí., O., Süugetiere (Palaeontologie), en Handworterbuch der Naturwissenschaften, Bil. VIII, Jéna, 1913. 3. Auicl, O., Die Stamme der Wilbeltiere, Berliu-Leipzig, 1919. 4. Ajiicghino, Fl., La antigüedad del hombre en el Plata, dos tomos, Buenos Aires, enero 1880 (od. do Cultura argentina, 1918). 5. Amicgiiino, Fl., /lápidas diagnosis de mamíferos fósiles nueras de la Repúbliea Ar- gentina, Buenos Aires, febrero 1888. 0. 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Zittel, C. von, Traite de Paléontologie, Paléozoologie, tomo IV, Paría, 1894. ARQUEOLOGIA DE LA PENINSULA SAN BLAS (provincia urc buenos aires) Por LUIS MARÍA TORRES Director del Museo de La Plata PRELIMINAR La región meridional de la provincia de Buenos Aires, hacia el sur y sudoeste de las sierras de Balcarce, en una gran extensión del litoral marítimo, y aun en la cuenca del río Salado, ha sido objeto de importan- tes investigaciones, particularmente desde los puntos de vista geoló- gico, paleontológico y arqueológico. En estas investigaciones, que com- prenden el período de los últimos diez años, han participado, a más de los especialistas de los museos de La Plata y Buenos Aires, los que colaboraron en el Mapa topográfico y geológico de la provincia de Bue- nos Aires y aun los que dependen de la Dirección de geología y minas de la Nación. Son ya muy conocidos en el país y en el extranjero los principales resultados de dichas exploraciones en las referidás comarcas y en otras adyacentes a ellas, habiéndose recogido en mayor proporción las obser- vaciones geológicas y arqueológicas. Adscrito y en el carácter de topógrafo de la repartición provincial que realizara sus trabajos bajo la dirección del doctor Santiago Rotli, visitó por algún tiempo el extremo sur de la provincia el extinto inge- niero Armin Reiumann,que tuvo a su cargo el relevamiento topográfico déla localidad de San Blas. Antes y posteriormente ala estada del inge- niero Reinmann por aquellos sitios, había cumplido satisfactoriamente con su misión el doctor Lutz Witte, practicando estudios geológicos, que luego publicara y a los cuales me referiré en las páginas siguientes, cuan- do describa en sus rasgos generales el territorio ocupado por los impor- tantes yacimientos arqueológicos que constituyen el tema de este trabajo. UKV. MUSEO LA PLATA. — T. XXVI 33 — 474 — Las series de objetos, instrumentos y armas que describiré y las obser- vaciones generales que sugieren los restos culturales de aquella región, propiamente patagónica, se deben, en primer término, a la paciente su- cesión de exploraciones del ingeniero Reinmann y a su acompañante, el colono de San Blas don Tobías Bóchele. Los datos y distingos de valor estratigráíico que lograra establecer el doctor Witte, de algún interés para este estudio arqueológico, se tienen en cuenta, como es natural, dada la importancia que indudablemente debe atribuírseles para fijar la edad relativa délos yacimientos. Esta descripción del material arqueológico retirado de las estaciones y cementerios de San Blas, debió haber aparecido con mucha anteriori- dad a la presente publicación del tomo XXVI de la Revista del Museo de La Plata; pero la necesidad de comprobar los datos o indicaciones sobre los principales caracteres de los hallazgos, me imposibilitaron de cumplir con la promesa que hiciera cuando, el señor Reinmann y el colono Bóchele, pusieron a mi disposición las series de instrumentos y armas con los datos de procedencia. Durante el otoño de 1919 llevé a cabo una excursión de diez días por aquellos campos, hoy ya poblados y sumamente transitados. Las obser- vaciones recogidas en el propio terreno, amplían las que me fueron anti- cipadas, y confirman las más acertadas referencias de Tobías Bóchele, que en cada caso trataré de referir con la mayor ful él i dad. La colección que forma la serie general de objetos de cultura neolítica de la península San Blas, ha sido incorporada al acervo arqueológico de nuestro museo, gracias a las discretas exigencias de la señora viuda de Reinmann, quien además se ha complacido en ofrecer algunos ejemplares en donación, y todo el material prolijamente ordenado y conservado. Dadas las circunstancias de haber sido el fundador del Museo de La Plata, doctor Francisco P. Moreno, uno de los primeros exploradores de esa región de nuestro litoral marítimo, y la de prepararse, en esta opor- tunidad, el conjunto de contribuciones con las que el personal científico del museo rinde homenaje a su memoria, he elegido de los estudios que tengo en preparación, el que más encuadra, por su índole, con la ten- dencia de los trabajos científicos de Moreno, y muy en particular con el de esta descripción de la cultura de los pueblos que habitaron la zona de transición entre las pampas bonaerenses y ¡as mesetas patagónicas. 475 PRIMERA PARTE La península San Blas CAPÍTULO I DESCRIPCIÓN GENERAL Partiendo del puerto de Bahía Blanca hacia el sur, frente a ¡a isla Verde, se pronuncia en la costa firme, después de un ligero cambio de dirección hacia el sudoeste, una entrada hacia el mar muy extendida entre «los extremos de avance máximo, punta Rubia y punta Rasa. Los yacimientos arqueológicos que visitara y explorara por primera vez el doctor F. P. Moreno *, y de los cuales debo ocuparme en esta con- tribución, gracias a los nuevos elementos aportados por los señores A. Reimnann y T. línchele % se encuentran situados no propiamente en lo que viajeros y geógrafos denominan bahía San Blas. Voy a referirme a aquella región del litoral atlántico que el doctor Lutz Witte J, con cri- terio acertado, considera península San Blas. « La isla de San Blas — ■ dice Witte, — denominada erróneamente así, pues en realidad es una península, se extiende en forma de lengua de norte a sur. Por su formación, origen y situación respecto al continente, es muy parecida a formaciones existentes en el mar del Norte y mar Bál- tico, conocidas con el nombre de «Nehrung». Así se llaman las penínsu- las muy extendidas a lo largo, que sin sobresalir de la dirección general de la costa del continente, separan del mar abierto las desembocaduras * F. P. Moreno, Viaje a la Patagonia septentrional, en Anales de la Sociedad cientí- fica argentina, I, 186, Buenos Aires, 1876. 4 Don Tobías Biichele es un viajero observador que lia recorrido nuestro país particularmente en su región austral. Bus impresiones y juicios sobro la vida y cos- tumbres en la Patagonia — vida de cazadores de lobos y de excursionistas bravios, entre indígenas y gentes de extraño origen' — las publicó en un librito que os un ensayo sencillo pero de verídica descripción, con el título de An der Kiiste von Pata- gonien, Leipzig, 1896. En cuanto a sus apreciaciones sobre la comarca ríonegrense, donde colonizara unas tierras por espacio de diez años, las dió a conocer, así como los resultados de sus excursiones arqueológicas, en el Neue Deutsche Zeitung, 121, noviembre 9 de 1921. 3 L. Witte, Estudios geológicos de la región de San Blas (partido de Patagones), etc., publicado por la Dirección de geología y minas do la provincia de Buenos Aires, 1916. Esta misma publicación de Witte comprende la primera parte del tomo XXIV de la Revista del Museo de La Plata. — 476 de ríos o lagunas. Estas penínsulas deben su origen a la acción de las mareas, lo que parece ser el caso también de la península de San Blas '. » Y el puerto San Blas, tal vez uno de los puntos más accesibles de la costa marítima patagónica, ha sido frecuentado desde el siglo xvm, y con propósitos científicos desde la época de los expedicionarios de la lieagle y de la Adventure , lo que puede comprobarse en las anotaciones de sus derroteros % así como en las descripciones de A. d’Orbigny \ Las observaciones fi Biográficas generales de los viajeros antiguos y contemporáneos, y entre estos últimos, los que mayor conjunto de indi- caciones han anotado: F. P. Moreno, F. y (J. Ameghino, S. Jioth y L. Witte, describen la comarca adyacente al puerto San Blas de modo uniforme, exceptuando, bien se comprende, a aquellos distingos de valor estratigráfico. Desde el punto de vista arqueológico, las descripciones o noticias se reducen a las ya citadas de Moreno, y a las contemporáneas de II. T. Martin 1 * * 4, W. H. llolmes 5, Witte y F. F. Out.es Las observaciones sobre ios caracteres de los yacimientos y ia misma colección de objetos arqueológicos que logré en la excursión efectuada en marzo de 1919, confirmaron las indicaciones de mis informantes, quienes, si bien es cierto que consideran problemas de diversa catego- ría, no han dejado de contribuir a la interpretación acertada de las rela- ciones del medio geográfico con la vida de aquella población indígena. De las aludidas descripciones contemporáneas resulta que la penín- sula San Blas y alrededores, en su máxima parte y particularmente en las cercanías de los talleres, estaciones y cementerios que han propor- cionado el material de objetos neolíticos, presenta el aspecto de una planicie ondulada, debido a los cordones de pequeños rodados, recubier- tos de una arena fina cuaternaria, que se extienden paralelamente entre ellos, y a la vez paralelos a la costa. Dichos cordones se encuentran separados de bajíos, allí llamados «matorrales». En la superficie de la península San Blas, con indicios de haber sido habitada por los indígenas, a la que se atribuye algo más de cinco mil 1 Witte, Ibid., páginas 6-7. ’ R. Fitz-Roy, Narra tive of Ihe surveying voyagea of His magesty's sliips « Adven ture» and «.lieagle», etc., II, I1G-117, Lomlon, 1839. 1 A. n'OmuoNY, Voyagc dan» VAmóriquc mcridionalc, III, l’aris, 1813. * Véase II. T. Martin, South American archeological notes, en h'ansas Univcrsly Science bulletin, IV, 20, 391 y siguientes, 1908. r' W. 11. Hoi.mks, JEarly man in South America, 113 y siguientes, Washington, 1912. 0 F. F. Outus, Arqueología de San Illas (provincia de Buenos Aires), en Anales del Museo nacional de Buenos Aires, XVI (ser. 3a, t. IX), páginas 249-27Ü, Buenos Aires, 1907. 477 hectáreas, el agua dulce es escasa y la vegetación pobrísima. Las costas, hacia el mar abierto y en la extensión que la visitara, están cubiertas de dunas, en partes consolidadas. Las hondonadas se suelen cubrir por las mareas en una considerable extensión, y a una distancia mayor de diez kilómetros de la costa, se ven mesetas constituidas de areniscas, poco consistentes, de color gris. Estos y otros caracteres fisiográíicos ya ano- tados por Witte en Estudios geológicos de San Blas, se consideran como elementos de juicio que permiten asentar la observación de que aquélla es una zona de transición entre las llanuras pampeanas y las mesetas patagónicas. Así como en la zona entre los ríos Colorado y Negro se observan ondu- laciones suaves del terreno con arbustos y pastos de la vegetación pata- gónica, en las inmediaciones de San Blas, sobre las mesetas, se encuen- tran, hoy en proporción mínima, varias plantas de las familias de las leguminosas, ramacáceas, etc., y algunas especies que producen frutos comestibles. Las hondonadas, próximas a la costa, suelen verse invadidas por las crecientes periódicas del mar; y aunque la vegetación es escasa y las sendas llenas de obstáculos, que en tiempos pasados debieron hacer difí- cil el tránsito y estada de una población más o menos numerosa en esos lugares, los indígenas parece la hubieran frecuentado mucho por la posibilidad de encontrar agua dulce, y hasta se supone que debieron realizar allí cacerías de guanacos y otros animales comarcanos, gracias a la configuración del terreno, el cual, en su extremidad próxima al Hincón de Walker, o sea de puerto San Blas hacia el noroeste, se estre- cha la tierra firme hasta quedar completamente rodeada por el mar. Esta configuración del terreno parece que hubiera sido aprovechada por los indígenas para realizar sus arreos y cacerías. La posibilidad de encontrar en la base de los médanos agua a poca profundidad, la bondad relativa de los campos más inmediatos a la costa y la abundancia de productos del mar aptos para la alimentación, pueden explicar la presencia de aquellas estaciones indígenas. CAPÍTULO II SITUACIÓN DE LOS TALLERES, ESTACIONES Y CEMENTERIOS Para el propósito que me guía, bastará saber que los restos de indus- tria neolítica descubiertos por aquellos sitios se encontraban, general- mente, inmediatos a la costa del mar. Los yacimientos ocupaban y aun puede comprobarse que comprenden una considerable superficie: el Ce- menterio de los Indios más de cuatro hectáreas, literalmente cubiertas — 478 — de residuos de fabricación y aun de instrumentos y objetos de piedra y de cerámica. Los yacimientos explorados por los señores Reinmann y Bóchele se encuentran aún visibles, por la presencia de nuevos ejemplares, en la base de los médanos, principalmente en tres de los sitios indiciados en la carta que acompaña a esta descripción, y que son el ya recordado cemen- terio y los talleres y estaciones de La Pirámide (de siete hectáreas) y punta Rubia Falsa, cerca de las estancias de McCorry y Bucldand (de veinte hectáreas). Para explicarnos, en lo posible, el valor de la antigüedad de unos y otros yacimientos, conviene que nos reñíamos, preferentemente, a las observaciones del doctor Witte. De todas las observaciones y distingos que asienta en su estudio, son de especial interés aquellos que agrupa en el capítulo II, dedicado a la estratigrafía de la península San Blas, y más en particular lo que expresa sobre «el estadio Y o los aluviones modernos». Están allí con- siderados los principales fenómenos ñsiográficos generales que pueden interesarnos y mediante los cuales se habrían producido cambios muy acentuados en las condiciones de aquel suelo para la vida de los indí- genas. Pero de todas esas observaciones, encuentro que las que transcribo a continuación tienen una importancia singular. Para explicar el orden de disposición de las formaciones más moder- nas se detiene en la descripción del paraje denominado Cementerio de los Indios, y dice : « Estas dunas están colocadas sobre un subsuelo com- puesto de sedimentos marinos, que pertenecen al estadio IV de mi sub- división. Consisten éstos de limo negruzco bastante arenoso, encima del cual se hallan esparcidos rodados en gran cantidad. Entre los cantos se encuentran en abundancia huesos y artefactos humanos. Rodados parti- dos y trabajados y otros vestigios se encuentran en toda la región litoral desde el Cementerio de Indios hasta La Pirámide, lo que prueba que estos lugares estaban poblados anteriormente por indios. La mayor parte de estos restos de la industria humana se encuentran en el paraje del men- cionado Cementerio de Indios. Entre ellos abundan flechas, boleadoras, morteros, fragmentos de olla, en parte ornamentados, y otros útiles. En- tre los huesos predominan los de peludo, guanaco, gama, lobo de mar y valvas de moluscos, que seguramente servían de comida a los salvajes. He prestado mucha atención por si entre esos restos se hallaban huesos de caballo, de vaca o de oveja, pero no he podido descubrir ningún ves- tigio proveniente de estos animales, lo que prueba con evidencia que se trata de un pai'adero de indios precolombianos. » Las observaciones que he podido recoger en mi excursión por aquellos parajes, guiado por las anotaciones del doctor Witte, en cuanto a las 479 relaciones y distingos sobre los estadios III y IV del mencionado autor, me hacen considerar que la posición de los yacimientos arqueológicos de toda aquella región peninsular no podría ser juzgada, por aliora, de ma- nera que se atribuya a unos mucha mayor antigüedad que a otros. La ausencia de ciertos restos faunísticos que indicaran la presencia moder- na de los indígenas en aquellos sitios, no puede afirmarse terminante- mente, y aun en esc supuesto, habría que proceder con suma cautela en cuanto a la elección de los elementos indicadores del carácter actual o relativamente antiguo de la habitación en San Blas de aquellos grupos étnicos. Sobre este particular agrega el doctor Witte algunas apreciaciones que, por sus fundamentos, debí tener presentes y que, a todas luces, contribuyen a plantear con seriedad un nuevo problema estratigráfico en sus relaciones con la posición de este estrato cultural que considero, y sobre el cual debí dirigir mi atención y hasta considerarlo motivo de la visita a la localidad. «Encontré en otro lugar — dice Witte, — entre el Cementerio y el Jagüel Bajada, un segundo yacimiento de igual industria, cubierto de una capa de tierra humosa de un metro o menos de espesor, y la que proviene seguramente de pobladores mucho más antiguos. También este lugar, que se encuentra en el segundo semicírculo, y donde se halla también, como puede verse en el mapa, el Jagüel Bajada, ha tenido que estar completamente en seco cuando lo poblaron los indios.» Si es evidente que se encuentra vestigios de industria, en sus diver- sas formas, en la superficie de los aluviones del denominado estadio V no está probado, a mi juicio, que sea anterior la que parece que está depositada en la base del mismo, y sentar como conclusión que los yacimientos inmediatos al mar son más modernos. Una afirmación, en cambio, admisible, es la que concierne al orden y disposición de los ho- rizontes que allí se observan, los que, a mi juicio, pueden explicarse como lo propone Witte en un parágrafo especial, en el que trata del límite entre los depósitos de los períodos diluvial y aluvial. Sólo me propongo llamar la atención sobre estos diversos aspectos del problema estratigráfico local que tanta influencia pueden tener sobre la determinación de la antigüedad relativa de los restos arqueológicos. El material de rodados que por allí se encuentra, presenta algunas diferencias que Witte ha anotado. Los que yacen en las inmediaciones de la costa, hacia el este de San Blas, son de mayor tamaño y de forma más redondeada con respecto a los que se depositaron en la zona oeste. « Además, encontré — dice el doctor Witte — éntrelos rodados del Ce- menterio de Indios, cantos de un antiguo granito, de un tamaño grande, completamente diferentes de los que so encuentran en los rodados tehuel- ches, y los que provienen de las rocas graníticas más modernas de la cor- 480 dillera.» Afirma, asimismo, liaber determinado la presencia de fragmen- tos de cuarcita blanca, «octangulares», parecida o idéntica a la de las sierras antiguas de la provincia de Buenos Aires. De las investigaciones realizadas basta la fecha, puede presumirse (pie la presencia de estas rocas se debería a la existencia, en esta región, de una serranía sumer- gida y cubierta por los depósitos terciarios. Sea de ello lo que fuere, las antecitadas observaciones de Witte cons- tituyen un aporte serio para los que, en adelante, nos proponemos cono- cer mejor la fisiografía de aquella zona de transición entre la Pampa y la Patagonia, y el primer ensayo geológico-estratigráfico que puede influir en las explicaciones sobre la antigüedad relativa de sus yacimientos arqueológicos. No habrá que lamentar, pues, en este caso, que se hayan omitido las imprescindibles anotaciones que permitan formular, en lo posible, la noción de valor estratigráfico de los yacimientos y otros caracteres corre- lativos. Si dichas observaciones, como la reunión de pruebas para demostrar- las, no alcanzan a presentar el valor absoluto que exigen los preceptis- tas — que jamás se equivocan — , en conjunto estos nuevos elementos, reunidos y apreciados armónicamente, podrán ofrecernos un verdadero progreso en el conocimiento de los tiempos prehistóricos y protohis- tóricos del norte de la Patagonia. Y, si no fueren suficientemente claros los resultados que surgen del material extraído de los yacimientos que estudio en esta descripción, las notas que poseo y las nuevas que me pro- curará Tobías Biichele, nos aguardan interesantes sorpresas. Otros ya- cimientos aun no han sido explotados, como los inmediatos a la estancia La Verde, bocas del río Negro y Colorado, etc. SEGUNDA PARTE Los yacimientos y las industrias CAPÍTULO I DIVERSAS CATEGORÍAS I)E YACIMIENTOS En la zona comprendida entre puerto San Blas y punta Rubia Falsa, partido de Patagones, extremidad sur de la provincia de Buenos Aires, que comprende la península de formación relativamente reciente, en — 481 forma de una faja de terrenos medanosos sobre el mar, se han determi- nado varios lugares bien caracterizados como talleres, paraderos o esta- ciones, de hallazgos aislados y, por último, de cementerios. De los más próximos al puerto San Blas proceden, posiblemente, los restos recogidos por P. I\ Moreno, (1. Amegbino y por los enviados de la Universidad de K ansas, señores Adams y Martin. Las series (pie describiré fueron reunidas por lo ya citados señores Iteinmann y Biichele en el taller y Cementerio de los Indios y en los di- versos sitios que figuran debidamente indicados en la carta arqueológica, con los signos y leyendas de que soy autor en colaboración de E. Boman y aceptados en la Primera reunión nacional de la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales. Según los datos que Biichele me comunicara y que, en parte, he podido comprobar, las superficies ocupadas por los yacimientos son, aproxima- damente, las siguientes : taller y Cementerio de los Indios, en las cerca- nías de la estancia de los señores Mulhall, con una superficie de cuatro hectáreas, a 200 metros de la costa; taller de La Pirámide, de siete hec- táreas y muy inmediato a la costa; cementerio-taller de punta Kubia Falsa, de 20 hectáreas, inmediato al establecimiento del señor E. Buckland (b.). Este yacimiento es el que se encuentra más próximo al mar, y en él, como en el de los Indios, se observan muchos amonto- namientos de residuos de cocina. Del hallazgo cercano al sitio denomi- nado Jagüel Bajada, que según Witte está más distante del mar y presenta caracteres de mayor antigüedad, los objetos allí recogidos no difieren de los anteriores. En unos y otros puede observarse que los rodados de mayor tama- ño, material que fuera utilizado casi en absoluto para la fabricación de los instrumentos, armas y objetos [de piedra, se encuentran depo- sitados sobre una capa de sedimentos marinos que, a la vez, quedan cubiertos por los médanos movedizos. Entre los cantos rodados se en- cuentran, además, en cantidades muy considerables percutores, lascas, láminas y el instrumental variado y altamente interesante que nos han proporcionado los diligentes coleccionistas que he recordado tan- tas veces. La localidad comprendida entre el Cementerio de los Indios y La Pirámide tuvo todos los caracteres de un inmenso taller, entre cuyos vestigios aparecían, a veces reunidos en un centenar de metros cuadra- dos, fragmentos de cerámica, huesos partidos y quemados de guanaco, peludo, ciervo campestre, lobo marino, valvas, etc., pero, estos últimos no afectaban sino el carácter de pequeños amontonamientos. En cuanto a la posición estratigráfica de los distintos yacimientos, el doctor Witte hizo una distinción que no pude verificar, cuando visi- 482 té aquella localidad y a la cual 1 ya me he referido en párrafos anterio- res, y que ahora deseo repetir. « Teniendo en cuenta — agrega — que los objetos de industria huma- na en el paraje del Cementerio, los que indiscutiblemente son precolom- bianos, se hallan en la superficie déla tierra, tapados de arena movediza reciente, es decir, de sedimentos del estadio Y [aluviones actuales del inarj y que el otro yacimiento más antiguo se encuentra en la zona de la que el mar se retiró paulatina y no repentinamente, juzgo que los depó- sitos del estadio IY, que tienen que ser más antiguos que los paraderos de indios, corresponden al menos al horizonte aluvial inferior. » Dada la circunstancia deque el doctor Witfce ha hecho esa distinción, me pareció conveniente recordarla en este parágrafo, destinado a la enu- meración y descripción general de los yacimientos, pero la considero, por ahora, insuficientemente demostrada. CAPITULO II INSTRUMENTOS, ARMAS Y OBJETOS DE PIEDRA 1 . El instrumental y su clasificación Para dar comienzo a la descripción de las armas y objetos de piedra que forman la colección Reinmann-Biichele, considero que es de impor- tancia dejar establecidas las fuentes de información en lo que se refiere a las clasificaciones y nomenclaturas observadas, prefiriendo a aquellos autores que lian descrito materiales arqueológicos de análoga catego- ría, y, particularmente, de procedencia sudamericana (relaciones arqueo- lógicas temporarias limítrofes) % y que pueden ser objeto de comparacio- nes con los que en esta monografía se dan a conocer. La formación de rodados que constituye uno de los estadios de los depósitos cuaternarios de aquella costa atlántica, es la que ha faci- litado, principalmente, el material para la fabricación de estos obje- tos e instrumentos. W. H. Holtnes, en su Handboolt of aboriginal ame- rican antiquities 3, se ocupa, preferentemente, de estudiar y determinar las diferencias en los yacimientos del material primario, de donde el ' WlTTK, lbid., página 64. . * Vdase Tokkks, en colaboración, Manual de historia de la cirilizaeión argentina, 1, 48, Buenos Aires, 1917. 3 Parte primera, capítulo XII, página 155 y siguientes; boletín 60 de la Smithso- nian inslituiion burean of american cthnology, 1919. Referencias 4 ZaHer-neolitico V \ h- ístacion ;pccrad/TOTie£>lítuo ♦■A- TtJüLerYcem/iUrríoT^ólitXjCo %JHaUazffO axsLcuio CARIA_AR0ÜEOIÓGICA_ • DE XA • * Península SánÍlás Y SUS ALREDEDORES Basatlaenlos levantamiento s 'OCX Mapa Topográficoy Geológico de LA PROVINCIAoe BUENOS AIRES 483 — hombre lia extraído los elementos para obtener los instrumentos y armas que podían satisfacer sus necesidades. Es bien sabido que W. H. Holmes había descrito, sucesivamente, los principales caracteres de las aboriginal quarries or mines , y, últimamente, también, en su manual Los yacimientos explotados por los indígenas de San Blas para la fabri- cación de los utensilios de piedra estarían comprendidos en la categoría d, o sea, las quarries of botclders of brittle stone, de este autor, que inter- preta las diferencias más acentuadas de la industria neolítica en los Es tados Unidos de América del Norte. De la ya citada obra de Witte reproducimos una vista que da idea do los depósitos de cantos rodados de la península San Blas, (véase lám. I), muy inmediatos a los talleres, paraderos y cementerios indígenas; y tan inmediatos que todos los elementos constitutivos de un taller de esa naturaleza se encuentran mezclados entre las miríadas de rodados. Debido a la presencia de ciertos objetos, no sería improbable que entre los pocos con que cuenta esta colección, en rocas cuarcíticas, fueran fabricados con aquellos restos de que habla Witte cuando se ocupa de los depósitos del estadio IV s. Se trata, como es sabido, de grandes fragmentos octangulares de cuarcita, completamente idénticos a los de las cuarcitas blancas de las sierras de la provincia de Buenos Aires, que habrían sido utili- zados como nodulos. La utilización de cuarcitas se advertiría también, sino por la abundancia, por la presencia de ejemplares de láminas y lascas. Dadas las singularidades de esta colección formada por contados ins- trumentos, pero de un variado y bien seleccionado conjunto de puntas de flecha y otras armas y objetos de rocas talladas y pulidas, de material compacto, de difícil manipulación, pero que revela un franco progreso en los medios de adaptación, he debido tener en cuenta los ensayos de clasificación y las diagnosis generales que les fijan una posición de- terminada en la evolución de las culturas del extremo meridional de la América del Sud. Partiendo de las clásicas distinciones de J. Evans 3 para la Euro- pa occidental, incorporadas a las más concienzudas exposiciones so- bre los períodos de la edad de la piedra en general, que han podido encontrar su aplicación en el material de objetos paleo y neolíticos de muchas otras procedencias geográficas, y en los estudios del ' Véase página 369. ■ Página 65. .1. Evans, The anden l alone implcmcnts, iccaponx and ornamenta o f Grcat llritain, Loiulon, 1897. — 484 arqueólogo americano Tomás Wilson ', en los que se ha trazado la clasificación de las puntas de Hecha, etc., fundamentaré las princi- pales distinciones de e6ta clasificación. Considero, asimismo, de inte- rés singular el criterio adoptado en las descripciones por los señores Figueira, Verilean, Holmes y Outes, pero de escasa precisión y clari- dad, las indicaciones que se formulan, sobre estos problemas para los arqueólogos americanos, en el lleport of the Committee on archeological nomenclature \ No obstante los inconvenientes que en esa nomenclatura puedan se- ñalarse, la tendré en cuenta, en el sentido de observar las principales distinciones del material, procedimientos de factura, formas y sus par- tes, tamaños máximos y mínimos, etc. Dada la importancia de los especialistas que contribuyeron a redac- tarlas y el dictamen dirigido y aceptado por la Asociación antropológi- ca americana, la dirección del Museo de La Plata tratará de divulgarla, con algunas adiciones, en la primera oportunidad. Como antecedentes más inmediatos o directos, particularmente en lo que se relaciona con la clasificación debo recordar, también, a las con- tribuciones de W. H. Holmes y C. T bomas, que cita y ha seguido W. K. Moorehead ', en su ensayo de resumen general y en el que expone, con lujo de ilustraciones, los problemas más importantes de la clasifica- ción de las formas del instrumental primitivo. El profesor José H. Figueira ensayó, treinta años lia, una descripción metódica délos instrumentos y armas de piedra procedentes de las esta- ciones neolíticas del Uruguay, iniciando con ella, en estos países, la pri- mera aplicación de un criterio que, por entonces, se fundamentaba en las nuevas investigaciones, y que luego se observaría, con mayor preci- sión, entre los especialistas americanos *. Por último, los antecedentes más directamente relacionados con estas nuevas investigaciones corresponden — como ya se ha establecido — 1 T. Wilson, Arrowpoints, spearheads and knives of prehistoria times, Washington, 1899. * Véase en American anthropologist, nueva serie, volumen II, número 1, fojas 114- 119, 1909. 5 W. K. Moohehkad, The stone age in North America, dos volúmenes, Londres, 1911. Estas cuestiones previas de la clasificación están expuestas en los primeros capítulos. Se remite, el autor, a los estudios más serios sobre el particular. Los especialistas americanos han sido consultados casi en su totalidad : Wilson, Holmes, Fowko, Tilomas, Me Güiro, Hodge, Wright y otros. 4 José II. Figueira, El Uruguay en la Exposición hislórico-amcricana de Madrid, etc., Montevideo, 1892. Figueira planea la clasificación do las puntas de Hecha y considera ciertas distinciones en perfecta armonía con las observaciones más corrientes y bien fundadas de su tiempo. Véase el parágrafo IV. — 485 íi F. P. Moreno, que exploró repetidas veces los territorios del norte de la Patagonia; y las memorias descriptivas, generales y especiales, basa- das en observaciones y materiales propios o que les procuraron diversos exploradores, a los señores llené Verilean ', W. H. Holmes 5 y Félix F. O utes J. COLECCIÓN REINMANN-BÜCHELE PROCEDENTE DE LA PENÍNSULA SAN 1JLAS Objetos Número Material Lámina poligonal (60 rum). 1 Calcedonia Raspador plano (40) 1 — Cuchillo plano (50). 1 — Cuchillos amigdaloides (50-90) 5 Calcedonia 75 °/0 Sierras planas, irregulares (40 térm. med.). 3 Calcedonia y pórfido Perforadores y fragmentos, tipo A (40-70).. 25 Calcedonia 85 °/0 — tipo B (45-50). . 3 Calcedonia — tipo C (45-50). . 3 — — tipo U (70-90). 4 — Puntas de flecha, sin ped., tipo A (40-60). . . 6 Calcedonia y pórfido — sin ped., tipo B (40-50). . . 24 Cale., cuarcita, pórfido, ópalo- — sin ped., tipo C, v. a (40-60). 32 Calcedonia 85 °/0 — sin ped., tipoC,%r. 6(30-40). 15 Calcedonia — sin ped., tipoC, v. c(30-70). 53 Calcedonia, basalto, pórfido — siu ped., tipoC, v. d(40-70). 67 Calcedonia — sin ped., tipo C, v. e (30-70). 50 — — sin ped., tipo C,v. e' (40-70). 9 — — con ped., tipo A (35-60). . . 11 — — con ped., tipo B, v. a (30-65) 65 — — con ped., tipo B, v. h (30-70) 185 Calcedonia 70 °/0, pórfido — con ped., tipo B, v. c(30-60) 55 Calcedonia 80 °/0, pórfido — con ped., tipo B, v. d(30-50) 19 Calcedonia — con ped., tipoC, v. «(30-60) 8 — — con ped., tipo C, v. 6. . . . . . ? — — excep., tipo A (25-30). . . . 4 — ' R. Vernkau, Les anciens patagons, Mónaco, 1903. En la segunda parte (etnogra- fía) se describen algunos ejemplares interesantes de instrumentos y armas de piedra. 5 W. H. Holmes, Early men in South America, 144 y siguientes. 3 F. F. Outes, La edad de ¡a piedra en Patagonia, Buenos Aires, 1905. Había publi- cado el señor Outes, durante ese mismo año, una breve monografía sobre La alfare- ría indígena de Patagonia, y, luego, en 1907, Arqueología de San Blas, proponiéndose, en todas o en la mayoría de sus contribuciones, la aplicación del criterio comparati- vo, do suma importancia en estas primeras investigaciones prehistóricas, más o monos sistematizadas. Figucira, en 1892, y Outes, en 1905 y 1907, tienen on cuenta los mismos fundamentos para la clasificación de las puntas de (locha. — 486 Objetos Puntas tle llecha, excep., tipo 15, v. a (20-30). — excep., tipo B, v. b (20-30). — excep., tipo C, v. a (17-30). — excep., tipo C, v. b (19-30). — excep., tipo D, v. a — excep., tipo D, v. b. . . . . . — excep., tipo D, v. c — excep., tipo E, v. a.. ... . Puntas do jabalina, tipo A (70-90)..'. — tipo B (70-90).. — tipo C (70) Bolas arrojadizas, naturales — sin cintura Bolas con cintura transversal Bolas, tamaño menor, con cintura — sin cintura Placas grabadas. Adorno labial (tembetá) Dudoso Adornos auriculares (?)..... Cuentas discoidales grandes. Cuentas semidiscoidales pequeñas. . Peso para el huso Objetos de piedra, do uso desconocido : lá- minas prismáticas Objetos do uso incierto. . Punzón de hueso y fragmentos Retocador de hueso y fragmento Cuentas discoidales de conchas de moluscos del género pedúnculos. Residuos de cocina Vaso incompleto Fragmentos de vasos Fragmentos y láminas de metal Número M a tena 1 202 Calcedonia 90 °/„ 92 Calcedonia 90 °/0 54 Calcedonia 36 — 6 - — 3 — 2 — i Calcedonia 3 Rocas porfíricas 21 Calcedonia 85 °/0, porfíricas 1 Basalto 3 Conglomerado calcáreo 3 Cabros, pórfido cnarcífero 3 Pórfido, toba aurífera 3 Caliza 2 — 2 Pizarrra margosa (cal. y are.) i Toba volcánica verdosa i Toba volcánica 6 Toba volcánica y pizarra 5 Mica esquisto, clorítico 27 Amazon. verde, piz., toba volé. 1 Toba volcánica 3 Pizarra y basalto 2 2 2 29 3 1 249 4 Cobre 2. Lámina, raspador, cuchillos, sierras , perforadores Lámina. — La colección de objetos, instrumentos y armas de piedra que los señores Keinmaun y Biiclielü formaron en tres de los yaci- mientos de la península San Blas, no cuenta con un conjunto de láminas apreciable para cualquiera consideración de carácter sistemático. iSTo vale la pena, pues, que aluda a la clasificación de las láminas, planteada por varios especialistas, y sus aplicaciones por los autores nacionales que han descrito alguno» ejemplares. Dada la exigüidad — 487 de ejemplares, en éste como en muchos otros casos, considero aventu- rado presentar una descripción de formas y caracteres predominantes. Eigueira, primero, y Outes, en sus ya recordadas monografías, se han ocupado de dar a conocer algunos tipos de láminas que confirman las ob- servaciones de arqueólogos americanos y europeos sobre esta categoría de instrumentos. La colección no cuenta más que con un ejemplar de lámina poligonal, de GO milímetros de largo, y fragmentos de otros dos. Los caracteres son bien definidos 1 en su tipo; por sus bordes vivos, sin retoque alguno. Es de calcedonia, con pátina muy superficial. Este ejemplar procede del Cementerio de los Indios. Raspador. — Una de las láminas planas presenta, a la vez, indicios de retoques en su superficie exter- na y en uno de sus bordes, con verdadera precisión, que la caracterizan como raspador. Es un solo ejem- plar, de 50 milímetros de largo, en calcedonia blan- quecina. Es, tal vez, el tipo más común de raspador, según lo han descrito varios autores y particularmente los que se han ocupado de las industrias neolíticas rio- platenses. Cuchillos. — Son seis ejemplares, con dos tipos bien definidos, en los que predomina la calcedonia de diversos colores y con ligeros rastros de defla- ción en una de sus superficies. Tipo A „• Un ejemplar, obtenido en una lámina asimétrica, poligonal, de GO milímetros de largo (véase fig. 1). Es de los ejemplares que se retiraron délas inmediaciones de La Pirámide. La roca es calcedonia amarillenta, tallada en la super- ficie externa, y retocada en uno de sus bordes. La base del instrumento aparece fracturada y se observan pequeñas incrustaciones o vestigios de una grieta en el borde opuesto, en casi toda la superficie del biselado. Ejemplares análogos han descrito varios autores rioplatenses, y par- ticularmente Eigueira y Outes, aunque no con el mismo criterio, como pasaré a comentarlo más adelante. Tipo B : De los rodados tallados en ambas caras se han fabricado es- Fig. 1. — Cuchillo, ti- po A. La Pirámide, n° 21001. 1 De las descripciones y clasificaciones que comprenden láminas, raspadores y -cuchillos de piedra, por ejemplo, de J. Evans, Holmes, Abbott, Wilson, Cliamberlain, Wright, Fowke, Stewart, prefiero la que observa el primero en su obra fundamen- tal: The ancient s tone implemcnts, etc. Puede decirse que, salvo tal cual carácter muy especial, las contribuciones de los modernos arqueólogos americanos confirman las principales distinciones del especialista que acabo do nombrar. KEV. MUSEO I.A PI.ATA. — T. XXVI 34 488 tos ejemplares de forma más o menos amigclaloide, con trabajo secunda- rio en los bordes. En los cinco ejemplares los retoques se presentan en uno de los bordes, pero en desigual extensión, y el tamaño de los cuchi- llos varía entre 50 y 90 milímetros de largo, por 4o milímetros de ancho. Los cinco son de calcedonia, y el de la figura 2 procede de La Pirámide. Después délas noticias sobre descubrimientos de láminas, raspado- res, cuchillos y armas de piedra, publicadas por Moreno, Ameghino y Lovisato, que son muy conocidas, el señor J. II. Figueira ', recordó, en un pasaje de su descripción, ciertas reflexiones de G. de Morti- llet sobre el destino de las láminas sin retoques en los bordes por él denominadas cuchillos, y, a la vez, la designación que convenía adop- tar para las láminas con trabajo secundario (sierras). K. •Yerneau, posteriormente planteaba la misma cuestión con diverso criterio, o sea, más en el sentido de T. Wilson 3. Para este autor, muchos de los instrumentos considerados por algunos arqueó- logos como puntas de flecha o de lanza, han sido cuchillos. El mis- mo Yerneau al aplicar dichas ob- servaciones y distingos acierta, y, a nuestro juicio, exagera después ¡. Pero la sucesión de descubri- mientos y descripciones posteriores a la aparición de la obra de Ver- ilean. realizados en las distintas regiones de América, en las que se han verificado exploraciones arqueológicas, los caracteres, que podríamos llamar genéricos de estos instrumentos han quedado mejor definidos, por haberse seleccionado todos aquellos elementos de juicio que podían resolver, por lo menos en ciertos casos, sobre el enmangado de algunos tipos o variedades de ellos. ' FiGUF.ira, Los primitivos, etc., página 172. 2 Vkhnkau, Les ancicns patagona, página 260. 3 Wii.sox, Avroirpoints, spearheads and knives of pvehistoric times, 1899; Wilson, Classifioation , etc., XIIo Con gres international d’anlhropologie el d’arclicologie préhislo- riques, página 322, 1902. 1 Véase la explicación que ofrece del ejemplar reproducido en la figura 62, consi- derado por i\ Ameghino como punta de flecha. 489 No es mi propósito, en esta oportunidad, el presentar reunidos todos los antecedentes a que lie hecho alusión, que, por otra parte, son cono- todos de los que se dedican a estas investigaciones. A las series clasi- ficadas por Tilomas, Abbott, Udden, Masón y otros, como a las colec- ciones descritas por investigadores americanos contemporáneos, que recuerda Moorehead, en su repertorio ', muy escasas son las nuevas descripciones sobre el particular aparecidas en la América del Sud, al- gunas de las cuales creo que exigirían una rectificación1 2 3. Las investigaciones en la Argentina y territorios colindantes, to- mando como término fundamental de comparación a las amplísimas mesetas y valles patagónicos, son las realizadas por el personal científi- co del Museo de La Plata, por el señor Carlos Ameghino, y, en el sur de la provincia de Buenos Aires, en las localidades de Miramar, Mar del Sur, Lobería y Necochea, por el autor de esta monografía y el propio señor Ameghino; de cuyas exploraciones el Museo de La Plata ha forma- do un espléndido material de objetos, instrumentos y armas de piedra. Los cuchillos están representados por ejemplares muy especializados. Sobre estos instrumentos, procedentes de yacimientos neolíticos pa- tagónicos, y sus diversos tipos, el señor F. F. Cutes ensayó, en 1905, una descripción sistemática 3. De la pequeña serie de cuchillos que cuenta la colección Reinmann- Büchele, los de forma amigdaloide son los representados en menor nú- mero en la que estudia Cutes. En todo caso, constituyen modelos inte- resantes por sus proporciones, simetría y tallado, tanto primario como secundario. 1 Mooheiíead, The stone age, etc., tomo I, capítulo IV. 2 A la enumeración «le estudios descriptivos, generales o parciales, que citan los autores recordados en las presentes páginas, puedo agregar, para una futura revisión de los antecedentes, a : Max Uhle, Sobre la citación paleolítica de Taltal, en Publica- ciones del Museo de etnología g antropología de Chile, tomo I, página 31 y siguientes, Santiago de Chile, 1916; A. Capdeviulk, Notas acerca de la arqueología de Taltal, en Boletín de la Academia nacional de historia, tomo II, páginas 3, 4 y 5, Quito, 1921; .1. Jijón y Caamaño, Una punta de jabalina en Pucngasí (con láminas), en Boletín de la Sociedad ecuatoriana de estudios históricos americanos, año I, número 2, Quito, 191.3; I’. Iíivkt y R. Vn única u, Etnographie ancienne de VÉquateur, lámina VI, París, 1912; .1. Jijón y Caamaño, Una nueva contribución al conocimiento de los aborígenes de la provincia de Imbabura, etc., en Boletín de la Sociedad ecuatoriana, etc., tomo IV, pá- ginas 10 j 58, Quito, 1920. 3 F. F. Guies, La edad de, la piedra en Patagonia, etc., página 354. Publicó, además, sobre instrumentos neolíticos de esta clase, Arqueología de ffucal (goberna- ción de la Pampa), en Anales del Museo nacional de Buenos Aires, tomo XI (serie III, IV), 1904; Instrumentos y armas neolíticos de Cochicó (provincia de Mendoza), en Anales del Musco nacional de Buenos Aires, serie III, tomo VI, págiua 277 y siguien- tes, 1906; Arqueología de San Blas, etc., págiua 255. 490 Los instrumentos considerados como cuchillos por la mayoría de los autores, procedentes de la región patagónica, y los que se lian retirado délos yacimientos del litoral marítimo sur de la provincia de Buenos Ai- res, presentan, particularmente éstos últimos, caracteres propios, regio- nales. Comprendo en esta distinción a los constituidos por láminas planas y poligonales poco alargadas, con y sin retoques, y a láminas con trabajo secundario de importancia, en ambas superficies y bordes. Las formas predominantes, muy simétricas, son: ovales, amigdaloides, elípticas. Los caracteres, en conjunto, del instrumental a que me refiero, se acer- can más a los que se atribuyen como típicos del paleolítico superior de Europa central y occidental, época auriñaciense, etapa de Cliatel- Perron, que a las clásicas láminas planas y anchas Levallois. Se puede indicar semejanzas de algunas formas con ejemplares aná- logos procedentes del litoral marítimo uruguayo, y particularmente con las amigdaloide, elíptica y oval. El grupo de los cuchillos asimétricos tiene que estar, desde luego, también representado. Unas y otras for- mas de este interesante instrumental se han determinado en la parte norte de Chile, Ecuador, Panamá, Yucatán, California, Maine, New- Jersey, Wisconsin, Missouri, Toronto, Alaslca y otras localidades '. Sierran. — Como es sabido, en este caso se trata siempre de la diversa adaptación de las láminas para la fabricación de instrumentos que, sin haber tenido un uso exclusivo, se diferencian entre sí por caracteres bien especiales. Los ejemplares de sierra que he determinado en esta colección alcanzan al número de tres, bien redu- cido, por cierto. Son láminas irregulares, planas, de distinto tama- no, en uno de cuyos bordes se lia realizado el retoque. En el ejemplar que aparece en la figura 3, los reto- ques han sido hechos en dos de sus bordes, siendo Fig. 3. — Sierra, Ce- los del costado izquierdo de factura más neta. mea torio de los In- dios, n» 22094. Délos tres ejemplares uno es de pórfido cuarcífero y los otros dos de calcedonia. La sección del borde con los pequemos dientes alcanza, en uno de los ejemplares, a 30 milímetros. El ejemplar mejor caracterizado lleva el número 22094 y procede del Cementerio de los Indios. Con diverso criterio, en cuanto a los caracteres diferenciales entre los cuchillos y sierras y a la cuestión del enmangado dennos y otros instru- mentos, se han ocupado provechosamente J. H. Figueira1 2 y F. F. Cutes 3. 1 Mooriciiead, Ibul., página 48 y siguientes, y la ya citada literatura. - Figueira, Ibul., página 171 y siguientes. Oc i es, La edad de la piedra en Palagonia, página 344. En el repertorio ilustra- 491 Verilean no trata de esta clase de objetos en sn clásica obra sobre Pa- tagonia. Dada la rareza de estos instrumentos en nuestras estaciones paleolí- ticas y neolíticas, y particularmente en la Patagón i a, donde aparecen con frecuencia las formas mustierenses, auriñacienses y solutrenses, con singular profusión e interesante variedad, creo que tienen importancia las consideraciones que a dicho respecto hicieran J. Evans y G. deMor- tillet, y que comentaran Figueira y Outes entre nosotros. « Estas consideraciones — dice Félix F. Outes — hechas a propósito de objetos si bien paleolíticos, idénticos a los neolíticos, es oportuno re- cordarlas en el caso de las láminas dentelladas de cabo Blanco. Par- ticipo de la opinión de Evans, de que se trate de verdaderas sierras, con las cuales los patagones cortaban a lo ancho, los huesos que destinaban a la confección de collares y brazaletes; las he ensayado prácticamente y he obtenido un resultado excelente.» Perforadores. — José II. Figueira es el autor rioplatense que primero nos ha descrito instrumentos de esta clase; que ensayó una explicación de su uso y hasta una clasificación de las formas más constantes. Les llama taladros y agrupa en una lámina trece figuras (53-05 de la serie que formara en territorio uruguayo) '. Posteriormente, describieron ejemplares recogidos en diversos yaci- mientos neolíticos de la Patagonia, los señores li. Verneau y F. F. Ou- tes, como veremos más adelante. Los ejemplares que forman parte de esta colección de la península San Blas, proceden del Cementerio de los Indios como del taller inme- diato a la estancia de Buckland. Son treinta y cinco ejemplares, algunos en fragmentos, pero que pue- den determinarse como perforadores con toda seguridad. Después de haber tenido en cuenta las clasificaciones de los perfo- radores americanos y especialmente la de Outes 2, en el material que tengo a la vista pueden hacerse, a mi juicio, cuatro distinciones bien marcadas. Tipo A : Base o pedúnculo, para el enmangado, de cuerpo resistente, constituyendo las dos terceras partes del instrumento; el ápice o extre- midad cuidadosamente trabajada y de sección transversal, ligeramente angular. Los ejemplares, incluyendo los fragmentos, suman 25; predo- do de Moorehead se citan ejemplares de sierras enmangadas, de diversos tipos, que forman parte de las colecciones norteamericanas. Véanse las noticias e ilustraciones sobre estos instrumentos cu las figuras 134, 135, 136 y siguientes. W. II. Ilolmcs, en su Haitdboolc, explica el uso de estos instrumentos, página 325. ' Figubira, Los primitivos, etc., páginas 189 y 190. 2 Véase La edad de la piedra, 347. 492 mina, en absoluto, la calcedonia, y sus tamaños varían entre 40 y 70 milí- metros de largo (véase flg. 4). Tipo B : Tres ejemplares de caracteres bien especificados, de 40 a 50 milímetros de largo. De aspecto grácil, base o cuerpo cóncavo, con extremidades en ligera forma de aletas y el ápice alargado, comprendiendo más de las dos terceras partes del instrumento, aguza- do de una manera gradual y corte transversal del ápice, ligeramente anguloso. 171 ejemplar figurado, número 22044, como los otros dos lian sido fabri- cados en calcedonia. Tipo C : Fundado en tres ejemplares, dos de los cuales son los que están mejor caracterizados, pues el tercero, en fragmento, presenta, ala vez, algunas dentelladuras en las aristas que pudieron diversi- ficar el destino del finísimo y admirable instru- mento de piedra. En cuanto a este tipo de perforador, que, por su gracilidad y perfecta factura en sus más mínimos detalles, hiciera dudar de su uso posible a cuantas personas lo examinaran, se presenta sin pedúnculo o base de enmangado aparente; como una ligerísima aguja de cuerpo cilindrico y en las exactas proporciones que lo demuestra el grabado de la figura 6. El ejemplar figurado lleva el número 22091. El corte transversal de la lámina es ligeramente anguloso, el trabajo de retoque sumamente prolijo, y la extremidad superior de una agudeza sorprendente. Todos los ejemplares se han fabricado en calce- donia. Tipo I) : Proceden cuatro ejemplares «le este tipo, y los cuatro en fragmento, del taller inmediato a la estancia «le Buckland, cerca de Punta Rubia Falsa- Son de factura más grosera, de tamaño, en longi- tud. mayor a siete centímetros y de un cuerpo que comprende casi la totalidad «leí perforador. La base o pedúnculo es recio y sin escotaduras. El ejemplar reproducido está registrado con el número 22087. Este, como los tipos ya descritos, es de calcedonia. Si bien es cierto que el número «le ejemplares no es muy abundante, considero que no es dudosa la clasificación que acabo «le proponer para los perforadores «le esta colección. Los diferentes tipos de perforadores descritos en esta memoria tienen también sus representantes, diré, en las series estudiadas por Figueira y F¡g. 5. — Perforador, tipo P». Cementerio de los Indios. n° 22044. - 493 - Oates. Después ele las explicaciones que conozco sobre su uso, par- ticularmente entre las poblaciones indígenas de América, me incli- no a creer que, en general, se los adaptaba a un mango o astil. En el territorio de la Bepública Argentina los ejemplares de perforadores lian ido apareciendo desde que los explora- dores lian recorrido los yacimientos arqueológicos con algún cuidado, y desde ya puede afirmarse que constituyen, una clase de instrumentos que aparecen entre los elementos del outillagc indispensable de los habitantes de la Patagón i a y entre los indígenas del sudeste del territorio de los Estados Unidos, como lo hicieran notar varios autores. Ya se ha dicho que los perforadores de piedra, con pre- ferencia, han servido para horadar huesos, madera, valvas de moluscos, y aun las mismas rocas que ofrecen menor gra- do de dureza. La forma general de la lámina subcilíndrica y retocada de mayor a menor, y en algunos ejemplares con ti^0 aristas algo más vivas, denota que c. Cemente- podía ser muy eheaz para horadar ,i¡os. ,,«22091. mediante una hábil manipulación. \Y. II. Holmes 1 2 * expresa : «The primitive drilling arts were of prime importance to the aborigines and are of exceeding interest to the Student of primitive technics. Stone was rougli carved by picking, pecking, chip]iing and goug- ing, where particular depth or relief were not callet for, but for deep excavation and perfora- tion the rotary processes were especially effec- tive. » Tratándose de ciertas formas de perforadores, de tamaño menor, como la mayoría de los ejem- plares descritos en este estudio, que debieron utilizarse enmangados, Holmes nos describe de la manera que debieron manipularse, agregando al texto algunas ilustraciones interesantes 5. « The simplest form of unhafted rotary drill is the pointed stone held between the tumb and tinger tips and twirled back and forth (fig. 214), or an implement of somewhat T shape (fig. 21o), held in the liaud as a 1 Holmes, Handboolc of aboriginal american cüiiiquilies, tomo I, capítulo XXXII, página 350. 2 Figuras 210, 214, 215, y las que denomina «primitive metliod of drilling», en as páginas 354 y 355. Fig. 7. — Perforador, tipo O. Cementerio de Punta Kubia, n° 22087. 494 — geimlet and twirled back and fortb witch pressure, producing the desir- ed boro. Tlie ordinary form of shafted resol ving drill (fig. 210) is rotat- ed back and fortb between the palios of the liaos after the manner of the fire drill, or between one palin and the thigh. These inethods were in common use throughout America, and Mac (luiré questions whetlier any other more ellicient form of mechanical device for mounting and operating the drill poing than this was in use among the tribes south of Alaska in pre columbian times. Drawings representing drills, found in the ancient Mexican códices, all represent the onetype (fig. 217). » Tenemos, pues, en los yacimientos arqueológicos neolíticos de la Pa- togenia formas de un instrumental que aparece, con mayor frecuencia, en los territorios del sur y este de América del Norte, respondiendo a un procedimiento generalizado para la perforación '. Warren K. Moorehead en su compilación parece seguir el criterio aconsejado por el Committee on archeological nomenclature , y agrega las formas irregulares. Sean o no aplicables estas bases para la clasificación de los perfora- dores que hasta hoy se conocen como procedentes de América en gene- ral, la información iconográfica de Moorehead demuestra que los tipos de la colección lteinmann línchele, todos están allí representados 2. Pol- la homogeneidad en la forma y las rocas empleadas, son altamente inte- resantes los quince ejemplares que exhibe en la figura 109. P. P. Outes no describe ejemplares de perforadores en su eontribu- bución, Arqueología de San Blas , y al í-eferirse en su obra, La edad de la piedra en Patagonia, a estos instrumentos dice que, por entonces (1905), muy escasos eran los nuevos descubrimientos en Sud América a. Pero una de sus observaciones acertadas, a mi juicio, es aquella, que atribu- ye al tipo B de esta clasificación, o sea al 7o de la que es autor, un pre- dominio de caracteres sólo observados en la cuenca del río Negro. Sin considerarlos, por ahora, « exclusivos », es más prudente admitir como predominantes al norte de la Patagonia, o, si se quiere, en la cuenca del río Negro, a los tipos A y 11 de esta clasificación. ' Se lian referido a esta clase de instrumentos de piedra Mac Güiro, Masen, Abbott, Uldden y otros. 5 MookicukaI), Ibid., tomo 1, capítulo XII. Véase la lámina en colores, en la ante- portada. 2 Las investigaciones arqueológicas de los últimos diez años al norte de Chile, Ecuador, Colombia y Venezuela y cuenca del Amazonas, sobre las que han aparecido algunas comunicaciones, no dan cuenta de hallazgos de esta clase, en número ni por sus caracteres estables, suficientemente especificados, que den pie a una observa- ción comparativa. Se trata de las tareas que instituciones americanas dedicadas a las investigaciones prehistóricas, realizan en los dominios territoriales de sus respectivos países, y aun de instituciones estadounidenses que han venido a la América del Sud. 495 3. Puntas de flecha, jabalina, y bolas arrojadizas Puntas de flecha . — En el cuadro general del material de instrumen- tos, armas y objetos de piedra, las puntas de lleclia constituyen el nú- mero más importante, los tipos y variedades de mayor interés. Como ya advirtiera Rene Verilean en su obra Les anciens patagons «les pointes de Héclies de la l’atagonie sont d’une facture extrémement remarquable et il mi cst beaucoup <|iii jieuvent se comparer aux plus bolles pieces néolithi(¡ues de l’Europe. Ellos sont toujours taillés sur les deux faces et soigneusement retoucliées sur les bords et á la pointe. Leur symé- trie cst par faite dans les plus grand nombre des cas, et leurs formes fré- (piemmcnt élégantes ». Estas apreciaciones se confirman si se tienen presentes a los nuevos ejemplares que, desde los viajes de H. de la Vaulx, se lian recogido en los numerosos yacimientos de toda la extensísima región patagónica, tanto al norte como al oeste, y también en los amplios valles que consti- tuyen las cuencas que la cruzan de oeste a este. No creo ; Semiesféricas, tres ejemplares, de pórfido y toba cuarcífera. Surco transversal, con alguna semejanza al ejemplar esquematizado en la figura 13(5, de la obra de Outes '. La factura del surco es grosera y está inconclusa en todos los ejemplares. Tipo G : Tres pequefias bolas con cintura ecuatorial muy fina, de 25 a 30 milímetros de diámetro mínimo. Están fabricadas en caliza par- da amarillenta. Manijas. — Dos ejemplares esféricos de caliza, que corresponderían a las bolas de tamaño menor. Tienen un diámetro que no alcanza a 25 milímetros, y en sus superficies se notan varias fracturas recientes. Algunos de los ejemplares descritos presentan las superficies con mar- eados vestigios de deflación. Ya lie aludido a las explicaciones que estimo más satisfactorias sobre la procedencia y caracteres de esta arma. Los antecedentes históricos y los datos comparativos reunidos por Félix F. Outes en su memoria La edad de la piedra en Patagonia, basta- rían para una primera clasificación del material procedente de los Kul- turlager de la Patagonia oriental. Pero deseo llamar la atención de los es- pecialistas sobre algunas referencias relativas al origen y época probable de su uso entre las agrupaciones indígenas de los. territorios al sur de la ciudad de Buenos Aires, que aparecen comentadas por este autor en su capítulo «Proyectiles arrojadizos». Dice Outes \ «Al ocuparme del hombre patagónico, he dicho quere- 1 La edad, ote., página 420. 5 Página 427 y siguientes. 508 cien adoptó el uso de la « bola» arrojadiza en las postrimerías del siglo xvm. Trataré de detenerme sobre este punto para disipar cualquier duda que pueda existir sobre el particular. » En párrafos subsiguientes ordena el autor sus anotaciones histórico- cronológicas para afirmar que los patagones del sur del Bío Negro no conocieron el uso de la bola hasta fines del siglo xvm. « De modo, que el empleo de la «bola» para la guerra y la caza, es una práctica adqui- rida con plena seguridad en el contacto con los indígenas que vivían al norte del Bío Negro *. » Más adelante atribuye, con mejores fundamentos, el uso frecuente de esa arma — en la que pueden determinarse formas de especializa- eión muy sorprendentes — a los complejos étnicos diversos desde distin- tos puntos de vista, de la región cisplatina, anteriores, contemporáneos y posteriores de la época de los descubrimientos, hispano-lusitanos, en el litoral lluvial uruguayo y argentino. Pata terminar asienta su argu- mentación en la siguiente relación de hechos y su interpretación : «Destruidos los Querandíes en las luchas sangrientas que mantuvieron con los conquistadores y por el régimen brutal de las «encomiendas», las tribus de Puelches que habitaban al sur y al oeste del territorio en que vivían aquellos indígenas, avanzaron hacia Buenos Aires y frecuen- taron en más de una ocasión el villorio reconstruido por Juan Gara y. En una de esas visitas, realizada en 1599, el gobernador de las provincias del Bío de la Plata, Diego Bodríguez Valdez y de la Banda, pudo observar que los indígenas usaban para cazar huanacos, la « bola perdida », en igual disposición (pie la empleada por los Charrúas, Beguáes y Queran- díes. Es evidente, pues, que los Patagones en su contacto con los Puel- ches, adoptaron el uso de la « bola » arrojadiza a. » Los fundamentos de esta explicación del origen, edad atribuida al uso del arma y distinciones étnicas en la Patagonia al norte y sur del río Ne- gro 1 2 3 , son de absoluto valor histórico, posponiéndose evidentemente, 1 Outks, La edad, etc., página 427. 2 Outics, La edad, etc., página 429. 3 Después de discutidas las principales cuestiones que encierran los párrafos trans- critos, por autores tan avezados en el conocimiento y selección do textos como los señores Lcguizainón, Outos, Cardoso y Lolnnanu-Nitsche, sólo nos corresponde de- clarar que, en cuanto a las atribuciones de edad, no nos satisfacen las que unos y otros hayan podido extraer como conclusiones del examen de los documentos. Desde el punto de vista étnico — y sin querer dar mucha extensión a estas obser- vaciones — será necesario aclarar qué so entiende por patagones y por puelches, y si bajo el segundo nombro deben comprenderse a varias agrupaciones étnicamente dis- tintas, según T. Falkner. Despejada esta cuestión habrá que admitir, como consecuencia, que varias de las agrupaciones de puelches (concepto gooétnico explicado por Falkner, en su obra 509 — conio en otras contribuciones sobre el mismo asunto, los elementos de juicio de valor arqueológico y estratigráfico. Quiero advertir, además, que no puedo considerar a los testimonios históricos como fundamentos casi exclusivos para establecer en este caso, la data cronológica relativa, (pie es, en realidad de verdad, el problema arqueológico debatido. En cuanto a la interpretación que correspondería adoptar sobre la an- tigüedad de los restos del estrato cultural de San Blas, dentro del estado neolítico de la cultura de los pueblos del norte de la Patagonia, sería para mí otro el punto de partida. Tomando como base los caracteres tecnológi- cos del complejo de las manifestaciones industriales, sin desvincular a ninguno de sus elementos, por discutible que fuere su valor indicador, y relacionándolas con las demostraciones de valor geológico — estratigráfi- co— que en este caso el especialista ha afirmado que corresponde, por inferencia, a una antigüedad prehispánica ', admitiría una aclaración documental pero menos categórica sobre el uso de las bolas arrojadizas para fines del siglo xvm entre los indígenas del sur del río Negro, desde que los del norte, que estoy considerando, vinculadísimos antropológica y etnológicamente a ellos, las conocían ya a fines del siglo xvi, como sur- ge de la propia argumentación de Outes. Considero atribución de edad más acertada aquella que vincula a todas las manifestaciones de las industrias neolíticas de la Patago- nia— por el mismo valor de los términos y el de los objetos y armas consideradas como arquetipos — -a los tiempos protohistóricos. Acepto, a la vez, que el uso de ciertas armas, se habría intensificado entre las agrupaciones que tuvieron como habitat más o menos permanente, las llanuras del sur y oeste de la actual provincia de Buenos Aires, y en las que se conocieron las especies animales, a las cuales se las destinaba por necesidad material. Las bolas arrojadizas aparecen preferentemente en zonas o regiones donde, desde una antigüedad geológica reciente, se ha comprobado la existencia de restos de guanacos, ciervos, avestruces, pu- mas, etc., en una gran extensión y entre muchos pueblos de América. Estas consideraciones generales sobre la dispersión de la bola arroja- diza; me recuerdan otras, que no debí interrumpir, y que se refieren a las puntas de flecha y jabalina, pero es claro, a las series de ejemplares de una y otra clase, que han sido descritas mediante los suficientes datos .4 dcscription of Patagonia, etc., pág. 99, 1774), ya sean del litoral marítimo o de los llanos, valles y mesetas en una enorme extensión de los territorios del sur, cono- cieron el uso de la bola arrojadiza : unas en el siglo xvm y otras en tiempos muy an- teriores. Pero todos estos supuestos están en un terreno admisible, y pueden exami- narse como otros tantos hechos que explican la regla general, poro nunca para dar a la excepción un valor que no tiene. 1 Witth, Ibid., página 6G. 510 de procedencia y que lian permitido interpretar algunos délos caracte- res locales de nuestras culturas neolíticas. A las noticias, pues, de F. P. Moreno, F. y C. Amegliino, en las que hicieron conocer los primeros tipos de las armas de piedra, descu- biertas en esos territorios, suceden las descripciones más serias de E. H. G-iglioli, M. del Lupo, J. II. Figueira, J. T. Medina, 1L Yerneau, F. F. Outes, los autores de JSarly man in South America y H. ¡I. Urteaga '. En las últimas con- tribuciones constan todos los antecedentes (pie deben tenerse en cuenta para futuros estudios comparados y que tan sólo merecerían un agre- gado en aquellas referencias sobre el propio terri- torio del sur bonaerense. Placan (/rabadas. — Los dos ejemplares de pla- cas grabadas que forman parte de esta colección fueron recogidas en el taller de La Pirámide, por el señor Biichele. El ejemplar número 22372 es de pizarra caliza arenosa, color madera. Un trozo de 10 centímetros de largo por 4 */, de ancho y 2 ‘/a de espesor. Pulimentada, bordes romos y algo acanalada en la superficie en que aparecen los grabados. Está fracturada y ha sido restaurada pero sin retoque, ni agregado alguno. Los grabados son finos y se hacen muy poco perceptibles a simple vista, pero se advierten en los contornos guardas en forma Pig. 32. — placa gratada, de meandros irregulares, upo n. La Pirámide, n° Tiene mayor interés el ejemplar número 22370. Grabada en una de sus superficies, de pizarra cal- cárea margosa, color gris obscuro; de forma alargada pero natural, con sus contornos redondeados por frotamiento. Es el ejemplar reproducido en la figura 32 en tamaño natural. 1 W. II. Holmes en la obra citada (colaboración de A. Hrdlicka, B. Willis, F. E. Wriglit y C. N. Fenner) y las distintas ampliaciones y comentarios que los dos prime- ros hicieran, y que sería excesivo recordar, se ocupa de los yacimientos arqueológi- cos de San Blas, en donde el doctor Hrdlicka estuvo y recorrió por algunas horas. F. F. Outes, publicó después: Arqueología de San Blas (provincia de Buenos Aires), 1907 ; Sobre una facies local de los instrumentos neolíticos bonaerenses, en líerista del Museo de La Plata. XVI (2:l serie, t. 111), páginas 819 a 389, 1909; y Sobre algunos objetos de piedra de forma insólita procedentes de Pat agonía, en Physis, I, páginas 378-380, 1911. El señor Urteaga se ha ocupado, acertadamente, de la bola arrojadiza, en su artículo El ejército incaico : su organización, sus armas, en Boletín de la Sociedad geo- gráfica de Lima, XXXVI, 305, 1921. 511 La superficie grabada se destaca y los ornamentos, aunque de trazos linos, pueden verse sin ayuda de dispositivo especial. Ambos ejemplares no presentan perforación ni vestigios de pintura. En los yacimientos arqueológicos neolíticos de San Blas se había determinado, anteriormente, la presencia de estos objetos, tan interesan- tes como son, en realidad, para el conocimiento de los Kulturlager de esa región de la Patagón i a, las hachas insignias y las placas grabadas Concretándome ala descripción del ejemplar más interesante, el déla figura 3.5, y con el propósito de contribuir a la clasificación que en lo futuro se trazará de estos objetos, considero que, desde el punto de vis- ta morfológico, puede comprenderse en el segundo grupo del ensayo de F. F. Outes % que define así : « El segundo comprende ejemplares entre otros, alargados, cuyas extremidades son redondeadas y de las cuales una parece ser más punteaguda que la otra. » Se basa esta categoría, en los caracteres esenciales que se advierten en algunos ejemplares dados a co- nocer por Verneau y de la Vaulx 1 * 3, Lehmann-Nitsehe 4 y el mismo Outes \ El ensayo de Outes es útil, máxime cuando puede ser considerado como un primer paso Inicia la clasificación de estos objetos, después de la revisión de. todo el material conocido. Pero sobre los más persistentes y deliberados caracteres de forma y tamaño que los indígenas hayan po- dido fijar a las placas grabadas, considero que su verdadera clasifica- ción debe fundarse, en lo posible, en las categorías de sus sistemas de grabados. En este último orden de ideas, Lehmann-Nitsehe y Outes se han esforzado en ofrecer una base de posible aplicación. Debo dejar bien establecido, ya sea para las hachas-insignias como liara estas placas grabadas, que si bien son muy loables todas las tentativas de definir y precisar los elementos, combinaciones y catego- 1 Véanse: F. F. Outes, Arqueología de San lilas, píígina 268; R. Leumann-Nit- sciiic, Hachas y placas para ceremonias, etc., en Revista del Masco de La riata, tomo XVI (2a serie, t. III), páginas 204 y siguientes, 1909; F. F. Outes, Las hachas- insignias patagónicas, etc., Buenos Aires, 1916; F. F. Outes, Tms placas grabadas de Patagonia, en Revistado la Universidad de Buenos Aires, tomo XXXII, página 611 y siguientes, Buenos Aires, 1916; R. Lehmann-Nitschk, Nueras hachas para ceremo- nias, procedentes de Patagonia, en Anales del Museo Nacional de historia natural de Bue- nos Aires, tomo XXVIII, páginas 409-426, Buenos Aires, 1916. W. II. Holmes comunica la presencia en San Blas de un ejemplar de hacha, en el capítulo Stone impleme.nts ofthe Argentino litoral, do la obra Early man in South Ame- rica, página 144, figura 138. El ejemplar presenta grabados, distribuidos en un re- gistro que reúne dos guardas paralelas. “ F. F. Outes, Las placas grabadas, etc., página 612. 3 R. Veiineau y E. de i,a Vaulx, Les anciens habitants des vives da Colimé Huapi Patagonia), en Congres international des amóricanistes, Xlle session tenue a I’aris eh 1ÜOO, página 137, figuras 17 y 18, París, 1902. K R. Lkhmann-Nitsciie, Nachas y placas, etc., lámina VI. 0 F. F. Outes, Arqueología, etc., figura 37. 512 rías de la ornamentación primitiva, no me sugestionan las explicaciones, por sagaces que fueren, de atribución ideográfica. Este grabado en una como laja de pizarra calcárea, fracturada, a mi juicio, antes de ser incisa, presenta una serie de combinaciones orna- mentales perfectamente coherentes. Y sin pretender que he de suplir o aclarar con mi descripción, los de- talles que pueden observarse en la figura, creo que se advierten, primero, una combinación de líneas en forma de reticulado que se distribuyen en dos cuerpos, en los extremos superior e inferior de la pieza; se- gundo, trazos de líneas más o menos horizontales no siempre de igual nitidez y corrección; tercero, registros transversales, en los que se ad- vierten diversas combinaciones de líneas rectas, quebradas, paralelas, con trazos cortos y tan repetidos (pie cubren los espacios, algunos en orden rítmico, particularmente en el segundo registro, y, por último, sobre el campo reticulado inferior un motivo o figura altamente interesante. En los bordes se notan incisiones cortas y profundas. No me atreveré a afirmar demasiado en cuanto a la antigüedad y suce- sión de los posibles sistemas ornamentales que puedan distinguirse, por ahora, en las placas grabadas de la Patagouia ', pero considero que, en los ejemplares cuya ornamentación responde a un concepto coherente y representativo (le un objeto real, en la máxima parte de los casos se ad- vierte imitaciones de tejidos, de sus propios ornamentos, o de rasgos que tratan de reproducir algún objeto fabricado por el hombre, armas en ge- neral y las mismas hachas-insignias, es decir, de ornamentación eskeio- mórfica. En cuanto a la figura o tema principal de esta composición ornamen- tal, creo más en la interpretación de un objeto que en el trazado de una combinación geométrica, y sin más reminiscencias de motivos mitológi- cos que los que se pueden atribuir, según las mejores versiones, a un origen puelche, por influyentes (pie sean, para algunos autores, ciertas otras infiltraciones — como la araucana — debido a la proximidad de las dos zonas de cultura. Cuando me ocupe, en páginas siguientes, de la ornamentación de la alfarería de San Blas, volveré a considerar estos mismos elementos de juicio para definir con mayor amplitud el carácter de esta cultura neolítica del noroeste de la Patagouia. Además, fué en 1903 que el profesor Rene Verilean asentó que las placas grabadas debieron tener un valor de talismán \ 1 Véanse los estudios de Ambrosetti, Lehmanu-Nitselie y Outes, que examina de- tenidamente este último en sus revisiones y críticas. 1 lí. Yeknhau, Lea ancieus patagona, en página 302, expresa a propósito do estas placas : « Nous n’essaierons pas de cliercher la signiiication de cetle pierrc gravee; rimagination a lo cliamp libre et nous crindrions do passor a cftté de la véritable interprétation. Depuis que nous avions éerit cette plirase, nion opinión no s’est pas 513 — A partir de esta explicación, los profesores Lelimann-Nitsclie 1 y Ou tes % lian contribuido más bien a confirmarla, sino con fundamentos irre- fragables, de absoluto valor probatorio, que no se conocen, por lo menos con razonamientos de valor etnográfico, que excluyen cualquier su- puesto de un grave error de 'principio. Podré repetir, pues, — hasta que nuevos elementos de información nos expliquen, aun por inferencia, el carácter fundamental de ciertas instituciones primitivas y sus formas de exteriorización — que dichas placas grabadas han debido considerarse por los indígenas como amuletos. Adornos labiales. — Las cuatro piezas de la colección lieinmann-Biichele que me van a ocupar me llamaron la atención desde el primer momento. Sin abrigar duda alguna sobre la procedencia de los ejemplares, dada la intervención de los mencionados coleccionistas, sino todos, pero sí la que llevad número 22098, figura 33, la consideré, prima facie, como tembetá. Cuando, en esta misma Revista , el doctor Roberto Lelmiann-Nitsche publicaba una breve noticia sobre Botones labiales y discos auriculares de piedra 3 etc., procedentes de la comarca noreste del territorio de Río Negro, mi curiosidad no quedó satisfecha al relacionar la certidumbre de las afirmaciones de este autor con los caracteres de los objetos y las costumbres de esos indígenas. Voy a reproducir los párrafos de esta comunicación, en los que se plantea para esta parte del territorio argentino el problema de la exis- tencia del tembetá : « Cuando, en 1900, estudiábamos — dice el autor — en varios museos etnológicos de Europa las colecciones americanas, llamó mucho nuestra atención una pieza conservada en el museo de la Sociedad geográfica y etnográfica de Zurich. Era un disco de piedra, blanquizco, tirando al verdoso gris, una de cuyas caras tiene un borde bastante saliente. No tan curiosísimo es la designación enigmática y el tamaño notable de la pieza, cuyo diámetro mayor es de G,9 centíme- tros, como ante todo su procedencia : Valle del Río Negro, Patagonia, donde el objeto en cuestión fue hallado, en diciembre de 1884, por el señor Jorge Claraz, colono suizo que buenos años de su vida había pasado en la República Argentina, y especialmente en Patagonia, y que en colaboración con el señor Heusser escribió una monografía sobre modifico. » Y más adelante agrega : « L’hypothóse qni j’ai éinise plus liaut, et q ni consiste ¡V voir en ces piorre des anmlettes, ponrrait se jnstifier par des comparaisons ethnographiqnes. » 1 Lkiímann-Nitschk, linchas y placas, etc., página 227. 2 Outks, Las placas, etc., página 619. :l Véase tomo XXIII (2® serie, t. X), páginas 285-280, Hílenos Aires, 1910. Las descripciones del doctor Lehmann-Nitsche, en esto caso particular, no dejan do ser objetables. So me ocurro que, sin perjudicar la claridad, pudo suprimir las digre- siones comparativas. 5H la constitución geológica de la provincia de Buenos Aires. Al parecer, la aludida pieza era un adorno primitivo de los indígenas, destinada a ser llevado en el perforado labio inferior (tembetá, botoque) o en el per- forado lóbulo auricular. Opúsose a esta interpretación la falta absoluta de otras piezas análogas en la indicada región, y la presencia de uno que otro ejemplaV de tembetá en Chile, no nos . parecía suficiente para, afirmar que también en el norte de la Patagonia, sobre la costa atlán- tica, baya existido antaño tal costumbre bizarra, Resolvimos, pues, pedir datos sobre aquel objeto hallado por don Jorge Claraz, y esperar otros hallazgos, comprobantes de tal novedad etnográfica de Patagonia. El conocido americanista doctor Otto Stoll, catedrático de la Univer- sidad de Zurich, tuvo la gentileza de remitirnos una descripción deta- llada de la interesante pieza susodicha y permitirnos su publicación. En lo que hace al segundo punto de vista, hemos esperado años, pero se cumplió nuestra expectativa: al efectuar, al principio de 1910, un viaje de estudio al valle de llío Negro, subvencionado por el Museo de La Plata, parábamos algunos días en Carmen de Patagones y en Viednia, al sur de este pueblo; conocíamos allá varias personas colec- cionistas de objetos prehistóricos y etnográficos que por nada quisieron separarse de sus pasatiempos, pero que con el mayor gusto nos permitie- ron el estudio de todo lo que parecía importante. Al inspeccionar aquellas colecciones cuya cantidad es muy diferente, halló, con gran sorpresa mía, la solución del problema referente a la pieza enigmática de Zurich ; ¡ había, en realidad una época, en la cual los antiguos moradores de la costa atlántica, al norte de la desembocadura del Río Negro, usaban bo- tones labiales y discos auriculares! carácter ergológico que relaciona a aquellos Patagones con ciertos indígenas de Chile, Bolivia y del Brasil. » Los nueve ejemplares que describe Roberto Lehmann-Nitsche pro- ceden de las estaciones del hombre neolítico del noreste de la Pata- gonia, ubicadas precisamente en el sector de costa atlántica compren- dida entre la península San Blas y la desembocadura del río Negro. Y distingue este autor, entre las piezas que comunica, los «botones labiales de los discos auriculares». Este y otros supuestos de carácter ergológico, con el agregado de pruebas semiplenas de valor antropológico sobre una corriente o in- fluencia de los complejos étnicos del litoral mesopotámico y prepam- peano sobre los de la Pampa y parte de la Patagonia, constituyen mi tesis en las explicaciones de las relaciones, migraciones e influencias entre los pueblos indígenas prehistóricos y protohistóricos de esa exten- sa región de nuestro país '. 1 L. M. Ton mes, Los primitivos habitantes del Delta del Paraná, en 1 Hblioteca Cen- tenaria, IV, 558 y siguientes, Buenos Aires, 1911. — 515 — No entraré, por ahora, a considerar este punto. La monografía que tengo en preparación lo trata con amplitud por considerarlo de impor- tancia principal. Cuando Ladislao Netto 1 daba a conocer toda su excelente informa- ción sobre el tembetá (podra do labio), sus formas diversas y su uso, particularmente entre los- indígenas del Brasil, — con el agregado de observaciones sobre costumbres análogas o vinculadas con ella entre indígenas extrasudamericanos — decía: «Nao anticipemos, porém, con- cluso es á que tetemos de chegar sómente conducidos pelos deacobrí- mentos da Archeología. Bestrinjamo-nos, por emquanto, na órbita das hypótlieses, e desta mesma órbita col hamos apenas o que mais irrecu- savel nos parecer ou nos auctorisar a crer a observagáó dos hábitos, a similitude das inclinares e finalmente a analogía dos caracteres etlino- grapliicos dos salvagens actúa es. » Es, pues, la región cis platina y una gran extensión del sureste de Bolivia y sureste del Brasil, la patria del tembetá en Sud América. Así lo determinan las más viejas descripciones de viajeros etnógrafos y los descubrimientos arqueológicos de la época actual. No ocurre lo mismo con otras zonas de culturas prehistóricas o pro- toliistóricas, como la que estoy estudiando. A los nuevos hallazgos y las formas aberrantes que se han atribuido a determinadas categorías de objetos pertenecientes a las viejas razas sudamericanas, como en este caso ocurre con diversas familias de los puelches, de la clasificación de T. Falkner, muy escasas son las refe- rencias histérico-etnográficas que pudieron ilustrarlas. A esa carencia de datos se debe que Outes en su Edad de la piedra en Patagonia 2, no haya podido ampliar sus explicaciones sobre los usos y costumbres de los pueblos indígenas protohistóricos de la Patagonia, y solo fundán- dose en una versión incompleta del navegante inglés Francisco Drake 3, expresa lo siguiente sobre el uso de ciertos adornos faciales : « También los hombres de ciertos clanes protohistóricos, usaron un curioso adorno constituido por un fragmento de madera o hueso que se colocaba liora- 1 Ladislao Nktto, Aponiamenios sobre os Tembelás (adornos labiaes de podra) da vollecgao archeologica do Musen Nacional, en Archivos do Musen Nacional de Rio de Janeiro, II, páginas 105-163, 1870. « Tembetá (de Tembé, labio, e i id, podra) parece ser o lióme cosn que era espe- cialmente conhecido entre as naques americanas cisandinns o adorno de podra, da "omina-resina, e (entre os Chiriguanos) de metal, que Ibes pendía do labio.» « A rodella de madeira que usavain e aínda hojo trazem os botoendos, mettida no labio inferior, o chamada, na litigan barbara datjuoHos sclvagens, em gratulo parte si.nthropopha.gos, quinina, gnimiA ou quima, c a que llies pende das orelhas quima (a. » 2 Confróntese página 258. 3 F. Dkakh, The world encompassed, piíginas 49-50. 516 — dando la ternilla de la nariz y otro fragmento que se ubicaba en el labio. » Rene Verilean, que no trata esta cuestión, en su obra tantas veces citada en esta memoria, trae, sin embargo, en el parágrafo Objefs de partiré ', una indicación breve y (pie, a mi juicio, el objeto a que ella se refiere podría ser uno de los adornos nasales, tan comunes entre los in- dígenas del litoral fluvial argentino. Dice Verilean : « II ne reste plus á signaler qu’un morceau d’ambre (pl. XIV, fig. 14) découvert a Sauten, dans le Oliubut; il mesure 23 millimétres de longueur. Soigneuse- inent travaillé, il n’est pas cependant parfaitement cylindrique, car il présente une petite face plarie. Le Patagón qui en était possesseur n’a pas pu ou crn devoir le perforer dans le sens du grand axe ou en travers. » Considero como adorno labial (variedad del tembetá que conocieron los complejos étnicos del litoral fluvial argentino, urugua- yo y brasileño) al ejemplar número 22098 de esta colec- ción, procedente de San Blas. Esta pieza fué recogida en la estación o paradero de La Pirámide, blide 10 milímetros de largo, por 5 de diá- metro en la línea media del cuerpo cilindrico, y la extre- midad o cara interna, con una superficie más amplia, dis- coidal, de S milímetros de diámetro. La extremidad diría distal, es cilindrica, cortada con nitidez. Está fabricada de una roca sedimentaria, toba volcánica verdosa 1 2. Otro ejemplar de esta misma colección y de procedencia inmediata, Cementerio de los Indios, está fabricado en una toba volcánica ama- rillenta, pero lo considero dudoso como adorno labial. Sus características están no en su tamaño, peso o material, cuanto en la extremidad proximal poco adaptable al uso supuesto. Es el ejemplar número 22387, que, por ahora, no podría considerarlo como adorno labial por la razón indicada. Como nuevos elementos y sólo por proceder de la misma localidad (facilitados por su propietario el doctor R. Lehmann-Xitsche) y, en este caso, sin dudas sobre su origen, agrego a esta breve noticia las figu- ras de otros dos ejemplares, a mi modo de ver, también adornos labia- les 3. El de la figura 34 es de toba volcánica amarillenta y pequeñas Fig. 33. — Ador- no labial, La Pirámide, n° •22008. 1 Vkiixeau, Les ancicns, etc., página 266; confróntese lámina XIV, figura 14. i L. Xctto en la explicación do las figuras de las láminas A' 1 1 1 y IX, indica para los ejemplares de las figuras 1, 4 y 7 rocas de color verde. 3 El señor Outes describe un fragmento cilindrico y alargado de espato flúor muy bien pulimentado, procedente de la bahía Sanguinetti. Supone, Outes, que habría pertenecido a un collar o quizá fuera una pendeloqiie. Lo considero adorno labial. Véase figura 156, página 418 de su obra, La edad, etc. — 517 Fig. 34. — Adorno labial, San Blas, colección Leliinaun-Nitsclie. manchas negruzcas, y el de la figura 35 de carbonato de calcio, de una columela de voluta fusifonnis ? Durante las exploraciones en el litoral marítimo sur de la provincia de Buenos Aires, realizadas por el autor de esta memoria y el señol- earlos Ameghino, en el verano de 1913, fué descu- bierto en las inmediaciones de las barrancas y al piede ellas, que se encuentran en la desembocadura del arroyo Mal acara, partido de Lobería, un cilin- dro, prolijamente trabajado, de una lámina ósea de concha marina, de unos 25 milímetros de largo por 3 de diámetro, que supongo fabricada para adorno nasal. Entre los descubrimientos comunicados re- cientemente pueden anotarse, asimismo, los que comunica J. Gijón y Caamaño, verificados en las localidades de Cayambe y Cochasqui *. Adornos auriculares f — Los adornos auriculares a que hicieron refe- rencia O utes 2 3 y Lehmann-Nitsche 2 estarían, según aquellas explicacio- nes, también representados en esta colección. Proceden del taller inme- diato al Cementerio de los Indios y son 4 ejemplares un tanto fractura- dos. Los diámetros máximos se aproximan a 60 milímetros. Como los ejemplares descritos y figurados por Lehmann-Aitsehe, éstos están constituidos por discos de 9-11 milímetros de espesor, con profun- dos surcos, de más de 5 milímetros en la superficie de los contornos o periferia: algunos ejemplares son algo cóncavos en el cen- tro, y sns bordes romos. El ejemplar déla figura 36, núme- ro 22380, es el de mayor tamaño. Procede de La Pirámide. La perforación central de dos de estos discos indicarían otro destiño, tal vez posterior, que sería difícil de determinar. En todo caso los discos o adornos auriculares de tamaño análogo y aun mayor que los de estas colecciones, que se conocen de uso en otras tribus sudamericanas, no presen- tan los mismos caracteres morfológicos; y no sería extraño, asimismo, que alguno de esos objetos no correspondieran a semejante categoría de adornos. Collares. — Entre los adornos o abalorios que usaban estos indígenas pueden considerarse los collares de grandes y gruesos discos de piedra, micaesquisto clorítico, de 25 milímetros de diámetro por 5-8 de espesor. Son 5 ejemplares de forma análoga a los que describe Verneau l. En el mismo parágrafo de la obra que acabo de citar, se da noticia Fig. 35. — Ador- no labial, San Blas, colección Leliniaun - Xit- sche. 1 Véase. Los aborígenes de la provincia de Tmbabura, 1-18 y 149, lámina XI. I. 5 O utes, La edad, etc., página 149. 3 Leitmaxx-N itsci i e, Ibid., páginas 4, 5, 6, 7 y 8. * Vkkxkau, lbid., página 293, véase plancha XIV, números (>, 9, 12, 15 y 1(5. - 518 de otras pequeñas láminas semidiscoiilales que lian pertenecido a colla- res aun más pequeños. En la colección (pie estudio se encuentran estas últimas también re- Fig. 3G. — Adorno auricular, La Pirámide, 11o 223S0 crisocola ? verde azulado, dureza + 5; toba volcánica, verdosa y pizarra seriática gris. La amazonita es un cuerpo verdaderamente extraño, que sólo se conoce, según loque se me informa, en Colorado, Estados Unidos de América. Peso para el huno. — Este parágrafo no puede ser muy rico en noti- cias y descripciones sobre una serie de objetos que, en Patagonia, no parecen muy generalizados. Las memorias de carácter arqueológico, que lie venido recordando, tampoco traen datos que bagan presumir en la práctica del llamado arte de tejer entre las agrupaciones indígenas de aquella región del país, tanto prehistó- ricas como protoliistóricas. Las noticias de los exploradores de la Patagonia muy poco traen sobre esta ma- nifestación de la cultura de sus pobla- ciones neolíticas. Escasas fueron, al pa- recer, las i > i ezas del ajuar doméstico que se conocieron entre los habitantes de los actuales territorios de la Pampa, Pío Negro, Cliubut y Santa Cruz, tejidas de lana de guanaco y aun de oveja. En esta colección se cuenta con una sola pieza, (pie podría ser atri- buida a un peso para el huso. Es de toba volcánica, color gris claro. Pre- senta una perforación en el centro del disco, de caracteres muy regula- res. En la figura 37 aparece en tamaño natural, y correspondería al tipo primero del ejemplar que reproduce E. F. Outes *. Este autor ma- Fig. 37. — Peso para el lmso La Pirámide, 11o 22373 - presentadas en número de 27. Son irregulares, de tres milímetros de espesor, térmi- no medio, y decolores vivos, entre cuyos materiales se pueden determinar a los si- guientes : amazonita = mi - crodina, dureza >5,5, verde claro con vetas rosadas, des- conocida en nuestro país con este carácter: pizarra elorí- tiea muy verde, dureza +3: ' Página t-K). 519 — nifiesta la imposibilidad de establecer con precisión, páralos puelches en general, desde qué época o etapa de su evolución cultural, inicióse el uso de esos objetos. Pero no quiero dejar de llamar la atención, a propósito de las técni- cas del tejido, que algunos de los ejemplares considerados en esta des- cripción entre los adornos auriculares, no sería extraño que hubieran correspondido a piezas de algún sistema de fabricar tejidos, de lana, fibras o tientos de cuero, etc., que nos sea absolutamente desconocido. Algunos de esos discos presentan, como se ha explicado, profundos surcos en su periferia, y otros no ; así en los pequeños como en los más amplios. Un ejemplar de pizarra ofrece las particularidades de presentar sus superficies ligeramente cóncavas, y el surco, en una de las secciones, está trazado de una manera muy superficial. Objetan de destino desconocido. — La colección Reimann-Biichele com- prende, también, un pequeño lote de objetos de piedradeuso desconocido. Se trata de tres láminas prismáticas, triangulares, de basalto color rojo muy obscuro, de superficies ásperas, de bordes muy bien cortados ; y de otros dos fragmentos de pizarra, uno de los cuales tiene forma tra- pezoidal, de contornos curvilíneos. CAPÍTULO III INSTRUMENTOS Y OBJETOS DE HUESO Y CONCHA 1. Instrumentos de hueso 1. Punzón de hueso. — Es un fragmento de hueso largo de ave, muy pulimentado y aguzado. Tiene 00 milímetros de largo, con una fractura en la base. Presenta, además, una superficie muy pulida y ligeramente rojiza. 2. Retocador. — En los ya numerosos tratados de prehistoria, encuén- transe capítulos en los que se explican, con bastante precisión, los di- versos procedimientos observados para la fabricación de los instrumen- tos y armas de piedra. Para no recordar sino a uno de ellos y prefiriéndolo por referirse a las industrias líticas de América, como por la misma claridad expositiva y gráfica, aun cuando no exento de omisiones, el del profesor W. H. Ilol- mes, tiene un interés especial. Entre las distintas etapas, diré, que pueden admitirse en el proceso de la talla por presión, particularmente en los objetos pequeños, puntas de flecha, entre otros, el uso del retocador se hace imprescindible. :¡r, REV. MUSEO LA PLATA. T. XXVI 520 Holines documenta muy bien en las páginas de su manual, la mani- pulación (pie requiere tal cual propósito de tallado intencional, y creo (pie el uso más común del retocador, como el de la colección (pie estu- dio, es el comprendido en su explicación d «Flaking brittle stone lield on a rigid surface or otlierwise fixed by pressing oft flakes with a bonepointed imjilement inounted in a long sliaft, whicli is set against tlie cliest or slioulder of tlie operator to increase tlie ])ressure, tlius producing flake knife blades. » Cutes, en la obra ya citada 1 2, dice que siempre supuso (pie los patagones fabricaron por presión sus armas e ins- trumentos de piedra, valiéndose de un JiaJcer de hueso, y cita el ejemplo de los onas. El objeto a que se refiere el .autor es de hueso, probable- mente de una astilla de la diálisis de un metatarso de guanaco o de ciervo campestre. «El objeto de que me ocu- po — dice Cutes — presenta el curioso detalle de estar cu- bierta su superficie de cortes no muy profundos»... El ejemplar de retocador que aparece en la figura, en ta- maño natural, tiene muchas semejanzas con el que conside- ra dicho autor. El que procede del yacimiento de La Pirá- mide es más completo. 3. Cuentas de concha. — En los talleres y cementerios de La Pirámide y Punta Rubia como en el de los Indios, se han encontrado muchísimos fragmentos de valvas de mo- luscos. Entre los restos aparecen innumerables fragmentos de discos perforados, y aun ejemplares completos, de ta- maños diferentes y, en muchos casos, casi regulares. En esta colección figuran 29, con diámetros entre 3 0 y 20 milímetros. Son muy pocas las piezas de collar que ofrecen proporciones regulares, y no están los artífices de estos abalorios a la altura de los fabricantes de puntas de flecha. Las valvas corresponden al género PcctnncuJus. No han aparecido, entre los restos de moluscos marinos, ejemplares do Urosalpinx Rushi, -Pilsbry. 4. Residuos de cocina. — Sin que las apariencias sean muy llamativas, en todo ese sector de costa, es muy común encontrar residuos de cocina. Esos residuos se hacen notar aún más en las pro- ximidades o dentro del perímetro de los talleres y estaciones. En esos sitios, y muy próximos a la costa del mar, se notan pequeños Fig. 38. — líe- tocador, La Pirámide, n° 22007. 1 Hoi.mes, Handbook, tomo I, página 305. 2 La edad, etc., página 504. — 521 amontonamientos de lineaos, espinas, valvas, etc., entre los cuales se encuentran no sólo de animales marinos sino también terrestres, de las especies actuales, con algunas ausencias, según Witfce, que más ade- lante trataré de verificar. Hasta que diclio estrato de cultura no sea debidamente explotado, y ios cementerios muy en particular, no puedo adelantar observación al- guna sobre las condiciones y estado particular «le los restos esqueléticos y las relaciones que los vinculan con el complejo de restos arqueológicos que lie estudiado. CAPÍTULO IV CERÁMICA 1 . Procedencia de los ejemplares 1. Caracteres generales de los hallazgos. ■ — Por lo que pude observar en San Elas cuando realicé la excursión, y los antecedentes directos (¡ue conocía *, atribuidos a restos de vasos de regiones limítrofes, más las muy apreciables indicaciones de Büchele, verbales y escritas, 3a ce- rámica de estos yacimientos demuestra que sus fabricantes la destruían en el propio lugar, después de haberla usado, por algún tiempo. Esta costumbre era muy general entre los indígenas de América. Tratándose del conocimiento de las culturas indígenas de América meridional, se lian divulgado las primitivas versiones que atribuyen a los indígenas la costumbre de romper y dispersar los fragmentos de cerámica al abandonar las respectivas estaciones. Büchele ha recor- dado en un artículo publicado en Nene Deutsche Zeitung , que en San Elas, no obstante la gran cantidad de fragmentos, le fué siempre difícil encontrar dos o tres que pertenecieran al mismo vaso. Por otra parte, teniendo en cuenta los ornamentos grabados y sus variantes que no son, en manera alguna, indefinidos y no obstante la frecuente repetición de motivos en esos grabados no fué posible encontrar tres o cuatro piezas que permitieran ni una restauración parcial. Esta observación se ha realizado mediante pacientes ensayos de búsqueda en los tres talle- res y estaciones más ricas en restos, por espacio de ocho años. 2. .Los vasos y sus fragmentos. — El ejemplar más completo de todos los de por allí retirados, o tal vez el único que permita comprender la 1 Las publicaciones «lo Moreno, Adama y Martin, O utes, Holmes, Witte y Biiclie- le, que he citado en las páginas preliminares de esta monografía. En realidad, las dos últimas son las que han reunido el más rico conjunto do elementos. 522 forma aproximada del vaso, es el descubierto en el Cementerio de los Indios que reproduzco en la figura 39. en la mitad del tamaño natural. Forman parte de la misma pieza otros dos fragmentos del borde y cuer- po que no parecen corresponder en línea y superficie continua al que re- produce el fotograbado. Lo considero de forma subcilíndrica. Su diámetro máximo en la parte del cuerpo habría alcanzado a 30 centímetros, más o menos. El cuello lia comprendido una tercera parte de la altura total y los bordes ligera- mente dirigidos hacia afuera. Su color es negro. Fig. no. — Vaso subcilímírico, Cementerio de loa Indios. '/3 tamaño natural, 11o 223(18 La arcilla ha sido muy bien preparada, despojándola de cuerpos 0 par- tículas gruesas que siempre alteran su composición. líestaurado. en lo posible, se pueden observar dos fracturas antiguas que, a mi juicio, han sido reparadas mediante las perforaciones que se ven a ambos costados y a derecha e izquierda de las grietas o fractu- ras. Fu todo caso, esta suposición me parece admisible para las dos perforaciones (pie están inmediatas a la boca del vaso. La ornamentación está distribuida sobre el cuerpo y comprende la sección cilindrica más estrecha y próxima a la boca. Se trata de series de elementos rectilíneos y sobre dos líneas paralelas, líneas cortas, en zigzag, trazadas por presión vertical y no oblicua. Por lo demás, en párrafos subsiguientes me ocuparé de los caracteres que he podido ob- servar en esta ornamentación de la cerámica de San Blas. 523 Los fragmentos; entre lisos y ornamentados, grabados por incisiones, etc., forman un conjunto de 249 ejemplares. Entre ese conjunto no se encuentran fragmentos pintados, y en los tamalios parece que predominaran los medianos. Las formas abiertas las considero excepcionales, y por la disposición de los bordes, la máxima parte de los vasos son subesféricos y derivados : con cuerpo y pie, y, en algunos casos, la ligera concavidad o estrechez de la boca le insinúa un cuello sumamente corto. La casi totalidad de las piezas demuestran (píela alfarería ha sido construida por el conocido procedimiento a rodetes. Y así dice, el seilor Biiehele, haberlo oído referir aún a algunos indígenas del Río Negro. La arcilla negruzca, bien batida en unos casos, y aun en otros, algo mezclada con partículas de cuarzo, calcedonia, etc., permitieron a una. hábil manipulación trazar los interesantes ornamentos de los cuales paso a ocuparme con la extensión que creo oportuna, dado el número de las piezas de cerámica con que cuento en esta colección. Sobre la aparición de la cerámica como manifestación de cultura de los pueblos indígenas de la Patagonia, tenemos noticias antiguas y, parti- cularmente, hallazgos arqueológicos que determinan, para ciertas co- marcas de esos extensos territorios y los restos de poblaciones en ellas existentes, un estado francamente neolítico en su desarrollo, con mar- cadas muestras de especialización en los territorios del noroeste. Y entre los estratos de la cultura neolítica patagónica el que mayor proporción ha ofrecido de restos de cerámica es el de San Blas. Como bien se sabe, se han referido al uso de vasijas do barro cocido, por los indígenas de la costa atlántica, varios exploradores, desde R. Fitz-Roy hasta F. P. Moreno. Las noticias circunstanciadas sobre el particular las han ordenado cronológicamente Rene Verilean 1 y F. F. Cutes3, en sus memorias espe- ciales sobre la Patagonia, sus razas, pueblos, usos y costumbres. Los autores que acabo de recordar han logrado revelarnos una serie de nuevos elementos de juicio y de aspectos no bien entrevistos hasta „ el momento de sus publicaciones, sobre las culturas australes de Amé- rica del Sur, y con la ayuda valiosísima de los exploradores modernos, desde la época del viaje de Alcides d’Orbigny, han fijado con mucha justedad los puntos o cuestiones esenciales y abordables, hoy por hoy, en el conocimiento de los usos y costumbres de los patagones proto- históricos y modernos. ' Vkiíneau, Ibid., página 280. * Oírnos, La alfarería indígena de Patagonia, en Anales del Musco Nacional de line- aos Aires, XI, serio III, tomo I V, página 33, Buenos Aires, 1904; Ocies, La edad, etc., página 200; O cries, Arqueología de San Blas, etc., página 263 y siguientes. 524 Considerando el conjunto de observaciones de los arqueólogos sobre Patagonia en general, en San Blas tenemos pruebas de que allí se lian combinado una serie de caracteres culturales, de tal manera lijos y es- pecificados que no pudieron ser algo así como un episodio en la brusca transición que los pueblos indígenas tuvieron que operar después en sus hábitos, a principios del siglo xix. Particularizándose con la ornamentación de la cerámica ha dicho Ver- ilean que es de carácter geométrico. « Le plus commun de tous est le décor en chevrons » Y Outes asienta : « Los ornamentos de éstas últi- mas (fig. 28-30) ocupan una faja situada junto al lado externo de la pe riferia, y consisten en líneas quebradas, rectas, que se entrecruzan, se- ries rítmicas de pequeñas depresiones rectangulares, puntas alargadas, impresiones curvilíneas hechas con la uña y verdaderas líneas curvas (fig. 21) a 30). En algunos casos, los mencionados adornos se .han gra- bado profundamente hasta dos milímetros, pero, por lo general, son más superficiales, y se han hecho mediante una simple punta aguzada, o ya valiéndose de un fragmento cuadrado de madera con el cual se ha ejer- cido presión oblicuamente para formar los grabados de las figuras 31 y 32, por ejemplo » s. Por ahora es poco menos que imposible la determinación de un pro- ceso en las formas de la cerámica de Patagonia; y la misma clasifi- cación de su ornamentación, para llegar, alguna vez, a bosquejar las divisiones reales o posibles del período neolítico en nuestro país, par- tiendo del material que han proporcionado los estratos culturales de la región austral, tendrá que experimentar adiciones y correcciones conti- nuas, por tratarse de una categoría de bases para dicha clasificación, (pie aquí como en Europa Central, han ofrecido graves dificultades, de interpretación. Esta cerámica con decoración grabada, por incisión y presión, en ge- neral, es la que ha presentado mayores inconvenientes y laque, por sus mismos cánones primitivos, parece la más importante y abundante en Europa de los tiempos neolíticos ; lo mismo puede decirse que ocurre con la cerámica de las primeras etapas de transición del estado paleolí- tico al neolítico de la América del Sur. En efecto, en estos restos encuéntranse diversos aspectos tecnológi- cos, mediante los cuales, en ciertos casos, el artífice ha logrado, verosí- milmente, revelar una tendencia, y hasta imitar una forma natural o ar- tificial, imprimiendo cierto carácter al proceso local. Se encuentran motivos rectilíneos, curvilíneos y sus derivados; aisla- dos, en registros o en zonas. La decoración parece comprender sólo el 1 Página 291. 2 Outics, Arqueología de San Blas, páginas 2(37 y 2t¡8. 525 — cuerpo del vaso hasta la boca y sobre la línea ecuatorial, pero rara vez con la amplitud de la decoración incisa del grupo clásico denominado « vasos caliciformes», de la cerámica neolítica europea. Los motivos ornamentales predominantes se distribuyen en zonas, por lo común bien delimitadas. Suelen presentarse espacios interlinea- les punteados, cuadriculados, espiralados, etc. Los contornos de las líneas principales y la distribución de las secun- darias, con los diversos elementos fundamentales de esta ornamentación, suelen bosquejar un objeto fabricado por el hombre y, a mi juicio, hasta la imitación de los tejidos de lana y fibras vegetales que si bien fueron poco conocidos, al parecer, les ofrecieron nuevos modelos que imitar o Fig. -10. — Grabados incisos, de- carácter primitivo Cementerio de los Indios, 11o 221 1S interpretar. Puede admitirse, verosímilmente, la posibilidad de influen- cias extrañas en el concepto del adorno como en la habilidad técnica para ejecutarlo. Bien, esos diferentes motivos de la ornamentación de la alfarería los ejecutaron en una pasta un tanto grosera, pero también en arcilla muy fina y blanda, mediante los procedimientos de la incisión, de trazos plenos o punteada, cuadrada y circular, continua o alternada1; del grabado por presión, en bajo y alto relieve, y por presión vertical, en líneas rectas y curvas gruesas, simples y .dobles, horizontales, en zigzag, y sus combinaciones (fig. 41 y 42) 2. No he podido reconocer, no 1 Estos ejemplares son muy comunes en esta colección. En los de la figura 40, aparecen sus primitivos elementos combinados. 2 Véase las figuras 31 y 32 de Ocies, Arqueología, página 2G6, y de esta monogra- 526 obstante toda mi buena disposición de ánimo, impresiones de cordele- ría. ni cestería, etc. Las impresiones unguiculares son muy comunes y variadas y aparecen en combinación con los anteriores elementos y en desigual intensidad '. Este complejo, diré, de caracteres ornamentales reunidos, constitu- yen el valor indicador de la cerámica de los yacimientos de San Blas; pero así como en todo ese conjunto se advierten elementos combinados (pie contribuyen a fijar cierto «estilo» propio de la Patagonia, de su zona noroeste, supongo que algu- nos de esos « cánones » podrían ser atribuidos, como lo voy a proponer, unos a épocas anteriores, del co- mienzo de la evolución neolítica, y otros a manifestaciones posibles de un orden más avanzado y mo- derno desde el punto de vista de la técnica de la ornamentación. Advierto que en algunos ejem- plares de esos fragmentos de cerá- mica aparecen reminiscencias de los grabados incisos primarios y otros que bosquejan, en ciertos modelos, figuras de objetos fabricados por el hombre, que también aparecen en las placas grabadas, y hasta imitaciones de las hachas insignias patagónicas 2. Los primeros, y tal vez los segundos, serían para mí las modelos de la ornamentación de la cerámica patagónica que provienen de las primeras etapas. En cuanto a los elementos más modernos, considero serían aquellos (pie demuestran una ejecución muy segura de la técnica de presión, es- pecialmente vertical; en bandas horizontales y en las que pueden verse imitaciones de tejidos 3, y aun de algunos ejemplares en que el modela- Fig. 41. — Ornamentación por presión Cementerio (lo los Indios, n° 22146 fía ejemplares elegidos de un conjunto muy numeroso y homogéneo. Holmes repro- duce en la descripción de los objetos de San Blas, varios fragmentos de estos últi- mos caracteres; véase la lámina y la descripción, página 151. ' Véase el ejemplar de la figura -15 de esta monografía y el de la 35 de la mono- grafía de OüTKS, Arqueología de San Blas, página 267. - Confrontar las figuras números 4-1 y 45 de esta contribución con la que publica Holmes, lámina 15, segunda inferior, a la derecha, con los grabados de las placas publicadas por Vhrxeau, Les anden» patagons, etc., XV; Oütks, Placas, etc., pági- na 12 a y b, 13; Lehmaxx-Ni tschk, Hachas g placas, etc., páginas 21, 22, 24, 25, 26, 36, 38. 3 Considero comprendido en esa categoría el fragmento 22146, que en la colec- ción que estudio está muy repetido, así como otros de ornamentación muy aná- loga. 527 do comienza a manifestarse, como consecuencia de esa técnica de pre- sión vertical, en una superficie, por reducida que fuere Entre los fragmentos de esta serie no existen ejemplares pinta- Fig. 42. — Ornamentación por presión Fig. 43. — Ornamentación incisa, eskeiomórfica Cementerio de los Indios, n° 22262 Cementerio de los Indios, n° 22178 dos, ni grabados o pintados en la superficie interna. No se encuentran asas, ni vestigio alguno de plásticas, ya sea como vasos completos, o mucho menos como aditamentos ornamentales de los mismos. Tampo- Fig. 44. — Ornamentación incisa, eskeiomórfica, Cementerio de los Indios, u» 22147. Fig. 45. — Ornamentación por impresio- nes unguiculares, Cementerio de los Indios, n° 22251. co se hallan pequeños pies en forma de mamelones, pero son varios los ejemplares con perforaciones que considero destinados a la supen- 2 Confrontar, Outes, Arqueología de San Blas, figura 32, en nuestra colección existen pocos pero interesantes ejemplares. 528 — si ó n, uparte de aquellos especialmente destinados a la reparación de fracturas. Las diversas observaciones que lie dejado expresadas, con respecto a la cerámica, creo que podrán contribuir a la determinación del valor de los restos de cultura de la península San Blas; a la de sus relaciones inmediatas, primero, con la corriente del sur, a mi modo de ver, más pri- mitiva, y a la que considero muy relacionada con la de Miramar, y, segundo, a las de las mediatas, o sean las culturas de las planicies orientales de las sierras de la Ventana y Tandil, tal como las bosqueja- ra en una síntesis anterior TERCERA PARTE Resumen general CAPÍTULO I OBSERVACIONES ARQUEOLÓGICAS El conjunto de los caracteres típicos déla cultura revelada por los restos reunidos en los talleres, estaciones, enterratorios, etc., de San Blas — a los que habría que agregar unos vestigios de pequeñas láminas de cobre y aun un pequeño aro de este mismo metal, todos ellos de escaso valor indicador, — opino que corresponden a un franco y hasta definitivo estado neolítico. Fundado en diversas anotaciones estrati gráficas sobre la posición de los yacimientos y tal cual carácter que denuncia la prolongada estada en aquellos sitios de una población numerosa, no sería impropio admi- tir que esa evolución, dentro de los elementos que la han constituido, se habría manifestado, desde épocas muy próximas al momento histórico de la conquista del territorio por los europeos. Como ya se ha supuesto para una extensa zona de la Patagonia, será posible demostrar, en breve, las más importantes superposiciones de Kulturlager ; y por lo que es evidente en la costa marítima bonaerense desde el cabo Corrientes para el sur, hasta la desembocadura del río Negro, incluyendo su tercio inferior, han existido por lo menos tres yux- taposiciones de culturas diferentes, en una probable sucesión cronoló- gica que, por ahora, comprendo así : Ia la de Miramar, planicies y 1 Vóase Toukks y colaboradores, Manual, etc., página 48. 529 — mesetas patagónicas ; 2a la del valle del río Negro inferior y península San Blas; 3a la más generalizada y epígona de la rionegrense, o sea de las planicies al sur y al oeste del río Salado, comprendiendo un sector del litoral marítimo de los partidos de Necochea y Tres Arroyos. La cultura a que me refiero, que comprende, como etapa neolítica final, la de San Blas, pertenece en su plenitud a los tiempos protohistóricos, es decir, a los primeros tiempos de la conquista de nuestro territorio por los europeos. MI proceso cultural, de manifiesto en San Blas, lo considero produ- cido en la localidad, con algunas manifestaciones de extrafias proceden- cias. Que por ahora no se pueden atribuir a los indígenas de San Blas una preferencia en la fabricación de ciertas formas de instrumentos, armas u objetos. Que ellas corresponden, en general, a los tipos pata- gónicos, y se diferencian de los tipos bonaerenses del centro y sur, con similitudes que son una consecuencia de la adaptación al medio geo- gráfico y al carácter americano de algunos instrumentos y armas del ciclo de transición entre los estados paleolítico y neolítico. En este estrato cultural de San Blas, con la etapa posible que indi- cara el doctor Wittc, se advierten reminiscencias primitivas que ha- brían que atribuirlas a pueblos y culturas de la zona más austral y pre- cordillerana, y otras más modernas como resultado de sus vinculaciones con los pueblos bonaerenses. Por último, y como contribución a lo que ya se ha logrado establecer sobre estas cuestiones arqueológicas, el estrato cultural de San Blas presenta grandes similitudes con las formas especializadas de instru- mentos y armas neolíticos que arqueólogos estadounidenses han des- crito como procedentes de las regiones del sur y sudeste de América del Norte. El período neolítico de la Patagonia, en general, ha sido de un prolon- gado desarrollo, y estas nuevas observaciones sólo aspiran a confirmar los distingos y ensayos de interpretación en sus etapas, trazados por autores nacionales y extranjeros que primeros lo han estudiado. CAPÍTULO II OBSERVACIONES ÉTNICAS Si bien está a las claras que, en cuanto a las manifestaciones de cul- tura, los grupos étnicos que tuvieron su habitación al sur y oeste del territorio bonaerense, habían llegado en su casi totalidad, a un estado neolítico, con ligeras variantes en los medios de adaptación, y que la descripción de los restos de sus industrias ha confirmado suficiente- 530 mente, no es menos cierto que aquellos pueblos de la Pampa y Patago- nia, nómadas en su máxima parte, no hablaron un mismo idioma. Varios autores modernos, que poseen un conocimiento muy serio de las fuentes histórieo-etnográficas, relativas a los pueblos, usos y costum- bres del extremo meridional de los territorios de Chile y Argentina, han puesto al servicio del esclarecimiento del problema de la clasificación étnica, toda su actividad investigadora. Y entre nosotros lian contribuido al progreso de estos conocimientos Roberto Lehmann-Nitsche ', y Félix F. Cutes 1 2. Sin que me proponga discurrir sobre el grado de mayor riqueza de ele- mentos aportados, de acierto en los procedimientos y de seguridad in- terpretativa de los primeros que ensayaron esta clasificación, como de los novísimos autores — que los lectores informados al respecto conocen — la síntesis de unos y otros puede corresponder al capítulo final de una monografía de esta naturaleza. No puede haber duda, después de lo establecido por la etnología mo- derna, que será necesario, cada vez que fuere posible, proceder a la subs- titución de las «designaciones geográficas» délos grupos étnicos, por la. nomenclatura que responda a una distinción de carácter lingüístico. Con- viene que así sea, aunque para lograrlo deban mediar de toda suerte de ensayos, con exceso o escaso aparato erudito, o por sutiles o frágiles que sean algunas, sino las más de esas « inofensivas investigaciones lingüísticas ». ltoberto Lehmann-Nitsche se ha propuesto explicar en su última con- tribución, en qué se fundan los principales equívocos — porque en ma- teria de clasificación étnica de los indígenas de la Pampa y Patagonia, parece que los hubiera de distinta importancia — y aunque al examinar- la tuviéramos que entrar a reflexionar sobre los mismos vicios de razo- namiento, será de equidad prestar atención a sus apreciaciones. «Indios patagones», se denominaron, por los improvisados etnógra- fos de la primera época, a los habitantes de los territorios al sur del río Negro, posteriormente, o sea para la época de Tomás Falkner, quedaron comprendidos en esta designación, aun los que merodeaban por las pam- pas, al sur y sudoeste de la ciudad de Buenos Aires. Esa designación geoétnica de contenido tan amplio, filé substituida 1 lióme uro Liciimann-Nitsciiic, El grupo lingüístico Tshon de los territorios ma- gallánicos, en Revista del Musco de La Plata, XXII, páginas 217-270, 1914; Lehmann- Nitsche, El grupo lingüístico -het de la Pampa argentina, en Anales de Sociedad cientí- fica argentina, LXXXV, página 321 y siguientes, 1919; Lehmann-Nitsche, El grupa lingüístico « Iíct », de la Pampa argentina, en Revista del Museo de La Plata, XXVI 1, páginas 10-85, 1922. 2 Félix F. Outes, Vocabularios inéditos del Patagón antiguo, en Revista de la Uni- versidad de Rueños Aires, XXI, página 474 y siguientes, 1913. — 531 por otra, también de valor geoétnico, me refiero ala denominación puel- che. Con ella distinguía el padre T. Falkner, a numerosas agrupaciones «¡ue representaban unidades lingüísticas diferentes. Lelunann-Nitsclie lo ha reiterado sin esfuerzo de argumentación. Así, pues, entre los puelche o gente del este , según la designación de los araucanos, quedaban comprendidas las tribus do los actuales terri- torios, al oriente de la cordillera, desde el río Primero de Córdoba y sus adyacencias, hasta el estrecho de Magallanes. El propio Falkner hace notar que no todos los puelche hablaban el mismo idioma, y particulari- zándose con los tehuelhet o -gente del sur — denominación del idioma het — afirma que tenían un idioma diferente del corriente éntrelos otros puelche ; «y esta diferencia — agrega - — no sólo se encuentra en ¡os vo- cabularios, sino también en sus declinaciones y conjugaciones, no obs- tante que algunas veces están usadas por ambas naciones» Cincuenta años después. el naturalista Alcides d’Orbigny aplica la denominación puelche con mayor precisión, a los indígenas que habita- ban las riberas del río Colorado y Negro 8. La tentativa final, o diría actual, consiste, como se ha dicho, en preci- sar las diversidades lingüísticas ; y sea cual fuere la suerte de ¡as posi- bles comprobaciones a que tendrán que someterse, nuestros pobladores de la península San Blas, comprendidos deben quedar entre esos puel- che. Avanzando en el sentido de la individualización diré, de las unidades lingüísticas del grupo puelche, Lelimann-Nitsche asienta’ :