- ' , :-fV'xr \ '7 - ■■■ vV7~* ’> l- 7 S 7- , &¿t ' v ;V \4j, ' ' ; . ' J w \ 7:7- --'>7 REVISTA EXACTAS, FISICAS V NATURALES. de las materias contenidas en este tomo. CIENCIAS EXACTAS. PAG. Geometría analítica . Construcción mecánica de la parábola cúbi- ca; por Mr. Foucaut í Demostración elemental de las áreas de dos elipsoides de revolu- ciona por Mr. Grillo. 2 Del método de Fermat para determinar máximos y mínimos, y de su aplicación al problema de las tangentes y de los centros de gravedad; por Mr. Búhame!. 385 Astronomía. De los trabajos recientes de los geómetras y de los astrónomos tocantes á la teoría de los movimientos de la luna; por Mr. Gautier 4 Nuevos trabajos de Wolf y Carrington sobre las manchas del sol; por Mr. Gautier. 65 Paso de un planeta por el disco del sol, observado en Orgeres, de- partamento de Eure-et-Loire, por Mr. Lescarbauít; carta á Mr. le Verrier 129 Noticia de algunas publicaciones recientes relativas á los cometas; por Mr. Gautier . . 193 Extensión déla ley de Bode; por Mr. Durand. 257 Estado presente é historia de la gran cuestión de la aceleración secular del movimiento medio de la luna; por Mr. Airy. ..... 259 De la hipótesis de la fuerza repulsiva considerada en sus rela- ciones con la teoría de los satélites; por Mr. Faye. 326 Exámen sucinto de las diferentes hipótesis que se lian discurrido para explicar los fenómenos astronómicos; por Mr. Faye. ..... 392 De las relaciones entre la unidad de longitud inglesa y la dimen- sión de la tierra; por Mr. Herschel ** 449 II Algebra. Déla valuación aproximada del producto 1, 2, 3 x cuando es x un número grandísimo, y de la fórmula de Stirling; por Mr. J. A. Serret 321 Geodesia. Trazado de las cartas geográficas. — Discurso pronun- ciado el 8 febrero de 1856 en la sesión anual de la Universi- dad imperial de San Petersburgo; por P. Tchebychef. ...... 513 CIENCIAS FISICAS. Física. Memoria sobre las relaciones del oro y demás metales con la luz; por Mr. Faraday 20 Influencia del sonido de las campanas en la altura de la columna barométrica; por Mr. Montigny 77 Trabajos sobre la propagación de la electricidad en los fluidos elás- ticos muy enrarecidos; por Mr. de la Rive 137 Trabajos sobre la trasmisión de la electricidad en los hilos tele- gráficos; por Mr. Guillemin y Burnouf 2 63 Del equilibrio y del movimiento de los líquidos en los cuerpos porosos; por Mr. Jamin 338 De la producción del ozono por medio de un alambre de platino puesto candente por una corriente eléctrica; por Mr. Le Roux. . 350 De la relación entre la facultad emisiva y la absorbente de los cuerpos respecto del calor y la luz; por Mr. Kirchhoff 398 De la densidad del hielo; por Mr. Dufour 401 De las auroras boreales; por Mr. Kowalski 402 De la constitución de los espectros eléctricos de los vapores y gases; por Mr. Plucker 455 De la formación del hielo en el fondo del agua: por Mr. Engel- hardt 525 Física del globo . De la temperatura del aire al N. junto al suelo, á cierta distancia encima del mismo y en la copa de los árbo- les; por Mr. Becquerel 410 Química. Del silíceo y de los siliciuros metálicos; por MM. Sainte- Claire-Deville y Carón 27 Sobre la formación del sulfido de aluminio; por Mr. Vincent 31 Notas sobre un pedazo antiguo de madera del muelle de Cartago; por Mr. Peligot 32 Fermentación alcohólica; por Mr. Bertheíot 86 Trabajos fotoquímicos; por MM. Bunsen y Roscoe 91 III Advertencias históricas sobre la doctrina de la homologia: propie- dades físicas de las sustancias homologas; por Mr. S. Schiel. . . 144 De un nuevo modo de preparar el calcio; por Mr. Carón “2 68 Del calor que se desprende en las combinaciones químicas; por Mr. H. Sainte-Claire-Deville 270 De la presencia del flúor en las aguas, y manera de comprobarla con seguridad; por Mr. Mene 35 í Del uso del ácido sulfúrico del yeso para fabricar sulfatos de pota- sa y de sosa; por Mr. Marguerittc ...... 353 Hechos que sirven para la historia del oxígeno; por Mr. Schoen- bein 408 Trabajos sobre la sustancia colorante de las hojas ; por Mr. Fremy 463 Química orgánica. De la composición y el modo de producirse las gomas en la organización vegetal; por Mr. Fremy 146 Meteorología. Variaciones horarias de los instrumentos meteoro- lógicos de Bruselas; por Mr. Quetelet 37 Resultados de las observaciones magnéticas hechas en Trevandrun; por Mr. Brown 43 Períodos de los inviernos rigorosos; por Mr. Renou 155 Observaciones sobre las variaciones de la altura barométrica en la América Central; por Mr. J. Durocher 417 De la oscilación barométrica diurna en las Antillas y países inme- diatos; por Mr. Ch. Sainte-Claire-Deville 471 Observaciones de la temperatura del aire, las aguas y el suelo de Nicaragua, América Central; por Mr. J. Durocher. 481 Observaciones sobre la climatología de la América Central; por Mr. J. Durocher 490 De la supuesta influencia de la luna en el tiempo; por Mr. Marcet 529 Resumen de las observaciones meteorológicas hechas en el Real Ob- servatorio de Madrid en el mes de diciembre de 1859 ....... . 51 Id. id. id. en el mes de enero de 1860 112 Id. id. id. en el mes de febrero de id 161 Id. id. id. en el mes de marzo de id 235 Id. id. id. en el mes de abril de id. . . 27 9 Id. id. id. en el mes de mayo de id 356 Id. id. id. en el mes de junio de id 421 Id. id. id. en el mes de julio de id 42 5 Id. id. id. en el mes de agosto de id 429 Id. id. id. en el mes de setiembre de id 496 IV Id, id. id. en el mes de octubre de id 540 Id. id. id. en eí mes de noviembre de id. 544 Id. hechas en todo el año 1859 239 Id. de las observaciones meteorológicas hechas en el observatorio físico y meteorológico de los alumnos del Real Colegio de Belen (Habana) en el mes de setiembre de 1859 55 Id. id. id. en el mes de octubre de id . 56 Id. id. id. en el mes de noviembre de id 117 Id. id. id. en el mes de diciembre de id 165 Id. id. id. en el mes de enero de í 860 ..... 166 Id. id. id. en el mes de febrero de id 301 Id. id. id. en el mes de marzo de id 361 Id. id. id. en el mes de abril de id. ........ 434 Id. hechas en Bilbao desde 1 855 á f 859. . 284 Id. id. en la Universidad literaria de Oviedo en el año 1859. ... 298 Id. id. en el Colegio Seminario á cargo de los PP. de la Compa- ñía de Jesús de Guatemala en el año de 1859 3 62 Id. id. en el Instituto do Pontevedra el año de 1 859 501 Id. id. en la Universidad literaria de Granada el año 1859 504 Electro-magnetismo. Estudios comparativos sobre la energía de los electro-imanes según se muevan sus armaduras paralela ó angu- larmente respecto de la línea de sus polos, y según que las mis- mas armaduras estén puestas de plano ó de canto-, por Mr. Th. du Moncel i 0 1 CIENCIAS NATURALES» Geología. Depósitos silurianos de la Noruega, de las provincias Bálticas y de la Rusia comparados con los de Inglaterra? por Mr. Murchisson. 57 De ciertas rocas volcánicas de Italia que al parecer estuvieron suje- tas á una acción metamórfica? por Mr. Daubeny 167 De los sílex tallados hallados por Mr. Boucher de Perthes en los depósitos diluvianos del departamento del Somme. 168 De la extinción de varias especies de animales después de la apa- rición del hombre? por Mr. Maree! de Serres 177 Observaciones sobre los criaderos auríferos de California? por Mr. Simonin.. 252 Del origen del granito? por Mr. Delesse 302 V Paleontología . Hallazgo de fósiles en las cercanías de Briviesca . . 118 De la antigüedad de la aparición del hombre en la tierra; por Mr. Lyell ni De las grutas con huesos y con cuchillos de sílice del N. de Sicilia; por el Dr. Falconner . 312 De los restos de reptiles últimamente descubiertos cerca de Elgin; por Mr. Huxley 441 Botánica. Fenómenos luminosos producidos por los vegetales. .. . 181 Observaciones fisiológicas y anatómicas de la colocasia de los anti- guos (colocassia antiquorum , Schot); por Mr. P. Duchartre. ... 509 Agronomía. Análisis de las salazones del arenque y de su uso en agricultura; por MM. Girardin y Marchand 183 Anatomía comparada. Observaciones sobre el sistema dental de las aves; por Mr. Blanchard 315 Zoología. De los peces del Africa austral; por Mr. F. de Cas- telnau 379 De las ballenas sueltas del golfo de Vizcaya; por Mr. Eschricht. . 435 De la cuestión de la existencia de osos en las montañas del Africa septentrional; por Mr. Aucapitaiue 508 De las gallinas de Nankin, llamadas de Cochinchina ; por el Dr. Sacc 548 Pisces vocales, peces que emiten sonidos 557 Fisiología vegetal. Trabajos químicos sobre el látex y el cambíum: por Mr. Fremy 560 Fisiología. De la facultad electromotriz del órgano del torpedo; por Mr. Ch. Matteucci 565 De la coloración de los huesos del feto por la acción de la rubia mez- clada con el alimento de la madre; por Mr. Flourens. ....... 567 VARIEDADES. Estrellas fugaces de octubre á noviembre de 1859.— Segunda parte del catálogo de las bólidas observadas desde 1853; por Mr. Couivier-Gravier 61 Id» del 1 3 de julio al 1 2 de agosto de 1 8 6 0 ................ . 51 0 Diámetro medio de la luna 64 Establecimiento de estaciones termométrícas en el Monte Blanco . í27 Dirección media de los terremotos en la Península Escandinava, se- gun las observaciones más antiguas hasta nuestros días 190 VI Calentamiento del suelo de las montañas 190 Descubrimiento del selenio y del teluro en las lavas del Vesubio. . 191 De las propiedades ópticas del ácido tartárico artificial 191 Oposición de Marte el año 1860 y el de 1862 256 Real Academia de Ciencias de Madrid— Programa para la adju- dicación de premios en el ano de 1861 319 Algunos nuevos casos de fosforescencia 382 De la rotación de la tierra sobre su eje, y de su influencia en la producción ó modificación de muchos fenómenos terrestres 382 Del número de meteoritos ó aereolitos, y consideraciones sobre el papel que desempeñan en el Universo 443 De la producción del amoniaco por medio del ázoe del aire? por MM. Margueritte y Sourdeval 445 Mejora del higrómetro de cabello? por MM. Midre y Charriere. ... 447 Algibes de Venecia 511 Clima de Ikogmut 512 Sustancia colorante vegetal verde 573 Noticia del estado actual del Observatorio del Colegio romano. . . 574 Importancia comparada de los agentes de la producción vegetal. — Influencia de la potasa «*572 N.° l.°— REVISTA DE CIENCIAS. -feo 1860. CIENCIAS EXACTAS. — * 3)-0K5) C) €'■>— OEOMETIUA AHALITICA. Construcción mecánica de la parábola cúbica; por Mr. Foucaijt, (JNouv. Aun. de Matlicnj., julio T8íjB») Se funda en las consideraciones siguientes. Sea y=gx* la ecuación de dicha parábola de ejes O X, O Y rectangulares, OP—x\ PM=zy' las coordenadas de un punto M de la curva; la tangente en M forma con la abscisa un ángulo cuya tangente trigonométrica es igual á 3 gx\ y encuentra al eje de las abscisas en un pon- to iVtal, que ON=- OP; concibamos la parábola cónica i) corta á la ordenada PM en un punto E, cuyas coordenadas son x' y 3 gx,2\ la tangente en E á esta parábola encuentra al eje de las abscisas en Nt , y se tiene que Levantando en Nt una perpendicular á EJSt, corta al eje de las y en un punto F , foco de la parábola, y se tiene que TOMO x. 1 12 i 2 De aquí se deduce la construcción mecánica indicada. Se de- terminan los puntos F y Nt; se pone en N, el vértice de una escuadra; se la vuelve hasta que pase un brazo por F; cortará el otro á la ordenada PM en E; por el punto E se tira una recia , que forme con el eje de las x un ángulo, cuya tangente sea igual á 3 gx’1 2\ basta tomar PQ=^ 1 en el eje de las abscisas, y tirar EQ; se lira por N una paralela á la misma recta EQ; corta á la ordenada en el punto Mt perteneciente á la parábola cúbica; y esta recta MN es tangente á la curva, y fácil de trazar. Se toma la unidad de la escala de suerte que no salgan del papel las construcciones. Se puede evitar la escala haciendo homogénea la ecuación, dándola la forma de a* u de estos anillos, La luz trasmitida por las partes más delgadas es parda, y pasa al azul por medio de la presión. La presión de una atmósfera de hidrógeno basta para re- ducir las disoluciones de muchos metales, y determinar en su superficie la producción de películas delgadas trasparentes; pero estas películas están casi siempre faltas de toda cohesión, y no pueden ser trasladadas á una placa de cristal, de manera que se pueda proceder á su ulterior estudio. Pueden obtenerse películas de cobre, rojas por reflexión, como el metal en láminas gruesas, y verdes por trasmisión, sumergiendo una placa de cristal en un baño de aceite cargado de un poco de óxido de cobre, y haciendo subir el calor hasta la temperatura en que se descompone aquel líquido. Los experimentos de que acabamos de hablar pueden dispo- nerse de modo que las partículas del metal reducido se disemi- nen por todo el líquido, y le comuniquen su color. Así, ver- tiendo en una de las disoluciones de oro en extremo débiles, de que más arriba se ha tratado, algunas gotas de sulfuro de car- bono cargado de fósforo en disolución, se ve por la agitación que el líquido pasa al rojo, y que al cabo de algunas horas ha adquirido un hermoso color de rubí, sin dejar de mostrarse limpio. Ai mismo resultado se llega, pero con mucha más len- titud, vertiendo la disolución de oro en un glóbulo de fósforo. Por el contrario, llégase á él con mucha más prontitud, sir- viéndose de fósforo disuelto en eler. Todos estos experimentos deben por lo demás hacerse en frascos de vidrio perfectamente limpios . La coloración de estos líquidos es un poco variable, pero siempre debida al oro metálico en suspensión. Existe este, en efecto, aun cuando el proto-cloruro de estaño no indique el más ligero vestigio de cloruro de oro disuelto. Si se hace pasar por los líquidos un hacecillo de rayos solares concentrados por una pequeña lente, la coloración dorada de la luz reflejada anuncia evidentemente la presencia del oro metálico. Por lo demás, si se abandonan estos líquidos á sí mismos, las par- tículas de oro ménos lénues no tardan en depositarse, y por medio de la decantación se obtiene un líquido ménos colorado que el anterior. Este experimento puede repetirse, y aun a! cabo de 6 ú 8 meses no es completo el depósito del oro. Mu- chas veces en lugar de depositarse en el fondo del vaso, se acumula el oro en nubes que flotan en la superficie ó en la masa del líquido. Mr. Faraday ha aislado los diferentes depósitos formados sucesivamente por una misma disolución, á fin de examinar sus diversas coloraciones. Yistos por reflexión delante de un fondo negro, á fin de eliminar toda luz trasmitida, todos pare- cen de color pardo más ó ménos subido, que algunas veces tira al amarillo y otras al rojo. En suspensión en el agua desti- lada, y examinados por trasmisión (con las precauciones con- venientes para alejar toda luz reflejada), presentan por el con- trario coloraciones muy variadas. Los primeros depósitos, que son sin duda los más puercos, trasmiten una luz perfectamente azul; y luego se hallan algunos que coloran la luz trasmitida de violeta amatista, al paso que los últimos y más finos le dan un hermoso tinte rojo de rubí (1). La ebullición hace pasar este tinte al violeta amatista, y este al azul. Ciertos agentes pueden alterar el color de los diferentes flui- dos que se obtienen cargando el agua destilada con los depósitos sucesivos que da una misma disolución de oro tratada por el fósforo. Una gota de agua salada hace pasar un líquido rojo- rubí al violeta ó al azul, ó también lo descolora enteramente; además de esto, acelera el depósito del oro en suspensión. Gran número de sales producen igual modificación. Tales son los cloruros de calcio, de estroncio y manganeso; los sulfafos de cal, de magnesia y manganeso; los acetatos de potasa, de sosa y cal; el sulfato de sosa, los fosfatos de sosa y potasa, el clorato de potasa y el acetato de amoniaco sólo, ejercen escasa acción. El ácido sulfúrico, el ácido nítrico y el ácido clorhí- drico obran del mismo modo; el agua-regia hace pasar al azul violeta el rojo-rubí antes de redisolver el oro. La potasa, la sosa, el amoniaco y el hidrógeno sulfurado obran igualmente. (l) Mr. Faraday, según parece, sólo ha estudiado la influencia del grueso del líquido examinado en el color de la luz trasmitida. Refiere úni- camente que en ciertos casos un aumento de grueso ha hecho pasar el tinte del violeta amatista ai rojo rubí, y minea ai azul. 26 El eter, el alcohol, el alcanfor, el sulfuro de carbono, la goma, el azúcar y la glicerina no ejercen acción alguna; sólo la glice- rina parece acelerar la precipitación del oro. Mr. Faraday no encontró medio alguno para convertir en rojo-rubí el color de los líquidos azules ó violetas. Algunos ensayos analíticos han hecho ver al expresado sa- bio, que para producir una hermosa coloración rojo-rubí bas- taba una cantidad de oro, que aglomerada en una masa única, no ocuparía la setecientas-milésima parte del volúmen de agua. Algunos de los indicados experimentos pueden repetirse sustituyendo el alcohol al agua destilada; pero los resultados son mucho ménos satisfactorios. Finalmente, se pueden obtener flúidos colorados por el oro en suspensión, recurriendo á otros agentes reductores, como el eter, el azúcar, el ácido tartárico y diferentes tejidos orgáni- cos. El conjunto de los fenómenos es casi el mismo que en el caso del fósforo. El calor sólo basta para reducir el cloruro de oro, y determinar un depósito rojo-rubí en las paredes de los vasos en que está encerrado. Esta circunstancia hace pensar á Mr. Faraday, que el tinte rojo- rubí de ciertos vidrios colorados por el oro, es debido al oro metálico. El expresado químico se ha ocupado también en la acción que el oro y los demás metales en capas delgadas ejercen en la luz polarizada que trasmiten, y ha visto que es análoga á la de los cuerpos trasparentes ordinarios; y esta analogía basta para demostrar que la luz se trasmite por la misma sustancia de los metales, y no por sus grietas imperceptibles (1). (1) Al parecer no tiene Mr. Faraday conocimiento alguno del expe- rimento, por medio del cual Mr. Mac-Cullagh ha demostrado que el oro en hojas obra por trasmisión en la luz polarizada del mismo modo que por reflexión, y trasforma la polarización rectilínea en polarización elíp - tica siempre que el plano primitivo de la polarización no es paralelo ni perpendicular al plano de incidencia, y esta no es normal. (Poggendorff s Annalen , tomo 44, página 544.) 27 QUIMICA. Del silíceo y de los siliciuros metálicos: por MM. Sainte-Claire Deville y Carón. (LMnstitut, o agosto -í 85T .) La propiedad de disolverse mutuamente y formar las com- binaciones de un orden particular, conocidas con el nombre de aleaciones , es un carácter común á lodos los metales, y que también se observa en los últimos metaloides. Las aleaciones obran siempre como verdaderas disoluciones de un melal en otro, parecidas á las soluciones acuosas, de las cuales se pueden obtener, ya por variaciones de temperatura, ya por evapora- cion, ó unas combinaciones hidratadas, ó la misma materia disuelta en estado de pureza. Esta observación es aplicable á ciertos metaloides, el carbón, boro y silíceo, que bajo este punto de vista obran como los metales. Así es como ha podido pre- pararse el grafito, boro y silíceo cristalizados, extrayéndolos de verdaderas aleaciones. Nos hemos propuesto multiplicar las aplicaciones de este principio, empleándolo para la producción de cierto número de materias metálicas y metalóideas, y el silíceo es el que nos ha ofrecido las mejores ocasiones de obtener por dicho método las materias interesantes, cuyo estudio va á ser objeto de esta nota. Sabido es que el silíceo puede cristalizar en el seno del aluminio. No parecía probable que este metal fuera el único que tuviese la propiedad de disolver el silíceo, y hemos tenido la fortuna de hallar otro disolvente, el zinc, que por su volatilidad puede ser también bajo otro punto de vista una materia pre- ciosa. Con efecto, los cuerpos simples que se disuelven en dicho metal, podrán luego extraerse de él, bien por medio de la diso- lución del zinc en un ácido, cuando sea inatacable el cuerpo por los referidos agentes, bien por la volatilización del mismo meta!, si el cuerpo simple es fijo. Se ve por tanto, que ha de aumentarse notablemente el número de casos en que sea po- *28 sible la producción de los cuerpos simples por disoluciones metálicas. La preparación del silíceo por el zinc es operación facilísi- ma, que permite obtener con poco gasto cantidades considera- bles de silíceo de lo más hermoso. En un crisol de barro des- pués de enrojecerlo se echa una mezcla compuesta escrupulo- samente de tres partes de fluosilicato de potasa, una parte de zinc en granallas y otra de sodio dividido en pequeños frag- mentos. La reducción del silíceo va acompañada de una reac- ción muy débil, y sería insuficiente para producir la fusión» completa de las materias puestas en contacto. Por tanto, es pre- ciso calentar el crisol hasta que se ponga rojo, y sostenerlo á esta temperatura por algún tiempo, y hasta que se funda per- fectamente la materia. Pero no debe elevarse el calor á tal punto, que pueda convertirse en vapor el zinc, en cuyo caso habría peligro de echar á perder la operación. Luego se deja enfriar lentamente, y cuando es completa la solidificación, ó se tiene por tal, se rompe el crisol, y resulta un boton de zinc, cuya masa entera, y principalmente en su parte superior, se halla penetrada por largas agujas de silíceo. Son unos rosarios de octaedros regulares, muchas veces cuneiformes, encajados unos en otros paralelamente al eje que reúne los vértices de dos ángulos opuestos. En la mayor parte de dichos cristales sólo hemos hallado el ángulo de 109° ^8\ Para extraerlos basta disolver, por medio del ácido clorhídrico, el zinc que sirve de ganga, y ponerlos á hervir con ácido nítrico. Pe este modo se obtienen con suma facilidad unos cristales de zinc hermosísimos y muy voluminosos, y en mayor cantidad que por cualquier otro método. El zinc, en el momento de su solidificación, no retiene al parecer mucho silíceo; porque en nuestros líquidos sólo hemos hallado algunos indicios de sílice ó de silíceo grafitóide, siendo la única porción de silíceo que se pierde la que puede desprenderse en estado de hidrógeno sil I- ciado en el acto de la disolución del zinc. Si se calienta el zinc sil iciado á una temperatura superior al punto de vaporización del metal, subsiste el silíceo en estado de una materia fundida enteramente libre de zinc, si se ha cal- deado suficientemente. Entonces el mismo silíceo se funde en 29 una masa, que adquiero con el enfriamiento iodos los caracte- res cristalográficos conocidos ya en el silíceo fundido. El silí- ceo puro puede fundirse y echarse en moldes, de cuya manera se lian preparado los rieles que tenemos. En este momento nos ocupamos en preparar las combina- ciones del silíceo con los principales metales. Estos cuerpos me- recen iodos estudiarse bajo puntos de vista variados. El silíceo y el hierro producen una especie de fundición ó acero suma- mente fusibles, en que el silíceo hace el papel de carbón. Las propiedades físicas de estos cuerpos singulares se comparan con las propiedades correspondientes de las fundiciones y aceros ordinarios preparados con carbón. Por de pronto hemos tenido que fijar nuestra atención en las aleaciones de silíceo, sobre cuya preparación y análisis nos ha consultado el coronel Tren i» lie de Beaulieu, director del taller de precisión ele la Junta de artillería, para compararlas con los bronces ordinarios de los cañones; consistiendo el problema que se nos ha propuesto en hallar una materia á un tiempo dura, tenaz, que tenga alguna maleabilidad y exenta de licuaciones. Los resultados de nuestros primeros ensayos han sido los siguientes. Siliciuro ó acero de cobre . Cuando se prepara el silíceo con cloruro de silíceo y sodio en navetas de cobre, se cubren de una capa de materia blanca bastante dura para resistir á la lima. Es un siliciuro de cobre, que hemos preparado por pro- cedimientos muy fáciles de realizar, aun en escala bastante considerable. Se obtiene una aleación durísima, frágil y blanca como el bismuto, que contiene 12 por 100 de silíceo, fundiendo al mismo tiempo tres partes de íluosilicato de potasa (1), una parte de sodio y otra de cobre en recortaduras á tal tempera- tura, que el baño metálico se cubra de una escoria muy líqui- da. El cobre se apodera de una gran parte del silíceo (2) que (1) El íluosilicato de potasa puede sustituirse con una raezeta de arena y sal marina, pero la reducción no es tan fácil. (2) La escoria se compone de dos partes, una ligera, limpia y tras- parente que se tira, y otra pastosa y negra: si se funde de nuevo esta con una parte de cobre, se obtiene otra vez siliciuro blanco^ pero es pre- ciso dar mayor grado de calor para que se verifique la combinación. resulta en esta operación, y queda en forma de una materia blanquecina, más fusible que la plata, y que nos lia servido de punto de partida para hacer otras aleaciones. La aleación de cobre que tiene 4,8 por 100 de silíceo, es de hermoso color de bronce claro; es dura, y á la lima, sierra y torno obra exactamente como el hierro, al paso que el bronce ordinario embota las herramientas. Su ductilidad es perfecta, y los hilos que se han tirado en el taller de precisión de la Junta de artillería, donde se ha estudiado y sometido á pruebas comparativas dicha materia, tienen una tenacidad por lo ménos igual á la del hierro. Es tan fusible como el bronce ordinario. Los demás silicio ros se vuelven tanto más duros, cuanto más aumenta la proporción de silíceo; pero entonces pierden de su ductilidad. Lo que caracteriza principalmente á los siliciuros es el hecho de hallarse distribuido en ellos el silíceo de un modo uniforme por toda la masa, hasta tal punto que estas aleaciones son siempre homogéneas, y no susceptibles de licuarse; cualidad pre- ciosísima de nuestro acero de cobre, además de la tenacidad, dureza y ductilidad. Tenemos dos cañones pequeños de dicha materia, que contiene uno 4,8 de silíceo, y el otro algo más rico de lo mismo, más duro, pero algo frágil. Se han trabajado en el taller de precisión, y su materia se ha sometido á todas las pruebas necesarias para averiguar su modo de obrar bajo la acción de las diferentes herramientas; siendo otro ejemplo más de las aplicaciones de que pueden ser susceptibles los cuerpos simples reducidos por los metales alcalinos, y cuyo precio de- pende únicamente de los progresos que hace diariamente la fabricación del sodio. El plomo no se alea al parecer con el sodio, tanto que si se evapora una solución de silíceo en zinc del comercio, se en- cuentra bajo los botones de silíceo un globulillo de plomo, que nunca hace desaparecer por completo el calor. Sobre la formación del sulfido de aluminio; por Mr. Vincent. (L’lnstitut, 27 enero \ 8b8.) Hasta el dia se ha preparado el aluminio por medio de la acción que sus elementos ejercen entre si cuando se ponen en contacto á una temperatura elevada. En el procedimiento que se describe á continuación, se ha tratado de obtener el mismo resultado, operando la desoxidación del sesquióxido de alumi- nio con el monosulíido de sodio. Dicho monosulíido (1) se ha calentado á un calor suave en un crisol de porcelana hasta el punto de fusión, en que adquiere un tinte color de carne; después se ha añadido paulatinamente alúmina en polvo, meneando iodo constantemente hasta que adquirió la masa una consistencia pastosa. Entonces se elevó la temperatura lentamente hasta el rojo cereza, punto en que se sostuvo por casi media hora. Después de dejarlo enfriar se hizo un extracto con agua, habiéndose obtenido una solución amarilla, que contenia sosa y el exceso de suiñdo de sodio con una corta cantidad de alúmina, la mayor parte de esta última materia ha permanecido, sin embargo, en forma de un preci- pitado negro algo voluminoso de sulfido de aluminio en el fondo del crisol. El precipitado se lavó por decantación hasta dejarlo bastante libre de álcali, cuya presencia, aun en corta cantidad, evita al parecer su descomposición por el agua. No obstante, según se roba el álcali, se nota que la adición de agua produce un desprendimiento proporcional de hidrógeno sulfurado, y que se forma un precipitado blanco pardusco de hidrato de ses- quióxido de aluminio. Ei precipitado negro primitivo, si se expone al aire en un filtro, se convierte en poquísimo tiempo, y casi por completo, en óxido de aluminio. El suiñdo, calentándolo al contacto del aire, se inflama, arde á veces tranquilamente, y otras des» (O Se prepara haciendo que pase hidrógeno sulfurado por una solu- ción de sosa cáustica, y dejando cristalizar el sulfido de sodio. pide vivas chispas, que se parecen mucho á las del metal, y en ambos casos se forma ácido sulfuroso. La alúmina usada en las experiencias precedentes, se ha preparado quemando alumbre, habiéndole quitado preliminar- mente su agua de cristalización; pero el sulfido de sodio ataca al parecer á la alumina en casi todos sus estados, y hasta des- oxida dicho metal el esmeril en polvo y la tierra de pipas, el primero por completo, y la segunda parcialmente. Nota sobre un pedazo antiguo de madera del muelle de Car lago; por Mr. Peligot. (Anal, de Quíra. y ¡Fís, , marzo -i 858.) El mariscal Yaillant me remitió hace poco tiempo, dice el autor, un pedazo antiguo de madera del muelle de Cartago, recojido por el Dr. Guyon, médico inspector, residente en Ar- gelia, quien lo acompañó con la nota siguiente: «El muelle de Cartago se conserva bien todavía en algunos puntos á 50 ó 60 centímetros y más de alto, y se ven puestos á distancias iguales los pilotes que formaban parte de su cons- trucción, sobresaliendo casi todos hoy de la fabrica en que entraban. »El pedazo, objeto de esta nota, da idea de la parte de los pilotes que se han soltado de la fábrica que los rodeaba. Lo bañaban las aguas del mar, y de una palada lo he desprendido del pilote á que pertenecía. Se conservaba este intacto, á juz- gar de su dureza suma, apreciada de arriba abajo en la super- ítete de la rotura. »E1 pedazo presenta restos de una preparación bituminosa, como la que se ve en muchas piedras desparramadas de las ruinas de Cartago. Pliniodice que los Cartagineses, á imitación de los Babilonios, daban á las piedras un baño bituminoso, sin lo cual no hubieran podido resistir mucho tiempo á la acción de los agentes externos. «El célebre acueducto que llevaba el agua desde el Zowan hasta Cartago, está construido, dónde de piedra, dónde de ar- 33 gamasa, según había ó no de aquella. En las partes de arga- masa se encuentran pedazos de madera perfectamente conser- vados. Sir Granville Tempe, en su interesante viaje á Túnez, notó esla conservación de la madera, diciendo: «Las vigas en- cajonadas sellan conservado bien; está sana todavía la madera, » pero no sería fácil asegurar si formaron parle del andamiage, »ó si se emplearon para consolidar la obra.» A instancias del mariscal Vaillant he examinado con la ma- yor atención este trozo de pilote. Mr. Decaisne ha tenido la bondad de determinar la naturaleza de la madera á que per- teneció. A primera vista no difiere de la madera común en color ni textura, y eso que tiene más de 26 siglos, puesto que se supo- ne fundada Cartago hácia el año 860 antes de la era cristiana. Como observa Guyon, presenta este trozo de madera mu- cha solidez en sentido de las fibras; pero arrancadas, se desme- nuzan y desmigajan á poco que se las aprieta con los dedos. Arde mal esta madera y sin llama, dando mucha ceniza. Contiene de 60 á 70 por 100 de sustancias minerales. En contacto con ácido clorhídrico dilatado en agua, da lugar á viva efervescencia, porque contiene mucha cantidad de car- bonato de cal. Tratada así, y lavada con agua, pierde cosa de las dos terceras partes de su peso. La existencia de sustancias minerales la dice el peso de esta madera, mayor que el de la común. Examinando además con cuidado un pedazo cortado en sentido de las fibras, se ven vetas blancas formadas de incrustaciones calizas; y dejan estas en el tejido leñoso un surco hueco cuando se pone la madera en contado por algunas horas con ácido clorhídrico dilatado en agua. Interesaba investigar si presentaba todavía esta madera algún resto de la preparación bituminosa de que habla el Dr. Guyon. Tratada con eter y alcool, no ha dado el líquido evaporado mas que una cortísima cantidad de sal marina cris- talizada. Imperfectísi mamen le obra en esta madera una disolución de potasa concentrada y caliente; apenas toma color pardo el líquido hirviendo. Mirada con el microscopio, ofrece buena conserva» TOMO I» 3 cion como producto orgánico. La familia botánica á que perte- nece, la ha determinado fácilmente Mr. Ducaisne en los térmi- nos siguientes: «He examinado con minuciosa atención, dice, la madera de Cartago que tengo á la vista: es resinosa, de la familia de las coniferas, y probablemente de una especie de pino ó pina- bete. La falta de vasos, lo ténue de los radios medulares for- mados de celdillas casi cuadradas, el punteado todavía muy perceptible y tan característico de las fibras leñosas, no dejan duda alguna en este punto. Á no ser que pertenezca esta ma- dera al pino de Alepo (pinus Alepensis ) ó al cedro, que ambos crecen espontáneamente en las montañas del N. de Africa, se puede inferir que los cartagineses llevaban parte de las made- ras de construcción de otros países, donde sin duda estaban establecidos también. Las montañas de la Bélica (Andalucía), de Córcega y de Cerdeña, los Pirineos, el Apellino, etc., pu- dieron suministrarles maderas. »No fueron por otra parte los cartagineses los primeros que usaron mucho madera de coniferas. Los tirios, sus predeceso- res, no podían construir sus embarcaciones de otra sustancia. Sabemos también que se cortaron infinidad de cedros para cons- truir el templo de Salomón. Y aun antes era común entre los egipcios el uso del pino de las coniferas (cedros, pinos ó pina- betes), como lo prueban los objetos de madera esculpida que se ven en los Museos egipcios. He tenido proporción de exami- nar una preciosa estatuita del buen tiempo del arle egipcio, y no me quedó duda de que era de ciprés. En los museos hay diversos juguetes egipcios de la misma madera; lo cual prueba que miles de años antes de J. C. se hacían , como se hacen hoy juguetes de Nuremberg. Pudiera decirse con Salomón: ¡Nihil suh solé novum /» La análisis elemental de este tejido leñoso, libre casi del todo, mediante ácido clorhídrico, de las sustancias minerales que lo acompañan, manifiesta que la conservación de esta ma- dera, respecto de su naturaleza química, tiene más de aparente que de real; el tejido, secado a 120°, presenta con efecto, fuera de las cenizas, la composición siguiente: 35 Carbono 60,0 58,6 Hidrógeno 5,9 5,8 Oxígeno. , 33,5 35,0 Azoe 0,6 0,6 100,0 100,0 Sabido es que la madera secada no da pasado de 50 por 100 de carbono; de celulosa contiene de 42 á 44 por 100; y el hidrógeno y oxígeno existen en las proporciones constitu- yentes del agua. El 8 á 10 por 100 de carbono de exceso que da esta ma- dera, induce á creer que por efecto de la acción prolongada del agua se fué trasformando en la variedad de lignitos que se lla- man imperfectos , los cuales contienen, según las análisis de Regnault, 57 á 66 por 100 de carbono, y 5,5 á 5,8 de hidró- geno. En suma, la composición de este trozo de madera antigua está representada por los números siguientes: Agua Carbonato de cal Carbonato de magnesia Sal marina .... 47,2 2,5 7,2 Sulfato de cal 1.6 Alúmina y óxido de hierro 0,3 Sílice 0,1 Materia orgánica (lignito). ...... .... 31,6 100,0 No he hallado el menor rastro de las sales de potasa, que por lo regular dan las cenizas de madera. La naturaleza misma y la abundancia de las sustancias minerales de esta madera patentizan su antiquísima proceden- cia y su prolongada estancia en el agua del mar. De notar es el ver á esta, que contiene, como se sabe, carbonatos terrosos 36 disueltos en virtud del ácido carbónico, incrustar á las fibras de la madera hasta tan adentro, que casi la trasforman en una especie de caliza. Interesa á lo sumo poderse presenciar, digá- moslo así, la alteración considerable ya, que el tiempo y el agua del mar han hecho experimentar á la sustancia vegetal en cuanto á su composición química. No es igual esta altera- ción á la que resulta de estar mucho tiempo la madera en ciertas aguas dulces no corrientes. Según un trabajo moderno de Mr. Hervé Mangón, se había alterado mucho por el agua un pilote de un puente construido hace lo años; estaba desunida la sustancia leñosa; tenia sustancias minerales, pero con mu- cha sílice, aunque bastante menos que la madera procedente del muelle de Cartago; presentaba casi la vista y composición de la turba, ó sean 8 á 10 por 100 de carbono ménos que la madera común. Caminó, pues, la alteración en sentido inverso del que dejamos comprobado. El Dr. Guyon habla de trozos de madera bien conservados en las construcciones de argamasa de los cartagineses, y conven- dría examinarlos atentamente, así como la argamasa en que es- tán incrustados. Pudiera preguntarse con efecto si tales masas de argamasa no serán sustancias calizas formadas, ó por lo ménos modificadas, por la acción incrustante del agua del mar. Mr. Yicat, en un escrito reciente sobre la destrucción de los com- puestos hidráulicos del agua de mar, expresa la formación de tales productos en los términos siguientes. «La existencia del )> bicarbonato de cal en estos mares es la única capaz de explicar aciertos fenómenos de incrustaciones notadas en las ruinas de » los diques antiguos esparcidos á lo largo de la ribera de »Puzzuoli. Incrustaciones tales, que consisten en una gruesa »capa de loba caliza, no se pudieron formar sino por el carbo- nato de cal que se fué depositando, al paso que los bicarbonatos «circunvecinos cedían ácido carbónico á la cal de los hormi- »gones.» Cuando las construcciones modernas padecen tanto por la acción destructora del agua del mar, no puede menos de inte- resar á lo sumo el estudio de los hechos que se refieran á la conservación ó á la alteración de los materiales que empleaban los antiguos. 37 HETEOBOLOGBil . Variaciones horarias de los instrumentos meteorológicos en Bruselas; por Mr. Quetelet. (I/Institut, 25) noviembre 185)7.) Con este titulo leyó Mr. Quetelet á la Academia de Bélgica, sesión del 4 de julio de 1857, la nota siguiente: «Por largo tiempo se ha limitado en varios países la obser- vación de las variaciones meteorológicas á ciertas horas del dia. Las excepciones de este sistema eran raras, y los tratados de meteorología, hasta los últimos tiempos, apenas hacen mención de algunos puntos en que se hayan hecho esos trabajos de un modo continuo por el dia y la noche. «Semejante falta de observaciones dependía en parte del abandono en que se hallaban los fenómenos de la atmósfera: no se recojian mas que observaciones aisladas, y al parecer casi no se esperaban resultados importantes de un trabajo sis temático. Sin embargo, se practicaron algunos ensayos; pero hasta hace 30 años no se han abrazado estos fenómenos de un modo general, ni se han puesto de acuerdo diversos países para estudiarlos en escala más extensa. »E1 deseo de llenar un vacío que existía particularmente en Bélgica, me ha inclinado á separarme algún tanto de la lí- nea que me había propuesto de antemano, habiendo abando- nado temporalmente los demás estudios para dedicarme del todo á un trabajo de meteorología que se echaba de menos. La astro- nomía puede cultivarse en todas partes, pero sólo los habitan- tes de un pais son capaces de estudiar su meteorología. Entre nuestros compatriotas he tenido muchos y sabios agregados para los trabajos de dia; pero me pareció que debía dar ejem- plo, y comprometerme á observar además en las diferentes ho- ras de la noche. «Desde 1840, época en que la Sociedad Real de Londres, á invitación de Mr. de Humboldt, apeló á todos los físicos, y fundó á su costa observatorios meteorológicos en los diversos puntos del globo, creimos, mis colaboradores y yo, que debía- mos aunar nuestros esfuerzos á los de los demás sabios citados, y hemos reunido con paciencia los trabajos meteorológicos que faltaban todavía; y aun hemos ido más allá de lo que se exigía á los físicos, y hoy creo poder ya publicar los resultados de estos estudios. «Al cabo de 6 años se vió que era fácil evitar un trabajo penoso, y sustituir con ventaja instrumentos registradores á los físicos encargados de observar. Desde entonces se obtienen de un modo mas cómodo las observaciones, sin que pierdan de su extensión, permitiendo reunir los elementos que constituyen próximamente una meteorología completa, al menos atendido el estado actual de la ciencia. Y aun bajo muchos aspectos son unos guias más exactos los instrumentos que se registran por sí mismos, que los observadores que se suceden, sin poner siempre el mismo celo é igual método en sus trabajos. Sin em- bargo, este sistema de observación, todavía nuevo, deja algo que desear, y necesita perfeccionarse, distando aún mucho de poderse sospechar siquiera la precisión y límites á que sea posible llevarlo. ^Variaciones horarias en Bruselas . He fijado mi atención primeramente en las temperaturas horarias, comparadas con las temperaturas medias diarias de máximos y mínimos. Doy también las medias de 9 de la mañana que se consultan en al- gunas localidades. A3ÑOS Términos medios de las temporal . obtenidas por Las lloras pares . 1 Los máxi- mos y Dil- uimos. Diferen- cias. La observa- ción de 9 de la mañana i 84*2 i 9, 9 i o v¿ — 0o, 3 t 0°,0 1 843 10,1 10 ,2 — 9,1 1 0 ,2 1844 Observaciones 9 ,1 9 ,1 0 ,0 9 ,0 1845 directas 8 ,7 8 ,8 "~0 ,1 8 ,7 1840 10 ,9 11 ,0 -0,1 10 ,8 1847 9 .5 9 ,6 -0 ,1 9 »5 1848 10 ,2 10 ,6 — 0 ,4 10 ,3 1849 9 ,8 10 ,4 — 0 ,6 9 ,9 1850 Termómetros 1 9 ,3 9 ,8 — 0,5 9 ,5 1851 inscritos (1 ). . . ) 9 ,7 10 ,3 — 0,0 9 , 9 1852 \ 10 ,8 11 ,3 — 0 ,5 1 1,0 de los 6 años primeros. . . 9 ,7 9 ,8 — 0 ,1 9 ,7 los 5 años últimos. ....... 10 ,0 10 ,5 — 0 ,5 10,1 Fácilmente se advierte que la temperatura media, deducida directamente de las observaciones, de las horas pares, con- cuerda muy bien con la media obtenida á las 9b de la mañana, pero que es inferior en una décima de grado á la altura ter- mométrica media diaria de los máximos y mínimos. Por otra parte, las temperaturas medias registradas por los instrumen- tos en los 5 años de 1848 á 1852, ofrecen una décima de grado ménos que las deducidas de los máximos y mínimos; por consecuencia , parece preferible, en igualdad de circunstan- cias, la temperatura de las 9h de la mañana á la deducida de los máximos y mínimos. Para los valores barométricos se usa bastante por lo gene- ral la altura de medio dia, como representante déla altura del dia; preferencia que se halla justificada en parte por las ob- servaciones, como puede verse en la tabla siguiente. ( 1 ) Comparados estos números con los obtenidos á las 9 de la mañana y la media de máximos y mínimos , resulta al parecer algo alta esta valuación. 40 Altaras inedias barométricas obtenidas por ASOS. Las horas pares. La observación de medio dia. Diferencias, 1842 / 1 1 750,90 756,98 + 0,08 1843 755,1 8 755,19 + 0,01 1844 Observaciones ] 755,04 755,14 -1-0,10 1845 directas \ 754,61 754,72 + 0,11 1846 1 754,76 754,88 + 0,12 1847 \ 755,96 756,05 + 0,09 1848 / 754,28 7 54,32 + 0,04 1849 barómetro ios- \ 756,02 7 56,09 + 0,07 1850 crito . 756,56 756,70 -j- 0,1 4 1851 / 756,54 756,69 + 0J5 1852 f \ 754,74 754,83 + 0,09 Altura media de los 6 prim. años. 755,41 755,49 — j— 0,08 Id. de los 5 últimos . 7 55,63 755,73 + 0,10 Comparando las alturas del psicrómetro é hidrómetro se obtienen valores bastante diversos, que pudieran á primera vista hacer que se despreciasen las indicaciones de dichos ins- trumentos; pero examinándolos con más detención, he descu- bierto los curiosos resultados que pone en evidencia el si- guiente cuadro. 41 Comparación de las indicaciones del psicrómetro é higrómetro ( período de 1842 á 1847). HORAS de las observaciones. Indica » ■o . tp z Í 2 O ñones i -p . .a i 3- a — 2 CJ Diferencia délas indicaciones. 1 íariac. i E • O o '$p — diurnas. i O £ •o ¿ t £ V5 r- Relación de las ■ variaciones. Variaciones higrométt i- cas multi- plicadas por 1,45. 1 CJ u c £- o o Jz s •o a t fc-5 Media noche. . . . 95°, 9 8 9o, 8 6°,t |\0 2o, i 2°, i r,45 90°, 4 4 11 de la mañana. 90 ,9 91 ,9 5 ,0 0 ,0 0 ,0 1,0 0 ,00 91 ,9 6 id 90 ,0 91,4 4 ,6 0 ,9 0 ,5 0 ,6 í ,30 90 ,6 8 id. . . 92 .9 87 ,1 5 ,8 4,0 4 ,8 1 ,7 5,80 80 ,1 9 id 90 ,3 83 ,5 0 ,8 0 ,6 8,4 1 ,3 9 ,57 82 ,3 10 id 87 ,9 79 ,9 8 ,0 9 ,0 12 ,0 1 ,3 13,05 78 ,9 Medio dia 84 ,4 74 ,3 10 ,1 12,5 17 ’G i, 4 18 ,12 73 ,8 2 de la tarde. . . 83 ,4 72 ,2 11 ,1 13 ,6 19 ,7 i ,5 19,72 72 ,2 4 id ••»•«••••• 84 ,4 73 ,0 10 ,8 12 ,5 18,3 1 ,5 18 ,12 73 ,8 6 id 87 ,3 78 ,0 9 ,3 9 ,0 1 3 ,9 1 ,4 13,92 78 ,0 8 id 92 ,2 84 ,3 7 ,9 4,7 7,6 1,5 6 ,81 85 ,1 9 id 93 ,9 80 ,2 7 ,7 3 ,0 5,7| 1 ,9 4 ,35 87 ,0 i 0 id 94 ,7 87 ,4 7 ,3 0 0 ! ** } 4 ,5 2 ,0 3 ,19 88 ,7 Términos medios. 90 ,9 83 ,4 7,5 6 ,1 9 ,511 ,45 9 ,57 1 83 ,0 Al lado de las horas y valores correspondientes dados por ambos instrumentos, he puesto las diferencias de sus indica- ciones. Las otras dos columnas que siguen, evidencian las va- riaciones del período diurno, tomando como punto de partida la observación del mínimo de las 4h de la mañana. La séptima columna da á conocer la relación entre las va- riaciones de ambos instrumentos, correspondiente á las mismas horas. Por ella se ve que ¡as variaciones del psicrómetro, por término medio, son á las del higrómetro como 1,45 á 1. Los números de la octava columna se han calculado multiplicando por la misma razón 1,45 los valores del higrómetro de la quinta columna: el producto sustraído de la constante 91°, 9, máximo diurno del psicrómetro, ha suministrado los números de la última columna de la tabla. Estos difieren muy poco de los obtenidos por el psicrómetro , de modo que puede conside- rarse efectivamente que ambos instrumentos han indicado va- riaciones unas más bajas que otras en la proporción de 1 á 1 ,45. Tanto en una como en otra hipótesis, los términos máxi- mos y mínimos suceden respectivamente en la misma época para el psicrómetro é higrómetro. Igual cosa se observa en las dos épocas en que la humedad obtiene su valor medio. También se advertirá que la mayor sequedad se observa un poco después de las 2h de la tarde en verano y un poco an- tes en invierno. Variaciones análogas se notan en el ins- tante de la mayor humedad y en las épocas de humedad media del dia. La séptima tabla acusa con admirable regularidad la in- fluencia déla temperatura del aire en los dos períodos anual y diurno, que arreglan la marcha del psicrómetro de August: así pues, en verano el psicrómetro llega á su punto más ele- vado en el momento más cálido del dia; y por el contrario, en invierno desciende á su punto más bajo en la hora de más frió de la noche; sin embargo, es más marcado el período anual que el diurno. La octava y novena tabla dan á conocer por hora las va- riaciones del viento indicadas por el anemómetro de Osler, bien por regiones del cielo, ó la época del año. La décima señala, en todas las horas del dia y la noche, la intensidad del viento que reinó en los o años de 1842 á 1846 inclusive. Fácilmente se advertirá en esta tabla, que la fuerza del viento es casi la misma durante toda la noche, v que crece con la altura del sol. Sin embargo, en invierno y otoño sucede el máximo un poco antes de medio dia; en verano en el instante de medio dia; y poco después en la primavera. Cuando sólo se consideran las regiones del cielo, se nota que los vientos del S. y S. 0. predominaron especialmente por la mañana, y los del N. al 0. por la tarde. La undécima tabla repite, respecto á los 6 años de 1847 á 1852, los documentos obtenidos ya para los 5 precedentes de 1842 á 1846, y presenta casi los mismos resultados: esta tabla, sin embargo, cuyos valores se han reunido tal vez con ménos escrúpulo, no ofrece unos números tan concluyentes y fáciles de apreciar. 43 La ultima tabla sirve para conocer la serenidad del cíelo en los 5 años de 1842 á 1847; resultando que el estado de se- renidad es más apreciable por las noches, y con especialidad cuando son calurosas. Las observaciones de las 2h de la mañana y lh de la tarde no se hicieron con regularidad en el curso de los 0 años, v ha W V sido necesario interpolar para las épocas que faltaban en la serie. Aquí no presento mas que las tablas generales, sin deducir de ellas conclusiones acerca de la trascendencia de los núme- ros que contienen, porque tal vez iría muy lejos, y me saldría de los límites á que debo concretarme. Mi objeto principal era demostrar que la observación, hecha con auxilio de instru- mentos, ofrece resultados satisfactorios, que concuerdan con los números obtenidos por la observación directa, y que el primer género de experimentación puede muy bien sustituir al se- gundo, permitiendo también determinar los diferentes períodos diurnos con la misma certeza que si se hubiera verificado direc- tamente la observación. Pudiera haber multiplicado las tablas, pero he creído que debía atenerme á las que me ofrecían los instrumentos de que se hace uso más comunmente. Resultados de las observaciones magnéticas hechas en Trevan- drum; por Mr. Broun. (L’lnstitut, 2 Jebrero 1859.) Uno de los primeros resultados de mis observaciones en el observatorio de sir T. Brisbane, en Makersloun, dice el autor, habia sido la ley de la variación ánua de la fuerza horizontal del magnetismo terrestre; ley que exije que la fuerza sea un máximo en la proximidad de los solsticios, y un mínimo bácia los equinoccios. He comunicado esta ley á la Asociación britá- nica en 184o, y ha sido confirmada por la discusión de las observaciones verificadas en Toronlo en 1842, y por los resul- tados de los otros años en Makersloun, en una Memoria leída á la Sociedad Real de Edimburgo el 5 de enero de 1856. Ha reci- bido también una nueva confirmación por los resultados de las 44 observaciones hechas en Munich por Mr. Lamonl desde 1848 á 1848. Las personas que se interesan en estas cuestiones, y han examinado la lámina 4.a que acompaña á la ya mencio- nada Memoria, deben haber notado las curvas simétricas y caracterizadas ( núm . 8) que representan el movimiento de la fuerza media diurna desde el principio de enero hasta fin de marzo de 1844. Ha debido llamarles la atención que Makers- íoun sea la única localidad en donde se han producido las cur- vas; ó por lo menos, que no haya otra en que se baya presen- tado cosa igual. La manifestación de la ley anua depende de tal manera de un imán permanente, de un instrumento que no se altera, y de observaciones correjidas con esmero, que debe parecer ménos extraño que se hayan obtenido resultados diferen- tes en este periodo. Como yo estaba convencido de que las curvas en cuestión representaban en realidad la variación diurna de la tuerza, deseé comparar atentamente las demás observaciones, á fin de poder demostrar hasta qué punto la ley se mantenía cons- tante en las demás localidades. Después de haber organizado de nuevo aquí el observatorio de S. A. el rajah de Travancore, y de haber establecido otro en el pico más elevado de nuestros Gathes, empecé el exámen de las observaciones hechas en Tre- vandrum en 1844 por mi predecesor el difunto Mr. Caldecott. Estas observaciones nunca habían sido correjidas de los efectos déla temperatura, y ni aun los coeficientes habían sido deter- minados ; y como, según mis primeras investigaciones, las ob- servaciones no me han parecido satisfactorias, he creído conve- niente prescindir de ellas. Sin embargo, habiendo vuelto á to- marlas en cuenta hace cerca de un año, y sometiéndolas á una de las más detenidas discusiones, he logrado determinar las correcciones necesarias, y he tenido la satisfacción de ver que los resultados en Trevandrum en 1844 estaban completamente de acuerdo con los de Makersloun. Hé aquí en qué términos anuncié este hecho en una carta escrita en Inglaterra á princi- pios de este año. «Los cambios relativos en la fuerza horizontal media son iguales en todo el globo; y los cambios diurnos de esta fuerza horizontal media, en diferentes puntos de la super- ficie de la tierra, son casi iguales, siendo la unidad en cada caso el valor total de la fuerza horizontal en este punto. En 45 oíros términos: los cambios de la fuerza horizontal media de un dia á otro están en la misma dirección en lodo el globo, y son proporcionales á las fuerzas horizontales en estos puntos, teniendo en cuenta el diferente efecto de la perturbación debida al período diurno y las diferentes direcciones del cambio secu- lar. He tratado de presentar en este pasaje una exposición ge- neral del resultado; pero voy á explicarme más detalladamente. La serie de las observaciones del Gobierno inglés ha confir- mado y extendido el resultado debido á Celsio y Graham, y también á Arago y Kupffer, de que las perturbaciones magné- ticas se advierten simultáneamente en puntos muy distantes entre sí; pero la conclusión no ha sido llevada más allá de los siguientes términos: Parece que aun respecto de las perturba- ciones moderadas de un elemento en una localidad, cualquier elemento que pudiera muy bien no ser el mismo, presentará una perturbación en otra localidad. Después de haberme cer- ciorado de la gran semejanza de las variaciones de la fuerza en Trevandrum y Makerstoun, no me era permitido poner en duda que se obtendria el mismo resultado con el auxilio de instru- mentos de mediana perfección en otras localidades. He empren- dido, pues, la discusión délas observaciones de Hobarton, isla de Van-Diemen, Cabo de fiuena-Esperanza y otros diferentes lugares. Como se trataba de obtener los coeficientes de tempe- ratura, y de correjir las observaciones por mi propio método, las reducciones han sido necesariamente dificultosas. He corre* jido primero las observaciones de Hobarton, y comparado sus valores mensuales medios en ambas estaciones, y he visto en- tonces no sólo que la ley ánua era la misma en las dos estacio- nes de Makerstoun y Hobarton, sino que los cambios de los tér- minos medios mensuales individuales seguían generalmente la misma ley en todo el trascurso de los años 1844, 1845, 1840, 1847 y 1848, á pesar de que la serie diurna de las observa- ciones en Makerstoun fué incompleta en los tres últimos años. Al parecer, los cambios seculares obedecen á la misma ley en una y otra estación, pero su valor es más alto en Hobarton que en Makerstoun. Esto puede verse comparando los términos medios mensuales en partes de la fuerza horizontal en las res- pectivas localidades en 1845. 46 184 5. Hobarton. Makerstoun. DIFERENCIA. Enero . 0,002565... 0,000948... 0,001622 Febrero . 0,003023... 0,001013... 0,002010 Marzo . 0,003227... 0,000988... 0,002239 Abril . 0,003206... 0,000890... 0,002316 Mavo . 0,003593... 0,001340... 0,002253 Junio . 0,003920... 0,001645... 0,002275 Julio . 0,003813 . . . 0,001572... 0,002241 Agosto . 0,003737... 0,001407... 0,002330 Setiembre. . . 0,003625... 0,001078... 0,002547 Octubre . 0,003982... 0,001161... 0,002521 Noviembre. . . . 0,004312... 0,001851... 0,002461 Diciembre. . . . 0,004472,.. 0,001895... 0,002577 Un examen de los términos medios que acabamos de pu- blicar, demuestra que siguen la misma ley en las dos estacio- nes, siendo la variación media del valor de la diferencia de mes á mes cerca de un diez mil de la fuerza total; cambio que se manifiesta por una variación de medio grado Fahrenheit en la temperatura del imán; y este valor comprende además las diferencias debidas á los diferentes cambios seculares y diferen- tes efectos de perturbación. No obstante, los números expuestos están lejos de dar una idea de la gran semejanza que existe en las variaciones mensuales medias en las dos estaciones; pero una prueba de su acuerdo es que he conseguido, después de haber proyectado las curvas ánuas medias de Hobarton y Ma- kerstoun, hacer constar que dos términos medios mensuales respecto de Hobarton, eran probablemente inexactos. Un exa- men de las observaciones impresas ha demostrado que el hecho era positivo, que uno de los términos medios mensuales pre- sentaba un error de cálculo, y que el otro error era probable- mente una errata tipográfica. El primero de estos errores era menor que dos divisiones de la escala, ó una cantidad que hu- biera sido producida por un cambio de 2o F. en la temperatura del imán. Como era de desear que se pudiesen comparar las variado- nes mensuales medias de una manera más minuciosa de lo que es posible hacerlo con los doce valores de cada año, lie combi- nado las observaciones de un modo un poco diferente del adop- tado hasta el dia. El plan ordinariamente seguido consiste en examinarla variación de mes á mes, en emplear únicamente los valores correspondientes á mediados del mes, ó las obser- vaciones medias del primero y último dia de cada uno de es- tos; y á fin de obtener con estos datos la ley de variación, las épocas de máximo y minimo; en proyectar los términos medios, haciendo pasar una curva al través de estos puntos ó por ellos; ó bien se consideran los términos medios como funciones déla línea de la longitud del sol, y se calculan los valores en dife- rentes épocas. Cuando sólo se desean resultados generales y se combinan los términos medios de un determinado número de años, así el uno como el otro de estos métodos parece suficien- te; pero ni el uno ni el otro basta cuando se trata de consignar los cambios de la fuerza, tales como existen respecto de breves períodos. A este efecto, he obtenido ios términos medios délas observaciones practicadas desde el l.° hasta el 28 de abril inclusive, del 2 al 29 y asi sucesivamente; de manera que si las observaciones hubiesen sido hechas todos los dias de la se- mana, se obtendría de este modo el término medio mensual que corresponde por su punto medio á cada uno de los dias de cada mes, puesto que cada período comprende una lunación. Hé aquí el resultado que he obtenido. Los valores medios men- suales de la fuerza horizontal del magnetismo terrestre en Ma- kerstoun, Hobarton, Trevandrum, etc., obedecen á la misma ley; las pequeñas variaciones de los términos medios mensuales son iguales en todas las estaciones; pero la extensión relativa de los cambios es algunas veces mayor, ya en un punto, ya en otro. De esta manera me he visto conducido á considerar las variaciones de la fuerza magnética diurna. En las observacio- nes procedentes de los observatorios coloniales se dan los tér- minos medios diurnos para cada dia astronómico de Goetlinga; en Makerstoun y en otros diferentes observatorios se ha em- pleado el dia civil de la localidad. Estos dos métodos tienen sus ventajas; pero un inconveniente del primero es que como no se ha hecho observación alguna los domingos, ha sido preciso 48 combinar algunas observaciones del sábado con algunas del lunes, para formar una con los seis términos medios diurnos en cada semana; de modo que un término medio diurno, entre cada seis, no es comparable con el término medio de ninguna de las demás estaciones no situadas bajo el mismo meridiano. No obstante, era evidente que, respecto de mis necesida- des, un término medio diurno de 24 observaciones horarias no era bastante, y que era preciso obtener un término medio diurno para cada hora, ni más ni ménos que como había ob- tenido un término medio mensual para cada dia. He combinado pues las 24 observaciones de media noche del sábado hasta las 11 de la noche del lunes como primer término medio de la semana; y desde la 1 de la mañana hasla las 12 de la noche, respecto del segundo término medio, y así sucesivamente. De este modo he obtenido 120 términos medios diurnos en cada semana. A pesar de esto, no me ha sido posible reducir y com- binar las observaciones respecto de un largo período, y me he limitado, por consiguiente, en lo relativo á los cambios de la fuerza media diurna á las G semanas que empiezan el 28 de junio, y terminan el 0 de marzo de 1844, período al cual per- tenece una de las curvas más simétricas trazadas en la ya ci- tada lámina 4.a He emprendido esta discusión respecto de G es- taciones comprendidas entre las latitudes 42° S. y Tóo° N., y he visto que los cambios de la fuerza media diurna siguen en su totalidad la misma ley en todos los lugares. La diferencia y la exageración en algunos movimientos, especialmente en las altas latitudes, dependen al parecer de los diferentes valores de la perturbación en los diversos puntos; pero las curvas se siguen unas á otras con tanta exactitud en su forma general (y muchas veces en sus más ligeras inflexiones), que si estas curvas de cada plano se nos presentasen separadamente, podría suponerse que era la misma. Los cambios repentinos, y aun con escasas excepciones, todos los puntos de inflexión se pre- sentan casi simultáneamente en el globo en los límites conside- rados. Parece que hay un período de cerca de dos dias y me- dio, ó cerca de 60 horas; pero esto no pasa aún de una mera hipótesis. Este período está señalado de una manera más sen- sible algunas veces en las inmediaciones del Ecuador, y algu- 49 ñas otras en las altas latitudes septentrionales; pero en ge- neral, Hobarton presenta movimientos un poco ménos exten- sos que las demás estaciones, lo cual puede depender de la época del ano. No puedo descubrir relación alguna entre estos puntos y la posición, ya del sol ya de la luna, y formar otra hipótesis que esta, que representan las variaciones de la inten- sidad de un imán lejano. Si se supone que un imán poderoso obra á larga distancia y por inducción sobre un imán más pe- queño, debe esperarse que la ley de la distribución del mag- netismo en el imán pequeño subsistirá intacta, y que la varia- ción de la fuerza del imán inductor se manifestará en el imán inducido. Si la fuerza es pequeña comparativamente á la fuerza propia del imán inducido, la variación debida á la inducción en un punto cualquiera, podria considerarse como proporcio- nal á la fuerza en este punto. Esta conclusión se aproxima mu- cho al resultado de esta discusión. La extensión total de la curva de febrero de 1844 puede ser representada próximamente por 11 en Hobarton, por 1 24 en Trevandrum, por 13 en el Cabo de Buena-Esperanza y por 14 en Makerston, siendo en cada caso la unidad de 0,00014 de la fuerza horizontal total en la estación. Los valores de estas fuerzas son aproximadamente en unidades inglesas: 4,5; 7,8; 4,5; 3,4. Las fuerzas totales son aproximadamente: 13,6; 8,1; 7,6; 10,5. Los valores compara- tivos que expuestos quedan, no pueden ser completamente exac- tos, porque dependen del coeficiente- unidad de los instrumentos, que se supone determinado con la mayor exactitud, lo que en manera alguna es cierto en la mayor parte de los casos. Ade- más, en la teoría establecida es preciso recordar que la capaci- dad inductiva puede variar en los diferentes puntos del imán terrestre. Las diferencias en los movimientos medios son, sin embargo, pequeñas cuando se considera que la ley y la exten- sión de la perturbación varían con la latitud. Hay más^ y es que la constancia general de la curva en diferentes estaciones induce á inferir que la fuerza vertical, y por consiguiente la fuerza to- tal, como también la inclinación magnética, obedece á las mis- mas leyes. Las variaciones diurnas de la declinación magnética pueden suponerse debidas á dos fuerzas opuestas, que obran en ángulo recto con el meridiano magnético. Según la compa* TOMO X. 4 50 ración que he establecido entre los valores medios diurnos de la declinación magnética en Makerslon v en Hobarton, deduzco que la declinación media sigue igualmente leyes análogas, pues la extremidad N. de la aguja de declinación se mueve general- mente en la misma dirección en ambas estaciones. Las varia- ciones de la fuerza media diurna de hora en hora se advierten simultáneamente bajo todos los meridianos; y como ya he di- cho, parecen independientes de la posición del sol y de la luna. En los limites señalados puede, por lo tanto, decirse que la in- tensidad magnética de la tierra aumenta ó disminuye como un todo, y que no baja en un lugar para aumentar en otro. Estos resultados son muy diferentes de los de las variaciones de la fuerza media horaria. Esta varía con la latitud y la posición del sol (longitud y ángulo horario). La fuerza horizontal está en su máximo hácia el Ecuador un poco antes del medio dia, y en su mínimo á la misma hora en las altas latitudes. Si se su* pone pues que las variaciones de la fuerza diurna media son debidas, por ejemplo, a la fuerza variable del imán solar, de- bemos deducir que obra simultáneamente sobre el imán ter- restre por enlero, de modo que hay aumento ó disminución de la fuerza en todas partes al mismo tiempo. No obstante, esta hipótesis no explica la variación diurna, y puede suponérsela producida por un modo de acción enteramente diferente. He sugerido la idea de que estas variaciones son debidas á la ac- ción inductiva del sol, que encorva las líneas isodinámicas, la dirección de las líneas y de la inflexión que determina las épo- cas de máximo y mínimo. Es evidente que el resultado equi- vale á un movimiento de estas líneas; pero esta acción induc- tiva ¿es experimentada por la superficie de la tierra ó su at- mósfera? Este punto no ha sido aclarado aún. Creo poder de- mostrar de una manera satisfactoria, que la variación diurna no es debida al poder calorífico del sol, ya sobre la superficie dé la tierra, ya sobre su atmósfera, sino que puede muy bien ser debida á la acción magnética del sol sobre su atmósfera, lo cual me parece mucho más probable. Ya he anunciado en la carta de que he hablado más arriba, que esta variación diurna de la declinación magnética es menor en las inmediaciones del Ecuador, donde la aguja de inclinación es paralela al eje ter- 51 restre: creo que se averiguará igualmente que la variación diurna de la inclinación y de la fuerza es menor en las latitu- des medias, donde la aguja de inclinación es casi perpendicular al eje de la tierra. Resumen de las observaciones meteorológicas hechas en el Real Observatorio de Madrid en el mes de diciembre de 1859. Tan variables han sido en este mes el aspecto y estado de la atmósfera, que con dificultad se encuentran en los 22 pri- meros dias 4 ó 5 unidos por algún carácter común á la par que interesante. Revueltos y anubarrados, en efecto, los 3 pri- meros, limpios y tranquilos los 4 y 5, encapotados y también en calma los 6 y 7, y despejados de nuevo los demás hasta el 14 inclusive; de temperatura soportable aquellos, muy fríos los inmediatamente posteriores, gratos los comprendidos entre el 7 y el 10, y extremados, por opuestos conceptos, en las horas de sol y por la noche los 4 últimos; bajo el barómetro el día l.° y sólo 2 milím. mas alto el 14, después de haber pasado por un valor máximo de consideración el 9; como accidentes co- munes á la generalidad, apenas pueden mencionarse mas que las brisas constantes del N. N. E. y N. E., y las nieblas den- sas, bajas y oscuras que al amanecer y al fin de la tarde se extendian por el horizonte, desde el S. hasta el N. por el O., siguiendo las márgenes del Manzanares, y que nunca se disi- paron ó formaron, sin que al propio tiempo se notaran signos manifiestos de electricidad. Hasta los vientos fríos y débiles del N. E. , que hemos señalado como generales, faltaron en los dos primeros dias del mes, durante los cuales reinaron con bas- tante fuerza y variabilidad continua los del S. 0. y N. 0. Desde el clia 14 al 22 continuó anubarrada la atmósfera, fuertemente sacudida por los vientos del N. y 0. en los 15 y 16, y nebulosa en casi todos por los puntos y en los mo- mentos ya mencionados. Experimentó el barómetro en este in- tervalo repetidas oscilaciones, alguna notable, como la de 8,89 milím. en el dia 19; disminuyó la temperatura; y, abundando la humedad, menudearon con esto las heladas y escarchas; y tampoco faltaron señales eléctricas claras, en particular entre 9 y 10 de la mañana, y de las 7 á las 8 de la noche. En la ma- drugada del mismo dia 19 cayó una escasa capa de nieve, que se disipó á las pocas horas por completo, y en el 22 se observó un halo solar, como el descrito en el resúmen del mes anterior aunque no de tanta duración ni de bordes tan bien coloreados y definidos. Pasó el viento al S. 0. en el dia 23, y en el mismo rumbo se mantuvo en adelante; exlendióse una niebla general, espesa y húmeda; aumentó la temperatura, y su oscilación diurna se amortiguó considerablemente; descendió el barómetro, y em- pezó así un período de lluvias, nieblas y vientos que se ha con* servado hasta fin de mes con leves interrupciones. Desde el dia 28, sin embargo, la columna barométrica recobró su mo- vimiento en alza, calmóse el viento, y en las últimas horas del 31 se despejó la atmósfera, y pareció próximo un cambio favorable de temporal. Al empezar el año meteorológico de 1860 se ha tenido por conveniente alterar un poco la forma de este resúmen, de modo que, sin pasar de sus antiguos límites, resulte más completo y útil. Las abreviaciones que para esto y para facilitar su compo- sición en la imprenta se han introducido, son escasas y com- prensibles casi sin explicación; pero sépase, no obstante, que con los signos Am, Tm, Em, etc., se han representado las altu- ra medias del barómetro, las temperaturas y evaporación me- dias de las décadas del mes, juntamente con los resultados me- dios finales; y que las temperaturas, alturas, etc., máximas y mínimas, han sido observadas en los dias que van entre parén- tesis, y por el orden en que se hallan escritas. BAROMETRO. í .* década. 2.a 3." Am á las 6 m mm 707,44 ram 704,31 mm 706,37 Id. á las 9. 708,13 704,98 706,65 Id. á las 12 707,79 704,64 706,35 Id. á las 3 t 707,37 704,18 705,74 Id. á las 6 707,92 704,72 706,06 Id. á las 9 n > . . . 708,45 705.02 706,31 Id. á las 12 708,54 704,51 706,37 Am por décadas 707, 95 704,65 706,27 A. max. (dias 9, 12 v 30) 715,23 712,39 716,27 A. mín. (dias 1, 19 y 25) 698,21 693,84 690,54 Oscilaciones. 17,02 18,75 25,73 Am mensual » mm 706,29 » Oscilación mensual. . » 25,73 )J • S " década. j 0 0 * s. Tm á las 6 2°,0 -0o, 6 4\t Id. á las 9 3 ,5 0 ,3 5,0 Id. á las 12 7 ,5 4 ,8 8,1 Id. á las 3 t. . - 9 ,0 6 ,1 9,1 Id. á las 6 5 ,4 2 ,5 6,8 Id. á las 9 u . « 4 ,0 0 ,5 6,4 Id. á las 12 • 2 ,0 0 ,0 5,6 Tm por décadas 4°, 9 1°,9 674 Oscilaciones 18 ,7 16 ,8 20,4 T. máx. al sol (dias 10, 13 y 21) 31°, 4 28°, 2 19°,0 T. máx. á la sombra (dias 9, 12 y 28). 14 ,7 11 ,8 14 ,6 Diferencias medias 12 ,1 10 ,9 5,1 77 mín. en el aire (dias 5, 14 y 21). . -4o, 0 — 5°,0 - 5°,8 Id. por irradiación (dias 4, 14 y 21).. -8 ,8 —9 ,3 -10,3 Diferencias medias 3 ,8 ' 4 .3 2,3 Tm mensual » 4o, 5 )) Oscilación mensual » 20 ,5 » 84 PSICROMETRO» i .a década. 2.a 3.a 3. IclS í) 1X1 t • * • * * • e » • « J • « « • » » c • 89 88 93 Id. á las 9 87 84 92 Id. á las 12 74 7! 36 Id. á las 3 t. 71 m 85 Id. á las 6. 77 78 90 Id. á las 9 n. ................... . 81 77 91 Id. alas 12. ................... . 89 80 94 ffm por décadas. ................. 81 78 90 IX! 0FlSllcile«>e®©eí>©©ooe e»e«oo»oc )> 83 » Em por décadas E. máx. (dias 2, 15 y 22). ........ . mm 1,2 i!im 1.8 mm 0,5 2,6 2,7 1,2 E. min. (dias 7, 20 y 27). ......... 0,7 1,2 0,0 Em mensual .................... iirrTiin iiiti TinuTr .nri fft«MM~fiTTi'~iTiTr-ir irrt-rir mrTif nn - J3 mm 1,2 )) awassasaBs®» Dias de lluvia. Agua total recogida . ............... Id. en el día 25 (máximum). 5 . . . . 30mm,2 . ... 19 ,t ANEMOMETRO Vientos reinantes en el mes » N 38 s kw'£6&d9e¿S9*J06 19 N. N. E. 124 S. S. 0.» 59 N E 1 \ • J-J • ®«©«9 O CP •■sw | 4 de la tarde. 1^ 13 ¡3 • i . 03 I '■S B cu> E 'xd I GSJ OiO©íOO<^COCO— 1 <20 ©5 Í3 '¿SCO i s" ' ~ " *“ " “ 1 a s i MOMH¿íC}~C5 S© 50 CS CO ©1 ©1 ©í 5© 13 13 13 | cd § C3 £©O©J0©©I^S5l^. C© ©I 1-t ^3 O I a a a Í crJ 8 0 s «©^—^oo^r^©!©! i OD C© ©3 5© ©1 ©1 ©1 ©3 13 13 r-. 1— 1 00 rt s feo es o T3 1- O ©- •es > "3 «3 ¡*¡ .- •© -é a rt cí a j;s C/3 ©¡ a £ ™ £=»( w 3* 1— es S ’P ■a «es !> *“> es ™ -2 g ©> .5 es 53 feO es ~o , • *«( © a O <33 S 'O es ' m O *-£ a a ca 00 -a a eS a ‘ a C/2 03 £ 3S ©3 ® 13 O « as «3 O O +5 ■*-* O g a ¿ es co -5 % :©¿ : | £gg~ 3| F “ S — "O ^_u a —> „ co c© . © rr^ 3 _ «5 « a ©=,2 _« ^ 12 o « fcrS ^ feo a ase-- “ c © r> s a o 3 S £ -3 O _ „ a a a O 13 £*•> . ® 0“ — < o.1” a ^ en — ^ a £ fe j © © S-™ M ¿ H H K2 -sí ^ ü _, r»~< 2§2«gg® © <33 o © a ” o» «3 o. * 2° ^ co g*0 feC° .2 2W £s3 ® O Ti cé a o ft o3 > w o feH +3 O a > fá f-H Ph Nota. La temperatura media deducida de seis observaciones diarias en los termómetros colocados en la torre, fué de 2i®,7’ en el observatorio, de 28°, i. Las temperaturas máxima y mínima han sido: la máxima de 81°, 6, la mínima de 2í°,2.=Habana 1.® de octubre de 1859. Nota. La temperatura media deducida de seis observaciones diarias en ios termómetros colocados en la torre, fué de 26°,2; en el observatorio, de 27VL Las temperaturas máxima y mínima han sido: 3a máxima de 30°, 7; la mínima de 21°,5.=Habana l.°de noviembre de 1859. Por la Sección de Ciencias Físicas, Camilo de Yela. Id. hechas en el mes de octubre de 1859 fiEOLOfilA, Depósitos silurianos de la Noruega , de las provincias bálticas y de la Rusia , comparados con los de Inglaterra; por Mr, Murchison. * (L’lnstilut, 29 setiembre 1 808.) Se ha propuesto este autor comparar los depósitos siluria- nos de Inglaterra con los descritos en Noruega por Mr. Kjerulf, y en las provincias bálticas y en Rusia por Mr. Schmidt. Creemos interesante reproducir íntegro el dictamen de Mr. de Archiac, en razón de la generalidad de consideraciones que pone de manifiesto. Hé aquí dicho dictamen. aDesde 1834 Mr. Murchison consideraba las rocas esquis- tosas y arenáceas de la parle occidental del Shropshire, y de- signadas con el nombre de Stiperstones, como constitutivas de la base real del sistema siluriano; y en estos últimos tiempos encontró fósiles que las unen íntimamente con las capas de Llandeilo, colocadas inmediatamente encima. En Noruega, se- gún las investigaciones de Mr. Kjerulf, las capas silurianas fosilíferas más bajas son los esquistos aluminíferos de las in- mediaciones de Christiania, en las que se encuentran con los trilobites, mirados como exclusivamente propios de este hori- zonte, el orthis calligramma y el didymograpsus geminas , per- tenecientes á los estratos de Llandeilo, en Inglaterra. De ma- nera, que ni en Noruega ni en el Shropshire puede trazarse una línea divisoria, ni física ni zoológica, entre ese primer ni- vel de fósiles, llamado dalles á lingules , stiper-slones ó esquis- tos aluminíferos , y los esquistos de Llandeilo colocados encima 88 de los que pasan insensiblemente dichas rocas, debiendo le» nerse por parte integrante de ellos. » Considerando luego la variedad de sus formas orgánica8 descritas por Mr. Barrande, en la serie siluriana de la Bohe- mia, donde cada división tiene sus fósiles particulares, y com- parándolas con sus equivalentes de la zona siluriana del N. de Europa, Mr. Murchison no puede admitir una nueva clasifi- cación de esas rocas paleozoicas inferiores, que consiste en su- primir del grupo tan natural en que al principio lo había colo- cado, lo que Mr. Barrande llama la fáuna primitiva; sin que este último sabio haya pretendido, sin embargo, ver en ello otra cosa que el término inferior del mismo sistema; porque en Bohemia dicha fáuna forma parte de él con la misma razón que los stiper-stones en el Shropshire. • • «Hácia la mitad del sistema siluriano de Inglaterra se en- cuentra una zona particular distinta de laque está encima y debajo por la abundancia de los pentámeros, y especial- mente de ios p. oblongas et lens. Mr. Murchison designa ac- tualmente esta zona, que encierra en su parte inferior fósiles del piso de Caradoc y en su parte superior fósiles del de Wenlock, con el nombre de capas de Llandovery ( Llandovery rocks ). La parte superior, que se encuentra sola en las locali- dades tipos del Shropshire, del Herefordshire y del Radnors- hire era ya conocida con el nombre de asperón de May-Eill. En el Mediodía del país de Gales, donde las dos partes existen á la vez, hay transición de una á otra, y la semejanza de sus fósiles debe hacerlas considerar como partes de una división natural, destinada á poner en relación el sistema siluriano inferior con el superior. »La importancia de este carácter se halla confirmada por el exárnen de otros países. Así es que en Escocia las rocas para- lelas á los asperones de Caradoc pasan, al parecer, sin la menor discordancia á la zona de los pentámeros, llena de p. oblongas con el atrypa hemysphcerica y el phacops stokesü de la caliza de AVenlock, base del sistema siluriano superior. En Noruega, donde la serie entera es perfectamente concordante en toda su altura, á pesar de la presencia de las rocas ígneas y délas dis- locaciones ocasionadas por ellas, la zona de pentámeros señala asimismo, como también sucede en la Esthonia, la línea inter- media de un sistema de capas perfectamente continuo. »Si los depósitos silurianos de la Suecia y Noruega presen- tan esta completa concordancia en la parte inferior del sistema, ios de Esthonia ofrecen una no ménos exacta de su parte supe- rior con los de Inglaterra. Las observaciones de Mr. Schmidt demuestran por primera vez de una manera concluyente, todas las subdivisiones naturales en una parte considerable de la Rusia; y en la Esthonia, en particular, las relaciones de toda la serie de Inglaterra, desde las capas de Llandeilo hasta las últimas de Ludlow, son asimismo muy notables. Encima del horizonte de los pen lameros ó de Liando very, el piso de Wenlock es enteramente distinto como en Noruega, y los fósiles de la hilada más alta, que encierra grandes crustáceos del grupo de los euripíerides, con la Ungula cornea y el trochas cliciles, caracterizan también las rocas de Ludlow, del Occi- dente de Inglaterra. »La analogía observada entre estos depósitos de las regio- nes distantes del N., y los de la misma edad del último país, es aún más notable cuando se oponen el poco grueso y la uni- formidad délos caracteres petrográficos de los primeros al gran desarrollo y á la variedad de los segundos. Las rocas siluria- nas de las Islas Británicas, de muchos miles de metros de grueso, y que contienen esquistos, arcillas esquistosas, conglo- merados, asperones, cuarcitas, calizas y grauwackas con rocas ígneas subordinadas, están representadas, en las provincias bálticas de la Rusia, casi únicamente por calizas que pasan unas á otras, y cuyo grueso total apenas llega á 650 metros. A pesar de esta débil potencia relativa de los depósitos paleo- zoicos inferiores de la Escandinavia y la Rusia, encuéntrase en ellos de abajo arriba la misma sucesión de seres orgánicos que en Inglaterra, en los Estados-Unidos y en el Canadá. «Sabemos además por los trabajos de Mr. Yerneuil en e! Mediodía de Europa, de MM. Barrande en la Bohemia y de MM. de Kevscrling y Grunwated en el Ural oriental, que los depósitos silurianos de estas diferentes regiones, si bien con- servan los principales tipos genéricos del sistema, presentan, sin embargo, ciertas diferencias especíticas que denotan ha- GO berse formado en mares separados ó en cuencas diferentes; pero lo que Mr. Murchison ha querido especialmente poner de manifiesto, es que en la zona siluriana del N. de Europa, las capas inferiores medias y superiores, llenas por todas partes de fósiles característicos, forman un conjunto natural continuo é indivisible. Y bien se considere este bajo ei punto de vista de sus rocas, ya bajo el de los restos orgánicos, se reconoce que á pesar de su escaso grueso es tan completo y se comprende más fácilmente que los depósitos equivalentes, tan variados, pode- rosos y tan dislocados frecuentemente en las Islas Británicas. Estas conclusiones de Sir R* Murchison son de gran impor- tancia para la historia del terreno paleozoico; pero además, si se trae á la memoria lo que hemos dicho de las fáunas secun- darias, se hallará una terminante confirmación de los princi- pios que de ellas hemos deducido. En efecto, resulta de estas diferentes consideraciones, que la sucesión de los seres orgá- nicos en el tiempo es independiente á la vez del grueso de los depósitos, de sus caracteres mineralógicos, de la mayor parte de las circunstancias físicas que determinan sus accidentes, y por último, de casi todas las causas exteriores que actualmente pudiéramos apreciar ó suponer. Habiéndose presentado en to- das partes las modificaciones en el mismo orden y casi en el mismo tiempo, nos vemos insensiblemente conducidos á atri- buirlas á una ley propia é inherente al mismo organismo, (Por la sección de Ciencias Naturales, Camilo de Yela.) f)1 VARIEDADES. Estrellas fugaces de octubre d noviembre de 185 — Segunda parte del Catálogo de las bólidas observadas desde setiembre de 1853; por Mr . Coulvier-Gravier. Todos los años presento, dice el autor, los resulta- dos de mis observaciones de estrellas fugaces de los últimos dias del mes de octubre y quince primeros del de noviembre, con objeto de que se pueda juzgar de la marcha del número horario de los mismos meteo- ros en la citada época del año. Son el de 1859 los siguientes. } ™ ¿ i. fC co G*» C/3 Vi eo -c ‘v> C iracion c la ohsoi vacioo. imero c estrellas. “S en' a © = * compuesta de un término constante A y de la su- ma a de cuatro términos, variables con el tiempo, multipli- cada por un factor constante B , expresando cada término de estos la acción de uno de los cuatro planetas tal cual acabamos de definirla. Reduce á tabla del factor variable « tomando para argumento el tiempo t, y parte de ella la representa gráfica- mente. Esta figura demuestra claramente que Júpiter desem- peña el principal papel en la curva, que Saturno ocasiona cor- tas alteraciones, bien de la altura de las undulaciones, bien de la posición de sus puntos más altos y bajos, y que la Tierra y Venus originan también ligeras variaciones. Para poder comparar de un modo más concluyente su fór- mula con las observaciones, usa AVolf todas las de Schwabe y las suyas, que le dan una serie continua de 33 años de obser- vaciones, de 18 26 á 1858. Primero por tanteos, y luego por el método de las ecuaciones de condición y de los mínimos cua- drados, determina los valores más probables de las constantes A y /i, resultantes del conjunto de las observaciones. En se- guida calcula, mediante la tabla, los valores de Á-\-Ba , á fin de compararlos con los directamente provenientes de las obser- vaciones, representando ambos por curvas también. La con- cordancia general de la marcha de estos resultados propende á indicar positivamente una influencia real de los planetas en el desenvolvimiento de las manchas del sol, aunque suelen presentar discordancias notables los valores observados con los calculados. Propónese el autor trabajar de nuevo este punto, con objeto de resolverlo más completamente. La curva resul- tante del cálculo, mediante la tabla, darla 11,8 años para du- ración media del período; esto es, un valor igual casi al de la revolución sideral de Júpiter. Vuelve á tratar AA-olf en otro trabajo de la comparación del período de las manchas con el de las variaciones magnéticas. Designando por « el numero que representa cada año el estado relativo de las manchas en el disco del sol, y por £ la variación diurna media de la declinación de la aguja imantada horizontal en el año, deberá ser, si Q y a siguen una misma ley, 6=A+lte, siendo A y B cantidades constantes. 68 Sentando el autor, según sus principios, ecuaciones de con- dición entre estos elementos, tomando para variaciones de la declinación magnética las observadas en Gotinga y Munich del año 1835 al 1850, y reduciendo las de la primera estación á la segunda, obtiene por el método de los mínimos cuadrados, mediante las observaciones de manchas, el valor siguiente en minutos de grado : £= 6f, 203+0', 751*. La comparación de los resultados de esta fórmula con los valores observados de las variaciones magnéticas, da sólo cortí- simas diferencias, de ménos de 1 minuto siempre. «¿Quién pen- cara, hace pocos años, observa Wolf con este motivo, que » fuera posible deducir un fenómeno terrestre de observar las » manchas del sol ?» Examinadas también por el autor las observaciones de va- riaciones diurnas de la declinación magnética hechas en Praga y en Kremsmunster del año 1851 al 1858, ve confirmada la identidad de su marcha con la de las manchas, y manifiesto con toda claridad en particular 1 mínimo de variaciones mag- néticas correspondiente el año de 1856 al de manchas. Parece que las variaciones diurnas de la declinación magnética pre- sentan igual período en toda la tierra, y que lo mismo sucede con las de la inclinación y de la intensidad, según los trabajos de Lamont, Sabine y Hansteen. Cita Wolf una carta intere- sante que le escribió este último en marzo de 1859, confir- mando el hecho respecto de la inclinación y la intensidad, se- gún sus observaciones de unos 25 años. Las épocas de máximo y mínimo son iguales á las de las manchas en cuanto á la de- clinación é inclinación, é inversas respecto de la componente horizontal de la intensidad magnética. Trata asimismo Wolf de otra cuestión concerniente á las manchas del sol, la de su influencia en las temperaturas de la superficie de la tierra. Guillelmo Herschel el siglo pasado y Gruithuisen el presente hallaron que la abundancia de man- chas correspondía á calentamiento de la tierra. El año de 1844 demostré, dice Gautier, con arreglo á series de observaciones termoméfricas anuales verificadas en suficiente número de es- 69 (aciones de Europa y América, desde el de 1826 en que co- menzó Schwabe las suyas de las manchas del sol, que si no era decisivo el conjunto de sus resultados, no confirmaba pol- lo menos la opinión de Herschel y Gruithuisen. Habla Arago de este punto, yen el capítulo 27 del libro 14 de su Astronomía popular ((orno 2, página 179), dice que los resultados desús trabajos, sacados de elementos observados en Paris, más bien indican una influencia frigorífica de las manchas los años del 1826 al 1851. El P. Secchi ha probado con experiencias direc- tas y delicadas hechas en Roma, que la aparición de manchas ocasiona con efecto algún enfriamienlo de los puntos terrestres expuestos al sol. Hoy, que merced á los trabajos de AVolf, se sabe que ha existido el período de las manchas desde el siglo XVII, y que Maedler y Dove han examinado la marcha de las tem- peraturas terrestres desde épocas antiguas en varias estaciones, y especialmente en Berlín, estamos al parecer en mejor dispo- sición para sacar resultados concluyentes de comparar ambas clases de efectos. Ha considerado aparte XVolf para diversas épocas, y por grupos de á 3 años consecutivos, los años abun- dantes, medios y pobres en punto á manchas, desde el de 1760, así como las temperaturas medias anuales de Berlin, que res- pectivamente les corresponden, y todo lo presenta en una ta- bla. Saca un resultado singular, y es que del año 1760 al 1802, ó en la época considerada por Herschel, fueron algo mayores las temperaturas medias los años ricos de manchas que los po- bres, mientras que del año 1803 al 1847 sucedió lo contrario. Los términos medios generales dan, es cierto, una ligera eleva- ción de temperatura los años en que hubo ménos manchas res- pecto de aquellos en que hubo más; pero no pasa de 13 centé- simas de grado de Reaumur a! año, y los años medios en punto á manchas corresponden al máximo de temperatura en aquella época y al mínimo en esta. Los años del 1778 al 1789, muy irregulares en el período de las manchas, puesto que por dos veces cayó el año del máximo real de manchas en el del míni- mo medio, no se ve que influyera esto en las temperaturas ter- restres. De aquí infiere Wolí que en caso de que las manchas del sol ejerciten alguna acción en las temperaturas de la super- ficie de la tierra, es sobrado reducida para manifestarse en las 70 medias anuales, y que no cabe por tanto de ningún modo ex- plicar por diferencias de temperatura la correspondencia real existente entre dichas manchas y el magnetismo terrestre. Termina Wolf enumerando cierto número de obras manus- critas ó impresas que contienen algunos documentos tocantes al cuerpo del sol y á sus manchas. Esta especie de catálogo razonado, ó de literatura bibliográfica, como dicen los alema- nes, consta ya de 130 artículos. En otro escrito insería Wolf el resultado de la comunica- ción que le pasó el profesor Planlamour, incluyéndole la lista de las manchas del sol observadas en Ginebra por Santiago Andrés Mallet del año 1773 al 1780, sacada de los registros del mismo astrónomo. Los detalles referentes á la aparición de manchas en el citado intervalo de tiempo confirman las obser- vaciones de Staudacher, y son preciosos por cuanto correspon- den á la época irregular arriba mencionada, no habiendo pa- sado de 8,7 años el intervalo entre los mínimos de 1775,8 y 1784,5, mientras que trascurrieron 14,5 años de este último mínimo al siguiente. Lamont, director del observatorio de Bogenhausen, junio á Munich, envió también á Wolf registros manuscritos de observa- ciones meteorológicas del profesor de Ratisbona Heinrich, en las cuales se ven indicaciones de apariciones ó faltas de manchas los años del 1781 al 1818. Buvs Ballot, profesor de Utrecht, le mandó extractos de los manuscritos de Tevel, platero de Middelburgo, mero aficionado á astronomía, quien el mes de abril de 1816 comenzó con un anteojo de 125 á 1 80 veces de aumento á observar manchas y dibujarlas, prosiguiendo hasta fines de 1819, y luego con intervalos del año 1824 al 1836. Ana- lízalos Wolf. También cita una extensa colección de observacio- nes de la misma clase, hechas en Copenhague del año de 1738 al 1776 por el astrónomo Christian Horrebow. Cuando los ingle- ses bombardearon á Copenhague el año de 1807, se quemaron muchos registros astronómicos, aunque existen los de 1761, y de 1764. á 1777; en el número 1193 de las Ástron. Nachrich- ten se insertó un extracto de estas observaciones y de sus re- sultados, escrito en latín por Thieíe. Entre otras cosas se ve queel año de 1775 y el de 1776 entrevio ya Horrebow la exis- 71 tenciá de un período en la aparición de las manchas; y de no haber fallecido el último año, es probable que hubiera quedado consignado el hecho desde entonces. Las observaciones de Horrebow indican mínimos de manchas el año de 1760,1 y el de 1773,5, y un máximo el de 1769,8. Difieren poquísimo es- tas épocas de las adoptadas por Wolf, que respectivamente son 1765,5, 1775,8 y 1770,0. * Hablemos -ahora de las publicaciones recientes de Carring- ton tocantes á las manchas del sol. Desde fines de 1853 se de- dicó este astrónomo á observar diariamente las manchas con una ecuatorial de Simms puesta en su observatorio de Redhill, cerca de Londres, determinando micrométricamente con exac- titud la posición de cada mancha en el disco del sol, y dibu- jando la configuración délas manchas y de los grupos de ellas. Al cabo de 5 años de observaciones asiduas, con singular es- mero verificadas por él y por su ayudante Simmonds, esperaba poder presentar á la Sociedad astronómica, de la cual es uno de los secretarios, los resultados de una discusión algún tanto completa de tal serie de observaciones; pero un duelo de fami- lia vino á interrumpir sus trabajos cien tilicos, y á ocuparle forzosamente en otras cosas por bastante tiempo. Pudo, sin embargo, pasar á dicha Sociedad en las sesiones del 12 de no- viembre de 1858 v 14 de enero de 1859 dos comunicaciones •/ interesantes acerca de algunos resultados deducidos de sus ob- servaciones. Intitúlase la primera Sobre la distribución en latitud de las manchas solares desde principios del año de 1854. La acom- paña una carta que representa gráficamente la posición de las manchas en longitud y latitud durante 60 rotaciones del sol sobre sí propio, del año 1854 al 1858, en escala de 1 pulgada por 10 grados para la latitud y de 1 por revolución para la longitud. Con este motivo manifiesta Carringlon un hecho no- table, no señalado hasta el dia. ' ' ■ : • En los dos años precedentes al último mí nimo de manchas, en ; febrero de 1856, estaban situadas en unaíaja ecuatorial del disco del sol, no traspasando ninguna los límites de 20° de latitud r al N. y al S. Pues desde dicha época del mínimo cesó repen- tinamente por lo contrario, la serie de manchas ecuatoriales. } 72 apareciendo otras en dos fajas situadas entre 20° y 40° de la- titud á uno y otro lado del ecuador solar. Fueron muchísimas en estas dos fajas nuevas, mientras escasearon en la ecuatorial. Piensa el autor que al tiempo de escribir su comunicación pro- penden las manchas á acercarse otra vez al Ecuador. Menciona al efecto una Memoria del Dr. Peters, quien después de haber residido algún tiempo en Ñapóles, está ahora en América de agregado al nuevo observatorio erigido en Albany, eslado de Nueva- York, á expensas en gran parte de una señora, cuyo nombre lleva, Madama Dudley. Versa dicha Memoria sobre observaciones de manchas verificadas por Peters de setiembre de 1845 á octubre de 1846; contiene 813 posiciones de 286 manchas, con una carta que las representa. Como á principios de 1844 hubo un mínimo de manchas, correspondía la época de las citadas observaciones á una reaparición más abundante, y advierte Carrington que sus posiciones se parecían á las que últimamente tuvieron; esto es, que sus límites en latitud eran 40° al N. y 30° al S., con una faja ecuatorial escasísima de manchas, comprendida entre 8o al N. y 5o al S. La única diferencia consiste en que los años de 1845 y 1846 su- cedió á la parte del N. la preponderancia de actividad en punto á aparición de manchas, mientras que ahora sucede á la del S. Es probable que las observaciones más antiguas de Soemmering y otros proporcionen algunos dalos más acerca de tales cambios de posición de la región de actividad de las manchas. Dice Carrington que importará examinar si dichos cambios influyen ó no algo en las variaciones del magnetismo terrestre. Al apreciar Wolf el referido curioso resultado de los traba- jos de Carrington, lo ve confirmado en una Memoria publicada en Viena el año de 1852 por Boehm, que trata de las manchas y la rotación del sol. Comprueba con efecto, según las obser- vaciones hechas por este autor del año 1833 al 1836, que la latitud media de las manchas fué respectivamente, cada uno de dichos años consecutivos, 9o, 9, 25°, 0, 22°, 6 y 16°, 7; así pues, el año de mínimo 1833 presentó igual salto que el de 1856, siguiéndole también una vuelta gradual de las zonas de man- chas hácia el Ecuador. 73 La segunda comunicación reciente de Carrington a la So- ciedad astronómica versa sobre los cortos cambios graduales deposición que en latitud y longitud heliocéntrica experimen- tan las manchas, aparte de su movimiento de rotación con el sol; no cabiendo explicar tales cambios de posición por otros de forma, habiendo de atribuirlos á una especie de rozamiento contra la fotosfera ó cubierta luminosa del sol. A esta comunicación acompañan dos cartas litografiadas, representando una de ellas cinco casos observados por el autor, de haberse visto porciones de grupos de manchas irse sepa- rando gradualmente, y seguir apartándose más y más. Dibuja la forma y posición respectiva de dichas manchas en cada caso, y los dias que pudo observarlas. Otros dos casos observó después; y otro ejemplo se ve en la lámina 9 de la obra publi- cada el año de 1857 sobre este punto por Schmidt. Reconoce Carrington el derecho que asiste á Peters á reclamar la prio- ridad de publicación de la mencionada acción mutua, repul- siva, á lo que parece, entre los individuos que componen tales grupos de manchas. Sabido es también que Laugier advirtió ya que las manchas tenían movimientos propios, como lo dijo en un trabajo de que dió cuenta Arago á la Academia de Ciencias de París el 22 de noviembre de 1842. «De dos maneras, dice Carrington, cabe explicar mecáni- camente esta disposición divergente de las manchas. Consiste la primera en admitir que el centro de erupción, situado de- bajo de la fotosfera, esté entre las dos aberturas de esta, que dan margen á la apariencia de manchas oscuras, y que sus emisiones de materia expansiva, gaseosa ó lo que fuere, se ve- rifiquen oblicuamente; cuya explicación la corroboran mucho los casos, al propio tiempo observados, de haberse visto un grupo elíptico de muchísimos núcleos reducidos que lodos te- man las penumbras mirando háeia fuera. La segunda expli- cación se funda en la presión de la materia de la fotosfera, desalojada por la erupción de las manchas, y que al paso de ir menguando la fuerza emisiva, debe ejercitar una acción late- ral en los esfuerzos de la misma materia para recobrar su nivel general.» La segunda lámina representa algunas series de observa- n ciones de manchas redondeadas, cuya forma parecía venir al caso para determinar la duración de la rotación del sol, y cu- yas mudanzas de lugar irregulares en longitud indican un mo- vimiento propio que las hace derivar de su posición primitiva. La duración de la rotación adoptada es de 25,38 dias de tiempo medio solar. Dos manchas tuvieron su movimiento propio en sentido del aumento en longitud, y otras tres en el opuesto. Saca Carrington por término medio los resultados siguientes para las mudanzas de lugar propias diurnas de las manchas en minutos de grado, ya en longitud ya en latitud, según su posición respecto del ecuador solar. Latitud de las manchas. Número de manchas ob- servadas. MOVIMIENTO DIURN En longitud. O DE LAS MANCHAS. En latitud. 30° N 4 -25' +8' 1 s 4 —14 +1 8 14 + 8 -5 lí s.. 6 +10 —3 19 — 10 '1 29. u 8 -21 1 1 +4 Los valores de las mudanzas de lugar en longitud dan un exceso medio de retrogradacion de 9'; contando con él, saldría una mudanza de lugar sideral media de 14° 2r al dia, y una duración media de rotación de 25,052 dias. Este último valor es igual al sacado por Pelers; pero no concluye de aquí Car- rington que sea más exacto que el primero que adoptó, porque precisamente le ha de afectar el movimiento propio medio. De la tabla precedente resulta, que además del movimiento medio de rotación existe una corriente ecuatorial, que hace avanzar las manchas en el mismo sentido; mientras que en las latitudes N. y S., comprendidas entre 15° y 40°, parece que retrogradan las manchas en longitud, ó que avanzan con mé- 75 nos rapidez que la corriente media. Las observaciones de Pe- ters confirman plenamente estos resultados. Entre los paralelos 15°N. y S. se dirije hacia el Ecuador la corriente media en latitud, ínterin que más allá va hácia los polos en cada hemis- ferio. Pero son mucho mayores las mudanzas de lugar en lon- gitud que en latitud. Peters vio que la corriente en latitud se dirijia por lo general hacia el Ecuador, cuando antes habia visto Laugier lo contrario. Pudiera suceder que los puntos donde mude de signo la dirección de la corriente en latitud, fuesen diferentes en distintas épocas. «El efecto medio de la corriente en longitud, dice Carrington, es tal, que si hubiese deducido el periodo medio de la rotación de las observacio- nes del año de 1854 y 1855, hubiera salido de 25,11 dias, cuando la mudanza de distribución de las manchas en latitud representada en mi carta la daria de 25,9 dias. Aquí cabe inquirir si al tiempo de verificarse tal mudanza notable, no su- cederá otra por el estilo en las corrientes; pero no bastan to- davía los materiales qne poseemos para discutir con fruto seme- jantes cuestiones.» Advierte el autor en el resultado de sus observaciones cierta semejanza de distribución de las corrien- tes en la superficie del sol con las de los vientos en nuestro globo, como se ven representadas en la lámina 3 de las Ins- trucciones náuticas publicadas por el teniente Maurv, director dei observatorio de Washington. Lo dicho prueba á todas luces cuánto han ensanchado nues- tros conocimientos tocantes á las manchas del sol los trabajos de Wolf y Carrington, y de apetecer es que puedan continuar- los por largo tiempo. Al concluir estos renglones, debemos mencionar otros dos hechos concernientes al asunto de que hablamos. En el número de marzo de 1859 de las Monthly Notices se consigna la observación hecha por Birt con un anteojo acromá- tico de 13 pulgadas inglesas de luz, de una gran mancha que en el intervalo dei 28 de febrero al 3 de marzo habría efec- tuado cerca de una cuarta parte de revolución sobre sí propia, sin dejar de tener sil movimiento aparente ordinario en el disco del sol. El otro punto versa sobre la naturaleza de la fotosfera lumi- 76 nosa que rodea al sol. Sabido es que Arago dedujo de la falta de color, observada con su anteojo polariscopo en los bordes del disco del sol, que la sustancia inflamada que forma su contorno es gaseosa (Y. Astronomía popular , tomo 2, página 104). Wolf cita un trozo de una edición nueva del tratado de Astronomía de Juan Herschel ( Outlines of Astronomy, 1859), en el cual pone en duda este sabio astrónomo el hecho en que se funda Arago para sacar semejante conclusión; esto es, que los rayos que nos permiten ver los bordes del disco solar hayan salido de la superficie candente formando con ella un ángulo reduci- dísimo. ((Suponiendo, dice Herschel, que sea el sol un sólido candente, que no tenga su superficie más escabrosa que la tierra ó la luna, la luz que nos permite verle, bien el centro de su disco, bien hácia los bordes, debe ser una mezcla de rayos que salgan de la superficie local formando cualquier ángulo de oblicuidad posible, y en cualquier plano posible sin preferencia alguna.» «No cabe duda, añade Wolf, de que aparte de los hundimientos que ocasionen las manchas, no esté muy arrugada la fotosfera del sol, puesto que á una distancia tan enorme nos parece muy escamosa . Todo el aspecto de las man- chas parece corresponder sobrado ménos á una fotosfera ga- seosa, que á la que formase un líquido viscoso.» Sin pretender ni por asomo decidir una cuestión tan delicada, nos ha pa- recido conveniente exponer como de paso la opinión de ob- servadores tan competentes para discutirla con conocimiento de causa. Por la Sección de Ciencias Exactas, Camilo de Vela. CIENCIAS FISICAS. — -©©•■€►«« FISICA. Influencia del sonido de las campanas en la altura de la co- lumna barométrica; por Mr. Montigny. (L’Institut, -15 junio \ 859.) Mr. Carlos Montigny ha practicado recientemente en la torre déla catedral de Amberes cierto número de experimen- los, encaminados á comprobar de nuevo el hecho sentado ya por antiguas observaciones, de que el sonido ejerce una influencia muy apreciable en la columna barométrica, y á determinar las diferentes circunstancias que influyen en este fenómeno, y las particularidades que lo distinguen. Diremos antes de pasar adelante algunas palabras acerca de los antiguos experimentos hechos á fines del siglo pasado en Bruselas por Piggot y Engleíield, miembros de la Real So- ciedad de Londres. Estos experimentos se hicieron en la torre N. O. de la igle- sia de Santa Gudula el l.° de noviembre de 1773, durante el repique de la campana, cuyo peso está indicado en un estado de los pesos de las principales campanas de Europa como de 7186 kilogramos. Un barómetro de Ramsden liabia sido colocado á unos de la campana en el hueco de una ventana de la torre. Este barómetro permitía apreciar las alturas de la columna de mercurio aTg0 de pulgada inglesa, A fin de asegu- rarse de que las fluctuaciones del barómetro durante el repi- que no eran debidas á las oscilaciones comunicadas por la masa en movimiento á las paredes de la torre, y de estas al baróme- 78 Iro, se habla sujetado el badajo de la campana sobre sus pare- des por medio de un palo, de modo que se podía darle á arbi- trio la libertad de herir la pared metálica retirando el palo du- rante el vuelo de la campana. Así dispuestas las cosas, proce- dióse á anotar la altura del mercurio, y se vió en un experi- mento que era igual á 748mn\73i. «No experimentó variación alguna hasta el momento en que se desató el badajo, pues en- tonces el mercurio subió, y continuó experimentando una es- pecie de sobresalto cada vez que aquel hería á la campana.» Estas son las palabras de que se sirven los autores de los expe- rimentos. Pero no debe deducirse de esto que el mercurio se mantenía constantemente más alto, partiendo desde el instante en que se hizo oir el sonido, sino solamente que al pri- mer golpe del badajo el mercurio experimentó un desvio brusco en sentido ascendente, y así continuó durante cada golpe. Esto es lo que resulta de las medidas de la columna baro- métrica consignadas en su Memoria. En efecto, hemos dicho que antes del repique, Piggot habia visto que la columna baro- métrica era igual á 748mm,731. Durante el repique vió que no era sino de 748ram,502; diferencia en ménos de 0mm,229. Las medidas de Englefield han consignado fluctuaciones durante el repique, que han variado entre Omm, 254 y 0mm,153 en am- plitud, como lo demuestran estos números; en un caso: máximo 748mra,782, mínimo748mm,629; en otro caso: máximo748mm,833, mínimo 748ram,ó79. Las alturas han sido dadas por ellos en medidas inglesas, pero aquí se han reducido á medidas mé- tricas. Hablemos ahora de los experimentos de Mr. Monligny, que según hemos dicho, fueron hechos en la torre de la catedral de Amberes. La solidez de las paredes de este hermoso monumento, y el modo de suspensión de las campanas en una sólida armazón de maderamen que descansa sobre una bóveda de un piso inferior al de las campanas, hicieron creer á Mr. Montigny que no se podía suponer posible una comunicación del movimiento de la masa oscilante á las paredes de la torre. Creyó por tanto inú- til hacer mover ninguna de las campanas sin dejar en libertad el badajo. A cada experimento se suspendió libremente en la 79 pared ele la torre un barómetro de Fortín á la altura y á unos 2m de distancia de la campana. El primer experimento se ve- rificó cuando se echó al vuelo la campana mayor, cuyo peso es de 7274 kilogramos. Mientras duró su sonido, se observaron algunas débiles fluctuaciones del menisco de la columna baro- métrica, cuya altura era de 0mra,771. Estas fluctuaciones, que por otra parte eran tan circunscritas que fué imposible medir- las, se manifestaron sin regularidad, y sobre lodo sin ser acom- pañadas de sobresaltos desde el vértice del menisco, que ha- bían estado en relación con cada golpe del badajo, como lo observaron los experimentadores del siglo pasado. El experi- mento se repitió muchas veces con la segunda campana, cuyo sonido es un tono más alto que el de la primera, y se obser- varon fluctuaciones iguales, pero sin ser más extensas ni regu- lares; se hicieron sensibles por medio de un barómetro de Gav- Lussac, que se colgó al lado del de Fortín; y los movimientos fueron también poco aparentes. Por último, se procedió á las mismas observaciones con la tercera y quinta campanas, sin que se notara fluctuación alguna en la extremidad de la co- lumna barométrica. El sonido de la tercera campana, más fuerte aún, puesto que forma la tercera de la primera, es mucho ménos armonioso que el de las otras dos. La quinta campana es ménos poderosa, y su sonoridad responde á la cuarta de la primera. Mr. Montignv había ensayado hace algunos años el mismo género de experimento con la campana mayor de la ca- tedral de Namúr, después de haber tenido conocimiento de las observaciones de Engleftelcl. La mencionada campana, cuyo peso es de 4.000 kilogramos, y cuyo sonido es muy armo- nioso, no produjo ninguna influencia apreciable en el baróme- tro de Fortín. Los movimientos del barómetro observados bajo la influen- cia de las dos campanas mayores de la catedral de Amberes, han sido pues mucho ménos aparentes que la especie de flujo y reflujo medido por los observadores ingleses en Santa Gu- dula. Volveremos á hablar de estas diferencias tan pronun- ciadas. Mr. Montigny insiste en un hecho particular que se mos- tró una sola vez durante el toque á vuelo de la segunda cam- 80 pana. «La lente movible que me servia para observar el ba- rómetro ele Fortín, dice, habiendo experimentado fortuitamente un desvío rápido, advertí inmediatamente en la superficie del menisco un estremecimiento particular, en un todo diferente de las fluctuaciones de que acaba de hablarse. Si se recuerda un procedimiento expuesto por mí en un trabajo anterior, para hacer perceptibles los pequeños movimientos rápidos de la imágen de un objeto en la retina, procedimiento que consiste en imprimir simultáneamente un desvío general de la imágen, se concebirá que las vacilaciones rápidas de la lente, impresas regularmente después de la observación fortuita, hayan permi- tido distinguir trepidaciones que se sustraían á la simple vista. En efecto, he visto por medio de estas vacilaciones trazarse al punto la curvatura del menisco en líneas muy aproximadas y escalonadas, siguiendo la vertical, cuando las vacilaciones se verificaban en este sentido. Esta perceptibilidad duró lodo el tiempo en que la campana se hizo oir, cesó momentánea- mente cuando se dejó de tocarla á todo vuelo, y volvió á pre- sentarse á cada uno de los últimos golpes de la campana. Du- rante el repique pude observar este género de trepidación sin la interposición de la lente vacilante, imprimiéndole única- mente á la cabeza un desvío rápido en el sentido vertical. Este fenómeno es esencialmente distinto de las fluctuaciones de la superficie del menisco, observadas por Piggot y Englefield: estas se efectuaban lentamente y con cierta amplitud, puesto que aquellos consiguieron medirlas, al paso que las trepida- ciones del menisco que he observado proceden de las vibracio- nes longitudinales que ia columna de mercurio experimentó aquel dia bajo la influencia del sonido de la segunda cam- pana, porque la longitud de esta columna estaba en relación con el tono del sonido, como vov á demostrarlo.» «Concebiráse fácilmente que las vibraciones de la campana, trasmitidas por el aire al mercurio de la cubeta, tiendan á ex- citar vibraciones longitudinales en la columna de mercurio. Como un tubo de cobre encierra el tubo de vidrio del baró- metro de Fortín, las trepidaciones del menisco no pueden atri- buirse á vibraciones trasversales del tubo de vidrio. Por lo demás, si así fuese, las trepidaciones del menisco se habrían 81 reproducido en otras alturas del mercurio bajo la influencia de la misma campana, lo que no he observado. Las vibraciones longitudinales, excitadas en una columna de mercurio sostenida en el tubo por la presión atmosférica, deben propagarse como en una varilla metálica libre en sus dos extremidades. Si designamos por l y p la longitud y el peso de la columna, por# la gravedad, y por q un coeficiente constan- te, el número n de las vibraciones longitudinales que la co- lumna es capaz de experimentar en la unidad de tiempo, se expresa en la siguiente fórmula (1), El coeficiente q representa la fracción en la cual el de- nominador c es aquí el coeficiente de la compresibilidad del mercurio á una presión p ejercida en la superficie s de la co- lumna líquida. Según los recientes experimentos de Mr. Gras- si (2), c=0, 00000295 respecto de una presión de una atmós- fera, lo que da á p el valor de lk, 033X5. Si se designa por d la densidad del mercurio, se tiene p=l. s . d. En el momento de la vibración de las observaciones longitudinales, en la extre- midad de la columna barométrica su altura era de 0m,7604 á 4o. Si se atiende á los diferentes valores indicados y á los de g — - 9 m , 8 i , d= 18,59, dedúcese de la fórmula precedente: 381. Este es el número de las vibraciones longitudinales que una columna de mercurio de 0 m , 7 6 , libre en sus dos extremidades, sería capaz de experimentar. Veamos ahora si este número está en relación, ya con el sonido fundamental de la campana, ya con uno de sus sonidos armónicos. El sonido fundamental de la segunda campana de la cate- (1) Mecánica de Poisson, §. 496. (2) Cours de Physique de Mr. Jamin, (orno í. TOMO X. 6 82 d ral de Amberes es un poco más bajo que el la >x de la segunda octava inferior á la del diapasón que me ha servido en esta comparación. La evaluación del número exacto de las vibra- ciones del la del diapasón se presenta incierta á causa de la elevación progresiva de su tono en los instrumentos de música. Según los experimentos hechos por Savart en París, el la del diapasón correspondia hace algunos años á 880 vibraciones. Recientemente Mr. Lissajoux ha demostrado que el la de la Grande Opera de París da 898 vibraciones por segundo, siendo más alto que el de la Opera Cómica. El la de la segunda oc- 880 4 :220, según el lava del diapasón está representado por 898 número de Savart, y por — =224,5 según el de Mr. Lissa- joux. Si el tono de la campana fuese exactamente el la x, sería 25 preciso multiplicar, como es sabido, por — el de los dos nú- meros anteriores, en el que sería preciso detenerse para obte- ner el número de vibraciones correspondientes al la * de la es- cala. Como el tono de la campana no pasa enteramente de un se- mitono más arriba del la, me atendré al producto 220X- — 229, en el cual figura el número deducido del la de Savart. La cifra 229 representa muy aproximadamente las vibraciones de la campana en cuestión . 3 Si multiplicamos este resultado por “.obtenemos 243, nú- mero que expresa las vibraciones de la quinta del sonido fun- damental. Aproximemos esta cantidad á las 331 vibraciones longitudinales que, según el cálculo, pueden producirse en una columna de mercurio de Gm,76 bajo la influencia de percusio- nes convenientes. Estos dos números difieren poco entre sí. Considerando al primero como bien determinado, haré obser- var que para obtener el número 331, ha sido preciso introducir en ios cálculos un elemento, el coeficiente de compresibilidad del mercurio c, cuyo valor preciso no está aún quizá bien de- terminado, á causa de la corrección dependiente de la extensi- bilidad de los depósitos de vidrio en que se verifica la compre- 83 sion del mercurio, corrección que es preciso introducir en el cálculo de la compresibilidad del líquido. Los recientes experimentos de Mr. Grassi y Mr. Werlheim están de acuerdo en probar que el valor de 0,00000503, asig- nado anteriormente por MM. Colladon y Sturm al coeficiente de compresibilidad del mercurio, es demasiado elevado. En mis cálculos he hecho uso del coeficiente 0,00000205, deter- minado por Mr. Grassi; pero si hubiese introducido en ellos el coeficiente 0,00000283 hallado por Mr. Werlheim, el cálculo hubiera conducido á la cifra 338 para expresar las vibraciones longitudinales de una columna de mercurio de 0m,76, lo cual hubiera aproximado además esta cantidad á las 343 vibracio- nes de la quinta del tono fundamental de la campana. En vista de estos resultados, puede admitirse sin el menor inconveniente, y sin establecer ninguna aproximación forzada, que en el momento en que se advirtieron las vibraciones lon- gitudinales en la extremidad de la columna barométrica, hubo una perfecta concordancia entre las vibraciones longitudinales de esta columna bajo la longitud 0m,76 medida, y las vibra- ciones del sonido de la campana. Pero se objetará tal vez que el sonido necesario á la pro- ducción de este efecto es la quinta, y no el mismo sonido fun- damental. A esta objeción responderé que un oido delicado distingue fácilmente muchos sonidos cuando vibra una cuerda, y especialmente una campana; y que entre estos sonidos figura 3 la quinta de la doble octava, ó sea — x2=3. Las vibraciones L longitudinales del mercurio que estaban en perfecta concor- dancia con la quinta se han hallado igualmente en concor- dancia con la quinta 3 que la campana hace realmente oir, pero sólo después de dos vibraciones sonoras. Importa mucho advertir que las vibraciones capaces de producirse en la columna mercurial, coincidieron en instantes muy próximos, no sólo con las de la doble quinta 3, sino tam- bién con las vibraciones del sonido fundamental y otros armó- nicos de la campana. En efecto, este tono fundamental y los sonidos armónicos están representados por la serie 1 , 2, 3, 4 84 3 Si intercalamos entre estos números la cifra — , que representa ¿i la quinta realmente concordante ó simpática con las vibracio- nes longitudinales de la columna 0m,7(>, y duplicamos todas las cifras de la serie, á fin de hacer desaparecer el denomina- dor de la fracción f , que de este modo se convierte en 3, ob- tendremos la serie : 2, 3, 4, 6, 8. Esta otra aproximación nos dice que si en un instante dado hubo coincidencia entre una primera vibración longitudinal del mercurio, y las vibraciones concomitantes del sonido funda- mental de la octava de este, de la doble quinta y de la doble octava, la concordancia perfecta se ha representado de nuevo entre las vibraciones del mercurio y las de los diferentes soni- dos después de tres vibraciones longitudinales; porque el so- nido fundamental de la campana había dado 2 vibraciones, su octava 4, la doble quinta 6, y la doble octava del tono funda- mental 8. De esto deducimos que las impulsiones vibratorias del sonido fundamental y de los armónicos de la campana coin- cidieron con las vibraciones longitudinales con arreglo á inter- valos de tiempo en extremo próximos, á propósito para excitar sin discontinuidad esas vibraciones en una columna de mercu- rio de 0m,76 de longitud. No he vuelto á ver las trepidaciones del menisco, ni aun con el auxilio de los medios de percepción indicados, en una observación posterior, bajo la influencia de la misma cam- pana; la altura barométrica había bajado á 0m, 756. Esta lon- gitud, que es visiblemente inferior á 0m,7604, no estaba ya en relación con los diferentes sonidos de la campana, respecto de las vibraciones longitudinales que el mercurio puede expe- rimentar. Apoyado en esta explicación, haré valer lo que se ha verificado relativamente á las vibraciones longitudinales del aire, en un tubo bajo la influencia de un cuerpo sonoro que vibra cerca del primero; si el tubo es largo y estrecho, no en- tra en vibración sino cuando su longitud es exactamente uní- sona de su inmediato. Las fluctuaciones del mercurio que se manifestaron de una manera tan caracterizada en los experimentos de MM. Piggot 85 y Eriglefield, pues su amplitud varió entre 0ram,153 y 254, difieren esencialmente de las trepidaciones de que acaba de hablarse. Las circunstancias enteramente excepcionales en que estas vibraciones pueden producirse, unidas á la rapidez de su sucesión, no me permiten considerarlas como causa de las fluc- tuaciones, que es lo que al principio me sentí inclinado á ad- mitir. Hé aquí, en mi concepto, la causa real de estos movi- mientos del menisco. La impulsión vibratoria, comunicada al aire ambiente por la parte de la pared metálica que recibe el choque del badajo, es mucho más intensa en el momento de este choque, que el movimiento undulatorio trasmitido por la resonancia de la cam- pana entre dos percusiones consecutivas del badajo. Es preciso admitir que una mayor parte de la fuerza viva que anima á este, se trasmite directamente al aire alrededor del punto de contacto al verificarse el choque; sólo una parle de esta fuerza viva se propaga por la masa metálica, en la que mantiene el movimiento vibratorio de las moléculas. Esta percusión del aire es perceptible en las campanas de gran tamaño. Sus efectos disminuyen rápidamente con la distancia; así es que el sonido de las campanas de nuestras catedrales, oido á largas distan- cias, se reduce á una especie de rumor en medio del cual ape- nas se distinguen las undulaciones producidas por los golpes del badajo. Admitidos estos hechos, fácil será comprender que á una pe- queña distancia de la campana, la especie de percusión del aire, en el momento del choque del badajo, haga sentir sus efectos en el mercurio de la cubeta, dando lugar á un aumento apreciable déla fuerza elástica de la capa de aireen contacto con aquella. De aquí debe resultar una elevación de la extremidad del me- nisco, que será capaz de medirse si las percusiones son bas- tante fuertes, y si, por otra parte, la disposición del barómetro permite á la columna mercurial ceder fácilmente á las varia- ciones de fuerza elástica del aire, muy pequeñas y de escasa duración (1). (l) Si se compara la mayor fluctuación medida por MM. Piggot y Englefield en la altura del barómetro, en el momento mismo, se obtiene la En vista de esto, compréndese sin esfuerzo ei hecho de la coincidencia de los saltos del mercurio con los golpes del ba- dajo en los experimentos de MM. Piggot y Englefield. He tenido ocasión de notar en el curso de mis experimen- tos, que la columna mercurial del barómetro de Fortín oscila difícilmente, aun en la extremidad del menisco, cuando en ella se provocan pequeñas oscilaciones por medio de la inclinación momentánea del tubo. (Esta inercia aparente reconoce por causa el estrechamiento de la parte inferior del tubo.) Hay, pues, mucho fundamento para atribuir en gran parle á la iner- cia del instrumento empleado, la poca amplitud de las fluctua- ciones observadas por mí. A fin de disipar toda duda en este particular, había dispuesto recientemente un barómetro de cu- beta ordinaria y de tubo ancho interiormente, en el momento en que sonaba la primera campana; pero los torbellinos de un viento muy fuerte afectaron la fijeza del instrumento, hasta el punto de despojar á los resultados observados de todo carácter de exactitud. QUHI1ACA. Fermentación alcohólica; por Mr. Berthelot. (L/Institut, 8 abril 18b7.) Se han juntado en un grupo común, y designado con el nombre genérico ele azúcares , todos los cuerpos susceptibles de experimentar fermentación alcohólica. El azúcar de caña es el tipo de dicho grupo y el término suyo conocido de más anti- guo; con posterioridad se han ido clasificando el azúcar de uva ó glucosa, el de cañas exlraido por los ácidos, el de leche que no se hace fermenlable hasta haber experimentado la misma fracción — , cuya mitad, ó , expresará el aumento de fuerza 2,950 5,900 elástica que el aire ha sufrido en la inmediación de la campana en las más fuertes percusiones del badajo. 87 acción de los ácidos, y por último, hace muy poco, la me- 1 i tosa. Todos estos cuerpos, sometidos á la acción de la levadura de cerveza, producen alcohol y ácido carbónico; bajo otras condiciones fermentan con generación de ácido láctico y butí rico. Son neutros, y su composición la representan el carbono y agua; finalmente, tienen todos ciertas propiedades generales, como las de unirse con las bases enérgicas, y destruirse con suma facilidad bajo la influencia del calor y de reactivos. En el curso de mis observaciones acerca de la síntesis de los cuerpos grasos neutros, he tenido que juntar con los azúca- res propiamente dichos gran número de otras sustancias, sepa- radas hasta ahora de aquellos por la falta de fermentación a! contacto de la levadura. La glicerina, manita, dulcina, etc., y los mismos azúcares, gozan efectivamente de propiedades co- munes de gran importancia: dichos cuerpos se unen con los ácidos, y forman unas combinaciones neutras análogas á los cuerpos grasos por todos sus caracteres; son los verdaderos al- coholes poliatómicos. Neutros como los azúcares verdaderos, y dotados de un sabor y solubilidad semejantes, la glicerina, manila, etc., se unen del mismo modo que los azúcares con las bases fuertes, y los agentes químicos las trasforman de una manera análoga; además tienen casi la misma composición cen- tesimal que los azúcares propiamente dichos, y se representan por fórmulas del mismo orden, siendo el carbono un múltiplo de 6. Sólo que al paso que los azúcares contienen hidrógeno y oxígeno en proporciones convenientes para formar agua, la glicerina, manita, etc., tienen un exceso de hidrógeno, diferen- cia que corresponde á una estabilidad mayor. Las analogías referidas me han hecho investigar sí era po- sible que la glicerina, manita, etc., experimentasen los mismos fenómenos de fermentación que manifiestan los azúcares pro- piamente dichos, y provocan principalmente en todos estos cuerpos la fermentación alcohólica. Y en efecto, he conseguido que fermente directamente la glicerina, manita, dulcina y sor- bina con producción de alcohol y ácido carbónico; sólo que esa fermentación va acompañada por lo general de un despren- dimiento de hidrógeno, lo cual es consecuencia de la composi- clon del cuerpo fermentable. También he provocado la fermen- tación láctica y la butírica en varias sustancias de las citadas. Si el resultado de estos experimentos es análogo á la fermen- tación alcohólica de los azúcares, las condiciones sin embargo son muy diferentes, bien bajo el punto de vista del mucho tiempo que exijen, bien bajo el de los agentes empleados para producirlas (carbonato de cal y caseína). Además, en las con- diciones indicadas nunca precede la trasformacion preliminar déla manita, glicerina, etc., en azúcar propiamente dicho, á la formación del alcohol. Continuando estas observaciones, he tenido que averiguar si esas mismas condiciones, muy distintas del uso de la levadura, pueden provocar también la fermenta- ción alcohólica de los llamados propiamente azúcares, la del azúcar de leche, por último la de diversas sustancias trasfor- mables en azúcar por influencia de los ácidos, tales como la goma y almidón. En semejantes circunstancias, la fermenta- ción alcohólica de los tres últimos cuerpos no va precedida de su metamorfosis en azúcar propiamente dicho: por consecuen- cia, es directa la expresada fermentación, lo mismo que la de la manila y glicerina. Al exponer los resultados de estas observaciones, discutiré sus condiciones multíplices, tratando de analizar en cuanto sea posible el papel de las diversas sustancias, cuya presencia es necesaria para la realización de los fenómenos. Los experi- mentos de que se trata exijen el concurso de una temperatura inferior á 50°, y varias semanas y aun meses para terminarse; y no sólo producen alcohol, sino también otras muchas sustan- cias que se forman simultáneamente, siendo necesaria la inter- vención del agua, medio común de toda fermentación, el car- bonato de cal y una materia azoada de naturaleza animal. Sin carbonato de cal no pueden la manita, glicerina, etc., producir en circunstancias ordinarias la fermentación alcohólica. Ope- rando con los azúcares propiamente dichos, entonces no es indispensable la presencia del carbonato de cal; sin embargo, ejerce todavía un influjo marcado en los fenómenos, y aumenta la proporción del alcohol que se forma. En estos experimentos obra al parecer el carbonato de cal, sosteniendo el licor neutro con la saturación de los ácidos que 89 se producen, y dirigiendo en sentido determinado la descom- posición del cuerpo azoado que provoca la fermentación : ope- rando con la glucosa, he podido además sustituir el carbonato de cal con gran número de otros cuerpos aptos para llenar la misma función neutralizante, tales como los carbonatos túrreos, diversos carbonatos y óxidos metálicos, y finalmente, con los mismos metales, hierro y zinc. La mayor parte de estos ensa- yos se han verificado al mismo tiempo de un modo comparativo con la levadura de cerveza. Lo que particularmente ha llamado mi atención ha sido el estudio del cuerpo necesario para provocar dichas metamorfo- sis, el del fermento: en general se formaba de caseína; pero toda materia azoada de naturaleza análoga puede ejercer la misma influencia. Los experimentos sumamente diversos que he hecho sobre este punto confirman por otra parle, y extienden los trabajos antiguos de Mr. Colín acerca del papel de dichos cuerpos en la fermentación alcohólica del azúcar. Ninguna sus- tancia azoada, fuera de la categoría precedente, ha provocado los mismos fenómenos. El influjo de las materias azoadas de- pende de su composición y no de su forma, porque se obtienen las mismas variaciones con sustancias las más diferentes, y principalmente con la jaletina, compuesto artificial privado de toda estructura propiamente dicha. El desarrollo de seres or- gánicos particulares no es tampoco absolutamente necesario; se puede evitar operando al abrigo del contacto del aire, sin que por eso se dificulte la fermentación, ni aun se retarde. En estos experimentos, la causa de la fermentación reside al pare- cer en la naturaleza química de los cuerpos aptos para desem- peñar el papel de fermento, y en las variaciones sucesivas que experimenta su composición. Todavía son poco conocidas esas variaciones, pero demuestra su existencia un fenómeno carac- terístico, que no se observa en la acción de la levadura sobre el azúcar: al mismo tiempo que se destruye la manita, se des- compone sin podrirse la materia azoada, y pierde, en forma gaseosa, casi todo el ázoe que entra en su constitución. De este modo el cuerpo azucarado y el azoado se descomponen al mismo tiempo, ejerciendo entre sí una influencia recíproca. ¿Cuál es la naturaleza íntima de ese doble fenómeno, y su 90 relación con las acciones de contacto á que tanto se parece la acción de la levadura de cerveza en el azúcar? Lo ignoramos aún casi por completo. Sólo hay motivo de creer que la acción de las materias azoadas y la de la misma levadura de cerveza dependen, no de su estructura organizada sino de su natura- leza química, á la manera que la acción de la emulsina en la amigdalina, de la diastasis en el almidón, del jugo pancreático en los cuerpos grasos neutros, y lo mismo que la acción de la glicerina en el ácido oxálico, del ácido sulfúrico y cuerpos elec- tronegativos en el azúcar de cañas (inversión), en el alcohol (eterificacion) y en la esencia de trementina (modificación iso- mérica). La acción de la diastasis, emulsina y jugo pancreático ha podido conocerse hasta cierto punto, porque las sustancias obran en estado de disolución; la levadura no se presta á seme- jante género de prueba; pero la eficacia análoga, aunque no tan pronunciada, que poseen las materias azoadas de origen animal, aun faltando toda estructura orgánica especial y toda fermentación de seres vivientes, tienden á asimilar la fermen- tación alcohólica con las diversas fermentaciones provocadas por la emulsina, diastasis y jugo pancreático. Expondré sucesivamente los experimentos que he hecho con la manita, dulcina, glicerina, sorbina, azúcar de cañas, glucosa, azúcar de leche, goma, almidón; finalmente, con di- versas materias azoadas Según la totalidad de hechos que dejo referidos, la glice - riña, manila, sorbina, dulcina, azúcar de leche, azúcar de ca- ñas y la glucosa pertenecen á una misma categoría general de compuestos orgánicos, caracterizados no sólo por una compo- sición, cualidades físicas y funciones químicas análogas, sino también por la propiedad singular de descomponerse espontá- neamente por la influencia de los fermentos azoados, produ- ciendo el alcohol y ácidos láctico, acético, butírico. Esa apti - tud de fermentar muy pronunciada en la glucosa, no tanto en el azúcar de caña, y ménos aún en el azúcar de leche y la sor- bina, se hace cada vez más difícil de ponerla en juego en ma- terias que contienen un exceso de hidrógeno, como sucede con la manita, dulcina, y particularmente con la glicerina. Estas materias, más estables en presencia del calor y los reactivos, 91 resisten también mas á la influencia de los fermentos azoados; pero las metamorfosis parecidas que pueden sufrir sin embargo, tienden á aproximarlas á los azúcares propiamente dichos. Considerando que estos cuerpos análogos existen en abun- dancia, libres ó combinados, en los tejidos de los vegetales, que se ligan directamente con los principios indisolubles que forman su trama, y por último, que la mayor parte de los fe- nómenos de la fisiología botánica dependen al parecer de sus trasformaciones, fácilmente se comprenderá el gran interés que va unido al estudio de sus reacciones. Las metamorfosis que sufren porvia de fermentación ofrecen un interés particular, a causa de la semejanza que hay entre estos fenómenos, tan distintos de las afinidades ordinarias, y los fenómenos vitales propiamente dichos. Estudiar las fermentaciones, dirijirlas á voluntad para que se realicen trasformaciones químicas defini- das, equivale á poner en juego unos mecanismos análogos á los que presiden á las metamorfosis de la materia en los seres vivientes. Trabajos fotoquímicos; por MM. Bunsen y Roscoe. (Bibliot. univ. de Ginebra, febrero 1888.) MM. Bunsen y Roscoe han publicado en los Anales ele Poggendorff cuatro Memorias sobre la acción química de la luz, cuyos interesantes trabajos vamos á analizar rápida- mente. MEMORIA PRIMERA. Esta tiene un carácter casi exclusivamente de polémica, y en ella atacan los autores las conclusiones del Dr. Vitwer, que ha publicado un trabajo intitulado Sobre la influencia de la luz en la disolución del cloro. Sus resultados no concuerdan en nada con los obtenidos por Bunsen y Roscoe, atribuyendo estos la divergencia que se advierte á los métodos poco exactos de que se ha valido Mr. Vitwer. Como los trabajos ulteriores son del lodo independientes de la Memoria á que nos referimos, podemos dejarla á un lado, y entrar inmediatamente en el aná- lisis de la segunda. 92 MEMORIA SEGUNDA. Determinación de la medida de la acción química de la luz. Mr. Draper ha sido el primero, y el único, por decirlo así, que ha tratado de medir la acción quimíca de la luz, habiendo ob- servado la cantidad de ácido clorhídrico que se forma por in- íluencia de la luz en una mezcla de cloro é hidrógeno. Pero la mezcla de que se valió no fué de composición constante, de manera que los resultados que obtuvo no fueron comparables. Veamos cómo MM. Bunsen y Roscoe han eliminado esta dificultad. El mejor modo de lograr una mezcla constante de cloro é hidrógeno es la descomposición electrolítica del ácido clorhídrico; el análisis ha demostrado que operando en esta forma, los gases que se desprenden están en la proporción de un volumen de cloro y otro de hidrógeno, y que no se produ- cen combinaciones de cloro con oxígeno, ni de oxígeno libre. La cantidad de cloro se determina con auxilio de una disolu- ción de yoduro de potasio, por la cual pasa el cloro; la dosis de yodo que adquiere el estado libre, se aprecia por medio de una disolución graduada de ácido sulfuroso; cuyo método lo ideó Mr. Bunsen hace algún tiempo. Era además necesario que la mezcla obtenida por la elec- trólisis no se modificase en su composición al estar en presen- cia del agua. Para ello debía saturarse el agua de cloro é hidró- geno, lo cual se consigue haciendo que pase mucho tiempo la mezcla por dicho líquido. En el aparato usado por MM. Bunsen y Roscoe, la mezcla se echó en un vaso que podía exponerse á los rayos de cual- quier fuente de luz, al cual llamaremos vaso de insolación ; en su fondo estaba el agua que habían de atravesar los gases al penetrar en ella, y que ha de saturarse naturalmente antes de la experiencia; la parte inferior del mismo vaso estaba dada de negro, para que los rayos luminosos no ejerciesen influencia alguna en los gases en disolución. La parte superior comu- nicaba con un tubo graduado, largo y delgado, dispuesto ho- 93 rizontalmente, yendo á parar por el otro extremo á un vaso con agua. El ácido clorhídrico formado por el influjo de la luz, lo absorbe al instante el agua que se ha dicho, penetrando enton- ces en el tubo, tanto más cuanto más ácido se haya formado; de este modo puede verse directamente en el tubo graduado la acción química que se ha producido. Nos abstenemos de entrar aquí en la descripción detallada del referido aparato, que sería difícil comprender sin auxilio de una figura. Cuando se observa la acción de los rayos luminosos se ad- vierte, como ya Mr. Draper lo había notado, que no se mani- fiesta enteramente al momento su efecto químico, sino que sólo al cabo de cierto tiempo llega á ser igual la acción química para una misma duración. Las cifras siguientes patentizan esto de una manera clarísima. Tiempo en minutos. División de la es- cala por que sube la columna de agua. Acción en un minuto. 0 100... » 1 100,5. 0,3 2 102,1 0,6 3 102,6 0,5 4 103,2 0,6 5 105,3 2,1 6 119,9 14,6 7 139,1. ....... 29,2 8 170,2 31,1 9 200,6 30,4 Aquí se ve que la acción no es constante sino á los 7 minutos. Por consecuencia, cuando se trata de apreciar el efecto químico que produce una fuente luminosa de cierta in- tensidad, es preciso siempre aguardar á que se haga constante la acción; es decir, á que llegue á su valor máximo en un tiempo dado. La fuente de luz que se ha empleado en la mayor parte de las observaciones, ha sido una llama de gas, poniéndole de- lante una pantalla con un agujero que sólo deja pasar los rayos 94 procedentes de lina parle determinada de la llama, por cuyo medio se obtiene una fuente de bastante constancia. Fallaba todavía examinar la influencia de la concentración del ácido sometido á la electrólisis, habiendo resultado que si el grado del ácido clorhídrico baja de 30 por 100 á 23 por 100, ya no sirve el gas para medidas comparativas. Además, se ha notado que para obtener resultados constantes y comparables, es necesario que pasen por lo ménos 2.000 centímetros cúbicos de gas por el vasillo de insolación, cuya capacidad es 7 centí- metros cúbicos, y sólo contiene 1,8 gramos de agua. Por con- siguiente, hay que sostener la corriente de gas en el aparato por espacio de ocho dias próximamente antes que se puedan principiar los experimentos. También se tenia que evitar que los rayos caldeasen el gas, pues una corta elevación de temperatura hubiera sido origen de errores graves, á causa de su dilatación. Esta influencia perturbatriz se eliminó completamente, haciendo pasar los ra- yos por un cilindro de cristal lleno de agua, de 80 á 90 milí- metros de largo. Además se tomaron otras precauciones para que fuera todo lo constante posible la temperatura del vaso de insolación. Cuando cesaba la acción de la luz en el vaso de insolación, se veia continuar todavía por algún tiempo la absorción del ácido clorhídrico gaseoso , lo cual podia proceder de tres causas. 1. ° De la dilatación del gas por el calor de combinación del cloro y el hidrógeno. 2. ° De no ser instantánea la absorción del ácido clor- híd rico. 3. ° De prolongarse la combinación después de haber dejado de obrar el origen de la luz. Un profundo estudio ha demostrado que de estas tres cau- sas posibles, basta la primera para explicar el fenómeno de que se trata. Los experimentos hechos con el aparato descrito prueban que la acción química está en razón inversa del cuadrado de la distancia del foco luminoso, resultado que era de esperar si se consideran como de igual naturaleza los rayos luminosos y los químicos. 95 Otras experiencias lian patentizado que si se priva la llama de sus propiedades iluminantes, se le quita á la vez su influen- cia química. Esta es una prueba que puede hacerse facilísima- mente mezclando aire con el gas antes de su combustión, por cuyo medio se obtiene una llama de claridad poco mayor que la del hidrógeno, y que al mismo tiempo carece de acción quí- mica. Las llamas, diversamente coloreadas, producen efectos enteramente diferentes: las que lo están por el cloruro de litio, estroncio, potasio, sodio ó bario no emiten sensiblemente rayos químicos; lo contrario sucede cuando da color á la llama el cloruro de cobre ó de antimonio. MEMORIA TERCERA. Inducción fotoquímica. La afinidad , ó mejor la fuerza que une los átomos de cuerpos diferentes para formar de ellos una combinación qui- ñi i ca , es una fuerza dada, que ni puede producirse ni des- truirse. Por lo tanto, es impropia la expresión de decir que un cuerpo adquiere la afinidad en ciertas circunstancias, y que la pierde en otras; sólo debiera decirse que los átomos ceden ó no á la afinidad; si no obedecen á ella, podemos suponer que hay algún obstáculo análogo al roce, resistencia eléctrica, fuerza coercitiva, etc., pero que puede vencerse, bien por fuerzas de contacto, por el calor ó la luz. Llamaremos inducción química al acto con que se logra dis- minuir dicho obstáculo, lo cual produce naturalmente mayor facilidad para la combinación, y distinguiremos una inducción fotoquímica, termoquímica, electroquímica é idioquímica, se- gún sea su origen la luz, el calor, la electricidad, ó bien algu- nas influencias químicas. Ya se ha dicho en la Memoria segunda, que hasta después de algunos minutos no se hace constante la acción de la luz en la mezcla gaseosa; luego es preciso cierto tiempo para vencer el obstáculo que se opone á la combinación. Los números si- 96 guientes prueban que no sucede lo mismo con la luz de una llama de gas y con la luz difusa del cielo. Tiempo en minutos. Luz difusa. Luz del gas, 1 0,0 0,0 2 0,0 0,0 3 0,9 0,0 4 1 0,0 5 1,3 0,0 6 2 1,04 7 2,2 3,13 8 1,7 19,18 9 3,0 29,19 10 3,2 32,68 11 5,8 33,40 12 3,7 Respecto á la influencia de la masa, ha probado una serie de observaciones que la inducción fotoquímica se retarda tanto más cuanto más alta es la columna de gas expuesta á los rayos. Este experimento se ha verificado con cilindros de diversas lon- gitudes, llenos con mezcla, y tapados con láminas de cristal. En cuanto al influjo de la intensidad de la luz, se han obte- nido los resultados siguientes: El tiempo necesario para la aparición de los primeros efec- tos de la acción química, disminuye si la intensidad aumenta: lo mismo sucede respecto al tiempo que trascurre para que llegue á ser constante la acción química (acción máxima). En las experiencias referidas se ha variado la intensidad, haciendo variar el agujero de la pantalla colocada delante de la llama. Se han hecho nuevas experiencias para saber cómo se des- truye la inducción cuando deja la mezcla de estar sometida á la acción de la luz, y se ha visto que el obstáculo que se opone á la combinación, vencido por la influencia de los rayos lumino- sos, se restablece al momento en la oscuridad, y esto con tanta mayor celeridad, cuanto más puro es el gas. 97 Sise añade un gas nuevo á la mezcla ordinaria, se aumenta el obstáculo que se opone á la combinación. Las experiencias hechas bajo este punto de vista han demostrado que la adi- ción de roo- o hidrógeno, ó de íJ¡Q- de cloro, aumentan el obs- táculo de una manera muy apreciable. Lo mismo se observa si se añaden á la mezcla roW de oxígeno, ú -10oo de gas que no haya sufrido la inducción; pero 1,13 por 100 de ácido clorhídrico no produce influencia sensible. Para explicar esta inducción fotoquímica, puede suponerse que el cloro ó hidrógeno, bajo la influencia de la luz, se con- vierten en un estado alotrópico, análogo al del ozono, relativa- mente al oxígeno. Para decidir esta cuestión se han expuesto por separado los gases á la acción de la luz, y luego se han mezclado uno con otro en la oscuridad; pero no ha tenido efecto la combinación; luego la inducción no puede explicar un es- tado alotrópico. Las leyes de la inducción fotoquímica que acabamos de ex- planar pueden servir para interpretar un fenómeno que M. E. Becquerel explica con los rayos continuadores, Consiste en que una placa yodada, expuesta á la luz en una cámara oscura, y retirada antes que se produzca la imagen, aparece esta exponién- dola á una luz uniforme. Las leyes de inducción ofrecen una solución muy sencilla; efectivamente, en los puntos que han su- frido la acción de la luz, está ya vencida parte del obstáculo, manifestándose la acción química al momento que continúa la influencia de los rayos, mientras que en los demás puntos se necesita primero cierto tiempo para destruir dicho obstáculo, antes que se manifieste la acción química. MEMORIA CUARTA. Extinción de los rayos químicos . Esta Memoria versa sobre la cuestión de averiguar si la com- binación química consume, al efectuarse, cierto trabajo, que en el caso que nos ocupa, podría medirse por la cantidad de rayos extinguidos. TOMO x. 7 98 Lo primero que se necesitaba ver era la relación existente entre la extinción y la intensidad de la luz. Los experimentos han demostrado que es constante la que hay entre los rayos incidentes y los emergentes, lo cual prueba que la extinción es proporcional á la intensidad de la luz. De aquí puede deducirse la lev de la extinción química. Sea h la intensidad de la luz antes del paso, é I la intensidad después de atravesar los rayos por el cuerpo; h el grueso déla capa por donde ha pasado la luz, y — el grueso de aquella por a 1 donde habia de cruzar la luz para reducirse á — ; v tendremos i jO - la fórmula siguiente : /=/„. lo-1'3. Llamamos a al coeficiente de extinción. Era además necesario hallar el coeficiente de extinción de las placas de cristal que tapaban los dos extremos de los ci- lindros empleados en las experiencias, y también apreciar la reflexión que se verifica en las mismas placas. Omitimos los detalles de estas correcciones, que han exijido muchos cálcu- los y observaciones, y vamos inmediatamente á los resultados generales. Para conocer el número de rayos que apaga la acción quí- mica, es preciso determinar primero la proporción de los que extingue sólo el cloro. Las experiencias se han hecho con cloro á la presión de la atmósfera y á una temperatura variable de 16° á 14°; para reducir los resultados obtenidos á la pre- sión de 760m,n y á la temperatura de 0o, era preciso conocer la ley, según la cual varía la extinción con la intensidad, y se ha visto que el coeficiente de la primera es proporcional á la se- gunda. El coeficiente de extinción del cloro á 0o y á la presión de 760mcj, ha resultado ser: 0,00577. El mismo coeficiente en una mezcla de cloro é hidrógeno, con las mismas condiciones de presión y temperatura, ha sido: 99 0,00427. En esta mezcla la extinción de los rayos depende á la vez del apagamiento que ha de atribuirse al cloro sólo y también á la acción química. El cloro tenia en la mezcla una densidad mitad menor que en la experiencia, en la cual la presión era de 760mra; por consecuencia, el coeficiente de extinción para el cloro de nuestra mezcla, es : 0,00289. Para hallar el mismo coeficiente de los rayos que destruye la acción química, deducen MM. Bunsen y Roscoe 0,00289 de 0,00427, obteniendo de este modo 0,000138. Nos parece que este coeficiente puede hallarse de otro modo. La fórmula de la extinción es: I=h 10~ha; haciendo h= 1 é Y0= t , se tiene 7=1 0~ a , log.—lz=a. Sea I la intensidad de la luz emergente después de la ab- sorción por el cloro sólo, cuando la intensidad de la luz inci- dente es igual á 1, y el grueso de la capa igual á 1. Sea /t la intensidad de la luz emergente después de la ab- sorción por la mezcla de cloro é hidrógeno para la misma in- tensidad de la luz incidente y el mismo grueso de la capa. Sea 7, la intensidad de la luz emergente después de la ab- sorción por sólo el efecto químico en iguales circunstancias. Sea también a el coeficiente de extinción por el cloro sólo, al el de extinción para la mezcla y el coeficiente de extin- ción para la acción química. Fácilmente se advierte que se obtendrán las relaciones siguientes: log.Jz^—a log.I t=z—ai log.l¿=.—n%\ 100 pero es decir, igual á la intensidad de la luz que emana de la mezcla, más la intensidad de la que absorbe el cloro por sí sólo; ten- dremos por consecuencia : aa=— /o^./2=— %.[ 1+núm. log. (— «J—núm. %.(— a)], cantidad que no es igual á a—ay como han supuesto MM. Bunsen y Roscoe. Con auxilio de esta fórmula se obtiene como valor de o2, 0,00135. MM. Bunsen y Roscoe han averiguado además que varía mucho el coeficiente de absorción cuando cambia el origen de la luz; así que el de extinción del cloro, que es igual á 0,00577 en la luz procedente de la llama de gas, se vuelve 0,0219 en los rayos que emanan del cielo; siendo también distinto este mismo coeficiente en la luz de la mañana que en la de la larde. Esto se explica fácilmente si se supone que los rayos químicos no son todos de la misma especie, y que existen diferencias de color en los rayos químicos. La importancia de este último resultado respecto á la in- fluencia de la luz en las plantas y en otros muchos fenómenos, fácil es de adivinar; mas para apreciarla completamente, será necesario todavía hacer bajo este punto de vista un gran nú- mero de observaciones. 101 fiLECTROiiilOIlDTIiMO. Estudios comparativos sobre la energía de los electro-imanes , según se muevan sus armaduras paralela ó angularmente respecto de la línea de sus polos, y según que las mismas armaduras estén puestas de plano ó de canto ; por Mr. Th. dü Moncel. (L’Institut, 41 noviembre 4857.) La cuestión del modo de arreglar las armaduras de los electro-imanes es una de las más importantes que deben preo- cupar á los constructores de aparatos eléctricos, ¿Es más ven- tajoso articular las armaduras por uno de los polos de los elec- tro-imanes, que disponerlas en palanca de modo que se mue- van paralelamente á la línea de los polos? ¿Es preferible colo- carlas de canto ó de plano respecto al imán? Cuestiones son estas, que sólo podía decidir la experiencia. Mas para hacer los experimentos bajo condiciones tales que fueran comparables las fuerzas observadas, se necesitaba cierta disposición particu- lar de aparatos, que se ha realizado en el instrumento si- guiente. Imagínese, girando sobre un eje horizontal montado sobre dos escuadras largas de cobre, una báscula del mismo metal, de brazos tan largo cada uno como la misma armadura que se trata de probar: fácilmente se comprenderá que si dicha báscula es de forma prismática cuadrangular, la armadura en cuestión podrá colocarse verticalmente, por medio de un tornillo, en el lado de la báscula, ú horizontalmente debajo de ella, y si tiene una pequeña escotadura en la punta, podrá disponerse de ma- nera que uno de sus extremos corresponda al punto central, á cuyo alrededor oscila dicha báscula. Además, teniendo la misma armadura dos agujeros abiertos con taladro, uno en el centro de su ancho y otro en medio del grueso, podrá fijarse trasversalmente en uno de los extremos de aquella, y presen- tarse de canto ó de plano en dos posiciones perpendiculares á las dos primeras. El segundo brazo de la báscula tiene un 102 contrapeso y un platillo de balanza que puede equilibrar la re- ferida armadura, y al mismo tiempo facilitar el peso de la fuerza atractiva que se ejerce en ella. Para que el electro-imán que ha de servir en la experiencia sea adaptable fácil y rigorosamente á las diversas posiciones de la armadura, bastará añadir al pié del aparato una tablilla móvil capaz de subir ó bajar, y aun inclinarse con auxilio de tres tornillos de tuercas y contratuercas: atornillando sucesi- vamente en diferentes puntos de la tabla la lámina de cobre en que se halla fija la culata del electro-imán, es fácil colocarlo en tal ó cual punto, ó en tal ó cual sentido conveniente, para que corresponda á la armadura en sus diferentes posiciones. Para el arreglo exacto del aparato sirven las tres tuercas de la tabla móvil y el tornillo de atracción del cuchillo de la arma- dura, lo cual es más que suficiente para conseguir toda la pre- cisión apetecible. Se han añadido además a este aparato dos escuadras provistas de quijadas igualmente móviles, que se ase- guran en la plancha, sostén del aparato, y con cuyo auxilio pueden ponerse frente déla armadura, en los diferentes puntos que se quiere, dos imanes fijos con objeto de averiguar las ven- tajas que producen en las atracciones magnéticas. Operando con un aparato de esta clase, y repitiendo en diversos instantes las experiencias de modo que se logren tér- minos medios lo más exactos posibles, se han obtenido los re- sultados siguientes (1). 1.a serie de experiencias hechas con un electro-imán de dos carretes y la misma armadura de hierro, componiéndose la pila de 8 elementos de Daniell (modelo pequeño). (1) Estos experimentos son muy delicados de hacer, atendida la fle- xión de las piezas del aparato*, para considerar como exactos los números obtenidos, es preciso evitar dicha flexión, colocando entre el carrete de los electro- imanes y el eje sobre que gira la armadura, una pieza de co- bre cortada en plano inclinado muy prolongado. Por otra parte se nece- sita poner sumo cuidado en los puntos de aplicación de la resultante de las fuerzas magnéticas en la armadura, con relación á la longitud de la báscula en que se halla fija la primera. Finalmente, muchas veces es pre- ciso comenzar de nuevo la misma experiencia. 103 1.° Colocada la pila de canto, moviéndose angularmente con relación á la línea de los polos del electro-imán, y estando el eje del polo lo más próximo á 1 centímetro frente al plano del eje de la armadura: La atracción á 2 milím. ha sido por término medio. 10G g. Id ... á 3 id 57 Id... á 4... 32. Las atracciones precedentes obtenidas con una corriente continua y arrancada la armadura, han sido por término medio: A 1 milímetro. 115 A 2 id 60 A 3 id 42 A 4 id 32. Variando la distancia entre el polo más próximo á la arma- dura v la misma armadura, se han reducido las atracciones en •) la forma siguiente (para mayor claridad designaremos por A el polo más próximo á la armadura, y por B el otro polo). Estando el polo A á 1 milím •y el polo B á 2 milím. á 34 g Id. id. A á 2 id. y el id. B á 2 id 25 Id. id. A á 1 id. y el id. Bk 3 id. . . . 22 Id. id. A á 2 id. v el 9) id. BÁ 3 id. . . . 15 Id. id. A á 3 id. y el id. B á 3 id 12. 2.° Siendo igual la disposición de la armadura con respecto al electro-imán , pero colocada de plano en vez de estarlo de canto : La atracción á 2 milím. ha sido por término medio. 136 g. Id... á 3 id 75 Id. . . á 4 id 50. Las atracciones anteriores obtenidas con una corriente con- tinua, y arrancando la armadura, han sido por término medio: 104 A 1 milímetro 150 g. A 2 id. 95 A 3 id. 50 A 4 id. .....=. 35. Con los polos distantes desigualmente de la armadura, di- chas atracciones han sido : Estando el polo A á 1 milím. y el polo B á 2 milím. á 52 g. Id. id. A á 1 id. y el id. Bk 3 id. . . . 47 Id. id. A á 2 id. v el id. Bk 3 id. . . . 20 Id. id. A á 3 id. y el id. Bk 3 id. . . . 17. 3.° Siendo idénticas las disposiciones de la armadura, pero coincidiendo el eje del polo A con el plano del eje de la arma- dura, han sido las atracciones: En la armadura puesta de canto: Estando el polo A en contacto y el polo B á 2 milím. 72 g. Id. id. A id. y el id. B á 3 id. . . . 45 Id. id. A id. v el «i id. B á 4 id 25. Estando el polc i A á : 1 milím '• y el polo B á 2 milím. 32 g Id. id. A á 1 id. y el id. Bk 3 id... 15 Id. id. A á i l id. v el id. B á 3 id.. . 12 Id. id. A á í 1 id. y el id. B á 3 id.. . 10. Con la armadura puesta de plano: Estando el polo A en contacto y el polo B á 2 milím. 95 g. Id. id. A id. v el id. Uá3 id... 52 *) Id. id. A id. y el id. Bk 4 id... 35. 4.° Colocada la armadura de canto, y moviéndose parale- lamente á la línea de los polos del electro-imán : La atracción á 2 milím. ha sido. ....... 59 g. id. á 3 id 30 Id. á 4 id. 19. 105 Las anteriores atracciones obtenidas con una corriente con- tinua, pero arrancada la armadura, lian sido: A 1 milímetro 102 g. A 2 id 37 A 3 id 19 A 4 id. 12. 5.° Con igual disposición de la armadura relativamente al electro-imán, sólo que puesta de plano en vez de canto: La atracción á 2 milím. ha sido 92 g. Id. á 3 id 42 Id. á 4 id 26. Las atracciones precedentes obtenidas con una corriente continua, pero arrancada la armadura, han sido: A 1 milímetro 117 g. A 2 id. 51 A 3 id. 27 A 4 id 19. 2.a serie de experiencias hechas con el mismo electro-imán , pero con un sólo carrete que tenia la misma longitud de hilo que los dos usados anteriormente. l.° Colocada la armadura de canto, moviéndose angular- mente con relación á la línea de los polos del electro-imán, estando el polo A á 1 centímetro del plano del eje de la arma- dura y el carrete situado en el polo B: La atracción á 2 milím. ha sido. ...... 92 g. Id. á 3 id 52 Id. á 4 id. 25 Las atracciones precedentes obtenidas con una corriente continua, pero arrancada la armadura, han sido: 106 A 1 milímetro 120 g. A 2 id 60 A 3 id 30 A 4 id 19. Con los polos distantes de la armadura desigualmente, di- chas atracciones se han convertido : Estando el polo A á 1 milím. y el polo B á 2 milím. á 50 g. Id. los dos polos á 2 id 42 Id. id. A á 1 id. y el polo B á 3 milím. á 25 Id. id. Aá2 id. y el id. /? á 3 id 22 Id. los dos polos á 3 id 20. 2.° Con igual disposición de armadura relativamente al electro-imán, pero colocada de canto en vez de plano: La atracción á 2 milím. ha sido 1 25 g Id. á 3 id 50 Id. á 4 id 30. Las anteriores atracciones obtenidas con una corriente con- tinua, pero arrancada la armadura, han sido: A 1 milímetro 170 g. A 2 id 90 A 3 id. 40 A 4 id 24. Con los polos distantes desigualmente de la armadura, es- tas atracciones se han convertido : Estando el polo A á 1 milím. y el polo B á 2 milím. á 65 g. id. los dos polos á 2 id 49 Id. el polo A á 1 id. y el polo B á 3 milím. á 30 Id. id. Aá2 id. y el id. Z?á3 id 30 Id. los dos polos á 3 id 25. 107 3.® Puesta la armadura de plano, moviéndose angular- mente con respecto á la línea del polo del electro- imán, estando el eje del polo A á 1 centímetro del plano del eje de la arma- dura y el carrete situado en el polo A: La atracción á 2 milím. ha sido 130 g. id. á 3 id 80 Id. á 4 id 30. Estas atracciones, obtenidas con una corriente continua pero arrancada la armadura, han sido: A 1 milímetro 120 g. A 2 id 7o. Con los polos distantes desigualmente de la armadura, se han convertido estas atracciones : Estando el polo A á 1 milím. y el polo B á 2 milím. á 30 g. Id. los dos polos á 2 id 17 Id. el polo A á 1 id. y el polo B & 3 milím. á 22 Id. id. A á 2 id. y el id. B á 3 id. ... 10 Id. los dos polos a 3 id 7. 4.° Con igual disposición de la armadura respecto al elec- tro-imán, pero colocada de canto en vez de plano: La atracción á 2 milím. ha sido. ...... 98 g. Id. á 3 id 65 Id. á 4 id 30. Estas atracciones obtenidas con una corriente continua, pero arrancada la armadura, han sido: A 1 milímetro 90 g. A 2 id 65 A 3 id 52 A 4 id 50. 108 Con los polos equidistantes de la armadura, las mismas atracciones se han convertido: Estando el polo A á 1 milím. y el polo B á 2 milím. á 18 g. Id. los dos polos á 2 id 10 Id. el polo A á 1 id. y el polo B á 2 id 12 Id. id. A á 2 id. id. Bk 3 id.... 5 Id. los dos polos á 3 id. 4. 5.° Colocada la armadura de canto, y moviéndose parale- lamente á la línea de los polos del electro-imán: La atracción á 2 milím. ha sido 44 g. Id. á 3 id 24 Id. á 4 id. 14. Obtenidas estas atracciones con arranque de la armadura, han resultado : A 1 milímetro 82 g. A 2 id. 27 A 3 id. 14 A 4 id. 9. 6.° Con la misma disposición de armadura relativamente al electro-imán, pero colocada de plano en vez de estarlo de canto: La atracción á 2 milím. ha sido. ...... 64 g. Id. á 3 id. 32 Id. á 4 id. ............... . 19. Estas atracciones obtenidas con la armadura quitada, han sido: A 1 milímetro. A 2 id A 3 id A á id 17 11. 109 De estos experimentos resultan unas consecuencias muy curiosas, que el raciocinio no hubiera podido deducir á priori. En primer lugar se observa que la fuerza atractiva resul- tante del cierre de la corriente es siempre, para una misma distancia de separación de la armadura, mayor que la proce- dente de la acción continua de la misma corriente que se traía de vencer aumentando la fuerza antagonista. Este efecto pro- cede sin duda de que en un caso obra como fuerza viva la fuerza magnética, al paso que en el segundo lo hace como fuerza continua . Semejante explicación me parece tanto más fundada, cuanto que siempre, aun en el caso de ser superior á la atracción la fuerza antagonista, se determina en la arma- dura, y en el momento de cerrar la corriente, un corlo movi- miento que se desvanece tan pronto como deja de ser alraida, yendo acompañado de un ruido enteramente particular, de que ya he hablado en otro trabajo anterior. Si ese movimiento no fuese efecto de una fuerza viva, claro es que la armadura, por este sólo hecho, hallándose más cerca del electro-imán, y este en su máximo de intensidad, no habría razón para qne cesase el movimiento. Bien conozco que pudiera objetarse á este raciocinio, que el juego de las piezas y la elasticidad de la materia pueden prestarse á ese primer movimiento; pero tan pronunciado es en ciertos casos, que es muy difícil admitir semejante explicación sola. Por lo demás, la diferencia que existe entre ambas maneras de ejercerse la atracción á distan- cia desaparece cada vez más, según va aumentando la que media entre la armadura y el electro-imán. Las demás consecuencias de los experimentos anteriores son las siguientes: !.* En todos los casos la disposición de la armadura de plano relativamente á los polos del electro -imán es más favo- rable á la atracción á distancia que la disposición de canto, resultado al parecer inverso de los observados con la fuerza atractiva en contacto. 2. 8 La disposición en que las armaduras se mueven angu- larmente con relación á la línea de los polos del electro-imán es siempre más favorable, principalmente en los electro-imanes cojos; pero es necesario para esto, que el polo contiguo á la 110 articulación de la armadura se halle casi en contacto con ella. Cuando no se llena esta condición, aunque no haya mas que un simple milímetro de intervalo, es preferible la disposición en que la armadura se mueve paralelamente á la línea de los polos. Vemos con efecto, que entre un electro-imán, cuya ar- madura toca á uno de los polos, y otro idéntico, cuya arma- dura diste 1 milímetro de dicho polo, la fuerza atractiva se re- duce de 106o á 34, de 136 á 52, de 92 á 50, de 125 á 65, de 150 á 30, de 80 á 18 en las diferentes series de experien- cias que hemos citado. Sólo advertiremos que la diferencia es mucho mayor en los electro-imanes, cuyo polo más próximo á la armadura es activo, es decir, provisto de carrete, cosa fá- cil de explicar, si se considera que el referido polo obra prin- cipalmente en la atracción producida como polarizado!* de la armadura. Notaremos además, respecto á esta materia, que en los electro-imanes que tienen un polo activo cerca de la articu- lación de la armadura , el desvío del segundo polo, relativa- mente á la misma, es por lo regular ménos perjudicial á la fuerza atractiva que la separación del primero. De este modo, en el electro-imán cojo, puesto en las condiciones menciona- das, la atracción, cuando el polo con carrete disía 1 milímetro de la armadura, mientras que el otro dista 3 milímetros, es 22°; pero si ambos polos distan 2 milímetros, la atracción se reduce á 17?, reproduciéndose el mismo efecto, bien esté puesta la armadura de plano ó de canto. En la disposición contraria de los electro-imanes cojos sucede lo inverso, y las atracciones bajan de 42 á 25, de 49 á 30. Finalmente, cuando los electro- imanes tienen 2 carretes, la diferencia de atracción en el caso que nos ocupa es muy poco considerable, y en favor de la mayor aproximación del polo más distante de la articulación. Con una separación de 2 milímetros en el polo más próximo á la articulación de la armadura, y otra de 3 milímetros en el polo opuesto, los electro-imanes cojos, cuya rama más próxima á la armadura carece de carrete, no tienen una fuerza mucho mayor que cuando esa misma rama se halla á 1 milímetro; lo cual se explica fácilmente, porque no ejerce esta su doble reac- ción polarmente en la armadura. La fuerza atractiva en estos dos casos se halla representada por 26? y 22 por una parte, y 111 30° y 59 por oirá. No sucede lo mismo en los demás casos de los electro-imanes; y esa fuerza atractiva desciende de 22 á lo, de 47 á 20, de 22 á 10, de 12 á o. 3. ° La fuerza atractiva de los electro-imanes, cuya arma- dura se mueve paralelamente á la línea de sus polos, es más enérgica cuando tienen 2 carretes, que cuando son cojos, por más que tengan próximamente la misma fuerza cuando las ar- maduras se hallan colocadas angularmente. De este modo di- cha fuerza, que en los electro- imanes de 2 carretes y armadu- ras puestas de canto y de plano (á 2 milímetros de distancia) está representada por 59» y 92, es sólo de 44 y 64 en los elec- tro-imanes cojos: sin embargo, los mismos electro-imanes pues- tos angularmenle, producen en un caso 106^ y 136, y en otro 98 y 130. Semejante efecto se comprende fácilmente, puesto que en el caso de los electro-imanes cojos, que obran en una armadura paralela á sus polos, el que carece de carrete no ejerce su reacción, por decirlo así, en dicha armadura, ni saca fruto del contado que pudiera tener con ella para refor- zar su potencia polar, y por consecuencia la del polo activo. 4. ° Es ventajoso articular las armaduras algo fuera del eje de la rama del electro-imán que ha de estar en contacto con la armadura, cuando esta se halla dispuesta angularmente. En efecto, la fuerza correspondiente á un electro-imán, cuyo brazo más próximo á la armadura diste 1 centímetro del plano del eje de dicha armadura, se halla representada por 106s y 136, al paso que sólo lo está por 83 y 110 (1), cuando el referido brazo está situado en el mismo plano de dicho eje. Esta dife- rencia procede de la atracción ejercida por el repetido brazo en la armadura, atracción excesivamente enérgica en razón de la proximidad de ambas piezas, y que hasta es suficiente para doblar el pié del electro-imán. Las conclusiones prácticas de este trabajo son: l.° que las armaduras de los electro-imanes han de disponerse de plano y (1) La reducción de estos pesos se ha hecho atendida la diferencia de longitud del brazo de palanca. Relativamente á los puntos de aplica- ción de la fuerza, resultaban en la experiencia 72 y 9 5. m angularmente con relación á la línea de sus polos; 2.° que la rama más próxima á la armadura ha de fijarse casi en contado con esta, situándola á cosa de 1 centímetro fuera del plano del eje sobre que gira la armadura; B.° que la acción mecánica producida ha de resultar de la atracción del electro-imán, y no de la fuerza antagonista; 4.° que los electro-imanes de 2 carre- tes no tienen verdaderas ventajas sino cuando la armadura se halle dispuesta paralelamente á la línea de sus polos. Hay una observación sumamente curiosa que no debo ol- vidar aquí, por más que sea general á todas la experiencias de la misma clase, y es que siempre que la resistencia opuesta á la fuerza magnética queda vencida sin dificultad por efecto de la adición sucesiva de pesos pequeños, representa, una vez vencida , una fuerza superior á la que se obtiene ulteriormente cuando se quiere volver de nuevo al peso atraído primitiva- mente. Sin duda alguna este es un efecto análogo al de un imán persistente que pierde su fuerza cuando se separa su armadura normalmente á su eje. Por consecuencia, es preciso en las ex- periencias que hemos citado antes prevenirse contra ese efecto, y lomar como número el término medio de las experiencias verificadas bajo ambas condiciones. METEOROLOGIA. Resumen de las observaciones meteorológicas hechas en el Real Observatorio de Madrid en el mes de enero de 1860. Inútil seria buscar en el mes á que este resúmen se refiere algunos dias seguidos despejados y en calma, ó á lo sumo bru- mosos en ambos crepúsculos, y limpios de nubes en los demás momentos, fríos por la noche y gratos en las horas de sol, como en este período del año no fueron raros en otras ocasiones; pues, salvos dos ó tres, los 23, 26 y 28, todos los restantes han sido dias anubarrados ó nebulosos, cubiertos muchos, de lluvia otros, y varios agitados por violentos vendábales. Y para que 113 la diferencia entre el actual y otros meses análogos de los años precedentes fuera todavía más marcada, la temperatura, muy baja é incómoda de ordinario en eslos, no lo ha sido ni con mucho tanto en el último, habiéndose conservado siempre so- bre 0o, menos en los dias 7, 20 y 23, en que descendió respec- tivamente á —0o, 2, —0o, 6 y —Io, 1 ; han reinado con alguna insistencia los vientos cálidos y húmedos del S. O., y dicho queda que tampoco han escaseado las lluvias; circunstancias todas á que debe ser atribuido un movimiento en la vegeta- ción no observado con frecuencia tan prematuramente en épo- cas pasadas. Por lo que toca á los instrumentos meteorológicos, lié aquí ahora indicada su marcha. El barómetro ha permanecido todo el mes á una altura poco superior á la media anual, con oscilaciones diarias regulares y débiles, que no pasaron de 4mra,87 en la 1.a década, de 5mm,45 en la 2.a y de 6mm, 1 1 en la 3.a, extendiéndose la amplitud de muchas á 3mm por término medio. Entre las temperaturas medias de los dias se distinguen por lo elevadas las de los 3 y 4, que fueron de 10°, 5 y 12°, 7, y por haber sido la menor de todas la del 7, igual á 2o, 3. En las décadas 2.a y 3.a, salvo en 3 ó 4 dias, las fluctuaciones del ter- mómetro fueron regulares y de mediana consideración, bas- tando por lo ¡mismo para formarse cabal idea de este punto consultar los números del adjunto cuadro. La humedad, próximamente igual á la observada en di- ciembre, experimentó sin embargo algún decremento en la última década; hecho que coincidió con el cambio de viento del S. O. al N. O. En los dias de lluvia, 3, 4, 5, 18, 20, 22 y 24, el primero de estos dos vientos fué el que dominó; pero no en los 9 y 10, también lluviosos, en que sopló el N. E., ni en los 13 y 15, en que vinieron las nubes del S. E. La evaporación ha sido tan escasa, que en algunos dias de lluvia ó niebla muy densa, como en los 10 y 18, resultó in- apreciable, sin pasar en ninguno de 2mm,3, próximamente todo como en el mes anterior. Dominaron en la 1.a década alternativamente las dos cor- rientes de vientos encontrados del S. O. y N. E., con ligeras fluctuaciones á un lado y otro de esta línea, y aquel en lo TOMO X. B 114 clias 3, 4 en particular, 5 y 6 sopló con una violencia desme- dida. Pero á tanto furor sucedió luego en la 2.a una completa calma, permaneciendo la veleta casi 7 dias como clavada al S. E., y tomando otra vez en los siguientes rumbo hacia el S. O. Con este último alternaron en los dias sucesivos hasta el final los vientos del N. 0., algo recios, con tendencia al N., que han dado origen á un temporal, ya que no impropio de la estación, duro y temible tras del que ha reinado en los dos primeros meses del invierno . BAROMETRO. 1 .s década. 2 a 3.a Am á las 6 m inm 708,05 mm 707,54 mm 707,89 Id. á las 9 708,45 708,08 708,32 Id. á las 12 707,73 707,57 708,14 Id. á las 3 t. 707,04 700,89 707,18 Id. á las 6 707,48 707,14 707,34 Id. á las 9 n 707,91 707.00 707,46 Id. á las 12 707,52 707,50 707,28 Am por décadas 707,74 707,47 707,66 A. máx. (dias 2, 15 y 26). ........ . 713,12 714,03 713,17 A. mín. (dias o, 18 y 24) 700,68 698,92 699,77 Oscilaciones 12,44 15,11 13,40 Am mensual )) mm 707,62 » Oscilación mensual. . » 15,11 h TERMOMETRO. • 1 ,n década. 2/ 3.* Tm á las 6 m 5°, 7 4o, 0 4\1 Id. á las 9. G ,8 4 ,6 5,3 Id. á las 12 8 ,6 7 ,5 9,4 Id. á las 3 t - 9 ,4 8 ,1 11,0 Id. á las 6 8 ,0 (j ,6 8,5 Id. á las 9 n 7 ,1 5 ,3 7,4 Id. á las 12 6 ,4 4 ,o 6,6 Tm por décadas 7°, 4 5o, 8 7°, 5 Oscilaciones 15 ,0 12 ,7 15,2 T. máx. al sol (dias 2, 11 y 28). ... . 22°, 4 18°, 0 25°, 0 T. máx. á la sombra (dias i, 12 y 22). 14 ,8 12 ,1 14,1 Diferencias medias 2 ,6 4 ,1 4 ,3 T. mín. en el aire (dias 7, 20 y 29). . -0o, 2 — 0Ü,6 -r,t Id. por irradiación (dias 7, y 29) — 3 5 » -4,1 Diferencias medias 1 ,7 1 ,9 3,0 Tm mensual )) 0°,9 » Oscilación mensual » 15 ,2 i » PSICROMETRO. 1 ,a década. 2.a 3.a Hm k las 6 m 89 96 90 Id. á las 9 90 97 91 Id. á las 12 88 90 79 Id. á las 3 t. 83 87 73 Id. á las 6 86 91 81 Id. á las 9 n 88 94 85 Id. á las 12 87 95 85 Hm por décadas 87 93 83 Hm mensual » 88 » 116 ATMOMETRO. Em por décadas mm 1,4 ni m 0,6 mm 1.4 E. máx. (dias 7, 11 v 25) 2,6 1.3 2,2 E. mín. (dias 1, 16 y 21). 0,5 0,0 0,8 Em mensual. .................... )) ram 1,1 » PLUVIMETRO. Dias de lluvia 11 Agua total recogida 29ram,7 Id. en el dia 5 (máximum) 8 ,3 ANEMOMETRO. Vientos reinantes en el mes. N 12 S 5 N. N. E 26 S. S. O 32 N. E. . 73 S. 0. ......... 98 E. N. E 30 0. S. 0 112 E. 11 o. . 85 E. S. E 17 O. N. O 35 s. E. 137 N. O. 33 S. S. E. , 26 N. N. O Observatorio físico y meteorológico «le los alumnos del Real Colegio de Belén. Resúmen de las observaciones meteorológicas del mes de noviembre de 1859. 117 ÍT”* ■ ra » o ■< -S «oí ea O < i-, S-I ©< C3»^ <— 1 rH G 03 03 -O “ ea 3 s £.5 05 a o £ £ 8^ O5® o as £ o "O £ «3 o S 53 *C3 O a - — i a c es a> — S o *© c« G3 as a 03 o S e p=fl « ¡n4 o a CC — > a ea 03 «3 ¿a O B .2** a? -ca “ a © «3 •o ea í- O 2 *o 03 T3 «a ««i t3 O 03 G- s 03 «-* 03 ea 03*0 PALEONTOLOGIA . Hallazgo de fósiles en las cercanías de Briviesca. (Revista Minera, tomo 1 1 , mira. 252.) El ingeniero profesor y di redor de la Escuela especial de Minas D. Felipe Naranjo y Garza ha recibido una carta de su amigo D. Telesforo Rodríguez y Sedaño, médico-cirujano de Briviesca, en que le participa el descubrimiento de varios hue- sos y aun esqueletos de mamíferos , que al estado fósil se han encontrado en aquellas cercanías. La citada carta dice así. «S¡’. D. Felipe Naranjo y Garza. Madrid .= Briviesca di- nciembre 27 de 1859. =Muy Sr. mió y estimado amigo: Fer- »suadido del profundo estudio que Y. ha hecho de la paleonto- logía, y de la afición con que mira este ramo del saber » humano, voy á entretenerle un momento, ocupándole de la «descripción de los restos fósiles hallados en estas inmediacio- «nes, con motivo del movimiento de tierras consiguiente á las «obras del ferro-carril, con el objeto de ver si por mi tosca «narración puede Y. venir en conocimiento de la clase de ani- «mal á que pertenecieron: siento no poderme expresar con la «deseada precisión técnica, pero procuraré hacerme compren- »der de Y., valiéndome de los ligeros elementos de anatomía «comparada, que apenas conservo. Todos los fósiles hallados «están petrificados, conservando la estructura orgánica propia «de cada hueso, según sea largo, corto ó plano; solamente al- «gunos dientes y muelas conservan aún el esmalte, otros están «ya esfoliados y de color térreo: la sustancia medular se halla «cristalizada, de un blanco opalino, de aspecto enteramente 119 «mineral, y no recuerdo la forma de la cristalización; por de- scontado que todos los huesos, ó la mayor parte, tienen incrus- taciones lapídeas adheridas del terreno de sedimento en que «han sido recojidos (cuesta de Parapa, á 2.300 metros de esta «villa hacia Pancorvo). Entre estos huesos hay uno entera- «mente limpio, que indudablemente corresponde ala extremi- »dad anterior derecha de un animal extraordinario; es el que «en la especie humana representa el húmero; tiene de 80 á 90 «centímetros de largo (1); por su extremidad superior tiene 30 «centímetros de ancho; por la extremidad inferior, ó sea de un «cóndilo á otro, tiene 20 centímetros; y por el centro, que es «la parte más delgada, tiene 13 centímetros de diámetro; la «medula en dirección antero-posterior tiene 54 centímetros de «ancho; en la dirección trasversal ó de derecha á izquierda tiene «3 centímetros. Hay otro hueso muy curioso, por el cual en «mi concepto pueden los inteligentes venir en conocimiento de «la clase, de animal á que corresponde: este hueso es un frag- » mentó que indudablemente pertenece al lado derecho de la «mandíbula inferior, en el cual hay un diente que parece ca- «nino, y tiene de ancho por su base 6 centímetros, de alto 5, «si bien parece que está truncado; la sección superior, de cono «imperfecto truncado, tendrá 2 centímetros. De la parle ex- terna de este fragmento de mandíbula, á 3 1 centímetros detrás «de este diente, arranca una apófisis en forma de arco, que se «avanza hácia adelante: esta apófisis, que también está rola ó «truncada, no puede decirse ni aproximadamente la longitud «que tendría entera, porque tiene las mismas dimensiones por «la base que por el sitio en que está truncada; el pedazo de «apófisis que ha quedado tiene 6 centímetros de base en di- «reccion de arriba abajo, 3 de delante atrás, y 4 de largo. Es- «tán tan desfigurados los huesos por las incrustaciones lapí- (I) Pío puedo asegurar con exactitud la longitud, porque hay un fragmento de 10 centímetros, intermedio de otros dos de que se compone dicho hueso, y no sé con toda certeza si corresponde á dichos dos frag- mentos: en caso afirmativo la longitud es de 90 centímetros, y en el ne- ativo de 80. 120 «deas y por estar tan divididos, que apenas he podido dar á V. «idea de estos dos; hay otros pedazos de quijada con enor- «mes molares; hay costillas, fragmentos de vertebras y de ró* «tulas sumergidas ó empotradas en enormes masas de piedra. «Si estos huesos se hubiesen extraído con cuidado, se habría «reunido íntegro el animal; pero los obreros no veian mas que «piedra, y los han hecho mil pedazos antes que el gefe de sec- »cion se apercibiese de ello. Este jefe es un ingeniero francés «sumamente celoso y entendido: ha visto que en un desmonte «colindante al anterior apartaban huesos semejantes á los que «dejo descritos, y mandó suspender el trabajo, asegurando que «allí se sacará el animal entero bajo su dirección. Por ahora «se propone limpiar los huesos hallados, y ha pedido á la em- « presa 300 francos para extraer los fósiles del animal, cuyos «indicios se presentan á la superficie. Si hubiese ocasión opor- «tuna y directa, quizás podría mandar á Y., á calidad de de- «volucion, el fragmento de mandíbula que dejo diseñado. En- «tre tanto espero que Y. me diga si con estos oscuros antece* «denles forma idea clara del animal á quien pertenecen estos «huesos.» El ingeniero á quien la carta anterior ha venido dirijida contestó lo siguiente en 31 de diciembre último. «Es probable que los huesos fósiles á que la anterior carta «se refiere pertenezcan al género mastodonte, orden de los pro- «boscidios ó animales de trompa, que no existen hoy dia en «la naturaleza viviente, y que caracterizan los terrenos tercia* «rios, principalmente en la época pliocena, donde se encuen- «tran con abundancia. Luego, pues, que se reciba en la Escuela «la mandíbula, que ha sido aceptada para su clasificación, ma- «nifestaremos el género, y si es posible la especie del animal ó «animales vertebrados á que tales restos fósiles correspondan. «De desear sería que por alguno de nuestros ingenieros «destinados á los distritos de Castilla la Yieja, ó por otronatu* «ralista cualquiera, se reconociese el terreno de que se trata, »á fin de recojer nuevos datos, estudiando además las condi* «dones de yacimiento de los estratos, y la de los fósiles que «en ellos se encuentran enclavados.» 121 De la antigüedad de la aparición del hombre en la tierra; por Mr. Lyell. (L/Institut, 16 noviembre '1839.) Ningún punto ha despertado tanto la curiosidad y llamado la atención general de los geólogos y del público en nuestros tiempos, como la cuestión de la antigüedad de la raza humana. ¿Tenemos ó no suficientes pruebas para admitir que los restos humanos estuvieron desde un principio confundidos con los de ciertos mamíferos, cuya especie ha desaparecido ya, en las cuevas de osamentas ó en los depósitos superficiales llamados comunmente drift ó diluvium? El encuentro fortuito hace cosa de 25 años en diferentes puntos de Europa de huesos de hombres ó de obras de sus manos, asociados en las brechas y estalactitas de las cuevas con restos de hienas, de osos, de ele- fantes ó de rinocerontes pertenecientes á especies que no exis- ten hoy, viene dando á sospechar que la fecha de la aparición del hombre debe remontarse á una época mucho más remota que la que hasta aquí se había creído. Por otra parle, las ca- bezas formales desconfiaron mucho naturalmente, y apenas se admitieron como válidas las pruebas que se alegaban. Pudieron haber sido habitadas todas estas cuevas en diferentes épocas; el hombre habría encontrado allí, no solamente una morada sino también un sepulcro favorable; otras escavaciones habían servido de canal á las aguas desbordadas de ciertos rios, de suerte que los restos de seres vivientes que poblaron la comarca en diferentes edades habían podido encontrarse después mez- clados por la corriente, y confundidos en el mismo depósito. Verdad es que los hechos dados últimamente á luz en virtud de la exploración sistemática de !a caverna de Brixham, tales como los refiere Mr. Falconner, deben en mi concepto inducir á una duda motivada, al menos en lo respectivo á esta cueva; pero no deja de ser cierto que la evidencia de la antigüedad del hombre está perfectamente sentada como deducción legítima de todos estos hechos bien observados, que nos llevan natural- mente á tal hipótesis; esto es, que ciertas grandes mudanzas m deben haber alterado el nivel relativo de la inclinación de los valles, y aun toda la geografía física de las regiones donde es- tán situadas semejantes cuevas; y estas mudanzas implican por sí solas una antigüedad remota á causa de la presencia de fó- siles humanos, y demuestran al parecer que el hombre fue cuando ménos contemporáneo del mammouth de Siberia. Pero de lo años acá se han aducido en Francia otras prue- bas en favor de la antigüedad del hombre. Yo mismo acabo de examinar dos, y hacia ellas me propongo llamar la atención por breves instantes. Primeramente, el año de 1844 anunció Mr. Aymard, pa- leontologista distinguido, el descubrimiento, en las regiones vol- cánicas de la Francia central, de restos de dos esqueletos hu- manos (cráneo, dientes, huesos), sepultados en una brecha volcánica, y encontrados en el monte Denise, cerca del Puy-en- Velay; brecha de fecha anterior á una de las ultimas erupcio- nes de aquel volcán apagado. En la falda opuesta de la misma montaña se habían encontrado también, en capas de toba, res» tos de muchos mamíferos pertenecientes la mayor parte á es- pecies extinguidas, y que con razón se creía, en mi entender, que pertenecían á una misma era. Algunos geólogos negaron desde luego la autenticidad de estos fósiles humanos, pero la mayoría de los que visitaron el Puv la admitieron, por ver las piezas originales, existentes hoy en el museo de aquella ciudad. Además Mr. Pictet, tan aventajadamente conocido por su exce- lente obra de paleontología, proclamó, después de visitar aque- llos sitios, su entera adhesión á la opinión emitida por Mr. Ay- mard. Mi amigo Mr. P. Scrope, en la 2.a edición de sus Vol- canes de la Francia central , ha adoptado igualmente las mis- mas conclusiones; pero debo decir que después de haberme acompañado este año al Puy, ha variado de modo de pensar. Diré el resultado de nuestro común exámen, el cual, si no me engaño, coincide esencialmente con el que han sacado los dos sabios MM. Hebert y Lartet, que también fueron este mismo año á estudiar aquel criadero. Ni por asomo sospechamos siquiera que los ejemplares existentes en el museo de Puy, que por desgracia no vió nunca colocados ningún observador dedicado á las ciencias, sean arti- 123 liciales. Al contrario, nos inclinamos á pensar que tales restos fósiles, así como otros ejemplares procedentes de la misma parte, fueron encerrados en la ganga en que se les encuentra, por efecto de causas del todo naturales. Pero la roca en que se los ha encontrado se compone de dos partes: una es compacta, y en general delicadamente laminar, y en esta nunca se han visto huesos humanos; la otra parte en que están los fósiles es una piedra ligera mucho más porosa, sin hojas, y que no he- mos podido comparar con ninguna otra roca semejante en el monte Denise, á pesar de haber practicado Mr. Hebert y yo varias escavaciones en la supuesta morada de los fósiles. Tam- bién Mr. Hebert me ha hecho observar con razón, que dicha piedra, mucho más porosa, que se refiere por su color y por su composición mineral, si no por su estructura, á diferentes rocas de brechas antiguas del monte Denise, podría proceder de es- tas mismas rocas molidas, desprendidas, y depositadas luego, ó como dicen los franceses, retocadas, lo cual les asignaría una fecha harto más reciente. Merece considerarse esta hipótesis, y por tanto también creo que ignoramos tanto en el dia las circunstancias exactas y el sitio verdadero en que tales célebres restos fueron hallados; que lo mejor será no entretenerme en discutir su modo proba- ble de haberse depositado, sino simplemente declarar que, á mi juicio, no demuestran de una manera absoluta que el hom- bre haya sido testigo de las últimas erupciones de la Francia central. El cráneo, en sentir de los anatómicos más competen- tes que lo han visto, no parece diferir sensiblemente del de los europeos modernos ó del tipo caucásico; los huesos están en un estado ménos avanzado de petrificación que los del elephas meridionalis , y de los demás cuadrúpedos hallados en diferentes brechas del monte Denise, y que se pueden referir cuando ménos, á la edad de las últimas erupciones volcánicas de aquel pais. Pero si no he podido encontrar en los fósiles de Puy una evidencia plena en favor del antiguo origen que se pretende asignarles, estoy dispuesto á confirmar las ideas que reciente- mente ha expuesto ante la Sociedad real de Londres Mr. Prest - wich, con motivo de hachas ó instrumentos de sílice que están m mezclados con guijarros no retocados en el N. de la Francia, y con huesos de elefantes en Abbeville y Amiens. El año de 1849 fueron por primera vez señalados en Abbeville, con indica- ción exacta de su posición geológica, por Mr. Boucher de Per- thes en sus Antigüedades célticas. Los de Amiens los describió luego el de 1855 el difunto Br. Rigollot. Para la relación con- creta de los hechos, véase la Memoria de Mr. Prestwich. Aña- diré solamente, que he podido procurarme muchos de estos instrumentos de sílice en una corta visita que he hecho á Amiens y á Abbeville. Dos de estos guijarros labrados los ha- llaron durante mi estancia allí en las canteras de Saint-Acheul, cerca de Amiens, uno á la profundidad de 3ra, 50 , y otro á 6,u de- bajo de la superficie del suelo. Mr. Georges Pouchet, de Rouen, autor de una obra sobre las razas humanas, y que después ha visitado aquellos sitios, ha sacado con sus propias manos uno de estos instrumentos, como lo habían hecho antes que él MM. Prestwich y Flower. Los estratos ele guijarros, donde yacen estos instrumentos groseros, descansan inmediatamente sobre la creta, y pertenecen al período que ha seguido á la formación de los terrenos pliocenos, siendo especies vivientes aún todas las conchas fluviátiles ó terrestres que les acompañan. Durante los 10 años últimos se han encontrado en un espacio de 24 ki- lómetros, en el valle de la Somme, más de 1.000 de estos ins- trumentos. De aquí infiero que una tribu de salvajes, igno- rante del empleo del hierro, habitó largo tiempo aquella re- gión; y esto me recuerda un extenso cerro indio que vi en la isla de San Simón, que cubría 4 hectáreas de tierra, de altura media de 1 metro y 60 centímetros, y compuesto principal- mente de conchas de ostras allí arrojadas, con puntas de fle- chas, hachas de piedra y loza india. Si el próximo rio, el Ala- tamaha, ó el mar, que no está lejos, invadiera, arrastrara y estratificara otra vez los despojos de aquel cerro, se tendría una acumulación de instrumentos humanos muy parecida á la que consideramos, y tal vez falta como ella de osamentas humanas. Aun cuando las conchas que las acompañan sean especies aún vivientes, creo que la antigüedad de los instrumentos de sílice de Abbeville y de Amiens es verdaderamente grandísi- ma, comparada con el tiempo que abraza la historia ó la tradi- í 25 cion. Considero á estos depósitos de guijarros como de origen fluviátil, pero nada descubro en su constitución que indique los efectos de un cataclismo; nada que no quepa referir á inun- daciones de rios, como las que liemos presenciado en Escocia el medio siglo pasado. ¿Cuánto tiempo se ha necesitado para que la creta deje descubiertas todas las sílices despedazadas que forman los montones de guijarros á diferentes alturas, á veces á 30,u sobre el nivel de la Somme, para que se deposite esta ligera arena con las conchas terrestres y acuáticas que allí se encuentran, y también para la corrosión que la masa del depósito ha sufrido á su vez, como que lo que resta termina algunas veces en pico; pendientes antiguas que ha venido á recubrir otro depósito más nuevo y no estratificado? Para ex- plicar estas mudanzas, admitiré con mucho gusto oscilaciones considerables en el nivel del suelo de aquella parte de Francia, como movimientos lentos de elevación y descenso, que desor- denasen pero no trastornasen enteramente el curso de los anti- guos rios. Finalmente, la desaparición del elefante, del rino- ceronte y de los demás géneros de cuadrúpedos, extrangeros ahora en Europa, manifiesta según toda verosimilitud, que de- bieron mediar muchísimos años entre la época en que dichos instrumentos fósiles fueron elaborados, y el tiempo en que los romanos invadieron la Galia. Entre las cuestiones teóricas dilucidadas por los recientes progresos de la geologia y de la historia natural, ninguna más importante, y al mismo tiempo está más oscura que la del origen de las especies. Mr. Ch. Darwin va á publicar pronto una obra sobre este delicado punto, resultado de 20 años de observaciones y de experiencias en zoología, botánica y geología. Saca por con- clusión que las fuerzas de la naturaleza que producen las razas y las variedades permanentes en los animales y en las plantas, son al propio tiempo las que en períodos mucho más largos ocasionan las especies, y por último, en series de edades incom- parablemente más largas, dan lugar á las diferencias en que es- triban los géneros. Me parece que sus trabajos y raciocinios han ilustrado una clase entera de fenómenos, que están intima- mente entrelazados con las relaciones mutuas, con la distribu- ción geográfica y con la sucesión geológica de los seres organb 12(> zados; y basta el presente ninguna hipótesis se ha presentado para explicarlo. Citaré también una comunicación que he re- cibido del Dr. Dawson, de Monlreal, que confirma el descubri- miento que habíamos anunciado de una concha terrestre del género Papa en el terreno carbonífero de Nueva- Escocia. Si se considera que existe entre el terreno terciario y carbonífero una gran serie de capas que carecen de moluscos terrestres, este descubrimiento patentiza la grande imperfección de nues- tros conocimientos geológicos. Siempre me ha parecido que los partidarios del desenvolvimiento progresivo de los seres han atendido poco á esta imperfección, y por consiguiente será ne- cesario modificar ó abandonar gran parte de las ideas que tie- nen admitidas acerca de la primera aparición ele los animales, y en particular de los terrestres. Sea lo que fuere, no niego que tal doctrina del desenvolvi- miento progresivo no pueda llevar consigo algún germen de una teoría exacta. Esta cuestión podrá ser aclarada cuando se tenga bien determinada la edad de la arenisca blanca de Elgin; porque esta roca, que hasta el presente había sido referida al terreno devoniano ó á la arenisca roja antigua, contiene ver- daderamente ciertos reptiles «-cu ya organización es tan perfecta, que varios geólogos han dudado de su grande antigüedad. (Por la sección de Ciencias Naturales, Camilo de Yela.) VARIEDADES. — @ — Establecimiento de estaciones termométricas en el Monte Blanco . No hace mucho tiempo que propuso Tyndall á la Sociedad Real de Londres que se estableciese una serie de estaciones entre la cima y el pié del Monte Blanco, y en cada una se pusiesen los termómetros convenientes. Adoptada esta proposición, hizo preparar en Chamouni cierto número de postes de madera con sus correspondientes azuches de hierro para intro- ducirlos fácilmente en la nieve. El destinado á la cima tiene 4m de largo y 0m, 0 8 de escuadría; y los otros, de 3”, 2 5, son para las estaciones entre aquella y el fondo de la hielera de Bossons. Cada poste lleva un trave- sano, donde va sujeto un termómetro horizontal de mínima. Se necesi- taron 26 mozos para trasportar todos los aparatos á los Grands-Mulets, donde se despidieron 14; los otros 12 llegaron, excepto 1, hasta la cum- bre, donde se despidieron 6. Llevó además Tyndall 3 guias. Le acom- pañó el Dr. Frankland. «Aunque el principal objeto era plantar los postes y fijar los termómetros, me propuse, dice Tyndall, hacer algunas observaciones de diatermancia de las capas inferiores de la atmósfera. Al efecto concerté una serie de observaciones con el abate Veuílet, de Chamouni, quien debia observar en este punto al paso que yo en la cima. Teníamos unos mismos instrumentos, y esperábamos poder deter- minar así la influencia de la capa de aire interpuesta entre la cumbre y el pié de la montaña en la radiación solar. Deseando comenzar las obser- vaciones temprano por la mañana, me hice subir á la cumbre una tienda que tenia 3ra, 2 5 de diámetro. Soplaba allí arriba recio el viento N., y tuvimos que bajar algo al S. para abrigarnos. No nos molestó el frió por la noche, aunque la nieve inmediata estaba á 27° F. ó 15° G. bajo 0. Arreció el viento por la mañana, y como estaba muy seca la nieve, el viento la levantaba formando nubes densas. Bastaba este obstáculo para imposibilitar las observaciones de radiación solar. Tuvimos pues que ceñirnos al objeto principal de la expedición, esto es, á fijar el poste para los termómetros. Lo metimos 2m en la nieve, quedando al aire los otros dos. Se sujetó bien un termómetro de mínima sobre el travesaño, debajo otro de máxima, y debajo de este otro de bola seca y húmeda. Se pu- sieron otros dos de mínima en la nieve, uno á 2m de profundidad y otro á la de 1 m,3 0, con objeto de que digan hasta cuál penetra el frió en invierno. En cada una de las demás estaciones se puso un termómetro de mínima en la nieve ó el hielo, y al aire otro de máxima y otro de míni- ma. Se tiraron algunos cohetes á fin de ver si se verificaba con activi- dad la combustión en un aire enrarecido; pero se opuso á la experiencia una niebla densa que nos envolvió por la noche. La atravesó sin embargo un cohete; y subiendo probablemente por encima de ella, vieron los chispazos desde Chamouni. También hizo Frankland algunas experien- cias acerca de la combustión. Al efecto se escojieron y pesaron en Cha- mouni 6 bujías, que ardieron libremente una hora en la cumbre; se pe- saron otra vez de vuelta en Chamouni; luego ardieron otra hora al pié de la montaña. Desechada una bujía, que dió resultados poco seguros, se halló con sorpresa, que la cantidad quemada en la cumbre era, entre los límites de los errores, igual á la consumida abajo. Nos admiró tanto más este resultado, cuanto que nos pareció mucho más apagada la luz de las bujías arriba que abajo de la montaña. También sonó mucho me- nos un pistoletazo arriba que abajo. Asimismo notamos brevedad del ruido; pero no así la menor semejanza entre el percibido á aquella altura y el de un petardo, con el cual lo suelen comparar en los tratados de acústica; más bien se parece á la esplosion del tapón de una botella de vino de Champagne, aunque es mucho más fuerte. Nada tan magnífico como la salida del sol observada desde el pico de la montaña. La nieve de una de las laderas tenia color azul puro, iluminada por la luz reflejada del cielo-, la cumbre y la ladera que miraba al sol tenian color encarnado en virtud de la luz trasmitida, siendo bellísimo el contraste entre ambos colores. Terminaré diciendo que la temperatura mínima en la cima del Jardin el invierno pasado fué 21° C. bajo 0. No encontramos el termó- metro que el mismo año se puso en la cumbre del Monte Blanco. (Por la Sección de Variedades, Camilo de Yela.) — — Editor responsable, Camilo be Vela. N.° 3.°— REVISTA DE CIENCI AS. -Marzo 1860. ti CIENCIAS EXACTAS. ASTRONOMIA. Paso de un planeta por el disco del sol , observado en Orgeres , departamento de Eure-et-Loire, por Mu. Lescarbault: carta á Mr, Le Verrier. (Comptes rendus, 2 enero A8G0.) « Orgeres 22 de diciembre de 1859.— Admirando á los in- mortales geómetras que, valiéndose de los principios de la análisis, descubren el camino misterioso de los mundos, he mirado con pasión desde mi infancia el estudio de los grandes fenómenos celestes.» «Habiendo observado desde 1887 que la ley de Bode está lejos de representar exactamente las relaciones de las distancias de los planetas al sol, creí que, independientemente de los 4 pla- netas pequeños Ceres, Palas, Juno y Yesta, descubiertos desde 1801 á 1807 por Piazzi, Olbers y Harding en el gran espacio comprendido entre Marte y Júpiter, podrian quizá encontrarse otros en otra parte. Entonces me era difícil hacer investigacio- nes respecto de este asunto, y me resigné á esperar, aunque sin renunciar á ellas. »E1 paso de Mercurio por el sol, que observé en 8 de mayo de 1845, me sugirió la idea de que sí entre el sol y nosotros existia algún otro cuerpo distinto de Mercurio y Venus, debia también pasar por delante del astro radiante, y que observando con frecuencia los bordes del sol, debia verse en cierto mo- mento la apariencia de un punto negro que penetraba en el sol, recorriendo una cuerda en un tiempo más ó rnénos largo. TOMO X . 9 130 »En aquella época me era más imposible que nunca realizar mis proyectos de observaciones. No me ocupé en ellas mas que á contar desde 1853, en condiciones todavía poco favorables, y rara vez hasta 1858 me dediqué á mirar por los anteojos. En este mismo año 1858 tuve á mi disposición un terrado. Provi- sionalmente construí una especie de instrumento, poco delicado en verdad, pero que podía dar en casi un grado un ángulo de posición. Las medidas tomadas en manchas de la luna, y refe- ridas á una carta de nuestro satélite por Juan Domingo Gasini, me permitieron contar con esta aproximación, ^Naturaleza y disposición de mi instrumento : 1. ° Un anteojo con un objetivo de 10 centímetros de aber- tura, de 1ra, 40 de longitud focal, fabricado en 1838 por Cau- che ; provisto, cuando se hizo la observación de 26 de marzo de 1859, de un ocular que producía un aumento de cerca de 150 veces. 2. ° Un buscador, que aumenta 6 veces. 3. ° El anteojo está montado en un pié sencillo de madera, que permite dos movimientos en planos recíprocamente per- pendiculares, uno horizontal y otro vertical. Las puntas que terminan por la parte inferior cada una de las tres palas del pié, descansan en un bastidor igualmente con tres divisiones, con tornillos para calzar en sus extremos, y poder así nivelar el platillo que lleva el eje del movimiento en el plano hori- zontal. 4. ° En el foco del ocular del anteojo hay dos hilos cruza- dos en sentido rectangular. La misma disposición tiene el foco del ocular del buscador, que además lleva paralela- mente al hilo vertical, y á cada lado de este, otro hilo á una distancia tal, que subtiende á los ojos del observador un ángulo de 16 á 17 minutos, lo que forma un intervalo de 32 á 34 mi- nutos entre los dos hilos colocados á cada lado del hilo vertical del medio. Otros dos hilos ocupan posiciones parecidas á am- bos lados del hilo situado horizontalmente enmedio del campo. Un disco de cartón de 14 centímetros de diámetro, concén- trico con el tubo del ocular del buscador y movible al rededor de él, está dividido en medios grados en su circunferencia. 5. ° La esquina de un edificio, cuya vertical se haya com- 131 probado ó correjido, ó bien una plomada puesta á alguna dis- tancia en el campo, sirven para arreglar la posición de los hi- los de los dos oculares, volviendo sobre sí mismos los tubos que los contienen. El buscador está dispuesto por lo demás, como generalmente se hace, de modo que una estrella mirada en la intersección de los hilos del anteojo, se descubre al mis- mo tiempo en la intersección de los hilos del buscador. 6. ° Cerca de mí tengo un sustentáculo fácil de cambiar de sitio (por ejemplo, un pié de grafómetro). Lleva al través un listón, por el que corre una placa con un agujero y una varilla, que se prolonga oblicuamente adelante y hacia arriba á 25 ó 30 centímetros de la placa agujereada. 7. ° Una plomad ila con hilo muy fino. »Para usar este aparato: 1. ° Empiezo por nivelar el platillo del anteojo. 2. ° Coloco verticalmente uno de los hilos del anteojo y otro de los del buscador. 3. ° Acerco el buscador al sustentáculo de la placa, de modo que el extremo de la varilla esté próximo al ocular de este an- teojito; miro por el agujero de la placa, y teniendo el hilo á plomo cojido con el pulgar y el índice, y la mano apoyada en la extremidad anterior de la varilla, doy vuelta al disco divi- dido hasta que su diámetro inicial esté en la vertical. 4. ° Si se presenta algún objeto en el borde del sol, visto en el anteojo, le coloco en el punto en que se cruzan los hilos de este último; y como su espacio es muy limitado para que permita que se vea en él por entero el astro radiante, aplico vivamente la vista al ocular del investigador, y muevo con ra- pidez el círculo dividido hasta que ambos hilos paralelos estén tangentes á los bordes del sol, ó bien los traspasen ó se sobre- pongan á ellos una cantidad igual. No se trata mas que de vol- ver á colocar el sustentáculo con su placa agujereada y la plo- mada. Con esta última es fácil saber, en las divisiones del disco de cartón, la distancia angular del punto observado á uno de los cuatro puntos que ocupan los extremos, bien del diámetro vertical, bien del horizontal del sol, y hacer la corrección en el caso de la excentricidad del vértice del ángulo que se mide. 132 «Siempre que esperaba tener ocasión, por la tarde antes de ir á terminar mis visitas arreglaba mi reloj al paso del centro del sol por el meridiano con auxilio de un anteojito meridiano, y disponía mis demás medios de observación como acabo de decir. Cuando volvía hacia recorrer casi sin interrupción en mi anteojo, durante un espacio de tiempo que variaba entre hora y media y tres horas, todo el contorno del sol, mirando al mismo tiempo por el ocular. «Por último, el 26 de marzo de 1859 tuve la dicha de en- contrar lo siguiente. (La esperanza de volver á ver el pequeño astro de que voy á hablar, me ha hecho diferir hasta ahora el dar conocimiento de ello: creo que no debo esperar ya más tiempo.) «No he correjido los resultados siguientes, ni de los efectos de la refracción, que podrían despreciarse en cada observación parcial, ni del error procedente del cambio de lugar de nues- tro globo en su órbita, porque esta última rectificación no hu- biera producido una mejora muy notable en valores proceden- tes de mediciones imperfectas. «Medidas en la carta de Francia del depósito de la Guerra la latitud y la longitud de la estación en Orgeres, son: Latitud boreal 48° 8' 55" Complemento de la latitud 41 51 5 Longitud ai 0. del meridiano del observa- torio de París Oh 2ni35s. El 26 de marzo de 1859: Tiempo medio, al medio dia verdadero, en Orgeres. . Oh 5m 53s,05 de la larde. Tiempo sideral, al mediodía verdadero, en Orgeres. . O 13 35,47 de la larde. Tiempo verdadero, al medio dia medio, en Orgeres. . 11 54 6,87 de la mañana. «El planeta aparece como un punto negro de un perímetro circular bien marcado. Su diámetro angular, visto desde la 133 tierra, es muy pequeño; me pareció bastante menor que la cuarta parte del que tengo visto en Mercurio con el mismo au- mento aplicado á mi anteojo, cuando pasó por delante del sol el 8 de mayo de 1845. «Entrada á 57° 22r 30" al occidente del extremo superior del diámetro vertical del sol á : Tiempo verdadero en Orgeres. . . Tiempo solar medio de Orgeres. . Tiempo sideral Tiempo solar medio de París. . . . »El error posible que sería preciso añadir es de 1 á 5" por término medio. «Salida á 85° 45f 0,p al occidente del extremo inferior del diámetro vertical del sol á : Tiempo verdadero en Orgeres. . . 5b 16m 55s de la tarde. Tiempo solar medio de Orgeres. . 5 22 44 de la tarde. Tiempo sideral 5 37 14 Tiempo solar medio de París. ... 5 25 18 de la tarde. «El error posible que sería necesario restar es de 1 á 3" por término medio. «En el momento de la distancia menor del planeta al centro del sol: Tiempo verdadero en Orgeres. . . Tiempo solar medio de Orgeres. . Tiempo sideral Tiempo solar medio de París. . . . «Duración del paso: En tiempo solar medio lh 17nl 9S. En tiempo sideral 1 17 22. Menor distancia al centro del sol =0° 15F 22", 3. 4h 38m 20s de la tarde. 4 44 11 de la tarde. 4 58 33 4 46 45 de la tarde. 3h 59m 46s de la tarde. 4 5 36 de la tarde. 4 19 52 4 8 11 déla larde. 134 «Angulo bajo el cual se ve desde la tierra la línea recorrida delante del sol entre los instantes de la entrada y la salida =9' 13", ti. »El tiempo sideral necesario para recorrer el diámetro en- tero del sol hubiera sido =ih 29,n 9S. «Tengo la convicción de que algún dia se volverá á ver pa- sar por delante del sol un punto negro perfectamente redondo, muy pequeño, recorriendo una línea situada en un plano cuya inclinación, respecto de la eclíptica, estará comprendida entre 5°+| Y que la órbita contenida en este plano cortará al plano de la órbita terrestre hacia los 183° pasando desde el S. al N. : que ai menos de una excentricidad enorme de la órbita descrita por este punto negro alrededor del astro que nos alum- bra, podremos verla recorrer el diámetro solar en unas 4h 3m poco mas ó menos. «Este punto negro será con mucha probabilidad el planeta cuya marcha he seguido el 2ti de marzo de 1859, y será posi- ble calcular todos los elementos de su órbita. «Creo con fundamento que su distancia al sol es inferior á la de Mercurio, y que este cuerpo es el planeta ó uno de los planetas cuya existencia en el cielo á la inmediación del globo solar habéis dado á conocer hace algunos meses por esa mara- villosa facultad de vuestros cálculos, que en 1846 os dieron también á reconocer las condiciones de existencia de Neptuno, fijar su sitio en los confines de nuestro mundo planetario, y trazar su camino por los abismos del espacio.)) «Después de esta comunicación, presentó Mr. Le Vender las observaciones siguientes. «La carta que precede vino á sus manos por conducto de Mr. Vallée, inspector general honorario de puentes y calzadas. «Los detalles comprendidos en este documento permitían concederle desde luego cierta confianza. No obstante, podría causar sorpresa que hallándose Lescarbault en posesión de un hecho tan considerable, hubiese tardado 9 meses en dar cono- cimiento de él. Esta consideración me determinó á ir al mo- mento á Orgeres, adonde Mr. Vallée, hijo, ingeniero de puen- tes y calzadas, quiso acompañarme, llegando el sábado 31 d diciembre, sin haber sido anunciados. 135 » Encontramos á Mr. Lescarbault, como un hombre dedicado hace mucho al estudio de la ciencia, rodeado de instrumentos, de aparatos de toda clase, que él mismo construia; y que habia mandado hacer una pequeña cúpula giratoria. Nos permitió que examináramos con la mayor escrupulosidad los instrumentos de que se valia, y nos dió las explicaciones más minuciosas acerca de sus trabajos, y en particular de todas las circuns- tancias del paso de un planeta por el sol. » La entrada no pudo observarla; ya habia recorrido el pla- neta algunos segundos por el disco del sol en el momento en que le descubrió Mr. Lescarbault, y teniendo en cuenta la ve- locidad que ha reconocido en él, calculó el momento de la en- trada. »Los ángulos de posición respecto ele la vertical se midieron a la entrada y á la salida por el procedimiento descrito por Mr. Lescarbault: refiriendo en seguida estas observaciones so- bre una esfera celeste, pudo llegar á determinarla longitud de la cuerda recorrida por el planeta, y deducir el tiempo que empleó el astro en pasar por completo por el disco del sol. »Las explicaciones de Mr. Lescarbault, la sencillez con que nos las dió, produjeron en nuestro ánimo la completa convic- ción de que la observación detallada que hizo debe ser admi- tida en la ciencia, y que el mucho tiempo que ha tardado en publicarla, consiste únicamente en una reserva modesta, y en la tranquilidad que puede conservarse todavía lejos de la agi- tación de las ciudades. Un artículo del periódico el Cosmos , relativo al trabajo que hemos presentado acerca de Mercurio, es lo único que le determinó á romper el silencio. «Sometiendo al cálculo los datos que suministra la observa- ción , hemos hallado que la cuerda recorrida por el planeta por el sol es de 9f 17r', y que según esta cuenta hubiera tardado 4h 26™ 48s en atravesar todo el disco. Estos números se dife- rencian muy poco de los dados por Mr. Lescarbault. El resul- tado demuestra que este observador ha puesto gran cuidado en las deducciones gráficas sacadas de sus observaciones, y que desde luego debe esperarse que las mismas observaciones ten- gan cierta exactitud, á pesar de la imperfección de los medios de que disponía el observador. 136 »E1 tiempo que tardó en pasar no puede darnos á conocer la distancia del planeta al sol, mas que admitiendo que la órbita sea circular. En esta hipótesis se halla que el semieje mayor es igual á 0,1427, tomando por unidad el eje mayor de la ór- bita terrestre. De aquí se deduce que la duración de la revo- lución es de 19d,7. »Los ángulos de posición dados por Lescarbault permiten calcular también las longitudes y las latitudes geocéntricas á la entrada y á la salida. De ellos se deducen, admitiendo la distancia al sol determinada antes, las longitudes y las latitudes heliocéntricas, lo cual permite fijar la inclinación de la órbita en 12° 10f, y la longitud del nodo ascendente en 12° 69\ » Según el autor, que ha observado el paso de Mercurio por el sol en 184o, el diámetro que entonces presentaba este pla- neta era ciertamente cuádruplo del diámetro aparente del pla- neta observado el 26 de marzo de 1869. Considerándolas ma- sas como proporcionales á los volúmenes, se deduciría de aquí que la masa de este último planeta no sería mas que una 17.a parte de la masa de Mercurio; masa pequeña con exceso á la distancia en que está situada, para producir la totalidad de la anomalía demostrada en el movimiento del perihelio de Mer- curio. »El nuevo astro, en razón del corto radio de su órbita, no puede apartarse nunca á una distancia mayor de 8o del sol, y siendo la luz total que nos envía más escasa que la de Mercu- rio, puede comprenderse bien que no se haya visto hasta ahora. Por la Sección de Ciencias Exactas, Camilo de Yela. — ■ — ^ ^ <£><5>c-r CIENCIAS FISICAS. — -#®-íxw — FISICA. Trabajos sobre la propagación de la electricidad en los /hiidos elásticos muy enrarecidos ; por Mr. A. de la Hive. (Comples rendus, 5 mayo 4 859.) Mucho tiempo hace que ios físicos han emitido la opinión de que el vacio perfecto no es conductor de la electricidad. Mr. Gassiolt ha confirmado, bajo este aspecto, los resultados obte- nidos anteriormente por Morgan, Davy y otros; experimentos muy recientes le han demostrado que la propagación de una electricidad, aun á alta tensión, no puede verificarse en un tubo en el que, mediante un procedimiento químico muy sen- cillo, se ha producido el vacio más perfecto. Así, pues, la elec- tricidad se propaga en los espacios que llamamos vacíos por el intermedio, ya de las partículas desprendidas de los electro- dos, ya de los fluidos elásticos muy enrarecidos (vapores ó gases). He estudiado ya en mis investigaciones sobre el arco vol- taico, dice el autor, el primer modo de propagación; del se- gundo me he ocupado últimamente, y ahora voy á presentar los primeros resultados de mi estudio. Este ha sido facilitado en gran manera por el admirable aparato de Ruhmkorff, que suministra la electricidad en las condiciones mas favorables para este objeto. En efecto, las corrientes de inducción producidas por este aparato, reúnen la doble condición de tensión y con- tinuidad, que exije el medio que debe trasmitir la electricidad, 138 á fin de que esla trasmisión sea posible, y puedan observarse convenientemente los fenómenos que la acompañan. El empleo de las corrientes de inducción ha hecho descu- brir el fenómeno tan notable de la estratificación de la luz eléc- trica, y ha permitido analizar mejor que hasta el dia la acción del imán en la electricidad dinámica; acción que se realiza en condiciones mucho más favorables cuando los conductores en que se ejerce son susceptibles de tomar todos los movimientos y todas las formas posibles, como sucede con un fluido elástico muy enrarecido, y lo que, por el contrario, ‘no puede verifi- carse con los hilos metálicos por movibles que sean. Gran nú- mero de trabajos importantes se han hecho ya bajo el doble as- pecto de que acabo de hablar. Así, MM. Quet, Grove, Robin- son, Gassiot, y últimamente Mr. Riess, se han ocupado en la estratificación, y han procurado analizar la influencia que ejer- cen en la disposición la limpieza, y en una palabra la aparien- cia de las estrías, la naturaleza y el grado de enrarecimiento del fluido elástico, como también la forma de los electrodos y la intensidad de la descarga. Por lo que respecta á la acción del magnetismo, yo la habia señalado ya en 1849 en una carta dirijida á Mr. Regnault, haciendo ver la rotación que experi- menta bajo la influencia de un enérgico imán un chorro eléc- trico luminoso producido por la trasmisión por el aire ordina- rio muy enrarecido de la descarga de una máquina hidro- eléctrica de Armstrong. Ultimamente, Mr. Flucker ha anali- zado esta acción, estudiándola en la luz eléctrica producida en los tubos de Geisler, y consiguió demostrar que las curvas que afectan los chorros luminosos bajo la influencia de los imanes, son parecidas á las curvas magnéticas; condición que ha pro- bado ser indispensable para que se verifique el equilibrio. El objeto que me he propuesto en mis actuales investigacio- nes, es esencialmente el conseguir determinar el estado par- ticular de la electricidad en su propagación por los medios muy enrarecidos, y al mismo tiempo ver si este exámen puede con- tribuir á proyectar alguna luz sóbrela constitución física ó mo- lecular de estos medios. Uno de los expedientes más eficaces para lograr este objeto, ha sido el estudio de las modificaciones ocurridas en los fenóme- 139 nos observados, ya por la acción del magnetismo, ya por los cambios en la naturaleza y el grado de enrarecimiento del Huido elástico. Pero muy pronto conocí la necesidad de operar en grandes vasos de vidrio, globos ó recipientes, á fin de po- ner los chorros luminosos, y en general toda la parte del me- dio atravesada por la electricidad, al abrigo de la influencia de las paredes de los vasos; influencia que se hace sentir de una manera muy pronunciada, como lo ha observado especialmente Riess, y que puede dar lugar á graves errores, produciendo efectos semejantes en la apariencia á los de las fuerzas magné- ticas. Este inconveniente se echa de ver más particularmente cuando se opera con un diamante exterior en los chorros lumi- nosos délos tubos de Geissler; por esta razón he sometido siem- pre, en el mismo interior de los vasos y sin paredes interme- dias, las corrientes á la acción de las demás fuerzas, ora mag- néticas, ora eléctricas. Para determinar la resistencia que presentan á la propaga- ción de la electricidad los medios muy enrarecidos, he em- pleado dos arbitrios diferentes: uno de ellos consiste en medir con un galvanómetro la intensidad de la descarga; y el otro en calcular con un electrómetro el estado de tensión del electrodo positivo de la corriente inducida. Estos dos modos conducen al mismo resultado, y pueden servirse mútuamente de comproba- ción. Sin entrar en largos detalles, me limitaré á decir que desde luego advertí que la trasmisión de la electricidad, que es nula en la ausencia de toda materia ponderable, es tanto más fácil, sin embargo, cuanto que esta materia, por lo ménos cuando es un flúido elástico, está más enrarecida; hecho que manifiesta cuánta es la oscuridad de que está rodeado todavía el fenómeno de la conductibilidad eléctrica. Pero no tardé en observar que basta una variación de fuerza elástica apenas apreciable en el manómetro, para modificar notablemente la conductibilidad del medio. Así , pues, la evaporación en el aire enrarecido á 3 milím. de una cantidad de alcohol bastante débil para que no haya cambio apreciable en la fuerza elástica, ha hecho subir 'súbitamente de 20° á 23° la divergencia del electrómetro. Yo operaba en este caso con un gran recipiente de 23 centímetros de diámetro por 30 de altura, y la descarga 140 pasaba entre una bola metálica colocada cerca del vértice, y un círculo metálico situado en un plano horizontal inmediato á la base de la campana de vidrio. Esta descarga á la presión de 3 milím. formaba una faja cónica luminosa casi continua, que terminaba cerca del círculo por una serie de estrías, cuando por lo menos el círculo se ponia en comunicación con el electrodo positivo. Estas esírias tenían un movimiento de undulación, que indicaba un estado de agitación en el medio, y eran aún más marcadas cuando se había tenido cuidado de desecar bien el aire enrarecido, con ácido sulfúrico concentrado, colocado debajo del recipiente. El resplandor, que ya era antes de un matiz color de rosa, se hacia cada vez más pronunciado y enteramente igual al color de las placas aurórales que se des- cubren en las regiones superiores de la atmósfera en el fenó- meno de las auroras boreales. En el anterior experimento puede reemplazarse el boton de cobre, que sirve de electrodo superior, por la extremidad de una varilla de hierro que se imanla por medio de un fuerte electro imán, ó rodeándolo de una hélice atravesada por una corriente enérgica. Entonces se ve que la faja cónica luminosa toma una forma algo diferente; pero si se introduce en el aire enrarecido un poco de vapor de eter ó alcohol, la faja se con- densa en un chorro atravesado por estrías bien caracterizadas; y este chorro describe, bajo la influencia del polo de donde sale, un movimiento de rotación cónica, cuya dirección depende así del sentido de la corriente como de la naturaleza del polo magnético que la determina. El mismo experimento puede hacerse de una manera más cómoda por medio de un globo de vidrio de 20 á 25 centímetros de diámetro, con 2 tubuladuras colocadas en las extremidades de un mismo diámetro. A una de las tubuladuras hay ajustada una espita para hacer el vacío en el globo, y por la otra se in- troduce una varilla de hierro dulce de 3 á 4 centímetros de diámetro, una de cuyas extremidades va á parar al centro del globo, al paso que la otra sale de la tubuladura, para que se la pueda colocar en el polo de un fuerte electro-imán.: En el inte- rior del globo está fijo un círculo de latón, perpendicularmente al eje de la varilla de hierro, y en el plano que pasa por la H1 extremidad interior de esta varilla. Puede también hacerse pa- sar la descarga, ya de la espita al círculo, lo que determina una faja y una rotación cónicas al rededor del polo magnético, ya de la punta de la varilla imantada al círculo, lo que pro- duce una faja y una rotación circulares. Cuando el aire está muy enrarecido, obsérvanse efectos muy curiosos; la faja circu- lar en forma de disco, tiene la apariencia de una gasa color de rosa, á la cual la imantación del hierro dulce imprime un li- gero movimiento en un sentido ú otro, según es el de la iman- tación; si el electrodo positivo comunica con la varilla de hierro, se ve también la aureola luminosa que la rodea, á manera de una vaina, bajar ó subir en el momento en que se la imanta. Cuando se ha hecho que un poco de aire ó de vapor tenga una tensión de 2 á 3 milímetros, el disco luminoso se condensa en un hilo de 1 á 2 centímetros de diámetro, pero basta la iman- tación para ver este hilo único dividirse en multitud de peque- ños hilillos que giran al rededor del polo magnético en el plano del círculo, y terminan en ciertos casos por desvanecerse lo bastante para reformar la faja luminosa. A 3 milímetros de ten- sión la división no se verifica, y el hilo gira en uno ú otro sen- tido, según la dirección de la descarga, con una rapidez que disminuye á medida que la tensión aumenta. Esta rapidez va- ría igualmente respecto de la misma tensión con la dirección de la corriente, siendo mayor cuando el electrodo positivo está en comunicación con el círculo y el negativo con el imán, que en el caso inverso. Esta diferencia de velocidad, que muy probablemente con- siste en la forma que afecta el chorro luminoso que se esparce á manera de abanico, puede servir para demostrarnos cuán útil es la acción del imán para estudiar el estado molecular del fluido elástico atravesado por la descarga; este estado no es idéntico, y el chorro luminoso parece presentar, como antes que otro alguno lo anunció Mr. Foucault, y Mr. Riess lo indicó últimamente, un estado de condensaciones y dilataciones alter- nativas del llúido elástico, bastante análogas á las que acompa- ñan á la propagación del sonido. La estratificación de la luz eléctrica sería su consecuencia, y la notable forma que afectan estas estrías, como también la agitación visible de las molécu- 142 las en los hilillos que de ellas se desprenden, denotan visible- mente un estado muy pronunciado de movimiento. No es sólo la posición, sino también la forma de los chor- ros luminosos, la que se modifica por la acción del imán, como lo demuestran muchos variados experimentos, cuyos porme- nores omito ahora. Me limito únicamente á señalar un experimento destinado á poner de manifiesto la acción, sin la intervención de ninguna fuerza magnética, de un chorro eléctrico en otro de igual natu- raleza. Para esto es preciso valerse de dos aparatos Ruhmkorff, cada uno de los cuales suministra su descarga, y marchan con el mismo interruptor, á fin de que ambos chorros sean com- pletamente simultáneos. Uno y otro son producidos debajo de un recipiente, y es- tán dispuestos paralelamente entre sí á una distancia de 2 á 3 centímetros, si bien puede dárseles la longitud que se quiera. Empiézase por producir uno sólo, que es perfectamente rec- tilíneo; pero en el momento en que se produce el segundo, se ve que ambos se doblan y se inclinan uno al otro hasta el punto de ponerse en contacto en la mayor parte de su exten- sión; en el momento en que se suprime uno de ellos, el otro recobra inmediatamente su forma rectilínea. No necesito añadir que la dirección de los dos chorros eléctricos era la misma, y que el fenómeno que presentan es probablemente la consecuen- cia de la ley de Ampére sobre la atracción de dos corrientes que siguen una misma dirección. Hay además, en este orden de fenómenos, un punto que insisto en consignar: hablo de la persistencia momentánea de la modificación introducida en el medio por el paso del chorro eléctrico. Así, pues, sucede muchas veces que por efecto de la disposición de los conductores, el chorro toma dos sendas dife- rentes, según el sentido de la descarga; pero si se deja á esta durar cierto tiempo, continúa pasando por la misma senda cuando se invierten los polos. Es probable que, en atención á la escasa fuerza elástica de unos medios tan enrarecidos como los de que se trata, el estado molecular propio para la propa- gación de la descarga, y que determinó la primera, persista algunos momentos después de su paso. 143 Según lie advertido al principio de esta comunicación, el aspecto más interesante del estudio que he emprendido, es en mi concepto el conocimiento de las consecuencias que podrán deducirse acerca de la constitución de la materia en el estado de tenuidad en que se encuentra en los ílúidos elásticos muy enrarecidos. Hasta aquí ha habido gran disposición á creer que, reducido á 1 ó 3 milímetros de presión un medio gaseoso, dejaba de tener propiedades sensibles, ó que, por lo menos, las que aún podia conservar, no cambiaban cuando esta míni- ma presión variaba un poco; pero ya hemos visto que sucede todo lo contrario. Igualmente se concibe la nueva explicación que, atendiendo á lo expuesto, puede darse de los fenómenos naturales que se verifican en nuestra atmósfera, y la posibilidad de admitir que hay algunos que pueden producirse á grandes alturas; es decir, donde la atmósfera está muy enrarecida. Creo, pues, justo hallar en el estudio más detallado de estos fenómenos una nueva confirmación de la teoría que he dado de la aurora boreal. Los movimientos observados en las placas aurórales están completamente de acuerdo con los fenómenos que he des- crito, y en los cuales se puede concebir que el imán central representa el globo terrestre, y que el círculo conductor que lo rodea á cierta distancia, figura la atmósfera; el matiz rosá- ceo de estas placas y su trasparencia son iguales á las de la luz eléctrica en el aire atmosférico enrarecido, al paso que no lo son en cualquier otro gas ó vapor en igual estado. Los chor- ros brillantes que parten del eje de la aurora, y el espacio os- curo que la separa de la tierra, son igualmente análogos á lo que se observa en pequeña escala cuando, como sucede en el fenómeno natural, la electricidad negativa parte del centro, y la positiva de la circunferencia. 144 QUIMICA. Advertencias históricas sobre la doctrina de la homología; pro- piedades físicas de las sustancias homologas; por Mr. S. SCHIEL. (Anal, de Quira, y Fis., noviembre -1859.) En el cuaderno de julio de 1842, de los Annalem der Che - mié und Pharmacie , se halla una nota, en la que demostré, dice el autor, que cierto número de sustancias que he desig- nado con el nombre de alcoholes , forman una serie regular- mente progresiva , representadas del siguiente modo, suponiendo 6 2 H2=R- R H . R 1 //. R //. i*4 II R H. R*H R-k H Metilo. Etilo. Glicerilo. ? Amilo. Cetilo. Cerosilo. La glicerina está comprendida en la serie anterior, siempre que se le atribuya la fórmula C* W 0*+H0, diferente de la general de los alcoholes Rn o+HO. Como este cuerpo se diferencia por otra parte en otros ca- racteres de los alcoholes propiamente tales, es posible que no pertenezca á esta serie (1). Añadí que en química orgánica se (í) En 1842 era desconocida la existencia del alcohol propiónico, y la glicerina se consideraba como un cuerpo inmediatamente próximo al alcohol común. 145 formarían seguramente otras series análogas á la anterior . Sabido es que Gerhardt ha llamado á estas series progresivas series homologas. Me habia propuesto volver á ocuparme en este asunto; pero otras ocupaciones me han distraído por largo tiempo de tal género de investigaciones: por lo demás, mi in- tervención era tanto ménos necesaria, cuanto que poco tiempo después Mr. Dumas lia llamado la atención de la Academia de Ciencias (sesión del 21 de noviembre de 1842) sobre la serie de los ácidos grasos. Después las series progresivas (homologas) han prestado grandes servicios á la ciencia; pero Mr. Kehuíé es el primer químico que las ha elevado á su verdadero origen (1). Parece que existen relaciones muy dignas de llamar la aten- cion entre el calor latente de las sustancias homologas y la di» latacion que experimentan en el momento de pasar al estado de vapor. El ejemplo siguiente es á propósito para demostrar estas relaciones: 1 litro de vapor de alcohol metí- lico pesa. .... ....... lsr,938 á 0o, y ls,18 á 60®, 1 litro de vapor de alcohol etí- lico pesa. 2sr,069 á 0o, y ler,60 á 78°. 1 litro de vapor de alcohol amí- lico pesa. 3§r,953 á 0o, y 2^,64 á 135a. Los pesos de los litros de vapor á las temperaturas de la ebullición están calculados según el coeficiente de dilatación del aire; pero debe observarse que este dato es puramente de aproximación. Por otra parte, para los pesos de 1 litro líquido tenemos: Alcohol metílico. ........... 758^r á 65°. Alcohol etílico.. 742§r á 78°. Alcohol metílico. ........... 708&r á 135°. Si se divide el peso de 1 litro de líquido por el de 1 litro (O Kehülé, Lehrbuck der organishen Chemie , pág. 86, TOMO X. 10 146 de vapor, apreciando ambos pesos á la temperatura de la ebu- llición, se hallará la dilatación del ¿líquido en el momento en que pasa al estado de vapor. 758 Así, la dilatación del alcohol metílico es igual á -—=637; 1,10 es decir, que 1 litro de vapor de espíritu de madera ocupa un volumen 637 veces mayor que otro litro de alcohol metílico. Respecto del alcohol común , la dilatación del vapor es tí .) n n o igual á j— ^=464; y la del alcohol amílico es ^-^=268. Pero los números 464 y 268, que expresan la expansión que toma en el momento de formarse el vapor de los alcoholes etílico y amílico, están sensiblemente en la proporción de los calores latentes de vapor de estos alcoholes. En efecto : El calor latente de vapor del alcohol = 208,3 } (Fabre y Sil- Id* id. del alcohol amílico = 121,3 i bermann.) Estos números están sensiblemente en la relación de 464 y 268. 464 : 268 : : 208,8 : x; ¿c=120,5. Para el calor latente de vapor del espíritu de madera, han hallado MM. Fabre y Silbermann el número 263,8. El gua- rismo que se deduciría de la proporción 637 : 464 : : x : 208 ; a? =285, es algo mayor que el que da la experiencia. QlJltSIC/A De la composición y del modo de producirse las gomas en la organización vegetal; por Mr. Fremy. (Comptcs rendus, 16 enero \ 860.) Las investigaciones generales que he emprendido, dice el autor, acerca de los tejidos de los vegetales y de las modifica- 147 ciones que experimentan ciertos principios inmediatos por la influencia de la organización, debían necesariamente condu- cirme á examinar los fenómenos referentes á la producción de las sustancias gomosas. Todos los químicos saben que bajo este punto de vista son poco extensos nuestros conocimientos, que apenas se conocen las propiedades químicas de las gomas, y que no se lian fijado de una manera precisa las relaciones que existen entre las par- tes solubles y los cuerpos insolubles que se encuentran en casi todas ellas. La misma oscuridad hay todavía respecto de las circuns- tancias fisiológicas que determinan la secreción de la goma. Las interesantes observaciones de nuestro colega Decaisne, demuestran que la producción anormal de la goma en ciertos árboles coincide con la época de la formación de las partes leñosas, y que se verifica á sus expensas; pero no conocemos el principio que produce por su modificación en los árboles la sustancia gomosa, y vemos con sorpresa que sale una goma neutra de un fruto ácido. Cuando se considera que la goma es segregada con abun- dancia por varios árboles; que fácilmente se cambia en sustan- cia azucarada; que puede concurrir también á la producción del azúcar en los vegetales, y que entra en muchas operaciones de la industria, debe sentirse que los químicos hayan descuidado en cierto modo en sus investigaciones una sustancia tan im- portante. Estas consideraciones me han hecho frecuentemente inten- tar experiencias con las gomas, esperando aplicar utilmente la química al exámen de una cuestión de fisiología vegetal. Des- pués de haber demostrado en investigaciones anteriores que todos los cuerpos gelatinosos derivan por trasformaciones iso- méricas de un principio insoluble, la pectosa, que se encuen- tra en el tejido utricular de los vegetales, he tratado de apli- car á las gomas las observaciones que hice sobre las sustancias gelatinosas: tenia derecho para suponer que estas dos series de cuerpos orgánicos, que presentan varios caracteres químicos comunes, que se trasforman con igual facilidad en ácido mú- 148 oico por la acción del ácido azoico, presentarían también al- guna semejanza bajo el punió de vista fisiológico. Hasta ahora han sido infructuosos mis ensayos, y me era imposible hacer entrar las gomas en una serie que pudiera compararse con la que comprende los derivados de la pectosa. üna observación inesperada acaba de establecer esta ana- logía. que buscaba hace mucho tiempo, entre los cuerpos gela- tinosos de los vegetales v las somas : esta observación me permite abrir nuevas vías acerca de la constitución de las materias gomosas. He reconocido que el ácido sulfúrico concentrado podía hacer experimentar a la goma arábiga una notable modifica- ción, y convertirla en un cuerpo nuevo enteramente insoluble en el agua. Esta reacción se hubiera observado hace mucho tiempo, si no exijiese para producirse circunstancias entera- mente especiales, que he estudiado con cuidado, y que voy á describir. La trasformacion de la goma en sustancia insoluble no se verifica, ni por la influencia def ácido sulfúrico dilatado que obre sobre una disolución de goma, ni por la reacción del mismo ácido concentrado y en presencia de la goma pulve- rizada. Para efectuar con facilidad esta modificación, debe hacerse obrar ácido sulfúrico concentrado en la goma que se halla en un estado particular de hidratacion. Las circunstancias favorables para la experiencia pueden realizarse del siguiente modo. Preparo en primer lugar un hi- drato de goma, que tenga un grado tal de viscosidad, que con dificultad se desprenda de las vasijas que le contienen al sa- carle por decantación; echo este jarabe espeso en otra vasija que contenga acido sulfúrico concentrado; el hidrato de goma viene á cubrir el líquido acido sin mezclarse con él: lo dejo en con- tacto prolongado por muchas horas, y al cabo de este tiempo reconozco que la sustancia gomosa se ha trasformado en una especie de membrana insoluble aun en agua hirviendo. Para que las explicaciones que siguen sean más fáciles de apreciar, designaré inmediatamente esta nueva sustancia con 149 el nombre de ácido metagúmico . Después de haber reconocido que este nuevo ácido, una vez lavado convenientemente, no re- tenía vestigios de ácido sulfúrico, debí creer que resultaba de una trasto rmacion isomérica, ó de una deshidratacion, verifi- cadas por la acción del enérgico reactivo que había empleado para modificar la goma. Pero las siguientes observaciones, que dan un gran interés al estudio del nuevo ácido, debían indicarme claramente las relaciones que existen entre este cuerpo y la materia gomosa que le ha producido. El ácido metagúmico resiste por varias horas á la acción del agua hirviendo: sometí este ácido á la acción del agua bajo la presión y á una temperatura de 100°, y no experimentó modificación alguna; pero cuando se calienta con vestigios de bases como la potasa, la sosa, el amoniaco, la cal, la barita y la estronciana, se disuelve inmediatamente y se modifica, pues los ácidos no le precipitan ya de la disolución alcalina: enton- ces se convierte en un ácido soluble, que llamaré gúmico , que queda en combinación con la base empleada para verificar la modificación del cuerpo insoluble en agua. Debí estudiar estas trasformaciones con gran cuidado, por- que los compuestos obtenidos en las circunstancias anteriores, haciendo obrar las bases sobre el ácido metagúmico, me pre- sentaron todos los caracteres de la goma arábiga. Tales experiencias pueden pues modificar todas las ideas que hasta nuestros dias han podido formarse sobre la goma arábiga: esta sustancia, que se ha considerado hasta ahora como neutra, comparable á la dextrina, provendría de un principio insoluble en el agua; el ácido metagúmico, que perdiendo su solubilidad en ella bajo la influencia de las bases, como sucede al ácido tartárico anhidro ó á la lactida, se trasformaria pri- mero en ácido gúmico soluble, para combinarse en seguida con vestigios de bases y principalmente de cal, y formar así verdaderas sales, que constituyen las gomas solubles. Para confirmar este parecer, debo volver á tomar el exá- men de la goma, é investigar si efectivamente puede conside- rarse esta sustancia como una combinación de cal con un ácido orgánico. 150 Por las observaciones de varios químicos, y principalmente por las de Yauquelin, se sabe que en ningún caso puede pri- varse á la goma de las sustancias orgánicas que contiene: cuando se calcina deja un residuo calizo, que sube á 3 ó 4 cen- tésimas. Además, la goma se precipita siempre notablemente con eloxalato de amoniaco. Tratando la goma por el sub-acetato de plomo se forma, como es sabido, un compuesto insoluble : he reconocido que en este caso se encuentra la cal separada de la sustancia orgá- nica, y queda unida al ácido acético. Hirviendo el ácido meta- gúmico con cal obtuve una sustancia soluble, é idéntica á la goma arábiga: como esta última, es neutra, insípida, incristali- zable, soluble en agua, precipi table por el alcohol y el sub- acetato de plomo; calcinada deja 8 por 100 de cenizas calizas, como la goma arábiga. Todos estos hechos parecen pues demostrar que la goma es realmente una combinación de cal con un acido orgánico, y no un principio inmediato neutro, como hasta ahora se habia ad- mitido. En esta hipótesis era interesante estudiar los cambios que experimentaría la goma en sus propiedades, después de la eli- minación de la cal que contiene por medio del ácido oxálico. Tratada así la goma con el ácido oxálico, y privada de cal, no produce ácido metagúmico insoluble, como sucede cuando se somete á la acción del ácido sulfúrico en las condiciones que he dado á conocer anteriormente. Este hecho puede explicarse con facilidad: cuando el ácido sulfúrico obra en una sustancia orgánica, puede no sólo quitarla el agua ó las bases minerales que contiene, sino también hacerla experimentar una modificación isomérica, que puede producir igualmente el calor. He creído, pues, que podría, por medio del ácido oxálico y de un ligero tostado, hacer experimentar también á la goma arábiga la trasformacion que verifica el ácido sulfúrico con tanta facilidad : la experiencia ha venido á confirmar esta previsión; y por este nuevo método, me ha sido posible trasfor- mar también la goma en ácido metagúmico: este cuerpo, bajo la influencia de la cal, reproduce inmediatamente la goma arábiga. 151 Así, en esta última experiencia el ácido oxálico precipita la cal contenida en la goma, y elimina el ácido gúmico, que es so- luble en agua, y el calor trasforma este ácido soluble en ácido metagúmico insoluble. Se debe á Gelis una observación muy interesante acerca de la goma arábiga, de lo que en la actualidad encuentro una es- plicacion muy sencilla: este hábil químico ha reconocido que bajo la influencia de una temperatura de 150°, sostenida por va- rias horas, se vuelve insoluble la goma en agua; y que por la acción prolongada del agua hirviendo, esta sustancia insoluble puede regenerar la goma. He reconocido que en este caso no se elimina sensiblemente sustancia caliza; no se convierte, pues, la goma en ácido meta- gúmico, pero por la influencia del calor esta misma goma (gu- íñalo de cal) experimenta una trasformacion isomérica, y pro- duce metagumato de cal insoluble. Se comprende, pues, fácilmente que el cuerpo obtenido por Gelis puede regenerar la goma por la acción del agua hir- viendo, mientras que el ácido metagúmico, obtenido por los métodos que he descrito, no puede regenerar gomas mas que bajóla influencia de las bases. A los químicos que han trabajado en química aplicada á la organización, no les admirará ver que la goma, como sal cal- cárea, contenga únicamente 3 por 100 de cal. Saben que los ácidos gomosos y gelatinosos que todavía se encuentran próxi- mos á las sustancias organizadas, tienen siempre una capacidad de saturación muy escasa, que aumenta en seguida á medida que nuestros reactivos les separan de la organización. Este importante principio es el que he desarrollado en mis investigaciones acerca de las sustancias gelatinosas de los ve- getales: se ha visto en esta notable serie, que los primeros ácidos gelatinosos presentan una capacidad de saturación tan escasa, como la que caracteriza al ácido de la goma. De modo que, según mis experiencias, puede compararse la goma á los compuestos pécticos: se derivará de una sustan- cia insoluble, el ácido metagúmico, como los cuerpos gelatino- sos de los vegetales se derivan de una materia insoluble, que es la pectosa. m La análisis elemental del ácido metagúmico me ha dado los números siguientes: I. II. . 41,10 40,82 . 5,98 6,10 . 52,97 53,08 100,00 100,00 Estos números distan sensiblemente de los que representan la composición de la goma en bruto; pero como á esta última sustancia no se le ha privado nunca préviamente de la cal que contiene, no puede considerarse su análisis como exacta. Después de haber estudiado la más importante de las go- mas, que es la goma arábiga, debo examinar otras sustancias gomosas, y sobre todo las que contienen partes gelatinosas é insolubles. La goma del cerezo contiene una sustancia soluble, que es idéntica á la goma arábiga, como Guerin-Vary lo ha estable- cido perfectamente en sus importantes investigaciones acerca de las gomas: debia, pues, creer que la parte insoluble y gela- tinosa que se puede extraer de esta goma, la cerasina, tendria alguna semejanza con el ácido metagúmico. El químico que acabo de citar demostró ya, que por una larga ebullición podía hacerse soluble la cerasina, y trasfor- marla en goma arábiga: he reconocido además que los carbo- natos alcalinos obran muy rápidamente en la cerasina, origi- nando carbonato de cal, y gomas que pueden completamente compararse con las que se obtienen directamente por la acción de las bases en el ácido metagúmico. Los ácidos dilatados y usados en frió descomponen ¡a cera- sina, se apoderan de la cal contenida en esta sustancia, y eli- minan el ácido metagúmico, que por la acción de la cal repro- duce la goma arábiga. La cerasina no es, pues, un principio inmediato neutro; debe considerarse esta sustancia como una combinación de cal con ácido metagúmico. 153 La cerasina natural es idéntica al producto insoluble obte- nido por Gelis calentando la goma á 150°: ambos cuerpos re- producen la goma arábiga en iguales circunstancias. Esta tras- formacion , que se verifica por la acción del agua hirviendo, puede suceder también por la influencia de la vegetación; es natural, pues, encontrar en la organización vegetal mezclas de goma arábiga y cerasina, puesto que ambos cuerpos deben con- siderarse como constituyendo dos estados isoméricos del mismo compuesto calizo. Reconocí que la secreción gomosa que se solidifica con fre- cuencia en la parte exterior de un fruto ácido, se halla siempre en comunicación con un depósito interior de una sustancia ge- latinosa idéntica á la cerasina, y que, como ella, está formada por la combinación de la cal con el ácido metagúmico; la mo- dificación isomérica de este compuesto calizo y gelatinoso es por lo tanto la que produce la goma neutra que sale del fruto. Por último, hay gomas que, como la de Basora, parecen separarse de las anteriores por sus propiedades y constitución; no contienen sensiblemente partes solubles, y se hallan forma- das por una sustancia que se hincha en el agua de un modo considerable. Resulta de mis experiencias que la goma de Basora contiene una sustancia gelatinosa y ácida, que presenta cierta analo- gía con el ácido metagúmico; pero que no debe confundirse con él. Sometiendo la sustancia insoluble de la goma de Basora á la acción de las bases alcalinas y alcalino-terrosas, se obtienen verdaderas sustancias gomosas, solubles, insípidas, incristali- zables, insolubles en alcohol como la goma arábiga, pero que se precipitan por el acetato neutro de plomo; mientras que este reactivo, como es sabido, no ejerce ninguna acción en la goma común. Resulta, pues, de estas últimas observaciones, que las par- tes gelatinosas contenidas en las gomas pueden convertirse en sustancias gomosas solubles por la influencia del agua hir- viendo, ó por la acción de las bases; pero que estas no presen- tan siempre propiedades idénticas. Parece, pues, que las gomas solubles, verdaderos compues- 154 los calizos, se derivan de principios gelatinosos diferentes, y constituyen varios términos de una misma serie orgánica. Tales son los nuevos hechos que he observado en mis pri- meros estudios acerca de las gomas: los resumiré del modo siguiente: 1. ° La goma arábiga no es un principio inmediato neutro: se la debe considerar como resultante de la combinación de la cal con un ácido muy débil, soluble en agua, que yo llamo ácido gúmico . 2. ° Este ácido puede experimentar una modificación iso- mérica, y hacerse insoluble, bien por la acción del calor, bien por la influencia del ácido sulfúrico concentrado: he dado a este compuesto insoluble el nombre de ácido metagúmico. 3. ° Las bases, y principalmente la cal, trasforman este acido insoluble en gumato de cal, que presenta todos los carac- teres químicos de la goma arábiga. 4. ° El compuesto calizo soluble que forma la goma común, puede experimentar también por el calor una modificación iso- mérica, como ha demostrado Gelis, y trasformarse en un cuerpo insoluble, que es el metagumato de cal: esta sustancia insolu- ble adquiere otra vez solubilidad por la acción del agua hir- viendo, ó por la influencia de la vegetación; existe en la orga- nización vegetal; es la que forma la parte gelatinosa de ciertas gomas, como la del cerezo; se encuentra en el tejido leñoso y en el pericarpio carnoso de algunos frutos; su modificación iso- mérica puede explicar la producción de las gomas solubles. 5. ° En la organización vegetal existen varios cuerpos gela- tinosos insolubles, que producen por sus trasformaciones diver- sas gomas: así, la parte insoluble de la goma de Basora, modifi- cada por la acción de los álcalis, da una goma que no debe con - fundirse con la arábiga: los reactivos establecen entre ambos cuerpos diferencias marcadas. f>.° Al ver con qué facilidad pueden experimentar la goma y sus derivados una modificación isomérica, y trasformarse en sustancias insolubles, puede esperarse que aprovechando la industria estas indicaciones, y poniéndolas en práctica, podrá algún dia con facilidad hacer insoluble la goma, y emplearla como la albúmina para fijar los colores insolubles. m METEOROLOGIA. Periodos de los inviernos rigurosos; por Mr. Jíenou. (Cornptes rendus, 9 enero \ 860.) Mucho tiempo hace que se ha tratado de averiguar si los principales fenómenos meteorológicos se hallan sometidos á re- peticiones periódicas; pero los autores que han creido encon- trar estos períodos simples, no han llegado á ninguna conclu- sión digna de examen (1). Una de las razones que hacen difícil el descubrimiento de los períodos largos, es que las observacio- nes termométricas son de fecha reciente, y que respecto de los siglos pasados no hay mas que las nociones vagas é incomple- tas de la historia. No obstante, algunos fenómenos, entre los cuales deben contarse en primer lugar ¡os inviernos rigurosos, llaman vivamente la atención de los hombres, y producen por otra parte efectos que los caracterizan distintamente. No trataremos aquí mas que de esta clase de fenómenos. Diremos en primer lugar lo que es un invierno riguroso; y para clasificarlo como tal, debe presentar en París temperatu- ras mínimas de —15 á —18° lo inénos, y medias que se sos- tengan por espacio de un mes á algunos grados bajo 0; ade- más debe comprender una gran superficie, y exceder en mucho los límites de la Francia. La congelación simultánea del Sena y del Pó, la del Ródano, de las lagunas de Yenecia ó de los puertos del Mediterráneo, que suponen trios sostenidos á más de 20°, caracterizan necesariamente los inviernos rigurosos. Recorriendo las tablas que en diferentes épocas se han pu- blicado, especialmente las del Dr. Fuster y las de Arago, exten- didas y completadas por Barral, se reconoce que los inviernos rigurosos están desigualmente distribuidos; pero en vez de dise- (i) Pío se trata aquí del período que sigue, ó poco menos, la rota- ción del sol, descubierto hace poco por Buys-Ballot, y que parece que nada tiene de común con períodos que comprenden varios años. 156 minarsedeun modo arbitrario, forman algunos grupos natura- les de 4 á 6, repartidos alrededor de un invierno más riguro- so, que llamaremos invierno central , aplicando á los que le rodean el nombre de inviernos laterales. Cuando se han re- unido así por grupos los inviernos rigurosos, es evidente la ley de su distribución; se reproducen al cabo de intervalos de 41 años ó algo más: solo de cuando en cuando desaparece el pe- riodo, ó más bien está encubierto, diseminándose el frió en el mayor número de inviernos más cortos, menos rigurosos y más espaciados; pero por término medio los inviernos rigurosos ocupan un espacio de 20 ó 21 años, y dejan otro intervalo igual sin inviernos notables. En este último intervalo ha habido en el clima de París inviernos de cierto rigor; pero unas veces las mínimas son muy aisladas, como en el invierno de 1847; otras el término medio de un mes es bastante bajo, como en enero de 1848, sin que llegue el mínimo aun al que por tér- mino medio es propio de un invierno común. Llama en este caso la atención la diferente marcha que presentan los dos pe- ríodos, y las diferencias de las mínimas extremas, por circuns- tancias atmosféricas que parecen idénticas. Hé aquí la tabla de los inviernos rigurosos reunidos en grupos con las mínimas extremas al frente: estas mínimas son todas temperaturas inferiores á 0. / 1840 13°, 2 1677 1511 11838 ........ 19 ,0 1 672 1508 1 830 ^ ^ 15óu.< 1829 _ 17 ,2 17 ,0 1666. < 1670 / 1665 1500.1 1 1503 | 1499 f 1823 14 ,6 \ 1663 1 1494 \1820. 14 ,3 1660 v 1490 I 1802 15 ,5 f 1658 1469 i 1799 17 ,6 v 1656 \ 1464 1 780 < ^ 11789 23 ,5 1624. » 1458. 1460 21 ,8 ' 1595 (1458 1784........ 19 ,1 1582. ) 1591 1 1443 V 1776 19 ,1 1584 1 f 1422 1748. » » [ 1571 1416. < 1420 [1716........ 19 ,7 < '1408 \ 1709 23 .1 » 1 J07 ) 1696 ( 1695 17 ,9 157 Las mínimas de los inviernos de 1795, 1709, 1665, y la gran analogía de los efectos producidos por el frió en estos años y en los inviernos rigurosos de los siglos anteriores, hacen ver que —23° es un término fijo que se repite en cada período, al ménos en las condiciones en que se observa en París, y que muy lejos de constituir una temperatura excepcional, representa un estado atmosférico normal á cada renovación del período. Es verdad que se observa que en 1830 no pasó el frió de 17°, 2 en París; pero este frió, notablemente moderado en proporción con una extensión algo más oriental que la acostumbrada del clima marino entre el Loira y Bruselas, coincidía con una atmósfera más en calma, y una estabilidad de tiempo tal, -que el término medio de los tres meses de invierno fué ciertamente inferior al de 1795, 1789 y 1709. En efecto, es sabido que los extremos de calor y de frió ocasionan prontamente los vientos del S. E. y el cambio de tiempo. Por lo demás, esta inmuni- dad de que gozaba París en 1830 no se extendia más allá, por- que se observaron los grados de frió siguientes: La Chapelle, cerca de Dieppe 19°, 8 Agen 23 ,8 Aurillac 23 ,6 Nancy 26 ,3 Esta temperatura de 23 á 24° que acabamos de indicar, se halla que es algo menor hacia el mar, y algo mayor hacia el continente. Los principales inviernos laterales presentan la misma re- gularidad, como se ve por el cuadro siguiente de las mínimas observadas en París: 1838 1799 1776 1716 1695 19°, 0 17 ,6 19 ,1 19 ,7 17 ,9. Todas estas mínimas están próximas á 18 ó 190 158 En el intervalo de un período á otro son infinitamente me- nos bajas las mínimas: así, desde 1802 á 1820 no descendió el termómetro á más de 12°, 5; de 1840 á 1859 no pasó el trio de 14°, 7, mínimo muy aislado, que se verificó el 19 de di- ciembre de 1846, después de un verano en extremo caliente. El período que debe seguir á 1830 es el de 1871 con un primer invierno lateral en 1861 ó uno ó dos años después. Pero precisamente hemos llegado á este primer invierno de la serie, y el frió de 19 y 20 de diciembre entra tan completamente en nuestras previsiones, que no hemos podido diferir la publica- ción de esta nota. No nos extrañaremos que á otra nueva inva- sión del frió baje el termómetro del observatorio más que en diciembre. Después de este invierno tendremos probablemente otros dos de rigor creciente, hasta el invierno central, que caerá hácia 1871, y luego un período decreciente hasta 1881 (1). Hemos dejado en blanco los períodos de 1748 y de 1624; estos años corresponden á períodos perturbados, en que no se han concentrado los inviernos rigurosos en un espacio de 20 años, sino que, por el contrario, se han alargado de modo que han venido á reunir los períodos próximos. Así, desde 1729 hasta 1768 se encuentra un gran número de inviernos bastante (O Nos parece esencial añadir algunas palabras acerca del valor de los guarismos termométricos obtenidos en los Observatorios. Los números que citamos son los que se han hallado en el observatorio de París, ó en los establecimientos que le precedieron. No tienen mas que un valor re- lativo, y aun este no puede contarse como tal mas que en circunstancias atmosféricas semejantes. Felizmente todos los casos de mínimas extremas se han verificado en un tiempo de calma y sereno. Por el contrario, su valor absoluto es casi nulo: la influencia de una aglomeración tan vasta como la que hay en París es mayor casi que la de otra parte cualquiera; y esta influencia aumenta tanto más, cuantojnás considerables y rápidos sean los descensos de temperatura. Podremos juzgar de ello por algunos números que vamos á citar. En la tabla que hemos hecho á este efecto, colocamos al lado de los números del Observatorio de París los que ha- llamos en la llanura al S. de Ghoisy-le-Roi, á la altitud de 43 metros, con un pequeño termómetro de mercurio encorvado, lejos de todo obs- táculo. Añadiremos que hemos tomado todas las precauciones eonvenien- 159 rigurosos, sobre todo los de 1740, 1742, 1754, 1767 y 1768. El período de 1624 fué reemplazado por algunos inviernos rigurosos escalonados desde 1600 á 1638. Hubiéramos podido aumentar la tabla de los inviernos rigurosos antes del siglo XY, pero desde entonces se hacen cada vez más incompletos é inciertos los datos. No obstante, de cuando en cuando se encuentran fríos, cuya intensidad no puede despreciarse, tales como los de 822, 860, 864, en los que se helaron el Ródano y las lagunas de Yenecia. Para que entrasen estos inviernos en la tabla, sería menester prolongar algún tanto la serie de 41 años, y hacerla subir á 42 al ménos por espacio de algunos siglos. tes para poder responder completamente de los grados que marcan nues- tros termómetros en toda la extensión de su escala. 1859. Diciembre. . . . 19 20 21 l'ARIS. CHOISY . 8b m. . . . . — 1 4°, 9 — 19°, 5 9 ...... — 14 1 — 16 ,5 — 21 ,7 — -15 ,9 9.. ..... — 15 ,5 — 20 ,4 — t! ,4 Medio dia. — 10 ,3 3h t — 7 ,9 - 9 ,3 8b m. ... - 1 ,7 — 0 ,4 9 ...... . — 0 ,9 -[- 0 ,6 est Las temperaturas de las 8 de la mañana, que son las mínimas en esta estación, son las más erróneas en París: la diferencia es menor á me- dio dia y á las 3 de la tarde, y aumenta nuevamente por la noche. La amplitud de los movimientos termométricos es mayor en el campo, en que se hace sentir el deshielo más pronto que en París. La diferencia de cerca de 6o, demostrada el 2 0 á las 8 de la mañana, es la mayor que hasta ahora hemos encontrado; pero en nuestras muchas experiencias son frecuentes las diferencias de 2 á 4°, y siempre en el mismo sentido. Es posible que el error actual del Observatorio sea mayor que antes, á causa del ensanche de París, y que las temperaturas de 23 á 24® no puedan reproducirse; pero si se representan, corresponderán en el campo circundante á frios de 27 á 29°. 160 Es natural preguntar qué causa puede producir de cuando en cuando inviernos tan diferentes de los comunes, por cuánto tiempo obra esta causa, si está limitada á los inviernos, ó si afecta á las demás estaciones, y por último, en qué extensión se hace sentir á la vez. Estudiando mes por mes los años que tienen inviernos rigu- rosos, se reconoce que no provienen estos de una causa de en- friamiento especial, sino de irregularidades mayores que de costumbre. Al lado de los inviernos rigurosos se encuentran otros excepcionalmente suaves, como los de 1796, 1822, 1834; veranos muy frios, y otros muy calientes. • Parece que los inviernos rigurosos son capaces de exten- derse indefinidamente hácia los polos; pero no afectan á las regiones ecuatoriales, á no ser quizá modificando en una frac- ción de grado la temperatura de algunos meses, excitando en ellas lluvias más abundantes y vientos más recios: puede su- ponerse que su efecto se detiene en el límite de los vientos ali- sios, hácia los 30° de latitud, límite notable, que es casi poco mas ó ménos el de los inviernos propiamente dichos, que di- vide cada hemisferio en dos partes equivalentes, y que es tam- bién el que le ha determinado. Es probable que en esta mitad, sometida á los inviernos, haya á su vez en cada región un in- vierno riguroso; y como entonces debe recorrerse la mitad de la tierra en 41 años, el invierno debe extenderse á la vez en una 82.a del globo, ó sobre una superficie igual á 12 veces la de Francia. Esta es, en efecto, poco más ó ménos la extensión que comprenden al parecer los inviernos rigurosos. Parece que ocupan un espacio algo prolongado del N. O. al S. E., y nos inclinamos á creer que se propagan del E. al O , de modo que recorren el hemisferio N. en 20 ó 21 anos, y después el S. por igual tiempo, mientras que no tenemos mas que inviernos comunes. Sólo el carácter esencialmente marino del hemisfe- rio S. debe hacer que los inviernos rigurosos sean mucho ménos marcados en él que en el nuestro. m Resumen de las observaciones meteorológicas hechas en el Real Observatorio de Madrid en el mes de febrero de 1860. Excepcional por su elevada y grata temperatura, y por sus aguaceros y vientos primaverales, fue el mes de enero del cor- riente ano, y no lo ha sido ménos por opuestos conceptos el de febrero que acaba de trascurrir. Compúsose la 1.a década de 4 dias revueltos, anubarrados y fríos, seguidos de otros 3 más fríos aún y casi del todo despejados, aunque algo brumosos por mañana y tarde; de otros 2 lluviosos, y de 1 más, despejado, pero ventoso, frió y desapacible. En la 2.a década continuó en descenso la temperatura, los vientos helados del N. E. soplaron con sobrada intensidad, nevó en los dias 15 y 17, y también muy poco en la noche del 20, y la atmósfera permaneció cons- tantemente encapotada, excepto en el dia 16. A tan rigoroso temporal sucedieron 6 dias algo más suaves, de entre ellos 2 ventosos, los 21 y 22, y 1 despejado, el 23; y al fin otros 3 en que la temperatura media aumentó rápidamente más de 6o, de 5o, 2 á 11°, 5, con lo cual se inauguró un período de bo- nanza completamente opuesto á los pasados. A pesar de tantas alternativas como quedan indicadas, la columna barométrica no ha experimentado en el actual mes grandes ni repentinas oscilaciones, habiendo pasado por un valor máximo hácia la mitad de la 1.a década, y conservado después hasta el 22 una altura media poco variable, como de 705mm. En los 7 últimos dias es cuando de nuevo volvió á su- bir, juntamente con la termométrica, hasta llegar á 714mm,75 en el 26, declarándose al íinal otra vez en baja. Las temperaturas medias de ios 10 primeros dias fueron inferiores, como queda indicado, á las medias temperaturas de enero, y las de la 2.a, ni con las de diciembre pueden por lo bajas de modo alguno compararse. De las correspondientes á la 3.a década queda ya hecha la necesaria mención en los ren- glones que preceden. Atendida la baja temperatura de la atmósfera, es ya de sos- pechar que la humedad absoluta en ella existente ha debido TOMO X. 11 162 ser escasísima en este mes. En prueba de ello, y para quitar á los números elevados que en el siguiente cuadro figuran, y que sólo expresan una simple relación, su importancia aparente, conviene consignar aquí que la tensión media del vapor de agua fué sólo de 4mm,4, 3mm,l y 5mra,2 respectivamente en cada dé- cada, mientras en enero ascendió á 7ran\0, 6mm,5 y 6mm,o, y en diciembre á 5mm,4, 4mm,2 y 6ram, 9, y eso que en la 2.a dé- cada de febrero las indicaciones del psicrómetro, bastante fuer- tes, merecen poca confianza, pues helada siempre el agua del vaso, y azotado de un viento continuo el aparato, este no se hallaba en las mejores condiciones para funcionar con su ordi- naria aproximación. Las mismas causas que amortiguaron la humedad, menos la temperatura, avivaron un poco la evaporación, que ya fué en este mayor, doble casi, que en los dos meses anteriores. Los vientos del N. E., fuertes unas veces, fríos casi siempre, y por excepción cálidos en los 2 últimos dias, han dominado con preferencia muy marcada sobre todos los demás en el mes de febrero. Los del N. 0., sin embargo, soplaron también en los dias 1, 11, 20, 21 y 27, y los del S. 0. y S. E. en algún otro dia suelto, con poca fijeza y frecuentes alternativas. BAROMETRO. 1 .a década. 2 Q 5." Am á las 6 m m m 707,31 m m 703,81 mm 708,03 Id. á las 9 707,91 704,23 709,08 Id. á las 12 707,01 703,77 708,96 Id. á las 3 t 700,00 702,90 707,99 Id. á las 6 700,92 703,50 708,34 Id. á las 9 u 707,34 704,20 708,82 Id. á las 12 707,84 704,00 708,88 Am por décadas mrn 707,37 rara 703,78 mm 708,07 A. max. (dias 7, 11 y 29) 714,21 700,57 714,75 A. mín. (dias 9, 17 y 22). 099,70 099,43 699,92 Oscilaciones 14,51 7,14 14,83 Am mensual / » mm 700,01 » Oscilación mensual » 15,32 1 » 1 1.a década. 2.® 5.a T á las 6 m 0°,4 — 3°,1 r,2 Id á las 9 . 1 ,7 — 0 ,3 4 ,4 Id. á las 12 5 ,9 3 ,0 9,3 Id. á las 3 l. 7 ,2 4 ,2 11,0 Id. á las 0 4 ,4 0 ,9 8,4 Id. a las 9 n 2 ,1 — 1 ,2 5 .7 Id á las 12. 0 ,0 —1 ,7 4 A Tm por décadas 3o, 2 0o, 2 0°, 3 Oscilaciones 18 ,9 20 ,3 27,9 T. máx. al sol (dias 7, 19 y 28). ... . 25°,7 18°, 4 34°,0 T. máx. á la sombra (dias í, 20 y 28). 13 ,2 10 ,7 21,1 Diferencias medias. 8 ,5 0 ,0 7,7 T. mín. en el aire (dias 6, 15 y 24). . - 5o, 7 — 9°,0 -5°, 8 Id. por irradiación (dias 0, 15 y 23). . -11 ,5 -13,4 -9,7 Diferencias medias. ............... 3 ,9 3 ,4 3,8 Tm mensual. » 3°, 2 » Oscilación mensual. ............... » 30 ,7 164 PSICROMETRO. \ década. 2.a 3.a Hin á las 6 m 85 88 88 Id. á las 9 81 74 77 Id. á las 12 67 65 61 Id. á las 3 t. ... 56 58 55 Id. á las 6. 73 71 63 Id. á las 9 n. 74 80 74 Id. á las 12 77 82 78 Hm por décadas. 73 74 71 11 m mensual ..... » 73 » ATMOMETRO. Em por décadas. mm 2,2 mm 2,7 mm 3,1 E. máx. (dias 3, 13 y 22) 3,4 3,9 4,1 E. mío. (dias 6, 17 y 25) 0,8 u 2,1 Em mensual. .................... » mm 2,7 » PLUVIMETRO. Agua recogida en el dia 9 ^ ANEMOMETRO. Vientos reinantes en el mes. N. . .......... 32 horas. S. ........... . 2 N. N. E 205 S. S. 0 6 N. E. . 190 S. 0. ......... 8 E. N. E. ....... 47 O. S. 0 30 E.. .......... . 4 o. .. ......... 7 E. S. E » O. N. O 37 S. E. 9 N. 0. ......... 47 S. S. E. . 14 N. N. 0 58 163 Nota. La temperatura media deducida de seis observaciones diarias en los termómetros colocados en la torre, fue de 22°, 6; en el observatorio, de 23*, 3. Las temperaturas máxima y mínima han sido: la máxima de 28°, 8, la mínima de 10o,8.==Habana 1.* de Nota. Posición geográfica del observatorio: Latitud N. 23° 8' 24", 5: Longitud 76° 9' 42", 8. O. de San Fernando. Altura sobre el nivel del mar, 20,n,175; altura sobre dicho nivel de los termómetros colocados en la torre, 32,u,675.=Habana l.° de febrero de 18(30. > 2 £?3 v> PJ ► FJ o 35 55 fes as 55 g O O o O g S o s m PJ SO ra P3 H H o H H 53 53 ¡Sí 55 53 O O O O — ■> PJ ’ 0/3 | ^ o© t'S 5 J>S> l—k t-J> CO | Ví 05- o O O Id. hechas en el mes de enero de 1860 CIENCIAS NATURALES. €¿E€ML©€¿IA. De ciertas rocas volcánicas de Italia que al parecer estuvieron sujetas á una acción metamórfica; por Mr. Daubeny. (L’Institut, 7 diciembre \ 850.) El autor llama la atención sobre dos productos de la acción volcánica que se encuentran en Italia, y cuyas particularidades, según dice, no se han explicado completamente. El primero de estos productos es la roca de piperino que se encuentra con tanta abundancia en Albano, cerca de Roma, que se distingue de la toba común, no sólo por su estado más compacto y su aspecto porfídico, sino también por encontrarse en su seno muchas láminas de mica y de cristales de augita, que le dan el especto de una roca metamórfica, ó de una roca que, encon- trándose en su origen en estado de toba, se ha modificado pos- teriormente por la acción prolongada y continua del calor y de la presión. La principal dificultad que se opone á que se con- sidere de este modo el piperino, proviene de que en ciertas localidades se halla alternando con la toba ó con algunas ca- pas de escorias poco compactas , como se observa cerca de Marino; de modo que apenas puede concebirse cómo han po- dido someterse al calor las materias que componen el pipe- rino después de haberse depositado eo forma de toba, sin que las capas intermedias hayan experimentado igual tras- formacion. El otro producto volcánico en cuestión es la roca llamada piperno , que se encuentra cerca de Nápoles, espe- cie de brecha ó de fajas undulosas y casi paralelas, de color pardo gris oscuro y frecuentemente negras, que se hallan su- 168 mergidas en una sustancia gris cenicienta en su mayor parle, y que mineralógicamente hablando se asemejan á la traquita. La masa incrustada parece generalmente prolongarse en la misma dirección, lo mismo que los poros que en la masa se ob- servan. Se lia tratado de explicar esta circunstancia, supo- niendo que una corriente de traquita fundida hubiese invadido una masa ó conjunto de fragmentos de lava común, y producido su fusión parcial; pero el piperno parece constituir una gran parle del depósito tobáceo que cubre las cercanías de Nápoles, al que no puede atribuirse semejante acción metamórfica; y el que se ha encontrado en el camino que actualmente se cons- truye en el arrabal de Chiaja , en Nápoles, está incrustado en medio de toba común. Mr. Daubeny cree, pues, que las par- ticularidades que presentan ambas rocas en cuestión, deben por necesidad ser objeto de nuevas investigaciones, y que su estudio dará por resultado el que se conozcan mejor los efectos de la acción metamóríica en las rocas en general. De los sílex tallados , hallados por Mr. Boucher de Perfiles en los depósitos diluvianos del departamento del Somme. (Bibliot. univ . de Ginebra, diciembre 1859.) ¿En qué época ha aparecido el hombre en el continente europeo? ¿Ha sido testigo de las últimas inundaciones que han depositado las arenas llamadas diluvianas? Tales son las cues- tiones que hasta ahora esperan una solución definitiva, y que interesan en sumo grado al historiador, al arqueólogo y al pa- leontólogo. Se han propuesto varias veces, y parece que algunos hechos fundados en buenas observaciones hubieran debido quizá hace tiempo decidir por la afirmativa. Así los descubrimientos de huesos humanos que hizo Schmerling en las cavernas de Bélgica, los de restos análogos en las arenas de Alemania, y al- gunos otros, podían hacer suponer que el hombre habia vivido con los animales de la fáuna diluviana. Pero siempre lia habido entre los sabios una especie de repugnancia para aceptar com- pletamente estos hechos aislados, y para ver en ellos una 169 prueba suficiente de una circunstancia tan grave como esta remota antigüedad de la especie humana. Y sin embargo, este hecho nada tiene de estraño, y no nos parece que está en discordancia con lo que nos enseñan el Génesis ó las tradiciones. Como observa Boucher de Perthes: «si los hom- bres no hubiesen existido antes del diluvio, si algunos no hubiesen sobrevivido, ¿cómo habria llegado hasta nosotros este recuerdo, y por qué sería universal semejante tradición?» Ei descubrimiento de sílex tallados en las arenas de Ab- ije vi lie y de Amiens, acaba de suscitar nuevamente estas cuestiones, y ha ocupado mucho los ánimos en Francia é Inglaterra. Hace 12 años (1847) que Boucher de Perthes indicó por primera vez en el dilumum de esta región algunos sílex en forma de hacha, tallados por la mano del hombre, y reunidos con huesos de animales de razas extinguidas. En ge- neral estos descubrimientos se han acojido con incredulidad, y pocos los han aceptado sin reserva, ya fueran geólogos ó an- ticuarios. Sin embargo, en 1854 Rigollot, que era al princi- pio uno de los que más se oponían, convertido por la obser- vación, publicó una Memoria para demostrar su autenticidad. Boucher de Perthes, con una infatigable perseverancia y con- fianza absoluta en el resultado definitivo, ha continuado sus trabajos, y acaba de recibir la recompensa de ellos. Durante el año de 1859 han visitado sucesivamente varios geólogos emi- nentes (Falconer, Prestwich, Lyell, Gaudry, etc.) las arenas del departamento del Sena, y han quedado convencidos de dio. Al resumir sus trabajos, vamos á echar una ujeada sobre el estado actual de la cuestión (1). ( 1 ) Encontramos estos datos en las obras ó noticias siguientes: Boucher de Perthes, Antiquités celtiques et antediluviennes , París, en 4.°, tomo 1, 1847, tomo 2, 1858; Idem, Réponse a Messieurs les antiquaires et géo- logues présents aux assises archéologiques de Laon , Bulletin de la Société des antiquaires de Picardie, Amiens 1859; Idem, Sur les sílex taillés des bañes diluviens de la Somme , Comptes rendus de PAcad. des Scien- ces, 24 de Octubre 1859, tomo 49, pág. 581; Rigollot, Mémoire sur des instruments en sílex trouvés á Saint-Acheul , Memorias de la Sociedad de anticuarios de Picardía, tomo 14; A Gaudry, Lettre á M. Flourens , 170 Según acabamos de decir, el hecho esencial que se propu- sieron demostrar los trabajos de Boucher de Perthes, es el si- guiente: en las arenas diluvianas del departamento del Sem- ine se encuentran sumerjidos algunos instrumentos de silex, y colocados en capas que no han podido quizá removerse en la época moderna. Por lo tanto, el hombre ha debido ser testigo en esta parte de la Europa de las innundaciones que han de- positado estas arenas, y vivir al mismo tiempo que las razas extinguidas de animales cuyos restos se han conservado fó- siles. La demostración ha debido recaer necesariamente sóbrelos puntos siguientes: l.° Estos silex ¿han sido trabajados realmente por la ma- no del hombre? (2.° ¿Se encuentran en las capas que quizá no han podido modificarse en la época actual, ni introducirse en estas capas? 3.° ¿Están reunidos con algunas especies de animales que caracterizan el periodo diluviano? La primera de estas cuestiones es la que ménos completa- mente se ha tratado este año, lo cual se concibe fácilmente se- gún los nombres que acabamos de indicar, porque pertenece más bien á la arqueología que á la geología. No debe admirarnos por lo tanto, que á los ojos de algunas personas no deje algo (jue desear el conjunto de la demostración, y sobre todo que esto proviniese de que no es enteramente completa respecto de este punto. En efecto, debe observarse que hay derecho para Comptes rendus de FAcad. des Sciences, 26 de Setiembre 1859, tomo 49, pág. 453^ Idem, Sur le résultat de f ovilles géologiques entreprises aux environs d'Amiens , idem 3 de Octubre de 1859, tomo 49, pág. 463; Idem, Contemporaneité de iesp'ece humaine et de diverses espéces anima- les aujourd' hui éteintes , L’Institut, 5 de Octubre 1859; G. Pouchet, Note sur un instrument en silex trouvé dans le terrain de transport de Saint- Acheul , Comptes rendus de l Acad . des Sciences , 10 Octubre 1 859» tomo 49, pág. 50 1; Joseph Prestwich, On the occurence of F lint -imple- ments , etc., Sociedad real de Londres, 26 Marzo 1859; Idem, Lettre a M. Elie de Beaumont , Comptes rendus de l' Acad, des Sciences , 31 Octubre 1 859, tomo 49, pág. 634. 171 ser exigentes acerca de las pruebas; y sin insistir sobre las opo» siciones de que hemos hablado antes, el mismo modo con que están repartidos estos silex ;es muy á propósito para suscitar dudas razonables. Las dos ó tres formas que se encuentran están poco caracterizadas/ y casi se hallan esparcidas en una gran región, mezcladas con los silex no tallados, del mismo co- lor y aspecto que estos, sin ningún otro vestigio de la indus- tria, ni huesos humanos. Su misma abundancia se presenta casi como una objeción. Apenas se encuentran en estas condi- ciones pruebas de la habitación del hombre en las edades pos- teriores. Seria de desear que se manifestase sobre este punto la opinión de algún mineralogista que hubiese hecho un estudio especial de los silex, de las diversas formas que pueden afectar en su origen, como también del efecto del desgaste, ó de las fracturas naturales que pueden modificarlos cuando son tras- portados por las aguas. Nos apresuraremos á añadir, por otra parte , que todos los geólogos que en este año han visto los silex de Abbeville, están conformes en reconocer en ellos la acción del hombre, y que probablemente su testimonio debe tener más valor que las ob- jeciones algo vagas que acabamos de referir. Prestwich, en su carta á Boucher de Perlhes, dice que no hay la menor duda en que las hachas están trabajadas por mano del hombre; y al hablar de un instrumento de silex que tuvo á la vista Flou- wer, le cita como un very perfect and fine specimen, Gaudry no duda que sean efectivamente hachas de filo algo embotado. A estas aserciones podemos agregar la opinión de uno de nues- tros colegas del cantón de Vaud, acostumbrado al estudio de los restos de la antigüedad, C. Th. Gaudin, que recibió tres de es- tas hachas de Boucher de Perlhes. En una correspondencia privada, de la que sin indiscreción creemos poder extractar algunas palabras, declara Gaudin que «son hachas talladas que de ningún modo hubiera podido producir la naturaleza ni otra causa á no ser la mano del hombre , dirigida por una inteligen- cia humana .» La colección de Boucher de Perthes contiene diversas for- mas de silex tallados. Los unos, ovales y de filo corlante, se de- signan con el nombro de hachas; otros, más delgados y pun- I 172 tiagudos, conocidos con el nombre de astillas , servirían probablemente de cuchillos y de puntas de flecha. Algunas personas añadieron á eslas pruebas de la industria humana unas bolitas redondeadas agujereadas, que se creia que pudie- ron servir de collares. Gaudry ha demostrado que eslas bolas son esponjitas fósiles procedentes de terrenos de creta, descritas por Phillips Woodward con el nombre de Millepora globularis, y por Reuss con el de Tragos globularis (inscritas por error en el Prodromo de Orbignyen el género Coscinopora ). La perfo- ración resulta de la destrucción natural de la parte central de la esponja, que es muy porosa. La respuesta á la segunda cuestión nos parece entera- mente categórica y completa. Se encuentran ciertamente los silex en capas vírgenes, que no han podido ser removidas des- de que se depositaron durante el periodo diluviano. Respecto de este punto tenemos la autoridad de J. Preslwich, y todos saben que este eminente geólogo estaba mejor preparado que cual- quiera otro para investigaciones de este género, en razón de sus numerosos trabajos sobre los depósitos recientes de Inglaterra. Como confirmación podemos añadir las circunstanciadas y pre- cisas investigaciones de nuestro joven y sabio amigo Gaudry, que ha llegado á idénticos resultados. Creemos estar también seguros de que C. Lyell, cuya autoridad seria de muchísimo peso, participa de la misma opinión, pero no conocemos nada que haya escrito sobre este asunto. Habiendo advertido Falconer á Preslwich que los descubri- mientos de Boucherde Perthes merecían un detenido examen, trató de emprender algunas escavaciones en el departamento del Somme: dice también que se sentía muy inclinado á du- dar, hasta que por el estudio de los hechos pudo formar su convicción. El primer criadero esplotado fué en Saint-Acheul , á una milla al Sud-Esle de Amiens, en una pequeña colina de creta á unos 100 piés sobre el Somme, y en una posición que no es- taba dominada por ninguna elevación inmediata. El corte del terreno en esta localidad dió á Preslwich el siguiente resultado de arriba abajo. 1. Tierra de alfareros parda (varias tumbas y medallas) 173 con un lecho irregular de arena silícea. Ningunos restos orgá- nicos. Grueso, 10 á 15 piés. Esta capa está separada por una línea muy irregular de la 2 a. 2 a. Marga blanquecina , y arena con escasos restos de creta. Contiene muchas conchas terrestres y fluviátiles ( Ljjm - ruea , Succinea , Helix, Planorbis, etc. de especies actuales), y accidentalmente algunos dientes y huesos de mamíferos. Grueso, 2 á 8 piés. 2 b. Arena de silex groseros, sub-angulosos, blanca, con venas ocráceas y ferruginosas, guijarros de silex terciarios y pequeños bloques de arenisca. Algunos restos de las mismas conchasque hemos dicho en bolsones de arena. Dientes y hue- sos de elefantes, de caballos, de bueyes y de ciervos, especial- mente hácia la base de la capa. Grueso, de 6 á 12 piés. Esta capa es la que contiene los instrumentos de silex. . Debajo se presenta la creta formando una superficie irre- gular. En su primera visita pudo adquirir Preslwich de los obre- ros algunos instrumentos de silex, pero él no encontró ninguno. Después, guiado por Pinsard de Amiens, vio una hacha en su sitio, que se había encontrado la víspera, y dejado con inten- ción. A 17 piés de la superficie encontró otra en unión de Evans, y conservó en una prueba fotográfica el aspecto de las capas, que no presentaban ningún vestigio de perturbación. Por último, volviendo por el mismo parage con algunos amigos, presenció el descubrimiento que hizo Flower de un hermosísi- mo ejemplar á 20 piés de profundidad. Los obreros habían ya recojido allí 36. En esta misma localidad de Saint-Acheul mandó hacer Gaudry una escavacion de 7 metros de larga, después de ha- berse cerciorado de que podían seguirse las capas lo ménos en un espacio de 60 metros, y por consiguiente estar seguros con facilidad de que se hallaban en su posición normal, y no ha- bían sido removidas por la mano de los hombres. Igualmente encontró la arena diluviana blanca cubierta por una capa de 3^ metros, formada de limo, de conglomerado pardo y de tierra de alfareros, y se cercioró deque en estas capas superiores faltan 174 completamente los silex. El diluvium blanco, que corresponde á las capas núm. 2 de Prestwich, le presentó un grueso de 34 metros, y le hizo escavar completamente, teniendo el mayor cuidado de no dejar á los obreros un solo momento, á fin de cerciorarse por sus propios ojos de que se encontraban las ha- chas en su sitio. Descubrió 9 de ellas sensiblemente al mismo nivel y á cerca de 44 metros de la superficie del suelo, y cita como testigos de este hallazgo á Hittorf, Pinsard y Garnier. Dice que estas hachas no han debido ser trasportadas de muy lejos, porque sus filos están poco desgastados. Prestwich da también un corte interesante, hecho en Men- checourt, aldea al N. E. de Abbeville. Las capas están situadas en la pendiente de una colina de creta que las domina al N., inclinadas al S., cubiertas por los depósitos turbosos del valle del Somme. El corle de alto abajo es el siguiente: 1. Una masa de arcilla arenácea parda, con fragmentos angulosos de silex y de creta. Sin restos orgánicos. El contacto con la capa 2 es irregular. Grueso, 2 á 12 piés. 2. Una arcilla arenácea de color claro ( arena grasa de los obreros), análoga á los loess, y que contiene especies actua- les de conchas terrestres y lluviátiles. Grueso, 8 á 25 piés. Se encuentran en ella ocasionalmente hachas de silex y huesos de mamíferos. 3. Arena blanca ( arena agria) con uno ó dos piés de arena de silex sub-angular en la base. Abunda en conchas terrestres y lluviátiles de especies actuales, y algunas marinas. Buccimm nudatum , Cardium edule , Tellina solidula , Purpura lapillus, Cyrene consobrina , et Littorina ruáis. Grueso, 2 á 6 piés. Se encuentran en ella numerosos restos de mamíferos, y según se dice, algunos instrumentos de silex. 4. Margas arenáceas, duras en algunos sitios, con conchas terrestres y fluviátiles, No se ha atravesado esta capa. El autor no ha encontrado en este lecho mas que pedazos silíceos, que Boucher des Perthes considera como cuchillos, pero que es poco perceptible que estén trabajados. Por el con» trario, la colección de Boucher contiene verdaderas hachas ha- lladas, una á 15 piés de profundidad, otra á 20, y que provie- nen de las capas núm. 2 ó núm. 3. Prestwich hace observar 175 con este motivo, que los instrumentos de silex de esta locali- dad, aunque no se hayan encontrado en su sitio, pueden fácil- mente referirse á sus capas, según su color y las materias que los cubren. Por otra parle, están modificados como los demás silex no trabajados, y han sido encerrados en ellas al mismo tiempo. Nos parece inútil seguir con Prestwich en los detalles que da sobre otras localicades, tales como Moulin-Quignon y Sainl- (iillesalS. E. de Abbeville, porque los hechos son enteramente análogos, y lo que hemos dicho basta suficientemente para se- ñalar el sitio de estos silex, y para demostrar que en diversos parages del departamento del Somme están contenidos incon- testablemente en capas vírgenes de la época diluviana. Es casi inútil añadir que los mismos hechos refutan com- pletamente la idea de que los silex hayan podido pasar de las capas superiores á las inferiores. En efecto, si se admite que estas capas hayan permanecido intactas desde el momento en que se han depositado, podremos decir como Boucher de Per- files: «¿Quién de nosotros ha visto nunca que una piedra ó un hueso atraviese sólo por su peso las capas de arcilla ó de arena, gruesas y compactas como las conocemos, y que baje pasando por estas capas hasta la profundidad de 10 ó 12 metros? Por otra parte, como lo ha hecho observar (jaudry, no se encuen- tran de ningún modo en las capas superiores.)) La tercera cuestión ha recibido una respuesta tan completa como la segunda. Los depósitos margosos y arenáceos en que se encuentran los silex, se han depositado por las mismas aguas que han formado en una gran parte de la superficie de ¡a Eu- ropa las arenas llamadas diluvianas ó cuaternarias, y que no pueden deber su origen á la época actual. Son contemporáneas de las formaciones post-pliocenas de Inglaterra, y según Prest- wich, corresponden exactamente á varios criaderos del mismo pais. Este sabio geólogo hace notar únicamente, que si se exa- minan las ligeras diferencias que pueden distinguirlas, las are- nas de Saint-Acheul y de Moulin-Quignon son quizá algo más antiguas que las de Menchecourt y de Saint-Roch. Los huesos fósiles que se encuentran en estas capas perte- necen también de un modo incontestable á la fáuna diluviana, 176 tan claramente caracterizada por cierto número de especies per- didas, que se ve así que son contemporáneas del hombre. Los mamíferos, cuyos huesos se citan con los sílex, son los siguientes: El mammouth ( Elephas primigenius ); Abbeville, Saint- Acheul, Saint-Roch, Menchecourt. El rinoceronte fósil de Siberia ó rinoceronte de narices hendidas (R. tichorhinus, Cuvier); Saint-Roch, Menchecourt. Un hipopótamo. Dos especies de bueyes, el urus y el bisonte; la una extin- guida, la otra próxima á extinguirse (Bos primigenius , Boj. y Bos. priscus , id.); Saint-Roch, Menchecourt. El gamo gigantesco ó gamo del Somme (Cervus somonensis)\ Saint-Roch,; Menchecourt. El reno fósil (Cervus tarandus priscus ), idéntico probable- mente al reno actual; Menchecourt. Elosode las cavernas ( Ursas spelceus, Blum.); Menchecourt. La hiena de las cavernas ( Ilyeena spelcea , Goldf.); Menche- court. Un felis de especie indeterminada; Menchecourt. El caballo fósil (. Equus adamiticus, Schl.), cuyas relaciones con el caballo actual están aún mal determinadas; Saint-Roch, Menchecourt. Terminaremos este análisis diciendo algunas palabras sobre hechos análogos que acaban de demostrarse en Inglaterra, des- pués de haber estado olvidados, por decirlo así, por espacio de más de medio siglo. En el volumen 13 de la Archivología , publicado en 1800, se halla una Memoria de J. Frére, titulada: Ñola sobre armas de sílex descubiertas en Hoxne en Suffolk. El autor dice que estos instrumentos se han encontrado á la profundidad de 11 piés en capas no removidas, de lo cual deduce que tienen una remota antigüedad, y que se han depositado antes de las últi- mas modificaciones del suelo de aquella región. Prestwich ha examinado esta localidad, y ha hallado el corle siguiente de alto abajo. 1. Tierra y algunos siiex. Grueso, 2 piés. 2. Tierra de alfareros parda con algunas venas carbonosas 177 en medio y arena en la base, sin restos orgánicos. Grueso, 12 piés. Los obreros afirman haber encontrado en ella algunos ins- trumentos de silex á 10 piés de profundidad. 3. Arcilla gris, carbonosa en algunos sitios y arenácea en otros, que contiene conchas recientes terrestres y fluviátiles, y huesos de mamíferos. Grueso, 4 piés. 4. Cantos de creta y silex sub-anguloso. Grueso, 2$ piés. 5. Arcilla carbonífera, no atravesada. En la capa núm. 4 ha encontrado Frére con abundancia ar- mas de silex; pero no se ha explotado esta capa demasiado del- gada. La colección de T. E. Amyot contiene algunas armas y un astrágalo de elefante, que proceden de este mismo lecho, y un diente de caballo hallado en el núm. 3. Las armas repre- sentadas por Frére, y las que existen en el Museo británico, se parecen á las de Saint-Acheul. M. Prestwich asemeja el lecho núm. 3 á la capa de ele- fantes de Brighton . Evans, que ha hecho un estudio de estos instrumentos de silex bajo el punto de vista arqueológico, distingue tres clases de ellos. 1. ° Pedazos que sirven de puntas de flechas ó de cuchillos. 2. ° Armas puntiagudas truncadas por uno de sus extremos, y que probablemente han servido para hierros de lanza. 3. ° Instrumentos ovales ó en forma de almendra con todo el borde cortante, y que pueden haber servido de hachas ó de piedras de honda. Estas formas difieren esencialmente de los instrumentos del período céltico, que generalmente son mas ó ménos lisos y pu- limentados, y que tienen el corte en el lado más ancho y no en el más estrecho. De la extinción de varias especies animales después de la apa- rición del hombre; por Mr. Marcel de Serres. (Comples rendus, 27 noviembre -1859.) Los hechos demuestran que desde la aparición del hombre se han extinguido varias especies animales, aunque hayan po- TOMO X, 12 178 dido precederle. Esta extinción puede ser debida á las causas más sencillas. En efecto, cuando en una especie muere mayor cantidad de individuos que los nacimientos destinados á repa- rar esta destrucción, debe necesariamente acabar por extin- guirse. Así vemos que los animales perdidos desde tiempos dis- tantes de nosotros se refieren á razas que, por su organización ó dimensiones, no han podido ocultarse á nuestras investiga- ciones. Tales parecen ser las aves gigantescas de la Nueva- Zelanda y de Madagascar, llamadas dinormis, epiornis, y sobre todo el dronte, que vivía aún en 1626 en la isla de Francia. Lo mismo ha sucedido con el ciervo de astas gigantescas, que los romanos representaron en sus monumentos, y que los grandes de Roma hacían traer de Inglaterra por la excelencia de su carne. Este ciervo no le encontramos entre nuestras ra- zas vivas, como tampoco vemos el jabalí de Erimanto y los crocodilus lacunosus y laciniatus , hallados en las catacumbas del antiguo Egipto, y que Geoffroy-Saint-Hilaire ha consi- derado como especies perdidas, porque no se han encontrado en otra parte. También sucede esto con muchos animales que se figuran en los mosaicos de la Palestina, los que no se hallan en ninguna parte, aunque se hayan representado en unión de especies actualmente vivas. Sólo sabemos que han debido pere- cer después que las dos especies de cocodrilos indicadas por el ilustre autor de la Filosofía zoológica , y que datan de la cons- trucción de las grandes pirámides de Egipto. Por lo demás, en otras varias circunstancias se observan razas totalmente perdi- das, como por ejemplo el arsus spelceus, confundido en los mismos limos, donde se descubren el reno y el alce, aunque estas dos especies no se encuentren en las regiones en que es- tán diseminadas entre los depósitos de turba. Así los de Suecia presentan numerosos restos de estos rumiantes, que en el dia no se encuentran allí, sino que están relegados más hacia el N. Debemos al profesor Mr. Steentrup de Copenhague, el co- nocimiento de un hecho de los mas curiosos, que demuestra igualmente que se han extinguido varios animales desde la aparición del hombre, y que otros han desaparecido de los si- tios en que vivían primitivamente, siendo reemplazados por distintas especies. 179 Así el emgx lutaria, varíelas borealis (Nilson), el castor fiber (Linneo), el tetrao urogallus y el alca impennis (1), que en otro tiempo habitaban en Dinamarca, no se encuentran en el dia, y fácilmente se concibe que lo mismo debe suceder con el gallo silvestre, que se alimenta principalmente de las yemas tiernas de los pinos, puesto que estas coniferas han desapare- cido completamente de tal región. No es menos notable que una multitud de árboles dicotiledones, tales como las hayas, los álamos, los alisos, los avellanos y las encinas, son los que ahora les han sucedido. Semejante cambio en la vegetación ha debido ejercer una gran influencia en los animales. Así es que un gran número de ellos se han alejado, y quizá desaparecido de los sitios que frecuentaban antes, y esto ha sucedido en tiempos históricos, que no parecen muy remotos. A la época en que estas especies vivían en Dinamarca, pueden referirse las grandes masas de huesos que parece ha- ber reunido el hombre después de alimentarse con las carnes que lescubrian. Estas masas, en que se descubren algunas es- pecies perdidas, tales como el bos primigenias , cuyas dimen- siones eran de las más considerables, tienen de particular que no se descubre en ellas ninguna raza doméstica, á no ser el perro. En efecto, no se encuentra aquí el menor resto del buey común, del carnero, déla cabra, del cerdo ó del caballo. No obstante se ha observado el jabalí, y lo que es más par- ticular aún, la ostra, la almeja y la bucarda comestibles, y por último, las cuatro especies de vertebrados que acabamos de indicar. Las masas de huesos de Dinamarca están diseminadas en más de 40 localidades diferentes, y á intervalos más ó ménos largos. Las más distantes de Copenhague se hallan á 30 ó 40 (i) El gran pingüino, que antiguamente se encontraba en la isla llamada Geirfu-gleskjer , que quiere decir Isla del Pingüino, y que está situada en Dinamarca cerca de la Islandia, no se halla en la actualidad. Tampoco se encuentra en otra parte, aunque nuestros museos encierran algunos individuos conservados llenándolos de paja. 180 leguas, y las más próximas sólo á 5 ó 6 leguas. Estas masas forman montones tan considerables, que su altura media es de 3 á 4 piés (0ra, 97 á lm,30), y la mayor 10 piés (3rn,24). Su extensión algunas veces no baja de 1.000 piés (322^,6). Estas masas presentan en todas partes las mismas circunstancias y los mismos animales. Se reconocen en ellas, además de las es- pecies que ya hemos indicado, el tejón, la comadreja ( mustela vulgaris ), el gato montes, el lince, como también varias espe- cies grandes de ciervos. Estos diversos animales, sin embargo, no se encuentran en Dinamarca ni en la mayor parte de Ale- mania. La fáuna de estas grandes acumulaciones de huesos es en- teramente particular. No se encuentran aquí paquidermos de grandes dimensiones, tales como los elefantes y los rinoceron- tes, ni tampoco los grandes gatos ú osos de las cuevas, y las hie- nas. Lo que da interés é importancia á esta fáuna, es que siendo contemporánea del hombre, la ha reunido él mismo después de alimentarse de las carnes que cubrían sus esque- letos, únicos restos que se han conservado hasta nosotros. Este hecho parece sumamente verosímil, si se observa la raspadura de los huesos, y que les acompañan instrumentos cortantes de diversas variedades de sílice; y todavía lo confirma más la circunstancia de que estos restos óseos se hallan colo- cados de intento cerca de hornillos, que contienen todavía car- bón y cenizas. Por lo demás, un número considerable de estos restos se han convertido en carbón, pero la mayor parte han sido evi- dentemente trabajados por la mano de los hombres, sobre todo las astas de los grandes ciervos. Labradas con auxilio de instru- mentos, se han preparado á veces para servir también como ta- les, según indican las formas que se les han dado. Los depósitos de turba de la Suecia presentan igualmente hechos análogos. En efecto, en ellos se encierran restos del ur- sus spelwus mezclados y confundidos con huesos de renos y alces, aunque no se encuentren allí estos animales, y estén relegados más hácia el N. Según los hechos anteriores, muchas especies animales, y aun pudiera añadirse muchos vegetales, se han extinguido en 181 épocas históricas diferentes, ó han desaparecido de ios sitios que habitaban primitivamente , sucediendo esto después de la aparición del hombre. Las razas perdidas que por mucho tiempo se ha considerado que se refieren á los tiempos geológi- cos, están lejos de tener tal importancia, puesto que cierto nú- mero de ellas no se remontan á tanta antigüedad, sino que, por el contrario, se refieren á épocas recientes. No debe admirar el que con las razas enteramente extin- guidas se encuentren restos de la especie humana y de su in- dustria. Hay, sin embargo, otra cuestión unida á estos fenómenos, y que á pesar de su importancia está todavía sin resolver, y consiste en saber cómo se verifica que la mayor parte de los instrumentos cortantes, ó las hachas de los terrenos de aluvión, pertenecen á los mismos minerales, por grande que sea la dis- tancia horizontal que separa los parages en que están disemi- nados. eOTAMCA. Fenómenos luminosos producidos por los vegetales; por Mr. Fríes. (L’Iostitut* 28 diciembre 48S9.) Diversos autores han afirmado y otros han negado la exis- tencia de fenómenos luminosos en algunas plantas vivas. De estos fenómenos, unos se han indicado como persistentes y otros como produciéndose por resplandores ó especies de relámpagos. Cualesquiera que sean las observaciones que se encuentran en los autores antiguos, y que por lo demás en su mayor parte tienen poca precisión, en nuestros dias algunos botánicos son de opinión afirmativa respecto de este asunto, y hace muy poco que un botánico sueco, Th. Fríes, publicó observaciones que confirman que realmente en algunos casos ciertas plantas emiten especies de relámpagos. Ya Goethe aseguró haber visto (en la noche del 19 de junio de 1799) algunas flores del Papa ~ m ver oriéntale, luminosas en la oscuridad. En 1832, confirmó Green el hecho y después Johnson dijo, que habia visto salir de las flores del Polyanthes tuberosa , cuando se marchitaban, algu- nas chispas acompañadas de un olor muy fuerte y desagradable. Por último de Candolle y Meyen han hablado también de un hecho por el estilo observado en un Pandanus de Africa. La última observación de Fries se refiere, como la de Goethe, al Papaver oriéntale y además al Lilium bulbiferum. Hé aquí en qué consiste. El 18 de junio de 1857, como á las 10 de la noche, se paseaba solo Fries en el jardín botánico de Upsal, cuando ob- servó en un gran grupo de plantas del Papaver oriéntale tres ó cuatro flores que despedían pequeños relámpagos. Como estaba prevenido contra la realidad de este fenómeno, creyó que era una ilusión de óptica; pero habiéndose repetido varias veces estos relámpagos en el espacio de tres cuartos de hora, se vió precisado á reconocer su realidad. Al dia siguiente, viendo que se repetían los relámpagos, llevó á aquel sitio sin advertirla de nada, á una persona que ignoraba completamente que pu- dieran existir fenómenos de este género en el reino vegetal, y á quien causó gran asombro el verlo. Otras varias personas, también sin prevenirlas nada, fueron al mismo paraje, y todas exclamaban que las flores echaban una especie de llamas. El siguiente dia 20 y los sucesivos fueron lluviosos, y Fries no pu- do observar el fenómeno, pero Lindblad, otro profesor de Upsal, y varias personas, dijeron que todavía habían distinguido ráfagas de luz muy brillantes. El 23 en que el tiempo estaba otra vez caliente, fueron testigos nuevamente 14 personas de que las flores del Papaver oriéntale despedían relámpagos, y tam- bién las del Lilium bulbiferum , aunque en menor grado. En el espacio de unos 10 dias que duró la floración del Papaver oriéntale , cerca de 150 personas fueron testigos del hecho de que tratamos, siempre hácia la misma hora de 10f á lli. Se veía sobre todo el fulgor cuando se miraba el conjunto de las plantas sin fijarse en ninguna flor en particular. Parece, pues, que no debe quedar duda alguna acerca de la realidad del fe- nómeno; sólo falta explicarlo. 183 AGRONOMIA. Análisis de las salazones del arenque y de su uso en agricultura; por MM. Girardin y Marchand. (Comptes rendus, G febrero 4860.) Los puertos de Bolonia, de Crotoy, de Tréport, de Dieppe, de Saint- Valery en Caux, deFecamp, de Lúea, de Courseules, arman todos los años verdaderas flotas de pequeños buques que van detrás del arenque aun en las costas de Escocia, para con- tinuar pescándole hasta el momento en que desaparece en las profundidades del mar, hácia la embocadura del Sena. Las cantidades de este pescado, conducidas á tierra, son verdade- ramente prodigiosas; no deben valuarse en ménos de 40 millo- nes los individuos que se pescaron en 1855 sólo en los puer- tos de Bolonia, Dieppe, Saint-Valery y Fecamp. En Holanda, inmediatamente que sacan los arenques del mar, los quitan las huevas y las visceras abdominales, después los meten en una salazón saturada de sal marina, los dejan en ella por 15 ó 18 horas, y después los colocan formando capas estratificadas con sal en barriles de encina. Cuando llegan al puerto, sacan el pescado para estratificarle otra vez en barriles nuevos con otra sal. Se llena cada uno de ellos con nueva sala- zón. La sal que emplean los holandeses es la de España, que tienen cuidado de purificar, cristalizándola otra vez. Los pescadores franceses no toman cuidados tan minucio- sos. Se limitan á impregnar de sal el arenque recien sacado del mar, colocándole en una gran cubeta con este agente con- servador, y le amontonan en barriles, que sirven para llevarle al puerto. Cuando llega á tierra sacan el pescado preparado así, y si está vaciado, le ponen en barriles sin salarle de nuevo, para mandarle con el nombre de arenque blanco á los parages de consumo. Si está sin vaciar, le entregan á los saladores, que le desecan más ó ménos, y le dan color, exponiéndole en chi- meneas llamadas secaderos al contacto del humo que se pro- duce quemando haya húmeda, y entonces constituye lo que se llama arenque salado. 184 Las sales que emplean los pescadores franceses provienen de las marismas del O., Croisic, isla de Ré, Noirmontiers. Son menos puras que las de España, pero también cristalizan con más dificultad , y por esta razón las prefieren para conser- var los arenques no vaciados. Los saladores han reconocido en efecto, que cuando al desecarse el pescado en las chimeneas está cubierto de cristales de sal marina (lo que caracterizan, diciendo que el arenque se salitra ), sufre mal la acción del hu- mo, se pone quebradizo sobre todo por su parte abdominal, y no adquiere el hermoso color amarillo, que es señal de una buena preparación. La salmuera procedente de las salazones del arenque tiene cualidades sumamente fertilizadoras, que saben apreciar muy bien los labradores de las cercanías de Dieppe, de Saint-Valery y de Fecamp. La administración de contribuciones indirectas no permite en la Normandía baja que se trasporte esta preciosa sustancia á lo interior de las tierras; de aquí la fatal costumbre de echar en la grada toda la que sale de los barriles de pesca, con gran disgusto de los bañistas de Lúea, de Langrunes, de Lyons, que se quejan con razón de lo infectadas que están estas orillas á contar desde el mes de setiembre, época en que em- piezan á llegar los barcos pescadores. ¿Cómo se explica que la administración prohíba en la Normandía baja lo que autoriza en la costa de la Normandía alta? Hay una diferencia bastante notable entre ambas especies de salazones que produce el comercio marítimo. En efecto, mientras que la del arenque vaciado preparado en el mar marca siempre de 22 á 25° en el areómetro de Beaumé, la del arenque sin vaciar varía entre 12 y 22°. Esto proviene de que la salazón de esta última variedad de pescado es tanto ménos enérgica, cuanto más próxima esté la época de salarlo , de tal manera, que cuando se ha puesto en sal á poca distancia de las costas ó en tierra, el grado de salazón de la salmuera es ménos elevado. Lo mismo sucede con el arenque vaciado, cuya venta inmediata puede preverse. En interés mismo de los saladores se nos permitirá hacer aquí una observación. No puede asegurarse de un modo muy satisfactorio la conservación del arenque, sino cuando la sala- 185 zon tiene una densidad mayor de 24°. El pescado puesto en una salmuera de escasa densidad se altera rápidamente, se ablanda su carne, se desgarran sus paredes abdominales, y adquiere bien pronto un olor y sabor desagradables, y con frecuencia también, y lo que es más grave, cualidades nocivas. Los aren- ques sin vaciar, sobre todo los de la pesca de Escocia, y por lo común también los de Yarmouth, que llegan al puerto en sala- zones de una densidad inferior á 22°, han sufrido ya manifies- tamente un principio de alteración que perjudica á su cuali- dad, como también á su conservación después que se han sa- lado. El interés bien entendido de los hombres que sacan partido de la pesca, consistiría pues en no emplear para toda clase de arenque más que salazones de 25° cuando debiese permanecer en ellas el pescado por mas de 3 dias. Pero entonces sería menester que el Gobierno, que no con- cede mas que 150 kilogramos de sal para conservar 12.240 arenques sin vaciar, pescados antes del 15 de noviembre, ce- sase de tener cuenta del número de los pescados que se prepa- ran, porque no todos los arenques presentan las mismas dimen- siones, según los parages que frecuentan. Así, mientras que 1.000 arenques pescados en la Mancha á fines de la estación no bastan, ó apenas son suficientes para llenar un barril, 600 de los que se cojen en las costas de Escocia ocupan enteramente la misma capacidad. Pero un peso determinado de sal no puede conservar mas que un peso determinado de pescado. En estas condiciones nos parece equitativo que la autoridad competente conceda en lo sucesivo 20 kilogramos de sal para preparar cada barril de pescado sin vaciar. Esta medida pondría á salvo todos los intereses, y permitiría á nuestros saladores ofrecer sus pro- ductos en los mercados extrangeros en concurrencia con los que envían los saladores ingleses. La salazón de arenque puede emplearse en la agricultura en cantidades realmente considerables, como lo demuestran las siguientes cifras, que sin embargo no se refieren mas que á 4 puertos donde se practica la salazón. Núm. de los barriles Hectolitros de anibas clases que de entraron en el puerto. salazón recojidos. Fecamp en 1 855 ... ..... 21.796 5.220 Bolonia en id. 44.993 11.590 Dieppe en id 17.181 4.374 Saint- Valery en id. ........ . 2.544 1.448 80.514 22.632 La salazón del arenque es un líquido rojizo, muy turbio, pues que con frecuencia hay mezcladas con ella bastantes sus- tancias orgánicas (sangre, leche, huevos, escamas, aceite, etc.). Filtrada tiene un color fuertemente ambarino. De las numerosas análisis que hemos hecho desde hace 5 años con las salazones en bruto, es decir, turbias (atendiendo á que en este estado se emplean como abonos), y teniendo densi- dades comprendidas entre 20 y 25°, hé aquí la composición media que podemos deducir para cada litro. Cloruro de sodio. . . . 255,11 Sulfato de sosa 5,73 Fosfato de cal ( CaO , ífl(), PhO 5). 0,98 Fosfato amoniaco-magnesiano. vestigios. Fosfato de amoniaco ( AmO , 2 110, PhO5). . . 1,92 Fosfato de propilamina 3,53 Lacla to de amoniaco. 5,70 Lactalo de propilamina. 10,79 Albúmina. 1,90 Sustancias orgánicas solubles. ......... 15,10 Sustancias orgánicas insolubles (sangre, hue- vos, escamas, etc.) 17,30 Sustancias sólidas en cada litro 318,18 187 Azoe. íTotal 5’89 * En estado de amoniaco y de propilamina. 2,396 Fósforo dosificado en estado de ácido fosfó- rico (PhOs) 3,855 La propilamina (CGH°Az), ó su isomérica la Ir imet ilamina, existe normalmente en la salazón del arenque. Wertheim es el primero que ha demostrado su presencia en ella. Hemos podido confirmar las investigaciones de este químico, y en un ensayo hecho con gran cantidad de salazón hemos hallado, que para cada 100 partes de sustancia desecada obtenida, neutralizando por ácido clorhídrico los álcalis volátiles que se desprenden por la influencia de la potasa ó de la cal, se tiene: Clorhidrato de amoniaco . . 30,23 Clorhidrato de propilamina 69,77 100,00 En la disolución acuosa de la propilamina hemos recono- cido las propiedades siguientes, que en su mayor parte había va indicado Wertheim. «/ Es muy alcalina, y despide un fuerte olor amoniacal muy parecido ai de la salazón de arenque. Precipita las sales de alúmina, pero el precipitado se redi- suelve en un exceso del líquido precipitante. Con las sales de cobre produce un líquido de color azul celeste. Neutralizada con ácido clorhídrico, y evaporada conve- nientemente, origina cristales muy delicuescentes, solubles en alcohol absoluto cuando están perfecta mente secos. El clorhidrato de propilamina se combina con el clorhido de platino, y produce una sal doble que puede aislarse en forma de cristales octaédricos, trasparentes, de hermoso color rojo-ana- ranjado, y que conservan un olor persistente de salazón de arenque. Por último, el sulfato de propilamina se une con el sulfato de alúmina, formando un alumbre que cristaliza del mismo modo que el alumbre amoniacal común; pero es delicuescente. 188 Cuando se destila la salazón (mezclándola previamente con alcohol para evitar que el líquido se entumezca) en contacto con la potasa, y se recibe el precipitado en un globo que con- tenga ácido clorhídrico, se vé bien pronto aparecer en este un color de rosa muy bonito, que pasa al rojo á medida que au- menta la cantidad de los productos volátiles condensados. Este color rojo se vuelve pardo cuando se verifica la concentración del líquido por la influencia del calor. Nos ha llamado mucho la atención, acabando por reconocer que es producido por las sus- tancias albuminóideas, arrastradas mecánicamente mientras dura la destilación. Puede privarse fácilmente ála masa salina de estas sustancias extrañas, y obtenerla perfectamente blanca. En la salazón reciente hemos encontrado creatina, inosita, un glucósido, ó al menos una sustancia que da color de rosa al líquido cupro-alcalino de Barreswil (su proporción varia de 1,5 á 2,0 por cada litro), y ácido inósico y láctico en estado de com- binación. Después, en las salazones fermentadas, hay además de los cuerpos anteriores, cuyas proporciones relativas están mo- dificadas, ácido butírico. La proporción del ácido láctico aumenta en las salazones en fermentación, y entonces procede de una trasformacion de ¡a glu- cosa y de la inosita. El ácido butírico es también un producto de esta metamorfosis. Mientras que se verifica, disminuye la proporción de la albúmina, descendiendo con frecuencia de 4,35 á 0,16. En estos úllimos años se ha demostrado que las salazones an- tiguas tienen cualidades venenosas, las cuales se han atribuido á la gran cantidad de cloruro de sodio disuelto, pero no nos pa- rece que puede sostenerse esta opinión. Mas racional es atri- buirlas á todos los productos, especialmente al ácido butírico, procreados por las fermentaciones á espensas de la albúmina y de las demás sustancias solubles. En el dia, que Mr. Isidoro Pierre ha reconocido propiedades tóxicas en las aguas de los charcos y en las cidras, en las que se desarrolla el ácido butí- rico en virtud de influencias semejantes á las que obran en las salazones, creemos que nuestro parecer debe acercarse á la verdad . Como las salazones contienen por termino medio 5&r,89 de 189 ázoe para cada litro, resulta de aquí que 543 litros (ó cuatro barriles, 94 por 100, siendo el barril de 110 litros) tienen ab- solutamente bajo este punto de vista el mismo valor fertilizador que 1 metro cúbico á 800 kilogramos de abono de estiércol, si admitimos con Payen y Boussingault que este último contenga 4 por 100 de ázoe, ó sea 3200 gramos por cada metro cúbico. En cuanto al ácido fosfórico, sabemos por nuestras análisis que el litro desalazón contiene 3&r,855 de él, lo que corresponde á 8&r,35 de fosfato de cal de los huesos. Resulta, pues, que 393 litros de salazón contienen tanto fosfato de cal como el metro cúbico de estiércol, que contiene 3280 gramos ó 4,1 por 1000. El barril de salazón se vende en el dia á los labradores de las cercanías de Fecamp á lfr,50c. Este precio es excesivo, atendida la proporción de ázoe y de fosfato de cal; y nunca de- bería pasar de lfl',25c para la salazón de una densidad supe- rior á 20°. Si se atiende ahora á la riqueza de las salazones en sal ma- rina (28 quilogramos por barril por término medio), si se tienen en cuenta las cualidades estimulantes de esta sal, como también la manera con que se conduce en los diferentes terrenos, se llega á las conclusiones de que estas salazones no deben em- plearse mas que en las tierras ricas en carbonato de cal, en la cantidad de 13 á 14 barriles por cada hectárea. Una proporción mayor comprometería el porvenir de las cosechas. Tres medios se han puesto en práctica para utilizar las sa- lazones. Se las incorpora á la tierra en riegos, mezcladas con el estiércol yen forma de abono. Este último método es segura- mente el más racional y el que prefieren los buenos labradores del litoral. En Dieppe, en Saint-Valery y en Fecamp, los jar- dineros y hortelanos hacen gran uso de las salazones, y gracias á él obtienen tan hermosas legumbres, tiernas y sabrosas, en las tierras arenosas que cultivan á orillas del mar. Recojen tam- bién con premura las escamas que venden aparte y los pescados podridos ó en pedazos. Estas dos clases de residuos cuestan ge- neralmente 50 céntimos por cada barril más que las salmueras. (Por la sección de Ciencias Naturales, Camilo de Yela.) 190 VARIEDADES. — <§) — Dirección media de los terremotos en la península escandinava , se- gún las observaciones más antiguas hasta nuestros dias. Ramond demos- tró el hecho de que los terremotos que se experimentan en la cordillera de los Pirineos se propagan generalmente según el eje de la misma. Perrey formó hace años una lista de los terremotos del TST. de Europa y Asia, con arreglo á los documentos que tuyo á mano desde los tiempos más remotos hasta nuestros dias, y publicó su trabajo en un suplemento al Anuario magnético y meteorológico del Cuerpo de Ingenieros de Ru- sia, vasto repertorio de observaciones que no tiene igual. Discutiendo estos documentos, por desgracia escasos y á veces poco exactos, llegó, respecto de la península escandinava, á idéntica conclusión que la de Ra- mond para los Pirineos. Para la cuenca del Danubio, como lo había ha- llado para la del Ródano, sacó que la resultante lleva dirección sensible- mente paralela al eje del valle. — Calentamiento del suelo de las montañas. En los apuntes tomados por Martins en sus viajes, ha hallado observaciones que prueban el hecho indicado por su teoría, de que en las montañas se calienta más el suelo que el aire, sucediendo lo contrario en los llanos poco elevados sobre el mar. La teoría indicaba este hecho, porque de absorber el aire cosa de 0,4 del calor enviado por el sol á la tierra, se infiere que en las cum- bres, donde llegan los rayos solares después de haber atravesado menos grueso de atmósfera que en los llanos, el calor que comuniquen al suelo habrá de ser mayor que el que puedan trasmitir al del llano. Por otra parte, de calentarse ménos el aire enrarecido de las montañas qne el más denso de los llanos, se deduce también que la diferencia entre la tempe- ratura del aire y del suelo debe ser mayor en aquellas que en estos. Repetidas veces se ha visto confirmado por la observación este resultado de la teoría. En los Alpes, v. g., en medio de las hieleras del Monte Blanco, á 3050 metros sobre el mar, el 22 de julio de 1846 era de 9,4 la temperatura del aire á la sombra, de 1 Io, 4 al sol, y de 29° la del cas- cajo esquistoso de la roca, según Martins. Todos los viajeros han obser- vado el hecho de que en las montañas se derrite más la nieve por debajo ú la parte que está en contacto con el suelo, por cuya razón cuando se 191 anda sobre nieve al empezar á derretirse se suelen hundir los pies, por- que el peso del cuerpo rompe la costra superficial que no descansa en el suelo, del cual está separada á veces bastante. Suelen verse flores debajo de aquellas bóvedas heladas, que evidentemente recibieron sólo del suelo el calor que necesitaron para vegetar. Asimismo notó Martins que en las cimas más altas de los Alpes, en el Monte Blanco, es más lozana la vegetación que en el Spitzberg, donde á pesar del perpetuo sol de eslío, no se puede calentar tanto el suelo, porque los rayos solares tienen que atra- vesar para llegar á él un grueso respectivamente harto mayor de atmós- fera, oscurecida además por nieblas continuas. — Descubrimiento del setenio y del teluro en las lavas del Vesubio, El profesor Rafael 3Napoli, de la Academia de Nápoles, acaba de hacer un descubrimiento importante; ha patentizado en las lavas del Vesubio que corren hace un año selenio y teluro combinados con titanio, plomo y hierro; al paso de irse enfriando la lava, y por influjo del ácido sulfuroso, se forma selenio libre, mientras se desprenden en estado de vapor y en grandes cantidades óxidos de selenio y de teluro. Sería, pues, según Napoli, la lava de la erupción actual un conjunto de leucitas y piroxenas, mezcladas con un compuesto de plomo, titanio y hierro, que por descomposición secundaria y metamórfica pierde óxidos de selenio y teluro, y acaba por dar selenio libre y puro, que se encuen- tra en todas las resquebrajaduras de la masa solidificada. El ácido selen- hídrico, el clorhídrico y el sulfuroso ocasionan en diferentes períodos una serie de reacciones que originan selenio, seleniuro y teícruro de plo- mo; preséntanse luego sexquisales de titanio y hierro en varias fumero- las. Vió también Napoli en las grietas de la lava una sustancia blanca, en gran parte formada de seleniatos ó de seleniuros de base volátil, que sale de la sustancia candente, se mezcla con la atmósfera, absorbe su humedad, y vuelve á caer en la costra de la lava enfriada, dándola color gris os- curo. No han reparado hasta ahora parece estos seleniatos ó seleniuros los exploradores del Vesubio*, los tomarían por óxidos ó cloruros oxidados y clorurados de hierro á causa de su color rojo y amarillo. Propone Na- poli llamar scaquita á un compuesto nuevo, principalmente formado de selenio y plomo, que le advirtió Palmieri en ciertas fumerolas. — De las propiedades ópticas del ácido tartárico artificial ; por Mr. Bohn. La disolución de ácido tartárico artificial no se diferencia en sus propiedades ópticas de otra de ácido tartárico natural sacado de las uvas ó de otros frutos. El plano de polarización de los rayos luminosos que han atravesado una columna de disolución de ácido tartárico artificial, está desviado á la derecha , lo mismo que sucede también si la luz pasa por una disolución m de ácido tartárico natural común. En mis experiencias, dice el autor, es- tando ménos concentrada la disolución del ácido artificial que la del na- tural, la interposición de una columna de longitud dada de aquella pro- ducía ménos desvío que la que observaba cuando estaba el ácido natural en la dirección de los rayos. La sucesión de las imágenes coloreadas que se ven por el ácido arti- ficial y el espato analizador permanece la misma cuando se reemplaza el ácido artificial por el natural, y es diferente de la que se observa cuando los rayos luminosos sólo tienen que atravesar una placa de cuarzo. Después de añadir una pequeñísima cantidad de ácido bórico á la diso- lución de ácido tartárico artificial, se observa un desvío del plano de po- larización mucho mayor, y al volver el analizador, imágenes coloreadas que son aparentemente las mismas, como si no hubiese mas que cuarzo en el aparato en que el ácido tartárico natural está mezclado con ácido bórico. (Por la Sección de Variedades, Camilo ue Yela.) Editor responsable, Camilo de Vela. N." i. “-REVISTA DE CIENCIAS. — Abril 1860. CIENCIAS EXACTAS. — » -S-3-3KJ ©-ec- 05 <=> o o <5> <*** 05 «|N i l tb tb tb Ib tb b» Ib b- Ib b~ • H tb 05 vi 00 US tb Vi 05 40 05 es O 1 } 50 OO 05 vi 05 Ib 40 es 05 CS 05 05 *3jqnpo t' «v «v «*» o \ vi lo vil eo *5? VJ< vi es US 40 50 O rH 1 <5> o 05 05 <5> ez> O «5*sJ 05 o j tb Ib s ib N tb N ib ib 40 1 1© GO eo b- b» US es »b US es 00 40 F oo vil CO t'* i© C-' vi vi as b- 40 Vi es 1 •3JqiU3}J3g c-T oó Ib 40 4©' td b« Ib -*r-t oó OI oo' \ o o O 0> c© O O 05 05 ■ K tb tb b~ tb b~ b 40 US eo <=< b. tb <5- es es eo as vi 05 Vi tb b- Vi ^-l 120 Vi GO OO css es 05 Q «V «r- O!JS0jo y 4o" Ib 4£ US 120 50 50 00 es US Vi O O C5 o> O O <5> O 5) <5< o Ib tb tb tb tb K b- 1N b. ib o US QO OO 00 o 40 tn 05 40 eo eo !>r 40 GO es CS O n c Ib 05 oo Vi i© •#> «v vt! \ • oijnf 05 05 05 00 co 00 05 05 es vi 8:^ Vi o e£ O «tí <03 o 05 es CO 05 OO vi <53 vi OI US / f es Vi Vi vi si 05 < i’*» N tb b. tb 40 cí ' | oo 40 1ÍS 40 40 eo tb oo 05 05 <5 H 1 o to Vi vi vi fi r< o 05 eo 40 es > S *\ *njqv 1© to US Vi Vi 120 1© 1© eo vi 05 00 o | 05 o o o O <5> O O I tb tb l>- tb tb jb. tb tb C51 05 <03 120 es eo SO Sb 40 1 o oo O 120 vi es US 1© o tb i© | •ojajqaj ©T •v o cT OO ea <»» •» o^> ~ OS US i©* co 05 o' 1 <03 o o O <53 =TH 05 es „ ' b> b- tb tb Ib 40 O vi b» es eo eo o eo es Ib 40 z <53 OO e» 120 00 «■H ^ vi O vi tb 05 8 "OJOug «b 3b «V ** <*V «S ®v lff=. ir» s>> n ES eo eo eo es es eo " eo O oo OI o *— 1 SP=I es o > Z 1 i— i I b. 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( Los meses se hallan divididos en décadas.) l.° 2.° 5.o 4. ° 5. 0 6.° 0 0 o e o O ( 1.a 4,8 6,1 10,2 11,8 13,4 14,0 Diciembre 2.a 4,6 3,9 7,2 9,7 12,6 13,3 ( 3.a 6,7 6,0 7,7 9,3 11,7 12,7 ( • 1.a 3,2 3,4 6,7 8,4 11.0 12,0 Enero \ 2.a 2,9 1,8 4,9 7,1 10,3 11,3 ( 3.a 5,0 3,5 4,9 6,4 9,6 10,8 ¡ ' 1.a 5,4 3,7 5,3 6,4 9,1 10,2 Febrero ' 2.a 7,5 •5,3 5,6 6,6 8,9 9,9 i , 3.a 9,9 5,3 5,9 6,9 8,8 9,7 ' 1.a 13,3 8,6 7,3 7,1 8,7 9,7 Marzo , 2.a 9,9 8,5 8,6 8,4 9,0 9,7 1 , 3.a 9,6 8,6 8,6 8,7 9,3 9,8 I r 1.a 16,0 12,0 10,1 9,5 9,6 10,0 Abril 2 3 15,2 13,7 12,2 11,1 10,1 10,4 i 3.a 13,6 12,5 11,9 13,0 10,8 10,8 l.3 14,5 12,9 12,4 12,1 11,2 11,2 Mayo. .... o a 14,7 14,8 13,8 13,8 11,6 11,5 ! 3.a 14,4 14,4 14,0 13,3 12,2 11,7 i.* 14,4 14,0 13,8 13,3 12,3 12,1 Junio 2.a 17,0 15,7 14,6 13,8 12,6 12,4 i o a ^ «5 * 23,2 19,8 16,9 15,0 13,0 12,8 í 1*8 29,6 24,5 19,5 17,3 14,3 13,5 Julio 2.a 27,9 26,0 22,6 19,4 15,0 14,2 3.a 27,8 23,6 20,3 20,3 16,1 15,1 27,3 25,8 23,7 21,2 17,0 15,9 Agosto 2.a 26,6 24,8 23,5 21,7 17,6 16,5 { 3.a 24,2 2 3,7 21,8 21,8 18,1 17,0 í !-a 25,8 23,3 22,5 21,4 18,3 17,3 Setiembre 2.a 20,4 21, t 22,0 21,1 18,3 17,4 i { 3.a 21,7 20,3 20,0 20,0 18,2 17,5 ( 1.a 16,2 18,0 19,7 19,5 17,9 17,4 Octubre . J 2.a 14,0 14,2 16,6 17,7 17,5 17,1 3.a 9,8 10,8 14,2 15,8 10,5 16,5 r 1*a 10,6 10,7 12,9 14,2 15,6 15,9 Noviembre. 2.a 6,7 6,7 10,6 12,7 14,6 15,0 3.a 1 8,4 7,7 9,5 11,3 Ca5 oo 14,4 248 ~é* Cu & Q* ©e Sw Cu B B B EJ' »* ct> g. H cu Ib? t«> • N* • |»’ » M • M • »—• • O-i Cu Cu Cu $Cd « t? Sí f> o o' B & O cr c B o Cu s: Cu Sí' Sí' Sí' Sí' Sí' Sí' «' ST sT ST sT ST s» sT 71 m ai 71 Cfi “ tu >0 C O» w u * 51 • es • r - • g o o o ' ' ■.» cr» o© »«4 O 00 rf¡N o o o o o ^ «4 >. 'A ^ CO 'í OI Oí s u* * 00 W iO ©o Diciembre. o o o so to OS - t© se íO "í O» «V O» O© w to C IÜ< U O Enero . o o o s* •« >« W 00 W 5 O 05 05 O o o o o Oí W *> SR M K t© (tí* CC ©»J H* Febrero. o o o o *s «* ■*« ta® O O O O O O MSOlOíWifS'Wií'CROl bS&OOO^-'Oífe'í-kCOCrí Marzo , oooooooooo lí«0WSRWiií«Wit'O,>< Wp»WC5OíU00*«n.W Abril . oooooooooo ^ ■*» <«* y* V* V» S'CCClvj0>W)jí,lft,0s!e OMift'^cCOíQisoMW Mayo. O O O O I O O O O O N. V. *• '* SCO0CíTO»O»pf!'(tí'^C» »'3W>«'*í©0C»0'*'30 Junio. o o o o o o o o o MUWWií.MWM'ÍW Julio. oooooooooo ►JCíí'ili'WiíUw^gi (tCOOC©0COS***O&'5 Agosto . oooooooooo .. ■ ' .* ■. Oílri^i^&íCííí&í»9í íítnííC»(£>oe6W«W oooooooooo «e>«©*'Voe^*,Moe»oooe oooooooooo wo^iOO-^-víooccoo OesmWtROM^íítS Setiembre. Octubre. Noviembre, INVIERNO. 1 PRIMAVERA. i VERANO. I OTOÑO Cuadro 5.° — Anemómetro. — Vientos reinantes en el año expresados en horas. 249 / c© es *•* vi US US CS IS 50 00 es Vi i© es es 50 •ojqmano\¡ Vi c© 1 's. vi Vi ** es si e© vi «© es e© *■* o ' »z J o \ •ajqniJQ vi o n o oo us ® vi es es b. es es es vi b. o 50 ** vi- US es es H ° i '3jqai3i}3S x© US 00 US 50 o> 50 es Vi 50 e© O vi í© X© US b. es US c© CS e© 50 vi 50 e© e© I CS o es «© í© b. e© O vi c© es c© £“© ©5 50 es ’ojsüS y C© Cí c© c© es es US Vi 1© e© e© es * ' © 1 Z / * oí | n p ©4 e© c© b- 00 vi es «O — c© 00 es 00 es 3 < CS b- es es vi *3* Vi e© es ©5 o vi c© r© es ©5 cz tí ) 1 ^ , 1 • oinnp b- 00 es 50 00 — 50 oo o _ b» 50 o 00 es í© es es es Vi vi 50 es / O 50 Cí 50 o es vi b* \© OO e© 1© 50 «*■* es es vi es <*— e© Vi Vi c© i© es es 50 X© • 1 1 c£ — > < ( i!jqv Vi O es es es 50 b- O N US es í© e© es Vi es es ■Sí“5 2/2 b» es es vi vi es ss * \ \ -ozjcj\ b. C© 00 es 00 c© 00 b- S© 00 es í© 1© vi x© US CO es 50 c© es US 00 ** \ \ es oaajqoj 1 5© es es Vi es vi rzs — < 00 vi 50 iC o US es 50 00 00 ^ fO 50 e© es e© O z =£ CO •**1 í© o 50 o «o 50 « b» US i© i© L'v. b» tí •OJ3U3 vi es r** í-~ <© es es «•a* *3jqiU3IOIQ ©s ©s es e» o Vi c© *-< O vi b» i© X© O c© es os es US vi Vi e© 5© es US e© c© CS \ w H a pq a w w ai O w a O a ¿¿¿HBWcówwwaidddSK H12ÍÜ ® s. s i » O- 5 o S O 03 "O Scí? s a s ce O °' M >-í O «s ¡35 CD O en •2. Cu O cñ B as* X B ¡=3 i-í O g 8 o CS. r„ S®- & » as en & CO C 1 • . a? o k* • o a 383 S' as. o 2. X £- B g’ 09 as g • Cu P— ■ s • c¡- Sj Sí’ fk >—■40 = O W 40 = OOQO w m 3 ^ s 05 U 3 Diciembre. i-* •-*» oo o© 5 ® «* « 'kí Te 3 ** O lis K5 o •'í ^ ^ - W 06 - Enero. 2 5 50 2! O - *. o 3 -w-«3 ^ ^ w w g C5 C5 — 3 Febrero. . — OtOg tO ** 06 tJ tO •*. 1. - M >fc» 00 u » w 3 V* Ve V* — >f» O c© 3 *3 50 íf < M 50 >» Mayo. >-* rfS* = —*■ **■ *> oo g — w «* s 3 es vt w 'i- 3 ® 5 o tó lo 3 Julio . H 50 ¡s- a o -» t— ■ CaS OO 2 & ~ «» 00 00 3 ^ oo os »o 3 "oo rf*. 5 Agosto. »o <-* ~4 o o -4 ©t O 5 -e ■<& %» — í'OCC3 Setiembre , H*> O _ — otoxS1^ o 9 708,46 10,40 12,9 25,7 0,65 0,45 12 707,95 10,03 17,9 24 0,49 0,42 3 t. 707,1 2 10,10 19,4 26,7 0,44 0,41 6 707,20 10,41 16,5 27,0 0,51 0,51 9 n - FISICA. Trabajos sobre la trasmisión de la electricidad en los hilos telegráficos; por MM. Gdillemin y Burnouf. (Comples rendus, 2 5 enero 1860.) En un notable trabajo titulado Investigaciones matemáticas sobre las corrientes galvánicas, que se publicó en 1827, ad- mite Ohm que la electricidad se propaga en un hilo conductor según leyes parecidas á las que sigue el calor cuando se extiende en una barra, y toma como punto de partida de sus investiga- ciones los principios fundamentales establecidos por Fourier para la teoría del movimiento del calor en los cuerpos sólidos. Los físicos que trataron después esta cuestión experimen- talmente, comprendiendo entre ellos á los autores de la pre- sente Memoria, partieron casi todos de otro punto de vista: supusieron la velocidad del flujo eléctrico constante y uniforme en un mismo hilo conductor. Sin embargo, algunas observaciones que en estos últimos años se han hecho en los cables submarinos y en los hilos cu- biertos de gutapercha, y sumergidos en agua, inclinaron á mu- chos sabios otra vez á la idea fundamental que sirvió de punto de partida á la memoria de Ohm. Las excelentes investigaciones de Gaugain acerca de la pro- pagación de la electricidad en los cuerpos malos conductores, le condujeron, por medio de la experiencia, á establecer leyes que, como es el primero en reconocer, pueden deducirse de las ideas teóricas del físico aleman. Era, pues, importante, para optar entre estos dos principios 264 contrarios de la velocidad constante del ílujo eléctrico ó de su asimilación al flujo calorífico, tener una disposición experi- mental que pudiera dar la intensidad de la corriente en un punto determinado de un hilo conductor en los diferentes mo- mentos de su propagación El primero ó el segundo de estos principios prevalecerá, según que la corriente adquiera de re- pente en este punto su intensidad definitiva, ó que sólo lo con- siga poco á poco y progresivamente. Con este objeto, dice Guillemin, he ideado un aparato, cuya sucinta descripción es la siguiente. Un cilindro de madera de 180 milímetros de largo y 100 de circunferencia lleva en su superficie una placa metálica, que representa poco más ó ménos un triángulo rectángulo, cuyo lado mayor, adyacente al ángulo recto, está colocado en la di- rección de la generatriz del cilindro. Esta lámina tiene 40 mi- límetros por su parte más ancha y 3 por la mas estrecha. Otra laminita rectangular de 1 milímetro de ancha, que llamo lá- mina de derivación, está colocada en la prolongación del lado mayor de la primera. Otra tercera lámina metálica cubre la mayor parte de la superficie del cilindro que queda libre por la primera lámina. Las tres láminas están por otra parle aisla- das unas de otras, y comunican cada una de ellas con virolas metálicas, en que apoyan resortes de acero. La lámina trian- gular se pone en comunicación por el resorte de su virola con el polo positivo de la pila, comunicando el negativo con la tier- ra. Un resorte movible paralelamente al eje de rotación, y que comunica con uno de los extremos del hilo de la línea, se apoya en la superficie del cilindro, y á cada revolución queda en contacto con el polo positivo de la pila por el intermedio de la lamina triangular. Por lo demás, si se da al cilindro un movimiento de rota- ción uniforme y determinado, es evidente que la duración de este contacto aumentara ó disminuirá, según que se empuje el resorte móvil hácia la parte ancha ó hácia la estrecha de la lámina metálica. En el eje del cilindro hay colocado un nuñez para medir con el auxilio de una corriente y de un galvanó- metro la duración de estos contactos. Un quinto resorte, que pasa por la lámina de derivación, sirve para cerrar un circuito 265 de derivación colocado al olro extremo del hilo de línea un momento antes de que se interrumpa el contacto del primer extremo del hilo con el polo de la pila. El extremo del hilo de línea á que se adapta el circuito de derivación está en permanente comunicación con la tierra. Pol- lo demás, si se ha elegido convenientemente el intervalo de de- rivación, y si permanece constante mientras dura una misma experiencia, es evidente que siendo siempre la misma la dura- ción de la corriente derivada, á causa del movimiento unifor- me de rotación, un galvanómetro colocado en este circuito dará desvíos cuyas intensidades correspondientes serán proporciona- les á la intensidad del flujo eléctrico que atraviesa la extremi- dad del hilo. Guando hayan cesado estos dos contactos estable- cidos por la lamina triangular y por la de derivación, claro está que la tercera lámina metálica que se haya puesto en comu- nicación con un hilo de tierra por el resorte de su virola, esta- blecerá la comunicación con la tierra del extremo del hilo de línea que comunicaba poco antes con la pila, y facilitará asi la descarga , que es una condición indispensable para el éxito de la experiencia. En el mes de setiembre último, en un viaje que hice á Nan- cy, ejecuté este aparato con mi amigo Mr. Emilio Burnouf, ha- ciendo ambos experiencias con los hilos que llegan á esta ciudad, que el director de la administración de las líneas telegráficas Mr. Alexandre tuvo la bondad de poner á nuestra disposición. Estas experiencias nos dieron los resultados siguientes. l.° Al extremo del hilo que comunica con la tierra, la cor- riente, que primerees de una intensidad muy escasa, aumenta poco á poco y llega, siguiendo una marcha creciente, á una in- tensidad máxima que no excede más cuando se continúa aumen- tando la duración de los contactos del hilo con la pila. Este período creciente, que representa el estado variable de la corriente, se demostró en cuatro hilos de diferentes longitu- des. En la línea que parte deNancy pasando por Estrasburgo, Mulhouse, Yesoul y vuelve á Nancy, de la longitud de unos 520 kilómetros, dieron dos experiencias hechas el 4 y el 6 de oc- tubre, desde ¡as 10 de la noche hasta las 12, en tiempo muy bueno, con 66 elementos de Bunsen, en todo el tiempo necesa- rio para que se estableciese el estado permanente, ambas 0,024 de segundo, aunque la velocidad de rotación constante en cada una no fuese la misma en las dos experiencias. He aquí la serie obtenida el 4 de octubre. La primera línea representa las in- dicaciones del galvanómetro, y la segunda la duración de los contactos del hilo con la pila expresada en fracción de segundo. 0o, 50 3o, 50 10° 16°, 50 17° 18° 0" ,0019 0r\0030 0",Ü055 0",0070 (T,0090 0'\0]20 18°, 50 18°, 50 18°, 75 19° 19°, 50 19°, 50 0,r,0150 0r',0170 0,r,0190 0,f,0220 0?\0240 0",0260. Aumentando todavía ¡a duración del contacto con la pila, la derivación permanecía fija á 19°, 50. 2. ° Al extremo del hilo que comunica con la pila, la inten- sidad de la corriente sigue una marcha inversa y decreciente á medida que aumenta la duración del contacto del hilo con la pila ; después al cabo de cierto tiempo permanece constante el desvío, y es mayor que el que se obtiene al otro extremo del hilo. Este resultado, que ya habíamos previsto, se explica fácil- mente. En el momento en que se establece el contacto del polo déla pila y del hilo, se precipita la electricidad en gran canti- dad en el conductor, porque no existe ninguna tensión que ponga obstáculo; pero á medida que el hilo se carga, la dife- rencia de las tensiones es cada vez menor y el flujo cada vez más escaso, siendo proporcional á la diferencia de las tensiones. Si el desvío es mayor al extremo del hilo que comunica con la pila que no al otro, esto proviene evidentemente del aisla- miento imperfecto del hilo. En efecto, la pérdida por los sus- tentáculos y por el aire ha sido siempre muy notable en todas nuestras experiencias, y sobre todo por la noche, á causa de caer rocío. Es infinitamente probable que si el hilo estuviese perfectamente aislado, ambos desvíos serian los mismos. 3. ° El tiempo necesario para llegar al estado permanente es el mismo en ambos casos. Puede añadirse que lo mismo sucede en todos los puntos del hilo. Esta última experiencia se ha hecho en un tiempo 267 húmedo, y es notable que el mal aislamiento no lia encubierto la ley. Por último, hemos recurrido al fenómeno de inducción para comprobar las indicaciones que da la derivación. Se co- locó el hilo inductor de un ovillo en el circuito de derivación, y se reunieron los dos extremos del hilo inducido por medio del hilo del galvanómetro. Al extremo del hilo de linea en contacto con la tierra, la inducción, primero escasa respecto de las más cortas duracio- nes de los contactos del hilo y de la pila, aumentó gradual- mente para disminuir en seguida, y reducirse á la nulidad en el momento en que se establecía el estado permanente. Esta última observación puede resumirse en estos términos. 4.° La inducción no se produce mas que durante el estado variable. La fórmula de Ohm y las experiencias de Gaugain indican que en los conductores de la misma naturaleza, de la misma sección y de longitudes diferentes, el tiempo necesario para lle- gar al estado permanente, debe variar como los cuadrados de las longitudes. Hechas tres experiencias con hilos cuya lon- gitud variaba de 1 á 4, indicaron al parecer que este tiem- po crece más pronto que la simple longitud, pero con menos rapidez que el cuadrado. En dos de estas líneas se producían fenómenos de inducción de una parte del hilo sobre la otra, cuya circunstancia nos obliga á no trascribir aquí los números obtenidos. Resulta como se ve de nuestras experiencias, que el flujo eléctrico no se propaga de ningún modo como las ondas lumi- nosas, y que debe abandonarse la idea de una velocidad cons- tante y uniforme. Preciso es, pues, volver á la idea fundamen- tal de Ohm, y tratar de comprobar por la experiencia todas las analogías que puede indicar la teoría entre el movimiento del flujo eléctrico y el del flujo calorífico. En el caso en que falten estas analogías, será necesario tratar de establecer por la expe- riencia las verdaderas leyes. 268 QUIMICA. De un modo nuevo de preparar el calcio; por Mr. Carón. (Comptes rendus, 12 marzo "1860 . ) El año pasado tuve la honra de proponer, dice el autor, un procedimiento nuevo para reducir por el sodio los cloruros de calcio, estroncio, bario, v obtener estos metales aleados con otros, como por ejemplo el plomo, el estaño, el antimonio y el bismuto. Entonces no habia llegado todavía á separar el metal alcalino de estas aleaciones, y mis esfuerzos no habían produ- cido efecto ante la afinidad de ambos metales combinados. Des- pués he emprendido estas investigaciones, y he llegado á aislar el calcio. He aquí el procedimiento que empleo. Hago una mezcla de 300 partes de cloruro de calcio fundido y pulverizado, con 400 de zinc destilado en granallas y 100 de sodio en pedazos. Todo ello se coloca en un crisol que se enro- jece en un horno común con su cono. La reacción es muy esca- sa, y al cabo de algún tiempo se ven aparecer llamas de zinc, que salen del crisol. Conviene en este momento moderar el fue- go, y dejar que se prolongue la acción, impidiendo la volatiliza- ción del zinc, pero dando no obstante una temperatura tan eleva- da como sea posible. Esta es la parte delicada de la operación, y por no haberlo hecho de este modo, me ha sido imposible por mucho tiempo llegar á un resultado satisfactorio. Cuando el crisol ha permanecido en este estado cerca de un cuarto de hora, se aparta del fuego. En el fondo del crisol en- friado se encuentra un boton muy unido, muy frágil, de frac- tura brillante, y algunas veces cristalizado por su parte exterior en prismas de base cuadrada; por lo común contiene de 10 á 13 por 100 de calcio. Apenas ataca el agua á esta aleación de zinc y de calcio, especialmente á la temperatura común; los ácidos sulfúrico y oxálico tienen una acción escasa en él, á causa de la insolubili- dad de las sales producidas; por el contrario, se disuelve rápi- damente por los ácidos clorhídrico y nítrico. 269 Para obtener el calcio con esta aleación basta ponerlo en un crisol de carbón de retorta, y echar fuera el zinc por el calor. Es necesario que la aleación esté puesta en el crisol, y en pedazos tan grandes como sea posible, porque si no se reúne difí- cilmente el calcio. La aleación no debe conlener sodio, lo que su- cedecuando la operación se lia conducido mal, sin lo cual se abre el crisol, y no se obtiene mas que el calcio mal reunido y en corta cantidad. No se puede destilar esla aleación ni en la cal ni en los crisoles comunes; en el primer caso se obtiene cal, y en el segundo silíceo fundido si el crisol no se ha destruido entera- mente. Cuando se han observado bien estas precauciones se encuen- tra en el fondo del crisol de carbón unboton de calcio (he ob- tenido hasta 40 gramos de él á la vez), que no contiene de me- tales extraños mas que los que contenia primitivamente el zinc, ó que ha podido producir la sustancia de los crisoles. El calcio, según le obtengo así (contiene siempre vestigios de hierro), es de color amarillo de latón cuando hace poco que se ha rayado. He hallado que su densidad es de 1,6 á 1,8, pero este número es por lo común demasiado grande á causa de la cantidad de hierro que contiene. No es sensiblemente volátil. Sin embargo, el zinc con el cual está en aleación arrastra una notable cantidad de él al destilarle. En contacto del aire húmedo se deshace como la cal común, de- jando un polvo gris algo rojizo por razón del hierro. Cuando está guardado en un frasco bien seco se conserva bastante bien, aunque tomando casi inmediatamente un viso gris, que le quita completamente el aspecto metálico. Arde difícilmente á la llama del soplete, porque inmedia- tamente se cubre de una capa de cal. La combustión de su li- madura produce chispas rojas sumamente hermosas. Cuando se quema no desprende ningún humo, lo cual induce á demostrar que no es volátil á la temperatura de su combustión. Antes de terminar esta nota, creo deber indicar aquí una precaución que debe tomarse para obtener el calcio puro. Si se emplea el zinc del comercio, por muy puro que sea, contiene siempre hierro y plomo, que se concentran en el botonen bas- 270 lante proporción, por causa ele la gran cantidad de zinc aleado con el calcio. Entonces no solamente se encuentra en el calcio el hierro y el plomo contenidos en la masa volatilizada, sino además cier- ta cantidad de zinc que retienen el plomo y el hierro, y que es imposible echar fuera. Así, con un zinc del comercio puro he obtenido un boton de calcio que contiene: Calcio, p. d. 78 Plomo 9 Zinc o 11 Hierro.*. 2 100 Es pues necesario emplear zinc destilado. Así se obtiene calcio puro, ó que por lo menos no contiene mas que vestigios de hierro procedentes de los crisoles. Del calor que se desprende en las combinaciones químicas; por Mr. II. Saunte Claire Deville. (Comptes rendus, marzo ^860.) En esta Memoria, dice el autor, trato por medio de la ex- periencia y el raciocinio, del importante punto de la trasforma- cion en los cuerpos del calor latente en calor sensible; y como todavía está muy oscura la teoría de estos fenómenos, me sera permitido seguir el mismo hilo que me ha conducido á ellos, y que hasta ahora no me parece que me lleva á ningún error. Empezaré en primer lugar por los hechos. Tomo un globo de vidrio, que por ahora supongo que sea incapaz de calentarse y dilatarse por la influencia del calor, y echo en él con precaución, primero ácido sulfúrico monohidra- tado y puro, después agua, estando ambos cuerpos á 0 grados, y sobreponiéndose sin mezclarse. Las cantidades de ácido y de agua que se ponen en acción son tales que representan 1 equi- 271 valente de ácido y 2 de agua, y llenan el globo hasta el cuello es- trecho que tiene en su parte superior. Se marca con una señal el nivel del liquido, y después, verificando bruscamente la mez- cla de ambos cuerpos, se observa: l.° la elevación de tempera- tura, que llega hasta IBS ó 139 grados; 2.° la invariabilidad del volumen del líquido que no se contrae por efecto de la combina- ción, ni se dilata por el calor. Así, á la temperatura que sede- sarrolla por la combinación de 2 equivalentes de agua y 1 de áci- do sulfúrico monohidratado, la densidad de ácido sulfúrico á 3 equivalentes de agua es media entre las densidades de los dos cuerpos que le constituyen. El nuevo ácido se enfria bien pronto, y se vuelve á 0 gra- dos: se puede, determinando su nuevo volúmen, calcular su coe- ficiente de dilatación. Es claro, según esta experiencia, que si se hubiese podido prever el resultado, hubiera sido fácil calcu- lar, por medio de este coeficiente de dilatación, la temperatura á que el ácido sulfúrico de 3 equivalentes de agua adquiere la densidad media entre sus elementos, y por consiguiente la tem- peratura producida por la combinación de 1 equivalente de áci- do sulfúrico monohidratado y de 2 equivalentes de agua. Preci- samente este resultado es el que he previsto, fundándome en las consideraciones de mecánica que se me permitirá exponer brevemente. Partiendo de la teoría de las undulaciones, se admite que la intensidad del calor varía según el cuadrado de la velocidad de las moléculas del eter. Suponiendo que las temperaturas repre- senten poco más ó ménos proporcionalmente la intensidad del calor, se ve que también representan el cuadrado de estas ve- locidades, y por consiguiente fuerzas vivas. En la hipótesis de la materialidad del calor, supongo que el calor latente es como un resorte actuante entre dos moléculas, que se atraen en virtud de la cohesión, y del equilibrio de estas dos fuerzas, resulta el estado actual del cuerpo. Sea x una fun- ción del tiempo que representa el espacio que recorreria en el tiempo fia molécula m si recibiese la impulsión de este resorte dx en el momento de desplegarse; siendo vz=z~ la velocidad de que estuviese animada, mv 2 sería la fuerza viva ó la inten» 272 sidad de este calor que se hace sensible. Pero á ménos de caer en el error de las creaciones de fuerzas, creo que no se puede admitir otro origen del calor desprendido en las combi- naciones químicas que el calor latente contenido en los cuerpos que se unen con ellas. Desde el momento en que se produce este calor hay una fuerza mecánica desarrollada, cuyo exacto valor es también fácil de apreciar boy; luego el principio mecá- nico de la conservación de las fuerzas vivas debe tener aquí aplicación. Pero el calor sensible, desarrollado por dos cuerpos que se combinan sin cambiar de estado y contrayéndose como el ácido sulfúrico, debe suministrarlo el calor latente qne exha- lan ambos cuerpos en el momento de combinarse; y este calor es igual al que pierde el compuesto para pasar de la temperatura á que se ha verificado la reacción á la temperatura inicial. Bas- tará, pues, cuando no haya pérdida de fuerzas vivas, conoceré! coeficiente de dilatación del cuerpo compuesto, y su contracción deducida de la densidad de sus elementos, para conocer la tem- peratura á la cual adquirirá el cuerpo compuesto el volumen desús elementos, y por consiguiente la temperatura de la reac- ción. Pero del mismo modo que en las máquinas hay pérdidas de fuerzas vivas, hay también en las combinaciones químicas pérdidas de fuerzas vivas ó de temperatura, que pueden calcu- larse por la regla que he dado, y es el calor perdido, ó que más bien se ha hecho latente en virtud de causas enteramente conoci- das. Así, la disolución es una causa de frió, no sólo cuando se efec túa entre un líquido y un sólido que se liquida, sino también en- tre dos líquidos que se disuelven, ó igualmente, como ha demos- trado Mr. Person, entre una disolución ya hecha y el agua en que se dilata. Luego siempre que haya al mismo tiempo combinación y disolución habrá desprendimiento de calor, pero también pérdi- da de fuerzas vivas, como sucede respecto de las mezclas de agua y de acido sulfúrico, distintas delasdequeacabo de hablar, y qne es el ácido sulfúrico en su máximo de contracción de Rudberg. He estudiado, bajo el punto de vista que acaba de desarro- llarse, el calor producido por 25 mezclas diferentes de agua y ácido sulfúrico y para otros muchos cuerpos: presentaré aquí únicamente algunos ejemplos, para no prolongar más este ex- tracto. Acido con 2 eq. de agua. 99,4 4 3,2 0,3 0 Acido con 3 eq. de agua. í 3 8, 5 2,7 0,0 1 Combinación enérgica. Acido con 4 eq. de agua. 131,2 19,3 0,13 Acido con 5 eq. de agua. 1 23,2 1 6,5 0,1 2 Indicio de una combinación. Acido con 6 eq. de agua. 1 1 0,2 21,3 0,18 Acido con 7 eq. de agua. 1 0 0,7 1 5,7 0,13 Indicio de una combinación. Acido con 8 eq. de agua. 94,6 22,8 0,20 No me propongo todavía generalizar los principios que aca- bo de comprobar por medio del ácido sulfúrico antes de haber estudiado muchísimos cuerpos diversos, y de haber analizado el resultado de muchísimas experiencias en parte ejecutadas, y todas las circunstancias que les acompañan. En efecto, la acción del calor en los cuerpos produce resultados en apariencia tan discordantes, dilatando la mayor parte, contrayendo algunos (por ejemplo el agua entre ciertos límites), que quizá no causará admiración saber que ciertos cuerpos, como el ácido acético mo- nohidratado, se disuelven en agua, contrayéndose y enfriándose al mismo tiempo. Otros, como el ácido sulfúrico y la sosa dila- tada, se dilatan y se calientan al mismo tiempo por la combi- nación, cuando se observa en un estado conveniente de concen- tración. Resulta también de mis experiencias, que es indispen- sable en las medidas de las cantidades de calor producido por la combinación, tener en cuenta este estado de concentración, al que corresponde siempre una cantidad de calor latente variable con la proporción ponderal del disolvente, lo cual es por otra parte una consecuencia de las experiencias de Mr. Person acerca de la disolución. Estas investigaciones han requerido determinar muchos coe- ficientes de dilatación y calores específicos de líquidos. Insisto en este punto, que la experiencia de la enseñanza me ha hecho creer que está casi desatendido en la ciencia en la actúa- 18 TOMO X. 274 lidad, á saber, que ámenos de suponer una creación de fuerzas, es preciso admitir que el calor desprendido durante la combina- ción preexisle en los elementos en estado de calor latente ó de fuerza definida, como acabo de verlo. Admitido esto, se ve que el ácido clorhídrico no puede ser un gas del mismo modo que el cloro ó el hidrógeno, ó que uno de ellos. En efecto, ambos cuer- pos se unen produciendo una cantidad considerable de calor, pero sin cambiar de volumen . Ha habido calor desprendido, fuerza viva destruida. ¿Quién la ha producido? ¿Es el hidrógeno, el cloro, ó ambos á la vez? Siempre sucede que el ácido clorhí- drico contiene ménos calor latente que uno por lo ménos de sus elementos, y que es quizá con relación al hidrógeno lo que el agua líquida es respecto del vapor de agua; no variando el estado fí- sico de estos cuerpos mas que por la diferencia de los calores latentes. El ácido clorhídrico por una parte, y el cloro y el hidró- geno ó al ménos uno de los dos por otra, deben pues diferen- ciarse entre sí en una propiedad física todavía desconocida. Es- to se parece sin duda algo á lo que yo he llamado estado de disociación en los cuerpos compuestos. Cuando se calientan los cuerpos, absorben estos últimos el calor para dilatarse, y sin duda le vuelven latente, ó si se me per- mite esta expresión, contienen entre sus moléculas cierta can- tidad , del cual dependen los estados físicos particulares, blan- dura, estado vitreo, etc., que se observan en ellos. El calor espe- cífico debe ser una suma de elementos, muy compleja aún para los gases y la temperatura; es decir, la dilatación del aire por la influencia del calor no debe necesariamente representar una in- tensidad de calor, como es opinión común. En la actualidad com- paro los diversos puntos de la escala termométrica comprendi- dos entre 0 y 1040 grados por los medios foíométricos emplea- dos para determinar la intensidad de la luz: averiguo por medio de un aparato muy sencillo que tenga en su centro un termóme- tro de Leslie, á qué distancia es necesario colocarlas superficies calentadas sucesivamente con los vapores de agua, de mercurio, de azufre, de cadmio y de zinc hirviendo, para producir un efecto termométrico constante. Cuando Lavoisier destruyó el sistema de Stahl, no le quedó tiempo para explicarlos fenómenos físicos déla combustión. Si de) flogíslico se desprende el oxígeno, se ve que no queda mas que el calor latente, y desde entonces las ideas de Slahl vienen á ser absolutamente exactas. Los cuerpos simples están com- puestos de calor y de materia; el calor se desprende por la com- binación, y el compuesto se hace cada vez más estable é inerte, á medida que combinándose más íntimamente ha perdido más calor, lo cual hace que el sulfato de barita sea un cuerpo que no puede abrirse, según la expresión alemana, más que some- tiéndole á las temperaturas más elevadas. Siendo la causa la afinidad, el calor desprendido es el efecto que esta fuerza pro- duce, y le es proporcional; de donde se deduce que si se quiere tomar el efecto por la causa ó la causa por el efecto, lo cual es permitido en el caso presente, se llega á admitir que la afini- dad (en intensidad) no es mas que la cantidad de calor latente ó flogíslico encerrado en los cuerpos, y á identificar con las hi- pótesis antiguas todas las fuerzas físicas y químicas, como quiere Mr. Grove y casi todos los físicos modernos. Siendo el calor específico de un cuerpo variable con su tem- peratura, como ha demostrado Mr. Uegnault, creí que para llegar á la determinación de las temperaturas producidas en contacto de los cuerpos que se combinan, era racional obser- varlas directamente, no empleando el calor específico masque para las correcciones en que es despreciable la variación de esta constante. Se ha podido ver que también tuve necesidad del coeficiente de dilatación de las sustancias que reaccionaban, y que debí tener en cuenta la observación de Mr. Isidoro Fier- re, según la cual este mismo coeficiente es muy variable con la temperatura, y no calcular los volúmenes mas que por medio de números determinados en los límites muy próximos de las temperaturas inicial y final, que son las únicas que tienen im- portancia en las experiencias que he intentado. Por último, debí buscar un método seguro y rápido, con objeto de obtener el ca- lor específico de los líquidos con una exactitud suficiente para las correcciones en que le he hecho servir. Para abreviar y facilitar la exposición, supondré que deter- mino la temperatura producida por una mezcla de agua y de ácido sulfúrico, y la pérdida de fuerza viva que de aquí resul- 27 G ta: los mismos procedimientos de experiencia y de cálculo se aplicarán sin modificación á las mezclas de agua con el alcohol, el ácido acético y el ácido clorhídrico, del ácido sulfúrico con la sosa y la potasa, en las cuales he experimentado variando sus proporciones con arreglo á una ley muy sencilla. En una vasija cilindrica de cristal de Bohemia que contenga unos 200 centímetros cúbicos, cuyo valor en agua es de 10sr,6, peso agua á la temperatura ambiente, que determino con cuida* do. El peso del termómetro que se vá á emplear está compren- dido en la misma tara de la vasija. Esta vasija se encierra en un cilindro de vidrio, del cual está separada por un colchón- cilio de aire, que, como es sabido, es un excelente aislador. Peso el ácido sulfúrico monohidratado preparado con el mayor cui- dado, y cuya densidad y coeficiente se determinan entre los lí- mites de la variación de la temperatura ambiente. Mezclo enton- ces los dos cuerpos agitándolos rápidamente por medio del ter- mómetro, y en algunos segundos se determina la elevación de temperatura, sin que hayan podido producirse de un modo sen- sible las pérdidas por enfriamiento; la masa del termómetro es sumamente pequeña. Entonces tomo la densidad del ácido de- bilitado á la temperatura de la experiencia, y caliento el frasco de densidad (que debe ser bastante voluminoso para que se pue- da introducir en él un termómetro muy delgado) hasta una temperatura que exceda unos 10 grados de la que se produce en la reacción. Es conveniente no determinar el nivel en el frasco de densidad (modelo de Mr. Regnault) mas que cuando la temperatura del ácido y la del baño de aceite en que se opere sean sensiblemente iguales y constantes. En esta clase de determinaciones hay dos causas de error que es preciso tener en cuenta. l.° Se pierde siempre un poco de vapor de agua que se des- prende del líquido calentado en contacto del aire. Esta cantidad, que siempre es pequeñísima, se determina por el peso de la va- sija llena de ácido dilatado después de la reacción que la ha producido. La diferencia entre el peso de las sustancias que se han empleado y el de estas sustancias después de calentadas, da el peso del agua evaporada. 277 2.° La vasija se pone inmediatamente en equilibrio de tem- peratura con el líquido que contiene: se supone conocido su va- lor especifico, y por consiguiente su valor en agua. Pero se necesita además el calor específico del mismo líqui- do, con objeto de determinar por medio de los números ante- riores el calor absorbido por la vasija y por el agua que se eva- pora, y por último la disminución de temperatura producida. Para obtener este calor específico lomo un frasquito muy ligero, de dos bocas, hecho con un tubo de vidrio delgado á la lámpara de esmaltar. El valor en agua de esta vasija debe de- terminarse por una experiencia preliminar, hecha por los pro- cedimientos que voy á describir: debe ser tal, que no exceda de la décima parte del peso de la sustancia cuyo calor específico quiere conocerse. En estas condiciones, la influencia de la va- sija, ó más bien de los errores que podrían cometerse acerca de su valor en agua, es enteramente despreciable. Por una de las bocas de este frasco pasa, atravesando un ta- pón de corcho que sirve para cerrarle, la varilla de un termó- metro muy sensible, cuyo valor en agua está comprendido en la determinación prévia hecha en el mismo frasco. Otra de las bo- cas, cerrada con un taponcillo, sirve para echar el líquido que va á emplearse para las medidas. En el frasco se pesan 50 á 60 gramos del líquido ácido que se ha supuesto en la experiencia, que se reduce por medio del hielo derretido á una temperatura próxima á 0. El aparato refri- gerante se compone de un pequeño cilindro de cobre delgado, de la misma forma que el frasco de vidrio, y de un diámetro apenas mayor. Este cilindro se sumerge en medio del hielo en un aparato cilindrico enteramente semejante al que Mr. Reg- nault ha hecho construir para la determinación del cero de los termómetros. Cuando el ácido está convenientemente enfriado se saca el frasco de su cubierta de cobre, y se echan por la boca que tiene libre de 500 á 600 gramos de mercurio calentado á 40 ó 55 gra- dos, de modo que la mezcla se reduzca á la temperatura am- biente. Basta dar algunas sacudidas al frasco para que se veri- fique la mezcla, y se fije la temperatura que resulta de ella en ambos líquidos. Esta operación debe durar algunos segundos. 278 Para calentar y echar el mercurio me valgo de un aparatito muy sencillo que funciona muy bien. Es un cilindro de vidrio terminado por su parte inferior en un cono en forma de embu- do. Este embudo está cerrado por una válvula hecha con una varilla de vidrio cubierta de goma elástica. La parte superior del cilindro la cierra un tapón de corcho, que atraviesan las va- rillas de la válvula y del termómetro que sirve para medir la temperatura del mercurio. Todo está encerrado en una envol- tura de pluma de cisne yen una probeta ancha, agujereadas por su fondo, para que pueda pasar el extremo del embudo que cier- ra la válvula. El sistema completo se calienta en una eslufa, y cuando se saca de ella, la temperatura del mercurio contenido en el cilindro interior no varia sensiblemente por espacio de medio minuto. Para echar el mercurio en el pequeño calorímetro que con- tiene el ácido, se mete rápidamente el extremo del embudo del cilindro de mercurio en la boca del frasco, se levántala válvu- la, y el mercurio corre dividiéndose y atravesando el líquido frió, que se calienta con una rapidez maravillosa á causa de su propia conductibilidad y de su estado de división (1). Cuando se tiene la temperatura del líquido ácido, la del mercurio, la final, y el peso de las sustancias experimentadas, tenemos todo lo que se necesita para calcular el calor especí- fico que se quiere determinar. Con la densidad de las sustancias que reaccionan y de la combinación á la temperatura ordinaria, se determina el volú- men antes y después de la combinación, y por consiguiente la contracción. Dividiendo el peso de las sustancias que reaccio- nan por la densidad del líquido á la temperatura corregida de la reacción, se obtiene un número que puede ser igual al volu- men antes de la combinación, y entonces hay igualdad entre la fuerza viva perdida por las sustancias que reaccionan y la fuer- za viva desprendida durante la combinación; si este número es (l) El líquido ácido üo debe haber disuelto ningún vestigio de mer- curio, lo cual es menester comprobar cada vez. Nunca he observado que le ataque de este modo el ácido sulfúrico . m menor que el volumen antes de la combinación, hay pérdida de fuerza viva; y esta pérdida es igual á la temperatura á que es preciso poner el volumen calculado así, para que sea igual al volumen antes de la combinación disminuida en la temperatura de la reacción. Para este cálculo, por otra parte muy sencillo, se emplea el coeficiente de dilatación que se ha determinado en el curso de estas operaciones. No quiero prolongar más este extracto, dando un ejemplo de estos cálculos, sacado de mi Memoria: aunque sencillos, son largos; pero de los detalles que acabo de dar se pueden dedu- cir inmediatamente los métodos que conviene aplicar. En el curso de este trabajo, he llamado calor latente ó flo- gíslico á la suma de calor encerrado en los cuerpos. Este calor latente no es por lo tanto únicamente el que hace variar el es- tado de los cuerpos; observaré á propósito de esto, que suponien- do al rededor de las moléculas, y aun éntrelas mismas molécu- las integrantes de los cuerpos compuestos, una atmósfera calo- rífica, no hago mas que reproducir aquí la hipótesis de las at- mósferas eléctricas de Ampere, y fundarme en la opinión de Berzelius, aprovechando por otra parte los trabajos de los físicos modernos, y las excelentes experiencias de M r. Favre y Mr. Soret, según las cuales se necesita identificar las causas que producen el movimiento con el calor y la electricidad. «J Resumen de las observaciones meteorológicas hechas en el Real Observatorio de Madrid en el mes de abril de 1860, El temporal variable y lluvioso quese inició en el último dia de marzo continuó con leves fluctuaciones en la 1.a década de abril, compuesta de dos períodos iguales, uno revuelto y muy húmedo, y un segundo más despejado, tranquilo y agradable. En la 2.a década hubo asimismo S dias despejados y calurosos, á los que sucedieron otros 3 templados y húmedos, y 2 al fin re- m vueltos, anubarrados y desapacibles. Y en la 3.a, Iras un breve período de transición y también poco grato, en el quedeben men- cionarse con especialidad los dias 23 y 24, notable el primero por un líalo solar y el segundo por el fuerte incremento de tensión eléctrica que en él se observó, sobrevinieron los 25 y 26, lluvio- sos y revueltos, y los cuatro últimos bastante despejados, húme- dos todavía y nada impropios de la estación. En el actual mes se ha mantenido por lo regular la columna barométrica un poco más baja que en los anteriores, y sus osci- laciones han sido también de menor amplitud, particularidades igualmente notadas en la propia época del año próximo pasado. La oscilación en baja de 5mm,17, ocurrida del dia 2, despejado, al 3, lluvioso, y la próximamente igual, aunque en sentido con- trario, de 5mm,12, del dia 26, muy lluvioso, al 27, ventosoyal fin despejado, son entre todas las más notables. Hasta el dia 15 fueron continuamente aumentando las tem- peraturas, tanto al sol como á la sombra; luego descendieron hasta el 21, en que marcó el termómetro de mínima —0o, 4; y de nuevo volvieron á subir en el último tercio del mes. En los dias medianamente despejados, las diferencias del sol á la som- bra fluctuaron al rededor de 11° á 12°. Mientras en los 6 primeros dias de abril soplaron con cons- tancia y sobrada fuerza los vientos del S. 0. se conservó la at- mósfera encapotada, llovió con frecuencia, aunque poco, y se mantuvo elevado el estado higrométrico del aire, sin que por esto disminuyera la evaporación sensiblemente. Mas aquellos vientos cesaron el dia 7 y en los 4 siguientes alternaron sin ley alguna perceptible lodos los demás, disminuyendo la humedad al pro- pio tiempo, y aumentando por el contrarióla evaporación. Casi sin interrupción reinaron del 10 al 15 inclusive las brisas del N. E., débiles por lo regular, y en tanto adquirió su valor míni- mo la humedad y su máximo la cantidad de agua evaporada, á lo que sin duda contribuiría por su parle la elevada y cons- tante temperatura que por entonces se sintió. Con los del N. E. alternaron los vientos del 8. E. en los dias 1 6 y 17, á que corres- ponden las mayores lluvias observadas en el mes, y aun en todo lo que va de año; y por fin, desde la última fecha citada los vien- tos del N. E. y N. N. E., algunas veces los del S. O., y ménos 281 los del N. O., han sido los dominantes, ya débilmente, ya con fuerza, como sucedió del 22 al 27, y con ellos la temperatura, la humedad y la evaporación se han conservado en un estado medio. BAROMETRO. 1 .* década. 2.a 3.a Am á las 6 m mm 702,02 mm 704,66 mm 705,60 Id. á las 9 703,18 705,01 705,68 Id. á las 1 2 702,83 704,60 705,38 Id. á las 3 t 701,98 703,88 704,70 Id. á las 6 702,21 703,67 704,77 Id. á las 9 n 702,97 704,25 705,72 Id. á las 12 703,06 704,22 705,61 por décadas mm 702,68 mm 704,33 rain 705,35 A. máx. (dias 9, 13 y 28) 707,56 709,72 709,92 A. mín. (dias 4, 18 y 20) 697,38 698,59 699,67 Oscilaciones ' 10,18 11,13 10,25 Am mensual » mm 704,12 » Oscilación mensual. » 12,54 » m TERMOMETRO. 1 década. 2.a o.* Tm á las 6 m 6°,0 5°, 8 5M Id. á las 9. 8 ,6 10 ,6 9,4 Id. á las 12 13 ,0 14 ,6 13,1 Id. á las 3 t 14 ,3 16 ,3 15,4 Id. á las 6 12 .0 13 ,7 13,7 Id. á las 9 n 9 ,1 10 ,4 10,0 Id. á las 12 7 ,2 8 ,1 8,0 Tm por décadas 10°, 0 11°, 4 10°, 7 Oscilaciones. 20 ,3 23 ,6 20,4 T. máx. al sol (dias 9, 14 y 21) 31°, 0 38u,6 30°, 8 T. máx. á la sombra (dias 10s 15 y 28). 21 ,4 24 ,8 20,0 Diferencias medias 7 ,2 9 ,1 8,6 7. min. en el aire (dias 5, 12 y 21). . 1°,1 1°,2 -0°,4 Id. por irradiación (dias 8, 12 y 21). . - 1 ,5 -4 ,0 -6,2 Diferencias medias 2 ,7 2 ,8 3,7 Tm mensual » 10°, 7 )) Oscilación mensual. .......... » 25 ,2 )) PSICROMETRO. \ ,a década. 2.a 3.a Hm á las 6 m 86 75 79 Id. á las 9. 79 64 67 Id. á las 12 60 51 57 Id. á las 3 t 56 52 49 Id. á las 6. 64 55 51 Id. á las 9 n 76 62 59 Id. á las 12 83 67 68 Um por décadas 73 61 61 i7(ü mensual » 65 » 283 ATMOMETRO. Em por décadas mm 3,7 mro 4,7 mm 4,9 E. máx. (dias 10, 13 y 23) 6,8 8,0 8,3 E. mín. (dias 6, 17 y 23) 1,6 0,2 0,2 Em mensual » mm 4,4 » PLUVIMETRO. Dias de lluvia 9 Agua lotal recogida 63mm,9 Id. en el dia 16 (máximum). 18 ,7 ANEMOMETRO. Vientos reinantes en el mes . N 31 horas. S 31 N. N. E 74 S. S. O 12 N. E 130 s. 0 83 E. N. E 64 O. S. 0 41 E 12 o. . . 69 E. S. E 22 O. N. 0 36 S. E. ... 32 N O. 43 S. S. E.c » N. N. O » 284 Me Wk M. 40 0© 0© 0© 0© vx ot ot Ot OT 40 oo 4 Oí ot <© ©- S' Cfi -4 4 *V1 4 «4 Oí Oí Oí Oí VI ot 03 K3 <-» o> 05 OS efe- O Diciembre. —i oí 0.3 03 M ‘■-i O «O -a OS o© 4 or Oí s or -a E’nero. -4 Os Oí *4 Oí Oí *4 Oí oo v» ot 03 o© 4 Oí os Q© Oí Oí 4 05 efe- -4 Oí 03 ■*4 Oí efe- leí — I Oí o 4 Oí 03 2 < s 33 2 O Febrero, "-4 Oí OO ’rf!' Marzo. *4 "4 -4 vi 4 *4 03 Vt O» Sí ot Oí es ©O w-fc es os efe- vtf '4 e** Oí lO t>3 Abril. —4 OS es 'ó© «4 Oí 03 ■4 VI O efe» 4 Oí efe» “4 Oí ¡n© 'Ó© OS 03 Oí O OO -4 Oí o? -4 Oí O '(fe» TI s a Es» P1 33 > Mayo. *4 Oí KS OS efe» -4 OS Oí Junio , e-» O© —■> *4 ”4 «4 «4 «4 •4 OS Oí Oí Oí Oí Os efe. 03 efe» Oí Ot efe- *£l s* v£> “4 hS O O Julio. -4 Oí ►o o© -4 Oí Oí *4 Oí t*3 Va 60 -4 Oí efe» Agosto. “4 “4 4 *4 vi 4 e© o© Sí Oí Oí O© os os 03 ►«te to •fe- ■=>© V» ■v* •*« o 0© «o (—fe *o Setiembre . VI 4 4 4 4 4 os> Oí ©S Sí Oí Oí fcate [ Oí 03 es vt O© <*£ - -O 1 «O O O efe» eS Octubre. O H O 2» O w > ge o S P3 H 33 O £3 03 en e© Q. 5’ «3 3 e© 3 C© en e© 3 3 e© “1 O en *2 93» O o Q. CB 4 \9 **> 4. V| OÍ «O» »s O 4 4 4 4 4 4 Oí Oí Oí Os Oí Oí K3 OS os tS to e=£t Ve te Oí os efe. O efe. tO Noviembre. Media anual. 50 P3 en G- ts* S5 M 2 SV. <© a“ &í O Os c© "5 es a c© «*» . o 55 <■© os e© «4 e© O *■* O «a? «?■*»> « c© a os c© c© c© 4» Sí a a Os c© Sí feo O a o <■© s o* Oí O Oí 00 os Oí OÍ O© Oí V* OÍ 00 Sss OÍ zo Batómetro. — Alturas máximas y dias correspondientes* 285 • o o o / -SBIQ i ©n « ” fi ' " •oisoSy 770.8 767.8 766.1 )) » intes. 758.2 753,0 751,7 )> )i l -SCIQ ci © « m o c« n n « ■*1 04 ■<- w „ o» \ "°}lnf 770.3 769,1 769.0 769.1 767,9 rrespoi 754.3 756.1 758.4 756.5 757,4 •SBIQ oo n r< e-i x o © oí ^ to ei — < — 04 «-* O — •oiunp 774.3 773.2 769.4 768.2 769,7 y dias 756.2 756,6 752,0 758.2 750,9 PRIMAVERA. 1 - — i^í ~ — ^ t *sB¡a N O) © © 93 en *ífs lfS K5 CO es es o* ec • o-íe^ 771,2 768.0 767.0 774.7 767.1 mínim 738.8 752.0 749,6 753.1 751,0 •SBIQ e© cc> ”•=-*■!£* *?í» «5 eot^ooocs fl Cl f= « o« — i — i \ ‘iHqv 772.1 765.3 770,8 771.5 769.3 —Altai 755.3 748.2 750,0 751.5 7 45,4 •SBIQ O ^ ÍO <4© »íf< • ci N n O Oí «*H 2 04 04 04 C^4 • ozjb 770.6 772.2 773.7 771,9 777,4 ROMETI 736.3 749.4 751,3 739.5 751.7 INVIERNO. j *sb;q ® 40 fl N e© o c© o» 4© ^ fi n — 1 B *. oí e* •ojajqaj ft N Sf OO Ifí *- ce OO 1> «O N 115 V5j( Ífi JO ir? ® *— I» CS «© t*. o i»» coif5ur5‘5f‘cí< N N N N t» l> 1 -SBIQ es w 05 es « os e< c •• C$ ^ w ■*»* 04 04 0© J • OJOUQ 05 oí n n o oo t. n in b. ^ ^ es o« •ajqtnapiQ » 772.5 777.0 77 7,3 ,7 72,5 » 751, ! 740.0 762.6 753,2 18 © N CO 35 ífi « N 03 05 | 18 1C 18 » m \n 18 B W )8 | OOOOOOOOOO OO 90 90 03 03 | »''**«■*«** W «**1 286 krik M krik krik k-k 2 2 Mi _ k kk tak M GO 00 00 00 00 f-H CD HH CD OO 00 oo 00 00 en en en en en g- Cu en en en en en O oo s 03 en £5* 1— * • o 00 03 en • W (XI a CD q- £’ CA o O M o o -4 en »o -v? en ~ -1 03 ifr» iftk 03 O 1 M M O O «¿i Ul O” M CO ritk w 1 p*> to «kl O 03 O O —> O 03 O v* a v« <• a a <30 •4 VI 03 O O 30 43. 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O ÍO es CS c* c« c* o »z eo co en «o P s o •3Jqii]J0 es es a <©> es es i© es •3.iqui3ri3§ 00 es co o en es eo sp-4 c» es es es ¿o CS Cs es oo eS ■*- S© N CC CS SS vj< ID CS »© ID es en o ce a© «X en fO <¡© iD «S re es en es es ■O.ÍBIY -3 ce a* «D es es iD 00 es 00 o©" es e© #*> oo es ID *i!'qv es o®' es iD y* CS sj* irT es os en ícT •»- es O z ce fcd £ z *0ZJB[\ sí> •v eo es 25,9 s— »* ID es f' es 19,8 'f JO C* oo _ 1 ojsjqoj e-r K es- ID e© es CS es <*“í oo en SJ« •O» OO •ojoag «S. Sí» o\ e© OO es es «¥=* 4 • 3jqai3¡3¡(] « es es tN. •*» C* ID i— 16,7 iD «© oo OS ID iD iO ID iD oo o© 00 oo OO *-< «ap- «rH TOMO X. 19 290 oc oo oo oo c© m jjt w w (¿i ce os w o CU se O) 3 CO W W v O ©5 OO 3 CO 4S» O OS tfí' »P> co Oí 3 V» 00 3 3 3 05 W W M H. 5C O » ^ s C5 C5 ^ y I. O 0C »fs- O 00 3 » « S 00 M co 05 W lO Jd C5 3 v» 3 O O O CO v* V» v» v» v» OO (f> O tO OO *£> O! 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O O i-a O 2i O 3 co w w w w w ce oo 05 Noviembre, Medias mensuales de las temperaturas máximas. Oscilación media diaria del termómetro. 291 o o H O es ** «o © sí- 00 ojquiaiAOjij CS 93 t> © ©' es r< 1S 00 ^ 40 •ajqnjjQ w C»5 00 N N cT"1 ora oo es «o i© •jí •ojqcnaips — »-J oo' oo' o ^ en en •ojsoSy t— Sf C© OS - " ©s O ■< cc tí > ’ °!inr (£) OS © rT w -T CO ^ £S ' OlUIlf t" co es c© ■*- c4' ^ oT oT C© ci 1 OARfV tí tí > ■< tí tí un e© ©* t>» en en o ©4 »>> »-» un oT •njqv «sf oo © « co «\ *\ ■**' *■» cno C» On ©í OÍ oT "OZJB^ es «js< sr _ «o Oí o ©n os s© oT o Oí 1 oaajqaj «o ©i o Oí » t © N © O 00 o é; tí tí 1—1 > •0J3U3 « fS © o » «5 o© o oo m 00 40 •ojqtnapiQ xa e© un es CO N |> »fi U5 CO o p o 0 F-< O a co tí *!* Oí e©" t-T es th Sj< fc*» í” «s. es es es 00 00 l>T CS CS es un »>T zo es es oo es i© ©i co ©« co e© un o' co es os sí* ia — ^ co co co oo co co fl « ^ N «V «rs ~ © CS © co co co es o c n — oo es ira ^ © o co C3 Efi es E -C3 W CS CS tí £tí tí tt) CS tí en tí tí 3 en C tí £ en ra 4C l>. 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I I NS rfS» 00 'nS •fr. •fr- eo to NS lo O N3 S NI o «« >J vi V* Oí NS iO lO t-fc lo iO es P5 73 S3 O | | ifc> W W Oí W «k 10 ® 1-k NS — M o lO Ül ® ns ns -a c© s fr> « w u s Abril. nS t/a NS — i-* ti NS Oí 10 NS *"4 tfr- O i— • O Dias . 1 kO fr w w w 4*} CO O O “*■ gj- 00 W fr W JOO W OO Cl (» e^ü CC ® W o !fi Mayo . p* 2 10 NS NS *4 kO ^ fr lO » « fr« tO O Dias . 43.3 47,8 45,0 41.4 37,6 a y di; ¡ 2,3 6,1 7,3 8,2 6,7 Junio . > < P3 73 m 73 > z O femperaturas máximas al sol y dias correspondientes. Anemómetro. — Vientos que más han dominado. 293 W d O 1 ( W w d o d 8 1 • ajqmaiAO^] gr • i w W w w c/5 d 02 02 02 O o o < / -ajqnpo o 02 O 02 02 • en d H O W W O • Z¡ Ó d w 02 w W 'ojqruoijas 02* w o d d O d id « o d d o d d d w w Q Ó d d • o}so¿> y *** d d o d d d • o w d z ^ y fiS \ Cd §'°¡inr ó d w d d • o d d d w Z d d d d d © w © m w 02* 02 • ouinp B o 1 O H O d d d O d d d w w ' Oií BJAJ 02 o O d d w d d d d d d d o d d i • ■ ■ 5C ’ w w &J ¡> y ◄ S s * n-iq v ¡25 « O w d 02 • o « q d d 2 i a d d d d o w H • OZJBjy o d 02 w w 02 d d d d d d d d / w d d / • ojajqaj 02 w w d 02 i » &6 d a L O W d . ' i 02 w w 02 d o • z ] o d 02 Cd / 02 w W d 1 \ -ojaug I w d w w - 02 d d d ■ : J I w d w o • 9,iqaioioi(] W 02 02 d 1 02 tá W d ir: e 40 « t— 00 ©i Mí Mí M5 M5 Mí 00 ce 00 oo oo <*1 t 294 a • O 03 • 05 03 ® ts • Si • o • O • • M • W • «í ♦ • • • • 9 • • • • • • 5 • o 9 23 60 Enero. ' > M 133 2! O Oí 13 rfS* M> O* M O 00 60 Febrero . i * 60 OS «O Mb Marzo . os CJX M> ox ** Oí 1 *0 I k=3) s 60 A bril t v >- ax O oo rfs> G© o 60 J < W i 33 1 os 60 >fc» M> 60 Mavo . os O 09 Mfc C© Mfc J 32 Mi •fe* N* M Oí co 60 Junio. -<5 M 45 15 c o o 60 60 VX os ' Julio. 33 > ¡f O cc | Setiembre. «id OS 00 60 ‘---X O HS (Mo **& fceak 60 Octubre. . S ® ' S!» O »fc» X» (OS s© to*k» OS as 13 Mí. 60 OS «O 6pf* Noviembre. / 60 M» tefe M ak> ««¡b > so vx GO 03 M* M» OS gt o OS s© CC Oí 60 O Anemómetro. — Frecuencia relativa de los vientos, siendo su suma 1.000a — Cinco años. Psicrómetro.— Fracción media de humedad entre las 9 de la mañana y las 3 de la tarde. ' / ira co ira •ajquioiAojsj ae t— t- O o <=r o 6 / • OjSoSy «o <•» . 1 o o cT o ' z ! co ira era oo •oqnp co 40 40 co M o co <05 es > j era co erl 1 *oi un (■ co co co t'. í^. «-* V O o o o O / 40 o» CD t"» era 1 •O.ÍR[y 40 t'- !>. l> t" ■ < ’ njq y co co co n>- - i o o o es' raT £ f ira 1H> V •OZJB[y £ <^c t'- í-> \ < =r o es o- / / 00 ira es •ojajqaj co CO GO . CS G eT eT o 1 i z 1 lO ira o» ra« tí • cuati 3 40 oo 00 O o es o Z i 1 - lo era I ’ajqaioi.iiQ t". í>. £ oo «■» \ o' es co i 1 • » • • • * • • lO 0 * • • CO 0 * • * • • • co « * * • OS ira ira ira ira ira oo 00 oo oo 00 **** •3BS! m Pluvímetro. —Agua recojida y dias 1855. . 1856. . 1857. . 1858. . 1859.. INVIERNO. .fi s 4> 81,6 255.6 62,4 272.7 a Lü 38,4 1 3 í 49,1 Medias. . . 168,1 21 5 16 14 278,4 22,7 103,9 98,5 12 16 26 5 13 O c- P ►J SUMA DE DIAS. 88,1 15 21,0 12 64,8 18 118,7 20 166,3 14 74,9 12 1128 182 135,6 13 9,7 7 42,7 6 109,5 16 65,8 8 214,2 17 1152 1 162 30,8 10 18,4 3 108,1 14 82,2 9 164,5 13 48,0 5 1408 155 79,0 10 72,2 13 53,7 8 24,2 7 62,2 5 22,7 1 1 831 118 138,4 18 18,3 3 46,7 6 116,3 11 112,1 17 70,9 10 1310 150 94,4 13 27,9 8 63,2 10 90,2 13 114,2 1 1 86,1 i i 1199 156 185 290 Temperatura máxima al so! (10 de agosto de 1856). . . . . . . 49^1 Id. mínima en la yerba (1 f de enero de 1859) —5,8 mm Lluvia en todo el año 1199 Id. máxima en un solo dia (27 de febrero de 1855) 50,5 Id. id. id. (11 de octubre de 1856). 4 6,3 Id. id. id. (24 de enero de 1 857) 48,8 Id. id. id. (7 de mayo de 1858). . 46,3 Id. id. id. (3 de febrero de 1859) 44,6 Dias de lluvia 156 Id. despejados 80 El catedrático de física dei Instituto de Bilbao, Manuel de Rayeran, m Resumen de las observaciones meteorológicas hechas Presión atmosférica. TEMPERATURA C/3 re 1 O c n ja 03 'X¡ 03 2 en en D O en -Q 03 en re 2 & en re en re ‘o a a-> l u a en re 1 en re a . » "5 en re a en re *o c QJ “O • — re X —a a -a o re ^2 =5 o Js ‘-ZZ en « s en 2 en C re S s u* G s s s ~ Q Enero. mm 750,4 mm 758,3 10 mm 741,2 30 mm 9,1 7o, 1 12°, 2 l°,l 11°, 1 Febrero . . . * • 745,3 7 54,4 1 5 729,8 6 24,6 10,0 12,2 6,1 6,1 Marzo. ..... 747,4 754,9 4 731,0 29 23,9 12,0 17,0 8,0 9,0 Abril 738,7 750,1 4 723,5 20 26,6 16,5 21,1 9,0 12,1 Mayo 739,3 747,8 8 730,1 30 17,7 15,7 19,7 12,9 6,8 Junio 741,7 750,3 22 729,8 2 20,5 18,8 24,5 15,1 9,4 Julio. ..... . 745,3 749,7 24 738,3 19 i ! ,4 24,3 32,4 19,2 13,2 Agosto. . ... 743,8 748,2 21 736,9 9 11,3 22,7 27,8 18,8 9,0 Setiembre. • • 744,1 750,3 13 732,5 16 17,8 20,2 24,0 16,1 7,9 Octubre . . • • • 736,1 748,0 2 724,0 25 24,0 16,6 25,8 8,0 17,8 Noviembre. . . 743,4 752,5 28 722,2 4! 30,3 12,6 18,0 6,9 11,1 Diciembre. . • • 741,6 751,9 12 727,2 25 24,7 8,5 14,3 3,0 11,3 rara Presión media del ano. . . 743,1 Presiones extremas . Máxima (el 10 de enero). 758,3 Mínima (el 4 de octubre). 722,2 Diferencia 36,1 Temperatura absoluta me- dia del año 12°, 8 Idem por la máxima y mí- nima absolutas 14°, 8 mm Temperatura diurna 15,4 Idem calculada por la fór- mula de Daubisson. ... 14,5 Temperaturas extremas del año. Máxima (el 15 de julio)... 32,9 Mínima (el 11 de enero).. — 3,4 Diferencia.. . 36,3 Humedad relativa media del año 80°,3 Tensión correspondiente. 8,32 Fracción de saturación, id. ............. . 5,36 Humedades extremas . Máxima (el 6 de octubre) 89,2 Mínima (el 6 de abril) 59,8 Diferencia 299 en la Universidad literaria de Oviedo en 1859. Estado 'higromélrico del DEL AIRE. aire. i ZJ o C/D -G en C/3 03 i O co "¿3 e/3 es p .5 03 X tí co es O c/3 en CO en C c/D .H a C/3 es có .2 ’ü s a 03 '"o !- ■"O en -a QJ J s > i 03 > o> “O □ .2 l 03 co ^ d a c .2-5 8 £ I" *cn ^ S o o .£ = O QJ U* Q 3 O £ 03 0 S- «i- SITUACION. Lat. 43° 2 4r 5" N. 5°,0 12°, 4 29 -3o, 4 11 15°, 8 80°, 7 4,60 2,94 Long. 0o 2 0' ZV( E. 6,6 12,3 27 1,8 14 10,5 80,6 5,60 3,55 9,3 17,2 7 3,0 1 14,2 80,5 6,37 4,07 13,5 21,8 8 2,9 1 18,9 73,8 7,26 6,70 13,1 29,9 7 7,9 5 12,0 79,1 8,10 5,18 16,2 24,8 25 9,0 1 15,8 80,0 9,84 6,29 21,9 32, 9¡ 15 12,9 1 20,0 76,7 12,64 9,93 90,0 28,1 22 13,1 31 15,0 78,2 1 1,89 8,61 17,3 24,5 6 9,8 30 14,7 82,2 11,23 6,15 13,7 26,2 3 5,0 24 21,2 82,7 9,14 4,92 10,1 18,1 1 2,0 19 16,1 84,0 7,39 3,48 6,6 15,0 i 30 -1,0 16 16,0 84,7 5,80 2,48 ESTACIONES METEOROLÓGICAS Presión me- dia. Temperatura media. Humedad re- lativa. Dias de lluvia. Lluvia en cen líracl. Invierno. mm 745,8 6°,1 82°, 0 27 60,3 Primavera ........ 741,8 12,0 77,8 45 96,4 Estío 743,6 19,4 78,3 31 84,3 Otoño. .......... 741,2 13,7 83,0 31 50,4 Altura media sobre el nivel del mar 220 metros. Ha llovido en el año i 34 dias. Cantidad de lluvia en centímetros 291,4 Dia de mayor lluvia (el 9 de agosto). . 9,7 < S a h ~ = cu? Sí.g,s » B i o ® ? J ® sr® S - tí» g-°S uSg'S1 2 o ^ T3 3.¡ ¡ § p a | ^ ^ = 56 * 5 te-* O M o ffe «"* 1-í O o ►* co £5 ^ B ° p. b* d as* ^ B -B s? c© o a. 2 ® o^ *“ o w> o E p re a o ° • p* CP 5 er> r*M I-S o en a

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S. 0. j W L9 fefe «<5 Pí «fe ví ^ « k© a te tefe te 0. o t© id fefe Nfe e© w ^ w a W a tí a a 0. N. 0. ' ü > 50 Cn¡ tefe te- tefe rft» tefe fe- rt¡- pe CP N. 0. * • 1 pe k© « K-fe pe 00 CP « -4 CP k© -d! (-fe tefe fe* N. I\. 0. ) 134 CP OS 16 e© oo pe 18 k© k© 13 tefe O -4 “*4 Lluvia. \ Hfe iQ t© t© Mfe s »ft> s© tefe a tefe CP k© Niebla. i d i S Oí ^© s tí w ^ es p-fe tí CP Granizo. I 1*=^ 1 9 ■ M CP « - tí tí a tí - a te S tefe Nieve. w l w / «o pt iís- *- « tí tí a a tefe k© tefe 13 Escarcha . [ o l • 1 > l en CP « tí tefe ^ w tefe tí a tete tí Relámpagos. l-fe 30 t© » tefe -fe co pe ü- tefe te*> a a a Truenos ó tempestad. ü / W f 06 OO H-fe >fc- tefe tefe tefe M <—► CP a o tefe tefe co Despejados. \ « sS J § g 81 oo pe Os 14 4 6 -a fe pe e© k© tefe Nublados. 5 o I p5 \ > c / ^ re Í S H M» OS 13 14 4 11 6 tefe ZJl tefe W tefe Oí- -4 os fe. Cubiertos. |B O i a c« ' « H y ^ t© e© M Hfe w pe oo Í5- l-fe CP >— pe i> pe e© tefe k© o tefe pe tefe EN centímel r c < cD Od Od e© CP Pe pe ¡fs- o OS CP i-*i *— s o oo > Observaciones hechas en el mes de febrera de 1 XKü Nota. Posición geográfica del observatorio: Latitud N. 23° 8' 24",5: Longitud 76° 9' 42", 8. O. de San Fernando. Altura sobre el nivel del mar, 20,n,17o; altura sobre dicho nivel de los termómetros colocados en la torre, 32m,675.==HABANA l.° de marzo de 1860. CIENCIAS NATURALES. QE€*fc.€i€ÍIA. Del origen del granito; por Mr. Delesse. (Bibliot. univ. de Ginebra, febrero T8G0.) El granito es el tipo de una clase de rocas muy importantes, puesto que constituyen la mayor parle déla corteza de nuestro planeta. Su composición mineralógica es poco más ó ménos la misma que la de la traquila, puesto que contiene cuarzo, felds- patos y micas. Sin embargo, se diferencia bastante de ella por el conjunto de sus caracteres; así es que no presenta la estructura celular, y que es también una de las rocas más compactas. Si al- gunos granitos tienen cavidades, es muy accidentalmente. Por lo demás, estas cavidades se diferencian por completo de las cel- dillas, son muy irregulares, y están como carcomidas; sus pa- redes no son lisas, sino que por el contrario están tapizadas por os mismos minerales del granito. También se encuentran en él minerales que contienen íluor y boro, como por ejemplo la mi- ca, el topacio, el espato flúor, la turmalina. Las rocas graníticas de la familia del pórfido contienen una pasta como la traquita, pero generalmente no sucede lo mismo con el granito. Las circunstanciasen que se forma son pues su- mamente favorables para que se desarrollen cristales. Pero con- viene observar que los silicatos fundidos en ios hornos ó en los volcanes no se vuelven enteramente cristalinos; y aun cuando se enfrien con mucha lentitud, quedan siempre algunas partes en estado de pasta. El granito puede dividirse en prismas; no obstante, esto se verifica rara vez: además estos prismas tienen siempre una for- 303 ma poco marcada, é irregular. Sabemos por otra parte que la misma estructura se observa en el yeso y en las rocas, cuyo origen acuoso es muy incierto. Indica simplemente contraccio- nes simétricas, pero que no son debidas necesariamente al en- friamiento; provienen también de la desecación y de las accio- nes moleculares. Examinemos abora los minerales del granito, porque el es- tudio de sus caracteres es muy á propósito para ilustrarnos acer- ca de su origen. En primer lugar merece una atención enteramente especial el cuarzo. En efecto, sabemos que es generalmente raro en las rocas de origen ígneo, y que por lo común falta completamente en ellas. Pero por el contrario, en el granito abunda mucho, y forma hasta la mitad de algunas rocas graníticas anormales. Sin embargo, la riqueza en sílice del granito no es mucho ma- yor que la de la traquita; la presencia de mayor cantidad de cuarzo proviene de que este mineral ha podido separarse del magma granítico y cristalizar con facilidad. En efecto, el cuarzo del granito está siempre, no solo crista- lizado, sino también en estado hialino. Se halla diseminado en toda la roca, y no solamente en filones ó cavidades: no está hendido en todos sentidos, como el cuarzo que se encuentra en ciertas lavas, especialmente en la del Puy-de-la-Nugére. De ningún modo puede atribuirse á una fusión su lustre vitreo, porque es sabido que puede encontrarse este mismo lustre en .mi- nerales formados por agua. Por otra parte, cuando se funde el cuarzo se obtiene un vidrio cuyas propiedades son enteramente distintas de las del mineral que le produjo. Este vidrio es tras- parente, pero poco duro, y quebradizo. Es probable que le ata- quen con facilidad los álcalis, como lo he comprobado respecto de los vidrios que proceden de la fusión de los silicatos. Su densidad experimenta sobre todo una disminución muy consi- derable, que según Mr. Ch. Deville llega á 17 por 100 respecto del cuarzo fundido al soplete y enfriado bruscamente. Por otra parte, hasta ahora no se ha encontrado este vidrio de cuarzo en ninguna roca. Se encuentran también en las lavas pedazos de un cuarzo hendido y más ó ménos calcinado, que ha experi- mentado sensiblemente la acción de un fuerte calor; pero cuan- 304 do la temperatura era bastante elevada para fundir el cuarzo, se comprende que necesariamente debe combinarse con las ba- ses de la roca que le cubre, y producir un silicato. Además, los vidrios que tienen más silicato no dan nunca cuarzo, aun cuan- do se enfrien con mucha lentitud; de modo, que no ha sido po- sible obtener todavía este mineral por el calor. Todo induce á creer por lo tanto que no se ha formado el cuarzo del granito por la via seca. Por otra parte, se puede demostrar fácilmente que este cuar- zo está impregnado de sustancias orgánicas y betunosas. Estas son las materias que le suelen dar un color gris ó negruzco, y que al choque del martillo despiden un olor muy sensible al- gunas veces; se destruyen completamente por la calcinación, y entonces se vuelve el cuarzo enteramente blanco. Añadiré ahora que Sir David Brewsler ha indicado en las cavidades del cuarzo la existencia de dos sustancias orgánicas líquidas, que pueden solidificarse, y pasar al estado de resinas (brewstolina, criptolina) (1). Ha encontrado estas mismas sus- tancias en el topacio y en la cimofana, que son minerales que tienen por criadero habitual las rocas graníticas. Podría haber tendencia para atribuir las sustancias orgá- nicas contenidas en el cuarzo del granito á una infiltración pos- terior; pero entonces estas sustancias deberían observarse úni- camente en la superficie del granito, y no en extensiones y grue- sos considerables. Además, ¿por qué no podrían encontrarse en rocas tan permeables como las areniscas, y en general en todas las rocas cuarzosas formadas de cuarzo hialino? Por lo demás, si las sustancias orgánicas del granito están más especialmente unidas con el cuarzo, esto proviene de que estando muy fluidas deben necesariamente reunirse con la sus- tancia que se ha solidificado la última: pero en el granito, esta sustancia es evidentemente el cuarzo. Creo pues que las materias orgánicas contenidas en el cuar- zo del granito son originarias de él, y por consiguiente es muy difícil conciliar su existencia con la hipótesis que supone este (1) Dana, System, of Mineralogy , 4.a edición, t. 2, pág. 471. 305 cuarzo formado por la via seca. Por el contrario, venios que el cuarzo se produce sin cesar á nuestra vista, bien en los depósi- tos de los geysergs, bien en los terrenos estratificados silíceos. También le observamos en las capas de yesos, donde están muy marcados estos cristales y terminados por sus dos extremos. En todos estos criaderos no puede dudarse de su origen acuoso, y Mr. de Senarmont le lia reproducido por otra parte artificial- mente por la via húmeda. Sin embargo, la formación del cuarzo del granito por medio del agua, apenas presenta mayores dificultades que por el calor, si fuera necesario hacer intervenir una cantidad de agua sufi- ciente para mantenerlo en disolución. Pero esta hipótesis no es de ningún modo necesaria. En efecto, las consideraciones anteriores hacen ver que el granito no se ha reducido al estado plástico por sólo el calor: es proba- ble que se deba especialmente á otros agentes, y sobre todo al agua y la presión. Pero sise suponen realizadas estas condicio- nes, como la sílice cristaliza con mucha facilidad en presencia del agua, se comprende que hubiera podido separarse del mag- ma granítico, y dar cuarzo. El estudio del feídspato nos va á ilustrar por oirá parle acer- ca del origen del granito. Observemos en primer lugar que los feldspatos del granito no tienen lustre vitreo. Son opacos, ó lodo lo más traslucientes. Su color es muy variado; suele ser blan- co: sin embargo, en la ortosa pasa con frecuencia al rojo, al leo- nado y aun al pardo; en la anortosa generalmente tira algo á verdoso. Comparando su composición con la de los feldspatos vitreos, se halla que es la misma. Es verdad que la ortosa vitrea parece contener mayor proporción de sosa; pero esto puede consistir en que hay generalmente más en la traquita que en el granito. Además, los feldspatos del granito contienen casi siempre cierta cantidad de agua, que no debe considerarse como higrométrica; esta cantidad, que generalmente es muy escasa en la ortosa, puede llegar y aun pasar de 2 por 100 en la anortosa. Sin embargo, el granito en que se encuentran estos feldspatos no tiene ningún vestigio de descomposición. En publicaciones anteriores he in- sistido acerca de la presencia del agua en los feldspatos del gra- TOMO X. 20 30í) . * nito; este hecho me parece que tiene gran importancia, porque es á propósito para ilustrar el origen de esta roca. Hay una variedad de ortosa que presenta caracteres bastante diferentes de los que acabamos de describir, y que sin embargo se halla en las rocas graníticas, y es la adularía. En efecto, este feldspato tiene el lustre vitreo, es anhidro, blanco y trasparente. Pero es menester observar que tapiza únicamente las grietas que atraviesan á ciertas rocas graníticas, de modo que parece haberse formado por sublimación, como el feldspato artificial de Sangerhausen. Un gran número de hechos demuestran por otra parte que los feldspatos pueden formarse por la via húmeda. Indicaré pri- mero su asociación con los minerales de los criaderos metalífe- ros, asociación que ha observado Mr. Haussmann en la mina de plata de Kongsberg (1). En algunos criaderos, los feldspatos han tomado la forma pseudomórfica de las zeolitas, tales como la laumonita, la prehnitay la anaícima(2). Mr. Naumann ha com- probado también que en las drusas de la arenisca de Obenvie- sa, enSajonia, se forman cristales de feldspato. Mr. Daubrée ha obtenido por otra parte feldspato por la via húmeda. Por últi- mo, sabemos que los feldspatos se han desarrollado en rocas es- tratificadas metamórficas; pero estas rocas no se han fundido, pues que no se encuentran en ellas ningunos de los productos que descubren la acción de un fuerte calor, y que sus fósiles vegetales ó animales son fáciles todavía de reconocer, y aun de determinar. Es cierto por lo tanto que los feldspatos pueden formarse por la via seca ó por la húmeda, pero todos sus caracteres indican que sehao formado en el granito por esta última via. Las micas son, después del cuarzo y los feldspatos, los mine- rales más importantes del granito. Se distinguen dos clases de ellas, la mica ferro-magnesiana, y la aluminosa. La mica ferro -magnesiana es generalmente de color pardo de (1) Haussmano, Beitrage zur metallurgischen Kristall- Kunde , Gat- tingen , 1850, pág. 43. (2) R. Binar, Die Pseudomorphosen des Mineralreichs, 1843. 307 tumbaga, negro, y algunas veces verde oscuro. Cristaliza en pa- jilas exagonales, y la atacan los ácidos. Entra en la composición de toda clase de granito, y constituye por sí sola el granito mi- cáceo, la granitita de Mr. G. Rosse, que es una roca eminente- mente eruptiva. Es verdad que esta mica se encuentra en la • traquita, la dolerita, las lavas y las escorias volcánicas , en cuya formación ciertamente ha desempeñado el calor el principal pa - pel. No obstante, en estas rocas ígneas presenta la mica ferro magnesiana caracteres algo diferentes de los que se conocen en el granito. Así es que esta en láminas cristalinas más gruesas, y no solamente en pajitas; tiene un color muy oscuro, y aun ente- ramente negro, sólo se altera escasamente por la calcinación; y sobre todo tiene un lustre muy vivo. Añadiré ahora que en el granito, y especialmente en las ro- cas metamórñcas, presenta caracteres particulares. Además se suele haber formado en rocas que ciertamente no se han fundi- do, porque no es raro observarla en rocas metamóríicas que conservan vestigios de estratificación, y en las cuales hay todavía fósiles. Por consiguiente, si no impide un fuerte calor que se desarrolle la mica ferro-magnesiana, no parece que sea necesa- rio para su formación. Pasemos ahora á la mica aluminosa, que se encuentra en el granito de dos micas. Su colores generalmente blanco, y su bri- llo nacarado: sus láminas pueden ser muy delgadas. Los ácidos no la descomponen; no se ha observado en las rocas ígneas. Nada se opone pues á que se admita que no es necesario el ca - lor para su desarrollo. Puede por otra parte formarse por la via húmeda. En efecto, Mr. M. Blum y Bischof han indicado diver- sos minerales, como por ejemplo la andalucita, la parantina, la turmalina, en que se desarrolla la mica aluminosa porpseudo- mórfosis. Mr. G. Rose ha comprobado igualmente que el felds- palo ortosa del Riesengebirge se convierte en mica aluminosa de color verde amarillento: esta mica se manifiesta primero á lo largo de las hendiduras que atraviesan los cristales de ortosa y todas las fases de esta pseudomórfosis se suceden con facilidad. Por último, recordaré que las rocas metamóríicas demuestran principalmente y de una manera muy clara, que puede formar- se la mica por la via húmeda, porque la mica aluminosa cons- 308 tituye algunas veces gran parte de estas rocas, especialmente los miscasquislosy los esquistos micáceos; pero han conservado vestigios de su estratificación, y aun accidentalmente sus fósiles que se observan, por ejemplo, en los esquistos de belemnilas de los Alpes; por consiguiente nunca han estado fundidos. Por lo demás, cuando se calcina la mica pierde su color, su brillo, y cam- bia completamente de carácter; también admite Mr. Bischof que la mica tiene siempre un origen acuoso (1). Se ve pues que el cuarzo, el feldspato, la mica, es decir, los tres minerales que constituyen el granito, pueden formarse sin la intervención de un calor elevado: el estudio de algunos otros minerales de gra- nito vaá conducirnos por otra parte ála misma conclusión. En efecto, la hornblenda, que es frecuente en las rocas graníticas, presenta un color verde más ó menos oscuro; no obs- tante no tiene el color negro, la fácil separación en hojas y el lustre vitreo tan vivo que la caracterizan en el basalto, en la traquita, yen general en las rocas volcánicas. La distena se encuentra algunas veces en el granito, pero se desarrolla especialmente en las rocas metamórficas, como los miscasquistos, cuya formación no puede atribuirse únicamente al calor. La cal carbonatada está envuelta accidentalmente por el gra- nito, en el que puede también formar masas ó enormes lentes: sin embargo, no siempre está combinada con los silicatos que se encuentran á su inmediato contacto; y aun cuando este se ob- serve, es generalmente en un grueso muy pequeño. Por otra parte, suele contener minerales fuertemente hidratados, como por ejemplo Sa pirosclerita y la serpentina. Además, aunque haya tomado una estructura cristalina y se haya convertido en mármol, sus caracteres son esencialmente distintos de los que presenta la cal carbonatada empastada en las lavas, que es gra- nujienta, rugosa y sacaroidea. El granito está también atravesado por muchísimos fdones de cuarzo; además suele estar impregnado de barita sulfatada, de cal ílualada, de carbonates espáticos, de los diversos mine- (1) Bischof, Lehrbuch der ckemischen und physikadschen Geologiel. 2.°, pág. 1320 y 1388. 309 rales metálicos, y en general de los minerales ele los criaderos metalíferos. Pero estos minerales se lian formado por la via hú- meda, y su reunión con el granito es tan íntima que necesaria- mente deben ser contemporáneos de él. Por último, la orlita, la pirortita, la gadolinita son minerales fosforescentes ó pirognómicos, que algunas veces se encuentran en el granito, y que han recibido la impresión de sus cristales. Se ve que no pueden atribuirse á una acción posterior, y que por el contrario se han desarrollado en el mismo momento en que ha cristalizado el granito. Pero, como observa Mr. Scherer, es- tos minerales despiden una luz muy viva cuando se calientan al calor rojo, y entonces adquieren propiedades enteramente nuevas. Es cierto por lo tanto que el calor rojo no es necesario para la formación del granito. Así, cuando se examinan los minerales que constituyen el granito y los que se encuentran en él accidentalmente, se halla que ninguno de ellos presenta los caracteres que suponen la intervención de un gran calor. Veamos si el criadero de granito nos conduce á las mismas conclusiones. Se sabe que el granito se presenta en filones, ó bien en grandes masas. Cuando está en filones varían sus dimensio- nes desde diques enormes hasta venas microscópicas. Si están encajadas estas venas en rocas feldspá ticas pueden resultar, no de una inyección sino de una secreción que se verifica en las paredes de las hendiduras. No obstante, por lo general, lo mis- mo que las rocas forman filones de invección, debe por lo mé~ nos el granito haber estado plástico, y es también muy evidente que puede llegar á estar enteramente líquido. Por otra parle, naturalmente nos inclinamos á admitir que sólo sucede esto por la influencia de una fuerte presión, porque si el granito ha que- dado algunas veces por encima de otras rocas, no ha corrido como la t raqui la ó como el basalto por la superficie del suelo, ni se ha esparcido en capas. Cuando se considera el granito en masas, suele presentar la forma de pico, como nos manifiestan un hermoso ejemplo de ello las cimas de los Vosgos. También se eleva en picos dentados, sumamente agudos, de los cuales nos dan un tipo los Pirineos y los Alpes. Pero la forma redondeada indica ya que en ei momenlo de su erupción no estaba el granito enteramente plástico; de otro modo, las enormes masas que constituyen los picos graníticos hubieran debido aplanarse sobre sí mismas. La forma dentada del granito en los Alpes y los Pirineos de- muestra también que esta roca ha podido formar erupción en un estado muy cerca del sólido. Observemos ahora que el granito, cualquiera que sea su criadero, presenta generalmente una cristalización más desarro- llada hácia el centro que no hacia los bordes. Algunas veces también pasa insensiblemente á la roca en que se encaja, como se observa en los Vosgos y en varias regiones graníticas. Guan- do se eleva formando un pico dentado, como sucede en los Al- pes, suele estar modificado cerca de las rocas que atraviesa ó recubre, y á su contacto se vuelve confusa la cristalización: en algunos casos puede también convertirse en petrosilex. Estas metamorfosis del granito nos manifiestan hechos importantísi- mos; en efecto, demuestran que su estructura cristalina se ha desarrollado en el momento de su erupción, aun cuando estu- viese en estado sólido. La formación del granito no exige por lo tanto un gran ca- lor, como sería necesario para producir su fusión; por otra parte, esto es lo que se nos va á demostrar completamente si exami- namos las metamorfosis que experimentan las rocas que atra- viesan. En efecto, á su contacto los combustibles se convierten en antracita ó en grafito, las calizas se vuelven cristalinas, las rocas silíceas en arcillosas litoideas, y pasan á jaspes. En estas rocas se desarrollan variados minerales, pero suelen estar hidratados; además no hay ninguna que presente los caracteres de los que han cristalizado en las rocas ígneas. Como ha observado Mr. Griiner, los minerales de los criaderos metalíferos se encuentran con frecuencia en el límite del granito, y especialmente en las rocas con quienes está en contacto. Así el cuarzo y todas sus va- riedades se presentan en calizas, arcillas, areniscas que fueron cimentadas, endurecidas é impregnadas por sílice. La barita sulfatada, la cal dilatada y carbonatada, en una palabra, todos los minerales de los criaderos metalíferos se observan igual- 311 mente allí. Unas veces ha sido contemporáneo este metamorfis- mo de la erupción del granito; otras veces, posterior; pues por ejemplo la arcosa de la meseta central es seguramente muy pos- terior al granito en que se apoya. Por otra parte, es muy evi- dente que el metamorfismo producido por los minerales de los criaderos metalíferos debe atribuirse, no al mismo granito sino á orígenes minerales, que han penetrado por las rocas con quie- nes están en contacto. Nunca se ha indicado en el contacto inmediato de una roca granítica una metamorfosis de hornaguera en coke, ó bien una carbonización de combustibles. Cuando arcillas y rocas silicata- das están empastadas por ellas, no se vuelven anhidras y celu- losas, ni están escorificadas, como suele suceder en las lavas. Por último, no existe ningún criadero eo el cual se hayan obser- vado vestigios de fusión ígnea que pueda atribuirse al granito. El estudio de esta roca nos demuestra que si no ha sido de- positada por el agua, como lo creía Werner, ha desempeñado el agua sin embargo un gran papel en su formación. Esta conclu- sión se halla conforme por otra parte con las investigaciones de algunos geólogos modernos. Asi Mr. M. Daubeny, Sedgwick,E. deBeaumont, Bischof, no admiten un origen ígneo para el gra- nito. Mr. M. Breithaupt, Schéerer, Schafhaüt!, suponen tam- bién que ha formado erupción en estado de pasta hidratada ó ablandada por el agua; y esta misma hipótesis es la que me pa- rece más probable. En cuanto á la importancia de la presión no puede contra- decirse, y hace mucho tiempo que la ha indicado Sir Charles Lyell, que comprende al granito entre las rocas hipogenas, es decir, formadas á grandes profundidades (1). En resúmen, me parece que el granito no presenta ninguno de los caracteres de las rocas ígneas. Para que pudiesen desar- rollar sus minerales bastarla que se formase un magma ligera- mente plástico: el estudio de ciertos criaderos demuestra tam- bién que ha podido cristalizar en un estado casi sólido. El agua ayudada por la presión ha contribuido verosímilmente del (!) Manual de geología , París 1856, t. 1, pág. 12, t. 2, pág. 37 9. zn modo mas eficaz á hacer plástico el granito. El calor también ha contribuido, pero debe ser muy moderado, y muy inferior á la temperatura roja. Si se supone que el granito ha llegado á un estado suficiente de plasticidad, es visible por otra parte que la cristalización de sus minerales se ha determinado por lasacciones químicas y mo- leculares. P A LEONTOLOG1 A . De las grutas con huesos y con cuchillos de sílice del N . de Si- cilia; por el Dr. Falconner . (Bibliot., univ. de Ginebra, enero 1860.) La gruta llamada Grotto di Macagnone está situada á unos 25 kilómetros al 0. de Palermo. Sus paredes no presentan agujeros de folades como las de San Ciro, que estudió igual- mente Falconner en la misma Memoria. El suelo está cubierto de estalagmitas rojizas ó de color ocráceo. Su elevación es de 200 piés sobre el mar, y de 80 piés sobre la llanura terciaria. Debajo de las estalagmitas se encuentra una capa de la tierra arcillosa y ocrácea que se llama generalmente tierra de las ca- vernas, sembrada de enormes bloques de caliza azul, y después hay una masa de color gris rojo, esponjosa, formando masas unidas por las estalagmitas, y que los aldeanos llaman ceneri impástate: debajo de esta marga se encuentra una brecha ósea llena de huesos de hipopótamos con los restos de un gran gato, de dos especies de ciervo extinguidas, y del Elephas antiquus. En la arcilla ocrácea están diseminados coprolitos de hiena. El autor describe algunas particularidades notables de la bó- veda de la caverna. Ala mitad déla profundidad total de la gruta, y á 10 piés sobre el suelo, se encuentra una masa considerable de brecha despojada en parte de su cubierta estalagmitica, forma- da por una base arcillosa de cimento calizo, y que contiene frag- mentos de caliza, conchas terrestres de gran tamaño bien con- servadas, pedazos de huesos, dientes de rumiantes y del género 313 caballo, mezclado lodo con fragmentos muy divididos de con- chas, de pedazos de carbón, de masas arcillosas que con razón se tomarían por tierra cocida, de objetos de silex tallado de di- ferentes colores, qne varían desde el viso lechoso ó ahumado de la calcedonia hasta el de la piedra córnea jaspeada. Esta masa de brecha está pegada con cimento sólidamente á la bóveda de la caverna, y cubierta en gran parte con una capa de estalacti- tas. En la región de la caverna dirigida hacia el S. S. E. halló Mr. Falconner, cerca de su boca más pequeña, gran cantidad de coprolitos de hiena diseminados en una pasta caliza, que con- tenia además pedazos de carbón, pero nada de conchas ni de huesos. El todo estaba fijado también en la bóveda. En la parte más profunda de la cueva, donde la bóveda baja hácia el suelo, se encontraron adheridas á ella masas considerables de una pasta caliza cubierta con una capa de estalactita ocrácea. Estas masas contenían numerosos pedazos de objetos de silex tallado, mezclados con restos de huesos y pedazos de carbón. En lodos los puntos en que estaba rota la cubierta de estalactitas de la gruta, pudo comprobar Falconner hechos semejantes. Por lo que respecta á los objetos de silex, la mayor parte de ellos presentan formas definidas. Son largos, estrechos y delga- dos, estando formado un lado por una superficie concoide y uni- da, y presentando por el otro lado una arista longitudinal, ó bien una faceta cóncava que reemplace la arista. En este último caso el segundo lado está formado por tres facetas, como fácilmente se comprende. El autor afirma que estos instrumentos se pare- cen enteramente en todos los detalles cle^u forma á los cuchi- llos de obsidiana de Méjico, á los de silex de Stonhenge de Ara- bia y de algunas otras localidades. Cree que se han fabricado separando por laminas (deslaminacion) los ángulos de largos prismas de piedra. Estos pedazos están mezclados íntimamente con restos de huesos, de conchas, etc., en la brecha de la bó- veda en que se han encontrado con gran abundancia. Los pe- dazos de silex amorfo son muy raros, y no se les encuentra en estado de bloques ni en la cueva ni á su inmediación. En cam- bio se encuentran silex de color enteramente semejante en la caliza de hipuri tes cerca de Termini. Respecto a la explicación de los hechos, cree Mr. Falconner 314 que la cueva de Macagnone ha experimentado varios cambios de nivel, y que la acumulación de labrecha ó sea en el subsuelo y fuera de él . deberá referirse á una época en que apenas es- taba la cueva sobre el nivel del mar. Mr. Falconner llama la atención acerca del hecho de que aunque los coprolitos de hiena sean tan abundantes en la bóveda y fuera de la cueva, no se encuentran, sin embargo, huesos de hiena en lo interior. También manifiesta la falta completa de restos de pequeños ma- míferos (roedores). Deduce de aquí que la cueva en su estado y con su suelo actuales, no ha sido nunca habitada por estos animales. La abundancia tan considerable de huesos de hipo- pótamos demuestra que las condiciones físicas en que se encon- traba entonces la región eran muy diferentes de las que tiene en la actualidad. Cree Falconner por consiguiente que todos los de- pósitos formados desde la brecha ósea hasta la bóveda han sido arrastrados á la cueva por las aguas, pasando por los numerosos huecos que hay en la caliza. La capa superior, formada por la brecha de conchas, por restos de huesos, por objetos de sílex, por tierra cocida, por carbones y cropolitos de hiena, debería estar pegada en la bóveda con infiltraciones estalagmíticas. El hecho de que están muy bien conservadas grandes hélices muy frágiles, demuestra que estos fenómenos han sucedido sin acción violenta. Nada puede hacer suponer que los diferentes objetos hallados en la brecha de la bóveda no hayan sido contemporá- neos unos de otros en cuanto á su origen. En época más mo- derna se ha trastornado completamente la región, tanto que se ha modificado la dirección de los manantiales subterráneos y otros, y que la parte del contenido de la cueva que no se ha so- lidificado por el cimento estalagmítico, ha sido arrastrada fuera por las aguas. Los restos de estos despojos existen todavía debajo de la cueva en forma de masas de ciner i impástate, que contienen huesos. Es probable que se ha necesitado un largo período para la extinción de la hiena, del león de las cavernas y de otras es- pecies extinguidas; pero no es posible valuar su longitud. El autor desea llamar la atención de los geólogos acerca de dos he- chos. l.° La cueva de Macagnone se ha llenado hasta la bóveda en una época en que ya existía el hombre, aunque en la bóveda se ha conglutinado una capa gruesa de fragmentos de huesos, de 315 dientes, de conchas terrestres, de coprolitos de hiena y de obje- tos de fabricación humana, á consecuencia de las infiltraciones de agua impregnada de carbonato de cal. 2.° Después, y tam- bién por consiguiente en el período humano, ha pasado la región por un cambio de configuración muy considerable, habiendo sido arrastrado fuera una parte del contenido de la caverna, y el resto quedado pegado á la bóveda. ANATOMIA COMPARABA. Observaciones sobre el sistema dental de las aves; por Mr, Blanchard. (Comptes rendas, 12 marzo 1860.) Hace cerca de 40 años que Esteban Geoffroy- Saint— Hilaire anunciaba al mundo científico el descubrimiento de un hecho que en aquella época era natural que pareciese muy extraño. El eminente autor de la Filosofía anatómica había observado un sistema dental en las aves. Habiendo comprobado en papagayos pequeños fpalceornis torquatus) la presencia de tubérculos dis- puestos regularmente en los bordes del pico, reconoció por de- bajo de cada uno de ellos una especie de núcleo gelatinoso aná- logo á los núcleos en que se forman los dientes en la clase délos mamíferos, y que recibía nervios y vasos por canales abiertos en el hueso maxilar. En la mandíbula inferior encontró otra se- rie de núcleos pulposos, que ereyó que se parecían mucho á los gérmenes dentarios del hombre á los tres meses de la vida del embrión. Las observaciones de Geoff ro v- Saint- Hilaire merecieron la ¿os medios más ventajosos de favorecer ¿a vitrificación natural de nues- »tro pais .» 3.° « Describir las rocas de una provincia de España y la marcha progre- »siva de su descomposición , determinando las causas que la producen , pre- » sentando ¿a análisis cualitativa de la tierra vegetal formada de sus de- » tritus ; y cuando en todo ó en parte hubiere sedimentos cristalinos , se ana- alizar án mecánicamente para conocer las diferentes especies minerales de »que se compone el suelo , así como la naturaleza y circunstancias del sub~ asuelo ó segunda capa del terrenos deduciendo de estos conocimientos y de - »más circunstancias locales , las aplicaciones á la agricultura en general »y con especialidad al cultivo de los árboles .» Se exceptúan de esta descripción las provincias que forman los ter- ritorios de Asturias, Pontevedra, Vizcaya y Castellón de la Plana, por haber sido ya premiadas las Memorias respectivas en los años 1853, 1855, 1850 y 1857. Proponiéndose la Academia, por medio de este concurso, contribuir á que se forme una colección de descripciones científicas de todas ó la ma- m yor parte de las provincias de España, ha determinado repetir este tema eo lo sucesivo todas cuantas veces le sea posible. 2. ° Se adjudicará también un accessit para cada uno de los objetos propuestos, al autor de la Memoria cuyo mérito se acerque más al de las premiadas. 3. ' El premio, que será igual para cada tema, consistirá en seis mil reales de vellón y una medalla de oro. 4. ° El accessit consistirá en una medalla de oro enteramente igual á la del premio. 5. ° El concurso quedará abierto desde el dia de la publicación de este programa en la Gaceta de Madrid, y cerrado en l.° de mayo de 1861, basta cuyo dia se recibirán en la Secretaría de la Academia todas las Me- morias que se presenten. 6. ° Podrán optar á los premios y los accessits todos los que presenten Memorias según las condiciones aquí establecidas, sean nacionales ó ex- trangeros, excepto los individuos numerarios de esta corporación. 7. ° Las Memorias habrán de estar escritas en castellano ó latin. 8. ° Estas Memorias se presentarán en pliego cerrado, sin firma ni in- dicación del nombre del autor, llevando por encabezamiento el lema que juzgue conveniente adoptar; y á este pliego acompañará otro, también cerrado, en cuyo sobre esté escrito el mismo lema de la Memoria, y den- tro el nombre del autor y lugar de su residencia. 9. ° Ambos pliegos se pondrán en manos del Secretario de la Acade- mia, quien dará recibo expresando el lema que los distingue. 10. Designadas las Memorias merecedoras de los premios y accessits, se abrirán acto continuo los pliegos que tengan los mismos lemas que ellas, para conocer el nombre de sus autores. El Presidente los proclama- rá, quemándose en seguida los pliegos que encierren los demás nombres. lí. En sesión pública se leerá el acuerdo de la Academia por el cual se adjudiquen los premios y los accessits , que recibirán los agraciados de mano del Presidente. Si no se hallasen en Madrid, podrán delegar persona que los reciba en su nombre. 12. Pío se devolverán las Memorias originales; sin embargo, podrán sacar una copia de ellas en la Secretaría de la Academia los que presen - ten el recibo dado por el Secretario. Madrid l.° de abril de 1860. (Por la Sección de Variedades, Camilo de Yela.) Editor responsable, Camilo de Vela. N.° 6.°— REVISTA DE CIENCIAS. -Junio 1860. CIENCIAS EXACTAS. — » * 3>^-©í£)-€- ), y loma esta forma muy sencilla _ üL-— i (para a“se ), ¿(Ir) si se designa por = 1 L ,1) ?(#+!) e\ *T" x ) *+$ -i +(*+*)'«* fórmula en la cual la característica log. designa un logaritmo neperiano; pero mientras que el numero x sea mayor que 1 , tendremos, representando por y y én cantidades comprendidas entre 0 y 1, JL— 1 —JL-. 2a5””^ 2£- 3#3’ y por consiguiente: 323 estando comprendida B entre —1 y +1 : luego f£ (5) 1.2.3 x = \j±7t e x (1+0- designando por una cantidad que es nula cuando . 3. Si se pone r(r+l)=l. 2. 3..,.. x , puede tenerse inmediatamente la expresión completa de m r(¿r+l), ó lo que es lo mismo, la del logaritmo neperiano log* r(¿c+l). En efecto, tendremos idénticamente, log. (6) lo por otra parte, las ecuaciones (2) y (3) dan (7) log. r(a:+l)=-i- log. »*— ¡r+(a4~| )log. ®+log. ?(»)' (8) lo«- ¿+^+1)— (i+2) ¿r2,,+<0 ASTRONOMIA. De la hipótesis de la fuerza repulsiva considerada en sus rela- ciones con la teoría de los satélites; por Mr. Faye. (Comptes reudus, 9 abril 1860 ) En un resúmen de mi teoría acerca de los cometas, que el sabio editor de las Astronomische Nachrichten (núm. 1240) ha 327 tenido la bondad de publicar, indiqué, dice el autor, las prin- cipales condiciones á que debe satisfacer, en mi opinión, una hipótesis de esta clase (1). La cuarta condición está expresada del siguiente modo. «No puede introducirse hipotéticamente una fuerza en el siste- ma del mundo más que con la condición de no alterar sensi- blemente la armonía actual de él.» Esto exige aclaraciones que todavía no he manifestado, y que puede convenir el exponer. La armonía de que aquí se trata no es más que la completa conformidad de la teoría de la fuerza atractiva con los hechos observados en el sistema planetario. Esta expresión no debe to- marse en un sentido absoluto, porque sin hablar de las cortas discordancias que los astrónomos tratan de hacer desaparecer perfeccionando poco á poco las deducciones analíticas de la teoría y los métodos de observación, no cabe desconocer que la mecá- nica celeste presenta importantes vacíos, puesto que no com- prende ni los fenómenos tan chocantes de la forma de los come- tas, ni los de la aceleración de sus movimientos. Si los as- trónomos no han atendido bastante á este último fenómeno, consiste quizá en que no se les ha presentado bajo la forma (l) l.° El sol ejerce visiblemente una repulsión en la sustancia de los cometas. (Esta es la fuerza, cuya naturaleza y modo de acción se trata de explicar.) 2. " La aceleración del movimiento de un cometa tiene conexión con la formación de su cola. 3. ° Los fenómenos más particulares (multiplicidad de las colas, sec- tores luminosos y su balanceo, cubiertas concéntricas del núcleo) deben explicarse, no en sus menores detalles, lo cual seguramente sería exigir demasiado de una teoría cualquiera, sino en sus rasgos más generales, sin dotar d ¿a sustancia cometaria de propiedades enteramente espe- ciales. 4. ° No puede introducirse hipotéticamente una fuerza en el sistema del mundo más que con la condición de no alterar sensiblemente la ar- monía actual de él, 5. ° Conviene no aceptar, en el sistema del mundo, más que fuerzas conocidas ó capaces de comprobarse experimentalmente hasta en el modo de acción supuesto. .328 habitual. Un acortamiento de menos de 3 horas en un período de 1200 dias, ó una aceleración correspondiente de 58 segun- dos en el movimiento medio, no llaman bastante la atención. Pero si se dijese que existe en el sistema solar un astro cuya aceleración fuera desconocida de los grandes geómetras que tan adelante han llevado la teoría de la atracción; que esta ace- leración no puede concillarse con su teoría, á no ser por la hipótesis inadmisible de un medio resistente inmóvil; si se añadiese que la aceleración secular de que se trata es de 54350 segundos, creo que chocaría algo más.* No obstante, de cualquiera manera que se considere, para llenar estos vacíos es preciso tener cuidado de no tocar á la armonía establecida antes en las partes principales del edificio astronómico. De aquí las condiciones sumamente delicadas á que debe satisfacer toda hipótesis, para que no se deseche sin más examen. Bajo este punto de vista voy á examinar la de la fuerza repulsiva, por la cual he intentado explicar á la vez la forma de ios cometas y la aceleración de sus movimientos. Observemos en primer lugar que la introducción de esta fuerza no podría influir en las desigualdades periódicas, aun las más delicadas del sistema planetario. No interesa mucho más á los planos de las órbitas, ni á la dirección de sus ejes; su acción en las excentricidades es completamente insensible. El único elemento á que puede afectar de un modo apreciable es á la duración de la revolución, y aun es muy fácil ver que lodo el mundo de los planetas, á excepción quizá de los más próximos al sol, está fuera de esta causa. Quedan por lo tanto los satélites. Pero precisamente en la teoría de los satélites se encuen- tran las leyes de armonía más delicadas entre los fenómenos y la teoría de la fuerza atractiva. Lo mejor que puedo hacer es citar las palabras de Mr. Biol (1). «Los movimientos medios de » los tres primeros satélites de Júpiter tienen entre sí una rela- »cion numérica permanente, que la teoría de la atracción hizo odescubrir á Mr. Laplace, y que confirmó completamente la (O Journal des Savants , octubre de 1846. 329 » observación. Se mantiene inalterable, en todas las perturba- ciones que experimentan, por electos de sus atracciones mú- »tuas y déla de Júpiter. Pero es tan delicada, que la interven- ción de una fuerza perturbalriz, aunque escasísima y extraña »á este sistema de cuerpos, la destruiría para siempre. ¡Cuán »poco habría que alterar la ley simple de la atracción para que »la teoría dejase de darla! Está por hacer este cálculo, y bien »merece que se intentara.» Esta relación presenta en efecto una prueba delicada, una especie de test object , como dicen los ópticos ingleses, para cualquiera fuerza que se tratase de intro- ducir en el sistema del mundo. La fuerza repulsiva que produce una aceleración de 54000 segundos en uno de los astros de nuestro sistema solar, ¿ven- dida á fallar ante esta prueba? El término que expresa la aceleración en una órbita excén- trica descrita al rededor del sol, es / *“2 w2 ,, El que expresa la aceleración en una órbita casi circular, descrita al rededor de un planeta, es h. r'* n(n—n) m r * Va • t 2 (1). designando por un acento las cantidades relativas al satélite. En estas fórmulas r y m designan el radio y la masa del astro. ( 1 ) Estas son las fórmulas del libro X de la Mecánica celeste . Se refie- ren al efecto de la impulsión de la luz analizado por Laplace, pero igual- mente se aplican al de la fuerza repulsiva, debida al estado candente de la superficie solar, atendiendo á que la expresión analítica de estas dos fuerzas es la misma, excepto en cuanto concierne á la pérdida de la sus- 5 r2 tancia solar, que mi hipótesis no contiene. He reemplazado — //"por h — ni con objeto de patentizar la ley que atribuyo á la segunda. También puede escribirse h.dr, designando por d la densidad; dr es lo que yo llamo más adelante la densidad provisoria. 330 y h la intensidad de la tuerza repulsiva en la unidad de super- ficie á la unidad de distancia multiplicada por un cierto coefi- ciente. Estas fórmulas van á permitirnos calcular rigurosamente, y sin ninguna hipótesis, la aceleración que nos presentaría el cometa de Encke, si en vez de circular al rededor del sol, lo hiciese al de Júpiter en la órbita del primer satélite, sin cam- biar de constitución física. Se hallaría así que la aceleración secular sería de 608500 segundos, cerca de una semicircunfe- rencia. La causa capaz de semejante efecto no podría tener ac- ción en el satélite, á no ser que la densidad de este no fuese infinitamente superior á la del cometa. Pero la densidad del primer satélite, deducida de su diámetro 0",98 y de su masa 0,000016877, es 925 veces mayor que la del aire. Se necesi- taría pues, á igualdad de diámetro, que la del núcleo del co- meta fuese 100 veces menor que la del aire, para reducir dicha aceleración á 7 segundos. En rigor nos bastaría este resultado, porque si hubiese al- gunas razones para creer que la densidad de los núcleos de los cometas no se separa mucho de este orden de magnitud , se sabe también que aceleraciones muy cortas no podrían destruir la ley de Laplace. Pero queda una cuestión de origen. Para que esta ley se observe en el dia, es menester que al principio se hubiesen separado muy poco de ella los movimientos medios de los tres satélites: parece por tanto que ha debido intervenir una causa extraña. Pero si nos referimos á tiempos muy remo- tos antes del asiento definitivo del régimen actual, es fácil con- cebir que las aceleraciones causadas por la fuerza repulsiva debieron ser mucho mayores, en razón de la temperatura más elevada y de la superficie mayor del sol. Sería, pues, muy poco probable que por influencia de la fuerza repulsiva y ace- leralriz hubiera podido producirse por suficiente tiempo la aproximada concordancia de los movimientos medios necesa- ria para la explicación del fenómeno actual, á no ser que por una singular coincidencia no estuviesen sujetas de antemano y hasta cierto punto á la misma ley las aceleraciones de los tres satélites. Traté de averiguar si se verificaría esta coincidencia, y tuve 331 la satisfacción de hallar que en realidad existía, y aún mucho más de lo que parece necesario. Multiplicando los movimientos medios por la intensidad de la fuerza repulsiva en cada saté- lite, se vuelve á venir á parar á la ley de Laplace, porque el primer producto, más dos veces el tercero, es casi igual al triplo del segundo. He aquí los datos del cálculo; los he tomado de las fuentes más modernas, á saber: las masas de Laplace, ligeramente correjidas por Damoiseau, y los diámetros medidos por el R. P. Secchi en 1853. Producios, Diámetros. Masas. n'—n. — (n'—n) m l" satélite.. 0",985 0,000016877 732261", 2 1,210 2.° satélite.. 1,034 0,000023327 364649 ,0 1,744 3- satélite.. 1,608 0,000088437 180844,3 0,527, v tendremos 4,210+2X0,527—3x1 ,744 con aproximación de 0,035, es decir, de Tu del producto mayor. Esta coincidencia nos permite levantar una punta del velo que por lo común cubre á las cuestiones de origen. Sin duda ha sido necesario que los diámetros y las densidades de los tres primeros satélites estuviesen sometidos á cierta relación especial, muy diferente de la que se observa en el mundo pla- netario, para que haya podido establecerse la ley tan delicada de Laplace. Creo que es la primera vez que se ha visto figu- rar las densidades ó las superficies en cuestiones de esta clase. Supongamos, para fijar las ideas, que en una época muy distante la aceleración secular del primer satélite, debida á la fuerza repulsiva, hubiese sido de 421", y que esta aceleración fuera suficiente para destruir la ley de Laplace, si hubiese existido ya un momento. Las aceleraciones de los otros dos sa- télites serán, según lo que acabamos de ver, de 17 i", 4 y de 52", 7; pero su efecto, combinado con el del primer satélite en la suma de los tres términos //+2//”— 3/P\ quedará reducido á 3" ,5, cantidad demasiado pequeña para alterar la ley. Es 332 sabido por otra parte, que por efecto de las reacciones mutuas del sistema, este pequeño exceso de 3", o se repartirá entre los tres satélites, de modo que anulará rigurosamente el argu- mento anterior. Pero otra cosa sucederia si, sin cambiar nada en las masas y por consecuencia en las reacciones mútuas del sistema, en las que se funda el mantenimiento de la ley, se modificasen los diámetros ó las densidades de los satélites. Aumentemos, por ejemplo, medio segundo el diámetro del primer satélite. Su aceleración será de 957 segundos, el argumento p'-\-%p"r—3pf' tendrá por valor 888ff en vez de 3”, 5 que encontrábamos an- teriormente, y será imposible establecer la relación de La- place. Sin duda también lo sería por cambios todavía menores. Apenas es necesario añadir que el grado de aproximación que nos han dado los diámetros del P. Secchi y las masas de Damoiseau, no es de ninguna manera necesario, y que podrían admitirse en estos diversos elementos pequeños errores (1), que (í) Un error de 0r',0S, por ejemplo, en el diámetro de uno de estos satélites, modificaría sensiblemente la aproximación. La exactitud tan sorprendente de la concordancia indicada antes, se funda en la que hay que atribuir á las observaciones recientes del P. Secchi, hechas con un magnífico instrumento en el hermoso cielo de Roma, y con una habilidad que hace mucho tiempo conocen los que se ocupan de medir estrellas dobles. Los diámetros medidos por Struve hace 34 años en Dorpat (1",015.... 0' 9 i i . ... 1 8 8) no se diferencian mucho de los del P. Sec- chi, y no obstante reducirían de ilo M la aproximación de esta concor- dancia, porque dan p*+2p"'— 3p"=4, 470+2X0,453— 3X1,303 = 1,467. Los diámetros todavía más antiguos de Harding y de Schrceter la redu- cirían aún más, pero son evidentemente erróneos. Del mismo modo las masas determinadas por Damoiseau satisfacen algo mejor que las de Bouvard y de Delambre. Pero repito que la compensación de que aquí se trata, y que se funda en cierto ensanche de las densidades y de las masas en el sistema parcial de los tres primeros satélites de Júpiter, no tiene necesidad de modo alguno de una exactitud completa; basta que el exceso — 3 p" sea notablemente inferior á //, de modo que no exceda al efecto de las reacciones mútuas de estas masas. 333 lo reducirían bastante, sin modificar esencialmente nuestras conclusiones. Este estudio conduce á otro resultado no ménos notable, á saber: que si se conociera la aceleración de uno de estos saté- lites, daría inmediatamente las masas de todos los cometas periódicos, cuya aceleración se hubiese determinado lo mismo que el diámetro en el núcleo (1). En efecto, estas desigualda- des, referidas por las fórmulas precedentes á la misma órbita, están entre sí en razón directa de los cuocientes Suponga- m mos, por ejemplo, que la aceleración secular del primer saté- lite de Júpiter fuese de 6", 6. Para la densidad del núcleo del cometa de radios iguales, ó para la que antes llamamos la den- sidad provisoria, se hallaría ?u de la del aire, y la masa se de- duciría de aquí inmediatamente por un cálculo muy sencillo. Sería curioso poder determinar así las masas, no por los efec- tos que producen los cuerpos, sino por los que experimentan ellos. Observemos de paso que esta teoría nos explica perfecta- mente el hecho tan singular, de que entre los cometas perió- dicos actualmente conocidos, el de Encke es el único cuya ace- leración secular ha podido reconocerse hasta ahora. En efecto, por la primera fórmula se encuentra que el cometa de Encke, trasportado sucesivamente á las órbitas de los cometas perió- dicos, tendría por aceleración secular los números contenidos en la penúltima columna de la tabla siguiente: (t) Necesito especificar que se trata del núcleo del cometa, al que se refieren las medidas y las teorías astronómicas, y no de la nebulosidad, que experimenta enormes variaciones, y no forma cuerpo con el núcleo. Las partículas que le componen pueden caminar mucho tiempo en unión del núcleo, sin pertenecerle también como satélite, de lo cual pueden ser testigos los fenómenos tan caracterizados de los dos núcleos del co- meta de Biela. 334 COMETA DE a. e. Revolución. Aceleración secular. Disminución del período. Encke 2/224 0,8447 Años. 3,3 54340" Día. 0,12 Halley 17,988 0,9074 70,3 386 9,65 Biela 3,502 0,7555 0,6 5549 0,09 1843 3,812 0,5560 7,4 1682 0,04 De Vico 3,099 0,0173 5,5 4321 0,04 Brorsen. . . . 3,150 0,7930 5,6 10410 0,10 D’Arrest. . . 3,997 0,7030 8,0 2601 0,07 AVinnecke. . 3,134 ! 0,7547 5,0 8135 0,08 El cometa de 1843, y las dos mitades del cometa de Biela, son los que presentan ménos motivos de error para esta inves- tigación; en cuanto al cometa de Halley, estos cálculos demues- tran bien por qué hasta ahora no ha habido que tratar de su aceleración, á pesar de la antigüedad y el número de sus vuel- tas. Las tres últimas, que sólo se han visto dos veces, no prue- ban nada todavía. No sucederia también lo mismo con la hipótesis del medio resistente. Tomemos para simplificar el caso un medio inmó- vil y homogéneo, como por ejemplo, el eter imponderable de los físicos, en el que involuntariamente se piensa cuando se presenta semejante hipótesis. Suponiendo la resistencia pro- porcional á la velocidad, tendremos simplemente £a~~~iKa\/ a (u-\-e sen. u), T representando aquí K el equivalente de la expresión h — . Por esta fórmula se ve que la aceleración varía en este caso de una órbita á otra en razón directa del movimiento me- dio, de lo cual resulta, que de una órbita á otra la cantidad que se acorta el período es, suponiendo por otra parte circuns- tancias iguales, proporcional al cuadrado del tiempo de la re- volución. Así en esta hipótesis el cometa de Encke, circulando en la órbita del de Halley, perdería á cada vuelta al perihelio, no ya 9,63 de día, como en la hipótesis de la fuerza repulsiva, ' /H C q \ 2 sino 0d,12 x(-y^) — 64 dias. Pero volvamos á la determinación de la masa de los co- metas. Fijándose en el mundo de Júpiter, la via que acabo de indicar seria perfectamente estéril, porque el descubrimiento de este memorable sistema no pasa de tres siglos. Pero si nos dirigimos al satélite de la tierra desaparece la imposibilidad, y el medio de determinar la masa de los cometas periódicos se presenta con un carácter próximo de aplicación. Repitamos en la luna cálculos parecidos á los del primer satélite de Júpiter. Hallaremos que haciendo circular en su ór- bita el cometa de Encke, la aceleración secular ascendería a 980000 segundos. Siendo la densidad de la luna 2330 veces mayor que la del aire, deduzco que esta aceleración no sería insensible aun cuando se atribuyese al cometa la misma densi- dad de la luna, á no suponer que la densidad del cometa en su núcleo fuese todavía menor que la del vacio al milésimo de la mejor máquina neumática. Si, como hemos hecho antes, supo- nemos que esta densidad sea de TJ-o, la aceleración que se de- t T duce para la luna será de 6!,x y , representando r y r' los radios del núcleo del cómela y de la luna; si dicha densidad r fuese de se tendría para la aceleración 0",8x-r. r Estas conexiones demuestran que la acción de la fuerza re* pulsiva en nuestro satélite no puede de ningún modo ser nula, y que desde luego su aceleración secular, deducida de los anti- guos eclipses, debe componerse de dos partes, una que no es en el fondo una aceleración permanente, sino más bien una des- igualdad de muy largo período, como la variación de la excen- tricidad de la órbita terrestre que la produce: la otra, que es una aceleración verdadera, permanente, enteramente análoga a la del cometa de Encke, y cuyo valor asignaría inmediata- V mente, si conociese la masa y el diámetro del núcleo de este último astro. El estado actual de la ciencia, ¿está en contradicción con lo que precede? De ningún modo: cualquier partido que se adopte 336 para la desigualdad secular de Laplace, ya se acepte el valor dado por Adams y Delaunay, ya se prefiera el de Hansen y de sus predecesores, se halla siempre que la acción refleja de la excentricidad de la órbita terrestre no explica más que una parte de la aceleración efectiva deducida por Airy de los anti- guos eclipses. En el primer caso quedan 7\ en el segundo (T,8, que no se explican. Pero 0r',8 no es una cantidad despreciable en este asunto, porque por una parte son perfectamente cono- cidos todos los elementos del cálculo de la desigualdad de La- place, de modo que puede hacerse con una exactitud matemá- tica; y por otra estos 0M,8, acumulados por 24 siglos, producen un ángulo de 7 á 8 minutos, cuyo efecto se hace notar singu- larmente en los eclipses antiguos. De hecho la conformidad mu- tua de los antiguos eclipses, que constituye aquí una alta pro* habilidad, aunque no pueda pretenderla cada eclipse en par- ticular, exije un aumento aun en la mayor parte de las dos determinaciones teóricas, y no podría explicarse actualmente mas que por efecto de una causa extraña, semejante á aquella cuyos efectos acabo de analizar. No obstante, la aceleración permanente de la luna, cuya posibilidad se ha indicado hace poco, está sometida á una re- lación muy precisa, que permitirá comprobar el resultado defi- nitivo y mi propia teoría. Esta es que la aceleración secular de Mercurio, debida á la misma causa, es unas 47 veces mayor que la de la tierra, la cual es por su parte 81 veces menor que la de la luna (1). Así, toda aceleración atribuida á la luna por parle de la fuerza repulsiva, deberá hallarse reducida á la mi- tad (á las 58 centésimas) en los movimientos de Mercurio. Por lo tanto, de ser constante que la diferencia entre el cálculo y la observación fuese de 0íf,8 (ó de 7'r) para la luna, de modo que este exceso debiera atribuirse á una fuerza repulsiva, debería hallarse una aceleración secular de 0 40 (ó de í") en los mo- vimientos de Mercurio. Ignoro si las observaciones más anti- (i) He aquí ios elementos del cálculo. Mercurio: masa 0,1; diáme- tro 0,39; excentricidad 0,2056; eje mayor 0,387 f. Luna: masa 0,01130; diámetro, 0,2731, tomando los de la tierra por unidad. 337 guas de este planeta conducen á la comprobación de tales re- sultados; en cuanto á sus pasos por el sol no comprenden apenas más de siglo y medio. En resumen, en los movimientos de los satélites se encuen- tran indicios escasos, pero formales, de la presencia de una fuerza repulsiva debida al estado candente del sol, y estamos autorizados para deducir, que lejos de turbar la armonía ce- leste según existe en el dia entre los hechos y la teoría de la fuerza atractiva, por el contrario la fuerza repulsiva viene á llenar vacíos, refiriendo de un modo sencillo y natural los fe- nómenos misteriosos de la forma y de la aceleración de los co- metas á las circunstancias más delicadas del movimiento de nuestros satélites. Por !a Sección de Ciencias Exactas, Camilo de Vela, TOMO A, TI CIENCIAS FISICAS. FISICA, Del equilibrio i¡ del movimiento de los líquidos en los cuerpos porosos; por M. Jamin. (Comptes rendas, 23 enero, 6 y 20 febrero 1860.) Todavía no se ha explicado de ningún modo la función que verifican los vegetales de elevar el agua por su tejido y hasta por sus hojas. Una de dos; ó este movimiento es producido por el juego de órganos especiales análogos al corazón y animados por la vida vegetal, ó bien se determina por las fuerzas mo- leculares, y por el peso que ejerce su acción en los cuerpos leñosos. Si la primera hipótesis fuese fundada, es probable que la fisiología hubiese al menos percibido estos órganos, y por lo tanto, de su silencio deduciríamos que no existen. Por el contrario, siéndolo la segunda, entra la cuestión en el dominio de la física general : se la puede estudiar racionalmente por la experiencia, con la fundada esperanza de imitar artificial- mente esta función de los vegetales. Bajo este punto de vista voy á plantear el problema, dice el autor, y creo que á dar una resolución plausible de él. Mi trabajo se dividirá en varias partes. Empezaré por dar a conocer algunos fenómenos preliminares relativos á la capila- ridad en los tubos y en los cuerpos porosos: haciendo en se- guida la aplicación de los principios que haya sentado, descri- biré una máquina compuesta exclusivamente de materiales inorgánicos, pero que tiene una notable analogía de estructura con los vegetales, y la propiedad de elevar el agua como lo ha- / 339 cen los árboles á una allura mayor que la atmosférica, desde un terreno húmedo, donde continuamente se loma esta agua, hasta las hojas facticias, donde se evapora continuamente. Deduciré como conclusión que las fuerzas capilares bastan para explicar el movimiento de la savia. Ahora me ocuparé de un hecho particular de capilaridad. Si se toma un tubo capilar cuya longitud sea igual á 1 me- tro poco más ó ménos, y se pone en comunicación por uno de sus extremos con un recinto vacío, se producirá en el canal interior una corriente de aire, que irá desde la atmósfera al recinto. Aproximando entonces al extremo libre un dedo cu- bierto con un trapo mojado, y apoyando y separándole alter- nativamente muchísimas veces, y con cortos intervalos, se ve- rán algunos índices líquidos separados por burbujas de aire que recorren el tubo con una velocidad muy grande al prin- cipio, pero que disminuye á medida que se multiplican, y acaba por ser nula. Desde este momento se suspende la opera- ción, pero en el tubo tendremos un rosario de burbujas de aire y de agua. Preparado así el aparato, tiene propiedades muy singulares. Ejerciendo una presión en un extremo, los primeros índi- ces se adelantan vivamente, pero los siguientes mudan ménos de lugar, y los últimos permanecen inmóviles. Si la presión es h , se trasmite el movimiento hasta un índice del grado m; si es 2/¿. es sensible hasta el grado %m. En general, esta presión se hace sentir hasta un indice cuyo grado le es proporcional. Por consiguiente, el extremo opuesto de la columna no empieza á mudar de lugar hasta el momento en que la diferencia de las presiones que obran en ios dos extremos llega á un límite proporcional al número de las burbujas del rosario, y este lí- mite crece indefinidamente si también crece indefinidamente el mismo número. Así en uno de los extremos de un tubo muy delgado que contenga índices muy numerosos, he podido ejer- cer una presión de 3 atmósferas, y continuarla por espacio de 15 dias, sin observar el menor cambio de lugar en el líquido. Por la inversa, si se hace un vacío parcial en uno de los extremos, las primeras burbujas se dilatan mucho, las medias aumentan ménos, y las últimas permanecen en reposo, míen- 340 tras que la disminución de la presión no ha llegado a un límite proporcional al número de las interrupciones. Para hacer la experiencia se une con mástic un rosario muy multiplicado y larguísimo con el extremo de un barómetro, y se ve que el mercurio se mantiene en él absolutamente lo mismo que si este extremo estuviera perfectamente cerrado. Estas experiencias demuestran que cualquiera presión que se ejerza en uno de los extremos, disminuye por cascadas su- cesivas una cantidad constante á cada interrupción, lo cual es fácil de explicar. En efecto, es probable que la primera acción de esta pre- sión //' es ahondar la superficie anterior del primer índice, y aumentar el radio de curvatura del menisco posterior. La dife- rencia aumenta poco á poco hasta un valor máximo, y por consiguiente el índice opone una resistencia, que crece hasta un límite que llamaremos L. A contar desde este momento trasmite á la burbuja que le sigue una presión IT=:L. Lo que sucede con el primer índice se repite en seguida con el se- gundo, y sucesivamente con todos los demás hasta el último, que comunica una presión H'—nL. Si esta presión es igual á la de la atmósfera //, existe equilibrio. Desarrollando esta idea, se demuestra que el rosario puede tomar una infinidad de estados de equilibrio, cuyas condiciones pueden calcularse; y la experiencia comprueba los resultados del cálculo. Fácilmente se concibe que estas propiedades deben modifi- car notablemente la ascensión de los líquidos en los tubos ca- pilares. Hay dos casos que distinguir. 1. ° ' Cuando préviamente se ha vuelto hácia arriba el tubo, y se deja que la columna adquiera su equilibrio al bajar, la longitud total del líquido que ha subido es igual á a\nL ; y es tanto mayor, cuanto más considerable es el número n de in- terrupciones, pudiendo crecer indefinidamente. En el caso en que el peso de cada índice es igual á Z, es- tán en equilibrio individualmente, y se puede sostener una columna de altura indefinida, que sólo está interrumpida por burbujitas, y se halla toda á la presión atmosférica. 2. ° Cuando se sumerge el tubo en el baño, de modo que 341 el líquido adquiera su equilibrio al subir, la longitud de la columna que se levanta disminuye proporcionalmente al nú- mero de las burbujas, y llega á ser a~nL, siendo siempre más pequeña que si la columna fuese continua; y aun puede llegar á ser negativa, y decrecer indefinidamente. La experiencia demuestra por otra parte, en conformidad con la teoría, que si se ha colocado préviamente en el tubo una columna comprendida entre los límites extremos n + nL y a -nL, se mantiene en ellos. Hice algunas experiencias para medir el valor de la resis- tencia límite Z, que un solo índice puede oponer á la presión. Hallé que es independiente de la longitud de los índices, pero que aumenta cuando las burbujas de aire disminuyen ; crece en una progresión muy rápida cuando el diámetro se hace cada vez más pequeño; equivale á 54 milímetros en un tubo en que la ascensión capilar es de 200. Así, cuatro interrupciones equi- valen á la fuerza de ascensión en este tubo, y pueden anularla si el líquido sube, ó duplicar su altura si baja. El mercurio produce efectos incomparablemente más intensos: el alcohol y el aceite no oponen ninguna resistencia á la presión. Cuando un canal capilar en vez de ser cilindrico se halla cerrado por degolladuras y dilataciones sucesivas, tiene toda- vía propiedades mas curiosas. Si se ha mojado una vez, con- serva adherente á sus paredes una especie de vaina líquida, que bien pronto se reúne en estas degolladuras, produciendo en ellas índices interrumpidos. Se forma, pues, espontánea- mente un rosario, y á causa de la figura del conducto es fácil ver que exagera de un modo sorprendente las propiedades que acabamos de estudiar en un canal cilindrico. Un tubo con 8 degolladuras muy estrechas por otra parte, bastó para cerrar herméticamente el extremo de un barómetro, y aun para dete- ner una presión de 2 atmósferas. Si se llena un tubo como este de agua y se comprime por uno de sus extremos, se filtra sin dificultad; pero si se ejerce esta presión en un gas comprimido, reemplaza el agua de cá- mara en cámara, deja índices líquidos en cada degolladura, y oponiendo estos últimos una resistencia que crece con su nú- mero, acaban por destruir la presión. 342 Por la inversa, cuando el canal está lleno de aire, y se in- troduce por la presión una columna de agua, llena sucesiva- mente las cámaras, destruye los índices, y anula su resisten- cia: acaba por llenar el aparato y por filtrar. Estas consecuencias se aplican á los cuerpos porosos, en los que puede admitirse la existencia de canales alternativa- mente estrechados y dilatados. Cuando se llena de agua una vasija porosa de pila ó una alcarraza, ó una estatua de yeso, ú otra cavidad hecha en una materia porosa cualquiera, toda presión ejercida en esta agua la hace filtrarse al exterior, pero en lo interior puede hacerse un vacío completo sin que el aire atmosférico entre por la pared mojada. Cuando las dos superficies de la vasija están llenas de agua, y se ejerce una presión en su interior con aire comprimido, empieza por desalojar este toda el agua; pero cuando ha des- aparecido esta última, no filtra el aire, y puede aumentarse la presión hasta 2, 3 y en algunos casos 4 atmósferas, sin que atraviese la pared la menor burbuja de gas. Esta presión puede entonces mantenerse indefinidamente, lo mismo que si no estu- viese agujereada la pared con canales capilares. i. Tomo un pedazo de una sustancia sólida porosa cual- quiera bien seca, creta, arcilla cocida, piedra biográfica, ma- dera, etc., ó una vasija porosa de pila, llena de un polvo apre- tado fuertemente, por ejemplo creta, óxido de zinc, almidón y aun tierra seca. Hago en la masa un agujero cilindrico, y ase- guro en él con mástic un tubo manométrico recto cerrado por arriba, lleno de aire, y que tenga en su base un índice de mercurio. Es claro que si la presión aumenta en la masa po- rosa, hará subir el índice, y podrá medirse por la disminución de longitud de la columna de aire. Hecho esto, coloco el apa- rato en una vasija llena de agua. Inmediatamente esta agua penetra en los poros, echa á lo interior el aire que contenían, y la presión aumenta progresi- vamente. Al cabo de unos dias es igual á 3 ó 4 atmósferas en la mayor parle de los casos; llega á 3 con el óxido de zinc, y pasa de 0 con el almidón. Estos cuerpos porosos ejercen pues una acción capilar de tina enorme intensidad, y la experiencia no permite llegar á su 343 límite, porque al mismo tiempo que el agua penetra por los canales más estrechos, tiende el aire á salir por los conductos más anchos, y presenta la masa en todas direcciones rosarios de numerosísimas cuentas, que oponen una considerable re- sistencia al movimiento del líquido. Sea * la presión capilar o el empuje del agua, si no existiese esta resistencia. II. Hagamos ahora la experiencia inversa, poniendo la ca- vidad practicada en el cuerpo poroso en comunicación con un depósito cerrado y lleno de agua. Es evidente que este agua penetrará de lo interior á lo exterior, arrojando delante de sí el aire: se hará poco á poco el vacío en el depósito, y como el empuje del líquido es superior á una atmósfera, acabará por ser completo este vacío. En este momento la fuerza capilar que se convierte en 77— -760, será todavía positiva, y el agua conti- nuara afluyendo en el cuerpo poroso hasta que se haya empa- pado completamente. Hecha la experiencia con un grueso pedazo de piedra bio- gráfica, descendió la presión del agua hasta llegar á ser igual á 30 milímetros. Como la tensión del vapor era entonces de 15 milímetros, puede admitirse que es completa la compro- bación. III. Estos dos hechos fundamentales nos conducen natu- ralmente a una experiencia que hizo por primera vez Mr. Magnus en un caso muy particular, y que vamos á generali- zar y explicar. Habiendo puesto Magnus en uno de los extre- mos un tubo recto de vidrio con una vejiga estirada, le lleno de agua, le volvió boca abajo en un baño de mercurio, y vió que el nivel de este líquido subia 3 pulgadas, después de lo cual empezó á entrar el aire y á descender el nivel. Todos los cuerpos porosos cuyo grano es bastante regular, dan el mismo resultado. Basta hacer una cavidad en su inte- rior, sujetar en ella un ancho tubo barométrico, empaparlos, y volver el tubo en un baño de mercurio después de haberle lle- nado de agua. Entonces se evapora el agua en la superficie exterior, que tiende continuamente á secarse, pero la fuerza de penetración del líquido la vuelve también continuamente á la superficie; por consiguiente, el mercurio debe subir poco á poco en este tubo recto, no solo 3 pulgadas como vió Magnus, 344 sino una altura igual á la atmosférica disminuida en la presión del vapor de agua. Las vasijas porosas de pila, las alcarrazas, la piedra lito- gráfica llenan exactamente esta condición. El mercurio llega, y se mantiene á una altura que varía entre 7 2 y 74 centímetros a la temperatura de lo grados. He tratado de dar la teoría de estos fenómenos, aplicando á ellos los principios que sirven para explicar los fenómenos capilares. Considero el caso ficticio en que el cuerpo poroso es- tuviese formado por granos iguales en peso, é igualmente es- paciados. Pueden suceder tres casos: l.° que el cuerpo poroso esté empapado y cubierto con una capa de agua; 2.° que solo esté mojado en su superficie; 3.° que el líquido termine en una superficie contenida en lo interior de la masa sólida. Demues- tro que el líquido es arrojado hacia el cuerpo poroso por las presiones moleculares, que son diferentes en estos tres casos, é iguales á Ps, Pi y P. Calculo sus valores, y demuestro que disminuyen desde P2 á P si satisfacen á ciertas condiciones las atracciones del líquido sobre sí mismo y sobre el sólido. Esto explica y permite calcular todas las circunstancias de las experiencias anteriores. De aquí se saca además otra im- portante consecuencia, y es que el agua contenida en un cuerpo poroso empapado y sumergido en este mismo líquido, debe estar á una presión de muchas atmósferas, de lo cual se deduce que debe aumentar el volúmen en el sentido de la menor resisten- cia. Esto me explica la dilatación que experimentan la madera y las sustancias barométricas cuando se mojan. Cuando se filtra agua por un cuerpo poroso, se comprime al entrar en él, y se dilata al salir. Me parece que ambos fe- nómenos inversos sirven para explicar las corrientes eléctricas que hace poco ha demostrado Mr. Quinkle. Si sumergimos en el agua un cilindro poroso vertical é in- definido, deberá empaparse en ella hasta el nivel h , tal que P3—P==h. La teoría indica que esta altura h debe ser supe- rior á 10a1, 33; es decir, que el agua debe subir más que lo que subiría por la presión atmosférica. Esta consecuencia era dema- siado importante para que no haya tratado de comprobarla di- rectamente. Puse yeso seco apretado en un tubo de latón de 345 i V20, y después Se empapé poco a poco, lo que produjo un cuerpo poroso muy regular y muy duro. Adaplé á los dos ex- tremos dos vasijas de pila llenas del mismo yeso, y aseguré el extremo inferior de este aparato en un frasco tapado y lleno de agua. Un tubo de vidrio cerrado por arriba, y lleno de agua privada de aire, entraba por su base en el agua de este frasco. Como la evaporación se verificaba por la parte superior del cuerpo poroso, disminuyó la presión en el depósito inferior, y al cabo de algunos dias bajó el agua en el tubo de vidrio, de- bajo del extremo del aparato por el cual se verificaba la eva- poración. Debe, pues, deducirse de aquí que el agua sube más en los cuerpos porosos por efecto de la capilaridad que en un tubo vacío por la presión exterior. Esla teoría supone que los cuerpos porosos son homogéneos. En la práctica no se realiza esto nunca, y de aquí resultan las complicaciones que discuto en mi Memoria. Me contento con indicar aquí los fenómenos que presentan las maderas. Pue- de considerarse un cilindro paralelo al eje del vegetal como compuesto de hacecillos fibrosos de granos apretados, mezcla- dos con tubos mucho más anchos. Cuando se sumerge en agua, penetra esla en el tejido fibroso, y arroja el aire, que se refu- gia primero en los tubos, y se escapa en seguida al exterior. Por consecuencia este gas se comprime muy poco, cuya cir- cunstancia favorece el que se empapen las fibras, y permite que suba el líquido basta la altura h*=»P„ — P. Resulta de aquí que estos tubos están líenos de aire, y no pueden servir para elevar la sávia. Sumergiendo un cuerpo poroso seco en un terreno for- mado por tierra húmeda, pasa evidentemente el agua desde este al cuerpo poroso. Por una parte se seca la tierra, pero por un movimiento de filtración vuelve el agua desde las partes mas lejanas al punto de contacto; y por otra, la vasija porosa se moja, y el líquido que llega á ella, se disemina en su masa. No puede conseguirse el equilibrio más que en el mo- mento en que los canales de una misma dimensión, que exis- ten á los dos lados de la superficie común, estén igualmente llenos ó vacíos. Pero sí el cuerpo poroso no tiene más que con- ductos muy finos, quitarán casi toda el agua de la tierra, y al 346 fin de la experiencia deberá encontrarse esta última casi seca, y aquella casi saturada de agua. En efecto, esto es lo que de- muestra la experiencia. Voy á demostrar de qué manera puede producirse un mo- vimiento del agua enteramente idéntico al de la ascensión de la savia, construyendo un aparato cuya estructura está fun- dada en la de los vegetales. Las raíces de las plantas se ramifican cada vez más desde un tronco común hasta raicillas muy delgadas, y están cu- biertas por una membrana continua y porosa. Como esta di- visión de ramos divergentes no produce verosímilmente más que el efecto de aumentar la superficie absorbente y prolon- garla en todas direcciones, no tenemos para qué ocuparnos de ella, y realizaremos condiciones teóricamente análogas, reem- plazando la cabellera radicular por la pared porosa y lisa de una alcarraza ó de una vasija de pila que colocamos en arena humedecida. El cuerpo leñoso, bien en las raíces ó bien en el tallo, nos manifiesta en primer lugar tubos de diversas formas y de dis- tintos diámetros, a los que se atribuye la propiedad de tras- portar los gases ó la savia descendente: no tenemos necesidad de reproducirlos, puesto que no queremos explicar su función: contiene además fibras apretadas, que sirven para elevar el agua: estas son las únicas partes del tejido que nos importa imitar, y las reemplazaremos, ya por yeso ó por cualquier cuerpo poroso apretado, que sirva para llenar la alcarraza, y se eleve en seguida, formando una sola columna que repre- sente el tallo del vegetal. Por último, el tronco de los árboles se subdivide en ramas terminadas por hojas ó por la epidermis: el lodo constituye una enorme superficie exterior. Para simplificar esta disposición sin alterar sus condiciones esenciales, resumiremos este conjunto de superficies por la de otra alcarraza llena del mismo polvo apretado. Añadiré que el aparato va provisto de manómetros escalo- nados en toda la altura, y que la arena húmeda en que se su- merge se halla contenida en una vasija cerrada, cuya presión puede medirse á cada momento. 347 Este aparato funciona absolutamente lo mismo que un ve* getal. Absorbe el agua en la arena, y puede elevarse á una al- tura equivalente á varias atmósferas; cuando llega á la superfi- cie superior, se evapora constantemente; y á medida que desa- parece, es reemplazada por la que cede continuamente el suelo. Así se vé que la arena se seca poco á poco y casi completamen- te; que el movimiento de absorción y de evaporación dismi- nuye y casi se aniquila, pero que se activa ó reproduce inme- diatamente que se riega el aparato. Voy á manifestar la teoría de este instrumento. Para mayor sencillez consideremos un cilindro poroso ver- tical de la altura h , compuesto l.° de una lámina superior a de poco grueso, de grano apretado y puesta en el aire; 2.° de un tronco homogéneo a que ocupe toda la parte media del cilindro, v forme un tejido menos denso; 3.° de una lámina horizon- tal a2 colocada en el suelo húmedo, y que tenga una densidad que pueda compararse con la de la parte superior. La teoría de- muestra que la presión molecular en la cúspide es igual a A — X; siendo X nula si la superficie está cubierta de agua, y aumentando hasta un máximo que equivale á varias atmósferas cuando el agua queda debajo de esta superficie. Del mismo mo - do la presión molecular es — Xl en el contorno del interme- dio, y A2-X2 en la base del aparato. Supuesto todo, prueba que al líquido lo empuja de abajo arriba una fuerza ascensional representada por el peso de una altura de agua igual á F-X—X^—h. Discutiendo esta fórmula, vamos á descubrir todas las pro- piedades del aparato facticio, y á explicar la mayor parte ?le las experiencias hechas en los vegetales. I. El valor de F es independiente del grueso de las lámi- nas a y n2 que terminan el cilindro, y también de su extensión. Podrán, pues, reemplazarse estas láminas por una capa suma- mente delgada, es decir, por la epidermis que cubre las hojas y las raices de las plantas. También se podrá darles una exten- sión y una forma cualquiera: esto cambiará la cantidad de agua absorbida ó evaporada, pero no la fuerza ascensional. Esta ob- 348 servacion reduce el aparato facticio á las condiciones ordina- nas de forma y estructura que afectan los vegetales. II* La fórmula es también independiente del intermedio*^; desde luego este intermedio podrá no ser homogéneo, como he- mos supuesto, podrá variar absolutamente de cualquier modo desde la epidermis de las hojas hasta la de las raíces sin que cambie la fuerza ascensional. Por consiguiente, la fórmula es- tablecida para un caso muy sencillo se aplica á los árboles á pesar de su complicación. Esta independencia de F y del intermedio se halla limitada por una ecuación de condición. En efecto, si no existiese la epi- dermis superior, se elevaría el agua en este medio hasta la al- tura A' = — - X, , y si se hiciese el vacío encima hasta /fr~ Xi — AT,+//. Por consiguiente, cuando exista esta epider- mis deberá estar á lina altura total h menor que ti' , ó cuando más igual á ti' , sin lo cual el líquido no podría sostenerse hasta su nivel, ni funcionar el vegetal. Sentado esto, suponga- mos que un árbol tenga una altura h comprendida entre ti y ti': el agua se sostendrá hasta la cúspide aunque se corte el tallo por abajo, pero bajará hasta el nivel Xl — Ar„ si se corla en se- guida esta cúspide, y por consiguiente correrá en abundancia por la sección inferior. Esta es precisamente la célebre expe- riencia que hizo Mr. Gaudicbaud en una gran enredadera. Ve- remos qué condiciones debe satisfacer el vegetal para que salga bien la experiencia, II!. Sumergida la superficie inferior en un suelo húmedo, y tomando de él continuamente agua, disminuirá X2 , y propen- derá a hacerse nula. Aumentará, pues, la fuerza ascensional por efecto de las raíces, y será tanto mayor cuanto más agua contenga el suelo, teniendo por límite el valor X— ti IV. Si el aire está seco, se evaporará el agua en la superfi- cie superior, que se secará; Ase inclinará á su máximo M, y la fuerza F\ íácia su mayor valor M—h. Por consiguiente la ab- sorción por las raíces y la evaporación por las hojas concurren para aumentar la fuerza ascensional, que es tanto mayor cuanto más seca esté la atmósfera v más húmedo el suelo. Estos hechos a hace mucho tiempo que se conocen. V. Cuando esté el aire saturado no se verificará la evapo- 349 ración, X adquirirá un valor determinado X=A+X2; la fuerza F se anulará, existirá equilibrio, y no habrá ya ningún movi- miento del agua, lo cual ha comprobado Hallev. VI. Por último, si humedece las hojas la lluvia ó el ro- cío, X será nulo y F negativo (F= — X2—hJ. Deberá, pues, penetrar el agua en el suelo con mucha abundancia si está muy seco ó se halla Xn cerca de su máximo, en cantidad muy pequeña y aun insensible si el suelo está húmedo, ó si A"2=0. Esto explica las experiencias antiguas de Hales, Miller, Guet- tard, Bonnet, etc., y no está en ninguna contradicción con los resultados que hace poco ha anunciado Mr. Ducha rlre. VIL La fórmula h>i~X1 — X.^H expresa la mayor altura á que puede elevarse un árbol: suponiendo por otra parte igua- les las condiciones, es variable con el grado de humedad del suelo: si está saturado h.—X^Ü; si está seco, X2 crece hasta su valor máximo, y h2 disminuye. Una misma especie de ár- boles crecerá por lo tanto más en una tierra empapada que en un suelo seco. Esto está conforme con la observación diaria. Las partes del tallo en que el tejido está poco apretado, y en que se encuentran tubos anchos, funcionarán como cuerpos porosos poco densos: demuestro en mi Memoria que el agua no puede elevarse en ellos; que estos tubos deben estar llenos de gas, ó que si reciben líquido por arriba, no podrá menos de bajar. VIH. Si se introducen las raíces en una vasija tapada y lle- na de agua, X2 será nulo y F máximo. Pero verificándose la absorción, disminuirá la presión una cantidad y en la vasija, hasta que sea nula la fuerza ascensional que se convierte en F—y; tendremos, pues, y—X—h . En efecto, Hales ha demos- trado que las raíces de un manzano, cerradas en un tubo lleno de agua, ocasionaban una disminución de presión igual a 9 pul- gadas de mercurio. IX. Supongamos que se haga una cavidad en el tronco de un árbol á una altura hl sobre el suelo, y que se ponga en co- municación con agua; las paredes de esta cavidad obrarán co- mo superficie absorbente y determinarán una fuerza ascensio- nal que será mayor que F=X X2—h; el agua subirá, pues, por este agujero con más facilidad que por 350 las raíces, y si tiene color tiñe la madera. Esta es la primiti- va experiencia de Mr. Boucherie. X. Un manómetro lleno de agua, colocado en la cavidad, indicará una disminución depresión?/, que permanecerá cons- tante cuando F' — y sea igual á F ó cuando?/ sea igual á h^+X,. Esto es conforme con la experiencia directa. XI. Si se corta una rama á un nivel At, y se encierra en un tubo lleno de agua y sumerjido en un baño de mercurio, tendrá una fuerza ascensional F-X—h-\-h^ Se absorberá el agua, V después se evaporará; el mercurio subirá desde y hasta que F' — y=0, ó que y=X— Hales hizo esla experien- cia, y vió que el mercurio subia varias pulgadas, bien se colo- case la rama en su posición normal, ó se volviese. XII. Cuando se corta una rama habiendo hecho antes una hendidura en el tronco á un nivel h{, y se deja expuesta al aire la cortadura, la fuerza ascensional, á contar desde este punió, es F'=X— Xt— A-fA» y como debe ser igual á F, es menester que tengamos Xt=hr j-X2: eslo quiere decir que la presión molecular en la boca de la cortadura no será nunca nula, y por consiguiente no correrá el agua. Esta consecuencia se verifica durante el estío; pero todos saben que antes de desarrollarse las hojas un gran número de vegetales lloran . De la producción del ozono por medio de un alambre de pla- tino puesto candente por una corriente eléctrica; por Mr, Le Roux. (Coraptes rendas, 2 abril 1800.) El siguiente hecho debe agregarse á la historia de la for- mación del ozono. Si se aproxima un alambre de platino que no sea muy grueso , puesto candente por una corriente eléctrica de tal ma- nera que el flujo ascendente del aire calentado que rodea este alambre entre directamente en las narices, se percibe un olor marcado. Las personas no prevenidas, y que no tienen conocí- 351 míenlos de física, dicen que se parece este olor al de los anti- guos eslabones fosfóricos; el físico reconoce en él fácilmente el olor característico del ozono. Por otra parte, puede construirse fácilmente un aparato que manifieste este fenómeno, y hacerse con mucha sencillez del siguiente modo. Se toma un alambre de platino muy delgado (A á ¿ de mi- límetro) de unos 20 centímetros de largo, se le da una figura cualquiera, manteniéndole en un plano casi horizontal por me- dio de sustentáculos convenientes. Este sistema se cubre con un embudo de vidrio de 3 á 4 litros, sostenido á alguna dis- tancia, con objeto de que corra con facilidad el aire por debajo del alambre. Como generalmente el tubo del embudo es muy estrecho, se corta de modo que quede una boca de 2 á 3 centí- metros de diámetro, á la cual se ajusta una chimenea de vidrio más ó ménos larga, cuyo efecto es enfriar los gases calentados por el contacto del alambre. Dispuestas así las cosas, se pone candente el alambre, haciendo pasar por él la corriente de 12 á 15 elementos de Bunsen. Entonces puede reconocerse el olor característico del ozono en la corriente de gas que sale por la chimenea de vidrio: co- locando en ella papeles almidonados yodurados, se alteran al cabo de algunos minutos. Podemos, por lo tanto, estar autorizados para creer que al pasar el aire atmosférico por alambres de platino puestos can- dentes por una corriente eléctrica, experimenta una modifica- ción que le hace adquirir las propiedades características del ozono. QUIMICA. De la presencia del flúor en las aguas , y manera de comprobarla con seguridad; por Mr. Mene. (Cumples rendus, 9 abril 4 860.) Examinando con cuidado la composición del residuo que dejan en general las aguas corrientes, reconocí, dice el autor, que estos depósitos (hablo de los que se obtienen evaporando el 352 agua para las investigaciones y análisis químicas) suelen con- tener una proporción bastante notable de flúor; Mr. H. Rose creo que ha citado este mismo hecho en aguas procedentes de un pozo de las cercanías de Berlín; del mismo modo Mr. Nic- klés respecto de las aguas de Contrexeville, Plombiéres, Mont- d’Or, etc. No pretendo indicar que este cuerpo esté normal- mente esparcido en las aguas que corren por la superficie del suelo; sin embargo, diré que en muchas análisis tuve ocasión de observarlo ,y especialmente sucedió esto cuando empleé el método que voy á indicar. Reunido el residuo de la evaporación del agua, se pone con ácido sulfúrico puro y concentrado en exceso en un globito al que se adapta un tubo de vidrio, que se mete en agua y des- pués se calienta: si hay flúor en el residuo, se desprende un gas (fluoruro de silíceo) que se descompone por el agua, produ- ciendo sílice gelatinosa; este último carácter es más evidente y más completo, añadiendo amoniaco al agua en que se descom- pone el gas. Esta reacción, sin duda, es más segura que la que consiste en hacer atacar una lámina de vidrio, porque generalmente los residuos de la evaporación del agua contienen sílice (la sílice en el agua la reconocen todos los químicos); cuando se añade ácido sulfúrico puro á semejantes residuos, no se produce ácido fluorhídrico, sino más bien ácido fluosilícico, que se descompone por el agua del ácido sulfúrico, y que en todo caso no ataca el vidrio ó al ménos muy poco, pero el flúor puede dejar de ad- vertirse de este modo. Para mayor seguridad puede comprobarse este método por una contra-prueba, es decir, filtrando el agua amoniacal que ha experimentado la descomposición del fluoruro de silíceo, evaporándola suavemente, añadiéndole un poco de ácido sulfú- rico puro, y sometiendo á ella una placa de vidrio; esta última se alterará bien pronto. Hasta aquí no he encontrado vestigios de flúor en el ácido sulfúrico más que en el que procedía de las piritas; y esto ni aun así regularmente. * Esta presencia del flúor en las aguas explica perfectamente, según ha demostrado Mr. Nicklés en una Memoria de 1857, de qué modo se introduce en nuestra economía esía sustancia. m solo que no parece estar demostrado su papel, atendiendo á que es tan pequeña la cantidad, y que muchas aguas están tan pri- vadas de ella, que se la puede considerar como una sustancia puramente accidental. Una observación que debo hacer también es que el fluor- uro de calcio, bastante abundante en la naturaleza, no parece- ría ser la causa directa de su producción; á lo ménos parece que así lo demuestra una experiencia: aguas que han permanecido por más de cuatro meses en una explotación de fluoruro de calcio que se empleaba en las fábricas de vidrio de Rive-de-Gier, no me dieron ningún vestigio de este cuerpo al analizarlas. Por consiguiente, á la descomposición de las micas, etc., ó á las reacciones en el fluato de cal, es necesario referir la pre- sencia del flúor en las aguas. Añadiré que es menester operar en un residuo de unos 50 litros de agua para encontrar cantidades apreciables de él, y de este modo he podido demostrarlo en las aguas del Ródano, del Saona, del Loira, etc. Del uso del ácido sulfúrico del yeso para fabricar sulfatos de potasa y de sosa ; por Mr. Margueritte. (Comptes rendas, 46 abril 4860.) Calcinando sal marina con un sulfato, cuya base puede for- mar un cloruro volátil, se obtiene este cloruro en la destilación, y sulfato de sosa como residuo fijo. Así, una mezcla de sulfato de zinc y de cloruro de sodio se reduce calcinándola á sulfato de sosa y cloruro de zinc, que se volatiliza. Otros muchos sul- fatos pueden ocasionar la misma reacción. No obstante, estos re- sudados han permanecido hasta ahora sin aplicación industrial, lo cual se concibe fácilmente: la fabricación del sulfato de sosa por este medio supone por necesidad que esté barato y abunde el que se haya de emplear para calcinarlo, y las sales de la clase de que hablamos son, ó productos manufacturados ó resi- duos de fábrica, cuyo excesivo precio ó escasez no permiten emplearlas. TOMO X. 23 854 Sin embargo, el ácido sulfúrico existe enteramente formado en compuestos que la naturaleza nos presenta en cantidades inagotables; asi son los sulfalos de cal, de magnesia, que se hallan en estado de disolución en las aguas del mar; el yeso, los sulfatos de hierro, de alumina, etc. Si por medio de estas diferentes fuentes de ácido sulfúrico se pudiese preparar con rapidéz, y á un precio cómodo, un sul- fato con un cloruro que sea volátil y pueda regenerar el sulfato que le ha producido, estaria resuelto el problema. Pero como veremos por la reacción que sigue, el sulfato y el cloruro de plomo satisfacen á todas las necesidades de la operación. Se calcina al rojo una mezcla hecha en las proporciones químicamente equivalentes de sal marina ó de cloruro de po- tasio, si es elsulfato el que se quiere obtener, y sulfato de plo- mo: la masa se funde con la mayor facilidad, y queda entera- mente clara y trasparente. De la superficie del baño salen den- sos vapores de cloruro de plomo, que cesan de producirse cuan- do se ha terminado la reacción entre el cloruro de sodio y el sulfato de plomo; es decir, cuando la sal marina se ha tras- formado en sulfato desosa y el sulfato de plomo en cloruro de plomo volátil, que se ha desprendido en la calcinación. Al llegar á esta fase de la operación se deja correr la masa fundida , que tratada con agua dá por cristalización sulfato de sosa, y deja un residuo insoluble de sulfato de plomo, cuya cantidad es más ó ménos considerable, según que se ha prolon- gado más ó ménos la calcinación de la mezcla. Este sulfato de plomo, que no ha reaccionado, se emplea en la operación siguiente. El cloruro de plomo que se ha recogido por condensación se pone en suspensión en agua cargada de sulfato de cal, ó en agua de mar que contiene sulfato de cal, de magnesia, de po- tasa y de sosa. En todos los casos el precipitado del cloruro de plomo se trasforma en sulfato, dando origen á cloruros solubles, que se eliminan por medio de lociones. Así se encuentra regenerado después de cada calcinación el sulfato de plomo necesario para la operación siguiente. La reacción se expresa por las fórmulas: NaCl+PbOSO^NaOSO'+PbCl; PbCl+MOSO*=PbOSO'+MCL 310 representa la base de un sulfato soluble, pues para rege- nerar el sulfato de plomo se podría también hacer reaccionar el cloruro de plomo en los sulla tos de hierro y de alúmina pro- cedentes de la oxidación de los esquistos aluminosos, ó en cuab quier sulfato soluble. Cuando se pone en digestión en agua cloruro de plomo con sulfato de cal, de magnesia, de hierro, de alúmina, etc., se re- coge lodo el sulfato de plomo que se debe obtener, es decir, que su regeneración es completa, excepto sin embargo una pér- dida enteramente insignificante que resulta de una pequeñísima cantidad de plomo que queda en el líquido eliminado por las lociones. En efecto, este líquido no loma más que un lijero co- lor pardo, añadiéndole sulfidralo de amoniaco. Sin embargo, importa operar en líquidos dilatados, porque sí se pone en contacto sulfato de plomo con una disolución con- centrada de cloruro de potasio, de sodio, de magnesio ó de cal- cio, el líquido filtrado y tratado por un sulfato alcalino da un precipitado de sulfuro de plomo, de lo que resulta que el sul- fato de plomo por doble descomposición se trasforma por es- tos cloruros en cloruro de plomo soluble, lo que no se verifica cuando las disoluciones están dilatadas. La regeneración del sulfato de plomo era el hecho impor- tante que había que establecer, porque constituye la base y la economía de la operación. En cuanto á las disposiciones del aparato pueden variar, satisfaciendo no obstante á dos condicio- nes esenciales: 1 , ° La masa en que se verifica la calcinación de la mezcla debe presentar, para favorecer la volatilización del cloruro de plomo, la mayor superficie y menor grueso posibles. 2. ° La bóveda del horno debe estar rebajada de tal manera, que la corriente de aire ó de vapor destinada á arrastrar á la superficie del baño los vapores de cloruro de plomo, sea rápida y eficaz, sin ser en exceso abundante, para que no se enfrie la masa fundida. 356 Eli resumen, la operación que acabo de indicar para prepa- rar lossulfatos de sosa y de potasa, consiste en una simple cal- cinación del sulfato de plomo con los cloruros de sodio ó de potasio, y en el contacto del cloruro de plomo que se produce con el sulfato de cal ó cualquier otro sulfato soluble que rege- nera el sulfato de plomo. Este medio continuo de preparar los sulfatos de sosa y de potasa sin ácido sulfúrico libre, es decir, sin cámaras de plomo, me parece que presenta ventajas sobre el procedimiento anti- guo, y constituye una mejora bajo el punto de vista de la fa- bricación de la sosa y la potasa por el método de Leblanc. METEOROLOGIA , Resúmen de las observaciones meteorológicas hechas en el Reai Observatorio de Madrid en el mes de mayo de 1860. Más caluroso y grato que en la última década de abril, pero revuelto, sin embargo, y variable como entonces, fué el temporal en los principios del mes de mayo. A los 2 prime- ros dias, anubarrados, húmedos, y en algunos momentos hasta lluviosos, sucedieron los 3 y 4, despejados y muy apacibles; y á estos otro de transición; el 6.°, revuelto y ligeramente tem- pestuoso; 3 más, variables, con brumas y celajes íénues y uni- formes, coloreados de vez en cuando por un halo solar; y el 10.°, muy caluroso, anubarrado y con síntomas de tempes- tad, que al fin no llegó á formalizarse. De 2 solos dias despe- jados y tranquilos, los lo y 20, de 1 tempestuoso, el 12, de 3 variables, los 11, 16 y 19, y de 4 lluviosos se compuso la se- gunda década del mes, distinta de la primera por su mayor humedad, pero muy semejante por los continuos cambios de aspecto que en ella presentó la atmósfera. Mas en la 3.a ocurrió todo lo contrario que en las dos anteriores, y á un temporal de continuo variable, aunque grato y acomodado á la época del año, sucedió otro constante y extremado, propio de un verano 357 rigoroso, sin una nube, de calma muchas veces completa, y caluroso en demasía hasta en las primeras horas de la mañana. En los 4 últimos dias osciló, sin embargo, el viento con fre- cuencia; empezó á descender el barómetro, y hubo ya un dia variable, el 30, y otro, el 31, con celajes y brumas, revuelto y de transición, pero aún caluroso como los anteriores. Durante la 1.a década osciló muy poco el barómetro, y su movimiento fué constantemente en alza, ménos del dia 5 al 0, citado ya como tempestuoso, en que descendió visible, aun- que débilmente. En la 2.a década todavía continuó ascendiendo la columna barométrica con ligeras fluctuaciones hasta el 16; pero desde este hasta el 18 , dia de lluvia , disminuyó más de 10mm, que recuperó otra vez en altura antes del 26; y en semejante estado, de unos 709mm, prosiguió hasta fin de mes, como ya más arriba queda apuntado. Pequeñas diferencias se notaron entre las diversas tem- peraturas medias de las décadas 1.a y 2.a, hallándose casi todas comprendidas entre 14° y 20°; pero las de la última fueron muy superiores, no bajando más que una de este nú- mero, y aproximándose varias á 25°, de donde pasó la del dia 24. Entre las máximas al sol y a la sombra figuran muchas, como las insertas en el siguiente cuadro, propias de los meses de julio y agosto; y aun las temperaturas mínimas son casi todas notables por lo elevadas. Los vientos del N. E. con frecuentes giros, aunque de poca duración, hácia el S. 0. y de escasa fuerza en general, do- minaron en los 5 primeros dias del mes; luego entraron los del S. O-, y con exclusión casi completa de los demás con- tinuaron hasta el 12 , y alternando con los del N. O. hasta el 18 inclusive. Corta fué la duración de los últimos, pues ya el 20 soplaban de nuevo los del N. E., que cediendo su puesto á los del S. 0. en las horas de mayor calor, se pro- longaron hasta el 24. Desde este dia es difícil designar el viento dominante, porque, sin la menor violencia ni regula- ridad, la veleta giró de continuo del S. O. al N. 0. y N. E., y vice- versa. Aunque los vientos hayan sido por lo regular muy débi- les, ménos en los dias 2, 7, 17, 18 y 19, en que arrecia- 358 ron algún lanto, por efecto de la elevada temperatura del mes y del estado despejado y diáfano de la atmósfera en la úl- tima década, la evaporación ascendió á un grado considera- ble; y como las lluvias fueron escasas en número, y aún más insignificantes en cantidad , pronto se agostaron los campos, marchitáronse muchas hojas de los árboles descubiertos , y el terreno se desecó y redujo á polvo por completo. Bajo este aspecto fue grande y sensible por muchos conceptos la dife- rencia del último mes de mayo comparado con otros meses análogos de los años anteriores. BAROMETRO. 1 década. o * u . 5." Am alas 6 m in ni 105,48 min 707,11 min 709,31 Id. á las 9. . . 705,53 707,28 709,33 Id. á las 12 705,05 706,97 708,81 Id. á las 3 t 70/i, 14 706,37 707,67 Id. á las 6, 704,05 706,36 707,37 Id. á las 9 n 704,46 707,20 708,01 Id. á las 12, 704,80 707,09 707,92 Am ñor décadas rara 704,79 mm 706,91 mm 708,33 A máx. (dias 8, 20 y 21) 707,89 711,98 712,61 A. min. (dias 1, 18 y 31). 699,79 697,43 702,91 Oscilaciones. 8,10 14,55 9,70 Am mensual » m m 706,68 » Oscilación mensual » . » 15,18 » TERMOMETRO. 1 década. 2.® O." Tm á las 6 m 10°, 1 12 VI 1 59,3 Id. a las 9 16 ,3 16 ,0 22,0 Id. á las 12 21 ,2 19 ,2 27,0 Id. á las 3 t ........ 22 ,5 20 ,4 29,1 Id. a las 6. 20 ,3 18 ,1 26,9 Id. á las 9 n 17 .0 15 ,2 21 ,6 id. á las 12 14 ,0 13 ,3 18,6 Tm por décadas. 17», 3 16°, 3 2279 Oscilaciones 27 ,5 19 ,4 27,3 T. máx. al sol (dias 10, 20 y 23). . . . 40°, 0 35°, 8 42», 9 T. máx. á la sombra (dias 10, 11 y 29). 31 ,0 27 ,2 34,0 Diferencias medias. 8 ,7 6 ,0 8,2 T.m min. en el aire (dias 1,16 y 21). e°,5 7o, 8 ir, 7 Id.” por irradiación (dias 1, 20 y 21). . 1 ,0 2 ,1 . 2 ,1 Diferencias medias 2 ,8 3 ,6 3,3 Tm mensual )) 18°, 8 » Oscilación mensual. )) 30 ,3 ! » 360 PSICROMETRO. 1 .* década. 2.® 5.a Hm á las 6 m 82 78 75 Id. á las 9 09 71 61 Id. á las 12. 54 63 48 Id. á las 3 t. 48 60 43 Id. á las 6 SI 71 45 Id. á las 9 n. 61 73 56 Id. á las 12 70 74 61 Iím por décadas 62 | 70 56 // m mensual » 63 V) ATMOMETRO. E, u por décadas. irnn 6,4 lum 5 , 6 lu ni 9,8 E máx. (dias 7» 1 1 v 3 1 ) 8,5 8,0 12,6 7,2 E. mío, (días 6, 18 y 21) 4,8 1,8 E mensual ................... » IUIU 7,3 » PLUVIMETRO. Dias de lluvia i Agua lolal recogida 16«"",1 Id. eu el dia 14 (máximum) 6 .7 ANEMOMETRO. Vientos reinantes en el mes. N ..... . . 27 horas. S N. N. E 49 S. S. O O 21 N. E. 98 S. 0. . 156 E. N. E 13 O. S. 0 104 E . . . 8 o. . . . . 88 E. S. Ec ...... 7 O. N. O O (3 46 o & £ «> 3 N. 0 96 v?.- E ..... . .. 5 N. N. 0 ... 18 Observaciones hechas en el mes de marzo de 1860. 361 a© ©i «?— ' r— _ C© T [ „ co©i c© CD l e ^ ^ e — ©i otíTaT co oó ~ e© C_3 1 1 CO «tí <-h r— i ©1 J- £=3 » ip ct3 \ ^ J i> 1- ct3 CO ere CO c© o CO •X3 | ! gcoi- C «\ *N O «s ~ E,“V C=3 core * »— • CC5 CD 525* C3> ■ a CD C <- p co S C3 £Ej *»-H «3 25 * — 1 * ( — > c=¡ <^> &q co (‘•¡fi CP OO O E «.o «tí CO E a© o -s <; V» i *’ gí^^i — O' co E a© . CO CO r— c© c© ©1 T— 1 H 3 i co Tí 1 'O © O „ Tí wOí i§¡ ¡3.g« 00 — ^ bo . © - g“S a§s S tí:— — © 03 SOO PtíJT5 Ph ■d tí p* dcflB ü&* « c > s o es ts p tí -4 3 tí tí. ° ^ a. c O - - cS pcd^- o ©j je o e> -Ti- to tí*»" tí.5© ce r tí c re tí SÍ Fuerza. „ Oí ~ cd a / , Pn? ® i d CO SI-2 AO r | g ^ ^ ^ o f co co 1 -tí -4- V Q t=25 © © © * © © tí o es >— í tí eS H -c H 6“ H cd es Cd W' gg U td O y— i O ^5 — © CS 2 H 2 z 03 u © os © © ÍS Cd ■< M u cO >c se H 0< 4í 03 S-. .¡tí • 0 — «3 CO _,00 f3 r— U tí 03 — T5 . — o — "O ©¡ t_ o . £- e » C3 «5 C/J «a -§» Resumen délas observaciones meteorológicas hechas en el Colegio- Guatemala el 1859. Temperatura del aire libre. Mese». .£ 1 C3 E * VST3 S Intervalo corrido en el mes . i Enero . . . :. 8o, 0 2 5o, 6 1“ » o» o *4 -«41 17°, 6 Febrero, . 8 ,1 27 ,6 18 ,19 19 ,5 Marzo. ........... ÍO ,0 29 ,5 19 ,94 19 ,5 Abril il ,8 29 ,4 20 ,39 17 ,6 Mayo 12 ,6 30 ,4 20 ,61 17 ,8 Junio i 3 ,5 26 ,2 19 ,42 12 ,7 Julio. 1 3 ,3 27 ,0 19 ,55 13,7 Agosto 13 ,9 27 ,8 19,63 13 ,9 Setiembre 13 ,5 25 ,8 18,74 12 «3 Octubre n ,1 25 ,0 18 ,91 12 ,9 Noviembre 7 ,4 25 ,0 16 ,58 17 ,6 Diciembre 8 ,2 24 ,6 16 ,40 16 ,4 Del año 7 ,4 30 ,k 18,76 23 ,0 Seminario a cargo de los PP. de la Compañía de Jesús de año 1859. Teruiómelro seco. Termómetro húmedo. II. M. H . M. H. T. H. N. H. M. II. M. H. T. H. N. 4. 10. 4. 10. 4. 10. 4. 10. 1 i3°,Q0 18°, 00 20°, 10 13°, 90 12°,30 13°, 56 ¡. 14°, 10 12°, 40 t ! 3 ,17 19 ,01 22 ,29 15 ,17 12 ,46 14 ,47 15 ,38 13 ,56 14,59 21 ,60 23 ,41 16 ,89 14 ,01 16,36 17 ,73 15,48 15,51 22 ,45 23 ,49 17 ,29 15,13 17 ,73 18 ,7 « 16,16 15 ,95 23 ,02 23 ,43 17 ,43 15,43 17 ,77 18 ,38 16 ,47 15 ,70 21 ,12 21 ,03 17 ,05 i 5 ,41 17 ,72 18,31 16 ,48 15,50 20 ,85 21 ,83 16 ,80 15 ,20 17 ,35 !7 ,65 16 ,09 15,72 21 ,43 21 ,9i 17 ,02 15 ,48 17 ,84 18,43 16 ,47 15,58 19 ,99 20 ,36 16 ,62 15 ,46 17 ,02 17 ,61 16 ,09 15,63 í 9 ,99 20 ,66 16 ,77 15 ,3! 16,83 17 ,44 16 ,02 13 ,li 17,74 , 19 ,28 14 ,39 12 ,31 14 ,14 14 ,8! 13 ,04 12,36 17 ,27 19,54 13 ,66 11 ,74 13 ,43 14 ,46 12 ,60 14 ,65 20 ,21 21 ,44 16 ,08 14 ,19 16,18 16 ,92 15 ,07 Siguen las observaciones 1859. Fuerza elástica del vapor de íiiiKmelros. agua en Eslado higromélrico del aire, saturación:^! 00, Mese#. H. Ni. 4. H. M. 10. H. T. 4. H. N. 10. H. M. 4- H. M . 10. II. T. 4. H . N. 10. Enero. ..... 10,29 9,23 8,84 9,95 92,0 57,5 47,0 83,0 Febrero. . . . i 0,4 0 9,89 9,38 10,71 91,5 57,5 44,0 82,5 Marzo. 11,59 11,09 12,04 12,35 93,0 55,0 54,0 85,5 Abrí!, í 2,60 12,40 13,58 13,09 96,0 59,5 60,5 89,0 Mayo 12,78 12,35 13,00 13,41 95,0 57,5 59,0 90,0 Junio, ..... 12,87 13,26 14,23 13,65 97,5 70,0 7 5,5 94,0 Julio, ...... 12,70 12,84 12,89 13,26 97,0 69,0 63,5 93,0 Agosto. .... 12,95 13,28 13,90 13,67 ¡97,5 69,0 69,0 95,0 Setiembre. . . 12,75 12,84 13,56 13,37 99,0 72,0 74,5 95,0 Octubre .... í 2,7 8 12,63 13,14 13,14 97,0 71,0 71,5 93,0 Noviembre. . 10,24 10,12 10,21 10,49 90,5 65,0 58,5 85,0 Diciembre. . . 10,00 9,45 i 9,59 10,32 93,0 63,0 54,0 88,5 De! año 1 f ,83 11,61 12,03 12,27 94,9 63,8 60,9 89,5 meteorológicas de Guatemala Barómetro á cero grados en milímetros. H . M . 4. H. M . U ). H. T. 4. H. N. 10. Mínima. i ® ¡ :íon diur os S *3 "CS CÍA . eo *t5 o S 64*2,02 643,51 64!, 14 643,35 1,79 3,21 2,37 640,99 642,41 639,65 642,07 1,05 3,34 2,76 640,43 641,89 639,24 641,60 1,7 5 3,50 2,65 041,01 642,20 639,68 642,02 1,69 3,66 2,52 640,41 641,53 639,44 641,76 1,35 2,74 2,09 040,43 641,4! 639,54 641,52 1,02 2,78 1,87 641,47 642,51 640,76 642,67 1,11 2,87 1,75 640,97 641,98 639,93 642,06 1,36 2,51 2,05 640,50 641,76 639,46 641,58 1,08 3 3,35 2,30 639,89 J 641,34 638,83 641,16 1,45 3,29 2,51 641,26 642,69 640,36 642,57 1,28 3,14 2,33 641,33 642,75 640,38 642,43 1,68 2,96 | 2,37 640,89 642,16 639,87 642,07 1,02 3,66 2,29 Siguen las observaciones 366 1859, Barómetro á cero grados en milímetros. Meses. Enero Febrero Marzo Abril Mayo .Junio Julio Agosto Setiembre. . . Octubre Noviembre . . . Diciembre Del año 639,47 645,42 642,50 5,95 9,9 638,54 644,21 641,28 5,67 3,2 637,52 644,54 640,79 7,02 49,3 63 7,74 644,65 641,23 6,91 58,4 638,22 642,97 640,78 4,75 204,8 637,54 643,24 640,72 5,70 255,8 639,34 643,80 641,85 4,46 151,2 638,24 643,50 641,23 5,26 223,7 637,50 642,78 640,82 5,28 290,1 636,50 643,26 640,30 6,76 240,8 637,37 645,83 641,72 8,46 13,0 638,40 645,51 641,72 7,11 4,8 636,50 645,83 641,25 9,33 1505,0 Lluvia total en milímetros . meteorológicas de Guatemala 367 Número de los días de Número de los dias en que el viento ha sido ui 1 Lluvia . Grauizo. & u Relámpagos Truenos. i Tempestad Temblor. O z 1 ^ 1 o C fi 'J~> Variable . rz 2 cz 'w> 4 0 5 0 0 0 f 3 07 1 1 2 1 0 3 3 0 0 2 17 5 2 4 4 0 9 6 1 2 0 8 15 8 0 7 0 9 8 5 4 4 10 13 6 1 16 0 6 19 4 5 0 14 14 3 0 21 0 10 17 3 5 0 12 6 5 7 18 0 10 24 3 4 0 24 0 5 o ‘>2 0 1 1 27 0 12 1 13 4 12 o 19 i 7 15 1 4 í 18 3 7 2 17 0 14 17 1 4 0 15 5 11 0 4 0 7 0 0* 0 0 24 0 1 2 2 4 0 6 0 0 0 2 20 4 7 0 137 1 97 i 140 18 40 13 202 72 69 22 Siguen las observaciones 1859. Numero de los dias en que el cielo ha estado Evaporación diurna en mi- límetros. 1- •es & es p y Oleses. Sereuo . Nublado . Cubierto. > Mínima. ec £ X %es «3 -5 Temperatura de las a*. metros de profundid; Enero 13 15 3 4,0 1 1,2 7,6 19°, 2 Febrero ......... 13 1 3 2 3,2 10,6 8,4 19 ,3 Marzo 10 17 4 4,7 10,7 8,3 19 ,5 Abril 4 20 6 4,3 9,4 7,5 19 ,9 Mayo 4 21 6 4,4 10,3 7,5 20 ,0 Junio 0 12 18 1 2,5 7,4 5,0 19 ,9 Julio 0 17 14 2,2 8,8 6,1 19 ,9 Agosto. i 18 12 3,0 8,1 5,6 • o (Tí Setiembre. ........ 0 19 1 i 2,2 7,3 4,7 19 ,8 Octubre, ........ 0 19 12 3,5 i 8,0 5,4 19 ,6 Noviembre ....... 7 21 2 3,7 8,8 6,4 18 ,8 Diciembre 16 10 5 3,2 9,4 6,3 18 ,4 Del ctuo«*« 68 202 95 2,2 11,2 6,7 19 ,5 meteorológicas de Guatemala . Observaciones magnéticas. VARIACION DIURNA. DECLINACION AL ESTE. 1 \ Mínima. i Maxima. \ í "5 2 o | Mínima. 1 C3 oS X *03 35 i Media . i Vi i" 8'53" 5' ñ,r 7°ir20" 7°2!/ 0" 0 47 5 9 3 33 7 111! 7 18 2 7 14 59 2 i i 0 51 4 16 7 10 44 7 18 30 7 14 25 2 58 8 44 5 37 7 10 6 7 19 8 7 14 35 2 30 113! 5 27 7 10 6 7 21 46 7 14 42 2 39 9 39 5 19 7 8 51 7 18 49 i 7 14 24 2 11 9 21 5 24 7 8 51 7 19 8 7 14 26 ■ 2 58 17 7 7 26 7 6 40 7 25 21 7 14 12 2 11 18 4! 6 59 7 7 36 7 28 47 7 14 6 í 24 9 58 4 14 7 9 28 7 19 45 7 14 7 0 58 5 48 2 54 7 10 52 7 16 38 7 13 48 2 20 5 55 3 59 7 5 35 7 17 25 7 9 56 0 47 18 41 5 1,2 ! 7 5 35 7 28 47 7 14 5,7 BMWM— 8— — M— HH— BMBHi TOMO X. 24 370 Temperaturas medias en las di f eren Los números están correjidos meses. H. M. 4. II. M. 5. II. ¡VI. 6. II. M. 7. H. M. 8. 40 a SSS33K! soasase H. M. 10. II. M- 11. H. ¡VI. 12. 0 o 0 o 0 o 0 0 o Enero .... 13,00 12,70 12,40 13,50 15,00 16,20 18,00 19,40 20,90 Febrero. . . 1 3,17 13,00 12,69 13,63 15,00 17,00 19,01 20,30 21,62 Marzo. . . . 14,49 14,25 14,02 16,00 18,00 20,00 21,50 22,90 24,21 Abril 15,41 15,30 15,20 17,00 19,00 21,56 22,35 23,50 24,64 Mayo. .... 15,85 15,80 15,72 17,28 20,00 22,28 22,92 23,68 24,30 Junio 15,60 15,30 15,54 16,86 18,13 19,46 21,02 21,40 22,27 Julio. .... 15,40 í 5,30 15,24 16,9! 18,29 19,60 20,75 22,02 22,54 Agosto. . , . 15,52 15,40 15,26 16,35 18,23 19,94 21,23 22,30 22,86 Setiembre. 15,38 15,34 15,18 15,87 17,16 18,05 19,79 20,56 21,01 Octubre. . 15,63 15,50 15,45 16,11 17,58 18,76 19,99 20,84 21,60 Noviembre. 13,1 1 12,80 12,64 13,32 14,97 16,41 17,74 18,79 19,41 Diciembre . 12,36 12,20 12,06 12,25 14,00 15,67 17,27 18,78 19,75 Media. . . . 14,58 14,41 14,27 ! i 5,42 I 17,11 18,74 20,13 21,21 22,09 371 íes horas del día. — Año 1859. del error del terimímelro. H. T. H. T. H. T. H . T . II. T. H. T. II. T. ¡I. N. H, N. 1. 2. 3. 4. W a. 6. 7. 8. 9. 2 1,50 21,00 20,70 20°, 10 19°, 50 0 18,50 i 7°, 00 15°, 80 14°, 30 22,80 23,12 23,02 22,29 21,50 19,50 17,50 16,50 15,80 25,10 25,09 24,20 23,31 22,00 20,00 18,50 17,50 17,10 24,90 24,45 25,03 23,39 22,10 20,50 19,00 18,30 17,76 24,80 24,43 24,17 23,33 21,00 19,50 1 18,70 17,90 17,27 22,87 22,23 21,59 20,93 20,16 18,81 17,80 «7,60 17,30 22,58 22,62 22,04 21,73 20,80 19,49 18,60 17,90 17,27 22,92 22,59 22,34 21, 7Í 20,79 19,25 18,09 17,70 17,30 20,97 21,10 20,90 20,16 19,33 17,97 17,73 17,05 16,72 22,07 22,03 21,67 20,66 19,47 18,59 17,73 17,36 17,03 1 9,9 1 20, ii 20,06 19,28 17,94 10,18 15,41 15,23 14,70 20,46 20,76 20,26 19,54 18,22 16,36 15,40 14,70 14,11 22,57 22,46 22,16 21,37 20,23 18,72 1 17,63 í 10,96 16,39 Siguen las temperaturas medias. Los números están correjídos del error del termómetro. Meses. H. N. 10. H. N. 11. H. N. 12. Enero 1 3°90 1 13°, 80 13°, 70 Febrero ...... i 5,17 14,70 14,30 Marzo. ...... 16,79 16,40 16,00 Abril 17,19 16,90 16,60 Mayo 17,33 17,10 16,90 Junio, o 16,95 16,60 16,40 Julio. . ...... 16,70 16,30 16,00 Agosto 16,82 16,50 16,30 Setiembre 16,42 16,20 15,90 Octubre. ..... 16,77 16,60 16,40 Noviembre. . . . 14,39 14,20 13,90 Diciembre. . . . 13,66 13,30 13,00 Media. ....... 16,01 15,71 15,45 H. H. 1. H. N. 2. H. N. 3. MEDIA. MEDIA DE LA MAXIMA Y MINIMA. 0 0 0 O 0 13,60 13,40 13,20 16,30 16,77 14,00 13,70 13,50 17,20 18,19 15,60 15,20 14,80 18,87 19,84 16,30 16,00 15,70 19,50 20,29 í 6,70 16,40 16,10 19,56 20,51 16,10 15,90 15,80 18,45 19,32 15,80 15,60 15,50 18,54 19,45 16,00 15,80 15,70 18,63 19,43 15,80 15,60 15,50 17,77 18,54 16,20 16,00 15,80 18,16 18,91 13,70 13,50 13,30 15,88 16,58 12,80 12,70 12,50 15,50 16,40 15,22 14,99 14,78 17,86 18,69 Nota de los temblores sentidos en Guatemala en el ano 1859. 373 1/5 3 © 1 '3 3 © re en 3 P © © 3 ^re © © © s— < ¿a 3 en P © • ire-J a <* s«] *5* 3 *“< O © P .2 © .§ p f3 .2 g a re res en 1= o re P CC © . 3 tn P O 'I© ©> ■© P 3 © O *3 « #s ki'3 3 © fe s 2 «« O « © o C s .2 2 oí =-> *aj tO «l o " — -Ho p d U2 03 8. 0. 1 p O * o a O d 1 d K ú 1 03 So P a S P a p d P ¡¿ d • . 3 re i— H 13 _ © © a fe ® 5- s rs 5^1 n Kt a © <*% O O w o p <© © © © bo * U0I0CJ11Q cb - OO C’ íí ore 13 s a » 90 «re a * re re re c n r3 © res CS • rw * 3 re 13 re a • res • res © 33 O © 3 • © res © re © 3 « 13 re a © 2 res P3 © fe re 2 ©i s . P 23 re res *p © re 2 a noche. id. • rs a E 13 13 ce © © O OO 13 re i-” © «o OS) ce 13 ce io in —• ore c« ^}S © ~ CO JO © ce © oo © ci 30 © © ^ oe co 00 ■»- P 3» 33 o P=< 00 © O — © «re id. . 8. © C'l d ce • ore © © © 3 P O © © © 32 © & < en © bO © © ©3 a © O «N © 03 © © 33 a © e ^ © s Mota . Una sola anotación en la dirección indica el rumbo hácia donde cayó la bolita. 374 La posición de los termómetros y demás instrumentos de observación ha sido la misma que en el año anterior. Sólo debo advertir que á últimos de noviembre del año 58 se comprobó el 0 de los termómetros que han servido todo el año para las observaciones diurnas, sumergiéndolos en la nieve; y según esta comprobación, se han notado sus indicaciones hasta setiem- bre último, que habiéndolos sumergido otra vez en la nieve, vi que el nivel del mercurio se fijó á 0o, 2, y así desde octubre último se ha tenido ya cuenta con esta corrección en la impre- sión délas observaciones; pero deberán correjirse los meses precedentes. Creo que bastará quitar 0,2 á los meses de agosto y setiembre, y 0,1 á los de marzo, abril, mayo, junio y julio. Habiendo sospechado que la temperatura media deducida de la máxima y mínima diurna era demasiado elevada, se hi- cieron una multitud de observaciones directas del termómetro seco en casi todas las horas del dia. Acompaña una tabla del término medio de las observaciones de cada hora en los dife- rentes meses. Los números que están subrayados no se han sacado de la observación, sino que han sido simplemente inter- polados. Además he correjido todos estos números, según lo que antes he expuesto. Según esta tabla, la temperatura media total resulta menor de 0,83 de la que se obtiene por medio de las temperaturas máxima y mínima diurnas. Los meses de abril y mayo suelen ser los más calorosos del año, formando el verdadero verano de este pais; y no es ex- traño, pues el sol pasa por el zenit á últimos de abril, y si bien vuelve á pasar por agosto, entonces las frecuentes lluvias re- frescan no poco el ambiente. No obstante, también entonces se observa una elevación de temperatura. Por el resúmen se ve que el mayor calor se experimentó por mayo, cuya tempera- tura media llegó á 20°, 61, ó sea á 20", 51, según la corrección indicada. Pero por el cuadro de mayo y de abril se ve que la época del mayor calor fué en los 6 últimos dias de abril y los 9 primeros de mayo, en cuya quincena la temperatura media fué de 22°, 47. Los meses más fríos suelen ser diciembre y enero; pero este año desde el 30 de octubre hasta el 16 de noviem- bre, con excepción de alguno que otro dia, soplaron unos nor- tes tan fuertes y fríos, que abajaron considerablemente la tem- ') I o peratura, y en esta época ha sucedido el mayor frió que se ha sentido en el año; de modo que la temperatura media de los 2 últimos dias de octubre y los 5 primeros de noviembre no pasó de 14°, 2. Las mayores variaciones mensuales de temperatura suce- dieron en febrero y marzo y las menores en setiembre, como se ve por la 4.a columna del resúmen, donde se nota el inter- valo de la escala termométrica corrido en el mes. Pero las va- riaciones entre las temperaturas medias diurnas han sido en todo el año de poca consideración, como se echa de ver por la tabla siguiente, extractada de los cuadros mensuales, en la que he notado los límites de estas temperaturas en cada mes y su diferencia; y así bajo este punto de vista puede colocarse el clima de Guatemala entre los climas constantes. La presión media baromé- trica es muy poco superior á la que se ha obtenido en los años an teriores, y considerando el mo- vimiento atmosférico en general, parece que en el decurso del año se formen dos grandes flujos y reflujos, cuya máxima elevación sea poco más ó ménos por enero y julio, y su mínima por junio y octubre. Además se advierte una pequeña oscilación en abril. El término medio mensual de la os- cilación barométrica diurna pa- rece también indicar una ley, porque se ve trazar una curva cuyo máximo es en febrero y su mínimo en julio. Aunque la pequenez de las oscilaciones barométricas en estas regiones tro- picales impide no pocas veces observar la relación de la altura barométrica con las tempestades y otros desequilibrios de la atmósfera, con todo, algunas veces por sus anomalías se pueden reconocer de antemano. Sólo citaré dos ejemplos de los varios que se pueden observar en los cuadros. El 6 de abril por la tarde hubo un descenso anormal, precursor de la tempestad aiEStS . n s Máxima. | | Diferencia. | Enero. .... 13,2 19°, 5 6,3 Febrero. . . 1 5,9 21,3 5,4 1 Marzo .... 1 7,8 22,2 4,4 j Abril. .... 17,5 22,8 5,31 Mayo ..... 18,2 23,5 5,3 i i Junio. .... 17,0 21,1 4,1 ¡Julio. .... 18,3 21,4 3,1 1 1 Agosto. . . . 18,2 21,8 3.61 | Setiembre.. 17,0 20,4 2,6 ¡ 1 Octubre. . . 14,9 20,7 5,8 1 ¡ Noviembre. 11,9 19,5 7,6 | Diciembre-. 12,0 19,4 6,81 376 que se levantó por la noche. Así también, la tempestad y inerte aguacero que se experimentó el 16 del mismo mes eran bas- tantemente pronosticados por el extraordinario descenso que se observó el 15, en el cual dia el barómetro bajó á 637,74 milí- metros. Desde mediados de marzo la atmósfera se cargó de muchos vapores ó sustancias polvorosas, que no pocos dias impedían ver las montañas cercanas, no obstante que el cielo pareciese despejado. El sol, muy encarnado por la mañana, aparecía al medio dia, y en las primeras horas de la tarde, como amari- llento y poco intenso. Algunas veces flotaban en esta atmósfera polvorosa algunos pequeños cúmulos, los cuales por su parle inferior se confundían coala misma niebla. Este estado del cielo duró hasta primeros de mayo, en que el cielo volvió á adqui- rir su natural trasparencia. Igual fenómeno se ha observado en los años anteriores por la misma época. El vulgo atribuye este estado del cielo al humo que se hace en muchos campos para prepararlos á las labores que preceden á la estación de las llu- vias, que suelen principiar por mayo. Pero yo creo que este fenómeno tiene otra causa muy distinta. ¿Tendría acaso relación con esa niebla seca que comienza á llamar la atención de los meteorologistas de Europa, y de que ha hablado varias veces el abate Moigno en su Cosmos? Yo me propongo observar este fenómeno con alguna mayor detención en la próxima temporada en que se manifiesta. La aguja magnética experimentó aquí notables perlurbacío-= dones poco antes de las famosas auroras boreales de 29 de agosto y 2 de setiembre. Las perturbaciones observadas en los dias 26, 27 y 28 de agosto las atribuí á los fuertes tembló-» res que se experimentaron en muchas localidades del estado limítrofe del Salvador; pero sin duda tenían relación con la au- rora boreal que se vió el 29 en los Estados-Unidos y en otras muchas partes. La grande aurora boreal del 2 de setiembre fué también observada en muchos lugares de este Estado y del Salvador, pero no he oido que nadie la haya observado en esta ciudad, sin duda á causa de la niebla densa que cubrió este horizonte; sin embargo, la eslraña perturbación magnética que observé en la mañana de aquel dia ,s me indicaba algún fenó- 317 meno extraordinario. He aquí algunas posiciones de la aguja magnética en los dias 28 de agosto y 2 de setiembre. S6b mañana 7o 10' 0” (4 » 7 28 47 71 » 7 25 40 8 » 7 15 42 12 7 14 0 9 noche 7 15 42 Para observar los temblores me sirvo de un disco grueso de madera de 1 decímetro de diámetro; desde su centro par- ten 10 canalitos que van ensanchándose á medida que se ale- jan del centro. En este he fijado un pequeño vidrio convexo, sobre el cual equilibro una bolita de marfil. Este pequeño apa* ralo cubierto con una campana de cristal, está colocado en un plano horizontal practicado en una pared bien sólida del edifi- cio, y con los canalitos bien orientados. Al menor movimiento cae la bola y entra en uno de los canalitos, donde se detiene por medio de un borde que circuye el disco. Tengo además un péndulo de plomo de 550 gramos de peso, suspendido de un alambre fino de 3,52 metros de longitud, debajo del cual hay una multitud de círculos concéntricos de un milímetro de dis- tancia; 8 agujitas fijas al péndulo indican lo que este oscila y su dirección. Yo no sé si en otras partes se sirven desemejan- tes aparatillos para observar los temblores; mas no teniendo otros medios, ni conociendo el modo que tienen en Europa para observar estos movimientos, he imaginado los descritos. Acompaña una nota de los temblores que he sentido en el año 59; y cuando en esta nota hay una sola indicación para ex- presar la dirección, por ejemplo: N. N-. O., quiere decir que la bolita del aparato descrito cayó hácia este rumbo. El temblor más notable sucedió el 8 de diciembre. Fué una violenta sacu- dida que se prolongó por espacio de 1 minuto. Guando cesó el ruido que la acompañaba continuó la tierra oscilando muy sen- siblemente por otro medio minuto, y las oscilaciones parecían durar como un medio segundo ó poco más. La bola cayó al S. O., pero el péndulo oscilaba en una dirección perpendicular, esto es, de N. O. á S. E. Muchas personas se apercibieron de estos dos movimientos, y una gran pila de agua en el primer impul- 00 / 6b mañana 70 18F 30FF i O ) i 6J » 7 25 21 Cfl ) O i 1 12 » 7 8 14 cC f < \ 9 noche 7 24 25 318 so se derramó en la primera dirección expresada y luego en la otra. Reinaba un viento bastante fuerte de N. N. E. que todo el dia sopló con mucha fuerza, por cuyo efecto la temperatura ha- bía bajado mucho y el barómetro había subido bastante. El cie- lo estaba muy sereno, á excepción de algún cirro-estrato que se veia en el horizonte hacia el N. E. Este temblor se sintió según parece con mayor fuerza, y ocasionó bastantes desastres hácia el S. E., y principalmente en las inmediaciones del volcan de I zaleo, en el Estado del Salvador, donde se cree haber tenido su foco. Pero lo más extraordinario en mi concepto es que la aguja magnética, de la posición de unos 7° 13' 35", en que con corta diferencia estuvo todo el dia 8, media hora después del temblor la observé muy fija á 7° 6' 3"; y como se podrá notar por el cuadro de diciembre, ha continuado desde entonces en esta nueva posición con alguna tendencia á la precedente. Guatemala 2 de febrero de 1860. — Antonio Canudas . (Por la Sección de Ciencias Físicas, Camilo de Yki.a.) De los peces del X frica austral: por Mr. F. de Castelnau. (Comptes rendas, 2o abril 1860.) La fauna del África meridional es en' general muy rica; pero parece que los peces forman una excepción, porque á pesar de las investigaciones seguidas no sólo á lo largo de las costas sino también en los rios del interior, no he podido reunir más que 157 especies de peces de esqueleto óseo. Aun en la época en que el mercado de la ciudad del Cabo está más abun- dantemente surtido, y en la que se emplean en las pesquerías cerca de 600 hombres, sorprende el pequeñísimo número de especies que se encuentran en él. Por otra parte, sucede algu- nas veces que de repente, como yo mismo lo he presenciado, cesan los peces de frecuentar la bahía de la Tabla y se enca- minan á otro punto. Así es que en diciembre de 1856, época en que los calores ó los vientos viran al S. E., se dirigieron hacia la bahía de Kalk (en la bahía de Simón), que hasta entonces había estado privada de ellos enteramente. En junio siguiente, después de sucesivos huracanes del S. E., que por espacio de más de una semana produjeron terribles destrozos en la bahía de la Tabla, volvió la pesca de nuevo allí con excesiva abundancia. No son raras en estos parages semejantes emigra- ciones de peces. Bajo el aspecto geográfico presenta la ictiología del Cabo algunos hechos curiosos. No sólo su launa es casi enteramente peculiar á la región, sino que también se divide claramente entre la región que se extiende al E. del promontorio llamado particularmente Cabo de Buena Esperanza , y la que lo hace 380 al O. La primera contiene la bahía de Simón y la segunda la de la Tabla. Aunque separadas únicamente por una distancia de unos 30 kilómetros, estas dos cuencas tienen productos en gran parte diferentes; así es que los peces, los crustáceos y las algas pertenecen casi todos á especies particulares. De las 157 especies halladas, hay 38 de agua dulce. Estas últimas son muy difíciles de encontrar. La mayor parte, en ra- zón de su pequeño tamaño, dan un alimento poco buscado. Por otro lado casi todas las corrientes de agua se secan mucha parle del año, y los peces que en corto número las habitan permanecen enterrados en el cieno en la estación délos calores Unicamente en el rio Orange, que nunca se seca, se han obser- vado especies de bastante tamaño. Un recolector que cuidé yo de enviar, trajo del lago N. Gami 13 especies (9 Cromidas, 1 Siluro, 1 Ciprinoideo y 2 Salmonideos.) Sise consideran los peces del Africa austral bajo el punto de vista de la clasificación, se llega a los resultados siguientes. La familia de los Percoideos casi falta en el Cabo, porque sólo hay tres ó cuatro representantes, que no se extienden más allá de la bahía de Algoa. Los Triglideos, los Scienoideos y los Esparoideos se hallan allí en gran número. Hay 8 especies de la primera de estas familias, 15 de la segunda y 27 de la tercera. Los Menideos , que en un método natural deben entrar en los Esparoideos} están representados por el Gerres ogena del mar Rojo, que sigue la costa hasta Natal. Los Escjuamipenncs presentan únicamente algunas especies oscuras y anormales. De los Fari ligios laberintiformes se hallan 3, de los Scom~ heroideos 12, de los Áterinideos 2, délos Mugiloideos 8, de los que varios son de agua dulce. Hay un Tenia ideo . Los Gobioideos son numerosos (17). He encontrado 3 especies pertenecientes á la familia de los Pectorales pediculados. Los Ciprinoideos son basíante abundantes (16); cuento 4 Si luroideos, de los cuales 2 son especies marinas, 3 Lucioideos, otros tantos Clupeideos y Gadoideos y 2 Salmonoideos. 381 Por último he recojido 1 Pleuronectos, 4 Discóbolos, 2 Angui- lliformes, 2 Lofobranquios, 8 Gymnodontes , 1 Balisiideo y 2 Ostracionideos. Entre las especies que he visto, hay un gran número de ellas que describieron' MM. Cuvier y Yalenciennes, M. A. Smilh yM. Pape. En una memoria inédita, y en la que me he circunscrito á dar á conocer la fauna ictiológica del Africa austral, expuse lodos los detalles que estudié en individuos frescos y que me han parecido necesarios para dar á conocer mejor estas especies» Además, he encontrado h9 de ellas que todavía no se han indicado, y 6 de estas últimas han debido ser los tipos de géne- ros nuevos. (Por ía sección de Ciencias Naturales, Camilo de Yela») VARIEDADES. @ Algunos casos nuevos de fosforescencia. Acabo de descubrir, dice el autor Mr. Pkipson, que el azúcar de leche aparece luminoso por efecto del choque y al tiempo de molerlo. Este es up punto más de semejanza que tiene este azúcar respecto de los demás, tales como el azúcar de caña y la manita, que son fosforescentes en las mismas circunstancias. Guando, frotando uno con otro, aparecen luminosos dos pedazos de cuarcita , se produce un olor fuerte y característico, que creo que puede atribuirse á la formación de una corta cantidad de ozono en el aire que rodea á ambas piedras. La más hermosa fosforescencia producida por acción mecánica que hasta ahora he visto, se observa cuando se agitan vivamente en un frasco esmerilado cierta cantidad de cristales de nitrato de urano. Operando con í ó 2 kilogramos á la vez de esta sustancia, excede el espectáculo á cuanto pudiera imaginarse. Para observar esta fosforescencia en toda su belleza, es menester que la sal esté bastante seca y bien cristalizada. He hecho la experiencia con otro gran número de sales, con objeto de ver si presentaban el mismo fenómeno: no conozco más que el cloruro mercu- rioso ó ealomelano bien cristalizado, que produzca algo parecido. — De la rotación de la tierra sobre su eje , y de su influencia en la pro- ducción ó modificación de muchos fenómenos terrestres: por Mr. Babinet. Los instrumentos y fenómenos principales más ó ménos conexionados con el movimiento de rotación de la tierra alrededor de su eje, son, según el autor, los siguientes: 1. ® El péndulo de Foucault, que á cada oscilación se desvía á su de- recha en nuestro hemisferio una cantidad angular proporcional á c¿¡ sen. a. 2. ° El giróscopo ó los giróscopos del mismo sábio, los cuales señalan por medio de un índice de i metro de longitud, una separación en París de cerca de 1 milímetro para 18 ó 20 segundos de tiempo. En la últi- ma entrega de los Archives des Sciences phy sigues et naturelles , 2 0 de oc- tubre 18 59, dice Mr. de la Rive acerca de las célebres experiencias del péndulo y del giróscopo. «Las demostraciones directas del movimiento de rotación de la tierra, son uno de esos rasgos del genio, desgraciadamente muy raros , que haciendo salir á la ciencia de los senderos trillados, le abren un nuevo horizonte, y señalan á su autor uno de esos sitios dis- tinguidos que no se le pueden disputar. Tal es el que creemos justo rei- 383 vindicar completamente para Foucault, sin negar al mismo tiempo el mé- rito délos desarrollos que diversos físicos, y en particular Sire, han dado al descubrimiento primitivo.» 3. ° La experiencia de Perrot (de Rouen, y no de Ginebra como ha creido Figuier, que confunde al hábil mecánico con el joven químico que ha hecho tan buenos estudios sobre la chispa de inducción), en que la velocidad mínima del líquido hácia el centro de la vasija da á la tierra tiempo para desviarse sensiblemente, aunque caminen muy poco las mo- léculas líquidas que van de la circunferencia al centro. 4. ° La caida hácia el E. de los cuerpos abandonados libremente á su peso. 5. u La caida hácia el S. de los mismos cuerpos, estudiada experi- mental y teóricamente por Rundel en el Journal mathématique de Cam- bridge, t. 4* 6. ° La caida hácia el E. de los proyectiles lanzados verticaímente, cantidad considerable, que según Laplace sería de 129 metros para una velocidad inicial de 50 0 metros, haciendo abstracción de la resistencia del aire. 7 . ° El transporte hácia el E. en tiempo de calma de las arenas y de los gases volcánicos arrojados á grandísima altura. 8. n Desvío á la derecha en la atmósfera N. de un cuerpo que camine en un plano horizontal, y su trayectoria aparente encorvada en parábola. 9. " Desvío á la derecha de un cuerpo que sigue un piano inclinado, ya subiendo ó bajando. 10. Desvío á la derecha de un proyectil de trayectoria poco curva (bala y balin) y de los proyectiles tirados á un ángulo muy grande de altura (bombas). 1 1 . Los dos circuitos que forman las aguas en ambas cuencas del Mediterráneo, y que caminan hácia la izquierda respecto de un obser- vador colocado en el centro de cada cuenca. Lo mismo sucede respecto de la cuenca del mar Negro, de la del Adriático, de la del mar Caspio, y por último de la de! lago Aral. 12. El gran circuito de las aguas en la parte N. del Atlántico, y el mas vasto todavía del Pacífico del N., inclinándose uno y otro á la de- recha del observador colocado en el centro, yendo la parte S. de una y otra corriente circular dirigida hácia el O» y la parte N. hácia el E.; además otros tres circuitos mucho menos importantes, dirigidos hácia la izquierda, y que ocupan el Atlántico del S., el Pacífico del S. y el mar de las Indias:; y por último, los dos circuitos circumpolares, que caminan ambos hácia el E. i 3. Los vientos alisios y sus dos contra-corrientes del N. y del S. 384 14. La rotación rápida de la dirección en que viene el viento cuando su intensidad se mantiene constante, y que según la célebre ley de Dove hace virar el viento en algunas horas del N. hácia el E. , después hácia el S., luego hácia el O., para volver por último un viento del N., que produce así una rotación aparente de más de una circunferencia entera, y cuya teoría completa y la constancia enteramente inexplicable, resul- tan sólo de la ley de Foucault, a sen. > , según todos los azimutes. 15. La rotación hácia la izquierda respecto de un observador situado en el centro de los ciclones ó tornados de las latitudes medias del hemis- ferio N., tornados que no se verifican en los mares ecuatoriales, en los que sen. a=0. 16. El efecto del viento en un mar de corta extensión, efecto, que se- gún la ley de Foucault tiende á comunicarle un movimiento siempre in- clinado en el mismo sentido, sea cualquiera el punto del horizonte de que sople el viento. 1 7. El desvío incontestable y considerable de los ríos cuando en- tran en el mar ó en los grandes lagos, llevando hácia la derecha en nues- tro hemisferio las impurezas que acarrean con sus aguas. i 8. La débil tendencia hácia la derecha de los rios del N., y hacia la izquierda de los del S. (Por la Sección de Variedades, Camilo de Yela.) F.rlitor responsable, Camilo l»e Vela. N.° 7.° — REVISTA DE CIENCIAS. —Octubre 1860. CIENCIAS EXACTAS. GEOMETRIA ANALITICA. Del método de Fermat para determinar máximos y mínimos, y de su aplicación al problema de las tangentes y de los centros de gravedad ; por Mr. Duhamel. (Comptes rendus, 16 abril 4860.) Si la historia de las ciencias conserva la memoria de las discusiones, de las disputas, pudiera decir, que en ciertas épo- cas ha habido entre los sabios más eminentes; á la posteridad no le importa saber que no siempre está libre el ingenio de las susceptibilidades del amor propio, sino que en estos debates, en que sólo las eminencias de la época toman parle, se da á co- nocer exactamente lo que ha venido á aumentarse la masa de los conocimientos anteriores, y en cierto modo nos hacen pre- senciar el trabajo del espíritu humano en el momento en que da á luz los grandes descubrimientos. Una de las más animadas, y al mismo tiempo de las más interesantes, es la que ocasionó la publicación de la Geometría de Descartes; y el motivo de esta discusión fué el método de los máximos y mínimos de Fermat, con las aplicaciones que de ellos hacia para la determinación de las tangentes y de los cen- tros de gravedad. Descartes había dado un método general para referir á uno algebráico el problema de las tangentes, y manifestó el caso que hacia de él, diciendo que era lo que más había de- seado saber en geometría. En vez de admirar Fermat este mé- todo, como también todo lo que había de nuevo en la Geome- tría de Descartes, manifestó sorpresa de no encontrar nada 25 TOMO X. 386 concerniente á las cuestiones de máximos y mínimos, y dio á conocer sin demostración una regla para la solución de estas cuestiones, á las cuales reducía la de las tangentes. Descartes, vivamente picado, trató de experimentar por aplicaciones par- ticulares la exactitud de estos métodos, de los cuales no se co- nocía más que un enunciado bastante oscuro, y que en cierto modo no era posible atacar ó defender más que por conjeturas. Así, respecto de la cuestión de los máximos y mínimos, fun- dándose Descartes en lo que había dicho Fermat, que su regla se aplicaba á las cantidades que adquieren valores mayores ó menores que los demás bajo ciertas condiciones, consideró to- das las líneas tiradas desde un punto fijo á los diversos puntos de una curva, y añadió como condición particular que no tra- taría más que de las que se tirasen á la parte de la curva con- vexa hácia el punto fijo. En esta suposición aplicó la regla de Fermat á la investigación de la mayor de todas estas líneas, y sacó un resultado absurdo, de lo cual dedujo la inexactitud del método, y habló de él con un desprecio que se explica algo por el desdén con que él mismo habla sido tratado. Roberval respondió que la mayor de estas líneas no era un máximo en el sentido en que lo entendía Fermat; que para esto hubiera sido necesario que, siguiendo el curso de la curva en la parle cóncava, empezasen á decrecer las secantes, lo que no sucedía. Descartes replicó que la regla no exijia esto, y debía aplicarse al conjunto de todas las secantes relativas á la parte convexa; y nada pudo hacer que ni uno ni otro abando- nasen su opinión sobre este punto. Pero sean cualesquiera las insinuaciones malévolas de Iloberval, no puede ser acusado Descartes de falta de sagacidad ni de buena fe, puesto que Fermat no había precisado las condiciones en las que era aplD cable esta regla. En estas circunstancias, el silencio de Fermat no se explica suficientemente por su repugnancia á disputar; era muy natural que hiciese cesar una lucha de que solo era él la causa, y diese la demostración precisa y rigurosa de su regla, si la tuviese. Y tal vez se inclinaría uno á dudar de ello cuando haya demostrado que la aplicó á un caso semejante al que Descartes había escqjido para atacarle. Si este último lo hubiera advertido , habría justificado, sin que fuera posible 387 replicarle, su ataque y á lo menos una parte de sus conclusio- nes. Cuando examine esta circunstancia, que hasta ahora no han observado los geómetras, se verá cómo esta falla de Fermal no tuvo influencia en el resultado que por otra parle hace tanto tiempo que se conocía; casualidad funesta, puesto que ha dejado una leve mancha en medio de tantas pruebas de su ingenio. Después de haber sentado Ferrnat su regla para los máxi- mos y mínimos, trató de referir á ella el problema de las tan- gentes. No consideró estas líneas bajo un punto de vista nuevo, sino que miró la tangente cual lo hacian los antiguos geóme- tras, suponiéndola determinada por la condición de que por ambos lados del punto común empiezan los puntos de la curva á encontrarse al mismo lado de aquella recta: prescribió buscar una expresión que, según la naturaleza de la curva, debiese tener en el punto de contacto un valor mayor ó menor que para cualquier otro punto lomado en la tangente; y una vez hallada esta expresión, la cuestión quedaba reducida á la del máximo ó del mínimo. Ferrnat no dió al principio regla para hallarla más que en el caso particular en que estuviese re- suelta la ecuación de la curva con respecto á una potencia de la ordenada, y Descartes le retó inútilmente para que la apli- case á la curva bien sencilla, en que la suma de los cubos de las dos coordenadas es proporcional á su rectángulo, lo cual demuestra que Fermal no poseia el método que le atribuye La gran ge. Pero ni Descartes que atacó este método, ni Roberval que le defendió, comprendieron el pensamiento de Ferrnat. Des- cartes le acusa de no haber reducido la cuestión á la del má- ximo, y trata ahora de hacerlo, considerando la tangente como máximo de la distancia de uno de sus puntos á la parle con- vexa de la curva. De este modo llega á un resultado falso, y deduce que el método para reducir las tangentes al máximo es falso. No repetiremos lo que ya hemos dicho con motivo de este pretendido máximo. En cuanto á Poberval, parece que abandona la idea de la reducción al máximo, y dice «que para hallar la » mayor ha empleado Ferrnat el razonamiento propio para la 388 «mayor, y para encontrar las tangentes, el propio para las tan* « gen tes. Esta explicación fué causa de la siguiente vivísima réplica de Descartes. «Guando dicen que no hay máximo en la parábola, y que «Mr. Fermal halla las tangentes por una regla enteramente se- » parada de la que usa para hallar el máximo, se equivocan en «cuanto quieren hacer creer que haya ignorado que la regla «que enseña á hallar las más grandes sirve también para «hallar las tangentes de las líneas curvas, lo cual sería una «ignorancia muy grosera, porque para aquello es para lo «que principalmente debe servir, y desmienten su escrito, «donde después de haber explicado su método para hallar las «mayores , dice expresamente ad superiorem methodum in- wentionum tangentium ad data púnela in lineis curéis reduci- »mus. Verdad es que no le ha seguido en el ejemplo quedió re- «lativo á la parábola; pero la causa está clara, porque siendo «defectuoso para aquel caso y sus semejantes (al ménos del «modo que lo propone), no le habrá tenido cuenta el querer «seguirlo, lo cual le obligaría á emprender otro camino.» Parece por lo tanto que Descartes y ítoberval creyeron que Fermat no referia las tangentes á los máximos, y en esto se equivocaron completamente. Pero se les puede disculpar aten- diendo á la oscuridad con que está expuesto este método, y me parece muy cierto que nadie hasta ahora ha reconocido cuál era la cantidad que consideraba Fermat como máximo ó mínimo relativamente á la tangente: varias y diferentes suposiciones se han hecho con este motivo, y ninguna tal vez puede ser la que Fermat ha tenido presente (1). Pero afortunadamente Descartes no se contentó con criticar el método de Fermat. Como le había salido bien respecto de la parábola, trató de averiguar por medio de qué razonamiento (l) Estando representada la ecuación de la curva por ym=F(x), la Vm expresión que Fermat considera como máximo ó mínimo es referi- da á los puntos de la tangente y no de la curva. 389 riguroso podría justificarse; y creyendo correj irle, halló otro que no estaba fundado en la consideración del máximo, y que era superior á todos los demás. Le consideró equivocadamente como si fuese el de Fermat aplicado con rigor, y pretendió constantemente que no le había comprendido este antes de sus explicaciones. Se le censura por esta obstinación, que sin em- bargo es muy legítima. En efecto, Fermat no había considerado nunca así su método; y si después lo hizo, lo debió evidente- mente á Descartes. Estaba únicamente fundado, como demos- traré, en la consideración del máximo; pero ni Descartes ni Roberval lo habían observado. He dicho que este nuevo método de las tangentes, descu- bierto por Descartes, era superior al de Fermat; y en efecto, de ningún modo supone como este último que se resuelva la ecuación respecto de una potencia de la ordenada. Ambos con- ducen á los mismos cálculos cuando puede verificarse esta reso- lución, lo cual ha hecho que los haya confundido Descartes. Pero la concepción de Fermat no le dió ninguna luz para el caso en que la ordenada y la abscisa estuvieran mezcladas de un modo cualquiera en la ecuación, como por ejemplo, en el pro- blema muy sencillo que le propuso su adversario; y lagrange se ha equivocado en su apreciación del método de Fermat: por el contrario, lo que él ha dicho debe aplicarse al de Descartes, que es el primero que ha considerado la tangente como el lí- mite de una secante, cuyos dos puntos de encuentro con la curva se aproximan indefinidamente; y su método y no el de Fermat, conservando la expresión de Lagrange, es el análogo al del cálculo diferencial. El punto á cuyo alrededor hace Descartes girar á la secante, es aquel en que la tangente encuentra al eje de las abscisas. Pero algunos dias después de haber comunicado esta solución al P. Mersenne, le envió otra, en que consideró la tangente como el límite de una secante que constantemente pasa por el punto de la curva en que debe verificarse el contacto, y por otro punto de la misma curva que se acerca indefinidamente á aquel. En este punto de vista es precisamente en el que se han detenido los modernos, y conduce á los mismos cálculos quee[ anterior. 390 Desgraciadamente, para demostrar la fecundidad del mé- todo, quiso aplicarle Fermat á la determinación de los centros de gravedad, y escojió por ejemplo el del conoide parabólico conocido por Arquimedes: le busca, dice, perpetua et constanti quá maximam et minimam , et tangentes linearum curvarum investigavimus methcdo : ut novis exemplis et novo usu , eo~ gue Ulustri , pateat fallí eos qui j altere melhodum exis~ timant. Pero esta nueva aplicación de su método, muy lejos de apoyarle, hubiera por el contrario justificado los ataques pri- meros de Descartes. Fermat considera aquí como máximo un valor que es mayor que el de todos los anteriores, pero menor que todos los que le siguen; y esta circunstancia es tan evi- dente, que no puede admitirse que este gran geómetra no lo haya advertido. El valoren cuestión está por lo tanto en el mismo caso que la tangente con respecto á las secantes que parten de un mismo punto, que la preceden y que la siguen; y Descartes tenia el mismo derecho para aplicar el método de Fermat, que Fermat el de aplicarlo á determinar el centro de gravedad del co- noide. Las consecuencias de Descartes subsisten por lo tanto en toda su fuerza; y si hubiese conocido esta circunstancia, hu- biera podido decir entonces con mas apariencia de razón á su adversario , que no había entendido claramente su propio método. Pero, ¿de qué modo un razonamiento tan defectuoso ha con- ducido á Fermat ai resultado exacto? Esto consiste en que de antemano le conocía, y en que creyó con demasiada facilidad en la legitimidad del método que le conducía á él, y que no era precisamente el que prescribe en sus reglas délos máximos y mínimos. «Lo inexplicable es que Descartes no haya observado este » error, y que se haya contentado con decir que este centro » de gravedad podía hallarse con mucha facilidad del mismo »modo que Arquimedes halló el de la parábola, sin que de «ningún modo se necesitase para esto emplear el método en «cuestión.» Lo más singular todavía es que Fermat y Roberval, tan in- 391 teresados en encontrar en falla á Descartes, no hayan descu- bierto un grave error en su Geometría, precisamente en la teoría de las tangentes. Después de haber dado un método para tirar las normales á las curvas planas, trata de referir á él las de las curvas en el espacio. Primero indica el medio de deter- minar estas curvas por las ecuaciones de sus proyecciones en dos planos rectangulares, y después añade: aSi se quiere tirar una línea recta que corle á esta curva »en el punto dado en ángulos rectos, basta únicamente tirar »otras dos líneas rectas en los dos planos, una en cada uno, oque corten en ángulos recios á las dos líneas curvas que están »en los dos puntos en que caen las perpendiculares que vienen »de este punto dado; porque habiendo tirado otros dos planos, »uno por cada una de estas líneas rectas que corte en ángulo «recto el plano en que está, se tendrá que la línea buscada oserá la intersección de estos dos planos. o Pero la proyección de una normal á una curva en el espa- cio no es normal á la proyección de esta curva, á no ser en el caso particularísimo en que la tangente es paralela al plano de proyección. La proposición de Descartes es por lo tanto falsa. Es sensible que su método respecto de las curvas planas le haya llevado á considerar aquí las normales más bien que las tan- gentes; porque siendo la proyección de una tangente también tangente á la proyección de la curva, la regla que hubiese dado sería enteramente exacta (1). Volviendo al objeto principal de esta nota, añadiremos que Huyghens se ocupó también del método de Fermat. Empieza por declarar que este gran geómetra murió sin haberlo demos- trado, é indica en seguida el sentido en que se debe entender, y lo establece por razonamientos rigurosos. Pero me parece que no ha comprendido el pensamiento de Fermat relativa- mente á los máximos y mínimos. En cuanto á la regla de las tangentes, la demostración que da es precisamente la de Des- (l) Mi sabio compañero Mr. Chasles me dice que ha observado hace mucho tiempo este error de Descartes, y que le ha indicado en su Ojeada histórica. 392 cartes, y creo poder establecer con seguridad que no es la de Fermat. Aparte de esto, cualesquiera que hayan sido las razones que este último ha tenido para guardar silencio, no es por un sen- timiento de malignidad ó de pueril fidelidad histórica, por lo que volvemos al cabo de dos siglos á ocuparnos de las contien- das de tan grandes geómetras. Pero la historia del entendi- miento humano se halla interesada en las cuestiones que se han agitado entre hombres tales en la época en que se acaba- ba de constituir la geometría analítica, y en que se estaba para aplicar el álgebra á la consideración de los infinitamente pe- queños. Ilustres geómetras han llegado hasta proclamar á Fer- mat como el primer inventor de estos cálculos. Interesa, pues, realmente determinar la manera cómo entendía y establecía sus reglas; pero desgraciadamente los geómetras modernos discor- dan tanto en este punto como Sos del tiempo de Fermat. Por esta razón he creído que quizá no sería inútil dar á conocer las impresiones que me ha producido el estudio dete- nido de este célebre debate, y de asignar con tanta equidad como me ha sido posible la parte que corresponde á cada uno de los dos grandes geómetras entre los cuales se ha verificado; es decir, si se me permite hablar así, de procurar que se haga justicia á Descartes. Exámen sucinto de las diferentes hipótesis que se han discurrido para explicar los fenómenos astronómicos; por Mr. Faye. (Cosmos, 27 enero 4 800.) En astronomía no está muy adelantada la parte física, á pesar de los esfuerzos de los hombres eminentes que se han ocupado de ella. ¿En qué consiste esta inferioridad relativa? Sin duda, y ante todo, proviene de la dificultad propia de toda investigación física acerca de objetos que no podemos experi- mentar más que por un sentido, el de la vista; pero á mi pa- recer también se debe á la diferencia de ¡os métodos usados. 393 En la astronomía los movimientos han proscrito las hipótesis, y se cree con razón haber explicado suficientemente los hechos cuando se les ha referido lógicamente á hechos más conocidos, más familiares. En la astronomía de los fenómenos y de las fi- guras se recurre á cada momento á hipótesis. Allá la aparición de un hecho nuevo produce inmediatamente la creación de una hipótesis especial destinada á dar cuenta de él. El cometa de Donati, la aceleración del cometa de Encke, los eclipses totales de 1858 y de 1860, el movimiento del pe- rihelio de Mercurio, descubierto por Mr. Le Verrier, han ex- citado más vivamente que nunca la necesidad de saber lo que valen las hipótesis, y me han conducido á examinarlas sucesi- vamente. Empecé por la gigantesca atmósfera que se ha imaginado al rededor del sol, con objeto de explicar la disminución de intensidad del disco solar hacia los bordes, la aureola de los eclipses y sus protuberancias luminosas; y confieso que no ha dejado de causarme admiración el hallar que esta concepción célebre no se fundaba en último análisis más que en una ley de emisión, tan incompatible con la física actual como con los hechos observados. No teniendo más fundamento esta hipótesis, fué necesario buscar, entre las demás concepciones análogas que hoy gozan del mismo crédito, el equivalente de la atmósfera solar para los fenómenos de los eclipses. Pero el intermedio resistente, admitido ya para la explicación de los cometas, se adaptaría perfectamente á los fenómenos de los eclipses, y reemplazaría aun con ventaja la cubierta hipotética del sol. Aunque en otra ocasión he hecho ya la crítica de esta idea, me he dedi- cado á su estudio, remontándome á las fuentes históricas, y tratando de representarme claramente lo que constituye su fondo y su esencia. La historia del intermedio resistente es fácil de trazar: la idea primera se debe á Newton. Este gran hombre se ocupó bastante de la resistencia de los intermedios, asunto que sin duda se le indicó por la necesidad de combatir la doctrina tan esparcida entonces de los torbellinos cartesianos. Por otra parte algunos sabios, para explicar las colas de los cometas, 304 en que lan claramente se manifiesta la acción de una fuerza repulsiva, habían ya empezado á alterar la idea apenas na- ciente de la gravitación universal, imaginando cuerpos graves V ligeros, unos atraídos y otros rechazados. Para poner coto a estos amenazadores desvíos, y referirlo lodo únicamente á la gravedad, imaginó Newton que la atracción era la única fuerza real, y que la repulsión no constituia más que un efecto de- bido á la simple diferencia de los pesos específicos entre cierto intermedio esparcido generalmente y los cuerpos sumerjidos en él. Con auxilio de este intermedio, que llama materia coe- lorum , y que no distingue con mucha claridad de la atmós- fera más densa del sol, explicó del modo más ingenioso y profundo todos los fenómenos cometarios conocidos en su tiempo. La concepción de Roche supone que la sustancia cósmica inmóvil es ponderable, que se apoya en el sol como una inmensa atmósfera , cuyas capas cada vez más apretadas van creciendo en densidad hacia el astro central. Esta es también la idea que los geómetras y los astróno- mos se forman en la actualidad del medio resistente [por el cual explica Encke la aceleración de su cometa. Sábese á qué resultados conduce la análisis de esta resistencia. Por la ac- ción de semejante medio los movimientos de los astros que circulan al rededor del sol van acelerándose, la excentricidad de las órbitas disminuye progresivamente; el eje mayor ya disminuyendo; y por último, el astro debe caer en el sol des- pués de haber descrito las numerosas circunvoluciones de una especie de espiral, que le aproxima cada vez más al término fatal de su carrera. Tal es en la actualidad el estado de la ciencia acerca de este punto. Sin embargo, no es difícil ver que la concepción de este intermedio resistente no está en armonía con las le- yes de la mecánica. En efecto, es imposible figurarse en el espacio circunsolar una sustancia ponderable que sería inmó- vil. Es preciso que circule al rededor del sol como los pla- netas, ó que dé vueltas como la atmósfera con el sol. Esta última idea es por otra parte inadmisible más allá de tos lí- mites que atribuye Laplace á la atmósfera solar, y que coloca en la región en que la fuerza centrífuga, debida á la rota- 395 cion, formaría equilibrio con la gravedad. Nos fijaremos, pues, en la primera condición. Desde el momento en que el medio resistente cesa de ser inmóvil para circular según las leyes de Kepler , la única manera de representársele claramente es admitir que está co- locado en anillos, bien en la eclíptica, bien en el plano in- variable, que se diferencia poco de ella, bien en el ecuador solar. Pero también desaparece del lodo la fuerza repulsiva aparente, de que tan gran partido se ha sacado para la ex- plicación de los fenómenos cometarios, porque las capas con- céntricas de estos anillos circulares no ejercen presión sensi- ble unas sobre otras. Lo mismo sucede, como vamos á ver, con esta acción incesante, que propendía, como se ha dicho hace poco, á aproximar indefinidamente los astros al sol hasta el momento en que llegasen á la superficie, y acabasen tam- bién por incorporarse con él. Examiné primero el caso de una órbita poco excéntrica. He aquí lo que da la análisis en la hipótesis de un interme- dio circulante. 1. ° El eje mayor de la órbita no experimenta variación secular, sino únicamente pequeñas desigualdades de cortos períodos. 2. ° La excentricidad disminuye progresivamente como en un intermedio inmóvil. Esta acción, en vez de ser destructiva, es conservadora. Por ejemplo, en los anillos de Saturno, si una causa cual- quiera propendiese á excenlralizar la órbita de ciertas partes, la acción del intermedio ambiente se inclinarían á hacer des- aparecer la excentricidad sin aproximar estas partes al astro central. Cuando la órbita se ha reducido á ser circular, toda acción por parte del medio desaparece, y entra en el orden primitivo. En seguida examiné el caso de una excentricidad muy grande, como la de las órbitas cometarias, y obtuve los si- guientes resultados. l.° La variación secular del eje mayor no tiene término independiente de la excentricidad, como en el caso de un inter- medio inmóvil: siendo el término siguiente del segundo orden 396 con respecto á la excentricidad, se concibe que esta variación se halla singularmente reducida. 2.° La variación secular de la excentricidad permanece poco más ó ménos la misma: las únicas desigualdades periódicas están muy disminuidas. Según esto, el efecto del medio resistente se funda princi- palmente en la excentricidad: en cuanto á la escasa aceleración secular que de ella resulta para el movimiento medio, dismi- nuye á medida que la órbita se hace cada vez ménos excén- trica. Finalmente, todo efecto desaparece, como anteriormente, cuando esta excentricidad se ha atenuado suficientemente por la acción del medio circulante. Tal es pues la teoría que, según mi opinión, se necesita sustituir á la del intermedio inmóvil, y aplicar al cometa de Encke. Pero es menester no perder de vista que su aceleración no resultaría más que por efecto de la diferencia entre las ac- ciones opuestas de un mismo intermedio: porque si en el peri- helio el intermedio camina con ménos velocidad que el cometa, se produce una resistencia, y por consiguiente una disminución del eje mayor; por el contrario, en el afelio el intermedio iria más veloz que el cometa, le comunicarla una impulsión, y au- mentarla otro tanto el eje mayor de su órbita. El efecto que se produce en el perihelio le llevaría algo sobre el otro. Pero se halla que el perihelio de este cometa está colocado precisa- mente en la región en que no es posible admitir la presencia de un anillo circular de sustancia cósmica (1). Me parece pues que la aceleración de este cometa puede resultar de la causa que se le atribuye; y como esta causa^hi potética no tiene en el fondo otra razón de ser que la necesidad de explicar la acelera- ción, deduzco de aquí que este medio no tiene la generalidad de existencia que se supone. No obstante, como la luz zodiacal es un indicio suficiente de (1) El hermoso descubrimiento de Lescarbault demuestra que la sustancia cuya existencia ha indicado Le Verrier en la región intra- mercurial, se halla aglomerada allí en globos planetarios, y no difundida en estado de anillo nebuloso ó cósmico. 397 la presencia de cierta nebulosidad material en las regiones in- terplaneterias, me propongo examinar el papel que podría des- empeñar en los eclipses. Se concibe de antemano que acerca de este punto no podemos llegar á conclusiones tan claras como acerca del intermedio general. (Por la sección de Ciencias Exactas, Camilo de Yela.) De la relación entre la facultad emisiva y la absorbente de los cuerpos respecto del calor y la luz; por M. Kirchhoff. (Anal, de Quitn. y Fis., mayo ^8G0.) La relación entre la emisión y la absorción de la luz, indi- cada por Mr. Foucault en el caso del arco voltáico, y por Mr. Kirchlioff en el de la llama común, la ha referido este á con- sideraciones teóricas que establecen su generalidad, y que vie- nen á dar nueva luz acerca de la cuestión de las facultades emi- sivas absorbentes. Sea una placa indefinida de un cuerpo trasparente C, que tenga la doble propiedad de lanzar sólo rayos de una longitud de undulación determinada a, y de absorber también única- mente los rayos cuya longitud de undulación es a. Sea c otra placa trasparente colocada enfrente de la primera, y que des- pida rayos de todas las longitudes de undulaciones posibles, y capaz de absorber igualmente los rayos de todas las longitudes de undulaciones. Supongamos que las caras exteriores de estas dos placas se hallen en contacto con dos espejos R y r, dotados de una facultad reñectente absoluta, y admitamos que se haya establecido en el sistema el equilibrio de temperatura. Consi- deremos en la radiación compleja del cuerpo c los rayos de una longitud de undulación particular / diferente de k No siendo absorbida por el cuerpo C ninguna fracción de estos ra- yos, se reflejarán por consiguiente en totalidad hacia el cuerpo c, tanto por la primera superficie de C, como por el espejo R que está en contacto con la segunda; y al volver hacia el cuer- 399 po c serán absorbidos en parte por su sustancia y reflejados hacia C, tanto por la primera superficie de c como por el es- pejo r. La porción reflejada experimentará nuevamente las mismas modificaciones; y repitiéndose indefinidamente estas alternativas, es fácil ver que la totalidad de los rayos de longi- tud de undulación a emitidos por c, volverán hacia el mismo. Por otra parte, siendo cualquiera a', se ve que el equilibrio de temperatura de c se sostendrá por sí mismo por la influencia de los rayos, cuya longitud de undulación se diferencia de a. Para que se asegure el equilibrio, será necesario y suficiente por lo tanto que c emita y absorba cantidades iguales de los rayos cuya longitud de undulación es a. Sean e y E ¡as canti- dades de estos rayos emitidos por c y C, a y A las fracciones de ellos que son capaces de absorber. Al llegarlos rayos emitidos por C á c, quedará absorbida la cantidad a E, y reflejada la (1 —a)E, y esta cantidad al volver sobre C se dividirá en dos porciones, una A (1— a) E absorbida por C, y otra (1 — a) (1 —A)E reflejada hacia c. Pongamos (1 -a) (1 — A)=fc. Se ve, pues, que repitiéndose indefinidamente estas alter- nativas, c absorberá una cantidad de rayos E igual á qE{\ -j4-¡-4’2+F+. - a 1 ——k Por análogas razones, en !a cantidad de rayos e que emita el mismo c, absorberá una cantidad igual á a[\—A)e ~ \-k * La condición necesaria y suficiente para el equilibrio de temperatura del cuerpo e, será por lo tanto que tengamos aE . a{\—A)e, p rr. U — l-/c^ \—k ' o sustituyendo por k su valor, 400 Del mismo modo se verá, que para el equilibrio de C es también necesaria y suficiente la misma condición. Suponga- mos ahora que se reemplace el cuerpo c por otro cuerpo cl , de la misma temperatura, y designemos por et , a{ las cantidades correspondientes á e, a; para que el equilibrio subsista será preciso que tengamos todavía íi__ a{ A a, a * Se ve, pues, que en todos los cuerpos la relación de la fa- cultad emisiva con la absorbente deberá tener el mismo valor para rayos de una misma longitud de undulación (1). (l) En todo lo que precede, las expresiones facultad emisiva y absor - vente tienen una significación que es en el fondo la verdadera, pero que se diferencia un poco de las que se dan generalmente. En efecto, en el uso habitual, por ejemplo, en la teoría del equilibrio móvil de las tem- peraturas, se considera la emisión del calor como debida únicamente á una capa superficial de muy poco grueso, y esta restricción no tiene nada que no sea conforme con la realidad cuando la temperatura es poco ele- vada, excepto en la sal gemma y algunos otros cristales muy diaterma- nos. En las mismas condiciones se puede mirar la absorción como ejer- ciéndose completamente en la misma capa superficial. Puede hablarse ahora de la facultad emisiva y absorbente como dos constantes indepen- dientes de la forma y de las dimensiones de los cuerpos, y que pueden por otra parte depender de la inclinación de la temperatura, del estado de la superficie, y de la naturaleza de los rayos caloríficos. Desechando esta restricción Mr. Kirchhoff, debe considerarse la facultad emisiva como el conjunto de los rayos que salen de un cuerpo en una dirección dada, tanto á consecuencia de la radiación propia de las moléculas situa- das en esta dirección, como de las reflexiones interiores que conducen se- gún esta dirección los rayos emitidos por otras moléculas. La facultad absorbente es del mismo modo la fracción de los rayos que llegan en una dirección dada, que este cuerpo detiene y contribuye á calentar. Ambas cantidades dependen evidentemente de la forma y de las dimensiones del cuerpo. 401 Esta relación constante — es evidentemente una función a de la temperatura. La experiencia demuestra que esta función no tiene valores sensibles para los rayos visibles más que á temperaturas elevadas. Sea 9 la temperatura á que empieza á tomar un valor sensible respecto de rayos de un color determi- nado: á contar desde esta temperatura, los rayos de este color entrarán en proporción sensible en la radiación de todos los cuerpos cuya facultad absorbente no tenga un valor muy pe- queño. Por esto se comprende cómo se verifica que todos los cuerpos opacos se ponen candentes á la misma temperatura, y los gases sólo lo verifican á otra mucho más elevada. Se ve además que si el espectro de un gas candente es discontinuo, correspondiendo las máximas de la luz á las de absorción, el espectro de una luz muy intensa, trasmitido por entre esta lla- ma, presentará un brillo mínimo en el punto en que el del gas presentaría un máximo. Al terminar su nota añade Mr. Kirchhoff, que ha obser- vado en la parle verde del espectro de la chispa eléctrica pro- ducida entre dos electrodos de hierro, cierto número de rayas brillantes que parecen coincidir con las rayas oscuras del es- pectro solar. Esta circunstancia indicaría al parecer la presen- cia del hierro en la atmósfera del sol. De la densidad, del hielo; por Mr. Düfour. (Comples rendus, 4 junio 4 860.) La cuestión de la densidad del hielo no se ha fijado toda- vía con seguridad. Los datos de diversos autores varían consi- derablemente, y los mismos trabajos más recientes no han con- seguido aún resultados que estén muy conformes. En 1801 Plácido Heinrich indicó 0,905 para esta densidad; después Thomson 0,940, Berzelius 0,916, Dumas 0,950, Osann 0,927, Plücker y Geissler 0,920, C. Brunner 0,918, y por último, H. Kopp, en un trabajo publicado en 1855, indica 0,909. Estas di- vergencias expresadas en aumento de volúmen en el momento de la congelación, corresponden á valores comprendidos en- tre i y TOMO X. 26 402 En una serie de investigaciones que tenían por objeto la congelación del agua y de las disoluciones salinas, tuve que ocuparme, dice el autor, en la densidad del hielo. El método que escojí para evitar las graves dificultades inseparables del uso de los procedimientos comunes aplicados al hielo, consiste en formar un líquido en el cual flota en equilibrio, y después en determinar la densidad de este líquido. Este era una mez- cla de agua y alcohol; y se habían tomado todas las precaucio- nes para disminuir en lo posible las diversas causas de error. El mismo método que seguramente no sirve en los comunes de determinación de densidad de un cuerpo cualquiera, tiene realmente ventajas cuando se trata del hielo. Ensayos prelimi- nares hechos con cuerpos cuya densidad pueda conocerse con cuidado, han dado á conocer que este método daba el verda- dero valor á una aproximación inferior á 0,002. El hielo eslu. diado estaba enteramente privado de aire, y se obtenía por me- dio de agua destilada muy hervida. Por último, el método se prestaba con facilidad a la determinación de un límite superior y de otro inferior de la densidad de cada pedazo. Dejando á un lado todos los detalles, me limito á dar aquí los resultados. En la mayor parte de los pedazos de hielo exa- minados, 0,922 ó 0,923 era seguramente un límite superior, y 0,914 otro inferior de densidad. Veintidós experiencias dan una densidad media de 0,9173, con una diferencia media de =±:0,0007. Las mayores diferencias de más y de ménos son +0,002 y —0,0013. La cifra 0,9173, que creo poder indicar con bastante segu- ridad como propia para expresar la densidad del hielo á 0o, es casi exactamente la de C. Brunner (0,9180); y este autor ha empleado un procedimiento enteramente distinto del mió. Esto corresponde á un aumento de volumen en el momento de la congelación de -m, ó muy sensiblemente A. Be las auroras boreales; por Kowalski. (Bibliot. univ. tic Ginebra, junio \ SCO.) La Sociedad imperial de geografía de San Petersburgo mandó en los años 1847, 48 y 30 una expedición al Oural 403 septentrional y á la cordillera de las costas de Pai-Choi, para determinar la altura y posición geográfica de los principales puntos de esta montaña, bien en Europa bien en Asia, desde el grado 58 de latitud hasta el mar Glacial. La expedición iba á las órdenes de Kowalski, profesor de la Universidad de Ka- san, y que actualmente es uno de los vicepresidentes de la So- ciedad de geografía, el cual publicó el resultado de sus traba- jos en una obra en dos volúmenes, que salió en alemán en San Pelersburgo en 1833, titulada El Oural septentrional y la cor- dillera de la costa de Pai-Choi. El primero de estos volúmenes contiene una introducción, la tabla de todas las observaciones astronómicas que sirvieron para determinar las posiciones geo- gráficas, y el total de una serie de observaciones magnéticas hechas en diversas estaciones. Kowalski, que ha tenido tantas ocasiones de ver y observar las auroras boreales, refiere de la manera siguiente lo que en sus observaciones le parece que es nuevo, ó se separa de la opinión generalmente adoptada. En la segunda mitad de marzo, estando en Puslosersk (lo- calidad de la Rusia septentrional), á los 67f de latitud N., tuve ocasión de observar magníficas auroras boreales. Como este fenómeno, que aparecía todas las noches cuando hacia buen tiempo, se diferencia en algunos punios de las mejores des- cripciones dadas, creo útil reunir aquí mis observaciones acerca de las auroras boreales que estudiaba entonces en Puslosersk y el invierno siguiente en ObJorsk, ciudad de la Siberia sobre el rio Ob, á los de latitud N. Según las mejores descripciones, el fenómeno consiste en lo siguiente. En la región septentrional del cíelo, ó con más exactitud, en la dirección de la inclinación de la aguja iman- tada, aparece primero un segmento oscuro de unos 10° de al- tura sobre el horizonte en su parte superior. Este segmento, de color violáceo sucio, termina por su borde en una faja luminosa de 3o á 4o de ancha, que estando perfectamente cortada por dentro se confunde por fuera con el color del cielo. De esta faja salen de cuando en cuando columnas luminosas que se extien- den hasta el zenit y aun mucho más: no siempre salen inme- diatamente del arco luminoso, sino también de otros puntos ele- vados del cielo, y loman diferentes colores. Algunas veces su- 404 cede que estas columnas al ir hacia el zenit se esparcen, y for- man entre todas una corona boreal en la dirección de la aguja de inclinación. En la descripción siguiente no insistiré masque acerca de los fenómenos que no están mencionados en el Cosmos de Humboldl, ni descritos en otra parte. Todas las auroras boreales que lie visto en Pustosersk ó en sus cercanías (los dias 15, 18, 22, 23, 24 y 23 de marzo de 1848) tenían no uno sino dos segmentos oscuros, cada uno con un arco luminoso. Los dos segmentos eran concéntricos; el in- terior tenia una altura de 4 a 5o sobre el horizonte en su punto culminante; el exterior cerca de 10°. Estas medidas podían te- ner un error de f ó algo más, porque los arcos luminosos no estaban claramente limitados por su interior, para que pudiese medirse la altura á Ia poco más ó rnénos; lanío más, cuanto que los movimientos undulatorios de la luz se comunicaban á lo interior del arco luminoso. Ambos arcos luminosos descen- dían hasta el horizonte, de modo que el exterior comprendiese un espacio de 40° á 60°. La luz de los dos arcos era del mismo color cuando no salía de las columnas luminosas: sin embargo, la interior era menor, y más escasa que la otra. Del arco inte- rior salía la luz en forma de haces ( buschelarlig ) con mucha lentitud, y por consiguiente no puede compararse el movimiento al del rayo ó del relámpago. La anchura del arco luminoso in- terior era algo menor de 3o; las columnas que salían de él rara vez y en corto número, no llegaban nunca al arco luminoso exterior. La zona que separaba ambos arcos, de unos 4U de an- cha, tenia el mismo color que el segmento inferior, aunque algo más clara; diferencia que debía atribuirse á la menor trasparencia del aire cerca del horizonte, más bien que á pro- piedades particulares a! segmento interior ó á la zona que se- para ambos arcos luminosos. Es digno de notarse que la luz de ambos arcos quedaba uniforme aun en las auroras en que todo el cielo parecía inflamado. Todas las auroras boreales antes mencionadas duraron toda la noche, y no desaparecieron hasta la mañana, como eclipsa- das por la salida del sol. La formación de las columnas era mayor á media noche, ó con más exactitud entre las once y la media noche; antes rara vez se manifestaban, y después eran 405 siempre ménos frecuentes; de modo que desde las tres hasta por la mañana no quedaban más que los arcos. Sabido es que la aurora boreal ejerce una influencia en la aguja imantada. Durante las auroras boreales observé la aguja de declinación ( declinalorium ), pero sólo de hora en hora. Las variaciones en la declinación eran algo mayores que por lo co- mún, pero por lo demás no observé ningunas importantes. Eran mucho más considerables ántcs de principiar el (meteoro. La aurora boreal está en relación íntima con el estado de la atmósfera, y de ello tenemos pruebas. Todos saben por ex- periencia, y los astrónomos mejor que nádie, que mirando con los telescopios, ó también á Sa simple vista, no centellean las estrellas en invierno si la atmósfera está llena de vapores, de modo que de la caima de la luz de las estrellas puede dedu- cirse que se formarán nubes muy pronto; mientras que si las estrellas centellean, podemos estar seguros de que el aire con- tiene poca humedad. En las noches en que las estrellas esta- ban poco brillantes, las auroras boreales eran tranquilas; y aunque las columnas luminosas se extendían por todo el cielo, no se observaba en ellas el movimiento vibratorio de la luz que las caracterizaba en las noches secas. Por el contrario, si la noche estaba particularmente fría, y el centelleo de las estre- llas era muy marcado, las auroras boreales se diferenciaban de las anteriores. Eran sensiblemente más intensas; y además de las columnas de fuego que sallan de los arcos luminosos ó de algo más arriba, y se extendían por todo el cielo con moderada velocidad, aparecía en diversos parages del mismo una luz se- mejante al rayo, ó para hablar con más propiedad, al relám- pago. Por su rapidez casi instantánea se distinguía de la de las columnas, que se esparcía con más tranquilidad y regularidad en el cielo. Las columnas tensan un movimiento uniforme, y su dirección pasaba siempre por el centro del arco luminoso, mientras que esta luz instantánea se manifestaba en todas di- recciones. Para formarse una idea exacta de ello, no hay más que figurarse relámpagos. En la noche del 25 de marzo (en Welikowisiatschnoje, cerca de Pustosersk) fué particularmente notable la aurora boreal. Las columnas luminosas se extendían casi enteramente en el cielo, que ios relámpagos instantáneos 406 parecían inflamar. Aquella noche me pareció varias veces que el relámpago aparecía muy cerca, y que se proyectaba en los edificios inmediatos. No se necesita decir que en oslas observa- ciones con facilidad estamos expuestos á ilusiones de óptica, y á lomar la reflexión del relámpago por este mismo. No obstan- te, puede admitirse que los relámpagos de que hablo eran un fenómeno más local y más próximo al espectador que las co- lumnas. Sin embargo, estas últimas no parecían formarse á una al- tura muy considerable. Comparando mis observaciones, las au- roras boreales en Obdorsk (6G|° de latitud N.) con las que se habían hecho en Beresow (ciudad sobre el Ob, á 53° fifi' de latitud N., algo más al O. que Obdorsk), encontré que algunas auroras grandes que había visto en Obdorsk no habían sido visibles en Beresow, aunque el cielo hubiese estado igualmente claro en este último parage. Después de las auroras sin relámpagos, cambiaba por lo común el tiempo, y se cubría el cielo al clia siguiente por la mañana ó por el día. Por el contrario, si á la aurora habían acompañado muchos relámpagos, el tiempo quedaba sereno, si no mucho, al ménos por todo el clia. De aquí puede dedu- cirse que el fenómeno de los relámpagos en las auroras borea- les es de un orden secundario, y está íntimamente conexionado con el estado local de la atmósfera. Una observación atenta de las auroras boreales, unida á una descripción exacta de las circunstancias atmosféricas en que se producen, daría tal vez á conocer conexiones más íntimas; y si no daba una explicación satisfactoria de este magnífico meteoro, contribuiría al ménos á explicar algunos fenómenos que le acompañan. Las auroras que vi en Obdorsk en octubre, noviembre y diciembre de 1848, no eran ni tan puras ni tan grandes como las que había visto en marzo en Puslosersk, porque son más frecuentes en el equinoccio y más raras en Siberia, especial- mente avanzando hácia el E. Raras veces he visto en Obdorsk que se formase completamente el arco luminoso, aunque una gran parle del cielo la ocupasen las columnas. S’or lo general, la parle N. del horizonte en la dirección del meridiano mag- nético parecía cubierta de una luz brillante é irregularmente 407 difundida, interrumpida por nubes en distintos sitios. La apa- rición de estas nubes era naturalmente accidental; pero es no- table que este hecho se haya repelido frecuentemente, aunque el resto del cielo estuviese enteramente puro, y se formasen coronas boreales en estas circunstancias. Wilke atribuye las coronas boreales á un efecto de pers- pectiva. Según él, todas las columnas luminosas son paralelas, y se mueven según líneas rectas paralelamente á la dirección de la aguja de inclinación. En esta hipótesis, todas las columnas luminosas deberían cortarse en el punto del cielo que está en la prolongación del extremo superior de la aguja de inclina- ción. La formación de la corona es un fenómeno raro, y solía suceder que no hubiese ninguna, aunque fuese ía aurora muy considerable. Las columnas se movian hacia diferentes puntos del meridiano magnético, y solían llegar á la parte S. del ho- rizonte, en vez de reunirse en el punto anteriormente desig- nado. Cito también un hecho que demuestra que las columnas luminosas se cortan realmente para formar la corona, y que por consiguiente no se mueven en línea recta. En una de las grandes auroras que observé en Obdorsk, al principio de la formación de la corona se encontraron dos columnas en la prolongación déla aguja de inclinación, inmediatamente des- pués de esle encuentro, la luz de una parte de estas columnas empezó á girar al rededor del rayo visual ( Gesichtslinie ); esta rotación de la corona era bastante lenta, porque una revolución completa duró cerca de minuto y medio, y la corona dio más de dos vueltas. Este fenómeno no puede ser un efecto de perspec- tiva, y por el contrario, manifiesta que las dos coronas se corla- ban realmente. En cuanto á los colores y á los visos de las columnas, creo que provienen de una niebla que algunas veces las acompa- ña, y no los he observado nunca cuando el cielo estaba com- pletamente claro. 408 QUIMICA. Hechos que sirven vara la historia del oxígeno ,* por Mr. SchOENBEIN. (Anal, de Quim. y Fís., mayo 48GO.) I . De los reactivos más sensibles para descubrir la presencia del agua oxigenada. Estos reactivos son los siguientes: Yoduro de potasio almidonado y sulfato ferroso. En presen- cia del yoduro de potasio no loma color azul el almidón, osólo con mucha lentitud lo verifica por el agua oxigenada dilatada en bastante cantidad de agua. Pero si á un líquido que no con- tenga más que de agua oxigenada se añade primero en- grudo de almidón, y después algunas golas de una solución di- latada de sulfato ferroso, se ve inmediatamente aparecer un color azul subido. Ferricianuro de potasio y sal férrica. El agua oxigenada da color azul inmediatamente á la mezcla muy dilatada de es- tos dos reactivos, puesto que reduce la sal férrica á sal ferrosa, que produce azul de Prusia con el prusiato rojo. Permanganato de potasa. Esta sal se reduce con el agua oxigenada con desprendimiento de oxígeno. Por consiguiente, si al agua acidulada que contenga tuUt> de agua oxigenada se añade permanganato, de modo que se produzca un color de rosa, este color desaparece al cabo de poco tiempo. Añil y sulfato ferroso. Una agua que contenga Toi 55 » ATMOMETRO. E por décadas. mm 9,3 11,7 7,9 irim 7,2 10,9 3,0 mui 10,5 14,1 5,1 E. máx. (dias 1,11 v 27) E . mín. (dias 3 20 v 21). ......... . E • mensual * » nim 9,0 )! PLUVIMETRO. Dias de lluvia , . . 5 Agua total recogida , 23m"\l Id. en el dia 19 (máximum). .................... 8 ,0 ANEMOMETRO. Vientos reinantes en el mes . N 35 horas. s 11 N. N. E 11 S. S. 0 24 N E 52 s. 0 91 E. N. E » O. S. 0 112 E 11 0 102 E. S. E 4 O. N. O 23 S. E 13 N. O 70 S. S: E 10 N. N. O 33 Id. id. del mes de julio. En la 1.a década del mes de julio se distinguieron tres pe- ríodos diversos bastante bien caracterizados: uno, del dia l.° al 3 inclusive, durante el cual se conservó la atmósfera turbia y anubarrada, con amagos repetidos de tempestad; otro, del 4 al 6, más despejado y caluroso que el anterior; y el último, compuesto de cuatro dias tranquilos y sin nubes, propio bajo todos conceptos de la estación reinante. Al estado precedente sucedieron en la 2.a década tres dias variables y ventosos; el 14, completamente despejado y tranquilo; el lo, de nuevo variable y tempestuoso por la noche; v otros cinco en los cuales, si bien el horizonte se conservo bastante turbio ó calimoso y poco diáfana ó blanquecina la at- mósfera, fué el temporal inmejorable. Durante el eclipse de sol que se verificó en el dia 18, la atmósfera permaneció despe- jada; sopló el viento constantemente del S. O., con oscilaciones al O. y N. O. y cambios bruscos y frecuentes de intensidad; apenas se notó en el barómetro variación alguna que alas pro- pias horas no se observe en los demás dias; aumentó muy poco la humedad; y la temperatura al sol descendió desde 42°, 3, correspondiente á lh 30m de la tarde, hasta 26°, 2, en que permaneció estacionaria 4 ó 5 minutos antes de las 3; y á la sombra de 3 á 4 solamente, de 29°, 8 hasta los mismos 26°, 2. Es de notar que el depósito del termómetro expuesto al sol y al aire libre se hallaba fuertemente ennegrecido, y dotado por lo tanto de un gran poder absorbente y emisivo, mientras que el del termómetro á la sombra conservó su superficie descu- bierta, ó en el estado ordinario. El dia 21, primero de la 3.a década, amaneció lloviendo, aunque muy poco, y tronando á lo lejos por elN. E. y S. O.; pero á las 8 de la mañana comenzó á despejarse, y antes de las 10 se habían ya disipado hasta los últimos vestigios de tempestad. Desde el 22 al 2o el temporal fué caluroso y anubar- rado; un poco húmedo y variable en los dias 26 y 27; y despejado, ventoso y fresco, en algunos momentos frió, en los cuatro últimos dias del mes. 426 La marcha del barómetro ha sido en julio la siguiente. Como en la última década de junio fluctuó al principio muy poco la columna de mercurio al rededor de 708mm hasta el dia 7; empezó después á descender, y con oscilaciones continuas de menguada amplitud se mantuvo entre 707 y 703mm hasta el 22; en el 23 experimentó una pequeña subida que perdió en el 24; y al fin volvió á recobrar su estado primitivo de unos 708mm. El periodo más caluroso del mes ha coincidido con la mitad de la 1 .a década, cosa que también acaeció en el año an- terior, si bien en este fué la temperatura notablemente superior á la del actual. La baja temperatura de los últimos dias, prece- dida en diversos puntos de la Península de fuertes tempestades, y acompañada en Madrid de un viento del N. E. bastante recio, merece asimismo, por lo anómala, una especial atención. Como era de esperar, el estado higrométrico del aire ha sido en julio inferior al del mes precedente, ya no muy elevado; un poco superior, por el contrario, la fuerza de evaporación, que sin embargo se mantuvo por término medio unos 4mm más baja que en la propia época del anterior estio, y apenas mensurable la cantidad de agua de lluvia recojida. En los cuatro primeros dias del mes alternaron principal- mente con los vientos del N. E. los del S. E., débiles unos y otros; con los del S. 0. los del O. y N. 0. en los sucesivos hasta el 10; con los últimos los del N. E. hasta el 14; y posterior- mente han soplado con especialidad los del 0. hasta el 26, y los del N. E. en los dias restantes. m BAROMETRO. \ / década. 2.a 5.a Am á las 6 m mm 709,03 mm 705,95 mm 706,76 Id. á las 9 708,54 706,14 706,87 Id. á las 12. 707,68 705,67 706,29 Id. á las 3 t 707,15 704,60 705,39 Id. á las 6. 706,78 704,33 704,99 Id. á las 9 n 707,52 704,97 705,99 Id. á las 12 708,12 705,19 706,54 Am por décadas mm 707,83 mm 705,27 mm 706,12 A. máx. (dias 3, 11 v 31 1 711,72 707,86 709,87 A. mín. (dias 9, 16 y 26).. . . 703,10 702,78 701,21 Oscilaciones 8,56 5,08 8,66 Ara mensual » mm 706,41 )) Oscilación mensual » . 10,15 » TERMOMETRO. 1 .“ década. 2.a 5.a Tm á las 6 m. . 19”, 2 18°, 5 15\9 Id. á las 9. 23,3 24,1 21 ,7 Id. á las 12 29 ,2 29 ,1 25 ,7 Id. á las 3 t. 31 ,5 30,6 29 ,1 Id. a las 6 29 ,3 29 ,3 26 ,3 Id. á las 9 n 23 ,8 24 ,7 22 ,2 Id. á las 12 21 ,2 21 ,0 18 ,3 Tm por décadas. 25°, 7 25°, 3 22°, 7 Oscilaciones. • 25,7 23 ,4 27 ,3 T. máx. al sol (dias 5, 14 y 24) 47°, 4 46u, 1 50,1 T. máx. a la sombra (dias 6, 15 y 24). 40 ,8 37,0 35 ,7 Diferencias medias. .......... 8,9 7,8 10 ,6 Tm mín. en el aire (dias 1, 20 y 31). . 15°, 1 13°, 6 8o, 4 Id. por irradiación dias (3, 20 y 31). . 12 ,8 10 ,5 4 ,6 Diferencias medias. 2 ,8 2 ,7 1 ,8 Tm mensual. 24°, 6 /> Oscilación mensual. i » 32 ,4 » 428 PSICROMETRO. \ .a década. 2.a o.9 II m á las 6 m 60 u v» 00 61 Id. á las 9 45 44 48 Id. á las 12 38 28 37 Id. á las 3 t 81 23 25 Id. a las 6 3o 2o 25 Id. a las 9 n , 46 31 32 Id. á las 12, 54 46 44 Hm por décadas 44 36 39 Hm mensual » 40 )) ATMOMETRO mm mrn rmn Em por décadas 9,7 11,8 11,2 E. máx. (dias 7. 17v 22 ... 11,4 12,9 12,7 E. mín. (dias 2, 13 v 21) 7,7 10,3 9,5 Em mensual )) mm 10,9 )) PLUVIMETRO. Dias de lluvia. 9. Agua total recosida. 1 n,in,8 Id. en el dia 21 (máximum) . ....... 1 ,4 ANEMOMETRO. Vientos reinantes en c l mes. N 10 horas. S 21 N. N. E 29 S. S. 0 11 N. E 130 S. 0. . 60 E. N. E 48 0. S. 0 41 E 80 0. ... 58 E. S. E 18 0. N. 0 . 36 S. E 62 N O.. 59 S. S. E. ....... lo A. N, 0. .... . 12 429 Id id. del mes de agosto. Al temporal despejado, ventoso y fresco de los últimos dias de julio, sucedió en la 1.a década de agosto otro igualmente despejado, más tranquilo y de temperatura superior también, aunque de ningún modo pecó de excesiva ó desagradable. En los dias 6 y 7 se sintieron, sin embargo, algunas ráfagas de viento fuerte del N. y N. E., desapareció entre la calima el horizonte en los 5 y 6, y en estos y en el 4 aumentó con especialidad la temperatura. Durante los cuatro primeros dias de la 2.a década engro- saron un poco las nubes, y se espesó todavía más la calima; pero del 15 al 16 la columna termomélrica descendió súbita- mente cerca de 8°, arreció la fuerza del viento, y se cubrió al fin la atmósfera de nubes por completo. En el propio dia 16 amaneció lloviznando, y continuó anubarrado, ventoso y desagradable hasta el 17, en que de nuevo mejoró el tempo- ral, disipándose las nubes y la calima, y aumentando poco á poco la temperatura en los dias sucesivos hasta el 20 inclusive. Como á las 11 de la noche del dia 12 se observó en este pe- riodo una débil aurora boreal de corta duración, aunque ex- tensa y de bastante altura, que apagaba un poco el brillo de las estrellas de la Osa Mayor. Al propio tiempo, entre la constelación citada y ía del Boyero se cruzaron algunas estre- llas fugaces, que con sus repentinas apariciones y desapari- ciones aumentaban la belleza del primer fenómeno (1). Fueron en la 3.a década días bastante buenos de verano, esto es, calurosos, despejados y tranquilos los 2 i y 22; un (I) Con la aurora indicada acaso tendrían estrecha relación las perturbaciones si- guientes ocurridas en las líneas telegráficas españolas, sobre las cuales tuvo por aquel tiempo la Dirección general del ramo la bondad de pasar una notad este Observatorio . En la noche del 1 I se notaron en todos los conductores corrientes eléctricas casi continuas, aunque débiles, que aumentaron de intensidad en la madrugada del 42, especialmente en las lineas de Estremadura y Galicia, llegando á tomar el fenómeno tales proporciones entre \ \ de la mañana y 1 déla tarde, que el servicio telegráfico quedó por esta causa casi com- pletamente interrumpido. Desde la última hora fué disminuyendo de uu modo notable la intensidad del fenómeno, que todavia, sin embargo, se percibió en la noche del dia 45, y muv poco en la madrugada del 44. 430 poco calimosos y pesados ya los 23 y 24; y mucho más aún el 25. En la mañana del 26 era espesísima la calima, y en general toda la atmósfera, turbia y rojiza ó encendida, ofre- cía un aspecto singular, y aun algo amenazador; pero hasta bien entrada la larde no se percibieron por el S. E. algunas nubes poco densas y como tempestuosas. El barómetro mien- tras tanto había descendido más de 3mm, y desde las 6 per- manecía estacionario. A las 6| reinaba una calma completa, y poco á poco las nubes del S. E. se iban extendiendo por el S. y S. O., y avanzaban lentamente hacia el zenit; alas 7 el nublado se propagaba, numerosos relámpagos difusos ilu- minaban el espacio, á la calma había sucedido una brisa dé- bil, y el barómetro comenzó á subir con rapidez; pero dadas las li se levantó de repente un terrible huracán del S., que sólo duró de 4 á 5 minutos, durante los cuales aglomeró todas las nubes al N. N. E., derribando á su paso por el suelo árboles, pararayos, puertas y otros objetos de peso y estabilidad con- siderables. Mientras esto sucedió hubo algunos truenos débiles, y cayó una ligera lluvia, que sólo sirvió para limpiar en parte la atmósfera del polvo que la enturbiaba. Pasados aquellos instantes de furia en los elementos, todo volvió á su anterior estado de calma, y á no ser por los destrozos causados, apenas se hubiera podido sospechar nada de lo ocurrido. Contra lo que se esperaba, todavía en la mañana del 27 presentaba la atmósfera una apa- riencia análoga á la del 26; mas por la tarde y noche fuese des- pejando, y al fin sobrefino un temporal variable y revuelto, pero no desapacible, que ha dominado en los restantes dias del mes. Hasta el día 3 se sostuvo el barómetro, como á fines de julio, alrededor de 708mm de altura; mas en los tres siguientes des- cendió hasta 762, para volver otra vez á su primer estado el 7. Del 11 al 16 hubo un nuevo descenso, de la misma amplitud que el anterior, y del 17 al 19 otra subida hasta 769 y 71Qram, tras de la cual otra vez comenzó á bajar la columna de mercurio, aunque con mucha lentitud. Durante todo el mes las oscilaciones diarias fueron bastante uniformes, próximamente de 2mra, sin que bajara ninguna de lmra ni pasara la mayor de 4. En los 15 primeros dias varió muy poco la temperatura, 431 tanto al sol como á la sombra, siendo por término medio de 24° en el segundo caso, y correspondiendo en este largo intervalo la mayor diferencia, de 3o, 5, al dia 5. Del 16 al 18 ocurrió un descenso de 7o, que desapareció el 19; y entre el 22 y el 27 cayó el periodo más caluroso del mes, y, salvo el de la 1.a dé- cada de julio, de lodo el año. Los dias de lluvia ó tempestad han sido en agosto tan raros como en julio, diferenciándose asimismo poco los dos meses por la humedad muy escasa de la atmósfera y el grado bas- tante elevado de evaporación. En la 1.a década fueron los vientos dominantes los del E. y N. E., alternados con los del S. E. y N. 0., casi siempre muy débiles, yen las 2.a y 3.a los del S. 0. con los del N. E. y N. O. también. Aparte por lo excepcional el 26, los dias de viento un poco impetuoso fueron los 6 y 7, lo y 16, y los cuatro últimos del mes. BAROMETRO. Am á las 6 m Id. á las 9 Id. á las 12 , Id. á las 3 t Id. á las 6 Id. á las 9 n Id. á las 12 Am por décadas A. máx. (dias 8, 20 y 24) A. mín. (dias 5, lo y 31). Oscilaciones. Ain mensual Oscilación mensual 1 ,8 década. 2° 3.s mm 707,17 rrim 706,01 mm 707,41 707,30 706,31 707,76 700,72 705,68 707,05 705,66 701,80 705,97 705,24 704,40 705,78 705,92 705,19 706,43 706,41 705,56 706,43 mm 700,35 mm 705,42 mm 706,69 710,68 710,94 709,46 700,84 700,76 702,65 9,84 10,18 6,81 » mm 706,15 » » 10,18 b 432 TERMOMETRO. .n década. 2. 8 5.a T m 3. I el S 6 Lll . o ...... ■ 16°, 9 14°, 6 17', 8 Id. á las 9 22 ,1 20 ,9 24,0 Id. á las 12 27 ,9 25 ,9 29,0 Id. á las 3 l. ................... . 29 ,7 28 ,5 31.8 Id. á las 6 28 ,4 26 ,8 29,6 Id. á las 9 n. 23 ,0 21 ,7 24,6 Id. á las 12 . . 19 ,6 18 ,5 21,1 Tm por décadas 23°, 9 22°, 4 25°, 5 Oscilaciones 25 ,0 25 ,9 24,3 T. máx. al sol (dias 4, 19 y 24). ... . 46°, 2 46u,0 47°, 9 T. máx. á la sombra (dias 5, 19 y 24) . . 36 ,7 34 ,4 37,7 Diferencias medias 9 ,8 7 ,4 7,4 T min. en el aire (dias 8, 17 y 28). 11°, 1 8°, 5 13°, 4 Id. por irradiación (dias 8, 17 y 28).. 9 ,2 5 ,2 9,0 Diferencias medias. . ............. 2 ,3 3 ,8 3,3 Tm mensual » 23°, 9 » Oscilación mensual » 29 ,2 PSICROMETRO. S .s década. 9 a — . a o. a las 6 m 57 68 57 Id. á las 9 ................ 48 52 46 Id. á las 12. 35 39 31 Id. á las 3 t 27 27 24 Id. á las 6 . 33 31 26 id. á las 9 n. 33 40 38 Id. á las 12 45 53 47 Ifm por décadas 40 44 38 Hm mensual » 41 )) 433 ATMOMETRO. Em por décadas E. máx. (días 6, lo y 27) E. mín. (dias 8, 16 y 29).. Etn mensual mm mm mm 10,6 9,8 10,4 12,3 13,1 11,8 8,9 6,6 8,9 mm 10,3 » PLUVIMETRO. 2mm,l 0 ,9 ANEMOMETRO. Vientos reinantes en el mes N 22 horas. s 42 N. N. E 7 S. S. 0 18 N. E . 88 S. 0 . 108 E. N. E 30 O. S. 0 62 E 98 0. 68 E. S. E 5 0. N. 0 9 S. E 34 N. 0. 66 S. S. E 10 N. N. O 38 Dias de lluvia. Agua total recojida Id. en el dia 16 (máximum) T0510 X. n 43 i í * « i P* 9 au 9 B» M' ¡* ■I O 9 y 9 p í® 9 P n i* B 9 S 0 e 9 m 9 S Observaciones hechas en el mes de abril de 1860. 435 {&&&*>+ zoología. De las ballenas sueltas del golfo de Vizcaya; por Mr. Eschricht. (Comptcs rendas, 21 mayo -I SCO.) En julio de 1838, dice el autor, tuve el honor de presentar una Memoria acerca de un nuevo método del estudio de los cetá- ceos. Entonces no estaba en París masque de paso de Copen- hague para Pamplona, con objeto de examinar allí el esqueleto de un ballena! o cojido en el puerto de San Sebastian el 17 de enero de 1834; y al hacer mención de él al fin de mi Memo- ria, añadí que no tardaría en comunicar el resultado de este exámen. Para cumplir esta promesa, publico hoy las presentes líneas. Lo que dio al exámen de este ballenato de San Sebastian un interés particular, es que no se trataba, como suele suceder por lo común con las ballenas que vienen hasta las costas de Europa, de un balenóptero, sino de una ballena suelta. Aníes de cojerle, se había observado este ballenato acompañado de su madre. Hay, pues, en nuestros dias ballenas sueltas en el Atlántico septentrional, y pueden penetrar algunos de estos individuos hasta lo interior del golfo de Vizcaya. Pero hay más de una especie de ballenas sueltas: ¿de cuál son estas últimas? Seguramente que deben ser de la misma especie que las que se manifestaron aun en gran cantidad en los siglos anteriores. Este caso nos presentaba, pues, una hermosa ocasión de preci- sar por último de una manera positiva la especie de eslas ba- llenas del golfo de Vizcaya, que fueron las primeras objeto de la pesca con harpon. 436 Guvier ha decidido ia cuestión en favor del Mysticetus, y creo que todos sus sucesores han aceptado tal decisión. Pero el gran maestro no había tenido á su disposición los materiales necesarios para la solución del problema. Por un lado no pudo disponer de ninguna parte de estas ballenas del Atlántico sep- tentrional; por otro no había tenido dalos positivos acerca de las costumbres v emigraciones del misliceto , como nosotros hemos podido obtenerlos de los dinamarqueses residentes en las costas de la Groenlandia, especialmente por el capitán Hol- boll. Resulta de estos datos que el misliceto es una especie ex- clusivamente boreal» de modo que ni un sólo individuo sale ja- más de los mares llenos de hielo. Por su parte el profesor Mr. Reinchardt, de Copenhague» examinando los archivos de la Dirección de las colonias dinamarquesas en la Groenlandia, ha obtenido pruebas evidentes de que las costumbres y emigracio- nes de esta especie fueron absolutamente las mismas en los si- glos anteriores que las que son en nuestros dias. No pasemos en silencio las relaciones de los antiguos islan- deses y de los pescadores de ballenas de los dos siglos anteriores. No eran hombres bastante instruidos para precisar las especies por caracteres científicos; pero sí hombres prácticos, para ios cuales era de la mayor importancia la distinción de las dife- rentes especies de ballenas. Pues bien, aquellos hombres, los únicos que han tenido ocasión de comparar las ballenas del Atlántico septentrional con las de los mares glaciales, estuvie- ron todos conformes en distinguirlas entre sí como animales en- teramente diferentes. Las ballenas sueltas del Atlántico eran para los pescadores holandeses los Nordkapers. Pero lo que hay más curioso en las relaciones de estos hombres tan ejercitados en distinguir las ballenas, es que al ir al Cabo y á las Indias Orientales creyeron reconocer allí en las ballenas australes sus Nordkapers. Para que no se vaya á juzgar con demasiada severidad á estos hombres prácticos, debo decir que algunas observaciones del siglo XVI II se habían hecho singularmente en favor de esta idea, enteramente opuesta á la de Guvier. En esta época las ballenas sueltas parecían haber desapare- cido del Atlántico septentrional; sin embargo, se encontraba allí de cuando en cuando un individuo aislado; y en efecto, las 437 observaciones más ó ménos evadas que han llegado hasta nos- otros se aplican mucho mejor á la ballena del Cabo que al mis- íiceto. H¿ aquí cómo hace 20 años que me he visto precisado a aventurar en una Memoria presentada á la Academia Peal de Copenhague, que el Nordkaper de los antiguos pescadores de ballenas, había sido más bien una ballena austral que no un misticeio. Sin embargo, como las observaciones acerca de las costum- bres y las emigraciones del misticeio nos habían impedido adop- tar la hipótesis de Cuvier, del mismo modo las que recojió des- pués Mr. Maury en los Estados-Unidos acerca de las ballenas australes, nos han impedido sostener la opinión de los pescado- res holandeses. En efecto, de estas observaciones resulta, que si por una parte el misticeio no pasa nunca más alia de la lí- nea glacial, por otra las ballenas australes nunca llegan á los mares trópicos; y sería contra toda analogía presumir que ani- males del mismo género, separados por toda la zona tropical, fueran también de la misma especie. No quedaba entonces más que una tercera hipótesis, á saber, que el Nordkaper de los antiguos pescadores, es decir, la ballena del Atlántico, fué una especie diferente, no sólo del misticeio sino también de la ballena del Cabo. Pero mientras que esto no era más que una hipótesis, ia ciencia permanecía acerca de esta cuestión en los mismos tiempos de Klein y de lacépede, que en efecto habían adoptado ya el Nordkaper como especie separada. De lo que se trataba actualmente era de demostrar su exactitud por medio de observaciones directas, hechas con todo el rigor introducido en ia ciencia por Cuvier. Este es el motivo de que me pareciese que el esqueleto encontrado en Pamplona presentaba una ocasión tan favorable, como no po- dría esperarse nunca que se obtuviera en nuestros tiempos. Teníamos allí el esqueleto de un ballenato que acompañaba á la ballena madre, y que en enero de i 854 se había adelan- tado hasta el puerto de San Sebastian, es decir, en la misma estación y en el mismo golfo adonde en otro tiempo llegaban bandadas enteras. ¿Era este esqueleto el de un misticeio? En este caso las conclusiones que habíamos deducido de las obser- vaciones acerca de las costumbres de esta especie eran falsas, m y por lo tanto la teoría de Cuvier obtenía un decisivo apoyo. ¿O bien era una ballena del Cabo? En este supuesto había que decidirse en favor de los antiguos pescadores. ¿Pertenecía por último á una especie nueva? A mi llegada á Pamplona encontré todo preparado para facilitarme los estudios, gracias á las atenciones del general Zarco del Valle, de Madrid, á quien fui recomendado por mi amigo el Dr. Sichel, de París. El Sr. triarle, director del Museo de Pamplona, me auxilió por su parte de un modo que nunca olvidaré. El esqueleto no estaba montado, pero le encontré según ha- bia salido del baño de maceracion, lodos los huesos separados, los ligamentos y las partes cartilaginosas destruidos, lo cual hizo que no pudiera formarse idea de la forma de los miembros torácicos y de varios huesos, cuya osificación era muy poste- rior, como sucedería en un ballenato que probablemente ma- mase todavía. No obstante, bastó perfectamente para dar una respuesta decisiva á las principales cuestiones que me había propuesto. l.° Examinando los maxilares superiores y frontales, lo misino que el omoplato y algunos otros huesos, todavía pude convencerme de que no podría tratarse del misticeto; y sin pre- senlar aquí los desarrollos que saldrían de los límites naturales de este trabajo, no temo afirmar que el nuevo método deeslu- dio de ios cetáceos, de que también he tenido el honor de pre- sentar una exposición, le hemos aplicado el profesor Mr. Rein- hardt y yo con un éxito completo en esta especie. Hemos reci- bido de las colonias dinamarquesas en Groenlandia esqueletos enteramente completos del macho casi adulto, de un individuo joven, de otros dos recien nacidos y de un feto; de modo que hemos tenido la ventaja de estudiar la osteología del misticeto en todas las modificaciones de la edad y del sexo. 2/ He debido dudar algunos momentos antes de decidirme con la misma seguridad por la afinidad de este con la ballena del Cabo. En efecto, todos los caracteres que sirven para dis- tinguir el esqueleto de esta especie de el del misticeto, se en- cuentran en él más ó ménos marcados, especialmente la direc- ción de la apófisis orbital, del maxilar y del frontal, por lo que 439 parece mucho más rápida hácia atrás la pendiente del paladar, y ménos echada atrás la órbita que en los misticetos. 3.° Pero algunos de estos caracteres se manifiestan , sin embargo, modificados más ó ménos sensiblemente; así sucede con especialidad respecto de la magnitud ménos desproporcio- nada de la cabeza. En el misticeto la cabeza ocupa en todas las edades un tercio de la longitud total (en el macho adulto es mucho más todavía); en la ballena del Cabo dos séptimos poco más ó ménos; mientras que en el individuo de San Sebastian apenas pasa de un cuarto. Este hecho, que ya indicó el Dr. Mo- nedero en su excelente lámina litografiada del ballenato, me pa- reció comprobado, comparando la medida de la mandíbula su- perior y de la serie de vértebras colocadas en fila á distancias convenientes entre sí. La pequeña cabeza de esta especie le da también una fisonomía tan singular entre las ballenas sueltas, que de seguro se la reconocerá á primera vista, bien por el esqueleto, bien por su exterior. No necesitamos añadir que el omoplato, aunque se parece al del australis , tiene sin embargo signos particulares, y que el número de las vértebras difiere sensiblemente del que se encuentra en esta especie. Tenemos, pues, seguramente tres distintas especies de ba- llenas sueltas. Pero no olvidemos que la ballena del Atlántico septentrional se acerca mucho más á la del Cabo que al misli- ceto. Ultimamente, se ha indicado también una nueva especie en los parages de la Nueva Zelanda, pero que también se pa- rece á la ballena del Cabo. Añadiremos que he tenido á mi disposición el feto de una ballena suelta, cojida en las costas del Kamschatka en 1841, en el verano, por un ballenero dina- marqués, y que también vi en él una nueva especie. Termina- remos indicando que esta nueva especie pertenece también al grupo de las ballenas australes, y que la teoría de la distribu- ción geográfica de las ballenas sueltas se verifica, por decirlo así, por sí misma. Al reconocer Cuvier que la ligereza de los zoólogos para formar nuevas especies habia reducido en su tiempo la celo logia á que no mereciese el nombre de ciencia, adoptó en sus investigaciones una crítica bastante severa, para no que- rer reconocer ninguna especie, cuyos caracteres zoológicos no 440 estuviesen demostrados directamente. Por este rigor se vió conducido á no hacer justicia á los pescadores, gentes muy há- biles en distinguir las especies, pero poco ejercitadas en fijar exactamente los caracteres esenciales. Al borrar su Nordkapcr del Atlántico estaba en un error, pero en cambio fundaba la división científica de las ballenas sueltas, estableciendo los ca- racteres exactos de las dos especies que en adelante quedaron como tipos de los dos grupos de este género, los mislicelos y los nordkapers. Los sucesores de Cuvier, siguiendo el ejemplo del maestro, se han figurado que el misticelo representa las balle- nas del Norte, y la del Cabo las del Sur del Ecuador. Según lodo lo que acabamos de decir, la distribución geográfica de las ballenas sueltas es diferente. El mislicelo es el representante de las ballenas glaciales; la ballena del Cabo el de las ballenas de los mares templados. Si el misticelo no sale nunca de los hielos polares, los nordkapers tampoco salen de las aguas tem- pladas, ni para entrar en los hielos, ni para pasar Sos trópi- cos. No sabemos si hay ballenas sueltas en los mares glaciales del polo S.; en los del N. no hay más que mislicelos. Por otra parle hay ballenas sueltas en lodos los graneles mares com- prendidos entre ambos continentes, y todas ellas pertenecen al grupo de los nordkapers. Las de los mares meridionales están separadas de las de los septentrionales por la zona tropical, y se diferencian de ellas específicamente. Es muy probable también que más alia del Ecuador haya varias especies de nordkapers, es decir, que se encuentren ballenas que se diferencien de las del Cabo; pero de seguro que al N. del Ecuador los nordkapers del Atlántico se han diferenciado, y todavía se diferencian, no sólo de esta especie sino también de los nordkapers del Océano Pacífico. Las nociones acerca de las ballenas sueltas han debido empezar por los nordkapers, puesto que eran los que pescaban los vascongados. Las primeras relaciones acerca del misticelo se encuentran en el precioso manuscrito irlandés del siglo XII, el Espejo Real. Allí se le da el nombre de nordwalí al que en los inviernos muy rigurosos se ve obligado á bajar hasta las costas septentrionales de la Islandia , en oposición al sletbag (ballena de lomo liso) ó nordkaper del Atlántico septentrio- 441 nal que llegaba allí en la primavera, después de salir de sus moradas de invierno á la altura del golfo de Vizcaya. Las relaciones acerca de las ballenas que se encuentran en los ma- nuscritos irlandeses se tenían por fábulas, pero muchas veces equivocadamente; el misticelo fué un animal nuevo para los zoólogos cuando los holandeses, penetrando en los hielos para buscar paso al N. de Siberia hacia las Indias Orientales, en- contraron allí otra fuente de riquezas en recompensa de su celo. La gran utilidad de la pesca del misticelo había hecho des- cuidar por mucho tiempo la de los nordkapers. Hasta nuestros dias no se ha vuelto á emprender esta úl- tima pesca en los grandes mares templados del globo. Esta es la razón de que hasta ahora no haya tenido la ciencia idea clara y precisa de la distribución geográfica de estos cetáceos. PAIjEONTOILOCIA' De los restos de reptiles últimamente descubiertos cerca de Elgin; por Mr. Huxley. (L’Iastitat, 7 diciembre ^S59.) Habiendo recibido el autor algunos ejemplares de arenisca que contenían lo que él consideraba como vestigios de reptiles, y para resolver el problema que consistía en caracterizarlos, se puso en comunicación con MM. Duff y Gordon, sin cuya eficaz cooperación hubiera sido enteramente inútil su trabajo. Ha te- nido la satisfacción de recibir masas de arenisca, que presenta- ban impresiones que le permitieron deducir que pertenecían a un reptil y no á un pez. En seguida recibió impresiones en la arenisca, de lo que parecía haber sido en otro tiempo un hueso, y que se asemejaban á las placas óseas de un Aligátor , de lo cual dedujo que el reptil de que se trataba era una especie de cocodrilo. Estudiando con mayor atención este asunto, le sor- prendió recibir un fósil, que según Mr. Agassiz ha declarado, es el más extraordinario que hasta ahora ha visto, y que por el vaciado quede él se ha hecho, parece representar la cola de un reptil antiguo. También ha hecho ejecutar otro vaciado de 442 un fósil, que presenta una cavidad extraordinaria, y que parece consistir en vértebras dorsales; en otra pieza ha encontrado un fragmento de vértebra parecida á las que sostienen las agallas de los cocodrilos. Ha adquirido igualmente un fragmento de are- ñisca, en que se observa una impresión de vértebra con indi- cios que caracterizan particularmente al cuello: para cercio- rarse de cómo eran los dientes y la cabeza, recojió un fragmento de roca con impresión de una mandíbula superior y de una serie de dientes que se parecían en extremo á los de un coco- drilo. Por estas indicaciones, y otros vestigios además, ha lle- gado á deducir que el animal habia sido un reptil cocodrilo, cercano á la serie díuosauriana, pero que presentaba diversos puntos de divergencia respecto de todas ¡as especies vivas ó fó- siles, y que el período de su existencia debía ser el represen- tado por las arenas verdes. Mr. Huxley describe también otras impresiones en arenisca que le remitió Mi*. Gordon, y que in- dican otro reptil de curiosos dientes palatinos, al que propone dar el nombre de ilijperodapedon Gordoni . Por último, tam- bién ha recibido dos fragmentos de roca, uno de los cuales con- tiene una impresión de reptil parecida á la del Staganolepsis. (Por ía Sección de Ciencias Naturales, Camilo de Yela.) VARIEDADES. ® Del número de meteoritos ó aerolitos , y consideraciones sobre el papel que desempeñan en el universo. Con este título publicó Mr. Rcichenbach una Memoria en la entrega de diciembre de I h ñ 8 de los Anales de Poggcndorff. Resume el autor esta interesante disertación como sigue. 1. ° 12 meteoritos ó aerolitos cuando ménos caen al dia; 4.500 al año. 2. n Muchos son pequeños, pero otros abultados, y pesan centenares y basta millares de quintales. 3. ° Algunas grandes masas desparramadas por la superficie de la tierra, v. gr., varias reuniones de doleritas, parecen tener origen rneteó- rico, ó haber caído del cielo. 4. ° Por precisión habrán influido algo estas grandes masas en el es- tado de equilibrio de ¡a tierra. 5. ° Los levantamientos que han solido repetirse en la superficie de la tierra con sus capas trastornadas, se pueden atribuir á caldas extraor- dinarias de piedras raeteóricas. fi.° Las especies minerales que se hallan en ios aerolitos, se vuelven á hallar en las rocas volcánicas ó plutónicas de nuestra tierra. 7. ° Las sustancias que entran á componer los aerolitos son también, sin excepción, parte de la composición de la tierra. 8. ° El peso específico medio de la tierra es rigurosamente igual al del conjunto de los aerolitos; bajo cualquier aspecto se ve, pues, íntimo parentesco entre ambas formaciones. 9. ° El mismo calor terrestre, con su aumento según se profundiza, con las lavas y los fuegos volcánicos, tiene singular analogía con los fe- nómenos de ignición y fusión de la capa exterior de los aerolitos al llegar á la tierra. 10. Tiene por tanto la tierra conexiones muy marcadas con los aero • litos, y probabilísimamente no es más que un conjunto de estos. 11. Los satélites, los planetas pequeños ó asteroides y los grandes tienen iguales conexiones con los aerolitos. 12. Los diferentes tamaños de los planetas entre sí son proporcio- nales á los de los aerolitos también entre sí. Esta proporcionalidad llega hasta las diferentes composiciones. 444 El punto adonde se encaminan todas estas analogías, ó la conclusión general á que conducen, es evidentemente que todos los cuerpos plane- tarios, inclusa nuestra tierra, tienen por precisión un origen meteórico, el mismo que los aeorolitos, ó bien que estos no son más que planetas pequeños, que forman parte de nuestro sistema solar. Se baja de los pla- netas más abultados á los aerolitos más reducidos por una serie conti- nua. Los aerolitos ocupan el medio de la distancia entre los cometas y ios planetas pequeños. En una disertación anterior había examinado Reichenbach las ínti- mas conexiones que á su juicio existen entre los meteoritos ó aerolitos y los cometas, y sacó la conclusión de que los aerolitos no son realmente más que cometas que han pasado, condensándose, del estado de polvo im- palpable ai de masa sólida. Partió del hecho de que la cola y aun el núcleo de ios cometas son trasparentes, de que la luz que los atraviesa no se refracta nada, de que el cometa no es por tanto una masa gaseosa ni fluida; de que la luz cometaria se polariza, y es sólo luz solar refle- jada; de que el cometa viene á ser en suma una reunión ó enjambre de granos ó moléculas sólidas, muy distantes, reunión ligera, trasparente, luminosa por reflexión, perfectamente móvil y flotante en el espacio va- cío. Examinando luego con sumo esmero la composición interna de los 1 i 4 aerolitos que forman su colección, la más rica del mundo después de la del gabinele imperial de Viena, vió que casi todos constan de es- terillas reunidas por una ganga de sustancia amorfa, que son unos agre- gados de cuerpeciílos redondos formados libre é independientemente en ios espacios vacíos, con existencia propia, formando cada uno como un aerolito en otro aerolito. Concibamos, dice, un espacio de muchos millo- nes de leguas de diámetro, como el que ocupa la cola de un cometa, lleno de sustancia en estado de polvo impalpable, á semejanza de una disolu- ción química en el momento de precipitarse y cristalizarse. Pío se veri- ficará la condensación ó cristalización en uno ó más puntos sólo, sino en millones de millones de ellos, y dará por resultado millones de cristali- fos rodeados de espacios vacíos, porque los centros de atracción han ve- nido á chupar ó absorber la sustancia circunvecina. La reunión de tales cristales suspendidos forma una inmensa nebulosa; si la enorme cohorte de cuerpeciílos tiene un movimiento común de traslación, se le podrá llamar enjambre, y se presentará dolado con todas las propiedades que ostentan los cometas. Para Reichenbach no hay más que un paso de los cometas á los aerolitos; basta pasar de la condensación primera que tuvo el polvo impalpable, á otra que suceda en los innumerables cristalitos cuyo choque ó roce mútuo borraría los ángulos y originaria conjuntos de cuerpeciílos redondos reunidos por la ganga amorfa arriba menciona- 445 da. A la objeción do que el cometa es un centro sobrado inmenso para no dar de sí más que un aerolito, responde Reichcnbacb que el peso calculado de la masa total de los cometas no es considerable, y que han caído aerolitos del tamaño de un caballo, una casa, un cerro; pien- sa ser probable que ciertas montañas del globo sean realmente aero- litos. Dos clases de cometas se observan, con cola unos, sin ella otros; pues también hay dos chases de aerolitos, con cuerpecilios redon- dos unos, sin ellos otros, formando como una masa continua. Consérvase, pues, la analogía también bajo este aspecto; á las diferencias observadas entre los diversos cometas corresponden las notadas entre los aerolitos, cuya consistencia varia desde la de un conjunto arenáceo desmenuzable, hasta la de una masa metálica fundida. Por lo mismo de estar admitido en principio que las moléculas sólidas, cuya reunión constituye un co- meta, son tenuísimas y están muy distantes unas de otras, se concibe muy bien que la tierra haya podido atravesar por la cola de ciertos cometas sin experimentar perturbación alguna; pero se pudieran esplicar por esto mis- mo ciertas lluvias de polvo, cuyo origen misterioso está por adivinar. Se lamenta Reichenbacb, al terminar su escrito, de que los astrónomos no hayan mirado con mucho interés á los aerolitos, que son verdaderos cuerpos celestes, sujetos cual los cometas y planetas á las leyes de la gravitación universal, ccrn la inmensa ventaja de poderlos manejar, exa- minar, analizar, descubriéndonos el secreto de la física de los espacios, etc. Desearla que en todo Observatorio hubiese una colección de aerolitos, que vendría á serlo de estrellas. — De la producción del amoniaco por medio del ázoe del aire; por Móf. Marguerille y SourdevaL Desde los notables trabajos de M1YÍ. Lio- big, Schatíenraann y Ktiblmaon acerca de la acción fer t ilizadora de las sales amoniacales, la producción del amoniaco á un precio económico ha sido un problema coya solución interesa muchísimo á la agricultura. Pero para llegar á este resultado se comprende que era preciso sacar el ázoe de otra parte distinta de las sustancias azoadas, que casi todas pueden emplearse directamente como abonos, y cuyas limitadas cantida- des y excesivo coste no permitirían en todos los casos más que una fa- bricación reducida y costosa. El aire atmosférico es una fuente inagotable y enteramente gratuita de ázoe. 3No obstante, este elemento ofrece en sus reacciones químicas tal indiferencia, que á pesar de las muchas tentativas que con este objeto se han hecho, no se ha podido hasta ahora combinarle con el hidrógeno para producir industrialmente amoniaco. Sin embargo, MM. Margueritíe y de Sourdeval preparan en el dia amoniaco con el ázoe del aire, y han conseguido este resultado tan deseado empleando un agente, cuyas nota- 446 bles propiedades y reacciones marcadas y precisas les permitieron llegar donde tantos otros habian encontrado obstáculos. Este agente es la barita, de la cual no sospechaba nadie que estu- viese destinada á representar el papel que hoy desempeña en el desar- rollo de la riqueza agrícola. En efecto, la fabricación del amoniaco está fundada en un hecho en- teramente nuevo, la cianuracion del bario. Hasta ahora se habia creído que sólo la potasa y la sosa tenian la propiedad de producir la forma- ción del cianógeno, que las bases alcalinas terreas, por ejemplo la barita, no podían en ningún caso cianurarse. MML Margueritte y de Sourdeval reconocieron que esta opinión era completamente errónea, y que la barita mucho mejor que la potasa, que difícilmente se cianura, y que la sosa, que no se cianura, fija el ázoe del aire ó de las sustancias animales en considerables proporciones. Ya se comprende que para la preparación del azul de Prusia presenta el cianuro de bario ventajas mayores que el de potasio, porque el equiva- lente de la barita cuesta siete veces inénos que el de la potasa. De este modo se hallará obtenido práctica y realmente el resultado anunciado por primera vez por Desfosses, y que en vano se ha tratado de proseguir en Francia e Inglaterra, á saber: la fabricación de los cia- nuros con el ázoe del aire atmosférico. Esta solución tan importante depende únicamente de la diferencia esencial que existe entre las propiedades de la barita y de la potasa: la primera es infusible, fija, porosa, se cianura profundamente sin pérdida? la segunda es fusible, volátil, no se cianura más que en la superficie, y va mermando por volatilización hasta un 5 0 por 10 0. Pero para MM. Margueritte y de Sourdeval no era el cianuro de ba- rio más que una sustancia azoada, cuya fuente ilimitada debería permi- tirlos fabricar amoniaco en cantidades que no tenian otros límites más que las necesidades de la agricultura y de la industria, y el gran pro- blema que habia que resolver era la trasformacion del cianuro en amo- niaco por un medio que á la vez fuese sencillo, rápido y poco costoso. He aquí en resúraen las disposiciones de la operación. Se calcina en una retorta de barro, á una temperatura elevada y sostenida, una mezcla de carbonato de barita, de limaduras de hierro, de un 30 por 10» de brea de hornaguera y de serrín de madera. Así se consigue reducir al estado de barita anhidro la mayor parte del carbo- nato empleado. En seguida, por la masa porosa se hace pasar lentamente una corriente de aire, cuyo oxígeno se convierte en óxido de carbono pasando por una columna de carbón candente, y cuyo ázoe en presencia del carbón y del bario se trasforma en cianógeno, y produce cantidades 447 considerables de cianuro. En efecto, la sustancia enfriada, resguardada del conlaclo del aire y lavada con agua hirviendo, da con las sales de hierro un abundante precipitado de azul de Prusia. La mezcla calcinada así y cianurada se recibe en un cilindro de fun- dición ó de palastro, que sirve á la vez de tapadera y de aparato para la trasforraacion del cianuro. En seguida se hace pasar por este cilindro, á una temperatura menor de 3 0 0°, una corriente de vapor de agua, que desprende en forma de amoniaco la totalidad del ázoe que contiene el cianuro de bario. Los agentes principales de la operación son por consiguiente el aire atmosférico, el agua, el calor? es decir, el carbón que nos presenta la na- turaleza en cantidades inagotables. En cuanto á la barita sirve indefini- damente, si es posible que pueda existir una función indefinida para fijar de un modo intermedio el ázoe, y volverle en seguida al estado de «amoniaco. Es difícil encontrar en la industria condiciones más econónrcas? y puede creerse que esta fabricación, que se anuncia seriamente, dará los resultados que hay derecho para esperar. Es necesario añadir que el carbón barítico, después de haber dado el cianuro ó el amoniaco, contiene como residuo cierta cantidad de barita, que se podrá utilizar: l.° para obtener acetato de barita, que reemplaza- rla bien pronto á las sales de plomo en la preparación del acetato de alúmina? 2 o para fabricar los jabones por la descomposición directa de los sulfatos de potasa y sosa? 3.° para la extracción del azúcar de las melazas por el procedimiento de Mr. Dubrunfaut. Desde ahora puede preverse todo el partido que pueden sacar las ar- tes y la agricultura del uso de la barita, reducida en el dia por medios prác- ticos, del cianuro de bario, y por último, del amoniaco á un precio cómodo. — Mejora clel higrómetro de cabello; por MM. Midre y Charrierc. Esta modificación permite obtener por una sola observación el máximo y el mínimo de humedad del aire. El higrómetro de cabello no es ciertamente un instrumento perfecto y rigurosamente comparable: ofrecerla ventaja sustituirle los instrumen- tos mas rigurosos de la ciencia moderna, si su manejo no exigiese dema- siado tiempo y cuidado, y si no fuese infinitamente mucho más cómodo leer con una sola mirada los datos que se quieren obtener, que no tener- los que deducir de una serie de observaciones delicadas. De hecho, un gran número de observadores muy competentes y de autoridad han permanecido fieles al método de observación de Saussurc, y ya es tiempo de perfeccionarle. Este es el objeto que creen haber conseguido MM. Midre y Charriere. 448 Para obtener con el higróraetro de cabello la media higrométrica del dia, se suma el máximo y el mínimo, y se divide la suma por 2. Pero para conocer este máximo y este mínimo es menester observar el instru- mento á cada instante del dia y de la noche, lo cual sería un trabajo su- mamente penoso. Para vencer esta dificultad, dicen los autores, hemos adaptado al hi- gróraetro de cabello un aparaíito muy sencillo y poco costoso, que nos da á conocer el máximo y el mínimo de humedad por una sola inspección del instrumento. En el centro del cuadrante del higróraetro fijamos un cañonciío de metal, al rededor del cual se mueven con mucha libertad dos agujas de aluminio sumamente ligeras, que deben servir de índice, y que por medio de [un contrapeso fijado en sus piés, se equilibran de modo que quedan inmóviles en todas las divisiones del cuadrante á que son llevadas. El eje que lleva la aguja del instrumento atraviesa el cañonciío sin tocarle, y esta agu ja, en sus movimienlos háeia la humedad ó la sequedad, empuja ante sí las dos agujas índice, que coloca en su sitio con una pre- cisión que nada deja que desear. Estas dos últimas llevan en sus pies dos clavijitas formadas con un alambre muy delgado, sobro las cuales obra la aguja principal para em- pujarlas delante de sí. Basta para que el higróraetro se coloque en estado de poderse hacer la experiencia, acercar los dos índices de la aguja, que ios lleva consigo en sus movimientos hacia la humedad ó la sequedad. Si se ha ejecutado con cuidado este aparato, marcha con mucha re- gularidad, la resistencia que oponen ambos índices á la acción de la aguja es casi nula, y puede apreciarse en menos de un miligramo? de modo que no hay que temer la tirantez del cabello que desempeña sus funciones por tanto tiempo y con tanta regularidad como en los higrómetros co- munes. (Por la Sección de Variedades, Camilo de Vela.) Editor responsable, Camilo de Yei.a. N.° 8.°— REVISTA DE CIENCIAS . —Noviembre 1860. CIENCIAS EXACTAS. — £^eg»-c ■-• FISICA. De la constitución de los espectros eléctricos de los vapores y gases; por Mr. Plucker. (Anal, de Quim. y Fis,, diciembre A 859.) Ha llamado la atención de Plucker la importancia que ten- dría el conocer bien las rayas brillantes de los espectros de la luz eléctrica, á fin de sustituirlas en muchas experiencias á las negras de la luz solar. Independientemente de la ventaja que se encontraría en la posibilidad de reproducir los espec- tros eléctricos según se quisiera y en cualquier momento, hay una particularidad de las rayas de la luz eléctrica, que puede hacer que su uso sea útil y cómodo en muchos casos. Cierto número de espectros eléctricos, especialmente el de la luz pro- ducida en el hidrógeno, son absolutamente discontinuos, y com- puestos de unos pocos hacecillos luminosos diferentes, entera- mente homogéneos; de modo que ensanchando la abertura por la cual se hace entrar la luz que se descompone en seguida por el prisma, se pueden ensanchar mucho las rayas brillantes que constituyen el espectro, sin alterar la limpieza de sus límites. También se puede hacer la experiencia con luces de mediana intensidad ; y mirando con el anteojo del teodolito el medio de una de estas fajas, se obtiene la misma precisión que en el caso en que se emplee la luz solar. Por iguales razones no se necesita para ver estas rayas más que una exactitud de experiencias mucho ménos perfecta que la que es nece- saria para las de la luz solar: por ejemplo, pueden verse con prismas medianamente homogéneos ó imperfectamente traspa- rentes, y emplearlos para estudiar las propiedades ópticas de 456 sustancias en que por los métodos ordinarios sólo podría me- dirse á lo más el índice de refracción. Plucker ha tomado por focos de luz tubos de Geissler de muy poco diámetro, en los que había puesto vestigios de di- versos gases. Obtuvo así una línea luminosa, la que algunas ve- ces miraba directamente por un prisma montado sobre el cen- tro de un teodolito análogo al de Fraunhofer. Otras veces aproximaba el foco de luz á la hendidura del colimador de un goniómetro de Babinet, cuya graduación permitía leer los me- dios minutos. Esta última disposición proporcionaba emplear tubos luminosos anchos. Bastaba que la hendidura fuese estre- cha, sin que se necesitase reducir su diámetro aparente á más de 3 minutos. Los espectros observados en estas circunstancias deben pro- bablemente considerarse como el espectro de los gases que se ponen candentes al pasar la 'corriente. Tal es al menos la opi- nión más verosímil que puede formarse del modo de produ- cirse la luz eléctrica. Hidrógeno y vapor de agua . Los tubos de Geissler en que se haya dejado hidrógeno ó vapor de agua dan espectros per- fectamente idénticos, siendo fácil de reconocerla razón de esto. El vapor de agua se descompone prontamente por el paso de la electricidad; el oxígeno es absorbido por el platino del elec- trodo negativo, y sólo el hidrógeno queda en libertad. Este espectro está formado por tres rayas brillantes, que tienen poco más ó ménos las posiciones de las tres C , F y G de Fraunhofer: la primera es roja y de un brillo deslumbrador; la segunda verde azulada y también muy brillante; la tercera de color violáceo y bastante débil. Los índices de refracción de estas tres rayas con relación al prisma de vidrio pesado que em- pleaba Plucker, han sido: 1,7080 ^=1,73255 /V=l,7481. Bespecto del mismo prisma, los índices de las tres rayas C, F, G de Fraunhofer fueron: 457 /¿c=l ,7077 tuF=l, 73255 y-G—\ ,7498. Plucker se ha valido de los valores de y de uG para calcular las constantes a y b de la fórmula _ , b (Á — — , que según la teoría de Gauchy, es propia para representar los índices de refracción de un mismo medio en función de la lon- gitud de ondulación de la luz, al ménos de una manera apro- ximada. Esta fórmula le ha permitido en seguida calcular la longitud de ondulación de una luz cualquiera ménos refrangi- ble que la raya F, en particular de la luz de la raya « en el espectro del hidrógeno. Para calcular la longitud de ondula- ción correspondiente á la raya y, usa otra fórmula r | V u~—a + A en la que las constantes a ' y F se habían determinado por me- dio de los valores de y de pG. Esta última fórmula le ha servido en la continuación de su trabajo, para hallar la longi- tud de ondulaciones de las luces más refrangibles que la raya F. Ha obtenido así para las tres rayas del espectro del hidrógeno los valores siguientes, expresados en diezmillonésimas de mi- límetro. >«=6533 **=4843 4339. Oxígeno . En un tubo de electrodos de platino es absorbido prontamente el oxígeno, y son imposibles las observaciones. Este inconveniente no se evita más que empleando electro- dos de aluminio. Se obtiene así un espectro en que las tres rayas del hidrógeno son con frecuencia visibles por razón de la humedad que haya podido quedar en los tubos, pero que contiene además 9 rayas especiales, entre las cuales hay 4 muy brillantes. Los colores, ios índices y las longitudes de on- 438 dulacioo de estas i rayas principales están contenidos en la tabla siguiente : Designación de las rajas. Color. Indice. Longitud de onda. X .... Rojo . 1,7118.... 6150 •C Verde . [,7231.... 5328 7 Id . 1,7256.... 5185 y Violeta . 1,7470 . . . . 4367. Ázoe. El espectro del ázoe presenta una particularidad que no se encuentra en el espectro de ningún otro gas. Su extremi- dad más refrangible, desde el rojo hasta el medio del ama- rillo, no tiene el aspecto de un sistema de rayas brillantes aisladas, sino el de un espectro continuo surcado por 17 ra- vas oscuras. En seguida vienen 11 rayas brillantes, ó más bien 11 grupos de rayas brillantes que se prestan mal á de- terminaciones precisas. Asi es que Mr. Plucker no ha medido los índices de refracción, y por consiguiente las longitudes de ondulación, más que respecto de la 3.a, 11.a y 17.a raya oscura. Estos elementos están contenidos en la tabla siguiente: Designación de las raras. Color. Indice. Longitnd de onda. 3 Rojo 1 ,70 i 3 . . . 6610 11 Anaranjado rojo. 1,7125. . . 6089 17 Amarillo. ..... 1.7166. . . 5762 Vapor de mercurio. Contiene el espectro las rayas del hi- drógeno y 6 rayas características. Hé aquí los elementos re- lativos á las tres principales. Designación de las rajas . Color. Indice. Longitud de onda. ol (doble). . . Amarillo. . . . (1,7163. ... 1 1,7166. ... 5782 5759 5 Verde 1,7209. ... 5461 y Violeta 1,7473. ... 4359 450 Vapor de sodio. Para obtener el espectro del vapor de so- dio se tomó un tubo de electrodos de platino, con un ensanche lateral en que se introdujo un pedazo de sodio, se llenó de ácido carbónico, en seguida se hizo el vacío lo más perfecta- mente posible, y se cerró. El paso de la electricidad descom- puso la humedad que quedaba en el tubo, y uniéndose el oxí- geno con el sodio, formó sosa, que absorbió la totalidad del ácido carbónico, y no se obtuvo más que el espectro del hi- drógeno puro. Pero apenas se calentó el sodio con una lám- para, se vió aparecer la raya característica de este metal. Plucker ha demostrado de nuevo que coincidía absolutamente con la raya D de Fraunhofer. Vapor de bromo. 19 rayas brillantes. La tabla siguiente contiene los elementos relativos á las 4 principales. Designación de las rayas. Color. Indice. Longitud de onda. a. Verde 1 .7259 . . . . 5169 -o £ Azu 1 1,7339. . . . 4793 7 ídem 1,7346. ... 4766 0 ........ . Idem. ...... 1,7367. ... 4691 Cloro. Son necesarios electrodos de aluminio. En el es- pectro se distingue un primer grupo a de 4 rayas verdes muy próximas, y después una ancha raya verde 0, que es quizá doble, tres rayas verdes muy apagadas, y por último un gru- po y de cuatro rayas azules muy brillantes. La tabla siguiente contiene los elementos relativos á los medios de los tres gru- pos £ y 7. Designación de rayas . las Color. Indice. Longitud de onda. a . Verde. . . . . 1,7211.... 5451 £ . Id . 1,7250.... 5216 7. . Azul . 1,7339.... 4792 Vapor de bicloruro de estaño. Se necesitan electrodos de aluminio. El espectro presenta las tres rayas del cloro, y cinco 460 rayas anchas guientes: características , cuyos elementos son los Designación rayas. de las Color. Indice. Longitud de onda. a .. 1,7088.... 6445 B .. 1,7151.... 5794 y (doble). ... Id ( 1,7191 *’ ) 1,7194 5584 5563 ^ .. 1,7230.... 5333 Violeta.. .. 1,7418.... 4524 Vapor de cloruro de silíceo. Difícil de observar. General- mente se descompone con mucha rapidez el vapor, y no se ob- serva más que el espectro del cloro. No ha podido hacer obser- vaciones Plucker más que en un tubo. En este caso ha obteni- do las rayas del hidrógeno, las del cloro, y cinco rayas carac- terísticas. Los elementos de las tres principales son los si- guientes; Designación de las Longitud de rayas. Color. Indice. onda . ex, Rojo 1,7100 6329 Q Anaranjado. 1,7138.... 5978 7 (doble). . . . Verde 1 1,7282 | 1,7285.... 5050 5036 Las otras dos rayas son violadas muy oscuras. Vapores de diversos cloruros . Los vapores del cloruro de titano, del percloruro de antimonio, del oxicloruro de cromo, del cloruro de bismuto, no dan, á consecuencia de su descom- posición, más que el espectro del cloro. El ácido clorhídrico da primero á la vez el espectro del cloro y el del hidrógeno, pero inmediatamente después este último es el único que subsiste. El bromuro de silíceo no da más que el espectro del bromo. Acido carbónico. El espectro obtenido no es constante. Se extingue poco á poco una raya brillante roja que presenta pri- mero en su extremidad ménos refrangible, y acaba por desapa- 461 recer. Al mismo tiempo las modificaciones que experimentan los electrodos indican su oxidación, de modo que puede presu- mirse que el espectro que subsiste es el del óxido de carbono. Se compone entonces de siete rayas características. La tabla si- guiente contiene los elementos relativos á estas rayas que ha sido posible determinar con precisión. Además se ha añadido en ella la raya roja de que acabamos de hablar, y que aquí se ha designado por a Designación de las rayas. (i). Color. Indice . Longitud de onda . a:. Rojo, .......... )) )) £ (triple). . . Anaranjado. .... )) » 7 • • • Amarillo verdoso. 1,7188... 5599 Verde. ........ 1 ,7255. . . 5190 É* - f ..... . Azul . ......... )> » ? Violado. ....... 1,7425.. . 4501 Yl. Id. ........... 1 7454.. . 4882 9 Id. ........... i> » Acido acético anhidro , Se observan en el espectro las tres rayas del espectro del hidrógeno, las cuatro rayas principales j3, 7, % y £ del espectro del óxido de carbono, y dos rayas vio- ladas muy apagadas, cuyo origen es difícil de indicar. Se ve por esto que el ácido acético se descompone por el paso de la electricidad. Alcohol y eter sulfúrico. Los dos cuerpos no dan tampoco más que una sobreposicion de los espectros del hidrógeno y del ácido carbónico. Sulfato de carbono . No se ven tampoco más que los espec- tros del hidrógeno y del óxido de carbono sobrepuestos. La for- mación de estos gases es debida á la mutua reacción del sulfuro de carbono y del vapor de agua. Al mismo tiempo se ve depo- sitarse el azufre. (1) La raya £ está poco definida, y las £ y 6 muy oscuras para po derlas observar bien. m Vapor de yodo . Son necesarios electrodos de aluminio. Conviene además introducir el vapor de yodo en un tubo del cual se haya desalojado el aire por una corriente de hidrógeno. Entonces se perciben entre las tres rayas del hidrógeno, nueve rayas características cuyos elementos son los siguientes (1): Designación de las rayas. Color. Indice. Longitud de onda. a (cuadrupla) Rojo )) )) Anaranjado. 1,7142.... 5947 7 (cuadrupla). Verde » » «T Id 1,7229. . . . 5337 £ Id 1,7261.... 5157 K Azul. ..... 1,7376.... 4661 Y¡ Id •»•©••••• 1,7385.... 4629 & Violado. . . . 1,7443.... 4446 i. Id.... 1,7527.... 4215 Protocloruro de fósforo. Se perciben en el espectro las ra- vas del cloro, y tres rayas características cuyos elementos son los siguientes: Designación de las Longitud de rayas. Color. Indice. onda. a * Rojo 1,7084.... 6493 0 Anaranjado. 1,7133. ... 6024 7 Violado. . . . 1,7397.... 4591 Sería natural atribuir estas tres rayas al vapor de fósforo, si algunas experiencias directas no hubiesen demostrado á Pluc- ker, que el vapor de fósforo impide absolutamente el paso déla electricidad. La cuestión queda pues sin determinar. (1) Las rayas ct y y no se prestan á determinaciones precisas. 4 63 QUIMICA. Trabajos sobre la sustancia colorante verde de las hojas; por Mr. Fremy. (Comptes rendus, 27 febrero 1860.) La sustancia verde de las hojas, que está esparcida con tanta abundancia en la organización vegetal, y que parece ejercer influencia en la respiración de las plantas, se ha mirado siem- pre como uno de los cuerpos más importantes del reino orgáni- co; así es que ha motivado muchísimas investigaciones de quí- mica y de fisiología vegetales. Los trabajos de Mr. Hugo Mohl han ilustrado sumamente todos los puntos de anatomía que se refieren á la constitución de esta sustancia singular, y sus propiedades químicas las han examinado particularmente Pelletier yCaventou, Clamor-Mar- quart, Berzelius, Mulder, y últimamente, y de un modo notable, Mr. Morot. Los resultados comprobados por los sábios que acabo de ci- tar, dice el autor, son interesantes, pero dejan todavía bastantes cuestiones que resolver. Así ciertos observadores consideran la sustancia verde de las hojas como un principio inmediato, que designan con el nombre de clorofilo ; otros admiten que la coloración de las ho- jas es debida á la mezcla de varias sustancias diversas; unos creen que el clorofilo es azoado, otros le atribuyen una compo- sición ternaria; en una comunicación reciente, anunciaba Mr. Yerdeil que el clorofilo tenia algunas conexiones con la sustan- cia colorante de la sangre, y que contenia hierro como ella. Al ver resultados que ofrecen entre sí grandes diferencias, parece evidente que la sustancia colorante de las hojas no se ha obtenido nunca en estado de pureza, que en esta delicada cuestión no se han agotado enteramente los recursos de la aná- lisis inmediata, y que este interesante punto de la química ve- getal exigía nuevas investigaciones. En esta persuasión he emprendido el exámen de la sustan- 464 cia verde de los vegetales: este estudio entraba por lo demás en el cuadro de las cuestiones de que queria tratar en mis investi- gaciones generales de química aplicada á la vegetación. Antes de buscar las analogías más ó ménos disputables que pueden existir entre el clorofilo y los cuerpos que le acompa- ñan en la vegetación, creí que era necesario determinar prime- ro la constitución de esta sustancia verde; y sobre todo exa- minar si es simple en cuanto á su color, ó si resulta de la mez- cla ó de la combinación de un cuerpo azul con otro amarillo. Sabido es con qué facilidad disuelve el alcohol la sustancia colorante de las hojas: este líquido da por evaporación un aceite verde muy complejo, designado antes con el nombre de cloro- filo, el cual conservaría provisionalmente aunque contiene, como después se ha demostrado, muchos principios inmediatos diferentes. Sin ocuparme de los cuerpos grasos que en el clorofilo acompañan obstinadamente á la sustancia verde, y que no pue- den eliminarse más que por medio de reactivos enérgicos que modifican siempre la sustancia colorante, quise obrar directa- mente en el aceite verde, y determinar antes de todo la natu- raleza del principio coloreado que contiene. Para averiguar si la materia colorante de las hojas se com- pone de dos principios de distinto color, recurrí primero á un método en el que la sustancia verde de las hojas se presenta ante un cuerpo cuya afinidad para con las sustancias coloran- tes puede modificarse según se quiera: con este objeto escojíla alúmina hidratada: la afinidad de este hidrato se aumentó ó disminuyó adicionando agua ó alcohol absoluto. Desarrollando así con lentitud la afinidad de la alúmina para los cuerpos de color, tenia la esperanza de descomponer ja sustancia verde de los vegetales, admitiendo que estuviese formada por una mezcla de sustancia amarilla y azul, que para el óxido metálico podría tener diferentes afinidades. Introduje pues alúmina hidratada en una disolución alcohó- lica de elorofilo: la sustancia colorante retenida primero por el alcohol, no se combinó con el óxido metálico; pero añadiendo sucesivamente agua, se disminuyó algunas centésimas la fuer- za alcohólica del líquido, y llegó un momento en que pudo 405 ejercerse la afinidad de la alúmina respecto de la sustancia co- lorante y determinarse la combinación. Haciendo variar las condiciones de esta experiencia, pude verificar hasta cierto punto la separación del clorofilo: como la sustancia amarilla de las hojas parece tener ménos afinidad para con la alúmina que para con la otra sustancia de color, cuando el líquido es muy alcohólico, obtengo una laca verde muy os- cura, mientras que el alcohol retiene en disolución una sustan- cia de hermoso color amarillo: por el contrario, cuando la diso- lución está dilatada en una considerable cantidad de agua, toda la sustancia colorante se une con la alúmina, y produce una laca de color verde amarillento, que recuerda exactamente el color de las hojas. En esta série de experiencias eliminé por lo tanto cierta parte de la sustancia amarilla contenida en el clo- roíilo, y obtuve también una sustancia verde más oscura que la que existe en los vegetales, pero me fué imposible llevar más adelante la separación y obtener lacas azules. Obrando entonces en la combinación de alúmina y de cío- rofilo, creí que descomponiéndola por reactivos débiles, que podrían ejercer en ella una acción desigual, aislaría quizá los principios que por su reunión formaban el color verde. El uso de los disolventes neutros, tales como el alcohol ab- soluto, el eter, el sulfuro de carbono, la esencia de trementina, debía darme resultados interesantes: en efecto, reconocí que estos líquidos descomponen desigualmente las combinaciones de alúmina y de sustancia colorante. Unos, como el sulfuro de carbono, dirigen principalmente su acción hácia el compuesto de alúmina y de principio amari- llo; pueden pues emplearse para extraer este último cuerpo y oscurecer el color verde del residuo; los demás, como el eter, el alcohol ó la esencia de trementina, obran igualmente en las diferentes partes que forman la laca, y aíslan la sustancia verde con su primer color; cuando estos distintos disolventes se em- plean sucesivamente y después el sulfuro de carbono, dan sus- tancias verdes que son más azuladas que las primeras: por este método modificaba también el color de la sustancia verde, pero no obtenía su separación. Todos estos resultados, aunque incompletos, eran sin em- 30 TOMO X 466 bargo importantes para mí, pues que me demostraban que con el uso de ciertos reactivos era posible separar en parte el cuerpo amarillo contenido en el clorofilo, y producir sustan- cias verdes que contuviesen más azul que la sustancia verde normal. Estos cambios de color del clorofilo, parecen demostrar por lo tanto que su color verde es realmente debido á la mez- cla de un cuerpo azul y otro amarillo. Las experiencias sintéticas que voyá describir, parece que debían darme bajo este aspecto los datos que me habia negado la análisis. Creí que si me era posible decolorar la sustancia verde de las hojas y reproducir en seguida su color primero, podría quizá apreciar los cuerpos coloreados en el momento de sus trasformaciones, y separarlos antes de que pudiera efec- tuarse otra vez su mezcla. He sido bastante afortunado para realizar esta separación en circunstancias curiosas, que voy á dar á conocer. Los cuer- pos reductores que con tanta facilidad verifican la decoloración de varios principios coloreados, no obran sensiblemente en el clorofilo; pero he reconocido que por efecto de otras influencias, y principalmente por la acción de las bases, la sustancia verde de las hojas se convierte en un hermoso color amarillo, que disuelve el alcohol con facilidad. Este cuerpo amarillo, parecido á la sustancia verde, puede producir con la alúmina una combinación insoluble, y formar una hermosa laca amarilla, que cede en seguida su sustancia colorante á los disolventes neutros, tales como el alcohol, el eter, el sulfuro de carbono: quizá la industria pueda utilizar algún dia estas lacas verdes y amarillas, que pueden producirse con tanta facilidad con el clorofilo. Sometiendo la sustancia amarilla anterior á la acción de ciertos reactivos, pude hacer recobrar al alcohol que la tiene en disolución su primitivo color verde; algunos ácidos, y sobre todo el ácido clorhídrico, verifican con facilidad esta notable trasformacion. Estaba, pues, averiguada la doble reacción que buscaba yo, por medio de las experiencias que acabo de describir, y podia según quisiera descomponer y reproducir el color verde de las hojas. 467 Faltaba resolver la segunda parte de la cuestión, que era la más difícil. Admitiendo que la sustancia verde estuviese compuesta de azul y amarillo, era menester separar, en el mo- mento en que se formase, los dos cuerpos que al mezclarse reproducen la sustancia verde. Después de multiplicados ensayos que comprenderán fácil- mente los químicos, pero cuyos detalles no podemos colocar en este extracto, conseguí impedir que se mezclasen los dos colores distintos en el momento de su formación, y pude des- componer el verde de las hojas en azul y amarillo. Para efectuar esta separación empleé simultáneamente dos líquidos que obran de distinto modo en los dos elementos del color verde, y que no pueden después mezclarse: me pareció que el eter y el ácido clorhídrico realizaban ambas condicio- nes de la manera más completa. En efecto, sabia que el ácido clorhídrico tenia la propiedad no solo de disolver la sustancia colorante de las hojas, sino de regenerarla cuando está des- truida; y además algunos ensayos prévios me habían dado á conocer igualmente que la sustancia amarilla era muy solu- ble en eter. Queriendo separar por lo tanto las dos sustancias coloran- tes que dan al clorofila su color verde , eché en un frasco esmerilado un líquido compuesto de dos parles de eter y una de ácido clorhídrico dilatado en corta cantidad de agua, agité fuertemente el frasco de modo que se saturase de eter el ácido clorhídrico, habiéndome enseñado la experiencia que si el ácido está demasiado concentrado descompone la sustan- cia colorante, y que su acción disolvente es muy enérgica cuando está saturado de este modo de eter. Sometiendo ahora á la acción de este líquido el cuerpo que proviene de la decoloración del clorofilo, y agitando aquel por algunos segundos, se produce una reacción muy marcada: el eter retiene la sustancia amarilla de las hojas y conserva un hermoso color amarillo, mientras que el ácido clorhídrico, que obra en parte del clorofilo que ha decolorado, reproduce una sustancia de un magnífico color azul. Se encuentran, pues, aislados de este modo los dos colores del clorofilo, el azul y el amarillo, y no pueden mezclarse 468 para producir un viso verde , puesto que quedan retenidos por dos líquidos diferentes, el eter y el líquido ácido: por el contrario , si se mezclan entre sí estas dos sustancias colorantes separadas de los dos líquidos anteriores, bajo la influencia del alcohol que las disuelve, dan inmediatamente un viso verde, que puede compararse con el que presenta el cloro- tilo. He dado el nombre de jiloxantina á la sustancia amarilla soluble en el eter, y de filocianim a la azul que queda en disolución en el líquido ácido. El cuerpo amarillo que re- sulta de la alteración de la ¡ilocianina , y que puede repro- ducirla por ciertas influencias, le estudiaremos con el nombre de filoxanteina. No es inútil observar aquí que la filocianina puede pro- ducirse preservándola del aire que se forma por la influencia de varios ácidos, y que deriva de cuerpos solubles en alco- hol y eter. Estas circunstancias de formación impiden con- fundirla con los cuerpos azules que forma el ácido clorhí- drico cuando obra por la influencia del oxígeno en las sus- tancias albuminosas. Después de haber demostrado que por medio del clorofllo alterado pueden reproducirse por reacciones bastante sencillas una sustancia amarilla y otra azul, que mezclándose dan el color verde de las hojas, creí que era necesario ir más lejos, y separar directamente ambas sustancias que existen en las ho- jas: en una palabra, reducir el cuerpo verde á sustancia ama- rilla v azul. También pude realizar esta descomposición: en efecto, so- metiendo á la mezcla de ácido clorhídrico y eter el clorofllo ob- tenido por medio del alcohol, se ve que el color verde pardea primero, y en seguida se divide en filocianina , que tiñe de azul el líquido ácido, y en filoxantina, que da al eter un her- moso viso amarillo. Esta curiosa experiencia puede hacerse bien con el cloro- iilo ó con las hojas verdes desecadas. He obtenido líquidos amarillos y azules producidos en las circunstancias que acabo de indicar. Después de haber examinado la sustancia verde de las lio- 469 jas y los cuerpos que se derivan de ella, era interesante com- parar esta sustancia con la amarilla que se encuentra en los retoños, y principalmente en las hojas marchitas. Pude reconocer fácilmente que en estas diferentes circuns- tancias fisiológicas, la sustancia amarilla délas hojas se encuen- tra exactamente en el mismo estado que la que resulta de la descomposición del clorofilo; pude extraerla por medio del al- cohol, y trasformarla parcialmente en sustancia azul por la doble influencia del eter y del ácido clorhídrico. Las hojas marchitas sometidas á la acción de los vapores ácidos toman rápidamente un hermoso color verde: existen, pues, conexiones muy sencillas entre los cuerpos que dan á las hojas su color verde y los que las tiñen de amarillo. Las hojas que amarillean en otoño no contienen ya filocia- nina, y están únicamente teñidas por la fitoxantina: tratando estas hojas amarillas con alcohol, y sometiendo este liquido á la doble acción del eter y el ácido clorhídrico, no he producido vestigios de filocianina, mientras que la sustancia amarilla quedó en disolución en el eter. Se ve, pues, que la fitoxantina es mucho más estable que la sustancia azul, la que aparece en primer tugaren las hojas, y también se encuentra en ellas cuando caen: esta persistencia de la sustancia amarilla impide que aparezca la filocianina en la organización vegetal; en efecto, nunca se han visto hojas azules. Tales son ¡os nuevos hechos que me proponía dar á cono- cer acerca del clorofilo, y que se me permitirá resumir en breves palabras. l.° La sustancia verde de las hojas puede dar origen á una sustancia azul y otra amarilla (1). (1) Estoy muy lejos de creer que he agotado todas las interesantes cuestiones que se refieren al color de las hojas: como ha dicho acertada- mente Mr. Chevreul, sería conveniente determinar la naturaleza de la sustancia roja que preexiste ó que se forma en cierto momento en varias especies de hojas: esta sustancia colorante me parece que presenta gran analogía con la que existe en un gran número de flores de color de rosa ó rojas. 470 2. ° Estas sustancias colorantes forman con la alúmina combinaciones insolubles, en las que he podido hacer variarla afinidad del óxido metálico respecto de !a sustancia orgánica. 3. ° La sustancia azul del cloro filo es más alterable que la sustancia amarilla: por efecto de variadas influencias puede perder su color azul, y volverle á adquirir en seguida. 4. ° El estudio de estos fenómenos de decoloración me ha permitido separar la sustancia verde de las hojas en azul y amarilla, y lijar estos colores en dos diferentes líquidos, que no pudiendo mezclarse entre sí, impiden que la sustancia verde se reproduzca. 5. ° Comparando el color amarillo de las hojas marchitas con el verde de las que han estado expuestas al sol, he de- mostrado que el cuerpo que resulta de la decoloración de la ¡ilocianina, y que producen los reactivos con tanta facilidad, existe en la organización vegetal, precede á la sustancia verde, se halla en los retoños y en las hojas marchitas, toma inme- diatamente color azul por la influencia de los vapores ácidos: estas sustancias de color presentan por lo tanto conexiones muy sencillas, y se derivan probablemente del mismo principio. Al publicar estos nuevos hechos, que me parece que ilustran varios puntos de la química vegetal, me felicito en reconocer que en este trabajo he encontrado muchas aplicaciones de los principios que debemos á nuestro ilustre decano de la sección de química Mr. Chevreul: he comprendido con cuánta razón re- comienda á los químicos que no recurran á la análisis ele- mental más que cuando se obtengan los cuerpos en un estado de absoluta pureza, y que vuelvan frecuentemente á la análisis inmediata orgánica, sobrado descuidada en la actualidad. En Me propongo igualmente investigar si no se han modificado ía filo- cianina y la filoxantina por efecto de los reactivos que he empleado, y si existen realmente en los vegetales*, en este último caso ¿se hallan los cuerpos coloreados en simple mezcla, ó en combinación entre sí? Para resolver estos importantes puntos de química vegetal, recurriré particu- larmente á la acción de ía luz, que por la influencia del clorofilo natural dá origen, como es sabido, á fenómenos muy notables. 471 efecto, así es como la química conservará su carácter de cien- cia natural, y podrá resolver cuestiones generales, cuya im- portancia nadie desconocerá. METECmOEOQlA . De la oscilación barométrica diurna en las Antillas y paises inmediatos; por Mr. Ch. Sainte-Claire Deville. (Comptes rendus, 6 febrero -1860.) La región física á que se refiere la cordillera délas Antillas se marca perfectamente. Es un espacio irregularmente elíptico, cuyo eje mayor atraviesa en toda su longitud el mar de las An- tillas, desde el estrecho canal situado entre la punta del Yu- catán y el cabo de San Antonio de Cuba, hasta la abertura to- davía más estrecha que separa la Trinidad del continente de Venezuela. La prolongación de este eje hacia el 0. N. 0. toca al fondo del golfo de Méjico, cerca de la embocadura del rio del Norte; hacia el E. S. E. corre paralelamente á uno de los lados del triángulo formado por la América meridional, enra- sando sus dos puntos más salientes, la costa redondeada donde está situada Cayena, y el cabo de San Roque. Esta dirección, una de las más notables que pueden citarse en la superficie del globo, está enlazada, como he demostrado hace mucho tiempo, con los fenómenos volcánicos del pais; y Mr. Eliede Beaumont ha indicado que es sensiblemente paralela á uno de los gran- des círculos primitivos de la red pentagonal. Bajo el punto de vista de la meteorología no desempeña un papel ménos impor- tante, porque determinando en una gran longitud la separa- ción de las tierras y de las aguas, influye considerablemente en el curso del Ecuador termal. Esta porción de zona comprendida entre el Ecuador y el trópico, está cortada por un paralelo colocado hacia el medio de su altura en dos regiones meteorológicamente muy diferen- tes, puesto que la una está enteramente resguardada de los m huracanes ó vientos que desde julio á octubre destrozan con tanto furor la que está más inmediata al trópico. En ¡as siguientes páginas estenderé mis investigaciones algo fuera del cuadro que acabo ele citar, descendiendo hacia el S. algunos grados méoos del Ecuador, y separándome tam- bién del litoral por el laclo del Océano Pacífico, y sobre todo por el del Atlántico. Las observaciones horarias que he discutido en la zona me- ridional, y que se resumen en la primera de las dos tablas (pie he formado, pero que no puedo reproducir aquí por falta de espacio, se refieren (independientemente de las que yo mismo he hecho en el Puerto de España, Trinidad) á las estaciones siguientes: 1. ° La isla de la Ascensión . Latitud S.., 7o 55'; longitud 0., 16" 447 2. ° La isla Fernando -Ñor oña. Lat. S., 3o 50'; longitud O., 34° 457 3. ° La punía de San Francisco de Merañao . Latitud S., 2o 32'; longitud 0., 46° 36'. Estas observaciones están inéditas, y se deben á la espedi- cion del Chanticleer, cuyo gefe, el capitán Póster, se ahogó des- graciadamente en el rio de Chagres cuando iba á volver á Europa. Me las comunicaron generosamente en el año 1849, el almirante Beaufort y el capitán Becher, director entonces y se- cretario del Almirantazgo inglés. 4. ° Cumaná . Latitud N., 16° 28'; longitud 0., 66° 36'. 5. ° La Guayra . Latitud N., 10" 36'; longitud O., 69° 17'. 6. ° Payta. Latitud S., 5o 5'; longitud O., 82° 327 7. ° El Callao de Lima . Latitud S., 12° 3'; longitud 0., 79a 34' 30". 8. ° La bahía de Post- Office, en la isla Charles (archi- piélago de los Galápagos ), Latitud S., Io 14'; longitud O., 92° 33'. De estas diversas series de observaciones horarias, unas son debidas á MM. de Humboldt, Duperrey y Boussingault; otras las hizo Mr. de Tessan en la espedicion de la Venus, mandada por el almirante Du Petit-Thouars. La segunda tabla reúne á mis propias observaciones de 473 Guadalupe y de San-Tomas, las que hicieron en las Barbadas Sir R. Schomburgk, y la espedicion de la Venus en Acapulco (lat. N., 16° 50r; long. O., 102° 19r) y en la bahía déla Mag- dalena (lat. N., 24° 36f; long. 0., 114° 25'). También he utilizado para Cayena Ganos de observaciones hechas en el hospital colonial por Mr. Leprieur, farmacéutico mayor déla marina: y para Bogotá un año de observaciones de- bidas á Mr. Boussingault y al Sr.Ri vero, y dos años (1848-1850) al misionero francés P. Cornetle; respecto de Cartagena , Santa M arta y Honda (Nueva- Granada), las séries corlas hechas por el General Ácosta y por Mr. B. lewy; por último, otras muchas colecciones de observaciones que se refieren á diversas locali- dades, y cuyo origen indico en la memoria más extensa de que se extracta esta. La discusión profunda y detallada de todos estos documen - tos, me da las siguientes conclusiones. l.° Para apreciar el fenómeno general de la variación ba- rométrica diurna, es esencial distinguir los dos elementos de la oscilación total, es decir, el periodo diurno y el nocturno. No solo no marchan siempre paralelamente sus amplitudes y en el mismo sentido, sino que puede decirse que son en cierto modo inversas una de otra, ó al menos las relaciones entre los números que las representan pueden variar considerablemente respecto de dos distintas localidades. Así, en la ancha zona que examinamos mas especialmente, las estaciones insulares y litorales situadas al E. del continente dan las relaciones si- guientes: Período nocturno. Periodo diurno. Ascensión . ......... Fernando Noroña . . . . Marañan Puerto de España. . . . Cu maná Guayra Barbada San-Tomas i I I 1 1 1 1 1 1,60 2,18 2,56 1,88 1.31 1,50 1,71 1,50 Término medio., 1 1,79 474 La amplitud del período nocturno constituye pues allí los 5 novenos del período diurno, mientras que en las estaciones de la costa occidental el movimiento diurno es por término me- dio cinco veces tan considerable como el de la noche, según lo demuestran los números siguientes: Período Callao de Lima . Payta nocturno, 1 1 ...... Período diurno. .... 3,33 .... 7.08 Acapulco. .......... 1 .... 6,32 Bahía de la Magdalena. 1 ...... .... 2,53(1). Término medio.. 1 4,81 La desproporción es mucho mayor todavía en el fondo de los grandes valles interiores del continente, á juzgar por los re- sultados obtenidos por Mr. Lewy, en Honda, donde el período diurno fué de 4mm,o, y el nocturno únicamente de 0míu,l. Sin duda sería necesario tener un número mayor de datos experimentales, para poder deducir de ellos relaciones numé- ricas absolutamente ciertas; pero la discusión de los que tene- mos permite, como acabamos de ver, sentar distinciones muy marcadas entre las diversas partes de una misma región: y apenas es dudoso que las diferencias que acabo de indicar en las amplitudes relativas del período diurno y nocturno, no es- tén ligadas con lo que hay de igual y de constante en los cli- mas marinos é insulares, en oposición con Sos términos extre- mos que producen siempre las influencias continentales. 2.° En el establecimiento de las horas trópicas se ejerce una acción del mismo género. (!) La bahía de la Magdalena está por su latitud fuera de ía zona que consideramos, de modo que podria suprimirse en esta tabla, lo que aumentaría todavía el contraste entre los dos sitios oriental y occidental. En cuanto á las islas de los Galápagos, para las cuales tenemos ía rela- ción 1 : 2,3 parece que tienen un régimen particular, en el que la posición insular contrabalancea en cierto modo el sitio por el aire de! continente. Las del dia oscilan poco; el máximo entre las 9 y las 10 de la mañana, el mínimo entre las 3h 30ra y 4h 30m de la lar- de, pero las horas que limitan el período nocturno varían por el contrario mucho. En las estaciones orientales caen casi in- variablemente á las 10 de la noche y á las 4 de la mañana, mientras que en las occidentales el máximo de la tarde retrocede hasta las 11 y aun hasta media noche, y el mínimo de la ma- ñana se adelanta hasta las 3. La pequeñez de la amplitud corresponde por lo tanto á una cortísima duración del período nocturno, y en algunas estacio- nes es tal la inmovilidad de la presión barométrica por la no- che, que la mitad de la oscilación total acaba por desaparecer casi enteramente, y la presión no llega más que á dos veces cada dia del término medio diurno , en vez de reproducirle como en las Indias orientales en cuatro momentos que distan exactamente entre sí 6 horas. 3.° Aunque de nuestra primera conclusión resulta una ten- dencia á que se equilibre la amplitud total, y se iguale por una especie de compensación que se establece entre sus dos elemen- tos, no obstante, esta amplitud total experimenta variaciones con las posiciones geográficas. Generalmente se admite (1) que la amplitud de las oscila- ciones disminuye á medida que aumenta la latitud. Creo que esto es cierto, pero únicamente en los mismos límites que este otro enunciado: que la temperatura media de un parage, es pol- lo general tanto más elevada cuanto más inmediato esté el mis- mo parage al Ecuador. En la región que nos ocupa particularmente, se halla un máximo muy marcado por la oscilación diurna á lo largo de la costa N. de la América que mira al mar de las Antillas. En efecto, mirando la tabla que sigue, se ve que las tres estaciones de este litoral, comprendiendo en ellas el Puerto de España, colocado en el límite, dan por término medio una amplitud de 2mm,12; mientras que esta amplitud es menor respecto de las demás estaciones, bien estén situadas al N. ó al S. de la región litoral de que tratamos. (l) Meteorología de Kaeratz, trad. de M. Martins, pág. 261. 476 ESTACIONES OCCIDENTALES, Latitud. Amplitud de la oscilación. Callao 12o 3' s. lmra,50 ¡ Payla. 5 0 S. 0 ,91 Galápagos. 1 14 S. 0 ,59) Acapulco Ib 50 N. 1 ,68 Bahía de la Magdalena, . . . . 24 36 N. 0 ,97 ESTACIONES ORIENTALES. Latitud. de Amplitud la oscilación. Ascensión PJO 55' S. 1 lim,70\ Fernando Noroña 3 50 s. 1 ,43 lm“ ,63 Marañao 2 51 s. 1 ,77) Puerto de España 10 39 N. 1 .97) Cumaná 10 28 N. 2 ,22 >2 M Guayra so 36 N. 2 ,16) Barbada. ............ 13 5 N. 1 ,86), San-Tomas 18 20 N. 1 ,45 1 ,00 Pero las costas septentrionales de Venezuela y Nueva Gra- nada son precisamente las que sigue el Ecuador termal, que, como es sabido, se eleva en estos parages hasta los 12° de lati- tud boreal, para doblarse nuevamente hacia el Ecuador por ambos lados del continente. El lugar de las oscilaciones máxi- mas del barómetro es pues el mismo que el de las temperatu- ras máximas, y ambos fenómenos siguen una marcha parecida en la zona intertropical americana. Por lo demás, esto está en perfecta relación con las causas probables del fenómeno general de la oscilación diurna; y no dudo creer que se encontrará algo análogo cuando se estudien bajo este punto de vista los parages de las islas de la Sonda, que presentan respecto de la temperatura un fenómeno inverso del anterior, y donde baja el Ecuador termal varios grados al S. del Ecuador terrestre. 477 Este paralelismo entre las isotermas y las lineas de igual amplitud de oscilación, no es sin embargo absoluto. Tiene influencias que obran en uno de los fenómenos de diferente modo que en el otro; y la tablita anterior da un ejemplo notable de ello; porque se ve disminuir la ampli- tud déla oscilación desde Callao á los Galápagos, es decir, en sentido inverso de la temperatura media. Cambiando de longitud se descubren también variaciones que no convienen con las de las temperaturas medias. Así, al S. del Ecuador y á latitudes comparables, las estaciones orien- tales presentan una amplitud de oscilación más elevada que las occidentales, mientras que, á juzgar por lo que nos dan compa- rativamente las Antillas y Acapulco, esta anomalía desaparece al N. del Ecuador termal. Es probable que se encontrase allá una ¡influencia análoga á la que nos ha revelado hace poco el estudio de las amplitudes relativas de los períodos diurno y noc- turno. En resúmen, el fenómeno de la variación barométrica diur- na al nivel del mar, considerado en el establecimiento de las horas trópicas y en la amplitud de la oscilación, está manifies- tamente conexionado con las causas que influyen en la distri- bución de las temperaturas medias anuales, ó en la repartición de la suma de las temperaturas en las diversas horas del dia. i.° El efecto de la altitud de los parages en la amplitud de la oscilación diurna es muy difícil de medir, sobre lodo en un continente extenso sometido á la mayor parte de las influencias que acabo de indicar (1). Pero lo que sobre todo induce á no insistir en esta parte de mi objeto, es que ya la ha tratado Mr. Boussingault, es decir, el sabio que se ha hallado en mejor si- tuación para apreciar y resolver todas las dificultades, pues que después de haber él mismo visitado la cordillera con el barómetro en la mano, pudo recojer desde entonces datos que permiten medir la oscilación diurna en las regiones elevadas (i) Las mejores estaciones serian las islas poco extensas pero que tienen no obstante, como Tenerife, Fogo y la isla de Pico, en las Azores, una montaña muy elevada y muy pendiente. Pero es fácil comprender cuántas serian las dificultades de semejante tentativa. 478 de la América del S. Esperando la publicación de este impor- tante trabajo (1), me limitaré á hacer notar aquí algunas se- mejanzas entre los materiales que he reunido en el curso de esta Memoria, y que, por decirlo así, los tengo casi involunta- riamente á la mano. Comparando en las estaciones litorales correspondientes algunos puntos elevados de las Antillas, Santa Fe de Bogotá y una localidad de las Guyanas, para la cual tenemos observa- ciones de Sir R. Schomburgk, llego á las conclusiones si- guientes. En las pequeñas islas, la amplitud de la oscilación diurna parece decrecer con mucha regularidad á medida que crece la elevación del parage. Por el contrario, en un continente extenso son muy varia- bles las condiciones de este decrecimiento. Así, respecto de Bogotá, la amplitud de la oscilación semidiurna decrece 7 ve- ces ménos cuando se toma como punto de partida uno del lito- ral del mar de las Antillas, como Santa Marta, que cuando se establécela comparación con un punto situado, como Honda, en el valle de la Magdalena. La oscilación total, que reúne á la vez los dos elementos diurno y nocturno, tampoco puede deducirse indiferentemente de todas las comparaciones. La amplitud es mucho mayor en Bogotá que en Pavía, situada 2660 metros más abajo, á orillas del Océano Pacífico. Por último, parece que el decrecimiento es más rápido en la pendiente oriental que en la septentrional, y con mayor razón en la occidental del continente americano. En suma, cuando se escojen convenientemente los puntos de comparación, en la región que nos ocupa, como en todas las que han podido estudiarse bajo este punto de vista, la am- plitud de la oscilación total disminuye á medida que aumenta la altitud. Puede decirse de un modo general que esta amplitud es una función de la temperatura media, y que disminuye con (i) Nuestro sabio colega le ha presentado en la sesión del 2 5 de mayo de 18 57, pero sin añadir ningún detalle. 479 ella, lo mismo según la coordenada vertical de la altitud que según las otras dos coordenadas de la latitud y de la longitud. 5.° Las conclusiones anteriores no son en rigor absoluta- mente exactas más que para las series de observaciones que comprenden el año total; porque la amplitud de la oscilación diurna varía con los meses del año. Esta variación no pasa en verdad de ciertos límites, y cuando se hace abstracción de ella, no se introduce más que un error despreciable para las esta- ciones en que se prolongan las observaciones por espacio de algunos meses. No obstante, merece estudiarse por sí misma, y cuando se conozca bien , será necesario tenerla en cuenta para calcular las demás variaciones (1). En la región que estudiamos no conozco desgraciadamente más que un sólo dato, que permite estudiar bajo este punto de vista la oscilación total , y son 9 meses de observaciones del P. Cornette en Bogotá. Esta serie, que por otra parte es con evidencia insuficiente, no permite descubrir conexión muy marcada entre la amplitud de la oscilación total y las diversas estaciones. Pero lo que parece demostrar que hay aquí un efecto en sentido opuesto de los períodos diurno y nocturno, es que estas mismas observaciones, conformes en esta parte con las de Mr. Boussingault en Bogotá, con las de las Antillas y de Cayena, demuestran claramente la influencia de las estaciones en la amplitud de la semioscilacion del dia. Lo vemos en la tabla siguiente. (1) En cuanto á la variación con las estaciones en los estableci- mientos de las horas trópicas, si existe en las regiones tropicales, es ciertamente muy escasa, y de ningún modo comparable con la que ha hallado Mr. Kaemtz en el N. de Europa. Para determinarla se necesita- rían muchos años de observaciones horarias, los que estamos lejos de poseer respecto de las regiones equinocciales. 480 Excesos mensuales sobre la amplitud de la oscilación semi- diurna media. Enero Febrero. ...... Marzo Abril Mayo Junio. Julio Agosto. ....... Setiembre Octubre Noviembre. . . . Diciembre Antillas septentrionales. Cayei aa. Bogot 1 . -j-0m .18 Qmn ,23 — 0'U!n,05 +o ,17 -0 ,27 —0 ,11 +0 ,54 -0 ,15 + 0 ,10 -!-0 ,03 —0 ,05 +0 ,04 +0 ,00 —0 ,15 +0 ,07 —0 ,22 —0 ,15 —0 ,28 - 0 ,05 +0 ,21 -0 .31 —0 ,22 +0 .16 —0 ,19 — 0 ,16 +0 ,21 4-0 ,n +0 ,00 +0 ,30 ,38 — 0 ,13 -1-0 ,16 +0 ,32 | — 0 ,03 +0 ,03 —0 ,09 Pero si esta influencia es incontestable, se ejerce de un modo muy diverso según las localidades. En las Antillas del N. el máximo de amplitud cae entre los meses de enero, febrero y marzo, que son los más fríos del año, y el mínimo en el mes de agosto, que es el más caliente. Por el contrario, en Cayena el mes más caliente es octubre, que presenta el máximo de am- plitud, y el más frió es febrero, cuya oscilación semidiurna es la menor. En Bogotá parece dividido el año bajo este punto de vista en cuatro estaciones alternadas: tres meses consecutivos, junio, julio y agosto, dan para la oscilación semidiurna un mí- nimo muy marcado, y los tres siguientes un máximo* también tan señalado; por último, lo mismo que en Cayena, el mínimo absoluto cae hacia el mes más frió, que allí es julio, y el máxi- mo absoluto hacia el mes de octubre, cuya temperatura es muy elevada. En cuanto á la amplitud déla oscilación total en cada una de estas localidades que ven dos veces al año al sol en su zenit, por experimentar el período nocturno fases opuestas á las del diurno, ¿restablece sensiblemente el equilibrio en los 12 meses? ¿Hay conformidad ú oposición entre las extremas mensuales de as temperaturas y de las amplitudes, según que se esté situado al N. ó al S. del Ecuador termal? Esto es lo que podrán única- mente decidir observaciones posteriores, que á la vez recaigan en las cuatro horas trópicas. La discusión anterior pone sola- mente fuera de duda la conclusión siguiente. Bien se busquen en una misma localidad los instantes de las presiones extremas diurnas (horas trópicas) ó las extremas anuales de la ampli- tud, bien se comparen bajo este doble aspecto dos localidades que se diferencien entre sí por sus coordenadas geográficas, se halla que los diversos elementos de ia oscilación total experi- mentan la influencia constante y predominante del calor solar. Observaciones de la temperatura del aire , las aguas y el suelo de Nicaragua, América central; por Mr. Dürocher. (Comptes rendus, 19 marzo d8G0.) Como no he pasado más que cinco meses en la América cen- tral, dice el autor, no hubiera podido aspirar á determinar la temperatura media del año si me hubiese limitado á ejecutar observaciones termomélricas en el aire; pero felizmente pude medir la temperatura de muchos pozos profundos, así como, también la del suelo. En mis escursiones atravesando el Nica- ragua y la región limítrofe de Costa-Rica, recojí con el auxilio de Mr. Ponsard muchas observaciones de temperaturas; y además aproveché las series de observaciones que verificó Mr. Bresse en la bahía de Salinas, á orillas del Pacífico, y Mr. Yezin en la Virgen, en la costa occidental del lago de Nicaragua. Por otra parte, Mr. Pendefer, antiguo alumno de la escuela de minas de París, hizo algunas observaciones desde el mes de mayo en San Cárlos, en la costa oriental del lago de Nicaragua, las cuales tuvo la bondad de comunicarme. La primavera es la estación más ardiente en Nicaragua y en una gran parte de la América Central; en efecto, los meses de abril y mayo son allí los más calientes del año (1), repre- (1) La marcha mensual de la temperatura en la costa E. de la Amé- rica central, parece diferenciarse poco de la qne se verifica en lo interior 31 TOMO X. 482 sen tan el fin de la estación seca, y además en el mes de mayo pasa el sol por el zenit de eslas regiones. Pero la elevación de temperatura que de aquí resulta es mucho ménos considerable que lo que pudiera creerse si se juzgase de ella por el efecto que produce en nuestros climas la aproximación del solsticio de verano: en efecto, si se compara la temperatura del mes de mayo con la media del año, el exceso no es más que de 1-f ; así es que en el momento en que el sol llega á la posición zenital se carga de nubes la atmósfera, empieza entonces la estación de las tempestades, y las lluvias, que caen con abundancia, re- frescan muchísimo el aire. Además, en esta época la duración del dia no aumenta más que media hora, mientras que en nuestros climas crece muchas horas, y en este último caso la noche es demasiado corta para que tengan tiempo de enfriarse mucho el sol y el aire. Esta influencia de la duración del dia aumenta á medida que se llega á más altas latitudes, de modo que momentáneamente se establece una especie de compensa- ción entre la elevación de temperatura que resulta de ella, y el efecto en sentido contrario procedente del decrecimiento de in- clinación de los rayos solares: sin duda por esta razón puede llegar la temperatura á grados tan altos como en los trópicos hasta en la Laponia, á la proximidad del circulo polar. En los meses de abril y de mayo la temperatura media de la región que separa el lago de Nicaragua del Pacífico es de del continente y en la vertiente dei Pacífico: así diversas observaciones hechas en Belize y en el golfo de Honduras, lian demostrado que en los meses de agosto y setiembre se verifica el mayor calor. Pero en Guate- mala, en la. parte N. O. de la América Central, los dos meses más ca- lientes del ano son como en Nicaragua abril y mayo. Sin embargo, en la llanura de Guatemala, que está á irnos 1280 metros sobre el mar, la tem- peratura es unos 8 ó 9 grados más baja que en la cuenca central del Nica- ragua. Según las observaciones hedías en el Colegio de los Jesuítas de la ciudad de Guatemala, la temperatura media del año es de 18°, 3^ la me- dia mensual se eleva á 20°, 5 en abril, y desciende á 14°, 2 en enero, que es el mes más frió. Esta gran inferioridad de temperatura con respecto á Nicaragua, no proviene de la diferencia de latitud, que es únicamente de 3 grados, sino de la configuración del pais y de la altitud de las llanu- ras de Guatemala, en las que alguna vez nieva. 483 unos 28|° para los parages poco elevados sobre el mar, como la aldea de la Virgen y las orillas de la bahía de Salinas; la temperatura más baja que se observa al rayar el dia está ge- neralmente comprendida entre 24 y 26; en cuanto al máximo llega frecuéntemete á 33, á 34,6; nunca hemos visto que pase de 31° desde las 9 de la mañana hasta las 5 y 6 de la tarde. Es notable ver que la temperatura no llega á las máximas más elevadas en una región que está tan inmediata al ecuador ter- restre, y que forma parte de la zona del ecuador termal : esto proviene principalmente de la influencia de los vientos alisios que vienen del N., y que traen consigo la frescura de la zona templada. Importa observar que en el momento en que hay mayor calor en la América Central, está la Europa en la pri- mavera. Hácia tiñes de junio y julio la temperatura media desciende á 26°, 3: entonces la mínima desciende á 23°, mientras que las máximas rara vez pasan de 31: este efecto sin duda es debido á la influencia de la humedad del aire, que impide que la ir- radiación solar eleve la temperatura (1): las lluvias, que caen entonces todos los dias. suelen ir acompañadas de nieblas, á la verdad de corta duración. No obstante, el tiempo lluvioso pro- duce muchísima irregularidad en las variaciones diurnas de la temperatura: me bastará citar como ejemplo las observaciones que hemos hecho en Rivas el 22 de junio de 1859, dia en que no dejó de llover ni un momento: el máximo de temperatura, 26,4, se verificó á las 9, y desde las 10 de la mañana hasta la tarde no varió la temperatura del aire más que entre 24 y 25, excepto en el momento del mínimo, que se verificó á la 1 de la tarde, y entonces descendió la temperatura á 23°, 2. Pero es (O Los habitantes de Nicaragua dan el nombre de invierno á la es- tación lluviosa, aunque represente el verano astronómico; esto no con- siste en la diferencia de temperatura, que es muy pequeña, sino porque la permanencia del mal tiempo y la impresión desagradable de frió que produce en el cuerpo humano el contacto de una atmósfera saturada de humedad, hacen creer en el invierno, mientras que el tiempo constante- mente bueno de que se disfruta en el mes de enero á mayo representa bien la imagen del verano. 484 notable que á pesar de esta singular inversión de la marcha normal de la temperatura, y aunque los vientos alisios estu- viesen dominados por vientos contrarios (vientos del S. E.), no se haya alterado sensiblemente ia ley de oscilación diurna del barómetro; así, el máximo de ascensión de la columna mer- curial se verificó desde las 9 á las 11 de la mañana y el mí- nimo á las 4 de la tarde, como de costumbre. Es pues evidente que en la zona intertropical las irregularidades locales de la temperatura y de los vientos que reinan en la superficie de la fierra, no pueden cambiar la marcha de las oscilaciones baro- métricas diurnas: estas últimas resultan de causas generales, que se extienden á toda la zona tórrida, y que dependen del movimiento diurno del sol, tan íntimamente como las oscilacio- nes de las aguas marinas en el contorno de los continentes es- tán ligadas á los movimientos combinados del sol y de la luna. Comparando las temperaturas del aire observadas en los cinco meses que he pasado en la América Central, y que com- prenden los dos más calientes, como también una parte de la estación fria, he llegado á atribuir á la cuenca de Nicaragua una temperatura media de unos 27° centígrados. El resultado sería muy incierto si se considerasen únicamente las observa- ciones termométricas hechas en el aire, puesto que no com- prenden más que parte del año; pero he obtenido una impor- tante confirmación de ellos por la medida de las temperaturas de muchos pozos profundos. Así en Granada y en los alrede- dores de esta ciudad, en la costa occidental del lago de Nicara- gua, á las altitudes de 50 a 60 metros sobre el mar, he medido repetidas veces, durante la primera mitad de abril de 1859, las temperaturas de 9 pozos, en los cuales estaba el agua á pro- fundidades de 14 á 15 metros bajo la superficie del suelo: es- tas temperaturas, casi constantes para cada pozo, variaron de uno á otro entre 26°, 9 y 28°, y dieron por término medio 27°, 6. En Rivas y sus alrededores, en el istmo que separa el lago de Nicaragua del Pacífico, y á alturas de 60 á 70 metros sobre el mar, medí, desde el 23 al 26 de abril, la temperatura de trece pozos, en cuyo interior estaba el agua al nivel de 6 á 11 metros bajo la superficie; los números que obtuve se hallaban comprendidos entre 26°, 7 y 27%5; su término medio es27°,l, 485 es decir, inferior cerca de i grado al obtenido en Granada. Me parece por lo tanto probable, atendida la profundidad de estos pozos, que la temperatura media del año no se aparte mucho de 27 grados en Rivas y 27^ en Granada (1). En San Carlos, en la costa oriental del lago de Nicaragua, no hay pozos; los habitantes cojen del lago el agua que necesitan. Para determinar la temperatura media de esta localidad sumerjí un termómetro de varilla larga á la profundidad de 0n\70 en el suelo, colocándole bajo un cobertizo resguardado de la lluvia y el sol por un techo de hojas de palmera, pero expuesto á to- dos los vientos: después de permanecer sesenta y ocho horas en el suelo, la temperatura indicada era de 26°, 3. Por lo demás, comparando las observaciones termomélricas verificadas en San Cárlos por Mr. Pendefer con las de la Virgen y de Salinas, he podido creer que la temperatura es algo menor en San Cárlos que en la costa occidental del lago de Nicaragua. Voy ahora á dar á conocer las observaciones hechas con objeto de determinar la temperatura de aquella vasta extensión de agua: los resultados que presentaré están principalmente deducidos de la serie de observaciones que Mr. Vezin, inge- niero joven y mi ayudante, hizo en la aldea de la Virgen, á 20 metros, y á 300 de la orilla occidental del lago. También Mr. Pendefer hizo observaciones en el lado opuesto, en San Cárlos, pero se lomaron únicamente sus medidas á algunos metros de la orilla. Yo mismo determiné muchas veces la temperatura del agua del lago, ya mientras lo atravesaba, ya al llegar á sus orillas, cerca de San Cárlos, de Granada, á la embocadura del Sapoa, etc. El agua de esta gran cuenca experimenta variaciones de temperatura en conexión con las del aire; el mínimo se verifica por la mañana entre las 6 y las 8, y el máximo se observa há- cia las 3 á las 4 de la larde; poco más ó menos, liácia las 11 de (i) La temperatura es algo menor en Rivas que en Granada, proba- blemente á causa de la posición de Rivas, que se baila enfrente del gran valle de San Juan, pues este valle ofrece muy fácil acceso á los vientos alisios en la cuenca de ^Nicaragua. Por esta misma razón es algo ménos seco el clima en Rivas que en Granada . 486 la mañana, corresponde la temperatura del agua á la media diurna del aire. En la estación en que señan hecho las obser- vaciones, desde el mes de abril al de julio, no hemos visto que presente el agua una temperatura inferior á 24°; en cuanto á la máxima, ha subido algunas veces á 38% y una vez á 34; pero á una distancia de 20 metros de la orilla, las medidas tomadas al mismo tiempo á 300 metros de la orilla cerca de la aldea de la Yírgen, dieron únicamente 30 á 31°. Del mismo modo que respecto del Océano, las diferencias entre las temperaturas cor- respondientes del aire y del agua del lago son generalmente poco extensas, rara vez suben á más de 2° si no se consideran más que los puntos distantes lo ménos 300 metros de las orillas; y también si se comparan las temperaturas medias diurnas del aire y del agua, su separación es generalmente inferior á Io, á no ser que se hayan tomado las medidas muy cerca de la orilla, como eo San Cárlos. Por lo demás, examinando la tabla siguiente se conocerá entre cuáles limites están comprendidas estas diferencias. 487 «fie oliservacioues, COSTA OCCIDENTAL DEL LAGO DE NICARAGUA. MEDIAS Desde el 28 de abril al 5 de mayo . Desde el 6 mayo al 8 de mayo. . . Desde el 9 de mayo al 20 de mayo. Desde eí 2 1 de mayo al 3 1 de mayo. . Desde el l.° de junio al 17 de junio Desde el í 8 de junio al 30 de junio. . Desde el l.° de julio al 22 de) julio i DEDUCIDAS DEL CONJUNTO DE LAS OBSERVACIONES. Temperaturas del aire toma-\ das á las mismas horas que las del agua. | Temp.del agua del lago de la aldea de la V irgeo. A 20 metros de dis- \ taucia de ¡a orilla. Exceso sóbrelas tem-f peraturas del aire, r A 500 metros de dis-í tancia de la orilla, fi i Exceso sobre las tem- peraturas del aire, y 30,6 29,9 -0,7 » n 31,9 30,9 — 1,0 29,6 —2,3 2 8,2 29,0 -¡-0,8 28,6 + 0,4 28,3 28,9 + D> 6 28,6 + 0,3 27,9 ¡ » )) )) )) » 28,4 )) + 0, 5 )) )) )) )> ¡ i )> » PEKlCI©a)S «le otoservacloaaes» COSTA OCCIDENTAL DEL LAGO DE NICARAGUA. MEDIAS DEDUCIDAS DE LA MA- XIMA Y MINIMA DIURNAS. Desde el 2 8 de abril i al 5 de mayo. . . ) Desde el 6 de mayo | a¡ 8 de mayo. . . j Desde el 9 de mayo 1 al 20 de mayo . j Desde el 2 1 de mayo \ al 3 í de mayo. . j Desde el 1 .° de Judío j al i 7 de junio . . \ Desde el í 8 de junio COSTA ORIENTAL. MEDÍAS DEDUCIDAS DEL CONJUNTO DE LAS OB- SERVACIONES. Desde el í ° de julio \ o Temp. del agua del lago en la aldea de la Virgen. en en .-3 33 c ° Temps.de! agua toma- das en S. Carlos. 33 en 8 .2 o -o — ■§ ° cz las teui" I del aire . F «3 “c ti: 03 “ “O o «2 í3 8 2 £ qj CZ 33 __ Q J 5 ^ O) C/3 — r3 1 2 13 "O en o “O en O c_ i S QJ 03 33 en C3 í- 13 33 Sm 03 CU E 03 E- j A 20 metros j taneia de 1 Exceso sobre peraturas O — ±1 o 0) "O a « o o o to " c Exceso sobre peratura d Temperaturas á las misma del agua . A 3 ó 4 me la orilla . -c 03 S- V) O ^ co ¿ O es e/3 t- *j V 03 S- >í id 29,0 29,4 -[-0,4 )) )) 1 : )) » 30,2 30,4 “¡~0,2 29,7 — 0,5 )> )) )) 27,9 28,7 -1-0,8 28,5 4-0,6 27 ,3 30,1 +2,8 27,9 28,8 + 0,9 28,5 4M¡ 2 6,2 27,9 + 1,7 27,8 )) )) 28,4 +0,6 27, i 29,4 42,3 )) )) )) » 26,4 27,3 40,9 » )) D )) » 26,3 27,0 40.7 489 En esta tabla se ve que cuando la temperatura del aire pasa de 30°, es generalmente algo mayor que la del agua; pero esta circunstancia es excepcional; y cuando la media diurna del aire es menor de 28°, es inferior á la del agua. El exceso de esta última ha solido pasar de 2o en las observaciones hechas en San Carlos, pero esto consistió en que se metió el termómetro en el agua demasiado cerca de la orilla: en efecto, cuando se con- sideran las observaciones que se hicieron en la Virgen, bien á 20 metros ó á 300 de la orilla, se ve que la diferencia es menor de Io. Por otra parte, si se comparan las temperaturas del aire y del agua medidas á 300 metros de la orilla, se ve que el tér- mino medio del agua del lago excede cerca de f al del aire; y por consiguiente, admitiendo 27° para la temperatura media del aire en la cuenca central de Nicaragua, tendremos 27l° para la temperatura media del lago en su parte superficial. Esta su- perioridad de la temperatura del agua respecto de la del aire resulta, como es sabido, de que una vez encerrado el calor ra- diante en un intermedio acuoso ó sólido, se convierte en calor oscuro, y sólo puede salir de él con dificultad: estos resultados concuerdan por otra parte con las observaciones anteriormente hechas en Europa. La tabla anterior demuestra que la temperatura del lago de Nicaragua sigue en todo el año variaciones paralelas á las del aire; lo mismo sucede con los rios que en él desembocan, su temperatura llega algunas veces en los dias calientes á grados muy altos; así es que el 7 de mayo, al medio dia, el Sapoa, á cerca de 1 kilómetro de su embocadura y en un parage en que te- nia 2m,50 á 3 de profundidad de agua, presentó una tempe- ratura de 33°, 5, estando entonces el aire á 32°, 3. Pero hay un rio que desemboca en la parte meridional del lago, y que se llama Rio-Frio, porque la temperatura de sus aguas es muy in- ferior á la del lago, y también á la del aire en su embocadura. El 22 de julio subí por este rio hasta 1400 ó 1500 metros de su desembocadura, é hice en él una serie de observaciones termo- métricas: entonces la temperatura del lago, medida á unos 100 metros de la orilla cerca de San Cárlos, era por término medio 27°, 4 (entre medio dia y las 2). En la desembocadura de Rio-Frio no marcaba el termómetro más que 23°, 2, y á contar desde 490 1100 metros antes de llegar á ella, permanecía constante poco más ó ménos á 24°, 9. Así es que hay una diferencia de 2f° respecto de la temperatura del agua del lago: esta inferioridad, que quizá es todavía mayor en la estación seca, se explica muy sencillamente por la consideración de que el Rio-Frio baja de las vertientes septentrionales de la alia meseta de Costa-Rica, vertientes todavía desconocidas, y habitadas por la población salvaje é indómita de los indios guatuzos. No obstante, cuando vierte este rio en el lago de Nicaragua, conserva una temperatura muy parecida á la de los elevados sitios en que nace. Observaciones sobre la climatología de la América Central; por Mr. J. Durocher. (Comptes rendus, 2 abril 1860.) En virtud de su configuración y de la elevación muy des- igual de sus diferentes partes, la América Central ofrece una gran variedad de climas, cuya descripción exijiria largos deta- lles; pero en medio de esta diversidad hay un rasgo capital que debo hacer resaltar: es ia diferencia tan marcada que se observa entre ambas zonas N. E. y S. O. de esta parte del nuevo continente: el contraste es mucho más chocante cuando se comparan las localidades inmediatas á la costa del Atlántico con puntos cercanos al Pacífico. La división del año en dos mi- tades, la estación seca (de diciembre á mayo), y la lluviosa (de junio á noviembre) sólo existe de un modo enteramente marcado en la región que forma la vertiente del Pacífico, porque en el litoral del Atlántico llueve en todas estaciones en Greytown; en la embocadura del San Juan no pasan 10 dias sin llover en todo al año; y cuando subimos este rio del 19 al 2o de marzo, de seis dias hubo cuatro lluviosos, aunque entonces se estaba en la estación más seca (1). Pero si se considera la zona situada al 0. de los lagos de Nicaragua y de Nanagua, el número de (1) Las lluvias que en todas las épocas del año caen en el litoral del Atlántico, dan una gran actividad al desarrollo de la vegetación arbores- cente: cuando se navega á lo largo de la costa E. de la América Central, 491 diasen que llueve no pasa de los dos quintos del año; en gene- ral, muy rara vez llueve desde el mes de enero hasta fines de abril. Cuando el sol, avanzando por el Ecuador hacia el trópico de Cáncer, pasa el zenit de un parage cualquiera, empieza en- tonces la estación de las lluvias, que en la América Central principian en épocas más ó menos adelantadas del mes de mayo, según su distancia del Ecuador. Sin embargo, en mayo son generalmente las lluvias mucho más abundantes, y desde junio caen todos los dias copiosos chaparrones, y empiezan á llenarse los cáuces de los torrentes. La diferencia climatérica entre las dos costas opuestas del nuevo continente es todavía más fací! de apreciar si se consi- deran puntos situados en la América Meridional, cerca del Ecuador: así en el litoral del Perú pasan sin llover 9 meses del año, y en todo este tiempo se conserva allí admirablemente serena la atmósfera, mientras que en la costa opuesta de la Guyana y en la parte septentrional del brasil caen tan grandes cantidades de agua (7 metros cerca de la embocadura del rio de las Amazonas). No es dudoso que estos contrastes no dependen de las dife- rencias que presentan las diversas regiones de la América intertropical, consideradas bajo el aspecto de su desigual expo- sición á la influencia de los vientos alisios: estas corrientes, que vienen del E., cuando llegan á la costa occidental de la Amé- rica están saturadas de humedad, porque han pasado lamiendo por una inmensa extensión de la superficie del Atlántico: tam- bién los primeros obstáculos que les oponen las desigualdades de la superficie terrestre producen una abundante precipi- tación de vapor de agua; de aquí resulta la frecuencia y la abundancia de las lluvias en las Antillas y en la costa oriental del nuevo continente. Pero cuando llegan los alisios á la costa del Pacífico han perdido una porción mayor ó menor del va- por de agua que contenian, y por consiguiente muy rara vez debe alterarse la pureza del cielo. Es claro que á este efecto todo lo más lejos que puede extenderse la vista se divisa el suelo como cubierto de una espesa arboleda? sólo en lo interior del pais ó en la vertiente del Pacífico se encuentran savanas. m debe llegar e! valor máximo en el sitio en que el continente de la América intertropical presenta su mayor anchura, es de- cir, un poco al S. del Ecuador: en efecto, allí los vientos del E. deben retener muy poca humedad cuando han atravesado una anchura de continente que representa 40° de longitud, y han salvado la alta cadena de los Andes. Además, al descender de las llanuras de la Cordillera hácia el Pacífico se calientan las corrientes de aire, y el poco vapor de agua que en el estado vesicular podrían contener, se volvería á disolver en la atmós- fera á consecuencia de la elevación de la temperatura. Por otra parte, pueden explicarse las causas que producen la estación lluviosa en la América intertropical: por lo que he observado en la costa del Pacífico, y el hecho es general según los dalos que se me han comunicado, se produce esta estación en la época en que cesan de predominar los vientos alisios y empiezan á luchar con ellos los del 0. , ó más bien los del S. O . , en la América central (1): es fácil concebir que este encuentro de las dos corrientes opuestas debe producir su ascensión, y por consiguiente una condensación de vapor de agua á causa del enfriamiento que de aquí resulta, conforme á las conside- raciones que ha desarrollado Mr. Babinet acerca de la forma- ción de la lluvia. ¿Pero cuál es la causa que da origen á los vientos del S. O.? Puede atribuirse á las mismas circuns- tancias que producen las brisas de mar en nuestras costas, yen la India los monzones de verano. En efecto, cuando el sol en (l) En América, lo mismo que en Europa, la humedad de la at- mósfera y el estado de los vientos influyen al mismo tiempo que la tem- peratura en la magnitud de las oscilaciones barométricas*, así en el mes de mayo las alturas de la columna mercurial y las amplitudes de oscila- ción que hemos observado han sido algo mayores que en el mes de junio, en que las lluvias se han hecho cada vez más abundantes; y en los cua- tro dias de abundantes lluvias que hemos tenido desde el 21 al 24 de junio, la amplitud de las oscilaciones diurnas, que muy rara vez es in- ferior á 2 milímetros, varió entre imm,5 y lmm,9. Si en las Antillas y Bogotá (Nueva-Granada) las amplitudes de oscilación presentan los valores más pequeños en los meses de junio, julio y agosto, me parece que consiste en gran parte en que este período representa la estación mala. 493 su movimiento hacía el trópico de Cáncer pasa ai Ecuador y llega al zenit de los diversos puntos de la América Central, el calor producido por estos rayos verticales ocasiona, como ya se ha observado, fuertes corrientes ascendentes. Entonces, para llenar el vacío que resultaría, vienen de la superficie del Océano Pacífico corrientes aéreas que representan vientos del S. O. respecto de la América Central, y que son vientos lluvio- sos en la costa occidental del nuevo continente, mientras que para esta misma costa son los alisios relativamente vientos secos. A la persistencia de los vientos del S. O. debe atribuirse un fenómeno que los habitantes del pais designan por la expre- sión de temporal , y que consiste en la lluvia permanente por muchos dias consecutivos; así, cuando pasamos por ílivas al volver de las exploraciones que acababa de dirigir en la cuenca del Sapoa, nos detuvo uno de estos temporales que engruesó todos los rios del pais, y que duró 4 dias, desde el 21 al 24 de junio. Especialmente en los dos primeros dias llovió con mucha violencia dia y noche con un viento algo fuerte, pero sin tro- nar, con raras interrupciones, que no duraban más de algunos minutos. Este fenómeno, que no cesa más que con los vientos del S. O., está caracterizado por la continuidad de la lluvia sin la aparición del sol; mientras que en los tiempos comunes dura poco la lluvia y cae á chaparrones, presentando los carac- teres de una lluvia de tormenta; en seguida se aclara el cielo, y brilla de nuevo el sol en todo su esplendor (1). Siendo debi- dos los temporales á los vientos del S. O., es fácil comprender que no se produzcan con esta singular continuidad más que en la vertiente del Pacífico. (i) En la América Central no llueve generalmente á horas determi- nadas del dia, como se ha observado en otras partes del nuevo continen- te: hay por el contrario grandísimas variaciones^ así es que unas veces llueve por el dia y otras por la noche á cualquiera hora. No obstante, algunas veces se observa, como sucede por lo demás en Europa, cierto período que dura algunas dias: también se suele ver por varios dias con- secutivos que llueve un poco sin haber tormenta por la mañana hasta las 9 ó las 10: esto corresponde á nuestras lluvias de la mañaua en Eu 494 La insalubridad proverbial de las regiones situadas entre los trópicos es debida mucho ménos al gran calor, que á la humedad de la atmósfera; así es que se cita como muy saluda- ble el clima seco del Perú, aunque es muy caliente. En los países en que se ensaña la fiebre amarilla, no se declara más que durante la estación lluviosa, y desaparece cuando vuelve el buen tiempo. Para evitar la influencia mórbida de la hume- dad es para lo que se han agrupado instintivamente las pobla- ciones de la América intertropical en la zona litoral del Pací- fico. Las llanuras y las pendientes de la cordillera, cuyo pié baña este mar, presentan por otra parte, además déla salubri- dad que resulta de la sequedad del clima, una temperatura mé- nos elevada, más variada, y más favorable al desarrollo de la actividad humana. Asi en la América Central la vertiente del Atlántico sólo está habitada por poblaciones miserables y salvajes (los indios mosquitos), mientras que las ciudades de Guatemala, San Salvador, León, Granada, San José, Pa- namá, etc., están á lo largo de Sa zona adyacente al Pací- fico: del mismo modo, en la parte N. de la América Meridio- nal, las importantes ciudades de Bogotá, Quilo, Lima, etc., están igualmente situadas en la misma zona litoral. Sin em- bargo, las costas del Atlántico presentan bajo el aspecto co- mercial ventajas incomparablemente mayores, á causa de la prontitud de las comunicaciones con Europa y los Estados - Unidos, y además en razón de la facilidad del trasporte en lo interior; facilidad que resulta de las inmensas vías navegables que penetran hasta los sitios más internos del continente: y esta circunstancia es tanto más importante, cuanto que en este ropa. También he observado en las orillas del Pacífico, lo mismo que en ¡as regiones litorales de la Francia, lluvias en conexión con el flujo de las mareas de sizígios; así indicaré las mayores lluvias que tuvimos en la bahía de Salinas, desde las 4 á las 7 de la mañana, los dias 17, 1 8 y 19 de mayo. No obstante, las lluvias de tempestad que hay en ellas todos ios días durante la estación húmeda se verifican por lo común después de pasar el sol por el meridiano, desde el medio dia basta la tarde, y algu- nas veces hasta la noche, pero rara vez he visto que se produzcan tem- pestades en las cuatro primeras horas que siguen al salir el sol. 495 pais no existen caminos á no ser las sendas practicables para caballerías. Sin embargo, ¿no parece extraordinario que no haya ninguna ciudad importante en la embocadura del Orinoco y del rio de las Amazonas, que pueden citarse como los mayo- res rios del mundo? El instinto de conservación es el que ha separado á las poblaciones de estas orillas mortíferas, y las ha llevado al extremo 0., á pesar de los terribles desastres á que expone la frecuencia de los temblores de tierra á las construc- ciones humanas en la región adyacente al Pacífico, desde Gua- temala hasta Chile. No obstante, á la vista de esta gran insalubridad general que se extiende desde un trópico al otro todo á lo largo de la costa oriental del nuevo continente, es preciso reconocer que la América Central parece relativamente favorecida si se compara con las demás porciones de la misma zona litoral que están, ya al N. ya al S. : las fiebres intermitentes son allí muy comunes á la verdad, pero no son diezmadas perió- dicamente las poblaciones centro-americanas por la fiebre ama- rilla , como lo son los habitantes de las orillas del golfo de Méjico, ó los de la costa de la América Meridional, desde la embocadura del Orinoco hasta el trópico de Capricornio. Así, á pesar del gran desarrollo del Delta del San- Juan, á pesar de las lagunas, Greytown (San Juan de Nicaragua), no es mucho más insalubre que las regiones de Europa que son pantanosas, y en las que reinan las fiebres paludianas. Sin embargo, si existiesen en esta costa grandes aglomeraciones de población, como en Nueva-Orleans, en ia Habana ó en Rio-Janeiro, ha- bría probablemente que temer que se desarrollasen allí las epidemias de fiebre amarilla. En resúmen, la división del año en dos mitades , estación seca v lluviosa, el contraste climatérico entre las dos costas «) opuestas del nuevo continente, y las consecuencias que de aquí se derivan bajo el punto de vista de la higiene y de la dis- tribución de las poblaciones , todo esto se refiere á los fenó- menos generales de la física terrestre, como acabo de demos- trar, por una interpretación natural de las leyes de la meteo- rología. Resumen de las observaciones meteorológicas hechas en el Real Observatorio de Madrid en el mes de setiembre de 1860. El temporal de los 5 primeros dias de este mes fué duro y extremado, y por muchos conceptos impropio de la estación. Descubriéronse nevados ya, aunque ligeramente, los picos más elevados de Guadarrama en el dia l.°; llovió en la noche del 2; arreció el viento, y bajó con exceso la temperatura en el 3; continuó este estado sin grandes variaciones el 4; y en el 5, tras de una mañana brumosa, revuelta y fria, se encapotó den- samente la atmósfera, cesó el viento, y aumentaron un poco la temperatura y la humedad. Desaparecióla nieve de la inmediata cordillera en el dia 6, anubarrado y tranquilo; por el N. y N. O. sobrevino una li- gera tempestad, con relámpagos y truenos, en la larde del 7; se despejó un poco la atmósfera, y descendió la temperatura el 8; arreció el viento otra vez, y se volvió á entoldar el cielo en la noche del 9; y en el 10 llovió, aunque no mucho, al principio, fueron abundantes las nubes á medio dia y por la tarde, y por último se desveló repentinamente la atmósfera y entró el temporal en un período de calma. Los 3 primeros dias de la 2.a década fueron apacibles y algo brumosos, con celajes ténues por mañana y tarde, y más densos desde el principio de la noche. Espesáronse las nubes, y se convirtieron en lluviosas en la madrugada del 14, y en la tarde del propio dia se formó una tempestad al S. O., que estalló con mediana fuerza, entrada ya ¡a noche, y que en el 15, muy lluvioso, se repitió próximamente á las mismas horas. Tras del 16, variable y frió, amaneció lloviendo abundante- mente el 17, que no se despejó hasta el final; y á estos siguie- ron los 18 y 19, revueltos, húmedos todavía y desagradables. Fué un hermoso dia de otoño, sin una nube ni viento sen- sible apenas, el 20, y semejantes á este trascurrieron los 21 y 22; pero en la mañana del 23 aparecieron de nuevo algunas nubes por el N., que se espesaron y extendieron por toda la atmósfera en el resto del dia, en términos de formarse por la 497 noche un principio de tempestad; y el 24 amaneció cubierto, lloviendo, y agitado por un viento impetuoso y frió, en cuyo estado subsistió hasta las 2 de la tarde, en que se abrieron las nubes, dejando á la vista la cordillera de Guadarrama, cu- bierta de nieve en toda su longitud. Como si las variaciones atmosféricas hubieran sido escasas ó poco súbitas en las épocas precedentes del mes, todavía en el 25, después de una mañana bastante despejada y grata, se nubló el cielo por el N. O. á medio dia, y se formó una tem- pestad , que arrastrada por un viento violentísimo pasó do aquella región al E. y S. E., concluyendo por llover un poco por la tarde; en el 26 continuó la atmósfera encapotada y re- vuelta; y en el 27 sopló un huracán furioso, que terminó con un fuerte aguacero. Al fin tras del 28, cubierto y lluvioso to- davía, pasaron los 29 y 36 sin ninguna perturbación nota- ble, de ordinario con celajes y bruma, y en varias ocasiones completamente despejados y alegres. En la 1.a década acusó el barómetro una grande onda at- mosférica creciente de continuo hasta el 6, en que llegó la pre- sión á y en baja luego hasta el 9, en que la columna barométrica midió 760mm,26. Del 10 al 13 aumenté de nuevo ia presión, y otra vez disminuyó hasta el 15, variando en este intérvalo entre 762 y 769mm, y oscilando ligeramente al rededor de 705mm en los cuatro dias sucesivos. Estas alterna- tivas en la aliara de la columna barométrica, muy frecuentes en este mes, como los cambios de temporal antes mencionados, se repitieron otras dos veces de un modo notable en la última década: una del 19 al 24, adquiriendo la presión su valor má- ximo de 712mffi,21 el 21; y otra del 24 al 28, correspondiendo la mayor altura de 768ran\88 al dia 26 por la mañana. En ge- neral, las oscilaciones diarias han sido en setiembre de mayor amplitud también que en los últimos meses que le precedie- ron, distinguiéndose entre todas bajo este aspecto las de los dias 14, 23 y 24, que fueron respectivamente de 6mm, 62, 6mm,45 y De la marcha de la temperatura durante el mes queda ya hecha mención en la reseña que precede; y cuanto á la lluvia calda y estado higroraétrico del aire se refiere, se halla expre- tomo x. 32 498 sado con la suficiente claridad en los cuadros que van á conti- nuación. Los vientos reinantes en la 1.* década, con impetuosidad en los dias 1, 4, 7 y 10, y débilmente en los otros, fueron los del N. E., E. y N. O. especialmente, y algo también al fin los delS. O. y O.; en la 2.a los del N. y N. E., los del S. E. al principio, y algún dia los del S. O., con marcada fuerza del 15 al 19 ; y en la 3.a los del S. 0. en la primera mitad y los del N. E. en la última, sensibles apenas del 20 al 23 y en los 29 y 30, y muy recios en el 24 y en algunas horas de los 20 v 27. m BAROMETRO. i ,a década. 2.a 5.a Am á las 6 m. . . . ................ inm 700,09 na m 706,24 mm 705,91 Id. á las 9 707,12 706,94 706,48 Id. á las 12 706,(52 706,48 705,93 Id. á las 3 t ....... ...... 705,67 705,70 705,05 Id. á las 6. ..................... . 705,72 705,77 705,39 Id. á las 9 n 706,47 706,57 706,06 Id. á las 12. ................ . 700,78 706,48 705,87 nana mm mm Am por décadas 706,44 700,31 705,81 A. máx. (dias 6, 20 y 21 ) . . 711,70 711,14 712,21 A. mín. (dias 9, 15 y 24). ... ...... 700,22 701,12 696,25 Oscilaciones 11,48 10,02 15,96 Am mensual )) mm 706,19 )) Oscilación mensual. ..... .^ )) 15,96 » ! ,3 década. 2 a i* a o. Tm á las 6 m. . ................... 12°, 7 12", i 8o, 3 Id. á las 9. 16,1 15,7 12 ,2 Id. á las 12. ..... . ..... ....... 20 ,9 19 ,6 16 ,6 Id. á las 3 t. 23,1 20,5 17 ,6 Id. á las 6. ........ . o 19 ,0 18 ,5 15 ,2 Id. á las 9 n. .................... . 16 ,9 15 ,7 12 ,7 Id. á las 12. ........... . ...... . . 15 ,1 14 ,6 11 ,3 7m por décadas. . . .............. 17", 8 16°, 7 13°, 4 Oscilaciones. .................... 25 ,5 18,9 24 ,8 T. máx. al sol (di as 7, ti y 22) 42", 2 89\3 42 ,9 T. máx. á la sombra (dias 7, 12 y 22). 32 ,7 27 ,2 28 ,8 Diferencias medias 9 ,0 7 ,7 9 ,1 Tm mín. en el aire (dias 4, 20 y 20). . 7Ü,2 8o, 3 4°,0 Id. por irradiación (días 4, 20 y 20). . 5 ,2 7,5 0 ,6 Diferencias medias, . .............. 1 ,8 0,8 2 ,9 Tm mensual. . .......... ......... 16°,0 i) Oscilación mensual ................ » 28 ,7 » 500 PSICROMETRO. -i década. 1 2.a 5.a Hm á las 6 m. ....... . ... ... 74 1 86 89 Id. á las 9. 64 76 77 Id. á las 12. .................... 50 63 61 Id. á las 3 t. . . . ................. 41 54 58 Id. á las 6 48 58 70 Id. á las 9 n ... 63 73 76 Id . á las 12. . ........ . ......... . 65 74 78 //rn por décadas ................... 58 69 73 Hm mensual ¡ » 67 | « ATM OMETRO mm mm mín Em por décadas.. . . . . . . . ..... . . . . . 6,7 3,8 3,5 E. máx. (dias 9, 12 y 22). ......... 9,1 6,3 5,0 E. mín. (dias 3, 1 5 y 28} ......... . 4,3 1,8 0.8 í Em mensual. j » mm 4,7 » PLUVIMETRO. Dias de lluvia . . . . . ........ . . . . ............ 9 Agua total recogida. 38mm,3 Id. en el día 17 (máximum) 8 \i] ANEMOMETRO. Vientos reinantes en el mes. N 34 horas. S 35 N. N. E........ 44 S. S. O. ...... . 32 N. E. 137 S. O. ......... 96 E. N. E 31 O. S. O 28 E 54 0 52 E. S. E 16 O. N. O.. 14 S. E 43 N. O. . . . 65 S. S. E 19 N. N. O 3 501 isa c^> SS SS GO • • co C*^. . , -*“5 „• oa tsa o>’ SBE 2= 2= 55= SS ^ c*a BiAiqj ap sb;q Ce •*«# 50 ^ O ^ 50 ©1 SO OO ©1 ^ m ^ o 50 QO SífS'lJOOíOOCSCOOOiNv# o© oo so 50 so ©'i 50 ® o oí os 01 OI y*H OI OI OI síart •»<. « *o &*»»l ®fOXOH©SOi^Cí)fOCOC5 50 O ^ 50 ^ 50 50 ^ JO O ^1 ^ ¡¡oioioaoiosoioioíoioioio OE'T'I^OOOOOOOr^ so 10 so 10 so so so t"* so so so t>« wr'OíOoohffiOH^^o 000050 50 50 50 00^10 lo lo I-'' i:'-3 so so lo lo lo lo so lo eoocoo^vjieieqcifo o OfOMOOOOOi-íOOCíO 50 OI C^3 1 íS ¡¿O oC DO „ - c o e so o 10 so ce g C3 G G G CC ce ce -a SJ a p ce -Q G CJ o ce °cc- • — Oí o :_ c« Oí O I-' 50 ce so ce -o G G S 0 ce r- G ce ~ •— O '"O *—¿ O» __ S ce ~ G ce *E* * . Cw "ce .0 a ^ O-G So CD CO HO 502 Comparando las medias mensuales lermomét ricas con las deducidas de 11 años de observaciones, resultan las diferen- cias siguientes: Año medio. Diferencia. Diciembre 10M 1838.. Diciembre. . . —0,9 Enero. 9 ,6 /Enero. . . . . 3,9 Febrero. ............ 11 / Febrero. .... -2,8 Marzo. ............. 12,3 Marzo. ..... ■ 0,1 Abril. 13 ,2 16 ,3a 19 ,7 i Abril 0,1 Mavo. . . ; \ Mayo. ...... — 1 ,3 Junio. .............. 1839.. i j Junio. ...... —1,1 Julio ... . 22 3 J Julio. ...... +1.4 +1,8 Asosto. ..... 21 ,8 19 ,4 I Agosto. ..... Setiembre ..... Setiembre . . . +0,5 Octubre. . . ......... 16,4 1 Octubre. .... +0,6 Noviembre. 12 ,3 \Noviembre . . +0,2 Temperatura media anual. ............. . 13 ,3 Diferencia anual con el año medio. . . . —0,33 Del mismo modo que en el año meteorológico anterior exce- dió el actual en frió y calor al año medio. Los excesos son ne- gativos en los 7 primeros meses y positivos en los 3 últi- mos. La diferencia anual es negativa aunque corla. El máximo de temperatura tuvo lugar ala 1 deldia 13 de julio, alcanzan- do el termómetro á 33° centígrados y el mínimo á las 7 de la mañana del dia 11 de enero, descendiendo hasta 1,8 bajo ce- ro. Los fenómenos más notables del año han sido: la tempera- tura de mavo inferior á la de abril; varias nieblas muv densas, sobre todo las del 6 de mayo y 9 de abril; un cambio de viento a las 10h y 33' de la mañana del dia 24 de junio, en que pasó del N. al S. brusca y violentamente sin intervalo alguno de calma; una bólidaobservadaá gran distancia el mismo mes de junio, apa- reciendo al S. E. y corriendo al N.; la aurora boreal del 28 al 29 de agosto; muchas tempestades en los meses de octubre y 503 noviembre; y por último, ha habido truenos trece veces, distri- buidos del modo siguiente: en febrero 1, en abril 1, en mayo 1, en junio 3, en julio 2, en octubre 4 y en agosto 1. Pontevedra 31 de diciembre de 1859. Antonio de Valenzuela Ozores. 504 Resúmen de las observaciones meteorológicas hechas en la Uní MESES DEL AÑO EN meteorológicas. ! meteorología. /Diciembre. . . INVIERNO j Enero ( Febrero MEDIAS DEL INVIERNO. ( Marzo PRIMAVERA.. . . Abril v Mayo MEDIAS DE LA PRIMAVERA ( Junio. . . . ESTIO \ Julio ' Agosto. . . MEDIAS DEL ESTIO.. . . / Setiembre . OTOÑO. Octubre. . i \ Noviembre MEDIAS DEL OTOÑO. . MEDIAS ANDALES . . . . PRESION ATMOSFERICA en milímetros, correjida de capilaridad de temperatura. y á G° 705,1 | 702,1 I 7 0 0,2 I 699,2 706,1 708,5 703,7 ¡ 700,5 706,1 i 700,8 ¡ 702.8 I 705,6 703,0 702^8 703,5 7 07,2 709,8 706.8 708,4 21 23 26 27 Presión media del año. ..... Idem máxima, el 1 1 de enero. Idem mínima, el 1 í de diciembre. ..... Oscilación Ha llovido en el año, dias El espesor de la capa de agua ha sido de Dia de mayor lluvia, el 4 de junio ..... Dirección del viento en todo di. ..... . Presión barométrica media r¡ C/5 l o Z i ¡*í O C3 o ec V c . Idem mí soluta: _ z J 1 s 1 — * V *ü ¿ co o 690,6 19 20,3 7 03,2 24 <1,1 693,2 6 21,1 69 5,6 17,5 698,7 22 11,7 693,6 20 16,4 69 5,1 14 10,0 69 5,8 12,7 699,0 1 7,1 694,0 22 14,5 694,7 8 9,0 695,9 To~2 694,3 30 697,3 14 9,9 698,2 4 11,6 696,6 10/2 696,0 12,6 ¡ Milímetros. i 702,8 7 14,3 690,6 23,7 63 ra, i 45 ,u, 150 S. O. ,1J, 698 versidad literaria de Granada el año de 1859 DIRECCION DEL VIENTO á las 9 de la mañana. OIAS que sopla de los cuadrantes . Tí. E. S. E. S. 0. 3Nf. O. ! f 22 7 j { i 2 16 o í 22 o )) 1 4 3 5 40 9 ¡ 6 15 9 4 O O 16 3 8 3 5 3 1 5 8 36 i 5 27 14 7 i I i 5 13 4 8 6 18 6 2 5 38 1 1 27 16 1 0 7 10 3 7 3 18 3 12 1 1 6 1 29 21 34 7 138 87 97 43 HUMEDAD DEL AIRE. LLUVIA. Psicrómetro. Pluvímetro. A las 9 A las 3 O -a .1 5 de la mañana. de la tarde. > _o a nsion del\ vapor en 1 milíinet. j acción de i satura- ' cion . nsion del vapor en milímet. f acción de j satura- ción. ) n » )) » » 3 8 :•! A) )> )> ¡ 12 27 3 18,251 0,719 )) i) » )> 9,791 0,760 10,332 0,658 10 57 1 7,390 0,785 7,964 0,641 I 6 | 37 11,811 0,755 9,148 0,649 í 10 94 8,897 0,732 9,180 0,604 * 63 i í 145 fien tigra dos. Temperatura media del año Idem máxima, el 7 de julio Idem mínima, el 17 de diciembre., , Oscilación. Temperatura media máxima al sol Idem media mínima en la yerba Idem máxima al sol, el 8 de julio ídem mínima en la yerba, el I 7 de diciembre. . . Oscilación de estos dos termómetros 15,8 40,2 —3,3 43,5 36.0 2,2 54.0 -8,2 62,2 Signen las observa MESES DEL AÑO. EN meteorología. TEMPERATURA DE LA ATMOSFERA en grados centígrados. ESTACIONES meteorológicas. Medias mensua-\ les. \ | Medias máximas, i co Cw S zn -5 o Máximas absolti-/ ,as. * O s- o o •« § « 2 C5 ~ 5 Mínimas absolu- . (as. Diciembre. . . . 7,3 ! i 12,9 1,6 15,9 12 —3,3 INVIERNO Enero. ...... 5,6 10,9 0,3 13,5 3 —2,8 1 Febrero 8,1 ! 3,9 2,3 19,2 28 -M MEDIAS DEL INVIERNO. . . 7,0 12,5 1,4 16,2 -2,4 ( Marzo. ...... j 2,4 19,9 4,8 2¡mT 22 M PRIMAVERA. . . ¡ Abríi 16,5 24,5 8,5 30,0 10 3,2 Mayo 16,6 27,7 9,4 30,2 Í0 5,0 medias de la primavera. 15, i 24,0 7,5 28,5 3,1 ( Junio. ...... 20,3 27,6 13,0 36,0 26 6,2 ESTIO Julio. | 27,4 35, G 19,1 4ü,2 7 14,7 f Agosto 26,1 33,8 18,3 37,7 1 1 1,8 MEDIAS DEL ESTIO ' 24,6 32,3 16,8 3 7,9 10,9 OTOÑO j Setiembre. . . . 23,6 32,0 15,1 36,0 13 8,3 Octubre i 5,6 21,0 10,2 30,3 3 3,3 Noviembre. . . 10,6 16,5 4,6 20,0 2 1,4 MEDIAS DEL OTOÑO. . . . . 16,6 23,1 9,9 2 8,7 7,6 MEDIAS ANUALES ; 15,8 23,0 8,9 27,8 4,8 Los aparatos empleados son: la veleta anemomélrica del ob- servatorio de la Universidad para marcar la dirección del viento; un pluvímetro cúbico de pié inglés de lado, con una campana de vidrio que mide hasta centésimas de pulgada; un barómetro de Fortin, escala inglesa, con nonius, que da aproximaciones de dos milésimas de pulgada; un termómetro sumergido en su cubeta marca la temperatura del mercurio ; un termómetro de Fahrenheit, escala metálica plateada; un termómetro de má- xima á laNegretti, y uno de mínima de alcohol, ambos con es- cala de madera, para determinar la temperatura media del dia; dones de Granada. TEMPERATURA DE LA ATMOSFERA en grados centígrados. V V z> rr - % vo i 03 — Diferencias extre- mas. i Medias máximas i al sol . I co 05 s - • — C3 -p S o J2, cz | S 1 O ^ — * 03 O <73 C/3 — 1 03 03 .§ 'CO w S i O p- QJ O 5- d g .2 = Máximas absolu-B tas en la verba . i O 3 o a -« s co €Hw> — ZOOLOGIA. De la cuestión de la existencia de osos en las montañas del África septentrional; por M. Aucapltaine. (Comptes rendus, 26 marzo 1860.) Los naturalistas lian discutido por mucho tiempo acerca de la existencia del oso pardo ( ursus arctosf L.) en las montañas del Africa septentrional. Herodoto y Estrabon, y después Virgilio, Juvenal y Mar- cial, aseguraron la presencia de este mamífero en el Tell afri- cano. También la ciencia moderna acojió con cierta confianza las relaciones de varios viajeros, como Dappert y Shaw, que confirmaban la opinión de los antiguos, aunque confesando que este animal debía ser muy raro (I). De todos estos testimonios, el del abate Poirel es el que más se suele invocar, porque de- cía que los habla visto. Hé aquí este pasage. «Mientras per- manecí en casa de Ali-Bey , en la Mozoula, un árabe llevó la piel de un oso que había matado cazando, y me enseñó una herida que recibió en una pierna perseguido por este mismo oso (2).» Esto es verdaderamente enigmático. Si Poiret no ase- gurase algunas líneas más adelante que estos animales son car- niceros, pudiera admitirse (y lo supongo cuando más) que no ha visto más que un pedazo de la piel de uno de los grandes y viejos monos tan comunes en las montañas selváticas de Arge- lia, y sobre todo en la región media de la Kabilia. El indígena perseguido y herido justificaría bastante mi hipótesis. Cuvier desechó formalmente este hecho, de que también (í) Viajes de Mr. Shaw en varias provincias de (a Berbería y del levante , t. í, p. 17 7, en 4.°: La ílaj'a, 1743. (2) Poireí, Viaje d Berbería , t. 2, p, 238. dudaron muchos zoólogos, puesto que en Sas Instrucciones para los viajeros, redactadas por los Sres. profesores administrado - res del Museo, se recomendó muy especialmente á los explora- dores la cuestión de la existencia del oso en las regiones mon- tañosas del Africa. Todavía se podían tener algunas dudas hasta la conquista de la Alía Kabilia. La sumisión del país Djurjuriano justifica la opinión de Cuvier. He recorrido en todos sentidos y varias veces aquel áspero pais; he explorado las cimas nevadas del Djurjura, y permane- cido por mucho tiempo en los caseríos que hay en los últimos límites habitables de aquella cadena montañosa más elevada de la Argelia. He adquirido, no sólo por mí mismo sino inter- rogando á las personas del pais ? la certidumbre de que no existe el oso en las vastas y difíciles masas que componen la Grande y Pequeña Kabilia. Los berberiscos tienen nombres especiales para todos los mamíferos, las aves y aun los animales más inferiores (1). El león, que no existe más que en las regiones inmediatas, se lla- ma izan. La pantera, que hasta ahora se ha solido encontrar en las llanuras estrechas y escabrosas de este ingrato país, se conoce con el nombre de ar'ilas hasta entre los montañeses de la parte alta (2). Unicamente el oso no tiene nombre en este idioma mil ve- ces secular; de lo cual debemos deducir que no sólo no existe sino que nunca ha existido, porque en este último caso se en- contrarla su nombre como el de otros muchos animales rnénos notables que no viven en el pais. (1) Lo mismo sucede con las plantas: el vocabulario berberisco es más rico que el de los árabes en esta clase de palabras, y quizá también que el de muchos pueblos europeos (2) Varias panteras muertas en los Ammeraoua y en los Beni-Djen- nad eran de pequeño tamaño, y presentaban la particularidad de manchas en una piel mas oscura , mayores que las de los mismos animales de las llanuras árabes. (Por la Sección de Ciencias Naturales, Camilo de Vela.) Observaciones de estrellas fugaces del 13 de julio al 12 de agosto de 1860, por Mr. Coulvier-Gravier. En la siguiente tabla se ve de qué manera crece progresivamente el número horario medio de estrellas fu- gaces (referido á la hora de media noche, en un cielo sereno, y por con siguiente haciendo la corrección de la presencia de nubes y de la luna), desde el 13 de julio al 9, 10, 11 de agosto, época del máximo de esta parte del año. 1 Año. Meses. Fecha . i en QJ •gs o • __ > o Z • — ’n -a a 2 o o Número de estrellas. i en = « > "O £ ^ en ^ £ .1 J2 ^ mjB z Número ho- rario á me- dia noche. — Término medio de o en 5 . / / 13 9,5 2'>,2 5m 5 1 1,07 2,5 i [ i 5 7,8 2 ,25 20 1 1,52 8,8 > 5,8 estrellas. i 19 4,0 0 ,7 5 2 10,37 6,2 2 1 8,0 2 ,25 12 1 1,52 6,'J 1 ü U11U# • • 1 ,22 2,0 0 ,75 5 1,22 7,9 [ 5,9 \ i 24 4,0 1 ,50 6 1,15 3,7 1 f 26 6,5 1 ,50 14 1,45 7,7 ) / t 30 Luna. 1 ,00 13 1.30 16,0 16,! 1 860. \ 1 6 6,5 1 ,00 18 9,30 24,7 i i 7 4,0 i ,00 H 9,30 17, 0¡ 17,0 1 1 l 9 10,0 0 ,75 36 9,37 60,7 1 f Luna. 0 ,50 15 10,15 62,4 62,4 f AgOSlO» i Luna. 2 ,7 5 123 12,45 64,0 ) S I lio 6,5 t ,50 61 10,00 54,5 ( K ’i f. \ 1 Luna. 3 ,50 120 12,30 53,2 V 12 6,0 ; 2 ,50 1 4 6 10,15 25,0 25,0 Según los términos medios de 3 en 3 observaciones hasta el 7 de agosto, se halla que el número horario medio á media noche es sucesiva- mente 5,8 estrellas, 5,9, 16,1; el 7 de agosto 17: el 9, 62,4; el 10, 53,6; el 11, se obtiene por el trazado de la curva de las observaciones, 40,0; y el 12 por las observaciones mismas, 25 estrellas. El término medio general de los dias 9, 10, 1 1 de agosto es para este ano 52,2 es- trellas. La aparición del fenómeno respecto de los dias 9, 10 y 11 de agosto toma una marcha ascendente: los años siguientes demostrarán si esta marcha dehe continuar, ó adquirir la decreciente. olí — Algibes de Fenecía. La ciudad de Venecia, situada tan singu- larmente en medio de un gran lago de agua salada comunicante con el mar, ocupa una superficie de 5.2 00.000 metros cuadrados, sin contar los canales grandes y pequeños. Ano común, caen allí S2 centí- metros de lluvia. La mayor parte de esta lluvia se recoje en 2.07 7 al- gibes, de los cuales 177 son públicos, y 1.900 pertenecen á casas par- ticulares. Todos reunidos tienen una capacidad de 2 02.735 metros cú- bicos. El pluvímetro del seminario patriarcal demuestra que la lluvia cae á distancias y con suficiente abundancia para llenar los algibes cinco veces al año, lo que dará cerca de 2 4 litros por persona. Pero como la arena depuradora ocupa en los algibes cerca del tercio de su capacidad, los 24 litros se reducen á 16. Los algibes de Venecia pueden servir de modelo, tanto por el modo con que están construidos, cuanto por la elección de materiales que en ellos se han empleado, y por esta razón merecen estudiarse en todos sus detalles. Los siguientes pueden considerarse como oficiales, puesto que los ha suministrado Salvador!, ingeniero de la municipalidad de Ye- necia. Los materiales esenciales que constituyen un algibe son la arcilla y la arena. Se cava el terreno hasta unos 3 metros de profundidad, por- que las infiltraciones de la laguna impiden que se profundice más. A la escavacion se da la forma de una pirámide truncada con la base hacia el cielo. El terreno que está ai rededor se sostiene con un armazón de bue- na madera de encina ó de alerce, que se apoya en la cima truncada, y también en los cuatro lados de la pirámide. Sobre esta armazón se pone una capa de arcilla pura bien compacta y trabada, uniendo su superficie con mucho cuidado. El grueso de esta capa guarda proporción con las dimensiones del algibe: en los mayores no tiene más de 30 centímetros^ Este grueso es suficiente para resistir á la presión del agua que esté en contacto con ella, y también para oponer un obstáculo invencible á las raices délos vegetales que pueden crecer en el terreno inmediato. Se tieDe mucho cuidado en que no queden cavidades donde penetre el aire. En el fondo de la escavacion, en lo interior de la punta truncada de la pirámide, se pone una piedra circular que tenga un hueco en medio en forma de caldero, y sobre esta piedra se coloca un cilindro hueco del diámetro de un pozo común, construido con ladrillos secos bien ajus- tados, y teniendo cuidado de que los del fondo tengan unos agujeros có- nicos. Este cilindro se prolonga hasta encima del nivel del terreno, ter- minándole del mismo modo que el brocal de un pozo. Queda por lo tanto un gran espacio vacío entre el cilindro puesto en medio de la escavacion piramidal y las paredes de la pirámide cu- 512 biertas con una capa de arcilla que se apoya en el armazón de madera. Este espacio se llena con arena de mar bien lavada, viniendo á quedar su superficie al igual de la arcilla. Antes de cubrirlo todo con el empedrado, se pone en cada uno de los euatro ángulos de la base de la pirámide una especie de caja de piedra cerrada con una cubierta también de piedra y agujereada. Estas cajas, llamadas cassettoni , se unen entre sí por un canalito en forma de regue- ra, hecho con ladrillos secos que se apoyan en la arena. Todo ello queda cubierto con el empedrado común que se inclina en el sentido de los cuatro agujeros de los ángulos de los cassettoni. El agua que recojen los tejados entra por los cassettoni , penetra en ia arena atravesando las junturas de los ladrillos de los canalitos, y vie- ne a reunirse nivelándose en el centro del cilindro hueco, en el que se introduce por los agújenlos cónicos practicados en el fondo. Uu algibe construido así, y bien provisto, da un agua muy clara, fresca, y la conserva perfectamente hasta la última gota. — Clima de Jkogmut. De una serie de observaciones bastante bien hechas y completas, ha sacado Vesselofski, sabio ruso, el clima de Ikog- mut, punto siímado á 6in 47' S4" de latitud 3N., y 16 Io W 50'' de longitud O. de Greenwich. La temperatura media del invierno es — 1 3o, 82, la de la primavera — 5,46, la del verano — 7,7 6, la del otoño — 3,81, y la del año —3,33. Suele bajar la temperatura á menos de —37° ó del punto de congelación del mercurio, y no la pueden aguantar los perros más acostumbrados al frió. El movimiento general de la atmósfera es 3N\ E.; la dirección media del viento H. 41° E. El viento dominante las tres cuartas partes del año, invierno, primavera y otoño es N. E.; en verano S. O. La latitud de Sitka ó de Huevo Arcángeío es sólo 4o 44' menor que la de Ikogmut, y no obstante su temperatura media del año es 4%97, ó 7", 86 superior á la de Ikogmut; de donde se infiere que en aque- llas regiones mengua con mucha rapidez la temperatura del S. al N. (Por la Sección de Variedades, Camilo de Yela.) Editor responsable, Camilo le Vela. N.° 9.° — REVISTA DE CIENCIAS . —Diciembre 1860 AS HACIAS. «ÉOD12SIA. Trazado de las cartas geográficas .-—Discurso pronunciado el 8 de febrero de 1856 en la sesión anual de la Universidad imperial de San Petersburgo ; por P. Tchebychef. (Nuev. An. de Matem., julio y agosto 1800.) líesele la más remóla antigüedad lian llamado muy especial- mente la atención las ciencias matemáticas: en nuestros dias lian adquirido todavía mayor interés por su influencia en las artes y en la industria. La reunión de la teoría con la práctica da muy felices resultados, y no sólo gana la práctica en ello: las mismas ciencias se desarrollan por su influencia; hace descu- brir nuevos objetos de investigaciones, ó que se consideren-bajo nuevos aspectos los que hace mucho tiempo que se conocen. A pesar del gran desarrollo á que han llegado las ciencias matemáticas por los trabajos de los grandes geómetras de los tres últimos siglos, la práctica descubre claramente su imperfección bajo muchos aspectos, plantea cuestiones esencialmente nuevas para la ciencia, y hace que se busquen métodos enteramente nue- vos. Si la teoría gana mucho con las nuevas aplicaciones de un método antiguo ó sus nuevos desarrollos, toda vía debe ganar más por el descubrimiento de nuevos métodos; y en este caso la prác- tica es una guia segura para la ciencia. La actividad práctica del hombre presenta una gran diver- sidad, y para satisfacer todas sus exigencias se nota en la cien- cia el defecto de métodos numerosos y variados. Particular im- portancia se concede á los métodos para los cuales se necesita la solución de los diversos aspectos de un mismo problema general, 33 TOMO X. 514 á saber: ¿Cómo disponer de recursos dados para sacar el ma- yor provecho posible de ellos? La solución de los problemas de es le género, constituye el objeto llamado teoría de los máximos y mínimos. Estos proble- mas, que son de un carácter puramente práctico, tienen una im- portancia particular para la teoría: se encuentran en todas las leyes que determinan el movimiento de la materia ponderable ó imponderable. Es imposible no reconocer su benéfica influen- cia en el desarrollo de las ciencias matemáticas. Hasta la invención de la análisis infinitesimal no se tenían más que casos particulares de la solución de tales problemas, pero estas soluciones ya contenían el gérmen de la nueva é im- portante rama de las matemáticas, conocida con el nombre de Cálculo diferencial. Para demostrar la influencia de las cues- tiones de máximos y mínimos en este descubrimiento, recordaré el pasage de la célebre obra de Newton, Philosophim naturaiis principia mathematica , en que habla del origen de un descu- brimiento, cuyas aplicaciones y resultados son innumerables en la actualidad. «Hace 10 años (1677), cuando estaba en correspondencia con el sapientísimo geómetra Leibnitz, le escribí que yo tenia un método para la determinación de los máximos y mínimos , para tirar las tangentes y resolver otras cuestiones análogas, y que este método podía emplearse con la misma facilidad para las ecuaciones, tanto irracionales como racionales. Entonces oculté mi método entre palabras disfrazadas, cuyo sentido era el si- guiente. «Dada una ecuación que contenga un número cualquiera de cantidades Alientes, hallar la fluxión; y recíprocamente.» A lo que el ilustre Leibnitz contestó que por su parte había encon- trado un método semejante, y me le comunicó en la misma carta. Este método sólo se diferenciaba del mió en la denominación y la notación. (Observaciones sobre la 7.a proposición del 2.° li- bro, edición de 1713.)» Pero el descubrimiento del cálculo diferencial y la solución de problemas análogos á los que hablan conducido á él, no ago- taban completamente el asunto; las investigaciones del mismo Newton lo manifestaron así: la cuestión que resolvió de determi- nar la forma de un cuerpo que moviéndose en un fluido en- 515 cuentre la menor resistencia, presentó un problema de máximos y mínimos esencialmente distinto de aquellos para los que se había empleado el cálculo diferencial. El método general para resolver los problemas de este género, importante sobre lodo en mecánica analítica, proporcionó también el descubrimiento de un nuevo cálculo conocido con el nombre de Cálculo de las va- riaciones. A pesar de tal desarrollo de las matemáticas respecto á la teoría de los máximos y mínimos , es fácil notar que la prác- tica va más lejos, y exije la solución de problemas sobre los máximos y mínimos todavía de otro género, esencialmente dis- tintos de aquellos en que ha habido que recurrir á los cálculos diferencial y de las variaciones. Como ejemplo de semejantes cuestiones y de su resolución, podemos presentar nuestras investigaciones sobre e \¡xir alelo (¡ra- mo de Watt , impresas en las Memorias de los Sabios no individuos de nuestra Academia de 1854. Por los resultados á que hemos llegado, examinando el método necesario para determinar la mejor construcción de los mecanismos de esta especie, se ve que en este caso las cuestiones prácticas conducen á muchos resul- tados teóricos interesantes para la ciencia; que de los métodos que da primeramente la práctica, se desprende el modo de re- solver nuevas cuestiones teóricas también interesantes, inde- pendientemente de su significación práctica (1). (1) Aid, entre otras cosas, encontramos aquí la solución de la cues- tión siguiente: «Variando necesariamente con x una función entera -j— — 2_j. —[—y/, ¿cuál será el menor grado de su "variabilidad?» Y después: «¿Con cuáles valores de J, Z?, C H llega á este límite?» La solución de este problema da muchos resultados interesantes de álgebra superior. Por ejemplo: l.° Si tenemos la ecuación f(x) — xn-\-Bxn~ ■— |-C.£'n --}-*« .... -{— //— 0 , Ü entonces entre los límites h y /¿:±:4 & / ^±zf(h) se encuentra por lo ménos una raiz de una de las ecuaciones i 516 El trazado de las cartas geográficas présenla otro ejemplo particularmente notable de cuestiones de este género. En el estado actual de la teoría de las cartas geográficas se pueden en- señar en infinito número diversos métodos para su trazado, de modo que los elementos pequeñísimos de la tierra conserven en la representación su verdadera forma. Pero puesto que por otra parte, en razón de la propiedad que tiene la tierra de ser esfe- roidal, varia necesariamente la escala de representación de sus diversos elementos, los elementos iguales tomados en diferentes parages estarán representados en la carta con dimensiones dis- tintas. Cuanto más sensibles sean los cambios de escala, más inexacta será la carta geográfica. Y puesto que el tamaño de estas variaciones de escala en el espacio de una misma porción de superficie es mayor ó menor según el método de proyec- ción, se presenta naturalmente la siguiente cuestión: ¿En qué proyección serian los más pequeños posibles estos cambios de escala ? En una nota que leí á la Academia de Ciencias en su sesión del 18 de enero, demostré que analizado este problema se re- duce al especial de máximos y mínimos esencialmente distinto /(ce)=0, r(*)= 0. rf t \ E! signo de! radical se determina por e! de la fracción — Esío f'(ti) es de una aplicación importante en la separación de las raíces por el método de Fonrier. r> O En la ecuación i-j-Cce~n—'5_j_ # . . . . -{- Sfxdz:Á'-~- 0, 2»-H 2»-fl_ hay siempre una raíz entre — 2 y / v ± 2 1 / _ , de la cual re- V 2 V o salta esta propiedad de Jas ecuaciones. En la ecuación a?2n-H I — |~C^2n — 5_J__ A-Jíx^Á^ 0, que contiene oc con potencias impares, si K está comprendida entre —2 y -|~2, se halla entre los mismos límites por lo menos una raiz. 317 de los que se resuelven en los cálculos diferencial y de las va- riaciones. Este problema es parecido á los que lian sido objeto déla Memoria precitada sobre el paralelogramo de Walt, pero se refiere á una clase más elevada : allí se buscaban algunas constantes; aquí se trata de hallar dos funciones desconocidas, lo que corresponde á la determinación de una cantidad infinita de constantes. Esto establece entre estos problemas una diferen- cia análoga á la que existe en los problemas del calculo dife- rencial y del de las variaciones. Bajo el aspecto teórico, este objeto es tanto más interesante, cuanto que se reduce á la in- vestigación de una ecuación de derivadas parciales particular- mente notable, que expresa entre otras cosas el equilibrio de calor en las placas infinitamente delgadas. Así, el problema sobre las proyecciones más ventajosas de carias está conexio- nado con la notable propiedad del calor: en el equilibrio de ca- lor de una placa circular infinitamente delgada, la temperatura del centro es el término medio de la de todos los puntos de la circunferencia; del mismo modo para la esfera, la temperatura del centro es el término medio de la de la superficie. La solución definitiva de la proyección más ventajosa para las cartas es muy sencilla: la proyección más ventajosa para re- presentar una parte cualquiera de la superficie terrestre, es aquella en la cual en los límites de la representación, conserva la escala una misma magnitud, fácil de determinar según el ta maño normal de la escala adoptada. Respecto de la determina- ción de la proyección que tiene esta propiedad, se reduce al problema común en que se trata, de integrar una ecuación de derivadas 'parciales, en que el valor de la integral con lí- mites está dado, entre cuyos límites debe subsistir finita y continua. Así, para la representación de cada pais en la carta no hay más que una proyección quesea la más ventajosa. Se determi- na por la posición del pais con respecto al Ecuador y la forma de sus límites: además, los paralelos y ios meridianos represen- tan diversas líneas curvas, pero que generalmente se aproximan al círculo y á la recta si se proyecta una pequeña porción del globo terrestre. Estas líneas se construirán por puntos sin nin- guna dificultad. 518 Los casos en que los paralelos y los meridianos se trasforman completamente en círculos ó líneas rectas son especialmente no- tables; lo cual facilita mucho el trazado de las cartas de di- mensiones mínimas. Lagrange, en sus Memorias sobre la cons- trucción de lascarías geográficas ( Nuevas Memorias de la Aca- demia de Berlin, 1799), determinó todas las proyecciones en que se verifica esto. Fundándose en la propiedad general de la pro- yección más ventajosa, no es difícil demostrar para qué países convendría emplearla: los límites de estos países se determina- rán por los puntos en que la escala en este género de proyec- ción conserva el mismo tamaño. Los límites determinados de este modo representangeneralmente curvas bastante compli- cadas. Pero á medida que disminuye el espacio descrito, se simplifican y convergen rápidamente, viniendo á formar elipses, de tal modo, que apenas se diferencian de estas líneas para la representación de países bastante extensos, como por ejemplo la Rusia de Europa. Estas elipses tienen posiciones conocidas, determinadas; su centro está en el de proyección, y uno de los ejes en dirección del meridiano. La proporción de los ejes de estas elipses se determina por medio de la posición del centro relativa al Ecuador, y de cierta cantidad que Lagrange llama exponente de proyección . Recíprocamente, para la representación de cada parte del globo bastante pequeña y limitada por semejante elipse, se puede hallar el método de proyección, segun el cual los parale- los y los meridianos serán líneas circulares ó rectas, y que dará una representación que se aproximará á la realidad. Pero para esto, segun lo que antes hemos dicho, deben escojerse el centro de proyección y su exponente de un modo conveniente, que con- cuerde con la posición del pais y la forma de las fronteras (1). (1) El exponento de proyección se determina por la fórmula eos. 7, en que l es la latitud del centro, n la relación del eje, dirijido segun el meridiano, con el otro eje. 519 De aquí, los métodos particulares de proyección en que se conserva la similitud de los elementos infinitamente pequeños, tales como el estereográfico polar y horizontal, proyección de Gauss y de Mercator, que se deducen todos del método gene- ral por una hipótesis particular sobre el centro de proyección o el exponente, no pueden dar una representación que se aproxime á la exactitud más que en casos particulares cono- cidos. Así, si la elipse anteriormente mencionada se trasfonna en círculo, el exponente se reduce á la unidad, y la proyección más ventajosa en general es la proyección estereográfica hori- zontal, que se trasforma en 'polar cuando el centro del círculo coincide con el polo de la tierra. A medida que disminuye el eje de la elipse dirijido según el meridiano, la proyección más ventajosa se aproxima á la de Gauss. Aproximándose el cen- tro al Ecuador, esta proyección se convierte en la de Mer- cator. Es claro, según esto, que con objeto de obtener la mejor representación cartográfica de diferentes paises, no se puede limitar á uno sólo ó varios procedimientos particulares, sino que es necesario emplear el método general, eligiéndole cada vez convenientemente, y el centro de proyección y la magnitud del exponenle. Por lo que hemos dicho antes, esto se verifica con facilidad por la proyección de una parle del globo cuyos límites repre- sentan una elipse con un eje dirijido según el meridiano. Pero la práctica no presenta nunca casos tan sencillos: las fron- teras de los diversos paises tienen siempre la forma de curvas sumamente irregulares. A pesar de esto, para la representa- ción mejor de un pais que no sea muy extenso, se puede de- terminar la posición del centro de proyección y la magnitud del exponente, comparando la forma de las fronteras con la elipse ó con otras secciones cónicas. Para ello basta tener una representación aproximada del pais, para cuya proyección se busca el centro y el exponente más ventajoso, y al efecto se puede emplear una carta trazada por cualquier método que sea. Propiamente hablando, hay que hacer aquí tres hipótesis, 520 que dan el principio de tres soluciones distintas; pero compa- rándolas entre si, no será difícil hallar la más ventajosa. l.° Puede considerarse el pais que se va á proyectar como una porción de espacio limitada por una elipse, con un eje dirijido según el meridiano: respecto de los paises en que la mayor ex- tensión en meridianos y paralelos se halla casi opuesta al cen- tro, esto corresponde siempre á la solución más ventajosa; es el caso más frecuente en la práctica. 2.° Puede considerarse el pais que se va á proyectar como una porción de espacio com- prendida entre dos elipses, dos hipérbolas ó dos parabolas se- mejantemente dispuestas: esto puede dar ia solución más ven- tajosa sólo en los paises encorvados en forma de hoz, ó que presentaban una faja estrecha inclinada en los meridianos yen los paralelos. 3.° Por último, puede compararse á un espacio comprendido entre las ramas de dos hipérbolas opuestas: esto corresponde á los paises cuyas fronteras están sensiblemente encorvadas mirando al centro (1). Deteniéndonos en la primera hipótesis, que comprende la mayor parte de los casos que se encuentran en la práctica, ob- servaremos que entre la cantidad de elipses que pueden descri- birse al rededor del sitio que se va á proyectar, la proyección más ventajosa se determinará por la más pequeña, si para la comparación de las diversas elipses entre sí adoptamos la lon- (1) Para un espacio que en la proyección estereográfica horizontal con el radio =±: í está limitado por la elipse o72 , y1 i-— =1, a* ^ b* el límite de los cambios de escala (la diferencia entre ia mayor y la me- 2a26‘ ñor dividida por la escala media) se expresa asi: ^ para el espa- cio entre las dos elipses cc2 . y 2 el límite es igual á a~ • b’1 a , 2(a.2— í )a26 + 2 ' 62 1? a°- j-¿r ; entre las dos hipérbolas 521 gitud de su diámetro medio, inclinado igualmente sobre los ejes. Según la forma de las fronteras, no es difícil reconocer los puntos en que se apoyará esta elipse, y bailar por medio de eüos los ejes y el centro. El centro será el sitio más ventajoso del de proyección: la posición de este centro y la relación de los ejes de la elipse se determinarán por medio del expolíenle más ventajoso. Todo esto se refiere principalmente á la repre- sentación de países muy reducidos; pero para los extensos, se- gún el método general de aproximación sucesiva, es fácil hallar las correcciones tanto de la posición del centro como de la mag- nitud del exponente. Así se obtendrá el método más ventajoso de trazado geográfico de un pais dado, en el que permanezcan siendo círculos los paralelos y los meridianos. Se ve, pues, que el trazado de las cartas geográficas perte- nece al número de las cuestiones prácticas que se resuelven de diverso modo según los distintos países; que el método de tra- zado ventajoso para Francia, Alemania ó Inglaterra, puede ser desventajoso para Rusia. Además, por razón de su extensión presenta la Rusia dificultades particulares en la representación cartográfica, por lo cual tiene una importancia relativa la elec- x1 ?/- „ x2 y2 ^ íz2 ¡? a~ 2(*2-l)a262 es igual á — — — — 5 entre las dos parábolas & 62) r x2=2 es igual á 2 («,—«/): por último, en el espacio entre las ramas de las dos hipérbolas opuestas o *1 ÍL y‘ a 2 x 2 y 2 ■2 ó"”-1’ a2" fr el límite del cambio de escala es igual á — - — — — Esto resulta de 5 r±:(a2— ¿>2) las últimas ecuaciones de la nota antes mencionada , y es exacto casi o 11 hasta tang." en que u es la distancia angular de los puntos del pais proyectado ai punto adoptado por centro de proyección estereográfica. 522 cion de proyección que más en relación esté con su espacio, la forma de sus fronteras y su posición respecto al Ecuador. Sin hablar de cartas que comprenden todas las partes de la Rusia, las de sus diversas partes presentan variaciones de escala muy sensibles. Así, proyectando todo lo que le pertenece del lado de los montes Ourales por el método de Gauss, se admilen varia- ciones de escala de más de *v, lo que para medir superficies da una diferencia de una milla cuadrada para cada diez , error que es muy sensible. Los errores son menores respecto de la proyección estereográfica horizontal con un centro convenien- temente elegido, pero la diferencia de escala llega á A, lo cual da para valuar superficies un error de una milla cuadrada en- tre diez y siete. Estos errores no son bastante pequeños para que puedan despreciarse: el medio de disminuirlos consiste en de- terminar la proyección que mejor corresponda á la forma y posición del país proyectado. Examinando en la carta esta parte de la Rusia, observa- mos que el contorno general de sus límites está lejos de ser una elipse cuyo eje se dirija según el meridiano: y en este caso, como hemos visto, no se puede llegar á la mejor representa- ción conservando para meridianos ó paralelos círculos ó líneas rectas. Simplificar de este modo la construcción de su carta , sería dismimuir sensiblemente el grado de exactitud de la represen- tación. Para llegar á la representación más exacta, es necesa- rio determinar, según lo que ántes hemos dicho, el método de proyección, integrando cierta ecuación. Puesto que la integra- ción debe efectuarse bajo condiciones dependientes de la forma de los límites, y que estos limites presenten siempre curvas complicadas, se comprende que es imposible la integración exacta: pero la práctica no la exije; basta limitarse á variacio- nes de escala de diezmilésimas, y en este caso todo se funda en la determinación de ciertos coeficientes, que con una precisión suficiente para la práctica puedan calcularse según la forma de los límites, por encorvados que estén. En cuanto á los para- lelos y á los meridianos, se construirán por puntos sin difi- cultad. Pasando al método más sencillo de trazado de las cartas en 523 que los paralelos y los meridianos representan círculos ó líneas rectas, observamos que las posesiones de la Rusia del lado de los Montes Ourales, del Cáucaso y de la Georgia se extienden más del N. al S. que del E. al O.: desde luego no puede com- pararse este espacio á un círculo, mucho ménos á una elipse, cuyo eje, dirijido del N. al S., sería muy pequeño en compa- ración del dirijido del E. al O. Por consiguiente, según lo que acabamos de decir, ni la proyección de Gauss ni la este- reográfica corresponden á la forma del pais. Aplicando al caso actual el método de determinación del centro y del exponente que hemos manifestado, observamos que el centro de la elipse mínima que tenga un eje dirijido según el meridiano, que abrace todas las posesiones ouralianas de la Rusia, comprendiendo en ellas el Cáucaso y la Georgia, se encuentra entre Jaroslaf y Ouglitch, á 57° de longitud y 57° 36' de latitud: la propor- ción de sus ejes es igual á Partiendo de esta elipse, halla- mos que á la proyección más ventajosa corresponde el expo- nente 1,0788 (1). Esta magnitud no se diferencia de 1, expo- nente de la proyección estereográfica, más que en una cantidad inferior á una décima . Pero semejante diferencia tiene una in- fluencia notable en el grado de exactitud de la representación. Hemos visto que la proyección estereográfica para la posición más ventajosa de su centro en el espacio de la porción de Ru- sia que hemos examinado, presenta una variación de escala que llega hasta Adoptando ¡a cantidad hallada 1,0788 para el exponenle de proyección, y colocando su centro entre Jaros- laf y Ouglitch (á 57° de longitud y 57° 42' 30ff de latitud), he- mos obtenido una carta de esta parte de la Rusia, en que los cambios de escala no pasan de A> v este es el mayor grado de perfección á que puede llegarse, conservando por paralelos y meridianos circuios y líneas rectas. (i) En la fórmula de la nota de la pág. 5 1 8 para /= 57 c 36', n=f, 7, el exponente es 1,067 5. Calculando las correcciones, hallamos que se debe aumentar esta cantidad 0,0113, y que la latitud del centro de pro- yección es igual á 57® 36'-j-6' 30"=57° kV 30". Su longitud es igual á 57°, 524 Así es como la mayor parle de las cuestiones prácticas se reducen á problemas de máximos y mínimos enteramente nue- vos para la ciencia; y sólo por la solución de estos problemas podemos satisfacer á las exigencias de la práctica, que busca do quiera lo que hay mejor y más ventajoso. Por ia Sección de Ciencias Exactas, Camilo de Yela. — _ CIENCIAS FISICAS. FISICA. De la formación del hielo en el fondo del agua; por Mr. Engelhardt. (Bibliot. univ. de Ginebra, setiembre 1860.) El autor expone en los términos siguientes los principales resultados de sus investigaciones, y las consecuencias prácticas á que le han conducido. He aquí las experiencias que he hecho en Zinswiller (Bajo Rhin) en 18*29, y que acabo de repetir para dilucidar la cues- tión. Tomé tres calderas de fundición de cerca de i metro de diámetro, que llené de agua. Para apreciar la influencia délos cuerpos extraños, puse en el fondo de una de ¡as calderas pe- dazos de madera y de fundición, y en el otro dejé que se helase un poco de agua; en el tercero no había nada. Estos cuerpos extraños no ejercían ninguna influencia sensible. En el momento de empezar la experiencia, el aire estaba á —2o; hizo más frió por la noche: el agua estaba á 0o. Se cu- brió inmediatamente de capas de hielo, que se cruzaron á 30°, 60° y 120°, y que formaron muy pronto una costra de hielo en la superficie. Al dia siguiente rompí esta costra, que tenia de 30 á 40 milímetros de grueso; decanté el agua de las calderas, y encontré en ellas todas las paredes y el fondo lapizadas de una capa de hielo de 20 á 23 milímetros de grueso. La superficie estaba lisa; no había más que acá y allá algunas ligeras arru- gas, á las que estaban adheridos los penachos de agujas de hielo. 526 En enero último hice otras experiencias. Tomé tres calderas de fundición de 550 á 670 milímetros de diámetro, y una artesa de 640 milímetros. Las llené con agua de rio, que tenia +2°; la temperatura de la atmósfera era de — ¥ por el dia; por la noche bajó á —5o. Coloqué estas vasijas en unos sustentáculos de 20 centímetros de altura, con objeto de que por lodos lados estuviesen rodeadas de una temperatura igual. Al dia siguiente las cuatro calderas estaban cubiertas de una capa de hielo unida de 12 á 14 milímetros de grueso. Las calderas de fundición estaban cubiertas de una capa de hielo de 20 milímetros en las paredes y de 15 á 20 en el fondo. Esta capa de hielo era lisa y sin asperezas. La artesa no tenia más que una capa de unos 2 milímetros en las paredes, y algunos penachos en forma de agujas. En el fondo se hallaban algunas láminas de hielo aisladas, de 100 á 110 milímetros de largas, 5 á 7 milímetros de anchas y 1 á 2 milímetros de gruesas, que tenían en sus bordes laminitas implantadas verticalmente en la lámina mayor como los dientes de una sierra. Estos dientes ó agujas laterales tenian de 5 á 7 milímetros de largo y 1 á 2 de ancho. Repeli- das estas experiencias varias veces con un frió de— 6o á — 7° centígrados, dieron siempre el mismo resultado, á saber: que después de estar cubiertas de una capa de hielo en la superficie las vasijas, se tapizaban también de otra en las paredes y en el fondo, como era de prever; hielo que tenia grueso diferente según la conductibilidad y radiación de las paredes. Por esta razón la artesa tenia la capa de hielo más delgada en las paredes que las calderas de fundición, y en su fondo no había por lo común más que agujas; que las calderas de fun- dición adquirían capas de hielo tanto más gruesas, cuanto más intenso era el frió; que las capas siempre tenian mayor grueso en las paredes que en el fondo; y que una vez formadas estas capas, malos conductores del calórico, servían de paredes aisla- doras, y apenas aumentaban de grueso hácia su interior. Para observar la formación del hielo en el fondo del agua, tomé unos platillos de fundición de unos 5 centímetros de hondo, que coloqué en una mezcla frigorífica de nieve y sal común. La temperatura del aire ambiente de la habitación era de +15°. Naturalmente entonces no se produjo hielo en la superficie, pero sí 5 2" en el fondo del platillo. La congelación no era siempre la mis- ma; unas veces eran agujas que insensiblemente se veian agran- dar, hasta que la fuerza ascensional producida por su peso espe- cífico más ligero hubiese vencido la poca adhesión de su peque- ña base: entonces se desprendían y sobrenadaban en la super- ficie. Otra vez el fondo se cubría con rapidez de una capa de hielo delgada y unida, que algunas veces estaba rayada por las mismas líneas finas que ya he mencionado al hablar de los hielos formados en las paredes de las calderas. Hablemos ya de la for- mación del hielo en el fondo de los rios. La tierra, cuando tiene una temperatura inferior á 0% no pierde su calórico más que en la superficie por radiación ó por contacto de cuerpos más fríos. La tierra que forma el fondo y las paredes de los rios es muy mal conductor del calórico, pero el agua y el hielo son todavía peores conductores. El hielo, espe- cíficamente más ligero que el agua, sube siempre á la superficie cuando su fuerza ascensional, producida por este peso menor, llega á vencer á su adhesión con el fondo del agua. Del mismo modo he demostrado que arrastra del fondo del agua cuerpos más pesados. El máximo de densidad del agua no es a 0o, sino á 4o, 44 centígrados, por lo cual todas las grandes masas de agua más ó ménos tranquilas, y aun aquellas que no tienen más que un movimiento continuo, no de torbellino, de modo que el peso es- pecífico de las capas no estorbe el que se sobrepongan, están en el fondo del agua á una temperatura superior á 0o, aun cuando el agua esté á 0o, ó helada, en la superficie. Este invierno, á una temperatura de —11°, el estanque de la forja de Niederbroun, que no tiene más que cerca de 1 metro de profundidad, estaba cubierto de una capa de hielo de 25 centímetros de grueso, y sin embargo, el agua que corria de ella estaba a +3°. Por este conjunto admirable de circunstancias, las grandes masas de agua no se hielan nunca en el fondo; y aun cuando haya hielo en el fondo del agua, acaba por desprenderse de él y subirá la superficie. Pero vemos también que siempre que el agua, enfriada hasta 0o, halla un fondo también enfriado á 0°, se hiela igualmente en el fondo que en la superficie. Es preciso por lo tanto, para producir hielo en el fondo del agua, que se 528 ponga esta en movimiento, de modo que sus capas inferiores pue- dan enfriarse á 0% y aun algo más; que esta agua fria descienda al fondo del rio; que enfrie sus paredes; y por último, que en- cuentre en medio del movimiento un punto de reposo en que pueda ejercer su fuerza de adhesión, su fuerza de cristalización. En efecto, un cuerpo extraño, un obstáculo situado en medio de una corriente de agua, produce en ella dos efectos distin- tos: por una parte cambia la dirección de las moléculas líqui- das que pegan contra él, y les da movimientos de rotación algunas veces bastante fuertes para formar verdaderos torbe- llinos; por otra parte, las moléculas líquidas que se encuentran inmediatamente detrás del obstáculo, quedan en estado de re- poso, y hay en ellas puntos estacionarios y casi inmóviles. Estas son las buenas condiciones para que se forme hielo en el fondo de los ríos. El movimiento de torbellino producido por los obstáculos pone el agua fria á 0o, y aun ménos en el fondo del lecho del rio, y enfria sus paredes; desde entonces las mo- léculas de agua, casi inmóviles detrás del obstáculo, pueden ejer- cer su fuerza de adhesión, y cristalizarse; pero es menester para producir estos efectos un frió intenso, y sobre todo de cierta duración. La influencia que ejercen estos obstáculos es evidente en las diversas experiencias que he referido. Se la reconoce [en las pequeñas asperezas de las planchas de Mr. Leuke, en los gui- jarros del Rhin observados por Mr. Fargeaud, y en los contra- fuertes del puente del Aar, descritos por Mr. Hugi. En resúmen, yo atribuyo principalmente, lo mismo que Árago, la formación del hielo en el fondo del agua á los' obs- táculos que se encuentran en la corriente; pero para mí estos obstáculos no son únicamente puntos de apoyo para los cristales, sino que por una parle sirven para aumentar el movimiento de rotación, el movimiento giratorio que hace bajar el agua que está á 0o hasta el fondo del rio, y por otra parle producen puntos de equilibrio, puntos estacionarios en medio del movimiento en que puede ejercerse la fuerza cristalina. ¡le demostrado per- fectamente la influencia de estos cuerpos extraños en el canal de entrada de la fábrica de Zinswiller. En el invierno de 1829 se formaba el hielo debajo del agua en los sitios en que había 529 piedras gruesas, raíces ó ramas de arboles que se sumergían en el canal. Quitando estos cuerpos extraños, hice que cesase en- teramente la formación del hielo en el fondo del agua. Concluyo, pues, recomendando que se quiten, al ménos durante los grandes fríos, y siempre que pueda hacerse, las compuertas, las barras de hierro que están cerca de las mismas y de las exclusas, y todos los cuerpos que pueden ocasionar remolinos de agua. METEOROLOGIA. De la supuesta influencia Marcet. de la luna en el tiempo; por Mr. (Bibliot . univ. de Ginebra, julio -1860.) Ejerce la luna una acción apreciable en nuestra atmósfera, y en los fenómenos meteorológicos que en ella se verifican? Lo que hay de singular en esta pregunta, es que desde hace mucho tiempo se ha resuelto de dos modos diametralmente opuestos. Por una parte los físicos, los astrónomos, y debe decirse que en general los sabios, están convencidos de que la luna no puede ejercer ninguna influencia sensible en nuestra atmósfera, ni por consiguiente en los fenómenos que en ella se verifican. No po- diendo explicar por el efecto de las mareas atmosféricas la in- fluencia en el tiempo que la generalidad del público atribuye comunmente á las fases de la luna, y no admitiendo por otra parte que esté fundada esta acción en observaciones bastante seguidas para que puedan merecer alguna confianza, no ha va- cilado la mayoría de ellos en desecharla enteramente, y atri- buirla sólo al efecto de las preocupaciones populares. Por otra parte, la gran mayoría del público, y especialmente los marinos y los barqueros, So mismo que la generalidad de los agricultores prácticos, no dudan de que la luna tiene influencia en la mayor parte de los fenómenos meteorológicos: pero cuál es la naturaleza deesla influencia; en qué sentido, por ejemplo, debe verificarse un cambio de tiempo para cada una de las diferentes fases luna- res; si debe suceder á la renovación de cada fase de esle salé- 34 TOMO X. 530 lile ó sólo en la luna nueva y llena; si se debe pasar de la lluvia al buen tiempo, ó del buen tiempo al lluvioso en una época mejor que en la oirá, son punios en que de ningún modo eslán de acuerdo las personas de que acabo de hablar. También es preciso reconocer que la mayor parte no quieren decidirse de antemano, sino que se limitan á afirmar que en general todo paso de una fase de la luna á la siguiente, pero sobre todo las dos fases principales de la luna nueva y llena, llevan consigo casi inevitablemente un cambio de tiempo. Tal era el estado de este asunto, cuando en 1833 no desdeñó el ilustre Arago ocuparse de una cuestión que hacia mucho tiempo que los sabios consideraban que no era digna de un examen formal. Observó razonablemente que una cuestión tan complica- da y controvertida no podía resolverse por simples considera- ciones teóricas, y que si las mareas atmosféricas, en tanto que dependen de la misma causa y están regidas por las mismas leyes que las mareas del Océano, no tienen más que un valor absolutamente insensible, no es imposible que las variaciones en el tiempo y en la altura del barómetro que varios observa- dores han creído notar como coincidiendo con las épocas de fases lunares, no sean debidas al efecto de alguna causa espe- cial, totalmente diversa de la atracción, pero cuya naturaleza y modo de acción falta todavía determinar. Sea lo que fuere, Arago publicó en el Anuario de la oficina délas longitudes para 1833, un artículo muy extenso relativo á todas las observaciones algo continuadas respecto á la acción de la luna en el tiempo. Desgraciadamente estas observaciones eran pocas, y en su mayor parte no comprendían más que intervalos muy cortos para poder conducir á resultados algo decisivos. Las únicas algo seguidas, y verdaderamente dignas de alguna confianza, eran las de Sclniber, profesor de Tubinga; comprenden un período de 28 años; pero desgraciadamente se han hecho en localidades dife- rentes, á saber: por espacio de 8 años en Munich, de 4 en Stuttgard y de 16 en Augsburgo, lo cual debe evidentemente perjudicar á la exactitud de los resultados obtenidos, tanto más cuanto que la cantidad anual de lluvia que cae en estas tres ciu- dades es muy distinta. Sea lo que quiera, el profesor de Tubinga ha comprobado que en un período de 28 años, ó sea 348 meses w 1 I Otjl lunares, no estaban distribuidos de un modo uniforme los dias de lluvia; que el máximo de ellos se verifica entre el cuarto creciente y la luna llena, y el mínimo entre el menguante y la luna nueva; que en guarismos redondos, el número de dias de lluvia en este último intervalo era al número de dias de lluvia en el primero, como 5 es á 6. En cuanto á las cantidades de agua recoj idas en el pluvímetro, el máximo correspondía al dia del segundo octante de la luna, y el mínimo al último cuarto. En este último dia se vio también que llovió con ménos frecuencia. En cuanto á la influencia de las diferentes fases lunares en los cambios de tiempo, las únicas observaciones algo seguidas, puesto que se refieren a un período de cerca de medio siglo, son las de Toaldo, físico de Pádua. Desgraciadamente son de tal naturaleza, que no pueden merecer más que una confianza muy limitada, ya en razón de las preocupaciones de este físico en favor de las influencias lunares, no sólo en el tiempo sino también en los sucesos más comunes de la vida (1), ya á causa del modo poco lógico que lia seguido para hacerlas. Los pocos datos exactos que acerca de esta materia se tenían en la época en que Arago se ocupó en ella, me determinó hace 27 años á volver á emprender este trabajo en Ginebra, y á in- vestigar, fundándome en sos datos que suministran las tablas meteorológicas de la Biblioteca Británica primero, y después de la Biblioteca Universal , para resolver las dos cuestiones si- guientes. 1. a El número de dias lluviosos y la cantidad de agua que cae, ¿varían ó nó según las diferentes fases de la luna? 2. a La renovación de táselos principales fases de la luna, ¿parece ejercer una influencia cualquiera en los cambios de tiempo? El cálculo de estas primeras observaciones se refiere á un período de 1)4 años, á saber, de 1800 á 1833. El (l) Toaldo dice en su Saggio meteorológico (edición de 1 770): «¿Quién no sabe por experiencia propia cuánto más crecen las uñas y el pelo cuando se cortan en luna creciente que no en menguante?» 532 resumen de los resultados que he obtenido, se ha consig- nado en el número de enero de 183 i de la Biblioteca Uni- versal. t.° Por término medio suele llover el dia de la luna llena y el del último cuarto más que en cualquier otro dia del mes. Por el contrario, los de luna nueva y primer cuarto se aproxi- man bajo este punto de vista á los dias no lunares. 2.° La cantidad de agua que cae en los dias de las tres prime- ras fases lunares, á saber, la luna nueva, el primer cuarto y la luna llena, excede notablemente al término medio de la que cae en los otros dias de! mes. Por el contrario, la que cae en el último cuarto es notablemente inferior al término medio de los dias no lunares. Si se considera la cantidad total de agua que cae en todas las cuatro fases lunares, se halla que excede al término medio de la que cae en cualquier otro dia del mes en la proporción de 90 á 93í. En resumen, mis observaciones no han estado conformes con las de Scliiiber más que en los dos puntos siguientes: l.n que respecto de las i fases lunares, el máximo del numero de dias lluviosos se verificó en el de la luna llena; 2.° que cae menor cantidad de agua el dia del último cuarto que en cualquiera otra fase de la luna. Hé aqui ahora el resumen de ios resultados á que he llega- do en el mismo periodo, respecto á la supuesta influencia de la luna en ios cambios de tiempo. 1. ° Suele suceder un cambio de tiempo en la luna nueva y en la llena mejor que en los demás dias del mes, en la pro- porción de 10tH á 100. Este cambio suele verificarse mejor de la lluvia al buen tiempo que del buen tiempo á la lluvia, en la proporción de 3 á 2. 2. ° Con más frecuencia sucede un cambio de tiempo al dia siguiente de la luna llena que no en los demás dias del mes, en la proporción de 131 á 100. 3. ° Los dias de las cuadraturas se ha observado que no tienen influencia en las variaciones de tiempo. Pasaremos ahora á ¡as investigaciones que más particular- mente son objeto del presente trabajo. Están fundadas en 20 años de observaciones hechas en Ginebra, y consignadas en las m tablas meteorológicas de la Biblioteca Universal desde 1834 á 1859. Antes de discutirlas conviene recordar aqui, que lo mismo que en mi primera noticia publicada en 1834, seguiré contando como dia de lluvia cualquiera en que la cantidad de agua que cae esté indicada en las tablas meteorológicas, aunque respecto de la recojida sea ménos de 0,2 de milímetro. Examinemos la 1.a cuestión. El número de dias de lluvia , del mismo modo que la cantidad de agua que ha caído, han estado expuestos en este periodo á variaciones regulares , correspondien- tes á las diversas fases de la luna. Con este motivo, las conse- cuencias que se sacan de la tabla formada son las siguientes. En 26 años, ó sean 9496 dias, ha habido 3156 dias de lluvia. En lodo este tiempo ha llovido: Ei dia de luna nueva 98 veces. » del primer cuarto 106 » de luna llena 97 » del segundo cuarto. ......... 117 La cantidad de agua recogida en el mismo tiempo fué 21563,6 milímetros, repartida del siguiente modo: El dia de luna nueva 617,9 milímetros. » del primer cuarto 703,8 )> de luna llena 602,4 » del segundo cuarto 879,0 Por los resultados de esta tabla es fácil cerciorarse de si ha llovido por término medio con más ó ménos frecuencia el dia de cada una de las cuatro fases de la luna, que no en cualquier otro del mes. En efecto, hallamos que de cada 100 dias cua- lesquiera, debe haber por término medio 33,23 lluviosos; pero En cada 100 dias de luna nueva hubo. 30,48 lluviosos. » del primer cuarto 32,97 » de luna llena 30,17 » del segundo cuarto . . , . 36,39 334 Esle resultado demuestra que por término medio ha solido llover más el dia del primer cuarto y menos los de la luna nueva y llena, que no en los dermis dias del mes. El término medio del primer cuarto se aproxima enteramente al de los dias no lunares. Basta comparar los resultados anteriores, segun se notan en la tabla, con los que he obtenido cotejando las tablas me- teorológicas de la Biblioteca Universal desde 1800 á 1833, para que no se tema afirmar que las variaciones que se han observado, bien en la distribución del número de los dias llu- viosos, bien en la cantidad de agua que cae, no tienen nada de regulares, y dependen muy probablemente de circunstancias puramente accidentales, ó que al ménos nos son completamente desconocidas. Resulta, en efecto, de esta comparación, que en el intervalo de tiempo comprendido entre 1800 y 1833, el dia que ha solido llover más ha sido el de la luna llena; por el contrario, desde 1833 á 1839 este dia ha sido en el que más rara vez ha llovido. Del mismo modo, en el intervalo compren- dido entre 1800 y 1833, ha sido el dia de la luna nueva en el que ha caido mayor cantidad de agua, y el del último cuarto en el que ha caido ménos. Desde 1833 á 1859 ha sido por el contrario, el dia del último cuarto en el que ha caido más agua (1), mientras que el de la luna nueva se halló que era uno de los dias en que cayó ménos (2). Investiguemos ahora, siguiendo la tabla, si la cantidad de agua que cae en cada una de las cuatro fases lunares, excede ó no por término medio á la que cae en cualquier otro dia del mes. Se halla, que puesto que en los 9496 dias cayeron (í) Tío hay nada que cambiaren el enunciado de este resultado, aun descontando el ano 1 840, en el que la gran cantidad de agua que cayó en el segundo cuarto de la luna, á saber, 119m,8, fué enteramente ex- cepcional. Lo mismo sucede con el dia del segundo cuarto desde 183 3 á 1859, en que fué cuando cayó más agua. (2) El resultado en cuanto se refiere á la cantidad de lluvia que cayó en los dias de luna nueva, comparativamente muy poca, es todavía más notable sise descuenta el año 1846, en el que la cantidad de agua que cayó los días de luna nueva, á saber, 1 07m,2, fué excepcionalmente grande. 21363rara,6 de agua, deben caer por término medio en los 100 dias 223ra™, mientras que de la tabla resulta que En 100 dias de luna nueva cayeron, 192,2 milímetros. » del primer cuarto, .... 219,0 » de luna llena. ....... . 187,4 » del segundo cuarto. . . 273,4 Resulta de lo expuesto, que la cantidad de agua que cae en los cuartos pasa del término medio de la que cae cualquier otro dia del mes, en la proporción de 49 á 43, mientras que la que cae el dia de la luna llena y nueva es, por el contrario, in- ferior á la de cualquier otro dia del mes, en la proporción no- table de 33 á 48. Si se considera abora la cantidad total de agua que cae en todos los cuatro días lunares, se baila que es inferior á la que por término medio cae en cualquier otro dia del mes, en la proporción de 218 á 223, resultado diametral- mente opuesto al que se ha obtenido respecto del periodo que se comprende entre 1800 y 1833. Averigüemos abora respecto del intervalo de los 23 años comprendidos entre 1833 y 1859, la relación que hay éntrela cantidad de lluvia caída durante el período de la luna cre- ciente, y la que cayó en el de la luna menguante. Con este motivo bailamos, recorriendo la tabla formada expresamente, que entre la luna nueva y la llena, ó sea en el creciente, caye- ron 10.397 milímetros de agua, mientras que entre la luna llena y la nueva, ó sea en el período menguante, cayeron 11.031. Habrá caído por lo tanto entre 1833 y 1860 ménos agua en el período de la luna creciente que en el de la luna menguante, lo cual es precisamente el resultado inverso de los que obtuvo Schuber respecto de 28 años de observaciones hechas en Alemania en una época diferente, y también con- traria, si no me equivoco, á la opinión generalizada entre los agricultores. Segunda cuestión . De ¡a supuesta influencia de las fases luna- res en los cambios de tiempo. — He tenido ocasión de recordar antes los principales resultados que acerca de esta cuestión me lia producido el examen de las tablas meteorológicas contenidas 536 en la Biblioteca Universal de sde 1800 á 1834, resultados que aunque no comprenden más que un período de 34 años, pare- ce, sin embargo, que están bastante conformes para dar algún fundamento á la opinión generalizada respecto á lia influencia, ó al ménosá la coincidencia de las épocas de la luna nueva y llena, con las variaciones de tiempo. Antes de hablar délas observaciones que he cotejado en los 26 años que han seguido á esta época, debo recordar que para evitar todo lo arbitrario que la expresión vaga de variación de tiempo puede introdu- cir en la discusión de las observaciones, me he decidido pri- mero á no comprender en estas palabras más que los cambios de buen tiempo á lluvia ó de lluvia al buen tiempo. Además, para que hubiera variación de tiempo en el sentido que atri- buyo á esta expresión, sería necesario que se hubiese fijado el tiempo lo ménos por dos dias; es decir, que hubiese habido buen tiempo, ó llovido más ó ménos, por espacio de dos dias con- secutivos. Sé que el sentido que atribuyo aquí á la expresión cambio de tiempo es completamente arbitraria, pero que al mé- nos no es vaga; y una vez fija, tiene la ventaja de prevenir toda disposición, aun involuntaria, para inclinar la balanza en el cálculo de las observaciones en favor de una opinión más bien que otra. Esta consideración me ha determinado, lo mismo que en mi noticia de 1834, á no contar como variación de tiempo de la lluvia al buen tiempo, ó de este al lluvioso, más que aquella que ha durado por lo ménos dos veces 24 horas . En el período de 1833 á 1859, que comprende 26 años, ó sea 9496 dias, ó bien en números redondos 646 meses lunares, hubo 1172 variaciones de tiempo, lo cual da por término me- dio el guarismo 80 para el número de variaciones que deberían verificarse en las dos principales fases de la luna, suponiendo que estas variaciones estén repartidas indiferentemente en to- dos los dias de los meses lunares ó no lunares. Pero hubo 78 de ellas, á saber, 39 en la luna llena y 39 en la nueva; resultado que respecto del período dicho indicaría (en contra de los resul- tados obtenidos en el período comprendido entre 1866 y 1833) que no hay más tendencia para una variación de tiempo en los dias de luna nueva y llena que en los demás del mes. En cuanto á la naturaleza de las variaciones en el tiempo, W o D.1 i se ve que de las 39 que se verificaron el dia de la luna nueva, 23 eran de la lluvia al buen tiempo, y sólo 16 del buen tiempo á la lluvia. De los 39 cambios que sucedieron en la luna llena, hubo 20 de la lluvia al buen tiempo y 19 del buen tiempo á la lluvia. Hubo, pues, en las dos fases principales de la luna más variaciones de tiempo á bueno que á lluvioso en la proporción de 43 á 35. El número de variaciones que corresponden á los dias si- guientes á las dos fases principales de la luna fueron 95, á saber: 48 el dia siguiente á la luna nueva y 47 al de luna llena, en vez de 40 que hubiera debido haber si las variaciones de tiempo se repartiesen igualmente en lodos los dias del mes. Este resultado, bastante sensible para que á mi parecer no deje nin- guna duda, está por otra parte conforme con el que he obtenido en el periodo comprendido entre 1800 y 1833. Hablaremos ahora de la naturaleza de las variaciones de tiempo que ocur- rieron al dia siguiente de la luna nueva y de la llena. Reuniremos todas las observaciones hechas desde 1800 á 1859, ó sea en un período de 60 años, relativas á la supuesta in- fluencia de las dos principales fases lunares en las variaciones de tiempo. En este punto, los resultados parciales obtenidos en cada uno de los dos períodos de 1800 á 1833 y de 1833 á 1859, estaban en general conformes entre sí, por lo que pueden ins- pirar una confianza mucho mayor en el resultado final. Prescindo enteramente de la primera cuestión, á saber: si el número de dias de lluvia y la cantidad de agua caida están sujetos á va- riaciones regulares correspondientes á las cuatro principales [ásesele la luna; porque según hemos visto, los resultados obte- nidos en cada uno de los dos períodos considerados separada- mente, están en contradicción manifiesta en muchos puntos im- poníanles. No deben por lo tanto tenerse en cuenta. En cuanto á la supuesta influencia, ó por mejor decir, la coincidencia de las dos principales fases lunares con los cam- bios de tiempo, he aquí el resultado general á que llegamos. En un período de 60 años, ó sean 21915 dias, ó 742 meses lunares, sucedieron 2630 cambios de tiempo. De estos 2630 cambios, 93 se verificaron en la luna nueva y 90 en la llena, en vez de 89 que hubieran debido suceder en cada una de las dos 538 fases lunares, suponiéndolas semejantes á los demás dias del mes. Respecto al número de cambios de tiempo que hubo al dia siguiente de las dos principales lases lunares, hallamos que en este mismo periodo de 60 años hubo 109 cambios de tiempo al dia siguiente de la luna llena y 107 al siguiente de la luna nueva, en vez de 89 que hubiera debido haber si entrasen estos dias en la regla común. Este resultado es el mismo, con- siderando separadamente cada uno de los dos períodos 1800 á 1833 y 1833 á 1859. En resumen, si, según los datos que hemos presentado, con- sideramos separadamente la mudanza que hay en el cambio de tiempo, primero respecto de los dias de luna nueva y llena y después respecto de cada una de ambas fases lunares, hallamos que siendo la probabilidad de un cambio de tiempo respecto de un dia cualquiera del mes ó sea 0,120, La probabilidad de un cambio el dia de la luna llena es 0,121 » » » el dia de la luna nueva. 0,125 » » » el dia siguiente de la luna llena.. 0,143 » » » el dia siguiente de la luna nueva. 0,148 En cuanto á la naturaleza de los cambios de tiempo (del buen tiempo al lluvioso ó al contrario) que suceden en la luna nueva y en la llena en el período total de 60 años, he aquí los resultados á que llegamos. En primer lugar, en lo que se refiere á los 93 cambios ocurridos el dia de la luna nueva, 55 fueron de la lluvia al buen tiempo y 38 de este á la lluvia. De los 90 que se verificaron en la luna llena, 51 fueron de la lluvia al buen tiempo, y sólo 39 del buen tiempo al lluvioso. Resulta, por lo tanto, que bien sea en la luna nueva ó en la llena suele haber más cambios de tiempo del bueno al lluvioso en la notable proporción de 106 á 77, lo que da una probabilidad de 0,726 (ó más de 7 cambios en cada 10); que la renovación de la luna nueva y la llena producirán ambas buen tiempo, supo- niendo que sobrevenga un cambio en una ú otra de estas dos épocas. Si se consideran separadamente ambas fases, se halla 539 que la probabilidad del cambio de la lluvia al buen tiempo es respecto de la luna nueva 0,691, y de la luna llena 0,76o. No debe olvidarse que este resultado es casi idéntico en cada uno de los dos períodos de 34 y de 26 años considerados sepa- radamente, lo que naturalmente se agrega al grado de con- fianza que debe inspirar. En cuanto cá la naturaleza de los cambios en el tiempo (del bueno al lluvioso ó de este al bueno) que sucedieron al dia si- guiente de las dos principales fases lunares, el cálculo de las observaciones no se refiere más que al último período de 26 años, á saber, desde 1834 á 1859. De las 48 variaciones que se verificaron al dia siguiente de la luna nueva, 24 fueron del buen tiempo al lluvioso y otras 24 al contrario. De los 47 cam- bios de tiempo que sucedieron al dia siguiente de la luna llena, resultó que 28 fueron del buen tiempo á la lluvia, y sólo 19 de la lluvia al buen tiempo. Resulta de aquí, que mientras que al dia siguiente de la luna nueva son iguales los cambios de tiem- po del bueno al lluvioso, al siguiente de la luna llena hay una probabilidad de 0,680 (ó más de 7 cambios de cada 10); y que si cambia el tiempo en aquel dia, será del bueno al llu- vioso. No debe olvidarse que respecto de los cambios de tiempo que se verifican aun en los dias de luna nueva y llena, es pre- cisamente lo inverso de lo que se lia comprobado, á saber: que si debe verificarse un cambio de tiempo en una ú otra de estas épocas, hay unos 70 cambios de cada 10 en que la variación será de la lluvia al buen tiempo. Coincidencia de la marcha del barómetro con las varia- ciones de tiempo. En mi primera noticia he demostrado, que desde 1800 á 1833 anunció el barómetro una variación en el tiempo por una alza ó baja correspondiente al mismo dia en que sucedió este cambio, 1073 veces en cada 1458. En el período comprendido entre 1833 y 1860 anunció 887 veces en 1172. Reuniendo estos resultados, que por otra parte se hallan con- formes entre sí respecto del período total de 60 años, se llega al resultado general siguiente. De los 2630 cambios de tiempo que sucedieron entre 1800 y 1860, hubo 1960 veces alza ó baja correspondiente del barómetro, según que el cambio en cuestión era de la lluvia al buen tiempo ó á la inversa. En 540 otros términos, e\ barómetro ha dicho la verdad 1960 veces de 2630, lo que se aproxima mucho á 3 veces de cada 4. Resumen de las observaciones meteorológicas hechas en el Real Observatorio de Madrid en el mes de octubre de 1860. Tan variable y extremado como el mes de setiembre fué el de octubre tranquilo y uniforme, sin que ocurrieran en él accidentes atmosféricos de consideración. Desde el día l.° cesó el temporal revuelto y aun algo tormentoso de fines de setiembre, y comenzó otro completamente distinto, sin nubes, aunque con alguna bruma en el horizonte, poco ventoso y de buena temperatura, que se prolongó hasta el 10 inclusive. El 11 se empañó la atmósfera por el S. E. y S. especial- mente, y con algún amago de lluvia próxima, pero tranquilos y agradables siempre, trascurrieron aquel dia y los dos siguien- tes 12 y 13. Todavía abundaron ios celajes y la bruma el 14, pero ios tres siguientes dias fueron despejados, tranquilos, y propios de un excelente otoño; y, salva la bruma más espesa de la mañana y tarde, y algunos celajes sueltos ó dispersos por la atmósfera, parecidos á los anteriores se sucedieron los 18, 19 v 20, últimos de la 2.a década. Aumentaron las nubes el 21, y por la noche la atmósfera se mantuvo del iodo encapotada; en la mañana del 22 hubo espesa calima, abundantes nubes por la larde, y ligero aparato de lluvia por la noche; en la tarde del 23 se formó una nube tempestuosa cerca del horizonte al S. E., que se disipó ó re- solvió en otras mucho más pequeñas, después de despedir hasta las 8 de la noche numerosos relámpagos sin truenos percepti- bles; pasaron tranquilos y nubosos los tres siguientes, y como estos los 27 y 28, en cuyas noches se formaron dos hermosos halos lunares: todavía se empañó más densameule la atmós- fera el 29, y muy anubarrados y algo lluviosos y revueltos tras- currieron los 30 y 31. El barómetro se conservó á grande altura y con oscilaciones diarias casi todas iguales, próximamente de 2mm de amplitud, 541 durante la primera década. En el día 11, señalado anterior- mente como variable y algo lluvioso, descendió la columna de mercurio 6mm,10; pero en el 12 adquirió ya un incremento de 4mm,24, y en los sucesivos hasta el 20 siguió ascendiendo, ménos en el 16, por ningún otro concepto notable, en que ex- perimentó una pequeña baja. Del 21 al 25 permaneció casi es- tacionaria á una altura poco superior á 710mn\ é indecisa, con mayor tendencia á descender que á subir, en los sucesivos hasta el 81 inclusive. Durante todo el mes las temperaturas medias variaron muy poco, conservándose casi iguales á la media de setiembre; pero, al contrario de lo que en este mes sucedió y de lo que parecia nías probable, del principio al fin de octubre se notó en el ter- mómetro un movimiento bastante sostenido en alza. En las dos primeras décadas ni llovió, ni hubo señales de lluvia más que en el dia 11. En la última la humedad fué en aumento continuo; y á más de la tarde ligeramente tempes- tuosa del 23, pueden contarse por su aspecto y grado de hume- dad como lluviosos ios 30 y 81, aunque tampoco fuera mensu- rable el agua caida. Resulta, pues, que tanto por las débiles oscilaciones del barómetro como por su elevada y constante temperatura, se distinguió el mes de octubre por la extraña sequía que en él dominó. Vientos fuertes del N. E. sólo reinaron á ratos en los dias 1, 2, 4* 5 y 30, y del S. E. y S. 0. el 11; en los demás dias, ó hubo completa calma , ó sopló una brisa débil y apenas sensible. 542 BAROMETRO. 1 .a década. 2.a 5.a Ain á las 6 in mm 713,04 mm 709,55 mm 709,18 Id. á las 9 713,48 710,21 709,78 Id. á las 12 712,94 709,67 708,97 Id. á las 3 t 712,02 708,74 707,98 Id. á las 6 712,01 708,88 708,04 Id. á las 9 n 712,54 709,34 708,54 Id. ¿las 12 712,78 709,46 708,41 Am por décadas mm 712,69 mm 709,41 mm 708,70 A. máx. (dias 2, 20 v 211 . 717,49 713,67 712,69 A. mín. (dias 6, 11 y 31) 709,67 702,43 704,15 Oscilaciones 7,82 11,24 8,54 Am mensual » mm 710,27 )> Oscilación mensual i) 15,06 » TERMOMETRO. 1 .a década. 2.a 3.a Tm á las 6 m . . 8\3 8°, 3 11°, 0 Id. á las 9 13,1 12,9 14,7 Id. á las 12 19 ,4 19 ,9 19 ,4 Id. á las 3 t. 21 ,5 22,3 21 ,4 Id. a las 6. 17 ,9 18 ,1 17 ,5 Id. á las 9 n 14,1 lo ,4 15 ,3 Id. á las 12 12 ,1 13 ,6 14,2 Tm por décadas. . . . . • 15°, 2 15°, 8 16°, 2 Oscilaciones • 21 ,5 28 ,6 18 ,5 T. máx. al sol (dias 9, 20 y 24) 40°, 6 39°, 5 37 ,3 T. máx. á la sombra (dias 9, 19 y 21). 28 ,4 29 ,6 27,5 Diferencias medias. 12 ,0 9 ,1 9 ,5 T mín. en el aire (dias 3, 13 y 27). . . 4o, 9 1°,0 9o, 0 Id. por irradiación (dias 3, 13 y 21). . 2 ,0 —0,8 7 ,1 Diferencias medias, 2 ,8 2,6 2 ,0 Tm mensual » 15°, 7 f) Oscilación mensual » 28 ,6 » 543 PSICROMETRO. 1 década . 2.a 5.a Hm á las 6 m 73 73 73 Id. á las 9 59 62 70 Id. á las 12 44 47 58 id. a las 3 t 36 36 46 Id. á las 6 41 51 58 Id. á las 9 n 51 60 61 Id. á las 12 62 60 69 Hm por décadas 52 59 62 //m mensual n 58 » ATMOMETRO. mili rnm rum Em por decadas. .................. 6,1 4,8 3,3 E. máx. (dias 7, 11 y 22) 8,4 6,1 4,7 E. mín. (dias 8, 14 y 31) 4,3 3,2 1.3 Em mensual )) mm 4,7 )1 ANEMOMETRO. Vientos reinantes en el mes. N 19 horas. N. N. E 13 N. E 227 E. N. E 99 E . 116 E. S. E 36 S. E 28 S. S. E 16 s 41 S. S. 0 17 S. 0 , 45 0. S. 0. ....... 13 0 19 0. N. 0 13 N. 0 37 N. N. 0 i) Idem del mes de noviembre. El temporal húmedo y en ciertos momentos algo tempes- tuoso que en la última década de octubre comenzó á iniciarse, se desarrolló en la 1.a de noviembre, y se filé recrudeciendo cada dia más en lo restante del mes. El dia l.° amaneció ya cubierto y lluvioso, y concluyó con una ligera tempestad por el E. y S. E., y un aguacero repen- tino de escasa duración entre 8 y 9 de la noche; los seis si- guientes fueron nebulosos, muy húmedos también y variables; en la noche del 8 y madrugada del 9 sobrevino otra tempes- tad por el S. E. y S. S. 0., que despidió numerosos relámpa- gos y truenos, y una abundante lluvia; y el 10 transcurrió en calma, pero encapotado y lluvioso parecidamente. Hasta el 11 fué el temporal tranquilo, y las lluvias propias de un otoño templado; pero desde aquel dia arreció la fuerza del viento, y comenzó á disminuir la temperatura, sin que por eso se despejara la atmósfera, ni dejara de llover con tanta ó mayor frecuencia que en la época pasada. Sólo en la noche del 18 y mañana del 19, reinando viento fuerte del N. E., se vió limpio de grandes nubes el espado, lo cual contribuyó á que descendiera la temperatura, y se formara una ligera es- carcha. Algo mejoró el temporal en los dias 21 y 22; pero en el 23 por la tarde llovió de nuevo, y en los siguientes hasta el 28 inclusive continuó soplando el viento del S. y S. O. con gran furia, y los aguaceros y nieblas se sucedieron sin cesar. El viento, muy inclinado al 0., que en la mañana y tarde del 29 sopló con tanta ó mayor impetuosidad que en los dias prece- dentes, se calmó á la entrada de la noche, después de aglome- rar todas las nubes sobre el horizonte al E. y N. E.; mas en el 30, aunque tranquilo, volvió á empañarse la atmósfera, y comenzó de nuevo a lloviznar. No experimentó la columna barométrica grandes sacudidas en la 1.a década, y, después de llegar el dia 5 á un máximo valor de 708mm,85, descendió continuamente, aunque con len- 545 titud , hasta el 10. E! 11 adquirió una altura mínima de 693mra,23, y el 12 se mantuvo casi estacionaria, subiendo desde el 13, con ligeros retrocesos en los dias 10 y 17, hasta el 19, en que su máximo valor fué de 712mn\16. Desde el 21 comenzó á descender por segunda vez rápidamente, bajó el 26 á 691mm,61, y recobró su movimiento en alza luego, conservándole hasta fin de mes. En el dia 29, nublado y llu- vioso al principio y despejado por la noche, fué la oscilación ascendente de 10ram,77. Durante la 1.a década las temperaturas, poco distintas en- tre sí, fueron comparables á las de fines de setiembre, y poco más bajas que las experimentadas en octubre; en la 2.a ya se notó mayor desigualdad de un dia para otro y comenzaron á disminuir; pero hasta la última no empezaron á sentirse los rigores de la próxima estación. Ménos en la 1 .a década, en que alternaron con los del N. E., y en los dias 18 y 19, en que soplaron estos con exclusión de todos los demás, los vientos del S. al O., débiles al principio é impetuosos casi de continuo en los 20 últimos dias, fueron los dominantes en noviembre. BAROMETRO. i .* década. 2 “ 3.a Am á las 6 m. . . ........... mm 705,59 mm 703,01 mm 700,04 id. á las 9 705,97 704,03 699,61 id. á las 12. . 705,48 703,70 699,31 Id. á las 3 t. . . 704,57 703,10 699,89 Id. á las 6 704,84 703,62 700,38 Id. á las 9 n. 705,14 704,08 701,81 Id. á las 12. 705,30 704,09 701,76 Ara por décadas mm 705,27 m m 703,73 mm 700,40 A. máx. (dias 5, 19 y 30) 708,85 712,16 709,99 A. mín. (dias 10, TI y 27; 697,96 693,23 690,56 Oscilaciones. . 10,89 18,93 19,43 Ara mensual. .................... » mm 703,13 » Oscilación mensual. » 21,60] )) TOMO S, 35 546 TERMOMETRO. Tm á las 6 m Id. á las 9 Id. á las 12 Id. á las 3 t. . . . Id. á las 6 . Id. á las 9 n Id. á las 12. ....... . 1 ." década. O 0 • 5.a 9°, 5 11 ,4 14 ,9 16 ,7 13 ,7 13 ,2 11 ,2 8o, 1 9 ,2 11 ,5 12 ,4 10 ,3 9 ,8 9 ,0 5°, 8 6,3 8.0 8.6 7.0 6,5 6.0 Tia por décadas 12°, 9 10°. 0 6o, 9 Oscilaciones. 17 ,3 15 ,1 .12,3 T. máx. al sol (dias 4, 14 y 21). . . . . 33”, 8 25”, 6 2 5o, 6 T . máx. á la sombra (dias 5, 12 y 21).. 22 ,9 16 ,7 14,7 Diferencias medias 7 ,8 3 ,5 2,6 T. mín. en el aire (dias 3, 19 y 25). “5M> 1°,6 2°, 4 Id. por irradiación (dias 5, 19 y 25).. 3 ,0 —2 ,0 —1 ,2 Diferencias medias 1 ,6 1 ,0 2 ,0 Tm mensual . » 9°, 9 » Oscilación mensual » 21 ,3 » PSICROMETRO. í ,a década. 2.a 5. 9 II m á las 6 m ................... . 93 94 93 Id. á las 9 , . . . 88 90 92 Id. á las 12 75 81 85 Id. á las 3 t 68 77 82 Id. á las 6 78 85 89 Id. á las 9 n 87 88 91 Id. á las 12 90 91 91 IIn por décadas 83 87 90 Hm mensual » 87 w 547 ATMOMETRO. Em por décadas mm 1,5 mm 1,2 mm 1,0 E. máx. (dias 4, 19 y 22). 3,5 2,7 2,8 E. mín. (dias 8, 11 y 29) 0,3 0,1 0,5 Em mensual » mm 1,2 » PLUVIMETRO. Dias de lluvia. 18 Agua total recogida. 57m:n,0 Id. en el dia 28 (máximum) 9 ,3 ANEMOMETRO. Tientos reinantes en el mes. N 8 horas. N. N. E » N. E 90 E. N. E 24 E 24 E. S. E 9 S. E.......... 2 S. S. E 9 S. 136 S. S. 0........ 32 S. O 159 O. S. 0 112 0 51 O. N. 0 17 N. O 42 N.N. O. ...... 5 (Por la sección de Ciencias Físicas, Camilo de Yela.) - — — - CIENCIAS NATURALES. ZOOLOGIA. De las gallinas de Nanhin , llamadas de Cochinchina; por el Br. Sagc. (Revista de Zoología, agosto T8G0.) Origen . Esta hermosa y grande especie, que se halla en los parages cálidos del centro de la China, fué importada en Inglaterra en 1844, donde S. M. la Reina Victoria se apresuró á esparcirla con el celo que ella y su Real esposo manifiestan por todo lo que es útil á la humanidad. En 1846 el almirante Cecilio llevó á Francia algunos pares, que se depositaron en el Museo de Historia natural, cu- yos administradores facilitaron generosamente los huevos á muchos que los deseaban, entre los cuales se cuentan la hábil y perseverante Mad. Passy. A ella debe concederse todo el honor de haber difundido las gallinas de Nankin, puesto que es la primera que ha dado á conocer sus inapreciables venta- jas, y ha enseñado los cuidados que requieren. Descripción . El plumage es de color amarillo másóménos vivo, constantemente más oscuro en el lomo que en el vientre; las plumas deshilacliadas del cuello y de la rabadilla son en el gallo ligeramente doradas; las de la cola cortas, reunidas como en un ramo bastante poblado, y negras, con visos verdes muy brillantes. La gallina presenta un color análogo, pero su cola es de color amarillo más oscuro que el resto del cuerpo, por lo común lavado de negro, y presentando algunas manchas negras en el extremo de las plumas del manto ó capa, y en las grandes remeras de las alas. La cresta es sencilla, profundamente dentada, y de un color 549 rojo muy vivo, como las barbillas enormemente desarrolladas y colgantes que se prolongan sobre el cuello del gallo, formando una especie de papada que baja hasta el medio del pecho. La cabeza notablemente chica, los ojos gruesos, brillantes, y pro- tegidos por un arco supercilial bastante prominente. El pico es fuerte, bastante largo y encorvado; su grito ron- co y fuerte. Las alas están colocadas muy altas; son débiles y cortas, y se ocultan totalmente en las plumas blandas y lanudas que cubren los lados y la parte posterior de un voluminoso plumón, bastante levantado para que mirado por detrás parez- can estas aves tan anchas como altas. Las piernas son altas, gruesas y fuertes, bien revestidas de plumas hasta el extremo de los dedos, que son muy prolonga- dos, excepto el externo, y provistos de uñas fuertes y rectas. Como estas gallinas escarban poco la tierra, es probable que no les hava dolado la naturaleza de una base tan notablemente «i ancha más que para permitirlas correr fácilmente por las are- nas movedizas de ios desiertos , en cuya frontera se en- cuentran. Los gallos llegan á una altura de 0m,70, y pesan lo menos 4 ó 5 kilogramos: nosotros tenemos uno que pesaba á los 8 meses 4 kilogramos sin haberle cebado. Las gallinas no tienen más que 0m,60 de alto, y generalmente pesan de 3 á 4 kilo- gramos , pero llegan al doble cuando están bien nutridas. Una gallina de 2 años pesó después de desplumada 6k,500, y produjo 760sr. de grasa, acumulada sólo alrededor de los intestinos. La edad es fácil de reconocer en el color de las patas, cuya parte anterior es amarilla basta los 2 años, y pasa al blanco sucio á los 4, aí paso que se engruesan las escamas de las piernas. La talla se desarrolla hasta los 2 años en que no crecen ya más; los espolones de los gallos tienen entonces 0m,03 de largo á 0m,02 de ancho, y nunca se prolongan tanto como los de los gallos comunes, y son mucho más gruesos. Los gallos tienen su mayor valor á los 0 años y las gallinas á los 4, con tal que no se les haga empollar más que dos veces al año; en caso contrario, ya están envejecidas á los 2 años. 530 Los huevos, perfectamente elípticos, son de un hermoso color de mahon oscuro, que tira á anaranjado; suele suceder que estén salpicados de manchas oscuras, que hacen que se parezcan á los huevos de las pavas: la cáscara es gruesa, los huevos de las gallinas de 1 año pesan por término medio 57sr., y los de las de 2 años 63&r. La constitución floja, linfática de estas aves, las hace emi- nentemente á propósito para engordar, y que teman todos los ejercicios violentos: asi es que no quieren ni correr ni encara- marse, y se las ve constantemente echadas en la arena ó sobre la paja. Su natural confiado y suave permite tener muchas en un espacio relativamente pequeño, y facilita en extremo los cuidados que se les dan, sobre todo cuando son jóvenes. Un gallo puede bastar para 12 gallinas y no más, á las que cuida con esmero y defiende con furor, hiriendo al agresor con el pico, y en especial con las patas, de golpes decisivos. Las hembras son tan buenas cluecas, que se dejan morir de hambre sobre los huevos si no se tiene cuidado de levantarlas cada dia para que beban y coman. Cuidan muy bien los po- li netos hasta las dos semanas, época en que los dejan para volver á poner; entonces es menester confiarlos á otra clueca, que con facilidad los adopta cuando se tiene cuidado de po- nérselos debajo á la caída de la noche. Sin esta precaución adquieren los pollitos tal debilidad de piernas, efecto del frió, que perecen todos sucesivamente. Por el verano las gallinas ponen de 17 á 20 dias de segui- da, y se echan después: en el invierno no ponen más que cada 2 dias, no echándose hasta los 80 ó 40. Ventajas é inconvenientes . Las gallinas de Nankin son de todas las especies las que más ponen, puesto que están poniendo y empollando todo el año, sin dejarlo más que en tiempo de muda ó de fríos muy grandes, como lo demuestra la tabla si- guiente, que indica los huevos que pusieron 5 gallinas en todo el año 1858. Enero. Febrero. . . Marzo .... 80 huevos. 76 34 (muda). 551 Abril 75 Mayo 72 Junio 55 (incubación). Julio 39 (incubación). Agosto 63 Setiembre . 62 Octubre 70 Noviembre. 38 (muda). Diciembre 68 732 huevos. ó sean 146 huevos por cada gallina y en cada año. Se ceban con facilidad, y llegan á tener más peso que nin- guna otra especie: por último, gracias á su buena índole, son fáciles de guardar, aunque sea en sitios reducidos. El único y verdadero defecto de esta hermosa especie es su pereza, que la hace poco á propósito para buscar su alimento, y la expone al cruzamiento con las más fuertes y ágiles, lo cual explica el hecho de bastardearse, siempre que se la reúne del todo con las gallinas comunes. La gallina de Nankin no será por lo tanto nunca la de los aldeanos, pero sí un recurso inapreciable para todas las casas de las ciudades lo mismo que de las aldeas, que no pudiendo disponer más que de un espacio reducido, no puedan albergar gallinas comunes, y sin embargo necesiten tener una alimen- tación sana y abundante, que nunca les faltará con esta pre- ciosa especie. Las gallinas de Nankin temen sobre manera la humedad y los grandes fríos; sucumben rápidamente en gallineros húmedos, y cuando no se las preserva contra los grandes hielos; pero lo mismo sucede á las especies comunes, que son sin embargo ménos delicadas que ellas. Por último, esta interesante especie es de una pureza tal de sangre, que no he tenido nunca individuos de ella enfer- mos, y en ella todos los huevos llegan á término, por decirlo así, en el mismo momento como los de las aves silvestres. Nin- guna especie es más robusta que la gallina de Nankin, que no teme absolutamente más que la humedad y el mucho frió. u V ^ oo2 Albergue . Para resguardar á las gallinas de la humedad, se las pone en el corral un cobertizo de tabla, y colocado sobre arena fina, en la cual les gusta meterse basta el cuello para quitarse los piojillos que se multiplican rápidamente en sus plumas blandas y sedosas. Como se las encierra en el galli- nero siempre que biela , es menester que este sea bastante grande, seco, bien aireado y entarimado. Para 24 gallinas y 2 gallos, el gallinero tendrá 5 metros de ancho, 3 de alto y 10 de largo; y estará dividido en medio, y en toda su altura, por un tabique de tabla que tenga una por- tezuela. La parte que mira al corral es el gallinero propiamente dicho, que sirve para que pongan y duerman las gallinas: la otra, que es la única que está bien iluminada, sirve en invierno de paseo, y en verano para poner y educar los poliuelos. El gallinero está abierto sobre el. suelo del corral por una abertura alta y de üm,7o de ancha, que tiene una puerta fuerte de encina para impedir que penetren allí los ratones. A la derecha está colocado un palo inclinado 43°, y provisto de tablitas de 0m.10 de ancho y de 0m, 03 de grueso, en las cuales se acuestan las gallinas, porque no pueden colocarse en palitos rollizos y delgados, como los que se ponen á las gallinas co- munes. No se forman nidales, pero se reviste el suelo del gallinero con una capa de paja blanda de 0m,30 de profundidad á 0m, 40 , en la cual se hacen, al otro lado de la escalerilla de dormir, al- gunos agujeros redondos, en los que se pone un huevo de cre- ta, que sirve para llamar á las que van á poner. Por el in- vierno se echa en el suelo de la entrada del cobertizo una capa de paja de Gm,2o de grueso, en la que les gusta meterse á las gallinas cuando hace mucho frió, lo cual las precave de los reumatismos que paralizan las piernas de las que han po- dido corretear fuera cuando helaba. Dos veces á la semana se añade nueva paja á la primera, para no quitarla más que en la primavera; de modo que se establece allí una fermentación suave, que templa en el gallinero la influencia del frió de la atmósfera. Por el contrario, en el verano se debe cambiar cada tres dias la paja del mismo, para impedir que se multipliquen 553 los insectos. En un rincón del paseo se pone una caja de 2 me- tros cuadrados y 0m,30 de profundidad, que se llena de arena fina y grava menuda, en la cual les gusta á las gallinas revolcarse. • Es esencial airear el gallinero, siempre que lo permita el tiempo; en el verano es menester mantener por el dia una corriente de aire continua, sustituyendo á las ventanas del paseo bastidores con telas metálicas. Un corral de 500 metros cuadrados basta para 25 gallinas; debe estar inclinado hacia el Sur ó el Levante, de modo que no se estacione en él el agua. En la parte baja se coloca estiér- col, en el cual están casi siempre las gallinas. No deben po- nerse árboles en el corral, que casi siempre quitan el aire y la luz; además sirven de albergue á Sos gorriones, y también á veces de emboscada á las aves de rapiña. Es esencial que el suelo del corral esté limpio, con objeto de que sus moradores puedan escarbar y correr sin hacerse daño en las patas, lo que infaliblemente sucede cuando está empedrado ó enlosado. Alimentación . Los individuos adultos se alimentan con avena, maíz, trigo morisco ó alforfón, salvado y patatas coci- das, á las cuales por el verano se añade verde en abundancia. Sólo la avena puede reemplazar á cualquier otro alimento, por- que calienta y fortifica á las aves sin desarreglarías, como el maiz, y sobre todo la cebada. La verdura que debe preferirse es la lechuga, la acedera y también la pamplina: es menester evitar con cuidado las espi- nacas, que causan diarreas difíciles de detener. En invierno se reemplaza aquella con algunos puñados de la siega de los pra- dos, que con avidez devoran las gallinas. Todas las mañanas se pone para cada 25 gallinas una gran cubeta de 0m,35 de diámetro y 0m,15 de profundidad, llena de salvado grueso y de patatas cocidas machacadas con la menor cantidad posible de agua, de modo que se forme una pasta espesa y consistente. Al medio dia se les da otra igual llena de avena, y cinco ó seis lechugas, ó un peso igual de hojas de acedera cuando hace calor. En las mismas horas se renueva el agua de los bar- reños, que se tiene cuidado de resguardar del calor y del polvo, á fin de que esté lo más fresca y pura que sea posible. oo4 En los países en que el terreno no es calizo, se da ¿ las gallinas esta tierra, indispensable para la formación de sus hue sos y la cáscara de los huevos, y necesitan para cada 25 cabe zas 2 kilogramos al mes. Con este objeto se emplea creta, que se parte en pedazos del grueso de una lenteja, y se echan eu la arena, de donde ellas los sacan cuidadosamente. Multiplicación. En la Europa central no es prudente poner á sacar pollos á las gallinas antes del mes de mayo ni después de junio, porque á los polluelos les hace sensación el frió, no se desarrollan nunca tan bien como en mitad del verano, y no dan individuos adultos robustos y bien conformados. Para empollar deben elegirse los huevos de la semana, porque entonces todos llegan á colmo: cuando tienen 15 dias, se pierde lo ménos un tercio de ellos, y no queda ninguna seguridad cuando tienen más tiempo: además, los pollos que salen son siempre muy ra- quíticos. Se coloca suavemente cada gallina sobre 1 2 huevos puestos en el fondo de un canastillo ancho, en el que se pone heno muy aplastado, y dispuesto de modo que forme una su- perficie muy blanda y casi plana. Todos los dias al medio dia se quitan las cluecas de encima de los huevos con objeto de que beban, coman, defequen, y sobre todo se revuelquen en la arena, á fin de librarse de los piojos que les suelen atormen- taren todo el tiempo que dura la inmovilidád producida por la incubación. Vuelven al nido á los 10 ó 15 minutos de quitar- las de él. Los huevos son picados á los 19, 20 ó 21 dias, y casi ins- tantáneamente los que son de la semana: empiezan por la tarde y acaban por la noche. Se quitan las cáscaras de los huevos cuando están libres, teniendo cuidado de no hacer salir á los polluelos antes de tiempo, tanto por temor de no herirlos, cuanto porque los que no tienen fuerza para romper la cás- cara, tienen una constitución débil, que conservan por toda su vida. Al dia siguiente se pone en el suelo una cama de heno muy blanda y plana, á la que se llevan con el mayor cuidado posi- ble la gallina y sus pollitos, á los cuales se da 12 horas des- pués de nacer un huevo cocido duro y finamente picado, al que se añade desde la primera semana de su vida miga de pan. Desde la tercera semana se suprime poco á poco el huevo duro, reemplazándole con mijo, pan mojado en leche, y después una papilla espesa de salvado y de patatas con trigo alforfón ó avena. Los polluelos crecen muy pronto; pero como tardan mucho en echar plumas, no se les deja salir hasta que [tienen un mes, y sólo cuando hace buen tiempo. Recordaremos aqui que es menester cambiar la madre á los 15 dias. para que no ad- quieran la debilidad de piernas que les hace perecer. Variedades. Aunque la gallina de Nankin pura tiene color amarillo de mahon, los faisaneros ó gallineros que comercian con ellas han encontrado el medio de ofrecer á los aficionados gallinas de esta especie de todos colores; así es que las hay blancas, de mezcla, manchadas, grises y negras: estas últimas son las más hermosas y más fértiles de todas. Todos estos colo- res no pertenecen á la gallina de Nankin; provienen de cru- zamientos: así es que degeneran rápidamente. Con un gallo de Nankin de raza pura y una gallina común blanca, se obtienen las gallinas blancas; las negras con una gallina de la raza lla- mada de la Flecha; las de mezcla con una gallina de mezcla; y así las demás. Nunca recomendaremos bastante á los aficio- nados que estén prevenidos contra estos cruzamientos, que vendidos á precios fabulosos, pueblan los corrales de gallinas degeneradas, y algunas veces poco fecundas. Enfermedades. Desde hace 3 años que estudiamos estas gallinas, no conocemos en ellas más que la debilidad de piernas que ataca á los polluelos cuando los deja la madre á la segunda semana, y no se tiene cuidado de reemplazarla con otra. Sin embargo, algunas veces sucede que un pollo tiene aire triste y abatido; basta entonces hacerle tragar tres granos de pimien- ta para que inmediatamente se restablezca. Enemigos. Fuera de las aves de rapiña, contra las cuales no hay más remedio que la escopeta, las gallinas de Nankin no tienen otros enemigos más que las ratas, que hacen en los corrales incal- culables estragos; así es que hay que emprender contra ellas una caza muy activa. Para dar una idea de su voracidad, diremos que los 9 pollos que faltaron en nuestro balance se los comió una sola rata , que quitó una noche 1, la siguiente 3, después otros 3, y oob por último 2. El ladroD se libraba de los gatos y de las trampas; por consiguiente, ¿que se había de hacer? Buscando mucho, hallamos al fin el escondrijo en que habla enterrado los cuerpos de los 9 pollos, de los cuales no se había comido más que los intestinos; quitamos 8 de ellos, espolvoreamos por dentro el último con un poquito de nitrato de estricnina en polvo fino: al dia siguiente por la mañana la alimaña esiaba tendida muerta junto al mismo pico de la pobre madre, á la que intentaba hacer un nuevo robo. Las ratas son los más terribles enemigos de la volatería, asi es que nunca debe cesarse de perseguirlas y destruirlas; pero el uso del veneno, que es el mas seguro y mas activo medio de destrucción, es tan peligro- so, que no me atreveria nunca a aconsejarle a hombres poco acostumbrados á manejar tan terribles sustancias. Balance. En el año 1858, 5 gallinas y 1 gallo consumieron con los 39 pollos (estos sólo en 3 meses), ó sea en 5.700 dias: 244 kilogramos de salvado 39 fr. 05 c. 378 kilogramos de avena 86 00 22 kilogramos de mijo 17 60 319 kilogramos de trigo morisco 60 50 160 kilogramos de patatas 9 00 84 huevos. 4 20 Alquiler del gallinero 6 00 Total 222 35 Produjeron : 732 huevos á 60 céntimos la docena. ... 36 fr. 60 c. 39 pollitos á 5 francos cada uno 195 00 Total 231 60 Lo cual deja un beneficio limpio de 9 fr. 25 c. Conclusión. En su excelente Tratado de las aves de corral, el barón Peers fija en 100ur de avena por cabeza cada dia la cantidad de producción de la gallina común : convirtiendo en su equivalente de avena todos los alimentos que se dan á nues- tras gallinas, hallamos que la cantidad de producción de las 557 gallinas de Nankin es exactamente doble, es decir, que por término medio es de 200 gramos por cabeza cada dia. Pisces vocales, peces que emiten sonidos. (Bibliot, univ. de Ginebra, setiembre 1860.) Sir Emerson Tennent, en su excelente obra acerca de Cedan, dice que observó en el Chilka-Lake, ancón de agua salada situado cerca de Balticoloa, en la costa oriental de Cei- lan, peces que proferían sonidos musicales comparables á las vibraciones de una cuerda musical, ó á los que se producen frotando el borde de un vaso con el dedo mojado. Mr. Georges Buist, en una carta fechada en Allahabat, refiere que ya ha mencionado estos peces en enero de 1847 en el Bombay Ti- mes. Unas cuantas personas que pasaban en un barco desde NebsTongue (Salsette) á Sewrée, oyeron con sorpresa sonidos, que Mr. Buist compara á las vibraciones apagadas de una cam - pana distante, o á la cadencia que va extinguiéndose de un arpa eólica. Los marineros dijeron que estos sonidos procedían de un pez común en las cercanías de Bombay y de Salsette. En 1858 (10 años después de Mr. Tennent, pero 1 antes de la publicación de su obra) Mr. ’Ward, gobernador de Cedan, oyó nuevamente la música de Chilka-Lake. Dice que el sonido es indescriptible, pero que no tiene duda de que le producen los peces. Mr. Buist cita una carta inserta en febrero de 1850 en el Bombay Times , en la cual se dice que los peces musicales son muy conocidos de los habitantes de Vizigapatan, en la costa de Coromandel. Con este motivo cita también un pasaje del periódico del Samarang: el Dr. Adams, cirujano de la expedi- ción, en la embocadura del rio Borneo oyó el solemne acuático concierto del célebre pez órgano ( organ-fish ) ó pez tambor (drum-fish), que se halló que era una especie del género Fago- nias. Este pez es probablemente distinto del que oyeron los observadores anteriores. Mr. Buist manifiesta el deseo de que estudien este punto hombres competentes. Pero ya con anticipación se ha satisfecho el deseo de Mr. 558 Buist, porque acerca de los peces que emiten sonidos hay una sabia y extensa Memoria del primero de los fisiólogos moder- nos, Juan Müller, cuya Memoria se leyó en enero de 1856 á la Academia de Berlín, y se publicó al año siguiente con el título De los peces que producen sonidos , y del modo de formarse es- tos sonidos. Esta Memoria demuestra que el conocimiento de los pisces vocales no es tan reciente como parece que se figuran los autores ingleses, cuyas publicaciones han ocasionado estos renglones. En lo relativo particularmente á los peces de la In- dia, Cuvier los conocía muy bien, según el teniente de marina Juan White, que los observó durante su viaje en Cochinchina navegando por el rio üonnai, y en la cuenca que lleva el nombre de Nga-Bav ó Siete-Bocas. Saludaron nuestros oidos, dice Juan White, un conjunto de sonidos, que se parecían á los bajos de un órgano mezclado con los graznidos huecos de la rana monstruo y las vibraciones sordas de una campana, so- nido que la imaginación hubiera podido atribuir á una trompa (Jew'sharpe) gigantesca. Teniendo curiosidad por descubrir la causa de este espontáneo concierto, bajé á la bodega, y reco- nocí oue el sonido salía de la sentina de la embarcación, for- mando un coro sonoro y no interrumpido. El intérprete, cris- tiano cochinchino, declaró que el ruido procedía de una mul- titud de peces planos y ovales como los lenguados, que por efecto de la conformación de su boca tenían la propiedad de fijarse con fuerza en los objetos extraños, y que son peculiares de las aguas de Siete-Bocas. A medida que subíamos el rio eran más raros los sonidos, y al fin cesaron completamente. Esta antigua descripción de Juan White está perfectamente conforme con las más modernas de Mr. Buist y deSir Emerson Tennent, y quizá todas se refieren a un solo y mismo pez que habitaba las bahías de la costa, y penetraba bastante adelante en los ríos. La excelente Memoria de Müller demuestra también que los sonidos producidos por los drum-fishes ú organ-fishes, es de- cir, por diversas especies de pogonias, los han mencionado ya autores modernos, tales como Schopf, Mitchill (1815) y De- kay (1842). Las noticias acerca de peces produclores de soni- dos ascienden por lo demás á una época muy antigua. Müller 559 demuestra por varias citas, que Aristóteles conoció seis especies de ellos. Clearchus , Pausanias, Plinio, dEliano mencionan también estos animales. A contar desde el siglo X Vi los han conocido multitud de autores, como Gibo, Rondelet, Salviani, Belon, Fabricio ab Aquapendente, AVillughby, Conrado Ge- sner, Cardano, Duhamel, Marsigli, y también en el siglo XIX Cuvier y Valenciennes, Geoffroy Saint-Hilaire, Dugés, Mitchill, White, Kroyer, Foster, Dekay, Schomburgk, Pucha na n y Pappe. El descubrimiento de ios piscos vocales se ha renovado por lo tanto de los griegos. El número de estos animales parece también que es bastante considerable. Müller cita un gran nú- mero de ellos pertenecientes á las siguientes familias: cataprac- leos, escienoideos, escomberoideos, pediculados, gimnodontes, esclerodermos, silu roideos, ciprinoideos. El autor de esta nota se ha visto en el caso de oir los sonidos producidos por dos es- pecies, el cobilis fossilis y un triglia . En lo relativo á la producción de los sonidos, ha demos- trado Müller que era preciso dividir estos peces en dos catego- rías: 1.a los que producen sonido bajo el agua; 2.a ios que no le producen más que en el aire. Estos últimos son los menos interesantes, como que el mero movimiento de succión de los labios puede producir un sonido. A esta categoría pertenece el cobilis fossilis, y todos saben que este pez traga aire. Respecto á los sonidos producidos bajo el agua, Müller ha demostrado que en muchos casos, si no todos, se producen en las articula- ciones de las alelas. Esto es lo que ya había sostenido Mr. Isid. Geoffroy Saint-Hilaire á propósito de un pez del género sino- donle, y Müller se ha convencido de que también puede pro- ducirse el sonido con este animal conservado en alcohol, mo- viendo en su cavidad de articulación la espina gruesa de la aleta pectoral. Otros peces producen sonidos con la articula- ción, no de las aletas sino del opérenlo. Así sucede, por ejem- plo, con el dactylopterus volitans, según lo ha reconocido Mü- ller en Mesina con individuos vivos. En un daclyloplerus orien - talis, conservado en alcohol, ha ilegado el célebre fisiólogo á producir artificialmente el sonido moviendo el opérenlo. Sei'ía de desear que se hicieran nuevas observaciones con 560 peces que produjesen estos sonidos. Pero el autor de estos ren- glones hubiera conseguido su objeto, si lograse demostrar que la formación de estos sonidos no es tan misteriosa y problemá- tica como algunos autores modernos parece que creen, y diri- jir su atención hacia la profunda memoria del fisiólogo aloman, que deberá servirles de guia. Trabajos químicos sobre el látex y el cambium ; por Mr. Fremy. (Gomptes rendus, 29 octubre 1860 ) Los botánicos designan generalmente con el nombre de jago propio ó de látex la sávia elaborada y descendente. Todas las cuestiones que se refieren á la composición quí- mica y al papel que desempeña este líquido importante, están todavía en la oscuridad. Los mismos botánicos no han determinado de un modo pre- ciso la naturaleza de los canales que contienen al látex: unos creen que este líquido no existe más que en vasos particulares, que designan con el nombre de vasos laticíferos; otros admiten que las fibras del líber forman parle del sistema de los laticí- feros, y por consiguiente contienen látex; y aun en estos últi- mos tiempos Mr. Trécul ha admitido la existencia del látex en todos los vasos espirales, reliculados, rayados y puntuados. El modo de extracción del látex deja las mayores dudas acerca de la pureza de este líquido: en efecto, practicando en un tejido orgánico la incisión que deja correr el látex , es impo- sible admitir que no se perforan más que los laticíferos: el lí- quido que se obtiene es necesariamente una mezcla de todos los líquidos que se han desprendido de los órganos que el ins- trumento ha roto. Por lo demás, como que la análisis química del látex demuestra que este jugo presenta en su composición variaciones que no pueden convenir con la constancia de cons- 501 titucion que se demuestra en todos los líquidos que desempe- ñan un importante papel fisiológico, parece demostrar que aquí se designan con el mismo nombre líquidos que son esencial- mente diversos. Cuando se estudia con el nombre de látex la savia del ár- bol de la vaca, que nuestro compañero Mr. Boussingault lia exa- minado con tanto cuidado, el jugo venenoso que produce la corteza del euforbio de las Canarias, el líquido viscoso que da el opio, la sustancia resinosa que forma la trementina, ó el lí- quido lechoso que tiene en suspensión la goma elástica, me parece evidente que se confunde un líquido organizador con verdaderas escreciones vegetales. En vista de todas estas dificultades, y de las dudas que han hecho dar el nombre de látex á todo líquido que no es savia, he sospechado que existe en las partes activas de la organiza- ción vegetal y en lodos los vegetales un líquido realmente or- ganizador, análogo en su composición á la de los órganos na- cientes, y que presenta hasta cierto punto la constancia de composición, el carácter de origen y funciones que se encuen- tra en la albúmina del huevo y en el suero de la sangre. Este líquido es el que creo haber hallado, y que designaré con el nombre de látex albuminoso . Diré de un modo general que obtengo este líquido haden una ligera incisión en el tejido que está colocado cerca de la epidermis, y que parece estar formándose: el látex albuminoso es casi puro cuando se ha tenido la fortuna de romper vasos laticíferos llenos de jugos, y que los demás tejidos heridos por la misma incisión están formados por celdillas estrechas, que retienen su líquido. En todos casos es menester cuidar de se- parar la primera gola que cae, porque la segunda no presenta siempre los caracteres del látex albuminoso. Las experiencias practicadas con plantas diversas y dife- rentes partes délos vegetales, me han dado líquidos que iodos tenían los mismos caracteres químicos. Mis ensayos se hicieron en los peciolos del colocasia odora y del plátano de América, en los tallos del stephanotis y del tanghinia . en las raíces del arum yen el parénquima de la cala- baza redonda. Los líquidos obtenidos así han presentado las tomo x, 3f> 562 siguientes propiedades: cuando se calientan, se cuajan for- mando una masa blanca como la albúmina del huevo ó el suero de la sangre; también los coagula una cantidad mínima de ácido azótico ó de íanino. En estas experiencias no se percibe la perturbación albu- minosa que se observa en todos los jugos de los vegetales cuando se hierven, y sí sólo una verdadera solidificación del líquido. Esta secreción albuminosa presenta generalmente la alcalinidad del suero ó de la albúmina del huevo. Era intere- sante apreciar por medio de la análisis la proporción de sus- tancia albuminosa que podría existir en este jugo vegetal, y á este fin he logrado extraer del parénquima de la calabaza una cantidad suficiente de látex albuminoso para efectuar esta de- terminación. He reconocido con sorpresa que este jugo dejaba por evaporación un residuo de 13 por 100, constituido casi en- teramente por la albúmina: el suero de la sangre y la leche no son más albuminosos que este jugo vegetal. Las cenizas produ- cidas por el látex albuminoso están en gran parte formadas de cloruro y de carbonato alcalinos. Nuestro sabio colega Mr. Decaisne ha comprobado la pre- sencia de los vasos laticíferos en la parte del parénquima que ha dado el látex de que acabo de hablar: eslos canales vierten un líquido que parece salir del tejido utricular del parénquima; pero no es así, porque este último contiene un jugo que no presenta ninguna conexión con el látex, y que apenas se en- turbia hirviéndolo. El látex albuminoso suele tener una propiedad muy curiosa, que merece un profundo examen. Cuando se ha extraido de los vasos laticíferos y conservado expuesto al aire por algún tiempo, puede experimentar una verdadera coagulación, y formar una especie de membrana. Podría creerse á primera vista que este jugo contiene una sustancia íibrinosa, que se solidificaría lo mismo que la fibrina de la sangre, ó que se presenciaba el fenómeno de la organi- zación, si fuese posible admitir que un líquido tuviese seme- jante propiedad después de extraído de los tejidos orgánicos. Esta coagulación del látex albuminoso se suele formar en el borde de la herida que se ha hecho al vegetal, y produce 563 entonces un depósito gelatinoso, que impide la salida del lí- quido. Estudiando atentamente esta coagulación, lie reconocido que no era debida ni á un fenómeno c*2 organización ni á la presencia de una materia fibrinosa, sino á una simple reacción química. Los tejidos inmediatos á los vasos del látex contienen y segregan en abundancia principios astringentes, que tienen la propiedad de hacer que se cuajen en forma de jalea todos los líquidos albuminosos. He comprobado este hecho por experiencias directas y va- riadas: así, echando una disolución albuminosa en un tejido utricular que estuviese cubierto de látex gelatinoso, he podido reproducir en algunos momentos un depósito membranoso com- parable en todos sus puntos al látex coagulado; cuando un látex albuminoso no se coagulaba, le daba esta propiedad, mezclán- dole con algunos átomos de cuerpos astringentes; y por último, he aislado siempre una sustancia astringente de un látex que se cuaja en forma de jalea cuando ha salido de sus correspon- dientes vasos. Asi la coagulación del látex proviene de la modificación que experimenta el cuerpo albuminoso por la influencia del íanino, que se encuentra en el tejido orgánico ó en el liquido que llena las celdillas. Esta producción de sustancia gelatinosa á expensas del lá- tex me conducía naturalmente al estudio de la gelatina, que tanto ha dado que hacer á los botánicos, y que los químicos co- nocen tan imperfectamente; es decir, del cambium. Temiendo interpretar mal las opiniones de los botánicos acerca de la naturaleza del cambium , copio al pié de la letra algunas frases de la obra de A. de Jussieu. ((Según Mr. Schleiden, el primer estado del tejido celular es siempre el de una disolución gomosa, que gradualmente se espesa, formando una jalea. Para Mirbel, allí donde empieza á formarse un tejido, hay cambium; es primero un líquido de consistencia mucilaginosa, y luego se va espesando en forma de jalea. Las ingeniosas experiencias de Duhamel acerca de la for- mación de la madera en los árboles dicotiledones, hacen creer que el cambium se forma á expensas de los jugos más elabora- 564 dos. investigando el sitio en que se deposita el cambium , este elemento ó germen de toda organización vegetal se observa que en general es en el trayecto de los vasos clel látex.» Resulta de estas citas, que la gelatina azoada que precede á la formación de las celdillas, y que Mirbel llamaba el cam- bium, está siempre en relación con los vasos laticíferos. Y como he demostrado que estos vasos conducen casi siempre un jugo muy albuminoso, que se cuaja formando una jalea por la ac- ción de los líquidos y de los tejidos astringentes, estos hechos me parece que explican de un modo satisfactorio la producción del cambio gelatinoso (1). No sé si los botánicos admiten todavía en la actualidad que la membrana vegetal pasa por un estado gelatinoso antes de organizarse definitivamente, y si es permitido al observador apreciar el germen de la organización: en todo caso la química debe dar á conocer las propiedades de los principios inmedia- tos que concurren á este misterioso fenómeno. El objeto principal de esta comunicación es por lo tanto demostrar que la savia elaborada y descendente es probable- mente una mezcla de varios líquidos diversos: unos producen las escreciones vegetales, otros sirven para la organización; así es como pueden explicarse especialmente las diferencias que se comprueban en la composición de ios jugos propios. Para determinar, pues, la parte activa que pueden desem- peñar en la organización vegetal, es preciso estudiar separada- mente ambas especies de líquidos orgánicos. Creo que he emprendido este camino, llamando la atención de los botánicos acerca de un líquido tan albuminoso como el suero de la sangre, que se halla en los tejidos nacientes, y que he podido extraer de las partes vegetales y de las plantas más diversas. Me falta investigar si el látex albuminoso es un jugo vege- tal, que no se encuentra más que en casos excepcionales, ó si (i) Estas observaciones están conformes con las de Mr. Payen, que demuestran que las primeras membranas de un tejido que está formán- dose están siempre muy azoadas. 565 realmente contribuye, como creo, al desarrollo de todos los tejidos. Esta interesante cuestión es la que me apresuraré á exami- nar cuando me lo permita la vegetación. FIS TOLtOil. De la facultad electromotriz del orejano del torpedo; por Mr. Gh. Matteucci. (Coraptes rendus, 21 majo \ 860.) Me limitaré en este extracto, dice el autor, á describir con la mayor brevedad posible las principales experiencias que lie ejecutado, y presentaré en un cierto número de proposiciones las principales conclusiones á que he llegado. Primera proposición. «La facultad electromotriz del órgano del torpedo, según se ha definido, existe independientemente de la acción inmediata del sistema nervioso.» Para demostrar esta proposición, bastará decir que la fa- cultad electromotriz se encuentra en un pedazo de órgano sacado de un torpedo al cabo de 48 horas después de muerto: el mismo resultado se obtiene con un pedazo de órgano cortado de un torpedo, y que se haya dejado todo este tiempo expuesto al aire. Ya he dicho que poniendo el pedazo de órgano en con- tado de los cojinetes del galvanómetro, permanece la aguja desviada más de 26 y 30 horas. El mismo resultado se tiene con el órgano de un torpedo que se haya dejado por espacio de 24 horas en medio de una mezcla frigorífica de hielo y de sal marina; el pedazo de órgano en el cual he operado y que to- davía daba un gran desvío en el galvanómetro, estaba endure- cido y helado. Empleando el método de oposición de dos fuen- tes electromotrices, que me ha sido muy u til en este trabajo, añadiré que no he encontrado diferencia sensible y constante entre la facultad electromotriz de dos pedazos del mismo ór- gano, uno de los cuales quedaba expuesto al aire y á la tempe- ratura ordinaria por espacio de 24 horas, y el otro dejándole o 66 por el mismo tiempo en la mezcla frigorífica. Del mismo modo, esta facultad electromotriz permanece sin alteración en un pe- dazo de órgano dejado por algunos segundos en agua á +40 ó +30 grados centígrados. Constantemente he hallado que esta facultad era mucho mayor si el pedazo de órgano se calentaba en una corriente de aire caliente. Al hacer estas experiencias comparativas, hay que adoptar sobre todo dos precauciones indispensables, y acerca de las cuales volveremos después á hablar: es necesario que los prismas de dos pedazos del órgano que se compara tengan la misma altura, y se hayan corlado al mismo tiempo. Por último, añadiré como complemento de esta suposición, que los torpedos muertos con el curare no presentaron en la facultad electromotriz de su órgano ninguna diferencia res- pecto de los torpedos muertos sin este veneno. Segunda proposición . «La facultad electromotriz del ór- gano del torpedo aumenta notablemente, y persiste por cierto tiempo en este aumento cuando se han excitado varias veces de seguida los nervios del órgano, de modo que se obtenga cierto número de descargas sucesivas.» Esta proposición, que es fundamental para la teoría de la función eléctrica del torpedo, se demuestra por una experien- cia clara, y que no deja duda alguna. Preparo en uno de los órganos de un torpedo dos pedazos de las mismas dimensiones, en cada uno de los cuales haya un grueso filamento nervioso. Ambos pedazos se colocan en oposición sobre una lámina de guía-percha, y extendiendo sobre la misma los dos nervios, que por la disposición de la experiencia y por la estructura del órgano quedan extendidos normalmente á los prismas. Cer- rando el circuito del galvanómetro, se tienen generalmente signos de una pequeña corriente diferencial, que no tardan en desaparecer, y cuyo sentido es indiferente: suele suceder tam- bién que se prepara esta experiencia sin que haya ningún des- vío en el galvanómetro. En cada uno de estos órganos coloco el filete nervioso de una rana galvanoscópica. Sin cambiar en nada los dos pedazos del órgano puestos en contacto de los coji- netes del galvanómetro, abro el circuito que está cerrado en un punto cualquiera en un baño de mercurio. Entonces irrito el 567 nervio de lino de los pedazos; el modo más fácil de conse- guirlo consiste en cojer con unas pinzas el extremo del nervio, y herir sucesivamente los diferentes puntos de este mismo ner- vio con tijeras muy finas. Entonces se ve que la rana que esta en contacto con este pedazo experimenta violentas convulsio- nes. Se cesa de irritar el nervio, y se cierra inmediatamente después el circuito del galvanómetro. Hay entonces un desvío muy grande en el sentido del órgano que se ha excitado, y que persiste por mucho tiempo. Se puede alternativamente aumen- tar la facultad electromotriz de uno ú otro pedazo, según que se irrite uno ú otro nervio. Esta experiencia explica la precaución de que anterior- mente he hablado, porque ahora sabemos que un pedazo de órgano, suponiendo todas las demás circunstancias iguales, gana en cierto tiempo en su facultad electromotriz después de haberse puesto en actividad por la irritación de sus nervios, lo cual sucede necesariamente al cortarlo; el pedazo cortado ad- quiere, pues, en cierto tiempo una facultad electromotriz ma- yor que el pedazo que se preparó hacia mucho tiempo. Tercera proposición. «La facultad electromotriz del órgano del torpedo es independiente de la naturaleza del intermedio gaseoso en que se ha dejado por espacio de 20 ó 30 horas.» Todavía en este caso he comparado por el método de la opo- sición dos pedazos del mismo órgano, que habían estado en gases diferentes, como por ejemplo el hidrógeno, el oxígeno, el ácido .carbónico, y el aire más ó ménos enrarecido. Repi- tiendo varias veces estas experiencias, me he cerciorado de que no había diferencia constante y de algún valor entre las facultades electromotrices de estos pedazos. De la coloración ele los huesos del feto por la acción de la rubia mezclada con el alimento de la madre; por Mr. Flourens. (Comptes rendus, 4 junio 4 860.) Hace 20 años que presenté, dice el autor, dos ó tres esque- letos de pichones teñidos de color rojo por la acción de la ru- bia, que por espacio de cierto tiempo se había mezclado con el 568 alimento de estos animales. Las últimas experiencias de este género que se hicieron en Francia las practicó Buhamel en 1739, es decir, un siglo antes de las mías. Las experiencias de Buhamel estaban casi olvidadas; las mias fueron acojidas con curiosidad por los fisiólogos. Pasando de mis experiencias en los pájaros á las hechas en los mamíferos, presenté poco después dos ó tres esqueletos de cerdos pequeños, cuyos huesos y dientes estaban completa- mente rojos por la acción de un régimen alimenticio en que se mezclaba rubia. En la actualidad presento un hecho mucho más curioso, y según creo enteramente nuevo. No se trata de los huesos del mismo animal alimentado con rubia, sino de los de un feto, que han aparecido rojos, y del color más hermoso, sólo por la cir- cunstancia de haber sometido la madre á un régimen alimenti- cio, en que se mezclaba rubia en los 45 últimos dias de la gestación. Y no sólo todos los huesos se han vuelto rojos (1), sino tam- bién los dientes. Por lo demás, sólo los huesos y los dientes , es decir, lo que es de naturaleza ósea, son los que toman tal color. Ni el perios- tio, ni los cartílagos, ni los tendones, ni los músculos, ni el estómago, ni los intestinos, etc., ni nada más, en una palabra, que lo que es hueso, toma color. Todo esto es absolutamente lo que sucede con los animales á quienes se les dé alimento mezclado con rubia. He obtenido tres piezas, que son tres partes del mismo es- queleto. La primera es la tibia derecha, unida á su peroné. Todo el hueso está rojo, pero ni el periostio ni los cartílagos lo están. La segunda es la tibia izquierda: hay un pedazo del pe- riostio desprendido en un punto, y se ve que ha conservado su color blanco que tiene por lo común. (! ) Y, cosa notable, de un modo más completo y uniforme que cuando después de nacido el feto se le somete desde que puede comer al régi- men de la rubia. Tanto se presta la permeabilidad del tejido del embrión con mas facilidad á la penetración de la sangre de la madre. 569 La tercera parte es el resto del esqueleto. En ella se ob- servan especialmente los dientes, qne están perfectamente te- ñidos. La cerda que parió este feto, tuvo también á la vez oíros cinco. Dos de ellos murieron, y los otros se encontraron igual- mente teñidos. Los otros tres viven, y por el color de sus dien- tes se puede juzgar de el del resto de su esqueleto (1). Me limito ahora á presentar el hecho, que es capital. La madre no comunica directa é inmediatamente con el feto más que por su sangre. Pero la comunicación de la sangre de la madre con la del feto, de cualquiera manera que se haga (2), y que examinaré en otra nota, es un hecho que tiene muchas consecuencias. ¿Cómo respira el feto? ¿Cómo se alimenta? Evidentemente por la sangre de la madre. Todos los fisiólogos profundos lo han pensado siempre así, y lo han dicho. Pero la sangre de la madre, ¿comunica con la del feto? Esta era la cuestión, y por las piezas que presento, se ve que está resuelta. La sangre de la madre comunica tan de lleno con la del feto, que el principio colorante de la rubia, el mismo principio que tiñe los huesos de la madre, también lo verifica con los del feto. BOTANICA. Observaciones fisiológicas y anatómicas de la colocasia de los antiguos (colocasia antiquorum, Schott); por M. P. Duchartre. (Compíes renclus, 7 mayo 1860.) Las hojas de las colocasias, plantas de la familia de las aroideas, presentan uno de los fenómenos más curiosos que se (1) Como juzgo por la coloración de los dientes de la del esqueleto en la madre todavía viva. (2) Y esto no puede suceder más que por una especie de endosmosis. han observado en el reino vegetal: en ciertas circunstancias producen en su extremidad gotas de agua, que aun pueden su» cederse con rapidez. En 1831 observó ya este hecho Schmidt, de Stetlin. siendo el asunto de una interesante Memoria su va ; pero las observaciones referidas en este trabajo se hicieron con una planta cultivada en un tiesto, y guardada en una habita- ción. fie creído que debía repetirlas con plantas cultivadas al aire libre y en el campo, es decir, puestas en condiciones mu- cho más ventajosas. Con este objeto observé atentamente en los años 1856, 1857 y 1858 seis piés de colocasias plantadas en un jardín, pertenecientes á tres variedades de la colocasia anti- quorum, según la opinión que manifiesta en el dia Mr. Schoü en sus obras recien publicadas acerca de las aroideas. En mi Memoria refiero los resultados de estas observaciones, hechas unas bajo el punto de vista fisiológico y otras bajo el ana- tómico. Bajo el primer aspecto he visto que mis plantas se condu- cen de un modo diferente de la que ha sido objeto de la Memo- ria de Schmidt. Así, las circunstancias esenciales de la produc- ción de agua por las hojas de la colocasia observada por este fisiólogo, fueron: l.° que sólo se verificó hacia el principio y el fin del periodo vegetativo; 2.° que duró las 24 horas del dia; 3.° que empezó sólo por cada hoja cuando este órgano estaba bien desarrollado. Por el contrario, la misma secreción de agua se produjo en mis colocasias del modo siguiente: l.° duró desde que las plantas empezaron á echar hojas, hasta que la proxi- midad de los trios obligó á arrancarlas; 2.° empezó todas las tardes ai acercarse la noche, y cesó al dia siguiente por la ma- ñana cuando ya se había elevado el sol sobre el horizonte, pero sin llegar á estas plantas. Por excepción continuó en todo el dia hasta que se formó una densa niebla, ó llovió casi sin interrupción; 3.° cada hoja empezó á presentar gotas de agua cuando su punta terminal salió por la parte superior de la vaina peciolar de la hoja anterior; todavía la envolvía enton- ces enteramente, y no cesó de producirse más que cuando la alteración de su color natural indicó que se marchitaba. En circunstancias favorables he visto que este curioso fenó- meno adquiría tal intensidad, que algunas veces una sola hoja ' *■* 4 O i 1 ha producido en una noche 15,20 y alguna vez más de 22 gra- mos de agua. La rapidez con que es expulsado este líquido por agújenlos particulares ha sido tal, que he visto con frecuencia formarse y caer en un minuto 10 y 15 gotas, y que este número en el mismo espacio de tiempo llegó en algunos casos á 20, á 25 y aun á 30 gotas. Pero resultando cada gota de la reunión de varias golilas que habían sido expulsadas bruscamente y como por una es- pecie de pulsación, he reconocido que algunas veces salian 100, 110 y aun 120 gotilas en un minuto, es decir, hasta 2 por segundo. He estudiado las diversas cuestiones que suscitaba á mi pa- recer este notable fenómeno, como también las influencias ex- teriores que podia experimentar. El estudio anatómico de las partes de la hoja de las coloca - sias, á que se refiere la producción de agua, estaba casi entera- mente sin hacer. Me contentaré con enunciar aquí un resultado enteramente inesperado respecto á las aberturitas hechas encima de la punta de esta hoja, por las cuales sale el agua. Cada una de estas aberturas tiene en sus bordes dos celdillas en forma de media luna, que contienen granillos enteramente semejantes á los que forman los eslomales del resto de la hoja, sólo que son mucho más grandes; además se encuentran, unos al lado de otros, lodos los grados de magnitud, desde los orificios excreto- res hasta los simples estomates. Resulta pues de aquí, que es- tos mismos orificios que había visto Schmidt á simple vista ó con la lente , y cuya existencia negaron la mayor parle de los fisiólogos que le sucedieron, son estomates que han expe- rimentado gradualmente una amplificación considerable, sin alterar no obstante su organización característica. (Por la Sección de Ciencias Naturales, Camilo de Yela.) 37*2 Importancia comparada de tos agentes de taproduccion vegetal. — In- fluencia de la potasa. Proponiéndose Ville ir estudiando dichos agentes, ha empezado por la potasa. Cuanto más se estudia la vegetación, más se ve que los vegetales se pueden asemejar bajo muchos conceptos á las producciones de la naturaleza inorgánica, en el sentido de resultar de un corto número de elementos materiales que se combinan por la fuerza de su recíproca afinidad, haciendo abstracción de los cambios de que participa la vida. En este punto de vista se descubre el hecho inesperado de que un mismo cuerpo puede ser activo ó inerte; favorecer la vegeta- ción, ó no servirla para nada, según la composición del terreno; ó que se le asocie á otros cuerpos sin influencia en la vegetación, si se emplean aisladamente. Así, por ejemplo, la primera proposición que Ville demues- tra claramente es la siguiente: Una mezcla de fosfato de cal y de sus- tancia azoada no tiene influencia en la vegetación. Añadiéndola pota- sa:, suele comunicar d esta mezcla una eficacia incomparable. Para evi- denciar este resultado, es menester operar en tiestos de bizcocho de por- celana de una pasta dura y compacta; y además emplear como suelo arena blanca calcinada la primera vez al fuego de un horno de porcela- na, lavada con ácido clorhídrico diluido, calcinada por último la segunda vez con mufla en un crisol tapado: estas precauciones están destinadas á prevenir la introducción accidental de un poco de potasa. Si se consigue precaverse de esta intervención, se comprueba: l.° que 2 0 granos de trigo cultivados con auxilio de una mezcla de fosfato de cal, de fosfato de mag- nesia y de nitrato de cal en proporción equivalente á 0 gramos, 110 de ázoe, producen 6,02 gramos de recolección; 2.° que anadiendo 3 gra- mos de silicato de potasa á la mezcla anterior, aumenta la recolección á 22,27 gramos. Así por una parte 6,02 gramos, y por otra 22,27 gramos, es una demostración completa, á la que da una seguridad incontestable la comparación fotográfica de las plantas de ambas series. De un suelo ar- tificial era necesario pasar á otro natural. Ville escojió la tierra de las Landas, casi formada de arena silícea, sin añadirla otra cosa más que 573 un poco de alúmina, de óxido de hierro y humus:; y con ella ha formado dos series paralelas de cultivo con el auxilio de la potasa y sin él. Cada cultivo recibió 10 gramos de fosfato de cal y 0,1 10 de ázoe; una de las series recibió además 4 gramos de silicato de potasa. Desde el principio de ha experiencia las dos series presentaron un contraste notable: en la que faltaba potasa, casi no había vegetación; las plantas marchitas y rui- nes apenas podian sostenerse; por el contrario, en la que había entrado la potasa, presentaba una notable actividad la vegetación: las mieses tenían algunas veces 1,3 0 metros; las espigas estaban bien granadas: el peso de la recolección fue para la primera 4,88 gramos; para la segunda 2 0,95 gramos; la diferencia es enorme; pero mirando las fotografías, se com- prende mejor que en todas las descripciones posibles. La naturaleza de la sustancia azoada no cambia el sentido del fenómeno; Ville ha operado sucesivamente con el nitrato de sosa, el de cal, la sal amoniaco, el car- bonato de amoniaco, la urea; el resultado siempre ha sido el mismo: sin la potasa la vegetación era pobre, estacionaria y rudimendaria; la pre- sencia de la misma le daba una inmediata actividad. La conclusión prác- tica de esto es que los agricultores que en la actualidad intenten culti- var las Laudas de Gascuña, si no quieren exponerse al disgusto de no con- seguir resultado favorable, deben procurar suministrar al suelo potasa, como también fosfato de cal y materias azoadas. — Sustancia colorante vegetal verde. Hace mucho tiempo que buscan los químicos una sustancia colorante vegetal verde aplicable á la tintorería. Hasta ahora los resultados no han sido satisfactorios; y nos contrariaba esto tanto más, cuanto que nos viene de China con el nombre de lo-kao una sustancia que tiene todas las cualidades de un buen tinte, y que es de origen vegetal. Con objeto de estimular á los investigadores, el tribunal de comercio de Lyon había propuesto como asunto del concurso la preparación del lo-kao ó verde de China. Se presentaron cuatro aspirantes al premio, pero á ninguno se le consideró que lo hubiese merecido. La cuestión se volvió á anunciar en concurso. Esta vez sólo un químico correspondió al llamamiento, pero con la solución que se pedia. Este químico fue Mr. Charvin. En un trabajo reciente, Mr. Michel había indicado la presencia del verde de China en el espino cerval indígeno: Mr. Charvin se ha dedi- cado á determinar las condiciones favorables para el desarrollo de este color, y ha ideado el procedimiento excesivamente sencillo que va mos describir. Se somete por algún tiempo la corteza del espino á la acción del agua hirviendo; al poco tiempo se produce una espuma de color de rosa 574 muy característica, y que ja se ha indicado. Después de hervirlo algu- nos minutos, se pone el líquido en vasijas tapadas hasta que esté perfec- tamente frió, en cuyo estado se expone al aire en capas muy delgadas. Bien pronto se manifiesta un color verde muy marcado. La sustancia colorante se separa por medio del carbonato de potasa. El descubrimiento de Mr. Charvin tendrá la doble ventaja de permitir el uso de un magnífico color, que se hallaba muy limitado á causa de su escesivo precio, y de crear por el cultivo del espino cerval una nueva riqueza agrícola. — Noticia del estado actual del Observatorio del Colegio romano en Roma. En 1 853 se edificó en Doma, próximo al antiguo Observatorio de la Universidad Gregoriana, y para sustituirlo, un nuevo observatorio de- pendiente del Colegio romano, dirigido también como este establecimiento, por los Jesuítas. El nuevo edificio se ha levantado, con arreglo a un proyecto pro- puesto hace cerca de un siglo por el P. Boscovich, encima del brazo oriental de la iglesia de San Ignacio, aneja al Colegio romano, sobre ma- cizos de manipostería de mucho grueso, destinados en un principio á soste- ner una gran cúpula de 8 0 metros de altura, que nunca llegó á ejecu- tarse. La pieza principal del establecimiento es una sala elíptica de 7 metros de largo por 4,8 de ancho, destinada á una meridiana de Ertel, que está puesta sobre pilares de granito, hallándose provista de un micrómelro de doble hilo móvil en ascensión recta y declinación, de un aparato para alumbrar dichos hilos á un campo oscuro, de un colimador, y de una mira meridiana. Próximo al referido instrumento hay en nn nicho un péndulo sideral de Dent, de compensación de mercurio, y en el extremo de la misma sala existe un pequeño instrumento de paso, de Reichenbach, montado en un pié de hierro fundido, teniendo Un, 2 5 de largo y 70 milímetros ó 2§ pulgadas de luz. El anteojo del instrumento meridiano de Ertel tiene un objetivo de Mcrz, de Munich, cuyo diámetro es de 3 pulgadas, 7 líneas y 4 décimas de línea, y la longitud focal 4 pies, í í) pulgadas; los dos círculos verticales son de algo más de *2 piés de diámetro; el limbo del círculo principal está dividido de 3 en 3 mi- nutes, y tiene 4 nonius, que dan los arcos de *2 en 2 segundos. En una torrecilla de techo giratorio de 7 ”,72 de diámetro interior hay instalada en su pedestal de granito una magnífica ecuatorial de Mcrz, de construcción análoga á la de la gran ecuatorial del Observatorio de Poulkoxva, pero de menor dimensión. Su anteojo, cuyo tubo es de madera, tiene 9 pulgadas de luz efectiva, y 13 piés 4 pulgadas de longitud focal; hállase provisto de un micrómetro de hilos móviles y círculo dividido, para la medida de distancias angulares pequeñas y ángulos de posición , pudiéndosele adaptar aumentos lineales de *00 á 1 500 veces. Los círculos horarios y de declinación que tiene el instrumento, son respectivamente de 15 y ÍSi pulgadas de diámetro. Un aparato de relojería comunica con suma regularidad al anteojo, cuando se quiere, el movimiento aparente de la esfera celeste, podiendo conservarse así por algunas horas una estrella i entre los hilos con aumento de 1 000 veces en el campo del anteojo, cuyo diámetro angular se reduce á tr 40". Otra segunda torrecilla, menor que la de que acabamos de hablar, ha de contener un anteojo acromático de Cauchois, de pulgadas de luz y 7| pies de longitud focal, regalado en í 825 al antiguo observatorio por el P. Fortis. En la misma torre hay un gabinete particular destinado á los instrumentos magnéticos y meteoro- lógicos. La cubeta del barómetro está á 58^,3 sobre el nivel del mar, y 38!!|,7 más alta que el suelo de la iglesia. Los instrumentos al aire libre están en un terrado descubierto bastante estrecho, pero de 40 me- tros de largo. Según una determinación del P. Secchi, sucesor deí P. Vico en la dirección del Observatorio, con auxilio de muchas observa- ciones de distancias zenitales de la estrella polar y otras varias, la latitud de dicho establecimiento es 4tn 53' 53", 72, cuyo valor concuerda mu- cho con el del antiguo observatorio obtenido por el director anterior, habiéndole dado á conocer una medida trigonométrica que este último se halla íf,,5 al S., y 2", 9 al O. del nuevo. Sin embargo, el P. Secchi no considera como definitiva su determinación, porque ha advertido un pe- queño efecto de flexión en el anteojo de su instrumento, que está sus- penso sólo por la mitad del tubo. El observatorio del Colegio romano se ha erigido principalmente para el estudio ue la astronomía física. Los astrónomos que ayudan en sus trabajos al director, y cuyos nombres no siempre llegan á conocimiento del público, tienen por objeto no sólo el estudio de lo relativo á los aspectos de los diversos cuerpos dei sistema solar, sino también á la observación y medida de los movimientos recí- procos de las estrellas dobles y múltiples, la descripción exacta de las nebulosas, grupos de estrellas, determinación de las paralages y los mo- vimientos propios de las estrellas principales comparadas con las me- nores-, finalmente, el estudio de la constitución y modificaciones de las atmósferas solar y terrestre, y de las variaciones magnéticas. Antes de concluir añadiremos algunas palabras sobre este último punto. El obser- vatorio tiene un magnetómetro de Ertel, cuya barra, de 2 pies de largo, pesa cerca de 2 kilogramos, hallándose provisto de un espejo para obser- var las variaciones diurnas, de un colimador y un teodolito para la deter- minación de la declinación absoluta, la cual resultó ser en 30 de octubre de 1 853, 14° 3', 58 al O. En 167 0, en tiempo del P. Kircher, sólo era 2o 30' O. En 17 6 2 snbia ya á 16°; siendo en 1811, según el abate Gonti, 17° 3'. Tal vez este último valor es la mayor elongación occidental, ha- biendo variado de sentido desde entonces y vuelto á tomar su marcha al E. primero lentamente en Roma como por todas partes, puesto que en 1 833 aun era su valor 16° 15'; pero desde ese año ha aumentado al pa- recer la rapidez de su marcha al O., porque desde 1833 á 1853, es decir en 2 0 años, se la ha visto progresar cerca de 2o ll', lo cual produce un valor anual de 6', 5 próximamente. (Por la Sección de Variedades, Camilo de Yela.) t JUN 1885 FIN DEL TOMO Editor responsable, Casuio he \ei.a. : ■' •• . • *'V "vV V‘''»ü v‘ • '• . ’.••• • k . v fe;- - ' • Wi :-t v.ít . ; . . ' ' ‘ .'*y, . '.'■'/v'.i'-'VÍÍÍ .V-'Í. ‘ ■ V x v/V' ^ - SSppp m. .? - \ ■ : ,. I-ú . • V’ : -^uv'v' ,‘v,/ i":-'.', i >: ... .. ...v. ■•* ■> : '