REVISTA DE LOS PROGRESOS DE LAS CIENCIAS EXACTAS, FÍSICAS Y NATURALES. INDICE de las materias contenidas en este tomo. CIENCIAS EXACTAS Páginas. Física matemática. Teoría matemática de la luz, por D. José Echegarav 1, 65, 129, 193, 257 y 321 Metrología . Noticia sobre los trabajos de la Comisión inter- nacional del metro, leida en la sesión de la Academia el 21 de octubre de 1872 por el individuo de número Don Carlos Ibañez , 328 CIENCIAS FISICAS. Química. Nuevo método de valuar el cobre por medio del cianuro de potasio. — Nota de Mr. Lafollye. . . , 288 Química aplicada. Sobre la nitroglicerina y las diversas di- namitas.— Nota de Mm. Ch. Girard, Millot y C. Vogt. ... 20 Química orgánica . Sobre una manera de preparar el ácido tricloroacético.— Nota de Mr. A. Clermont 233 Sobre la presencia del azúcar de leche en un zumo vege- tal.—Nota de Mr. G. Bouchardat 167 Higiene pública. Aplicación de la oseina en la alimentación, por Mr. E. Fremy 24 TOMO XIX. 24 Vi Memoria acerca de las subsistencias públicas durante el si- tio de París en 1870, por Mr. Payen ....... 87 Nota de Mr. Chevreul á la Memoria de Mr. Payen 106 De las modificaciones que experimenta la leche de mujer á consecuencia de una alimentación insuficiente.— Obser- vaciones recojidas durante el sitio de París, por Mr. De- caisne. 235 Física. De la acción de la electricidad sobre los tejidos colorados de los vegetales, por Mr. Becquerel 152 Memoria sobre el origen celeste de la electricidad atmosfé- rica, por Mr. Becquerel 338 Meteorología. Aurora boreal observada en la ciudad de San- tander en los dias 24 y 25 de octubre de 1870, por Don Máximo Fuertes Acevedo, Profesor de física.. 27 Breve reseña sobre el carácter climatológico de Australia.— Nota dirigida al Secretario de la Academia de Ciencias por 1). Antonio de la Cámara, residente en Melbourne. . . 33 CIENCIAS NATURALES. Geodesia comparada. Situación astronómica del globo y de dónde proceden ios meteoritos.— Nota de Mr. Estanislao Meunier 37 Zoología. Nota acerca de una nueva Salamandra gigantesca (Sieboldia Davidiana, Blanch.) de la China occidental, por iMr. Emilio Blanchard 118 Zoología histórica . Sobre la época en que se introdujo y do- mesticó el puerco entre los antiguos egipcios, por Mr. F. Lenormant 43 —Segunda nota. 47 Observaciones de Mr. Roulin á la nota anterior 52 Fisiología. Investigación acerca del almidón animal, por Mr. C. Dareste 120 De la existencia del almidón en la tortuga de agua dulce.— Noticia de Mr. C. Dareste 313 Sobre los fenómenos y la causa de la muerte de los anima- les de agua dulce sumergidos en el agua del mar.— No- ticia de Mr. P. Bert 352 Vli Fisiología patológica. Sobre la temperatura del cuerpo de los niños enfermos 58 Fisiología vegetal. Sobre una sustancia azucarada que apa- reció en las hojas de un tilo, por Mr. Boussingault 245 Sobre los pulgones del género Phylloxera que perjudican á las viñas y frutales o 345 Fisiología aplicada á la higiene. Sobre las propiedades nu- tritivas de las sustancias orgánicas sacadas de los huesos» y sobre la composición de las raciones alimenticias que pueden sostener al cuerpo humano en su estado normal, por Mr. Milne Edwards. 301 Fisiología botánica. Noticia acerca de las pretendidas trans- formaciones de las bacterias y de las mucedineas en fer- mentos alcohólicos, por Mr. J. Seynes 310 Botánica . Sobre el estado actual de nuestros conocimientos relativamente ai género Azucena, y distribución geográfi- ca de las especies que lo componen, por Mr. P. Duchar- tre 103 Higiene pública. De la alimentación de ios habitantes en una ciudad en estado de sitio. — Noticia de Mr. G. Gri- maud 170 Anatomía. Observaciones acerca de algunos puntos de la Embriología de los Lemurinos, y sobre las afinidades zoológicas de dichos animales, por Mr. Alf. Milne Ed- wards 177 Anatomía vegetal. Sebre las diferentes formas de nervacion del óvulo y semilla. — Nota de Mr. Ph. Van-Tieghem. . . 180 Geografía botánica. Sobre el origen glacial de las turberas del Jura de Neufchatel, y sobre la vegetación especial que las caracteriza, por Mr. Gh. Martins 185 Física fisiológica. Breve resumen de las investigaciones que desde 1847 se han seguido acerca de los gérmenes orgá- nicos invisibles á la simple vista y suspendidos en ia at- mósfera, por Mr. Ehrenberg 240 Paleontología. Del esqueleto humano hallado en las caver- nas del Baoussé-Roussé (Italia).— Nota de Mr. E. Riviere, presentada por Mr. de Quatrefagues 251 Anatomía vegetal. Investigaciones sobre el origen de las len- tejillas ó pecas, por Mr. Trécul 291 Heterogenia. Nuevos esperimentos acerca de las generacio- nes llamadas espontáneas.— Noticia de Mr. Donné. ...... 359 VIH Geología comparada. Análisis lilológico del hierro meteórico de Atacama, primer ejemplo de filones concrecionados en- tre los meteoritos. — (Noticia de Mr. Stan. Meunier. ..... 363 VARIEDADES. Real Academia de Ciencias exactas físicas y naturales. Progra- ma para la adjudicación de premios en el año 1873 195 Id. en el año 1874 367 Conservación de los huevos . . , 69 Curso de Botánica, por D. Miguel Colmeiro 64 Propiedades curiosas del algodon-pólvora . . 197 Diccionario de los nombres vulgares de las plantas usuales. 198 Conservación de las semillas, granos y harinas por medio del vacío 189 Marfil de algodon-pólvora 190 Caliza fosfórica .................... 190 Cultivo de la vid 191 Terreno de diamantes. 191 Influencia del frió sobre la resistencia del hierro 191 Educación en Prusia. .. . ,.. ................ 199 Premio de astronomía, propuesto por la Academia Imperial de Ciencias de Viena 955 Riqueza y generosidad del Jardin Botánico de Melbourne. . 319 De la extraordinaria multiplicación en París del insecto co- nocido con el nombre de Bibion de los jardines. ....... 390 N.° 1.— REVISTA DE CIENCIAS. — Abril de 1871. CIENCIAS EXACTAS. FÍSICA MATEMÁTICA. Teoría matemática de la Luz; por D. José Echegaray, indivi- duo de la Real Academia de Ciencias. Nos proponemos hacer sobre la Teoría matemática de la Luz un trabajo del mismo género que el que hicimos tiempo há sobre la Geometría superior: es decir, condensar en bre- ves páginas lo mas elemental de dicha Teoría, para que pue- da servir de introducción al estudio de las obras clásicas, y particularmente á los admirables trabajos de Cauchy. Pero antes de entrar en materia, séanos permitido exponer como introducción, algunos problemas matemáticos: así no nos ve- remos obligados á interrumpir de continuo la parle sustan- cial del problema de la Luz, con desarrollos abstractos agenos á la cuestión mecánica. La tarea que hoy emprendemos es difícil, pero nos sos- tiene la esperanza de que, por imperfecto que nuestro trabajo sea, alguna utilidad tendrá, aquí donde nada se ha escrito sobre Física matemática. Madrid l.° de abril de 1871 .—José Echegaray. TOMO XIX. 1 2 TEORIA MATEMATICA DE LA LUZ. INTRODUCCION CONTENIENDO VARIOS PROBLEMAS DE ANÁLISIS. CAPITULO I. Fórmula de Fourier. Demostración de varias fórmulas. Núm. 1. Comenzaremos por demostrar dos fórmulas, de las que hemos de hacer aplicación inmediatamente. Demostración de la fórmula sen -[-eos u-^ eos ^ u-^cos 3 w-¡- eos mu ~ 2 sen — u 2 Se sabe por trigonometría que 2 sen a eos b=sen (a+6) — sen[b—a) y que por lo lanío , sen ( a-\-b ) — sen ( b — a) eos b— 1 7 v 1 2 sen a Sustituyendo ahora 3 se convertirá en eos 5 = sen (¿+ y b) — sen (¿-y «) 1 2 sen — u 2 y si en esta última fórmula hacemos sucesivamente b—u; 5=2 u; 5=3 u; 5=4 u; 5=m u hallaremos 3 1 sen —u — sen — u 2 2 eos lí- eos 2 u— 1 2 sen — u 2 5 3 sen •— u — sen — 2 2 2 sen—u 2 eos 3 w= sen — n — sen—u 2 2 1 sen — n 2 eos 4 n 9 7 sen n — sen — u 2 3 - “ 2 sen — u z sen («+ y)«— «■(>»— y )« eos m U : 2 sen-—u 2 Agregando la ecuación evidente 1 1 senJu t=~ ir" 2 sen — u 2 y sumando todas ellas tendremos, después de suprimir tér- minos semejantes, se?? 2 w+cos 3 w+... eos mu— Á (m+i) (1) 2 sen— u 2 que es precisamente la fórmula que nos proponíamos demos- trar. Núm. 2. Demostración de la fórmula sen a. x , (¡ x—k. x Consideremos la integral indefinida — a x sen a xdx : integrándola por parles, y lomando sen a xdx por parte in- tegrable, resultará ./■ (IX e sen ax.d x— ■a x “Hr/; -a x eos ax — -/ e cosax.dx. Aplicando la misma transformación á la integral /• ax e eos a x.dx. tendremos /• -a# — a# co5 a x. dx~ sen ax !- — ¡ e sen a ¿c. dx, a a,y y sustituyendo en la anterior / i — ## 6' MW OLX.dx~ — a x ■ax e a eos ax — — e sen ax a a2 a2 p —a® r / 0 sen ol x.dx. Por último, despejando la integral propuesta resultará, r~ax , «* I- •y a+* L eos ax a sen ax i , ~ — f. -o# é integrando entre o e oo /. oc > —a x e senoixdx- fl2+ a2 G Multiplicando ambos miembros por da , como si a fuese variable, é integrando entre dos límites b y c, hallaremos, puesto que, siendo constantes los límites, se puede integrar bajo el signo 00 /> n — w senzX'dx j e da= i o J b Jb c c — a x e da= da ¿i+4- ó bien ax. dx — bx — ex e — e c b — — * — are. tn — — are. tq — x 'a a Finalmente, haciendo c=¿ o, y b=o , la primera espo- nencial se reduce á la unidad; la segunda ex 1c tu e = - — se anuda; are. tg — —are (tg= oc ) es igual á — ; ex a * e y are ( lg=o ) es nula, por lo lanío sen clx x Si observamos que sen a x _ dx x se compone de los mismos elementos que la anterior, é igua- les en valor numérico, puesto que 7 sen ( — a x) sen ax —x x deduciremos también / iU sen clx t tc -oo- CX^~Z' y por consiguiente ./ .+00 sen a # (Ix—Tz (2) •00 Observación. Si en el valor f — ax ■ax e eos c/Lxdx — sen „ r ~~a x ax- j je sen axdx sustituimos el de /* — fl# e sen uxdx tendremos — ax — ax P , e , a a? i eos c/.x i e eos a xdx— — sen a#4- J a n2+a2 a sen a -j — 8 — a x = e 7 / 1 «* y a \ _ — — c n rp i i o6u y.' i — \ \ a a (a! +a>)/ „ . „ LUo Jj J a2- j-a2 J — ax ( « d \ — - — sen y.x— - — eos a x \ ír+a2 a2 4**2 / +: y por lo lanío /: ax e cosoixdx — — - — • a2-K Desarrollo en serie trigonométrica de las funciones periódicas. Núm. 3. Las aplicaciones del análisis al estudio de los fenómenos físicos, han conducido á la investigación del des- arrollo de las funciones en séries, cuyos términos sean pro- porcionales á los senos ó cosenos de diversos múltiplos de la variable, y estos desarrollos, ampliación, por decirlo así, de la fórmula de Taylor, pueden obtenerse por varios métodos: de ellos expondremos, si no el más sencillo, el más rigoroso. El problema, pues, de que vamos á ocuparnos es el si- guiente. Dada una función cualquiera F(x) desarrollarla en serie trigonométrica , de modo que, entre los límites b y a exprese el valor de dicha función; es decir, que para cada valor x de x á medida que tomemos un número mayor de términos, el con- junto difiera cada vez ménos de F [x), pudiendo ser este núme - ro tan grande que la diferencia llegue á ser menor que una cantidad dada s, por pequeña que sea . La forma del desarrollo será pues 9 F(x)= sen x-\-Bx eos a;)-¡-(áa sen 2 x-\-B1 eos 2 x)-\- (Am sen m x-\-Bm cosmx)-\- y será preciso que entre x—b y ; pero desarrollando los cosenos resulta ~ f F (a) d a + icos x f F (a) eos a d a + sen X ¿ J a J a X j F (a) sen a d a -|- eos 2 x f F(v J a - 1 Ja a) eos 2 a d a+$en 2 x X / F(a) sen 2 v..d a j + f eos m x C F{ a) eos m a a o J i J Q +sen ?n ¿e e. sen m a 11 serie que tiene la forma que buscábamos B+{Alsen x+B{ eos x)+{A2sen Z x + A^cos 2x) -\- (. Amsen mx-\-Bm eos m x) y en lo que están perfectamente definidos los coeficientes por las integrales luego todo queda reducido á determinar el límite hacia el cual tiende el segundo miembro cuando m crece, y este lími- te será precisamente el valor de la série. Así, pues, resolveremos el problema en cierto modo por un método inverso: no desarrollando en série una función dada , sino determinando el límite de una série trigonométrica definida de antemano. Observación. Nótese que tanto el primer miembro como el segundo, son funciones periódicas de x : es decir, que no varía su valor, dando á esta variable un incremento y en efecto, por aumentar los arcos x — a; 2(# — a); 3 (a?— a) en 2 ti, í ti , los senos y los cosenos no cambian de valor; ven cuanto al segundo miembro, el arco del nq- merador aumenta en 12 con lo cual cambia de signo el seno; pero olio lanío sucede 1 con el seno — (a — x) del denominador, luego el cociente 2 sen / 1 («'+ y) (*-*) sen--' (ct — x) 2 ' j queda invariable. Núm . 5. Queda, pues, reducido el problema á esle olro: determinar el límite de sen («*+!)(' -x) d a, sen — (a — x ) 2 es decir, su valor en función de # y de cantidades constan tes; ó de olro modo, para cada valor de x el correspondien- te de dicha integral. Sea O a (fig. 1.a) el eje de las a ; Oa y Oh las dos abs- cisas ó valores límites; O X~x y XA=AAf=AfA''=XB=BB,=B'B,'—B''B’" un ¡Hiérvalo constante, igual á 2 ti. Para los diferentes valores de a a=0A"=OX--3.2 71 ; a=OA =OX— 2.2 71 ; olz=OA=OX— 2 ti; arrOl; *=OB=OX+ln\ ol~OB’ = OX 2 . 2 tu ; a=OJT=OJr + 3.2 7c; .... ó bien 13 a— ^ 3.2 TT ; a=x— 2.2^; a=¡E— 2 it ; a—X ; a=r¡r+2i:; a=x-j-2.2 ic ; a=X+3.2 7:; a.=x-\-l.2r, el denominador 1 r x sen — (a— x) del coeücienle de la integral se reduce á cero, puesto que 1 1 sen — (a— a-f 3,2 tí)— sen 3 tí— o ; sen — (a— a+2.2w)-= 2 & sen 2 tí— o; etc., luego el elemento de la integral que corresponde á este valor es un elemento completamente excepcional, y se presenta bajo 1 , la forma — Xa a. Debemos pues dividir la integral dada en varias integrales parciales: unas que comprenden los elementos en que el coe- ficiente diferencial no es infinito; otras que corresponden á estos valores excepcionales. A este fin lomemos A''c"=A''¿'=A'c'=A'-i=Ac=Ad^Xg=Xh = Be=Bf= We'=B'f = =e siendo £ una cantidad muy pequeña ; y podremos descom- poner la integral dada del modo siguiente, representando las abscisas por las letras que hay á sus extremidades: /~*b /-¡c rid /iC r*d f¡c fid — / + / + / + / + / + / + a J c" J d" J c’ J d' J c 14 p[¡ ph pe pl pe pl pe + + + + + +Í + J fi J q r,r >J f" Las integrales parciales precedentes son, como liemos di- cho, de dos clases: las unas que se refieren á los inlérvalos ordinarios ac" ; d"c ; de; dg ; he; fe' ; fe"; f'e" ; f"b ; los otros á los intérvalos singulares c"d"; cd; cd; gh ; ef; ef; e'f" ; en'f Examinaremos una de las primeras, otra de las segundas, y podremos generalizar después los resultados para las res- tantes. Sea, por ejemplo, la integral sen (^ni -j- (a — x) sen — (a x) d* , correspondiente á los límites h , e . Si á un valor determinado de c/—Op—p (fig. 2.a) Je da- mos un incremento 2* pr=- — f n incremento que será muy pequeño para valores crecientes de m, y que tenderá constantemente á o cuando m crece sin límites, la parte correspondiente de la integral será otra in- tegral, cuyos límitos Óp, Oq diferirán infinitamente poco entre sí: á saber / F (a) do. ' °P sen — (a — x) Pero e&esle inlérvalo, puesto que pq es infinitamente pe- queña, F(*) 1 , sen — (a — x) será próximamente constante, y por lo tanto tendremos, re- presentando por a un valor comprendido entre p y q, s. ocl F{ a) 1 sen °P sen ~ (a — x) ( 1 \ F(cl V?z+ T )^—x)d^= 1 sen — (a — x) f>oq , | \ X j sen í m-\- — - J (a — x) di (3) J 0p \ l / En rigor F( a) 1 sen— (a x) no es constante para los diferentes elementos de la integral: 16 representemos por £ la máxima variación, y puesto que F( a) 1 sen ~j¡ (a — x) es una función continua, e será por lo menos del mismo orden que pq . El error que se comete sobre cada elemento Fia) / 1 \ Y sen J (a — j?) da sen — (a — #) 2 de la integral por la sustitución de m sen~~(«' — x ) ¿i sen m l- (a~x) será j sen J (a — * siendo e’ del mismo orden á lo menos que e y que pq, y et error total tendrá la forma j >q / i \ £ ' sen ( w + — ) (a — #) da ; p \ 2 / así pues la verdadera ecuación no será la (3), sino esta otra sen op+ 27T ?k + í-pfcos (m+y) (*-*)] w? + 0/) luego /, °9 F( a) °P sen — (a — ¡k) SCW j (a — ¿c) í/ar= roq ^ / 1 \ / e' SCft ( Wi + yF ) (a — #) d a o p ' - ' En esta integral el factor er y el sen (»»+ y) (*— x) ■x)doL(i) TOMO XIX. 2 18 podrán cambiar de signo, y el producto cambiará de signo también: dividiendo la integral en otras varias, tales que en cada una los elementos conserven signo idéntico, y represen- tando una de ellas por h sen -f ~ j (a — x) d < podremos sacar e, por su valor medio, fuera de la integral, y representándolo por em tendremos — — - |cos y) (p'—x)— eos (ni + y) (?'—»)] W+ 2 La cantidad comprendida en el paréntesis es infinitamente pequeña: si la representamos por Bf la expresión prece- dente tomará la forma B 1 i é idénticas á esta serán las demás integrales en que liemos oq descompuesto í 'J op 19 B' B” 1 S'm +•"- J + ...=(*mB+s'mB'+...) J m+Y m+Y m+Y siendo B, B\ Bn cantidades finitamente pequeñas y en número finito. Pero £m#+s,m#,+ es cuando menos de segundo or- den comparándola con s.r y con pq= y m + Y r 0(¡ asi, suponiendo pq de primer orden, la integral / será op un infinitamente pequeño cuando ménos de tercer orden, pues contiene además de ^5+45'+ el factor 1 m+j (Se continuará.) CIENCIAS FÍSICAS. QUIMICA APLICADA. Sobre la nitroglicerina y las diversas dinamitas. Nota de MM. Cu. Girard, Millot y G. Vogt. (Gomptes rendus, ti noviembre 1870.) En estos - últimos tiempos se ha fijado mucho la atención en la fabricación de la nitroglicerina y de sus efectos dinámi- cos. Las circunstancias actuales y los consejos de Mr. Ber- thelot, nos han conducido á emprender el estudio de esta cuestión. Primeramente hemos seguido los procedimientos de fabri- cación indicados por MM. E. Kopp y Nobel. Se trata la glicerina, que marque 30° B., por seis veces su peso de una mezcla formada por una parle de ácido nítrico á 48 ó 50°, y dos de ácido sulfúrico á 66°. Colocados los áci- dos en un vaso enfriado con agua á 10° C., se deja caer en él gola á gota la glicerina, arreglando la caída de modo que la temperatura no pase de 25° C. Además se debe agitar cons- tantemente el líquido, para que una gran porción de gli- cerina no quede repentinamente en presencia del ácido ní- trico. Es necesario tomar estas precauciones para precaver la explosión. También se necesita emplear ácidos en el grado 21 que antes se ha indicado. Después de añadir la totalidad de la glicerina á los ácidos, se echa la mezcla en seis veces su peso de agua, y la nitroglicerina se separa entonces, en forma de un líquido siruposo y lijeramente opalino. Se lava repeli- das veces con agua y después con una disolución alcalina, y se termina la operación por un lavado con agua. Por este procedimiento, 100 gr. de glicerina nos dieron 130 de nitro- glicerina. El producto puede aumentarse empleando una pro- porción mayor de ácido nítrico, como ha aconsejado Mr. Ber- thclot. Haciendo actuar tres partes de ácido nítrico y tres de áci- do sulfúrico sobre una de glicerina, se obtienen 1,7o de ni- troglicerina, lo que representa los s/7 del producto teórico. La densidad de la nitroglicerina preparada de este modo, es de 1,00 á 13° C. Debe desecarse por medio del carbonato de potasio, pues el cloruro de calcio produce un desprendimiento de cloro. Sometida á la temperatura de — 20° por espacio de varias horas, no cristaliza la nitroglicerina, ni debe, á causa de su viscosidad, solidificarse más que por un frió muy prolongado. Fabricación industrial. Para evitar los peligros que ofrece la fabricación de la nitroglicerina en grande, hemos necesita- do recurrir al procedimiento siguiente, que resume con algu- nas modificaciones los que hace algunos años se emplean en Alemania y Suecia. Los laboratorios de producción deben estar subdivididos en lo posible, y hallarse separados unos de otros por una dis- tancia de 50 metros poco más ó menos. Deben hallarse al aire libre, y resguardados por un lijero cobertizo de papel embetunado. Se les da la forma circular, y el suelo debe es- tar formado por planchas lijeramente circulares desde el cen- tro á la circunferencia, haciendo pasar constantemente una corriente de agua, á fin de que arrastre hacia fuera la nitro- glicerina que pudiera esparcirse sobre el suelo y acumularse en él. Alrededor del poste que sostiene el cobertizo se hallan co- locadas seis cubetas, en las que se ponen cilindros de vidrio, de arcilla, ó de fundición; advirtiendo que este último me- 22 tal es muy conveniente para el objeto, porque no le ataca la mezcla de ácidos sulfúrico y nítrico muy concentrados. En la parte superior de estos cilindros hay una ranura llena de agua, que forma un cierre hidráulico entre el aparato y su tapa, la cual está fija, pero tiene varias aberturas para dar paso á los siguientes tubos: 1 .* Uno que conduce al aparato una corriente de aire, des- tinada á agitar el líquido dándole un movimiento de rotación. 2. ° Otro en forma de S , provisto de una llave, y por el cual se deja correr gota á gota la glicerina que se halla con- tenida en un depósito superior. 3. ° Otro tubo grueso que sirve de chimenea, y permite la eliminación de los vapores ácidos y nitroglicéricos, que cau- san á los operarios violentas cefalalgias. 4. ° Un termómetro de alcohol. Una palanca, que tiene su punto de apoyo en el borde de la cubeta, se fija al cilindro, y permite, después de levantar el termómetro y el tubo que conduce el aire, bajar el aparato por debajo de la tapa, y echar su contenido en el agua que ha servido para enfriarlo. La misma cuba tiene varios agujeros cerrados con tapo- nes, y sirven para decantar el líquido. Los lavados se verifican por medio de una corriente de agua, que llega al fondo de la cuba por un tubo terminado en regadera. Cada operación no debe hacerse más que con 500 gr. de glicerina, y un solo hombre puede fácilmente cuidar sus aparatos. Dinamita. Se da este nombre á la mezcla de nitrogliceri- na y diversas materias sólidas, pulverulentas y porosas. Incorporada con estas materias inertes, la nitroglicerina, ofrece mucho ménos peligro en su uso, y sobre todo en el trasporte. En Alemania se emplea una especie de sílice porosa, lla- mada Kieselgnhr , la cual se extrae de Obersohe, en Hanover, y proviene de una variedad de algas. Se hace una mezcla de 75 partes de glicerina y 25 de sílice. Se tritura la materia seca regada con nitroglicerina sobre tablas de madera, y con espátulas de la misma materia. 23 Como no teníamos esta sustancia á nuestra disposición, la hemos reemplazado con otras que gozan de propiedades aná- logas, tales como, por ejemplo, la sílice común, la alúmina, el ladrillo pulverizado, etc. Para apreciar la resistencia á la explosión de estas diver- sas dinamitas, las hemos sometido sucesivamente al choque. En nuestros ensayos hemos empleado un pequeño mar ti - llo-pilon, dirij ido por alambres de hierro, y que caia sobre un yunque de acero. La dinamita que había que experimentar se encerraba en una especie de saquillo de papel doblado, á fin de evitar las proyecciones. La superficie del choque era de 2 centímetros cuadrados. A alturas iguales, pero reducido el peso á 2 kil. 470, to- das estas mezclas estallan, esceplo las que se hacen con azú- car, aceite y alcohol metílico. No obstante, si la caída es de 1 metro, las mezclas de sílice, cristal y sobre todo de alúmi- na, exigen dos golpes para estallar. Hemos ensayado también otras materias explosivas, para poder establecer una comparación acerca de la seguridad que presenta el uso de estas diferentes materias. Así hemos visto que el algodon-pólvora y el fulmi -papel de los fotógrafos, comprimido, no resisten cuando el peso cae de 0m,50. La pól- vora blanca estalla cuando la caída es de la altura de 1 me- tro, y la pólvora de sulfuro de antimonio á 0n\50. La pólvo- ra de caza no estalla en ningún caso. Del conjunto de nuestros experimentos resulta: l.° Que las materias que deben emplearse para obtener buenas dina- mitas son el trípoli, el kaolín, la sílice, la alúmina, y so- bre todo el azúcar, y que este último permite además se- parar cuando se desee la nitroglicerina, añadiendo agua á la mezcla. 2. ° Que en una dinamita, variando la proporción de una misma sustancia inerte, por ejemplo la sílice, con relación á la de la nitroglicerina, la estabilidad parece quedar igual. 3. ° Que dejadas por mucho tiempo al aire libre las dina- mitas, parecen empobrecerse en nitroglicerina y hacerse inactivas. 24 HIGIENE PÚBLICA. Aplicación de la oseina en la alimentación; por Mr. E. Fremy. (Comptes rendus, 31 octubre 1870.) En las circunstancias actuales, tiene la química que llenar importantes y numerosos deberes. Tiene que intervenir en las cuestiones que se refieren al armamento, trasformando los rails Besseraer en aceros destinados á nuestros chassepots y ametralladoras; sacar el salitre de los escombros de demoli- ciones; fabricar pólvoras que hagan reventar con fuerza las bombas y torpedos: se ha de ocupar también en las subsis- tencias, conservando las que pueden alterarse, é investigando constantemente si puede suministrar á la alimentación algún principio útil, hasta ahora despreciado. Colocado en este último punto de vista, acabo de aconse- jar que se aproveche para la alimentación la oseina , que es la sustancia orgánica de los huesos. No trato en este momento de volver á la cuestión, relativa á las propiedades nutritivas de la gelatina. Sin embargo, creo que esta discusión deberá necesariamente volver á empren- derse, porque en el informe dado á la Academia sobre el uso de la gelatina como alimento, se hallan ciertas afirmaciones que no pueden hoy aceptar la química y la fisiología. El cuerpo que propongo utilizar para la actual alimenta- ción, no es la gelatina, sino la oseina. Sabido es que ambas sustancias son isoméricas, como el almidón es isomérico de la dexlrina, pero que no tienen las mismas propiedades. La gelatina es un cuerpo que no existe enteramente formado en el organismo, sino que es el producto de una trasformacion química, resultado de la acción del agua y el calor sobre el tejido óseo: la gelatina, como lodos saben, 25 es completamente soluble en agua, al paso que la oseina es insoluble, y verdaderamente organizada: es el tejido óseo, que ha perdido sus elementos calizos; de modo que puede com- pararse la oseina á los tendones, á la piel y aun á los tejidos íibrinosos. Todas estas explicaciones hacen comprender la considerable diferencia que, bajo el punto de vista de la ali- mentación, puede existir entre la gelatina y la oseina: en el acto digestivo, una sustancia insoluble, como la oseina, debe producir diferente resultado que la gelatina, la cual es so- luble. Proponiéndome hacer entrar la oseina en la alimentación, debo, para evitar toda equivocación ó mala inteligencia, ex- plicarme categóricamente acerca del papel que esta sustancia puede desempeñar, á mi parecer, en la preparación de los alimentos. Muy lejos estoy de pensar que la oseina pueda servir de pan y de carne; sé que una sustancia empleada sola, no pue- de servir por mucho tiempo para la alimentación; y siento que todavía no se haya refutado la afirmación siguiente, que en- cuentro en las conclusiones del informe dado á la Academia sobre las propiedades nutritivas de la gelatina: «El gluten, según se extrae de la harina del trigo ó de maíz, basta por sí | solo para una nutrición completa y prolongada.» La nutrición 1 no puede ser completa y prolongada más que por el uso de alimentos complejos, como la leche y el pan, que ofrecen la i conveniente asociación de los elementos minerales y orgáni- cos, útiles en la economía animal. El gluten, es decir, la harina privada de almidón, de cuerpos grasos y de sustancias sólidas, no es por consiguiente un alimento completo. Tampoco puede servir de alimento por mucho tiempo la oseina sola, y bajo este punto de vista, no difiere de la fibri- na, de la caseína y de la albúmina; pero asociándola con otros j cuerpos que completen su acción fisiológica, afirmo que la oseina puede desempeñar en la alimentación el mismo pape! que las sustancias nitrogenadas, que forman la base de nues- tro alimento. Creo por consiguiente que tenemos un gran in- terés en exijir de la industria, la extracción económica de lq oseina. 26 La preparación es rápida, y no ofrece dificultad alguna: la he referido ya en la Memoria que he publicado hace mucho tiempo acerca de la composición de los huesos, y es la que me ha permitido determinar con exactitud, la cantidad de oseina que se halla en los diversos tejidos óseos. Para obtener industrialmente la oseina, basta serrar en hojas delgadas los huesos, y después de desengrasados, so- meterlos por espacio de algún tiempo á la acción del ácido clorhídrico diluido en agua. El residuo orgánico, después de lavado y seco, es la oseina, cuerpo que, preparado de este modo, puede conservarse indefinidamente. En cuanto á las aguas ácidas que resultan de esta operación, no dejan de te- ner valor, y saturándolas con la cal, dejan precipitar el fos- fato de cal, que la agricultura utiliza en el dia con tanto pro- vecho. Sabiendo que los fabricantes de gelatina ejecutan las ope- raciones que acabo de describir, cuando quieren obtener gela- tina alimenticia, me he puesto en relación con el hábil in- dustrial Mr. Bonneville, que se ha prestado á facilitarme toda la oseina útil para mis ensayos. Mr. Bonneville está persua- dido de que los fabricantes de gelatina podrían suministrar en poco tiempo, para el consumo de París, cantidades consi- derables de oseina, y que el precio de esta sustancia sería mucho menor que el de la gelatina. Los huesos procedentes de los mataderos se pierden en este momento casi completamente, y podrían suministrar cerca de 35 por 100 de oseina. Esta comunicación sería evidentemente incompleta, si no concluyese hablando de los ensayos que he hecho en unión de Mr. Balvay, con el fin de determinar la aplicación de la oseina en la alimentación. La oseina sacada de los huesos por la acción del ácido clorhídrico, es dura, elástica y coriácea; en esta forma no es comestible: pero cuando se la somete á la acción del agua hirviendo se hincha, y se trasforma en una sustancia blanda: una vez cocida, presenta la mayor analogía con una multitud de tejidos muy buscados en la alimentación. Para emplear la oseina como alimento es preciso dejar 27 que se hinche lentamente en agua fría, y hervirla en seguida por espacio de una hora poco más ó ménos en agua salada, y aromatizada por los métodos comunes. El agua gelatinosa que procede de esta decocción, puede ya utilizarse para la pre- paración de algunos alimentos. En cuanto á la oseina cocida en las condiciones que acabo de indicar, tiene un sabor agra- dable, y puede recibir muy bien todas las diferentes prepara- ciones culinarias, como lo he observado en una comida en que he tomado parte. Finalmente, no vacilo en declarar que los huesos, que en este momento se pierden, pueden suministrará la alimenta- ción un tejido nitrogenado, abundante, nutritivo é imputres- cible. METEOROLOGIA. Aurora boreal observada en la ciudad de Santander en los dias 24 y 25 de octubre de 1870, por D. Máximo Fuertes Ace- vedo, Profesor de Física. La aparición de las- Auroras polares , es sin duda uno de los fenómenos mas notables y curiosos que nos ofrece la na- turaleza, no solo por lo que en sí tiene de sorprendente, sino por lo tarde en tarde con que suele presentarse en nuestras latitudes. Por eso la aparición de las Auroras boreales, únicas que nosotros podemos observar en nuestro hemisferio, llama siempre poderosamente la atención, no solo de los hombres de ciencia sino de toda clase de personas, para quienes en lo general solo son estos curiosos fenómenos, señales de gran- des acontecimientos ó augurios de tristes sucesos. Nosotros, al consignar aquí las observaciones que hemos tenido ocasión de hacer durante la presencia de estas Auro - 58 ras , principalmente en la noche del 25, indicaremos, siquiera sea ligerísimamenle, lo que se nos ocurre y parece acerca de la naturaleza de este brillante meteoro. DIA VEINTICUATRO. A las siete y cuarenta y cinco minutos de la noche pudi- mos observar la aparición de una notable Aurora boreal , que desapareció lentamente á las ocho y catorce minutos. Su ex- tensión era considerable, pues no solo ocupaba el cuadrante del Norte sino que se exlendia hacia el Oeste, hallándose algo mas limitada al Este. Era su color rojo encendido uniforme, y parecía el reflejo de un inmenso incendio. El cielo se hallaba fuertemente anubarrado, y se destacaban en el color de la Au- rora, manchas negras producidas por grandes cúmulus, que iban condensándose para desaparecer en el cénit, dejando algunos claros en el cielo donde, en medio del color purpú- reo de la Aurora , brillaban las estrellas. La Aurora desapa- reció pronto hácia el Norte, pero duró su claridad y brilló hasta las ocho y catorce minutos cerca del cénit y parte del NO., que á esta hora se hallaba perfectamente despejado. Nada más notable observamos en ese dia, á causa sin duda de las fuertes y densas nubes que cubrían el cielo, y al sitio en que, en aquel momento, nos encontramos, que no nos permitía distinguir fácilmente el horizonte en la parle del Norte. Pudimos, sin embargo, reconocer que, durante la Au- rora y en medio de su hermoso reflejo, descendían de las partes claras del cielo varias Estrellas filantes, que sin duda anticipaban su caída. Terminado el fenómeno, liemos observado: A las nueve de la noche: el cielo cubierto. A las diez de la noche: sube el barómetro notablemente. A las diez y diez y seis minutos de la noche: despejado. A las once de la noche: despejado hácia el Norte, y cela- jes hácia el Oeste. Mar agiíadisima, 29 DIA VEINTICINCO. Se repile el fenómeno de la Aurora boreal, pero de una manera magnífica. Prevenidos á observar con el posible cui- dado el nuevo meteoro , si se presentaba, distinguimos á las cinco y cuarenta minutos de la tarde, celajes brillantes hacia el Norte, precursores de la aparición de la Aurora , de color rojo-violado, semejante al de los vapores dilatados del yodo, vistos por refracción. Nos dirijimos apresuradamente hácia el Alta y nos situamos cerca de la Atalaya , punto el mas alto de Santander, y el mas á propósito para observar el meteoro, por tener enfrente el horizonte de la mar. El cielo se halla- ba casi completamente despejado. Apénas terminó el cre- púsculo, el cielo comenzó á tomar un fuerte color rojo, exten- diéndose rápidamente su reflejo, con un tono sumamente in- tenso, hácia el cénit, y prolongándose hácia el Sur, como una gran vía láctea de color rojo brillante. Persistiendo el foco de la Aurora en el punto Norte y cerca de las Cabrillas, comen- zaron á aparecer á las seis y diez minutos, rayos divergentes, formando un arco de una perspectiva bellísima, de color rojo- purpúreo con claros violado-pálidos. Es imposible, á no haberla visto, poder formarse idea de la magnificencia de esta Aurora. Solo el genio de un pintor, y con colores brillantes, pudiera representarla con alguna exactitud. Rayos de fuego divergentes formaban una inmensa corona, rasgada en su parte inferior y teñida por colores vio- lados, que elevándose sobre el horizonte de la mar, ocupaba mas de medio cuadrante, y dentro del cual aparecía ilumina- da la Osa mayor. Con tan magnífico aspecto solo duró cinco minutos, y trascurrido este tiempo, los rayos comenzaron á plegarse, disipándose casi instantáneamente, ¡tal era la velo- cidad de aquella hermosa luz! Entonces aumentó la brillantez roja en intensidad en el punto de las Cabrillas , y la luz de es- tos astros cambiaba aparentemente de tono con la diversa iluminación y colorido de la Aurora. Pasados algunos minu- 30 tos volvieron á aparecer los rayos rojos, pero de color mas apagado, formando grandes arcos que, elevándose sobre el horizonte, convergían hácia un punto del cielo, próximamen- te el cénit, rodeados por la brillantísima luz roja con que se hallaban teñidos casi los tres cuadrantes, excepto el del Sur, color que, mas intenso hácia el NO-, se extendía hasta la cons- telación del Pegaso , persistiendo en este estado, aunque con alteraciones en la fuerza del colorido, hasta las siete y treinta y cinco minutos, desapareciendo el último vestigio poco des- pués. La Aurora era, por su forma, semejante á la que apare- ció en Brevillepont el 26 de setiembre de 1726, y cuyo gra- bado se ve en la obra de Mr. Mairan. Ahora bien, ¿será la luz de la Aurora de origen eléctrico, como piensan hoy la mayor parle de los Físicos? Algunas, aunque lijeras observaciones, hechas con ocasión de la que acabamos de referir, nos inclinan á esta creencia. 1. ° El color rojo intenso que dominó principalmente du- rante el fenómeno, era igual al que se observa casi siempre en la luz de los relámpagos de nubes tempestuosas situadas á larga distancia y casi debajo del horizonte del observador, cuyo resplandor tiñe durante la noche el cielo y las nubes de ese mismo color rojo brillante. 2. ° La dirección constante de la luz de la Aurora de Nor- te á Sur, en el meridiano magnético, indica una gran rela- ción entre este meteoro y los fenómenos magnéticos de la tier- ra, debidos evidentemente á corrientes eléctricas. 3. ° El estado fuertemente eléctrico que, durante la Auro- ra y después de extinguida esta, ofreció la atmósfera, es in- dicio claro de la gran cantidad de ese fluido que forma la Aurora , ó quedó en el aire atmosférico después de la desapa- rición de este meteoro; pues al dia siguiente, y aun durante algunos, los aparatos eléctricos, entre ellos el disco de la máquina eléctrica, producía al menor movimiento giratorio fuertes chispas, como pocas veces habíamos visto, á no ser en la época calurosa y seca del verano. 4. ° La distinta intensidad lumínica y la variedad de colo- rido que se observa en la Aurora , procedía, á no dudarlo, de la diversa condensación y densidad del aire y de los vapores 3Í en él suspendidos, como se manifiesta en las experiencias que se practican al hacer pasar una série de chispas eléctricas al través de tubos que tienen aire ó gases más ó ménos enrare- cidos: los mismos efectos luminosos, la misma forma é idén- ticos movimientos, ofrecen los experimentos en nuestros ga- binetes y lo que se observa en el meteoro que nos ocupa. Y o.0 Las fuertes y repetidas nevadas que han tenido lu- gar este año en toda Europa, como pocas veces acontecen, principalmente en nuestra península, y con particularidad en esta provincia, donde hace muchos años que no se han pre- senciado con tanta pertinacia, y anticipándose á las que suelen tener lugar á la entrada del invierno, prueban, en nuestro concepto, la gran cantidad de fluido eléctrico acumulado en la atmósfera á consecuencia de la Aurora , pues siempre, al fenómeno meteorológico de la nieve preceden tormentas en las regiones algo elevadas de la atmósfera. A lo menos por nuestras observaciones, siempre á la formación de la nieve hemos visto preceder tormentas, en las que la electricidad, en vez de recomponerse con la de nombre contrario de la tier- ra, en cuyo caso produciría el rayo (que muy rara vez cae en las nevadas) lo verifica con la de otra nube, y el resultado es la formación de la nieve, meteoro evidentemente eléctrico como el granizo, ó que se origina en regiones muy cargadas de electricidad, por más que hasta ahora no se haya podido explicar la acción ó influencia que ese fluido pueda ejercer en la condensación de los vapores de agua al estado sólido. Admitido, pues, que el origen ó causa de las Auroras bo- reales es la electricidad, ¿cómo se explica su presencia en la atmósfera y su condensación en los polos de la tierra? Entre las varias hipótesis que, para dar razón de este fenómeno, pa- san hoy como más probables, figura como la más valedera la ideada por Mr. de la Rive. Este distinguido físico, halla la causa de las Aurorasen la condensación, en un punto deter- írico, procedente de la evaporación de las aguas en la super- ficie de la tierra, principalmente en las regiones ecuatoriales; cuyos vapores, cargados de electricidad positiva, son arras- trados hácia los polos de la tierra por los vientos alíseos, que 32 de una manera constante reinan en el Ecuador. Estas corrien- tes aéreas impregnadas de cantidades mayores ó menores de electricidad, producen una corriente eléctrica continua en rededor de la tierra, desde el ecuador á los polos. Cuando á consecuencia, según este autor, de una fuerte sequía en la atmósfera, es decir, de falta de humedad en el aire, no puede esa electricidad positiva descargarse lentamente con la tier- ra, lo verifica en los polos, á donde convergen los vapores saturados del fluido eléctrico; teniendo entonces lugar la apa- rición de la electricidad en su forma luminosa, ó sea la Auro- ra, que casi es diaria en las regiones boreales. Admitimos desde luego como fundamento y origen de las Auroras polares el fluido eléctrico; mas no estamos conformes con el ilustre físico ginebrino, en que precisamente esa cor- riente eléctrica que envuelve la tierra sea originada solo por la evaporación de las aguas, y que baya necesidad de hacer intervenir á los vientos alíseos para conducir esos vapores electrizados positivamente hacia las regiones polares. Nosotros creemos que esa corriente eléctrica que rodea la tierra, ala manera de las que constituyen los Solenoides, tiene su origen, no en una sino en varias causas. 1. a En la evaporación espontánea de las aguas en la su- perficie de la tierra, cuyos vapores pasan á la atmósfera, car- gados, como es sabido, de electricidad positiva. 2. a En las múltiples y variadas reacciones químicas que tienen lugar en el interior y en la superficie de la tierra. Y 3.a Y muy principal, en la desigual temperatura que posee nuestro globo, lo cual ha de originar necesariamente corrientes de naturaleza termo-eléctrica, que se dirigen, como se demuestra fácilmente, de la parte caliente á la región fria, es decir, desde el ecuador á los polos, donde han de tener su máximum de acción y de intensidad. Siendo estas causas con- tinuas y constantes, constantes y continuas han de ser las Auroras en las regiones polares, presentándose siempre con muy parecidos caracléres en cuanto al colorido, por mas que, en ocasiones, varié su intensidad lumínica y su forma, que dependerá de circunstancias especiales de la atmósfera; y que siendo por lo mismo esto último un fenómeno acciden- 33 tal, nunca sería motivo para no considerar como ciertas las causas á que atribuimos esas corrientes eléctricas, que al for- mar en la tierra un inmenso solenoide electro -dinámico de ori- gen térmico, presenta los caracléres de los imanes, cuyos polos magnéticos han de hallarse próximamente cerca de los geográficos; así como los imanes obran como verdaderas cor- rientes voltaicas semicirculares, iguales y paralelas. Por lo demás, la falta en este Establecimiento de enseñan- za, de aparatos é instrumentos para esta clase de observacio- nes, no nos ha permitido completar ó comprobar las hechas anteriormente en otros puntos, ó hacer otras nuevas, que acaso hubieran contribuido, en cierto modo, á esclarecer punto tan interesante y curioso de la ciencia. ^Máximo Fuer- tes A ce ve do. METEOROLOGIA. Breve reseña sobre el carácter climatológico de Australia Nota dirijida al Secretario de la Academia de Ciencias por D. Antonio de la Cámara, residente en Melbourne. El clima déla gran Isla, ó más propiamente llamado Con- tinente de la Australia, ofrece las más extrañas y sorpren- dentes peculiaridades meteorológicas. Hay año en que la llu- via que cae en la mayor parte del pais es tan escasa, que muchos rios se secan enteramente, todos los pastos perecen, y millares de cabezas de ganado mueren por falta de alimento. Pero en otros la lluvia es tan frecuente, y desciende de las nubes en tal cantidad, que en vez de ser un don bendito y un beneficio para la tierra, se convierte en una tristísima ca- lamidad, en un terrible azote para el hombre. Porque en ta- les ocasiones sucede que rios profundos salen de madre, y TOMO XIX. o 34 las aguas se exlienden y cubren dilaladísimos espacios de ter- reno, sumergiendo casi todas las habitaciones de los colonos que se encuentran á su paso, que en bastantes casos son po- blaciones de consideración; arrebatando en su corriente los muebles, aperos de labranza, carros, y hasta muchas de las casas de madera de frágil construcción, que por su situación se hallan más expuestas al violento empuje de las aguas. Casi todos los animales útiles al hombre que existen en tales lugares, perecen ahogados; las cosechas son completamente destruidas; y comarcas que ánles eran ricas y feraces, se en- cuentran después de las inundaciones con una capa de arena de cerca de dos pies de espesor, semejante á la que los mares acumulan en las playas. Y cuando acontece esta verdadera plaga de lluvia, las vidas de lodos los habitantes que moran en las comarcas inundadas se encuentran en el más inminente peligro; y ^centenares de hombres, mugeres y niños deben su existencia al refugio que buscan en árboles bastante al- tos para ponerlos fuera del alcance de las aguas, en cuya si- tuación muchas personas tienen que permanecer á veces dos ó más dias, sufriendo la terrible agonía, de la lluvia, el frió y el hambre, hasta que pueden salvarse con los botes. Con todo, siempre que sobrevienen esas copiosas lluvias y se ve- rifican tales desastrosas inundaciones, hay que deplorar la pérdida de algunas vidas. En este ano de gracia de 1870, el otoño de este hemisferio antípoda, que comprende los meses que son de primavera en Europa, ha habido muy copiosas y prolongadas lluvias, sobre todo el territorio de Australia habitado por los Europeos, y el cuadro de tristes calamidades que acabamos de bosquejar, se ha vuelto á reproducir en bastantes comarcas con los colores más vivos y sombríos. La lluvia ha sido general en toda la zona marítima oriental de Australia, desde el Cabo York, en el extremo Norte, á el Cabo Howe, en la extremidad Sur; y en la zona Sud, desde el dicho Cabo Howe hasta más allá del Golfo de San Vicente, en la dirección del Oeste; ha- biéndose extendido también bastante en el interior del pais por todas partes; y además en la isla de Zasmania, su caída ha sido igualmente copiosa. Y las aguas de muchos rios de 35 cauce profundo se han desbordado furiosas en enorme volu- men por campos cultivados y numerosas habitaciones, arra- sando completamente los unos, y poniendo en el mayor peli- gro la fábrica y las existencias de millares de familias en las otras. Algunos rios se han elevado á más de 00 pies ingleses sobre su ordinario nivel; distritos enteros han estado por va- rios dias sumerjidos; se han destruido las cosechas; todos los animales y útiles de labranza han sido arrebatados por la cor- riente inundadora; han sucumbido muchas personas; y algu- nas localidades presentan el aterrador espectáculo de una es- pantosa miseria y desolación. En algunas comarcas dilatadas, las inundaciones se han repelido dos y hasta tres veces durante la estación otoñal: siendo de advertir que estas lluvias no son efecto de grandes tormentas, ni tampoco suelen venir acompañadas de vientos huracanados, sino lluvias regulares, propias de la estación, que descienden de las nubes sin intermisión, ora reinando calma ó débiles brisas. Pero lo sorprendente, estraordinario y prodigioso de esas superabundantes lluvias que la Providencia ha enviado este año sobre el suelo de estos países, es la inmensa cantidad de agua caída del cielo durante cortos espacios de tiempo. En varios distritos ha caído un volumen de agua de 6 pulgadas de Castilla, resultado de 24 horas de lluvia; en otros ha caído la misma cantidad en un período de 12 horas. Mas todo eso ¡ es insignificante comparado con la lluvia que ha caído en Bris- bane, la Capital de la Colonia de Queensland, situada en la | costa Oriental de Australia, en los 27° 28r 3" latitud Sur, y 153° 6' 15rr longitud Este del meridiano de Greenwich, en j Inglaterra. El resultado de las observaciones meteorológicas hechas | en dicha Capital, suministra los siguientes datos: «Durante la noche del 8 de marzo de 1870, en el espacio ¡ de 12 horas el pluviómetro registró la cantidad de 8,20 pul- ¡ gadas inglesas de lluvia. Desde las nueve de la mañana del | dia 5 hasta las nueve de la noche del 9 del mismo mes, que hacen exactamente cuatro dias y medio, la lluvia que cayó del cielo ascendió á 24,46 pulgadas. En todo el dicho mes 36 hubo 26 dias de lluvia, que dieron por resultado un volumen total de 34,04 pulgadas.» Esta lluvia tan asombrosa, que bien puede llamarse dilu- vio ó cataclismo atmosférico, es un fenómeno meteorológico que creemos que no ofrece otro ejemplo parecido en la cli- matología de los demás países del mundo, Melbourne 3 de mayo de 1870.— Antonio de la Cámara . CIENCIAS NATURALES GEOLOGIA COMPARADA. Situación astronómica del globo, y de dónde proceden los me- teoritos.—Nota de Mr. Stan. Meunier. Hay mucha discordancia entre los hombres científicos acerca de la región del espacio de la cual deben proceder los meteoritos: la mayor parte los identifican con las estrellas fugaces, rehusando considerarlos propiamente como miem- bros de nuestro sistema; otros por el contrario, los conside- ran como cuerpos planetarios. Cuéntanse nombres ilustres entre los defensores de una y otra opinión, y sin embargo, es fácil elejir entre ellas. Efectivamente, todas las masas que nos llegan de regiones del espacio exteriores á nuestro siste- ma, á saber, los cometas y las estrellas fugaces, manifiestan en el espectróscopo los caractéres que hacen reconocer en ellas una constitución diferente de la de las piedras que caen de la atmósfera. Dichas masas tienen muy poca densidad, contrastando con el peso específico tan considerable de las rocas meteóricas; y además se hallan formadas , como lo de- muestra el estudio de sus espectros, por gases enrarecidos y luminosos, en lo cual se diferencian de las sustancias mine- rales de que tratamos: suponer, por lo tanto, que cuerpos tan diferentes tengan un mismo origen, sería recurrir á una hi- 38 pólesis gratuita. Esta conclusión se halla por otra parle con- forme con la que Mr. Delaunay enuncia en su noticia acerca de la constitución del universo ( Anuario para el año 1870, publicado por la Oficina de longitudes .) Por otra parte, es- toy convencido de que entre los sabios que adoptan la hipó- tesis cometaria, muchos han admitido á ciegas y sin discu- sión que los bólidos de meteoritos no se distinguen de los bólidos mudos, los cuales indudablemente, según el parecer unánime de los astrónomos, deben considerarse como grandes estrellas fugaces. Esto es, por ejemplo, lo que se deduce de los argumentos que se tratan de sacar de la trayectoria de los bólidos, para demostrar que los meteoritos llegan de las pro- fundidades estelares; porque si han podido medirse algunas de estas trayectorias, lo que hasta ahora no se ha hecho sino con mucha inseguridad, debe confesarse que el mayor núme- ro de los bólidos estudiados de esta manera no han suminis- trado piedras, y constituyen un fenómeno que no hay razón para que sea confundido con los meteoritos. Pero, como vamos á ver, puede irse mucho mas allá de esta primera conclusión, reconociendo, no solo que los me- teoritos pertenecen al conjunto de cuerpos planetarios, sino también que se derivan de una región de nuestro sistema muy próxima á la tierra. Estudiado en totalidad y bajo el punto de vista particular de la Geología comparada, el siste- ma solar se divide en tres grupos de astros, caracterizados cada uno por una constitución especial. El espectróscopo demuestra en efecto, que unos son de naturaleza nebulosa, y por decirlo así cometaria; otros mas bien líquidos; y los úl- timos tienen una costra mas ó menos gruesa de materiales solidificados. Cada uno de estos grupos correspondería por consiguiente, en la proporción debida, á una de las tres cu- biertas gaseosa, líquida y sólida del globo terrestre: repre- sentando el Sol el núcleo todavía en estado de fluidez ígnea que encierra nuestro planeta, Neptuno y Urano la atmósfera, Saturno y Júpiter la masa líquida, y el resto las rocas sólidas. Indudablemente estas distinciones no son absolutas, porque si es cierto que en la nebulosa originaria, como lo es todavía el Sol, los vapores se han sobrepuesto, partiendo desde el cen- 39 1ro en el orden decreciente de sus densidades, forzoso es re- conocer que la difusión molecular ha establecido alguna agi- tación en los diversos estratos, y ha distribuido entre ellos, aunque en proporciones diferentes, cierto número de elemen- tos comunes. No obstante, no puede negarse que el fenómeno ha seguido la marcha general que acaba de indicarse, y cuyo conocimiento especialmente resulta, como es sabido, de las mas recientes observaciones espectroscópicas. Dedúcese de lo expuesto, que podemos en cierto modo hacer un corle geológico del sistema solar completo, y com- probar la analogía considerable de este corte con la que ofre- ce nuestro globo. Además, del mismo modo que, dado un fósil, llega un geólogo, por sus caractéres, á referirlo al estrato del cual procede, podemos también, estudiando un fragmento de astro, como lo es, por ejemplo, un meteorito, decir á qué región de nuestro sistema corresponde el astro. En esta suposición, fácil es observar que solo á los pla- netas interiores puede aplicarse el cuadro completo de la evolución sideral que he expuesto en la comunicación ante- rior, pues los demás planetas corresponden en la série sideral á ios séres cuyo desarrollo se ha detenido en la série orgáni- ca. Además, la edad real de los planetas interiores se- com- pone á la vez de la edad absoluta , es decir, del tiempo tras- currido desde su separación primitiva del residuo central, y de la edad relativa, que especialmente depende del volumen y de las variaciones de la constitución química, causas eviden- temente determinantes de la mayor ó menor velocidad del enfriamiento. Según el orden de desarrollo sucesivo, son di- chos astros Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, la Luna, los j asteroides situados entre Marte y Júpiter, y por último los me- teoritos; y conviene ahora decir algo sobre cada uno de ellos. Los cuatro primeros de dichos cuerpos celestes, constitu- yen una série de las mas marcadas. A pesar de las variaciones de su densidad, que parecen algo irregulares, y son debidas al grado desigual del desarrollo, se reconoce fácilmente que reducidas á las mismas condiciones, y por ejemplo al en- friamiento total, tales astros pesarán tanto más cuanto más 40 próximos estén al Sol. Mercurio, que es el más moderno de los planetas que podemos observar, es al mismo tiempo el más pesado, y la Tierra y Marte bajo este punto de vista de- crecen con regularidad; pero en cuanto á Venus, demuestra su peso, menor que el de nuestro globo, que se halla menos enfriado que este, dependiendo principalmente de su situación más central, y quizá también de su constitución química. El mismo hecho de una evolución progresiva, resalla claramente de la comparación de las atmósferas de estos cuatro astros. Mercurio se halla rodeado de una capa aeriforme gruesa y muy densa, que indudablemente reproduce, en sus rasgos esenciales, la que rodearía á la tierra primitiva. La atmósfera de Venus, ya considerablemente depurada, está todavía muy elevada, como lo demuestra la intensidad del crepúsculo que en ella se produce; y nuestra cubierta aérea, trasparente y pura, sirve de transición entre ella y la que rodea á Marte de una capa relativamente muy ténue. En vista de esta conti- nuidad tan digna de notarse, debe deducirse que los fenóme- nos de rotura espontánea , tan marcados en la corteza terres- tre, deben desplegarse en diversos grados en los cuerpos ce- lestes, tan análogos entre sí como los que acabamos de exa- minar, *pues la absorción gradual de la atmósfera parece ser una prueba de ella. Aunque la Luna está más cerca del Sol que Marte, en ra- zón de su menor volumen, tiene, sin embargo, mas edad que este planeta. No presenta agua ni atmósfera, y ofrece el fenó- meno de la rotura espontánea en una escala comparativamen- te enorme, como lo demuestran sus grietas. ¿No hay motivos fondados para considerar á continuación de estos diversos cuerpos celestes, el conjunto de los peque- ños asteroides? Me parece, aunque desde luego reconozco la poca exactitud que pueden tener las apreciaciones de esta na- turaleza, que la pequenez de su masa total, lo cruzado de sus órbitas, la forma poliédrica de los que han podido observar- se, la carencia de toda atmósfera á su alrededor, y por últi- mo, la gran distancia que los separa del Sol, son otras tantas razones para ver en ellos, como decía Olbers, los fragmentos separados de un astro único que anteriormente existió. Indu- 41 dablemente, la sencilla hipótesis de la rotura espontánea, en sustitución de la idea poco natural de un choque ó de una ex- plosión, facilitaría mucho la solución de ciertas objeciones que se han hecho á las ideas del astrónomo aleman. No hay ninguna razón, en efecto, para suponer que se haya verificado de repente la disgregación espontánea. Bajo la influencia continuada de las acciones que empiezan á manifestarse en la Luna, ha podido el astro reducirse primero á pocos fragmen- tos, dos, por ejemplo, desiguales, con diversas densidades, y cuyos centros de gravedad se hallan separados del Sol en cantidades diferentes. Ambos fragmentos han podido también separarse progresivamente; y para justificar tal hipótesis, bastaría hallar un solo punto de intersección de sus órbitas. Cada uno de ellos, al cabo de cierto tiempo, que es desconoci- do, puede haber llegado á ser teatro de divisiones secunda- rias del mismo género; y multiplicándose estos fracciona- mientos, ciertos restos han podido recorrer órbitas cada vez más separadas unas de otras, afectando, á consecuencia de las acciones perturbadoras y cada vez mayores de los astros in- mediatos, inclinaciones más y más considerables. De lodos modos, los pequeños planetas deben en tal supo- sición establecer un grado intermedio entre la Luna y los me- teoritos. Estos son evidentemente mucho más antiguos que to- dos los astros de que acabamos de tratar, y representan, como en otra parte he dicho, el último término de la evolución si- deral. Deben hallarse enteramente frios, hasta tal punto que algunas veces ha podido reconocerse en sus partes internas una temperatura análoga á la de los espacios: la piedra que cayó en Dhurmsalla (India) el 14 de julio de 1860, tenia una temperatura inferior tan baja, que no se podía tolerar sin dolor. De este grado tan adelantado de evolución, se deduce que los meteoritos proceden, bien de un astro más distante del Sol que lo está Marte, ó de otro más pequeño que la Luna. Para conocer cuál de estas dos hipótesis sea la verdadera, es preciso recordar, además de los argumentos que suministra la densidad de los meteoritos, la frecuencia con que se veri- fican sus caídas, y sp falla de periodicidad. En la hipótesis de 42 su origen ex Ira marcial, sería preciso suponer que las masas errantes forman un anillo continuo, más grande que la órbita terrestre; pero su conjunlo debe representar entonces un as- tro de un volumen en desproporción absoluta con el que de- bería imaginarse, y respecto del cual sería también absurdo suponer la roíura por un choque, ó la disgregación espontá- nea verificada desde luego. Por el contrario, en la segunda hipótesis, que supone el origen de los meteoritos en un peque- ño satélite de la tierra, ahora destruido , se llenan fácilmente las condiciones, pues la falta de periodicidad es debida á que nuestro globo arrastra consigo en su curso anual el anillo del cual se desprenden los meteoritos, y la frecuencia de las cai- das, consiste en que todos estos fragmentos, casi en las mis- mas circunstancias, propenden á caer en épocas inmediatas. Como en semejante suposición estos fragmentos deben proceder de un astro muy pequeño, y son poco numerosos, á pesar de su pequeño volumen, equivale esto á decir que el fenómeno raeleorítico no puede ser antiguo, y se descubre cómo puede servir de criterio para tal hipótesis la observa- ción de los vestigios que ha debido dejar sobre nuestro globo. Por lo tanto, y sin prejuzgar nada sobre los futuros descubri- mientos, puede afirmarse que las primeras caidas de piedra son geológicamente muy recientes, remontándose todo lo más á la época en que se depositaron los terrenos cuaternarios (1); y por lo ménos las masas extra- terrestres, á las cuales puede atribuirse el epíteto de fósiles, se han hallado en los terrenos mas superficiales. 'Las mismas razones pueden inducir á creer que el fenómeno de que tratamos no ha de durar mucho tiempo; pero puede suponerse que empezará á manifestarse en un intervalo más ó ménos largo, y esta vez á expensas de la Luna. (1) Mr. Elie de Beaumont, manifiesta el temor de que sea pre- maturo señalar á todas las caidas de meteoritos una época poste- rior ó la de los terrenos terciarios. 43 ZOOLOGIA HISTÓRICA, Sobre ¡a época en que se introdujo y domesticó el puerco entre los antiguos Egipcios ; por Mr. F. Lenormant. (Comptes rendus, 12 y 26 diciembre 1870 ) PRIMERA NOTA, La historia de los animales domésticos es un asunto de particular interés, pero que ofrece hasta el dia mucha oscu- ridad. Creemos que la Zoología no se halla en estado de re- solver por sí sola todos estos difíciles problemas por el estu- dio de las razas actualmente subsistentes. Es necesario que se remonte á los tiempos pasados, llamando en su auxilio los datos que hasta ahora quizá ha descuidado, y que pueden suministrar las ciencias de erudición, particularmente la ar- queología de los monumentos figurados y la filología compa- rada, la una recogiendo las imágenes, con frecuencia muy preciosas, de las especies domésticas criadas en los diversos pueblos civilizados del mundo antiguo, y la otra permitiendo seguir en muchos casos, por medio de la filiación de los nom- bres, la trasmisión de estas especies de pueblo en pueblo, as- cendiendo así muy cerca de la cuna primera de su domestb cacion. En la série de estudios acerca de los animales domésticos del antiguo Egipto, que la Academia se ha dignado acojer con tanta benevolencia, no tenemos la pretensión de resolver las cuestiones que los maestros de la ciencia han dejado intac- tas. Nuestra única ambición consiste en ofrecer para los estudios de los naturalistas un cierto número de hechos pre- cisos, tomados de la arqueología y de la filología, que puedan servir de elementos para investigaciones ulteriores. Pensamos que estos hechos no dejarán de ser algo útiles; y nos creería- mos suficientemente recompensados si pudieran servir para indicar áv los zoólogos los filones que hay que seguir en el asunto á que se refieren. Así es, que al reunir hoy en una nota los principales he- chos que hemos podido recojer acerca de la historia del puer- co en la antigüedad egipcia, no pretendemos examinar, y to- davía ménos decidir, las graves cuestiones que se suscitan res- pecto de dicho animal, y dividen á los sabios; ni la de saber si nuestro cerdo doméstico se deriva, como generalmente se cree, del jabalí de los bosques, ó como pretende Link ( Urwelt , 1. 1 , p. 387), de una especie silvestre particular que se encuen- tra en Persia; ni decir si, respecto de este animal como de otros muchos, ha sucedido que diversas especies silvestres dis- tintas se han domesticado en diferentes paises, dando origen así á los principales tipos de las variedades domésticas: si, por ejemplo, nuestro cerdo común y el cerdo de Siam, son de es- pecie originariamente diversa. Nuestro objeto es más limitado y modesto: trátase únicamente de seguir la historia y el papel que desempeña el referido animal en una de las mas impor- tantes civilizaciones de la edad antigua, y de determinar en lo posible la época en la cual se introdujo, así como también la región de que procede. Efectivamente, el puerco no es uno de los animales do- mésticos de la civilización primitiva del Egipto. No se le ha- lla nunca mencionado en los testos del Imperio Antiguo ni del Medio, ni aparece nunca dibujado en los monumentos de los dos grandes períodos de la cultura egipcia, en la cual las re- presentaciones de la vida diaria trazadas sobre las paredes de las tumbas, nos manifiestan todas las especies que entonces se criaban en la cuenca del Nilo. Las escenas agrícolas re- presentadas por los artistas de estas dos épocas, nunca mues- tran el cerdo común, lo cual da derecho para afirmar que no era entonces conocido en Egipto; pero lo más extraordinario es que tampoco el jabalí figura en las escenas de caza, en que aparecen otros varios animales heridos por las flechas del ca- 45 zador, ó perseguidos por los perros. Difícilmente puede dudar- se, sin embargo, de que era abundante en medio de los pan- tanos del Bajo Egipto, como sucede en el dia, en que ciertos musulmanes comen su carne, á pesar de los preceptos del Co- ran. Pero esta falta del jabalí en las escenas de caza de los antiguos Egipcios, que subsiste en todas las épocas de las cuales tenemos monumentos, se explica por la idea de la ab- soluta impureza que la religión egipcia atribuía al cerdo sil- vestre y doméstico; idea que impedia que le considerasen como res de caza, y á propósito para comer. Es probable, por consiguiente, que los aldeanos del Bajo Egipto matasen al ja- balí como un animal dañino, para librar los campos de sus estragos; pero que no se hiciese caza regular de él, y que no fuese conforme á sus usos y costumbres el vanagloriarse de haber herido á semejante animal impuro. La calificación de impureza que el sacerdocio egipcio atri- buía al puerco silvestre ó doméstico, se halla indicada por Herodoto (II, 47), cuyo testimonio acreditan plenamente los monumentos, y de él la tomó Moisés como otros tantos precep- tos rituales de su ley, aunque el espíritu de su religión fuese diametralmente opuesto al de la de Egipto. En la teoría faraó- nica, el puerco era uno de los animales consagrados á Set ó Tifón, antagonista de Osiris, personificación la más poderosa del principio malo, tenebroso é infernal. El Ritual funerario da frecuentemente el epíteto de «puercos» á los monstruos íi- fonianos que las almas encuentran en su camino en el otro mundo, y á los cuales deben combatir antes de alcanzar la beatitud final. El papel simbólico de este animal es idéntico al del hi- popótamo, emblema más antiguamente usado, con el cual suele confundirse. El gran monstruo del infierno , uno de los principales genios del mundo de las tinieblas, encargado de castigar las almas de los culpables, se halla representado por lo común bajo la forma de un hipopótamo hembra, ó bien con una cabeza de hipopótamo sobre un cuerpo de leona; pero en algunas de las tumbas reales de la dinastía XX en Biban-el- Moluk (Champollion, Monumentos del Egipto y de la Nubia , L 3, lám. 272), y en algunos sarcófagos de la XXYI dinastía 46 como en el de T’aho, en el Museo del Louvre (De Rougé, Ca- tálogo de los Monumentos Egipcios del Louvre , D. 1.), se halla representada en forma de una marrana, que algunos genios en forma de monos cinocéfalos arrojan lejos del alma justa que pasa al tribunal de Osiris. Probablemente es este el gran monstruo del Infierno, que se halla representado en las imá- genes de una cerda de barro vidriado ó de otras materias, que se encuentra entre los amuletos suspendidos del cuello de las momias en cierta época. En los bajos-relieves tan curiosos del templo de Edfon (épo- ca de los Ptolomeos), relativos al mito de Horus, que Mr. Eduar- do Naville ha publicado recientemente ( Textos relativos al mito de Horus , recogidos en el templo de Edfon, Ginebra, 1870, en fol .), el artista, guiado por las indicaciones sacerdotales, ha trazado en varios cuadros la venganza que el hijo de Osiris toma de la muerte de su padre, matando á su vez á Set ó Ti- fón, trasformado en un hipopótamo rojo. En los últimos cua- dros se sustituye, para representar al dios maléfico, la figura del puerco por la del hipopótamo. Y cuando se llega á las prescripciones rituales del sacrificio que se celebraba en el templo para conmemorar y simbolizar la victoria de Horus, se ordena «que se haga un cerdo de pasta,» y que se corle en pedazos como se cortó el cuerpo de Tifón. Tal es el sacrificio de que habla Herodoto (II, 47). «Los Egipcios sacrifican un puerco á la Luna y á Dioniso (Isis y Osiris) una vez al año, en luna llena. Después de quemar la cola, el hígado y la gra- sa del vientre, comen la carne del animal; pero el resto del año les está absolutamente prohibido. Los pobres á su vez hacen cerdos de pasta, que corlan después de haberlos co- cido.» Y lo que acaba de demostrar la identidad de ambas ceremonias, es que Herodoto fija la suya en luna llena, y que un precioso pasaje de Eusebio ( Prcep . evang., III, 12), asigna al mito de la lucha de Horo contra Tifón trasformado en hipopótamo, el carácter de personificación de un fenómeno lunar.. La idea de impureza que la religión atribuía también al puerco entre los antiguos egipcios, explica por qué no domes- ticaron ni criaron dicho animal en las edades primitivas, en 47 que su civilización tenia el carácter más orijinal, y se hallaba más distante de las influencias extrañas que empezaron á obrar en tiempo de las conquistas asiáticas de las dinastías XVIII y XIX; y suministra la razón de que el jabalí, siendo indígena en una parte de su pais, no fuese considerado como una caza noble que se representase en los monumentos. Quizá habremos insistido demasiado sobre esta cuestión, que no in- teresa mucho á la Zoología sino á la Arqueología pura; pero nos ha parecido que era bastante curioso demostrar el origen de la prescripción relativa á la impureza de la carne de puer- co, que, adoptado en la legislación mosáica, pasó desde ella al islamismo, el cual la mantiene todavía en vigor en muchos pueblos. SEGUNDA NOTA. A pesar de la idea de impureza religiosa, que impidió en todas las épocas primitivas de su civilización á los Egipcios que redujesen por sí propios á domeslicidad al jabalí cíe su pais, ó que lomasen el cerdo doméstico de los pueblos in- mediatos, este último animal llegó por fin á introducirse en Egipto, aunque los indicios de su presencia á orillas del Nilo no pasan más allá de la XVIII dinastía. Desde esta fecha ve- mos algunas veces representar manadas de puercos en las es- cenas agrícolas pintadas en las paredes de las tumbas de Gurnah. Entre las figuras simbólicas de cerdas, hechas de barro vidriado ó de otras materias, de que hemos hablado en la nota anterior, ninguna pasa de la antigüedad de la XVIII y XIX dinastía, y la mayor parle de ellas datan de época más reciente ó sea de la edad de los Reyes Saitas (siglo VII antes de Jesucristo). También hácia los tiempos de Ramsés, los do- cumentos astronómicos empiezan á hablar de una constelación de la cerda. 48 El cerdo doméstico del Egipto, tal como entonces se ma- nifiesta, y cuya raza no varía hasta los tiempos de los romanos, tiene orejas pequeñas y rectas, que parecen á primera vista asemejarle más al cerdo de Siam que á nuestros cerdos co- munes y de orejas caídas, particularidad que, por lo demás, es común á la mayor parte de las razas del cerdo de la antigüe- dad, que los monumentos del arte griego representan fre- cuentemente como el animal sagrado de Demetrio, y á la que por lo común se halla figurada en las obras del arte romano, aunque en estas últimas se ve también algunas veces un cerdo de orejas ligeramente caídas. Pero en cambio el cerdo egipcio tiene la cola retorcida como nuestras razas comunes, el hocico muy puntiagudo y el cuerpo redondeado; represen- tándole además con gruesas y erizadas cerdas sobre el lomo y con patas bastante altas. Al lado de esta variedad, que es la más generalmente esparcida, se ven en las tumbas de Gurnah, aunque raras veces, manadas de otra raza mucho menos modificada por la domesticidad, muy próxima al cerdo por sus formas, y que conserva todavía las defensas; las ma- nadas de puercos de esta última variedad son conducidas por sus pastores, y no puede creerse que al dibujarlos los ar- tistas faraónicos, hayan tenido intención de representar un animal silvestre. Por lo demás, los tipos de ambas razas los ha figurado muy bien Sir Gardner \Yilkinson ( iVanners and customs of ancient Egyptians, 8.a ed., t. III, p. 84.) Según la fecha en que empieza á representarse su figura en los monumentos del Egipto, debe clasificarse el puerco, como el caballo, en el número de los nuevos animales do- mésticos que se introdujeron del Asia en aquel pais con la in- vasión de los pastores, y que se naturalizaron en las orillas del Nilo durante la dominación de los extranjeros que vinie- ron por el desierto de Siria. Las tumbas de Gurnah demues- tran que, á contar desde la XVIII dinastía, los grandes pro- pietarios egipcios criaban manadas de puercos en sus tierras; pero evidentemente no eran para el uso de la población de raza puramente egipcia, puesto que estaba prohibido por su religión comer la carne de cerdo, de otro modo que en el sa- crificio de que se ha hablado en la nota anterior, y lodo egip- 49 ció que por casualidad había tenido que locar á un puerco, se veia precisado á someterse á minuciosas purificaciones (Hc- rodoto II, 47). Existía, según todas las apariencias, para el uso y alimento de las tribus de razas extranjeras que habían permanecido en gran numero desde el tiempo de su invasión en las tierras del Bajo Egipto, y que vivian en ellas en una condición de colonato muy próximo á la esclavitud, propen- diendo por espacio de varios siglos á aumentarlo la política de los Faraones, por medio de los prisioneros que traían de sus conquistas del Asia. Además, cuando Herodoto (II, 47) describe á los porqueros como formando en su tiempo, es decir, bajo la dominación de los Persas, una casta separada del resto de la población, que se casaban entre sí y eran excluidos de los templos, parece indicar claramente que la crianza y 'guarda del animal impuro por excelencia, consti- tuían una profesión ejercida por una de estas tribus extran - jeras. Cuando el mismo Herodoto (II, 14) refiere que se em- pleaban los puercos sueltos en los campos de los cuales aca- baba de retirarse la inundación, en pisar el grano esparcido sobre la tierra húmeda y en enterrar así el mismo grano, indica una costumbre exclusivamente propia del Bajo Egipto, más allá del cual no había estado él, y en cuyo paraje habitaban las tribus no egipcias, semíticas y líbicas en su mayor parle. En el resto del pais se empleaban los carneros con el mismo objeto, como dice con suma exactitud Diodoro de Sicilia (I, 36), que subió hasta lebas, y como lo representan las tumbas de este pais. (Véase Wilkinson, Manners and customs ofancient Efjijptians, 3.a ed., t. IV, p. 38.) También se demuestra el origen extranjero del cerdo do- méstico en Egipto, y su importación del Asia Menor en una fecha comparativamente tardía, por el nombre mas común de dicho animal en el idioma egipcio antiguo. En efecto, con dos palabras se designa al puerco en dicho idioma. Una rer, copto rir, es indudablemente una onomatopeya tomada del gruñido del auimal, y una onomatopeya indígena, porque otros pueblos han expresado este gruñido de diferente modo. Sabido es que nada varia tanto como el modo con que las 4 TOMO XIX. 50 poblaciones de las diversas razas oyen y explican, sobre lodo, en su lenguaje, los gritos de los animales, según los cuales se han formado generalmente sus nombres. El otro nombre del puerco en egipcio, schciau, ó sea en copto eschó, es mucho más curioso, _pues tiene un origen ex- tranjero, y se refiere con exactitud al grupo de los nombres del cerdo más generalmente esparcidos en todos los pueblos de la rama arya. Griego a-ug, latino sus. Alemán antiguo su; anglo-sajon sug ; escandinavo syr; ale- mán sau; inglés sow; sueco so. irlandés suig; cimrico hweh; cómico hoch ; de donde se de- riva el inglés hog. Persa schug; armenio choz. Lituanio tchüka; ruso tchuscha. El origen de todos estos nombres, con los cuales se rela- ciona de una manera tan curiosa el egipcio schaau , demuestra que los habitantes del antiguo Egipto habian recibido el cerdo doméstico de las poblaciones que lo tenían después de los aryos; su origen se ha debido al tipo más desarrollado del sanskrilo zükara, es decir, el animal que hace zu ó gruñe. Así, como lo ha observado Mr. Pictet ( Los orígenes indo- europeos, t, I, p. 370), todas las demás lenguas arvas no ofrecen más que la onomatopeya su ó zu con acento ó sin él, alternando la sibilante y las guturales. Un hecho interesante es que, en una dirección geográfica enteramente opuesta, los nombres del puerco en ios princi- pales idiomas de la gran familia turaniana derivan igualmen- mente todos del mismo tipo aryo: finés sika; estoniano sigga; tcheremino süsna; baschkiro suska; teleuta schoschka; kir- ghiso tchutchka; tchuvacho sysna; samoyedo soia. Aquí tam- bién la filología comparada, que se ha llamado álgebra de las ciencias históricas, nos pone en camino de una conclusión importante para la historia natural. En efecto, demuestra que el cerdo ha sido comunicado por los descendientes de los aryos á la mayor parle de los pueblos del Asia, en las direcciones más opuestas. Por otro lado, prueba también que ha sido uno de los animales domés- 51 ticos que los aryos poseyeron hace mucho tiempo, antes de la separación de sus tribus, cuando habitaban todavía su cuna común á orillas del Oxus: respecto á este último punto, no te- nemos más que remitirnos á la demostración que dió Mr. Pio- let. ( Los orígenes indo-europeos J t. I, p. 3G9, 375.) Pero al reunir estos dos hechos es difícil no deducir que á la raza arva, durante su primer estado pastoral, es debida la domes- ticación del puerco, y esto sería un poderoso argumento en favor de la opinión de Link ( Urwelt , t. I, p. 387), sobre el punto de partida de semejante animal y su origen específico. Observemos únicamente, que si fueron los aryos los que probablemente domesticaron el cerdo, dicho animal se ha introducido muy pronto entre los semitas. Las mismas pro- hibiciones de la ley mosaica, demuestran que se hallaba abun- dantemente esparcido entre las poblaciones que rodeaban á los hebreos. Los asirios y babilonios lo conocían en la época á que se refieren sus monumentos, época en verdad posterior en muchos siglos á la del antiguo imperio egipcio. El nom- bre más generalmente esparcido respecto del puerco en las lenguas semíticas, es indígena y significativo. Es en hebreo khazir, y en árabe khanzir , déla raiz khazar «revolver,» de- signando por consiguiente al animal que revuelve la tierra con su hocico. Pero al mismo tiempo el árabe nos ofrece otra denomina- ción que viene manifiestamente de origen aryo. Es el nombre ifs, del que no se puede desconocer algún parentesco con xáicpos, latín aper, antiguo aleman ebur, epur , aleman eber, y anglo-sajon cafor. Todo este grupo de palabras se refiere al sanskrito kampra, rápido, violento, epíteto que particular- mente conviene al jabalí, que designan más bien que el ani- mal doméstico, la mayor parte de los apelativos que aca- bamos de enunciar. Aquí la lingüística ofrece un indicio de trasmisión de la especie de los aryos á una parte por lo mé- nos de los semitas. 52 Observaciones de Mu, Roulin á la nota anterior. En las anteriores comunicaciones se ha apoyado Mr. Le- normanl sobre los monumentos figurados, que son mudos tes- tigos, y en ellos podemos tener completa confianza, pues es posible consultarlos en el original; mientras que los escritos no han llegado generalmente hasta nosotros sino después de haber pasado por una série de reproducciones, de las cuales cada una propendía á alterarlos. Cuando el arqueólogo logra dirijir hacia un mismo punto, hasta entonces oscuro, las lu- ces que provienen de ambos focos, puede estar casi seguro de ver con ellas lo que le interesa; y el naturalista, usando del mismo procedimiento en las raras ocasiones en que le es permitido recurrir á él, puede encontrar también alguna ven- taja, como se verá, si no me equivoco, en la cuestión de que aquí se trata. En las diversas comunicaciones que Mr. Lenormant lia dirijido á la Academia en el año que acaba de trascurrir (desde el 24 de enero al 26 de diciembre), ha llegado á dilu- cidar muchos asuntos interesantísimos de la historia antigua de los animales, especialmente en lo que se refiere al Egipto; y por mi parte, lo único que me propongo discutir, puesto que la ocasión se presenta, es un punto particular de una cuestión que tiene en todas épocas su importancia para el zoólogo: la de saber hasta qué grado el hombre ha podido modificar en provecho suyo las costumbres de un animal en aparencia tan poco susceptible de educación, como el cerdo, y en una palabra, si ha hecho de él un útil auxiliar para las operaciones agrícolas. Al hablar Herodoto en un pasaje citado con frecuencia, de las condiciones particulares que en Egipto, pais en que había residido por mucho tiempo, hacen fácil el trabajo del labrador, supone que el suelo, después de la retirada de las aguas del Nilo, puede, sin una labor prévia, recibir las simien- 53 tes; mientras que es seguro, como veremos bien pronto, que si algo parecido ha podido producirse no ha sido más que ex- cepcionalmente, necesitándose para ello un terreno entera- mente particular, ó en otro caso explotado por algún cultiva- dor muy descuidado. No es, sin embargo, esta afirmación, y si otra mucho más inverosímil, sobre la que propongo fijar la atención, creyen- do que no puede hacerse responsable de ella al ilustre histo- riador. Se le ha atribuido el dicho de que después de la siem- bra el grano quedaba en la superficie del suelo, y era enter- rado pisándolo las manadas de cerdos, que se hacían pasar por la tierra todavía blanda. Pero á la verdad, este sería un ex- celente medio para que se comiesen el grano los referidos animales en ménos tiempo del que podrían emplear las aves. ¿Cómo podría evitarlo un solo porquero, cuando cuesta mu- cho trabajo, como saben muy bien los que buscan trufas, impedir la voracidad de un solo animal? Probablemente la necesidad de una vigilancia constante habrá inducido á em- plear perros para buscar el oloroso tubérculo , y lo que falta á estos es emplear en la tarea que se les impone tanto ardor como el que mostrarían en seguir la pista á un mamífero ó á un ave, de los cuales se hubieran apoderado en su estado de naturaleza. No se ha hecho desempeñar al perro con éxito completo el papel que parecía deber atribuirse al cerdo, para el cual no tenia más que abandonarse á su natural glotonería. ¿Oa dado mejores resultados el caso inverso? Lo ignoro, pero lo que sé verdaderamente, es que se ha presentado más de una vez. Como para desmentir el dictado que se aplica á un hom- bre que no se muestra generoso más que en su testamento, y que por ello se asemeja al cerdo, útil solamente después de muerto , se ha hecho del cerdo un compañero útil para el ca- zador. Así es que un naturalista muy conocido, que en el curso de un viaje de circumnavegacion ha visitado diversas islas situadas al Este de las Molucas, y comprobado en mu- chas de ellas la existencia de la especie llamada Cerdo de los Papúes , pudo observar que en una de dichas islas los indíge- nas criaban algunos individuos de dicha raza, no para ali- 54 * mentarse de su carne, sino para sacar partido de su olfato, que es sumamente fino, y poder seguir en los montes la pista de la caza. Conozco un ejemplo parecido más antiguo, aunque más detallado, y como es perfectamente auténtico y pertene- ce á la otra parte del mundo, hubiera deseado, á no temer prolongar mucho esta Nota, reproducirlo aquí testualmenle; pero me contentaré con remitir á los que tengan la curiosi- dad de conocerlo á la Historia de las Indias de Fernandez de Oviedo, pudiendo verse en la nueva edición dada por la Aca- demia de la Historia, Madrid, 1851-55, t. I, p. 256. Los cerdos del Archipiélago Malayo y los de Santo Do- mingo (pues á esta isla se refiere la observación conservada por Fernandez de Oviedo), ¿habian sido enseñados con algún trabajo para ser útiles en aquello á que se les destinaba? No puede decirse, si bien puede afirmarse que ninguna educación es suficiente para impedir que un puerco devore el trigo es- parcido en el camino que se le obligue á seguir, y que si para descubrirlo no le es suficiente la vista, vendrá en su auxilio el olfato; pues como es sabido, ninguna repugnancia tiene en meter su hocico en el cieno, y no perderá por consiguiente nada del alimento que imprudentemente se deje á sus al- cances. He dicho que Herodolo, durante su permanencia en Egip- to, había ciertamente frecuentado las ciudades mucho más que los campos, y no pudiendo verlo todo por sí propio, debió referirse con frecuencia al testimonio de personas que creía dignas de confianza, ó tomar noticias de obras anteriores á la suya. Los envidiosos, porque el éxito extraordinario de su li- bro le suscitó muchos, hicieron de esto un motivo de censura para el autor, llegando á decir que había copiado de Hecateo de Milelo la mejor parte de su descripción del Egipto. Como nada autoriza, sin embargo, para creer que Hecateo haya ha- blado de semejante aplicación de los cerdos respecto de la agricultura, debe buscarse en el texto mismo de Herodoto el origen de creencia tan singular, pues todos los escritores pos- teriores no han hecho más que repetir ó interpretar lo que habian creído leer en él. Habian sin duda leído mal; no tengo de ello la menor duda, y voy á tratar de demostrarlo. 55 Examinemos primero el texlo según ba llegado basta nos- otros, y como se encuentra en el libro II, cap. IV. «Los egipcios, dice en este pasaje, son indudablemente los hombres que recojen con menos trabajo los frutos de la tier- ra, pues no tienen que surcarla con el arado, ni removerla con el azadón, ni ejecutan otros trabajos que en todas parles incumben al labrador antes de ocuparse en la recolección; sino que después de baber venido el rio por sí propio á re- gar las tierras que deja al descubierto, cada cual siembra su campo, y deja que lo pisen los cerdos para enterrar el grano, después de lo cual no necesita parecer basta el momento de la recolección, en el cual, merced al trabajo becbo por los cerdos, no tiene más que llevarse la cosecha á su casa.» Antes de pasar adelante, observaré que algunos comenta- dores que han admitido sin dificultad la acción de los cerdos para preparar la tierra, se niegan á admitir que intervengan en la última operación, y dicen que el acto de pisarla se ha- cia por bueyes, ¡3.ou?; P'WVs..... representando por A, Af cantidades variables con a pero finitas, y obtendremos f = Apq*+A'qr* + A"r$' + —pq i A Xpq J h J h r J h A pq es una cantidad finita, y pq tiende hacia cero; lúe- 67 go la integral propuesta tiende también hacia cero á medida que m aumenía. Niim. 6. De aquí se deduce ya que el valor de sen — (a x) se reduce única y esclusivamenle á las integrales singulares correspondiente á los valores de a y que podemos despreciar los demás. Núm. 7. Primer caso . Supongamos para fijar las ideas que b—a es igual, ó menor que 2 tu, v escojamos un punto cualquiera X comprendido entre a y b. Es evidenlc que, de los puntos de la figura 1.a solo uno, X, estará comprendido entre los límites, y por lo lanío solo una integral singular 68 sen — (a — x) z representará el valor del segundo miembro en la ecuación (3). 9 ^ En efecto las integrales í ; / tienden hacia o á me J a J h dida que m crece. Representando gX—Xh por e queda reducida la cuestión á calcular . +s *en(m+4-) («— *) se«— (a— a;) da ó bien 1 ~ + £ sen («i+ — ) (a-«) 7/ ^ " d(—*) sen — (a— 2 ; cuando s tiende bácia cero. A primera vista parece que la integral se reducirá á cero , puesto que los límites tienden á ser iguales; pero al mismo tiempo a tiende hacia x , sen — (a—#) J! se aproxima á cero y el coeficiente diferencial á o© , y se 69 traía pues de una integral singular, según hemos dicho va- rias veces. En resumen, la integral se reduce á un solo elemento: pero en este un factor d a tiene por límite cero, el otro sením + ~r\ (a — x) m- — sen (x — a) A tiene por límite : el producto es una espresion indeter- minada. Puesto que los valores de a son infinitamente próximos á x, en razón á que a— x=t, es claro que podremos sustituir á sen — (a — x) el valor — (a — x). A A Basta para convencerse de ello , recordar que el límite de la relación F{ a) sen (^m- f- — j (a — x)d(oL — x) sen — (a — x) A de dos infinitamente pequeños ^ (a — x) d (a — x) y sen — (<*—£) no varia cuando á los dos ó á uno de ellos 70 sen — * (a — x) 2 en este caso, se sustituye otro tal que el límite de su relación en el primero sea la unidad. En efecto, si en — se pone en vez de a, a sabiendo a que lim. — “ 1 a y que por lo tanto a =a -¡-Xa siendo X un infinitamente pe- queño, tendremos a'-f-Xa' y el error de esta sustitución A A A X a' A X A ^ ar a'-j-Xa' a' (a'-J-Xa') a'-j-Xa' a asi 71 X es variable, pero sacando un valor medio a, ó bien y en el limite Esto supone que todos los términos de la integral tienen el mismo signo, pero es evidente que en general aun no te- niéndolo será aplicable la demostración precedente, descom- poniendo la integral en otras varias que cumplan con aquella condición. Tendremos pues sen (w,+ — ) [a—x) F (a) — d (o— X) sen— (<*— ®) d (a — x) 72 sen (»*+ y) («— *) d (a — a?) y sustituyendo por abreviar a — x— w, se convertirá la espre- sion propuesta en Si á la segunda integral le aplicamos el método del nú- mero 5, probaremos que es una cantidad infinitamente pequeña que se anula para m= oo , y por lo tanto tendremos 73 i Ahora bien, cuando m crece sin límites, la integral solo tiene valores finitos para valores infinitamente pequeños de w, y esto se probaria por el método empleado anterior- mente; por lo tanto, sin alterar su valor podemos sustituir á los límites (— e) y (-fe), — oo y -f oo, y tendremos sen (m+ -i) (a— ®) sen y (*— ■ x) d & í/ü)=TC F(x) (2.a fórmala N (-) Nám. 8. Sustituyendo este valor de la integral en la fór muía (8) y dividiendo por tí, tendremos 1 p b i p b — / FU/) (¡OL-\ / F (a) eos (x — a) d a Í7C ^ a 71 ^ a + ”- fh (a) COS 2 (x — a) i /s 6 , — J F(a) eos m (x — a) d a -f ó representando por el signo S la suma de varios términos de la misma forma, en los que la cantidad m recibe los va- lores 1, 2, 8 m oc El término general de esta serie es de la forma 75 A m sen eos m x siendo -/An— — f F(a) i p h eos me/, ele/. ; sen metete/. Núm . 9. Hemos vislo que en la hipótesis ó— a <2 tt para cada valor de x , x=op, comprendidos entre a y ó el se- gundo miembro de la ecuación (4) loma el mismo valor que el primero F(x), cuando se hace en él igual sustitución. Asi pues, dicho segundo miembro es el desarrollo en série trigo- nométrica de F{x)% pero tan solo entre los límites a y b. Demos á x ( figura 3.a) valores no comprendidos entre am- bos límites, y para fijar las ideas consideremos puntos situa- dos á la derecha de b . Tomemos aa= 2tc, y sea p un punto situado entre b y El denominador sen y (a— *) de la integral no pasa entre a y b por cero: en efecto, si á partir de p lomamos á uno y otro lado de este punto el ¡Hiérvalo cons- 76 lante 2tc, ninguno de los punios sobre ox de división caerán entre a y b, luego nunca 1 es decir, para ningún valor de a será un múltiplo de tu. De aquí se deduce inmediatamente, que la integral será nula; luego la ordenada que corresponde al punto p del lugar geométrico que representa el segundo miembro de la ecua- ción (4) es nula también; y como otro tanto podemos decir de los demás puntos comprendidos entre b y a\ deduciremos que el desarrollo trigonométrico entre x—ob y x=oa re- presenta la porción ba del eje x. Si lomamos ahora bb'= 2n, y en el inlérvalo a’b’—ab fijamos un punto p\ llevando á partir de p" y hácia la iz- quierda p"p=%iz, el punto p será el único de los definidos por x±z2 ¿tu comprendidos entre a y b; luego solo una in- tegral singular subsistirá en la general sen y (a— a?) á saber, la que corresponde al punto p. Pero esta integral es periódica respecto á x, es decir, el mismo valor toma para x=op que para x=op-\-2 luego P'Tp"—Pp. De aquí se deduce que desde a á b ' la série trigonomé- trica lomará los mismos valores que desde a y b. Generalizando, pues, podemos deducir que la série trigo- nométrica 2^ 1 V 77 considerada como función de x es una función periódica, y representa: l.° En los intérvalos iguales ab ; a b' ; a'b"....; aibl ; a,b2 ..... un mismo arco AB, A'B' t A" B" AiBi , A2B2 de la curva CABD definida por la ecuación y=F(x). 2.° En los intérvalos iguales ba1 ; b' a" ; bn a"' ab{; a\b2 las porciones limitadas ba ; b' a f abi ; aib2 del eje de las x. Núm. 10. Nótase que la série trigonométrica no repre- senta toda la línea CD , sino un arco finito, reproducido pe- riódicamente. Así, si C D es una recta se repetirá el segmento A B, si es una parábola, el arco constante AB; y así en todos los casos. Núm. 11. En el caso particular aó=2it, los intérvalos ba ; b' a" desaparecen: los puntos a y b , a' y 6' coinciden, y por lo tanto la función trigonométrica solo repre- senta un mismo arco de la curva CD. Núm. 12. Examinemos en esta hipótesis particular el va- lor límite á que tiende la integral sen (m + y) (“— *) sen — (a.—x) d( a — x). 78 Esla integral, según tenemos dicho varias veces, se des- compone en otras varias: unas en las que el denominador no es nulo, y estas desaparecen ó se anulan; otras en las que 1 **» -g Ia—®) se reduce á cero, y corresponden á los valores CL'—Xzt: tk'n. Tomando, pues {¡¡(jura 4), ac=bd—z, siendo £ una can- tidad muy pequeña, vemos que será forzoso considerar dos in- tegrales singulares. >| 1 a sen (m+ y) (a-®) Primera integral: — / F{ a)- d(?—x), ¿ J ¡I sen y (a— ®) en ia que a varía, desde Od hasta Ob—x, puesto que 6 es el punto particular que consideramos y Ob—x el valor dado á dicha variable x. \ pe Segunda integral: — / (a) sen ( m+ t) (c -x) sen y (a“ te) d(a~~x.) En efecto, si á Ob—x se le disminuye en la cantidad tu, se obtiene el punto a. En resumen, debemos obtener las integrales singulares que corresponden á los puntos a y b, y mirar sus valores 79 p b como parles de la integral total / , en la que se ha despre- tJ n -/ (1 ciado todo el intervalo cd , es decir / , por dar un resal- lado nulo. Tendremos (1 T¡ /'■(«) J— d{z-x) sen—(a.-x) para el punió a; y para el punió b h sen ( m Va— ¡r) , j J F(«) — ,• d(z-x) sen — (a — x) ¿i ó bien por consideraciones análogas á las ya espueslas , jLt ien(m+-j-)(a— x) jF{a) d (a x) ; sen — - (a — x) 1 +e *«•(•»+ 4- ■)(“—*) jm / — - v — d(,-x). sen— (a— x) z Sustituyendo en las integrales en vez x sus valores, que 80 serán a para la primera y b=a-\-%n para la segunda, re- sultará: sen — (a — a) ¿i d (a — a) ; 1 + £ *e« (m+ y) (a— a— 2tc) j-F® / d(*-a-2 - t/ o sen-- (a— a — 2 t) A 1 -^F[b)J Q — d (a-a) : sen — (a — a) 2 ó bien El valor de la serie después de dividir por será segur, lo dicho y]>(«) + F(6)] = aA+bB fbA'+bB bñl. e> 81 Resulta, pues, que por escepcion, y solo como caso par- ticular, para los puntos a, b , b\ b la série trigonométrica da la semisuma de los dos valores que corresponden á estos puntos: ó de otro modo, cuando se da á x los valores cor- respondientes á uno de los dos límites, la série da la semi- suma de los valores de F(x) relativos á dichos límites. Núm. 18. Hemos supuesto hasta aquí que la función F(x) era continua entre a y b; si pasase bruscamente del valor m el valor n sería necesario en la integral sen ^ m-f — j (a — x) sen — (a — x) A d (a- x) suponer entre — £ y o, F(u.)=m y entre o y + e, F(a)=n} de suerte que obtendríamos, como en el número precedenle, 1 para valor de la série— («w+ ??.).■ u Así, para valores de x que' corresponden á soluciones de continuidad de F(x), la série da la semisuma de los dos va- lores que toma dicha función para la abscisa común x . Núm. 14. Segundo caso : que el intérvalo b—a sea mayor que 2 ti. Para fijar las ideas supongamos b—a—% siendo s<2 «. Lo mismo que en el primer caso, consideraremos el eii que x recibe un valor comprendido entre a y b; es decir, que consideramos sobre el eje de las x puntos comprendidos en el intérvalo ab. Tomemos además ad— 2tc y cb— 2~, y examinemos otros tres casos secundarios: TOMO XIX. 6 82 Primero . El de una abscisa comprendida entre a y c : sea el punto p el determinado por dicha abscisa. Determinado el punto p por la condición pp=% tc, es evidente que estará situado entre d y b. La integral, que espresa el límite de la série para el valor x=op , se reducirá á dos integrales singulares, una corres- pondiente al punto p, otra al punto p : las demás serán nulas. La del punto p será F(0p)TT, la del punto p F(op')tz—F(op+‘2tz)t.-, y el valor de la série dividido por n, ó la ordenada pM de la curva que representa este cuociente, Mp=.F(op)-\-F (o/?+2 7c). Si suponemos construida la curva y=F(x), tendremos F(op)=M'p ¡ F(op+^)=N'p', y por lo tanto Mp=ñl'p+N'p'. Así, pues, entre óyela série dividida por tc representa la suma de cada dos ordenadas de los arcos A' C' y D' B\- distante uno de otro el intérvalo 2^. Segundo. Análogamente, entre d y b la série dividida por ti representa Fiop^+Fiop'^^M'p+N'p como en el caso anterior. 83 Tercero. Entre c y d, el límite de la serie es la ordenada c/Q de la curva F(x). En efecto, para a =og el denominador sen — - (a— a?) 2 se reduce á cero, pero no hay ningún otro valor entre dichos límites que cumpla con esta condición, así la integral se re- duce á F(oq)n. En este caso, como en el primero, la série es periódica, y el período es 2«. En la figura 3.a, el período se compone del arco AB y del segmento rectilíneo ba. En la figura 4.a, del arco AB. En la figura 5.a, de los dos arcos AC y C U . Solo cuando la diferencia entre los límites b y a de la integración es menor que 2^, la série representa la ordena- da de la curva F{x) en toda la extensión que comprenden estos límites. Nilm. 15. Fácilmente se demostraría que, por excepción de la regla general dada en el número anterior, para x=oa, la série toma el valor —(A'a+D'd)-, y que para x=ob, toma igualmente el valor x=\ (Bb+eC') Núm. 16. Si considerásemos puntos exteriores al interva* lo ab, obtendríamos periódicamente el arco AC ó el C'D\ 84 Por ejemplo, lomando de=%K, todo punto r comprendido entre b ye corresponderá á un valor Rr de la serie, que se obtendrá haciendo qr— y levantando la ordenada qQ, ten- dremos en efecto rR=qQ. Para convencerse de ello basta observar que la serie para Or—^kn solo da un punto q entre a y b. Consideraciones análogas podríamos repetir para otro punto cualquiera. Núm. 17. Presentamos un ejemplo como ejercicio. Si la función F(su respectivo equivalente alimenticio, comprobándolo ó demostrándolo »con trabajos propios, para conocer el valor nutritivo de cada uno de vellos en la provincia que se elija. Deberán acompañarse al trabajo » muestras de las sustancias estudiadas, en el estado conveniente de con- vservacion.v III. « Describir las rocas de una provincia de España y la marcha pro - agresiva de su descomposición, determinando las causas que la producen »y presentando el análisis cuantitativa de la tierra vejetal formada de vsus detritus , y cuando en todo ó en parte hubiere sedimentos cristalinos »se analizarán mecánicamente para conocer las diferentes especies mine- rales de que se compone el suelo, asi como la naturaleza y circunstan- vcias del subsuelo ó segunda capa del terreno; deduciendo de estos cono - » cimientos y demás circunstancias locales, las aplicaciones á la agricul- tura en general , y con especialidad al cultivo de los árboles .» Se exceptúan de esta descricion las provincias que forman los terri- torios de Asturias, Pontevedra, Vizcaya y Castellón de la Plana, por haber sido ya premiadas las Memorias respectivas en los años 1853 , 1855, 1856 y 1857. 127 Proponiéndose la Academia, por medio de este concurso, contribuir á que se forme una colección de descripciones científicas de todas ó la ma- yor parte de las provincias de España, ha determinado repetir este lema en lo sucesivo cuantas veces le sea posible. 2. ° Se adjudicará también un accessit para cada uno de los tres temas propuestos, al autor de la Memoria cuyo mérito se acerque más al de las premiadas. 3. ° El premio, que será iguaj para cada tema, consistirá en seis mil rea- les de vellón y una medalla de oro. 4. ° El accessit consistirá en una medalla de oro enteramente igual á la del premio. 3.° El concurso quedará abierto desde el dia de la publicación de este programa en la Gaceta de Madrid, y cerrado en l.° de mayo de 1873, hasta cuyo dia se recibirán en la secretaría de la Academia cuantas Memorias se presenten. 6. ° Podrán optar á los premios ó á los accessits todos los que presen- ten Memorias que satisfagan á las condiciones aquí establecidas, sean nacionales ó extranjeros, excepto los individuos numerarios de esta Cor- poración. 7. ° Las Memorias habrán detestar escritas en castellano, latín ó fran- cés, excepto la que se refiere al primer tema, que deberá estarlo nece- sariamente en castellano. 8. ° Estas Memorias se presentarán en pliego cerrado, sin firma ni in- dicación del nombre del autor, llevando por encabezamiento el lema que éste juzgue conveniente adoptar; y á este pliego acompañará otro tam- bién cerrado, en cuyo sobre esté escrito el mismo lema de la Memoria, y dentro el nombre del autor y lugar de su residencia. 9. ° Ambos pliegos se pondrán en manos del Secretario de la Acade- mia, quien dará recibo expresando el lema que los distingue. 10. Designadas las Memorias merecedoras de los premios y accessits , se abrirán acto continuo los pliegos que tengan los mismos lemas que ellas, para conocer los nombres de sus autores. El Presidente los proclamará, quemándose en seguida los pliegos que encierran los demás nombres. 11. En sesión pública se leerá el acuerdo de la Academia, por el cual se adjudiquen los premios y los accessits , que recibirán los agraciados de mano del Presidente. Si no se hallasen en Madrid, podrán delegar per- sona que los reciba en su nombre. 12. No se devolverán las Memorias originales; sin embargo, podrán sacar una copia de ellas, en la Secretaría de la Academia, los que pre- senten el recibo dado por el Secretario. Madrid 30 de mayo de 1871. =E1 Secretario perpéluo, Antonio Aguilar. Propiedades curiosas del algodon-pólvora. Mr. Bleakroder refiere en los siguientes términos los experimentos que ha hecho acerca de la inflamación del algodon-pólvora por la chispa eléctrica. Había creí- do que se facilitaría la explosión empapando el algodon-pólvora en un lí- quido muy inflamable, como el bisulfuro de carbono; pero este líquido ardió inmediatamente en contacto de la chispa, mientras que el algodón. pólvora no hizo explosión, y quedó en apariencia intacto en medio del bisulfuro encendido, ofreciendo poco más ó ménos el aspecto de una masa de nieve que lentamente se derrite. El mismo efecto se produce cuando después de empapado el algodon-pólvora en bisulfuro de carbono, éter, benzina ó alcohol, se enciende con una llama cualquiera. Mr. Blea- kroder halla la explicación de este hecho extraño en las investigaciones del profesor Mr. Abel acerca de la combustión del algodon-pólvora y de la pólvora de canon. Estas han demostrado»efectivamenle, que si por algún tiempo, aunque sea muy corto, se impide á los gases nacidos de la acción del calor sobre el algodon-pólvora, en el momento en que se quema al aire libre, envolver completamente la extremidad en combustión de las fibrillas del algodón, se hace imposible el que se encienda, porque la tem- peratura relativamente muy elevada de los gases producidos por la com- bustión, es la que determina la ignición más ó ménos rápida y completa del algodon-pólvora: la extinción momentánea de estos gases, ó la sustrac- ción incesante del calor que llevan al escaparse del punto en combustión, hacen que el algodon-pólvora no pueda arder más que de una manera lenta é incompleta, experimentando una trasformacion semejante en sus caracteres á la destilación destructiva. Diccionario de los nombres vulgares de las plantas usuales. Se imprime actualmente este trabajo, hecho por D. Miguel Col- meiro, Director del Jardín Botánico de Madrid. Cada nombre vulgar ten- drá la correspondencia científica, y estarán brevemente indicados los usos de las plantas, así como la familia de la especie respectiva. Será la nueva obrita un complemento del Curso de Botánica publicado por el mismo au- tor, y cuya segunda edición se halla de venta al precio de 60 rs. en la calle de las Fuentes, núm. 12, librería, en Madrid. N.“ 3.°— REVISTA DE CIENCIAS. — Junio de 1871. CIENCIAS EXACTAS. FÍSICA MATEMÁTICA. Teoría matemática de la Luz; por D. José Echegaray, indivi- duo de la Real Academia de Ciencias . ( Continuación .) Es claro que F{x) será aquí una función discontinua que representará dicho polígono, y que por lo tanto se compondrá entre los límites o y 2^ de tres partes: entre o y a F{x) será igual á mx-\-n; entre a y ¡3 F(x) será igual á \J%px; y entre (3 y 2^ F{x) tomará la forma A sen x. De aquí resulta que cada una de las dos integrales que constituyen los coeficientes de sen x, eos x , sen 2a?, eos 2#, etc. se compondrá de 3 partes. Tendremos pues desarrollando F(x)=- 1 I fmag- n)do¡. 4- S \Z%pa d& -f- sen a. d a TORIO XIX. 130 eos X I f (ffla-f ») eos arfa -f / ^/2/?a o ^ a /> 2^ -j + y A sen a eos arfa J COS a rf a ~¡- sen ¿e r p a /* P J (ma-f-n)sen arfa + \/2/;a />2* i + y A sen 2 arfa | sen arfa -f - eos 2¿e I C (m a -fn) eos 2 a rfa-f* /" \/ 2pa Lf^ o '-'a eos 2 arfa ■ ^ 2tt +/, A sen a eos 2 arfa | r /*“ /»P ~fsen2¿cj y (m a-j-n) sen 2 a rfa-f ^y y/ 2/? a sen 2 arfa 2* A sen a sen 2 arfa -f-cosp.#! (ni a-fn) eos [Jtarfa-|- C y/2/? a eos p-arfa Lí./ 0 v a /» ^ -i J A sen a eos [¿arfa j m C (moL-\-n)sen p-ada-f- C \/%p asentada. L J o a /2 TC -i A SCW a Sen piada J iVdm. 19. Se puede dar más generalidad á las fórmulas (5) y (5f), suponiendo que el intervalo de la función F(x), que se considera, no es 2^, sino uno cualquiera 2/. En efecto; si suponemos TU Z y tendremos para x—o Z—G ... £—2/ etc. a z=o ,3—0 a— 2 ir.. . p=27 etc. De suerte que eliminando a? y a de dichas fórmulas, re sullarán estas otras 1 V00 ^r»/ \ 71 — 1 / F ( -3- ) eos m — * 1 ^ o \ 1 I 1 TC 8 (*-»<*• -f 132 44)=4/>(4K \ QC ~\~l / txS \ TC 7l6 7.\J _/(—) cos w r ~r ; ó bien 44)=4//(4) r/p f_E ,7/(4) cos m y (z— ¡3) d ¡3 ; '(tK/.W)" Por último, representando "(4)' que es una función de 2, por f(z); y del mismo modo F (4) por cp (P) ; siendo

= — S sen mx i cp (a 71 1 ^ o ) sen marta (11) iVnm. 21. Ejemplos diversos. l.° Propongámonos des- arrollar en série trigonométrica una función que sea igual á una constante entre o y /, y á la misma constante con signo contrario entre o y — /. Es decir (fig. 8), las dos rectas AB, CD equidistantes del eje una longitud li. Observemos ante lodo que siempre podemos suponer h— 1, porque si no lo es, con multiplicar el resultado que obtenga- 136 mos en esta hipótesis /¿=1 por /«, quedará resuello el pro- blema. Además en este caso luego debemos aplicar la fórmula (10), suponiendo en ella y tendremos % _QO m 7ZX S * l o (a?) =b 1 = -— E sen , l | i / m tc a sm ----- d a W7T££? / / »2 7ca V ' sen - — t — • I — eos — 7 — I ; l \ r,m l 0 2 m ti ó bien 2 mnx I \ — eos m ti cp (¿c) = 1 z= — S sen —j— y~ m Si m es par eos m es cero, luego desaparecen lodos los términos de orden par. Si m es impar 1 - eos mri = 2 luego sen ~~j~~ _1 ¥ sen 3 / 137 I 1 v 7ÍX , + *"**—+• La función es periódica, y 2 / es la amplitud del período. Es decir, que la ecuación precedente es la ecuación auali- tica del lugar geométrico representado por la figura 8. 2.° Supongamos y= x entre — l y +/ , ecuación que representa la recta AB ( fig . 9). Como puesto que £ = — ( — X ) , debemos aplicar la fórmula (10), sustituyendo y{x) = X ; v-(a) = a. Se hallará pues 2 _ se m tz x n ^ x= — S sen . I | l f v o m t r a a sen * — - — - d a. Tenemos que efectuar la integral indefinida /■ «l tc a a 5 en cía y se obtendrá integrando por partes: / • nirza. l a sen — 7 — í/a= - / ?n — J k sen m tz a m tu d a / / 138 l niTZOL l a x eos — 7 rmz l l í* ^ nm J rn v: a eos — : — aa /a m tc a i eos r m ti l + m2 t:2 sen m tc a / Integrado entre a — o y a / niTzcf. 1 2 a sen 7 — d / //ítc según que m sea par o impar. Así na /2 p l a sen d a = — ; # a O . T' J o l 2 tc a sen — j — a a /2 pl 3 71 =-^r; J nasen — 3 t: a /2 aa= *— 3tt y sustituyendo en el valor de x 2/ r TI# 1 TI# 1 TC á/ — sen — t — — — sen 2 —y- 4- — sen 3 ti L / 2 / » o / ' 3 1 71# 7- sen 4 — 7 — 4- 4 / El segundo miembro representa los segmentos A# ; A'Z?' ; A" B" 139 3.° Supongamos que F(x) es igual á x entre o y / y á — x entre o y —l; es decir, que representa la línea quebrada AOB (/ig. 9). En este caso se tiene . x) luego debemos aplicar la fórmula (8) sustituyendo («)=«■ Tendremos pues •x — t P l , ,2 m kx p l . / arfa-]- y 1 COS — # a l t/ Q 1 d O m'KCL COS — rfa. Integrando /. 1 rn Tía a COS , — da hallaremos sucesivamente, / m tz y. . a / m ti a a eos - — — «a™ sen — — / 7/271 / m 7z a a / — - — rf a= — sen / 7/2 71 TrfTia /2 ~T" cos m 7i a “T~ «i tu a ~~r d /2 /n2 tc2 1-1) y deberemos tomar el signo + ó — según que m sea par ó impar. 3 Tta da: /2 32tu2 2 ; y por lo tanto ■±=.x~ u i [cos TiX ,1 KX 1 r+_C0S3— + -C0Sb 7ZX ~T eos 1 7ZX 4.° Determinemos la expresión en série de la ordenada del trapecio isósceles O ABC {fig. lí). La base OC es igual á tu; la recta OÁ es la bisectriz del ángulo yox\ y la altura AP es igual á a . De aquí resulta que desde x=o á x=OP= a' se tendrá y(%)=x y en cuya hipótesis la série espresará la línea , , . . . CB1 A! OABCDEF . . . . . 141 cayo período es C’B'Á'OABC. Es evidente que deberemos aplicar la fórmula (12), y re- sultará 2 00 — E sen mx TT 1 OL a sen m a o d«+fr: tí — a sen n? a da a + / (ti — a) sen moida J Las tres integrales son: r ^ o a sen maja = | — a eos m ol m \u! 1 ~ a J„+w „ eos moLdoL a eos m ol sen m a m ^ m 2 )* a eosmoL senmoL T" m nr P ~ , I ol eos m a \ ^ a a' / a sen m ac/a= I — — I — — J a' \ m r,: eos moL m ol’ eos m (tí — a') m n (tt— -a) sen ?w ada = a' Tí sen m a da r • tí — a Ti a sen m a da 142 (n eos mu \ 71 I v u eos mu sen m r wi nr -)■ . m eos m tc — eos w ■ >)-(- - eos mri m + (ti — ar) eos (ti — u) m sen m (tc— m »(*-«') \ m2 ' / ar eos w (tu — u) sen m (ti — a') m 7U‘ Luego el coeficiente de sen mx será u eos m u sen m u u eos m u a eos m (tc— a') m ' m% m m ^ u eos m (tc— a) ^ sen m( tc — a) sen m u m m nr + sen m( tc — u) wr Si m es par tendremos sen mu ^ sen m (tc — u) m* nr si m es impar sen m a 143 Vi + sen m (n — a') vi- sen m cr- in De aquí se deduce inmediatamente a r r sen 3 ar cp(¿c)— — I 2 sen ol sen x 2 — — — sen 3 x . sen 5 a' + *— -gr-"» »*' + ■ ...j ; / N 4 r . , se» 3 «’ „ v(x)— — \sen cf. sen x -j sen a x TZ L. 32 -! -.t: — sen 5®-|- j sen 5 af 5* Si el lado AB desaparece, el trapecio se convierte en un , TC triángulo, y a sera igual á — . La ecuación de la línea O ABC (fig. 12) será y + c© una función periódica; pero entre — / y +/ representa una función cualquiera, continua ó discontinua, sencilla ó compuesta de otras, es decir, un contorno cualquiera, y esto porque el periodo es completa- mente arbitrario. Si l crece sin límites y se convierte en oe, el periodo, que es arbitrario, comprenderá todo el espacio en el sentido de las x, y por lo tanto el segundo miembro de la ecuación anterior será su representación analítica. Entremos en algunos detalles. Supongamos para evitar dificultades, que O Hl-hl—o, de donde X = — — - tí — h el nuevo rectángulo 2(/ + X)x# será mayor que el área de la curva. Observación. Si Syringa, Symphoricarpos, etc.) Si el hacecillo se divide, se observan diferencias, tanto en el punto en que se verifica la ramificación, como en la forma de realizarse. Así es que el hacecillo suele extenderse por un lado de la semilla, dividiéndose en la chalaza en forma pal- meada y de dos modos diversos ; unas veces se forma única- 182 mente en la zona interna de la membrana una garra ó una cúpula vascular, que sobresale muy poco sobre la base del núcleo, y tal manera de división es muy frecuente, y parece la única conocida , otras veces se produce un cierto número de ramificaciones muy fuertes (dos en la Ceratonia , etc., tres en las Brunella, Helianthus, etc., cinco en los Fraxinus, Li- (justrum , etc., y de diez á quince en los Quercus, Fragas, Theobroma , Guilandina , etc.), que se levantan en la zona me- dia de la envoltura hasta el borde mismo de la microüla, ya permaneciendo sencillas, ya bifurcándose ó ramificándose en nervacion peniforme ; y si dichas ramificaciones se anastomo- san, como suele suceder, la forma palmeada pasa á reticulada. Por otra parte , el centro de dicha ramificación palmeada ó reticulada, puede hallarse colocado más acá ó más allá de la chalaza. En el primer caso el rafe no baja más que hasta la mitad de la semilla próximamente, dividiéndose por el lado del órgano en cierto número de ramificaciones palmeadas ( Corylus , Amygdalus, Cerbero , etc.), ó bien se encorva toda- vía más [Olea) y hasta desaparece, porque el hacecillo se di- vide en el mismo hilo ú ombligo, formando un collar alrede- dor de la microfila ( Tropoeolum , Canna, etc.). En el segundo caso, el rafe sube sobre la cara opuesta de la semilla, y se ramifica hácia la mitad de ella, ó sea en la proximidad de la microfila. Además de estas formas palmeada y reticulada, se ve al- gunas veces el hacecillo del rafe , bien cuando se detiene en la chalaza*, ó subiendo hasta la microfila, emitir ramas latera- les, cuya nervacion es peniforme [Inga, etc.) Por último, en ciertas plantas las formas pinada y palmeada coexisten en las ramas principales, y el hacecillo forma primero ramas late- rales peniformes, y después, cuando llega á la chalaza, se divide en ramas palmeadas ( Café , etc.) Hasta ahora hemos admitido que si el óvulo tiene dos en- volturas, el sistema vascular se halla por completo compren- dido en la membrana externa, y esto es efectivamente lo que sucede con frecuencia. Sin embargo, algunas veces el haceci- llo del rafe, después de haber corrido por la envoltura exter- na hasta la chalaza, se eleva bruscamente y penetra en la se- 183 gunda membrana, en la cual se ramifica. En estas condicio- nes no he hallado hasta ahora más que la ramificación con- forme al corte de la chalaza, verificándose en la zona interna de esta segunda membrana, y no extendiéndose más que bajo la base de la inserción del núcleo. Si esta base es estrecha, no resulta más que una pequeña garra vascular ( Mercuriales ); pero si es más ancha, forma una cúpula ( Euphorbia ); y por último, si el núcleo constituye un cuerpo con la membrana en toda su mitad inferior, los hacecillos vasculares se extienden en proporción, y la cúpula afecta la forma de un dedal, como lo ha observado Mr. Gris en el Ricino. Ovulos y semillas ortotropas. — Si el hacecillo no se divide, se detiene en el centro déla chalaza, y si se ramifica, es siem- pre en forma pellada, pero de diversos modos. Unas veces la división se verifica exclusivamente en la zona interna de la membrana, y las ramas se extienden solo bajo la superficie de inserción del núcleo, formando, según las dimensiones de esta superficie, una garra, ó una cúpula ( Ephedra ), ó un dedal ( Ginkgo ). Otras veces, sin originar nada bajo la chalaza, pro- duce varias ramas fuertes, que se elevan en la zona media ó externa de la membrana hasta el contorno de la microfila: ge- neralmente hay dos ramas sencillas en los Taxus, Cephalo taxus , etc., y de 24 á 28 divididas en forma de pluma en los Juglans, podiendo además ambas formas existir á la vez. El funículo suministra tres ramas al óvulo , y mientras que las dos laterales se elevan á la zona externa de la envoltura hasta la microfila, permaneciendo sencillas ( Cycas ), ó bien trifurcán- dose primero en la base y bifurcándose después, produciendo doce ramas ( Zamia , Dion , etc.), la parte media se divide en la zona interna de la membrana, y según la forma pellada, en muchos ramos que se distribuyen sobre toda la superficie de adherencia al núcleo. La envoltura tiene entonces un doble sistema vascular, como es sabido que sucede en el limbo de- ciertas hojas. Ovulos y semillas campilotropas. —Entre los óvulos campi- lolropos, algunos parecen proceder de la curvatura de óvulos más ó menos anatropos, y tienen la chalaza apartada del hilo ú ombligo, mientras que otros presentan la base del núcleo 184 sobrepuesta al hilo, y son, por decirlo así, óvulos ortolropos arqueados. En los primeros hallamos los diversos modos de nervacion de los óvulos analropos. Unas veces el haz no se divide, y entonces llega á la chalaza, donde termina brusca- mente ( Ononis , Caragana, etc.), ó bien se detiene antes de lle- gar á este punto. {Galega, etc.), ó todavía se prolonga más allá y se extiende masó menos sobre el lado convexo de la semilla en la dirección de la microfila ( Vicieas). En otros casos el ha- cecillo se ramifica, bien más acá de la chalaza y muy cerca del punto de inserción, formando un collar vascular alrededor del hilo ( faseoleas ), ó bien más allá, ó por último en la mis- ma chalaza. En este último caso se verifica, ya formando úni- camente una cúpula bajo la base del núcleo, ya produciendo ramas que se extienden á lo lejos en la membrana, ó de am- bos modos á la vez. En los óvulos y semillas campilotropas con chalaza sobrepuesta al hilo ú ombligo, si el haz no se di- vide, se detiene en el centro de la base del núcleo, y si se ramifica es, ó bien únicamente según el corle de la chalaza, ó bien por ramas palmeadas ó pinadas ( Acer ) ó reticuladas (/Escullís), que siguen primero el lado convexo del órgano, y se esparcen desde allí sobre las caras laterales y hasta la in- mediación de la microfila, ó también de ambos modos á la vez. Tal es la indicación sücinta de las principales diferencias que ofrece la nervacion del óvulo y semilla. Se ve por con- siguiente^ para no hablar más que del caso de una envoltura única, que la membrana solamente contiene los hacecillos li~ bero-vasculares, mientras que el núcleo está siempre despro- visto de ellos. La membrana representa el limbo sentado ó pe- ciolado del lóbulo foliar trasformado. El núcleo es una escres- cencia parenquimatosa, una especie de pelo grueso que sale perpendicularmente de la superficie, sobre la cual se inserta por un círculo más ó menos extenso, mientras que el limbo se repliega alrededor de él en forma de saco ó de capucha. El saco embrional es una celdilla central de este pezoncillo su perficial, prolongado perpendicularmente sobre la superficie del limbo, y produciendo las vesículas embrionales en su ex- tremo más distante. En la gran mayoría de casos, el núcleo corresponde á la cara superior del limbo trasformado; es de- 185 cir, á la cara hacia la cual están dirigidos los vasos de su sis- tema líbero-vascular; pero algunas veces, como se ve en los Podocarpus, Cephalotaxus, etc., es sobre la cara inferior ó li- beriana del limbo donde se halla inserto. El centro de su base se halla siempre situado sobre la línea media del lóbulo, y su eje, así como el del saco embrional, bien permanezca recto ó se encorve á consecuencia del desarrollo, se halla enteramente comprendido en el plano de simetría del segmento. Pero la posición que el pezoncillo superficial ocupa á lo largo de esta línea media, así como el modo de nervacion del limbo y la forma con que se repliega para envolver el núcleo, varían se- gún las plantas, y esto es lo que origina, como es fácil con- cebir, las diversas formas del óvulo y de la semilla,* así como también las múltiples combinaciones que cada una de ellas ofrece. Por los ejemplos citados en esta nota, ha podido verse que el modo de nervacion de la semilla no permanece siempre constante en la misma familia de plantas, sino que, por el con- trario, se halla con los mismos caracléres en grupos muy dis- tintos. Debe, pues, tratarse de averiguar la manera cómo los géneros de una familia cualquiera se reparten entre las di- versas formas de nervacion seminal antes indicadas , y este estudio comparado será el objeto de otras comunicaciones. GEOGRAFIA BOTANICA. Sobre el origen glacial de las turberas del Jura de Neufchatel y sobre la vegetación especial que las caracteriza; por Mr. Cu. Martins. (Comptes rendus, 31 julio 1871.) Cuando vi por primera vez, en 1859, la vegetación de la turbera que ocupa el valle de los Puentes, á 1.000 metros sobre el nivel del mar, en el Jura de Neufchatel, creí tener á 186 la vista nuevamente el aspecto de los paisajes de la Laponia, que había visitado veinte años antes: efectivamente, tanto las especies como las variedades, eran idénticas. Habiendo per- manecido varias veces, y por algún tiempo, eirel hospitalario albergue de mi amigo el profesor Dessor, situado cerca del extremo meridional de la misma turbera, tuve ocasión de con- firmar esta primera ojeada, que completé después estudiando las turberas .próximas á Noiraignes á 720 metros, y la de Brevinc á 1.030 metros de altitud. Como término de compa- ración , visité después las turberas de Gaiss , en el Norte de Suiza, á 900 y 1.000 metros sobre el mar. La primera condición para que pueda formarse una tur- bera, es un suelo impermeable, que no puedan atravesar las aguas. En el Jura , en los puntos en que se levantan las capas calizas quebrantadas son sumamente permeables, porque en ellas se observan cavidades en forma de embudo, en las cua- les se sepultan las aguas volviendo después á aparecer, for- mando abundantes manantiales en los valles inferiores; por ejemplo, la fuente de Noiraignes, las del Arense, de l’Orbe, de la Birse, etc. Pero el fondo del valle se halla ocupado por una capa de arcilla silícea, que no puede provenir de la des- composición de las rocas calizas, sino que es producto de la trituración de las rocas silíceas , feldspáticas y aluminosas, que el antiguo ventisquero del Ródano ha sembrado con pro- fusión en el Jura: dicha arcilla silícea constituye el barro gla- cial. Lo mismo sucede en las cercanías de Gaiss, en el cantón de Appenzell. La roca dominante es el nagelfluh poligénico de la molasa, compuesta en gran parte de guijarros calizos impresionados; pero la región se halla cubierta por la errática del antiguo ventisquero del Rhin , la cual ha producido el barro glacial arcilloso, que amoldándose á todas las depresio- nes del suelo, aun en las pendientes muy inclinadas, las con- vierte en turberas ó praderas pantanosas. En tésis general, puede asegurarse que muchas de las turberas de Europa se refieren al fenómeno glacial; y en efecto, son comunes en el dominio de los antiguos ventisqueros , desde la Laponia hasta los Pirineos. En los Yosgos, en Suiza, en el Piamonte y en Lombardía, como los antiguos canchales ó peñascales han 187 detenido el curso de Jas aguas, y el barro glacial ha hecho el suelo impermeable, se han producido lagos, pantanos y turberas. No conozco las llanuras del Noroeste de Francia y Alemania, pero creo que merecen estudiarse bajo este punto de vista. El exámen de la vegetación de las turberas jurásicas acaba de confirmar las inducciones sacadas de la geología. En el número total de 180 especies fanerógamas, de que se compone» hay unas 70 que son árticas, es decir , que viven todavía en pleno período glacial. Este período, que las latitudes medias del hemisferio septentrional han atravesado en otro tiempo, persiste en Europa en Spitzberg, al Norte del grado 7o° de latitud, en Asia en la Nueva-Zembla , al Norte de 70°, y en la Groenlandia y en la América ártica, al Norte de 60°. Aun- que en estos países las neveras forman un mar de hielo, cuyas derivaciones descienden hasta el nivel del Océano, se mantiene una humilde vegetación en las partes no cubiertas por el hielo; así es que en Spitzberg se cuentan 93 plantas faneró- gamas, en Nueva-Zembla casi otras tantas, y en Groenlan- dia 320. En un trabajo de compilación, el Dr. Eduardo Martens hace subir á 422 el número total de las especies árticas fane- rógamas de las tres partes del mundo. Estudiando la distribución geográfica de las otras 120 es - pecies de plantas fnerógamas que habitualmenle crecen en las turberas jurásicas, pero que no se hallan en las regiones árticas, llama la atención el resultado de que todas, excepto la Swertia perennis, forman parte de la flora escandinava, y que la mayor parle se adelantan hasta la Laponia, detenién- dose solo en el cabo Norte, es decir, al 71°. Por lo tanto, todas las plantas de turberas jurásicas son, ó escandinavas, ó escandinavas y árticas á la vez; luego si la Laponia no per- tenece á la zona ártica propiamente dicha, si no puede con- siderarse que todavía se halla en pleno período glacial, es sin embargo un clima muy favorable para el desarrollo de las neveras, que descienden por lo común á algunos centenares de metros sobre el mar , aunque las montañas se hallen poco elevadas. Casi todas las plantas árticas prosperan en ellas igualmente. De esta identidad de la flora de las turberas con 188 la flora escandinava, deduzco la identidad de origen. Si esta flora particularmente ha persistido en las turberas, es porque este terreno húmedo, esponjoso y frió, es el que más se ase- meja en su naturaleza al suelo de Laponia, que, turboso en todas sus depresiones, se halla siempre, y en todas partes, regado por agua glacial, ó penetrado por la humedad. Pero quizá podrá decirse que la flora de las turberas no tiene un carácter ártico y escandinavo que le sea especial; este carácter es el de la flora general de la cadena jurásica, desde el grupo de la Gran Cartuja hasta las cercanías de Ba~ silea. Ya he pensado en esta objeción, y para responder á ella, he tomado en la Phitostática del Jura, de Thurmann , la lista de 142 especies montañosas, es decir, que viven en la zona aititudinal de las turberas , pero en terrenos secos y no turbosos. De estas 142 especies, 66 únicamente, ó sea rnénos de la mitad, son escandinavas. Tomando después las 97 plan- tas de los Alpes, es decir, las que crecen en las cimas cul- minantes á 1.600 metros poco más ó rnénos, no he hallado más que 29, es decir, cerca de un tercio, que habitan en la Escandinavia. Las dos floras no turbosas dejan de presentar, por consiguiente, el carácter exclusivamente escandinavo de la flora turbácea: su origen es complejo, se refiere á otras emigraciones vegetales, y no únicamente á la época en que el Jura, lo mismo que la Escandinavia, estaban invadidos por inmensas neveras, rodeadas de una vegetación que ha subsis- tido en las estaciones en que el suelo y el clima no se han modificado lo bastante para producir la desaparición de las es- pecies contemporáneas de la época glacial. 189 VARIEDADES. Conservación de las semillas, granos y harinas por me- dio del vacío. Como todas las averías que experimentan los cerea- les son casi siempre producidas por los insectos y roedores de todas clases, d por la fermentación, se concibe fácilmente que, produciendo el vacío y haciendo así imposibles la vida animal y la fermentación, debe desaparecer toda causa de dichas alteraciones. Al leer los trabajos de Doyére acerca de la conservación de los ce- reales, háse hallado una preciosa confirmación de las opiniones emitidas hace tiempo acerca de este asunto en una Memoria anterior. Después que por los experimentos hechos en el gabinete, primero sobre cereales de buena calidad, y después sobre otros averiados por los insectos ó la fermentación, se pudo adquirir una convicción absoluta, háse logrado hacer otros ante una comisión presidida por el General Vaillant, y compuesta de los señores Doisneau, síndico del gremio de tahoneros de París, Senard, delegado por la Alcaldía, Tisserand, Borie, Leconteux y Boussingault. Estos experimentos se hicieron desde mediados de junio de 1870 hasta 24 de enero siguiente. En un depósito que contenia 50 hectolitros de trigo, pusiéronse unos 20 litros de gorgojos, y se hizo el vacío hasta 65 milímetros, dejando el aparato al aire libre en el patio de la granja. Habíase pedido que se permitiese hacer el vacío por segunda vez si el aire entraba demasiado pronto en el aparato; pero no hubo necesidad de recurrir á esta precaución. Lo mismo sucedió con un tercer depósito que contenia galletas de guerra, devora- das en sus tres cuartas partes por los insectos. Al cabo de seis meses, y cuando se abrieron los aparatos, los gorgojos del trigo y los insectos de los bizcochos estaban muertos, y estrujados con la uña decrepitaban como un carbón que se abre por la acción del fuego. Para completar* el experimento se molió el trigo, y con su harina y la del depósito se hizo un pan, que á todos pareció de calidad verdadera- mente superior. Por último, ios señores de la Comisión tomaron cada uno por su parte un puñado de semillas, que echaron en la tierra, y germinaron perfecta- mente. Es, pues, este un medio seguro, fácil y cómodo de conservar los cereales, y el precio de conservación no llega á la mitad del que cuesta cualquiera otra especie de depósito. Una de las ventajas de este sistema, consiste en que puede aplicarse 190 perfectamente ájos trigos, avenas, colzas, arroz y legumbres secas. El tahonero, después de haber colocado los trigos en los aparatos adecuados para preservarlos de toda avería hasta que llega el momento conveniente de hacer la molienda, puede conservar la harina en el mismo aparato para esperar el momento oportuno de venderla. Marfil de algodon-pólvora. Se ha descubierto que el alcanfor molido con algodon-pólvora y sometido á la presión hidráulica, produce una sustancia blanca muy dura, la cual, cubierta de un barniz formado por una disolución de algodon-pólvora en el aceite de castor, se parece al martil, y puede reemplazarlo en una multitud de aplicaciones. Para lle- gar á saber lo que sucede en esta curiosa trasformacion, el profesor Seely colocó fragmentos de alcanfor en un tubo de prueba, cerró la boca del mismo con una bola de algodon-pólvora, y al cabo de algunos minutos vió que se llenaba de un vapor rojo, y que el algodón hacia explosión con violencia. Sábese hace mucho tiempo que es preciso añadir alcanfor al alcohol para que este pueda disolver el algodon-pólvora. Caliza fosfórica. El Profesor de Historia natural D. Ramón Depret y Luengo, remite á la Academia la observación siguiente. Viajando por Portugal en 1867, salí 'el dia 6 de enero de la ciudad de Porto-Alegre para la de Leiria, habiendo tomado en la estación que lle- va el nombre de la primera, la via férrea hasta la ciudad de Pombal, desde la cual, para las seis leguas restantes, nos valimos de un coche allí establecido en combinación con los trenes que llegaban á la media noche. Era esta bastante clara y apacible, y aunque había llovido algún tanto, so disfrutaba de una temperatura sumamente templada. Ya en el carruaje, y apénas habíamos entrado en la nueva via, advertí el más maravilloso espectáculo, que no tardé en comunicar alborozado á los demás viajeros, á quienes, como á mí, sorprendía el extraordinario efec- to que contemplábamos. El camino ó carretera sobre que marchábamos es- taba cubierto de luces fosforescentes, ofreciendo un aspecto de asombrosa novedad y difícil esplicacion. Pregunté al conductor del coche si había observado alguna vez aquella rareza, y este, no ménos sorprendido que lo estábamos todos, aseguró que no había visto cosa parecida en los 6 años que hacia que se dedicaba á recorrer dicho camino. A mis ruegos paró el carruaje, y habiendo bajado de él tuve el gusto de recojer y colocar en la palma de la mano una cantidad de la tierra luminosa, la cual, privada de los accidentes que iníluian en ella, perdió como parte de la propiedad luminosa de que parecía dotada en totali- dad. Los mismos efectos continuaron hasta el amanecer clel dia 7, cuando dábamos vista á la población de Leiria. A los tres dias di la vuelta por aquel camino, en gran parte de noche, y aunque puse el mayor cuidado para ver si observaba el fenómeno refe- rido, no advertí cosa alguna; pues si bien en mi anhelo noté alguno que otro efecto luminoso en los espacios que iba dejando el carruaje, me que- daba duda de si podía ser fósforo arrojado por el conductor ó los viaje- ros que iban fumando. Mucha parte del terreno en que está abierta la carretera que conduce de Pombal á Leiria y viceversa, del que aún tengo en mi poder fragmen- tos, es una caliza fosfórica ó fosfato de cal, y el recebo empleado en ella, también era hecho con fosforita. 191 Cultivo de la Vid. Procedimiento de Mr. Duchesne. Supresión absoluta de la poda y de las mutilaciones, en el sentido en que general- mente se aplican estas operaciones. Inclinación de los sarmientos, de modo que el extremo de ellos quede más bajo que la línea horizontal que se suponga tirada tomando por centro el punto en que están adheridos, y puedan así desempeñar respecto del tronco el papel de sifones, para que corra ó afluya la savia. Con esta práctica se desarrollan todas las yemas, y los váslagos que se desarrollan pueden producir fruto, y alimentarlo. (Mr. Duchesne esplica esta teoría mediante un aparato inventado por él.) Entre los sarmientos deben conservarse, de los que estén más próximos al cuerpo de la cepa, de uno á cuatro, según su vigor, y despuntar los demás, algunas hojas por encima del racimo más elevado. Al siguiente año se encorvan los nuevos sarmientos como los anteriores, suprimiendo úni- camente la leña vieja, á contar desde los vástagos despuntados. Jardín Botánico de Kew. Mr.D. Hooker, Director del Real Jardín Botánico de Kew, ha publicado un informe acerca de los progresos y estado del mismo establecimiento. El número de los visitadores no ha sido tanto en 1870 como en 1809. Casi están ya terminadas todas las mejoras que hace cinco años se emprendieron relativamente al terreno en que el Jardín Bo- tánico se halla situado. El jardín de recreo ha sufrido mucho por la prolon- gada sequía del verano último, que ha ejercido su influencia sobre un suelo que es por su naturaleza sumamente pobre; así es que han perecido mu- chos árboles, especialmente los olmos viejos, los fresnos, las hayas y los arces. Todos ellos deben reemplazarse, y se han hecho preparativos para la formación de un nuevo bosque de coniferas, que se va á realizar inme- diatamente. A pesar de la especie de furor por la plantación de las coni- feras que ha dominado en Inglaterra por espacio de muchos años, y que casi ha suplantado al cultivo de los demás árboles, no existe ninguna colección completa pública y rotulada de grandes coniferas en este pais. El cambio de plantas vivas y de semillas con los jardines botánicos extran- jeros y de las colonias se ha seguido con insistencia, y se ha tratado muy especialmente del cultivo de la cinchona y de la introducción de la ipe- cacuana en las posesiones de la India. Los museos, el herbario y la biblio- teca se han enriquecido con muchas compras y donaciones. Terreno de diamantes. El Cape-siandart dice que se ha descubierto un nuevo terreno de diamantes en los bancos del Vaal, en el distrito de Boshof, donde se ha hallado un diamante de 107 Va quilates. El Graff- Reinet-Herald refiere que se han recojido dos diamantes, uno de 32 y otro de 113 quilates, en las inmediaciones del Cabo; y que se tienen noticias muy exajeradas de Diamandia y otros distritos. Indudablemente se habrán en- contrado allí muchas piedras preciosas; pero deben acojerse con reserva los anuncios muy pomposos de los entusiastas rebuscadores de diamantes. Influencia del frió sobre la resistencia del hierro. Mr. Brockbank ha leído últimamente, ante la Sociedad literaria y cientí- fica de Manchester, una memoria acerca de los experimentos que había hecho para demostrar la influencia del frió sobre la resistencia que puede oponer el hierro á romperse, y ha deducido conclusiones que, siendo con- formes á la opinión vulgar, se hallan sin embargo en oposición con todas las nociones científicas admitidas. Considera que las barras de hierro, rails, etc., quedan muy debilitadas por la acción de un frió intenso, y de- duce de ello que se debe eximir á las compañías de ferro-carriles de toda responsabilidad en casos semejantes al que recientemente se ha verifica- en el Great-Nortthern- Railway, esto es, que habiéndose roto el cerco de una rueda durante los hielos, produjo un siniestro, y ocasionó que varias per- sonas fueran muertas ó heridas. Sin embargo, á este discurso acompañan algunas comunicaciones de Sir W. Fairbairn, del Dr. Joule y de Mr. P. Spence, cuyos experimentos, bien ejecutados, han conducido á resultados idénticos entre sí, aunque contrarios á las conclusiones de Mr. Brock- banck. Estos resultados pueden considerarse claramente precisados en las siguientes palabras del Dr. Joule. «El frió no aumenta la fragilidad del hierro fundido, del acero forjado ni del acero, y los accidentes pro- vienen de la negligencia de las compañías, que no someten los ejes ni las demás partes del mecanismo á pruebas científicas suficientes. Educación en Prusia. De los 10.809 soldados llamados al ser- vicio de las armas en Prusia desde 1869 á 1870, resultó que 1.183, ó sea 11 por 100, no sabian leer. En Brandeburgo, de 7.836 habia47, ó sea 0,59 por 100. En Pomerania, 47 de 4.955, ó sea 1,08 por 100. En la provincia de Posen se contaron 802 de entre 5.577, ó sea 14,38 por 100; en la Silesia 361 de entre 12.605, ó sea 2,86 por 100; en Sajonia 28 entre 7,516, ó sea 0,87 por 100; en el Schleswig-Holstein 19 entre 2.748, ó sea 0,69 por 100; en Hannover 54 de entre 6.188, ó sea 0,87 por 100; en Westfalia 60 entre 5.806, ó sea 1,03 por 100; en el ducado de Nassau 10 entre 4.359, ó sea 0,22 por 100; en el principado de Hohenzollern no se encontró entre 227 ninguno que no supiera leer, y en el ducado de Lauemburgo 1 solo entre 174, ó sea 0,57 por 100. En suma, de 80.028 reclutas solo han resultado 2.696, ó sea 3,37 por 100 que no supieran leer. Debe observarse que la mayoría de estos últimos absolutamente sin instrucción pertenecen á las provin- cias prusianas, resultando que en cierta medida debe atribuirse al ele- mento polaco; pero esceptuando las provincias de Prusia, de Silesia y Po- sen, debe decirse que el número de hombres que no saben leer es real- mente insignificante. N:0 4. —REVISTA DE CIENCIAS.— Julio de 1871. CIENCIAS EXACTAS. FÍSICA MATEMÁTICA. Teoría matemática de la Luz; por D. José Echegaray, indivi- duo de la Real Academia de Ciencias . ( Continuación .) Núm. 25. Que las integrales dobles (12), (13), (16) y (17) representan funciones de x es evidente, porque la integración respecto á a hace desaparecer esta variable, toda vez que los límites o é oo son constantes, y además la integración res- pecto á p, por idéntica razón, hace que desaparezca esta can- tidad, y solo quedan coeficientes constantes y la variable x. Las integrales, pues, solo sirven para indicar la ley de los coeficientes de la ecuación (18). Ahora bien, la función ( x ), que se esliende desde — oo á + oo, está representada por una de las cuatro ecuaciones (12), (13), (16), (17), cuya verdadera forma es la (18); y de aquí se deduce esta importantísima proposición: Sumando algebráicamente las ordenadas de infinitas sinu- soides y= A senpx ó y— A eos px, cuyos coeficientes A y p se determinan convenientemente , se puede obtener la ordenada de una linea cualquiera. Téngase muy presente esta proporción, porque nos ha de servir para fundar la teoría de la propagación de la luz en el caso de ondas planas. TOMO XIX. Í3 194 Núm. 26. Ejemplos. 1. Supongamos que x — - x ) c — e deberemos aplicar la fórmula (16), y tendremos 2 y =zü(x) — — / eos px.dp / e eos paula; ^ J o J o pero (Núm. 2) / 00 a e sen a xdx = , , „ , o «+«’ luego 195 y por consiguiente 2 r oc ? (®) = — J JL Supongamos que o (a?) se compone de tres parles: entre x= — ooy¿c = — 1... o (x)=o, entre x — — 1 y¡r==+l*«* (a?) = 1 , y entre a?=-H ya?=-¡-ao.. ] 00 sen /?(# + !) 1 Z3 °° sen p(x — 1 ) 1 P senp(x-\-\) 1 P J o P CP~ J \ dp . Ahora bien, si %>\, las dos integrales tienen por valor — (Núm. 2), ambos términos se destruyen, y resulta cp(#) == O. Si x< — 1, sustituyendo x— — z, en cuyo caso z es esencialmente positiva, tendremos, ?(®)= sen p(z — 1 ) dp+ P 197 + 1 C™ 71 J o sen p (z+1) P dp; pero las dos integrales tienen por valor-—, luego los dos tér* L minos se destruyen. Así, en resúmen, para valores mayores que +1 y meno- res que — 1 la integral primitiva es nula, es decir, que re- presenta el eje de la x. Para valores comprendidos entre o y +1 ó entre o y — i / oo sen p(x- f-1) V •+=■5 f V O senp(x — 1) luego , y) de dos varia- bles independientes, sea esta función única y continua ó com- puesta de otras varias , es decir, que dividiendo el plano de las x, y en polígonos A, B , C rectilíneos ó curvilíneos que lo cubran por completo, la parte que se proyecta sobre cada uno pertenezca á una función distinta: por ejemplo, la su- perficie que se proyecta dentro de A, plana, la que se pro- yecta en B, un paraboloide, etc. Admitiremos sin embargo, para simplificar, que P)cos ?(s— PW. y sustituyendo en la anterior 1 P + 0° ^-a-j-oo -j- OC ✓a-j-oo ? (* . »;= / / / / T(*.P) — oo^ — o© ^ — oo^ — oo cosp{x — a) eos — dp dq da dp (19) Tal es la fórmula de Fourier aplicada á dos variables. Núm. 28. Casos particulares. Pudiéramos como prece- dentemente examinar varios casos, ya fuese la función cp par ó impar relativamente á x ó á y: para abreviar, solo exami- naremos uno de ellos. Supongamos que sea par respecto á x y á y, es decir, 200 Pc?P o o J o 201 / ?(a> P) COS pv.de*. resultará 4 p00 p™ ( p 1 y) = — / cospxdp ¡ eos qydq ] / c 11 J o J o [J o eos pft.dfi \f 1 x eos p v. dv. -|~ o X eos pv.dv. ~j + J* cospfi.dfi^J^ o/ o X eos pv.dv r* + J o X eos pv. dv ó bien 4 p n b{x,y)=— / cospxdp / eos qydq ^ J o Jo /cospfidfi j cospvdv o Jo que integrando se reduce á 202 ?(*. y) " O O O chj sen p . sen q eos px eos qy p.q cuya comprobación es sencilla. Núm. 30. Es pues fácil por medio de séries ó integra- les trigonométricas expresar una función que en una parle del plano situada en el espacio finito tiene un valor ó valores fini- tos y que en el resto es cero. Esta observación es de mucha importancia. Núm. 31. Generalizado sin nueva demostración el teo- rema de Fourier para funciones de tres variables, x , y , z, tendremos QC f(¡c, y, z) — J j J J f f TKP.Y) — - — OC eos u {x — a) eos v(y — ¡3) eos w{z — y) (21 ) cladu dfi dv dy dw 2 71 2 7T 2 71 Generalización del teorema de Fourier para funciones imaginarias. Núm. 32. Supongamos que la función y{%,y* z) con- tiene constantes imaginarias , pero siendo siempre reales las variables independientes x, y , z; y vamos á demostrar que aun en este caso se aplica la fórmula de Fourier. 203 En efecto, si © contiene constantes imaginarias se podrá descomponer en dos partes ,K®. y< s)+x(®- y, — 1 siendo y X funciones de x, y, z en que todas las cons- tantes que entren sean reales. Aplicando á cada una de las funciones ^ y % el teorema de Fourier, resultará ___ ~\~ oc «».».■■«>=//// f J' T — 00 eos u(x-~v) eos v (y ~ P) eos w (s — -y) d a du dfidv dydw 2 ti 2tí 2tc X{x,y, z) = Ji J J j J J X (a > í3 • Y) * 00 eos u (#— a) eos e(/y — (3) eos w {z — y) dudu d p dv dy dw 2 Ti 2 Ti 2 Ti multiplicando la segunda por y/ — 1, sumando, y observando que las integrales están tomadas entre los mismos límites y 201 se refieren á las mismas variables, razón por la cual pueden ponerse afectando á la suma, obtendremos ~j— 00 j Jff 00 |¿(a, ¡3, y) + x(^> ?/> z)v/ — 1 | eos u(x — a) eos v(y — ¡3) , \ da. du d$dv dy dw eos w(z — y) — . — . — ¿ 2 TU 2 TU 2 TU ó bien sustituyendo á 'l' + X V — 1 su equivalente 9 , se verifica // + O© c p (a) COS ü (X — a) dll . da. 00 Veamos á qué será igual la integral — G© hff (a) sen u {x — a) du. da. — oo Es evidente que para cada valor de a, — por ejemplo a — los elementos de la integral serán dos á dos iguales y de signo contrario; á saber, los correspondientes á + w y — u o (a)sen u{x — a )du. da ; y (a) sen — u{x — a) du. da= — o (af) sen u (x — a )du. da. luego la integral será idénticamente nula. No hay, pues, in- 206 conveniente en multiplicarla por v^-1 y sumarla con la primera, y resultará : + 30 ~ J J tf(a) j"cos«(a; — QC -f y/ — 1 sen u (x — a)J du.dk ó recordando la fórmula . ^-\ eos z-\- sen z\/ — 1 —e (*) 'rff - + 3C (a) e u{x~a)\/ — í du . da. (22) 50- Núrn. 34. Generalización de la nueva forma. Si la fun- ción es de dos variables, cp(a?, y), aplicando sucesivamente la fórmula (21) á cada variable resultará =// 50 u(x — a) y/ ■ -1 o (a ?y) . da. Z 71 ®(2/ — P)v/ — 1 ?(a> =////// + w(s — y)] \/- ¡ ?(“. P> y) du.d a 2 u " í/ü 2 'tu “ rfwrfy_ .^2 2ic v“ ' En esta fórmula x, y, z, a, [3, y, w, v , «o sora cantidades reales, pero la función y puede contener cons- tantes imaginarias . iVwm. 35. Para completar este punto debemos hacer una observación análoga á las de los números anteriores. Supongamos que x , y, z representan las tres cordenadas de un punto cualquiera M del espacio, y sea y (x, y , z) una cantidad ó magnitud que se refiera á dicho punto: por ejemplo su densidad, ó su temperatura , ó su presión en una dirección dada, ó si este punto está materializado por una molécula, la 208 distancia á que en cierto instante se halla de su posición de equilibrio, ó la velocidad con que oscila, etc.; si suponemos que para todos los puntos del espacio situados dentro de una superficie S la cantidad y tiene ciertos valores, y para los puntos exteriores es nula dicha cantidad (#) t) {x — a)n + n«. t) ( X — (l) “ — 1 r (fl. t) 1.2 (x— a)n— 1 /■“— 1 (o, i) 1.2.3 (n— 1) (® — o) Diferenciando por relación á t y representando por D la derivada, resultará D\F{xt t) — Pifia, t) (¿x—aY Dtf'(a,t) , (x — a)®-'1 Ptfn~l(a, t) 1.2.3. (w — 1) AA {a , t). De este desarrollo se deduce que el residuo de Di F(x , t) es 220 l) 1.2.3 (n — í) ’ por lo tanto ¿Fix, t) — /- — * (a, /) . 1.2 «— 1 ’ ¿ Dt F (x , 0= A ■/■—'(o. 0 1.2 (n — 1) luego £ Z>, F(a? , 0 = A í’í® , O- De aquí resulta que los signos ¿ y D se pueden invertir. integración de un sistema de ecuaciones diferenciales lineales con una sola variable independiente. Núm . 42. Primer ejemplo. Tomemos como primer ejem- plo dos ecuaciones simultáneas de primer orden D( i — L%-\- R't\ > Drt=Rl + Mrr, j en las que los coeficientes L, R, M son constantes, son funciones de /, y esta la variable independiente. 221 Las ecuaciones precedentes pueden escribirse simbólica- mente en la forma (. Dt—L)í — Rr\—o ,) (!') y se trata de determinar 5 y vi en función de t, de modo que: l.° satisfagan á las ecuaciones (1) 0(1'); y 2.° que pa»*a t—o adquiera los valores £ — a , 'O — P- El método explicado en el Cálculo elemental conduce des- de luego á los siguientes desarrollos. Valores particulares i y r¡ = Aesí ti= Best siendo A, B y 5 tres constantes indeterminadas. De estas espresiones se deduce, Dw—Bse*1-, y sustituyendo en (1) ó (lr) por l, y sus derivadas estos valores, obtendremos las ecuaciones de condición (s — L) A — RB = o j {s—M)B—RA=oj (3) 222 ó bien 5 — L R ~T~- s—M i B_ s — L _ R_ A R s — M / (3') La primera de las (3f) es una ecuación de segundo grado en s ó bien (, s ~ L)(s — M) — R* = o s2 — L — M s -f- LM | R'~ ) (*) de la cual se deducen eslos dos valores s=i + " w' 2 V 4 -i- R 2 • que espresados separadamente son ¡¡=¿±!L +v/ií=ÜOL + fi., (5) 5,= (L—MY -v - £2, 223 y para cada uno de ellos podremos dar valores arbitrarios á la constante A por ejemplo, pero la B estará dada por la fórmula (3r) B 1== A ; B ^ Dedúcense de aquí dos sistemas de valores por 5 y r,: Primer sistema: 7) — Sit Ae Segundo sistema : Por último, dando á la constante A dos valores arbitra- rios A, y A2 y sumando los resultados, tendremos las inte- grales generales del sistema (1) Si t s%t l — A,e +A2e R Si — M f\= Si t AiC -}- 224 Solo resta determinar At y A2, de manera que para t~o , i y o tomen los valores a y p: tendremos pues las ecuacio- ‘ nes de condición d = At + A R R Si — M ' de las que se deduce a R—pfc— M) •4i= — w^r~{ [S,-M) Á,=-rj-R '17^- (í2 j y como según las ecuaciones (5) resulta: (Si — — <*.(sí — M) + $R Si — s2 i a.(s2--M) + $_R S2 Si de suerte que las integrales que cumplen con todas las con diciones del problema serán 22!» a(i5, — J/) + pfl *lt [ a(ft — M)+IR eSlt\ S'~S ’ ‘ ’ *"'* 6 j ií a(S|— J/) + £tf t¡= e Si—M Sy—S2 / R «(í, — Ü/)H-P^ eSít ~~~~ M Si — S\ j Por último, el valor de yi puede aún trasformarse obser- vando que y „ {Sí — L){Sí — M) — R\ {Si-L)(Si-M)=R\ puesto que s¡ y s2 son raíces de la ecuación (4); y tendremos <*(*• — M) + ñR S'1 , a(s2— M) + $R Slt\ * — e — e i Si — Si Si — Si i > (6) all+pf*,— L) S'1 , afl + p(*,— L) Sit \ ?)— — — — —e + e ] Si — -Si Si — Si Núm. 43. Interpretación de las ecuaciones (6). Desdo luego se ve que el valor de l es el residuo total con relación á s de la espresion «(*— ¿Q + pfl sl {s — Si){s—Si) TOMO XIX. 15 m En efecto, tendremos que hallar primero el residuo con relación á la raiz st del denominador, y para ello, dando al valor precedente la forma ol(s — M) + p R st S ¿'2 Si — Si y desarrollando el numerador por la fórmula de Taylor, halla- remos | Ms— M)+pR\' s—s, s, s2 / \ s *2 ls=s, 1 S — Si de donde resulta que *(s,—M) + $R Slt Si — s2 será el residuo parcial con relación á la raiz. Del mismo modo el residuo con relación á s2 será Si — Si y por lo tanto el residuo total será y a.{s — M) + ^R est= a (s, — M) + $R fSlS (s~Si)(s — Si) Si — Si 227 a(S! — ,W) + pJl S*< “T e * S2~~~ S, Dedúcese de esto, que el valor de ? puede espresarse abreviadamente por la notación P_ r g(*-JQ + M /' . (*—&)($ — Sj) y del mismo modo (7) O p(í — i) + afi 7l= 6— r rr-5 — e . (s — Si) (s — S2) Todavía es posible dar forma más sensible á estos valores. En primer lugar observaremos que {s—sl)(s — s2) no es otra cosa que el primer miembro de la ecuación (i), es decir, (s — L) (s — M) — R* , espresion que para simplificar representaremos por S. En cuanto á los numeradores, observando que las ecua- ciones (3) pueden sustituirse por estas otras (s—L)A — RB~clS, (s — M)B — -RA—$S, (8) m toda vez que S es nula para los dos valores de s , tendremos, despejando A y i?, A-=*(s— M) + pfl, B~$(s — L) + de suerte que «=£ A_ 5 5 St (9) iVwm. 44. Puede demostrarse directamente que las expre- siones (7) ó (9) satisfacen á las ecuaciones diferenciales da- das, — Rr¡—o, D%/\ — R\ — Mi\=o. • 1 En efecto, diferenciando los valores (9) con relación á /, y recordando (Núm. 41) que la derivada de un residuo es el residuo de la derivada, tendremos Dd = ¿ As st DX1\= ^ Bs_ S st y sustituyendo en las ecuaciones diferenciales los valores (9) y on P As st o e st st e = o ; e 229 st Pero el residuo de una suma de funciones que tengan el mismo denominador es igual á la suma de los residuos; y por otra parte, las constantes pueden pasar dentro del signo £ 5 luego las dos ecuaciones precedentes pueden escribirse así p A(s — L) — BR st ¿ « ¿ B(s — M) — AR S st e = o , ó bien a Se sl o, ó por último p $Se st =° st st ¿/ ae —o\ ¿/pe — o Pero estas espresiones son evidentemente nulas, puesto que los residuos parciales con relación á sl y s2 lo son. Y en efecto, el término del desarrollo de 230 st v. (s — Si) e S — Si que tiene s—Si por denominador es Sit {Sj — Sj) e S — Si término que es nulo, como también SoJ Q2 — s2) g S — Si Dedúcese de aquí, que los valores (9) satisfacen á las ecua- ciones diferenciales. Además, si en los valores (7) hacemos t—o resultará ^ a {s — M) + , y P (s — - L) -j- a /2 o (s Si)(s — s») 0 (s Si) (s S2) Pero el numerador es de primer grado y el denominador de segundo, luego el residuo total es el coeficiente de s, es decir £0 — a y 7ío=p. En resúmen, las espresiones (9) cumplen con las dos con- diciones generales que hemos indicado en el número 42, á saber, satisfacer á las ecuaciones diferenciales y para t=o lomar los valores a y ¡3. 231 Núm. 45. Segundo ejemplo . Sean tres ecuaciones dife- renciales lineales de primer orden, con tres funciones ? y una variable independiente t : D[‘r\'=:R^¡-\- M'f\ -\-PC,, (1) A?=OE+/>ti + ^. ó bien bajo forma simbólica (A - Z/)£ — - Rv¡ — QK~o , [Di — M)r¡ — — Rí — o , (1') (2>t— iV)C — 05 — />vi=o. L , M, N , P , Q , R son constantes, y se trata de determinar r¡ y £ en lun - cion de t, de modo: primero, que satisfagan á las ecuaciones diferenciales (1) ó (I'); segundo , que para / = o se reduz- can á 5= « ; *o— P ; y. Pudiéramos, como en el ejemplo anterior, seguir un méto- mo directo é interpretar con arreglo á la teoría de los resi - duos la fórmula final, pero es mas sencillo acudir al segundo método. Sustituyendo los valores particulares de st ; -r\ — Best ; £== Ccst 232 en las ecuaciones (1) ó (lr); tendremos las ecuaciones de con- dición (s — L)A~RB — QC=o,\ (s — M)B — PC — RA=o , [ (2) (s-N)C-QA-PB^o J (Se conlimará.) CIENCIAS FÍSICAS. QUIMICA ORGANICA. Sobre una manera de preparar el ácido triclor acético. —Nota de Mr. A. Clermont. (Comptes rendus, 10 julio 1871.) La teoría de los tipos de Mr. D urnas se refiere al descu- brimiento del ácido tricloracético, y también sobre este cuer- po es sobre el que Mr. Melsens ha demostrado primeramente el fenómeno de sustitución inversa: concíbese pues que dicho ácido ofrece un interés teórico muy particular, y que los quí- micos hayan tratado de obtenerle en considerable cantidad, con objeto de estudiar cuidadosamente sus principales pro- piedades. Recordaremos en pocas palabras los métodos de preparación que en la actualidad se conocen. La acción del cloro sobre el ácido acético cristalizable, bajo la influencia de los rayos solares en frascos tapados, produce solo pequeñas cantidades de él (1). La acción del ácido nítrico concentrado sobre el doral, da origen al ácido tricloracético (2). Pero la necesidad de (1) Dumas , Anales de química y física, tomo LXIII, p. 77. (2) Kolbe, Annalen cler Chemie und Pharmacie, 1840, tomo L1V, p. 182. 234 emplear el cloral insoluble, que según el químico aleman se ataca mejor que el cloral soluble, y la de hacer cristalizar al ácido tricloracélico en el vacío, constituyen una operación larga y penosa, que no es compensada por la pureza del pro- ducto, acompañado siempre de cloral que escapa á la acción oxidante del ácido nítrico. Yo obtengo fácilmente el ácido tricloracélico puro y en gran cantidad por el siguiente método. Se pone hidrato de cloral, del que en el dia se fabrica en la industria para el uso terapéutico, en digestión en un matraz con una cantidad triplicada de su peso de ácido nítrico fumante: la mezcla, que se abandona á la acción del sol, da origen á un desprendi- miento continuo de ácido hipoazótico, que cesa al cabo de tres ó cuatro dias: etnonces se introduce el liquido en una retorta con tubo, provista de un termómetro, y se calienta; la tem- peratura se eleva con bastante rapidez, manteniéndose á 1,23 grados mientras que destila el ácido nítrico con 4 equiva- lentes de agua; en seguida creee gradualmente y entre 123 y 195° pasa una mezcla que es poco abundante, y contiene las últimas porciones de ácido nítrico, el cual ha arrastrado con- sigo un poco de ácido tricloracético; desde entonces el punto de ebullición de este último se fija á 195° y la destilación continúa con regularidad mientras quede ácido en la retorta. El producto recojido en un globo de vidrio, es un líquido in- coloro y trasparente, que cristaliza á 44°, 8 cuando la masa, se enfria lentamente, y exige una temperatura de 52°, 3 para volver á pasar á estado líquido. He logrado obtener en una operación 300 gramos de ácido tricloracético con 480 de hi- drato de cloral. Los experimentos se han hecho en el laboratorio de Mr. H. Sainte-Claire Deville, en la Escuela Normal Superior. En la actualidad estoy estudiando las propiedades de este ácido, y las principales combinaciones que forma con los óxi- dos metálicos. m HIGIENE PÚBLICA. De las modificaciones que experimenta la leche de mujer á con- secuencia de una alimentación insuficiente. — Observaciones recogidas durante el sitio de París, por D. Decaisne. (Comptes renclus, 10 julio 1871.) Se han hecho en ia ciencia algunos experimentos para de- mostrar la influencia de una alimentación insuficiente sobre la composición de la leche, pero ia mayor parte de ellos se han realizado con leche de animales. Durante el sitio de Pa- rís he tenido ocasión de hacerlos sobre leche de mujer, lo- grando, á fines de noviembre de 1870, reunir 48 mujeres que tenían cria y estaban mal alimentadas, y he recogido muchas observaciones, cuyos principales resultados me propongo pre- sentar á la Academia. Los escelentes experimentos de MM. Damas, Payen y Boussingaub, han demostrado que una vaca de peso deter- minado solo necesita para su alimentación cierto equivalente de alimentos, y que el exceso de ellos que se la dé, sirve para producir la leche, que se halla en proporción del mismo ex- ceso alimenticio. Pero si se da á la vaca el peso de alimentos estrictamente necesario, se ve muy pronto que produce le- che, pero en detrimento de su propia sustancia, y cuanto más abundante sea la secreción de la leche, tanto más se irá debi- litando el animal. Otro tanto sucede respecto á 1a mujer. Las 43 mujeres que he observado para este objeto, pue- den clasificarse en tres categorías : 1.a Doce de ellas, de edad 21 á 28 años, tenían leche muy abundante, y en general de bastante buena calidad: el niño se aprovechaba bien de ella, pero á expensas de la madre, que cada dia se iba debilitando más. 236 2. a Quince de ellas, de 18 á 33 años, tenían poca leche y pobre en sustancia, según demostró la análisis; sus hijos se debilitaban cada vez más, y generalmente eran atacados de enteritis. 3. a Diez y seis, de 25 á 32 años, casi no tenían leche, y más de las 3A partes de sus hijos se morian literalmente de hambre. Todas estas mujeres se hallaban en la mayor miseria, y sometidas en un período más ó ménos largo á una alimenta- ción insuficiente. Después daré más por extenso la historia de mis 43 observaciones, que creo deber comprobar en este momento repitiendo algunas análisis. Me limitaré por hoy á exponer tres observaciones, de las que puedo responder que darán á conocer la influencia que ejerce una alimentación insuficiente sobre el aumento de la albúmina en la leche, lo cual coincide con la disminución de la caseina. Primera observación. Josefina D 22 años; tenia dos hijos, y criaba al más pequeño hacia 5 meses. Esta mujer, á quien vi por primera vez en 2 de diciembre de 1876, era alta, bien conformada, algo pálida. Me refirió que desde principios del sitio se había visto expuesta á grandes privaciones, y que continuamente había tenido vahídos y desfallecimiento de es- tómago; sin embargo, no observó que la leche disminuyera, y la creyó de buena calidad, puesto que su hijo no sufrió nada desde el principio del sitio. Efectivamente, el niño esta- ba robusto, y parecía tener buena salud. La leche recojida el 3 de diciembre, analizada según el procedimiento de Doyere, dió los resultados siguientes: de 100 partes, manteca 3,10, caseina 0,24, albúmina 2,20, azúcar 6,25, sales 0,20. Esta mujer me dijo que hacia tres semanas que por todo alimento tomaba 300 gramos de pan, dos ó tres patatas, cerca de 50 gramos de garbanzos ó de judías secas al día, y el va- lor de 1 litro de vino cada cuatro dias. Por espacio de cinco dias la alimenté del siguiente modo: á las 8 de la mañana una taza de chocolate con leche, con cerca de 50 gramos de buen pan; á medio dia una sardina y 30 gramos de manteca salada, 200 gramos de carne de caba- 237 lio, 50 de jamón ahumado, algo de dulce de grosella, 206 gramos de pan, media botella de vino bueno de Burdeos y una taza de café negro; á las siete una sopa de arroz con ace- deras, 30 gramos de atún, 150 gramos de carne de vaca con- servada, 100 gramos de ave adobada, 50 gramos de con- serva de albaricoques, media botella de vino y 200 gramos de pan. Este régimen se siguió exactamente desde el 4 de diciem- bre por la mañana hasta el 9, y la leche recojida presentó al análisis los números siguientes: manteca 4,16, caseína 1,05, albúmina 1,15, azúcar 7,12, sales 0,30. Por espacio de dos meses he podido ir dando alimentos á dicha mujer, que ha recobrado todas las señales de buena salud, criándose tam- bién su hijo perfectamente. Segunda observación. Hortensia G de 21 años ; solo había tenido un hijo, que estaba criando hacia 6 meses. Casi estaba en las mismas condiciones qua la anterior; pálida y enflaquecida, afectada también por pesares domésticos que se agregaban á los sufrimientos generales. Su hijo presentaba casi todos los caractéres de la diarrea coleriforme. Cuando la visité por primera vez, en 11 de diciembre de 1870, no comía hacia 15 dias más que 200 gramos de pan, un potage de judías ó arroz sazonado con grasa, y 100 gramos de carne de caballo cada tres dias: bebía agua, y vivía en una habitación húmeda. Su leche, que era muy poco abundante, estaba muy clara, y su hijo se debilitaba de dia en dia. Analizada esta leche, recojida el 12 de diciembre, dió las siguientes cifras: manteca 2,90, caseína 0,18, albúmina 1,95, azúcar 6,05, sales 0,16. El 12 de diciembre sometí á dicha mujer al régimen que he descrito en la observación anterior, pero me vi obligado á interrumpirla al dia siguiente, á causa de una indigestión pro- ducida indudablemente por la debilidad de su estómago, re- fractario á una alimentación sustancial después de las crue- les privaciones que había experimentado. El 15 de diciembre, después de varios ensayos y tanteos, llegué á procurar la ali- mentación reparadora, que soportó muy bien hasta el 19 de diciembre inclusive. El 20, cuando analicé la leche, dió el re- 238 sul lado siguiente: manteca 3,12, caseína 1,15, albúmina 0,9o, azúcar 7,05, sales 0,25. Merced á la inagotable y heroica caridad de una mujer que, durante el sitio de París, socorrió muchas miserias, pude lograr para Hortensia G un régimen reconstituyente que la salvó la vida, como también á su hijo. Tercera observación. Luisa D..... de 29 años, hacia diez meses que criaba á su primer hijo. Esta mujer era costurera, sin trabajo, y hacia tres meses que la había abandonado su marido. Su constitución era pobre, y se veia atacada de gas- tralgia y una anemia profunda, y su hijo hacia un mes que es- taba atacado de gastralgia, y tenia un aspecto caquéctico. Vi- vía en una habitación sin fuego, en un patio infecto y húmedo, y solo tomaba por alimento hacia un mes 250 gramos de pan, algo de arroz, guisantes machacados, 100 gramos de carne de caballo cada dos dias, un potage de lentejas sazonadas con grasa, y 2 litros de vino por semana. Vi á esta mujer el 21 de diciembre. La leche recojida el mismo dia daba 2,95 de manteca, 0,31 de caseína, 2,35 de albúmina, 5,90 de azúcar y 0,25 de sales. Luisa D tenia como su hijo algo de diarrea y náuseas; así es que antes de empezar el experimento, la prescribí un régimen de algunos dias. El 20 de diciembre se había re- puesto enteramente, y la continué dando la alimentación re- paradora hasta el 30 inclusive. Analizando entonces nueva- mente la leche dio, manteca 4,10, caseína 1,90, albúmina 1,75, azúcar 5,95, sales 0,31. El niño murió el 2 de enero, atacado por la diarrea colé- riforme que había tomado carácter fulminante. Me limito por ahora á la exposición de estos tres hechos, que me parecen propios para demostrar la influencia de la alimentación suficiente sobre las proporciones de la albúmina en la leche. Conducen por otra parte á las siguientes conclu- siones generales, que confieso que quizá no son todas de gran novedad. ].° Los efectos de la alimentación insuficiente sobre la composición de la leche de mujer, tienen la mayor analogía con los que se observan en los animales. m 2. ° Estos efectos varían segun la constitución, la edad, las condiciones higiénicas, etc. 3. ° La alimentación insuficiente produce siempre, en pro- porciones que varían, una disminución en la cifra de la man- teca, de la caseína, del azúcar y de las sales, mientras que aumenta generalmente el de la albúmina. 4. ° En las tres cuartas partes de casos ó ménos, segun mis experimentos, la proporción de la albúmina en la ali- mentación insuficiente, se halla en razón inversa de la ca- seína. 5. ° Las modificaciones producidas en la composición de la leche por una alimentación reparadora, se manifiestan siempre de un modo considerable al cabo de 4 ó 5 dias. CIENCIAS NATURALES FISICA FISIOLOGICA. Breve resumen de las investigaciones que desde 1847 se han se- guido acerca de los gérmenes orgánicos invisibles á la simple vista y suspendidos en la atmósfera; por Mr. Ehrenberg. (Comptes rendus mensuels de l'Ácadémie des Sciences de Ber- lín.—-Janvier, 1871.) 1. Desde 1847 no he perdido ocasión de estudiar, por me- dio de la análisis microscópica, los fenómenos meteorológicos llamados Passatstaub ( lluvia de sangre ), y otros análogos. 2. Hasta 1847 se habian observado 840 fenómenos del género de los que tratamos, y desde entonces se han estudia- do otros 186, lo cual hace subir el total de las observaciones á 526. Escusado es decir que no todos tienen el mismo valor. En este número hay 200 que recaen sobre simples meteoros de polvo rojo ( r othe Staubmeteore). He analizado la sustancia de 27 ejemplares de estos polvos, y desde entonces he estu- diado otros 42; pero todos ellos se hallan destruidos en la actualidad. 8. Arago, hasta su muerte, acaecida en 1853, continuó atribuyendo á fenómenos cósmicos la aparición de las nieblas de polvo rojo y arena fina, y se fundaba en los trabajos im- portantes de Chladni sobre este asunto. Pero desde 1849 con- m vencieron á A. de Humboldt mis análisis acerca de los refe- ridos polvos, y no admitiendo ya su origen cósmico, y renun- ciando á dicha teoría, expuso como causa de dichos meteoros las corrientes de aire ascendentes, que arrastran consigo par- tículas terrestres. Según esta idea, convino conmigo en dar á estos fenómenos el nombre de Passalstaub. 4. Las 42 análisis que tengo hechas con ejemplares de las nieblas de polvos que se han llamado lluvia de sangre y nieve roja, la mayor parte caidas recientemente, dan en los cuadros de análisis la indicación de 300 formas orgánicas dis- tintas, aunque más ó ménos parecidas á las formas de natu- raleza ya conocida. 5. El conjunto de los cuadros de mis análisis, demuestra que la totalidad de estas formas orgánicas se halla, no sola- mente en los 42 ejemplares nuevos, sino también en los 27 que he estudiado anteriormente, y que se publicaron en 1847 con sus caracléres esenciales. En su mayor parte se hallan compuestos de Bacillarios , Phytolitharios y tierra de ladrillo, todo mezclado con otras sustancias orgánicas calizas y carbo- níferas. 6. Las 42 análisis más recientes de los Passatstaub rojos de diferentes especies, demuestran, como las 27 anteriores de 1847, que la mezcla de que dichos polvos se componen es siempre la misma, no sólo como sustancias químicas consti- tuyentes, sino también bajo el punto de vista de la analogía de las especies y de su forma; cuya analogía es tan chocante, que no puede dejar de verse en ella la prueba cierta de una comunidad de origen. 7. En cada caso se comprueba esta armonía en dos ele- mentos importantes, en que constantemente aparece la seme- janza. Por una parte se demuestra que siempre las mismas formas de séres organizados, comprendiendo entre ellos los Polygaster, provistos de partes externas blandas, pertenecen á las especies de agua dulce, y que muchos Phytolitharios y Espongolitos participan de esta condición de vida. Por otra parte se observa que algunos centenares de especies, constan- temente las mismas, le llevan consigo en el número de sus representantes. 16 TOMO XIX. uz 8. El hecho que particularmente hay que indicar es que ciertas especies de Bacillarios, muy abundantes en la super- ficie del suelo en todas parles, no se encuentran nunca ó casi nunca en el Passatstaub , mientras que, por el contrario, se descubren en el mismo especies muy raras en la capa supe- rior de cualquier suelo. 9. Es necesario observar también, que no es la masa to- tal la que se halla compuesta de elementos orgánicos, sino que según todas las recientes análisis, estos no se encuentran más que en la proporción de l/l2 á y8 con relación al volú- men del polvo fino de la tierra de ladrillo, en el cual se ha- llan á veces granos de arena con facetas. 10. Es evidente que los desiertos áridos y secos del Sa- hara no pueden ser el punto de partida de dichos gérmenes organizados acuáticos, porque las nieblas de arena han apa- recido en todas las estaciones del año en iguales condiciones. 11. En una obra, publicada en 1868, acerca de las tier- ras rojas de Guinea, be demostrado que la capa superior del Sahara no puede en manera alguna ser propia para la forma- ción de dicho polvo rojo, como tampoco el continente africa- no, según se conoce en la época actual. 12. Los navegantes han podido comprobar, cerca del Cabo Verde, la existencia y gran extensión de dichas nieblas de polvo rojo. En 1863 hicieron una observación importante los buques que había en el puerto al pie del pico de Tenerife. Por una feliz casualidad, pudo reconocerse simultáneamente la presencia del fenómeno al nivel del mar y en la cima del pico, donde ciertamente no podía comprobarse más que por el color de la nieve: el grueso de la nube roja llegaba á ser lo ménos de 11.400 pies. La masa de nieve roja que cayó en los Alpes elevados de Suiza, se calculó últimamente en 30.000 quintales por dia; y en 350 quintales por milla cua- drada inglesa la que cayó el 29 de marzo de 1869, simultá- neamente en los Dardanelos y en Sicilia. La distancia enorme que separa las islas del archipiélago de la Sicilia, donde se demostró el fenómeno en el mismo dia, excede en mucho á lo que hasta ahora se habia presumido respecto á su exten- sión; y es de notar que las observaciones hechas en otras m localidades, han dado cifras análogas sobre la densidad de la niebla. 13. Las análisis que últimamente se han hecho acerca de la nieve roja qne cayó en los Dardanelos, pueden explicar las narraciones de Homero sobre las lluvias de sangre de Troya, Grecia y Constantinopla. La análisis del polvo caído en Ispa- ham revelará quizá lo que es la tierra extraña que, según Ab- deilatif, fertiliza los desiertos del Irán y del Afganistán. Las considerables masas de polvo rojo del desierto desde Belud- chistan hasta Kaschgar, podrán ser analizadas luego que las reconozcan viajeros aficionados á la ciencia. 14. Las investigaciones hechas en los años 1848 y 1849 durante la terrible epidemia del cólera en Berlín, nos han per- mitido adelantar nuestros conocimientos acerca de este asun- to, comparando simultáneamente los polvos que se hallan generalmente en suspensión en el aire, tanto en Alemania, como en Egipto y en Venezuela. Se ha visto que este polvo volante, al depositarse sobre los troncos elevados de los árbo- los, desarrollaba en ellos una verdadera fauna, trasladada á las espesas capas de musgo y otros parásitos que igualmente pueden observarse sobre los cedros del Líbano. 15. En 1863 vimos cubierto el pico de Tenerife por una nube en forma de niebla roja, que se elevaba á la altura de más de 11.400 pies; y un fenómeno análogo se observó en 1838 en las neveras de los Alpes y del Himalaya, á la altura de 20.000 pies. La atmósfera, cargada de gérmenes invisibles, los dejaba caer á dicha elevación, de tal suerte que el suelo aparecía cubierto de ellos. 16. Los más competentes sábios han creído poder atri- buir á un mismo origen las nieblas Passatstaub, y otros di» ferenles meteoros, como por ejemplo las estrellas fugaces; y en efecto, la historia registra un gran número de casos en que á las lluvias de sangre han acompañado meteoros ígneos y caída de aerolitos, por lo cual es importante saber si esta coincidencia es puramente casual, ó realmente hay una causa común para ello. Los meteoros, los aerolitos, ¿se forman en la zona del Passatstaub , ó más bien son producidos en otras zo- nas más elevadas? En estos últimos tiempos no ha podido ob- 244 servarse ningún caso de este género que haya sido sometido á la análisis científica, y hasta ahora nos hallamos reducidos á los dos únicos casos comprobados, uno en 1813, en que hu- bo un espantoso huracán acompañado de lluvia de sangre y de piedras, y otro en 1421, acaecido en Lucerna, donde caye- ron, según se dice, Drachensteine (piedras de dragón), acompa- ñadas de meteoros ígneos de color de sangre. Hubiera podido analizar la composición de las piedras rojas recogidas en 1813, en el primer caso citado, si desgraciadamente no se hubiera perdido el único ejemplar que existia, perteneciente al embajador Mr. Pourtales. Respecto al meteoro de Lucerna, no se ha conservado nada de la masa roja parecida á sangre, aunque en 1849 he visto y estudiado un aerolito de esta épo- ca, perteneciente á la familia Mayer-Schanensee, de la misma ciudad. 17. Si los casos citados anteriormente no nos permiten formular un juicio decisivo respecto del origen cósmico de los meteoros en forma de polvo volante, no dejan, sin em- bargo, de ser de gran interés, y de llamar la atención muy especialmente acerca del trabajo que el profesor Gall acaba de publicar, pues en efecto, ha reunido en él, en forma de exposición histórica, el conjunto de apariciones de estrellas fugaces que ha observado; añadiendo una larga lista de me- teoros que parecen de origen cósmico, pero que contienen una gran cantidad de elementos carboníferos. Observaremos nue- vamente, que la presencia de estos elementos del carbón en meteoros que parecen provenir de una causa cósmica, exige estudios cada vez más sérios, y un método de análisis lo más exacto posible, según antes hemos recomendado. 18. Prescindiendo del aspecto puramente especulativo del libro de Arago, á pesar de su afirmación sobre el origen cósmico de las nieblas de polvo y de lo que á este punto se refiere, vemos más distintamente aparecer la conexión íntima que existe entre los Passatstauben y la presencia de los gér- menes vivos en el aire, descubiertos desde 1847. Dichos or- ganismos visibles se han reconocido como séres completos, que pueden conservarse y reproducirse. En estos 30 años úl- timos se ha adelantado mucho en el estudio de este nuevo 245 campo de los fenómenos de la vida, tanto en virtud de los trabajos geológicos de la tierra en general, como por los des- cubrimientos hechos en los montes de Bacillarios en Méjico y California. En la actualidad se conocen cerca de 548 especies de for- mas organizadas, enteramente invisibles á la simple vista, de las que 192 pertenecen á la familia Polygaster. Suspendidas en h atmósfera permanecen en una especie de letargo, del cual les despierta la humedad, y hacen rápidos progresos al desarrollarse. Debemos recordar también las formas organizadas ante- riormente descritas, tales como, por ejemplo, los gérmenes que se encuentran en los tejados y en las torres, en los mus- gos de los árboles, en los troncos elevados, y hasta en la cima de los Alpes. Algunas veces es fácil activar su desarrollo ar- tificialmente. Todos estos hechos reunidos demuestran cada vez más, que la vida en la atmósfera no puede proceder de ningún modo de las generaciones llamadas espontáneas. FISIOLOGIA VEGETAL. Sobre una sustancia azucarada que apareció en las hojas de un tilo, por Mr. Boussingault. (Comptes rendus, 8 enero 1872.) El 21 de julio de 1869, aparecieron en Liebfranenberg cubiertas las hojas de un tilo en la superficie superior por una sustancia viscosa sumamente azucarada. El árbol se ha- llaba atacado de la melaza, especie de maná que con frecuen- cia se observa, no solamente en el tilo sino también en el álamo negro, en el arce, el rosal, y también hemos tenido 246 ocasión de verla en el ciruelo, y aun, como caso muy raro, en una encina joven. El 22 de julio por la mañana era bastante abundante la melaza para caer formando grandes gotas en el suelo, y cons- tituyendo por lo tanto una verdadera lluvia de maná. A las tres no fluía ya la sustancia azucarada de las hojas expuestas á la acción del sol, y había adquirido bastante consistencia para poder tocarla sin que se adhiriese á los dedos; formaba por lo tanto una especie de barniz trasparente y flexible, ad- quiriendo inmediatamente á la sombra su aspecto glutinoso. El 23 de julio, á las siete de la tarde se lavaron y seca- ron cuidadosamente varias hojas del extremo de una rama del árbol, para lograr quitarle toda la sustancia azucarada. Al siguiente dia á las seis de la mañana, las hojas lavadas la vís- pera parecía que no tenían melaza; sin embargo, mirándolas con una lente se descubrían en ellas puntos brillantes, debidos á gotitas muy pequeñas. Por la tarde, á las siete, el aspecto de las hojas era lo mismo que por la mañana. El dia había sido muy cálido, y á la sombra la temperatura era de 29l>. El 25 de julio se observaban en las hojas muchas man- chas de melaza, y no las había en los nervios principales. A las tres, la temperatura era de 30°. El 26 de julio, por la noche, hizo desaparecer un fuerte turbión la melaza que la víspera se habia formado. Desde en- tonces fue imposible seguir, como se habia pensado, los pro gresos de la secreción sobre las hojas lavadas el 22. Un en- jambre de abejas invadió el tilo. El 27 de julio habia desaparecido la totalidad de la mela- za á consecuencia de la lluvia que sobrevino en la tarde del 26. La temperatura se mantuvo entre 17 y 24°. El 28 por la mañana tenían las hojas muchas manchas de melaza, que habian aparecido por la noche, y al siguiente dia habían aumentado hasta el punto de ocupar el tercio de su superficie. A las dos, la temperatura era de 29°. El 30 de julio era muy abundante la melaza, y el tilo que dó cubierto de ella, hasta que sobrevinieron las lluvias esta- cionales de principios de setiembre. En ambas épocas, 22 de julio y l.° de agosto, se recogió 247 la melaza lavando las hojas. Tratadas las disoluciones con el subacetato de plomo para eliminar la albúmina y el mucí- lago, etc., produjeron un jarabe, en el cual se formaron cris- tales de azúcar. La melaza examinada contenia azúcar, análogo al azúcar de caña y al azúcar reductor. Por la acción del fermento de cerveza, ambos azúcares desaparecieron completamente. No obstante, en el líquido fermentado quedaba una sustancia do- tada de un grandísimo poder rotatorio hacia la derecha, que lera dextrina, indicada ya por Mr. Berthelot en los manas de Sinai y del Kurdistan, y después por Mr. Buignet en un maná en lágrimas. No he hallado manita en la melaza del tilo (1). Las observaciones ópticas han demostrado que el azúcar reductor valuado en el maná del tilo no es glucosa, cuyo po- der rotatorio sea — 56°, sino azúcar invertido, ó azúcar de frutos, cuyo poder rotatorio es de — 26°. Limitándose á considerar las sustancias que obran sobre la luz polarizada, resultará respecto de la melaza: Recojida Recojida el 22 de ju- el l.° de lio. agosto. Azúcar de caña. . . . . ..... 48,86 55,44 — invertido ..... 28,59 24,75 Dextrina. ....... ..... 22,55 19,81 100,00 100,00 Se ve que las proporciones entre las sustancias valuadas no han sido las mismas en melazas recojidas con algunos dias ! (1) He buscado la manita con tanto mayor cuidado, cuanto que un hábil observador, Mr. Langlois, la ha hallado sobre una sus- tancia azucarada recojida en las hojas de un tilo. La manita es por otra parte tan fácil de reconocer, que no tengo duda alguna acerca de su presencia en el producto estudiado por Mr. Lan- glois. 248 de intervalo. Indudablemente no podía esperarse que se llega- ra á hallar exactamente la misma composición; pero lo que es digno de notarse, es la analogía de constitución entre la mela- za del tilo y el maná del monte Sinai , analizado por Mr. Ber- thelot : en la melaza recojida el 1.° de agosto, hay identidad de composición: Maná del Sinai. Azúcar de caña 55 — invertido 25 Dextrina..., «... 20 100 Es de bastante interés haber hallado en los Yosgos el maná del monte Sinai. Tratando, por medio de la análisis, de comparar la canti- dad de melaza extendida en la superficie de las hojas enfer- mas del tilo, y la cantidad de sustancias azucaradas halladas en las hojas sanas, se llega á este resultado: Azúcar de caña. Azúcar invertido. Dextrina. Gr. En un metro cuadrado de hojas sanas En la melaza recojida en un metro cuadrado de 3,57 0,86 0,00 4,43 hojas 13,92 7,23 5,62 26,77 Diferencias. . 10,35 6,37 5,62 22,34 m La acumulación del maná exudado por las hojas enfermas es por consiguiente considerable, y ademas se demuestra en esta exudación una sustancia, la dextrina, que no existe en las hojas sanas. Según las medidas tomadas en un árbol de la misma edad y el mismo porte, las hojas del tilo enfermo pueden llegar á tener una superficie de 240 metros cuadrados, ó sea 120, puesto que la manita no cubre más que una parte del limbo. De aquí resultaría sin duda, que el 22 de julio de 1869 tuvie- ra el tilo de 2 á 3 kilogramos de melaza, al parecer seca. En las condiciones normales de la vegetación, los azúca- res elaborados por las hojas bajo la influencia de la luz y el calor, penetran en el organismo de la planta con la sávia des- cendente. En el estado anormal en que se produce la melaza, las sustancias azucaradas se acumulan en la superficie supe- rior de las hojas, bien porque se producen en grandes canti- dades, bien porque el movimiento de la sávia se interrumpe ó se apresura por la viscosidad que resulta de la aparición de la dextrina. La melaza no es debida únicamente á las influencias me- teorológicas ó á veranos calientes y secos; indudablemente el tilo de Liebfrauenberg la ha producido en periodos de calores muy fuertes, acompañados de grandes sequías; pero es pre- ciso no perder de vista que un solo árbol fué atacado de la enfermedad, y que á poca distancia de él se hallaban tilos per- fectamente sanos. Se ha dicho que los pulgones, después de haber recojido la miel del parénquima, la reparten en seguida, volviéndola ape- nas modificada; pero esto contra los resultados de la aná- lisis, señalaría una composición semejante á la del jugo de las hojas. Por último, se concede á ciertos insectos la facultad de producir el maná. Así es que á la picadura de un Coccus sobre las hojas del Tamarix mannif era, atribuyen MM. Ehrenberg y Hemprich la formación del maná que en nuestros dias se halla en las montañas del Sinai. «El maná cae sobre la tierra de las regiones del aire (es decir, de la cima de un árbol, y no del cielo). Los Arabes le 250 llaman man. Los Arabes indígenas y los monjes griegos le recogen para comerle estendido en el pan, como si fuera miel. Lo he visto caer del árbol, lo he recojido, dibujado y Iraido á Berlín con la planta y restos del insecto. El maná destila del Tamari mannifera (Ehrenberg). Lo mismo que un gran número de manás, se produce por la influencia de la picadu- ra de un insecto; es en el caso presente, el Cocus manniparus (H. y Ehr.) (1). El maná recojido en 1869 en Liebfrauenberg, no tendrá por consiguiente el mismo origen que el maná del Sinai, aun- que tuviese la misma composición. Guando apareció en el tilo no se observaban insectos; después se observaron algunos en cierto número de hojas. He dicho por otra parte al principio de esta memoria, que después de haber lavado el extremo de una rama se ven salir poco á poco puntos glutinosos, apenas perceptibles al principio, que aumentaban cada dia, hasta cu- brir por completo la cara superior de la hoja. La extensión lenta y progresiva de la melaza se verificaba evidentemente sin el concurso de los pulgones, que solo llegan después, como las moscas y las abejas, para alimentarse con la se- creción azucarada, ó llevársela. (1) Cila de Mr. Berthelol — Ann. de Chim. et Phys., 3 serie, t. LXVJI, p. 83. PALEONTOLOGIA. Del esqueleto humano hallado en las cavernas del Baoussé - lloussé [Italia) , llamadas grutas de Mentón , el 26 de marzo de 1872. — Nota de Mr. E. Riviere, 'presentada por Mr. de Quatrefagues. (Comptes rendus, 29 abril 1872.) En la caverna del Cavillon, ó cuarta caverna de Baoussé- Roussé (1), se han hecho diferentes exploraciones desde hace muchos años, aunque solo en las capas superiores, y con an- terioridad á las investigaciones que el mes de julio último nos encargó el Sr. Ministro de Instrucción Pública, pero has^ ta ahora no se habían encontrado en ella huesos humanos. Hace más de tres meses que estudiábamos el suelo de esta caverna cavando cada dia á mayor profundidad , y habíamos llegado á 6m,55 bajo el primer nivel, sin haber recojido más que numerosos instrumentos de silex, otros de hueso, con- chas marinas y terrestres, y un gran número de huesos, dien- tes y mandíbulas pertenecientes á diversos animales carnice- ros (entre otros el Ursus spelceus)y paquidermos, rumiantes y roedores, cuando el 26 de marzo último descubrimos los pri- meros huesos de un pié de esqueleto humano, que será el objeto de esta primera nota. El esqueleto, que no pudo desprenderse por completo del suelo sino después de ocho dias de un trabajo sin interrup- ción, estaba echado sobre el lado izquierdo (decúbito lateral izquierdo) en actitud de reposo; comprendiéndose que era el de un hombre á quien había sorprendido la muerte durante el sueño. La cabeza, algo más elevada que el resto del cuerpo y lijeramente inclinada hácia abajo, descansaba en la parte (1) Palabra del dialecto provincial, que significa Rocas rojas. m lateral izquierda del cráneo y de la cara, y el maxilar inferior estaba apoyado sobre las últimas falanges de la mano iz- quierda. El esqueleto se hallaba situado á lo largo de la caverna, á unos 7 metros de distancia de la entrada y cerca de la pa- red lateral derecha. El cráneo estaba cubierto de muchas conchas agujerea- das, referidas al género Nassa ( Nassa neritea ), y de algunos dientes, igualmente perforados por la mano del hombre, sien- do premolares de ciervo. Además, un instrumento de hueso de 0m, 173 de largo, terminado en punta por un lado, y por el otro por una estre- midad ancha y aplastada, se hallaba aplicado sobre el crá- neo, al través de la frente. Detrás del cráneo y contra el oc- cipital había dos puntas de lanza de sílex, rotas ambas por la base, pero casi intactas por su extremo, con bordes acciden- talmenle dentados. La mayor media 0m,095 de longitud, y la otra 0m,083. El cráneo conservaba su forma, á pesar de algunas fractu- ras que le surcaban, y presentaba los caractéres de los dolico - céfalos. El occipital se hallaba sumamente deprimido: los huesos de la cara muy bien conservados; los dientes pare- cían estar completos , aunque muy gastados , señal de una edad avanzada. El maxilar inferior estaba bastante desarro- llado, la apófisis odontoidea era muy poco saliente, y el ángu- lo de la mandíbula muy redondeado. El cráneo habia experi- mentado una lijera desviación de izquierda á derecha y de alto á abajo sobre los huesos de la cara. El ángulo facial, di- fícil de determinar, parecía medir más de 80°. La columna vertebral presentaba una curvatura muy marcada, de concavidad interior, principalmente en la re- gión dorsal, debida á la posición del cuerpo antes de la muerte y á la compresión del tórax. Las vértebras de la re- gión cervical se hallaban bien conservadas; las de la región dorsal estaban marcadas por algunos fragmentos de costillas rotas. Las vértebras lumbares estaban aplastadas y rotas, y el sacro se hallaba entero. El tórax, que ha debido experimentar una compresión 253 considerable por el peso de las tierras que lo cubrían, estaba sumamente quebrantado, y las costillas rotas. Los miembros superiores ofrecían una flexión marcada de los huesos del antebrazo sobre el húmero: el cubito y el radio izquierdo es- taban rotos por su tercio inferior. La curvatura de las cla- vículas era poco marcada, y el ángulo inferior de la escápula derecha se hallaba roto. Los huesos de la pelvis, que son muy quebradizos, ha- bían experimentado también una fuerte compresión, y presen- taban algunas fracturas, especialmente al nivel del pubis. Los miembros inferiores , medio doblados, se hallaban cruzados lijeramente y apoyados uno sobre otro. Los fémures estaban perfectamente conservados, y median desde la cabeza á los cóndilos 0m,464. Las rótulas estaban intactas. Por el contrario, los extremos superiores é inferiores de las tibias, que eran muy voluminosos, estaban rotos, como también el extremo superior del peroné. Debajo de las tuberosidades de la extremidad superior de la tibia izquierda recojimos 41 conchas agujereadas (las pertenecientes á la Nassa neritea halladas bajo la bóveda del cráneo), que parecían haber for- mado parte de una especie de brazalete de la pierna. Los huesos de los piés estaban incompletos. Los objetos que rodeaban al esqueleto ó se hallaban enci- ma de él se reducían á los siguientes: 1. ° Una cincuentena de instrumentos de sílex tallado, aunque no pulimentado, tales como puntas, cuchillos y ras- padores. 2. ° Un fragmento de punzón de hueso, de cortas dimen- siones. 3. ° Un diente incisivo de buey, algunos dientes separa- dos, tres maxilares inferiores rolos, correspondientes á los rumiantes del género Cervus, un diente incisivo del Sus scro- fa, dos pedazos de costilla de buey, así como también otros huesos más ó ménos rotos, quemados ó no, y un astrágalo de ciervo. 4. ° Conchas pertenecientes á los géneros Patella , Pee- tunculus, Cardium , Mytilus y Peden jacobeus:e stas últimas, que contenían todavía vestigios de cenizas y de carbón, se 254 hallaban colocadas cerca del cráneo. En el medio había mu- chas partículas de carbón y algunas piedras calcinadas. Los huesos ofrecian un tinte rojizo, debido á la presencia de una capa muy delgada de sanguina, cuya capa era mucho más gruesa en la superficie del cráneo. Todavía no se ha he- cho su análisis, como tampoco la del polvo metálico de as- pecto gris y brillante que se hallaba en un surco delante de la boca y de las fosas nasales, á 6m, 06 cerca de estas aber- turas, teniendo 0ra,18 de largo, 0m,04 de ancho y 0m,035 de profundidad. La base del cráneo, como también la región posterior del tronco hasta la pelvis, estaba apoyada contra algunas piedras más ó ménos voluminosas, sin tallar, y de formas irregulares. La disposición de estas piedras no indica de modo alguno un derrumbamiento, sino que más bien parecen haber servido de puntos de apoyo al cuerpo durante el sueño. En resúmen, el esqueleto de que se trata no ofrece nin- gún carácter que pueda de modo alguno conducir á suponer que sea el de un mono, y tiene la mayor analogía con los crá- neos humanos hallados en Cro-Magnon (Perigord). En otra nota estudiaremos los animales que componen la fauna en medio de la cual vivió este hombre. VARIEDADES Premio de astronomía, propuesto por la Academia Im- perial de Ciencias de Viena. Durante estos últimos años solo se ha descubierto un número muy limitado de cometas nuevos,- hecho que no corresponde con el gran número de telescopios propios para este gé- nero de descubrimientos de que en el dia puede disponerse. Quizá po- dría explicarse porque la atención se halla ahora fijada en los planetas pequeños. No obstante, los pocos progresos que se han hecho en el co- nocimiento de los cometas que se mueven alrededor del Sol, es un he- cho tanto más sensible cuanto que la relación recientemente demostrada entre los cometas y las estrellas fugaces, nos hace desear más, conocer el gran número de cometas que probablemente existen á millares en nues- tro sistema solar. Si estuviésemos más adelantados que lo que estamos generalmente en esta materia, conoceríamos indudablemente muchos más anillos de meteoros y de cometas coexistentes que los de que ahora se tiene noticia. Recordando estas palabras del difunto H. C. Schumacher: «Es muy natural que los astrónomos encargados de la administración de un ob- servatorio bien organizado, no hayan tenido tiempo de examinar el cielo con tanta escrupulosidad y asiduidad como sería necesario para descu- brir estos cuerpos, difícilmente visibles; mientras que, por el contrario, no podría recomendarse una ocupación más útil á los numerosos aficiona- dos á la astronomía práctica, ménos provistos de medios de observación;» la Academia Imperial de Ciencias de Viena propuso en los tres años su- cesivos (desde el 31 de mayo de 1869 al 31 de mayo de 1872) ocho pre- mios, consistentes en una medalla de oro de valor de 20 ducados de Aus- tria, ó su equivalente en metálico, por el descubrimiento de ocho co- metas. Las condiciones para la adjudicación de los premios son las si- guientes.- 1. ° No se concederán más que por el descubrimiento de dos cometas telescópicos, es decir, visibles únicamente con el telescopio en el mo- mento de descubrirlos, y los cuales no hayan sido vistos antes por ningún otro observador, ni se haya fijado anteriormente con exactitud su apa- rición. 2. ° Deberá inmediatamente comunicarse el descubrimiento á la Aca- demia, bien por el telégrafo si fuese este medio practicable, ó por el correo, sin esperar á más observaciones, pues la Academia toma á su cargo la obligación de informar del descubrimiento inmediatamente á los diferentes observatorios. 3. ° Deberán indicarse al propio tiempo el lugar y la fecha del des- cubrimiento, como también la posición del cometa y su ruta, con la po- sible exactitud, con el primer aviso, el cual se completará después con otras observaciones, si fuera posible efectuarlas. 4. ° En el caso de que el cometa no haya sido visto por otros obser- vadores, no se concederá el premio más que cuando las observaciones del autor del descubrimiento sean suficientes para poder determinar la órbita. 5. ° Los premios se distribuirán en la sesión general que la Academia celebra todos los años á fines de mayo. Si el aviso del descubrimiento llega entre el l.° y el 31 de mayo, no se concederán los premios más que en la sesión general del mes de mayo del siguiente año. 6. ° No se estenderá el concurso para los premios, más que cinco meses después de llegar la primera indicación del descubrimiento á la Acade- mia; pasado este término, no se admitirá ninguna otra. 7. ° En cuanto al cumplimiento de las condiciones anunciadas en los números l.°, 3.° y 4.°, la Academia se informará de ellas por medio de los astrónomos del Observatorio de Viena. N.° 5.“— REVISTA DE CIENCIAS. — Agosto de 1871. CIENCIAS EXACTAS. FÍSICA MATEMÁTICA. Teoría matemática de la Luz; por D. José Echegaray, indivi- duo de la Real Academia de Ciencias . ( Continuación .) que determinan inmediatamente la incógnita s y las rela- ciones despejando estas últimas entre las dos primeras ecuaciones, por ejemplo, y sustituyendo en la tercera, obtendremos la ecuación de tercer grado en s (s-L)(s-M)(s-N)—(s—L) P* -PQR-(s-N) R* PQR — (s— M) Q* — o , ó bien TOMO XIX. 17 258 iV)— («— Z)P*— (*— (*— JV) ft-lPQR^o. (3) Esta ecuación no es otra cosa que la determinante del sistema (2). De ella se deducen tres valores para s, á saber, s, s ", s"', á cada uno de los que corresponde un sistema de valores B' C B" C" B'" C"' para las relaciones B_ C_ A ’ A ’ y por lo tanto un sistema de integrales particulares. La suma de estas constituirá la integral general, y determinando Á\ AM y A,,r por las condiciones £o=a ; rl0 = p ; quedará completamente resuelto el problema. Representando por S la determinante (3), es claro que las ecuaciones (X) pueden escribirse bajo la forma (. s — L)A — RB—QC=*S ; (s — M) B — PC — RA — fi S ; (2') (5 — N)C~QA-PB=yS ; y despejando de aquí A, B y C tendremos: 259 a 5 [ (s - M ) (i - N) - P> ] + ¡3 5 [ R (s - ¿V) + P Q ] + Ts[0(i-J/) + Wl] s a 5 [ (s- N) R+ PQ] + ps [ (s-L) (s-N) - Q* ] S + Ys[i»(i-£) + Oí] " "" ' > 5 C= *5f[0(«— ^) + 5/»] + pS [/>(* — Z) + Qií] ó bien + Ts[(«-Z)(*-JÍ)-Jp] 5 A = a [(s - M ) (s - N) - />*] + p [fl (s - N) + PQ] + T[ (* - £ ) + ! a -f- Ri P 4" Qi Y — y Ri* + Mi p + r¡0 ~ (s — Si){s — s2){s— s9) y P Qj a 4" Pl P 4~ N* Y 0 — * ^ (s — Si)(s — s2){s — s3) pero en el valor de £ , por ejemplo, el coeficiente Z, es de segundo grado en s , y los Rt , Qt de primero; luego el nu- 264 merador es un trinomio en s de segundo grado, en que el coe- ficiente de $2 es a: y como ( Núm . 39) en este caso el resi- duo total es igual á a, resulta 5o = a. Análogamento probaríamos que *io= p ; y Co— y. Núm. 46. Simplificaciones. Se pueden reducir en gene- ral á tres los seis polinomios en s, Li , y Ni , Pi t Qi » Pi • En efecto, se tiene sucesivamente P, L, -QíRl = [P{t-L) + Qñ\ [(«- M)(s-N)~ />’] -[(?(*- M) + PR\ [ü(* -N)+ PQ\ : P, L, - Q, R> = P (s—L)(s — M) (s — N) + QR ( s-M ) (s-N)~P*(s-L)-QR(s-M)(s-N)-PR1(s-N) — PQ‘{s — M) — P* QR; f.i.-O, Rl = P^(s-L)(s-M){s-N)-Pt(s-L) — Q*(s — M) — R'(s-N)—2PQR]=PS ■ y por último 265 P, L, — Q, R, P = S. Del mismo modo hallaríamos qím,-p,rl=s R, N, Q R De estas ecuaciones se deducen los valores de L¡ , M , y N en función de P, , Q, , R,. Tendremos pues r SP+Q,R, „ SQ + P,Ri I, = ; Mt = - /*« 0. iV, Sg + Pi o ■ //. y sustituyendo en las ecuaciones (5), después de haber pues- to por A, B, C los valores (4'), resultará; \ = ¿ SP_± Qj Rj Pi a+-fl»P+0< T SQ + P,B, Q, ? -f- Ri« -\- Pi y 5 SR + Pi Q, ?=£■ A, y + 0. « 4- Pi P 266 que simplificando se trasforman en i=¿ SP±Q, fl, O, y Pt (S) MS) en cuyas espresiones ponemos S entre paréntesis para indi- car que el residuo total ha de tomarse respecto á las tres raices s2 , s¿ de S. Observemos ahora: l.° Que las partes son nulas. En efecto, los residuos parciales serán, por ejemplo, para la primera espresion los resultados (Núm> 43) de sustituir en SP SP Pi (s — s2)(s — s3) Pi (s — S2)(s — Sz) SP Pi (s—s3) (s — s3) 267 en vez de s, s, , s3 , sd ; pero como estas son raices de S, dichas espresiones se anularán. De aquí se deduce, que las primeras parles de los tres re- siduos desaparen. 2.° Que el polinomio Qi Rit + PiR^+PiQi y es el mismo para las tres variables 5, tu ?. Representándolo por 0 tendremos 0 est 0est ; 0 est Msf ’ 3.° Que el método anterior, es decir, la reducción de los seis polinomios á tres, caeria en defecto si las raices de S=o anulasen á alguno de los polinomios Pi , Qt , , puesto que en este caso las espresiones SP Pi (s — s2)(s — Si) se presentarían bajo forma indeterminada para s=Si. Núm. 47. En resúmen , los valores de 5, y\ y £ son de la forma 0est ; *=.¿ 0 e ■ 0.0 s) 0 est 5 en los que se tiene: 268 0 = 0, fi.a + p.fl.p + i», Q, y ; P, = P(s-L) + QR; q-Q(s-M) + PB; R,-R(s-^-N) + PQ- Los residuos son totales y se refieren á las tres raices de S = {s— L){s— M) (s— N)—P'{s— L) — Q*(s— M) — R2(s — iV) — 2 PQR=o. Núm. 48. Nada mas fácil que reducir los valores de 5, ■r¡, £ á la forma ordinaria. Representando por s, , s¡, s, lastres raices de S=o, el valor de \ puede ponerse bajo la forma [o(*-if )+/»£] [ji(*-jv)+í»o] w \p(s-L)+Qr] i [p(s— [(í — *,)(< f— ÍJ .)(«-«.)] ! [fl(s-Ar) +Pq] ¡S+[> («-£) + QR] [qís-AD+PR^ [/»(«— £)+()fl] |(s— s.) (s — s2)(s— ¡t3)J Representando por los subíndices st , s2 , s8 los residuos parciales, tendremos 269 ^ [«».-*)+«*] [í(s1-¿V)+i)0]a+[/’(Sl-í)+ Qñ\ s‘ j^PO, — ¿) + Q/f](s,— s,){s,— s») [*(í,-iV)+/>j3]¡Í+[P(í1-Z)+0í] [q(s,-i}J)+PR^ Sit [p (s, — L) + QR J (s, — ís) (s, — s„) ^ [0(S!-iV)+Pfi] [í(Sí-AO+í,o]«+|/,(^-¿)+0«] ^P(ss— L) + QR^{s¡— St)(s,— s3) [fi(Ss-iV)+/Jo]H[ífe-£)+0^] [0(s2-i/)+^]r s,_t [pís^-d+qr] ($2 Si) ($2 ^3) ¿ S 3 [0(s3-iV)+M|[fi(Ss-.V)+/'0]a+[p(Í!-/.)+0«] j^P(s3 — L)+ O^J(ía— s¡){s3 — st) [p(s3-W+PQ]m{p(s3-¿)+Qp] [ («S — E) + (MiJ («3 — s,) (í3 — s¡) El valor de ; será la suma de los Ires valores preceden- tes, es decir: 270 !=¿ +¿ +¿. Si S2 3 Núm. 49. Tercer ejemplo. Sean las tres ecuaciones di- ferenciales simultáneas de segundo orden y de coeficientes constantes, Dn=Ll-\-R-r>+QK \ D^M-ri+PZ + RU (1) Dt%*=NK+Ql + Pn ) / ó puestas bajo forma simbólica (D?-L)l—Rn— (2) Dd-Z=o; l D^-r = o; i Se trata ahora de determinar seis funciones de l, á saber: 5, -0, C, 5’. V, C. que satisfagan á las ecuaciones (2), y que para l = o tomen los valores <*, P , y, P\ y’. Sustituyendo las integrales particulares E'=4V‘,- vi'=fiV‘; ?=CV‘ en el sistema (2) resultará 272 sA' — LA—RB — QC = o;\ s B -MB—PC—RA=o; j • sC' — NC-QA — PB = o;l > (3) s A — A ' = o ; l s B — B' =o ; | sC-C'=o; / y deberemos despejar las constantes A, B, C, A', l r, C' entre estas seis ecuaciones. Para ello sustituiremos los valo- res de A\ B\ C deducidos de las tres últimas en las tres primeras, las cuales se convertirán en (s2 — L) A—RB— QC~o ; [s2 — M)B — PC — RA = o ; (s2 — N) C — QA — PB= o ; y entre estas eliminaremos A , B, C; pero la forma de estas ecuaciones es idéntica á las (2) del ejemplo anterior, sin más diferencia que la de aparecer s2 en vez de s ; luego la deter- minante, ó sea la ecuación en s, será (y ~~L){s2 — M) (s2 -N)-(s2 — L)P2- (s2 — ü/) — (s2~~N)R2—ZPQR=o (4) Representemos por 278 £=o (4r) esta ecuación. Las (8) podrán escribirse bajo la forma s A' — LA — AB — QC — ol’ S ; sB' — MB— PC — S ; s C' — NC — QA — PB == y' S ; (8) sA—A'=:«.S; sC — C’ = yS ; y entre ellas debemos despejar A , Bt C, A\ B\ C\ Para ello sustituyamos en las tres primeras los valores de A', B\ C' deducidas de las tres ultimas, y resultará ($2 ~L)A~~ RB — QC ==' (ar + a s) S ; (s2 — M)B — PC— PA = (Pf + p 5) 5 ; O2 — N)C— QA — PP= (yf + y s) 5 ; pero estas son de la misma forma que las (2') del ejemplo 18 TOMO XIX. anterior, sin más diferencia que la sustitución de s por V la de a -fas; ¡3' - j- ¡3 s ; y’ ' + T s ^ a » P, y í de aquí resulta que sin nuevos cálculos podremos escribir: .1 =(«’+ a s) j (s* - .)/)(«“- .V! -i>2] + (P’- +.3 *) [tf (j2- iVj + /,(?]+(T,+Y*)[00’-») + ^]: Zfc^a’ + a*) r^(s2-A0 + Poj-HP' + P»)! (*-L)(?—N) (6) — O2 l + ír'+r *)[**(»*- £)+0*] ; C=(a'+a«) [o(í*-.Jf) + /»JlJ.+ (P’+Pl) [ /»(,*-Z) + QR |+ (y' + y *)| (** - L) (*• - M) - «’] ; y haciendo en estas fórmulas L , = (? - M) (s2 - N) — P! ; P,=P (s2 — L) + QR, Mi—[y — L)[f—N)—Q2 ; Q,=Q(f — M) + PR; (6'} iV, = (j2 - £) (** - ,¥) - fl2 ; «, -^R(i2-N) + PQ ; se convertirán en 275 A — L{ (a -)- a s) 4" (P'+ P 5) + Qi (y'+ Y s) ; *=.»,(«' + «,) + M, (p'+ !3 s) + Pt (Y + y s) ; (7) c= Q.(«'+«4 + P. i*’+(Ltt’—S) . A/i , Ni , Pi , Q¡ , & y los de A , B , C en función de estas cantidades tienen la misma forma que los del ejemplo anterior, sin más diferencia que la sustitución de s 2 á s , y de a+sa, P" + 5 p , y'+sy á a, (3, y, resulta que con igual modificación tendremos relaciones aná- logas á las de el número 46, es decir L t = SP + Qih P i SQ+PtRt SR+Pi Q , Sustituyendo estas espresiones en £ , r¡, ■£, y suprimiendo el término que contiene S en el numerador, por ser nulo el residuo total correspondiente, tendremos 280 i=¿ 0e5‘ TÁS) ¿ &esl qM K=¿ 0est ~RÁS) siendo » = 0,B, («' + *«)+/». B, (P' + * P)+P, 0,(r + s y) ; — ¿) + ()/J ; Q¡ = Q(s^-M)+PB ; Bi=B(t*—N) + PQ; (9') y advirtiendo que los residuos totales se toman por relación á las tres raíces de S=o , ó bien (,2 __ i ) (y _ M) (s2 - ¿V) — P2 ( 5 2 — L) — Q2 (s2 —M ) — O2 (s2 — A7) — 2 PQR~o. Por último, esta simplificación no será aplicable si alguna de las raices de S= o anula á Pt , (), ó i?, . Núm. 52. Nada más fácil que dar á \ , o , K la forma ordinaria suprimiendo la operación £ : bastaría sustituir en las fórmulas del número 48 por s, s2 y por p, y; a+sa, pr + *p, y' + sy. Núm. 53. Cuarto ejemplo . Integración de ecuaciones di- ferenciales lineales , de diferencias parciales y coeficientes constantes. Supongamos tres ecuaciones diferenciales lineales, con tres funciones, -o, £, y cuatro variables independientes, x } y , z , l ; y sea BA-\-Ac +Br, +CK 281 +A'/>15+A,’ DA + A,' DA + ffDl-n+B;D,vi + B:Dt n +C'DA+Cl'DyK+Ci'DA +A"D,A+Ai"DiA +B" D^+B," D,*r. +C'ZVS+CY'Z) s • -}- A 2 Dz2 i “I- A 3 ^xy2 i “f* A 4 D¿ £ -f- A B i^vz9 i ■4*^2 D DXy -r\ + Bi D„*i[+Bt Dyi\ +(72'r D? K + C." Dx y2 S +xz2 ?+ C5" 2>yz ? — o (1) una de estas tres ecuaciones, en la que los coeficientes A B C son todos constantes; advirtiendo que una for- ma análoga tendrán las otras dos ecuaciones. Num . 54. Observemos ante todo que la sustitución en la ecuación (1) de ?, por ejemplo, por una esponencial r <5 = e r -fux-i-vy-f-wz en la que r, w, v, w son constantes, equivale á la sustitu- ción de los símbolos Bx, Z>v, Dz; Dx2, Z)v2, D2, Dxy2 , 0 * 0™*..,.. por U, V , W, U*, V*, w2, uv, uw, vw. y en general á la de m + n -f p D , por um. vn. w?. x, y, z En efecto, se tiene evidentemente m-fn-fp,. m + n + p r-fux + vy + wz 5 = D e x, y, z x, y, z = Um . i'n. W P c 282 r 4-ux + vy-f-wz == um. vn, u? ?. Otro lanío podemos decir de y £. Si la exponencial estuviese multiplicada por una constante K , es decir, si fuese r r + ux + vy +wz q = Ke los resultados serían idénticos. Num. 55. Si en cada una de las líneas horizontales de la ecuación (1) se sacan simbólicamente como factores comu- nes, £ en la primera, en la segunda, £ en la tercera, re- sultará : [fl,* + l+A,/>x + Al'¿>v + i.’A+l"Z)l>\ + Á DS + A 2" + A D\y -f- A," D\r, 283 Para simplificar representemos por — L , — R y — Q, la expresión comprendida en el primer paréntesis á escepcion de A2, y las comprendidas en el segundo y tercero; y ten- dremos que la ecuación simbólica (lr) podrá escribirse de este modo (A2 —L)\ — Rr{ — Q^ — o. (1") Pero entiéndase que el producto (A2 — L)\ es puramen- te simbólico, y que las expresiones L , R y Q son puros símbolos y en manera alguna cantidades. Así es que para que la ecuación (1") tenga un sentido algebráico es preciso efectuar productos y considerar á DA. DA, DA con relación á x , y , s , t como tales derivadas. Según lo expuesto en el número anterior nada más fácil que obtener el resultado de sustituir en la ecuación (1") por 5 , o y ? las exponenciales Kc r + ux -f- vy + wz 0- K'e r+ ux + vy -f- wz r + ux -f vv wz G En efecto, basta para ello sustituir en los símbolos L , R Y Q por A, A , A. Dx- ; u , v, tv, u2 .... con lo cual la expresión (1") se convertirá, representando 284 por L\ K , Q 1 el resultado de dicha sustitución en R> Q en (Di2 — L)\ — R' Q' \z=z0. Adviértase que el producto de Dt2 por 5 continua sien- do simbólico, pero no lo son, sino verdaderos productos, los de L por k, R ' por 'o y Q' por y en efecto L , R ' y Q’ no son ya símbolos sino verdaderas cantidades funcio- nes de u , v y w , es decir, L = A + A' m + A\v + A\w + A" u2 + A," ü2 + A2” w2 + Az'uv -1- Ai" uw + A"vw + M r = + Z?r u + , v + R\ w + Rn r u2 + Rf " ü2 + Z?2' ' w2 + Rf uv Jr uw -\-R" vw-\- N' = C+Cu + CiV + c;'w + C'r u2 + C” V 2 + C2" tí)2 + CV'íW + + Ca,rt;w + ,.... iVttm. 56. En adelante, para abreviar, diremos que M , iV son fundones de Z)y, Dí% Z>*2, 0y\ Z>z2 pero esto significará solamente que son expresiones simbóli- cas de Dx Véase, sin embargo, cuanto se simplifican y se acortan los cálculos por la introducción de las operaciones simbólicas y como se pasa con rapidez suma de estas expresiones á las algebraicas reales. 285 Núm. 57. Supongamos finalmente que sometiendo á igua- les transformaciones simbólicas las dos ecuaciones restantes se pueden poner bajo la forma (A2 - N)K-QS-P^o. En estas ecuaciones M, N, P, Q, B, son expresiones simbólicas de A, A, A2 y las ecuaciones particulares que como ejemplo presentamos son de tal naturaleza que las mismas funciones simbólicas P , Q , R , se repiten en cierto orden en las tres ecuacio- nes, (1") y (2). Así en la segunda P ? indica una cierta fun- ción de las derivadas de ? con relación á x , y , % y esta misma función P (\ aparece en la tercera. Compréndase sin embargo que si la P de la segunda es igual bajo forma sim- bólica á la P de la tercera, no puede decirse con verdad que son iguales como cantidades porque ni una ni otra son tales cantidades: representan puros símbolos y nada mas: indican iguales operaciones sobre K que sobre ?i; pero las verda- deras cantidades son P^ y P r\ y estas no son en general iguales. Núm, 58. En resúmen, sean la tres ecuaciones diferen- ciales propuestas, escritas simbólicamente f Tí 2 T \ t 7) .. r\Y ' V (3) 286 Se traía de determinar tres funciones, \ , r\ , £ de x , y, z , í tales que verifiquen á las ecuaciones (3) y que para o satisfagan á las condiciones iniciales ’5o=? (x, y , z) ; -/lo— y , *) ; Co='M#, y , *) Dt£=Vi(x, y, z) : Zto==Xi(¿e, y, s) ; D£o=tyi{x, y, s), w Núm. 59. Nada más fácil que encontrar infinitas solucio- nes particulares de las ecuaciones (3). Basta igualar 5, ?i , £ á tres cantidades proporcionales á una misma exponencial: r c ux-f-.vy + wz+p \ ux + vy + wz-f r r \3 \ K») K=CK,e ux -f vx-f wz-pr en la que , rti , sean funciones de t é independientes de x , ?/ , z. En efecto, según lo demostrado en el número 54 la susti- tución de estos valores en las ecuaciones (3), dará después de dividir por la exponencial ux-pvy + \vz -f r e WS.-Z'S,— \ Df 71, - J/'vii- F í, - 8 i, = 0 ; [ (6) DK,-N'K,-Q,l-P-rií=o;) siendo £, , vi, y funciones l , y 287 V , M' , iV' , P , Q' , R’ las canlidades que resultan de sustituir en los símbolos en vez de L, M% N, P, Q, R , , /A , Dt u , v , w (Se continuará.) CIENCIAS FÍSICAS. QUIMICA. Nuevo método de valuar el cobre por medio del cianuro de po- tasio.—Nota de Mr. Lafollye. (Comptes rendus, 22 abril 1872.) Estando encargado nuevamente desde 1865, por la ad- ministración telegráfica, de los trabajos relativos á la inyec- ción de los árboles resinosos según el procedimiento de conservación del Dr. Boucherie, llegué en dicha fecha á es- tudiar la manera con que está repartido el cobre en el tejido de la madera preparada. Desde luego he debido prescindir de los métodos por pesadas, y preferir el procedimienlo de Mr. Pelouze, fundado en el uso del sulfuro de sodio en forma de licor graduado; pero he notado una dificultad en dicho uso, la cual procede de la alteración que la disolución de sulfuro experimentaba en las circunstancias en que he debi- do emplearla. Con mucha facilidad adquiria color pardo; y como el procedimiento consiste en determinar el punto en que el amoniuro de cobre está decolorado, se concibe que la coloración del reactivo debe encubrir el momento preciso en que acabara de completarse su acción. Sin tratar de superar tal dificultad he buscado otro modo, llegando por fin á esta- blecer un método que carece por completo de tal inconve- niente. Cuando, como en la mayor parte de los casos en que se 289 mezcla una sal metálica y un álcali poderoso, se echa en una disolución de sulfato de cobre otra de cianuro de potasio, se forma un precipitado que se redisuelve en un exceso de cia- nuro alcalino. Claro es que en dicha operación hay dos pun- tos en que el cianuro empleado se halla en proporción cons- tante con el cobre precipitado y redisuelto. Mi primer pensa- miento fue tomar el cianuro de potasio como de licor gra- duado. El punto en que el precipitado se halla disuelto es fácil de apreciar; pero como no sucede lo mismo al fin de la formación del precipitado, sobre todo cuando es abundante, no puede contarse con la comprobación del método por sí mismo, y por lo tanto me ha parecido necesario modificar el procedimiento, de modo que se obtenga un resultado más preciso. Pero si sobre el cianuro de cobre en suspensión se echa amoniaco en vez de cianuro alcalino, el precipitado se redisuelve como anteriormente, y el líquido toma un color azul, más ó ménos intenso; al paso que si el precipitado se ha redisuelto previamente con una cantidad suficiente de cia- nuro alcalino, aunque se añada amoniaco no toma color al- guno la disolución alcalina del cianuro de cobre. De este experimento resulta que el cianuro de potasio tie- ne para con el cianuro de cobre una afinidad que paraliza la acción colorante del amoniaco; de modo que si se la repite en sentido contrario, es decir, comenzando por el amoniaco, la disolución cúprica enérgicamente teñida de color azul, debe decolorarse completamente con el cianuro de potasio. Esto es en efecto lo que sucede; y el resultado es tan claro, que al fin de la operación una gota de una disolución muy di- latada de cianuro hace pasar el líquido ensayado, de un color todavía perceptible á una decoloración completa. Puede por consiguiente emplearse una disolución de cianuro blanco de potasio, como licor graduado, para valuar con mucha exac- titud el cobre, decolorando su amoniuro. En resúmen, aun- que no he llegado á él directamente, el procedimiento que propongo consiste en reemplazar, por medio del cianuro de potasio, el sulfuro de sodio de que se valía Mr. Pelouze. La presencia de un poco de hierro ó de zinc en la sal de cobre ensayada, no perjudica á la exactitud de la operación. 19 tomo xix. m Para preparar el licor graduado, se disuelve en el ácido nítrico una corta cantidad de cobre puro, por ejemplo, 1 gramo; y este es el único peso que hay que hacer: se tiñe la disolución con un esceso de amoniaco, se dilata en agua has- ta el volumen de 100 ó 1.000 centímetros cúbicos, y se recoje en un frasco con tapón esmerilado. En otro frasco se hace una disolución de cianuro de potasio. Después, en un tubo graduado, se echa una cantidad cualquiera de disolución cú- prica, y se anota la división marcada. Se añade poco á poco el líquido cianurado, cesando de hacerlo cuando se ha com- pletado la disolución. Si el número de divisiones correspon- diente al cianuro añadido es menor que el que corresponde al cobre, hay que dilatar el líquido cianurado; si, por el con- trario es mayor, se concentra sin perjuicio de dilatarlo des- pués. El líquido se gradúa de la manera más cómoda cuando el número de divisiones de la probeta es el mismo para el cianuro que para el cobre. Si se ha operado sobre una disolución de 1 gramo de co- bre para 100 centímetros cúbicos de líquido, se obtiene uno graduado hasta un céntimo, y que yo llamo por analogía licor céntimo: si la disolución cúprica se halla en la proporción de 1 por 100, el líquido graduado es un licor milésimo , y este es el que he empleado en las análisis que he hecho. La gran avidez del cianuro de potasio para con el agua no permite valuar, al aire libre, el peso de la sal necesaria para formar el licor graduado que se desea; pero es muy fá- cil obtenerle como acabo de indicar, y se conserva perfecta- mente en un frasco bien tapado. CIENCIAS NATURALES. ANATOMIA VEGETAL. Investigaciones sobre el origen de las lentejillas ó pecas, por Mr. Trécul. (Comptes rendus, 3 julio 1871.) Quettard [Mem. de la Acad. 1745, p. 268) denominó glándulas lenticulares , á unas eminencias pequeñas á las cua- les A. P. de Candolle designó con razón, en 1826, con el nombre de lentejillas, porque no reconoció en ellas los ca- ractéres de una glándula ( Ann . se. nat. t. VII. p. 8). Creyó que las lentejillas ó pecas son , respecto de las raíces, lo que las yemas respecto de las ramas, es decir, puntos del tallo en que el desarrollo de las raíces se halla preparado de ante- mano. Mr. Molil hizo ver, en 1832, que no sucede así; y en 1836 formó en las siguientes líneas la definición de las lentejillas ( Verm . Schrift , 1845, p. 236). «Las lentejillas son una forma- ción parcial de corcho, que no sale, como el verdadero, de la superficie del parénquima cortical externo, sino que debe su existencia á una excrescencia del cortical interno.» En el mismo año 1836, Mr. Unger, movido quizá por la idea de Mr. Marlins, que supuso que las celdillas contenidas en los hoyuelos del tallo de las Ciateaceas podían ser útiles para la fecundación, admitió una especie de analogía entre m las de estos heléchos, los soredios de los liqúenes y los propá- gulos de otros vegetales criptógamos. Merced á esta hipóte- sis, se vio obligado á considerar á las lentejillas como un ensayo de la naturaleza , propio para continuar la formación de estos propágulos sobre la corteza de las dicotiledóneas {Flora, t. XXXVIII, p. 603), y en apoyo de esta opinión in- vocó el estado de disgregación de las celdillas externas de las lentejillas; y además aseguró, según la observación de las jó- venes yemas del Prunas Padus y de la Syringa vulgaris J que las lentejillas nacen en los sitios ocupados primero por esto- mas poco numerosos. En una corta nota publicada al siguien- te año, Mr. Unger, aunque no nombra más que el Ulmus sube- rosa y la Bignonia Catalpa, dice haber comprobado en un gran número de árboles y de arbustos que las lentejillas son producidas en todas las partes donde antes existia un estoma C Flora , 1837, t. XIX, p. 236). En 1838 (A phorismen zur Anat. und physiol. der Pfl., p. 16) Mr. Unger, sin abandonar enteramente su opinión, aunque sin nombrar los estomas , se acerca al parecer de Mr. Mohl. Dice efectivamente, que «las lentejillas son órga- nos de la respiración obliterados, en los cuales se presenta una excrescencia de las celdillas como formación particular del corcho , recordando, por el relajamiento de sus utrículos, la formación de las yemas más sencillas que propende á con- tinuar sobre los tallos de las dicotiledóneas.» No se detuvo aquí Mr. Unger, sino que comprendiendo sin duda la inexactitud de la última parte de esta definición, abandonó con ella la primera en 1840 en su Memoria Ueber den Ban und das Wachsthum des Dicot yledonem-Stammes , pu- blicada en San Petersburgo, y después en sus Grundzüge der Botanik , publicadas en Viena en 1843, en unión de Endli- cher. En su última obra (pág. 99) Mr. Unger, suprimiendo á la vez lo que su primera opinión contiene de erróneo y de verdadero, se conforma en parte con el parecer de Mr. Mohl, el cual sin embargo modifica notablemente, puesto que se li- mita á considerar las lentejillas ó pecas como debidas á ex- crescencias parciales de la peridermis, limitadas á pequeños sitios en forma de prominencias verrugosas. 293 A esle modo de ver se han adherido MM. Willkomm {Anleit. zum Stud. der iciss , Bot. 1834, p. 13o) y Schacht (. Lehrb . der Anat. und Physiolog. der Gew. 1853, 1. 1, p. 29o), que consideran las lentejillas como salidas verrugosas del corcho. MM. Meyen, Schleiden, Ad. de Jussieu, Lemaout y De- caisne han emitido sobre esto diversas opiniones, que no re- producimos por falta de espacio. Ach. Richard (. Elem . de Bot . 1846, p. 71) parece haber vislumbrado la aparición de las lentejillas en sitios donde antes existía algún estoma. Por último, hace pocos años que Mr. Duchartre {Elem. de Bot. 1866, p. 161) y Mr. J. Sachs {Lehrb. der Bot. 1870, p. 89), aunque recordando la primera observación de Mr. Un- ger, se inclinaron al parecer de Mr. Mohl. La afirmación de Mr. Mohl, anteriormente citado, ¿con- tiene todas las nociones necesarias para fijar la definición de las lentejillas? No vacilo en negarlo: primero, porque es pre- ciso volver á la primera observación de Mr. Unger, descar- tándola de la hipótesis que asimila las celdillas superficiales de las lentejillas á los propágulos de los vegetales inferiores; segundo, porque no es rigurosamente exacto decir que las lentejillas sean una excrescencia del parénquima cortical in- terno. Examinemos en primer lugar el primer punto. En todos los vegetales leñosos que he podido examinar en edad favo- rable, he visto que las pequeñas manchas, generalmente páli- das ó blancas, indicadas por Mr. Unger, contienen por lo co- mún un estoma en el medio, y en algunos árboles ó arbustos existen varios en la misma mancha. Así es que hay, según la magnitud de las manchas, de 1 á o en el Juglans regia , de 1 á 4 en el Populus fastigiata, de 2 á 8 en el Populus onlariensis , de 1 á 9 en el Populus virginiana , de 5 á 16 en el Populus canadensis y de o á 30 en el Hederá regnoriana. En las SO especies siguientes, cada mancha está provista de un solo es- toma: Populus nigra, alba ; Platanus occidentalis ; Prunus Padus, Mahaleb; Cratcegus oxyacantha , pyriformis: Cotoneaster affi- nis; Bhamnus Frangida , latifolius; Zizyphus saliva; Acer cam- 294 pestre , pseudo -platanus; Pavía macrophylla ; ¿Escullís Hippo - castanum ; Syringa vulgaris ; Forsythia suspensa ; Phillyrea la- tí folia, media ; Ligustrum japonicum, vulgar e; Catalpa syrin - gce folia, Bungei; Gymnocladus canadensis ; Styphnolobium japo- nicum; Gleditschia triacanthos, monosperma; Fraxinus pubes - cens; Diospyros pubescens; Ulmus campestris ; M orus nigra, alba ; Ficus Carica; Viburnum cotinifolium, Lentago , pyrifolium; Sambucus nigra; Tilia platyphylla, corallina ; ílex Aquifolium; Pistacia Terebinthus; Cornus alba; Car y a olivo formis ; Alacro - piper excelsum; Alnas arguta; Ostrya virginiana; Betula dale- carlica; C orgias Avellana, tubulosa; Quercus Libani , fastigiata; Salix pontederana , viminalis, japónica, lanceolata. En casi todos estos vegetales se descubre fácilmente el es- toma, y á veces es muy grande. En otras especies es preciso buscarlo con atención, ó porque desde luego está alterado {Pavía macrostachya, etc.), ó porque no existe sobre las man- chas más amarillas. Así, en los renuevos vigorosos del Carga oliva formis , Corylus tubulosa , Ulmus campestris , Bhamnus Frangida , Acer campestre , Prunus Padus, etc., podrán no ha- llarse estomas sobre las manchas más amarillas de la rama que esté creciendo, pero ciertamente se observarán sobre las más antiguas. Dichas manchas son algunas veces raras {Ulmus campes - tris, Ostrya virginiana, Ficus Carica ), y es bastante singular observar los estomas repartidos sobre un grandísimo número de puntos en la superficie de las ramas. En los Salix vimina- lis, japónica , lanceolata, por ejemplo, no hay á veces más que una mancha por cada lado, algo debajo de la inserción de los peciolos; y por lo común solamente existe por un lado en dicho sitio, y muy rara vez algunas en otros puntos distin- tos. En el Salix pontederana , las que están esparcidas en las demás partes del ramo son las más frecuentes. En el Ficus Carica hay 8, 10 ó 12 manchas blancas algo debajo de cada hoja y de su estípula, y se hallan colocadas casi siguiendo una línea paralela á la inserción de estos órganos; además hay algunas esparcidas en otros puntos del meritailo. En el Sambucus nigra , las manchas se hallan repartidas en los sur- cos longitudinales. En el Cotoneastcr af finís } las manchas son m numerosas, y están distribuidas con bastante igualdad sobre el ramo, produciendo cada una de ellas una pequeña lente- jilla. Después de haber hecho un exámen algo detenido, no puede dudarse que en las 56 especies designadas, y que se han tomado casi por casualidad, cada una de las manchas lleva un estoma en su región media. Veamos ahora cómo nacen las lentejillas por debajo de ellas. Las manchas, que por lo común son blanquecinas, al- gunas veces rojas ó sonrosadas con un punto blanco en el medio ( Syringa vulgaris, Pistacia Terebinthus, Ligustrmn japo- nicum , Cornus alba), sobresalen más ó ménos en la superficie de la rama, formando eminencias circulares, elípticas ú oblon- gas, con los extremos agudos ó rara vez obtusos (1). Haciendo corles trasversales se ha visto, bajo el estoma, un parénquima verde en las Catalpa syringce folia, Bungei > Juglans regia y Siringa vulgaris. En el Sambucus nigra , las celdillas más próximas al estoma son pobres en clorofila, pero las que están alrededor y debajo son muy ricas. En muchos vegetales, el tejido más próximo al estoma es enteramente incoloro. En el Populus canadensis , ontariensis, Salix ponte- derana, viminalis, japónica, etc., este parénquima incoloro se halla relativamente muy desarrollado. Aunque el tejido próximo al estoma y de la cavidad lla- mada respiratoria, sea verde ó carezca de color, se halla siempre impregnado de gas, y sobre todo á la presencia de este gas debe la mancha su aspecto blanquecino. En algunos casos, el tejido así oscurecido por los gases va alargándose desde fuera hácia dentro, á través del parénquima verde de la cubierta herbácea (Juglans regia, Populus ontariensis). A los lados de este tejido verde ó incoloro colocado bajo el estoma, hay generalmente, debajo de la epidermis, la capa (1) Creo deber indicar aquí los singulares apéndices pilifor- mes que han valido al Philodendron Crinipes su nombre específico y que constantemente tienen en su extremo uno ó dos estomas, El eje de dichos apéndices es de un tejido fiojo y oscurecido por los gases que le atraviesan. 296 muy conocida de algunas filas de celdillas con paredes irre- gularmente engrosadas, y que contienen granos de clorofila en cantidad variable. En el Sambucus nigra , el tejido ocupa las partes salientes de los ramos. En el Macropiper excelsum, hay una capa de tejido fibroideo, con granillos verdes muy raros, situada á alguna distancia de la epidermis, de la cual se halla separada por 4 ó o filas de celdillas parenquimato- sas. Esta capa, lo mismo que el tejido de celdillas engrosa- das sub-epidérmico de los casos anteriores, se halla inter- rumpida frente á frente de los estomas, de manera que per- mite al parénquima verde subyacente , comunicar con el aire atmosférico por intermedio de dichos estomas. Cuando las prominencias que sobresalen á los estomas han llegado con la rama á cierto desarrollo, pardean las cel- dillas externas. Algunas veces la epidermis se halla destruida desde luego; otras subsiste todavía sobre el estoma, encima de las protuberancias que se hallan en su segundo año (. Ilex Aquifolium). Generalmente, en el momento en que las celdillas externas empiezan á teñirse de color pardo, las celdillas subyacentes se multiplican por división y dan origen, con bastante fre- cuencia á un tejido blando, de celdillas más ó ménos redon- deadas , algunas veces prolongadas radialmente en elipse (Sambucus nigra , Acer pseudoplatanus , Ostrya virginiana)', pero por lo común estas celdillas, planas al principio y en séries radiales, se hacen en seguida exclusivamente globu- loides, ó bien conservan el aspecto suberoso. Unas veces dicha multiplicación celular se efectúa bajo los estomas, antes que el súber ó la peridermis empiece á desarrollarse bajo las demás partes de la epidermis ( Fraxi - ñus pubescens, Catalpa Bungei, Quercus Libani, Sambucus ni- gra, Ligustrum japonicum, Viburnum Lentago, Gleditschia tria- canthos , Tilia corallina, etc.); otras el desarrollo de la peri- dermis es casi simultáneo (Juglans regia, Ligustrum migare, Phillyrea lati folia, Ulmus campestris, Morus alba, etc.). En otras plantas la aparición de la peridermis es muy tardía. En el llex Aquifolium no lo he visto más que en las ramas de dos ó tres años, y en el Cornus alba tampoco le he visto apare- 297 cer, como diré después, más que en la base de una rama de tres años. En algunos vegetales, el desarrollo tardío de la perider- mis hace que las protuberancias lenticulares se hallen en su juventud rodeadas de una areola muy perceptible, cuando la multiplicación celular se efectúa únicamente bajo la epi- dermis hasta una corta distancia alrededor de las manchas primitivas. Estas areolas son verdes en las yemas vigorosas de las Tilia corallina , Alnus argüía, y rojas en las ramas jó- venes del Cornus alba (1). Algunas veces, en oposición á los casos anteriores, el desarrollo suberoso es más tardío en las lentejillas que en las demás partes de la rama ( Populus canadensis , ontarien- sis, etc.). En estos Populus y en los Salix pontederana , viminalis , lanceolata, etc., el tejido incoloro bajo los estomas tiene, como he dicho, un grueso muy considerable, y se extiende en los Populus canadensis y hasta cerca del tercio de la cubierta herbácea. En el Salix japónica lo he encontrado de 0mm, 1 9 de profundidad y 0mm,25 de anchura y altura. Como la multiplicación celular suberosa se opera sobre el contorno interno de este tejido incoloro, resulta de aquí que desde su principio las lentejillas están sentadas profunda- mente en la corteza. Por el contrario, cuando este tejido in- coloro se halla poco desarrollado, ó cuando no hay bajo el estoma más que células verdes, la multiplicación celular es, en el principio, mucho más superficial (2). En las Phillyrea latí folia, media, Ligustrum japonicum , Viburnum cotinifolium, la base de las lentejillas de los ramos de uno ó dos años descansa sobre un parénquima verde sa- (1) En un hermoso vástago de Macropiper excelsum, el tejido central de las jóvenes lentejillas, cuando se pone pardo negruzco y como marmoleado, visto con una lente, se halla rodeado de una estrecha lista blanca. (2) No trato en esta corta nota del estado de inserción de las lentejillas y de su profundidad á diferentes edades, porque este orden de hechos es el más fácil de observar y el mejor conocido, 298 líente, más elevado que la cara interna de la peridermis de las partes circundantes, ó bien á un nivel más bajo. En algu- nos casos el parénquima verde se halla más elevado que la misma superficie de la epidermis de las partes inmediatas. Es también de observar que este parénquima verde, co- locado inmediatamente debajo de la lentejilla es, en las plan- tas que acabo de citar, más rico en clorofila, que en cualquie- ra otra parle de su corteza. La clorofila aumenta igualmente en las lentejillas del Ligustrum vulgar e. Además, las celdillas de las lentejillas son por lo común más pequeñas que las del súber ó de la peridermis. Las he hallado así en muchas especies, y particularmente en los JEsculus Hippocastanum, Catalpa Bungei , Phülyrea latí folia, media, Quercus fastigiata , Vibumum Lentago y cotinifolium. El parecido de ambas formaciones suberosas era, por el con- trario, bastante marcado en el Vibumum pyrifolium. La constitución de las lentejillas de un tejido poco denso en su exterior y en relacioií el parénquima verde, á ex- pensas del cual multiplican sus celdillas, al cual se agrega también el oscurecimiento considerable del tejido de las len- tejillas por la interposición de los gases, parece que autoriza para considerar á estos (con MM. Unger, Meyen y Schleiden) como propios para la respiración. Sin embargo, no creo que las lentejillas tengan por fun- ción especial, fenómenos que se refieran á la respiración, en primer lugar porque las celdillas suberosas ó de la perider- mis se hallan algunas veces ocupadas por burbujas gaseosas (Phillyrea latifolia , media), y después porque las lentejillas me parece que tienen principalmente por objeto protejer á los tejidos de la corteza que quedan en descubierto por la rotura de la epidermis. Me creo tanto más autorizado para creerlo cuanto que en un vastago vigoroso del Acer pseudo-platanus, en el cual era imperfecta la formación suberosa bajo todas las lentejillas, los tejidos corticales próximos se ennegrecían cuando estaban en vias de alteración. Debe recordarse además, que en muchas circunstancias se forma corcho alrededor de los tejidos que se hallan ame- nazados de destrucción. En las ramas del Cornus alba y ser i- 299 cea , en los cuales la producción suberosa es muy tardía, el corcho no aparece primero más que debajo de las grietas de la epidermis, y solo por la multiplicación de estas grietas se hace continua la capa suberosa; de modo que cuando las pri- meras grietas son muy cortas, como lo he observado en una rama del segundo año del Cornus sericea , tienen el aspecto de lentejillas. En la parte inferior de las ramas anuales del saúco hay unas pequeñísimas excrescencias suberosas, que no parecen haber nacido bajo un estoma como las lentejillas mayores de la rama, sino ser producidas por la modificación de la base hinchada de pelos caidos; pero respecto de este punto es preciso observar que dichas eminencias, á pesar de su forma redondeada, no deben confundirse con las lentejillas nacidas bajo los estomas, porque tienen un origen diverso, y no pue- den proteger nada, atendiendo á que han nacido sobre una superficie cortical, ya provista de una capa continua de pen- der mis. Indudablemente estas pequeñísimas eminencias suberosas han inspirado á Mr. Germán de Saint-Pierre la definición si- guiente: «Una lentejilla es una hipertrofia local del tejido ce- lular subepidérmico, tanto déla capa suberosa como déla her- bácea, cuyo nacimiento se origina por quedar á descubierto el tejido celular subepidérmico, en el punto en el cual ha experimentado la epidermis una pérdida de sustancia por la destrucción de una parle levantada en forma de aguijón, ó de pelo no glanduloso ó glanduloso ( Did . de bot ., 1870, p. 832). A pesar de la afirmación de Mr. Germán de Saint-Pierre, que desecha el parecer de Mr. Unger, sostengo que la mayor parte y las mayores lentejillas ó pecas de las ramas anuales del saúco, observadas en este momento, y las de todas las plantas que he nombrado, nacen debajo de los lugares que se hallaban ocupados por uno ó varios estomas. Terminaré esta comunicación con algunas reflexiones so- bre la definición dada por Mr. Mohl. He dicho antes que no es rigurosamente exacto sostener que las lentejillas sean de- bidas á una excrescencia ( Wucherung ) del parénquima corti- cal interno, cuya expresión puede interpretarse de dos mo- 300 dos. Puede decir que el tejido parenquimatoso que produce las lentejillas es una emanación del parénquima colocado bajo la capa de las células engrosadas, y que ha brotado á tra- vés de ellas, lo cual no es seguramente el pensamiento de Mr. Mohl, ó bien significa que el corcho de las lentejillas se halla exclusivamente producido por el tejido colocado bajo el estrato de las celdillas engrosadas, y no por las que eslán contiguas á la epidermis, y que á causa de esto la sustancia de las lentejillas difiere de la verdadera sustancia suberosa, lo cual es lo que ha querido espresar el sábio anatómico. La conclusión no es rigurosa, porque Mr. Mohl no ha observado que las lentejillas empiecen por la muerte de las células del parénquima externo, y que su multiplicación utricular empie- ce en las celdillas muertas ó que están para morir, algunas veces aun antes de la rotura de la epidermis. Por consiguien- te, el tejido lenticular nace en condiciones fisiológicamente análogas á aquellas en que se desarrolla el corcho, por ejemplo, bajo las grietas que empiezan á formarse en los Cornus , por ejemplo, que acabo de citar. La formación de las lentejillas areoladas del tilo, del Álnus argüía y del Cornus alba lo demuestra igualmente, puesto que la areola, que no es más que una extensión del tejido lenticular bajo la epidermis, tiene exactamente la constitución y el origen del corcho ver- dadero á que se refiere nuestro ilustre corresponsal. Por consecuencia de lo expuesto, el significado del tér- mino lentejilla, me parece que debe modificarse del modo si- guiente: «Las lentejillas que nacen sobre los ramos, resultan de una formación parcial del corcho bajo los tejidos destrui- dos ó próximos á la muerte, que rodean la cavidad llamada respiratoria, colocada bajo los estomas, cuya formación su- berosa tiene por objeto protejer los tejidos internos contra la acción perjudicial de los agentes atmosféricos; pero (sobre los ramos de plantas muy raras entre las que he nombrado) hay otras protuberancias suberosas, bastante parecidas á las anteriores por su forma, y son producidas á consecuencia de simples hendiduras de la epidermis antes de producirse el corcho ó la peridermis (al principio de las primeras hendi- duras en el Cornus sericea), mientras que otras nacen en la 301 superficie de una capa peridérmica preexistente ( Sambucas nigra). FISIOLOGIA APLICADA A LA HIGIENE. Sobre las propiedades nutritivas de las sustancias orgánicas sa- cadas de los huesos y sobre la composición de las raciones alimenticias que pueden sostener al cuerpo humano en su es- tado normal, por Mr. Milne Edwards. (Comptes rendus, S diciembre 1870.) La cuestión, en realidad muy sencilla, del valor nutritivo de las sustancias orgánicas contenidas en los huesos, es una de las que en nuestros dias han motivado discusiones cientí- ficas más apasionadas y confusas. La Academia ha tenido ocasión de tratar de ella de treinta años á esta parte y los pareceres que se han emitido han sido de los más con- tradictorios; pero en el dia la mayor parle de los fisiólogos la consideran como resuelta. Participo de su opinión, y en un volumen publicado en 1868 he expuesto los hechos en que se apoya mi convicción. Es probable por lo tanto que no hubiera provocado este debate en el momento actual, si con motivo de las interesantes comunicaciones de MM. Dumas (1) V Fremy (2) acerca de la aplicación del tejido orgánico de los huesos para la alimentación de los habitantes de París, no hubiera visto renacer antiguas preocupaciones en el público (1) Comptes rendus. Sesiones del 10 de octubre (p. 486), 31 id. (p. 565) y 28 noviembre (p. 755.) (2) Comptes rendus, Sesiones del 31 de octubre (p. 559) y del 28 de noviembre (p. 747 y 756.) 302 é ideas científicas que me parecen en desacuerdo con los principios de la fisiología moderna; pero tales preocupacio- nes y errores, en cuyo apoyo se invocan autoridades cientí- ficas de consideración, juzgo que pueden causar perjuicios en una cosa que es de utilidad y por consecuencia que es con- veniente decir lo que parece ser cierto. Por mi parle, he creído que tenia el deber de poner en claro lo que mi her- mano William Edwards había hecho para establecer esta verdad y manifestar la injusticia del lijero y desdeñoso jui- cio que Mr. Magendie, hablando en nombre de una comisión académica, emitió sobre las investigaciones de dicho experi- mentador sagaz, en una época en que estando muy próximo á la muerte, no podía responder á semejantes críticas. Sábese que en 1812, D’Arcet inspirándose quizá en el pensamiento que á fines del siglo XVII emitió el médico fran- cés Dionisio Papin, trató de utilizar para la alimentación de las clases indigentes la sustancia orgánica que forma la base de los huesos y que se designaba entonces con el nombre de gelatina, porque se la confundía con la sustancia producida por este tejido bajo la acción prolongada del agua muy ca- liente. En sus primeros ensayos D’Arcet empleó el parenqui- ma oseo, privado de las sustancias calizas por la acción del ácido clorhídrico y le agregó otras sustancias alimenticias para la preparación de las sopas llamadas económicas. Los resultados obtenidos este modo, fueron juzgados tan favora- blemente por un gran número de personas competentes, que bien pronto se generalizó el uso de la gelatina en nuestros grandes hospitales y á fin de obtener dicha sustancia animal á poco coste, se suprimió la acción del ácido clorhídrico so- bre los huesos y en vez de ella se cocieron con agua á una elevada temperatura, bajo una presión considerable. Por es- pacio de mucho tiempo se siguió esta práctica, y excitado por sus primeros ensayos D’Arcet se dejó arrastrar por una pendiente en que los novadores suelen deslizarse, cayendo en exageraciones que los hombres de ciencia no podían acep- tar. Ensalzó desmedidamente las cualidades alimenticias de la sopa de gelatina, y coincidiendo con esto el culpable des- cuido con que los hospitales hacían estas preparaciones, se 303 dio ocasión á las muchas quejas que suscitó el uso de tales alimentos. En 1831 Magendie, Recamier, Dupuytren y otros médicos ó cirujanos del Hotel -Dieu de París, creyeron por tanto deber proscribir su uso para los enfermos confiados á sus cuidados. Casi en la misma época el Dr. Donné, fundán- dose en algunos experimentos que le eran personales, puso en duda la propiedad nutritiva de la gelatina; otros muchos médicos ó químicos yendo más lejos, sostuvieron enérgica- mente que dicha sustancia lejos de ser alimenticia era perju- dicial á la salud, y uno de ellos invocó la intervención del gobierno para prohibir su uso. Planteada de esta manera ante la Academia la cuestión de higiene pública, se envió á exa- men de una comisión que encargó á uno de sus individuos, Mr. Magendie, que hiciese un nuevo estudio de la gelatina considerada como alimento. Este fisiólogo emprendió enton- ces una série de experimentos que prolongó por espacio de diez años, exponiendo los resultados en un informe presen- tado á la Academia en agosto de 1841; trabajo cuya lectura produjo una impresión muy desfavorable para el uso alimen - ticio de las sustancias orgánicas sacadas de los huesos; pero cuyas bases me parecen poco sólidas. Efectivamente , el método experimental adoptado por Mr. Magendie, me parece mal elegido En vez de emplear la balanza, instrumento de los más útiles en las investigaciones de este género, se contentó con averiguar si los perros en- cerrados y condenados á un régimen rigurosamente unifor- me, que no recibian en cada comida mas que la sustancia cu- yas proporciones nutritivas quería calcular, continuaban vi- viendo como si estuviesen alimentados de un modo general; y cuando veia que los animales experimentaban á la larga una invencible repugnancia para el alimento que se les presenta- ba y morían de inanición al lado del alimento que antes ha- bían devorado, deducía que la sustancia sometida á esta sin- gular prueba no era nutritiva. SiMr. Magendie hubiese recordado cierta fábula de La- fontaine, en que desempeña un gran papel el pastel de angui- las es probable que no le hubiera pasado desapercibido el vi- cio que había en este método experimental. Sea como quiera, 304 habiendo demostrado que los perros á quienes de una mane- ra continua se les daba por único alimento gelatina sola ó mezclada con condimentos propios para hacer esta sustancia insípida algo agradable al paladar, no tardaban en perecer y morian de inanición al cabo de algunas semanas, se creyó autorizado para declarar que la gelatina llamada alimenticia no tenia más poder nutritivo que el agua pura. Debe también notarse que Mr. Magendie obtuvo resulta- dos análogos haciendo experimentos del mismo modo sobre la albúmina y la fibrina, sustancias cuya utilidad en la alimen- tación nadie podrá poner en duda. Pero este hecho no influyó de ninguna manera en su opinión acerca del valor de los ex- perimentos sobre la gelatina y del conjunto de su memoria resalta evidentemente que, en su opinión debía condenarse de una manera absoluta é irrevocable el uso de tal sustancia. Sin embargo, si Mr. Magendie no hubiese prescindido de tomar en cuenta los hechos demostrados experimentalmente por mi hermano, se hubiera visto obligado á reconocer que la gelatina bien preparada, aunque no tenga un poder ali- menticio tan grande como la fibrina, la albúmina ó el cáseo, es capaz de contribuir con mucha utilidad á sostener el traba- jo nutritivo, y no debe borrarse de la lista de sustancias apli- cables á la alimentación del hombre, del perro ó de cual- quier otro animal omnívoro ó carnicero. Efectivamente, los experimentos de William Edwards y de Balzac(l), hechos de un modo comparativo riguroso, y precisados por el uso juicioso de la balanza, habían demos- trado: 1. ° Que los perros sometidos al régimen de pan y agua por espacio de cerca de un mes, experimentaban pérdidas de peso muy considerables. 2. ° Que los mismos animales alimentados con pan moja- do en agua, pero mezclado con cierta cantidad de gelatina, llamada alimenticia, resistían mucho mejor á los efectos de (1) Investigaciones experimentales acerca del uso de la gela- tina como sustancia alimenticia. ( Archives generales de medicine, 2.a serie, t. Vil, p. 272-1835.) 305 este régimen insuficiente, y al fin de cada prueba cuya dura* cien variaba entre veintiuno y ochenta y seis dias, habían en general aumentado de peso, aunque esle aumento no era ni regular ni tan grande como el producido normalmente por el régimen común, é igualmente abundante; por último, que las raciones compuestas de este modo llegan á ser por fin insufi- cientes para sostener la vida. 3.° Que basta añadir á la mezcla de pan, gelatina y agua una cantidad pequeñísima de un caldo común sabroso y aro- mático para obtener un aumento regular del peso del cuerpo, ‘como también lodos los demás efectos característicos de una buena alimentación. Ningún hecho consignado en el informe de Mr. Magendie ha venido á contradecir ni modificar las conclusiones que re- saltan claramente de sus experimentos, bien concebidos y di- rigidos. Las investigaciones, emprendidas muy recientemente sobre el mismo asunto por otros fisiólogos, corroboran dichas conclusiones y en el estado actual de la ciencia, me parece imposible desconocer la aptitud de la gelatina para producir un contingente útil para la alimentación del hombre ó de los animales, sobre los cuales se han hecho los experimentos de que acabo de hablar. Participo por consiguiente de la opinión de Mr. Dumas y Fremy, respecto á la utilidad del tejido orgánico de los hue- sos para la alimentación de la población de París, hoy que á consecuencia de la presencia del enemigo alrededor de nues- tros muros, los demás alimentos nitrogenados han cesado de ser tan abundantes como de ordinario lo eran en lo interior de esta gran ciudad. Debo añadir también que la sustancia designada con el nombre de oseina por Mr. Fremy, me pare- ce que es para nosotros un alimento muy superior á la gela- tina, que dicha sustancia puede dar cociéndola, y que D’Ar- cet empleaba para la preparación de las sopas llamadas eco- nómicas; pero para motivar esta apreciación que concuerda muy bien con diversos hechos observados por Mr. Magendie y para recordar los principios fisiológicos que en mi oponion deben servirnos de guia en la composición de nuestras racio- nes de alimentos, creo necesario presentar algunas considera- 20 TOMO XIX. 306 dones generales acerca de la naturaleza del trabajo nutritivo al cual se trata de satisfacer. La nutrición de los séres animados es un fenómeno muy complejo y para resolver claramente algunas de las cuestio- nes que ocupan la atención del público en la actualidad; me parece conveniente analizar el problema fisiológico, al cual hay que dar solución. Si no temiese abusar de la atención que la Academia me concede, desearía desarrollar este asun- to con alguna extensión; pero quiero ser breve por ahora y me limitaré á los puntos más importantes. Para satisfacer las necesidades de la nutrición se re- quiere: 1. ° Que la economía animal halle en la ración alimenticia de cada dia ó de una série corta de dias, el equivalente de todo lo que el organismo pierde necesariamente en este tiem- po; asi como también la sustancia propia para la constitución de los tejidos nuevos que van formándose durante el período de crecimiento. 2. ° Que dicha ración sea apropósito para excitar el tra- bajo digestivo que es indispensable, á fin de que la mayor parte de los alimentos se hagan susceptibles de ser absorvi- dos y puedan llenar en la sangre su papel fisiológico. 3. ° Que los alimentos empleados de este modo puedan llegar al torrente circulatorio con cierta rapidez y que en ra- zón de la cantidad ó calidad de las sustancias que suminis- tran así á la sangre, el organismo no reciba nada que pueda oponerse á que se desempeñen normalmente las funciones y al equilibrio fisiológico. Efectivamente, puede pecar la ración por exceso, lo mismo que por defecto: en las circunstancias comunes entran en la economía animal muchas cosas inútiles, y una sustancia que es indispensable en cierta proporción, puede llegar á ser perjudicial cuando pasa de ella. Pero en un régimen higiénico conviene no emplear más que lo que es útil y evitar todo gasto supérfluo de fuerzas fisiológicas, como también todo desperdicio de los recursos alimenticios con que cuenta la sociedad. Según variados experimentos y cálculos de que por su extensión no debe darse cuenta en este lugar, pero cuya im- 307 por lancia he discutido ya en otra parte (1), puede fijarse que por término medio un hombre adulto consume en el espacio de veinticuatro horas, tanlo por las vías respiratorias y urina- rias, como por los demás aparatos excretores, cerca de 230 gramos de carbono y 21 de ázoe, además del hidrógeno y de otras muchas sustancias minerales contenidas en mayor ó menor cantidad en sus evacuaciones. Este gasto continúa aun cuando el hombre no reciba de fuera ningún alimento, pero entonces vive á expensas de su propia sustancia; el peso de su cuerpo disminuye, sus fuerzas se debilitan y cuando ha llegado á cierto grado de debilidad muere de inanición. El mismo resultado se produce , pero con más ó ménos lentitud, cuando la alimentación es insuficiente. Para que el cuerpo del hombre adulto conserve su peso y su aptitud para desarrollar fuerza, se necesita que el fluido nutricio, es de- cir, la sangre, reciba diariamente las cantidades de ázoe y carbono que acabo de indicar. También se requiere para que el mismo ázoe y carbono puedan utilizarse en la economía animal que se hallen asociados á otros principios y que cons- tituyan con ellos compuestos químicos poco estables, com- bustibles é idénticos ó análogos á los principios inmediatos que forman la sustancia de los tejidos organizados y que en la naturaleza no se hallan más que en los cuerpos vivos. Fácil es de comprender por lo tanto, que la ración ali- menticia no puede estar compuesta únicamente de fécula, de sustancias grasas ó de otras cualesquiera que, conteniendo en el estado químico que se desee mucho carbono, no tengan sin embargof ázoe. Bajo la influencia de un régimen no azoado, continúa la eliminación fisiológica del ázoe, como en los ca- sos de completa abstinencia y el trabajo de excreccion se mantiene por la sustancia constitutiva del cuerpo vivo que se destruye con más ó ménos rapidez. Los alimentos nitrogenados, como por ejemplo, la fibrina, la albúmina, el cáseo y el gluten, contienen á la vez, como (1) Véanse mis Lecciones acerca de la fisiología y anatomía com- parada del hombre y de los animales. Tomo VIII, pág. 170 y si- guientes. 308 se sabe, ázoe, carbono, hidrógeno, ele. Serían pues suscep- tibles de suministrar, aun estando solos, raciones que llena- sen las condiciones que acabo de indicar; pero una ración compuesta de este modo, no podría introducir en la sangre la cantidad de carbono indispensable más que echando al mismo tiempo un gran exceso de ázoe. Pero el sostenimiento de la combustión respiratoria por sustancias de este género ocasiona una producción de urea, de ácido úrico ó de otras sustancias azoadas fijas en demasiada abundancia para que el hombre pueda desembarazarse fácilmente de ella por la se- creccion renal y la acumulación de estas sustancias en su or- ganismo es causa de perturbaciones (1) del mismo. Esta es una de las razones por las cuales el hombre y la mayor parte de los animales, que bajo este punto de vista se le parecen más, no pueden vivir mucho tiempo solamente con fibrina, albúmina ó gelatina y es necesario agregar á estas sustancias otras ricas en carbono, como por ejemplo, la fécu- la, el azúcar ó las grasas y esto en proporción considera- ble (2). (1) Así la carne de carnicería en estado húmedo no contiene más que cerca de 11 por 100 de carbono y 3 por 100 de ázoe. Un hombre cuya ración diaria se componga únicamente de esta sus- tancia y que tenga necesidad de introducir diariamente en su or- ganismo 230 gramos de carbono y 21 gramos de ázoe, hallaría la cantidad que se desease de e&te último elemento en una ración de 700 gramos; pero este peso de carne no le produciría más que 71 gramos de carbono, y para obtener de este elemento los 230 gramos que se desean, se necesitarían más de 2 kilógra- mos, ración que introduciría en la economía un enorme excedente de ázoe. Respecto del perro, la excreccion de los productos azoados del trabajo nutritivo es más fácil y puede sostenerse la vida por mucho tiempo, por medio de un régimen compuesto únicamente de carne. (2) El pan es un alimento complejo de este género, pues con- tiene gluten que es un principio azoado y fécula que es una sus- tancia muy rica en carbono; pero no es bastante rico en ázoe para constituir únicamente una ración alimenticia, pues para obtener 309 Los alimentos más ricos en carbono y en hidrógeno y ca- paces por consiguienle de llenar mejor el papel de combus- tibles fisiológicos son los cuerpos grasos neutros. Por consi- guiente una ración compuesta únicamente de sustancias al- buminoideas y de grasa mezcladas en proporciones conve- nientes, contendría en el menor volumen posible un alimento completo; siempre no obstante que las paredes de la cavidad digestiva fuesen apropósito para absorver las grasas con bas- tante actividad, para derramar en la sangre en un espacio de tiempo dado una cantidad de dichas sustancias que contuvie- sen las dosis de carbono deseada para mantener la combus- tión respiratoria. Pero es sabido que en ciertos animales y probablemente lo mismo sucede en el hombre, dicha absor- ción se verifica con demasiada lentitud para poder satisfacer las necesidades del organismo (1), y de aquí resulta que las condiciones de que acabo de hablar no pueden llenarse más que por la reunión de principios orgánicos azoados, de sus- tancias grasas y de otra clase que produzcan también bastan- te carbono; pero cuya absorción es más rápida, por ejemplo, el azúcar (2). Mucho antes de poseer la teoría de estos fenó- menos de nutrición se habia demostrado la utilidad de tales mezclas, análogas á las que, por ejemplo, se hacen con la leche. Prout las ha designado á la atención de los fisiólogos como necesarias para la constitución de un alimento com- pleto. Guando se trata de fijar bien las cualidades que necesitan 21 gramos de ázoe se necesitarían emplear cerca de 2 kilogramos cantidad que introduciría en el organismo mucho carbono inútil y sería en general difícil de digerir. (3) Las disoluciones gelatinosas son también alimentos, cuya absorción solo se verifica con mucha lentitud y en parte por razón de tal circunstancia, no pueden por sí solas tales sustancias cons- tituir una ración alimenticia. (4) Un alimento que en muy pequeño volumen es muy nutri- tivo y fácil digestión, es la carne que contenga algo de grasa y machacada con un poco de azúcar. A falta de leche, este alimento puede ser útil para la alimentación de los niños que tienen deli- cado estómago. 310 reunirse para que la ración alimenticia responda á las nece- sidades de la economía animal, interesa también tener en cuenta la naturaleza del trabajo digestivo. Sábese que la ma- yor parte de las sustancias alimenticias, si han de hacerse apropósito para atravesar las paredes del tubo digestivo y pa- sar desde ellas al torrente de la circulación, deben desagre- garse ó hacerse solubles por la acción del jugo gástrico, car- gado de pepsina, del jugo pancreático y de otros humores del mismo género; porque la secreccion de estos líquidos digestivos no se verifica de una manera continua y nece- sita la acción de algunos estimulantes. Así es que el estóma- go en estado de reposo , no se baila apto para digerir en el intervalo que media entre las comidas, esta viscera no con- tiene en cantidad notable el jugo pépsico, que es el único que puede verificar la digestión de la carne, y aquel jugo solo penetra en su interior cuando el trabajo secretorio se ha pro- ducido en las glándulas pépsicas, bien directamente por la presencia de cuerpos sólidos ú otros estimulantes en el mismo estómago, bien indirectamente por el contacto de materias sápidas en el órgano del gusto, ó también por la escitacion que producen ciertos aromas en los órganos olfatorios. La secreccion del jugo pancreático está bajo la influencia de ac- ciones nerviosas reflejas análogas y otro tanto sucede respec- to de la secreccion salival. Por consiguiente, no basta que la ración alimenticia contenga la suma de sustancias combusti- bles y plásticas necesarias para sostener el trabajo nutritivo y que los alimentos sean digestibles; sino que se necesita también que en razón de sus propiedades físicas ó fisiológicas sean aptas para producir la acción de los órganos secretores de que acabamos de hablar, ó bien que los alimentos vayan acompañados de sustancias alimenticias aptas para producir los mismos efectos. Esto nos explica de qué manera un ali- mento insípido y en estado líquido no puede en ciertos casos digerirse y hasta motiva , una alteración en la economía ani- mal, mientras que en estado sólido ó convenientemente sazo- nada la misma sustancia puede desempeñar un papel útil en la nutrición. Insisto en estos hechos, no sólo porque arrojan mucha 311 luz acerca del papel fisiológico que desempeñan los condi- mentos, sino también porque son directamente aplicables á una de las cuestiones suscitadas por Mr. Fremy. En la mayor parte de los ensayos intentados hasta ahora para el aprove- chamiento del tejido orgánico de los huesos en el régimen ali- menticio del hombre , dicha sustancia se había transformado préviamente en gelatina, administrándola bien en disolución; en agua ó en forma de una jalea muy fácil de liquidar. Por el contrario, Mr. Fremy preconiza un sistema de preparación que conserva al tejido en cuestión en estado sólido y que por esta misma razón le hace más apropósito para producir el trabajo secretorio indispensable para el aprovechamiento de cualquier alimento de este género. Vemos por consiguiente en esto un progreso considerable. Los experimentos de mi hermano demuestran que la ge- latina obtenida por los procedimientos comunmente emplea- dos para la fabricación de la cola fuerte no tiene las propie- dades nutritivas de la gelatina llamada alimenticia preparada á una baja temperatura, tratando los huesos con el ácido clorhídrico, aun cuando sea administrada esta última suslan cia disuelta en agua y me parece muy probable que el tejido orgánico de los huesos que no se haya transformado en gela- tina y que constituye el alimento llamado oseina por Mr. Fre- my, es más nutritivo que una y otra de estas sustancias. Pero no me detendré en ello, porque nos faltan experimentos direc- tos para tratarlo (1) por completo (2) y la historia química de las sustancias orgánicas es todavía tan oscura é incierta que no puede valerse de ella la fisiología sino con mucha re- serva. (1) En una sesión anterior he tenido ocasión de decir algo acerca del papel que desempeñan los condimentos en el trabajo de la digestión. (Sesión del 28 de setiembre, p. 451.) (2) Esta opinión profesada hace mucho tiempo por Mr. Du- mas. ( Traite de Chimie, t. Vil, p. 509-1844), se halla confirmada por alguno de los hechos consignados por Mr. Magendie, en su informe sobre la gelatina; pero los experimentos de este fisiólogo, acerca de este punto, no se hallan presentados con los detalles necesarios para que sea útil aquí la discusión. 312 Hay otro punto, sobre el cual me lomaré la libertad de llamar también la atención de la Academia. En todos tiempos se han reconocido las venlajas de la variedad en el régimen alimenticio del hombre; pero no creo que se haya dado cuen- ta suficiente de las causas de que dependen estas venlajas. Es claro que en el caso en que la ración d,iaria sea insuficiente bajo cierto aspecto, y será útil cambiarla al siguiente dia, si obrando de este modo se suministrase al organismo lo que le faltase la víspera y que de tal suerte, por medio de cierta ro- tación las raciones siempre incompletas, cuando se las consi- dera aisladamente, pueden constituir un régimen satisfactorio. Pero cuando todas las raciones se hallen calculadas de modo que respondan á las necesidades del trabajo nutritivo no se ve á primera vista razón para variarlas. Se concibe sin em- bargo, que pueda ser así cuando se recuerda por una parte el papel de los estimulantes de que acabo de hablar, y por otra los efectos muy conocidos de la costumbre sobre la vi- vacidad de las sensaciones (1). Hay muchas razones para creer que la rapidez con que es absorvida una sustancia de- terminada varía con la proporción de esta misma sustancia preexistente en los líquidos del organismo, de modo que en un individuo cuya sangre, por ejemplo, es ya rica en sustan- cias grasas, la introducción de nuevas cantidades de grasa en el torrente de la circulación no se verificaría tan fácilmente, como si el fluido nutricio de este mismo individuo estuviese poco cargado; pero que esta circunstancia tendría poca in- (1) Un alimento que cesase de estimular al estómago de modo que produjese las acciones nerviosas reflejas necesarias para po- ner en juego los órganos secretores del jugo gástrico, del jugo pancreático, etc., se haría por esta misma razón, indigesto, car- garía inútilmente la viscera que le contiene y produciría bien el vómito ó bien deyecciones albinas anormales. Pero todos saben que los alimentos que han dado lugar á accidentes de este género, suelen causar por espacio de mucho tiempo un insoportable dis- gusto, y no debe deducirse de esto que dichas sustancias hayan perdido sus cualidades nutritivas y se hayan hecho incapaces para servir para la nutrición de las personas que no se hallen coloca- das en las mismas coudiciones fisiológicas. 313 fluencia sobre la absorción de una sustancia de naturaleza di- versa, por ejemplo, del azúcar ó la albúmina y esto contri- buiría á explicar los efectos útiles de la variedad en la ali- mentación. Terminaré ya estas consideraciones acerca de la historia fisiológica de la nutrición ; habiendo creído que en los mo- mentos actuales en que se suele llamar la atención sobre cuestiones de régimen alimenticio, podría ser útil exponer brevemente algunas de las bases en que deben apoyarse á mí parecer nuestros razonamientos acerca de este punto. FISIOLOGIA. Be la existencia del almidón en la tortuga de agua dulce (Tes- tudo europsea). Noticia de Mr. C. Dareste. (Comptes rendus, lo julio 1872.) En otras comunicaciones anteriores he indicado la exis- tencia de granos de almidón, enteramente parecidos al almi- dón vegetal, en los huevos de gallina, en varios órganos de las aves, tanto en estado embrionario como en edad adulta. Recientemente he visto que hechos análogos se presentan en la tortuga de agua dulce de Europa ( Testudo europceaj. He estudiado un gran número de tortugas pequeñas de esta especie, cuyo espaldar solo tenia 0m,2o de longitud. En la vesícula umbilical de estos animales, que tenia el tamaño de un guisante, he comprobado la existencia de un gran nú- mero de granos de almidón, entre los cuales los más gruesos tenían las dimensiones de 0mm, 00 , 0mm,011, 0mm,017, 0mm,22, dimensiones que con mucha exactitud son las mismas que comprobé el año pasado en los granos del almidón de la ye- ma de huevo. Había por consiguiente ocurrido en el desarro- llo del huevo, un hecho de disociación de los elementos de 314 los glóbulos amarillos, que enteramente puede compararse con el que he observado en la yema del huevo de ave. También en las celdillas de las paredes de las vesículas umbilicales he hallado una segunda generación de granillos amiláceos, los cuales son mucho más pequeños que los que están libres en lo interior de la vesícula, cuyo hecho es aná- logo al indicado en las aves. El hígado de dichas tortugas contenia casi siempre un nú- mero, sumamente considerable, de granillos de almidón. No obstante, algunos de estos granillos habian aumentado mu- cho, y ofrecían dimensiones considerables, notablemente ma- yores que las comprobadas en el hígado de los embriones de aves: he aquí varias de estas medidas: 0mm,009, 0mm, 01 5, 0mm, 021 . Se ve por consiguiente que en ciertos casos, dichos granillos son tan grandes como los que existen en los glóbu- los de la yema, y que quedan en libertad por la disociación de los elementos de estos glóbulos. También he encontrado granos parecidos de almidón en el hígado de tortugas mucho mayores, que se aproximaban á 25 centímetros. Por lo demás, la existencia del almidón en el hígado de las tortugas no es constante. No puedo creer que la falta de estos granos consista en que se destruyan después de la muerte del animal, porque he tenido ocasión de observarlos en tortugas muertas dos ó tres dias antes, y cuyos tejidos estaban muy alterados. Hay, pues, causas fisiológicas que ha- cen desaparecer el almidón del hígado, las cuales me son aún desconocidas. Un hecho enteramente nuevo, y acerca del cual debo lla- mar muy particularmente la atención de los fisiólogos, es el de la existencia del almidón en las cápsulas suprarenales, en las cuales son muy numerosos los granillos, aunque suma- mente pequeños (de 0mm,0015 á 0mm,005); no obstante que, por excepción, he observado algunos muy voluminosos. La existencia del almidón en las expresadas cápsulas, po- drá indudablemente arrojar alguna luz acerca del papel fisio- lógico que desempeñan estos órganos enigmáticos ; pero es- perando el momento en que debía completar mis observacio- nes acerca de este punto, debo notar que la existencia del 315 almidón en dichos órganos, como también en los testículos, en los cuales lo indiqué en el mes de enero, modifica las ideas que tenemos acerca de la glicogenia, que hasta ahora se consideraba como localizada en el hígado de los animales adultos. Todas las observaciones que consigno en la presente nota se han hecho por el uso combinado de dos métodos, la obser- vación por medio de la luz polarizada, y la coloración por el yodo. Los excelentes analizadores que me ha proporcionado Mr. Hartnack descubren los mas pequeños granos de almidón, no solo cuando están en libertad sino también cuando están encerrados en las celdillas, siendo trasparentes las paredes de estas celdillas, ó no conteniendo sustancias que intercepten el paso de la luz. El medio de producir la coloración por el yo- do es ménos satisfactorio en su uso, porque los granos que se observan propenden por lo general á ser reabsorbidos, y en- tonces se tiñen de color rojo en vez de tomar color azul vio" lado. No obstante, cuando los granos no han empezado toda- vía á reabsorberse, se tiñen de color azul violáceo, color que es característico de los granos de almidón tratados por el yodo; pero este fenómeno suele dificultarse y retardarse por las diferentes sustancias que acompañan á los granos de al- midón. La combinación de ambos medios de observación no deja duda alguna acerca de la verdadera naturaleza de estos gra- nos y de su completa identidad con el almidón vegetal. Ya sabíamos por los trabajos de Mr. Cl. Bernard, que la sustan- cia glicógena de los animales tiene las propiedades químicas del almidón vegetal; pero he completado sus investigaciones manifestando que la sustancia glicógena de los animales tiene la misma disposición molecular. Para terminar esta nota indicaré la existencia de los gra- nos de almidón en los buevecillos de los peces óseos. Lo he encontrado también en los huevos de arenques y de sollos, aunque los granos que en ellos se hallan son escesivamenle pequeños, y muy difíciles de observar. Muy pronto volveré á tratar de todos estos hechos. 316 FISIOLOGIA BOTANICA. Noticia acerca de las pretendidas tras formaciones de las bacte- rias y de las mucedineas en fermentos alcohólicos , por Mr. J. Seynes. ( Tomado de una carta á Mr. Pasteur.) (Comptes rendus, 8 enero 1872.) Hace seis años que cultivo las bacterias de los fermentos, los Mohos , Penicillium y otras Mucedineas > sin haber obser- vado nunca las trasformaciones mencionadas por Mr. Haller de Jena, y admitidas en parle por Mr. Trécul. En vista de las afirmaciones del sabio francés, cuyo gran mérito lodos reco- nocen, mi primera impresión fué creer que había experi- mentado y estudiado mal; pero no podía olvidar que un ob- servador de primer orden , que no puede ser sospechoso en materia de fijeza genérica ó específica, Mr. de Bary,no había sido más feliz que yo al comprobar los experimentos de sus colegas alemanes acerca del fermento. Cuando se dejan germinar y vegetar los Penicillium en el agua, se producen al cabo de algún tiempo, cambios nota- bles. Estos cambios se observan en los micelios sumergidos y en las células del parénquima de los hongos superiores, llegado el momento que corresponde á la muerte del vegetal. El plasma se divide en granulaciones muy distintas, casi de iguales dimensiones, y por lo común colocadas á igual distan- cia en el sentido del eje mayor de la célula. Estas granula- ciones, semejantes á las gotitas oleosas del plasma en su es- tado habitual, no se sobreponen á estas últimas, y forman so- lamente un sistema de agregación diverso. En cuanto al paso de estas granulaciones á bacterias nada he podido compro- bar, como tampoco el tránsito del micelio al estado de lepío- trix. 317 Los muchos motivos de confusión que pueden presentarse cuando se quiere explicar la filiación anunciada entre las bacterias, los fermentos y los Penicillium procediendo de las bacterias, me han movido á ensayar un orden inverso. Para ello, coloqué las películas muy conocidas que forma el Peni- cillium glaucum , y que le han valido el epíteto de cruslaceum, en vasijas de fondo plano, haciendo que quedasen sujetas al fondo mismo con pedazos de vidrio; en seguida eché sobre ellas disoluciones azucaradas, ó de malla de cerveza hervida. Rabia cuidado de escojer los ejemplares de Penicillium en di- versos estados, bien antes ó después de la fructificación, la- vándolos bien; pero nunca he visto que el micelio ó las es- poras se modifiquen en el sentido de producir siquiera una célula de fermento. Verdad es que he observado modificacio- nes interesantes respecto á la fisiología de los Penicillium , cu- yas modificaciones se producen también en el agua común, y de las cuales he dado cuenta á la Sociedad filomálica. Las observaciones hasta aquí referidas; respecto á la pro- ducción de las celdillas del fermento por las bacterias, se ha- llan en poco acuerdo. Según Mr. Trécul, la bacteria se hin- cha y se trasforma aisladamente; según Mr. Bechamp, las bac- terias y las microzimas se reúnen para formar una celdilla, ó son «las obreras encargadas de tejer las celdillas.» ( Comples renclus, t. LXVIII, p. 877.)— Esta teoría no es nueva, pues ya en 18io la sostuvo Mr. Pineau, en sus observaciones insertas en los Anuales des Sciences naturelles (Zoologie, 3.e série, t. RI, p. 187 á 189, lam. IV bis, figura 21 y 27), cuyas obser- vaciones me cuesta trabajo no atribuir al parasitismo de las bacterias, del cual he tratado al fin de una nota inserta en el Compte rendu del 11 de diciembre último; y por otra parle, estando ejecutados los dibujos de Mr. Pineau con muy poco aumento de tamaño, no pueden servir para desvanecer mis dudas. No me formo ilusiones acerca del valor de las pruebas negativas, pues no pueden tener otra pretensión más que la de disipar ciertos motivos de error. Es indispensable compro- bar un ciclo de vegetación bien definido para todos los mi- crófilos en cuestión. A ello se han dirigido mis esfuerzos, 318 después de haber reconocido, como Mr. Trécul, y por medio de otros procedimientos, la filiación del fermento y de los mismos (V. Bull. de la Soc. bot. , t. XV, p. 179). Después de haber observado un sistema de reproducción intracelular de los micodermos ( Comptes rendus, 13 julio 1868), he visto desde entonces una forma de reproducción aérea de los mi- codermos. No quiero dar la descripción de ellos hasta haber- los observado muchas veces; lodo lo que puedo decir es que no tiene relación alguna ni con el Penicillium ni con los Mu- cor \ ni con ninguno de los géneros á los cuales se han refe- rido hasta ahora los fermentos. 319 VARIEDADES. Biqueza y generosidad del Jardín Botánico de Mel- bourne. Este grande establecimiento de Australia, dirigido por el cé- lebre profesor, Barón de Müller, ha multiplicado sus relaciones hasta tal punto, que distribuye anualmente un prodigioso número de plantas vivas y semillas, como lo demuestran las notas siguientes. 1869. 1870. Plantas vivas distribuidas á diversos establecimientos públicos de enseñanza, beneficencia, recreo, etc., den- tro de la colonia, é igualmente á los jardines botáni- cos y sociedades científicas de los dominios británi- 29.256 6.779 1.980 eos y países extranjeros 40.000 id. dadas á los arbolistas de lo interior y exterior de la colonia en correspondencia de plantas y semillas recibidas 7.196 Id. regaladas á particulares en correspondencia de plan- tas y semillas recibidas ó por favores dispensados en beneficio del establecimiento 2.489 49.685 37.415 Desde el 1.® de enero de 1858 hasta el 11 de junio de 1870, el número de plantas distribuidas está representado por estas elevadas cifras: 466.924 para establecimientos públicos; 31.633 para arbolistas; 81.683 para par- ticulares. Tolal, 580.240. Durante el mismo período ascendió á 53.251 el número tolal de los papelitos de semillas, que se repartieron á los diferentes establecimientos públicos y particulares. Melbourne 14 de agosto de 1872. (Nota comunicada por D, Antonio de la Cámara.) 320 De la extraordinaria multiplicación en París del insec- to conocido con el nombre de Bibion de los jardines. Habiendo recibido la Academia de Ciencias de Paris varias comunicacio- nes relativas á la aparición de una mosca que hace muchos dias se ob- serva en los muros de París, expone Mr. Em. Blanchard las indicaciones siguientes sobre este asunto: El insecto, enteramente inofensivo que llama en este momento la aten- ción de la población parisiense es el Bibion denlos jardines [Libio hor tula- ñus) un díptero de la familia de los Tipulideos. No es propiamente ha- blando un representante del grupo de las moscas, y con tal motivo con- viene recordar que los dípteros se distribuyen de un modo muy natural en dos divisiones. Los representantes de la primera tienen antenas fili- formes (Nemoceres); los de la segunda, antenas cortas en las que sobresale un estilo ( Bracoceres ). Los Tipulideos son Nemoceres, las moscas Bracoceres. El Bibion de los jardines, muy común en la mayor parte de Europa, es un insecto filófago, como todos los tipulideos. En ‘estado adulto, el animal toma poco alimento, consistente en sustancias fluidas; en estado de larva, vive en la tierra de nuestros jardines, huertas y campos, y se alimenta exclusivamente de sustancias vegetales. Es equivocada la supo- sición que hacen algunas personas acerca de que la abundancia extraor- dinaria de los Bibiones tenga relación con el enterramiento de muchos cadáveres. El Bibion de los jardines nunca es raro en la primavera y su aparición en una proporción mayor ó menor se explica por las circuns- tancias más ó ménos favorables al desarrollo de la especie. Como los naturalistas han repetido con mucha frecuencia, toda especie de insecto se multiplica anualmente de una manera muy desigual y la diferencia debida á circunstancias diversas suele depender del número de parási- tos que puedan atacar á la especie. N.* 6.°— REVISTA DE CIENCIAS. — Setiembre de 1871. CIENCIAS EXACTAS. FÍSICA MATEMÁTICA. Teoría matemática de la Luz; por D. José Echegaray, indivi- duo de la Real Academia de Ciencias. ( Continuación ,) Ahora bien, las ecuaciones (0) son ecuaciones diferencia- les lineales ordinarias de una sola variable independiente, es decir, ecuaciones en diferenciales parciales, luego basta de- terminar , 'Ci , por los métodos del ( Núm . 49) y susti- tuir en los valores (5). De este modo obtendremos tantas integrales particulares como queramos por la indeterminación de la constante A y de las cantidades u, v, w, r, y sumándolas hallaremos aun nuevas integrales. Todas satisfarán á las ecuaciones diferen- ciales (8), pero todavía no á las condiciones iniciales (4). Núm. 00. Veamos cómo se resuelve esta última parte del problema. Demos infinitos valores á A y á u, v, w} r: tendremos espresados los valores de 5, *1, K por las séries ux-fvy+wz + r st u'x+v'y-f w'z + r' s't i — Ae X e + A'e X e + 21 TOMO XIX. m u"x + v"y + w"z + r" s"t Á"e X e + ux + vy + wz + r st u'x + v'y +w'z + r' s't 7] = j??# X 6 -}- B 6 X e -j- u"x+v"y + w"z + r" s''t B"c X e +..... ux+vy+wz + r st u'x + v'y + w'z + r,' s't Z~Ce X e -\-C’e X e + u"x + v"y + w"y + r'' s"t Ce X 6 -f- en las que B , C y s se determinaran en función de A, w, ■y, «í, r por los métodos expuestos en el tercer ejemplo. La ley de variación de A y de u, v, tu, r e s todavía arbitraria, y de esta indeterminación debemos servirnos para cumplir con las condiciones (4). Para t~o debemos tener ux + vy + wz u'x + v'y + w'z v(x,y,z)=Ae + A'e +. vx + vy + wz u'x + v'y + w'z .«.0=////// [u(x— «)+v(y— P) 00 10 (s — y) ] v/ — / o dcL.du dfi.dv dr.dw ti (a, p, y, /) . — ■ — — . - — v K r ' 2 TC 2tü + 00 («,.,/)= ////// [«(<»— a)+»(j— P) 00 + «o(z— y)l v/ — 1 S (a. P. y. 0 d es decir, 5 («, P. y, 0==5i ; *t(«. p, y, t) = r\t , ?(oc, p, y, /) = £,, + 00 5= ////// £«(07 — «) + ü(j — P) 00 325 + w(z— y) dv.du 2 71 dp dv 2 71 d y í/w Tí” ?i = 00 (¿r — a) + v (y — p) e — o© + w (z — y) I y/ — 1 J du.du dfidv dydiv "ir • ~hr • ~h~ ; m+n+p?, siendo A una constante; luego L ? se convertirá, al poner 327 por 5 su valor en una série de términos de esta forma m+n + pF [M(«— «) + %— P) A D \ e x,y»z L Jt~w\z T) 1 V ^ "i da. du d$dv d y dw J -1 "tít" * 2 ti * en razón á que solo en la exponencial entran las variables x , y> z- {Se continuará.) 328 METROLOGIA. Noticia sobre los trabajos de la Comisión internacional del Metro y leida en la sesión de la Academia del 21 [de Octubre de 1872 por el individuo de número D. Carlos ¡bañez. La Comisión internacional del Metro, que en 1870 redac- tó un extenso programa de estudios preparatorios para la so- lución de las cuestiones que se le habían sometido, se ha reunido de nuevo en el mes de setiembre próximo pasado, y dividida en once subcomisiones, ha sentado las bases de todos los trabajos que se han de llevar á cabo. Prescindiendo por ahora de las razones que han motivado los acuerdos, así como de los diferentes pormenores que en su dia se publicarán con las actas de la Comisión internacio- nal y dictámenes de las diferentes subcomisiones, he creído que la Academia oiría con interés este resúmen del delegado del Gobierno, en un asunto de tanta importancia para las ciencias de observación. Abierta la primera sesión por el Excmo. Sr. Ministro de Agricultura y Comercio de la República francesa, resultó que se hallaban representadas en la Comisión las veintisiete Nacio- nes que siguen: Alemania, República Argentina, Austria, Bélgica, Colombia, Chile, Dinamarca, Ecuador, España, Es- tados-Unidos, Francia, Grecia, Hungría, Inglaterra, Italia, Noruega, Padre Santo, Paises-Rajos, Perú, Portugal, Rusia, San Salvador, Suecia, Suiza, Turquía, Uruguay y Vene- zuela. La Academia recordará que á instancias de la Asociación geodésica internacional para la medición de grados en Euro- pa, de la Academia de Ciencias de San Petersburgo y de otras corporaciones científicas, el Gobierno francés invitó á 329 los ele todas las Naciones de Europa y América á que nom- brasen los delegados que habían de constituir una Comisión encargada de construir un metro internacional terminado por trazos, deducido del metro proto- tipo terminado por cantos, depositado en los archivos nacionales de Francia. Esta Co- misión debía construir tantos metros de las mismas condicio- nes que el internacional cuantas fuesen las Naciones repre- sentadas; determinando con la mayor precisión posible en la actualidad, la ecuación de cada uno de ellos con el nuevo metro tipo internacional. Constituida la Comisión en 1870 manifestó al Gobierno francés deseos de extender su misión á todas las cuestiones que se rozan con el kilogramo, á lo cual accedió el referido Gobierno. Hé aquí los principales acuerdos de la Comisión, tomados en sus doce sesiones de 1872. 1. Considerando que la Comisión internacional del Metro está llamada á indicar las disposiciones encaminadas á dar al sistema métrico de pesas y medidas un carácter verdade- ramente internacional; que no se puede obtener la unidad de peso y de medida de una manera rigurosa y satisfactoria para las necesidades de las ciencias y de las artes, sino con la condición de que todos los países que hayan adoptado el sis- tema métrico posean tipos de igual valor y de construcción idéntica, perfectamente comparables y rigurosamente compa- rados, la Comisión internacional del Metro decide: que cons- truirá tantos tipos idénticos del metro y del kilogramo, cuan- tos reclamen los Estados interesados; que la Comisión debe comparar lodos estos tipos y establecer sus ecuaciones con toda la exactitud posible; que se escogerá uno de estos me- tros y uno de estos kilogramos para prototipos internaciona- les, con relación á los cuales se expresarán las ecuaciones de todos los demás; y finalmente que los otros tipos así ejecu- tados, se distribuirán indistintamente entre los diferentes Es- tados interesados. 2. Para la ejecución del metro internacional, se toma como punto de partida el metro de los archivos de Francia en su estado actual. 330 3. La Comisión declara que en vista del estado actual de la regla de platino depositada en los archivos de Francia, le parece que el nuevo metro internacional terminado por trazos puede deducirse de ella con seguridad. Esta opinión es nece- sario que se confirme por los resultados de los diferentes pro- cedimientos de comparación que se puedan emplear en este trabajo. 4. Si bien se decide que el nuevo metro internacional debe estar terminado por trazos, y que todos los paises han de recibir copias idénticas construidas al mismo tiempo que el proto- tipo, la Comisión deberá construir después un cierto número de tipos terminados por cantos para las Naciones que los hayan pedido; y las ecuaciones de estos metros con rela- ción al nuevo proto- tipo terminado por trazos, habrán de ser igualmente determinadas por la Comisión internacional. 5. La ecuación del metro internacional se deducirá de la longitud actual del metro de los archivos de Francia, deter- minada por medio de todas las comparaciones que se efectúen por los diferentes procedimientos que la Comisión internacio- nal del Metro esté en estado de emplear. 6. El metro internacional tendrá la longitud del metro á cero grados del termómetro centígrado. 7. Para la fabricación de los metros se empleará una aleación de 90 partes de platino y 10 de iridium, con una to- lerancia de 2 por 100 en más ó en ménos. 8. Con el lingote que provenga de una sola fusión, y por medio de los procedimientos usados en la fabricación de los metales, se construirán reglas, cuyo número determinará la Comisión internacional. 9. Estas reglas se recocerán durante varios dias á la tem- peratura más elevada, para que después no tengan que sufrir más que pequeñas acciones mecánicas. 10. Las barras de platino iridiado sobre las cuales se de- ben grabar los metros terminados por trazos, tendrán una lon- gitud de 102 centímetros, y su sección trasversal afectará pró- ximamente la forma de una X, cuyas jambas se hallan reuni- das por una regla horizontal, presentando así á la vista su plano neutral á los efectos de la curvatura que podría produ- 331 cirse, sea por la flexión, sea por las diferencias momentáneas de temperatura éntrelas superficies inferior y superior. Sobre este plano se han de grabar los trazos. 11. Las barras destinadas á la construcción de los metros terminados por cantos, tendrán una sección trasversal análo- ga pero simétrica en el sentido vertical; las extremidades se trabajarán en forma esférica de un metro de rádio. 12. Durante todas las operaciones que se deberán hacer con los metros tipos, se apoyarán estos , según el sistema de Bessel, sobre dos cilindros giratorios; pero para su conserva- ción se colocarán en estuches convenientemente dispuestos. 13. Cada uno de los metros internacionales irá acompañado de dos termómetros de mercurio, aislados y cuidadosamente comparados con el termómetro de aire. Se juzga indispensa- ble que estos termómetros se comparen varias veces en el trascurso de los tiempos al termómetro de aire, para tener en cuenta su variabilidad. 14. Para determinar el coeficiente de dilatación del platino iridiado que se ha de emplear en la construcción de los me- tros, se hará uso del método del Sr. Fizeau. 15. Se someterán los tipos á los mejores procedimientos por medio de los cuales se puedan determinar los coeficientes de la dilatación absoluta de los metros enteros. Estas expe- riencias se harán separadamente por lo ménos á cinco tem- peraturas diferentes, comprendidas entre cero y cuarenta grados. 16. La comparación relativa de los tipos se deberá eje- cutar por lo ménos á tres temperaturas comprendidas entre estos mismos límites. 17. La Comisión decide que se construyan dos aparatos, uno de movimiento longitudinal para el trazado délos metros, y el otro de movimiento trasversal para su comparación. 18. Las comparaciones se efectuarán sumergiendo los nuevos tipos en un líquido y en el aire; pero sin sumergir el metro de los Archivos de Francia en ningún líquido ántes de terminar las operaciones. 19. El trazado de los metros terminados por trazos, y su primera comparación con el metro de los Archivos de Eran- 332 cia, se llevarán á cabo en primer lugar por el procedimiento propuesto por el Sr. Fizeau, que consiste en observar al mis- mo tiempo y en cada extremo del metro una punta muy fina colocada á la proximidad del canto, y la imágen de la misma punta reflejada por éste. 20. Para la determinación de las ecuaciones de los dife- rentes tipos, se emplearán además todos los medios de com- paración ya conocidos, es decir, según los casos, bien sean palpadores de diferentes formas, bien el método de los Seño- res Ai r y y Struve, bien el de los Sres. Stamkart y Steinheil. 21. Las ecuaciones entre el metro de los Archivos de Francia y el metro internacional terminado por trazos, así como las ecuaciones entre los otros tipos y el metro interna- cional, se determinarán por la discusión de los resultados de todas estas observaciones. 22. Las operaciones se harán á la inversa, partiendo del metro internacional para la construcción de los tipos termi- nados por cantos que pidan las diferentes Naciones. 23. Considerando que la sencilla relación establecida por los autores del sistema métrico entre las unidades de peso y de volumen, está representada por el kilogramo actual de una manera suficientemente exacta para los usos ordinarios de la industria y aun de la ciencia; considerando que las ciencias exactas no tienen la misma necesidad de una relación numé- ricamente sencilla, sino de una determinación tan perfecta como sea posible de esta relación; considerando, por último, las dificultades que traería consigo un cambio de la unidad actual de peso métrico, se decide que el kilogramo interna- cional se deducirá del de los archivos de Francia en el estado en que hoy se encuentra. 24. El kilogramo internacional se ha de referir al peso hecho en el vacío. 25. La materia del kilogramo internacional será la misma que la del metro. 26. La materia del kilogramo se fundirá en un solo cilin- dro, que se someterá en seguida á los caldeos y operaciones mecánicas capaces de dar á su masa toda la homogeneidad necesaria. 333 27. La forma del kilogramo internacional será la misma que la del de los archivos de Francia, es decir, un cilindro cuya altura sea igual al diámetro y cuyas aristas estén lige- ramente redondeadas. 28. La determinación del peso del decímetro cúbico de agua, debe hacerse por la Comisión internacional. 29. Las balanzas que deben servir son no solamente las que podrían facilitar los establecimientos y personas que las poseen, sino además una nueva balanza construida según las condiciones de la mayor precisión. 30. Los volúmenes de todos los kilogramos se determina- rán por el método hidrostático; pero el kilogramo de los ar- chivos de Francia no se sumergirá en el agua ni se colocará en el vacío ántes del final de las operaciones. 31. Para determinar en el vacío el peso de los nuevos kilogramos con relación al de los archivos de Francia, se hará uso de dos kilogramos auxiliares, si es posible del mismo peso y del mismo volúmen que el de los archivos, siguiendo el método indicado por el Sr. Stas. Cada uno de los nuevos kilo- gramos se comparará también en el aire con el kilogramo de los archivos. 32. Construido que sea el kilogramo internacional, se compararán á él todos los demás en el aire y en el vacío para determinar sus respectivas ecuaciones. 33. Con este objeto se emplearán los métodos de la alter- nación y de la sustitución, con contrapeso de la misma materia. 34. Las correcciones relativas á las pérdidas de peso en el aire, se efectuarán con los dalos científicos más precisos y mejor discutidos. 3o. La construcción de los nuevos proto- tipos del metro y del kilogramo, el trazado de los metros, la comparación de los nuevos proto-tipos con los de los archivos de Francia, así como la construcción de los aparatos auxiliares necesarios para estas operaciones, se confian á la sección francesa de la Comisión internacional, con el concurso del Comité perma- nente de que se hace mención en el artículo siguiente. 36. La Comisión elije en su seno un Comité permanente, 334 que debe funcionar hasla la próxima reunión de la Comisión, con la organización y las atribuciones siguientes: (a) El Comité permanente se compondrá de doce indivi- duos que pertenezcan todos á naciones diferentes; para que sus deliberaciones sean válidas, es necesario por lo ménos la presencia de cinco de sus individuos; elige su Presidente y su Secretario; se reúne siempre que lo juzgue necesario y por lo ménos una vez al año. (ó) El Comité dirige y vigila la ejecución de las decisio- nes de la Comisión internacional relativamente á la compara- ción de los nuevos tipos métricos entre sí, así como la cons- trucción de los comparadores, balanzas y otros aparatos auxi- liares que hayan de servir para estas operaciones. (c) El Comité permanente ejecutará los trabajos indicados en el párrafo (ó) que precede, con todos los medios que tenga á su disposición: para estos trabajos recurrirá á la oficina in- ternacional de pesas y medidas, cuya fundación se recomen- dará á las Naciones interesadas. (d) Cuando los nuevos tipos estén construidos y compara- dos, el Comité permanente dará cuenta de todos los trabajos á la Comisión internacional, la cual sancionará los tipos antes de distribuirlos á las diferentes Naciones. 37. La Comisión internacional llama la atención de los Gobiernos interesados acerca de la grande utilidad que repor- taría la fundación en París de una oficina internacional de pesas y medidas bajo las bases siguientes: 1. a El establecimiento será internacional, y se le declarará neutral. 2. a Se establecerá en París. 3. a Su fundación y entretenimiento se harán con cargo á todas las Naciones que se adhieran al tratado que se ha de llevar á cabo entre los Estados interesados para la creación de la oficina. 4. a El establecimiento dependerá de la Comisión interna- cional del Metro, y quedará bajo la vigilancia del Comité per- manente, el cual designará el Director. 3.a La oficina internacional tendrá las atribuciones si- guientes: 335 (a) Estará á la disposición del Comité permanente para las comparaciones que han de servir de base á la verificación de los nuevos tipos, de la cual se halla encargado el Comité. (b) La conservación de los proto- tipos internacionales se- gún las prescripciones de la Comisión. (c) Las comparaciones periódicas de los prolo-lipos inter- nacionales con los tipos nacionales, y con los testigos que después se mencionarán, así como la de los termómetros tipos, según las reglas establecidas por la Comisión. (d) La construcción y la verificación de los tipos que otros países puedan pedir en lo sucesivo. (e) La comparación de los nuevos proto-tipos métricos con los otros tipos fundamentales empleados ven los diferentes países y en los trabajos científicos. (f) La comparación de los tipos y escalas de precisión que se le envíen, sea por los Gobiernos, sea por corporaciones científicas, sea por artistas ó por hombres de ciencia. (g) La oficina ejecutará todos los trabajos que la Comisión ó su Comité permanente le pidan en interés de la metrología y de la propagación del sistema métrico. 38. La mesa de la Comisión internacional queda encarga- da de dirigirse al Gobierno francés, para que se sirva comuni- car por la via diplomática, á los Gobiernos de todos los países representados en la Comisión, el ruego de esta’ relativo á la fundación de una oficina internacional de pesas y medidas, y para que invite á los mencionados Gobiernos á que hagan un tratado para crear de común acuerdo lo más pronto posible el referido establecimiento científico, bajo las bases propuestas por la Comisión. 39. La Comisión es de dictámen que el tipo internacional deberá estar acompañado de cuatro reglas idénticas, mante- nidas como él á una temperatura lo ménos variable que sea posible; otra regla idéntica deberá conservarse como experi- mento, á temperatura invariable y en el vacío; habrá lugar de establecer testigos de cuarzo y de berilo, comparables en todo tiempo á la regla entera, en totalidad ó por fracciones. Otros medios de conservación se propondrán al tiempo de sancionar los nuevos tipos. 336 40. La Comisión ruega al Gobierno francés que, en inte- rés de la ciencia geodésica, mande medir de nuevo en tiem- po oportuno una de las bases francesas. Resuellas, como se acaba de indicar, las cuestiones pro- puestas en la primera reunión de la Comisión internacional del Metro, procedió ésta en su última sesión á elegir, por vo- tación secreta, su Comité permanente; resultando elegidos, por el orden del número de votos obtenidos, los delegados cuyos nombres aparecen á continuación. POR UNANIMIDAD. Sr. Foerster, Director del Observatorio de Berlin y Director de pesas y medidas (Alemania). Sr. Ibañez , Brigadier; Director del instituto geográfico; de la Academia de ciencias (España). POR MAYORÍA ABSOLUTA. Sr. Bosscha , Inspector de instrucción pública; de la Academia de ciencias (Paisés-Bajos). Sr. Herr , Profesor de geodesia y de astronomía en la Escuela politécnicá; Director de pesas y medidas (Austria). Sr. Wild, Director del Observatorio físico de San Petersburgo; de la Academia de ciencias (Rusia). Sr. Barón Wrede , Teniente General; déla Academia de cien- cias (Suecia). Sr. Hilgard, Inspector de pesas y medidas; de la Academia de ciencias (Estados-Unidos). Sr. Morin , Teniente General; Director del Conservatorio de artes y oficios; de la Academia de ciencias (Francia). Sr. Chisholm, Conservador de los proto-tipos (Inglaterra). Sr. Broch, Catedrático de la Universidad de Cristiania (No- ruega). Sr. Slas, individuo de la Real Academia (Bélgica). Sr. Husny-Bey , Jefe perteneciente al cuerpo de Estado mayor (Turquía). 337 Este Comité, que al constituirse me hizo el honor de ele- girme su Presidente, designando como Secretario al Sr. Boss- cha, comenzó inmediatamente sus trabajos, animado del deseo de contribuir á una obra que, además de facilitar la generali- zación de un sistema uniforme de pesas y medidas, ha de producir ventajas de gran consideración en las aplicaciones de las ciencias físico-matemáticas. TOMO XIX. 22 CIENCIAS FISICAS. FISICA. Memoria sobre el origen celeste de 1a electricidad atmosférica , por Mr. Becquerel. (Comptes rendus.) Todavía se ignora el origen déla electricidad atmosférica, á pesar de las investigaciones hechas hasta ahora para conse- guirlo: los recientes descubrimientos sobre la conslilucion fí- sica y química del sol, y las investigaciones á las cuales nos dedicamos desde hace algún tiempo, permiten hoy abordar esta importante cuestión. La tierra y la atmósfera son vastos depósitos de electrici- dad, de los cuales la naturaleza toma la necesaria para las tor- mentas y otros fenómenos atmosféricos; ambas se hallan en estados eléctricos diversos cuando el cielo está sereno. El aire tiene un exceso de electricidad positiva, cuya intensidad va en aumento según se va subiendo desde el suelo hasta las re- giones más elevadas de la atmósfera, en las que se manifies- tan las auroras boreales; fenómenos que son debidos á des- cargas eléctricas, como lo demuestran su acción sobre la agu- ja magnética, y diversos efectos de que después trataremos: la tierra posee un exceso de electricidad negativa, cuya dis- tribución por su interior es todavía desconocida. Hemos empezado por manifestar que todas las causas físi- cas, químicas y fisiológicas que desprenden electricidad en la 339 superficie de la tierra, no pueden suministrar las enormes cantidades de electricidad esparcidas en los espacios planeta- rios. Si así fuese, ¿cómo se explicaría que fuera aumentando la tensión de la electricidad positiva, cuando debía suceder lo contrario alejándose del foco de electricidad? Fallaba exa- minar hasta qué punto era posible atribuirla uo origen ce- leste. Se ha empezado por recordar las nociones adquiridas so- bre la formación de la tierra, las erupciones volcánicas, y los efectos eléctricos poderosos que les acompañaban en los pri- mitivos tiempos, así como también la constitución física y química del sol, según en el dia la conocemos. Cuando, durante el eclipse total de 18 de julio de 1842, se observaron dos protuberancias rosáceas, se estuvo, según la expresión de Arago en camino de encontrar una tercera cubierta situada sobre la fotosfera, y formada por nubes os- curas ó luminosas. Solo se empezaba á sospechar entonces la existencia de una tercera cubierta ó atmósfera solar. En la sesión de 8 de enero de 1869, Mr. Janssen anunció á la Aca- demia (véanse los Comptes rendus) que existía alrededor del sol una atmósfera hidrogenada, y una relación entre la presen- cia de las manchas y las protuberancias que tenían una mis- ma composición, y que había llegado por un método propio á seguir las protuberancias hasta sobre el mismo sol , lo que le permitió descubrir la relación de que se acaba de tratar. Las protuberancias no son, pues, más que las porciones más sa- lientes de la sustancia hidrogenada que rodea por todas par- les ai sol. Tal vez no son más que proyecciones gaseosas. independientemente de las quince ó veinte sustancias que se encuentran en la fotosfera, según la análisis de la luz que de ella emana, sustancias que forman parle de la tierra, Mr. Rayet ha observado en las rayas del espectro una ama- rilla, que no corresponde al sodio, sino á una sustancia que todavía no se ha descrito. Además, el F. Secchi ha hallado vapor de agua en la misma atmósfera. Las manchas, que algunas veces tienen 16.000 leguas de extensión, parecen ser las cavidades por las cuales se esca- pan de la fotosfera el hidrógeno y las diversas sustancias que 340 componen la atmósfera solar. Pero el hidrógeno, que no pare- ce ser aquí más que el resultado de una descomposición, arras- tra .consigo la electricidad positiva que se esparce en los es- pacios planetarios, después en la atmósfera terrestre y aun en la tierra, disminuyendo siempre de intensidad á causa de la mala conductibilidad de las capas de aire cada vez más den- sa, y de la corteza superficial de la tierra. Esta no debe ser negativa por otra causa, sino porque sería menos positiva que el aire. Para demostrar de qué modo la electricidad positiva que emana del sol se esparce en los espacios planetarios, se ha empezado por recordar que la electricidad no se propaga en un medio cualquiera, sino en tanto que este medio contiene la sustancia que le sirve de vehículo. Sábese efectivamente que las propiedades luminosas de la electricidad corresponden en gran parte, si no en totalidad, á la sustancia ponderable á tra- vés de la cual se trasmiten las descargas. La presencia de la electricidad no se demuestra en los ex- perimentos de que se trata más que por efectos luminosos, pero hay otros medios por los cuales puede también manifes- tarse; basta para ello poner en comunicación con el conduc- tor de una máquina eléctrica en acción, un vaso de metal que contenga un líquido susceptible de evaporarse, y no se tarda en descubrir que la evaporación es mayor que la que se efec- túa en un vaso semejante que contenga el mismo líquido aunque no electrizado. Con esto se demuestra que la electri- cidad puede esparcirse en un espacio vacío cuando arrastra consigo la materia; verdad demostrada en multitud de reac- ciones químicas, cuyos resultados expondremos en una Me- moria que deberá presentarse pronto á la Academia. Se ha invocado después otro orden de fenómenos, para demostrar la existencia de la materia gaseosa en el espacio más allá de la extensión que se asigna á la atmósfera terres- tre: nos referimos á las auroras boreales, que son debidas á descargas eléctricas producidas en medios en que existen to- davía sustancias gaseosas; se ha determinado la distancia de dichos meteoros á la [ierra por medio del método de las para- lajes, y se ha hallado, por ejemplo, que la aurora boreal del 19 341 de octubre de 1726, visible al mismo tiempo en Varsovia, Moscou, Roma, Ñapóles, Lisboa, tenia su asiento á 200 kiló- metros lo ménos de la superficie terrestre. La Comisión científica enviada al Norte en 1838 y 1839, tuvo ocasión de observar 143 auroras boreales, que eran pro- ducidas á distancias de la tierra que variaban de 100 á 200 kilómetros. En la Memoria se refiere después lo relativo al ruido más ó menos fuerte que se oye durante las auroras boreales, por los habitantes de las regiones polares, situadas á grandes dis- tancias unas de otras; ruido que no pudo comprobar Biot en las islas Shetland, ni la Comisión enviada al Norte, quizá á causa de la distancia en que se hallaban del meteoro; pero no pueden ponerse en duda estos testimonios, sobre todo des- pués de la afirmación de Bergmann. ( Opuscula chimica, t. V, pág. 297.) El mismo autor refiere que algunos viajeros, al atravesar las montañas de la Noruega, hallándose rodeados por una aurora boreal, han sentido un fuerte olor de azufre, que no puede atribuirse más que á la presencia del ozono ó del oxigeno electrizado: hechos parecidos ha demostrado Mr. Paul Prolier, el intrépido aeronauta encargado de una misión importante, que habiendo salido de París en diciem- bre último, durante el sitio, llegó catorce horas después á Noruega sobre el monte L'íde á 1.300 metros de altura, cu- bierto de nieve, en medio de los más grandes peligros, que venció con rara inteligencia. Hé aquí lo que refiere en la relación de su viaje Mr. Emi- lio Castailhac. ((A través de una niebla muy clara pudo ver agitarse los brillantes rayos de una aurora boreal, que esparcía por todas partes su extraña luz. Muy pronto se oyó un mugido incom- prensible, cesando el ruido completamente, y produciéndose un olor de azufre de los más marcados, casi asfixiante (p. 28).» Según estas observaciones de un hombre que no se ha ocupado en cuestiones científicas, y que confirman los testi- monios de los habitantes de las regiones polares y de los via- jeros de Noruega, no puede quedar duda alguna acerca de su veracidad. 342 Sentados tales supuestos, deben discutirse las dos cuestio- nes siguien tes: 1 .a Al salir de la fotosfera la electricidad positiva con el gas hidrógeno, se esparce en los espacios planetarios, no solo con el concurso de las sustancias gaseosas más ó menos difu- sas que en ella se encuentran, como lo hemos tratado de de- mostrar, sino también con el de las sustancias que arrastra consigo al salir de la fotosfera. Esta misma electricidad llega á la atmósfera terrestre, y después á la tierra, disminuyendo de intensidad, á causa de la resistencia que experimenta al atravesaren la atmósfera capas cada vez más densas. ¿Cuál es el trabajo que puede ejercer la electricidad nega- tiva que conserva la masa solar, una vez que el hidrógeno deje la fotosfera? Para responder categóricamente á ambas preguntas, sería menester saber si los espacios planetarios contienen ó no sustancias gaseosas, ó bien si el vacío es perfecto. En el caso en que el espacio contenga gases más ó menos enrarecidos, se esparceria en ellos, como es sabido, la electri- cidad positiva, por una serie de composiciones y recomposi- ciones del fluido natural que rodea las partículas de estos ga- ses, el cual parece que no es otra cosa más que el principio etéreo que trasmite la luz á inmensas distancias, como hemos tratado de demostrarlo en la obra manuscrita que hemos pre- sentado á la Academia en la sesión del 16 de marzo último. Pero el estado de gran enrarecimiento de los gases que componen la atmósfera solar, más allá de la parte luminosa y á distancias excesivas, es muy admisible, atendida la tempe- ratura enorme del sol, sobre todo cuando se observa que la corteza terrestre, que sin la influencia solar participaría de la temperatura de los espacios celestes, tiene una atmósfera que se esliendo á mas de 200 kilómetros. Además de las sustancias gaseosas que se cree deben existir en los espacios planetarios, se hallan en ellos miríadas de areolitos, cuyo tamaño varía desde las masas de hierro me- teórico que se hallan esparcidas en diversas parles por el globo, hasta la de granos muy finos de polvo, de lo cual ofre- cen ejemplos las erupciones de nuestros volcanes. Efectiva- 343 raenle, en una erupción del Vesubio fueron trasportadas pol- los vientos cenizas sumamente tenues hasta Constantinopla. El número de estos aerolitos es algunas veces tan consi- derable, que Humboldt, en su viaje á América, ha visto, du- rante una travesía por el mar, que el cielo estaba enteramen- te encendido, como si hubiera una gran función de fuegos artificiales; espectáculo deslumbrador, debido, según el céle- bre viajero, á una multitud de aereolitos esparcidos en la at- mósfera. Debe, pues, creerse, según lo que se ha dicho, que no existe el vacio absoluto en los espacios planetarios donde pueden esparcirse algunos gases, como por ejemplo el hidró- geno. Nada se opone por consiguiente á la propagación de la electricidad en estos mismos espacios. Se ha examinado después en la Memoria lo que llega á sel- la electricidad negativa que se esparce en la masa solar, du- rante la salida de la fotosfera de la electricidad positiva con el hidrógeno por las manchas solares, del mismo modo que los gases y la electricidad salen de los cráteres de los volca- nes terrestres. La electricidad negativa del sol y la positiva de su atmósfera se hallan casi en condiciones semejantes á aquellas que tienen ambas electricidades en la tierra y su at- mósfera; pero como estos dos astros parecen compuestos de los mismos elementos, y no difieren entre sí, aparte de las dimensiones, más que por una diferencia considerable en las temperaturas, deben producirse en ellos los mismos efectos físicos y químicos cuando la electricidad negativa se propaga en ellos. Daremos á conocer después algunos de estos efectos. Si la teoría que acabamos de exponer acerca del origen celeste atribuido á la electricidad atmosférica deja todavía algo que desear sobre ciertos puntos, esto consiste en que aún se ignora cuáles son las sustancias gaseosas, en un estado de difusión mayor ó menor, que se encuentran esparcidas en los espacios planetarios, pues apenas es posible admitir el vacío perfecto. Las investigaciones á que nos dedicamos en este momen- to servirán, así lo esperamos, para ilustrar una cuestión que interesa mucho á la física celeste y á la terrestre. 344 Después de leída esta nota, Mr. Sainte- Glaire Deville hizo notar, que los motivos que Mr. Becquerel acababa de hacer valer en apoyo del origen celeste de la electricidad atmosfé- rica, vienen á confirmar la hipótesis que lia sostenido del ori- gen celeste de las variaciones de la temperatura atmosférica, y particularmente de la influencia que puede tener sobre estos fenómenos la aparición periódica de las sustancias cósmicas en los espacios inlerplanetarios. CIENCIAS NATURALES. FISIOLOGIA VEGETAL. Sobre los pulgones del género Phylloxera que perjudican á las viñas y frutales . — Análisis de documentos presentados á la Academia de Ciencias de París. (Comptes rendus, 23 setiembre 1872.) En una sesión de la Academia de Ciencias de París, dio cuenta Mr. Dumas de varios documentos dirigidos á la Co- misión del Phylloxera por dos de sus delegados, Mr. Duclaux y Máximo Cornu. Mr. Duclaux dice desde Montpellier, que el 16 de setiem- bre último no ofrecía la enfermedad que se presentó en las cercanías de esta ciudad el carácter fulminante que en Vau- cluse y en el Cran. Viñedos que hacia tres años habían sido invadidos, no presentaban más que unas 100 cepas muer- tas; mientras que en Vaucluse se ha visto que daban una bue- na cosecha en otoño, y perecían completamente en la siguien- te primavera. En el Heraull la enfermedad presenta un carácter esporá- dico en cierto modo. Entre el límite del depariamenlo y el rio Herault hay veinte puntos invadidos; pero dichos puntos excepto los dos primeros, ó sean Sainl-Gelv y Lunel-Viel, tie- nen poca extensión. Aunque la enfermedad existe en el de- 346 parlamento desde 1869, no por eso ha dejado de ser abum danle la cosecha. Examinando el mapa del departamento que indica la mar- cha de la invasión, y fué remitido por Mr. Duclaux, según la Comisión deseaba, se observa que hay, á corta distancia unas de otras, viñas enteramente perdidas y algunas en muy buen estado. Mr. Max. Cornu remite desde Burdeos, con fecha 18 de setiembre, el resúmen de sus observaciones sobre las agallas, el Phylloxera alado y el Phylloxera que ataca los árboles fru- tales. I. Agallas . En unión de Mr. Duclaux, pudo demostrar la identidad de la forma del Phylloxera de las raíces y del de las hojas; en ambos casos los jóvenes son ágiles, y huyen del si» tio en que han nacido. Colocándoseesobre las hojas muy tiernas y de cerca de un centímetro de longitud, es como el animal produce la mons- truosidad celulosa que se convierte después en agalla, y se cierra formando una especie de ribete erizado de muchos pelos. Es ya muy larde para poder seguir exactamente el desar- rollo de las agallas, y el estudio debe comenzarse por lo me- nos dos meses antes. La forma de las agallas varia según las cepas: cuando el insecto las abandona se ennegrecen por la cara interna, y este color proviene del tejido muerto. En cada agalla no hay más que un insecto; pero las con- fluentes, cuyas cavidades se comunican, pueden inducir á er- ror. En el interior de las mismas agallas se hallan cubiertas procedentes de las mudas, á razón de tres por cada indi- viduo. Cuando está vacía la agalla , se encuentran á veces estas cubiertas invadidas por un hongo esferiáceo del género Píeos- pora, que es muy frecuente en todos los restos nitrogenados, de cualquier origen que sean, Aunque haya agallas de edades diversas, cuando la hoja empieza á ser mayor y mas fuerte, no se forman otras nue- vas. En la época actual (15 de setiembre) casi todas están 347 desocupadas: la vegetación se retrasa algo, y para tener agallas jóvenes se necesitan hojas nuevas y tiernas, siendo, según Mr. Laliman, la época en que aparecen á fines de mayo. 11. Agallas sobre una vid europea , el Malbec. En Bur- deos se tenia por dudosa la observación que refiere Mr. Plan- chón acerca de las agallas encontradas en Sorgues en el Tin- to, vidueño europeo que tiene mucho color. Mr. Laliman así lo creía, y el Dr. Plumeau lo ha puesto en duda en su comu- nicación de 1 1 de setiembre último, presentada á la sección de zoología y zootecnia de la Asociación francesa para el ade- lantamiento de las ciencias. Sin embargo, el mismo Mr. Laliman ha observado otro ejemplo de agallas que se habían desarrollado en un vidueño europeo. Al lado de un pie referido á la Vitis cordifolia, cubierto de agallas especiales robustas y alargadas, había otro del país, el Malbec, muy vigoroso, y cubierto de hojas muy verdes. La vid americana cubierta de agallas, poco vigorosa y mal resguardada contra el muro, mezclaba sus ramos con los de la otra especie, y en esta se observaban tres ramas en que había algunas agallas. En el Malbec, las agallas eran pocas; solo se veían cua- tro ó cinco en cada hoja, y no sesenta ó más, como en mu- chas de las hojas de la Vitis cordifolia : eran además muy pequeñas, y ofrecían menos desarrollo que en el otro pie. Al- gunas se abrieron, estaban negras en su interior como las de la otra vid y los insectos habían ya salido. Este hecho confirma la observación de Mr. Planchón y la de Mr. Signoret, que dice haber obtenido agallas sobre un pié del vidueño llamado Chasselas. El corto número y pequenez de las agallas, y lo raros que son los piés que las presentan, permiten explicar por qué ra- zón se han observado tan pocas. El erineum de la vid, tan abundante en ciertos casos, hace esta investigación todavía más difícil. Mr. Cornu ha visto en totalidad una docena de hojas ata - 848 cadas, y una cincuentena de agallas producidas naturalmente, hecho que es capital en la historia general del Phylloxera. III. Phylloxera alado. Dudábase que el Phylloxera alado existiese en la Gironda. Mr. Laliman había observado en ella un solo individuo, y MM. Cornu y Duclaux habían visto otros dos, pero siempre en iguales condiciones. En un frasco en el cual Mr. Laliman conservaba raíces cubiertas de insectos, que había recogido en Pompignac, se halló sobre el tapón un individuo con alas, y después olro que había abandonado las paredes del frasco, se fijó como el anterior sobre el tapón de vidrio. Resulta de aquí que el pulgón alado puede con facilidad abandonar las raíces en las cuales ha sufrido sus trasforma- ciones, ganar las parles superiores, y dejar también el mismo sitio en que después se ha fijado; cuyos viajes, por decirlo así, verifica en un frasco tapado, sin auxilio del viento, el cual, sin embargo, le sirve de poderoso auxiliar al aire libre. IV. Phylloxera en las raíces de los árboles frutales. Mr. Cornu ha visto también el Phylloxera en las raíces de un melocotonero muy enfermo, como todos los que le rodeaban, y próximo á perecer: ofrecían escoriaciones como las de la vid en ciertos casos, y en el lefio privado de su corteza se vieron pulgones ágiles, mientras que en las demás raíces no se observó nada. Semejante hecho se presentó en la propiedad de Mr. La- fargue, en Floirac, en medio de vides muy atacadas y casi muertas á pesar del excelente cultivo que se les prodigaba. En una visita á la propiedad de Mr. Adriano Faure, en Bouliac, se vieron, en medio de vides muy bien cultivadas y rudamente combatidas por el Phylloxera , árboles frutales próximos á perecer; y desarraigando algunos de ellos se ob- servó el pulgón en las raíces de dos perales (ingertos en mem- brillo), un ciruelo y un cerezo (estos últimos sin injertar). Mr. Laliman es, por consiguiente, quien ha podido asegu- rar que los árboles frutales morían también en medio de las vifias destruidas. Babia reunido una colección de los mejores árboles, y ha tenido el sentimiento de ver perecer un gran número de ellos. 349 Creemos por lo tanto que queda bien fijada para lo suce- sivo la existencia del Phylloxera en las raíces de los árboles frutales, según los hechos que acabamos de referir. En apoyo de las observaciones anteriores, Mr. Cornu pre- sentó algunas preparaciones anatómicas de las agallas y del pulgón de las hojas y de las raíces, y de sus huevecillos. Tam- bién el mismo, según los propósitos de la Comisión, hizo el bosquejo de un mapa para señalar la invasión del Phylloxera en las cercanías de Burdeos, del que resultaba que Floirac, Bouliac, Pompignac y una parte del territorio alrededor de estos puntos, á un mismo lado del Garona, eran los puntos invadidos. Mr. Thenard hizo, con motivo de la comunicación ante- rior, las observaciones siguientes. En otra época, y con ocasión de esta misma cuestión, me preguntaba: El Phylloxera ¿es causa ó efecto? Si es causa, debe buscarse el remedio en su destrucción; pero si es efec- to, es necesario dirigir á otro punto las investigaciones. Pasando entonces revista á las principales circunstancias en las cuales habia observado el mal causado por el Phyllo- xera, anadia: en ciertos terrenos es efecto, pero en otros es causa. Es efecto en las vastas llanuras con cantos rodados y fre- óuentemente impermeables, que apénas miden una fanega de tierra vegetal por cada metro cúbico., y que con ciega preci- pitación, y sin los cuidados necesarios, se han apresurado en Provenza y en el Condado á poblar de las plantas más pro- ductivas aunque ménos robustas. Es, por el contrario, causa en los excelentes viñedos que cercan estas llanuras, que se han hecho fatales, pues de ellas parte, después de haberlo destruido todo, para invadir los climas propicios á la vid, y destrozarlos, aunque sin anonadarlos completamente, y aun sin fijarse en ellos mas que en dos ó tres temporadas. De las vides plantadas y sostenidas sin discernimiento al- guno en sotos tan áridos donde mueren de miseria, y por con- siguiente agusanadas, debe suponerse que procede el mal, y que cesará en los viñedos buenos el dia en que desaparezca semejante origen. '35.0 Pero en la actualidad, ¿cómo podrá esto cesar? Solo de dos maneras: ó las vides desaparecen muy pronto por falta de cuidados necesarios, ó, por un inteligente y común esfuer- zo, reemplazan los propietarios los vastagos tiernos por sar- mientos duros, que, aunque menos productivos, son en cambio más robustos: esto sin perjuicio de que saneen y mejoren al mismo tiempo las tierras. No hay por consiguiente que enseñarles ningún medio, por bueno que sea, para matar al Phylloxera, puesto que el in- secto no es más que el efecto y no la causa. Tal es el resúmen de las observaciones que tuve el honor de presentar á la Academia hace unos quince dias, y si las recuerdo, es porque algunas personas me han criticado cor- lesmente por no haberse insertado en las Comptes renclus. La cuestión cambia de aspecto desde el momento en que se supone que el Phylloxera nace en las hojas de la vid, des- de las cuales cae primero al suelo, y llega con seguridad á las raíces por las grietas del terreno. Pero esto no ha ocurrido en Burdeos, y las vides america- nas de Mr. Laliman no han tenido en ello parte alguna. En julio de 1866, con motivo del viaje de la Comisión de la Sociedad general de agricultores de Francia, de la que for- maban parte Mr. Planchón y su cuñado Mr. Lichlenstein, en- tomólogo muy experimentado, se sabia ya en Francia poi- carías que he tenido á la vista, que un insecto del mismo gé- nero que el Phylloxera ataeaba en América á las hojas de la vid, y más particularmente á las de la variedad llamada Isa- bela; respetando no obstante las raíces; y en América tampoco se ignoraba, como la misma correspondencia lo demuestra, que lo contrario sucedía en Francia. Despertada de este mo- do la atención, se examinaron escrupulosamente las dos filas de vides americanas que cubren la calle principal de la ex- tensa posesión de Mr. Laliman, procediendo á reconocerlas pié por pié y casi hoja por hoja, y no se encontró en ellas na- da absolutamente, al paso que en la de su vecino el Dr. Chaig- nean se vió que cinco ó seis áreas de vides francesas estaban atacadas en las raices, del mismo modo que se vcia en las del Condado, del cual salíamos. Á tres kilómetros de distancia en 351 casa de Mr. Cahussac, siempre en la orilla izquierda del Ga- roña y en el departamento de Floirac, en las puertas de Bur- deos, se vieron diez áreas atacadas del mismo modo; pero en ninguna otra parte del viñedo bordelés liabia aparecido en- tonces el mal. Después se extendió por la orilla izquierda del rio, es de- cir, por el lado de las posesiones de MM. Chaigneau, Cahussac y Laliman. ¿Puede atribuirse por consiguiente su origen á la de Mr. Laliman y no á los otros dos? No soy bastante competente en la materia para discutirla cuestión, pero sí diré que debe desconfiarse, cuando no se demostró, siendo entonces tan visible en centenares de miles de hectáreas en que hormigueaban los Phylloxera, con miles de observadores interesados, y guiados por los Planchón, Lich - lenstein, Gastón, Basile, lí. Masés y tantos otros tan hábiles, como lo demuestran las hojas de vid cubiertas de agallas re- mitidas á la Academia por Mr. Laliman. Mr. Duchartre indicó la circunstancia, de que después de un artículo publicado en el último cuaderno del Journal de la Société d'Horticulture de Londres , Mr. Malcomm Dunn, jar- dinero en Powescourt (Irlanda), ha visto en estufas vides ata- cadas desde 1867, de una enfermedad cuya causa le era des- conocida. Muy pronto, habiendo llamado su atención lo pu- blicado en los periódicos franceses relativamente á la enfer- medad de los viñedos atacados del Phylloxera, observó que este existía tanto en los ramos como en las raíces de sus vides; y habiéndose agravado el estado de ellas, en muy poco tiem- po tuvo que combatir el mal, aplicando diversas sustancias, sin que ninguna de ellas le diera buenos resultados. Por últi- mo, ensayó un tratamiento que le satisfizo por completo. En el invierno, mientras descansa la vegetación, después de cor- tar muy bajos los pies de vid y de limpiarlos con mucho cui- dado las partes aéreas, los trasplantó, podando todas las raí- ces alteradas ó deformadas; lavó y limpió cuidadosamente todo el resto, después de lo cual los volvió á plantar, tomando mi- nuciosas precauciones para impedir que la tierra en la cual se rehacía su plantación no produjese una nueva infección. El resultado que de este modo obtuvo fué completamente satis- 352 factorio, y desde esta época se hallan sus emparrados en un estado muy bueno, sin presentar un solo Phylloxera, ni en las raices ni en los órganos aéreos. FISIOLOGIA. Sobre los fenómenos y cansa de la muerte de los animales de agua dulce , sumerjidos en agua del mar. — Noticia de Mr. P. Bert, presentada por Mr. Milne Edwards. (Comptes rendus, 7 agosto 1871.) Todos saben que los animales que habitan en las aguas dulces perecen cuando se sumergen en el agua del mar y reciprocamente. Desde hace algunos años he hecho un gran número de experimentos con objeto de determinar la causa exterior y el mecanismo de esta muerte. Tendré el honor de dar cuenta de ello á la Academia, empezando por el caso de los animales de agua dulce sumergidos en el agua del mar. l.° Duración de la vida después de la inmersión. Varía, según las especies: he aquí los resultados obtenidos por tér- mino medio. Brecas, diez y ocho minutos; gobios y chipas, veinticinco minutos; escalos, téncas, treinta minutos; gobios de rio, trein- ta y cinco minutos; lochas y carpas, cincuenta minutos; cipri- nos dorados ó peces de colores, una hora; percas, una hora y quince minutos; salmón del Danubio (todavia con la vesícula umbilical), una hora y treinta minutos; truchas del lago de Ginebra, de dos á tres horas; salmón de un año (12 centíme- tros), cerca de seis horas; salpas jureles (G. leiurus), de dos horas á un mes y más; anguilas (10 á 20 centímetros), de un dia á un mes y más. 353 Ranas, una hora; renacuajos cuarenta y cinco minutos. Dafnias, diez minutos; ciclopes, veinte minutos, larvas de Chironanus, una hora; de efémera, dos horas; de la Corethra plumicornis, cinco ó seis horas; cangrejo, treinta horas. Estos números se refieren á una temperatura media de 15 á 16 grados: los animales resisten tanto más cuanto más fria esté el agua; así es que á los 9o una chipa muere en treinta minutos; á los 14° en veinticinco; á los 22° en catorce minu- tos y á los 28° en nueve minutos. Debo llamar la atención acerca de la muerte bastante rá- pida de los salmones y de las anguilas jóvenes y de la resis- tencia que con tan estraña desigualdad presentan las salpas jureles de la misma especie, que probablemente proceden to- das de las cercanías de París. Mr. Alf. Milne Edwards había conservado ya algunos de estos peces vivos por espacio de dos meses, lo ménos, en agua de mar. 2.° Fenómenos que preceden y acompañan á la muerte . Tomaré, por ejemplo, un pez escamoso y una rana. Un ciprino sumerjido en el agua del mar, se agita violen, íamenle por espacio de cinco ó diez minutos, después queda inmóvil y sube á la superficie en virtud de su menor pesp es- pecífico (los peces del agua de mar van al fondo cuando se ponen en agua dulce): la respiración que primero es acele- rada, se hace lenta; se ennegrecen las agallas que al princi- pio toman un color rojo de ladrillo; se vuelve opaca la cara anterior de los cristalinos; el pez se cubre de una espesa mu- cosidad; desaparece la sensibilidad y cesa todo movimiento. Examinando las branquias, se ve que están muy conges- tionadas, y en varios sitios dejan trasudar la sangre ; si se la- van con cuidado en un líquido incapaz de alterar los glóbulos sanguíneos, y se examinan estos después de haberlos hecho salir de los vasos branquiales, se les ve arrugados, recorta- dos, rotos, amontonados unos contra otros y en una masa con- fusa. Sin embargo, la sangre del corazón ó la de la aorta no contiene más que un corto número de glóbulos alterados. Pe- sando el pez antes del experimento, se demuestra que su peso ha disminuido cerca de y13 cuando es pequeño, y cuando lle- ga á algunos centésimos de gramo la disminución es insigni- 23 TOMO XIX. 351 ficante. Las lochas y las anguilas pequeñas enflaquecen visi- blemente y llegan á perder hasta yl0 y aun y6 de su peso. Una rana sumergida en agua de mar se agita y da seña- les visibles de dolor; pero no sucede así si tiene el hocico fuera del agua. Cuando ha desaparecido toda señal de sensi- bilidad se observa que los nervios y los músculos son todavía escitables y el corazón, llenode sangre negra, late espontánea- mente. Los glóbulos sanguíneos están sanos, aun en las venas superficiales, los cristalinos se vuelven opacos y algunas ve- ces también las corneas. El animal pierde de y5 á y3 de su peso; pérdida que principalmente recae en los músculos, asi es que la contracción de estos no presenta los caracteres co- munes, sino que es duradera como una especie de calambre. Iguales resultados se obtienen sumerjiendo la rana en el agua de mar sólo hasta las axilas; únicamente se observa que tarda más en morir (tres ó cuatro horas) y aun bastan 10 centímetros de agua de mar, que formen una capa delgada de líquido, en el fondo de una vasija de 12 centímetros de diámetro para producir la muerte de una rana en el Espacio de medio dia con los mismos fenómenos generales. 3. ° Tolerancia. He tratado de acostumbrar á vivir en el agua de mar á los peces, renacuajos y pequeños crustáceos, añadiendo cada dia algunas gotas de agua de mar ó una pe- queña cantidad de las sales que esta contiene al líquido en que estaban sumergidos; pero á pesar de mis cuidados no he podido pasar, ni aun con los peces, de la proporción de una mitad de agua de mar. Esto era, sin embargo, soportar bas- tante, porque metidos en el mismo líquido otros peces morían rápidamente. El peso específico de los peces, con los cuales se hacia el experimento, había aumentado; pero en el agua dulce caían al fondo. 4. ° Sustancias activas del agua del mar. ¿Cuáles son en el agua de mar las sustancias que activan para producir la muerte de los animales de agua dulce? El agua de que me he valido procedía de Sain-Maló, y contenia en cada litro, según el análisis que tuvo la bondad de hacer Mr. Terril: Cloro, 188l',4; ácido sulfúrico, 2sr, 2\ magnesio, lsr,26; so- 355 dio, 10er,9; cal, 0&r,24; potasa, sílice, sustancias orgánicas, vestigios. Se ve, pues, que despreciando la cal, pueden agruparse hipotéticamente dichos elementos en las combinaciones si- guientes: 1. ° Cloruro de sodio, 27sr,4; sulfato de magnesia anhi- dro 3sr,3; cloruro de magnesio anhidro, 2sr,37; ó bien 2. ° Cloruro de sodio, 24si',24; cloruro de magnesio anhi- dro, 4gr,98; sulfato de sosa anhidro, 3^9. No es indiferente para el objeto de que se trata el acep- tar una ú otra de estas composiciones del agua de mar. Efectivamente, primero una cantidad dada de sodio ó de magnesio es mucho mas peligrosa en estado de cloruro que en la de sulfato (ejemplos, chipas, muertas en una disolución de NaCl en tres horas y treinta minutos; en S03Na0 (conte- niendo el mismo peso de sodio) que vivieron veinticuatro ho- ras; muertas en MgCl en treinta y dos minutos; en S03MgO que vivieron otras veinticuatro); una cantidad dada de cloro es mucho más peligrosa unida al magnesio que al sodio, chi- pas muertas en MgCl en treinta y dos minutos; en NaCl en tres horas y treinta minutos. Hice entonces una série de disoluciones de las que cada una contenia uno de los seis principios anteriormente enumera- dos, disueltos según la proporción indicada en 1.000 centí- metros cúbicos de agua destilada y coloqué en ellas á los animales. He aquí un ejemplo de los resultados que obtuve con las chipas. 1. ° Agua de mar natural; muertas en veinte minutos, con cataratas. 2. ° A. NaCl, anhidro, 278r,4; muertas en veintidós minu- tos; B. MgOSO3 común, 6er,7 (correspondiente á 3sr,3 anhi- dro), lo soportan bien veinticuatro horas; C. MgCl anhi- dro, 2si',37; viven seis meses. 3. ° A. NaCl, 24sr,24 muertas en treinta y tres minutos, con cataratas; B. MgCl anhidro, 4&r,98 muertas en cuatro ho- ras y cuarenta y cinco minutos, sin cataratas; C. NaOSO3 co- mún, 8sr,8 (correspondiente á 3sr,9 anhidro); viven bien veinticuatro horas. 356 Suponiendo, pues, que todo el cloro esté unido con el so- dio, esta cantidad de 27gr,4 por 1.000, obtenida de este modo, basta para explicar la muerte de los animales; las demás sa- les pueden casi despreciarse. Si por el contrario, el cloro se divide entre el sodio y el magnesio, deben tenerse en cuenta ambos elementos. En los dos casos, los sulfatos solo tienen una parte casi despreciable en los fenómenos. La muerte en último término es debida á los cloruros. Restaños examinar ahora de que manera obran dichos cloruros. 5.° Mecanismo de la muerte. Consideremos en primer lugar el caso de un animal cuya piel se halle sin defensa y que no tenga branquias, como, por ejemplo, una rana, y ve- remos que la desecación producida, en términos de quitar en ménos de una hora el tercio de peso del animal, basta perfec- tamente para explicar el fenómeno. Particularmente esta de- secación se ejerce sobre los tejidos; la sangre por lo ménos no me ha parecido viscosa como sucede con las ranas dese- cadas por procedimientos directos; y por el contrario, los músculos habían perdido una gran parte del agua que con- tienen, siendo probable que se hayan desecado de la misma manera los centros nerviosos, ocasionando la muerte. El agua de mar, diluida en un peso de agua destilada igual al suyo, produce los mismos resultados; pero cuando se halle solo en la proporción de un tercio, la rana completa- mente sumerjida en ella, perece asfixiada en igual tiempo que en el agua dulce; pero sin cambiar de peso, y si el animal se baña solo en el líquido por la parte inferior del cuerpo, vive indefinidamente. De modo que la acción mortal del agua de mar cesa al propio tiempo que su facultad exosmótica; pero esta facultad no tiene únicamente por consecuencia atraer el agua fuera del cuerpo del animal; sino también la absorción de cierta cantidad de sales. ¿Pueden estas obrar como venenos? Envolviendo una rana en un pedazo de papel de filtro mo- jado con 4 gramos de agua de mar, el animal muere al cabo de algunas horas, perdiendo de peso lo que ordinariamente suele perder. Pero la introducción en el tubo digestivo de 4 357 gramos de agua de mar, reducidos al volumen de un centí- metro cúbico no mata una rana, y hasta se puede, lomando grandes precauciones, inyectar directamente este mismo resi- duo en el sistema vascular sin que el animal perezca. La muerte de las ranas sumerjidas en el agua de mar , es pues debida exclusivamente á la desecación del animal á consecuen- cia de una acción exosmólica. Consideremos ahora el caso de los peces comunes. Cu- biertos estos animales de escamas, son las branquias los solos puntos vulnerables; en efecto, suspendida una tenca en un vaso lleno de agua de mar; pero con la cabeza fuera, vive por espacio de mucho tiempo si se tiene cuidado de rociar con agua dulce sus branquias ; cubriéndose en este caso de una espesa y protectora mucosidad. Las lesiones branquiales que con tanta rapidez experimen- tan los ciprinos, son evidentemente la causa determinante de la muerte y pueden en efecto interpretarse de este modo. La sal marina quita agua al epitelio y al tejido propio de la bran- quia, y las más finas ramificaciones vasculares, quedan en- tonces obliteradas, bien por la acción directa sobre los teji- dos circundantes y sus propias fibras contráctiles, bien por la via refleja de los nervios vaso-motores. Sin embargo, la sangre, lanzada por el corazón, se amontona en las arteriolas mayores aferentes y los glóbulos se deforman en ellas de tal manera que, cuando sobreviene la dilatación paralítica de los vasos más finos, la circulación parece detenerse por la espe- cie de tapones que se han formado de este modo. De aquí las congestiones, las extravasaciones sanguíneas y los glóbulos que llegan casi hasta el agua ambiente. Cierto es que la sal marina penetra en las branquias y se mezcla con la sangre, porque esta adquiere en cierto momen- to el color rojo de ladrillo, característico de las sales desosa. Preciso es también que esta penetración la ponga en contac- to con los glóbulos, en un estado de concentración mucho más fuerte que el del agua de mar; pues esta, mezclada con la sangre, altera solo con mucha lentitud sus glóbulos; pero la alteración es rápida cuando se halla concentrada hasta y* de su volumen primitivo. 2o8 La cesación de la circulación branquial es tan brusca y completa que las inyecciones impulsadas por el corazón re- húsan atravesar las branquias, y en la sangre de la aorta no se halla más que un cortísimo número de glóbulos sanguí- neos deformados. No se trata aquí, pues, de absorción tóxica y por otra parte la disminución del peso del cuerpo es muy pequeña: la muerte es, pues, debida exclusivamente á la cesa- cion de la circulación branquial. ¿Pero qué debe creerse de los peces que resisten mucho tiempo á la acción del agua de mar, como, por ejemplo, las anguilas ó los ciprinos, que mueren en el agua de mar en que se hayan echado dos terceras parles de agua destilada? En estos casos, no hay lesiones branquiales ni alteraciones glo- bulares. ¿Será preciso para explicar la muerte suponer un envenenamiento? No lo creo así. Efectivamente, mezclando agua de mar y agua destilada en proporciones diversas, se ve que los ciprinos cesan de vi- vir en ella; precisamente cuando el poder exosmótico del lí- quido debe ser casi nulo en las branquias. Si la absorción del cloruro de magnesio fuese la causa de la muerte, ¿cómo se esplicaria que una chipa haya vivido seis meses en una diso- lución de 2,37 por 1.000 de esta sal? Creo mas bien que hay en los casos en que acontece la muerte una acción débil y lenta sobre las branquias, de la cual resulta una insuficiencia de circulación, y sobre todo de hemaíosis, y por consiguien- te la asfixia; así se ve que las branquias se ponen negras an- tes de la muerte. Además, respecto de las anguilas y otros peces de piel desnuda, como las lochas, no debe despreciarse la deseca- ción, en efecto, he visto en una anguila muerta en veinticua- tro horas en el agua de mar, que el peso del cuerpo había disminuido una cuarta parte. En resúmen, las ranas (piel desnuda, y sin branquias) mueren por desecación; los ciprinos (cuerpo escamoso y con branquias), cuando mueren rápidamente es debido á la sus- pensión brusca de la circulación branquial y cuando mueren lentamente, á la alteración progresiva de las condiciones de la hematosis. En los demás animales, como las anguilas, 359 los renacuajos de los batracios y los crustáceos intervienen ambas causas para la muerte con diversos grados de intensi- dad. Todo esto es originado por fenómenos de exosmosis que quitan el agua, bien inmediatamente de las branquias ó me- diatamente del sistema nervioso central. Si se pregunta de qué depende la diferencia de tiempo que tarda en morir una chipa ó una anguila, por ejemplo, de- be contestarse que es debida á las diferencias en la composi- ción química de los epitelios branquiales y en las propieda- des exosmóticas de estos epitelios. El microscopio revela, respecto de estas diferencias las manifestaciones siguientes: examinando las láminas branquia- les de la anguila se ve que el contacto del agua de mar apé- nas las altera, y si lo verifica es con mucha lentitud, al paso que las de la chipa se vuelven opacas inmediatamente, se ponen rígidas y se arrugan. La razón fundamental de la muerte ó de la supervivencia de los peces de agua dulce sumerjidos en el agua de mar, reside, pues, en las propiedades físico-químicas de las pare- des branquiales. A esta misma consecuencia general nos con- ducen nuestras investigaciones acerca de la muerte de los peces de agua de mar, sumerjidos en agua dulce. Fallará, pues, determinar rigorosamente, si puede hacerse, la razón de estas diferencias en las propiedades físico-químicas de estas membranas. HETEROGENEA. Nuevos experimentos acerca délas generaciones llamadas espon- táneas.— Noticia de Mr. Donné. (Comptes rendus, 26 agosto 1872. ) Todos conocen los diversos sistemas de experimentar que se han establecido para abordar el problema de las genera- 360 raciones llamadas espontáneas. El mas famoso es el debido á Mr. Pastear, que consiste en operar sobre sustancias orgáni- cas privadas de los gérmenes que puedan contener, y que no reciben los que flotan en el aire. Mr. Pasteur ha conocido muy bien los ataques que á sus experimentos podían hacerse, pues me escribía lo siguiente, contestando á la comunicación que le dirijí en 1863. «Si los partidarios de la heterogenia hubieran tenido la nariz mas fina, habrían visto que el punto débil de mi traba- jo, consistía en que todos mis experimentos se aplicaban á sustancias cocidas. Debieran reclamar de mis trabajos una disposición en los ensayos que permitiese someter al aire puro las sustancias naturales, según se elaboran durante la vida; y en tal estado, es muy sabido que tienen virtudes de trasformacion que destruye la ebullición. Ya me habia yo pro- puesto esta objeción, y debo confesar que en mi firme pro- pósito de no tomar por guia mas que la experiencia, no hu- biera quedado satisfecho hasta hallar el medio de hacer expe- rimentos sobre sustancias que no se hubieran calentado pré- viamente, como por ejemplo la sangre y la orina. Precisamente son experimentos de esta clase, y quizá más decisivos que aquellos á que me he referido, los que acabais de intentar con éxito completo, y vuestra idea ha sido muy ingeniosa. Al ver que los huevos permanecían intactos por espacio de mucho tiempo en presencia de un aire que tiene la composición del aire común, es difícil pretender que la sustancia orgánica pueda organizarse por sí misma en contac- to del oxígeno, de modo que produzca seres nuevos. Los experimentos de que habla Mr. Pasteur, tenían por objeto los huevos de las aves. Los huevos, en efecto, realizan todas las condiciones apetecibles; la sustancia que contienen, se halla naturalmente preservada de la intervención de los agentes exteriores por una cubierta impermeable á las par- tículas y á los gérmenes esparcidos en la atmósfera. Es de un orden muy elevado en la organización, pues contiene todos los principios constituyentes de los animales mas altamente colocados en la escala zoológica, y estos elementos pueden entrar en el movimiento vital por la influencia del gérmen que 361 poseen, y están dispuestos á alimentar y desarrollar. Casi puede decirse que viven y están próximos á ser sustancia vi- viente. Además, no les falta aire necesario para las funciones de la vida, sino que, por el contrario, contienen una proporción considerable, destinada á las primeras necesidades de la res- piración del nuevo sér; siendo el aire atmosférico muy puro y muy á propósito para encender la primera chispa de la vida en el embrión que va á nacer. Hay por consiguiente reunidas las condiciones más favo- rables para una generación espontánea. A la menor impul- sión, al menor movimiento de fermentación, estos elementos ¿no dan origen á organismos inferiores, que se producen con una maravillosa facilidad en las sustancias que se hallan en descomposición? Pues bien, abandonados á sí propios hasta la putrefacción á una temperatura favorable, los huevos se descomponen y pudren, sin que se manifieste la vida en ellos, por la presen- cia de animalillos infusorios ó de vegetaciones microscópicas. Parece, por tanto, demostrado que la sustancia orgánica, co- locada en las mejores condiciones de vitalidad, no alterándo- se por la cocción ni quedando privada de aire puro, sino na- turalmente preservada de los gérmenes esparcidos en la at- mósfera, es impropia para entrar en nuevas combinaciones, de las cuales resultasen seres vivos de orden mas sencillo del reino vegetal ó animal. Reflexionando sobre ello se ve, no obstante, que el proble- ma no se ha planteado hasta ahora más que de un modo quizá inaccesible. Todos los observadores de diversos puntos, hemos tratado de producir, casi pudiera decirse de común acuerdo, seres sumamente sencillos en comparación de los más eleva- dos de la escala, aunque ya muy complejos en el orden de la creación; un musgo vejetal, un infusorio animal, son organis- mos que ya están dotados de partes complicadas, y la crea- ción, según los naturalistas, ha debido empezar por cosas más sencillas. Hay en el dia tendencias á creer que todo ha salido del seno del mar, cuando las aguas estaban todavía calientes, y 362 que dichos seres estaban compuestos únicamente de albúmi- na, sin ninguna cubierta ni vestigio de organización interior. Si asi es en efecto, deberá empezarse por la reproducción de tales masas informes gelatinosas, y sin ningún vestigio de organización interior . Tratemos, pues , de colocarnos en condiciones análogas á las que al principio existían; veamos si podemos producir esos primeros bosquejos de organización, en seres tan senci- llos que no sean ni vejetales ni animales, ó más bien que son uno y otro, que viven sin órganos propiamente dichos, absor- biendo por su superficie, y que se reproducen por segmen- tación. Según este sistema, no hay que fijarse en la intervención de los gérmenes exteriores, pues si producimos seres nuevos que no existen hoy, seres semejantes á aquellos por los cuales principió la creación, y que únicamente se conocen por las impresiones que han dejado en las antiguas capas geológicas, es evidente que no podrán atribuirse á gérmenes esparcidos en el aire, supuesto que estos gérmenes han desaparecido. Esto es lo que he intentado en una nueva serie de experi- mentos, de los cuales voy á dar cuenta á la Academia. Hace seis meses que tomé vasijas llenas de agua de mar, con un fondo de arena marina; en unos puse albúmina de huevo, en otros fécula, en algunos, restos de pequeños crus- táceos marinos, y en varios leche, exponiéndolo todo á una temperatura de 40 á 50° en una estufa, ó al calor del verano en Montpellier. En todas las vasijas vi nacer (aunque con mas dificultad que en las maceraciones de agua dulce, probablemente á cau- sa de la propiedad conservadora del agua salada) animalillos propios de las infusiones de sustancias orgánicas, pero nunca nada nuevo, nada que recordase los primeros vestigios de or- ganización descritos con el nombre de morieras , cuyos vesti- gios se encuentran en las capas primitivas del terreno. Pre- ciso es, pues, deducir, que en el estado actual de nuestros conocimientos la ciencia no puede admitir las generaciones es- pontáneas. GEOLOGIA COMPARADA. Análisis lüológico del hierro meteórico de Atacama, primer ejemplo de filones concrecionados entre los meteoritos . — No- ticia de Mr. Stan. Meunier. (Comptes rendas, 2 setiembre 1872.) Al emprender el estudio que ya han hecho muchos quími- cos del célebre hierro meteó;*ico esparcido en bloques nume- rosos en el desierto de Atacama, me he propuesto indicar ciertos caracteres de composición que han pasado desaperci- bidos, más bien que tratar de descubrir las acciones geológi- cas de que es resultado el mismo hierro. Bajo este punto de vista, si no me lisonjeo en vano, me parece que mis esfuer- zos han obtenido un éxito inesperado; pues según los estudios cuyo resumen voy á presentar, el hierro chileno representa el primer tipo conocido de un filón concrecionado de origen extra- terrestre. Sábese que el hierro de Atacama es digno de notarse, ante todo por su estructura esponjosa. Los numerosos huecos que presenta, están llenos de una sustancia litoidea esencialmente peridótica. Sometido á la análisis química sucesivamente por Alian y Turner, Field, Frapoli, de Kobell, Morren, Rivero, Schmid, etc., ha dado resultados enteramente análogos á los que se obtienen en el exámen del hierro de Pallas; por cuya razón Gustavo Rose le ha comprendido en su grupo de pala- sitos. Voy á demostrar que esta asimilación no es exacta, y que el hierro americano constituye realmente una roca poli- génica. Comparando la sustancia pétrea del meteorito de Atacama con el peridoto de hierro de Pallas, se observa inmediata- mente una profunda diferencia: al paso que este se halla cris- talizado, y por lo común con formas muy marcadas, el otro se 864 presenta en fragmentos completamente irregulares, de formas cuya estructura es la sola cristalina. Además, esta sustancia cristalina no tiene, como los cristales de peridoto, una compo- sición sencilla. Si, por ejemplo, se examina con un lente el ejemplar registrado en ios Catálogos del Museo con el núm. 2, O. 56, nada más fácil que reconocer en medio de la sustan- cia petrosa algunos granitos negros, brillantes, melaloideos ú opacos, que consisten en hierro cromado Además, la disolu- ción del peridoto en el ácido clorhídrico deja un pequeño re- siduo de sustancia petrosa, regularmente piroxénico. Esta composición compleja aproxima del todo la sustancia litoidea del Atacama á la casignila y á la dunila, entre las cuales es intermedia su estructura por lo general. En ciertos puntos, sin embargo, se hace idéntica, bien con la roca meteó- rica ó con la terrestre. Así, uno de los fragmentos del ejem- plar que acaba de designarse, ofrece respecto de la distribu- ción en pequeñas masas de los granos de hierro cromado, una semejanza perfecta con un pequeño ejemplar de dunita pro- cedente del rio Butor, en la isla de Borbon, puesto en el catá- logo 10, S., bajo el número 209. Obtenido este primer resultado, era preciso investigar de qué manera han podido llegar semejantes fragmentos de duni- ta al seno de la masa metálica. Es dable responder áesta pre- gunta, examinando una sección pulimentada del hierro de Atacama, tratada préviamente con un ácido de modo que se manifiesten las figuras de Widmannstaetten. El ejemplar 2, Q. 406, es muy instructivo respecto á este punto. Al lado de los fragmentos petrosos ofrece una sucesión, muy marcada por su constancia, de diversas sustancias metá- licas. Son en primer lugar pequeñas masas de troilita ó de schreibersita, y algunas veces de ambas; masas en general cubiertas por una sustancia grafitoidea, y que se aplican inme- diatamente sobre la piedra. Hay en segundo lugar un hierro niquelado, rodeando los fragmentos de dunila con un grueso muy variable; pero sin faltar nunca, y manifestando bajo la acción de algún ácido una estructura homogénea y granu- jienta muy característica. Por último, llenando completamen- te los vacíos que haya dejado el hierro, se halla otro muy di- 365 verso por su estructura, y que comprende por lo menos dos aleaciones distintas, de las que una se presenta en láminas paralelas entre sí á la manera de la lenita. A la vista de estas capas, cuya naturaleza mineralógica se halla en relación tan constante con la situación relativa en el conjunto de la masa, ocurre inmediatamente la idea de que está presente uno de esos filones concrecionados, tan frecuen- tes, por ejemplo, en las minas plomíferas del Hartz. Bajo el signo ti, 6£, 16, se conserva, entre otras muchas, en el Museo, una brecha de este género; y la comparación de su estructura con la del hierro de Atacama está llena de in- terés. Los fragmentos petrosos, formados de una ganga es- quistosa, tienen las mismas dimensiones, las mismas formas y las mismas distancias relativas que los restos de dunita encerrados en el meteorito. Alrededor de ellos se ve primero un depósito de cuarzo hialino blanco, que forma una capa de espesor muy variable, y que parece no hacer falta nunca, absolutamente lo mismo que sucede con el hierro homogéneo antes citado; y después sobre el cuarzo se manifiesta la ga- lena, que ocupa rigorosamente el lugar del hierro de la tenita. Cuanto más se comparan ambos ejemplares, de proceden- cias que mutuamente son tan distantes, más difícil es no ver en ellos los resultados de acciones idénticas ejercidas única- mente sobre diversas sustancias, é indudablemente también por agentes diversos: esta conclusión se halla confirmada por la imposibilidad de explicar de otro modo la situación respec- tiva de las rocas reunidas en el meteorito de que tratamos. No tenemos que tratar aquí, como en el caso del bloque de Deesa, de pedazos de piedra empastados en un hierro fundido: por un lado la parte metálica de la masa de Atacama no tiene los caractéres que le daría la fusión, pues los ácidos trazan en ella hermosas figuras; y por otra parte la dunita no ha expe- rimentado la rubefacción que el calor le comunica, de lo cual me he cerciorado por experimentos directos. Falta saber de qué modo los filones se han formado en la masa del globo del cual proceda el meteorito de Atacama; pero hasta ahora nada hay que nos indique directamente el mecanismo del depósito metálico. La idea mas natural es re- 366 ferir este á la condensación de ciertos vapores que se elevan al través de las rocas, como observamos en la tierra; y la presencia muy marcada del cloro en el hierro de Atacama, contribuirá quizá á revelar la naturaleza de los gases que en esta suposición han debido servir de vehículos á las sustan- cias incrustantes. 367 VARIEDADES. Real Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales. Programa para la adjudicación de premios en el año de 1874. Artículo l.° La Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales abre concurso público para adjudicar tres premios á los autores de las Memo- rias que desempeñen satisfactoriamente, á juicio de la misma Corpora- ción, los temas siguientes: X. « Determinar el valor de las materias curtientes ó astringentes referí - »do al tanino , que se producen en cinco provincias de España por lo mé- »nos; expresando bien la edad de las plantas, su situación y cultivo, asi »como las vias por donde se exportan ó conducen á los mercados .» XX. « Catálogo descriptivo de un grupo natural de la fauna española, vi- ndicando las especies de que el hombre saque ó pueda sacar alguna ulili- ndadJ y aquellas otras que le sean perjudiciales .» Advertencias. 1.a Este Catálogo podrá referirse á toda la Península, á una de sus provincias ultramarinas, ó á parte del territorio de aquella 6 de estas. 2. a Será condición precisa para obtener d premio, que el número de especies descritas pase de 200. 3. a Si hubiese especies que se consideren nuevas ó no descritas, acom- pañará á la Memoria un ejemplar de cada una de ellas, preparado de ma- nera que se puedan reconocer sus caracteres distintivos. 4. a Se repetirá este tema cuantas veces lo considere conveniente la Academia. IIX. « Describir las rocas de una provincia de España y la marcha pro- agresiva de su descomposición, determinando las causas que la producen »y presentando la análisis cuantitativa de la tierra vejetal formada de »sus detritus; y cuando en todo ó en parte hubiere sedimentos cristalinos »se analizarán mecánicamente para conocer las diferentes especies mine- erales de que se compone el suelo , asi como la naturaleza y circunstan- cias del subsuelo ó segunda capa del terreno; deduciendo de estos cono - 368 » cimientos y demás circunstancias locales, las aplicaciones á la agricul- »tura en general , y con especialidad al cultivo de los árboles .» Se exceptúan de esta descripción las provincias que forman los terri- torios de Asturias, Pontevedra, Vizcaya y Castellón de la Plana, por haber sido ya premiadas las Memorias respectivas en los años 1853, 1855, 1856 y 1857. Proponiéndose la Academia, por medio de este concurso, contribuir á que se forme una colección de descripciones científicas de todas d la ma- yor parte de las provincias de España, ha determinado repetir este tema en lo sucesivo cuantas veces le sea posible. 2. ° Se adjudicará también un accessit para cada uno de los tres temas propuestos, al autor de la Memoria cuyo mérito se acerque mas al de las premiadas. 3. ° El premio, que será igual para cada tema, consistirá en seis mil reales de vellón y una medalla de oro. 4. ° El accessit consistirá en una medalla de oro enteramente igual á la del premio. 5. ° El concurso quedará abierto desde el dia de la publicación de este programa en la Gaceta de Madrid, y cerrado en l.° de junio de 1874, hasta cuyo dia se recibirán en la Secretaría de la Academia cuantas Memorias se presenten. 6. ° Podrán optar á los premios d á los accessits todos los que presenten Memorias que satisfagan á las condiciones aquí establecidas, sean nacio- nales ó extranjeros, excepto los individuos numerarios de esta Corpo- ración. 7. ° Las Memorias habrán de estar escritas en castellano , latín d francés. 8. ° Estas Memorias se presentarán en pliego cerrado, sin firma ni in- dicación del nombre del autor, llevando por encabezamiento el lema que éste juzgue conveniente adoptar; y á este pliego acompañará otro también cerrado, en cuyo sobre esté escrito el mismo lema de la Memoria, y den- tro el nombre del autor y lugar de su residencia. 9. ° Ambos pliegos se pondrán en manos del Secretario de la Academia, quien dará recibo expresando el lema que los distingue. 10. Designadas las Memorias merecedoras de los premios y accessits, se abrirán acto continuo los pliegos que tengan los mismos lemas que ellas» para conocer los nombres de sus autores. El Presidente los proclamará; quemándose en seguida los pliegos que encierren los demás nombres. 11. En sesión pública se leerá el acuerdo de la Academia, por el cual se adjudiquen los premios y los accessits , que recibirán los agraciados de mano del Presidente. Si no se hallasen en Madrid, podrán delegar persona que los reciba en su nombre. 12. No se devolverán las Memorias originales; sin embargo, podrán sa- car una copia de ellas, en la Secretaría de la Academia, los que presenten el recibo dado por el Secretario. Madrid 30 de junio de 1872. =E1 Secretario perpétuo, Antonio Aguilar y Vela. 1 JUN 1885 ¿ 1 - v":.' ■ ' .;V • '* ^ y “y:'-' ■ ■ r ¡¡¡fi t Wi ü S 1 rU$Í£v3«v~&í * • ^ -¡ ! :- A í&í?ib "■ v--4 í ¿' * ~*t WHLf* -Ív'tÍSp ' * • S mmi ^ / ’7»'A • > 7 ‘v% o * , 'Wb. ftgfó SI MHL , qgaBBP(R.^ _\-£ t • . *1 Ai ' . ' ,«'1 , , B >) V ’> r v ' A- . , /B'-' 9f* ' : •■'■■: ' <•' ':■> -:■■ :;';'¡í ■. . >-/r ,.;' ' •• / ,>.. v.-. '..• ;• . '■ v> • \ %4^¿ v ^ V'^* 0v Vi ? v >•“ ' ‘ * Bv' ~:v< M ■ ^íSflSl'íB M-'Mfíl -'■- ': V;: ■ vB ^ . B-S: áfe& . ¿ni ®ss® jv ’ >