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Obras de Alfonsina Storni:
La Inquietud del Rosal 1916 - versos - agol.
El Dulce Daño A Irremediablemente A o Languidez 1990 - . - Ocre 1925- , en venía
ALFONSINA STORNI]
DOEMAS DE AMOR
BUENOS AIRES MCMXXVI
AA py Po ¡926 MAN
sToS poemas son simples fra- ps ses de estados de amor es- critos en pocos días hace ya algún tiempo. No es pues tan pequeño volumen obra literaria ni lo pretende.
Apenas si se atreve a ser una de
las tantas lágrimas caídas de los ojos humanos.
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Pons A
> 0d he . .
CABABA noviembre cuando te
encontré. El cielo estaba azul
y los árboles muy verdes. Yo había dormitado largamente, cansa- da de esperarte, creyendo que no llegarías jamás.
Decía a todos: mirad mi pecho, ¿veis?, mi corazón está lívido, muer- to, rígido. Y hoy, digo: mirad mi pecho: mi corazón está rojo, jugoso, maravillado.
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LI
UIEN es el que amo? No lo
sabréis jamás. Me miraréis a
los ojos para descubrirlo y no veréis más que el fulgor del éxta- sis. Yo lo encerraré para que nunca imaginéis quién es dentro de mi co- razón, y lo meceré allí, silenciosa- mente, hora a hora, día a día, año a año. Os daré mis cantos, pero no Os daré su nombre.
El vive en mí como un muerto en su sepulcro, todo mío, lejos de la curiosidad, de la indiferencia y la maldad.
MS
II
STA madrugada, mientras re- posaba, has pasado por mi casa. Con el paso lento y el aliento corto, para no despertarme, te deslizaste a la vera de mi balcón. Yo dormía, pero te ví en sueños pasar silencioso: estabas muy páli- do y tus ojos me miraban triste- mente, como la última vez que te ví. Cuando desperté nubes blancas co- rrían detrás de tí para alcanzarte.
PA
“% NEMIGOS míos, si existís, he
aquí mi corazón entregado.
—* Venid a herirme.
Me encontraréis humilde y agra- decida: besaré vuestros dedos; aca- riciaré los ojos que me miraron con odio; diré las palabras más dulces
que jamás hayáis oído.
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/ N este crepúsculo de primave- ,
ra yo volaría, sí, yo vola- ría.
Si no fuera que el corazón hen- chido, cargado, dolorido, enorme, llena mi pecho, dificulta mis movi- mientos, entorpece mi cuerpo y me mantiene adherida a la tierra donde tá vives, ¡oh mío!
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v1
OR sobre todas las cosas amo
tu alma. A través del velo de
tu carne la veo brillar en la obscuridad: me envuelve, me transforma, me satura, me hechiza. Entonces hablo para sentir que existo, porque si no hablara mi len- gua se paralizaría, mi corazón deja-
ría de latir, toda yo me secaría des- lumbrada.
VII
ADA vez que te dejo retengo en mis ojos el resplandor de tu última mirada.
Y, entonces, corro a encerrarme, apago las luces, evito todo ruido pa- ra que nada me robe un átomo de la substancia etérea de tu mirada, su infinita dulzura, su límpida timi- dez, su fino arrobamiento.
Toda la noche, con la yema rosa- da de los dedos, acaricio los ojos que te miraron.
JT
ALiDez de tu cara desangra- : da! | ¡Zumo de nomeolvides atra- vesando entre napa y napa de la piel!
Cuando aposenté la rosa muerta |
XI
E amo profundamente y no quiero besarte.
Me basta con verte cerca, perseguir las curvas que al moverse trazan tus manos, adormecerme en las transparencias de tus ojos, escu-
char tu voz, verte caminar, recoger tus frases,
XV]
y hablé también alguna vez,
en mis cartas, de mi mano
desprendida de mi cuerpo y volando en la noche a través de la ciudad para hallarte.
Si estabas cenando en tu casa, ¿no reparaste en la gran mariposa que, insistente, te circuía ante la mirada tranquila de tus familiares?
XIX
MO y siento deseos de hacer algo extraordinario. No sé lo qué es. Pero es un deseo incontenible de hacer algo extraordinario. ¿Para qué amo, me pregunto, si no es para hacer algo grande, nue- vo, desconocido?
1 É pasado la tarde soñándote. Levanto los 0JOS Y miro las paredes que me rodean, como adormilada.
Los fijo en cualquier punto y vuelven a transcurrir las horas Sin que me mueva.
Por fuera anda gente, suenan yO- ces... Pero todo eso mé parece dis- tante, apartado de mí, como si OCU-
rriera fuera del mundo que habito.
A?
XIII
AÑIDO de Campanas, grosero E | tañido de Campanas:
herís mi alma y asustáis en esta hora
mis finos Pensamientos de amor,
XIV
srás circulando por mis ve-
nas. Yo te siento deslizar pausa
XV
ONGU las manos sobre mi co- razón y siento que late des- esperado.
— ¿Qué quieres tú? Y me contes-
ta:—Romper tu pecho, echar alas, | agujerear las paredes, atravesar las casas, volar, loco, a través de la ciu- dad, encontrarle, ahuecar su pecho y juntarme al suyo.
XV]
E hablé también alguna vez,
en mis cartas, de mi mano
desprendida de mi cuerpo y volando en la noche a través de la ciudad para hallarte.
Si estabas cenando en tu casa, ¿no reparaste en la gran mariposa que, insistente, te circuía ante la mirada tranquila de tus familiares?
XVI
yEs tú la vehemencia de mis palabras? Esto es cuando estoy lejos de él, un poco libertada. Pero a su lado ni hablo, ni me muevo, ni pienso, ni acaricio. No hago más que morir.
ú, el que pasas, tú dijiste: ésa no sabe amar. Eras tú el que no sabías des- pertar mi amor. Amo mejor que los que mejor
amaron,
XIX
MO y siento deseos de hacer algo extraordinario. No sé lo qué es. Pero es un deseo incontenible de hacer algo extraordinario. ¿Para qué amo, me pregunto, si no es para hacer algo grande, nue- vo, desconocido?
XX
enim a verme. Mis ojos te- / lampaguen y mi cara se ha
transfigurado.
Si me miráis muy fijo os tatuaré en los ojos su rostro que llevo en los míos.
Lo llevaréis estampado allí hasta que mi amor se seque y el encanto
se rompa.
o. A A
XXI
UANDO miro el rostro de otros hombres sostengo su mirada porque, al cabo de un mo- mento, sus ojos se esífuman y en el fondo de aquellos, muy lentamente, comienzan a dibujarse y aparecer los tuyos, dulces, calmos, profundos.
paa
A 1]
E he encerrado en mi cuarto después de verlo.
El techo, solamente el te-
cho, me separa de las estrellas. ¡Oh, si pudiera con la sola fuer- za de mis ojos, apoyar mis miradas contra aquél y hacerlo saltar de su sitio ! | Tendida sobre mi lecho, en el si- lencio de este mi cubículo, vería, co- mo desde el cajón de un muerto, la estrella que hace un instante mira-
XXI
o el rostro de las demás mu- jeres con orgullo y el de los demás hombres con indife-
rencia.
Me alejo de ellos acariciando mi sueño.
En mi sueño tus ojos danzan lán- guidamente al compás de una em- briagadora música de primavera.
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tas líneas como Un
jo el dictado de e re-
SCRIBO £€5S
médium, ba
_A seres misteri0sOS que M
entos. e razonarlos- na mi mano
velaran los pensami No tengo tiempo d Se atropellan y haja
a grandes saltos. Tiemblo y tengo miedo,
XXV
s media noche. Yo estoy sepa- rada de tí por la ciudad: es- pesas masas negras, ringlas
de casas, bosque de palabras perdi- das pero aun vibrando, nubes invi- sibles de cuerpos microscópicos.
Pero proyecto mi alma fuera de mí y te alcanzo, te toco.
Tú estás despierto y te estremeces al oirme. Y cuanto está cerca de tí se estremece contigo.
" " ]
RIE ¡lencio invade mi cuarto
Tels ye mi pensam
y nada se O to se clava en tí. íro como aluci
¡en-
Entonces su nacio-
nes. Pienso que, de improviso, las puer-
tas de mi cuarto se abrirán solas y
sobre el umbral aparecerás tú.
Pero no como erts, sino de una
vibrátil substancia luminosa.
XXVI
IvVO como rodeada de un halo V de luz. Este halo parece un fluído divino a través del cual todo ad- quiere nuevo color y sonido,
AXVEHN
ARECE por momentos que mi cuarto estuviera poblado de espíritus, pues en la oscuri- dad oigo suspiros misteriosos y alientos distintos que cambian de po- sición a cada instante. ¿Los has mandado tú? ¿Eres tú mismo que te multipli- cas invisible a mi alrededor?
XXIX
Mo! ¡Amo!... Quiero correr sobre la tierra
y de una sola carrera dar vuelta alrededor de ella y volver al punto de partida.
No estoy loca, pero lo parezco. Mi locura es divina y contagia. Apártate.
XXX
N viento helado y agudo me ha envuelto hace un momen- to como para robarme algo.
¿Sabe, acaso, que estoy saturada de amor, e intenta él, olvido eterno, cargarse de mi constancia y enti- biarse con mi ternura?
Pero, yo le he dicho: ¿no te basta con todo lo que arrastras, vagabun- do?
Todo mi amor es poco para mí;
no te doy nada.
XXXI
osa, divina rosa que te balan-
ceas al viento, aun salpicada
de la menuda lluvia noctur- na. Eres feliz en tu placidez, sobre la frescura jugosa de tu tallo, bajo el dulce cielo de diciembre. Pero no tanto como yo. Tú no puedes mirar- lo y yo sí. Si sus manos posaran en tu carnadura, no las reconocerías, como yo, por su simple tacto. Si oyeras cerca de ti el latido de su corazón, no sabrías que es el su- yo, como yo, por su solo golpe.
XAMXMXAV!
YE: yo era como un mar dor _
mido.
Me despertaste y la tempes- tad ha estallado.
Sacudo mis olas, hundo mis bu- ques, subo al cielo y castigo estre- llas, me avergúenzo y me escondo entre mis pliegues, enloquezco y ma- to mis peces.
No me mires con miedo. ,
Tú lo has querido.
¿NR no - are mes 4 AE / po AI al e eu A hr do t y a de, h y > e e ed o de ] . E
XXXUI
E amo porque no te pareces a nadie.
Porque eres orgulloso co- mo yo.
Y porque antes de amarme me ofendiste.
AXXIV
E bajado al jardín con la pri- mera luz de la mañana.
La fina humedad del rocío refresca mis plantas, y los párpados se distienden bajo la dulzura del ajre primaveral. Veo los rosales en flor, la nevada enredadera, la negra raya movediza de las hormigas y el limonero cargado de frutos de oro.
Pero pienso: por fuera tenéis uro y por dentro sois ácidos! El corazón de él no es así: es dulce y bello por
dentro y por fuera.
XXXV
N la casa silenciosa, de patios calmos, frescos y largos co- corredores, solamente yo ve-
lo a la hora de la siesta.
Quema el sol sobre los mármoles.
La blanca y familiar perrita apo- ya sus patas delanteras sobre mis rodillas y me mira de un modo ex- traño.
Yo le pregunto: ¿también sabes tú que lo amo?
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MMXVA
USURRO, lento susurro de ho- jas de mi patio al atardecer.
¿Por qué me enloquecéis su- surrándome su nombre?
El no vendrá hoy.
Piensa en mí, pero no vendrá hoy.
RI PARA EDS E
XXXVII
N una columna me apoyo, y te sueño. Mi mejilla, en contacto con el frío mármol hiela mi corazón. Gruesas lágrimas caen de mis ojos. Soy feliz, pero lloro.
XXXVHI
EMORO verte. No quiero verte. Porque temo destruir el re-
cuerdo de la última vez que te ví.
, XXXIX
A UIERO pesar en tí, cargarte de 7 mi dolor, Para que no Pue- das huir de mi lado.
XI.
E hecho como los insectos. He tomado tu color y estoy viviendo sobre tu corteza,
invisible, inmóvil, miedosa de ser re-
conocida.
de
XLI
E veo en cada cosa, todo me sugiere tu pensamiento.
He levantado los ojos y so- bre el techo de la casa vecina visto el tanque que guarda el agua corriente venida del río.
Pienso que acaso estuviste ayer a su orilla y las gotas que tus ojos miraron hayan subido a aquel de- pósito .
XL11
H mujeres: ¿cómo habréis po- dido pasar a su lado sin des- cubrirlo ?
¿Cómo no me habéis tomado las manos y dicho:—Ese que vá allí es él.
Vosotras que sois mis hermanas porque alguna vez el mismo aire OS confundió el aliento, ¿cómo no mé
dijisteis nada de que existía?
XLIII
YER te ví pasar cerca de mí; ibas bajo los árboles con tu paso mesurado y la cabeza
caída, como pesada de pensamien- tos. Pero no quise detenerte. Porque aún sueñas conmigo, y to- do sueño puede ser muerto, aun por la persona amada que lo provoca.
STaBA en mi hamaca. Alguien me acunaba con má- no adormeciente. Perseguía sueños incorpóreos; Pe” ro faltabas tú. Hubieras debido sentarte a mi la-
do y contarme una dulce historia de
amor. Hay una que entona así: “Eran tres hermanas. “Una era muy bella, otra era muy
buena... ¡La otra cia mía!”
XLvy
RÁVIDA de tí, levanté los Ojos al cielo, y lo ví 8rávido de
yd omo si tu amo! me lo diera todo me obstinaba €n el mi- lagro: clavando mis ojos en una planta pequeña, raquítica, mu- riente, le ordenaba: ¡ Crece, ensan- cha tus vasos, levántate en el aire,
florece, enfruta !
XLVII
1 me aparto de la ciudad, y
me voy a mirar el río obscu-
ro que la orilla, me vuelvo enseguida.
Porque el agua que se va allá lejos, caminos del mar, se lleva mis pensamientos y entonces me parece que eres tá mismo quien se aleja para siempre en ellos.
cc Tr Qs
ENVIE
BANDONO la ciudad y me VOY al
bosque que está a su lado,
con la esperanza de encon-
trarte.
Sé que es un absurdo.
Pero durante todo el camino me repito cuanto he de decirte, aun St- gura de que no habré de hallarte.
IENSO si lo que estoy viviendo
0 no es un sueño.
Pienso si no me despertaré dentro de un instante. Pienso si no seré arrojada a la vida como antes de quererte. Pienso si no me obligarás a vagar de nuevo, de alma en alma, sin en-
contrarte.
E acuerdas del atardecer en que nuestros corazones se encontraron?
Por las arboladas y oscuras calles de la ciudad vagábamos silenciosos y juntos. Venus asomaba por sobre una azotea mirándonos andar. Yo te pregunté: ¿Qué forma le ves tú a esa estrella?
Tú me dijiste:—La de siempre.
Pero yo no la veía como habi- tualmente, sino aumentada con ex-
traños picos y fulgurando un brillo
verdácec y extraño.
LI
u amor me había cubierto el
corazón de musgo y me ba-
jaba a las yemas de los de- dos su terciopelo blando. Tenía pie- dad de la madera muerta, de los animales uncidos, de los seres de- trás de una reja, de la planta que se hunde sin hallar alimento, de la pie- dra horizontal empotrada en la ca- lle, del árbol preso entre dos casas. La luz me hería al tocarme y los ojos de un niño ponían en movi- miento el río de lágrimas que me
doblaba el pecho.
IETE veces hicimos en media hora el mismo camino. “4 Ibamos y volvíamos al lado de la verja de un jardín, como so- námbulos.
Respirábamos la humedad noctur- na y olorosa que subía de los can- teros y, como de pálidas mujeres de ultratumba, por entre los tronco£ negros de los árboles, veíamos, por momentos, la carne blanca de las
estatuas.
OR veces te propuse viajes ab- surdos. —Vámonos, te dije, adonde estemos solos, el cli-
ma sea suave y buenos los hom- bres. Te veré al despertarme y desayunaremos juntos. Luego nos iremos descalzos a buscar piedras curiosas y flores sin perfume. Du- rante la siesta, tendida en mi hama- ca bajo las ramas—huesos negros y ásperos de los árboles adulzurados por la piedad blanda de las hojas— me dormiré para soñarte. Cuando despierte, más cerca aun que en el
sueño, te hallaré a mi lado. Y de
noche me dejarás en la puerta de mi alcoba.
> de
a A AA
LIV
ENTADOS en un banco, ¿cuán- tas horas?, no me atrevía a tomarte las manos.
En la blusa de mi vestido de pri- mavera cayeron, al fin, pesadas, mis lágrimas.
El género las absorbió en silencio, allí mismo, donde está el corazón.
NA tarde, paseando por deba- jo de grandes Arboles, sobre
un colchón de tierra amari-
llenta, tan muelle como harina cer- nida, dí en mirar el cielo.
Lo atravesaban delgadas, inmate- riales nubes blancas y me entretuve en tejer, con ellas y en cllas, las lí-
neas de tu cara.
—_ a
1
LVI
ENÍAS miedo de mi carne mor- A tal y en ella buscabas al alma inmortal. Para encontrarla, a palabras du- ras, me abrías grandes heridas. Entonces te inclinabas sobre ellas y aspirabas, terrible, el olor de mi sangre.
efectos, mis para tem: que
Exageré mis d lidades, mis actos blar de alegría po te obligaba.
Pero, por el no , yO hubiera pa medad más tremenda que padec ras, la verguenza e te afrentara, el destie
te impusieran.
OSCUTOS, r el perdón a
ble perdón tuyo, decido la enfer- 1e- más grave qu rro más largo que
LVIIM
TRA siesta, frente al río que se
dirige al mar, tu cabeza en
mi falda, imaginamos que la tierra era un buque en movimiento, abriendo en el espacio un camino desconocido.
Desprendida de su ruta habitual seguía a capricho nuestra voluntad y se alejaba, siszagueando, cada vez más del sol hacia uno de los bordes del Universo.
Entrecerrados los ojos y aspiran- do el aliento niño de un recién naci-
do diciembre, nos sentimos desliga-
creadores del
dos de toda ligadura, el Tiempo.
Camino, la Dirección Y
o
LIX
DHERIDA a tu cuello, al fin, más que la piel al músculo, la uña a los dedos y la mise-
ria a los hombres, a pesar de tí y de mí, y de mi alma y la tuya, mi cabeza se niveló a tu cabeza, y de tu boca a la mía se trasvasó la amar- gura y fa dicha, el odio y el amor, la vergienza y el orgullo, inmorta- les y ya muertos, vencidos y vence- dores dominados y dominantes, re- ducidos e irreductibles, pulverizados
y rehechos.
LX
E vuelto sola al paseo solitario por donde anduvimos una tarde cuando ya oscurecía.
He buscado, inútilmente, a la luz de una luna descolorida, sobre la tierra húmeda, el rastro de nuestros
pasos vacilantes.
— >” Á
LXI
media noche, envuelta en pa- ños oscuros para no ser ad- vertida ,rondé tu casa. Iba y venía. Tus persianas, tus puertas, cerra- das... Como el ladrón, en puntillas, me acerqué, una, dos, tres veces, a to- car las paredes que te protegían.
1x1
N pájaro repite insistentemen- te la misma nota y mi cora- zón el mismo latido.
¿Por qué no te acercas, pobre ave- cilla ?
Tú sola en la rama... yo sola en mi cuarto...
¿Por qué no te acercas a calentar
mi corazón?
LXIMI
1 alegría feroz se ha conver- tido en una feroz tristeza. Ambulo por las calles, miro
los ojos de los que pasan y me pre- gunto: ¿Por qué me lo quieren quitar? Luego doy vueltas y más vueltas. Busco los parajes solitarios. Me acurruco debajo de los árbo- les y desde allí espío a los que pa- san con ojos sombríos.
É que un día te irás.
Sé que en el agua y muerta
y plácida de tu alma mi lla- ma es como el monstruo que se acer- ca a la orilla y espanta sus pálidos
peres de oro.
LXV
UANTO tiempo hace ya que te á has ido? No lo recuerdo casi.
Los días bajan, unos tras otros, a acostarse en su tumba desconoci- da sin que los sienta. Duermo. No te engañes: si me has encontrado un día por las calles y te he mirado, mis ojos iban ciegos y no veían.
Si te hallé en casa de amigos y hablamos mi lengua dijo palabras - sin sentido.
Si me diste la mano o te la dí, en un sitio cualquiera, eran los mús-
culos, sólo los músculos, los que
oprimieron.
| o; no eras hijo mío. No me | habías nacido del árbol in- trincado y blanco de las ve- nas, ni de los ríos liliputienses y rojos que las habitan, ni del tronco pálido y febril de la médula, ni del polvo color de luna que, comprimi- do, duerme en los huesos. Naciste de seres cuyos rostros y nombres Ignoro. Sin embargo te anudaba en mis brazos para protegerte de todo ruí- do, y mecíate con un compás de
péndulo, largo, grave, solemne...
Rehuía, entonces, tu boca y bus- cando tu frente dejaba correr a lo largo de tu cuerpo abandonado el
caudal temblante y profundo de mi á
LXVII
o volverás. Todo mi ser te
llama, pero no volverás. Si
volvieras, todo mi ser que te llama, te rechazaría.
De tu ser mortal extraigo, ahora, ya distantes, el fantasma aeriforme que mira con tus ojos y acaricia con tus manos, pero que no te per- tenece. Es mío, totalmente mío. Me encierro con él en mi cuarto y cuan- do nadie, ni yo misma, oye, y cuan- do nadie, ni yo misma, vé, y cuando nadie, ni yo misma, lo sabe, tomo el
fantasma entre mis brazos y con el
antiguo modo de péndulo, largo,
grave y solemne, mezo el vacio. .-