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NORTH CAROLINA

AT CHAPEL HILL

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HISTORIA

desde la independencia lados Unidos hasta nuestros días

(1*776-1895)

POE

í JERÓNIMO BEGKER

, que acaba de ponerse á la venta, amplio y fiel extracto los principales amina con imparcialidad la historia ríala sus defectos y expone con mieu- les lo referente á las relaciones exte- paña, siendo, por tanto, de gran inte- locer de un modo exacto el aspecto de la cuestión cubana, en 4.°, 642 páginas, 8 pesetas.

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UN HOMBRE DE BIEN

DRAMA EN DOS ACTOS Y EN PROSA

ESCRITO EN FRANCÉS POR EL AUTOR DEL ARTISTA,

-■y bccuiuoido ai axóieMÍaiiG

POK

MADRII).

ÍMPItENTA 1>E ftEPÚLLES.

1840.

PERSONAS.

blihgton, comerciante, cordelia, su hija.

i*^ ' \ dependientes. DAVV>, ) r

van-cjcaer, médico.

GODwin, agente de policía.

margarita, ama de go- bierno de Blington.

paters, criado de Van' Claer.

TRES AGENTES. CRIADOS»

El primer acto es en Londres. El segundo en la Haya.

1638.

Este Drama, que pertenece á la Galería Dra- mática , es propiedad del Editor de los teatros mo- derno, antiguo español y estrangero ; quien persegui- rá ante la ley al que le reimprima ó represente en algún teatro del Reino, sin recibir para ello su autorización, según previene la Real orden inserta en la Gaceta de 8 de Mayo de 1&Z1/, y la de 8 de Abril de 1839, relativas d la propiedad de las obras dra- máticas.

ACTO PRIMERO.

la sala con puerta al foro que da á una tienda^ y ésta d la calle ; dos puertas laterales.

ESCENA PRIMERA*

\delia, sentada á un bufete y trabajando en libros , comercio ; margarita , que sale por la puerta de t izquierda del espectador ; ¡David , que va y viene dentro de la tienda.

m

odavía trabajando»»! (Yendo d apoyarse en }a silla de Cordelia.) Ya no os basta el dia. Escri- bís con luz y vais á enfermar de la vista, señorita.

No es el trabajo , pobre Margarita , el que mas lestruye la vista.

vid. (En el dintel de la puerta.) Señorita Corde- la , me parece que va siendo tiempo de que cerremos a tienda.

I Aun es muy temprano , David. vid. Para un dia cualquiera , verdad es ; pero hoy es a Natividad del Señor, y no dejará de haber quien Iborote por las calles con pretesto de la misa. r. Y á vos, señor callejero no os disgustada estar ¡bre para ir á reuniros con los que alborotan, ¿no s verdad ?

vid. Señora Margarita, cada uno es dueño de tener !u opinión ó de no tenerla ; pero os confieso que no oe sabria mal tener ocasión de bogar por la bue- a causa ; y si alguno de esos idólatras papistas lie- aba á caer por mi cuenta... . ¡David!

>id. jAb! ¡soy implacable con ellos! ¿No tienen cri i cárcel hace tres semanas al bueno y noble señor lington vuestro padre ? ¡ La honra y prez del co-

fttercio inglés en la cárcel! ¡Un sugeto que está rep

tado por el hombre mas honrado de Londres! Cor. Ya le harán justicia» David. Puede ser. Cor. {Levantándose.) ¿Cómo puede ser? ¿hay algo

nuevo? ¿qué sabes? David. Yo no mas, señorita, si no que con un r

como el rey Jacobo y jueces como ese renegado de I

ffries, debe uno aguardarse todo lo malo. Mar. ¡Válgame Dios, David, qué necio sois! si soné

los consuelos que dais á la señorita... Cor. Pero no pueden sentenciarle sin embargo; ¿cuál

su delito? ¡no haber querido delatar á un amigo c

yo secreto sabia! un secreto es un depósito; ¿ y ci

es el honrado comerciante que no respeta el depós

que le han confiado? Mar. Sí, señorita, es imposible que vuestro padre

sentenciado; tranquilizaos. David. {Insistiendo.) ¿Con que cierro la tienda? Cor. Una vez que es Noche Buena... se me habia olvi

do; solo me ocupa un pensamiento. Mar. {Acercándose para consolarla.) Señorita... Cor, {Pensativa.) ¿Con que crees que esta noche ha^

ruido por las calles ? Mar. ¡Jesús, Dios mió! eso es seguro; ¿por qué m<

preguntáis? Cor. Por nada. Mar. Por supuesto que esta noche no pensareis en m

charos. Cor. ¿Yo? ¿y dónde habia de ir ? Mar. Acordaos que ya no está aqui el valiente Enr

para defenderos contra esos mozalvetes papistas,

se van haciendo cada dia mas insolentes. Cor. He recibido carta suya. Viene pronto; su tio i

mejor. ¡Pobre Enrique! qué ageno está de lo -que p

cuando sepa la desgracia que nos ha sucedido mi

tras él ha estado ausente, su sentimiento va á ser

vivo como el mío. Mar. Yo lo creo. Quiere al señor Blington como- a

padre. Cor, i Margarita!

s

rar. ¿Por que* os sonrojáis? ¿No merece Enrique la confianza y amistad de vuestro padre...? La inclina- ción que hacia él sentís no tiene nada de reprensible; es un amor puro, y que hará vuestra felicidad en es- te mundo.

or, ¡Ah! ¡no hablemos de amor, no hablemos de feli- cidad mientras no haya vuelto á ver á mi padre...! Bue- nas noches, Margarita» ,

lar. ¿Os recogéis ya?

&r. Voy á ver si logro dormir un poco.

lar. Buenas noches, señorita. (Cordel ia entra en su cuarto.)

ESCENA II.

margarita. dAvid, en la tienda,

Tar. ¡Ah, qué ángel...! Digna hija de su padre; es cuanto se puede decir.

)avid. ¡Señora Margarita! ¡Señora Margarita!

Tar. Mas bajo, alborotador. La señorita se ha retirado á dormir. ¿Qué es lo que queréis?

lavid. Que tengáis la bondad de echar una mano y ayu- darme á cerrar la tienda.

lar. ¿No podéis cerrarla solo?

lavid. No; porque mientras tengo la luz no puedo en- cajar bien los postigos, y cuando cierro los postigos sin luz, no veo una palabra. ¿ Es exacto ó no es exac- to lo que digo ?

íbr. Una vez por casualidad... Bueno, aguardad. (En- tra en Ja tienda y alumbra á David , que cierra los postigos. Cordelia entreabre puerta de su cuarto, se cerciora de que no es vista , atraviesa rápidamente el teatro , y vase por una puerta la- teral. Margarita y David vuelven á la escena.)

Har. Gran falta hace que el amo salga de la caree}, ó que Enrique vuelva: ¡la casa abandonada á un hol- gazán como vos...!

David. (Que ha ido d calentarse.) ¡Eh! una casa tan afamada como la del señor Blington prospera por sola. Pero proseguid ; veo que tenéis hoy ganas de ha- cer mi panegírico. ¿Qué es lo que he hecho yo?

Mar. ¿Qué habéis hecho? No hacer nada, y por eso i por lo que os regaño.

David. Hablabais del regreso de Enrique; ¿le espera señorita ?

Mar. Sí; su tio está mejor; se ha puesto ya en caminí

David. ¡Con que su tio está mejor! ¡Pobre amigo! ¡U t¡o que le hace salir en posta para Bristol, bajo pre testo de que quería abrazar por última vez á su he redero universal... y hétele ahora que se escapa de garras de la muerte! ¡Vaya un proceder poco delicadí

Mar. ¡Mal corazón!

David. Oiga, yo me pongo en el lugar de Enrique á nadie le gusta incomodarse inútilmente... Pero est conversación os desagrada , y yo me he calentado y bastante las plantas de los pies. Os saludo con el ma profundo respeto, amable dueña.

Mar. ¿Os marcháis?

David. (Con monada.) ¿Querríais detenerme por ven tura, hermosa dama?

Mar. ¡ Eh ! sois un majadero... lo que hay es que teng miedo de quedarme sola.

David. Esa es una desgracia que os persigue todas la noches... asi es de creer al menos... La señorita se h retirado ya á su cuarto; ¿quién os impide ir y levan tar una barricada en el vuestro?

Mar. Tengo que cerrar la puerta después que os mar cheis, y no cómo me he de componer; yo sola n puedo levantar la barra.

David. Dejaremos la puerta de la calle tal como está , j saldré por esta que da al patio de nuestro vecino maese Cornelio el boticario.

Mar. ¿Y qué tenéis que hacer fuera? ¿armar algún; pendencia, recibir algún golpe?

David. Voy á que me den noticias del señor Blington

Mar. ¿Y quién ha de dároslas...? ¿creéis que vais á te- ner mas suerte que su hija?

David. que creo... ¿Habéis oido hablar del doctoi Van-Claer, un médico holandés muy afamado, qui ha venido últimamente á Inglaterra con la serviduní bre del rey Carlos II?

Mar, ¡Que si he oido hablar de él ... ! Le he visto raut

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chas veces en la botica de maeseCornelio, adonde sue- le ir para ver si se hace lo que él receta. Era primer médico de cámara del rey difunto.

David. Sí; pero cuando el advenimiento del actual, re- nunció á todos sus empleos y honores, reservándo- se únicamente el de primer médico é inspector de cárceles. Por esta razón es muy fácil que haya visto al señor Blinglon, y...

Mar. Tenéis razón, es una buena idea; ¿y conocéis vos á ese célebre profesor?

David. A él no, pero ayer vi por primera vez á su ayu- da de cámara, y ya somos amigos íntimos; le dije que viera de informarse por su amo, y... (Oyese un fuerte golpe en la puerta del foro.) ¿Quién va?

Mar. ¡ Jesús me valga !

David. Cualquiera diria que ese aldabonazo ha salido de la mano de un papista. (Segundo aldabonazo.)

Una voz dentro. Abrid , en nombre del rey.

David. Decid, Margarita, ¿os parece que haria bien en subirme á la boardilla y dejar caer un tiesto sobre los sesos de ese caballero que habla tan gordo? Creerá que es una teja.

Mar. ¡Atolondrado!

David. ¡Toma! la pérdida no sería grande ; ahora no tienen flores , es invierno.

La voz dentro. Abrid, ó hago echar la puerta abajo.

Mar. Allá van... allá van.

David. ¡ Eh ! ahí tenéis cómo sois vos ; en vez de resis- tiros...

Mar. ¡Resistir á las órdenes del rey...! ¿No sabéis que se ariesga la vida...? No comprometamos al señor Blington.

David. ¡Oh! pues para eso no hay necesidad de moles- tarnos los dos... no os incomodéis... voy á abrir. (Va á abrir.)

ESCENA III.

MARGARITA. G0DWIN. DAVID. TRES AGENTES.

God. ¿ Son sordos en esta casa?

Mar. Perdonad, señor constable; nos han dicho que ei-

ta noche habría alboroto por las calles, y hemos a-

trancado la puerta. Go,d. ¿Que habria alboroto? ¿Y quién ha dicho eso?

Los que quieren armarle , sin duda» Mar. Señor constable... God. No soy constable. David. ¿Y no siéndolo os introducís asi por la noche

en el domicilio de un inglés? ¿Quién sois pues? God. Quien puede mandar que te ahorquen. JDavid. Basta con eso. Mar. ¿ Podemos saber qué os trae aqui? God. Aguardad que yo os pregunte: ¿adonde da esa

puerta ? {Señalando á la puerta de la derecha.) Mar. A un patio. God. ¿ Que tiene correspondencia con la casa del boti^-

cario Cornelio, no es eso? Mar. señor.

God. {Señalando á la puerta de la izquierda.) ¿Y esta? Mar. Al cuarto de mi señorita. God. ¿Dónde está la habitación de Blingtón? Mar. Arriba.

God. {A David.) Aqui, truan, ¿no oyes? David. ¡Ah! ¿es á á quien bablais? God. ¿Y á quién habia de ser? David. Creí que era á uno de estos señores. God. Cuidado con hacerte el gracioso... David. ¿ Está prohibido ?

God. Porque te envío á decir chistes á Tyburn. David. No os ocupéis de mi vivienda. God. Coge una luz , y alumbra á estos dos señores. David. {Con intención.) ¡Que los alumbre,..! {Movi- miento de Godivin.) ¿Dónde queréis que los lleve? God. Al cuarto de tu amo. David. Que se alumbren ellos. Soy comerciante y no

lacayo. God, ¿ Y sabes lo que yo soy ? {Acercándose d él.) David. Es la primera yez que tengo el honor de tratar

con la justicia. God. Pues cuidado no sea la última. Me llamo Godwin.

{Movimiento de David). Veo que me conoces, anda. jPavid. { Pasando al lado de Margarita.) Este es el

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que la gente llama puñal ele Feffries. Haced todo lo que os diga, Margarita, {rase con Jos dos agentes.)

God, ¿ Qué es lo que te ha dicho ese al pasar por tu lado?

Mar» Nada, señor.

God. Mientes. Te ha dicho mi nomhre, y tal vez mi apodo también; no me pesa; asi me obedecerás mas pronto.

Mar. ¿Qué queréis que haga?

God. Abrir los cajones.

Mar. ¿Los cajones del bufete del señor Blington?

God. Los cajones del bufete.

Mar. Tiene las llaves la señorita»

God. Pídeselas. ,

Mar. Está durmiendo.

God. Despiértala.

Mar. Pero señor...

God. Vamos , obedece.

Mar. Allá voy. (Entra en el cuarto de Cordelia.) ¡Dios mió, tened compasión de nosotros!

God. ¿Qué es eso? ¿qué hablas?

Mar. (En el cuarto de Cordelia.) ¡Señorita Cordelia! ¡Se- ñorita Cordelia!

God. Parece increible ; hasta las hijas de los mercade- res tienen ahora nombre de princesas.

Mar. (Volviendo.) ¡ Ah ! señor...

God. ¿Qué tienes?

Mar. La señorita Cordelia no está en su cuarto.

God. ¿Y qué me importa á eso?

Mar. ¡ Dónde puede estar ahora , Dios mió !

God. ¿ Dónde están todas las muchachas cuando no se sabe dónde están ?

Mar. (Indignada.) ¡ Ah ! ¿Qué decís...?

God. Acabemos, las llaves.

Mar. Aqui las tenéis. Se las ha dejado sobre la mesa.

God. Vamos, los cajones»

Mar. (Consigo misma, abriendo los cajones.) ¡A estas horas, y en un dia como este!

God. (Al agente , que se ha quedado con él.) Recoge todos esos papelotes.

Mar. Mirad que es la correspondencia del señor Blington.

io

God, Precisamente es eso lo que busco. A otro.

Mar. Pero si en este no hay mas que recibos.

God. Coge también los recibos... le creerán bajo palabra. ¿No es el mas honrado de Londres?

Mar, Se habrá marchado mientras yo cerraba la tienda con David.

God. ¿ Es esto todo ?

Mar. ¿Dónde habrá ido?

God. ¿Es esto todo?

Mar. Ya lo veis, no hay mas que dos cajones.

God. (Al agente.) Haz un legajo con todo eso; después lo examinaré despacio. {Vuelven David y los dos agentes.") ¿Qué tenemos?

David. Aqui está lo que he hallado, y he tenido que envolver por remate de fiesta. ¡Oh! si algún dia caéis por mi banda...

God. ¿Que estás ahí diciendo entre dientes? (A los agentes.) Ahora, registrad ese otro cuarto. (Los dos agentes entran en el cuarto de la izquierda.)

Mar. ¿El cuarto de la señorita? Pero, señor, si ella no tiene nada que ocultar.

God. Escepto sus cartas de amor; no temas, somos dis- cretos.

David. (Consigo mismo, entre dientes.) En todo caso es- táte seguro de que no será á á quien escriba, an- tropófago.

God. ¿Por qué te comes la mitad de lo que dices? me gusta que hablen claro.

David. Es que tengo un defecto en la garganta.

God. Pues yo conozco un remedio soberano para los males de garganta; y para que le aprendas, vas á ve- nir conmigo ahora.

David. No soy curioso.

God. (A los agentes, que vuelven.) ¿Qué habéis hallado?

Un agente. Nada.

God. Este perillán va á pasar la noche al fresco para que aprenda á medir sus palabras.

Mar. David, ¿qué habéis hecho?

David. ¡Eh! sino puedo contenerme, Margarita; dejad- lo. (Aparte.) Algún dia te encontraré en otro sitio, y te ajustaré una cuenta, buena alhaja.

II

tíod. Vamos, por aquí.» echad delante vosotros» (Van- se por la izquierda.)

ESCENA IV.

MARGARITA.

¡Se marchan, me dejan sola! ¡Pohre casa abandonada, sobre la cual descarga el cielo cada dia una nueva desgracia...! ¡mi amo en la cárcel...! ¡su hija fuera de su habitación á estas horas...! ¿dónde habrá ido? el Támesisno está lejos... ¡misericordia de mí...! ¡qué criminal sospecha...! la religión la detendrá... sí, con- fio en su religión. •• (Llaman de nuevo á la puerta del foro.) ¡Ah! ¡sea ahora quien sea voy á abrir...! ya no hay riesgo sino para mí, no tengo miedo.

Enr. (Dentro.) ¡Margarita! ¡David! abrid, soy yo, En- rique.

Mar. ¡Enrique! ¡oh! Dios es sin duda quien nos le en- vía... Allá voy... allá voy. (Abre. Enrique sale tra- yendo d Cordelia desmayada.)

ESCENA V.

MARGARITA* ENRIQUE. CORDELIA.

Mar. (Gritando.) ¡Dios eterno! ¡muerta!

Enr. No, desmayada. Espero que esto no sea nada.» un elixir... pronto.

Mar. Aqui tenéis un pomo.

Enr. Venga.

Mar. ¿Y cómo la traéis vos? ¿qué es lo que ha pasado?

Enr. (Mientras habla hace aspirar el frasquillo d Cor- delia , y Margarita la frota las sienes con un pañue- lo mojado en agua fresca.) Un milagro, de que daré gracias á Dios toda mi vida. Hará como una hora que he llegado á Londres, y me encaminaba aqui sin tar- danza, cuando al pasar al pie de la torre divisé en la oscuridad una muger que se defendía contra tres hom- bres que querían atropellarla; no pude distinguir sus facciones, pero su voz. ¡Oh! la conocí al rao-

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mentó... me acerco, era ella; lo que entonces hice y lo que ha pasado, no sabré decirlo... lo que es que los tres miserables huyeron... Entonces la pobre Cor- delia me reconoció... pronunció mi nombre, y cayó desmayada en mis brazos.

Mar. Creo que ya vuelve en sí.

JEnr. ¿Cómo la habéis dejado salir, Margarita? ¿Vues- tro amo se halla sin duda ausente? ¿Dónde está?

Mar. Silencio.

Cor. {Volviendo en sí.) ¡ Ah... ! Dios mió.

JEnr, ¡Cordelia !

Cor. ¡Enrique! ¿Dónde estoy?

JEnr. En casa de vuestro padre, á mi lado. No temáis ya.

Cor. ¡ Ah! ¿por fin habéis venido? Cuánto deseaba veros.

JEnr. Me he puesto en camino en cuanto la salud de mi tio me lo ha permitido.

Mar. Querida é imprudente señorita, ¡cómo os habéis atrevido á salir sola en una noche como esta!

JEnr. ¿No habéis temido dar un disgusto á vuestro padre ?

Cor. ¡A mi padre! ¡á mi padre...! ¿Luego vos no sabéis nada, Enrique?

Enr. Acabo de llegar.

Cor. Hace tres semanas que está preso.

JEnr. ¡Vuestro padre!

Cor. Hace tres semanas, ¿lo oís, Enrique? tres semanas que no le he visto, que estoy sin noticias suyas, que no si vive, si está enfermo, si ha muerto. ¡Ah! ¡ya podéis figuraros lo que he sufrido, vos que vivís hace tres años con padre é hija, y que podéis apreciar en toda su estension el cariño que uno á otro nos tene- mos ! ¡tres semanas sin ver á mi padre, yo, que no me había separado de él un solo dia! inútil es que os refiera las lágrimas que he derramado, las humilla- ciones que he sufrido, los pasos que he dado para conseguir que los carceleros me permitiesen verle, ha- blarle un solo momento y besar sus venerables canas... lloros, súplicas, pasos, ¡todo ha sido en vano! Esta noche había resuelto ir y pasarla de rodillas delante de la torre. Mi perseverancia hubiera conmovido tal

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vea á alguno de aquellos corazones de hierro. c. llora- ba y rezaba hacia una hora, cuando pasaron por allí tres caballeros jóvenes... ¿qué me dijeron...! ni aun me acuerdo; pero querian arrancarme de allí los vi- les, y entonces llegasteis vos y me salvasteis... ¿te lo ha dicho, Margarita, te ha dicho que le debo la vida y el honor ?

Mar. No ha hecho mas que defender lo suyo, señorita.

Enr. ¡Desdichada Inglaterra! ¿cuándo tendrá esto fin? ¡Vuestro padre, el mejor y mas justo de los hombres, preso! bien se lo habia yo predicho: ¡los indignos in- gleses que nos gobiernan no podrian perdonarle ni su inclinación á la religión reformada, que es la sá- tira de su apostasía, ni su popularidad, que en un dia de conmoción podia motivar que se enarbolase una bandera en su nombre..! pej-o en fin, prenderle como criminal por esceso de virtud no han podido...! ¿qué pretesto han tomado? ¿de qué le acusan?

Cor. De no haber querido empañar su reputación de hombre de bien con una mancha indeleble. ¿Habréis visto muchas veces en casa á sir Federico Burdett, uno de los amigos mas antiguos de mi padre?

Enr. Sí.

Cor. Pues bien; Un sentimiento de fidelidad mal enten- dido hizo entrar á ese noble ingle's en el partido del desgraciado duque de Monmoulh, hijo natural del rey difunto. Sir Federico tiene una hija, compañera mia de infancia. Previendo que la espedicion del duque se malograría, escribió á mi padre, dándole paite de la conspiración en que iba á entrar, y recomendándole á su hija, en el caso de que la dejase huérfana; mi padre quemó la carta, pero le contestó, y esa fatal respuesta fue hallada en los bagages de sir Burdett, después del desgraciado encuentro de Sedge-Moor, donde el duque de Monmoulh fue hecho prisionero, y sir Burdett muerto. La respuesta de mi padre no contiene mas que estas palabras: ** Puedes estar tran- quilo, Burdett; tu hija lo será también mia." ¿Pero acaso se necesitaba mas' para prender á mi padre en la época en que vivimos?

Enr, jAh! ahora lo comprendo todo, Cordclia; ¿le acu-

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san de no haber revelado la conspiración , habiendo tenido noticia de ella?

Cor. ¿ Podia hacerlo acaso, Enrique? ¿ podia enviar al patíbulo á uno de sus mejores amigos?

Enr. No podia ni dcbia, sin duda alguna; pero la razón de estado no admite escusas: existe una ley, una ley terriblet..

Cor. ¡Terrible»! ! ¿y cuál es la pena que amenaza á mi padre?

Enr. ¿La ignoráis?

Cor. ¿No veis que os lo pregunto?

Enr. (Después de una ligera pausa.) Algunos afíos de destierro tal vez.

Cor. ¡ Ah ! muy cruel sería esa sentencia ; pero vuestro terror me habia hecho temer... una pena mayor.

Enr. ¿Habéis visto á los amigos de vuestro padre?

Cor. Sí, los he visto.

Enr. ¿Y...?

Cor. {Tendiéndole la mano.) Y mi padre no tenia mas que uno solo.

Enr. ¡Ah! este no puede ofreceros mas que una volun- tad firme y una adhesión á toda prueba; pero con esto, y la ayuda del cielo, salvaremos á vuestro pa- dre; ¡creedme, le salvaremos!

Cor. ¡Querido Enrique...! pero di, Margarita, ¿qué es lo «¡ue ha pasado durante mi ausencia? ¿qué signi- fica este desorden?

Mar. No he tenido tiempo de decirlo hasta ahora; los agentes de lord Feffries han venido, han registrado la casa.

Cor. Tanto mejor, los desafio á que hayan encontrado nada que pueda comprometer á mi padre.

Mar. Sí; pero todo lo han revuelto, han trastornado la casa de arriba abajo... hasta vuestro cuarto...

Cor. (Cogiendo una lámpara.) ¿Mi cuarto también?

Mar. No he podido estorbárselo.

Cor. ¡Ah! ¡Diosmio! se habrán llevado mi Biblia, la Biblia que tiene al margen algunas notas de letra de mi padre... Aguardad, Enrique; vuelvo al instan- te. (Entra en su cuarto.)

■s

ESCENA VI.

MARGARITA. ENRIQUE. DAVID.

David. (Que sale desatentado.) ¡Margarita! ¡Margarita!

Enr. ¿Qué es eso? ¿qué tienes?

David. ¡Vos aqui! calla... sois vos... ¡oh! ¡ah!

Enr. Bueno, bueno; deja las admiraciones para luego; ¿traes alguna noticia?

Mar. ¿Cómo es que estáis ya libre?

David. Porque al volver la esquina sacudí un furibun- do puñetazo á uno de los que me acompañaban, un puntapié al otro, y... pist... en dos minutos me plan- té á doscientos pasos de ellos. He irlo corriendo á ver al ayuda de cámara del doctor Van-Claer, que, en- tre paréntesis, acaba de recibir orden de salir de In- glaterra dentro de tres dias.

Mar. De lo que se trata ahora es del señor Blington... ¿Sabes algo del señor Blington?

David. La comisión que debia juzgarle se ha reunido hoy bajo la presidencia de lord Feffries.

Enr. ¿Y cuál ha sido el resultado?

David. ¿El resultado? ¡una infamia! le han senten- ciado.

ESCENA VII.

DICHOS. CORDELIA, que sale de su cuarto.

Cor. ¡Sentenciado! ¿á quién, á mi padre?

David. ¡La señorita!

Cor. ¿Qué hablabas? vamos, ¿no has dicho que mi pa- dre ha sido sentenciado?

David. Estoy lejos de salir garante de tan triste nueva; tal vez me hayan informado mal.

Cor. No penséis que me engañáis; vosotros sabéis la ver- dad... es preciso que me la digáis... ¿Mi padre ha sido sentenciado? ¿á qué...? ¿á prisión...? responded; ¿á un destierro? ¡Oh! ¡ese silencio es terrible...! David, ¿ha sido acaso sentenciado á muerte? (La puerta del foro se habrá quedado entreabierta; Blington entra en la tienda , y llega hasta la trastienda sin ser oidn» de las personas que están en la escena.)

ESCENA VIII.

DICHOS. B1INGTOK.

Blin. ¿ Es este el modo de cerrar las puertas de mi casa?

Enn ¡ Blington!

Cor. ¡Mi padre! {Corre á arrojarse en sus brazos»)

Mar. y David. ¡El señor Blington!

Blin. {Después de una pausa.) Te encuentro de vuelta, Enrique. Bien venido seas, hijo mió. jDios recom- pense á los que no olvidan á sus amigos en la desgra- cia! Buenas noches, David ; buenas noches, Margarita.

mar. Buenas noches, am... señor; estoy tan contenta que no acierto á hahlar. ¿Pero entonces qué es lo que vos nos contabais, majadero?

David. El ayuda de cámara del doctor Van-Claer tenia malas noticias, ó se ha burlado de mí.

Blin. ¿Cómo?

Cor. Otra vez, padre mió, abrazadme otra vez.

Blin. ¡Hija querida!

David. Me dijo que la comisión se habia reunido hoy á las cuatro.

Blin. Verdad es.

David. Que habíais comparecido ante ella.

Blin. También es verdad.

David. Y que habiais sido sentenciado... ¡ah! toma, una vez que estáis ya libre bien se puede decir... que ha- bíais sido sentenciado á muerte.

Cor. ¡Qué horror!

Blin. Respecto á eso, mi presencia debe tranquilizaros. {Con un poco de ironía.) Mis jueces son unos leales y honrados ingleses á quienes la gente ha dado en ca- lumniar. ¡Cordelia, no apartas de los ojos! aun no has vuelto en de la sorpresa; vamos* sosiégate, hija mia, habíame, habla; hace tanto tiempo que no he oido tu voz...

Cor. No, no; padre mió, vos sois el que debe hablar, porque no es bastante veros ; para cerciorarme de mi dicha es necesario que os oiga. Esta felicidad repenti- na, inesperada, inmensa, me ha sobrecogido y me tiene atónita... ¡Ah! ¡bendito seáis, Dios mió! ya puedo llo- rar... j me he salvado... !

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llin. ¡Hija mia! ¡querida hija...! ¡oh! ¡cesa, cesa, por- que temo que tu debilidad se apodere de también , y Enrique se burlará de nosotros! Enjuga esos hermosos ojos que yo adoro... ¡ Hartas lágrimas habrán derra- mado durante mi ausencia!

'or, ¡ A h !

ilin. Qué alegría que estés aquí, querido Enrique; la noche dichosa en que nos hemos reunido es la de Natividad del Señor; noche que otros aííos acostum- brábamos á celebrar en familia. Margarita no tiene nada que ofrecernos para hacer siquiera una pequeña colación.

far. ¡Pues! solo á me suceden tales cosa. Ya se ve, estábamos tan distantes de veros esta noche... No hay casi nada en la casa.

ilin. Ahí tienes á David, que no desea mas que ayudarte á salir de apuros, y que si es necesario, irá á com- prar algunas frioleras por tí.

David. Con sumo gusto.

ilin. Ea, manos á la obi'a; tenemos muchas cosas qué hacer esta noche.

or. ¿Cómo ?

David. Voy á contar á todo el barrio la noticia de vues- tra libertad... ¡qué contentos se van á poner todos!

ílin, {Deteniéndole.) Tengo mis razones para que esto

I quede secreto hasta mañana: Margarita, y tú, Da- vid, ¿prometéis callarlo?

or. ¡Me asustáis! ¿qué significa...?

'Un. No podría negarme á recibir las felicitaciones de mis vecinos y amigos, y quiero pasar la noche coii vosotros, hijos mios; con vosotros solos, ¿lo enten- déis ahora? * avid. Queda convenido; esta noche, punto en boca.»

I pero mañana, tomo una bocina...

ilin. Te doy permiso para ello.

far. Venid, venid, David. ¡Ah! ¡qué alegría!

ESCENA IX.

CORDELIA. BLINGTOfí. ENRIQUE.

\<lin. Vamos, hijos mios... ahora que estamos solos; ha-

iB

blemos un poco de mi pobre casa, que se ha visto pri- vada á un mismo tiempo de su principal y de su pri- mer dependiente... ¿Habrá estado cerrada en este tiem- po, no es verdad...? ¡La casa de Blington cerrada!

Cor. No, padre mió; ni un solo dia.

Blin. ¿Cómo? ¿pues desde cuándo está Enrique de vuelta?

JErtr. Desde esta noche únicamente.

Blin. ¿Y quién ha llevado el peso de los negocios? ¿Da- vid no habrá sido ?

Cor. No, padre mió; he sido yo.

Blin. ¡Tú, hija mia!

Cor. Y con no poca suerte, que es mas. Sabia que el pen Sarniento que mas os atormentaría en vuestra prisión era el de vuestro crédito...

Blin. Después de la idea de lo que sufrías, hija querida* ¿ Es decir que la venta...?

Cor. No ha padecido la menor alteración.

Blin. ¿La correspondencia...?

Cor. Se ha seguido á vuelta de correo.

Blin. ¿Y los libros de caja?

Cor. (Enseñándolos.) Miradlos, todo está al corriente; la reputación de la casa no ha sufrido el menor de.s~ doro.

Blin. (Después de una pausa.) ¡Dios mió! ¡yo te le agradezco! (Se sienta delante de los libros.)

Cor. La acusación que pesaba sobre vos ha entiviado e ardor de un gran número de vuestros amigos; penj al paso que se negaban á interceder en favor vuestro, se tomaban un vivo interés en vuestra situación co- mercial... me han ofrecido remesas y renuevos de to-| das partes. Yo he contestado dando las gracias, y hi rehusado.

Blin. Has hecho bien.

Cor. La casa Van-Bremel de. Amsterdam ha escrito taii luego como ha tenido noticia de vuestra prisión, ofreH ciéndose á abrir un crédito doble del que hasta aqu teniais en su casa.

Blin. Enrique, esta es la mas dulce recompensa de veinj te anos de probidad. ¿Y cuándo ha llegado esa carta!

Cor. Ayer.

Blin. ¿ Dónde está ?_

*9

Cor. (Bascando en ím bolsillo.) Aqni la tenéis. /?///?. Trae; debo contestar á ella yo mismo. Pero, mi- ra, Enrique, ¡qué orden! ¡qué. claridad! Vamos á es- to, Cordelia, la teneduría de libros no se aprende por sola. ¿Tú has tenido alguno que te enseñe? (Se Ze-1 vanta.)

Cor. Sí, padre mió, y mucho antes que os prendiesen.

Blin. ¿Quién ha sido?

Cor. {Señalando á Enrique.) Él, padre mió.

Blin. ¿Enrique? ¡ Ah ! ¡Ah!

Enr. señor; Cordelia me pidió que la diese algunos- consejos, y yo he creido que no debia rehusárselos.

Cor. Tenia hace tiempo el proyecto de ayudaros, padre mió; ¡trabajáis tanto!

Blin. ¿Pero á qué hora Se daban esas lecciones?

Enr. Cuando no estabais delante.

Cor. Y algunas veces cuando estabais: ¡sois tan dis- traído ! ,

Blin. Verdad es; ¿qué quieres? tengo siempre ocupada la cabeza con mis asuntos, de suerte que muchas ve- ces parezco indiferente á lo que pasa al rededor de mí; pero no por eso dejo de hacer mis observacio- nes , y cuando estoy solo recuerdo pormenores que habían pasado delante de mis ojos sin llamarme al parecer la atención, y á fuerza de darlos vueltas acabo por descubrir la verdad como otro cualquiera... ¿ Y sabéis un descubrimiento que he hecho durante las tres semanas que he pasado en la cárcel?

Enr. ¿Cuál?

Cor. ¿Sí , cuál?

Blin. El de que os amáis.

Cor. ¡Padre mió !

Enr. ¡Señor Blington!

Blin. Venid acá, hijos mios; ¿creéis que si yo hubiese desaprobado vuestro amor no lo huhiera echado de ver mas pronto? ¿Calláis? Puede ser que me haya equivocado. ¿Qué dices tú, Cordelia, me he equivo- cado ?

Cor. Preguntádselo á Enrique.

Blin. ¿Me he eqyivocado , amigo mió?

Enr. Preguntádselo á vuestra hija.

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Blin. Bien respondido por una y otra parte. ¡Tu mano, Cordelia ! ¡La tuya, Enrique! (Los acerca y los une. Los dos jóvenes hacen un movimiento») ¿Cuán- do os casáis ?

Enr. ¡Ah! cuanto mas pronto mejor.

Cor. Padre mió, es preciso todavía algún tiempo.

.Blin. Me adhiero á la opinión de Enrique ; no me gus- ta dilatar los negocios.

Enr. ¡Oh! ¿y cuándo ha de ser, señor Blington? ¿cuándo?

Blin. Esta misma noche: ¿quieres?

Cor. ¡ Padre!

Blin. Escuchadme , hijos mios ; ahora que nos hemos es- plicado y somos felices, tengo que confesaros una cosa.

Cor. Yo tiemblo... hablad.

Blin. AI salir de la audiencia he encontrado á uno de mis jueces que me estaba aguardando. Este sugeto, á quien yo sin duda he inspirado algún interés, me ha dicho que haria bien en marcharme de Inglaterra por algún tiempo. El consejo me ha parecido pru- dente , y mañana me marcho.

Cor, ¡Ah! nosotros os seguiremos á todas partes.

Enr. Sí, sí, á todas partes.

Blin. No, hijos mios, no. ¿Y qué sería de mi casa entonces? Somos bastante ricos para abandonarla. ¿ Habia yo de dar por dote á mi hija la miseria ? Ten- go mas previsión y menos egoísmo. Os quedareis en Londres ; pero debéis figuraros que no puedo separar- me de vosotros sin veros unidos. Esta noche recibiréis la bendición en la sala donde murió tu madre, y el reverendo doctor Graham , nuestro pastor y amigo, se encargará de desposaros. Enrique, irás ahora á buscarle, y le rogarás que venga á mi casa inmedia- tamente. A estas horas está en la suya, y jamas me ha rehusado nada. Cor. ¡Y nos abandonáis, padre mío! Blin. Confiemos en que Dios enviará pronto mejores consejeros al rey de Inglaterra. Vamos, Enrique, ¿no tenias tanta prisa hace poco? Enr. La noticia de vuestra marcha ha aguado toda mi alegría.

ai

Blin. ¡Pobre Enrique...! Sin embargo, tu padre tiene derecho ahora para darte órdenes. Vele.

JSnr. Voy, y vuelvo al momento. Tengo en Londres bastantes amigos, y confío en que no se marchará. {Fase.)

ESCENA X.

BLINGTON. CORDELIA.

Blin. Tú, hija mia, déjame solo un momento; retírate á tu cuarto.

Cor. ¡Que me retire! ¿ y por qué?

Blin. ¿No piensas hacer ningún preparativo?

Cor. No.

Blin. Quisiera contestar á los Van-Bremel. Debo en- viarles las gracias por la prueba de confianza que me han dado. Anda, hija mia.

Cor. {Al entrar.) ¡No hay dicha completa en el mundo!

ESCENA XI.

blington solo, y mirándola salir.

jPobre nina! ¡ah! (Se sienta d la mesa, y se pone á escribir.) «Al señor Van-Bremel y compañía, en Amsterdam: Muy señor mió y estimado corresponsal: habiendo sido sentenciado hoy á la pena capilal , y debiendo ser ajusticiado mañana á las seis de la ma- drugada , me apresuro á contestar á vuestra favore- cida de 1 8 del corriente, que acepto para Enrique Palmer, mi yerno, y para mi hija Cordelia, el ofre- cimiento que en ella me hacéis de la continuación de vuestro crédito. No habiendo sido confiscados mis bienes, espero que mi muerte no contribuirá en ma- nera alguna á aminorar la confianza que la casa Bling- ton os ha inspirado siempre. Tratad con mi yerno y mi hija como acostumbrabais á tratar conmigo, es de- cir, á seis meses de dala y al tanto por ciento.'=q Soy vuestro mas afectísimo &c. Blington."

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ESCENA XII. blington. ENRIQUE , que sale precipitadamente.

Enr. {Con un papel en la mano.) ¡Señor Blington!

Blin. ¿Tan pronto de vuelta, Enrique? no puedes haber tenido tiempo para ir á casa de Graham.

Enr. No, no, ya se ve que no.

Blin. ¡Estás demudado! ¿Qué papel es ese?

Enr. Es... ¡oh! no tengo fuerza para hablar... Leed.

Blin. (Lejendo.) «Lista de los reos de alta traición sentenciados hoy por la cámara alta, y que serán a- justiciados mañana á las seis de la madrugada.'* ¿Quién te ha dado esto?

Enr. Un hombre que la vendía públicamente..,- ¡ Oh í pero mirad , mirad bien... vuestro nombre está entre esos... es un error... pero un error funesto... y que solo de pensar en él...

Blin. ¡Silencio! No es error.

Enr. ¡Pero sin duda no habéis entendido...! Esa lista es la de los sentenciados á muerte.

Blin. Y yo estoy en ella el tercero; asi es la verdad. Pensaba decírtelo dentro de dos horas, y clon este mo- tivo te lo digo ahora. •• ¡Cúmplase la voluntad de Dios!

Enr. ¡Jueces infames!

Blin. {Poniéndole la mano en la boca.) ¡Oh! por compasión hacia Cordelia , silencio; ¡te suplico que guardes silencio!

Enr. ¿ Pero por qué milagro os halláis á un mismo tiempo libre y sentenciado? ¿Cómo esplicar que ma- ñana hayáis de ser ajusticiado, y hoy estéis libre en vuestra casa... ? ¿Habéis sobornado á algún carcele- ro...? ¡Qué dicha! ¿Y os estáis asi en Londres? ¡Qué imprudencia! Es preciso huir al instante.,. ¡Venid, salvaos !

Blin. No puedo*

Enr. ¿Por qué?

Blin. Porque he dado mi palabra,

Enr. ¡Oh! Dios mió, Dios mió... ¡es para volverse uno loco...! ¡Hé ahí porqué queríais casarnos esta no-

*3

che...! ¡y yo estaba tan contento! pero no se ha per- dido todo; una vez que estáis aqui , aun nos queda alguna esperanza.

Blin. Ninguna. Te hablo como se habla á un hombre. Sosiégate. Hazme ver que el esposo que he dado á mi hija tendrá valor para defenderla si llega la ocasión.

~Enr. ¡ Infeliz Cordelia!

Blin, Enrique, me quedan ya pocos momentos que pa- sar á su lado, y quiero que sean placenteros. Jú- rame por tu honor que no la dirás nada de lo que voy á referirte.

Enr. Lo juro.

Blin. ¿ Ya sabrás por qué fui preso ?

Enr, Sí. Era preciso delatar á un amigo. Pero contra vos no habia mas prueba que estos renglones: *'Des— cuida, Bui-dett, yo serviré de padre á tu hija.*'

Blin. No habia mas.

Enr. ¿Y os han sentenciado ?

Blin. Quizás no lo habria sido por ese solo indicio; pe- ro lord FefFries me dirigió esta pregunta: "Blington, bajo vuestra palabra de honor, contestad: ¿teníais noticias de la conjuración, ó no las teníais?" ¿Qué hubieras contestado , Enrique?

Enr. ¡ Ah! yo, no sé... pero lo que es vos, cuál ha-, brá sido vuestra respuesta. (Oyese vocear en la ca- lle.)

Blin. ¡Silencio! ¡escucha! ¡es el pregón! ¡con tal que Cordelia no le oiga...!

Una voz dentro. "Lista de los reos de alta traición sen- tenciados hoy por la cámara alta, y que serán ajus- ticiados mañana:

Sir John Turner.

Sir Arturo Lindsay.

El comerciante Blington...

Enr. ¡Ah! {Cordelia levanta el tapiz de su cuarto , y escucha.)

La voz mas lejas» Sir Andrés Tullibardine. "Williams Mac-Gregor.,? {La voz se pierde; vuelve á caer el tapiz.)

Blin. Ya se aleja.

Enr. ¡Es decir que os habéis entregado vos mismo! ¡ ahí

j miserable! ¡han armado un lazo á vuestra honradez para tener el derecho de sentenciaros á muerte! Pe- ro en fin, ¿cómo estáis aqui? ¿por qué no podéis huir... cuando la muerte está tan próxima?

JSlin, Aguarda. (Va á la puerta de Cordelia.) No sien- to ruido en su caarto: ¡no ha oido nada! ¡cuánto me alegro!

JZnr. ¡Oh! hablad, hablad... no sabéis lo que sufro.

Jilin. A las cuatro de la tarde pronunciaron la senten- cia. Pocos minutos después me llevaron otra vez á mi prisión. ¡Ah! hace un instante te encomendaba que tuvieses valor, y vo creo no estar desprovisto de él; pero cuando volví á quedarme solo, á pesar de que delante de mis jueces me habiá mostrado impasible, á pesar de que ni habia pestañeado á la lectura de la sentencia... pensé de repente en mi hija, que no ha- bia visto en veintiún dia, y me eché á llorar como un niño.

-Ewr. ¡Dios mió !

JBlin. Abrióse á poco tiempo la puerta de mi prisión, y entró el teniente de la torre. Tal vez no le conoce- rás, Enrique. Se llama sir Tomas Melvil ; es un hom- bre austero, pero justo, y que no parece haber naci- do para las tristes funciones que tiene que desemr penar,

JEnr. ¿Venia á saber vuestra postrera voluntad?

Jtlin. Mas que eso... Escucha, escucha: quise reprimir mis lágrimas al verle; ¡imposible! "Blinglon, me dijo acercándose, Inglaterra es el pais de la¿ muer-r tes desastrosas. Desde que estoy aqui he visto pere- cer infinitas víctimas de nuestras reaccionas políti- cas: los que tenían una conciencia pura, como debe serlo la vuestra, pasaban una noche tranquila antes de subir al cadalso,.^,

$nc. ¡Oh!

JDlin. Sir Melvil , le contesté, los que morían as! no te- nían sin duda una hija á quien dejar huérfana... ó si la tenían, no la querían como yo quiero á la mía. Si me la hubiesen dejado ver una vez solamente, la úl- tima, antes de sucumbir, moriría, sino consolado, jranquilq al menos.» ¡Ah! si vos fueseis padre no me

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negaríais esta suprema dicha» Mi hija os lo pagaría en súplicas, y yo en henil ic iones.

Enr. ¿Y entonces?

JBlin. Entonces... "Escuchad, me dijo Melvil, conozco que es contra las leyes de la naturaleza dejaros mo- rir sin abrazar á vuestra hija... la veréis.*' ¡Yo di un grito! ¡oh! ¡cuándo! ¡cuándo...! acordaos que mue- ro mañana. "La veréis esta noche." ¿En mi pri- sión?— "No, Blington, ella no puede entrar, y he tenido muchas veces el sentimiento de negarla la puerta. Tengo subalternos envidiosos que me espian. ¡La conocerían, y la detendrían antes de que consi- guiese llegar hasta vos! " ¿Qué he de hacer enton- ces?— "Iréis á verla. Vamos á salir juntos; el favor que os hago es tan especial, que nadie pensará en mi- raros.".— ¡ Ah ! ¡Sír Melvil! ¡esa confianza...! «Na- da arriesgo por ella, Blington; vuestra probidad es proverbial en la ciudad de Londres, y vos no falta- reis á vuestra palabra, ni aun por salvar la vida. , Prometedme estar de vuelta mañana á las cuatro de la madrugada... y no hablemos mas." Me arrojé á sus pies dándole las gracias; le hice en seguida el juramento que me pedia, y aqui me tienes.

Enr. ¡Oh! ¡ahora lo comprendo todo! ¡á las cuatro...! ¡ah! seréis puntual á la cita.

JBlin, Bien , Enrique , te agradezco que no hayas du- dado de mí.

Enr. ¡Pero eso no puede quedar asi ! ¡ vos en un cadal- so! Yo haré que el pueblo se subleve al saberlo...

Blin. ¡ Ah! ¿Y sería eso razonable? ¿Quieres defender una causa desesperada , y privar á Cordelia del úni- co protector que la queda? ¿Amotinarse el pueblo por mí? ¡Pobre Enrique! ¿Has oído un solo mur- mullo cuando ese hombre que ha pasado por debajo de estas ventanas ha pronunciado mi nombre?

Enr. ¡Ingratos y cobardes! El duque de Suffolk me ha demostrado un vivo interés en diversas ocasiones; voy á echarme á sus pies...

^lin. Será un paso inútil, cuando para los minu- tos son dias y las horas siglos. á buscar á Gra- ham. Reflexiona que antes de separarme de mi hija

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para siempre, quiero dejarla un apoyo.

Enr. Cordelia me maldecida si yo pensase en mi feli- cidad cuando se trata de vuestra vida. ¡Dejadme, de- jadme salir!

Blin. ¿Lo deseas absolutamente? Entonces iré contigo. (Señala á una capa y un sombrero que ha deja- do al entrar sobre una silla.) A favor de ese dis- fraz he logrado salir de la torre. Puedo aventurarme con él á andar por las calles , y cuando tu vuelvas de casa del duque de Suffolk lo encontrarás todo dis- puesto para tu casamiento.

Enr. Corro entonces á casa del duque.

Blin. Yo á casa de Graham. (Vanse.)

ESCENA XIII.

cordelia, sola. Acércase pálida y con los ojos fijos.

¿Es un delirio de mi imaginación, hijo de la fiebre, lo que he oido, ó es positivamente cierto y me hallo en mi cabal juicio? ¡ Ah! esta carta para la casa de Van- Bremel... veamos. (Abre la carta, y lee.) ¡ Ah ! ¡no...! ¡eso no será ni puede ser! (Corre á la campanilla y llama con violencia; en seguida viene á caer sobre el sillón cerca del bufete.)

ESCENA XIV.

CORDELIA. MARGARITA. Poco deSpueS DAVID.

Mar. (Corriendo.) ¿Qué es esto, señorita? Estáis toda

demudada: ¿qué hay? Cor. (Solviendo en sí.) ¿Qué hay? nada. Lo que hay

es que es preciso que bajes inmediatamente á casa de

maese Cornelio. Mar. Estará acostado. Cor. Le despiertas. Mar. ¿Y qué he de decirle? Cor» Le dirás. o, aguarda. (Coge una pluma y la tiembla

la mano de tal modo que no puede trazar una letra.)

¡Dios mió! ¿si no podré escribir? (Se sostiene lama-

2/

no derecha con la izquierda , y logra escribir algu- nas líneas-)

Mar. Pero aqui ha sucedido alguna cosa que no queréis decirme.

Cor. Nada. ¿Qué quieres que suceda? no vayas á hacer esas reflexiones delante de. mi padre. Lleva eso á maese Cornelio. Cuidado con entregar á nadie mas que á lo que él te después de haber leido esa esquela; ¿lo oyes ? á sola.

Mar. Está bien, señorita, (aparte.) ¿Qué será?

Cor. ¿Margarita?

Mar. ¿Qué mandáis?

Cor. Envíame á David. (Vase Margarita.) No hay otro medio. Lloros, súplicas, todo sería inútil... le conoz- co... Dios me castigará si á una hija no le es permi- tido cualquier medio para salvar á su padre... Dentro de un cuarto de hora, ó de media hora á lo mas, es- taremos lejos. ¿Qué puerto es el mas inmediato? (Lle- vándose ambas manos á la cabeza.) Ya no me acuer- do. ¿Si me volveré loca? »

David. (Sale.) ¿Me habéis llamado, señorita?

Cor. ¿A tí? no... aguarda... que me acuerde. Esto es, Mi padre ha salido. Inmediatamente que vuelva en- gancharás el caballo, y aguardarás con el carruage delante de la puerta; anda.

David. ¿A estas horas? Calla, ¿dónde vais?

Cor. No me preguntes, ni hables á nadie de esta orden, y mucho menos á mi padre. Te lo pido por Dios, mi buen David.

David. Descuidad, señorita; cuando me habláis con ese tono me dejaría quemar vivo por vos. A propósito, ¿he de ir guiando yo?

Cor. No, irá Enrique. (Vase David.) Coordinemos mis ideas. ¡Dios mió...! ¿quién viene? ¡nadie! ¡ha salido! ¿y sino volviese? oigo ruido... él es: ¿que hacer para ocultar mi turbación? si lo echa de ver, desconfiará de mí. (Acerca una mesa, en la cual estiende un mantel &c.)

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ESCENA XV.

CORDELIA. BUNGTON. Poco después MARGARITA, ENRI- QUE y DAVID.

Cor» ¡Gracias á Dios! ¡os aguardaba con una impa- ciencia!

Blin. ¿Pues qué sabias que babia salido?

Cor. No, no por cierto, no lo sabia. Creía que estabais arriba. Cenaremos pronto, ¿no es verdad?

Iilin. Luego que Enrique y Graham hayan venido.

Cor. El señor Graham... ¡ah! es verdad, ¡lo habia ol- vidado!

Blin. ¿Habías olvidado que debes casarte esta noche?

Cor. No pienso mas que en vos, padre mió, en vuestro viaje... {Aparte.) ¡Y Margarita no vuelve! {Viendo á Margarita, que sale.) ¡Ah!

Mar. {Deslizándole una redomita de vidrio en la ma- no.) Tomad.

Cor. {Bajo.) ¡Cuidado con decir una palabra!

Blin. ¿Qué es eso?

Cor. Una orden que la he dado sobre la cena. Pero como veo que aun va largo que nos pongamos á la mesa, os daré entre tanto si queréis una copita de aquel vi- no añejo de España que tanto os gusta, y que no habéis probado en todo este tiempo. Debéis tener ne- cesidad de reparar las fuerzas.

Blin. Verdad es, hija mia ; pero quédate á mi lado, Margarita irá en tu lugar.

Cor. No hay necesidad, porque acaba de traerlo.

Blin. Tanto mejor; no quisiera perder un solo momen- to de los últimos que he de pasar á tu lado.

Cor. ¿Los últimos?

Blin. Trae, trae. {Cordelia va al foro , coge una botella de la mesa, y prepara el vino.) ¡A también voy a dejarte, pobre Margarita! á tí, mi mas antiguo co- nocimiento en este mundo desde que mis padres han muerto.

Mar. ¡Eh! Señor, el gobierno puede variar de un mo- mento á otro... El rey Jacobo tiene pocos amigos, y si Dios le diese por sucesor á su hijo el príncipe de

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Gales, ó á su yerno el príncipe ele Orange... entonces podríais volver.

Blin. ¡El c-ielo te oiga, Margarita! los hombres saben la hora de su marcha , Dios tan solo sabe la de su regreso.

Cor. {Trayendo una copa con vino.) ¡A ese venturoso regreso, padre mió!

Blin. A mi regreso, sí. {Bebe.)

Cor. {Volviendo d tomar el vaso después que su padre ha bebido, y dándosele d Margarita.) Toma, Mar- garita; déjanos. QVase Margarita.)

Blin. ¡Cordelia!

Cor. ¡Padre mió!

Blin. ¡Ese clave me recuerda uno de vuestros mas gra- tos recreos! Canta, antes que Enrique vuelva, una de tus arietas favoritas.

Cor. Iba á proponéroslo: ¿queréis que os cante la ba- lada del rey Lear ?

Blin. Sí; al nacer te puse el nombre de la última de sus hijas; la elección fue acertada; eres un modelo de amor filial como ella. Yo te bendigo desde el fon- do de mi alma, hija mia.

Cor. {Al clave.)

¿Quién allí tan triste y solo Se ve el valle atravesar? Pardo musgo, seca espiga Ciñen hoy su sien real: Dulce nombre repitiendo, Es el viejo rey Lear. ¡Ah! ¡qué padre en este mundo Infeliz cuál él será!

Blin. No lo que siento... mis ideas se ofuscan. Cor. ¡Cómo me mira! {Vuelve d cantar.)

Rey sin pueblo, sin familia, ¿A quién, di, llamando vas? Si tres hijas te dio el cielo, Odio en dos solo has de hallar; De tu corte á la tercera

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Arrojaste sin piedad.

¡Ah! ¡qué padre en este mundo

Infeliz cual tu será!

(Blington se levanta , se dirige vacilando d su bufete^ y coge la carta que ha escrito para Van-Bremel. Cordelia se detiene.)

Blin. ¡Abierta...! ¿tú has leído esta carta?

Cor. ¡Padre mió!

Blin. ¿No es verdad que no piensas en salvarme? ¿Sa- bes que la cabeza de Melvil responde de la mia, y que si mañana no estoy presente cuando me llame el She- rif, Melvil será conducido al suplicio en lugar mió?

Cor. ¡Gran Dios!

Blin. ¿Te estremeces...? ¡Ah! desventurada, ¿qué habla en el vino que me has dado á beber? ¡Oh! pero aun tengo fuerzas suficientes... iré... sí, iré... cumpliré mi palabra. (Da algunos pasos hacia la puerta, y cae dormido en los brazos de Enrique, que acaba de en- trar hace algunos instantes.)

JEnr. ¡Blington! ¡Gran Dios!

Cor. (Llamando.) ¡David! ¡David! ¿está pronto el car- ruage ?

JDcwid. (Corriendo.) Sí, señorita.

Enr. ¿Qué es esto? ¿qué hay?

Cor. ¿Qué hay, Enrique? que he salvado á mi padre.

FIN DEL ACTO PRIMERO.

ACTO SEGUNDO.

Un salón en casa del doctor Van-Claer , en la Haya. Puerta al foro y laterales.

ESCENA PRIMERA.

david, leyendo el sobre de una carta que tiene en la mano.

A

1 doctor Van-Claer, en la Haya... sellada en Bue- nos-Aires... ¡perdonad la cortedad... ! ¡hé aquí un plie- go de papel que ba corrido dos mil leguas! es un via- je mucho mas largo que el que yo habia emprendido cuando el cielo tuvo á bien detenerme en el camino... ¿quién diablos puede escribirnos desde Buenos-Aires...? ¡toma! ¡toma! ¡como si el doctor Van-Claer no es- tuviese en correspondencia con las cuatro partes del mundo...! ¡qué tiene eso de estraño habiendo sido primer médico de cámara del rey de Inglaterra, y siendo director de una casa de locos! ¡esta carta no me inspira la menor curiosidad! si viniese de Londres tal cual; ¡pero de la América del Sud ! maldito si me importa lo que alli pasa, (ahueca la carta en for- ma de anteojo, y rnira lo que pone dentro.") ¡Qué ga- rabatos! ¡Cómo quieren que uno lea esto! debia estar prohibido escribir asi... ¡es imposible descifrar una palabra! ¡Ah! este renglón... w Deseo que el indigno Blington... ff ¡ Blington...! "sea tan feliz en su des- tierro como yo voy á serlo en el mió...'' ¡El indigno Blington! eso es, porque no quiso dejarse ahorcar... como si el ir á la horca fuese un paseo agradable... ¡pobre señor Blington! ¡no esperaba yo ver citado su nombre por un sugeto que escribe desde el otro mundo! por fuerza que haya metido mucho ruido su aventura.

3a

ESCENA IL

DAVID. VAN-CLAER.

Van. ¡Buenos dias, David!

David. (Levantándose sorprendido.} ¡Ah!

Van. ¿Qué hacias?

David. Pensaba en mi ingrata patria.

Van. Ayer tuve noticia de ella.

David. Y aunque sea curiosidad, ¿qué tal van por allá los asuntos?

Van. Muy bien¿

David. ¿Para el parlamento, ó para el rey?

Van. Para la Inglaterra*

David. (Frotándose Jas manos.} Lo cual quiere decir que el príncipe de Orange va ganando terreno. ¡Ah! ¡si él fuese llamado al trono...! ¿volveríais á Londres?

Van. No, ciertamente; he suspirado largo tiempo por Inglaterra, donde he dejado parientes y enfermos... pero aqui también hay como alli gentes honradas, y desgraciados que padecen ; he ido reemplazando todo lo que habia perdido. Ademas, yo no soy inglés; nací en Holanda ; y el rey Jacobo al desterrarme no ha hecho mas que restituirme á mi patria. Pero dejemos esto. ¿Qué carta es esa?

David. Una que acaba de traer el cartero.

Van. ¡De Buenos-Aires! ¡y no me lo has dicho! (Abre la carta.} ¡Es suya, á Dios gracias! ¡pobre amigo! ha llegado á puerto de salvación.

David. ¿Según veo esa carta os da buenas noticias?

Van. No podia recibirlas mejores.

David, ¿Será de algún enfermo á quien habréis res- tituido la razón ?

Van. Aun mas que eso; á quien he restituido la vi- da. (Sentándose.}

David. ¿Bestituido la vida? ese es un modo de hablar como cualquiera otro. Cuando un hombre ha muerto, ni el médico mas hábil...

Van. Es según 5 la medicina hace también milagros. En prueba de ello, aqui tengo un artículo que habia ar- reglado hacia ya tiempo, refiriendo cierto caso, y que

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la llegada de esta carta rae mueve por fin á dar al público, {Le saca de un cartapacio.) Este es... voy á

f añadirle algunos renglones para que los lleves inme* diataoiente á casa del editor de la Gaceta de la Haya... encargándole que le inserte en el número de esta tarde.

David. {Aparte.) ¡Eso es, una caminata ahora, cuando si yo he entrado en su casa ha sido para iniciarme en los secretos de la profesión!

Van. {Escribiendo todavía.) ¡Qué alegría, poder hacer saber esta noticia á la Europa científica y á los ami=- gos del pobre desterrado! El secreto ha sido guardado tan fielmente como lo exigía la gravedad del asunto; ¡pero cuánto me ha costado callarle! si no hubiese sido mas que una buena acción, nada tenia de parti- cular... ¡pero una curación tan maravillosa...! {A David.) á llevar este artículo á la redacción que te he dicho, y di que quisiera leerle impreso esta tarde.

David. Está hietíé

Van. {Levantándose.) ¿No ha venido nadie?

David. {Volviendo.) ¡Qué cabeza la mia! ha venido un

caballero... un hombre.

j

Van. ¿Qué queria?

David. Queria veros. Cuando le dije que habíais salido á hacer Vuestras visitas, manifestó deseos de examinar la casa, bajo pretesto de que era médico tambiert, y se dedicaba al estudio de la enajenación mental. Mien- tras ha estado hablando no ha hecho mas que mirar al rededor suyo... se me ha metido éh a cabeza que es algún agente secreto del rey Jacobo.

Van. ¿Pues qué, el rey Jacobo envía sus agentes á Ho- landa?

David. ¡Yo lo creo! Desde que el príncipe de Orahgé, para no romper abiertamente con suegro, se ha visto obligado á concederle la estradicion de varios subditos emigrados... ¡Leed la Gaceta de las Provin- cias-Unidas /'

Van. ¡ Y un hombre de esa especie tendría la audacia de presentarse en casa del doctor Van-Glaer!

David. señor; toman tualquier disfraz; s? valen de todos los pretestos...

3

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Van. ¿Pero á quién quieres que venga á buscar & mi casa?

David. A tal vez» Ya sabéis que soy un víctima del rey Jacobo, y que si el buque donde iba no hubiese naufragado en las costas de Holanda, estaría respi- rando en este momento el aire de las Indias, adonde mis jueces me mandaron deportar.

Van. ¿Qué habias hecho para merecer una sentencia tan rigorosa ?

David. ¡Yo! ¡nada! Me habian preso en un grupo de quince á veinte mil personas que gritaban: ¡muera el gobierno!

Van. La cosa no podia ser roas inofensiva. Pero volvien- do al desconocido que se ha presentado en mi casa, y no has dejado entrar, ten entendido, para de aqui en adelante, que no quiero que fiscalices en mi casa las acciones de nadie. Si ese sugeto traía intenciones dañosas al venir aqui, yo hubiera sabido descubrirlo; si por el contrario venia únicamente animado del de- seo de instruirse, nadie, ni aun yo mismo, tiene de- recho para cerrarle la puerta*

David. Señor...

Van. ¡Basta...! ya estás prevenido para otra vez. Mar- [ cha ahora á la redacción de la Gaceta.

Un criado. (Anunciando.) ¡El señor Dickson!

Van. No conozco tal nombre.

David. (Que ha subido hacia el /oro y ha mirado d la antesala.) ¡Es él!

Van. ¿Quién es él?

David. El estrangero de esta mañana.

Van. Entonces, decidle que entre. (El criado se retira.}

David. Yo no deseo mas sino haberme engañado*

Van. David, el artículo...

David. (Aparte.) Estoy seguro que es á á quien busca.

ESCENA III*

BICHOS* gódwin bajo el nombre de dickson.

God. (Sale y saluda.) ¿El señor doctor Van-Claer? Van. Soy yo t caballero*

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\avid. {Mientras que se saludan.) Afectemos sereni- í dad. (Pasa por junto á Godwin, y le saluda.) ¡Ca- ; bállero... !

[,od. (Después de haber contestado con una ligera ih~ \ vlinacion de cabeza al saludo de David.) Perdonad, j caballero, ini empeño por hablaros* pues es la segun- da vez que me presento en vuestra casa. anfrHe sabido que habíais venido mientras yo me ha- llaba fuera, y he sentido... }od. Pedí permiso para aguardar á que Volvierais, pero ese joven que acaba de salir;., secretario vuestro siá \ duda, no ha querido concederme ese favor. an. Aunque estoy lejos de disculparle, el régimen qtíé se observa en la Casa es tan severo que la mayor par- te de los desgraciados que están bajo mi vigilancia no tienen ninguna comunicación con lo estferior, y he pi-ohibido que en mi ausencia... "jod. ¡Oh! hacéis perfectamente; pero cómo he llegadd ayer á la Haya, y debo volver á salir de esta ciudad mañana mismo, deseaba no pasar él dia sin veros, y obtener de vos el permiso de visitar tin establecimien- to de que tantas veces iüe ha hablado con encomid el célebre doctor Clarke. Van. ¿El doctor Clarke, de la universidad de Oxford? God. El mismo... he asistido á sus lecciones. Van. Es decir que estoy hablando con un compañero..; God. No merezco ese título ; al lado de vos , como al lado del doctor Clarke, no soy mas que un discípulo á pesar de mi edad, pero aquel sabio doctor se dignl contarme en el número de sus amigos. Van. Él lo es también mió, y de los mas autiguos f sinceros; á él debo mi nombramiento médico cámara, á pesar de que cuando fui nombrado auri. era yo muy joven. ,6'dd. Destino que le habían ofrecido, y que no quisó ad- mitir por no dejar su cátedra. Ya Veis que ñó ig- noro ningún pormenor. Van. En efecto; seáis pues bien venido, una vez qoé 8¿ presentáis en su nombre; tened la bondad de decirme en qué puedo complaceros. Estoy á vuestras ordénes; God. He formado él proyectó de fundar en los ahedédd-

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res de Londres una casa de locos bajo el modelo la que vos dirigís ; y me presento en vuestra casa nombre del doctor Clarke á suplicaros que me c muniqucis el fruto de vuestras observaciones, el r sultado de vuestros ensayos. Van. Examinareis mi casa con la mayor mínuciosida ¿Ya sabréis sin duda que yo no hago de ello una e peculacion? No tengo heredero alguno; mi faTnil son mis enfermos. Pondré, á vuestra disposición libro donde consigno los tratamientos que prescrib Por lo demás, si yo hubiera sido tan feliz que hubi ra hecho algún descubrimiento útil á la ciencia le consideraría como mi propiedad personal , sir como un depósito de que debería dar cuenta á humanidad. God. Si teméis que mi presencia moleste ó perjudique

vuestros enfermos... Van. Nada de eso; hacerme querer por todos ellos, guiado por mí, participareis de la confianza que le inspiro. God. Tanta bondad...

Van. No me la agradezcáis; solo os suplico me disimu leis por la fría acogida que habéis tenido la primerj vez en esta casa; ignoraba quién fueseis... God. jEh! nada tiene de particular; ¿hay por venturs cosa roas natural que la desconfianza en la época ei que vivimos? Van. (Llama. Sale un criado.) Peters. (A Godwin.'

Con vuestro permiso. God. ( Sacando una cartera del bolsillo y leyendo.' "Sidnay; John Sroith; Blington... aqui están las se ñas de los tres; no las olvidemos, las de Blington, sohre todo; es en el que ha puesto mas empeño lord FefFries, y quiere descubrirle á toda costa. Van. (Al criado.) Voy á visitar el establecimiento con este caballero; os encargo que no vengáis á molestar- nos sino para asunto muy urgente. Criado. Al mismo tiempo que ha sonado la campanilla iba á entrar á deciros que ahí fuera espera una se-. ñora joven que desea hablaros. Van* ¿De la Haya ?,

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iado. No señor ; parece estrangera» an. ¿Ha dicho su nomhre? iado. Se llama la señorita de Boermans. an. ¿Sabes si viene para alguna consulla ? iado. Lo ignoro, señor; lo que es que parecía muy

¡conmovida, y que se la han saltado las lágrimas al suplicarme que os pasase recado. d. (Acercándose.} Os veo en un compromiso, doctor Van-Claer; este criado conocerá sin duda la casa; si Os parece, puede acompañarme hasta tanto que os quedéis libre y podáis venir á reuniros con nosotros.

an. Peters es el favorito de mis enfermos, y será para vos tan buen guia como yo ; pero no me atrevía á proponérosle.

od. ¡Cómo se entiende! el público es antes que yo, a- migo doctor, (Aparte.) Asi veré si puedo sonsacar

litigo á este hombre.

an. Ya lo oís , Peters ¡ acompañad al señor á las habitaciones, enseñadle los jardines, los dormito- rios , todo.

od. Hasta luego.

an. Al punto estoy á vuestro lado.

ESCENA IV.

VAN-CLAER. CORDEIIA.

'an. Entrad, señorita, entrad. (Abriendo- la puerta.') ir. (Con el velo echado.) ¿Es al señor doctor Van- Claer á quien tengo el honor de hablar? an. Al mismo, señorita; tranquilizaos, os veo trému- la ; tomad asiento.

or. Mil gracias; vengo á haceros una súplica. an. ¡Una súplica! »r. ¿Estamos solos? an. Enteramente.

ar. Hará un cuarto de hora, todo lo mas, que roe ha- llo en la Haya ; he llegado de Francia con mi padre, y vengo á suplicaros que le recibáis en vuestra casa. v. Pero señorita... yo no admito aqui mas que á de- mente? j ¿sin duda lo ignorabais.?

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Cor. ¡No señor, no ]o ignoraba!

fa/?. ; Ah! ¿y cuánto hace que vuestrp padre...?

Cor. Tres años.

Van. ¿Quién ha sido su médico hasta ahora?

Cor. No ha seguido todavía ningún tratamiento; esf rabamos siempre que el mal se curaría por misn pero Dios no ha querido concedernos esa dicha.

Van. Confiemos en que vuestras súplicas le apiadará señora; por lo que á hace estoy pronto á dedic , to,dps mis esmeros y afanes en, obsequio de v.uest padre.

£or? {Juntando las manos.) ¡Oh! no me habian eng nado ; sois bueno y compasivo.

Van. No hago mas que mi deber, ¿Cuándo deseáis q entre en mi casa ?

Cqr, Hoy mismo, si es posible, porque aun no nos h mos apeado en ninguna parte ; nos hemos encarnin do en derechura á vuestra casa.

Van. (Sentándose á una mesa, en la cual hay un lih <£e registro.) Está bien ; pero hay que llenar cierí formalidades. ¿Es holandés vuestro padre?

Cor. No señor.

Van. Tengo orden de remitir al burgo-maestre una 1 ta con el nombre y clase de Ips estrangeros que erí ^ran en mi casa. Yo bien que esto dista mucl de la ciega hospitalidad de las antiguas Provincia Unidas; pero ¿qué queréis? es preciso obedecer. I estendiendo las, señas y circunstancias según vos vi yais dictando. ¿ El nombre de vuestro padre?

Cor. JFacobo Boermans.

Van. ¿ Su patria ?

Cor. Irlanda,

Van. ¿ Estado?

Cor. Antiguo comerciante»

Van. (Sin mirar á Cordelia.) ¿ Traeréis sin duda algu papel ó documento que pueda, enviar al burge

" maestre con esta nota ?

aparte.) ¡Somos perdidos!

Tened la bondad de dármele.. (Cordelia se arrol

y junta, las manos sin, responder. Van-Cla¿

elve y la ve eq. aquella postura.) ¡ Señorita !

Cor. ¡Oh! Señor, por la Virgen pura , salvadnos.

Van. ¡Cómo! ¿de qué?

Cor. La acogida que de vos he recibido me anima á de- círoslo todo; somos unos pobres proscriptos.

Van. ¡Proscriptos...! ¡vos, una joven...! ¡vuestro pa- dre, un demente...!

Cor. señor, sí, proscriptos. Acabamos de venir de Francia, donde nos perseguía la justicia, ó mejor diré la venganza de Jacobo II; y hemos llegado aqui, á Holanda, sin apoyo, sin auxilio, sin mas esperanza que la que me ha sugerido la idea de vuestro nombre,

Van. ¡Muy bien, señorita! No necesito documento ni papel alguno; si el burgo-maestre quiere saber abso- lutamente quiénes sois , le diré... le diré que sois ami- gos mios.

Cor. {Queriendo besarle la mano.) ¡Ah, señor!

Van. Ahora escuchad : no os pregunto vuestros secre-* tos... pero para que yo pueda emprender eficazmen- te la curación de vuestro padre, es preciso que ten-' ga noticia de las causas de su locura... ¿sus desgra- cias tal vez?

Cor. No señor. La desgracia de otro. Mi padre dejó al salir de Inglaterra á uno de sus amigos bajo el peso " de una acusación criminal. Una mañana, al leer en «n periódico la relación de la muerte de aquel desgra- ciado amigo, cayó privado de sentido, y al volver de su desmayo estaba loco.

Van. ¿Y dónde se halla ahora?

Cor. Ahora debe de estar á vuestra puerta con un jo- ven... uno de nuestros amigos, porque han tomado el camino de esta casa poco tiempo después que yo... Sí, sí, miradle paseando alli; venid, miradle.

Van. ¿Qué nos detiene, señorita...? Vamos á su en- cuentro.

Cor. Id vos; yo no puedo acompañaros.

Van. ¿Pues cómo?

Cor, ¡Infeliz de mí! Uno de los caracteres de i. loe i-

ra de mi padre es no poder soportar mi u

cree que yo he sido la causa de la mué I

go... y... no debo ocultároslo, cahalle¡

horror,

de aquí, y

4o

Van. ¡Oh ! ¡pobre joven...! ¿Y ha sido siempre así des- de el principio de su enfermedad?

Cor. señor.

Van. ¿Es decir que hace tres años que estáis separados?

Cor* ¡Separados! ¡oh! no. Nunca me ve. Pero yo velo sin cesar por él... por la noche, cuando duerme, voy ó escuchar á su puerta, y si su respiración es pau- sada, si su sueño es tranquilo, entro en su cuarto y me creo dichosa; pero al menor ruido que hace me veo obligada á huir; mas de una vez ha visto desaparecer á lo lejos el estremo de un chai, ó ha sentido á su lado el roce de un vestido, y entonces dice que es la sombra de mi madre que ha venido á visitarle en sus sueños. /

Van. ¡Cuánto os compadezco!

Cor. ¡Ah!¡ Señor, vos no sabéis cuan inmenso sería el beneficio que me haríais si os fuese posible darme una habitación al lado de la suya ! Por una estraor- dinaria contradicción, si mi vista le irrita, mi voz le sosiega; y muchas veces en Lila, donde hemos vi- vido hasta ahora, como nuestros dos cuartos solo es- taban separados por un tabique poco sólido, he apla- cado sus melancólicos accesos cantándole alguna de las canciones que tanto le gustaban antes de haber perdido la razón.

Van. ¿Y sabia que erais vos la que cantaba?

Cor. No señor; le dijeron que era la sobrina de nuestro huésped, y se dio por satisfecho con aquella espli- cacion. Pero quizás no sea fácil hallar en vuestra ca- sa una habitación que esté en esa disposición.

Van. Está ya hallada, señorita: os quedareis aqui ; es- ta sala os servirá á los dos ; haremos de esa sala la alcoba de vuestro padre. {Señalando á Ja izquierda?) Y esta será la vuestra. {Señalando á la derecha.)

Cor. ¡Oh! gracias»

Van. Sois una buena hija, y Dios os volverá á vuestro padre. (Vase.)

4*

ESCENA V.

CORDELIA, Sola.

¿Podré al fin esperar alguna tregua en la desgracia que nos persigue.».? ¿será esta casa un asilo seguro para mi padre? {Se acerca d la ventana.) Allí está paseán- dose con Enrique. Enrique, hombre noble y genero- so, que se na sacrificado por nosotros. ¡Oh! ¿quién hubiese cuidado de mi padre si hubiese continuado rechazándome siempre, y él no hubiese estado á mi lado? ¡Pobre padre mió! Al ver esas facciones mar- chitas por el sufrimiento, esa ancianidad anticipada, ¿quién reconocería en él al honrado y feliz Bling- ton... ? ¡Ah! le he salvado la vida, es verdad... ¡pero qué suerte le espera en lo sucesivo...! ¡Imprudente...! ¡Me ha visto al levantar los ojos hacia esta venta- na, y quiere retirarse! {Vuelve á bajar hacia el proscenio.) El horror que le inspiro no se ha dismi- nuido... ¡triste de mí! Al entrar en esta casa he sen- tido mi corazón mas aliviado del peso que le opri- mía... no que voz me gritaba que aqui debían ha- llar un término nuestras desgracias. La acogida del doctor Van-Claer me afirma en esta esperanza... es la última que me queda... no la destruyáis, Diosmio.

Van. {Dentro.) Por aqui, caballero, venid.

Cor. Ellos son... mi imprudencia no tendrá mal resul- tado... ¡Oh! Señor, os lo agradezco. ( Enfra en el cuarto de la derecha.)

ESCENA VI.

ENRIQUE. BtINGTOH. VAN-CLAER.

Blin. ( Sale muy agitado. ) Os digo que la he visto;

estaba ahí, en esa ventana. JEnr. No hay nadie ; ya veis que os habéis engañado. Blin. la defiendes siempre, Enrique; haces mal,

muy mal. Van. Sosegaos, caballero: ¿de qué se trata? JEnr. De una persona que está muy lejos de aqui, y

4>

que Boermans creía haber visto en esa ventana*

Blin. ¿Creía...? estoy cierto.» era ella: ¿la conocéis vos?

Van. Primero es preciso que sepa la persona de quien habláis»

Blin, Es.» es una hija que ha deshonrado á su padre.

Van, Sosegaos; estáis en casa de un amigo*

Blin. No, no quiero permanecer aqui, una vez que ella está; si nos viesen juntos creerían que estábamos los dos de acuerdo... ó bien... si me quedo... me quedo en esta casa... porque vos tenéis trazas de buen hombre; pero ha de ser con una condición.

Van* ¿Cuál?

Blin* La de que me habéis de dar vuestra palabra... ¿pero cuando dais vuestra palabra la cumplís?

Van. Todo el mundo me tiene por hombre honrado,

Blin. ¡Por hombre honrado...! sí, bien... bien; pero hay una desgracia , y es que todo el mundo toma ese tí- tulo en el dia; no hay que fiarse en las apariencias, amigo mió; mirad, ya que os. hablo, he conocido en Londres... ¿era en Londres...? esperad... ¡Oh! hace ya tanto tiempo, y siento siempre como una nube entre mi pensamiento y mis palabras... ¿qué estaba di- ciendo ?

Van. Decíais que habíais conocido en Londres...

Blin. Sí, en Londres. Allí conocí á un hombre, á un comerciante... nadie ha gozado de mejor reputación; con él estaban de mas las firmas; sus compañeros no le exigían la suya, y cuando entre ellos se suscita- ba alguna disputa sobre intereses, le elegían por juez, y sea cual fuese su sentencia, jamas apelaban de ella. En fin, cuando pasaba por la calle, los ancianos se apresuraban á saludarle, y se le enseñaban á sus hi- jos diciendo: u¡Es él... es el Hombre de Bien...!** Pues oíd: ¿sabéis lo que le sucedió á *"se honrado co- merciante , á ese inglés caballeroso y leal? Cometió, un crimen tan vil, que le han despojado de sti anti- guo nombre, y en el dia solo le conocen en Londres por el de Judas.

F>nr. 5 Oh ! ¡Dios mío!

Van. ¿Qué oigo? ¡esa historia que es.lá contando es la, Blington!

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Enr. No debe sorprenderos que se le haya quedado tan grabada en la memoria. ¿Quién desconoce en Ingla- terra ése triste suceso ?

Van. Pero en fin, su ejemplo está lejos de probar que ya no hay buena en el mundo»

Blirt. ¡Buena fé! {Gritando,) ¡ Ah ! ¡ab! ¡ ah ! ¿Qué sois vos? ¿comerciante? vuestras balanzas serán fal- sas*» ¿abogado? engañareis al huérfano y á la viuda que os han confiado su defensa,., ¿sois juez por ven- tura? traficareis con la justicia.» perjurio y falsía; aqui los hombres.

Enr. ¡Padre mió!

Blin. ¡Oh! tienes razón; comprendo tu queja... sí. sí, aun hay almas nobles y desinteresadas... y una de ellas es la de él, la de mi hijo, mi verdadero hijo; en otro tiempo tuve también una hija... pero ha muerto... ¿lo oís? *ha muerto... y si vieseis llegar aqui por casualidad una joven de rostro pálida, y hermosos ojos negros, de voz dulce y agraciados mo- dales, y os dice que es mi hija, no la creáis, no os dejéis seducir por sus palabras... ¡echadla de aqui sin piedad...! Yo no tengo hija, soy como el rey Lear... todos los mios me han abandonado.

Van. Desechad esas ideas, amigo mió; estáis entre per- sonas que os aman.

Blin. Me habéis dicho eso mismo dos veces; mucho es ya para que sea verdad.

Van. Quisiera poder daros una prueba.»

Blin, podéis.

Van. Hablad.

Blin. { Tirándole , y llevándole aparte.) Ese periódi- co... dadme ese periódico que me niegan siempre.» en- tonces creeré en vuestra amistad.

Van. Pongo á vuestra disposición todos los que se re- ciben en mi casa...

Enr. {De pronto.) No, no; eso no puede ser antes que los haya leido yo; ¡oh! vos no sabéis, uo podéis saber.»

Blin. No le escuchéis, es su cómplice, y por eso me oculta ese periódico; pero yo quiero leerle.» lo exijo; Uo me lo neguéis, ó temed lo todo de mi furor... {Oyese

u

un preludio en el clave» Sonriéndose.) j Cielos!

¿Qué es esto? Van. No hagáis caso ; es mi hija que estará estudiando

al clave... Jilin. ¡ Escuchad ! ¡ escuchad ! Cor. {Canta dentro,)

¡Llora, llora, triste padre, Dios te quiso castigar, Pues la hija que perdiste Inocente sola está! Te adoraba, y sin su abrazo De ella lejos morirás. jAh! ¡qué padre en este mundo Infeliz cual será!

{A medida que Cordelia canta , Blington se sosiega; al fin de la copla cae en un sillón , y llora.)

Enr. ahí el efecto que produce siempre en él la voz de su hija. Cuando empieza á derramar lágrimas, es señal de que cesa la crisis, y entonces es preciso de- jarle solo; si tenéis algunas órdenes que dar, podéis aprovechar estos momentos; yo voy entre tanto á anunciar á su hija que todo va bien, y corro des- pués al correo á recoger unas cartas que aguardo con impaciencia.

Van. Una vez que no hay riesgo en dejarle solo, voy á despedirme de un estrangero que ha venido á sisitar el establecimiento, y á quien había prometido que iria á reunirme con él.

Enr. ¿Volvereis pronto, no es verdad?

Van. Dentro de diez minutos. Tengo deseos de inter- rogarle.

Enr. Hasta después. {Van se los dos , Van-Claer por el foro y Enrique por una puerta lateral , después de haberse cerciorado de que Blington está entera- mente sosegado.)

ESCENA VII.

blington. Poco después G0DWIN.

Blin. ¡Qué consuelo es el llanto! ¿Por qué será que siento una impresión tan grata cuando oigo esa can-

cion? {Hace por recordarla.) ¿Por qué no la oigo cantar mas á menudo...? ¡Ah! ¡ya sé...! es que mi hija no está á mi lado... en otro tiempo la cantaba ella todos los dias; verdad es que en aquel tiempo era dichoso, y podia llevar la cabeza erguida y mi- rar al cielo. •• ahora mi frente parece de hierro... á pesar mió la dejo caer sin cesar sobre mi pecho. •• siento un peso... un peso... (Deja caer la frente so- bre la mano.)

God. (Abriendo una puerta lateral, y dirigiéndose al que le guia.) Gracias, amigo, gracias; hacedme el gusto de tomar esta corona, por la molestia que os he dado. (Sale.) ¿Sabéis, doctor Van-Claer, que ese joven os ha sustituido en la visita del establecimien- to con una habilidad estraordinaria...? ¡Calla, no es el doctor...! Preciso es que ande el diablo en el jue- go : no he visto ni una sola cara que pudiera in- fundirme sospechas... todos están locos rematados... Creía sin embargo andarle á los alcances á uno de los tres; vamos, veo que será preciso renunciar.» pe- ro, señor, ¿ quién es este hombre que hace de el mismo caso que si nadie hubiera entrado...? algún huésped de Van-Claer sin duda, (/acercándose.) ¿Ca- ballero...? .

JBlin. (Levantando la cabeza, y mirándole.) Caballe- ro. (J^uelve á caer en su meditación.)

God. Se conoce que es hombre de pocas palabras; per- donad, amigo, ¿podréis decirme...?

Blin. (Hablando de prisa.) ¿La hora que es? ¡Son las diez, las diez, las diez!

God. ¡Ah! ¡ah... ! ¿sabéis dónde podré hallar al señor Van-Claer?

Blin. Van-Claer... Van-Claer... yo conozco ese nom- bre; es médico, ¿no es verdad ?

God. por cierto.

Blin. ( Hablando siempre con precipitación. ) Aho- ra recuerdo... está en Inglaterra, es médico del rey Carlos.

God. (Aparte.) No me engañaba , su cabeza no está sana. señor, fue médico de Carlos II, pero el rey Carlos ha muerto*

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Blin. ¡Ah!

God. ¿No lo saináis?

Blin. Noé

God. Pues bien ; ahora os lo digo yo.

Blin. ¿Y cómo se llama el rey ahora?

God. (Dirigiéndose á la puerta.) Se llama Jacobo.

Blin. ¡Ah! sí, ya me acuerdo... uíi rey que vive rodea- do de prisiones y cadalsos.

God. (Solviéndose , y aparte?) ¡Hola! esto se va ha- ciendo sospechoso»

Blin. Van-Claer no puede ser medicó de ese rey.

God. Tenéis razón ; Van-Claer ha abandonado la In- glaterra, Van-Claer se halla en Holanda ( y nosotros estamos en su casa.

BUn. ¡Ah! ¡ah! ¿con que estamos en su casa...? qui- siera hablarle.

God. Yo también, y por eso le busco*

Blin. ¿ ? pues busquémosle juntos.

God. No , mas vale que le aguardemos aquí.

Blin. Es que yo quisiera verle en seguida ; tengo que decirle una cosa muy importante.

God. ¿Cuál?

Blin. (Bajando la voz , y con misterio.) Uno de mis amigos está loco, y ha ido á fiarse en la palabra de un hombre.

God. ¿Pero por qué queréis que no se fie en la pala- bra de un hombre?

Blin. Porque ese hombre le engañará. Llora, y dice que quiere Volver á ver á su hija ; pero no creáis en sus lágrimas , cerrad la puerta , cerrad la puerta ; si le dejais salir no volverá mas; ¡es un traidor! ¡un per- juro! ¡ Ah ! j ah ! ¡Dios mió! (Vuelve á dejar caer la cabeza sobre la mesa.)

God. ¡Es particular! ¿Quién diablos es este hombre? Está loco sin la menor duda: ¿porqué no me habrán hablado de él...? ¡ Eh ! caballero ( señor mió. (Dán- dole en él hombro*)

Blin. ¡Ah! eres tú, pobre anciana. Margarita, vamos, l has dispuesto la cena.»?

God. No, no hablamos de...

Blin. ¿No? ¿y por qué? dices que ha venido un agente

47 de Feffries, y ha registrado la casa, que ha cogido

todos mis papeles, los recibos, la correspondencia,

hasta mis facturas... ¡es posible! si han cogido mis

facturas me han dejado por puertas... ¡estoy perdido,

deshonrado !

God. Pues bien, amigo mío, escribid, reclamad vues- tros papeles y os los devolverán»

Blin. ¿De veras? dadme una pluma y papel.

God. Ahí tenéis. Firmad la reclamación con vuestro nombre, y no dudo que os hagan justicia.

Blin, Traed, traed. {Escribe.) ¿A quién he de diri- girme ?

God. Al rey.

Blin. Señor, mandad que me vuelvan..» {Continúa en voz baja.) ¡Ya está!

God. Firmad ahora.

Blin. ¿Que firme?

God. Sin duda.

Blin. ¿Con mi verdadero nombre, ó con el falso?

God. Con vuestro verdadero nombre»

Blin. Bien está.» Judas»

God. ¡Judas!

Blin. Ese es mi verdadero nombre*

God. ¡Judas! Pero vos sois inglés, ¿no es verdad?

Blin. Yo no soy de ningún pais.

God. ¿Cómo? ¿renegáis de vuestra patria?

Blin. No, mi patria es la que reniega de mí»

God. ¿Pero por qué no volvéis á ella?

Blin. Es imposible.

God. ¿Quién os lo estorba?

Blin. Él.

God. ¿Quién es él?

Blin. El espectro... está allí..* en la orilla..» lne señala con el dedo: mirad, mirad, ¿no le veis?

God. Sí, sí, le veo; ¿pero por qué os amenaza?

Blin. ¿Por qué? ¿por qué me amenaza? ¿Luego vos no sabéis que yo soy la causa de su muerte? ¿luego no habéis asistido á los últimos momentos?

God. No.

Blin. Entonces, vos habéis sido el único, porque todo Londres presenció su muerte* ¡Hubo gran gentío en

¿8

los balcones, en los tejados, en la plaza! ¡Es una co- sa tan nueva y tan rara ver morir á un justo! (Cor- delia aparece en la puerta aterrada y escuchando.)

God. ¡ Ah ! ¡ah! esto se va aclarando. (Saca una cartera del bolsillo.)

JBlin. Antes del momento fatal, se hincó de rodillas, oró en voz baja, y pidió que le dejasen hablar.

God. ¿Qué quería?

Blin. Quería acusar á la faz de Londres al que le habia conducido á aquel sitio.» quería cubrirle de baldón en pago de la muerte que por él iba á sufrir... ¡por- que la deshonra es mucho peor que la muerte!

God. ¿Y qué es lo que dijo?

Blin. ¿Qué dijo...? escuchad: Ingleses, muero por haber- me fiado en la palabra de un vil; mi sangre caerá sobre la cabeza del miserable...

Cor. (acercándose y presentándose de repente») ¡Padre mío!

Blin. (Dando un grito terrible.) ¡ Ah !

God. (Aparte.) Él es, es Blíngton.

Blin. ¡Déjame! ¡déjame...! ya sabes que te he prohibido presentarte ante mi vista... ¡ya sabes que eres la que le diste muerte, y á quien él debió malde- cir! (bacila.)

Cor. ¡Socorro! ¡socorro! (Van-íjdaer % Enrique y Pe- ters llegan por el foro.)

Van. ¿Qué es esto? ¿qué es lo que hay?

Blin. ¿Qué hay? que esta muger quiere atentar otra vez contra mi vida... la delato á todos vosotros como culpable de haber envenenado á su padre. (Vase.)

Van. Peters, entremos con él en su cuarto, y vos, se- ñorita, retiraos; es preciso que no os encuentre aquí al recobrar los sentidos. (Vase.)

God. (Aparte.) Basta con esto. Ya todo lo que qucria saber. (Vase.)

ESCENA VIII.

CORDEL I A. ENRIQUEt

Enr. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿cómo os habéis alre-< vido á presentaros delante de él?

¿9

Cor. ¿Habéis visto á ese hombre que eslaba ahí, que" hablaba con él, y que ha desaparecido sin deeir nada? Énr. Sí... ¡hablad!

Cor. Acababais de separaros de mí, cuando que mi padre hablaba mas alto que costumbre, y como me habíais dicho que estaba solo, me acerqué á esa puerta y escuché..* ese hombre..; ¿quién podrá ser, Dios mió? ese hombre estrechaba á mi padre cort pre- guntas pérfidamente combinadas, y él le contestaba como un pobre demente; condújole por último á de- clarar su verdadero nombre* y no qué secreto ins- tinto me impulsó, di un grito y me presenté; toda su atención recayó sobre mí, y ya sabéis lo demás. Enr. ¿Es decir que no ha dicho quién era? Cor. No; pero combatida entre el deseo de hacerle callar y el temor de provocar una de sus crisis violentas, quizás me haya presentado demasiado larde. Enr. ¡Dios mió! ¡Dios mió! ¿si serán ciertas las sos- pechas de David ? Cor. David. ¿Cómo?

Enr. David Blum se halla aqüi sirviendo á Van-Cíaer* Le he encontrado al ir al correo, y me ha sido pre- ciso confiarle parte de nuestro secreto; nada temáis, es un mozo honrado, yo respondo de él. Me ha dicho que hay también en Holanda como en Francia agen- tes del rey Jacobo, encargados de la es tradición de sus subditos emigrados. Cor. ¡Cielos!

Enr. Pretende ademas, porque Veo que és preciso de-* cirio todo, que uno de esos miserables se ha introdu- cido hoy en casa del doctor Van-Cláer. ¡Por las señas que me ha dado no me queda duda de que esel hom- bre que estaba aqui con vuestro padre! Cor. ¡ Ah ! mis temores inesplicables me anunciaban la verdad, según eso; no hay que perder un momento, es preciso volvernos á poner inmediatamente en ca- mino. Enrique, .corred al puerto, ved si hay algún buque pronto á darse á la Vela para Rusia ó Suecia. Ya no os pregunto si queréis seguirnos; mirad si es- toy segura de vos. {Vasa Enrique^)

5o > ,

ESCENA IX.

CORDEUA. VAN-CLAER, que sale del cuarto de BLiNGTON.

Cor. ¡Ah! ¿sois vos? ¿y mi padre?

Van. La crisis ha sido violenta;, pero por fin ha pasado; está descansando. ¿Cómo os habéis atrevido á presen- taros á él sabiendo el efecto que le causa vuestra vista?

Cor. Era preciso. Ahora tengo que suplicaros disimuléis la molestia que ps hemos causado con tan triste es- cena, al paso que os doy las gracias por tantos favo- res, y me despido de vos»

Van. ¿Os despedís...? ¿cómo, queréis marcharos», de- jais á vuestro padre?

Cor. ¡Dejarle! no señor; él es el que se marcha, y yo le acompaño... porque no se trata ya de volverle á la razón, se trata de salvarle la vida.

Van, ¡De salvarle la vida!

Cor. Temo que á estas horas sea ya conocida su presen- cia en la Haya.

Van. ¿Y quién puede haberle delatado?

Cor. Ese hombre que estaba aqui con él.

Van. Me hacéis sospechar... un inglés que tengo en casa me ha dicho lo mismo ; pero no puedo creer.»

Cor. David, ¿no es eso?

Van. ¿Le conocéis?

ESCENA X.

VAN-CLAER. DAVID. C0RDELIA.

David. {Gritando antes de salir á la escena.) ¡ Señor Van-Claer ! ¡Señor Van-Claer!

Van. Ahí le tenéis.

David. (Saliendo.) Señor Van-Claer... ¡Ah! perdonad, señorita Cordelia.

Cor. Buenos dias, David.

David. (Aparte.) ¡Qué mudada está!

Van. Vamos, ¿qué quieres? ¿de qué se trata?

David. Vengo á... (Aparte.) ¡Oh! no debo decirlo de- lante de ella. (Alto.) Vengo á daros la Gaceta de hoy; ^ae el artículo... t.n. (Cogiéndola con enfado y arrobándola sobre la mesa*) ¿ Y era por eso por lo que metías tanto ruido?

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Zor. David, vos habéis venido por un molivo mas gra- ve, y mi presencia os impide esputaros. Podéis decir- lo todo» He visto á Enrique, y de quién le habéis hablado»

Van. Del señor Dickson , ¿no es verdad? David. ¿Del señor Dickson? hablad con mas propiedad, sino lo tenéis á raal. Del señor Godwin , amigo, agen- te y cómplice del maldecido lord Feffries. ¿Sabéis dón- de ha ido al salir de aqui? Van. No.

David. Pues yo sí, que le he seguido... ha ido á casa del consejero Van-Bruck, encargado de la policía urbana»

Van. ¿Y allí...?

David. Alli en audiencia pública, y sin andarse en ro- deos, vuestro cofrade, el filantrópico doctor Dickson, ha sacado del bolsillo una orden firmada y sellada por el príncipe de Orange, y ha reclamado auxilio y protección p^ra proceder al arresto de un inglés re- fugiado en Holanda y sentenciado á la pena capital en sumacion. El consejero ha mandado salir á todo el mundo, y yo he venido corriendo á avisaros. or. ¿ Lo oís ?

Van. ¡Sentenciado á pena capital...! ¿Pero qué crimen ha cometido entonces vuestro padre?

David. Crimen... él.... ¡el señor Blington !

Van. ¡ Blington !

Cor. Todo se ha descubierto.

David. (Mordiéndose el dedo.) ¡Ay! ¡ay! ¡ay! ¡qué es lo que he dicho!

Van. ¿Qué oigo? ¡vuestro padre es ese Blington que í la faz de la Inglaterra ha faltado á una palabra so- lemne, que ha dejado morir á un inocente en lugar suyo! j'A'h! Señorita, ¿vos no sabíais sin duda cuan- do habéis venido á pedirme asilo que el desventurado Melvil era mi amigo?

Cor. {Cayendo de rodillas.') Vengadle sobre enton- ces; ¡pero no perdafs á mi padre! Es inocente; yo soy la causa de lodo»

Van. ¿Cómo ?

Cor* Yo soy la que le hizo tomar un narcótico para í pedirle que volviera á su prisión ; yo la que mane transportarle dormido á un coche; en fin, él fue el

5a

que dio su palabra, j pero yo soy ante Dios y los hombres la responsable del perjurio! Ciertamente es- taba lejos de imaginar que Melvil pudiese pagar con su vida la noche de libertad que halda otorgado á mi padre; pero aun cuando hubiera previsto ese horroroso desastre, hubiera hecho lo que hice y lo que otra cualquiera hija hubiera hecho en mi lugar; entre la vida de un desconocido y la de mi padre, no me era dado vacilar un instante.

Van. ¿Pero y él? ¡vuestro padre no podia ignorar que el gobierno de Jacobo II es inflexible, que Feffries ne- cesitaba entregar la cuenta de sus víctimas, y que la cabeza de Melvil respondía de la de sus presos...! ¿Coi mo en cuanto volvió en no tomó el camino de Londres ?

Cor, Quis,o hacerlo, aunque ya estábamos en Francia; pero un acaso, no si diga feliz ó desgraciado, hizo que cayese en sus manos la Gaceta donde venia la muerte de Melvil,..

Van. ¿Y..,?

Cor. Y al leerla fue cuando perdió la razón.

ron. ¡Oh!

Cor, ahí por qué pide siempre ese fatal periódico; por qué me ha espulsado de su presencia cuando an- tes me queria tanto; por qué mi vista le causa esas crisis terribles; en fin, por qué me ha maldecido. Yo no me quejo de mi suerte; la he merecido; pero la misma desgracia de mi padre es la mejor garantía de su honradez; ¡se ha vuelto loco por no haber cum- plido su palabra, y es siempre el hombre mas hon-^ rado de Londres!

David, por cierto, señor Van-Claer, y puedo deciros que yo he tomado al li mas de una vez su defensa.

Van. También yo. tomaré desde hoy la vuestra. Si habéis cometido una falta, os ha sido inspirada por un es- ceso del mas noble de los sentimientos, y la habéis espiado cruelmente; en cuanto la muerte de Melvil..,

ESCENA XI.

dichos, blington, que sale d este tiempo de su cuarto, Blin. ¡Melvil...! ¿quién habla aqui de Melvil?

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Cor. ¡Cielos!

Blin. Él es.

Van. (Poniéndose delante de Cordelia.) Silencio, ale- jaos. {Cordclia se retira algunos pasos, y continúa oculta á los ojos de su padre detras de la puerta que deja entreabierta.) Yo soy el que hablo de él ; era su amigo.

Blin. ¡Y yo... yo también lo era! Pero ha muerto.

Van. ¿Muerto?

Blin. Lo he lerdo.

Van. ¡Ah! es verdad; ¡yo también lo he leido...! y mi- rad... ha sido en esta Gaceta. (Le da la que David ha traído.)

Blin. En esa Gaceta... (Cogiéndola.) ¡Ah! traed, traed: (Con ansia.) ¡que vengan á quitármela ahora!

Cor. (A Van-Claer.) ¿Qué habéis hecho?

Van. No le interrumpáis ; callad y orad, pobre joven; ¡Dios es sin duda el que me inspira!

Blin. (Leyendo.) *'S. A. el príncipe Stathouder, Gui- llelmo de Orange, ha llegado á Exeter, y ha tomado el mando de las tropas del parlamento."

David. ¿Esa tenemos? ¡tanto mejor!

Blin. No es esto. (Leyendo.) US. M. el rey de Francia ha dado orden para que se retire su embajador cerca de la corte de Holanda... ,} Tampoco es esto. ¿Esta t Gaceta no es la que yo he leido...? ¡ah! ¡ah! es... aqui está, aqui está... "El periódico inglés (el Par- lamento) traía hace tres años los pormenores siguien- tes sobre la muerte del teniente de la torre de Lon- dres... *> ¡Ah! (Lee con voz entre cortada por los so— - llozos , y no pronuncia en voz alta sino los períodos mas crueles para él.) UE1 suplicio tuvo lugar á las seis de la tarde, doce horas después de aquella en que Blington debió haber sufrido el suyo. Cuando llegó el momento pidió que le dejaran hablar, y dijo: Ingle- ses, muero por haberme liado en la palabra de aquel á quien vosotros llamabais el Hombre de Bien. ¡Quie- ra Dios que recaiga mi muerte sobre el miserable que me asesina...! ¡Infamia y baldón eterno sobre el per- juro Blington! (Cae anonadado en el sillón.)

David. ¡Es el artículo del señor Van-Claer!

Cor. ¡Ah! Señor... ¡bien os lo decia yo!

H

Van. Silencio... Vamos, señor Boermans, ¿no acabáis?

JBlin. {Alargándole la Gaceta.} ¿Para qué queréis que lea mas? Tomad otra vez ese papel maldito. ¡Bien haciais en negármele!

Van» Entonces continuaré yo. (Leyendo,) "¡En el dia podemos anunciar á nuestros lectores que por un mi- lagro del cielo Melvil no ha muerto!

Cor. ¡Gran Dios!

Blin, ¿Qué decís?

Van. No... ¡Melvil no ha muerto! ¡Escuchad...! "En razón á la hora avanzada en que se ejecutó la senten- cia, el cuerpo fue descolgado del patíbulo pocos mi- nutos después, y transportado á casa del doctor Van- . Claer, que le habia reclamado para encargarse de sus exequias. Al tocar el doctor la mano de su amigo, co- noció que la vida no le habia abandonado aun. Una copiosa sangría practicada inmediatamente salvó al desgraciado Melvil, y en el dia acaba de escribir de Buenos-Aires que hallándose ya á cubierto de la jus- ticia del rey Jacobo, no tiene inconveniente en que se publique su milagrosa resurrección... ,f

JBlin. ¡Ah... ! ¡qué es lo que acabo de oir... !

Van. ¡La verdad...! El doctor Van-Claer, amigo y sal- vador de Melvil, os lo jura bajo palabra.

JBlin. ¡Melvil no ha muerto! ¡luego aun puedo conser- var mi conciencia tranquila; aun puedo recobrar la honra y el sosiego, porque ese hombre ho ha muerto por mí! ¡Oh! ¡no lo que me pasa en este instante! Siento desaparecer poco á poco el círculo de fuego que oprimia mis sienes... mi pecho se dilata con libertad... me parece que salgo de las tinieblas. ¡Oh! ¡gracias, gracias, Dios mió! os bendigo y os acato,* ahora veo. •• pienso... vuelvo á ser yo... ¡existo!

Van. (A Cordelia.) Venid , acercaos.

Cor. (Acercándose.) ¡Padre mió!

JBlin<, ¡Hija mia ! ¡Cordelia! ¡Ah! ven, ven. {La tiende los brazos. Cordelia se arroja en ellos dando un gri- to de alegría.) ¿Dónde has estado, hija querida, que no te he visto en tanto tiempo?

Cor. ¡Padre mió! ¡querido padre ! ¡Oh! la mano de Dios es la que ha hecho todo esto. ¡Melvil no ha muerto, y yo 03 he salvado la vida!

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lilin. ¡Sí, todo puede repararse aun!

David. Señor...

Blin. ¿Eres lú, David?

David. ¡Qué alegría! me ha conocido.

Blin. Pero... ¿dónde estamos?

Cor. En casa del mejor de los hombres, en casa del doc- tor Van-Claer, nuestro libertador. {Sale God(vint se' guido de un consejero.)

David. ¡Cielos! ¡Godwin!

Cor. (A Van-Claer.) ¡Ah! miradlos.

Van. Tranquilizaos, y decid á vuestro padre que no rae desmienta.

David. Corro á avisar á Enrique. (Vase. Cordelia viene á colocarse al lado de Blington.)

ESCENA XII.

DICHOS. GODWIN. UN CONSEJERO de la ciudad. DOS GUAR- DIAS, que se quedan en la antesala.

Van. ¿Con qué título enjra en mi casa acompañado de soldados el Dr. Dickson, amigo del respetable Clarke?

God. Con el título de primer Secretario del lord canci- ller de Inglaterra, y enviado del rey Jacobo II en las Provincias-Unidas.

Blin. ¿Y acaso el representante de un rey necesita va- lerse de engaños y arterías para introducirse en mi casa...? Seáis quien fuereis, os habéis conducido como un espía, y como un espía debo trataros. Salid al punto de mi casa.

God. (Al consejero.) Señor consejero, leed al doctor Van-Claer la orden de estradicion en virtud de la cual hemos entrado en su domicilio.

Van. No es necesario; cual puede ser, pero la enfer- medad de que adolece Blington le coloca en una es- cepcion que todos los pueblos respetan. Para mí, ni es refugiado ni criminal; es un demente, como vos sabéis, y mi casa un lugar de asilo.

God. ¿Os negareis á obedecer una orden autorizada por la firma del príncipe de Orange...?

Van. Por el príncipe de Orange...

Blin. (A Van-Claer interrumpiéndole.) Basta ya , doctor; no os comprometáis por favorecerme... Ya no me a.sis-

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te ningún derecho á vuestra protección ; he estado lo- co, es verdad, pero ya no lo estoy.

Cor. ¡Padre mió!

Van. ¡ Ah! ¿qué decís?

Jili.ií. Digo que es llegado el dia de que vuelva á entrar en Inglaterra, y que si ese hombre no se hubiese tomado el trabajo de venir á buscarme, hubiera ido yo á bus- carle á él. Digo que he dejado mi honra en Londres, que hace tres años que me falla, y que es tiempo ya de que vaya á buscarla.

Cor. ¡Ah! ¡corréis á la muerte!

JJlin. No la temo, hija mia; mi justificación será de ese modo mas completa, y todo Londres acudirá á pre- senciarlo. Van-Claer, os doy las gracias por vuestros favores; mi último pensamiento será para mi hija, el penúltimo para vos. (A Godwin.) Cuando gustéis; es- toy pronto.

Cor. ¡ Padre! ¡ah! todo se ha perdido.

ESCENA XIII.

DICHOS. ENRIQUE. DAVÍD.

JEnr, (Precipitándose en la escena.) Todo se ha salvado.

Van. ¿Qué decís?

JEnr, Un espreso que acaba de llegar hace un cuarto de hora ha traido la noticia de la derrota del rey Ja- cobo y su caida del trono: ¡la Inglaterra es libre!

God. Esas noticias son falsas; el rey Jacobo tenia un poderoso ejército, tesoros, flota, todo, en fin.

Enr. Escepto la nación, lo cual quiere decir que no te- nia nada. Id á buscarle á Dunkerque; allí debe desem- barcar.

God. ¿Y qué. nos importa aqui lo que pasa en Londres? La Inglaterra no por eso deja de tener gobierno, y es- ta orden está firmada por el príncipe de Orange.

Enr. Ya no hay príncipe de Orange. (Oyese el estam- pido del canon.) No hay mas que un rey de Ingla- terra, que se llama ahora Guillermo III. A Londres, Blington, á Londres... No temáis por vos, Cordelia; Dios, que es el supremo juez, os ha justificado sal- vando á Melvil.

riH DEL DRAMA.

MODISM

(FRASES Y METÁFORAS)

PRIMERO Y ÚNICO DE SU GÉNERo'eN ESPA

COLECCIONADO Y EXPLICADO POR

R^MÓIN OA.BALLB

CON UN PBÓLOaO.

DB

DON EDUARDO BBNOT

(de la academia española)

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Cuaderno 3 5 "Precio: ¿ real

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callerde Preciados, número 23

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