.-^f W'9-'^ f^^ '•^■^ ', ^ ,**\>%. "(««rv* V v^¿v ., •- ji \,A/'-<^lí'' '■' ''- I^^S „f a\( , >^ *^ M í ^"-^^ 1\^5oo pesos : faltan bra- zos, y aun la corta población disminuye por la emigración á los llanos. Aquellas sávanas inmen- sas ofrecen al hombre un alimento abundante á causa de la fácil multiplicación del ganado va- cuno, mientras que la cultura del añil y del ta- baco exigen cuidados muy particulares. £1 pro- ducto de este último ramo es todavía muy in- cierto, según el invierno es mas ó menos pro- longado. La llanura de Cumanacoa, tendida de ha- solamente en los parages que han sido habitados por los indios. CAPÍTULO VI. 3g ciendas y pequeñas plantaciones de índigo y de tabaco, está rodeada de montañas que se elevan particularmente hacia el sur , y que ofrecen un doble interés para el físico y el geólogo. Todo anuncia que aquel valle es el fondo de algún antiguo lago ; así es que las montañas que antes formaban los bordes están cortadas perpendicu- larmente del lado de la llanura. El lago no daba salida á sus aguas sino por el lado de Arenas, y al hacer excavaciones cerca de Cumanacoa, se han hallado bancos de morrillo mezclados con Conchitas de mariscos bivalvos. Según relación hecha por personas muy fidedignas, se ha des- cubierto hace treinta años en el fondo del bar- ranco del san Juanillo dos enormes huesos de muslo de cuatro pies de largo y que pesaban mas de treinta libras. Los indios los tomaban, como se hace también en Europa, por huesos de gigantes, mientras que los semi- sabios del pais , que tienen derecho á explicarlo todo , afir- maban gravemente que eran juegos de la natu- raleza poco dignos de atención , y fundaban su razonamiento en la circunstancia de que los hue- sos humanos se destruyen muy rápidamente en 4o LIBRO II. el suelo de Cumanacoa. Para adornar las iglesias en la fiesta de las ánimas , se hacen tomar cala- veras en los cimenterios de la costa , donde la tierra está cargada de substancias salinas. Los pretendidos huesos de gigante fueron trans- portados al puerto de Cumaná ; yo los he bus- cado en vano; pero según la analogía de los hue- sos fósiles que he traído de otros puntos de la América meridional, y que han sido examina- dos detenidamente por M. Cuvier, es probable que los huesos gigantescos de Cumanacoa, per- teneciesen á elefantes de una especie perdida. Se puede extrañar haberlos hallado en un parage tan poco elevado sobre el nivel actual de las aguas; pues es un hecho muy notable que los fragmentos de Mastodontes y de elefantes fósiles que he traído de las regiones equinocciales de Méjico, de la JNueva-Granada , de Quito y del Perú, no se han encontrado en las regiones ba- jas (como se han hallado en la zona templada los megatherium del rio Lujan y de la Virginia ' , ' El megatherium de li Virginia, es el megalonix de M. Jeífsrson. Todos aquellos enormes despojos hallados en CAPÍTULO VI. ¿^l los grandes Martodontes del Ohio, y los elefantes fósiles del siisquehana) , sino sobre las alturas desde seiscientas á mil cuatrocientas toesas. Aproximándonos á la orilla meridional de la concha de Cumanacoa, gozamos de la vista del Turimiquiri. Una enorme muralla de rocas, resto de una antigua costa escarpada se levanta de la Selva, y luego al oeste en el cerro del Guchivano, la cadena de montañas parece quebrada como por efecto de un terremoto. La hendidura tiene mas de ciento cincuenta toesas de ancha, y está cercada de rocas cortadas perpendicularmente. Varias veces visitamos una pequeña hacienda, llamada el conuco de Bermudez colocada en- frente de la cortadura del Guchivano. En ella las llanuras del nuevo conlinente, sea al norte ó al sur del ecuador, pertenecen á la zona templada, y no á la zona tór- rida. Por otra parte observa Pallas, que en Siberia, siem- pre por supuesto al norte del trópico, los huevos fósiles faltan enteramente en las partes montuosas. Nov. Comment. "Petrop., 1772» p. 677. Estos hechos, íntimimamente uni- dos entre sí, parecen conducir al conocimiento de una grande ley geológica. 42 LIBRO II. se cultiva en los terrenos húmedos, el tabaco, los bananos y varias especies de algodoneros '^ , especialmente aquella cuyo algodón tiene el co- lor leonado del nankin , y que es tan común en la isla Margarita^. Díjonos el propietario de la hacienda que la cortadura estaba habitada por tigres jaguares : estos animales pasan el dia en sus cavernas y circulan en la noche al rededor de las habitaciones : como están bien alimenta- dos se hacen hasta de seis pies de largo. Uno de ellos habia devorado el año anterior, un caballo perteneciente á la hacienda; habia arrastrado su presa, por medio de la sávana, llevándola debajo de un Ceiba de extraordinaria magnitud. A los gemidos del caballo expirante se habian disper- tado los esclavos de la hacienda , y salieron á la claridad de la luna, armados con lanzas y ma- * Gossipium uniglandutosamy llamado impropiamente fier- baceam y G. barbadense. M. de Rohr ha hecho ver la con- fusión que reina todavía en la determinación de las varieda- des y de las especies de algodoneros. 3 G. relifíiosuin. CAPÍTULO VI. 45 chetes ^ El tigre echado sobre su presa , los es- peró tranquilamente, y no sucumbió sino después de una larga y porfiada resistencia. Este hecho y otros muchos comprobados en aquel pais , prue- ban que el gran jaguar ^ de la Tierra Firme , así como el jaguareté del Paraguay y el verdadero tigre de Asia, no huyen delante del hombre cuando este quiere combatirles cuerpo á cuerpo ó cuando no les espanta el gran número de los que le acometen. Los naturalistas saben hoy que Buffbn ha desconocido enteramente el gran gato de la América; lo que este escritor dice de la co- bardía de los tigres del Nuevo Continente , hace relación á los pequeños ocelotes ó chibiguazus. Mas adelante veremos que el verdadero tigre jaguar de América se arroja algunas veces al agua por atacar á los Indios en sus piraguas. Enfrente de la hacienda de Bermudez se abren dos cavernas espaciosas en la hendidura de Cu- chivano , de las cuales de tiempo en tiempo sa- * Cuchillos grandes y de hoja muy larga, semejantes á los de caza. ^ Félix onza, que Buffon ha llamado pantera ojeada y que la creia originaria de África. 44 LIBRO II. len llamas que se distinguen de muy lejos du- rante la noche , y que iluminan las montañas circunvecinas; juzgando por la elevación de las rocas por encima de las cuales se elevan aque- llas emanaciones inflamadas , se creeria que tie- nen una altura de muchos cientos de pies. En una herborización que hicimos en la Rinconada, intentamos, aunque en vano, penetrar la hen- didura : queríamos examinar de cerca las rocas que parecen encerrar en su seno las causas de aquellas erupciones extraordinarias ; mas la fuerza de la vegetación , el enlace de los be- jucos y las plantas espinosas nos impidieron pasar adelante. Los hacendados, ayudados por sus esclavos, abrieron una senda por medio del bosque hasta la primera caida del rio Juagua ; y el dia lo de septiembre hicimos nuestra excursión al Cuchi- vano. Entrando en la hendidura reconocimos la proximidad de los tigres, tanto por un puerco espin recientemente despedazado, como el olor pestífero de sus escrementos semejantes á los del gato de Europa. Para mayor seguridad , los In- dios volvieron á la hacienda y trajeron perros CAPÍTULO VI. 45 de una raza muy pequeña, asegurando que en caso de un encuentro en un camino estrecho , el jaguar se tira antes sobre los perros que á los hombres : seguimos, no la orilla del torrente, sino la falda de rocas suspendidas sobre las aguas. Cuanto mas nos adelantábamos tanto mas era espesa la vegetación. En muchos parages, las raices de los árboles hablan roto las peñas calizas introduciéndose en las grietas que separan los bancos : apenas podíamos llevar las plantas que cogíamos á cada paso : las cannas, las heli- conias de flores purpúreas , los costus y otros vegetales de la familia de los amómeos llegan en aquellos parages hasta la altura de ocho y diez pies. Los Indios con sus fuertes cuchillos, ha- cían incisiones en el tronco de los árboles, y fijaban nuestra atención en la belleza de aquellas maderas rojas ó pagicoloradas, que algún dia serán muy buscadas por nuestros ebanistas y torneros. Nos mostraban el eupaíorium Iceví- gatum de la Mark , la rosa de Berbería ^ célebre * Broxonea racemosa, Bredem, ined» 4^ LIBRO II. por el lustre de sus hojas purpúreas y el sangre de dragón de aquel país que es una especie de Crotón I no descrita todavía, cuyo suco jojo y adstringente es empleado para fortificar las enciás : ellos reconocen las especies por el olor y sobre todo mascando las fibras leñosas. Dos indígenos á quienes se da á mascar el mis- mo palo, pronuncian por lo común y casi sin titubear, el mismo nombre. No pudimos aprove- charnos mucho de la sagacidad de nuestros guias porque no podíamos procuramos hojas, flores ó frutas de unos árboles cuyas ramas nacen á cin- cuenta ú sesenta de altura del tronco. Es muy estraño encontrar en aquella garganta, la cor- teza de los árboles y aun el suelo cubierto de * Varios vegetales de familia diferente llevan en las colo- nias españolas de los dos continentes el nombre de sangre de dragón; y son draccei^na, pterocarpus y Crotones. El padre Caulin {Descrip. Corográfica^ p. 20) hablando de las resi- nas que se encuentran en los bosques de Cumána, distingue muy bien el dragón de la sierra deUpars que tiene las hojas recortadas [pterocarpus draco), del dragón de la sierra de Paria que tiene la hoja entera y vellosa. El último es nuestro Crotón sanguifluum de Cumanacoa, de Caripe y de Cariaco. CAPÍTULO VI. 47 musgo ' y de liqúenes ; estos criptógamos son allí tan comunes como en el país del norte, su vege- tación está favorecida por la humedad del aire y por la ausencia de la luz directa del sol; sin embargo la temperatura es generalmente en el día de 25 y en la noche de 19 grados. Después de inuchas fatigas y de bien mojados en los frecuentes pasos del torrente, llegamos al pie de las cavernas del Cuchivano : una muralla de roca se eleva perpendicularmente hasta la al- tura de ochocientas toesas. Es muy raro que bajo una zona en que la fuerza de la vegetación cubre el suelo y las peñas se halle una montaña que solo presenta capas desnudas en una corta- dura perpendicular, en la cual, y en una posi- ción , por desgracia inaccesible al hombre , se abren dos cavernas en forma de quebrazas; se asegura que están habitadas por las mismas aves 1 Verdaderos inusci frondosi : también cogimos el boletas igniarius y el Ucoperdon bellarum de Europa, ademas de un pequeño boletas stlpitatus blanco de nieve. En cuanto al se- gundo no lo habia yo hallado sino en los parages secos en Alemania ó en Polonia. 48 LIBRO II. nocturnas que luego daremos á conocer en la cueva del Guácharo de Caripe. Cerca de estas cavernas vimos capas de marga esquitosa que atraviesan el muro de rocas, y, mas abajo^ al borde del torrente, hallamos con grande admi- ración nuestra, cristal de roca engastado en los bancos de la Caiiza alpina. Eran unos prismas exaedros terminados en pirámides, que tenían i4 líneas de largo sobre 8 de ancho. Los cristales perfectamente transparentes se hallaban sueltos y á veces distantes uno de otro de tres ó cuatro toesas; estaban encerrados en la masa caliza co- mo los cristales de cuarzo Burgtona ^ y los Bo- racites de Lunebourg que están encajados en el gipso ; no se veia por allí ninguna grieta ni ves- tigio de una veta de espato calizo. Descansamos al pie de la caverna , de donde se han visto salir llamaradas que, en los últimos años, se han hecho mas frecuentes. El propie- tario y nuestros guias igualmente, instruidos de las localidades de la provincia , disputaban á la manera de los criollos, sobre los danos a que ^ £n el Dread de Gotha. CAPÍTULO VI. 49 estaba expuesta la ciudad de Cumanacoa si el Cuchi vano viniese á reventar. Parecíales indu- dable que la Nueva Andalucía, desde los grandes terremotos de Quito y de Cumaná en 1797, es- taba minada por los fuegos subterráneos ; cita- ban las llamas que se habían visto salir de la tierra en Cumaná, y los sacudimientos que se experimentan actualmente en parages donde el suelo no había sido jamas alterado, y recordaban que en Macarapan se sentían frecuentemente , hacía algunos meses , emanaciones sulfúreas. Admiramos mucho aquellos hechos sobre los cuales fundaban predicciones que se han rea- lizado casi todas. En 1812 han ocurrido enormes trastornos y han probado cuan tumultuosa- mente agitada está la naturaleza en la parte nor- deste de Tierra-Firme. ¿Pero cual es la gausa de los fenómenos ígneos que se observan en el Cuchivano? Yo no ignoro que algunas veces se ve brillar, en una luz viva , la columna del aire que se eleva sobre la boca de los volcanes inflamados ^ : este resplendor que * No debe confundirse este fenómeno extraordinario con u. 4 5o LIBRO II. se atribuye al gas hidrógeno , ha sido observado en Chillo, sobre la cima del Cotopaxi, á una época en que la montaña parecia en la mayor tranquilidad. También sé que el Mons Albanus, cerca de Roma, hoy conocido con el nombre de Monte Cavo, parecia inflamado de tiempo en tiempo durante la noche ; pero el Mons Albanus es un volcan recientemente apagado , que en tiempo de Catón, todavía arrojaba rapilli, mien- tras que el Cuchivano es una montaña caliza dis- tante de toda roca de formación trapeana. ¿Pue- den atribuirse estas llamas, á una descomposición del agua que entra en contacto con las piritas dis- persas entre la marga esquitosa? ¿Es hidrógeno inflamado lo que sale de las cavernas del Cuchi- vano? Las margas, según lo indica su olor, son betuminosas y piritosas al mismo tiempo , y los manantiales de goudron mineral del Buen pastor el resplendor que comunmente se observa á pocas toesas de altura sobre las cráteras, y que (como yo he visto en el Vesubio en i8o5) no es sino el reflejo de las grandes masas de escorias inflamadas y escupidas del fondo, aunque sin salir del orificio del volcan. CAPÍTULO VI. 5 I y de la isla de la Trinidad nacen tal vez de estos mismos bancos de Caliza alpina. Fácil seria imaginar relaciones entre las aguas infiltradas en estas Calizas y descompuestas en las capas de piritas, y los terremotos de Cumaná, los manantiales de hidrógeno sulfurado de Nueva Barcelona, los depósitos de azufre nativo de Ca- mpano y las emanaciones de ácido sulfuroso que se sienten de cuando en cuando en las sá- banas : no podría dudarse que la descomposición del agua por las piritas á una alta temperatura favorecida por la afinidad del óxido de berro con las substancias terrosas , no pueda dar lu- gar también á este desprendimiento de gas hi- drógeno, al cual muchos geólogos modernos dan un papel tan importante. Mas en general , el ácido sulfuroso se manifiesta mas constantemente en la erupción de los volcanes que el hidrógeno, y el olor de este ácido se hace sentir algunas ve- ces mientras que la tierra está agitada por los fuertes temblores. Cuando se consideran en unión los fenóme- nos de los volcanes y los de los terremotos , cuando se examina la inmensa distancia á que f^.i 0 2 LIBRO 11. se propaga el movimiento debajo de la conca- vidad de los mares , se abandonan fácilmente las explicaciones fundadas sobre pequeñas capas de piritas y de margas bituminosas. Yo opino que los temblores que se sienten tan frecuen- temente en la provincia de Cumaná, no deben atribuirse mas á las rocas visibles, que los sa- cudimientos de los Apeninos deben ser atribui- dos á las vetas de esfalto ó á las emanaciones de petrole encendido. Todos estos fenómenos pro- ceden de causas mas generales, y aun diré, mas profundas; no es en las capas secundarias que for- man la corteza exterior de nuestro globo, sino en las rocas primitivas, á una enorme distancia de la superficie del suelo, donde debe colocarse el centro de la acción volcánica. Cuanto mas progresos hace la geología; mas se hecha de ver la insuficiencia de estas teornas fuidadas sobre algunas observaciones puramente locales. El dia 1 2 , continuamos nuestro viage al con- 4 vento de Caripe, capital de las misiones Chai- mas : preferimos al camino derecho, el rodeo de las montañas del Turimiquiri, cuya altura excede poco la del Jura. El camino se dirije primera- CAPÍTULO VI. 55 mente hacia el este , atravesando durante tres leguas, la altura de Cumanacoa sobre un terreno nivelado antiguamente por las aguas, que luego tuerce hacia el sud. Pasamos el pequeño lugar Indio de Aricagua, rodeado de colinas cubiertas de árboles y de un aspecto risueño : de allí co- menzamos á subir y la cuesta duró mas de cuatro horas. Esta parte del camino es muy costosa; hay que pasar veinte y dos veces el Pututucuar, tor- rente rápido y lleno de peñascos de roca caliza. Cuando en la cuesta del CocoUar, se llega á una elevación de dos mil pies sobre el nivel del mar, se admira uno de no hallar ya bosques ó árboles grandes : se recorre una inmensa llanura cu- bierta de gramíneas donde solo los Mimosas de copa hemisférica, cuyos troncos no tienen sino tres 6 cuatro pies de altura, interrumpen la triste uniformidad de las sávanas ; sus ramas están in- clinadas hacia la tierra y extendidas en forma de parasol. Por todas las escarpaduras ó por donde hay peñascos medio cubiertos de tierra, tiende su hermoso verdor el Clusia ó Cupey de grandes flores de Ninfea, árbol cuyas raices tie- nen hasta ocho pulgadas de diámetro y algunas 54 LIBRO II. salea del tronco á quince pies de altura sobre el suelo. Después de haber trepado mucho tiempo la montaña , llegamos á una pequeña llanura lla- mada el Hato de Cocollar^ donde hay una ha- cienda aislada en una mesa que tiene 4o8 toesas de altura. En este parage solitario pasamos tres días colmados de los obsequios del propietario que nos habia acompañado desde el puerto de Cumaná : alli hallamos leche, buenas carnes á causa de los bellos pastos, y sobre todo un clima delicioso; en el dia, el termómetro centígrado no se elevaba arriba de los 22" á 23°; poco antes de ponerse el sol, bajaba á los 19°, y en la noche se mantenia sobre los j4°. La temperatura noc- turna era por consiguiente siete grados mas fresca que la de las costas; lo que prueba de nuevo una disminución de calórico extremamente rápida pues que la mesa del CocoUar está menos ele- vada que el suelo de la ciudad de Caracas. En todo el alcance de la vista, no se percibe, desde este punto elevado , mas que sávanas des- nudas ; sin embargo se elevan en los barrancos algunos pequeños grupos de árboles , y á pesar CAPITULO VI. 55 de la aparente uniformidad de la vegetación, no deja de hallarse un gran número de plantas muy notables. ' Nos limitaremos á citar un soberbio Lobeliai de flores purpúreas, el Crownea coccínea que tiene mas de cien pies de altnra y sobre todo el Pejoa, célebre en el pais á causa de lo delicioso y aromático del olor que despiden sus hojas al fro- tarlas entre ios dedos '. Lo que mas nos hechi- i Cassia acata, andromoda riqida, cascaría Id perici folia, myrtus longifoUa, bültoeria saticifolia, glyc'me picta, G. pra- teusus, G. gibba, oxalis umbrosa, malpighia caripensis, ce- phoelis salid folia, slylosantes atigusti folia, salvia pseadococ- cinea, eringium fcetidum. ^ Lobelia spectabilis. 3 Es el gaultheria odorata, descrito por M. Wildenow, sobre las muestras que le habernos comunicado. El pejoa se encuentra al rededor del lago del Cocollar del cual toma su origen el gran rio Guarapiche. También hemos hallado pies del mismo arbusto en la Cuchilla de Guanagnana: es una planta subalpina que, como luego veremos, forma en la silla de Caracas una zona mucho mas elevada que en la provincia de Cumaná. Las hojas del Pejoa tienen un olor to- davía mas agradable que las del myrthus pimenta; pero algunas horas, después que la rama ha sido separada del tronco, ya la hojas no dan ningún perfume aun frotándolas. 56 LIBRO 11. zaba en aquel sitio solitario era la belleza y la calma de las noches ; el propietario de la hacien- da prolongaba sus veladas con nosotros, y pare- cia deleitarse al ver la admiración que produce en los Europeos recientemente trasplantados bajo los trópicos , aquella frescura de prima- vera que se respira en las montañas después de puesto el sol. Nada hay comparable á la impresión de la calma majestuosa que deja el aspecto del firma- mento en aquel parage solitario. A la entrada de la noche , siguiendo con la vista aquellas prade- rías que bordan el horizonte , aquellas llanuras cubiertas de yerbas y suavemente onduladas, creíamos ver de lejos, la superficie del Océano sosteniendo la bóveda estrellada del cielo. El árbol bajo el cual estábamos sentados, los in- sectos luminosos que saltaban al rededor de no- sotros, las constelaciones que brillaban hacia el sud , todo parecía indicarnos que estábamos lejos de nuestro suelo natal : si entonces , en medio de aquella naturaleza exótica, se oia en el fondo del valle el sonido de un cencerro, ó el mugido de una vaca, esto nos recordaba in- CAPÍTULO VI. 57 mediatamente la memoria de la patria , y eran cómo unas voces lejanas , que resonaban al otro lado de los mares, y cuyo mágico poder nos tras- portaba de uno á otro hemisferio. ¡ Admirable celeridad de la imaginación del hombre, origen eterno de sus placeres y de sus penas ! Con el fresco de la mañana comenzamos á trepar el Turimiquiri, que así se llama la cima del Cocollar. Hasta la altura de setecientas toe- sas y aun mas arriba, esta montaña, así como todas las que le avecinan , está cubierta solo de gramíneas ^ : en Cumaná atribuyen esta falta de árboles á la grande elevación del suelo; mas por poco que se reflexione sobre la distribución de los vegetales en las Cordilleras de la zona tórrida, se concibe que las cimas de la Nueva Andalucía están muy lejos de llegar al límite superior de los árboles que, por aquella latitud se sostienen lo menos á mil ochocientas toesas de altura ab- soluta. ' Las especies domioaotes son los paspaluSj el andropo- gon fastigiatum que forma el género dieciomis de M. Paüssot de Beauvois, y el panicam olyroides. 68 LIBRO II. Es tan dulce el clima de aquellas montañas , que en la hacienda del Cocollar se cultiva con éxito el algodonero, el árbol del café, y aun la caña dulce. Por mas que digan los habitantes de las costas, no se han visto jamas escarchas, por los iO° de latitud, sobre montañas, cuya altura apenas excede la del Mont-d'Or y del Puy- de-Dóme, Los pastos de Turimiquiri disminuyen de valor según va elevándose el terreno : por to- das partes donde los peñascos esparcidos ofrecen sombra, se hallan plantas liquenosas y algunos musgos de Europa. El Melástomo xantliostackiSj llamado Guacito en Caracas , es un arbolillo ^ cuyas grandes y correosas ojas resuenan como pergamino cuando el viento las agita, y se eleva en varios puntos de la sábana; mas el principal ornato del musgo de aquellas montañas es una liliácea de flores doradas , el Marica martini- censis : En las provincias de Cumaná no se hace caso de él , sino cuando se eleva á cuatro ó cinco toesas de altura 2. » Palicurea rígida, chaparro bovo. 2 P. e. eo la uiúotaüa de Avila, eo el camino de Caraca» CAPÍTULO VI. 59 En cuanto á la masa pedragosa del Turimi- quiri, está compuesta de una caliza alpina se- mejante á la Cumanacoa y de capas delgadas de marga y de asperón cuarroso : la caliza con- tiene masas de hierro oxidado gris, y de hierro espático. En varias partes he reconocido con la mayor distinción que el asperón no descansa solamente sobre la caliza , sino que muchas veces esta última contiene el asperón y alterna con él. En el pais hacen distinción de la cima redon- da del Tirimiquiri y los picos sobresalientes ó cucuruchos revestidos de una espesa vegetación y habitadospor tigres que los cazan á causa de la bel- leza de sus pieles. Hallamos el pico redondo que es- tá cubierto de musgo, elevado á 707 toesas sobre el nivel del Océano. La vista de que se goza en el Tiri- miquiri es la mas extensa y pintoresca; desde la ci- ma hasta el Océano se descubren cadenas de montañas que se diri jen paralelamente del este al oeste formando valles longitudinales. Se creería ver el fondo de un embudo, en el cual se distingue á la Guaira, y en la villa de Caracas. Los granos del Marica maduran k fines de diciembre. 6o LIBRO II. entre los grupos de árboles , el lugar indiano de Aricagua. El i4 de setiembre bajamos del CocoUar ha- cia la misión de San Antonio : después de haber pasado dos remates de montañas extremamente escarpadas , se descubre un hermoso valle que tiene cinco á seis leguas de largo , siguiendo casi / constantemente la dirección del este al oeste , y en este valle están situadas las misiones de San Antonio y de Guanaguana. La primera es célebre á causa de una pequeña iglesia con dos torres construida en ladrillo , en un estilo bastante bueno, y adornada de columnas del orden dó- rico, que es la maravilla del pais. El prefecto de los capuchinos la habia construido en menos de dos veranos , á pesar de que no empleó sino los indios de su aldea. Pasamos el lugar, y luego los riachuelos Co- lorado y Guarapiche que nacen ambos de la montaña del Cocollar y se reúnen mas abajo, al este : el Colorado tiene una corriente muy rápida y á su embocadura es mas ancho que el Rhíu : el Guarapiche reunido al rio Areo , tiene mas de veinte y cinco brazas de profundidad , sus CAPÍTULO VI. 6 I orillas están adornadas de una soberbia gramí- nea, que he designado después al remontar el rio de la Magdalena, y cuyo cáñamo de hojas dís- ticas alcanza quinze ó veinte pies de altura ^ Al caer la tarde llegamos á la misión de Gua- naguana , donde el misionero nos recibió con mucha atención ; era un anciano que parecía gobernar sus indios con mucha inteligencia ; No ha mas de treinta años que existe el lugar en el puesto que hoy ocupa, y antes de esta época estaba colocado mas al sur, pegado á una colina. Es admirable la facilidad con que se hace cambiar de habitación á los indios ; hay pueblos en la América meridional que en menos de medio siglo han sido tres veces tras- plantados. El indígeno se halla tan débilmente i Lata ó eaña brava. Es un nuevo género entre Aira y Arando que hemos descrito bajo el nombre de Gynerium. (Pl. équin., t. II, p. 112.) Esta gramínea colosal tiene el porte del donax de Italia; y es con el arundinaria del Misi- sipi y con los bambús, la gramínea mas alta del continente. Han llevado su semilla á Santo Domingo, donde cortan el cáñamo para cubrir las casas de los negros. 62 LIBRO II. ligado al suelo que habita, que recibe con in- diferencia la orden de demoler su casa y hacerla en otra parte. Una población cambia de asiento como un campo, y donde quiera que hallan ar- cilla, cañas, hojas de palmera y de heliconia, se construyen las casas en muy pocos dias. Estas traslaciones forzadas, no tienen á veces otro mo- tivo que el capricho de un misionero , que lle- gando de España se imagina que el sitio de la misión es íiebroso ó que no está bien expuesto á los vientos; se han visto las aldeas enteras tras- plantadas á muchas leguas de distancia , sola- mente porque el fraile no hallaba bastante bella y extendida la vista de su casa. Todavía no hay iglesia en Guanaguana ; el anciano religioso que habia treinta años habi- taba las selvas de la América, nos hizo obser- var que los fondos del Común ó el producto de los trabajos de los Indios debían ser empleados primeramente en la construcción de la casa del misionero, luego en la de la iglesia y después en el vestuario de los Indios. Ya estaba terminada la espaciosa casa del padre, y observamos con sorpresa que la tal casa, cuyo alto remataba en capítulo vi. 65 terrado, estaba adornada con un gran número de chimeneas que parecían otras tantas almenas : esto era, decía nuestro huésped, para recordar su cara patria , y los inviernos de Aragón en me- dio de los calores de la zona tórrida. Los indios de Guanaguana cultivan el algodón tanto por su utilidad, como por la de la iglesia y del misio- nero, el producto se considera como • pertene- ciente al Común, y con los fondos del común se subviene á las necesidades del cura y del altar. El suelo de Guanaguana es tan fértil como el de Aricagua, pequeña aldea vecina que ha con- servado igualmente su antiguo nombre indiano. Un almud de terreno, de 1 85o toesas cuadradas, produce en los buenos años veinte y cinco á treinta fanegas de maíz, de cien libras cada una; mas tanto aqui como en todas partes donde el beneficio de la naturaleza retarda el movimiento de la industria, no se cultiva sino un corto tre- cho y se descuida en variar la cultura de las plantas alimenticias : la carestía se hace sentir, siempre que por un exceso de sequía se pierde la cosecha del maiz. Los indios de Guanaguana nos contaban como un hecho poco extraordi- 64 LIBRO II. nario , que el año anterior, ellos , sus mugeres y sus hijos, hablan estado durante tres meses en los montes, es decir, errantes en las selvas veci- nas, para alimentarse con yerbas suculentas, col palmera, raices de helécho y frutos de árboles salvages ; y no hablaban de esta vida errante como de un estado de privación ; solo para el misionero habia sido muy incómoda , porque habia quedado el pueblo desierto, y porque al regreso de los bosques, los miembros de la pe- queña municipalidad eran menos dóciles que antes. El hermoso valle de Guanaguana se prolonga hacia el este abriéndose en las llanuras de Pun- cere y de Terecen : bien hubiéramos querido vi- sitar aquellas llanuras para examinar las fuentes de Petrole que se hallan entre el rio Guarapiche y el Areo; mas la estación de las lluvias habia ya comenzado, y nos velamos todos en el mayor embarazo para secar y conservar las plantas que hablamos cogido. El camino que conduce desde Guanaguana al lugar de Puncere, va por San Feliz ó por Cay cara y Guayuta , que es un hato de los misioneros. Según el decir de los Indios, CAPÍTULO VI. 65 en este último punto se encuentran grandes ma- sas de azufre, no en una roca yesosa ó caliza , sino á poca profundidad de la superficie del suelo en bancos de arcilla. Este fenómeno singular me parece propio á la América ; y volveremos á hallarle en el reino de Quito y en la Nueva Es- paña. Acercándose á Puncere, se ven en las sá- vanas, muchos saquitos formados de un -tisú de seda y suspendidos á las ramas de los árboles mas chicos : es la seda silvestre del pais, la cual aunque de un bello lustre , es muy áspera al tacto. La mariposa que la produce es acaso análoga á la de las provincias de Guanajuato y de Antio- quía que producen igualmente seda silvestre. En el bosque de Puncere se hallan también dos árboles conocidos bajo los nombres de Cu- rucay y de Canela : el primero, del cual habla- remos mas tarde , ofrece una resina muy buscada por los Piaches ó brujos indios, el segundo tiene hojas, cuyo olor es el de la verdadera canela de Ceilan. ^ De Puncere se dirije el camino por Te- * ¿Es este el lauras cinnamomoides de Mutis? ¿Cual es aquel otro canelero llamado por los Indios Tuorco que II. 5 66 LIBRO II. recen y Nueva Falencia, que es una colonia nueya de canarios, al puerto de San Juan situado á la orilla derecha del Rio Arco, y solo pasanda el rio en una piragua se consigue llegar á las famosas fuentes de petrole, ó Brea mineral del Buen Pastor: nos las han pintado como unos pequeños pozos en forma de embudos hechos por la naturaleza en un terreno pantanoso. Este fenómeno recuerda el lago de asfalto ó de chapapote de la isla de la Trinidad , que está distante del Buen Pastor en línea recta unas treinta y cinco leguas marinas. Después de haber luchado algún rato con el deseo que teníamos de bajar el Guarapiche hasta el golfo triste, tomamos el camino directo de las montañas. Los valles de Guanaguana y de Caripe están separados por una especie de dique ó re- mate calizo muy célebre bajo el nombre de la Cuchilla de Guanaguana : las faldas de la monta- abunda en las montañas de Tocuyo y en el nacimiento del rio üchire? su corteza se mezcla en el chocolate. El padre Caulin designa, bajo el nombre de curucay,la copaifera offi- cinalis, que da el bálsamo de copahú. [Hist. corograf., P- a4 y 34-) capítulo vi. 67 ña presentan escarpaduras, pero no precipicios, y los mulos del pais tienen el pie tan seguro, que inspiran la mayor confianza : sus habitudes son las mismas que las de las bestias de carga de la Suiza ó de los Pyrineos. En los espantosos caminos de los Andes, en viages de seis á siete meses por medio de montañas surcadas de tor- rentes,'se desenvuelve de un modo admirable la inteligencia de los caballos y muías de carga. Así es que los montañeses nos decian; «i\o daré á Usted la mulá que tiene mejor andadura, sino la mas racional. » Esta palabra del pueblo dictada por una larga experiencia, combate el sistema de las máquinas, tal vez mejor que todos los ar- gumentos de la filosofía especulativa. Cuando hubimos llegado al punto mas emi- nente del cerro ó cuchilla de Guanaguana, se ofreció á nuestra vista un espectáculo muy in- teresante por el punto de vista que se desplega hacia el nordeste sobre el valle que encierra el convento de Cari pe, cuyo aspecto es mucho mas halagüeño por cuanto la llanura, cubierta de bos- ques contrasta con la desnudez de las montañas vecinas desprovistas de árboles y solo tapizadas 68 LIBRO II. de gramíneas. Hallamos la altura absoluta de la cuchilla de 548 toesas; 029 mas elevada que la casa del misionero de Guanaguana. Bajando del remate por un sendero tortuoso se entra en un pais enteramente selvaz, cuya espesura y la fuerza de la vegetación aumentan á medida que se ca- mina hacia el convento de Caripe. La bajada de la Cuchilla es mucho menor que la subida ; hallamos el nivel del valle de Caripe de 200 toesas mas alto que el del valle de Gua- naguana. Un grupo de montañas de poca an- chura separa dos honduras, de las cuales la una es fresca y deliciosa, mientras que la otra es nombrada por el ardor de su clima : estos con- trastes tan comunes en Méjico, en la Nueva Gra- nada y en el Perú , son muy raros en la parte nordeste de la América Meridional; asi es que de todas los valles elevados de la Nueva-Anda- lucía, el de Caripe ^ es el único muy habitado. En una provincia , cuya población es poco con- siderable y donde las montañas no ofrecen ni » La altura absoluta del convento, sobre el nivel del mar, es de 4' 2 loesiis. CAPÍTULO VI. 69 una grande masa ni alturas muy extensas , tie- nen los hombres pocos motivos para abandonar las llanuras por fijarse en regiones templadas y montuosas. CAPÍTULO VIL Convento de Caripe. — Cueva deí Guácharo. — Aves nocturnas. Una calle de Perseas nos condujo al hospicio de los capuchinos aragoneses : detuvimonos junto á una cruz de madera de brasilete, que hay en medio de una gran plaza, y que está ro- deada de bancos para que los frailes enfermos Tayan á rezar allí su rosario. El convento está pegado contra una enorme muralla de rocas cortadas perpendicularmente , y tapizadas por una espesa vegetación : las hiladas de piedra, de una blancura hermosa, aparecen de trecho en trecho por entre la verdura, y es difícil ima- ginarse un sitio mas pintoresco : me represen- taba vivamente los valles del condado de Derby ó las montanas cavernosas de Mugendorf en Fran- conia. Las hayas y los arces de Europa están CAPITULO VII. "j \ reemplazados por las formas mas imponentes del Ceiba y de los palmeros Praga é Irase : infi- nitas fuentes brotan entre las rocas que rodean circularmente la hondura de Garipe y cuyas fal- das quebradas ofrecen hacia el sud perfiles de mil pies de altura. Los bananos y papayos ro- dean los grupos de heléchos arborescentes, cuya mezcla de vegetales cultivados y salvages da á aquellos lugares un aspecto muy particular. En . el flanco desnudo de las montañas se distinguen á lo lejos los manantiales por las masas de vege- tales que parecen suspendidas á los peñascos y bajando luego al valle siguen las sinuosidades de los torrentes. ^ * Entre las plantas interesantes del valle de Caripe, he- mos hallado por primera vez; un caladium, cuyo tronco tiene veinte pies de altura (C arboreum), el nükcmia micran- tha que podria muy bien participar de laspropriedades anti- venenosas del hvaoio guacho del choco, (\ bauhi/iia obttisifolia, árbol colosal que los Indios llaman guaiapa , el we'mmania glabra, un psicholria en áibol, cuyas cápsulas, frotándolas entre los dedos, despiden un olor de naranja muy a¿;radable el dorstenia houstoni (raiz de resfriado), el marlynia cranio- laria, cuya flor blanca tiene seis pulgadas de largo, una 72 LIBRO II. Fuimos recibidos con el mayor agrado por los frailes del hospicio : el padre guardián estaba ausente, pero advertido de nuestra salida de Cu- maná habia tomado disposiciones para hacernos agradable la mansión en el convento, donde ha- llamos una numerosa sociedad de varios frailes jóvenes llegados recientemente de España que iban á ser repartidos en las misiones, mientras que los viejos misioneros enfermos, buscaban su convalecencia en el aire puro y saludable de las montañas de Caripe. Yo habitaba en la celda del guardián en donde habia una colección de libros bastante considerable : Alli se hallaba junto al teatro critico de Feijoo y las cartas edi- ficantes , el tratado de electricidad del abate JNollet. Diriase que los progresos de las ciencias llegan hasta los bosques de la América : el mas joven de los frailes capuchinos de la última mi- scrophularia que tiene toda la figura del verbascum miconij cuyas hojas radicales y vellosas están marcados de glándulas plateadas. El naciboea ó manettia de Caripe (maneíliacuspi- dala) se diferencia mucho del M. reclínala de Mutir. capítulo VII. 75 sion I , habia traído una traducción de la quími- ca de Chaptal. Lo que es muy honorable para el espíritu del siglo , es que durante nuestra man- sión en los conventos y misiones de América, no hemos experimentado jamas señal alguna de in- tolerancia : los frailes de Caripe no ignoraban que yo era nacido en la parte protestante de la Alemania ; autorizado con las órdenes de la corte no tenia yo ningún motivo de ocultarles este he- cho ; sin embargo , ninguna señal de descon- fianza , ninguna cuestión indiscreta , ninguna tentation de controversia han diminuido el pre- cio de una hospitalidad ejercida con tanta lealtad y franqueza. En otro lugar examinaremos las causa y los límites de esta tolerancia de los mi- sioneros. En Caripe hay necesidad de tener la cabeza * Ademas de los pueblos en los cuales los indígenos están reunidos y gobernados por un religioso, se llama misión en las colonias españolas la reunión de jóvenes frailes que salen juntos de un puerto de España para proveer los estableci- mientos religiosos, sea del nuevo mundo ó de las islas Filipinas. 74 LIBRO II. cubierta especialmente al salir el sol : es una temperatura suficiente todavía á la producción de las plantas de la zona tórrida y se la llamarla de primavera, comparándola con los excesivos calores de las llanuras de Gumaná. La tempe- ratura media de Caripe es igual á la de Paris en el mes de Junio, donde sin embargo los grandes calores son lo" mas fuertes que los de Caripe en los dias mas calurosos. La experiencia ha hecho ver que el clima templado y el aire rarefacto de este sitio son singularmente favorables al cultivo del árbol del café que , según es bien sabido , prospera en las alturas. El Guardian de los ca- puchinos , hombre activo é ilustrado ha dado á su provincia este nuevo ramo de industria agrí- cola. En otro tiempo se habia cultivado el índigo en Caripe, pero la poca fécula que daba esta planta, que exige grandes calores, ha hecho aban- donar su cultivo : en el conuco de la municipa- lidad hallamos muchas hortalizas, maiz , caña de azúcar, y cinco mil pies de árbol de café que prometían una cosecha abundante. El conuco del común de Caripe ofrece el as- pecto de un grande y hermoso jardín : los in- CAPÍTULO VII, 76 dígenos deben ir á trabajar todas las mañanas desde las seis hasta las diez, los alcaldes y los alguaciles de raza indiana vigilan los trabajos. Solo los grandes oficiales del estado tienen dere- cho de llevar un bastón, cuya elección depende del superior del convento. Durante todo el tiem- po que hemos pasado en Caripe y en las otras misiones Chaimas hemos visto tratar á los indios con dulzura ; y en general las misiones de los ca- puchinos aragoneses nos parecieron gobernadas según un sistema de orden , y de disciplina , que por desgracia, es poco conocido en el Nuevo Mundo. Lo que da mucha celebridad al valle de Ca- ripe , después de la frescura del clima , es la gran Cueva del Guácharo. ' En un pais en que se ama todo lo prodigioso, una cueva que da na- cimiento á un rio y que está habitada por mi- llares de aves nocturnas , es un objeto inagotable de cuentos y de discusiones, y apenas un extran- * Voz castellana anticuada, que se aplica al que grita y se lamenta continuamente: las ayes de la cueva del Guá- charo y el Guacharapa son aves en extremo chillonas. 76 LIBRO II. gero desembarca en Gumaná cuando inmediata- mente oye hablar de la piedra de los ojos de Araya, del labrador de Arenas que dio de ma- mar á su hijo, y de la cueva de Guácharo que aseguran tener muchas leguas de largo. La ca- verna, que los indios llaman una mina de grasa jio está en el mismo valle de Caripe, sino á tres leguas cortas del convento hacia el oeste sud oeste, en un valle lateral que viene á encontrar la sierra del Guácharo. Sorprendimonos de hallar á 5oo toesas de al- tura sobre el nivel del Océano , una crucifera , el Rafanus pinnatuSj, pues es bien sabido que los vegetales de esta familia son muy raros en los trópicos ; y como presentan, por decirlo así una forma boreal , no imaginábamos encontrarla bajo el templado cielo de Caripe : estas mismas formas boreales parecen estar repelidas en el Galium caripense el Valeriana Scandeus y un sa- nícula que se asemeja al S. Marildndica. Al pie de la montaña del Guáchara el sendero serpentea siguiendo al torrente , y á la última tortuosidad se halla uno repentinamente delante de la inmensa boca déla cueva : este aspecto es CAPITULO VH..^ 77 algUQ tanto imponente aun á los ojos de los que están ascostumbrados á las escenas pintorescas de los altos Alpes. A esta época, ya yo habia visto las cavernas del pico de Derbyshire, donde, echado en un barquichuelo se atraviesa un rio subterráneo bajo una bóveda de dos pies de al- tura : habia recorrido la hermosa gruta de Tre- shemienshiz en las Carpatas , las cavernas del Harz y las de Franconia que son unos vastos ci- menterios de huesos de tigres, de hienas y de osos. La naturaleza en todas las zonas signe leyes inmutables en la distribución de las rocas , en la forma exterior de las montañas y hasta en las tumultuosas variaciones que ha experimentado la corteza exterior de nuestro planeta. Esta grande uniformidad me hacia creer que el aspecto de la caverna de Caripe se diferenciaria poco de lo que habia observado en mis viages anteriores ; la realidad excedió todavía á lo que yo habia ideado. La cueva del Guácharo está horadada en el perfil de una roca ; la entrada mira hacia el sur y es una bóveda que tiene ochenta pies de an- cho sobre setenta y dos de alto. La roca que ■^8 IIBUO 11. se halla encima de la gruta, está coronada de árboles de una talla colosal : el Mainel y el Ge- nipayer » de hojas anchas y lustrosas levantan verticalmenle sus ramas, mientras que las del Curbaril y del Erithrina forman extendiéndose una vasta bóveda de verdura : en las hendi- duras mas áridas de las rocas nacen los Pothos de vastago hiculento , los Oxalis y los Orchideos de una rara estructura ^ , mientras que las plan- tas sarmentosas columpiadas por los vientos , se entrelazan en festones delante de la boca de la cueva. Entre estos festones distinguimos un Bi- cognia de un azul violado , el Dolichos purpu- rado , y por la primera yez , el magnifico So- landra^, cuya flor anaranjada tiene un tubo carnoso de mas de cuatro pulgadas de largo. Este lujo de la vegetación no solamente her- mosea la bóveda exterior, sino que se mani- » Caruto, genipa americana : la flor varia en Caripe de cinco á seis estambres. 2 Un dendrobiam de flor dorada y salpicada de negro, de tres pulgadas de largo. ^ Solendra scadeus. Es ei gusaticha de los Indios chaimas. CAPITULO VII. 79 fiesta también en el vcstibulo de la gruta : con mucha admiración vimos hermosos Heliconias altos hasta diez y ocho pies , el palmero de Praga y los animes arborescentes , que seguían las orillas del arroyo hasta los subterráneos , en los cuales continua la vegetación como en las profundas hendiduras de los Andes donde no hay mas de media claridad , y no cesa de mani- festarse hasta los treinta ó cuarenta pasos en el interior de la cueva. Medimos el camino con una cuerda y anduvimos cerca de cuatrocientos treinta pies sin necesidad de encender las teas; la luz del dia penetra hasta esta distancia, por- que la gruta forma un solo canal que conserva la misma dirección del sud al nor-oeste. En el parage donde la claridad comienza á apagarse , se oye á lo lejos el ruido de las aves nocturnas que los naturales creen propias exclusivamente de aquel subterráneo. El Guácharo es del tamaño de nuestras gal- linas, tiene el pico de los chotacabras y de los procuias y la presencia de los buitres, cuyo pico encorvado está rodeado de pincelitos de seda. Suprimiendo con M. Guvier el orden de losPicoe, 8o LIBRO II. es necesario atribuir esta ave extraordinaria á los passeres cuyos géneros están ligados entre si por diferencias casi insensibles. Yo lo lie hecho conocer bajo el nombre de steatornis en una mo- nografía particular que contiene el segundo tomo de mis Observaciones de Zoología y de ana- tomía comparada : forma un nueva género muy diferente del Caprimulgus, por la fuerza de su voz , por su pico extremamente fuerte y armado de dientes dobles, y por sus pies sin membranas que unen las púas délos dedos , y ofrece el pri- mer ejemplo de una ave nocturna entre los Gorriones dentados ^ Por sus habitudes tiene se- mejanza con los chotacabas y con los chovas de los Alpes. ^ La pluma del guácharo es de un color obscuro gris azulado, mezclado de rayitas y de puntos negros ; tiene en la cabeza, las alas ^ Sus caracteres esenciales son : Rosirum validum, lateribas compressum , ápice aduncum, viandibala superiori subbidentatay dente nnteriori acutiori. Rictus amplissimus. Pedes breves ^ digitis fissis, unguibus in- teguerrimis. 3 Corvus Pirrhocorax. CAPÍTULO VII. 81 y la cola , unas manchas blancas riveteadas de negro y en figura de corazón , sus ojos azules y mas chicos que los del chotacabas ; se ofenden de la luz del dia, y el ancho de sus alas de punta á punta es de tres pies y medio. El guácharo deja su caverna á la entrada de la noche especialmente cuando hay luna. Es casi el único pájaro nocturno frugívoro que hasta hoy conocemos ; la conformación de sus pies prueba que no caza como nuestros mochuelos. Aliméntase de frutos muy duros lo mismo que el cascanueces i y el Pyrrocorax , de los cuales este último se anida también en las quiebras de los peñascos y se le designa con el nombre de cuervo de noche. Aseguran los Indios que el guá- charo no persigue á los insectos ni á las mari- posas que sirven de sustento á los chotacabras. Basta comparar el pico del Guácharo y el del » Corvus caryocatactes, C. glandarus. Las chovas ó las cornejas de los Alpes, nida en ¡a cima del Líbano en grutas subterráneas como el guácharo, y tiene también la voz chil- lona y aguda. {Labiltardiere, Ann. da Mas., t. XVIII, p.455.) 82 LIBRO II. capritnulgus para adivinar cuan diferentes deben ser sus costumb'es. Es difícil formarse una idea del espantoso ruido que millares de estos pájaros hacen en la parte obscura de la cueva : los Indios , poniendo luces en la punta de una larga percha nos hacian ver los nidos que se hallaban á cincuenta ó se- senta pies de altura en agujeros á manera de embudos de que está acribillado el techo de la caverna. El ruido aumentaba á medida que avan- zábamos y que las aves se espantaban de la luz de nuestras hachas de copal. Los indios entran en la cueva del Guácharo una vez cada año, por la fiesta de San Juan ar- mados con pértigas con las cuales destruyen la mayor parte de los nidos, matan muchos mil- lares de estos pájaros jóvenes, los estripan in- mediatamente que caen á tierra , y los viejos vuelan al rededor de la cabeza de los Indios dando furiosos alaridos como para defender sus covadas. Tienen el peritoneo muy cargado de gordura y una tela adiposa que se prolonga desde el abdomen hasta el ano , formando una especie de pelota entre las piernas del ave. Esta abun- CAPITULO Vil. 83 dancia de gordura en animales frugívoros , no expuestos á la luz y que hacen muy poco movi- miento muscular, recuerda lo que se ha obser- vado desde muchos tiempos atrás en el engorde de las aucas y de los bueyes, pues todos saben cuan favorables son para esta operación, la obs- curidad y el reposo ; y si las aves nocturnas de Europa están flacas , es porque en lugar de ali- mentarse con frutos como el Guácharo, viven del producto poco abundante de su caza. En la época que vulgarmente llaman la cose- cha de la manteca j, los Indios construyen casas con hojas de palmera cerca de la entrada de la cueva y en el mismo vestibulo , de las que to- davía vimos algunos restos ; allí , con nn gran fuego de ramas y maleza se hace fundir y colar en tarros de arcilla, la gordura de los jóvenes pá- jaros recientemente cazados, la cual es conocida con el nombre de aceite ó manteca del guácharo; es medio liquida, transparente y sin olor, siendo tal su pureza , que se conserva mas de im año sin ranciarse. En la cocina de los frailes del con- vento de Caripe no se emplea otro aceite que el de la caverna, y jamas observamos que diese 84 LIBRO II. gusto ni olor desagradable á los guisados. La cosecha de este aceite no corresponde á la car- nicería que los indios hacen anualmente en la cueva, pues parece que no se recojen mas de 1 5o" ó 1 6o" botellas de 44 pulgadas cúbicas cada una, de manteca pura, el resto menos traspa- rente se conserva en grandes cuezos de tierra: según el sistema de los misioneros , están los in- dios obligados á suministrar el aceite para la lámpara de la iglesia ; y se asegura que se les compra el restante. Cuando los naturales abren el estómago de los jóvenes pájaros, encuentran en el buche de toda especie de frutos duros y secos, que bajo el raro nombre de semilla del Guácharo dan un remedio muy célebre contra las calenturas in- termitentes, recojen con mucho cuidado aque- llos granos y los envian para los enfermos á Ca- riaco y á otros puntos febrosos de las regiones bajas. La gruta de Caripe conserva la misma direc- ción, la misma anchura y su altura primitiva de sesenta ó setenta pies, hasta una distancia exactamente medida de i458 pies : no he visto CAPITULO Vil. 85 jamas en los dos continentes ninguna caverna de estructura tan uniforme y regular. Temamos mucho trabajo en persuadir á los Indios que pasasen la parte anterior de la gruta, la única que ellos frecuentan anualmente; y fué nece- sario toda la autoridad de los padres para ha- cerles avanzar hasta el parage donde el suelo se levanta repentinamente con una inclinación de 60% y donde el torrente forma una pequeña cascada subterránea, pues los indígenos creen, que en el centro de la cueva descansan las almas de sus antepasados. Las tinieblas se unen por todas partes á la idea de la muerte ; la gruta de Caripe es el Tártaro de los Griegos, y los guá- charos que revolotean sobre el torrente despi- diendo gritos lamentosos , recuerdan las aves estigienas. Hablamos descargado nuestros fusiles en los parages donde los alaridos de las aves y el ba- tido de sus alas nos hacían suponer que habia muchos nidos reunidos ; después de varias ten- tativas inútiles, M. Bonpland consiguió matar dos guácharos que deslumhrados por nuestras teas parecían perseguirnos, lo que nos procuró S6 LIBRO II. el medio de designar esta ave, desconocida hasta ahora por los naturalistas. Anduvimos por un espeso lodo hasta un sitio donde vimos con sorpresa, los progresos de la vegetación subterránea; los frutos, que las aves llevan á la cueva para alimentar á sus polluelos, fermentan por donde quiera que se fijan en el mantillo que cubre las incrustaciones calcáreas : los vastagos endebles y ahilados, aunque vesti- dos de algunas hojitas, teniaa hasta dos pies de altura , y era imposible reconocer especifica- mente unas plantas, cuya forma, y color habiau cambiado por la ausencia del aire y de la luz. A pesar de su autoridad , no pudieron los misioneros obtener de los indios, que pasasen mas adelante, pues á medida que la bóveda del subterráneo se bajaba, eran mas penetrantes los chillidos de los guácharos; fué pues necesario ceder á la pusilanimidad de nuestros guias, y volvernos atrás; ademas de que era siempre uni- forme el espectáculo que ofrecia la caverna. Pa- rece que un obispo de Santo Thomas de la Guay- tia habia penetrado mas adentro que nosotros, CAPÍTULO VII. 87 pues había medido 25oo pies^ desde la emboca- dura hasta el sitio en que se detuvo, aunque to- davía se prolongaba la cueva. Para salir de ella seguimos el curso del tor- rente y llegados á la entrada nos sentamos á las orillas del arroyo á descansar de la fatiga ; ya teníamos gana de no oír los ahuUidos de los pá- jaros y de salir de un lugar en que las tinieblas no ofrecen el encanto del silencio y de la tran- quilidad. No podíamos creer como el nombre de la cueva de Caripe ha podido ser desconocido hasta ahora en Europa, cuando solo los guácha- ros bastan á darla celebridad. Fuera de las mon- tañas de Caripe y de Cumanacoa no se han des- cubierto estas aves nocturnas en ninguna otra parte. Los misioneros habían hecho preparar una comida en la entrada de la cueva ; las hojas de bananos y de Oijao ^ que tienen un lustre como ' 960 varas. ^ Heliconia bihai, Lin. Los criollos han cambiado en la Toz haytiense Biháo, la 6 en ü y la k en /"conforme i la pro- nunciación castellana. 88 . LIBRO II. la seda, nos servían de mantel según el uso del pais , y nada faltaba á nuestro goce , ni aun los recuerdos que son tan raros en aquellas regiones en que se extinguen las generaciones sin dejar ninguna traza de su existencia. Nuestros hues- pedes nos recordaban que los primeros religiosos venidos á aquellas montañas habían vivido du- rante un mes en la caverna , y que en ella , sobre ima piedra y con la luz de las teas, habían cele- brado los misterios de la religión : este reducto solitario servia de asilo á los misioneros contra las persecuciones de un gefe belicoso de los Tua- pocanosj acampado en las orillas del Caripe. Según van aproximándose estos tiempos en que la vida orgánica se desenvuelve en mayor número de formas, se hace mas común el fe- nómeno de las cuevas : muchas existen bajo el nombre de baumes ^ , no en el asperón antiguo, al cual pertenece la formación de la Lila sino en la piedra caliza alpina y en el calcáreo del Jura * En la dialéctica de los Suizos-Alemanes: balinen. Perte- necen á la piedra calcárea alpina, los bauaies del sentís, del Mole y del Beatenberg en las orillas del lago de Tbun. capítulo VII. 89 que no es á veces otra cosa, que la parte supe- rior de la formación alpina. El calcáreo del Jura es tan cavernoso * en uno y otro continente, que muchos geólogos de la escuela de Freiberg le han dado el nombre de calcáreo de cavernas, ú Hceli- Imkalkstein. Esta roca es la que á veces inter- rumpe el curso de los rios^, absorbiéndolos en su seno, y ella es la que forma la famosa cueva del Guácharo y las demás grutas del valle de Ca- ripe. El gipse muriato , ya se halle en manto con el calcáreo del Jura ó con el de los Alpes , sea que separe estas dos formaciones, sea en fin que descanse entre el calcáreo alpino y la greda ar- cillosa , ofrece también concavidades enormes á causa de su grande solubilidad en el agua, las cuales algunas veces se comunican entre si á dis- tancias de muchas leguas. * Citaré solamente las grutas de Boudry, de Motiers- Travers y de Valorbe en el Jura: la cueva de Balme, cerca de Genova; los cavernas entre Mugendorf yGailenreuth en Franconia; Sowia-Jama, Ogrodziuiico y Wlodowice en Polonia. ^ Este fenómeno geológico había fijado mucho la atención de los antiguos. S trabo, Geog., lib. G. 90 LIBRO II. A pesar de todas las investigaciones que hi- cirms entre los habitantes de Caripe, de Cuma- nacoa y de Cariaco , no hemos sabido que se haya jamas descubierto en ia cueva del guácharo, ninguan despojo de los carnívoros, ni aquellasbre- chas llenas de huesos de animales herbívoros que se encuentran en las cavernas de Alemania, y de Hungría ó en los portillos de las rocas de Gibraltar. Los huesos fósiles de Megatherium, de Elefantes y de Mestadontes que los viageros han traído de la América meridional, pertene- cen todos á los terrenos flojos de los valles ele- vados. A excepción del Megalonix ^ , especie pe- rezosa del la talla de buey, desciito por M. Jef- ferson, no conozco hasta aquí ningún ejemplo de esqueleto de animales enterrado en las caver- nas del Nuevo Mundo : parece menos extraordi- naria la extrema rareza de este fenómeno geoló- gico si se recuerda que la Francia , la Inglaterra » El megalonix ha sido hallado en las cavernas de Green- iBriar en Virginia á i,5oo leguas de distancia del Megathe- rium ; del cual de diferencia muy poco, y que tiene la esta- tura del rinoceronte. {Jmeric. Trans,, W 3o.) CAPITULO VIÍ. gi y la Italia ofrecen también un gran número de grutas en las cuales no se ha encontrado jamas yestigio alguno de huesos fósiles. La cueva de Cari pe es una de las mas espa- ciosas que se conocen en las rocas calcáreas í tiene por lómenos 2,800 pies de largo : general- mente, á causa de la mayor indisolubilidad de la roca, no son las montañas sino las formaciones gipsosas las que ofrecen las crugías de las grutas mas extendidas. En Sajonia hay algunas en el gipse que tienen muchas leguas de largo, como la de Wimelburgo que comunica con la de Cres- feld. La mas curiosa observación que presentan las grutas á los físicos , es la determinación exacta de su temperatura ; la de Caripe situada á los 10° 10' de latitud y por consiguiente al centro de la zona tórrida, está elevada de 5o6 toesas sobre el nivel de las aguas del golfo de Cariaco : en toda ella hemos hallado en el mes de septiembre la temperatura del aire interior entre 18", 4 y i8%9 del termómetro centesimal, y la admósfera exterior á i6%2 : á la entrada de la cueva, se sostenía el termómetro en el aire ¿ ^7°?^; pero metido en el agua del riachuelo 9^ LIBKO II. subterráneo, marcaba hasta el fondo de la ca- verna 1 6°, 8; cuyas experiencias ofrecen mucho interés si se considera que el calor tiende á equi- librarse entre las aguas, el aire y la tierra. Las capas pedregosas que forman la corteza de nuestro planeta, son las solas accesibles á nuestras investigaciones , y se sabe que la tem- peratura mediado estas capas no solamente varia con las latitudes y las alturas sino que, según la posición de los lugares , hace también oscila- ciones regulares al rededor de la temperatura media de la admósfera vecina, en el espacio de un año. Estamos ya distantes, de aquellas época, en que se extrañaba hallar bajo otras zonas, el calor de las cavernas y pozos, diferente del que se observa en las cuevas del observatorio de París ; el mismo instrumento que en estas marca 12" , se eleva en los subterráneos de la isla de la Madera, cerca de Funchal % á i6%2', en los pozos de San Josef en el Cairo », á 21°, 2' ; y en ' En Funchal (lat, 32° 37') > ^^ temperatura media del aire es de 20° [\' . '■^ En el Cairo ( lat. 3o° 2' ) , la temperatura media del aire es de aa° l\' segua Nouet. CAPÍTULO VIL 93 los grutas de la isla de Cuba á 22° ó so" ' : este aumento es poco mas ó menos proporcional al de las temperaturas medias de la atmósfera desde los 4o' de latitud hasta el trópico. Acabamos de ver que el agua del riachuelo en la cueva del guácharo es 2** mas fría que el ambiente del mismo subterráneo ; no hay duda que el agua al pasar entre camas pedregosas ó filtrándose en las rocas, toma la temperatura de sus conductos : al contrario el aire, que aunque encerrado en las grutas, se comunica con la atmósfera exterior. 1 La temperatura media del aire en la Hayana es de 2 5* 6', según el 1'" febrero. CAPÍTULO VIH. Parlida de Garipe. — Montaña y bosque de Santa María. — Misión de Captuaro. — Puerto de Cariaco. Los dias que estuvimos en el convento de Caripe se nos pasaron rápidamente, sin em- bargo de que nuestra vida esa simple y uniforme : desde el amanecer hasta el anochecer recorria- mios la selva y las montañas vecinas para recojer plantas , de que jamas habíamos hecho tanta cosecha ; cuando las lluvias de la invernada nos impedían hacer correrías largas, visitábamos las cabanas de los Indios, el conuco del común ó aquellas asambleas en que los alcaldes Indios distribuyen todas las tardes los trabajos para el dia siguiente. Después de haber pasado casi todo el dia en el campo, nos ocupábamos en la tarde, entrando al convento , en formar notas , secar nuestras plantas y en dibujar las que nos pare» CAPÍTULO VIH. gS cian formar en nuevo género; los frailes nos dejaban gozar de nuestra plena libertad , y no- sotros recordamos con la mayor satisfacción aquella morada tan agradable como útil para nuestras operaciones. Por desgracia, el cielo vaporoso de un valle, cuyos bosques despiden al aire una prodigiosa cantidad de agua, era poco favorable á las observaciones astronómicas : yo pasaba una parte de las noches esperando un momento en que los nublados me permitiesen ver alguna estrella á su paso por el meridiano : algunas veces tiritaba de frió aunque el termó- metro no bajaba de 1 6" que es ía temperatura de nuestros climas en el mes de septiembre. El disgusto de ver desaparecer las estrellas entre las nieblas , es el único que hemos conocido en Caripe ; el aspecto de este valle , tiene al mismo tiempo un aire de salvage y pacifico , de lúgubre y de encantador, y en medio de una naturaleza tan poderosa solo se experimentan sentimientos de paz y de reposo. Las bellezas naturales de aquellas montañas nos ocupaban tan vivamente que no nos apercibiamos del embargo que cau- sábamos á los buenos religiosos que nos daban 9^ LIBRO II. la hospitalidad : como no habían podido hacer sino una débil provisión de pan blanco y de vino j y que uno y otro en aquellas regiones es con- siderado como perteneciente al lujo de la mesa, advertimos con mucha pena que nuestros hu- espedes se privaban de ello. Wuestra ración habia disminuido de tres cuartas, y sin embargo las lluvias terribles nos haciéron diferir todavía nuestra marcha por dos días. ¡ Cuan largo nos pareció este retardo! Cuan sensible nos era el sonido de la campana de refectorio ! Sentíamos vivamente por los procederes delicados de los misioneros cuan diferente era nuestra posición, de la de aquellos viageros que se quejan de haber sido despojados de sus provisiones en los con- ventos de recoletos del alto Egipto. Al fin partimos el 22 de septiembre, seguidos de cuatro muías cargadas de instrumentos y de plantas ; tuvimos que bajar la falda nordeste de los Alpes calcáreos de la Nueva- Andalucía, lla- mados la cadena del Bergantín y del CocoUar. La altura media de esta cadena no excede de seis á setecientas toesas, por lo que, y por su constitución geológica se la puede comparar á CAPITULO VIII. gn ía cadena del Jura. Saliendo del valle de Caripe, atravesamos una ringlera de colinas situadas al nordeste del convento; condújonos el camino siempre cuesta arriba por una vasta sávana, hasta la mesa del Guardia de San Agustín , donde hi- cimos alto para esperar al indio que llevaba el barómetro , y nos hallamos á 553 toesas de ele- vación absoluta un poco mas alto que el fondo de la cueva del guácharo : las sávanas ó praderías naturales, que ofrecen excelentes pastos á las vacas del convento, están enteramente despro- vistas de árboles y de arbustos. Llegados á la mesa del Guardia , nos hal- lamos en el fondo de un antiguo lago , nivelado por la mansión prolongada de las aguas ; se cree reconocer las sinuosidades de las antiguas orillas, de las lenguas de tierra que se adelantan y de las rocas escarpadas que se elevan en forma de is- lotes ; este mismo estado está indicado por la distribución de los vegetales; el fondo de la hon- dura es una savana, mientras que los bordes están cubiertos de árboles. Probablemente es esta el valle mas elevado de las provincias de Cumaná y de Yenezuela, y es lástima que disfrutándose II. 7 gS LIBRO II. en él de un clima tan templano, y que seria sin duda tan propio para el cultivo del trigo, esté enteramente despoblado. Desde la mesa del Guardia se baja continua- mente hasta el lugar de indios de Santa Cruz : se pasa par una cuesta en extremo rápida lla- mada la bajada del purgatorio^ desde donde se descubre hacia la izquierda la gran pirámide del Guácharo. El aspecto de este pico calcáreo es muy pintoresco, pero se le pierde luego de vista, entrando en el espeso bosque conocido bajo el nombre de la montaña de Santa María. Se desciende durante siete horas sin cesar, y es difícil formarse una idea de tan espantosa bajada ; es un verdadero camino de escalones, una especie de derrumbadero en el cual, du- rante el tiempo de lluvias, se precipitan de roca en roca los impetuosos torrentes. Los criollos se fian mucho en la destreza y feliz instinto de las muías , y se mantienen en la silla en tan pe- ligrosa bajada. La selva es la mas espesa que hemos visto , y los árboles de ima prodigiosa altura, bajo cuyo ramagc espeso y de un verde obscuro, CAPÍTULO VIII. 99 reina constantemente una media obscuridad de que no ofrecen ejemplo nuestros bosques de pinos y encinas ; al olor aromático que despiden las flores y los frutos, se mezcla la que nosotros sentimos en otoño en los tiempos lloviosos. Nuestros guias nos señalaban entre los árboles majestuosos, cuya altura excede de 120 á i3o pies, el Curucay deTerecen, queda una resina blanquinosa líquida y muy olorosa; la cual fué empleada en otro tiempo por los Indios cuma- nagotes y tagires para incensar á sus ídolos : las ramas tiernas tienen un gusto agradable aunque un poco astringente. Después del Curucay y de los enormes troncos de Himenea, cuyo diámetro es mas de 9 á 10 pies , los vegetales que mas llamaban nuestra atención eran la sangre de Dragón (crotón sanguifluum), cuyo suco pardo purpurado se escurre sobre una corteza blanqui- nosa, el helécho Calaguala diferente del Perú, aunque casi tan saludable», y las palmeras Ma- ^ El calaguala de Caripe es el polipodium crassifolium; el de Perú, cuyo uso han estendido los succesores Ruix y loo LIBRO II. canilla , Corozo y Praga » : esta última ofrece una col palmista que habíamos comido varias veces en el convento de Garipe. Con estas palmeras, contrastaban agradablemente los heléchos en árbol, de los cuales el Cyathea speciosa^ se eleva á mas de treinta y cinco pies de altura, lo que es prodigioso en plantas de esta familia. Aquí y en el valle de Caripe descubrimos cinco especies nuevas de heléchos arborescentes ^ : en Pavón, procede del Aspidium coraceum. En el comercio mezclan las raices diaforéticas del polip. crassifolium y del acroslicum huascaro á las raices del verdadero calaguala ó aspidium coriaceuin. * Aiphanes Praga. 2 Es tal vez un hemiteliadeRobert Brown : solo su tronco tiene 22 á 24 pies de largo. El número total de estos cryp- lógamos gigantescos sube hoy hasta 26 especies; el de las palmeras á 80. Con la cyathea crecen en la montaña de Santa Maria, rhexia juniperina, chiococca racemosa, commelina spicata. 3 Meniscium arborescens^ aspidium caducum, A. rostratuin cyathea villosa y C. speciosa. Véase el Nova Genera et Spec. ptant. , t. I, p 55, CAPITULO VIII. 101 tiempo de Linné , no conocían los botánicos mas de cuatro en los dos continentes. Según bajábamos la montaña de Santa María, veíamos disminuir el número de los heléchos y aumentar el de las ¡jalmeras y se nos presentaban muchas mariposas. Ninfales de alas grandes; todo nos anunciaba que nos acercábamos á una zona, cuya temperatura media del día, es de 28 á 3o grados centígrados. Estaba el tiempo cu- bierto y amenazando uno de aquellos agua- ceros , durante los cuales caen i á 1 , 3 pul- gadas de agua en un solo día; ya los truenos susurraban á lo lejos, las nubes parecían col- gadas á las cimas de las altas montañas del Guá- charo y el lamentoso ahullído de los Araguatos que habíamos oído en Caripe varias veces al ponerse el sol, anunciaba la proximidad de la tempestad. Por la primera vez tuvimos ocasión de ver de cerca aquellos monos ahulladores, que son de la familia de los A luates y cuyas diferentes especies han confundido los autores por mucho tiempo'. Cuando se examinan las dimensiones de la * Stenlor, Geoffroy. I02 LIBRO Ué caja huesosa de los Áluates, y el número infinito de monos ahulladores que se anidan en un solo árbol en los bosques de Cumaná y de la Guyana, no parece tan admirable el volumen y fuerza de sus voces reunidas : el Araguato es semejante á un oso joven ; tiene tres pies de largo contando desde lo alto de la cabeza, que es pequeña y muy piramidal , hasta el origen de la cola ; su pelage es espeso y de un pardo rojizo, tiene el pecho y el vientre igualmente cubiertos de pelo ; su cara de un azul negro está cubierta de una piel fina y arrugada, su barba es bastante larga, y á pesar de la dirección de la linea facial , cuyo ángulo no es mayor de So", tiene el Araguato en su mirar y en la expresión de su fisonomia tanta semejanza con el hombre como la Mari- monda y el capuchino del Orinoco. Yo he visto Araguatos muy jóvenes criados en las caba- nas de los Indios; no juegan como los peque- ños Sagonios, y su gravedad ha sido descrita bien simplemente por López de Gomara , al principio del siglo diez y seis. « El Gránala de ios CumaneseSj, dice este autor, tiene la cara de hombre , la barba de una cabra y el gesto ¡ion- capítulo VIII. io3 rado. » Ya he observado en otra parte de esta obra , que cuanto mas se asemejan los monos al hombre, son mas tristes, y su alegría petulante disminuye á medida que sus facultades intelec- tuales parecen mas desenvueltas. Después de algunas horas de marcha bajando continuamente por peñascos esparcidos , nos hallamos inopinadamente en el extremo del bos- que de Santa Maria : la vista se extendía sobre las copas de los árboles, que á 800 píes debajo del camino, formaban un tapiz de verdura som- bría y uniforme : los claros de la selva parecían vastos embudos en los que reconocíamos las palmeras Praga é Yrase, en su forma elegante; mas lo que hace en extremo pintoresco este sitio, es el aspecto de la sierra del Guácharo, cuya falda septentrional que cae hacia el golfo de Ca- riaco, ofrece una muralla de rocas en un perfil casi vertical, y de una altura mayor de tres mil pies. La sávana que pasamos hasta el lugar de indios de Santa Cruz está formada de varías eminencias planas y sobrepuestas como en es- calones; este fenómeno geológico , repetido bajo todos los climas parece indicar una larga man- Io4 LIBRO lí. sioii de las aguas en estanques que se ha ido vaciando de los unos en los otros. La misión de Santa Cruz está situada en medio de la llanura , donde llegamos á la tarde fatiga- dos y sedientos por no haber encontrado agua en ocho horas. El termómetro se sostenia á 26 grados, bien que no estábamos mas elevados que de 190 toesas sobre el nivel del mar. Pasado Santa Cruz, comienza de nuevo una espesa selva, en la que hallamos bajo las ramas de los Melás- tomos, un hermoso helécho con hojas deOsmun- da I que forma un nuevo género del orden de los polipodiáceos. Llegados á la misión de Catuaro, quisimos continuar al este por Santa Rosalía, Casanay, San Josef, Campano, Rio-Carives y la montaña de Paria; pero nos informaron que las lluvias hablan ya puesto los caminos intransita- bles, y que nos exponíamos á perder las plantas que hablamos recojido, por lo que resolvimos embarcarnos en Cariaco y volver directamente por el golfo, en lugar de pasar entre la isla de la Margarita y el istmo de Araya. , i Poljíbotria. iYí?t'. GeiUt t. I. ' CAPITULO V. 105 La misión de Catuaro está situada en el pa- rage mas silvestre que se puede imaginar ; to- davía rodean la iglesia los árboles de alto ramage, y los tigres vienen por la noche á comerse los pollos y los puercos de los indios. Nos hospe- damos en casa del Cura, fraile de la congrega- ción de la observancia á quien los capuchinos habian confiado la misión por no tener bastantes sacerdotes en su comunidad. Todo era extraor- dinario en aquella pequeña misión de Cantuaro, hasta la casa del cura; tenia esta dos pisos, por lo que había sido causa de una viva contestación entre las autoridades seculares y eclesiásticas : el superior de los capuchinos hallándola demasiado suntuosa para un misionero habia querido obli- gar á los indios á que la demoliesen ; mas el go- bernador se habia opuesto con vigor, y su vo- luntad habia prevalecido contra la de los frailes. Cito estos hechos poco importantes en sí mis- mos, por que hacen conocer el régimen interior de las misiones, el cual, no siempre es tan apa- cible como en Europa se supone. Bien á pesar nuestro, quiso absolutamente el misionero de Catuaro acompañai^nos á Cariaco, 106 LIBRO II. cuyo camino nos pareció en extremo largo, por- que en todo él no pudimos huir de las conver- saciones, sobre la necesidad del tráfico de ne- gros , la malicia de estos, y los ventajas que saca está raza de su estado de servidumbre entre los cristianos. El camino que llevamos por medio la selva de Catuaro se parece á la bajada de la mon- taña de Santa Maria; saliendo del bosque se en- cuentra la colina de Buenavista, la cual es digna del nombre que lleva, pues desde ella se descu- bre la ciudad de Cariaco en medio de una vasta llanura llena de plantaciones, de cabanas y de grupos esparcidos de cocoteros ; al oeste de Ca- riaco se extiende el golfo, separado del Océano por una muralla de rocas ; en fin hacia el este se descubren á manera de nubes azuladas las altas montañas de Paria y la sierra de Areo : el todo forma una de las vistas mas hermosas y di- latadas que se puedan ver en las costas de la Nueva Andalucía. En la ciudad de Cariaco hallamos una gran parte de los' habitantes tendidos en sus hamacas, enfermos de calenturas intermitentes. Es difícil hallar, bajo la zona tórrida , una gran fertilidad CAPÍTULO VIII. JO^ en el suelo, lluvias frecuentes y prolongadas, y un lujo excesivo en la vegetación, sin que estas ventajas sean contrapesadas por un clima mas ó menos funesto á la salud de los blancos. Bajando de la sierra de Meapire que forma el istmo entre las llanuras de San Bonifacio y de Cariaco, se halla al este el gran lago de Puta- cuao , que se comunica con el rio Areo y tiene cuatro á cinco leguas de diámetro : los terrenos montuosos que le rodean son solamente cono- cidos por los indígenos ; en ellos se encuentran los grandes Boas que los indios chaimas desi- gnan con el nombre de Guainas y á los cuales atribuyen fabulosamente un aguijón en la cola. En la misma sierra se halla un terreno hueco que durante los grandes terremotos de 1766, ha arrojado asfalto envuelto en petrole viscoso; mas adelante brotan en el suelo una infinidad de fuentes termales hidro-sulfurosas ; en fin se llega á los bordes del lago de Campoma , cuyas emanaciones contribuyen á hacer mal sano el clima de Cariaco. Los naturales piensan que el terreno hueco está formado por la sumersión de las aguas calientes, y á juzgar por el sonido que 108 LIBRO II. se oye debajo de los pies de los caballos se debe creer que las cavidades subterráneas se prolon- gan del oeste al este hasta Casanay sobre una dis- tancia de tres á cuatro mil toesas. En el valle de Cariaco se forman los miasmas como en la campaña de Roma ; pero el ardor del clima de los trópicos acrecienta su energía perniciosa : estos miasmas son probablemente combinaciones ternarias ó cuaternarias de azote, fósforo, hidrógeno, carbonate y azufre. Las fami- lias enteras de negros libres , que tienen sus pe- queñas plantaciones en la costa septentrional del golfo de Cariaco , se sepultan en sus hamacas desde la entrada del invierno. Estas fiebres to- man el carácter de remitentes y perniciosas , si el enfermo, extenuado por un largo trabajo ó fuerte transpiración, se expone á las lluvias finas que caen con frecuencia al anochecer; sin em- bargo, los hombres de color y sobre todo los ne- gros criollos, resisten mas que toda otra raza á las influencias del clima. Se medicina á los pa- cientes con limonadas , infusiones del Scoparia dulcis , y rara vez con el Cuspare que es la quina del Angostura. CAPITULO VIH. 109 A dichas causas locales se agregan otras me- nos problemáticas. Las orillas vecinas del mar están cubiertas de mangles de Avicennia y de otros árboles de corteza astringente : todos los habitantes de los trópicos conocen las exhala- ciones perniciosas de estos vegetales y se les teme mucho mas, cuando sus raices y pié no están continuamente debajo del agua sino alter- nativamente mojados ó expuestos al ardor del sol. Los mangles producen miasmas porque con- tienen, como lo he manifestado en otra parte', materia vegeto-animal, combinada con tannin. * Los criollos comprenden los dos géneros de rizofora y avicennia bajo el nombre de mangles distinguiéndolos por los adjetivos colorado y prieto : he aquí el catálogo de las plantas sociales que cubren aquellas playas arenosas del li- toral, y que caracterizan la vegetación de Cumaná y del golfo de Cariaco: rizofora mangle, avicennia nítida, gom- phrena /Za2;a, G.brachiata, sesuvium portulacastrum [vidrio), talinum caspidatam [vicho], T. cumanense, Portaluca pilosa {sargoso), P. lanuginosa, illecebrum maritimum, atriplex cristata, heliotropium viride, H. latifolium, verbena cunéala, MoUugo verticillata , Euphorbia marítima y convolvulus ca-r inanensis. 1 lO LIBRO 11. La ciudad de Cariaco ha sido en otro tiempo saqueada varias veces por los caribes : su pobla- ción ha aumentado mucho desde que las auto- ridades provinciales, á pesar de las órdenes de Madrid, han favorecido el comercio con las co- lonias extranjeras, y en 1800 contaba mas de 6000 almas. Los habitantes trabajan con mucho celo en el cultivo del algodón, que es de muy buena calidad , y cuyo producto excede de diez mil quintales. ^ El cultivo del cacaotero ha dis- minuido mucho en estos últimos tiempos : este árbol precioso no produce sino al cabo de ocho ó diez años; su fruto se conserva mal en los al- macenes y se pica al cabo de un año á pesar de todas las precauciones que se emplean en secarlo, cuyo perjuicio es muy considerable para el co- lono. Según el capricho de un ministro y la re- sistencia mas ó menos enérgica de los goberna- La exportación del algodón se elevaba en 1800, en las dos provincias de Cumaná y de Barcelona, á 18,000 quin- tales, de los cuales, solo el puerto de Cariaco producía seis á siete mil; en 1792, la exportación no era mas de Sgoo : el precio medio del quintal es de ocho á diez pesos. CAPITULO VIH. 1 1 1 dores, es el comercio con los neutrales en aque- llas costas, prohibido enteramente ó permitido bajo ciertas restricciones; por consiguiente, los pedidos de un mismo artículo y el precio que se regla por la frecuencia de estos pedidos, su- fren las mas repentinas variaciones : el colono no puede aprovecharse de ellas porque el cacao no se conserva en los almacenes; y asi es que los troncos viejos de cacaoteros que regular- mente no viven mas de unos cuarenta años, no han sido reemplazados. En 1792, todavía se con- taban 254,000 en el valle de Cariaco y en las orillas del golfo ; mas hoy se prefieren otros ra- mos de cultura, que produzcan desde el primer año y cuyo fruto menos tardío sea de mejor con- servación. Tales son el algodón y el azúcar que no estando sujetos á la corrupción, pueden con- servarse para sacar partido de la fluctuación de precios. Solamente en lo interior de la provincia al este de la sierra de Meapire , en un pais inculto que se extiende desde Campano por el valle de San Bonifacio hacia el golfo de Paria, se ven nacer nuevas plantaciones de cacaoteros. Treinta mil 1 12 LIBRO ir. pies aseguran la existencia y comodidad á una familia durante generación y media. Si el cultivo del algodón y del café, han hecho disminuir el del cacao en la provincia de Caracas y en el pe- queño valle de Cariaco, es necesario convenir que este último ramo de industria colonial ha aumentado en general, en lo interior de las provincias de Nueva-Barcelona y de Cumaná. Solo la Nueva-Andalucía ha producido en 1799 de diez y ocho á veinte mil fanegas de cacao ( á cuarenta pesos fuertes la fanega, en tiempo de paz), de las cuales cinco mil eran exportadas de contrabando á la isla de la Trinidad ^. El cacao de Cumaná es infinitamente superior al de Guayaquil : la mejor calidad se debe á los valles de San Bonifacio, asi como los mejores cacaos de * Los parages en que es mas abundante la cultura, son los valles (le Rio-Cari ves, Caiupano, Irapa, célebre por sus aguas termales, Chaguarama, Cumacalar, Caratar, Santa Rosalía, San Bonifacio, Rio Seco, Santa Isabel, y Patucu- tal. En 1792, todavía no se contaban en todo este terreno mas de 428,000 cacaoteros; en 1799 había, según las noti- cias oflciales que me he procurado, cerca de millón y media La fanega de cacao pesa 110 libras. CAPÍTULO VIII. I l3 la Nueva Barcelona, de Caracas y de Goatemala son los de Capiriqual, de üritucu y de Socor nusco. Como todavía no estábamos bien aclimalados, los mismos colonos á quienes veníamos reco- mendados nos instaban á marchar de Cariaco. En esta ciudad encontramos muchas personas, que por sus modales desembarazados, por su extensión de ideas, y aun debo añadir, por una conocida predilección por los gobiernos de los Estados unidos , anunciaban haber tenido fre- cuentes relaciones con el extrangero. Allí fué donde , por la primera vez , oimos en aquellos climas, pronunciar con entusiasmo los nombres Je Franklin y de Washington, mezclándose á estas expresiones las quejas sobre el estado actual de la Nueva Andalucía , la enumeración á veces exage- rada de sus riquezas naturales, y los votos mas ardientes é inquietos por un porvenir mas di- choso. Esta disposición de los ánimos debia sor- prender á un viagero que acababa de presenciar las grandes agitaciones de Europa; sin embargo no anunciaba todavía nada de hostil ni de violen- to, ninguna dirección determinada, y solo existía u. 8 1 l4 LIBRO II. aquella especie de flucluacion en las ideas y las expresiones, que caracteriza, tanto entre los jDueblos como en los individuos, un estado de semi-cultura y un desarrollo prematuro de la civilización. Desde que la isla de la Trinidad ha venido á ser colonia inglesa toda la extremidad oriental de la provincia de Cumaná, sobre todo la costa y golfo de Paría, ha cambiado de as- pecto; se han establecido extrangeros que han introducido la cultura del café, del algodón y de la caña dulce de Otaheiti : ha aumentado en extremo la población en Campano, en el her- moso valle de Rio-Caribe, en Guire y en el nuevo lugar de Punta de Piedra, situado enfrente del puerto de España de la Trinidad. El terreno es tan fértil en el golfo triste, que el maiz da dos cosechas al año y produce 38o veces la semilla. ^ Embarcámonos muy de madrugada, con la esperanza de hacer en un dia la travesía del golfo de Cariaco ) pues que no hay sino doce leguas marinas desde el embarcadero hasta Cumaná. ^ Un almuda da, en el golfo triste 3a fanegas, y en Cariaco 25. CAPÍTULO VIII. I 1 5 Los Flamingos, Jas Garzotas, y los Cormoranos, surcaban el aire en busca de la costa ; el Alca- tras, especie de gran pelicano, continuaba solo apaciblemente su pesca en medio del golfo. Tiene este, casi por todas partes, 45 á 5o brazas de profundidad; mas á su extremidad oriental, cerca de Curaguaca sobre una extensión de cinco leguas, la sonda no indica mas de tres á cuatro brazas. Atravesamos la parte del golfo donde bro- tan, del fondo del mar, fuentes de agua caliente: la existencia de estos manantiales calientes es un fenómeno bien singular, ' pues que elevan la temperatura del mar, sobre una extensión de diez á doce mil toesas cuadradas. Al dirijirse desde el promontorio de Paría hacia el oeste, por Trapa, Aguas calientes, el golfo de Cariaco, el Bergantín, y los valles de Aragua, hasta las montañas nevadas de Mérida, se encuentra sobre '■ En la isla de la Guadalupe hay una fuente de agua hir- biendo que brota en la playa. Lescalier, en eljourn. dePliys.y t. LXVII, p. 379. En el golfo de Ñapóles y cerca de la isla de Palma, en el archipiélago de las Canarias, salen tainbifn manantiales de agua caliente del fondo del mar. 1 iG LIBRO III. una línea de mas de 1 5o leguas de longitud una banda continua de aguas termales. El cocotero que en el resto de la América , no se cultiva sino al rededor de las plantaciones para comer su fruto, forma en el golfo de Ca- riaco verdaderas plantaciones. Se habla en Cumaná de una hacienda de cocos como de una hacienda de caña ó de cacao. En un ter- reno húmedo y fértil comienza á dar fruto abundante al cuarto año; pero en los terrenos áridos, no se obtiene la cosecha sino al cabo de diez años : la duración del árbol no pasa de ochenta á cien años , á cuya edad su altura media es de setenta á ochenta pies. En el dicho golfo hay haciendas de ocho á nueve mil coco- teros ; las cuales recuerdan, por su aspecto pin- toresco , las bellas plantaciones de palmas dati- leras de Elche en Murcia , donde se hallan mas de 70,000 palmeras reunidas sobre una legua cuadra. El cocotero no continua dando su fruto en abundancia sino hasta la edad de treinta ó cua- renta años. En la ciudad de Cumaná se fabrica una gran cantidad de aceite de cocos, limpio, sin olor y muy propio para el alumbrado , y es CAPÍTULO VIII. 1 17 tan activo el comercio de este aceite, como lo es los costas del África el del aceite de palma. Yimos en Cumaaá llegar lanchas cargadas con tres mil frutos de coco : un árbol en buen estado da un producto de dos pesos y medio al año. La costa meridional del golfo , adornada por una rica vegetación ofrece el aspecto mas agra- dable , mas la costa septentrional está desnuda , pedregosa y árida. A pesar de tal aridez y de la falta de lluvias que se sufre algunas veces durante quince meses, la península de Araga (semejante al desierto de Ganound en la India), produce patillas ó melones de agua que pesan 5o y 70 libras. Los vapores que contiene el aire en la zona tórrida forman cerca de los 7^5 de la cantidad necesaria á su saturación , y la vege- tación se sostiene por la admirable propiedad de las hojas de absorber el agua disuelta en la atmósfera. Pasamos una noche bastante ^lala en una piragua estrecha y muy cargada y llegamos á las tres de la mañana á la embocadura del rio Manzanares. Como estábamos acostumbrados hacia muchas semanas á ver un cielo borras- 1 l8 LIBRO !1. COSO , y ai aspecto de las montañas y de las selvas, nos sorprendió mucho la pureza del aire, la des- nudez del suelo y la masa de luz reflectada, que caracterizan el sitio de Cumaná. Al nacer el sol, vimos los buitres tamuros [vultur aura) col- gados en los cocoteros en bandas de 4o á 5o : estas aves se colocan en hileras para dormir juntos á la manera de los gallináceas , siendo tal su pereza , que se acuestan mucho antes que el sol se ponga, y no se despiertan hasta que el disco del astro está sobre el horizonte. CAPÍTULO IX. Constitución l'isica y costumbres de los Chaimas. — Sus lenguas. — Filiación de los pueblos que habitan la Nueva- Andalucia. — Pariagotes vistos por Colon. La parte nordeste de la América equinoccial , la Tierra Firme, y las orillas del Orinoco, se pa- recen, en cuanto á la multitud de pueblos que las habitan , á las gargantas del Caucaso , á las montañas del Hinduko á la extremidad del Asia, mas allá de los Tunguses, y de los Tártaros es- tacionados en la embocadura del Lena. Al princi- pio de la conquista del Nuevo Mundo, no se halla- ban los indígenos reunidos engrandes sociedades, á no ser en las faldas d elas cordil leras y en las costas opuestas al Asia. Las llanuras cubiertas de selvas, y cortadas por los rios, y las sábanas inmensas que se extienden hacia el este y limitan el hori- zonte, ofrecian ala vista del espectador, hordas I20 LIBRO III. Ó pueblos errantes, separados por la diferencia de lenguage , de costumbres , y esparcidos como los despojos de un naufragio. Los naturales ó habitantes primitivos forman todavía en el pais, cuyas montañas acabamos de recorrer, en las dos provincias de Guuianá y Nueva Barcelona, cerca de la mitad de su débil populación , la cual se puede evaluar á 6o,ooo almas de las que 24,000 habitan la Nueva Anda- lucía. Este número no deja de ser considerable comparado con el de los pueblos cazadores de la América septentrional; mas parece pequeño si se consideran aquellas partes de la Nueva Es- paña, donde existe la agricultura ha ya mas de ocho siglos, como por ejemplo la intendencia de Caxaca, que contiene la Mixteca y la Tzapo- teca del antiguo imperio mejicano. Esta inten- dencia es un tercio mas chica que las dos pro- vincias reunidas de Cumaná y Barcelona , y sin embargo contiene mas de 4oo,ooo Indios de raza bronceada pura: los de Cumaná no viven reuni- dos todos en las misiones, sího que se hallan tam- bién dispersos en las inmediaciones de las ciuda- des, en lo largo de las costas donde los crtrae lapes- CAPITULO IX. 12 1 ca, y hasta en las pequeñas haciendas de los llanos ó sábanas. Solamente las misiones de los capu- chinos Aragoneses , encierran i5,ooo Indios casi todos de la raza de chaimas. Su población media no es mas que de cinco á seis cientos Indios, mientras que hacia el oeste en las misiones de los franciscanos de Piritú, se hallan aldeas de Indios de dos ó tres mil habitantes. Evaluando á 60,000 el número de indígenos de las provincias de Cumaná y Barcelona, no he contado sino los que habitan la Tierra Firme, y no los guaiquerios de la isla de la Margarita, ni la gran masa de Guárannos que han conser- vado su independencia en las islas formadas por el Delta y el Orinoco : se eslima generalmente el número de estos á seis ú ocho mil, pero esta evaluación me parece exagerada. A excepción de las familias guaraunas que de tiempo en tiempo vagan en los Morichales ó terrenos pantanosos y cubiertos de palmera moriche, entre el caño de Manamo y el rio Guarapiche, no hay otros Indios salvages en la Nueva Andalucía , desde mas de treinta años á esta parte. Me sirvo , aunque con pena , de la palabra 122 LIBro II. salvagej porque indica entre el Indio reducido que vive en las misiones y el Indio libre ó inde- pendiente, una diferencia de cultura que á veces se desmiente en la observación. En los bosques de la América meridional, existen tribus indí- genas que pacíficamente reunidas en aldeas , obedecen á sus gefes ' , cultivan el banano , el yuca y el algodón en un terreno bastante dila- tado , y emplean este último en fabricar hama- cas : no son mucho mas bárbaros que los Indios desnudos de las misiones á los cuales han ense- ñado á hacer la señal de la cruz. Es un error muy extendido en Europa , el de mirar á todos los Indios no reducidos, como errantes y caza- dores : la agricultura existia en la Tierra Firme mucho antes de la llegada de los europeos y existe todavía entre el Orinoco y el Amazona en los claros de las selvas donde jamas han pene- trado los misioneros; lo único que se debe al régimen de estos , es haber aumentado el apego á la propiedad y haciendas , la estabilidad de las habitaciones , y el gusto por una vida mas apa- ' Estos gefes selhman Pee anat i, Apodo, b Sibierene. CAPÍTULO IX, 123 cible ; mas estos progresos son muy lentos y á veces insensibles á causa del aislamiento absoluto en que se deja álos Indios; y seria concebir ideas falsas sobre el estado actual de los pueblos de la América meridional, si se tomasen como sinóni- mas las denominaciones de cristianoSj, reducidos, y civilizados, y la de paganos, salvages é independien- est. El indio reducido es algunas veces tan poco cristiano, como el indio independiente es idó- latra; uno y otro ocupados en las necesidades del momento muestran una manifiesta indife- rencia por las opiniones religiosas y una tenden- cia secreta hacia el culto de la naturaleza y de sus fuerzas. Este culto pertenece á la primera edad de los pueblos ; excluye los ídolos y no conoce otros templos que las grutas, los valles y los bosques. En mi obra sobre Méjico he probado , cuan equivocadamente se ha supuesto como un he- cho general, la disminución y destrucción de los indios en las colonias españolas ; todavía existen en las dos Américas mas de seis millones de raza bronceada, y aunque se hayan disuelto ó con- fundido una cantidad de tribus y de lenguas, no 124 LIBRO III. se podría dudar, sin embargo, que el número de indios ha aumentado considerablemente en- tre los trópicos, en aquella parte del Nuevo Mundo donde no habia penetrado la civilización hasta Cristóbal Colomb. Dos aldeas de Caribes en las misiones de Piritu ó de Carony, contienen mas familias que cuatro ó cinco poblaciones del Orinoco : el estado de la vida social de los ca- ribes que han conservado su independencia en el sud de las montañas de Pacaraimo prueba sufi- cientemente qu€ la populación de las misiones es superior á la de los caribes libres y confede- rados. Bajo la zona templada, sea en las provincias internas de Méjico, sea en el Kentucky, es fu- nesto á los indígenos el contacto con los colonos europeos porque este contacto es demasiado in- mediato. Estas causas no existen en la mayor parte de la América meridional ; la agricultura , bajo los trópicos , no exige terrenos muy dila- tados, por consiguiente los blancos adelantan lentamente. Las misiones han usurpado á los in dígenos su libertad , es verdad ; pero han sido útiles por todas partes al aumento de la popula- CAPÍTULO IX. 125 cion , incompatible con la vida inquieta de los Indios independientes. Les colonos blancos in- vaden por su parte el territorio de las misiones, y después de una lucha desigual , los misione- ros van siendo remplazados por curas párrocos : los blancos y las castas mestizas , favorecidos por los corregidores, se establecen en medio de los Indios ; las misiones se convierten en aldeas es- pañolas , y los indígenos pierden hasta la memo- ria de su idioma nacional. Tal es la marcha de la civilización de las costas al interior, lenta y embarazada por las pasiones de los hombres , pero segura y uniforme. Las provincias de la Nueva Andalucía y de Bar- celona, comprendidas bajo el nombre de go- bierno de Cumaná ofrecen en su actual popula- ción , mas de catorce tribus ; las de la Nueva Andalucía son: los Chaimas, Guaiquerios, Pario- gotos, Quaquas, Aruacas, Caribes y Guaraunios; en la provincia de Barcelona están las de los Cu- managotes. Palenques, Caribes, Piritus, Tomu- zas, Topocuares, Chacopatas, y Guarives. De estas catorce tribus , nueve ó diez se miran en- tre sí como de raza enteramente diferente. Se 126 LIBRO 11. . ignora el número exacto de los Guárannos que hacen sus cabanas debajo de los árboles á la em- bocadura del Orinoco ; el de los Guaiquerios en el arrabal de Cumaná y en la peninsula de Araya se eleva á dos mil : entre las otras tribus Indias de las montañas de Caripe , las mas numerosas son las de los chaimas de las montañas de Ca- ripe, los caribes de las sábanas meridionales de INueva Barcelona, y los Cumanagotos en las mi- siones de Piritú. Algunas familias de Guáranos han sido reducidas en misión , en la orilla iz- quierda del Orinoco donde comienza á formarse el Delta. Las lenguas de los Guárannos, Caribes, Cumanagotos y Chaimas son las mas conocidas. Deben considerarse como pueblos diferentes los Chaimas, los Guárannos, los Caribes, los Qua- quas, los Aruacas ó Arawaques, y los Cumana- gotos; lo que no podríamos afirmar en cuanto á los Guaiquerios, Pariagotos, Piritus, Tomuzas y Chacopatas. Los Guaiquerios convienen ellos mismos en la analogía de su lengua con la de los Guárannos; unos y otros son de una raza li- toral como los Malayes del antiguo continente. Tal es el contraste entre los dos continentes , que CAPITULO IX. 1 27 en el nuevo se observa una admirable variedad de lenguas entre naciones que son de un mismo origen, y que apenas distingue el viagero Euro- peo , mientras que en el antiguo continente , las razas muy distintas hablan lenguas, cuya raiz y mecanismo ofrecen la mayor analogía; como los Lapones, Finnanos y Esthonianos, los pueblos ger- manos y los Indoux, los Persas y la Kurdas, las tribus tártaras y las mogoles. Los indios de las misiones americanas son to- dos agricultores, y cultivan las mismas plantas, á excepción de los que habitan las altas monta- ñas; sus cabanas están colocadas por el mismo orden; la distribución de sus jornadas, sus tra- bajos en el conuco del común , sus relaciones con el misionero y los magistrados elegidos en su seno, todo está sometido á reglas uniformes; sin embargo, una analogía tan grande de posi- ción no ha sido suficiente para borrar aquellas facciones particulares que distinguen las dife- rentes poblaciones americanas. Se observa en los hombres bronceados una inflexibilidad mo- ral , una perseverancia constante en las cos- tumbres é inclinaciones, que modificadas en 128 LIBRO III. cada tribu caracterizan esencialmente la raza entera : estas disposiciones se encuentran bajo todos los climas desde el ecuador hasta la bahía de Hudson y al estrecho de Magallanes; dependen de la organización física de los naturales , pero las favorece poderosamente el régimen monacal. Generalmente los religiosos han reunido na- ciones enteras ó grandes porciones de una misma nación en aldeas inmediatas una de otra : los naturales no ven sino á los de su tribu , pues la soledad y la incomunicación son el objeto prin- cipal de la política de los misioneros. El Chaima , el Caribe y el Tamanaque reducidos conservan tanto mas su fisonomía nacional , cuanto mas han conservado su lengua. Los misioneros han podido impedir á los Indios la continuación de ciertas prácticas ; pero ha sido mas fácil proscri- bir habitudes y borrar recuerdos, que substituir nuevas ideas á las antiguas. El Indio de las misiones está mas seguro de su subsistencia, lleva una vida mas monótona, menos activa y menos propia á dar energía al alma, que el Indio salvage ó independiente ; tiene la dulzura de carácter que produce el amor al CAPÍTULO iX. 129 reposo , mas no la que nace de la sensibilidad y de las emociones del alma , y todas sus acciones parecen motivadas por la necesidad del mo- mento : taciturno , grave , rencontrado en sí mismo , manifiesta continuamente un aire mis- terioso. Cuando uno ha vivido poco tiempo en las misiones y que no está familiarizado todavía con el aspecto de los indígenos, tomaría la indolen- cia y torpeza de sus facultades por la expresión de la melancolía y una inclinación á la meditación. Comenzaré por la nación de los Chaimas, de los cuales mas de quince mil habitan las misio- nes que acabamos de describir; ocupa aquella lo largo de las montañas del Collocar y del Guácharo , las orillas del Guarapiche , del rio Colorado, del Areo , y del caño de Caripe, te- niendo al oeste los Cumanagotos , los Guárannos al este, y los Caribes al sud. Según una nota esta- dística hecha con mucho cuidado por el P. Pre- fecto, se contaban en 1792 , en las misiones de los capuchinos aragoneses de Cumana. Diez y nueve aldeas de misiones, la mas anti- gua de 1728; que contenían 1 465 familias y en II. [) )3o LIBRO III. ellas 6^ ^33 habitante» Diez y seis lugares de doctrina, el mas antiguo de 1660; con 1766 familias que encerraban 8,170 Total i4,6o3 Estas misiones han sufrido mucho en 1681, 1697 y '7^^' P*^"^ ^^* invasiones de los Caribes independientes entonces, que quemaban los pueblos enteros. Desde lySo, hasta iySG, ha retrogradado la población por los estragos de la viruela siempre mas funesta para la raza bron- ceada que para los blancos : muchos Guárannos se huyeron por volver á sus pantanos , y quedaron desiertas catorce misiones que después no se han podido restablecer. Los Chaimas son generalmente de una talla muy baja ; la estatura media de uno de ellos es cuatro pies diez pulgadas ; rechoncho y reco- gido, las espaldas muy anchas , el pecho hun- dido , y todos los miembros redondos y carnosos; su color es el mismo que el de toda la raza ame- ricana desde las alturas heladas de Quito y de la Nueva Granada hasta las abrasadas llanuras del Amazona : la variedad de climas no le altera, CAPITULO IX. 1 7) i pues procede de ciertas disposiciones orgánicas que desde muchos siglos se propagan inaltera- blemente de generación en generación. La ex- presión de la fisonomía del Cliaima es algún tanto grave y sombría, aunque sin dureza ni aridez; tiene la frente chica y poco saliente y los ojos negros hundidos y muy estirados. Así como la mayor parte de las naciones indígenas que yo he visto, tienen los Chaimas las manos pequeñas, los pies grandes, en cuyos dedos tie- nen una extraordinaria mobilidad. Todos tienen un aire de familia, y esta analogía observada varias veces por los viageros , choca particular- mente en razón de que , entre los veinte y los cincuenta años , no se anuncia la edad por las arrugas de la piel , por el color de los cabellos ni por la decrepitud del cuerpo. Al entrar en una cabana, apenas se acierta á distinguir entre las personas adultas , el padre del hijo , ni una generación de la otra. Bajo el régimen de los frailes, las pasiones violentas como el odio y la cólera agitan mucho menos al Indio que cuando vive en las selvas. Si el hombre salvage se entrega á movimientos l32 LIBRO III. impetuosos, su íisoiiomía , hasta entonces apa- cible é inmobil , pasa repentinamente á las con- torsiones mas convulsivas; su enojo es tanto mas pasagero cuanto mas violento; pero en el indio de las misiones, según ya he observado en el Orinoco , la cólera es menos violenta , menos franca y mucho mas prolongada. Tanto los Chaimas como todos los pueblos medio salvages que habitan las regiones exce- sivamente cálidas tienen una aversión declarada por los vestidos. Los historiadores déla media edad nos anuncian que en el norte de la Europa han contribuidomuchoálaconversion délos paganos, las camisas y calzones distribuidos por los misio- neros; bajo la zona tórrida al contrario, los indíge- nos tenían vergüenza, según decían, de verse vestidos, y se huian á los bosques cuando se les obligaba demasiado pronto á renunciar á su des- nudez. A pesar de las reprehensiones de los frailes, todos los Chaimas, tanto hombres como mugeres, están desnudos en lo interior desús casas ; cuando salen por el pueblo llevan una especie de túnica de lela de algodón que apenas llega hasta la ro- dilla. Al encontrarlos fuera de la misión los CAPÍTULO IX. I 55 veíamos, sobre todo en tiempo de lluvia, des- pojados de su camisa, la que llevaban rollada debajo del brazo , queriendo mas recibir la lluvia sobre el cuerpo desnudo que mojar su vestido; las mugeres viejas se ocultaban detras de los árboles dando grandes risotadas cuando nos veian pasar. Los misioneros se quejan de que los sentimientos de decencia y de pudor no estén mas pronun- ciados en las muchachas jóvenes que entre los hombres. Algunas veces se casan las mozas á la edad de doce años, y hasta la de nueve, las permiten los misioneros ir desnudas, es decir sin túnica, á la iglesia. No es necesario recordar que tanto entre los Chaimas, como en todas las misiones es- pañolas y aldeas de los Indios que hemos recor- rido , un calzón , unos zapatos ó un sombrero , son objetos de lujo desconocidos álos naturales. Las mugeres Chaimas no son bonitas según la idea que atribuimos á la hermosura; sin embargo las jóvenes doncellas tienen un mirar dulce y triste que contrasta agradablemente con la ex- presión un poco dura y salvage de su boca; llevan los cabellos recogidos en dos largas trenzas; no 1.^4 LIBRO III. se pintan la piel ni conocen otros adornos en su extrema pobreza que algunos collares y brazaletes formados de conchas, granos y huesos de ave. Hombres y mugeres tienen el cuerpo muy musculoso, pero carnoso y de formas abul- tadas. Es superfluo añadir que no he visto nin- gún individuo que tenga una deformidad natural; y lo mismo diré de tantos millares de Caribes, Muiscas , Indios mejicanos y peruanos que hemos visto durante quince años. Los Chaimas , así que los Tonguses y otros pueblos de raza mongola , no tienen casi barba, y se arrancan los pocos pelos que les salen ; mas cuando en vez de arrancárselos prueban á afei- tarse con frecuencia , entonces les crece la barba; cuya experiencia hemos visto en algunos Jóvenes Indios que ayudaban á misa en el convento y que deseaban parecerse á los padres capuchinos sus misioneros y señores. La gran masa conserva tanta antipatía por la barba como los orientales la tienen en estima. La vida de los Chaimas es de la mayor uni- formidad ; se acuestan puntualmente á las siete de la tarde, y se levantan mucho antes del dia C\PÍTlLO IX. l35 á las cuatro y media de la mañana : todos tienen un fuego cerca de su hamaca , y la mujeres son tan friolentas que yo las he visto tiritar en la iglesia cuando el termómetro centigrado no ba- jaba de 1 8°. Lo interior de Jas cabanas de los Indios está extremamente aseado: sus hamacas, sus esteras, sus vasijas para contener el yuca, ó el maiz fermentado , sus arcos y sus flechas , todo está colocado con el mayor orden : hombres y mugeres se bañan todos los dias, y como están casi continuamente desnudos , no se encuentra en ellos aquella comezón causada principalmente por los vestidos entre el pueblo bajo en los países frios. Los niños mas jóvenes dejan algunas veces á sus padres por irse á vagar cuatro ó cinco dias á las selvas donde se alimentan con frutos , col palmista, y varias raices; y viajando por las mi- siones no es raro encontrar los lugares casi de- siertos, porque los habitantes están en los jar- dines o al monte. El estado de las mugeres entre los Chaimas es como en todos los pueblos semi-bárbaros , un estado de privaciones y sufrimientos : á ellas tocan los trabajos mas duros y penosos. Cuando I 36 LIBRO III. veiamos á los Chaimas por las tardes venir de sus jardines, los hombres no traian mas que su machete con el cual se abren camino entre la ma- leza, mientras que las mugeres venian encor- vadas bajo una gran carga de bananos, con un niño en los brazos y á veces dos mas en lo alto de la carga. Sin embargo de esta desigualdad de condición , me han parecido mas dichosas las mugeres de la América meridional , que las de los salvages del norte. Entre los montes AUe- ganis y el Misisipi y por todas partes donde los indígenos viven de la caza , las mugeres son las que cultivan el maiz , las habas y las calabazas , sin que los hombres tomen ninguna parte en la agricultura; mas en la zona tórrida son muy raros los pueblos cazadores y en las misiones tra- bajan los hombres en el campo como las mugeres. No es posible explicar la dificultad con que aprenden los Indios el español ; pero lo que mas me ha admirado no solo entre los Chaimas, si- no en todas los misiones que hemos visitado , es la dificultad que experimentan en coordinar y exprimir en español las ideas mas simples , aun cuando conciban perfectamente el valor CAPÍTULO IX. 13^ de las voces y el sentido de las frases. Tienen también una grande dificultad en comprender todo lo que tiene relaciones numéricas ; yo no he hallado uno á quien se pudiese hacerle decir que tenia 18 ó 6o años, y lo mismo ha observado M. Marsden con los Malayos de Sumatra á pesar de que llevan mas de cinco siglos de civilización. La lengua chaima con- tiene palabras que exprimen números muy grandes , pero pocos son los que saben em- plearlos , y como por su trato con los misioneros han sentido la necesidad de contar, los mas in- teligentes lo hacen en castellano hasta el treinta ó á lo mas el cincuenta, con un aire que anuncia el grande esfuerzo de su espíritu; y aun estos mismos no cuentan en lengua chaima pasado del cinco ó el seis. La lengua de los Chaimas me ha parecido menos agradable al oido que el caribe, el salive y otros idiomas del Orinoco; aquella sobretodo, tiene menos terminaciones sonoras y vocales acentuadas. Se repiten con la mayor frecuencia las sílabas guaZj ez , ■pu.ec , y puro; luego ve- remos que estas terminaciones derivan en parte de la inflexión del verbo ser^ y de ciertas pre- l58 LIBRO Ilí. posiciones que se ponen al fin de las voces , y que forman cuerpo con ellas , según el genio de los idiomas americanos. Las tres lenguas mas extendidas en las pro- vincias de Cumaná y Barcelona, son en el dia el chaima , el cumaiiagoto y el caribe , las cuales siempre han sido consideradas como idiomas diferentes ; cada una tiene su diccionario para el uso de las misiones por los padres Tauste , Piiiiz Blanco, y Bretón. El Vocabulario y arte de la lengua de los Indios chaimas, es ya muy raro, y los pocos ejemplares de gramáticas ame- ricanas , impresas la mayor parte en el siglo diez y siele , han pasado á las misiones y se han ex- traviado en los bosques. La humedad del aire y la voracidad de los in- sectos ( 1 ) , im piden casi enteramente la conserva- ción de los libros en aquellas regiones abrasadas, y á pesar de las precauciones que se emplean, se encuentran destruidos en muy poco tiempo. Con mucha pena , pude reunir en las misiones y con- ventos las gramáticas de lenguas americanas que, ^ Las Termitas tan conocidas, llamadas en la América española comegen. CAPITULO IX. l39 luego después de mi regreso á Europa, he puesto en manos de M. Severin Vater, profesor y bi- bliotecario de la universidad de Koenigsberg , las cuales le han suministrado materiales muy útiles para la soberbia obra que ha compuesto sobre los idiomas del Nuevo Mundo. Como ni el padre Gili ni el abate Hervas , han hecho mención de la lengua chaima, voy á exponer sucintamente el resultado de mis investigaciones. En la orilla derecha del Orinoco al sudeste de la misión de la Encamarada á mas de cien leguas de distancia de los Chaimas , están los Tama- nacus, cuya lengua se divide en muchas dialéc- ticas : esta nación poderosa en olro tiempo , está hoy reducida á un corto número ; está separada de las montañas de Caripe por el Orinoco por las vastas llanuras de Caracas y Cumaná, y lo que es mas, por los pueblos de origen caribe. A pesar pues , de lodos estos obstáculos se reco- noce examinando la lengua de los Chaimas, que es una rama de la tamanaca. Los misioneros mas antiguos de Caripe no tienen ningún conoci- miento de este curioso resultado , porque los capuchinos aragoneses no frecuentan las orillas l/|0 LIBRO 111. meridionales del Orinoco , y casi ignoran la exis- tencia de los Tamanacus. Sin conocer los Chaimas el abate Gili, habia presentido que la lengua de los habitantes de Paria debia tener relación con la tamanaca ; lo que probaré por los dos medios que pueden hacer conocer la analogía de los idiomas, es decir , por la construcción gramatical y por la identidad de las palabras ó de las raices. CHAIMA. Ure, yo Tuna, agua Conopo, lluvia Poturu, saber jipoto, fuego Nuna, luna, mes le, árbol Ata, casa Euya, á tí Toya, á él Guane, miel Nacaramayre, ello ha dicho. Piache, médico, brujo .... Tibin, uno u4co, dos Oroa, tres Pun, carne Pra , no (negación) TAMANACÜ. Ure. Tuna. Canepo. PuLuro. U-npto (en caribe) uato. Nuna. leje. Aute. Auya, Iteuya. Uane. Nacaramai. Psiache. Obin (en iaoi , texvin). Oco (en caribe, occo). Orua (en caribe, oroa). Punu. Pra. capítulo IX. i4i El verbo susbtantivo ser se exprime en chaima por az; y añadiendo al verbo el pronombre per- sonal yo fw de u-re) y se pone, por la eufonía, una g delante de la Uj como en guaz, yo soy , propiamente g-u-az. Asi como la primera per- sona se reconoce por una w, la segunda se dis- tingue por una m, y la tercera por una i : tu eres , maz; mtierepuec araquapemaz , porque estas triste, propiamente, estopor triste tu ser ; pun- puec topuchemaz , eres grueso de cuerpo, propia- mente, carne por gordo tu ser. Los pronombres posesivos preceden al sustantivo; upatay, en mi casa ; literalmente , mi casa en. Todas las prepo- siciones y la negación pra se incorporan al fin como en la lengua tamanaca. Dicen en chaima, ipuec, con él, y mas bien el con; euya, á ti, ó tiá; epuec cliarpe guaz, estoy alegre contigo ó tu con alegre mi ser ; quenpotapra (juoguaZj yo no lo co- nozco , ó conociéndolo yo no estoy. En tamanacu se dice acurivane, hermoso , y acurivanepra, feo, no hermoso; notopra, no hay pescado, ó pes- cado no; uteripipraj yo no quiero ir, ó yo ir querer nOj, de iterij, ir, ipiri, querer, y pra, no. El verbo substantivo ser, muy irregular en todas l4a LIBRO III. las lenguas, es az ó ats en chaimas ; y iioclúri (en las composiciones uac uatscka)^ en tamanacu. La colocación de las voces es semejante en chai- ma á la de todas las lenguas de los dos conti- nentes que han conservado un cierto aire de ju- ventud : se coloca el régimen antes del verbo, y este antes del pronombre personal. El objeto sobre el cual se fija principalmente la atención precede á todas las modificaciones de la propo- sición. Un Americano diria : libertad entera ama- mos nosotroSy en lugar de : nosotros amamos la libertad entera; tu con dichoso soy yo ; en vez de: yo soy dichoso contigo. No dejan de tener algo de firme, directo y demostrativo estas locuciones, cuya simplicidad aumenta por la ausencia del" articulo. La lengua chaima, como el tamanacu y la mayor parte de las Americanas, carece en- teramente de ciertas letras como de /", by y d. Cuando se considera la construcción particu- lar de las lenguas americanas, se cree reconocer el origen de aquella opinión muy antigua y ge- neralmente extendida en las misiones, de que las lenguas americanas tienen analogía con el hebreo y el bascuence. Tanto en el convento de Caripe CAPÍTULO IX. 145 como en él Orinoco, en Perú como en Méjico, he oído anunciar esta idea, y particularmente á reli- giosos que tenian algunas nociones del hebreo y del bascuence ¿Acaso motivos en que se cree in- teresar la religión, habrían hecho establecer una teoría tan extraordinaria? En el norte de la Amé- rica entre los Chactas y los Chicasas, algunos viageros un poco crédulos han oido cantar el allelujah i de los hebreos , así como, según dicen los PanditSj, las Ires palabras sagradas de los misterios de Eleusis , resuenan todavía en la india 2. Yo creo que el sistema gramatical de los idiomas americanos , ha fortificado á los misio- neros del siglo diez y seis, en sus ideas sobre el origen asiático de los pueblos del Nuevo Mundo. Hace fé de esto la fastidiosa compilación del P. Garcia , Tratado del origen de los Indios. La posición de los pronombres posesivos y persona- ^ Escarbot, Charlevoix y aun Adair {Hist. oftlie Ameri- can Indians. ^ Asiat. Res, t. V; Ouvaroff, sobre los misterios de Eleusis. l44 LIBKO III. les al fin del nombre y de los verbos, así que la mul- tiplicidad de los tiempos de estos, caracterizan el hebreo, y las demás lenguas semíticas : algu- nos misioneros se han sorprendido al encontrar las mismas matices en las lenguas americanas; pero ignoraban que la analogía de algunos ras- gos esparcidos no prueba que las lenguas perte- nezcan á un mismo origen. Los verbos chaimas y tamanacus tienen una enorme complicación de tiempos, dos presentes, cuatro pretéritos y tres futuros ; cuya abundan- cia caracteriza todas las lenguas mas groseras de la América. Estas son como una máquina com- plicada cuyo rodage está manifiesto ; se reconoce el artificio y el mecanismo industrioso de su construcción. Se las creería de un origen muy reciente , si no se considerase que el talento hu- mano sigue imperturbablemente una impulsión dada , que los pueblos acrecientan , perfección-^ nan ó reparan el edificio gramatical de sus len- guas, según un plan determinado; y en fin que hay paiseSj cuyo lenguage, instituciones y artes están como estereotipadas desde una serie de siglos. capítulo IX. 145 Las íntimas relaciones que se han formado después de la conquista entre los naturales y los Españoles han hecho pasar un cierto número de voces americanas á la lengua castellana ; al- gunas de ellas no exprimen cosas desconocidas antes de la descubierta del Níjevo Mundo, y ape- nas hoy se recuerda su origen bárbaro '. Casi todas pertenecen á la lengua de las grandes An- tillas, designada en otro tiempo con el nombre de lengua de Haiti , de Quizqueja ó de Itis 2. Citaré solamente las palabras, maíz , tabaco, ca- noa, batata, cacique, balsa, conuco, etc. Cuando los Españoles, en el año 1498 comenzaron á vi- sitar la Tierra Firme, ya tenían nombres con que designar los vegetales mas útiles al hombre , co- munes á las Antillas y á las costas de Gumaná y de Paria ; mas no solo conservaron estas voces tomadas délos Haitienses, sino que contribuyé- ^ Por ejemplo : sdvana, caníbal. ^ El nombre de lUs por Haiti ó Santo Domingo (Hispa- niola) se encuentra en el Itlnerarium del obispo Geraldini (Romge, i63i, p. .ia6) : « Quum colonus Itim insulam cerneret. » u. 10 lí^6 LIBRO III. ron á extenderlas en todas las partes de la Amé- rica j en una época en que la lengua de Haiti es- taba ya muerta , y entre pueblos que ignoraban hasta la existencia de las Antillas. Después de los chaimas, me queda que hablar de las otras naciones indias, que habitan las pro- vincias de Gumaná y de Barcelona. Me contentaré con indicarlas sucintamente. 1° Los Pariogolos ó Parias. Se cree que las terminaciones en goto, como Pariagoto, Puru- goto, Avarigoto, Acherigoto , Cumanagoto, Ari- nagoto , indican un origen caribe. Los Indios parias se han fundido en parte con los chaimas de Cumaná, otros se han fijado en las misiones de Caroni , por ejemplo en Gupapui y en Alta gracia, donde todavía se habla su lengua que parece ser un medio entre el tamanaca y el caribe. 2° Los guárannos ó gu-ara-unu , casi todos li- bros é independientes dispersos en el Delta y el Orinoco, cuyos canales tan ramificados conocen solo ellos. Los caribes llaman á los guárannos 0-ara-u. Deben su independencia á la naturaleza de su pais , pues los misioneros á pesar de su CAPITULO i\. ¡47 eelü, no les ha dado gana de seguirlos á las cimas de los árboles. Se sabe que los guaraunos para elevar sus habitaciones sobre la superficie del agua, en la época de las grandes inundaciones , las sostienen sobre troncos cortados de mangles y de palmera Maurilia '. Hacen pan de la fariña medular de esta palmera, que es el verdadero sagutero déla América. La fariña tiene el nombre de lar urna j, yo he comido pan de ella en la ciu- dad de Santo Tomas de la Guiana , y me ha pa- recido muy agradable al gusto y algo semejante al yuca de la India. Algunas familias de guárannos agregadas a los chaimas, viven lejos de su tierra natal, en las misiones de los llanos de Cumaná , por ejemplo en Santa Rosa de Ocopi; cinco ó seis centenares de ellos han abandonado voluntariamente sus pantanos, y han formado hace pocos años en la orilla meridional y setentrional del Orinoco á ' Sus costumbres han sido siempre las mismas: el carde- nal Bembo las ha descrito al principio del siglo 16: «Qui- busdam in locis propter paludes incolae domus in arboribus adificant. » {Hist. Venet.) ii\S LIBRO III. 25 leguas del cabo Barima, dos aldeas bastante considerable, con los nombres de Zacupana é Imalaca. . Como los guárannos corren con una extrema destreza por los terrenos fangosos donde ningún blanco, negro, ni otro indio osarla andar, se cree comunmente que son de un peso menor que el resto de los indígenos; la misma opinión se tiene de los Tártaros burates en Asia. Los pocos guá- rannos que yo he visto eran de una estatura re- gular, rechonchos y musculosos : la ligereza con que andan por los parages poco secos sin hun- dirse, aun cuando no llevan tablas liadas á los pies, me parece ser efecto de una larga cos- tumbre. 5° Los Guaigueries ó Guaiqueri, son los mas hábiles é intrépidos pescadores de aquellos pai- ses, habitan la isla de la Margarita, la península de Araya y el arrabal de Cumaná que lleva su nombre. Hemos dicho, que ellos consideran su lengua como un dialecto de la de los Guáran- nos ; esto les aproximarla á la familia de los cari- bes, pues el misionero Gili piensa que el idioma de ios Guaiqueries es uno de los muchos ramos CAPITULO IX. 1¿j9 de la lengua caribe. Estas relaciones tienen algún ínteres porque hacen apercibir amistades anti- guas entre pueblos dispersados en una vasta ex- tensión de pais, desde la embocadura del Rio Caura y el origen del Erevato, en laParima, hasta la Guiana francesa y las costas de Paria. 4° Les Quaquas que los tomanacus llaman Ma» foje, población muy guerrera en otro tiempo y aliada de los caribes, han extendido sus emigra- ciones mas de cien leguas al nordeste : yo los he oído nombrar varias veces en el Orinoco mas arriba de la boca del Meta , y lo que es mas , se asegura que los misioneros jesuítas han hallado Quaquas hasta en las Cordilleras de Popayan. 5° Los CiimanagoteSj, ó según la pronunciación de los indios, Cumanacolo^ están en el dia al oeste de Cumaná, en las misiones de Piritu, donde viven como agricultores en número de mas de 26,000. 6° Los Caribes (cari ves). Este es el nombre que les dieron los primeros navegantes y que se ha conservado en toda la América Española : los franceses y los Alemanes lo han transformado sin saber por qué, en Caraibes Ellos mism9S se l5o LIBRO III. llaman Carina, CaUna_, y CaUinago, Viniendo del viage del Orinoco, he recorrido algunas misiones de los Llanos , de las cuales diré solamente que los Galibis (Caribe de Cayena), los Tuapocas, y los Cunaguaras que originariamente habitaban las llanuras entre las montañas de Garipe ó Ca- ribe, y el lugar de Maturin, los Yaos de la isla de la Trinidad y de la provincia de Cumaná y aun los Guarives unidos á los Palenques , son tribus de la grande y hermosa nación Caribe. Los Caribes propiamente dichos que habitan las misiones del Cari en los llanos, al nordeste del origen del Orinoco^ se distinguen, por su talla casi gigantesca , de todas las otras naciones que yo he visto en el nuevo continente. Los pariagotosde hoy sonde un moreno rojo, asi como los Caribes , los Chaimas , y casi todos los naturales del Nuevo Mundo. ¿Por qué razón los historiadores del siglo diez y seis, como An- ghiera y Gomara, afirman que los primeros nave- gantes vieron hombres blancos y de cabellos ru- bios en el promontorio de Paria? ¿Eran acaso los indios de color atezado que hemos visto M. Boupland y yo, en la Esmeralda, cerca del CAPÍTULO IX. l5l origen del Orinoco? Pero estos mismos indios, tenían los cabellos tan negros cornos los otoma- íjas y otras tribus, cuya tez es muy obscura. ¿Eran acaso los Albinos que se han hallado en el istmo de Panamá? mas Anghiera y Gomara ha- blan de habitantes de Paria en general , no de algunos individuos : uno y otro los describen como si fuesen pueblos de origen germánico, les indican blancos y de cabello rubio, aumen- tando que llevaban vestiduras semejantes á las de los turcos; mas estos historiadores escribían con arreglo á las relaciones que habían podido recojer. Estas maravillas desaparecen si examinamos la aserción que Fernando Colomb ha sacado de los papeles de su padre ; en ella se dice simple- mente « que el Almirante estaba sorprendido de » ver á los habitantes de Paria y los de la isla de » la Trinidad, mas bien parados, de buena con- » versación , y mas blancos que los indígenos que » había visto hasta entonces. » Pero es cierto que á fines del siglo quince había en las costas de Cumaná tan pocos hombres de color claro como en nuestros días, y no se debe juzgar que los in- I 52 LIBRO III. dígeiios del Nuevo Mundo ofrezcan por todas partes una misma organización del sistema der- mológico. Tan inexacto es decir que todos son rojo-bronceados, como afirmar que no tendrían una tez morena sino estuviesen expuestos al sol y curtidos por el contacto del aire. Se pueden dividir los naturales en dos porciones muy desi- guales en número ; pertenecen á la primera los esquimales del Groenland , del Labrador y de la costa septentrional de la bahia de Hudson , los habitantes del estrecho de Bering , de la penín- sula de Alaska y del golfo del príncipe Guillermo. La rama oriental y la occidental de esta raza po- lar, los esquimales y los Tchugazes, están unidos por la mas íntima analogía de lenguas , á pesar de la enorme distancia de 800 leguas que les separa; cuya analogía se extiende, según se ha probado de una manera indubitable, hasta los habitantes del nordeste del Asia, pues que la lengua de los Tchutches en las bocas del Ana- dyr, tiene las mismas raices que la lengua de los esquimales que habitan la costa de la Amé- rica opuesta á la Europa. Los Tchutches son los esquimales del Asia ; su raza ocupa solamente el CAPÍTULO IX. l55 litoral , y se compone de itchiofagos casi todos de una estatura menor que la de los demás ame- ricanos, vivos, volubles, y habladores : sus ca- bellos son negros, derechos y aplastados, pero su piel es originariamente blanquinosa, lo cual es muy característico en esta raza que designaré con el nombre de Esquimales tchugares. Es posi- tivo que los niños de los Groenlandeses nacen blan- cos, algunos conservan su blancura y aun en los mas tostados se les ve á veces parecer el rojo de la sangre en las mejillas. La segunda porción de ios indígenos de la América encierra todos los pueblos que no son esquimales tchugazes , comenzando desde el rio de Cook hasta el estrecho de Magallanes. Los hombres que pertenecen á esta segunda rama son mas grandes, mas fuertes y aguerridos, mas taciturnos, y ofrecen también mucha variedad en su color. En Méjico, el Perú , Nueva Granada, Quito, en las orillas del Orinoco, del Amazona y en todos los puntos de la América meridional que he examinado, tanto en las llanuras como en las alturas frias, los niños indios á la edad de dos ó tres meses tienen la misma tez bronceada que se l54 LIBRO íil. ve en los adultos. La idea de que- los naturales podrían bien ser blancos tostados por el sol y el aire no se ha presentado Jamas á un español que haya habitado en Quito ó en !. s orillas del Ori- noco. En el nordeste de ia América al contrario, se haílaa tribus en las cuales son los niños blan- cos , y toman en la edad viril el color bronceado de los indígenos del Perú y de Méjico. Michiki- nakua, gefe de los Miamis, tenia casi blancos los brazos y las partes del cuerpo no expuestas al sol ; cuya diferencia de color entre las partes cubier- tas y descubiertas , no se observa jamas entre los indios del Perú ó de Méjico, aun en las familias que viven en la mayor comodidad y que están continuamente cerradas en sus casas. Al oeste de los Miamis en 1 \ costa opuesta al Asía entre los Reluches y Tchinkitanos de la bahía de ]\or- folk , cuando á una muchacha adulta se la obliga á limpiarse la piel, ofrece el color natural de los europeos, cuya blancura se halla también , según algunas relaciones, entre los pueblos montañeses de Chile. He aquí unos hechos bien notables y contra- rios á la opÍFíion, bastante extendida, de la ex- CAPÍTULO IX. l55 trema conformidad de organización entre los in- dígenos de América. Hemos sentado que sepa- rando toda la raza de los esquimales tchugazes, quedan todavía en los americanos bronceados, otras razas en las cuales nacen los niños blancos sin que se pueda probar, aun remontando hasta la historia de la conquista, que aquella se haya mezclado con los Europeos. Los pueblos que tienen la piel blanca traen su origen de hombres blancos; según ellos, los ne- gros y todos los pueblos de color han sido en- negrecidos ó tostados por el ardor excesivo del sol. Esta teoría adoptada por los griegos, aun- que no sin contradicción , se ha propagado hasta nuestros dias. Buffon ha repetido en prosa lo que Teodectes había dicho en verso dos mil años antes i^que las naciones traen la librea de los climas en que habitan. » Si la historia hubiera sido escrita por los pueblos negros , hubieran soste- nido lo que los mismos Europeos han sentado recientemente , y es que el hombre es origina- riamente negro ó de 'un color atezado que se ha ido blanqueando en algunas razas por el efecto de la civilización y de una extenuación progre- l56 LIBRO III. siva , asi como los animales en el estado de do- mesticidad , pasan de un color obscuro á otros mucho mas claros. Todavía se me ofrecerá nueva ocasión de re- cordar estas consideraciones generales , cuando subamos á las dilatadas alturas de las Cordille- ras, que son cuatro ó cinco veces mas altas que el valle de Caripe. Bástame por ahora el apoyo del testimonio del señor ülloa : este sabio ha visto los Indios del Chile, de los Andes del Perú, de las abrasadas costas de Panamá y los de la Luisiana situada bajo la zona templada boreal; ha tenido la ventaja de vivir en una época en que las teorías eran menos multiplica- das, y lo mismo que yo, se ha sorprendido de ver que el indígeno bajo la línea es tan bron- ceado y moreno en el clima frió de las Cordille- ras, como en las llanuras. Las diferencias de co- lor, emanan de la raza : bien pronto hallaremos en las orillas cálidas del Orinoco Indios de piel blanquinosa : est durans originis vis. %%%^%^«%%VM'M'%«iM%Wt/%\%«VV \'V\'V«% %%ÍkV%*«%%%«%«\%%%%\%%%VVl/M«%\>W LIBRO CUARTO CAPÍTULO X. Segunda mansión en Cumauá. — Temblores detierra. — Meteoros extraordinarios. Los preparativos de toda especie que exijia la navigacion que debiamos emprender por el Ori- noco y el rio Wegro, nos obligaron á permanecer un mes en Gumaná. Era necesario elejir los instrumentos mas fáciles á transportar en canoas estrechas ; reunir fondos para un viage de diez meses , en lo interior de aquellas tierras , y en un pais sin comunicación con las costas. Como la determinación astronómica de aquellos pun- tos, era el mas importante objeto de nuestra empresa, tenia yo un gran interés en no faltar á la observación de un eclipse de sol , que debía verificarse visiblemente á fines del mes de octu l58 tIBRO IV. bre, y prefería quedarme hasta esta época en Cumaná , donde el cielo es ordinariamente bello y sereno. Ya no era tiempo de dirijirse á las orillas del Orinoco , y el alto valle de Caracas se ofrecía menos favorable á causa de los vapores que se acumulan al rededor de las montañas inmediatas. Fijando con precisión la longitud de Cumaná tenia un punto céntrico para las deter- minaciones cronométricas , las únicas sobre las cuales podía contar, cuando no me detenía lo bastante para tomar distancias lunares ú observar los satélites de Júpiter. El 28 de octubre me hallaba á la cinco de la mañana sobre el terrado de nuestra casa prepa- rándome á la observación del eclipse : el cielo estaba hermoso y despejado; la media luna de Venus y la constellacíon del Navio, tan ruidosa por la proximidad de sus inmensas nebulosas , se perdieron á los primeros rayos del sol naciente. Hice una completa observación del progreso y del fin del eclipse, determiné la distancia de los cuernos olas diferencias de alturas y de azimuth por el paso entre los hilos del cuarto de círculo : CAPÍTULO X. 1 59 el fin del eclipse era á las 2'' i4' 20 4 ■« tiempo medio de Cumaiiá. Los días anteriores y siguientes al eclipse de sol, ofrecieron fenómenos atmosféricos muy no- tables. Desde A 10 de octubre hasta el 5 de no- viembre, á la entrada de la noche se levantaba sobre el horizonte un vapor rojo, qu( cubría en pocos minutos la bóveda azulada del cielo, con un velo mas ó menos espeso. El 18 de octubre, tenían estas nubes una transparencia tan extra- ordinaria , que no ocultaban las estrellas del cuarto grandor, que centelleaban en todas altu- ras, como después de una lluvia de tempestad. Desde el 28 de octubre al 5 de noviembre, fué mas espesa la niebla roja de lo que había sido hasta entonces : el calor de las noches parecía insoportable, aunque el termómetro no se elevaba mas de 26°; la brisa que, generalmente, refresca el aire desde las ocho ó las nueve de la noche, no se hacia sentir nada absolutamente. La atmós- fera parecía encendida ; y la tierra seca y polvorosa se quebraba por todas partes. El 4 de noviembre, sobre las dos de la tarde, unos gruesos nublados extraordinariamente ne- l6o LIBflO IV. gros, envolvieron las altas montañas del Bergan tin y del Taraciial , y se extendieron poco á poco hasta el zenit. Hacia las cuatro se oyó el trueno sobre nosotros, á una altura inmensa, sin redo- blablemento y con golpes secos y á veces inter- rumpidos. Al momento de la mas fuerte explo- sión eléctrica á las 4'' 1 3', hubo dos sacudimien- tos de terremoto, que se sucedieron á i5 se- gundos uno de otro. El pueblo clamaba en altos gritos por las calles : M. Bonpland que estaba inclinado sobre una mesa para examinar algu- nas plantas , estuvo casi derribado ; yo noté el movimiento con mucha fuerza á pesar de que estaba tendido en una hamaca. La explosión se dirijia de norte á sud lo que es muy raro en Cumaná : algunos esclavos que sacaban agua de un pozo de diez y ocho á veinte pies de profundidad, cerca del Rio Manzanares, oyeron un ruido, semejante á la explosión de una carga de pólvora, y que parecía venir del fondo del pozo ; fenómeno bien singular , pero que es muy frecuente en la mayor parte de los paises de la América que están expuestos á tem- blores de tierra. Algunos minutos autes del pri- capítulo X. l6l mer sacudimiento, hubo un golpe de viento muy fuerte, á que se siguió una lluvia eléctrica en gotas gruesas. El cielo se mantuvo cubierto , y el viento fué seguido de una calma pesada que duró toda la noche. El sol al momento de ponerse , presentó un espectáculo de una magnificencia extraordinaria : cerca del horizonte, se desgarró en fajas el es- peso velo de nubes , y apareció el astro á 12° de altura , en un fondo azul índigo : su disco estaba extraordinariamente ensanchado, desfigurado y ondeando por las extremidades. Las nubes do- radas, y los manojos de rayos divergentes que reflectaban los hermosos colores del iris, se ex- tendían hasta el medio del cielo. Hubo un nu- meroso concurso de gentes en la plaza pública ; este fenómeno, el temblor de tierra, el trueno que le habia acompañado , y el vapor rojo que se veia hacia tantos dias, todo fué mirado como efecto del eclipse. En la noche del 3 al 4 de noviembre fué tan espesa la niebla roja, que no pude distinguir el lugar donde estaba colocada la luna sino por un bello halo de 20"* de diámetro. Apenas habia II. 11 1^2 LIBRO IV. veinte y dos meses qu« la ciudad de Cumátíá habla sido casi enteramentie destruida por un terremoto. Bl pueblo miraba los vapores que empañaban el horizonte , y la falta áe brisas durante la noche , como pronósticos infalible- mente siniestros. La inquietud fué, sobre todo mas grande y general, cuando el 5 de noviembre exactamoitc á la misma hora -qu-e el dia ante- rior, hubo un terrible golpe de viento, acom- pañado de truenos y de algunas gotas de lluvia , mas no se manifestó ningún sacudimiento pero el viento y la tempestad se repitieron durante cinco ó seis dias á la misma hora , y aun casi al mismo momento. El temblor de tierra del 4 ^^ noviembre , siendo el primero que yo he experimentado, hizo una impresión tanto mas viva sobre mí , cuanto que fué acompañado , tal vez accidental- mente , de variaciones meteorológicas muy no- tables : era ademas una verdadera sublevación de abajo arriba y no un estremecimiento por ondulación. Wo hubiera creído entonces que después de una larga mansión en las alturas de Quito V costas del Perú , me familiarizarla casi capítulo X. i63 tanto con los movimientos un poco ásperos del suelo, como nosotros lo estamos en Europa con el zumbido de los truenos. Generalmente no es tanto el temor del peligro, como la novedad de la sensación que asombra vivamente cuando se experimentan por la primera vez los efectos del mas ligero terremoto. La niebla roja que obscurecía el horizonte poco antes íde ponerse el sol, habia desaparecido desde el 7 de noviembre. En la noche del 7 al 8 observé la inmersión del segundo satélite de Jú- piter : las fajas del planeta estaban mas distintas de lo que yo las habia visto anteriormente. La del 1 1 al 1 2 de noviembre estaba fresca y bella en extremo; hacia la mañana, desde las dos y media de ella , se vieron al este los meteoros lu- minosos mas extraordinarios : M. Bonpland , que se hábia levantado para gozar del fresco en la galería, los apercibió el primero. Durante cuatro horas vimos muchos miles de bolidas y estrellas filantes que se sucedían de noi'te á sud en direc- ción perfectamente exacta : el viento era muy débil en las regiones bajas de la atmósfera y so- plaba del este : no se descubría ninguna traza \6\ LIBRO IV. de nublado. M. Bonpland afirma que en el prin- cipio del fenómeno no habia un espacio de cielo grande como tres diámetros de la luna, que no se viese, á cada momento, cubierto de bolidas y estrellas filantes. Muchas de estas estrellas tenian un cuerpo muy distinto, grande como el disco de Júpiter y del cual salian centellas de un resplandor ex- tremamente vivo : las bolidas parecían reven- tarse como por explosión, pero las mas gruesas de i" á 1° i5' de diámetro, desaparecían sin cen- tellear dejando tras de sí unas bandas fosfores- centes cuya anchura excedía de i5 á 20 minutos; la luz de estos meteoros era blanca y no roja, lo que sin duda debia atribuirse á la escasez de vapores y á la extrema transparencia del aire ; por la misma causa que, bajo los trópicos, las estrellas de primer grandor, tienen al levantarse, una luz sensiblemente mas blanca que en Eu- ropa. A cosa de las cuatro comenzó á cesar poco á poco el fenómeno; las bolidas y las estrellas fi- lantes iban siendo mas raras ; sin embargo , se distinguían todavía algunas hacia el nordeste, en CAPÍTCio X. r65 su resplandor blanco y en la rapidez de su mo- vimiento, un cuarto de hora después de haberse levantado el sol. Esta última circunstancia pa- recerá menos extraordinaria, al recordar que en la ciudad de Popayan, en el año 1788, se ha visto en pleno dia, el interior de las casas fuer- temente iluminado por un aerolitede un enorme grandor, que pasó á la una del dia y con un sol hermoso, por encima de la ciudad. El 26 de setiembre de 1800, en nuestra se- gunda mansión en Gumaná, después de haber observado la inmersión del primer satélite de Júpiter, conseguimos M. Bonpland y yo ver dis- tintamente el planeta á la simple vista, 18 mi- nutos después que el disco del sol estaba sobre el horizonte : habia un ligero vapor del lado del este, pero Júpiter estaba sobre un fondo azulado. Estos hechos prueban la extrema pureza y trans- parencia del aire bajo la zona tórrida. La masa de luz esparcida es tanto mas pequeña , cuanto mejor disueltos se hallan los vapores ; y la mis- ma causa por la cual se halla debilitada la difu- sión de la luz solar, disminuye la extinción de la luz que emana , ya de las bolidas, ya de Júpiter l66 LIBRO IV. Ó ya de la luna vista dos dias después de su con- juncioD. Durante el curso de nuestro viage de Caracas al Rio Negro, no descuidamos en preguntar por todas partes si hablan apercibido los meteoros del 1 2 de noviembre. En un pais salvage, donde la mayor parte de los habitantes duermeo; á la intemperie, no podia menos de haberse notado un fenómeno tan extraordinario, á no ser que los nublados lo hubiesen ocultado á los ojos del observador. El Misionero capuchino de San Fer- nando de Apure , aldea situada en media de las sábanas del provincia de Varinas, ^ y los religio- sos de San Francisco estacionados cerca de las cataratas del Orinoco, en Marca, á las orillas del Rio Negro, habian visto infinitas bolidas y es- trellas filantes iluminar la bóveda celeste : há- llase Maroa al sudeste de Cumaná á 1 74 leguas de distancia. ^ Todos aquellos observadores comparaban el fenómeno á un hermoso fuego artificial que ha- i Lat. 7* 55' 12", long-. 70° 20'. '■'■ Lat. 2" 43' o.", long. 70° 21' (:Aj!»nDto- pesos fuertes. Barcelona' por su situación es singularmente favorable para el comercio de ganados ; porque los animales no tienen que hacer mas de tres dias de marcha desde los llanos hasta el puerto ; mientras que , á causa de las cordilleras del Bergantín y del Im- posible ^ ponen ocho ó nueve jornadas hasta Cu- maná. Según las noticias que he podido procurarme , aparece que en los años 1799 y 1800, se embar- caban en Barcelona ocho mil muías; en Porto- I Las discusiones de las cortes de Cádiz sobre la íbolicioD del tráfico ha obligado al consulado de la Havana á hacer en 1811 las mas exactas investigaciones sobre la población de la isla de Cuba : que se ha hallado ser de 600,000. almas de las cuales 274?ooO' blancos, 1 i4jOoo. hombres libres de color, y ai'¿,ooo. negros esclavos. La evaluación publicada en mi obra sobre Méjico, era todavía demasiado corta. II. 12 178 LIBRO IV. CabcUo, seis mil; y eo Carupaao tres mil, para la3 islas españolas , inglesas y francesas. Ignoro la •^importación exacta de Burburata , de Coro y de |asl;)Ocas del Guarapiche y del Orinoco; pero Juzgo, que á pesar de las causas que han dismi- nuido el número de ganados en los llanos de Cumaná , de Barcelona y de Caracas, aquellas dehesas, sin embargo, no daban en dicha época al comercio de las Antillas, menos de treinta mil muías por año. Estimando cada muía á veinte y cinco pesos fuertes ( precio de com- pra) se encuentra que solo este ramo de comercio produce quince millones de reales sin contar la ganancia sobre los fletes de los barcos. Desembarcamos en la orilla derecha del Ne- veri y subimos ai pequeño fuerte llamado el Morro de Barcelona j, situado á sesenta ó setenta toesas de elevación sobre el nivel del mar, en una roca caliza nuevamente fortificada. Desde lo alto del Morro, se goza de un hermoso golpe de vista : descúbrese al E. la isla de la Borracha cubierta de rocas, al O. E. el elevado promon- torio de Uñare y á su raiz, el desagüe del rio Ne- veri y las áridas playas donde los cocodrilos vie- CAPITULO XI. lyg nen á dormir al sol. Cuando nos hallamos al oeste del Morro de Barcelona y de la emboca- dura del rio Uñare, el mar que hasta entonces habia estado en bonanza , parecía mas agitado y marejoso según nos aproximábamos al cabo Co- dera. La influencia de este gran promontorio se hace sentir de muy lejos en aquella parle del mar de las Antillas, y la duración de la travesía de Cumaná á la Guaira , depende de la mayor ó menor facilidad con que se consigue doblar el cabo Codera; pasado el cual, el mar es constan- temente tan grueso, que no se cree estar tan cerca de una costa donde , desde la punta de Paria hasta el cabo San-Roman, no se advierte jamas un golpe de viento. La impulsión de las olas se hacia sentir con violencia en nuestro barco; mis compañeros de viage sufrían mucho del bamboleo, mas yo dormia profundamente , teniendo la felicidad, bastante rara, de no estar sujeto á marearme. Estos temieron tanto á los vaivenes de nuestra pequeña embarcación en un mar grueso y ma- rejoso, que resolvieron tomar el camino de tierra l80 LIBRO IV. que conduce del Higuerote á Caracas, y que pasa por un pais húmedo y salvage, por la Montaña de Capaya al norte de Caucagua, y por el valle del rio Guatire y Guarenas. Vi con satisfacción que M. Bonpland prefería este mismo camino, que á pesar de las continuas lluvias , y de las inundaciones de los rios, le ha procurado una rica colección de plantas desconocidas ' : yo con- tinué solo mi travesía por mar, con el piloto Guaiquerie, pareciéndome arriesgado abando- nar los instrumentos que debían servirnos en las orillas del Orinoco. Mucha j^ena tuvimos para doblar el cabo Codera ; las olas eran cortas y se estrellaban muchas veces unas con otras , y era necesario haber pasado la fatiga de un día excesivamente caloroso, para poder dormir en un pequeño barco que surcaba con viento atravesado. £1 2 i de noviembre al amanecer el sol, nos hallamos al oeste del cabo de Codera, enfrente 1 Bauhiaia íenuginea, browoea racemosa Bred., inga hy- menaeifolia, inga cnriepensis, que M. Willdenow ha llama- do equivocad;tnientf I. caripensis, etc, CAPITULO XI. i8t del Curuao. Desde este cabo eii adelante, la costa es de rocas extremamente elevadas , que forman sitios salvages y pintorescos : marchá- bamos bastante cerca de la costa para poder distinguir las cabanas esparcidas, rodeadas de cocoteros y de masas de vegetales que sobre- salían del fondo obscuro de las rocas. Por todas partes se ven las montafjas cortadas á pico , á una altura de tres ó cuatro mil pies; cuyos cos- tados delineaban largas y firmes sombras en el húmedo terreno que se extiende hasta el mar y que brilla en una fresca verdura. Este litoral produce en gran parte los frutos de la re^on cálida que se ven en grande abundancia en los mercados de Caracas. Entre Camburi y IN igualar, se prolongan los campos cultivados de cañas de azúcar y de maíz, en unos valles estrechos que parecen quebrazas ó hendiduras de las rocas. Los rayos del sol poco elevado sobre el hori- zonte , penetraban en aquellos sitios , y ofrecían las posiciones mas extraordinarias por la mezcla de luz y de sombra. La Montaña de Niguatar y la Silla de Caracas soa las cimas mas elevadas de estas cordillera í8íí LIBRO IV. de costas , llegando casi , la primera , á la altnra de la montaña del Canigou. El terreno cultivado se extiende cerca de Caravalleda ; hállanse en él colinas cuyas faldas son suaves, y en las que se eleva la vegetación á su mayor altura ; cultivase mucha cafia dulce, y los frailes de la Merced tienen una plantación del doscientos esclavos. Al oeste de Caravalled a se adelanta de nuevo hacia el mar una muralla de rocas áridas, pero tiene poca extensión : después de haberla ro- deado, descubrimos á un tiempo el bonito punto del lugar de Macuto, las negras rocas de la Guaira, encrespadas de baterias que se suceden por escalones, y á lo lejos entre los va- pores, un largo promontorio de cimas cónicas y de una blancura extraordinaria , el cabo Blanco. Las costas están bordadas de cocoteros que las dan una apariencia de fertilidad, bajo un cielo' abrasador. Habiendo desembarcado en el puerto de la Guaira , hice en el mismo dia los preparativos para transportar mis instrumentos á Caracas, adonde llegué el 2 i de noviembre por la tarde, cuatro dias antes que mis compañeros, quienes CAPITULÜ XI. 1&5 en el camino por tierra entre Capaya y Curiepe habían padecido mucho con las lluvias y las inundaciones de los torrentes. La Guaira es me- nos una rada que un puerto donde el mar esta en continua agitación ; y los navios sufren á un mismo tiempo la acción del viento, las cor- rientes de mar, el mal anclage y la broma. Los cargamentos se hacen con mucha dificultad , y la altura de las olas impide embarcar muías, como en Nueva Barcelona y en Porto-Cabello. Los negros y los mulatos libres que llevan el cacao á bordo de los buques, son una clase de hombres de extraordinaria fuerza muscular : atraviesan el agua á medio cuerpo , y lo que es mas admirable , es que nada tienen que temer de los tiburones que tanto abundan en aquel puerto. La situación de la Guaira es muy singular y no puede compararse sino á la de Santa Cruz de Tenerife : la ciudad encierra seis á ocho mil habitantes y no contiene mas de dos calles di- rigidas paralelamente de este á oeste; está do- minada por la batería del cerro colorado y sus fortificaciones á lo largo del mar están bien dis- l84 LIBRO ÍV. puestas y conservadas. El calor es excesivo du- rante el dia y algunas veces también en la noche ; y se considera con razón el clima de la Guaira como mas ardiente que el de Cumaná, Porto- Cabello y Coro , porque en aquel se siente me- nos la brisa del mar, y que las rocas talladas á pico, abrasan el aire por el calórico radiante que expenden después de puesto el sol. El examen de las observaciones termomélricas hechas durante nueve meses en la Guaira por un médico distinguido ^ , me ha puesto en estado de comparar el clima de este puerto con los de Cu- maná, de la Havana y de la Vera Cruz; cuya comparación es tanto mas interesante, cuanto que es un objeto inagotable de conversaciones en las colonias españolas y entre los marineros que frecuentan aquellos parages. Como nada Don José Herrera, corresponsal de la Sociedad de Me- dicina de Edimburgo; cuyas observaciones (desde el 2 de mayo de 1^799, al 17 de enero de 1800), fueron hechas á la sombra, lejos del reflejo de los muros, con un lermómetio nue he comparado á los míos y estos al del observatorio de Paris. CAPÍTULO \I. l85 engaña tanto en esta materia como el testimo- nio de los sentidos, no se puede juzgar de la di- ferencia de los climas sino por las comparaciones nTimericas. Los cuatro puntos estados arriba, son repu- tados como los mas cálidos ' que ofrece el litoral del Nuevo Mundo ; cuya comparación puede ser- vir á confirmar lo que hemos repetido varias ve- ces, que generalmente la duración de una alta temperatura es lo que hace sufrir á los habitantes de la zona tórrida, y no el exceso del calor ni su cantidad absoluta. El medio de las observaciones de medio día , desde el 27 de junio hasta el 16 de noviembre ha sido en la Guaira 5 1 ,° 6 del termómetro cen- tígrado; enCumaná, 29°, 3; enYeraCruz 28°, 7; y en la Havana 29°, 5. La temperatura media * A este pequeño número podría aumentarse Coro, Carta- gena de Indias, Omoa, Campeche, Guayaquil, y Acapulco. Mis comparaciones se fundan, por Cumaná, sobre mis pro- pias osbervaciones y las de Don Faustino Rubio; por Vera-Cruz y la Havana, sobre las de Don Bernardo de Oria y Don J .iquio Fcrrer. l86 LIBRO IV. del mes mas caluroso ha sido en la Guaira , cerca de 29% 3; en Cumaná, de 29% 1 ; en Yera Cruz, de 27°, 7; en el Cairo, según Nouet, de 29°, 9; en Roma, de 2 5°, o. La media del año entero, según buenas observaciones calculadas cuidadosamente, es en la Guaira, sobre 28% i ; en Cumaná, 27", 7; en Vera Cruz, 25°, 4; ^^ Havana, 25°, 6; en Rio- Janeiro, 25°, 5; en Santa Cruz de Tenerife, situada por los 28°, 28 de la- titud , pero pegada como la Guaira á una mu- ralla de rocas, 21°, 9; en el Cairo, 22°, 4; y en Roma, i5°, 8. Del conjunto de estas observaciones resulta, que la Guaira es uno de los puntos mas cálidos de la tierra ; que la cantidad de calor que recibe este lugar durante el curso de un año, es un poco mayor que la que se experimenta en Cumaná ; pero que en los meses de noviembre , diciembre y enero, á igual distancia de los dos pasos del sol por el zenit de la ciudad, la atmósfera se refresca mas en. la Guaira. Cuando yo me hallaba en la Guaira solo habia dos años que se conocía en dicha ciudad la ter- rible plaga de la fiebre amarilla; todavía no ha- CAPÍTULO Xí. 18';;; bia sido muy grande la mortalidad porque la afluencia de los extrangeros era menor que en la Havana y la Vera Cruz. El veritable typhus de América conocido bajo los nombres de vómito negro, y fiebre amarilla, y que debe considerarse como una afección morbífica sui generis, no se conocía en las costas de Tierra-Firme sino en Porto- Cabello, Cartagena de Indias y en Santa Marta, donde Gastelbondo lo había observado y descrito desde el año 1729. Los españoles últi- mamente desembarcados y los habitantes del Valle de Caracas no temían entonces la mansión en la Guaira; solamente se quejaban de los ca- lores excesivos que reinan durante una gran parte del año. Desde el de 1797, todo ha cambiado de as- pecto : el comercio fué abierto á otros buques que los de la metrópoli : y comenzaron á fre- cuentar la Guaira marineros nacidos en países mas fríos que la España y por consiguiente mas sensibles á las impresiones climatéricas de la zona tórrida. Declaróse la fiebre amarilla ; algu- nos Americanos del norte, atacados del typhus fueron admitidos en los hospitales españoles p y l8b LIBRO iv. no dejó de decirse que ellos habían introducido el contagio y que antes de haber entrado en la rada se habia declarado la enfermedad á bordo de un bergantín que venia de Filadelfia. El ca- pitán de este barco negaba el hecho y pretendía que lejos de haber introducido el mal, lo habían tomado sus marineros en el mismo puerto. Por lo sucedido en Cádiz en 1800, se sabe cuan difícil es' aclarar unos hechos cuya incer- tidumbre parece favorecer teorías díametral- mentc opuestas. Los habílantes mas instruidos de Caracas y la Guaira, divididos, como los mé- dicos de Europa y de los Estados Unidos , sobre el principio del contagio de la fiebre amarilla, citaban al mismo navio americano, para probar, los unos, que el typhus venia del exterior, y los otros , que habia tenido su origen en el mismo país. Los que abrazaban este último partido, ad- mitían una alteración extraordinaria de la cons- titución admosféríca causada por la inundación del rio de la Guaira. Yo he examinado atenta- mente el álveo de dicho torrente de la Guaira, y no he visto sino un terreno árido, grandes tro- zos de piedras esquita, desprendidos de la sierra CAPÍTULO XI. 189 de Avila, y nada que pudiese haber alterado la pureza del aire. Desdelos años 1797 y 1798, en que hubo una enorme mortandad en Filadelfia , Santa Lucía y Santo Domingo, ha continuado sus estragos la fiebre amarilla en la Guaira. Así como el vómito negro, encuentra sobre las montañas del Méjico en el camino de Jalapa, un límite inaccesible en Encero, á 476 toesas de altura, donde comien- zan las cordilleras y el clima fresco y delicioso; así la fiebre amarilla no pasa la cadena de mon- tañas que separa la Guaira del valle de Caracas. La cumbre y el cerro de Avila son un baluarte muy útil para la ciudad de Caracas , cuya ele- vación excede un poquito la del Encero, aunque su ten^peratura media es superior á la de Ja- lapa. El typhus de América parece reducido al li- toral , sea porque allí desembarcan los que le llevan , y porque se almacenan los géneros que se suponen impregnados de miasmas mortífe- ros, sea porque en las playas del mar se forman emanaciones gaseosas de una naturaleza parti- cular. El aspecto de los lugares donde este ty- ^9*^ LIBRO IV. phus ejerce sus estragos parece muchas veces disipar toda sospecha de un origen local ó en- démico : se le ha visto reinar en las islas cana- rias, en las Bermudes y en las pequeñas Antillas en lugares secos y conocidos anteriormente por la salubridad de su clima. Los ejemplos de la propagación de la fiebre amarilla en lo interior de las tierras parecen muy dudosos en la zona tórrida , y tal vez se ha confundido esta enfer- medad con las fiebres remitentes biliosas. En cuanto á la zona templada donde el carácter conlagioso del typhus de América es mucho mas pronunciado, se ha extendido el mal muy lejos de las costas y aun de puntos muy elevados y expuestos á vientos frescos y enjutos , como en España ha sucedido en la Carlota, en Medina Sidonia, y en la ciudad de Murcia. Después de que se ha visto^que la fiebre ama- rilla hacia tan crueles estragos en la Guaira , ha habido muchos que han exagerado la poca lim- pieza de esta pequeña ciudad, como se exagera la deVeraCruzyde los muelles ó ^«r/IsdePiladelfia, En un lugar, cuyo suelo es extremadamente seco, y desprovisto de vegetación, donde apenas caen CAPJTULO XI. 1C)1 algunas gotas de agua en siete ú ocho meses, las causas que producen lo que se llama mias- mas mortíferos, no pueden ser muy frecuentes. Las calles de la Guaira me han parecido en ge- neral bastante limpias á excepción del barrio de las Carnicerias : la rada no ofrece una de aque- llas playas donde se amontonan despojos de fuco y de moluscos; pero la costa vecina, que se pro- longa al este hacia el cabo de Codera y por con- siguiente al viento de la Guaira, es mal sana en extremo. Las fiebres intermitentes pútridas y biliosas reinan con frecuencia en Macuto y en Caravalleda; y cuando de tiempo en tiempo, es interrumpida la brisa por un viento del oeste, entonces la pequeña bahia de Catia (que des- pués nombraremos á menudo ) , envía hacia la costa de la Guaira un aire cargado de emana- ciones pútridas, á pesar de la muralla que opone el Cabo blanco. Los vientos del norte que traen un aire frío del Canadá hacia el golfo de Méjico, hacen cesar periódicamente la fiebre amarilla y el vómito negro en la Havana y en Vera Cruz; pero la extrema igualdad de temperatura que caracte- 192 LIBRO IV. riza el clima de Porto-Cabello , de la Guaira , de Nueva Barcelona y de Cumaná , hace temer que un 'dia se haga allí permanente el typhus, cuando por una grande concurrencia de extran- geros , haya tomado un alto grado de exacerba- ción. He hallado la latitud de la Guaira á 1 0° 36' 19" y la longitud 69° 2Q' 10", La inclinación de la brújula era el 24de Enero de 1800, de 42°, 20 ; su declinación al nordeste , 4° 20' 35' . Se teme mucho en la Guaira la acción viva del sol sobre las funciones cerebrales, especial- mente en la época en que la fiebre amarilla co- mienza á parecer. Hallándome yo un dia en el terrado de mi casa, para observar el medio dia y la diferencia de los termómetros a í sol y á la sombra , vi aparecer detras de mí un hombre que me instó vivamente á que tomase una poción que traia ya preparada. Este era un médico que me habia visto desde su ventana hacia una media hora , estar con la cabeza descubierta ex- puesto á los rayos del sol; aseguróme que siendo yo nacido en un pais muy septentrional, y des- pués de la imprudencia que acababa de cometer, debia indubitablemente experimentar en aquella CAPÍTULO ▼!. 195 misma tarde , los símptomas de la fiebre ama- rilla, si me obstinaba en no querer tomar un preservativo. Esta predicción, aunque muy seria, no me alarmó , pues ya me creia aclimatado desde mucho tiempo ; ¿ pero como no ceder á las instancias motivadas por tan benéfico in- terés ? Tragúeme pues la poción , y el médico me contó tal vez en el número de los enfermos que habia salvado en aquel año. Después de haber descrito el sitio y la cons- titución atmosférica de la Guaira, dejaremos la costas del mar de las Antillas para no verlas tal vez mas hasta nuestro regreso de las misiones del Orinoco. El camino que conduce del puerto á Caracas, capital de un gobierno de cerca de 900,000. habitantes, se parece álos pasos de los Alpes, á los caminos del San-Gothard y del gran San Bernardo, Cuando en la estación de los gran- des calores se respira el aire abrasador de la Guaira y que se vuelve la vista hacia las montañas, no se puede menos de considerar con admira- ción que á la distancia directa de cinco á seis mil toesas, una populación de 4o>ooo almas reunida en un valle estrecho, se goza de la frescura de la II. j3 194 LIBRO IV. primavera y de un temperamento que de noche baja á 12° del termómetro centesimal. La ele- vación de Caracas no es sino el tercio de la de Méjico, de Quito y de Santa Fe de Bogotá; pero entre todas las capitales de la América española que en medio de la zona tórrida tienen un clima fresco y delicioso , Caracas es la mas próxima á las costas, con la ventaja de tener un puerto de mar á tres leguas de distancia y de estar situada entre las montañas en una llanura elevada que producirla trigo , si se preferiese su cultura á la del árbol del café. El camino de la Guaira al valle de Caracas es mucho mas bello que el de Honda á Santa Fé , y el de Guyaquil á Quito, y está también mucho mejor conservado que el antiguo camino que conduce del puerto de Vera Cruz á Perote sobre la falda oriental de las montañas de la Nueva España. Con buenas muías no se nece- sita mas de tres horas para ir del puerto de la Guaira á Caracas ni mas de dos horas para la vuelta : con muías de carga ó á pie el camino es de cuatro á cinco horas. Al principio se sube una cuesta de rocas extremadamente rápida , y CAPÍTULO XI. 195 que tiene sus puntos de alto ó parada, llamados Torre-quemada, Curucuti y el Salto, en una grande Venta situada á 600 toesas sobre el nivel del mar. La denominación de Torre-quemada, indica la viva sensación que se experimenta al bajar hacia la Guaira, donde sofocad calor que despiden los muros de las rocas, y las áridas lla- nuras sobre las cuales se pierde la vista. Dicha venta , goza ya de alguna celebridad en Europa y en los Estados Unidos por la belleza de su situación; v est efecto, cuando las nubes lo permiten , este punto ofrece una vista magnífica sobre el mar y las costas vecinas : descúbrese un horizonte de mas de veinte y dos leguas de radio, y se deslumhra la vista por la masa de luz que reflecta el litoral blanco y árido. Se vé á los pies el cabo Blanco , el lugar de Maiquetia con sus cocoteros , la Guaira y los buques que entran en el puerto. Desde la venta se suben todavía mas de i5o toesas para llegar al Guayavo, que es casi el punto culminante del camino. Desde el Guayavo se recorre durante una media hora una llanura bastante lisa cubierta de plantas al- pinas, llamada las Sueltas á causa de sus si- I 96 LIBEO IV. nuosídades , y en este camino se divisa por pri- mera vez la capital , situada á trescientas toesas mas abajo, en un valle ricamente plantado de árboles del café y de frutales de Europa, El gneiss del valle de Caracas está caracterizado por los grenates verdes y rojos que desaparecen en la parte que la roca pasa al esquita micáceo. En las cercas de los jardines de Caracas , cons- truidas en parte con fragmentos de gneiss , distinguen muchos de un bello rojo y un poco transparentes , pero muy difíciles de desprender. Cerca de la cruz de la Guaira á media legua de Caracas , me ha ofrecido también el gneiss ves- tigios de cobre azulado ' diseminado en las vetas de cuarzo y en las pequeñas capas de grafite ó hierro carbonizado terroso. Este último dejatrazas sobre el papel, y se encuentra en masas bastante grandes á veces mezclado al hierro espato, en el barranco de Tocume al oeste de la Silla. 1 Cobre carbonizado azul. CAPÍTULO XII. Vista general sobre las provincias de Venezuela. — Diversidad de sus intereses. — Ciudad y valle de Caracas. — Clima. La importancia de una capital no depende únicamente de su populación, de su riqueza y de su situación ; para apreciarla con alguna exac- titud es necesario considerar la extensión del territorio que depende de ella, la masa de pro- ducciones indígenas que forman el objeto de su comercio, y las relaciones en que se encuentra con las provincias sumisas á su influencia polí- tica. Estas diversas circunstancias se modifican, por la unión, mas ó menos estrecha, de las co- lonias con su metrópoli; pero es tal el imperio de las costumbres y tales las combinaciones del interés comercial , que es de preveer que esta influencia de las capitales sobre el pais circum- vecino , estas asociaciones de provincias fundidas igS LIBKO IV. bajo las deiiomÍDaciones de Reitios, Capitanías generales, Presidencias y Gobiernos sobrevivirán á la catástrofe de la £mancipacion de las colonias. La desmembración no tendrá efecto sino en los puntos donde, sin consideración á los límites naturales , se hayan reunido partes que se hallan trabadas en sus comunicaciones La civilización en América , en los países donde no existia ya antes de la conquista ( como en Méjico, Goatemala, Quito y el Perú) , se ha di- rijido desde las costas hacia el interior, siguiendo unas veces , el valle de un gran rio , y otras una cadena de montañas que ofrecían un clima tem- plado ; y concentrada á un tiempo en varios puntos, se ha propagado como por radios di- vergentes. La reunión en provincias ó en re nos se ha efectuado al primer contacto inmediato éntrelas partes civilizadas ó sumisas, alómenos, á una dominación estable y metódica. Todavía en el dia los países conquistados por. la civili- zación europea están rodeados de regiones de- siertas ó habitadas por pueblos salvages, cuya conquista consideran aquellos como unos brazos de mar difíciles de atravesar; y regularmente CAPITULO XII. 1Q{) los estados vecinos solo se comunican por unas lenguas de tierra desbrozadas de su maleza. Los conocimientos locales que he podido adquirir por mi mismo sobre estos límites, me ponen en es- tado de fijar con alguna certeza la extensión de las grandes divisiones territoriales, de comparar los terrenos habitados é incultos, y de apreciar la influencia política que ejercen algunas ciu- dades de América como centros del poder y del comercio. Caracas es la capital de un pais, que es casi dos veces mas grande que el Perú actual, y que cede por su extensión al reino de la Nueva-Gra- nada I. Este pais que el gobierno español de- signa con el nombre de Capitanía general de Ca- racas ó de Provincias reunidas de Venezuela '^ , 1 La capitanía general de Caracas tiene cerca de 48,000 leguas cuadradas, de aS al grado; el Perú tiene 5o, 000, después que la Paz, Charcas, Potosí y Santa Cruz de la Sierra han sido separadas y reunidas al vi-reinato de Buenos Ayres; y la Nueva Granada tiene 65, 000, comprendiendo la provincia de Quito. = El capitán general de Caracas tiene el título de capitán general de las provincias de Vencz'fcl.i y ciudad de Caracas. 2O0 LIBRO IV, tiene cierca de un millón de habitantes, con- tando 60,000. esclavos. Siguiendo la costa con- tiene la Nueva Andalucía ó la provincia de Cu- maná, con la isla de la Margarita, Barcelona, Yenezuela ó Caracas, Coro y Maracaybo; en el interior las provincias de Varinas y de la Guyana, la primera siguiendo las riberas de los rios de Santo Domingo y del Apure, la segunda á lo largo del Orinoco, del Casiquiare, del Atabapo y del Rio Negro. Extendiendo la vista sobre las siete provincias de la Tierra-Firme, se vé que forman tres zonas distintas que se extienden del este al oeste. A lo largo del litoral, y cerca de la cordillera de montañas de la costa, se en- cuentran terrenos cultivados ; después se hallan Sábanas ó Dehesas; y mas allá del Orinoco, una tercera zona de selvas , en las cuales no se puede penetrar sino por medio de los rios que las atra- viesan. Cuando se quiere formar una idea precisa de estas vastas provincias , que han sido gobernadas durante dos siglos , casi como estados separados, por los Virreyes ó Capitanes generales , es nece- sario íijar ia atenci^i sobre muchos puntos á un CAPITULO XIÍ. 201 mismo tiempo. Se deben distinguir las partes de la América española que están opuestas al Asia, de las que son bañadas por el Océano Atlántico ; investigar en que parages se encuentra la mejor parte de la población , si cerca de las costas ó bien en lo interior y en las alturas frias ó tem- pladas de las Tordilleras; comprobar las rela- ciones numéricas entre los indígenos y las otras castas , buscar el origen de las familias europeas y examinar á que raza pertenece el mayor nú- mero de blancos en cada parte de las colonias. Los Andaluces-Canarios de Venezuela , los Mon- tañeses y Vizcaínos de Méjico, y los Catalanes deBuenos- Aires varian esencialmente entre ellos, en su aptitud para la agricultura , las artes me- cánicas, el comercio y los demás objetos que dependen de los progresos de la inteligencia. Cada una de estas razas ha conservado, tanto en el Nuevo Mundo como en el antiguo, las formas que constituyen su fisonomía nacional , la sua- vidad ó aspereza de su carácter , su moderación 6 su afán por la ganancia , su hospitalidad afable ó su gusto por la soledad. No se podria dudar de la variedad de modi- 202 LIBRO IV. ficaciones que han producido en el carácter his- pano-americano la constitución física del pais, la soledad de las capitales sobre las alturas ó su proximidad á las costas, la vida agrícola, el tra- bajo de las minas, y la costumbre de las espe- culaciones comerciales ; pero siempre se reco- noce en los habitantes de Caracas, de Santa Fé, de Quito y de Buenos-Aires, alguna que perte- nece á la raza y á la filiación de los pueblos. Si se examina el estado de la capitanía general de Caracas según los principios que acabamos de manifestar, se vé que su industria agrícola, la grande masa de su población, sus ciudades populosas, y todo lo que han producido los progresos de la civilización, se encuentran prin- cipalmente cerca del litoral de las costas, las cuales tienen mas de 200 leguas de extensión. Son bañadas por el pequeño mar délas Antillas, especie de mediterráneo, en cuyos confines han fundado colonias casi todas las naciones de Eu- ropa ; comunícase este con el Océano Atlántico por varios puntos , y su existencia , desde la con- quista ha influido sensiblemente en ios progresos de los conocimientos en la parte del, este del CAPÍTULO \n. 2o5 América oquinoccial. Los reinos de la INueva Gra- nada y de Méjico no tienen relación con las co- lonias extrangeras , y por consiguiente con la Europa no española , sino por solo los puertos de Cartagena de Indias, de Santa Marta, de Vera Cruz y de Campeche, Este vasto pais , por la naturaleza de sus costas y la soledad de su po- blación detras de la esp¿ilda de las Cordilleras, ofrece pocos puntos de contacto con el extran- gero ; y aun el golfo de Méjico es menos fre- cuentado , durante una parte del año , á causa del peligro de ios golpes de viento norte. Bien al contrario las costas de Venezuela , que por su extensión hacia el este, la multitud de sus puertos y la seguridad de sus aterrages en toda estación , se aprovechan de todas las ven- tajas que ofrece el mar interior de Jas Antillas. En ninguna parte pueden ser mas frecuentes las comunicaciones con las grandes islas y aun con las de barlovento, que en los yjuertos de Cu- maná, Barcelona, la Guaira , Porto -Cabello , Coro y Maracaibo ; y en ninguna parte ha sido mas difícil de contener el comercio ilícito con los extrangeros. ¿ Puede causar admiración , el 204 LIBRO IV. que esta facilidad de relaciones comerciales entre los habitantes de la América libre y los pueblos de la Europa, agitada, haya aumentado en las provincias reunidas bajo la capitanía general de Venezuela, la opulencia, las luces y aquel in- quieto deseo de un gobierno local que se con- funde con el amor de la libertad y de las formas republicanas ? Los indígenos bronceados ó indios, no cons- tituyen una masa muy importante de la popu- lación agrícola sino es en los países donde los Españoles, al tiempo de la conquista, hallaron ya unos gobiernos regulares, una sociedad civil, y unas instituciones antiguas y á veces muy com- plicadas; como sucedió en la Nueva España, al sur de Durango , y en el Perú desde el Cuzco hasta el Potosí. En la capitanía general de Ca- racas es poco considerable la populación , al menos fuera de las misiones de la zona cultivada ; y en los momentos de grandes discusiones no inspiran temor los indígenos á los blancos y á las castas mixtas. Calculando en 1800 la pobla- ción total de las provincias reunidas, á 900,000. almas, ht; juzgado que los indios no componen CAPÍTULO XII. 205 sino ,7 en vez que en Méjico forman casi la mitad de los habitantes. Entre las castas de que se compone la popu- lación de Venezuela, la de los negros que excita á un mismo tiempo el interés debido á la des- gracia , y el temor de una reacción violenta , no es muy considerable por su número, pero si por su acumulación en una extensión de terreno poco considerable. Luego veremos que en toda a capitán ia general no exceden los esclavos de ~ de la población entera; en la isla de Cuba que es donde los negros son menos en número comparativamente á los blancos, esta razón es- taba en 1811, como de 1 á 3 las siete provin- cias reunidas de Venezuela tienen 60,000 es- clavos ; Cuba cuya extensión es ocho veces menor; tiene 212,000. A pesar de la aislamiento en que la mayor parte de las metrópolis tratan de tener sus colo- nias , no se comunican menos las agitaciones : los elementos de división son los mismos por todas partes , y como por un instinto , se esta- blece una conformidad entre los hombres de un mismo color, aunque separados por la diferencia 2o6 LIBRO IV. de leDguage, y habitando litorales opuestos. Este Mediterráneo de la América formado por el li- toral de Venezuela, de la ¡Nueva Granada, de Méjico, de los Estados Unidos y de las islas An- tillas, cuenta en sus limites cerca de millón y medio de negros libres y esclavos, tan desigual- mente repartidos que hay muy pocos en el sur y casi ninguno en la región del oeste: hallándose su grande acumulación en las costas septentrio- nales y orientales, son, por decirlo así, la parte africana de este estanque interior. En la relación del viage de Girolamo Benzoni he hallado un pasage muy curipso que prueba la larga fecha de los temores qvie debe producir el aumento de la población negra. « Los negros, dice Benzoni , se han multiplicado de tal modo en Santo Domingo, que en i545 cuando yo es- taba en la Tierra-Firme, en la costa de Caracas, he visto varios Españoles que no dudaban de que dentro de poco seria aquella isla^ propiedad de los negros. > Los 60,000 esclavos que contienen las siete provincias de Venezuela están repartidos con tal desigualdad que solo la provincia de Caracas en- CAPITULO XII. 207 cierra cuarenta mil, de los cuales | mulatos ; Ma- racaibo diez á doce mil , Cumaná y Barcelona apenas seis mil. En la provincia de Venezuela se hallan los esclavos casi todos reunidos en un terreno de corta extensión, entre la costa y una línea, su paralela, que pasa , á doce leguas de la misma costa , por Panaquire , Yare , Sábana de Ocumare , villa del Cura y Ningua, Los llanos de Calabozo, San Carlos, Guauare y Barqueci- meto no contienen sino cuatro á cinco mil que se encuentran esparcidos en los cortijos y ocu- pados en cuidar ganado vacuno. El número de horros es muy considerable , pues las leyes y las costumbres españolas favorecen la manumisión. Después de los negros, es muy interesante, en las colonias, el conocer el número de los blan- cos criollos que yo llamo H ispano-amer icarios , i y el de los blancos nacidos en Europa. Es muy di- i A imitación de la voz anglo-americanos, recibida en todas las lenguas de la Europa. En las colonias españolas, llaman esparioles á ios blancos nacidos en América , y á los verda- deros españoles nacidos en la metrópoli les dicen europeos gaehapinos ó chapetones. 20S LIBRO IV. fícil procurarse nociones bastante exactas sobre un punto tan delicado : ei pueblo, tanto en el Nuevo Mundo como en el antiguo, aborrece los alistamientos porque supone que se hacen para aumentar los impuestos. Aunque algunos mi- nistros en Madrid , conociendo los verdaderos intereses de la patria han deseado de tiempo en tiempo obtener informaciones precisas sobre la prosperidad creciente de las colonias, general- mente las autoridades locales no han contribuido á tan útiles miras ; y se han necesitado órdenes muy repetidas de la corte de España para que se proporcionasen á los editores del Mercurio peruviano, las excelentes nociones de economía política que han publicado. Yo he oido , en Méjico mismo, vituperar al conde de Revillagigedo por haber anunciado á toda la Nueva-España que la capital de un pais que tiene cerca de seis millones de habitantes no encerraba en 1790, mas de 23oo Eurof)eos , mientras que se contaban 5o, 000 Hispano-Ame- ricanos. Las personas que proferían estas quejas, consideraban el hermoso establecimiento de cor- reos por los cuales van las cartas desde Buenos- CAPÍTULO xir. 209 Aires hasta la Nueva-California , como una de las mas dañosas concepciones del conde de Flo- rida Blanca; y aconsejaban, aunque en vano, que se arrancasen las viñas en el Nuevo Méjico y en Chile para favorecer el comercio de la me- trópoli. Comparando las siete provincias reunidas de Venezuela con el reino de Méjico y la isla de Cuba, se consigue hallar aproximativamente el número de los blancos criollos y aun el de los Europeos ; los primeros hacen en Méjico cerca de una quinta parte , y en la isla de Cuba , según el empadro- namiento muy exacto de 181 1 , un tercio de la población total. Cuando se reflexiona en los dos millones y medio de indígenos de raza bronceada que habitan el Méjico, cuando se considera el estado de las costas del Océano pacifico, y el corto número de blancos que contienen las in- tendencias de Puebla y de Oajaca, comparativa- mente á los indígenos , no se puede dudar que, si no la Capitanía general, al menos la provincia de Venezuela ofrece una proporción mas fuerte que la de i á 5. La isla de Cuba en la cual los blancos son todavía mas numerosos que en II. í4 2 10 IIBRO IV. Chile ' , puedo suministrarnos el maximom su- ponible en la Capitanía general de Caracas; y yo pienso que es necesario detenerse á doscien- tos ó doscientos diez mil Hispano-Americanos, sobre una población total de 900,000 almas. El número de Europeos en la raza blanca, no con- tando las tropas enviadas por la metrópoli, no parece exceder de doce á quince mil. En Méjico no excede de 60,000, y hallo por varias compa- raciones, que si se calculan en todas las colonias españolas, catorce ó quince millones de ha- bitantes, hay en este número á lo tres mas millones de criollos blancos , y doscientos mil Europeos. Hemos visto que la población india, en las provincias reunidas de Venezuela, es poco con- siderable y recientemente civilizada; así es que todas las ciudades han sido fundadas por los conquistadores españoles. Estos no han podido I No hablo del reino de Buenos-Ayres, donde, sobre un millón de habilantes, son muy numerosos los blancos en la parte del litoral, al paso que las alturas ó las provincias de la Sierra, están enteramente pobladas de indígeno?!. CAPITULO XII. 211 seguir como en el Perú y en Méjíci), las huellas de la antigua cultura de los indígenos : Caracas, Maracaibo, Cumaná y Coro, no tienen mas que el nombre de indios. Entre las tres Capitales ^ de la América equinoccial, situadas en las montañas y que gozan dé un clima templado, es Caracas la menos elevada. De las siete provincias reunidas en la Capi- tanía general, cada una tiene un puerto parti- cular por el cual salen sus productos. Basta considerar la situación de las provincias, sus relaciones mas ó menos intimas con las islas de Barlovento' ó las grandes Antillas, la direc- ción de las montañas , y el curso de los rios caudalosos , para conocer que Caracas no podrá nunca ejercer una influencia política muy po- / derosa sobre los paises de que es capital. El Apure , el Meta y el Orinoco que se dirigen del oeste hacia el este reciben todos los afluentes de los Llanos , ó la región de las dehesas. Santo Tomas de la Guayaná será precisamente algún dia una plaza de comercio de la mayor importan- » Méjico, Sania Fé de Bogotá y Quito. 212 LIBRO IV. cia, sobre todo cuando las harinas de la Nueva- Granada embarcadas mas arriba del confluente del Rio Negro y del Umadea , bajen por el Meta y el Orinoco, y que en Caracas y en Cumaná se prefieran á las de la Nueva Inglaterra. Es una gran ventaja para las provincias de Venezuela el no ver todas sus riquezas territo- riales dirigidas hacia un mismo punto, como las de Méjico y de la Nueva Granada que todas refluyen sobre Veracruz y Cartagena, y el ofrecer una porción de ciudades igualmente pobladas que forman otros tantos centros de comercio y de civilización. Caracas es la residencia de una Audiencia y de uno de los ocho Arzobispados en que está dividida toda la América española : su pobla- ción en 1800, según las investigaciones que he hecho sobre el número de nacimientos, era de 40,000 almas poco mas ó menos; y aun algunos habitantes ilustrados la computaban hasta 45, 000, de los cuales doce mil blancos y veinte y siete mil Ubres de color. En 1766, la populación de Cara- cas y del hermoso valle en que la ciudad está si- tuada, habia sufrido infinito de una cruel epide- CAPÍTULO Xir. 2 I J niia de viruelas : la mortandad llegó hasta seis ú ocho mil personas , solo en la ciudad ; desde aquella época memorable, se ha hecho tan ge- neral la inoculación que yo la he visto ejecutar sin el auxilio de los médicos. Después de mi regreso á Europa ha conti- nuado aumentado la población de Caracas ; y se elevaba á 5o,ooo almas cuando el terremoto del 26 de marzo de 1812, hizo perecer cerca de doce mil bajo las ruinas de las casas. Los acon- tecimientos políticos que han sucedido á aque- lla catástrofe han reducido el número de habi- tantes á menos de veinte mil j pero estas pérdidas serán bien pronto reparadas si el pais en extre- mo fértil y comerciante, de que Caracas es el centro , tiene la felicidad de gozar algunos años de reposo y de una sabia administración. Hay en Caracas ocho iglesias , cinco conventos y un teatro que puede contener de mil y qui- nientas á mil ochocientas personas : en mi tiempo estaba de tal modo dispuesta la sala de espectáculo que el patio, en el cual están sepa- rados los hombres de las mugeres, estaba á des- cubierto, y se veian ú un mismo tiempo los ai4 LIBRO IV. actores y ks estrellas : como el tiempo i^ebuloso me hacia perder muchas observaciones de los satélites , desde un palco del teatro podia asegu- rarme si Júpiter estarla visible durante la noche. Las calles de Caracas son anchas, bien alineadas y cortadas en ángulos rectos como todas las ciu- dades fundadas por los españoles en América. Las casas son espaciosas y mas elevadas de Jo que debieran ser en un pais sujeto á terremotos. En 1 800 , las dos plazas de Alta Gracia y de San Francisco ofrecían un espectáculo muy agra-r dable, mas los terribles temblores del 12 de marzo de 1812, han destruido casi toda la ciur dad, la cual remueve lentamente sus ruinas, y el barrio de la Trinidad que he habitado, ha sido arruinado como si hubiera saltado una mina debajo de él. La poca extensión de^ valle y la proxÍKftidad d^ las moptañas de Avila y de la Silla, ¿laUi á la situación de Caracas \in aspecto triste y severo sobre todo en aq^i^^Ha estación del año en que reina la temperatura fresca en los meses de no^ viembre y diciembre ; pero este aspecto melan- CÁPÍTliLO XII. 2l5 cólico , y el contraste que se observa en este tiempo entre la serenidad de la mañana y el cielo cubierto de la tarde, no se advierten en medio del estío. Las noches de junio y julio son claras y deliciosas : la admósfera conserva, casi sin in- terrupción , aquella pureza y transparencia , propias á las alturas y á los valles elevados en un tiempo quieto, en tanto que los vientos no mezclan en ella varias cubiertas de aire de tem- peratura desigual. En esta estación de estío se disfruta de toda la belleza de aquellos paisages que no he visto bien iluminados sino unos dias al fin del mes de Enero. El clima de Caracas ha sido designado como una primavera perpetua; pues se halla por todas partes á media falda de las Cordilleras de la Amé- rica equinoccial, entre 4oo y 900 toesas de ele- vación. En efecto , ¿ Qué mayor delicia puede pedirse que la de una temperatura que se sos- tiene el día eutre 20" y 26°, y la noche entre 16" y i8*, y que favorece igualmente la vegetación del plátano, del naranjo, del árbol del café, del manzano , del albaricoque y del trigo? Por 2l(y LIBRO IV. esta razón un escritor nacional » compara la si- tuación de Caracas á la del Paraiso terrenal , y reconoce en el Anauco y los torrentes que le avecinan , los cuatro rios del paraiso. Es de sentir que un clima tan templado sea generalmente tan inconstante y variable : los habitantes de Caracas se quejan de que en un mismo dia tienen varias estaciones y que los tras- pasos de una á otra se verifican con la mayor precipitación. Muchas veces , especialmente en el mes de Enero , la noche cuya temperatura media es de 16% es seguida de un dia, durante el cual el termómetro se mantiene á la sombra, sobre 22° ocho horas consecutivas; y en un mismo dia se experimentan temperaturas de 18° y de 24°. A pesar de la altura del sitio , ordina- riamente el cielo de Caracas es menos azul que el de Cumaná: el vapor aquoso está menos bien disuelto , y asi en aquellos climas como en los nuestros, la mayor difusión de la luz, dismi- nuye la intensidad del color aéreo, mezclando el blanco con el azul del aire. í El historiador de Venezuela D. José de Oviedo y Baños. CAPITULO XII. 'Jl'] No conocemos la temperatura media de Ca- racas con tanta exactitud como la de Méjico y Santa Fé de Bogotá ; sin embargo pienso que no se aleja mucho de 21 á 22 grados. Rara vez se vé en verano elevársela temperatura por algunas horas hasta 29°; y se asegura haberla visto bajar en invierno después de levantado el sol, á 1 1°; mas durante mi permanencia en Caracas , el máximum y el minimum observados no han sido mas que 25° y 1 2° 5'. El frió de la noche es tanto mas sensible por ser ordinariamente acom- pañado de un tiempo nebuloso : yo he estado semanas enteras sin poder lomar alturas del sol y dé las estrellas, y he hallado tan rápidos los cambios de la mas bella transparencia á la obs- curidad perfecta, que varias veces, teniendo yo el ojo fijo en el anteojo un minuto antes de la inmersión de un satélite, perdia entre la niebla el planeta y aun los objetos -que me ro- deaban de cerca. — En Caracas son muy abun- dantes las lluvias en los tres meses de abril , mayo y junio : las tronadas vienen siempre del lado de este y sudeste, de Petare y del valle. En las regiones bajas de los trópicos no cae gra- 2l8 LIBRO I¥. nizo, pero en Caracas, se ve granizar todos los cuatro ó cinco años, y aun se ha visto en valles todavía mas bajos; cuyo fenómeno, cuando se ofrece, hace una viva sensación ^n el pueblo. La caidade los aérolites es menos rara entre nosotros que el granizo en la zona tórrida, á trescientas toesas sobre el nivel del mar, á pesar de la fre- cueqci^ de las tronadas. El clima fresco y delicioso que acabamos de des- cribir conviene también á la cultura de las pro- ducciones equinocciales : la caña de azúcar se cultiva con buen éxito aun exí alturas que exce- den á la de CaracaSj pero se prefiere el valle (á C9usa de la sequedad del sitio y del terren© pe- dragoso) para la del árbol del café, cuyo fruto, aunque poco abundante, es de excelente calidad. Guando este árbolito se halla en flor, toda la Ua- liura que se extiende mas allá de Chacao, ofrece el aspecto mas risueño y alegre. El plátano que se vé en las plantaciones al rededor de la ciudad no es el gran plátano hartón , sino el de Caraburi y Dominico, que exigen menos calor. Los mas sabfQSQS ananás son los deBaruta, de Empedrado CAPÍTULO XII. ^19 y de las alturas de Buenavista en el camino de la Victoria. Cuando un viagero sube por la primera vez al valle de Caracas, se ve' agradablamente sorpren- dido de encontrar al lado del árbol del café y del plátano, los hortalizas y legumbres de nuestros paises, las freseras, las viñas y casi todos los árboles frutales de nuestra zona templada : las manzanas y los melocotones mas estimados vienen de Ma^ carao ó de la extremidad occidental del valle, donde el membrillo es tan común que se ha hecho casi salyage. Lqs confitados de manzc^na y sobre todo el de membrillo son niuy buscados en qn p?iis donde se cree que para beber agua es necesario excitar la sed CQiiíiendo algunos dulces. A medida que las inijiediaciones de la ciudad han sido cultivadas en café, y que el estableci- miento de las plantaciones, que solo fecha desde el año 17^5, ha aumentado el número de negros cultivadores i, se han reemplazado en el valle los ^ El consumo de comestibles en las ciudades de América española es tan considerable, especialmente en carnes, que 2 20 LIBRO IV. manzanos y membrillos esparcidos en las sa- banas por el niaiz y las legumbres. El arroz re- gado por medio de canales era mas común que ahora en la llanura de Chacao ; yo he observado, tanto en esta provincias, como en Méjico y en todos los terrenos elevados de la zona tórrida , que en donde se hallan mas abundantes los man- zanos, se ofrecen mayores dificultades para la cultura del peral. Se me ha asegurado que las excelentes manzanas que se venden en el mercado de Caracas vienen de árboles sin enjertar. Se ca- rece de cerezas; y aunque yo he visto en el patio del convento de San Felipe de Neri, algunos oli- vos grandes y frondosos el mismo lujo de su ve- getación las impide dar fruto. Si la constitución admosférica del valle es tan favorable á los diferentes géneros de cultura que forman la base de la industria colonial, no lo es igualmente á la salud de los habitantes y de los extrangeros establecidos en la capital de Vene- en 1800 se mataban en Caracas 40,000 bueyes al año, mien- tras que en Paris, con una población catorce veces mayor, solo se consumian 70,000 en tiempo de M. Necker. CAPITULO XTI. 22 1 zuela. La grande inconstancia del Clima y la su- presión frecuente de la transpiración cutánea en- gendran afecciones catarrales que toman después varias formas. En 1696, un obispo de Venezuela, Don Diego de Baños, dedicó una hermita á Santa-Rosalia de Palermo por haber librado la capital , después de diez y seis meses de los iestragos de la plaga del vómito negro; y una misa que se celebra todos los años en la catedral en los primeros dias de setiembre, ha perpetuado la memoria de aquella epidemia^ asi como en todas las colonias españo- las se anuncian con procesiones las fechas de los grandes temblores de tierra. El año 1696 fué con efecto, muy señalado por la fiebre amarilla que penetraba en todas las Antillas, donde no habia comenzado á establecer su imperio hasta el año 1688 ; pero ¿como creer en una epidemia de vó- mito negro que duró diez y seis meses sin inter- rupción, y que subsistió durante toda la estación fresca , en la cual el termómetro baja en Caracas á 12 ó i3 grados? Aunque ninguna descripicon demuestra exactamente que el typhus de América haya reinado eij Caracas desde el fin del siglo diez 222 L[BRO IV. y siete, es sin embargo demasiado cierto que esta enfermedad, en la misma capital ha arreba- tado un gran número de jóvenes militares euro- peos en 1802 ; no deja de concebirse cierto temor al considerar que en el centro de la zona tórrida unas alturas de 45o tóesas, aunque algo inme- diatas ál mar, no pueden preservar los habi- tantes de una epidemia que se creía no ser pro- pia sino de las bajas regiones del litoral. CAPÍTULO XIII. Mansión en Caracas. — Montañas que avecinan la ciudad. — Excursión i\ la cima de la Silla. — Indicios de minas. Dos meses hemos permanecido en Caracas, M. Bonpland y yo, habitando una casa grande casi aislada situada en lo mas eminente de la ciudad: desde lo alto de una galería podiamos descubrir al mismo tiempo la cima de la Silla, la cresta del Galipano, y el risueño valle del Guaire tuya rica cultura contrasta con el sombrío tiempo de mon- tañas que la rodea. Estábamos en la estación de la Sequía; en la cual, para mejorar los pastos, se pone fuego á las sábanas y al césped que cu- bre las rocas mas escarpadas. Si teníamos razón para estar satisfechos de la exposición de nuestra vivienda; todavía lo está- bamos mas por la acogida que nos daban los ha- bitantes de todas clases : y es un deber para mi el citar la noble hospitalidad que ha ejercido con 2 24 LIBRO IV. nosotros el Gefe del Gobierno el señor de Gue- vara Vasconcelos , entonces Capitán general de las provincias de Venezuela. Aunque yo he te- nido la ventaja de que pocos españoles hayan re- corrido como yo sucesivamente, Caracas, la Ha- vana, Santa Fé de Bogotá, Quito, Lima y Méjico; y que en estas seis capitales de la América española, mi posición me ha puesto en relación con personas de todas condiciones, sin embargo no me tomaré la libertad de pronunciar sobre los diferentes gra- dos de civilización á que se ha elevado la sociedad en cada colonia. Mas fácil me es indicar los dife- rentes grados de cultura nacional y el objeto ha- cia el cual se inclina con preferencia el desarollo de las facultades intellectuales, que colocar y comparar lo que puede considerarse bajo un mismo punto de vista. Me ha parecido que en Méjico y en Bogotá hay una tendencia decidida por el estudio pro- fundo de las ciencias; en Quito y eu Lima, mas gusto por las letras y por todo lo que puede li- sonjear á una imaginación ardiente y viva; en la Havana y Caracas, mayor conocimiento de las relaciones políticas de las naciones, y miras mas CAPÍTULO XIII. 2 2,5 extensas sobre el estado de las coíonias v de las metrópolis. La multiplicación de commiiqacio- nes con el comercio de la Europa, y aquel mar de las Antillas que hemos descrito como un me- diterráneo con muchas bocas, han influido po- derosamente en los progresos de la sociedad en la isla de Cuba y en las hermosas provincias de Venezuela: en ninguna otra parte de la, América española ha tomado la civilización un aspecto mas europeo : el crecido número de Indios cul- tivadores que habitan el Méjico y el interior de la Nueva Granada, dan á estos vastos paises un carácter particular, acaso mas exótico ; pero en la Havana y en Caracas, a pesar de la población negra, se cree uno estar mas cerca de Cádiz y de los Estados Unidos, que en ninguna otra parte del Nuevo Mundo. Camo Caracas está situada en el continente, y que su población es menos móvil que la de las islas, se han conservado también las costumbres nacionales mejor que en la Havana ; y aunque la sociedad en aquella , no ofrece unos placeres muy vivos y variados , se experimenta sin em- bargo, en el interior de las familias, aquel sen- il- i5 226 LIBRO IV. timiento de bien estar que inspiran la franca alegría y la cordialidad unidas á los modales de la buena educación. Desde que en tiempo de Carlos V pasaron de la metrópoli á las colonias el espíritu de corpo- ración y los odios municipales , hay en Cumaná y en otras ciudades comerciantes de la Tierra- Firme, qtiien se complace en exagerar las preten- siones nobiliarias de las familias mas ilustres de Caracas conocidas con el nombre de los Man- tuanos. En todas las colonias existen dos géne- ros de nobleza ; la una se compone de criollos cuyos antepasados han ocupado últimamente ios primeros puestos de América , y funda en parte sus prerogativas en la ilustración que ob- tiene en la metrópoli, creyendo poder conser- varlas al otro extremo de los mares , sea cual fuere la época de su establecimiento en las colo- nias. La otra nobleza pertenece algo mas al suelo Americano, y se compone de los descendientes de los Conquistadores ^ es decir, de los españoles que han servido en el ejército desde la primera conquista : entre aquellos guerreros compañeros de armas de Cortés, de Losada y de Pizarro, CAPÍTULO xiir. 227 habia muchos que pertenecían á las familias mas distinguidas de la península ; otros procedentes de las clases inferiores del pueblo han ilustrado sus nombres por medio del valor caballeresco que caracteriza los principios el siglo diez y seis. En muchas familias de Caracas he hallado gusto por la instrucción , conocimiento de los modelos de literatura francesa é italiana, y una predilección decidida por la música que cultivan con éxito y que sirve á unir las diferentes clases de la sociedad, como lo hace siempre la cultura de las bellas artes. Las ciencias exactas, el diseño y la pintura, no tienen aquí unos grandes esta- blecimientos como los que, Méjico y Santa Fé deben á la munificencia del gobierno español , y al celo patriótico de los nacionales ; en medio de una naturaleza tan prodigiosa y tan rica en producciones , nadie se ocupa del estudio de las plantas y de los minerales en aquellas costas ; solamente en un convento de San Francisco he hallado un venerable anciano ' que calculaba el almanac para todas las provincias de Venezuela ' El padre Puerto. 2Í¿8 LIBRO IV. y que tenia algunas nociones exactas sobre el estado de la astronomía moderna : nuestros ins- trumentos le interesaban vivamente , y un dia vimos con grande sorpresa llenarse nuestra casa de todos los frailes de San Francisco, que desea- ban ver una brújula de inclinación. La curiosi- dad que excitan los fenómenos físicos, aumenta en un pais minado por los fuegos volcánicos, y bajo un clima donde la naturaleza se manifiesta tan imponente y tan misteriosamente agitada. En una región que ofrece aspectos tan maravi- llosos creia yo encontrar muchas personas que conociesen perfectamente las altas montañas del contorno ; mas fué vana mi esperanza , pues no pude descubrir un solo hombre que hubiese su- bido hasta la cumbre de la Silla. Nuestros paseos se dirijian comunmente hacia dos plantaciones de café situadas éntrente de la Silla, cuyos due- ños eran hombres de un trato muy agradable : desde alli, examinando con el anteojo la rapidez de las cuestas de las montañas y la forma de dos picos que la terminan, podíamos apreciar las di- ficultades de subir á la cima. El capitán general, el señor de Guevara, nos CAPITULO XIII, aag hizo dar guías por el teniente de Chacao; quien nos envió unos negros que conocian un poco el sendero que, conduce hacia las costas por las crestas de las montañas ' , cerca del pico occi- dental de la Silla. Frecuentan esta senda los con- trabandistas; mas ni nuestros guias, ni los hom- bres mas experimentados de la milicia , emplea- dos en perseguir el contrabando en aquellos sitios salvages , habían jamas subido hasta el Pico oriental que forma la cima mas elevada de la Silla. Pasamos la noche del 2 de Enero en la Es- tancia de los gallegos , plantación de café cerca de la cual forma hermosas cascadas el pequeño rio de Chacaito bajando de la montaña, y cayendo en un barranco bellamente sombrío y decorado. Pusímonos en marcha á las cinco de la mañana acompañados de los esclavos que llevaban nues- tros instrumentos, siendo entre todos diez y ocho personas, que iban unos tras otros por un sendero estrecho, trazado en una cuesta rápida y cubierta de gazon. Por lo pronto tratamos de 1 En Caraviilleda. 200 LIBRO IV. subir á la cima de una colina que forma un es- pecie de promontorio de la Silla por la parte del sud-oeste; adonde llegamos á las siete. Estaba la mañana fresca y hermosa : el cielo , hasta en- tonces , parccia favorecer nuestra excursión ; el termómetro se sostenia debajo de i4°- Nuestros guías pensaban que todavía nos faltarían seis horas para llegar á la punta de la Silla; cuya subida, mas cansada que peligrosa, desanimó á las personas que nos habían acompañado desde la ciudad y que no estaban acostumbradas á trepar las montañas. Perdimos mucho tiempo en esperarlos y no nos resolvimos á continuar solos nuestro camino , hasta que vimos que en vez de subir, se bajaban todos de la montaña. El tiempo comenzaba á nublarse, y conocimos M. Bonpland y yo, que bien pronto nos veríamos envueltos en una niebla espesa : temerosos de que nuestros guías se aprovechasen de esta cir- cunstancia para abandonarnos , hicimos pasar delante de nosotros los que llevaban los ínstru- Irumentos mas necesarios, y continuamos tre- pando las cuestas que se inclinan hacia la que- braza de Chacaito. La locuacidad familiar de los capítulo XIII. 23 1 negros criollos contrastaba con la gravedad de los indios que nos habían acompañado constan- tementeenlas misiones deCaripe. Se chanceaban sobre los que habían renunciado tan pronto á ún proyecto preparado de antemano, y atacaban sobre todo á un Joven fraile capuchino , proifesor de matemáticas que no había cesado de preco- nizar las ventajas de fuerza física y de atrevi- miento, que tienen los españoles europeos sobre los españoles americanos : como había perdido el ánimo , mucho antes que los criollos , pasó el resto del día en una plantación vecina , ocupado en vernos escalar la montaña. Délos dos picos que forman la cima de esta, el oriental es el mas elevado , y al que debíamos llegar con nuestros instrumentos : el descenso entre estos dos picos ha dado á toda la mon- taña el nombre de la Silla i , y desde esta hendi- dura desciende hacia el valle de Caracas , una quebraza, de que ya hemos hablado, la cual en su origen ó extremidad superior se aproxima al pico occidental. Por la forma de una silla de montar. 232 LIBRO IV. La niebla nos envolvía de cuando en cuando, dándonos mucha pena para reconocer nuestro camino. Una veta de tierra porcelana, llamó nuestra atención, cuya tierra blanca como la nieve es sin duda el resto de un feldespato des- compuesto. Estábamos a 940 toesas , y sin em- bargo vimos en un barranco á la misma altura , hacia el este , un bosque entero de . palmeras , de las que llaman Palma real y que es una es- pecie de Oreodoxa. Este grupo de palmeras en una región tan elevada, contrastaba muy singu- larmente con los sauces esparcidos en el fondo mas templado del valle de Caracas. Después de cuatro horas de marcha por las sábanas j entramos en una floresta formada de arbustos y de árboles poco elevados, llamada el Pe- jual, sin dudaá causa de la grande abundancia del pejpa (Gautiieria odorata), planta cuya hojas son muy odoriferantes. La cuesta de las montaña apa- rece mas suave, y experimentamos un placer inex- plicable, en examinar los vegetales de esta región : tal vez en ninguna otra parte se hallan reunidas en un corto trecho de terreno , producciones tan bellas, y tan notables en cuanto á la geo- CAPÍTULO VIH. 233 grafía de las plantas : allí se encuentran las razas de los oleandros alpinos, los thibaudias , los andromedos, los vaccinium y los befarías de hojas resinosas que hemos comparado varias veces al rhododendrum de los alpes de Europa. El hermoso oleandro de los Andes ó befarla, ha sido descrito por M. Mutis que lo habia ob- servado cerca de Pamplona y de Santa Fé de Bo- gotá por los 4° y 7° de latitud boreal : y eran tan poco conocidos antes de nuestra excursión á la Silla que no existia en casi ningún herbario de ía Europa ; y aun los sabios edictores de la flo- ra del Perú lo habían descrito con el nuevo nombre de Acunna. Asi como los oleandros de la Laponia del Caucaso y de los Alpes ^ , se dife- rencian entre sí, del mismo modo las dos especies de befaría que hemos traidode la Sílla^, son es- ' Rhododendrum laponicum , R. caucasícum, R. ferru- gineum y R. Iiirsutum. '■'- Befaría glauca, B. ledi folia. Véase nuestro tratado de las plantas equinocciales, t. II, p. ii8-ia6 que contiene casi una monograüa completa del género befaría que debería llevar el nombre de bcjaria. 234 LIBP.O IV. pecíficamente distintas de las de Santa Fé de Ro- góla . Cerca del ecuador los oleandros de los Andes^, cubren las montañas hasta los páramos mas elevados, á mil y setecientas toesas de al- tura. Adelantándose hacia el norte en la Silla de Caracas, se les encuentra mucho mas abajo á menos de mil toesas : y aun el befaría descu- bierto últimamente en la Florida, por los 30° de latitud, vegeta también en las colinas de poca elevación. De este modo , estos arbustos des- cienden hacia las llanuras á medida que se alejan del ecuador , sobre un trecho de 600 leguas en latitud : el oleandro de Laponia vegeta igual- mente á ochocientas ó novecientas toesas mas bajo que el oleandro de los Alpes y de los Pireneos. Estrañamos no haber descubierto ninguna es- pecie de befaría en las montañas de Méjico, entre los oleandros de Santa Fé, de Caracas y de la Florida, * Befaría aestuans y befaría resinosa. 2 Especialmente el B. aestuans de mutis y dos especies nuevas del hemisferio austral, que hemos descrito bajólos nombres de B. coarclata y B. grandiflora. CAPITULO XIII. 2^D En el pequeño bosque que corona la Silla , el befaría ledifolia no tiene mas de tres ó cuatro pies de alto : el tronco está dividido desde súbase en un gran número de vastagos frágiles y casi verticilados : las hojas son ovaladas, lanceoladas, glaucas por debajo y rolladas hacia los extremos ; toda la planta está cubierta de pelos largos y viscosos, y despide un olor resinoso muy agra- dable. Las abejas visitan sus hermosas flores purpúreas que están tan abundantes como en todas las plantas alpinas y que estando bien abiertas tienen cerca de una pulgada de ancho. En la floresta de la Silla vegetan cerca de los befarlas de flor purpúrea , un hediotes de hojas de breto , de ocho pies de alto ; el caparosa » que es un grande hipericum arborescente , un lepidium que parece idéntico con el de Virginia; y enfin el lycopodium y el musgo que entapiza * Vismia caparosa (sirviendo de apoyo á un lorantus que se apropia el suco amarillo del visnaia), davalUa meifoUa, hieraciam avilcB , aralia arbórea Jacq. y lipidium virgínícum. Dos nuevas especies de licopodium, el tkyoides y el arista- turtij se muestran mas abajo hacia la puerta de la silla. (Véase nuestra Nova Gen. et Spec, t. I, p. 38.) a 56 LIBRO IV. las rocas y los troncos de los árboles. Lo que da mas celebridad á este floresta es un arbusto de 10 á i5 pies de alto de la raza de los corym- biferos, al cual llaman los criollos incienso, cuyas hojas coriáceas y recortadas, así como las extremidades de los ramos están cubiertas de una lana blanca. Es una nueva especie de tri- xis extremadamente resinosa , cuyas flores tie- nen el agradable olor del storax : y este olor es muy diferente del que exhalan las flores del trixis therebintinácea de las montañas de la Ja- maica, opuestas á las de Caracas. Algunas veces se mezcla el incienso de la Silla con las flores del Pevetera , otra composición cuyo aroma se pa- rece al del heliotrope del Perú ; sin embargo la Pevetera no se eleva en las montañas hasta la zona del befaría ; sino que se produce en el valle de Chacao , y las damas de Caracas la emplean en preparar una agua de olor muy agradable. Saliendo del bosque de arbustos alpinos , se halla de nuevo una sábana : nosotros trepamos una parte del pico occidental para bajar al des- censo, ó valle que separa los dos picos de la Silla ; en el cual tuvimos que vencer muchas ' CAPÍTULO XIII. 237 dificultades á causa de la fuerza de la vegetación. Un botánico no adivinaría fácilmente que todo el espeso bosque que cubre el dicho valle, está formado por una planta de la familia de los mu- sacéos » : es probablemente una maranta ó he- liconia; sus hojas son largas y lustrosas; elévase hasta catorce ó quince pies de altura y sus vas- tagos suculentos, están unidos como el rastrojo de las cañas ^ que se encuentra en las regiones húmedas de la Europa auslral. Errando en esta selva de musacéos ó yerbas arborescentes, nos diiigiamos siempre hacia el lado del pico oriental que debíamos tomar : de repente nos hallamos envueltos por una densa niebla. Solo la brújula podia guiarnos, pero ca- minando hacia el norte nos exponíamos, á cada paso , á dar con el borde del espantoso preci- picio de rocas, que desciende casi perpendicu- larmente hacia el mar á seis mil pies de profun- didad ; por lo que fué preciso pararnos. Por fortuna , nos hablan alcanzado los negros que i Scitamineos ó raza de los plátanos. * Arnndo donax. j258 LIBRO IV» traían nuestras provisiones y agua, y determi- namos tomar algún sustento; mas nuestro ban- quete no fué largo, pues no encontramos mas que olivas y un poco de pan, después de haber ve- lado casi toda la noche y de haber andado nueve horas sin hallar un arroyo. Gomo no era mas de las dos de la tarde , te- niamos esperanza de poder subir á la cima orien- tal de la Silla antes de ponerse el sol, y de bajar después al valle que separa los dos picos ; en el cual pensábamos pasar la noche encendiendo un gran fuego , y haciendo construir por los negros una cabana cbnlas hojas largas y delgadas del heliconia. Apenas hablamos tomado estas disposiciones, cuando comenzó á soplar el viento de levante con mucho ímpetu del lado del mar : en menos de dos minutos desaparecieron las nubes , y se mostraron á nuestra vista las dos cúpulas de la Silla á una proximidad extraordi- naria. El mercurio se mantenía á 2 i pulgadas 6,7 lineas. INos dirijímos en derechura hacia el pico oriental : la vegetación nos oponia ya menos obstáculos y todavía hubo que derribar algu- CAPITULO XIII. 209 nos heliconia, ya eran menos elevados y es- taban menos espesos. Los picos de la Silla , se- gún hemos dicho , no están cubiertos sino de gramíneas y de pequeños arbustos de befada : atribuyese la falta de árboles en las dos cimas, á la aridez del suelo , á la impetuosidad de los vientos del mar y á los incendios tan frecuentes en todas las montañas de la región equinoccial. Tres cuartos de hora nos costó llegar á la cima de la pirámide, en la cual solo por algunos mi- nutos gozamos de la completa serenidad del cielo : nuestra vista abrazando una vasta exten- sión de pais se dilataba hacia el norte sobre el mar , y hacia el medio dia sobre el fértil valle de Caracas. El barómetro de sostuvo á 20 pul- gadas 7,6 líneas ; la temperatura del aire era de 1 5° 7' : nos hallábamos á la altura de 1 35o toesas de donde la vista alcanza una extensión de mar de treinta y seis leguas de radio. La montaña no es muy singular por su altura que es cerca de cien toesas menor que la del Canigoui pero se distingue de todas las montañas que yo he recorrido por el enorme precipio que ofrece por la parte del mar. La verdadera incli- 24o LIBRO IV. nación de la cuesta me ha parecido por un cál- culo exacto de 55° 28' K La inclinación media del pico de Tenerife apenas es de 12° 5o': un precipicio de seis á siete mil pies como el de la silla de Caracas es un fenómeno mucho mas raro de lo que se imaginan los que recorren las montañas sin medir su altura, su masa y sus cuestas. El pico redondeado en forma de media naranja occidental de la silla nos ocultaba la vista de la ciudad de Caracas ; pero distinguíamos las casas mas inmediatas, los lugares, de Chacao y de Petare, las plantaciones de café y el curso del rio Guaire cuya pequeña corriente reflectaba una luz plateada. La faja estrecha de terreno cultivado formaba un contraste agradable con el aspecto triste y salvage de las montañas inmediatas. Reuniendo bajo un golpe de vista este vasto paisage, apenas se echa menos el no ver las so- ledades del Nuevo Mundo adornadas con la ima- 1 Las observaciones de latitud dan por la distancia hori- zontal del pie de la montaña, cerca de CaruTalleda á la ver- tical que pasa por la cima, escasamente 1000 toesas. CAiPÍTULO XIII. 241 gen de los tiempos pasados. Por todas partes donde, bajo la zona tórrida, la tierra herizada de montañas y cubierta de vegetales ha conser- vado su primitivo aspecto, el hombre no se pre- senta como el centro de la creación : lejos de domar los elementos solo trata de distraerse á su imperio ; los cambios que han hecho los salvages desde dos siglos á esta parte, á la superficie del globo, desaparecen por medio de los que produ- cen en pocas horas, la acción de los fuegos sub- terráneos, las inundaciones de los rios caudalosos y la violencia de los tempestades. La lucha de los elementos entre sí , es lo que caracteriza en el Nuevo Mundo el espectáculo de la naturaleza. Un pais sin populación se presenta al habitante de la Europa cultivada, como una ciudad aban- donada por sus habitantes. Cuando se ha vivido durante algunos años en las selvas de las regio- nes bajas, ó en las faldas de las Cordilleras; cuando se han visto paisesde una extensión igual ala de toda la Francia, que no contienen sino un corto niimero.de cabanas esparcidas, ya no se asusta nuestra imaginación al ver aquella vasta soledad ; sino que se acostumbra á la idea de un II. 16 'J.l\'Jí LIBRO IT. mundo que no alimenta sino plantas y animales, V donde el hombre salvage no ha hecho jamas resonar el grito de la alegría ni los gemidos del dolor. Bajamos de la cúpula oriental de la Silla y cog- imos ál paso, una gramjnea que forma, no so- lamente un nuevo género muy particular sino que, con grande admiración nuestra, la hemos iiallado después sobre la cima del volcan de Pi- chincha, en el emisferio austral á [\oo leguas de distancia de la Silla i. El lichen floridus tan co- mún en el norte de la Europa , cubría las ramas del Befaría y de la Gaultheria odorata, y bajaba •hasta el tronco de estos arbustos. A las cuatro y media de la tarde concluímos nuestros observaciones, y satisfedhos d^l feliz éxito de nuestro viage no olvidamos que era peligroso el bajar en la obscuridad por cuestas escarpadas, cubiertas de un gasón raso y deli- cioso. Abandonamos el proyecto de pasar la no- che entre los dos pitones de la Silla, y habiendo hallado el sendero que al subir nos habíamos ^ Aegopogon cenchroídcs. CAPÍTULO XIII. a^5 abierto por medio del espeso bosque de Helico- liias , llegamos á ía región de los arbustos resi- nosos y odoriferantes. La hermosura de los Be- faria, y sus ramas cubiertas de grandes flores purpúreas atraían de nuevo nuestra atención ; cuando en aquellos climas se recojen plantas para hacer herbolarios se experimenta tanta mas dificultad en la elección cuanta mayor es la frondosidad de 'la vegetación. ?íos í^etu vimos tanto tiempo que nos sor- prendió la noche á la entrada de la sábana á ^00 toesas de altura. Como entre los trópicos, el crepúsculo es casi nulo, de la mayor claridad del dia se pasa súbitamente á las tinieblas : es- taba la luna sobre el horizonte, aunque el disco se cubría de tiempo en tiempo con gruesas nubes enviadas por un viento frió é impetuoso. Mar- chábamos en una larga fila ayudándonos con las manos para no rodar cayendo : los guías que llevaban nuestros instrumentos nos abandona- ban ipoco á poco para quedarse á dormir en la montaña. La niebla habia ido desapareciendo en el fondo del valle: las luces esparcidas que velamos de« a44 LIBRO IV. bajo de nosotros nos causaron una grande ilu- sión : las escarpaduras parecían mas peligrosas de lo que son en realidad ; y durante seis horas de continuo descenso nos creimos igualmente cerca de las quintas colocadas al pie de la Silla. Oiamos muy distintamente la voz de los hombres el sonido de las guitarras : generalmente se pro- paga tan bien el sonido de abajo arriba, que en un globo aerostático á tres mil toesas de ele- vación, se oye algunos veces el ladrido de los perros '. A las diez de la noche llegamos al fondo del valle abrumados de fatiga y de sed : habiamos andado casi sin interrupción durante quince horas ; te- níamos destrozadas las plantas de los pies por la aspereza de un suelo pedregoso, y por el ras- trojo duro y seco de las gramíneas , pues habia- mos tenido que quitarnos las botas por ser de- masiado resbaladizas. Pasamos la noche al pie de la Silla: nuestros amigos de Caracas habían podido distinguirnos con el anteojo, en la cima del pico oriental : todos i M. Guay-Lussac, en su ascensión de i8o5. CAPÍTULO XIIÍ. *45 se interesaban en la relación de nuestras fatigas, pero estaban poco satisfechos de una medición que no da á la Silla la elevación de la mas alta cima de los Pirineos. ^ Durante el viage á la Silla , y en todas nuestras excursiones en el valle de Caracas, tuvimos cui- dado en observar las vetas y los indicios de mi- nas que ofrecen las montañas de gneiss : mas no habiendo seguido un trabajo regular, nos con- tentamos con examinar las quebrazas, los bar- rancos y las hendiduras causadas por los tor- rentes en la estación de las lluvias. La roca de gneiss haciendo lugar algunas veces ^ á un gra- nito de nueva formación y otras al esquito mi- cáceo, pertenece en Alemania, á las rocas mas metalíferas ; pero en el nuevo continente no se ha manifestado el gneiss hasta ahora como muy rico en minerales dignos de explotación. Las mas célebres minas de Méjico y del Perú se ha- * Antiguamente se creía que la altura de la silla de Cara- cas se diferenciaba poco de h\ del pico de Tenerife. Lael. Americcedescr. i653, p. 682. ^ Sobre todo en las grandes alturas. 2^6 LIBRO IV. lian en los equistas primitivos y de transición en los pórfidos trapéanos, el grauwakke y. la piedra calcárea alpina. En varios puntos del valle de Caracas el gneiss presenta un poco de oro dise- minado en las pequeñas vetas de cuarzo, de plata sulfurada , de cobre azulado y de galesia ; pero se duda si estas camas metalíferas son bas- tante ricas para que merezcan ensayos de explo- tación : estos ensayos están hechos desde la con- quista de esta provincia á mediados del siglo 16. Cuando un gobernador llega á estas costas, DO puede hacerse valer en la corte sino elo- giando las minas de la provincia , y para des- pojar la concupiscencia de la parte que tiene de bajeza y desagrado, se justificaba la sed de oro por medio del empleo que se suponia dar á unas riquezas adquiridas por el fraude y la violencia. «El oro, dijo Cristoval Colon en su » última carta al rey Fernando , el oro es una » cosa tanto mas necesaria á vuestra magestad, » cuanto que, para cumplir una antigua predic- » cion ; Jerusalem debe ser reconstruida por un » príncipe de la monarquía española. El oro es 9 el metal mas excelente. ¿ En que paran esas CAPÍTULO XÍII. ^4; • piedras preciosas que se buscan en las extre^ » lindad es de ia tierra? En que las venden y las 1» convierten en oro. Con el oro no solamente se » hace cuanto se quiere en este mundo, sino que » aun se puede emplear en sacar ánimas del pur- » gatorio, y en poblar el Paraíso. » Estas pala- bras llenas de candor é ingenuidad manifiestan el siglo en que vivia Colon ; pero es de admi- rar el ver un elogio tan pomposo de las riquezas salir de la pluma de un hombre cuya vida ha sido notada por un noble desinterés. Como la conquista de la provincia de Vene- zuela comenzó por la extremidad occidental, las montañas inmediatas á Coro, Tocuyo y Bar- quisimeto atrajeron las primeras , la atención de ios conquistadores. Estas montañas reúnen las Cordilleras de la Nueva Granada, las de Santa Fé, de Pamplona, de la Grita y de Merida, á la cadena de las costas de Caracas : este es un ter- reno tanto mas interesante por el geólogo, en razón de que ningún mapa , hasta aquí , ha he- cho conocer las ramificaciones de las montañas que dilatan, hacia el nordeste, los páramos de INiquitao y de las Rosas, que son los últimos ^48 LIBRO IV. de los que llegan á 1 600 toesas de altura. Entre Tocuyo, ArameyBarquisimeto se levanta el grupo de las montañas del Altar, que se une hacia el sudoeste, con el páramo de las Rosas : un brazo del Altar se prolonga hacia el nordeste por San Felipe el Fuerte, reuniéndose á las montañas graníticas del litoral, cerca de Porto-Cabello : el otro brazo se inclina hacia el este, á Nirgua y el Tinaco, para unirse á la cadena interior ^ á la de Jusma, villa de Cura, y Sabina de Ocu- mare. Todo este terreno que acabamos de nom- brar, separa las aguas que van al Orinoco de las que caen en el inmenso lago de Maracaibo y en el mar de las Antillas. En dicho grupo de montañas occidentales de Venezuela, trabajaron los españoles desde el íiño i55i, la mina de oro de Buria, que dio lugar á la fundación de la ciudad de Barquisimeto ó Nueva Segovia; pero estos trabajos , asi como los de otras minas abier- tas posteriormente, fueron bien pronto abando- nados. Después de estas explotaciones de Buria; cerca de Barquisimeto , vienen por antigüedad las del valle de Caracas y de las montañas veci- CAPÍTULO XIII. ^49 ñas á la capital. Francisco Fajardo y su muger Isabel, de la nación de los Guaiquerios, fun- dadores, que fueron, de la ciudad del Collado ó Caravalleda, visitaban frecuentemente la altura donde hoy está situada la capital de Venezuela ; le habian dado el nombre de valle de San Fran- cisco, y habiendo visto pepitas de oro entre las manos de los indígenos, Fajardo consiguió desde el año 1 56o, descubrir las minas de los Teques % al sudoeste de Caracas, cerca del grupo de las montañas de la Cocuiza que separa los valles de Caracas y de Aragua. Todavía nos queda por nombrar otro punto que llamó la atención de los conquistadores desde el fin del siglo i6, por algunos indicios de minas : siguiendo el valle de Caracas hacia el este mas allá de Caurimare , en el camino de Cauragua se encuentra un terreno montañoso y selvaz donde en el dia se hace mucho carbón y que en otro tiempo se llamaba provincia de los ^ Trece años después en 1 575, Gabriel de Avila uno de los alcaldes de la ciudad de Caracas, continuó el trabajo de dichas minas que se llamaron desde entonces reales minas de N. S. 25o LIBRO IV. Marickes. En aquellas montañas oriéntalos de Venezuela el gneiss pasa al estado de un equis la talcuoso, y contiene vetas de cuarzo auríferas : Ips trabajos comenzados antiguamente en estas vetas han sido varias veces emprendidos y aban- donados. Mas de cien años estuvieron en el ol- vido las minas de Caracas; pero un en tiempo muy inmediato al nuestro, á fines del siglo pasado, el intendente de Venezuela don José Avalo se en- ^ tregó á todas las ilusiones que hablan lisongeado la ambición de los conquistadores : valióse de algunos mejicanos que no* conocían ninguna roca, y á quienes todo, hasta el mica, les pare- cía oro y plata. Los dos Gefes Pedro Mendana y Antonio Henriquez tenian cada uno tres mil pe- sos de sueldo ; y no les convenia desanimar al gobierno que no perdonaba gasto alguno para accelerar la explotación. Los trabajos se ejecuta- ron en el barranco de Tipe y en las antiguas minas de Baruta al sud de Caracas, donde los indios recojian todavía en mi tiempo un poco de oro de lavage. Bien pronto se entibió el zelo de la administración, y después de haber hecho unos qaslos tan exorbitantes como inútiles aban- capítulo XIII. 25 1 donó enteramente la empresa de las minas de Caracas. rVosotros visitamos el barranco de Tipe situado en la parte del valle que se abre hacia el cabo Blanco : saliendo de Caracas, se pasa cerca de la gran caserna de San Carlos por im terreno árido y pedregoso, dominado á la derecha por el cerro de Avila y la cumbre, y á la izquierda por la, montaña de aguas negras. Este desfiladero ofrece mucho interés á la geologia ; es el punto donde el valle de Caracas se comunica con el litoral por los valles de Tacagua y de Tipe cerca de Catia. Un espinazo de roca, cuya cima se eleva á cuarenta toesas sobre el fondo del valle de Ca- racas y á mas de trescientas sobre él del valle de Tacagua , divide las aguas que corren hacia el rio Guaire y hacia el cabo Blanco. En el valle de Tacagua encontramos nuevas habitaciones , conucos, maiz y plátanos : una plantación muy extensa de Nopales dá á este pais árido un ca- rácter particular : elévanse hasta quince pies de altura en forma de candelabros como los eufor- bios de África ; y los cultivan para vender el 252 LIBRO IV. fruto I como refrescante en el mercado de Ca- racas. La clase que no tiene espinas es llamada en las colonias Tuna de España, sin que se sepa por qué razón : también medianos en el mismo sitio los maguezis ó pita, cuyo mango cargado de flores tenia hasta cuarenta y cuatro pies de elevación. En el valle de Tipe encontramos el apunte de varias vetas de cuarzo , que presentan piritas , yerro spático , algunas señales de plata sulfu- rada, ó glanerz y de cobre gris ó falüerz. A pesar de los gastos hechos bajo la intendencia de D. José Avalo , todavía parece indecisa la gran cuestión de si la provincia de Venezuela posee minas dignas de explotación. Aunque en un pais donde hay falta de brazos , el cultivo de la tierra exije la primera solicitud del gobierno , sin em- bargo, el ejemplo de la Nueva España prueba bastante que la explotación de los metales no daña siempre al progreso de la industria agrí- cola. Los campos mejicanos mejor cultivados , 1 Es el que se conoce en la Península con el nombre de higos chambos. CAPÍTULO XIII. 255 los que recuerdan á los viageros las hermosas campiñas de la Francia y de la Alemania meri- dional, se extienden desde Silao hacia la ciudad de León, y avecinan las minas de Guanajualo, que por si solas producen la sexta parte de la plata del Nuevo Mundo. »*lVi\iVViVilVV^'VVVV4't*\'VV%*V\i»^VVVWVt*Í'*V*\il'\/t'VWligados á 294 LIBRO V. vivir; no podiaraos menos de elogiar la belleza salvage del punto, la fecundidad del suelo, y la dulzura del clima. El valle de San Pedro, en el cual corre el rio del mismo nombre, separa las dos montañas del Higuerote y de las Cocuyzas. Subimos al norte por las pequeñas haciendas de las Lagunas y de los Garavatos , que no son mas que unas casas aisladas que sirven de posadas , y en las cuales hallan los indios su bebida favorita , que es el Guarapo ó suco fermentado de la caña dulce : entre los indios que transitan esta carrera es muy frecuente la embriaguez. Cerca de los Garavatos hay un peñasco de micaesquita de muy rara forma; es un muro escarpado que termina por una torre. Abrimos el barómetro en lo mas alto, 845 toesas, de la montaña de las Cocuyzas, y nos hallamos cagi á la misma altura que en al ca- beza de Buenavista, apenas diez toesas mas alto. La vista, que se descubre desde las Lagunetas es muy extendida pero uniforme. El terreno montuoso é inculto , entre los manantiales del Guaire y del Tuy, tiene mas de 26 leguas cua- dradas , sin que se encuentre mas un solo pueblo CAPITULO XV. 2gb muy miserable , que es el de los Teques, ai sud- este de San Pedro. De las Lagunetas bajamos al valle del rio Tuy ; la falda oecidental de la mon- taña de los Teques es llamada las Cocuy zas ; y está poblada por dos plantas de hoja de Agave , que son el Maguey de Cocuy za, y el Maguey de Cocuy. Saliendo de las montañas de Higuerote y de los Teques, se entra en un pais ricamente cultivado, cubierto de cabanas y aldeas, délas cuales algunas tendrían en Europa el nombre de ciudades. En una distancia de doce leguas del este al oeste , se hallan la Victoria , San Mateo , Turmero y Maracay que componen en unión mas de 28,000. habitantes. La nivelación baro- métrica, me ha dado 296 toesas por la altura absoluta del valle del Tuy , cerca de la hacienda de Manterola, y 222 toesas por la superficie del lago. Piecord aremos nuevamente que el grupo de montañas de los Teques, que tiene 85o. toesas de altura, separa dos valles longitudinales, hen- didos en el granito, el gneis y el micaesquita, y que el del este, que contiene la capital de Ca- racas , está 300 toesas mas elevada que el valle ügú 'LIBRO y:'- del oeste , (![ue se puede considerar como el centro de la industria agrícola. Como habiá mucho tiempo que estábamos acostumbrados á una temperatura moderada, nos parecieron las llanuras del Tuy extremadamente cálidas. Sin embargo, el termómetro se sostuvo entre 25" y 2Í\°, desde las 1 1 de la mañana hasta las cinco de la tarde. Las noches eran de una frescura de- liciosa, y la temperatura bajaba hasta 17 °5' : á medida que disminuía el calor , parecía el aire mas embalsamado por el olor de las flores. Dis- tinguimos especialmente la fragancia del Lirio hermoso j nueva especie de Pancratium^, cuya flor tiene 8 á 9 pulgadas de largo, y que adorna las orillas del rio Tuy. La hacienda donde nos hospedamos era una hermosa plantación de caña de azúcar; el suelo está liso como el fondo de un lago desecado. El rio Tuy serpentea entre tierras cubiertas de plá- tanos, y un bosquecito de Hura crépitans^ Ery- trina coralío-dendronj, y de higueras de hojas de ISinfea. El álveo del rio está formado de gui- * Pancratium undulatum (Nov. Gen., t. 1, p. 380.} CAPITULO XV. 397 jarros de cuarzo : no conozco unos baños mas agradables que los del Tuy ; el agua limpia como el cristal conserva , aun en el dia , una tempera- tura de 18° 6' : es una frescura extraordinaria para aquellos climas , y para una altura de 3oo toesas , pero los manantiales del rio se hallan en las montañas vecinas. La casa del propietario colocada en un terreno de i5 a 16 toesas de elevación, está rodeada de casas de negros ; de estos los que son casados se procuran el sustento por si mismos. Tanto aquí, como en todos los valles de Aragua, se las da un pequeño terreno para cultivar, en el cual em- plean los dias que tienen libres en la semana que son los sábados y domingos ; tienen sus gal- linas y á veces un puerco. El dueño elogia su felicidad, asi como en el norte de la Europa los señores alaban las conveniencias de sus vasallos, que riegan el terreno con su sudor. El dia de nuestra llegada vimos conducir tres negros fu- gitivos, esclavos comprados recientemente. Yo me temí asistir á uno de aquellos castigos que quitan el encanto á la vida de los campos , par 2^8 LIBRO V. donde quiera que hay esclavos ; pero por fortuna, fueron tratados con humanidad. Asi en esta plantación, como en todas las de la provincia de Venezuela, se distingue ya de lejos en el color de las hojas, las tres especies de caña dulce que se cultivan : la antigua caña criolla, la caña de Otaheiti, y la caña de Batavia. La primera especie, tiene la hoja de un verde mas obscuro, el vastago mas delgado y mas abun- dantes los nudos. Es la primera caña dulce que se ha introducido de la India, en Sicilia, en las Canarias y en las Antillas. La segunda especie se distingue por un verde mucho mas claro, su vastago es mas grueso, alto y suculento, y toda la planta anuncia una vegetación mas lujuriosa. Esta clase se debe á los viages de Boungainville, de Cook y de Bligh : Boungainville la llevó á la isla de Francia, de donde pasó á Cayene, á la Martinica, y después en 1792, al resto de las Antillas. La caña dulce de Otaheiti, el Tó délos nsulares , es una de las adquisiciones mas im- portantes que la agricultura colonial debe á los viageros naturalistas, desde un siglo á estaparte. capítulo XV. 299 No solo produce un tercio mas de vezó, que la caña criolla , sino que á causa de la grosura de su tronco y de la tenacidad de sus fibras linosas , ofrece también mucho mas combustible. Esta última ventaja es preciosa para las islas Antillas, donde la destrucción de los bosques obliga hace mucho tiempo á los plantadores , á servirse del bagazo para mantener el fuego bajo las calderas. Sin el conocimiento de este nuevo vegetal , sin los progresos que ha hecho la agricultura en el continente de la América española , y la intro- ducción del azúcar de la India y de Java , las revoluciones de San Domingo y la destrucción da las grandes azucarerías de esta isla , hubieran tenido una influencia mucho mas sensible, sobre el precio de los géneros coloniales en Europa. La caña de Otaheiti fué transportada de la isla de la Trinidad á Caracas , y de aquí á Cucuta y San Gil, en el reino de la Nueva Granada. En nuestros dias, una cultura desde 25 años se ha disipado casi enteramente el temor que se habia conce- bido, de que trasplantada en América degene- rase insensiblemente, y se fuese haciendo delga- da como la caña criolla. La tercera especie de 300 LIBRO V. caña de azúcar morada llamada caüa de Baíavía ó de Guinea , es con efecto indígena á la isla de Java, donde la cultivan con preferencia en los distritos de Ja para y Pasuruano. Tiene la haja morada y muy ancha : en la provincia de Gara- cas la prefieren para la fabricación del rom. Al nordoeste de la-hacienda del Tuy, en la ca- dena septentrional de la cordillera de la costa , se abre un profundo barranco llamado Quebrada secüj, porque, el torrente que le ha formado, pierde sus aguas entre las grietas de las peñas antes de llegar á la extremidad del barranco. Todo aquel recinto , está cubierto de una espesa vegetación : desde que se entra en el valle del Tuy, se sor- prende uno del aspecto casi invernal del país ; es tal la sequedad del aire, que el higrómetro de Deluc se mantiene dia y noche de 36° á l^o". En otro tiempo se cultivaba el añil , en la Quebrada seca, pero como el suelo, cubierto de vegetales, no puede despedir tanto calor, como hay en el fondo del valle de Tuy, se ha substi- tuido á este cultivo, el del café; según se va en- trando en el barranco aumenta la humedad Gerca del hato, al extremo septentrional déla CAPÍTULO XV. 3ol Quebrada, hallamos un torrente que se preci- pita en los bancos inclinados del gneiss, en el cual trabajaban en hacer un aqüeducto que de- bía llevar el agua hasta la llanura : en aquel clima no prospera la agricultura sin riegos ar- tificiales. Un árbol de una altura extraordinaria fijó nuestra atención : hallábase colocado en la falda del monte encima de la casa del hato; y como al menor desprendimiento de tierras, hu- biese caido y arruinado el edificio á que daba sombra, lo hablan quemado cerca del pie, y derribado de modo , que cayendo sobre unas grandes higueras le impidiesen rodar hasta el barranco. Medimos el árbol caido, y aunque su cima habia sido consumida por las llamas, era todavía el tronco 1 54 pies de largo ; tenia 8 pies de diámetro hacia las raices, y 4 pies 2 pulgadas á la extremidad superior. Durante mi estancia en los valles del Tuy y de Aragua, casi todas las noches parecía la luz zo- diacal con un resplandor extraordinario. Yo la habia apercibido la primera vez bajo los trópi- cos, en Caracas, el i8 de enero, después de las siete de la tarde : la punta de la pirámide se 5o2 LIBRO V. hallaba á 53° de altura. La claridad desapareció enteramente á las nueve y 55 minutos , casi 3^' 5o' después de puesto el sol , sin que la sereni- dad del cielo disminuyese. A pesar de que la luz zodiacal era muy brillante en el valle del Tuy, yo la he visto mucho mas bella en los lomos de las Cordilleras de Méjico, á orillas del lago de Tez- cuco, á ii6o toesas sobre el nivel del mar. La via láctea parecía obscurecerse por el resplandor de la luz zodiacal, y cuando se acumulaban ha- cia el poniente algunas nubecitas azules y espar- cidas , se hubiera dicho que la luna iba á apare- cer por aquel lado. El 1 1 de febrero al salir el sol salimos de la plantación de Manterola. El camino sigue las amenas orillas del rio Tuy ; la mañana estaba fresca y húmeda y el aire embalsamado por la fragancia del Pancratium undulatum y de otros grandes liliáceos. Para ir á la Victoria se pasa por el lindo lugar del Mamón ó del Consejo, céle- bre en la provincia por una imagen milagrosa de la virgen. Poco antes de llegar á Mamón , nos detuvimos en una hacienda perteneciente á la familia de los Monteras : vimos una negra mas CAPÍTULO XV. 3o3 que centenaria sentada delante de una cabañita de juncos y tierra; se conocia su edad porque era esclava criolla , y parecia gozar de buena sa- lud. Un nieto suyo no dijo : « La tengo al sol, porque el calor la hace vivir. » Pareciónos este medio un poco violento , pues el sol abrasaba en rayos perpendiculares. Los pueblos de color tos- tado, los negros bien aclimatados y los Indios, llegan á una dichosa vejez en la zona tórrida. En otro lugar he citado la historia de un indí- geno del Perú, muerto á la edad de i43 años, después de haber estado casado 90 años. Don Francisco Montera y su hermano, joven eclesiástico muy ilustrado , nos acompañaron para conducirnos á su casa á la Victoria. Casi todas las familias con quienes hablamos tenido amistad en Caracas, los Ustariz, los Tovares, los Toros, se hallaban reunidas en los valles de Aragua : propietarios de las mas bellas planta- ciones , rivalizaban entre sí para hacernos agra- dable aquella mansión; antes de internarnos en las orillas del Orinoco, disfrutamos todavía de todas las ventajas de una civilización adelan- tada. 3o4 LIBRO V. A medida que nos acercábamos á la Victoria ^ encontrábamos el suelo mas liso y semejante al fondo de un lago desecado ; creiamos estar en el valle de Hasli en el cantón de Berne. La ex- tremidad oriental de este valle es árida é inculta, sin que se hayan aprovechado en ella los arroyos que descienden de las montañas vecinas ; pero á las inmediaciones de la ciudad, comienza un hermoso cultivo : digo de la ciudad, aunque en mi tiempo, la Victoria no fuese todavía conside- rada sino como un simple pueblo, á pesar de que tenia 7000 habitantes, hermosos edificios, uuíi iglesia adornada con columnas del orden dórico % y todos los recursos de la industria comercial. Habia mucho tiempo, que los heibi- tantes de la Victoria habian pedido á la corte de Es- paña el título de Villa y el derecho de elejir un ca- bildo y un ayuntamiento. El ministerio español se. opuso á esta solicitud, á pesar de que en tiempo de la expedición al Orinoco de Iturriaga y Solano, habia acordado á petición de los frailes • »íNo)PStaba todayia coDcluitla; habia cinco años que se trabajaba en el!a. capítulo XV. 5o 5 de San Francisco, el pomposo título de ciudad á algunos grupos de cabanas indias. Las inmediaciones de Victoria, ofrecen por su cuítivo un aspecto muy particular. La altura del suelo cultivado es de 270 á 5oo toesas sobre el nivel del mar, y sin embargo se encuentran cam- pos de trigo mezclados con las plantaciones de caña dulce, de café y de plátanos. Exceptuando el interior de la isla de Cuba, apenas se encuen- tran en la región equinoccial de las colonias espa- ñolas , los cereales de Europa cultivados en grande , en una región tan poco elevada. Es cosa extraña ver dichos cereales europeos cultivados desde el ecuador, hasta la Laponia á los 69° de latitud; en regiones cuyo calor medio, es de X 22° á — 2°; y donde quiera que la temperatura del estió es mayor de 9° á 10°. Se conoce el minimum de calor necesario para la maduración del trigo, la cebada y avena; mas se está tan se- guro en cuanto al máximum que pueden su- portar. La Victoria y el lugar vecino de San Mateo, producen 4000 quintales de trigo; siembran en el mes de diciembre , y se recoge la cosecha ix II. 20 3o6 LIBRO V. los setenta ó setenta y cinco dias después. Su grano es grueso, blanco, y abundante en gluten : su película es mas fina y menos dura que la del trigo de las alturas de Méjico. Una fanega de 4oo estadales dá cerca de la Victoria, 3ooo á 32oo libras de trigo; por consiguiente el producto de estas tierras y las de Buenos Aires, es dos veces mayor que el de los paises del norte. A veces se recoge diez y seis veces la semilla, cuando por término medio, y según las investigaciones de Lavoisier, no da la superficie de la Francia arri- ba de cinco á seis granos por uno ó looo á 1200 libras por fanega. A pesar de esta fecundidad del suelo , y de esta bondad del clima , es mas productiva la cultura de la caña de azúcar, que la de los cereales en el valle de Aragua. Pasan por Victoria dos caminos de comercio ; el de Valencia y Puerto Cabello, y el de Villa de Cura ó los llanos; por cuya ra:v)n se hallan proporcionalmente alli mas blancos que en Ca- racas. Al ponerse el sol visitamos el montecillo del calvario, cuya vista es muy hermosa y eslen- dida. Al oeste se descubren los amenos valles de Aragua, cubiertos de jardines, de campos culti- CAPÍTULO XV. 3o7 vados, bosquecillos salvages, haciendas y hatos. Hacia el sud v el sudeste , se ven extenderse hasta pérdida de vista , las montañas de la Palma, Guayraima, Tiara y Guiripa que ocultan las in- mensas llanuras de Calabozo. Continuamos lentamente nuestro camino por los lugares de San Mateo, Turmero y Maracay á la hacienda del Cura, hermosa plantación del conde de Tovar,á donde llegamos el 1 4 de febrero por la tarde. Nos detuvimos algunas horas en la Concesión en casa de una familia tan respectable. como ilustrada , los Ostariz. La casa que con- tiene una colección de libros elejidos, está co- locada en una eminencia; y rodeada de plan- taciones de café y de caña dulce. Un bosquecillo de bálsamo dá á aquel sitio frescura y fragancia. Vimos con el mayor gusto muchas casas disper- sas por el valle habitadas por horros : las leyes, las instituciones y las costumbres son mas favo- rables á la libertad de los negros en las colonias españolas que en ninguna otra nación europea. San Mateo, Turmero y Maracay son lugarcitos muy lindos en los cuales todo anuncia el bien estar; se creerla uno en la parte mas indus- 3o8 LIBRO V. triosa de la Cataluña. Cerca de San Mateo vi- mos los últimos campos de trigo y los últimos molinos de ruedas hidráulicas orizontales. Es- peraban una cosecha de veinte veces la semilla, y como si este producto no fuese sino muy mo- derado, me preguntaban si le rendia mayor el trigo en Prusia y en Polonia ; es un error bas- tante extendido bajo los trópicos el de mirar los cereales como plantas que degeneran apro- ximándose al ecuador y de creer que son las cosechas mas abundantes en el pais del norte. Después que los productos de la agricultura bajo las diferentes zonas , y las temperaturas convenientes á los cereales, han podido some- terse ^1 cálculo, se ha reconocido que pasados los 45° de latitud , no es tan grande la produc- ción del trigo como en las costas septentrionales del África , y en las alturas de la Nueva Granada, del Perú y de Méjico. Sin comparar las tempe- raturas medias del año entero, y solo sí las de la estación que comprende el cielo de la vegetación de los cereales , se hallan por tres meses de ve- rano , en el norte de Europa , 1 5° á 19°; en Egypt<> y í^erbería, 27 á 29; y bajo los trópicos CAPÍTULO XV. 3o9 entre i4oo y 5oo toesas de altura, i4° a 2 5" 5' del termómetro centígrado. Las bellas cosechas de Egypto y del reino de Argel , las del valle de Aragua y del interior de la isla de Cuba , prueban evidentemente que el aumento de calor no daña á la cosecha del trigo y de los otros granos nutritivos, si esla tempe- ratura elevada no está unida á una excesiva se- quedad ó humedad: á esta última circunstancia deben sin duda atribuirse las anomalías aparen- tes, que se observan á veces bajo los trópicos, en el limite inferior de los cereales. Al este de la Havana en el famoso distrito de las Cuatro Villas, este limite baja casi hasta el nivel del Océano, mientras que al oeste de la misma ciudad , en la falda de las montañas de Méjico, cerca de Jalapa á 677 toesas de altura, es todavía tal el lujo de la vegetación , que el trigo no forma espiga. Al principio de la conquista , se cultivaron con buen éxito los granos de Europa en varias regiones que hoy se creen demasiado cálidas ó húmedas para esta producción ; los españoles que se trasladaron á América , estaban menos acostumbrados á alimentarse con maiz, y lesera 3lO LIBRO Y. muy costoso dejar su habitud europea ; no se calculaba si el trigo daria menos utilidad que el café ó el algodón ; se probaban todas las semillas, y se preguntaba á la misma naturaleza , por que no se razonaba sobre falsas teorías. La provincia de Cartagena que está atrevesada por las mon- tañas de María y de Guamocó, producía trigo hasta el siglo XVI ^ En la provincia de Caracas es muy antigua esta producción en los terrenos montuosos de Tocuyo, Quibor y Barquesimeto, ia cual se ha conservado afortunadamente y solo las inmediaciones de Tocuyo exportan anual- mente cerca de 8000 quintales de harinas exce- lentes. Mas aunque la provincia de Caracas , en su vasta extensión , ofrece varios parages propios á la cultura del trigo , yo creo que en general este ramo de agricultura no será nunca muy importante. Los valles mas templados no tienen bastante anchura , y no siendo verdaderamente colinas , su elevación media , sobre la superficie del mar, no es bastante considerable para que I Don Ignacio de Pomho, Informe del real consulado de Car- tagena de Indias, 1810, p. 75. capítulo XV. 3l I los habitantes no tengan mayor interés en plan- tarlas de café que en sembrar granos. En el dia llegan las harinas á Caracas, de España ó de los Es- tados Unidos. En otras circunstancias mas favo- rables á la industria y á la tranquilidad pública , en que sea frecuentado el camino de Santa Fé de Bogotá al embarcadero de Pachaquiaro, los habitantes de Venezuela recibirán las harinas de la Nueva Granada , por los rios Meta y Orinoco. A cuatro leguas de distancia de San Mateo , se halla el lugar de Turmero. Se atraviesan con- tinuamente plantaciones de azúcar, añil, algodón y café. La regularidad que se observa en la cons- trucción de los pueblos, manifiesta que todos deben su origen á los frailes y á las misiones. Las calles están bien alineadas y paralelas, cruzán- dose en ángulo recto ; y la plaza mayor que for- ma un cuadrado al centro , contiene la iglesia : la de Turmero es un edificio magnífico, pero muy cargado de adornos de arquitectura. Desde que los curas han remplazado á los misioneros, las habitaciones de los blancos se han mezclado con las de los Indios ; y estas desaparecen poco á poco, como una raza separada, es decir, que 5l2 LIBRO V. se les representa en estado general de la pobla- ción , por mestizos y zambos , cuyo número au- menta cada dia. Sin embargo todavía he hallado 4000 indios tributarios en los valles de Aragua ; los mas numerosos son los de Turmero y de Guacara ; son pequeños , pero menos rechon- chos que los Chaimas , sus ojos anuncian mas viveza é inteligencia lo que procede acaso menos de una diferencia de raza , que de una civiliza- ción mas adelantada. Trabajan á jornal como los hombres libres; son activos y laboriosos el corto rato que dan al trabajo ; pero lo que ganan en dos meses, suelen gastarlo en una semana , com- prando licores fuertes en las pequeñas hosterias cuyo número , por desgracia, se aumenta de dia en dia. En Turmero vimos una reunión de la milicia del pais ; solo su aspecto anunciaba que hacia siglos no habia sido interrumpida la paz en aquellos valles. El capitán general creyendo dar un nuevo impulso al servicio militar, habia dis- puesto grandes ejercicios; el batallón de Tur- mero en una batalla figurada habia hecho fuego contra el de la Victoria : nuestro huésped , te- CAPITULO XV. 3l3 nientede la milicia, no se hartaba de pintarnos el peligro de esta evolución. « Me he visto, de- » cia , rodeado de fusiles que á cada momento • podian quebrarse; me han tenido cuatro ho- » ras al sol , sin permitir siquiera que mis escla- » vos tuviesen un paraguas sobre mi cabeza. » ¡Cuan rápidamente los pueblos mas pacíficos toman las costumbres de la guerra ! Yo me son- reía entonces de una timidez que se manifestaba con tal candor; y doce años después aquellos mismos valles de Aragua, aquellas llanuras apa- cibles de la Victoria y de Turmero, el desfiladero de Cabrera y las fértiles orillas del lago de Va- lencia , han venido á ser el teatro de los combates mas sangrientos y encarnizados , entre los indí- genos, y los soldados de la metrópoli. Al sud de Turmero sale hacia la llanura un brazo de montaña calcárea, y separa dos hermo- sas plantaciones de azúcar, llamadas la Paja y la Guayavita ; la primera pertenece á la familia del conde de Tovar, que tiene posesiones en to- dos los cantones de la provincia. Cerca de la Guayavita se ha descubierto la mina de hierro pardo. Al norte de Turmero, en la cordillera de 3l4 LIBRO V. la costa, se eleva el Chuao, montecillo granítico, desde cuya cima se ve á un tiempo mismo el el mar y el lago de Valencia. Pasando dicha loma peñascosa, que se prolonga á pérdida de vista hacia el oeste, se llega por senderos bastante di- fíciles, á las ricas plantaciones de cacao que con- tiene el litoral en Choroni, Ocumare y Turiamo, igualmente nombrados por la fertilidad de su suelo, que por la insalubridad de su clima. Cada punto del valle de Aragua como Turmero, Ma- racay, Cura , Guacara , tienen sus caminos de montes que vienen á uno de los pequeños puer- tos de la costa. Saliendo de Turmero, se descubre á una le- gua de distancia , un objeto que se presenta al orizonte como un terrero redondo, como un tumulus cubierto de vegetación. Wo es una co- lina , ni un grupo de árboles , sino un solo árbol, el famoso zamang del Guayre, conocido en toda la provincia por la enorme extensión de sus ramas, que forman una copa hemisférica de 676 pies de circunferencia. Es el zamang una bella especie de mismosa , cuyas ramas tor- tuosas forman su separación en dos brazos á capítulo XV. fl5i5 modo de horcas; sus hojas delgadas y finas se desunían agradablemente sobre el azul del cie- lo : largo rato nos detuvimos bajo esta bóveda vegetal. Los habitantes de aquellos valles , sobre todo los indios, tienen en veneración al zamang del Guayre^ el cual ya fué hallado por los primeros conquistadores, poco mas ó menos, en el mismo estado que hoy le vemos; en mucho tiempo que ha se le observa atentamente , no se le ha visto cambiar de forma ni de grueso. Debe ser por lo menos de la edad del Drago de la Orotava. INo deja de haber alguna magestad en el aspecto de estos árboles antiguos, y por esta misma razón, se castiga severamente la violación de estos mo- numentos de la naturaleza en paises donde se carece de los del arte. Supimos con satisfacción que el proprietario actual del zamang, habia puesto un pleito á un arrendador que habia te- nido la osadía de cortar una rama ; y que vista la causa ante el tribunal se condenó al arren- dador. La cultura y la población de las llanuras , au- menta á medida de la proximidad de Cura y 3lQ LIBRO V. Guacara en la orilla septentrional del lago. En los valles de Aragua se cuentan mas de 62,000 habitantes en una extensión de terreno de i3 leguas de largo y 2 de ancho ; formando una población de 2000 almas por legua cuadrada, que casi iguala á la de los países mas poblados de la Francia. El lugar de Maracay era en otro tiempo el centro de las plantaciones de añil , cuando mas prosperaba este ramo de industria co- lonial. En 1795 , se contaban setenta mercaderes de tienda abierta en una población de seis mil almas ; las casas son todas de cal y cauto , te- niendo en cada patio varios cocoteros cuyas ra- mas sobresalen por encima de los edificios. El aspecto de prosperidad general está todavía mas manifiesto en Maracay que en Turmero. El añil de aquel pais ha sido siempre reputado en el comercio, como igual y aun superior al de Goatemala; su cultivo desde 1772 , ha se- guido al del cacao, y precedido al de café y al- godón. La predilección de los colonos se ha fijado sucesivamente sobre estas cuatro producciones, mas solo el cacao y el café han permanecido como objetos importantes en el comercio con la Europa. CAPITULO XV. 017 La fabricación del añil en los tiempos prós- peros , ha igualado casi á la que se hace en Mé- jico I ; y ha llegado en Venezuela hasta 4o, 000 arrobas ó un millón de libras , cuyo valor exce- día á 1,25o, 000 pesos fuertes. Para formarse una idea de la riqueza de la agricultura en las colonias españolas , es necesario prevenir que el añil de Caracas, cuyo producto en 1794, pasó de 24,000,000 de reales, es la cosecha levan- tada en 4 ó 5 leguas cuadradas. En los años de i 789 á 1795, venian cuatro ó cinco mil hom- bres libres á los valles de Aragua, para ocuparse en el cultivo y fabricación del añil, y trabajaban á jornal durante dos meses. El añil empobrece el suelo en que se cultiva durante muchos años consecutivos, mas que ninguna otra planta ; se consideran ya como exhaustos los terrenos de Maracay, Tapatapa y Turmero, y el producto del añil ha ido siempre disminuyendo. Las guerras marítimas han pa- ralizado el comercio , y los precios han ba- ' Goatemala pone en el comercio de 1,200,000 á i,5oo,ooo. de añil. 3l8 LIBRO V. jado por la frecuente importación del añil de Asia. La compañia de Indias vende actual- mente ^ en Londres, mas de 5,5oo,ooo libras de añil mientras que en 1786, no sacaba de sus vastas posesiones pasado de 260,000 libras. A medida que en los valles de Aragua ha dismi- nuido el cultivo del añil, ha aumentado en la provincia de Varinas , y en las llanuras abrasadas de Cuenta á orillas del rio Tachira, donde las tierras vírgenes dan un producto abundante y de un color el mas hermoso. Llegamos á Maracay muy tarde : las personas á quienes estábamos recomendados estaban au- sentes ; mas apenas los habitantes advirtieron nuestra zozobra , que todos á porfía nos ofrecie- ron alojarnos, colocar nuestros instrumentos y cuidar nuestros muías. Se ha dicho mil veces que las colonias españolas son el pais de la hos- pitalidad , mas el viagero halla cada dia nuevo motivo de repetirle; y todavía lo son igualmente, á pesar de que la industria y el comercio han ex- tendido las conveniencias y la civilización entre í Es decir, en 1810. CAPÍTULO XV. 3iq los colonos. Una familia de Canarios nos recibió con la mas amable cordialidad , se nos dispuso una cena excelente, y se evitaba con cuidado todo lo que podia embarazar nuestra libertad. El dueño de la casa estabia de viage con nego- cios de comercio , y su muger, joven que hacia poco tiempo tenia la felicidad de ser madre, se entregó á la mayor alegría cuando supo que á nuestro regreso del Rio Negro, pasaríamos por las orillas del Orinoco por Angostura, donde se hallaba su marido ; á quien debíamos hacer sa- ber el nacimiento de su hijo. En aquellos países, se considera á los huespedes viageros como los medios mas seguros de comunicación; y aunque hay correos, hacen estos tales rodeos que rara vez se les confian las cartas para los llanos ó sá- banas del interior. Se nos hizo ver el niño al punto de partir, pues aunque le habíamos visto dormir la noche anterior era necesario verle des- pierto. Prometimos pintarlo á su padre facción por facción; pero la vista de nuestros instrumen- tos y libros hacia desconfiar á la joven madre, y decía t que en un viage tan largo, y en medio de tantos cuidados de otro género , podriamos bien 3:20 LIBRO V. olvidar el color de los ojos de su niño. » Expre- sión inocente de una confianza , que caracteriza la primera edad de la civilización! En el camino de Maracay á la Hacienda de Cura, se ve de cuando en cuando el lago de Va- lencia. La cadena granítica del litoral envia ha- cia el sud un brazo en la llanura, que es el pro- montorio de Portachuelo por el cual estarla casi cerrado el valle, si un pequeño desfiladero no le separase del peñasco de la Cabrera. Este punto ha sido célebre en los últimas guerras revolucio- narias de Caracas : todos los partidos se lo dis- putaban por ser el que abre camino entre Valen- cia y los llanos. La Cabrera forma hoy una pe- nínsula; hace 6o años que era una isla peñas- cosa en el lago cuyas aguas disminuyen progresi- vamente. Pasamos siete dias muy agradables en la Hacienda de Cura, en una casita rodeada de bosques, pues la casa situóla en la plan- tación de azúcar, estaba infestada de bubas^, enfermedad en la piel, muy común entre los esclavos en estos valles. Vivíamos al modo de las gentes acomodadas del país , tomando dos baños al dia , durmiendo CAPÍTULO XV. 33 1 tres veces y haciendo cuatro comidas en las veinte y cuatro horas. La temperatura del agua del lago es bastante caliente, de 2Í\. á 2 5. grados; pero hay otro baño muy fresco y delicioso, á la sombra de los Ceibas y de los grandes Zamangs, en el torrente de la Toma, que viene de las mon- tañas graníticas del Hincón del Diablo. En el mo- mento de entrar en aquel baño, no se debe temer á las picadas de los mosquitos ; pero sí á las de los ^elitos que cubren la cascara del Dolichos pruritus, y que diseminados en la admósfera son llevados por el viento. Cuando aquellos pclitos, que con razón se les caracteriza con el nombre de Picapica, se agarran al cuerpo, excitan una co- mezón extremamente incomoda. Se siente uno picado sin apercibir la causa del mal. Cerca de Cura, hallamos todos los habitantes ocupados en romper el terreno cubierto de Mi- mosas, Hercvdiaiar Coccololoba excoriata, para dar mayor extensión al cultivo del algodón ; cuya producción, que en parte ha remplazado á la del añil, ha probado tan bien en los últimos años, que el algodonero se ha quedado silvestre en las orillas del lago de Valencia ; y nosotros he- II. 31 .)2 2 11 RUÓ V. mos hallado arbustos de 8 y lo pies de altura, entrelazados con la Bignonia y con otras enre- daderas Uñosas. Sin embargo , todavía no es muy importante la exportación del algodón de Caracas : en la Guaira apenas ha sido un año con otro de tres á cuatrocientas mil libras ; pero en todos los puertos de la capitanía general se ha aumentado á mas de 22,000 quintales , con motivo de las hermosas plantaciones de Cariaco, Nueva Barcelona y Maracaibo. Es casi la mitad del producto de todo el Archipiélago de las An- tillas. El algodón de los valles de Aragua es de bella calidad y solo inferior al del Brasil, pues que se le prefiere á los de Cartagena, Santo Domingo y de las pequeñas Antillas. Los cultivos del algo- don se extienden por un lado, desde el lago de Maracay hasta Valencia , y por el otro desde Guaica á Guigue : las plantac^lbes grandes dan hasta 60 á 70,000 libras anuales. Cuando se ob- serva que en los Estados Unidos , por consi- guiente fuera de los Trópicos , y en un clima inconstante y á veces contrario á la cultura, se ha elevado la exportación del algodón indi- CAPÍTULO XV. 323 geno en 18 años desde 1797 hasta i8i5, de 1,200,000 libras hasta 83 millones, parece im- posible formarse una idea del desarrollo que va á tomar este ramo de comercio, cuando la in- dustria nacional se halle libre de las trabas que la oprimen en las provincias reunidas de Vene- zuela, Nueva Granada, Méjico y en las orillas del rio de la Plata : en la actualidad, las costas de la Guayana holandesa, el golfo de Cariaco, los valles de Aragua y las provincias de Maracaibo y Car- tagena son los países que mas algodón producen en la América meridional , después del Brasil. Durante nuestra mansión en Cura, hicimos varias excursiones á las islas de rocas, que hay en medio del lago de Valencia , á las fuentes ca- lientes de Mariara , y á la alta montaña granítica llamada el Cucurucho de Coco. Un estrecho y pe- ligroso sendero conduce al puerto de Turiamo y á los famosos cacahuales de la costa : en todas estas expediciones admiramos mucho, no solo los progresos de la cultura, sino también del acrecentamiento de una populación libre, labo- riosa , acostumbrada al trabajo , y demasiado pobre para contar con la asistencia de los escia- 524 LIBRO V. VOS. Por todas partes se han formado estableci- mientos separados, por arrendadores y propie- tarios blancos y mulatos. Nuestro huésped, cuyo padre disfrutaba 4o,ooo pesos de renta , poseia mas tierras de las que podía cultivar, y las dis- tribuía entre las familias pobres del valle de Ara- gua que querían dedicarse al cultivo del algo- don. Procuraba poblar aquellas grandes planta- ciones, de hombres libres que trabajando unas veces en sus casas , otras en las plantaciones ve- cinas , según les convenia , le proporcionaban jornaleros en el tiempo de las recolecciones. El conde de Tovar noblemente ocupado en los medios de destruir progresivamente la esclavitud de los negros en aquellos cantones, se lisongeaba con la esperanza de hacer menos necesarios los esclavos á los propríetarios , y de ofrecer á los libertos la falicídad de ser arrendadores. Al par- tir para Europa había dividido y arrendado en porciones, una parte de las tierras de Cura que se extienden al oeste al pie del peñasco de las Viruelas. Cuatro años después á su regreso á América, halló en el mismo sitio hermosos plan- tíos de algodón y un lugarcito de 3o á 4o casas, CAPÍTULO XV. 3a 5 llamado Punta Zamuro , el que hemos visitado varias veces en su compañía. Los habitantes de este lugarcillo son casi todos mulatos , zambos y negros libres. Este ejemplo de división de ter- reno ha sido seguido con muy buen éxito por otros proprietarios fuertes. El arriendo es de diez pesos por fanega de tierra, que se paga en di- nero, ó en algodón. Como los arrendadores sue- len hallarse escasos de fondos , dan el algodón á un precio muy módico ; á veces lo venden aun antes de la cosecha, y estos adelantos hechos por vecinos ricos, obligan al deudor á que ofrezca con frecuencia sus servicios como jornalero. El precio de los jornales es menos caro que en Fran- cia ; en el valle de Aragua y en los Llanos , se paga á un hombre libre que trabaja de peón , con cuatro ó cinco pesos al mes, y la comida que es muy poco costosa á causa de la abundan- cia de las carnes y legumbres. Me complazco en dar estos pormenores sobre la agricultura colo- nial , porque con ellos se prueba á los habitantes de la Europa , que ya ha mucho tiempo no se duda por las personas ilustradas de las colonias, 326 LIBRO V. que el continente de la América española puede producir azúcar, algodón y añil por manos libres, y que los desventurado^ esclavos pueden hacerse arrendadores, ciudadanos y proprietarios. "capítulo XVI. Lago de Tacarigua. — Manantiales calientes de Mariaia. — Ciudad de Nueva Valencia del Rey Bajada hacia las costas de Porto Cabello. Los valles de Aragua cuyas ricas producciones y admirable fecundidad acabamos de describir, forman un recinto, circundado de montañas gra- níticas y calcáreas de diferentes alturas. Al norte la Sierra Mariara les separa de las costas del Océano ; hacia el sud , la cadena del Guacimo y del Yusma les sirve de baluarte contra los vien- tos abrasados de los llanos ; y varios grupos de colinas bastante elevadas para determinar el curso de las aguas cierran el circuito por el este y el oeste, como diques transversales. Se ven colinas de esta especie entre el Tuy y la Victoria , así como en el camino de Valencia á Nirgua y en las montañas del Torito. Por consecuencia de la extraordinaria configuración del suelo, los ria- chuelos de los valles de Aragua forman un sis- tema particular, dirijen sus corrientes hacia una 028 LIBRO V. hondura cerrada por todas partes; y no pudiendo sus aguas llegar al Océano , se reúnen en un lago interior, donde sometidas á la poderosa in- fluencia de la evaporación, se pierden, por de- cirlo así , en la admósfera. De la existencia de aquellos rios depende la fertilidad del terreno, y el producto de la cul- tura de estos valles. El aspecto del lago y la experiencia de medio siglo, han probado que no es constante el nivel de las aguas y que falta ya el equilibrio entre el producto de la evaporación y el de los afluentes. Como el lago está looo pies mas elevado que las llanuras vecinas de Cala- bozo y de 1 ,332 pies sobre el mar, se ha creido que existen algunas comunicaciones ó filtracio- nes subterráneas. La aparición de nuevas islas y la retirada progresiva de las aguas, han hecho creer que el lago podria secarse enteramente ; y la misma reunión de circunstancias físicas tan notables ha debido fijar nuestra atención sobre aquellos valles, donde la hermosura silvestre de la naturaleza está adornada por las artes y la in- dustria agrícola de una civilización naciente. El lago de Valencia que los ludios llaman Ta- capítulo XVI. 339 carigua , excede en extensión al lago de Neuchá- tel en Suiza, pero su forma general se parece mas á la del lago de Genova , cuya altura sobre el mar es casi la misma. En las orillas del lago de Valencia se observa un raro contraste; las del sud están desnudas y casi inhabitadas, bajo un aspecto sombrío y monótono , que las da una cortina de altas montañas. Las orillas septentrio- nales son por el contrario fértiles , pintorescas y con muchas y ricas plantacipnes de azúcar, café y algodón. Los caminos bordados de cestrum de Azedarac y otras zarzas siempre floridas, cruzan las llanuras y reúnen las haciendas esparcidas, cuyas casas están rodeadas de un grupo de ár- boles. Estos hermosos puntos de vista , estos con- trastes entre las dos orillas del lago de Valencia, me han recordado muchas veces las riberas del pais de Vaud , donde el terreno cidtivado y fe- cundo por todas parles, ofrece al labrador, al viñero, y al pastor, los frutos de sus llanuras, mientras que la costa opuesta del Chablais no es sino un pais montañoso y casi desierto. Mas no son solas las bellezas pintorescas las que han dado celebridad al lago de Valencia ; OOO LIBRO V. aquel recinto ofrece también muchos fenómenos, cuya explicación es interesante á la física gene- ral y al bien de los habitantes. ¿Cuales pueden ser las causas de la disminución de las aguas del lago? ¿Es mas rápida en el dia esta disminución, de lo que ha sido en los siglos pasados? ¿Pode- mos esperar que se restablezca el equilibrio en- tre los afluentes y las pérdidas, ó es de temer que el lago desaparezca enteramente? Según las observaciones astronómicas , hechas en la Victoria , hacienda de Gura , Nueva Valen- cia, y Guigue, resulta ser la largura del lago, en su estado actual, desde Cagua á Guayos, de lo leguas ó 28,800 toesas: su anchura es desigual. Para formar una idea exacta de la disminución progresiva de las aguas, parece bastaria compa- rar la extensión actual del lago á la que le atri- buyen los antiguos croniquistas, como por ejem- plo Oviedo en su Historia de la provincia de Ve- nezuela , publicada el año 1725. Este escritor en su estilo enfático y pomposo , dá 1 4 leguas de largo, sobre seis de ancho á este mar interior, á este monstruoso cuerpo de la laguna de Valencia. Nos cuenta que á corta distancia de la orilla, ya CAPÍTULO XVI. 53 1 la sonda no halla fondo , y la superficie de las aguas, agitadas continuamente por los vientos, está cubierta de islas flotantes. No se puede dar ninguna importancia á unas evaluaciones , que sobre no estar fundadas sobre medida alguna, están indicadas por leguas que en las colonias se cuentan á 3,ooo varas, á 5,ooo, y á 6,65o. Lo que debe fijar nuestra atención, en la obra de este autor que debe haber recorrido varias veces los valles de Aragua , es la aserción de que la ciudad de Nueva Valencia del Rey fué cons- truida en i555 á media legua de distancia del lago , y que la razón entre la longitud y la lati- tud del mismo lago era como de 7 : 3. £n el dia está la ciudad de Valencia separada de las orillas por un terreno liso de mas de 2,700 pies, que Oviedo hubiera sin duda estimado en legua y media , y las dimensiones citadas del lago, en la razón de 1 o : 2 , 3, ó de 7 : i , 6. La vista del suelo entre Valencia y Guigue, los montecillos que se elevan en medio de la llanura al este del caño de Cambury, y de los cuales al- gunos, como el islote y la isla de la Negra ó Cara- tapona, han conservado el nombre de islas, 5^2 LIBRO V. prueban bastante que las aguas se han retirado mucho desde el tiempo de Oviedo. En cuanto al cambio en la figura general del lago , me pa- rece poco probable que en el siglo diez y siete haya sido su anchura casi la mitad de su largura. Los valles de Aragua son los paises de población mas antiguos de la provincia de Venezuela ; y sin embargo , ni Oviedo ni ningún otro historiador anticuario, hablan de una disminución sensible en lago. ¿Es de suponer que este fenómeno haya escapado á su atención , en una época en que la población india excedía todavía mucho á la de los blancos , y en que estaban menos habitadas las orillas del lago? De medio siglo á esta parte y especialmente en los últimos treinta años ha chocado y aun sorprendido á todos el desagüe natural de aquella grande balsa. Varios terrenos cubiertos en otro tiempo por las aguas , están ya en seco , cultivados en bananos y en caña dulce ó en algodón : de quiera que se construye una cabana en el borde del lago, se advierte que las aguas huyen, por decirlo asi de las orillas. Los habitantes poco instruidos sobre los efec- tos de la evaporación, se han imaginado que el CAPÍTULO XVI. 333 lago tiene un desagüe subterráneo, por el cual sale una cantidad de agua igual á la que entra por los rios. Los unos dicen que estas salidas vienen á comunicarse con grutas que suponen varias profundidades ; otros admiten que el agua por un canal oblicuo viene á caer en el Océano. Por una parte, las mutaciones que la destruc- ción de los bosques , el desmonte de las tierras y el cultivo del añil , han producido en los afluentes , de cincuenta años á esta parte ; por otra, la evaporación del sol y la sequedad de la admósfera , ofrecen motivos muy poderosos, que dan razón de la disminución succesiva del lago de Valencia. Cuando los hombres destruyen los ár- boles que cubren las cimas y las faldas de las montañas, bajo cualquier clima que sea, pre- paran á un tiempo dos calamidades á las gene- raciones futuras ; la falta de combustible y la se- quía. Cuando se aniquilan los bosques con una imprudente precipitación , como lo han hecho los colonos europeos por toda la América , los manantiales se secan repentinamente , ó al me- nos se hacen menos abundantes. Los álveos de los 534 LIBRO V. rios permanecen en seco una gran parte del año, y se convierten en torrentes cada vez que caen lluvias copiosas en las alturas. De aquí resulta que la destrucción de los bos- ques, la falta de aguas permanentes y la exis- tencia de los torrentes, son tres fenómenos es- trechamente ligados entre sí; se presentan prue- bas evidentes de la exactitud de esta aserción , en países que están situados en hemisferios opues- tos, como la Lombardía limitada por los Alpes, y el bajo Perú entre el Océano pacífico y la cor- dillera de los Andes. Con la destrucción de los árboles y con el cul- tivo del azúcar, del añil y del algodón, los ma- nantiales y los afluentes del lago de Valencia, han ido disminuyendo de año en año. Es difícil formarse una idea del excesivo producto de la evaporación en la zona tórrida , en un valle ro- deado de montañas de faldas rápidas , en el cual se experimentan por las tardes, los aires descen- dientes y las brisas, y cuyo fondo está liso y como nivelado por las aguas. Ya hemos indicado en otro lugar, que el calor que reina todo el año en Gura , Guacara , Nueva Valencia . y las CAPÍTULO XVT. 335 orillas del lago , es semejante al que se experi- menta en lo fuerte del verano en Ñapóles y en Sicilia. La temperatura media anual del aire , en los valles de Aragua , es poco mas ó menos de 2 5°, 5 : las observaciones higrométricas me dan, en el mes de febrero , tomando la media del dia y de la noche, 71°, 4? ^^^1 higrómctro de pelo. En este aire tan caliente, y sin embargo tan poco húmedo, es muy considerable la cantidad de agua evaporada. Como el terreno que rodea al lago de Valen- cia , es sumamente plano y liso, resulta que , así como lo he observado en los lagos de Méjico , la disminución de algunas pulgadas en el nivel de las aguas , deja en seco un vasto trecho del suelo , cubierto de limo fértil y de despojos or- gánicos. A medida que el lago se retira, los colo- nos adelantan hacia el nuevo borde: estos desa- gües naturales tan importantes para la agricul- tura colonial , han sido muy considerables sobre todo en los diez años últimos, en que la América entera ha sufrido grandes sequías. Yo he acon- sejado á algunos proprietarios , que en vez de ^ marcarlas sinuosidades del lago, colocasen den- 336 LIBRO V. tro del agua algunas columnas de granito , para poder observar de año en año la altura media de las aguas*, el marques de Toro quedó en ejecu- tar este proyecto estableciendo Ihnnomeíros sobre un fondo de roca de gneiss, y empleando para ellos el hermoso granito de la Sierra de Mariara. En tanto que los cultivadores de los valles de Aragua temen, los unos la desaparición total del lago, y los otros su regreso hacia las orillas, se agita seriamente en Caracas la cuestión , de sí seria conveniente para dar mayor extensión á la agricultura , conducir las aguas del lago á los Llanos , abriendo un canal de desagüe hacia el rio Pao. No podria negarse la posibilidad de esta empresa, sobre todo suponiendo el empleo de galenas ó canales subterráneos. A la retirada progresiva de las aguas se deben las hermosas y ricas campiñas de Maracay, Cura, Mocundo, Guigue y Santa Cruz del Escoval , plantadas de tabaco, caña dulce, café, añil y cacao; ¿pero quien podrá dudar que el lago solamente, es el que derrama la fertilidad en aquel cantón ? Sin la enorme masa de vapores que diariamente se vierten en la admósfera , los valles de Aragua se- CAPÍTULO XVf. 537 rían tan secos y áriados como las montañas que los circundan. La profundidad media del lago , es de 1 2 á 1 5 brazas : los sitios mas profundos no tienen mas de 35 á 40 brazas, según el resultado de las son- das echadas con el mayor cuidado por Don Antonio Manzano. Cuando se considera la grande profundidad de los lagos de la Suiza , que á pe- sar de su posición en valles elevados descienden á las veces hasta el nivel del Mediterráneo , se extraña mucho no encontrar grandes concavi- dades en el lago de Valencia , que es también un lago alpino. La temperatura en la superficie de sus aguas era , durante mi mansión en los valles de Chagua, en el mes de febrero, de 23" á 23° 7', y constantemente : estaba por consiguiente , un poco mas baja que la temperatura media del aire , fuese porque una masa de agua tan consi- derable no puede seguir con igual rapidez las mutaciones de la admósfera , ó porque el lago recibe arroyos frios de las montañas inmediatas. El lago de Valencia está lleno de islas , que her- mosean el punto de vista por la forma pinto- resca de sus rocas y de la vegetación que las II. aa 338 LIBRO V. cubre; esta es una ventaja que no tienen los de los Alpes. Hay hasta quince islas, sin contar las dos del Morro y la Cabrera , por estar ya unidas á las orillas ; en parte están cultivadas y son muy fértiles , á causa de los vapores que despide el lago. La del Burro que es la mayor, tiene dos millas de largo , y está habitada por algunas fa- milias de mestizos que cuidan sus cabras. Aquel- los hombres visitan pocas veces las riberas de Mocando ; el lago les parece de una extensión inmensa , y se contentan con sus bananos, leche, yuca y un poco de pescado. Una cabana he- cha de cañas , algunas hamacas tejidas del al- godón que producen los campos vecinos , una piedra ancha en que hacen fuego y el fruto li- noso del Tutuma , para tomar agua , son todos sus enseres. Un viejo mestizo que nos ofreció leche de sus cabras, tenia una hija de una hermosa figura : supimos por nuestro guia que la soledad habia hecho ú este hombre tan desconfiado como lo hubiera podido hacer la sociedad. La víspera de nuestra llegada hablan visitado la isla algunos cazadores, y habiéndoles sorprendido la noche, CAPÍTULO xvr. 539 prefirieron dormir al raso á volverse á Mocmido. Esta noticia puso en alarma toda la isla ; el pa- dre obligó á la joven muchacha, á que se subiese á un zamang ó Acacia muy elevado, que se halla en la llanura á alguna distancia de la cabana , y hechándose él al pié, no dejó bajar á su hija hasta que los cazadores hubieron partido. No siempre han hallado los viageros esta temerosa precaución , ni esta austeridad de costumbres , entre los insulares. El lago produce , con bastante abundancia , tres especies de pescado de una carne blanda y poco agradable al gusto , y son la Guavina , el vagre y la sardina. Los dos últimos bajan al lago por los arroyos. La Guavina que he diseñado allí mismo , tiene 20 pulgadas de largo sobre 3, 5 de ancho; tiene grandes escamas plateadas, bordadas de verde. Este pescado sumamente vo- raz , ha destruido todas las demás especies ; los pescadores nos han afirmado, que un pequeño cocodrilo llamado Bava^ que varias veces se nos acercaba al bañarnos, contribuye también á la destrucción del pescado. No hemos podido pro- curarnos este reptil para examinarlo de cerca ; 54o LIBRO V. parece no pasa de tres á cuatro pies de largo; se dice que es muy inocente, mas sus habitudes y su forma se parecen mucho á las del Cayman ó Crocodilus acutus. Nada de una manera que no deja ver sino la punta del hocico, y la extre- midad de la cola; y en el medio del dia se sale á las playas áridas. Ciertamente no es un Mo- nitor, pues que los verdaderos Monitores solo se hallan en el antiguo continente, ni la Salvaguar- dia de Seba, Lacerta Teguíxin, que se sumerge y no nada. Otros viageros decidirán esta cues- tión; nosotros nos contentamos con añadir, que es bastante notable que el lago de Valencia y todo el sistema de sus afluentes, no producen Caymanes grandes, á pesar de que este animal peligroso, abunda á pocas leguas de allí, en las aguas que desembocan en el Apure, en el Ori- noco , ó directamente en el mar de las Antillas , entre Puerto Cabello y la Guayra. La isla de Chamberg es notable por su altura ; es un peñasco con dos cimas, elevado de 200 pies sobre la superficie de las aguas , y cuyas cuestas son áridas , mas la vista sobre el lago y los ricos cultivos de los valles vecinos , son admirables, capítulo xvr. 34 i tspticialmeiitc cuando al ponerse el sol , so ven miles de aves acuáíUes, como flamencos y palos salvíiges , que atraviesan el lago para irse á dor- mir á las islas. Al mismo tiempo, los habitantes, según llevamos indicado, queman los pastos en aquella larga banda de montañas que rodea el horizonte. Las grámineas abundan en ellas, y aquellos vastos incendios , que á veces ocupan mil toesas de largo , se presentan como corrien- tes de lavas que bajan de las alturas. En una de las noches apacibles de los trópicos , cuando descansa uno á la orilla del lago , para respirar la frescura del ambiente, es muy curioso contem- plar en las ondas , la imagen de los fuegos rojos que inflaman el horizonte. Las inmediaciones del lago no son mal sanas, sino en la época de las grandes sequías, cuando las aguas, al retirarse, dejan un terreno cena- goso expuesto á los ardores del sol. Las orillas pobladas de Coceo loba barbadensis, son semejan- tes en el aspecto de las plantas acuátiles , á las de nuestros lagos de Europa. Se ven espigas de agua ( Potamogetón ) , chara y máselas de tres pies de altas, que apenas se distinguen del Tifa 34¿! LIBRO V. anguslifolia de nuestros pantanos : solo por me- dio de un examen muy escru])uloso, se viene á conocer cada una de estas plantas, como espe- cies diferentes , propias al nuevo continente. . ¡Cuantos vegetales del estrecho de Magallanes, de Chile y de las Cordilleras, de Quito, han sido confundidos en otro tiempo, á causa de su ana- logía de forma y de su fisonomía, con los vege- tales de la zona templada boreal! Entre los afluentes del lago de Valencia, hay algunos que deben su origen á fuentes termales, y que merecen una particular atención. Estas fuentes brotan en tres puntos de la cordillera granítica de la costa, y son : cerca de Onoto, entre Turmero y Maracay ; cerca de Mariara , al nordeste de la hacienda de cura ; y cerca de las trincheras en el camino de Nueva Valencia á Puerto Cabello. Yo no he podido examinar sino las de Mariara y las de las trincheras, en cuanto á sus ^relaciones físicas y geológicas. Remontando bácia el origen del pequeño rio de Cura , se Ten las mionatañas de Mariara adelantarse en la 11a- »ura en forma de tm vasto amphiteatro , com- CAPÍTULO XVI. 545 puesto de peñascos cortados verticalmente , y cuya parte central , tiene el nombre de rincón del diablo. Los montes que se unen al rincón del diablo por la parte del este , son mucho me- nos altos, y contienen gneiss y micaesquita gra- natífero. En estos montes menos elevados , á dos ó tres millas al nordeste de Mariara , se halla la Que- brada de aguas calientes. Este barranco tiene va- rios pozitos, de los cuales los dos superiores, que no se comunican entre si, no tienen mas de ocho pulgadas, y los tres inferiores, dos ó tres pies de diámetro : su profundidad varia de tres á quince })ulgadas. La temperatura de estos po- zos es de 56" á 59" centesimales, y lo que es muy particular es , que los pozos inferiores son mas calientes que los superiores , aunque la diferen- cia del nivel no es mayor de 7 á 8 pulgadas. Las aguas calientes se reúnen formando un arroyo, Hio de aguas calientes que treinta pies mas abajo, solo tiene 48° de temperatura. En los tiempos de grandes sequías que fué cuando nosotros visitamos el barranco , toda la 344 unp.o V. nias^i de las aguas termales Jio fornm sino iiii perfil de 26 pulgadas cuadradas; mas este au- menta considerablemente en la estación de las lluvias. El arroyo entonces se convierte en un torrente y disminuye de calor , pues parece que las fuentes calientes no están sujetas á variacio- nes muy sensibles. Todas estas fuentes están dé- bilmente cargadas de gaz hidrogeno sulfurado : el olor de este gaz , semejante al de huevos po- dridos, no se percibe sino aproximándose mu- cho á los manantiales. Solo en uno de los pozos llega la temperatura á 56% 2 , en el cual se ma- nifiesta la salida de globulillos de aire, por in- tervalos muy regulares de dos á tres minutos ; y observé que aquellos sallan constantemente de los mismos puntos, que eran cuatro, y que re- moviendo con un palo el fondo del pozo, no se cambiaban apenas los puntos de donde salla el gaz. Estos corresponden sin duda á otras tantas aberturas en el gneiss; asi es que cuando los glo- bulillos de gaz parecían en una, inmediatamente seguían las otras. Los pocltos están cubiertos de una película K- CAPÍTULO XVI. 545 í;era de azufre, que sedesposita por la lenta com- bustión del hidrógeno sulfurad o, en su contacto con el oxígeno de la admósfera : algunas yerbas inmediatas , están también cubiertas de azufre. En el barranco de las aguas calientes, de Mariaza, entre los pequeños pozos cuya temperatura se ele- va de 56" á 59", vegetan dos especies de plantas acuátiles; la una membranosa y que contiene ampoUitas de aire, y la otra de fibras paralelas. La primera se asemeja mucho á la Ulva íabyrin- tiformis de Vandelli, que ofrecen las aguas ter- males de Europa. Las aguas de Mariara se emplean con buen éxito en las obstrucciones de garganta, en las úlceras envejecidas, y en aquellos horribles afec- ciones de la piel, que llaman bubas, y cuyo orí- gen no es siempre sifilítico. Gomólos manantiales no están muy cargados de hidrógeno sulfurado, es necesario bañarse en el mismo parage donde nacen : un poco mas lejos, ya estas aguas sirven para regar los campos de añil. Don Domingo Tovar, rico proprietario de Mariara, tenia proyec- to de hacer construir una casa de baños , y de 346 LIBRO V. fundar un establecimiento que ofreciese á las personas acomodadas algunas conveniencias de mas, que la carne de lagarto por alimento, y los cueros extendidos sobre bancos por único lecho de reposo. En la noche del 2 1 de febrero salimos de la hermosa hacienda de Cura para Guacara y Nueva Valencia, prefiriendo viajar de noche á causa del excesivo calor del día, y pasando por la pequeña aldea de Punta Zamuro, al pie de las altas mon- tañas de las Viruelas. El camino está adornado de altos y grandes árboles de Zamang ó Mimosas cuyo tronco se eleva á 60 pies de altura y cuyas ramas, casi horizontales, se encuentran á mas de 1 5o pies de distancia, formando la mas hermosa y mas frondosa bóveda de verdor. En el mismo sitio en que las breñas eran mas espesas se es- pantaron nuestros caballos por los gritos de un animal que parecía seguirnos de cerca, y que supimos ser un tigre muy grande que hacia tres años recorría aquellas montañas ; el cual habién- dose constantemente escapado á las diligentes persecuciones de los mas atrevidos y valientes cazadores, despedazaba los caballos y muías en CAPÍTULO xvr. 347 medio de los cercados; pero que no faltando de alimento no habia hasta entonces atacado á los hombres. El negro que nos guiaba daba gritos salvajes creyendo espantar el tigre, mas este me- dio quedó naturalmente sin efecto. El Jaguar y el lobo de Europa siguen á los viageros aun cuando no quieran atacarlos; el lobo en campo abierto y en parages descubiertos ; y el jaguar cos- teando el camino y no pareciendo sino por inter- valos en las malezas y matorrales. Pasamos el dia 23 en la casa del marques de Toro, en la villa de Guacara, y jurisdicción muy considerable. Una calle de árboles de Caro- línea conduce de Guacara á Moncudo. Era la primera vez que veia al aire libre este magnífico vegetal que hace uno de los principales adornos do los vastos invernaderos de Schónbrunn '. Mocundo es una rica plantación de cañas de azúcar que pertenece á la familia de Toro. En 1 Todos los caroUnea piñnceps de Schónbrunn (villa im- perial en Austria) proceden de granos ó simientes cojidas por los señores Bosc y Bredemeyer en un solo árbol, de un «norme porte, cerca deChacao, al este de Caracas. 548 LIBRO V. ella se halla, lo que es muy raro en aquellos países, hasta ai «hijo de la agricultura,» un jar- din, bosquecillos , y á la orilla del agua, sobre un peñasco de gneiss, un pabellón con un mira- dor ó belvedere. Se goza allí de una vista deli- ciosa sobre la parte occidental del lago, sobre las montañas vecinas y sobre una floresta de palmas que separa Guacara de la ciudad de Nueva Va- lencia. Los campos de cañas de azúcar recien plantados se semejan por su verde claro, á una ex- tensa pradería. Todo anuncia allí la abundancia, pero es á costa de la libertad de los labradores. La fabricación del azúcar, la cocedura y el ter- rage son muy imperfectos en Tierra Firme, por- que solo se fabrica para el consumo interior, y porque para el despacho por mayor, se pre- fiere el papelón, tanto al azúcar refinado como al azúcar bruto. Este papelón es un azúcar im- puro, formado en muy pequeños panes, de un color pajizo obscuro que está mezclado de melote y de materias mucilaginosas. El hombre mas pobre come papelón como en Europa se come queso. La caña de azúcar no ha pasado sino muy CAPÍTULO XVI. 349 tarde, verosímilmente al fin del siglo XVI , de las islas Antillas á los valles de Aragua. Hace algu- nos años, que el cultivo y la fabricación del azú- car han sido muy perfeccionadas en Tierra Fir- me; y como las máquinas de la afinadura no están permitidas, según las leyes, en la Jamaica, se cree poder contar sobre la exportación frau- dulenta del azúcar refinado á las colonias ingle- sas. Pero el consumo de las provincias de Vene- zuela, sea en papelón j, sea en azúcar bruto, em- pleado en la fabricación del chocolate y dulces, es tan considerable, que hasta ahora la expor- tación ha sido absolutamente nula. Las mas her- mosas plantaciones de azúcar se encuentran en los valles de Aragua y de Tuy ' ; junto al Pao de Zarate, entre la Victoria y San Sebastian; y muy próximo á Guatire, Guarinas y Cauri mare. Si las primeras cañas de azúcar han venido al Nuevo Mundo de las islas Canarias, también son gene- ralmente los Canarios ó islengos los que se hallan todavía dueños de las grandes plantaciones, y los quedirijenlos trabajos del cultivo, el de los inge- nios, y de la afinación. ^ lapalapa ó la Trinidad, Cura, Mocuüdo y el Palmar. 35o LIBRO V. El 2 2 en la noche continuamos nuestro ca- mino desde Mocundo, por LosGuayos^ á laYilla de Valencia la Nueva , y pasamos por un pe- queño bosque de palmeras que por su porte y sus hojas en forma de abanico , se semejan al Chamerops humilis de las costas de Berbería. La aridez del suelo aumenta á medida que se aproxima á la ciudad y que se pasa la extremi- dad occidental del lago, el cual es un terreno gredoso que ha sido nivelado y abandonado por las aguas. Las colinas vecinas llamadas los Morros de Valencia, están compuestas de tobas blancas, formación calcárea muy reciente que recubre inmediatamente el gneiss que vuelve á encon- trarse en Victoria y en otros muchos puntos á lo largo de la cadena del litoral. La blancura de estas tobas en que reflejan los rayos del sol, contri- buye mucho al excesivo calor que se experimenta en aquellos lugares en donde todo parece tocado de la esterilidad y en donde apenas se encuen- tran algunas pies de cacaotero en las orillas del rio de Valencia ; mas en el resto de la llanura todo está desnudo y desprovisto de vegetación. La ciudad de Nueva Valencia ocupa una con- CAPÍTULO XVI. 55 1 siderable extensión de terreno , pero su pobla- ción apenas es de 6 á 7000 almas. Las calles son muy anchas, la plaza mayor de un grandor de- mesurado, y como las casas son extremadamente bajas, la desproporción entre la población de la ciudad y el espacio que ocupa, es mucho mayor que el de Caracas. Muchos blancos de raza euro- pea principalmente los mas pobres , viven la mayor parte del año en sus pequeñas plantacio- nes de añil y de algodón , en las cuales se atre- ven á trabajar con sus manos, lo que, según al- gunas preocupaciones inveteradas en aquel pais, seria deshonroso para ellos en la ciudad. La in- dustria de los habitantes comienza en general á dispertarse, y el cultivo del algodón ha aumen- tado considerablemente desde que se han acor- dado nuevas libertades al comercio de Porto Cabello, y que este puerto ha sido abierto en 1 798 como puerto mayor, á los buques que van direc- tamente de la metrópoli. Nueva Valencia , fundada en i555, bajo el go- bierno deVillacinda por Alonso Diaz Moreno, es doce años mas antigua que Caracas. Es segura- mente muy sensible que Valencia no sea la ca- 0;12 UBRO V. pitaldel pais: su situación en una llana á la orilla de una laguna, recordarla la situación de Méjico. Cuando se reflexiona sobre la fácil comuni- cación que ofrecen las valles de Aragua con los Llanos y con los rios que desembocan en el Orinoco, cuando se reconoce la posibilidad de abrir la navegación interior por el Rio Pao y la Portuguesa hasta las bocas del Orinoco , Casi- quiare y Amazona , se concibe que la capital de las vastas provincias de Venezuela hubiera es- tado mejor situada cerca del soberbio puerto de Puerto Cabello, bajo un cielo puro y sereno, que junto á la poco resguardada playa de la Guaira en un valle templado, pero constantemente ne- buloso. Situada la ciudad de Valencia entre los fértiles campos de la Victoria y de Barquesimeto y próxima al reino de la Nueva Granada hubiera debido prosperar ; pero á pesar de todas venta- jas no ha podido luchar con Caracas que le ha quitado durante dos siglos una gran parte de sus habitantes. Las familias de Mantuanos han preferido la morada de una capital á la de una ciudad de provincia. Los que no conocen la inumerable] cantidad CAPituLO xvr. 355 de hormigas que infestan todos los países bajo la zona tórrida, tienen mucha dificultad en for- marse una idea de las destrucciones y hundi- mientos, causados por estos insectos, que abun- dan de tal modo en la ciudad de Valencia que las excavaciones hechas por ellos parecen canales subterráneos que se llenan de agua durante la estación de las lluvias y son muy peligrosas para los edificios. Valencia ofrece recuerdos históricos. López de Aguirre, cuyas fechorías y aventuras forman uno de los episodios mas dramáticos de la historia de la conquista, pasó en 1 56i , desde el Perú, por el Rio de las Amazonas , á la isla de la Marga- rita, y de este por el puerto de Burburata á los valles de Aragua. A su entrada en Valencia, que se glorifica con el titulo de la ciudad del Rey, pro- clamó la independencia del pais y la prescripción de Felipe II. El segundo acontecimiento histórico que se une al nombre de Valencia es la grande incur- sión hecha por los Caribes del Orinoco en 1678 y i58o. Esta horda antropófaga que subió á lo largo de las orillas del Guarico, atravesando los n. 23 554 LIBRO V. llanoSj, fué felizmente rechazada por el valor de Gaci-Gonzalez , uno de los capitanes cuyo nom- bre es todavía sumamente respetado en aquellas provincias. Es seguramente muy grato traer á la imaginación que los descendientes de estos mis- mos Caribes viven hoy en las misiones como pa- cíficos cultivadores , y que ninguna nación sal- vaje de la Guayana osa atravesar los llanos que separan la región de los bosques de la de las tierras labradas. El 27 por la mañana visitamos los manantiales, cálidos de la Trinchera situados á tres leguas de Valencia. La Trinchera toma su nombre de unas pequeñas fortificaciones de tierra construidas en 1677 por los filibusteros franceses que saquea- ron y destruyeron la ciudad de Valencia. Estos manantiales , que son mucho mas abundantes que todos los que habíamos visto hasta entonces, forman un riachuelo que, aun en tiempo de la mayor sequedad, tiene dos pies de profundidad y diez y ocho de ancho. Fuera de los manantiales de Urijino, en el Japón, que se asegura ser de agua pura, y estar á 1 00° de temperatura, las aguas de la Trinchera de Puerto-Cabello parecen ser CAPÍTULO XVI. 555 las mas cálidas del mundo. Desayunamos cerca de aquel mismo manantial , en cuyas aguas ter- males se cuecen los huevos en tres ó cuatro mi- nutos. Estas aguas , fuertemente cargadas de hydrógeno sulfurado, brotan de la cumbre de una colina elevada 1 5o pies del fondo del bar- ranco y dirijida del sud-sudeste al nor-noroeste. La peña donde salen estos manantiales es un ver- dadero granito con gruesos granos semejante al del Muro del Diablo en las montañas de Mariara. En donde las aguas se evaporan al aire forman depósitos é incrustaciones de carbonate de cal , pasando quizá por medio de las camas de caliza primitiva, tan común en el Micaesquita y gneiss de las costas de Caracas. Sorprendiónos el lujo de la vegetación que rodea el estanque. Algunas Mimosas con delgadas y plumosas hojas , Clucias é Higueras han echado sus raices en el fondo de una balsa cuya temperatura se elevaba 85". Las ramas de estos árboles se extendian sobre la su- perficie de las aguas á dos ó tres pulgadas de distancia. La frondosidad de las Mimosas , aunque constantemente humedecida por los va- pores cálidos , estaba sin embargo hermosamente 356 LIBRO V. verde. Un Arum con tronco leñoso y con grandes hojas en forma de saeta , se elevaba también de una charca cuya temperatura estaba á 70°. Estas mismas especies de plantas vegetan en otras partes de aquellas montañas junto á torrentes en que el termómetro no sube mas de 18*. Hay mas todavía : á 4o pies de distancia del pun* to en que brotan los manantiales que tienen 90° de temperatura, se encuentran también otros ente- ramente frios. Siguen unos y otros durante algún tiempo una dirección paralela; y los indígenos nos enseñaron como , cavando un agujero entre los dos arroyos, se podia, al gusto de cada uno, proporcionarse un baño de una temperatura dada. Sorprende ver bajo los climas mas ardientes y mas frios, como el pueblo indica la misma predilección por el calor. Cuando se introdujo el cristianismo en Islanda no querían ser bauti- zados los habitantes sino en los manantiales cá- lidos del Hecla; y bajo la zona tórrida, tanto en los llanos como en las Cordilleras, acuden los indígenos de todas partes hacia las aguas ter- males. Los enfermos que vienen á la Trinchura para tomar baños de vapor, construyen sobre CAPÍTULO XYI. 357 el manantial una especie de enrejado hecho con ramas de árboles y cañas muy delgadas , sobre el cual , aunque me ha parecido poco sólido y bastante peligroso , se extienden desnudos y to- man su baño. El rio de aguas calientes se dirije al nordeste, y se hace junto, á las costas un rió bastante considerable , poblado de grandes co- codrilos y contribuyendo por sus inundaciones á la insalubridad del litoral. Bajamos hacia Puerto-Cabello dejando siempre el rio de agua caliente á nuestra derecha. El ca- mino es muy pintoresco y las aguas se precipitan sobre los bancos del peñascos. Se cree ver las cascadas de la Reuss , que bajan del montSaint- Gothard ¡ Pero que contraste en la fuerza y ri- queza de la vegetación ! En medio de arbustos floridos , deBignonias y de Melastonus, se elevan majestuosamente los troncos blancos del Cecro- pia, que solo desaparecen á una altura de menos de 1 00 toesas sobre el nivel del Océano. El calor se hizo sufocante á medida que nos aproximábamos á las costas. Un vapor rojizo cu- bria el horizonte ; y aunque el sol estaba próximo á ponerse, la brisa no soplaba todavía. El rio de 358 LIRHO V. agua cálida que costeamos era cada vez mas pro- fundo. Quisimos examinar los dientes y el inte- rior de la boca de un cocodrilo de mas de nueve pies de largo que encontramos muerto en la playa; pero habiendo estado expuesto al sol durante muchas semanas, exhalaba un olor tan fétido que nos fué preciso abandonar este proyecto y volver á montar á caballo. Cuando se llega al nivel del mar, el camino vuelve al este y atra- viesa una playa árida de legua y media de ancho que se parece á la de Cumaná y en donde se encuentran raquetas esparcidas, sesuvium, al- gunos pies de Coccoloba uvifera y á lo largo de la costa , Aviceñas y Paletuveros. En esta planicie se elevan, como escollos, pequeñas rocas de Meandrites, de Madreporitas y otros corales ra- mificados ó con superficie bombeada , que aun- que parecerían atestiguar la reciente retirada del mar, estas masas de poliperos no son mas que fragmentos embutidos en una especie de mármol con cimento calcáreo. Fuimos recibidos en Puerto-Cabello con el mayor agasajo en casa de un médico francés llamado Juliac. que habia hecho muy buenos CAPÍTULO aVI. 55g estudios en Montpellier ; en cuya casa se encon- traba un conjunto de diferentes cosas que todas interesaban á los viageros ; tales eran algunas obras de literatura é historia natural, notas so- bre la meteorología, pieles de jaguar, grandes serpientes acuáticas, animales vivos monas, arma- dillos y pájaros. Era nuestro huésped el primer cirujano del hospital real de Puerto-Cabello y ven- tajosamente conocido en el pais por el profundo estudio que habia hecho de la fiebre amarilla. El clima de Puerto-Cabello es menos ardiente que el de la Guayra, y la brisa es allí mas fuerte y mas regular. Las casas no están apoyadas con- tra rocas que absorben durante el dia los rayos del sol y expenden el calórico durante la noche, fil aire puede circular mas libremente entre las costas y las montañas de Ilaria. Las causas de la salubridad de la atmósfera deben ser busca- das en las playas que se extienden al oeste á pér- dida de vista hacia la Punta de Tucacos , cerca del hermoso puerto de Chichiribiche. Las salinas de Puerto-Cabello se semejan bas- tante á las de la península de Araya cerca de Cumaná. La tierra que se legia reuniendo las 56o LIBRO V. aguas pluviales en pequeños estanques , está sin embargo menos cargada de sal. Como el trabajo de las salinas de Puerto-Cabello es extremada- mente mal sano, solo los hombres mas pobres se dedican á él, los cuales reúnen la sal en pe- queños depósitos y después la venden á los alma- cenes de la ciudad. La defensa militar de las costas de Tierra- Firme reposa sobre seis puntos que son el casti- llo de San Antonio de Cumaná, el Morro de Nueva-Barcelona, las fortificaciones de la Guayra ( con 1 54 cañones ) , Puerto-Cabello , el fuerte San Carlos en la embocadura de la laguna de Maracaybo y Cartagena de Indias. A excepción de está última, Puerto-Cabello es la plaza forti- ficada mas importante. La ciudad es muy mo- derna y su puerto es uno de los mas hermosos que se conocen en los dos mundos, y en el cual casi nada ha tenido que añadir el arte á las ven- tajas que presenta la naturaleza del sitio. Por la extraordinaria disposición del terreno se semeja el puerto á un estanque ó laguna interior cuya extremidad meridional está llena de islotes cu- biertos de mangiios. La abertura del puerto CAPÍTULO XVI. 36 1 hacia el oeste contribuye mucho á la tranqui- lidad de las aguas ; y aunque no puede entrar mas que un solo buque á la vez , los mayores navios de línea pueden anclar muy cerca de tierra para hacer agua. No hay otro peligro para la entrada en el puerto sino los recifes de Punta Brava, enfrente de los cuales se ha establecido una batería de 8 cañones. Hacia el oeste y el sudoeste se percibe el fuerte que es un pentá- gono regular con cinco bastiones, la batería del recife y las fortificaciones que circundan la an- tigua ciudad fundada sobre un islote de forma trepazoide. Un puente y la puerta fortificada de la estacada reúnen la antigua ciudad á la nueva, que ya es mayor , aunque siempre se la mira como un barrio. La ciudad, que ya tiene hoy cerca de 9000 habitantes, debe su origen al ilicito comercio atraido hacia aquellos parages por la proximidad de la ciudad de Burburata, que se fundó en i549. Puerto-Cabello, que no era mas que una pequeña aldea, se convirtió en un ciudad bien fortificada bajo el régimen de los Vizcaínos y de la compañía de Guipúzcoa, Los buques de la Guayra, que es menos un puerto 562 LIBRO V. que una mala rada abierta, vienen á Puerto-Ca- bello para calafatearse y repararse. La verdadera defensa del Puerto consiste en las baterías bajas de la lengua de tierra de Punta Brava y del recife; y solo desconociendo este principio ha podido construirse á grandes gastos , sobre las montañas que dominan el barrio hacia el sud un nuevoTuerte, llamado eXMirador deSolano. Encontramos la plaza de Puerto^Cabello en un estado de defensa poco seguro. Las fortificaciones del puerto y el recinto ó muralla de la ciudad que tienen unos 6o cañones, exi jen una guarnición de 1800 ó 2000 hombres y solo habia á la sazón 600 ; todo parecia anunciar en Puerto-Cabello el aumento de la población y de la industria. Entre todas las comunicaciones fraudulentas que se ejecutan en el mundo, ningunas son mas activas que las que se hacen con las islas de Curacao y de la Jamaica. Se exportan anualmente mas de io,ooo machos. Es un espectáculo bastante cu- rioso ver embarcar estos animales que derriban con lazos y suben á bordo de los buques por medio de una máquina que se semeja auna grúa. Al salir el sol del i"'de marzo dejamos á Puerto- CAPÍTULO XVÍ. 363 Cabello y vimos con sorpresa el gran número de barcos cargados de frutas que se venden en el mercado ; lo que me hizo recordar una de las hermosas mañanas de Venecia. La ciudad ofrece en general , por la parte del mar , un aspecto ri- sueño y agradable. Montañas cubiertas de vege- tación y sobremontadas de picos ' que , por sus perfiles se creerían de roca trapeana, forman el fondo del paisage. Cerca de la costa todo está desnudo, blanco y fuertemente alumbrado; al paso que la cortina de montañas está cubierta de frondosos y espesos árboles que delinean sus vastas sombras sobre terrenos obscuros y pedra- gosos. Al salir de la ciudad visitamos el acue- ducto que se acababa de construir, el cual tiene 5ooo varas de largo y conduce por un encañado las aguas del rio Estevan á la ciudad. Esta obra ha costado mas de 3o,ooo pesos fuertes; pero ha proporcionado que brote el agua en todas las calles. Volvimos de Puerto-Cabello á los valles de Aragua deteniéndonos de nuevo en la plantación ^ Las tetas de liaría. 364 LIBRO V. de Barbula, por la cual se traza el nuevo ca- mino de Valencia. Hacia muchas semanas que habíamos oido hablar de un árbol , cuyo suco es una leche nutritiva y que le llaman el árbol de la vaca : asegurósenos que los negros de la hacienda que beben abundantemente de esta leche vegetal, la miran como un alimento sa- ludable. Esta aserción nos pareció tanto mas ex- traordinaria cuanto que todos los sucos lactici- nosos son ásperos , acres , amargos y mas ó menos venenosos. La experiencia nos ha probado du-» rante nuestra mansión en Barbula que no eran ponderadas las virtudes del Palo de Vaca. Este hermoso árbol es del tamaño del Caimitero " cuyas hojas oblongas terminadas en punta, cor- reosas y alternas , están marcadas de nervosi- dades laterales, salientes por debajo y paralelas, y tienen hasta lo pulgadas de largo. No pu- dimos ver su flor, pero si su fruta que es car- nosa y contiene una y aun dos nueces. Cuando se hacen incisiones en el tronco del árbol de la vaca, dá abundantemente una leche gluti- * Chrysophyllum Cainito. cAPÍTüio XVI. 365 liosa, bastante espesa, desprovista de toda acri- tud y que exhala un olor de bálsamo muy agra- dable, y de la cual nos presentaron en frutos del Tutumo. Nosotros mismos bebíamos canti- dades considerables de ella por las noches antes de acostarnos y por las madrugadas sin haber experimentado ningún efecto nocivo. La visco- sidad de esta leche la hace un poco desagradable. Los negros y las gentes libres que trabajan en las plantaciones la beben mojando en ella pan de maiz, y de yuca, el arepa y la casava. El árbol extraordinario de que acabamos de hablar, parece propio de la Cordillera del litoral y particularmente desde Barbula hasta la laguna deMaracaybo. Algunos pies de él existen también cerca del pueblo de San Mateo, y según M. Bre- demeyer, cuyos viajes han enriquecido tanto los hermosos invernaderos ó estufas de Schombrun y de Viena, en el valle de Cancagua, tres jor- nadas al este de Caracas. Este naturalista ha en- contrado, como nosotros, en la leche vegetal del Palo de Yaca un gusto agradable y un olor aro- mático. En Caucagua llaman los indígenos al árbol que da este nutritivo suco, drbot de la ! 366 LIBRO V. leclie^ y pretenden conocer en la grosura y color de las hojas los troncos que contienen mas savia, asi como el pastor distingue por señales exteriores una buena vaca lechera. INingun botánico ha conocido hasta ahora la existencia de este vegetal j cuyas partes de la fructificación será fácil pro- * curarse. Sobre el flanco árido de una roca crece este árbol cuyas hojas son secas y correosas; sus gruesas raices leñosas apenas penetran en la piedra. Durante muchos meses del año ni un solo chaparrón riega sus hojas y sus ramas pare- cen muertas y secas; pero cuando se penetra ose hace una abertura en el tronco sale de él una leche dulce y nutritiva. Al salir el sol es cuando este manantial vegetal está mas abundante; y en- tonces es cuando se ve llegar de todas partes á los negros é indígenos provistos con grandes va- sijas para recibir la leche que amarillea y se espesa á la superficie. Los unos vacian sus cuen- cos bajo del mismo árbol y otros los llevan á sus hijos. Parece estarse viendo la familia de un pastor que distribuye la leche de su ganado. Si el Palo de Vaca nos descubre la inmensa capítulo XVI. 567 fecundidad y la beneficiencia de la naturaleza bajo la zona tórrida , también nos recuerda las numerosas causas que favorecen aquellos her- mosos climas al descuido é indolencia del hom- bre. Mungo-Paixk nos ha hecho conocer el árbol de la manteca^ del bambarra, que M. de Can- dolle sospecha ser de la familia de los Sapotees, como nuestro árbol de leche. Los bananeros y sa- guteros, y los Mauritia del Orinoco son árboles de pan como la Rima del mar del Sud. Las fru- tas de Crescencia y del Lecytliis sirven de vasos ; los espatos de palmeras y cortezas de árboles ofrecen gorros y vestidos sin costura. Los nudos, ó mas bien las separaciones interiores del tronco de los bambureros ó bambúes, proporcionan es- calas y facilitan de mil modos la fabricación de las sillas, camas y otros muebles que hacen la riqueza del salvaje. En medio de una vegetación tan abundante y tan variada en sus producciones, es preciso motivos muy poderosos para excitar el hombre al trabajo, para dispertarle de su le- targo y desenvolver sus facultades intelectuales. En Barbula que se cultiva el cacaotero y el al- godonero, encontramos, lo que es muy raro en 368> LIBRO V. aquel país, dos grandes máquinas con cilindros para separar el algodón de su semilla; la una mo- vida por una rueda hidráulica y otra por un ba- ritel y muías. El mayordomo de la hacienda que habia construido estas máquinas, era natural de Mérida : conocía el camino que conduce de Nueva Valencia por Guanaro y Misagual , á Varinas, y de aquí, por el barranco de los callejones, al Pá- ramo de Mucuchies y á las mo ntañas de Mérida cubiertas de perpetuas nieves. Las nociones que él nos dio sobre el tiempo necesario para ir de Valencia por Varinas á la Sierra Nevada y de esta por el puerto de Torunos y el rio Santo Domingo, á San Fernando de Apure, nos fueron infinita- mente preciosas. Nadie puede imaginarse en Eu- ropa cuan difícil es adquirir informes exactos en un pais en que las comunicaciones son tan poco frecuentes y donde se complacen en dismi- nuir ó exagerar las distancias según el deseo que se tiene de animar al víagero ó de disuardirle de sus proyectos. Al partir de Caracas habia depo- sitado fondos entre las manos del intendente de la provincia para serme pagados por los oficiales de la tesoreria real en Varinas. Resolví visitar la CAPÍTULO XTI. 56() extremidad oriental de las cordilleras de la Nueva Granada, y el mismo sitio en que ellas se pier- den en los páramos de Timotes y de Niquitao ; pero supe en Burbula que está excursión retar- darla de treinta y cinco dias nuestra llegada al Orinoco; retraso, que me pareció tanto mas largo, cuanto que se esperaban ver comenzar las prime- ras aguas mas pronto que de ordinario. Esperá- bamos examinar después un gran número de inon tañas cubiertas de perpetuas nieves en Qui- to, Perú y Méjico y me pareció tanto mas pru- dente abandonar el proyecto de visitar las monta- ñas de Mérida cuanto que debíamos perder el verdadero objeto de nuestro viage que era el fijar por observaciones astronómicas, el punto de co- municación del Orinoco con el Rio Negro y el de las Amazonas. Volvimos por consecuencia desde Barbula á Guacara para despedirnos de la respe- table familia del marques de Toro, y pasar aun tres dias mas en las orillas del lago. De Guacara volvimos á Nueva-Valencia , en donde encontramos algunos emigrados franceses, los únicos que hablamos visto durante cinco años en las colonias españolas. A pesar de los vínculos n. a4 5^0 LIBRO V. de sangre que unen las familias reales de Francia y España no era permitido á los sacerdotes fran- ceses refugiarse en esta parte del Nuevo-Mundo en que el hombre encuentra tan fácilmente su sustento y su abrigo. Del otro lado del Océano solo los Estados-Unidos del América ofrecían un asilo al desgraciado. Un gobierno que es fuerte porque es libre, y confiado porque es justo, no podia temer acojer á los proscriptos. Ya hemos procurado mas arriba dar algunas nociones sobre el cultivo del añil, del algodón y del azúcar de la provincia de Caracas. Antes de dejar el valle de Aragua y las costas inmediatas, tenemos que hablar de los cacahuales como la fuente principal de la prosperidad de aquellas regiones. La provincia de Caracas ^ producía, á 1 La provincia, no la capitanía general, cxcluyeoclo por consecueacia los cacaoteros de Cumaná de la provincia de Barcelona, de Maracaibo, de Vaiinas y de la Guayana espa- ñola. Durante la guerra, en 1800, el precio de la fanega era en la provincia de Caracas de 12 pesos fuertes y de 70 en España. Desde 1781 hasta 1799 se ha visto variar en Cádiz desde 4^* á 100 pesos fuertes por fanega. Los gastos de Iriinsporte desde la Guaira á (iadiz, en tiempo de paz, á 3 CAPITULO XVI. 071 fines del siglo diez y ocho, i5o,ooofanegasanuales, de las cuales se consumiaii 3o, 000, en la provin- cia y 100,000, en España. Calculando una fanega de cacao, precio de Cádiz, solamente á 26, pesos fuertes, se halla que el valor to'tal de la exporta- ción de este género por los seis puertos de la Ca- pitanía general de Caracas ' , asciende á 4,800,000 pesos fuertes, ün objeto tan importante merece ser discutido con cuidado; y yo me lisonjeo, se- gún el gran número de materiales que he reco- jido sobre todos los ramos de la agricultura co- lonial , de poder añadir mucho á lo que M, Depons ha publicado en su estimable obra sobre las pro- vincias de Yenezuela. El árbol que produce el cacao ya no es salvage en las selvas de Tierra-Firme , al norte del Ori- noco; á lo menos nosotros no le hemos empe- pesos, y en el de guerra, de 1 1 á 12 por fanega. El precio regalar de este género en Caracas es de 12 pesos f. la fanega en tiempo de paz. I San Tomas de la Nueva Guayana, ó Angostura, Cu- maná, Nueva Barcelona, La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. 3^2 LIBRO V. zado á encontrar sino mas allá de las cataratas de Atures y Maipures : es muy abundante prin- cipalmente cerca de las márgenes del Ventuari y en el Alto-Orinoco, entre el Pedamo y el Ge- hette. Está rareza de cacaoteros salvagcs en la América meridional, al norte del paralelo de 6", es un fenómeno de la geografía botánica , muy curioso y poco conocido hasta aquí. Parece tanto mas chocante este fenómeno que, se^'^^un el pro- ducto anual de las cosechas, se ha calculado á mas de 16 millones el número de árboles en llena sazón en los cacahuales de Cumaná, de Nueva- Barcelona, Venezuela, Varinas, y Maracaibo. El cacaotero salvaje es muy ramoso y cubierto de un follage frondoso y sombrío : produce un fruto sumamente pequeño, parecido á la variedad que los antiguos Mejicanos llamaban Tlalcacahuatl. Transpiantudo á los conucos de los Indios del Casiquiare y del Rio Negro conserva durante muchas generaciones , esta fuerza de la vida ve- getal que le hace dar fruto al cuarto año, al paso que en las provincias de Caracas no empiezan las cosechas hasta el sexto , séptimo , ú octavo año, porque estas son allí mas tardías en lo in- CA-PilLLO XVÍ. '5'j5 terior de las tierras que en las costas y en el valle de Guapo. No hemos encontrado ninguna tribu del Orinoco que prepare una bebida con el grano del cacaotero : los salvajes chupan la pulpa de la vaina y arrojan los granos, que se encuentran á menudo en el mismo sitio en que ellos han vivaqueado. Aunque en la costa se mira el cho- rote,, que es una infusión de cacao extremada- mente floja, como una medida muy antigua, ningún hecho histórico prueba que los indíge- nos de Venezuela hayan conocido el chocolate ó alguna otra preparación del cacao antes de la llegada de los Españoles. Me parece mas pro- bable que las plantaciones de los cacaoteros han sido hechas á imitación de las de Méjico y Goa- temala y que los españoles habitantes de Tierra- Firme han enseñado el cultivo de los cacaoteros resguardándolos en su juventud con las hojas del Erythrina y del Bananero, la fabricación de las pastillas ó ladrillos del chocolate y el uso de la bebida del mismo nombre por sus comunica- ciones con Méjico, Guatemala, y Nicaragua, tres países , cuyos habitantes eran de origen tolteca y azteca. 374 LIBRO V. Hasta el siglo 16 diferian mucho los viageros en el juicio que tenian sobre el chocolate. Ben- zoni en su estilo franco dice que es mas bien una bebida da porci, che da huomini. El jesuíta Acosta asegura que « los españoles que habitan la Amé- rica gustan del chocolate hasta el extremo, pero que es preciso estar acostumbrados á está negra bebida para no tener náuseas al solo ver la es- puma que sobrenada como la hez, ó escoria de un licor fermentado. » Añade : « el cacao es una preocupación de los mejicanos, como la coca lo es también de los peruvianos. » Hernán Cortés y su pagc , ó sea el gentil-hombre del gran Con- quistador, cuyas memorias ha publicado Ramu- sio , alaban por el contrario el chocolate no so- lamente como una bebida agradable, aunque preparada á frió ^ , sino como una substancia 1 El padre Gili ha probado muy bien coa las dos pasages de Torquemada [Monarquía indiana, lib, XIV, cap. 14 y 42 ) que los Mejicanos hacian la infusión á frió, y que son los Españoles los que ha introducido el uso de preparar el chocolate haciendo hervir el agua con la pasta ó composi- ción del cacao. cAPÍrcíLo xví. 3^5 alimenticia: « el que ha tomado ó bebido una ji- cara, dice el page de Cortés, puede caminar un dia entero sin tomar otro alimento, particular- mente en los climas muy cálidos; pues que ei chocolate es frió y refrigerante por su naturaleza. » No subscribiremos á la última parte de esta aser- ción ; pero bien pronto tendremos ocasión , en nuestra navegación sobre el Orinoco y en nues- tras excursiones hacia la cumbre de las Cordille- ras, de celebrar las propiedades saludables del chocolate. Igualmente fácil para transportarse y para emplearse como alimento , contiene en un volumen pequeño partes nutritivas y excitantes. Se ha dicho con razón que en África el arroz , la goma y la manteca de sliea ayudan á los hombres á atravesar los desiertos. En el Nuevo-Mundo el chocolate y la harina de maíz han hecho acce- sibles las llanuras de los Andes y las vastas fores- tas inhabitadas. La cosecha del cacao es sumamente variable El árbol vegeta con tal fuerza que salen las flo- res hasta en las raices leñosas en toda parte en que la tierra las deja á descubierto. Sufre los vientos del nordeste aun cuando estos no hagan 3n6 _ LIBRO V. bajar ]a temperatura mas que algunos grados. Los chaparonnes que caen irregularmente des- pués de la estación de las lluvias durante los me- ses de invierno, de diciembre á marzo, son tam- bién muy nocivos al cacaotero. Sucede muchas veces que en una hora, el proprietario de una plantación de 5o,ooo pies pierde por mas de cuatro á cinco mil duros de cacao. Una grande humedad no es útil al árbol sino cuando au- menta progresivamente y que durante largo tiem- po no es interrumpida. Si en el tiempo de las sequedades las hojas y las tiernas frutas no son mojadas por un fuerte aguacero, se desprende el fruto del tronco. Si la cosecha de cacao es de las mas inciertas , si este ramo de cultivo tiene la desventaja de no hacer gozar al nuevo plan- tador del fruto de sus trabajos sino después de ocho ó diez años, y de dar un género de una conservación muy difícil , no debe tampoco ol- vidarse que los cacaoteros exigen un número menor de esclavos que la mayor parte de los otros cultivos. Esta consideración es de una alta im- portancia en una época en que todos los pueblos de Europa han resuello noblemente poner fin CAPÍTULO XVI. 577 al comercio de los negros. Un solo esclavo es su- ficiente paraciiltivar 1000 pies, que pueden pro- ducir un año con otro doce fanegas de cacao. Las mas hermosas plantaciones de este género se encuentran en la provincia de Caracas á lo largo de la costa , entre Caravallera y la embo- cadura del rio Tocuyo ^ en los valles de Canca- gua, Capaya, Curiepe y Guapo; en los de Cu- pira , entre el cabo Codera y el cabo Uñare, cerca de Aroa , Barquesímeto , Guigue y Uritucu. El cacao que se cria en las orillas del Uritucu, á la entrada de los llanos en la jurisdicción de San Sebastian de los Reyes, está considerado como de primera calidad. En el comercio de Cádiz se da el primer lugar al cacao de Caracas inmedia- tamente después del de Socomusco. Su precio es generalmente de 3o á 4^ por ciento mas caro que el de Guayaquil. ' Hasta mediados del siglo XVII , no han disper- tado los Holandeses, tranquilos posedores de la isla de Curacao, por medio del comercio de con- » Las dos provincias de Caracas y Nueva Barcelona se dis- putan tste terreno extremadamente fértil. 3^8 LIBRO V. trabando, la industria agrícola de los habitantes de las costas inmediatas, y que el cacao se ha hecho un objeto de exportación en la provin- cia de Caracas. Sabemos que está á penas era al principio del siglo XYIII de 3 0,000 fanegas por año. Desde lySo á 174^ ^^ compañía envió á Es- paña 858,978 fanegas, lo que hace un año con otro 47?7í>o fanegas. El precio de cada una de estas bajó en 1732 á 45 pesos fuertes, mientras que se habia sostenido antes á 80. En 1763, el cultivo habia aumentado de tal modo que la ex- portación se elevaba á 80,669 fanegas ^ Según los registros de la aduana de la Guayra que po- seo, la salida era, sin contar el producto de ilícito comercio. £n 1789, de io5,()55 fanegas. 1792 100,592 1794 11 i,io5 96 . . V. . . . . 75,558 1797 70,852 Según un escrito de oficio sacado del ministe- ' De estas 80,659 fanegas se enviaron 5o,5i9 directamente á España, i6,564á Vera Cruz, 1 1,160 para las islas Canarias y 23i6 para las Antillas. CAPITULO XVI. 079 rio de hacienda', «el producto anual de la co- secha la provincia de Caracas es estimado en 1 35,000 fanegas de cacao, de las cuales se em- plean 35,000 en el consumo interior, 10,000 en otras colonias españolas , 77,000 en las metró- polis , 1 5,000 en el comercio ilícito con las colo- nias francesas , holandesas y dinamarquesas. De 1789 á 1790, la importación del cacao de Cara- cas en España ha sido un año con otro de 77,719 fanegas, de las que 65,766 han sido consumidas en el pais y 1 1 ,953 exportadas en Francia , Italia y Alemania 2. » ^ Informe manuscrito del conde de Casa Valencia, con- sejero de Indias, á Don Pedro Várela, ministro de hacienda, sobre el comeicio de Caracas, el i5 de junio de 1797, fol. 46. 2 Según los registros de los puertos de España, la impor- tación del cacao de Caracas ha sido en la península En 1789 de 7 8,406 '«"es" 88 li bras. 1790 74,089 3 1791 7i,5oo '^,3 i:*j2 87,656 34 1793 76,983 4 Un año con otro : 77.719 '"nesa» 38o LIBRO V. Seg un numerosos indicios q ae he tomado sobre los lugares mismos estas evaluaciones son toda- vía un poco bajas. Los registros de la aduana de la Guayra dan , año medio , en tiempo de paz de 8o á 100,000 fanegas. Puede francamente aumentarse esta cantidad de -^ ó de '\ á causa del comercio ilicito con la isla de la Trinidad y las otras Antillas. Paréceme probable que de 1 800 á 1806, última época de la tranquilidad interior de las colonias españolas , el producto anual de De estas 77,719 fanegas, 60,20a han sido consumidas en las provincias contribuyentes de España, y 5564 en las exentas, como la Navarra, la Vizcaya, etc. La exportación fuera de España ha sido, En I- 89 de i3,7i8f''"sa« rjS''''"'- i'jgo 6,421 80 1791 21,446 17 1792 17452 48 1793 728 23 Un año con otro: ii,953fa"«s«- Como en el sistema complicado de Aduanas españolas el cacao de Caracas paga derechos muy diferentes si es con- sumido en la península ó si es exportado fuera del reino (en el primer caso 5a 7, y en el segundo ag-f por ciento), mucha parte del cacao es reimportada en España. capítulo XVI. 38 1 los cacaoteros de ía Capitanía general de Caracas ha sido al menos de 195,000 fanegas de las que, La provincia de Caracas 1 5o, 000 deMaracaibo. . . . 20^000 de Cumaná 18,000 de Nueva-Barcelona, 5, 000 Las cosechas que se hacen dos veces por año, á fines de junio y de diciembre, varían mucho, aun- que menos sin embargo que las del olivo y de la viña en Europa. De las 193,000 fanegas de cacao que produce la Capitanía general de Caracas, 1 45, 000 vienen á Europa tanto por los puertos de la pe- nínsula como por el comercio de contrabando. Creo poder probar aquí (y estas evaluaciones son el resultado de un gran número de datos parciales), que la Europa consume en el estado actual de su civilización : 23 Millones de libras de cacao á 120 francos las 100 libras 27,600, 000 '■"neo* 52 Millones de libras de té á 4 fr. la libra 128,000,000 155,600,000''''""'^ 382 LIBRO V. Suma anterior i55,6oo,ooo'^''""^" i4o Millones de libras de café á i/jo fr. las 100 libras iSg, 600,000 45o Millones de libras de azúcar á 54 fr. les 100 libras 24^5^00,000 Valor total * 558, 200,000'""°''" De todo el cacao que se consume en la parte occidental y meridional de Europa, las provincias reunidas de Caracas subministran cerca de los dos tercios de él. El conde de Casa-Valencia eva- ^ El precio de cacao fué en Londres en 1818 de 6 1. á 6 1. y 10 ch. el Caracas, y de 4 1- 10 ch* á 3 I- 10 ch. cali- dades inferiores cada 100 libras de peso. El precio medio de las 100 libras de café á gS ch. ; y las de azúcar de 4o á 5o ch. Los precios de estas dos producciones han aumentado considerablemente (tal vez de un aS á 3o por ciento), desde la publicación de la obra de M. Colquhoun. Ha sido difícil fijarse en un dato general acerca del precio del té, á causa de las diferencias tan grandes que ofrecen las diversas calidades. Para formarse una idea mas clara del comercio Europeo en azúcar, café, té y cacao, haremos presente que el valor de todas las importaciones de Ingla- terra ha sido, desde i8o5 á i8io, un año en otro, de 1,200,000,000 de francos. CAPÍTULO XVÍ. 583 lúa el consumo de la España á 6 ó 7 millones de libras ; pero el abad Hervas lo fija á 9 millo- nes. Todas las personas que han habitado largo tiempo la España, la Francia y la Italia habrán observado que el uso del chocolate , entre las clases menos acomodadas del pueblo no es fre- cuente sino en el primero de estos paises, y po- drán difícilmente persuadirse que la España solo consumido el tercio del cacao importado en Europa. Aunque las plantaciones de cacao , hayan au- mentado en las provincias de Cumaná , Barce- lona y Maracaibo, á medida que han disminuido en la provincia de Caracas , se cree no obstante que en general este antiguo ramo de industria agrícola disminuye progresivamente. Los árboles del café y del algodón , reemplazan , en muchas lugares, el cacaotero, cuyas tardías cosechas can- san la paciencia del cultivador. Se asegura tam- bién que las nuevas plantaciones de cacao son menos productivas que las antiguas. Los árboles no adquieren ya la misma fuerza que antes y dan el fruto mas tarde y con menos abundancia. Es todavía el terreno que acusan de ser agotado; 584 LIBRO V. pero pensamos que es mas bien el atmósfera qué ha mudado por los progresos del cultivo y de los desmontamientos. En los terrenos antiguamente abiertos y des- vastados y por consecuencia poco favorables al cultivo del cacaotero, por ejemplo en las islas Antillas, es casi tan pequeño el fruto como el del salvaje. Es como ya hemos dicho, en las margenes del alto Orinoco, después de haber atravesado los Llanos, donde se encuentra la verdadera pa- tria y bosques espesos y frondosos; en los cuales, sobre un suelo virgen, rodeado de una atmós- fera continuamente húmeda , ofrecen los árboles desde el cuarto año abundantes cosechas ; y donde el suelo no está enteramente aniquilado el fruto se ha hecho mas grueso, menos amargo, pero también mas tardío. A medida que la civi- lización se propaga hacia los bosques húmedos del interior, hacia las orillas del Orinoco y del Amazona, ó hacia los valles que surcan la ladera oriental de los Andes , encontraran los colonos tierras y una atmósfera igualmente ventajosas para el cultivo del cacao. Sábese que los españoles temen en general la capítulo XVI. 585 mezcla de la vanilla con el cacao como irritante para el sistema nervioso ; y por esta razón el fruto de esta hermosa Orchidea esta enteramente des- cuidado , á pesar de que podrían hacerse hermo- sas cosechas de él sobre la costa húmeda y fe- brosa, entre Puerto-Cabello y Ocumare, prin- cipalmente en Turiamo, donde los frutos del cpidendrum vajiilla llegan hasta once ó doce pul- gadas de largo. Los Ingleses y los Anglo-Ameri- canos desean frecuentemente hacer compras de vanilla al punto de la Guayra , y es con mucha pena que los negociantes pueden procurarse al- gunas muy pequeñas cantidades de ella. En los valles que descienden de la cadena costera hacia el mar de las Antillas, tanto en la provincia de Trujillo, como en las misiones de la Guayana, cerca de las Cataratas del Orinoco, podria reco- gerse mucha vanilla, cuyo producto seria mas abundante aun, si á ejemplo de los mejicanos desembarazacen la planta de cuando en cuando de las enredaderas ó vojucos que la entrelazan y ahogan. Al fin de este capítulo reuniré las nocio- nes que he podido recoger acerca de la calidad del suelo y de las riquezas metálicas de los dis- II. 'j5 386 LIBRO V. tritos de Aora , de Barquesimeto y de Carora. Desde la Sierra Nevada de Mérida, y los Pá- ramos de Niquitao, de Bocono y de Las Rosas, que contienen el precioso árbol de la quina, se baja tan rápidamente la cordillera oriental de la Nueva Granada , que entre los 9° y i o" de latitud no forma ya sino una cadena de pequeñas mon- tañas que prolongadas al nordeste del Altar y Torito, separan los confluentes del rio Apure y del Orinoco, de los numerosos rios que desaguan , ya en el mar de las Antillas, ó ya en la laguna de Maracaybo. Sobre este punto de partición de las aguas están situadas la ciudades de INirgua, San Felipe el Fuerte, Barquesimeto y Tocuyo. Las tres primeras tienen un clima muy cálido pero el ultimo goza de una grande frescura y admira ver que bajo un tan hermoso cielo tengan los habitantes una grande propencion al suicidio. El suelo se eleva hacia el sud , puesqueTrujillo, la laguna de Vrao, de que se saca el carbonate de sosa, y la Grita, situadas al este de la Cor- dillera tienen ya de 4oo á 5oo toesas de altura '. » Mas al sudoeste se encuentra la ciudad de Pamplona cuya capítulo xví. 387 Entre los rios que descienden al nordeste hacia la costa de Puerto-Cabello y la Punta deHicacoSj, los mas notables son los de Tocuyo , de Aroa , y de Yaracuy. Sin las miasmas que infestan la at- mósfera , los valles de Aroa y de Yaracuy serian quizá mas poblados que los de Aragua^. Las minas de que se saca el cobre en un valle lateral que desemboca en el de Aroa y que es menos cálido y menos malsano que los barrancos mas inmediatos al mar. En estos últimos es donde los Indios tienen lavaderos de oro y que el suelo manifiesta ricos minerales de cobre que hasta ahora no se ha intentado el elaborarlos. Las an- tiguas minas de Aroa , después de haber estado largo tiempo descuidadas, han sido elaboradas de nuevo por el zelo y cuidados de Don Antonio Henriquez que hemos encontrado en San Fer- nando en las márgenes del Apure, y todas ellas elevación sobre el nivel del Océano es, según M. Caldas, de 1255 toesas. ^ Cítanse también como sitios sumamente mal sanos, Urama, Morón, Cabria, San Nicolás y los valles de Alpar- gaton y de Caravinas. ¿66 LIBRO V. son elaboradas por esclavos. La mina mayor lla- mada la Vizcaína solo tiene treinta obreros , y el número total de los esclavos , empleados en la extracción de los minerales y en la fundición, no sube mas que á 6o ó '^o. Como la galería del desagüe de los líquidos tiene solo 3o toesas de profundidad , las aguas impiden trabajar las partes mas ricas del montón que se encuentran bajo la galería ; y hasta ahora no se ha pensado en contruirruedashidraulicas. El producto total del cobre rojo es de 1200 á i5oo quintales anuales. El cobre conocido en Cádiz con el nombre de cobre de Caracas es de una calidad excelente y aun pre- ferible á los de Suecia y de Coquimbo en Chile '. Una parte del cobre de Aroa se emplea allí mismo para la fundición de campanas. Se han descu- bierto últimamente entre Aroa y Nirgua, cerca de Guanita en la montaña de San Pablo algunos minerales de plata. Encuéntranse también al- I La exportación del cobre de Aroa solo ha sido en la Guayra en 17949 de 1 1, 535 libras registradas en la aduana; en 1796, de 3 1,142 libras, y en 1797 de 2,400; en cuyas épocas se pagaba 1 1 pesos fuertes el quintal. CAPÍTULO XVI. 7)Sg guiiüs granos de oro en todos los terrenos mon- tañosos entre el rio Yaracuy, la ciudad de San Felipe, JNírgua yBarquesimeto, particularmente en el rio de Santa Cruz en que ios orpaileros ' indios han recogido algunas veces pepitas ó gra- nos del valor de cuatro ó cinco j)esos fuertes. ¿ Las rocas vecinas de micaesquila y de gneiss contienen verdaderas vetas ó bien el oro está di- seminado allí como en los granitos del Guadar- rama en España y del Ficlitelberg en Franconia, en toda la masa de la roca? Acaso, filtrándose las aguas, reúnen las granitos de oro disemi- nadas , y en este caso todos los ensayos de ela- boraciones serian infructuosos. Si el lujo de la vegetación y la extrema hu- medad de la atmósfera hace febrosos los valles cálidos de Aroa , de Yaracuy y del rio Tucuyo , célebres por la excelencia de sus maderas de cons- trucción , no sucede lo mismo en las Sávanas ó llanos Monai y de Carora. Estos llanos están se- parados por el terreno montañoso de Tucuyo y ^ El que tiene por oficio sacar los granitos de oro de entre las arenas de los ríos. 5gO LIBRO V. de ISirgua, de los grandes llanos de la Portuguesa y de Calabozo. Es seguramente un fenómeno muy extraordinario ver las Sábanas áridas cargadas de miasmas ; y aunque no se encuentre allí terreno alguno pantanoso , hay sin embargo algunos fe- nómenos que indican un desprendimiente de gas hidrogeno ^ Cuando se acompaña á los viageros * ¿ Que cosa es el fenómeno luminoso conocido con el nombre de farol de Maracaybo que todas las noches se ve del lado del mar como en lo interior del pais, por ejemplo en Mérida donde el señor de Palacios le ha observado durante dos años ? La distancia de mas de 4o leguas á que se distin- gue la luz, ha hecho creer que podria ser el efecto de una tempestad ó de explosiones eléctricas que tuviesen lugar diariamente en una garganta de montañas; y aun se ase- gura que se oye el ruido del trueno cuando se aproxima uno al farol. Otros pretenden vagamente que estos es un volcan de aire y que terrenos asfálticos, parecidos á los de Mena, causan exhalaciones inflamables y tan constantes en su aparición. El sitio en que este fenómeno se presenta, es un pais montañoso é inhabitado en las orillas del rio Cata- tumbo, cerca de su unión con el rio Sulia. La posición del farol es tal que, situado casi en el meridiano de la boca de la laguna de Maracaybo, dirige á los navegantes como un fanal. CAPÍTULO XVI. S9I que no conocen los tufos inflamables en la Cueva delCerrito de 3Ionai se les espanta poniendo fuego á la mezcla gaseosa que está constantemente acu- mulada en la parte superior de la caverna. ¿ Deben suponerse aquí las mismas causas de in- salubridad de la atmósfera , que en las llanuras entre Tívoli y Roma, ó á los desprendimientos de hidrógeno sulfurado '' ? Quiza los terrenos montañosos que avecinan los Llanos de Monai tienen también una influencia nociva sobre las llanuras que les rodean. Es muy posible que los vientos sudeste atraigan las exhalaciones pútridas que se levantan de las arroyadas de Villegas y de la Sienega de Cabra , entre Carora y Carache. Las áridas Sábanas , y por lo mismo tan fe- briles, que se extienden desde Barquesimeto á la costa oriental de la laguna de Maracaybo, » Don Carlos del Pozo ha descubierto en este distrito en el fondo de la quebrada de Morotaro una capa de tierra gredosa, negra que mancha mucho los dedos, que exhala un olor fuerte de azufre, y que se inflama por si misma cuando está ligeramente humedecida y expuesta á los rayos del sol de los trópicos : la detonación ó estampido de esta materia gredosa es muy violenta. Sga LIBRO V. están cubiertas en parte de raquetas ; pero la buena cochinilla silvestre, que es conocida bajo el nombre vago de grana de Carora^ pro- cede de una región mas templada entre Carora y Trujillo, y principalmente del valle del rio Mucuju ^ al este de Herida. Los habitantes des- cuidan enteramente esta producción tan esti- mada y buscada en el comercio. ^ Este pequeño rio baja del Páramo de los Conejos y de- semboca en el Rio A t borregas. ^vvvvv»%^v**'vvvvi*'^vvvvM.vvvi*/vvt.^'^*Vvvw^■w3.'V'y^/^^vviVi■v^rtyI<*iV.>■vvv^» LIBRO SEXTO. CAPÍTULO XVIÍ. Montañas que separan los valles de Aragua de los llanos de Caracas. — Villa de Cura. — Parapara. — Llanos. — Calabozo. La cadena de montañas que linda con el lago de Tacarigua por la parte del sud , forma, por decirlo así , la orilla septentrional de los Llanos ó Sábanas de Caracas. Para bajar de los valles de Aragua á dichos llanos, es necesario atravesar las montañas de Guigue y de Tucutunemo, pasando de un pais poblado, y productivo á una vasta soledad. El viagero acostumbrado al aspecto de los peñascos y á la sombra de los valles, vé con admiración aquellas llanuras inmensas y sin ár- boles, que parecen elevarse hacia el horizonte. El 6 de marzo antes del amanecer, dejamos los 394 LIBRO V. valles de Aragua : nos dirijimos por una llanura ricamente cultivada, costeando la parte sud- oeste del lago de Valencia , y atravesando terre- nos abandonados por las aguas del mismo lago. No podiamos saciarnos de admirar la fertilidad de aquel campo, cubierto de calabazas , melones de agua y bananos. El ruido lejano de los monos ahuUadores , anunciaba la salida del sol , y al acercarnos á un grupo de árboles que se encuen- tra en medio de la llanura, entre los antiguos islotes de Don Pedro y de la Negra, descubrimos bandas numerosas de monos araguates, que pa- saban como en procesión de un árbol á otro, con la mayor lentitud. Seguían á cada macho, un gran número de hembras, llevando muchas de ellas, sus crias en las espaldas. Los naturalistas han descrito varias veces á los monos ahulladores , que viven en sociedad , en diferentes partes de la América : sus costumbres se asemejan por donde quiera, aun cuando sean distintas las especies ; y es cosa de admirar la uniformidad con que los Araguates * ejercen sus *■ Simia ursina. CAPÍTILO XVII. 395 movimientos. Cuando llegan á dos árboles cuyas ramas no se tocan, el macho conductor de la banda se suspende por la parte callosa y agarra- diza de su cola, y dejando caer el resto del cuerpo, se columpia hasta que en una de las oscilaciones puede asirse á la rama vecina : toda la fila sigue ejecutando el mismo movimiento. Se dice que los araguates abandonan algunas veces sus hijuelos, para huir con mas ligereza, cuando les persiguen los cazadores indios ; y que se han visto madres que desprendían el hijo de sus espaldas para arrojarle abajo del árbol ; mas yo creo que algún movimiento puramente acci- dental ha sido tomado como acción premedi- tada. Los indios tienen odio ó predilección por ciertas razas de monos; quieren á las Viuditas, los Titis , y en general á todos los saguiíms pe- queños , cuando detestan y calumnian á los Araguates á causa de su aspecto triste y de sus desagradables alaridos. Los indios pretenden que cuando los Araguates alborotan el valle con sus alaridos, hay siempre uno de ellos que canta como maestro de coro, cuya observación es bas- tante exacta : generalmente se distingue una voz 596 LIBao VI. mas fuerte, que después de un largo rato es rem- plazada por otra de diferente tiple. El misnio instinto de imitaciones observamos algunas veces en las ranas y en todos los animales que viven y cantan en sociedad. Todavía es mas extraordi- nario lo que aseguran los misioneros , y es que entre los araguates cuando una hembra está de parto, suspende el coro sus ahuUidos hasta el momento que nace la cria. No he podido Juzgar por mi mismo de la exactitud de esta aserción ; pero no la considero enteramente infundada. He observado que cuando un movimiento extraor^ dinario, tal como el gemido de un Araguate he- rido, fija la atención de la banda, se interrumpen los ahullidos por algunos momentos. * Pasamos la noche en Guigue , lugarcillo ro- deadade una hermosa campiña, y distante solo mil toesas del lago de Tacarigua. Saliendo de este pueblo se comienza á trepar por la cadena de montañas que , desde el sud del lago , se ex- tiende hacia el Guacimo y la Palma ; y desde una eminencia que se eleva á 620 toesas, vimds por la última vez los valles de Aragua. Hicimos CAl»ÍTULO XVII. 397 <;iiico leguas hasta el lugar de María Magdalena, y dos mas hasta la villa de Cura. San Luis de Cura, ó según se llama comun- mente, la villa de Cura, está fundada en un valle ^ extremamente árido, dirijido del noroeste al sudeste, y elevado, según mis observaciones ba- rométricas, á 266 toesas sobre el nivel del Océa- no. El pais está casi desnudo de vegetación, solo se hallan algunos árboles fruíales, y aun la villa de Cura parece mas una aldea, que una ciudad : . la población no pasa de cuatro mil almas, pero se hallan personas de talento muy cultivado. Un boticario á quien habia arruinado una desgra- ciada inclinación por las minas, nos acompañó para visitar el cerro de Chacao, donde abundan las piritas auríferas. Se continua bajando por la falda meridional de la cordillera de la costa, en la cual forman las llanuras de Aragua un valle longitudinal. Pasamos una parte de la noche del 1 1 en el pue- blo de San Juan , muy notable por sus aguas ter- males y por la forma extraordinaria de dos mon- tes inmediatos llamados los Morros de San Juan. 398 LIBRO VI. Estos son dos picos abalanzados que se elevan, sobre un muro de peñas de una base muy exten- dida, á una altura de i56 toesas sobre el lugar de San Juan, y de 35o sobre el nivel de los lla- nos. Las aguas termales brotan al pie de los pi- cos , los cuales son de peña calcárea de transi- ción ; eslan cargadas de hidrógeno sulfurado , como las de Mariara, y forman una pequeña la- guna , en la cual no vi subir el termómetro mas de 3i% 3. La villa de Cura es célebre en el pais por los milagros de una imagen de la Yírgen , conocida con el nombre de Nuestra señora de los Valen- cianos. Esta efigie, hallada por un indio en un barranco, á mediado del siglo diez y ocho, ha sido el objeto de un pleito entre las ciudades de Cura y San Sebastian de los Reyes : el clero de está ultima pretendia , que ¡a Virgen habia he- cho su primera aparición en el territorio de su parroquia. El obispo de Caracas para poner fin al escándalo de una larga disputa, hizo llevar la imagen á los archivos del obispado donde la tuvo 3o años confiscada, hasta 1802 que fué restituida á los habitantes de Cura. M. Depons CAPITULO XVII. 399 trae muy pormenor las circunstancias de aquel pleito tan extraordinario. Continuamos nuestro camino, á las dos de la noche, por Ortiz y Parapara, á la Mesa de Paja, sin cesar de bajar en seis ó siete horas; costea- mos el cerro de las flores, cerca del cual se divide el camino que conduce á la aldea de San José de Tisnao. Se pasa por las haciendas de Luque y del Juncalito para entrar en los valles que , á causa del mal camino, y del color azul de las esquilas , tienen el nombre de Malpaso y de Pie- dras azules. Este terreno forma la antigua orilla del gran estanque de las sábanas, y ofrece mu- cho interés al examen del geólogo. Se encuen- tran formaciones trapeanas, que siendo proba- blemente mas recientes que las vetas de diabase cerca de la ciudad de Caracas, parecen pertene- cer á peñascos de formación ígnea. Las masas litoides cubren , por decirlo asi , las costas del antiguo mar interior : todo lo que es destructible, como las deposiciones líquidas y las escorias viscosas , han desaparecido. Estos fenómenos son dignos de atención , especial- mente por la intima relación que se observa /jOO LIBRO TI. entre ios fonolites y los amigdaloides, que, con- teniendo indubitablemente porixene y grunstein anfibólico forman cubiertas en una esquita de transición. Para poder manifestar el conjunto de la situación de estas rocas y de su sobrepo- sicion, nombraremos sus formaciones ^ tal cual aparecen en un perfil dirijido del norte al sud. Desde luego, en la Sierra de Mariara, que pertenece á la rama septentrional de la cordi- llera de la costa , s© halla un granito de granos gruesos ; después , en los valles de Aragua , en los bordes del lago, y en las islas que circunda, como también en la rama meridional de la ca- dena de la costa, se encuentra el gneiss y el mica- esquita. Estas dos últimas peñas son auríferas en la Quebrada del oro, cerca de Guigue y entre villa de Cura y los Morros de San Juan, en la mon- taña de Chacao. El oro está contenido en piritas, ya diseminadas de una manera casi impercep- tible en la masa entera del gneiss , ya reunidas en pequeñas vetas de cuarzo. ' La mayor parte J Los cuatro metales que se hallau diseminados en la peña granítica, como si fuesen deformación contemporánea, son el oro, el estaño, el titanium y el cobalto. CAPÍTULO XVII. 4^1 de los arroyos que descienden de aquellas mon- tañas, arrastran granos de oro; algunos pobres habitantes de villa de Cura y de San Juan , han ganado hasta treinta pesos en un solo dia, en la loción de la» arenas ; pero esto es extraordi- nario , y á pesar de su industria , no encuen- tran ordinariamente en una semana , pajitas de oro, sino por el valor de dos pesos ; por lo que hay pocas personas que se dediquen á tan incierta utilidad. El cerro de Chacao, limi- tado por el barranco de Tucutunemo, está ele- vado de 700 pies sobre el lligar de San Juan, y formado de gneiss que pasa al micaesquita, es- pecialmente en las cubiertas superiores. Dicha zona de gneiss, tiene una anchura de diez leguas en la cordillera de la costa , desde el mar hasta la villa de Cura. En esta grande exten- sión de terreno , se halla exclusivamente el gneiss y el micaesquita, que constituyen una sola for- mación. Mas allá de villa de Cura , y del Cerro del Chacao , aparece el aspecto del pais mas va- riado, á los ojos del geólogo. Hay todavía ocho leguas de descenso desde la Mesa de Cura , hasta la entrada en los llanos ; y en la falda meridional II. 2G 402 LIBRO VI. de la cadena de la costa , cubren al gneiss cuatro peñas de diferentes formaciones. Las vamos á describir sin confundirlas, según las ideas sis- temáticas. Al sud del Cerro de Chacao, entre el barranco de Tucutunemo y Piedras negras, se oculta el gneiss bajo una formación de serpentina, que varia de composición en las diferentes cubiertas sobrepuestas. Tan pronto es muy pura, muy homogénea, de un verde oliva obscuro, y de un corte ó quiebra en escamas que pasa á liso ; luego es Venosa, mezclada icón steatt te azulado, de corte desigual , y conteniendo algunas pajitas de mica. En ninguno de estos dos estados he descubierto granates , anfibolia ni dialage. Siguiendo mas hacia el sud, en cuya dirección recorremos siem- pre aquel terreno, aparece la serpentina un poco mas obscura, se reconoce el feldespato y el anfibo- lia ; y es difícil decir si pasa á la diabase griins- tein, ó si alterna con ella : lo que no tiene duda es , que contiene vetas de combinaciones de cobre. Al pié de la misma montaña, brotan en la Serpentina dos hermosos manantiales. Cerca del cArÍTüio xtii. 4*^5 lugar de San Juan aparece únicamente la diabase granosa que toma un color negro verdoso : el feldespato íntimamente mezclado con la masa, se separa en cristales distintos. El mica es muy raro y no hay nada de cuarzo : la masa en su super- ficie, forma una corteza amarillenta como la do- Itrite y el basalto. En medio de este terreno de formación tra- peana, se elevan los Morros de San Juan á la manera de dos Castillos arruinados. Parecen estar ligados con los cerros de San Sebastian y de la Galera que limita los llanos como una mu- ralla peñascosa. Los Morros están formados de un calcáreo de textura cristalina, unas veces muy denso , otras cavernoso , verde-gris , lu- ciente, compuesto de granitos pequeños y mez- clado de pajitas sueltas de mica. Este calcáreo hace grande efervescencia con los ácidos; no he ha- llado en él, vestigio alguno de cuerpos organi- zados : contiene en bancos subordinados , masas de arcilla endurecida, azul obscura, muy pe- sadas y cargadas de fierro; ofrecen un rayado blanquinoso, y no hacen efervescencia con los ácidos : á su superficie toman por medio de la 4o4 tIBRO VI. descomposición del aire , un color amarillo. En los Morros de San Juan , hay otro calcáreo blanco, compacto y que contiene algunos des- pojos de conchas. No he podido ver la linea de conjunción de estos dos calcáreos, ni la de la formación calcárea con la diabase. El valle transversal que baja de Piedras negras y del lugar de San Juan, hacia Parapara y los llanos, está lleno de peñas trapeanas que pre- sentan íntimas relaciones con la formación de los esquitas verdes^ á los cuales sirven de cubierta : se cree ver, tan pronto la serpentina , como el grünstein, los dolerites y los basaltos. No es menos extraordinaria la disposición de estas masas pro- blemáticas : entre San Juan, Malpaso y Piedras azules , forman cubiertas paralelas entre sí é in- clinadas regularmente al norte, en ángulos de 40°— bo". Mas abajo, hacia Parapara y Ortiz, donde los amigdalo'ides y los fono lites se unen al grünstein j> todo toma un aspecto basáltico. Las bolas de grünstein^ amontonadas unas sobre otras, forman conos redondos semejantes á los que se encuentran en eXMittelgebirge en Bohemia, cerca de.Bilin, que es la patria de los fonolites. He capítulo XVII. 4o5 aquí lo que me han producido las observaciones parciales. El grünstein que al principio alternaba con las cubiertas de serpentina , ó se unia á esta piedra por pasos insensibles, se manifiesta solo, ya en mantos muy inclinados , ya en bolas de cubiertas concéntricas engastadas en las capas de la misma substancia. Cerca de Malpaso, reposa sobre es- quitas verdes , galaxiosos , mezclados de anfibo lia , desprovistos de mica y de granos de cuarzo, inclinados como el grünstein de 45° al norte , v dirijidos como aquellos N. 75° O. En los parages donde dominan estos esquitas verdes, reina una grande esterilidad, sin duda á causa de la magnesia que contienen , y que ( como lo prueba el calcáreo magnesifero de In- glaterra), es muy contraria á la vegetación. La inclinación de los esquitas verdes se mantiene siempre igual, pero la dirección de sus mantos va haciéndose poco á poco paralela á la dirección general de las peñas primitivas de la cadena de la costa. En piedras azules estos esquitas mez- clados de anfiboUo recobran en situación concor- dante, un esquita azul obscuro, atravesado por 4o6 LIBRO VI. vetitas de cuarzo. Los esquitas verdes encierran algunas cubiertas de grünstein, y aun algunas bolas de esta misma substancia. INo he visto en ninguna parte alternar los esquitas verdes con los negros del barranco de Piedras azules ; en la línea de conjunción, parece que estos esquitas pasan el uno al otro , los verdes se convierten en grises á medida que van perdiendo el anfibolia. Mas al sud, hacia Parapara y Ortiz, desapa- recen los esquitas, ocultándose bajo una forma-r cion trapeana mas variada en su aspecto. El suelo es ya mas fértil , y los peñascos alternan con las capas de arcilla qne parecen ser el producto de la decomposicion del griinstein^ de los amigda- loides y de los phonolites. El grünstein que, mas hacía el norte, era menos granoso y hacia lugar á la serpentina , toma un carácter muy distinto. Engasta bolas de mandelstein ó admigdaloide que tienen ocho á diez pulgadas de diámetro, las cuales son algunas veces un poco aplastadas , y se dividen por cubiertas concéntricas : son efecto de la descomposición ; el centro tiene casi la du- reza del basalto , y en lo demás contienen al- gunas cavidades muy chica*!, llenas de tierra CAPITULO XV 11. 4^7 verde y de cristales de piroxeno y de mesutipe. Su base es gris azulada, bastante tierna y ofrece manchitas blancas que por su forma regular pa- recen ser de feldespato descompuesto. M. de Buch ha examinado por medio de un lente muy grande , las nuestras que hemos traído, y ha reconocido que cada cristal de piroxeno , envuelto en la masa terrosa, está separado de ella por grietas paralelas á las caras del cristal , las cuales parecen efecto de una retirada que ha experimentado la masa ó base del mandehtein. Yo he visto estas bolas de mandelstein , unas veces, dispuestas por cubiertas y separadas unas de otras por bancos de grümtein de i o á 1 4 pulgadas de grueso; otras veces, siendo esta situación la mas común , 6e encuentran las bolas de 2 y 3 pies de diámetro , amontonadas y que forman unos mou- tecillos redondos , como el basalto esferoidal. La arcilla que divide estas concreciones amigda- loídes proviene de la descomposición de su cor- teza; y por el contacto del aire se cubren de una cubierta de ocre amarilla, muy delgada. Al sudoeste del lugar de Parapara , se eleva el pequeño cerro de Flores , que se distingue dser imponente, aunque triste y lú- gubre, el espectáculo uniforme de aquellos lla- nos : todo parece inmóvil; y solo alguna vez se designa sobre la sábana la sombra de una nube- cilla, que atravesando el zenit anuncia la proxi- midad de la estación de las lluvias. Yo no sé sí sorprende mas la primera vista de los llanos que la de la cadena de los Andes : los países mon- tuosos , sea cual fuese la elevación de sus cimas. 4l2 LIBRO VI. üenen un aspecto análogo; pero hay mayor di- ficultad en acostumbrarse á la vista de los llanos de Venezuela y de Casanare , y á la de los Pampas de Buenos Aires y del Chaco, que representan continuamente , por espacio de 20 ó 5o dias de Tiage , la superficie del Océano. Las llanuras del oeste y del norte de Europa , no ofrecen sino una imagen muy débil de los llanos de la América meridional. Se ha creído caracterizar las diferentes partes del mundo, diciendo que la Europa tiene ma- torrales, el Asia steppes^j e\ hívxca. desiertos y y la América sábanas; pero por estas distinción se establecen contrastes que no están fundados en la naturaleza de las cosas , ni en el genio de las lenguas. En lugar de designar aquellas vastas llanuras desprovistas de árboles, por la natura- leza de las yerbas que contienen, parece mas sencillo distinguirlas en desiertos y en steppes ó sábanas; entérrenos desnudos sin ninguna ve- getación, y en terrenos cubiertos de gramíneas ó de vegetales chicos de la clase de los Dicotile- ' Terrenos de arenas moved'nas. CAPÍTULO XVII. ^l3 dóneos. En muchas obras se ha designado á las sábanas de la América en especial á las de la zona templada, con el nombre de praderías; pero me parece poco aplicable este nombre á unos pastos casi siempre secos, aunque cubiertos de yerba alta hasta cuatro y cinco pies. Los Llanos y los Pampas de la América meridional, son verda- deros steppes. Durante la estación de las lluvias ofrecen una verdura hermosa , pero en el tiempo de las grandes sequías toman el aspecto de un desierto : la yerba se convierte en polvo , la tierra se quiebra por todas partes, el cocodrilo y las serpientes quedan sepultados en el lodo desecado hasta que las primeras aguas de la primavera los despierten de su letargo. Estos fenómenos se pre- sentan sobre unos espacios áridos de 5o y 6o le- guas cuadradas, y por donde quiera que las sá- banas no están atravesadas por algún rio; pues á las orillas de estos, y aun en las de cualquier pantano de agua infecta, halla el viagero, de distancia en distancia, auu en la época de este- rilidad , algunos grupos de Mauricia , palmera cuyas hojas en forma de abanico, conservan una brillante verdor. 4l4 LIBRO VI. Los desiertos del Asia están todos fuera de los trópicos y forman eminencias extraordinaria- mente elevadas. La América presenta también en las faldas de las montañas de Méjico , del Perú , y de Quito , sábanas de una extensión conside- rable; pero sus mayores steppes,que son los Lla- nos de Cumaná , de Caracas y de Meta , tienen muy poca elevación sobre el nivel del mar, y pertenecen todos ala zona equinoccial. Estas cir- cunstancias les dan un carácter particular : no tienen , como los desiertos del Asia y de la Per- sia, aquellos lagos sin desagüe, ni aquellos ria- chuelos que se pierden en la arena ó por filtracio- nes subterráneas. Los llanos de la América están inclinados hacia el este y sur, y sus aguas afluyen el Orinoco. El curso de estos ríos me habia hecho creer anteriormente, que las llanuras estaban eleva- das , á lo menos de ico á i5o toesas sobre el ni- vel del mar : suponia que los desiertos del inte- rior del África tenian también una altura consi- derable, y que seguian como por escalones, desde las costas hasta el interior de aquel vasto continente. Hasta ahora no se ha llevado ningún CAPÍTULO XVIÍ. 4l5 barómetro al desierto de Zahara ; y en cuanto á los llanos de la América, he hallado por las al- turas barométricas observadas en Calabozo, en la Villa de Pao , y en la embocadura del Meta , que no tienen mas de 4o á 5o toesas de altura sobre el nivel del Océano : el descenso de las aguas es extremamente suave y á veces casi imper- ceptible ; asi es que el menor viento , ó crecida del Orinoco , las hace retroceder. El rio Arauca ofrece á menudo esta corriente hacia arriba ; los indios creen bajar durante una jornada nave- gando desde la embocadura hacia el origen. Las aguas que bajan están separadas de las que suben por una gran masa de agua estancada en la cual , al romperse el equilibrio, se forman torbellinos muy peligrosos para los barcos. Lo que mas caracteriza á las Sábanas de la América meridional , es la falta de colinas , y el perfecto nivel de todos los puntos del suelo ; y asi es que los conquistadoros españoles cuando penetraron desde Coro á las orillas del Apure, ñolas llamaron desiertos, sábanas, ni praderias, sino los Llanos. En 3o leguas cuadradas de ter- reno, no se presenta á veces, una eminencia de 4l6 LIBRO VI. un pie de altura; asemejándose tanto á la super- ficie del mar, que se sorprende la imaginación especialmente en las llanuras que están entera- mente despobladas de palmeras, y que no se descubren las montañas del litoral y del Orinoco, como en la Mesa de Pavones. Sin embargo , á pesar de esta aparente uni- formidad, tienen los llanos dos géneros de de- sigualdades que no escapan á la vista de un via- gero observador. El primero se conoce con el nombre de bancos j y son verdaderamente unos bancos en medio de la grande extensión de los lla- nos, y unas capas fracturadas de gredaó calcárea compacta, que están colocadas cuatro ó cinco pies mas altas que el resto de la llanura. Estos bancos tienen algunas veces tres y cuatro leguas de largo, y solo al examinar los bordes se percibe su existencia. El segundo género de desigualdad no puede conocerse sino por medio de nivela- ciones barométricas ó por el curso de los rios. Son una especie de eminencias convexas, lla- madas Mesas j, que se elevan insensiblemente á algunas toesas de altura : tales son hacia el este en la provincia de Cumaná las Mesas de Amana , capítulo XVII. 4*7 de Guanipa y de Jonoro, cuya dirección es del sud oeste al nordeste, y que á pesar de su poca elevación , dividen las aguas entre el Orinoco y la costa septentrional de Tierra - Firme ; la convexidad de la sábana es la que únicamente produce esta partición , y en ella se encuentran las divorcia aquarum ' ^ así como se hallan en Polonia en aquellos puntos donde la misma lla- nura divide las aguas entre el mar negro y el Báltico. El cuadro siempre uniforme que ofrecen los llanos , las poquísimas habitaciones , las inco- modidades del viage bajo un cielo abrasador y una admósfera oscurecida por el polvo , la vista de aquel horizonte que parece huir ante el ca- minante, aquellos troncos aislados de palmera que todos tienen una misma fisonomía y que parece no se pueden alcanzar porque se con- funden con otros que van subiendo por el hori- ionte visual ; todas estas causas reunidas hacen I «Cn. Manliurn prope jugis (Taiiri) addivoraia cquarum castra possuisse. » Lioius, lib. 38^ o. ^S. [Ed. Vinet.^ t.JF, II. 27 4l8 LIBRO VI. parecer los llanos mucho mas grandes de lo que son en realidad. Los colonos que habitan la falda meridional de la cadena de la costa , ven esten- derse á pérdida de vista los llanos hacia el sud como un océano de verdor : saben que desde el Delta del Orinoco hasta la provincia de Yarinas y desde allí, pasando las riberas del Meta, del Guaviare , y del Caguán , se puede avanzar en las llanuras 38o leguas ^ , primero en dirección del este al oeste y luego de nordeste á sudeste , hasta mas allá del ecuador , al pie de los Andes de Pasto. Por las relaciones de los viageros , co- nocen que los Pampas de Buenos Aires son igual- mente unos llanos cubiertos de yerba fina, des- provistos de árboles y poblados de bueyes y caballos salvages. Suponen , según la mayor parte de nuestros Mapas de América, que este continente no tiene mas de una cadena de mon- tañas , que es la de los Andes , que se prolonga del sud al norte, y se forman una idea vaga de la contiguedad de todos los llanos , desde el Ori- ^ Es la distancia de Tombuctou á las costas setentrionales del África. CAPÍTULO XVII. 4>9 ñoco y el Apure , hasta el Rio de la Plata y el estrecho de Magallanes. No me detendré en la descripción mineraló- gica de los cadenas transversales que dividen la América del este al sudoeste; pues que ya he descrito la Cordillera del litoral, cuya mas alta cima es la Silla de Caracas, que se une por el Páramo de las Rosas al Nevado de Mérida y á los Andes de la Nueva Granada. Otra cadena de montañas ó mejor otro grupo menos elevado , aunque mucho mas ancho , se extiende entre la paralelas de 5° y 7° de las bocas del Guaviare y del Meta al nacimiento del Orinoco , del Maroni y del Esquibo, hacia la Guayana holandesa y fran- cesa. Llamaremos á esta cadena la Cordillera de la Parima^ 6 de las grandes cataratas del Ori- noco; se la puede seguir sobre 2 5o leguas de largo , pero es menos una cadena que un con- junto de montes graníticos que están separados por llanuras pequeñas sin estar bien dispuestos por orden simétrico. Este grupo de montes de la Parima se estrecha considerablemente entre el origen del Orinoco , y las montañas de Derae- rary , en las Sierras de Quimiropaca y de Paca- 4aO LIBRO Vi. raimo que dividen sus aguas entre el Carony y el lio Parime ó el río de aguas blancas. La cordillera de la Parima no está unida á los Andes de la Nueva Granada, sino separada por un espacio de ochenta leguas de ancho. Si se quisiera suponer que todo este trecho ha sido destruido por alguna gran revolución del globo, lo que no es muy probable , seria necesario ad- mitir, que también se desprendió antiguamente de los Andes, entre Santa Fé de Bogóla y Pam- plona. Esta observación sirve para fijar mas fá- cilmente en la memoria del lector la posición geográfica de una Cordillera que hasta ahora no ha sido bien conocida. Otra tercera cadena de montañas reúne bajo los 1 6° y 18° de latitud me- ridional ( por Santa Cruz de la Sierra , las Ser- ranías de Aguapehy y los famosos campos dos Pareéis) , los Andes del Perú á las monlañasVlel Brasil ; es la Cordillera de Chiquitos que se en- sancha en la Capitanía de Minas Geraes y divide los afluentes del rio de las Amazonas y del de la Plata , no solamente en lo interior del pais en el meridiano vie Yilla-Boa , sino también á corta distancia de ía costa , entre Rio Janeiro y Bahía. CAPÍTLLO XVÍI. 4'-^^ Estas tres cadenas transversales ó mejor estos tres grupos de montañas dirijidas del oeste al este, entre los límites de la zona tórrida, están separadas por terrenos enteramente llanos, como las llanuras de Caracas ó del bajo Orinoco, las de Buenos Aires ó de la Plata , y las del Amazona ó Rio Negro. No me sirvo del nombre de Valles, porque el bajo Orinoco y el Amazona, lejos de **' correr por unos valles , solamente forman un pequeño surco, en medio de una vasta llanura. Los dos recintos colocados en las extremidades de la América meridional, son sábanas ó llanos y pastos sin árboles; el recinto intermediario que recibe todo el año las lluvias ecuatoriales, es casi todo él, una selva en la cual no se co- noce otro camino que los ríos. Esta abundancia de vegetación que oculta el suelo, hace al paso menos sensible la uniformidad de su nivel, v solo se llaman llanos , los de Caracas y de la Plata. Según el lenguage de los colonos , se designan dichas tres regiones de llanos con los nombres de Llanos de Varinas y Caracas, bosques ó selvas del Amazona, y Pampas de Buenos Aires. Los árboles cubren no solo la mayor parle de 4^2 UBi'.O VI. las llanuras del Amazona, desde la Cordillera de Chiquitos hasta la de laParima, sino también estas dos cordilleras , las cuales rara vez llegan á la al- tura de los Pirineos ' ; por cuya razón las vastas llanuras del Amazona del Madeira y del Rio Negro, no están limitadas tan distintamente como los llanos de Caracas y los Pampas de Buenos Aires. Como la región de ios bosques abraza á un tiempo las llanuras y los montes, se extiende desde los 18° sud á los 7° y 8° norte, y ocupa cerca de 120,000 leguas cuadradas. Esta selva de la América meridional, pues que en realidad solo hay una, es seis veces mayor que la Francia; aunque los europeos solo conocen las riberas de algunos rios que la atraviesan : tiene también sus claros, de extensión proporcional á la del bosque. Luego vamos á recorrer otras sábanas pantanosas , entre el alto Orinoco el Conorichite , Se debe exceptuar la parte mas occidental de la cordil- lera de Chiquitos, entre Cochabamba y Santa-Crui de la Sierra, donde las cimas están cubiertas de nieve; pero este grupo colosal casi pertenece todavía á los Andes de la Paz , de loz cuales íornf)a un promontorio prolongado hacia el este. CAPÍTULO XVII. L^'25 y el Casiquiare, por los 3" y 4° de latitud. Bajo el mismo paralelo hay otros claros ó Sábanas limpias y entre el origen del Mao y del rio de Aguas blancas , al sud de la Sierra de Pacaraima ; las cuales están habitadas por Caribes y Macusis nómades, y se acercan hasta las fronteras de la Guayana francesa y holandesa. Habiendo manifestado la constitución geoló- gica de la América meridional, vamos á descri- bir sus principales puntos. La costa del oeste , está limitada por un muro enorme de montañas, ricas en metales preciosos en todos los parages donde el fuego volcánico no se ha abierto una salida en medio de las nieves perpetuas, y esta es la Cordillera de los Andes. Hay cimas de pór- fido trapeano que se elevan á mas de 3,5oo toe- sas , y la altura media de la cadena es de i ,85o toesas ^ Prolóngase esta en la dirección de un ^ Seguü las medidas ejecutadas en Nueva - Granada , Quito y el Perú, por Bouguer, La Gondamine y yo. Véase, sobre las diferentes relaciones que ofrecen los Pirineos, los Alpes, los Andes y el Himalaya, en sus cimas mas altas y en la elevación media de Ja cadena (dos elementos ¡\ veces 424 LIBRO VI. meridiano y envía á cada hemisíerio un brazo la- teral, por los 10° de latitud norte y los 16** et 18' sud. El primero de estos dos ramos, que es el del litoral de Caracas, es menos ancho y forma una verdadera cadena. El segundo, la cordillera de Chiquitos y del Guapore que es muy rica en oro y se ensancha hacia el este en el Brasil, en unas vastas alturasde un clima suave y templado. Entre estas dos cadenas transversales, conti- guas á los Andes, desde los 5° á los 7" de latitud norte, se halla un grupo aislado de montañas graníticas , que se prolonga igualmente en la di- rección de un paralelo al ecuador, pero que ter- mina repentinamente hacia el oeste sin pasar de 7 1- el meridiano y sin estar unido á los Andes de la Mueva Granada. No tienen volcanes! activos estas tres cadenas transversales , é ignoramos si la mas meridional está desprovista como las otras dos de trachite ó pórfido trapeano. Ninguna de sus cimas entra en los límites de las uieves per- petuas,, y la, altma m^éia de la cordillera de la Pa- confunclidoi;), mis Invcstigacione? sobre las montañas de la India (J míales de Chimiey de P/iish/ue, 1816, f. Ilf.) CAPÍTULO XVlí. 4^^ rima y de la cadena de la costa de Caracas , no llega á 600 toesas, aunque algunas cimas se ele- van á 1400 toesas sobre el nivel de los mares». Las tres cadenas transversales están separadas por llanuras, todas cerradas hacia el oeste y abiertas hacia el este y el sudeste : al considerar su poca elevación sobre la superficie del Océano, se las podria considerar como unos golfos prolon- gados en la dirección del corriente de rotación. Si las aguas del Atlántico, por el efecto de una atracción particular, se levantasen á 5o toe- sas en la embocadura del Orinoco, y á 300 en la del Amazona, la alta marea cubrirla mas de la mitad de la América meridional , y la falda orien- tal ó raiz de los Andes , distante seiscientas le- guas de las costas del Brasil, seria una playa. azcH- tada por las olas. Esta consideradton es, el mí^ sultado; de una medida barométrica hecha e» la ^ No se cuentan como pertenecientes á la cadena de la costa, los Nevados y Paramos de Mórida y Trujlllo que son una prolongación de los Andes de la Nueva Granada. La cadena de Caracas no empieza hasta el este de los 71" de loQgitiid. 426 LIBRO VI. provincia de Jaén de Bracamoros, donde el Ama- zona sale de las cordilleras, y donde he hallado que las aguas medias de este caudaloso rio, solamente están á 1 94 toesas sobre el nivel actual del Atlán- tico. Sin embargo , las llanuras intermediarias , cubiertas de selvas, están todavía cinco veces mas altas que los Pampas de Buenos Aires y los llanos de Caracas y del Meta , entapizados de gramíneas. Estos llanos , que forman el recinto del bajo Orinoco, y que hemos atravesado dos veces en el mismo año, en los meses de marzo y de Julio, comunican con el territorio del Amazona y Rio Negro, limitado por un lado, por la cordillera de Chiquitos y por otro, por las montañas de la Parima; la abertura que queda entre estas y los Andes de la Nueva Granada , da lugar á dicha comunicación. El suelo enteramente plano entre el Guaviare, el Meta y el Apure , no presenta ningún vestigio de irrupción violenta de las aguas ; pero al pie de la cordillera de la Parima, entre los 4° y T ^^ latitud , el Orinoco que corre hacia el oeste desde su nacimiento hasta la entrada del Gua- viare , se ha abierto un camino entre las peñas , GAFÍTULO XVI!. 427 dirijiendo su curso del sud al norte, cu cuyo in- tervalo se encuentran todas las grandes catara- tas, según veremos bien pronto. Asi que el rio llega á la boca del Apure, en este terreno extre- mamente bajo, donde el descenso hacia el norte se tropieza con él hacia el sudeste es decir, con el talus de las llanuras que se elevan insensible- mente hacia las montañas de Caracas , el rio tuerce de nuevo y corre al este. He creido con- veniente fijar desde ahora la atención del lector, en estas extrañas inflexiones del Orinoco, porque como este corresponde á dos honduras á un tiem- po, su curso marca, aun en los mapas mas imper- fectos, la dirección de aquella parte de las llanu- ras que se interponen entre ios Andes de la Nueva Granada y el límite occidental de las montañas de la Parima. Los llanos del bajo Orinoco y del Meta, tienen varios nombres en sus diferentes divisiones, al modo de los desiertos de África. Desde las bocas del Dragón ; del este al oeste, siguen los llanos de Cumaná , de Barcelona y de Caracas ó Venezuela ; luego volviendo estos hacia el sud y el sudeste, entre el meridiano de los 70° y los 73% y desde ^'■¿b LIBRO Vi. los 8" de latitud , se encuentran de norte á sud , los llanos deVarinas, Casanare, del Meta, Gua- vjre^ Caguán y del Caqueta. Los deVarinas ofrecen algunos débiles monumentos de la industria de un pueblo que ya no existe : entre Mijagual y el Gaño de la Hacha, se hallan verdaderos ríímtí/f/Sj que en el pais se llaman los Zerríllos de los Indios. Son unas colinas de tierra levantadas artificialmente en forma de cono que probablemente contienen des- pojos, así como los Tumulus de los stepes del Asia. Asimismo, cerca del hato de la calzada, entre Varinas y Canag»a , se descubre un her- moso camino de cinco leguas de largo , hecho antes de la conquista , en los tiempos mas an- tiguos de los indios ; es una calzada de tierra de 1 5 pies de alta que atraviesa una llanura, á veces inundada. ¿Será que algunos pueblos mas ade- lantados en la agricultura, hablan bajado á las llanuras del rio Apure, de las montañas de Tru- jillo' yde Mérida? Sin duda; pues los indios que hoy hallamos entre dicho ri;o y el Meta , son de- masiado toscos para pensar en hacer caminos ni en levantar Tumulus. Habiendo calculado la arca de estos llanos, desde el Caqueta hasta el Apure CAPÍTULO XVII. /|29 y de este al Delta del Orinoco , la he hallado de 17,000 leguas cuadradas de 20 al grado. Manifestadas todas estas nociones generales sobre las llanuras del Nuevo Continente, voy á describir el camino que seguimos desde las mon- tañas volcánicas de Parapara y el limite septen- trional de los llanos , hasta las orillas del Apure en la provincia de Varinas. Después de haber pasado dos noches á caballo y buscado en vano debajo de las palmeras Murichij, algún abrigo contra los ardores del sol, llegamos antes de la noche á la pequeña hacienda del Cayman^ llamada también la Guadalupe : es una casa aislada en la llanura, y rodeada de algunas cabañitas cubiertas con cañas y pieles. Los ga- nados lanar y vacuno, las muías y los caballos, circulan libremente y sin formar rebaños , en una extensión de muchas leguas cuadradas. ]No hay un cercado en ninguna parte. AJgunos hom- bres desnudos hasta la cintura y armados con una lanza, recorren á caballo las sábanas para cuidar de que los animales no se alejen dema- siado de los pastos de la hacienda , y de marcar con un hierro caldeado, los que no tienen la /f3o LIBRO VI. marca del propietario. Estos hombres de color, llamados peones llaneros son los unos libres ú hor- ros, y otros esclavos. No hajHraza que esté mas constantemente expuesta á los ardores del clima abrasador de los trópicos : aliméntanse de carnes secas al aire y ligeramente saladas, de las que, á veces, comen también sus caballos : como siem- pre están sobre la silla , créense no ser capaces de hacer el menor viage á pie. Hallamos en la hacienda un esclavo negro, anciano, que gobernaba en ausencia de su amo. Nos hablaba de los ganados, de las muchos miles de vacas que pastaban en la llanura, y sin embargo no pudimos obtener un jarro de leche. En unos frutos de Tutumo nos presentaron ima agua rosa, turbia y fétida que hablan tomado de un charco inmediato. Es tal la pereza de los habitantes de los llanos, que no caban pozos á pesar de que saben, que á diez pies de profun- didad , se hallan casi por todas partes, manan- tiales purísimos, en un manto de conglomerato ó asperón rojo. Aconsejónos el viejo negro, que cubriendo el vaso con un lienzo, bebiésemos co- mo por un filtro, para evitar el mal olor y no CAPITULO XVII. /pl tragar tanta eaiitidad de aquella arcilla fina y roja que contiene el agua. JNo pensábamos en- tonces que durante meses enteros nos venamos después obligados á recurrir á este medio. Las aguas del Orinoco están igualmente cargadas de partículas terrosas ; y son menos fétidas en los parages donde los cuerpos de crocodilos muertos están depuestos en bancos de arena ó medio en- terrados en el limo. Apenas hubieron descargado y colocado nues- tros instrumentos , dieron libertad á las muías para que fuesen; según allí dicen, « á buscar agua en la sábana. » Al rededor de la hacienda hay algunas pequeñas balsas ; los animales las encuentran guiados por su instinto, por la vista de algunas Mauritias esparcidas, y por la sensa- ción de la frescura húmeda producida por algu- nas corrientes de aire, en medio de una admós- fera que nos parecía enteramente pacifica. Se- guimos á nuestras muías para encontrar uno de aquellos charcos en que hablan tomado el agua que tan mal habia apagado nuestra sed. Está- bamos cubiertos de polvo, y tostados por aquel 'viento de arena que abrasa mas todavía que los 4^2 LIBRO VI. rayos del sol : deseábamos con ansia poder to- mar un baño; pero no hallamos sino una balsa grande , rodeada de palmeras , de agua muy turbia aunque mas fresca que el aire. Acostum- brados durante este largo viage á bañarnos siem- pre que se nos presentaba ocasión, aunque fuese varias veces en un mismo dia, no dudamos en echarnos en la balsa; mas apenas comenzábamos á gozar de la frescura del baño , cuando un gran ruido que oimos en la orilla opuesta, nos hizo salir precipitadamente : era un crocodilo que se arrojaba entre el cieno. Hubiera sido imprudente permanecer de noche en aquel sitio pantanoso. No estábamos distantes de la hacienda sino á cosa de un cuarto de legua, sin embargo ha- biendo andado cerca do una hora sin encon- trarla, advertimos demasiado tarde que llevá- bamos una dirección opuesta ; y después de ha- ber vagado largo rato en la Sávana resolvimos sentarnos bajo un tronco de palmera. Nos ha- llábamos en la mas penosa incertidumbre sobre nuestra posición, cuando oinios á lo lejos con el mayor gozo, el ruido de un caballo que venia ha- cia nosotros : era un indio armado con su lanza CAPÍTULO XVIÍ. 435 que venia de hacer el rodeo, es decir la reunión í!e los ganados en un espacio de terreno deter- minado. Para sufrir menos calor al dia sis'uiente , nos pusimos en camino á las dos de la mañana, esperando llegar antes de medio dia á Calabozo, ciudad pequeña, pero muy comerciante, situada en medio de los llanos. El aspecto del pais es siem- pre uniforme; aunque no se dejaba ver Ja luna; había sin embargo una claridad producida por las muchas nebulosas que se ponian en un lado del horizonte terrestre. Este espectáculo impo- nente de la bóveda celeste que se presenta en su inmensa extensión, la fresca brisa que corre en la llanura durante la noche, y el movimiento ondulatorio de la yerba en donde cubría algún pequeño repecho, todo nos representaba la su- perficie del Océano; esta ilusión aumentó sobre todo, cuando el disco del sol aparecía en el ho- rizonte , repitiendo su imagen por el efecto de la refracción, y perdiendo luego su forma aplas- tada , se elevaba derecha y rápidamente hacia el zenit. El momento en que sale el sol , es también en II. 28 434 LIBRO Vi. las llanuras, el mas fresco del dia, pero esta mu- danza de temperatura produce poca impresión en los órganos. La superficie lisa de la tierra, que du- rante el dia no está jamas en los Llanos á la som- bra, absorbe tanto calor, que á pesar del desaho- go nocturno hacia un cielo sereno, la tierra y el aire no tienen lugar de refrescarse sensiblemente desde media noche hasta el nacimiento del sol. Con este tomó la llanura un aspecto mas animado : el ganado que habia dormido junto á los pan- tanos ó debajo los Mvrichis y Roíalas , se reunia en manadas , y aquellas soledades se poblaban de caballos , muías y bueyes , que viven , sino salvajes , al menos libres , sin habitación y como desdeñando los cuidados y protección del hombre. Al acercarnos á Calabozo vimos rebaños de corzos que pacían tranquilamente en medio de los caballos y los bueyes. Llámanse Matacani ; son un poco mas crecidos que nuestros corzos y parecen unos gamos de pelo liso, pardo os- curo, moteado de blanco. Su carne es muy de- licada; y sus astas me parecieron dagas sencillas. í CAPÍTULO XVII. /^35 Asustábansemuypocodela presencia del hombre, y en algunas manadas de 3o^ ó 4o, vimos varios enteramente blancos. Esta variedad bastante or- dinaria entre los grandes ciervos de los climas frios de los Andes , debió extrañarnos en aquellas llanuras bajas y abrasadoras. Posteriormente he sabido que aun el Jaguar de las regiones cáli- das del Paraguay ofrece á veces variedades de Albinos, cuya piel es de blancura tan uniforme que no se distinguen sus tachas ó anillos , sino al reflejo del sol. El número de los Matacanis ó Ve- nados de tierra caliente, es tan considerable en los llanos, que se podría hacer comercio de sus pieles; un cazador hábil, mataría mas de veinte cada día ; mas es tal la pereza de aquellos habi- tantes, que á veces ni aun se toman la pena de recojer las pieles. Lo mismo sucede en la caza de los ¡aguares ó grandes tigres americanos , cuya piel no se paga mas de un peso en los llanos de Varínas , mientras que en Cádiz vale cuatro ó cinco pesos. Las llanuras que nosotros atravesamos están principalmente cubiertas de gramíneas, KilUn- 436 LIBRO VI. gia, CencruSj y Paspalum^ ^ las cuales en aque- lla estación no pasaban de nueve ó diez pulgadas en las inmediaciones de Calabozo y San Geró- nimo del Pirital. Cerca de las orillas del Apure y de la Portuguesa se elevan hasta cuatro pies de altura, de modo que en ellas pueden ocultarse los jaguares para saltar sobre las muías que atra- viesan la llanura. Mézclanse con las gramíneas algunas yerbas de la clase de las Dicotiledóneas, como la Turnera y las Malváceas, y lo que es mas particular, las Mimosas pequeñas y de hoja irritable, que los Españoles llaman Dormideras. La misma raza de vacas que en España se sus- tenta con zulla y alfalfa , halla en los llanos un excelente pasto en las sensitivas herbáceas, y se venden mas caros los terrenos en que estas abun- dan. En los llanos del Cari y de Barcelona hacia el este, se ven entre las gramíneas el cypura y ^KylUngia monocephala, R. odorata, cencrus pilosas, TÜfa tenacísima, andropogoa plumosas, panicura micran- thum, poa reptans, paspalum leptostachyum, P. con- jugatum Aristida recúrvala. Novera. Gene, et Spec. , t. I , p. 84. CAPÍTULO XVil. /p7 el oraniolaria » cuya flor blanca tiene 6 ú 8 pul- gadas de largo. Padecimos un calor excesivo atravesando la Mesa de Calabozo : la temperatura del aire au- mentaba considerablemente siempre que se le- vantaba alguna ráfaga de viento , cargado de polvo, y el termómetro se elevaba en cada una á 40" y 4*°- Marchábamos poco á poco, por no dejar atrás á las muías que llevaban nuestros instrumentos. Los guias nos aconsejaron que llenas hemos nuestros sombreros de hojas de Rho- pala para disminuir la acción del sol en la cabeza y los cabellos. Con efecto , nos sentimos aliviados por este medio, que nos pareció sobre todo ex- celente, cuando se hallaban hojas de Pothos ó de alguna otra Aroédea. Hallamos en Calabozo la mas franca hospita- lidad en casa del Administrador de la Real Ha- cienda Don Miguel Cusino. La ciudad situada entre el Guarico y el Oritucu , no tenia en aquella época mas de 5ooo habitantes; pero toda ' Gypura gramínea , craniolaria annua (la escorzonera de lo» indígenos). 438 LIBRO VI. anunciaba una prosperidad creciente. La riqueza de la mayor parte de los habitantes consiste en ganados, administrados por colonos que allí llaman Hateros de la voz líaio, ó casa en medio de los pastos. Como la población dispersa de los llanos se acumula en ciertos puntos, especial- mente cerca de las ciudades , ya cuenta Calabozo en sus contornos cinco lugares ó misiones. Se cree que en los pastos mas inmediatos á la ciudad se mantienen hasta 98,000 cabezas de ganada va- cuno. Es difícil formarse una idea exacta de los ganados que se encierran en los llanos de Ca- racas, Barcelona, CumanA y de la Guyana es- pañola. M. Depons que ha permanecido mas tiempo que yo en Caracas, y cuyos dados esta- dísticos son generalmente exactos , cuenta en aquellas vastas llanuras , desde las bocas del Orinoco hasta el lago de Maracaibo, 1,200,000 bueyes, 180,000 caballos ygo,ooo muías. Estima en un miilon de pesos el producto de los ganados, añadiendo al valor de la exportación el de los cueros que se emplean en el pais. En los Pampas de Buenos Aires, hay, según se dice, 12,000,000 de vacas y 5. 000, 000 de caballos, sin contar ei^ esto cálculo, los ganados que no tienen dueño. No me atreveré á confirmar estas evaluaciones generales, demasiado inciertas por su naturaleza ; pero si observaré , que en los llanos de Caracas , los propietarios de los grandes hatos, ignoran absolutamente el número de cabezas que poseen. Únicamente saben el número de jóvenes que se marcan cada año, con una letra ó señal propia á cada ganado. Los ganaderos mas ricos , marcan hasta i4?ooo terneras cada año, y venden cinco ó seis mil. La parte meridional de las sábanas , llamada vulgarmente los líanos de arriba j, produce mu- chos bueyes y muías, pero como sus yerbas suelen ser inferiores, es necesario enviar los ani- males á otras llanuras para que engorden antes de venderlos. El llano de Monaí y todo el liana de abajo, abundan menos en ganados, pero sus pastos son tan fértiles que abastecen de carnes de excelente calidad á las provisiones de la costa. Las muías que hasta el quinto año, no están en disposición de trabajar, y que se llaman en- tonces malas de saca, se compran ya allí mismo , de \[\ á 18 pesos : conducidas al puerto valen ¿|¿+0 LIBRO ri. 25 pesos, mientras que en las Antillas suele ele- varse su precio á 6o y 8o pesos. Los caballos de los llanos descienden de la hermosa raza española ; son generalmente de poca talla y de un color uniforme castaño , como ia mayor parte de los animales salvajes. Como sufren alternativamente las molestias de la se- quedad y las inundaciones, de los insectos y de los murciélagos, tienen una vida muy inquieta, y solo manifiestan sus buenas cualidades después que han recibido el cuidado del hombre por al- gunos meses. No hemos visto rebaños de ovejas sino en las alturas de la provincia de Quito. Los hatos de bueyes, han sufrido considerablemente desde que, en estos últimos tiempos, algunas bandas de vagabundos recorren las dehesas ma- tando muchos animales , únicamente por vender la piel; este género de pillage ha aumentado desde que el comercio con el bajo Orinoco ha tomado algún incremento. Los rebaños mas numerosos que existen en los llanos de Caracas, son los de los hatos de Mere- cUre , la Cruz , Belén , Alta Gracia y Pavón. El pri- mer ganado español introducido en los llanos, CAPÍTULO XVII. /(/}I fué enviado de Coro y de Tocuyo ; la historia ha conservado el nombre del colono que tuvo la feliz idea de poblar aquellas dehesas en que no habia sino venados y una especie de Aguti , Cavia Capybara , llamada en aquellas regiones chiguire. Cristóbal Rodríguez , habitante de la ciudad de Tocuyo , que habia permanecido mu- cho tiempo en la Nueva Granada, fué el primero que envió á los llanos el ganado vacuno , en el año de i548. En medio de los llanos , es decir, en la ciudad de Calabozo , encontramos una máquina eléctrica de discos grandes, electrófores, baterías, elec- trómetros , y una colección de instrumentos casi tan completa como la de uno de nuestros físicos europeos. No habian venido todos estos objetos de los Estados Unidos; eran obra de un hombre que jamas habia visto ningún instrumento , que no podia consultar á nadie, y que no conocia los fenómenos de la electricidad sino por la lectura del Tratado de Sigatidj, y de las Memorias de Francklin. El señor Carlos del Pozo , que asi se llamaba aquel hombre estimable é ingenioso , había comenzado á hacer máquinas eléctricas de 4f2 LIlUíO VI. ciiiiidro , sirviéndose de unos grandes frascos de vidrio á los cuales habia cortado el cuello. Nuestra mansión en Calabozo le fué de la mayor satisfac- ción , y es natural que la tuviese en recibir los sufragios de dos viajeros que podian comparar sus instrumentos á los que se hacen en Europa. Yo llevaba conmigo electrómetros de paja, de bola de sabuco, y de hojas de oro balido y aun una boteliita de Leide , que se podia cargar según el método de Ingenhouss, y que me servia para las experiencias fisiológicas. El S°' Pozo no cabia de gozo, al ver por la primera vez unos instru mentos que él no habia hecho , y que parecían copiados sobre los suyos. Nosotros le hicimos ver el efecto del contacto de los metales hetero- géneos en los nervios de las ranas. Los nombres de Galvani y de Volta no habían llegado todavía á aquellas vastas soledades. Después de las máquinas eléctricas elaboradas por la industriosa sagacidad de un habitante LIBRO VI. mos que la pesca ocasionaría la muerte succesiva de cuantos animales empleasen en ella ; pero poco á poco disminuyó el ímpetu de aquel cora- bate singular : los Torpedos se dispersan fatiga- dos; necesitan reparar por el descanso y alimen- to, la fuerza galvánica que han perdido, y al fin se acercan tímidamente á la orilla donde se les ceje por medio de arpones pequeños atados á unas cuerdas largas. Guando estas cuerdas están bien secas, no se resienten los indios de las con- mociones al levantar en alto los pescados. En pocos minutos tuvimos cinco anguilas grandes , la mayor parte heridas ligeramente. La temperatura de las aguas en que viven habitual- mente los Torpedos es de 26° á 27" : asegúrase que su fuerza eléctrica disminuye en las aguas mas frias ; y es muy particular que unos anima- les dotados de órganos electro - motores cuyos efectos son sensibles al hombre , no se hallan en el aire , sino en un fluido conductor de la elec- tricidad. El Torpedo Gimnote es el mayor de los pescados eléctricos , yo he medido algunos que tenían cinco y seis pies de largo , y los indios me aseguraban haberlos visto mayores. Uno que te- GAPÍrULO XVII. 449 tiia tres pies y diez pulgadas, pesaba doce libras. El diámetro transversal del cuerpo , sin contar la aleta anal, era de tres pulgadas cinco líneas. Los Torpedos del Gaño de Bera son de un her- moso verde oliva : la parte inferior de la cabeza pajiza tirando á roja tiene dos órdenes de man- chitas pajizas, colocadas simétricamente á lo largo del lomo, desde la cabeza hasta el extremo de la cola. Cada manchita contiene una abertura excretoria, de modo que la piel del animal está con unamente cubierta de una materia mucosa, que , según ha probado Volta , conduce la elec- tricidad 20 á 5o veces mejor que el agua pura. Es de notar, que ninguno de los pescados eléc- tricos descubiertos hasta ahora en las diferentes partes del mundo, está cubierto de escamas. : Lavejiganatatoria del Torpedo, cuya existencia ha sido negada por M. Bloch , tiene dos pies y cinco pulgadas de larga, en un individuo de tres pies y diez pulgadas : está separada de la piel exterior por una gordura y descansa en los ór- ganos eléctricos que llenan mas de los dos ter- cios del animal. Los mismos vasos que se insi* nuan entre las hojas de estos órganos, y que los II. 29 45o Lili P. o VI. cubren de sangre cuando se les corta transver- salmente, dan también muchas venas á la super- ficie exterior de la vejiga. En cien partes del aire contenido en esta , he hallado 4 de oxigeno y 96 de azote. Es una temeridad exponerse á las primeras conmociones de un Torpedo irritado. Si por ca- sualidad se recibe un golpe antes que el pescado esté herido ó fatigado por una larga persecu- ción , son tan violentos el dolor y el adormeci- miento, que es imposible pronunciar sobre la naturaleza de lo que se ha sufrido. No me acuer- do de haber jamas recibido una conmoción tan terrible, como la que experimenté al poner im- prudentemente los dospies encima de unGymnote acabado de sacar del agua : todo el resto del dia padecí un dolor agudo en las rodillas y en casi todas las articulaciones. Para convencerse de la notable diferencia que existe entre la sensación producida por el pile de Volta, y los pescados eléctricos, es necesario to- car estos últimos cuando se hallan en un estado de extrema debilidad. Entonces causan un tem- CAPÍTULO XVII. /^5l blor I , que se propaga desde la parte que toca los órganos eléctricos hasta el codo : á cada golpe se siente una especie de vibración interna ^ que dura dos ó tres segundos, á la cual se sigue un adormecimiento doloroso ; así es que los indios tamanaques, en su lengua expresiva, llaman el temblador, Arimna, es decir que priva del mo- vimiento. La acción eléctrica del Torpedo , depende úni- camente de su voluntad , ya sea porque no siempre tiene cargados los órganos eléctricos, ya que él pueda, por la secreción de algún fluido ó por otro medio misterioso para nosotros, sus- pender la acción de sus órganos. Varias veces se ha probado á tocarle sin experimentar la menor alteración. Cuando M. Bonpland le tomaba de la cabeza ó del medio del cuerpo, mientras que yo le agarraba de la cola, y que sin darnos la mano nos poníamos sobre un pió húmedo , el uno de nosotros recibía conmociones en tanto que el otro no percibía nada ; depende del Tor- ^ Subsultus teiulmam. 4-52 LIBRO VI. pedo el obrar hacia uno ú otro punto , según se cree mas ó menos fuertemente irritado : la des- carga se hace entonces por un solo puntOj y de dos personas que tocan con él desde el vientre del animal , á una pulgada de distancia , y que apoyan simultáneamente, reciben el golpe tan pronto la una como la otra. Asi mismo cuando una persona toma por la cola á un Torpedo vigoroso, y otra le pellizca en los oídos ó en la aleta pectoral, regularmente es solo la primera la que experimenta conmoción. ÍN'onos ha parecido que estas diferencias pudiesen atribuirse á la sequedad ó humedad de nuestras manos, ni á su desigual conductibilidad. El Torpe- do parecía dirij ir sus tiros, tan pronto por toda la superficie de su cuerpo, tan pronto por un solo punto ; cuyo efecto indica menos una descarga parcial del órgano compuesto de una infinidad de hojas, que de la facultad que tiene del animal ( acaso por medio de la secreción instantánea de tm fluido, que se derrama en la membrana) de no establecer la comunicación de sus órganos con la piel sino en un espacio muy limitado. Llevaron á Calabozo una anguila eléctrica co- CAPÍTULO XYII. 453 jida en una red y por consiguiente sin herida alguna : comía carne y asustaba mucho á las tor- tugas pequeñas y á las ranas que no conociendo el daño se le ponían encima. Las ranas no reci- bían el golpe hasta el momento que tocaban el lomo del Torpedo, y cuando volvían de su le- targo se huian fuera del cubo ; luego las colo- cábamos cerca de la anguila, pero solo su vista las espantaba. Estando esta en el agua, he acer- cado la mano teniendo ó no teniendo en ella un metal, á pocas líneas de distancia de los órganos eléctricos ; mas el agua no me ha transmitido ningún sacudimiento, mientras que M. Bonpland irritaba al animal por un contacto inmediato y recibía golpes muy violentos. Si yo hubiese puesto en el agua junto al Tor- pedo algunas ranas preparadas, que son el elec- tróscopo mas sensible que conocemos, sin duda hubieran sufrido conmociones en el momento que aquel parecía dirijir sus tiros luicia otro lado. Según Galvani , las ranas preparadas pues- tas sobre el cuerpo de un Torpedo, sienten fuer- tes contracciones siempre que el pez se descarga. El órgano eléctrico de los Gymnoíes no obra -ino 454 LIBRO VI. bajo la influencia inmediata del cerebro y del corazón ; habiendo cortado uno muy vigoroso por mitad del cuerpo, solo la parte anterior me daba conmociones. La acción de este pescado sobre los órganos del hombre se transmite ó in- tercepta por los mismos cuerpos que transmiten ó interceptan la corriente eléctrica de un con- ductor cargado con una botella de Leide, ó con una pile de Volta. Las sustancias resinosas, el vidrio, el palo se- co, el cuerno y aun el hueso, que se creen bue- nos conductores, impiden que la acción de los Torpedos se transmita al hombre. Yo me sorpren- dí mucho de no sentir ninguna conmoción , apoyando en ios órganos del pescado una barrita de lacre mojada, mientras que el mismo indi- viduo me tiraba golpes muy violentos excitán- dole por medio de otra barrita de metal. M. Bon- pland recibió conmociones llevando un Gymnote en dos cuerdas de fibras de palmera, que nos parecieron muy secas. Una descarga fuerte se abre paso por conductores muy imperfectos ; acaso el mismo obstáculo qué opone el arco con- ductor, es causa de que la explosión sea mas capítulo xvir. 4^5 dolorosa. Yo he tocado sin efecto alguno al Tor- pedo, con un jarro de arcilla , y habiéndole me- tido después dentro del mismo jarro, he recibido fuertes ataques , porque entonces era mayor el contacto. Cuando dos personas se asen las manos, y que solo una de ellas toca al pescado con la mano desnuda ú con metal, las conmociones se hacen sentir regularmente á las dos al mismo tiempo; sin embargo también sucede que aun en los gol- pes mas sensibles solo recibe el choque , la per- sona que está en contacto inmediato con el ani- mal. Cuando este no quiere absolutamente des- pedir sus tiros , por hallarse extremamente dé- bil , se sienten sin embargo vivamente formando la cadena é irritándole con ambas manos ; pero aun en este caso , solo procede el choque de la voluntad del animal. Dos personas que tienen , la una la cabeza , y la otra la cola del animal , no puede forzarle á despedir el golpe , aim cuando se den las manos y formen una cadena. Los Torpedos, que son el objeto del mas vivo interés para los físicos europeos, lo son de hor- ror y de aborrecimiento para los indios. Ofre- 456 LIBRO Vi. cen en su carne muscular un alimento bastante bueno; pero el órgano eléctrico ocupa la mayor parte del cuerpo , el cual retiran enteramente por ser baboso y desagradable. Ademas se con- sidera la presencia del Gymnote como la causa principal de la falta de pescado en los estanques de los llanos. Aunque matan muchos , rara vez los comen ; y nos lian asegurado , que cuando cojen en las redes á un mismo tiempo , cocodri- los jóvenes y Gymnotes, no manifiestan estos nin- guna herida, porque ponen á aquellos fuera de combate, antes que les ataquen. Todos los ha- bitantes de las aguas temen la sociedad de los Torpedos : los lagartos , las tortugas y las ranas buscan los pantanos donde aquellos no residen. Cerca de üritucu ha sido necesario cambiar la dirección de un camino , tan solo porque las anguilas elétricas se habían acumulado de tal modo en un riachuelo , que mataban muchas muías de carga cuando le pasaba á vado. Satisfechos de nuestra mansión en Calabozo y de nuestras experiencias sobre un objeto tan digno de la atención de los fisiologistas, parti- mos de la ciudad el 24 de marzo. ííabia \o oh- CAPÍTULO XVII. /(57 tenido ademas, algunas buenas observaciones de estrellas, y reconocí, no sin admiración que los yerros de los mapcjs eran todavía de un cuarto de grado en latitud. Antes que yo, nadie había observado desde este punto, y exagerando, como es costumbre , las distancias de la costa al inte- rior, los geógrafos han llevado todos los puntos hacia el sud , fuera de toda medida. Internán- donos en la parte meridional de los llanos , hal- lamos el suelo mas polvoroso , desprovisto de yerbas y quebrazado por el efecto (\e una larga sequía : las palmeras desaparecían poco á poco ; el termómetro se mantenía desde las once hasta el sol poniente, á 34" ó 55°. Cuanto mas pacífico parecía el aire á 8 ó lo pies de altura, tanto mas frecuentes eran aquellos torbellinos de polvo causados por las corrientes de aire que enrasan el suelo. Entrada la noche vadeamos el rio Uritucu que está lleno de cocodrilos muy conocidos por su ferocidad : nos aconsejaron no permitiésemos á nuestros perros fuesen á beber al rio , por- que sucede con frecuencia que los cocodrilos salen del agua y persiguen á los perros riasla la 458 LIBRO VI. playa. Es muy singular esta intrepidez, pues que á seis leguas de allí, en el rio Tisnao, son muy tímidos y poco dañosos. Las costumbres de los animales de una misma especie , varian por el efecto de algunas circunstancias locales difíciles de comprender. Nos hicieron ver una cabana en la cual nuestro huésped de Calabozo Don Miguel Cusino,habia presenciado la escena mas singular: acostado con un amigo suyo sobre un banco cu- bierto de pieles , fueron despertados á la madru- gada por unos violentos temblores y por un ruido espantoso. En medio de la cabana, se abre la tierra , se levantan terrones , y sale de ella un cocodrilo joven de dos á tres pies de largo, que por debajo de la cama se tira sobre un perro que dormia en el umbral de la puerta ; mas ha- biendo errado el golpe con el ímpetu de su em- bestida , se huyó á la playa y se metió en el rio inmediato. Examinando el sitio donde la barbacoa óbanco estaba colocado, se reconoció fácilmente la causa de tan estraña aventura. Hallóse la tierra soca- vada á una profundidad considerable ; el coco- drilo habia sido cubierto por el lodo, cu aquel CAPÍTULO XVII. 4^9 estado de letargo ó sueño de verano que experi- mentan varios animales en los llanos, durante la ausencia de las lluvias. El ruido de los hombres y de los caballos, y acaso el mismo olor del perro le hablan despertado. La cabana estaba situada junto á un pantano , é inundada durante una parte del año, por lo que se infiere que el co- codrilo habia entrado por el mismo agujero de donde Don Miguel lo vio salir. Los indios hallan á las veces ^o¿zs grandísimos que llaman Uji ó culebras de agua % en el mismo estado de adormecimiento : dicen , que es nece- sario irritarlas ó mojarlas para que se reanimen , y las matan para ponerlas en arroyos y sacar por medio de la putrefacción las partes musculosas del lomo, de que hacen en Calabozo excelentes cuerdas de guitarra , preferibles á las que se ha- cen de los intestinos del mono aluate. Acabamos de ver que el calor y sequedad de los llanos, influyen sobre los animales y las plantas, del mismo modo que el frió; fuera los trópicos los árboles pierden sus hojas en un aire muy seco; los •^ También se llaman traga venado. La voz uji et? tanianaca. 4^0 MURO VI. reptiles, sobre lodo los cocodrilos y los boas, que son de costumbres muy perezosas , no abando- nan fácilmente las honduras donde han hallado agua en la época de las inundaciones : á me- dida que esta va desapareciendo , se mtroducen aquellos animales en el lodo para buscar el grado de humedad necesaria para dar flexibilidad á su piel y á sus tegumentos, y en este estado les coje el adormecimiento. Tal vez conservan alguna co- municación con el aire exterior, la cual, por pe- queña que sea, puede bastar para mantener la respiración de un cuerpo provisto de enormes bolsas pulmonarias , que no hace ningún movi- miento muscular, y cuyas funciones vitales es- tan suspendidas. Es verosímil que la temperatura media del cieno desecado y expuesto al sol , sea mayor de 4o°' Cuando todavía producía cocodrilos el norte de Egipto , donde el mes menos caloroso no baja de i3° 4? se hallaban algunos cocodrilos adormecidos por el frío ; y estaban sujetos á im letargo de invierno como nuestras ranas , sala- mandras , golondrinas de ribera y marmotas. Si se observa que el sueño invernal es común á los CAPÍTULO XVII. 4^1 animales de sangre cálida y de sangre fresca , pa- recerá menos extraño el ejemplo de un letargo de verano á que están sujetos unos y otros. Asi mismo, los Centenes ó erizos de Madagascar, pasan en medio de la zona tórrida, tres meses del año en letargo. El 2 5 de marzo atravesamos la parte mas plana de los llanos de Caracas, que es la Mesa de Pa- vones. Hállase enteramente despoblada de pal- meras , sin que se descubra en todo lo que la vista puede alcanzar un solo objeto que tenga quince pulgadas de altura. Estaba el aire muy puro y el cielo de un azul muy turquí ; pero en el horizonte reflejaba un color amarillo, causado sin duda por la masa de arena suspendida en la admósfera. Hallamos rebaños numerosos y con ellos bandas de pajaritos negros y de viso verdoso, del género de los Crotofagas, llamados zamuritos ó garapateros. Poníanse sentados sobre el lomo de las vacas á buscar los tábanos y otros insectos. Todas las avecillas de aquellos desier- tos temen tan poco á la presencia del hombre , que los niños suelen cojerlas á ia mano. En los valles de Aragua donde hay mucha abundan- 462 LIBRO VI. cía , se nos venían á poner en nuestras hama- cas estando nosotros echados en ellas. \ Entre Calabozo, Uritucu y la Mesa de Pa- vones, se reconoce la constitución geológica de los llanos en cualquiera escavacion de algunos pies de profundidad. Una formación de asperón rojo ó conglomerato antiguo ', cubre una extensión de algunos millares de leguas cuadradas. En lo sucesivo volveremos á encontrarla en las vastas llanuras del Amazona, en el límite oriental de la provincia de Jaén de Bracamoros. Esta prodi- giosa extensión de asperón rojo en los terre- nos bajos que se extienden al este de los Andes, es uno de los fenómenos mas extraordinarios que me ha presentado el estudio de las rocas, en las regiones equinocciales. Después de haber errado por la Mesa de Pa- vones sin ninguna huella de sendero , fuimos agradablemente sorprendidos de hallar una he- redad aislada, el Hato de Alta Gracia ^ rodeada de jardines y de estanques de agua cristalina ; y donde los grupos de Jcaques cargados de fruto, * Los llaneros la llaman piedra de arrecifes. CAPÍTULO XVII. 4^5 estaban cercados con bardas de Acedaraco. Pa- samos la noche mas adelante, cerca del lugarcito de San Gerónimo del Guayaval, fundado por los misioneros capuchinos. Visité al religioso el cual no tenia otra habitación que la iglesia por no haber todavía casa parroquial. Era un joven que nos recibió con mucha urbanidad y satisfizo á todas nuestras preguntas. Su población , ó por mejor decir su misión, era difícil de gobernar : el fundador habia establecido á su beneficio una pulpería, es decir que vendía por su cuenta el guarapo y los bananos, y se había mostrado muy poco delicado en la elección de sus colonos. Ha- bíanse fijado en el Guayaval muchos vagabun- dos de los llanos, porque los habitantes de una misión están fuera del brazo secular; aquí sucede como en la Nueva Holanda donde no hay buenos colonos hasta la segunda ó tercera generación. Atravesamos el rio Guarico y pasamos la noche en la sábana, al sur de Guayaval. Una especie de murciélagos enormes , sin duda de la tribu de los filóstomos, nos incomodaron una gran parte de la noche, revoloteando por medio de nuestras hamacas, como si viniesen á ponerse- 464 LIBRO VI. nos sobre la cabeza. A la madrugada continua- mos nuestro camino por un terreno bajo, á ve- ces inundado, en el cual se puede navegar en canoa , en la estación de las lluvias , como en un lago, entre elGuarico y el Apure. Acompañónos un hombre que habia recorrido todos los hatos de los llanos para comprar caballos , quien nos dijo haber comprado mil de ellos por 2,200, pe- sos K Llegamos el 27 de marzo á la villa de San Fernando, capital de las misiones de los capu- chinos en la provincia de Varinas. Aquí fué el término de nuestro viaje por los llanos, pues los! tres meses de avril, mayo y junio los pasamos en las riveras. 1 En los llanos de Calabozoy deGiiayaval, un novillo de dos ó tres años no cuesta mas que un peso. Si está castrado (opera- cionrauypeligi'osaenun clima tan cálido), se vende por cinco ó seis pesos. Unapiel de buey seca al sol vale dos reales y me- dio deplata(i peso, 8 reales); una gallina, 2 reales; un carnero en Barqucsimelo y en Trujillo, 5 reales. Como estos precios se alterarán á medida que la población aumenta, me ha pare- cido interesante indicar aqui algunos datos que pueden ser- vir en lo sucesivo de base para indagaciones de economía política. CAPÍTULO XVIII. San Fernando de Apure. — Trabamiento y ramificación de los rios de Apure y Arauca. — Navegación en el rio Apure. Apenas se han conocido en Europa hasta me* diados del siglo diez y ocho, los nombres de los caudalosos rios Apure, Payara, Arauca y Meta; /'todavía eran mas ignorados que en los siglos an- teriores, cuando el valiente Felipe de Urre y los conquistadores de Tocuyo atravesaban los llanos para ir á buscar, mas allá del Apure , la gran ciudad de Dorado , y el rico pais de Omeguas. Unas expediciones tan audaces , no podian ha- cerse sin todo el aparato de la guerra ; pero por desgracia , las armas que solo debian haber ser- vido para la defensa de los nuevos colonos , fue- ron dirijidas contra los infortunados indígenos. Cuando á aquellos tiempos de violencia y cala-» midad sucedieron otros mas pacíficos, dos po- derosas tribus Indias, los Cabres y los Caribes u. 3o 466 LIBRO VI. del Orinoco , se apoderaron de aquel mismo pais que los conquistadores habian ya dejado de desvastar. Desde entonces nadie, sino los po- bres misioneros, pudo internarse hacia el sur de los llanos. En el Uritucu comenzaba un mundo desconocido para los colonos españoles, y los des- cendientes de aquellos intrépidos guerreros que habian extendido sus conquistas desde el Perú á las costas de la INueva Granada y á la emboca- dura del Amazona, ignoraban el camino que con- duce de Coro al rio Meta. Quedóse aislado el litoral de Venezuela, y las lentas conquistas de los misioneros jesuitas no obtenían resultados favorables sino en las orillas del Orinoco. Estos padres habian ya penetrado mas allá de las grandes cataratas de Atures y Maypures, cuando los capuchinos andaluces ape- nas habian llegado desde las costas y los valles de Aragua hasta los llanos de Calabozo. Difícil seria atribuir estos contrastes al régimen con que se gobiernan las diferentes ordenes religiosas : el aspecto del pais contribuye muy poderosamente al mayor ó menor progreso de las misiones. Es- tas se dilatan lentamente en lo interior de las tierras , en las montañas , en los llanos , y CAPÍTULO Xy\U. [\&"j donde quiera que no siguen el curso de un rio. Parece increíble que la ciudad de San Fer- nando que solo dista 5o leguas en linea recta de la parte mas antiguamente habitada de la costa de Caracas, no haya sido fundada hasta el año 1789. Enseñáronnos un pergamino lleno de pinturas alegóricas , que contenia el privilegio de está pequeña ciudad , el cual habia sido en- viado de Madrid, cuando aun no habia sino unas cuantas chozas de cañas , en torno de una gran cruz que señalaba el centro de la población. In- teresados, tanto los misioneros como los gober- nadores seculares , en exagerar en Europa sus progresos en el aumento de la cultura y de la población , sucede muchas veces que los nombres de las villas y lugares están estampados en los es- tados de nuevas conquistas , aun antes de su fun- dación. Indicaremos algunos en las riberas del Orinoco y del Casiqüiare , que aunque proyecta- dos con mucha anticipación , no han existido ¡amas sino en los planos de las misiones graba- dos en Roma y en Madrid. La posición de San Fernando sobre im gran rio navegable y cerca de la embocadura de otro que atraviesa enteramente la provincia de Vari- 468 LIBRO VI. ñas , es ventajosisima para el comercio. Toda» las producciones de esta provincia , como son los cueros, el cacao, algodón, el añil de Mijagual que es de primera calidad, todo refluye por esta ciudad hacia las bocas del Orinoco. Durante la estación de las lluvias , remontan barcos muy grandes desde la Angostura hasta San Fernando de Apure, y por el rio Santo Domingo, hasta Torunos. En la misma época , forman las inun- daciones de los rios tal multitud de brazos, que entre el Arauca, el Capanaparo, el Sinaruco y el Apure, cubren un pais de cerca de 4oo le- guas cuadradas. Este es el punto en donde el Orinoco rechazado, no por montañas , sino por la inclinación opuesta del terreno , se dirije ha- cia el este en vez de continuar su curso en la dirección de un meridiano. Considerando la superficie del globo como un poliedro formado de planos de diversas inclina- ciones, se concibe por la simple inspección de los mapas , que entre San Fernando de Aj3ure , Calcara y la embocadura del Meta, ha debido causar una depresión considerable la intersección de tres faldas realzadas hacia el norte , oeste y sud. En aquel recinto se cubren las Sábanas CAPÍTCLO XYin. 469 con 12 y 14 pies de agua, y ofrecen el aspecto de un gran lago , durante la época de las lluvias. Los lugares y las haciendas colocados en las pe- queñas eminencias, apenas se elevan dos ó tres pies sobre las aguas. Todo representa las intin- daciones del bajo Egipto y la Laguna deXavayes, célebre en otro tiempo entre los geógrafos; y aun son también periódicas las crecidas de los rios Apure, Meta y Orinoco. Los caballos que vagan por la sávana en dicha época , y que no tienen lugar para subirse á las pequeñas alturas, perecen á centenares : vense las yeguas con sus potros nadar una parte del dia para alimentarse con la yerba, de que solo las puntas salen fuera del agua. En este estado las persiguen los cocodrilos , y se las ve muchas veces llevar en las patas la señal de los dientes de aquel carnívoro reptil. Ahóganse sobre todo un gran número de potros, porque se cansan mas fácilmente de nadar, y que se esfuerzan en seguir á sus madres , en parages dond'é solo estas tienen pie. Los cadáveres de los caballos , muías y vacas atraen una multitud de buitres (Vultur aura), llamados Zamuros^ que tienen toda la semejanza de la Gallina de Faraón , y hacen 47^ LIBRO VI. los mismos servicios á los habitantes de los llanos, que el Vultur Perenopterus á los de Egipto. Los habitantes de aquellos paises , durante las grandes crecidas, no remontan con sus ca- noas por la madre de los rios, sino que para evitar la violencia de las corrientes y el peligro de los troncos de árboles que estas arrastran , navegan por medio de las sábanas. Para ir de San Fernando á los lugares de San Juan de Payara, San Rafael de Atamaica ó San Francisco de Ca- panaparo, se toma la dirección hacia el sur, como si se atravesase un solo rio de ao leguas de ancho. Los confluentes del Guarico , del Apure, del Cabullare y del Arauca con el Ori- noco, forman, á i6o leguas de las costas de la Guayana,una especie de Delta interior, cuya hi- drografía ofrece pocos ejemplos en el mundo antiguo. Según la altura del mercurio en el ba- rómetro, las aguas del Apure no tienen en San Fernando mas de 34 toesas de caida hasta el mar; igualmente débil es la que se observa desde las bocas del Ossage y del Misury hasta la barra del Misisipi. Las sábanas de la baja Luisiana re- presentan las del bajo Orinoco. CAPITULO XVIH. 47* Tres dias permanecimos en la pequeña ciudad de San Fernando. Hospédamenos en casa del misionero capuchino que gozaba de muchas conveniencias , á quien habiamos sido recomen- dados por el obispo de Caracas, y tuvo con no- sotros las mas grandes atenciones. Es célebre esta ciudad por el calor que reina en ella la mayor parte del año : voy á traer aquí algunos hechos que podran ilustrar la meteorologia de los trópicos. Transportémonos con nuestros ter- mómetros, a las dos de la tarde, á la playa que avecina al rio Apure, y que está cubierta de arena blanca ; y hallé esta arena á 52°, 5 ^ en todos los parages donde la bañaba el sol. Elevado el instrumento á 18 pulgadas de la arena, mar- caba 42*, 8 ; y á seis pies de altura , 38°, 7. La temperatura del aire á la sombra de un Ceiba, era de 56°, 2. Hicimos estas observaciones du- rante una calma apacible ; mas cuando el viento comenzaba á soplar, se elevaba de 3° la tempe- ratura^ aunque no estábamos rodeados por un aire arenoso» y no era sino la parte del aire que habla estado en contacto inmediato con un suelo I A /|2" K. 4;2 tiBílO VI. mucho mas caliente, y por la cual habían pa- sado las trombas de arena. Esta parte de los llanos es la mas cálida , por- que recibe el aire que ha pasado ya por toda la llanura ; y se ha observado la misma diferiencia entre la parte oriental y la occidental de los de- siertos de África, donde vienen los vientos alisios. El calor aumenta considerablemente en los lla- nos , cuando en el tiempo de las lluvias , y en especial en el mes de julio, está el cielo nublado y refleja el calor hacia la tierra. Entonces cesa enteramente la brisa , y según buenas observa- ciones hechas por el señor Pozo , sube el termó- metro á la sombra I á 09° y 09% 5, aunque se ponga á i5 pies de distancia del suelo. A medida que nos acercábamos á la Portuguesa, al Apure y ai Apurito , aumentaba la frescura del aire á causa de la evaporación de una masa de agua tan considerable ; cuyo efecto se advierte prin- cipalmente desde que se pone el sol. Durante el dia , las playas de los rios cubiertas de arenas blancas, reflectan el calor de un modo mas in- soportable que los terrenos arcillosos y pardo^ oscuros de Calabozo y Tisnao. CAPÍTULO XVIÍI. 4?^ El 28 de marzo al salir el sol me transporté á la playa para medir la anchura del Apure que es de 206 toesas. Resorraban truenos por todos lados, y era la primera tempestad y la primera lluvia de la estación. El rio estaba agitado por el viento del este; pero luego se restableció la caima , y entonces comenzaron ú jugar por la su- perficie de las aguas, una multitud de cetáceos de la familia de los Sopladores^ muy semejantes á las marsopas ^ de nuestros mares. Los lentos y perezosos cocodrilos parecen temer el arrimo de estos animales ágiles é impetuosos en sus evoluciones, pues los velamos sumergirse cuando los Sopladores se les acercaban. Es un fenómeno extraordinario el de hallar cetáceos á tanta dis- tancia de las costas : los españoles de las misiones los distinguen con el nombre de Toninas^, pero su nombre indio en idioma tamanaque es Ori~ nucna. Tienen 3 y 4 pies de largo y dejan ver una parte del lomo encorvándose el cuerpo y apoyando la cola debajo del agua. INo pude con- seguir uno de ellos á pesar de que excité varias veces á los indios á que les tirasen con sus fle- ' Del pinnas phocccna. /|74 LIBRO VI. chas : el Padre Gilí asegura que los Guamos comen la carne de estas Toninas. ¿ Serán acaso dichos cetáceos , propios de los rios caudalosos de la América meridional , asi como los manatos, que según M. Cuvier son unos cetáceos de agua dulce, ó bien admiti- remos que han remontado contra la corriente desde el mar, como lo hace en los rios del Asia, el Delfindptero Beluga ? Lo que me hacia dudar de esta última suposición es, que hemos visto Toninas mas arriba de las cataratas del Orinoco en el rio Atabapo. ¿Habrían penetrado hasta el centro de la América equinoccial desde las bocas del Amazona, por las comunicaciones de este rio con el Rio Negro , el Casiquiare y el Orinoco? Mas alli se encuentran en todas estaciones y no hay nada que anuncie que hacen viages perió- dicos como los salmones. Desde el mes de diciembre hasta el de febrero esta el cielo constantemente sin nubes, y si apa- rece alguna, es un fenómeno que llama la aten- ción de los habitantes. La brisa del este y del está nordeste sopla con violencia , y como trae siempre un aire de igual temperatura , no pueden CAPÍTULO XVIII. 47^ los vapores hacerse visibles por la congelación. Hacia fines de febrero y principios de marzo , es menos intenso el azul del cielo, el higrúmetro indica poco á poco mayor humedad , las estrellas suelen estar empañadas con un ligero velo de vapores, su resplandor es menos tranquilo y planetario, y se ven centellear de cuando en cuando á 20° de altura sobre el horizonte : la brisa se va haciendo menos violenta é interrum- pida por calmas. Luego , se acumulan nublados hacia el sud sudeste, que parecen como mon- tañas lejanas de perfiles muy fuertemente seña- lados; de cuando en cuando se desprenden del horizonte y atraviesan la bóveda celeste con una rapidez que no corresponde con la debilidad del viento que reina en las capas inferiores del aire. A fines de marzo se observa la región austral iluminada por algunas explosioncillas eléctricas , que son como unos resplandores fosforescentes circunscritos en un solo grupo de vapores. Desde entonces la brisa pasa frecuentemente y por mu- chas horas , al oeste y al sudoeste , y este ya es un signo seguro de la proximidad de las lluvias, que empiezan en el Orinoco á fines de abril. El fi'jG LIBRO VI. cielo comienza á empañarse, desaparece el color azul y se extiende un velo pardo en todo él : al mismo tiempo se acrecienta el calor de la ad- mósfera ; bien pronto no hay ya nubes sino densos vapores que cubren la bóveda celeste. Los monos ahulladores comienzan á hacer resonar sus ecos lamentosos , mucho antes del amanecer. En fin el aspecto del cielo, la marcha de la electricidad y el chubasco del 28 de marzo , anunciaban la entrada de la estación de las lluvias. Sin embargo, nos aconsejaban todavía que nos trasladásemos de San Fernando por San Francisco de Capanaparo , el rio Sinaruco y el hato de San Antonio , al lugar de los Otomaques fundado recientemente cerca de las orillas del Meta, y que nos embarcásemos en el Orinoco un poco encima de Garichana. Ofrecióse á acompa- ñarnos un anciano propietario, cuyas costumbras manifiestaban la simplicidad que reina todavía en aquellos paises : este buen hombre habia ad- quirido una fortuna de mas de 100,000 pesos, y sin embargo montaba á caballo á pies descalzos aunque armados con sus grandes espuelas de plata. CAPÍTULO XVÍII. 477 Como conocíamos por muchas semanas de experiencia la triste uniformidad de los llanos, preferimos el camino que , aunque mas largo , conduce por el rio Apure al Orinoco. Tomamos una de aquellas piraguas grandes llamadas lan- chas, un piloto ó patrón y cuatro Indios para gobernarla. En pocas horas construyeron en la popa una cabana cubierta con hojas de Corifa, tan espaciosa , que podia contener una mesa y varios bancos , que consistian en unos cueros de buey estendidos y clavados fuertemente en unos como bastidores de madera de brasilete. Cito estas circunstancias minuciosas para hacer ver que nuestra existencia en el rio Apure era muy diferente de la que soportamos en las estrechas canoas del Orinoco. Cargamos en la lancha ví- veres para un mes : en San Fernando ^ se hallan en abundancia gallinas, huevos, bananos, ca- zabe y cacao ; el buen padre capuchino 2 nos dio í Por conducirnos desde San Fernando áCaríchana sobre el Orinoco, distante ocho jornadas, pagamos 10 pesos por la lancha, medio peso ó cuatro reales por dia al patrón y dos reales á cada remero. ? Fray José Maria de Málaga. 47^ LIBRO VI. vino de Xerez. naranjas y frutas de tamarindos para hacer refrescos. Los Indios contaban menos con los víveres que habíamos comprado, que en sus redes y anzuelos : nosotros llevamos también algunas armas de fuego , cuyo uso nos fué útil hasta las cataratas ; pero mas al sud , la enorme hu- medad del aire impide á los misioneros ser- virse de escopetas. El rio Apure abunda en peces, manatos y tortugas, cuyos huevos ofre- cen un alimento mas sano que agradable ; sus riberas están pobladas de infínitas aves, entre las cuales el Pauxi y la Guacharaca, que se podrían llamar los pavos y los faisanes de aque- llas comarcas, nos han sido de mucha utilidad; aunque su carne me ha parecido mas dura y menos blanca que la de nuestros gallináceas de Europa, en razón de que se dan mayor ejercicio muscular. Tampoco se olvidó añadir á nuestras provisiones, armas é instrumentos, algunos bar- rilitos de aguardiente que nos sirviesen para tra- tar y cambiar con los Indios del Orinoco. Partimos de San Fernando el 3o de marzo á las cuatro de la tarde, con un tiempo caluro- CAPÍTULO XYIII. 479 sísimo; el termómetro se elevaba á 34* á la som- bra á pesar de que soplaba fuertemente la brisa del sudeste : este viento contrario nos impidió desplegar las velas. Acompañónos en todo esle viage por el Apure, el Orinoco y el Rio Negro, un cuñado del gobernador de la provincia de Varinas , don INicolas Soto , que acababa de llegar de Cádiz y habia hecho una excursión á San Fer- nando. Queriendo visitar unos países tan dignos do la curiosidad de un europeo, no vaciló en encerrarse con nosotros, durante 74 días, en una canoa estrecha y llena de mosquitos : su talento, su amabilidad y su humor jovial, contribuyeron á hacernos olvidar las incomodidades de una na- vegación que no dejó de ser peligrosa. Pasamos la embocadura del Apurito , y cos- teamos la isla de este nombre formada por el Apure y el Guarico ; la cual no es en realidad sino un terreno muy bajo, cercado por dos gran- des rios que desaguan ambos en el Orinoco , á poca distancia uno de otro , después de haberse reunido debajo de San Fernando, por medio de un primer brazo del Apure. La orilla derecha de este rio mas abajo del Apurito, est¿í un poco 48o LIBRO VI. mejor cultivada que la izquierda, donde los ín* dios Jaruros han construido algunas cabanas de cañas y hojas de palmera : viven de la caza y de la pesca , y como son diestrísimos en matar los jaguares, son también los que principalmente llevan á los lugares españoles las pieles conocidas en Europa con el nombre de pieles de tigre. Una parte de dichos Indios han recibido el bautismo, pero no visitan jamas las iglesias de los cristianos, y se les considera como salvajes porque quieren ser independientes. Otras tribus de Jaruros viven bajo el régimen de los misioneros en la aldea de Achaguas, si- tuada al sur del rio Payara. Los individuos de esta nación que yo he tenido ocasión de ver en el Orinoco, tienen algunos rasgos de la fisonomía llamada tártara, aunque indebidamente, pues pertenece» á las ramas de la raza mongola. Tienen el mirar severo, los ojos estirados, los huesos de los carrillos muy salientes y la nariz proemi- nente en toda su extensión : son mas altos, mas cetrinos y menos rechonchos que los chaimas. Los misioneros elogian mucho las disposiciones intelectuales de los Jaruros . que en otro tiempo CAPÍTULO XVIII. 48» íbriiiaban una nación fuerte y numerosa en las riberas del Orinoco, especialmente en las cerca- nías de Caycara , mas abajo de la embocadura del Guarico. Pasamos la noche en el Diamante i pequeña plantación de caña dulce, colocada en- frente la isla del mismo nombre. El 3i de marzo estuvimos en la orilla hasta medio dia obligados por un viento contrario. Vimos una porción de piezas de caña de azúcar devastadas por el efecto de un incendio que se había propagado de la selva inmediata : los In- dios errantes ponen fuego al bosque en el parage donde han se acampado por la noche, y durante el tiempo de las sequías serian devoradas las provin- cias enteras , si la extrema dureza de los árboles no impudiese que se consuman enteramente : hallamos troncos de Desmantlius y de caoba, que apenas estaban carbonizados, ádos pulgadas de profundidad. Desde el Diamante se entra en un territorio únicamente habitado por tigres , cocodrilos y chiguires , especie grande del género Cavia de Linné. Vimos bandas de aves que agrupadas unas i\ otras, parecían unas nubes oscuras cuya .II. 3i 482 LIBRO VI. forma varia á cada momento. Una délas riberas es árida y arenosa á causa de las inundaciones; la otra está mas elevada y poblada de árboles copudos : otras veces por ambos lados esta el rio bordado de bosques , y forma un canal de i5o toesas de ancho. La disposición de los ár- boles es muy particular : hállanse primeramente zarzas de sauso ^ que forman como un seto de cuatro pies de alto, que se diría estar cortado por la mano del hombre. Detras de este seto se eleva un soto de Cedrelas , Brasiletes y Gaya- eos : hay pocas palmeras , y solo se ven algunos troncos esparcidos de Corozos y Piritus espino- sos. Los grandes cuadrúpedos de aquellas re- giones , los tigres , los tapires y jos javalíes Pe- cari, han hecho aberturas en el seto de sauso, por las cuales salen los animales salvajes cuando van á beber al rio. Como estos temen poco al arrimo de una ca- noa, temamos el gusto de verlos pasearse lenta- mente por la orilla, hasta que desaparecian en la selva, entrándose por una de aquellas calles ^ Hermesia castanei folia. CAl'ITULO XVIII. 4'8-^ que dejan las zarzas de trecho en trecho. Estas escenas, que se repiten con frecuencia, han con- servado siempre para mi el mayor atractivo; el placer que se experimenta se debe, no soíament» al interés que toma un naturalista en los objetos de su estudio, sino á un sentimiento comiiii á todos los hombres educados en la civilización. Se vé uno en contacto con un mundo nuevo, y con una naturaleza salvaje y feroz : ya se descubre el jaguar, la hermosa pantera de América, ó ya ei hocco, de plumage negro y cabeza crestada, que se pasea lentamente á lo largo de los sausos ; los animales de clases mas diferentes se suceden ios unos á los otros. Decíanos nuestro anciano pa- trón, indio de las misiones, que aquello es como el Paraíso; y con efecto, todo representa aquel estado del mundo primitivo, cuya inocencia y felicidad han descrito á todos los pueblos las antiguas y venerables tradicciones ; pero obser- vando detenidamente las relaciones de los ani- males entre sí , se advierte que se temen y se evitan mutuamente. La edad dorada ha pasado ya, y tanto en el paraíso de las selvas america- nas, como en cualquiera otra parte, una triste 4S4 LIBRO VI. y prolongada experiencia ha hecho conocer k todos los seres animados , que rara vez se en- cuentran hermanadas la fuerza y la dulzura. Cuando las playas son muy anchas, queda dis- tante del rio la linea de sausos : en este terrena intermedio se ven los cocodrilos á veces en nú- mero de ocho á diez, echados en la arena, in-* móbiles con las mandíbulas en ángulo recto; descansan unos á lado de otros sin darse ninguna de aquellas demostraciones de cariño que se ob- servan entre los demás animales que viven en sociedad. La tropa se dispersa así que salen de la playa ; sin embargo es de creer que se com- pone de un solo macho y muchas hembras , pues según ha observado antes que yo M. Descourtils, que ha estudiado los cocodrilos de Santo Domin- go, los machos son muy raros á causa de que se matan combatiéndose entre ellos en la época de sus amores. Estos monstruosos reptiles se han multiplicado de tal modo, que durante todo el curso por el rio hemos tenido siempre cinco ó seis á la vista; sin embargo, apenas en esta época se comenzaba á sentir la creciente del rio Apure, y por consiguiente se hallaban todavía centena-^ GArÍTi í.o XVI u. 48f^ res dti crocodilos envueltos eu el fango de las sábanas. A cosa de las cuatro de la tarde nos para- mos para medir un cocodrilo muerto que ha- bia en la playa; tenia 16 pies 8 pulgadas de largo ; mas M. Bonpland halló otro , unos dias después (era un macho) que alcanzaba hasta 22 pies y 3 pulgadas. Bajo todas las zonas, tanto en América como en Egipto, alcanzan la misma ta- lla; ademas, la especie tan abundante en el Apure, el Orinoco y el rio de la Magdalena lla- mada Jrué por los Indios tamanaques, y Amana por los Maypures, no es un caimán ú un aligá- tor, sino un verdadero cocodrilo análogo al del INilo, y con pies picoteados por la extremidad exterior. Contando con que hasta los diez años no entra el crocodilo en la edad de pubertad , y que entonces es de 8 pies de largo , se puede admitir que el que midió M. Bonpland tenia á lo menos 28 años. Nos decian los Indios en San Fernando que ningún año se pasaba sin que dos ó tres per- sonas , sobre todo mugeres de las que van á tomar agua al rio, fuesen devoradas por aqúe- 48'6 LIBRO VI. lios lagartos carniceros. Contáronnos la historia de una muchacha de Uritucu que se habia sal- vado de los dientes de un cocrodilo , por una extraordinaria intrepidez y presencia de espíritu. Así que se sintió mordida, buscó los ojos del fiero animal y metióle los dedos con tal violen- cia , que el dolor obligó al cocodrilo á soltarla', llevándosele desde el codo todo el brazo iz- quierdo y á pesar de la mucha sangre que perdía la desventurada india, pudo llegar á la orilla na- dando con el brazo que la quedaba. En aquellos países desiertos donde el hombre está en con- linua lucha con la naturaleza , se hace un estu- dio particular de los medios que pueden em- plearse para escapar de un tigre, una boa ó Traga- Yenado, y de un cocodrilo : cada cual se prepara, por decirlo así, al daño que le aguarda; y la jo- ven de Uritucu decía fríamente , « yo sabia que el calman suelta , metiéndole los dedos por los ojos. » Mucho tiempo después de mi regreso á Europa he sabido que los negros en el interior del África, conocen y emplean este mismo me- dio, ¿ Quien no se acuerda con el mayor interés, de^JsaacOj, aquel guia del infortunado Mungo- CAViXüLO XVIII. 4S7 Park, que escapó dos veces de los dientes de un cocodrilo, cerca de Boulin kombou , por ha- ber acertado debajo del agua á poner los dedos en los ojos del monstruo? ^ El africano Isaaco y la joven americana debieron su salvación á una misma presencia de ánimo y á una misma com- vinacion de ideas. El crocodilo del Apure ataca con movimientos rápidos y violentos, sin embargo de que se ar- rastra con la lentitud de una salamandra cuando no está excitado por la cólera ó el hambre; cuando corre hace un ruido seco que parece provenir de la frotación que ejercen las placas de su piel las unas contra las otras , y en este movimiento encorba el lomo y parece mas alto que cuando está en reposo. Hemos oido muy de cerca en las playas este ruido de las placas , pero no es cierto, como dicen los indios, que los cocodrilos viejos pueden, al modo que los Pangolinos, enderezar sus escamas y todas las demás partes de su ar- madura. El movimiento de este animal es gene- ralmente en linea recta , ó como una flecha que I Mungo-Park' s last Mission to África, i8i5, p. 8g« 488 LIBRO VI. de distancia en distancia cambia su dirección; á pesar délas cotas que ic ligan las vértebras del cuello , y que parecen impedirle el movimiento lateral , se vuelve muy fácilmente cuando quiere : yo he hallado algunos chiquitos que se mordían la cola , y otros observadores han visto hacer el mismo movimiento á los cocodrilos adultos ; si sus movimientos son siempre rectilíneos es por- que, semejantes á nuestros pequeños lagartos, los ejecutan á empujones. Los cocodrilos nadan y remontan fácilmente contra las corrientes mas rápidas; sin embargo me ha parecido que cuando bajan el rio tienen dificultad en volverse sobre sí mismos. Un dia que fué perseguido un gran perro que nos acom- pañaba en el viage de Caracas al Rio Negro, el perro escapó á su enemigo virando de bordo y dirijiéndose repentinamente contra la corriente. El cocodrilo ejecutó el mismo movimiento , pero con muchas mas lentitud que el perro que salió salvo á la orilla. Los cocodrilos del Apure, hallan un alimento abundante en los Cliigaires ( los Cabíais de los naturalistas) , que viven en re- baños de 5o á 6o individuos en las orillas del CAl»ÍTULO XVIII. 4^9 íio : estos animales , grandes como puercos, no tienen arma alguna con que defenderse; y aun- que nadan algo mejor que corren , son sin em- bargo en el agua la presa de los cocodrilos , y pinera la de los tigres. Parece increíble que es- tando perseguidos por dos enemigos tan terribles, sean tan numerosos los Chiguires ; pero se pro- pagan con la misma prontitud que los cobayes ó pequeños puercos de la India , que nos han venido del Brasil. Debajo de la boca del Caño de la Tigrera, en una sinuosidad, llamada la Vuelta del Jovalj, nos detuvimos para medir la velocidad del agua en su superficie; no era mas de r),2 pies por se- gundo, es decir 2,56 pies de velocidad media. Estábamos de nuevo rodeados de Ckiguires, que nadan como los perros levantando la cabeza y el cuello fuera del agua. En la playa opuesta vimos un gran cocodrilo inmóvil y durmiendo en medio de estos animales Roedores; cuando arrimamos nuestra piragua se dispertó y buscó lentamente el agua sin que los Chiguires se ahuyentasen : atri- buian los Indios esta indiferencia á la estupidez del animal ; pero es mas probable que los Chiguires 490 LIBRO VI. saben por una larga experiencia que el crocodilo del Apure y del Orinoco no ataca fuera del agua, á menos que lo que quiere agarrar no se halle in- mediatamente á su paso cuando se arroja al agua. Cerca del Joval , en un terreno imponente y salvaje, encontramos el mayor tigre de cuantos hemos visto jamas ; los indígenos mismos es- taban admirados de su prodigiosa longitud , que excedía á la de todos los tigres de la India que yo he visto en Europa. Estaba tendido á la sombra de un Zamang'. Acababa de matar unChiguire, pero no habia tocado todavía á su presa, sobre la cual tenia apoyada una pata. Los mazuros, es- pecie de buitres , se hablan reunido en bandas para devorar los restos del banquete del jaguar, y ofreqian el espectáculo mas curioso por una singular mezcla de audacia y de temor, avanzaban hasta la distancia de dos pies del tigre , mas al menor movimiento que este hacia se retiraban temerosos. Pusímonos en la canoa para observar mas de cerca las cualidades de aquellos animales , pues es muy raro que el tigre ataque las canoas * Especie (Je mimusa. CAriTULO XVHl. 49 • ni las alcance á nado , á no ser que este niuy hambriento. El ruido que hacian nuestros remos le hizo levantarse y dirijirse lentamente á ocul- tarse tras de los sausos : los buitres quisieron aprovechar aquel momento de ausencia para de- vorar el Chiguire ; pero el tigre á pesar de la pro- ximidad de nuestra canoa se arrojó en medio de ellos , y ftn un acceso de cólera que parecían ma- nifestar sus movimientos, llevó su presa á las selvas. Los Indios sentían no tener allí sus lanzas para echar pie á tierra y atacarle; están muy acostumbrados á esta arma, y tenian razón en no fiarse mucho en nuestras escopetas que en un aire tan húmedo se negaban muchas veces á dar fuego. Continuando rio abajo hallamos el gran rebaño de Chiguires que el tigre habia puesto en fuga y donde habia elejido su presa. Viéronnos desem- barcar tranquilamente; unos estaban sentados y parecían examinarnos , removiendo el labio su- perior al modo de los conejos : no indicaban tener miedo de los hombres, pero la vista de nuestro gran perro los puso en derrota. Como sus cuartos traseros son mal altos que los delan- 492 LIBRO VI. teros, corren á \in pequeño galope tan corlo que nos fué fácil cojer dos de ellos, y á pesar de que nadan con la mayor facilidad, despiden, cuando corren, un quejido, como si tuviesen embara- zada la respiración. Es el animal mas grande de la familia de los Roedores, y no se defiende sino á la última extremidad, cuando está herido ó apurado. Gomo sus colmillos posterioref son muy fuertes y largos, puede con su mordedura ma- gullar la pata de un tigre ó de un caballo. Su carne tiene un olor de musco algo desagradable ; sin embargo se hacen jamones de ella, con lo cual se justifica en parte el nombre de puercos de agua que han dado al Chiguire algunos antiguos na- turalistas. No hacen escrúpulo los padres misioneros en comer de estos jamones en la cuaresma , pues según su clasificación zoológica, colocan al Tatú, al Chiguire y al Lamantino, en la clase de las tor- tugas; el primero porque está cubierto con una especie de concha y los otros dos porque son anfibios. En las orillas de los rios Santo Do- mingo, Apure y Arauca en los pantanos y en las sábanas inundadas de los Manos, se hallan los CAPÍTULO xvn. 4g5 Chiguircs tan numerosos que asolan los pastos ^ : pacen la yerba llamada Chiguirero que es la que mas engorda á los caballos, y se alimentan tam- bién de pescado : hemos visto Chiguires que al arrimarnos con nuestras canoas se sumerjian y permanecían 8 y lo minutos debajo del agua. Pasamos la noche como á lo ordinario en campo raso, auiique en una plantación cuyo propie- tario se ocupaba en la caza de los tigres : estaba casi desnudo y era acetrinado como un Zambo, lo cual no le impedia creerse de la casta de los blancos : llamaba á su muger y á su hija que estaban tan desnudas como él , Doña Isabel y Doña Manuela , y sin haber salido en su vida de las orillas del Apure , tomaba un vivo interés en « las noticias de Madrid , en aquellas guerras continuas y en todas las cosas de por allá. » Sabia que el rey de España vendria muy pronto á visitar « las grandezas del pais de Caracas, » y anadia con mucha gravedad , « como las gentes de la corte no saben comer sino pan de trigo, sin ' Cerca deUritucu , en el Caño tlel llavana! hemos visto un rebaño de 8o á loo ¡¡ulividuos. 494 Linno VI. duda no querrán pasar de la ciudad de la Vic- toria y nosotros no los veremos aqui. » Yo lle- vaba un Chiguire que contaba hacer asar; pero nuestro huésped nos dijo , « que nosotros los caballeros blancos como él y yo , no eramos hechos para comer aquella caza india ^ » y nos ofreció carne de ciervo que habia cazado el dia anterior con una flecha, pues no tenia pólvora ni armas. Suponíamos que un pequeño bosque de ba- nanos nos ocultaba la cabana de la hacienda; pero aquel hombre tan engreido de su nobleza y del color de su piel, no se habia tomado la pena de construir una choza en hojas de palmera. Convidónos á extender nuestras hamacas cerca de las suyas entre dos árboles , y nos aseguraba con un aire de satisfacción , que si volvíamos á venir durante la estación de las lluvias, ya le halla- ríamos bajo techo. Bien pronto tuvimos ocasión de lamentarnos de una filosofía que favorece la pereza y hace al hombre indiferente á todas las comodidades de la vida. A cosa de media noche se levantó un viento furioso , seguido de relám- pagos, truenos y un terrible aguacero que nos CAPÍTULO XVIII. 49^ caló hasta los huesos. Durante la tronada nos divertió un rato , un accidente bastante singular. £1 gato de Doña Isabel se habia subido á un ta- marindo bajo el cual estábamos acostados ; el animal espantado al ruido de los truenos se dejó caer en la hamaca de uno de nuestros compa- ñeros, que despertándose con sobresalto y sin- tiéndose arañado , se creyó entre las uñas de alguna bestia salvaje de la selva : corrimos todos a sus gritos y nos costó mucho sacarle de su error. En tanto que llovia á cántaros sobre nuestras hamacas y sobre nuestros instrumentos que ha- bíamos desembarcado, don Ignacio nos felicitaba de nuestra buena suerte de no haber dormido en la playa, sino que hallábamos en sus dominios entre gente blanca y de trato. Como estábamos tan mojados , no podíamos persuadirnos de las grandes ventajas de nuestra situación y no sin impaciencia escuchamos la larga relación que nos hizo nuestro huésped de su pretendida ex- pedición al rio Meta, del valor que había mani- festado en un ataque contra los indios Guahi- bos, y de los servicios que habia hecho á Dios 49Í> LIBRO YI. y á su rey. arrebatando los iiidiecitos de podetf de sus })adres para repartirlos en las misiones. \ Espectáculo bien extraordinario , el de un hombre que se cree de raza Europea, que no tiene mas abrigo que un árbol , y que posee todas las pretensiones vanas , todas las preocu- paciones hereditarias y todos los errores de una larga civilización 1 El primero de abril al salir el sol nos despe- dimos del señor don Ignacio y de la señora doña Isabel su muger. Estaba el tiempo fresco , pues el termómetro que se sostenia generalmente en el dia á 3o° , bajaba á 24°. La temperatura del rio cambiaba muy poco y era constantemente de 26° á 27° : la corriente traia una infinidad de troncos de árboles. Era de suponer que en un terreno enteramente plano , donde la vista no percibe la menor colina , se hubiera abierto el rio por la fuerza de la corriente , un canal en línea recta ; mas una mirada sobre el mapa que yo he trazado sobre alzaduras de la brújula , prueba lo contrario. Las dos orillas escavadas por las aguas , no ofrecen una resistencia igual , Y algunas desigualdades do nivel casi insensibles capítli.o xviii. 497 bastan para producir grandes sinuosidades;. Sin embargo debajo del Jovai, donde el álveo del rio se extiende un poco , forma un canal que parece exactamente alineado y al cual dan som- bra por ambos lados , unas arboledas muy ele- vadas. Llámase esta parte del rio el Caño rico; y le hallé de 1 36 toesas de anchura. Pasamos una isla baja, habitada por una infi- nidad de flamencos , esparavanes , garzas reales y gallinas de agua , que presentaban una mezcla de mil colores : estaban tan apiñadas estas aves á otras que parecían no poder moverse; la isla en que habitan es llamada isla de las Aves. Mas abajo pasamos el punto donde el rio Apure en- vía un brazo (el rio Arichuna) al Cabullare, per- diendo aquel un volumen de agua muy consi- derable. Hicimos alto sobre la orilla derecha en una misión poco considerable habitada por la población de los Guamos : todavía no habia sino i€ á 1 8 cabanas construidas de hojas de palmera, sin embargo los estados estadísticos que los mi- sioneros presentan anualmente á la corte desi- gnan esta reunión de cabanas bajo el nombre de lugar de Santa Bárbara de Arichuna. II. 32 49S LIBRO VI. Son los Guamos una raza de indios que tienen mucha dificultad en fijarse en ningún país; tie- nen mucha analogía en sus costumbres con los Achaguas, los Guajibos y los Otomacos, á los cuales se asemejan en su poca limpieza , su espí- ritu de venganza y su gusto por la vida errante; pero su lenguage es muy distinto. La mayor parte de estas cuatro tribus se alimenta de la pesca y de la caza en las llanuras , por lo mas inunda- das, situadas entre el Apure, el Meta y el Gua- viare. La misma naturaleza de aquellos parages parece convidar á los pueblos á una vida errante. Bien pronto veremos que en las montañas de las Cataratas del Orinoco, entre los Piroas, los Macos, y los Mariquitares, se hallan las costumbres mas suaves, el amor á la agricultura y una admirable curiosidad en lo interior de las cabanas. En los cerros y en medio de los bosques impenetrables se ve el hombre obligado á fijarse y á cultivar un pequeño rincón de tierra : este cultivo exije poco trabajo, mientras que la vida del cazador es penosísima en un país donde no hay otros ca- minos que los rios. Los Guamos de la misión de Santa Bárbara no pudieron darnos las provisio- cAPiTuxo xvin. 499 nes que necesitábamos, pues no cultivaban sino un poco de yuca. Parecían muy afables, if cuando entrábamos en sus cabanas nos ofrecían pescado seco y agua refrescada en unos jarros porosos. Mas allá de la V^uelta del cochino rotOj en un parage donde el rio se ha socavado un nuevo cauce, pasamos la noche en una playa árida y muy dilatada. Como la selva era impenetrable, tuvimos mucha dificultad en encontrar leña seca para encender nuestras hogueras a. lado de l^s cuales se creen los Indios en seguridad contra los ataques nocturnos del tigre. Nuestra propia experiencia parece apoyar esta opinión ; pero el señor de Azara asegura que en su tiempo, en el Paraguay, virio: un tigre á llevarse un hombre que estabo sentado junto á lina hoguera. Estaba la hóché serena , pacífica y clara por el resplandor de la luna : los cocodrilos tendidos en la playa se colocaban de manera que pudiesen tnirar al fuego, y hemos creído observar que su resplandor los atrae asi, como á los peces, los can- grejos y demás habitantes de las aguas. Los Indios nos indicaron en la arena las huellas de tres ti- gres de los cuales dos pequeños ; sin duda alguna 500 LIBRO Vi. hembra qiíé.habia conducklo sus crias al rio á beber. No hallando ningún árbol en la playa, plantamos nuestros remos en tierrra para colgar las hamacas, y descansamos tranquilamente hasta Iqis once de la noche. Entonces se levantó en el bosque inmediato un bullicio tan espantoso que erai imposible pegar los ojos. Entre tantas voces dtí animales salvajes que gritaban á un mismo tiempo, no distinguían nuestros Indios sino las que se oían con separación. Oian se los silbidos flautados del mono sapajú, los gemilos de los aluates, los bramidos del tigre del Cuguar ó león americano sin crin, y los gritos del Pécari, del Hocco , del Parragua y de otras aves gallináceas. Cuando los Jaguares venían al borde deda selva, nuestro perro que hasta entonces no había ce- sado de ladrar, comenzaba á ahuUar y á buscar un asilo debajo de nuestras hamacas^ A veces, después de un largo silencio, se oía el grito de los tigres que venia de lo alto de los árboles, enton- ces seguía un silbido agudo y prolongado de los monos que parecían huir el peligro qu$ les aiue- nazaba. . ,, :f . : Deténgome en detallar estas escenas nocturnas CAPÍTULO XMll. 5oi porque, estando recientemente embarcados en el Apure , no estábamos todavía acostumbrados á ellas; mas después se nos han repetido du^ rante meses enteros, en todos los parages en que la selva estaba cerca de las orillas del rio. La se- guridad que manifiestan los Indios inspira con- fianza á los viageros , que llegan á persuadirse como ellos , de que los tigres temen al fuego y que no atacan á un hombre acostado en su ha- maca. En efecto son muy raros estos ataques y durante mi larga morada en la América meri- dional , no ha llegado á mi noticia otro ejemplar que el de un llanero que fué hallado despedazado en su hamaca enfrente de la isla de los Acha- guas. El dos de abril antes de amanecer nos hicimos á la vela ; estaba la mañana hermosa y fresca, según decían los que estaban acostumbrados á los calores de aquel país. El termómetro al aire no subía mas de 28° , pero la arena blanca y seca de la playa había conservado una temperatura de 36° , á pesar de la reílectacion hacia un cielo depejado. Las Toninas surcaban el rio en largas filas : las orillas estaban cubiertas de aves pesca- 5oi2 . LlBRO.iyi. doras,' y algunas aprovechándose de los leños flotantes que descienden con la corriente, sor- prenden á los peces que circulan en ella. Nuestra canoa dio varias veces contra estos maderos , cuyo choque cuando es muy violento puede causar la destrucción de un barco frágil. Trope- zamos varias veces con la punta de algunos ma- deros que están durante años enteros enclavados en el limo en una posición oblicua. Bajan estos troncos del Sarare , en la época de las grandes inundaciones, y llenan el rio de tal modo que las piraguas que remontan apenas pueden abrirse paso por los parages donde hay altos fondos y si- nuosidades. Cerca de la isla de los Garizales vi- mos fuera del agua troncos de Curbaril de una grosor extraordinaria, cubiertos de unas ave- cillas , especie de Plotiis , encaramadas en filas como los faisanes y los parraquas : mantiénense horas enteras inmóbiles , con el pico elevado hacia el cielo , con un aire de estupidez muy particular. Desde dicha isla de los Garizales advertimos una considerable disminución de agua en el rio, cuya novedad nos extrañó mucho por no haber CAPÍTULO XVIII. OOÓ ningún brazo , después de la bifurcación (iel Arichuna, que extrajese las aguas del Apur^. Estas pérdidas son únicamente ocasionadas por la evaporación y la filtración de las playas are- nosas y húmedas. Cerca de la Vuelta de Basilio , habiendo sal- tado en tierra á cojer plantas, vimos en la co{)a d€ un árbol dos monitos muy lindos, negros de la talla del Sai , y con colas agarrantes : su fiso- nomía y movimientos indicaban no ser ni el coaita ni el c líame k j, ni en general un átele, y aun los Indios que nos acompañaban no hablan visto semejante especie. Aquellos bosques abun- dan en sapajús desconocidos á los naturalistas de Europa; y como los monos, especialmente los que viven por bandas , y que por esta razón son mas atrevidos , hacen largas emigraciones en ciertas épocas, sucede, que á la entrada de la estación lluviosa , encuentran los Indios al re- dedor de sus cabanas , algunos individuos cuyas razas les son desconocidas. Nuestros guias des- cubrieron en la misma ribera un nido de iguanas que no eran mas de cuatro pulgadas de largo , y que apenas se distinguían de un lagarto ordinario. 5o4 LIBRO VI. Tenían ya formada la marmella ó papo debajo del cuello, mas la espina dorsal, las escamas hei izadas y demás apéndices que dan á la Iguana aquella figura tan monstruosa cuando llega á tres ó cuatro pies de largo, no estaban apenas indicadas. Pareciónos muy sabrosa la carne de este reptil , en todos los paises de un clima cá- lido y seco; y la hemos comido aun en épocas en que no carecíamos de otros manjares : es muy blanca, y acaso la mejor que se encuentra en las cabanas de los Indios, después de la del tatú ó armadillo, que alli llaman Cachicamo. Por la tarde tuvimos una lluvia antes de la cual vimos golondrinas semejantes á las nuestras que volaban enrasando la superficie del agua : vimos también una banda de papagayas perse- guidas por otra de azores pequeños y sin cresta : los agudos gritos de las papagayas contrastaban singularmente con los silbidos de las aves de ra- |yiña. A la noche acampamos en la playa , cerca de la isla de los Carizales ; habia en los contorilóá vtttpas cabanas de Indios rodeadas de plantaciones. ^Nuestro piloto tíos advirtió que ho oiríamos los gfítoá del jaguar, el cual no estando muy mor- CAPÍTULO XVIII, 5o5 tincado por el hambre se aleja de los parages donde no es él solo quien que domina. « Los hombres le enfadan » dice el pueblo en las mi- siones; y esta expresión aunque inocente y chis- tosa, anuncia un hecho bien observado. Desde nuestra partida de San Fernando no habiamos hallado todavía ninguna canoa en aquel majestuoso rio; todo anunciaba la soledad mas profunda. El dia 3 de abril á la madru- gada, habian cojido nuestros Indios el pescado conocido en el pais con el nombre de Caribe ó Caribito^ porque es el pez mas sanguinario que se conoce. Muerde á los que nadan ó se bañan , les lleva pedazos de carne considerables, y sobre todo, una vez heridos es como imposible salir del agua sin recibir otras muchas mordeduras. Los Indios temen mucho al pescado caribe, y al- gunos nos mostraron heridas en la pantorrilla y en el muslo, que aunque ya cicatrizadas, habian sido muy profundas. Los Maypures llaman Umati á este pequeño animal , que vive en el fondo de los rios ; pero así que se derraman algunas gotas de sangre en la superficie del agua , aparecen á millares. Examinando el número de estos peces, 5o6 LíBliO VI. que aun los mas crueles y voraces no tienen mas de cuatro ó cinco pulgadas de largo, la forma triangular de sus dientes agudos y afilados, y la anchura de su boca, no parece infundado el te- mor que inspira el caribe á los habitantes de las riberas del Apure y del Orinoco. En parages donde el rio estaba limpio y que no se anun- ciaba ningún otro pescado , hemos echado al agua bocaditos de carne ensangrentada : al mo- mento venia una nube de caribes disputándose la presa. Este pescado tiene el vientre cortante y denteado en sierra , circunstancia que se observa en otros varios géneros , como son los Serra- Salmes, los Mileíes , y los Pristigastres. Aunque son de un gusto muy agradable , se les puede considerar como la plaga mas perjudicial, pues impiden el uso de los baños en un pais en que las picadas de los mosquitos y la irritación del cutis los hacen indispensables. Paramónos al medio dia en un sitio desierto llamado el Algodonal : yo me separé de mis compañeros, mientras que sacaban el barco á tierra y preparaban la comida. Dirijíme á lo largo de la playa para observar de cerca un CAPÍTULO XVlll. 507 grupo de cocodrilos que dormían al sol colo- cados de modo que los unos se apoyaban sobre los otros. Los garzones chicos^ blancos como la nieve se paseaban sobre ellos como si fuesen troncos de árboles. Estaban los cocodrilos me- dio cubiertos de limo desecado , y en su color gris verdoso y en su inmobilidad , parecian es- tatuas de bronce. Poco faltó para que esta ex- cursión me fuese funesta : había tenido constan- temente la vista dirijida, hacia el rio, pero reco- giendo pajitas de mica aglomeradas en la arena, descubrílas huellas recientes de un tigre , cuyas pisadas son muy conocidas por su anchura y su forma. El animal había ido, hacia la selva, y volviendo la vista á esta parte, me hallé á 80 pasos de distancia de un jaguar que estaba echado bajo un gran ceiba. Hay accidentes en la vida contra los cuales se intenta vanamente dominar la razón. Jamas un tigre me había parecido tan grande ; sobresál- teme y aunque muy despavorido tuve sin em- bargo bastante poder sobre mí mismo y sobre los movimientos de mi cuerpo para observar los consejos que nos habían dado los indígenos 5o8 LIBRO VI. para casos semejantes. Continué andando sin correr, ni mover los brazos , y creí advertir quo el jaguar fijaba su atención en un rebaño de ca- pibaras que atravesaba el rio. Entonces retro- cedí , describiendo un arco bastante ancho ha- cia la orilla del agua y acelerando el paso a me- dida que mé alejaba. ¡Cuantas veces quise mirar atrás para cerciorarme de que no me perseguía ! Por fortuna tardé en ceder á este deseo, y cuan- do lo hice, todavía el jf^guar se mantenía inmó- bil. Estos enormes gatos con mantos moteados, están tan bien alimentados en los países abun- dantes de capibaras, pécaris y venados, que rara vez acometen á los hombres. Llegué sin aliento al barco, y conté mi aventura á los Indios la cual no les pareció extraordinaria ; sin em- bargo, habiendo cargado nuestras escopetas, nos acompañaron al ceiba donde el tigre había es- tado; había ya desaparecido, y hubiera sido im- prudente perseguirle en la selva donde se nece- sita dispersarse ó ir en fila por medio de las lianas enredadas A la noche pasamos la boca del caño del Ma- nuíi, llamado así por la prodigiosa abundancia capítulo xviir. 509 de Manatis ó Lamantinos que se pescan todos los años. Este cetáceo herbívoro que los indios llaman Apcia y Avia.:, suele tener en este punto hasta 10 y 12 pies de largo, y un peso de 5oo hasta 800 libras. Habiendo disecado en Cari- chana , misión del Orinoco , un individuo de nueve pies de largo, observamos que su labio superior era cuatro pulgadas mas saliente que el inferior : estaba cubierto de una piel muy firia y le sirve de trompa ó sonda para reconocer los cuerpos que le rodean. El interior de la boca, qué tiene un calor sensible en el animal recien muerto, ofrece una conformación muy particu- lar : su lengua es casi inmóbil, pero delante de ella tiene en cada mandíbula un bulto carnoso y una concavidad tapizada con una piel muy dura , encajándose el uno en la otra. El laman- tino arranca tal cantidad de gramíneas, que le hemos hallado lleno de ellas el estómago, divi- dido en varios receptáculos , y los intestinos de 108 pies de largura. Abriendo el animal por la espalda, se ad- vierte la extensión , la forma y la posición de sus pulmones : tienen celdillas muy anchas 5io rjBi'.o Vi. y se parecen á unas grandes vejigas natatorias. Su largura es do tres pies , y lleaos de aire tienen un volumen de mas de mil pulgadas cúr bicaSi lo he extrañado mucholel-vier que con unos depósitos de aire tan considerables, venga el Manatí tan á menudo á la superficie del agua para respirar. Su carne es muy sabrosa j y no sé porque motivo la llaman mal sana ó calenturiosa ; me ha parecido asemejarse mas á la de puei^co que á la deivaca, y gustan mucho dé ella los Guamos y los Otomacos que son también las dos naciones que mas particularmente se dedicaoip la pesca del lamantino. La carne salada ydese- cada al sol, se conserva todo el año, y es muy estimada en la cuaresma en razón de que el clero considera como pescado á este mamífero. Es el lamantino muy duro de morir; después de ha- berle arponeado se le ata, pero no muere hasta que se le trasporta á una piragua. Esta manio- brase ejecuta, cuando es muy grande, en medio del rio, llenando hasta dos terceras partes -de a|[ua la lancha , escurriéndola por debajo del animal para que entre en ella y vaci ándela con una calabaza. Es mas fácil la pesca después de CAPÍTllLO XVIII. 5l í las grandes inundaciones , cuando el lamantino ha podido }Dasar de los rios á los lagos y panta- nos de las inmediaciones , y que las aguas dis minuyen rápidamente. El cuero del lamantino tiene mas de pulgada y media de espesor, y sirve de cuerdas en los llanos, así como las correas de buey : somorgujado en el agua tiene el defecto de esperimentar alguna putrefacción. De ellos se hacen látigos, de donde ha resultado que los nombres de látigo y de ma- nati son sinónimos, y sirven de instrumento de castigo para los desventurados esclavos y aun para los Indios de las misiones que, según las leyes, deben ser tratados como hombres libres. Pasamos la noche enfrente de la isla de la Conserva, donde, costeando el borde de la selva nos sorprendió la vista de un tronco de árbol de 70 pies de alto y encrespado de espinas ramosas, llamado por los indios barba de tigre; era sin duda un árbol de la familia de los Berberideos i. ^ En las riberas del Apure hemos hallado, Ammania apa- rensis, cordia cordifolia, G. grandiflora, mollugo spergu- loldesi myosotis líthos per moldes, spermacocce diffusa, co- DI 2 LIBRO VI. El 4 de abril fué el último dia que pasamos en el rio Apure ; la vegetación de las riberas era cada vez mas uniforme, comenzábamos á sufrir cruel- mente de las picadas de los insectos que nos cu- brian la cara y las manos, los cuales no eran mosquitos sino zancudos, que son muy diferentes de nuestro Culex pipiens. Estos insectos no apa- recian sino después de ponerse el sol ; tienen el aguijón tan prolongado que cuando se sientan en la superficie de la hamaca , la atraviesan con él , y ademas todas nuestras ropas. Quisimos pasar la noche en la Vuelta del pal- mito ; pero es tal la cantidad de jaguares en aquella parte del Apure, que nuestros indios hallaron dos que estaban escondidos detras de un tronco de curbaril, en el momento mismo que iban á extender nuestras hamacas. Juzgamos conveniente embarcarnos y establecer nuestro vivaque en la isla del Apurito, -cerca de su con- fluencia con el Orinoco. INo habiendo hallado T0,\\\\\í3i pccidentaüSy Bignonia apurensls, Pisonia pubescens, ruellia viscosa, especies nueras d€ Jussieu, y un nuevo género de la familia de hs tAmpuestas. CAPÍTULO XVIII. 5 I 5 árboles en que colgar nuestras hamacas, fué pre- ciso dormir sobre unos cueros de buey tendidos en tierra, pues las canoas son demasiado estre- chas para poder pasar la noche, y en ellas morti- fican mucho los zancudos. La latitud de la boca del Apure es de 7" 56' aS", y la longitud deducida de las alturas del sol , que he tomado el 5 de abril en la mañana, es de 69° 7'. En esta misma mañana advertimos con admiración la corta cantidad de agua que el rio Apure arroja en esta estación al Orinoco. El mismo rio, que según mis medidas, tenia i36 toesas en el caño rico, no tenia mas de 60 ú So en su desagüe; con tres ó cuatro toesas de pro- fundidad. Varias veces tocamos en los bajíos an- tes de entrar en el Orinoco, y como son tantos los terrenos hacia el confluente, tuvimos que hacernos atoar á lo largo del rio. Es muy dife- rente el estado del rio en la estación inmediata á la entrada de las lluvias, en que todos los efec- tos de la sequedad del aire y de la evaporación han llegado á su máximum , y el que toma el Apure cuando, semejante á un brazo de mar, entre las sábanas á pérdida de vista. Descubrimos "• 35 5 1 4 LIBRO ■ VI , ' ¿TITULO XVIII . hacia el sud, las colinas aisladas de CoruatO; al este las rocas graniticas de Curiquima, el cucu- rucho de Caycara , y los Cerros del Tirano, que comenzaban á levantarse en el horizonte. No sin emoción vimos por la primera vez y después de tan largo deseo, las aguas del Orinoco en un punto tan distante de las costas. FIN DEL TOMO SEGUNDO. lVVVt«t(tJ|^%V%í. NORTHEASTERN UNIVERSIT^ UBRARIES DUPL 3 9358 01412160 9 m Í^M4^ '^;v^ff V ^-^ -;_.,«,: vPÍF 18^,604 Zj Kumboldt, AlexGnder. "ilk'Viage a las regiones equinoccj.cle nuevo continente hecho- -en 1799, 1300 NORTHEASTERN UNIVERSITY LIBRARIES 3 9358 01412160 9 • » >' 0 ;^^- • I«