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Full text of "Proceso y muerte de Sócrates : opúsculos de escritores griegos"

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PROCESO y MUERTE DE SÓCRATES. 


OPÚSCULOS DE ESCRITORES GRIEGOS, 

TRADUCIDOS Y COMENTADOS 

1*0 K 

DOBI AÜT010 GONZALEZ GÁRBffl, 

Doctor en Filosofía y letras, Catedrático del Instituto 
de 2. a enseñanza de Almería. 


APOLOGÍA DE SÓCRATES POR JENOFONTE. 



ALMERIA:—1871. 
Imprenta do Alvarez hermanos. 

CALLE DE LAS TIENDAS, 19. 











Nos proponemos publicar, y comenzamos por la Apo¬ 
logía debida á Jenofonte , todos los documentos que se refieren 
á uno de los hechos mas interesantes que registra la historia 
de la humanidad: el Proceso y muerte de Sócrates, del gran 
filósofo ateniense que si pudo perecer un día por la aira¬ 
da sana de sus compatriotas, en cambio vivirá eternamente 
en la memoria de los siglos. Y es interesante todo este trᬠ
gico suceso no sólo por sus sublimes conmovedores episo¬ 
dios, sino porque se dió entonces por primera vez realizada, 
en la Grecia, en.el pueblo de la antigüedad más famoso por 
las singulares hazañas de sus héroes, la realidad^iie_un 
héroe divino del pensamiento. 


I. 



Sócrates fue un ciudadano ateniense, hijo de un escul¬ 
tor, en el cual llegaron á encontrarse reunidas todas las 
mas bellas dotes (pie pueden enaltecer á los grandes hom¬ 
bres. Supo este filósofo eminente concertar tan hermosa- 







mente la ciencia y la vida, que en él se veian conjuntamente 
reunidos un corazón puro y un alma elevada; era el modelo 
mas acabado del filósofo y del hombre, y aun del militar y 
del político, pues no desdeñaba sus deberes de ciudadano; 
sino al contrario: se hallaba dispuesto siempre á lodo sa¬ 
crificio en aras de la República. Tales fueron las cualidades 
del hombre que inició en la Grecia durante la guerra ci¬ 
vil del Peloponcso uno de los más fecundos renacimientos 
filosóficos, uno de los más poderosos movimientos del espí¬ 
ritu humano, comparable y semejante al que cuatro siglos 
después originó la aparición del cristianismo, y en la albo¬ 
rada de los tiempos modernos la semilla arrojada en el cam¬ 
po de la filosofía por Bacon y Descartes. 

No es de nuestro propósito ni hacer la biografía del fi¬ 
lósofo griego, ni desenvolver con proligidad en qué consis¬ 
tió la doctrina, ó por mejor decir, el Método Socrático. Sino 
apuntar algunas consideraciones que sirvan de comentario 
al asunto que se trata en los interesantes Opúsculos que 
vamos á publicar. 

Formada la prosa ateniense en el periodo de la guerra 
pcloponésica, se hizo la común lengua de la Grecia y, me¬ 
diante aquel hermoso idioma, pudo también madurar un 
profundo sentido común, culto y científico, reinado de ilus¬ 
tración y de cultura conservado por Alénas sobre Esparta, 
su implacable rival política, y más tarde sobre el imperio 
macedónico y los romanos por cuyo medio ha trascendido 
largamente hasta nuestros tiempos. 

Era Aténas una ciudad tan principal y celebrada por la 
preponderancia de su comercio y de su marina, por la gran¬ 
deza de sus edificios y la pompa de sus festividades, no 
ménos que por la fama de sus artistas y poetas, de sus filó¬ 
sofos y políticos, que á ella acudían de iodos los extremos 


— 5 — 

de la Grecia cuantos se sentían entonces con vocación h las 
ciencias ó á las artes: habiéndose llegado á convertir la ca¬ 
pital culta y bella del Ática, y lo fue por muchos tiempos, en 
una vasta Academia. Mas por desdicha, y como ha aconte¬ 
cido en otros pueblos y en circunstancias análogas, la re¬ 
tinada civilización de Atenas llegó á contrastar con una 
corrupción tal en las costumbres, (|ue no bastaban a amino¬ 
rar la celebrada Sal ática , el artificioso ingenio y suave tra¬ 
to de los atenienses. Cuando la degradación corroe las en¬ 
trañas de una sociedad, el corazón se contrista y envilece, 
la inteligencia se pierde en entorpecidos laberintos, y áten¬ 
los los hombres al vano edén de los sentidos, huellan con 
planta indiferente las flores inmarchitables de la virtud. 
Esto aconteció en Grecia en la época que nos ocupa. Su de¬ 
pravación fué convertida en sistema por los sofistas, cuyas 
máximas corruptoras trascendieron no sólo á la vida pri¬ 
vada y á la pública, sino hasta á la administración y go¬ 
bierno de la República. Pero estos falsos apóstoles de la 
ciencia, estos impíos emponzoñadores del corazón de sus 
conciudadanos, fueron enérgicamente confundidos por Sócra¬ 
tes, su enemigo acérrimo, declarado, inexorable. Y no por¬ 
que cupieran rencores en el ánimo del filósofo; sino á causa 
de su amoroso anhelo por el triunfo de la verdad y de la 
justicia. Captóse Sócrates, por la sublimidad de sus máximas 
y con la austeridad de su ejemplo, las simpatías de la ju¬ 
ventud ilustrada de Atenas, á la que enardecia enseñándole 
las nobilísimas ideas de lo bello , de lo verdadero y de lo 
bueno : doctrinas que llevaron sus discípulos á la vida pú¬ 
blica, en la que brillaron algunos como insignes políticos y 
estadistas y como enfrenadores de una fracción demagógica, 
ambiciosa y turbulenta. Sócrates se mostró tan inflexible 
contra estos ignorantes aduladores de la muchedumbre como 


— 6 - 

ántes se liabia manifestado rígido y severo contra la prepo¬ 
tencia de los tiranos. Pero le cupo, como observa bien uno 
de sus mas ilustres biógrafos, la suerte que en todos los si¬ 
glos sufren los hombres que no pueden ponerse del lado de 
las injusticias. Disfrazaron sus enemigos con un pretesto 
sagrado el medio que buscaron para perderle, vengándose de 
tan execrable é indigno modo de sus ataques políticos.—Acu¬ 
sáronle ante los heliastas de «corruptor de la juventud» y 
«maestro de nuevos dioses», citando el dicho frecuente del fi¬ 
lósofo que «escuchaba una voz interior, un Génio, (¿Wóviov); 
que le enseñaba el modo de obrar.—Tal fue el pretexto 
de que se valieron un trágico sin talento, un ricacho mal¬ 
vado ó fanático y un impudente anarquista, Mélito, Añilo y 
Licon, cuyos nombres se verán cubiertos perpetuamente de 
infamia, para pedir la muerte del que con razón consideró 
el oráculo de la antigüedad como «óL¿nás generoso, el más 
justo y el más sabio de los hombres .» 

Los pormenores de este interesante drama, así como las 
doctrinas y los hechos de aquel pensador ilustre, se han 
conservado religiosamente por sus dos esclarecidos discípu¬ 
los Platón y Jenofonte. 

II. 

JENOFONTE. 


Habían sido derrotados los atenienses por los tebanos 
en una de las salidas que hicieron aquellos después de la 
loma de Delium. Uno de los guerreros alenienses, mancebo 
de unos veinte años y de gallarda presencia, cuyo caballo 
había sido muerto, cayó en tierra cubierto de heridas. Un 
compatriota suyo, soldado de atlético y rudo organismo, 
pero de grave y dulce continente, reconoce al joven guerrero, 




—7— 

y colocándoselo sóbrelas anchas espaldas, le llevó cargado 

un gran número de estadios hasta ponerle lejos del darc o e 
los enemigos. Era Sócrates, que salvaba la vida á su discí¬ 
pulo Jenofonte, al discípulo que agradecido liabia de legai 
ú la posteridad el retrato inmortal del Maestro. 

Y quién fue Jenofonte? 

Jenofonte hijo de Gryllus y conocido con el sobrenombre 
de La Abeja atica , fue uno de los mas insignes historiadores 
de la Grecia, el digno continuador de Tucídides. Nació en Er- 
quios, una de las pequeñas aldeas que el viajero podia visi¬ 
tar entonces en los alrededores de Atenas, y cuyo nombre 
salvará del olvido la memoria del gran historiador, como 
han atravesado los siglos los nombres humildes de Halima, 
Alopecia y Peónia por haber tenido la gloria de servir de 
cuna á Tucidides, Sócrates y Demóstenes. 

Según las observaciones contradictorias de los críticos y 
eruditos que han discutido la fecha incierta de su nacimiento, 
podría fijarse este en el 4.° año de la 83 / olimpiada, 445 
antes de nuestra era. 

Sábese que á los 18 años se sometió á la dirección filo¬ 
sófica de Sócrates. Su educación anterior probablemente 
sería la de todos los jóvenes atenienses. Aprender de me¬ 
moria los poemas de Homero, las sentencias de Solon, de 
Theognis y de Eocílides, estudiar los elementos de la gra¬ 
mática, las matemáticas y los principios de la estrategia, y 
vigorizarse bajo la dirección de los pedótribas en los ejerci¬ 
cios varios de la gimnasia. Mas de tal manera se desenvol¬ 
vieron las disposiciones naturales de Jenofonte bajo la di¬ 
rección de Sócrates, tan provechosa fue para él aquella en¬ 
señanza natural y sencilla fundada en la observación, en la 
reflexión, y en el conocimiento práctico de la inteligencia y 
del corazón humano, que á ella sin duda se debe el juicio, la 


razón y ese buen sentido que se hallan esparcidos como una 
luz dulce y suave en todos los escritos que le recomiendan 
á la memoria de la posteridad. 

Ya liemos dicho como fue salvado por su maestro en el 
combate librado bajo los muros de Delium. En otro comba¬ 
te fue hecho prisionero por los beodos, y á esta desgracia 
debió la fortuna de recibir las lecciones de Prodicode Céos. 
Puesto en libertad asistió á la escuela del retórico Isócrates. 

Sirvió en muchas campañas de la guerra del Peloponc- 
so y en ellas se formó su experiencia militar. A esta época 
de su vida atribuyen los críticos alemanes la publicación de 
algunos de sus escritos como el Banquete, el Ilieron y las 
Rentas áticas . 

Púsole en relaciones con Cyro un condiscípulo suyo, 
Próxenes, joven beodo á quien conoció en la escuela de Só¬ 
crates. Residía su amigo en Sardes, y le invitó á compartir 
con él los favores del príncipe. La perspectiva de un viaje 
á Oriente, y las promesas de una vida de agitación y de 
aventuras fueron incentivos tan poderosos para Jenofonte 
que se decidió á partir, en verdad no con entera satisfacción 
de su maestro quien previo las sospechas que habían de re¬ 
caer sobre él por esta expedición. Y en efecto, no le valió 
haber capitaneado gloriosamente á sus compatriotas en la 
famosa Retirada de los diez mil , cuyos conmovedores epi¬ 
sodios hasta el regreso casi inesperado de los griegos á su 
patria pueden leerse en uno de sus mas bellos escritos, (La 
AnábasisJ ; no le valió ser como hombre un filósofo grave 
y útil, como militar un valiente, ni un varón de clarísimo 
entendimiento: pues su amistad con Cyro, sus relaciones 
con Agesilao y la defensa noble y enérgica que hizo del 
Maestro en sus dos escritos La Apología y las Memorias de 
Sócrates, todas estas circunstancias le valieron un decreto 


— 9 — 

ríe destierro bajo el pretexto de su afección al partido dorio. 

Partió acompañado de su esposa Filesia y de sus dos 
hijos Grylo y Diodoro, los cuales por el cariño fraternal (pie 
se profesaban merecieron (pie se les diera el sobrenombre 
de a Los Dioscuros .» Permaneció en Esparta el resto de su 
vida, considerándola como tal patria adoptiva hasta el punto 
de haberse hallado al lado de Agesilao en la batalla de Co- 
ronéa. Fijóse definitivamente en su casa de campo de Sci- 
lonta, cerca de Olimpia, donde compuso las obras filosófi¬ 
cas, históricas y políticas (pie le han conquistado tanta 
gloria, en las cuales resplandecen los sentimientos humani¬ 
tarios y generosos inspirados por el filósofo, cuyo recuerdo 
lleva perpetuamente en el corazón. 

Las obras literarias de Jenofonte se pueden dividir en 
filosóficas, didácticas, históricas y políticas. Sus obras filo¬ 
sóficas son: Las Memorias de Sócrates, La Economía, La 
Apología de Sócrates, El Banquete y el Hieron. Sus trata¬ 
dos didácticos: La Equitación, el Jefe de Caballería y La Ca¬ 
za. Son sus obras históricas: Las Helénicas, la Anábasis, la 
Ciropedia y el Elogio de Agesilao. Por último sus opús¬ 
culos políticos son: las Constituciones de Esparta y Atenas 
y Las Rentas del Atica. 

No siendo de nuestro actual propósito traducir todas las 
obras de Jenofonte, emitiremos sólo sobre aquellas que va¬ 
yamos publicando, algunas consideraciones. 

III 

La Apología ó Defensa de Sócrates es una composición 
semioratoria, semipolémica. No'es, como parece á primera 
vista por su título, un discurso para ser pronunciado ante 
an Jurado, ni es tampoco una impugnación de Jenofonte á 


— 10 - 

los enemigos de Sócrates, por la iniquidad de su con¬ 
ducta. Al principio y al íin de la Apología expone clara¬ 
mente el objeto que se propone: «demostrar el respeto de 
Sócrates á los dioses, su justicia con los hombres, la digni¬ 
dad con que rehusó apelar á humillantes súplicas para con¬ 
servar la existencia, y la convicción que tenia de que la 
muerte era un bien que le concedía la Providencia.» 

Valckenaer, Schneider y otros críticos dan á esta com¬ 
posición menos mérito literario que á otras de Jenofonte. 
Mas nadie pone en duda que tanto La Apología como Las 
Memorias tienen un valor histórico aun superior al de los 
escritos de Platón sobre el mismo asunto: pues relata con 
tan ingenua sencillez, con tan noble complacencia, con tales 
detalles los hechos del Filósofo, que por sus escritos se co¬ 
nocerá eternamente la vida real de Sócrates con todos los 
caractéres que ostentó en su tránsito por esta Tierra. El di¬ 
vino Platón leia en cierta ocasión un pasaje del Fedro á su 
maestro, y le arrancó esta csclamacion: ¡Qué cosas me 
hace decir ese joven en las que nunca he pensado! En efec¬ 
to, aquellas cosas eran superiores á sus habituales medita¬ 
ciones, aunque no contrarias á sus doctrinas. En suma: 
Las Apologías ó Defensas de Sócrates y Platón, con las Me¬ 
morias del primero y las varias Pláticas del segundo, que se 
ocupan del Proceso v de la muerte de Sócrates, son docu¬ 
mentos (pie se completan entre sí, y escritos que perpetua¬ 
mente conmoverán á los corazones generosos, en los cuales 
arda la llama pura del entusiasmo; á los espíritus capaces de 
admirar á aquellos varones fuertes que han sellado heroica¬ 
mente sus convicciones con su sangre. 

Sin embargo, aunque Jenofonte no poseía el arrebatado 
entusiasmo ni la pasión ardiente, sin las cuales es imposi¬ 
ble la elevación oratoria, aunque no tenia mas imaginación 


— 11 — 

que aquella que requieren los géneros templados, con todo, 
en las breves arengas de la Apología, se eleva alguna \cz 
hasta la elocuencia con sólo dejar hablará un sentimiento 
de profunda indignación. No encontraremos en la Apología 
de Jenofonte, un resumen como el de la de Platón. « Ya es 
tiempo de partir, yo para la muerte, vosotros para la vida. 

¡Dios sabe á cual está reservado mejor destino!»; pero en 
cambio el silencio final de Sócrates en la Apología de Jeno¬ 
fonte, es imponente y magnífico: « Después de haber habla¬ 
do así. partió sin que nada en él desmintiese su lenguaje: 
en sus ojos , en su actitud, en su marcha conservando una 
serenidad espléndida .» Esta magostad, esta inalterable san¬ 
gre fría, dice Talbot, este talante de un hombre sobre el 
que acaba de recaer una sentencia de muerte, ¿no és la con¬ 
denación más elocuente y sublime de los mismos que le han 
condenado?: y con razón compara esta actitud á la de Régulo 
cuando torna para el destierro. 

Grandes elogios se han tributado al estilo de Jenofonte. 
Cicerón decía que era más dulce que la miel, y Quinliliano 
que sus lábios eran el asiento de la persuasión. En la Apo¬ 
logía, si bien ménos que en otros escritos de Jenofonte, se 
vén las cualidades generales de su estilo: nobleza, sencillez, 
elegancia, y lleno de gracia, sin ser vigoroso ni sublime. El 
fondo de los escritos de este insigne polígrafo, es loque cons¬ 
tituye su mérito principal. Escribe para mejorar á los hom¬ 
bres, para hacerlos buenos y útiles: ésa es la idea capital 
que movió siempre la pluma de este eminente literato ate¬ 
niense, dejando en lodos sus escritos, aun en los mas exi¬ 
guos, alguna partícula de su alma. 


JENOFONTE, 


APOLOGIA DE SÓCRATES. (1) 


I. 

Porqué razón el Sábio ateniense no quería preparar sus 
medios de defensa. 

Trasmitir á la posteridad la conducta del célebre Só¬ 
crates cuando fue citado ante el Jurado, y decir las deter¬ 
minaciones que tomó respectivamente á su defensa y á su 
muerte, paréceme en verdad un digno asunto. Otros han 
escrito también (2) sobre lo mismo,y todos convienen en la 
sublime dignidad de su lenguaje. (3) Es, pues, una realidad 
que Sócrates en aquellas circunstancias habló con magnifi¬ 
cencia. Mas no se han explicado claramente los motivos 
que tuvo para juzgar en tal ocasión la muerte preferible á 
la vida: de suerte que cabe dudar si la razón estuvo en¬ 
tonces á la altura de la elocuencia. 

Tero su amigo Hcrmógcnes, hijo de Hipónico, (í) nos 
ha dado sobre esto detalles que ponen en perfecta conso¬ 
nancia la elevación de sus palabras con la de sus ideas. En 
efecto, cuenta que viéndole discurrir sobre todo, ménos so¬ 
bre su causa, le dijo; ¿No convendría, mi querido Sócra¬ 
tes, (pie discurrieras también algo sobre tu defensa?—A lo 
que el filósofo le contestó: Pues qué ¿mi vida entera no lo 





—15— 

prueba que constantemente me ocupo «le ella? — Y cómo? 
replicó Hermógenes.—Procurando no hacer jamas una ac¬ 
ción injusta: ése es á mis ojos el mejor modo de preparar 
una defensa.—¿Pero no ves, dijo nuevamente el lujo de Hi- 
pónico, que los tribunales de Atenas han hecho perecer a 
multitud de inocentes, víctimas de su turbación paia defen¬ 
derse, mientras que han absuelto a otros muchos siendo de¬ 
lincuentes, porque su lengua los ha movido a compasión ó 
cautivado por su elegancia?—Pues por Júpiter! dos veces he 
intentado ya ocuparme de preparar una defensa y otras 
tantas se ha opuesto á ello el «Genio» , (o) (pie me inspi¬ 
ra,—Lo que estás diciendo me sorprende!—Y porque sor¬ 
prenderte, si la Divinidad juzga que es mas ventajoso para 
mí el dejar la vida desde este instante mismo? Pues tú 
no sabes que hasta el presente no hay un solo hombre á 
quien le conceda que haya vivido mejor que yo? Mi con¬ 
ciencia me dice, y es mi más dulce satisfacción, que he vi¬ 
vido de una manera justa y religiosa, de tal modo, que 
después de mi propia aprobación me encuentro con la de 
cuantos me tratan, que tienen formada igual opinión sobre 
mi conducta. Pero ahora mi edad avanza; sé que lian de 
sobrevenir las cosas propias de la vejéz: ver mal, oir peor, 
ser cada dia más tardío para aprender y de lo que tiene uno 
aprendido irse olvidando rápidamente. Y si yo me aperci¬ 
bo de la pérdida de mis facultades, y si he de estar incómo¬ 
do conmigo mismo, cómo podré decir entóneos: vivo gustosa¬ 
mente? Acaso Dios me concede esto como un don especial: 
pues no sólo voy á dejar la vida en el momento más favo¬ 
rable, por mi edad, sino de la manera ruónos penosa: pues 
si hoy me condenan, me será permitido indudablemente es- 
cojer la especie de muerte (pie estimen mas sencilla los que 
entienden de esto, muerte que dé lo menos que hacer á mis 


— 14 — 

amigos, y que llene cumplidamente los deseos del que ha 
de sufrirla. Pues así se vá uno extinguiendo sin ofrecer nada 
repugnante ni molesto á los ojos de los que le rodean, te¬ 
niendo el cuerpo sano y el alma dispuesta á la complacen¬ 
cia. Cómo por precisión no ha de ser esta muerte apetecible? 

Con razón los dioses, añadió, se han opuesto á la pre¬ 
paración de mi Defensa, mientras que á todos nosotros nos 
parecería que debían buscarse los medios de escapar á todo 
trance. ¿Y que acontecería en el caso de conseguirlo?; que 
en lugar de acabar ahora con la vida, tendría que resol¬ 
verme á morir atormentado por los padecimientos ó por la 
vejez, sobre la cual recaen todas las molestias y sinsabores. 
((») Por Júpiter! Hermógenes, que no pensaré más en esto. Y 
si por hacer ver en el tribunal los favores que debo á los 
Dioses y á los hombres, si por manifestar libremente el 
concepto que tengo de mí mismo me indispusiere con mis 
jueces,.. preferiré morir antes que mendigar servil¬ 

mente que se me otorgue la prolongación de una vida cien 
veces peor que la muerte. 

Después de esta resolución fué cuando, según Hcrmó- 
genes, sus enemigos le acusaron de no reconocer los dioses 
que veneraba la Patria, de haber introducido nuevas divi¬ 
nidades, y de corromper á la juventud. 

ir. 

Sócrates responde á las acusaciones de sus enemigos . 

Compareció ante los Jueces y dijo: 

Atenienses! lo que más me maravilla en este asunto es 
la conducta de Mélilo. (1) ¿Cómo ha osado asegurar que 
desprecio las deidades de la República, cuando lodo el mun- 



—15— 

O o me ha visto, y él mismo si lo ha querido, tomar parte 
en las comunes festividades y sacrificar en los altares pú¬ 
blicos? ¿Es por ventura introducir númenes extraños, el 
haber yo dicho que la voz de un « Dios » (8) resuena en mi 
oido enseñándome cómo debo obrar? ¿Pues los que consultan 
los cantos de las aves ó los pronósticos de los mismos hom¬ 
bres, no se dejan influir también por sonidos articulados? 
¿Quién puede negar que el trueno sea una voz y el más 
grande de lodos los presagios? ¿Pues la Pitonisa colocada 
sobre la trípode, no se vale también de la voz para pronun¬ 
ciar los oráculos de su Dios? En una palabra, que Dios co¬ 
noce y revela á quien le place el secreto de lo porvenir: lié 
ahí todo lo que yo digo, que és lo mismo que dicen y pien¬ 
san los demás. Pues bien, los demás llaman á todo eso au¬ 
gurios, pronósticos, presagios, profecías; yo le llamo «Ge¬ 
nio.» (Daimonion): y creo que llamándolo así, uso un len¬ 
guaje más verdadero y más piadoso que los que 'atribuyen 
á las aves el poder de los dioses. Y la prueba de que no 
miento contra la Divinidad és, que cuantas veces he mani¬ 
festado á mis numerosos amigos los consejos del Dios, ja¬ 
más les he parecido engañado. (9) 

Alborotáronse los jueces al oir esta arenga: unos porque 
no daban crédito á lo que habían oido, otros aguijoneados 
por la envidia de que aquel hombre hubiera conseguido 
mayores distinciones que ellos de parte de los Dioses. 

Sócrates tomó de nuevo la palabra, y les dijo: 

—Ea, pues escuchad más todavía, á fin deque los que 
lo desean tengan un motivo más para no creer en los favo¬ 
res que me concede el Cielo. Un dia ante una reunión in¬ 
mensa interrogó Cherefon (10) sobre mí al oráculo de Dél— 
fos; «I\ T o existe un hombre , respondió Apolo, más indepen¬ 
diente, más justo, ni más sábio que Sócrates .» (11) 


— 16 — 

Como era de esperar, levantóse aun más el clamor de 
los jueces, cuando escucharon ésto. El Sabio ateniense nue¬ 
vamente les argüyó, diciendo: «Hijos del Ática! pues ma¬ 
yores alabanzas que las tributadas á mí, profirió el oráculo 
en honor de Licurgo, el legislador de los espartanos. Al 
verle entrar en el templo cuentan que exclamó: «No sé si te 
llame Dios ú hombre .» A mí, sin haberme comparado á un 
dios, sólo me ha hecho superior á los demás hombres. 

Sin embargó, yo no quiero que ciegamente deis crédito 
á las palabras del oráculo; pero os ruego (pie las examinéis 
una por una. ¿Conocéis un. hombre menos esclavo que yo 
de los apetitos del cuerpo? un hombre más independiente que 
yo, que de nadie admito dádivas ni recompensas? ¿Y á quién 
podréis vosotros considerar como el más justo, sino al hom¬ 
bre moderado que se acomoda con lo que tiene, sin tener 
nunca necesidad de lo de los demás? Y en fin, cual de vos¬ 
otros puede negarme el último dictado del oráculo, (12) si 
desde el momento en que comencé á comprender la lengua 
humana, no he cesado de investigar, y he aprendido cuanto 
bueno he podido? 

Y la prueba de que mis trabajos no son estériles, no la 
veis patente en la predilección con que buscan mi sociedad 
gran número de ciudadanos, y aun de extranjeros, apasiona¬ 
dos de la virtud? Porqué tantas gentes desean obsequiarme 
con regalos, cuando saben que yo no tengo riquezas con 
(pie remunerarles? Y en cuanto á mi, mientras que nadie 
puede decir que le he exigido un servicio, cómo confiesan 
todos que me deben agradecimiento? Por qué razón durante 
el sitio de Atenas, (13) mientras mis compatriotas se lamenta¬ 
ban lodos de su miseria, yo no vivía ni más ni ménos angus¬ 
tiado que en los dias mas prósperos de la República? En fin, 
los más de los hombres tienen que comprar á caro precio 


- 17 - 


sin 


los obielos de sus delicias en el mercado publico- .jo, 
costo ninguno, los encuentro infinitamente mas dulces en el 
fondo de mi alma. Pues si todo cuanto lie alegado en mi de¬ 
fensa es cierto, y nadie puede convencerme de que falto a la 
verdad, ¿cómo, haciéndome justicia, no he de ser ensalza¬ 
do por los dioses y por los hombres? 

Tal es mi conducta. Y sin embargo, Mélito, tu me acu¬ 
sas de pervertir á la juventud. (14) Pero todos sabemos en 
que consisten tales corrupciones: díme si conoces a uno solo 
de esos jóvenes que con mis lecciones se haya pervertido: 
que siendo religioso se haya hecho un impío, que de mode¬ 
rado se haya tornado violento, de reservado en pródigo, de 
sobrio en amante de la crápula, de trabajador en perezoso, 
uno sólo que se haya entregado á pasiones vergonzosas.— 

Sí, por Júpiter! conozco á algunos á quienes has seducido 
hasta el punto de que siguen con más confianza tus conse¬ 
jos que los de sus padres.—Lo confieso, dijo Sócrates; pero 
en lo respectivo á la educación moral: que, como ellos 
saben, es el asiduo objeto de mis desvelos. También en lo 
que conviene á la salud, seguimos mejor los consejos de los 
médicos que los de nuestros padres; y vosotros todos, ate¬ 
nienses, miráis en las asambleas á los que hablan en ellas con 
superior ilustración con más predilección que á los que se 
hallan unidos á vosotros por los vínculos de la sangre; así 
como en las elecciones de generales preferís los varones 
más hábiles en el arte de la guerra, no sólo á vuestros pa¬ 
dres y á vuestros hermanos, sino por Júpiter! aun á vos¬ 
otros mismos.—Ese es el uso, y así conviene á la Patria, 
replicó Mélito. —Pues entonces, dijo Sócrates, ¿no le pa¬ 
rece digno de admiración, siendo en lodos los asuntos los 
más hábiles considerados no sólo como iguales sino como 
superiores á los demás, que yo, por ser tenido en la opinión 


—is¬ 
cle algunos como el mejor en lo que es el mayor bien de los 
hombres, la educación del espíritu, me haya de ver por tu 
causa condenado á muerte? (15) 

III. 

Conducta de Sócrates después de la sentencia. 

Algunos más razonamientos se añadieron por el fdósofo 
y por los amigos que hablaron en su defensa. (1.6) Mas no ha 
sido mi intento referir los pormenores de este célebre pro¬ 
ceso. Bástame haber demostrado que Sócrates creía de gran 
importancia el no mostrarse irreverente con los dioses (17) 
ni injusto con los hombres. 

Lo de conservar la vida creía que no debía pedirse con 
humillaciones; ántes bien, estaba convencido de que era la 
ocasión oportuna de morir: y que era ésta su convicción 
claramente se vió después de pronunciada la sentencia. Se 
le invitó primero á que conmutase la pena capital por una 
multa, (18) y ni accedió á ello, ni permitió á sus amigos 
que la entregáran, pues decia que condenándose á una pena 
pecuniaria, tenia que confesarse culpable. (19) Quisieron 
luego sus amigos proporcionarle una huida; (20) mas la 
rehusó también, y aun les preguntó, con cierto humor, si 
ellos tenían noticias que hubiese fuera del Ática algún lu¬ 
gar inaccesible á la muerte. 

En fin, luego que la sentencia fué pronunciada, cuen¬ 
tan, que se expresó así: 

Ciudadanos! los sobornadores que han inducido al per¬ 
jurio á los testigos que han depuesto en contra mía, y los 
que se han prestado al soborno, deben imprescindiblemente 
reconocerse culpables de una gran impiedad, de una Iré- 


— 19 — 

nienda injusticia. ¿Y sería decoroso que yo mostrara menos 
ánimos ahora que antes de haber sido condenado, yo que no 
estoy convicto de haber ejecutado nada de cuanto se me ha 
acusado? Se me ha visto á mí, desertor det culto de Júpiter 
y de Juno, y de los demás dioses y diosas, sacrificar á nue¬ 
vas divinidades? en mis juramentos, en mis discursos, me 
veis invocar otros dioses que los vuestros? Y por lo que hace 
á la juventud, ¿cómo yo he de pervertirla, cuando la acos¬ 
tumbro á la paciencia y á la frugalidad? Ninguno de esos 
crímenes contra los que la Ley pronuncia la muerte: el sa¬ 
crilegio, la perforación de muros, la venta de hombres li¬ 
bres, la entrega déla Pátria, (21) ninguno de esos delitos 
me ha sido imputado por mis contrarios. Por lo que me pa¬ 
rece muy digno de exlrafieza que vosotros hayais podido 
encontrar en mi causa, acción alguna que merezca la muer¬ 
te. Mas yo no me creo por eso menos digno de estimación, 
pues muero inocente. No es el oprobio para mí; sino para 
los que me condenan. Por otro lado, me sirve de consuelo 
el destino de Palamedes (22) muerto de una manera seme¬ 
jante á la mía. ¿Y en verdad, hoy mismo no inspira canlos 
más hermosos este héroe que el propio Ulises que le hizo pe¬ 
recer injustamente? Estoy seguro que el tiempo pasado y los 
siglos venideros atestiguarán que no lie hecho mal á nadie, 
que á nadie he pervertido; sino que he sido benéfico con mis 
discípulos, enseñándoles de buen grado lo bueno que he 
podido. 

Después de haber hablado así, se salió de la manera 
que correspondía a sus palabras: la mirada radiante, el ex¬ 
terior vía marcha magestuosa. (23) Como se apercibió de 
que los que le acompañaban iban llorando, les dijo: y por¬ 
qué es eso de llorar ahora? pues no sabíais, mucho tiempo 
há, que la naturaleza desde que vine á la vida tenia decrc- 


—So¬ 


tada mi muerte? (24) ¡Y si se tratase de que, rodeado de 
goces, tuviera qué morir prematuramente! ciertamente que 
debía ser un motivo de aflicción para mí y para mis ami¬ 
gos; pero si voy á dejar la vida cuando ya sólo sufrimien¬ 
tos debo esperar en ella!. creo, pues, que al verme á 

mí contento, debéis participar de mi alegría todos vosotros. 
(2o)—Pues yo me sublevo contra esa sentencia, dijo Apo- 
lodoro, hombre sencillo, que le era muy adicto y que es¬ 
taba allí presente: porque veo que mueres injustamente.— 
Queridísimo Apolodoro, le contestó Sócrates, (26) pasándo¬ 
le la mano cariñosamente por la cabeza, pues ¿por ventura 
querrías tú mejor verme morir con justicia que con inocen¬ 
cia? v al mismo tiempo dejó ver su afable sonrisa. (27) 

Cuentan también que al ver á Anito que pasaba, dijo: 
ese hombre va tan enorgullecido, como si hubiera realizado 

una acción grande y bella con haber votado mi muerte. 

y porqué? porque le hice notar que no estaba bien que él, 
honrado por la Ciudad con los mas elevados cargos, reba¬ 
jara á su hijo hasta el oficio de curtidor. El insensato! 

no conoce que entre él y vo el triunfo será siempre de aquel 
qne en todo tiempo haya ejecutado las cosas más útiles y 
bellas!. Pero Homero concede á algunos de los que es¬ 

tán para morir el don de penetrar en lo venidero, (28) y Os 
voy á pronunciar un vaticinio: he tratado un poco de tiempo 
al hijo de Añilo, y no me parece un espíritu desprovisto de 
energía: pues os anuncio que no ha de permanecer en el 
oficio servil á que el padre le ha consagrado; falto de un 
honrado guia que le conduzca, sucumbirá á una pasión ver¬ 
gonzosa; y ya en adelánte continuará progresando en el ca¬ 
mino de la depravación. 

Los hechos correspondieron á la profecía: el mancebo 
se entregó al vicio del vino, y ebrio á todas horas concluyó 






— 21 — 

por hacerse un hombre inútil para su Patria, para sus ami- 
gos V para sí mismo. El padre, por la educación infame 
que había dado al hijo, y por su torpe ignorancia, lia lo¬ 
grado verse deshonrado aun liasla hoy, después de mueilo. 

En cuanto á Sócrates el haberse engrandecido únte sus 
jueces excitó contra él la envidia y los decidió más resuelta- 
mente á condenarle. (29) Por lo demás, creo también que su 
muerte fué un beneficio que le concedieron los dioses, pues¬ 
to que dejó lo más triste de la vida y alcanzó la mas dulce 
de las muertes. ¡Y qué alma tan grandiosa! Convencido 
como estaba de (pie la muerte era para él m(is ventajosa que 
una larga vida, del mismo modo que jamás se había mani¬ 
festado contrario á recibir lo bueno, tampoco se mostró débil 
ante la muerte; al contrario, le salió al encuentro y murió 
con júbilo. (30) 

Por mi parte cuando considero la sabiduría é inmensa 
grandeza de aquel hombre, no puedo ménos de recordarle, 
y con mi recuerdo tributarle mis alabanzas: y si alguien 
que sea amante de la virtud, se ha encontrado con un hom¬ 
bre más útil que el sábio de Aténas, desde luego declaro que 
ese és el mas afortunado de los mortales. 





— 22 — 


NOTAS. 

(1) Recomendamos á nuestros lectores el inleresanle y concienzudo 
trabajo de Fr. Thnrot: Apólogie de Sócrate d'aprés Platón et Xénophon. 
En esta obrase encuentran también el Crilon y el Phcdon que son sus in¬ 
dispensables comentarios. 

Véase así mismo la Apología de Sócrates de Libanio. Libanii Opera, 
edilion Claude. Morcl Paris-1007. p. 635. 

(2) Principalmente Platón. Los diálogos de Platón se dividen eu 10 
grupos. Forman el l.° los que tratan del Proceso y muerte de Sócrates y 
són: Eulhyphron, la Apología. Gritón, Phcdon y Cralylo. (J. Socher ül>er 
Plalons Schril'len. Miinchen 1820.) 

(3) Sócrates, dice Cicerón, no se presentó ante sus jueces humillado 
ni suplicante, sino con la mageslad de un Soberano. 

(4) Sobre llermógenes véanse las Mem. de Jenof. II, 10; IV, 8. 

(5) Decía Sócrates que tenia una voz interior «un Genio» (demonio) 
que le advertía constantemente lo que debía hacer y evitar. Por estas pa¬ 
ra sus émulos extravagancias demoniacas le acusaron. Nos hemos servi¬ 
do de la palabra Genio en la traducción, porque la acepción en que se loma 
en nuestro idioma la palabra demonio no expresa el concepto; pues loque 
se quiere significar aquí es Númen , Génio, Oráculo , Dios. 

(0) Horacio ha dicho también: 

«Mulla scnem circumveniunl incommoda. Ars. poet. v. 169. 

(7) Platón. Los otros fueron Añilo y Licon. Apología, III y XI. 

(8) Daimonion. Véase la nota 5. a . 

(9) Si consideramos la atención religiosa con que Sócrates seguía la 
voz de Dios en el espíritu, debemos inferir que Sócrates miraba el cono¬ 
cimiento de la Razón divina que rige el mundo, además del de la Natu¬ 
raleza que nos rodea, como el fundamento del recto conocimiento propio. 
(San/, del Rio. Revista universitaria, 1854. Sócrates, lomo 1.) 

Reinaba en tiempo de Sócrates la incredulidad ó la duda sobre los dio¬ 
ses. Para combatirla observaba que lo mejor en nosotros no lo vemos sen- 
siblemenle, sino que lo conocemos por sus efectos, como nuestra alma y 
supremamente Dios, cuyos efectos sentimos en nuestro corazón, cuando 
no pretendemos ver su figura con los sentidos. (Sauz del Rio, íbid.) 

(10) Cherefon, ateniense, hermano de Cherecrates V uno de los mas 
honrados discípulos de Sócrates. Jenof. Mem. 1,2; 11. 3. 

(11) Platón. Apolog., V y siguientes. 

(12) El más Sábio. —Siendo la ciencia hnmaua muy imperfecta res¬ 
pecto á la de los dioses, Sócrates que conocía esta imperfección se acer¬ 
caba másá la sabiduría. (Platón. Éulhphr, II.) 

(13) Después de la derrota de la armada ateniense por los esparta¬ 
nos en Egospotamos, Lisandro cercó por mar y tierra á Atenas, desgar¬ 
rada por partidos interiores y afligida además por un hambre cruel, obli¬ 
gándola á rendirse á discreción. Fueron sus muros y naves destruidas, abo¬ 
lida su constitución democrática y entregados al pérfido gobierno de los 
Treinta tiranos. 

(14) Tal acusación era fácilmente escuchada en aquellos dias en que 


— 25 — 


)■ -.o \ '¿ñas se culpaban á los novadores en costumbres y lo- 

las desgracia . al) | ecieron por un partido eoemigo de Alcibiades y Cn- 
íhs discípulos de Sócrates, á quien el vulgo confundía fácilmente con .os 
sofisLas San/ del Rio: ¡bid.=Opinamos como Socher y Frcrcl que la acu- 
soti.slas. ' , aun que aparentemente engendrada por celos religio- 

\ 1 ..¡lino 1 .1,» mwi \\í *7 C\ PHIl 



bien de la Patria, cuando esta se halle en poder del extrangero, para evi¬ 
tar mavores males á los conciudadanos, lil proceso de Sócrates tiene todos 
los caracteres de un golpe de partido, de un juicio revolucionario, y el 
tallo fué del lodo inmerecido, porque la conducta de aquel grande hom¬ 
bre estuvo inspirada siempre por el sentimiento más puro de justicia. Véa¬ 
se á Schoel: Litter. grecquc. 11, 32 y siguientes. Cantó: Biogr. I X. de la 
Hist. univ.— Sócrates. Weber.—S. del Hio: llist. univ., t. i.— Laurenl: 


Hist. univ.—Sócrates. 

Eludes sur 1‘hisloire de 1‘humariilé. Grécó. I. 11. 


( 15 ) Los jueces en número de 556 se dividieron en dos < piniones. 
Sócrates, fué condenado, por la mayoría de tres votos, por el partido de los 
fanáticos. Pero Sócrates se chanceaba con la vida y con la muerte v en lu¬ 
gar de pedir con lágrimas la absolución, según costumbre; les dijo con 
aquella amarga ironía que constituía la fuerza de sus discursos: «Atenien¬ 
ses! por haber consagrado mi vida enlera al servicio y á la moralización 
de mi Patria, me condeno yo mismo á ser alimentado durante el resto de 
mi vida en el Pritanéo á expensas de la República.» Los jueces que se vie¬ 
ron de tal modo provocados dictaron la sentencia de muerte por una gran 
mayoría. (Lamartine, Historia déla humanidad por sus grandes hom- 
bre*s-Sócrales.)=Nada dá tanta altivez como la persecución de los mal¬ 
vados y recita sus propias alabanzas como Epaminondas y Publio Sci- 
pion. 


(16) No se sabe á ciencia cierta quienes serian los discípulos que ha¬ 
blaron en su defensa. Diógenes Laercio cuenta con referencia á Justino de 
Tiberiades, y con relación ala causa de Sócrates, que un dia Platón se 
subió á la tribuna y dijo: «Atenienses! yo soy el más joven de los que han 
subidoíi esta tribuna...;» pero que los jueces exclamaron. «Di mas bien 
« descendido.» —Qué era como decirle: « Desciende .» (Talbol. Oeuvres de 
Xenoph.: 1,201, nota 2. 

(17) ¿Me oyes negar que haya Dioses, ni enseñar esto á mis discí¬ 
pulos? No creo quesean dioses ni el Sol ni la luna... Platón, Apol. 

Aunque sus pensamientos se elevasen mas allá de los miserables sím¬ 
bolos que entonces adoraba la Grecia, respetó el culto legal de su Patria, v 
aun seguía lodos los ritos de la religión popular. Pensaba que la adora¬ 
ción de la Divinidad era una cosa tan santa en si misma que no había 
necesidad de contristarla aun cuando se equivocase de Dios.-Lamarl, ibid. 

No desenvolvió Sócrates una ciencia de Dios. Le bastó combatir las 
representaciones antropopálicas de los dioses, reconocerla omnisciencia, 
omnipresencia y bondad de Dios en el gobierno del mundo y sobre lodo 
la unidad de Dios sin dualismo ni limitación sensible ni panteísmo según 
conoce esta unidad el espíritu religioso (Sauz del l\io=Uevisla citada). 


—24— 

(18) La ley de Alenas autorizaba al condenado á rescatar su vida 
por un destierro ó por una mulla la cual tenia que imponerse el mismo, 
reconociéndose culpable.=Fué condenado á beber la cicuta, brebage em¬ 
ponzoñado que daba la muerte en forma de sueño. 

(19) Cicerón. De Oral., 1, 56. 

(20) E*te es el asunto del Criton, de Platón. En efecto, su discí¬ 
pulo y amigo Criton le ofreció medios de huir. Treinta dias estuvo en la 
prisión (durante las fiestas de la Teoría en que no debía ser ejecutado nin¬ 
gún reo) los pasó con sus amigos conversando sobre la inmortalidad del 
alma. La última de aquellas conversaciones ha sido religiosamente con¬ 
servada por el divino Platón, en uno de sus mas preciosos diálogos, el 
Phedon. 

(21) Kl sacrilegio, la perforación de muros, la venta de hombres. 

IspoT’jÁÍa, mywpu^ía, avSpxrcoBío-it.. Sobre el primer delito (tepo- 

crj)áa, sacrilegium) Platón. Leg. 8.—7oiyu>p'jyía, parietis effractío, mu- 
vum perfodere ul palefaclo sibi ad sedes perfossoY, ingresu furari queaL 
—II. Sleph. Thcsaur. graecae linguíB. = liste delito podríamos, pues, en 
nuestras clasificaciones jurídicas comprenderlo en robo con fractura .== 
La avSpa-óot.7'.; llamada por los romanos playium . quod Lex Flavia 
playis d imnassel, era el delito de comprar, vender, ó tener por esclavo al 
hombre libre: del que persuade al esclavo ajeno á que huya de la casa 
de su señor. Sobre este delito véase á Ulpiano: Digeslo. 

(22) Palamedes, hijo de Nauplio, rey de Kubea, pereció víctima de 
la envidia que excitó en Ulises su sabiduría. Jcnof. Mein. IV. 2. Platón, 
Apo'og. XXII. 

(23) Actitud en que representa Horacio á Régulo regresando volun¬ 
tariamente al destierro, en la Oda V. del Libro III., v. 41 y siguientes. 

(24-) A uno quedccia á Sócrates: «Los ateniense» te han condenado á 
muerte.»—«Y la naturaleza á ellos», le contesto. Monlagnc: Kssais. 1, lí). 

(25) Véase el discurso de Germánico á sus amigos cuando iba á mo¬ 
rir.—Tácito. Anual., II, 71. 

(26) Sobre el cariño que le profesaba este Apolodoro. véase á Pla¬ 
tón en el Pliedro, § 2 y G6, y á Plutarco en la vida de Catón de Ulica, § 10. 

(27) Diógenes Laerció, en la Vida de Sócrates, refiere que fué á su 
muger Xanlhippa, y no á Apolodoró á quien el filósofo dirigió estas pa¬ 
labras. 

(28) Alusión á dos pasages de La Jliada: el uno, v. 85G del canto 
XVI cuando Patroclo moribundo anuncia á Héctor que él á su vez ha de 
morir á los golpes de Aquiles; y el otro, canto XXII, v. 358 cuando Héc¬ 
tor anuncia en iguales circunstancias á Aquiles que morirá herido por 
Páris. 

(29) Véase lo que dejamos anotado sobre la sentencia anler ormcnle. 

(30) Sobre los últimos momentos del filósofo, véase otra de nuestras 
notas anteriores.